Precariedad y crítica del capitalismo [1 ed.]

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GRUPO DE INVESTIGACIÓN EN FILOSOFÍA

Índice Prólogo……………………………………………………........9 La “cuestión de la democracia” en el trabajo………………19 Las clases sociales en el proceso del Landnahme capitalista. Sobre la relevancia de la explotación secundaria……….....57 Capitalismo financiero, Landnahme y precariedad discriminatoria……………………………….109 Precariedad y desintegración social: un concepto relacional…………………………………...…149 Europa, el Landnahme capitalista y la doble crisis económico-ecológica……………………….181 “¡Retomar el control!” Marx, Polanyi y la revuelta populista de derecha………..201 Democracia o capitalismo. Sobre la societización contradictoria de la política……….241

Klaus Dörre

Prólogo En la segunda década del siglo XXI, el mundo se ha encontrado en un peligroso punto de inflexión. Por un lado, cada vez está más claro que la globalización neoliberal y el capitalismo de mercado financiero que dominaron los viejos centros capitalistas durante décadas están llegando a límites inmanentes. Por otro lado, lo nuevo que podría ocupar el lugar de este tipo de capitalismo aún no está claramente perfilado. A escala nacional, regional y mundial, estamos experimentando una constelación que corresponde a la definición clásica de crisis del marxista italiano Antonio Gramsci (1991): “lo viejo muere y lo nuevo [...] no puede [...] venir al mundo” (p. 254). Este interregno es aprovechado por la derecha radical para ampliar su influencia e imponer formas autoritarias de gobierno. ¿Cómo se ha podido llegar a esto? ¿Y cuáles son las posibles alternativas? Estas son las preguntas que abordan los trabajos de tres décadas que se recogen en este volumen. Por muy diversos que sean en su orientación temática, los trabajos aquí reunidos contienen un hilo conductor que caracteriza mi labor académica. Este hilo conductor puede resumirse en cuatro términos: acaparamiento de tierras (Landnahme), precariedad, crisis económico-ecológica doble o de tenazas, precariedad y democratización radical de la economía y trabajo y procesos de producción. Landnahme es un término que desarrollé basándome en la teoría de la acumulación de Rosa Luxemburg. Es difícil 9

Prólogo

de traducir al español, al portugués o al inglés (Dörre, 2022; Rojas & Dörre, 2022). Sugiere que no puede haber un capitalismo “puro” que se reproduzca solo sobre sus propias bases. En todo caso, tal capitalismo no existe en ninguna parte. El capitalismo debe expandirse para existir. Depende de la ocupación perpetua de un exterior que no estaba previamente subsumido, o no totalmente subsumido, bajo el intercambio capitalista de mercancías. La dinámica capitalista expansiva tiene así una doble forma. Un movimiento se afirma en los lugares de producción de plusvalía, en las fábricas, en la agricultura completamente capitalizada y en los mercados de mercancías. Aquí el capitalismo se reproduce en gran medida sobre sus propios cimientos. Las transacciones se mueven dentro de los límites del “intercambio de equivalentes”; “la paz, la propiedad y la igualdad” prevalecen como “forma” (Luxemburg, 1975, p. 397). Los mercados capitalistas internos, sin embargo, siguen dependiendo del intercambio con los mercados externos, tanto dentro como fuera de las sociedades nacionales. En estos mercados no capitalistas, la coerción económica externa, hasta la violencia directa, la disciplina y el intercambio desigual, estructuran las interacciones. Los mercados externos están sujetos a relaciones de dominación, es decir, ni siquiera son formalmente relaciones entre libres e iguales: Aquí [en los mercados externos] prevalecen como métodos la política colonial, el sistema internacional de bonos, la política de esferas de interés, las guerras. Aquí se revelan abierta e indisimuladamente la violencia, el fraude, la opresión y el saqueo, y es difícil encontrar las leyes estrictas del proceso económico entre esta masa de actos políticos de violencia y demostraciones de fuerza (Luxemburg, 1975, p. 397).

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La precariedad del trabajo y de la vida surge como resultado de la doble forma del Landnahme capitalista. La precariedad se basa en la sobreexplotación. Es un concepto relacional cuyo marco de referencia son las normas sociales y de clase que permiten la explotación capitalista en la esfera de la circulación como intercambio de equivalentes. Las interrelaciones entre estas esferas suponen a menudo el disciplinamiento de los trabajadores fijos por parte de los sectores precarizados de las clases dominadas. Así, los trabajadores de agencia están animados por el sueño de dar el salto a la fuerza de trabajo permanente protegida, mientras que la pesadilla de los trabajadores permanentes es volver a caer en una posición de agencia. Pero no hay nada que teman más los miembros de ambos grupos que caer en la infraclase socialmente devaluada. De este modo, se crean en el mundo laboral regímenes de disciplina y control mutuos, en los que el empleo fijo se convierte en un privilegio que los trabajadores fijos intentan defender con uñas y dientes. Resulta asombroso que se puedan encontrar mecanismos similares en los países del Sur Global, a pesar de una estructura social muy diferente con un núcleo protegido comparativamente pequeño y todas las áreas más grandes de trabajo precario e informal (van der Linden, 2016). El ejemplo de la industria automovilística argentina ilustra cómo el trabajo informal se utiliza estratégicamente en las empresas y los hogares para imponer formas de sobreexplotación y permitir ganancias adicionales (Sittel, 2022). Dado que incluso el empleo precario, pero al menos regulado contractualmente, como el trabajo temporal, parece un privilegio desde la perspectiva de los trabajadores informales, se puede identificar un mecanismo de acción específico:

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Prólogo

La informalidad y la precariedad actúan en la cadena de valor [...] como dos engranajes de una rueda: las malas condiciones de trabajo forman parte de las estrategias para mantener la competitividad de los fabricantes y proveedores de automóviles a pesar de una tecnología en parte obsoleta, unas infraestructuras ruinosas y una mano de obra poco formada (Schmalz, Berti, Holzschuh, et al., 2013, p. 43).

La precariedad y la precarización pueden resumirse como mecanismos de transferencia del Landnahme capitalista que son capaces de producir activamente un exterior de la explotación capitalista que no está totalmente mercantilizado. Las estrategias de explotación correspondientes se dirigen en última instancia al trabajador global total, y producen activamente un exterior al imponer dentro de los centros capitalistas, así como en los países (semi)periféricos, variantes de intercambio desigual que hacen posible la sobreexplotación de la mano de obra (Puder, 2021) y la apropiación de recursos naturales baratos de formas siempre nuevas (Moore, 2020, p. 115). Como señala la feminista marxista Silvia Federici (2004), el capitalismo, debe justificar y mistificar las contradicciones inherentes a sus relaciones sociales: su promesa de libertad contrasta con la realidad de una coacción generalizada, su promesa de bienestar con la realidad de una miseria igualmente generalizada. El capitalismo justifica y mistifica tales contradicciones denigrando la “naturaleza” de aquellos a los que explota, es decir, las mujeres, los súbditos coloniales, los descendientes de los esclavos africanos y los emigrantes desarraigados por la globalización (p. 17).

Sin embargo, hay que añadir que este modus operandi del Landnahme capitalista no puede perpetuarse. La doble crisis económico-ecológica, o mejor dicho, la crisis de tenazas 12

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del presente así lo atestigua. La crisis de tenazas significa que lo que solía ser el medio más importante para superar el estancamiento económico y pacificar los conflictos internos en el capitalismo industrial, la generación de crecimiento económico según los criterios del producto interno bruto, se está volviendo cada vez más destructivo ecológicamente en las condiciones del statu quo y, por tanto, destructivo para la sociedad. Statu quo en este contexto significa elevadas emisiones de dióxido de carbono, producción y estilos de vida intensivos en recursos y un creciente consumo de energía de origen fósil. Si se mantienen las tendencias actuales de emisiones y consumo de recursos, la tenaza de penurias sociales y grandes riesgos ecológicos se intensificará dolorosamente. Si se mantienen las tendencias actuales, es probable que los presupuestos de carbono aún disponibles para cumplir el objetivo de calentamiento global de 1,5 grados señalado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) se agoten ya en 2026. Si se aplicaran realmente todas las medidas que ya se han acordado para frenar el cambio climático provocado por el hombre, el resultado para finales de siglo sería, en el mejor de los casos, un escenario de calentamiento global de 2,4 grados o, como indica el informe de síntesis más reciente del IPCC, de 2,8 grados. Como consecuencia, las regiones costeras del mundo se volverían inhabitables. Inicialmente, unos 200 millones de personas que viven en zonas por debajo del nivel del mar se verían afectadas; en un caso extremo, hasta 1.600 millones podrían enfrentarse a la inhabitabilidad de sus regiones de origen. Es importante señalar que la principal causa del aumento de la carga de emisiones es la inversión, no el consumo individual (Chancel, Piketty, Saez, et al., 2022). En 13

Prólogo

2019, más del 70% de las emisiones del 1% más rico procedían de la inversión. Paralelamente al aumento de la desigualdad y la concentración de la riqueza, la proporción de las inversiones en la huella per cápita de los grupos más ricos ha aumentado constantemente desde la década de 1990 (Chancel, 2022). Las inversiones, sin embargo, no son más que una cifra del poder de disposición y de decisión sobre los medios de producción y, por tanto, también sobre los productos y los procesos de producción. Cuando este poder de decisión se vincula a los intereses de explotación capitalista, ocurre lo que han ejemplificado las cinco mayores empresas petroleras, responsables de cerca del 10% de las emisiones mundiales perjudiciales para el clima. Hace décadas, los estudios internos habían predicho las consecuencias perjudiciales para el clima del uso de combustibles fósiles con más precisión que los estudios utilizados por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (Bonneuil, Choquet & Franta, 2021). Esto no ha impedido que los propietarios y gestores, estratégicamente capaces, se dediquen a la desinformación selectiva para perseguir un modelo de negocio que ahora ha conjurado la amenaza del colapso climático. Este modelo de negocio sigue funcionando bien desde la perspectiva de los propietarios; en 2022 ha reportado beneficios récord, a expensas de todos aquellos para quienes el cambio climático se ha convertido ya en una amenaza existencial1. Llego a la conclusión de que esto solo puede cambiar mediante una democratización radical del poder de decisión económico, que debe comenzar en los procesos de trabajo y producción. Para ello necesitamos una brújula, tanto científica como política, que reajuste las relaciones Norte1

“Utilidades récord para las empresas”. Tageschau, 9 de febrero de 2023.

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Sur. La utopía de una globalización socialmente justa, concretada en un Nuevo Orden Económico Internacional Dos (NOEI2), podría proporcionar las coordenadas. Tal visión actualizaría una propuesta que se remonta al economista argentino y primer secretario de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, Raúl Prebisch (Dosman, 2008). Políticos como Michael Manley y Julius Nyerere, entonces primeros ministros temporales de Jamaica y Tanzania, la popularizaron como “globalización socialista” (Bockman, 2015, p. 110). Adoptada por la Asamblea General de la ONU en marzo de 1975, la exigencia de un orden económico mundial justo recibió una forma institucionalmente garantizada en forma de Carta de los Derechos y Deberes de los Estados. Los anticolonialistas de la época establecieron una reivindicación de “gobernanza mundial” (Getachew, 2022, p. 19) que sigue sin cumplirse. Hoy, muchos consideran la “idea de un gobierno mundial” como un “sueño de ayer” (Mazower, 2013, p. 430). No debe seguir siéndolo. Los científicos sociales críticos del Norte Global y del Sur Global deberían entablar un intercambio productivo sobre las crisis del presente y los contornos de sociedades mejores. Por ello, me complace enormemente que algunos de mis trabajos estén ahora disponibles en español. Debo mi más profunda gratitud al profesor Leandro Sánchez Marín, miembro del Laboratorio de Ciencias Sociales y Humanas y coordinador de la Unidad de Paz y Reconciliación de la Facultad de Ciencias Básicas, Sociales y Humanas del Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid. También quiero agradecer a todo el Grupo de Investigación en Filosofía (GIF). Leandro ha sido totalmente desinteresado y rápido en la gestión de la traducción de los textos recogidos en el volumen. Estoy muy satisfecho por cooperar de esta manera con un contexto de 15

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investigación extraordinariamente importante en Colombia y espero que podamos continuar nuestra colaboración en el futuro. Klaus Dörre Jena, mayo de 2023

Referencias Bockman, J. (2015). Socialist Globalization against Capitalist Neocolonialism: The Economic Ideas behind the New International Economic Order. Humanity, 109-129. Bonneuil, C., Choquet, P-L., & Franta, B. (2021). Early warnings and emerging accountability: Total’s responses to global warming, 1971–2021. Global Environmental Change 71, 1-10. Chancel, L., Piketty, T., Saez, E., et al. (2022). World Inequality Report 2022. Belknap Press. Dörre, K. (2022). Teorema da expropriação capitalista. Boitempo. Dörre, K. & Rojas, J. (Eds.). (2022). Transformaciones socioecológicas globales: Sociedad post pandemia, cambio climático, naturaleza y democracia. RIL Editores. Dosman, E. J. (2008). The Life and Times of Raúl Prebisch, 1901–1986. McGill-Queen’s University Press. Federici, S. (2004). Caliban and the Witch. Women, the Body and Primitive Accumulation. Autonomedia. Getachew, A. (2022). Die Welt nach den Imperien. Aufstieg und Niedergang der postkolonialen Selbstbestimmung. Suhrkamp. Gramsci, A. (1991). Gefängnishefte, Band 2. Inkrit. Luxemburg, R. (1975). Die Akkumulation des Kapitals. Gesammelte Werke Band 5. Dietz Verlag. 16

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Mazower, M. (2013). Die Welt regieren. Eine Idee und ihre Geschichte. C. H. Beck. Moore, J. (2020). Kapitalismus im Lebensnetz. Ökologie und die Akkumulation des Kapitals. Matthes & Seitz. Puder, J. (2021). Superexploitation in Bio-based Industries: The Case of Oil Palm and Labour Migration in Malaysia. Backhouse, M., Lehmann, R., Lorenzen, K., et al. (Eds.). Bioeconomy and Global Inequalities. Socio-Ecological Perspectives on Biomass Sourcing and Production. Palgrave Macmillan, 195-215. Rojas J. & Dörre, K. (Eds.). (2022). Transformaciones socioecológicas globales. Sociedad pospandemia, cambio climático, naturaleza y democracia. RIL Editores. Schmalz, S., Berti, N., Holzschuh, M., et al. (2013). Prekarität und Informalität im argentinischen Automobilsektor. Spw. Heft 197, 4, 38-44. Sittel, J. (2022). Aus Buenos Aires in die Welt. Die Bedeutung informeller Arbeit in der argentinischen Automobilindustrie. Campus Verlag. Tageschau. (2023). Utilidades récord para las empresas, 9 de febrero de 2023. van der Linden, M. (2016). Workers of the World. Eine Globalgeschichte der Arbeit. Campus Verlag.

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La “cuestión de la democracia” en el trabajo Los efectos de los conceptos de gestión post-tayloristas en las relaciones laborales en las empresas industriales alemanas ¿Nueva organización del trabajo? Ese es un desarrollo a largo plazo en el transcurso de los años. Por supuesto, se habla de kaizen1 y grupos. Eso se ha vuelto moderno. Pero por encima de eso hay un ciclo diferente, uno mucho más corto de aliento. Cada vez que la empresa entra en números negativos, habla de motivación de los empleados, de grupos y de reparto de beneficios. Y esto se olvida tan pronto como la firma vuelve a estar en números negros. A pesar de este ciclo de corto plazo, hay otra curva lineal ascendente. Que [una organización de trabajo participativa no taylorista] se está introduciendo cada vez más, pero básicamente todo eso solo ocurre bajo presión. La empresa no hace nada cuando no está bajo presión. —Gerente de una empresa metalúrgica alemana.



Este texto se publicó en inglés bajo el título “The ‘Democracy Question’ at Work” en: International Journal of Political Economy, 25(3), 1995, 61-87. Este ensayo, „Die ‚demokratische Frage‘ im Betrieb“, fue escrito expresamente para este número de IJPE y traducido al inglés por Nicholas Levis (N. del T.) 1 El término kaizen hace referencia a una doctrina empresarial japonesa de mejora continua de las prácticas de trabajo y de la eficiencia personal. En este contexto, los kaizen son grupos multidisciplinares integrados por personas que asumen diferentes responsabilidades y que están capacitadas para el análisis y resolución de problemas, así como en técnicas específicas para la búsqueda y eliminación de obstáculos en el proceso de producción (N. del T.)

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La “cuestión de la democracia” en el trabajo

I Si examinamos los modelos y “filosofías de empresa” en torno a los cuales se orienta actualmente la reestructuración de las industrias centrales, entonces la participación, más precisamente, la participación directa de los empleados2, se ha convertido en un concepto clave. La iniciativa de propagar la “participación de los trabajadores”, sin embargo, no pertenece a los representantes del trabajo vivo, a los comités de empresa o a los sindicatos. Son, por el contrario, sectores de la dirección los que han dado un paso al frente, con las banderas de la producción ajustada, la reingeniería empresarial, el trabajo en grupo y la descentralización, para abogar por la inclusión activa de los asalariados en los procesos de planificación y toma de decisiones de las empresas. Esta ofensiva de participación ha suscitado un eco profundamente polémico en las ciencias sociales y en el debate político. Algunos intérpretes ven las ofertas de participación de la empresa principalmente como medios sutiles de gobierno. En consecuencia, la participación de los trabajadores asalariados aparece como un equivalente funcional a las formas organizativas que utilizan las personalidades de los De acuerdo con la definición más general, la participación significa involucramiento de los miembros de la organización en las decisiones de esa organización y es posible en varias formas y grados. La participación no es una forma de gobierno ni de democracia ni de autoadministración, sino una forma de representación de intereses. En este contexto particular, se trata principalmente de una cuestión de participación directa de los trabajadores en los procesos de decisión de la empresa que antes estaban reservados exclusivamente a la dirección. A diferencia de conceptos relacionados como la autoorganización —transferencia de las funciones de supervisión a grupos o equipos— o la descentralización, la participación pone mayor énfasis en el proceso de elaboración de políticas en el lugar de trabajo. 2

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trabajadores de manera “imperialista”, buscando una amalgama de las metas del individuo con las de la empresa (Deutschmann, 1989). La participación de los empleados —se afirma desde esta perspectiva— siempre se vio obligada a ceñirse a un estrecho cinturón de criterios de eficiencia empresarial. Se reduce a un mero instrumento para llevar a cabo la “socialización” de las normas y criterios de actuación propios de la empresa. Suponiendo el éxito de tal “programación interna”, esta forma de participación se opone directamente a la verdadera codeterminación, y mucho menos a la democratización. Sería un epifenómeno de “modernización regresiva” (Honneth, 1994) y no una forma organizativa que permita a sus participantes avanzar en algún proceso emancipatorio. En cambio, otro discurso insiste en señalar precisamente esas oportunidades de emancipación. El potencial para una expansión de los derechos industriales se ve en el poder productivo organizativo de los conceptos de gestión post-tayloristas. Asumiendo una progresión dialéctica, transmitida a través de los portadores de la fuerza de trabajo dotados de derechos civiles y produciendo constantemente nuevos arreglos de sistemas de producción y derechos industriales institucionalizados, la variante alemana de codeterminación en el lugar de trabajo se considera como un marco válido para una convergencia sin precedentes de los intereses de la gerencia y los empleados. De acuerdo con esta interpretación, los conceptos de gestión post-tayloristas son “compatibles con las demandas y expectativas de los empleados” hasta tal punto que “un equilibrio de intereses, especialmente a nivel del lugar de trabajo, no necesita seguir un patrón de confrontación antagónica, sino que puede ser guiado por la lógica de la resolución cooperativa de problemas”. Se espera que esto abra 21

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oportunidades para el “reconocimiento del trabajador-ciudadano en la industria democrática” y del “ciudadano político en las empresas democráticas” (Müller-Jentsch, 1994, p. 659). De acuerdo con esta comprensión, la participación directa de los empleados finalmente plantea la “cuestión de la democracia” en el trabajo (Rödel, Frankenberger & Dubiel, 1989). Comprende el núcleo de una perspectiva de reforma que busca superar la separación, constitutiva de la sociedad burguesa, entre burgués y ciudadano (Marx, 1977, pp. 347ss), dentro de las propias organizaciones económicas. Lo notable de esta controversia —cuyo alcance completo solo se insinúa aquí— es que los argumentos tratan principalmente de potencialidades. Pero los efectos sobre los trabajadores asalariados de la “participación de los empleados” tal como se postulan en los conceptos de gestión post-tayloristas son una pregunta que innegablemente también requiere una respuesta empírica. Sobre la base de mis propias observaciones empíricas3, propongo las siguientes dos tesis. En contraste con las interpretaciones esbozadas anteriormente, se pone un mayor énfasis en las contradicciones internas que marcan los conceptos de participación empresarial. Primero, las nuevas formas participativas, como el proceso gerencial en general, deben ser vistas como atrapadas en la tensión entre dos horizontes temporales. Por un lado, la movilización prevista de la inteligencia de producción de La discusión se basa en estudios de casos en veintiocho plantas en las industrias de automóviles y suministros para automóviles, máquinas, herramientas, artículos eléctricos y electrónica. Se seleccionaron doce plantas para estudios de casos intensivos que abarcan todos los niveles de la jerarquía. En varios momentos, Harald Wolf y Jürgen Neubert participaron en la concepción y ejecución del estudio. 3

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los empleados exige el rediseño estratégico a largo plazo de una empresa. Por otro lado, la abrumadora importancia de la economía de costes obliga a la dirección a orientarse a corto plazo. Si bien la lucha de perspectivas no ha sido resuelta, por el momento la dinámica de la reorganización industrial está determinada por el horizonte temporal de corto plazo. De aquí se sigue que, en segundo lugar, deben establecerse nuevas formas participativas frente a las presunciones de un estilo de gestión que amenaza con disolver sucesivamente los fundamentos sociales incluso de los probados y comprobados patrones de participación basados en la representación. Depende de los propios empleados si podrán utilizar las ofertas de participación de la empresa como un medio para influir en la política de su lugar de trabajo para lograr una orientación renovada hacia el largo plazo. La participación directa podría entonces actuar como un correctivo para la política de empleo y ayudar a contrarrestar la creciente erosión de las “constituciones sociales” integradoras en el lugar de trabajo basadas en una capacidad mutua de compromiso. II Como primer paso para confirmar estas afirmaciones, espero mostrar el porqué, el propósito detrás de involucrar al personal en los conceptos de gestión post-tayloristas. Aquí encontramos una diferencia central, ya en el nivel paradigmático, entre la “participación de los empleados” como se define en la doctrina de gestión y las formas alternativas de participación directa de los empleados incorporadas en las estrategias teóricas para democratizar la economía y la empresa. Una comparación con los enfoques que favorecen la “codeterminación en el lugar de trabajo” como se discutió 23

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en Alemania a fines de la década de 1960 y principios de la de 1970 (Vilmar, 1971; Vilmar & Sattler, 1978; Wittemann, 1994) proporciona un contraste revelador con el debate actual sobre participación. En el centro de estas viejas concepciones se encontraba la idea —crítica de los sindicatos— de que las demandas de codeterminación solo podrían volverse efectivas en la práctica en la medida en que otorguen a los trabajadores “más libertades como grupos o como individuos” (Vilmar & Sattler, 1978, p. 121). El derecho de los “colectivos de cooperación —grupos por función—” basados en el lugar de trabajo “a participar en las decisiones sobre todos los problemas de configuración de la organización del trabajo en su área particular” ayudaría a liberar, al menos parcialmente, a los trabajadores de cuello azul y blanco de su condición de objetos y permitirles influir en el “cómo” de la producción (Vilmar, 1971, pp. 6, 50). Los comités en el lugar de trabajo, con oradores electos y derechos para debatir durante el tiempo de trabajo y negociar de forma independiente, se consideraban la unidad básica de la “codeterminación en primera persona”. En cambio, los comités de empresa —órganos de toda la fuerza de trabajo— deberían intervenir solo en casos de bloqueo mutuo entre la dirección y los colectivos parciales (Vilmar, 1971, pp. 20s). Los defensores de tales ideas esperaban iniciar un proceso de aprendizaje, que condujera desde una deconstrucción perceptible de la determinación externa en el lugar de trabajo como un paso inicial hacia una posterior “autogestión y autodeterminación de los trabajadores” (Vilmar, 1971, p. 50). La “codeterminación del lugar de trabajo”, por lo tanto, encaja con las estrategias para limitar el “poder superior de las empresas” y avanzar hacia “una transformación fundamental de la sociedad” (Schumann, 1969, p. 226). El aumento de la eficiencia de los

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procesos de trabajo era, en el mejor de los casos, un problema secundario. Se descartó explícitamente cualquier asociación con una “intensificación a través de grupos de trabajo” exclusivamente funcional del lugar de trabajo (Vilmar, 1971, p. 50). Los intentos contemporáneos de actualizar la “codeterminación en el lugar de trabajo” (Matthies et al., 1994; Mückenberger, 1995) se han apartado en su mayoría de cualquier idea de transformación anticapitalista. Centrados en los conceptos de “ciudadanía” y “derechos industriales” (Marshall, 1950) y abogando por una remodelación legal de la relación de trabajo, siguen estando principalmente orientados hacia la “mejora de la situación de los trabajadores”. Las consideraciones “sobre la eficiencia del lugar de trabajo y el aumento de la economía” no juegan un papel constitutivo en tales propuestas (Matthies et al., 1994, p. 43). Precisamente lo contrario ocurre con los conceptos participativos promovidos desde la dirección. Según los criterios de la doctrina gerencial, la participación de los trabajadores se justifica solo en la medida en que contribuya a mejorar la productividad dentro de la empresa. En consecuencia, las concepciones gerenciales no se preocupan por la codeterminación —ciertamente no como un objetivo principal— y mucho menos por la democratización de la esfera de producción. La participación se ve mucho más como un instrumento apropiado para una “revolución de la conciencia” entre los asalariados, que a su vez allanará el camino para una especie de “empresarialismo colectivo”. Aunque este propósito de la participación no está en disputa dentro de la doctrina de la gestión,

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existen diferencias dramáticas entre las formas y los medios realmente empleados para lograr estos fines. Ciertos enfoques que ganaron influencia durante la década de 1980, al menos en el nivel paradigmático, incluidos los de la escuela de St. Gallen (Bleicher, 1994; Ulrich, 1984; Ulrich & Probst, 1988), vieron la participación de los empleados como un componente importante para un estilo de gestión con visión de futuro. Con los entornos cada vez más complejos y los mercados menos seguros, tales concepciones declaran que el aumento de la flexibilidad organizativa es la preocupación cardinal de la estrategia empresarial “post-fordista”. La “participación de los empleados” asume una alta prioridad en este sentido. Desde este punto de vista, la mejor respuesta a las demandas de una “producción de calidad flexible” (Reich, 1993) es un estilo integrado de gestión que declara el desarrollo de los llamados “recursos humanos” como el potencial de éxito decisivo del negocio, de hecho, central para su supervivencia. Sin embargo, como en otros conceptos, se considera necesario “despedirse de las ideas de mantenimiento a largo plazo en la planificación del personal” (Bleicher, 1989, p. 227). Pero el “aprendizaje organizacional” necesario para movilizar la inteligencia productiva debe dirigirse hacia horizontes temporales más largos, reforzados por culturas empresariales participativas y cooperativas. La “pérdida de posibilidades de autorrealización” provocada por una “escasez de unidades parcialmente autónomas” es vista como un “freno perceptivo” que se ha convertido en el mayor obstáculo para la movilización de la inteligencia productiva de los empleados (Bleicher, 1989, p. 36). Las “estrategias de explotación a corto plazo impulsadas por el mercado” y “el alto grado de división del trabajo y especializa-

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ción” típico en muchas empresas estadounidenses se consideran además francamente disfuncionales (Bleicher, 1989, p. 99ss), porque explotan principalmente “potenciales de éxito ya existentes”, “ordeñando vacas rentables y lucrativas... sin pensar en un mayor desarrollo en el futuro” (Bleicher, 1989, p. 101). En este contexto, el “síndrome del centro de beneficio” aparece como un ejemplo típico de un defecto sistemático de gestión. En lugar de reconocer redes complejas, impulsa la “parcialización” y el “egoísmo de departamento y especialización”. Este último es particularmente el caso cuando los sistemas de incentivos se organizan en torno a los resultados del centro de ganancias y el centro, como es común en las empresas estadounidenses, “es juzgado y dirigido en medio de una ‘situación de olla a presión’” (Bleicher, 1989, p. 327). Obviamente, aquellos argumentos que consideran que el potencial estructural para las relaciones laborales democráticas en la producción ya existe en las empresas capitalistas (Matthies et al., 1994, p. 248) deben, necesariamente, apostar por estrategias empresariales con horizontes temporales prolongados. Sin embargo, ideas como la producción y la gestión ajustadas apuntan ya en una dirección diferente en el nivel paradigmático. La producción ajustada, un intento de generar principios generales de gestión a partir del sistema de producción específico de Toyota (Ohno, 1993; Womack et al., 1991), define la participación de los empleados principalmente como una palanca para la racionalización. Se supone que los propios trabajadores se conviertan en los protagonistas de un proceso gradual de optimización y racionalización. Este objetivo supone un alejamiento del taylorismo clásico en la medida en que se cuestiona la acostumbrada división de tareas entre sujetos y objetos de racionalización (Wolf, 1994). Pero el mensaje 27

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de la política industrial asociado a esto es ambivalente. Por un lado, las formas de participación como grupos o equipos se declaran como las columnas de apoyo de una organización empresarial inteligente y flexible, aunque todo esté vagamente descrito. Pero estas formas organizativas están, por otro lado, destinadas principalmente a acelerar procesos, a servir para amalgamar amortiguadores temporales, personales y materiales. El segundo mensaje pesa más, sin duda en la recepción de los conceptos “esbeltos” por parte de la gerencia alemana. En Alemania, la producción ajustada aparece en las “industrias maduras” (automóvil y suministros, máquinas, herramientas, productos eléctricos) como el camino real hacia un rápido aumento de la productividad y la reducción de costos. Las expectativas correspondientes prácticamente predestinan la gestión a orientaciones a corto plazo. III Lo anterior se puede observar en las estructuras empíricamente perceptibles que surgen como resultado de la reorganización industrial y determinan el verdadero “cómo de la participación. El andamiaje organizacional para la participación directa en el lugar de producción consiste en la introducción de varias formas de trabajo en equipo y en grupo, flanqueado parcialmente por grupos kaizen o de problemas específicos, círculos de calidad u otras estructuras ad-hoc. Hay intentos paralelos, aparentemente mucho más difíciles de realizar, de crear o reforzar equipos de proyecto en los departamentos administrativos de operaciones industriales. Independientemente de la forma concreta de trabajo en grupo o en equipo en cada caso, estas medidas por lo general implican cambios de comportamiento extensos y, por lo tanto, requieren mucho tiempo entre los 28

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trabajadores de cuello azul y blanco y entre sus superiores. Entre todos los lugares, es en el taller donde siempre había habido grupos informales con su propia motivación para optimizar los procesos de trabajo a fin de ganar más libertad en la producción. Pero una orientación general hacia el beneficio individual, arraigada durante mucho tiempo en los sistemas de incentivos del lugar de trabajo y las oportunidades de desarrollo profesional, no puede transformarse de la noche a la mañana en un nuevo nivel de cooperación orientado al equipo o al grupo. Esto es tanto más cierto en el caso de la participación activa en la racionalización prevista por la dirección. Ahora se espera que los grupos estén preparados para optimizar los procesos de trabajo no solo para que una mayor cantidad de trabajo se pueda hacer más rápidamente, sino también para que se pueda hacer con menos trabajadores. Para ello, los trabajadores deben estar motivados a participar en la movilización de la inteligencia de producción para una racionalización que en casos extremos provoca la pérdida de puestos de trabajo y bien puede amenazar el propio estatus en la empresa. Ignorando por un momento que tal motivación difícilmente podría surgir sin las correspondientes garantías de seguridad para los empleados involucrados, también significarían nada menos que una desviación radical de una mentalidad tradicional de trabajador que —de nuevo en parte por razones de autoprotección— deja la optimización de procesos a los especialistas en racionalización de la gestión. Incluso esto, el levantamiento previsto de las líneas de demarcación entre “legos” y “expertos” de la racionalización, implica necesariamente procesos exorbitantes de formación y cualificación. Más allá de una definición

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estrecha de experiencia, eso también implica una dimensión social y comunicativa. Por ejemplo, los grupos deben aprender cómo lidiar con las diferencias de desempeño o cómo procesar los conflictos de manera independiente. Requieren recursos para ello y un entorno en el que se planifique estratégicamente a largo plazo el desarrollo de los llamados “recursos humanos”. El quid de la cuestión es que la introducción del trabajo en grupo o en equipo (o, en algunos casos, del trabajo individual enriquecido) simplemente describe un nivel. La reestructuración del lugar de trabajo está fuertemente influenciada por al menos otros dos aspectos de los planes de reorganización empresarial, cada uno de los cuales tiene su propia lógica interna. Uno de ellos puede describirse como “descentralización estratégica” (Faust et al., 1994) y abarca todas las medidas dirigidas a fortalecer la orientación al mercado a costa de la coordinación burocrática, incluyendo: cambiar la constitución de la empresa (por ejemplo, creación de estructuras holding), reducir profundidad de la producción, desprendimiento o traslado de departamentos de la empresa, adopción de principios de “cliente interno”, puesta en marcha de subempresas terciarias o establecimiento de centros de costes y beneficios. Todas estas medidas tienen un doble objetivo: asegurar la proximidad al mercado y, al mismo tiempo, reforzar el control de costos internos dentro de cada unidad organizativa descentralizada. Los límites de una empresa se vuelven vagos y surge una estructura que favorece precisamente aquellas características que las estrategias de reestructuración a largo plazo deploran en los estilos de gestión angloamericanos: enfoque en el éxito a corto plazo,

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descuido del “intercambio social” y la creciente incapacidad para la planificación estratégica a largo plazo. El tercer aspecto de la transformación, la reorganización de la jerarquía, hace poco para contrarrestar esa tendencia. Medidas como el “aplanamiento” de las pirámides organizacionales, la reducción del personal ejecutivo y la orientación de los departamentos administrativos y de ingeniería agregados en torno a los procesos operativos hacen más que simplemente acelerar los procesos de trabajo (a través de la reducción del tiempo de ejecución de la unidad y la superposición de desarrollo, construcción y marketing). Tales medidas también inspiran inseguridad dentro de la “clase media” industrial y exigen prácticamente que las carreras gerenciales estén orientadas hacia el éxito mensurable a corto plazo. Además, la presión de los costos centralizados y los planes de racionalización se transmiten al lugar de producción casi sin filtrar. Las deconstrucciones de las divisiones del trabajo en el lugar de trabajo expresadas en el trabajo en grupo van acompañadas de procesos de reorganización que, al reforzar la coordinación del mercado, en última instancia, intensifican las divisiones del trabajo entre empresas o en medio de sus unidades organizativas descentralizadas. De esta manera, medidas dirigidas a transformaciones fundamentales de la organización del trabajo y construidas sobre procesos de capacitación y cualificación altamente prometedores pueden, paradójicamente, terminar reforzando sistemáticamente la “periodización” de los mecanismos de control y focalizando la acción gerencial en otros estándares temporales coyunturales.

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El complejo de problemas asociados con estos desarrollos ya se puede observar en toda una serie de plantas industriales donde la introducción del trabajo en grupo se combinó con expectativas infladas de rápido crecimiento de la productividad y reducción de costos. Cada vez que se frustra esta expectativa, los gerentes responsables vuelven a los métodos convencionales de racionalización, como la reducción del tiempo de preparación o la intensificación del desempeño. Sin embargo, estas medidas se imponen a los miembros del grupo que se tomaron en serio la promesa de una mayor autonomía laboral y que, por lo tanto, perciben el retroceso gerencial como represivo. El resultado suele ser una disminución de la motivación participativa entre los trabajadores, lo que a su vez inspira un retorno a patrones de comportamiento autoritarios entre supervisores y jefes. Hay mucho que sugiere que esta contradicción es mucho más que un fenómeno transitorio. El desmembramiento de plantas y empresas promueve precisamente el tipo de gerente que no tiene conexión con un negocio en particular (Kotthoff, 1995). A menudo empleado con contratos limitados y rotando en el correspondiente ritmo rápido de puesto en puesto, de planta en planta, este tipo corresponde en muchos sentidos a la imagen ejecutiva común en el “capitalismo anglosajón” de “individualismo triunfante” con lealtad limitada a la operación o empresa (Albert, 1992). Difícilmente se puede esperar que estos “ejecutivos de alto rendimiento”, que apuestan por el éxito más en tácticas de explotación a corto plazo que en estrategias de desarrollo de la empresa a largo plazo, posean la resistencia y la tolerancia a la frustración necesarias para ver realmente a través de la implementación de un plan de

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organización del trabajo con base en unidades semiautónomas. Aquí vemos los ingredientes de una situación innegablemente paradójica. Por un lado, las estrategias de reorganización descritas anteriormente desafían las formas tayloristas de división del trabajo, tal y como se preveía en los primeros debates sobre los nuevos conceptos de producción (Schumann et al., 1994). Mucho más allá de las secciones de trabajo en el lugar de producción, estas estrategias están en desacuerdo con toda la organización de una empresa y su liderazgo, estructuras burocráticas de toma de decisiones, rutas de comunicación ineficientes, gastos generales demasiado grandes y políticas de desempeño opacas (Dörre & Neubert, 1995; Faust et al., 1994; Wolf, 1994). Pero, por otro lado, son igualmente adecuadas para ser instrumentos de desregulación que, al ignorar las fronteras de una empresa, impulsan una transformación de la acción gerencial y una desviación definitiva de la visión, practicada durante décadas en Alemania, de la “administración integrada”. La implementación en el mundo real de la participación directa en estructuras organizacionales y constituciones de empresas ocurre dentro de este campo de conflicto. No sigue un determinismo evolutivo y no culmina en sí mismo en derechos laborales ampliados para los trabajadores. En la constelación descrita, su función principal es diferente. En un grado cada vez mayor, la misión de contrarrestar las tendencias gerenciales hacia la orientación a corto plazo depende del correctivo de la política de trabajo que puede surgir del compromiso de los empleados con el lugar de trabajo sin mediación. Hasta ahora, la capacidad para el “procesamiento cooperativo de conflictos” en la industria 33

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se basaba más o menos en constituciones sociales integradoras, que en cierta medida reconocían la lógica del reconocimiento mutuo —anclado institucionalmente— en las relaciones entre la dirección y los comités de empresa (Kotthoff, 1994). Como hemos visto, la efectividad de este modo de cooperación no puede simplemente extenderse indefinidamente hacia el futuro. Los conflictos y enfrentamientos en las empresas reorganizadas requieren otras formas de regulación. En la medida en que la gerencia realmente establece relaciones directas de intercambio y negociación con grupos o equipos, los propios empleados se ven obligados a utilizar las estructuras resultantes para el “procesamiento cooperativo de conflictos” en un nuevo nivel. Precisamente porque las “constituciones sociales” acostumbradas, basadas principalmente en la representación, se están desmoronando en el proceso de reorganización, la efectividad de la participación directa jugará un papel clave para decidir hasta qué punto el lugar de trabajo seguirá siendo un lugar de “intercambio social”, y si las perspectivas a largo plazo seguirán encontrando apoyo en la política empresarial. IV Pero ¿es esta idea de alguna manera realista? ¿Puede surgir una “tercera fuerza” (Greifenstein, Jansen & Kissler, 1993) en las plantas industriales al lado de los comités de empresa y los enlaces sindicales e influir en los procesos firmes de toma de decisiones a través de la participación directa? La respuesta a esta pregunta requiere una explicación más exacta de las actividades y formas en que los empleados están realmente involucrados. Dependiendo de la industria, el contexto del lugar de trabajo y las diferentes

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ideas detrás de la política laboral se puede observar un amplio espectro de nuevas formas participativas, con diferencias en varios niveles, que incluyen: el grado horizontal y vertical de integración de tareas; el grado de competencia en la toma de decisiones ejercida por grupos/equipos; la forma de regulación; así como también cómo las nuevas formas participativas se ajustan a la política, las reglas, las relaciones de intercambio y las negociaciones generales de la empresa. Como conclusión preliminar de algunos estudios, estos criterios nos permiten esbozar un mínimo de cuatro variaciones básicas. Una variante muy extendida, totalmente compatible con objetivos a corto plazo, es la participación de bajo nivel en estructuras jerárquicas de equipo. Se puede encontrar mayoritariamente en las instalaciones de producción en masa y allí específicamente en aquellas áreas donde una línea marca el ritmo de una tarea realizada en su mayoría por mano de obra no calificada o superficialmente capacitada. Estas estructuras de equipo también se pueden encontrar entre los trabajadores administrativos de nivel inferior — en tareas como el procesamiento de formularios—. Una característica importante de esta variante es que el cambio real en el proceso de trabajo es muy limitado. El trabajo continúa involucrando relativamente pocas tareas y ciclos de trabajo cortos. Tales ideas de “equipo” a menudo permiten mucho espacio para rotaciones o cambios regulares del lugar de trabajo. El enfoque principal está en el apoyo mutuo, evitando los llamados “tiempos estancados”, descansos escalonados, mayor tiempo de funcionamiento de la máquina y, a menudo, en última instancia, poco más que realizar más trabajo con menos empleados. En tales casos, la participación activa en la racionalización de la configuración se restringe a la optimización de los momentos 35

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cooperativos elementales, como las sesiones de reequipamiento y los cambios de turno. Por lo general, también se establecen grupos ad-hoc de acompañamiento organizados de acuerdo con los principios del “círculo de calidad”. La autoridad del equipo para tomar decisiones se mantiene relativamente insignificante. En muchos casos, es posible convocar una discusión de equipo durante el tiempo de trabajo. Pero las discusiones, así como la cooperación del equipo en general, están controladas por líderes de equipo designados u otros superiores. En general, tales equipos permanecen completamente atados dentro de una estructura organizativa formalizada y estrictamente jerárquica. A primera vista, poco ha cambiado para los empleados en tales constelaciones. Y, sin embargo, incluso estas variantes básicas de participación muestran signos de movimiento en la política laboral. La gerencia utiliza principalmente tales estructuras de equipo como un instrumento de política de desempeño. Pero lo que se entiende como capacidad de equipo, un nuevo nivel de coordinación entre los trabajadores, también necesita ser motivado. Dado que medidas como la rotación o la capacidad de operar máquinas adicionales no alteran el carácter del trabajo rutinario, la motivación necesaria difícilmente puede alimentarse de la identificación con la actividad en sí misma. La dirección intenta compensar en parte con incentivos salariales, normalmente en forma de bonificaciones relacionadas con el grupo. Incluso en esos casos, normalmente surge una dinámica que impulsa a los equipos, al menos indirectamente, a buscar un control más fuerte sobre las condiciones de trabajo. Dentro de los equipos y entre ellos, pero también entre los miembros del equipo y los superiores, surgen confrontaciones,

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por ejemplo, sobre la culpa de las interrupciones que “dañan las bonificaciones”. Resolver tales conflictos puede ser demasiado exigente para las posibilidades inherentes al control jerárquico. El resultado es, al menos, una negociación informal de objetivos y evaluaciones de desempeño, que a menudo requieren una política de información empresarial más abierta y un tratamiento menos opaco de los datos de desempeño. Los cambios más significativos aquí, sin embargo, están en el nivel del intercambio simbólico y en el estilo de la política del lugar de trabajo. La reorganización se legitima a través de “filosofías de empresa” y declaraciones gerenciales sobre la centralidad del “trabajo creador de valor”. Pero tales pronunciamientos suelen ser más que una simple retórica. Para los ingenieros y planificadores, por poner un ejemplo, que se ven obligados a abandonar sus torres de oficinas y ocupar nuevos lugares de trabajo en la proximidad física de los trabajadores de la producción, las consecuencias son tangibles. Los intentos de reforzar las interrelaciones entre las funciones industriales sacuden el tejido del estado del lugar de trabajo. La reorganización desencadena diferenciaciones del interés entre los responsables de la política industrial. Incluso los trabajadores de producción escépticos toman las promesas antropocéntricas de la gerencia —“el individuo es el centro de preocupación”— bastante literalmente. Los reclamos a menudo estallan en severas críticas a la realidad del trabajo y tales promesas dan lugar a comportamientos autoritarios por parte de los jefes. Los frecuentes ajustes en el proceso de elaboración de políticas industriales traen constantemente nuevas ofertas de participación de los ejecutivos de las empresas ante los comités de empresa. Posiblemente después de haber fraca-

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sado durante años simplemente publicando su propio periódico de planta, algunos representantes de intereses acosados podrían ser llamados repentinamente por la gerencia para apoyar una publicación común. A pesar de los relativamente pocos cambios en el trabajo directo de la producción, surgen nuevos patrones de participación que provocan reacciones y evaluaciones completamente ambivalentes entre los empleados. La participación autorregulada en unidades organizacionales parcialmente autónomas representa una segunda variante que permite un mayor nivel de participación. Esta variante se prefiere en industrias con producción de una sola unidad o series pequeñas y un gran número de trabajadores calificados. Aquí, la nueva forma organizativa se acerca mucho más al ideal de los grupos de trabajo semiautónomos. La rutinización y división del trabajo es por tradición ya menos pronunciada que en las industrias de producción en masa. Gracias a un alto nivel de experiencia, las actividades inherentes e indirectas —mantenimiento, control de calidad, programación, logística, etc.— pueden integrarse con bastante rapidez en el marco de los grupos de producción. Lo mismo se aplica a la transferencia de funciones de supervisión. En esta variante, la “racionalización autodirigida” involucra a los departamentos técnicos y a los trabajadores de control de calidad, así como a la gerencia media y baja. Los “ganadores” son en su mayoría operadores y reparadores de máquinas, mientras que los especialistas y los superiores cercanos al taller a menudo deben ceder su papel especial. Los grupos de trabajo se hacen cargo efectivamente de la planificación fina de los procesos de trabajo, coordinan actividades con otras unidades funcionales y determinan sus propias vacaciones y turnos libres. En al-

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gunos casos, incluso reciben voz en las decisiones de personal. Los grupos y las islas de asamblea semiautónomas están representados principalmente por portavoces electos. En unas pocas plantas, los grupos y los supervisores acuerdan de forma independiente los objetivos de optimización y el logro se recompensa con una bonificación, una parte flexible del salario. La naturaleza negociada de los compromisos de desempeño se reconoce abiertamente en estos casos. A través de las metas de desempeño y el pago de bonos, los grupos de trabajo tienen algo que decir sobre las condiciones de desempeño y la distribución de las ganancias logradas a través de la racionalización. Surge un nivel descentralizado de negociaciones con nuevos actores: portavoces del grupo y supervisores autorizados para negociar. En esta variante, también, el proceso de reorganización es cualquier cosa menos fluido. Delegar funciones racionalizadoras representa una amenaza y crea resistencia entre los especialistas y gerentes preocupados por sus puestos y estatus. Y surge otro nuevo lugar para el conflicto laboral. En la medida en que los grupos realmente operen como unidades semiautónomas, sus actividades solo pueden ser reguladas o supervisadas condicionalmente “desde arriba”. Aunque el objetivo de la racionalización de la delegación es en realidad reemplazar la holgura informal de las grandes organizaciones burocráticas (Giddens, 1995, p. 172) con pequeños grupos que supuestamente son más fáciles de controlar, la consecuencia práctica es en realidad un mayor margen de maniobra cuantitativo y mayores zonas de incertidumbre. El control indirecto de estas zonas a

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través del régimen de producción “justo a tiempo” con plazos de entrega vinculantes o mediante la adaptación de las actividades a la demanda del mercado —producción orientada a las ventas, “empresas vivas”— requieren la cooperación de unidades organizativas descentralizadas. Precisamente por estas razones, la gerencia, al menos cuando está bajo los dictados de la economía de costos, puede tender a preferir eliminar las incertidumbres. Los enfrentamientos que involucran la posición del vocero del grupo son un claro indicador de tales esfuerzos. Los superiores de nivel inferior, en particular, las personas que podrían tener que cumplir con objetivos de costos particulares mientras se adaptan simultáneamente a las demandas de la nueva organización del trabajo, tienden a tratar de reclutar representantes electos del grupo como “portavoces del supervisor”. Los grupos reaccionan a tales intentos de ocupación con medidas contrarias, a veces incluso votando a otros portavoces4. Los conflictos sobre el diseño de la organización del trabajo, la autoridad para tomar decisiones y los compromisos de objetivos de rendimiento señalan un crecimiento en el poder primario, al menos en organizaciones grupales formadas entre trabajadores de producción directa o trabajadores calificados. Una razón importante es la experiencia informal y el conocimiento del productor. En algunas plantas, los trabajadores calificados acogen las nuevas formas participativas como una oportunidad para derribar las barreras impuestas por la gerencia que durante años les impidieron optimizar el proceso de trabajo de acuerdo con En dos plantas de ensamblaje de automóviles recién construidas, completamente organizadas en torno al trabajo en grupo desde el principio, esto hizo que la gerencia cuestionara el principio de votación, o incluso lo aboliera y nombrara líderes de equipo en su lugar. 4

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sus propias ideas, en definitiva, como una forma de eliminar los obstáculos que evita que trabajen de forma más inteligente. El poder de los grupos, si mantienen la solidaridad, se puede ver en el comportamiento de los mandos medios y bajos. En las plantas de un gran fabricante de automóviles, por ejemplo, las peticiones en contra de un sistema de compensación basado en objetivos negociados hicieron rondas entre los mandos intermedios. Estos ejecutivos temían con razón que los grupos pudieran utilizar tales negociaciones como un medio para deshacer el anterior y drástico régimen de racionalización. Incluso si los grupos asamblearios alcanzan de algún modo el nivel de unidades organizativas que se autoestructuran o incluso definen objetivos (Kieser & Kubicek, 1992, p. 467ss), esto sigue siendo finalmente más una tendencia que una realidad. De innumerables formas, estos movimientos hacia la autoorganización y la participación directa permanecen atados a estructuras jerárquicas y dependen de la buena voluntad del ejecutivo. De todos modos, ahora se dan los requisitos objetivos y subjetivos para un “superávit participativo” que obligaría a los comités de empresa y a los ejecutivos a redefinir sus roles. En una constelación completamente diferente, encontramos la participación incrustada en el mundo social de las empresas más pequeñas (hasta unos 300 empleados). Los pioneros de la reorganización en máquinas, herramienta o en la industria de suministros, ahora practican la autoorganización a un alto nivel. Esto se aplica especialmente a los departamentos administrativos y de ingeniería que tienden a ser tan difíciles de reformar en las grandes corporaciones. En unas pocas “empresas modelo” peque-

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ñas, las estructuras departamentales formales se han disuelto casi por completo en favor de la organización de proyectos. En algunos casos, los desarrolladores, constructores, ingenieros de software y especialistas en marketing cooperan en equipos con actividades y preocupaciones superpuestas, y supervisan todo el proceso, desde el desarrollo del producto hasta la introducción en el mercado, de manera casi autónoma, bajo su propia autoridad. Los empleados de producción y montaje, ya sea individualmente u organizados en grupos, también actúan con relativa independencia. El grado de flexibilidad del área de trabajo y el tiempo de trabajo es bastante alto. Una “empresa modelo”, por ejemplo, permite programar a voluntad el tiempo de trabajo principal de cuatro horas, con “cuentas” de tiempo flexible de más o menos setenta y dos horas al mes. En el proceso, sin embargo, la dirección se enfrenta a una drástica disminución de la profundidad de la producción, lo que significa una reducción sustancial de la complejidad organizativa interna. Partes enteras de la empresa se vuelven redundantes o se fusionan en pequeñas empresas terciarias establecidas. Las casas matrices establecen redes de “proveedores leales” que también trabajan para la competencia. Así surgen formas de comercio cooperativo a nivel regional, que ya no encajan a la perfección en los esquemas de competencia capitalista, que de otro modo serían en blanco y negro. La naturaleza de dos caras de tales “estructuras en red”, que, después de todo, tienen efectos aparentes en el empleo, incluidas las transferencias de mano de obra entre empresas en situaciones de crisis, se puede ver en las condiciones de trabajo y estructuras de compensación claramente menos favorables en los proveedores más pequeños. La mayoría de estas em-

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presas más pequeñas no tienen representaciones de intereses ni acuerdos industriales vinculantes formalizados. Por lo tanto, existe una “brecha de participación” obvia entre las empresas matrices y sus “subsidiarias”; es cierto que también es un fenómeno generalizado que va mucho más allá de las empresas más pequeñas. Pero la diferencia más importante con las dos primeras variantes básicas de participación está en un nivel completamente diferente. Para todo el movimiento hacia la participación directa, ninguno de estos casos incluye formas de autoorganización con procedimiento democrático institucionalizado. Incluso las empresas matrices no han elegido portavoces ni han formalizado debates en equipo o en grupo. Ciertamente, los procesos de abajo hacia arriba están más extendidos que en las grandes corporaciones. A veces, los propios empleados demuestran la utilidad de sus propuestas de mejora en la práctica, mediante la implementación contra la voluntad de gerentes resistentes. En ese sentido, la transferencia de conocimiento desde la experiencia informal y la información tácita del productor hacia estructuras operativas establecidas funciona mucho más eficientemente y con menos fricción que en las otras variantes básicas. Pero, en las empresas más pequeñas, la participación directa casi nunca deja las huellas que ha establecido la gerencia. Las formas acostumbradas de “intercambio social” parecen ser decisivas. La participación está incrustada en un tejido denso de relaciones personales. Todos están familiarizados entre sí. Hay comunicación directa entre todos los niveles en la jerarquía reducida. Los conflictos internos en el lugar de trabajo se procesan mucho más a nivel personal que en las plantas más grandes. Dentro de tales estructuras, ya existe una idea embrionaria de un estatus ciudadano en el trabajo, basado en relaciones 43

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de reconocimiento mutuo. Pero la fuerza de establecimiento de valores de tales “comunidades de trabajo” modernizadas desalienta la resolución abierta de conflictos. Esto es cierto tanto para los empleados como para sus representantes. El elemento que falta es una “esfera pública” en el lugar de trabajo basada en un proceso democrático. En última instancia, los administradores responsables tienen enormes dudas sobre la compatibilidad del proceso democrático con su autoridad. Como preguntó un ejecutivo, retóricamente: “Si tuviéramos que votar, ¿cómo podríamos justificar que no celebremos también elecciones para la gerencia?” La forma participativa de involucramiento individualizado en estructuras organizacionales apenas formalizadas, la cuarta variante básica, es casi la regla entre las empresas más nuevas en el procesamiento electrónico de datos. Tales empresas tienden a organizarse en constelaciones radicalmente diferentes de las tres variantes descritas anteriormente. Los empleados son en su mayoría trabajadores asalariados calificados, muchos de ellos con títulos académicos. El proceso de trabajo excluye una división taylorista del trabajo. La organización empresarial es muy similar al modelo de adhocracia de Mintzberg. Al menos en los años de establecimiento de una empresa, la división interna del trabajo apenas está formalizada. Aquí tratamos principalmente con “culturas expertas” tecnológicas. Con miras bajas en empresas cada vez más grandes y transnacionales, gran parte de esto, sin embargo, continúa aplicándose en la actualidad. La reorganización en tales negocios generalmente tiene como objetivo confrontar a los expertos técnicos con las demandas del mercado, las necesidades de los usuarios y los problemas relacionados con los costos. Esto choca con la autocomprensión y la motivación laboral de 44

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los “analistas simbólicos” de la industria (Reich, 1993) cuya disposición para actuar se alimenta principalmente de un interés personal en los proyectos y la resolución de problemas. En tales empresas, la cooperación en torno a un objetivo es un asunto cotidiano, incluso sin una estructura de equipo oficial. La participación directa en el sentido de influir en las decisiones que afectan las condiciones de trabajo se deja principalmente a la elección individual. Dado que el proceso de trabajo por lo general no se puede controlar desde el exterior, la regulación del desempeño se lleva a cabo principalmente a través de compromisos individuales. Las metas personales, el salario y los potenciales de desarrollo profesional son negociables. Pero solo con gran dificultad se puede despertar el “excedente participativo” en tales estructuras organizativas por encima del nivel individual. Esto plantea problemas no solo para los gerentes preocupados por la integración social, sino también para la representación de intereses en el lugar de trabajo y los sindicatos. Por lo tanto, los ejecutivos de tales empresas invierten mucho en capacitación y programas de capacitación profesional avanzada, principalmente como un medio para promover la “socialización” en la cultura de la empresa y fomentar un sentido individual de obligación con los objetivos de la empresa. De hecho, algunos de estos programas se asemejan a la intervención “imperialista” en la vida privada de un trabajador. Sin embargo, el éxito manipulador de tales programas es más bien modesto. Más comunes son los efectos secundarios no deseados, como cuando los empleados adoptan irónicamente el vocabulario de la ideología empresarial

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participativa y lo usan para promover sus propios reclamos contra la gerencia. Un puñado de estudios de casos en el lugar de trabajo muestran que esto puede culminar en la formación de una opinión colectiva y una mayor preparación para el conflicto. El contenido de tales confrontaciones generalmente se centra en cómo implementar reducciones de tiempo de trabajo negociadas contractualmente, seguridad laboral o estructuras compensatorias justas en entornos donde la organización apenas está formalizada y los horarios de trabajo son casi totalmente flexibles. Los empleados también están a menudo en conflicto entre ellos. A medida que los trabajadores envejecen, crece su interés por el seguro social y los límites de la jornada laboral. Pero también existe el temor de que las regulaciones supraindividuales puedan frenar el margen de libertad del individuo en el trabajo. En un estudio de caso, los conflictos acumulados culminaron en la fundación de un comité de empresa. En otra, una operación de propiedad de una corporación estadounidense, los empleados lucharon con éxito para establecer relaciones laborales contractuales. Ninguno de estos casos fue típico de la industria en su conjunto, pero las acciones y los medios de comunicación empleados en ambos fueron similares a las formas políticas de los “nuevos movimientos sociales”. Los actores del lugar de trabajo estaban en condiciones de establecer una “cogestión” crítica en un nivel muy avanzado y se adelantaron para enfrentarse a la gestión con la misma confianza. “Seleccionamos un sindicato que podemos usar, no uno que nos use a nosotros”, dijo un joven miembro del comité de empresa, expresando solo esa autocomprensión. Pero en tales industrias, final-

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mente domina un patrón individual de participación, dejando la expresión de la preocupación al coraje civil de los individuos. V Habiendo examinado estas cuatro variantes básicas tal como aparecen realmente y en sus muchas formas y permutaciones combinadas, ahora podemos formular una explicación más exacta de la posición de la participación directa dentro de las empresas reorganizadas. No es particularmente sorprendente que las formas de participación empíricamente perceptibles no incorporen altos estándares de democratización en el lugar de trabajo o codeterminación igualitaria. Pero ¿los nuevos conceptos de gestión pueden ser utilizados por los trabajadores para la autoemancipación? Esta pregunta merece una respuesta cuidadosa. En la mayoría de las firmas estudiadas, las oportunidades de participación directa son otorgadas por la gerencia. Los empleados en estos casos poseen posibilidades de participación, solo débilmente aseguradas a través de acuerdos operativos y de ninguna manera constituyen derechos de participación garantizados y vinculantes. Los ejecutivos de la empresa y las juntas corporativas determinan sustancialmente el contenido, el grado y el marco temporal de la participación. Esto es en sí mismo un importante “freno a la participación”, porque la gerencia tiene una propensión a violar o simplemente ignorar los reclamos de participación de los empleados. Por lo tanto, es una excepción absoluta cuando, por ejemplo, se informa a los trabajadores sobre la introducción del trabajo en grupo en las etapas de planificación y mucho menos cuando el conocimiento de la experiencia se recopila realmente “desde abajo”. Dado

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que la participación es la dimensión de los procesos de reforma del lugar de trabajo que puede crearse y expandirse más rápidamente, las formas reales de participación actuales parecen estar subdesarrolladas. Exacerbando esto están los efectos selectivos de los conceptos de gestión post-tayloristas, que reducen en gran medida los potenciales emancipatorios. Los efectos selectivos no se limitan a los ascensos y descensos individuales o colectivos dentro del sistema de estatutos en el lugar de trabajo. Incluso en sus manifestaciones más humanas, estos son, en última instancia, conceptos de racionalización que tienen un impacto dramático en el empleo. En algunas de las empresas examinadas, el personal se redujo en más de un tercio como resultado de la reorganización. Al mismo tiempo, las perspectivas a corto plazo favorecen la eliminación de puestos de formación y recortes en el gasto en investigación, debilitando así el potencial de desarrollo estratégico. Considerando, además, que las variantes de reorganización dominantes difícilmente acaban con la sobre-especialización o la rutinización del trabajo y por lo tanto conservan los hábitos habituales de indiferencia entre los trabajadores de cuello azul y blanco, el potencial emancipatorio de los nuevos conceptos de gestión es ciertamente pobre. Por eso es tanto más sorprendente que en toda una serie de empresas se pueda observar una dinámica asombrosa desencadenada por los procesos de participación, indicando precisamente lo que es posible. Parece haber una estrecha relación entre el nivel de participación directa y la necesidad de transformar el conocimiento de los empleados de la experiencia en inteligencia de producción utilizable. Donde-

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quiera que la gerencia dependa relativamente de su capacidad para aprovechar la inteligencia de producción potencial, el consenso con los empleados sobre la expansión de las zonas operativas de flexibilidad se vuelve aún más importante. Cuantos más conocimientos parezcan capaces de aportar los empleados, mayores serán las posibilidades de participación directa. La optimización de procesos “autodirigida” no puede forzarse de manera sostenible a través de la presión económica o el control autoritario. Si la gerencia quiere seriamente actualizar la participación activa en la racionalización por parte de al menos una parte de los empleados, entonces, en última instancia, dependen de incentivos, compromisos, negociaciones y una política de información abierta. Eso crea un margen de acción por parte de los empleados y portavoces por igual. Los procesos de toma de decisiones de la empresa están, al menos en parte, despojados de su supuesta “fuerza objetiva de la necesidad”. El consenso debe alcanzarse en parte de abajo hacia arriba. Las negociaciones terminan parcialmente descentralizadas, lo que facilita que los grupos fuertes influyan en los eventos del lugar de trabajo utilizando su poder primario superior. Al mismo tiempo, la susceptibilidad de las “empresas ajustadas” a las disrupciones exige un nivel extraordinariamente alto de integración social en el lugar de trabajo y una capacidad inmanente para prever, reconocer y procesar conflictos5.

Esta necesidad inmanente se puso de manifiesto, por ejemplo, durante la huelga de IG Metall de 1995 en Baviera. Fue en los negocios reorganizados donde la gerencia rehuyó los cierres patronales. Según sus propias admisiones, los ejecutivos de tales empresas temían que sus esfuerzos de reorganización se estancaran. Esta fue una de las razones por las que, en medio de la fase candente de la huelga, los principales gerentes de Núremberg se volvieron públicamente en contra de su propia alianza 5

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Sin embargo, el aspecto más determinante es seguramente que la mayoría de las empresas estudiadas dieron muestras de un desarrollo de reclamos entre los empleados, muchas veces en forma de crítica. Incluso cuando las promesas antropocéntricas de nuevos conceptos de gestión siguen sin cumplirse, generan expectativas y unifican reclamos. Es muy posible que surja un “excedente” de conciencia de participación, que exceda los límites de participación establecidos por la gerencia, especialmente entre los trabajadores de cuello azul y blanco altamente calificados. Este excedente podría desembocar en una resistencia informal, como sucedió en una de las plantas de ensamblaje en el estudio, incluso bordeando los actos de sabotaje contra las estrategias gerenciales de re-taylorización. Sin embargo, podría conducir a un grado tan alto de optimización de procesos autoorganizados que a su vez se legitimen las demandas de cogestión de los trabajadores y los comités de empresa, como fue el caso de un productor de generadores de energía, hasta el nivel ejecutivo más alto. En tales casos, uno de los obstáculos más básicos es que la participación otorgada claramente reduce el poder de los empleados para implementar demandas y, por lo tanto, también el potencial de los empleados para ejercer una influencia correctiva en las decisiones de gestión. ¿Qué significa todo esto para la “cuestión de la democracia” en la industria y los negocios? En un principio, está claro que esta cuestión no surge automáticamente de los conceptos de gestión post-tayloristas. La “participación de los empleados” solo puede convertirse en un elemento industrial y pidieron a los líderes de la alianza que cedieran. Aparentemente temían los efectos negativos que tendría un cierre patronal en las “constituciones sociales” internas mucho más que un acuerdo salarial que la alianza consideraba demasiado generoso.

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clave de la constitución de una empresa si la participación otorgada se reemplaza por derechos garantizados que los empleados pueden invocar de manera independiente. Desde la perspectiva de la gestión del lugar de trabajo, esto podría incluso tener sentido. Tales derechos a la participación contrarrestarían cualquier regresión hacia la rutina diaria y el comportamiento autoritario. Pero cualquier intento de establecer tales derechos de participación por encima del nivel del lugar de trabajo, ya sea en acuerdos industriales o en forma de legislación, seguramente conduciría a grandes conflictos entre y dentro de las partes en las negociaciones industriales, las alianzas industriales y los convenios comerciales. Sin embargo, una expansión de los derechos en el lugar de trabajo, por ejemplo, en forma de derechos de participación garantizados para individuos y/o grupos, no se traduce en sí misma en “más democracia”. Dentro de las empresas, un entrelazamiento mutuo de participación directa y formas establecidas de cogestión bien podría resultar fructífero para los comités de empresa6. Surgirían mayores dificultades en la interfaz entre la cogestión del lugar de trabajo y la autonomía de los acuerdos de relaciones laborales [Tarifautonomie]. La reorganización empresarial participativa ya está fomentando las tendencias existentes de reducir las negociaciones y regulaciones industriales al nivel de empresas o lugares de trabajo únicos. Los acuerdos sobre trabajo en grupo, pago por rendimiento, sistemas de tiempo de trabajo y similares ya se hacen normalmente a nivel del lugar de trabajo o de la empresa. Esto se debe en parte a la necesidad de adaptar las soluciones a los procesos de trabajo concretos. El punto clave, sin embargo, es 6

Sobre los problemas que surgen, véase Dörre & Neubert (1995).

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que los detalles de los acuerdos a nivel del lugar de trabajo a menudo están en conflicto o incluso en contradicción explícita con los acuerdos industriales de base amplia7. Es muy dudoso que los derechos de participación centrados en el lugar de trabajo hagan algo para contrarrestar esta tendencia a separarse de los dos pilares del modelo alemán de relaciones laborales —la codeterminación en el lugar de trabajo y la Tarifautonomie—. También es concebible que las estructuras abiertas a la participación refuercen la solidaridad vertical entre campos dentro de las empresas, al tiempo que debilitan la solidaridad horizontal que se extiende más allá de las empresas individuales. En lugar de una interrelación, podrían crear competencia entre los derechos industriales8. Esto de ninguna manera es un ar-

Esto se aplica especialmente a los sistemas de horarios de trabajo y salarios flexibles; véase Bahnmüller y Bispinck (1995) y Dörre (1995). 8 Aquí nos encontramos con un problema en la teoría democrática. Si la formulación contemporánea de la “cuestión de la democracia” debería de hecho preocuparse por involucrar a sectores cada vez más amplios de la sociedad en los procesos de democracia procedimental (Rödel et al., 1989) para ayudar al potencial de la “razón comunicativa” (Habermas, 1992) a un gran avance, entonces inevitablemente se debe abordar otra dificultad. Al considerar la esfera de la producción, habría que determinar cómo organizar los lugares de trabajo y las empresas para hacer efectivos los procesos democráticos en primer lugar. La participación democrática requiere tiempo, conocimiento, publicidad y la oportunidad de implementar la voluntad democráticamente determinada. Si no está claro cómo se puede adaptar algo de este tipo a las demandas de una producción eficiente, siempre existe el peligro de que incluso los trabajadores sacrifiquen la participación democrática en favor de los imperativos conductuales productivistas. Es una debilidad en las concepciones de codeterminación que de otro modo serían instructivas (Matthies et al., 1994), pues no discuten adecuadamente este problema y, en aras de una implementación más fácil de sus ideas, también igno7

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gumento en contra de las nuevas formas de codeterminación en el lugar de trabajo, sino por la necesidad de integrarlas en instituciones generales de “democracia del productor” del tipo que también permitiría a los actores del lugar de trabajo discutir problemas sociales “externalizados” dentro de la empresa. Aquí nos encontramos con un problema similar al del joven Karl Korsch, cuando atacó formulaciones sociales socialistas puramente negativas y vacías (Korsch, 1974, p. 17ss). Formulaciones positivas de cómo la producción industrial eficiente podría combinarse con ideas de ecología y justicia y, sobre todo, con una democratización de la economía y el lugar de trabajo simplemente no existen en este momento. Junto a la presión del desempleo masivo, esta es la razón principal por la cual las demandas de participación laboral “excedente” han atraído hasta ahora tan poca atención dentro de la sociedad.

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ran concepciones más amplias de la democracia del productor —participación en las decisiones sobre el “cómo” y el “qué” de la producción por encima y por debajo de la media más allá del lugar de trabajo—.

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Las clases sociales en el proceso del Landnahme capitalista. Sobre la relevancia de la explotación secundaria Hasta ahora, la creciente inseguridad social y la desigualdad no han llevado a un resurgimiento de los movimientos laborales con conciencia de clase en los centros del capitalismo1. Este texto se basa en el concepto de Landnahme de Rosa Luxemburg para intentar explicar este fenómeno. En la Alemania contemporánea, como en otros países desarrollados, se está produciendo una transición de una sociedad pacificada por métodos fordistas a una sociedad de clases más fuertemente polarizada, aunque caracterizada por una peculiar “estabilización de lo inestable”. Un Landnahme “interior” puesto en marcha por el capitalismo financiero también ha acentuado gravemente la explotación secundaria y la precarización del trabajo. Los sindicatos y 

Este texto se publicó en inglés bajo el título “Social Classes in the Process of Capitalist Landnahme. On the Relevance of Secondary Exploitation” en: Socialist Studies / Études socialistes 6(2), 2010, 43-74 (N. del T.) 1 Deseo agradecer a Mat Dressler/COMPACT, quien hizo lo mejor que pudo con la traducción. Dos consultores anónimos me dieron sugerencias útiles para una versión revisada. Muy cordialmente, me gustaría agradecer a Elaine Coburn, quien brindó asistencia editorial adicional para garantizar que la traducción cumpliera con los estándares requeridos para una revista internacional.

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el segmento de la clase obrera representado por los sindicatos reaccionan a menudo cerrando filas en exclusiva solidaridad. Ante la perspectiva de una movilidad social descendente, desarrollan estrategias defensivas para preservar la propiedad social que les queda, incluso a expensas de los grupos precarizados. Tal régimen disciplinario solo puede romperse si los grupos precarizados y sus formas de trabajo y de vida se integran en nuevas estructuras de solidaridad inclusiva. A principios del siglo XXI, la cuestión social vuelve a estar en el centro de la política de los capitalismos desarrollados. El regreso de la inseguridad social a los países occidentales ricos, incluida Alemania2, ha provocado un renacimiento de las teorías de clase (Thien, 2009, pp. 7-22). No obstante, este análisis se enfrenta a un dilema. Con el neoliberalismo comenzó “el cambio trascendental hacia una mayor desigualdad social y la restauración del poder económico (de) las clases altas” (Harvey, 2005, p. 26) Y, sin embargo, la exitosa redistribución de abajo hacia arriba que provocó este proyecto no ha generado, hasta ahora, una conciencia de clase política entre los gobernados por ese sistema. Como resultado de la crisis económica mundial de 2008/2009, la izquierda política y los sindicatos luchan por recuperarse en la mayoría de los países europeos (Hyman & Gumbrell-McCormick, 2010; Milkman, 2010). ¿Cómo se puede explicar esto?

Desde mediados de la década de 1980, en Alemania —Occidental—, un discurso sobre la individualización y la pluralización de la desigualdad social había desplazado en gran medida los enfoques de la teoría de clases (Beck, 1983). 2

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Para intentar responder a esta pregunta, comienzo aquí con el concepto de “Landnahme” de Rosa Luxemburg. Alemania, como otros Estados desarrollados, está experimentando actualmente una transición de una sociedad pacificada por métodos fordistas a una sociedad de clases más fuertemente polarizada. Esta transición se caracteriza por una especie de estabilización de lo inestable. Un Landnahme “interior” de las filas del capitalismo financiero ha hecho del principio de competitividad el principio mayor para la organización social, convirtiéndose en un catalizador para las condiciones de clase basadas significativamente en la explotación secundaria, acompañada de precarización, obligando a los grupos subordinados con formas de organización e intervención política pasadas de moda a renunciar a las medidas de protección del bienestar social ganadas con tanto esfuerzo. Basándome en el concepto de Landnahme3 de Rosa Luxemburg, amplío el concepto de explotación e ilustro su relevancia a través del análisis de los desarrollos contemporáneos en el capitalismo coordinado de Alemania. Landnahme, clases y explotación (secundaria) Karl Marx fue el primero en proporcionar un análisis de la expansión capitalista como Landnahme. En su tratamiento de la “llamada acumulación originaria” (Marx, 1867, Parte VIII), describe la formación del capitalismo en un entorno no capitalista. En opinión de Marx, el desarrollo de las condiciones capitalistas de clase y propiedad precede históricamente a los métodos capitalistas de producción. La expropiación del campesinado es el prerrequisito central para la génesis de trabajadores doblemente libres que no La propia Rosa Luxemburg escribe sobre “colonización”; ella en realidad no usó el término Landnahme. 3

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están ligados a la tierra ni a ningún gremio. Marx describió este proceso, que en última instancia conduce a la monopolización de los medios de producción de propiedad privada entre un pequeño grupo de propietarios, como un procedimiento extremadamente brutal de expropiación campesina, despojo obligatorio de tierras comunales y expropiación de las propiedades de la Iglesia en medio de la opresión colonial y la trata de esclavos. Dado que estaba principalmente observando los desarrollos británicos, Marx describe polémicamente la brutalidad de este proceso de transición (Thompson, 1987, p. 203). No obstante, sus ideas siguen siendo relevantes como dispositivo heurístico que guía la investigación sobre la teoría de clases. Siguiendo a Marx, se puede argumentar que Landnahme significa (1) expansión de los métodos de producción capitalista interna y externamente. La industria a gran escala proporcionó una base permanente para la agricultura capitalista; completó la separación de la agricultura y los oficios domésticos rurales y “conquistó todo el mercado interno para el capital industrial” (Marx 1867, p. 738). Este proceso tomó varios siglos y las condiciones de producción capitalista comenzaron a prevalecer generalmente solo en el curso de la Revolución Industrial; la existencia paralela de condiciones de clase capitalistas y no capitalistas es característica del capitalismo, no excepcional. Las condiciones tradicionales y nuevas no están estrictamente separadas. Más bien, la vida cotidiana de los individuos y grupos sociales se caracteriza por una gran variedad de síntesis de formas nuevas y antiguas (Braudel, 1985, 1986). Así, el trabajador doblemente libre, tal como lo señala Marx, es una abstracción. Incluso después del inicio de la Revolución Industrial, durante un largo período de tiempo, la mayor parte del proletariado industrial permaneció incrustado en 60

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las condiciones de vida y producción tradicionales y rurales (Lutz, 1984). Los cambios en las condiciones de propiedad y la expropiación del campesinado y el condicionamiento y disciplinamiento del trabajo “libre” para los nuevos modos de producción requirieron del apoyo estatal. Así Landnahmen son (2) también siempre procesos políticamente controlados. En particular, durante la fase inicial del capitalismo, las leyes que se remontan a la época feudal se utilizaron para establecer en general el trabajo obligatorio y regular políticamente los salarios (Marx 1867, p. 723). Incluso más tarde, durante la Revolución Industrial, las condiciones se basaron en la exclusión política de los trabajadores. Jugando como partera de los métodos de producción capitalista, un Estado burgués represor contribuyó a la formación de mercados en un contexto de asimetrías estructurales de poder: estos fueron en parte políticamente iniciados y, por lo tanto, nunca un asunto exclusivamente económico. La población “libre” fue movilizada y disciplinada para la forma de producción capitalista, en un grado significativo, por mecanismos políticos coercitivos movilizados por el Estado. Para Marx, el uso intensivo de la coerción política incluye la fuerza física; en su forma extensiva, la coerción política es parte de la historia temprana del capitalismo. Marx predijo el surgimiento de un proletariado que “por educación, tradición, costumbre, reconoce los estándares de esa forma de producción como leyes naturales innegables”. Por lo tanto, la fuerza extraeconómica solo se utiliza en situaciones excepcionales. En general, los trabajadores pueden mantenerse bajo control por medio de las “leyes naturales de la producción” (Marx, 1997, p. 727).

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Sin embargo, si pensamos en el desarrollo capitalista como una secuencia de diferentes formaciones, métodos de producción y condiciones de clase, entonces la validez universal de las premisas de Marx es cuestionable. Siguiendo a Rosa Luxemburg, sostenemos que el desarrollo capitalista (3) se basa siempre en dos procesos mutuamente dependientes. El primero domina los lugares de producción de plusvalía, es decir, las fábricas, la agricultura totalmente capitalizada y los mercados de mercancías. Aquí, en gran medida, el capitalismo se reproduce sobre sus propios cimientos; se aplica el principio de intercambio equivalente. Como resultado de las luchas sociales, a los trabajadores asalariados se les paga aproximadamente de acuerdo con el valor de su trabajo. Sin embargo, Luxemburg argumenta que en tales “tratos internos” solo se puede realizar una parte limitada del valor total del producto de la sociedad. El segundo proceso encuentra así su camino en las relaciones de intercambio entre la acumulación de capital por un lado y los métodos de producción, los actores sociales y los territorios no capitalistas por el otro (Luxemburg, 1975, p. 315). Con un aumento tanto absoluto como relativo del valor del trabajo en relación con la plusvalía creada, en los mercados capitalistas internos, el problema de lograr ganancias se agudiza constantemente (Luxemburg, 1975, p. 316). Esto obliga a las empresas en expansión a comercializar partes de la plusvalía “externamente”, fuera de los métodos de producción capitalistas, las relaciones sociales capitalistas y los territorios políticos determinados. En este contexto, “externo” no necesariamente significa fuera de las fronteras nacionales. Hay una fusión de los mercados capitalistas interiores más allá de las fronteras de los Estados-nación, como observa Luxemburg. Al mismo 62

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tiempo, dentro de las sociedades nacionales, hay regiones, medios, grupos y actividades que no están mercantilizados o solo parcialmente mercantilizados, donde las diferentes formas de intercambio son dominantes en contraste con los mercados capitalistas. En los “mercados exteriores”, el principio de intercambio equivalente, de intercambiar valores de magnitud similar, se aplica en un grado limitado en el mejor de los casos; aquí predominan la arbitrariedad e incluso la violencia abierta (Harvey, 2005, p. 137). Tal violencia tiene como objetivo, al menos temporalmente, mantener grupos sociales, territorios o incluso países enteros en una etapa precapitalista o menos desarrollada. En esta esfera “externa”, como señala David Harvey (2005, p. 147), el capitalismo muestra a veces características de “fraudulencia” y “depredación”. Tales mecanismos dialécticos “interior-exterior” brindan a los actores capitalistas dominantes —empresas, propietarios, gerentes— la posibilidad de incorporar territorios, formas de producción y estratos sociales no capitalistas en sus estrategias de acumulación. En consecuencia, no son un fenómeno transitorio, sino un concomitante constante del desarrollo capitalista. En consecuencia, los Landnahmen se basan (4) en procesos contingentes que en el largo plazo pretenden reposicionar y al menos superar temporalmente los límites de la acumulación capitalista establecidos por los mercados “exteriores” y, en última instancia, por la naturaleza humana y extrahumana. Sin embargo, generar valor en los mercados “exteriores” no es un proceso lineal. En cambio, la dialéctica del interior y el exterior brinda constantemente la oportunidad de una modernización regresiva. Particularmente en tiempos de acumulación estancada, los jugadores capitalistas como los “primeros en moverse” tienden a ignorar las reglas y practicar la sobreexplotación para lograr 63

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ganancias adicionales. El análisis de Luxemburg interpreta así el problema del desarrollo capitalista como un imperativo estructural para crecer4. El capitalista individual solo puede evitar su propio declive mejorando permanentemente los medios de producción y aumentando la producción. Por lo tanto, la producción general tiende constantemente a superar la demanda de solventes y, debido a los aumentos de productividad, el volumen de productos materiales tiende a exceder el aumento en el valor —excedente— ya realizado. Mientras tanto, un sector financiero en expansión proporciona financiamiento para los riesgos empresariales con la expectativa de ganancias futuras, lo que crea presiones para innovar. En este sistema, los retrocesos en el crecimiento relacionados con la crisis generan desempleo y precarización. Según Luxemburg, la presión por la reproducción extendida inherente al capitalismo va acompañada de un problema multifacético de realización de ganancias que de ninguna manera se limita a una simple teoría del subconsumo. Periódicamente, cada capitalista individual necesita encontrar exactamente esos medios materiales de producción, mano de obra y mercados de ventas apropiados para su etapa en el proceso de acumulación (Luxemburg, 1975, p. 24). En un marco económico anárquico donde esta correspondencia solo puede ser provocada por millones de operaciones microeconómicas individuales, la reproducción del capital debe seguir siendo frágil. La metamorfosis de la plusvalía en dinero, del dinero en capital productivo, Los métodos capitalistas de producción hacen más que despertar en el capitalista esta sed de plusvalía que lo impulsa a una incesante expansión de la reproducción. La expansión se convierte en verdad en una ley coercitiva, una condición económica de existencia para el capitalista individual (Luxemburg, 2003, p. 12). 4

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es decir, en bienes específicos, y la transformación de los bienes que alimentan el proceso de producción en valor — excedente— y dinero sigue siendo propenso a la crisis en cada una de sus etapas. El consumo insuficiente es solo una instancia específica de crisis dentro de una cadena en la que cada eslabón está potencialmente en crisis. Desde la perspectiva actual, la sobreacumulación o la explotación extensiva de los recursos naturales agotables, sin tener en cuenta las necesidades reales, es el eslabón potencialmente más devastador en el proceso de producción capitalista. En suma, en el proceso de reproducción ampliada, los capitalistas individuales son incapaces de crear por sí mismos un mercado de ventas ampliado; para bien o para mal, dependen de la sociedad para crear los mercados ampliados necesarios para resolver el problema complejo y multifacético de obtener beneficios. Como individuos, son “impotentes” frente a este problema de realización. Esto crea una presión estructural para el crecimiento, una dinámica que explica el “fenómeno contradictorio” de que “los viejos países capitalistas proporcionan mercados cada vez más grandes y se vuelven cada vez más dependientes unos de otros, pero, por otro lado, compiten cada vez más despiadadamente por las relaciones comerciales con países no capitalistas” (Luxemburg, 2003, p. 347). Las implicaciones de la teoría de la ruptura en el concepto Landnahme de Luxemburg han sido criticadas con frecuencia. Harvey (2003, p. 138) señala correctamente que Rosa Luxemburg subestima el potencial de una política de reinversión para crear demanda de bienes de capital y revolucionar los medios de producción. Además, a largo plazo, la expansión geográfica puede estimular el capitalismo. En lugar de mantener a los países periféricos en un 65

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estado permanente de no desarrollo, pueden utilizarse como esferas estables de inversión. En este sentido, la dialéctica interior-exterior del desarrollo capitalista no incluye el colapso automático. Sin embargo, Lutz (1984) y Harvey (2004) ofrecen una interpretación alternativa de la teoría del Landnahme: los actores capitalistas (5) pueden contrarrestar los problemas estructurales del desarrollo a través de revoluciones pasivas. Los regímenes de acumulación y las condiciones de propiedad, las formas de regulación y los modelos de producción circulan y se transforman, aunque siempre con el objetivo de preservar el sistema capitalista (Gramsci, 1991, p. 101; 1999, p. 2063). Tales transformaciones son posibles porque dentro de las relaciones espaciotemporales concretas, el capitalismo siempre puede referirse a un “afuera” que él mismo crea hasta cierto punto: “el capitalismo puede hacer uso de algún afuera preexistente (formaciones no capitalistas o algún sector dentro del capitalismo, como la educación, que aún no ha sido proletarizada) o puede fabricarlo activamente” (Harvey, 2003, p. 141). La generación activa de un otro no capitalista es una reacción a las dificultades para obtener ganancias y es parte de estrategias más amplias para contrarrestar la tendencia hacia la sobreacumulación —falta de oportunidades de inversión— mediante el “desplazamiento” del capital en el espacio y/o el tiempo. Por lo tanto, el desarrollo capitalista puede verse como una búsqueda permanente de nuevas formas de fijar el capital en el espacio-tiempo. Tal fijación de capital en el espaciotiempo no solo vincula el capital invertido a “ubicaciones” que prometen ganancias de monopolio debido a cualidades únicas; en la medida en que estos lazos son a largo plazo, desactivan temporalmente el problema de la sobreacumulación y, por lo tanto, “reparan” temporalmente el capitalismo (Harvey, 2003, p. 115). 66

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La generación activa de un “afuera” significa entonces (6) que, en principio, la cadena de actos del Landnahme es interminable. “Caer en desgracia” al “ir más allá del ámbito de las regulaciones puramente económicas por medio de acciones políticas” (Arendt, 2006, p. 335) es un proceso continuamente necesario, como una escalera de tijera constantemente extendida. La dinámica capitalista depende, fundamentalmente, de la capacidad de producir y destruir el espacio en el tiempo. Al invertir en maquinaria, fábricas, mano de obra e infraestructura, el capital establece lazos espaciales que no puede romper sin costo ni desgaste. En esto, las inversiones destinadas a desarrollar económicamente los espacios, por ejemplo, la financiación de infraestructuras de tráfico, el acceso a materias primas o las inversiones en educación y formación, seguridad y salud en el trabajo, tienen una función particular. Dichas inversiones solo pueden redimirse durante largos períodos de tiempo, es decir, se eliminan temporalmente del ciclo de capital primario —consumo inmediato— y se redirigen al ciclo secundario —capital para revolucionar los medios de producción, la creación de fondos para el consumo, por ejemplo, vivienda— o el ciclo terciario —inversión en investigación, desarrollo, asuntos sociales—. Sin embargo, no hay garantía de que tales inversiones sean rentables. Por lo tanto, el Estado asume la función del “capitalista ideal colectivo” cuando se requieren inversiones a largo plazo, creando así un “afuera” para las operaciones capitalistas moleculares individuales, una esfera que es en parte inaccesible a la acumulación privada, pero que puede usarse para mejorar el rendimiento económico y privatizarse en un momento posterior. En la medida en que las formas temporales de societización del mercado se convierten en obstáculos para la realización del capital, el capital móvil busca aliviar o eliminar el capital previamente fijado en el 67

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espacio-tiempo. Donde la eliminación de dicho capital fijo conduce a la desindustrialización, el declive económico, el desempleo masivo y la pobreza, se crea otro “afuera”: regiones devastadas y abandonadas y una mano de obra no utilizada que, en una fase posterior del desarrollo, pueden volverse adecuadas como objeto y activos potenciales de nuevas estrategias de inversión. Este proceso dialéctico del Landnahme sugiere que la existencia paralela de condiciones de clase y relaciones de clase cualitativamente diferentes en el espacio-tiempo, tanto dentro como fuera de las sociedades nacionales, es un elemento del capitalismo que funciona normalmente. Los actores capitalistas dominantes (propietarios, gerentes, empresas, etc.) pueden usar tal simultaneidad de lo no simultáneo para (7) preservar e institucionalizar la explotación secundaria. “Secundaria” no significa menos dolorosa, menos brutal o menos significativa. Más bien, la racionalidad del intercambio equivalente que estructura la explotación capitalista primaria no se aplica, o solo en una medida limitada. Ejemplos clásicos de explotación secundaria son la funcionalización del trabajo reproductivo de las mujeres o el establecimiento de un estatus transitorio para los migrantes. En el primer caso, los mecanismos simbólico-habituales y políticos jerarquizan las ocupaciones por medio de construcciones específicas de género. La desvalorización del trabajo reproductivo y la relativa exclusión del empleo a tiempo completo socialmente protegido tienen un origen histórico (Aulenbacher, 2009, pp. 65-80). En el segundo caso, el estatus transitorio de los migrantes basado en la privación relativa de derechos y la dislocación perpetúa una diferencia específica entre el interior y el exterior cuyo efecto buscado es asegurar un suministro de

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mano de obra barata que pueda movilizarse para segmentos poco atractivos del mercado laboral donde el trabajo requiere poca cualificación, es oneroso y mal pagado. La explotación secundaria existe siempre que se utilizan formas simbólicas de presión y presiones aplicadas políticamente por el Estado para preservar las diferencias entre “adentro” y “afuera” con el objetivo de empujar el precio del trabajo para ciertos grupos sociales por debajo de su valor real o de excluir a estos grupos de la relación capitalista de explotación. Por lo tanto, la explotación secundaria manifiesta una síntesis llena de tensión de universalismo y particularismo característica de cualquier Landnahme capitalista. El reclamo universalista de realización de capital depende funcionalmente de regulaciones particularistas como el Estado nacional. Sin embargo, el sistema económico global solo puede existir dentro de una red de relaciones de poder dentro y entre Estados, que constantemente reproduce diferencias entre “adentro” y “afuera”. Este análisis permite (8) definir con mayor precisión el significado de las condiciones de clase, la marginación y la precarización para el racionalismo económico del capitalismo. El “ejército de reserva” del mecanismo laboral de Marx, analizado en el primer volumen de El Capital, es una forma de generar activamente un “afuera” para contrarrestar las medidas de desmercantilización del Estado. En sus diversas formas, el ejército industrial de mano de obra de reserva puede utilizarse durante los auges económicos para movilizar mano de obra adicional en condiciones ventajosas para el capital. Al mismo tiempo, los excluidos de la producción capitalista representan una presión latente que puede utilizarse para reducir los costos laborales y brindar incentivos para la inversión. Sin embargo, sobre todo, “los trabajadores simplemente son expulsados del 69

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sistema en un punto determinado” para garantizar que “estén disponibles en un punto posterior con fines de acumulación”. Así, el capitalismo crea “algo fuera de sí mismo” (Harvey, 2003, p. 140). La cuestión social siempre incluye un “adentro” y un “afuera”: el “adentro” representa la actividad central de la explotación, la apropiación privada de la plusvalía generada colectivamente; mientras que el “afuera” se refiere a ingresos reducidos, condiciones de vida por debajo de los estándares de clase aceptados, sobreexplotación y, en casos extremos, exclusión total del empleo. Landnahme fordista y relaciones de clase Marx esperaba que tales divisiones fueran superadas durante la formación de la clase política. Aunque describió al ejército de reserva de la industria como un grupo grande y socialmente muy diferenciado, lo consideró un elemento potencial de la clase trabajadora. Pero, para superar las divisiones y la competencia, se requeriría una “cooperación regular entre empleados y desempleados” (Marx, 1997, p. 634) a través de un cuerpo político o sindicato unificado y con conciencia de clase. El mecanismo del ejército de reserva... Dado que Marx observó un proletariado industrial cuyas condiciones de vida eran estructuralmente precarias (Marx, 1997, p. 670; Mooser, 1984; Paugam, 2008, pp. 4850), tal interpretación parece razonable. Sin embargo, su lógica es inconsistente. Un ejército de reserva extremadamente heterogéneo que es “fluido”, “latente”, “estancado” y altamente pauperizado (Marx, 1997, p. 634), funciona tanto como el sujeto potencial de la solidaridad de clase

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como también actúa como una fuerza disciplinadora, “presionando al ejército activo de trabajadores durante los períodos de estancamiento y mediana prosperidad y durante el período de sobreproducción y paroxismo manteniendo sus demandas en jaque” (Marx, 1997, p. 634). No está claro por qué estos grupos precarizados parcialmente integrados en medios no capitalistas se aliarían con la parte activa del proletariado. Rosa Luxemburg (2003, p. 343) vio claramente este problema. En su opinión, “la emancipación de la fuerza de trabajo de las condiciones sociales primitivas y su absorción por el sistema capitalista de salarios es una de las bases históricas indispensables de este sistema”. Y continúa: “sin embargo, como hemos visto, el capitalismo en su plena madurez también depende en todos los aspectos de los estratos no capitalistas” (Luxemburg, 2003, p. 345). Incluso si rechazamos el modelo de reproducción estática de Luxemburg, podemos aceptar su observación central de que las formas de producción no capitalistas y los diferentes estratos sociales coexisten con el capitalismo. El siguiente análisis se basa en esta idea para explicar el mecanismo del ejército de reserva, su desaparición temporal y su resurgimiento en el curso del último Landnahme del capitalismo financiero. ...su desaparición temporal... Según Burkardt Lutz (1984), el débil crecimiento del capitalismo después de la Primera Guerra Mundial se debió principalmente a la incapacidad de los capitalistas para romper el dualismo de la industria moderna y el sector tradicional, que limitaba la demanda solvente. Durante mucho tiempo, las relaciones de intercambio entre la industria moderna y un sector con estructuras empresariales agrarias y de pequeña escala, estilos de vida premodernos y 71

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orientaciones de valor aseguraron que los costos laborales no superaran ciertos límites. El sector tradicional proporcionó una mano de obra potencial a la que la industria podía acceder para satisfacer sus necesidades y luego, en tiempos de crisis, regresar como mano de obra “excedente” a este sector “externo”. Además, los salarios circulaban con un margen definido en buena medida por el consumo de bienes del sector tradicional. Era posible limitar los costos de reproducción del trabajo como mercancía porque los trabajadores obtenían la mayoría de sus bienes esenciales del sector tradicional, caracterizado por el pequeño comercio y la producción agraria y, por lo tanto, proporcionaba productos más o menos baratos. Lo que hizo posible que los actores capitalistas de los países centrales de Europa Occidental descifraran el llamado “Lohngesetz”5 fueron las condiciones políticas básicas: el intervencionismo estatal, el modelo del “New Deal” con producción en masa, consumo en masa y estilos de vida individualistas, junto con un consenso de élite para permitir que los asalariados participen en el crecimiento económico. Durante un período en el que el sector tradicional fue absorbido de manera irreversible, la “ley de salarios” fue neutralizada. Dondequiera que las funciones del sector tradicional no pudieran delegarse a la industria y al mercado capitalista, fueron asumidas por el Estado y un sector público en expansión. Como resultado, los salarios reales aumentaron significativamente en veinte años (1950-1970), un desarrollo producido en Alemania como Con “Lohngesetz” —“ley de salarios”— Lutz (1984, p. 210) quiere decir “que los salarios en el sector moderno de la economía nacional no pueden aumentar de manera significativa ni permanente por encima del nivel de oferta presente entre las partes más pobres del sector tradicional, que se define principalmente por la economía de trueque”. 5

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resultado de solo unos pocos conflictos sociales ejemplares y grandes. Tanto cuantitativa como cualitativamente, esto significó un aumento único en el nivel de vida de los asalariados y sus familias6. El trabajo asalariado estaba vinculado con fuertes derechos sociales de protección y participación. La generalización del trabajo asalariado en la sociedad, es decir, el desplazamiento del trabajo hacia el mercado laboral capitalista —mercantilización— fue posible porque un estado de bienestar en expansión aseguró que el trabajo asalariado se desvinculara en gran medida de los riesgos del mercado —desmercantilización—. Lo que se desarrolló fue una “Gesellschaft der Ähnlichen” —“Sociedad de los similares”— (Castel 2005, p. 46), que permitió a grandes porciones de la clase trabajadora alcanzar los estilos de vida y la seguridad que disfrutaban los niveles medios de la sociedad, a pesar de la persistente desigualdad y las jerarquías. Un elemento importante de este ascenso fue el acceso a la propiedad social destinada a garantizar la satisfacción de las necesidades básicas. Típicamente, esto incluía pensiones y beneficios de seguro médico, así como la aceptación de estándares de negociación colectiva y algunos derechos de codeterminación en el trabajo y en la sociedad. En esta “Sociedad de los similares” no habían desaparecido las grandes diferencias entre clases y fracciones de clase, pero la reivindicación de la propiedad social cambió la vida de los trabajadores asalariados y sus familias, posibilitando en cierta medida la plani-

“Entre las décadas de 1880 y 1970, los salarios reales promedio de la mano de obra industrial se habían más que triplicado. A pesar de los problemas metódicos para determinar salarios reales comparables, podemos registrar que los principales cambios tuvieron lugar en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial” (Mooser, 1984, p. 74). 6

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ficación (Sennett, 2007, p. 24). Las empresas grandes y pequeñas con mercados laborales internos estables, así como un sector público bien desarrollado, aseguraron que en una economía mixta, la red de seguridad colectiva para el trabajo asalariado permitiera a las personas tener “carreras”. Por primera vez en la historia, aunque solo fuera por un breve período, dentro del capitalismo coordinado de tipo alemán había surgido un capitalismo sin un ejército de reserva industrial nacional visible (Lutz, 1984, p. 186). Estaba, sin embargo, presente, con una eficacia latente. Las mujeres permanecieron relativamente excluidas del empleo a tiempo completo y el trabajo reproductivo siguió siendo un recurso gratuito (Aulenbacher, 2009), junto con la movilización de migrantes como “trabajadores invitados”. Desde la perspectiva de los trabajadores asalariados integrados, la pobreza y la precariedad aparecían solo en los bordes de la sociedad, fenómenos de “un mundo diferente”. Una forma específica del Landnahme liberó mano de obra para el mercado laboral, al tiempo que limitaba la medida en que dicha mano de obra se consideraba una mercancía por medio de reclamos extendidos de propiedad social. Esto trajo consigo una sociedad de clases integrada con su centro de gravedad social ubicado entre las clases medias (Wright, 1985; 2000). En su concepción de sí misma, esta sociedad era más una casa con niveles sociales permeables (Geißler, 2006) que una estructura de clases polarizada. La cohesión social en esta “Sociedad de los similares” se vio reforzada por la existencia de un “modelo gemelo” en competencia basado en el socialismo de Estado

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que creó seguridad social pero a costa de las libertades individuales y colectivas (Wagner, 1995)7. Las sociedades de clases fordistas integradas se basaron en un “Landnahme interior” de recursos que se han utilizado y no se pueden restaurar. El Landnahme fordista, producto de la intervención estatal, desplazó los productos y servicios característicos del sector tradicional de la gama de necesidades cotidianas de los trabajadores asalariados y movilizó mano de obra de los segmentos no capitalistas para la industria y la prestación de servicios modernos. Ambos procesos, ampliándose mutuamente, significaron la “destrucción progresiva de estructuras, formas de producción, modos de vida y orientaciones de comportamiento”. Según Lutz, este “Landnahme interior” puede verse como análogo al “Landnahme exterior” imperialista observado por Rosa Luxemburg (Lutz, 1984, p. 213). La “acumulación de poder político” —según Hannah Arendt (2006, p. 312) un gemelo de la acumulación de capital pero con el potencial de desarrollar una existencia independiente— fue domesticada y dirigida hacia adentro, en contraste con el imperialismo de principios del siglo XX. Y esto solo fue posible porque se basó en el reconocimiento del “poder de los trabajadores” (Silver, 2005)8.

Dado que el artículo se basa principalmente en observaciones de la sociedad alemana, el Estado socialista de “modelo gemelo” implícito aquí es la República Democrática Alemana (Nota de Mat Dressler). 8 Siguiendo la tipología de Fligstein (2001, p. 67), la “arquitectura de los mercados” en los países escandinavos está determinada por coaliciones entre los trabajadores y el Estado; en los Estados Unidos, las alianzas están dominadas por los intereses del capital, mientras que, en Alemania, las coaliciones se basan en compromisos entre los intereses organizados de los trabajadores asalariados y el capital. En consecuencia, las 7

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La fuerte integración social de las sociedades de clases fordistas se basó fundamentalmente en la incorporación del poder proletario, especialmente en sistemas de bienestar altamente juridizados. El poder estructural y organizativo de los trabajadores asalariados fue reemplazado en parte por poderes institucionales, es decir, recursos de poder relativamente independientes de las influencias situacionales y los cambios repentinos en el equilibrio de poder. Las facciones de la clase dominante pagaron un precio político para pacificar el conflicto de clase industrial: a saber, el reconocimiento, incorporación y continuidad institucional del poder proletario. La ambivalencia de este tipo de integración se hizo evidente a fines de la década de 1960, cuando varios países de Europa continental presenciaron el despertar de la militancia obrera (Streeck, 2003), un fenómeno totalmente imprevisto para la sociología dominante. El Landnahme del capitalismo financiero, que comenzó a mediados de la década de 1970, es también una reacción a este renacimiento de corta duración del poder proletario organizado. El capital financiero buscó volver a ocupar el “afuera” que el capitalismo fordista había establecido a través de instituciones limitadoras del mercado y la incorporación del poder de la clase trabajadora: un tipo de acumulación flexible se combina con una regulación que prioriza las personalidades del mercado, la responsabilidad individual y la competitividad en contraste con los principios de solidaridad y cooperación (Dörre, 2009). Un respectivas institucionalizaciones del “poder proletario” se han desarrollado de manera diferente. En los sistemas voluntaristas de relaciones laborales de los capitalismos liberales anglosajones, dicha institucionalización se ha mantenido en un nivel bajo. En contraste, los capitalismos corporativos del tipo “Rin”, en particular el sistema alemán de representación dual de intereses, se caracterizan por un alto nivel de poder obrero institucionalizado (Frege & Kelly, 2004).

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resultado importante del último Landnahme del capitalismo financiero es el restablecimiento de un mecanismo visible del ejército de reserva dentro de los capitalismos desarrollados. ...y su renacimiento Los Landnahmen no son procesos lineales: siempre se basan en decisiones contingentes, crean fricciones y contradicciones, provocan contramovimientos y movilizan protestas y resistencias. Sin embargo, cada modo del Landnahme capitalista tiene características dominantes cuyos efectos se manifiestan en largos ciclos de apertura y cierre de mercados. El modo impulsado por las finanzas se basa en el predominio relativo del capital de inversión, a menudo ficticio. El llamado Régimen del dólar de Wall Street (Henwood, 1994) y la política monetaria de los Estados Unidos, utilizados para mantener su papel de liderazgo en la economía global, fueron fundamentales para integrar los elementos constitutivos del capitalismo de mercado financiero en las economías de la Europa continental, con el apoyo activo de gobiernos europeos. La hegemonía estadounidense en el sistema internacional de Estados hizo posible introducir estándares de capitalismo financiero en diferentes tipos de capitalismo. La consecuencia fue que los principios de liquidez que rigen los mercados financieros globales se transfirieron sucesivamente a las economías reales y luego prácticamente a todos los dominios de la sociedad (Boyer, 2000; Castells, 1996; Fligstein 2001). Aquí se encuentra un primer factor importante que impulsa la reestructuración de las condiciones de clase y las relaciones de clase. Para adaptarse a los mercados volátiles con rápidas fluctuaciones y garantizar los márgenes de beneficio esperados a largo plazo, los salarios, las horas de 77

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trabajo y las condiciones laborales se han declarado factores residuales que pueden adaptarse de forma flexible al clima empresarial imperante. Las empresas que dominan el mercado transmiten la presión de tener que cumplir con los márgenes de beneficio esperados a la gerencia y al personal, a sus proveedores y a los segmentos dependientes de las pequeñas y medianas empresas, que también se ven afectados por mecanismos de transferencia específicos. Para que las empresas puedan “respirar” en el flujo de las tendencias económicas, las formas flexibles de empleo y, especialmente, las herramientas de flexibilización externa, como el empleo de duración determinada, los contratos de trabajo y las agencias de trabajo temporal, adquieren una mayor importancia en los sistemas de creación de valor. El régimen del capitalismo financiero inventa métodos para incrementar las ganancias prometidas reviviendo mecanismos secundarios de explotación. Para hacer que las tasas de retorno de la equidad sean del orden del veinticinco por ciento e incluso más, los jugadores capitalistas buscan ganancias adicionales a través de la precarización del empleo (Chesnais, 2004, p. 236). Las ventajas competitivas resultantes se copian fácilmente y, por lo tanto, no son permanentes; el “motor” de este tipo del Landnahme debe mantenerse en marcha, lo que requiere una constante subcotización competitiva, spin-offs, subcontratación, campañas de desregulación, con dumping salarial e incluso medidas represivas y brutalización del mercado laboral. La creciente inseguridad en las condiciones de trabajo es consecuencia de promesas y expectativas infladas de ganancias y ganancias de los accionistas. Mientras que el Landnahme fordista se basaba principalmente en un estado de bienestar expansivo y un alto grado

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de desmercantilización del trabajo asalariado, el Landnahme impulsado por las finanzas busca mejorar la dinámica de acumulación sin ningún desarrollo adicional del estado de bienestar. Sin embargo, el modus operandi de este ciclo del Landnahme no puede reducirse a la simple privatización y desregulación. Más bien, el nuevo Landnahme tiene sus raíces en estructuras microsociales como la familia de un solo ingreso. En Alemania Occidental, este Landnahme también fue siempre un escenario político. Muchas estructuras discriminatorias se han erosionado, asegurando así mejoras en la integración de las mujeres en la educación y el empleo, con un apoyo significativo del movimiento de mujeres. Por supuesto, el potencial del trabajo femenino libre podría y aún puede usarse para reactivar el mismo mecanismo del ejército de reserva que, por un corto período, pareció haber sido neutralizado en los países centrales del capitalismo con sus mercados laborales organizados. Tal reactivación fue posible porque los actores capitalistas dominantes —empresas, gerentes, propietarios— utilizaron ofensivamente la opción de establecer competitividad por medio de la sobreexplotación y la brutalización del mercado laboral. Además, en términos comparativos, las mujeres estaban más preparadas para aceptar condiciones de trabajo precarias, particularmente en una situación en la que la reconversión del mercado laboral y las políticas sociales hicieron posible estructuras de empleo tan asimétricas para las mujeres (Streeck, 2005; Aulenbacher, 2009). El Landnahme del capitalismo financiero y la precarización En general, la financiarización y la precarización han iniciado la transición de una sociedad de clases socialmente 79

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integradora a una más fuertemente polarizada. Sin embargo, la sociedad de clases socialmente cohesiva del capitalismo social-burocrático no ha desaparecido por completo. Bajo la forma de relaciones laborales normales, instituciones reguladoras y disposiciones habitualizadas, todavía influye en alguna medida en las demandas y estrategias de acción de los actores individuales y colectivos. Es una coexistencia llena de tensión de viejas y nuevas estructuras lo que actualmente determina el proceso de reestructuración de las relaciones de clase. A pesar de todas las continuidades, se está desarrollando un nuevo tipo de realidad social. Esto queda claro si prestamos atención a cómo, en el curso del Landnahme del capitalismo financiero, se han desarrollado las relaciones entre clases —fracciones de clase— y las dinámicas de conflicto incrustadas en ellas. La reestructuración y reposicionamiento de las clases dominantes El último Landnahme es un proceso internacional y transnacional. Una de sus consecuencias es una internacionalización de las relaciones de clase entre las facciones de la clase dominante, aunque con muchas contradicciones. De hecho, algunos análisis (Sklair, 2008, pp. 213-240) postulan el surgimiento de clases dominantes transnacionales, identificando una meta-red de complejos industriales, think tanks, escuelas de élite y empresas de consultoría que integran los intereses capitalistas a nivel global en todos los países, sectores y campos de actividad (Castells, 2001, p. 533). Otros siguen siendo más escépticos. Sin embargo, hasta ahora no existe una clase dominante homogénea y verdaderamente internacional. Lo que se aplica a todas las facciones y élites de la clase dominante es que su modo de reproducción es, todavía, limitado a nivel nacional o regional. 80

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La continua dependencia de los recursos de poder nacional y la necesidad de encontrar compromisos nacionales también explica por qué, en las principales naciones del mundo capitalista, la burguesía todavía recluta en gran medida entre sus propias filas (Hartmann, 2008, pp. 241258). Entonces, aunque existe cierta homogeneidad social y cultural en las formaciones de clase actuales, las formas de gestión empresarial correspondientes al proyecto de Landnahme del capitalismo financiero implican fracciones, conflictos y discontinuidades dentro de las clases dominantes. La gestión empresarial orientada a los accionistas creó un nuevo tipo de élite directiva que no se siente obligada hacia las expectativas colectivas de la empresa y no está preparada para ser sujetada a ningún objetivo de crecimiento. En cambio, estos nuevos tipos de gerentes esperan un alto grado de correspondencia entre sus propios intereses y los intereses de la empresa y ubican la búsqueda de la maximización de ganancias a corto plazo en el centro de sus acciones (Fligstein, 2001). Contrariamente a sus intenciones reales, la gestión impulsada por el valor para los accionistas no ha limitado el alcance de las acciones de los altos directivos; en muchos sentidos ha sucedido lo contrario. El modelo de gestión eficiente impulsada por el valor de los accionistas no es realizable en su forma pura, sobre todo porque el nivel de control prometido es imposible de ejercer en la práctica (Berle, 1963, p. 28). Los intereses del capitalismo financiero se han ampliado. Las medidas políticas para desregular las relaciones financieras contribuyen a la formación de “clases proveedoras de servicios” particulares del capitalismo de mercado financiero (Windolf, 2008, pp. 516-535) que tienen interés en hacer que las estructuras del capitalismo finan-

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ciero sean permanentes. La racionalidad específica del sector financiero ha dado lugar a multitud de servicios y funciones que, para bien o para mal, están indisolublemente ligados a los mecanismos de este régimen. De hecho, la lógica del capitalismo de mercado financiero promete “hacer rica a mucha gente”: gerentes cuyos ingresos crecen desproporcionadamente junto con los precios de las acciones debido a las opciones, o banqueros de inversión, consultores de negocios o abogados que hacen una fortuna con posibles transacciones del mercado de capitales (Frankfurter Rundschau, 23 de junio de 2006). Sin embargo, los contextos nacionales siguen siendo importantes: los altos directivos de las empresas con sede en Alemania, que ganan más de cien veces lo que gana un trabajador cualificado, siguen estando muy por debajo de los salarios más altos de los directores ejecutivos estadounidenses, que incluso en 2003 ganaban hasta cuatrocientas veces los ingresos de los trabajadores calificados (Dörre & Brinkmann, 2005, p. 105; Reich, 2010, pp. 49-56). Así, la transición al capitalismo de mercado financiero representa una gama de proyectos de clase transnacionales que apuntan en una dirección similar, aunque varían según los respectivos sistemas de regulación nacionales. El objetivo de estos proyectos es principalmente restablecer el poder de las facciones de la clase dominante (Harvey, 2005). Su apalancamiento —rentabilidades y ganancias estimadas que no pueden realizarse en la economía real— resulta en una presión estructural para la redistribución del ingreso y la riqueza. Las políticas gubernamentales, teniendo en cuenta únicamente la dimensión económica de este Landnahme del capitalismo financiero, refuerzan la presión por la remercantilización. Así, el gobierno de coalición rojo-verde en Alemania bajo el canciller Schröder en 82

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su segundo mandato fue pionero en la desregulación de los mercados financieros —por ejemplo, el abandono del impuesto sobre las ganancias de capital de las transferencias— y, además, apoyó esta política con medidas que expropiaban ampliamente el capital social de grandes grupos de asalariados dependientes. De esta manera, el Landnahme del capitalismo financiero fomenta la integración en una forma de producción flexible y centrada en el mercado cuya funcionalidad se basa en la reactivación del mecanismo del ejército de reserva. Ampliar la zona de riesgo del capitalismo financiero tiene como consecuencia negativa la precarización profunda del trabajo y el empleo. En esto, el régimen activo del mercado laboral asume una función similar a la de las leyes punitivas post-feudales —Marx— y las casas de trabajo —Foucault— durante la transición al capitalismo temprano. Al desinfectar la imagen del trabajo precario y aumentar la presión para trabajar, este régimen crea una tensión disciplinaria que se supone estimula a los empleados —potenciales— para encontrar empleo en un mundo laboral altamente polarizado. Decadencia de la condición de trabajador y explotación secundaria En estos desarrollos, se vislumbra una ruptura en la continuidad que, en términos de estructura de clase, es tan significativa como el cambio de las condiciones de propiedad y las relaciones de clase en la cima jerárquica del capitalismo financiero. Esto se aplica en particular a la masa de trabajadores. Si el capitalismo social-burocrático estuvo acompañado por el ascenso colectivo de los trabajadores, la expansión del mercado mundial de lugares de producción, los cambios en las estructuras sociales y la erosión del estatus de ciudadanía social están provocando ahora un declive colectivo para esta masa. La “racionalización” y los 83

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riesgos del mercado laboral afectan cada vez más a grupos de trabajadores calificados y también a los empleados, que durante mucho tiempo se consideraron a sí mismos y a su contribución a la productividad de la sociedad más o menos indispensables. Al mismo tiempo, una ideología que sitúa el éxito por encima del rendimiento está sacudiendo las concepciones previamente comunes de la movilidad ascendente. La creencia de que la propia situación y la de la siguiente generación mejorará lenta pero continuamente, que la prosperidad y la seguridad seguirán creciendo perpetuamente, se ha dañado sustancialmente. La noción de que la organización de intereses supraindividuales y la acción conjunta, es decir, la acción de clase consciente, pueden ser requisitos previos para un ascenso colectivo está desapareciendo rápidamente en Alemania y otros países de Europa continental. El ascenso social parece posible solo como individuo, por medio de la autoafirmación en un entorno competitivo. Las orientaciones sociales resultantes estimulan luchas de clasificación dentro de las clases trabajadoras y formas de disociación de las partes supuestamente “parásitas” de la sociedad. El gran grupo de trabajadores industriales está en el centro de este desarrollo. Formalmente, los trabajadores en Alemania siguen siendo un grupo social grande, aunque cada vez más reducido, con más del 28% de la fuerza laboral total en 2008. Pero la estratificación étnica muestra que la estructura interna de este gran grupo y, por lo tanto, presumiblemente también las respectivas autodefiniciones sociales y las orientaciones de interés han cambiado sustancialmente9. Como consecuencia

Entre aquellos de origen inmigrante, los trabajadores comprenden el 46,6% de la población (Statistisches Bundesamt, 2008). 9

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de los cambios estructurales y del Landnahme del capitalismo financiero, la condición de trabajador ha perdido drásticamente su atractivo social; por esta razón, se moviliza cada vez más mano de obra de origen migrante, una fracción de clase para la cual el empleo, incluso en los segmentos menos atractivos, aún puede significar una mejora. Lo que es crucial, sin embargo, son las dimensiones habituales y sociopsicológicas de este declive colectivo. Los trabajadores y empleados en un puesto de trabajo permanente tienden a defender la propiedad social que todavía tienen a su disposición. Las estrategias de reproducción de estos empleados permanentes tienen así una cualidad conservadora. Es bastante comprensible que estos grupos tiendan a defender su propia situación laboral segura. Tal actitud básica conservadora, que muchas veces domina las acciones de representación de los trabajadores, facilita la solidificación de un mecanismo de explotación secundaria diseñado como estrategias de precarización económica y política. Para evitar cualquier mala interpretación: los empleados permanentes y sus comités de empresa no son explotadores. Bajo presiones competitivas, aceptan estrategias empresariales que desvían el riesgo laboral hacia el grupo heterogéneo de personas en empleo flexible o precario. Junto con los cambios en la función del empleo precario (Holst et al., 2010), también están cambiando los efectos sociales del corporativismo ocupacional cuyos orígenes se remontan a la era del capitalismo fordista. La situación laboral relativamente segura de un grupo de empleados se mantiene a costa de una creciente inseguridad para otros grupos. La mera defensa de las ventajas de los mercados internos de trabajo, una respuesta a la amenaza del ejército de reserva para el trabajo, corta así la propiedad social de

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los grupos precarizados cuyos recursos de poder son débiles de todos modos. El retorno del subproletariado y la expansión de la explotación secundaria Cuanto más fuertes sean esas políticas defensivas de autoprotección de las facciones de clase, más probable será el regreso de una dinámica de subproletariado modificada. Las formas estructurales actuales de precariedad impregnan todas las “zonas de cohesión social” (Castel, 2000) y se pueden encontrar dentro de diferentes clases —facciones de clase— y niveles (Castel, 2009, pp. 30-31). No existe una subclase homogénea ni un precariado claramente discernible (Pelizzari, 2009, pp. 119-158). En cambio, se pueden identificar diferentes tipos de precariedad con diferentes características (Castel & Dörre, 2009). El empleo precario puede significar que el trabajo real es creativo. Por otro lado, el contenido laboral en un trabajo seguro a tiempo completo puede ser muy insatisfactorio, monótono y oneroso (Paugam, 2009, pp. 175-196). La precariedad del trabajo y la precariedad del empleo también pueden coincidir estructuralmente sin ser percibidas como tales subjetivamente. En algunos casos, la precariedad es una situación temporal, un paso de estatus en el camino a una mejor posición social, mientras que en otros casos, la situación precaria se convierte en permanente. Esto último se aplica principalmente a los grupos en el extremo inferior de la jerarquía social, los que Marx (1997, p. 623) llamó la “población excedente” de la sociedad laboral capitalista10. En Alemania, entre ellos se encuentra la mayoría de los más de 2,2 millones de larga duración (a partir de julio de 2009) junto con sus familias, así como casi 1,1 millones de empleados cuyos ingresos son insuficientes para vivir sin prestaciones sociales (Bundesagentur für Arbeit, 10

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Se puede hacer una distinción entre esta “población excedente” y el precariado real. Lo que se entiende por este último término son grupos en crecimiento que, durante períodos más prolongados, dependen de laborar en trabajos no seguros, mal pagados y socialmente despreciados. El aumento de las relaciones laborales atípicas —trabajo temporal, empleo de corta duración, trabajo a tiempo parcial, empleo menor— en un 46,2% (1998-2008) es un indicador de esta tendencia a la precarización, aunque poco fiable. No toda situación laboral atípica es necesariamente precaria. Aun así, las relaciones laborales no estandarizadas generalmente se asocian con ingresos notablemente más bajos, así como con mayores riesgos de desempleo y pobreza (Statistisches Bundesamt, 19 de agosto de 2009). En Alemania, en 2008, 7,7 millones de personas empleadas tenían una relación laboral atípica —en comparación con 22,9 millones en un empleo normal—. En 2008, había 2,1 millones de trabajadores por cuenta propia (Statistisches Bundesamt, 19 de agosto de 2009), así como un fuerte aumento en el empleo de tiempo completo con salarios bajos: 11,1% de los que tenían un empleo normal en 2006, es decir, 1,6 millones de personas. Mientras tanto, alrededor de 6,5 millones de personas en Alemania ganan menos de dos tercios del salario medio (Bosch & Weinkopf, 2007). Un total de 42,6% de los asalariados bajos trabajaban en una relación laboral normal. Entre estos, los grupos más numerosos son las mujeres (30,5%) en puestos de servicios y personas con poca cualificación. Sin embargo, alrededor de las tres cuartas partes de todas las personas con empleos de salarios bajos habían completado una formación profesional o poseían un título académico (Kalina, Vanselow & Weinkopf, 2009). Junto con sus respectivas familias, esto asciende a más de siete millones de personas.

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2008, pp. 20-24). Es sintomático que las situaciones precarias se están volviendo más permanentes que la movilidad ascendente en el sector de bajos salarios alemán que está disminuyendo a pesar de tales calificaciones (Bosch & Kalina, 2007, p. 42). De particular importancia es el hecho de que en diez años (1997-2007), el cuartil inferior de los asalariados sufrió una pérdida del 14% en el ingreso real (Statistisches Bundesamt, 19 de agosto de 2009). Si bien los empleados asalariados en empleos relativamente seguros pudieron mantener su nivel de vida o al menos limitar las pérdidas, la brecha entre los estratos precarios y la “normalidad” social se está ampliando. Este desarrollo ilustra la efectividad de los mecanismos de explotación secundaria. Los mecanismos de protección colectiva tradicionalmente tienen el mayor efecto donde los intereses laborales organizados eran y siguen siendo relativamente fáciles de hacer valer: en el sector público y en las grandes empresas con un alto porcentaje de empleados a tiempo completo, en su mayoría hombres. Sin embargo, lo nuevo es que las formas tradicionales de precariedad, por ejemplo, entre mujeres y migrantes, se mezclan cada vez más con las experiencias de precarización de grupos antes seguros. El miedo a perder el estatus también se está volviendo común entre algunos elementos de los que tienen un empleo normal. Tales preocupaciones no corresponden necesariamente a amenazas objetivas, pero tampoco son simplemente evidencia de nociones exageradas de seguridad. La competencia entre las ubicaciones de las empresas, la pérdida de salarios reales y el debilitamiento lento pero constante de los convenios colectivos y, por lo tanto, del poder institucional, generan preocupaciones, incluso entre los empleados asalariados que son miembros sindicales centrales, ya que los días en que era 88

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posible poder ponerse al día para las clases medias puede haber terminado. Dada la disminución de la brecha de ingresos entre las clases bajas y la clase media y los crecientes riesgos del mercado laboral, existe el temor de perder el sustento incluso en el “núcleo de la clase media” (Werding & Müller, 2007, p. 157; DIW, 5 de marzo de 2008). Renacimiento del mecanismo del ejército de reserva En este punto, si ya nos encontramos en una situación de división de clases entre, por un lado, una clase trabajadora en un empleo todavía relativamente seguro que lucha por su propiedad social restante y, por otro lado, un subproletariado heterogéneo que actualmente es incapaz de formar su propia clase política, el renacimiento del mecanismo del ejército de reserva es una cuestión abierta. Lo que es seguro es que el resurgimiento de un mecanismo visible del ejército de reserva está forzando la adaptación a un nuevo modo de integración social y dominio. Reemplazando un tipo de integración que se basaba sustancialmente en la participación material y democrática y en la incorporación del poder proletario, hay nuevas formas de integración en las que los efectos sutiles de los métodos de disciplina de tipo de mercado y la presión estatal son mucho más prominentes. Al disciplinar a una parte de la sociedad y privar a otra de sus medios elementales de resistencia, esta estrategia estabiliza la inestabilidad. Los excluidos y precarizados son manifestaciones de un destino que los grupos asalariados aún integrados buscan evitar. No solo las condiciones abstractas del mercado funcionan como una fuerza disciplinaria, las víctimas de la gestión impulsada por el mercado, es decir, los grupos precarizados, tienen el mismo tipo de impacto. Sirven como ejemplos para aquellos que aún se encuentran en una posición segura de lo 89

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que puede suceder si uno queda atrapado en la vorágine de la movilidad colectiva descendente. Así, la inseguridad subjetiva llega hasta las filas de aquellos que están formalmente seguros, apoyando un sistema de control y disciplina que incluso los empleados asalariados integrados tienen dificultades para ignorar. Las empresas explotan fácilmente los temores a la precarización e implementan estrategias de flexibilización que crean dos tipos de asalariados. El uso estratégico del trabajo de agencia temporal (Holst et al., 2009), tal como lo practican las llamadas “empresas excelentes”, es solo un ejemplo de esto. El uso estratégico significa que incluso cuando un negocio está funcionando bien, los trabajadores temporales están constantemente presentes. Realizan los mismos trabajos que los empleados permanentes, pero por salarios que en promedio son entre un treinta y un cincuenta por ciento más bajos. La protección contra los despidos ya no existe para estos colectivos, en principio, como demuestra la última crisis mundial. Las empresas que utilizan trabajadores temporales ahorran costos de despido y las grandes empresas temporales obtienen ganancias exorbitantes a expensas de los asalariados de “segunda clase” con empleos precarios. Los trabajadores temporales de menos del 3% entre la fuerza laboral son simplemente la punta del iceberg. En el sector del empleo precario, diferentes formas de regulación de las relaciones sociales y laborales se han vuelto dominantes, incluso en áreas relativamente protegidas como los acuerdos salariales. Cada vez más, en el sector precario, las mercancías intercambiadas son “represión contra el miedo” (Artus et al., 2009). En la línea sugerida por Rosa Luxemburg, este sistema es de hecho un “otro” socialmente generado donde el gobierno au-

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toritario de los superiores, la presión disciplinaria, la perversión de la justicia y hoy, el monitoreo electrónico, se superponen o reemplazan por completo el intercambio regulado de trabajo por salarios justos. No menos significativo es el hecho de que la precarización también se está convirtiendo en un factor cada vez más grave en el sector de la reproducción. Las condiciones de trabajo flexibles y las formas de vida individualizadas generan la necesidad del trabajo de cuidado, que en Alemania es realizado principalmente por mujeres y, además, en su mayoría no remunerado. La mujer con un título académico en un hogar de doble ingreso que contrata informalmente a una empleada doméstica polaca que también tiene educación académica se erige como un símbolo de este desarrollo. Lo que los trabajadores de agencias temporales son para la producción industrial está representado por la “sirvienta polaca residente las 24 horas del día, las 24 horas” (Lutz, 2007, pp. 210-235) en los hogares privados. Algunas conclusiones En general, los contornos de las nuevas relaciones de clase del capitalismo financiero son claros. Lo que constituye esta reestructuración son, en primer lugar, los cambios en la parte superior de la jerarquía de clases. En sociedades donde la riqueza está aumentando y el número de personas ricas está creciendo, hay capital excedente disponible esperando oportunidades de inversión. En las condiciones de sobreacumulación estructural en los principales sectores de la economía global, esta es una causa fundamental de la expansión y relativa autonomía del sector financiero. Ambos proporcionan un terreno fértil para un reordenamiento de las estructuras de propiedad y de gobierno cor-

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porativo en los negocios. El Landnahme del capitalismo financiero fortalece la autonomía de aquellas partes de la gestión capaces de pensar estratégicamente, al mismo tiempo que amplía la base social de la facción de la clase dominante. Las divisiones funcionales y de servicios agregadas del sector financiero son operadas por grupos de altos ingresos cuyos intereses están orgánicamente vinculados a este proyecto de capitalismo financiero. El proyecto solo puede funcionar si las promesas imposibles de realizar de rendimientos y ganancias se hacen de una manera diferente, fuera de la economía real. De esto trata la idea central del Landnahme del capitalismo financiero. Para mantener en funcionamiento el motor de la acumulación flexible, los activos no utilizados se introducen en el ciclo del capital. Con este fin, las instituciones que limitan el mercado son “arrasadas”, la propiedad social recortada o simplemente repudiada y la explotación secundaria perpetuada. Partes de la población potencialmente empleada son empujadas sistemáticamente por debajo de las condiciones de trabajo y de vida de su clase; la precarización es, por lo tanto, simplemente la cara negativa de un sistema de acumulación en funcionamiento en el capitalismo financiero. Además de los mecanismos de disciplina económica, también existen mecanismos políticos implementados por el Estado para garantizar que los métodos de producción flexibles basados en mercados laborales divididos tengan a su disposición “recursos humanos” adecuados. Si bien la institucionalización de mecanismos de explotación secundaria representa un proyecto de clase “desde arriba”, los trabajadores y empleados amenazados por los cambios estructurales y la competencia entre sedes empresariales tienden a defender con uñas y dientes el “privilegio” del 92

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empleo permanente. Por esta razón, en una situación de crisis, en última instancia, están dispuestos a aceptar que los riesgos laborales y de ingresos se trasladen principalmente a otros como empleos flexibles y precarios, una posición que a menudo se toma de acuerdo con quienes representan sus intereses. Esta tendencia puede parecer evidente y comprensible dadas las opciones limitadas, pero la consecuencia es que las líneas de división y segmentación se solidifican y bien pueden convertirse en el futuro en una forma específica de división de clases. Los grupos precarizados representan “el exterior” del trabajo protegido por el estado de bienestar, una clase particular de condiciones de existencia que perduran al lado del sistema de explotación capitalista primaria mientras que al mismo tiempo lo influyen sustancialmente. Frente a la realidad de un sector precario estructurado por el miedo y la represión, los trabajadores y empleados en un empleo permanente recurren con frecuencia a estrategias de acción corporativista de la época del “capitalismo social”, pero que tienen un efecto completamente diferente en las condiciones del capitalismo financiero. Lo que en realidad pretenden ser medidas disciplinarias y sobreexplotación en interés de las facciones de la clase dominante, aparece en la superficie como una división de intereses entre los que tienen un empleo permanente por un lado y los grupos precarizados o desempleados por el otro. La relativa estabilidad de la estructura de poder del capitalismo financiero, sus características relaciones de clase, pueden calificarse de tendencias posdemocráticas. El poder social de la “aristocracia financiera” (Marx, 1997a, p. 435) no estimula el poder de clase heterodoxo entre las clases gobernadas. Por el contrario, para “las personas que no 93

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forman parte de la clase cada vez más segura de accionistas y altos directivos” se ha vuelto más difícil en las últimas décadas “percibirse a sí mismos como un grupo social claramente definido” (Crouch, 2008, p. 71). Para decirlo sin rodeos: por medio de la desorganización, la precarización y el puro desgaste de los actores, el Landnahme del capitalismo financiero reduce las posibilidades de formar una oposición efectiva. No existe un antagonista concreto en posición de desafiar políticamente a las élites gobernantes. Si estos mecanismos posdemocráticos de autoestabilización del capitalismo financiero de mercado pueden eliminarse y de qué manera pueden ser eliminados es una cuestión de análisis de clase, un análisis que puede ser útilmente informado por la teoría de la emancipación de Rosa Luxemburg. Sin una respuesta concreta, es claro, sin embargo, que las relaciones entre grupos sociales integrados y desintegrados se han convertido en un problema clave de cualquier proyecto alternativo de clase popular. Este proyecto solo es posible si la dialéctica adentro-afuera del desarrollo capitalista se refleja en un análisis intelectual que reconozca las características particulares de los grupos precarizados y no intente integrarlos prematuramente en estructuras correspondientes a la clase política unificada de Marx. Para lograr esto, se debe analizar la simultaneidad de lo no simultáneo inherente a cualquier ciclo del Landnahme. Como contribución a tal objetivo, se presentan aquí seis consideraciones. Primero, el Landnahme del capitalismo financiero ha alterado sustancialmente la gramática del conflicto social. El conflicto de clases pacificado e institucionalizado del “capitalismo social” (Sennett, 2007, p. 27) se está fragmentando. En la lucha por la propiedad social emergen líneas 94

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de conflicto claramente diferentes a las luchas y negociaciones estandarizadas de la era fordista. Junto con el declive de las relaciones laborales organizadas en algunos sectores y países desarrollados, aparecen nuevos movimientos laborales en países y regiones del Sur Global (Brinkmann et al., 2008, pp. 56-63). Lo que es crucial es que incluso en los países desarrollados los intereses colectivos —laborales— a menudo se articulan fuera del alcance del conflicto normalizado. En barrios y regiones abandonadas, es bastante común la “negociación por disturbios”, una práctica que, a pesar de la innegable relevancia de las construcciones étnicas o específicas de género, se origina en gran medida en acciones de clase espontáneas u organizadas de manera no convencional (Wacquant, 2009). Una buena parte de los levantamientos en los suburbios franceses o británicos son conflictos de “pan” específicos de clase en los que los sentimientos de impotencia y la ira reprimida se descargan en la acción militante. El resurgimiento de la militancia de los jóvenes griegos bien educados o la protesta de los trabajadores franceses contra los despidos que toman la forma de “secuestro de jefes” ilustran que las formas tradicionales de regulación de conflictos a través de intermediarios ya no funcionan para muchos grupos sociales, incluso en los países centrales del capitalismo. Cuanto más fuerte se vuelve la presión aplicada a las formas institucionalizadas del poder proletario, mayor es la preparación de los grupos escasamente organizados para articular su ira, decepción y frustración en conflictos espontáneos y no normativos, un fenómeno que bajo una perspectiva histórica completamente diferente ya fue observado por Rosa Luxemburg (1974). Por lo tanto, en segundo lugar, un nuevo tipo de análisis de clase debe considerar el fenómeno de los conflictos no 95

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normativos y tratar con todas las formas de malestar laboral (Silver, 2003), con indignación espontánea, levantamientos, es decir, con el lado desagradable de las luchas de clases que tienen lugar en cada ciclo del Landnahme y que —no siempre, pero sí con frecuencia— ocurren fuera del mundo del trabajo organizado. Reconocer esto no significa alentar un discurso sobre la pauperización e idealizar el conflicto no normativo. Sin embargo, una mirada libre de ilusiones más allá de las fronteras de los países capitalistas desarrollados muestra claramente que, en muchas sociedades del Sur Global, el lado desagradable del conflicto social es una realidad para la mayoría. Incluso en los países centrales del capitalismo, la actitud de los grupos relativamente seguros, especialmente la de los trabajadores con empleo permanente amenazados por el declive, se ha convertido en un asunto político clave. La formación de bloques del capitalismo financiero que se centra en la corriente principal social busca proteger la prosperidad y la propiedad social retirando la solidaridad del estado de bienestar de las clases bajas que supuestamente no están dispuestas a desempeñarse y ascender (Nolte, 2006, p. 100). Por lo tanto, los proyectos de clases alternativas deben comenzar con un análisis cauteloso, buscando e identificando similitudes compartidas en el largo plazo por grupos integrados y precarizados. En este contexto, es importante, en tercer lugar, revisar críticamente la revalorización y desvalorización de los grupos sociales junto con sus estrategias de acción colectiva basadas en la teoría de la modernización. No cabe duda de que la precarización debilita la capacidad de resistencia y protesta. La noción de Bourdieu (2000, p. 100) de que los grupos precarizados, “debido a la falta de seguridad y estabilidad”, no pueden “imaginar un cambio completo del 96

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orden social [que] sería necesario para eliminar las causas profundas de la miseria en primer lugar” se aplica tanto al “precariado” moderno como al subproletariado cabilio. Aun así, las clases precarizadas del capitalismo financiero de mercado tienen poco en común con el lumpenproletariat que Marx observó en los primeros días del capitalismo industrial. Sin caer en el romanticismo social, es claro que grupos precarizados como los jóvenes de los banlieues franceses sí tienen su propia organización de intereses y formas de protesta (Candeias, 2009, pp. 369-380). Los medios electrónicos de comunicación les proporcionan foros y posibilidades de trabajo en red. En muchos países, la demanda —colectiva— de estos grupos precarizados a través de la autoorganización, por ejemplo, dentro de los sindicatos, ya es una opción genuina (Tait, 2005; Brinkmann et al., 2008, pp. 135-140). La cuestión analítica de si el nuevo “precariado” es un capital político muerto o un agente potencial de los movimientos de clase de nuevo estilo es un tema para una investigación futura intensiva. Una revisión crítica de las atribuciones simples de la teoría de la modernización, en cuarto lugar, implica que la existencia paralela de diferentes métodos de producción y condiciones de clase debe tener repercusiones sistemáticas, incluso ideológicas. El poder de definir formas flexibles de empleo recae en gran medida en grupos profesionales para quienes tales condiciones laborales han sido parte de la vida cotidiana durante bastante tiempo: periodistas, gente de los medios, científicos. Es mucho más probable que estos grupos encuentren satisfacción en modelos de integración no convencional que en la imagen ideal del trabajo asalariado protegido. Además, el mensaje del efecto liberador del empleo flexible es interesante para otros grupos

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mucho más allá del dominio de las clases medias. Un trabajador independiente en el sector del desarrollo profesional, un especialista en medios de comunicación por cuenta propia o un científico con perspectivas de carrera poco claras harán todo lo posible para encontrar aspectos positivos en su situación estructuralmente precaria y desarrollar formas de vida para compensar posibles desventajas. Es poco probable que tales grupos desarrollen mucha comprensión de las políticas destinadas exclusivamente a proteger el empleo convencional a tiempo completo. Cuando se critica en el discurso público una supuesta orientación tradicional hacia las relaciones laborales normales y se reclama una mirada desprejuiciada del potencial “liberador” del empleo precario como alternativa, en quinto lugar, tales definiciones se establecen desde posiciones de clase específicas. Reflejan el caso límite de la “precariedad creativa”. Sin embargo, tal punto de vista se vuelve problemático tan pronto como se trata como una perspectiva exclusiva. Una simple construcción bipolar — empleo normal = hombre y blanco; empleo precario = mujer y minoría étnica— puede conducir a una situación en la que la necesidad de seguridad convencional de los empleados se clasifica, al menos subliminalmente, como una reliquia atávica de los “años dorados” del capitalismo fordista. Pero incluso si fuera el caso de que el sueño de un trabajador temporal, digamos un hombre, blanco, de convertirse en un empleado permanente se extendiera simplemente a una habitualización de los conceptos fordistas de seguridad, sería extremadamente problemático negar la legitimidad de esta demanda. Sin embargo, esta deslegitimación de una fuente real de sufrimiento es exactamente lo que ocurre si las llamadas necesidades tradicionales de

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protección se oponen a un concepto supuestamente moderno de “afrontamiento de contingencias” (Lessenich & Van Dyk, 2008). La construcción discursiva de un trabajador temporal atrapado en el pasado, y de los científicos que se refieren a ese trabajador, es similar a la situación de los subproletarios argelinos de Bourdieu, que se miden según el ideal moderno de los métodos de producción en los que no pueden funcionar racionalmente por falta de oportunidades y recursos. En lugar de duplicar analíticamente tales mecanismos de regla simbólica, es necesario, en sexto lugar, dar una mirada más precisa a las formas actuales de explotación secundaria. Su efecto recíproco con la explotación en los “mercados interiores” no debe verse como estático. En este sentido, los logros políticos del nuevo movimiento feminista se realizaron en el contexto de un conflicto de clases industrial pacificado, lo que permitió deslegitimar una forma específica de explotación secundaria. Sin embargo, en la medida en que las demandas feministas se limitan a la integración individual en situaciones laborales flexibles, corren el riesgo de convertirse en una justificación ideológica de la precarización y el Landnahme del capitalismo financiero (Fraser, 2009). Esto es posible porque el éxito colectivo de la inserción laboral ha incrementado la diferenciación social de las mujeres. Existe una relación jerárquica específica de clase entre, por ejemplo, una directora de empresa y una empleada doméstica —mujer— que no puede clasificarse en términos de relaciones de género. Por otra parte, por ejemplo, la diferencia del 20% en ingresos entre hombres y mujeres, que todavía es una realidad en Alemania, no puede explicarse mediante un análisis de clase. Para detectar sutiles relaciones recíprocas entre diferentes formas de explotación, tiene sentido seguir, entre otras 99

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fuentes, varias contribuciones al debate sobre la interseccionalidad (Anderson et al., 1998). A largo plazo, esto puede contribuir a un análisis intelectual que establezca un vínculo innovador entre las políticas de clase y las políticas contra la discriminación El ciclo del Landnahme ha superado ahora un punto crítico de autodinamización. Con el fin de la era de la energía fósil acercándose y el cambio climático cada vez más evidente, los límites ecológicos y sociales de este “movimiento perpetuo” (Luxemburg, 2003, p. 11) son claros. Básicamente, solo hay dos soluciones: “una es hacer que el crecimiento sea sostenible; la otra es estabilizar el decrecimiento” (Jackson, 2009, p. 128). Una perspectiva de clase guiada por la teoría no se volverá irrelevante una vez que se supere la presión capitalista por el crecimiento. Por el contrario, las preocupaciones específicas de clase sobre la seguridad y las nociones de justicia pueden combinarse con conceptos de prosperidad sin crecimiento convencional. Esto es necesario porque la precarización y la exclusión social hacen más difícil, si no completamente imposible, adquirir una conciencia del futuro a más largo plazo y, por lo tanto, también de desarrollar un estilo de vida sostenible. Al mismo tiempo, una transformación social motivada ecológicamente es más fácil de lograr en sociedades con estructuras comparativamente igualitarias. Por lo tanto, tiene sentido plantear, analíticamente, las perspectivas de un “proyecto de clase de base” que busca lograr un “Landpreisgabe”, un “abandono de territorios”. En particular, el trabajo de Luxemburg es un punto de partida útil para tal proyecto.

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Capitalismo financiero, Landnahme y precariedad discriminatoria. Relevancia para una nueva crítica social Este texto analiza el retorno de la “cuestión social” a las sociedades básicamente aún ricas y seguras del Norte Global1. Haciendo referencia al caso del capitalismo de bienestar alemán, se está identificando una forma históricamente nueva de precariedad discriminatoria. Este tipo de precariedad resulta de los procesos de un Landnahme capitalista impulsado por el mercado. El texto argumenta que esta forma específica de precariedad debería ser objeto de una crítica social científica renovada. Introducción Desde hace algún tiempo, los países ricos del mundo están experimentando el retorno de la inseguridad social (Castel, 2009). Esta tendencia se ha visto exacerbada por la crisis financiera y económica mundial. A los científicos sociales, así como a los políticos, parece resultarles difícil identificar 

Este texto se publicó en inglés bajo el título “Finance Capitalism, Landnahme and Discriminating Precariousness - Relevance for a New Social Critique” en: Social Change Review, 10(2), 2012, 125-151 (N. del T.) 1 Reconocimiento: este artículo fue traducido desde el alemán al inglés por Laura Radosh, Jennifer Olson y Hajo Holst.

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exactamente qué hay de nuevo en estos desarrollos y ofrecer análisis exhaustivos. La siguiente presentación es el esbozo de una posible interpretación que aborda la cuestión social, tal como se planteó a principios del siglo XXI en el corazón del capitalismo, como la expresión de un nuevo ciclo de “Landnahmen”2. El Landnahme fordista después de 1945 produjo una forma de capitalismo sin un ejército de reserva industrial visible; el Landnahme impulsado por las finanzas que comenzó en la década de 1970 ha invertido hasta cierto punto este desarrollo. La revitalización del mecanismo del ejército de reserva ha dado lugar a una nueva forma de precariedad que ha cambiado irreversiblemente —no solo— el rostro de las sociedades asalariadas de Europa continental. A continuación, respaldaré esta opinión en una serie de etapas. Primero, teorizaré el vínculo entre el Landnahme capitalista y la precariedad. A esto le sigue un esbozo de las tendencias actuales de precarización (2 y 3), que conducen a algunas reflexiones finales sobre la pertinencia de una nueva crítica social. 1. Capitalismo, Landnahme y precariedad Mis deliberaciones se basan en un concepto teórico desarrollado como resultado de un examen crítico y productivo de la teoría de la aceleración social de Hartmut Rosa y la

Landnahme es un término alemán, su significado original es “acaparamiento de tierras”, utilizado principalmente en el contexto de asentamiento o conquista de nuevos territorios. Por supuesto, se usa en sentido figurado para describir la expansión de las estructuras sociales y económicas capitalistas a costa de las no capitalistas. El concepto de Landnahme sostiene que, a largo plazo, las sociedades capitalistas no pueden reproducirse sobre sus propios cimientos. Para reproducirse, tienen que ocupar y mercantilizar continuamente a un “otro” no capitalista —es decir, regiones, medios, grupos, actividades—. 2

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teoría de la activación de Stephan Lessenich (Dörre, Lessenich & Rosa 2009). Los siguientes argumentos se concentran en la teoría del Landnahme. Primero, sin embargo, presentaré algunas ideas teóricas básicas sobre el capitalismo y su dinamismo radical. 1.1. El dinamismo del capitalismo El capitalismo no puede reducirse a un subsistema social como la economía. Más bien es una formación social en la que el sistema económico impone un orden social específico o una regla fundamental sobre la sociedad (Streeck, 2009, p. 232). Esta regla fundamental puede generalizarse y entenderse como la fórmula dinero-mercancía-dinero — excedente— (D-C-D’). El capitalismo puede describirse básicamente como un “sistema absurdo” (Boltanski & Chiapello, 2003, p. 42), en el que la masa de productores pierde los derechos de propiedad sobre los productos de su trabajo, mientras que un grupo relativamente pequeño de capitalistas permanece encadenado a un proceso que está completamente divorciado de las necesidades reales de consumo y del valor de uso, y apunta solo a la autoexpansión del valor: el aumento del capital por sí mismo. Esta división en valor de uso y valor de cambio contiene la posibilidad de crisis. Sin embargo, ha sido repetidamente posible motivar no solo a los capitalistas, sino también a las masas a participar en este “sistema absurdo”. Aparentemente, un “espíritu del capitalismo”3 especial atribuye significado al trabajo asalariado y a otras actividades que mantienen el funcionamiento del sistema. El “espíritu del “El espíritu del capitalismo es precisamente el conjunto de creencias asociadas al orden capitalista que ayuda a justificar este orden y, al legitimarlo, a sustentar las formas de acción y las predisposiciones compatibles con él” (Boltanski & Chiapello, 2007, p. 10). 3

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capitalismo” es un sistema ideológico, pero no es una falsa conciencia. Más bien, los individuos o los grupos sociales adoptan las motivaciones, las técnicas y los modos de pensar que necesitan para ser actores capaces dentro de un sistema capitalista. Esta sincronización entre los motivos de los actores sociales y los requisitos sistémicos se ve facilitada por los sistemas institucionales de mediación y los modos de regulación, que sugieren ciertas estrategias a los actores capitalistas y hacen que otras sean menos probables. Esta definición básica de una sociedad capitalista no es original. Sin embargo, se diferencia de las demás en que acentúa las formas en que se procesa el capitalismo y destaca la lógica de dinamización inscrita en su desarrollo. El capitalismo es ante todo un proceso estructurado que puede analizarse en el nivel socioeconómico como Landnahme, en el nivel cultural como aceleración y en el nivel político como activación. Sin embargo, estos principios están interrelacionados y se refuerzan mutuamente. El capitalismo no puede desarrollarse sin una ocupación continua y cada vez más rápida de “tierra nueva” y la activación de los actores sociales. Como la promesa de satisfacer las crecientes demandas de bienestar ya no puede cumplirse adecuadamente, la lógica de la dinamización aparentemente ha sobrepasado un límite crítico. La discrepancia entre satisfacer las necesidades de la sociedad y el crecimiento continuo ha resultado en una frágil “estabilización de lo inestable”. Una sociedad capitalista solo puede estabilizarse de manera confiable cuando los principios básicos de dinamización se pueden aplicar con éxito: cuando se apropia continuamente de nuevas tierras, cuando aumenta la aceleración y la activación se vuelve más integral. Pero esta lógica de aumento continuo ahora no solo se acerca a sus límites 112

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humanos y naturales, sino que también socava la base misma que hace posible la “societización de mercado” — Marktvergesellschaftung—. Esta última idea es constitutiva del concepto de Landnahme. En esencia, la teoría proporciona una comprensión del capitalismo orientada al actor, tal como lo describe Pierre Bourdieu en su estudio inicial sobre la sociedad argelina en transición (Bourdieu, 2000). Bourdieu muestra claramente que una forma de pensar racional y calculadora no es un rasgo ahistórico y natural del homo economicus; más bien, es el producto de condiciones históricas específicas. El comportamiento racional y calculador depende de la capacidad del individuo para “apropiarse” de su propio futuro y, como ha demostrado Bourdieu, esta conciencia del futuro como un espacio de oportunidades y elección presupone un mínimo de ingresos y seguridad laboral. Incluso el empresario de Schumpeter, enfrentado a la inseguridad estructural, necesita un nivel mínimo de seguridad para su destrucción creativa. En el propio interés por excelencia —beneficio— de un empresario, él o ella tiene como objetivo limitar temporalmente la arbitrariedad de la competencia en el mercado. Para ello, el empresario utiliza los recursos de poder a su disposición. La societización de mercado se basa así en lógicas de práctica contradictorias, incluso opuestas. Todo acto de intercambio regulado por los precios, si no se contempla de forma aislada, está socialmente integrado en un régimen de tiempo que trasciende los horizontes restringidos de los actos de intercambio impulsados por el mercado. En particular, las sociedades de capitalismo avanzado, con sus subsistemas diferenciados, deben cumplir con este requisito. Sin embargo, los actores capitalistas, en su búsqueda de “tierra nueva”, están continuamente desarrollando nuevas estrategias para 113

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resolver la tensión entre la competencia del mercado y las garantías fundamentales a favor de la primera. Es exactamente esta tensión la que se refleja en el concepto de Landnahme. 1.2. Landnahme capitalista y precariedad El propio Marx proporcionó un primer examen del Landnahme capitalista. En su análisis de la “llamada acumulación originaria” (Marx, 1977, pp. 741ss.), esboza el surgimiento del capitalismo en un entorno no capitalista. Marx creía que la propiedad capitalista y las relaciones de clase precedían al modo de producción capitalista. La expropiación de los campesinos es la condición previa para la creación de “trabajadores libres, en el doble sentido”, emancipados de la servidumbre y del gremio. Marx describe esto como un proceso extremadamente brutal de expropiación de campesinos, la confiscación forzosa de la propiedad de la iglesia, la represión colonial y el comercio de esclavos. Al final, los medios de producción son monopolizados por un pequeño grupo de propietarios. Aunque Marx exagera polémicamente la brutalidad de esta transición (Thompson, 1966, pp. 189ss.), sus ideas siguen siendo útiles para una heurística de los procesos actuales del Landnahme. Landnahme significa principalmente (1) expansión interna y externa de los modos de producción capitalistas. Al final, sin embargo, solo la gran industria fue capaz de proporcionar la base necesaria para la agricultura capitalista y finalizar la separación de la agricultura y la industria doméstica rural, así como “conquistar [...] para el capital industrial todo el mercado doméstico” (Marx, 1977, pp. 776ss.). Si tomamos en consideración que la producción capitalista no se generalizó hasta la Revolución Industrial, debemos suponer que durante toda una era coexistieron 114

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modos de producción, relaciones de clase y estilos de vida capitalistas y no capitalistas. Es difícil delinear claramente las relaciones viejas y nuevas. Se sintetizan de innumerables formas en la vida cotidiana de los individuos y grupos sociales. Visto así, el asalariado doblemente emancipado descrito por Marx es una abstracción. Incluso después de la Revolución Industrial, grandes segmentos del proletariado industrial permanecieron atados a los medios de producción y formas de vida rurales y tradicionales. Ni los cambios en la propiedad y la expropiación de los campesinos ni el recorte y disciplina de los trabajadores liberados para adaptarse al nuevo modo de producción podrían tener lugar sin el apoyo del Estado. Los procesos del Landnahme son por lo tanto (2) siempre también procesos políticos. La legislación proveniente de la era feudal se utilizó para subyugar a los trabajadores y regular los salarios. La movilización y el disciplinamiento de la población para la producción capitalista no se basó solo, y a veces ni siquiera primordialmente, en incentivos económicos, sino que fue apoyada en gran medida por mecanismos gubernamentales coercitivos. Marx estaba convencido de que el uso extensivo de la fuerza política, incluida la violencia, se limitaría a la historia temprana del capitalismo. Esperaba que surgiera una fuerza de trabajo “que por educación, tradición, hábito, considere las condiciones de ese modo de producción como leyes evidentes de la naturaleza”. La violencia no económica se utilizaría entonces solo como una excepción; como regla, “el trabajador puede ser dejado a las ‘leyes naturales de producción’” (Marx, 1977, p. 765). Sin embargo, si analizamos el desarrollo del capitalismo como una serie de combinaciones variables de modos de producción, relaciones de clase, estructuras institucionales 115

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y sistemas de legitimación, debemos dudar de la validez general de esta premisa marxista. El desarrollo del capitalismo, como han subrayado diversas teóricas, como Rosa Luxemburg y Hannah Arendt, es (3) siempre bidimensional. Por un lado, el desarrollo tiene lugar en los lugares de producción de plusvalía: en las fábricas, dentro de la agricultura capitalista y en los mercados de mercancías. Por este lado, los pilares fundacionales del capitalismo también reproducen el capitalismo. Por otro lado, el desarrollo conduce a un intercambio entre acumulación de capital y, por otra parte, modos de producción y territorios no capitalistas. Rosa Luxemburg (2003) teorizó que los “mercados internos” solo pueden absorber una fracción de la producción total de una sociedad. Las capacidades limitadas de los mercados internos para satisfacer la sed de acumulación del capital necesitan expandirse a los mercados “externos”. Por esta razón, el Landnahme describe la acumulación capitalista como (4) un proceso continuo de fronteras en expansión para compensar los límites estructurales de los mercados “internos” y los intentos de la naturaleza humana y no humana de trascenderlos, al menos por un tiempo. Luxemburg analizó sucintamente el problema del desarrollo capitalista: su necesidad estructural de crecimiento continuo. El capitalista individual que no mejora continuamente sus medios de producción ni aumenta la producción corre el riesgo de su propia desaparición. La producción en su conjunto tiende a estar un paso por delante de la demanda solvente y la masa de productos materiales tiende a estar por delante de los aumentos de valor debido a los aumentos de productividad. La presión sistemática para ampliar la reproducción, por tanto, va de la mano con el complejo problema de la realización que no 116

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puede ser contenido en una simple teoría del subconsumo; una acusación que se hace a menudo contra la teoría de Rosa Luxemburg. La acumulación de capital requiere la creación de plusvalía a través de la producción. Para que la reproducción ampliada se logre con éxito, la plusvalía debe tomar la forma de dinero. Si la plusvalía se realiza con éxito, el capital-dinero disponible adquiere una nueva forma productiva: debe transformarse en fuerza de trabajo y medios de consumo e inversión necesaria para la producción ampliada. Finalmente, es indispensable llevar al mercado el volumen ampliado de mercancías, es decir, que estas a su vez se transformen en dinero. La reproducción ampliada solo tiene éxito si se cumple este último paso. Dentro de este proceso de producción y circulación, el capitalista individual está a merced de la sociedad, ya que es incapaz de expandir la demanda del mercado por sí mismo. Como individuo, el capitalista es impotente para superar el “problema de la realización”. El resultado es un imperativo constante de crecimiento. Las tensiones resultantes explican para Luxemburg (2003) los “fenómenos contradictorios en los que los viejos países capitalistas proporcionan mercados cada vez más grandes y se vuelven cada vez más dependientes unos de otros; pero, por otro lado, compiten cada vez más despiadadamente por las relaciones comerciales con países no capitalistas” (p. 347). Estos acontecimientos, concluye, son la razón del expansionismo imperialista. Tan inspirador como es el análisis de Luxemburg de los procesos capitalistas del Landnahme, su teoría subyacente del colapso parece problemática desde el punto de vista

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actual. Ciertamente, algunos aspectos del Landnahme capitalista son irreversibles; por ejemplo, cuando absorbe modos tradicionales de producción o consume recursos naturales. La capitalización completa de los “mercados externos” parece ser un proceso que debe terminar en algún momento distante; sin un “afuera” no puede haber capitalismo. Sin embargo, existe una forma alternativa de entender el proceso a través de la teoría del Landnahme. Según esta perspectiva, los actores capitalistas son (5) capaces de superar los límites de los mercados internos por medio de “revoluciones pasivas”. El régimen de acumulación y las relaciones de propiedad, los medios de regulación y producción son transformados por actores capitalistas —sin un plan maestro y, a menudo, a través de conflictos sociales masivos— y, por lo tanto, se utilizan para estabilizar el régimen capitalista (Gramsci, 1991, p. 101ss., 1999, pp. 2063ss.). Estas transformaciones son posibles porque, dentro de un régimen espaciotemporal concreto, el capitalismo siempre puede hacer referencia a un “afuera”, que a veces incluso ayuda a crear. “El capitalismo puede hacer uso de algún exterior preexistente —formaciones sociales no capitalistas o algún sector dentro del capitalismo, como la educación, que aún no ha sido proletaria—, o puede fabricarlo activamente” (Harvey, 2005b, p. 141). La fabricación activa de un “afuera” implica (6) que la cadena del Landnahme es básicamente infinita, una premisa que desvincula la teoría del Landnahme de las interpretaciones de la teoría del colapso. El “pecado original” de “suplantar las leyes puramente económicas a través de la acción política” (Arendt, 2006, p. 335) puede y debe repetirse continuamente en cada paso posterior. La dinámica del capitalismo se basa, en última instancia, en la capacidad tanto de producir como de destruir el espacio en el tiempo. 118

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A través de inversiones en máquinas, fábricas, mano de obra e infraestructura, el capital asume compromisos espaciales que no puede romper sin producir costos y fricciones. De particular importancia son las inversiones que abren espacios para la explotación económica, por ejemplo, inversiones en infraestructura en rutas de transporte y vías férreas, la explotación de recursos o también inversiones en educación, seguridad laboral y salud pública. Estas inversiones solo pueden generar rendimientos durante períodos de tiempo más largos. Se sacan del ciclo primario de capital —consumo directo— y se desvían al ciclo secundario —capital para los medios de producción, creación de fondos para el consumo, por ejemplo, vivienda— o ciclo terciario —es decir, gastos para investigación, desarrollo, servicios sociales—. Además, no hay certeza de que dichas inversiones traigan rendimientos. Por esta razón, el Estado a menudo asume el papel del “capitalista colectivo ideal” (ideeller Gesamtkapitalist) cada vez que se deben realizar tales inversiones a largo plazo. De esta manera, emerge fuera de las operaciones capitalistas moleculares individuales una esfera en la que la acumulación privada no puede penetrar, que podría utilizarse para mejorar el desempeño económico. En la medida en que tal contención de la societización de mercado se convierte en un obstáculo para la utilización del capital, provoca intentos de aflojar o incluso eliminar la fijación espaciotemporal del capital que la precedió. Cuando la eliminación de estos arreglos —como resultado de la internacionalización, por ejemplo— conduce a la desindustrialización, el colapso económico, el desempleo masivo y la pobreza, surge un nuevo exterior, compuesto por regiones devastadas y mano de obra no utilizada que,

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en una fase posterior de desarrollo, puede convertirse en objeto de inversiones a largo plazo. Esta sincronicidad de lo asincrónico podría (7) ser utilizada para conservar e institucionalizar la explotación secundaria. Secundaria, en este caso, de ninguna manera significa menos dolorosa, menos brutal o menos importante. Más bien, la explotación secundaria implica que la racionalidad del intercambio de equivalentes ya no se mantiene, o solo con limitaciones. La funcionalización del trabajo reproductivo de las mujeres o la instalación de estatus jurídicos transitorios para los migrantes son ejemplos clásicos del funcionamiento de la explotación secundaria. En el primer caso, se utilizan mecanismos simbólicos/normativos y políticos/institucionales para crear construcciones laborales jerárquicas y específicas de género. Esta es la base histórica de la devaluación del trabajo reproductivo y la relativa exclusión de las mujeres del empleo a tiempo completo que incluye una red de seguridad social (Aulenbacher, 2009, pp. 65-80). En el segundo caso, el estatus legal transitorio de los migrantes —basado en una relativa privación de derechos y desarraigo— estabiliza una diferenciación específica adentro/afuera. Esta diferenciación apunta a asegurar mano de obra barata que podría movilizarse para segmentos poco atractivos del mercado laboral, ofreciendo trabajos con baja calificación, alta tensión y bajos salarios. Así siempre podemos hablar de explotación secundaria, cuando las formas simbólicas y la fuerza política se utilizan para conservar las diferencias entre adentro y afuera, para devaluar el trabajo de ciertos grupos sociales, o para excluir a estos grupos de la principal relación capitalista de explotación. En segundo lugar, la explotación expone una 120

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síntesis llena de tensión de universalismo y particularismo inherente a cada Landnahme capitalista. El reclamo universalista de la utilización del capital depende funcionalmente de sistemas regulatorios particulares, como el Estado-nación. El sistema económico global solo puede existir dentro de una red de relaciones de poder nacionales e internacionales, que continuamente (re)producen la demarcación entre adentro y afuera. Con esto en mente, podemos definir con mayor precisión (8) la importancia de los procesos de precariedad para la racionalidad económica del capitalismo. El mecanismo del ejército de reserva analizado por Marx en el primer volumen de El Capital (Marx, 1977, p. 657ss.) es en cierta medida una forma de crear activamente un afuera que está en oposición directa a la desmercantilización del gobierno. El ejército de reserva industrial, en sus innumerables manifestaciones, podría utilizarse en las fases de auge para movilizar una mano de obra adicional. Particularmente en tiempos de crisis, aquellos normalmente excluidos de la producción capitalista pueden ser utilizados para presionar a los trabajadores establecidos para que no hagan demandas, manteniendo así los costos laborales lo más bajo posible (Harvey, 2005b, p. 139). Las lecturas marxistas de la cuestión social siempre han diferenciado entre un adentro y un afuera. En el interior, la atención se centra en la explotación, en la apropiación privada de la plusvalía producida colectivamente. Afuera, el énfasis está en mantener los salarios bajos y los niveles de vida por debajo de los estándares habituales de clase en la sobreexplotación y, en el caso más extremo, en la exclusión de ciertos segmentos de la fuerza de trabajo del mercado laboral, por lo tanto, del trabajo asalariado y la capacidad de ganarse la vida.

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Esta dialéctica adentro/afuera del capitalismo se despliega en diferentes épocas y espacios sociales (9). El “laboratorio” argelino analizado por Pierre Bourdieu (2000) fue una repetición de la “acumulación originaria”, en la periferia temporal y espacial del capitalismo próspero, y es un ejemplo de un vínculo históricamente particular entre el Landnahme capitalista y la precariedad. Aunque las conclusiones sobre el efecto destructivo de las condiciones de vida precarias son similares, el análisis de Bourdieu difiere del de Marx en un aspecto importante. Para Marx, la forma principal del ejército de reserva industrial es un segmento potencial de la clase trabajadora y las diferencias pueden superarse a través de la “cooperación regular entre empleados y desempleados” (Marx, 2007, p. 702), a través de la unidad de clase política o sindical. Marx incluso ve a los “niños huérfanos y pobres” como “candidatos para el ejército de reserva industrial” que están “en tiempos de gran prosperidad [...] rápidamente y en gran número inscritos en el ejército activo de trabajadores” (Marx 2007, p. 706). Solo el lumpenproletariado, los vagabundos y los criminales, así como los incapaces de trabajar, los mutilados, los enfermizos y las viudas son vistos por Marx como un “peso muerto” que no puede integrarse en la clase obrera (Marx, 2007, p. 707). En cambio, para Bourdieu, el subproletariado argelino representa una clase autónoma, cuyas condiciones de vida bloquean cualquier visión de unidad de clase entre los oprimidos. Estas condiciones de vida hacen imposible que el subproletariado adquiera la forma de pensar planificadora y calculadora que le permita una participación racional en el mercado de trabajo capitalista. El subproletariado, por tanto, se mantiene habitualmente dentro de un modo

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de producción no capitalista. Para ellos, el trabajo está ligado al honor y a la autoestima. A menudo trabajan como vendedores ambulantes, aunque no pueden vivir de este trabajo. Estas prácticas premodernas están validadas por una moral campesina del pasado. Es mejor trabajar incluso sin ganarse la vida para mantener la dignidad. “De hecho, la actividad no tiene otro propósito que mantener la autoestima” (Bourdieu, 2000, p. 75). Implícitamente, el diagnóstico de Bourdieu está reñido con la creencia optimista en el progreso que todavía albergan algunas escuelas de marxismo. No tiene sentido categorizar al subproletariado argelino y su estilo de vida como “atrasados”. Las condiciones de vida de la precariedad a menudo no les dejan otra opción que aferrarse a un pasado, cuyas condiciones de producción han ido desapareciendo cada vez más en el proceso de evolución social. Como tal, la precariedad no es en modo alguno una expresión de atraso. Más bien es una extraña sincronicidad de lo asincrónico. La forma precaria es la otra cara del trabajo sin la cual la expresión “anterior”, moderna, del trabajo asalariado en la configuración espaciotemporal que hemos analizado, no habría podido dejar su impronta. Esto debe recordarse en la lectura del siguiente análisis de las formas actuales de precariedad. 2. Landnahme capitalista financiero y precariedad discriminatoria La forma actual de la precariedad discriminatoria es el resultado del modo en que el Landnahme está impulsado por el capitalismo financiero que redefine una característica central del capitalismo del bienestar. El mecanismo del ejército de reserva, que desapareció temporalmente en los centros urbanos después de 1945, o al menos se había 123

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vuelto imperceptible, ahora ha regresado. Un sector de precariedad se está expandiendo y se ha convertido en el equivalente funcional del tradicional sector del ejército de reserva, cuya absorción en el proceso del Landnahme capitalista ha sido descrita de manera más impresionante por el sociólogo alemán Burkart Lutz (1984). 2.1. Neutralización de la “ley de salarios” y precariedad marginal Lutz cree que la notable prosperidad de la posguerra en Alemania fue el resultado de condiciones históricas que no se pueden reproducir a voluntad. El débil crecimiento del capitalismo después de la Primera Guerra Mundial fue el resultado de la incapacidad de los actores capitalistas para superar el dualismo del sector industrial moderno y el sector tradicional, limitando la demanda solvente dentro de la sociedad. Las relaciones de intercambio de la industria moderna y un sector estructurado por pequeñas empresas y agricultura con estilos de vida premodernos y orientaciones de valor mantuvieron bajos los costos laborales durante un largo período de tiempo. Esto se debió en parte al sector tradicional que actuaba como un grupo de trabajadores potenciales, que la industria podía utilizar según fuera necesario, devolviendo la mano de obra “excesiva” a esta área exterior. Los salarios circulaban en torno a un margen que en gran medida estaba influido por el consumo de bienes del sector tradicional. Los costos de reproducir la fuerza de trabajo se mantuvieron limitados ya que los trabajadores recibieron un gran porcentaje de los bienes que necesitaban para sobrevivir desde el sector tradicional, dominado por el comercio y la agricultura, que ofrecía productos de costo más o menos bajo.

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Hubo condiciones políticas —la creciente importancia de la intervención del gobierno como se ve en el modelo norteamericano del New Deal, que incluye la producción en masa, el consumo en masa y los estilos de vida individualistas, así como el consenso entre las élites de que los trabajadores deberían participar en una mayor productividad— que jugaron un papel clave en permitir que los actores capitalistas en los centros urbanos de Europa Occidental rompan la “ley de salarios”4. La neutralización de la “ley de salarios” fue parte de un proceso en el que el sector tradicional fue absorbido de manera irreversible. Mientras las funciones del sector tradicional para la reproducción del trabajo no pudieran ser delegadas por el mercado industrial y capitalista, estas funciones debían ser cumplidas por el Estado y el sector público en expansión. Como resultado, los salarios reales se cuadruplicaron durante un período de veinte años (1950-1970), marcando un aumento cuantitativo y cualitativo único en el nivel de vida de los empleados (Mooser, 1984). Más importante aún, el trabajo asalariado podría combinarse con una sólida red de seguridad social y derechos de participación. La generalización del trabajo asalariado, o la liberación de mano de obra para el mercado laboral capitalista —mercantilización—, solo fue posible gracias a un estado de bienestar ampliado que aseguró que el trabajo asalariado se desvinculara de los riesgos del mercado —desmercantilización—. A pesar de las continuas desigualdades y estructuras jerárquicas, surgió una “sociedad de los similares” (Castel, 2005, p. 46), dando acceso a un gran número de asalariados al estilo de La “ley de salarios”, tal como la define Lutz (1984, p. 210), establece que “los salarios en la economía moderna no pueden aumentar de manera significativa o permanente por encima del estándar de suministro, definido principalmente a través de una economía de trueque, en los segmentos más pobres del sector tradicional”. 4

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vida y los estándares de seguridad de las clases medias. Central a este avance colectivo fue la disponibilidad de la propiedad social —para asegurar la existencia colectiva— manifestada en el derecho a pensiones y pagos de seguros en caso de enfermedad, así como en el alcance universal de los convenios colectivos, y en una expansión de la participación democrática en el lugar de trabajo y la sociedad en general. La característica de esta breve fase de “capitalismo sin ejército de reserva” (Lutz, 1984, p. 186) es la marginación de la precariedad y la pobreza. Para las mujeres, migrantes y trabajadores no calificados, la precariedad y la pobreza seguían siendo una amarga realidad, principalmente en áreas fuera del empleo protegido. La pobreza se convirtió en el problema de las minorías en proximidad social, los “socialmente despreciados” (Dahrendorf, 1967, p. 88), el cinco por ciento más o menos en la base de la escala social. Aunque no emparejaron estos grupos uno a uno, el núcleo esencial de los pobres estaba formado por aquellos que parecían incapaces de asegurar su propio sustento. En la proximidad social de estos grupos marginados, los trabajadores precarios vivían en su propio mundo, junto con los dependientes de los servicios sociales. Pero para la mayoría dentro de las sociedades dominadas por el trabajo asalariado, el pauperismo parecía ser una cosa del pasado, como mucho un problema para las instituciones de asistencia social. 2.2. Finanzas - Landnahme capitalista La marginación de la pobreza y la precariedad tuvo su precio. Predominantemente estimulado por la intervención del gobierno, el Landnahme fordista desplazó los productos y servicios característicos del sector tradicional y movilizó 126

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trabajadores de áreas no capitalistas para la industria y los servicios modernos. Ambos procesos, reforzándose mutuamente, provocaron una “destrucción progresiva de las estructuras, modos de producción, estilos de vida y orientación del comportamiento que antes habían sido constitutivos del sector tradicional”. Este Landnahme interno es, según Lutz, análogo al Landnahme externo del imperialismo (Lutz, 1984, p. 213), logrado al precio de la destrucción cada vez mayor de los recursos naturales, el agravamiento del conflicto Norte-Sur y las crecientes tensiones en los centros de capitalismo desarrollado. Después de la completa absorción del sector tradicional, desaparecieron las condiciones sociales previas para la aparente prosperidad “eterna”. La dinámica de crecimiento se debilitó y las inestabilidades resultantes prepararon el terreno para un nuevo ciclo del Landnahme que, cuando se centró en el centro del capitalismo desarrollado, tenía la mirada en el exterior, creado por las políticas de desmercantilización de la era fordista. El Landnahme impulsado por las finanzas es una dinamización de la acumulación capitalista a través de la ocupación de un exterior que fue impuesto al capitalismo por las instituciones que regulaban los mercados, así como por la incorporación de la participación de los trabajadores. En este contexto, el capitalismo de mercado financiero es una fase distinta en el desarrollo capitalista, fundada en un modus operandi específico del Landnahme. En general, los procesos del Landnahme no son lineales; siempre están influenciados por accidentes y decisiones contingentes. Crean tensiones y contradicciones, incitan a la oposición y son motivo de protesta y resistencia. Sin embargo, este modus operandi del Landnahme capitalista comprende un elemento dominante reflejado en largos ciclos de apertura y cierre de 127

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mercados. Hasta el día de hoy, este modo impulsado por las finanzas se basa en el predominio relativo del capital de inversión, a menudo ficticio. El régimen de Wall Street y la política monetaria estadounidense crearon el mantenimiento de su papel de liderazgo en la economía global, con la ayuda activa de los gobiernos europeos, que se aseguraron de que los elementos constitutivos del capitalismo financiero se integraran en las economías de Europa continental. Debido a las jerarquías en el sistema de gobiernos internacionales, este tipo de capitalismo pudo expandirse. Como resultado, los principios de gestión de la liquidez inherentes a los mercados financieros globales se trasladaron sucesivamente a la economía real. Dos grupos de causas tienen la responsabilidad principal de este desarrollo. Primero, la acumulación flexible, con sus diversos mecanismos de transferencia —creación de un mercado para el control corporativo, el papel del valor de los accionistas en el gobierno corporativo, financiarización interna y competencia permanente entre regiones— permitió el desarrollo de una economía planificada que sirvió a los más altos rendimientos y beneficios máximos. Los rendimientos y las ganancias ya no parecen ser el resultado del desempeño económico, sino su condición previa. Se establecen como metas obligatorias para todas las unidades corporativas descentralizadas. Como resultado, las formas en que se gestionan y controlan las corporaciones están cambiando e influyen en los estilos de gestión y la utilización del personal. Las decisiones gerenciales siguen cada vez más las fluctuaciones del mercado de valores, el dictado del informe trimestral y el egoísmo que surge de los esquemas de pago relacionados con el mercado de valores para la alta gerencia. De esta manera, podría surgir un modo de control a corto plazo, impulsado 128

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por el mercado, que fomente la competencia dentro de las empresas y entre los empleados. Las condiciones mencionadas son el principal origen de la nueva precariedad. Para ajustarse a la volatilidad de los mercados y sus rápidas fluctuaciones y para garantizar márgenes de utilidad planificados por un período de tiempo más largo, los salarios, las horas de trabajo y las condiciones de trabajo se han convertido en residuos que deben adaptarse con flexibilidad a las situaciones del mercado. Las empresas dominantes transmiten la presión de los márgenes de beneficio previstos, no solo a los directivos y empleados, sino también a los proveedores y, a través de ellos, al segmento dependiente de las pequeñas y medianas empresas. La importancia de las formas flexibles de empleo dentro del sistema de valor agregado aumenta para que las empresas puedan adaptarse a los ciclos económicos. Los empleadores enfatizan cada vez más la flexibilidad externa que ofrecen los contratos de duración determinada, el trabajo por contrato y por agencia. Aparentemente, vuelven a ser atractivos los métodos para aumentar las ganancias que se basan en, como lo denominó Marx, la producción de plusvalía absoluta: jornadas de trabajo más largas, salarios más bajos, peores condiciones de trabajo y, no menos importante, la revitalización de los mecanismos de explotación secundaria. Para lograr rendimientos del 25% (Deutsche Bank), las corporaciones intentan obtener ganancias adicionales haciendo que las condiciones laborales sean más flexibles y precarias. Dado que estas ventajas competitivas son fáciles de copiar y solo temporales, el motor de este tipo de Landnahme debe mantenerse en marcha y alimentarse con nuevas formas de socavar la competencia a través de prácticas tales como spin-offs, sub-

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contratación, desregulación, dumping salarial y brutalización del mercado laboral. La estabilidad “planificada” de los ingresos y beneficios de los accionistas trae consigo la creciente inseguridad de las condiciones de trabajo. En última instancia, el capitalismo de mercado financiero y la precarización son dos caras de la misma moneda. La política estatal no amortiguó, sino que exacerbó, las presiones hacia la remercantilización que surgieron del Landnahme capitalista financiero. En Alemania, el gobierno de coalición socialdemócrata/partido verde desempeñó un papel significativo en el alivio de los obstáculos al nuevo modo de acumulación flexible. En al menos dos áreas, marcó el rumbo de políticas que probablemente habrían despertado más resistencia si hubieran sido propuestas por un gobierno conservador: a saber, la desregulación pionera de los mercados financieros y laborales. Como suma de cambios aparentemente graduales (Streeck, 2009), se produjo una transformación bastante drástica del modelo de producción. Bajo la superficie de la continuación formal de la negociación colectiva, la participación de los trabajadores y la protección contra el despido, surgió un sistema de producción flexible basado en la extrema polarización del mercado laboral. La institución de un trabajo de tiempo completo con beneficios sociales está desapareciendo. Al mismo tiempo, hay un rápido aumento de los llamados tipos de trabajos atípicos y generalmente inseguros o precarios —trabajo de agencia temporal, contratos fijos y de tiempo parcial, empleo marginal—. 3. De la precariedad marginal a la discriminatoria El Landnahme capitalista financiero no se limita solo a aquellos sectores de la economía que están orientados hacia los mercados globales. A medida que se cierran o venden las 130

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divisiones corporativas que no cumplen consistentemente con sus objetivos de ganancias, el capitalismo de mercado financiero se fortalece y acelera la transformación estructural. Las instituciones de crédito y los estándares de información financiera confrontan a las pequeñas y medianas empresas con la lógica del capitalismo financiero (Bluhm & Schmidt, 2008). En su competencia por nuevos negocios y subvenciones gubernamentales, las regiones compiten entre sí como “empresas colectivas” (Dörre & Röttger, 2006). Al mismo tiempo, se están expandiendo sectores y campos que emplean mayoritariamente a mujeres en labores reproductivas y en los que las prácticas laborales organizadas son relativamente débiles. La producción directa depende cada vez más de un número cada vez mayor de actividades reproductivas, pero los servicios humanos y el trabajo doméstico son los menos valorados por la sociedad y estos trabajos tienen poca o ninguna protección. La privatización —parcial— de servicios anteriormente públicos es también un elemento de la lógica expansiva del capitalismo financiero. La oficina postal alemana, Deutsche Bahn —servicios ferroviarios— y Telekom —compañía de telecomunicaciones— se han administrado durante mucho tiempo como empresas privadas con fines de lucro. En áreas comerciales centrales, compiten con empresas privadas que mantienen los precios bajos mediante el dumping salarial y ofreciendo condiciones de trabajo precarias (Röhm & Voigt, 2007). 3.1. Dimensiones de la precariedad discriminatoria El Estado mismo se ha adaptado a esta forma del Landnahme (Crouch, 2008). Las administraciones públicas privatizan los servicios y se reestructuran según los principios de la nueva gestión pública. Como resultado, los grupos 131

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marginados, como los desempleados de larga duración, ahora se denominan clientes del gobierno. Bajo la presión de reglas que definen ampliamente qué trabajo se puede “esperar razonablemente” que acepten, desarrollan una relación empresarial con su propia fuerza de trabajo (Bescherer et al., 2008). El motor ideológico de este Landnahme de orientación interna, basado en la remercantilización, es un nuevo espíritu del capitalismo que define la libertad solo en términos negativos —como la ausencia de fuerza— y busca legitimar la reestructuración del capitalismo financiero, centrándose en la responsabilidad individual y la autodeterminación como actos liberadores (Boltanski & Chiapello, 2007). Sin embargo, es cierto que la ofensiva ideológica de la lógica financiera-capitalista de la competencia no culmina automáticamente en la mercantilización. En Alemania, en particular, las políticas que apuntan a fortalecer la coordinación de los mercados se enfrentan a filtros institucionales engorrosos, así como a racionalidades limitadas en conflicto. Sin embargo, esta transferencia ideológica ha transformado el modo de regulación de la sociedad. El desmantelamiento de las relaciones laborales organizadas y los sistemas de negociación colectiva son el mejor ejemplo de este proceso. El desmantelamiento de los derechos colectivos de protección y los sistemas de bienestar social —de los cuales la erosión de los convenios colectivos de toda la industria es solo un ejemplo— golpea con especial dureza a aquellos sectores en los que los sindicatos son débiles. Esto es evidente en los sectores de salarios bajos y sin fines de lucro con altos niveles de mujeres trabajadoras y en regiones con empresas en su mayoría pequeñas y medianas, así como en el segmento en expansión de mano de obra “inmate-

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rial”, donde los comités de empresa son una rara excepción. En particular, en los medios de comunicación, las artes y el sector sin fines de lucro, incluidos los institutos de educación de adultos y las instituciones de empleo —interino—, las fronteras entre el trabajo creativo y el precario son fluidas. Las áreas más afectadas por la precariedad son aquellas que ofrecen empleos no calificados y mal pagados. Por lo general, estos son trabajos de servicio en el trabajo doméstico y de cuidado, en hoteles y restaurantes o en puestos de trabajo intensivo de mensajería y ayudantes. En Alemania, la mayoría de los empleados siguen formalmente en puestos protegidos. Estos puestos definen los estándares sociales de ingresos y seguridad laboral. Pero el entorno social ha cambiado radicalmente y está en pleno proceso de transformación de la precariedad marginal a la discriminatoria. La precarización es menos que nunca un problema exclusivo de los socialmente marginados. En cambio, están surgiendo tres formas estructurales de precariedad que, por paradójico que parezca, cubren todas las “zonas de cohesión social” (Castel, 2000). En la parte inferior de la jerarquía social están aquellos grupos que Marx ya denominó la “población excedente” de la sociedad capitalista (Marx 1977, p. 673). La mayoría de los 7,4 millones de beneficiarios de asistencia social de Alemania forman parte de este grupo, incluidos alrededor de 2,5 desempleados y 1,3 millones de personas subempleadas (2007). Mientras los individuos puedan trabajar, la gran mayoría de este grupo social y culturalmente heterogéneo lucha por integrarse en el mercado laboral primario. Solo una pequeña minoría de personas, sin posibilidades realistas de asegurar su propio sustento, pueden transformar subjetivamente la falta de oportunidades objetivas en una vida

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voluntaria, sin empleo remunerado (Dörre et al., 2013; Bescherer et al., 2008). El trabajador verdaderamente “precario” se puede distinguir de la “población excedente”. El primero se refiere al grupo en expansión de personas que, por largos periodos de tiempo, dependen de trabajos precarios, mal pagados y con bajo prestigio social. El aumento del 46,2% de las relaciones atípicas entre empleador y trabajador —trabajo temporal, contratos a tiempo parcial y limitado, empleo marginal; 1998-2008— es un indicador, aunque muy poco fiable, de la tendencia hacia la precariedad. Aunque no todo empleo atípico es necesariamente precario, por regla general las relaciones laborales no estandarizadas están vinculadas a salarios mucho más bajos y mayores riesgos de desempleo y pobreza (Oficina Federal de Estadística de Alemania, 19 de agosto de 2009). En 2008, las estadísticas de empleo de Alemania revelaron que 7,7 millones de personas tenían trabajos atípicos en contraste con 22,9 millones en empleos estándar. No se incluyeron en estas cifras los 2,1 millones de autónomos o empresas unipersonales (Oficina Federal de Estadística de Alemania, 19 de agosto de 2009), así como el segmento en rápida expansión de la mano de obra empleada regularmente, cuyo salario los mantiene por debajo del umbral de la pobreza: 11,1% de todas las personas con empleo fijo en 2006. Actualmente, alrededor de 6,5 millones de personas ganan menos de dos tercios del ingreso medio nacional (Bosch & Weinkopf, 2007). En conjunto, el 42,6% de todos los trabajadores de bajos ingresos tienen un trabajo “normal”. De estos, el 30,5% son mujeres y el 45,6% tienen pocas calificaciones formales. Sin embargo, alrededor de las tres cuartas partes de todos los trabajadores de bajos ingresos han completado una formación profesional o incluso tienen un título 134

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académico (Kalina, Vanselow y Weinkopf, 2008, pp. 20-24). El aumento de la diferenciación salarial y la disminución de la movilidad ascendente en el sector de bajos ingresos señala la persistencia de situaciones precarias (Bosch & Kalina, 2007, pp. 42ss.). 3.2. Precariedad y clases sociales Es particularmente relevante que los ingresos reales del cuarto inferior de los asalariados hayan disminuido recientemente en un 14% durante un período de diez años (19972007; Oficina Federal de Estadísticas de Alemania, 19 de agosto de 2009). Si bien los empleados en trabajos al menos parcialmente protegidos pueden mantener su nivel de vida, o al menos minimizar las reducciones, la brecha entre los grupos precarios y la sociedad en general crece continuamente. Este desarrollo ilustra la eficacia de los mecanismos de explotación secundaria. Los mecanismos de protección colectiva son tradicionalmente más efectivos donde los trabajadores estaban y están mejor capacitados para promover sus intereses: en el sector público y en las grandes corporaciones, las cuales tienen un alto porcentaje de empleados masculinos a tiempo completo. La distribución entre diferentes sectores ha estado tradicionalmente determinada por la construcción de género, etnia y nacionalidad. A pesar de las mejoras en su integración al sistema educativo y al mercado laboral, las mujeres aún están sobrerrepresentadas en los sectores menos protegidos. Las diferencias de género no son solo el resultado de formas directas de discriminación político-institucional, sino que también son producidas por sutiles mecanismos sociales de subordinación, es decir, la “inmensa máquina simbólica que tiende a ratificar [...] la dominación masculina” (Bourdieu, 2001, p. 9). 135

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Lo que es nuevo es que las formas tradicionales de precariedad experimentadas, por ejemplo, por mujeres e inmigrantes, se mezclan cada vez más con la experiencia de precariedad de grupos que antes estaban protegidos. El miedo a perder el trabajo también acosa a grandes segmentos de los asalariados, que todavía tienen un empleo estándar. Estos temores no necesariamente reflejan amenazas objetivas, pero tampoco son solo una indicación de un deseo exagerado de seguridad. La competencia entre regiones, la caída de los salarios reales y el vaciamiento lento de los convenios colectivos son una realidad para muchos empleados sindicalizados. Esto produce miedo a no poder ingresar o permanecer en la clase media. Todavía hay indicios de que la sección media de la sociedad es bastante estable, pero a la luz del aumento de los empleos precarios “en particular en la periferia de la corriente principal social”, la disminución de los márgenes de ingresos y los crecientes riesgos del mercado laboral, incluso aquellos en el “núcleo de la sección media de la sociedad” están preocupados por perder su sustento (Werding & Müller, 2007, p. 157). Mientras que el miedo a perder el estatus lleva a los empleados protegidos a defender sus puestos, las personas con trabajos precarios están tratando de conseguir un empleo protegido. Los asalariados precarios, sin embargo, no dominan las estructuras de poder, comunicación u organización para luchar con éxito por una mejora colectiva de su posición. En esto, su situación es en algunos aspectos similar a la de los pequeños agricultores franceses descritos por Marx (1963) en El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Representan una posición social particular, sin poder formar una clase o una fracción de clase propia.

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Ya podemos hablar de una división de clases entre aquellos empleados aún en posiciones protegidas, defendiendo lo que les queda de propiedad social y un subproletariado heterogéneo, actualmente incapaz de formar una clase política independiente. Por un lado, las formas actuales de precariedad exhiben las características de una clase (Burzan, 2009) y, por el otro, se pueden encontrar dentro de diferentes clases económicas y sociales y fracciones de clase (Castel, 2009, pp. 30-31). Por ello, no existe ni una clase baja homogénea ni una clase precaria claramente definida. En cambio, se pueden identificar varias formas diferentes de precariedad (Castel & Dörre, 2009). Por ejemplo, para los académicos, el empleo precario a veces se vincula con el trabajo creativo. Por otro lado, el empleo a tiempo completo, con una red de seguridad social, puede ser aburrido, monótono y muy estresante (Paugam, 2009, pp. 175-196). La precariedad laboral y el empleo también pueden confluir sin ser experimentados subjetivamente como tales. A veces la precariedad es una condición temporal, un estatus pasajero en el camino hacia una mejor posición social. A veces, sin embargo, las situaciones precarias se vuelven estables. Lo que sí es seguro es que la reactivación de un mecanismo de ejército de reserva visible promueve la transición hacia una nueva forma de integración y dominación social. En lugar de una integración basada principalmente en la participación de la riqueza material y las estructuras democráticas y la integración de la fuerza de trabajo, están surgiendo nuevas formas de integración en las que el efecto sutil de los mecanismos disciplinarios impulsados por el mercado y la fuerza del gobierno juegan un papel mucho más importante. Disciplinar por el mercado y el gobierno puede, al menos en una sociedad rica, funcionalizar 137

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muchas esperanzas, miedos y tradiciones. No solo provoca la “desestabilización de lo estable” (Castel, 2000, p. 357), sino que, al disciplinar a uno y eliminar los requisitos elementales para la resistencia en el otro, también favorece una extraña estabilización de lo inestable. Los marginados y la precariedad encarnan un destino que los empleados, aún integrados, intentarán evitar utilizando todos los medios a su alcance. No solo las relaciones de mercado abstractas, sino también las víctimas de la gestión del mercado tienen un efecto disciplinario. Son una lección objetiva, sobre lo que les puede pasar a individuos y grupos, cuando están atrapados en procesos colectivos de declive. 4. La precariedad y la crítica del capitalismo En resumen, para la estabilización sistemática del Landnahme impulsado por las finanzas que genera demandas — objetivos de rendimiento y ganancias— que la economía real no puede cumplir, es necesario un modus operandi que continuamente alimente nuevos activos no explotados por el ciclo del capital. Esto incluye la utilización del mecanismo del ejército de reserva. Su propósito no es solo permitir que las corporaciones, como argumenta David Harvey (2005b, p. 141), “expulsen a los trabajadores del sistema en un momento dado, para tenerlos a mano con fines de acumulación en un momento posterior”. Más bien se crea un sector precario en los márgenes donde reside la “población excedente” y que no tiene ninguna posibilidad de integrarse nunca al empleo regular. Entre el empleo relativamente protegido y los grupos desacoplados ha surgido una “precariedad” muy heterogénea (Standing, 2011), que se mueve entre trabajos inseguros, generalmente mal pagados, programas de capacitación y desempleo. Las formas precarias de trabajo y de vida son un acto 138

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de equilibrio continuo. Es constantemente necesario movilizar toda la energía para avanzar hacia una mejor posición. Detrás del reposo se vislumbra el peligro de quedar permanentemente excluido del empleo regular asalariado. La expansión de la “zona de vulnerabilidad” significa que las experiencias de esta zona se establecen de forma permanente en el sistema de empleo. Si bien esta experiencia es universal, su procesamiento por parte de individuos o grupos sociales difiere según la edad, el género, la nacionalidad, la calificación y los antecedentes biográficos. En esencia, los grupos de precarización cumplen una función similar a la del sector tradicional antes de 1945. Si bien las tendencias hacia la precarización no tienen un impacto directo en los mercados laborales internos organizados, sí resultan en una reducción de las expectativas normativas en relación con el trabajo y la vida y en limitar las demandas salariales. Cada vez que los empleados permanentes se enfrentan a compañeros de trabajo flexibles y, a menudo, muy motivados, que hacen el mismo trabajo en condiciones mucho peores, empiezan a ver su puesto como un privilegio que hay que defender con uñas y dientes (Holst, Nachtwey & Dörre, 2009). La investigación empírica sugiere que a fines de la década de 1980, los empleados más jóvenes en particular valoraban más el contenido y los aspectos sociocomunicativos de su trabajo (Baethge, Hantsche & Pelull, 1989). Hoy, sin embargo, los estudios empíricos muestran claramente que la seguridad laboral y un ingreso aceptable son la preferencia incuestionable de un gran porcentaje de empleados y las expectativas cualitativas pasan a un segundo plano (Schröder & Urban, 2009). El miedo por la propia seguridad y el estatus social del individuo, avivado repetidamente por procesos de precariedad, fomenta —tal como predijeron Boltanski y 139

Capitalismo financiero, Landnahme y precariedad discriminatoria

Chiapello (2007)— el control empresarial sobre los trabajadores. El nuevo régimen del mercado laboral de Alemania, que surgió con la reforma del sistema de bienestar social, promueve aún más esta tendencia. Aunque las condiciones subyacentes son completamente diferentes, el régimen del mercado laboral cumple una función similar a las leyes obligatorias, durante la era posfeudal —Marx— y las casas de trabajo —Foucault— de la era capitalista temprana. El sistema amplifica el valor de los trabajos precarios y aumenta la necesidad de trabajar, creando una presión disciplinaria destinada a movilizar a los empleados —potenciales— para trabajar dentro de un mundo laboral flexible y al mismo tiempo fuertemente polarizado. Jürgen Habermas (1987, p. 356ss.) vinculó sus diagnósticos de la sociedad actual a la “colonización del mundo de la vida” y a la pacificación del conflicto de clases a través del estado de bienestar; el Landnahme capitalista financiero se ha alimentado durante mucho tiempo de esta capacidad reguladora específica. Esto no quiere decir que el conflicto de clases industrial esté regresando a su forma histórica familiar. La evidencia sugiere que, desde el principio, el Landnahme capitalismo financiero fue “un proyecto para lograr la restauración del poder de clase” (Harvey, 2005ª, p. 16). Pero a pesar del innegable éxito político de este proyecto, al crear desigualdad y financiar la oligarquía (Marx, 1976, p. 454), los “inquilinos activos” (Chesnais, 2004, p. 224) no son capaces de generar un poder de clase heterodoxo del lado de los dominados. Por el contrario, “cada vez es más difícil para cualquier otra clase, aparte de los accionistas cada vez más confiados y las clases ‘ejecutivas’, percibirse [...] como grupos sociales claramente definidos” (Crouch, 2004, p. 53). La forma 140

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discriminatoria de la precariedad juega un papel importante en esta tendencia “posdemocrática”, como la llama Colin Crouch. La precariedad promueve luchas por el estatus y la privación relativa entre empleados permanentes, trabajadores precarios y sujetos excluidos. Las condiciones precarias de trabajo y de vida privan lentamente a quienes están constantemente abrumados por las preocupaciones sobre cómo sobrevivir los próximos días, de la energía necesaria para participar en actividades de la sociedad civil, políticas o sindicales. O provoca —como en los banlieus franceses y más recientemente entre la juventud griega— “negociación por disturbios” con resultados extremadamente ambivalentes para la constitución de la democracia en las sociedades occidentales. Sin embargo, al mismo tiempo, se puede observar una disfunción sistemática de la precarización. De hecho, el proceso de precariedad socava la capacidad de planificar el futuro, porque rara vez se dan las condiciones sociales que hacen posible un comportamiento racional en las relaciones de mercado. Ya podemos ver que la inseguridad constante afecta negativamente la lealtad del personal permanente a su empleador. Los defectos de calidad y los sofisticados sistemas de control electrónico atestiguan este fenómeno. El cambio demográfico y la falta de trabajadores calificados afectan a algunos segmentos del mercado laboral y ponen límites adicionales a la precariedad. El descubrimiento de la precariedad de los intereses sindicales, tal como se expresa en las campañas por un salario mínimo y contra las empresas de trabajo temporal, también debería mostrar algunos efectos positivos. Vista así, la crisis financiera quizás pueda crear oportunidades para “políticas de desprecariedad” (Brinkmann et al., 2006). Esto es algo imposible predecir en este momento. Un primer paso sería 141

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influir en el discurso a través de una crítica social actualizada y revitalizada. La medida de tal crítica ya no puede ser la sociedad laboral fordista y su modelo de empleo “normal” dominado por los hombres. Una nueva crítica social debe dejar en claro que los ingresos y, principalmente, la seguridad laboral son una condición, mas no un requisito previo, para la flexibilidad individual dentro y fuera del mundo laboral, tanto para hombres como para mujeres (Paugam, 2009, pp. 175-196). Los principales elementos de la política de desprecariedad, incluida la vinculación de la red de seguridad social a jornadas laborales más cortas y la interconexión flexible de las fases de trabajo, educación y formación, y orientación familiar, han sido suficientemente establecidos (Dörre, 2009, pp. 260ss.). Sin embargo, si el Landnahme capitalista financiero se mantiene en el futuro, no hay posibilidad de realizar tal programa. Esto nos lleva a un problema decisivo, una alternativa al capitalismo de mercado financiero actual. Defendiendo una alternativa social fundamental y, por lo tanto, el antagonismo político, los movimientos sociales de épocas anteriores son fuertes. Si no se revitaliza el discurso centrado en una transformación humana del capitalismo y las élites del poder no se enfrentan a un verdadero antagonismo, es probable que las tendencias antihumanas y antidemocráticas inherentes a los procesos de precarización se vuelvan aún más fuertes. Corresponde a los actores sociales sacar sus propias conclusiones.

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Precariedad y desintegración social: un concepto relacional Esta contribución conceptualiza la precariedad como una categoría relacional que debe referirse a definiciones de estándares de normalidad social para ser significativa. Dentro de los Estados posteriores al bienestar del Norte Global, se ha afianzado una nueva forma de precariedad discriminatoria. Como régimen de disciplina y dominación, esta nueva forma impregna todos los segmentos de las sociedades basadas en el trabajo asalariado. Sobre la base del modelo de zonas de Castels y la investigación empírica, desarrollamos una tipología ampliada de los potenciales de (des)integración del trabajo asalariado. Esta tipología combina criterios estructurales con formas subjetivas de procesar la inseguridad. Finalmente, recapitulamos el discurso actual sobre la precariedad en Europa Central y discutimos la investigación potencial que podría acercar los enfoques en el Norte y el Sur Globales. La precariedad se ha convertido en un tema central en los diagnósticos de las ciencias sociales de nuestro tiempo (Aulenbacher, 2009; Bourdieu et al., 1997)1. El debate sobre 

Este texto se publicó en inglés bajo el título “Precarity and Social Disintegration: A Relational Concept” en: Journal für Entwicklungspolitik, 30(4), 2014, 69-89 (N. del T.) 1 Ingo Singe proporcionó la traducción de la versión alemana original de este texto e hizo algunos comentarios críticos. También agradezco los

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Precariedad y desintegración social: un concepto relacional

la precariedad, sin embargo, está marcado por disonancias que van mucho más allá de los parámetros comunes de la controversia científica. Los énfasis divergentes no solo marcan el debate sobre la precariedad en el Norte y el Sur Globales, sino también las discusiones dentro del mundo de habla inglesa y más allá de él. Dentro del mundo académico anglosajón, los estudios se han centrado principalmente en la flexibilización de los mercados laborales (Koch & Fritz, 2013; Kalleberg, 2011) y en la tesis de Standing del precariado como “una clase en formación” (Standing, 2011) y de forma crítica con Munck (2013). Con la excepción de algunos trabajos de Bourdieu (Bourdieu et al., 1997; Bourdieu, 1998), el debate centroeuropeo sobre la precariedad apenas ha sido tomado en cuenta en el mundo de habla inglesa. Esto también es válido para el trabajo de Robert Castel (2000, 2005, 2011), que supuso un importante estímulo para los programas de investigación alemanes sobre la precarización (Castel & Dörre, 2009). Mientras que en el Norte la principal preocupación es que el trabajo asalariado se desvincule de su caparazón protector de bienestar social (Brinkmann et al., 2006; Bourdieu et al., 1997), en el Sur ha habido un gran interés por la inestabilidad social de las sociedades precarias y las formas de conflicto violento y “no regulado” (Lee & Kofman, 2012; Von Holdt, 2012). Aquí, los intereses han estado en las causas profundas de la precariedad más allá de la esfera del trabajo asalariado. Otros, sin embargo, han formulado una crítica más generalizada de los diagnósticos de precariedad y más bien han enfatizado la creciente heterogeneidad estructural y la fragmentación de los mercados laborales (Burchardt et al., 2013) y las relaciones de clase (Antunes, 2013). comentarios detallados y estimulantes de dos árbitros anónimos que ayudaron a mejorar el manuscrito.

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A continuación, presentaremos la precariedad como un concepto sociológico (1), ofreceremos una definición que captura la precariedad como un concepto relacional (2) y nos referiremos a nuestros propios estudios empíricos para llegar a una tipología ampliada de la precariedad (3). Luego, retomaremos el estado del debate sobre la precariedad en Alemania y Europa Central (4), antes de ofrecer algunas sugerencias sobre el debate (comparativo) sobre la precariedad en el Norte y el Sur en la conclusión (5). 1. La precariedad como concepto sociológico En alemán, el término “precario” significa literalmente revocable, inseguro o delicado. El origen del término se encuentra en el latín precarium, que hace referencia a un préstamo —de un objeto, de un terreno o de derechos—, cuyo derecho de uso podía revocarse en cualquier momento. La precariedad describe así una relación insegura e inestable que está sujeta a cancelación a corto plazo. La relación es de dependencia: el receptor de un bien pasa a depender del donante. Lo contrario sería una relación estable, segura, constituida por la igualdad de derechos. En sociología, el término “precariedad” se refiere a condiciones inseguras e inestables de trabajo, empleo y vida en general. El debate más reciente sobre la precariedad entre académicos del Norte Global ha sido el resultado de la aparición de empleos mal pagados, temporales y desprotegidos, que se volvieron más comunes incluso entre trabajadores académicamente calificados. Para estos grupos era característico el lavoro precario (Bologna, 1977), un término italiano acuñado durante la década de 1970. En Francia, la implementación de la “revenue minimum d’insertion”, diseñada con el propósito de reintegrar a los desempleados de larga duración (Schultheis & Herold, 2010, p. 244; Barbier, 2013, p. 151

Precariedad y desintegración social: un concepto relacional

17), convirtió la precarité en un tema de debate público. A partir de entonces, los sociólogos utilizaron el término “precariedad” como una categoría amplia para agrupar toda una gama de fenómenos sociales. André Gorz usó el término con referencia a los “trabajadores marginales”, el personal externo y también el creciente número de personas involucradas en los servicios domésticos (Gorz, 1989, pp. 100-102, 200), que se expandió a medida que el trabajo y el empleo se “flexibilizaron”. En los trabajos de un grupo en torno a Pierre Bordieu, el concepto se utilizó para analizar la “descolectivización” de la clase obrera industrial y los procesos de exclusión social, especialmente de la población migrante, en los suburbios franceses. Mientras tanto, en las ciencias sociales alemanas, la precariedad seguía siendo marginal. Quienes abordaron los fenómenos de la precariedad los subsumieron en términos como “empleo atípico” o “pobreza”. De hecho, esto solo ha cambiado recientemente. Hoy, sin embargo, la precariedad, la precarización y el precariado se han convertido en categorías bien establecidas en Alemania, no solo en la sociología profesional sino también en el discurso cotidiano. Los trabajos de Robert Castel sobre la transformación de las sociedades fordistas basadas en el trabajo asalariado fueron muy influyentes en Alemania. Para Castel, las notables capacidades integradoras de las sociedades fordistas de trabajo asalariado y el pleno empleo resultaron de un doble movimiento. Durante muchas décadas, la tendencia secular hacia una generalización social del trabajo asalariado estuvo acompañada por la integración de la relación laboral en los arreglos del estado de bienestar. Esto resultó en lo que se ha denominado retrospectivamente una relación laboral normal o estándar socialmente protegida (Mückenberger, 2010, pp. 403-420). Para la gran mayoría 152

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de los trabajadores asalariados, especialmente los hombres, el trabajo asalariado incorporado provocó un desacoplamiento relativo de las situaciones de ingresos y empleo de los riesgos del mercado. El capitalismo fordista en la Europa continental todavía estaba marcado por desigualdades específicas de clase y por una integración asimétrica en el mercado laboral según el género. El pleno empleo masculino era inimaginable sin el trabajo de cuidados no remunerado, realizado principalmente por mujeres. Los inmigrantes —los llamados “trabajadores invitados”— abandonaron la periferia del sur de Europa hacia el centro y aceptaron trabajos mal pagados y de bajo nivel. Sin embargo, para la mayoría de los trabajadores, empleados asalariados y sus familias, la era de la posguerra marcó una transición de un contrato de trabajo asalariado a un trabajo asalariado como estatus social reconocido, es decir, ciudadanía social. Los trabajadores asalariados ahora disponen de “propiedad social” (Castel, 2005, p. 41)2 y derechos construidos para los ciudadanos (Standing, 2011, 2014). La pobreza y la precariedad aún existían, pero fueron relegadas a los márgenes de las sociedades de pleno empleo de Europa continental. El reciente debate sobre la precariedad refleja el hecho de que el estrecho vínculo entre el trabajo asalariado y la propiedad social, tan central en los estados de bienestar continentales independientemente de sus características específicas, se ha interrumpido sucesivamente desde la década de 1970 (Albert, 1992; Crouch & Streeck, 1997; Hall & Soskice, 2001). Bajo el fordismo, incluso el trabajo asala-

“La propiedad social podría describirse como la producción de servicios de seguridad equivalentes a los que antes solo podían adquirirse a través de la propiedad privada” (Castel, 2005, p. 41). 2

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riado enajenado tuvo fuertes efectos socialmente integradores, ya que venía con derechos a la integración y participación social. En general, estos derechos han perdido su función protectora y las sociedades posfordistas basadas en el trabajo asalariado se dividen en tres zonas (Castel, 2000, p. 360), diferenciadas según los niveles de seguridad. La mayoría de los empleados todavía tienen un empleo estándar protegido y permanecen bastante bien integrados en las redes sociales. Debajo de esta “zona de integración” hay una “zona de precariedad” en expansión. Aquí encontramos un conglomerado heterogéneo de vulnerables. Estos grupos tienen que enfrentarse a condiciones laborales y de vida inseguras y, con frecuencia, experimentan la erosión de las redes sociales. En la parte inferior de la jerarquía, hay una tercera zona, una “zona de desapego”. En esta zona, el relativo aislamiento social acompaña a la exclusión más o menos permanente de los mercados de trabajo. La precariedad, por lo tanto, no es en modo alguno un fenómeno nuevo; sin embargo, sus formas centroeuropeas actuales son ciertamente específicas. En los estados posteriores al bienestar del Norte Global, las formas contemporáneas de precariedad no equivalen a la miseria absoluta y la pauperización. Más bien, estas formas se definen en relación con el estatus de ciudadanía social, que cobró vida durante la prosperidad fordista y sigue siendo constitutiva de la conciencia de la sociedad mayoritaria en el centro de Europa continental (Paugam, 2009). La inseguridad social está regresando al Norte Global y, por lo tanto, afecta a las sociedades que, en una perspectiva histórica, siguen siendo ricas y seguras (Castel, 2005). Por lo tanto, no estamos observando un retorno al pauperismo de la industria-

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lización temprana. Además, los conceptos de exclusión social, centrados en la exclusión del mercado laboral, no pueden captar completamente la naturaleza específica de la precariedad actual. Más bien, los estados posbienestar de Europa están presenciando una transición de formas marginales de precariedad hacia formas discriminatorias (Paugam, 2008; Dörre, 2009). La precariedad discriminatoria en los estados posteriores al bienestar captura sucesivamente a grupos sociales previamente seguros; no solo afecta a los grupos marginales de trabajadores, sino que también se extiende al núcleo mismo del empleo. 2. Definiciones de precariedad Muchos investigadores han utilizado con éxito el modelo de zonas de Castel como plantilla heurística y su utilidad analítica ha sido reivindicada por la investigación empírica sobre la precariedad en Alemania y más allá (Baethge et al., 2005; Brinkmann et al., 2006; Bude & Willisch, 2006; Schultheis & Schulz, 2005; Holst et al., 2009; Busch et al., 2010; Pelizzari, 2009; Scherschel et al., 2012; Castel & Dörre, 2009). Si bien la investigación sobre la precariedad ha florecido en los últimos años, existe un amplio margen cuando se trata de definir el término y la operacionalización empírica. Dada esta diversidad, actualmente es difícil definir algo así como un consenso básico en el campo. Sin embargo, se pueden distinguir dos modos de uso del término precariedad. Como concepto de diagnóstico temporal, la precariedad aborda los cambios en las intersecciones del empleo, la vida cotidiana, el estado del bienestar y la democracia. Se refiere a un temor global de la sociedad (Ehrenberg, 2011) y sigue siendo bastante vago. Sin embargo, esta vaguedad tiene una ventaja, ya que nos ayuda a ver las relaciones entre fenómenos singulares (Dörre, 2009). 155

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Solo esta noción permite entender la precariedad como un régimen de poder, control y disciplina que está afectando y transformando a las sociedades en su conjunto. Estos usos del concepto para el diagnóstico del tiempo pueden distinguirse de nociones bastante estrechas, empíricamente orientadas y viables. La investigación empírica requiere términos claramente definidos que puedan ser operacionalizados. Para ello, es necesario diferenciar entre empleo precario y trabajo precario. Lógicamente, esto significa que la precariedad puede asumir una amplia variedad de formas. También se puede imaginar el entrelazamiento y la aplicación mutua de estas dos dimensiones. Las definiciones de precariedad pueden incluir no solo criterios estructurales, sino también modos subjetivos de procesamiento de condiciones laborales y de vida inseguras (Dörre, 2005; Sander, 2012). El empleo estructuralmente precario no se concibe necesariamente de forma subjetiva como tal. Si uno integra la autopercepción y la adscripción, la precariedad no equivale a la exclusión total del mercado laboral, ni a la pobreza absoluta, al aislamiento social completo o la apatía política. Más bien, la precariedad es una categoría relacional, siempre vinculada a definiciones sociales y estándares de “normalidad”. Según una definición preliminar del grupo de investigación de Jena, el empleo es precario si no permite la subsistencia de forma permanente por encima de un determinado nivel cultural y socialmente definido. Este tipo de empleo sí discrimina, porque no permite que los empleados desarrollen su potencial en el trabajo: no es un empleo remunerado y la sociedad lo ignora. Tiene un efecto discriminatorio duradero ya que afecta negativamente la integración social, las oportunidades de participación política y la capacidad de planificar la

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propia vida. El trabajo precario y su constitución social implican que aquellos individuos o grupos que trabajan y viven en empleos precarios se encuentran por debajo de los niveles estándar de protección e integración tal como se definen comúnmente en los estados de bienestar. En el nivel de la experiencia subjetiva, las formas precarias de empleo y/o trabajo evocan sentimientos de falta de sentido y desdén percibido por parte de los demás. 3. Precariedad: una tipología ampliada Estamos utilizando el modelo de zonas de Castel como plantilla heurística para desarrollar una tipología extendida de precariedad, que incluye sistemáticamente orientaciones subjetivas y formas de procesar la inseguridad. Esta tipología tiene como base empírica un estudio cualitativo que nos llevó a reconstruir nueve modos típicos de procesamiento de la (in)seguridad social (cuadro 1). Empíricamente, este estudio exploratorio consistió en 100 entrevistas temáticas con trabajadores en empleo indefinido y precario y con personas que estaban sin trabajo. Adicionalmente, se realizaron 36 entrevistas con expertos en la materia y dos entrevistas de grupos focales con trabajadores temporales. La investigación se llevó a cabo en una amplia gama de sectores, incluidas las industrias automotriz y financiera y las agencias de trabajo temporal. Nuestra tipología demuestra la relevancia del modelo de zonas de Castel para la “sociedad basada en el trabajo” alemana; sí genera, sin embargo, resultados diferenciados sobre el procesamiento subjetivo de la precariedad. La tipología ilustra que las amenazas percibidas no aumentan de manera lineal a medida que uno se mueve hacia la parte inferior de la jerarquía de tipos. Más bien parece

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ser que la anticipación del declive social está particularmente presente en aquellos grupos que aún tienen algo que perder, es decir, aquellos que se encuentran en la “zona de integración”. Las experiencias de inseguridad, por lo tanto, no pueden limitarse a la “zona de precariedad”. Pero, de nuevo, la precariedad no está, al menos no en la misma medida, “en todas partes” (Bourdieu, 1998). Los hallazgos más importantes de nuestro estudio se pueden resumir de la siguiente manera: Zona de integración 1. Integración asegurada (“los asegurados”) 2. Integración atípica (“los no convencionales” o “autogestores”) 3. Integración insegura (“los inseguros”) 4. Integración amenazada (del tipo “amenazados por el declive social”) Zona de precariedad 5. El empleo precario como oportunidad/integración temporal (“los esperanzados”) 6. El empleo precario como arreglo permanente (“los realistas”) 7. Precariedad atenuada (“los satisfechos”) Zona de desapego 8. Exclusión superable (aquellos “dispuestos a cambiar”) 9. Exclusión controlada/integración simulada (“los dejados atrás”) Cuadro 1: Potenciales de (des)integración del empleo una tipología. Fuente: elaboración propia.

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(1) Actitudes hacia el futuro y la planificación de la vida: en la “zona de precariedad” nos encontramos con fenómenos que recuerdan a los analizados por Bourdieu (2000) en sus primeros estudios sobre el subproletariado cabila en Argelia. Entonces, como hoy, las situaciones precarias no proporcionan una base para la planificación de la vida a largo plazo. Esto es lo que diferencia a los grupos precarios del proletariado en los viejos centros de acumulación de capital. Para el proletariado, el empleo estable y los salarios regulares eran las condiciones en las que una conciencia racional, calculadora y orientada hacia el futuro podía desarrollar algo así como un proyecto de vida, así como ideas sobre cómo alcanzar el futuro deseado. El proletariado había logrado así cierta autoridad para disponer de sus vidas en el aquí y ahora y solo sobre esta base podía concebir una apropiación —colectiva— del futuro. El precariado, por el contrario, vivía por debajo de un umbral económico y cultural que, para Bourdieu, precondicionaba el desarrollo de un enfoque racional del tiempo y la capacidad de concebir alternativas sociales. El hecho de que el empleo precario no proporciona una base para la planificación de la vida a largo plazo es el aspecto más importante cuando los encuestados evalúan las condiciones de empleo (tipo 5, 6). Mientras que los encuestados predominantemente jóvenes entre los del tipo 5 todavía articulan una aspiración a la “normalización” de su biografía ocupacional, para los “realistas” (tipo 6), el empleo precario representa una especie de acceso a una “sociedad basada en el trabajo” para la que casi no hay alternativa. Parece haber una consolidación del empleo precario si se considera la secuencia de ocupaciones de estos individuos. Los encuestados de mayor edad, en particular, describen su vida laboral como un movimiento permanente entre trabajos temporales que no son adecuados para sus niveles de calificación y períodos 159

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intermitentes de desempleo. Parecen haber aceptado que cualquier trabajo medio decente, pero temporal, está destinado a ser seguido por periodos de desempleo. Y, naturalmente, han acumulado un arsenal de técnicas cotidianas que les permiten sobrevivir en medio de esta volatilidad. Interiorizan experiencias de inseguridad, lo que indica claramente que los “realistas” están aceptando la idea de vivir una vida dentro de la “zona de precariedad”. El objetivo principal de este grupo es encontrar, al menos temporalmente, un trabajo regular con un salario algo decente para evitar sumergirse en la “zona de desapego”. (2) Cambio de significado del empleo: en resumen, la tipología contiene muchos indicadores que apuntan a un cambio profundo en el significado del empleo. No solo para los trabajadores precarios, sino también para los “inseguros” (tipo 3) y los “amenazados por el declive social” (tipo 4), que siguen integrados formalmente a través de una forma estándar de empleo, el trabajo asalariado está perdiendo su función como principal “adhesivo” social, es decir, como medio de integración. Una consecuencia es una menor inclinación entre los empleados a expresar demandas relativas a la calidad del trabajo, aunque las aspiraciones relacionadas con el contenido del trabajo no han desaparecido por completo en los grupos de los “esperanzados” y de los “amenazados por el declive social”. Esto se ejemplifica por el hecho de que las personas con empleos precarios, una vez que realmente logran ingresar a la fuerza laboral principal, pronto comienzan a pensar en opciones para su “pequeño ascenso mediante capacitación adicional”. Pero en última instancia, las demandas cualitativas con respecto al trabajo se dejan de lado al menos temporalmente. La aspiración de los trabajadores temporales es convertirse en parte de una fuerza laboral central (Castel, 160

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2000). En este sentido, la dimensión reproductiva, la aspiración al ingreso y la seguridad en el empleo, condiciona la conciencia laboral de muchos de los que se encuentran en situación de precariedad laboral. Sobre la base de nuestra tipología, podemos comprender con mayor precisión lo que constituye una vida en la “zona de vulnerabilidad”. Característicamente —y aquí hay una diferencia significativa con el subproletariado tradicional— no existe precisamente el tipo de desarraigo y pauperización social total. Más bien, las personas con empleos precarios están en un sentido peculiar en “suspensión” (Kraemer & Speidel, 2004, p. 119). Por un lado, estos trabajadores con escasos recursos aún prevén que se pondrán al día y se mantendrán en contacto con la “zona de normalidad” y deben movilizar toda la energía disponible para quizás alcanzar ese objetivo algún día. Por otro lado, se requieren esfuerzos permanentes solo para evitar el declive social y la caída en la “zona de desapego”. (3) La paradoja de la desintegración: esto es lo que constituye la vulnerabilidad específica de los trabajadores precarios. Para ellos, las viejas promesas del capitalismo del estado de bienestar, según las cuales una relación laboral estándar masculina es la base para un aumento lento pero constante de la prosperidad, han sido revocadas. Sin embargo, sus vidas no se rigen únicamente por experiencias de desintegración. Por paradójico que pueda parecer, esa peculiar “suspensión”, acompañada de severos efectos de desintegración, es de hecho una fuente de motivación para esfuerzos extraordinarios hacia la reintegración. Estos esfuerzos demuestran que el habitus económico aún no ha sido completamente destruido y la capacidad de planificar la propia vida con miras al futuro sigue presente, al menos 161

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como aspiración. Por esta razón, los potenciales de integración primarios —seguridad en el empleo y los ingresos, reconocimiento social, identificación con el propio trabajo— pueden ser reemplazados por potenciales de integración secundarios. Los potenciales de integración secundarios implican que la perspectiva de un trabajo asalariado socialmente protegido estructura las expectativas de quienes aspiran a un empleo estable. Este es el caso cuando los trabajadores precarios consideran su empleo como un impulso para volver a la “zona de normalidad” (tipo 5). En tales casos, el empleo precario se considera inevitable. Uno tiene que soportar tales condiciones temporalmente para conservar la perspectiva de un empleo seguro. Así, irónicamente, el atractivo del trabajo precario radica en la posibilidad de su superación. Obviamente, la fuerza de tales expectativas varía notablemente según el género, la etnia, la edad y el grado de calificación. En particular, los encuestados más jóvenes y mejor calificados —es decir, trabajadores de agencias que esperan ser contratados por la empresa contratante— especulan sobre el “efecto adhesivo” del empleo inseguro. Este hallazgo viene con una limitación importante, ya que representa principalmente las orientaciones subjetivas de los jóvenes empleados alemanes. A medida que el empleo precario se convierta en la nueva norma para los grupos sociales, estas formas de procesamiento se evaporarán. Esto se manifiesta en otro tipo: hablamos también de integración secundaria cuando el miedo al declive social motiva esfuerzos de reintegración (tipo 6). Este es el caso de los trabajadores precarios, que ven en una relación laboral precaria la última opción que les queda para escapar por completo de la exclusión permanente del sistema

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de empleo. En tales casos, los efectos de exclusión anticipados del desempleo de larga duración tienen subjetivamente mayor peso que aquellas discriminaciones que acompañan al empleo precario. Y finalmente, los potenciales secundarios de integración también funcionan a través de desigualdades y autodefiniciones aceptadas relacionadas con el género o la etnia. Esto se puede observar cuando las trabajadoras a tiempo parcial en el comercio minorista se consideran a sí mismas como “ganadoras adicionales”, cuya identidad principal es la de ama de casa tradicional. Lo mismo ocurre con los jóvenes migrantes, que aceptan el trabajo informal porque les parece más lucrativo que la formación profesional (tipo 8, 9). Lo que marca a este grupo es que sus miembros de ninguna manera se consideran “excluidos” o “dejados atrás”. Mucho más comunes aquí son autodescripciones como “trabajando desempleado”, enfatizando su capacidad para llegar a fin de mes incluso en la economía sumergida. Haciendo referencia a estas formas de procesamiento podemos definir con mayor precisión el concepto de precariedad discriminatoria. Incluso en el apogeo del estado de bienestar fordista —y especialmente bajo el modelo de bienestar conservador—, la integración basada en el pleno empleo estuvo mediada por la dominación de grandes grupos —por ejemplo, esposas de trabajadores en empleos estándar— o no fue realizable en absoluto —para los llamados “trabajadores invitados”—. Esto puede aumentar la disposición de una persona a aceptar un empleo precario. La integración secundaria se refiere así al ajuste subjetivo a las formas de explotación secundaria. A diferencia de la explotación capitalista primaria, esta forma de explotación, a menudo muy brutal, no se basa, ni siquiera en su fijación contractual, en un intercambio de equivalentes. La explotación secundaria implica

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fraude o incluso robo de recursos (Federici, 2013) y se legitima discriminando construcciones sociales de etnicidad y género (Dörre, 2012, pp. 108-111) (4) Disciplina: por supuesto, la integración significa algo completamente diferente en la “zona de vulnerabilidad” o la “zona de desapego” que en el mundo de las relaciones laborales estándar. Las potencialidades primarias de integración con respecto al mundo del trabajo —satisfacción de las aspiraciones laborales reproductivas y cualitativas— se debilitan; esta pérdida puede, a lo sumo, compensarse parcialmente con potenciales de integración secundarios, pero nunca puede compensarse por completo. La proximidad, en términos del mundo del trabajo, a la “zona de precariedad” tiene un impacto en el potencial de integración del empleo permanente. Los miembros de la fuerza laboral principal comienzan a tener una vaga idea de su propia sustituibilidad cuando se dan cuenta del desempeño laboral de los trabajadores externos, la mera visibilidad y percepción de una “zona de precariedad” por sí sola tiene un efecto disciplinario. En el mundo del trabajo, los miedos a la precarización fomentan formas de integración que se basan menos en la participación que en la fuerza sutil, es decir, mecanismos de disciplina y procesos de cierre social. En este sentido, el surgimiento de una zona de precariedad laboral impone el ajuste a un nuevo modo de control social. La cohesión social proporcionada por la relación laboral estándar se está erosionando. El lugar de un modo de integración que —no exclusivamente, pero en gran parte— descansaba en la participación material y democrática de los asalariados está siendo ocupado ahora por formas de integración en las que el efecto sutil de los mecanismos competitivos de 164

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disciplina es cada vez más importante (Heitmeyer, 1997, p. 27). 4. El estado del debate Independientemente de la investigación futura, se puede registrar el estado actual del debate científico social sobre la precariedad en Alemania y Europa continental. La precariedad se está convirtiendo cada vez más en una forma “normal” de organización laboral con sus características y manifestaciones específicas (Castel, 2011, p. 136), también en Alemania. Aquí somos testigos del surgimiento de una sociedad de pleno empleo precario. Mientras que el número de personas económicamente activas en Alemania alcanzó un récord de 42 millones en 2013, el volumen de horas trabajadas y pagadas ha disminuido significativamente en más del 10% desde 1991 (Destatis, 2013). El volumen de trabajo no solo se distribuye entre cada vez más asalariados, sino que además se distribuye de manera bastante desigual. La expansión del empleo se está produciendo, no exclusivamente, pero en gran medida, a través de trabajos precarios, realizados principalmente por mujeres en ocupaciones de servicios personales (Holst & Dörre, 2013). Aunque no todas las relaciones laborales atípicas son precarias, su expansión a casi el 40% (Struck, 2014, p. 129) del total es un fuerte indicador de precarización. Más del 50% de quienes tienen un empleo atípico ahora se encuentran en el sector de bajos salarios, el 24,3% de la población económicamente activa (IAQ, 2013; Bosch, 2014). Las mujeres (30,8%) y los ciudadanos no alemanes (62,6%) tienen un riesgo superior a la media de acabar en un empleo mal remunerado (Bosch, 2014). Así, se ha instalado en Alemania una forma históricamente nueva de precariedad discriminatoria, que opera 165

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como un mecanismo de disciplina y control. La nueva forma de precarización establece asimetrías de poder que penetran los diferentes segmentos de la “sociedad de trabajo asalariado” y las relaciones de reproducción social. La precariedad discriminatoria se origina en la construcción de un estatus social especial. Desde la perspectiva de los grupos aún protegidos, así como en la autopercepción de aquellos en condiciones de inseguridad, este estatus especial constituye el problema de una minoría solamente. En el juego entre la atribución y la autopercepción, la precariedad constituye una jerarquía; y aquellos que viven en las condiciones más difíciles y disponen de los menores recursos de poder, se consideran parte de grupos minoritarios. Su conducta diaria de la vida se desvía del estándar definido por la “sociedad dominante”. Si bien este estatus especial también está construido por el género, la nacionalidad y la etnia, es, no obstante, algo específico y algo que es políticamente construido3. La precariedad en las sociedades ricas, por lo tanto, no solo se refiere a posiciones sociales específicas y no es solo una patología temporal. El régimen de poder y disciplina se despliega a través de las sociedades basadas en el trabajo y sus segmentos del mercado laboral. Destruye la ciudadanía social al producir grupos de estatus de personas con empleos precarios y negarles los derechos fundamentales de participación. En comparación con los trabajado-

“Políticamente construido” aquí se refiere al hecho de que las reformas “Hartz IV” contribuyeron a la creación de un estatus por debajo del umbral de la respetabilidad social. El grupo socialmente muy heterogéneo de perceptores de prestaciones fue así homogeneizado a la fuerza y este estatus se convierte cada vez más en el punto bajo de referencia de la precariedad. 3

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res en el empleo estándar, estos grupos están sindicalizados con menos frecuencia, apenas están representados en las instituciones de codeterminación del lugar de trabajo y, dado que el conservador sistema de bienestar alemán todavía se basa en la relación laboral estándar, no gozan de plenos derechos sociales (Koch & Fritz, 2013). Los grupos precarios tienen, al menos en Alemania, una participación electoral por debajo del promedio y están subrepresentados cuando se trata de otras formas de participación política (Schäfer, 2013; Dörre et al., 2013, pp. 391-395). Esta privación parcial de derechos para estos “vagabundos” modernos vacía las instituciones democráticas existentes. Sin embargo, hay que añadir que el vaciamiento de la ciudadanía social mediante la precarización es un proceso desigual. Está influido por la persistencia de las instituciones democráticas y encuentra oposición sindical y política. Por esta razón, la destrucción del capitalismo social se parece más a lo que Luxemburg describió como el “roer en pedazos”, la “asimilación” y el “desmoronamiento” del viejo modo de producción (Luxemburg, 1975, p. 364). En Alemania, el proceso de destrucción creativa fue llevado solo hasta el punto en que las reliquias de la ciudadanía social constituyen algo así como una segunda realidad en los escalones superiores de la sociedad basada en el trabajo: un exterior, aún no completamente sujeto a los principios de la competencia. El llamado modelo alemán, que de nuevo es objeto de tanta discusión estos días, es un híbrido. Es un régimen estructurado por el capitalismo financiero que ha preservado el aspecto social del capitalismo social como estructura subdominante. Esta simultaneidad de lo desigual explica los efectos conservadores de autoridad de la precariedad. Todavía existen fuerzas labo-

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rales centrales seguras, que controlan el poder organizativo y los derechos sociales y de codeterminación. Representan una forma de existencia que muchos de los trabajadores precarios se esfuerzan por alcanzar. Por el contrario, la “zona de precariedad” se adentra profundamente en el núcleo de la fuerza laboral. Los que tienen empleo indefinido tienen constantemente en la mira a los grupos precarizados y esto es una advertencia constante para ellos. Por ello, empiezan a considerar su condición laboral como un privilegio, que hay que defender “con uñas y dientes”. 5. Conclusiones: lagunas e investigaciones adicionales Hasta ahora, nos hemos centrado en la precariedad en las sociedades posbienestar del Norte Global. En otro lugar (Dörre, 2013), hemos insinuado varias controversias y lagunas en la teoría de la precariedad —incluidas las dimensiones de género, la precariedad formal e informal, la precariedad y la capacidad de acción colectiva—. El concepto de precariedad discriminatoria, desarrollado en Europa en el contexto de la desaparición del fordismo, difícilmente puede pretender captar el cambio en partes del mundo donde las relaciones laborales estándar nunca se han afianzado realmente y los estados de bienestar integrales no existieron (Neilson & Rossiter, 2008)4. Aparte de esto, es necesario agregar que los estados de bienestar maduros también excluyeron siempre a ciertos grupos sociales —mujeres, inmigrantes—. Por el contrario, Esto es una simplificación excesiva, ya que la investigación internacional sobre los estados de bienestar ha argumentado de manera convincente que esto ignora el hecho de que algunos países de América Latina y Asia desarrollaron programas de bienestar como parte de las estrategias de desarrollo en la primera mitad del siglo XX (Bayón, 2006; Wehr et al., 2012). 4

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en los países socialistas de Estado, o en Sudáfrica, por ejemplo, existían formas de empleo indefinido y servían como un punto de referencia positivo para los trabajadores. Ciertamente, la discusión centroeuropea sobre la precariedad necesita estar mucho más en contacto con perspectivas más allá de las de Europa Central (Von Holdt, 2012; Lee & Kofman, 2012; Lindell, 2010; Webster et al., 2008; Munck, 2013; Arnold & Pickles, 2011). La precariedad puede significar cosas muy diferentes incluso dentro de las sociedades del Norte o del Sur. Al mismo tiempo, no se deben descartar procesos de convergencia dentro de las cadenas productivas transnacionales. Esto plantea más preguntas de investigación, algunas de las cuales esbozaremos ahora. (1) El primer campo temático toca la conexión entre modelos productivos y regímenes de cuidados. La fortaleza de Alemania como nación exportadora de bienes industriales se basa tradicionalmente en la degradación del trabajo de cuidados remunerado y no remunerado. Actualmente, existe una creciente presión sobre la provisión de servicios de cuidado como un bien público, porque los costos de reproducción deben reducirse y la demanda financiada por el estado de estos servicios es insuficiente. Los actores políticos reaccionan ante esta situación creando cuasimercados en los que compiten los proveedores de atención públicos y privados, siendo los costos salariales un factor competitivo principal. Se produce la intensificación del trabajo, la precarización del empleo, la escasez de habilidades y una reasignación del cuidado a los hogares privados. Las brechas en el cuidado y otros servicios se llenan en parte con trabajadores migrantes con empleos informales y precarios, que a menudo tienen que dejar a sus hijos en sus respectivos países de origen. A medida que se 169

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establecen sistemas productivos transnacionales, también lo hacen las cadenas de cuidados, caracterizadas por formas de vida precarias. Se requiere más investigación para establecer cómo se cruzan exactamente el empleo regular y el trabajo en los hogares (Dörre et al., 2014). (2) La crisis económica y las políticas de austeridad han llevado a una situación en algunas sociedades europeas donde la mayoría de la sociedad ahora se encuentra en situaciones precarias, similar a los países del Sur Global. En Grecia, el desempleo aumentó del 7,7% en 2008 al 27,3% en 2013, y el desempleo juvenil —personas menores de 25 años— alcanzó el 58,3% en 2013 (Eurostat, 2014). Los ingresos medios cayeron un 8% en dos años, 2010/2011. Mientras tanto, la proporción de puestos de trabajo no sujetos a cotizaciones a la seguridad social ha aumentado hasta el 36%. En el contexto de los drásticos recortes de pensiones y el creciente número de personas sin hogar, el número de suicidios ha alcanzado niveles récord (Markantonatou, 2014). En otras palabras: Grecia, al igual que otros países, se ha convertido en una sociedad precaria. En estas sociedades no es solo el trabajo asalariado el que se ha vuelto frágil, sino también las normas sociales vinculantes que regían la convivencia social. En estas sociedades los marcos de referencia y las relaciones de precariedad están cambiando. Los efectos podrían explorarse mejor desde una perspectiva comparativa Norte-Sur. (3) Posiblemente, el tema más importante para futuras investigaciones debería ser la capacidad de los grupos precarios para desarrollar estructuras de autoayuda, así como capacidades para resistir y protestar colectivamente. El discurso de la precariedad en los países capitalistas desa-

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rrollados aún se enfoca en los efectos destructivos y desintegradores de la inseguridad social. Sin embargo, esto comienza a cambiar a medida que se hace visible la participación de los trabajadores precarios en sindicatos y movimientos sociales, así como su participación en disturbios y otras formas de malestar social (Schmalz & Dörre, 2013). Aquí se ha abierto un amplio campo de estudio —comparado—, especialmente porque muchos países del Sur Global pueden señalar una amplia experiencia con movimientos sociales y activismo político de grupos precarios. Si la precariedad funcionará o no como un catalizador para poderosos actores colectivos es una pregunta que debe permanecer sin respuesta por el momento. Sin embargo, una cosa es cierta: la precariedad discriminatoria en las sociedades ricas está vinculada a fenómenos de precariedad en el Sur Global, donde la mayoría de las personas han vivido en situaciones precarias durante mucho tiempo (Jütting & De Laiglesia, 2009; OIT, 2012; OCDE, 2012). En algunos países del este y sur de Europa, los estados de bienestar existen solo en forma rudimentaria y la precariedad ahora afecta a la mayoría de la población (Sola et al., 2013; Matković, 2013; Van Lancker, 2013; Lehndorff, 2012). Sobre todo, los diferentes tipos y formas de precariedad están siendo interrelacionados (Lee & Kofman, 2012) por redes transnacionales de producción (Butollo & Lúthje, 2013; Burchardt et al., 2013) y cadenas de cuidado (Hochschild, 2001, p. 131). Ciertamente, esta no es una lista completa, pero indica que, aunque las condiciones sociales son diferentes, al menos en este nivel, las sociedades precarias del Sur Global están irreversiblemente vinculadas a la precariedad en los países ricos del Norte Global. Aquí, salvaguardar la riqueza de grupos seleccionados tiene un precio. Este precio lo están pagando los nuevos “vagabundos” 171

Precariedad y desintegración social: un concepto relacional

del siglo XXI, esas masas plebeyas (Therborn, 2012) condenadas al “trabajo indigno”, los precarios modernos del Norte y del Sur.

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Europa, el Landnahme capitalista y la doble crisis económico-ecológica. Perspectivas para una sociedad no capitalista de poscrecimiento La doble crisis económico-ecológica1 Europa y, de hecho, todo el mundo occidental, se encuentran en medio de un período de cambios radicales plagado de crisis, que algunos comparan con la gran transformación descrita por Polanyi en su libro con el mismo título en 1944. Considerando la complejidad y diversidad de las dislocaciones sociales, el término “crisis múltiple” ha sido adoptado por diversas publicaciones sobre el tema. Pero ¿es esta terminología realmente una herramienta analítica útil? Respondería negativamente a esta pregunta, porque el término “crisis múltiple” implica que todo está “de al-



Este texto se publicó en inglés bajo el título “Europe: Capitalist Landnahme and the Economic-ecological Double Crisis. Prospects for a Noncapitalist, Post-growth Society” en: Rosa, H. & Henning, C. (Eds.). The Good Life Beyond Growth. New Perspectives. Routledge, 2018, 241-249 (N. del T.) 1 Documento presentado en el 3er Foro de Sociología de la ISA, del 10 al 14 de julio de 2016, Viena, Austria - Sesión plenaria: Enfrentando la crisis múltiple en Europa y más allá, sesión organizada por Brigitte Aulenbacher, Johannes Keppler Universität Linz.

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Europa, el Landnahme capitalista y la doble crisis económico-ecológica

gún modo” en crisis. Pero usar el término crisis de esta manera oscurece más de lo que aclara. Yo diría que Europa se encuentra actualmente en medio de una doble crisis económica y ecológica (Dörre, 2015, 2016). El mercado común y la unión económica y monetaria se concibieron como una respuesta europea común a la globalización y estaban vinculados a promesas de crecimiento económico y prosperidad. Sin embargo, estas promesas ya no pueden cumplirse y la Unión Europea se encuentra hoy en un estado de estancamiento secular. Hay dos causas principales para esto que destacaría. En primer lugar, la Unión Europea en su estado actual representa un intento de integración principalmente a través de mecanismos de mercado. Las instituciones que restringen el mercado, los sindicatos, los convenios colectivos, las leyes laborales y los sistemas de seguridad colectiva se consideran, o al menos tienden a ser considerados, como impedimentos para la acumulación de capital y el crecimiento que la sociedad debe superar. Una consecuencia de este desarrollo es una creciente desigualdad entre y dentro de los Estados miembros de la Unión Europea. Lo mismo es cierto para los Estados centrales del imperio de la misma. Alemania es uno de los países más desiguales del mundo industrializado actual, dice el economista liberal Marcel Fratzscher, presidente del Instituto Alemán de Investigación Económica (DIW Berlín; Fratzscher, 2016). Según estudios recientes, la milésima parte superior de la población alemana (o el 0,1%) posee el 17% de la riqueza total, mientras que el 10% más rico posee más del 64%. Al mismo tiempo, la mitad de todos los asalariados ganan menos hoy que hace 15 años. El milagro laboral alemán se basa en un aumento de los trabajos precarios realizados en gran medida por mujeres en el sector servicios. En otras palabras, 182

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los frutos del crecimiento económico no benefician a la mayoría de la población, incluso en la próspera Alemania. Y, en segundo lugar, en aquellos pocos lugares donde todavía es posible apuntalar el crecimiento económico sobre una base fósil —a base de petróleo o carbón—, este crecimiento a su vez conduce a un aumento exponencial de los peligros ecológicos. Comparado con los estándares preindustriales y los “puntos de inflexión” ecológicos basados en ellos, ya hemos cruzado un Rubicón de daños en lo que se refiere al cambio climático, la biodiversidad y el ciclo del nitrógeno. La acidificación de los océanos, el agotamiento de la capa de ozono, el consumo de agua dulce, el uso de la tierra y la carga de aerosoles atmosféricos se acercan rápidamente a los límites de la tolerancia planetaria. Los principales contaminadores son los capitalismos impulsados por el crecimiento del Norte Global, aunque las economías emergentes más grandes, como China, se están poniendo al día rápidamente en esta carrera. En la actualidad, una cuarta parte de la población del planeta, ubicada principalmente en el Norte Global, consume alrededor de las tres cuartas partes de sus recursos y produce las tres cuartas partes de los desechos y las emisiones. Europa, por su parte, solo tiene una solución que ofrecer: “decrecimiento por desastre”. Dondequiera que la economía se contrae, como en Grecia, por ejemplo, las emisiones y el consumo de recursos también disminuyen. El hecho de que unos veintiún países lograran desvincular el crecimiento de su PIB de las emisiones de carbono por primera vez en 2015 (tabla 1) cambia poco la tendencia general, al menos por el momento, porque a nivel mundial seguimos firmemente atados a un modelo ecológicamente destructivo de crecimiento económico. El crecimiento económico como el medio más importante para resolver las crisis económicas se 183

Europa, el Landnahme capitalista y la doble crisis económico-ecológica

ha convertido en la fuerza impulsora del peligro ecológico en el capitalismo contemporáneo. País

Austria Bélgica Bulgaria República Checa Dinamarca Finlandia Francia Alemania Hungría Irlanda Países Bajos Portugal Rumania Eslovaquia España Suecia Suiza Ucrania Reino Unido

Cambio en CO2 en % 2000-2014

Cambio en CO2 Mt 20002014

Cambio en el PIB real 2000-2014

Cambio en la participación de la industria en el PIB 20002013

-3% -12% -5% -14%

-2 -20 -2 -18

21% 21% 62% 40%

-3% -6% 2% -0,3%

-30%

-17

8%

-5%

-18% -19% -12% -24% -16% -8%

-11 -83 -106 -14 -7 -19

18% 16% 16% 29% 47% 15%

-9% -4% -1% -2% -9% -3%

-23% -22% -22%

-16 -21 -9

1% 65% 75%

-6% -1% -3%

-14% -8% -10% -29% -20%

-48 -5 -4 -99 -120

20% 31% 28% 47% 29%

-8% -4% -0,3% -10% -6%

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Estados Unidos Uzbekistán

-6%

-382

28%

-3%

-2%

-2

28%

10%

Tabla 1. Métricas de desacoplamiento absoluto2

El ejemplo griego demuestra lo que yo llamo la doble crisis económico-ecológica. Las sociedades capitalistas modernas se enfrentan a un dilema de crecimiento: “en una economía basada en el crecimiento, el crecimiento es funcional para la estabilidad. El modelo capitalista no tiene un camino fácil hacia una posición de estado estacionario. Su dinámica natural lo empuja hacia uno de dos estados: expansión o colapso” (Jackson, 2009, p. 64). Hoy, sin embargo, este dilema de crecimiento se está intensificando de manera singular. El crecimiento económico como el medio más importante para hacer frente a las crisis económicas en su forma actual fosilizada y carbonizada conduce necesariamente a un aumento de la destrucción ambiental. El crecimiento se convierte en crecimiento destructivo, que tiene un impacto negativo en la vida de millones. En tal constelación, los primeros países capitalistas industrializados tienen en última instancia solo dos opciones: o hacen que el crecimiento económico sea socialmente sostenible, o emergen sociedades que deben sobrevivir en ausencia de un crecimiento permanente. Naturalmente, tales sociedades posteriores al crecimiento no pueden ser capitalistas. Tabla del Instituto de Recursos Mundiales, disponible en línea en www.wri.org/blog/2016/04/roads-decoupling-21-countries-are-reducing-carbon-emissions-while-growing-gdp (consultado el 11 de agosto de 2016), los datos utilizados allí provienen de BP Statistical Review of World Energy 2015 & World Bank World Development Indicators. 2

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Europa, el Landnahme capitalista y la doble crisis económico-ecológica

En otras palabras, Europa y las sociedades capitalistas del Norte Global están entrando en una gran transformación, cuyo resultado sigue siendo desconocido y, al menos por el momento, abierto a la influencia tanto política como social. Los científicos naturales tienden a guardar silencio sobre cómo se vería exactamente esta transformación. Por ejemplo, el climatólogo alemán Hans Joachim Schellnhuber (2015) escribe en su libro Selbstverbrennung (“Autoinmolación”): “Si una ‘economía social de mercado’ o un ‘socialismo democrático’ es el mejor modelo social a mediano plazo, o si uno incluso requiere un modelo social en primer lugar, no es algo sobre lo que me atreva a emitir un juicio” (p. 703). Aquí es precisamente donde surge la oportunidad para una sociología crítica del capitalismo. Es tarea de esta última desarrollar conceptos que a) permitan una mejor comprensión de la dinámica de la crisis capitalista y que b) exploren caminos de superación democrática del capitalismo de crecimiento. El año 2015 quizás también mostró que existe cierto grado de libertad para la reforma y posibilidades para un tipo de crecimiento social selectivo. Landnahmen y sus límites Sin negar la capacidad de reforma, sin embargo, es evidente que la “crisis de tenazas” económico-ecológica tiene raíces sistémicas: a saber, la característica dinámica expansiva de todas las variedades de capitalismo. No existe tal cosa como un capitalismo puro y racional, como podría sugerir la obra de Marx, aunque en un cierto nivel de abstracción. El capitalismo es incapaz de reproducirse exclusivamente desde dentro. Se basa en la conquista en curso de “tierra nueva”. Esta “tierra nueva” no debe entenderse en un sentido primordialmente geográfico, sino más bien como la mercantilización de recursos naturales, territorios, 186

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sectores, actividades y estilos de vida que antes no se mercantilizaban o no se mercantilizaban en su totalidad. Así, el capitalismo es un sistema expansivo que hace que todas nuestras vidas, incluso las de los capitalistas, dependan de los imperativos del mercado. Sin embargo, esta mercantilización nunca puede ser completa, como ha demostrado Karl Polanyi. Por lo tanto, el Landnahme —acaparamiento— siempre va acompañado de formas específicas de “entrega de tierras”. La valorización de la capacidad laboral en forma de trabajo asalariado sería imposible sin la realización de trabajo de cuidado en gran medida no remunerado. Y si se va a mercantilizar el trabajo de cuidados, entonces debe haber un “exterior” no mercantilizado para constituir el nuevo mercado. La razón principal de esto ya fue establecida por Bourdieu en sus primeros estudios sobre Argelia. El comportamiento empresarial, conforme al mercado, requiere una conciencia y una orientación hacia el futuro; pero tal conciencia solo puede surgir sobre la base de una planificación de la vida a largo plazo, que en sí misma es imposible sin un cierto grado de ingresos y seguridad laboral. Eso significa que los mercados capitalistas requieren un exterior para garantizar su propia seguridad, que les permita funcionar y preservar lo que Polanyi llama mercancías ficticias: dinero y mercados financieros, trabajo y su “contenedor” humano y, no menos importante, la tierra y el mundo natural extrahumano. El meollo del asunto está en que la “acumulación originaria” que describe Marx en el primer volumen de El Capital se repite periódicamente. Cada vez que la acumulación de capital encuentra obstáculos que no pueden superarse dentro de las formas existentes, se necesita una intervención especial para volver a encarrilar el proceso. En tales períodos, son comunes el disciplinamiento político, la 187

Europa, el Landnahme capitalista y la doble crisis económico-ecológica

represión, la violencia, la sobreexplotación y el incumplimiento de las normas sociales. Sin embargo, en contraste con la suposición de Rosa Luxemburg, estos Landnahmen continuos no conducen al colapso del capitalismo. Se puede crear activamente un Otro no capitalista. El estado de bienestar representa un Otro no capitalista funcional al capital. Este es el punto desde el cual procede un análisis contemporáneo de un Landnahme de lo social. El nuevo Landnahme fortalece los derechos de propiedad del capitalismo privado. Impulsa la re-mercantilización de áreas de la vida previamente retiradas y por lo tanto protegidas del mercado. Se basa en la subordinación de las actividades económicas a las reglas de los mercados financieros liberalizados y a las políticas fiscales restrictivas. En su centro se encuentra el debilitamiento del poder de los asalariados. Además, equivale a restricciones o incluso despojos selectivos de bienes de propiedad pública. Sin embargo, a menos que esté total y absolutamente equivocado, la crisis de 2008/2009 es un indicador de que los Landnahmen impulsados por el mercado a escala global están comenzando a enfrentarse a límites intrínsecos e ineluctables. En otras palabras, el capitalismo de mercado financiero internacional, tal como se ha consolidado en los centros capitalistas desde la década de 1970, ya no puede mantenerse como proyecto de crecimiento sin modificaciones significativas. El regreso del populismo de derecha Actualmente nos encontramos en un punto de inflexión decisivo. La expansión del mercado capitalista, también conocida como globalización, está destruyendo sus propios mecanismos de autoestabilización, incluidos el cré-

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Klaus Dörre

dito, el sistema de innovación y el nexo trabajo-reproducción. La economía política del trabajo, es decir, los sindicatos, los partidos socialdemócratas y socialistas y las instituciones del estado de bienestar, se ha debilitado hasta el punto de que incluso las medidas redistributivas que estabilizan el sistema ya no cumplen su propósito. Es por eso por lo que la globalización y la europeización, ambas basadas en Landnahmen cada vez más y acelerados, están llegando a sus límites, volviéndose cada vez más repulsivas y volviéndose contra sus protagonistas: • En forma de una dramática intensificación de las desigualdades de clase, que han avanzado hasta un punto en el que funcionan como impedimentos para el crecimiento. • En forma de movimientos migratorios provocados por la guerra, el cambio climático y el empobrecimiento social, cuya cúspide llegó incluso al centro occidental, incluida Alemania, en 2015. • En forma de una desdemocratización ligada a la gestión estatal de estos problemas y que aqueja a la Unión Europea y a sus Estados miembros desde hace un tiempo. • En la forma de una nueva lucha distributiva multidimensional que enfrenta no solo a la parte superior e inferior de la sociedad, sino también a las regiones más pobres y ricas, el centro y la periferia. Los asalariados pueden exhibir espontáneamente una solidaridad exclusiva, es decir, una solidaridad excluyente, a medida que se oscurecen las perspectivas de una rees-

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tructuración democrática de las relaciones injustas de distribución. También se vuelven más susceptibles al atractivo del populismo de derecha moderno. Los populistas de derecha europeos son con frecuencia partidos de trabajadores. En las elecciones presidenciales austriacas más recientes, alrededor del 86% de los trabajadores votaron por el Partido de la Libertad de Austria. El AfD -Alternative für Deutschland, o Partido Alternativa para Alemania— en Alemania es el partido más popular entre los trabajadores y los desempleados. Esto es posible porque los populistas de derecha se relacionan con formas de conciencia cotidiana que podrían describirse como una forma de nostalgia o añoranza por la era pasada del capitalismo social. Algunos asalariados despliegan resentimientos contra otros como un medio específico para obtener una ventaja en la lucha competitiva por recursos y estatus social limitados. Buscan retener la vieja promesa social capitalista de seguridad limitando el número de aquellos con derecho a ella según líneas “étnicas”, “nacionales” o “culturales”. Las orientaciones correspondientes incluyen algunos elementos de solidaridad obrera, cuyo funcionamiento, sin embargo, está amenazado por la heterogeneidad étnica o nacional. Lo que converge aquí es un rudimentario instinto de clase y una mezcla de malevolencia y desprecio, mientras que aquellos grupos ligeramente por encima o ligeramente por debajo de la propia posición en la escala social son culpados de la propia desgracia. Incluso los trabajadores sindicalizados en las fuerzas laborales centrales protegidas a menudo se diferencian no solo de las élites, sino también de los desempleados y los empleados precariamente por debajo de ellos, así como de los “griegos holgazanes” o los inmigrantes “inútiles”. Esto los hace susceptibles a los 190

Klaus Dörre

mensajes de una nueva derecha que postula una lucha distributiva sobre la “riqueza del pueblo”, no entre los de arriba y los de abajo de la sociedad, sino entre el interior y el exterior, entre el “pueblo alemán” y los supuestos “invasores inmigrantes”. El populismo de derecha ha reforzado aún más la vulnerabilidad específica de los refugiados con el despliegue de tal semántica de agresión. Atribuye a los migrantes un menor nivel de desarrollo civilizacional y los coloca bajo sospecha general. Los refugiados son retratados indiscriminadamente como posibles criminales violentos, terroristas y violadores. La respuesta a tal invasión bárbara, entonces, es la defensa de la ciudadanía nacional, concebida como étnicamente “pura” y homogénea. A través de tales operaciones semánticas, el populismo de derecha contemporáneo ha logrado reinterpretar los movimientos migratorios, al menos indirectamente como resultado de la globalización impulsada por el mercado, como una invasión de bárbaros incivilizados. Los grupos sociales más vulnerables, de todas las personas, son estigmatizados como acaparadores de tierras que cometen genocidio contra la población nativa y como una cultura nacional casi naturalizada. En el contexto de las luchas distributivas reinterpretadas como conflictos entre países débiles y fuertes, o mejor dicho, culturas, el término Landnahme sirve como arma lingüística contra los más débiles de la sociedad. Cuatro tareas para Europa Dondequiera que tomen el poder, ya sea en Hungría, Polonia o, más recientemente, en los Estados Unidos, los populistas völkisch o etnonacionalistas demuestran que la supuesta inevitabilidad de la globalización puede, de hecho,

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revertirse. Trump está obligando a las corporaciones internacionales a trasladar la producción a los Estados Unidos; Orbán practica una política económica nacionalista-proteccionista —o más bien proteccionista—; y una de las primeras medidas promulgadas por el PiS polaco —Prawo i Sprawiedliwość, o Partido Derecho y Justicia— fue la introducción de un salario mínimo por hora. Mientras que los populistas de derecha han colocado el tema de las fronteras en el centro de sus campañas, ocupando así la cuestión social como su terreno político, la izquierda democrática carece de una visión alternativa plausible o convincente de una sociedad futura no capitalista en reacción a la doble crisis económico-ecológica. Y esto es en gran medida un desastre, dado que la nueva gran transformación ya está en marcha, independientemente de si a la izquierda le gusta o no. Esencialmente, lo que es válido para todos los demás capitalismos también se aplica al capitalismo europeo: debido a que el planeta se ha vuelto demasiado pequeño para el capitalismo, y debido a que está perdiendo legitimidad a la luz de la creciente desigualdad e incertidumbre social, creo que el capitalismo de crecimiento contemporáneo bien puede llegar a su fin en las próximas décadas. Lo que no sé es qué lo reemplazará. Lo más probable es que el cambio sea impulsado por una combinación de impactos externos —por ejemplo, desastres naturales—, movimientos sociales contra las compulsiones del crecimiento y la competencia, reformas desde arriba y alternativas al estilo de vida dominante que ya se practica hoy. Sin embargo, estos cambios no mejorarán automáticamente las cosas. Al menos por el momento, todavía podemos influir en este proceso de cambio anticipado a través de la participación

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en la política democrática. Por lo tanto, tiene sentido comenzar a trabajar activamente hacia la superación del capitalismo hoy, a pesar de lo que pueden parecer muy pocas posibilidades de éxito, en lugar de resignarnos pasivamente a la eventual desaparición de esta formación social. Necesitamos un debate global sobre los contornos de una sociedad democrática, igualitaria, no capitalista y poscrecimiento. Hay al menos cuatro coordenadas que podrían servir como una brújula adecuada para tal debate. Estas incluyen la crítica del crecimiento, la igualdad sustantiva, la democracia radical —económica— y la cooperación global. Estas coordenadas pueden entonces, como sugiero, asignarse a cuatro proyectos centrales. 1. Una crítica del crecimiento implica atacar científicamente los mecanismos sistémicos que engendran un crecimiento destructivo permanente. Requerimos modos de regulación social capaces de hacer visible la destrucción ecológica y social y contrarrestar la externalización de sus consecuencias. Además, necesitamos un debate global sobre formas de vivir que entiendan la ruptura con el consumismo superfluo y el imperativo ético de la moderación como evidencia de calidad de vida. 2. La igualdad sustantiva es aplicable, porque la sostenibilidad ecológica no se puede lograr sin la sostenibilidad social. Se necesitan urgentemente proyectos de redistribución democrática radical —del norte al sur, del centro europeo a los países europeos en crisis, de arriba abajo, de los más fuertes a los más débiles—, considerando los 60 millones de refugiados de los cuales solo una pequeña fracción llega realmente a los centros capitalistas, por ejemplo. Un paso inicial puede ser una política fiscal que convierta el derecho a poseer riqueza en uno 193

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temporal, que cierre los paraísos fiscales y grave los grandes activos a favor de inversiones para combatir la pobreza, el hambre y la destrucción ecológica en todo el mundo (Piketty, 2014). 3. Ninguna redistribución ocurrirá sin una democracia radical y rebelde. Aquí, la expansión de la democracia a la esfera económica es de importancia crítica. El proyecto de una nueva democracia económica tendrá que lucharse a favor y en contra de las 1.318 empresas que actualmente controlan las cuatro quintas partes de la economía mundial. Estas corporaciones son esencialmente instituciones sociales: sus decisiones influyen en la vida de varios miles de millones de personas. Por lo tanto, es inaceptable que permanezcan exclusivamente en manos privadas. La democracia radical significa plantear la cuestión de la propiedad. Significa encontrar nuevas formas de autopropiedad colectiva —como empresas asalariadas, etc.— más allá de la propiedad privada y estatal, que socialicen y democraticen las decisiones sobre el qué, el cómo y el para qué de la producción. 4. Cada uno de los proyectos mencionados aquí debe tener en cuenta que un rumbo hacia la transformación democrática hoy solo puede tener éxito a escala global. Las amenazas ecológicas, las crisis económicas, los movimientos de refugiados y las guerras exigen una nueva “política interna global” (Ulrich Beck). Lograr esto solo será posible si los diferentes intereses y conflictos entre diferentes Estados y regiones del mundo se vuelven cooperativos. Debemos crear, comenzando en nuestras respectivas sociedades nacionales, un modo de cooperación global, sin el cual el sueño del viejo sociólogo de una “mejora de la sociedad” no puede realizarse en un orden global.

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Esta es la tarea a la que nos enfrentamos hoy en Europa. En lugar de utilizar el acceso al enorme mercado común europeo como herramienta para hacer cumplir las normas sociales en toda la economía mundial, ha surgido un régimen disciplinario supranacional que depende cada vez más de medios autoritarios para garantizar el cumplimiento. La austeridad ha engendrado “sociedades de contracción”, como en el caso de Grecia, que requerirá décadas para volver a los niveles económicos previos a la crisis. La austeridad refuerza la misma economía de deuda que pretende superar. Al mismo tiempo, promueve una Europa posdemocrática que delega “la crisis de los refugiados” a sus fronteras exteriores. Los países afectados por la crisis de la periferia sur se ven obligados a lidiar con una enorme carga adicional, mientras que los derechos humanos se sacrifican en un trato sucio con el Estado turco. El trágico desenlace es la transformación del mar Mediterráneo en una fosa común. Este tipo de Europa no tiene derecho legítimo a existir. Para avanzar en una alternativa, debemos volver al concepto de lucha de clases democrática de Walter Korpi (1983) y llenarlo de nueva vida. Este concepto denota una lucha que se libra sobre la base de los derechos económicos y sociales inalienables de los asalariados, independientemente de cuán intensas sean estas luchas. La idea básica implica que el conflicto y la disidencia representan elementos cruciales de una democracia en funcionamiento, a diferencia de algún tipo de accidentes o desviaciones. La europeización e internacionalización de esta idea es un desafío muy grande. Los asalariados en Alemania deben llegar a comprender que tienen más en común con sus homólogos franceses, griegos, italianos o polacos que cualquiera de ellos

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con sus respectivas élites económicas nacionales. En resumen, lo que necesitamos es una nueva identidad colectiva específica de clase, tanto internacional como transnacional. Tal identidad solo puede surgir de la lucha y la experiencia comunes. Al mismo tiempo, también requiere el apoyo de la educación política y la cooperación sindical a nivel de base. Si esta tarea se deja desatendida, es posible que veamos una sociedad de clases europea sin identidades de clase positivas entre las poblaciones dominadas en un futuro próximo. Conclusión ¿Es esta una perspectiva realista para la transformación social, es decir, tiene posibilidades de éxito? Para ser sincero, en mi opinión hay pocas razones para creerlo, al menos por el momento. La distopía del capitalismo autoritario actualmente parece mucho más real. Pero ¿deben o pueden los sociólogos aceptar este hecho como dado? ¿Deberían aceptar tranquilamente un desarrollo en el que los tuits presidenciales y Breitbart News amenazan cualquier forma de discurso crítico e impulsos antisistema? Teniendo esto presente, permítanme reformular la pregunta: ¿qué puede hacer la sociología? En este punto estamos viendo, en el mejor de los casos, esbozos vagos de posibles alternativas sociales. El verdadero desafío es desarrollar estas alternativas, particularmente para una sociología que aspira a ser una sociología pública (Burawoy, 2015; Aulenbacher, Burawoy, Dörre & Sittel, 2017). Estas cuatro sugerencias deben entenderse en el sentido de un experimentalismo democrático. Obviamente consisten en preguntas más que cualquier otra cosa, muchas de las cuales también son para la sociología: ¿son adecuados estos proyectos centrales?

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¿Tienen que ser modificados o ampliados? ¿Cómo se pueden especificar en detalle? ¿Con quién se podrían llevar a cabo con éxito? Y, no menos importante, ¿cómo debería llamarse una sociedad nueva y mejor? Al igual que Erik Olin Wright (2012), no tengo dificultad para trabajar en una brújula que describa las coordenadas para una transformación hacia sociedades poscrecimiento neosocialistas. Pero eso es solo una preferencia individual. Mi sugerencia a los sociólogos es la siguiente: comencemos un debate sobre una sociedad mejor más allá del capitalismo, más allá del crecimiento, y desarrollemos alternativas viables en diálogo con la sociedad civil, a nivel mundial, a través de una controversia constructiva, de inmediato. Lo que es crucial, sin embargo, es que no sigue siendo un debate de sociólogos únicamente para sociólogos. Lo que se necesita es un puente hacia la crítica y la acción cotidianas de la sociedad civil. El deseo de una sociedad mejor puede comenzar a partir de una crítica de los estilos de vida destructivos, así como de los conflictos sobre los salarios o la asistencia práctica a los refugiados del Sur Global. Se puede tanto en la oposición como desde la bancada del gobierno. Lo que es crucial es que cada intervención se persiga como parte de una política transformadora. Detrás de las demandas de salarios más altos por parte de, digamos, trabajadores de cuidado infantil alemanes en huelga, se encuentra el deseo de apreciación y reconocimiento social de las actividades reproductivas. Este deseo aspira en última instancia a una remodelación fundamental de la sociedad, su sector reproductivo y su financiación. Alcanzar este objetivo no solo es importante para las mujeres y los inmigrantes que trabajan en este sector, sino que también redunda en interés de los padres y los niños involucrados. Si

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se implementaran las medidas correspondientes adecuadas, reemplazarían gradualmente la tendencia a aumentar la productividad mediante el desplazamiento del trabajo vivo. Los impulsores del crecimiento podrían al menos debilitarse, lo que conduciría a un resultado de crecimiento social selectivo. Señalar estas conexiones significa participar en políticas progresistas transformadoras. Y ciertamente es mejor practicar tal política que caer sin luchar frente a un sistema que parece prometer a la mayoría poco más que una vida miserable.

Referencias Aulenbacher, B., Burawoy, M., Dörre, K. & Sittel, J. (2017). Öffentliche Soziologie: Wissenschaft im Dialog mit der Gesellschaft. Campus Verlag. Burawoy, M. (2015). Public Sociology: Öffentliche Soziologie gegen Marktfundamentalismus und globale Ungleichheit. Juventus. Dörre, K. (2015). Social Capitalism and Crisis: from the Internal to the External Landnahme. Dörre, K., Lessenich, S. & Rosa, H. (Eds.). Sociology, Capitalism, Critique. Verso, 247-279. Dörre, K. (2016). Limits to Landnahme: Growth Dilemma as Challenge. Dellheim, J. & Wolf, F. O. (Eds.). Rosa Luxemburg: A Permanent Challenge for Political Economy. Palgrave Macmillan, 219-261. Fratzscher, M. (2016). Verteilungskampf: Warum Deutschland immer ungleicher wird. Hanser. Jackson, T. (2009). Prosperity without Growth: Economics for a Finite Planet. Earthscan. Korpi, W. (1983). The Democratic Class-Struggle. Routledge. Pickety, T. (2014). Capital in the 21st Century. Belknap Press. 198

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Schellnhuber, J. (2015). Selbstverbrennung: Die fatale Dreiecksbeziehung zwischen Klima, Mensch und Kohlenstoff. C. Bertelsmann. Wright, E. O. (2012). Transforming Capitalism through Real Utopias. American Sociological Review, 78(1), 1-25.

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“¡Retomar el control!” Marx, Polanyi y la revuelta populista de derecha La revuelta populista de derecha puede interpretarse como un movimiento “ambivalox” de tipo polanyiano, como argumenta el siguiente artículo. Para clasificar la revuelta populista de esta manera, se hace una distinción de tipo-ideal entre movimientos críticos con el mercado y movimientos de clase. Con la ayuda de un estudio empírico que examina las visiones del mundo de los trabajadores con simpatías derechistas, la tesis se pone a prueba y se refina. La gran transformación de Karl Polanyi (2003) es un intento de explicar el fascismo en la Europa continental en términos del fracaso de la economía del laissez-faire. Para Polanyi estaba claro que esta historia no se repetiría. Sin embargo, muchos observadores de la actualidad conside-



Este texto se publicó en inglés bajo el título “’Take Back Control!’ Marx, Polanyi and Right-Wing Populist Revolt” en: Österreichische Zeitschrift für Soziologie, 44, 2019, 225-243. Acceso abierto: Este texto se distribuye bajo los términos de la licencia internacional Creative Commons Attribution 4.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/4.0/), que permite el uso, la distribución y la reproducción sin restricciones en cualquier medio, siempre que se otorgue el crédito apropiado para el(los) autor(es) original(es) y la fuente, proporcionando un enlace a la licencia Creative Commons e indicando si se realizaron cambios (N. del T.)

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ran que el análisis de Polanyi es más actual que nunca. “Retomar el control” es el grito de batalla de una revuelta de derecha que está convulsionando sociedades democráticamente constituidas en todo el mundo. Esta revuelta está siendo alimentada por verdaderas dislocaciones sociales. Una globalización impulsada por la ideología del libre mercado ha generado dinámicas de creciente desigualdad, destrucción ecológica, aumento de la migración forzada, escalada de conflictos y nuevas guerras que se perciben ampliamente como una pérdida de control. Por esta razón, la globalización se ha vuelto a convertir en un proyecto controvertido (Crouch, 2018; Flassbeck & Steinhardt, 2018). Los contramovimientos autoritarios prometen a los sectores inestables de la población “recuperar nuestro país y nuestra gente” (Alexander Gauland en Berliner Zeitung, 2017). Este mensaje está encontrando resonancia, incluso en la rica República Federal de Alemania. Simultáneamente con uno de los períodos más largos de crecimiento económico en la historia de la posguerra, el Partido Alternativa para Alemania —Alternative für Deutschland o AfD— se ha establecido a nivel nacional como un partido populista de derecha, un concepto que para los principales investigadores ya equivale a una trivialización (Heitmeyer, 2018). Las opiniones difieren sobre las causas de la ofensiva populista (Becker et al., 2018a). ¿Es racismo o protesta social equivocada? ¿Son decisivas las razones socioeconómicas o las culturales? ¿Estamos asistiendo a un levantamiento de clases medias privilegiadas o a la rebelión de nuevos movimientos obreros? Lo preocupante en las controversias creadas por tales preguntas es el “o” excluyente. Karl Polanyi puede ayudar a superar tales oposiciones es-

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quemáticas porque sugiere interpretar la revuelta populista de derecha como un fenómeno “ambivalox”1. El término “ambivalox” tiene en cuenta el hecho de que los contramovimientos del tipo polanyiano pueden, en un sentido, prometer protección contra las consecuencias de los mercados desregulados, mientras que en otros aspectos tienen exactamente el efecto contrario. Sin embargo, no se trata de una contradicción cuya superación pueda estar dictada por un desarrollo social específico. Lo que sigue al movimiento de libre mercado está históricamente abierto, por ejemplo, como el tema de los conflictos sociales y las disputas políticas (Brie & Thomasberger, 2018). Por lo tanto, para interpretar la revuelta populista en estos términos es necesario aclarar de una manera teóricamente precisa y empíricamente sólida qué debe entenderse por contramovimientos críticos del mercado del tipo polanyiano2. “Ambivalox” no es un término que Polanyi usó, sino un neologismo que comprende los términos “ambivalente” [ambivalent] y “paradójico” [aradox]. Existe una paradoja cuando un fenómeno que produce cierto efecto en un aspecto produce exactamente lo contrario en otro. En la teoría crítica más reciente, la paradoja se ha utilizado como contraconcepto de la categoría marxista de contradicción (Ludwig, 2013, pp. 299336; Neckel et al., 2018). Pero una paradoja no se agota por sí misma. A menudo hay algo contradictorio en el fenómeno en cuestión que ofrece la perspectiva de cambiar o incluso abolir la constelación paradójica. La inclusión de esta dinámica dialéctica hace que “ambivalox” sea un término atractivo. Como término, aún no está establecido en los países de habla alemana, pero es objeto de literatura introductoria sobre las teorías sociológicas de la modernización (Degele & Dries 2005, pp. 23-40). En un mundo inundado de anglicismos, tal neologismo germánico es ciertamente permisible. La sugerencia se la debo a Axel Salheiser. 2 Estos movimientos son críticos del mercado, porque surgen como reacción a los mercados desregulados. Esto no significa que sus seguidores critiquen explícitamente el mercado capitalista. En cambio, los movimientos críticos con el mercado dan nombres políticos al poder de mercado abstracto —élites, establecimiento— y, a menudo, tienden a personalizar su elusiva influencia. 1

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A continuación, esto se intentará con referencia a la situación alemana. El artículo esboza el marco teórico, la comprensión del populismo social, la base empírica y la metodología de un estudio que se basa en el concepto de movimientos de Polanyi (1). Se presentan los resultados de la investigación sobre las orientaciones populistas de derecha de los trabajadores (2, 3) antes de examinar críticamente la tesis inicial a la luz de los resultados presentados (4). 1. Radicalismo de mercado y contramovimientos autoritarios Aunque las formas de organización, el personal político y los objetivos de las formaciones populistas de derecha pueden diferir mucho en los detalles (Müller, 2016), su perfil social tiene una cosa en común. En la República Federal de Alemania, como en muchos otros países, implica alianzas entre la clase media y la clase trabajadora, así como con partes de la élite. Aunque el AfD recluta a sus seguidores desde todas las clases y estratos de la población, los desempleados y, sobre todo, los trabajadores varones están significativamente sobrerrepresentados en su electorado (Vehrkamp & Wegschaider, 2017). El perfil social del bloque populista de derecha ha demostrado ser relativamente estable en numerosas elecciones estatales y, en menor medida, durante las elecciones federales de 2017. Incluso donde el AfD tiene una apariencia burguesa, logra un éxito superior al promedio entre los trabajadores (Infratest dimap, 2017, 2018). La afiliación sindical de ninguna manera obstaculiza la simpatía por la derecha radical y las orientaciones correspondientes ahora también se encuentran entre sindicalistas activos y miembros de comités de empresa (Sauer et al., 2018; Dörre et al., 2018).

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1.1. Marx y Polanyi Para explicar este fenómeno, tiene sentido distinguir de manera tipo-ideal dos formas básicas de movimientos sociales: movimientos de clase de tipo marxista y movimientos de mercado de tipo polanyiano. A primera vista, tal tipificación puede parecer muy esquemática, pero sin duda es útil como dispositivo heurístico para clasificar la forma específica del populismo de derecha contemporáneo. Comencemos con la primera forma básica de los movimientos sociales, para los cuales la clase es decisiva. Marx, quien interpretó la historia de todas las sociedades existentes hasta el momento como una historia de luchas de clases (Marx & Engels, 1976, p. 482), no presentó una teoría de clases coherente, ni su obra contiene una economía política elaborada del trabajo que permitiría un análisis sistemático de las luchas y movimientos de clases. Sin embargo, siguiendo a Marx, se pueden identificar criterios con cuya ayuda se pueden distinguir los movimientos específicos de clase —obreros— de los movimientos interclasistas críticos con el mercado. La teoría de clases de Marx se basa en cuatro premisas. Como grupos humanos y de interés a gran escala, las clases están ancladas en relaciones de propiedad y producción social. Pueden describirse como situaciones sociales empíricamente comprensibles, pero existen solo en proceso y en relación con otras clases. La división de clases específica en el capitalismo resulta de la capacidad de la burguesía dominante para monopolizar en gran medida la propiedad de los medios de producción y apropiarse del trabajo excedente no remunerado de las clases trabajadoras dominadas que tienen que vivir únicamente de la venta de su fuerza de trabajo. En el capitalismo la relación entre las dos clases principales está estructurada por un mecanismo causal que Marx denomina explotación, la 205

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apropiación del plustrabajo no remunerado. Aunque se basa formal y contractualmente en el intercambio de equivalentes, la relación de explotación del capital con el trabajo requiere para su reproducción medios de dominación extraeconómicos adicionales. El Estado garantiza formalmente a todos los propietarios de mercancías “libertad, igualdad, propiedad y Bentham” (Marx, 1996, p. 186), pero como detrás de la igualdad formal de los propietarios se oculta una relación de dominación, surge un conflicto estructural sobre la distribución y el control del producto excedente. Este conflicto se lleva a cabo durante largos períodos de tiempo dentro de los límites del sistema salarial, que cambia constantemente y solo se supera irreversiblemente en raras situaciones revolucionarias3. Más allá de las complejas relaciones entre las situaciones de clase socioeconómica y el espacio político (Hall, 1989), la dinámica de las sociedades capitalistas está impulsada —no exclusivamente, sino en importantes campos sociales— por este conflicto fundamental que, más allá de presiones históricas particulares, todavía tiene un carácter estructurante en la actualidad. Haber reconocido esto es, como bien afirma Ralf Dahrendorf, la mayor fortaleza de la teoría de las clases de Marx, pues explica cómo:

La miseria de la filosofía contiene uno de los pocos pasajes en los que Marx formula en forma rudimentaria la frecuente expresión sobre la clase “en sí” y “para sí” (Marx, 1976, p. 211). Propongo sustituir esta fórmula, lastrada por la historia de la filosofía, por la distinción entre clases movilizadas y desmovilizadas. Las clases se desmovilizan a menos que posean representantes activos de los intereses económico-sociales y políticos de clase. La clase movilizada produce tales representantes en forma de movimientos espontáneos, sindicatos, partidos obreros, etc. 3

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Las estructuras sociales, a diferencia de la mayoría de las otras estructuras, son capaces de generar a partir de sí mismas los elementos de su superación, de su cambio... Las ‘clases’ son grupos de interés que han surgido de ciertas condiciones estructurales, que luego intervienen en conflictos sociales y en contribuir al cambio de las estructuras sociales (Dahrendorf, 1957, pp. VIII-IX).

Los movimientos de clases obreras dominadas, se puede decir más precisamente, surgen de la explotación, o más débilmente, de la lucha por el excedente socialmente producido. Están dirigidos contra una clase opositora claramente identificable, apuntan principalmente a la igualdad o la paridad y hacen uso de diversas fuentes de fuerza de trabajo asalariado (Dörre, 2018a, pp. 622-623). Los movimientos de tipo polanyiano tienen otras características. En los debates actuales, Polanyi es considerado el testigo clave en una crítica del capitalismo que no aborda la explotación en el proceso laboral, sino las consecuencias socialmente destructivas de los mercados desregulados (Streeck, 2013; Fraser, 2011). Esta comprensión se refleja a su vez en la clasificación de los movimientos sociales (Dale, 2010, p. 221). Si se sigue la clasificación de Beverly Silver (2005, pp. 30-44), los movimientos de tipo polanyiano se dirigen contra un poder de mercado expansivo que parece difuso y abstracto para los propios actores del mercado. Este poder rara vez se puede identificar claramente y las críticas a él se pueden politizar en diferentes direcciones. Es posible que los movimientos críticos con el mercado adquieran rasgos nacionalistas reactivos o incluso fascistas. En contraste con las implicaciones del universalismo de clase de Marx, que asumía que la “explotación del mercado mundial” daría “un carácter cosmopolita a la producción y el consumo en todos los países” (Marx & Engels, 1976, p. 207

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488), Polanyi siempre cuenta con lo contrario. Traducido a criterios operacionalizables, los movimientos de tipo polanyiano, según sugiere Michael Burawoy (2017), surgen de la alienación y la falta de respeto, pero el objetivo de su revuelta sigue siendo difuso. Reclaman el derecho a la protección no solo de la inseguridad social, sino también de las amenazas a la seguridad pública (Castel, 2005). Aquí el Estado nación es su principal destinatario. Su eficacia se basa principalmente en su capacidad para polarizar la sociedad y ejercer un poder de bloqueo en los procesos de toma de decisiones políticas. Sus recursos incluyen la voluntad de usar la fuerza contra las instituciones estatales, pero también contra competidores y disidentes. 1.2. El bloque populista de derecha y la cuestión social Al mismo tiempo, usar la tipología de movimientos descrita anteriormente conduce a un problema analítico serio. Es necesario aclarar si las formaciones populistas de derecha como el AfD y organizaciones relacionadas pueden entenderse como agentes críticos del mercado. De hecho, los partidos de extrema derecha difieren considerablemente en ideología, programa y práctica política (Kitschelt, 1997; Werz, 2003; Priester, 2012). Muchos de ellos, como el Partido de la Libertad en Austria —Freiheitliche Partei Osterreichs o FPO—, inicialmente se constituyeron como variantes radicales de la política neoliberal. Al menos en términos de su papel en la coalición de gobierno, el FPO está actuando en esta dirección programática. Por lo tanto, algunos observadores todavía tienden a interpretar el populismo de derecha como una variante autoritaria del neoliberalismo (Ptak, 2018, pp. 72-73). Sin embargo, importantes formaciones de derecha como el Frente Nacional Francés —ahora Rassemblement National— o la Lega italiana 208

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hace tiempo que modificaron sus programas. En el centro de los programas y la práctica política de estos partidos ahora se encuentran críticas a la globalización, a Europa y a la migración, así como un populismo social nacionalista que aborda específicamente a los perdedores reales o supuestos de la internacionalización económica (Bieling, 2017). El AfD ha completado este desarrollo a cámara rápida. En su programa, que todavía es en parte radical en términos de mercado4, ha ganado terreno una corriente nacional-social —particularmente en los Estados del este de Alemani— que apunta deliberadamente a apoderarse de la antigua “joya de la corona de la izquierda” (Kubitschek, 2018): la cuestión social, para la derecha. Pero sería un error medir al AfD con la escala de un partido con un programa coherente. Más bien, tiene más sentido hablar de un “bloque social” populista de derecha o nacionalista radical (Gramsci, 1991, pp. 490, 1490) que integra diferentes corrientes políticas. Además del AfD, este bloque incluye movimientos extraparlamentarios afines como Pegida y sus ramificaciones extremas: Thugida, Legida, etc. Abarca desde círculos nacional-conservadores y el movimiento juvenil “identitario” hasta organizaciones abiertamente neonazis. Sus defensores intelectuales incluyen figuras públicas destacadas como el miembro del SPD y crítico del Islam Thilo Sarrazin (2018) y llegan bien al centro social y político de la sociedad. Desde hace mucho tiempo, este bloque cuenta con sus propios think tanks — por ejemplo, el Instituto de Política de Estado—, medios de comunicación, editoriales, periódicos y revistas. Es aún

Helmut Kellershohn confirma el programa AfD para luchar por un estado nacional competitivo sobre una base völkisch (Kellershohn y Kastrup, 2016). 4

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más significativo que sus actores han demostrado ser activistas enormemente efectivos en las redes sociales (Nagle, 2018). Sin embargo, este bloque heterogéneo está lejos de corresponder al ideal de una “derecha mosaico” (Stein, 2018, p. 7) que se uniría con estrategias complementarias para formar un todo multifacético. En cambio, su quehacer cotidiano incluye disputas permanentes por límites, expulsiones de partidos, formación de camarillas y denuncias mutuas. Cualquier análisis también debe tener en cuenta los diferentes “niveles” que comprende cada bloque social: sistemas de ideas que al menos imitan las teorías científicas, la acción política organizada en formas de movimientos y partidos y la conciencia cotidiana de los simpatizantes, todo lo cual necesita ser reconciliado una y otra vez. Los esfuerzos de síntesis que convierten al populismo de derecha en un movimiento crítico del mercado son llevados al nivel de las luchas ideológicas por, entre otros, representantes de una Nueva Derecha a quienes les gustaría ser “agrupados” con la cuestión social (Stein, 2018, p. 7). Estos líderes del pensamiento que luchan por traspasar fronteras siempre están tratando de reformular lo social como una cuestión nacional. En un esfuerzo por provocar, incluso buscan rescatar a Karl Marx de los marxistas y reinterpretarlo a la manera derechista. Un Marx liberado de la lucha de clases y el tradicionalismo del movimiento obrero se redescubre como crítico de la “comercialización de toda la vida social” y la “globalización del capital, incluida la superfluidad de las naciones” (Kaiser et al., 2018, p. 54). El anticapitalismo superficial combinado con una imagen escéptica derechista del hombre tiene como objetivo hacer posible lo que solo puede considerarse como una violación del corpus marxista. Así, el concepto de Marx del ejército industrial de reserva se convierte, en la dicción 210

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de la Nueva Derecha, en un vehículo para la crítica de la migración. Si bien Marx explicó el surgimiento de una parte prescindible de la población como “los trabajadores superfluos”, este topos ahora “adquirió un nuevo significado a través de la inmigración masiva de personas ‘superfluas’ poco calificadas” (Kaiser et al., 2018, p. 55). Lo que Marx introdujo como una categoría para la producción estructural del desempleo y la pobreza en las sociedades capitalistas se transforma así en un cargo de supuesta competencia impulsada por la migración. Todo esto se hace en nombre de un ideal superior que flota por encima de las clases. En lugar de seguir ideas anticuadas de lucha de clases, uno debe “trabajar finalmente hacia lo que todos deberíamos aspirar: unidad” (Stein, 2018, p. 11)5. Es una ventaja decisiva de la Nueva Derecha que “conoce este sentimiento superior, este ideal atemporal que está por encima de las clases, los partidos y otros conflictos mecánicos” (Stein, 2018, p. 11). Siempre que la unidad nacional tenga prioridad, una retórica crítica del capitalismo puede transformarse fácilmente en una retórica étnica. Las comunidades nacionales, una construcción que también puede considerarse paneuropea, están llamadas a reconciliar las diferencias de clase. En consecuencia, la “distribución de la riqueza nacional de arriba hacia abajo, o de abajo hacia arriba, o de jóvenes a viejos... ya no es la cuestión social primordial”. Más bien, el ataque está dirigido a los “políti-

“Donde el bien común debe estar en primer plano, uno no puede pensar y luchar continuamente en un sistema de clases binario obsoleto. Porque ‘la división requiere odio. Pero el odio y la división son incompatibles con la fraternidad. Y así, en los miembros de un mismo pueblo, se extingue el sentimiento de ser parte de un todo mayor, de una unidad histórica superior totalizadora’ (José Antonio Primo de Rivera)” (Stein, 2018, p. 11). 5

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cos del viejo partido” que “abren nuestros sistemas de seguridad social a millones de personas que nunca han pagado” y, por lo tanto, “destruyen sin sentido los cimientos de nuestra comunidad de solidaridad establecida” (Hocke, 2017). Si se aceptan tales redefiniciones, parece plausible declarar la “preservación de una diversidad de pueblos” (Kaiser et al., 2018) como la preocupación central de una revolución nacional. Se podría objetar que la Nueva Derecha crítica con el capitalismo y sus líderes de pensamiento como Alain de Benoist o Diego Fusaro (2018) son, en el mejor de los casos, posiciones extremas y marginales dentro del bloque populista de derecha. Pero la influencia de los intelectuales de derecha en los grupos de liderazgo del AfD y, sobre todo, en su ala nacional-social difícilmente puede pasarse por alto. Se hace visible no solo en la aspiración de retomar el legado de los viejos movimientos laborales, sino también en el concepto de una pensión de productividad que promete a los jubilados alemanes un ingreso garantizado de al menos el 52% de su salario bruto anterior (AfD, 2018)6. Sin embargo, hay algo más importante para el contexto. Irónicamente, la apropiación de Marx ilustra que la capacidad de movilización del bloque populista de derecha se basa en un motivo polanyiano. Marx es elogiado como un crítico de una forma de valor y mercancía que destruye las comunidades nacionales en el curso de su globalización. Dentro del bloque populista de derecha, esta crítica aparece como “ambivalox” en el sentido de la palabra previamente definido. La corriente nacional-liberal de la derecha

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Para una crítica ver Dörre (2018b, pp. 71-72).

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populista quiere radicalizar un capitalismo que las corrientes nacional-sociales quieren constreñir o incluso superar. La corriente nacional-conservadora se mueve entre los polos. En última instancia, cuando las formaciones populistas de derecha entren en el gobierno, esta paradoja contradictoria debe volverse práctica, aunque de ninguna manera es inevitable que los bloques populistas de derecha sean destruidos por sus propias contradicciones internas. Con la destrucción de las comunidades nacionales, todas las corrientes retoman un topos tradicional de descontento nacional-conservador con el capitalismo, que las une a pesar de todas sus diferencias. El populismo social combinado con el antiliberalismo, el antifeminismo, el naturalismo antiecológico y un “racismo sin el concepto de raza” etnopluralista (Taguieff, 1991, pp. 221ss; Balibar, 1993, p. 148) sienta las bases para edificios intelectuales que hacen de los movimientos autoritarios de tipo polanyiano una ideología de agresión. Si tales movilizaciones tienen éxito, pueden preservar, bajo la apariencia de una revuelta “ambivalox”, lo que pretenden superar: el dominio de las condiciones del mercado que promueven los mismos motivos de los que se alimenta el populismo. 2. Conciencia cotidiana y nacionalismo excluyente ¿Por qué estas ideologías encuentran aprobación incluso entre los trabajadores de sindicatos y empresas? Hemos investigado esta cuestión por medio de una encuesta cualitativa que sigue en contenido y método a un estudio anterior sobre la precariedad y el populismo de derecha (Brinkmann et al., 2006; n=100). La base empírica del estudio actual sobre la “imagen social del precariado” es una serie de entrevistas centradas en temas (n=88) que tuvieron lugar en 2017/2018 en empresas industriales y de servicios de 213

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Alemania Oriental y Occidental7. Los entrevistados eran desempleados y empleados de las industrias metalúrgica y eléctrica, del comercio por correspondencia, de las industrias minera y energética, del servicio postal y de los servicios sociales. La encuesta incluyó una profunda perforación sociológica en una región de Sajonia (n=18), cuyo objetivo era entrevistar a los empleados que declaraban abiertamente su lealtad a Pegida, AfD u otras organizaciones de derecha. Temáticamente, la atención se centró en las actitudes hacia las formaciones populistas y extremistas de derecha, la imagen de los sindicatos y la visión subjetiva del trabajo, los negocios, la sociedad y la democracia. Además de entrevistas semiestructuradas con empleados de derecha, codificados como Pro, la encuesta incluyó entrevistas con empleados que tienen una clara actitud anti-Pegida/AfD, codificados como Ant. Además, hubo entrevistas con miembros de organizaciones juveniles, codificados como JAV, y secretarios políticos del sindicato local, codificados como Sek. Se analizó el contenido de las entrevistas centradas en el tema (Kaufmann, 1999, p. 24; Witzel, 2000; Kelle & Kluge, 2010, pp. 43-44) y se examinaron las contradicciones e inconsistencias con la ayuda de una codificación de pasajes clave basada en la teoría (Bohnsack, 1993, pp. 132-138). De 88 entrevistados, casos límite incluidos, un total de 12 —nueve hombres, tres mujeres— simpatizaban abiertamente con Pegida, AfD u otras organizaciones de derecha (Reichsbürger, NPD, NaziSkins). Si hubiésemos escogido la xenofobia como criterio Sophie Bose, Jakob Köster, John Lütten y el autor están trabajando en el proyecto “Imagen social del precariado”. La nueva encuesta se llevó a cabo como parte del proyecto conjunto “e-labour” de BMBF, coordinado por SOFI-Göttingen. Para obtener información detallada sobre la metodología del estudio véase Dörre et al. (2018, pp. 55-89). 7

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del populismo de derecha, el número de casos habría sido considerablemente mayor, ya que el resentimiento hacia los extranjeros también se encuentra entre los entrevistados políticamente más a la izquierda. Una gran proporción de las entrevistas contienen motivos de una historia profunda que muchos entrevistados sienten como la “verdad real” (Hochschild, 2018, p. 27). Sin importar si eran de izquierda o de derecha, los empleados entrevistados se sintieron atrapados esperando en una cola al pie de una montaña de justicia. Con la globalización, la unificación alemana y el desempleo masivo, esta historia de problemas profundamente arraigados ha sido constantemente provista de nuevas materias primas, que exigen siempre nuevos sacrificios de todos los que esperan en la fila. Esto se aplica en particular a los empleados de los nuevos Länder que experimentaron el colapso de la economía de la RDA y una serie de cambios estructurales radicales y que esperan pacientemente el ajuste prometido a los “niveles occidentales”. Las crisis financieras europeas y las llamadas crisis de refugiados han dado un nuevo giro a su historia profunda. Acostumbrados durante décadas a la idea de que ya no había “suficiente para todos”, ahora ven dinero disponible en abundancia para la causa de la gestión de la crisis, inicialmente para salvar bancos en problemas y finanzas públicas en crisis en la periferia sur de Europa, luego para más de un millón de refugiados que llegaron a territorio alemán en 2015. Desde entonces, a partir del punto de vista de muchos entrevistados, hacer cola se ha vuelto inútil. Esto también se debe a que la situación económica general ha mejorado significativamente. En la década posterior a la crisis financiera mundial, numerosas empresas han obtenido buenos beneficios, el desempleo ha

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caído oficialmente por debajo del 6% y el número de personas con empleo ha aumentado a niveles récord. Esto ha significado el fin de la moderación, sobre todo entre los empleados más jóvenes, especialmente en los Länder orientales (Dörre et al., 2017). Sin embargo, muchos de los que han esperado tanto tiempo han visto poco de un auge económico. El descontento general con los arreglos distributivos injustos se puede dividir en tres formas típicas de pensamiento8, y que, utilizando los criterios mencionados anteriormente, se pueden interpretar como la transformación de un problema de clase. 1. Dicotomía con adición: La primera forma de pensamiento refleja un problema de estatus. En la autopercepción de los entrevistados, ser trabajador significa estar anclado en una sociedad próspera. Uno ve la disminución del desempleo y, sin embargo, no cree que su propia vida esté mejorando fundamentalmente. En cambio, los empleados más jóvenes en particular tienen una imagen de la sociedad que distingue estrictamente entre arriba y abajo. Ser trabajador significa haber logrado todo lo que se puede lograr, con un trabajo estable y un ingreso razonablemente bueno. Nada más es posible. Pero ser trabajador no es un estatus para enorgullecerse, porque el que puede “estudia o consigue trabajo en una oficina” (JAV 1). En su propia percepción, aunque socialmente devaluados y con bajos salarios, se consideran “clase media” (Ant 1). Esto significa que no se puede hacer mucho para subir, pero siempre es posible una caída hacia abajo. Aunque devaluado y tratado injustamente, uno no está “en el fondo”. Uno tiene algo que perder y

Por “forma de pensar” entiendo esquemas típicos socialmente preproducidos y coproducidos que tienen una relevancia transversal. 8

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conoce a otros, trabajadores temporales o beneficiarios de Hartz IV, que están mucho peor. 2. Mecanismo causal nacionalista: La conciencia dicotómica que encontramos entre muchos entrevistados, independientemente de su orientación política, atestigua un conflicto específico de clase sobre la distribución. Tomemos el ejemplo de una familia de trabajadores de Alemania Oriental de un área rural. Marido y mujer trabajan 40 horas a tiempo completo por un salario mensual bruto de 1.700 euros. Después de deducir todos los gastos fijos, el hogar con dos hijos dispone de 1.000 euros netos para pagar su subsistencia. En estas condiciones, cada compra importante, cada reparación del automóvil, se convierte en un problema. Las vacaciones son inasequibles e incluso una visita a un restaurante el fin de semana a menudo está fuera de su alcance. Ante este régimen de escasez, los interrogados se consideran “anormales involuntarios”. Un miembro del comité de empresa con simpatías por la extrema derecha lo resume así: “Todo ciudadano alemán tiene, creo, un salario medio de 3.300... Así que me pregunto, ¿qué soy entonces? ¿No soy alemán? ¿Soy algo? Quiero decir, obtengo 1.700 euros brutos. ¿Qué voy a hacer con eso? No puedo vivir de eso” (Pro 3). A primera vista, es un cambio semántico que distingue a los empleados radicalmente derechistas de los demás entrevistados. El mecanismo social que explica la distribución injusta no es la explotación, sino la discriminación percibida contra los ciudadanos alemanes. Ser alemán se convierte en una cifra que transmite el derecho a la paridad, un salario adecuado y una buena vida. Esta pretensión se convierte en excluyente si exige estándares sociales únicamente, o ante todo, para los ciudadanos alemanes. Los 217

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entrevistados que argumentan de esta forma de ninguna manera se describen a sí mismos como pobres o precarios. Quieren ser “normales” y hacen mucho para demostrar normalidad. Su autoposicionamiento en la clase media corresponde a este esfuerzo. Sin embargo, a pesar de hacer cola en la montaña de la justicia, la “normalidad” les resulta difícil de alcanzar. En la medida en que sus esperanzas de éxito en las luchas de distribución entre el capital y el trabajo disminuyen, los trabajadores de derecha tienden a reinterpretar estas luchas como conflictos entre el interior y el exterior. Los ciudadanos trabajadores deben ser protegidos de los intrusos que no pueden integrarse culturalmente y que se enriquecerían con la riqueza nacional sin tener derecho a ella. El compromiso sindical con una mayor justicia distributiva y los reclamos de protección contra los refugiados se entienden subjetivamente como ejes diferentes de un mismo conflicto distributivo —arriba versus abajo, adentro versus afuera—. En sus justificaciones de una “política con fronteras”, incluso los sindicalistas activos tienden hacia una radicalidad que sorprende por su severidad y violencia latente. “Los refugiados”, explica sin tapujos un miembro del comité de empresa, “deben irse”: “El que ahora viene aquí, trabaja, se integra, el que encaja, se acomoda, no hay problema. No me importa eso. ¡Pero aquellos que solo vienen aquí para tender la mano y se portan mal y creen que pueden hacer lo que quieran, lárguense!” (Pro 3). 3. Redefinición del problema de la seguridad: Los refugiados y migrantes que no se adaptan son considerados por nuestros entrevistados con orientaciones populistas de derecha como parte de una “clase peligrosa” de la que los ciudadanos “normales” deben desvincularse. La disociación parece funcionar particularmente bien 218

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cuando la proporción de inmigrantes en su ciudad o región es baja: “No hay tantos [extranjeros, K. D.] aquí o se nota menos. Hubo un tiempo en que se notaba más, sobre todo lo notó mi novia, porque le gusta ir de compras a la P. Straße y había esa tropa de adolescentes que obviamente eran de otro origen y la acosaban y le hablaban; le decían cosas como: ‘cásate conmigo’ y ‘mujer bonita’ y así sucesivamente, lo que ya es realmente molesto y agresivo. Simplemente no es apropiado. No digo que todos los alemanes sean santos o que sean impecables. Pero es... porque también tenemos tanta gente problemática aquí en Alemania que no deberíamos traer más de ellos al país. Tenemos que ocuparnos de nuestros propios problemas primero... antes de ocuparnos de los demás” (Pro 2). Los trabajadores que se sienten desvalorizados equiparan las “clases peligrosas” con una “cultura” en la que el desorden y el acoso son característicos. Según esta historia, el peligro —ficticio— para “nuestras mujeres” puede reaparecer en cualquier momento. Al evocar la amenaza de hordas de hombres culturalmente extraños incapaces de controlar sus instintos, se revitaliza implícitamente una imagen tradicional de la masculinidad. Frente al peligro de los demonios incivilizados, los hombres alemanes se presentan como protectores de “sus” mujeres y así legitiman sus propios reclamos de propiedad. La invocación de los peligros que representan las “clases peligrosas” migrantes también logra lo que Robert Castel señaló como una opción respecto a dos sistemas fundamentales de seguridad: el estado de bienestar y el estado de derecho (Castel, 2005, p. 7). El vilipendio de las clases bajas cambia el discurso en torno a la seguridad social: las preocupaciones generaliza-

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das sobre la seguridad social, que bien pueden estar basadas en experiencias reales, se están convirtiendo en una demanda de protección frente a la amenaza de intrusos incivilizados. 3. Anhelo de la comunidad intacta Los elementos de la conciencia cotidiana de los empleados radicalmente derechistas descritos anteriormente apuntan a un mecanismo social que permite la formación de clases a través de la devaluación y exclusión de los demás. Si bien uno ha estado esperando durante mucho tiempo una mejora económica, aparentemente se le está dando “todo” a los refugiados perezosos e incluso peligrosos (Pro 2). De hecho, de acuerdo con esta percepción, las personas que no han hecho ninguna contribución a la “riqueza nacional” probablemente se están abriendo paso al frente de los que tienen derecho a reclamar. No solo en el este, sino también en la Baja Baviera y el valle del Ruhr, los empleados perciben esto como una devaluación adicional de su propia posición social. Incluso en regiones prósperas como Ingolstadt Speckgürtel, donde se considera un defecto particular no ser rico, uno encuentra una actitud similar ante la vida. Tales disposiciones no se limitan de ninguna manera a los empleados con ingresos comparativamente bajos. El sentimiento de desvalorización social se aplica a todo el contexto de la vida: la región estructuralmente débil; el barrio de la ciudad que uno no se atreve a visitar; altas rentas urbanas; infraestructura social en ruinas y barreras a la movilidad en el campo. Por ello, la percepción de desvalorización social también está muy extendida entre los empleados altamente cualificados que ganan salarios por encima de la media. El ingeniero de Alemania Oriental con altos ingresos conoce personalmente a “personas en la 220

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misma profesión que ganan significativamente menos o, a veces, más, dependiendo de dónde se encuentren” (Pro 2). Como sindicalista, también es consciente de la creciente desigualdad de ingresos y riqueza en el país. Por lo tanto, no es subjetivamente contradictorio estar “satisfecho” con las ganancias propias y, sin embargo, afirmar: “Los que tienen algo que decir son los que tienen poder o dinero”, y pueden simplemente “imponer sus [decisiones] a los demás” (Pro 2). Esta experiencia de impotencia conecta a los entrevistados acomodados con personas de bajos ingresos y desempleados. Y subjetivamente pesa tanto más cuando el modo de devaluación no solo concierne al estatus social sino también a la región. Cualquiera que se convierta repetidamente en un objeto de clasificación negativa tiende a ser intolerante con los que están incluso más abajo en la jerarquía social. La autoevaluación a través de la devaluación de los demás no es la única reacción posible a este estado de cosas, por supuesto, no obstante es una respuesta subjetivamente comprensible (Rommelspacher, 1995). Si todo esto apunta a una protesta social equivocada por movimientos de clase bloqueados, entonces la conciencia cotidiana de nuestros entrevistados también puede revelar formas de pensamiento que corresponden directamente a los criterios para los movimientos de tipo polanyiano discutidos anteriormente. 1. Doble rasero: los entrevistados de derecha radical se ven a sí mismos como víctimas de un doble rasero de evaluación. Quienes, según la percepción, exigen constantemente tolerancia hacia las minorías, los homosexuales, los inmigrantes, los refugiados, etc., no encuentran nada malo en menospreciar, por ejemplo, a europeos del Este o incluso a sus compatriotas de Alemania

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Oriental. Incluso cuando se trata de objetos de devaluación colectiva, los entrevistados tienen poca comprensión de lo que consideran una tolerancia excesiva hacia los musulmanes y otros extranjeros que no están dispuestos a adaptarse: “Puedes hacer una broma sobre Polonia o la gente bromea sobre los polacos que supuestamente roban autos o que son ladrones y hay chistes de Ossi-Wessi9, te molestan por eso. Pero... decir algo negativo o hacer una broma estúpida sobre los musulmanes o esa religión en particular, siempre indica que es mejor que reprimas eso, que eso no es apropiado y... también el temperamento en esa religión es de tal manera que se toman todo tan en serio y no puedes expresarte de manera negativa e inmediatamente... te insultan como nazi y lo que sea. Entonces esa religión es intolerante, creo yo” (Pro 1). 2. Sistema versus comunidad: los inmigrantes que supuestamente no quieren integrarse refuerzan la denuncia sobre la pérdida de comunidades intactas. En las visiones del mundo de los trabajadores radicalmente derechistas, esta forma de pensamiento es central. El esquema binario de estas visiones del mundo solo conoce personas y sistemas, no sociedad. El “sistema” actúa alternativamente como un nombre colectivo para la economía financiera, la Unión Europea, el euro, las élites o el capital, pero también para “primas sindicales retiradas” (Sek 1). A su vez, se considera que esta acumulación de poderes negativos corresponde a la tendencia humana a luchar egoístamente por el dinero y el poder. Sería bueno, desde el punto de vista de los entrevistados de Ossi y Wessi son términos coloquiales utilizados para referirse a las personas que nacieron o crecieron en la RDA o Alemania Oriental a partir de 1990, “Ossi”, o en la antigua RFA o los Estados de Alemania Occidental, “Wessi” (N. del T.) 9

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derecha, que se restringiera ese egoísmo. Si esto fuera posible, la voluntad del pueblo podría desarrollarse de manera óptima. En contraste con el sistema, las personas se construyen subjetivamente como una comunidad culturalmente arraigada, una comunidad como la que —como algunos de los entrevistados saben solo por sus padres— supuestamente existió en la RDA. Por supuesto, nadie quiere que regrese el socialismo burocrático estatal. Pero en la parte superior de las listas de deseos de las personas se encuentra una comunidad étnica que no se caracteriza por el egoísmo, la lucha por el beneficio personal y la “mentalidad del codo”: “No conocí la RDA personalmente. Pero cuando escuchas a tus padres hablar sobre ello, hubo más cohesión. Se trataba más de lo personal, de lo humano, y no de cómo puedo sacar más dinero o algo para poder pagar esto y aquello” (Pro 2). 3. Democratización contra la pérdida de control: la nación, entendida como una comunidad culturalmente homogénea, es en las visiones del mundo radicalmente derechistas la antítesis de un sistema destructivo que sustituye a las comunidades intactas por la competencia y la mentalidad del codo. Se afirma que los migrantes y refugiados son una carga adicional para la comunidad nacional. Sin embargo, uno no necesita devaluar a los demás para identificar los crecientes movimientos migratorios como la causa de una mayor pérdida de control: “Soy un votante confeso del AfD… Digo que todos los que son medianamente inteligentes, que tienen una educación y que han estado en África, sabrán qué potencial [existe, K. D.] allí, un potencial legítimo, para la migración. Y en este contexto, cualquiera que diga: ‘Lo lograremos (Wir schaffen das), derecho a quedarse para

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todos’; o está completamente desquiciado o se está mintiendo a sí mismo”. Así explica un empleado altamente calificado su simpatía por el AfD (Pro 9). Para él, como para otros entrevistados con afinidad por la derecha, los refugiados son sinónimo de pérdida de control, que hay que revertir. Sin haber sido preguntado, uno se encuentra expuesto a una inmigración que parece incontrolable. Al oponerse a esta “inmigración masiva”, uno espera proteger su buena vida de una pérdida adicional de control. Como se creen mayoría con sus actitudes, los entrevistados de derecha se posicionan como defensores de la democracia directa: “Bueno, para mí sería una buena democracia si tuviéramos un referéndum, por ahí hay que empezar. Y la segunda para mí sería una ley penal propiamente dicha. Referéndums, donde se puede ver hacia dónde va el ánimo de la gente en el país, no un político presumiendo ‘yo voy a decidir esto y aquello para todos’” (Pro 1). Los entrevistados de extrema derecha bien pueden imaginar una democracia basada en el modelo suizo. Es cierto que los referéndums reducen la gobernabilidad democrática al principio de la mayoría, pero el pueblo debe gobernar directamente y ayudar a que prevalezca la voluntad popular. En este pensamiento, “el pueblo” es idéntico al sentido común. Si el principio popular de la razón puede expresarse sin distorsiones, los entrevistados están seguros de que prevalecerán los puntos de vista “correctos”. Sanciones más duras para los asesinos y violadores o la expulsión inmediata de los inmigrantes infractores serían entonces una cuestión de rutina. Eso, en cualquier caso, sugiere un cálculo en el que el éthnos, un pueblo relativamente homogéneo en términos culturales, se toma como un sujeto democrático. Los inmigrantes también pueden pertenecer 224

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a este “pueblo” de aquellos con ciudadanía alemana, siempre que cumplan incondicionalmente con las normas dadas de la Leitkultur nacional. Tal comprensión de la democracia, por otro lado, no tiene necesidad de derechos humanos e internacionales. El principio “alemán primero” cuenta. Solo un pueblo culturalmente uniforme es fuerte y capaz de decidir su destino de forma autónoma. Esta comprensión —limitada— de la democracia es a la vez rebelde y conformista. Ataca a las élites nacionales solo para exigirles un liderazgo fuerte que debe revertir de inmediato y, si es posible, permanentemente, la pérdida de control sobre la vida del individuo. 4. Un currículum preliminar ¿Cuáles son las implicaciones para un análisis del populismo de derecha de estos hallazgos sobre el poder explicativo de los diferentes tipos de movimiento? Sugieren, y aquí hay una conclusión central, que las perspectivas teóricas de Polanyi y Marx deberían vincularse más estrechamente. Esto se vuelve claro tan pronto como uno observa más de cerca las causas y las fuerzas motrices de los movimientos populistas de derecha a la luz de los criterios recopilados empíricamente. Tres fenómenos son claves aquí: la doble estructura de la conciencia cotidiana (1), la constelación bonapartista del presente (2) y la dimensión conflictiva de la democracia (3). 1. Doble estructura de la conciencia cotidiana: en primer lugar, debe señalarse que la distinción de tipo-ideal entre los movimientos críticos del mercado y de clase no es muy clara con referencia a la conciencia cotidiana empíricamente demostrable de los empleados. Los motivos que conducen a orientaciones populistas de derecha pueden derivar tanto de la percepción de desigualdades 225

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específicas de clase como de la crítica de los mercados y la alienación. En el primer caso, las orientaciones populistas de derecha reflejan las consecuencias de una colonización capitalista financiera (Landnahme), que ha convertido a la República Federal en una de las sociedades más desiguales de Europa y de la OCDE, no solo en términos de renta y riqueza, sino también en términos de vivienda, salud, educación y distinción social (Fratzscher, 2016, p. 9; Kaelble, 2017, p. 176; Alvaredo et al., 2018, pp. 155-161). A través de un mecanismo causal nacionalista —“discriminación contra los alemanes”—, esta experiencia conduce a una forma de procesamiento que puede describirse como autoevaluación a través de la devaluación de los demás. En el segundo caso, los estándares desiguales de valoración están asociados con la destrucción de la vida comunitaria, cuyo núcleo real está enraizado en la economización de áreas de la vida que en realidad obedecen a otros principios de racionalidad (Schimank & Volkmann, 2017; Aulenbacher et al., 2014). Esta experiencia se transforma en crítica a la migración a través de una evocación de la comunalidad pasada y se utiliza para construir un antagonismo cultural —“culturas incapaces de integrar”— que debe ser tratado mediante la democracia directa sobre la base de “el pueblo”. En ambas formas de pensamiento, la identidad del oponente permanece relativamente difusa. Se traslada predominantemente a la esfera política y se dirige a las personas —“¡Merkel debe irse!”—. Las demandas se dirigen principalmente al Estado y al gobierno. Quienes votan al AfD como voto de protesta también subrayan que se trata sobre todo de despertar a los “grandes partidos” para que aborden las preocupaciones de los ciudadanos

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“normales” y sus familias. Este, el llamamiento a la protección estatal frente a la desigualdad, la injusticia y la pérdida de comunidad, nos permite hablar de movimientos populistas de tipo polanyiano. Loss of control (Heitmeyer, 2018) es un término adecuado para resumir los motivos socioeconómicos, culturales y políticos de la revuelta populista de derecha. 2. Constelación bonapartista: el hecho de que el aumento de las desigualdades específicas de clase pueda convertirse en una fuerza impulsora de la revuelta populista de derecha se debe a una constelación que, siguiendo a Marx, puede describirse como “bonapartista” (Beck & Stutzle, 2018). Cuando Marx se ocupa de los procesos reales de formación de clases, analíticamente va mucho más allá del campo de la determinación socioeconómica de clases. En su célebre ensayo El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte (Marx, 1979) analiza las relaciones de poder y alianzas entre clases y fracciones de clase que caracterizaron a la sociedad francesa de la época. Utilizando el ejemplo de los pequeños propietarios campesinos franceses, explica por qué una clase no puede constituirse en un movimiento movilizado debido a su modo de producción monádico, falta de medios de comunicación y falta de organización. Las clases existentes estructuralmente son, por lo tanto, incapaces por sí mismas de producir movimientos de clase que actúen conscientemente. Por el contrario, las clases desmovilizadas que carecen de actores representativos no tienen más remedio que delegar sus intereses, siempre contradictorios y, por lo tanto, interpretables, en actores políticos capaces. La clase mayoritaria de pequeños propietarios campesinos franceses votó a favor de Luis Bonaparte y su partido del orden, porque prometía beneficios sociales y la 227

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restauración de la seguridad pública. Habiendo llegado al poder por medios democráticos, el partido del orden usó su posición para eliminar la democracia y restaurar una forma monárquica de gobierno. En condiciones completamente diferentes, la desmovilización de las clases, esta vez dependientes de los salarios, también se puede presenciar en el presente. Aunque la historia no se repite, llama la atención que un aumento dramático en las desigualdades específicas de clase esté ahora acompañado por una debilidad de los sindicatos y las organizaciones políticas que operan sobre el eje del trabajo asalariado y el capital, algo que probablemente sea único desde 1945. Parece que el cambio estructural económico y la precarización del trabajo han contribuido decisivamente al hecho de que, en particular, los trabajadores industriales en los viejos centros capitalistas ahora se consideran una clase —fracción— en declive social (Therborn, 2012; Milanovic, 2016). Esta constelación puede describirse —en Alemania y en Europa en general— como la de una sociedad de clases desmovilizada. Hay lucha entre clases y facciones de clase, pero la iniciativa es de las clases dominantes. La conciencia cotidiana de los empleados carece de conectar conceptos y formas de pensamiento con cuya ayuda podrían comprender las desigualdades y los conflictos sociales en términos de movilización colectiva y “lucha de clases democrática” (Dahrendorf, 1992; Korpi, 1983) y así estar en condiciones de cambiar las relaciones sociales de poder y los acontecimientos de influencia en el ámbito político. 1. Democracia conflictiva: las relaciones de clase, como ha señalado Didier Eribon (2016, p. 122), tienen un efecto incluso cuando ya no están en primer plano en el dis228

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curso público y la conciencia cotidiana. En tales constelaciones se abren espacios sociales en los que las clases emergen principalmente como resultado de clasificaciones y atribuciones negativas. Para decirlo sucintamente, si la conciencia cotidiana de las clases dominadas carece de orientaciones que puedan producir colectivos movilizados, las relaciones de clase operan en forma de competencia, como resultado de una separación permanente en ganadores y perdedores y por medio de evaluaciones y devaluaciones colectivas. Las devaluaciones aceleran el desarrollo de situaciones sociales que discriminan a todos aquellos que tienen que aceptar tales condiciones. El Estado, que directa o indirectamente distribuye del 40% al 60% del PIB en los países capitalistas desarrollados, juega un papel central en esto. Al asignar o restringir la propiedad social y, por lo tanto, un medio para que los individuos aseguren su sustento, las actividades estatales ejercen una influencia considerable en la estructura de clases de la sociedad. Los deslindes fronterizos asociados a la expropiación de bienes sociales promueven a su vez la formación de clases al estigmatizar a grandes grupos sociales. Para contrarrestar por medios democráticos la experiencia de desvalorización colectiva, resulta insuficiente, pues, evocar la cohesión social, como ocurre actualmente en el discurso público de las élites políticas. Los intentos de hacerlo son cualquier cosa menos selectivos en su respuesta al lamento por la pérdida de comunidades supuestamente armoniosas y que forman un puente, incluso emocional, entre la conciencia cotidiana de los empleados y el populismo de derecha organizado.

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En lugar de enfatizar demasiado la cohesión basada en valores, debemos esforzarnos por contrarrestar la sensación generalizada de pérdida de control redescubriendo el conflicto, la disputa y la lucha de clases regulada como formas de societización democrática. Un concepto de clase orientado a Polanyi puede ser útil aquí, uno que esté más cerca del Marx antieconomicista del análisis del bonapartismo de lo que sospecha el propio socialista austriaco: según Polanyi, los intereses de clase solo brindan “una explicación limitada de la situación social a largo plazo”, ya que los “intereses seccionales” deben estar siempre relacionados en última instancia con “una situación total” (Polanyi, 2001, p. 159). Además, los intereses de clase “se refieren más directamente a la posición y al rango, al estatus y la seguridad” y, por lo tanto, “principalmente no son económicos, sino sociales” (Polanyi, 2001, p. 160). Por lo tanto, un concepto de interés demasiado estrictamente definido debe conducir a una “visión distorsionada de la historia social y política” (Polanyi, 2001, p. 213), porque ignora el hecho de que los hechos puramente económicos son mucho menos relevantes para el comportamiento de clase que cuestiones de reconocimiento social (Polanyi, 2001, p. 160). En el análisis del bonapartismo de Karl Marx y especialmente en Antonio Gramsci encontramos ideas similares. Un concepto de clase que integre la dimensión del reconocimiento podría unirse a análisis que aborden otros mecanismos causales de la desigualdad social: dominación, cierre social, etc. Pero, sobre todo, permitiría examinar más de cerca la pluralidad de las cuestiones sociales propias de la clase. La mayoría de los empleados de derecha que entrevistamos no se consideraban pobres o precarios. Sus problemas sociales son diferentes. En la “probatoria de salarios” (Boltanski & Chiapello, 2003), que es fundamental 230

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para las sociedades capitalistas, y el problema del reconocimiento asociado con ella, se ven a sí mismos como miembros de grupos cuyo desempeño no es suficientemente recompensado por la sociedad. Este problema apenas es abordado, si es que lo es, por un sistema político que equipara las dislocaciones sociales con la pobreza, el desempleo o la precariedad. A la falta de respeto, que es el verdadero núcleo de la tesis de una nueva escisión (Merkel, 2017), también se oponen aquellas clases —o fracciones de clase— académicamente calificadas y, por lo tanto, culturalmente superiores que, en forma de “distinción”, devalúan el conservadurismo pragmático, valores, formas familiares y estilos de vida de la mano de obra industrial cada vez más reducida (Williams, 2017; Evans & Tilly, 2017). Esta experiencia de clase específica se vuelve material para la formación del bloque populista de derecha. Pero solo puede convertirse en un medio de vinculación cultural porque falta una política de clase movilizadora, democráticamente inclusiva, que pueda develar el carácter “ambivalox” de ese bloque. Porque es el plan político favorecido por la parte radical de mercado de este bloque —por ejemplo, un mercado interior europeo sin instituciones reguladoras europeas— que produciría exactamente lo que ya es perceptible en la vida cotidiana de los empleados como desigualdad, devaluación colectiva y pérdida de control, y que debe ser compensado por una comunidad atávica. La política de clase democrática, por otro lado, descompone cualquier noción de comunidades nacionales homogéneas. Requiere autoactividad colectiva y une a grupos que dependen directa o indirectamente de los salarios, ya que solo puede tener éxito a través de fronteras étnicas, nacionales y de género (Zwicky & Wermuth, 2018; 231

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Friedrich & Redaktion analyse und kritik, 2018; Riexinger, 2018; Candeias & Brie, 2017). En contraste con los llamados a un nuevo populismo de izquierda (Mouffe, 2018), una política de clase tan democrática no necesita ubicar los antagonismos simplemente en la arena política y justificarlos con la ayuda de un esquema amigo-enemigo inspirado en Carl Schmitt. Los conflictos de interés y los antagonismos se encuentran en las estructuras —de clase— de las propias sociedades reales. La investigación comparativa que examina sistemáticamente las diferencias y similitudes no solo entre los movimientos críticos del mercado y de clase, sino también entre los movimientos autoritarios y democráticos de tipo polanyiano (Becker et al., 2018b) podría, además de su valor analítico intrínseco, contribuir también a fundamentar científicamente las políticas democrático-conflictivas. Por el momento, un primer resumen debe ser suficiente para identificar los criterios empíricamente disponibles para el análisis de los movimientos populistas de derecha de tipo polanyiano. Dichos movimientos pueden (a) surgir tanto de las desigualdades específicas de clase como de la alienación impulsada por el mercado y la competencia; (b) se convierten en movimientos de derecha porque, al atribuir las causas de las dislocaciones sociales, hacen uso de un mecanismo de exclusión nacionalista que reemplaza la sociedad por la comunidad nacional. Frente a un poder de mercado difuso, estos movimientos (c) atribuyen las causas de la inseguridad y la injusticia sobre la base de la personalización, el conocimiento alimentado por el resentimiento y puntos de vista teóricos de la conspiración. Los movimientos populistas de derecha de tipo polanyiano reclaman (d) la función protectora del Estado nacional y se vuelven atractivos para los trabajadores y empleados mal 232

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pagados, porque les otorgan autoestima a través de la devaluación de los demás. Las orientaciones correspondientes, sin embargo, (e) no están exentas de contradicciones, ya que el bloque populista de derecha “ambivalox” (f) pretende servir a un expansionismo capitalista que promueve la misma pérdida de control que lamenta el populismo social de derecha. Por ello, la revuelta de la derecha en última instancia (g) queda como un contramovimiento imaginario cuyo gesto opositor puede desencantarse en la medida en que lo “ambivalox” se convierte en tópico público y popular de los contramovimientos democráticos.

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Democracia o capitalismo. Sobre la societización contradictoria de la política La crisis de la democracia o del capitalismo democrático está en boca de todos. Incluso los autores liberales de izquierda críticos con el capitalismo hablan hoy de “condiciones posdemocráticas”. La democracia liberal, o eso parece, ha pasado su cenit. A este respecto, puede resultar sorprendente que me niegue a hablar de una crisis de la democracia, tanto por razones analíticas como normativas. Esto de ninguna manera quiere decir que todo está bien con la democracia, al contrario. No hay duda de que se está produciendo una progresiva desdemocratización de la democracia en los viejos centros capitalistas, especialmente en Estados Unidos. Sugiero que el nuevo autoritarismo puede entenderse como una reacción política a una profunda crisis del capitalismo. Más precisamente, los primeros países industrializados en particular están atravesando una crisis de tenaza económico-ecológica históricamente nueva, y es totalmente incierto si esta crisis puede resolverse por medios democráticos y dentro de canales compatibles con el sistema. Con estas dificultades en mente, la 

Este texto se publicó en inglés bajo el título “Democracy or Capitalism. On the Contradictory Societalization of Politics” en: Azzellini, D. (Ed.). If Not Us, Who? Global Workers Against Authoritarianism, Fascism, and Dictatorships. VSA, 2021, 15-22 (N. del T.)

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democracia ya no es, para sectores significativos de la élite capitalista, la forma política de gobierno preferida (Jessop, 2018; Deppe, 2013). A la larga, la forma democrática de gobierno solo sobrevivirá si sus contenidos, procedimientos e instituciones se extienden a campos y sectores antes excluidos de la toma de decisiones democráticas. Tal democratización, por lo que sostengo, equivale en última instancia a una ruptura con el capitalismo. La erosión del capitalismo democrático puede conducir a un capitalismo alternativo o puede conducir a una democracia radical. ¿Qué es la democracia? En las sociedades capitalistas modernas, la democracia se reduce invariablemente a la inclusión de las masas en la toma de decisiones y, por tanto, a la socialización —Vergesellschaftung— de la política. Desde un punto de vista lógico-funcional, una forma democrática de gobierno basada en la separación de la economía, el Estado y la sociedad civil es la mejor forma política de gobierno para el capitalismo racional, es decir, para una sociedad que depende de la innovación permanente, la revolucionarización de los medios de producción, la expansión del mercado (Wood, 2010) y, sobre todo, la inclusión constante de un otro no capitalista previamente excluido. Sin embargo, desde una perspectiva histórica, la armonía del capitalismo y la democracia no es de ninguna manera la norma. Durante mucho tiempo, la mayoría de las clases dominantes tuvo considerables reservas sobre una forma de gobierno en la que las masas populares estuvieran incluidas en la toma de decisiones políticas. Dondequiera que prevaleció la democracia liberal, esto no estuvo de acuerdo con la economía capitalista y la voluntad de la gran burguesía, sino más bien bajo la presión de los movimientos obreros y de masas que 242

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impusieron innovaciones políticas como el sufragio universal, igual y secreto contra grandes sectores de las clases dominantes (Hobsbawm, 2017). Con esto en mente, se puede hablar de un carácter dual de las democracias modernas. Por un lado, la democracia parlamentaria representativa funciona, o puede funcionar, como mecanismo integrador de las clases dominadas. Sin embargo, por otro lado, la democracia liberal también permite que las masas participen en la política, un proceso que puede ser autodinámico y puede salirse del control de quienes están en el poder. Las democracias de masas modernas son, por lo tanto, el producto de una socialización antagónica. Esto significa que, desde la perspectiva de las élites capitalistas dominantes, la democracia es más funcional cuando tiene un efecto de integración social junto con todo lo demás que requiere el sistema capitalista. Básicamente, la democracia solo encaja con un capitalismo racional que ofrece a las clases dominadas la oportunidad de impulsar sus intereses de forma organizada. Sin embargo, incluso dentro de los Estados democráticamente constituidos, siempre hay zonas de exclusión, por ejemplo, las subclases, los grupos precarios y el sector del trabajo del cuidado. Además, existen zonas de exclusión en Estados dependientes, periféricos o colonias en las que la democracia no funciona en absoluto o lo hace de forma limitada. Estas zonas de exclusión son variables; se pueden ampliar y reducir. Su reducción puede ser el resultado de movimientos anticolonialistas, como en India, o, como en Sudáfrica, puede resultar de la lucha contra el apartheid. En este sentido, el nexo entre capitalismo racional y democracia liberal no está sujeto a ningún mecanismo social automático.

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Pero también es claro que la siempre tensa afinidad electiva entre capitalismo y democracia puede ser quebrada por las clases dominantes. Aquí es donde entra mi diagnóstico actual. Argumento usando a Marx, pero me oriento a lo largo de una “línea media” que se mueve entre el reformismo compatible con el sistema y los conceptos leninistas de revolución. Esta línea, en la que se sitúan nombres como Wolfgang Abendroth, algunos austromarxistas, Antonio Gramsci y, en cierta medida, Nicos Poulantzas, es la que considero más importante respecto a los viejos centros capitalistas. Las visiones del Estado categorizables bajo la “línea media” están orientadas, con toda su diversidad, hacia la idea básica de que el Estado, la ley y, por lo tanto, la democracia, se basan en compromisos asimétricos. Las clases subalternas solo pueden integrarse si hay concesiones a sus intereses. Estas concesiones se institucionalizan como derechos sociales y democráticos; su contenido normativo puede entonces durar incluso más que cambios significativos en las relaciones sociales de poder. El poder obrero institucionalizado se basa en tales derechos. Tal poder institucionalizado hizo posible lo que Bob Jessop, siguiendo a Max Weber, llama capitalismo racional. Fue un capitalismo en el que la sobreexplotación fue marginada por un período de tiempo históricamente corto. La “conquista” —Landnahme— financiero-capitalista que comenzó a mediados de la década de 1970 hizo retroceder parcialmente esta forma de societización antagónica de la política. Ha recortado los derechos sociales y debilitado aún más al adversario potencial del capital, que había ganado las reformas sociales después de renunciar a la revolución. Pero, sobre todo, ha ampliado enormemente la 244

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zona de exclusión, que tiende a eludir la toma de decisiones democrática, al ampliar los mecanismos de mercado. En pocas palabras, nos enfrentamos a una manifestación de desigualdades principalmente específicas de clase en los viejos —pero también en los nuevos— centros capitalistas que recuerda a los tiempos prerrevolucionarios. Al mismo tiempo, las fuerzas que representaban el viejo antagonismo de clases son más débiles ahora que en cualquier momento desde 1945. Sin embargo, paralelamente a este desarrollo, también ha habido una institucionalización de nuevos movimientos sociales que representan intereses reproductivos y poder metabólico1. De hecho, un proceso de integración similar al que se ha extendido un buen siglo en el caso del movimiento obrero de Europa Occidental se viene produciendo desde hace tres décadas con los nuevos movimientos sociales. Estamos lidiando con una institucionalización del poder reproductivo y metabólico, como lo ilustran los objetivos de sostenibilidad, los comisionados de igualdad de oportunidades y los funcionarios ambientales. Esta integración institucional es la esencia de lo que Nancy Fraser ha llamado neoliberalismo progresista (Fraser, 2009). El derecho, que no es idéntico a la democracia, ya que permite a las minorías e incluso a los individuos impugnar las decisiones democráticas, se ha convertido en la forma de regulación incluso de aquellas contradicciones y antagonismos que estallan en el conflicto social ecológico y en Debe hacerse una distinción entre el poder del capital y de los trabajadores y una forma —heterodoxa— de poder que surge de la posición de los grupos de interés conscientes en la reproducción de las condiciones naturales. Sus fuentes se basan en el trabajo como un proceso dador de vida, por lo tanto, no principalmente en el empleo asalariado o remunerado. Me refiero a esto como poder metabólico. 1

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el sector social reproductivo. Esto conduce a una constelación paradójica. Por un lado, continúa el declive de los actores de la sociedad civil construidos en torno a la oposición entre el trabajo asalariado y el capital. Por otro lado, sociedades como la alemana disfrutan de un grado de libertad civil que les permite vivir con más libertad que nunca con respecto a las orientaciones sexuales, creencias religiosas y diversas formas de compromiso cívico en el ámbito de la inclusión social. A las élites capitalistas apenas les queda nada por integrar debido a la debilidad de los antagonistas potenciales, pero es precisamente por eso que ocurren disfunciones elementales dentro del sistema capitalista y sus democracias. Estas disfunciones son el resultado de un capitalismo político algo irracional, un capitalismo político que también es en gran parte responsable de los problemas de la democracia. Por supuesto, el mal funcionamiento también existe dentro del sistema político. Una de las causas fundamentales de esto fue que los partidos de centro-izquierda en los centros capitalistas se habían sometido a los supuestos imperativos de la globalización y habían abandonado efectivamente su reformismo social, que aún servía al viejo antagonismo. Este giro en la socialdemocracia permitió que los partidos liberal-conservadores se movieran hacia el centro, con el efecto de que el centro político en las democracias occidentales ya no permita la polarización. Durante mucho tiempo, no había mucha diferencia si se elegían conservadores o socialdemócratas. Esto es precisamente lo que ha fomentado una revuelta populista de derecha, que opera con un doble frente. Por un lado, es un intento de ocupar la cuestión social desde la derecha y robársela a la izquierda; por otro lado, es un ataque al grado

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de liberalismo político-cultural en las sociedades civiles democráticamente constituidas. La tendencia hacia las democracias bonapartistas La revuelta de la derecha radical, que está interesada en preservar el capitalismo y, por lo tanto, es imaginaria, señala más que la incapacidad de los partidos políticos para participar en un conflicto democrático. Es también la manifestación de una tendencia hacia las democracias bonapartistas, más o menos pronunciada en todos los centros capitalistas. El bonapartismo (Marx, 1982) se refiere a una “forma excepcional” (Hall, 2014, p. 92) del Estado que inmoviliza la tensión entre capitalismo y democracia en un interregno político. Como explicación, el bonapartismo siempre se vuelve interesante cuando la tensión entre el capitalismo y la democracia se revela abiertamente sin que se vislumbre ninguna resolución del estancamiento subyacente. A diferencia de otras formas autoritarias de gobierno, la excepción bonapartista se caracteriza por tres rasgos estructurales: (1) la revolución bloqueada; (2) un interregno que mantiene bajo control las fuerzas de lo nuevo; (3) un transformismo apoyado por partes de las clases subalternas que delegan sus intereses en líderes y formaciones autoritarias a falta de una alternativa. Todas las características estructurales anteriores son características de la “larga década” entre la crisis financiera mundial y la pandemia del coronavirus. (1) Revolución bloqueada: en particular, los primeros países industrializados, pero también los mercados emergentes, atraviesan actualmente una crisis de tenazas económico-ecológica, que representa un punto de inflexión en la relación entre la sociedad y la naturaleza. La crisis de tenazas significa que el medio más importante para superar el 247

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estancamiento, el desempleo y la pobreza, y para apaciguar los conflictos de clase bajo el capitalismo, a saber, la generación de crecimiento económico, se está convirtiendo, en las condiciones actuales —altas emisiones, uso intensivo de recursos y energía, combustibles fósiles, actividad económica basada en combustibles—, en algo cada vez más destructivo en términos ecológicos y, por lo tanto, sociales. La tenaza de la economía y la ecología marca una crisis que actualmente acecha sin resolver detrás de la pandemia del coronavirus. Solo por su complejidad, es probable que dure mucho tiempo. Sin embargo, los objetivos de sostenibilidad, fijados en 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible —ODS— y con los que se ha comprometido casi toda la comunidad de Estados, exigen que la crisis de tenazas llegue a su fin para que gran parte del planeta no se vuelva inhabitable. Estos objetivos han sido durante mucho tiempo más que simples declaraciones de intenciones no vinculantes. Con el compromiso sancionable de una descarbonización completa de la economía europea para 2050, la presión por la transformación ha llegado a sectores industriales clave como la energía y la automoción. No solo los primeros países industrializados, sino también las economías emergentes se enfrentan a una revolución de la sostenibilidad cuyos presupuestos de tiempo se reducen en la medida en que los cambios previstos se retrasan. (2) Interregno: esta constelación históricamente nueva de crisis contiene las semillas del problema que condujo al interregno político descrito anteriormente. El centro político —centro-derecha y centro-izquierda en el espectro— se ha mostrado hasta ahora incapaz de superar la crisis de tenazas. Las élites capitalistas liberales cuentan con una economía social de mercado renovada y la ayuda de la tecnolo-

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gía digital para poder hacer rápidamente el cambio atrasado hacia la sostenibilidad. Al hacerlo, se enfrentan a una peculiar cuadratura del círculo que caracteriza actualmente a cualquier política de sostenibilidad. Por un lado, (casi) todo debe cambiar lo más rápido posible, porque “es muy urgente. Un colapso del sistema es un peligro real” (Weizsäcker, 2020, p. 82). Por otro lado, “la eficiencia de los recursos y la economía circular de un capitalismo natural [¡sic!-K.D.] no deben verse como una amenaza” (Weizsäcker, 2020, p. 93). De esto se podría concluir que es más probable que la economía de la ganancia se vuelva sostenible o que el mundo se acabe, a que el capitalismo dé paso a un orden social diferente. Las fuerzas del centro político aún no han podido resolver este dilema. Sin embargo, el estancamiento en el centro político también se ve exacerbado por el hecho de que los dos principales campos de oposición del “espíritu de Porto Alegre” a menudo actúan uno contra el otro. Aquellas formaciones que representan una continuidad de los viejos movimientos socialistas y obreros —organización vertical, lucha por el poder— se ubican predominantemente en el eje de los conflictos capital-trabajo. El campo en competencia de las corrientes y movimientos libertarios, por otro lado, se basa en la autoorganización —descentralización funcional—, rechaza como cuestión de principio la idea del crecimiento económico como el objetivo de la política emancipadora y, además de los ejes de etnicidad/nacionalidad y género, opera principalmente en el campo del conflicto social ecológico. Numerosas divisiones entre los dos campos han impedido hasta ahora el desarrollo de una alternativa política efectiva desde abajo.

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(3) Transformismo: el interregno político y la escisión de las fuerzas de oposición de izquierda a su vez favorecen un transformismo (Gramsci, 1991, p. 98, 101-116) del campo autoritario dentro de las élites capitalistas. El transformismo se refiere a la capacidad política en situaciones de crisis para encarnar de manera creíble la ruptura con el orden existente y asumir el liderazgo como solucionador de problemas. La derecha radical responde a la globalización con el neonacionalismo, a la desigualdad con una etnización de los conflictos distributivos y al cambio climático con su negación o relativización. Esto da como resultado polarizaciones políticas que se interpretan, sin duda prematuramente, como una nueva escisión entre globalistas y comunitaristas o como una división entre “Anywheres” simpatizantes de la globalización y “Somewheres” escépticos de la globalización. En mi opinión, esto es más una indicación de que la clase social y los conflictos ecológicos y sociales se están convirtiendo cada vez más en un conflicto de transformación socioecológica. Solo aquellos actores que aborden los temas clave de ambos ejes del conflicto tienen la oportunidad de superar el interregno político existente a favor de los objetivos de sostenibilidad. Conflictos de clases desplazados Todos los datos de la investigación empírica de la ciencia política sobre la democracia indican que el apoyo a la democracia es mayor cuando se logra la prosperidad económica. Tras la crisis de 2007-2009, un Estado como la República Federal de Alemania atravesó uno de los periodos de prosperidad más largos de su historia. Sin embargo, las tasas de crecimiento de ninguna manera han alcanzado el nivel de auges anteriores. Las poblaciones europeas enveje-

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cen y se reducen. A pesar del despliegue masivo de tecnología y digitalización, la productividad laboral en los viejos centros capitalistas está aumentando muy lentamente. Esto plantea la pregunta: ¿qué significa un crecimiento débil sostenido para la estabilidad de la democracia? Para responder a esto, necesitamos mirar nuevamente lo que sucedió en la era de la expansión del capitalismo financiero. En el período comprendido entre mediados de la década de 1970 y el cambio de milenio, el capitalismo de mercado financiero fue el segundo proyecto de crecimiento más exitoso en la historia de la formación social capitalista. Al mismo tiempo, la desigualdad social alcanzó dimensiones inéditas durante mucho tiempo, al menos en los centros de Europa continental. Esto está relacionado con el hecho de que la lógica societizadora del capitalismo financiero de mercado invierte la relación entre producción, mercado y reproducción. Todo se concibe desde el punto de vista del cliente y los intereses del productor se comparan con los intereses del cliente. Desde la perspectiva del capital, es primordial que se pueda comprar barato. La presión sobre los salarios —la relación salarial ha caído casi continuamente en los países de la OCDE desde la década de 1980 y el promedio de la OCDE se mantiene en un mínimo histórico a pesar de un ligero aumento después de 2013— se compensa con la reducción del precio de los bienes de consumo. En muchos aspectos, esto es fatal, porque las condiciones de producción se ignoran en gran medida, especialmente en las cadenas de valor transnacionales. En Alemania, el 40% inferior de los asalariados ha sufrido pérdidas de ingresos reales en los últimos 20 años. El sector precario y de bajos salarios se ha expandido rápidamente. Como consecuencia, una creciente abundancia de bienes, a menudo producidos en zonas de exclusión social, significa

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que las oportunidades de crecimiento para cada individuo se están reduciendo. Para decirlo de manera más directa, las personas siempre son sujetos de crecimiento, no pueden evitarlo. Pero el crecimiento significa algo completamente diferente para los sujetos individuales que para las empresas capitalistas. Como ha demostrado Erich Fromm, los sujetos siempre están preocupados por el crecimiento de sus propias capacidades, por el desarrollo de sus propios poderes orientados al crecimiento. Este tipo de crecimiento se ve obstaculizado cada vez más por los patrones prevalecientes de producción capitalista de mercancías, tanto en el Norte como en el Sur Global. Sin embargo, mientras las mayorías de la población solo puedan desarrollar sus propios poderes si participan directa o indirectamente en el trabajo dependiente, se verán obligadas a participar en una lucha por la distribución del excedente social que han ayudado a crear. Es un reto existencial para los sindicatos gestionar la enorme presión derivada de la caída de las tasas de crecimiento, la digitalización, la necesaria descarbonización de la economía y el atrasado cambio de modelo industrial, de forma que se mantenga la capacidad de conflicto —o incluso establecido en primer lugar—. Precisamente porque este es el caso, los sindicatos y los empleados a veces se aferran a lo que existe actualmente, ya sea la extracción de lignito o la producción de motores de combustión perjudiciales para el medio ambiente. Esto hace que sea aún más problemático que las luchas progresistas como la de Alemania por la reducción de la jornada laboral, por la que el sindicato IG Metall pudo movilizar a 1,5 millones de personas, prácticamente no encuentren resonancia pública en el sistema político. Este problema también es doméstico. 252

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La izquierda académica guarda silencio en gran medida o denuncia luchas como las de los hombres blancos mayores privilegiados. Solo una mirada a la mano de obra joven, a menudo migrante, en muchas empresas de la industria metalúrgica y eléctrica podría enseñarles una lección. Hablando en términos más generales, Didier Eribon tiene razón cuando argumenta que faltan espacios de resonancia pública para la política democrática, incluida la de clase, una política que se preocupa por los salarios, las condiciones laborales y las horas de trabajo, pero también por las actividades reproductivas, la renta y la infraestructura social y la sostenibilidad ecológica. Esta falta de resonancia pública de la política de clase impide efectivamente una superación progresiva del interregno político. Por esta razón, la reactivación y politización de las luchas en el eje de clase es un requisito previo importante para poner en su lugar la revuelta antidemocrática de la derecha y superar el estancamiento político en el centro del sistema político. Esto no significa, sin embargo, que las luchas sociales construidas en torno al antagonismo de clase puedan por sí solas evitar una recaída en posiciones étniconacionalistas y superar la crisis de tenazas. Los viejos movimientos obreros son ahora demasiado débiles para esto. Hay, sin embargo, otro punto de partida: uno que, inspirándose en Marx, sitúa la expansión del capitalismo en la sociedad y la naturaleza en el centro del análisis y, desde esta perspectiva, determina las fuerzas compensatorias. Entonces, el antagonismo social puede verse no solo como un antagonismo entre clases sino, en resumen, entre la societización de mercado y las instituciones que hacen posibles los mercados en primer lugar.

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Democracia o capitalismo. Sobre la societización contradictoria de la política

Conclusiones Con visiones de una democracia transformadora, uno inevitablemente pasa de la división de clases a los ejes de género, naturaleza y devaluación racial. Reconocer la diversidad de mecanismos de explotación y dominación implica, pues, necesariamente, ir más allá del clasicismo tradicionalista o de una perspectiva reducida a las políticas distributivas socialdemócratas y sindicales. No hay nada que sugiera que la tardía revolución de la sostenibilidad pueda lograrse principalmente, si no exclusivamente, a través de medios basados en el mercado. Un problema central de las condiciones económicas actuales es precisamente que “estamos lidiando con las consecuencias de un sistema económico” que “opera con demasiada poca complejidad”. La centralidad del lucro privado contradice la diversidad de la sociedad y el grado de complejidad de sus problemas. Es por esto por lo que solo los cambios radicales son verdaderamente realistas y solo la acción solidaria da sentido real a la vida (Ringer & Wermuth, 2020, pp. 62, 206). Frente a un capitalismo expansivo y cada vez más destructivo, la democracia solo puede mantenerse mediante la expansión. “El capitalismo es incompatible con la auténtica democracia y la paz”, dice el manifiesto Feminismo para el 99% (Arruzza et al., 2019, p. 66). Por ello, un nuevo feminismo es necesariamente “ecosocialista” (Arruzza et al., 2019, p. 63). Lo mismo podría decirse de una política de clase unificadora. Debe ser necesariamente feminista, antirracista y ecológicamente sostenible para hacer posible lo que podría resultar esencial para la supervivencia: la democratización radical y la transformación socialista de las sociedades capitalistas modernas.

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Referencias Arruzza, C., Bhattacharya, T. & Fraser, N. (2019). Feminismus für die 99%: Ein Manifest. Matthes & Seitz Verlag. Deppe, F. (2013). Autoritärer Kapitalismus: Demokratie auf dem Prüfstand. VSA. Fraser, N. (2009). Feminismus, Kapitalismus und die List der Geschichte. Blätter für deutsche und internationale Politik, 54(8), 43-57. Hall, S. (2014). Nicos Poulantzas: Staatstheorie. Hall, S. (Ed.). Ausgewählte Schriften 5. Argument, 89-100. Hobsbawm, E. J. (2017). Die Blütezeit des Kapitals 1848-1875: Das lange 19. Jahrhundert, Band 2. Theiss. Jessop, B. (2018). Reflections on capitalism and democracy in the time of finance-dominated accumulation and austerity states. Berliner Journal für Soziologie, 1-2, 9-37. Marx, K. (1982). Der achtzehnte Brumaire des Louis Bonaparte. MEW Band 8. Dietz Verlag, 11-207. Ringger, B. & Wermuth, C. (2020). Die Service Publik Revolution. Rotpunktverlag. Weizsäcker, E. U. (2020). Eine spannende Reise zur Nachhaltigkeit: Natur- kapitalismus und die neue Aufklärung. Görgen, B. & Wendt, B. (Eds.). Utopien. Diesseits oder jenseits von Wachstum und Kapitalismus? Oekom Verlag, 81-95. Wood, E. M. (2010). Demokratie contra Kapitalismus: Beiträge zur Erneuerung des historischen Materialismus. Neuer ISP Verlag.

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GRUPO DE INVESTIGACIÓN EN FILOSOFÍA