Más Allá de la Ciencia y de la Fantasía [44]

LA DIVINA PROPORCION (Editorial) LA encuesta sobre la mujer y MÁS ALLÁ, lanzada desde esta página en el número 42 de la

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Más Allá de la Ciencia y de la Fantasía [44]

Table of contents :
MAS ALLA DE LA CIENCIA Y DE LA FANTASIA Vol. 4 Nro. 44 FEBRERO de 1957
Revista mensual de aventuras apasionantes en el mundo de la magia científica
SUMARIO
NUESTRA PORTADA por J. Eusevi: ¿Existen otros sistemas habitados en la Galaxia? ¿Podrá el astronauta comunicarse con ellos?
novela (2a. parte):
BAJO LA LUZ DE LA TIERRA ver A. C. CLARKE
Las cúpulas fueron construidas para resistir la fuerza de la naturaleza, pero ¡qué frágiles eran cuando se vieron obligadas a. resistir la furia del hombre..68
cuentos:
CARTA A LAS ESTRELLAS, por A E. VAN VOGT
Era muy aburrido estar aislado, pero tenía esperanzas de escapar..4
EL PAYASO ESPACIAL, por FÉLIX VOSALTA
Se hallaba en medio de una horrorosa ilusión de pesadilla, para salir de la cual bastaba abrir los ojos..20
LA MADRE DE LA NECESIDAD, por CHAD OLIVER
Resultó muy remunerador inventar una forma de vida para coda una sociedad..52
aventuras de la mente:
UTILIZACION PACIFICA DE LA ENERGIA ATOMICA..11
LOS PROXIMOS SATELÍTES ARTIFICIALES..30
CÁLIOPE LA CHARLATANA..49
ULTIMAS NOTICIAS ACERCA DEL SATELITE ARTIFICIAL..63
novedades cósmicas:
ESPACIOTEST..8
POESIAS, por MANUEL GONZÁLEZ PRADA..67
MAS ALLA Y LAS MUJERES..117
CORRESPONDENCIA..121
LA DIVINA PROPORCION (Editorial)..2

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la divina proporción   

L A encuesta sobre la mujer y MÁS ALLÁ, lanzada desde esta 'página en el número 42 de la revista, ha tenido un éxito inesperado. El número de cartas llegadas ha superado cualquier previsión, y la selección (véase pág. 117) ha sido un trabajo ímprobo. Cada carta aportaba algún elemento nuevo, y la variedad de puntos de vista ha resultado extraordinaria. La dificultad de encontrar una respuesta a la pregunta: “Por qué de cada diez lectores de MAS ALLA sólo uno es mujer?” aparece del hecho de que muchas de las “respuestas” son, en realidad, tan sólo repetición de la pregunta. Contestar, por ejemplo, que pocas mujeres leen MAS ALLA porque MAS ALLA es una revista para hombres, es una evidente petición de principio; asimismo, afirmar que es porque prefieren otras lecturas no representa una gran ayuda constructiva para él que desee encontrar las verdaderas razones que limitan el interés femenino hacia la fantasía científica. Algunos lectores, generalmente jóvenes, atribuyen a la mujer una inferioridad intelectual. Actitud ésta intransigente y tajante, que demuestra, en mi opinión, cierta falta de experiencia y que una meditación más profunda (y quizá el correr de los años) posiblemente pueda modificar. Otros atribuyen la falta de interés de las mujeres para la f. c. a razones meramente prácticas y materiales: “tienen demasiado que

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hacer”, “hablan, no leen”, “tienen menos dinero”, etc. Es una explicación simplista que arranca de un punto de vista positivo, pero superficial, anacrónico y parcial. Es cierto que la atención del hogar embarga mucho tiempo a la mujer, pero debe de haber alguna razón más profunda que la de que “el gallo canta al sol mientras que la gallina cuida de los pollitos” (como escribe un lector). Se acerca más al núcleo del problema el lector que define el carácter femenino como “circunscripto y utilitario”, es decir, más inclinado hacia lo concreto que lo abstracto, lo práctico más que lo imaginario, lo tangible más que lo posible; y expresa la misma idea, pero en términos de incomparable ternura, la señora que me escribe que el instintivo rechazo que las mujeres experimentan para la f. c. es debido a un deseo inexpresado y subconsciente de proteger a sus hijos de los peligros de cosas y mundos desconocidos. Muchos lectores descubren que una proporción parecida (una mujer cada nueve hombres) aparece en otras actividades: diez por ciento es la proporción de mujeres inscriptas en las Facultades científicas, diez por ciento es la proporción de mujeres “que han dejado huella en la historia”, mientras que otro afirma que sobre diez locos nueve son hombres. . . Las mujeres, según otro corresponsal, no son “ni insatisfechas ni frustradas”. Otros

culpan al ambiente por el menor interés: si las mujeres reciben una educación distinta, si sus juguetes son muñecas en lugar de aviones, si desde el momento en que nacen se las destina al hogar y no a la aventura, si ellas viven como “parásitos del hombre”, es claro que de entrada se encuentran en condiciones de inferioridad para apreciar y gozar de la ilimitada libertad de acción espiritual que es la prerrogativa de la f. c. “No piense mal de nosotras”, me escribe una mujer. No, señora. Ni yo ni ninguno de los lectores (con la excepción de unos cuantos muchachos irreflexivos) pensamos mal de ustedes. A todos nos duele que sólo una entre diez de ustedes se interese por lo que nos apasiona, y desearíamos sinceramente que pudieran hacerlo aunque de vez en cuando, para que el frío del espacio nos parezca menos temible, más acogedor el infinito, más hogareño el porvenir. Si el hombre lucha, señora, es sólo para dedicar a una mujer el fruto de sus victorias. De la mujer, señora, deriva su inspiración y su coraje, su fuerza y su pasión. Pronto, señora, un ejército de caballeros con extrañas armaduras pondrán las estrellas a los pies de todas las mujeres de la Tierra. Entonces, les pediremos que nos acompañen a través del universo, porque la conquista es tarea de hombre, pero sin la mujer ninguna civilización florece y dura. 

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Por A. E. VAN VOGT   Era solamente  correspondencia pacífica  entre dos solitarios  extraños, pero el destino  del Universo iba a depender  de las respuestas. 

A LAS ESTRELLAS Estimado amigo: Cuando recibí su carta desde el Club de Correspondencia Interestelar, tuve como primer impulso, el de ignorarla. El humor de uno que ha pasado los últimos setenta períodos planetarios —creo que ustedes los llamarían años— en una prisión Aurigeana, no es compatible con un simpático intercambio de cartas. De cualquier manera, esta vida es demasiado aburrida, así que me decido a contestarle. Su descripción de la Tierra es CARTA A LAS ESTRELLAS

entusiasmante. Me gustaría vivir allí por un tiempo, y en ese sentido tengo ciertas ideas, pero no las describiré hasta no haberlas desarrollado más a fondo. Usted habrá notado el material sobre el cual he escrito esta carta. Es un metal muy sensible, muy fino, muy flexible, y he incluido varias hojas para que usted las use en sus respuestas. El tungsteno sumergido en cualquier ácido fuerte, deja una marca muy buena. Es muy importante que usted me conteste sobre él, porque mis dedos son demasiado calientes —digamos así— para 5

sostener vuestro papel sin dañarlo. Por ahora, nada más. Es posible que usted no tenga interés en mantener correspondencia con un criminal condenado, de modo que lo dejo a su criterio. Gracias por su carta; aunque usted ignoraba su destino, ella, trajo un momento de alegría en mi solitaria y monótona vida. Skander, Planeta Aurigae 11. Estimado amigo: Su rápida respuesta a mi carta me llenó de alegría. Siento mucho que su médico le haya dicho que lo excitó demasiado, y siento también si he descrito mi condición de tal manera, que le haya entristecido. Sus muchas preguntas son bienvenidas, y procuraré contestarlas todas. Usted dice que el Club de Correspondencia Interestelar no registra el envío de cartas a Aurigae; que, según ellos, la temperatura en el segundo planeta del Sol Aurigae es de más de 260° C, y que se cree que no existe vida. Su Club tiene razón a propósito de las cartas y de la temperatura. Tenemos aquí lo que ustedes llamarían un clima caluroso, pero no somos un tipo de vida hidrocarbonada y consideramos que 260° C, es una temperatura muy agradable. Debo pedirle disculpas por haberlo engañado sobre cómo me llegó su primera carta. Como no podía saber que usted quería comunicarse conmigo, no quise asustarlo diciéndole demasiado en un primer momento. La verdad es que soy un científico y, junto con los otros miembros de mi raza, he sabido desde hace algunos siglos que existían otros sistemas habitados en la galaxia. Como me es permitido experimentar durante mis horas libres, me divertí ensayando comunicaciones con otras formas de vida. He desarrollado algunos métodos simples 6

para comunicaciones galácticas pero no pude atraer su carta, junto con algunas otras que no contesté, hasta no haber obtenido un control de ondas subespaciales. Las cartas atraídas fueron puestas en un ambiente frío, que luego utilicé como centro transmisor y receptor, y como usted fué tan amable de utilizar el material que le mandé, me resultó fácil localizar su segunda carta entre las muchas acumuladas en la sucursal más próxima del Club de Correspondencia Interestelar. ¿Cómo aprendí vuestro idioma? Es un idioma sencillo, especialmente el escrito, y no tuve ninguna dificultad. Si usted sigue interesado en escribirme, estaré muy contento de proseguir la correspondencia. Skander, Aurigae 11. Estimado Amigo: Su entusiasmo es maravilloso. Usted dice que no le contesté la pregunta sobre cómo iba a visitar la Tierra. Confieso que la omití ex profeso, ya que mi experimento no se halla lo suficientemente adelantado. Quisiera que tuviera un poco más de paciencia, y luego podré darle los detalles. Tiene razón: es difícil para un ser que vive a una temperatura de 260° C., vivir entre los terrestres. Esta nunca fué mi intención, de modo que en ese sentido puede estar tranquilo. De cualquier manera, dejemos el tema por el momento. Le agradezco la forma amable con la cual usted se refiere a mi confinamiento, pero es innecesario que se preocupe. Yo realicé experimentos prohibidos con mi cuerpo, de tal manera que se consideraron peligrosos para el bienestar público. Por ejemplo, entre otras cosas, disminuí la temperatura superficial de él hasta 60° C, y de ese modo acorté la duración del ciclo radiactivo de la zona circundante a mi cuerpo. Eso causó la interrupción del flujo normal MAS ALLA

de energía de persona a persona en la ciudad donde vivía, y de ese modo se me acusó de peligroso. Tengo treinta años más de encarcelamiento. Sería agradable poder dejar mi cuerpo aquí y visitar el Universo, pero, como ya he dicho, discutiremos eso más adelante. No diría que somos una raza superior. Tenemos ciertas cualidades que, aparentemente, ustedes no tienen. Vivimos más, no como resultado de experimentos sino porque nuestros cuerpos están formados de un elemento más resistente —no se cómo lo llaman ustedes, pero su peso atómico es 52,9. (Nota del autor: un isótopo radiactivo del cromo). Nuestros descubrimientos científicos pertenecen al tipo de los que realizaría una raza con nuestra estructura física. El hecho de que nosotros podamos trabajar con temperaturas de. . . —no sé exactamente cómo expresarme— ha sido muy útil en el desarrollo de las energías subespaciales, que son muy calientes, y requieren ajustes delicados. En las foses más adelantadas, el trabajo puede realizarse mecánicamente, pero en el desarrollo el mismo debe hacerse “a mano” (pongo esa palabra entre comillas ya que no tenemos manos como las de ustedes). Incluyo una placa fotográfica, debidamente enfriada y preparada para vuestro clima. Me gustaría que usted me mandara su retrato. Lo único que tiene que hacer es prepararla de acuerdo a las leyes de la luz —esto es, la luz viaja en línea recta, de modo que tiene que pararse delante de la placa— y cuando esté listo, piense “¡Ya!”. La foto será automáticamente tomada. ¿Sería usted tan amable de hacer esto? Si tiene interés yo también le mandaré una foto mía, ¡debo prevenirle que probablemente mi aspecto le impresionará! Amistosamente. Skander, Aurigae 11. CARTA A LAS ESTRELLAS

Estimado Amigo: Solamente unas pocas líneas para contestar su pregunta. No es necesario colocar la placa en una cámara. Usted me la describe como una caja oscura. La placa tomará la foto cuando usted piense “¡Ya!”. Le aseguro que no se velará con la luz. Skander, Aurigae 11 Estimado Amigo: Dice usted que mientras esperaba la respuesta de mi última carta, mostró la fotografía a uno de los doctores del hospital —no entiendo lo que usted quiere decir con doctor y hospital, pero no importa— y que él llevó el problema a las autoridades gubernamentales. ¡Problema! No logro comprender. ¡Creí que estábamos manteniendo una amable correspondencia, privada y personal! Apreciaría mucho que me mandara esa foto suya. Skander, Aurigae 11. Estimado amigo: Le aseguro que no me molestó su acción. Simplemente, me dejó perplejo, y siento que la placa no le haya sido devuelta aún. Conociendo los gobiernos, imagino que no se la devolverán por un tiempo, de modo que me tomo la libertad de mandarle otra. No puedo imaginarme por qué le advirtieron que no prosiguiera esta correspondencia. ¿Qué creen que voy a hacer? ¿Comerlos por larga distancia? Es una lástima, pero no me gusta tener hidrógeno en mi dieta. En cualquier caso, me gustaría su foto como recuerdo de nuestra amistad, y le mandaré la mía en cuanto la reciba. Usted podrá guardarla, tirarla o dársela al gobierno, pero por lo menos sabré que he hecho un cambio honrado. Con mis mejores deseos, Skander, Aurigae 11. 7

Estimado Amigo: Su última carta tardó tanto en llegar que creí que había decidido interrumpir la correspondencia. Sentí mucho ver que usted no había mandado la foto, quedé perplejo al leer que había tenido una recaída y me alegró saber que me la mandaría en cuanto se sintiera mejor, aunque no sé qué quiere decir eso. De todos modos, lo importante es que escribió, y respeto la filosofía de su club de exigir a sus miembros que no escriban sobre temas pesimistas. Todos tenemos nuestros problemas, y consideramos que son más importantes que los de los demás. Aquí estoy encarcelado, destinado a pasar los próximos treinta años separado de la vida normal. Sólo la idea le choca a mi espíritu intranquilo, aunque sé que viviré mucho tiempo después de descontada la pena. A pesar de su carta amistosa, no estaré del todo seguro de que hemos reestablecido contacto hasta tanto no reciba su foto. Skander, Aurigae 11. Estimado Amigo: Llegó la foto. Como usted sugiere, su aspecto me sorprendió. Por su descripción, yo creí haber reconstruido mentalmente su cuerpo. Esto demuestra que no se puede describir con palabras un objeto, a otro ser que no lo ha visto nunca. Notará que he incluido una foto mía, como prometí. Soy un tipo gran-dote y metálico, ¿no es cierto? Muy distinto de lo que se imaginaba, ¿verdad? Las varias razas con las cuales nos hemos comunicado se han vuelto temerosas de nosotros, cuando descubrieron que somos altamente radiactivos, y que somos la única forma de vida con esa propiedad (que nosotros conocemos) del Universo. Es muy aburrido estar aislado y, como le he mencionado de tanto en tanto, tengo 8

esperanzas de escapar, no sólo al encarcelamiento del cual soy objeto sino también al cuerpo, ya que éste no puede escapar. Puede ser que les interese saber hasta dónde se ha desarrollado esta idea. El problema involucrado es el del cambio de personalidad con otro ser, aunque no sea un cambio en el verdadero sentido de la palabra. Es necesario obtener una descripción de los dos individuos, sus mentes y sus pensamientos. Como esta fase es puramente mecánica, se trata simplemente de tomar fotos completas e intercambiarlas. Por fotos completas quiero decir, naturalmente, que debe ser registrada cada vibración. El paso siguiente es asegurarse de que las fotos sean intercambiadas, esto es, que cada ser tenga cerca de él, una foto completa del otro. (Ya es demasiado tarde, mi querido amigo por carta; ya he puesto en movimiento el flujo de energía subespacial entre las dos placas, de modo que le conviene seguir leyendo). Como he dicho, no es exactamente un cambio de personalidades. La personalidad original de cada individuo es suprimida, quitada del conciente, y es reemplazada por la de la imagen de la placa “fotográfica”. Llevará consigo una memoria completa de su vida sobre la Tierra, y yo llevaré una de mi vida sobre Aurigae. Simultáneamente, la memoria del cuerpo receptor estará confusamente a nuestra disposición. Una parte de nosotros tratará siempre de reobtener la lucidez, pero le faltará fuerza para hacerlo. Tan pronto como me canse de la Tierra, cambiaré cuerpo de la misma forma con un miembro de cualquier otra raza. Dentro de treinta años, estaré listo para reclamar mi cuerpo, y usted tendrá entonces el que yo utilice en ese momento. Este arreglo debería ser muy conveniente para los dos. Usted, con su MAS ALLA

corta vida, habrá vivido más que todos sus contemporáneos, y habrá tenido una experiencia extremadamente interesante. Yo admito que espero tener la mejor parte en el cambio. Pero ahora basta de explicaciones. Para cuando usted llegue a esta parte de la carta ya seré yo quien la estará leyendo. Pero si alguna parte de usted todavía está conciente, basta pronto, amigo. Ha sido muy lindo recibir todas sus cartas. Le escribiré de tanto en tanto para hacerle saber cómo me van las cosas. Siempre su amigo, Skander, Aurigae 11 Estimado Amigo: Muchísimas gracias por haber apurado el asunto. Durante mucho tiempo estuve dudando si dejarle llevar a cabo semejante engaño a usted mismo. Debo confesarle que en principio me entusiasmó la idea pero luego dudé entre hacerlo o enterarlo de la verdad. En realidad, mi situación era difícil, pero terminé por tomar una decisión definitiva. Porque los hombres de ciencia del gobierno analizaron la naturaleza de esa primera placa fotográfica que usted me envió y de esa manera, la decisión final dependía de mí. Decidí que a alguien con tanto entusiasmo se le debía dejar triunfar. Ahora sé que no le debo tener lástima. Su plan para conquistar la Tierra no hubiera tenido éxito igual, pero el hecho de haber tenido la idea termina con toda necesidad de tenerle lástima. A esta hora ya se habrá dado cuenta solo, que un hombre paralítico de nacimiento, y sujeto a ataques al corazón, no puede esperar vivir largo tiempo. Me alegra decirle que su amigo, que era tan solitario, se divierte mucho, y estoy muy contento de firmar con su nombre al cual espero acostumbrarme pronto. Skander, Aurigae 11.  CARTA A LAS ESTRELLAS

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más allá

presenta una primicia a sus lectores:

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En el número Nº 43 de MAS ALLA un grupo de hombres de ciencia, encabezados por Joliot Curie (premio Nobel), subrayó los peligros

que

representa

para

el

planeta

la

utilización

descontrolada de la fuente de energía más poderosa de que jamás ha dispuesto el hombre. En las páginas que siguen, en dramático contraste, el equipo científico de la revista ha estudiado y resumido los debates y las conclusiones de la Conferencia Internacional para la utilización de la energía atómica con fines pacíficos, organizada en Ginebra por las Naciones Unidas el año pasado. Los resultados de la Conferencia han sido publicados en muchos tomos llenos de fórmulas y datos que, en forma clara y sintética están presentados aquí. –––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––

MAS ALLA

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Utilización –––––––––––––––––––––––

EL 8 de agosto del año pasado, se reunió en Ginebra, Suiza, la "Conferencia Internacional para la Utilización de la Energía Atómica con Fines Pacíficos”, organizada por las Naciones Unidas, la cual constituyó uno de los acontecimientos más relevantes de los últimos tiempos, tanto por el significado en sí de la Conferencia (utilización pacífica de la energía atómica), como por la cantidad de hombres de ciencia de todos los países que se congregaron allí. Durante dos semanas, las figuras estelares del mundo científico intercambiaron conocimientos y opiniones, y más de 1.200 delegados de 73 naciones, algunos después de largo tiempo de separación, se reunieron y discutieron con toda libertad las diversas fases del nuevo campo de la energía atómica. El éxito de esta Conferencia Internacional, que tanto contribuyó a disminuir la tensión existente entre dos bloques de países, ha alentado a los gobernantes en general, y se está ya planeando una nueva reunión, a realizarse también en Ginebra, dentro de dos o tres años. Relevantes figuras de los más prestigiosos centros científicos concurrieron 12

a Ginebra. Merecen destacarse los nombres de sir John Cockroft, presidente de la delegación del Reino Unido; Niels Bohr, de Dinamarca; D. I. Blojintsev, de la Unión Soviética; Otto Hahn (descubridor de la fisión nuclear) de Alemania Occidental; Seaborg, Lawrence, Bethe, Rabí, etcétera, de EE.UU., y muchos más, que resultaría largo enumerar. Presidió la Conferencia el destacado hombre de ciencia, doctor H. Bhabha, de la India, que no solamente preside la Comisión de Energía Atómica de su país, sino que además integra el ministerio que preside Nehru. Como secretario general actuó W. Whitman, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, y como su adjunto, V. S. Vavilov, de la U.R.S.S. Los trabajos preliminares de la Conferencia se iniciaron en enero del año 1955, al constituirse el Comité consultivo de la Conferencia, integrado por científicos, los cuales resolvieron adoptar los procedimientos comunes en sus reuniones científicas en lugar de las acostumbradas reuniones políticas que celebra la UN. Esta medida se ha interpretado como decisiva para el buen éxito de la Conferencia, al rodearla de MAS ALLA

pacífica de la energía atómica un ambiente exento de suspicacias. El Comité invitó a los 84 estados miembros de la UN a enviar, antes del 15 de mayo de 1955, los resúmenes de artículos que desearan presentar. Al mismo tiempo, se formó un secretariado científico, compuesto por 19 jóvenes científicos de 13 países, que cubrían prácticamente todos los campos de investigación previstos para la Conferencia. Ellos prepararon un temario en cuatro idiomas sobre la terminología nuclear y ayudaron en toda cuestión de traducción, particularmente haciendo conocer a la prensa el contenido de los trabajos presentados, despojándolos de tecnicismos, con el objeto de hacer accesibles al público sus resultados. Se presentaron 1.125 resúmenes, de los cuales 474 se eligieron para ser leídos. La sesión inaugural contó con la presencia de una verdadera muchedumbre que colmaba el Palacio de las Naciones, iniciándose las deliberaciones a las 10 y 30, bajo la presidencia del doctor Bhabha. A su derecha se hallaban el secretario general de las Naciones Unidas, D. Hammarskjoeld, y el presidente de la Confederación Suiza, señor Petitpierre;

a su izquierda actuaba Walter Whitman, secretario de la Conferencia. El señor Petitpierre tuvo a su cargo el discurso de apertura, refiriéndose en el mismo a la importancia de la resolución adoptada por la UN el 4 de diciembre de 1954, por la cual se convocaba a una conferencia técnica destinada a favorecer los medios de conseguir la utilización de la energía atómica para fines pacíficos, y destacando la circunstancia de hallarse presentes los hombres de ciencia más prestigiosos de más de setenta países concurrentes a la Conferencia. A continuación hizo uso de la palabra el secretario general de las Naciones Unidas, señor Hammarskjoeld, quien señaló que la humanidad, con el descubrimiento de la liberación de la energía acumulada en el núcleo atómico, entraba en una nueva era, y que era imperioso encontrar los medios para evitar el uso bélico de dicha energía, de modo que ésta no condujera a la destrucción de la humanidad misma. A continuación, el presidente de la Conferencia, doctor Bhabha, se refirió al notable aumento en los consumos de energía y a la limitación de los recursos

UTILIZACIÓN PACIFICA DE LA ENERGÍA ATÓMICA

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de combustibles convencionales, por lo cual era urgente buscar nuevas fuentes de energía; dijo que, en tal sentido, la energía atómica se perfilaba como un factor decisivo para el futuro de la humanidad; puso de relieve, asimismo, que los sabios y técnicos de todo el mundo se habían congregado en Ginebra para intercambiar libremente opiniones e informaciones y contribuir de ese modo, decisivamente, a la utilización de la energía atómica con fines pacíficos. Los primeros tres días de la Conferencia se dedicaron a discusiones sobre asuntos de interés general, tales como: las necesidades de energía para los próximos 50 años; las cuestiones económicas relativas a la potencia nuclear; las estimaciones de los capitales necesarios para iniciar y mantener empresas de energía nuclear, y diversos aspectos sobre el papel futuro de la energía nuclear en lo que a satisfacer las necesidades de consumo energético de la humanidad se refiere. La producción de energía mundial, en 1952, fué del orden de los 29.000 millones de mega vatios hora (mwh), de los cuales, el carbón representó el 41 %, y el petróleo, un 25,5 %, e incluyendo el gas natural, el 35,8 %. Pero lo sorprendente fué que, de esas cifras, solamente se utilizaron efectivamente 20.200 millones de megavatios hora, debido a que las pérdidas llegaron a 8.800 millones de mwh, es decir, un 30 %, Basándose en las estadísticas existentes y en los aumentos de energía anuales, que oscilan entre el 2 % y el 6 %, así como en el aumento de población de la Tierra, que es de 1,5 % anual, se calculó que para 1975, la población llegaría a 3.500 millones de personas, y a 5.000 millones en el año 2000, con lo que los consumos previstos alcanzarían a 27.000 y 84.000 millones de mwh. Como las reservas mundiales de energía se calculan en cifras mucho mayores, particularmente las de carbón, 14

que alcanzarían para 2.500 años), aparentemente no habría ningún problema a corto plazo; pero no es así, porque las dificultades de extracción aumentan notablemente con la profundidad de las capas explotables. Se piensa que la energía hidroeléctrica podría llegar a ser un buen sustituto del carbón y que, si la potencia hidroeléctrica instalada aumentara a razón de 4 % por año, en el año 2000 se podrían ahorrar 1.000 millones de toneladas de carbón anuales. No obstante, parece que con el correr del tiempo, será económicamente favorable ir disponiendo de energía nucleoeléctrica, debido a que los costos de su kwh, actualmente algo elevados, tienden a disminuir. Por lo demás, se ha calculado que, si la demanda de combustibles primarios sigue aumentando a razón de un 2 % anual, sin utilización de la energía nuclear, las reservas de combustibles en el año 2025 se habrán visto reducidas a la cantidad correspondiente a 300 años de consumo mundial; y si se admite que aquel aumento es del 3 %, como hay razones para creer que sea efectivamente, se ha calculado que, en el año 2025, las reservas de combustibles alcanzarían apenas para 120 años. Estas cifras señalan la urgencia de habilitar centrales nucleoeléctricas, cuyo desarrollo se facilitará, por lo demás, debido a los elevados costos de las otras formas de energía (termoeléctrica, hidroeléctrica) en muchos países. Acontecimientos notables en la Conferencia fueron las descripciones de los reactores de la Unión Soviética, de Gran Bretaña y de los Estados Unidos, con sus correspondientes centrales eléctricas, a que luego nos referiremos. Asimismo, causó sensación la predicción de H. Bhabha sobre el posible uso de la energía proveniente de la fusión controlada del hidrógeno pesado, que estimó posible dentro de unos 20 años. De conseguirse tal control de la fusión, la humanidad MAS ALLA

conquistaría una fuente de energía abundante, prácticamente para siempre, ya que el agua pesada existe en la proporción de 1 por 5.000 en el agua ordinaria. Otra interesante noticia de la Conferencia fué la publicación por parte de los EE.UU. de una lista de precios de algunos de los materiales críticos para lo obtención de energía nuclear: el agua pesada cuesta 62 dólares el kilo; el uranio cuesta 24.500 dólares el kilo, cuando su contenido en uranio 235 es del 20 %. Entre otros asuntos, en las discusiones generales se consideran temas sobre desarrollos en los usos de radioisótopos, así como sobre los efectos biológicos de la radiación. Posteriormente, se celebraron tres clases de sesiones, dedicadas una a la física de los reactores, otra a química y tecnología, y una tercera a uno de radioisótopos y a cuestiones biológicas vinculadas. Llamaron muchísimo la atención las exposiciones en el Palacio de las Naciones. Por ejemplo: Francia mostró algunas operaciones especiales en el campo de las materias primas; el Reino Unido mostró técnicas de fabricación del elemento combustible; la Unión Soviética mostró modelos de reactores; EE.UU. mostró un reactor “pileta de natación”, además de una biblioteca técnica de documentos sobre el campo entero de la energía nuclear; mostró también la separación de uranio de productos de fisión por extracción por solventes, combinada con una instalación para realizar análisis químicos por medio de control remoto; expuso asimismo una sección sobre aplicaciones médicas de los radioisótopos. Se proyectaron varias películas técnicas, que atrajeron considerable atención. Los rusos mostraron la historia de su primera central eléctrica atómica; por su parte, los norteamericanos hicieron conocer sus experimentos sobre seguridad, efectuados en Arco, llamando la atención

la prueba llamada “bórex” (proveniente de “boiling reactor experiments”, experimentos sobre reactores hirvientes), en la que se mostraba un reactor del tipo “de agua hirviente”, que se dejó funcionar sin control, con el objeto de obtener criterios de seguridad para sistemas de reactores con agua como moderador. Ello permitió extraer conclusiones sobre el diseño adecuado de dichos reactores para lograr el máximo de seguridad, al par que mostró los efectos posibles de un siniestro en un reactor. El reactor “pileta de natación”, fué visitado por más de 60.000 personas. Estaba compuesto por un reticulado de placas de uranio y aluminio, sumergido en una pileta con agua, la cual actuaba como moderador refrigerante y, al mismo tiempo, como blindaje contra las radiaciones. La carga combustible del reactor era de unos 20 kg de uranio enriquecido al 20 % con uranio 235. Teniendo en cuenta que los EE.UU. donaron 200 kg de uranio 235 para el banco de material fisionable de una agencia internacional propuesta, se advierte que podrán construirse unos 50 reactores del tipo del exhibido en Ginebra. Muchos hombres de ciencia revisaron detenidamente el reactor expuesto, entre otros, D. Blojintsev, director de la central nucleoeléctrica soviética. Destacados científicos de diversos países pronunciaron conferencias. Cabe mencionar entre las más importantes, la pronunciada por Niels Bohr, de Dinamarca, sobre los fundamentos filosóficos de la física moderna. Sobre el uso de los isótopos en la biología y la medicina disertaron A. L. Kursanov de la U.R.S.S. y A. Hollaender, de los EE.UU. Por su parte, Hevesy, de Suecia, y Libby, de EE.UU. se refirieron a los isótopos en investigación; H. Bethe, de EE.UU., y Leprince Ringuet, de Francia, disertaron sobre los más recientes resultados en física teórica y experimental, concernientes a

UTILIZACIÓN PACIFICA DE LA ENERGÍA ATÓMICA

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las partículas elementales. Veksler, de la U.R.S.S., y Lawrence, de EE.UU., muy conocidos por sus trabajos sobre aceleradores de partículas, llamaron la atención con sus conferencias: el primero anunció que la Unión Soviética está construyendo un acelerador de 10.000 millones de electrón-voltios y que está planeando otro de 50.000 a 100.000 millones. Finalmente, sir John Cockcroft, director del Establecimiento de Investigaciones de Harwell, en el Reino Unido, predijo que la energía nuclear desempeñará un gran papel en el futuro. El 9 de agosto de 1955, la delegación soviética promovió uno de los acontecimientos más sensacionales, al revelar las investigaciones nucleares efectuadas en su país, que constituían sin lugar a dudas un motivo de intriga, y posteriormente, al describir el funcionamiento de la primera planta experimental de energía nucleoeléctrica de la Unión Soviética. La sesión era presidida por Corkcroft, premio Nobel de física, y en ella tuvieron destacada actuación los físicos D. I. Blojintsev, jefe de la Central Atómica de Moscú, y W. H. Zinn, director del Laboratorio Nacional de Argonne de los EE.UU., experto también en el tema. El primero reveló que la construcción de la central atómica de 5.000 kw. de la U.R.S.S. se terminó en junio de 1954, y que se trataba de un reactor térmico que usaba grafito como moderador; el combustible utilizado eran 550 kg. de uranio enriquecido al 5 % con uranio 235. El agua actuaba como refrigerador, y el intercambio de calor se realizaba por medio de dos circuitos; en el primero circulaba agua por el reactor a una presión de 100 atm, cedía luego su calor al circuito secundario, cuya agua se vaporizaba, y de ese modo accionaba una turbina de 5.000 kw de potencia. La posibilidad de contaminación radiactiva quedaba eliminada mediante el uso del doble 16

circuito. La turbina era del mismo tipo que los turbogeneradores de las plantas térmicas ordinarias. En lo que se refiere al costo del kwh generado, si bien era mayor que el cesto medio del kwh generado en las grandes plantas de la U.R.S.S., resultaba comparable al obtenido con plantas de pequeña potencia (mil a cinco mil kw); el alto costo podía atribuirse, por lo tanto, al pequeño tamaño de la central y al elevado costo de preparación del elemento combustible, así como a un gran consumo de uranio 235, debido a peculiaridades de la planta. Anunció Blojintsev una planta atómica de 100.000 kw de potencia, equipada con dos reactores análogos al precedente, que consumirá unas 20 toneladas de uranio enriquecido al 2,5 % con uranio 235. Este bajo tenor en uranio 235 rebajará considerablemente el costo del kwh, al extremo de poder competir con una planta termoeléctrica. Por su parte, el presidente de la delegación rusa, D. V. Skobeltzin, anunció que antes de 1960, la U.R.S.S. construirá varías centrales atómicas con una potencia de varios cientos de miles de kw. W. H. Zinn, de los EE.UU. informó a continuación sobre la planta experimental a su cargo, en Argonne, que se caracteriza porque el vapor generado en el propio núcleo del reactor acciona la turbina generadora de electricidad, lo cual constituye una gran simplificación en el diseño y, por consiguiente, implica una notable economía en el costo de instalación, al mismo tiempo que un aumento notable del rendimiento calorífico. El reactor es del tipo de "agua hirviente”: genera vapor a 20 atm, que impulsa el turbogenerador; su potencia es de 15.000 kw. Este reactor funciona a 21 atm, de presión, siendo su temperatura de 2159, lo cual hace posible el uso del aluminio. El combustible lo constituyen placas de 1 1/2 mm de espesor, de una MAS ALLA

aleación de uranio y aluminio, el primero enriquecido al 90 % con uranio 235. Se ha encontrado que la radiactividad del vapor que acciona el turbogenerador es muy baja y que ello se debe principalmente al isótopo nitrógeno 16, que se forma por reacción de los neutrones del núcleo del reactor con el oxígeno del vapor de agua. El kwh producido por esta planta resulta a unos 0,030 dólares; de los cuales, la mitad corresponden a la inversión de capital para la instalación, y otra fracción importante, al costo del elemento combustible. El reactor ha sido de gran utilidad para proporcionar informaciones sobre diseños más convenientes en plantas futuras. Además ha demostrado ser muy seguro, a tal extremo que, accionando de manera rápida barras de control, pudo aumentarse el nivel de potencia desde 485 hasta 5.400 kw, en el corto intervalo de 6 1/2 segundos. Los norteamericanos dieron informaciones también sobre sus dos grandes plantas proyectadas: la de Shippingport (Pennsylvania), de 60.000 kw, y la de 75.000 kw de la North American Aviation Inc., que estarán listas el corriente año. El reactor de la primera funcionará como reactor “reproductor”, consumiendo uranio 235 y transformando simultáneamente el uranio de su “manta” (uranio natural) en plutonio (fisionable). La segunda planta tendrá dos reactores: uno de uranio, el otro de torio; el primero, enriquecido al 2 % con uranio 235, serán 22 toneladas (con 440 kg. de uranio 235); el torio, estará en forma de aleación de torio y uranio 235, con una proporción del 3,7 % de uranio 235. Se calcula que el costo de la instalación de esta planta será de unos 300 dólares por kw de potencia instalada. A título de comparación, mencionemos que una planta termoeléctrica ordinaria cuesta unos 200 dólares por kw, y que el kwh, en promedio, resulta a 6 u 8 milésimos de dólar, mientras que el de la planta de torio

costará algo más: 10,5 a 11,7 milésimos de dólar por kwh. Por su parte, los británicos dieron información sobre su proyecto de una central atómica en Calder Hall (Cúmberland) de 50.000 kw, que entrará en funcionamiento en 1956. C. Hinton tuvo a su cargo la exposición, dando a conocer las razones por las que los técnicos ingleses se habían decidido por ciertas soluciones en su proyecto. Entre ellas, la seguridad fué lo más importante, ya que se consideró que, para que la energía atómica se difunda rápidamente, es menester evitar que, al entrar en funcionamiento las primeras grandes centrales de energía nucleoeléctrica, ocurra algún accidente que demore la implantación y desarrollo de tales tipos de centrales eléctricas. Por ello, el reactor elegido ha sido del tipo grafito-uranio refrigerado con gas carbónico, que ofrece gran seguridad de operación. Hinton informó también sobre el plan decenal británico para la utilización de la energía atómica con fines pacíficos, el cual prevé la construcción de 14 centrales hasta 1965 y una inversión de 660 millones de libras esterlinas. Una de las conclusiones importantes del debate sobre seguridad de los reactores, fué que no existe la menor posibilidad de que ningún reactor atómico, del tipo de los diseñados hasta el presente, explote como lo haría una bomba atómica; a lo sumo podría ocurrir una explosión de características análogas a la posible en una central termoeléctrica. En cambio, el peligro de contaminación radiactiva siempre existe, si bien puede reducirse al mínimo por medio de recintos construidos con materiales adecuados, capaces de resistir las presiones gaseosas posibles en caso de accidente. Finalmente, el día 20 de agosto, tuvo lugar la sesión de clausura de la Conferencia. Todos los oradores, sin excepción, destacaron la necesidad de la

UTILIZACIÓN PACIFICA DE LA ENERGÍA ATÓMICA

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más estrecha cooperación internacional en el campo de la Utilización de la energía atómica. El presidente, H. Bhabha, resumió las conclusiones de la Conferencia, según las cuales había quedado definitivamente establecida la posibilidad de generar electricidad a partir de la energía atómica, y si bien los costos unitarios de instalación de centrales atómicas eran de un 50 % a un 100 % mayores que los de las centrales termoeléctricas, había razones para prever que aquéllos disminuirían mucho en la próxima década. No obstante, las plantas

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atómicas actuales pueden competir económicamente con las plantas convencionales, en muchos países en los que el costo de las últimas es elevado. Se ha puesto de manifiesto que, cuando la industria de la energía atómica tome gran incremento, las disponibilidades de uranio y de torio serán muy grandes. En particular, el torio ha demostrado ser muy importante para la producción de energía atómica, en virtud de ser su factor de conversión en uranio fisionable muy superior al factor de conversión del uranio 238 en plutonio fisionable. 

MAS ALLA

Hablan sido elegidos   para realizar el eterno sueño   del hombre. Debían ser   dignos de una   profesión   sagrada.

el payaso espacial por Félix Vosalta

TIENE usted que llevar siempre consigo esta tarjeta —dijo el médico—. Será mejor que la guarde en la bolsa de reglamento. Hasta aquel instante, el doctor sólo había puesto de manifiesto una fría actitud profesional, carente por entero de simpatía o cordialidad. Pero su expresión cambió un poco cuando añadió: —Rayburn, quiero decirle algo. La ciencia médica muy poco puede hacer por sí sola en un caso 20

MAS ALLA

como el suyo. Nosotros podemos examinarlo, diagnosticar su enfermedad y prescribir la terapéutica más conveniente. Pero si usted mismo no hace un supremo esfuerzo para salir del abismo en que se ha hundido, allí se quedará eternamente. Palabras, palabras, palabras, pensó Rayburn mientras se despedía del médico. ¡Qué fácil es para él hablar de abismos, de hundirse, de salir!. . . EL PAYASO ESPACIAL

La puerta del consultorio se cerró tras él. En la sala de espera lo aguardaba su amigo William La Guardia, que se levantó al verlo. —¿Qué te dijo? Rayburn sacó la tarjeta de la bolsa de reglamento, recordando fugazmente la recomendación del médico-jefe del Instituto Aeronáutico. La Guardia leyó rápidamente: 21

TARJETA DE EMERGENCIA Portador: Clifford Rayburn Categoría: 2 AAA Av. R. EN CASO DE ACCIDENTE: 1.— Dejar al accidentado en posición completamente horizontal, en especial la cabeza. En lugares de mucho tránsito, formar un cordón a su alrededor, sin moverlo hasta que haya pasado el ataque. 2.— Informar telefónicamente a la Jefatura Médica del Instituto Aeronáutico: WA 34-28-36 3.— Nota para médicos: Méniére Espacial. —Por lo menos hay un detalle que puede servir de consuelo a tu desgracia — comentó La Guardia—. Te han ascendido a tres “A”, mientras yo sigo con mi modesto “B”. Bueno, viejo, ahora nos vamos a casa, pues Ellen nos debe de estar esperando para el té. Rayburn y La Guardia eran amigos desde la infancia, de modo que no tenían necesidad de hablar demasiado mientras marchaban. La actitud del primero era rígida y forzada, como si estuviese a la expectativa del ataque repentino de algo desconocido. . ., o quizá demasiado conocido. Por eso mismo prefería ir a pie: porque temía que cualquier movimiento mecánico pudiese recordarle, aun vagamente, eso. . ., eso que debía apartar a toda costa de su pensamiento. ELLEN La Guardia los esperaba en su casita, con todo dispuesto para el té. Los dos hombres se sentaron a la mesa, sin que Rayburn abandonara para nada su rigidez. Al advertir las miradas que cambiaban entre sí los esposos, dijo en voz baja, vacilante: —Hoy no creo que pueda tener un gran éxito social; lo sé. . . Pero les mego que me permitan 22

quedarme un rato más aquí. Tengo miedo. . ., un miedo terrible de estar solo. Quizá se me repita el ataque, y. . . —Vamos, Clifford —dijo Ellen—, ya sabes que tienes aquí a tus mejores amigos. Además, bien podrías hacerme el honor de recordar que soy enfermera, y de la clase triple “T”, de modo que en mis manos estarás bien seguro. Por otra parte, me parece que te haría muy bien no estar tan metido en ti mismo; salir un poco de esa especie de muralla en que te has encerrado. . . Salir de mí mismo, pensó Rayburn: El mismo consejo del médico. . ., cuando lo cierto es que más bien quisiera meterme del todo y 'para siempre dentro de mí. —¿No quieres contamos, siquiera una vez, lo que ocurrió en realidad? Conocemos el informe del comandante Grierson, desde luego, y también el boletín médico; pero nunca quisiste contarnos nada. ¿No crees que eso pudiera quizás aliviarte un poco? Rayburn permaneció largo rato en silencio. Al cabo preguntó, volviéndose hacia su amigo: —¿Te acuerdas de Willy Nilly? —Claro que sí. Ese payaso. . . —Al que expulsaron del sexto curso, porque ponía en peligro la seriedad de la profesión. Y entonces el payaso se suicidó. Antes de continuar, Rayburn se quedó un momento pensativo. —Tú sabes muy bien con cuánto entusiasmo trabajábamos y estudiábamos desde jóvenes. Habíamos sido los escogidos para realizar el eterno sueño del hombre. Debíamos ser dignos de una profesión sagrada. —Bueno, no todos considerábamos tan sagrada nuestra profesión. Mírame a mí: también yo soy del Cuerpo Espacial; pero los matemáticos tenemos que quedamos con los pies clavados a la tierra. Claro, a ustedes, los voluntarios espaciales de la clase “A”, les inculcaron MAS ALLA

ideas superiores. . . —Todavía recuerdo cómo volví pavoneándome de mi primer vuelo reglamentario a la Luna. Fué al finalizar el curso; y cuando Grierson anunció su viaje a Marte, fui el primer voluntario. Los demás componentes de la tripulación estaban tan entusiasmados como yo. Además de nosotros, iban también dos científicos: un químico y un geólogo, que casi no nos hablaban. No podíamos dejar de admirar, sin embargo, la minuciosa exactitud con que trabajaban ambos durante los breves días de nuestra estada en Marte, aunque nos ofendiera la frialdad con que solían rechazar cualquier ofrecimiento de ayuda de parte nuestra. “Cada uno en su trabajo”, decían. “Cuando tengan un rato libre, dedíquenlo a perfeccionarse en lo que les corresponde”. —Ya me imagino a Myer y Croydon —dijo sonriendo La Guardia—. Secos y charlatanes como un bacalao. —Tal vez habría sido mejor para mí seguir sus secos consejos. Pero preferí no hacer nada durante esos días. No salía para nada de la nave. De día, me lo pasaba pegado a la ventana, mirando las infinitas planicies de arena rojiza que parecían encresparse alrededor de las escasas elevaciones rocosas. El cielo, verdoso, estaba siempre limpio y despejado. Un sentimiento desconocido empezó a apoderarse de mí. ¿Para qué estoy yo aquí? me preguntaba. Al llegar la primera noche, mi inquietud se calmó un poco: pude observar las mismas constelaciones que siempre había conocido. Pero a la segunda descubrí algo peor: empecé a tener miedo. . ., yo, uno de los elegidos, uno de los voluntarios. No sé si el viejo Grierson habrá adivinado algo. El penúltimo día me dijo: “Afuera, Rayburn. Tiene que controlar la instalación externa del radar. Mañana a las seis despegamos”. EL PAYASO ESPACIAL

Dos horas más tarde estaba en condiciones de informarle que toda la instalación del radar funcionaba perfectamente, como siempre. Había recorrido toda la superficie del cohete y examinado minuciosamente cada milímetro de la complicada instalación exterior, sin hallar ninguna falla. Ocupado con el trabajo, no tuve tiempo de pensar en mi desasosiego; pero al llegar la noche, repentinamente, empecé a sollozar. Tenía miedo. . ., yo el elegido . . ., el voluntario. . .: la vergüenza del grupo espacial. . . RAYBURN siguió mirando a La Guardia con los ojos muy fijos, siempre en la misma actitud extrañamente rígida. —No comprendo por qué no confiaste en Grierson —le dijo su amigo—. El viejo es un oso, pero a veces hasta parece casi humano Era un caso de tensión espacial. . . En fin, después de medio año de viaje, no dejaba de ser explicable. . . Y los otros, ¿qué hacían? —Por ellos, precisamente, no me atreví a decir nada. Parecían tener cables en lugar de nervios. También yo debí haberlos tenido. Si llegaban a darse cuenta de mi debilidad, se avergonzarían de mí. De modo que no dije una sola palabra a nadie; y me pegué a mi instalación de radar, dejándome relevar solamente las seis horas reglamentarias, por ese chico Johnson. ¡Cómo temía su habitual saludo infantil! “¡Qué nochecita, muchacho!” Empecé a odiarlo. ¿Por qué no se compadecía de mí, y me dejaba entregado a mi miedo, en la soledad de mi camarote?. . . Perdí el sentido del tiempo. Ya habíamos pasado la zona de los asteroides cuando ocurrió lo terrible. Rayburn miró fijamente un cuadro en la pared de la habitación, sin verlo. Tenía el rostro muy pálido, la frente perlada de sudor. —Una noche, la voz del viejo me 23

sacó de mi aturdimiento. No parecía alarmado, pero a mí me sobresaltaba hasta verlo en la celda en que yo me ocultaba en mis horas de reposo. De reposo. . . “Lo lamento —me dijo—, pero tendrá que interrumpir su descanso. Venga a la cámara del radar”. Cuando llegamos, Johnson prorrumpió en un torrente de explicaciones. La pantalla estaba completamente oscura. Ocurrió que, más o menos una hora antes, el radar había señalado la aproximación de una nube de materia interestelar. Informado el hecho, Grierson hizo variar de inmediato el rumbo de la espacionave, pero no pudo evitar que entrara de todos modos en una parte lateral de la nube. La pantalla del radar se oscureció por completo y, lo que era peor aún, no se advertía en ella movimiento alguno, indicio de que la instalación exterior estaba obstruida por partículas de la materia por la que habíamos atravesado. Yo sabía perfectamente lo que iba a ocurrir entonces. Me aferré al respaldo de la silla del operador, para impedir que se notara el temblor de mis manos. “Lo siento mucho”, dijo Grierson. “Quizá no haya podido usted descansar lo necesario; pero está de más decirle que esto es muy serio. Tendrá que salir a arreglar la instalación”. Johnson quiso decir algo; pero Grierson lo hizo callar con un ademán. “Esto es asunto exclusivo de Rayburn”. Claro que era asunto mío, y de nadie más. Para eso estaba yo allí. Y al fin de cuentas, era simplemente una cuestión de rutina. Todo radaroperador había efectuado trabajos de esa naturaleza, durante sus cursos de preparación. Yo mismo había salido varias veces al espacio, para ensayar maniobras de esa clase. Veía ante mí todos los detalles de la complicada instalación exterior del radar. Reflexioné detenidamente sobre el tipo de desperfectos que podrían presentarse 24

al examinarla, y escogí con la precisión habitual los instrumentos que llevaría colgados de los ganchos y hebillas de mi “smoking”, que me puse con cuidado. Rayburn miró a Ellen. Ella le dio a entender, con una sonrisa, que conocía el nombre dado por los estudiantes al traje que vestían en sus incursiones espaciales. —WILLIAM conoce muy bien la estructura de nuestros cohetes. Para que usted, Ellen, pueda darse cuenta de lo que pasó, imagínese que en la superficie exterior de la nave hay distribuida una serie de escalas y ganchos a los que uno puede agarrarse y asegurar sus instrumentos. Un niño puede recorrer así las paredes y llegar a cualquier lugar del casco, sin el menor esfuerzo: no es necesario sostener el peso del cuerpo, que obedece a la más leve contracción muscular. Lo único que se siente es la débil gravedad que ejerce la nave. Para mayor seguridad, los que deben efectuar algún trabajo en el exterior del casco, se atan con un cable delgado pero resistente, que es amarrado a un gancho cerca de la puerta de salida. Hasta un niño, le repito, podría recorrer el casco en toda su extensión. Y esto mismo me decía yo una y otra vez cuando salí a la compuerta de seguridad. . . Grierson ya había examinado cuidadosamente el espacio que estábamos atravesando: no se notaba el menor vestigio de la nube. Las estrellas brillaban como siempre, y el sol resplandecía con claridad deslumbrante en medio de la negrura del espacio. . . Salí. Era un juego de niños, nada más. Amarré el cable de seguridad al gancho junto a la puerta. Estaba del lado opuesto al sol, en la más profunda oscuridad, y fui tanteando cautelosamente mi camino hacia el lugar donde se encontraban los dispositivos exteriores del radar. Estaban vivamente iluminados por el sol, y en seguida advertí que la materia interestelar por la MAS ALLA

que acabábamos de atravesar había dejado enredada en ellos una especie de niebla liviana y semiespumosa. Limpié todo con infinito cuidado, y traté de guardar algo del polvillo espumoso en una de las bolsas que llevaba, para mostrárselo a nuestros dos sabios. Durante todo ese tiempo había estado mirando siempre, instintivamente, hacia la nave, como un niño que mira hacia abajo cuando se arrastra por el suelo. Como usted sabe, la nave siempre está abajo por la leve fuerza de atracción que ejerce. Y en ningún momento eché una mirada arriba. Tenía miedo de mi propio miedo. . . Para hacer todo el trabajo, no demoré más de quince minutos. ¡Y para esto el comandante me había dicho que esperaba que volviera dentro de una hora!. . . Me separaban menos de diez metros de la puerta de salida, y me dominó entonces, repentinamente, un intenso sentimiento de triunfo. ¡Después de tanta soledad, de tantos temores absurdos! ¡Había vuelto a ser uno de los conquistadores del espacio! Me sentí invadido por la alocada alegría de mis días de estudiante. Recordé los saltos mortales con que nos divertíamos entonces: darle al cuerpo un leve impulso con los pies, flotar algunos metros en el espacio y volver luego en elegante curva hacia la compuerta, tirando del cable de seguridad. Willy Nilly, como lo habíamos apodado, era siempre el primero en lanzarse para el “salto mortal”. Pensé en él en el momento de hacerlo. Y en el mismo momento vi que

algunos proyectiles estribaban la superficie de nuestra nave. Eran sin duda fragmentos muy pequeños, pero sólidos. Mi altivo sentimiento de hacía un instante me abandonó bruscamente. Basta ya de juegos, pensé; tengo que volver en seguida. Ya estaba a más de diez metros del casco, flotando en medio del espacio. El impulso inicial había hecho efectuar a mi cuerpo una pequeña rotación, de manera que ya no estaba mirando hacia la nave. Empecé a tirar del cable de seguridad. Este corría y corría entre mis manos protegidas por los guantes del traje espacial. . ., hasta que llegó a su fin: estaba cortado. La pequeña lluvia de bólidos lo había seccionado. . . Di unas lentas volteretas. Recordé las vueltas de camero que dábamos cuando niños en las pendientes. Ojalá no me vean mis compañeros, pensé. ¡Cómo se reirían de esta absurda payasada de un conquistador del espacio! Un momento después me encegueció el sol. Yo estaba dando vueltas alrededor de la nave, y había salido de su zona de sombra. Soy un pequeño satélite, pensé riendo burlonamente. Creo que me estoy volviendo loco, me dije luego. Tengo que concentrarme. Me concentro. . ., centro, centro; soy el centro, repetía estúpidamente. Recordé entonces cierta vez que había ido a un parque de diversiones y entré en un lugar llamado “La casa de las locuras”. Me senté en una hamaca, en medio de un cuarto que tenía sólo unos pocos muebles, con algunos cuadros en las paredes y una

_______________________ Profetas y profecías. DENTRO de cinco años los cohetes llevarán correo y carga a través del Atlántico, y poco después llevarán pasajeros”. Este pronóstico fué hecho por una persona vinculada a los negocios aeronáuticos en Estados Unidos. Lo interesante del caso es que esta misma persona, que según Parece tiene pasta de profeta, aseguró en 1927 que su generación vería la realización del comercio aéreo a 500 km. por hora. En esa época lo trataron de loco y visionario. EL PAYASO ESPACIAL

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araña pendiendo del cielo raso. Sonó un timbre, y la hamaca empezó a mecerse cada vez más alto, más alto, hasta dar una serie de vueltas completas. Yo sabía que no era más que una ilusión óptica, claro está. Seguramente, también en aquel momento me hallaba en medio de una ilusión, de una horrorosa ilusión de pesadilla, para salir de la cual sería suficiente que abriera los ojos. Pero me di cuenta de que mi cuerpo no me creía. Una ola de malestar empezó a surgir de mi estómago y culminó en un vómito bilioso, que me dejó aturdido y mareado. El asqueroso líquido manchó la ventanilla de mi casco y volvió a mis labios y mi nariz, y luché desesperadamente por recobrar el aliento. “¡No puedo más, no puedo más!”, grité entre un acceso y otro. Pero volví a sumergirme en la sombra y a salir a la luz del sol, y otra vez a la sombra y al sol, y eternamente parecían girar a mi alrededor las estrellas y el sol y la nave. ¿Por qué no me ven mis compañeros? pensé. ¿Por qué no sale ese maldito Grierson a pescar-me? ¿Para qué sirven esos dos sabios, si ni siquiera saben salvar a un pobre payaso que está dando vueltas en medio del espado, sin poder detenerse?. . . Perdí el conocimiento. Después me dijeron que todo no duró más que unos minutos; que Grierson y Johnson salieron en seguida, al verme girar alrededor de la nave. Para mí, fué como si el tiempo se hubiese detenido. Giraba y giraba, y sólo despertaba para vomitar y gritar que ya no podía más. Me nutrieron artificialmente, y, al volver a la Tierra, me enviaron a un hospital. Ya hace un año de esto. Pero en cada rincón me acecha el vértigo. A veces me asalta por sorpresa, y debo tenderme en el suelo para sentir en todo el cuerpo que estoy en tierra firme. No importa dónde esté en ese momento, lo mismo me echo al suelo. Que me pisoteen, si quieren. . . 26

Rayburn calló. Se había quedado mirando fijamente el cuadro de la pared, casi invisible ya a la luz del crepúsculo. —Pero no debes rendirte, Rayburn — dijo La Guarda—, ¿No ves acaso que las autoridades se interesan por ti; que siguen creyendo que volverás a estar bien? Y por otra parte, nadie te ha censurado jamás por lo que llamas tu payasada. . . —Lo sé, lo sé. Siempre se habló solamente de los bólidos. Y yo. . . nunca tuve el valor necesario para confesar la verdad. Hoy ha sido la primera vez. . . Ya no quería quedarse más. Declinó bruscamente el ofrecimiento de acompañarlo que le hizo su amigo, y se despidió con el gesto rígido que se le había hecho habitual. EL camino era largo; pero le hacía mucho bien el caminar. También se sentía más aliviado por haberlo contado todo. Era verdad: las autoridades no lo habían dejado de lado. Seguían creyendo en él; en la posibilidad de que volviera a ser útil en su profesión. ¡Si hasta lo habían ascendido!. . . Las calles del suburbio por donde marchaba no estaban muy frecuentadas. Siguió andando lentamente, con sus pasos pausados. A lo lejos se oía música; venía de un parque de diversiones, instalado en un gran terreno baldío. Otra vez el parque de diversiones, pensó Rayburn con amargura. El estrépito de la música lanzada a los cuatro vientos por los altoparlantes y las luces violentas, hirientes, no habían atraído sin embargo mucha gente en aquel barrio suburbano. Al pasar, echó una mirada fugaz a las atracciones brillantemente iluminadas: calesitas, pulpos, montañas rusas, una inmensa rueda cuya armazón se destacaba con innumerables luces contra el cielo. . . Ya había dejado atrás el parque, cuando advirtió que la viva iluminación MAS ALLA

se apagaba de pronto, y cesaban también la música y los ruidos de los aparatos mecánicos. Se oyeron en cambio gritos, maldiciones, insultos y risas. La comente electronuclear se había interrumpido, sin duda por algún desperfecto del autogenerador de energía. Rayburn volvió sobre sus pasos, para ver qué pasaba Al parecer, los empresarios habían abandonado la esperanza de poder arreglar los desperfectos, y el público se dispersaba rápidamente. Las calles estaban completamente desiertas y silenciosas, Rayburn se quedó inmóvil ante el abandonado parque de diversiones, sin pensar en nada. Un gemido interrumpió de pronto el silencio: un lamento agudo y prolongado, como el de un niño que despertaba repentinamente en medio de una pesadilla, y se encontrara solo. El llanto venía de lo alto. ¡Sí! ¡Un niño estaba gritando. . ., llorando allá arriba. . ., en la rueda gigante! En uno de los cochecitos, alguien había dejado un pequeño. . ., seguramente traído por su hermanito mayor, que lo olvidó en la confusión del oscurecimiento. ¡El chiquillo volvió a chillar con un gemido aun más lastimero! Rayburn actuó casi instintivamente. Fué a la plataforma de la rueda gigante y empezó a trepar por la armazón. Como en la superficie de los cascos de los cohetes interespaciales, tanteaba metódicamente en busca de las escaleras, los ganchos las barras. Evitó maquinalmente los cochecitos que se mecían con leves chirridos. Los gemidos del niño estaban ya muy próximos. Rayburn llegó así hasta el cochecito más alto, lanzándose a la barra que lo sostenía. ¿Dónde estaba el niño?. . . En el cochecito parecía moverse una pequeña sombra. Dos ojos lo miraron fijamente, con destellos verdosos; un débil chillido brotó de una boca invisible. . . Rayburn se dejó caer pesadamente en el cochecito. . ., y el gato, aterrado, escapó EL PAYASO ESPACIAL

saltando por sobre el respaldo a la armazón de la rueda, para perderse de inmediato en la negrura de la noche. El cochecito en que se había sentado empezó a mecerse, y Rayburn no pudo contener una estrepitosa carcajada, que resonó extrañamente en el silencio. Alzó el rostro hacia el cielo estrellado. Lágrimas de risa le corrieron por las mejillas. ¡Un niño en peligro!. . . ¡Rayburn, el salvador de un gato vagabundo! ¡Rayburn, el payaso! De pronto comprendió que había conseguido desprenderse de la pesadilla que lo asediaba. Podía mover libremente la cabeza, mirar hacia arriba y hacia abajo, sin sentir las estocadas del vértigo. Siempre riendo empezó a descender. Sus pies encontraban, seguros y certeros, los puntos de apoyo; sus manos se movían con firmeza, sin vacilaciones. Volvía la vista a izquierda y derecha, liberado ya para siempre de la absurda amenaza que lo había perseguido durante tanto tiempo. . . Al llegar al centro de la rueda recordó las palabras del médico. ¡Había logrado “salir del abismo”! Sacó de la bolsa de reglamento la tarjeta de emergencia, y la rompió en mil pedazos, que lanzó al aire, jubiloso. Los cuadraditos blancos cayeron flotando lentamente, dando vueltas, hasta desaparecer, tragados por la noche. 

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Aquí tiene usted un desafío a su memoria y a su cultura. Si usted es un asiduo lector de MÁS ALLÁ, le resultará más fácil responder a este ESPACIOTEST. Indique en los cuadritos de la derecha las letras que corresponden a las respuestas que le parecen correctas. Compare los resultados en la página 94 de este volumen. Si no ha cometido ningún error, puede estar muy orgulloso. Si sus aciertos han sido 4 ó bien 5, sus conocimientos son superiores al promedio de las personas cultas. Si ha contestado correctamente 3 preguntas, el nivel de sus conocimientos corresponde al promedio. Si ha acertado 2 ó menos, no se aflija y siga leyendo MÁS ALLÁ, que le proporcionará un sinfín de conocimientos serios sin las molestias del estudio.

Pregunta Nº 1: Pregunta Nº 2: Pregunta Nº 3: Pregunta Nº 4: Pregunta Nº 5: Pregunta Nº 6:

1

Un año marciano dura aproximadamente:

A) Igual que uno terrestre. B) La mitad de uno terrestre. C) El doble que uno terrestre. D) Cuatro veces más que uno terrestre.

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¿Cuál de los siguientes planetas tiene una órbita más excéntrica?

A) Venus. B) La Tierra. C) Mercurio. D) Plutón.

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MAS ALLA

¿Qué designa la palabra trocotrón ? A) El nombre de un tango. B) Un aparato para desintegrar átomos. C) Un tipo de válvula electrónica. D) Un habitante de las islas del Pacífico. E) Una unidad de medida.

3

El período cretáceo pertenece a la era: A) Paleozoica. B) Mesozoica. C) Arqueozoica. D) Cenozoica.

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¿Qué es una “sinapsis”?

A) Una figura gramatical. B) Un animal sagrado de Egipto. C) El punto donde establecen contacto las neuronas entre sí. D) Un tipo especial de serpiente. E) Un cuadro esquemático. ¿Qué función desempeñaban las pirámides en el Antiguo Egipto? A) Tumbas de Faraones. B) Templos donde celebraban sus oficios los sacerdotes. C) Construcciones para detener el avance de las arenas sobre los cultivos. D) Observatorios astronómicos. E) Función desconocida todavía por la ciencia.

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ESPACIOTEST

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Los próximos satélites

ARTIFICIALES CON la llegada del Año Geofísico Internacional (1957-58) se ha agudizado el interés público por el lanzamiento de satélites artificiales. Las primeras comunicaciones hablaban acerca de un satélite, mientras las posteriores elevaban esa cifra a diez o doce; y hasta se han encargado algunas unidades, de repuesto, en previsión de posibles fallas. Conviene advertir que, para que un cuerpo se convierta en satélite de la Tierra, tiene que adquirir cierta elevada velocidad, desplazándose paralelamente a la superficie terrestre, fuera de la atmósfera. La velocidad requerida depende de la distancia al suelo; pero, para las alturas actualmente alcanzables, digamos entre 300 y 1.000 kilómetros, las velocidades necesarias oscilan alrededor de 25.000 kilómetros por hora. Para que un cohete adquiera tal velocidad, mediante el uso de los combustibles actuales, es menester que esté formado por tres secciones. 30

La colocación del satélite consta de dos fases sucesivas; la primera es levantar el satélite artificial hasta más allá de la atmósfera, aproximadamente a una altura de 320 kilómetros; la segunda, dotarlo de una velocidad dirigida paralelamente a la superficie terrestre. Si cada uno de los tres cohetes que forman el cohete de tres secciones hubiera de encenderse tan pronto como la sección precedente haya agotado su combustible, podría suceder que el punto del espacio donde se produzca el fin de la combustión de la tercera sección esté situado todavía en la atmósfera. Ahora bien, la órbita comienza en el punto donde termina la combustión de la última sección del conjunto. Esto significa que el satélite artificial, cada vez que haya completado una revolución alrededor de la Tierra, pasará por ese punto del espacio donde se apagó la sección final o tercera. Si dicho punto de apagamiento estuviera a una altura de 130 kilómetros, el satélite, cada vez que diese la vuelta, se sumergiría dentro de la atmósfera, hasta MAS ALLA

el punto de su órbita más próximo a la Tierra: (el perigeo) Cada vez que el satélite hiciera esto, la resistencia del aire neutralizaría parte de su impulso. En consecuencia, no sería satélite permanente, sino temporario. Pero si se desea un satélite permanente, no dará Resultado el punto de apagamiento dentro de la atmósfera. Se necesitará que la sección final se apague fuera de la atmósfera, y esto se consigue gracias a que un cohete no detiene su movimiento por el solo hecho de que su combustible se haya agotado; pues en todo cohete, después del período de vuelo con fuerza motriz viene el período de vuelo sin fuerza motriz. Y, si en el momento de apagarse el cohete la trayectoria apunta hacia arriba, como sucede comúnmente, el aumento en altitud después del apagamiento será considerable. En los lanzamientos a gran altura, casi verticales, llevados a cabo con la V-2, la altitud de apagado del cohete fué siempre muy próxima a los 32 kilómetros; las alturas máximas alcanzadas fueron de 135 a 183 kilómetros. El triple cohete portador del satélite artificial parecerá elevarse verticalmente al principio; pero después que haya ganado una altitud de 3 ó 4 kilómetros, se notará una inclinación hacia el este. Esta inclinación hacia el este proviene del hecho de que la Tierra gira en esa dirección, de modo que el cohete se eleva con ese impulso inicial. El lanzamiento del primer satélite se hará en la base de la Fuerza Aérea Estadounidense, situada en Patrick, cerca del cabo Cañaveral, en el estado de Florida, siendo la velocidad de rotación de dicha base aproximadamente 230 metros por segundo, el cohete ganará estos 230 metros por segundo moviéndose hacia el este desde que despega. Para moverse hacia el oeste, el cohete necesitaría combustible extra con que neutralizar esos 230 m. por segundo, lo LOS PRÓXIMOS SATÉLITES ARTIFICIALES

cual no sería práctico. Cuando la primera parte detenga su combustión, el conjunto estará aproximadamente a 58 kilómetros sobre el nivel del mar y, medidos horizontalmente, a unos 40 kilómetros del sitio de encendido. En este momento, la segunda parte entrará en ignición y se elevará, desprendiéndose de la primera. La primera sección recorrerá una trayectoria balística normal, y se estrellará en el océano Atlántico a 370 kilómetros del lugar del lanzamiento. Mientras tanto, la segunda sección habrá agotado su combustible adquiriendo una velocidad que es, en números redondos, la mitad de la velocidad orbital necesaria. En el momento de apagarse estará a 230 kilómetros sobre el nivel del mar y por lo menos a esa distancia del lugar de encendido, medida horizontalmente. A continuación se deslizará hacia arriba con un ángulo muy pequeño. Puede ser que a los 230 kilómetros de altitud esté ya más allá de la atmósfera; pero conviene asegurarse. Por eso todo se calcula para que la segunda sección pueda deslizarse sin fuerza motriz hasta una altitud superior a los 320 kilómetros. Mientras va ganando altitud a medida que se desliza, desgraciadamente pierde velocidad. La pérdida debida a cualquier resistencia del aire que aún podría haber quedado, quizá será tan pequeña que ni siquiera podría ser medida, pero el cohete se desliza hacia arriba en contra de la atracción gravitacional de la Tierra, y esa es una pérdida apreciable. Cuando la segunda sección se haya deslizado hasta la más elevada altitud que puede alcanzar, debe, necesariamente, estar moviéndose en dirección paralela al suelo, en el punto medio de su trayectoria; de ahí en adelante perderá altura y ganará velocidad otra vez, siguiendo la atracción gravitacional de la Tierra. En el punto en que se encuentre más alta y desplazándose a su velocidad menor, la cual será todavía 31

bastante rápida, el cohete de la tercera sección se separará de la segunda. La distancia horizontal desde el lugar del lanzamiento será en ese momento, de 1.100 kilómetros. Ya se ha alcanzado la altitud necesaria; la dirección del movimiento es también correcta; lo único que todavía falta es velocidad. Toca a la tercera sección cubrir la diferencia entre lo que se tiene y lo que se requiere. Nadie puede decir con precisión cuánto será eso, pero la tercera sección tendrá probablemente que suministrar la mitad de la velocidad total. Alcanzado un perigeo de 480 kilómetros, el satélite estará ya fuera de la atmósfera o todavía dentro de ella según cuáles sean las cifras atmosféricas verdaderas. Si se admiten las más altas, un satélite con un perigeo a 480 kilómetros de altura durará un año. Tomando las más bajas, será permanente, si se lo compara con la duración de la existencia humana. El aspecto exterior del cohete de tres secciones será precisamente de una enorme bala de rifle. No llevará aletas. Las aletas son innecesarias porque los motores de cohete de las dos primeras secciones estarán montados sobre balancines. El balanceo durante los primeros pocos segundos que siguen al despegue, y la inclinación de ahí en adelante, se lograrán desviando ligeramente el chorro de gases del escape, según se requiera. Será un cohete excepcionalmente largo y delgado. La primera sección irá guiada y controlada; pero los instrumentos de guía y control estarán todos colocados en la segunda sección. La primera sección es esencialmente un enorme armatoste destinado a proporcionar el primer fuerte empujón. El trabajo delicado lo hace la segunda sección. La segunda sección Controla la primera, más tarde se controla a sí misma, y, puesto que enciende la tercera sección en 32

el momento apropiado, puede decirse que ella controla la tercera sección la cual, técnicamente, es un cohete no guiado: es apuntada por la segunda sección y disparada en el momento preciso. La tercera sección y el satélite artificial (seguido en la parte superior de la tercera sección) irán embutidos en el cono de proa de la segunda sección, pues tienen que ser protegidos contra la fricción del aire en su ascenso. Pero, después de alcanzar los 200 kilómetros, ya no necesitan protección; y entonces, apagada la segunda sección, su cono de proa se abrirá y desprenderá, dejando libre la tercera sección, y el satélite. La tercera sección será un cohete a combustible sólido, para simplificar el proceso de encendido. No puede decirse mucho acerca del satélite mismo, excepto que se lanzarán varios. Aquél del cual más se ha hablado será esférico, del mismo diámetro que el cohete de la tercera sección (unos 50 centímetros) y contendrá instrumentos que transmitirán sus hallazgos a la superficie terrestre. Podría ser necesario separar este satélite del cohete de la tercera sección. Si no se necesita ninguna separación, el satélite propiamente dicho sería simplemente el cono de proa del cohete de la tercera sección. Otra forma posible de satélite artificial sería sin instrumentos y de gran tamaño. Podría llenarse el cono de proa de la tercera sección con una espuma plástica, comprimida, a la que se permita escapar para formar una gran burbuja de espuma alrededor de la tercera sección. O podría ser un globo plástico, no elástico, que se infle desde una cápsula de presión llevada junto con él. Este último tipo de satélite artificial sería muy visible. No informaría a la superficie terrestre por medio de la radio, pero revelaría muchísimas cosas que queremos saber, por medio de la forma de la órbita que tomaría. MAS ALLA

Los doctores A. H. Shaplay (izq.) y A. F. Spilhans, explican la naturaleza y el objeto del lanzamiento de un satélite artificial lleno de instrumentos. Estas lunas hechas por el hombre, servirán para el estudio de las radiaciones solares, aumentarán los conocimientos de la física atómica y serán el primer paso hacia los viajes interplanetarios.

El instrumental del modelo del satélite es retirado de su corteza plástica. Este tipo de construcción simplificaría la labor de prueba de los circuitos y de los instrumentos durante la etapa experimental. En primer plano aparecen las antenas plásticas enteramente desarmables.

Este diagrama nos esquematiza la conquista del espacio por el hombre. Muestra las alturas hasta, las cuales han acudido aviones y cohetes y la altura aproximada hasta la cual llegaría un satélite artificial.

La trayectoria del satélite sobre la tierra dependerá de su órbita. La línea negra muestra la trayectoria simple recorrida por un vehículo lanzado sobre el Ecuador. La punteada, la trayectoria de un satélite que recorre una órbita polar.

La órbita del satélite será un círculo (B) si la velocidad de partida eses de 8 km/seg La elipse (A) resultará de velocidades menores y la (C) de mayores.

La trayectoria de un vehículo sería la parábola A si la velocidad inicial fuera la de escape.

Los lanzamientos; no horizontales darían órbitas elípticas para cualquier velocidad inicial. Si el satélite apuntara hacia abajo, seguiría una elipse como A, y si fuera hacia arriba, una elipse como B

El pequeño satélite artificial, como la luna, brillará al reflejar la luz solar. En las condiciones de visibilidad adecuadas (mostradas en este dibujo), aún un pequeño satélite puede tener la brillantez de una estrella de quinta magnitud, la más apagada que resulta visible sin la ayuda de aparatos de óptica.

Este dibujo muestra cómo un satélite artificial podría dar una vuelta completa alrededor de la Tierra, a una altura de 400 km. cada 90’. El satélite describe una órbita desde el polo norte al sur y pasaría exactamente por cada lugar a las 6 ó a las 18 horas. Esto se debe a que la órbita se mantendrá constante con respecto al sol

 El artista ha dado forma a las descripciones de los técnicos sobre las características que tendrá el triple cohete, que colocará dentro de su órbita al primer satélite construido por el hombre.

Una de las grandes hazañas que significará el lanzamiento del satélite artificial es el cerebro electrónico que tendrá que manipular y reemitir hacia la Tierra las observaciones que vaya tomando por orden de los físicos. Estos progresos de la electrónica se deben a miles y miles de pequeños y grandes estudios realizados por incansables entusiastas del mundo entero. Aquí vemos a Frank Krasne, estudiante de 17 años de edad, trabajando en la parte posterior del panel de control de un computador electrónico que ha diseñado en su hogar de San Francisco. Esta foto da una idea de la compleja cantidad de cables necesarios para su proyecto. Frank se ha mostrado siempre muy interesado en los computadores electrónicos y decidió un día construirse uno “simple” a fin de iniciarse en ese ramo de la ciencia.

Es ésta una parte de la primera máquina de calcular. Su autor, Babbage, dedicó toda su vida a la obra, y su capacidad para resolver problemas es comparable a las más modernas. Era toda mecánica y por falta de fondos jamás llegó a terminarse.

Unos de los: miles de diseños y proyectos realizados por Babbage. De haberse llegado a construir hubiera pesado varias toneladas.

La clave del aumento de producción está en la automatización, la cual depende a su vez fundamentalmente de la electrónica. Pero, aunque parezca mentira, la industria electrónica ha sido hasta hace poco una de las menos automatizadas. Hasta hace poco, porque la introducción de circuitos impresos y unidades standardizadas como las que se ilustran en la fotografía, ha permitido transformarla completamente en una de las más adelantadas.

Todo este conjunto complicadísimo de condensadoras, cables, resistencias, transistores, etc. corresponden al circuito de una unidad electrónica de control. Las válvulas electrónicas y otras piezas están del otro lado.

Magnificada por una microcámara, presentamos aquí la foto de núcleos magnéticos —no mucho más grandes que la cabeza de un alfiler —mientras son retirados de un horno. Su función es la de “acordarse” de la información que se distribuye en las calculadoras electrónicas. EN UN ANGULO: Los núcleos magnéticos son colocados en retículas de hilos de cobre, para ser puestos luego en las máquinas donde cumplen la función de “memoria”.

Estos aparatos están expuestos en el Museo de Ciencia y Técnica de Milán, donde se ha inaugurado la Primera Muestra Internacional del Automatismo. La máquina que atrajo más el interés fué el “Adán II” o “Máquina pensante”, que puede verse a la derecha. A la izquierda, un dispositivo con el cual es posible ejecutar pruebas cíclicas automáticas de las centrales telefónicas. Sobre una cinta de papel se registran las indicaciones que permiten encontrar rápida y seguramente los tipos de defectos y los aparatos afectados.

Algunos de los miles de componentes utilizados en la construcción del nuevo cerebro electrónico realizado en los laboratorios de Matemáticas de Cambridge.

Toda esta instalación corresponde a un aparato de radar. En la pantalla el operador puede observar al avión aunque éste tenga el mismo color que el cielo.

Calíope la charlatana ¿DE quién será el futuro?: ¿de la máquina o del cerebro? El cerebro electrónico pone esta pregunta a la orden del día. Y no faltan quienes, maravillados ante las calculadoras que realizan 200.000 operaciones matemáticas en el tiempo en que el hombre hace una, se inclinan entusiastamente por la máquina. La sociedad del porvenir (no el porvenir de nuestros tataranietos, sino el de los próximos años) estaría formada por cié-gos servidores de las máquinas que ellos mismos dotaron de vida y pensamiento. Pero por rara ironía son justamente las máquinas maravillosas que crea el genio humano día tras día, las que se encargan de desvanecer tan sombrías imaginaciones. Es el caso de Calíope la Charlatana. ¿Quién es esta Calíope? Es nada menos que una máquina de hacer discursos. Lo que siempre fué monopolio del hombre (la imaginación) aparece ahora como propiedad, a primera vista indiscutible, de esta máquina construida por el físico CALÍOPE LA CHARLATANA

francés Albert Ducrocq. Claro que Calíope no habla el lenguaje de los simples mortales. Tiene su propia lengua, llamada binaria, compuesta exclusivamente por los números 0 y 1. Un código convencional permite traducir este lenguaje binario, 1111, por ejemplo, quiere decir “hombre”. A título ilustrativo, reproducimos aquí uno de los discursos que gustosamente dirige Calíope a todo el que quiera escucharla, y a continuación damos su correspondiente versión castellana: 0001 00011

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. . ...

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Esto significa: “No tengo más horizonte que una colgadura roja de la que se escapa intermitentemente un calor sofocante. Se distingue apenas una misteriosa silueta femenina, orgullosa y terrible. Esta gran señora debe de ser una de las estaciones del año. Parece decir adiós. No veo nada más y me adelanto entonces hacia el decorado que mis manos apartan confusamente. Hay, más allá, un extraño paisaje tropical; un gato araña el suelo; los pájaros vuelan por todos lados, posándose sobre las ramas de los árboles medio calcinados. He aquí una tortuga que se inmoviliza: ha notado mi presencia. Pero ¿por qué está cubierta de escarcha? Acude un muchacho; sus brazos musculosos, su rostro serio y bronceado le confieren un aire de joven héroe'. Para producir discursos como éstos, basta con proporcionarle a Calíope un tema inicial, como sería en este caso “horizonte” Hay motivos para asombrarse. ¿Estamos ya ante una máquina capaz de reemplazar una actividad creadora del hombre? A primera vista parece que así es. Pues bien, no: en la oración, las distintas partes (sujeto, predicado, complementos) están unidas coherentemente. Y en Calíope, esa coherencia está presente ya en su construcción, mediante circuitos coordinados en forma tal que se encargan de excitarse por turno, para proporcionar las distintas partes de la oración y dar coherencia a la misma. Hay un juego que reproduce perfectamente el funcionamiento de Calíope: cada jugador escribe, según lo va ordenando el director del juego, un

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nombre de hombre, otro de mujer, qué hacen, dónde están, qué se dicen, etc., etc. Una vez escrita la palabra que le corresponde, el jugador dobla el papel y lo pasa al siguiente. De esta manera, ninguno de los jugadores sabe lo que han escrito o escribirán los otros. Pero el resultado es una frase muchas veces divertida e ingeniosa, pero siempre coherente, gracias a la previsión del director del juego, que en nuestro caso es el mecanismo de Calíope. Resulta, pues, que la imaginación y la inteligencia se pueden achacar sólo al inventor de Calíope, pero no a la máquina. Lo cual no impide que algún incauto desconociendo su origen mecánico, se extasíe ante el estilo literario “modernísimo” que produce Calíope. 

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CUENTO POR CHAD OLIVER -

LA MADRE DE LA NECESIDAD SER el hijo de un hombre realmente famoso (expresó el joven dirigiéndose al historiador por sobre su vaso de cerveza) no es por cierto la proeza más fácil del mundo. Ahora bien, papá y yo nos llevamos siempre a la perfección; él era bueno conmigo y yo me sentía muy a gusto con el viejo. Pero no puede imaginar usted lo que fué eso cuando decidieron elevar a George 52

Wáshington de un puntapié para convertirlo en Abuelo, y embutieron al viejo en su glorificado lugar. ¡George Sage, Padre de su Patria! La gente siempre está siguiéndome para hacerme preguntas sobre George. Si hasta podría pensar que era una especie de santo o algo por el estilo. No me interprete mal. Yo creo que MAS ALLA

papá es un tipo magnífico. ¿Pero qué puedo decirle a todos esos bichos raros que quieren saber algo sobre su héroe? Si les contara las cosas tal como son, creerían que estoy insultando a mi propio padre sólo porque trato de hacer de él un ser humano, como usted o como yo. Ya ni siquiera me molesto en tratar de decir la verdad; ahora me limito LA MADRE DE LA NECESIDAD

generalmente a murmurar algo incomprensible sobre una vida consagrada, y los dejo contentos con eso. Pero su interés reside en la historia. Usted quiere conocer la verdad de las cosas. Muy bien. Perfectamente de acuerdo. Pero antes quiero que recuerde algo: mi viejo era un tipo igual a todos los demás. Lo mismo que yo, no quería saber 53

nada de todo este asunto de la santidad que pretenden atribuirle. Se lo mostraré tal como era en realidad, y usted puede o no aceptarlo, como más le guste. Al día ese en que empezó todo este asunto lo llaman ahora Lunes de la Paz. Yo era apenas un chiquillo, pero lo recuerdo como si hubiese sido ayer. El 2056 fue un año húmedo, y aquel lunes era bien característico de la estación. Afuera estaba gris y lluvioso, y se podía oír cómo soplaba el viento, y uno se alegraba de estar en el apartamento cálido y confortable. . . Su cuerpo voluminoso —no gordo, precisamente, pero con una perceptible barriga— se hallaba absolutamente inmóvil en la hamaca. El pelo entrecano no había sido peinado en todo el día. Escuchaba con expresión distante el ulular del viento y sus ojos, ligeramente vidriosos, estaban perdidos en la contemplación de la nada. En la pared se leía un lema: “SIEMPRE ES BUEN MOMENTO PARA UN CAMBIO”. Lois, su esposa, conocía las señales. Era su única esposa, y tenía que ser muy sensible a los matices. Andaba en puntillas por el apartamento, como si el piso estuviese literalmente cubierto de cáscaras de huevo. Pensó que era una suerte que Bobby se quedara tranquilo en su habitación. El silencio se espesaba por momentos. —Cero —murmuró George, inescrutable, cambiando de posición en la hamaca. —¿Qué, querido? —No hay nada nuevo bajo el sol — aclaró él. —Bueno, George —dijo Lois tratando de emitir un sonido neutro. — ¡No te metas, maldito sea! Estoy pensando algo. —Ya lo sé, George. —Claro. 54

El silencio volvió a fluir, incontenible, y se congeló en la habitación. George respiraba de una manera irritante. Lois se arreglaba las uñas. —¿Tienes que hacer precisamente eso? —preguntó él al cabo. Lois alzó inocentemente la vista. —Tus uñas —explicó George—. Las estás raspando. —Ah. . . —Dejó a un lado el estuche y trató de quedarse muy quieta. Afuera estaba lloviendo cada vez más fuerte; esperaba que cesara pronto para que Bobby pudiera salir a jugar. Estaba un poco preocupada por George: ya no era joven y no había tenido tanto éxito como Lloyd Brigham. Estaba perdiendo confianza en sí mismo y eso, desde luego, le creaba dificultades para surgir con algo realmente acertado. Siempre habían acariciado la esperanza de que cuando Bobby creciera pudiese vivir en alguno de los sistemas creados por George: eso hubiera sido realmente magnífico. Pero a la sazón sólo quedaba Westville, y aun a ésta George la encontraba un poquito anticuada. Lois se acercó a la hamaca de su marido y deslizó suavemente los dedos por entre el pelo peinado. Era curioso, pensó, cómo se le había puesto: más o menos una hebra de cada tres estaba blanca como la nieve, y todo el resto tan castaño como veinte años atrás, cuando se conocieron en el colegio. —¿Dificultades? —preguntó con dulzura. —También se puede expresar de ese modo, como dijo el tipo aquél cuando marchaba al patíbulo. —Trata de no preocuparte demasiado, querido. George murmuró algo descortés, y luego se volvió francamente hacia ella. —Ya lo hemos probado todo, Lois — murmuró con una expresión de intensa fatiga en los ojos—. La gente ha MAS ALLA

visto ya todo lo que había por ver, y en estos días no se la puede impresionar con sólo lanzar la idea de un clan en lugar de un sistema de descendencia bilateral. En otro tiempo todo parecía relativamente novedoso, interesante, pero ahora. . . ¡demonios, a veces pienso que no hay nada tan aburrido como un cambio sempiterno y constante! —Quizás ésa sea la respuesta —dijo ella tratando de colaborar—. Quizá si tratas de buscar ideas en algo tradicional. . . si te vales, por ejemplo, de aquello de echar nuestras raíces en la tierra. . . —Por favor. Yo puedo estar algo viejo, es cierto, pero aún me queda un poco de orgullo. De todos modos, el año pasado Lloyd probó en eso tan remanido de volver a los buenos tiempos pasados y ni siquiera él, con ser quien es, pudo sacarlo adelante. Lo endemoniado del asunto es, simplemente, que no hay nada, absolutamente nada nuevo bajo el sol. —Nunca lo hubo, George. —¿Qué? —Tú mismo siempre solías decir eso, aun antes que nos casáramos. Decías entonces que se parecía en cierto modo al escribir: sólo había diez o doce tramas fundamentales o lo que fuese, pero el golpe era saber cómo ensartarlas de diferentes maneras. —Bueno —admitió George—, es muy largo el camino que hay de Homero a Joyce, pero supongo que el viejo sigue siendo Ulises, no importa en qué enredos lo meta uno. Lois siguió aguardando pacientemente. —Hummm. . . —dijo George, y se sentó en su hamaca—. Quizá si birláramos un detalle de aquí y otro de allá, de diferentes sistemas —aun haciendo un surtido al azar—, y los pusiéramos en funcionamiento. . . Lois sonrió y volvió a dedicarse a sus uñas. LA MADRE DE LA NECESIDAD

George se dirigió al bibliófono, discó una pila de libros y siguió luego a su escritorio. Se sentó, y empezó a tomar rápidas notas en su borrador. Bobby asomó su rubia cabeza en la habitación y preguntó con un bostezo: —¿Mami, puedo venir a jugar aquí? —Ahora no, Bobby —repuso Lois— Tu padre está trabajando. Bobby observó la voluminosa figura de George sentada ante el escritorio, se encogió de hombros y volvió a su habitación con monumental indiferencia. Era otro lunes, tres semanas más tarde, y la lluvia había llegado exactamente a horario. Esta vez era una fastidiosa garúa, que se adaptaba perfectamente al humor de George Sage. Will Nolan, su gestor de organizaciones, se echó hacia atrás en el sillón de su gran escritorio, extrajo los lentes de contacto de los ojos y examinó sin mayor interés el cielo raso. —Es magnífico, George —dijo sin entusiasmo—. Un plan realmente magnífico. George empezó a transpirar. Ese era el comentario más indulgente que obtuviera de Nolan en quince años. . . aun desde su programa de nomadismo tipo rengífero. No habría sido tan malo, después de todo, pero el mismo George había tenido sus propios recelos, entonces más que de costumbre. —Realmente maravilloso —continuó Nolan—. Claro que. . . puede presentarse alguna pequeña dificultad con la Oficina de Patentes. —En otras palabras, no crees que sea lo suficientemente original como para obtener una patente. Y si no podemos patentarlo, tampoco nos será posible lanzarlo al mercado. ¿Es eso, verdad? —Pues bien, George —dijo Nolan moviéndose evidentemente molesto en su sillón. Se produjo una pausa de singular duración—. Pues bien, George —repitió. 55

El mismo: sabía que su carrera de inventor nunca había pasado de la mediocridad. Naturalmente, como él no era uno de los grandes bonetes no podía esperar que las principales agencias se encargaran de sus proyectos. Will Nolan y él estaban en el mismo bote, que no era por cierto la embarcación más sólida de que se tuviera noticia. —Tienes que darle un empujón a esto, Will. No sé cómo lo harás ni me importa. Pero hay que hacerlo. —No hay que preocuparse —dijo Nolan sin la menor sinceridad. George observó a su agente, más con simpatía que con enojo. Se había hecho muy pocas ilusiones acerca de sí. —Veamos el lado brillante del asunto —dijo George tratando de convencerse a sí mismo casi tanto como a Nolan—. No es subversivo, ¿verdad? No viola ninguna de las Formas de Vivir Americanas, ¿verdad? —Es perfecto, George. Realmente perfecto. —De acuerdo. Tiene algunas cosas buenas, ¿verdad? Tiene un sector tipo pequeño pueblo, con almacenes rurales, vecindarios apacibles y sosegado andar. Eso le da un sentido de tradición. Seguridad. Tú ya sabes. Tiene un núcleo cosmopolita, en el mismo centro, que sólo es utilizado en días festivos y de feria. Cuando la gente Va a La Ciudad, sabe que se espera de ella que se conduzca como una población urbana: eso impide que se convierta en algo tedioso, ¿me entiendes? Es una especie de organización social alternante, y requiere en el núcleo urbano personal suficiente como para ocuparse de todo aquel que no se sienta atraído hacia la vida rural, sea como fuere que haya sido educado. La gran ciudad les proporciona expansión, les indica el camino. Y ahora fíjate, Will, el aspecto sexual es bueno, tienes que admitirlo. Los clubes de adolescentes facilitan a los 56

chiquillos una saludable válvula de escape y las insignias por mérito les dan estado legal mientras están en esa edad. Y no sólo eso sino que los adultos mayores tienen como acompañantes, algo en que emplear su tiempo. . ., la valiosa experiencia que han acumulado no se pierde. Cuando los chicos están listos para sentar cabeza y casarse, ya irán a ello con los ojos abiertos. —El sexo siempre viene bien — admitió Nolan. —Y eso no es todo —prosiguió George entusiasmándose con el tema—. Fíjate cómo he organizado la distribución de los pequeños negocios: los chiquillos empiezan inmediatamente fabricando y vendiendo elementos para la escuela secundaria y el equipo de fútbol. Los niños granjeros suministrarían los alimentos en tanto que los de la ciudad llevarían las cuentas en los bancos. —La libre empresa siempre viene bien —admitió Nolan. —Sin duda. Y no he descuidado tampoco el lado espiritual. Fíjate en todo lo referente a las Escuelas Dominicales. ¿Y qué me dices de esa Sociedad de los Peregrinos? Te digo y te repito, Will, que este sistema tiene de todo. —¿Tiene también un nombre? —No. Todavía no. —Tiene que tener un nombre, George. Ya lo sabes. No se puede lanzar un sistema al mercado sin su nombre. Necesitaremos también algunos lemas. —Muy bien, muy bien. ¿Y para qué tienes a tus escritores, se puede saber? Will Nolan volvió a insertarse los lentes de contacto e hizo algunas anotaciones. —Está muy bueno, George —dijo—. Con tal que podamos hacerlo aprobar por los tipos de patentes. . . —No pueden rechazarlo. Sería contra la constitución. ¿Qué fundamentos tendrían? MAS ALLA

—Ni el más mínimo. Y menos con una idea tan magnífica como ésta. Se trata simplemente de que no hay en él nada que sea. . . bueno, en fin. . . nuevo. Tú ya sabes qué quiero decir. George agitó la mano con una confianza que estaba muy lejos de sentir. — ¡Al demonio! No hay nada de nuevo en las Pirámides, el Circo Romano, el Empire State Building, las carpas indias. Nada tiene de novedoso cada una de esas cosas de por sí. Pero cuando todas están integrando una sociedad ya es distinto, diferente en su esencia. —Me ocuparé de ello, George —dijo Nolan—. Trata de no preocuparte. George Sage estaba empezando a sentirse decididamente cansado de que la gente le dijera a cada momento que no sé preocupara, pero comprendió que no era éste el momento oportuno para estallar por eso. Siguiendo el ejemplo de Lois, se limitó a emitir un sonido neutro. —Te llamaré —agregó Nolan a manera de despedida. George salió del edificio y echó a andar sin rumbo, pasando el Monumento de Wáshington. Aún estaba lloviendo: una garúa grisácea y fastidiosa, que hacía que uno se sintiera como una almeja. Siguió su camino, las manos en los bolsillos, dando comienzo a esa interminable espera al cabo de la cual siempre estaba el vacío, un vacío que no era ni buen éxito ni fracaso, sino simplemente existencia. —Maldita lluvia — murmuró—. Maldita sea. Día de Elecciones. Quizá tuviera algún significado—era mejor que así fuese, pensó George— el hecho de que el tiempo no podía haber sido más agradable. Un sol balsámico bañaba los campos de las afueras de Natchezville con oro derretido, y las LA MADRE DE LA NECESIDAD

brisas estivales susurraban perezosamente entre los dulces gomeros. —Quédate quieto, Bobby —dijo Lois—. Tu padre tiene que cuidar que nuestro helicóptero no pase los límites de la ciudad mientras la gente está votando. — ¡Aaaah! —exclamó Bobby por todo comentario, y continuó revolviéndose en su asiento. No sin cierto disgusto consigo mismo, George advirtió que los dedos de su mano izquierda estaban firmemente cruzados. Bueno, en realidad la elección era muy importante para él. Si a Natchezville no le importaba un ardite el asunto, ya podía irse al campo a plantar coles. Nolan había logrado a duras penas filtrarlo por la Oficina de Patentes, y por aquellos días el señor George Sage no era mirado precisamente con muy buenos ojos en Wáshington. No, en realidad, eran más bien miradas asesinas las que le dirigían. El helicóptero se deslizaba perezosamente a la luz del sol, y George se desvió algunos grados para asegurarse de no pasar demasiado cerca de un antiguo globo cautivo que Nolan había sacado quién sabe de dónde. El globo se mantenía suspendido sobre Natchezville remolcando un largo aerocartel: DEMOS A NUESTROS CHICOS UNA ORGANIZACION SOCIAL MEJOR QUE LA QUE NOSOTROS TUVIMOS -¡ CIRCULO TOTAL SIGNIFICA UNA VIDA MAS PLENA !

“No está mal”, pensó George, “no está nada mal”. Natchezville, extendida debajo y algo a la izquierda de ellos como una ciudad de juguete, era un pueblo pequeño y simpático, con sus casitas blancas resplandeciendo al sol. Estaba rodeada por grandes plantaciones de algodón, pues generalmente se las modelaba al estilo del Antiguo Sur. Si uno miraba con atención, podía ver bonitas mujeres vestidas con 57

crinolina, bebiendo de altos vasos en los porches de gruesas columnas, mientras grises robots danzaban en los alojamientos de los esclavos. El tribunal era una colmena en actividad mientras la votación aumentaba paulatinamente su ritmo. George conectó la TV. Sí, aún seguía allí en el Canal 7: un círculo blanco apareciendo y desapareciendo, alternando con una voz de bajo que salmodiaba incesantemente: “Círculo Total —un flan de vida flaneado fura vivir — Círculo Total — un flan. . . George advirtió que sus manos transpiraban y las secó con el pañuelo. —Tenemos suerte —dijo por décima vez— de que ahora no hay por aquí gran competencia. Y la que hay no es muy activa. Ni Lloyd ni Brigham tienen algún sistema en marcha: Natchezville sería pan comido para ellos. En realidad, sólo tenemos tres competidores por allí. La Urbanía de Krause no está mal. . . pero nosotros tenemos eso más la exhortación rural. El asunto ese de Greenwich Village, del viejo Gingerton, es simplemente producto de la senectud. Y en cuanto a la Cueva del Mamut, no es más que un candidato sin chance. Lois rió deferentemente. George hizo descender el helicóptero casi a nivel del camino, por donde carretones y caballos marchaban pesadamente en dirección a Natchezville. Sonrió y saludó con la mano, pero en realidad su propósito era principalmente echarles un vistazo a los carteles distribuidos por el camino. Sí, allí había uno delante de ellos: • CUANDO DE LA VUELTA • POR SU CAMINO Y EL MIO • NO TENGA TEMOR • Y ESTE PREPARADO • PARA IR HASTA EL FINAL DE LA LINEA Círculo Total —Me gusta eso, papá—dijo Bobby—. 58

Está bueno. Había una cartelera convencional no lejos de allí, pero estaba demasiado próxima a los límites de la ciudad para que se arriesgara a tratar de verla de cerca. Fundamentalmente, parecía representar a los chiquillos rebosantes de salud, que miraban maravillados con unos ojos rutilantes hacia un futuro lleno de círculos. George volvió a saludar con la mano, y elevó el aparato. —Maldita espera —murmuró. —Trata de no preocuparte, querido — le aconsejó Lois. George pensó en una réplica cortante, pero llevaban ya bastante tiempo de casados como para no daría. El helicóptero zumbaba por el aire como un insecto, a medida que la luz del sol palidecía y las sombras de la noche empezaban a extenderse sobre la tierra. Una fresca brisa empezó a soplar por el norte, y Bobby estaba dando categóricas señales de hambre. Era ya cerca de medianoche, cuando la línea privada de TV del helicóptero parpadeó al encenderse la pantalla. Era Will Nolan, y por su rostro radiante George supo de inmediato cuál había sido el resultado. — ¡La hemos pegado! —exclamó Nolan—. No con una simple mayoría, George, sino mediante una victoria abrumadora. ¡ Felicitaciones! George agradeció con una sonrisa, rodeó a Lois con un brazo y dirigió el helicóptero hacia su casa. Detrás de ellos, Bobby dejaba oír suaves ronquidos. Las estrellas salpicaban el cielo y la luna brillaba enorme y cálida. —Estoy tan orgullosa de ti, querido — dijo Lois. —En realidad no fué nada —repuso él—. Pero aguarda a las elecciones de Concordburg, el año que viene. Tengo una idea en la mollera que les hará arder las orejas. MAS ALLA

El helicóptero siguió ronroneando. Desde luego, como usted podría suponer (le dijo el historiador al joven Robert Sage por sobre un segundo vaso de cerveza) lo que le ocurrió a su padre y al Círculo Total es difícilmente comprensible, excepto en función del contexto social e histórico del fenómeno. Si me permite interrumpirle por un momento, creo que puedo explicarle lo que puedo decir. Observando ahora la cuestión en conjunto, todo ello asume una especie de fatalidad espuria, como si no hubiese podido ocurrir de alguna otra manera. Esta es, sin duda, la clase más cruda de pensamiento teleológico, y debemos cuidarnos mucho de ella. Sin embargo, si nos detenemos a considerar ciertas tendencias notables en la cultura americana durante los últimos setenta y cinco años del siglo pasado — digamos desde 1925 hasta el año 2000—, eso puede sernos muy útil para explicar a su padre y lo que a él le ocurrió. Tomemos dos ideas clave: individualismo y progreso. Usted se halla, desde luego, lo suficientemente familiarizado con la noción de individualidad y el valor que la cultura americana atribuía al individuo. Quizá no se haya dado cuenta de que la idea de progreso es relativamente reciente en la historia. Una inmensa cantidad de gente que un constante cambio traía aparejado necesariamente algún mejoramiento. “¿Cómo sabe usted que lo que va a conseguir es mejor que lo que tiene, y qué entiende usted por mejor?”, se preguntaba toda esa gente. Pero los americanos creían en el progreso. Formaba parte integrante de su sistema de valores. Si usted no estaba “progresando”, era como si estuviese muerto, en un sentido individual tanto como nacional. Era posible evidenciar progreso en ciertas áreas, tales como la de la LA MADRE DE LA NECESIDAD

tecnología. Si por progreso quería usted decir eficiencia, podía demostrarse que algunas herramientas eran más eficientes que otras. El progreso en función de otras esferas de cultura era más difícil de definir, pero los americanos creían también en esa clase de progreso. Si alguna vez mirara usted hacia atrás, Robert, y leyera alguno de los documentos históricos de ese período, quedaría profundamente sorprendido por las constantes referencias al desarrollo espiritual y mejoramiento social. Ahora bien, las culturas son cosas muy singulares. Todas, sin excepción, cambian, pero al mismo tiempo todas sin excepción, son esencialmente conservadoras, y no pueden ser de otro modo. No se puede tener una cultura —que es un sistema integrado— acometiendo a la vez en diez direcciones diferentes. En América, el lema podría haber sido este: Lo mismo, con una diferencia. En otras palabras, se deben conservar las tradiciones de sus antepasados, pero estar más modernizados que ellos. Probablemente, sepa usted que nuestra industria no siempre estuvo robotizada y controlada mediante sistemas cibernéticos, pero es difícil imaginarnos hoy que alguna vez tuvimos otra cosa. Este fué un cambio fundamental en nuestra forma de vida. Si nos remontamos a mediados del siglo pasado, comprobaremos que ya entonces un hombre llamado Riesmann estaba señalando que nuestra cultura comenzaba a orientarse hacia los consumidores; él la llamaba la “otra dirección”, según creo, y advertía la creciente dominación de grupos pares y las discriminaciones cada vez más acentuadas del gusto. Podría decirse que la gente estaba volviéndose sofisticada en lo que consumía. La energía atómica, como habrá leído usted en sus libros de historia elemental, significó el fin de la guerra 59

“a la antigua”. Se hizo necesario ganar las mentes de los hombres. Al mismo tiempo, las ciencias físicas entraron en una leve declinación. La mayoría de los trabajos se dedicaron a la construcción de mayores y mejores superarmas, que jamás fueron empleadas en la guerra, sino probadas simplemente en áreas aisladas primero, y más tarde en la Luna. . ., a fin de mantener a la otra parte demasiado intimidada como para presentar combate. Las ciencias sociales habían llegado lo suficientemente lejos como para saber qué era lo que hacía funcionar los sistemas socioculturales. En realidad, era bastante claro. A los americanos siempre les han gustado los aparatitos útiles, los “chiches”, y a medida que se volvían más sofisticados volvían su atención hacia “chiches” realmente fundamentales: sistemas sociales. Todo era formulado en función de una saludable variedad, y de demostrar al mundo lo que éramos capaces de hacer con la libre empresa y el respeto por el individuo. Pero de hecho, no era otra cosa sino ingeniosos dispositivos para la convivencia humana. Los inventores han sido siempre altamente considerados en América, pero ahora el enfoque de sus invenciones varió por completo. Fué una gran cosa que Edison hubiese ideado la luz eléctrica, claro está. ¡Pero cuánto más remunerador resultaba inventar una forma de vida para toda una generación! Lo que resultó de todo esto fué una serie de grupos sociales flexibles y bien delimitados, con sistemas sociales variables en franca competencia de prestigio. Cada ciudad y cada pueblo, hasta el más ínfimo, se había considerado siempre diferente y mucho mayor que su vecino del otro lado de la colina — quizás haya oído usted hablar de Boston o de algunas ciudades de Texas— y ahora tenía una buena oportunidad para darse ínfulas. 60

Por supuesto, no eran completamente diferentes: eso hubiera sido el caos. Todas eran americanas, pero con sus partes ensambladas de distintas maneras. Y había una cultura de servicio nacional, un gobierno centrado en Washington, que tenía colonias en cada área. Espero que me disculpará usted por haber hablado tanto, Robert, pero creo que todo esto tiene estrecha conexión con lo que hizo su padre. Los defectos —si esta es la palabra apropiada— de esta manera de organizar las cosas, no fueron aparentes hasta después de las elecciones de Natchezville, cuando empezó el Circutotal. Por eso me siento particularmente deseoso de saber algo sobre la década siguiente, cuando usted se hallaba en pleno desarrollo. Recuerdo que George perdió las elecciones de Concordburg, pero después de eso estoy un poco confuso. Siempre me he preguntado cuánto tiempo transcurrió antes de que su padre supiera exactamente lo que le había ocurrido. . . —Oye —dijo George Sage, con una imitación moderadamente satisfactoria de sufrida paciencia—, ¿tienes que jugar a las bolitas justamente debajo de mi hamaca? —Afuera está lloviendo, papá — repuso Bob lacónicamente, dibujando otro círculo con tiza en la alfombra del living. —Siempre está lloviendo —murmuró George como para sí—. Hace un millón de años que está lloviendo. —No estés abatido, querido —dijo Lois. —¡Tú también te vuelves ahora contra mí! ¿Cómo demonios se puede suponer que así voy a conseguir hacer algo? —No blasfemes delante de Bobby, George. —Aaaah —George miró furiosamente a su hijo—. Tú conoces un montón MAS ALLA

de palabras peores que esa, ¿verdad, Bobby? —Claro —dijo el muchacho solemnemente—. Y mi nombre es Bob, no Bobby. —Al demonio —volvió a decir George. —Vamos, Bob —dijo Lois—. Sube al helicóptero e irás conmigo al almacén. —¿Puedo pilotear? —Desde luego —repuso Lois, tratando de ocultar un estremecimiento de anticipado terror. Madre e hijo se marcharon de prisa a la azotea. George quedó solo. Habían pasado ya diez años desde que ganara las elecciones de Natchezville con su Círculo Total. Desde entonces, ni una de sus ideas había dado resultado. Para empeorar las cosas estaba en competencia consigo mismo. Y perdiendo. Se levantó bruscamente de su hamaca, hizo con indiferencia algunas anotaciones en el bloc sobre su escritorio, y llamó a Will Nolan. El gestor de organizaciones apareció en la pantalla como un espíritu desganado. —Me alegro de verte, George -dijo con una aterradora falta de sinceridad—. ¿Qué hay de nuevo? —Eso es lo que yo quiero saber. ¿Hay nuevas cifras acerca de ese Frankestein nuestro? —No fué Frankestein —lo corrigió Nolan, quitándose los cristales de los ojos—. Fué el monstruo de Frankestein. —Monstruo o demonio. ¿Qué dice la estadística? Nolan suspiró, fijando la mirada en el cielo raso. —Tu pequeña creación —ahora se escribe en una sola palabra, “Circutotal”, ya sabes— se ha extendido a seis comunidades más en las últimas dos semanas. Está ganando todas las malditas LA MADRE DE LA NECESIDAD

elecciones. ¡Un gran sistema, un magnífico sistema! —Magnífico —admitió George en el colmo de la desesperación—. ¿Siempre la misma rutina? —Sí. Nadie lo pone en su voto, puesto que no puede obtener ya ningún porcentaje o derechos después de la primera vez. Pero la cosa sigue ganando como un candidato con acomodo. Sin propaganda, sin nada. —La mejor propaganda —repitió George cansadamente—, es un cliente satisfecho. —Es grande —dijo Nolan, haciendo una pausa sin saber qué agregar—. Grande. —¿Will, qué he hecho? Yo no soy más que un tipo común y corriente, que sólo trata de ganarse decentemente la vida. ¡No soy un revolucionario, maldito sea! —Bueno, George. . . —Esa monstruosidad. . . ese Círculo Total. . . Circutotal, quiero decir, es demasiado bueno, y eso es precisamente lo malo. ¡Tiene de todo! Todas las satisfacciones de la vida rural. . . todas las alegrías de la ciudad. . . ¿cómo es posible superarlo? ¡Ni yo mismo puedo, y eso que fué idea mía! ¿Dónde irá a parar esa maldición, Will? ¿Dónde terminará? —Sospecho firmemente —dijo Will Nolan con absoluta seriedad—, que va a abarcar el mundo entero. —Oh, Dios mío. —Demasiado tarde para invocar a la Deidad, mi querido amigo. Nos vamos de cabeza hacia el desempleo tecnológico. Una magnífica situación. —Quizá pueda conseguir una pensión —dijo George. —Me ocuparé de eso. Yo también debería conseguir una. Después de todo, fui yo quien lanzó el sistema al mercado. No me llames; ya te llamaré. —Hasta luego, Will. George cortó la comunicación y volvió tambaleante a la hamaca. Cerró los ojos, pero no pudo descansar. 61

—La supervivencia de los más aptos —observó mirando a la pared. No era un tonto. Veía lo que estaba ocurriendo. Lo veía con espantosa claridad. Había una lucha por la supervivencia entre los sistemas sociales tanto como en el reino animal: en Londres ya no quedaban cazadores primitivos. En los Estados Unidos la estructura, con su hincapié en las variantes locales, daba magníficos resultados, hasta que llegó una organización social marcadamente superior a todo el resto. Y entonces. . . Y entonces se difundió. . . Todo el mundo quería una. Fue el fin de una era. —Yo soy el talón de Aquiles —dijo George. Las habitaciones vacías empezaron a crisparle los nervios. Se puso el impermeable y bajó, saliendo por la poco usada puerta de calle. La lluvia era una niebla grisácea flotando en el aire, y Wáshington estaba silencioso y descolorido. George echó a andar lentamente, sin rumbo. Sus pies chapoteaban húmedos en el cemento gastado. Ni siquiera sentía deseos de fumar. Pasaron más de dos horas antes de que viera a otro ser humano. Al principio, la figura era apenas una sombra oscura, avanzando hacia él. Luego, a medida que se aproximaba, fué adquiriendo consistencia y rasgos. Era Henry Lloyd. Unos pocos años atrás, había sido el inventor social de mayor éxito en el país. Lloyd parecía muy envejecido. — ¡Hola! —exclamó George—, ¡Cuánto me alegro de verte! Lloyd lo miró fijamente, con frialdad. —Monopolista —dijo, y efectuó un pequeño rodeo para pasar lejos de él. No agregó nada más, y desapareció por la calle mojada.

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George Sage bajó la cabeza. Supuso que esa no era la única razón, sin embargo. Simplemente, no tenía ningún otro lugar donde ir. —De modo que ya ve usted (le dijo Robert Sage al historiador cuando terminaron el tercer vaso de cerveza) que no fué todo miel sobre hojuelas después de que papá inventó nuestra forma de vida. Hubo un arduo período de transición, mientras Circutotal estaba cobrando incremento, durante el cual un montón de gente odió a muerte a mi padre. "Puedo decirle, también, que conseguir esa pensión no fué por cierto la proeza más difícil del mundo; hubo un tiempo en que creí firmemente que todos nos íbamos a morir de hambre. La gente se siente resentida cuando menciono esto; se imagina que no soy más que un mocoso malcriado al que le gusta decir mentiras, pero es la pura verdad. "Todo ese cuento de Padre de su Patria vino más tarde. . ., mucho más tarde. "Bueno, así es como fué la cosa. Como usted quería conocer la verdad, me limité a contársela sin ocultarle nada. Ha sido un placer conversar con usted. "¿Cómo es eso? Oh, desde luego, si usted insiste. . . Se los traeré la próxima vez. . . Trato hecho. "Aunque. . . vea usted. El viejo George no vive lejos de aquí. Mamá ha muerto, ya sabe, de manera que papá está completamente solo. Aun no quiere admitir que todo ha terminado, pero supongo que así es como son los artistas. Quiera que no, estará sentado ante ese viejo escritorio suyo, haciendo anotaciones y maldiciendo al tiempo. Parecerá muy ocupado, como siempre, pero no se deje engañar por eso. "Se siente solitario, y le gusta poder charlar de vez en cuando con la gente. "Yo pensaba ir a verlo ahora. ¿Quiere venir conmigo?  MAS ALLA

ULTIMAS NOTICIAS ACERCA DEL

satélite artificial El satélite “mouse” En inglés, “mouse” significa ratón. Pero para el mundo científico Mouse, con sus 20 kg. de peso, será una fuente de descubrimientos tan importante como los modernos aceleradores de partículas de varios miles de toneladas. MOUSE es la sigla de “Mínimum Orbital Unnamed Satellite of the Earth” (mínimo satélite orbital anónimo de la Tierra) y designa al satélite artificial que en Estados Unidos piensan lanzar al espacio, como contribución al Año Geofísico Internacional. Mouse será llevado hasta su órbita por un cohete de tres etapas o secciones, la primera de las cuales será del tipo de las V-2, encargándose de elevarlo a 20 km. del suelo. Gracias a la acción de la segunda, SATELITE ARTIFICIAL

superará los 300 km. de altura, mientras que el tercer elemento tiene como misión colocar al satélite en su órbita, entre 320 y 480 km. sobre el nivel del suelo, a una velocidad de 28.000 km. por hora. No será mucho el tiempo que la Tierra gozará de su segunda Luna: a esa altura existen, aunque muy rarificados, restos de atmósfera. Poco a poco, el satélite perderá velocidad, y su órbita se convertirá en una espiral que lo irá acercando a la Tierra. Con velocidad cercana a la de los meteoritos que se convierten en estrellas fugaces, tomará contacto con las capas más densas de la atmósfera y, como aquéllos, terminará volatilizándose. Al cabo de unas cuantas semanas, Mouse desaparecerá, habiendo cumplido su misión. Pero este lapso resulta enorme en comparación 63

con los 5 ó 6 minutos de observaciones que permiten los cohetes actuales. Mucho se espera de esas pocas semanas. La atmósfera, con sernos de tanta utilidad, es una barrera colocada entre nosotros y el espacio interplanetario. Es opaca a los rayos X y ultravioleta emitidos por el Sol; detiene o modifica a la mayor parte de los protones, núcleos atómicos y toda suerte de partículas que nos envía el espacio. Sin embargo, en todo momento estamos sufriendo las consecuencias de esos fenómenos. Los rayos ultravioleta que absorbe la atmósfera por encima de los 200 km de altura, ionizan el aire, produciendo la ionosfera, responsable de la reflexión de las ondas de radio. Un poco más abajo, esos mismos rayos disocian el oxígeno, produciendo una carpa de ozone que cumple la inestimable función de conservar el calor de la Tierra. Las variaciones climáticas dependen en gran medida del estado de la alta atmósfera. Y, como a su vez las perturbaciones de ésta tienen mucho que ver con las fluctuaciones de la actividad solar, resulta comprensible que Mouse nos puede ser muy útil para la predicción del tiempo. En este aspecto, gran importancia tendrán las mediaciones del albedo de la Tierra, o sea, el poder reflector de su atmósfera: un aumento del albedo indica la presencia de nubes, y se traduce en descenso de la temperatura. No poco nos dirá también Mouse sobre tos rayos cósmicos, las auroras polares y los meteoritos. Todo el equipo necesario para estas mediaciones no podrá pesar más de 20 kg. incluyendo: un detector de rayos ultravioletas del Sol, otro de rayos X, un detector del albedo terrestre, un contador de rayos cósmicos y otras partículas, y un medidor del campo magnético. Además, para asegurar la actividad de estos aparatos, serán necesarios: una batería solar, un emisor 64

de ondas ultravioleta que envíe mensajes a la Tierra, un radar de localización, y un sistema giroscópico que mantenga constante la orientación del eje del satélite. Mouse no es un proyecto simple, pero sí realizable. Entre julio de 1957 y diciembre de 1958, lo veremos dejando tras sí una estela de vapores amarillos de sodio, aunque por desgracia sólo durante algunos minutos después de la puesta del sol. Quizá no se apruebe el proyecto de los vapores de sodio; pero, de todas maneras, Mouse brillará como una estrella de 6ª magnitud, que es lo mínimo visible a ojo desnudo. Un par de gemelos de teatro servirán muy bien para seguir su movimiento. Esto para la gente sencilla; los técnicos dispondrán de la radio y del radar, para seguir más de cerca sus vicisitudes. Otros proyectos SEGUN nuevas noticias bastante exactas, acerca del próximo satélite artificial de la Tierra, éste será lanzado por los norteamericanos antes del 30 de septiembre de 1957. Los rusos afirman que ellos lanzarán otro, unos seis meses antes. De este modo se entabla una carrera de fechas entre ambas naciones. Durante el Congreso Internacional de sabios especializados en cohetes, efectuado en Alemania Occidental, en la ciudad de Freudenstadt, en la Selva Negra, Richard Pórter, director del programa de Satélites de Estados Unidos, reveló su intención de enviar al espacio sideral no uno sino diez satélites artificiales en el curso del Año Geofísico 1957 - 1958 y siguientes. Las bases del lanzamiento LOS ingenieros de la marina norteamericana terminaron ya el proyecto de la plataforma de lanzamiento del futuro satélite. MAS ALLA

La base se instalará en Pátrick, cerca de Cocoa, en Florida, que es ya un centro de ensayos importante de proyectiles teledirigidos, y será más tarde el punto de partida de cohetes de gran radio de acción, como el “Atlas" (8750 km.), que serán ensayados en el Atlántico Sur, volando sobre éste hasta la isla Santa Helena. La base del satélite, de cemento armado reforzado, tendrá una protección de 60 centímetros de espesor, que le permitirá resistir el retroceso del propulsor, y un “blockhouse" destinado a proteger a los sabios y técnicos de la sacudida provocada por la explosión y de las llamas lanzadas por el cohete. Elección de la órbita EL doctor Jóseph Kaplan, presidente del Comité Americano para el Año Geofísico Internacional, hizo saber a fines de enero último que la órbita de la trayectoria del satélite había sido ya elegida. Desde la base Pátrick, la máquina se dirigirá hacia el sudeste, marchando en un ángulo de 40 grados respecto al ecuador. Esta órbita permitirá la percepción del satélite por la mayoría de las naciones: América del Norte, del Centro y del Sur, Africa, Europa meridional, Medio Oriente, Unión Soviética, India, China, Japón, Indonesia, Australia y Nueva Zelandia. En todos estos países podrá vérselo al alba y al crepúsculo o con tiempo claro, ya que para materializar su paso, el satélite dejará la apariencia de uno de los anillos de Saturno. A 28.000 kilómetros por hora EL satélite artificial norteamericano no tendrá, como se creía hasta ahora, el tamaño de una pelota de básquetbol. Será una esfera de 70 centímetros de diámetro. Su armazón de acero, cerámica y plexiglás, portadora de muchos SATELITE ARTIFICIAL

instrumentos científicos, pesará en total entre 10 y 14 kilogramos. Los instrumentos, por sí solos, representarán la mitad de ese peso. Girará a unos 450 kilómetros de altura, en la órbita de la Tierra, durante un tiempo imposible de determinar actualmente por el cálculo y que podría ir desde algunas semanas hasta dos o tres años. Después de ese lapso sufrirá los efectos de la atracción terrestre y se desintegrará bajo el enorme calor producido por su fricción con la atmósfera. ¿Cómo será lanzada la máquina a su trayectoria? Simplemente por medio de un cohete en tres secciones o etapas, de un peso total de 9.500 kilos. La primera sección estará constituida por un reactor del tipo “Viking" que en dos minutos, a 11.500 km. por hora, alcanzará una altura de 60 kilómetros; y, cumplida esta primera etapa, caerá a tierra mientras entra en acción el segundo cohete. Este, funcionando con oxígeno líquido, llevará al satélite, a 18.000 km. por hora, hasta cerca de 200 km. de altura. Al fin de su carrera, se inclinará poco a poco, hasta alcanzar una trayectoria elíptica, y luego caerá también. Impulsado por una pólvora especial, el tercer cohete entrará en turno. No pesará sino 250 kilos, y llevará al satélite hasta los 450 km. de altura, para abandonarlo allí a su suerte, a una velocidad de 28.000 kilómetros por hora. En efecto, para que un cuerpo dejado horizontalmente en la alta atmósfera no caiga nuevamente a tierra, sino que se convierta en satélite artificial, tiene que estar dotado de una velocidad mínima de 7,7 kilómetros por segundo. A fines de la última guerra, los cohetes simples alcanzaban tan sólo 2,7 kilómetros por segundo. Unicamente por medio de cohetes en etapas puede superarse 65

la velocidad fatídica, ya que las velocidades de los distintos elementos van sumándose entre sí. Tampoco hay que llevar las cosas muy lejos, puesto que, a más de 11 kilómetros por segundo, o sea, a 39.600 kilómetros por hora, el satélite escaparía a la atracción terrestre y se hundiría en el espacio. Competencia entre Norteamérica y la Unión Soviética EXISTEN otros varios proyectos de satélite artificial, tanto en los Estados Unidos como en Rusia. Así, en Estados Unidos se comenta el “Proyecto Hermano Grande”, totalmente diferente del anunciado en el verano de 1955 por el presidente Eisenhower. Se trata de otro satélite de “reconocimiento”, que debe ser lanzado antes de 1960, y ¿podrá retransmitir imágenes de la Tierra entera, suficientemente claras y detalladas como para registrar movimientos militares de gran envergadura, desplazamientos de flotas y construcción de bases. En este momento, las grandes compañías norteamericanas estudian el proyecto. Probablemente este satélite utilizará, para su propulsión, energía solar. Los estadounidenses le llaman Big Brother (“Hermano Grande”), recordando al personaje central de una novela de predicción, de George Orwel. Los rusos, por su lado (si creemos al profesor Pokrovski, miembro de la Comisión Soviética de Comunicaciones Interplanetarias), enviarán bastante antes que los norteamericanos un pequeño satélite experimental, de escasas dimensiones, “hasta las regiones celestes donde la gravitación no cuenta”. Decenas de centros de observación PARA cumplir la vuelta al mundo, el satélite artificial empleará unos 90 minutos. Registrará múltiples datos y medidas, en un tambor, y emitirá por radio sus informaciones cada 45 minutos, en una 66

frecuencia de alrededor de 100 megaciclos. Para recoger sus indicaciones, se ha proyectado una serie de estaciones terrestres. Se instalarán centros de observación en las islas del Mar Caribe y en el Atlántico Sur. En el curso del presente año, se realizará en Europa una conferencia consagrada a este problema y destinada a preparar la parte capital de la “Operación Satélite”. Colocado en la punta del cohete de lanzamiento, el satélite será montado sobre una suspensión adecuada, y un pequeño motor le imprimirá un movimiento de rotación. Antes de la partida, su eje será apuntado hacia el Sol. Una vez librado, continuará girando sobre sí mismo y presentando siempre la misma cara al sol. Precisamente en esta cara estará colocado el generador solar de electricidad: en efecto, el satélite utilizará el sol como fuente de energía. Gracias a ello, los instrumentos de medida tendrán la tensión correspondiente, la batería de acumulador estará siempre cargada, y su transmisor radial permanecerá en funcionamiento. Se trata de una “batería solar”, cuya superficie sensible estará siempre orientada hacia el astro del día, y que transformará directamente, con un rendimiento de alrededor del 15%, energía luminosa en energía eléctrica. La superficie fotosensible de la batería estará construida por finas láminas de silicio, recubiertas de impurezas de diversa naturaleza, como boro o arsénico, y conectadas unas con otras. Una red de ese tipo, expuesta a la luz solar, tiene el poder mágico de transformar ésta en electricidad. Sin embargo habrá que economizar corriente. Por eso las informaciones transmitidas a la Tierra durarán solamente treinta segundos, y estarán separados por un intervalo de cuarenta y cinco minutos. + MAS ALLA

1848-1918 Manuel González Prada Fué un hombre de excepción, uno de esos espíritus de los cuales puede enorgullecerse América. Nadie más austero, más limpio que este político renovador, que este sociólogo revolucionario, que este crítico combativo. Y nadie más blando y tierno que este poeta del amor y del vivir pagano. Lucho y amó. La juventud del Perú lo venera como símbolo. Por mucho tiempo y aún por plumas que lo admiran se le negó jerarquía poético. El magnífico pensador de Páginas libres” y “Horas de lucha” estaba demasiado presente para que sus

versos tuvieran categoría junto a aquellos libros marmóreos y sanguíneos a la vez. Hoy la opinión ha cambiado y a González Prada se lo considera un poeta de cuerpo entero y un renovador de la poesía americana a la que infundió nuevo espíritu con sus polirritmos, sus trioletos y sus espenserinas, todo tan antiguo y tan moderno. Perra Prada el “más allá” también tenía un encanto sublime. El infinito le atraía y, en uno de sus poemas más audaces, de concepto si no de forma, levantaba vuelo hacia las profundidades ilimitadas del espacio:

más allá, más allá Más allá, más allá de monte y nube, por la región azul de lontanza, desencadena el vuelo mi esperanza, sobre el dominio de la Tierra sube y al constelado firmamento avanza. .............................. Atrás los orbes planetarios deja, por universos ignorados va y en desolada exhalación se aleja, más allá, más allá. .............................. Cruzando yermos de apagados soles mundos nacientes y encendidas moles, nunca reposo a su carrera da; que cede siempre al insaciable anhelo de abrir las alas y extender el vuelo, más allá, más allá. POESIAS

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Del conflicto con otros mundos surgió por fin la paz permanente de la humanidad.

RESUMEN DE LA PRIMERA PARTE LA colonización de la Luna había sido una empresa lenta, penosa y a menudo trágica, y siempre fabulosamente cara. Ya habían transcurrido dos centurias desde el momento en que se produjeron los primeros desembarcos y, sin embargo, una gran parte del gigantesco satélite de la Tierra continuaba inexplorada. La inquietud que impulsara a BERTRAM SADLER a recorrer la superficie de su planeta, a ascender hacia los cielos y a internarse en las profundidades del mar, no se apaciguaría mientras la Luna y los demás planetas continuaran seduciéndolo a través de la inmensidad del espacio. A pesar de su aspereza, los miles de habitantes de la Luna la amaban y no querían volver a la Tierra, donde la vida era fácil y por eso ofrecía muy pequeño incentivo para la gente de empresa e iniciativa. Y aunque POR A. C.

CLARKE

BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

SEGUNDA P A R T E

ILUSTRO ORNAY

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MAS ALLA

BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

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que la colonia lunar estaba unida por lazos económicos a la Tierra, tenía mucho más en común con los planetas de la Federación. Tanto en Marte como en Venus o en Mercurio y también en los satélites de Júpiter o de Saturno, los hombres estaban sosteniendo contra la naturaleza una guerra fronteriza muy semejante a la ganada en la Luna. Marte ya estaba absolutamente conquistado: era el único mundo, excepto la Tierra, donde un hombre podía pasear al aire libre sin necesitar ayuda artificial. En otros lugares sólo existían avanzadas: el incandescente Mercurio y otros lejanos y helados planetas del ultraespacio, eran el acicate para los siglos futuros. Por lo menos así pensaba la Tierra. Pero la Federación no podía esperar. Y cuando el profesor ROLAND PHILLIPS, apacible cosmólogo de Oxford, al margen de todo interés político, dió a luz su tesis matemática: “Teoría cuantitativa sobre la formación de los rasgos periféricos de la Luna”, ésta no parecía constituir motivo capaz de desatar una guerra; pero una obra igualmente teórica, escrita por un cierto Alberto Einstein, había puesto en otros tiempos fin a una guerra. Desafortunadamente (y ésta fué la razón que causó gran angustia a la Central de Inteligencia), el profesor Phillips había inocentemente enviado copias a sus colegas de Marte y Venus. Se habían hecho desesperadas tentativas para interceptarlas, pero en vano. Y ahora la Federación debía de saber que la Luna no era el mundo paupérrimo que durante doscientos años se creyó que fuera. No había manera de anular la noticia que se había filtrado; pero existían otros problemas acerca de la Luna, que eran ahora igualmente importantes, y debía evitarse que fueran conocidos por la Federación. Sin embargo, ésta, de un modo u otro, seguía obteniendo información; Pero, ¿cómo lucharía Sádler contra una infiltración invisible que podía estar en cualquier lugar de la superficie de aquel mundo lunar tan grande como Africa? Sádler conocía muy poco acerca de los

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alcances y métodos de la Central de Inteligencia. Por experiencia y entrenamiento, él era exactamente lo que había pretendido ser: tenedor de libros. Seis meses atrás, por razones que no le explicaron, había sido entrevistado a fin de que aceptara una misión no especificada. Su aceptación fué completamente voluntaria; sólo le dieron a entender claramente que le convenía no rehusar. No era Sádler el único pionero de aquella expedición. Junto a él habían viajado ROBERT MOLTON, jefe de Espectroscopia de la Sección Observatorio. Este tenía seis asistentes; dos de ellos eran SIDNEY JAMIESON y CONRAD WHEELER. Estas eran las noticias que llegaron a la expedición poco antes de su arribo a la Luna: “Acababa de anunciarse en La Haya que la conferencia sobre recursos planetarios había fracasado. Los delegados de la Federación abandonarían la Tierra”. Por primera vez en doscientos años, la humanidad debía afrontar la amenaza de una guerra. Esto fué lo que Sádler comprendió en seguida. Había excusas para ambas partes. La Tierra estaba cansada; se había consumido y enviado su mejor sangre a las estrellas; vió escurrírsele el poder por entre los dedos y se dió cuenta de que también había perdido el futuro. Lo cierto era que la superficie de la Tierra era mucho más rica en metales pesados que la de los demás planetas. Era una situación desafortunada y crítica para las repúblicas independientes de Marte, Venus y los satélites mayores, que se habían unificado ahora para formar la Federación. Este motivo las mantenía dependientes de la Tierra e impedía su expansión hacia fuera de las fronteras del sistema solar. Y la causa fundamental de que esa impaciencia llegara a su punto culminante, había sido el profesor Phillips. No era la primera vez ni sería la última que un documento de carácter científico cambiase el curso de la historia.

MAS ALLA

CAPÍTULO VII —TODAVÍA—dijo Sádler Jámieson, mientras el tractor se encaminaba hacia la muralla sur del cráter Platón—, pienso que habrá un lío de proporciones cuando el jefe se entere de esto. —¿Te parece? —preguntó Cónrad Whéeler—. Cuando regrese estará demasiado ocupado para fastidiarnos a nosotros. De todas maneras estamos pagando todo el combustible que usamos. Por lo tanto, déjate de rezongar y tranquilízate. Y por si acaso has olvidado, te comunico que éste es nuestro día libre. Jámieson no replicó; estaba abstraído contemplando la carretera que tenía delante. . ., si se podía llamar carretera a aquello. Los únicos indicios de que alguna vez otros vehículos hubieran pasado por allí, eran algunas huellas que se podían distinguir, casi por casualidad, en el polvo. Y puesto que perdurarían por toda la eternidad en esa Luna en la que no soplaba el ¿viento, no se necesitaban otras señales indicadoras. Sin embargo, algunas veces aparecían ciertos perturbadores carteles, en los que podía leerse: “¡PELIGRO: GRIETAS” u “OXIGENO DE EMERGENCIA, 10 KILOMETROS”. En la Luna había sólo dos maneras de efectuar los transportes a largas distancias. Por un lado estaban los veloces monorrieles que unían los puntos principales. Este servicio era rápido y cómodo, y además cumplía regularmente los horarios establecidos. Pero el sistema de vías férreas es muy limitado, y al parecer continuará siéndolo a causa de su elevado costo. Por lo tanto, para el transporte sin restricciones, sobre la superficie de la Luna, había que conformarse con los poderosos tractores impulsados por turbinas y conocidos por el nombre de orugas. En realidad eran pequeños vehículos del espacio, BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

montados en ruedecitas sobre amplias bandas de goma, que los habilitaban para ir a cualquier parte sobre la superficie de la Luna, inclusive a los lugares más escabrosos. Donde el terreno era más o menos llano, podían desarrollar fácilmente alrededor de 100 kilómetros por hora; pero lo normal era que apenas alcanzaran la mitad de esa velocidad. La débil gravedad, y el sistema oruga que puede regularse a muy baja velocidad, los facultaba para trepar pendientes pronunciadísimas. Y también, cuando se presentaban ciertos casos eventuales, dichos vehículos podían ascender laderas cortadas a pico, ayudándose con sus propios guinches. En los modelos más grandes se podía vivir cómodamente durante semanas. La Luna fué explorada con todo detalle, por observadores que utilizaron aquellos fuertes y pequeños medios de locomoción. Jámieson era algo más que un experto conductor y conocía el camino perfectamente. Sin embargo, durante la primera hora a Whéeler se le erizaron los pelos y tuvo la certeza de que le continuarían así toda la vida. Es cierto que Whéeler era novicio; pero, de todas maneras, la técnica de Jámieson era tan heterodoxa que cualquier pasajero, aun poseyendo mayor experiencia, se habría sentido muy alarmado. El hecho de que Jámieson fuera simultáneamente un conductor tan descuidado y tan brillante, era una paradoja que sus colegas discutían con bastante frecuencia. Normalmente era muy cauto y precavido y no se sentía inclinado a actuar, a menos de que estuviera seguro de cuáles serían las consecuencias de sus procedimientos. Nadie lo había visto nunca ni fastidiado ni excitado; inclusive muchos decían que era perezoso; aunque tal afirmación podía considerarse como simple habladuría. Era capaz de pasar semanas trabajando en determinadas 71

observaciones, basta que los resultados obtenidos fueran absolutamente incontrovertibles . . .; pero después los apartaba de su mesa de trabajo, para volver a echarles una ojeada en cuanto nuevamente se sintiese dispuesto, lo que a veces ocurría meses después. Desde el espacio (o desde la Tierra, con ayuda de un telescopio), las murallas del cráter Platón se asemejan a una terrible barrera, sobre todo cuando la oblicua luz del Sol las ilumina de lleno. Pero, en realidad, su altura no sobrepasa los mil metros, y si se elige la ruta adecuada a través de los innumerables desfiladeros, el trayecto para salir del cráter y entrar en el mar de las Lluvias, no presenta grandes dificultades. Jámieson atravesó las montañas en menos de una hora, aunque Whéeler habría deseado que invirtiera un poco más de tiempo. HICIERON alto en una altura escarpada que dominaba la llanura. Frente a ellos, y recortándose contra el horizonte, se erguía la cumbre del monte Pico, de forma piramidal. A la derecha, hundiéndose hacia el noroeste, estaban las abruptas cimas de las montañas de Tenerife. Muy pocas de aquellas cúspides habían sido escaladas, en gran parte porque nadie se tomó la molestia de intentarlo. La brillante luz que procedía de la Tierra las rodeaba con una misteriosa tonalidad azul verdosa, en extraño contraste con el aspecto diurno que ofrecían cuando los despiadados rayos del Sol destacaban con crudeza y en blanco y negro sus perfiles. Mientras Jámieson descansaba contemplando el paisaje, Whéeler comenzó un cuidadoso examen del panorama, con ayuda de un par de potentes prismáticos. Diez minutos después, finalizaba su tarea sin haber descubierto nada anormal. Pero esto no le sorprendió, pues el área donde habían aterrizado los cohetes que no pertenecían a los servicios regulares, 72

estaba debajo de la línea del horizonte. —Prosigamos —dijo—. Podemos llegar hasta la cumbre del Pico en dos horas. Comeremos allí. —¿Y después? —preguntó Jámieson, con tono resignado. —Si no podemos ver nada, regresaremos como dos buenos muchachitos. —De acuerdo. . . Pero te advierto que en adelante el camino es muy escarpado. Creo que no más de una docena de vehículos han llegado hasta allí. Pero, para tranquilidad tuya, puedo decirte que nuestro tractor Ferdinando pertenece a ese número. Puso el vehículo en marcha y comenzó a contornear una escarpada ladera, en la que las rocas fragmentadas y cantos rodados se habían acumulado durante milenios. Aquellas laderas eran extremadamente peligrosas, pues la menor perturbación provocaba a menudo terribles avalanchas que, en su trayectoria descendente, sepultaban todo cuanto encontraban a su paso. A pesar de su aparente descuido, Jámieson no se arriesgaba, y siempre eludía con éxito aquellas trampas. Un conductor menos experimentado habría corrido a lo largo del pie del deslizadero, sin detenerse a dedicarle un momento de reflexión; y evidentemente pasaría sin ningún inconveniente noventa y nueve veces de cada ciento, pero Jámieson había visto lo que pasaba la centésima vez. Cuando los polvorientos peñascos sepultaban un vehículo, ya no había salvación posible; pues cualquier intento de acudir en su auxilio provocaba nuevos deslizamientos. Mientras recorrían el trayecto hacia las primeras estribaciones del Platón, Whéeler comenzó a sentirse bastante molesto; lo cual era extraño, pues dichas estribaciones eran menos escarpadas que las murallas que acababan de atravesar, y por lo tanto él había supuesto MAS ALLA

que aquel último tramo sería mucho más tranquilo. Pero no había tenido en cuenta el hecho de que Jámieson trataría de sacar ventaja de las condiciones más favorables, para aumentar la velocidad y el resultado era que Ferdinando estaba desarrollando un peculiar movimiento de balanceo. Whéeler desapareció en la parte trasera del vehículo, donde permaneció oculto durante algún tiempo. Cuando regresó a la carlinga dijo bastante enojado: —Nadie me había dicho que uno pudiera marearse en la Luna. EL panorama era entonces bastante desalentador, como ocurría en general cuando se llegaba a las tierras bajas lunares. El horizonte estaba tan cerca (sólo a dos o tres kilómetros de distancia) que producía una sensación de confinamiento. Era casi como si el reducido círculo de rocas que los rodeaban fuera lo único que existía. La ilusión podía llegar a ser tan intensa que, a veces, los visitantes de esas regiones solían conducir sus vehículos a menor velocidad que la necesaria, como si subconscientemente temieran chocar con el límite de tan misterioso y próximo horizonte. Durante dos horas, Jámieson condujo siempre hacia adelante, hasta que, por último, la triple cima del monte Pico dominó todo el firmamento. En tiempos remotos, aquella magnífica montaña había formado parte de la enorme muralla del cráter que debió ser gemelo del Platón. Pero, varios milenios atrás, la pujante lava del mar de las lluvias había arrasado todo lo que quedaba del anillo de ciento cincuenta kilómetros de diámetro, de manera que el monte Pico quedó aislado y solitario. Los dos viajeros hicieron una parada, abrieron algunas cajas que contenían alimentos, y prepararon café en un BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

recipiente a presión. Uno de los inconvenientes menores de la vida en la Luna era la imposibilidad de beber bebidas realmente calientes; pues en la atmósfera muy oxigenada y de baja presión, que allí se empleaba, el agua hervía alrededor de los setenta grados centígrados. Sin embargo, después de cierto tiempo, uno se habituaba a tomar brebajes apenas tibios. Una vez que hubieron limpiado los restos de comida, Jámieson preguntó a su colega: —¿Estás seguro de que aún deseas proseguir el viaje? —Sí, mientras tú creas que podemos hacerlo con relativa seguridad. Desde aquí, esas murallas parecen terriblemente escarpadas. —Sí, pero el camino es seguro, si haces lo que yo te diga. Precisamente estaba preguntándome cómo te sientes ahora. No hay nada peor que marearse cuando uno lleva puesto un traje espacial. . . —Estoy perfectamente bien —repuso Whéeler, con dignidad—. ¿Cuánto tiempo permaneceremos fuera del tractor? —Calcula unas dos horas. . . Cuando mucho, cuatro. Lo mejor que puedes hacer es vomitar todo lo que quieras, ahora. —No era ésa mi preocupación — replicó Whéeler, y volvió a refugiarse en la parte trasera de la cabina. Whéeler había llegado a la Luna seis meses antes. En ese tiempo, sólo usó los trajes del espacio una docena de veces y casi siempre en ejercicio de entrenamiento. En realidad eran muy pocas las ocasiones en que los observadores tenían que salir al vacío, y siempre los equipos estaban sometidos a control remoto. Pero Whéeler no era ya tan novicio, aunque aún permanecía en esa actitud precavida que 73

es mucho más segura que despreocupado exceso de confianza.

el

LLAMARON a la base, vía Tierra, para comunicar su posición e intenciones; luego se colocaron los trajes, ayudándose mutuamente. Jámieson en primer término, y luego Whéeler, recitaron el memorador alfabético (A para aerolíneas, B para baterías, C para conexiones. . .) que resultaba tan infantil cuando se lo escuchaba por primera vez, pero que se convertía rápidamente en una de las rutinas de la vida lunar, al punto que nadie bromeaba acerca de esto. Cuando estuvieron seguros de que sus equipos estaban en perfectas condiciones, abrieron las puertas de la cámara intermedia de presión del vehículo y bajaron a la polvorienta llanura. Semejante a la mayoría de las montañas lunares, Pico no era, cuando se lo contemplaba de cerca, tan imponente como cuando se lo observaba desde cierta distancia. En realidad había muy pocos tramos cortados a pico, que siempre podían ser eludidos, y sólo era necesario escalar pendientes de alrededor de cuarenta y cinco grados. Puesto que la gravedad está reducida a una sexta parte, tal ascensión no era una tarea muy ardua, aun en el caso de que se usaran trajes espaciales. Sin embargo, por falta de costumbre de realizar ese tipo de ejercicio, Whéeler jadeaba después de haber ascendido durante media hora, y su rostro sudaba copiosamente. A pesar de que era demasiado orgulloso para pedir un pequeño descanso, se sintió muy satisfecho cuando Jámieson ordenó hacer una parada. Se encontraron situados a unos mil metros de altura con relación a la planicie, y podían ver por lo menos a cincuenta kilómetros en dirección norte. Protegiéndose los ojos con las manos para que no les molestara el resplandor de la 74

Tierra, comenzaron a examinar detenidamente la zona. Tardaron muy poco tiempo en descubrir su objetivo. Más o menos en la mitad del camino con relación a la línea del horizonte, había dos grandes cohetes, de los utilizados para transportar cargas pesadas en tierra; sus patas telescópicas les conferían el aspecto de dos desgarbadas arañas. Pero a pesar de su gran tamaño, los cohetes resultaban empequeñecidos por la extraña estructura en forma de cúpula que se erguía en la llanura. No era una cúpula corriente: sus proporciones eran anormales; parecía casi como si se hubiera hundido parcialmente una esfera completa, de la cual emergieran a la superficie sólo las tres cuartas partes de arriba. Con sus prismáticos, cuyas lentes especiales permitían que fueran usados a pesar de la lámina plana que los equipos del espacio tenían en la parte correspondiente al rostro, Whéeler pudo ver que, junto a la base de la cúpula, había máquinas y hombres que se movían con gran actividad. De vez en cuando se elevaban hacia el cielo nubes de polvo, como si estuvieran estallando barrenos. Una de las extrañas características de la Luna era que la mayoría de los objetos caían con demasiaría lentitud, para la gente acostumbrada a la mayor gravedad imperante en la Tierra. Pero el polvo caía con demasiada rapidez (o sea con igual rapidez que cualquier otro objeto), pues allí no había aire que frenara su descenso. —Bueno —dijo Jámieson después de haber realizado a su vez un prolongado escrutinio con ayuda de los prismáticos—, allí hay alguien que está gastando el dinero a espuertas. —¿Qué crees que es? ¿Una mina? — preguntó Whéeler. —Quizá —respondió el otro, cauteloso como siempre—. Tal vez hayan decidido trabajar los minerales en el mismo MAS ALLA

lugar en que los extraen, y esa cúpula sea la planta de extracción. Pero esto no es nada más que una conjetura . . . De todas maneras, yo nunca había visto con anterioridad nada semejante a esto. —Bueno, cualquier cosa que sea, creo que podemos llegar hasta allí, más o menos en una hora. ¿Te parece que debemos acercarnos para investigar qué pasa? —Estaba temiendo que propusieras eso. No estoy muy seguro de que sea un procedimiento muy acertado. A lo mejor nos obligan a permanecer con ellos. —Me parece que tú has leído demasiados artículos alarmistas. ¡Cualquiera diría que estamos en plena guerra y que nosotros somos una pareja de espías! No, no pueden hacemos nada. . . En el observatorio saben dónde estamos, y el director armaría un escándalo mayúsculo si no regresamos. —Sospecho que de todas maneras lo armará cuando regresemos, y lo mismo da ser colgados por ovejas que por carneros, .. Vamos, pues. El descenso es mucho más fácil. —Yo nunca he dicho que el camino cuesta arriba fuera difícil —protestó Whéeler, no muy convencido. Unos pocos minutos más tarde, mientras marchaba cuesta abajo detrás de Jámieson, fué asaltado por un alarmante pensamiento. —¿Crees que nos habrán oído? Imagínate que si alguien ha sintonizado nuestra frecuencia, debe de haber escuchado todo lo que dijimos. Además estamos directamente en su campo visual. —¿Quién está haciendo melodrama ahora? Solamente el observatorio puede oír en esta frecuencia, y la gente que está en sus hogares tampoco puede captarla, pues hay demasiadas montañas entre ellos y nosotros. Parece como si tu conciencia no estuviera limpia. BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

Cualquiera pensaría que has vuelto a emplear expresiones inconvenientes. Jámieson aludía a un desdichado episodio que había sucedido poco después de la llegada de Whéeler, quien hasta ese momento, acostumbrado a lo que se da por supuesto en la Tierra, creía que las conversaciones eran siempre estrictamente privadas, sin advertir que esa regla carece de validez para quienes usan trajes del espacio, pues cualquiera que disponga de un aparato de radio, con la misma longitud de onda, pueden escuchar todo cuanto digan, inclusive los suspiros. El horizonte se reducía a medida que avanzaban en su descenso hacia el nivel de la llanura. Habían establecido cuidadosamente varios puntos de referencia y sabían qué camino tendrían que seguir cuando regresaran. Jámieson conducía el vehículo con muchísimas precauciones, pues era la primera vez que recorrían aquella zona. Transcurrieron dos horas, antes de que comenzara a elevarse sobre la línea del horizonte la enigmática cúpula. Muy poco tiempo después, tuvieron al alcance de la vista los rechonchos cilindros de los cohetes de transporte. Una vez más, Whéeler dirigió su antena hacia la Tierra y comunicó al observatorio lo que habían descubierto y lo que intentaban hacer. Cortó la transmisión antes de que nadie pudiera ordenarles que regresaran y que no se ocuparan del asunto. Reflexionó sobre lo disparatado que era enviar un mensaje a través de 800.000 kilómetros, para conversar con alguien situado sólo a ciento de distancia. Pero no existía ningún otro recurso para establecer comunicaciones a larga distancia en la superficie de la Luna. Claro que, usando ondas largas, a veces era posible enviar señales que llegaran a considerables distancias utilizando la reflexión producida por la muy tenue ionosfera de 75

la Luna; pero este método producía resultados muy irregulares, y por lo tanto no se podía confiar en él para establecer un servicio constante. Para los fines puramente prácticos, los contactos radiales se establecían en la Luna sólo dentro del alcance visual. FUÉ en verdad muy divertido el observar la conmoción que su arribo había causado. Whéeler pensó que aquello era como un hormiguero revuelto por una varilla. En poquísimo tiempo se vieron rodeados por tractores, excavadoras, perforadoras y excitados hombres que vestían trajes espaciales. La congestión llegó a tal punto que se vieron obligados a detener a Ferdinando. —De un momento a otro nos obsequiarán con la presencia de los guardias —dijo Whéeler. A Jámieson no le hizo gracia la frase. —No creo que sea momento para bromas —regañó a su compañero—. A lo mejor resulta cierto lo que dices. —Pues bien, aquí llega el comité de recepción. ¿Puedes leer las letras de su casco?. . . SE-2, ¿no es cierto? Y supongo que significará “Sección 2”. —Quizás. Pero no olvides que SE puede también significar “Seguridad”. . . En fin, toda esta aventura ha sido idea tuya. Yo soy solamente el conductor. En aquel momento oyeron una serie de perentorios golpes en la puerta de la cámara intermedia. Jámieson apretó el botón que abría el cierre exterior de la misma. Un instante después, el “comité de recepción” estaba en la cabina quitándose su casco. Era un hombre de pelo cano, de facciones enjutas y expresión preocupada; no parecía que esta inesperada visita fuese muy de su agrado. Contempló pensativamente a Whéeler y a Jámieson, mientras los dos 76

astrónomos ensayaban su mejor sonrisa. —Usualmente no recibimos aquí ningún visitante —dijo lentamente—, —¿Cómo han llegado hasta aquí? La primera frase, pensó Whéeler, era una de las más significativas que había escuchado en los últimos tiempos. —Somos del observatorio, y hoy es nuestro día libre. Mi nombre es Whéeler. Mi acompañante es el doctor Jámieson. Ambos somos astrofísicos. Sabíamos que ustedes andaban por aquí, y decidimos venir a echar una ojeada. —¿Y cómo lo supieron ustedes?—, replicó el otro, secamente. Todavía no se había presentado; y si tal actitud en la Tierra se considera de mala educación, allí en la Luna era realmente ofensiva. —Supongo que usted debe de estar enterado —dijo Whéeler, suavemente— de que en el observatorio poseemos dos telescopios bastante grandes. Ustedes nos han causado varios inconvenientes. A mí personalmente, el resplandor iónico de los cohetes me han arruinado dos espectrogramas. De modo que no creo puedan culparnos si somos un poquito inquisitivos. Una ligera sonrisa asomó a los labios de su interrogador, pero rápidamente se desvaneció. Sin embargo, la atmósfera pareció entibiarse un poco. —Perfectamente. Pero creo que lo mejor que podemos hacer es ir a la oficina, mientras realizamos ciertas investigaciones. No nos llevará mucho tiempo. —Perdone usted. . . ¿Desde cuándo alguna parte de la Luna ha sido propiedad privada? —Lo siento, pero las cosas son así. Síganme, por favor. LOS dos astrónomos se pusieron sus trajes espaciales y salieron por la cámara intermedia. A pesar de su inocente agresividad, Whéeler comenzaba MAS ALLA

a sentirse un poquito preocupado. Además, comenzaba a vislumbrar toda clase de posibilidades muy poco agradables; y todo un compendio de lo que había leído acerca de espías, confinamientos solitarios y altos muros en el amanecer, comenzó a desfilar por su mente. Fueron conducidos hasta una compuerta hábilmente construida en la curva de la gran cúpula, y al entrar se hallaron en el espacio formado por la pared exterior y la interior de los hemisferios concéntricos. Los dos caparazones, según veían desde ese lugar, estaban unidos por un complicado sistema de vigas construidas con material plástico transparente. Aun el suelo que pisaban estaba construido con ese material. Todo ello le pareció a Whéeler muy raro; pero no tenía tiempo para detenerse a pensar en aquel problema. Su silencioso guía los apremiaba constantemente a marchar casi al trote. Entraron a la cúpula interior, a través de una segunda cámara intermedia, y se quitaron los trajes. Whéeler se preguntó resignadamente si alguna vez volverían a recuperarlos nuevamente. La longitud de la cámara debía de tener enorme espesor, y cuando se abrió la puerta que tenían delante, ambos astrónomos notaron de inmediato un olor que les resultaba familiar. Era el olor del ozono. En algún lugar y no muy lejos, existía un equipo eléctrico que operaba con muy alto voltaje. Nada irregular había en ello, pero constituía otro eslabón para futuras apreciaciones. El pasillo en el cual desembocaba la cámara intermedia, estaba flanqueado por puertas numeradas que tenían letreros, tales como: PRIVADO, SOLAMENTE PARA EL CUERPO TECNICO, INFORMACION, MOTORES DE PLANTA DE AIRE, EMERGENCIA Y CONTROL CENTRAL. Ni Whéeler ni Jámieson pudieron BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

sacar nada en limpio de aquellos letreros, pero se miraron interrogativamente cuando por fin se detuvieron ante una puerta en que decía SEGURIDAD. La expresión de Jámieson claramente le indicaba a Whéeler las palabras que su compañero no podía pronunciar: “¿No te lo había yo dicho?” Luego de unos segundos, brilló la luz de un panel que decía ENTRE, Y la puerta se abrió automáticamente. Ante ellos vieron una oficina común, en la cual dominaba un hombre de expresión determinada, sentado a un escritorio de gran tamaño. El tamaño mismo del escritorio era prueba irrefutable de que, en aquel mundo, la palabra dinero no tenía significado alguno. Los astrónomos pensaron tristemente en el contraste que el moblaje ofrecía con el que estaban acostumbrados a ver en el observatorio. Un teletipo de complicado y poco usual diseño estaba colocado en un rincón de la mesa; y todas las paredes estaban cubiertas de grandes ficheros. —¿Quién es esta gente? —preguntó el oficial de seguridad. —Dos astrónomos del observatorio situado en Platón. Acaban de llegar en un tractor, y he pensado que usted debía verlos. —Por supuesto. ¿Cómo se llaman ustedes? Siguió entonces un tedioso cuarto de hora de preguntas de toda índole. Después se pusieron en comunicación con el observatorio, lo cual sólo podía significar, según pensó melancólicamente Whéeler, que las papas comenzaban a quemar. Sus amigos de la central de Comunicaciones, que habían estado siguiendo sus pasos por si algún accidente se producía, tendrían ahora que informar oficialmente de su ausencia. Cuando, por último, sus identidades fueron debidamente establecidas, el hombre sentado tras el imponente escritorio 77

los miraba todavía un poco perplejo. Pe o, ahora que sus dudas se habían disipado, comenzó a hablarles con mayor deferencia, mientras los observaba detenidamente: —Ustedes comprenderán, desde luego, que nos han ocasionado ciertas molestias. Este es el lugar donde menos podíamos esperar visitante alguno; jamás creímos que llegara alguien hasta aquí, pues, en ese caso habríamos colocado señales a fin de mantenerlos fuera de esta zona. Además, no creo necesario decirles que poseemos medios para descubrir a cualquiera que aparezca en las proximidades, aun a aquellos que no se acerquen tan abiertamente como lo han hecho ustedes con el tractor. De cualquier modo, supongo que no han cometido ustedes ningún daño. Probablemente se darán cuenta de que todo esto es un proyecto gubernamental, acerca del cual deseamos que se hable lo menos posible. Ahora debo enviarlos al observatorio. Pero necesito pedirles dos cosas. —¿Cuáles? —preguntó suspicazmente, Jámieson. —Deseo que me prometan no hablar de esta visita más de lo debido. Sus amigos saben que ustedes han estado aquí; de modo que será imposible guardar absoluto secreto. Sólo les pido que traten de comentar esta aventura lo menos posible. —Muy bien — acordó Jámieson—. ¿Y el segundo punto? —Si alguien persiste en hacerles preguntas y demuestra mucho interés en lo ocurrido, háganmelo saber de inmediato. Eso es todo. Espero que el viaje de regreso les sea placentero. CINCO minutos después, ya de vuelta en el tractor, Whéeler estaba todavía furioso. —¡Es un bravucón prepotente y de mala ralea! ¡Ni siquiera nos ofreció un cigarrillo!

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—Yo creo —expresó Jámieson, con suavidad—, que tuvimos suerte al librarnos de ellos tan fácilmente. ¡No estaban bromeando! —Me gustaría saber en qué clase de negocios están metidos. ¿No te parece que deben de estar abriendo una mina? Si no, ¿qué otra cosa podían hacer en ese lugar. . ., en ese mar, que no es sino un montón de escombros y residuos? —Yo creo que debe de ser una mina. ' Cuando nos acercábamos, noté muchas maquinarias que se parecían bastante a las usadas para perforaciones; estaban colocadas al otro lado de la cúpula. Pero es difícil darse cuenta de lo que está sucediendo, mientras persisten en cubrir todo con un manto de misterio. —A menos que hayan descubierto algo y no deseen que la Federación se entere del asunto. —En ese caso, no creo que seamos nosotros los indicados para averiguarlo; de modo que dejemos de exprimir nuestros cerebros y hablemos de temas más prácticos. ¿Adonde iremos ahora? —Pues volvamos a nuestro plan original. Pasará cierto tiempo hasta que tengamos nueva oportunidad de usar a Ferdinando; de modo que aprovechemos ahora todo el tiempo que nos resta. Por otra parte, siempre he deseado poder contemplar el golfo de los Iris, desde el nivel del suelo, y no dejaré de aprovechar esta ocasión. —Pero eso está a unos buenos trescientos kilómetros al este del lugar donde estamos ahora. —Sí; pero si nos alejamos de la zona montañosa, todo será muy fácil. Creo que en cinco horas llegaremos allí. Y me considero un conductor lo suficientemente bueno como para revelarte en cuanto te sientas cansado. —Por supuesto, pero no cuando pasemos por terreno virgen; eso sería muy peligroso. Te propongo lo siguiente: MAS ALLA

yo conduciré hasta el promontorio. Laplace, de modo que tú podrás observar cómodamente el golfo. Y después conducirás tú durante el camino de regreso, siguiendo las huellas que yo he dejado. ¿Te parece bien el arreglo? Whéeler aceptó gustosamente. Había temido que Jámieson renunciara a la expedición y decidiera regresar al observatorio; pero comprendió que fué

BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

injusto al juzgar el ánimo de su compañero. Durante las tres horas siguientes, marcharon a lo largo de las montañas Tenerife y luego cruzaron la planicie en dirección a la cordillera Recta, esa solitaria y única cadena de montañas que semeja un débil eco de los poderosos Alpes. Jámieson conducía ahora con la mayor atención posible: estaban

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cruzando territorios desconocidos, y no quería correr riesgo alguno. De rato en rato señalaba lugares importantes o dignos de admiración, y Whéeler los marcaba en su carta fotográfica. Diez kilómetros al este de la cordillera Recta se detuvieron para comer, luego de investigar la mayoría de las cajas con que la cocina del observatorio los había provisto. En un rincón del tractor había una pequeña cocinita; pero no pensaban cocinar, a no ser en caso real de necesidad. Por otra parte, ni Whéeler ni Jámieson eran suficientemente buenos cocineros como para recrearse preparando comidas, y además, aquel día era de descanso. . . —Sídney —comenzó Whéeler de improviso, entre bocados de sándwiches—, ¿qué piensas tú de la Federación? ¿Conoces su gente mucho más que yo? —Sí, y todos ellos me resultan muy agradables. Es una lástima que tú no te encontraras aquí cuando la última visita que realizaron al observatorio. Tuvimos alrededor de una docena de ellos, estudiando el montaje del telescopio mayor. ¿Sabes que están estudiando la posibilidad de construir un instrumento de mil quinientos centímetros, en uno de los satélites de Saturno? —Eso sí que es un proyecto realmente interesante. Yo pienso que nosotros estamos demasiado cerca del Sol. En cambio allí estarán libres de la luz zodiacal y de los otros impedimentos de los planetas interiores. Pero volviendo a nuestro tema, ¿crees tú que deseaban tener un conflicto con la Tierra? —Es difícil decirlo. Todos ellos se mostraron muy expresivos y amigos con nosotros; pero no olvides que éramos todos científicos, unidos por un ideal común, y eso ayuda mucho. Muy diferente habría sido si nosotros fuésemos políticos o empleados civiles. — ¡Por desgracia, somos empleados civiles! Casualmente hace pocos días, ese 80

tal Sádler me lo estuvo recordando. —Bueno, pero al menos somos empleados civiles científicos, lo cual es bastante diferente. Puedo asegurarte que los federales no se preocupan mucho de la Tierra, aunque son bastante discretos para no manifestarlo. No hay duda que se sienten molestos por la distribución de los metales. A menudo les he oído quejarse de ello. Sus principales puntos de vista son que ellos tienen mayores dificultades que nosotros en explorar los planetas del ultra-espacio, y que la Tierra malgasta la mitad de la materia prima que usa. —Y para ti, ¿quienes están en lo cierto? —No lo sé; es muy difícil analizar todas las razones. En la Tierra existe mucha gente que teme a la Federación y no desea darle mayor poderío. Los federales lo saben, y a lo mejor (o a lo peor), un día se deciden a golpear primero y argumentar después. Jámieson recogió todos los envoltorios, los arrojó dentro del cajón de los desperdicios, echó luego una mirada a su cronómetro y saltó al sillón del conductor. —Es hora de reanudar la marcha — exclamó alegremente—. Estamos atrasados en nuestro horario. DESDE la cordillera Recta se dirigieron hacia el sudeste. Bien pronto, la gran mole del promontorio Laplace apareció nítidamente destacada sobre la línea del horizonte. Mientras lo rodeaban, un espectáculo desconcertante se les presentó de improviso: los destrozados restos de un tractor; y a un costado un tosco montículo, en cuya cúspide alguien había colocado una cruz de metal. Parecía que aquel tractor hubiese sido destruido por la explosión de sus tanques de combustible. Era un modelo anticuado, de un tipo que Whéeler nunca había visto. Este no se sorprendió MAS ALLA

cuando Jámieson le dijo que estaba allí abandonado desde hacía más de un siglo. Dentro de millones de años, seguiría exactamente en aquel lugar y en el mismo estado. Mientras pasaban el promontorio, la poderosa pared norte del Sinus iridum, o golfo de los Iris, apareció ante ellos. Cientos de años atrás, el golfo de los Iris era una cadena circular completa, uno de los mayores circos de la Luna; pero el cataclismo que dio origen al mar de las Lluvias, destruyó también en forma total la pared sur, dejando sólo el golfo semicircular que ahora existe. A través del golfo, el promontorio La-place y el promontorio Heráclides se enfrentan añorando los días en que montañas de cuatro mil metros de altura los unían. De esas perdidas montañas, sólo restan ahora unos pocos peñascos y lomas de baja altura. Whéeler iba muy silencioso mientras el tractor rodaba a lo largo de los grandes farallones, que semejaban una línea de titanes con sus rostros hacia la Tierra. La luz verde que bañaba sus flancos revelaba todos y cala uno de los detalles de sus rocosas paredes. Nadie había trepado nunca esas alturas; pero, un día (Whéeler lo sabía), los hombres alcanzarían su cima, para ¿mirar orgullosos a través del golfo. Era ¡raro el pensar que, después de doscientos años, existiesen en la superficie de la Luna tantos lugares que el hombre ignoraba todavía, y tantas zonas a las cuales sólo se podía llegar con rara habilidad y arriesgados esfuerzos personales. Recordaba Whéeler la primera impresión que tuvo al ver el golfo de los Iris, a través de su pequeño telescopio de fabricación casera, construido por él mismo cuando todavía era un chiquilín. No tenía el aparato más que dos pequeñas lentes fijas a un tubo de cartón; pero le había proporcionado más placer que el BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

gigantesco telescopio del cual era ahora amo y señor. Jámieson dió con el tractor una vuelta cerrada, y lo detuvo mirando hacia el oeste. La huella que habían dejado en el fino polvo que cubría toda la superficie, era claramente visible: carril que permanecería inalterable a través el tiempo, a menos que el tránsito de otros tractores lo destruyera. —Se acabó el viaje —dijo lentamente—. Ahora puedes conducir tú. Ferdinando es tuyo hasta que lleguemos a Platón. Despiértame entonces, y yo lo conduciré a través de las montañas. Buenas noches. Whéeler no pudo explicarse cómo, en menos de diez minutos, Jámieson ya estaba dormido. Quizás el suave traqueteo del tractor actuase como canción de cuna. Se preguntó qué éxito tendría tratando de evitar barquinazos y sacudidas a lo largo del camino de regreso. Bien, había una sola manera de averiguarlo. . . Maniobró cuidadosamente hacia el polvoriento camino y comenzó el regreso hacia Platón. CAPÍTULO VIII “TARDE o temprano tenía que suceder”, se dijo Sádler, filosóficamente, mientras golpeaba la puerta del despacho del director. Había obrado con máxima discreción; pero, en trabajos de tal índole, era imposible no herir los sentimientos de algunas personas. Sería interesante, muy interesante, saber quién se había quejado. . . El profesor Maclaurin era uno de los hombres más pequeños que Sádler hubiese visto. Era tan menudo, que mucha gente cometía el error fatal de no tomarlo en serio; pero Sádler no cometería ese error. Normalmente, los hombres pequeños tienen especial cuidado en compensar su deficiencia física (¿cuántos dictadores han sido siquiera de estatura normal?), y a ojos vista, 81

Maclaurin era una de las más firmes personalidades de la Luna. Miró a Sádler, con disgusto, a través de la inmaculada superficie de su escritorio. No había siquiera un simple anotador que rompiese la monotonía: solamente un pequeño tablero de conmutadores con su micrófono empotrado. Sádler había oído bastante acerca de los personales métodos administrativos del profesor Maclaurin y su odio a notas y memorándum. El observatorio era regido, en sus actividades diarias, casi enteramente por comunicados verbales. Naturalmente, otras personas debían escribir notificaciones, programas e informes: Maclaurin sólo conectaba su micrófono y daba las órdenes. El sistema trabajaba sin defectos, por la simple razón de que el director grababa todas sus palabras, y podía reproducirlas en el preciso momento en que alguien le dijera: “Pero, señor, usted nunca me ha dicho eso”. Se rumoreaba (aunque Sádler pensó que era sólo chismorreo), que Maclaurin, en cierta ocasión, había cometido una falsificación verbal, alternando con posterioridad la grabación. Pero tal reproche era virtualmente imposible de probar.

El director le señaló la única silla de la habitación, y comenzó a hablar antes de que Sádler se hubiese sentado, —No sé a quién pertenece esta brillante idea —comenzó—; pero nunca fui notificado de que usted iba a venir. De haberlo sido, habría solicitado un aplazamiento. Nadie mejor que yo aprecia la importancia de la eficiencia; pero estamos viviendo aquí tiempos muy difíciles. Mejor sería que mis hombres estuvieran empleados en sus trabajos y no explicándoselo a usted, particularmente ahora que estamos dedicados a observar la nova del Dragón. —Lamento que hayan omitido el avisarle, profesor Maclaurin —expresó Sádler—. Yo supongo que los preparativos fueron hechos mientras usted se encontraba en viaje á la Tierra —se preguntó lo que pensaría el director si supiese cuán cuidadosamente se habían hecho las cosas para que todo sucediese así—. Reconozco que debe de ser casi un estorbo para sus colaboradores; pero ellos me han proporcionado toda clase de ayuda, y no he tenido inconvenientes. Aun más, me atrevería a decir que estoy en muy buenos términos con todos ellos. Maclaurin se acarició pensativamente el mentón, mientras Sádler observaba

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Televisión de las alturas EN Stuttgart se está construyendo la torre de televisión más alta de Europa. Elevándose a 211 metros, tendrá un diámetro de menos de 11 metros en la base y poco más de 5 en la cúspide. Para sostener su estructura de cemento armado hacen falta cimientos de 1.500 toneladas de peso. A 150 metros de altura se encontrarán las salas del equipo eléctrico, coronadas elegantemente por un restaurante de dos pisos. Parecería que no sólo la. más alta, sino la más completa. . . 82

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como fascinado sus pequeñas y bien formadas manos, no mayores que las de un niño. —¿Cuánto tiempo espera usted permanecer aquí? —preguntó el director. Sádler pensó para sus adentros: “En verdad, no le preocupa para nada lo que yo sienta”. Y dijo: —Es difícil precisarlo, pues el área de mis investigaciones es tan indefinida . Con toda sinceridad debo advertirle que apenas si he comenzado con el aspecto científico del trabajo de ustedes, y probablemente presentará la? mayores dificultades. Hasta el momento me he dedicado a la administración y los servicios técnicos. Estas novedades no parecieron ser del agrado de Maclaurin, que se puso como un pequeño volcán a punto de entrar en erupción. Había, pues, una ¡sola cosa por hacer, y Sádler la hizo (sin perder un instante. Caminó hasta la puerta, la abrió rápidamente, miró hacia afuera y luego la volvió a cerrar. Esta escena, de calculado melodrama, dejó al director sin palabras, mientras Sádler, volviendo hacia el escritorio, desconectara bruscamente la llave del intercomunicador. —AHORA podemos hablar — comenzó—. Deseaba evitar esto, pero veo que es imposible. Probablemente usted no ha visto nunca una tarjeta de identificación de este tipo, ¿verdad? El todavía atónito director, que, al parecer, nunca en su vida había sido tratado de aquella manera, observó con fijeza la blanca hoja de plástico. Mientras miraba, la fotografía de Sádler, acompañadas de varias firmas, sellos y títulos, destelló ante sus ojos y luego se desvaneció rápidamente. —¿Y qué es —preguntó luego que hubo recobrado el aliento— la Central de Inteligencia? Nunca oí hablar de ella. BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

—Es lógico que así sea —replicó Sádler—. Es relativamente nueva, y muy pocos la conocen. Lamento que el trabajo que estoy haciendo aquí no sea exactamente lo que parece. Para serle brutalmente franco, le diré que no me interesa en absoluto la eficiencia de su establecimiento, y que estoy completamente de acuerdo con la gente que opina que no tiene sentido realizar investigaciones científicas sobre bases económicas. Pero esto no es sino una plausible opinión, ¿no le parece? —Continúe —dijo Maclaurin, con peligrosa calma. Sádler comenzó a sentirse más contento de sí mismo que lo que el deber le dictaba. No era conveniente, sin embargo, embriagarse de poder. . . —Estoy buscando un espía —dijo simple y francamente. —¿Habla usted en serio?. . . ¡Estamos en el siglo XXII! —Hablo muy en serio; y creo innecesario recalcarle que nada de nuestra conversación debe ser revelado a nadie, ni siquiera a Wágnall. —Me resisto a creer —protestó Maclaurin— que alguno de mis colaboradores pueda estar mezclado en espionajes. ¡Esa idea es inverosímil. . ., fantasmagórica! —Siempre lo parece —replicó Sádler, pacientemente—. Pero eso no altera a situación. —Suponiendo que existiese algo de verdad en esa sospecha tan delicada, ¿tiene usted alguna idea de quién podría ser? —No, y lamento decirle que, en tal caso, no podría confiárselo a esta altura de los acontecimientos. Pero le seré franco: no tenemos la certeza de que sea alguien de aquí, pues actuamos sobre la base de una sugerencia recogida por uno de nuestros. . ., este. . ., agentes. Pero en algún lugar de la Luna existe una filtración de información, y yo estoy previniendo esa 83

posibilidad especial. ¿Comprende usted ahora la razón de mi persistente curiosidad por todo? He tratado de no actuar en desacuerdo con mi papel, y creo que a esta altura todos presuponen demasiado con respecto a mí. Yo sólo espero que nuestro evasivo señor X, si en verdad existe, me haya valorado por mis verdaderos quilates. Esta, entre paréntesis, es la razón por la cual deseo saber quién se ha quejado a usted. Supongo que alguien lo habrá hecho, ¿no? Maclaurin masculló primero entre dientes, pero luego capituló, y lentamente dijo: —Jenkins, jefe de suministros, manifestó que usted le había hecho perder bastante tiempo. —Eso es muy interesante —replicó Sádler, algo más que perplejo. Jenkins, el jefe de suministros, no estaba en ninguna de sus listas de sospechosos—. Aunque en realidad, yo anduve por allí muy poco tiempo, sólo lo necesario para que mi tarea resultase convincente. Tendré entonces que vigilar al señor Jenkins. —Todo este asunto es completamente nuevo para mí —dijo Maclaurin, pensativamente—. Pero, aun cuando tuviésemos a alguien aquí, que estuviera filtrando informaciones a la Federación, no puedo entender cómo lo haría. A menos que sea uno de nuestros oficiales de comunicaciones, naturalmente. —Ese es el quid de la cuestión — admitió Sádler. Deseaba discutir los problemas generales del caso, por si el director pudiese arrojar alguna luz sobre ello. Sádler estaba demasiado bien al tanto de las dificultades y de la magnitud de la tarea que le había sido encomendada. Como contraespía, su situación era simplemente la de un aficionado. Su único consuelo era saber 84

que su hipotético oponente estaría en la misma situación. En ninguna época fueron muy numerosos los espías profesionales, y el último murió quizás hace un siglo. —A propósito —dijo Maclaurin, con forzada y poco convincente sonrisa—: ¿cómo sabe usted que yo no soy el espía? —Yo no sé nada —replicó Sádler, alegremente—. En contraespionaje, no existe la certeza. Pero hacemos todo lo mejor que está a nuestro alcance. Espero que, durante su visita a la Tierra, no haya sido molestado seriamente. Maclaurin lo miró por unos instantes, como si no lo hubiese entendido; y luego abrió mucho la boca. . . —¡De modo que me han estado investigando! —rugió indignado. Sádler se encogió de hombros. —Eso sucede con todos nosotros, aun con los jefes. Si le sirve de consuelo, piense en todo lo que yo he tenido que pasar antes de que me asignaran a esta tarea. Y en primer lugar, tenga en cuenta que yo nunca la solicité. . . —¿Qué quiere usted de mí? —gruñó Maclaurin. Para un hombre de su tamaño, su voz era sorprendentemente profunda, aunque a Sádler le habían informado que, cuando se sentía realmente molesto, esa voz; se transformaba en un agudo chillido. —Naturalmente, desearía que me informase de cualquier cosa sospechosa que usted sepa. De tiempo en tiempo deberé consultarle sobre varios puntos, y mucho le agradecería entonces sus consejos. En otros aspectos, le ruego que me preste la menor atención posible. —Eso —replicó Maclaurin, con socarrona sonrisa— no presentará para mí dificultad alguna. Sin embargo, puede contar conmigo en todo, aun cuando sea solamente para probarle que sus sospechas son infundadas. —Deseo sinceramente que lo sean— MAS ALLA

contestó Sádler—. Y muchas gracias por su cooperación; la tendré muy en cuenta. ESTUVO a punto de soltar un silbido, mientras cerraba la puerta, al salir. Se sentía muy conforme por el tono en que se había efectuado la entrevista, pero recordó que nadie silbaba luego de haber tenido una audiencia con el director. Adoptando una expresión de grave compostura, caminó a través de las oficinas de Wágnall y llegó al corredor principal donde, de inmediato, se unió a Jámieson y Whéeler. —¿Ha visto al viejo? —preguntó Whéeler, ansiosamente—. ¿Se encuentra de buen talante? —Como esta es la primera vez que hablamos, no tengo puntos de referencia. Creo que todo anduvo muy bien. Pero. . . ¿qué les pasa? Parecen ustedes una pareja de escolares traviesos. —Nos acaba de llamar el director — dijo Jámieson—. No sabemos por qué; pero posiblemente estará poniendo al día las cosas que sucedieron mientras estuvo ausente. Ya felicitó a Cónrad por el descubrimiento de la nova del Dragón; de modo que eso queda descartado. Mucho me temo que haya averiguado que sacamos un tractor y nos mimos a pasear en él. —¿Y qué tiene eso de malo? —Pues. . . que sólo puede usarse para tareas oficiales. Pero todo el mundo lo usa para fines particulares; y mientras se reponga el combustible, nadie queda perjudicado. ¡Diablos!, ahora pienso que usted es el único a quien no debo decirle estas cosas. Sádler hizo una rápida deducción y se dio cuenta que Jámieson sólo se refería a sus bien conocidas actividades como sabueso financiero. —No se preocupe —rió—. Lo peor que yo podría hacer sería obligarlos, bajo amenaza de delación, a que me lleven a dar un paseo en el vehículo. Espero que 86

el Vie. . ., digo, el profesor Maclaurin no les haga pasar un mal rato. Los tres habrían quedado muy sorprendidos de saber que el director en persona con grave incertidumbre, estaba observando la escena. Normalmente, las pequeñas infracciones a las reglas, tales como el uso no autorizado del tractor oruga, eran de la directa incumbencia de Wágnall; pero ahora parecía estar en danza algo más transcendente. Hasta cinco minutos antes, Maclaurin no tenía la menor idea de qué podía ser, y había hecho comparecer a Jámieson y Whéeler para ver si averiguaba algo. El director se vanagloriaba de estar siempre al tanto de todo; pero parte del tiempo y del ingenio de sus colaboradores se empleaba en demostrarle que no siempre estaba en lo cierto. Whéeler, especulando con la buena voluntad conquistada tras el descubrimiento de la nova dragontina, le dio un detallado informe de sus andanzas exploradoras. Procuró describirlas como si él y Jámieson fuesen un par de caballeros armados, que se habían encaminado a tierras salvajes, a fin de descubrir el horrible dragón que amenazaba al observatorio. Y ciertamente le favoreció mucho el no ocultar nada de importancia, ya que el director estaba perfectamente enterado de cuanto había sucedido. Mientras escuchaba el relato de Whéeler, el profesor Maclaurin se dió cuenta de que todas las piezas del rompecabezas ajustaban entre sí. El misterioso mensaje de la Tierra, que le ordenaba mantener en el futuro a su gente alejada del mar de las lluvias, tenía que haberse originado en el lugar que sus dos colaboradores visitaron. La filtración que Sádler estaba investigando, también tendría algo que ver en todo eso. Todavía le resultaba MAS ALLA

duro creer que alguno de sus hombres fuera espía, pero se daba cuenta de que un espía competente se parecía a cualquier individuo, menos a un espía. Despidió a Jámieson y a Whéeler con una desacostumbrada suavidad que dejó perplejos a ambos. Por un momento permaneció sumido en sombríos pensamientos: podría ser una coincidencia, naturalmente; pues el relato era coherente en todas sus partes. Pero si alguno de aquellos dos hombres andaba en busca de información estaba bien encaminado. ¿O no?. . . ¿Actuaría acaso un verdadero espía tan abiertamente . . ., sabiendo que de esa manera atraería sobre sí toda la atención? ¿Y no podría eso mismo ser también un ardid muy hábil, puesto que nadie sospecharía de una persona que actuase con tanta evidencia? Gracias a Dios, él no debía resolver el problema. Se lo sacaría de las manos tan pronto como pudiera. El profesor Maclaurin bajó la palanquea del conmutador y habló a la oficina externa. —Por favor, llamen al señor Sádler. Deseo hablarle nuevamente. CAPÍTULO IX SE había producido un pequeño cambio en la situación de Sádler, desde la llegada del director. Sádler sabía que eso tenía que suceder, aunque hizo todo lo posible para evitarlo. A su arribo, había sido tratado por todos con sospechosa cortesía. Le llevó varios días de ardua tarea de relaciones públicas el romper el hielo. La gente comenzó entonces a charlar con él y a mostrarse amigable, y pudo así adelantar en su vida social. Pero ahora, parecía como si todos lamentasen su anterior franqueza; y el trabajo se le tornaba nuevamente cuesta arriba. El sabía la razón. Ciertamente nadie BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

sospechaba su real ocupación en la Luna; pero todos sabían que el regreso del director, lejos de limitar sus actividades, había por el contrario consolidado su posición. En el vibrante recinto de ecos que era el observatorio, los rumores y los chismes se propalaban a Velocidades escasamente inferiores a la de la luz, y era muy difícil poder guardar secreto alguno. Debía de haber corrido la voz de que Sádler era más importante de lo que parecía. Y él deseaba que transcurriese bastante tiempo, antes de que nadie se enterase de cuánto más importante era. Hasta el presente, había dedicado su atención a la sección administrativa. Ello se debía principalmente a un problema de buena vecindad, pues era lógico que todos pensasen que ésa era la manera de actuar de un tenedor de libros. Pero en realidad, eran los científicos los que daban vida al observatorio, y no los cocineros, mecanógrafos, contadores y secretarios, por muy necesarios que fuesen. De existir un espía en el observatorio, debía enfrentarse con dos problemas esenciales. En primer lugar, con que cualquier información es de valor nulo para un espía, mientras éste no pueda elevarla a sus superiores. En segundo lugar, con que el señor X no solo debía tener contactos que le proporcionaran informaciones, sino también una persona que pudiera transmitirlos al exterior. Para las personas, el observatorio tenía tan sólo tres formas de salida: el monorriel, el tractor y. . ., los propios pies. Este último medio, evidentemente, no era muy práctico. En teoría, cualquier hombre puede caminar algunos kilómetros y dejar un mensaje en determinado lugar, a fin de que otra persona lo recoja después. Pero semejante procedimiento sería descubierto en seguida: era facilísimo vigilar a los pocos hombres de la sección de mantenimiento, únicos 87

que con regularidad usaban trajes espaciales. Todas las entradas y salidas a través de las cámaras intermedias tenían que ser registradas, aunque Sádler dudaba de que esta regla se obedeciera invariablemente. Los tractores eran mucho más eficaces, debido a su gran radio de acción; pero su uso traía siempre aparejado el peligro de la previa colusión, ya que cada tractor necesitaba por lo menos dos hombres para ser conducido; y esta regla no se violaba nunca, por razones de seguridad. Naturalmente, estaba el extraño caso de Jámieson y Whéeler. Sus antecedentes su estaban investigando con todo cuidado, y dentro de pocos días, Sádler recibiría un informe acerca de este enojoso asunto. Pero sus conductas, aunque irregulares habían sido en realidad demasiado abiertas para resultar sospechosas. Por último estaba el monorriel a Ciudad Central. Todos los del observatorio la visitaban, al menos una vez por semana. Existían allí incontables posibilidades de cambiar mensajes; y precisamente en aquellos días, numerosos “turistas” se dedicaban a establecer contactos y realizar toda clase de interesantes descubrimientos acerca de la vida privada del cuerpo directivo del observatorio. Era muy poco lo que Sádler podía hacer a ese respecto, con excepción de presentar listas de los más frecuentes visitantes de Ciudad Central. Respecto a vías de comunicación personal directa, eso era todo. Y Sádler los excluyó por completo. Existían otros medios, más sutiles, mucho más adecuados para ser usados por los científicos. Cualquier miembro del cuerpo directivo del observatorio era capaz de construir un transmisor de radie; y había incontables lugares donde podían ser ocultados con todo secreto. En verdad, ninguno de los monitores de radio había detectado nada durante sus 88

incontables días y meses de paciente escucha, pero tarde o temprano el señor cometería un desliz. Mientras tanto, Sádler debía averiguar qué hacían los científicos. El rápido y elemental curso de astronomía y física que había tomado antes de embarcarse en esta aventura, era totalmente inadecuado para darle una exacta idea del trabajo del observatorio; pero al menos le permitía seguirlo en sus delineamientos generales. Y eso le facilitaba la eliminación de algunos nombres en sus interminables listas. LA sección de cómputos no lo retuvo por mucho tiempo. Detrás de los enormes paneles de cristal, las inmaculadas máquinas permanecían en silenciosa meditación mientras las secretarias les alimentaban las insaciables mandíbulas con cintas y más cintas. En la habitación adyacente, también a prueba de ruidos, las máquinas de escribir ¡eléctricas imprimían incontables hileras y columnas de números. El doctor Mays, jefe de la sección, trató en lo posible de hacerle entender lo que allí sucedía, pero fué inútil. Aquellas máquinas habían dejado atrás, a bastante distancia, operaciones elementales como integración, y funciones consenoidales o logarítmicas. Trabajaban con cálculos matemáticos acerca de los cuales Sádler ni siquiera había oído hablar, y resolvían problemas que nada le significaban. Pero no se preocupó mayormente por ello: había visto lo que realmente deseaba. Todos los equipos importantes estaban cerrados con llave; sólo el ingeniero de mantenimiento, que venía una vez por mes, tenía acceso a ellos. Ciertamente, nada había allí que pudiera interesarle. Sádler salió andando de puntillas, como si abandonara un. santuario. El taller de óptica, donde pacientes obreros especializados se dedicaban a MAS ALLA

pulir cristales con precisión de un millonésimo de centímetro, validos de una técnica que no había cambiado en siglos, lo fascinó al principio; pero su búsqueda no progresó en absoluto. Atisbó asombrado los dibujos de las interferencias causadas por el choque de ondas de luz, y sus locas fugas de una a otra parte mientras el calor de su propio cuerpo provocaba microscópicas expansiones en bloques de cristales perfectos. Allí se unían el arte y la ciencia para lograr perfecciones jamás igualadas en ningún otro campo de la tecnología humana. ¿Podría encontrar alguna pista en esta enterrada factoría de lentes, prismas y espejos? Parecía muy poco probable. Tristemente pensó Sádler que se encontraba en la posición de un hombre sumergido en la oscuridad de una mina de carbón, buscando un gato negro que a lo mejor no estaba allí. Y lo peor, para hacer más cierta esta analogía, es que, aunque lo encontrara, no sabría que era un gato, pues nunca había visto ninguno. SUS parlamentos con Maclaurin, realizados en privado, le fueron de mucha utilidad. El director se mostraba todavía muy escéptico, pero cooperaba en toda la medida de sus posibilidades, aunque sólo fuese para alejar cuanto antes al molesto entrometido. Sádler podía consultarle cualquier tema relacionado con el trabajo del observatorio, en su aspecto técnico, aunque siempre ponía mucho cuidado en no formular preguntas que pudiesen descubrir su verdadero objetivo. Había ya compilado un pequeño legajo de todos los miembros del observatorio; pero esto no era ninguna hazaña, ya que casi todos los datos anotados allí le habían sido suministrados antes de llegar a la Luna. Para la mayoría de los científicos, le bastó una simple BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

hoja de papel; pero para otros hubo de llenar varias páginas de notas en clave. Todos los hechos bien probados los escribía en tinta; no así las conjeturas, que las pasaba a lápiz, de modo que fuera posible introducir posteriores modificaciones en caso necesario. Algunas de aquellas deducciones eran burdas y frecuentemente injuriosas; y a menudo Sádler se sentía avergonzado de haberlas escrito. A veces era muy duro aceptar una copa de alguien a quien se tenía catalogado como susceptible de soborno, debido a la cantidad de dinero que debía de costarle el mantener una amante en Ciudad Central. . . Uno de los ingenieros era sospechoso por esta causa. Pero Sádler lo excluyó bien pronto de su lista de personas sobornables; pues lejos de ocultar su situación, aquel hombre estaba siempre lamentándose de las extravagancias de su “innamorata”, y hasta aconsejó a Sádler acerca de los peligros a que se expondría si incurriera en semejantes liviandades. . . Su sistema de fichas lo dividió Sádler en tres secciones. La sección A contenía los hombres de aproximadamente diez hombres, a los cuales Sádler consideraba probables sospechoso, aunque en realidad no tenía evidencia alguna de la certeza de sus sospechas. Muchos estaban colocados allí por la simple razón de tener un gran número de oportunidades para enviar información fuera de la Luna en caso de desearlo. Wágnall era uno de ellos. Sádler estaba casi seguro de la inocencia del secretario; pero seguía manteniéndolo en dicha sección, por razones de seguridad. Muchos otros estaban incluidos a causa de tener parientes cercanos en la Federación o por opinar demasiado abiertamente en contra de la Tierra. Sádler no podía convencerse de que un espía bien entrenado se arriesgara a 89

ocasionar sospechas, comportándose tan francamente; pero debía estar muy alerta con algunos entusiastas aficionados, que podrían a veces ser más peligrosos que los profesionales. Los documentos sobre espionaje atómico durante la Segunda Guerra Mundial eran muy instructivos a este respecto, y Sádler los había estudiado con gran cuidado. Otro nombre anotado en la lista A era el de Jenkins, jefe de suministros. Sádler tenía una levísima sospecha acerca de este hombre, aunque todas las tentativas para encontrar evidencias resultaron infructuosas. Jenkins parecía ser un individuo áspero, malhumorado, siempre dispuesto a resentirse ante cualquier intención extraña y su popularidad entre el cuerpo directivo del observatorio era bastante escasa. El conseguir algún equipo de sus depósitos resultaba un verdadero triunfo, una hazaña de las más difíciles de realizar en la Luna. Pero esto, naturalmente, sólo significaba que Jenkins era un excelente ejemplo de la proverbial tenacidad de sus colegas. Estaba luego la interesante pareja constituida por Jámieson y Whéeler, a la cual se debía en su mayor parte la alegría que a veces animaba el siempre sombrío escenario del observatorio. Su aventura en el mar de las Lluvias había

sido una hazaña realmente típica; y, según le aseguraron a Sádler, concordaba con las características de anteriores andanzas. Whéeler era siempre el espíritu director. Su defecto (si es que defecto podía llamarse), consistía en su exceso de energía y de interés por demasiados asuntos al mismo tiempo. No había cumplido aún treinta años de edad; algún día, quizás, la experiencia y las responsabilidades le harían moderar sus impulsos. Pero ese día no había llegado aún. Era muy fácil descartarlo como caso de personalidad reprimida, o como a un colegial falto de madurez. Poseía gran rapidez mental y, en verdad, rara vez cometía desatinos. Aunque existía un núcleo grande de personas a las cuales no les era simpático, particularmente aquellos que habían sido objeto de sus bromas pesadas, nadie le deseaba mal alguno. Se movía sin rozaduras ni rasguños por entre la enmarañada jungla política del observatorio, y estaba dotado de hermosas virtudes: su honestidad y franqueza eran bien conocidas. Siempre se sabía lo que estaba pensando, y no era necesario interrogarlo acerca de su opinión sobre ningún tema en particular: él la expresaba de antemano. Jámieson era de una modalidad

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Haute couture en aluminio EL aluminio acaba de invadir el reino de la moda femenina: han aparecido hilos de aluminio, con los cuales se pueden hacer tejidos muy vistosos. El hilo metálico está recubierto con material plástico, gracias al cual se pueden obtener los más variados colores. 90

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diferente. El contraste entre ambas personalidades era lo que presumiblemente los acercaba. Tenía Jámieson un par de años más que Whéeler, y todos le atribuían una influencia moderadora sobre su compañero. Pero Sádler no estaba de acuerdo con esa opinión: según todo lo que él había observado y juzgado, la presencia de Jámieson no modificaba en nada el comportamiento de su amigo. Mencionó su opinión a Wágnall, quien, luego de pensar detenidamente su respuesta por unos instantes, le contestó: —Sí, de acuerdo; pero imagínese cuánto peor sería para Cónrad que Sídney no estuviera a su lado, vigilándolo en todo momento. En verdad, Jámieson era un hombre mucho más reposado y difícil de conocer. No poseía la brillantez de Whéeler y posiblemente nunca llegaría a descubrir nada sensacional; pero en cambio era de esos hombres concienzudos a quienes puede confiársele el trabajo de coordinación y perfeccionamiento en los nuevos terrenos científicos que habían sido conquistados por los genios. Sí, científicamente era digno de confianza. El problema era distinto cuando se entraba al terreno político. Sádler lo había sondeado con disimulo, pero sin obtener el menor resultado. Jámieson parecía estar mucha más interesado en su trabajo y en su capricho de pintar paisajes lunares que en política. Durante el tiempo que llevaba en el observatorio, había organizado una pequeña galería de arte, y dondequiera tuviese una oportunidad, salía con su f traje espacial, llevando su caballete sus pinturas provenientes de aceites a baja presión de vapor. Le había costado mucho trabajo de experimentación el conseguir pigmentos que pudiesen ser usados en el vacío. Sádler dudaba de que los resultados obtenidos compensaran las BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

incomodidades que debía de sufrir el animoso pintor; y creía conocer lo suficiente de pintura como para llegar a la conclusión de que Jámieson poseía más entusiasmo que talento. Whéeler, que compartía este punto de vista, le confió a Sádler: —Dicen que los cuadros de Sídney, con el tiempo, llegan a penetrar profundamente en el sentir de quienes los observan. Personalmente, creo que tienen el destino más horrible que pueda imaginarse. La lista B de Sádler contenía los nombres de todos aquellos integrantes del observatorio que parecieran lo suficientemente inteligentes como para ser espías. Era horriblemente larga; y de tiempo en tiempo, Sádler procuraba transferir gente a la lista A o, mejor aún, a la tercera y final lista de los completamente libres de sospechas. Mientras se encontraba sentado en su pequeño cuartucho, mezclando sus anotaciones y tratando de colocarse en el lugar de los hombres a los cuales estaba estudiando, había momentos en que Sádler creía estar jugando un juego muy intrincado, en el cual la mayoría de las reglas eran elásticas y los jugadores desconocidos. Era un juego mortal, los movimientos se realizaban a velocidades vertiginosas, y de su resultado podría depender el futuro de la raza humana. CAPÍTULO X LA voz que emitía el parlante era grave, cultivada, sincera; había recorrido el espacio durante muchos minutos, irradiada a través de las nubes de Venus y a lo largo de la cadena radial de doscientos millones de kilómetros que unían la estación emisora con la Tierra, para después ser de nuevo retransmitida de la Tierra a la Luna. Luego de recorrer ese inmenso camino, 91

aún retenía su claridad y pureza, casi libre de toda interferencia o distorsión. “La situación aquí reinante ha empeorado desde mi último comentario. Mi palabra no tendrá eco en los círculos oficiales; pero la prensa y la radio pueden todavía emitir libremente su opinión. Esta mañana he volado sobre Héspero, y las tres horas que llevo aquí han sido por demás suficientes para pulsar la opinión pública. “Debo hablar lisa y llanamente, aún a costa de desagradar a mis hermanos terrestres. La Tierra no es aquí muy popular. La frase “perro pendenciero , está ahora en boca de todo el mundo. Reconocen las dificultades de la Tierra en materia de abastecimientos; pero consideran también las necesidades de los planetas vecinos, mientras la Tierra desperdicia un gran porcentaje de sus recursos, en lujos triviales. Les daré un ejemplo: hemos sabido ayer que una avanzada en Mercurio ha perdido cinco hombres, a causa de una unidad de sus bóvedas. El control de temperatura había fallado, y la lava alcanzó a los cinco obreros; una muerte poco agradable, ¿verdad? No habría ocurrido tal accidente si la avanzada hubiera tenido todo el titanio que necesitaba. “Naturalmente, no es agradable culpar a la Tierra por este suceso. Pero da la desgraciada casualidad de que, apenas hace una semana atrás, cortaron el suministro de titanio que nos correspondía; y las partes interesadas en la cuestión tratarán de que el público no olvide este hecho. No puedo seguir ahondando en el asunto, porque no deseo ser borrado del eter; pero estoy seguro de que ustedes me interpretarán. “No creo que la situación empeore, a menos que nuevos factores entren en escena. Pero supongamos (y quiero dejar claramente establecido que sólo me refiero a un caso hipotético), 92

supongamos, digo, que la Tierra descubriese nuevas fuentes de metales pesados; en las inexploradas profundidades oceánicas, por ejemplo; o incluso en la Luna, a pesar de los anteriores fracasos en las investigaciones realizadas con este fin. “Si esto sucediera, y la Tierra pretendiera guardar para sí dichos descubrimientos, las consecuencias podrían ser muy serias. No puede objetarse que la Tierra estaría en su completo derecho: nadie diría lo contrario. Pero los argumentos legales pesan muy poco cuando se debe luchar contra una presión de mil atmósferas en Júpiter, o cuando se trata de descongelar los frígidos satélites de Saturno. No olviden ustedes, mientras disfruten días de suave primavera y atardeceres de tranquilos veranos. . ., no olviden la suerte que tienen de vivir en las atemperadas regiones del sistema solar, donde el aire nunca se hiela ni las rocas se funden. . . “¿Qué probable actitud asumiría la Federación si se presentare una situación por el estilo? Yo sólo puedo hacer algunas suposiciones. Hablar de guerra, en el antiguo sentido de la palabra, me parece absurdo. Cualquiera de los bandos podría infligir serios daños al adversario; pero ninguna demostración de fuerza sería realmente conclusiva. La Tierra posee demasiados recursos naturales, aunque peligrosamente concentrados; y posee además la mayoría de las naves interplanetarias del sistema solar. “La Federación tiene la ventaja de la dispersión. ¿Cómo podría la Tierra llevar a cabo varios vuelos simultáneo contra una media docena de planetas y satélites, por muy pobremente equipados que estén éstos? El problema de abastecimientos sería realmente insoluble. "No lo permita el cielo; pero si tuviésemos que llegar a la violencia, nos MAS ALLA

veríamos frente a repentinos ataques sobre puntos estratégicos, llevados a cabo por naves especialmente equipadas, que luego del ataque se retirarían al espacio. Cualquier teoría sobre una invasión interplanetaria es pura fantasía. La Tierra (sin lugar a dudas), no tiene el mínimo interés en posesionarse de otros planetas. Y la Federación, aun cuando deseara imponer su voluntad sobre la Tierra, no tiene ni los hombres ni los navíos para realizar un asalto en gran escala. A mi modo de ver, el peligro inmediato es que ocurra algo que se parezca a un duelo (dejo que cada uno de ustedes piense dónde y cómo), pues alguno de los dos bandos querrá impresionar al otro, con su poderío. Pero a los que piensen en una guerra limitada e hidalga, quiero advertir que muy pocas de las guerras han sido limitadas, y ninguna de ellas hidalga. Adiós, Tierra. Róderick Beynon les ha hablado desde Venus." ALGUIEN se levantó y apagó la radio. Al principio, nadie pareció inclinado a iniciar una discusión inevitable; pero luego, Jansen, de la sección de energía, dijo admirativamente: —Debemos admitir que Beynon es un tipo de agallas. No estaba suavizando sus comentarios. Me sorprende mucho que le hayan permitido realizar esa transmisión. —Pienso que habló con bastante buen sentido —agregó Mays. El "Gran Sacerdote de Cómputos” hablaba con un estilo lento y mesurado, que contrastaba con la alta velocidad de sus máquinas. —¿Sobre qué bando se inclina usted? —le preguntó alguien muy suspicazmente. — ¡Oh!, soy un amigable neutral. — Pero su salario está pagado por la Tierra. . . ¿Qué partido tomaría en caso de producirse un conflicto? —Pues. . . eso dependería de las BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

circunstancias. Me gustaría estar de parte de la Tierra; pero me reservo el derecho de tomar mis propias decisiones. Quienquiera que haya dicho “mí planeta, con razón o sin razón”, fué un majadero. Si la Tierra tuviera razón, me pondría de su parte; y en caso de duda, probablemente me decidiría también por ella. Pero tenga usted la plena seguridad que, si yo en conciencia creyera que la Tierra está equivocada, no me pondría de su parte en ningún momento. Hubo un largo silencio después de estas palabras. Sádler había estado observando atentamente a Mays mientras hablaba. Sabía que todos respetaban la honestidad y la lógica del matemático. Un hombre que estuviese trabajando activamente contra la Tierra, no se habría expresado tan sin reservas como Mays lo había hecho. Sádler se preguntaba cómo habría expresado aquél sus opiniones en caso de saber que un miembro del servicio de contrainteligencia se encontraba sentado a dos metros de su propia silla. Y creía que no las habría alterado en nada. —Pero, ¡caramba! —dijo el ingeniero jefe, que, como siempre, estaba arrimado al fuego sintético de la chimenea—, no es cuestión de quién tenga razón o no. Cualquier cosa encontrada en la Tierra o en la Luna nos pertenece y podemos hacer con ella lo que se nos antoje. —Ciertamente, pero no se olvide que hemos estado retrasando el envío de nuestras cuotas, como dijo Beynon. Le Federación confiaba en ellas para la prosecución de sus programas. Si repudiásemos nuestros convenios porque nosotros mismos estuviéramos escasos de material sería otra cosa. Pero es muy diferente si nosotros lo tenemos y paramos los envíos. —¿Qué razón habría para que hiciésemos una cosa por el estilo? 93

Fué Jámieson quien, inesperadamente, contestó a la pregunta. —Miedo —dijo—. Nuestros políticos tienen miedo de la Federación. Saben que allá existe gente más inteligente y que algún día podrían tener más poder. Entonces, la Tierra perdería todo su prestigio. Antes que nadie pudiese discutir esta opinión, Czuikov, de los laboratorios electrónicos, comenzó una nueva controversia. —He estado pensando —dijo— acerca de la transmisión que hemos escuchado. Todos sabemos que Beynon es un comentarista bastante honesto; pero también es cierto que transmitía desde Venus, con el permiso de las autoridades venusianas. Creo que en esa charla debe de haber más voces oficiales de las que a simple vista parecen. —¿Qué quiere decir con eso? —Que Beynon es el encargado de realizar cierta propaganda. . ., no muy conscientemente, quizás: deben de haberle influido para que dijera lo que deseaban que nosotros oyésemos. Hablan de raids, por ejemplo. Supongo que intentan asustarnos.

—Esa es una idea bastante interesante. ¿Qué piensa usted, Sádler? Entre nosotros, usted es el único que salió de la Tierra. Una pregunta tan directa tomó a Sádler de sorpresa; pero diestramente devolvió la pelota con habilidad suma. —No creo que la Tierra se asuste tan fácilmente. El comentario que más me interesó fué aquel en que hacía referencia a posibles nuevas fuentes de abastecimiento en la Luna. Al parecer, esos rumores vienen propalándose con insistencia. Fué ésta una calculada indiscreción de Sádler. Sin embargo, no era del todo indiscreta, puesto que todos en el observatorio estaban enterados de que Whéeler y Jámieson habían sorprendido en el mar de las lluvias un secreto proyecto del gobierno, y que les habían recomendado no hablar del asunto. Además, Sádler estaba sumamente interesado en observar las reacciones que sus palabras pudiesen producir. Jámieson le dirigió una mirada de perpleja inocencia; pero Whéeler no vaciló en morder el anzuelo. —¿Y qué esperaba usted? —dijo—. Más de la mitad de los habitantes de la Luna han de haber visto a esas cohetonaves descender allí. Cientos de obreros están trabajando en aquel lugar.

Respuestas a las preguntas del Espaciales Respuesta N° 1: C. — El año terrestre dura 365,25 días y el marciano 687 (de promedio). Respuesta N° 2: D. — Plutón es quien tiene la órbita más excéntrica. Su excentricidad es tanto mayor que la de los otros planetas que hace pensar en un origen completamente distinto al de los demás. Respuesta N° 3: C.. — Esta válvula ha sido inventada por los suecos y es de gran aplicación en las máquinas de calcular.

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Respuesta N° 4: B. — El período cretáceo es el último de los tres períodos que componen esta era. Respuesta N° 5: C. — Por las sinapsis pasan los influjos nerviosos de una célula nerviosa a otra. Respuesta N° 6: A. — Las pirámides tenían por objeto proteger a los faraones durante su vida en el Más Allá.

MAS ALLA

No pueden haber venido todos desde la Tierra.. y muchos de ellos irán a Ciudad Central y charlarán con las chicas cuando tomen unas cuantas copas de más. “¡Cuánta razón tienes!” pensó Sádler, “¡y cuántos dolores de cabeza está dando al organismo Seguridad ese pequeño problema!” —De cualquier manera —continuó Whéeler—, tengo mis propias ideas sobre el particular. Pueden hacer allí todo lo que quieran, mientras no me molesten en mi trabajo. Desde afuera, nada puede decirse, excepto que el pobre contribuyente está pagando una buena cantidad de dinero a causa de esos proyectos. HUBO entonces una tos nerviosa, proveniente de un hombre de pequeña estatura que trabajaba en instrumentación, donde, apenas esa misma mañana, había pasado Sádler un aburrido par de horas mirando telescopios de rayos cósmicos, magnetómetros, sismógrafos, relojes de resonancia molecular, y verdaderas baterías de otros instrumentos y sistemas que recogían y registraban informaciones con más rapidez de la que cualquiera pudiese analizarlas. —Yo no sé si lo habrán molestado a usted; pero a mí me han estado jugando bastante sucio. —¿Qué le han hecho? —preguntaron todos a la vez. —Hace apenas una hora estuve observando los medidores de la fuerza del campo magnético de la zona. Normalmente, el campo es bastante estable, excepto cuando tenemos una tormenta en los alrededores, y sabemos bien cuándo se producen estas tormentas magnéticas. Pero ahora está sucediendo algo muy raro. El campo está subiendo y bajando todo el día; no mucho; apenas unos pocos microgaus; pero estoy seguro de que es artificial. He revisado todo el BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

equipo del observatorio, y todos los empleados juran que no han estado trasteando las magnetos. Me pregunté si nuestros misteriosos amigos del mar de las lluvias serían los responsables. Para cerciorarme eché una mirada a los demás instrumentos. Pero nada encontré hasta que llegué a los sismógrafos. Tenemos uno instalado en la pared sur del cráter, provisto de un sistema telemétrico, cuyas mediciones se transmiten al observatorio, y por él me enteré de los temblores que azotaron toda esa zona. La faja del registro presentaba trazos realmente asombrosos, como si hubiese habido explosiones del tipo que generalmente observamos en Hyginus y otras minas. Pero el trazo tenía también algunos picos muy peculiares que estaban casi sincronizados con las pulsaciones magnéticas. Reducidas por el retraso al pasar a través de las rocas, la distancia concordaba perfectamente. No existen dudas acerca del lugar de donde provienen. —Un descubrimiento interesante — comentó Jámieson—; pero ¿qué agrega todo esto a lo que ya conocemos? —Podríamos interpretarlo de varias maneras. . . Yo diría que allá, en el mar de las lluvias, alguien está generando un campo magnético bastante grande, en pulsaciones constantes que son emitidas cada segundo. —¿Y los sismos? —Son una lógica consecuencia. Por estos alrededores existe una gran cantidad de rocas magnéticas, y me imagino que las sacudidas deben de producirse cada vez que ese campo entra en acción. Probablemente, usted no se daría cuenta del temblor, aun estando en el lugar donde se produzcan; pero nuestros sismógrafos son tan sensibles que pueden descubrir la caída del más pequeño meteorito a veinte kilómetros de distancia. 95

Sádler escuchaba con gran interés los resultados de todos aquellos argumentos técnicos. Con tantos hombres de talento preocupándose por los hechos recientes, era inevitable que alguien imaginaba la verdad, e inevitable también que alguien la contraatacara con sus propias teorías. Pero a esto Sádler no le concedía importancia; lo que más le interesaba era observar si alguien mostraba especiales conocimientos o gran interés. Pero nadie lo hizo, y Sádler debió atenerse nuevamente a sus tres postulados desalentadores: el señor X era extremadamente listo; el señor X no se encontraba en aquel grupo; el señor X no existía siquiera. CAPÍTULO XI LA nova del Dragón estaba menguando; ya no deslumbraba a los otros astros de la Galaxia. Sin embargo, en el firmamento observado desde la Tierra, era todavía más brillante de lo que es Venus, en el momento de su máximo fulgor, y pasarían más de mil años hasta que los hombres volviesen a ver algo semejante. Aunque de acuerdo a la escala de distancias estelares se encontraba muy cerca, la nova dragontina estaba todavía tan remota que su magnitud aparente no variaba a través de todo el ámbito del sistema solar. Brillaba con igual resplandor sobre los ígneos campos de Mercurio y los nitrogenados glaciares de Plutón. Transitoria como era, había desviado la imaginación de los hombres, haciéndoles pensar en realidades . de verdadero valor. . ., pero no por mucho tiempo: la intensa luz violeta de la más grande nova de la historia brillaba sobre un sistema dividido; sobre planetas que habían cesado de amenazarse mutuamente y se encontraban ya preparándose para afrontar los hechos crueles de la guerra. 96

Los preparativos se hallaban mucho más adelantados de lo que el público se imaginaba. Ni la Tierra ni la Federación habían sido leales con sus pueblos. En laboratorios secretos, los hombres se dedicaban a transformar en instrumentos de destrucción las mismas herramientas que les permitieron conquistar la libertad del espacio. Aunque los contendientes trabajaban en completa independencia, era inevitable que crearan armas similares, dado que todas ellas se basaban en la misma tecnología. Pero cada parte tenía sus espías y contra espías, y con cierta aproximación conocía las armas de su adversario. Quizá se presentaran algunas sorpresas, cualquiera de las cuales podría ser decisivas, pero, en conjunto, los antagonistas se encontraban en situaciones bastante parejas. En cierto sentido, la Federación tenía una gran ventaja: podía ocultar sus actividades, sus investigaciones y sus pruebas, entre los diseminados asteroides y satélites, más allá de toda posibilidad de ser descubiertos. La Tierra, en cambio, no podía probar una simple nave sin que la información llegara a Marte y a Venus en cuestión de minutos. La gran incertidumbre que agobiaba a ambas partes pesaba sobre la eficacia del Servicio de Inteligencia. De venir una guerra, sería una guerra de aficionados. Un servicio secreto requiere una larga tradición, aunque ella no sea precisamente honorable. Los espías no pueden entrenarse de la noche a la mañana, y aunque pudieran, el talento natural que caracteriza a un agente realmente brillante no es fácil de adquirir. Más que nadie Sádler se daba cuenta de ello. Algunas, veces se preguntaba si sus desconocidos colegas, repartidos por todo el sistema solar, se sentirían igualmente frustrados. Sólo un MAS ALLA

BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

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hombre situado en lo alto del sistema podría ver el panorama completo, o algo que se le aproximara. Nunca se había imaginado la soledad en que debe trabajar un espía; la horrible sensación de sentirse solo, de no tener a nadie en quien confiar, con quien compartir desvelos y preocupaciones. Desde su llegada a la Luna, no había hablado (al menos a sabiendas) con ningún otro miembro de la Central de Inteligencia. Todos sus contactos con la organización habían sido impersonales e indiscretos. Sus informes de rutina (que a cualquier lector casual le hubiesen parecido torpes análisis de cómputos del observatorio) los enviaba diariamente a la Ciudad Central, por monorriel, y tenía muy poca idea de lo que sucedía con ellos a partir de ese momento. Unos pocos mensajes habían arribado por el mismo medio, aunque en caso de un acontecimiento realmente importante, podía utilizar los servicios del teleimpresor. Estaba esperando su primer contacto con otro agente; encuentro que había sido preparado con varias semanas de anticipación. Aunque dudaba de la eficacia concreta de la entrevista, ésta serviría para dar a su moral un impulso que realmente necesitaba. SADLER no se había familiarizado todavía (por lo menos a su propia satisfacción) con los principales aspectos de la administración y servicios técnicos. Había observado, desde respetable distancia, el ardiente corazón de la pequeña pila atómica que constituía la principal fuente de energía del observatorio. Había observado los grandes espejos de los generadores solares, que esperaban impacientes el amanecer. No habían sido usados desde hacía años, pero era agradable saber que, en caso de necesidad, se contaría con ellos, siempre listos a aprovechar los limitados recursos del Sol. 98

La granja del observatorio lo había sorprendido y fascinado más que ninguna otra cosa. Era extraño ver que en plena era de maravillas científicas, ya sintéticas, ya artificiales, existiesen todavía algunas cosas en las cuales la Naturaleza no podía ser suplantada. La granja era parte integral del sistema de aire acondicionado, y durante el largo día lunar funcionaba en su totalidad y con mayor eficiencia. Cuando Sádler la vio, largas líneas de lámparas fluorescentes se encargaban de sustituir la luz del Sol, y persianas metálicas habían sido colocadas sobre los grandes ventanales que darían la bienvenida al amanecer cuando el Sol se elevara sobre la muralla del cráter Platón. Podía pensar que estaba de vuelta en la Tierra, en algún invernadero bien organizado. El aire, moviéndose lentamente a lo largo de los verdes planteles, entregaba su bióxido de carbono, y emergía, no sólo más rico en oxígeno, sino también con ese indefinible frescor que los químicos nunca han sido capaces de reproducir. Y allí fué Sádler obsequiado con una pequeña pero bien madura manzana, cada átomo de la cual había sido originado en la Luna. La llevó a su habitación, donde pudo gozarla en privado, y dejó entonces de extrañarle que la granja fuese terreno absolutamente vedado para todos los que no trabajaban allí. Los manzanos quedarían muy pronto completamente «pelados si se permitiese que cualquier visitante casual pudiera penetrar en aquellos verdeantes corredores. La sección de comunicaciones era el contraste más grande que uno podía imaginarse. Estaban allí los circuitos que ligaban el observatorio con la Tierra, con el resto de la Luna y, en caso necesario, con cualquier planeta en línea directa. Era el lugar de mayor y más lógico peligro. Todos los mensajes que entraban o salían eran registrados MAS ALLA

automáticamente, y los hombres que manejaban los equipos habían sido investigados y reinvestigados por el personal de seguridad. Dos funcionarios de categoría habían sido transferidos, sin razón aparente, a trabajos menos clasificados. Y lo que era más (algo que ni siquiera Sádler sabía): una cámara telescópica, situada a treinta kilómetros de distancia, tomaba, cada minuto, una fotografía de las antenas dirigidas y de la posición de los controles de los grandes transmisores que utilizaba el observatorio para emisiones a otros planetas. De este modo, si se utilizaba algún transmisor en dirección no autorizada, el hecho sería descubierto de inmediato. Los astrónomos, sin excepción, deseaban vehemente discutir sus trabajos y explicar sus equipos. Si algunas de las preguntas de Sádler los dejó perplejos, no lo evidenciaron en absoluto. Por su parte, él puso mucho cuidado en no salirse de la conducta que se había propuesto. Usaba la vieja y siempre eficaz técnica de la franqueza de hombre a hombre: “Naturalmente, esta no es mi tarea, pero estoy muy interesado en la astronomía; y durante el tiempo que tenga que pasar en la Luna, me agradaría ver todo lo que sea posible. Claro es que si usted está ahora muy ocupado. . .” Siempre surtía un mágico efecto. Normalmente, Wágnall realizaba todos los arreglos y se encargaba de limar las asperezas que pudieran presentársele. El secretario había sido tan solícito, que al principio creyó Sádler que sólo trataba de protegerse; pero posteriores observaciones lo convencieron de que Wágnall era así por naturaleza. Pertenecía a la clase de personas que siempre procuraban crear una buena impresión, por el simple deseo de estar en buenas relaciones con todo el mundo. Sádler pensó en lo frustrado que Wágnall se sentiría al tener que trabajar BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

con un tipo tan desabrigado como el profesor Maclaurin. EL corazón del observatorio era, naturalmente, el telescopio de mil centímetros: el mayor instrumento óptico construido por el hombre. Estaba montado en la cima de una pequeña loma, a cierta distancia del área residencial, y era más espectacular que elegante. El enorme cilindro estaba rodeado por una estructura semejante a una grúa de caballete, que controlaba su movimiento vertical; y toda la armazón podía rotar sobre una pista circular. —No se asemeja en absoluto a los telescopios que existen allá en la Tierra — explicó Molton, mientras permanecían juntos dentro de uno de los domos de observación situados en las cercanías—. El tubo, por ejemplo, nos permite trabajar aun durante el día. Sin él, la luz del Sol reflejaría dentro del espejo desde los montajes de la estructura. Eso arruinaría nuestras observaciones, y el calor perjudicaría al espejo. El colocarlo de nuevo en buenas condiciones nos costaría enorme trabajo. Los grandes reflectores instalados en la Tierra no se preocupan por ese problema, pues sólo trabajan de noche (los pocos telescopios que todavía existen allá). —No sabía que existiesen todavía en la Tierra algunos observatorios activos — declaró Sádler. —¡Oh!, todavía existen unos pocos; casi todos ellos para entrenamiento del personal. Es imposible realizar verdadera investigación astronómica a través de una atmósfera tan espesa. Fíjese en mi propio trabajo: la espectroscopia ultravioleta. La atmósfera de la Tierra es completamente opaca a las ondas en las cuales estoy interesado. Nadie las observó hasta que logramos la conquista del espacio. Hay veces que me pregunto cómo pudo iniciarse la astronomía en la Tierra. 99

—El montaje me parece bastante raro —dijo Sádler, pensativamente—. Se asemeja más a un cañón que a ninguno de los telescopios que he conocido. —Es cierto. Ellos no se incomodan por tener un montaje ecuatorial. Existe un computador automático que lo mantiene en puntería sobre cualquier estrella a la que previamente apuntamos. Pero bajemos para así poder ver lo que sucede al final de todo esto. El laboratorio de Molton era un fantástico conglomerado de equipos a medio armar, que Sádler veía por primera vez en su vida. Cuando éste se lamentaba de su propia ignorancia, su guía parecía divertirse mucho. —No hay motivo para avergonzarse de ello. La mayoría de los aparatos fueron diseñados y construidos aquí; y estamos siempre tratando de mejorarlos. Pero hablando en términos generales, lo que aquí sucede es lo siguiente: La luz proveniente del gran espejo reflector (estamos ahora justo debajo de él), es dirigida a través de este tubo que usted ve ahí. Es lástima que no se lo pueda mostrar ahora, porque alguien está tomando fotografías, y mi tumo no empieza hasta dentro de una hora. Pero entonces puedo seleccionar cualquier parte del cielo que yo desee, desde este escritorio, donde está situado el equipo de control remoto; y dejar el telescopio apuntando hacia ese punto celeste. Luego, todo mi trabajo se reduce a analizar la luz con estos espectroscopios. Lamento que no pueda usted observar los resultados, pues todos estos instrumentos están encerrados cuidadosamente. Cuando están en uso, hay que evaluar nuevamente todos los sistemas ópticos, puesto que, como ya le dije antes, la mínima cantidad de aire podría bloquear los rayos ultravioleta. Súbitamente, Sádler fué asaltado por un pensamiento casi incongruente. 100

—Dígame —exclamó paseando su mirada por el revoltijo de alambres, baterías de computadores electrónicos, y atlas de rayas espectrales—; ¿ha mirado usted alguna vez a través de este telescopio? Molton sonrió a sus espaldas. —Nunca —dijo—. No sería difícil; pero no le veo ningún fin práctico en absoluto. Todos estos enormes telescopios son en realidad supercámaras fotográficas. ¿Y quién desea mirar a través de la cámara? Sin embargo, existían en el observatorio telescopios a través de los cuales era posible mirar sin muchos problemas. Algunos de los instrumentos más pequeños estaban equipados con cámaras de TV, que podían ser colocadas en posición cuando era necesario realizar la búsqueda de cometas o asteroides cuyas posiciones exactas eran desconocidas. Una o dos veces pudo Sádler conseguir que le prestaran uno de esos instrumentos, y dedicarse a barrer los cielos al azar, para ver lo que podía encontrar. Con ajustar una posición en el tablero de control remoto, tenía el telescopio apuntado; y luego podía mirar en la pantalla y ver lo que había conseguido. Al cabo de algún tiempo aprendió a manejar el almanaque astronáutico, y fué para él un gran momento cuando ajustó las coordenadas de Marte, y apareció el astro, de improviso, en medio del campo de antojo. Pensamientos de toda índole lo invadieron cuando el enorme disco, de color verde y ocre, llenó casi por completo la pantalla. Uno de los casquetes polares estaba ligeramente inclinado hacia el Sol: era el comienzo de la primavera, y las grandes tundras cubiertas de hielo se deshelaban lentamente, luego de un duro invierno. Planeta hermosísimo para ser observado desde el espacio, pero muy inclemente para construir en él una civilización. MAS ALLA

No era de extrañarse que sus porfiados hijos estuviesen perdiendo la paciencia con la Tierra. La imagen del planeta era increíblemente clara y precisa. No había la menor vibración o inestabilidad; era como si estuviese flotando en el campo visual. Sádler, que ya había observado a Marte con otro telescopio pero desde la Tierra, podía ver ahora por sus propios ojos cómo la astronomía había sido liberada de las cadenas que la ataban, al dejar atrás y para siempre la atmósfera terrestre. Marte había sido estudiado durante cientos de años a través de instrumentos mayores que aquél; pero en pocas horas él podía ver mucho más de lo que desde la superficie de la Tierra hubiesen visto los astrónomos a lo largo de toda una vida. Sádler no se encontraba de Marte a menor distancia que ellos habían estado. Realmente, el planeta se encontraba ahora a considerable distancia de la Tierra y su Luna; pero en ésta no existía el fenómeno reactivo de la calina: temblorosos velos de vapor que en el aire dificultan la visión. CUANDO hubo satisfecho sus ansias de contemplación, dejó a Marte, y con el control remoto enfocó el telescopio hacia Saturno. La nítida belleza del espectáculo que contempló entonces, le quitó el aliento: parecía imposible que no estuviese mirando una perfecta obra de arte, antes que una creación de la naturaleza. El gran globo amarillento, ligeramente achatado en los polos, flotaba en el centro de su intrincado sistema de anillos. Las tenues bandas y las sombras de perturbaciones atmosféricas eran claramente visibles, aun a través de los dos mil millones de kilómetros de espacio. Y más allá de las concéntricas fajas de los anillos, Sádler podía contar sin inconvenientes basta siete de los satélites del planeta. BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

Aunque sabía que la instantánea imagen que le proporcionaba la cámara de TV nunca podría competir con la paciente placa fotográfica, observó también algunas de las distantes nebulosas y agrupaciones de estrellas. Dejó que el campo del instrumento paseara a lo largo de la apeñuscada senda de la vía Láctea, deteniéndose cuando la imagen le mostraba algún grupo particular de hermosas estrellas, o nebulosas incandescentes. Después de un rato, le pareció a Sádler que se había mareado con el infinito esplendor del espacio; necesitaba algo que le volviese al realismo de los problemas humanos. Y dirigió entonces el telescopio hacia la Tierra. Era tan enorme que, aun con mí-mino aumento, entraba solamente parte del disco en la pantalla. El planeta estaba en cuarto menguante, y su porción iluminada iba disminuyendo rápidamente; pero aun la parte en sombras aparecía llena de interés. Allá lejos, en la noche, estaban los incontables globitos fosforescentes que indicaban las posiciones de las ciudades; allá abajo estaba Jeannette, durmiendo ahora, pero quizás soñando con él. Por lo menos, él sabía que su carta había sido recibida; la perpleja y cautelosa respuesta de Jeannette lo había tranquilizado, aunque algunos reproches no escritos y cierta lamentación de soledad le habían rasgado el alma. ¿Es que él había cometido algún error: A veces se reprochaba amargamente las convencionales precauciones que había regido su primer año de matrimonio. Al igual que la mayoría de las parejas que vivían en el planeta que estaban contemplado, sobrecargado de población al máximo, ellos habían esperado a comprobar primero su compatibilidad matrimonial, antes de embarcarse en la aventura de la paternidad. En la época presente, era un estigma social definitivo el tener hijos antes de llevar varios años 101

de matrimonio: era prueba concluyente de irresponsabilidad y franqueza de ánimo. Ambos habían deseado siempre crear una familia; y ahora que estos problemas podían ser resueltos de antemano, habían resuelto comenzarla con un hijo varón. Entonces fue cuando Sádler recibió la noticia de su misión, y comprendió también por vez primera la gravedad de la situación interplanetaria. Decidió, pues, no traer a Pedrito a un mundo con un futuro tan incierto, tan lleno de peligros. En épocas pasadas, pocos hombres hubiesen titubeado ante tal razón. Es cierto que la posibilidad de su propia extinción aumentaba en los hombres el deseo de conseguir la única inmortalidad que el ser humano podía alcanzar, el hijo. . . durante más de doscientos años, y de llegar ahora una guerra, el complejo y frágil modo de vida de la Tierra podría romperse en fragmentos. En tal caso, una mujer con un hijo a cuestas tendría muy pocas posibilidades de sobrevivir. Quizás se estaba poniendo melodramático, dejando que sus temores se impusieran a su sentido común. Aunque Jeannette hubiera sabido todos los hechos, tampoco habría dudado; lo mismo habría deseado traer a Pedrito al mundo. Pero no por el hecho de no poder hablar con ella francamente, tomaría él ventaja de su ignorancia. Era ya muy tarde para lamentarse; todo lo que amaba en la vida se encontraba allá en el dormido globo, separado de él por el abismo del espacio. Sus pensamientos habían vuelto otra vez al punto de partida, cerrando el círculo. Había hecho el recorrido de la estrella al hombre, a través del inmenso desierto del cosmos, hasta el solitario oasis del alma humana. 102

Capítulo XII —NO —dijo el hombre del traje azul—, no tengo motivo para suponer que alguien sospeche de usted; pero sería difícil encontrarnos en Ciudad Central sin despertar desconfianza. Hay allí mucho movimiento de gente, y todos se conocen entre sí. Se sorprendería usted de saber lo difícil que es conseguir cierto aislamiento. —¿No cree usted que mi venida a este lugar podría parecer algo raro? — preguntó Sádler. —No, pues la mayoría de los turistas vienen si consiguen el modo de hacerlo. Es algo como ir a las cataratas del Niágara, algo que nadie desea perderse. Y no se les puede criticar el gusto, ¿verdad? Sádler se mostró de acuerdo. Se encontraba frente a un espectáculo que nunca sería decepcionante; que siempre superaría cualquier publicidad. Todavía, la conmoción de asomarse a aquel balcón no se le había disipado por completo; y comprendió que existirían muchas personas físicamente incapaces de llegar hasta el lugar donde él se encontraba. Estaba suspendido sobre el abismo, encerrado en un cilindro transparente que sobresalía desde el borde de la quebrada. La pasarela de metal debajo de sus pies, y el delgado pasamanos, eran los únicos puntos de seguridad en los cuales podía confiar. Y sus manos se agarraban fuertemente, sin soltar ni por un momento el débil tubo de metal. Era la ranura de Hyginus, que figuraba entre las más grandes maravillas de la Luna. De extremo a extremo medía más de trescientos kilómetros, y en algunos lugares tenía un ancho de cinco. No era tanto un cañón como una serie de pequeños cráteres encadenados, que se extendían en dos brazos desde un inmenso pozo central. Y ésta era la entrada a través de la MAS ALLA

cual los hombres alcanzaren los ocultos tesoros de la Luna. Sádler pudo ahora mirar el abismo sin titubeos. Abajo, infinitamente lejos, extraños insectos se arrastraban lentamente de un lado a otro, en pequeños círculos de luz artificial. Si uno encendiera una antorcha sobre un grupo de cucarachas, la sensación sería la misma. Pero esos pequeños insectos, Sádler lo sabía, eran las grandes máquinas excavadoras, trabajando en el fondo de la ranura. El suelo, allá hundido a miles de metros de la superficie, era sorprendentemente plano; parecía que la lava hubiese fluido dentro de la hondonada, al poco tiempo de formarse ésta, y luego se hubiera solidificado, quedando como un sepultado río de roca. La Tierra, casi vertical sobre su cabeza, iluminaba la gran pared opuesta del cañón, que se extendía a izquierda y derecha, hasta donde alcanzaba la vista; y por momentos, la luz verde azulada, al caer sobre las rocas, producía una ilusión de inexplicable belleza. Muy poco le costaba a Sádler imaginar (si movía su cabeza súbitamente), que estaba contemplando el corazón de una gigantesca catarata, que se precipitaba eternamente en las profundidades de la Luna. A través de la superficie de esa catarata, por las invisibles líneas de los cables transportadores y elevadores, los cubos de mineral subían y bajaban sin interrupción. Sádler había observado de cerca aquellos cubos o cangilones, en las líneas superiores, fuera de la brecha del cañón, y sabía que eran de mayor altura que la suya propia. Pero ahora semejaban como pequeñas cuentas de rosario deslizándose lentamente a lo largo de un alambre, mientras transportaban sus cargas a las distantes plantas de fundición. Es una lástima, pensó para sí, que solamente transporten sulfuro, oxígeno, Silicon y aluminio. . . Nos BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

vendría mucho mejor tener menos elementos livianos y más de los pesados. EN fin, él había ido allí en misión oficial, y no a perder el tiempo como un vulgar turista. Sacó los códigos de uno de los bolsillos del pantalón y comenzó a informar. Su informe fué más corto de lo que hubiese deseado. No era posible discernir si su interlocutor estaba complacido o desilusionado frente a las inconclusas deducciones. El hombre del traje azul consideró el asunto por unos segundos y luego expresó: —Desearía poder proporcionarle más ayuda; pero ya puede usted imaginarse las malas condiciones en que nos encontramos. Las cosas se están poniendo difíciles. Si realmente van a surgir problemas suponemos que será en los próximos diez días. Algo está produciéndose en las vecindades de Marte, pero no sabemos qué es. La Federación ha construido al menos dos naves de diseño muy avanzado y suponemos que las están probando ahora. Por desgracia no tenemos un solo testigo: apenas algunos rumores incongruentes, que, sin embargo, han preocupado bastante a la organización de Defensa. Le cuento todo esto a fin de que usted se percate de la realidad. Ninguna otra persona puede estar enterada de ello, y si usted escucha que alguien comenta este asunto, significa que, de una manera u otra, el individuo ha tenido acceso a informaciones de alta esfera. Y hablemos ahora acerca de su lista provisional de sospechosos. Veo que tiene muy en cuenta a Wágnall; pero ese señor merece toda nuestra confianza. —Muy bien; lo pasaré entonces a lista B. —Siguen ahora Brown, Lafevre, Tolanski. . . Ciertamente éstos no han tenido aquí ninguna clase de contactos. — ¿Está usted seguro de ello? 103

—Completamente. Sus horas de descanso las usan en problemas que nada tienen que ver con la política. —Ya lo suponía yo —comentó Sádler, permitiéndose el lujo de esbozar una ligera sonrisa—. También a ellos los cambiaré de lista. —Tenemos ahora a Jenkins, de la sección suministros. ¿Por qué muestra usted tantos deseos de mantenerlo en la lista A? —En realidad no tengo ninguna evidencia contra él. Pero resulta que es la única persona que ha formulado siempre un cúmulo de objeciones respecto a mis actividades. —Bien, continuaremos observándolo a ese respecto. Viene a la ciudad muy a menudo; pero naturalmente tiene a mano una muy buena excusa: realiza personalmente todas las compras locales. Así, pues, le quedan a usted sólo cinco nombres en su lista A, ¿no es cierto? —Sí; y francamente . . ., me sorprendería si alguno de ellos es el hombre que buscamos. Ya hemos hablado acerca de Whéeler y Jámieson. Conozco las sospechas de Maclaurin, en cuanto a Jámieson, a raíz de la excursión al mar de las Lluvias; pero personalmente no le doy mucha importancia a ese hecho, que, por otra parte, fué casi exclusivamente idea de Whéeler. —Luego, tenemos a Benson y Carlin. Sus esposas nacieron en Marte, y ellos discuten acaloradamente cada vez que comentamos las novedades de la situación ahora creada. Benson es electricista en la sección mantenimiento técnico; y Carlin, médico de vida bastante ordenada. Podría argumentarse que tienen algún motivo; pero en realidad es muy tenue. Además, serían entonces sospechosos demasiado al descubierto. —Bueno, tenemos aquí otro hombre al que nos gustaría verlo ascender a su lista A. El amigo Molton. 104

—¿El doctor Molton? —exclamó Sádler con cierta sorpresa—. ¿Hay alguna razón en particular? —Nada serio; pero ha estado en Marte, en varias oportunidades, con misiones astronómicas, y tiene allí unos cuantos buenos amigos. —Nunca habla de política. He intentado sondearlo una o dos veces, pero sin resultado. No creo que se reúna con mucha gente en Ciudad Central; parece completamente embebido en sus tareas, y entiendo que sólo va a la ciudad a fin de tonificarse en el gimnasio. ¿Sospecha usted de alguien más? —No. . .; y lo siento, porque el caso permanece dudoso en un cincuenta por ciento. Existe una filtración en algún lado, pero tal vez sea en Ciudad Central. El informe acerca del observatorio podría ser premeditadamente falso. Como usted dice, es muy difícil imaginar que alguien pueda pasar información desde allí. Los monitores de radiocomunicaciones han detectado algunos mensajes personales que fueron emitidos sin la debida autorización, pero que eran completamente inocentes. Sádler cerró su libreta de apuntes y con un suspiro la introdujo en uno de sus bolsillos. Una vez más, hundió su mirada en las vertiginosas profundidades sobre las cuales estaba suspendido en forma tan insegura. Las cucarachas se arrastraban vivamente, alejándose de un punto situado en la base del acantilado; y de pronto, una lenta mancha pareció expandirse rápidamente a lo largo de la pared fuertemente iluminada. ¿A qué profundidad estaba aquello? ¿A dos kilómetros? ¿A tres?. . . Surgió una bocanada de humo que se dispersó instantáneamente en el vacío. Sádler comenzó a contar los segundos de tiempo que transcurrían, a fin de calcular la distancia que lo separaba del lugar de la explosión. Había llegado a doce cuando se dió cuenta de que estaba empeñado en algo MAS ALLA

inútil. Si había sido una bomba atómica, no llegaría hasta él ningún sonido. El hombre del traje azul ajustó la correa de su cámara, en tácita comprensión inclinó levemente su cabeza hacia Sádler, y se convirtió otra vez en el turista perfecto. —Déme diez minutos para alejarme de aquí —dijo—; y recuerde, en caso de volver a encontrarnos, que no nos conocemos. Sádler se resintió un poco ante esta última advertencia. Al fin y al cabo, él no era un simple aficionado. Había estado operando activamente por casi medio día lunar. LOS negocios no eran muy prósperos en el pequeño café de la estación de Hyginus, y Sádler encontró el lugar a su entera disposición. La in-certidumbre general había acobardado a los turistas. Todos los que se encontraban en la Luna, escapaban a sus hogares con toda la prisa posible, a medida que conseguían lugares en las naves espaciales. Probablemente tenían razón en asumir una actitud de esa índole; pues en caso de producirse las hostilidades, estallarían precisamente allí. Nadie creía que la Federación atacaría a la Tierra directamente, para destruir millones de vidas inocentes. Tales barbaridades pertenecían al pasado . . .; por lo menos, así lo esperaban. Pero. . ., ¿podría uno estar seguro de ello? ¿Quién podría saber lo que sucedería en caso de estallar una guerra? La Tierra era peligrosamente vulnerable. Por un momento, Sádler se perdió en nubes de añoranzas y de piedad por sí mismo. Se preguntó si Jeannette se habría imaginado el lugar donde él estaba. Ya, ahora, no estaba seguro de querer que ella lo supiera; no serviría más que para aumentar sus angustias. Una vez que hubo terminado su café (el que seguía pidiendo automáticamente, no obstante no haber encontrado jamás BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

en la Luna ninguno que valiera la pena), se dedicó a considerar las informaciones que su desconocido informante le había proporcionado. Eran de escasísimo valor: él seguía tanteando en medio de la obscuridad. La información sobre Molton había constituido una inesperada sorpresa; pero no la tomaba con demasiada seriedad. El astrofísico inspiraba por sí mismo una- firme confianza, y era difícil pensar en él como en un posible espía. Sádler sabía perfectamente que era fatal dejarse llevar por corazonadas; y cualesquiera llegaran a ser sus propios sentimientos, de ahora en adelante prestaría mayor atención a la figura de Molton. Pero tenía la firme convicción de que esa pista no lo llevaría a ninguna parte. Reunió todas las observaciones que retenía acerca del jefe de la sección de espectrografía. Ya estaba enterado de los tres viajes de Molton a Marte. La última visita había tenido lugar alrededor de un año atrás; y después de él (hacía bastante menos), había ido el propio director. Además entre la hermandad interplanetaria de astrónomos, posiblemente no existiría ningún miembro del cuerpo directivo que no tuviera conocidos tanto en Marte como en Venus. ¿Existían acaso características particulares en cuanto a Molton? No, o por lo menos no había ninguna que Sádler recordara de modo especial, fuera de aquel curioso distanciamiento que parecía no concordar con su auténtico ardor interior. No debía olvidarse tampoco su divertida y casi conmovedora “manía floral”, según había oído Sádler que la llamaban. Pero si empezaba a investigar excentricidades tan inocentes como aquella, nunca llegaría a buen destino. Sin embargo, existía un punto que valdría la pena indagar. Tomaría nota 105

del nombre de la tienda donde Molton compraba los repuestos que necesitaba en el laboratorio (fuera del gimnasio era casi el único lugar a que acostumbraba ir), y uno de los contraagentes de la ciudad se encargaría de husmear el asunto. Bastante conforme consigo mismo, al darse cuenta de que nacía dejaba librado al azar o a sus sentimientos, pagó Sádler su consumición y caminó hacia el corto corredor que unía el café con la casi desierta estación. Recorrió el camino de vuelta a Ciudad Central, sobre el escabroso terreno de las cercanías de Triesnécker. Durante casi todo el trayecto, el monorriel corría junto a las torres de los cables que conducían los cargados cubos, provenientes de Hyginus, y los devolvían ya vacíos. Los largos cables, de varios kilómetros de extensión, constituían el método más barato y práctico de transporte, en caso de no haber prisa por entregar la mercadería. Sin embargo, poco después de aparecer en el horizonte las cúpulas de Ciudad Central, los cables cambiaban de dirección, doblando hacia la derecha. Sádler observó cómo se alejaban hacia las grandes plantas químicas que, directa o indirectamente, alimentaban y vestían a todos los seres que habitan en la Luna. HABIA ya dejado de sentirse extraño en la ciudad, e iba de cúpula a cúpula con la seguridad de un experimentado viajero. Antes que nada necesitaba cortarse el pelo. Uno de los cocineros del observatorio se dedicaba a peluquero en sus ratos libres, a fin de ganarse algún dinero extra; pero, después de haber visto los resultados del arte del improvisado fígaro, Sádler prefería entendérselas con un profesional. Luego, le sobrarían unos quince minutos para ir al gimnasio y someterse a la máquina centrífuga. Como siempre, el lugar estaba lleno de miembros del cuerpo directivo del observatorio, que querían mantener su 106

aptitud para vivir cómodamente en la Tierra el día que lo deseasen. Existía una lista de los que esperaban turno para la centrífuga; de modo que Sádler guardó sus ropas en un armario y se fué a nadar hasta que la disminución del agudo cuchillo del motor le avisara que la gigantesca máquina estaba lista para una nueva tanda de pasajeros. Sorprendido, observó que dos sospechosos de la lista A (Whéeler y Molton), y no menos de siete de la clase B estaban presentes. Pero no debía sorprenderse por los de la clase B; pues el noventa y nueve por ciento del cuerpo directivo del observatorio estaba en aquella abundantísima lista, que, si ostentara el título que verdaderamente le correspondía, tendría que ser el de “Personas suficientemente inteligentes y activas como para ser espías, pero acerca de las cuales no existe la mínima evidencia en ningún sentido”. La centrífuga admitía seis personas, y tenía algunos ingeniosos sistemas de seguridad que le impedían ponerse en movimiento a menos que la carga estuviese exactamente equilibrada. Se negó a funcionar hasta que un señor gordo, situado a la izquierda de Sádler, cambió de lugar con otro delgado, situado en el extremo opuesto del aparato. Entonces, el motor comenzó a tomar velocidad, y el enorme tambor con su carga humana, ligeramente nerviosa, inició la rotación alrededor de su eje. A medida que adquiría mayor velocidad, Sádler sentía que su peso aumentaba ostensiblemente, mientras la dirección de la vertical iba cambiando también, hasta que llegó a girar en redondo con la cabeza dirigida hacia el centro del tambor. Respiró profundamente, y probó a ver si podía levantar los brazos, pero los sintió como si estuviesen hechos de plomo. El hombre que estaba a la derecha de Sádler vaciló sobre sus pies y comenzó MAS ALLA

a caminar de un lado a otro, manteniéndose cuidadosamente dentro de las líneas blancas que limitaban su zona. Todos los demás hicieron lo mismo. Era pavoroso observar cómo, desde el punto de vista de la Luna, permanecían sobre una superficie vertical. Pero estaban pegados a ella por una fuerza seis veces más grande que la débil gravedad lunar: por una fuerza igual al peso que ellos tendrían en la Tierra. No era una sensación agradable. A Sádler le pareció casi imposible creer que, hasta unos pocos días atrás, había pasado toda su existencia en un campo gravitatorio de semejante fuerza. Presumiblemente se acostumbraría a él de nuevo, pero por el momento se sentía más débil que un gatito. Experimentó gran satisfacción cuando la centrífuga disminuyó su velocidad y él pudo caminar nuevamente sobre la suave gravedad de la acogedora Luna. Se sentía cansado y algo descorazonado mientras el monorriel se alejaba de Ciudad Central. Aun el leve resplandor del nuevo día, que se anunciaba mientras el Sol, todavía oculto, tocaba lo más altos picos de las montañas del oeste, no fué capaz de alegrarlo. Ya llevaba allí más de doce días de tiempo terrestre, y la larga noche lunar llegaba a su término. Pero sintió miedo de pensar lo que el día pudiera traer. CAPÍTULO XIII TODO el mundo muestra su debilidad, si uno es capaz de encontrársela. La de Jámieson era tan evidente que resultaba injusto explotarla; pero Sádler no estaba en condiciones de alimentar ningún escrúpulo. En el observatorio, todos consideraban que la afición del joven astrónomo a la pintura era sólo motivo de sano esparcimiento, y no le brindaban ningún estímulo. Sádler, obrando con decidida hipocresía, empezó a fingir el papel de simpatizante admirador. BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

Le costó algún tiempo quebrantar la reserva de Jámieson y lograr que éste hablara con franqueza. El proceso no podía acelerarse sin despertar sospechas; pero Sádler consiguió considerables progresos por la simple técnica de soportar a Jámieson mientras sus colegas lo tomaban a broma, cosa que solía suceder cada vez que él creaba un nuevo cuadro. Llevar la conversación del arte a la política, fué para Sádler más fácil de lo que esperaba; pero esto se justifica porque la política era en aquellos días tema de permanente actualidad. Lo más singular fué que el propio Jámieson planteó las cuestiones que Sádler se había propuesto indagar. Era evidente que, según sus metódicas normas, Jámieson había luchado a brazo partido con el problema que comprometía a todos los científicos, con más y más intensidad, desde el día en que la energía atómica se había generado en la Tierra. —¿Qué haría usted —le preguntó bruscamente a Sádler, pocas horas después que éste regresara de Ciudad Central— si tuviera que elegir entre la Tierra y la Federación? —¿Por qué me pregunta eso a mí? — replicó Sádler, tratando de ocultar su interés. —Se lo he preguntado también a muchas personas —contestó Jámieson, con voz anhelante, que encerraba la angustiosa urgencia de quien busca a quien lo oriente dentro de un mundo complejo y extraño—. ¿Recuerda aquel cambio de ideas que tuvimos en el salón de descanso, cuando Mays dijo que cualquiera que sustentara la posición de “mi planeta, con o sin razón” sería un necio? —Me acuerdo —respondió Sádler con cautela. —Creo que Mays tenía razón. La lealtad no es una cuestión de nacimiento 107

sino de ideales. Pueden darse ocasiones en que el patriotismo y la conciencia se contradigan. —¿Qué lo ha inducido a usted a filosofar en ese sentido? La respuesta de Jámieson fué inesperada. —La nova del Dragón —dijo—. Acabamos de recibir unos informes de los observatorios de la Federación que están más allá del Júpiter. Nos han llegado a través de Marte, y allí alguien les ha añadido una nota. . . Molton me la mostró. Estaba firmada y era muy corta. Decía simplemente que cualquier cosa que llegara a 'pasar (y lo repetían dos veces), ellos hallarían la manera de que sus informes continuaran llegándonos. “Conmovedor ejemplo de solidaridad científica”, pensó Sádler. Evidentemente, aquello había causado una fuerte impresión en Jámieson. La mayoría de los hombres (al menos, la mayoría de los que no eran científicos) considerarían el incidente un tanto trivial. Pero menudencias como ésta pueden influir sobre el espíritu humano, en momentos críticos. —Ignoro qué es lo que usted deduce de eso —dijo Sádler, sintiéndose como si patinara sobre una delgada capa de hielo— . Nadie ignora que la Federación cuenta con muchos hombres tan honestos, bien intencionados y cooperadores como cualquiera de los de aquí. Y uno no debe hacer que el sistema solar dependa de un arrebato emotivo. ¿De veras le sería difícil a usted determinarse si se produjera una rendición de cuentas entre la Tierra y la Federación? Tras una larga pausa, Jámieson suspiró y dijo: —No sé. . . Verdaderamente, no sé. fué tendría entonces. Fué una contestación franca y honesta. Por lo que a Sádler concernía, aquella respuesta eliminaba virtualmente a Jámieson de la lista de sospechosos. 108

EL fantástico incidente del proyector del mar de las Lluvias aconteció casi veinticuatro horas después. Sádler se enteró del asunto cuando se juntó con Wágnall, para tomar el café de la mañana, como lo hacían usualmente cuando Sádler estaba cerca de la oficina de administración. —Aquí tiene usted algo en que ocupar sus pensamientos —dijo Wágnall, mientras Sádler penetraba en la oficina—. Uno de los técnicos de electrónica estaba hace un momento en lo alto de la cúpula, admirando el panorama, cuando de improviso un rayo de luz irrumpió sobre el horizonte. Duró alrededor de un segundo y, según el técnico, era de un brillante blanco aculado. No existe ninguna duda de que venía del lado en que fueron detenidos Whéeler y Jámieson. Sé bien que en la sección de instrumentación han tenido últimamente algunos problemas, he realizado yo mismo la verificación de los equipos. Sus magnetómetros rebasaron la escala hace unos diez minutos, y se ha registrado un fuerte temblor local. —No me explico cómo un reflector puede producir semejantes efectos — contestó Sádler, genuinamente intrigado . . .; pero de pronto comprendió todo el significado del acontecimiento—. ¿Un rayo de luz? —musitó—. Pero. . . ¡eso es imposible! ¡No se lo vería dentro del vacío lunar! —Exactamente —contestó Wágnall, saboreando abiertamente el asombro de su interlocutor—. Aquí no se puede ver un rayo de luz, a menos que este atravesando algo. Y este era realmente brillante: casi encandilaba. Williams dijo que “parecía una barra sólida”. ¿Sabe usted lo que yo pienso que es ese lugar? —No —replicó Sádler, preguntándose hasta dónde estaría cerca de la verdad el secretario—. No tengo la menor idea. Wágnall parecía turbado, como si se esforzara por exponer una teoría de la MAS ALLA

que se sintiera un tanto avergonzado. —Bueno, creo que es algo así como una fortaleza. ¡Oh!, ya sé que esto suena a cosa fantástica; pero, cuando uno piensa con detención en el asunto, resulta que esta es la única explicación en la que encajan todos los hechos. Antes de que Sádler pudiera responder, o al menos pensar en una contestación adecuada, sonó la chicharra del timbre del escritorio, y una tira de papel se desprendió del teleimpresor. Estaba redactada según las reglas corrientes del código de señales, pero había en ella una indicación que no era por cierto corriente. Llevaba la palabra de alarma “URGENTE”. Wágnall leyó el mensaje en voz alta, mientras sus se dilataban. ORDEN URGENTE AL DIRECTOR DEL OBSERVATORIO PLATON; QUITE TODOS LOS INSTRUMENTOS DE LA SUPERFICIE Y LLEVE AL SUBSUELO TODOS LOS EQUIPOS DELICADOS, COMENZANDO POR LOS ESPEJOS GRANDES. EL SERVICIO DE MONORRIEL SUSPENDIDO HASTA AVISO ULTERIOR. PERMANEZCA BAJO TIERRA TODO EL PERSONAL QUE PUEDA. DESTACO QUE ESTO ES MEDIDA DE PRECAUCION. REPITO: MEDIDA DE PRECAUCION; NO SE ESPERA PELIGRO INMEDIATO.

—Esto. . . —dijo Wágnall, lentamente—, parece lo que es. Mucho me temo que mi intuición resulte desgraciadamente cierta. AQUELLA fué la primera vez que Sádler pudo contemplar congregado a todo el personal del observatorio. El profesor Maclaurin se encaramó al entarimado que estaba construido en la gran sala de recreo: la que en tiempos normales constituía el lugar tradicional para llevar a cabo conferencias, recitales, representaciones dramáticas, conciertos, y otros entretenimientos que aliviaban la vida del observatorio. Pero ahora no había 110

allí nadie que hubiera ido con propósito de entretenerse. —Comprendo perfectamente —dijo Maclaurin, con tono amargo— lo que esto significa para el desarrollo de los trabajos de ustedes. Sólo nos cabe esperar que todo este ajetreo sea innecesario y que podamos retornar a nuestra labor en pocos días. Pero es evidente que no podemos correr ningún riesgo con nuestros equipos: los espejos de quinientos y mil centímetros deben ser llevados de inmediato a un refugio seguro. No tengo la menor idea sobre la índole del peligro “no inmediato” que menciona el mensaje; pero, por lo que parece, aquí nos encontramos en una posición infortunada. Si llegan a declararse las hostilidades, me pondré de inmediato en contacto con Marte y con Venus, recordándoles que esta es una institución científica; que muchos de sus hijos han sido recibidos aquí como huéspedes de honor, y que desde el punto de vista militar carecemos de importancia. Ahora, tengan la bondad de reunirse con sus respectivos jefes de grupo, y cumplan las correspondientes instrucciones, con tanta rapidez y eficacia como puedan. El director Maclaurin descendió del entarimado. Pequeño como era, entonces pareció más disminuido todavía. En aquel momento, todos sin excepción participaban de los sentimientos del director, pese a cuantas invectivas pudieran haber lanzado contra él en el pasado. —¿Hay algo que yo pueda hacer? rpreguntó Sádler, que había sido dejado de lado en la apresurada estructuración de los planes de urgencia. —¿Ha usado usted alguna vez un traje espacial? —inquirió Wágnall. —No, pero estoy dispuesto a intentarlo. Para su desilusión, el secretario movió negativamente la cabeza. —Es demasiado peligroso —dijo—. Usted puede encontrarse en dificultades, y además tenemos pocos trajes. Pero MAS ALLA

podría serme de utilidad en la oficina. Hay que desechar todos los programas actuales y adoptar un sistema de doble vigilancia. De modo que, como hay que reestructurar los relevos y los horarios, si quiere ayudarnos, puede darme una mano en eso. “Esto es lo que resulta de ofrecerse para cualquier cosa”, pensó Sádler. Pero Wágnall tenía razón. Dentro de los equipos técnicos, Sádler no podía prestar ninguna ayuda; y por lo que concernía a su propia misión, lo más probable era que la desempeñara con más éxito en la oficina del secretario que en ningún otro lugar, puesto que desde ese momento el escritorio de Wágnall pasaba a convertirse en el "cuartel general de operaciones. Claro es que su vigilancia ya no importaba gran cosa: si el señor X había existido y se encontraba en el observatorio, podía ahora echarse a descansar, satisfecho de haber cumplido bien con su trabajo. SE decidió que algunos instrumentos debían ser librados al albur de los hechos. Naturalmente que eso sólo concernía a los más pequeños y a los que podían ser fácilmente repuestos. La Operación de Salvaguardia (como la bautizó alguno con afición a las nomenclaturas militares) debía concentrarse sobre los costosísimos e irreemplazables componentes ópticos de los telescopios gigantes. Jámieson y Whéeler se encaminaron con Ferdinando a recoger los espejos del interferómetro, el enorme aparato cuyos ojos gemelos, a veinte kilómetros de distancia uno del otro, permitían determinar el diámetro de las estrellas. Pero la mayor actividad se concentró alrededor del reflector de mil centímetros. Molton estaba al frente del equipo encargado del espejo. Sin su detallado conocimiento de los caracteres ópticos e BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

industriales del telescopio, el trabajo había sido, irrealizable. Y también lo había sido, aún contando con su ayuda, si el espejo hubiera estado construido de una sola pieza, como el del instrumento histórico que todavía se mantiene en la cima del Monte Palomar. Por suerte, el del observatorio lunar estaba compuesto de más de cien piezas hexagonales, ensambladas entre sí como un gran mosaico. Cada pieza podía ser separada y transportada a lugar seguro, aunque la tarea sería lenta y fatigosa; y ocuparía semanas el recomponer y ajustar todo el espejo con la inmensa precisión requerida. Los trajes espaciales no estaban diseñados para tal tipo de trabajo; y uno de los circunstanciales colaboradores fuera por falta de experiencia o por apresuramiento, dejó caer hacia un lado el extremo de una de las piezas, al sacarla de su celda. Antes de que nadie pudiera prestar ayuda, el enorme hexágono de cuarzo fundido se había resbalado a suficiente velocidad para que uno de sus vértices se astillara. Este fué el único accidente que se produjo con los instrumentos ópticos; cosa que, dadas las circunstancias, resultaba loable. El último hombre cansado y descorazonado regresó a través de una de las cámaras intermedias, doce horas después de comenzada la operación. Una sola de las investigaciones proyectadas continuaba realizándose: un telescopio seguía todavía el curso de lenta declinación de la nova dragotina, mientras ésta se iba extinguiendo. Con guerra o sin guerra aquel trabajo continuaría. Poco después del anuncio de que se habían trasladado los dos espejos, Sádler ascendió a una de las cúpulas de observación. No sabía cuándo tendría otra oportunidad de ver las estrellas y la Tierra menguante; por eso deseaba llevarse a su retira el recuerdo de aquella imagen. 111

Aparentemente, el observatorio seguía exactamente igual que antes. El enorme cañón del reflector de mil centímetros apuntaba directamente hacia el cénit: se le había hecho girar hasta la posición vertical, para que las celdas de los espejos quedaran al nivel del suelo. Nada, excepto un golpe directo, podría haber dañado 'aquella estructura maciza, y había que evitar todo otro riesgo en las horas o días de peligro que se aproximaban. Aun había unos pocos hombres trajinando al aire abierto. Uno de ellos, según advirtió Sádler, era el director. Quizás fuese en toda la Luna el único hombre que podía ser reconocido cuando usaba un traje espacial. Había sido especialmente construido para él, y elevaba su estatura hasta metro y medio cabal. Uno de los camiones abiertos, utilizados en el transporte de equipos al observatorio, se dirigía a buena velocidad hacia el telescopio, levantando en el camino pequeñas polvaredas. Se detuvo al lado de la gran pista circular sobre la que giraba la armazón del telescopio. Las figuras enfundadas en trajes espaciales treparon pesadamente al vehículo, que viró de inmediato hacia la derecha y desapareció bajo el suelo, descendiendo por la rampa que conducía a las cámaras intermedias de los garajes. La gran llanura estaba desierta, y el observatorio ciego, excepto por el único instrumento fiel que apuntaba hacia el norte en un sublime desafío a las locuras de los hombres. El locutor del ubicuo sistema de parlantes ordenó a Sádler retirarse de la cúpula, y Sádler se sumergió de mala gana en las profundidades. Le habría gustado quedarse un ratito más; pues apenas unos minutos después, las murallas occidentales del Platón serían acariciadas por unos primeros rayos de la aurora lunar, Le pareció una lástima que nadie 112

pudiera estar allí para saludarla. LENTAMENTE la Luna iba girando hacia el Sol, como si nunca pudiera volverse hacia la Tierra. La línea del día serpeaba a lo largo de montañas y llanuras, desterrando al pavoroso frío de la larga noche. Todo el murallón oeste de los Apeninos estaba ya arrebolado, y el mar de las Lluvias empezaba a remontar hacia la alborada; pero el cráter de Platón yacía aún en las sombras, alumbrado tan solo por la radiación de la pálida Tierra. Un grupo de estrellas dispersas apareció de pronto hacia el oeste del cielo. Los picos más altos del gran circo empezaron a beber la luz solar; minuto a minuto, la luz fué extendiéndose por sus flancos, hasta que llegó a ceñirlos en un collar de fuego. Ahora el Sol imponía su claridad en torno al vasto círculo del cráter, pues ya los murallones del este se erguían bajo la luz del alba. Cualquiera que estuviese observando desde la Tierra, lo vería como un ininterrumpido anillo d luz que rodeaba un pozo de sombras oscuras. Pasarían horas, antes de que el Sol triunfante pudiera clarificar del todo las montañas y vencer a los últimos reductos de las tinieblas. No había tampoco ojos para observar cuando, por segunda vez, la barra blancoazulada horadó brevemente el firmamento hacia el sur. Aquello era conveniente para la Tierra. La Federación había aprendido mucho, pero todavía había cosas que quizás llegara a descubrir demasiado tarde. CAPÍTULO XIV EL observatorio se había detenido, preparado para un asedio de duración indefinida; pero, a la postre, la experiencia no había resultado tan anulante como se esperaba. No obstante haberse interrumpido los trabajos especiales, MAS ALLA

quedaba una interminable tarea que cumplir: coordinar resultados, comprobar teorías y llenar fichas que hasta entonces habían sido dejadas de lado por falta de tiempo. Muchos de los astrónomos concluyeron casi por aplaudir la interrupción de sus tareas ordinarias; y, como resultado directo de la forzada inactividad, se alcanzaron varios adelantos cosmológicos fundamentales. Todos estaban de acuerdo en que lo peor del asunto derivaba de la incertidumbre y falta de noticias. ¿Qué era por fin lo que estaba pasando? ¿Hasta dónde podía creerse en los boletines de la Tierra, que daban la impresión de intentar calmar al público al mismo tiempo que prepararlo para soportar lo peor? Por lo que era posible colegir, se esperaba un ataque de clase muy especial; y era precisamente el observatorio el que había tenido la mala suerte de estar situado muy cerca de uno de los puntos de posible peligro. Quizás la Tierra habría ya adivinado qué clase de ataque sería, y lo más probable es que hubiese tomado sus precauciones para enfrentarlo. Los dos grandes antagonistas se estaban cercando mutuamente, procurando cada uno no ser el que arrojara la primera piedra, y esperando poder doblegar al otro hacia la capitulación. Pero habían llegado demasiado lejos: ninguno podía retroceder sin cargar con una pérdida de prestigio demasiado perjudicial para ser afrontada. Sádler temía mucho que el momento de poder elegir hubiera sido ya superado. Estuvo seguro de ello cuando oyó por radio la noticia de que el ministro de la Federación radicado en La Haya había entregado un ultimátum al gobierno de la Tierra. Inculpaba a la Tierra de no cumplir las entregas convenidas de metales pesados; de retener deliberadamente, con propósitos políticos, varias remesas de BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

abastecimientos, de ocultar la existencia de nuevas fuentes de recursos. A menos que la Tierra consintiera en considerar la repartición de esos nuevos recursos, la Federación se encargaría de que al planeta le fuera totalmente imposible utilizarlos en su propio provecho. Seis horas más tarde, el ultimátum fué seguido de un llamado general a la Tierra, irradiado desde Marte por un transmisor notablemente poderoso. En él se aseguraba a los terrestres que ningún daño caería sobre ellos y que, si acaecía algún destrozo sobre su planeta, debían considerarlo como infortunado accidente de guerra, del que el propio gobierno terrestre debería hacerse responsable. La Federación evitaría todas las acciones que pusieran en peligro las áreas pobladas; confiaba además en que se imitaría su propio ejemplo. En el observatorio, este comunicado produjo diversos sentimientos. No existía ninguna duda en cuanto a su significado, ni respecto a que la comarca del observatorio constituía (según los términos del Acta), un área no poblada. Uno de los efectos del comunicado fué aumentar la simpatía que despertaba la Federación, aun entre aquellos que estaban en condiciones de ser dañados por ella. Jámieson, en particular, comenzó a tornarse mucho menos precavido en la expresión de sus ideas, y esto le valió una impopularidad casi inmediata. No pasó mucho tiempo, desde luego, antes de que una clara división apareciera dentro de las filas del observatorio. Hacia un lado se inclinaron los hombres (en su mayoría los más jóvenes), que pensaban como Jámieson y consideraban reaccionaria e intolerante la actitud de la Tierra. Contra ellos se agruparon los individuos firmes y conservadores, que siempre soportarían automáticamente cuanto derivara de las autoridades, 113

sin preocuparse demasiado abstracciones morales.

de

las

SADLER observaba con gran interés las distintas controversias, aún cuando estaba seguro de que el triunfo o el fracaso de su misión ya había sido decidido y queden nada lo alteraría cualquier cosa que él pudiera hacer ahora. De todos modos, siempre existía el albur de que el probablemente mítico señor X se hubiera vuelto ahora descuidado o llegara incluso a intentar el abandono del observatorio. Con la cooperación del director, Sádler había tomado algunas medidas para que esto no sucediera. Así, pues, sin autorización adecuada, nadie podía acercarse a los trajes espaciales o a los tractores; en consecuencia, la base estaba aislada del modo más eficaz. Vivir en el vacío tenía al cabo ciertas ventajas desde el punto de vista de la seguridad. El estado de sitio del observatorio había aportado a Sádler un pequeño triunfo, al que podría muy bien haber renunciado puesto que parecía un irónico comentario a todos sus esfuerzos. Jenkins, su presunto culpable de la sección de almacenajes, había sido arrestado en Ciudad Central. Cuando se suspendió el servicio de monorriel, Jenkins se encontraba en la ciudad, entregado a ocupaciones totalmente no oficiales, y fué arrestado por los agentes que, a instancias de Sádler, estaban encargados de vigilarlo. Jenkins había tenido miedo de Sádler, y con buena razón; pero jamás habría revelado ningún secreto de estado, por la sencilla razón de que jamás había sido depositario de ninguno. Como la mayor parte de los anteriores jefes de depósitos, había estado demasiado ocupado con la provechosa venta de las propiedades del gobierno. Fué un caso de justicia poética. La 114

propia conciencia culpable de Jenkins lo habría hecho caer en la trampa. Pero a pesar de que Sádler había eliminado un nombre de su lista de sospechosos, lo cierto es que la victoria le produjo una satisfacción muy pequeña. Las horas transcurrían mientras los ánimos se tomaban más y más alarmados. Sobre el firmamento, el Sol escalaba el cielo de la mañana, y ya se había elevado muy por encima de la pared oeste del cráter de Platón. La primitiva sensación de alarma había desaparecido, dando lugar a una manifiesta incertidumbre y desaliento. Un vacilante esfuerzo para organizar un concierto, falló de un modo tan absoluto que dejó a todos mucho más deprimidos que antes. Dado que no parecía estar sucediendo nada, la gente empezó a incorporarse lentamente a la superficie, aunque sólo fuera para echar una mirada al cielo y asegurarse de que todo marchaba igual que antes. Algunas de estas excursiones clandestinas causaban mucha ansiedad en Sádler; pero, luego, él mismo se convencía de que eran perfectamente inocentes. Finalmente, el director reconoció el estado de cosas, y permitió que un número limitado de personas llegara hasta las cúpulas de observación, a determinadas horas del día. Uno de los ingenieros de la sección de energía organizó una apuesta mutua, cuyo ganador sería el que adivinase cuánto iba a durar aquel peculiar asedio. Todos los del observatorio se inscribieron. Sádler (actuando muy al albur), leyó cuidadosamente las listas, una vez que estuvieron completas. Si había allí alguno que realmente conociera la exacta respuesta, tomaría por cierto sus precauciones para no resultar ganador. Al menos eso es lo que indicaba la teoría pura. Sádler no sacó nada en limpio de su análisis, y lo concluyó interrogándose a sí mismo sobre cuál sería el punto extremo de MAS ALLA

tortuosidad que estaba alcanzando su proceso mental. Había veces en que temía que no volvería ya nunca más a pensar de acuerdo a un patrón normal. La respuesta terminó exactamente cinco días después del alerta. Arriba, sobre la superficie, estaba aproximándose el mediodía. La Tierra había menguado hasta convertirse en un fino casquete, demasiado cercano al Sol para ser observado sin correr riesgos. Pero, según los relojes del observatorio, era medianoche cuando Wágnall entró sin ninguna ceremonia, en la pieza en que Sádler dormía. —¡Despiértese! —le dijo mientras Sádler se restregaba los ojos para alejar el sueño—. El director quiere verlo — Wágnall parecía como avergonzado de que lo usaran de mensajero—. ¡El director quiere verlo!. . . Parece que hay algo —se quejó mirando a Sádler con suspicacia—, ¡Ni siquiera a mí me ha querido decir de qué se trata! —Tampoco yo estoy seguro de llegar a saberlo —replicó Sádler en tanto que se ponía su bata. Había dicho la verdad; y, al recorrer el camino hacia la oficina del director, consideraba, semidormido, todas las cosas que podrían haber sucedido mientras dormía.

EL profesor Maclaurin había envejecido bastante en los últimos días. Ya no era el fuerte y pequeño hombrecito que reglamentaba con puño de acero la vida del observatorio. Con todo, había una desordenada pila de documentos sobre su antiguamente inmaculado escritorio. Tan pronto como Wágnall, con visible resistencia, hubo abandonado la oficina, Maclaurin preguntó bruscamente: —¿Qué está haciendo Carl Stéffanson en la Luna? Sádler parpadeó con insistencia (todavía estaba semidormido) y luego contestó con voz débil: BAJO LA LUZ DE LA TIERRA

—Ni siquiera sé quién es. ¿Acaso debería saberlo? Maclaurin pareció sorprendido y desilusionado. —Creí que estaría usted informado de que ese hombre estaba por llegar. Es uno de los físicos más brillantes que existen, dentro de su especialidad. Desde Ciudad Central acaban de avisar que ha aterrizado hace poco. . . y que nosotros tenemos que llevarlo al mar de las Lluvias, tan pronto como podamos, hasta el lugar ese que llaman Proyecto Thor. —¿Y por qué no puede volar él hasta allí? ¿Por qué tenemos que intervenir nosotros en el asunto? —Se había dispuesto que iría en cohete; pero el cohete de transporte está averiado y no será utilizado antes de seis horas. Por eso es que lo envían hasta aquí, por monorriel, y nos encargan a nosotros que lo transportemos en tractor durante el último tramo del trayecto. Se me ha pedido que ponga a Jámieson al frente de la misión, porque todo el mundo sabe que es el mejor conductor de tractores que tenemos en la Luna. . ., y además es el único que ha llegado alguna vez hasta el Proyecto Thor, sea eso lo que sea. . . —Continúe —dijo Sádler, sospechando a medias lo que vendría después. —Sucede que no confío en Jámieson. No me parece prudente enviarlo a cargo de una misión tan importante como parece serlo ésta. —¿Existe entonces algún otro que pueda encargarse de ella? —No con el tiempo que disponemos. Es un trabajo muy delicado, y usted no tiene la menor idea de lo fácil que resulta extraviarse en el camino. —De modo que, según parece, el conductor tiene que ser Jámieson. Pero ¿por qué piensa usted que es arriesgado encargarlo de eso? —Le he oído conversar en la sala de descanso. Seguramente usted lo ha 115

oído también. El no hace ningún misterio de sus simpatías por la Federación. Sádler observaba atentamente a Maclaurin mientras éste conversaba. La indignación, más bien la furia, que trasuntaba la voz del hombrecito, sorprendió mucho a Sádler, por cuya mente cruzó una sospecha. ¿Acaso Maclaurin intentaba apartar la atención de sobre sí mismo? Esta vaga desconfianza no duró más que un instante. Sádler cayó en la cuenta de que no había ninguna necesidad de buscar motivos ocultos. Maclaurin estaba cansado y sobresaturado de trabajo. Como Sádler había sospechado de continuo, el director era a pesar de toda su rudeza exterior un hombre tan pequeño de espíritu como de estatura. Ahora estaba reaccionando de modo infantil ante su propia frustración: había visto desorganizados sus planes, detenido su programa de acción . . ., incluso había visto peligrar su precioso equipo de trabajo. Sí, para él todo era culpa de la Federación; y cualquiera que no estuviera de acuerdo con esto, constituía para la Tierra un enemigo en potencia. Era difícil no sentir alguna simpatía por el director. Sádler sospechó que el hombrecito estaba al borde de una crisis nerviosa y que debía tratársele con extremo cuidado. —¿Y usted qué es lo que espera de mí? —preguntó con el tono menos comprometedor que pudo emplear. —Me gustaría saber si usted coincide conmigo por lo que respecta a Jámieson. Usted, Sádler, tiene que haberlo estudiado con mucho detenimiento. —No me está permitido poner en discusión mis conclusiones —replicó Sádler—. Pero presiento que la excesiva franqueza de Jámieson es un punto en su favor, más bien que en su contra. Hay una clara diferencia, no lo olvide, entre discrepancia y traición. 116

Maclaurin permaneció un momento silencioso. Luego, sacudió la cabeza. —Es un gran riesgo. Yo no voy a cargar con semejante responsabilidad. Sádler pensó que aquello amenazaba convertirse en un asunto difícil. Allí, en la Luna, él carecía de autoridad. Desde luego, no podía sobreponerse al director mismo. Nadie le había mandado instrucciones adecuadas. Además, la gente que había ordenado que Stéffanson fuera conducido por el observatorio, nada sabría sobre la existencia de Sádler. La unión entre la Defensa y la Central de Inteligencia no era por cierto todo lo sólida que debía ser. Pero aún sin instrucciones, el trabajo de Sádler, y su deber, estaban claramente delineados. Si la Defensa deseaba hacer llegar a alguien hasta el Proyecto Thor, con tanta rapidez, era seguramente porque tenía muy buenas razones. Así, pues, Sádler debía ayudar aun cuando tuviese que salirse de su pasivo papel de observador. —Escuche lo que sugiero, señor —dijo bruscamente—. Entreviste a Jámieson, y déle cuenta de la situación. Pregúntele luego si se ofrecería como voluntario para la tarea. Yo escucharé la conversación desde la otra habitación, y le avisaré si es o no conveniente aceptar. Creo que si llega a decir que sí, lo hará. De otro modo, rechazará su proposición de plano. No lo creo capaz de jugar una mala pasada. —¿Continuará usted de nuestro lado? —Sí —dijo Sádler, impaciente—. Y si me permite un consejo. . ., procure usted ocultar sus sospechas, cualesquiera sean sus sentimientos. Maclaurin pensó por un momento; luego, se encogió de hombros, con resignación. Y levantó la llave del micrófono. —Wágnall —dijo—, tráigame a Jámieson. (Concluirá en el próximo número). MAS ALLA

MÁS ALLÁ Y las mujeres El Director de MAS ALLA agradece a los 567 lectores que han enviado su opinión libre de prejuicios o colmada de ellos acerca del problema: “¿Por qué sobre 10 lectores de MAS ALLA sólo uno es mujer?”. De acuerdo con la promesa manifestada en el Editorial del Nº 42 se publican a continuación las cartas que a juicio del Director merecen el premio de una suscripción semestral a la revista.

Señor Director: A mi juicio, esta desproporción entre lectores y lectoras se debe a que, la elevada y ambiciosa fantasía, la sutil ironía, la formidable realidad y multitud de facetas de MÁS ALLÁ no coincida con la fantasía, humor, intereses instructivos y rutina intelectual de la generalidad de nuestras mujeres; es un impacto emocional demasiado extraño a sus apetencias comunes, a su limitada realidad y a su modo quizá romántico de pensar, pero carente de esa rara mezcla de ilusión y espíritu científico para ver y juzgar nuestra civilización y sus posibilidades, que nos anima a los lectores de MÁS ALLÁ. En otras palabras, MÁS ALLÁ es algo demasiado bueno como para gustarle a las mujeres. Hugo H. Chumbita (Sta. Rosa, La Pampa). Señor Director: ¿A qué causa obedece ese afán suyo, de atormentarse para conseguir una respuesta sobre un tópico cuya dilucidación únicamente puede ser un problema para un adolescente no mayor de 15 años, pero jamás para una persona como usted, señor Director? Confieso estar tentado de analizar más el porqué le la pregunta, que la pregunta en sí. Entiendo que en realidad han sido formuladas dos preguntas: 1) ¿Cuál es la causa de la relación 90 % versus 10 % a favor de los lectores masculinos? y 2) ¿Por qué no observa el Sr. Director entre sus amistades la misma proporción?

MAS ALLA Y LAS MUJERES

La mujer media —la mayoría— no siente atracción ni por lo rigurosamente concreto o/y abstracto ni por la fantasía escapista. Porque no es ni una insatisfecha ni una frustrada. Todo lo contrario, la mujer media es una creadora equilibrada —aunque sea en potencia— con un problema definido y medios para resolverlo. El hombre medio en cambio carece de esta misión ancestral; no tiene rumbo definido. Así nacen Einsteins y seres indignos de vivir sobre la tierra. A la mujer media y normal le está vedada la genialidad y la abyección. ¿Por quién? Por ella misma. Con rumbo fijo y seguro, ¿Para qué desviarse para arriba o abajo? Cuando buscamos lo diferente, ¿no es acaso por el afán de modificar el presente, de cambiarlo por algo más interesante, bello o conveniente? La mujer no necesita de todo esto porque es depositaría de la realidad más maravillosa que existe: crear la vida. En cuanto a la pregunta N° 2, nada más sencillo. Cualquiera de nosotros trata de rodearse de gente, afín a sus gustos, pensamientos, etc. ¿Por qué va usted, señor Director, a ser diferente? Naturalmente que todas las mujeres, aunque sea con un interés mínimo en la ciencia y en la fantasía, se sentirán irresistiblemente atraídas por usted. Ladislao D. Bihari (Capital). Señor Director: La respuesta cómica sería: “Porque el

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que lee, mientras lo hace no puede hablar”. La respuesta técnico-social: “Porque la mujer es más positivista que el hombre; recién se interesará de la fantasía científica cuando ésta sea un hecho, cuando la pueda palpar como puede palpar el sueldo del esposo o la nueva cocina supergás. Mientras tanto, que él se pierda en divagaciones que son una quimera”. La respuesta científico-espiritual: “Porque el hombre, aunque trabaje 8 o 12 horas por día tiene más tiempo que la mujer. Llega de su trabajo a su hogar y su obligación terminó: puede acomodarse en su rincón favorito blandiendo en la diestra su MÁS ALLÁ y como ya viene pletórico del positivismo que reina en toda oficina, taller, etc., busca el polo opuesto y lo encuentra en ese algo que transporta su espíritu a esferas inmateriales. La ocupación de la mujer no le permite semejante lujo; si por sus manos pasan innumerables revistas y periódicos-, son aquéllos de índole superficial y que no le exigen concentración mental prolongada, permitiéndole así no desatender su hogar. Me he referido a la mujer casada, porque la soltera, en general, su inclinación natural la lleva a estudios de corte y confección, labores, dactilografía, contabilidad, etc. Cualquier cosa menos la conquista del espacio. Resumiendo: el hombre lee más f.c. que la mujer porque ella es su compañera y espera de él que la lleve a ese zampo. Ella espera de él el conocimiento; ella espera de él la iniciativa; ella, creo-, cumple bien su misión de mujer al aceptar como guía al hombre, y como la f.c. es un campo nuevo, lo deja a él como explorador. Ella será su compañera, sí, porque nunca se ha negado a serlo, ni ha retrasado su progreso. Aurelio Valls (Villa Adelina) Señor Director: ¿Es posible que no se sienta feliz del porcentaje de lectoras que tiene? Además, hay posibilidades de aumentar ese porcentaje. Le sugiero: a) Incluir temas más capaces de lograr simpatía femenina sin que se pierda la masculina, como los que destacan aspectos humanos —la supervivencia de la especie, la cooperación de los sexos, etc., o dicho más simplemente, el amor, los hijos. b) Incluir temas que destaquen la superioridad femenina, pero que puedan restar lectores masculinos, c) Estudiar las formas de eliminar lectores

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masculinos —los hay de varias clases, desde la publicación de dibujos para bordados hasta el asesinato— de tal modo que sólo queden lectoras. Temo que si me hace caso disminuirá el tiraje de la revista, pero me parece muy difícil que otro sistema dé mejores resultados. ¿Aceptaría usted que se nos designara “mulier sapiens” y no “homo sapiens”? M. I. (Lima-Perú) Señor Director: Las mujeres no leen MAS ALLA porque los hombres están más acá. Guillermo Callo (La Plata) Señor Director: ¡Hombre! A las mujeres, por lo menos hasta la fecha, les gustan más los hombres que los marcianos. Ernesto R. Moreira (Rosario) Señor Director: Jamás creí que fuera tan alto el porcentaje de mujeres que leen MAS ALLA. Personalmente consideraba que no pasarían del 1%. Me extraña que usted no sepa por qué son mucho más los hombres que las damas lectoras de MAS ALLA. ¿No leyó acaso a aquel filósofo alemán que decía: “Las mujeres tienen el cabello largo y el entendimiento. . .”? Entre los hombres ha habido muchos sabios y eminencias, y es imposible enumerarlos a todos. En cambio entre las mujeres. . . Madame Curie y. . ., y. . ., ¿quién más, Dire? Mario H. Gómez (Choya, Pcia. de Sgo. del Estero) Señor Director: Usted desdeña o por lo menos deja a un lado a la mujer, dentro del material de lectura de la revista. En los pocos números leídos, anoto un porcentaje del 90% de héroes masculinos. ¿Ha pensado en ello, Dire? Osvaldo Cristiano (Capita) Señor Director: La mujer puede estudiar junto con el hombre; todos los establecimientos educativos tienen sus puertas abiertas Pero la mayoría no estudia. Poseen menor capacidad, no de memorización—que tal vez sea mayor— sino creativa o imaginativa. La mujer imita, con mucha propiedad a veces, pero innova poco. El hombre es, en muchísima mayor dosis,

MAS ALLA

indómito, dominador. Para que la mujer pueda equipararse al hombre debe masculinizarse, lo cual involucra hacerse más “estéril”. El hombre es actividad, belicismo; la mujer es descanso, solaz, esparcimiento. Lo anterior demuestra una cosa: el hombre y la mujer forman la pareja humana. Cada individuo posee una función. Es una tontería tratar de mezclar sus caracteres. La mujer masculinizada en sus facultades no sirve para madre, es un híbrido incómodo. Y ser madre es justamente lo que justifica su existencia y la deferencia hacia ella. La realidad de la mujer ha sido señalada por F. Nietzsche: “El hombre es para la mujer un medio, el fin es el hijo”. Por eso es significativo el porcentaje: hombres, 90%, mujeres 10%, pero no es un reproche. Sencillamente, ellas se sienten algo fuera de lugar, en esas regiones del pensamiento. Nelson R. MacAllister (Pergamino) Señor Director: No creo que ésta sea una respuesta brillante, ya que no conseguí papel abrillantado. Ante todo considero al hombre inminentemente superior a la mujer, a pesar de que, como- lo dice la historia, en todo lo que los grandes hombres han hecho, para bien o para mal de la humanidad, han sido guiados por el ideal de una mujer, por el amor de una mujer, por el consejo de una mujer o por culpa de una mujer. A lo concreto: en mi casa mi mujer sólo lee de MAS ALLA el Espaciotest nada más que por ver y comparar su inteligencia con la mía. Por supuesto, gana el más inteligente: YO. A mi esposa sólo le gusta leer cosas intrascendentes y no porque no le interese el mundo que la rodea. Y considero el caso de ella como una generalidad. Las mujeres se sienten débiles a pesar de ser a veces las más fuertes. Consideran a sus esposos como el árbol acogedor para resguardo de todas las tormentas de la vida. Y su mundo-, cuando aman, es tan solo él, es él que piensa en la civilización, en las guerras, en la política, en los más allá y más acá. Ellas tienen su amor y ello les representa su universo todo y más aún con la sonrisa o el llanto de un hijo. Cuando ese pequeño ser ríe existen las estrellas, el sol, la vida. Cuando llora, todo es noche, oscuridad. La mujer es puro corazón. Y la vida, la política, los negocios y la ciencia requieren cerebros. Y un cerebro dominado por el corazón no camina lo exige la vida. A pesar

MAS ALLA Y LAS MUJERES

de que si así fuese, todo sería más bello. El hombre calcula, la mujer ama. Para el hombre la vida es la calle, el pueblo, los negocios, la nación, el universo entero. Para la mujer la vida es el hogar y para ese universo pequeño, pero tan inmenso, tan sólo hace falta el corazón. El hombre también lo tiene, pero en la lucha cotidiana lo acalla con la voz imperiosa del cerebro calculador. Por ello entiendo que la mujer pierde interés en leer sobre el progreso, la ciencia, las guerras o las conquistas. Prefiere, en su gran mayoría, las novelitas rosas, donde la única guerra o conquista es la del corazón y la del amor. Por lo expuesto, considero que serán siempre los hombres quienes leerán MAS ALLA. Mientras la mujer sea corazón y el hombre cerebro. Claro que yo, sentimental, preferiría que todo fuera corazón. Por lo dicho, seguiré leyendo MAS ALLA y mi señora haciendo el Espaciotest. Y como final. . ., considero que el hombre es más inteligente que la mujer. Y más dominador. M. B. (Mendoza) PD: Este. . .., señor Director. . ., en fin, usted sabe. . . Soy casado. . . Desearía que no publicara mi nombre. . . Pues si mi mujer lee esto. . . Claro. . . Este ¿usted es casado? ¿Sí?. . . Entonces me entiende. Señor Director: El hombre es capaz de sacrificar todo, hasta su felicidad, en aras del progreso. La mujer es capaz de sacrificar todo, hasta el progreso, en aras de su felicidad. Osvaldo Sendra (Capital) Señor Director: Actualmente, la tarea de conseguir los medios de subsistencia de un ambiente hostil o indiferente a la suerte de sus moradores, recae en los hombres. El sexo femenino, en su mayoría, y en la civilización occidental, lleva una vida más sosegada. Una vez casada-, la mujer adquiere ciertas características de simbiosis parasitaria, actuando el hombre como una especie de amortiguador entre los golpes y las contingencias de la lucha por la existencia y la mujer. Así, la mayoría de las mujeres no reciben ni los estímulos intelectuales de la diaria lucha ni sufren las respectivas pequeñas derrotas diarias que son el pan de cada día de los

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hombres. Y especialmente las pequeñas derrotas diarias inducen a los hombres a buscar una escapatoria, y la f.c. es un ideal camino de escape. Yolanda Torres de Villaroel (La Paz, Bolivia) Señor Director: No soy una intelectual sino una sencilla ama de casa; me dedico a la atención de mi hogar, al cuidado de mi hijo, y trato de ser la gran compañera de mi esposo. Me apasiona leer MAS ALLA; espero con impaciencia la llegada de cada número. Soy yo quien lo lee primero y luego se lo paso a mi esposo, recomendándole los mejores cuentos, o. artículos: no obstante creo comprender algunas de las razones por las cuales existe esa desproporción de 10% entre sus lectores. A pesar de la enceradora y de la olla a presión, en realidad es muy poco lo que el progreso ha hecho en nuestro favor; hay un 90% de nosotras que aún tenemos que lavar los platos después de cocinar, planchar las camisas-, lustrar los zapatos del nene y todas esas pequeñeces que nos colocan en un plano de tremenda inferioridad con respecto al progreso técnico del hombre. Nosotras estamos muy lejos aún del robot y las máquinas electrónicas

las usan exclusivamente los hombres. Alicia T.B. Guissarri (San Lorenzo, Sta. Fe) Señor Director: Siendo MAS ALLA una revista de f.c., hay que poseer imaginación para entenderla y gustarla. No una imaginación recreativa o soñadora sino práctica y constructiva. La mujer posee una imaginación que está más allá de toda estadística comparativa. Pero esta imaginación la cubre con miriñaque y la engalana con puntilla, dándonos así una muestra cabal de sentimentalismo imaginativo. Los hombres tenemos quizá menos imaginación recreativa, y la poca que tenemos la usamos para crear cosas que si bien no son útiles en nuestra época, nos ayudan para formar, en el futuro, un mundo mejor. Al menos eso es lo que se pretende. Nos interesamos por la energía atómica aplicada a las industrias, a la medicina, etc., mientras que la mujer se interesa por su aplicación a las medias de nylon y a la fabricación de un rouge inalterable. No todas son así, tampoco lo son los hombres. Usted encontró una, yo ninguna, pero de diez hombres que conozco tampoco encontré los nueve que usted aduce. • Ricardo A. Comes Demoulin (Capital)

____________________________________________ Un radar suprimirá los accidentes automovilísticos DE los últimos inventos, uno de los más sorprendentes, sin U duda, es el radar para automóviles, destinado a suprimir accidentes y, por ende, a salvar numerosas vidas humanas. Los coches llevarán en su interior un cerebro electrónico, en conexión por un lado con el freno posterior y con el carburador, y por el otro lado con un reflector cóncavo en el techo. En el foco de este reflector se encuentran tres microantenas que proyectan ondas de radar hacia delante del automóvil, es decir, tres hace de ondas radioeléctricas invisibles, de frecuencias diferentes. El haz mediano sirve para “detectar” los obstáculos que vienen de frente. Los haces laterales percuten los autos a derecha e izquierda. Así, el ojo radar vigila constantemente la carretera. Cuando uno de los tres haces de ondas topa con una masa metálica (un coche), se refleja de inmediato en el foco y, en el interior del auto, advierte al cerebro electrónico. Este actúa automáticamente sobre el carburador y sobre el freno posterior, con el que está en conexión permanente. La acción es tanto más rápida cuanto más cercano está el objeto o cuanto más velozmente se desplaza. 120

MAS ALLA

       

 

 CORRESPONDENCIA   proyectiles dirigidos 

PARAPSICOLOGIA Señor Director: Desde hace unos cinco años, me ha estado ocurriendo lo que yo llamo ‘‘cuadros de visión mental”. Apenas me acuesto, ya sea en la noche o el día y cierro los ojos, empiezo “a ver” paisajes, rostros, cosas, y a veces creo escuchar palabras de voces de seres que han muerto o están vivos; todo esto se realiza como si lo estuviera viviendo realmente y en perfecto orden: no de un modo confuso. Sucede que estando, por ejemplo, hojeando una revista que antes no había visto, he encontrado la misma reproducción del paisaje que antes “viera”; ya se trate de escenas de países lejanos (que ni siquiera me figuro como son) o de mi propio país, desconocido también, a no ser por mi ciudad. Todo ello me ocurre- sin estar dormida, en sueños, también veo esas cosas, pero esto es desde luego más normal. A veces cuando alguien va a decirme algo, yo ya lo sé. . . y cuando alguien viene a mi casa y está próximo a llegar también lo sé. Me ha sucedido que cuando deseo que alguien me visite y lo pienso bastante, esa persona llega, y siempre dentro de doce horas o poco mas. Todas estas cosas no son diarias, pero me ocurren muy a menudo. Mi hermana posee una especie de poder adivinatorio, cuando “lee” en la ceniza del cigarrillo encendido; (“cenizomancia” o algo así). Este fenómeno le sobrevino hace bastante tiempo, cuando yo fumaba cerca de ella. Empezó a “ver y comprender” signos y palabras y rostros en la ceniza y se asustó bastante; ahora es cosa corriente y ESTRICTAMENTE CIERTA que ella puede saber mucho de lo que está por pasar o ha pasado a la persona a quien “lee” el cigarrillo. Parece una cosa absurda y sin embargo es así. . . Yo le ruego, si le es posible, me aclare un poco esta situación, ya que para nosotros no tiene explicación lógica; y desde ya le agradecemos su amable respuesta. ANGELINA DIAZ (Caracas - Venezuela)  Su caso es muy interesante. Le rogamos enviarnos su dirección completa para poder escribirle. ESPACIOTEST Señor Director: ¡Excelente! Pero debería tener unas 20 preguntas como mínimo. ¿Qué le parece? E. KOKO (Capital)

CORRESPONDENCIA

Señor Director: El Espaciotest, como siempre, una pavada (acerté todas las preguntas). A propósito, según su prólogo, soy un supergenio. RUBEN S. PITT (Río Ceballos)  No se aflija, hasta los supergenios contestan pavadas. Señor Director: No existe tal autor del Espaciotest, y usted lo sabe mejor que yo. No puede ser otra cosa más que un cerebro electrónico, que no siente ni padece, y que sólo piensa. ¿Por qué no lo hace a él participe de sus “tormentos”? (ver Edit. M. A. 42). Seguro que él opinará como yo: el mejor lugar de la mujer está en la cocina, lavando los platos, mientras los hombres nos abocamos a las altas especulaciones. OSCAR L. TREASURE (Capital) Señor Director: ¡Colosal, piramidal el Espaciotest! R. VAZQUEZ (Capital) Señor Director: Cada vez que leo y comparo mis respuestas me siento la más ignorante de las personas. Tengo una curiosidad: ¿el autor del Espaciotest, es un hombre o una mujer? MARGARITA CUÑADO (Capital)  Contesta el autor: ¡Por favor, Margarita! Yo aprecio mucho a las mujeres, ¡pero no me haga semejante pregunta. . .! Señor Director: Implacable el Espaciotest. CARLOS N. CLERIERE (Capital) EDITORIAL Señor Director: Sus editoriales son magníficos. RODOLFO LEIVA (Capital) Señor Director: Hasta ahora he callado las cualidades que se reflejan en sus Editoriales, pero creo que no pueden ser mejores. Más de una vez ha llegado usted al alma, ha tocado la sensibilidad, despertado el optimismo y reavivado los sueños, inquietudes y ha hecho vislumbrar algo del futuro a aquellos lectores que como yo vivimos en el mañana. CARLOS HÁUSERMANN (Lanús)

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Señor Director: Son buenos sus Editoriales, aunque el último no me interesó demasiado. ROBERTO J. CATTANEO (Capital)

EL CASO KITAIGORODZKY Señor Director: Mis saludos a don Mauricio por sus interesantes comentarios, (mire que el buen hombre escribe, ¿eh?) R. VAZQUEZ (Inclán 2979 - Capital)

Señor Director: ¡EL EDITORIAL, es como para ponerlo con mayúscula! FRANCISCO E. GRAY (Bell - Ville - Córdoba)

Señor Director: ¿Será un seudónimo el apellido Kitaigorodzky? Mis felicitaciones por su popularidad. CARLOS E. SCAVO KEDINGER (Capital)

Señor Director: Lo mejor es el Editorial. Lo peor son las tapas. ALEJANDRO UYEVICH (Martínez) Señor Director: He llegado a la conclusión de que usted es invencible: siempre tiene la primera y última palabra. Es usted el autor de los Editoriales de la primera página y es usted quien coloca la inocente y minúscula frase casi imperceptible al pie de los P. D. Es usted demoledor, lapidario y definitivo y hasta tiene la propiedad de enmudecer a los que protestan por la tiranía del infinitésimo párrafo. ANGEL FANTINO (Tucumán) DIVISION DE CONDOMINIO (M. A. 36) Señor Director: Parece imposible que una persona inteligente como el señor J. Lorenzo, tilde de mediocre y de imaginación forzada a W. Tenn, autor de tantos buenos cuentos publicados en su revista. En vez de “División de Condominio” (entretenidísima humorada) le aconsejo que vaya a ver “El Satélite Chiflado”, que puede ser que sea lo único que pueda asimilar sin inmutarse. CARLOS A. POZZO (Capital) Señor Director: Hacía tiempo que no se veía un cuento tan bueno como “División de Condominio” (lo mejor publicado hasta ahora). Es impagable ágil, ingenioso, distinto, con fino sentido del humor. DINAH DEL VALLE (Capital) Señor Director: ¡Extraordinario, apreciado Dire! ¡Descomunal, brutal, monumental, estupendo! Nunca ha aparecido un número como el 42, no hay frases ni términos para poder expresar las grandiosidades que se han publicado. El Espaciotest es algo inconcebible, no acerté más que un 20% de las preguntas y eso que nunca me tomó desprevenido. Con decirle que mis aciertos nunca bajaban del 80%. Aprovecho para desearle a M. A. una larga e infinita vida. RODOLFO N. VARDICH (Formosa)

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Señor Director: Usted perdonará, pero a pesar de resultarme muy amena y ágil su sección P. D. encuentro que algunas cartas se asemejan por su estilo a la manera clásica que tiene el señor Director de redactar, por lo que deduzco que están escritas por ustedes mismos. Por ejemplo el señor Mauricio Kitai. . ., etc.: o es obra de ustedes o es un individuo que no tiene otra cosa que hacer. JUAN CARLOS CALLIGARO (Rosario) ¡Por favor, Dire!: Un poco menos de Kitaigorodzky o que si quiere dirigir proyectiles que firme Mauricio a secas. MARIO H. GOMEZ (Santiago del Estero) Señor Director: La Sección P. D. está cada vez mejor. Empezar a leerla es como entrar en una reunión donde se siente el calor de la amable discusión. Los temperamentos más dispares, con puntos de vista personalísimos son los del lógico Ornar Kazán, el achispado Mauricio Kitai. . . etc. Tampoco faltan los exaltados ni los que vacilan en ofender la personalidad de los másalleros. ¿Recuerda Dire la marejada que levantó Lola Pujol y aquel Leoncito? ¡Qué reacción! Se les dió un portazo y quedaron afuera. ¡Completa, señor Director! Es algo cuyo interés nunca decae. MAS ALLA realiza una gran tarea de solidaridad. ALFREDO ALFONSINO (Villaguay - E. Ríos)  Y porque realiza una gran tarea de solidaridad, MAS ALLA no da portazos a nadie. Señor Director: Observo que la “barra fuerte” de masallistas va encabezada por el consecuente señor Kitaigorodzky. CARLOS H. CLERIERE (Capital) Señor Director: La campaña electoral pro Kitaigorodzky debe llegar a su término. ¡Basta! O él o nosotros (me refiero al resto de los lectores a quienes jamás nos publica el más mínimo comentario). O. L. T. (Capital) Señor Director: En la Sección P. D. hay quienes aluden, por una parte, a un tal Kitaigorodzky y, por

MAS ALLA

otra parte, al linotipista de la revista. ¿Podría usted aclararme en qué consiste el entredicho, pues no me doy cuenta? JOSE CZEWCZYNIEWICZ (Olazábal y Malabia - Boulogne Sur Mer) LITERATURA DE ANTICIPACION Yo creo que la designación más apropiada para la f. c. es la de “literatura de anticipación” desde que la perspectiva en futuridad se encuentra en la base de todo ensayo en el género, cosa que no siempre ocurre con la pretensión científica que implica la designación corriente y consagrada en EE.UU. y Europa de f. c. La solución propugnada nos permitiría ubicar fácilmente en nuestro campo obras «orno las de Ray Bradbury, que relevan de todos aquellos matices y que no se clasifican exactamente en el ámbito de ninguno de ellos. RAUL A. ALBARRACIN (Fondation Argentine - Cité Universitaire 27, Bd. Jordán -París XlVe.) POESIAS (M. A. 39) Señor Director: A pesar de tenerle fobia concentrada a la poesía no pude menos que asombrarme al leer los maravillosos versos de T. E. Briglia. No tiene esa musicalidad cansadora, además de poseer la combinación ideal de un romanticismo atenuado, sin caer en la ridiculez con el nuevo espíritu de nuestros tiempos: científico, materialista, casi ateo. Son esa clase de versos que hacen pensar. Mis calurosas felicitaciones. MOISES GLASSEL (Santa Fe) Señor Director: Los poemas del N° 39, no siendo brillantes, demuestran que la f. c. puede abarcar todos los campos, incluso los más líricos, sin dejar de ser f. c. ni tampoco poesía. IT-DAX (Venus) Señor Director: Tomás E. Briglia es el Walt Whitman de la f. c. MYNA SILVEYRA (Rosario) Señor Director: Esto de llamar poesías al balbuceo de palabras mal descriptas de imágenes simbólicas, cuya hilación sólo existe en el desfile que tiene lugar en el cerebro del autor, es culpa de los responsables de su publicación. Desgraciadamente, el snobismo literario ha florecido de tal modo que el snob pobre y el mediocre acaudalado mastican por tradición todo escrito en verso, cuanto más incomprensible mejor, sin que con ello consigan aplacar el hambre de su pobre intelecto, pues por la naturaleza del producto este no es digerible. SIGFRIDO SHMIDT (Capital) UNANIMIDAD DE OPINIONES Señor Director: Da tristeza ver los últimos números de MAS ALLA. Una novela larguísima que deja lugar apenas para tres cuentitos cortos. Con el agravante de unos

CORRESPONDENCIA

chistes incongruentes. ¿Qué ha pasado con su revista, señor Director? T. V. ARNO (Santa Fe) Señor Director: Tengo fe en su criterio y creo que sabrá superar esas crisis y damos las lecturas buenas o muy buenas que todos esperamos. A. N. LAPASSET (Lanús) Señor Director: ¡Embrómese! ¡Aguántese y lea mi carta! ¿Para que hizo un último número tan pero tan bueno? E el mejor MAS ALLA que he leído durante mi vida de “masallera”. Ha satisfecho ampliamente mi espíritu fantasiocientificoso a la vez que ha hecho refirmar mi concepto de que M. A. es una gran revista, que su director y cuerpo de redacción son un kilo y que los lectores dan muestras de poseer un espíritu elevado y de los más combativo. ¡Chau Dire! CELINA MÁNZONI (San Martín) Señor Director: Me alegro que en nuestro país tengamos una revista que nos hizo, hace y hará ver qué existe detrás de la loma. LUIS A. BUSCAGLIA (Capital) Señor Director: Compruebo con lamentable disgusto que la sección correspondencia mayormente destinada a intercambiar ideas de carácter científico y crítica constructiva de sus artículos, ha pretendido ser tomada como tribuna política. Ello es inadmisible, existen otros órganos difusores de ideas, destinados a tal objeto, hay que dar a cada uno lo suyo. En mi condición de amante de las ciencias me siento herido, ya que como ciudadano planteo los problemas que a ellos se refieren en su respectivo campo. NELIO D. GARCIA (Rosario) LA DIMENSION FATAL (M. A. 42) Señor Director: Esta novela tiene algo de “La Aguja”, aun que su base es más completa y terrorífica. Emocionante y realista en su desarrollo, su final es un poco trágico. R. V. SOLER (Capital) Señor Director: Esta novela debería haber sido más larga para poder gozar más de su lectura. Esa última parte. . . sublime, impresionante, bella, notable. . . Le aseguro que me enterneció. RUBEN S. PITT (Río Ceballos) Señor Director: “La Dimensión Fatal” es un cuento de fantasía científica pura, pero con un tema y desarrollo profundamente humano. Especialmente el final, que rompe la monotonía entre los cuentos que MAS ALLA ha publicado. No se muestra en él una humanidad decadente o amoral o vencida, retrógrada y llena de prejuicios. Por el contrario, está allí el brillante alegato por el futuro de la ciencia en boca del físico Hérzog, digno de ser leído varias veces. ANGEL A. FANTINO (S. M. de Tucumán)

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Señor Director: Mis felicitaciones por ‘‘La Dimensión Fatal”. Lástima que el final sea decepcionante. CARLOS E. SCAVO KEDINGER (Capital) Señor Director: No encuentro calificativo apropiado para juzgar esta novela. Mejor dicho: no lo hay y por lo tanto debo inventarlo: es “elefantastica”. En ella se reúnen las más diversas reacciones humanas ante un hecho incomprensible. Plena de vibrantes sentimientos propios de un escritor de tan agradable estilo como lo es Harry Bates. Tremenda, seductora por su trama tan bien hilvanada. Una de las obras cumbres que hasta ahora ha impreso su revista. HECTOR J. LORENZO (L. del Mirador) Señor Director: Es ésta una historia sin comienzo ni fin, especialmente sin fin. Cuatro personas y un caballo que desaparecen de una forma más bien apropiada para revistas como ‘‘El Superhombre”. El autor parece no entender que con relatar tres o cuatro desapariciones espeluznantes, terminando todo con un epitafio más o menos melodramático no se hace una novela de f. c. Esa novela se podría resumir en tres páginas y dejar el resto para avisos. FELIX E. SOSA (San Luis) Señor Director: Es una novela realmente muy buena. Nos permite ver el mundo con más humanidad, pero termina donde debiera empezar. Cuando acabé me quedé pensando en la luna. Hasta llegué a pensar que a la revista le faltaban páginas. Realmente, no entiendo. . . MAURICIO KITAIGORODZKY (Capital) Señor Director: No me parece bien que figure como novela central un cuento-incógnita como éste. Creo que novelas de ese tipo hay que pensarlas bien, pues aturden y desconciertan. FABIO LUELMO (Capital) Señor Director: Esta novela es una producción extraordinaria de H. Bates en la que se vislumbra el peligro que reporta la acción a ciegas para la raza humana. Es una prueba más de que MAS ALLA está superando el nivel de los primeros números. R. VAZQUEZ (Capital) Señor Director: Un aplauso para ‘‘La Dimensión Fatal”, una novela digna de MAS ALLA, aunque con un final un tanto raro. CARLOS AUDICHUK (Capital) Señor Director: Me pareció muy buena esta novela. Su final es muy lógico, sé que algunos lectores habrán quedado desconcertados pero yo me aventuro a decir: es que acaso conocemos esa dimensión como para que el autor la sepa y declare que era eso algo nuevo? No, no lo sabemos, pues conocemos sólo tres dimensiones y la cuarta es una teoría que puede ser cierta, ¿no le parece?

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JOSE E. URBANEJA (Mendoza) Señor Director: No puedo saber si esta novela me gusto o no; por lo menos me ha dejado una impresión de inquietud y un ansia de saber que hace mucho no me dejaba ningún cuento de MAS ALLA; creo que eso ya es algo, pero no sé, hay algo de ese cuento que no termina de convencerme. MARGARITA CUÑADO (Capital) Señor Director: Esta novela es de una audacia sin límites. Es una magnífica obra de arte que crea en cada uno de los que la leemos ese suspenso que produce cada página, que nos obliga a leer de prisa para enteramos pronto de lo que dice el renglón siguiente; por estas y por un sinnúmero más de razones, como los Editoriales, Espaciotest, etc. es que me enorgullezco de ser un masallero. LUIS CENDRA (Capital) Señor Director: Es verdaderamente fatal. Al terminar su lectura tuve que volver a leerla, es extraordinaria, más estupenda que “El día de los Trífidos”. Creo que la volveré a leer. No tiene parangón con ninguna otra novela publicada hasta la fecha. Sus deducciones fantástico-científicas son tan claras que al final uno no entiende nada. Lástima que al final no se sepa qué es ‘‘Dimensión Fatal”. Por favor, dígale al autor que la continúe que llegue hasta el final o por lo menos decídase usted y escriba aunque sea qué sacaron en conclusión esa nutrida representación de la ciencia, qué entraron y si todavía no lo encontraron, usted que es sesudo, dígame qué encontrarán. RODOLFO N. VARDICH (Formosa) Señor Director: Es una novela fantástica y merece compararse con ‘‘La Aguja”, que a mi juicio es la mejor novela publicada en MAS ALLA. Su final fué inesperado. . . MARTA CARLO (Capital) Señor Director: Cuando terminé de leer esta novela me quedé con la impresión de que no tenía espacio para respirar libremente y aún más, creo que esta noche voy a ver cabezas por todas partes; el final no sólo está bien escrito sino que deja una estela de misterio y dolor que conmueve al más fuerte. En cuanto a los dibujos de la misma son los mejores publicados hasta ahora. NILDA M. PEREYRA (La Plata) Señor Director: Esta novela tiene ese ‘‘no sé qué” de las novelas cuya acción transcurre en la tierra. Puntaje: magnífica, semejante a ‘‘El Día de los Trífidos”. OMAR KAZAM (Capital) Señor Director: Le hallo un final sin principio. El argumento es excedente y me mantuvo en tal suspenso que me sobresalté al llegar al final. GUSTAVO GALA (Rosario)

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respuestas de la sección científica EDAD DE LA TIERRA Quisiera saber en base a qué determinación se calcula la edad de la Tierra. LORENZO FERRER (San Vicente) Una de las últimas determinaciones de la edad de las rocas, es decir, de la época en que se solidificaron, da alrededor de 5.000 millones de años. Pero observe bien que el significado de la palabra edad no va más allá de eso: el tiempo transcurrido desde que las rocas se solidificaron. Antes de esa época, no se sabe en qué condiciones se encontraba la Tierra, ni si formaba parte del Sol o no. Simplemente se ignora. ASTRONAUTICA ¿En base a qué causas se deforman los rostros de los astronautas? ESTEBAN DORRIES (Córdoba) Al responder al lector de MAS ALLA N° 31, supusimos que se refería al caso en que la espacionave va a gran velocidad, pero sin aceleración a través del espacio. Es claro que si hay aceleración ocurrirá lo que usted dice en su carta. ATERRIZAJE ¿Podría aterrizar un cohete en un cometa ? GABRIEL GUTIERREZ (Sgo. de Chile)  Si el cometa fuera sólido, quizá sí. Por ahora no hay razones para suponer que en todos los casos sea imposible. COMBUSTION VIVA ¿Qué es el fuego? ¿Es un proceso común de la materia orgánica para desintegrarse, o es simplemente la combinación de un elemento de ésta con el oxígeno? SADOR FRONDEICK (Junín) El fuego es un proceso de combustión viva, que tiene lugar con producción de calor y luz. La combustión viva es la combinación rápida de ciertos elementos químicos con un comburente, que puede ser el oxígeno, pero que también puede ser el flúor, por ejemplo. El combustible no tiene por qué ser

necesariamente orgánico. El azufre es inorgánico, y también se quema, y como él, muchos más. MOVIMIENTO DE UN VOLANTE ¿Cuántos HP se necesitan para poner en movimiento un volante de 1.500 kg. llevándolo a 3.000 revoluciones por minuto, en tres minutos, suponiendo que el diámetro del volante sea de 1,70 m.? O. SERRANI (Caseros) Usted tiene que calcular el momento de inercia del volante, que viene dado por el producto de su masa por el cuadrado de la distancia: I = (1.500/9,8) X 0,852 = 100. Calcule ahora el trabajo necesario para darle las 3.000 rev./min., o sea, 50 rev./seg.: A = Iw2 = 100 X (2 x 50)2 = 9.850.000. Las 50 rev./seg. deben conseguirse en tres min., o sea, en 180 seg.; la potencia necesaria será, pues: 9.850.000/180 = 5,47 X 104 kgrm./ seg. y dividendo por 75, para tener en HP, dará: 730 HP. SOLDADO AUTOMATICO ¿Se ha empleado el soldado automático en la Guerra pasada? ISMAEL RAMOS B. (Caracas, Venezuela) No tenemos la información cierta, pero creemos que no se empleó. CAMPO UNIFICADO Desearía saber cómo se enuncia la teoría del campo unificado de Einstein. MANUEL CONSTENLA (S. J. de C. Rica). La teoría del campo unificado es un intento por explicar en un solo esquema tanto la gravitación como el electromagnetismo, por medio de un único campo. Así como la teoría general de la relatividad explicó la gravitación como debida a las modificaciones de las propiedades del espacio debido a la presencia de masas que variaban la curvatura de aquél, la teoría del campo unificado ha tratado de conseguir análoga explicación englobando gravitación con electromagnetismo. Es decir, prescinde de considerar el dualismo

RESPUESTAS DE LA SECCION CIENTIFICA

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entre partículas cargadas y campo, e intenta obtener aquellas como singularidades del campo único. CONSTANTE DE PLANCK ¿Qué es y cómo se determina la constante de Planck? MAURICIO KITAIGÓRODSKI (Capital). La constante h, de Planck, se pone de manifiesto en aquellos fenómenos de la escala atómica en que hay intercambios de energía entre la materia y la radiación. Suele llamársele el “cuanto de acción”, porque sus dimensiones son las de una acción, a saber, erg seg en el sistema de unidades cgs, en el cual toma el valor 6,62xl0-27 Por ejemplo, un haz de luz visible, de longitud de onda 5000 Angstron, o sea, 0,5 micrones, está constituido por “fotones”, de energía h veces la frecuencia correspondiente: 6,62X l0-27 X 3 X 1010/5 X 10-5=3,96x10-12 ergios. La constante de Planck fue determinada por éste, en 1900, aproximadamente, a partir de las mediciones realizadas en esa época sobre la radiación del “cuerpo negro”; dificultades existentes entonces para interpretar la ley de la radiación que había deducido Wien a partir de la electrodinámica y de la termodinámica, condujeron a Planck a emitir la hipótesis de los “quanta”, según la cual, la energía solamente se emitía o absorbía por cuantos, de valor h veces la frecuencia; obtuvo de este modo, la llamada ley de radiación de Planck, que estaba perfectamente de acuerdo con los resultados experimentales, y que ha constituido la base de los desarrollos de la teoría de los cuantos, y posteriormente, de la mecánica cuántica, que rige los fenómenos de la escala atómica. Pocos años más tarde, Millikan midió nuevamente el valor de h, haciendo uso del efecto fotoeléctrico y aplicando la hipótesis de Einstein según el cuál la luz actuaba como si estuviera constituida por corpúsculos (cuantos de luz), hoy llamados fotones. El valor obtenido coincidió con el de Planck. HELICOPTEROS 1. ¿Cómo están dispuestas las paletas centrales de un helicóptero? ¿De qué forma son?

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2. ¿Qué relación hay entre las dimensiones de la paleta de la hélice del helicóptero y su velocidad de rotación? 3. ¿Dónde pueden adquirirse en el país contadores Geiger? OSCAR H. P. BARRIOS (Avellaneda). 1. Tienen la forma de un ala, es decir, un perfil similar; su funcionamiento es análogo también al del ala; tanto que pueden caracterizarse como alas rotatorias, que producen el efecto de sustentación debido a la velocidad con que el aire pasa por su perfil, lo cuál da lugar al efecto de “empuje” sobre su parte inferior, y de “succión” en su parte superior. 2. El efecto es una aplicación del teorema de Kutta-Joukowski, que se estudia en aerodinámica, y que dice: Cuando una corriente de velocidad Vo en el infinito fluye a lo largo de un contorno y la circulación de velocidad alrededor de él es I, la resultante de las presiones del fluido sobre dicho contorno es igual al producto IVoP siendo P la densidad del fluido; la dirección y sentido de esta fuerza se obtiene haciendo girar 90° el vector Vo en sentido inverso al de la circulación. Aplicando este teorema, se encuentra que el empuje sobre la hélice, por unidad de longitud, llamado fuerza propulsora, se obtiene multiplicando 1 por d y por su velocidad efectiva (velocidad relativa del fluido respecto a la sección de pala considerada); sobre un elemento de pala de longitud dr, la fuerza propulsora elemental es: dE=Vo. I. dr. P perpendicularmente a Vo. 3. Hay varias casas que los venden. Una de ellas es “Tecnitrón”. TRANSFORMACION REVERSIBLE Tengo una duda respecto de cómo se calcula el trabajo en una transformación reversible (el lector acompaña una demostración y pregunta si es correcta o no). V. CALLEXZY (Capital).  Lo que usted ha demostrado es que el trabajo del sistema es igual al trabajo de las fuerzas exteriores cambiado de signo (en una transformación llevada a

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cabo en forma reversible). En ese sentido, su demostración es correcta; ahora bien, en el primer principio de la termodinámica figura la expresión de uno o de otro, es decir, debe sumarse al calor recibido por el sistema, el trabajo de las fuerzas exteriores, o restarse al trabajo realizado por el sistema venciendo a aquellas fuerzas exteriores. De ese modo, no hay ninguna dificultad. RETROPROPULSION 1. El motor de un avión a retropropulsión, al necesitar una cantidad X de comburente y absorberlo, ¿produce un cierto vacío en el área vecina a la boca de entrada? 2.¿Es posible adquirir material para la construcción de una turbina en miniatura? ¿Cuál podría ser el material? 3 ¿Qué papel desempeña el rotor trasero en el helicóptero? OSCAR A. P. BARRIOS (Avellaneda). 1. Sí, pero el régimen aerodinámico se establece de inmediato y las líneas de corriente del fluido se forman según el perfil del avión.  2. Quisiéramos que nos aclarara usted si desea construir un modelo de turbina, en miniatura, en cuyo caso cualquier material plástico le vendrá bien, o si usted quiere construir en pequeño la turbina pero con el material con que se fabricaría la turbina real. 3. El rotor grande y horizontal del helicóptero produce una reacción que podría hacer que él aparato rotara alrededor de un eje vertical, si no se lo contrabalancea; dicha fuerza se neutraliza, en ciertos diseños, mediante el pequeño rotor de cola, de eje horizontal; permite además que el aparato pueda realizar ciertas maniobras o que gire muy rápidamente, según se desee.

Desearía saber si enviándole el valor de unos libros recomendados por MAS ALLA, usted podría mandármelos. ERNESTO P. AMAYA (Caracas, Venezuela). No, eso no es posible, pero a usted le será sumamente fácil conseguirlos, para lo cual le bastará girar el importe de dichos libros a una buena librería de EE.UU.; por ejemplo, a BRENTANO’S INC. Fifth Ave. 586, New York, N. Y. (USA). Calcule que cada libro le va a costar unos 8 dólares. El libro de Terradas y Ortiz, en cambio, solicítelo a la Editorial ' Espasa-Calpe Argentina, de Buenos Aires. Cuesta unos 50 pesos argentinos, o sea, menos de dos dólares. (calcule a razón de unos 38 pesos por dólar). El fumar cigarrillos, influye en perjuicio y afecta el órgano de la visión? MARCOS BETANCOURT (Caracas, Venezuela). Se trata de una cuestión que no puede responderse en general; a muchas personas parece no afectarles; a otras, en cambio, sí. En cada caso, es él médico el que debe determinar a qué se debe la afección, y recetar el tratamiento más adecuado. VELOCIDAD DE LA LUZ De acuerdo con Einstein, un rayo de luz es afectado por un campo gravitatorio que desvía su curso. Ahora bien, si ese rayo de luz se dirige rectilíneamente hacia el centro de gravedad de ese campo, debido al efecto de la masa de su energía, ¿superará la propia velocidad de la luz? MANUEL CONSTELA (San J. de C. Rica) Sí; en teoría general de la relatividad, es decir, cuando hay campos gravitatorios la velocidad de la luz no es más una constante universal, y puede superar su valor en él vacío.

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