Perón y su tiempo [Tomo II: La comunidad organizada, 2da ed.] 9500703130

El segundo volumen de Perón y su tiempo estudia los años 1950, 1951 y 1952, que Félix Luna define como “el año del Liber

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Spanish Pages 452 Year 1986

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Perón y su tiempo [Tomo II: La comunidad organizada, 2da ed.]
 9500703130

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Félix Luna

y su tiempo HeLa comunidad

Editorial

organizada —

Sudamericana

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https://archive.org/details/peronysutiempo0000luna

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FÉLIX LUNA

PERÓN Y SU TIEMPO II. La comunidad organizada 1950 - 1952

EDITORIAL SUDAMERICANA BUENOS AIRES

PRIMERA EDICION Octubre de 1985

SEGUNDA EDICION Marzo de 1986

IMPRESO

EN LA ARGENTINA

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723. € 1985. Editorial Sudamericana, Sociedad Anónima, calle Humberto 1 531, Buenos Aires.

ISBN 950-07-0313-0

PRIMERA

PARTE

EL AÑO DEL LIBERTADOR

|

|

a

AILIOMAT ALO

DA

Add

” “3

q

y

Ñ

Además de ser, como suele ocurrir, el primer día del año, el 1% de enero de 1950 fue la primera jornada del que la Argentina dedicaría a conmemorar la figura y la trayectoria del general José de San Martín, en el centenario de su desaparición. Una ley sancionada en 1949 había previsto una serie de actos y homenajes para exaltar el recuerdo del máximo prócer nacional y, entre otras cosas, había dispuesto que todos los documentos, instrumentos públicos e impresos debían llevar, a lo largo de esos 365 días, la leyenda “Año del Libertador General San Martín”-a continuación del lugar y la data. Era una obligación un tanto molesta, pero inocua. Nadie hubiera sospechado que ese tributo sería utilizado como un torniquete más para apretar las clavijas y mecanismos de “la comunidad organizada”.

El Libertador y la libertad El encargado de hacerlo fue el diputado José Emilio Visca, del que ya se habló en el anterior volumen de esta obra. Presidía Visca la comisión parlamentaria encargada de investigar las torturas reiteradamente denunciadas por la oposición. Pero la Comisión Visca —4

luger que

he de conducirse

o policicl

de todo el país las

a

del

co

n sus adherentes

directivos:

sus

y spropyicdos log

correspomiente.

Jósicn y sindicto mecios

le

etc. 7. la

vigilencis

sl sabotoje

del “ovimiento de los

y darí

centros

organizavulnera-

15 seguridnd

inmedia

mieron»

anterior, conteniendo “Instrucciones Anexo a la “Directiva...” Ste : impartidas por el movimiento peronista a sus adherentes”.

62) Cunndo

se ntenta contra los

Patria, propios

ello

sagrodos

intereses

de la

el pueblo tiene derecho n defenderse con sus medios. Cade peronista debe saber que para

esté oblipcdo

por

el orgenismo

nacional

a que

pertenece».

72) Dl Movimiento Peronista está decidido a luchar pacíficamente

dentro

del

dudará un instante ein

con

otro

utilizados

de

orden legal

en responder

justa defensa

por los enemigos

del

Cada peronista está obligado

constituido,

pero no

a cada acto de violen

y por los

mísmmos

medios

país.

a defender

su Movimiento

sin ninguna limiteción de tiempo ni lugar y con ¡rocedimientos que 61 estime conveniente. Frente al insulto no pueden caber sino reacciones de hombres y mui jeres

92)

dignos.

El Movimiento

Peronista

no

Be

ocupa

de las

personas

de sus enemigos; tiene demasiado Que hablar de 818 0bras y realizaciones. respeta la libertad de expresión de sus adyersario8. Pero no se hace responsable de la reacción de sus hombres cuando las expresiones de la

oposición

10

1]

Que

lesionen

coda uno

sepa

a la

persona

cumplir

con

de los

su deber

peronistas» de peronista

y

de arsentino. Ha llegado la hora de aplastar a la canalla cneoberbecida por muestra tolerancia. Ninguna

provocación

sin renrivir,

ha de quedar

sín contestar,

ni niugún abuso

ningún

sin sancionar.

desmán

FLaN

POLÍTICO

195]

ACCION En virtud de la exposición de Ministerio, se le señalan las llar en 1251:

alto valor sigulentes

- igilización de los trámites de de Asociaciones Profesionales. TERMINO:

=

los

informativo formulada por ese tareas particulares a desarro-

asuntos

radicados

Vigilar

ciones

en la Direceión por

Setiembre y controlar

dictadas

por

Año

erogación de las sQ



ese

se

lleven

a

Ministerio,

la

práctica

relacionadas

todas

aquellas

con los

realizarlo de los gre CORTA J

resolu-

convenios

Pára cumplir este propósito convendrá impar. ¡os -organismos encargados de estos asuntos.

= Racionaliz personal é

TERMINO:4

1951 gremiales y patronales inconvenientes.

que

se

A

- Ley de Seg

1251,

=

Solucionar los problemas curando evitar demoras e TERMINO: Año 1951

-

Llevar al día la oferta y demanda de trabajo tratando de prever posibles problemas de desocupación mediante el desplazamiento de la mano de obra para lo cual deben registrarse, la 6 las especialidades del personal.

susciten,

pro-

TERMINC: Año 1951 =

lo men

TERMINO:

de trabajo ya suscriptos. tir misiones especiales a

TERMINO:

- Prever que níos sobre sión.

1251,

Arbitrar los medios indispensables -sin que ello signifique extracrdinaria- a fin de acelerar los trámites y resolución licitudes jubllatorias,

TERMINO: -

Mayo

Ti-EDLITA

Hacer que las delegaciones del Ministerio de Trabajo y Previsión abearquentoda la extensión del país y que conozcan en detalle los proplemas del trabajo a fín de estar informado sobre sus inquietudes.Tal actívidad deberá desarrollarse en lo posible sobre la hase de log medios y recursos actualmente disponibles en ese Departamento de Estado TERMINO: Año 1951

= Estudiar 1 social y € luciones. ERMINO: £ -

Establecel que ello + fín de pre

triales sea por

o et

Quinquenal

flicto bél TERMINO1

«

= Concretar, ria de sut

jo, acorde

los inter: lo cual sí rigentes ¡ gue instr tudes y e momento p te patron TERMINO:

Directivas partic ulares al Ministerio de Trabajo y Previsión, en el p marco del Plan Político 1951,

SECRETO CONFIDENCIAL - PÉRSO'AL | ELAN POLITICO z AZC 1952 1-

(Pravenetánenaoro-a An)

consiste

y sctotear

y Previsión,

en la rá ida solución

-= Minar

la

moral

con¿unto

úel

insultos

y amenezas

une

en los el

por

piciando ciones

la

integral

un

lus

descenso

en

cue

gresión

de

las

Crítica

y acción

el

por

fTesional

ue

del

le

Estedo

en

era

lo

al

Gobicr-

eminente en

las

conguiistas

Justicialista,

inherente

y la

2

p»roiección

lo-

_ro-

las

rele-

legal

e

los

el

pursonel

el

de

«sociaciones

vida

de

de este

socituad,

de

todo

el

me

ante

los

pro-

trebaja-

Secreteríz

una

de

sizuesta

re-

hecho

o pensaniento

que

oraiiento

y social

a todo

los

las

sociales.

legales

uxorro,

entre

niveles

la

profesionel

todos

con

los

logrer

del

trámite en

esviritual,

Cul=-

obrero.

tendiente

a un

pronto

el liinisterio.

amutaulisio

¡iwdios,

le

y

el

cooperativismo.

orientución

y formación

pro=

tr: bujadores.

y desorestigiur

penfletos

en

la existencia

capas

finuidávad,

de asuntos

Boicotear

del

trabajo

destructiva

intencionada

-= Impedir = Dif.mar

otres

físico,

despecho

de apoyo

destriir

relsciones

teseguilibredo

- Negación

ce...

y trabajadores.

ha

tural,

=

y el

empleados

argumentando

como

orgenisno

nmenifiesta

capital

Estiudo,

tenga

une

haci“

treba¿adore.

de

- Propiciar

un

tr.vejedora

en litigio

fesionales

dores,

el

del

— Mantener

de

regresión

entre

modiente

diriscidas

ectitu-

y

y ep lesdoS.

28-IX-51,

y paralelamente,

clase

una

y decidida

del

prestisio

revolucionerio

gradas

=

jutriótica

sucesos

¿ersonal,

conflictos Gobierno

al

de funcionarios

del

-= Socavar te

leul

núcleo

Ge desulisntos,

tuvieron

no,

del

de los

ovositores

ue

infiltreción

la

por

trabajo,

la intimidación

de

linistorio

del

le acción

obsteculizar

Travajo

úa

del

otra

en:

a) Frenar, de

la

rezclízada

según la campañe

y Previsión

de Tratajo

Ministerio

con

lo relecionzáo

en

revolucionarios

de los

plan

E

7 J EJISICN

DE TRAPO

MINISTERIO

El

Pála

ESIECIALES

DISPOSICIONES

0v¿-to

ereumdo

al

Gobierno

de

debiiiter

incertidumbre

con

y

rumores,

anónizos

enuler

adhesión

confusión

le

en

el

y

TÍ SMO0 0

IPP

11114

Disposiciones especiales para el Ministerio de Trabajo y Previsión para una eventualidad de subversión, en seis hojas, firmada por Perón.

LitIl = Propuosr del

diehu

ele,

sonal

del

ciales

iliuisterio,

en

del

_uetlo,

que

les

en

en los

migas

trabejudorns

relición exiotente

entre

estus

la Caitul

y euvconer r ce

el

del

siicenes

ec) Alrunos

sino

2 oyo

se curolen sue

o defense

gozan

de

de

se

detven

le

interrumente

los

úe

parte

las

el campo

presticio

fuerzas-

constitutiva

de acción interno

y ex-

de

tríla/.,

a,oyo

21

Sotierno,

oruem

del

le

situación for.

deslezles

en

:.1i:isterio

toa:l

cun

con

el

que

el país.

el lo=

Por lo

y tratedos

del

Gobierno,

influ=

;; opositores.

se ocupe

¡proceder

dele

de

Debe-

de ello,

pues

funcionarios

l2a

oo

verdedero

f erzas

que

le ¿oner

y rec

uno

entre

concepto

propio los

des:

funcio-

de la

disci-

instituciones

y de la Ley,

ariadus

fuerzas

y las

guar-

justicialistas.

¡previsión

.e ei tereción

¿la el

oponfrsele y Zorzer

de las

instituciones

rigonte

ucral

el

defensa

lie

de

an tul

la confianza

enunciudos,

corrrapmniólentos 2 fín

sis

claramente

contra

serán considerados

untualizcdo,

uní..¿

y

tenoorausnto

uno

conocer

a le Nación.

.ropósitcs

y ez. le ¿os

plina

dáidis

en

rsonalnenteal ¿ue

s.cerenente

2 enilar

a) Co.o

son

el

Unidos

elenentos

deslcaituid

ce t rse

del

debe

en el mimo

,

díanes

provin=-

< ln Nación

«ete

Plan,

trubu/udoras

y 2ue

or Bstaios

no

nerios

y el per-

y deleguciones

¡éstos

ciment:ur

rá resconsriliícirse

tin=do

que

ldnistirio

ido

fincionsrios

en

nmesis

nr

,rovienen,

tuscan

:stí diri

traidores

22 A este

Federal

Neción,

pe sonal

tento,

seno

no

4 ls

rreconi

Je cuyo

conpote

vimiento

yen

Ju

de le

co..o

confusionisi2

estrecha

divicir

aruades,

b) Todo

la

y territoriules.

= Sepvarer,

terno

situución

dede

se

deyen

adoptar

en acción

los

del

pmíblico,

:21l deberá

orden conocer

en

las

me-

medios

ante

en

todas

detalle:

= Co..9 le cuuvlirá. = eúcos =

b) Reclízar

leza,

le

rocaul

deveré Ye

c:

ol és

cuestion en

sus

En tel

sentádo

feció 20=111=51

lrovo

que

lazo,

ejecución

¿2natos

emitir

TOSivOs

us.

¿nlices

mision

Gls osición. debe

mantener.

sin irícciones

de une

¿len

respectivos,

es

eclulos

de ninguna

consideriundo

de

natura-

de reestructuración

sepiridad

en

él

al

del

que

o de cardoter

,

continie

(xj.

en vinencióa

la Directiva

- Memorándum

de

13, Ode. 4.-) ER

dl

activo y decidido,

única forma de enfrentar el trabujo disocia-

dor de los enemigos zas

je

nar

la disciplina

sólido

un frente

se podré former

ce) Con lo expuesto anteriormente, internos

la antipetric

que

y externos

actúan

en les

y aniquilar

incansables

fuerzas

del

en

trabajo

la

e las fier-

tarea

de mi-

y destruir

su

cohesión. 3.

Les

prouociones

ficar

si ha

el gunas Es

desleales

por

que

a

sus

a los

leales

pueden

órdenes.

para

ante

est.dícdes

funcion:erios

ae fin

intención.

la

sutil

infiltración

de

Por

parte,

deberá

otra

los

que

se

puestos

la

mayor

pongan

en

sobre

evidencia

con

el per-

y apoyar

inportanciía los

energía,

funcionarios

afirner

de mayor

la vigilancie

con

de veri-

responsables,

desagredobles

manteniendo

concretos

ser

los

sorpresis

sancionerlos

hecios

de

producir

asignándoles

pons2bilid:d,

deberán

parte

o mela

¡recoverse

sonal

se

personal

superficialidad

menester

sos,

del

hsebido,

en su

dudosos

caso

de

y rese

indecí

comprotbtar-

oposición

al

gobiíer-

DO+ Es

indispensetle

que,

haricndo

adoctriíner

juradu

be constituirse cada

en

funcionario

objetivos

celoso,

funcionarios

debe

cia Econónica

y Soteranía la

vatria

y decidido

ser

o tíbia

yue

Polítira. y sus

un

el

Justicia

Deberá

felta

de

concepto

cada

de los

Independen-

considerarse

falta

cuela-ier

decisión

de-

Asimismo,

defensor

Social,

de

uno

defensor.

conciente

instituciones,

evidencie

en

Justicialista,

jor la Constitucións+

vísica

opositora

los

enérgico

y enpleado

fijados

lacia

a

sa Coristivución

gra-

ectituá

y energía

en

su

defense. a) Como

primer

objetivo,

del

personel,

tic

.lermente

úe

Buenos

Aires

Gran

- Efectuar

es

un

funcion:rio gos

síno

= Iusedir leas

b) El

los

por

por

civnerios

lo

¿e

la

en

a

cohesión

y empleados

será

de

la

totalidad

y lealtad, la

zona

par=

del

indispensable;

corgos

directivos

de modo

que

confianza

el futuro

deberá

regionales dese..¿e len

le

adoctrina

no

comprobando en

loscar-

de fincionurios

deslea=

y

qu:den

lealtad.

desufectos.

procedi::iente

Informuciones

los

¿bsoluta

la infiltración

yue

cuel

en

Z melonsrio

0% si: leimentes

nimo

se

afienzar

“unelon. rios

reajuste

homtres

delegucícnes

ce

y mientros

necesariz

del

realizarse

Ministerio,

curgos

vizilancie

en

cuda

una

encurgando

directivos

y a los

y el contrelor

de

a los

las

fun=

servicios

del:cumpliniento

117

111! tomando

enér.cious

plialcato

e)

decidido

propio

se

col:.ruebe

debilidad

e 1ncun=

cue

un funcionirio

pertidurio

del

Golierno

o empleado vue

público

rejresenta

no

sea

el orden

y el

bienestar.

Con este

criteriz

deberá

ticiones y o/icinia ies

cuando

órdenes.

No _deba ace torse, un

4)

medid:.s

de esta

son

los

investigrorse

del ¡Ualaterio

o ositores

pura

en ouda

que

¡roceder

una

exfaeten

de

de las revar-

en el paíle, cuá-

“pmediato

a

mu

ASpara-

ción.

e)

Por

de

otra

perte,

deberá

adoctrinem “ento,

actividad

que

-onerse

en

ejecución

de los funcionarios

deberá

ser

encargada

un

inteligente

de mayor

plan

responsabilidad,

pertícularmente

por

el Señor

Ministro.

Aquellos a su vez, col loz

funcimurios

participen

f)

Debe

ser

de estas

escuela

incorriptible

a la uentira

mentiroso

y desleal,

y ae la

deberá de

8) Hellándose

el país en

"Estedo

cualquier

noticia

subversivos.

deslealtud ger

n)

de ceda

No

gue

cono

el falso

de ser

neutros

su acción

y orden

estatal

funcionerío servídor»

cuencia, Gobierno.

ger

en

del

Est: do, están

emana

El

los

gevarados

de

del

no

sue

del

Poder

al Gobisrno

de actos

significa

de que

ser

Gobierno

un

acto

de

y se deberá casti-

la

neutral

funcionarios

cuando

y sus

vtro

Ejecutivo

del

deverá

son

del

aer en

au conse-

servidores

Gobierno

requisito

bór-

la existencia

instituciones,

y Obreros

han

como

y autoridad

que nada

confianza

sin

los

El funcionario,

La existencia

e.pleados

¿uestos,

es una obliga

informar

la ejecución

y función.

merezcan

del minis-.

a la patria.

¡eliígzro.

el

im

o emplea

resto.

Interna”,

Est do y 61 antes

cs

el castigo

de inmediato

país,

nenere,

¡uede

fincionurios,

ción discrecional

del

concepto

no

e:

del

Estuúo

Cuando

esta

traición

corregirse es

de Guerra

se tenra sobre de

sin excepción

El fincionario

le Nación y sus autoridades

tal proceder

que

el lNinisterio

hebitante

Deberá gano

en

la contaiinación

proceder

hacia

del resto de

jodoa

doetrinaria8.

ser arro¿ado

y¿recaverse

ineluditle

de que

deslealted.

pere

ción

tretando

exposiciones

flexible

terio

tarán el adoctrina:iento

y e. lecJos,

que

la

del

podrán

disposi=

a]

la

inculcar

mística

en

el

personal

contra

defender

nacional

doctrína

el

tereses

del

país,

personal

del

Ministerio,

do

plan

armados

ción

acercamiento

a fin

p:ra

tico

las

nos

anular

encaminar

deber

con

de

para

país.

y a actos

de

los

diferentes

de

obreros

situs

y

sin

ciudadano,

con

que

trata

una

e los

por

del

de

los

trebajo,

especial

0po0si-

masa

de acción y exter-

oficiales,

estatlecinientos

así

a

la

jefes,

entidades

nismos

adecua-

Es patrió-

internos

que

in=

fuerzas

llevar

sóla

a visiter las

un

las

civil,

enemigos

pars

y estubleciiuientos

de

de

guerra

inviteciones

sectores

motivo

mediante

unión

a

segrados

su

une

concurren

los

dirigido

former

frente

fín,

e.. leados

dude,

car;aña

organizados

a cuarteles

tuír

la

y soldados

briles

ser

fortalecer

Arnmades,

A tal

suboficiales

debe

verdedere

hombres decididos,

o externo

interno

al país hecie

cede

fu rzas

del

a

una

despertor

a fin de obtener

enemigo

El

de

hasta

¡”ra

intensivimente

ha de trabujurse

En todo el Ministerio

1)

fa-

represent2t1vg8

como

la

desfiles,

militeres,

significeción

concurrencia

formaciones,

vi-

habrán

de

en

de la unión

pos

consti=

buscada» A estos Toda

actos

se

gestión

que

adjudicación sanente

nes

De

ente

casos

estudi:

vue

dos

producir

amplia



publicidad.

realíce

ante

autoridades

beneficios, mispos

a fín

de

vue

al

Goblerno.

lusiur

la

cwnera

«.-dará

entre

los

los

trislucir

deslind+r

nacionales

y otros

adictas vee

pra

a que

esta

se

viviendas

reviseda

indud+tis Los

de

dará

debe

recaigan

sospechas

o

responsatilidades

pera

ser sobre

dudas

la

cuidado personas

deyerán

y aplicar

las

ser sancio-

investigación.

anulado

leeles,

una

el mal

efecto

medida

que

sue

haya

implicaba

podido

una

injusti-

cia.

Paeraleluncrie ré

trabejaer

ca

en

la

prop.

debe

beneficio

anda

ser

de

medides,

de

los

¿o la

pera Sines

disoojacore

telefónic:i,

de panflétos al enc

estes

contrarrestoda

o llamaúa

dono

y

intencumente

sue

las

seccimes

incidir que

se

al

y superada

y llumadas

en

del

masividad

la

y ae

de

¡ropaganda

ectiyidad

personal

por

la

foma

telefónicos,

.e la cuhesión

qu

debe-

especÍfio

mencionan»

llera

eontest.r

con

decigión

Ministerio

Á un

organizada,

Así

personal

del

propia,

se dará la sensación

del Ministerio, de

panfleto

o

no

cejar

en

del aban= la

lucha

el aniguiilamiunto total de los osítores, _hasta íjl MMM A MM> O o + OTERO A

HH

¿1/1 8, los servicios

de

actividad

en les

corrillos

y se

para Se

sembrer

deyerá

los

informiciones

oficinas,

hecen

ajustar

al

a

todas

propia Es

p. triótico,

pera

será

e

por

luchar

medida

que

tales de

que

los

tomando

opositores

medidas que

no

crísis

pone

que

se

a

prueba

nallan

impedir

desviaciones

GENERAL DE ESTADO Gobierno

estas

la

y en

amenazadas

por

valor

enérgicas

contra ni

impí-

actividades,

instituciones

y la

ayrovechan

previeron

de

complete

gran

los

y el desorden.

fuerzas

sin vacilación.-

COLANDC CONTROL Casa de

se farman

las

el orden

extreordinario

desarrollarán

autoridades

instituciones

dichas

discipline,

las

de

Ministerio

por lo general

indisciplina

oontrelor

nonento

existencia

Cualquier

la

este

aquellas

funestas

le

y contra

dieron la realización

9. Por último,

oomenterios

la cigaña,

causantes

del

donde

y deberé

su

que

E los

ser

ueden

ser

el país.

disdosiciunes en

en

antije triía.

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en el marco

del Plan Político

de 1952 (junio de 1952), primera página.

ELAN POLITICO

Co ON

ESOLU

Mantener

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de los preparativis donde

sea

a las

propiss

y actos

necesario,

las

tuerzas

de prevención

subversivos,

a fin de que

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los

y al gobierno

reforzando

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dicha

acontecimientos

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en

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nacional,

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1.- Defender en

que

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ésta

Nacional

y nuestro

Justícialista,

gobierno

sor

en los

países

criticados.

2.- Continuar

con la tarea de adoctrinamiento, díndole un nucvu impulso, en los cundros y masas de las Fuerzas armidis, en los agentes civiles del Estado y en las Organizaciones políticas

3.-

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que

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lcs agentes dirijan

4,-

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y 21tos

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nalos y provincialcs, cn su servicio de vigilancia u información, de manera que se viva la situación al mumunto, sobre la actividad de agentes del exterior y de dirigentes upositores,

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los

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y proccdimicntos

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Justicia-

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111111 10,= Seleccionar forzar

que

los dirigentes su organización con

continúe

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la pró“ica

Justicialista,

su acción

proselitista y nctitud de vigilancia y apresto, ante los elementos opositores que desarrollan la campaña subversiva con=

tra el orden de las partidos políticos,

11,-

Continuar

de la Nación, gran

da estudio,

en conexión

con la aplicación y difusión,

Plan Económico su

casas

estructurado

por

el Excmr,

el orfen

nacional.

destacando

repercusión

en

preferentemente

con

los

en todo el país, del Señor

Presidente

sus bonefícios

y

En el volumen anterior de esta obra se ha hablado de los perdidosos de 1946. En los años que evocamos ahora, las filas de la oposición no ralearon ni aumentaron sustancialmente, lo que no dejaba de ser una hazaña a medida que avanzaba el tiempo y el régimen se fortalecía. En 1950 y en la primera mitad de 1951 los argentinos antiperonistas sintieron amargamente la razzia de la Comisión Visca, la prisión de Balbín, la derrota de los marítimos y los bancarios, la movilización de los ferroviarios y las detenciones masivas que siguieron, y la clausura de La Prensa. La imposibilidad de llegar a los grandes públicos a través de medios masivos de comunicación aislaba a los partidos opositores

y les infundía una mentalidad claustrófoba que solía revertir sus energías en enconadas luchas internas. Pero estas fisuras se cerraban cuando había que unir fuerzas para luchar contra el régimen que detestaban. No toda la oposición se sentía representada por los OE Ya veremos que en distintos sectores de la sociedad argentina persistía una actitud de rechazo al régimen por distintos motivos y con diferentes características. Hemos dicho que eran como islas, desconectadas entre sí, vinculadas sólo por el común aborrecimiento al sistema vigente y a sus animadores principales. Durante los años a que nos referimos, partidos opositores y grupos antiperonistas padecieron un proceso político que llevaba inexorablemente a un Estado compulsivo y coactivo hasta lo insoportable, paralelamente a la ratificación popular del liderazgo de Perón y la mitificación emocional de Evita. Fue la etapa más amarga de la oposición durante los nueve años de la capitanía peronista. Entre 1946 y 1949 la comtra había acariciado la ilusión de que el régimen se desfondara misteriosamente en algún momento; entre 1953 y 1955 los signos del derrumbe se fueron haciendo cada vez más evidentes. Pero en el período que estamos tratando, toda esperanza de ura caída de

FÉLIX LUNA

130

Perón se había desvanecido y ningún signo que los alentara aparecía en el horizonte. Por el contrario, el régimen daba la idea de una solidez inconmovible y, además, acentuaba su dureza con los disidentes. Para aquellos antiperonistas que eran sinceramente democráticos, todo esto se cargaba con una aflicción más: el proceso que odiaban estaba acompañado de una adhesión popular que desvanecía cualquier esperanza de que las cosas pudieran cambiar por la voluntad del electorado expresada en comicios.

Los partidos El socialismo, sin representación legislativa, sólo podía entretenerse en la confección de hojitas opositoras que reemplazaran a La Vanguardia. Desde mediados de 1950 aparecía Nuevas Bases, dirigida por Nicolás Repetto con el mismo cuidado que ponía en

todas sus misiones.

Ghioldi seguía haciendo una Vanguardia que

salía a salto de mata y se distribuía casi exclusivamente entre los

afiliados. La presencia de los grandes veteranos y la conducción de Juan

Antonio

Solari

y,

de

hecho,

Ghioldi,

mantenían

una

posición que era la misma definida en 1945/46: el peronismo era nazifascismo. Un pequeño grupo de jóvenes no compartía totalmente esta tesis, que veían incompleta y peligrosa por sus consecuencias. El vocero más caracterizado de este grupo era Julio V. González, hijo de Joaquín V. González, de quien había heredado su innata aristocracia y su pasión por las cosas del país. Era un producto de la Reforma Universitaria y su incorporación al socialismo ocurrió después de la revolución de 1930 como un aporte a la lucha de la civilidad contra la dictadura. González no era, pues, un socialista típico, y esta circunstancia tal vez le permitió ver la situación de su partido con una visión más amplia que la mayoría de sus compañeros.

Las preocupaciones de González se exteriorizaron en el XXI Congreso Ordinario y X Extraordinario del Partido Socialista, realizado en la Casa del Pueblo a principios de noviembre de 1950. Oscar A. Troncoso ha relatado la expectativa que provocó la exposición, nada retórica, dicha en un tono coloquial y pausado, de ese hombre menudo y distinguido. Lo que el público no sabía era que a González “le temblaban las piernas”, como confesó

PERÓN Y SU TIEMPO.

11

131

después a uno de sus seguidores: enfrentar a los próceres del socialismo hacía temblar a cualquiera... Más cuando se hacía el proceso de la progresiva decadencia electoral de la agrupación: “La finalidad de todo partido político en una democracia es la conquista del poder por la voluntad mayoritaria de los ciudadanos, manifestada en el sufragio. Si en un tiempo dado no lo consigue, es abandonado por las masas. Ningún partido puede sobrevivir a continuas derrotas o a una posición de invariable minoría”. Y seguía diciendo: “¿Cómo y por qué el Partido Socialista, que arrastró en un momento a la clase trabajadora de Buenos Aires en su inmensa mayoría y conseguía penetrar hondamente en la generalidad de las masas desheredadas de toda la República infundiéndoles una mística cuyo recuerdo aún conmueve a los viejos afiliados, vio detenido su proceso ascensional... para cristalizar en un partido minoritario de oposición ...? ¿Cómo y por qué cayó en punto muerto?” En síntesis, González pedía que se examinara con más profundidad el fenómeno peronista; que no se confundiera su estructura, profunda, vertebrada por las masas obreras, con su superestructura autoritaria y demagógica. Señalaba el peligro de perder el rumbo si se insistía en poner el acento exclusivamente en lo político, “en corregir los vicios y malas costumbres políticas de los partidos turnantes en el usufructo del gobierno”. Destacaba la existencia de intereses económicos extraños al país, cuya

realidad era más importante que las semejanzas formales entre peronismo y nazifascismo. Muchos años después, Alicia Moreau de Justo definía el planteo de González como la necesidad “de que el Partido recobre su identidad, asuma sus errores y reconozca que en el país, algo ha cambiado”. Y subrayaba la propuesta de González en la valorización de este párrafo: “Si no se quiere caer en las ambigúedades del justicialismo peronista” era necesario postular “la socialización de los medios de producción

y de cambio en la libertad... o la planificación socialista en la economía nacional...”. González fue arrasado.

Al igual que su padre, no era buen orador ni echaba mano de los recursos que arrancan aplausos. Su

posición, por otra parte, era difícil de explicar, y hubiera necesitado una dialéctica muy sutil para no aparecer defendiendo ese régimen que había clausurado La Vanguardia, permitía agresiones

132

FÉLIX LUNA

contra los actos partidarios y en ese momento preparaba en la universidad la aparición de la CGU, que los estudiantes socialistas, muchos de los cuales simpatizaban con el orador, detestaban visceralmente. Su derrota afirmó aun más la línea establecida. González siguió disciplinadamente en el partido. Se limitó a publicar un folleto con sus reflexiones y continuó con su misión de defender a los compañeros presos. Pero un eco de su alerta volvería a oírse un año y medio después: el “punto muerto” que denunciaba sería, en la voz de Enrique Dickmann, “el callejón sin salida”. Y Dardo Cúneo, que en general acompañaba las posiciones de González, también recogería algo de sus preocupaciones dos años más tarde, al clamar que se distinguiera la oposición de los socialistas de la de “las señoras que se quejan porque no tienen servicio doméstico”, la actitud de los contras que odiaban a Perón por causas muy diferentes a las que debían mover a un partido obrero como se consideraba el de la Casa del Pueblo. Pero estas posiciones aparecieron más tarde, y se analizarán cuando corresponda.

El Partido Comunista, por su tura impresa desde 1945 por la ratificación del Tratado de Río de dirigentes para disparar andanadas

parte, se mantenía en la tesiconducción de Codovilla. La Janeiro dio oportunidad a sus de críticas contra el gobierno. En su libro Treimta años de historia argentina, Juan José Real recuerda uno de los editoriales de Nueva Era, denunciando que la homologación del pacto “fue la condición aceptada por Cereijo para que se pudiesen iniciar las gestiones del empréstito de 125 millones de dólares. La ratificación del Pacto de Río representa el punto culminante de una política capituladora de los círculos dirigentes del peronismo ante los monopolios yanquis... la entrega de la economía de nuestro país, la adaptación de nuestra diplomacia a las exigencias del Departamento de Estado y de las fuerzas armadas argentinas al servicio de los planes bélicos del imperialismo yanqui”. Estas acusaciones fueron ratificadas y aumentadas por Rodolfo Ghioldi en su folleto “Política exterior peronista: de rodillas ante el imperialismo”, publicado en 1950: “Cámara servil y genuflexa”, “diputado cipayo”, “peón del imperialismo”, “la Casa Ro-

PERÓN Y SU TIEMPO.

II

133

sada, otrora sede de la dignidad nacional” convertida “en una verdadera orgía de entreguismo, de obsecuencia y de sentimientos co-

lonialistas”; tales, algunas de las expresiones de Ghioldi. Resumía sus tesis con una frase que fue muy repetida en esa época, y no sólo por los comunistas: “En 1946 Perón decía Braden o Perón; en 1950, Braden y Perón”. Es claro que el telón de fondo de estas efusiones era el conflicto de Corea, caracterizado por la U.R.S.S. y los partidos comunistas de todo el mundo como un acto de agresión del imperialismo yanqui. La línea marcada por Codovilla, de cerrado defensismo del poder soviético, se mantendría en estos términos a lo largo del Año del Libertador y el año siguiente, el electoral, donde el propio Ghioldi sería el candidato presidencial comunista. Pero también en las filas del Partido Comunista existía una sorda inquietud respecto de la viabilidad de esta línea. En su momento se verá lo que ocurrió con ella. En cuanto a los conservadores: en junio del Año del Libertador, el Comité Nacional del Partido Demócrata convocó a la Convención Nacional para diciembre: era la primera vez que se reunía este cuerpo en casi cinco años, lo que indicaba un prin-

cipio de resurrección. La reunión demoró unos meses más y finalmente se realizó en Córdoba, en marzo/abril de 1951. Fue una asamblea importante, por su número y por los documentos que emitió: una declaración de principios y un programa, ambos de contenido fielmente liberal. Se definía el partido como “una fuerza liberal y progresista que aspira a acelerar la evolución del país pero cree que ningún avance social puede consolidarse y ser fecundo si no se apoya en el reconocimiento de la obra del

pasado”. Valorizaba la familia y el derecho de propiedad, “sin que ello implique su ejercicio contrario al interés social”. El programa reivindicaba el restablecimiento de la Constitución de 1853, “sin perjuicio de su ulterior reforma por los medios legales, para refirmar sus orientaciones”. Presidía la convención el ingeniero Rodolfo Martínez, y el diputado Pastor fue reelegido presidente del Comité Nacional del modo que se dirá. Había hecho un gran esfuerzo para ganar a los radicales de San Luis la banca por minoría, y en efecto Pastor logró ser reelegido.

134

FÉLIX LUNA

La elección de Pastor como presidente de su partido parece haberse concretado a través de una diablura. El diputado puntano había propuesto a Benjamín Palacio como presidente del Comité Nacional y logró convencer a éste y a José Aguirre Cámara, íntimo amigo de Palacio, que el conservadorismo cordobés merecía este honor y debía manejar el partido. Pero cuando liegó el momento de la votación en el Comité Nacional, los delegados fueron sufragando por Pastor abrumadoramente. El asombro y la molestia consiguientes de Palacio y Aguirre Cámara desbordaron cuando Pastor sacó del bolsillo el discurso de aceptación que tenía preparado... Desde entonces, Aguirre Cámara guardó una pertinaz inquina contra Pastor, a quien creía capaz de cualquier maniobra, y se consideró titular de una cuenta que alguna vez debía cobrar. Si lo pensamos bien, los conservadores estaban en una situación más afligente que otros partidos opositores. Con gran trabajo habían logrado reconstituirse orgánicamente, pero campeaba sobre ellos la sensación de carecer de destino político. Desesperadamente minoritarios, constituían el blanco preferido de los ataques del régimen, eran los “oligarcas” por definición, aunque pocos oligarcas auténticos militaran ya en sus raleadas filas. Por su parte, los radicales, especialmente los del ala intransigente, levantaban a cada momento el recuerdo de la “década infame” para diferenciar su posición de éstos, sus aliados objetivos pero inconfesados e indeseados. Los grandes caudillos conservadores habían muerto: Barceló, Moreno; o estaban retirados: Patrón Costas; o exiliados: Santamarina, Lima. El grupo mendocino permanecía

en letargo y los cordobeses,

con algún arraigo

popular —José Antonio Mercado o Aguirre Cámara—, mantenían su tradicional posición independiente frente a la dirección partidaria. Sólo tres hombres importantes quedaban en las filas conservadoras como base para futuras evoluciones: Pastor, que había hecho un buen papel en el Congreso y, como se ha dicho, podría permanecer en su banca hasta 1954; Federico Pinedo, del que muchos de sus correligionarios desconfiaban pero era con mucho el más talentoso del partido; y Lima, instalado en Montevideo desde 1947 para huir de las persecuciones del todopoderoso Román Subiza, cuyo padre había sido su enemigo personal en San Nicolás.

PERÓN Y SU TIEMPO.

Il

135

Los radicales podían acariciar la esperanza de ser la única alternativa política de Perón, los reemplazantes obligados; los conservadores no podían ilusionarse ni siquiera con esa fantasía. Entonces, la actitud a adoptar sólo corría por dos vías: conspirar o conciliar. Tratar de voltear a Perón o intentar algún arreglo con él. Los conservadores suelen tener demasiada experiencia política para escoger una sola alternativa cuando pueden recorrer las dos. Pastor conspiró (o al menos alentó a los conspiradores de 1951) pero, como ya veremos, conversó con Perón. Pinedo tuvo una iniciativa de conciliación que documentó en una notable carta dirigida al ministro del Interior Borlenghi, como se verá en el último volumen de esta obra. Y en cuanto a Lima, conspirador desde Montevideo, donde pasaba una vida relativamente holgada en comparación con las penurias de otros exiliados, también intentó un acuerdo con Perón, pero muchos años después.

Los radicales En la UCR, la fuerza que había sido mayoritaria hasta 1943 y ahora era el partido opositor más vigoroso y el único que disponía de posiciones importantes, la actividad seguía moviéndose en dos direcciones: externamente, la lucha contra el régimen peronista, pese

a todas

las limitaciones;

internamente,

el pleito entre

in-

transigentes y unionistas. El primer presidente intransigente del Comité Nacional, Roberto Parry, había fallecido a mediados de 1949. En julio de 1950 “se llenó la vacante con Santiago H. del Castillo, ex gobernador

de Córdoba

y hombre

de la tira de Sabattini.

La designación

confirmaba la hegemonía del silencioso caudillo de Villa María sobre el radicalismo, pero no satisfizo totalmente a los grupos intransigentes de la Capital Federal y Buenos Aires, que auguraban una conducción quietista y poco imaginativa. En cierto modo era verdad: desde su retiro, don Amadeo soñaba con conspiraciones imposibles, aludía misteriosamente a sus contactos con militares y ungía de fe a los visitantes sobre el inminente derrumbe del gobierno. Pero no infundía una estrategia definida a su partido y distraía a muchos de sus dirigentes con la ilusión

revolucionaria.

136

FÉLIX LUNA

Meses después de la elección de Del Castillo, el Comité Nacional decidió intervenir el bastión unionista más importante: el Comité de la Capital. Los unionistas no aceptaron la intervención ni reconocieron a su titular, Crisólogo Larralde, quien no quiso romper lanzas con los alzados y prefirió adoptar una actitud conciliadora. Pero la grieta estaba allí, en el distrito metropolitano, más que como una secuela de la anterior puja entre las dos fracciones radicales, como prenuncio de una futura división. Sin embargo, esta situación no trascendía demasiado, porque todo el radicalismo sabía que debía presentar la imagen de una sólida

unidad si quería constituirse,

como quería, en la alternativa de

Perón, el único partido capaz de recoger lo que quedara cuando el líder justicialista desapareciera. El pensamiento y la estrategia estaban dados —como ya se ha visto en el volumen anterior de esta obra— por el bloque pariamentario. Pero el grupo de diputados radicales sufriría en 1950 una severa pérdida: la mitad de sus hombres. En abril se ' reunió la Convención Nacional de la UCR y resolvió que veinte diputados radicales abandonaran sus bancas. La decisión resolvía un problema ético y político que venía arrastrándose desde la sanción de la Constitución de 1949. En sus disposiciones transitorias se autorizaba la prórroga de los mandatos de los diputados elegidos en 1946; en vez de cesar en 1950, concluirían en 1952, con el fin de unificar las elecciones nacionales para todos los cargos. Los legisladores peronistas aceptaron encantados el regalo de dos años más de mandato, fueros y dieta. Los radicales, en cambio, se encontraron ante una grave duda: aceptar la prórroga era sustituir la voluntad de sus electores por la voluntad de un texto constitucional que habían criticado. Además, en la concepción de los intransigentes, el cargo de diputado no era una sinecura sino un puesto de lucha: renunciarlo era como desertar. Al mismo tiempo, ¿valía la pena hacer de esto una cuestión ética cuya consecuencia sería la disminución numérica del bloque opositor? En el fondo de la discusión había un juego político hábilmente manejado por los unionistas. Debilitar el “Bloque de los 44” era, en último análisis, debilitar al Movimiento de Intransigencia y Renovación, que tenía mayoría en el grupo parlamentario y estaba a cargo de su conducción. Pero aunque los intransigentes desea-

Il

137

ban secretamente que no se adoptara una la Convención Naciona! ordenó rechazar manos de la mesa directiva del bloque medida. Así fue como el 28 de abril de 1950,

PERÓN Y SU TIEMPO.

resolución tan drástica, la prórroga, dejando en la efectivización de la

en vísperas de la aper-

tura del año parlamentario, veinte diputados radicales presentaron

disciplinadamente su renuncia a las bancas. Para llevar adelante la acción opositora quedaban Balbín —que presentó desde la cárcel de Olmos la renuncia a su cargo de presidente del bloque, la que no fue aceptada por sus compañeros—, Aníbal Dávila, Luis Dellepiane, Frondizi, Mario Gil Flood, Arturo Illia, Oscar López Serrot, Emir Mercader, Federico Monjardín, José Pérez Martín, Francisco

Rabanal, Absalón Rojas, Ricardo Rudi, Silvano Santander, Fernando Solá, Raúl Uranga, Alfredo Vítolo, Mauricio Yadarola y Miguel A. Zavala Ortiz. Aunque el número de diputados radicales se había reducido a menos de la mitad, quedaban los más capaces y combativos. Se habían alejado algunos diputados silenciosos, cuyos méritos partidarios radicaban en su fidelidad y en los aportes financieros que habían hecho a lo largo de su vida, como Raúl Rodríguez de la Torre, eterno tesorero del Comité Nacional en tiempos de Alvear; Guillermo Martínez Guerrero, estanciero rico

de Buenos Aires o Salvador Córdova, dueño de una gran fábrica textil. Al lado de estas ausencias, no demasiado sentidas, se lamentaba el alejamiento de algunos orientadores doctrinarios como Gabriel del Mazo o Antonio Sobral, o de elementos útiles para cualquier debate como eran Nerio Rojas o Tomás González Funes. De todos modos, lo que quedaba del legendario “Bloque de los 44” mantenía el mismo nivel de capacidad parlamentaria. No obstante, la merma afectó su capacidad de trabajo. Eran muy pocos esos 18 diputados para hacer frente a la enorme mayoría oficialista, siempre desconcertante e imprevisible, agresiva muchas veces, cada vez más proclive a cerrar todo debate que le resultara molesto. En una cámara, dicho sea de paso, que nuevamente sería presidida, en ese Año del Libertador, por Cámpora, que “antes que presidente se sentía peronista”, como dijo al cerrar uno de los debates de este año de 1950 que fue rico en discusiones importantes y, muchas veces, tempestuosas. Los diputados de la minoría se vengaban de la abrumadora mayoría sacando a relucir temas que molestaban a algunos de sus con-

138

FÉLIX LUNA

trincantes más detestados: por ejemplo, los estudios del presidente del bloque peronista, Angel Miel Asquía, que estaba cumpliendo una vertiginosa carrera en la Facultad de Derecho rindiendo exámenes que eran, notoriamente, verdaderos regalos. Ofendido, Miel Asquía presentó un certificado del decano de la casa de estudios que acreditaba ¡cómo no! que sus exámenes eran rendidos normalmente; no se decía en el papel que el profesor Rafael Bielsa lo había aplazado en Derecho Administrativo y, para salvar otro tropezón, se había aprovechado una ausencia del viejo jurista rosarino —al que meses después jubilaron de oficio— para integrar una mesa con profesores menos exigentes... A Colom le sacaron al sol los trapitos de sus deudas, originadas en los déficit que arrojaba La Epoca, su diario, solventadas por los avisos oficiales que conseguía. A Visca le reprocharon en todos los tonos y cada vez que pudieron, su función de verdugo de la prensa. El tema de la prisión de Balbín estuvo presente en casi todas las sesiones; los radicales no perdían oportunidad de denunciar la arbitrariedad de los procesos que lo mantenían recluido en Olmos. De más está decirlo, tampoco la mayoría fue piadosa con los radicales: en junio de ese año Yadarola fue suspendido por diez sesiones, a Uranga estuvieron a punto de aplicarle una sanción similar o más grave, y uno de los debates fue tan violento, que pudo verse una escena insólita: el diputado lllia perdió la calma... Increíblemente, avanzó hacia uno de los legisladores peronistas levantando a su paso una taza de café, como para arrojársela. Era tan ajeno a los hábitos del representante cordobés semejante actitud, que hubo un instante de tensa expectativa en todo el recinto: en realidad, el futuro presidente se había limitado a tomar la taza que estaba sobre una banca, para evitar voltearla a su paso... Un volumen entero podría llenar el relato de estas incidencias,

que desde luego no caracterizaron solamente al año que estamos evocando. Pero esos choques no impiden que el historiador, al recorrer los diarios de sesiones o los periódicos de la época

—que no obstante las alternativas de de las pullas, las aquellos hombres

la carencia de espacio recogían prolijamente cada sesión— tenga una sensación: que detrás invectivas y las zancadillas retóricas, entre existía una última afinidad, una camaradería vergonzante y clandestina. Peronistas y radicales eran, ante todo,

PERÓN Y SU TIEMPO.

Il

139

hombres políticos. A tirones y encontronazos, la mayoría de ellos convivía desde cuatro años atrás. Se conocían las mañas, estaban al tanto de sus movimientos y hasta de su vida privada. A veces proferían alusiones cuyas claves se han perdido para siempre, que significaban estocadas por momentos humorísticas, por momentos crueles, contra destinatarios que hoy ignoramos. Podían darse de palos verbales en el recinto, pero fuera de él eran todos profesantes del mismo oficio, la política. Y hasta había a veces simpatías inesperadas entre hombres que en el hemiciclo se habían atacado con todas las armas. Visca, por ejemplo, había urdido una maniobra para facilitar a Rodríguez Araya su huida, en la sesión en que lo expulsaron. Y el propio Frondizi, encontrándose en una oportunidad con Visca, le aconsejó cordialmente que no siguiera sus razzias contra el periodismo. —Ningún régimen dura muchos años —le dijo— y después hay que pagar las culpas... Visca le puso una mano en el hombro, lo miró largamente y no dijo nada...

Leyes y elecciones Todo esto es el sabor picante de una actividad legislativa que también ese año fue prolífica. De lejos, la ley más importante fue la 13.903 que aprobó el Tratado Interamericano de Asrstencia Recíproca TIAR, del que ya se habló. Hubo otras leyes trascendentes, como la 13.944 que reprime el incumplimiento de los deberes de asistencia familiar; la 13.987 que creó la Dirección de Servicios Sociales para bancarios; la ley 13.981 que creó el Instituto Ganadero Argentino; la 13.995 sobre enajenación y arrendamiento de tierras fiscales; la 13.986 sobre régimen orgánico de las Fuerzas Armadas; la 13.988 sobre organización de la Justicia Nacional, la 14.005 sobre venta de lotes y a plazos. Hubo sanciones de rutina, de esas que dan ocasión para lucirse a los miembros informantes y a los diputados tímidos: tales, varios convenios de comercio y navegación con distintos países, o el establecimiento de relaciones diplomáticas con Líbano, Filipinas y la India. Sancionáronse leyes que merecieron denuncias de la oposición por sus intenciones políticas, como la 13.985 que repri-

140

FÉLIX LUNA

mía los delitos contra la seguridad del Estado, privando del derecho a la excarcelación o la libertad condicional a sus proce“sados; o la 13.945 que castigaba la tenencia de armas y explosivos, o la 14.007 que reorganizaba las academias nacionales. La más urticante para la oposición fue, sin duda, la ley 13.982 que —como ya se ha dicho— encomendaba a la Fundación Eva Perón la atención de los fines sociales enunciados en el decreto 33.302/45, es decir que convertía a Evita en la dispensadora directa de jubilaciones, pensiones, turismo social y otros favores, con el dinero que le proveía el Estado mediante el descuento de sueldos y salarios y las prestaciones patronales. De paso, la misma ley donaba a la Fundación una manzana, propiedad de la Universidad de Buenos Aires, encuadrada entre Paseo Colón, Azopardo, Independencia y Estados Unidos, para construir su sede propia. No sólo fue un año intensamente legislativo: el del Libertador fue también un año electoral. Entre enero y marzo se habían realizado elecciones de gobernador y legisladores en varias provincias. Vencían algunos mandatos de cuatro años iniciados en 1946, pero en 1949 las legislaturas de todas las provincias, convertidas en constituyentes por imperio de las cláusulas transitorias de la nueva constitución, habían sancionado constituciones locales, que, a imitación de la carta magna nacional, permitían la reelección

indefinida

de

los gobernadores.

En

este

caso,

sin

embargo, de concretarse el nuevo período, sólo tendría vigencia por dos años más, para que los comicios de 1952 unificaran la elección de todos los cargos. Estos comicios de 1950 tuvieron lugar en San Juan, Entre Ríos, Buenos Aires, Tucumán y San Luis. En las restantes provincias los mandatos no eran por cuatro años, o'diversas intervenciones federales habían alterado el calendario electoral. En todos los casos, salvo San Luis, el único partido que ofreció lucha seria al peronismo fue la UCR. En San Juan fue reelecto Ruperto Godoy. En Entre Ríos no hubo reelección: el candidato oficial fue el general Ramón Albariños, a quien Perón debía buenos favores en la campaña presidencial de 1946, como hemos relatado en otro libro. Después tocó el turno a Buenos Aires, donde el coronel Mercante fue reelecto; en Tucumán Fernando Riera reemplazó a Carlos Domínguez; en San Luis Ricardo Zavala

Ortiz continuó sentado en su sillón.

PERÓN

Y SU TIEMPO.

Il

141

Las elecciones pusieron un poco de alboroto político en el verano del Año del Libertador. Las campañas opositoras fueron esforzadas; el peronismo, por su parte, casi no hizo actos públicos pero el oficialismo abundó en inauguraciones de obras públicas; una de las más concurridas fue la de Avenida Presidente Perón en Avellaneda, presidida por el propio donante del nombre. En cuanto a los resultados electorales, casi todos tuvieron una significación parecida: el peronismo mantenía inmóvil su abrumadora mayoría o bajaba un poco su caudal; el radicalismo aumentaba levemente los resultados anteriores, pero manteniendo amplias diferencias con el partido mayoritario. En San Juan el peronismo había obtenido 37.000 votos en las elecciones de constituyentes de diciembre de 1948; ahora consiguió 35.000. La UCR, que había acumulado 8.400 votos en aquellos comicios, duplicó ahora su vigencia electoral con 16.200. Se trataba, sin duda, de los antiguos bloquistas que no habían aceptado fusionarse con el peronismo, y de conservadores que preferían acrecer el caudal radical antes que perder su voto con los candidatos propios. En Entre Ríos, las cifras peronistas de 1946 y las de las dos elecciones posteriores de 1948 eran de 77.000, 86.000 y 98.000; en febrero de 1950 bajaron a 77.000, consecuencia de los conflictos internos que habían desembocado en la no reelección de Héctor Maya. A su vez, los radicales, que habían obtenido 59.000, 45.000 y 48.000 votos en las anteriores convocatorias, reunieron ahora 50.000 sufragios. Los conservadores, que habían sido fuertes otrora en la tierra de Urquiza, consiguieron 9.000 votos. En Buenos Aires, la progresista administración de Mercante le brindó en marzo de 1950 unas 486.000 boletas; el caudal peronista había descendido ligeramente en relación a los 500.000 votos que acompañaron al “corazón de Perón” cuando fuera elegido primer convencional constituyente un año y tres meses antes. Balbín, su adversario, logró la hazaña de juntar 268.000 voluntades, remontando los 215.000 votos del comicio anterior. Y los conservadores se complacieron con sus 45.000 boletas. En Tucumán, las diferencias fueron más largas. Riera, cuyo

partido había logrado 90.000 votos en noviembre de 1948, bajó esta vez a 77.000: es posible que los ecos de la represión de la huelga de la FOTIA hayan contribuido a esta merma. Pero Celes-

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tino Gelsi, el candidato radical, sólo logró 31.000 votos; de todas maneras, eran una decena de miles más de los que el radicalismo había logrado en la elección anterior. En San Luis, finalmente, la correcta gestión de Ricardo Zavala Ortiz se tradujo en una reelección homologada por una enorme distancia: 15.800 votos sobre 5.000 del conservador

Horacio de la Mota y 4.300 del radical Julio Domeniconi. Y aún podría agregarse a la lista de comicios del Año del Libertador las elecciones legislativas y municipales de Mendoza efectuadas en enero de 1951. Aquí, el peronismo, que en 1948 había obtenido 72.000 votos, redujo un poco su caudal: 68.000. La UCR, cuya anterior performance era de 18.000, la duplicó con 30.000 sufragios; y los conservadores, que lograban en 1948 unos 10.000, los mantuvieron virtualmente idénticos. Nadie había imaginado, en las tiendas radicales, triunfar en las elecciones provinciales de 1950. Por eso, las cifras les resultaron moderadamente alentadoras. En general, habían aumentado sus votos. Claro que, al ritmo de la progresión que indicaban los números, tardarían treinta años en ganarle al peronismo... Pero la política es un tejido urdido con infinita paciencia. Aquellas campañas misérrimas, con pesitos juntados de a uno, reventando los desvencijados automóviles de los dirigentes; esas andanzas de linyeras recorriendo pueblo a pueblo sus respectivas provincias con auditorios escasos, mala voluntad policial y frecuentes agresiones de espontáneos que no podían tolerar que se hablara mal de Perón, todo eso formaba parte del alto ejercicio de la política. Ni mejores ni peores que sus adversarios pero asediados por todas las desventajas de la condición opositora dentro de un sistema autoritario y a la vez, popular, esos hombres se perfilaban como los futuros términos de referencia en sus comunidades. Se mostraban como alternativas eventuales del régimen. Formaban el elenco del recambio posible. Y con la infinita obstinación que exige la política, iban creciendo, madurando, estableciendo la continuidad de las dirigencias de sus partidos. En suma: se aprestaban a gobernar alguna vez. Estas elecciones locales habían sido aprontes, ensayos. Los comicios verdaderamente importantes serían los que se suponía habrían de realizarse en febrero o marzo de 1952. Entonces se jugaría la presidencia de la Nación, todas las gobernaciones pro-

PERÓN Y SU TIEMPO.

Il

143

vinciales, todas las bancas legislativas nacionales y buena parte de las provinciales, así como varios centenares de intendencias y concejalías. Nadie podía ser tan optimista en los rangos opositores como para creer que Perón podía ser derrotado. Pero esos amplios comicios serían una excelente oportunidad para enjuiciar a su régimen y agrandar tal vez, de acuerdo a la tendencia manifestada en las votaciones de principios de 1950, las bases opositoras en los cuerpos representativos. Ya se verá que ocurrió todo lo contrario. Pero entretanto, la esperanza, novia eterna de los políticos profesionales, seguía sustentando la despareja lucha de éstos. Entre ellos, los radicales merecen una nota complementaria. Para ellos, el Año del Libertador fue el de la campaña por la libertad de Balbín. Hasta ese momento, sus reclamos por los ataques al sistema republicano se basaban en temas más o menos abstractos: los diarios asfixiados, las radios encadenadas, los diputados expulsados, o análisis engorrosos sobre las crecientes dificultades de la economía. Frente a las realizaciones del régimen de Perón, espectaculares y concretas, sus voces parecían de crítica menor. Incluso la aprobación del Tratado de Río de Janeiro, que a juzgar por los augurios de Frondizi sería seguida por envíos masivos de jóvenes argentinos a Corea, no había tenido las secuelas que muchos temían. Pero ahora, la prisión de Balbín daba a sus correligionarios un tema concreto, personalizado en un hombre que estaba soportando valientemente su ordalía. En este sentido, el “cautivo de Olmos” renovó la temática radical y proveyó a sus activistas de una causa simpática y popular: pues aún en aquella época, la libertad de un argentino preso por sus convicciones cívicas era una motivación que conmovía a todos.

Los opositores sueltos Como ya se explicó en el anterior volumen de esta obra, sólo una parte de la oposición se expresaba a través de los partidos políticos tradicionales. Lo más grueso de las misma no se canalizaba por estos cauces; en realidad, carecía de ellos. Pero existían opositores en distintos organismos y núcleos, desde

la Sociedad

Rural o la Bolsa de Comercio

hasta los conjuntos

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FÉLIX LUNA

teatrales independientes o los centros estudiantiles. O simplemente vivía como sentimiento, en individualidades que por uno u otro motivo, por convicciones ideológicas o por haber sufrido algún agravio —empleados públicos obligados a afiliarse al partido oficial, maestros constreñidos a enseñar según los textos proselitistas de uso obligatorio, comerciantes multados o detenidos— guardaban un rencor más o menos secreto contra el régimen y sus animadores. En mayor o menor medida, todos soñaban con una conspiración. Algunos, de un modo totalmente pasivo, esperaban que en determinado momento estallara una revolución que volteara a Perón. Otros, los que tenían posibilidades de contactos personales con militares, lo insinuaban o sugerían, casi invariablemente sin éxito. Nada de esto era demasiado temible para Perón, salvo si la idea llegara a prender entre los hombres de armas. Y aunque la enorme mayoría de los jefes, oficiales y sobre todo suboficiales, sin ser todos necesariamente peronistas, mantenían su lealtad al gobierno constitucional, había grupos dispersos en las tres armas que consideraban desatadas sus obligaciones de obediencia frente a un régimen que, de hecho o de derecho, había virtualmente abolido la vigencia de la vida republicana.

Entre que tenían beneficios sistema se importación

los militares existían otros motivos de descontento raíces éticas. En abril de 1951 se los incluyó en los de la compra de automóviles “a precio de lista”. El venía utilizando desde 1949 y consistía en autorizar la de vehículos

a ciertos

concesionarios,

con

el valor

entendido de que éstos entregaran gratuitamente al gobierno la mitad de las unidades que importaban. Por vía de la Secretaría —después ministerio— de Industria y Comercio, estos automóviles se destinaban a los mimados del régimen: legisladores, dirigentes sindicales, altos funcionarios, magistrados judiciales, deportistas destacados, artistas, etc. Los beneficiados pagaban los automóviles a un tipo de cambio muy bajo y podían quedarse con el vehículo, aunque lo común era revenderlo a precio de mercado,

lo que equivalía a reembolsarse el doble de lo que habían pagado. Era, sin vuelta, una forma de corrupción administrada desde el poder. Cuando el general Franklin Lucero, ministro de Ejército, anunció en abril de 1951 que por expresa disposición del presidente se habían asignado 441 automóviles a “precio de lista” para

PERÓN

Y SU TIEMPO.

II

145

ser adquiridos por militares, una sensación de indignación cundió en el espíritu de muchos

oficiales,

sobre todo los más jóvenes.

Robert A. Potash comenta que “ni el gobierno que ofrecía la oportunidad ni los oficiales que aprovechaban veían por entonces nada incorrecto en ello”. No coincidimos con el historiador norteamericano: aunque es difícil acreditarlo, las respuestas brindadas al autor por militares que tuvieron actuación en esa época hacen pensar que esas dádivas causaron un pésimo efecto en los cuadros jóvenes. En el volumen anterior de esta obra se ha destacado el reequipamiento de las Fuerzas Armadas logrado por Perón desde 1947. Hay que agregar la ley 13.996, sancionada en septiembre de 1950, que permitía ascensos más rápidos y aumentos en las vacantes de jefes superiores, lo que hacía más incitante la carrera militar. Beneficios sociales de diverso tipo favorecían a los suboficiales —como también se ha visto en el volumen anterior—. Todo esto era difícilmente criticable, como tampoco podían ser criticables los periódicos aumentos de sueldo a los cuadros de las Fuerzas Armadas. Pero la introducción del sistema de ventas de automóviles a “precio de lista” se vio como un soborno por parte de quienes habían abrazado la carrera de las armas como una misión patriótica y de servicio, más que como una profesión cualquiera. Este factor, sumado al espectáculo de la progresiva asfixia de las libertades públicas y, en especial, la clausura de La Prensa y la certidumbre de la reelección de Perón, llevó a algunos militares al plano concreto de la conspiración a principios de 1951. Existía ya algún núcleo activo en la Escuela Superior de Guerra desde 1949, amparado por el coronel Bernardino Labayru, que gozaba de gran prestigio entre sus alumnos. Pero no se establecieron contactos formales entre los posibles cabecillas de un movimiento hasta marzo y abril. Empezó entonces a avanzar lentamente una conjura sin objetivos muy definidos, salvo el derrocamiento de Perón. Casi todos los dirigentes destacados de los partidos fueron advertidos de su existencia; se descontaba el apoyo de los civiles pertenecientes a fuerzas partidarias o a la oposición suelta. Pero en esos primeros meses de 1951, mientras la CGT iniciaba su campaña pro reelección de Perón y el interrogante de

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peronistas y antiperonistas se cifraba en lo que haría Evita, la conspiración militar, aunque en los hechos existiera sólo parecía un cuco usado por el oficialismo, o una remota fantasía del país opositor. Aparentemente, faltaban todavía nueve o diez meses para las elecciones, y muchas variables deberían definirse todavía para saber si se darían las condiciones que hicieran posible un estallido militar. De todos modos, en las napas opositoras había ocurrido en los últimos tres o cuatro años una variación notable. Perón, que en tantos aspectos fue un extraordinario agente de cambios del. país, no advirtió o fingió no advertir que las motivaciones de la contra eran diferentes a las que la habían movilizado en 1943/46. En aquellos años, la lucha contra el coronel Perón era un pretexto para ocultar la resistencia a las transformaciones sociales que el “Candidato imposible” estaba motorizando desde el gobierno de facto. El patrón de estancia que no admitía las imposiciones del estatuto del peón, el dueño de empresa que se negaba a pagar el aguinaldo, el comerciante que lloraba los días de vacaciones pagas que debía conceder, toda la mentalidad de una clase no acostumbrada a lidiar con sindicatos, negociar convenios colectivos o litigar en igualdad de condiciones con sus asalariados: éste era el contenido real de la oposición antiperonista en aquella época, aunque formalmente se justificara con argumentos de otra naturaleza. Cuatro, cinco años después, esta mentalidad había depuesto su rechazo. Subsistía, es posible, en algunos baluartes de la vieja oligarquía, tal vez algún socio del Jockey Club siguiera añorando los buenos viejos tiempos... Pero en general, ya nadie discutía la poderosa y sólida realidad de la justicia social y la previsión generalizada. Básicamente, porque estaba demostrado que no aparejó ningún cataclismo y, por el contrario, significaba una masa con más poder adquisitivo y aptitud consumista que antes. Si individualmente podía molestar el proceso de igualación que se venía gestando, en lo colectivo nadie podía ignorar que ese pueblo mejor alimentado, mejor vestido, más entretenido, con mayor bienestar, era un factor de estabilidad y también una barrera frente a cualquier brote comunista: el gran miedo de la década de 1950. La justicia social y su implementación ya no se discutían.

PERÓN Y SU TIEMPO.

II

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Por otra parte, las clases propietarias podían respirar tranquilas: ninguna de las catástrofes que habían temido al principio se había producido. Ni reforma agraria, ni participación en las ganancias, ni expropiaciones masivas. Por el contrario, desde 1950 Perón no perdía oportunidad de proclamar su respeto por la propiedad privada y pedía a los gobiernos provinciales moderación en materia de expropiaciones. En cuanto a la reforma agraria, la había desestimado explícita y enérgicamente. Además, la misma instrumentación de la justicia social y la previsión había burocratizado sus mecanismos. Lo que perdía en sentido revolucionario lo ganaba en eficiencia. Reparticiones como Trabajo, Salud Pública, el Instituto Nacional de Previsión, las cajas de jubilaciones, la justicia laboral, las obras sociales sindicales, creaban intereses de todo tipo, vinculaban a su estructura a miles de empleados —no todos peronistas—, se reglamentaban y cobraban el aire respetable de las cosas del Estado. Y todo ello contribuía a acostumbrar, incluso a los más acérrimos antiperonistas, a incorporar la idea de la justicia social al mundo de los valores del país. Así como los conservadores imprimieron el valor

del progreso a la comunidad concepción

de la sociedad

nacional y los radicales legaron la

democrática,

así también

muchos

ar-

gentinos de la década de 1950 habían aceptado pacíficamente lo que cinco o seis años antes habían rechazado. Sin dejar de detestar a Perón, la oposición no partidaria tenía ahora motivaciones distintas a la de un lustro antes. Hacia 1950, el discurso antiperonista se fundaba en los métodos políticos del régimen.

En cierto modo,

esta transición era un triunfo

de Perón. Que sus adversarios criticaran el Estado autoritario que había erigido pero no los ajustes sociales que promoviera, demostraba que el país entero había aceptado a la justicia social como un valor vertebrador de la comunidad nacional. Es cierto que la Argentina nunca presentó las típicas desigualdades latinoamericanas; es cierto también que la labor de los socialistas había logrado, antes de Perón, algunas leyes en beneficio de los fectores obreros; y que Yrigoyen había dado una nueva modalidad al papel de Estado en los conflictos sociales. Pero hasta el advenimiento de Perón no existía una conciencia generalizada de justicia social. La dignificación del trabajo y el trabajador, la aceptación de un Estado decididamente ladeado ha-

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FÉLIX LUNA

cia los humildes, la compasión por los ancianos, los niños y los enfermos, todo lo que Perón y Evita habían hecho realidad, todo eso estaba asumido por los opositores. A regañadientes, cuestionado en sus intenciones, denunciado y por sus propósitos supuestamente demagógicos, pero asumido, internalizado, convertido en parte de su propia conciencia y de la conciencia colectiva. Nadie pensaba seriamente en cancelar estas nuevas realidades, incluso si Perón desapareciera de la vida política del país. Paradójicamente, Perón no quiso ver este cambio profundo. Dice Raymond Aron que “los hombres hacen la historia, pero a veces no saben la historia que están haciendo”. Su campaña por la reelección se haría con el mismo tono y los mismos redobles que la de 1946, como si nada hubiera cambiado. El promotor de las grandes transformaciones argentinas en el comedio del siglo XX actuaría como si nada de lo que había logrado fuera una realidad. Como si tuviera que pelear con Braden, la universidad, la prensa, la fuerzas económicas. Este mandatario que a cada momento tenía que hacer concesiones cada vez más penosas a la realidad, se gratificaba fingiendo que regresaba a la etapa más hermosa de su lucha; aquel momento de 1945, cuando salió a la palestra para denunciar el país viejo, llevando a las masas argentinas una esperanza de renovación y un fresco aire de cosa joven.

SEGUNDA EL AÑO DE LA REELECCIÓN

PARTE

DE PERÓN

Cuando de política se trataba, Perón no tenía inconveniente en incurrir en ciertas picardías si ello podía significarle ganancia. Como gobernante, podía hacer convivir el máximo respeto formal por la letra de la ley con las máximas transgresiones a su espíritu. Esta particularidad quedó evidenciada, una vez más, a principios de julio de 1951, cuando demolió de un solo golpe las esperanzas opositoras cifradas en las futuras elecciones generales de febrero o marzo de 1952. Como ya se ha dicho, los partidos esperaban que la campaña que precedería a esos comicios les abriría oportunidades para hacer oír sus clamores y denuncias; y que las elecciones mismas, continuando con la tendencia reflejada en los comicios provinciales de 1950, acaso permitieran una mayor presencia opositora en el Congreso Nacional y las legislaturas provinciales. Perón hizo las cosas de modo tal que desarticularía los esfuerzos de sus adversarios y recortaría al mínimo su futura representación.

Largar con ventaja Esta hazaña estaba contenida en el proyecto de ley enviado por el Poder Ejecutivo a la Cámara de Diputados el 4 de julio de 1951 que fue tratado al día siguiente, pese a las protestas de la minoría. Días antes se había dejado trascender que la nueva ley contendría algunas reformas a la Ley Sáenz Peña. En realidad, el proyecto no modificaba el clásico mecanismo del sufragio, con el cuarto oscuro, la presencia de los fiscales, las garantías de secreto para la emisión del voto y la obligatoriedad de hacerlo. Agregaba una innovación (entre otras que ya se dirán) que agilizaba todo el trámite electoral: el escrutinio provisorio se efectuaría inmediatamente después de cerrado el comicio.

152

FÉLIX LUNA

Además

—y

esto era lo importante—

generales para el 11 de noviembre

fijaba las elecciones

de ese mismo

año, es decir,

dentro de cuatro meses. Destaquemos esto: el mandato presidencial de Perón vencía el 4 de junio de 1952. Seis años atrás, en 1946, los comicios se habían efectuado el 24 de febrero, y hubo tiempo de sobra para que las juntas electorales realizaran el escrutinio mesa por mesa y distrito por distrito, así como para que se reunieran el colegio electoral que debía designar presidente y vice y las legislaturas provinciales que debían nombrar a los senadores nacionales. Ahora, la Constitución de 1949 establecía el voto directo para elegir presidente, vice y senadores nacionales, es decir que se eliminaba la instancia de doble grado prevista por la Constitución de 1853; el escrutinio provisorio se haría sobre la mesa, lo que implicaba que en la noche de las elecciones ya se conocerían los resultados. Todo el mecanismo, pues, se aceleraba. Y sin embargo, los comicios, en vez de efectuarse tres meses antes de la asunción presidencial, como sería lógico, se adelantaban. Tendrían lugar ¡casi siete meses antes de que asumiera el nuevo presidente! La intención era obviz. Elecciones dentro de cuatro meses no eran un problema para el oficialismo, que disponía de todos los recursos del Estado y se apoyaba en un partido desprovisto de vida interna, cuyas candidaturas se expedían a través de decisiones secretas de su Consejo Superior. El problema era para los partidos opositores, que tenían que poner en marcha en ese breve plazo sus resortes internos, definir su actitud, conciliar las aspiraciones de sus dirigentes, recaudar fondos, esbozar sus campañas y hacer un esfuerzo que, de todos modos, no tendría muchas compensaciones. Era una jugarreta genial, la de Perón. Ninguna norma le impedía convocar a elecciones con semejante adelanto, aunque innegablemente era un recurso ventajero. Pero si la intención resultaba evidente, a la luz de la perspectiva histórica no lo son tanto los motivos de fondo que lo llevaron a ese adelanto de las elecciones. Hay varias hipótesis, y ninguna es excluyente de las otras. Por una parte, largar con ventaja parece ser un motivo suficiente. Pero también es posible suponer que Perón tomó esa decisión porque, promediando el año 1951, resultaba inexcusable producir un viraje en su política económica. Ya se ha visto el diagnóstico

PERÓN Y SU TIEMPO. 1

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cada vez más sombrío que desde principios de 1949 venían formulando los funcionarios del equipo económico y el Consejo Económico Nacional, así como las crecientes dificultades que debía enfrentar el gobierno en lo relativo a inflación, escasez de divisas y caída de las exportaciones. Cabe entonces conjeturar que el presidente haya aceptado las ansiosas propuestas de los economistas del gobierno, pero para poner en marcha una política que debería abjurar, en mayor o menor medida, de casi todo lo que lo enorgullecía, haya decidido realizar primero las elecciones. Después podía lanzar con comodidad las iniciativas pertinentes. Pues aunque contara con su poder de convencimiento y su inmensa credibilidad, aunque todo el aparato oficial estuviera a su servicio, era de prever que la oposición las denunciaría como una claudicación y la confesión de su derrota. Entonces, ¿para qué exponerse a semejante prueba antes de las elecciones? Las nuevas medidas económicas eran reclamadas por el nuevo equipo económico desde dos años atrás. No se podía retardar mucho tiempo más su implementación: enero o febrero de 1952, a lo sumo. Haciendo las elecciones en noviembre de 1951 y ganando por una amplia mayoría, como esperaba, los meses del verano serían ideales para dar el ineludible golpe de timón. Otro posible fundamento del adelanto de la fecha electcral podría relacionarse con la salud de Evita. Testimonios recogidos por Marysa Navarro y Joseph Page acreditan que a mediados de 1951 ya era inocultable que la esposa del presidente estaba enferma, aunque no fueran muchos los que conocieran la naturaleza y gravedad de su dolencia. Perón, sin duda, lo sabía. “Los primeros síntomas de la enfermedad de Evita se manifestaron hacia fines de 1949” ha escrito el ex presidente en su libro Del poder al exilio. El P. Hernán Benítez, uno de los integrantes más asiduos del entourage de Evita, afirmó que ella comenzó a sentir alfilerazos en el bajo vientre en junio de 1951. Concluye Marysa Navarro que “hay acuerdo en que, a mediados de 1951, se había deteriorado visiblemente. También hay acuerdo en que escondía sus malestares y lo que es más, se rehusaba a aceptar la posibilidad de estar seriamente enferma”. De todas maneras, basta observar las fotografías y filmes de ese momento para advertir que el rostro de Evita se ha afinado, la piel está más tirante sobre los pómulos y se retrae en los labios: no es aún la

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figura exangúie y translúcida de sus últimas apariciones, pero ya hay algo enfermizo en su rostro. Y bien: frente a esta dolorosa realidad, es lícito presumir que Perón haya adelantado la fecha de las elecciones para poder * contar con el concurso de Evita. Como ya se ha dicho, la idea de que la esposa del presidente integrara la fórmula peronista, estaba en el aire. Perón no se había pronunciado sobre el tema y la propia Evita no aludía a su posible candidatura. Sin embargo, la presencia de ella al frente del partido femenino, su vigilancia en la selección de las candidaturas oficialistas, su gravitación en el movimiento sindical y, por sobre todo, su mítica figura, furiosa oratoria y adhesión sin límites al líder, todo eso, sí, le hacía falta. Perón necesitaba una Evita sana; al menos, no muy enferma, y esto sería cada vez más difícil a medida que transcurrieran los meses. Candidata o no, Perón sabía que le sería imposible retener a Evita en quietud y reposo mientras afuera se desarrollara la campaña electoral; entonces habría adelantado la fecha para que no fuera demasiado agotador el esfuerzo que ella habría de hacer. Repetimos: éstas son conjeturas, y ninguna puede probarse. Pero sea por la necesidad de poner en marcha una corrección de la política económica o por la salud de su esposa o simplemente para asegurarse un triunfo masivo saliendo a la carrera antes que la oposición y confundiendo a ésta con el corrimiento de la fecha cuatro meses antes de lo previsto, es indudable que esta maniobra acrecía las ventajas de que ya disponía Perón. Sin embargo, no eran solamente éstas las que contenía el proyecto de ley electoral que el Congreso sancionó en los primeros días de julio, sin haber pasado casi por el estudio de la comisión respectiva. El otro aspecto, destinado a minimizar la representación opositora y que virtualmente la excluía del Congreso, se concretaba en la representación por circunscripciones.

El recuerdo de Ellbrigde Gerry En 1812, un politiquero de Boston llamado Ellbrigde Gerry, inventó un sistema infalible para ganar elecciones. Dividió el distrito en circunscripciones establecidas en tal forma que las zonas donde solían tener mayoría sus adversarios quedaban neutra-

PERÓN Y SU TIEMPO.

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lizadas por aquéllas donde su propia máquina electoral funcionaba. a la perfección. El distrito fragmentado con esta intención se representaba en un mapa que parecía un nido de serpientes o de salamandras: de ahí que en el lenguaje político universal este tipo de maniobras se recuerde con el nombre de su creador, designándose como “gerrymandra”. Con la inestimable ayuda de Subiza, secretario de Asuntos Políticos, Perón planeó su propia “gerrymandra”. El proyecto de ley electoral sustituía el tradicional sistema de lista incompleta instaurado por la Ley Sáenz Peña, por el de circunscripciones. Cada distrito electoral —la Capital Federal y cada una de las catorce provincias— se dividiría en tantas circunscripciones como diputados eligiera; cada una de estas elegiría un diputado nacional. Así, cada uno de los 28 representantes de la Capital Federal, por ejemplo, sería designado por los ciudadanos de cada una de las veintiocho circunscripciones en que sería dividido el distrito metropolitano, que ya no sería un distrito único como lo era desde 1912. Hasta aquí, el proyecto del Poder Ejecutivo no era demasiado atacable, aunque el sistema de circunscripciones sólo se había usado en una oportunidad en la Argentina en 1904 y fue inmediatamente desechado. Suele decirse en su defensa que permite una democracia más viva, puesto que el representante no es un nombre perdido en una lista electoral sino una persona de carne y hueso que debe tener contacto con sus electores, en el barrio o la comarca que representa. Pero esto sucede cuando efectivamente los diputados surgen de un barrio determinado —Een la Capital Federal— o una región con identidad propia —en las provincias— cuyos intereses y necesidades están bien definidos. Por otra parte, es un sistema que mediatiza la representatividad porque tiende a convertir a los legisladores en comisionistas de sus votantes, lo que tiende a hacerles olvidar los grandes temas nacionales, que resultan preteridos a las pequeñas cuestiones barriales o lugareñas. De todas maneras conviene adelantar que en las elecciones de noviembre de 1951, los ciudadanos de tal o cual barrio de la Capital Federal, de esta o aquella región de determinada provincia, no votaron por un diputado individualizado sino por la lista de un partido en la que supuestamente estaba incluido el nombre de “su” representante; con lo que el argumento de la vivificación de la democracia perdió toda efectividad. Se

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aplicó el sistema de elección por circunscripciones, pero en los hechos se votó como distrito único, demostrando claramente —si ello fuera necesario— que la suplantación del sistema de mayoría y minoría no era más que una maniobra tramposa. Argumentos y contraargumentos teóricos se cambiaron, como era de suponer, en el encrezpado debate que rodeó en Diputados la aprobación del proyecto del Poder Ejecutivo. Pero la intención del gobierno al proponer esta reforma no campeaba por abstracciones políticas: su propósito era reducir al mínimo la presencia opositora en la Cámara de Diputados. Dibujando una “gerrymandra” bien ajustada, la oposición —más concretamente, el radicalismo— difícilmente podría lograr una banca en algún distrito. La Ley Sáenz Pena establecía que un tercio de la representación de cada distrito correspondería al partido perdedor, de modo que,

volviendo

al caso

de la Capital Federal,

de sus veintiocho

diputados, diecinueve serían del partido mayoritario y nueve del que siguiera en número de votos. Con la nueva ley, el manipuleo de las circunscripciones haría que los presumibles votos opositores en ciertos barrios fueran aplastados por los votos peronistas de otras parroquias. El proyecto con su secuela obligada, el dibujo de las circunscripciones por el Poder Ejecutivo, hacía virtualmente imposible que en el Congreso próximo hubiera una sola voz opositora. Alguien debe haber hecho notar a Perón esta circunstancia a último momento, cuando el proyecto ya había entrado en Diputados. Perón quería pocos, muy pocos opositores, pero necesitaba que hubiera algunos para exhibirlos como prueba de la esencia democrática de su régimen... Así pues, en el curso del debate, un vocero del bloque mayoritario propuso que en la Capital Federal, Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos, los dos candidatos que reunieran el mayor número de votos entre los perdedores también ingresaran como diputados. De modo que los nueve diputados por la minoría en el distrito metropolitano según la Ley Sáenz Peña, quedaban reducidos a dos según la nueva ley. El sistema de circunscripciones aplicado en 1951 fue, sin disculpa, una forma de fraude electoral. Lo fue mucho más en 1954, como se verá en el último volumen de esta obra. Si el

corrimiento

de la fecha de las elecciones

era una

picardía,

la

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Il

197

modificación del sistema de representación fue, en la forma como se urdió, una maniobra tramposa que cancelaba aquella cara consigna del Perón de la primera época: “La era del fraude ha terminado”. En una olvidada tumba del cementerio de Boston, las cenizas de Ellbrigde Gerry deben haberse estremecido de orgullo y satisfacción: “¡Non omnia moriar!”. Como tantas otras medidas represivas promovidas por Perón, también ésta resulta difícil de entender. El “Bloque de los 44” no pudo impedir nunca, entre 1946 y 1950, ninguna iniciativa del Poder Ejecutivo en el Congreso. Jamás su número le permitió obstruir la legislación propiciada por el bloque mayoritario. ¿A qué respondía, entonces, esta manía de recortar al mínimo la voz opositora? El costo político de incurrir en las torpezas de la “gerrymandra” ¿se compensaba acaso con el hecho de disponer en la Cámara de Diputados de una treintena más de bancas oficialistas? Era imposible que la oposición pudiera lograr, en las elecciones de noviembre, un solo senador nacional como lo demostraban las largas diferencias existentes entre los votos peronistas y los de la oposición en las elecciones provinciales del año anterior. Disponiendo, entonces, de la unanimidad del Senado y de una mayoría de dos tercios en Diputados (esa mayoría que, según el viejo dicho parlamentario, permite hacer cualquier cosa menos convertir a un hombre en mujer) ¿qué necesidad tenía Perón de mancharse con una maniobra fraudulenta que no podía mejorar su ya inmejorable situación en el Congreso? La respuesta sólo puede sugerir algo que se verá más a fondo a medida que avance esta crónica: la creciente omnipotencia de un gobernante que no sólo exigía manejar el país imponiendo su pensamiento como el único posible, sino al que molestaba la más mínima disidencia. Este es un tema que, lamentablemente, deberá tratarse cada vez con mayor frecuencia en las páginas que siguen del presente volumen y en el último de esta obra, cuya respuesta se plantearon muchos argentinos de entonces, más que como un enigma, como una tendencia cada vez más

inquietante.

E

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Un juego de guerra Perón manejó la estrategia de su reelección como si fuera un juego de guerra. Existen documentos clasificados como “Secreto-Confidencial-Personal” cuyo destinatario era un reducido grupo de funcionarios, que evidencian el modo en que fue preparada la batalla electoral desde el más alto nivel del Estado. Los lineamientos a seguir estaban contenidos en el “plan Político Año 1951/Directivas Generales” complementado por el

“Plan Político Año 1951/Orientación a los Señores Gobernadores”. Ambos eran folletos impresos, de unas 30 páginas, distribuidos en ejemplares numerados con la marca de “ejemplar secreto” y la prohibición de sacar copias; el ejemplar de que disponemos es el N“ 12, correspondiente al ministro de Trabajo y Previsión. Aunque no tienen fecha, su data debe ser marzo/abril de 1951. Las “Directivas Generales” estaban divididas en tres capítulos: orientación general, actividades de lucha y de gobierno en situación normal, actividades de lucha y de gobierno en situación anormal. Empezaba por definirse la actividad del año como “una verdadera lucha”, que “como tal debemos prepararla”. Había que enfrentarse con una “oposición enconada”, subrayado en el original, empeñada en su acción proselitista “que aleccionada por sus fracasos anteriores, no reparará en medios, legales o no, para lograr sus fines”. Para enfrentarla, “El Comando” planificará y coordinará las acciones. ¿Quién integra “El Comando”? El presidente de la Nación y los Ministerios de Asuntos Políticos, Asuntos Técnicos, Trabajo y Previsión, Interior, además de la CGT, la Policía Federal, el Consejo Económico Nacional y otros organismos como Control de Estado, la Sección Especial de la Policía y el Partido Peronista. El plan consistirá en actividades proselitistas, acciones preventivas de información y difusión de situaciones anormales como huelga o subversión. Indirectamente se tratará de adoptar medidas “de rápida repercusión favorable”, reservando algunas pocas “medidas finales” para lanzar a último momento, es decir, en vísperas de las elecciones. Después de otras consideraciones, el documento subrayaba la necesidad de consolidar orgánicamente al Partido Peronista “buscando las causas que han originado

¿Y 3 =

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disminución de votos o pérdida electoral en las últimas elecciones, y subsanándolas en forma drástica y a corto plazo”. Se prevén los medios que utilizaría la oposición, desde actos públicos hasta “calumnias (verbales o escritas)”, así como los temas que explotará: “carestía de la vida, transportes urbanos y de larga distancia, falta de libertad de prensa, monopolio radial, expropiación de La Prensa y amenaza a La Nación (tomados como diarios 'independientes”), falta de libertad de reunión, policías, desvalorización del peso,

Grupo Económico,

IAPI, negociados,

enriquecimiento ilícito

de funcionarios, escasez de determinados productos, despoblación del campo, viviendas, ataques a la CGT, política internacional”. El catálogo era completo y no faltaba ninguno de los temas sobre los que batía el parche la oposición; frente a esto, “los órganos de lucha” debían prepararse para neutralizarlos con datos concretos y estadísticas. El documento aseguraba que ningún partido aislado ni el conjunto de ellos podían poner en peligro el triunfo peronista en el orden nacional; en el orden provincial, en cambio, había que tomar medidas para evitar sorpresas en Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Mendoza, algunos partidos de Buenos Aires y Capital Federal. Venía a continuación una apreciación de los partidos opositores. El radicalismo buscaría la captación de los gremios mediante la infiltración en los sindicatos, los trabajadores rurales y sobre todo, la clase media. El Partido Socialista busca, también, la infiltración en los gremios: “su preponderancia es fundamental en

La Fraternidad ferroviaria, como lo evidencia el último conflicto ferroviario”. En cuanto al comunismo, “los cuadros directivos y la masa están perfectamente organizados, como lo han demostrado en los movimientos sindicales últimos, marítimos-ferroviarios, con su acción agitadora entre las masas”; hay que evitar su infiltración en los sindicatos: “no deben entrar en ningún cargo directivo por pequeño que sea y deben ser desalojados de ihmediato de los que ya ocupen. Deben adoptarse previsiones para la rápida detención

de dirigentes,

haga necesaria”.

El texto alude también a un “Grupo Eslavo”,

en caso de que esta medida

se

que debe ser “vigilado de cerca”, en especial el sector prosovié-

tico del mismo: “La forma de lucha más eficaz contra esta colectividad consiste en mantener el divisionismo entre la llamada fracción prosoviética y la anticomunista de la misma”.

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Un párrafo se dedica al Partido Peronista, en sus dos ramas. Recomiéndase evitar “toda interferencia de dirigentes políticos masculinos en la rama femenina”. Sobre problemas internacionales, “ni el partido ni sus hombres deben comprometer opinión”. También hay consigna de mudez “en el tema revisionismo histórico y anti-revisionismo”; las directivas dicen que “son problemas en los que no debe intervenir el partido ni sus miembros hasta que se hayan realizado las elecciones. Se adoptarán medidas para evitar toda posible derivación en este sentido”. El tercer capítulo se refiere a estas actividades en caso de

sobrevenir una situación anormal: “se entiende por tal la situación, muy probable, que se producirá cuando el adversario busque alterar el orden público, social o institucional (huelgas, conmoción interna, subversión, etc.) como un medio de aprovechar situaciones ventajosas”. Las directivas abundan en recomendaciones para la prevención y represión de tales situaciones. Llegado el caso, “en colaboración con los ministerios, organismos, reparticiones, etc., el partido formará para enfrentar a las correspondientes organizaciones opositoras, grupos de choque para ayudar su acción”. Las instrucciones a los gobernadores sintetizan lo ya dicho en el “Plan Político Año 1951” y hace recomendaciones sobre medidas que deberían adoptarse en las distintas jurisdicciones en materia de política social, viviendas, tierras, trabajo y salarios, educación, ayuda social y salud pública. Se derraman consejos simples y prácticos: “Es contraproducente a los fines de los planes políticos, mantener impagos los salarios, sueldos y deudas de otra naturaleza, debido al ambiente de irritación que ello origina”. “Las cargas impositivas no deben ir en aumento.” “Existen numerosos problemas viales de poca magnitud que originan

mucho

descontento;

en

general

se

trata

de

accesos

a

pueblos, cortas rutas interurbanas, calles de gran tránsito, etc.” Pero donde todavía es más concreto el documento dirigido a los gobernadores es en la sección “Política Partidaria”: “Debe prestarse apoyo a las delegadas censistas y a los interventores”. “Los conflictos entre los dirigentes del partido repercuten directamente en favor de la oposición.” “Debe ser un motivo de constante preocupación difundir los preceptos de la doctrina peronista.” En lo que se refiere a los partidos opositores, “los

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U

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conflictos partidarios entre los dirigentes de la oposición deben ser registrados a fin de explotarlos... Con el mismo objeto se ficharán sus dirigentes”. Asombrosamente, el punto 6 de este rubro encarece: “Las libertades constitucionales deben respetarse escrupulosamente”, aunque a continuación agrega: “los procesos por injurias y desacatos deben sustanciarse con retardo, pues interesa exagerar el concepto de que la oposición goza de una legítima libertad de expresión y reunión”. Finalmente,

las instrucciones

a los gobernadores

terminan

con directivas para ser aplicadas “en situación anormal” similares a las indicadas en el “Plan Político Año 1951”. Y bien; imposible imaginar una concepción que unifique más cerradamente al Estado con el partido oficial. El lenguaje militar de estos documentos, originados sin duda en el propio presidente, plantea la lucha política como un enfrentamiento donde el entero poder del Estado debe ponerse al servicio del Partido Peronista. No son los únicos. Hay otros documentos que certifican el modo en que se tendía a poner en práctica esta concepción. En la “Directiva Particular para el Ministerio de Trabajo y Previsión” ——clasificado como “Secreto-Confidencial-Personal”— se señalan a esta repartición tareas muy precisas para e! año 1951. Por ejemplo, se fija el mes de mayo como plazo máximo para la “agilización de trámites de los asuntos radicados en la Dirección de Asociaciones Profesionales”; el de septiembre para “acelerar los trámites y resolución de las solicitudes jubilatorias”. Hacia fines de 1951 no deben quedar “convenios sobre trabajo y retroactividades en discusión” y para ese entonces “todos los gremios deberán tener una obligación firmada con vencimiento, por lo menos, para fines de 1952”. Asimismo hay que “preparar ya a los dirigentes gremiales en el sentido indicado, para que insiruyan a sus gremios y frenen sus inquietudes y exigencias, que suelen' plantear en el momento preelectoral para coaccionar a la parte

patronal y al Gobierno”. Ya se ha visto que el “Plan Político Año 1951” preveía la posibilidad de que el gobierno retuviera en la manga algunas “medidas finales” para lanzar en vísperas electorales. Con típico lenguaje castrense, en las directivas al Ministerio de Trabajo y Previsión se menciona como “acción final o de reserva”, “estudiar las posibiiidades y reacciones de partes interesadas para que el

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Excmo. señor Presidente de la Nación, exclusivamente, anuncie la futura aplicación de un régimen sobre la participación de las ganancias”. ¡Menuda baraja! La famosa participación en las ganancias, agitada de cuando en cuando para asustar patronos y embelesar trabajadores, anunciada desde 1945 pero jamás aplicada, ni entonces ni después... Estas directivas se completaban con otras, que estaban dirigidas, como se ha adelantado, a prever el caso de “Situación Anormal”, aquello que en las reglamentaciones militares se marca como “Situación AOP, Alteración del Orden Público”. Incluían la vigilancia de comunistas, socialistas y opositores en general en el campo gremial, así como los gremios cuyas actividades podían incidir en el bienestar y seguridad de la población —transportes, comunicaciones, energía, alimentación y salud pública—. ¡Por supuesto!: había que “organizar un fichero de dirigentes gremiales, especificando especialmente su gravitación en el medio en que actúa”. Por lo visto, la posibilidad de que se produjera una “Situación Anormal” debía preocupar mucho a Perón por aquellos días, según lo trasluce un “Memorándum” del 20 de julio de 1951 producido por el jefe de Control de Estado, coronel Dalmiro Jorge Adaro. Está dirigido al ministro de Trabajo y Previsión “por indicación expresa del Excmo. señor Presidente de la Nación” y es probable que documentos similares se hayan enviado a funcionarios de igual rango. Contenía “directivas para asegurar el normal funcionamiento de los servicios públicos y la reunión del personal en sus puestos de trabajo” para estos casos. Se impartían prolijas normas para mantener las comunicaciones entre funcionarios y empleados, la manera como se debía sustraerlos de los rumores circulantes y hasta la ropa y alimentos que convendría llevar a las oficinas para la eventualidad de que el personal tuviera que “acuartelarse” en ellas...

Una bomba para iniciar la campaña Esta catarata de planes, directivas y memorándum, así como las cautelas y previsiones adoptadas por el gobierno para limitar al mínimo las posibilidades de un traspié electoral, se comprenden menos si se recuerda que la campaña por la reelección de Perón

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Il

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se había iniciado de hecho en febrero de 1951, cuando aparentemente todavía faltaba un año para los comicios. En vísperas del aniversario del triunfal suceso electoral de 1946, el Partido Peronista Femenino lanzó una declaración recordando la efemérides y propiciando la reelección del presidente, que surgía como unánime sentimiento —decía— depués de haberse auscultado la opinión de tres mil unidades básicas. “Este será nuestro único objetivo político”, afirmaba la declaración femenina. Al otro día se sumó la CGT, que desde entonces empezó a preparar el lanzamiento de la reelección. Luego, a lo largo de marzo y abril, innumerables adhesiones se fueron publicando: los bloques legislativos peronistas de Diputados y el Senado, las legislaturas provinciales, diversos sindicatos, asociaciones y entidades de toda clase. Pero la auténtica inauguración de la campaña de Perón fue, como solía hacerse en estas ocasiones en los pueblos del interior, una bomba de estruendo. O mejor dicho, un campanazo sensacional, una noticia lanzada a fines de marzo que alborozó a todos los argentinos... que creyeron en su veracidad. Fue un anuncio que parecía consagrar la realidad de esa “Nueva Argentina” que ahora se estaba convirtiendo en una de las consignas más reiteradas del aparato oficial de propaganda; un hecho que confería a Perón la categoría del estadista argentino más grande del siglo.

La bomba se hizo estallar el 24 de marzo de 1951, un sábado a media mañana. Los periodistas habían sido convocados a la Casa de Gobierno —invitación insólita, pues el presidente no solía realizar conferencias de prensa en el sentido tradicional—. Los periodistas oirían una importante información. Con aire eufórico apareció Perón, se disculpó por el madrugón que les había impuesto e hizo leer a continuación un breve comunicado: —El 16 de febrero de 1951, en la planta piloto de energía atómica, en la isla Huemul de San Carlos de Bariloche, se llevaron a cabo reacciones termonucleares bajo condiciones de control en escala técnica. A continuación, el presidente leyó una exposición ampliatoria. Recordó que Estados Unidos había desarrollado la bomba atómica y la energía atómica presionada por las necesidades de la guerra, mediante la fisión nuclear. En la posguerra, varios países habían intentado conseguir energía atómica. “La Argentina durante ese período, se dedicó intensamente a establecer si valía la pena

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copiar la fisión nuclear con la consiguiente inversión de enormes capitales, o si era preferible correr el riesgo de crear un camino nuevo que condujera a superiores resultados, pero que también podía conducir a un fracaso.” Se decidió afrontar el riesgo —señaló Perón— y se hicieron ensayos exitosos, por lo que se resolvió instalar una planta piloto de energía atómica en la isla Huemul. Allí, en oposición con los proyectos extranjeros, los técnicos argentinos trabajaron sobre la base de reacciones termonucleares “Que son idénticas a aquéllas por medio de las cuales se libera la energía atómica del sol”. Había que encontrar el procedimiento necesario para controlar las reacciones termonucleares en cadena, y este objetivo, “casi inalcanzable”, anunció el presidente, se había logrado. Los resultados de éstos y otros ensayos previos condujeron a lograr la liberación controlada de energía atómica producida el 16 de febrero. Terminó Perón su alocución destacando que “las publicaciones de los más autorizados científicos extranjeros están enormemente lejos de la realidad” en lo relativo a la llamada “bomba de hidrógeno”, que había podido estudiarse intensamente en el transcurso de los trabajos efectuados en el sector termonuclear de la isla Huemul. Aseguró que la Argentina estaba decidida a producir y emplear energía atómica exclusivamente en aplicaciones industriales, y terminó diciendo que había querido informar al pueblo de la República de este éxito “con la seriedad y veracidad que es mi costumbre”. Las palabras del presidente, transmitidas por la red oficial de radiodifusión, provocaron un espontáneo aplauso de los periodistas presentes. Sin duda, millones de argentinos que lo oyeron por radio se habrán identificado con esa aclamación. Algo se rumoreaba desde meses atrás sobre misteriosas instalaciones en la isla Huemul, donde estarían trabajando científicos alemanes que, como bien se sabe, siempre son los mejores del mundo... Perón mismo había confiado al subsecretario de Estado Miller, durante sus entrevistas, los promisorios experimentos que estaba realizando un sabio alemán. Pero el público grueso no sabía nada de esto, por lo que el espectáculo de ese sábado de marzo logró un resonante impacto. Después de la exposición presidencial tomó la palabra un hombre regordete que estaba a su lado. Era el sabio que había

PERÓN Y SU TIEMPO.

Il

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logrado la hazaña. Ronald Richter, que hablaba alemán y se manejaba con un intérprete, ratificó que el camino adoptado era distinto al de la fisión nuclear. Durante largo rato los periodistas le hicieron preguntas y Richter se expidió con locuacidad. Fue una Charla para recordar: dijo el profesor, entre otras cosas, que “hace bastante tiempo que la Argentina conoce el secreto de la bomba de hidrógeno; a pesar de ello, el presidente de la Nación nunca solicitó que le construyeran bombas de hidrógeno; por el contrario, siempre encontré la negación, de parte del General Perón, de hacer uso de ese secreto. Esa es la forma argentina de trabajar”. Cuando se le preguntó cómo era la explosión bajo control. Richter respondió: —Yo controlo la explosión. La hago aumentar o disminuir. No dijo qué material usaba para producir la explosión controlada y el acto terminó con una larga exposición de Richter, en la que metió baza el propio Perón, en algún momento. Varias veces, ante preguntas de los hombres de prensa, el sabio se escudó en el secreto de sus experimentos. El sensacional anuncio conmocionó al país. Para los peronistas era lo único que faltaba para que su líder quedara elevado a la estatura de genio mundial. Los antiperonistas, sólo por ser Perón quien endosara la hazaña de Richter, invalidaron inmediatamente la noticia y se prepararon a reír largo y fuerte del papelón que, no dudaban, haría el presidente a la corta o a la larga: por lo pronto, rebautizaron la isla Huemul como “la isla huele-a-mula”.... Pero unos y otros, curiosamente, no hablaron de energía atómica sino de bomba atómica; aunque tanto Perón como Richter habían puntualizado que lo que se buscaba era solamente energía para aplicaciones pacíficas, el público asoció el tema con la bomba nuclear. En el mundo, en cambio, tras un instante de asombro, un cerrado escepticismo rodeó el anuncio presidencial. El presidente de la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos, David Lillienthal, aseguró que no existía la más mínima posibilidad de que el anuncio argentino fuera cierto. Agregó irónicamente: “tal

vez no sepan nada de la fusión de los elementos más ligeros... pero dominan, ciertamente, norteamericana...” El New

los procedimientos de la publicidad York Times precisó los motivos del

escepticismo: “Para que fuera cierta la afirmación argentina debería

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haberse logrado por lo menos tres milagros: la producción de una temperatura de millones de grados, su mantenimiento durante más de una millonésima de segundo y el desarrollo de materiales que no se volatilicen antes de alcanzarla”. En Moscú, el barón Manfred von Ardenne, que había trabajado con Richter durante la guerra, aconsejó a los dirigentes del Kremlin que no tomaran en serio el anuncio de Perón: refiriéndose a su antiguo colega, aseguró que la realidad y la fantasía estaban tan mezcladas en su mente, que no podía confiarse en lo que hacía. Aquí residía, probablemente, el nudo de la cuestión. El método de Richter era teóricamente posible. Pero nadie lo logró entonces, ni lo ha logrado hasta ahora. Se puede conseguir una reacción termonuclear incontrolada, y esto no es otra cosa que la bomba de hidrógeno —la primera estallaría un año y medio después del anuncio de Perón—. Lo que no se ha logrado hasta hoy es controlar semejante reacción en un laboratorio, como Richter afirmaba haber hecho. Tenía 39 años cuando llegó a la Argentina en 1948. Se había recibido de doctor en Ciencias Naturales en Praga, pues no era alemán, como se decía, sino bohemio. Durante la guerra trabajó en diseño de aviones con Kurt Tank quien, al radicarse en nuestro país después del conflicto, hizo gestiones para traerlo. A los pocos días de llegar lo llevaron a hablar con Perón. Fue entonces cuando Richter planteó la posibilidad de hacer reacciones controladas en cadena. Perón se entusiasmó, le dio carta blanca y lo hizo

contratar

por

la Secretaría

de Aeronáutica.

Richter

trabajó durante un tiempo en Córdoba, en un laboratorio misterioso cuyo incendio lo llevó a exigir un lugar más alejado y susceptible de ser vigilado. Después de largas búsquedas y siempre con el aval del presidente, se decidió instalar al sabio en Bariloche. En julio de 1949 se puso en marcha el “Proyecto Huemul”, con una asombrosa disponibilidad de elementos. Ejercía Richter su dirección, con la asistencia de dos técnicos alemanes que importó de Berlín, y unos treinta científicos argentinos, casi todos empleados de la Marina. Era, no lo olvidemos, la época de la euforia y la dilapidación: parecía que todo, hasta lo imposible, estaba al alcance de las manos de los argentinos. El “sabio alemán” recibió riadas de millones para construir instalaciones, contratar gente y adquirir

PERÓN Y SÚ TIEMPO. li

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material. No obstante, un resto de prudencia llevó a Perón, en mayo de 1950, a crear por decreto la Comisión Nacional de Energía Atómica, tal como lo estaban haciendo por entonces los principales países del mundo. Casi todas estas comisiones estaban dotadas de amplísimos poderes, y generosos presupuestos y una protección casi mágica las amparaba de curiosidades o interferencias. En el caso argentino, el organismo fue puesto bajo la dirección del coronel Enrique P. González, el antiguo rival de Perón durante el gobierno de facto y ex conmilitón del G0u, un oficial serio y competente, aunque ignorante de los misterios de

la física. Fue la comisión la que cercó lentamente a Richter con interrogantes y pedidos de explicaciones que, en un proceso que duró un año y medio, terminó por desnudar la verdad de esa aventura. No fue fácil, porque Perón se aferraba a su ilusión de haber conseguido energía atómica fácil y barata. Durante todo ese año de 1951 elogió y mimó a Richter. Un mes y medio después del sensacional anuncio, un decreto del Poder Ejecutivo creaba la Planta Nacional de Energía Atómica de Bariloche y la Dirección Nacional de Energía Atómica, ambas a cargo de la comisión, así como el Laboratorio Nacional de Energía Atómica, que sería feudo exclusivo de Richter, laureado poco antes con el título de “doctor honoris causa” de la Universidad de Buenos Aires, honrado con la medalla peronista y convertido en ciudadano argentino mediante un rápido trámite judicial. Más aun: en el mensaje inaugural al Congreso en mayo (1951) Perón aseguraba que “en dos años habrá usinas atómicas” en el país. A fines de junio, en una entrevista que el presidente concedió a periodistas

de la Subsecretaría de Informaciones, hizo un cálido elogio del “Sabio alemán”. A fines de diciembre, cuando ya estaban casi rotas las relaciones entre Richter y el coronel González y éste insistía ante el presidente para que se hiciera una comprobación definitiva de la seriedad del asunto, el sabio declaró al periodismo que durante la construcción del gran reactor que se estaba edificando en Huemul, había hecho “cosas más inteligentes y astutas”: había conseguido descubrir —el 28 de octubre, precisó con germana exactitud— que en el mismo reactor podía producirse cinco oO seis veces más cantidad de energía de la que originariamente se había pensado.

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En ese momento, fines de 1951, ya se había concretado la reelección de Perón, y el tema de la energía atómica de Huemul había comenzado a asordinarse en el aparato oficial de propaganda. Casi un año más tarde, todo el tinglado de Richter quedaba desmontado y el “sabio alemán” pasaba a un estado de virtual libertad vigilada. Cómo se llegó a eso es un tema que corresponde

a otra parte del presente volumen; ahora tenemos que regresar a aquellos eufóricos meses primeros de 1951, cuando el anuncio de Perón confirmaba, ante la inmensa mayoría del pueblo argentino, la reelección del presidente como una necesidad nacional. La bomba de estruendo había estallado y comenzaba su campaña electoral. Pero atípica y singular, como todas sus empresas políticas.

La rara campaña El mensaje presidencial al Congreso de mayo de 1951 tuvo un tono triunfal. “Este país no tiene problemas económicos —aseguró Perón— y la riqueza nacional es extraordinariamente mayor que en 1946.” El tono se justificaba: en esos días, Perón cabalgaba sobre el anuncio relativo a la energía atómica, la actitud independiente de la delegación argentina en la IV Reunión de Consulta de Washington, el reciente convenio comercial con Gran Bretaña y, podríamos

agregar, la liquidación de los últimos resabios de autonomía de La Fraternidad, que permitiría a la CGT actuar sin trabas como principal promotor de la campaña reeleccionista. Para completar,

la guerra de Corea, que tantas fricciones había traído con Estados Unidos, estaba empezando a remansarse en largas conversaciones .de paz. Y las satisfacciones siguieron llegando a Perón en esos días: a fines de mayo se inauguró la línea férrea que unía las minas de Río Turbio con el puerto de Río Gallegos. Aunque una furiosa nevada impidió que los funcionarios llegaran al yacimiento carbonífero para viajar en el trencito, Perón habló para señalar la significación del riel —bautizado, naturalmente, Presidente Perón— como una de las grandes obras públicas de su administración. Sin duda las cosas del país andaban en general sobre vías menos atormentadas que las del extremo sur patagónico; a

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tal punto que días después el presidente se dio el lujo de indultar a varios centenares de los obreros ferroviarios detenidos desde enero. Sobre el filo de esta medida, la CGT empezó su campaña. “Es la primera vez en la historia del movimiento sindical argentino que se da el caso de que los trabajadores salgan a la calle para levantar tribunas y pedir a un gobernante que acepte ser electo para la Presidencia de la Nación. El hecho, que para algunos podría parecer el quebrantamiento de la línea sindical para pasar al terreno político, tiene un alto significado social y sindical que deseamos dejar bien establecido.” Era una

rara

campaña

electoral

esta que

promovía

no

un

partido político sino el movimiento sindical. La CGT organizaba actos en fábricas y zonas industriales; el Partido Peronista estaba inactivo, esperando la definición de los candidatos que debía hacer el Consejo Superior a su debido tiempo. El peso de la propaganda lo llevaba la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación, que llenaba de carteles el país proclamando las realizaciones del gobierno, y mechaba slogans y frases efectistas en todos los programas radiales. De estos aportes, el más recordable es, a no dudar, el que hizo a lo largo de ese año Enrique Santos Discépolo. Merece un párrafo porque fue una forma de propaganda inteligente y entradora, un modelo de persuasión política a través de un lenguaje popular pero no chabacano, irónico pero no agresivo, con una sabia dosificación de recuerdos del pasado y exaltación de la realidad presente. Estaban integradas a un ciclo titulado “Pienso y Digo lo que Pienso” transmitido todos los días a las 20:30 por la red oficial de radiodifusión, en el

que habían intervenido diversos artistas conocidos, leyendo los libretos preparados por la Subsecretaría de Difusión.

También “Discepolín” se limitó a leer los libretos. Pero les infundió un tono tan propio que parecían expresar exactamente lo que sentía. Fueron casi cuarenta charlas, que virtualmente tocaron todos los temas sobre los cuales cabía un comentario. Eran diálogos donde el interlocutor, un típico opositor, “Mordisquito” —el nombre apareció al promediar el ciclo— no hablaba nunca. Discépolo repetía sus rezongos, los refutaba, le hacía bromas y no perdía la esperanza de que, finalmente, ese obstinado negador de todo lo bueno que estaba haciendo el gobierno renunciara a

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sus agorerías y se uniera a las filas de un pueblo feliz y redimido. Minimizaba sus críticas: “Te pasaste la vida tomando mate cocido pero ahora me planteás un problema de Estado porque no hay té. Claro, ahora la flota es tuya, ahora los teléfonos son tuyos, ahora los ferrocarriles son tuyos, ahora el gas es tuyo,

pero... ¡no hay té!”. Hacía de los tiempos anteriores una pesadilla superada: “Llamás carestía de la vida al hecho de que valga $ 500 un traje que antes valía $ 200. Pero... ¿te era fácil reunir esos doscientos? Vos decís que la vida está imposible porque el peceto ya no te cuesta un peso cincuenta; imposible porque los diarios y los boletos del subte antes eran de diez y ahora son de veinte. ¡Mirá qué lástima! ¿Y como le llamás al hecho de que el empleado de comercio que hacía equilibrios con 50, 80 ó 100 pesos por mes, gane cinco, ocho o diez veces más?”. Nunca nombró a Perón o a Evita. Todos los monólogos terminaban con

un latiguillo como rúbrica: “¡A mí no me la vas a contar!”. Las charlas de Discépolo tuvieron un efecto enorme. Era lo mismo que reiteraba Perón, lo mismo que machacaba el aparato oficial de propaganda, pero en un nivel coloquial, amistoso, sin amenazas ni desplantes; la charla de café entre dos amigos, uno peronista, el otro contrera, que a pesar de todo siguen siendo amigos. Se ha dicho que Discépolo fue presionado para hacer este ciclo; si fue así, no traslució ningún disgusto en sus actuaciones que, por el contrario, tenían el indefinible toque de lo eSpontáneo y disfrutado. Sus escoliastas suelen repetir que las charlas constituyeron un sacrificio en aras de su fidelidad política y retrajeron a buena parte de su público, gente de clase media que rechazaba este proselitismo peronista; y aun agregan que la tristeza producida por esta reacción habría acelerado su muerte, ocurrida en

diciembre del mismo año. Es difícil saber si esto fue así, pero lo que realmente molestó a muchos admiradores de “Discepolín” fue que su voz no tuviera respuesta: “Mordisquito” no podía hablar. Nadie de la oposición tenía la más mínima posibilidad de disponer de un aparato de difusión con el inconttastable alcance del que llevaba las charlas del autor de “Cambalache” a todos los rincones del país. Lo que disgustó no fue tanto el contenido de los monólogos ni la actuación del gran compositor, sino el hecho de que se prestara a jugar en un juego desparejo, donde el personaje que encarnaba estaba

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programado para ganar siempre. Pero a fin de cuentas ¿no era esto lo que ocurría enel escenario general del país? Pues la inusual campaña oficialista siguió desarrollándose con un bien administrado crescendo durante los meses de mayo y junio. Las alteraciones universitarias provocadas por el “caso Bravo” —del que, desde luego, no habló Discépolo— no la afectaron. Pero cuando a principios de julio se sancionó la nueva ley electoral y quedó claro que los comicios tendrían lugár a cuatro meses vista, empezaron a surgir algunos interrogantes, hasta entonces latentes. Nadie dudaba que el candidato a presidente sería Perón. Mas ¿quién lo acompañaría? Hasta ese momento, la CGT reiteraba su campaña sobre el lema de la reelección de Perón y “el apoyo a la obra que realiza Eva Perón”. Cierto, eran muchos los personajes y grupos que dentro del partido oficial, la central obrera o los distintos niveles del Estado adelantaban la fórmula Perón-Perón: el primero, se dice, un pintoresco “puntero” del barrio de Montserrat que había adoptado el título de “el Perón de la 13”. Pero no existía aún un indicio seguro que diera vía libre a la postulación de la esposa del presidente. Sin que nadie lo dijera públicamente, muchos pensaban en la reacción de los hombres de armas. ¿Consentirían a Evita como vicepresidenta?

El machismo militar, los prejuicios antifeministas, las versiones sobre el pasado de Evita, su personalidad avasallante, todo lo que ella significaba como expresión de fanatismo incontrolable ¿sería tolerada por unas Fuerzas Armadas que habían sido mimadas por el régimen pero tal vez no estuvieran dispuestas a tragar semejante sapo? Pero de no ser ella, ¿quién? En cinco años, el presidente había borrado a toda personalidad que pudiera arrimarse a su nivel. Hasta 1950, el más lógico acompañante había parecido ser Mercante; pero ya se sabía que el gobernador de Buenos Aires no volvería a sentarse en el sillón de Dardo Rocha, y su nombre había sido silenciado por la prensa oficial. Cuenta Gómez Morales que Perón admitía todo, menos la competencia política: —Eso

de que le cercenaran

el liderazgo,

no lo admitía.

Ahí

no había concesiones. En lo demás era terriblemente pragmático. Pero lo político... ¡eso era para él! Solía decir: “en política, ío sono 10...”.

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El vacío que había creado a su alrededor parecía llevar inexorablemente a la candidatura de su esposa, hecho político riesgoso pero que iba creciendo como aspiración en los sindicatos y en los sectores populares más humildes, aquellos que habían sentido los beneficios de la Fundación. Casi todos los días de esos meses de junio y julio el presidente recibía las delegaciones más diversas que pedían su reelección: Perón pronunciaba entonces esas alocuciones intimistas en las que era maestro; a veces eran recibidos por el presidente y Evita y, en dos o tres oportunidades, fue ella la que habló en reemplazo del presidente debido a alguna afonía de éste o circunstancial ausencia. Pero entre tanta charla, pasaba el mes de julio y Perón no decía una sola palabra sobre la candidatura de su esposa. ¿Estaba acaso sondeando la opinión de las Fuerzas Armadas? Su discurso en la cena anual de camaradería había sido, del principio al fin, una tirada anticomunista, acaso para persuadir a sus conmilitones de que debían aceptar cualquier costo político en aras de evitar el crecimiento de las ideologías de izquierda en el pueblo. Cualquier costo podía significar, por supuesto, la candidatura de Evita. Pero el 12 de julio la CGT proclamó formalmente la reelección de Perón; en cuanto a Evita, se apoyaba fervorosamente su obra. Entonces —dedújose— todavía no había luz verde para la vicepresidencia. Todas las conjeturas giraban en torno a lo que haría Evita. Muchos contras deseaban que se concretara su nominación, suponiendo que sería la gota que desbordaría la copa del acatamiento militar. No estaban muy descaminados, porque en ese momento se conspiraba intensamente, aunque en forma desordenada e inconexa. Algunos indicios eran inocultables. El 22 del mes anterior el Ministerio de Ejército anunció que se había descubierto “un plan de confusionismo que con antipatrióticos fines de perturbación del orden se gestaba por elementos disociadores”. Agregaba el comunicado que el capitán Francisco Figueroa de la Vega y cuatro tenientes habían reconocido su participación en ese plan. El hecho era real, pero las detenciones habían sido un palo de ciego. El capitán Figueroa de la Vega, adscripto a la Dirección

General de Sanidad a cuyo frente estaba el general Pedro Eugenio Aramburu, había aceptado intervenir en un movimiento al que estaban vinculados unos tenientes de la Escuela de Mecánica del

PERÓN Y SU TIEMPO.

Il

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Ejército. Suponían que la conspiración estaba dirigida por un alto jefe, pero la organización celular de la conjura les impedía saber nada más. Los motivos de su actitud radicaban en los habituales agravios a la oposición, y particularmente la repartija de automóviles “a precio de lista”, a lo que se sumaba en los últimos meses la posible candidatura de Evita. La misión del pequeño grupo consistía en apoderarse de la Casa de Gobierno, dada la relativa cercanía de la unidad en que revistaban y la cantidad de vehículos disponibles. Pero un camarada fingió adherirse, consiguió reunirlos en un departamento y allí grabó sus conversaciones. Fueron detenidos. A principios de julio se apresó a otros oficiales, casi todos artilleros, unos diez o doce, también sospechosos de

conspiración, entre ellos el teniente coronel Carlos Toranzo Montero. No hubo comunicado oficial sobre estas últimas detenciones. Todos fueron bien tratados y su prisión los salvó de participar en el golpe de septiembre. Las noticias de las detenciones de junio se completaron el 2 de julio con la publicación de una sentencia del juez federal declarándose incompetente en el proceso que seguía por subversión al teniente coronel (R.) José Francisco Suárez, derivado en consecuencia a la justicia militar. Así se enteró la opinión pública de la existencia de otro abortado complot. Suárez era un oficial de infantería retirado en 1945,

furiosamente

antiperonista:

su casa

había sido allanada quince veces y él mismo fue detenido en siete oportunidades. En abril de 1951 fue arrestado nuevamente: en ese momento alardeaba de tener a punto un operativo para derrocar a Perón. A él también la prisión le ahorró participar en el golpe de septiembre; se enteró del mismo en la cárcel de Villa Devoto. Recuperó su libertadun poco más tarde, se escondió y tornó a conspirar. Ya veremos el final de sus empeños. Ninguno de los hechos conocidos por el público en la última semana de junio y primera de julio era relevante en sí, pero todos ellos revelaban la parte superior de un iceberg que sí existía. Pues ciertamente había malestar en los niveles jóvenes de las Fuerzas Armadas y se hablaba casi abiertamente de movimientos revolucionarios que se prepararían en el Ejército sobre la base de la Escuela de Guerra y el arma de Caballería. Lo curioso

es que

no se coincidía en el nombre

de su jefe: unos

decían que era el general Eduardo Lonardi, jefe del ler. Cuerpo

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FÉLIX LUNA

de. Ejército con asiento en Rosario, mientras otros aseguraban que la cabeza de la conjura era un general retirado, Benjamín Menéndez. Todo era vago y poco claro. Pero que había algunas tensiones en el Ejército y Aeronáutica, como en algunas unidades de la Marina, era innegable. Perón no podía desconocerlo. Una evidencia de esta situación saltó a la vista en la noche del 19 al 2 de agosto, cuando estallaron bombas en algunos puntos de las líneas ferroviarias de la Capital Federal y sus alrededores: Paternal, Villa Lugano, Belgrano, Florida y otras estaciones de la provincia. No hubo víctimas y los daños fueron escasos, pero esa madrugada se notó un gran ausentismo de obreros ferroviarios y, en las cercanías de las estaciones, gran cantidad de volantes declarando la huelga y reclamando la devolución de La Fraternidad a sus legítimas autoridades. De inmediato la policía inició investigaciones y preventivamente detuvo a cierto número de ferroviarios, algur”s de los cuales habían estado presos desde enero y habían sido indultados un par de meses antes: sólo en Córdoba se apresó a casi un centenar. Días más tarde cayeron algunos estudiantes de FUBA, acusados de haber preparado las boribas o distribuido los volantes. La investigación no llegó más allá proque las presuntas vinculaciones de los estudiantes fubistas y los ferroviarios fraternales con dirigentes de la oposición no pudieron probarse: en este caso, la picana eléctrica no sirvió de nada, ya que los ejecutores de los atentados sólo tenían conexión con una persona que huyó al Uruguay al enterarse de las detenciones: Pero las vinculaciones habían existido. Dos días antes, el 30 de julio, en una quinta suburbana, el general Menéndez se había reunido con Frondizi, Pastor, Américo Ghioldi y Horacio Thedy para hacerles conocer la existencia de la conspiración en la que participaba. No mencionó a Lonardi y manejó la reunión como único cabecilla del futuro movimiento. Aseguró su vocación democrática y pidió apoyo a los partidos que integraban sus interlocutores; estos ofrecieron colaboración al futuro gobierno revolucionario. Fue entonces cuando Ghioldi, con buenas relaciones con los fraternales, reveló que pronto iban a estallar bombas en los ferrocarriles y habría una huelga; preguntó a Menéndez si no era posible adelantar la fecha del estallido. No, no era posible, se le contestó, porque todavía no se contaba con los elementos

PERÓN

necesarios.

Cuando

terminó

Y SU TIEMPO.

II

la reunión,

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Ghioldi intentó tomar

contacto con los responsables del operativo ferroviario para suspenderlo, pero no pudo localizarlos. La esperada huelga ferroviaria fracasó y las bombas no tuvieron otro efecto que alterar por una horas el movimiento de trenes. A su vez, las detenciones efectuadas no permitieron al gobierno asir ningún hilo importante. El episodio era, simplemente, otra prueba de un malestar que aún no podía atribuirse a ningún sector concreto. Borlenghi, que esperaba anotarse un buen tanto descubriendo la conspiración que se desarrollaba detrás de la protesta de La Fraternidad, tuvo que limitarse a publicar un comunicado de insólito lenguaje: impartía una “seria advertencia” a los grupos “Capitalistas e imperialistas” que intentaban crear un clima de intranquilidad, y atribuía la responsabilidad del sabotaje en los ferrocarriles a dirigentes “del aburguesado Partido Socialista, la caótica Unión Cívica Radical, los oligarcas del Partido Conservador financiado por los capitales imperialistas, no faltando algunos sectores comunistas”. Era demasiado heterogénea esa ensalada para significar algo. En realidad, tranquilizó a los conspiradores civiles y militares: semejante galimatías quería decir que el gobierno seguía dando palos de ciego. Pero ellos mismos se movían también dentro de una espesa malla de confusiones, desconexiones y equívocos. Era poco claro lo que ocurría en ese territorio clandestino en el que se movían dirigentes políticos que anhelaban una revolución pero no se animaban a apoyarla directamente, oficiales que estaban resueltos a hacerla pero ignoraban qué jefe los conduciría, estudiantes y sindicalistas que ponían el hombro para advertir después que el movimiento en que estaban involucrados era indefinido y peligrosamente inepto. La participación de Frondizi en la conspiración es, por caso, bastante representativa. Balbín se había enterado de la existencia de los trabajos de Menéndez por un joven oficial;

puso en conocimiento de Frondizi esta novedad y, cuando se los invitó a conversar con Menéndez, resolvieron de común acuerdo que solamente iría Frondizi y que no comprometería al partido, pero trataría de seguir informado de lo que ocurría. Con esta actitud, el diputado radical concurrió a la reunión del 31 de julio y posteriormente se entrevistó otra vez con Menéndez. Pero su información —nos cuenta ahora— no era completa, y los propios

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conjurados le ocultaron la fecha del estallido, por lo cual, la víspera del golpe se encontraba en Saladillo, en un acto partidario junto a Balbín y otros dirigentes. En general, la posición de los dirigentes intransigentes del radicalismo era de desconfianza respecto de ésta y otras conspiraciones, anteriores y posteriores; pero al mismo tiempo deseaban estar al tanto de los acontecimientos y esto era, fundamentalmente, lo que los llevaba a mantener contacto con militares. Entretanto continuaban las formalidades de esa campaña electoral enmarcada en tan raras condiciones, y se iban despejando algunas incógnitas. La más importante, Evita. El 2 de agosto, mientras la gente comentaba las bombas en los ferrocarriles, el Comité Confederal de la CGT resolvió lanzar públicamente la fórmula presidencial que apoyaría: Juan Perón-Eva Perón. Y anunció que veinte días después se haría un enorme acto con la denominación de “Cabildo Abierto” para pedir a sus integrantes que aceptaran las candidaturas. Cuatro días más tarde, el 6 de agosto, la Convención Nacional de la UCR proclamaba el binomio radical: Balbín-Frondizi.

Los esfuerzos oposttores Aunque la fórmuia radical fue apoyada por 119 votos sobre 122 delegados presentes de los 196 que componían la Convención Nacional reunida en Avellaneda, esta virtual unanimidad no «era tal, y la elección del binomio fue el resultado final de dos enfrentamientos internos nada-fáciles. En primer lugar, los nombres de Balbín y de Frondizi habían tenido que imponerse a Sabattini quien, después de declinar la candidatura presidencial que le ofrecieron los dirigentes del Movimiento de Intransigencia y Renovación, sugirió que Frondizi ocupara el primer puesto de la fórmula. El líder cordobés no tenía plena confianza en el ex presidente del “Bloque de los 44”; prefería al diputado por la Capital Federal. Pero Frondizi entendía que las condiciones políticas del país hacían aconsejable levantar como bandera a Balbín, cuya prisión estaba fresca en el recuerdo de todos. El movimiento realizó entonces una consulta entre sus hombres destacados, y la mayoría coincidió: en propiciar como

'

PERÓN Y SU TIEMPO.

II

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candidatos a quienes resultaron finalmente designados. Pero como consecuencia de esta discrepancia, la delegación cordobesa se retiró de la Convención. El otro enfrentamiento tenía implicancias más trascendentes

y se libró con el sector unionista. Los animadores de esta vertiente interna estaban persuadidos por Zavala Ortiz de que una revolución estallaría de un momento a otro; en todo caso, antes de las elecciones nacionales, y sin ninguna duda si Evita integraba la fórmula oficialista. Como una manera de ayudar al estallido, los' unionistas propiciaban la abstención de la UCR en los comicios de noviembre; esta actitud sería imitada por los restantes partidos opositores y entonces la reelección aparecería como una farsa que las Fuerzas Armadas no convalidarían. La posición no fue aceptada pcr los intransigentes: ni había seguridad en la revolución ni podía condicionarse la estrategia partidaria a una eventualidad militar. Además, una abstención de todos los partidos abriría un peligroso vacío político y se parecería demasiado a la Unión Democrática que los intransigentes seguían culpando como factor importante en la derrota de 1946. Entonces los unionistas propusieron que la UCR no elaborara ninguna plataforma y se limitara a sostener en la campaña electoral la defensa de las libertades públicas como único punto programático. Tampoco esta tesis fue aceptada por la mayoría intransigente: a juicio de Balbín, Frondizi, Lebenhson, Larralde y otros, la lucha preelectoral debía ser una oportunidad más para que el radicalismo expusiera su doctrina y se presentara como una alternativa seria y orgánica al régimen peronista. Había que difundir los motivos de las actitudes adoptadas por el radicalismo en el Congreso y aprovechar hasta el mínimo resquicio de legalidad para identificar a la UCR como una fuerza renovada en su pensamiento y sus hombres. El triunfo de esta posición motivó el retiro del sector unionista de la Convención. Las deserciones de sabattinistas y unionistas se llenaron con suplentes en la medida que se pudo, y así se aprobó una plataforma tan avanzada en sus postulados como vaga en la formulación de sus instrumentos. En su libro Frondizi, de la oposición al go-

bierno, Nicolás Babini la califica de “casi ornamental”. No podía ser otra cosa la de -.un partido que no tenía la más mínima posibilidad de triunfar y veía lógico insertar puntos como “Reforma agraria inmediata y profunda” o “Nacionalización de los servicios

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públicos, los frigoríficos y los monopolios, y entrega de su administración y dirección a los productores, obreros, empleados, técnicos, consumidores y usuarios”. Era un país ideal engarzado en una utopía perfecta el que dibujaba la plataforma radical: el tiempo mostraría a sus inspiradores, en pocos años, el terrible precio de prometer realizaciones inalcanzables. Más pragmáticos, menos doctrinarios, los unionistas, en cambio, se curaban poco de propuestas teóricas y ponían el acento exclusivamente en el derrocamiento de Perón. Los roces internos no trascendieron mucho. No era una “Caótica UCR”, como diría Borlenghi, la que se lanzaba a la liza electoral. Era un partido histórico en el que convivían realidades idelógicas y humanas diferentes que debían conciliarse para presentar al electorado la imagen de una fuerza unida y orgánica. No dejó de contribuir a ello la actuación de Larralde, que logró semanas más tarde un acuerdo con los unionistas de la Capital Federal: las 28 candidaturas a diputado se repartirían por partes iguales entre mtransigentes y unionistas, y el Comité Nacional presidido por el sabattinista Del Castillo regresaría a su sede natural, la Casa Radical de la calle Tucumán, de donde había emigrado al haberse desacatado la intervención al distrito metropolitano. Y fue así como la UCR, disimulando sus íntimas divisiones, sacando pecho a las circunstancias adversas y con esa inagotable fe que suele tener en la virtud curativa de los comicios, a mediados de agosto ya estaba en condiciones de lanzarse a la lucha. Las otras fuerzas opositoras demoraron un poco más, pero todas lograron proclamar sus respectivos binomios. En todas hubo, como en la ucrR, ciertas vacilaciones antes de decidir la concurrencia a elecciones. Pero finalmente triunfó la idea de que era un aporte cívico que no podía rehuirse, pese a las presiones que, se sabía, habrían de limitar su esfuerzo. En todas campeaba una visión muy realista, y por consiguiente muy pesimista, de los resultados que podían obtener; no sólo por la imposibilidad de hacer una lucha pareja al aparato oficial, sino porque tenían la sensación de que el opositor independiente y aun el simpatizante de estos partidos optaría por dar su voto al radicalismo como la fuerza con mayores perspectivas electorales. Por otra parte, las colectividades políticas se veían obligadas a presentarse a elec-

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ciones bajo la amenaza de retiro de su personería política y posterior disolución, en virtud de las disposiciones de la nueva ley electoral que, dicho sea de paso, también prohibía alianzas o coaliciones entre partidos. De este modo, casi un mes después de los radicales, los demócratas designaron a Pastor candidato a presidente, con Lima integrando la fórmula casi simbólicamente, pues el dirigente nicoleño se encontraba en Montevideo desde 1947, como ya se ha dicho. A mediados de septiembre el Partido Socialista nominó a Alfredo Palacios y Américo Ghioldi: era la fórmula más netamente antiperonista. Ghioldi, director clandestino de La Vanguardia, llevaba desde la huelga ferroviaria de enero una vida de escondites y evasiones permanentes. En cuanto a Palacios, su nombre en la boleta socialista era casi una provocación: Perón y Palacios se detestaban cordialmente, tal vez porque ambos eran igualmente histriónicos y espectaculares. Pero además, Palacios había acuñado, medio siglo atrás, la expresión “justicia social” y fue el primer promotor de las leyes obreras, y a Perón no le gustaba tener antepasados. Por su parte, el dirigente socialista se sentía robado por Perón, que le había confiscado la justicia social y las leyes

obreras... Ya veremos en pocas páginas más cómo Palacios, harto de las presiones impuestas por el régimen a su partido, renunció a su candidatura en un desplante propio de su leonina personalidad. También el Partido Demócrata Progresista presentó sus postulantes: el ex gobernador de Santa Fe Luciano Molinas, y J. J. Díaz Arana. Finalmente, el Partido Comunista proclamó un binomio que, por primera vez en nuestra historia, incluía una mujer, Alcira de la Peña, como candidata a la vicepresidencia; la enca-

bezaba Rodolfo Ghioldi, el más respetado de los teóricos del partido de Codovilla. Y si se quiere tener un panorama completo de las tarjetas partidarias que se presentaron a la elección de noviembre de 1951, habría que incluir a dos pintorescos personajes que ya eran elementos folklóricos en la política argentina: José F. Penelón con su Concentración Obrera y Genaro Giacobini del partido Salud Pública, ambos de una conmovedora constancia en

postularse a la presidencia de la Nación desde la década del 30, siempre con un saldo de pocos centenares de sufragios. Nadie faltaría a la cita de noviembre, pues. Pero cuando las

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fórmulas de estas fuerzas quedaron definidas, se había producido ya un hecho fundamental en el escenario político de la Nación: definitivamente, Evita no sería candidata.

Agosto: de la exaltación al renunciamiento Los episodios que finalizaron con la renuncia de Evita a su candidatura (“el renunciamiento”, como lo prefiere la hagiografía peronista) mostraron en Perón una conducta aparentemente vacilante. Después de la proclamación de la fórmula Perón-Perón por la CGT y su confirmación, al día siguiente, por el Partido Peronista Femenino, la pareja presidencial aceptó implícitamente los homenajes y reiteraciones de adhesión que se multiplicaron a lo largo del mes de agosto. Un torrente de declaraciones florecieron como hongos después de la lluvia en pro de Perón-Perón: desde instituciones sociales y deportivas hasta sindicatos, agrupaciones y reparticiones públicas, la colectividad libanesa, los representantes del comercio, la industria y la producción, los docentes ——que el 10 de agosto hicieron un acto en la plaza del Congreso—, los estudiantes secundarios. Un humilde trabajador tucumano vino caminando desde su provincia portando un cartel: “Perón

Presidente 1952-1958”. Un matrimonio hizo la caminata desde la ciudad de Santa Fe con igual intención. Los hermanos Gálvez realizaron un raid automovilístico de 14.000 kilómetros con el mismo lema: las fotografías de la época muestran al secretario general de la CGT dando la orden de largada. El 17 tuvo lugar en el Luna Park una concentración organizada por la revista Mundo Infantil, de la cadena oficial de publicaciones. Miles de chicos llegaron en ómnibus, camiones y medios de transporte colectivo. El diario La Razón aseguró que habían concurrido medio millón de niños, una andaluzada propia del tono que usaban por entonces los órganos oficialistas. Es divertido comprobar que la crónica del vespertino registra que “millares de voces infantiles” cantaron “Evita Capitana” y “Los Muchachos Peronistas” y “expresaron su deseo de que el general Perón acepte ser reelegido para un nuevo período presidencial”; pero a continuación rechaza con indignación “el comentario malévolo, deslizado subrepticiamente” que le asignó a la fiesta motivos políticos. “Nadie pensaba hacer proselitismo con los niños —pun-

PERÓN Y SU TIEMPO.

II

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tualizaba La Razón— por la sencilla razón de que ellos no votan. No hace falta, pues, atraerlos con promesas.” Perón y Evita estuvieron en el Luna Park, asistieron al reparto de cuarenta mil juguetes —no proselitistas, faltaba más— y se retiraron mientras la fiesta continuaba. La valoración de este acto da la medida de la irreductible división en que vivían los argentinos. Para los opositores fue un infame manipuleo de la niñez, sobornada por juguetes y regalos, obligada a encauzar su alegría natural en un acto político del tono más burdo y primitivo. “Discepolín”, en cambio, defendió en su inimitable estilo el acto del Luna Park: “¿A qué le llamás política? ¿A gente que da las gracias? Porque los chicos de hoy fueron a devolver con su presencia lo que han recibido en privilegios. ¿O no sabés que en tu patria primero están los niños... después los niños... y después otra vez los niños. ..?”. El acto que culminaría esta sucesión de manifestaciones tendría lugar el miércoles 22 de agosto. Su escenario: la inmensa Avenida 9 de Julio, entre Belgrano y Corrientes. Su núcleo central: un gran palco levantando a la altura del Ministerio de Obras Públicas, dando la espalda al edificio. Su lema: el del gran cartelón que lo decoraba, con la consigna “Perón-Eva Perón la fórmula de la Patria” y la sigla de la CGT. Su marco: un millón de personas —según se dijo—. Para la concreción del “Cabildo Abierto” no se movilizó un partido ni tampoco la CGT. Fue el Estado, lisa y llanamente, el que puso en juego todos sus recursos, empezando por el transporte. Esa jornada no se trabajaría en todo el país. Desde los puntos más alejados del interior se fletaron trenes donde podían viajar gratuitamente todos los que desearan hacerlo; otros medios completaban el traslado de enormes contingentes de personas, muchas de las cuales no habían visto nunca la capital de la Nación. Las radios del aparato oficial de difusión, es decir la totalidad de las emisoras del país, golpearon el parche con consignas y anuncios desde varios días antes. Diversas reparticiones públicas se hicieron cargo de aspectos vinculados a la prevención de accidentes, auxilio de enfermos, orientación de los concurrentes, alimentación y hasta diversiones, pues se habían previsto espectáculos gratuitos en todos los teatros después de la concentración. Se había logrado, en suma, que el

“Cabildo

Abierto”

fuera una expresión más

de la “comunidad

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organizada”, donde el movimiento mayoritario y el Estado se confundían en un esfuerzo convergente. Esto no era todo. Con la debida antelación, Control de Estado había distribuido 66 ejemplares de una “Directiva para la Prevención y Represión de posibles Actos de Perturbación o Alteración del Orden Público en la Semana de Represión (13 al 18 del corriente mes)”. Cada ministerio, la policía de todas las provincias y gobernadores nacionales, la CGT, la Prefectura Nacional Marítima, el Partido Peronista en sus dos ramas y otros organismos estatales habían recibido una copia de este documento, numerado y marcado como “estrictamente confidencial y secreto”. En su texto se impartían directivas para “anular toda acción de perturbación o alteración del orden público” en la semana previa al “Cabildo Abierto”. Cada organismo estatal y el Partido Peronista tenían asignada su misión. La policía, por ejemplo, debía “seguir la investigación de los atentados y detener a todos los implicados directa o indirectamente en ellos”; debía “extremar la vigilancia general y especialmente sobre locales comunistas, socialistas y radicales” y “la represión contra los circuladores de panfletos y rumores. Detenerlos sin más y procesarlos”. Las directivas a la policía finalizaban con una virtual piedra-libre: “La situación y el clima permiten cualquier medida policial; aprovecharlos para accionar con firmeza y decisión”. La Gendarmería Nacional debía controlar el tráfico fronterizo; la Prefectura tenía que establecer “una estricta vigilancia del Río de la Plata entre la Ensenada de Samborombón y el Delta, hasta el Arroyo Ceibo, sobre el río Uruguay”. En cuanto a la CGT y las dos ramas del Partido Peronista, su misión era hacer saber que “en esta semana deben todos ponerse en acción contra los opositores”. “Cada peronista o trabajador debe convertirse en un centinela y vigía. Actuar sin más contra cualquier opositor que realice actos contra el orden, que perturbe o que públicamente se alce contra el gobierno o las autoridades.” “Se trata de aplastar toda conjuración para la alteración del orden y la tranquilidad pública.” Cada ejemplar adjuntaba como Anexo N9 3 las “Instrucciones impartidas por el Movimiento Peronista a sus adherentes”. * La lectura de estas instrucciones vale por sí misma; en plena campaña * Ver Apéndice.

PERÓN Y SU TIEMPO. Il

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electoral, implicaban la indefensión total de las expresiones opositoras. Es de destacar que este documento, como los que se han glosado páginas atrás, por las ideas que contiene, el lenguaje que usa y hasta por estar dividido en diez partes —esos decálogos a los que era Perón tan aficionado— delata la inconfundible autoría del presidente. Así, la “Semana de Represión” (¿habrá leído Perón a George Orwell?) precedía el acto más numeroso que registra la memoria de los argentinos. No podía ser de otro modo dadas las condiciones de su preparación, pero además el pueblo respondió a la convocatoria de la CGT con un fervoroso entusiasmo y una alegría de día de fiesta. Era natural: venían a pagar a Perón y a Evita la gratitud que les debían por la vida mejor que estaban viviendo; a mostrar que la dignidad que ahora los jerarquizaba tenía un precio político que estaban, de buena gana, dispuestos a pagar. Los filmes obtenidos por la Subsecretaría de Informaciones nos permiten reconstruir en detalle las alternativas de la jornada del 22 de agosto. A media tarde llegó Perón al palco, con los directivos de la CGT y otros funcionarios. Empezó entonces una pequeña farsa: Espejo leyó enfáticamente un discurso que, en un momento dado, hacía notar la ausencia de Evita: con el permiso del general, irían a buscarla, porque no era posible que no estuviera presente. La ausente no se hizo esperar: en un minuto apareció en la tribuna, fresca y distendida, vistiendo un sencillo traje sastre de género cuadrillé, dos grandes aros subrayándole las orejas. Después de las aclamaciones del público y la continuación del discurso de Espejo pidiendo a Perón que siguiera en el gobierno y a ella que integrara la fórmula, llegó su turno. En general, los discursos importantes de Evita eran leídos, y aunque disponía de escribas para el caso, había logrado tanta unidad de estilo y los decía con tanta profesionalidad, que parecían improvisados. El doctor Pedro Ara, médico español radicado en Córdoba que tendría a su cargo, un año más tarde, la conservación del cadáver de Evita, relata la manera perfecta con que ella regulaba los párrafos, las pausas y el ritmo de la lectura. “Como experta actriz que había sido en su primera juventud, la señora de Perón leía tan perfectamente y con tal soltura ante el micrófono, matizando frases y clamores con tan adecuados tonos, que quien no la viera leer podía imaginársela improvisando su proclama

E

ea

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con inusitada y natural elocuencia de popular tribuno. Pero yo estaba allí, yo la había visto avanzar tranquila y sonriente; mantenía en su izquierda el libreto, mientras su diestra se alzaba y agitaba pidiendo a la multitud el silencio que al fin logró.” Y continúa Ara: “...no solamente no daba muestras de fatiga, sino que con voces y ademanes rogaba que no la interrumpiesen, que la dejaran continuar. Y así los párrafos iban sucediéndose cada vez más rotundos y violentos, cada vez más clamorosamente respaldados. Siempre igual, la señora seguía respirando normalmente, sin disnea ni la menor señal de fatiga, mandando callar a la gente durante las interminables ovaciones que a cada período acompañaban”. Esta descripción corresponde al 17 de octubre de 1948. En el Cabildo Abierto de 1951 Evita no leyó: ya tenía un dominio de la oratoria que le permitía manejarse sin libreto. Empezó complicándose en la inocente farsa de Espejo: dijo que le sorprendía la fórmula proclamada, que no estaba preparada para esto... ¡cuando hacía semanas que el país entero no hablaba más que de su candidatura! A continuación desarrolló los temas de siempre: Perón la oligarquía, los vendepatrias, los descamisados. Diecisiete veces ovacionó la multitud los párrafos más redondos. “Yo siempre haré lo que diga el pueblo —terminó—. Pero yo les digo que así como hace cinco años he dicho que prefería ser Evita antes que la mujer del presidente, si esa “Evita” era dicho para aliviar algún dolor de mi Patria, ahora digo que sigo prefiriendo ser Evita. Yo, mi general, con la plenipotencia espiritual que me dan los descamisados, os proclamo, antes que el pueble os vote el 11 de noviembre, presidente de todos los argentinos. ¡La Patria está salvada porque la gobierna el General Perón!” Nada había dicho sobre su candidatura. Y nada dijo Perón, que a continuación leyó un extenso discurso reseñando su obra de gobierno. Ya era de noche. Enormes reflectores paseaban por ese negro mar constelado de banderas y pancartas: Aparentemente, el acto había terminado. Entonces deliberada o involuntariamente, Espejo desencadenó un proceso dramático y lleno de tensión. Se adelantó al micrófono e hizo notar que Evita no había dado aún “la respuesta que todos esperamos”. Anunció que el Cabildo Abierto pasaba a un cuarto intermedio “hasta mañana”; la-CGT le solicitaría entonces la contestación a Evita y todos se

id

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Il

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volverían a reunir en el mismo lugar para reanudar el acto “y cerrar con un broche de oro esta jornada inolvidable”. En este instante, lo inesperado. Sea por cansancio, porque muchos deseaban regresar a sus casas, o por la impaciencia de contar ya con la respuesta afirmativa, -el caso es que la multitud, en vez de aceptar la propuesta de Espejo —que implicaba velar veinticuatro horas a cielo abierto— empezó a gritar: —¡No! ¡No! ¡Ahora! ¡Que conteste ahora! Era un hecho nuevo. Empezaba a anudarse una imprevista antífona entre Evita y la multitud. Ella volvió al micrófono: —Mis queridos descamisados: Yo les pido que no me hagan hacer lo que nunca quise hacer [es posible que la transcripción periodística equivoque las palabras y Evita haya dicho “no me hagan ser lo que nunca quise ser”, F. L. ]. Por el cariño que nos une,

para

una

decisión

tan

trascendental

en

la vida

de esta

humilde mujer, les pido que me den, por lo menos, cuatro días para pensarlo... De abajo vuelve a brotar el rechazo: ¡Ahora! ¡Ahora! Cuatro veces impetra Evita “¡compañeros!” para imponer silencio. Al fin vuelve a hablar,

ostensiblemente

conmovida.

—Compañeros, yo no renuncio a mi puesto de lucha: renuncio a los honores. Yo me guardo, como Alejandro, la esperanza por la gloria y el cariño de ustedes y del general Perón... —;¡Ahora! ¡Ahora! Ella,

casi asustada,

acosada

por el bramido

de ese

fondo

negro extendido a lo largo de cuadras y cuadras, a punto de entregarse pero consciente de que no debía aceptar, que no era eso lo previsto ni lo que Perón quería. —Compañeros, se lanzó por el mundo que yo era una mujer egoísta y ambiciosa. ¡Ustedes saben muy bien que no es así! Yo no quiero que mañana un trabajador de mi Patria se 'quede sin argumentos cuando los resentidos, los mediocres que aún no me comprenden, creyendo que todo lo que hago es por intereses mezquinos... No pudo completar la frase: —i¡No! ¡No! El diálogo era ahora más acelerado, casi acezante. Evita, de ordinario tan segura, estaba desconcertada, indefensa. Enfrente, un millón de almas acorralándola; a su lado, el grupo de íntimos

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con aire embelesado, sin saber qué hacer ni cómo salir del enredo; un poco atrás, el propio Perón, con una sonrisa estereotipada en el rostro, como ajeno a lo que ocurría. Y el pueblo que seguía bramando. Y Evita que, tal vez involuntariamente, destapa el sentido de toda esa cosa incomprensible que estaba pasando con su candidatura. Entrecortadamente, alcanza a decir: — ¡Esto me toma de sorpresa! Hace mucho que yo sabía que mi nombre se mencionaba con insistencia y no lo he desmentido; lo hice por el pueblo y por Perón... porque no había ningún hombre que podía acercarse a la distancia sideral de él... por ustedes... porque así podían conocer a los hombres con vocación de caudillos... y el general, con mi nombre... momentáneamente... se podía amparar de las disensiones partidarias... pero jamás, en mi corazón de humilde argentina... ¡jamás pensé que yo podía aceptar este puesto! Y, como para poner fin a una situación que ya estaba escapando a todo control, propone: —Esta noche... — ¡No! ¡No! ¡Ahora! —Compañeros, son las siete y media... por favor, a las nueve y media contestaré por radio... —¡No! ¡No! ¡Ahora! —Denme dos horas, ¡nada más! Ya era penoso. Se advertía abiertamente la conmoción y el desconcierto de esa mujer a la que dejaban sola, en medio de la multitud, para tomar la decisión correcta, que ciertamente no era la que la multitud reclamaba. Finalmente el autor de todo el desbarro, Espejo, toma el micrófono y logra salvar la situación: —La compañera Evita nos pide dos horas. Nosotros esperaremos aquí su resolución. ¡No nos moveremos hasta que nos dé una respuesta favorable a los deseos del pueblo trabajador! Una ovación rubricó las palabras del secretario general de la CGT pero nadie, ni él mismo, tomó al pie de la letra aquello de quedarse hasta que llegara la respuesta. En el palco empezó un movimiento de desconcentración. Evita, como si se sintiera descolocada, retornó al micrófono para decir una frase que aparentemente confirmó su aceptación: —Compañeros, como dijo el general Perón, yo haré lo que quiera el pueblo...

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Ahora la aclamación fue compacta y prolongada. Realmente, el acto había terminado. Perón dijo la última palabra: recomendó desconcentrarse lentamente porque había muchas señoras y niños, les deseó felicidad, les agradeció “y que les vaya bien”. Para quien conociera el significado real de las liturgias y formalidades del régimen, Evita no sería candidata; para el millón de almas que se fue dispersando gozosamente, continuando sus cantos y estribillos y dispuesta a aprovechar el feriado decretado para el día siguiente, la fórmula Perón-Perón era un hecho. Al día siguiente al mediodía, Evita recibió al secretariado de la

CGT en la residencia presidencial. El clímax había pasado y ahora se podía conversar serenamente. Evita fue terminante y no abundó en explicaciones: no podía aceptar porque no era correcto que un matrimonio integrara la fórmula presidencial. El vicepresidente debía ser Quijano, para reiterar el binomio triunfante de 1946. La noticia trascendió en los círculos palaciegos pero, mientras no se confirmara oficialmente, la fórmula seguiría siendo Perón-Perón: así lo proclamó el Consejo Superior del Partido Peronista el 27 de agosto, dando la sensación a oficialistas y opositores de que el Cabildo Abierto había impuesto su voluntad. Pero ya estaba decidido que no sería así. El 31 de agosto, en un discurso transmitido por radio, Evita anunció la declinación de su candidatura. “En primer lugar, declaro que esta decisión surge de lo más íntimo de mi conciencia, y por eso es totalmente libre y surge de mi voluntad.” Hubo que recurrir a Quijano, ya muy enfermo. La propia Evita insistió para que aceptara y tomó su palabra al vuelo: era un recurso grotesco; el vicepresidente murió siete meses más tarde, sin alcanzar a recibirse por segunda vez en su cargo. Pero su nombre sacaba del pantano a la fórmula oficialista. Y Evita fue abrumada con una serie de honores: una sesión especial del Congreso como tributo especial, la gran medalla peronista en grado extraordinario otorgada por Perón, la dedicación del próximo 17 de octubre decretada por la CGT y la fijación anual del 31 de agosto como “Día del Renunciamiento”. Pero las tensiones de esas jornadas hicieron crisis en su organismo y a lo largo del mes de septiembre su salud fue decayendo, ahora de manera inocultable.

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Los motivos de un No Todo el proceso corrido entre la proclamación de Evita, a principios de agosto, hasta los últimos días de este mes con el discurso de su renuncia, trasunta —al menos para quien esto escribe— un inmenso desgaste inútil. Si Perón consideraba inviable la candidatura de su esposa, una palabra al servicial Espejo le hubiera bastado para parar el movimiento insinuado en febrero, afirmado en junio con la campaña de la CGT y definido el 2 de agosto con la proclamación formal realizada por dos de las tres ramas del Movimiento Peronista. Por el contrario, el presidente dejó que la postulación surgiera, se generalizara y se convirtiera en clamor popular el 22 de agosto, para cancelarla el 31. Permitió que todo el país antiperonista se erizara con la perspectiva de Evita compartiendo la presidencia con su consorte; posibilitó que militares legalistas se unieran a la reacción castrense dispuesta a oponerse a semejante posibilidad. Pudo Perón hacer deslizar a los dirigentes de la CGT una oportuna confidencia sobre la salud de su esposa. Nada de esto hizo. Se abstuvo de tomar ninguna iniciativa, como si hubiera dado un paso atrás. Dejó que la máquina puesta en marcha

siguiera su curso,

asistió como

un ajeno al estallido de

los sentimientos colectivos en el ancho campo de la Avenida 9 de Julio. Luego, la ilusión que el pueblo había creado, estalló apagadamente como una pompa de jabón. Un inmenso desgaste inútil. El alivio que sintieron los antiperonistas cuando Evita declinó su candidatura no compensó la

sensación de horror que los había invadido. No necesitaba Perón esos nueve días extendidos desde el Cabildo Abierto hasta el discurso del “renunciamiento” para comprobar que la candidatura de Evita era inútil, provocativa e inaceptable para una parte significativa del país. Agregarla al binomio que él debía encabezar, era inútil: ella no aportaba nada que el mismo Perón no tuviera. Además, ¿quién podía prever los virajes y maniobras que Perón se vería obligado a hacer en el futuro? ¿No llegaría Evita a ser una presencia molesta? Como en el soneto de Miguel Hernández, podía convertirse en un “perro fiel a su amo aunque importuno”..... Evita no era una política; era una mística. Ignoraba las concesio-

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nes y flexibilidades que conlleva toda política. Cuando las circunstancias se tornan difíciles, la política es más necesaria que nunca; el misticismo, no. No podía ignorar Perón todo esto, desde el principio. Entonces, ¿qué fue lo que ocurrió con ese episodio que tantas conjeturas suscitó entonces y después? Es muy simple y, como ya se ha destacado, ella lo dejó entrever en el diálogo que tuvo con el pueblo durante el Cabildo Abierto. Su candidatura había sido una maniobra implícita o expresamente convenida entre ella y Perón para taponar un puesto que, de quedar vacante algunos meses, suscitaría esas pujas internas que el presidente detestaba. No había olvidado aquel verano de 1945/46, cuando las ambiciones de sus partidarios convirtieron en un caos su naciente movimiento y le hicieron perder el control de varias provincias. Dejar abierta la competencia por la candidatura vicepresidencial era exponerse a convertir el peronismo en una bolsa de gatos, por reprimida que estuviera la vida interna del partido. En cambio, congelando el segundo cargo de la República con el nombre de Evita, el peligro quedaba bloqueado y Perón podía imponer a último momento el hombre que quisiera, el más irrelevante, como era Quijano: “en política, ío sono ío...”. No sería ésta la última vez que el líder justicialista usaría este recurso a lo largo de su dilatada trayectoria. Evita confesó el enjuague en la emoción de la noche del 22 de agosto: “lo hice por el pueblo y por Perón, porque no había ningún hombre que podía acercarse a la distancia sideral de .él...”; “porque así podían conocer (ustedes) a los hombres con vocación de caudillos...” Hay que aclarar que “caudillos”, en el lenguaje peronista de la época, era una palabra usada peyorativamente para indicar a los pequeños mandones, los ambiciosos. Perón muchas veces distinguió entre el “caudillo” y el “conductor”; el primero se deja

llevar por los acontecimientos, el segundo los conduce él. El Consejo Superior del Partido Peronista, la víspera de las elecciones del 11 de noviembre, recordaría que “ni los patrones ni los doctores ni los caudillos son peronistas”. Todo lo que asociara con el viejo comité, como el “caudillo”, era repudiable, y hasta Discépolo en sus charlas hablaba mal de las empanadas, como un resabio despreciable de la vieja política. De modo que Evita

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estaba confesando que su nombre había sido lanzado para frenar a los ambiciosos “con vocación de caudillos”. Y a continuación fue todavía más explícita: “...el general, con mi nombre, momentáneamente, se podía amparar de las disensiones partidarias”; es decir, podía cubrirse y defenderse de las pujas que podían suscitarse en torno a la integración de la fórmula. En síntesis, para Perón la candidatura de Evita fue sólo una maniobra. Raúl Margueirat, jefe de Ceremonial de la Presidencia y uno de los íntimos de la pareja presidencial, afirmó años después que la candidatura de Evita “fue una chifladura de Espejo que ella nunca aceptó. Evita era muy centrada y se daba cuenta que eso

era muy irritativo”. Pero la iniciativa fue creciendo por sí sola, adquirió fuerza, la CGT la motorizó, encantados sus dirigentes de institucionalizar a quien era su permanente apoyo, y lo que había sido un gambito de distracción. cobró de pronto una poderosa realidad popular, se convirtió, a lo largo del Cabildo Abierto, en un tremendo problema con la insistencia del pueblo y la vacilación de ella, halagada por la reiterada aclamación pero sabedora de que no podía seguir adelante el juego. De ahí las contradicciones de esa noche y la abrupta declinación formulada ante Espejo al día siguiente. No hubo presión militar, como algunos han creído. Existía, ya se ha dicho, malestar e irritación en sectores castrenses, frente a la posibilidad de que “esa mujer” fuera vicepresidente, pero no hubo planteos concretos ni insinuaciones oblicuas. Ya sabían los militares cercanos a Perón la suerte que habían corrido otros colegas que formularon sugestiones parecidas sobre Evita, en años anteriores. El ex ministro Lucero afirmó, en sus memorias, que antes del “renunciamiento” él había transmitido al general Lonardi la seguridad de que Evita no sería candidata. Perón sabía que no podía serlo por muchas razones, tanto políticas como personales, pero planeó todo en función de los posibles problemas internos de su partido. De pronto, en la noche del 22 de agosto, encontró que el movimiento no podía pararse. Finalmente clausuró el episodio, llenando de halagos a su esposa: buena chica, había cumplido bien su papel. Los peronistas nunca entendieron lo que pasó; no advirtieron que, simplemente, él había usado una vez más a Evita para sus fines políticos. Pero si el juego de la candidatura de Evita la había llevado a

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un punto emocional casi insoportable, si el mismo juego acariciado por el pueblo peronista había terminado en la amarga desilusión del 31 de agosto, ese juego justificaba la conspiración que en ese momento llegaba a su etapa decisiva. Más allá del “renunciamiento”, el rechazo de los sectores antiperonistas por la inclusión de Evita en la fórmula continuaba en ciertos núcleos de las tres armas y articulaba las arduas conversaciones de algunos militares, aeronáuticos y marinos, mes de septiembre.

en los finales de agosto y principios del

Vísperas de golpe Con cierto simplismo y basándose en la información de primera mano brindada por el coronel Juan V. Orona en su libro La dictadura de Perón, el historiador francés Alain Rouquié afirma que en 1951 “se habían estado preparando tres conspiraciones simultáneas en torno al coronel José Francisco Suárez y a los generales Lonardi y Menéndez”. En realidad y dejando aparte el caso de Suárez, que se cortaba solo y estaba demasiado marcado para llevar a cabo una conspiración exitosa, había una sola conspiración en 1951. O mejor dicho, un estado de virtual alzamiento en algunos sectores del Ejército que sólo necesitaba un jefe para materializarse. Esta situación venía desde 1949 y se arrastraba a lo largo de charlas de casino sin mayor trascendencia, sobre todo en la Escuela Superior de Guerra, donde profesores y alumnos eran mayoritariamente antiperonistas, y en la Caballería, el cuerpo aristocrático por excelencia, donde muchos oficiales ostentaban apellidos tradicionales. Pero a principios de 1951, los acontecimientos que se han relatado y particularmente la clausura de La Prensa y la posibilidad de Evita en la vicepresidencia, fueron convirtiendo las conversaciones en planes más concretos. Dos figuras aparecieron entonces como posibles jefes de la revolución. El general Lonardi tenía la ventaja de estar en actividad; contaba 53 años y su conducta profesional era irreprochable. Era un hombre de maneras suaves y modos pausados. Aunque guardaba un viejo fastidio por Perón desde que éste lo había puesto en una incómoda situación en Chile, quince años atrás, cuando le hizo caer en una trampa de la contrainteligencia sin advertirle del

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riesgo, sus sentimientos personales nada tenían que ver con su posición política. Lonardi creía perdida la República y veía la revolución como la única salida. Jefe del ler. Cuerpo de Ejército con asiento en Rosario, no confiaba, sin embargo, en sus oficiales, y su base operativa era la Escuela Superior de Guerra y la

Caballería. El general Menéndez era una figura más carismática pero menos confiable, con su tempestuosa historia personal de golpes fracasados y resonantes actitudes. Retirado desde 1942, había sido un cerrado nacionalista; aseguraba haber evolucionado desde aquellas posiciones, y cuando lo decía con su gran cara de pájaro dominada por unas espesas cejas, no podían caber dudas que era sincero y que, además, sería capaz de morir valientemente en su empresa. A través de dos hijos, oficiales de Caballería ambos, mantenía contactos con militares jóvenes y ampliaba el círculo de sus compañeros de complot. No vamos a relatar las alternativas de la conspiración que, cada uno por su lado, elaboraron Lonardi y Menéndez en los primeros meses de 1951. Ambos coincidían en que era necesario salir a la calle antes de las elecciones, y por eso el adelanto de los comicios activó las labores —y también profundizó sus diferencias—. Menéndez había evolucionado desde su inicial nacionalismo pero su grupo civil era básicamente conservador; Lonardi, lego en política, aspiraba a contar con el respaldo de todos los partidos y coincidía, en buena medida, con la política social de Perón, cuyas- realizaciones había que mantener, a su juicio. Su rival invalidaba totalmente el régimen peronista y tenía una visión más aristocrática —si es posible decirlo así— de las tareas del futuro gobierno revolucionario. Algunos de los políticos que anudaban contactos con ambos, insistían en la conveniencia de que unieran sus esfuerzos. En el mes de agosto, Lonardi y Menéndez efectuaron dos entrevistas en un automóvil que paseaba por los bosques de Palermo: no llegaron a un acuerdo y cada uno ocultó al otro la realidad de sus respectivos apoyos militares. Como acertadamente dice Potash, más que discrepancias de fondo, lo que los separó fue “la dignidad personal, el orgullo y la ambición”. El 27 de agosto, Lonardi, harto de las directivas políticas con que el ministro Lucero lo bombardeaba, solicitó su relevo de la jefatura dei ler. Cuerpo y su retiro, pedidos que le fueron

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concedidos de inmediato. No parece que se sospechara de él; los oficiales detenidos en junio no habían tenido ningún contacto con Lonardi y tampoco Suárez estaba vinculado a sus manejos. Libre de sus obligaciones, Lonardi se dispuso a acelerar sus trabajos; de él decían sus compañeros de conjura que sólo saldría cuando estuviera listo “el último clavo de la última herradura del último caballo”. No quería exponer a sus compañeros a una derrota y temía la represión que podía seguir a un golpe fracasado. Pero sus apreciaciones le hacían ver con pesimismo la situación militar y, por otra parte, Evita ya había producido su “renunciamiento”, con lo que desaparecía uno de los motivos emocionales más poderosos de la conspiración. Sean cuales hayan sido sus propios fundamentos, el hecho es que en algún momento de las dos primeras semanas de septiembre —según Potash— o el 22 de septiembre —según Orona— Lonardi desistió de seguir adelante, dejó a sus amigos en libertad de acción y envió a Menéndez un mensaje: —Le deseo todo éxito. Pero caballerescamente no me parece correcto dejar un grupo para incorporarme a otro. Unos pocos oficiales amigos de Lonardi, que desconfiaban de la capacidad militar y la ideología de Menéndez, imitaron la actitud de su jefe y se quedaron quietos. El nuevo cabecilla de la conspiración expropió la mayor parte del núcleo que había colaborado con su rival, lo incorporó a sus trabajos y se dedicó a ultimar los detalles de su plan. Es curioso que en 1951 Menéndez haya basado su estrategia en el mismo postulado que Lonardi manejó en 1955: establecer un núcleo revolucionario contra Perón, para que la estructura entera del régimen se desplomara. Pero en 1955 Lonardi tenía razón, porque estaban dadas las condiciones para que ello ocurriera. En 1951, por el contrario, la autoridad de Perón permanecía incólume, al igual que su vigencia popular y la adhesión mayoritaria de las Fuerzas Armadas a las autoridades constitucionales. Á lo que había que sumar la proximidad de las elecciones: un golpe destinado a impedir comicios siempre resulta antipático... De todas maneras,

Menéndez,

con su particular manera

de ver las

cosas y el microclima creado por sus amigos conservadores, poniendo en juego su coraje personal y la fidelidad de los jóvenes oficiales que lo acompañaban, se dispuso a vestir su viejo unifor-

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me y sacar las tropas en un itinerario que, extrañamente, no dejaba de tener un parecido con el que pIEmb Uriburu en 1930 para derrocar a Yrigoyen. Su plan era audaz y tenía la ventaja de poder desarrollarse en rápido trámite. Los revolucionarios saldrían de Campo de Mayo con el regimiento de tanques; incorporarían al Colegio Militar —-““cuya oficialidad estaba potencialmente sublevada”, aseguró Menéndez— y se dirigirían a un punto situado entre La Tablada y San Justo para reunirse con el Destacamento de Exploración de La Tablada que previamente habría ocupado la base aérea de Morón para permitir el aterrizaje de los aviones Gloster de Tandil. Reunidos los efectivos terrestres, el avance de la columna hacia la Capital Federal se haría por la avenida Juan Bautista Alberdi y después por Rivadavia hasta la Casa de Gobierno en una marcha que, además del mismo itinerario, acaso tuviera el mismo marco popular que había acompañado veintiún años antes a Uriburu. Mientras esto aconteciera,

los aviones rebeldes se concentrarían

en Morón y en la base aeronaval de Punta Indio para equiparse y

bombardear, si fuera necesario, los aeródromos de Ezeiza, Aeroparque y Quilmes; eventualmente se bombardearía la Casa de Gobierno. En cuanto a la fecha, Menéndez decidió fijarla el 28 de septiembre porque ese día el regimiento de tanques de Magdalena estaría en maniobras, alejado de su asiento: era la unidad más combativa de los alrededores de Buenos Aires y sabíase que su oficialidad era leal al gobierno; al mismo tiempo, ese día la fuerza aeronaval del Plata, mayoritariamente rebelde, debía cooperar con las maniobras, lo que le permitiría estar presta para plegarse al movimiento. Era un esquema sencillo pero dependía de muchos factores dudosos, y en esto radicaba su debilidad. Así, el movimiento empezaría con inconvenientes y habría de terminar en un desastre, diez horas después de su inicio.

El 28 de septiembre El 27 de septiembre, poco después de mediodía, Menéndez y sus ayudantes se instalaron en una quinta de Morón. Allí; el jefe revolucionario dictó el contenido de una proclama que se

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imprimió horas más tarde en un taller gráfico de la capital. El breve texto acusaba al gobierno de haber llevado a la Nación “a una quiebra total de su crédito, interno y externo, tanto en lo moral y espiritual como en lo material”. Por eso había resuelto encabezar un “movimiento cívico-militar que por sintetizar un sentimiento casi unánime deberá conducirnos indefectiblemente a dar término a una situación que no puede ya ser sostenida ni defendida”. Agregaba: “cuento para ello con el apoyo de las fuerzas de tierra, mar y aire y el respaldo de la ciudadanía representada por figuras prominentes de los partidos, comprometidas a una tregua política que asegure la más amplia obra de conciliación nacional y el retorno a una vida digna, libre y de verdadera democracia”. No decía una palabra más sobre la acción del futuro gobierno revolucionario. A la madrugada del día siguiente, Menéndez entró a Campo de Mayo sin ninguna dificultad, por la puerta N* 8, previamente tomada por oficiales revolucionarios. La Escuela de Caballería lo esperaba en formación, y Menéndez arengó a la tropa y saludó a los cuadros. Hasta ahí, todo iba bien, pero las dificultades comenzaron en seguida. En el regimiento de tanques, adonde se

dirigió inmediatamente, se advertían vacilaciones y reticencias entre los suboficiales; además, se comprobó que los vehículos carecían de combustible. Cuando empezaba la tarea de aprovisionamiento, demorada por la falta de un camión cisterna, apareció el jefe de la unidad, que se dio cuenta de lo que ocurría y trató de resistir, con su arma, el arresto con el que fue intimado. Se suscitó un confuso tiroteo: un suboficial, el cabo José Farina, murió, y dos de los oficiales revolucionarios, un hijo de Menéndez - entre ellos, quedaron heridos.

Superado el trance, había que seguir abasteciendo de combustible a los vehículos. Pero ya eran las 7 de la mañana y Menéndez ordenó salir con los tanques que se pudiera. Sólo dos o tres lograron arrancar; probablemente los restantes fueron saboteados por los suboficiales. Era un cortejo que podía parecer grotesco, si no fuera por el compromiso de honor de quienes lo componían, decididos a cumplir con la solidaridad dada a Menéndez: los tanques, unos pocos semioruga y unos doscientos hombres de tropa. Los oficiales que fueron apresados por los revolucionarios quedaron en libertad

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al salir la columna de la puerta N% 8. La Escuela de Caballería, núcleo de la resistencia militar antiperonista, no había reaccionade como se esperaba, y muchos oficiales se quedaron en las cuadras al escuchar el tiroteo en el regimiento de tanques. Pero tampoco el Colegio Militar respondió a las esperanzas de Menéndez. Después de una hora de marcha, el cabecilla entró al colegio para instar a su director a que se plegara al movimiento. —i¡No más revoluciones, mi general! —fue la respuesta, después de evaluar, con un rápido vistazo, la escualidez de la columna. Mientras esperaba afuera el resultado de la gestión de Menéndez, el capitán Alejandro Agustín Lanusse —