Observacion Y Explicacion

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Norwood Russell Hanson Observación y explicación: guía de la filosofía de la ciencia. Patrones de descubrimiento

Investigación de las bases conceptuales de la ciencia

Versión española de Enrique García Camarero (para «Patrones de descubrimiento») y Antonio Montesinos (para «Observación y explicación»)

Alianza Editorial

Título original: Observaron and Explanation: A Guide to Pbilosopky of Science Patterns of Discovery.-An Inquiry into the Conceptual Fotindations of Science

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Cambridge Universíty Press, 1958 (Patterns of Discovery) 1971 by F. Fay Hanson; por autorización de Harper & Row Publishers, Inc. (Observaron and Explanation) Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1977 . ISBN: 84-206-2177-3 Depósito legal: 3.614-1977 Fotocomposición, Compoprint, Marqués de Monteagudo, 16, Madtid-28 Printed in Spain Impreso en Artes Gráficas EMA. Miguel Yuste, 31. Madrid-17

INDICE

Observación y explicación: guía de la filosofía de la ciencia Prefacio, por Stephen Toulmin.................................................................................... O bservación ....................................................................... ............................................... H e c h o s . . : ....................................................................................................................... M e d i c i ó n . . . . . ............... ................................................................................................ Inducción ......................................................................................................................... Experimentos..................................................................................................................... C au sa lidad ................................................................................................................ Explicación ...................................................................................................................... Teorías ............................................................................................................................. L eyes........... ...................................................................................................................... H ipótesis-D educción....................................................................................................... Retroducción .................................................................................................................... Entidades teóricas ...................... ................................. ................................................. Teorema de C raig . .................................................................................................... Verificación .................................‘..................................................................................... R efu tación .............................................................. .......................................................... M odelos....................................... ...................................................................................... Patrones de descubrimiento. Investigación de las bases conceptuadas de ia ciencia

9, 11 16 20 23 25 29 35 39 42 49 51 54 55 58 60 60,

Introducción....................................................................................................................... I. Observación .......................................................................................................... II. Hechos...................................................................................................................... III. Causalidad................................................................................. .............................. IV. T eo rías..................................................................................................................... V. Física clásica departículas............... .................................................................... VI. Física de partículaselementales ......................................................................... Apéndice I ......................................................................................................................... Apéndice II .......................................................................................................................

73 77 U3 137 163 193 229 289 291

PREFACIO

Norwood Russell Hanson (1924-67) fue un hombre fuera de su tiempo, un carácter del Renacimiento florentino desarrollado en los Estados Unidos contemporáneos. Hanson mostró lo mucho que todavía puede lograr, incluso dentro de la profesionalizada sociedad tecnocrática de la mitad del siglo X X , el verdadero amateur: el hombre que se convierte a st mismo en un maestro de un arte o ciencia motivado por su curiosidad, amor u obstinación pura, sin conexión con el problema de ganarse la vida. Y mostró que tal amateur puede conseguir una gran riqueza y variedad de experiencia en toda una gama de actividades que desbordan las fronteras existentes entre ellas. De estemodo, se convirtió en un «hombre de muchos oficios» y, de un modo propio muy especial, en un / maestro de todos ellos. Cuando Russ Hanson murió en Abril de 1967, pilotaba su propio Grumman Bearcat, con el que había planeado batir el récord mundial de velocidad para aviones con motores de pistón. (Había aprendido a volar como piloto de la Armada de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y, en los años que estuvo en Y ale, daba exhibiciones acrobáticas en verano con el apodo de «El profesor volador».) Pero era también un músico de talento, que improvisaba al órgano, a la trompa o a la trompeta, e igualmente un dibujante notable, con una disposición especial para los dibujos de figuras grotescas e imaginativas que recuer­ dan a las de Fuseli o Blake. Si su propia casa necesitaba atención, igualmente hacía el trabajo por sí mismo, colocando en su sitio sin la ayuda de máquinas, vigas de acero ante las que hubiesen palidecido

muchos maestros de obras. Incluso la física teórica, sobre la que escribió como filósofo con tanta autoridad y confianza, la había aprendido en gran medida por sí solo; y, en los últimos años de su vida, podía discutir los problemas más técnicos de la mecánica cuántica con los profesionales punteros de ese campo, de una forma que ganaba su respeto, en extraño contraste con la frustrada' exasperación con que los científicos activos consideran los argumentos de la mayoría de los filósofos de la ciencia profesionales. Hanson adquirió en gran medida su educación universitaria, des­ pués de cumplir sus obligaciones militares, en las universidades de Chicago y Columbia, y fue como graduado a Oxford. Allí añadió rápidamente a sus habilidades previas la maestría en los métodos del análisis filosófico británico posterior a la guerra, y fue nombrado catedrá­ tico de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Cambridge. Después de los acontecimientos de Suez en 1956, desilusionado con Gran Bre­ taña, regresó a Estados Unidos y se enfrascó en la tarea de organizar el recién creado departamento interdisciplinario de Historia y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Indiana, que en gran medida debe su ímpetu continuado a sus esfuerzos. Los ensayos y los polémicos escritos de Hanson abarcan el espectro completo que va de la lógica filosófica a la teología, la teología, es innecesario decirlo, de un no creyente; porque en religión; como en todas las cosas; era fuertemente ánti-impresionante. El dogmatismo, incluso en defensa de opiniones que él sustentaba, despertaba su espíritu polémico; consideraba todavía peor que creer «lo correcto por razones falsas» creer algo sin ninguna razón. Los dos libros publicados durante su vida, Patrones de descubrimiento y The Concept o f the Positron (el concepta de positrón); fueron ambos como pasteles intelectuales; variables en cuanto a textura, pero rellenos de cosas buenas. El ensayo que viene a continuación nos ofrece otros fragmentos característicos de ese estiló sabroso y lleno de modismos, que le fue tan propio y que sus amigos llegaron a apreciar tanto. S t e p h e n T o u lm in

Enero 1971

OBSERVACION Y EXPLICACION: G U IA DE LA FILOSOFIA DE LA CIENCIA

O bservación Pascal situó al hombre a mitad de camino entre los ángeles y las bestias. Es de esta posición, pensaba él, de la que surge la «situa­ ción humana». La ciencia, el glorioso logro del hombre moderno, se halla análogamente situada entre la matemática pura y la expe­ riencia sensorial bruta: es de la tensión conceptual generada entre éstas coordenadas polares de la qué provienen las perplejidades filosóficas sobre la ciencia. Este es el esquema de todo lo que sigue. Nuestra «Guía de la Filosofía de la Ciencia» recorrerá un terreno conceptual de temas estándar, enfocando primero a la Estila del formalismo y mirando después a la Caribdis del sensorialismo. La mayoría de las discusio­ nes filosóficas de la ciencia se dirigen inicialmente hacia las desnu­ das y escarpadas rocas de la simbología y regresan después hacia el otro extremo; el turbulento y prolíñco remolino de la fenomenolo­ gía^ ¡Pavoroso formalismo a estribor!, ¡empirismo informe a babor! Los más fructíferos de estos engagements du voyage resisten los embates hacia ambos desastres navegando a lo largo de la sutil línea de equilibrada razón y prudente moderación que apenas alcanza a distinguirse entre ellos. . ■ Nuestra estrategia será aquí delinear estos extremos (la «tesis sensorialista» y la «antítesis formalista»), señalando algunos de sus atractivos y de sus desventajas. Una resolución equilibrada que nos lleve por «el centro del canal» (una «síntesis estable y realista»),

u

será el objetivo que se perseguirá en cada etapa del sinuoso viaje que ahora emprendemos. La ciencia natural se interesa por los hechos de este mundo. Los resultados de tal interés se articulan en enunciados factuales. (Ninguna colección de enunciados «o-factuales puede constituir una ciencia natural.) Pero los enunciados factuales poseen esta propie­ dad: son «sintéticos» vis-a-vis su estructura como signos. Es decir, todo enunciado factual es tal que su negación no genera ninguna inconsistencia formal. E es sintético (en un lenguaje L), si, y sólo si, es consciente al tiempo que no-E también lo es; ni E ni no-E generan (en L) nada de la forma Q y no-Q. Un E de ese tipo podría ser un enunciado factual en L debido precisamente a que la pregunta «¿es E un enunciado de hecho?» no puede responderse mediante el análisis solamente. ¿Cómo puede, entonces, determinarse si un enunciado factual dado, £, es o no es verdadero, es decir, es un enunciado de hechos? El escrutinio semántico y simbólico no es suficiente; nada relativo al estudio de la sintaxis, o al análisis del significado, puede escoger un E como aceptable, a la vez que descarta no-E, por la vía de la sola inspección. Y ello debido a que tanto E como no-E son lógicamente consistentes, lo cual equivale a repetir que E, al ser un enunciado factual, es sintético. Se precisa de la experiencia observacional para separar aquellos enunciados factuales que «se cumplen» de los que no se cumplen, quedando sólo los primeros como candidatos a la inclusión en sistemas de ciencia natural informativa. (Ninguna colección de enunciados factuales conocidos como falsos puede constituir una ciencia natural.) Pero esto hace que el proceso de observación resulte algo «pavloniano», ¿no es así? Sugiere que los enunciados factuales se presenten por parejas (E y no-E), para ser después «sujetos» a contrastación observacional («din-don»), de tal manera que E o no-E resulta corroborado (¡salivación!). Sugiere que algo como «ácido» o «base» nos es indicado como respuesta por un papel de tornasol sumergido en un líquido. ¿Qué es lo que en las observa­ ciones científicas se corresponde con esa reacción del papel de torna­ sol ? ¿Dónde, y cuándo, domina el registro de datos simplicHer? (¿En qué medida puede lograrse una determinación observacional pasiva de la verdad o la falsedad?) Por descontado que, en situaciones experimentales que encie­ rran valoraciones, reacciones de papeles de tornasol o salivación como respuesta al sonido de una campana, el informe de las sensaciones del observador puede ser un dato significativo. «Ahora

rojo» o «din-don» pueden ser señales de observación de primor­ dial importancia en tales contextos. Los sabores de los ácidos, los olores de los gases, las texturas de las superficies, los colores de los fluidos, la temperatura de los circuitos, etc., precisan todos ellos de observadores normales, con circuitos neuro-sensoriales normales, a fin de determinar qué afirmaciones factuales son verdaderas y cuáles falsas. «El observador» no es, en estos casos, más que un detector animado; despersonaíizado, no es sino un retículo de receptores de señales integrado con una eficacia y fiabilidad mecá­ nicas considerables. En esta medida y por este motivo, cualquier persona normal podría hacer observaciones científicamente valio­ sas. El químico daltónico necesita la ayuda de otra persona con visión normal para efectuar un trabajo de valoración; el que se trate de otro químico, o de su hijo de seis años, no tiene importan­ cia. Mas, ¿existen observaciones que aquel último, el niño, no pueda hacer? Consideremos el siguiente pasaje escrito por Pierre Duhem: Entremos en un laboratorio, acerquémonos a la mesa poblada por una multitud de aparatos, una piia eléctrica, alambre de cobre recubierto de seda, pequeñas vasijas de mercurio, bobinas y un espejo montado en una barra de hierro; el experimenta­ dor está insertando en pequeñas aberturas los extremos metálicos de unos alfileres con cabeza de ébano; k barra de hierro oscila, y el espejo adosado a ella lanza una banda luminosa sobre una escala de celuloide; el movimiento hacia atrás y adelante de esta señal permite al físico observar mínimas oscilaciones de la barra de hierro. Pero preguntémosle qué es lo que está haciendo. .¿Responderá «estoy estudiando las oscilaciones de una barra de hierro que soporta un espejo»? No, dirá qué está midiendo la resistencia eléctrica de las bobinas. Si nos quedamos sorpren­ didos y le preguntamos qué significan sus palabras, qué relación tienen con los fenómenos que estaba observando y que nosotros contemplábamos al mismo tiempo que él, nos responderá que nuestra pregunta requiere una larga explicación y que deberíamos seguir un curso de electricidad. La Théorie Physique (París, 1914), pág. 218.

Por tanto, observar lo que el físico de Duhem considera que él está observando requiere algo más que una visión normal. Los receptores de señales ópticas, no importa lo sensibles y exactos que sean, no pueden proporcionar todo lo que se necesita para obser­ var la resistencia eléctrica. Se presupone también un conocimiento; la observación científica es, por tanto, una actividad «cargada de teoría» (por utilizar una expresión de Patrones de Descubrimiento, que parece estar ahora en boga). Los computadores fotosensibles sin cerebro —y también los niños y las ardillas— no hacen obser­ vaciones científicas, por muy notables que sean su recepción de señales y su memoria. Esto no puede sorprender a ningún lector de este libro. Que el movimiento de Marte es retrógado, que el flujo de un fluido es laminar, que la fricción del ala de un avión aumenta

rápidamente con el descenso, que existe una deficiencia de sodio en el suelo de Connecticut y que el índice de aguas de Norteamé­ rica ha descendido, son todas afirmaciones relacionadas con obser­ vaciones que sobrepasan con mucho el orden de complejidad que permite la experiencia sensorial bruta. Tampoco son casos que re­ quieran simplemente «extensiones» físico-biológicas de los sen­ tidos que ya tenemos, porque los telescopios, microscopios, termosensores no bastan para determinar que el movimiento de Marte es retrógado, que la sangre está intoxicada o que la actividad volcánica es inmanente. Ser capaz de dar sentido a los sensores exige conocimiento y teoría, no sólo más señales sensoriales. (La com­ prensión del significado de las señales de las banderas que ondean en el puente del Queen Elizabeth no suele requerir que se haga ondear aún más banderas.) Este reconocimiento de un fuerte elemento teórico dentro de la observación científica conduce algunas veces a los filósofos a dar a entender que las señales provenientes de la «materia de que' se trata» son menos importantes ‘de lo que realmente son. Para un Descartes, un Poincaré o un Eddington, la observación puede empequeñecerse hasta ser poco más que la provisión de valores para variables en un algoritmo teórico, en un marco de «compren­ sión». A tales pensadores los instrumentos de laboratorio, la medición y el diseño experimental pueden parecerles que entran en escena tan sólo para aportar las «condiciones iniciales», los mas simples puntos de partida localizados de la reflexión científica. Tales condiciones sólo recuerdan a «lo dado» dentro del cálculo matemático, son la ocasión para los problemas, no sus soluciones, no son «conocimiento» propiamente dicho. Aun como tales, a menudo deben ser «corregidos», remodelados y procesados para su posterior utilidad dentro de un sistema de cálculo. El teórico presiona al observador con preguntas como «¿en qué medida las desviaciones del ‘caso ideal’ son atribuidas simplemente a la tos­ quedad del aparato experimental?», «¿hasta qué punto son funda­ mentales para nuestra comprensión de los fenómenos las desviacio­ nes, amplitudes de error, fricciones, dislocaciones, deformaciones, etc. detectadas, cosas todas ellas inseparables de los instrumentos y técnicas de medición?» «En pocas palabras, ¿en qué puntos pode­ mos ignorar los ‘efectos laterales’ de las sondas insuficientemente sensibles que usted utiliza (y que, ¡ay!, ocupan nuestra atención) y, en cambio, ponderar los aspectos esenciales de los propios acontecimientos?» En este caso, es como si la «forma conceptual» de las teorías de uno, la postura y estatura de las presuposiciones de uno, determi­

nasen dónde han de «limpiarse» las observaciones; dónde deben realínearse y reprocesarse de modo efectivo para ser insertadas en el marco teórico de una ciencia, su estructura para la inteligibilidad. Sin duda es muy importante reconocer este rasgo central de la observación científica. La comprensión de los fenómenos se ve a menudo precedida por estudios sobre fluidos ideales, superficies sin fricción, palancas estrictamente rígidas, cuerpos perfectamente elásticos, envergaduras infinitas, traslaciones unidimensionales, par­ tículas puntuales y, en general, «casos puros». Cuando nuestras ideas de los procesos están estructuradas por tan delicadas concep­ ciones, los miles de sobresaltos naturales de la observación real pueden suavizarse y hacerse tratables en términos de «lo que es razonable». Una fontanería inexperta, una mala carpintería y una técnica pobre de banco de laboratorio no tiene por qué moldear nuestra comprensión de la materia de que trata una ciencia. Esta actitud fue bien transmitida por Laplace cuando escribió: Lá astronomía es un gran problema de mecánica en el que los elementos de los movimientos son las magnitudes constantes arbitrarías. La solución depende de la precisión dé las observaciones y de la perfección del análisis. Es muy importante rechazar todo proceso empírico, y completar el análisis, de manera que no sea necesario derivar de la observación sino los datos indispensables. M écanique Céleste (1799-1825), voi. 1.

Aunque Laplace reconoció la indispensabilidad de la observa­ ción en algún punto (si es que la teoría científica ha de estar enganchada al mundo natural «exterior»), su deseo era, no obs­ tante, el de mantener en el mínimo el contenido observacionaldescriptivo de la ciencia analítica. Así, el ‘trabajo’ de laboratorio debe estorbar tan poco como sea posible a la principal función de la empresa científica, a saber, la consecución de comprensión teórica, de conocimiento. Los refinamientos en conductos y circui­ tos, en la concentración de rayos y en el empleo de detectores, en la espectrometría, termometría e hidrometría pueden hacernos avanzar unos decimales con el informe de los resultados de las mediciones, pero es raro que determinen una forma nueva de una ecuación, o un nuevo tipo de inferencia relativo a un tema Periódicamente, sin embargo, los teóricos quedan atrapados en una actitud de «tanto-peor-para-lós-hechos». Históricamente, tal confianza parece casi comprensible, sobre todo después de los «descubrimientos exigidos por la teoría», como los del antiprotón, el antineutrón, el neutrino, el positrón de Anderson, el planeta Neptuno (cuyo descubridor fue Leverrier el teórico, no d’Arret, el ayudante de Galle, que fue el primer hombre cuya retina

distinguió el nuevo punto luminoso), etc. Pero aun así, el «punto medio» filosófico debe ser siempre el que reconozca que las observaciones significativas de una ciencia son aquéllas que cum­ plen los criterios de relevancia incorporados a la teoría vigente y, al mismo tiempo» son capaces de modificar esa teoría mediante el riguroso e inquebrantable reconocimiento de «lo que es el caso», de los hechos. La ciencia no fabrica los hechos, por mucho que pueda darles forma, color y orden. Hechos Las observaciones lo son de cosas como pares de partículas, perturbaciones y polinización. Los hechos son que, por ejemplo, se produjo un par en una lluvia de rayos cósmicos en x,y,z y t. Otro hecho es que nuestra luna perturba, o desvía, a los satélites artificiales de sus órbitas circunterrestres «puras» (kepleríanas). Otro hecho es que nuestro sol está situado a 30.000 años-luz del centro de nuestra galaxia. Las construcciones lingüísticas con la conjunción «que» están siempre cerca de toda articulación de lo que los hechos son; y de un modo necesario. Esto debe sugerir cierta intimidad conceptual entre lo que consideramos hechos y el lenguaje en que los afirma­ mos, o al menos entre los hechos y los tipos de entidad lógica que designamos como ‘enunciados’. El enunciado E afirma que x, y, y 2. Si E es verdadero, entonces el hecho debe ser que x,y,z. Tal verificación puede haberse realizado por la vía dé la observación científica de aquello que E describe como verdad. (Por supuesto que las líneas conceptuales no están en este caso muy nítidas, podría decirse que el científico observa que x, y, z, haciendo de esa manera evidente la verdad de E. Pero lo que se pretende, parece claro.) Nuestras observaciones de, por ejemplo, las flores y las abejas, y de lo que hacen (E) puede establecer como un hecho para nosotros que E, en cuyo caso (dado que optásemos por expresarnos lingüísticamente a tal efecto) afirmaríamos que E. Observamos objetos, procesos y acontecimientos. Pero los hechos deben ser un tipo diferente, lógicamente diferente, de denotatum. Nosotros no observamos hechos (¿qué aspecto tendrían?). Los hechos no son objetos, o colecciones de objetos, o constelaciones de objetos. Los hechos son para el caso que, v. g., una abeja, al tiempo que chupa el néctar de una flor, recoge polen con sus patas, depositándolo más tarde en otras plantas y fertilizándolas de ese modo. Un enunciado a ese respecto sería verdadero, o falso, en virtud de hechos de ese

tipo, y no debido a la simple existencia de abejas y flores, y ciertamente no a causa de que tales hechos sean abejas y flores, o sus interrelaciones geométricas, o enunciados verdaderos sobre ellos. Los hechos son aquello que afirman los enunciados verdaderos. Los intentos de concebir los hechos como objetos, o constela­ ciones de objetos, han sido notorios durante este siglo. La motiva­ ción es siempre la misma: si los términos de color han de estar directamente relacionados con los colores, y los nombres directa­ mente relacionados con los objetos, entonces los enunciados (pre­ sumiblemente) han de estar directamente relacionados con los hechos (como si éstos pudieran fotografiarse, transportarse o guar­ darse en cajas), ai igual que con cualquier conjunto de objetos y procesos. ‘Rojo’ está ligado al color de la amapola; ‘Fido’ está ligado con el ocupante de aquella perrera; por tanto, también lo que expresa ‘La lengua de Fido es roja’ está ligado a que la lengua dé Fido tiene color, es decir, al hecho de que la lengua de Fido es roja. El enunciado describe la lengua, afirma un hecho sobre ella. Ergo el hecho es la lengua roja; así es como se desliza el escurridizo argumento* Pero las nociones de fotografiar hechos (¿Lenguas rojas?), de transportar lo que los enunciados verdaderos afirman, de vallar, o envolver, lo que la observación y el experimento revelan que sucede (¿Podemos guardar en una caja el hecho de que iá lengua de Fido es roja?) son nociones con las que algo anda mal, al igual que con estos modos de expresarlas. Afirmamos hechos, los enumeramos, ios clasificamos para posteriores referencias. Los conjuntos de objetos no se acomodan a tales locuciones. (No podemos afirmar a Fido.) Sin embargo, es el duro, tenaz, objetivo e intratable rasgo de ‘los hechos’ (que son lo que son con independen­ cia de cualquier teoría engreída que afirme lo contrario) lo que ha dado algún valor filosófico a la posición de que los hechos no son sino otro tipo de mobiliario en el guardamuebles del mundo. (Las conferencias de Bertrand Russell sobre El Atomismo lógico son un ejemplo oportuno.) En principio no son diferentes, para tales filósofos, de los conjuntos de objetos, de las constelaciones de acontecimientos y de las configuraciones de situaciones, siendo todos estos denota fotografiables, guardablés y fechables, cosas que los hechos no son. Para este modo de pensar, entonces, el resul­ tado directo de la experimentación, observación, contrastación y medición son, y siempre han sido, los hechos; los objetos* aconte­ cimientos y situaciones expuestos sobre la mesa, en el observato­ rio, en el campo de trabajo. El observar la intimidad conceptual que predomina entre «los hechos» y ios enunciados de los hechos, sin embargo, sugiere a

otros filósofos que puede no exitir nada lógicamente menos com­ plicado respecto de los hechos que respecto de ios propios enuncia­ dos. Dado que los enunciados son conceptualmente más intrin­ cados que los nombres, así también los hechos deben ser con­ ceptualmente más intrincados que los objetos; más intrincados también que los conjuntos de objetos. El carácter cargado de teoría de «los hechos» pronto liega a impresionar a tales pensadores inclu­ so con más fuerza que en ei caso de la observación. Porque sea lo que sea lo que hay «ahí fuera» que nos hace decir (con verdad) que el espacio inmediatamente adyacente a nuestro sol es no-euclídeo, o que las propiedades de simetría observadas en nuestro universo indican ia existencia de una antipartícula en correspondencia con cada una de las partículas ‘familiares’ que se conocen se trata de hechos. A tales cosas se les asigna «facdeidad» porque ‘anclan’ los enunciados menos vulnerables en la física teórica vigente. La tendencia filosófica será, por tanto, en este punto, concebir «los hechos» como aquellas organizaciones objetivas de objetos, acon­ tecimientos y estados de cosas de una disciplina científica que hacen verdaderas las teorías que mantenemos. Surge así la opinión de que «los hechos» son justo aquellas condiciones que curñple una disciplina para que pueda aplicársele una teoría dada: las condi­ ciones límite. En ese sentido, los hechos están «determinados teóricamente»; algo así como las reglas del ajedrez determinan cómo debe estar dispuesto el tablero en el comienzo, y cuáles serán los movimientos permisibles a partir de ahí, de manera que el inter­ cambio subsiguiente pueda ser describible como «ajedrez». Así, desde el punto de vista wittgensteiniano: ...nada dice acerca del universo que se le pueda describir por la mecánica newtoniana; pero sí dice algo que se le pueda describir como de hecho se le describe. Tractatus Logico-Pbtlosopbicus, 6.342.

La «ciencia posible» es, por tanto, una infinitud potencial de teorías posibles — juegos de ideas científicas— algunas de las cuales se aplicarán a cuestiones de facto, pero la mayoría de las cuales no lo harán. Aplicables o no, tales redes conceptuales son estructuras identificables de enunciados, como lo fueron las teorías del flogisto y del calórico. Los hechos, desde este imponente punto de vista, no son sino aquellas condiciones objetivas, tridimensiona­ les, que una materia debe cumplir para ser calificada como tratable e inteligible a través de la lente de esta teoría, o de ésa, o de aquélla; y en algunos casos, por supuesto, «los hechos fenoméni­ cos» no cumplen con las condiciones de contorno de ninguna de las teorías vigentes (v.g., las láminas de inversión en la antigua

Grecia, el magnetismo de los imanes naturales para Carlomagno, la luminosidad de las luciérnagas en la época de Galileo, la percepción extrasensorial en la actualidad). Entonces, la materia en cuestión está (se desea que temporalmente) «más allá de la ciencia». Con respecto a tales complejos de fenómenos, abunda siempre una considerable confusión sobre lo que son los hechos. Vemos aquí de nuevo actitudes filosóficas (ahora aquéllas con­ cernientes a los hechos) que abarcan todo el camino que va desde el empirismo en bruto a un idealismo teórico casi abstracto. Pero aquí, como en todos los lugares del firmamento filosófico, existe una vía media. Adviértase un rasgo conceptual de las escenas y paisajes. Cuando un artista habilidoso se enfrenta a la escena del amanecer, puede verse inducido a llevar al lienzo los colores, formas y texturas. Después de haber hecho ésto, puede observar el parecido existente entre la escena de «allí fuera» (en el Este) y la escena que contempla en su lienzo. ¡Es realmente un hábil pintor de paisajes! Al igual que el jardinero paisajista da forma a los árboles y arbustos reales de las laderas orientales* así nuestro artista «da forma» a las manchas correspondientes de su lienzo. El paisaje está «ahí fuera», pero también es capturado para siempre en su pintura. La «escena» y el «paisaje» son, por tanto, términos con rostro de Jano. El complejo de objetos tridimensionales del Este al amanecer es tal que puede ser capturado sobre el lienzo: es ese tipo de designatmn. Las escenas que se hallan continuamente ante nuestros ojos com­ prenden las posibilidades inherentes a los objetos y acontecimientos de ser captados sobré un lienzo, o de ser fijados en una fotografía. La pintura (si tiene éxito en su «captación») será «fiel». La misma escena es, por lo tanto, aprehensible de varios modos: «ahí fuera» in rerum natura, y también sobre lienzos, en películas, en espe­ jos, etc. La analogía con los hechos debe resultar evidente. Las posibilida­ des de ser descritos de este o aquel modo constituyen los rasgos objetivos de los acontecimientos y procesos de nuestro mundo. En la medida en que nuestras descripciones (que mediante el álgebra resultan más articuladas y precisas) ejemplifiquen tales posibilidades, en esa misma medida, son verdaderas. La descripción científica es verdadera, entonces, cuando afirma «los hechos». Y de nuevo, ¿qué son ‘los hechos’? Justo aquellas posibilidades estructurales inherentes a los estados de cosas tales que algunbs enunciados formulados sobre estos estados sean certificablemente verdaderos y algunos certificablemente falsos. Lo que los enunciados afirman cuando son verdaderos (y, por descon­

tado, lo que niegan cuando son falsos); esto son los hechos. Los hechos, por tanto, constituyen posibilidades-de-enunciadosverdaderos («describabilia») dentro de una materia. «Hecho» es también un término con cara de Jano, por lo tanto. Los hechos están «ahí fuera» en la materia; están ‘allí’ y son potencialmente describibles aun antes de que nadie los haya articulado. Sin em­ bargo, una vez que toman cuerpo en un lenguaje, esos mismos he­ chos son afirmados, es decir, expresados de modo explícito. Los hechos están «ahí fuera», y son, no obstante, afirmables. Los hechos, entonces, son los describabilia de este mundo. Antes de ser captados por el lenguaje, son «describabilia naturales»; después de la captación lingüística, son «describabilia expresados» (es decir, descritos). Así, igual que los paisajes son las posibilidades estructu­ rales que campos reales tridimensionales presentan a los pintores que aspiran a manifestar lo que es fiel a la realidad» (jen lós paisajes pintados!), los hechos son aquellas posibilidades estructura­ les de las (infinitamente) diversas variedades de materias tales que lo s científicos que la desean puedan tener éxito en afirmar lo que es «fiel a la realidad» de esas materias (jen sus sistemas de enunciados de hecho!). Así, «tomar conocimiento de los hechos» es mucho más que simular y emular a un receptor de datos hipersensible. Por otro lado, parecer ser también algo más que el empalme de las reglas y definiciones de una teoría científica con el mundo, seleccionando con ello para el estudio sólo aquellas materias que sean «cooperati­ vas» con las teorías vigentes. Mejor aún, «los hechos» surgen aquí como las posibilidades que tiene el mundo de ser descrito en un lenguaje disponible; posibilidades que estarán en todas partes tan «cargadas de teoría» como las propias descripciones han revelado estarlo. (¿Podría E ~ me2 haber expresado un hecho hace un millón de años? ¿Para quién?) Y esto será así, aunque tales descripciones conciernan sólo a simples registros de color, como en las valora­ ciones químicas, o a intrincadas y sutiles asignaciones numéricas, como en la mayoría de los casos normales de medición. Medición Una vez más, existe la tendencia a considerar las materias de la ciencia como porciones del mundo, como estando «ahí fuera» —reposadas, quietas y ricamente ad ornadas de propiedades— aguardando pasivamente a nuestros teodolitos, telescopios, micros­ copios, balanzas, centrifugadoras, galvanómetros, aceleradores, etc.

Igual que la cámara recoge lo que está puesto y expuesto ante la lente para que sea recogido, así (aparentemente) estos instrumentos de medición registran y recogen objetivamente los grados en que ciertos objetos, procesos y acontecimientos poseen y manifiestan ciertas propiedades. Sin duda, lo que irrisoriamente se designa como «empirismo de secano» recoge algo de su atractivo de tal visión acrítica de la naturaleza de la medición. Sólo durante las revoluciones científicas de este siglo—la Teoría de la Relatividad y la Mecánica Cuántica— se han efectuado modificaciones duraderas de ese penetrante, poderoso y perenne punto de vista. Cuando los operacionalistas prácticos (como Mach, Einstein y Bridgman) comenzaron la bús­ queda del «valor al contado» de términos como masa, simultanei­ dad y tiempo, se hizo evidente un cierto ‘enredo’ entre la materia y el observador. La contraseña es ahora ‘interacción’. ¿Qué significa, tal como todos los astrofísicos anteriores a 1900 habrían creído significativo decir, que una explosión en Alfa del Centauro tuvo lugar «al mismo tiempo» que algún acontecimiento terrestre (y, g., la erupción del Vesubio)? Verdadera o falsa, tal afirmación habría parecido al menos significativa para todos los del laboratorio Cavendish de Maxwell. Dado que un fotón de luz emitido desde Alfa del Centauro tardaría más de cuatro de nues­ tros años en recorrer la distancia hasta nosotros, la sincronización de relojes, y la calibración de toda la instrumentación óptica asociada, presentaría un problema de cálculo y computación de la mayor magnitud. Las técnicas de medición utilizadas en un caso tan (relativamente) sencillo atraviesan muchos campos de la teoría física, buena parte de la cual estaría «inserta» en la «medición» que se obtuviese. A l igual que el principio de Arquímedes no puede ser refutado medíante mediciones efectuadas con una balanza de brazos, ni refutada la ley de Hooke por lecturas arrojadas por una ' balanza de resorte al ser estas leyes las bases de tales balanzas-— así tampoco nada que envuelva cronometría y teoría óptica terrestres será trastornado por nuestras mediciones de perturbaciones explo­ sivas próximas a Alfa del Centauro. Estas disciplinas tradicionales están «entronizadas» en nuestras mediciones de los acontecimien­ tos celestes. La información que nuestros instrumentos nos trasmi­ ten es la que es porque tales disciplinas son el vehículo de la interpretación de las deflexiones de las agujas, la intensidad de señales y los clicks de los contadores. En esa medida, existe una penetrante interacción entre tales acontecimientos y nuestras teo­ rías de la técnica de medición. Aquellos números que emerjan de los esfuerzos de medición pueden ser el resultado, no de un

registro simple y objetivo de datos, sino de un enmarañamiento más intrincado de la materia, la sonda y la teoría. (¡Algo así como usar marsopas para obtener información sobre las ballenas! ¡O como usar gotas de melaza para obtener información sobre almíbar caliente!) Poco se necesita añadir aquí a la inmensa literatura que se ocupa de la teoría cuántica de la medida. Baste señalar de nuevo esto: que la información nos llega del mundo microfísico en unidades no menores que £ (el cuanto de acción), y que es siempre y necesariamente el resultado de una interacción entre algún microfenómeno y una sonda macroexperimental. Dado que el efecto de la sonda es incalculable (en principio), nuestra informa­ ción debe estar siempre en relación al sistema fenómeno -másdetector; información que, de nuevo, está limitada a unidades mayores que h. \ No se sigue de esto, por supuesto, que el conocimiento que nos es dado en tales mediciones deje de ser «objetivo». Más bien, debemos darnos ahora cuenta de qué la «objetividad» (en su significado clásico) puede ya no ser una concepción adecuada para partículas y procesos aislados (es decir, independientes del detec­ tor). Es siempre un sistema, un armazón, de procesos sobre lo que en la actualidad obtenemos conocimiento objetivo en la microciencia. ¿Quizás la idea de que una vez fuimos capaces de obtener más que un mero conocimiento de conjunto (es decir, conocimiento de microindividuos), estaba ella misma falta de solidez? Hemos des­ plazado la noción de medición, empujándola de su no examinado pináculo de falsa objetividad, a un turbulento flujo de detector-ydetectado, e incluso a una sima ocasional de subjetividad incons­ tante. Una vez más, el camino razonable pasa por entremedias: la objetividad no nos es menos alcanzable que a nuestros predeceso­ res. Pero ya no puede ser concebida como una objetividad de particulares ais lados «ahí fuera», interpretación que siempre estuvo injustificada. Ai igual que los sociólogos pueden informar objetiva­ mente sobre grupos de ios que son miembros, así también ios detectores de laboratorio pueden informar objetivamente sobre intrincadas situaciones en las qué se hallen inextricablemente en­ trelazados y entretejidos, Ninguna de nuestras concepciones res­ ponsables de lo que la ciencia inductiva es, requerirá una modifica­ ción radical a causa de esta evaluación «realista» de la medida. Los instrumentos científicos de medida no son libros de borrador pasi­ vos, pero tampoco son tan perturbadores que batan la materia como una batidora de huevos. Más bien, registran las propiedades

de los fenómenos complejos perturbándolos de un modo contro­ lado y en gran manera calculable. El cirujano debe cortar para curar; el científico experimental debe desalojar y perturbar con el fin de aprender acerca de las propiedades de una materia cuando está no-perturbada y «de acuerdo con la naturaleza». Inducción Señalé una vez respecto de un científico ya mayor que había tenido cuarenta años de experiencia. Un crítico contestó que el individuo en cuestión no tenía la experiencia de cuarenta años; más bien tenía l a misma experiencia una y otra vez, cuarenta años seguidos. ¿Es la inducción simplemente una repetición rutinaria de estímulo y respuesta, de acontecimientos anteriores seguidos por acontecimientos posteriores? ¿O se puede aprender algo de la inducción, aprender algo sobre naturaleza de, y de las intercone­ xiones entre, los fenómenos que se dan ante nosotros, y no simplemente sobre cómo se hallan secuencialmente distribuidos? ¿Es la inducción un examen superficial de pares dé acontecimien­ tos, Ó nos permite asomarnos «al interior» de los procesos, para ver lo que produce que hagan ‘tick’, y no simplemente que hacen ‘tíck?; ' r Si este x es y, y ese x es y, y aquél, y aquél, y aquél; en realidad, si todos los x jamás encontrados han sido también y, la afirmación 0, se requeriría una cantidad infinita de energía. Se preguntó si tales partículas podrían estar relacionadas con un mecanismo ondulatorio, como los fotones están relacionados con la naturaleza ondulatoria de la luz. He aquí el punto de partida de un nuevo sistema de conceptos: es inconcebible un movimiento ondu­ latorio en un punto geométrico, y, por tanto, los fotones y los electrones deben «dispersarse»75. La concepción primordialmente cinemática de una masa puntiforme es el punto de partida de la teoría clásica de partículas. El pulso de onda, una concepción primordialmente dinámica, es el punto de partida de la teoría cuántica. Es probable que lenguajes que salen de orígenes tan diferentes muestren esta diferencia en todo; y éste es en realidad el caso. «¿Y qué puede decirse del átomo de hidrógeno con grandes ' números cuánticos? ¿Cuál es la explicación de esto? Esto también ha sido mal comprendido. Los lenguajes de estructuras conceptua­ 75

Cf. de nuevo Heitler, ibid. p. 18, líneas 7-16.

les tan diferentes no pueden mezclarse simplemente de esta forma; sus engranajes lógicos no son del mismo tipo. Aunque fórmulas y oraciones estructuradas de forma idéntica puedan expresar muchos tipos diferentes de enunciados (cf. capítulo V), no pueden expresar enunciados individuales cuyo sentido e inteligibilidad varíe sim­ plemente con la dimensión de los números cuánticos, salvo que los enunciados se inserten realmente en lenguajes diferentes de acuerdo con diferentes reglas, es decir que sean enunciados dife­ rentes 76. Las proposiciones adquieren su fuerza del sistema lingüís­ tico total en el que figuran. El que (4nh^m/h^n^) x (n¡ —nf ) dé una frecuencia «clásica» para la transición An = 1 prueba a lo sumo que hay analogías formales entre ciertas partes de la teoría cuántica y ciertas partes de la teoría clásica. Que se trata simplemente de una analogía, puede quedar oscurecido por el hecho de que se usan los mismos símbolos, «4n2e4m/hsr%», en ambos lenguajes; pero esto no prueba la identidad lógica entre las dos, de la misma forma que los usos de « + » y « —» en la teoría de la valencia y en la teoría de números no prueba que estas teorías tengan una lógica idéntica. Esto mismo fue ya señalado en el anterior capítulo, cuando analizá­ bamos las leyes de la mecánica newtoniana. Los hombres están hechos de células. Se podría afirmar que, si bien es cierto que los hombres tienen cerebros, personalidades, preocupaciones financieras, etc., no tiene sentido decir estas cosas de las células. Esto sería incorrecto, puesto que sería seguramente una afirmación inteligible, pero falsa. Supóngase, sin embargo, que el lenguaje sobre células fuera diferente lógicamente del lenguaje referido a hombres. Los dos idiomas nunca podrían converger. «Tiene esquizofrenia y un balance negativo en la cuenta corriente» no expresaría una afirmación inteligible en el lenguaje celular. Aunque pudiera hablarse de una cierta combinación compleja de células de una forma análoga a la forma en que hablamos de los hombres, esto no unificaría ambos lenguajes; ni siquiera cuando ambos idiomas se dirigieran a caracterizar el mismo objeto, diga­ mos yo mismo. Si usted habla de mí como hombre, pero otra persona habla de mí como colección de células, entonces, aunque el denotatum de su discurso sea, físicamente idéntico, los d