Los alemanes en Chile (1816-1945) [5a. reimp. ed.]

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LOS ALEMANES EN CHILE (1816-1945) Colección H1ST0-HACHETTE

LOS ALEMANES EN CHILE

© 1985 Inscripción N” 62.298 EDICIONES PEDAGOGICAS CHILENAS S A.

LIBRERIA FRANCESA

SANTA MAGDALENA 187, SANTIAGO Derechos exclusivos reservados para todos los países

Esta 5a edición se terminó de imprimir en julio de 1989 en los Talleres Gráficos

de Editorial Universitaria

Código HCH 002 Dirección: Jaime Cordero EPC

Título original: Les Allemands au Chili (Compendio, 1985) Traducción: Luis Enrique Jara (Depto. de Lingüística, Facultad de Filosofía, Humanidades y Educación,

Universidad de Chile) Diagramación y cubierta: Soledad Canobra y Sergio Fontana

IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE

JEAN-PIERRE BLANCPAIN

LOS ALEMANES EN CHILE (1816-1945) Colección H1ST0-HACHETTE

HACHETTE

INDICE

PROLOGO PREFACIO Capítulo 1.

9 19 PROMOCION Y DESAJUSTES DEL CHILE

Un territorio inconcluso.

25 25 26

Distorsiones económicas y sociales.

29

Inmigración imaginaria y proyectos de colonización de 1820 a 1850.

30

Notas.

36

INDEPENDIENTE

Una República modelo.

Capítulo

11.

PRECURSORES Y PROMOTORES DE LA INMIGRACION ALEMANA EN CHILE

37

Imagen alemana de Chile, antes de 1848.

37

La gesta Philippi.

39

de

Bernhard

Eunom

“Don Guillermo” Frick, el más chileno de los alemanes.

47

De Ried a Simón y Kindermann; proyectos de colonización privada.

49

Karl Anwandter y el "grano de mostaza" de la inmigración alemana en Chile.

55

La ley de 1845 y las misiones de reclutamiento en Alemania: de Philippi a Pérez Rosales.

56

Capítulo

111.

Valor y alcance de una historiografía personalizada.

61

Notas.

63

CARACTERISTICAS ORIGINALES DE LA

PRIMERA OLA MIGRATORIA ALEMANA

(1848-1858)

65

Los germano-americanos y las fases de la migración alemana.

66

Motivos de la partida: rechazo e ideal comunes.

69

Origen geográfico y estructura social de los contingentes migratorios. 1. Una emigración panalemana. 2. La distribución socio-profesional. 3. Una emigración familiar y joven. 4. Recursos con que se cuenta al llegar.

IV.

78

El país por valorizar: el Sur chileno antes de la llegada de los alemanes.

80

Decepción y error iniciales: colonización de Valdivia.

81

la

Notas. Capítulo

73 73 75

87

PIONEROS Y CAMPESINOS DE LLANQUIHUE

897

Llegada e instalación. Dificultades que superar: convivencia, medición de tierras, roturación.

90

Primer balance.

93

Las ayudas, las quejas y la administración. Endogamia y desarrollo demográfico.

100

Estabilidad geográfica y social.

102

-La agricultura y la ganadería.

Capítulo

V.

Crónica familiar.

106

Notas.

111

____ _

LA NUEVA EDAD DE ORO DE VALDIVIA

y osorno

Capítulo

VI.

103

(1870-1920)

113

La influencia alógena y los jalones de una provincia “alemana'.

1 1^

Del taller a la fábrica.

117

Las tres grandes ramas industriales. Esplendor y ocaso de los “alemanes de Valdivia**. La ciudad alemana... y la otra. Notas.

118

LOS

COLONOS

ALEMANES

FRONTERA DESPUES DE

DE

120 123 126

LA

1880

129

Fases y métodos de la conquista de la Frontera.

12S>

La inmigración europea plurinacional (1880-1914).

135

Etapas y estructuras de ios refuerzos germánicos.

138

Núcleos e impactos de la colonización alemana en La Frontera y en Chiloé.

140

Notas.

144

Capítulo

Vil.

RELACIONES Y COOPERACION ENTRE CHILE Y ALEMANIA HASTA

Capítulo

VIII.

1914

147

Relaciones comerciales y diplomáticas.

147

La pedagogía alemana y el ‘embrujamiento’.

1 50

Los instructores alemanes y la reestructuración del Ejército.

161

Capuchinos de Baviera y Misión de Steyl.

169

Notas.

175

EL

PLANO ESPIRITUAL:

IDENTIDAD

NACIONAL YTRADICIONCULTURAL179

Las relaciones con losnacionales.

180

Los parámetros del germanismo en Chile.

189

1. La lengua

189

2. La escuela.

191

3. El credo. 4. Las sociedades.

193 195

Una sensibilidad original.

197

Notas.

202

ORIENTACION BIBLIOGRAFICA

205

LA PRESENCIA GERMANA EN CHILE VISTA POR UN HISTORIADOR FRANCES

Con bascante frecuencia reitero en mis clases a los jóvenes aprendices de historiadores acerca de los peligros de caer —du­ rante su labor— en la tentación de crear mitos, en la inconve­ niencia de dejarse llevar por el vértigo de la adjetivación, en oposición al verdadero conocimiento del pasado y a una reconsti­ tución auténtica, lo que es nuestra responsabilidad como tra­ bajadores científicos, no confundidos con fórmulas temporal­ mente limitadas. Al decir conocimiento^ como lo expresa Henri-Irénée Marrou, entendemos por tal "el conocimiento válido, verdadero; la historia se opone así a lo que podría haber sido, a toda presenta­ ción falsa o falsificada, irreal, del pasado, a la utopía, a la historia imaginaria... a la novela histórica, al mito, a las tradi­ ciones o a las leyendas pedagógicas —ese pasado en aleluyas que el orgullo de los grandes Estados modernos inculca, desde la 9

escuela primaria, en las almas inocentes de sus futuros ciudada­ nos" Y yo añadiría también —de mi propia cosecha— muchos otros que no son grandes, probablemente por esa misma razón. Los nacionalismos estrechos y de poco valor tienden a esa historia en aleluya, que excluye la genuina comprensión del pasado, al propio tiempo que la reemplaza por manejos utilita­ rios, bien lejanos del espíritu de la ciencia. Formado en las tradiciones y en los progresos y avances de la escuela histórica francesa. Jean-Pierre Blancpain nos entregó primero —en el tradicional estilo académico de su medio— el “hermano mayor" de este libro2. La gruesa y voluminosa tesis de Doctorado de Estado para la Universidad francesa —escrita en gran parte en Vitacura o junto al Pacífico— vio la luz de la imprenta en su idioma original en 1974, pero no en París, sino a orillas del Rin, gracias al entusiasmo y colaboración de Johann Hellwege y de Gúnter Kahle, Director este último de la Iherische und Lateinamerikanische Abteilung de la Universidad de Colonia, cuna formativa de una numerosa generación de ameri­ canistas alemanes, moldeada por ese sabio maestro que fue Richard Konetzke. De esta manera, el largo y continuado esfuerzo del investigador francés adquirió la figura física de libro gracias a la cooperación germánica. Es necesario explicar que se trata de un volumen impresio­ nante de casi mil doscientas páginas, en cuyas diversas etapas prestó su ayuda con maravillosa paciencia y eficiencia. Annelise, la esposa del autor. Ella es alemana, aunque semeja una francesa y es capaz de imitar con pleno éxito el acento de las gentes de nuestra Vega Central. Pues bien, este corpulento libro en idioma francés ha segui­ do, por razones bien naturales a su calado, casi incógnito para los descendientes chilenos de aquellos alemanes que ayudaron a forjar una parte de nuestro territorio en el siglo pasado. Su lógico ínteres por el tema aparecía defraudado hasta el momen­ 10

to. Y para ¡os estudiosos nacionales, conocido sólo de nombte, de manera poco menos que legendaria. Los ejemplares existentes en el país, poquísimos, entre ellos el mío, siempre amenazados por la codicia y la curiosidad ajenas. Es un libro que, más que tenerlo, hay que defenderlo. Jean-Pierre Blancpain ha estado consciente de que este her­ mano mayor" de Los Alemanes en Chile tornaba casi inútiles y, en cierto modo, perdidos, los afanes de tantos años de duro trabajo por la circunstancia de que permanecía desconocido frente a un público que anhelaba —con mucha legitimidad— disponer de él y ponerlo ante sus ojos. Así, pluma y tijeras en mano, lo reescribió, adaptó y condensó, para obsequiarnos ahora con este compendio bien meditado de su obra. Pero, la obra grande en que está basada ésta, el tema, la dimensión del trabajo, el enfoque y el equilibrio intelectual indispensables para su realización, representaban arduos obstá­ culos. Los fuertes movimientos migratorios del siglo xix son de suyo complejos. El historiador precisa comprenderlos desde su lugar de origen, estudiarlos en las fuentes germinales, seguirlos en su ruta, y finalmente, observarlos en ios sitios de estableci­ miento. El medio ambiente de inserción también resulta decisi­ vo en sus posibilidades de adaptarse a la nueva realidad. Estas y muchas otras facetas de la faena del historiador, con cuya men­ ción no deseamos fatigar, aplica Blancpain en su cuidadosa construcción. Proporciona una pequeña idea de sus desvelos el hecho de que en el libro original un largo espacio, exactamente 280 páginas, bajo el rubro Sources, Eludes el Documento está dedicado a presentar el inventario minucioso de una extensísima bibliografía atingenre al germanismo chileno, que fue consulta­ da, manejada, ordenada y dividida en aspectos temáticos cohe­ rentes. Resaltan allí, de manera particular, las fuentes primarias que son el fundamento esencial del libro. Además de las muchas colecciones documentales de los archi­

11

vos estatales chilenos escrutados, el autor tuvo la destreza y la suerte de obtener el acceso a numerosos archivos familiares privados, conservados con esmero y cariño por los descendien­ tes de los primeros colonos. Piezas preciosas para el historiador, gracias a las cuales disponemos de una visión medita y antes ignorada de la población alemana en nuestro territorio, dentro de un análisis extraordinariamente cuidadoso y prudente, poli­ facético y adecuado a la multiplicidad de los requerimientos actuales de la ciencia histórica. El estudioso que desee profundizar en alguna materia de la enorme diversidad temática contenida en este compendio, debe­ rá remitirse en forma obligada al gran libro que esta detrás de él. En los limites reducidos que debe tener una presentación breve para un libro breve, no cabe tratar de asumir pormenores ni explicaciones de lo que corresponde por derecho exclusivo al creador de la obra. Ello excusa y justifica dejar a los demás adentrarse por sí mismos en la lectura de un texto que les deparará muchas sorpresas y muchas satisfacciones para el mejor conocimiento de una parte tan especifica de nuestro pasado. Sin embargo, algunos comentarios aislados pueden manifes­ tarse lícitos. Uno, a título de ejemplo, de orden cuantitativo. La proporción de emigrantes alemanes recibida por Chile, con respecto al resto de América, aparece muy reducida comparati­ vamente, pues de los aproximados diez millones que cruzaron el océano entre 1820 y 19 14, no más de 30.000 arribaron al país. La primera fase de la colonización, la oleada de los llegados entre 1846 y 1875, destacaron por su gran calidad y dotes individua­ les, tanto culturales como económicas, elementos que contri­ buyen a facilitar la comprensión de sus éxitos y de la posición preponderante adquirida en las zonas de Valdivia y Llanquihue. Recalca Blancpain que el sistema del asentamiento de los colo­ nos en torno al lago Llanquihue, chacras o predios agrícolas perpendiculares al lago, de 5 cuadras de frente por 20 de fondo, 12

escapa a los hábitos tradicionales hispanoamericanos a la vez que contrasta con ellos. Nos remite, así, a una ‘ colonización fami­ liar, de una valorización original que deja de lado la estructura latifundista ibérica ”. Eran gentes, como la mayor parte de las que tienen el coraje de abandonar el terruño, esforzadas y de trabajo, dispuestas a luchar por una vida mejor que la que habían dejado atrás. Estaban obligados a imponerse sobre una naturaleza dura y salvaje, a desbrozar bosques fríos y pantano­ sos, azotados por lluvias constantes y torrenciales. No eran las tierras suaves y acogedoras (como ellos podían imaginarlas a la distancia) de la zona mediterránea, alabadas por Goethe en su clásico poema “Mignon": "Kennst du das l^ind. wo die Zttronen blühn. Im dunkeln Laub die Goidorangen gluhn, Ein sanjter Wind vom blauen Himmel weht. Die Myrte sti/l und hoch der Lorbeer steht"\

No, no eran las tierras del limonero, del naranjo, del mirto ni del laurel. Por el contrario, aunque no en sus habituales versos sino en excepcional prosa, Neruda —otro gran poeta, surgido de estas heladas selvas australes— nos comunica imágenes de turbadora dureza y de impresionante potencia de gestación casi telúrica: "Soy también un poeta natural de aquellos bosques sombríos, que recuerdo ahora con empapada fuerza. Yo he comenzado a escribir por un impulso vegetal y mi primer contacto con lo grandioso de la existencia han sido mis sueños con el musgo, mis largos desvelos sobre el humus". ” Una gruesa capa de humus de más de un metro de espesor cubre todos los bosques de mi territorio natal. En aquella región fría y lluviosa, las hojas de los viejos árboles han ido cayendo en un inmemorial otoño. Los árboles también, los viejos troncos del pellín, del ¡urna, del ciprés, del "Drymis Wtnterey". los gigantes de la altura caen sobre la humedad de 13

la vieja tierra silenciosa de donde brota la única voz vegetal de la selva, la oración de las enredaderas inmensas y mojadas» los tentáculos del helécho boreal”.

Este nerudiano universo vegetal conformó la vida, ¡as luchas, el ambiente y hasta la arquitectura de los nuevos recién llegados. Pero, y Blancpain no lo olvida, a los emigrados no los recibía un país vacío. Sin el concurso de los braceros nacionales, que los secundaron en el desbrozamiento de las tierras nuevas, en las cuales se precisaba transformar los bosques seculares en campos de cultivo, sin esos migrantes internos, de Chiloé y otros lugares, la implantación alemana no hubiera sido posible. Re­ cuerda, en este aspecto, que el promedio máximo de colonizado­ res en las provincias consideradas “alemanas’ no sobrepasó nun­ ca el 5,5% de la población total. Y añade sabiamente: "Esto se olvida con demasiada frecuencia’. También subraya que las relaciones establecidas eran “de dominación, de patrones a obre­ ros, pero caracterizadas, en primer término, por la distancia social y cultural entre extranjeros bien preparados y chilenos analfabetos y sin especializaron, pertenecientes a las categorías más desfavorecidas del país”. Estos colonizadores mas recientes, a una distancia de casi cuatro centurias de los mitimaes incaicos de fines del siglo xv y comienzos del xvi, que habrían cambiado las costumbres (y que introdujeron hasta los quechuismos propios del habla diana actual chilena) en la zona central, aparecen a un trecho sideral de esa influencia. Es lo mismo con respecto a la acción de los conquistadores españoles, realizada con el estilo señorial y con las jerarquías que caracterizaron a la mentalidad “Antiguo Régi­ men", que había creado a la peculiar sociedad hispano-mdígena que encontraron ellos a mediados del ochocientos. Tres implan­ taciones diferentes, que serían dignas de un trabajo compara­ tivo. 14

Enere tanca temática sugerente, grata todavía a los que en pleno agitado siglo xx respetamos la fuerza creadora del espíri­ tu, surgen como actores principales de esta colonización, algu­ nos nombres, algunos personajes que seria injusto omitir, tanto como sería injusto dejar en el silencio el respetuoso y vivificante epitafio que sus contemporáneos inscribieron en la tumba de ese poeta medieval de la alegría de la existencia:

Señor Walter ron der X/ogelueide. aquel que te olvide, ¡que pena me da!

Entre estas figuras imprescindibles está Wilhelm Frick, don Guillermo", como le decían, "el mas chileno de los alema­ nes , que declaraba que la asimilación es un imperativo. El colono debe llegar a ser sangre, carne y hueso de la nación chilena". Con esta sinceridad llegó "don Guillermo" a compartir nues­ tra tierra y la perspectiva de nuestras estrellas. Blancpain anota que, como elementos motores de la migra­ ción la "miseria material y moral van... de la mano”. A los miembros de esa primera oleada en éxodo, su propia patria Ies negaba el preciado don de la libertad. Para ellos, mas que el suelo, la patria era la libertad Y decidieron buscarla y construir­ la bajo la Cruz del Sur. Karl Anwandter es otro de los personajes que sobresalen en la colonización alemana, él adquiere el valor de símbolo de lo colectivo de una época y, en esa medida, no podríamos evitar mencionarlo. Nuestro autor lo define como ”un demócrata ardiente". Después de 1848, la situación en Alemania se hizo insostenible para él y para muchos de los que, como él, simpatizaban con la causa de la libertad. Le dicen "Parta a preparar el camino, busque un asilo para los partidarios del Derecho, de la Verdad y de la Humanidad...". Vicente 15

Pérez Rosales deja constancia circunstanciada en sus Recuerdos del Pasado del cuestionario que le presentaron, a dos días de su llegada a Valdivia, Anwandter y sus compañeros. De los 18 puntos de su demanda, los tres primeros se referían a sus derechos ciudadanos, demostración plena de evidencia de sus anhelos y prioridades. Sus preguntas eran sencillas y claras. ¿Cómo el inmigrado se transformaba en ciudadano chileno?; ¿al cabo de cuánto tiempo?; ¿tendría el derecho de voto en las elecciones? De ello, Pérez Rosales reconoce gustosamente que nada encarece más a los ojos del hombre la importancia de vivir a la sombra del libre régimen republicano”5. Estos buscadores de un nuevo destino querían, en suma, construir y vivir en una sociedad libre, que les permitiera ejercitar sus derechos, iiíhe^ rentes al ser humano en cualquier época, ayer y hoy. Importante herencia, importante enseñanza. Esas fueron sus banderas, de una a otra latitud. No deben ser olvidadas ni sepultadas.

w Desearía que me sea perdonado un comentario muy personal. Es la primera vez, en más de treinta años de oficio de historiador, que me tomo la licencia de presentar un libro que no es fruto de mi trabajo. Nunca pertenecí a la profesión de los prologuistas. Varios motivos se han conjugado para que me atreviese a emprender semejante empresa. Jean-Pierre Blancpain me alude, en la edición de 1974, como uno de los que le ayudaron a conocer nuestro país. Fue una grata tarea y primeros efectos de una amistad que comenzó por la época en que nos conocimos. Portaba además, un mensaje de Pierre Chaunu, ya motivo suficiente para mí. Después, en diversos años siguientes, los Blancpain me han mostrado y

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hecho conocer mucho más de sus propios y respectivos países, Francia y Alemania. Soy yo quien les debe agradecimiento. Además, por mi parte, en el período de formación adquirí una profunda deuda de gratitud con la escuela histórica de los Annales. Disfruté en la Ecole Pratique des Hautes Etudes, VIéme Section (hoy Ecole des Hautes Etudes en Sciences Socia­ les) de las enseñanzas y de los horizontes de Fernand Braudel y de otros maestros. Ellos me revelaron mucho del mundo de la Historia. Igualmente, universidades francesas y alemanas me han proporcionado el contacto con las juventudes de los dos países una y otra vez, y al mismo tiempo, la vastedad de sus bibliotecas y, aún mejor, tantos buenos amigos. ¿Cómo evitar, pues, que brotaran estas líneas? Todavía, un argumento más íntimo, que tiene que ver con una porción de mis raíces. Herencia del lado materno, herencia —para un chileno típico— de un viertel germano, combinado con otro cuarto de una abuela nórdica, de la que sólo conocí sus ojos claros y tristes en viejas fotografías de familia. Es una de las maneras de ser de nuestra América mestiza.

111 Finalmente, para terminar, ahí está el libro, que habla mucho más por sí mismo. Nada de Historia en aleluya. Por el contrario, conocimiento histórico. Intentando unir al poeta de antes con los hombres de después ep su amor a la vida y a los atributos y derechos del hombre, quisiéramos resumir nuestro espíritu en una fórmula simbólica:

Señor Frick, señor Amvandter, aquel que los olvide, ¡qué pena me da! alvaro jara Santiago, fin de mayo de 1985. 17

NOTAS 1.

Marrou, H.l. 1968. El conocimiento histórico, Barcelona: Editorial Labor, pág. 28.

2.

Blancpain, Jean-Pierre. 1974. Les Allemandi au Chih (1816-1945 h

Bóhlau Verlag Kóln Wien. 3.

Traducción española de este conocido poema puede verse en J.W.

Goethe, Obras Literarias, M. Aguilar, Editor, Madrid, 1944-45, 2 vols.

Esta figura en el t. i, pág. 348. La versión alemana es gentileza de Karin Eggers. 4.

Neruda, Pablo. 1955. Viajes, Santiago: Editorial N ase i mentó, págs. 57-58.

5.

Pérez Rosales, Vicente. 1930. Recuerdos del Pasado (1814-1860), San­

tiago: Empresa Zig-Zag, 2 vols. Cita, t. II, págs. 111-112.

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PREFACIO

I EL TEMA, bastante manido, del aporte alemán al progreso de Chile parece clásico, ello se debe sin duda a que la mayoría de los que lo han tratado sólo se han limitado a dar vueltas en redondo, como compiladores acuciosos empeñados en seguir venerando una edad de oro. No hay asocia­ ción germano-chilena que no se haya complacido en la conme­ moración de sus orígenes, en el recuerdo de los primeros tiem­ pos, siempre heroicos, en la evocación de grandes antepasa­ dos”, guías de la inmigración, cuya personalidad ennoblece a lo colectivo y ayuda a definir los “centros” del germanismo en Chile. En buenas cuentas, estas repeticiones y estas pirotecnias informan más sobre las intenciones de los oficiantes que sobre su objetivo. Vistas, demasiado a menudo, como un epifenómeno de la historia nacional, la inmigración, la colonización y la “coopera­

S

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ción" alemanas, alabadas o vituperadas, han servido esencial­ mente, por otra parte, de argumento para apuntalar juicios de valor europeos o imperialistas y, a veces también, nativistas o socializantes, pero siempre egocéntricos, desprovistos, en con­ secuencia, de la perspectiva y de la altura de miras necesarias para una apreciación imparcial e interpretaciones serenas. El tema seduce de inmediato, sin embargo. Los alemanes llegan tarde a América Latina y particularmente a Chile. Son los últimos, pues como dice Poeppig ya en 1827, el mundo está repartido. Para ellos, Chile es un puerto, y el lugar que les está reservado es modesto, geográficamente circunscrito, explorado apenas y, lo que es más, difícil de ocupar. Ahora bien, difícil­ mente un puñado de hombres hará tanto, y en tan poco tiempo, como los alemanes en Valdivia y en Llanquihue, después de 1848. En todos los campos sus "índices de logros' son asombro­ sos. ¿Cómo, entonces, no sentirse tentado a reencontrarlos, a seguirlos, gracias al legado de memorias fieles, desde la época de los precursores y de la Alemania agitada de los años previos al 48, hasta la "gesta pionera", cuando esos constructores de tierras" excepcionales entran brusca y definitivamente en la historia de Chile, confiriéndole una dimensión europea nueva? Hay, sin embargo, dos problemas fundamentales que es nece­ sario tener siempre presentes: el manejo de una documentación considerable y varia, chilena y alemana, oficial y privada, accesi­ ble o celosamente guardada y, por otra parte, la inserción del tema en el doble contexto de la historia de Chile y de la del mundo occidental y de las migraciones intercontinentales del siglo pasado. Así toda indagación sólo puede ser llevada en un vaivén constante entre dos países, dos sociedades, dos culturas, cuidando siempre, para apreciar mejor, de permanecer en la intersección de esos dos universos de pensamiento. Es a los teóricos y a los paladines de la inmigración a quienes conviene ceder la palabra en primer término, luego a los guías y a los

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migrantes mismos, toda gente letrada que ha dejado por escrito sus impresiones, con tanto mayor interés cuanto que la migra­ ción representaba para ellos el momento crucial y la aventura de toda una vida. Hay que recurrir, pues, al tesoro cultural de la germanidad americana para retrazar los antecedentes de la colonización, analizar los caracteres originales del aporte migratorio y de su desarrollo demográfico, recordar, asimismo, las decepciones al llegar, las trabas que hubo que vencer, el paisaje que se debió modificar, y hacer, finalmente, el balance de los resultados materiales obtenidos. Pero el punto de vista chileno también es importante; él ha condicionado por igual la instalación y los logros de los recién llegados, las modalidades de su inserción en la comunidad nacional, su aculturación progresiva eventual o el mantenimien­ to de una identidad ajena al medio. Para comenzar, ¿cómo vieron y acogieron a los recién llega­ dos los chilenos de cepa? ¿Con qué clase de nacionales tuvieron que habérselas? ¿Qué política oficial se siguió en materia de colonización? ¿Cómo estaban organizados y articulados los ser­ vicios? ¿Cuál fue el análisis que los funcionarios locales —inten­ dentes y gobernadores— realizaron, ya fuera para el Ministro del Interior o para el Supremo Gobierno? Estas y otras preguntas se plantean de inmediato, en cuanto a la diferencia radical de dos conglomerados humanos y al contac­ to de sus culturas, todo lo cual no puede ser tratado a fondo en el ámbito de una simple presentación*.

•Ver nuestro trabajo en francés Les AUemands au Chtlt 1816-1845. Colonia, Bohlau Verlag. 1974, lo mismo que otras publicaciones nuestras concernien­ tes a ios problemas de la inmigración europea en Chile (Cf. orientación

bibliográfica).

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Con posterioridad a 1880, reaparece, entre Chile y la Alema­ nia unificada, un vínculo privilegiado, de naturaleza entera­ mente distinta, a pesar de que ya anuncia los problemas inheren­ tes a las diversas formas de cooperación de hoy. Es el que dice relación con la enseñanza, con el ejército y con las misiones religiosas,en todo lo cual el Imperio Alemán ocupa, hasta 1914, un lugar de preeminencia. También en esto hemos creído conve­ niente no limitarnos sólo a una simple mención o a un catálogo de medidas más o menos eficaces, sino, por el contrario, inten­ tar, sin prejuicios, un balance de lo que fue este concurso, en tres sectores decisivos, ligados a la evolución, al florecimiento y a la promoción de la más antigua nación del "cono sur". Ya se la considerara ejemplar o execrable, esta cooperación nunca dejó indiferentes a los chilenos. Esto lleva a reflexionar sobre las pretensiones mesiánicas o imperialistas europeas, como también sobre ciertas ilusiones en relación con la adopción precipitada de instituciones y de sistemas foráneos. ¿Qué justificación dar a este libro? Habría sido injusto y paradójico privar al público chileno de la reflexión —de un europeo, es cierto, pero que procura ser imparcial—, sobre una comunidad de otra raza que, aún hoy, corre el riesgo de seguir incomprendida de la mayoría. Esta reflexión proviene de una investigación directa y vivida, tanto como de un apego profundo y durable del autor, a Chile, a su tierra y a su gente. Por su existencia misma, por la persistencia de su lengua, de sus costumbres y de su idiosincrasia, los germano-chilenos son un testimonio de las afinidades espirituales entre Chile y Euro­ pa. En tanto comunidad original, dueña de sus iniciativas, de sus movimientos y de sus opiniones, ellos son como un home­ naje al espíritu libertario de los chilenos, tradición hostil a toda asimilación apresurada, autoritaria o empobrecedora. Ojalá que este ensayo arroje nuevas luces sobre los capítulos 22

más originales y controvertidos de la historia republicana de Chile, una historia que, de Philippi a Claude Gay, no ha cesado de seducir, de entusiasmar y de cautivar a los extranjeros inteli­ gentes. JEAN-PIERRE BLANCPA1N

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CAPITULO

I

PROMOCION Y DESAJUSTES DEL CHILE INDEPENDIENTE

A) UNA REPUBLICA MODELO

AY CONSENSO, en general, en considerar al Chile del siglo xix como una feliz excepción' en America Latina, según la expresión de Alberdi. El historiador Tulio Halperin califica al tiempo de Portales de éxito mayor en la Hispanoamérica republicana’ 1 y Francisco A. Encina se refie­ re a él como a un ”milagro sociológico . Atibado por viajeros extranjeros, apreciado por los exiliados que se refugian en él, servido por una administración publica provincial cuya calidad no se pone en dudas, ¿no es, acaso, el Chile posterior a 1830, la única república del continente que garantiza las libertades esen­ ciales, que respeta las reglas constitucionales libremente con­ sentidas, que es como una asombrosa réplica ultramarina de la Europa progresista? En medio de las Américas inestables y

H

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fraccionadas, él emerge como la única comunidad iberoamerica­ na de hombres libres, simultáneamente receptiva a las ideas positivistas y europeas y sensible al sueño jeffersoniano de la felicidad. Fieles a sus compromisos, sus presidentes se esfuerzan por salvaguardar el honor en el exterior y por mantener el orden interno. De este modo, no es de extrañar que, hacia 1850, Chile aparezca como un oasis de paz y un asilo contra la opresión. Paladín de la inmigración europea que quiere eliminar distan­ cias para amarrar definitivamente Chile a Europa, Vicente Pérez Rosales escribe proféticamente en 1854: “La palabra ' extranje­ ro” en cuanto a sus efectos sobre el hombre en particular es, en sí misma, inmoral. Debe desaparecer del diccionario. La palabra extranjero ha sido suprimida en Chile... Hermano es y chileno si a Chile se acogió"2. No hay falsedad en esta representación aun cuando, como lo recuerda Gonzalo Vial, empezarán a acumularse muchos proble­ mas económicos y sociales cuya solución se verá siempre poster­ gada. En lo inmediato, en tiempos de Bulnes y de Montt, los males tradicionales que preocupan son el atraso y lo inacabado del territorio. Si Chile siente la necesidad de recuperar su tiempo y de eliminar su atraso —un atraso que es el de roda Iberoamérica respecto al tiempo aún europeo del mundo—, ello se debe, sobre todo, a que su "intelligentsia" dirigente está consciente de los obstáculos que hay que salvar, mientras que en los países vecinos rudos caudtllos aún se empeñan en alzar al campo contra la capital o en guerrear entre sí, de una provincia a otra. B) UN TERRITORIO INCONCLUSO

Como en otras latitudes de América lo inacabado del territorio es, sin duda, la insuficiencia más notoria, teniendo en cuenta 26

sobre todo, el “uti possidetis” de 1810 ó 1818. En lugar del Chile colonial que se extendía de un océano al otro y que abarcaba, más allá de los ríos Quino y Diamante, la mayor parte del cono sur, él se reduce a un rincón exiguo de ese dominio global. El Chile verdadero está apretado entre los Andes y el mar, limitado al norte por el desierto y, al sur, por la selva ocupada, hasta 1880, por la Araucanía indómita. La soberanía del Director Supremo O’Higgins, se limita al Núcleo Central, más o menos el tercio del Chile actual, isla agrícola útil de unos 30 a 40.000 km2, y cuya ocupación remonta a la época de la conquista. Muchos viajeros extranjeros, de Lips a Caldcleugh, confirman esta delimitación geográfica que se mantiene no obstante la frecuencia de los contactos y la multiplicidad de los intercambios con los araucanos. Más allá de la Frontera, al otro lado del Toltén y antes de la región ingrata de los canales y las islas, existe otro Chile, oceánico y selvático, poblado por pacíficos huilliches los que, aprovechándose de las luchas por la independencia, vuelven a tomar posesión de los Llanos de Osorno, repoblados, no hacía mucho por Ambrosio O'Higgins, en 1780. Toda esta región de los volcanes y de los lagos—Riñihue, Raneo, Puyehue, Rupanco, Llanquihue— está cubierta por una majestuosa selva primi­ tiva que, alrededor de los años 1830 ó 1840, causa el asombro de los pocos extranjeros que se aventuran en ella. En la cartografía de ese Sur dormido que acaba de reunir Gabriel Guarda\ se puede seguir el inventario y la pacífica reconquista emprendida por el Chile republicano adolescente. De 1845 a 1875, la colonización alemana, siguiendo de cerca esta reexploración sistemática, va a abordarlo, a penetrarlo, a transformarlo—desde los esteros valdivianos hasta las orillas del Llanquihue—, incorporándolo definitivamente a la continui­ dad territorial nacional. Pero aún hacia 1840, no son más que tierras de monte, recobradas por la selva, cortadas por 27

ciénagas, borradas de la memoria”, al decir de un intendente de Valdivia*. En este Chile austral abandonado, subsisten sin embargo, dos puntos de apoyo, dos bastiones del antiguo poderío ibérico sobre "la mar océano”, desde la desembocadura de Magallanes: la ciudad de Valdivia, cuya importancia colonial es recordada por Gabriel Guarda y la isla de Chiloé, dependencia exterior languidecente, ambas realistas recalcitrantes, que se unieron

tardíamente a la República; Valdiviaen 1820 y Ch11 oé, seis años mas-tarde. Finalmente, mas lejos aún, allí donde nada existe, salvo el recuerdo de Sarmiento de Gamboa, las tierras magallánicas esperan la reocupación, la que les llegará con el viaje de la goleta Ancud, en 1843, y la fundación del Fuerte Bulnes. La dimensión del país será asi considerada realmente, y una especie de conciencia geográfica del Estado permitirá poner atajo a las pretensiones foráneas. Desde Europa, el Chile republicano naciente se ve como un enclave; pero en comparación con una Argentina aun virgen y deshabitada, es un enclave poblado, una provincia hispanoame­ ricana plena: 586.000 almas, según el censo de 18 13, mas de un millón, en 1835 —sin contar los araucanos—, cerca de dos millones, al promediar el siglo. Por su demografía, él ya ofrece una resistencia cierta al aventurerismo armado, a la violencia anarquizante y a los intentos de levantamiento, que sólo logran afectarlo en 185 1 y 1859, en tanto que ellos paralizan el impulso de los países vecinos. Esta precocidad en la toma de conciencia de lo nacional, unida a lo inacabado del territorio, favorece el papel de avanzada de una eventual inmigración europea. Esta depositará su con­ fianza en un país estable, organizado y con estructura políticas sólidas, al mismo tiempo que ejercerá su acción en su parte virtual y sinuosa que el tiempo colonial moriente apenas si había tocado. El extranjero tendrá su lugar en Chile, y a él le corres28

pondera el honor y el beneficio* de llevar a cabo la unidad territorial del país, para que éste pueda establecer sus fronteras a la mayor brevedad, en pos de su seguridad y de su prosperidad.

C) DISTORSIONES ECONOMICAS Y SOCIALES Territorio inconcluso, como lo son igualmente su economía y su sociedad. El Chile del siglo xix, a la vez Estado de Derecho y República de élites, está dominado, a partir de Portales, por una aristocracia de negociantes y terratenientes y regido, desde el siglo xvin, por el sistema del inquilinaje y su complemento, el peonaje y la errancia. Hacia 1850 se ve afectado por una relativa presión demográfica que, a pesar de los discursos modernistas de los hacendados y de la presentación del maquinismo anglo-sajón, no acarrea ningún proceso serio de modernización. Los progresos representados por el telégrafo, el ferrocarril, la instrucciónpública, las industrias extractivas y ios intercambios, deben ponerse al haber del capitalismo extranjero y de gobiernos imbuidos de la religión positivista del progreso indefinido. Pero el Chile "profundo”, entiéndase mayoritariamente rural J apenas si evoluciona. Según datos de la Sociedad Nacional oe^Agricultura la producción es. a fines de siglo, * dgfadente y pobre^) eliminada a partir de 1870, de los mercadoTTlel Pacifico~yde Europa, servidos por las exportaciones masivas de los países nuevos. Ansiosos de hallar oidos en una conciencia colectiva nutrida de valores occidentales, a pesar de la pobreza de la mayoría, los más eminentes espíritus chilenos se dolerán tempranamente de la "indolencia criolla", considerada como la única responsable de los retrasos que se denuncian. Pondrán sus esperanzas, a partir de 1830, en la venida de "brazos calificad^, artesanos, especia­ listas, jefes de obra, dispuestos a comunicar su saber y sus procedimientos a un país víctima de la rúcela española. Ilustra­ dos, pero prudentes, ellos ponen en guardia sin embargo contra-

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la admisión masiva e incontrolada de inmigrantes indiscrimina­ dos que pueden poner en peligro el orden político y económico del que son garantes y beneficiarios. La selección extranjera que ellos preconizan tendrá por ímsio^el hacer frvánzar a la mejor

parte” del pueblo chileno. Asi pues, colonización y educación, son una doble y difícil misión de voluntarios que se querrá excepcionales y que habrá que ir a buscar a Europa. Entusiasta y exigente, este discurso aristocrático de promoción de un país mal conocido tardara todavía mucho en hacerse oír. D) INMIGRACION IMAGINARIA Y PROYECTOS DE COLONIZACION DE 1820 A 1850 La inmigración alemana —la primera en data de las oleadas migratorias europeas hacia este país y la mas importante tam­ bién por sus efectos inmediatos— fue el resultado de una conjunción de esfuerzos y de circunstancias. El espíritu de aventuras que se supone característico de los alemanes se incor­ pora a los sucesivos proyectos oficiales chilenos, de 1810a 1848. Conviene aquí recordar brevemente las disposiciones de estos. En la primera parte del siglo xix. la idea del aporte de inmigrantes europeos surge repetidamente en las declaraciones de propósitos de los Proceres. Ya en 1811. José Miguel Carrera había encargado a su representante en Londres, José Antonio Pinto, que reclutara colonos irlandeses para defender lo que se llamara después la Patria Vieja, expuesta al regreso afrentoso de España. Consolidada la emancipación, sus sucesores multiplica­ ran proyectos y leyes de inmigración, en 1824, 1825. 1838, 1842. Recurrir a Londres es, pues, la cosa mas natural. ¿Acaso no fue con la ayuda inglesa que Chile se liberó? Ademas, ¿no fue Cochrane quien tomó Valdivia? 30

No falcan buenas razones aparentes para preferir a los irlande­ ses. De O Higgins a Mackenna, hubo numerosos irlandeses en el último período colohial, como asimismo en el de la Ilustra­ ción y en el de las luchas por la Independencia. Se piensa además que ellos se amoldarán, mejor que otros, a un sistema económico dependiente de Inglaterra. Finalmente, el campesino irlandés conoce la hambruna y la opresión. Duro para el trabajo y católico ferviente, hallará en el sur de Chile, el clima, los lagos y el verdor de su isla. La Gran Isla de Chiloé /no es acaso como una Irlanda de las antípodas, en donde se dan en abundancia todas las variedades de papas silvestres descritas por Darwin, quien estuvo en la isla en 1834? ¿Sus habitantes, como los de la verde Erin, no cultivan también el lino y el centeno? ¿No son, igualmente, criadores de cerdos, pescadores y emigrantes? Des­ de 1825, un proyecto habla de instalar 500 familias irlandesas en la Araucanía; en 1848, el inglés Dow propone 10.000, comprometiéndose a protegerlas de los indios, pero sin precisar su ubicación. La Sociedad Nacional de Agricultura es más realista cuando afirma que esos colonos "no pueden razonable­ mente instalarse entre Bío-Bío y Toltén, ya que ese territorio aún no está sometido", y que hay que buscar más allá, "en la región situada al sur de Valdivia, donde las tierras vírgenes son extensísimas"6. Pero aún hay otros obstáculos e incertidumbres que dificul­ tan la realización de esos proyectos. Hasta 1850, Chile no goza en Europa de una reputación muy favorable. Se le asimila a sus vecinos, por simple evocación de una persistente leyenda negra anti-hispánica. Agréguese a eso la distancia —¿no es el fin del mundo?—, el Cabo de Hornos, los araucanos y la falta de una descripción pormenorizada, ya que Humboldt no-se detuvo allí. Por otra parte, ¿serán las propias colonias proyectadas quienes deberán asegurar su supervivencia y su protección contra las incursiones mapuches? Los teóricos de la colonización, Duval o 31

Vicente Pérez Rosa les. nombrado en 1H57 "Agentt de Colonización de Chile en Europa"

Leroy-Beaulieu, en Francia, Marcial González, en Chile , esti­ man indispensable realizar trabajos previos de acceso y de des­ broce, en tanto que los proyectos estatales sólo hablan de entre­ gas, de reembolsos, de derechos de arrendamiento a largo plazo que gravarían la instalación de los colonos. De este largo período de vacilaciones y de buenos deseos, sólo es de citar una disposi­ ción: el lugar de instalación de los futuros asentamientos. Se piensa en el Chile de la región de Valdivia, más allá de la Frontera, y cuya colonización favorecerá al mismo tiempo el cerco y la no expansión de la ■barbarie". Desde esta época se advierten ya, sin embargo, los temores de un enquistamiento alógeno y, por consiguiente, la necesidad de una mezcla inme­ diata entre chilenos y extranjeros. A partir de los años 50, luego que el fracaso de las revolucio­ nes de 1848 en Europa hubo aumentado el flujo migratorio hacia las Américas, los alemanes ya se encuentran instalados en Valdivia. Un poco tardíamente, e impelido por la necesidad, todo patricio chileno aparece entonces prohijando un proyecto. Futuro protector de la Colonia de Llanquihue, Vicente Pérez Rosales sueña, en 1854“, con tener su propia sociedad de emigración. Su tío, Javier Rosales, por veinte años ministro de Chile en Francia y "el más parisino de los chilenos", comenta los infructuosos intentos de su gobierno9, y Ramón Irarrázaval, embajador en Lima, predica la importación de coolíes chinos. Para pasar del dicho al hecho, el mismo Pérez Rosales, nombrado en 1857 Agente de colonización de Chile en Euro­ pa" con asiento en Hamburgo, escribe su "Ensayo sobre Chile", un Chile ordenado, bucólico y prometedor, ai que sólo falta un toque europeo final. Dos años antes. Vicuña Mackenna había publicado —en francés también, ya que esta lengua le era tan familiar como a Pérez— un Chih considere sous le rapport de son agriculture et de l'tmmigration européenne cuya-retófica romántica debería haber seducido a los vacilante®. Un eden. dice, est>era 33

aquí al intrépido. Clima saludable, inexistencia de rivalidades paralizantes, administración pública comprensiva, libertad de iniciativa, espacio ilimitado: el colonizador, al igual que el amante de una naturaleza intacta no podrían menos que sentirse felices allí: "Inmensas regiones aún inexploradas, de una fertilidad ina­ gotable de las que los habitantes futuros cosecharán los eternos frutos. Aquí es donde los hijos de Europa que se dirijan a Occidente detendrán su peregrinar para formar sus hogares. En este Chile, solemne por sus bosques seculares, sonriente, por sus praderas de eterno verdor..."10. A estos arranques líricos, el colono alemán había respondido ya con su presencia, pero el autor aún no lo había visto. Diez años más tarde, reincide con un informe sobre la inmigración extranjera11 en el que mezcla la observación con las mismas utopías. Este documento contiene, sin embargo, muchas ense-’ ñanzas sobre algunos tenaces prejuicios aristocráticos. Sigue predicando la formación de comunidades aldeanas nuevas en las que extranjeros "sobrios, trabajadores y amanees de su hogar" estarían codo a codo con los nacionales promoviendo una refor­ ma sin revolución y el progreso inteligente de un pueblo prisio­ nero de estructuras coloniales aún. Pero, ¿a qué nacionalidades apelar? Si el piamontés es, de los italianos, el único aceptable; si el suizo es de desear, por su experiencia en migraciones y el vasco, por su honradez a toda prueba —no obstante su obstina­ ción en regresar una vez que ha hecho fortuna—, el irlandés parece demasiado turbulento, el español, incapaz de olvidar que antaño fue el amo de América, y el francés, demasiado superfi­ cial e inconstante, "ave de paso que carece de espíritu religioso y que derrocha en palabrerío lo mejor de sus fuerzas". Del inglés puede admirarse su sentido de justicia y su espíritu tolerante, así como su apego a las instituciones liberales, pero sólo es un buen colono en su medio, en un mundo anglo-sajon y desdeña siem­ 34

pre el país que explota. Si codas las nacionalidades pueden resultar convenientes, es el alemán quien, según Vicuña, es el mejor colono y 'también el menos peligroso para la debilidad de Chile”, por venir de un país dividido, incapaz de recurrir a los cañones para venir en ayuda de sus nacionales. Por su carácter, por sus costumbres, por su propensión a la vida comunitaria, la “raza alemana” es la más apta para mezclar­ se con la chilena, para inculcarle los ejemplos más saludables. Los "brazos alemanes" son los mejores y el colono de origen germánico puede, desde ya, disfrutar de las primicias de su esfuerzo, en este Chile austral que le recuerda su país de origen. Aunque aún no ha ido al lugar mismo a observar a los alemanes en su trabajo, Vicuña no escatima elogios para ellos en la segunda parte de su informe. ¿Cómo iba a imaginar que cinco años más tarde, con la unificación alemana, bajo la égida de Prusia, la imagen del alemán de ultramar iba a cambiar radical­ mente y que, luego de 1880, gracias a la celebración pangermánica, ella sería la cristalización de la obsesión de un Estado dentro del Estado, y del peligro de una raza diferente que permanecería obstinadamente aparte? Pero, por ahora, la intelligentsia chilena aún ignora los primeros pasos tímidos de una aventura asombrosa. Hay que partir de Alemania para esclarecer lo que fueron la época de los precursores y los antecedentes laboriosos y personalizados de esta migración.

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NOTAS DEL CAPITULO i

1.

in Histotre contemporaine de !'Amengüe latine, París, 1972, p. 126.

2.

in Memoria sobre Emigración. Inmigración y Colonización, Santiago, 1854, p. 20.

3- cf. Cartografía de la Colonización alemana 1846-1872. Ed. Universidad Católica de Chile, Santiago, 1982.

4. Archivo Nacional de Chile. Min. del Interior, Valdivia. Voi. 328, 1854-

1855, p. 175. 5. cf. Historia de Valdivia. 7552-/952. Santiago, 1952. Un Río y una Ciudad de Plata, Itinerario histórico de Valdivia. Valdivia, 1965.

6.

Informe del 24 de marzo, 1842, in PEREZ

canto,

Breves Noticias de la

Colonización i de la Inmigración en Chile. Santiago, 1848.

7. cf. J. duval, Histoire de l’émigration européenne. asiatique et afncame au XlXe stecle; ses causes, ses effets. París, 1862; p. leroy-beaulieu, De la colomsation chez les peuples modemes. París, 1847; m. González, La Europa

y la América. La Emigración europea en sus relaciones con el engrandecimiento de las Repúblicas americanas. Santiago, 1848. 9.

10.

in Apuntes sobre Inmigración i Colonización. París, 1853. Le Chih consideré sous le rapport de son agnculture et de I émigration européenne. París, 1855, p. 127.

11.

in Bases del Informe presentado al Supremo Gobierno sobre la Inmigración

extranjera por la Comisión especial nombrada con ese objeto. Santiago, 1865.

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CAPITULO

¡I

PRECURSORES Y PROMOTORES DE LA INMIGRACION ALEMANA EN CHILE

A) IMAGEN ALEMANA DEL CHILE ANTERIOR A 1848

NTES DE 1830, año en que se multiplican los "tours

A

du monde”, muchos alemanes ya habían visto Chile o habían hecho escala en Ancud, Concepción, Valparaí­ so o Copiapó. El escritor Chamisso que llegó en el "Rurik”, en plena guerra de emancipación, en 1816, fue uno de los prime­ ros. Tuvo tiempo, sin embargo, para leer y apreciar el compen­ dio del abate Molina. Pero el mejor observador de los albores de Chile fue, sin duda, Eduard Poeppig. Su "Viaje"1, recientemen­ te reeditado y traducido, es un testimonio de gran valor sobre la sociedad chilena de la época. Sabio modesto, eclipsado por la gloria de Humboldt, queda impresionado por el movimiento de Valparaíso; evoca, con precisión y brillo, una sociedad urbana en

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contacto con Europa, y analiza minuciosamente el mundo rural chileno, inmóvil y replegado, que tiene como base el inquilinaje y donde reina el vagabundeo y el bandolerismo ocasional. Los relatos científicos se acompañan de relatos de aventuras, imágenes populares y exóticas, cuyos autores rivalizan con las avalanchas fantasiosas de los autores franceses —Cyrille Laplace, Gustave Aimard y su “Araucan”, Paulin Niboyet o Jacques Arago, cuyos “Deux océans” son recorridos y cantados ¡por un ciego! Por el contrario, los “Viajes a América del Sur” del barón de Bibra, llegan inteligentemente al público popular alemán y hacen juego, en cuanto a la temperada América del Sur, con las "imágenes” que Karl Postl da sobre la secesión tejana y la guerra de una gran nación. ¿Habrá que ver, en el origen de las vocaciones migratorias hacia Chile, a los geógrafos alemanes que, en esa época vieron o evocaron fielmente a este país, Guts-Muths, Ritter, Andrew, Wappáus? No, por cierto. La inmigración alemana es la resul­ tante de una larga paciencia, de esfuerzos combinados o diver­ gentes, siempre puestos en tela de juicio. En la Alemania de entonces, Chile es apenas un país lejano, de clima riguroso, poblado por indios antropófagos, víctima de continuas revolu­ ciones y sometido al yugo de una negra intolerancia. De 1830 a 1848, el tiempo de las exploraciones y de los riesgos, pródigo en intrepidez, en visionarios, en soñadores y en impulsos fallidos, constituye la deslumbrante prehistoria de la colonización. Pero es, ante todo, la historia de una idea, de un deseo, del proyecto a la eclosión, de la formulación a la realización2. No hay que confundir precursores y pioneros; a cada cual debe darse lo suyo, aun cuando esos antecedentes de la colonización, a fuerza de veneración, sufran más tarde enojosas deformaciones.

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B) LA ‘GESTA” DE BERNHARD EUNOM PH1L1PPI

Sin Bernhard Eunom Philippi^cs muy probable que jamás hubiere habido colonización alemana en Chile. El representa el impulso generoso de un romanticismo tardío, la hazaña realiza­ da en un país lejano en que el sueño se realiza y resarce de todos ios sacrificaos. "Hice de la colonización alemana el objetivo supremo de mi vida”, dice en 1852. Discípulos o rivales adheri­ rán al proyecto, lo precisarán y lo enriquecerán hasta la leyenda; pero el padre de la colonización, el visionario, es él, sin lugar a dudas. Los Recuerdos del Pasado, de Vicente Pérez Rosales, son un testimonio valioso de ello. Sin este ardiente abogado de la colonización alemana en Llanquihue, la empresa no hubiera llegado lejos y Santiago no la habría apoyado. Es a Philippi, pues, a quien corresponde el mérito de haber redescubierto el Sur y de haber dado el impulso inicial a la colonización. Su vida es una novela y sus biógrafos forman legión: pangermanistas o nacional-socialistas en su mayoría, proclives a exaltar la raza, el terruño y la sangre, que hicieron de él un nuevo Sigfrido, ornado de una nobleza natural, héroe nórdico de drama wagneriano que surge del combate cubierto de gloria5. Es el guía, el hombre providencial, el jefe carismático de una obra alemana que ilumina los confines del mundo... Pero, ¿quién es, en verdad? Un aventurero, a no dudarlo; pero en el sentido noble de la palabra; casi un autodidacta, impulsivo y generoso, dotado de cualidades físicas excepcionales y de una naturaleza de vencedor. Es de temperamento impulsi­ vo, irreflexivo; pero tiene talentos múltiples. A su sentido práctico innegable une un don de simpatía que explica su arte, para algunos, diabólico, de la persuasión. Su valor, su energía y la excelencia de sus cualidades humanas lo llevaron a no conocer el miedo y explican su éxito ante los navegantes extranjeros y ante las autoridades chilenas. 39

B.E. Phthppi en uniforme de Sargento Mayor de ingenieros. Cuadro de R.

Monvoisin. Biblioteca Nacional.

Nacido en Berlín, en 1811, es el hermano menor de Rudolf Amandos Philippi, geógrafo y naturalista, chileno de corazón y de adopción, quien le sobrevivirá cerca de medio siglo. La familia tiene pretensiones de nobleza; pero el padre, inestable, violento y veleidoso, es poco menos que un patán que, de vuelta de Waterloo, constituye la desesperación de su esposa, con sus calaveradas. Eunom, —así lo llamaban, según su hermano—, se parece a él: el mismo carácter azaroso, la misma inestabilidad, la misma indiferencia por el estudio, el mismo espíritu indepen­ diente. El matrimonio desavenido concuerda, sin embargo, en enviar a los dos hermanos a Suiza, al colegio Pestalozzi, de Yverdon. Pero mientras que Rudolf Amandus estudia plantas o se pasa los días en la biblioteca del colegio, el hermano menor, luego de un fracaso escolar, elige la vida activa, se hace marinero de cubierta y después, piloto en Danzig, San Petersburgo, Nueva York, Veracruz. A los veinte años, el 21 de enero de 1831» acompañando al Dr. Meyen quien hace colecciones en ciencias naturales, llega a Chile, por primera vez, a bordo del "Prinzess Luise”, que va rumbo a la Polinesia. A su regreso. Philippi ya está haciendo labor de geógrafo, dibujando y descri­ biendo archipiélagos, volcanes y atolones, con una precisión notable. Es, sin duda, su primer escrito. Seis años más tarde, está de nuevo en Chile, con otro natura­ lista, Segeth, con el que se asocia luego, poniendo así fin a su carrera en la marina prusiana. Juntos recorren Chile central, después Perú; se quedan algún tiempo en Tarma, antes de separarse, ya que Eunom no soporta la insolente autoridad del "sabio” que lo explota. Siguiendo los consejos de su médico, vuelve a Chile para curarse de una fiebre maligna y, a la aventura sin objeto, sucede ahora la pasión de toda una vida. En Chiloé compra un viejo barco, llega hasta el archipiélago de Chonos, explora el Corcovado y hace, de Chiloé Grande y del archipiélago de Calbuco, un inventario que envía a su hermano

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Carta del Intendente de Ancud. D. Espiñeira en que solicita prestar todo tipo

de ayuda a Don Bernardo Phthppi durante su permanencia en esa región.

para que lo presente a la Sociedad de Geografía de Berlín. Én el curso de uña tercera estada en el Sur, en 1841, emprende el reconocimiento de la región valdiviana inexplorada, informan­ do a la Sociedad de Berlín, sobre la ubicación de los grandes lagos subandinos, el trazado de sus desagües y las confusiones de la toponimia indígena. Otra comunicación, febrero de 1842, sobre el lago Llanquihue—Purahila, Huenauca oQuetrupepata para los indígenas— constituye el testimonio más antiguo sobre este lago, redescubierto por Philippi, y que diez años más tarde habría de convertirse en el centro de la colonización alemana en Chile. Mientras tanto, Philippi toma contacto con las autoridades locales, para obtener apoyo y proseguir sus trabajos. De Domin­ go Espiñeira, intendente de Chiloé, obtiene peones y víveres para explorar las riberas del lago, partiendo del Golfo de Reloncaví, diez años antes que Pérez Rosales. Al año siguiente entrega un relato tan detallado como entusiasta de esta exploración fascinante. Realiza luego un nuevo viaje ida y vuelta Ancud-Osorno, por el antiguo "camino real de tiempos de Ercillay, para probar que había llegado a los Llanos, le trae de allá un queso al gobernador de Calbuco. Nuevo viaje de Maullín a Osorno, en marzo de 1842; nuevas estadas junto al lago, en febrero de 1843 y en 1845, todo lo cual se traduce, al año siguiente, en el primer mapa valedero de la región. La idea de una ventajosa inmigración alemana es, pues, tan antigua como el descubrimiento. En 1841, Philippi dirige al gobierno chileno, por intermedio de José Ignacio García, inten­ dente de Valdivia, el primer proyecto en tal sentido. Habrá otros cuya aceptación no irá más allá de las palabras. Pero ha logrado lo esencial: después de los funcionarios chilenos, inclina en su favor a los medios científicos alemanes, convence a los geógrafos Andrew, Ritter, Gersting y, sobre todo, a Wappáus

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quien da a conocer sus proyectos en Alemania y publica, en 1846, su primer testimonio de propaganda sobre este país: "líber die Voriha le welche das südltche Chile für deutsche Áusuanderer hiele!" ("Sobre las ventajas que el Chile austral ofrece a emigrantes alemanes"), como apéndice de su propio trabajo sobre "La emigración y la colonización alemanas". Esta fiebre de exploración y de colonización, Philippi la comunica a todos, en el terreno mismo, ya se trate de compatrio­ tas de Valparaíso o de funcionarios chilenos. Gracias a él, Salvador Sanfuentes, el poeta intendente de Valdivia, decide la exploración sistemática de tierra adentro. Ambos se hallan a orillas del Raneo, en enero de 1846, y regresan a Valdivia, de noche, por el Bueno, en la lancha que Philippi conduce con destreza, en medio de torbellinos y de troncos de árboles. Algunos años después Muñoz Gamero y luego Vidal Gormaz completarán el trabajo que comenzó Philippi. No se peca enton­ ces si se dice que, a partir de 1846, Philippi se hizo acreedor al reconocimiento chileno. En mayo de 1843 tiene lugar un acontecimiento singular que, al menos en apariencia, desvía a Philippi del objetivo que se había fijado. Este alejamiento de la "misión" sella, de hecho, la unión del héroe con su patria adoptiva. Pero es quizás su sed de acción lo que explica su decisión de unirse a la expedición que, con el "Ancud", parte a tomar posesión de la ruta magallánica abandonada luego del desastre de 1583. En- esta época, Philippi ya es chileno, nombrado Sargento mayor de Ingenieros, por su amigo, el presidente Bulnes. La historia de lo que pasó con la expedición es sabida1; pero, ¿cuál fue el papel que jugó Philippi en la incorporación definiti­ va a Chile, de ese patrimonio olvidado, de ese "país del Diablo" o "de la Desolación", como se le denomina en los mapas de la época? El acta solemne del 2 1 de septiembre califica a Eunom de "naturalista prusiano voluntario", pero, ¿qué más hay? Philippi

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tenía por misión hacer una relación completa del estrecho; pero hizo mucho más. El navio francés "Phaéton" que estaba al ancla en Puerto Hambre cuando llegó el ‘ Ancud", no se hallaba allí, ciertamente para apoderarse del lugar; pero ¿cómo se habría impedido que un barco de guerra europeo se quedara ahí? Habiéndose quebrado la barra del "Ancud" en las cercanías del istmo de Taitao, Philippi fue quien salvó la expedición, una primera vez, regresando solo y a pie a Chiloé para traer las piezas de repuesto para reparar el navio. En Puerto Hambre, él era el único que hablaba francés, para hacer que el comandante Maissin aceptara un "oficio de protesta" del gobierno chileno. Fue además, el único que pudo convencer a los franceses de que continuaran su ruta, luego de que ayudaron a reparar las cocinas del "Ancud". ¿Qué caso habrían podido hacer éstos, en efecto, de las órdenes desatinadas de un viejo inglés —Williams— al servicio de una potencia insignificante entonces? Lo seguro es que, luego de la construcción del Fuerte Bulnes y del regreso de la expedición, Philippi será nombrado, por Bulnes, "Jefe y director de la colonia de Magallanes", el 17 de enero de 1844. Hay que ver en esto una muestra de confianza: la República necesitaba un hombre intrépido, de una lealtad a toda prueba. Pero, para Philippi, Magallanes sólo fue una tregua. Lo que cuenta son sus proyectos de colonización en Valdivia y Llanquihue. En el proyecto, llamado de Maullín, que Philippi presenta al gobierno chileno en 1844, se prevé la creación de una "zona de colonización alemana" a partir de las orillas del Llanquihue. Si bien el proyecto fue rechazado, la idea siguió vigente y Pérez Rodales podrá jactarse de haberla sacado adelante. En el principio está, pues, la obstinación de un hombre, la idea de una inmigración alemana que Philippi hace adoptar a sus amigos chilenos Espiñeira, intendente de Chiloé, y Sanfuentes, de Valdivia. Este precisa el papel de los futuros colonos extranje-

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Ernesto y Guillermo Frick. Dos pioneros de la inmigración alemana a Valdivia.

ros y recomienda calurosamente a Philippi, para medir los terrenos fiscales disponibles, fijar prioridades y reclutar pione­ ros en Alemania, según criterios adecuados. Todos los sucesores de Sanfuentes, los intendentes Del Solar, García Reyes, Del Río, se felicitarán de esta iniciativa; pero, como él, todos se darán cuenta de inmediato, del problema de asimilación de los que van llegando, de las relaciones entre las dos comunidades nacional e inmigrada; en buenas cuentas, de los riesgos de segregación y enquistamiento de una minoría extranjera, en la parte más alejada y más atrasada del país. Muchos informes de intendentes o de gobernadores insisten, de 1846 a 1870, en este temor de una rivalidad abierta entre "las dos razas". Pero, por el momento, la idea de inmigración se precisa, se enriquece y se expande, por cuanto otros alemanes de Chile la empiezan a hacer suya. Es a ellos, en efecto, a quienes se dirige Philippi en 1845, para volver a impulsar, sobre bases privadas, "la realización de un sueño”.

C) "DON GUILLERMO” FRICK, EL MAS CHILENO DE LOS ALEMANES Entre los sostenedores y precursores de la inmigración alemana a Chile está Wilhelm Frick, “Don Guillermo”, un caso aislado, el más chileno de los alemanes. Berlinés, como Philippi, jurista, músico, paisajista, políglota, desembarca en Chile, en 1840, impulsado, según su biógrafo**, por el famoso mal de lejanía, tan fácilmente atribuido a los alemanes. Se instala en Valdivia, donde comercia en madera. Se casa con una chilena, pero este matrimonio no fue un éxito, según revela su correspondencia. Pero, ¡qué más da! Enamorado del país, hace venir a su medio hermano Ernst, en 1842 y, en su calidad de agrimensor y jefe de ingeniería agrícola en la provin­ cia, le toca defender los derechos del Estado contra las pretensio­ 47

nes de ios latifundistas absentistas. Rehace el censo y la delimi­ tación de las tierras fiscales en Cudico, Pampa de Negrón, La Unión, Río Bueno, sobre el Cruces, y alrededor de Valdivia, sirviendo así la causa de la inmigración oficial. Si bien es regionalista, piensa en grande, obsesionado por la creación de un ferrocarril transandino interoceánico. Mucho antes de la construcción del Canal de Panamá, es partidario del auge de la provincia gracias a las ventajas que reportaría una apertura hacia la pampa argentina. Rector del liceo fiscal de Valdivia, hasta 1890, es el Néstor respetado de la “colonia” alemana, patriarca de espíritu enciclopédico, ligado a todos los responsables chile­ nos de cepa, por una estimación mutua y profunda. Es, por sobre todo, el representante de una inmigración voluntariamen­ te desgermanizada, para que tenga éxito; el impulsor de una fusión deliberada, de una aculturación inmediata que él no considera regresiva, sin duda porque él, tanto por su matrimo­ nio como por su propia inclinación, tuvo la suerte de codearse con la intelligentsia chilena: fue amigo de Pérez Rosales, de Sanfuentes, de todos los intendentes sucesivos de Valdivia. Su íntima convicción la expresó con fuerza y en múltiples oportuni­ dades: "... La asimilación es un imperativo. El colono dehe llegar a ser sangre, carne y hueso de la nación chilena. Pero esto lo beneficiará a él lo mismo que al país que lo acoge. Indios y españoles dejaban aquí sus orígenes. El extranjero es, respecto de la lengua y las costumbres locales, al mismo tiempo, chileno. Todo lo incita a serlo, incluso la claridad y la belleza del idioma nacional, tan fácil de aprender y de , pronunciar. .. ”6 .

El “Diario” de su hermano Ernst, llevado de 1876 a 1891, no da muestras de la misma amplitud de criterio. Por el contrario, da cuenta de medio siglo de la vida interna de la comunidad alógena. 48

Lo que hay de cierto en esto es que si Don Guillermo va más allá que Philippi al imaginar la suerte a largo plazo de los que van llegando y las modalidades de su integración en la comuni­ dad nacional, él se opone radicalmente a la "colonización” tal como la imaginan otros, como los nacionalistas alemanes que representa Aquinas Ried.

D) DE RIED A SIMON Y KINDERMANN: PROYECTOS DE COLONIZACION PRIVADA

En 1845, Philippi recurrió a las casas comerciales alemanas de Valparaíso, en el intento de promover una colonización privada. Logró interesar en sus proyectos a Franz Kindermann, contador de Huth, Grüning y Cía., desde 1836, y a Ferdinand Flindt, gerente de Canciani e hijos, cónsul honorario de Prusia. Todo partió con la adquisición, por Flindt y Philippi, de un terreno de mil cuadras cuadradas en Santo Tomás, a lo largo del río Bueno. Philippi encargó a su hermano Rudolf Amandus, aún residente en Cassel, Alemania, que reclutara campesinos y artesanos alemanes para instalarlos en ese predio. Con ellos, más Kindermann y su suegro, Johan Renous, empieza a esbozarse la colonización privada, fuente inmediata de abusos y sinsabores de toda clase. Para procurar que su empresa alce el vuelo, Philippi se vale de sus relaciones con los geógrafos alemanes. Wappáus difunde su llamado en una serie de folletos, como "Deutsche Auswanderung undColonisatton" ("Emigración y coloni­ zación alemanas"), llamando a la constitución de "colonias li­ bres” en Brasil y en Chile, embriones de una Australia alemana en el nuevo mundo. En países aislados, pero de clima favorable a los europeos, se formarían colonias sin bandera, ligadas afectiva­ mente a la madre patria sin estarle sometidas, y donde los nacionales alemanes conservarían su identidad, su Volkstum. Para comprender bien tales perspectivas, hay que considerar49

Ried « un patriota alemán que ve en la inmigración alemana hacia Chile una prolongación de la madre patria.

las como inseparables del gran impulso unitario de una Alema­ nia aun políticamente dividida. Este anhelo hacia la unidad de un pueblo culmina en 1848, si bien, con posterioridad a 1880, se le interpretara y se le utilizara de manera distinta. Médico del ejército británico, designado por siete anos en el presidio australiano de las islas Norfolk, el Dr. Aquí ñas Ried llega a Valparaíso en 1844, y allí se queda. Se casa con (acuñada de Flindt y se convierte en el campeón de la colonización nacional alemana en Chile. En "Deutsche Auswanderung nach Chile" ( 'Emigración alemana a Chile"), publicado en 1847 y difundido en Alemania al año siguiente, él desarrolla la idea de una colonización alemana cerrada, autónoma, que haría del sur de Chile una simple tierra de asilo, para pioneros que deben seguir siendo alemanes. "Emigrar, dice, es saber sufrir y sopor­ tar mil males, aprender a privarse de todo. Que aquel que no se sienta a la altura renuncie y se quede en casa... Que aquellos que se nos unan traigan consigo sus modestos bienes, sus corazones alemanes, sus manos alemanas; nada les faltará...". Luego de 1870, esta manifestación de nacionalismo alemán causará inquietud en Chile. Para mu< hos, la preservación cultu­ ral y el mantenimiento de una endogamia facilitada por el aislamiento geográfico son la señal de un insoslayable peligro para la unidad nacional. Los acontecimientos europeos de 1848 hacen posible que la idea de la colonización siga fortaleciéndose. Para el pintor errante, Karl Alexander Simón, Chile es una Icaria, sede imagi­ naria de un hogar de libertad. "Si no puedes liberar al pueblo del tirano, priva al tirano de su pueblo", dice a los proletarios de su país'. Bajo el signo de la libertad, de la democracia y de la abundancia, "tribus" gemánicas, Kolonisationsstamnte^ de unas mil familias organizadas en falansterios remontan los ríos en que desaguan los grandes lagos subandinos y toman posesión, pacífi­ camente, del Chile austral. Imaginaciones, ciertamente; 51

proyecto utópico como el que más, pero centrado en una vanguardia extranjera expansiva e irresistible. Y ello aun si, en 1860, lo que inquieta, en el fondo, es más la idea democrática que la de un ‘sueño alemán”, puesto que esos germanoamericanos imaginarios son ciudadanos leales con el país elegi­ do; se integran a él sin reticencias, están prestos a defenderlo con las armas, aprecian en lo que vale la libertad que les ha otorgado. Nada quedará del quimérico Simón, salvo un puñado de dibujos, de esbozos y de cuadros de la vida chilota, legados a Pérez Rosales quien los imitará y, en ocasiones, los firmará... En una carta al pintor visionario que le había pedido consejo, Eduard Poeppig constata y concluye con sentido de realidad: ”E1 mundo ya está repartido y, como dijo el poeta, ya es demasiado tarde. Nosotros, los alemanes, hemos sido los últi­ mos en llegar "K. Plantea tres condiciones indispensables para el éxito parcial de la empresa: que las autoridades alemanas se encarguen de la inmigración, que agentes especializados partan como adelantados para discutir con los funcionarios acerca de los trabajos preparatorios y de la instalación de los colonos y, finalmente, que la colonización sea oficial, racional y llevada a cabo honestamente. Sabias palabras, pero inútiles, luego que, después de Simón Kindermann y Renous, tratan de hacer de la colonización un negocio privado en que se mezclan las operacio­ nes más embrolladas y las ambiciones más voraces. El 25 de agosto de 1846, llegan al puerro de Corral, y a bordo del Catalina. 34 personas reclutadas en Alemania por Flindt y Philippi. Kindermann y Renous, por su lado, “compran” en 1847, a los caciques indígenas de los Llanos de Osorno, median­ te engaño y con la complicidad de los notarios regionales, enormes extensiones —más de 15.000 km2— por cuenta de la Sociedad de inmigración de Stuttgart, fundada a iniciativa del primero. Las numerosas sociedades alemanas de ese tipo, co­ menzando por la de Berlín, se muestran, por el contrario. 52

desconfiadas y reticentes frente a tales proyectos. Honesto, pero débil e ingenuo, Franz Kindermann, víctima de la duplicidad de su suegro Renous, se verá arruinado y perseguido, en 1850, por el Estado chileno, por compra fraudulenta. Ebner, Kaysery Lechler, miembros del directorio de la Sociedad de Stuttgart y encargados de tomar posesión del dominio adquirido en su nombre por Kindermann, llegan a su vez a Corral, a la cabeza de unas treinta personas, a bordo del Helena. Frick les pone al tanto de la ruina de la empresa lo que para ellos es como si les hubiera caído un rayo9. Pero Chile es un punto de término; y el despertar de ese sueño supone, para todos, la necesaria adaptación. Kindermann segui­ rá empeñado en encontrar comanditarios por toda América. Acusará a Sanfuentes y a Philippi de ser los causantes de su ruina, lo que sin duda es falso. Pero, a lo que parece, su caída no dejó de tener consecuencias para lo que sería la inmigración. Con su legítima reacción contra la especulación, el Estado chileno había creído sanear la situación y moralizar la coloniza­ ción; pero, de hecho, desde el principio la retardó, la desalentó y la modificó, sin lugar a dudas. A una inmigración de burgueses acomodados atraídos por los ofrecimientos tentadores de Renous y de Kindermann, sucede una corriente irregular y difícil de campesinos y artesanos. Lo que es más, esta corriente sólo se establecerá gracias a las misiones oficiales que se les encargará por fin, en Alemania, a Philippi y, luego, a Pérez Rosales. Resultado de ello es que, en 1850. los primeros inmigrantes alemanes se hallan en Valdivia; llegaron después de los del Helena, el 29 de junio de ese año, en el Hermann, ‘ Mayflower" de la inmigración alemana en Chile. Estos no están ni desprovistos ni desilusionados ni desamparados. Tienen, además, un guía que es un creyente : Karl Anwandter, ex diputado del Landtag de Prusia, futura conciencia de Valdivia y uno de los pocos que respondieron al llamado democrático de Simón y que se

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Karl Anuandter y su familia a su llegada a Chile en 1851.

embarcaron en Hamburgo, con sus amigos, al cabo de una minuciosa preparación, con pleno conocimiento de causa.

E) KARL ANWANDTER, Y EL GRANO DE, MOSTAZA DE LA INMIGRACION ALEMANA Farmacéutico, cervecero y burgomaestre de Kalau, en Prusia, Karl Anwandter fue elegido para el Landtag de Berlín, en 1847. Demócrata por convicción, pietista, es un hombre empecinado e intransigente que pone, como lo dirá él mismo, “su conciencia por encima de toda otra consideración”. No tiene apuros econó­ micos, pero el fracaso de la democracia alemana en 1848 lo paraliza, y después de haber leído a Simón y a Kindermann y hablado con ellos, anuncia su partida para Chile en los diarios berlineses del 25 de mayo de 1850, invitando a los demócratas á que lo sigan. Gracias a él, los alemanes que llegan a Valdivia no son ni escapados ni exiliados, sino hombres libres que partieron por convicción, a sabiendas, hacia un país del que Poeppig escribió que era "bueno, republicano aunque aristocrático”.

El cuestionario que presenta Anwandter en el momento de desembarcar, a Pérez Rosales, que ha venido a darle la bienveni­ da a nombre del gobierno chileno, es bien conocido, aunque con mucha frecuencia se le haya suavizado; traduce las peticiones populares alemanas, de 1848. Tres preguntas dicen relación con la naturalización, cinco con la libertad de conciencia y de culto, siete con la tierra y con la vida social11. Preocupación democráti­ ca, por cierto; pero también obsesión de protestantes muy próximos a los Freigememcten y a los Lichtfreúnete que se instalan en países de tradición hispánica. Por su laicización progresiva —estamos en tiempos de Manuel Montt y luego de Santa María—, por su ideal de libertad individual y su vocación de refugio para los exiliados, vinieran de donde vinieren, Chile podía dar tranquilidad a quienes llegaban. La respuesta de 55

Anwandter a Pérez Rosales es una afirmación solemne de fideli­ dad y de gratitud hacia el país que brinda acogida:

. honrados chilenos y laboriosos como el que más lo fuere. Unidos a las jilas de nuestros nuevos compatriotas defenderemos nuestro país adoptivo contra toda opresión extranjera, con la decisión y la firmeza del hombre que defiende a su patria, a su familia y a sus intereses". Antes que él y con él, como una de esas “tribus' caras a Simón —cuyo ideal democrático los anima sin duda—, como el ‘“grano de mostaza” de la inmigración alemana en Chile, llegan los primeros, los más instruidos, los mejores, según Vicuña Mackenna: un centenar de inmigrantes venidos de 1847 a 1850, en los veleros Cóndor, Victoria, Middleron, Helene, Steinwárderm, Sankt Pauli. Suficiente como para señalar a la inmigra­ ción alemana en Valdivia lindando con lo inteligente y lo excepcional. F) LA LEY DE 1845 Y LAS MISIONES DE RECLUTAMIENTO, DE PHILIPPI A PEREZ ROSALES

El grueso de la inmigración alemana en Chile, hasta 1875, no está formado por burgueses sino por artesanos y, principalmen­ te, por campesinos que se instalan en el interior, en Llanquihue. Esta vez, su venida es preparada y organizada por el Estado chileno quien promulga, en 1845, una ley de colonización decisiva. Ella regula la instalación de los colonos, autoriza el establecimiento de colonias nacionales y extranjeras, al norte de Copiapó y al sur del Bío-Bío, por consiguiente en Valdivia y en las tierras del interior. Se enumeran las facilidades en materia de transporte concedidas a los postulantes eventuales, las de exen­ 56

ción de impuestos, las de obtención de la nacionalidad chilena. Algunos terratenientes dan por descontado, con la llegada de los extranjeros, el derrumbe del costo de la mano de obra nacional, ya bastante bajo sin embargo. Otros, como Manuel A. Tocornal, creen en el triunfo de las ideas socialistas en Europa y se dicen dispuestos a aceptar a artesanos y campesinos de ideas contrarias. Finalmente, para los partidarios de la unidad de fe y de la preservación de las "buenas costumbres", conservadores clericales contrarios a la libertad de culto, aceptar a inmigrantes protestantes es, como lo proclama Ignacio Domeyko, introducir un nefasto espíritu de cuerpo, sembrar la discordia, encender la guerra entre razas '12. Esta ley de 1845 pudo haber quedado como un deseo piado­ so, como una nueva medida sin efecto, si se tiene en cuenta la ignorancia que había en Europa respecto a Chile o la pobre reputación de éste, producto de la leyenda negra antihispánica alimentada en los países alemanes por la Aufkldrung. Se necesita­ rá, una vez más, de toda la energía de Bernhard Eunom Philippi para que ella sea seguida de resultados. El 27 de julio de 1848, su amigo Sanfuentes obtiene que el presidente Bulnes (de quien era edecán) lo nombre agente de colonización en Alemania. En cuanto llega allí, Philippi hace imprimir, en un millar de ejemplares, las instrucciones de que es portador, precisando, en nueve puntos, las ventajas prometi­ das a los colonos que vayan a instalarse en Llanquihue (art. 2, 3 y 4), las obligaciones a que estarán sujetos (art. 5), las modalida­ des de su instalación (art. 8). El artículo 7 precisa que Philippi "dirigirá los primeros pasos de la colonia". A estas instrucciones agrega el mapa del sur que él mismo había hecho en 1846; luego, en 1851, hace tres nuevas ediciones enriquecidas con sus "Nachríchten über die Provinz Valdivia...” donde muestra que en Chile lo que sobra es trabajo. De regreso, a fines de 1851, Philippi dirige al Ministerio de 57

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