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Jean Allouch

letra por letra transcribir, traducir, transliterar

T raducción de M arcelo Pástenm e, N ora P astem ac y Silvia Pastem ac.

Edelp ECOIE LACANIENNE DE PSYCHANALYSE

Revisión de la traducción: Elisa Molina Diseño de Tapa: Virginia Nembrini Producción Gráfica: March Ríos Producciones

© Jean Allouch © Editorial Edelp S.A. Cerrito 520. 5° C. Cap. Fed. Versión en español de la obra titulada lettre pour lettre, de Jean Allouch, publicada originalmente en francés por Editions Érés, Toulouse, Francia, 1984. Hecho el depósito que previene la ley 11.723 I.S.B.N. N° 987-99567-0-2

N i en lo q u e dice el a n a liza n te, n i en lo qu e dice el a n a lista h a y otra cosa q u e escritura... J. Lacan, seminario del 20 de diciembre de 1977

En prim er lugar, con el pretexto de q u e h e definido el significante com o n ad ie se había atrevido a hacerlo, ¡ q u e no se im aginen q ue el signo no es asunto mío! Muy al contrario es el prim ero,-será tam bién el último. P ero es necesario este rodeo. J. Lacan Radiophonie (Radiofonía) in Scillcet, 2/3, p. 65.

Al introducir en el psicoanálisis el tríptico transcripción, traducción, transliteración, este libro intenta ceñir este “asu n to ” d an d o su consisten­ cia de escrito a ese “ro d eo ”. Se ha intentado m antener ese cam ino abierto más acá de aquel p u n to d e caída señ alad o p o r Lichtenberg cuando hacía notar qu e « C o m o lo dice m agníficam ente Bacon (N ovum Organon. L. 1, 45 apha) “D onde el hom bre p ercibe apenas un poco de orden, su p o n e inm ediatam ente d e m a s ia d o " » (A forism os, p. 233/234 de la trad. francesa)

Introducción

para una clínica psicoanalítica del escrito "En si psicoanálisis todo es falso, fuera de las exageraciones. ” Adorno 1

Un amigo interesado en el psicoanálisis, para quien mi opinión tiene importancia -sin que, por otro lado, ni él ni yo sepamos exactamente por qué-, m e confió un día una pregunta que lo preocupaba: “¿Cómo definen ustedes, decía, la salud mental?” Ocurre a veces, con personas que no pretenden tener ninguna competencia, que hasta pueden incluso considerarse como no muy enteradas dei asunto, que llegan a ciertas observaciones o interrogaciones de una contundencia muy particular. Me pareció que éste era el caso, y di, con la ayuda de la conversación, una respuesta que, inmediatamente después de haberla emiti­ do, pensé que era del tipo de enunciados de los cuales el locutor sabe, en el momento mismo en que los formula, que dicen más de lo que él quena decir originalmente. Lasalud mental, tal fue mi respuesta entonces, es pasar a otra cosa. ¡Vaya una definición! Notarán ante todo que nos dejaba a los dos en las mismas, puesto que, como yo, este amigo sabía que no basta con imaginarse que se pasa a otra cosa, ni siquiera con hacerlo todo para satisfacer esta imaginación, para que ése sea efectivamente el caso. ¿Existe por ventura siquiera una oportunidad en que se pueda algún día atribuirle ese pasar a otra cosa a un sujeto? ¿No debemos, por el contrario, rendirnos ante la evidencia de que io que aparece como cambio en una vida no es más que la tentativa (a veces última) en que esa vida no cesa de no pasar a otra cosa? En ese sentido,

' hitado por M. Jay, en L'imaginaticn dialecüque. Payot, 1977, p.131

el interés de esta definición de la salud mental tendría un valor independien­ temente de la cuestión de saber si existe quien la satisfaga; muestra así no ser incompatible con esa designación de los humanos como “tan necesariamente locos” de la cual Pascal excluía que alguien pudiera salvarse. ¿Qué es entonces el encuentro del psiquiatra y su loco sino un intento del primero por volver operante, con respecto al segundo, el deseo de que pase a otra cosa...que no sea su alienación? Evoquemos la figura de Pinel (se perfila siempre detrás de la de Charcot) organizando toda una puesta en escena, convocando a algunos colegas para hacerlos sesionar, vestidos como es debido, en un simulacro de tribunal revolucionario, para obtener de uno que creía ser objeto de una condena de muerte por haber dicho en público palabras de un patriotismo dudoso, y gracias a la absolución que le sería así (en las formas) significada que renuncie a su creencia delirante, que acepte finalmente cambiar lo que Pinel ño teme designar como “la cadena viciosa de sus ideas”. Se toma en cuenta aquí, de manera notable, el propio discurso del alienado 2. Sin embargo, se pasa al costado de la alienación (de hecho, si “tratamiento moral” fracasa) al apoyarse, para contradecirlo, sobre lo que quedaría de razón en el loco, sobre lo que le haría admitir, por ejemplo, puesto que un tribunal lo absuelve, que ya no le queda más que considerarse no culpable y expulsar de inmediato esos delirantes pensamientos que hacían de él un postrado permanente. Esta forma de empujar al otro a pasar a otra cosa se encontró nuevamente, casi tal cual, en el psicoanálisis. Sin embargo, el hecho de que la cuestión de la salud mental sea planteada como tal, pero a pesar de todo en otro lugar diferente del lugar donde ejerce el psiquiatra, introduce un notable desfasaie, sugiere que hay algunos (no son excepcionales los casos de psicóticos que se encuentran en esta situación) que consideran, al menos como posible, otra forma de “salirse de eso”. De hecho, es lo que dio a entender, en ciertos momentos privilegiados, el discurso de! psicoanálisis. Así, quien se dirige a un psicoanalista, cuando ya no puede sostener el no pasar a otra cosa, “sabe” (por lo menos con esa forma de saber que implica toda efectuación) que no hay otra vía para salir de tal situación que la de autorizarse a internarse en ella. Si hay aquí una posibilidad para el pasar a otra cosa, sólo podría advenir si uno pasa, una vez más, por la cosa del otro, lo que equivale a agregar más de lo mismo. El psicoanalista suscribe a eso en tanto acepta ante todo reducir su respuesta al monótono “asocie”, es decir, dando la palabra a quien se dirige a él, abriendo así el campo al desarrollo de la transferencia. Pero, se dirá, Pinel tampoco ignoraba que sólo era posible pretender pasar a

: Ph Pinel, Traité médico-philosophíque sur l alié no ¡ion mentóle ou la manie, Año IX Réd. Cerde du livre précieux, París, 1965, p.53 y 233 a 237.

otra cosa si se pasaba por la cosa del otro. ¿Acaso no es justamente eso lo que él ponía enjuego cuando recomendaba “domesticar” , e incluso “domar” (son sus propias metáforas) al alienado? De aquí se desprende que esta forma de decir no es suficiente y que la cuestión estriba más bien en la distinción de los diferentes modos de ese pasaje; si bien es concebible, en efecto, que no son todos equivalentes, de cualquier forma conviene delimitar con precisión lo que los diferencia. Como toda cuestión elemental, ésta es difícil de tratar. Si domesticar al alienado para alejarlo de su alienación aparece efectivamente como una forma de llevarlo a presentarse en un terreno que será otro para él (aquel donde todos están consagrados a “la utilidad pública” - última frase del tratado de Pinel), se intuye, sin embargo, que ese tipo de relación con ei otro difiere sensiblemente de la que se instituye para alguien a partir del momento en que se le da la palabra. Sin embargo, esto sigue siendo confuso en parte, y todo ocurre como si, en lo inmediato, no fuera posible explicitar los diversos modos de ese pasaje con las palabras de todos los días. Así, por ejemplo, no se está en condiciones de poder simplemente nombrarlos, establecer una lista de ellos y, de esta manera, contarlos. Ante esta dificultad, ¿lograremos enfrentarnos, por ejemplo, a la oposición de lo que dependería de la sugestión y de lo que estaría exento de ella? Podemos, en efecto, pensar la domesticación como una forma de sugestión y recordar que este término, desde un punto de vista nocional, y también práctico, sirvió durante un tiempo para designar cierto modo de acceso -¿o quizás debamos decir de no-acceso?- a la alteridad. Sin embargo, incluso si consideramos el camino abierto por Freud como algo que se inscribe a contrapelo de ese intento, no podríamos extraer de allí ninguna bipartición para una clasificación de los diversos modos de este acceso/no acceso. En efecto, resulta evidente que la sugestión plantea una cuestión en el psicoaná­ lisis mismo (Freud da testimonio de esto) y no podría ser tomada entonces simplemente como lo que el psicoanálisis rechazó para constituirse. El descartar toda oposición demasiado reduccionista parece acrecentar la dificultad. Con todo, ofrece la ventaja de dar un lugar a lo que se llama la experiencia. Se calificará a ésta de “clínica” por el hecho de que se podrá ver, en la clínica, uno de los intentos mayores de producir una descripción -si no un análisis- de los diversos modos de la relación con la alteridad, de las formas a la vez variadas y variables con que cierta alteridad no cesa de ser aquello alo que un sujeto se enfrenta, aquello a lo cual responde en su síntoma (neurosis), a veces aquello a lo que responde en su existencia (psicosis) o en su carne ( enfermedades llamadas “orgánicas”).

Al invitar al analizante a volver a pasar por la cosa del otro, el psicoanálisis ha introducido una forma nueva de recolectar el testimonio de la clínica. De ello resultó una clínica psicoanalítica, cuyo rasgo notable es que no ha roto radicalmente con la psiquiátrica, sino que ha introducido, con respecto a ella, cierto número de rupturas, de desenganches, de desfasamientos, de despla­ zamientos de cuestiones, de reformulaciones e incluso de objetos “nuevos”. Cada uno de esos elementos vale como la singularidad de una diferenciación que logró establecerse; ya se ha dicho: “Dios está en el detalle”. ¿Acaso no comprobamos que toda gran cuestión de doctrina psicoanalítica, cuando se la estudia de cerca, remite a un punto localizado de una observación clínica? Un ejemplo: por el hecho de que el análisis de Serguei Pankejeff no atribuye otro sentido al lobo más que el de sustituto del padre, Freud sitúa, lo cual estaba lejos de ser evidente, la oralidad como una pregenitalidad, como marcada por lo genital3. Así, la experiencia del análisis reelabora, a veces por fragmentos, a veces por bloques enteros, el saber clínico. Este libro da cuenta, me parece, de esto. Establece primero cómo y en qué el camino abierto por Freud rompió con cierto abordaje clínico (será necesario precisar su estatus), introduciendo así una nueva manera de interrogar a la experiencia, otra posibilidad de acceso a la locura. A partir de esto, permite comprender cómo la clínicapsicoanalítica así inaugurada se encontró definida (pero también puesta en acción), con Lacan, como una clínica de lo escrito. ¿Cómo situar el camino abierto por Freud, el desenganche a partir del cual pudo com enzar a formularse una clínica psicoanalítica? Que la experiencia analítica haya ocupado el lugar mismo dor.de desfallece lo que la lengua francesa condensa bajo el término de “droga”, esa droga que debía, para Freud, asegurar la estabilidad de la relación médico/paciente, mantenerla en la evidencia triunfante de una bipartición no cuestionada, tabes lo que puede leerse en la aventura de Freud como cocainómano (cap. I). El caso es tanto más notable cuanto que es posible descubrir allí por qué vías puede cesar el enganche de un sujeto con su síntoma. Es en esa falta misma de un medicamento/síntoma, a partir de esa falta reconocida, que Freud iba a hacerse primero el incauto de la histérica presentándose como el heraldo de una teoría histérica de la histeria. De la desfalleciente cocaína al sueño de una inyección de trimetilamina, luego de la presentación de la trimetilamina como fórmula hay un recorrido, una serie de fracasos diferenciables si no es que ya diferenciados. El segundo de esos fracasos fue realizado por un Charcot, quien supo elevarlo a la calidad de bufonería pública gigantesca. Freud no lo suscribió en absoluto, pero puso su atención en esto y hasta tal punto que, para marcar su elección de Ana O. en lugar de Porcz o Pin (dos

3 Cfr. El '.énr.ino de "El hombre de ios lobos", J. Ál’ouch y E. Porge, en O m i c a r no. 22/23, 1981, Lyse Ed., Pa/ís.

enfermos de Charcot que Freud conoció en la demasiado célebre presenta­ ción), dejó que su pluma fuera guiada por las sugestiones de la histérica (Capítulo dos). La cosa freudiana, es sabido, no se detuvo allí, y es el sueño o, más exactamente, su interpretación analítica, lo que vino a desplazar el simple juego de una oposición entre una versión universitaria de la histeria y la teoría de la histeria tal como la propone la histeria misma. Así, el análisis del desenganche al que le debemos poder hablar de una clínica psicoanalídca se cierra aquí con una retoma de la cuestión del sueño (Capítulo tres). Por lo menos provisoriamente, ya que ese hilo encuentra su prolongación en la transferencia. Que el revelamiento de la transferencia sea uno de los mayores trutos de la clínica analítica no quiere decir, sin embargo, que haya podido resolverla. Se verá cómo, únicamente al término de un camino a la vez clínico y doctrinario, es posible concebir un abordaje de la transferencia. En efecto, nada puede afirmarse hoy para situar a la transfe­ rencia (o sea: después de Lacan, sobre todo después de la disolución de la Escuela Freudiana de Paris tomada como un acontecimiento mayor del “retom o a Freud” de Lacan) sin tomar en cuenta lo que Lacan señaló como “el campo propiamente paranoico de las psicosis”. Por esta razón aquí se propone al final del recorrido un ciframiento de la transferencia (Capítulo nueve). Se comenzó dicho recorrido clínico con la toxicomanía, y luego con la histeria. Pero el hecho de haber tomado el asunto cada vez al nivel del caso, de lo particular, no deja de procurar un beneficio de doctrina, que el análisis del sueño pone claramente al desnudo. La clínica abierta por Freud, al otorgarle al sueño, esto es el hecho decisivo, el valor de una formación literal, se define entonces como una clínica de !o escrito; a partir de allí, armado con esa clave, se pueden retomar algunas de las grandes cuestiones clínicas como la fobia (Capítulo cuatro), el fetichismo (Capítulo cinco) o aun la paranoia (Capítulo ocho). ¿En qué puede una clínica de lo escrito renovar al análisis de esos diversos modos de la relación con el otro? Tal es la cuestión de la que se espera que, de ser tratada, no deje de tener consecuencias sobre la práctica del psicoanálisis. Así es como el análisis de la apertura freudiana, del desfase del abordaje freudiano con respecto a cualquier otro establecido antes, se desarrolla en extensión, despejando algunas vías de una clínica analítica que, aún hoy, permanece en gran medida sin cultivar. Sin embargo, a estos dos hilos enlazados (la historia del psicoanálisis, la formulación de una clínica analítica), se agrega un tercero, doctrinario esta vez (cfr. Tercera parte: doctrina de la letra). A decir verdad, no es pertinente oponer la doctrina a la clínica, puesto que se demuestra, al contrario (la

experiencia lo verifica en todas las ocasiones) que mientras más literal se haga una observación, más próxima resulta de lo que se da a leer, más fácilmente localizable será (a veces incluso formulado tal cual) el punto de doctrina que se encuentra implicado en ella. Sin embargo, sigue siendo cierto que la cosa no es retomada automáticamente en la-doctrina; que hay en ella algo de oportunidad, de una fortuna que depende de otro registro totalmente distinto al de la maestría. De no haber tenido lugar tal oportunidad, no creo que se hubiera justificado verdaderamente la recopilación de esos estudios clínicos en un libro; y quizá sin la puesta en ju eg o de la nominación de que se va a tratar ahora, la doctrina se habría encontrado una vez más no cuestionada por la clínica. Lacan: “La nominación es la única cosa de la que estamos seguros de que hace agujero.” 4 U na clínica de lo escrito, ¿qué quiere decir? B asta con haber singularizado así la clínica analítica para que se presenten cierto número de cuestiones que resulta extraño que hayan sido tan poco abordadas. La primera es quizá la de la lectura; si un sueño debe ser tomado como un texto, ¿en qué consiste el hecho de leerlo? Y de manera más general, si el psicoanálisis opera a partir del hecho de que basta que un ser pueda leer su huella, para que pueda reinscribirse en un lugar distinto de aquel de donde la ha tom ado5, ¿qué se necesita que sea esta lectura para que produzca, sin otra intervención (cfr. el “basta”), una reinscripción del ser hablante en un lugar distinto? Sobre este punto preciso, consultaremos a Lacan. Quiere decir que nos dirigimos a él en cuanto lector, capaz de aclarar (cuando estudiamos de cerca su manera de leer) lo que significa “leer” en psicoanálisis. Es claro que este sesgo es específico, incluso si se puede notar que está en la línea recta de la relación de Lacan con Freud, ya que es efectivamente como lector de Freud que Lacan se posicionó, y que por haberse enganchado a la letra de Freud su “retom o a Freud” pudo ser reconocido como efectivamente frswdiano. A partir de ese lazo disimétrico de Lacan con Freud, no hay ninguna paradoja en elegir interrogar a Lacan, antes que a Freud, sobre lo que quiere decir “leer” desde un punto de vista freudiano. Esto se verifica en los hechos: la lectura freudiana del presidente Schreber o de Herbert G raf se vuelve más aguda, más precisa, más rigurosa cuando es retom ada por Lacan. Hay una firme decisión metódica que contradice lo que se imagina de un plus de verdad concedido al testigo directo, a la presencia, a la inmediatez; esta decisión, al valorar, por el contrario, el testimonio indirecto, ya proporciona una indicación sobre lo que puede ser una clínica del escrito. Sabemos que Lacan, en la proposición llamada “de octubre de 1967”, al hacer depender la nominación al título de analista de la escuela del testimonio indirecto de

4 Lacan, R.S.I., Seminario desgraciadam ente inédito d el 15 d e abrí! d e 1975. 5 Lacan, Sem inario desgraciadam ente inédito de! 14 d e m ayo de 1969-

“p a sseurs", dio todo su peso a esta forma de testimonio. Sin embargo, este peso no debe llevar a desconocer que la cosa era homologa al hecho de que un analista no va generalmente a verificar la exactitud de una declaración del analizante concerniente a un tercero, sino que se atiene, allí también, al •testimonio indirecto. Sin embargo, la decisión de valorar el testimonio indirecto no podría justificarse a priori, puesto que depende de la verificación de la apuesta según la cual, en ciertas condiciones, el testimonio indirecto efectúa mejor el bien decir aquello de lo que se trata. Ahora bien, no elegiremos aquí construir el tratado que fundamentaría la pertinencia de estas condiciones, sino que nos internaremos en esta decisión a reserva de que algunas de ellas puedan encontrar su formulación en el camino. La cosa no se juzgará entonces por sus frutos, sino por una cierta calidad de estos frutos. Hay aquí un eje metodológico para una clínica del escrito. Así, la fobia, el fetichism o y la paranoia se estudiarán a partir de lo que Lacan dio testimonio de haber leído acerca de ellos. Y ya que hay solidaridad entre la puesta en práctica del testimonio indirecto y el tomar en cuenta el caso como caso, el estudio del testimonio de Lacan se concentrará sobre algunas de sus lecturas, aquellas sobre las cuales se detuvo el tiempo que fue necesario para examinar las cosas en detalle; se tratará de su lectura de! “pequeño Hans”, de André Gide (con el testimonio indirecto que constituye ei estudio de J. Delay) y del presidente Schreber. Pero consultar a Lacan en tanto lector (y por lo tanto consultarlo sobre lo que es leer) reservaba una sorpresa. El cuestionamiento así entablado debía conducir a evidenciar una forma de lectura en Lacan, forma que, una vez enunciada, no podía más que ser reconocida por cualquiera que aceptara ver la cosa más de cerca. En efecto, podemos comprobar que cada una de estas lecturas que Lacan prosiguió hasta recibir él mismo una enseñanza de ellas (y así hacer enseñanza de esta enseñanza) se caracteriza por la puesta enjuego de un escrito para la lectura, para el acceso al texto leído, a su literalidad. Lacan lee con el escrito; y una clínica del escrito revela así ser una clínica donde la lectura se confía al escrito, se deja engañar por el escrito, acepta dejar que el escrito la maneje a su antojo. Esto no quiere decir por cieno que cualquier escrito sirva igualmente. Pensemos solamente en los seminarios consagrados por Lacan a la construc­ ción del grafo que le iba a permitir leer uno de los más comentados chistes recopilados por Freud. ¡Dos años! Pero hablar del cuidado que esto puede a veces reclamar no significa responder a la pregunta sobre lo que funda la pertinencia de tal escrito para ser el escrito que conviene a! objeto de esta

lectura. Ahora bien, la pregunta es decisiva puesto que la lectura escogió ponerse bajo la dependencia del escrito, puesto que el objeto es quizás tan sólo lo que resulta de la puesta en práctica del escrito en la lectura. Lo abrupto de la cuestión no quiere decir que no se sepa que ésta encontró, en otros campos, su solución. Implica que haya lectura y lectura y que no sean todas equivalentes; ahora bien, hay un terreno, como el de la egiptología, donde estas diferencias han entrado en juego en el punto preciso en que, como consecuencia de cierta lectura, esta disciplina pudo ser reconocida como tal, es decir, como un procedimiento razonado. ¿Por qué se olvida que se “leían” (esas “ ” constituyen todo el problema) los jeroglíficos mucho antes de que Champollion los descifrara? ¿Y acaso no tenemos la impresión justificada de que cierta lectura clínica es exactamente de! mismo tipo que cierta lectura de los jeroglíficos antes de Champollion? Tuvo razón ese analizante que se despidió discretamente de su psicoanalista luego de esa sesión donde lo oyó proferir la obscenidad según la cual, con lo que le decía ese día, él, el analizante, realizaba “la castración sadico-anal de su padre” . ¡No hay que dudar que este analista creía leer! ¡E incluso, al hacer esto, interpretar! Y ciertamente no es la sustitución aquí de términos de Freud por términos lacanianos lo que cambiará algo del estatus de ese tipo de le ctu ra6. Si bien hay efectivamente lectura y lectura, es necesario también captar m ejor lo que es leer con lo escrito -no solamente para establecer una especie de abanico de diferentes lecturas, sino también para poner obstáculo al desarrollo, en el psicoanálisis, de algunas de ellas. ¿Acaso fue una casualidad que haya sido a propósito de la lectura lacaniana del “pequeño Hans”, es decir, de un caso de fobia, de un caso bisagra entre la neurosis y la psicosis, que se produjo la nominación que iba a permitir ordenar el conjunto de la cuestión?7. De todas maneras, una vez franqueado el paso de esta nomina­ ción, vista aprés coup, la cosa parece, hablando con propiedad, trivial. En efecto, leer con el escrito es poner en relación lo escrito con el escrito, lo que se llama, allí donde ocurre frecuentemente que se deba pasar por esta operación -es decir, en la filología- una transliteración. Reconoceremos, entre diversas formas posibles de “leer” , la que se distingue como una lectura con el escrito cuando se descubra que esta lectura no constituye callejón sin salida sobre la transliteración. La transliteración interviene en la lectura al enlazar el escrito a lo escrito; da así su alcance a lo que se admite generalmente (y particularmente en Lacan. quien sigue en esto la opinión general) como la secundariedad de lo escrito. Esta secundariedad no adquiere importancia tanto con relación aunapalabra; á Lo q u e distingue a esta aventura d e la práctica más com ún hoy consiste e n q ue aquí el analizante s u p o q u e e! coso (ei de su analista) era incurable, q u e n o q u e d a b a más, p o r io tanto, q u e despedirse y dar testim onio. Cfr. F. P e raid i, revista Interpretación, no. Z .1, 7 H em os escogido un orden de presentación q u e difiere de! o rd en d e elaboración.

sino que más exactamente, ia secundariedad de lo escrito con respecto a la palabra es sóio ¡a secuela de la secundariedad fundamental de lo escrito con respecto a sí mismo. Lo escrito, esto es, lo que resulta de su definición por la transliteración, tiene ya, una vez más, que ver con lo que Queneau inventó creando el nombre de “segundo grado”. ¿Por qué imaginar menos presencia en esta secundariedad cuando basta con admitir que es adyacente a ella otro modo de presencia? Sobre lo que anuda a lo escrito con cierto modo de la presencia del otro, no es posible no consultar la experiencia psicótica; ella permitirá que este cuestionamiento se prolongue, que se delimite mejor la manera en q^ie el escrito puede desactivar cierta presencia respecto de la que nos limitaremos a mostrar nuestro juego, en estas páginas introductorias llamándola persecutoria8. La transliteración es una operación a la que se apela tanto más cuanto más difiere lo que hay para leer, en su escritura, del tipo de escritura con el cual se constituirá la lectura. Sabremos aprés-coup si esta lectura literal habrá sido efectivamente eso. Ahora bien, escribir lo escritoes cifrarlo y esta forma de leer con el escrito merece entonces ser designada como un desciframiento. La referencia de Freud a Champollion para la interpretación de los sueños, pero también, y de manera más general, para el análisis de toda formación del inconsciente, la nominación por Lacan de estas formaciones como cifrados (“cifrado inconsciente”), ¿confirmarían la revelación de cierta forma de lectura para el psicoanálisis? ¿Confluirían con el privilegio otorgado en el psicoanálisis freudiano a cierto tipo de lectura tal como su localización se había revelado posible en Lacan? Más allá de esta eventual confirmación, ¿resultaba posible precisar mejor en qué se especificaba esta lectura? Esta prueba debía mostrar que ia transliteración no basta, por sí sola, para definir una forma de la lectura; que ponerla en juego en la lectura es una operación simbólica que revela estar articulada, en cada caso, con otras dos operaciones que son la traducción (del registro de lo imaginario) y la transcripción (operación real). Así, la cuestión de los diferentes tipos cíe lectura encontró su formulación al construirse como la cuestión de los diversos modos posibles de articulación de estas tres operaciones. Es claro que, tanto en Freud como en Lacan, el empleo de los términos “traducción” o “transcripción” está poco precisado. Así, Freud habia, a propósito de la interpretación de los sueños, de “traducción” , pero es para corregir la cosa diciendo que no se trata propiamente de la transmisión de un sentido de una lengua a otra, sino más bien de un desciframiento como el de Champollion. Ciertamente, descifrar no es traducir, pero se necesitó la ubicación de la transliteración tanto en. el desciframiento de Champollion

8 Cfr. Ei discordio paranoico, capítulo siete.

como en el trabajo de la elaboración del sueño para poder, a partir de eso, definir lo que focalizaba la traducción y la transcripción. Escribir se llama transcribir cuando el escrito se ajusta al sonido; traducir, cuando se ajusta al sentido, y transliterar cuando se ajusta a la letra. El objeto de este libro es la introducción de este tríptico en la doctrina psicoanalítica, y luego el estudio de una primera ubicación de lo que se encuentra aclarado, e incluso modificado por él. Transcribir, traducir, transliterar. Cuando se mira tal o cual caso con un poco de detalle, estas operaciones no aparecen nunca puestas enjuego indepen­ dientemente unas de otras. Por eso, las definiciones que siguen, si bien no dejan de tener efectos prácticos, consecuencias acentuadas, designan con todo operaciones que son todas aislables, pero que no se encuentran en estado completamente aislado; se tratamás bien de lapredom inanciade una de ellas, de una especie de juego que consiste en tomar ventaja y poder más, o incluso en tomar el paso y ganar de maño (en contrapunto radical, entonces, con un “no tomar”). * Transcribir es escribir ajustando lo escrito a algo que está fuera del campo del lenguaje. Por ejemplo (es el caso de transcripción más frecuente, o, por lo menos, el mejor estudiado) el sonido, reconocido fuera de este campo a partir del momento en que lalingüísticasabedistiguir “fonética” y “fonología”. No olvidaremos hacer notar, con respecto a esto, lo que separa a la lingüística del psicoanálisis: allí donde un Jakobson se contenta con los dos términos, sonido y sentido, y entonces, tan sólo con la transcripción y la traducción9, se hace aquí referencia, no a dos sino a tres operaciones, no a dos sino a tres términos. Se notará, además, que nos ejercitamos en transcribir -desde los movimientos complejos de la danza hasta el simple juego de cara o cruzmuchos otros objetos además de los sonidos. Haremos observar aj usto título que a partir del momento en que transcribimos, entramos en el campo del lenguaje y que el objeto producido per la transcripción nunca es otra cosa que objeto determinado, él también, por el lenguaje. Sin embargo, la transcripción toma esta de terminación a contrape­ lo, quiere anotar la cosa misma, como si la anotación no interviniera en la toma en cuenta del objeto anotado 10. Hay ahí, para la transcripción, un tropiezo real, ya que el objeto al que se apunta no será nunca el objeto obtenido, pues es imposible que produzca el tal cual del objeto. La ,J R. Jakobson, SU legons sur le sun el lesens. Les cdiúons de minuit, París, 1984. 10 Los distribuidores en Francia (y en los países de hablaespañola) de ta película estadounidense titulada con ¡a acrofonía E. T. eligieron no transcribir este título, lo que hubiera dado, una vez escrito, IT!, sino transliterar E.T. (se trata de un grado débil de transliteración pues opera de una escritura alfabética a otra escritura también alfabética y. además, con dos alfabetos que denen un origen común). Asi, la clase culta pronuncia “iri" donde el pueblo dice “e té E lim in e m o s el hecho de la influencia cultural y entonces aparece más puro ei fenómeno que diferencia la transcripción de la transliteración: si se translitera, se produce otra pronunciación, sí se transcribe, se pro-'.uce otra escritura.

transcripción se obstina (en el sentido en que no suelta su presa) sobre este punto de tropiezo y, a] obstinarse, tropieza, choca con él. De ahí su ubicación com o operación real en el sentido en que Lacan, con Koyré, define el real per lo imposible. Pero la transcripción no podría por sí sola tener acceso a este real. Porque el escrito que pone en acción no encuentra en ella su estatus y así ella no puede, manejando algo de lo que no sabe dar cuenta, de ninguna manera auto-fundarse. *Traducir i.|

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P R E P A R A T IO N

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i m p o r t a m - c \vñ!i o p i u m :in d q u i n i n e . T h e ( 'u i-a O i r d i f t !

COCA SSYTflBOX-

j ir e v e iitx t h e d r u i r i■t a

p u l a t a h l e f o r m , c o m m e n d i n p i t c s p c c i u Hy '( the lara^e

el a sa o f p e r d ó n

o f delíeate n erv-

o u s o r g a n i z a t i u n , f o r w h o m it i«* m o br o f i c n indica ted . Íu its p re p a ra !io n th e

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CONTAiNlNG

O n e Huid m i n n - n f t h *5 c o r d i a l r e p r e s e n t a HO p d a s n f r o r a I c a v e * o f p»i» d « p ia litv , t h e v e hie le

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íaUy 4t«oi|» F -> W Ahora bien, el efecto estimulante de la cocaína, el milagro que realiza, puede escribirse como un valor W ’ superior a W: W ’>W. La elaboración teórica de Freud a partir de Über Coca consiste en interrogar cómo esto es posible y, más aún, si no hay allí, con la experiencia dei coquero, un cuestionaniento 15 Op. d i., d .1 0 6 . I6S. Freud, Escritos sobre Li cocaína, cp. c it, p. 1i 6.

del principio de conservación de la energía. En efecto la intervención en O de la cocaína tiene por consecuencias: O (+ cocaína) -> F ’ -> W ’ Si F ’>F y W ’>W, entonces la dificultad corresponde al hecho deque se tiene igualmente que (O + cocaína) = O. Es que nadie imagina que la débil dosis de cocaína ingurgitada pueda ser en si m isma portadora de la considerable energía (convertida en trabajo) que procura al coquero; tampoco se concibe que lacocaína pueda liberar en O una energía que sin ella subsistiría al lí fijada como una energía permanentemente no disponible. Al no haberse encarado estas dos hipótesis, Freud se enfrenta en efecto con una acción de la cocaína que contradice el principio de conservación de la energía. Según este principio, los valores máximos se escriben así: 1. 0 - > F - > W mientras que con la cocaína se obtienen valores todavía superiores: 2. O -> F ’-> W ’ Freud discute el asunto como un hecho polémico que intentará reintegrar en el saber científico constituido. A la prim era hipótesis de una transformación milagrosa de F en F’, hipótesis de la que no se puede decir nada, él conjuga una segunda que sería más explicativa: la cocaína intervendría no en F sino sobre la relación F -> W produciendo así F -> W ’. Permitiría que un trabajo dado exija menos gasto de fuerza vital; de donde, a una fuerza vital igual corresponde la posibilidad de efectuar un mayor trabajo. Esto define a la cocaína como “medio de ahorro”. Pero, además de que el fenómeno encarado sigue siendo enigmático, es contradicho por los resultados de experiencias hechas sobre animales. Sometiendo al hambre a animales con y sin cocaína, ciertos investigadores comprobaron que los que habían sido tratados con cocaína sucumbían tan rápidamente como los otros. Sin embargo esto no molesta realmente aFreud, pues había tomado la precaución de rechazar, al comienzo de su trabajo sobre la cocaína, la idea de que la acción de ésta debería ser semejante en los animales y en el hombre. Le es posible admitir, entonces, como no contradic­ torios los resultados de esas experiencias con el testimonio de un cronista que relataba que, en ocasión de una hambruna que hacía estragos en la ciudad de La Paz, sólo sobrevivieron los coqueras (!). Con este testimonio,encontramos de nuevo la cocaína como medio de ahorro. Sin embargo, Freud introduce una tercera hipótesis: la acción de la cocaína sería situable en W. Los habitantes ham brientos de La Paz que tomaban la coca habrían tenido sobre los otros la ventaja de luchar mejor contra ia

consunción por gastar menos energía para permanecer con vida. Dicho de otro modo, si W parecía transformado en W’, de hecho no era así para nada; más bien W había permanecido constante pero lo que era utilizado para sobrevivir no era W sino co, tal que co < W. Esta hipótesis respeta la preeminencia del principio de conservación de la energía incluso si sigue siendo opaca la razón por ía cual la sobrevivencia exige del coquero un gasto reducido de energía. Resumamos esas tres hipótesis: Fórmula de partida :

O -> F -> W

Ia hipótesis

O -> F’-> W ’

2* hipótesis

O -> F -

3a hipótesis

O -> F -> co... W

W’

Sólo la tercera hipótesis está en conformidad con la fórmula de partida, salvo en que introduce una separación entre energía utilizada y energía disponible, entre y W. La cocaína sería ese objeto que permitiría que haya -¿siempre? (ese siempre, como apuesta imaginaria, es lo que constituye un problema)un excedente de energía disponible con respecto de la energía efectivamente gastada. Hay que notar que el conjunto de la argumentación de Freud permite situar, sobre la fórmula de partida, cada una de las hipótesis: 0 —> F 1°

>W 2o

3o

A hora bien, esta focalización del estudio energético de la acción de la cocaína va a la par -la cosa es decisiva- con la afirmación de que la cocaína actúa indirectamente, es decir por la intervención de los centros nerviosos o también de lo que Freud, en líber Coca, llama “las influencias psíquicas” . Sin embargo, si biSh el papel de los centros nerviosos estaba planteado desde el comienzo con el postulado del carácter no convincente de las experiencias hechas sobre animales, esos centros no son considerados en Über Coca más que como uno de los lugares posibles en que puede intervenir, con un efecto terapéutico benéfico, la cocaína. Ésta se halla indicada, entonces, en los casos de neurastenia, hipocondría, histeria, postración, melancolía, estupor, todos ellos casos que deben relacionarse con un debilitamiento psíquico, con una “actividad reducida de los centros”. He aquí, entonces, con esta debilidad psíquica un nuevo refrito de la lesión. La debilidad psíquica es la explicación basal de esas enfermedades, su supuesta referencia común. Freud se monta aquí a horcajadas sobre un discurso que no es diferente del de Moreau de Tours. En su exposición titulada Sobre el efecto general de la cocaína, leído ante la sociedad

psiquiátrica (la misma donde debía, algún tiempo después, presentar la histeria masculina, versión Charcot), Freud enuncia que la psiquiatría “no cuenta con muchos agentes capaces de aumentar la actividad de un sistema nervioso deprimido. Es, por tanto, natura; que pensemos en la posibilidad de utilizar los efectos de la cocaína descritos anteriormente en aquellas formas de enfermedad que interpretamos como estados de debilidad y depresión del sistem a nervioso sin presencia de lesiones orgánicas” 17. En la relación de Freud con la histeria, la cocaína está en el lugar m ism o que será el del tratamiento psicoanalítico. El texto de 1885 Contribución al conocimiento de la acción de la cocaína es un primer paso en la destitución de la cocaína como objeto privilegiado de una acción terapéutica por fin a la altura de sus ambiciones . Este texto es el único en que Freud desarrollad punto de vista energédco hasta lo mensurable. A hora bien, con esta introducción de medidas, el problema económico va a volverse singularmente más complejo. Contribución... nace de las divergencias que manifiestan, a medida que se multiplican, los testimonios que dan cuenta de los efectos de la cocaína. Para confirm ar Über Coca, Freud aplicaun “método de verificación objetiva”. Va a recibir, ciertamente, de estas experiencias otra cosa que una confirmación; pero ahí lo tenemos, en espera, ayudado por un médico amigo, armado de un dinamómetro, provisto de un lápiz y papel, y en tiempos cuidadosamente anotados, efectúa tres presiones sobre el aparato, inscribe las cifras obteni­ das, calcula los promedios, anota el estado de su estómago, repite estas medidas durante siete horas, primero sin haber absorbido cocaína, luego “con la cocaína en el cuerpo”. Recomienza estas experiencias durante varios días, las compara y extrae cierto número de comprobaciones. ¿Cuáles? En Über Coca, Freud escribía: “En este momento todavía no es posible estimar hasta qué punto la coca puede aumentar los poderes mentales del hom bre” 18. Este “hasta qué punto” dejaba abierta la posibilidad de una progresión indefinida, sin máximo previsible de la ganancia en eficacia mental. A fin de elucidar y de objetivar la cosa, Freud escoge ahora concentrar su estudio sobre la acción de la cocaína en el nivel de la fuerza motriz: ésta es, en efecto, susceptible de medida. Lo esperaba aquí una sorpresa: el descubrimiento de las variaciones de la fuerza motriz. Cierta­ mente, esas variaciones ya habían sido notadas. Pero este redescubrímiento es decisivo en cuanto a la relación de Freud con la cocaína en el sentido de que ya no le es posible, a partir de entonces, medir en valores absolutos la acción de la cocaína. Esta acción no interviene sobre una constante sino sobre algo que es por sí mismo variable. A partir de el!o: la experimentación se desplaza y Freud se pone ahora a medir las variaciones c1e la fuerza motriz 17Op. cit., p .l60. '* Op. cii., p. 11!

independientemente de la cocaína. Comprueba así que hay lugar para distinguir dos lipos de variaciones, puesto que la variación diaria debe ser situada más o menos alta o baja según los días. ¿Cómo situar, de ahí, la acción de la cocaína? Freud da, a las variaciones de un día a otro, el sentido de una manifestación del “estado general”, del “humor”. Esto le permite sostener que la coca no actúa directamente sobre la fuerza motriz sino por el intermedio de ese estado general que, en los mejores días, se llama “euforia”. La cocaína provoca euforia; Freud presenta desde Über Coca a esta euforia como “el estado normal de una corteza cerebral bien alimentada que ‘no sabe nada’ sobre los órganos de su propio cuerpo”. Es porque provoca euforia, porque interviene al nivel del estado general que la cocaína permite al sujeto disponer de una m ayor fuerza muscular. Pero a este “mayor” va a ser posible asignarle ahora un lím ite locaiizable como tal. Sus experiencias le muestran a Freud que la cocaína tiene por efecto principal colm ar la distancia entre las malas y las buenas jornadas, en favor de las segundas. “El aumento de la fuerza motriz es mucho mayor cuando la cocaína actúa en malas condiciones del estado general, en un momento en que la fuerza motriz es débil”. En estas condiciones, la cocaína permite al sujeto disponer no ya de una cantidad casi ilimitada de fuerza motriz, sino de la cantidad misma a la que puede aspirar razonablemente, pues ia experiencia le ha demostrado que disponía de ella en algunos días afortunados. Las experiencias sobre los tiempos de reacción confirman esto: la cocaína dism inuye los tiempos de reacción, pero, escribe Freud, “otras veces, cuando me sentía de humor más alegre y más emprendedor, me encontré en condiciones de reacción igualmente favorables”. Esta consideración introducida por .la medida, impensable sin ella, se presenta como empunto de un cambio profundo de la relación de Freud con la cocaína. En efecto, si la cocaína permite al sujeto disponer de una energía que no es más que igual a aquella de la que dispone cuando su humor es bueno, entonces ya no es un objeto necesario. Pero igualmento notable es el hecho de que ella pierde su condición de ser necesaria allí mismo donde no hace más que responder exactamente a este otro significante Je la lesión que es la debilidad psíquica. En el momento mismo en que Freud discierne el objeto cocaína como lo que hace contrapeso a los efectos de la lesión, se vuelve para él objeto susceptible de ser perdido. Por esta escritura de los efectos de la cocaína, se deshace lo necesario del enganche de Freud con este objeto. El asunto no está arreglado sin embargo. A estas comprobaciones experimentales, Freud reacciona escribiendo: “Esto no quita que incluso en este caso -es decir cuando el estado genera! es malo-

las fuerzas debidas a la acción de la cocaína superan todavía el máximo alcanzado en condiciones normales”. Sin embargo, si llegó a una primera sustitución -al venir la cocaína al lugar de lo que en el estado normal provoca la euforia- entonces otros podrán venir a darle a la cocaína,en el aprés-coup, su estatus de objeto metonímico. De esto da testimonio, dos años más tarde, Anhelo y temor de la cocaína. Freud liga allí la acción de la cocaína a un “factor de predisposición individual” 19 que varía mucho, tanto de una persona a otra, como en un mismo individuo. Ahora bien, este factor presenta una particularidad notable: no es tomado como uno de los datos de la red del saber médico constituido. La acción de la cocaína es así relacionada con un saber no sabido, particularizado, no sabido por particularizado. Por esto, resulta que el lugar del saber como agente de la acción terapéutica no puede ser ya mantenido: ya no hay más medios para hacer de la cocaína ei objeto de una “indicación”. “Como apenas se ha prestado atención a este factor de la predisposición individual, y generalmente no es posible conocer el grado de excitabilidad, considero aconsejable abandonar dentro de lo posible la aplicación de la cocaína en forma de inyección (yo subrayo) subcutánea para el tratamiento de afeccio­ nes internas y nerviosas”20 Este texto es de julio de 1887. Responde, tratando de ponerle término, a la imprudente recomendación de 1885 que Freud había formulado y luego olvidado y que, ligada con el asunto Fleischl, habría de aparecerle, por lo que luego ocumó, como una equivocación, una metida de pata: “Aconsejaría sin vacilar, para este tipo de desincoxicación (de los morfinómanos) administrar la cocaína en inyecciones subcutáneas y en dosis de 0,03 a 0,05 gramos sin temer aumentar las dosis”. La escritura que permite a Freud terminar realmente con esta equivocación abre 1a posibilidad de su elaboración en el simbólico; y lo que en 1887 sigue estando en suspenso en su relación con la cocaína encontrará su cifrado con el desciframiento, ocho años más tarde, del sueño inaugural llamado de “la inyección a Irma”. Pero la histérica no por nada tiene que ver en el acontecimiento de ese desciframiento. Y si el asunto de la cocaína fue ese tiempo en el que Freud habría podido constituirse como autor -autor de ese gran descubrimiento que hubiera puesto el sello al discurso universitario acerca de un objeto que respondía al fin a la lesión supuesta- es, para terminar, la disyunción de la producción de ese discurso (o sea el autor mismo) y de su verdad (o sea el significante-amo de la lesión) lo que le quedaba todavía por resolver a raíz de esta equivocación.

IVOp cit., p.220. *Op. cit., p.220-221.

Capítulo dos

la histérica en suma

Charcot: He aquí, pues, una parálisis artificial del brazo comple tamente semej ante a una parálisis natural. Esta, mujer no sabe para nada dónde está su brazo. (A la enferma que es presentada bajo hipnosis): Cierre los ojos y trate de agarrar el brazo paralizado.’ La enferma.-. No se dónde está; eso me irrita. Charcot. No siente nada; yo podría romperle el brazo antes que despertar en ella la sensibilidad. Pero, como ustedes pueden ver, estos sujetos no son dóciles. 1m enferma: ¡Oh, no! Charcot: Son muy difíciles de manejar; sin embargo, son bastante cómodos. Entonces, pérdida del sentido muscular, pérdida completa de la sensibilidad. Aquí tenemos la línea circular que separa la parte sensible de la parte insensible. (A la enferma): A ver, mueva ios dedos. (La paciente realiza manifestaciones de mal humor) Charcot: Vamos, no muestres tu mal carácter. La enferma: ¡Vaya! Te provocan y además hay que estar contenta. Charcot, ai jefe de clírn

Despiértela.

El jefe de clínica: Bueno. Ya está despierta Charcot: Cuando uno se habitúa a estos sujetos, sabe cómo utilizarlos. Estas histéricas tienen una historia natural.'

1Extraído de J. M. Cbarcoí: Vhystérie. Textos seleccionados y presentados por E, Trillat, i 971. "Para] ysi e ftystéro- trauma tique développée par suggesdon".

Figura 1

Figura 2

Fase de grandes movimientos

Fase de las contorsiones (Arco de círculo) A. Delahaye y E. Lecrosnier

J. M. Chorcot, Leqons du mardi á la Salpétriére, Progrés medical éd., París, 1892-1894.

L a histérica en suma, tal es el nombre dado aquí a la histérica de Charcot con la cual tuvo que lidiar Freud , de octubre de 1885 a febrero de 1886, en la Salpétriére. “En suma” la menciona sumada en el sentido en que el saber, alguna vez, se presentó como suma. Pero “en suma” también la menciona en sueño, en sommeil como se dice en francés; y así hubiera sido si la histérica, al gran Maestro, no se lo hubiese (que se me perdone la expresión) cogido magistralmente. Hay solidaridad entre ese sueño provocado y ese sumario del saber: eso es lo que dice el título del presente capítulo; y está a cargo del estudio el proporcionarle una demostración. Para Lacan, el saber que se suma es aquel cuyo sentido se encuentra definido por su lugar de agente 2. El hecho de que esto designe al discurso de la universidad, indica que a ese discurso la hipnosis le va como un guante El sueño de la histérica constituye la dicha de la universidad. Pero la his i es insomne, por lo cual depende de otro discurso. Charcot se convirtió en el promotor de una versión universitaria de la histeria. El saber sumado sfe designa como “cuadro”; colocado en lugar de agente, el cuadro clínico funda su verdad en el significante de la “lesión funcional” y tiende a convertir a su otro (histérica, pero, como se verá, también discípulo médico) en esapura mirada que es su soporte necesario; ese discurso produce un “Charcot” cuya reputación de docente, que llegó mucho más allá de Viena, debía atraer a Freud. Escribir la efectuación del discurso universitario de la siguiente manera:

: Cfr. "Cloture du Congres de 70, Scilicet, 2/3, p.395.

cuadro clínico — > mirada (histérica/alumno) lesión

Charcot docente

revelará que la misma no dejó de tener consecuencias sobre la lectura de lo que para Freud fue, en su relación con la histérica, la lección de la Salpétriére. Freud no retomó por su propia cuenta la naturalización de la histérica. Testimonio de esto lo constituye un incidente de apariencia anodina, pero cuyas consecuencias no se deben desdeñar. Jones cuenta que un día Freud se aventuró a exponer a Charcot el ejemplar tratamiento de A nna O., que él conocía desde hacía ya tres años. Ciertamente recibió una respuesta del Maestro, pero no la que, joven pasante intrépido, esperaba. H e aquí lo que Jones escribe: “Durante su permanencia en París, le contó a Charcot ese notable descubrimiento, pero, dijo él, ‘los pensamientos de Charcot parecían estar en otra parte’ y el relato lo dejó indiferente. Por otra parte, ese hecho pareció atenuar por un tiempo el entusiasmo de Freud” 3. No hay otra acogida posible en la Salpétriére a lo que Freud suscitó con Anna O., sino esta indicación de un “otra parte” que representa algo no admisible. Con respecto a la enseñanza que promueve, la indiferencia de Charcot es obligatoria. Como respuesta, Ls m anifiesta a Freud que esta enseñanza sobre la histeria sólo puede excluir lo que él, Freud, sin duda ingenuamente, habría deseado adjuntarle como un simple suplemento. Ese “otra parte” es leído aquí, entonces, como el índice de otro discurso. Sobre la importancia de este encuentro de Freud con la histérica de Charcot están de acuerdo todos los que se han interesado por la historia, incluso la prehistoria del psicoanálisis. Se dice que Freud habría sufrido “la influencia de Charcot” sin interrogarse más sobre esta noción de influencia; aunque habría podido esperarse, de parte de los analistas, que no ladejaran inalterada. Esta influencia de Charcot estaría especificada por dos lugares comunes bien arraigados. Primer lugar común: el gran Maestro de la neurología mundial, al poner en juego toda su autoridad en el interés que le demostró a la histeria, a partir de 1870, dio sus títulos de nobleza a esta enfermedad, e hizo posible en lo sucesivo su abordaje científico. El gran Charcot habría hecho grande a la histeria; por otra parte, él la llama “la gran histeria”. Puesto que se benefició con el sello de un Charcot autor (ya que es autoridad - y como tal reconocida),esta histeria así autorizada habría sido - según esos historiado­ res— el punto de partida de lo que Freud se autorizó con la histérica. Pero hacer sonar un siglo después los clarines de la fama y del renombre no garantiza que, al hacerlo, el historiador nombre como conviene. Y la

1 £. Jones, L i vie et t'oeuvre de S. Freud, trad franc.. P.U.F., tome

p.248. (H a / edición en

español: Vida y obra de Sigmund Freud, Ed. Hormé, Buenos Aires, Tom o 1. p.237).

naturalización universitaria de la histeria no es tanto retomar la histeria en e! discurso de la ciencia - una “puesta en ciencia” como se dice una “puesta en escena”- como una manera, para la ciencia establecida, de protegerse de la histeria. Freud no abrió camino para el psicoanálisis a partir de allí, salvo si entendemos “a partir” como un repartir, una demarcación cuya efectividad sólo es pensable si se marca en qué puntos su apoyo viene de otra parte. Segundo lugar común, corolario del primero y no menos soberano: gracias a Charcot, Freud habría pasado de la neurología a la psicología; y esto constituiría, según la idea de los autores, un primer paso hacia el psicoaná­ lisis. En primer lugar, es falso que la enseñanza de Charcot fuera del registro de una psicología; se trataba manifiestamente de una clínica de las enferme­ dades del sistema nervioso, o sea, de neurología. Por cierto, en un punto muy precisamente localizable de su enseñanza sobre la histeria, Charcot recurre a una explicación psicológica. El asunto merece delimitarse con más detalle puesto que allí se encuentra puesta en juego la noción de traumatismo como explicación de las parálisis histéricas, y además, nada válido puede ser dicho de esta noción en Freud fuera del hecho que su definición difiere de la que promueve Charcot. Su teoría del traumatismo le permite a Charcot rendir cuenta de la distancia com probada entre la intensidad con que se impone, la permanencia de una parálisis histérica y la poca importancia, “objetivamente”, del incidente que fue su punto de partida. Para reducir esta desproporción, Charcot utiliza una distinción, tomada de autores ingleses: si el shock (así lo escribía él) traumático no basta para explicar los efectos observados, entonces habrá que adm itir que en la histérica se so'oreagregó otro shock calificado como “nervioso” . Los trastornos sensitivos y motores “que se producen en los miembros sometidos a una contusión no pertenecen,ni con mucho, a los sujetos histéricos propiamente. En esos sujetos, sin duda se producen bajo la influencia de los shocks aparentemente más ligeros y adquieren fácilm en­ te un desarrollo considerable sin proporción con la intensidad de la causa traum ática” 4. La referencia al shock nervioso es necesaria porque conduce la desproporción a una igualdad: "Ese shock nervioso se produce cuando sobreviene una emoción viva, un susto, el terror determinado por ún accidente; sobre todo cuando este accidente amenaza la vida como se ve por ejemplo en las colisiones de trenes. En esas condiciones, se desarrolla un estado mental muy particular, recientemente estudiado con cuidado por el Sr. Page, quien lo acerca, por otra parte muy sensatamente en mi opinión, al estado de hipnotismo. En efecto, tanto en uno como en otro caso, puesto que la espontaneidad psíquica, la voluntad, el juicio están más o menos deprimidos u obnubilados, las sugestiones sen fáciles; así, la más ligera 4 J. M. Charcot, Le$ons sur les ¡na Lidies du systéme nerveux, t. III, 1E87, p,402. En adeiante me nci o nada as í: L M .S N .

acción traumática, por ejemplo dirigida hacia un miembro, puede conver­ tirse en la ocasión de una parálisis, de una contracción o de una artralgia ”5 La única “psicología” que hay en Charcot es esta decripción sumaria de un estado mental. ¿Sena éste el mérito que Freud le habría otorgado, hasta el punto de inscribirse a continuación en la misma huella? La respuesta de la doxa es más que inexacta en este punto; con esa referencia a la psicología, oculta la diferencia radical que prohíbe asimilar las definicio­ nes del traumatismo de Charcot y las de Freud. Ahora bien, el abordaje freudiano del traumatismo sólo puede encararse a partir de la exclusión d é la escasa psicología usada por Charcot. Por el vacío que realiza, la depresión de las facultades psíquicas explica en Charcot la extensión del choque traumático, su intensificación como síntoma. Es por no chocar con nada que la idea sugerida por el choque traumático se desarrolla en extensión y el shock nervioso es el nombre de esa página dejada en blanco. N ada semejante se encuentra en Freud. Para Freud, el traumatismo está constituido por la ligazón de la idea suscitada por el shock traumático con otra idea a la cual se encontró iigada históricamente. Con el caso de Anna O., Freud presenta a Charcot esta teoría del traumatismo; el choque traumático se metamorfosea en síntoma por ei hecho de que existe una “relación simbólica” 6 que liga lo que evoca a otra representación, aunque - el asunto es igualmente importan­ te - sin que el Yo “sepa algo sobre eso o pueda intervenir para impedirlo” 7. Con esta primera teoría freudiana del traumatismo se impone la hipótesis de un saber insabido; y la teoría le da al síntoma un valor de signo. Por ese hecho, el síntoma se encuentra desplazado al lugar del otro y el saber insabido está a la espera de su propia producción. La escritura del discurso de la histérica en Lacan, S 7

—> S, ~ s2

en el que el S ( del síntoma ocupa el lugar del otro y el S, del saber el lugar de la producción, permite así calificar a esta teoría freudiana sobre el traumatismo como “teoría histérica de la histeria”3. Ante Charcot, Freud se convierte en el portavoz de la histérica, por ser, sin saberlo, su víctima, su incauto. La teoría histérica de la histeria trastoca su versión universitaria. Si existe un continuador de Charcot en el modo psicológico, se llama Janet y no Freud.

! J. M. Charcot, LM .S.N.. p.392. 6 S. Freud, Sur le mécanisnze psychique des pkenom énss hystériques (En español: S. Freud, Obras Completas Sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos. En adelante citam os O.C.-, Tomo II, Amortortu Ed., Buenos Aires, 1980, p.27*34). 7 S. Freud, Charcot., O C., Op. cit., Tomo III. pp. 13-24. 1 Denominación que le debo a A. Rondepierre.

En un texto titulado “Plerre Janet, psicólogo realista”9, Henri W allonponeel dedo sobre el postulado fundamental de esta psicología. “No hay necesidad, escribe, de justificar con razonamientos o hipótesis, la eventualidad de un acuerdo entre la persona y el medio psíquico y social. El hecho primitivo en el plano psíquico es este acuerdo, exitoso ofalllido.es la unión esencial del acto y de su objeto. ”La idea de! shock nervioso, convertida aquí en “insufi­ ciencia psíquica”, tiene como función rendir cuenta de la histeria sin tener que cuestionar este acuerdo postulado: "El molino puede estar muy perfec­ cionado, pero si la fuerza motriz es insuficiente en volumen, en fuerza de empuje, no funcionará y sólo producirá gemidos discordantes o perturba­ ciones. Así. a falta de una tensión psíquica conveniente, lo que Janet llama “función de lo real" se degrada; el acto se hace primero búdico, se convierte en un simple simulacro, un desvarío sin eficacia real. Una nueva baja del nivel trae consigo el ejercicio sin control, incoercible, obsesionado por conjuntos funcionales desintegrados y parásitos. En el nivel más bajo, vienen manifestaciones explosivas bajo la form a de actitudes pasionales o histéricas, y finalm ente simples espasmos musculares características de la crisis epiléptica, ese gran mal o mai sagrado de los antiguos. " Así, prosigue este texto notable, “Janet planteaba algunos problemas que están entre los más delicados de la psicología contemporánea; los de la personalidad no ya como individuo "en tercera persona" sino como autor, al menos putativo, de su propio destino frente a s í mismo en tanto existencia única en el mundo; del plano metafisico, el Yo tiende a pasar al plano psicogenéiico. " E sta larga cita señala la apuesta de la respuesta histérica que va nada menos que hacia los fundamentos de la psicología. En su versión universitaria , la histeria es pensada como insuficiencia en la exacta medida en que es remitida a la suficiencia del Yo para satisfacer la función de lo real, cosa que únicamente quiere decir que se satisface al principio fundador de la psicolo­ gía, el principio de un acuerdo entre la persona y el mundo exterior, el Innenw elty el Umweli. Cuando Freud, bajo sugestión de la histérica, escribe: "Se puede decir que ia histeria es una anomalía del sistema nervioso basada en una repartición diferente de las excitaciones, probablemente acompaña­ da por un exceso de estímulos en el órgano de la memoria " i0, de hecho rechaza esta insuficiencia psíquica, debilidad, depresión o choque nervioso - poco importa cómo se nombre a la cosa - que, en rigor, no podría tener existencia puesto que contraviene al primer principio de la termodinámica. El lector recordará aquí, que la modificación de !a relación de Freud con la cocaína sólo pudo ser efectiva por el apoyo recibido de este primer principio. ¿Cómo entender el indiscutible interés que Freud manifestó por la enseñanza de Charcot una vez excluido el embrollo psicológico? Sobre este punto,

1 Bulltítin de psyckoio^iP, París, noviembre de 1960. 10Cfr. ia coruribucicn de Freud sobre =: tema de la histeria in !a endeiepedia Vijlaret (5.Freud. O. C , Op cit. Temo l, pp. 45-63).

Freud es totalmente explícito. Aunque atribuya al César de la Salpétriére “la gloria de haber sido el primero en explicar la histeria”, no deja de precisar que lee esta “explicación” no en lo que Charcot sostiene como tesis sobre la histeria, sino en su práctica avanzada, es decir, en la reproducción artificial, bajo hipnosis, del síntoma histérico. Charcot, escribe Freud, “explica ese proceso reproduciéndolo”11. La explicación que Freud recibe de Charcot no consiste más que en esta reproducción misma. En cuanto a lo que se presenta como la elaboración que Charcot da de su práctica, Freud se toma el trabajo de indicar, no que él se separa de Charcot en este punto, sino más precisam en­ te que esta separación es asunto de Charcot, que no supo seguir ¡a vía que toma Freud, la vía promovida por la histérica. Éste es el sentido del artículo necrológico que le consagra a Charcot en 1893. Si la reproducción de los síntomas histéricos bajo hipnosis es el punto donde Freud ve a Charcot elevarse a un nivel superior ai de su tratamiento habitual de la histeria, es porque por allí pasaba, para Charcot, la elaboración de una clínica de la histeria, la posibilidad de diferenciar finamente una monoplegia braquial de origen histérico de una monoplegia orgánica. Al final de este estudio, esta diferencia recibirá su anclaje epistemológico en la relación del síntoma con el cuadro. Por el momento, basta con indicar que en Charcot hay una clínica de la histeria; el Maestro presenta esta clínica. Freud está tanto más atento a eso cuanto que para él se va a tratar de tomar nota del hecho, pero sin por eso relacionarlo en última instancia, como lo proponía Charcot, con esa “lesión funcional” que bastaba con evocar para que la histeria -¡ finalm ente!- tomara su lugar en ei marco de las enfermedades del sistema nervioso.

S .

i

Este objetivo es perfectamente identificado por Dejerine que, en 1911, declara: “Por sus estudios sobre la histeria, Charcot supo sustraer a los psiquiatras un territorio que éstos tratarán en vano de reconquistar. Cierta­ mente, su doctrina sobre la histeria no permaneció intacta. Pero aunque Charcot sólo hubiera tenido el mérito de haber hecho comprender a los médicos que, fuera de las lesiones materiales, los problemas planteados por ciertos trastornos psíquicos ofrecían a su actividad un campo considerable, sólo con eso le deberíamos todo nuestro reconocimiento.” 12Sin embargo, las exigencias del discurso son tales, que ese “fuera de las lesiones materiales” no podría concebirse de otra manera que como lesión funcional. En Charcot, el calificativo de “funcional” viene a indicar que el tipo de lesión que designa no es localizable (al menos hasta el presente) en la autopsia. La 11 freud. SarU nécanismepjychiqui desphenoméncshysíériques. 1892 ÍO C . Op. cit.,Tomo II). l2Press¿ Medícale, París, abril de 1911-

lesión funcional es una lesión supuesta. La necesariedad de esta suposición, com o lo apunta E. Trillat justamente B, consiste en que la lesión anatómica es la piedra angular del sistema anátomo-clínico de Charcot. La lesión es aquello con lo que se relacionan los síntomas, lo que funda y justifica su agrupamiento en un cuadro clínico, lo que confirma ese agrupamiento como enfermedad. La lesión da su médica legitimidad al método de localización referencial de los elementos sintomáticos. Análisis diferencial délos síntomas, lesión, método anátomo-clínico: una ley rige, para Charcot, las relaciones de esos tres términos. Se formula así: La localización de las diferencias sintomáticas puede ser llevada tanto más lejos cuanto que no implica, por el hecho mismo de la referencia última a la lesión, ningún peligro para el método. Esta ley autoriza, sitúa y limita a la vez, lo que Charcot presenta con el nombre de histeria. El desplazamiento de los intereses del Maestro de la esclerosis lateral amiotrófica a los convulsivos epilépticos y sobre todo histéricos no implica ningún cuestionamiento a esta ley. Por el contrario, se trata de hacer aparecer su deslumbrante verdad sobre el nuevo y supuestamente inasible terreno de la histeria. Siendo una puesta a prueba de la histeria, el método anátomo-clínico hará la prueba de su validez. Sólo hay que aportar pruebas en un juego de réplicas a un partidarioadversario. Esta elaboración universitaria de la histeria toma sentido por atacar de falsedad a todo lo que Briquet había puesto recientemente de moda; es decir, la tesis de que la histeria está fundamentalmente definida por la sim ulación14. Briquet retoma, después de dos siglos, la teoría de Sydenham: la histeria no es una enfermedad como las otras puesto que ningún síntoma o grupo de síntomas la define. En 1681, Sydenham escribía: “La afección histérica no sólo es muy frecuente, sino que se manifiesta también con una infinidad de form as diversas e imita a casi todas las enfermedades que le ocurren al cuerpo humano, pues en cualquier parte en que se encuentre, produce inmediatamente los síntomas que son propios de esa parte del cuerpo"15. La histeria es esa formación particular de las pasiones que consiste en que se manifiestan simulando cualquier sínt. na. “Patología de segundo grado”, Trillat brindó esta feliz fórmula: como expresión pasional, sería asunto del que se ocupa el moralista más que el médico. La versión universitaria de la histeria que presenta Charcot se caracteriza por pretender excluir la simulación. Dar una forma a la histeria, definirla como lo que Charcot designa al nombrarla un “upo fundamental” , frente al cual todos los fenómenos histéricos observables se reparten en elementos del tipo

13 J. M. Charcot, L'hyslérie, textos escogidos y presentados por E. Trillat. 14 Briquet, Trcut¿ d in ¿que et ikérapeulique de Vhystérie. París, 1859. 15 Sydenham, Oíssertaiion sous j o m e de letlre, 1681.

o en variaciones accidentales es, ante todo, establecer que la "neurosis histérica no es como muchos lo afirman todavía, incluso entre nosotros en Francia, contrariamente a las enseñanzas de Briquet, ‘un proteo que se presenta con mil form as y que no se puede aprehender en ninguna'...’’ Se trata de probar que en el campo de la histeria "... nada está librado al azar; p or el contrario, todo ocurre según ciertas reglas bien determinadas, comunes a ia práctica del hospital y a la de la vida civil, válidas en todos los tiempos, para todos los países, para todas las razas, reglas cuyas variacio­ nes mismas no afectan en nada a la universalidad, puesto que esas variacio­ nes, por numerosas que puedan parecer, se relacionan lógicamente siempre con el tipo fundam ental” 16. Como cuadro, en cambio, la histeria se presta para la aprehensión. O bien la histérica es una simuladora, o bien es igualable al cuadro; tal es la alternativa ordenadora del trabajo de Charcot. Freud cuestionará la pertinencia de esto .En tanto deja de lado la teoría psicológica del traumatismo para atenerse a la experiencia misma de reproducción del síntoma histérico, la idea de una "lesión funcional”, que daría al cuadro su verdad, va a retener por el contrario toda su atención. En primer lugar, Freud se separa - y de la manera más resuelta - de la versión universitaria de la histeria, por la interpretación del significante-amo de esta lesión. Pero antes de ocuparnos de esta interpretación freudiana de la lesión funcional, se plantea la cuestión de su articulación,en la concepción de Charcot, con la teoría traumática anteriormente presentada. O. Anderson notó en la enseñanza del Maestro la ausencia de una profundización de la relación entre esas dos teorías : Iesional y traum áticaI7. En efecto, la cosa no está desarrollada y sólo falta abrir la puerta de la sala donde Charcot presentaba a sus histéricas para esperar encontrar allí,, como Freud lo había hecho, la respuesta a lo que se ha dejado ei^blanco en la teoría. • He aquí, pues, el célebre enfermo Pin... que Freud pudo encontrar en la Salpétriére; cuya observación, en todo caso, utilizó en ia conferencia que pronunció a su retomo para demostrar a los médicos de Viena la existencia de la histeria masculina. En su informe sobre su estadía en París, anota que ese caso “constituyó durante casi tres meses el núcleo de todos los estudios de Charcot” l8. El texto de la lección de Charcot que presenta esta histeria masculina se titula: Sobre dos casos de monoplegia kraquial de naturaleza histérica en el hombre n . El hecho de que Charcot estudie simultáneamente dos casos es tanto más notable cuanto que ello no encuentra ninguna, justificación a nivel de las presentaciones mismas. “Las observaciones anota Charcot - son asimilables desde todo punto de vista” 19. En primer !6 J M. Charcot, Carta prefacio a Richer, Eludes clinújues sur l’hysléro-epilepsie ou grande hystcrie, París, 1881. ,T O. Anderson, Studies ín (he prehistory o f psvckoanalysis, 1962, p.60. 14 j, M. Charcot, L M .S .N , í.íU. 19J M. Charcot, L.M.S.N.. tff l. p.333.

lugar, parecería que Pin sólo es introducido para completar el cuadro presentado por e¡ otro enfermo, un tal Porcz, en el cual no ha sido posible encontrar “las zonas histerógenas”, como tampoco lo que la estimulación de esas zonas desencadena regularmente, a saber, la gran crisis histérica. Si Pin presenta los mismos síntomas que Porcz, con el agregado de zonas histerógenas y crisis histéricas, eso quiere decir que la ausencia de éstas en Porcz podrá ser considerada como accidental. Pero el hecho de que “algo falte en el cuadro” 20 de Porcz no es reductible a ese accidente, pues, hace notar Charcot, “Esta circunstancia no podría detenemos; el ataque convulsivo, como ustedes saben, no es, ni con mucho, necesario para caracterizar a la histeria” 21. Entonces, ¿a qué responde la introducción del enfermo Pin en la discusión del cuadro de Porcz? Es notable que, a partir del diagnóstico de histeria, la observación de Porcz desemboque en la suposición de 1a existencia de una lesión funcional en el nivel centra], mientras que la de Pin prosiga en las experiencias de reproduc­ ción del síntoma histérico - aquí, el de la monoplegia braquial - y culmina en la etiología traumática de esos síntomas, es decir, en la teoría de la articulación patógena del shock traumático y del shock nervioso. Entonces, con la yuxtaposición de esas dos observaciones, encontramos aquí la res­ puesta que Anderson creía ausente de la enseñanza de Charcot. Con Pin, la introducción de la etiología traumática apunta a colmar ia laguna que había en la observación de Porcz, de manera no accidental sinc esencial; sólo puede tratarse de algo que s t encuentra en una posición similar a la de! traumatismo, o sea, la lesión funcional a la que conduce la observación de Porcz, que e s , en efecto, lo que realmente,faltará siempre en el cuadro. Cosa que tendrá por resultado, más allá de la acumulación de los signos clínicos que confirman sin cesar el diagnóstico, suspender su certidumbre; como dice Charcot, siempre habrá que “legitimar más aún las conclusiones en las cuales nos detenemos”. La teoría del traumatismo viene en lugar de la lesión funcional, pero no la anula ni la subvierte. Es una tentativa abortada y tímida de dar cuerpo teórico a loque no es local izable sobre el cuerpo anatómico. El interés dedicado a Pin no es más que el interés desplazado destinado a Porcz; el significante de la lesión funcional como verdad del cuadro sigue siendo decisivo para Charcot, lo cual rinde cuenta del hecho de que se haya comprometido tan escasamente con la teoría del traumatismo psíquico, contentándose, como io hace notar Freud, con una fórmula: la del shock nervioso. El escalpelo de Freud corta iransversalmente el texto de Charcot. Del caso Pin conserva el hecho de la reproducción de la monoplegia braquial bajo

” J. M. Charco!, L.M.S.N..

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p.327.

hipnosis; pero lo hace para interrogar, con el caso Porcz, su articulación con la teoría neurológica de la lesión. Que la histeria como cuadro oculte el significante-amo de la lesión funcional es lo que Freud discute principalmente en “Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas”. D icho texto da la razón a Charcot contra Briquet. Existe una patología calificable de histérica fuera de su definición por la simulación; una parálisis motriz histérica presenta características que permiten distinguirla de una parálisis orgánica que afectaría a los mismos sitios del cuerpo. Pero Freud va a volver esta patología contra lo que la hacía posible en Charcot. “Puesto que únicamente puede haber una sola anatomía que sea verdadera, y puesto que encuentra su expresión en las características clínicas de las parálisis cerebrales, es completamente imposible que la anatomía sea la explicación de las particularidades distintivas de las parálisis histéricas” 22. A quí Freud rechaza el truco de prestidigitación que constituye el término de “lesión funcional” : o bien, dice él, se trata de una lesión del centro nervioso, y en ese caso, aunque sea transitoria o ligera, debe producir los síntomas característicos de dicha lesión, lo cual está en contradicción con la clínica de la histeria; o bien - y ese será el camino abierto por él - hay que cambiar de terreno y repensar diferentemente lo que ese término de “lesión funcional” designa. “ Uno se ve conducido - dice - a creer que detrás de esta expresión de "lesión dinám ica" se esconde la idea de una lesión como el edema o la anemia, que de hecho son afecciones orgánicas transitorias. Por el contra­ rio, yo afirmo que la lesión en las parálisis histéricas debe ser completamen­ te independiente de la anatomía del sistema nervioso, pues en esas parálisis y otras manifestaciones, la histeria se comporta como si la anatomía no existisrOfO como si no la conociera" 23. Por lo tanto, el hecho de que la parálisis braquial histérica no se acompañe de una parálisis situada del lado del brazo paralizado contradice la idea de una lesión funcional; la clínica de Charcot se opone a lo que la funda. He aquí entonces a la “lesión funcional” desprendida de toda imaginarización usual de un referente; dicho de otro modo, tomada como un significante. Interpretable de ahí en adelante, la lesión funcional es tomada al pie de la letra como lesión de una función. Es sorprendente ver a Freud, doce años antes del texto sobre el chiste, apoyarse en un chiste para explicitar lo que puede querer decir “alteración de la función” : “Se cuenta una historia cómica a propósito de. un sujeto que se negaba a lavarse la mano porque un soberano la había tocado. La relación de esta mano con la idea de rey parece

“ S. Freud. ‘"Algunas consideraciones con m itas a un estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas i h isté rica sO .C , Q p.cit.. Torno I, p. 197 y siguientes. {StandardEd., vol. I, p. 160 y siguientes) Traducimos de la traducción francesa presentada en ei texto. 13 Ib id.

tan importante para la vida psíquica de este hombre que se negaba a que esta m ano tuviera cualquier otro contacto ”24. Esa proximidad con un relato cómico permite dar cuenta del síntoma histérico. Supongamos una parálisis braquial histérica. La representación mism a del brazo no se manifiesta lesionada, puesto que, por el contrario, el síntom a la revela “manos a la obra”. Por el contrario, existe - y ése es el síntom a mismo - alteración de una función de esta representación: “Desde el punto de vista psicológico, la parálisis del brazo consiste ,en el hecho de que la representación del brazo no puede entrar en asociación con las otras representaciones que constituyen el Yo, del cual el cuerpo del sujeto form a parte importante ”. La “lesión funcional” es entonces interpretada por Freud com o una operación por la cual la imagen narcisista se encuentra lesionada en una parte de sí misma. Esta parte, sustraída al orden especular, entra como representación en relación con otra representación que, por el hecho de su importancia para el sujeto, la atrae a ella, la quiere, de alguna manera, toda para ella. Esta otra representación es calificada como “traumática” porque implica un excedente de afecto del cual el Yo no puede desembarazarse; tal representación es “causa de síntomas histéricos permanentes” porque realiza la sustracción del registro del imaginario de uno de sus soportes simbólicos que toma a su cargo ese excedente de afecto vecino de otra representación y da a sí al síntoma su peso de real. La historia cómica hace sensible esa relación de por lo menos dos significantes, donde el significante “mano” representa al sujeto para el significante “rey”; con la consecuencia de excluir, por ese hecho, la mano de los oficios de la limpieza, puesto que la limpieza le haría perder esa realeza, incluso su nobleza. Seguro que durante el propio tiempo de ese estrecharse de manoplas, un pensamiento informuiado para él mismo debió penetrar a aquel que, por estar así en presencia de la Real Persona, no pudo más que prohibirse formular, en una injuria, el término: “¡porquería!”. Esta interpretación de la “lesión funcional” vuelve sobre la noción de traumatismo que pierde su estatus, como se dice que uno pierde el hilo. En efecto, para Freud, la discusión de la definición de! traumatismo promovida por la Salpétriére, va a implicar una modificación de la relación del médico con el saber - con sus fallas, más precisamente.E1 síntom a histérico se presenta para Charcot a imagen del shock traumático; nace de él tanto más naturalmente cuanto que no encuentra ningún obstáculo por el hecho del shock nervioso. He aquí lo que Charcot enseña a propósito de las parálisis histero-traumáticas de Pin y de Porcz: ‘‘...por un lado, la sensación de pesadez, de pesantez, de ausencia del miembro contuso, y por otro lado, la paresia que no deja de existir siempre hasta un cierto grado,

harán nacer, de manera natural en cierto modo, la idea de impotencia motriz del miembro; y esta idea, en razón del estado mental sonambúlico tan particularm ente favorable a la eficacia de las sugestiones, podrá adquirir, luego de una especie de incubación, un desarrollo considerable, así como realizarse objetivamente al fin a l bajo la form a de una parálisis completa absoluta ” 25. El lector convendrá en que no hay nada natural en el hecho de que un golpe recibido evoque la idea de impotencia motriz del miembro. Para algunos, si vamos al caso, la idea de “devolver golpe por golpe” no es menos “naturalmente” sugerida. Pero sobre todo, esta evidencia de lo natural implica que se trata de la misma idea que, al desarrollarse, provoca la misma parálisis en Porcz o en Pin, y que esta idea es conocida por el Maestro desde entonces. Shock traumático y shock nervioso sólo se articulan en esta descripción por el hecho de que se encuentran planteados como no particu­ larizados. Con la apariencia de “ natural” , el carácter de generalidad de la idea es necesario, a fin de que permanezca al alcance de! saber. La interpretación freudiana de la lesión funcional como lesión debida al lazo de la representación con otra representación implica que el pasaje al síntoma de la prim era depende de ese lazo mismo y no de un proceso de incubación, de extensión, de la representación sola, tal como la teoría del traumatismo de Charcot la considera. El agregado, por parte de Freud, de esta otra represen­ tación traum ática es decisivo, pues así se escapa del saber; tanto del saber del médico com o del de la histérica. El paso del método catártico es adm itir que hay saber insabido. Es por un acto único como Freud se pliega a lo particular del saber del significante traumático y admite que no dispone de él. “Estaba demasiado obscuro - le dice Katharina, la hija del dueño del hospedaje - como para ver algo; ambos estaban vestidos. ¡Ah!, ¡si yo supiera lo que me^disgustó! Yo tampoco no sabía nada - agrega Freud -, pero la invité a contarme lo que se le pasaba p o r la cabeza, pues estaba seguro de que ella pensaría justam ente en aquello que yo necesitaba para explicar el caso" 26. El saber del traumatismo que Freud elabora deja lugar para la palabra de la histérica, pues él espera de esta palabra, de conformidad con la estructura de su discurso, la producción de un saber insabido: 3 —> S, Esta acogida brindada a lo particular del S, no conviene a un discurso que pone el saber en lugar de agente; de allí la necesariedad de otro abordaje del traumatismo: “Nos contentábamos - escribirá Freud en sus Estudios sobre la

3 J. M. Charcot, L M . M , t.ffl, p.453. 24 S. Freud, Comunicación preliminar. O.C. Op. cit. Tomo II.

histeria - con decir que la enferma estaba afectada por una constitución histérica y que bajo la presión intensa de excitaciones cualesquiera (subra­ yado por Freud), podía, según su temperamento, desarrollar síntomas histé­ ricos” v Al rechazar el término de agente provocador como susceptible de metaforizar lo que ocurre en el traumatismo, es el cualquiera de la excitación traumática lo que Freud rechaza. Esa excitación no es cualquiera puesto que está ligada a otra representación - a reserva de admitir que la otra representación, insabida, sólo puede encontrar lugar con la puesta enjuego de otro discurso28. En la época en que estuvo en París, Freud se hizo el portavoz de la histérica; y los enfrentamientos con Charcot, aunque fueron discretos no dejaron de ser registrados. Recordemos el incidente de Anna O. Hubo otros. Un día, Charcot, en contra de su propia tesis sobre las diferencias clínicas entre las parálisis o anestesias de origen histérico y orgánico, sostenía que en ciertos casos, y como consecuencia de una especie particular de lesión orgánica en el nivel central, existe analogía completa entre la hemianestesia histérica y la orgánica. Se cuestionaba así el punto mismo sobre el que Freud iba a apoyarse para destruir, reinterpretándola, la hipótesis de la lesión funcional. No es de asombrarse que inmediatamente haya insistido en presentar objeciones. Esto es lo que dice: "Cuando, en la ocasión, me arriesgué a plantearle la pregunta sobre ese punto y a argumentar que aquello contra­ decía la tearía de la hemi-anopsia, me enfrenté con este excelente comenta­ rio: ‘la teoría está bien, pero eso no impide existir’. ” Si esas palabras debían permanecer inolvidables para Freud, no es menos cieno que no sufrió sus efectos como para que le cerraran el pico. En efecto, Freud agrega una pequeña cosa que, como interpretación de la célebre sentencia, va a darle retroactivamente su alcance: "Si solamente - escribe -se supiera lo que e x is te " 29 Dicho de otra manera, lo que se trata de no impedir que exista no es un mítico hecho bruto , sino realmente un saber. S2 —> a

A hora bien, ese saber no está tan seguro de su propia existencia como parecería al principio. Eso es evidente cuando se interroga ia lógica clasifi­ cadora que lo sostiene por detrás, en las relaciones que instaura entre el cuadro y el síntoma. ¿Qué ocurre con el síntoma cuando se encuentra llamado a integrar un agrupamiento donde el cuadro se constituye como “especie r ¡b¡d. a “Es menester cuidarse de creer que el traumatismo actúa a la manera de un agentpruvocaicur (en francés en e! texto alemán) que desencadenaría el síntoma. Éste, vuelto independiente, subsistiría luego”. S. Freud, O.C. Op.cir. Tomo II, p.?2". 39 S. Freud. “Nota" a su traducción de Lecciones del martes, O.C. Op. cit.. Tomo I, p. 173 (iStandard Ed. vo!. I, p, 139). Ver igualmente: Freud, Ma vie et ¡a psychanalyse, trad- fr-. p. 19. (Presentación autobiográfica, I., Tomo XX. p. 13)

enfermedad” M, es decir, como una entidad de orden inmediatamente superior? El hecho de definir a la especie es suficiente para hacer aparecer en el primer nivel So que no era abordable antes de su constitución, a saber, que desde ese momento un síntoma puede llegar a faltar. El caso ha sido expuesto con las observaciones de Porcz y Pin. Dos consecuencias pueden ser extraídas de esta nueva ocurrencia, pero cada una demuestra la dificultad de una aprehen­ sión conceptual estable del síntoma, desde el momento en que su definición se apoya en ia de la especie mórbida. - O bien se decide que aquello que tenemos que considerar con ese agrupamiento nuevo (puesto que se trata del primer agrupamiento menos un síntoma) es una nueva especie y, en ese caso, al repetirse la operación, nos vamos a encontrar con tantas especies como síntomas; dicho de otro modo, anularnos la distinción entre síntoma y especie que estaba planteada en el punto de partida. - O bien decidimos que esa falta de un síntoma no es esencial con respecto a la especie; decidimos que el nuevo agrupamiento es de la misma especie, y entonces sacamos como consecuencia que hay una división de! registro de los síntomas, ya que la ausencia de unos no conduce a un cuestionamiento de la especie que pensamos estar considerando, aunque, por el contrario, la ausencia de los otros provoca el cuestionamiento obligatoriamente. Entonces, la opción es, o perder la distinción síntoma/especie, o dividir en dos niveles jerarquizados la categoría del síntoma; pero esta operación, al repetirse indefinidamente pulveriza finalmente la noción de síntoma. ¡Lo que uno no puede hacer, mejor abandonarlo! Y Charcot se queda en un prudente retiro en cuanto a la interrogación de la lógica clasificadora que está detrás de la relación síntoma-cuadro. Esto no quiere decir que la cuestión no se plantee, ni siquiera que no tenga su respuesta, puesto que lo que va a operar, una estabilización de esa relación síntoma/especie mórbida, precisamente se llama, según él, “cuadro” - término que debe ser entendido ahora no sólo como equivalente al de especie, sino como pintura, de esas que se cuelgan en los museos. Es en la Saípetriére, en tanto que inagotable museo de las entidades mórbidas donde Charcot, joven médico interno, decide instalarse. No abandona entonces, sino que más bien realiza, su anhelo de ser pintor. La nosología de esta clínjca del cuadro es una galería de imágenes. Y la prueba cotidiana del diagnóstico sólo encuentra seguridad en esta captura de la mirada del otro que apunta al cuadro y que es la única que da su consistencia al diagnóstico.

30 i. M. C harcot Legons du Mardi, vol I, p.23.

El cuadro clínico va hasta someter a su orden aquello que, en ia práctica m édica, depende de la fisiología. A llí también Charcot recurre a los extremos para recibir confirmación de la corrección de su posición. Invocado por Charcot, habla el Maestro de la fisiología, Claude Bemard: ”No hay que subordinar- dice - la patología a lafisiología. Hay que hacer a la inversa. Es m enester primero plantear el problema médico tal como es dado p o r la observación de la enfermedad; luego hay que tratar de proporcionar la explicación fisiológica. Actuar de otra manera sería exponerse a perder de vista al enfermo y desfigurar la enfermedad.En mi opinión - comenta Charcot -estas son excelentes palabras. He insistido en citarlas textualmen­ te porque son absolutamente significativas. Hacen comprender suficiente­ m ente que existe en patología todo un campo que pertenece como propio al médico, que sólo él puede cultivar y hacer fructificar y que permanecería necesariamente cerrado al fisiólogo, el cual, sistemáticcamente confinado en el laboratorio, desdeñaría las enseñanzas de la sala de hospital''11. Freud, formado enuna clínica que tenía “tendencia a hacer una interpretación fisiológica del estado clínico y de la interrelación de los síntomas”32 no Mzo suyo este “método francés” donde la imagen clínica y el tipo juegan un papel fundamental. En el artículo necrológico, incluso atribuye á su carácter exclusivamente nosográfico, el viraje por el cual Charcot se mete en otra vía que la que indica ¡a histérica. Ai método francés se le escapó la histeria por haberse atenido a una preeminencia de lo er~ópico como campo de ejercicio de uti goce intelectual, cuyo elogio hacía Charcot sin amilanarse. Freud, con términos de un asombroso extremismo, consagra dos páginas a una presen­ tación del método clínico de Charcot: “No era un hombre de reflexión, un pensador; tenía la naturaleza de un artista. Era, como decía él mismo un ‘visu el’ (e.n francés en el texto alemán), un hombre que ve. Eso era lo que nos decía él mismo a propósito de su método de trabajo. Tenía la costumbre de m irar una y otra vez las cosas que no comprendía, de profundizar día tras día la impresión que extraía de ellas, hasta que repentinamente su compren­ sión cayera sobre él. En la visión de su espíritu, el caos aparente que presentaba la repetición continua de los mismos síntomas, comenzaba entonces a ordenarse. Las nuevas imágenes nosológicas emergían caracte­ rizadas p or la continuidad constante de ciertos grupos de síntomas 32. Charcot enseña presentando. Lo necesario de la cosa consiste en que sólo la presentación permite poner en presencia cuadro y mirada, tiempo puntíforme donde “la luz es tal que afecta a los espíritus menos preparados” 33 . Ese golpe de Charcot - como se habla de un golpe mortal - merece que nos ocupemos de él, pues permite una elucidación dei hecho hipnótico como fundamental­ mente ligado al discurso de la universidad.

11J. M. Charcot. LM -S.N., 1S»7, C..ÍH, p.9. n S. Freud, Charcot, O.C. Op. ci¿. Tomo III. p. 14 (Standard Ed. t.III, p. 12-13). 23 J. M. Charcot, Legons du Mardi, T. 1, p.231, citado por Trillat, Op. cit., p.17.

Veamos entonces, paso a paso, una presentación de enfermo a la cual Freud asistió. El relato de esas dos lecciones se titula: “Sobre un caso de coxalgia histérica de causa traumática en el hombre”34 Primer examen, primera sorpresa: el diagnóstico es afirmado de entrada por Charcot: “... este hombre vigoroso colocado delante de ustedes es un histérico”. Hay un desafío en estas maneras, pues ese enunciado no está de acuerdo con lo que los asistentes pueden constatar de visu, o sea, un enfermo cuya apariencia está muy “alejada del tipo clásico aún hoy de los histéricos”. Lo que está enjuego no es tanto el establecimiento del diagnóstico como su mostración, y ésta apuntará a colmar la brecha entre lo que se afirma y lo que se da a ver. El cuestionamiento del carácter orgánico de la coxalgia presentada toma su punto de partida en un saber ya constituido. Hay una “afección histérica de las articulaciones” distinta de una artropatía orgánica, descrita por Brodie en 1837. De esta distinción, Brodie estableció los puntos de referencia: en la histeria, el dolor está más extendido y es más intenso en la superficie, el síntoma surge y desaparece brutalmente, a menudo como consecuencia de una impresión moral; por otra parte, no hay ni atrofia del miembro ni elevación de la temperatura. Sin embargo, segunda sorpresa, mientras que ese tipo de distinción es típicamente aquello con lo cual Charcot constituye su imagen clínica de la histeria, esta vez él minimiza la importancia de esas referencias: “Hay aquí, señores, no debemos disimularlo, matices muy delicados.” Como lo indica su empleo del ténnino”di-simular”, la razón de esa negativa no consiste en un rechazo de las localizaciones sintomáticas propuestas por Brodie, sino en el hecho de que este autor define la histeria como simulación. Este es el segundo punto que entra en juego en la presentación: mostrar que la histérica se identifica con el cuadro de la histeria equivale a demostrar que no es una simuladora. El cuadro tiene por función excluir la simulación. Tenemos entonces a un enfermo que presenta todos los signos de una afección articular con lesión orgánica: encogimiento del miembro inferior izquierdo, articulación inmovilizada, dolor que crece con la presión, volu­ men inferior del muslo izquierdo, actitud característica del coxálgico que no puede mantenerse de píe. A partir de este último signo, se va a poder emitir una duda acerca de la organicidad del caso. Para hacer eso, Charcot introduce en la escena de la presentación a alguien que hace profesión de prestar su cuerpo a la mirada del otro. A este “individuo sano, habituado a posar para los pintores”, Charcot le pide que imite tanto como seaposible, y después de haberla estudiado, la actitud del enfermo. Así,

111. M. Charcot, LM.S.N., 1887, LÍII, p.370 y siguientes.

la mirada de los asistentes va a poder captar que la deformación de los pliegues en las nalgas, idéntica en el enfermo y en el modelo, depende únicamente de la posición anormal de la pelvis. El signo “actitud caracterís­ tica” pierde, con esta prueba, su valor de signo de una coxalgia orgánica; aislado, corre el riesgo de y a no poder ser signo de nada, salvo como indicio de un cuadro futuro donde podrá, con todo derecho, insertarse. Pero este cuadro futuro no podría por sí sólo constituirlo ese signo. De allí la necesidad de un segundo examen que, a diferencia del primero, se adelantará esta vez a lo que hay que producir: “Quiero examinar al enfermo desde otro punto de vista. Voy a colocarme en la hipótesis de que está afectado por una coxalgia sine materia, y buscar si los síntomas que presenta son conformes a la descripción de Brodie.” El.nuevo examen es decisivo, pues opera un cambio completo del diagnós­ tico. El punto eje es ahora el signo de hiperestesia; un pellizco revela, en efecto, una reacción hiperestésica, sin proporción con la importancia de la estimulación ejercida. “Insisto sobre esta hiperestesia de la piel junto a la cadera porque ha sido revelada por la mayoría de los autores que han escrito sobre la coxalgia histérica; merecería verdaderamente ser designada con el nombre de signo de Brodie.” Glorificar a Brodie por haber puesto a la luz esta hiperestesia como signo consiste en proceder con el célebre cirujano inglés como los hombres de estado con un general que se volvió demasiado poderoso: una estrella más y un nombramiento en provincia calmarán un ardor intempestivo. La hiperestesia, que en Brodie era causa de la histeria de las articulaciones, se convierte aquí en un signo. Es que el cuadro apela a una cierta concepción de la causalidad; en primer lugar, por lo siguiente; que la cuestión es postergada para después. Significa marcar algo este enviarla para después; y Freud declarará que esta remisión se revela como suficiente para hacer insoluble la cuestión de la causalidad de la histérica. “Después de que los últimos desarrollos del concepto de histeria hayan conducido tan a menudo al rechazo del diagnóstico etiológico, se volvió necesario penetrar en la etiología de la propia histeria. Charcot adelantó una simple fórmula para eso: la herencia debe ser considerada como la única causa. En consecuencia, la histeria era una forma de degeneración, una parte de la "famille névropathique" (en francés en el texto alemán).Todos los otros factores etioiógicos jugaban el papel de causa accidental, de agent provocateur (en francés en el texto alemán)” 35. Definición del traumatismo y concepción de la causalidad son solidarias. Una causalidad ligada al cuadro no puede constituirse fuera de esta pura suposición de una referencia, designada aquí con el término de “degenera-

-11 Freud, Ettuies sur l'hystérie. írad. fr., p. 118.

ción” , y que no es nada más que otro nombre de la lesión. Al rechazar el de agente provocador, el método catártico plantea la cuestión de la causa ya no a propósito del cuadro sino al nivél del síntoma, haciendo necesaria entonces una revisión de la noción misma de causalidad. El paso de! método catártico consistirá en tomar los síntomas uno p o r uno para interrogar lo que ocurre con la causa cada vez y tantas veces com o ese “uno por uno” lo implique. Y cada vez la falla de S2 es aquello mismo que obliga a Freud a cuestionar la validez “de! axioma ’cessante causa, cessat effectus"', puesto que el anclaje del síntoma está tanto más asegurado cuanto que su causa está ausente. El gesto por el cual aquí Charcot le niega a la hiperestesia el estatus de causa que tiene en Brodie, para integrarla como signo del cuadro, se revela entonces como el tipo mismo de operación que vuelve insoluble la cuestión etiológica. Pero no por eso zanja la del diagnóstico. De allí viene la necesidad de un tercer examen, que importa no tanto porque introduce otro signo conforme al cuadro de la histeria (lahemianestesia), sino más bien por 1a manera como esta hem ianestesia es introducida... En efecto, todo ocurre como si Charcot desde ese momento tuviera que vérselas con la imposibilidad de hacer jam ás un cuadro p o r la simple acumulación de signos. De allí sale ese simulacro de método deductivo que va a jugarse con la hemianestesia. Si nuestro enfermo es realmente un histérico, dice Charcot, entonces hay que suponer que él presenta esta hemianestesia que es, más que signo, estigma de la histeria. Existe realmente, en la casi totalidad de la mitad izquierda del cuerpo, una anestesia completa al pinchazo y a la temperatura; ¡entonces, se trata de un histérico! En cada uno de esos tres exámenes, el signo presenta un valor diferente: -signo-índice de un diagnóstico futuro, es la actitud característica del coxálgico de pie; -signo-apoyo o signo-confirmador de la hipótesis diagnóstica, es la hiperestesia; -signo-prueba de la validez de la hipótesis, es la hemianestesia. Ultimo en llegar, el estigma es el ideal del signo en tanto que es signo transformado en argumento. Lo patognomónico del signo no es el afortunado accidente de una clínica del cuadro, sino que asegura el anclaje de su idealidad en un real. Entonces, el signo designado como estigma, representa al cuadro que, en cambio, hace del síntoma un signo que descarta así - en caso de que eso pueda hacerse - su di(cho)m snsión significante. Sin embargo, ese pase de magia que se apoya en un signo estigmatizado no

satisface plenamente a Charcot. Un cirujano eminente, revela él después de ese tercer examen, extrajo las dos conclusiones siguientes de la exploración del caso: “ 1) No existe en este sujeto huellas de una afección orgánica de las articulaciones; 2) este individuo, muy posiblemente, es un simulador.” La discusión prosigue: “Evidentemente señores, después de la exposición que antecede, no podríamos adherimos a esta última parte de las conclusiones”, y más lejos: “Por dinámica que sea, la enfermedad es perfectamente legítima, perfectamente real y nada, absolutamente nada, podría autorizarnos a tachar a nuestro hombre de simulación.” El tercer examen, aunque no cierre la interrogación diagnóstica, sin embargo es suficiente para excluir la simula­ ción. Si al término de esos tres exámenes no existe, hablando con propiedad, el cuadro, sin embargo, hay suficiente de cuadro (como se dice que pongo suficiente cantidad de relleno a cada empanada) como para excluir la simulación. Ocurre que el cuadro es esta “trama apretada, cuyas estrechas mallas, impenetrables, no podrían ceder el mínimo lugar a las creaciones de la fantasía y del capricho” 3Ó. Una vez que el cuadro se introduce en la histeria, la única simulación teóricamente encarable sería la que lo tomaría como modelo. Charcot juzga altamente improbable esta posibilidad, pues implica­ ría, en la histérica, un saber de la histeria igual al del médico, y hasta infinitamente superior, puesto que lo habría obtenido no por el trabajo clínico sino por una gracia difícil de imaginar. El cuadro garantiza la histeria; es la legitimidad que Charcot ofrece a la histérica. Es por eso que, en la Salpétriére, la histérica no podía más que llevar las cosas hasta los extremos. Puesto que el engaño se encontraba implacablemente desalojado, puesto que cada manifestación sintomática era inmediatamente retom ada como signo en el universo del cuadro, sólo le quedaba a la histérica la posibilidad de darle al cuadro mismo, valor de síntoma, de convertir lo que debería acabar con el engaño en el lugar mismo de una simulación genera­ lizada. La gran desventura de lo ocurrido en la Salpetriére se reduce a un hecho trivial, en suma: la sagacidad de un Lichtenberg no ha dejado de notar que basta con cambiar de lugar un florero valioso con la intención de protegerlo de un eventual accidente para que el accidente ocurra por el hecho mismo de ese desplazamiento. La desventura de Charcot con la histérica es su acto fallido, soplo de aire fresco que vá en contra del programa del que él se había convertido en héroe, o sea “descubrir el engaño en cualquier parte que se produzca, y separar de los síntomas reales que form an parte fundamentalmente de la enfermedad, los síntomas simulados que el artificio de los enfermos le agrega",37 No hay Amo del engaño. Pero hay para la histérica una apuesta con esta 56 Ricber, E tvdessur l'hysiéro-épilepsie. Prefacio de Charcot, p.VIII. ” Richer, Op. cit., p.l 11.

implantación de una versión universitaria de la histeria; es lo que manifiesta el cierre final de esta presentación de un caso de coxalgia. La segunda lección, que presenta el asunto como resuelto, se abre con el anuncio de una victoria. El enfermo “ha comprendido mejor sus intereses y se sometió a nuestro examen”. Este examen decisivo, puesto que por fin permitió igualar al enfermo con el cuadro, ¿en qué consistió, como para que el enfermo se haya negado firmemente a ser sometido antes a él? Se había comprobado que la cadera se movía libremente después de haberle suministrado cloroformo al enfermo. Aquí convergen la seguridad del diagnóstico y la utilización del cloroformo. La histeria sólo se declara aprobada con la cloroformización del histérico. Esta convergencia prohibe distinguir, como lo hace P. M arie3S, entre un Charcot hipnotizador y otro que seria un gran clínico. El poder de producir a voluntad el cuadro de la histeria “aprovechando ese estado mental de los sonámbulos que es la credulidad absoluta” encuentra en la hipnosis su condición de posibilidad. ¿Por qué no ratificar esta declaración de Charcot que hace de ella “lo sublime del género y el ideal en materia de fisiología patológica"39? Con la hipnotización de la histérica, el ideal se hace realidad: “Poder reproducir un estado patológico es la perfección, pues parece que uno tiene la teoría cuando tiene entre manos el poder de reproducir los fenómenos mórbidos’,4°. El cuadro, y con él el método clínico, sólo recibe su consistencia de una mirada hipnotizadora. S, —» a ~s~

T

La presentación de la histérica en suma, en sueño, no dejaba de tener su efecto sobre la asistencia; este efecto es de contagio de la hipnosis. Freud da testimonio de eso cuando, describiendo la lección clínica de Charcot, habla del Maestro como de un “mago” que subyuga a un auditorio por esta enseñanza fascinada. "Cada una de sus lecciones era una pequeña obra de arte, de construcción y de composición: estaba en un estilo perfecto y producía una impresión tal que todo el resto de la jom ada uno no podía extirpar de sus orejas el eco de lo que él había dicho, ni desembarazar el espíritu del pensamiento que había expresado"11. Lo que yo llamaré aquí eco-psicología, es esa operación cuyo producto es un Charcot docente, y consiste en poner el saber, tomado como cuadro, en ese puesto de comando de donde el otro es enfocado como un objeto que es causa del deseo de dormir. La eco-psicología es la psicología que conviene a la universidad; la hipnosis ■'*P. Mane, "Eloge de J. M. Charcot” Bulle ¡in de I'Académie de Medicine, 1925, X C H Citado por G, G'jiilan, J. M. Charcot, sa vie, son oeuvre. ” J. M. Charcot. L'hystérie, Textos escogidos por E. Trillat, p.101. 10J. M. Cha/CGt, Ibid., p. 100. 4t S. Freud. Charcot, O.C. Op. cí/.,Tom o n i, p.19 (Standard Ed. Vol. ni, p.I7).

la sostiene; como es efectiva, sena ese punto en el cual el discurso universi­ tario alcanza lo sublime. Que finalmente todo el “affaire” de la Salpétriére haya caído en el ridículo, evidentemente no debe asombrar: lo ridículo está a sólo un paso después de lo sublime. La versión universitaria, mejor aún, la aversión universitaria de la histeria, equivale a vertirla en la cuenta de lo sublime, convertirla en un saber en suma, un saber que se distribuye como ese puñado de arena que cierto arenero del cuento infantil francés arroja a la cabecera de la cama de los niños pequeños, no tanto para cerrarles los ojos y hacerlos dormir, sino para que sirvan, como mirada, para lo que va a ser causa de los juegos amorosos parentales. Al entremezclar su traducción de las “lecciones del m artes” con notas de lectura de su cosecha, Freud sabía que iba a disgustar a Charcot. De todos modos lo hizo, y el asunto participa del mismo golpe que iba a ser asestado contra la reputación de la Salpétriére con el anuncio de que la simulación no escatimaba sus medios en ese lugar. Charcot no ve que, al querer acorralar “el artificio del enfermo”, llega a reintroducir él mismo este artificio reproduciendo, como dice sin darse cuenta, “artificialmente los síntomas”42. En esto, confirma el' importante descubrimiento de Breuer, y esta confirmación constituye el interés que Freud le dedica a su trabajo. La indiferencia que le manifiesta a Freud cuando éste le comunicasu descubrimiento, tuvo por efecto hacer palpar directamen­ te al joven becario yienés que no se trataba de reconocerle al síntoma su alcance de palabra, sino que se necesitaba otro discurso para este reconoci­ miento. Entonces, cabe pensar que esta indiferencia tuvo para Freud un efecto de reactivación y el método catártico, confirmado de hecho, pero rechazado de derecho, iba a ser construido por él - hasta el descubrimiento de la fantasía - como la práctica y la teoría conformes al discurso de la histérica. Durante un tiempo, Freud pudo ser portavoz de la histérica; fue así porque podía autorizarse a ser el incauto de la histérica. Tal la lección de la Salpétriére: para quien se pretende partenaire de la histérica, está excluido el pretender escapar al ridículo.

"= 1. M . C h a rc o t, L M .S .N ..T .il! , p.390.

Segunda parte

los sesgos de lo literal

Capítulo tres

traducción,transcripción, transliteración Su ju e g o en una secuencia: incidente de la víspera, sueño, chiste interpretativo

Leer con el escrito es aquello a lo que he tratado de atenerme en los dos capítulos precedentes. Ciertamente, quien tomó conocimiento de lo que ha sido dicho hasta aquí sobre la relación de Freud con la cocaína o de su encuentro con la histérica de Charcot convendrá en que esta lectura renueva su sentido. No carece de interés, sin embargo, preguntarse si esta renovación define la lectura co-mandándola o si constituye más bien su secuela. La cuestión parece ser la de saber lo que se impone, entre la letra y el sentido; o, también, y tal vez más justamente, si no deben distinguirse dos modos de lectura según que prevalezca en ellos la letra o el sentido. La introducción del escrito en la lectura, ¿viene a ratificar, a registrar para la lectura una renovación del sentido, o bien juega fuera del sentido pero, sin embargo, no sin llegar a modificarlo? Pero, ¿no es demasiado reductora esta dicotomía? ¿No compromete la cuestión más general de lo que se puede esperar deL escrito cuando se le da aquel lugar que conviene, el lugar que le conviene, el que no lo refrena por adelantado, por ejemplo, al revestirlo 'del corsé que, no sin sutileza se construye con una ideología de la escritura? Sobre el alcance de lo escrito se puede leer en La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud esto: "Lo escrito se distingue en efecto p o ru ñ a preeminencia del texto, en el sentido que se verá tomar aquí a ese fa cto r del discurso, lo cual permite ese apretamiento que a mi juicio no debe

dejar al lector otra salida que la de su entrada, la cual yo prefiero difícil . La función de esta preeminencia es im pedir lo que pued e haber a llí de dem asiado flexible habitualmente en ese ju e g o entre el im aginario y el sim bólico tan im portante para nuestra com prensión de la experiencia2. A esta flexibilidad, dem asiado grande, se le pueden dar varias respuestas. D istingo no sólo dos, sino tres respuestas. La traducción se caracteriza por prom over lo que sería una preem inencia no sólo del sentido sino, m ás exactam ente, del sentido único, del un-sentido; ella se guía con este un-sentido para d ecidir sobre el falso sentido o el contra-sentido pero sólo interviene com o respuesta posible al ju e g o dem a­ siado flexible del im aginario y del sim bólico si participa de lo literal, dicho de otro modo, de otra cosa que de aquello que la orienta. E ste anclaje en otra parte le es tan indispensable que se puede desafiar a cualquiera a producir un solo ejem plo de traducción en el sentido m oderno de este térmifto que sea de antes o de fuera de la invención de la escritura3. H ay allí un hecho que, al menos en mi conocim iento, nadie ha señalado y que no h a recibido entonces, a fo rtio ri, toda la repercusión que m erecería en una teoría de la traducción. Lo desapercibido de este hecho tiene su razón en el m antenim ien­ to de una visión(corresponde aquí decirlo) de lo escrito com o p ura y simple transcripción de la palabra. L.a transcripción es esta oíra m anera de regular lo escrito que tom a apoyo no ya sobre el sentido sino sobre el sonido. E ste m odo determ ina lo que se llam a la escritura fonética. Un sonido por letra, una letra por sonido, tal es la regla de la transcripción form ulada, entre otros, por la gram ática de P ort Royal y que todo escolarizado sabe que no es aplicada. Q ue yo diga de ella que es inaplicable parecerá tal vez excesivo; el hecho está allí, sin em bargo, no

1 J. Lacan, Escritos 1, traducción Tom ás Segovia, S iglo XXI, M éxico, 1984, p.473. 1957. 3 Podemos dar cuenta de lo -que “traducir” quiere decir, en una sociedad que no ha efectuado

2J. Lacan, Sem inario del 3 de julio de

la escritura de su lengua, con una brom a que los africanos de Banguá (una circunscripción Bam íleké) se contaban entre si, no sin encoutraren ello motivo de hilaridad. H ay q ue decir que esta broma no fue dicha a los blancos sino después de la m uerte del “traductor” africano del que se trataba. La historia le ocurrió a ’un m édico blanco de una misión protestante, el doctor Broussous quien, para poder ejercer, utilizaba los oficios de un traductor africano llamado André,pues no com prendía ai una palabra en banguá. U n día un granjero africano llega n laconsulta con una gallina. Se inicia estonces el siguiente intercam bio de palabras: - E l consultante (se dirige en banguá a A ndré): ¿T endrá a bien el doctor que yo le traiga mañána a mi mujer? - E l doctor (se dirige en francés a André): ¿Q ué quiere que hagacon esta gallina? - André (al doctor): Q uiere que usted atienda a su mujer. * E l doctor (a André): ¡Qué ia traiga! - E l consultante (intrigado por lo que acaba de oir sin com prender, se dirige a A ndré): ¿Qué dice el doctor? - André (al consultante): Dice que le entregues la gallina a mi m ujer y q u e traigas m añana el dinero con ru mujer.

desm entido incluso hasta en las utilizaciones cultas del alfabeto fonético internacional. Algo en la escritura resiste a su reducción a una duplicación de la palabra, y, por más que le desagrade a Voltaire, la escritura no es una p alabra para los ojos. Más bien se trata en esto de uno de los ideales de los que ella ha sido la ocasión. Imagínese, por otra parte, este ideal realizado: entonces la escritura no sería ya de ningún auxilio para ese “apretam iento” del jueg o del imaginario y del simbólico; duplicando estrictam ente la palabra, no haría más que reproducir su laxitud. L a tercera manera de hacer ese apretamiento se llam a transliteración. Regula el escrito no ya con el sentido o el sonido sino con la letra. Pero, se dirá, si la letra es lo que escribe ¿cómo apoyarse en la letra para lo escrito? La cosa puede parecer paradójica. A esta observación, responderem os de una manera que, pienso, dará solución a la objeción. Sin querer de entrada definir su concepto, diré más bien lo que nombra la transliteración. La transliteración es el nom bre de esta manera de leer que prom ueve el psicoanálisis con la preem inencia de lo textual; ella es esta preem inencia misma, la designa, la especifica, y la da p o r lo que ella es, a saber, una operación. Pero com o esta operación no es, hasta el presenta, conocida y practicada más que en ciertos m edios cultos especializados, conviene tal vez de entrada indicar que no carece de pertinencia introducirla en el cam po freudiano. ¿Q ué hay de m ejor que un sueño para hacerlo? U n analizante me cuenta un breve diálogo que tuvo lugar con su mujer cuando los dos se encontraban en la m esa. La noche precedente, él había soñado que un hombre llevaba sobre un hom bro (épaule) un cuerpo humano plegado en dos y, de pronto, ese cuerpo cargado aparecia como el de un pescado (poisson). Entonces, si él relató este sueño a su mujer, fue porque en ocasión de la comida le apareció el chiste que lo condujo a recordarlo. Como el lector sabe por experiencia, un chiste se cuenta; eso va incluso hasta no poder no contarse. En esto el chiste ex-siste como formación del inconsciente. Tal es el estatus que recibe de F reud y que da cuenta de que un chiste puede constituir interpretación del sueño. El decir del chiste implica ciertas condiciones a nivel del auditor, quien debe estar de cierta manera enterado del asunto. La m ujer de este analizante estaba en verdad enterada del asunto, ya que una observación de ella en el momento de acostarse había suscitado el sueño que él le contaba y el chiste venía a enlazar uno y otro (el incidente de la víspera con el sueño). V iéndolo desnudo la vispera por la noche, ella había observado que él había engordado y, reconociendo la cosa, él le había respondido inform ándole acerca de su intención de em prender un régim en a partir del lunes siguiente. Entonces, estando en la mesa, le parecía (era un domingo, víspera del com ienzo del régimen proyectado) que el “poisson” (pescado) del sueño

quería decir al revés, al vés-re, “son poids” (su peso), y que así él “cargaba su peso” al menos en el sueño. Consecuentemente, tomaba su alcance el hecho de hacérselo saber a su mujer pues el chiste (no gran cosa como chiste, pero el inconsciente si bien es snob, como dice Albert Cohén, no es mojigato) decía a su oyente lo que el sueño había cifrado volviéndoselo aceptable. Su respuesta alcanzaba así su dirección pero sin lastimarla. En el diván se presentaban, ciertamente, otras prolongaciones asociativas. “Gordo” era disimulado, censurado, en los comercios burgueses en que, cuando niño, lo vestían. “Robusto”, decían de él, con un muy robusto equívoco, “robusto”, ya que aplicado a un hombre como calificativo no tiene nada de peyorativo. En resumen, había recibido la observación de su mujer como una castración imaginaria y la interdicción que se había impuesto a sí mismo, sin saberlo, de darle una respuesta demasiado brutal que la hubiese herido, no era más que la consecuencia de la imaginarización, en el lugar del Otro, de la herida que él había recibido sin saberlo. El malentendido es aquí patente, pues admitía ahora que su mujer, al decirle eso, estaba lejos de querer destituirlo de su posición de hombre “robusto”: ¡para ella, gordo no evocaba robusto, sino más bien el impedimento para serlo! Sin embargo, esas prolongaciones desorientan al lector; le hacen creer que dicen lo verdadero sobre lo verdadero de ese sueño, siendo que no hacen, como el sueño mismo, como su desciframiento en un chiste, más que mediodecir esta verdad. Esas prolongaciones tienen ellas mismas otras prolonga­ ciones y la nominación por Freud del ombligo del sueño quiere decir que no hay ninguna posibilidad de alcanzarjamás eso verdadero sobre lo verdadero. Es, entonces, legítimo atenerse a la secuencia (nunca tenemos que ver con otra cosa): observáción de la víspera / sueño / chiste. El sueño da al “has engordado” otra respuesta que aquella que fue formulada, como si esta última no hubiese sabido resolver la cuestión que la observación reavivaba. Llevar o no su peso, tal habrá sido esta cuestión. El futuro anterior es aquí exigible pues la cosa no aparece más que en el tiempo tres, el de la interpretación del sueño por el chiste. Se habrá tratado de llevarsu peso como uno lleva su edad o como uno “la lleva más o menos bien de salud”. ¿Qué es lo que realiza el sueño con relación a esto? No traduce en otra lengua el anhelo de este analizante de llevar su peso; y el empleo bajo la pluma de Freud del término de Ubersetzung con este fin implica una definición tan laxa de lo que es la traducción que nadie podría contentarse con ella. La extensión dé su concepto abre entonces la vía a un tipo de interpretación que hay que llamar, en efecto, abusiva. El “eso traduce... esto... o aquello” desprende la traduc­ ción de lo literal y siguen, entonces, las imbecilidades que, en boca del crítico

literario, hacen de ¡as novelas de Balzac la traducción del profundo senti­ miento, suyo, de io irrisorio de la vida en sociedad. Eso no es ni verdadero ni falso, y no hay nada que responderle, salvo si se observa que esta extensión da razón aPopper en su crítica al psicoanálisis. Pues hay que admitir en efecto que los psicoanalistas caen, quien mejor, en este género de imbecilidades. Y o la llamo “inteligencia”, pues consiste en la pretensión de leer entre las líneas; y si la práctica de Freud se funda sobre esta preeminencia de lo textual que subraya Lacan, en el más alto grado, la indicación dada a los psicoanalistas, consiste en que leer las líneas es la actividad en la que deberían desplegarse, o sea, plegarse a ellas. El desvanecimiento de Champollion en el momento preciso en que comunica a otro, su hermano, que él sabe leer las líneas, es un hecho de estructura. Llamo “debilidad (mental)” a ese leer las líneas; no basta hoy con que un psicoanalista invoque a Freud y a Lacan para que estemos seguros de que no hace de la teoría psicoanalítica un uso de esa calidad que da la primacía a la inteligencia sobre la debilidad mentar1. No es posible tampoco admitir que ese sueño transcriba en el sentido aquí definido de una escritura del sonido; el “llevar/cargar su peso” no aparece allí como escrito fonéticamente ni incluso como acabo de hacerlo aquí. En el nivel del sueño, dos imágenes se suceden; primera imagen, un hombre lleva un cuerpo humano sobre un hombro y, segunda imagen, ese cuerpo cargado es ei de un pescado. Sin embargo, esta segunda imagen, tal es !a lección aprés-coup del chiste inteipret'rivo, no es tomada en cuenta por el trabajo del sueño en tanto imagen en el sentido de una pintura de la realidad; el pescado cargado no es preferido a cualquier otro objeto susceptible de serlo sino en tanto que, en la lengua del soñante, poisson (pescado) es homófono d e poid son (peso suyo). Semejante encuentro no podría darse, por ejemplo, en inglés. Y mi traductor en esa lengua debeíá escoger aquí; o bien citar los términos en francés, es decir, renunciar a traducir, lo que no es propio de la vocación de un traductor, o bien, recrear de extremo a extremo una secuencia en la que ju g ará-la homofonía para el que habrá de ser su lector, lo que lo conducirá a reescribir completamente, alrededor de un ejemplo de su cosecha, estas páginas, ejercicio que sólo tiene ya un lejano lazo con la traducción. El sueño no traduce y no es traducible. Escribe por el contrario: aquí, el son poids con la imagen del poisson. Freud, como se sabe, no sólo compara sino que identifica sueño y acertijo o rébus. El sueño es una Bilderschrift, una escritura por imágenes. Freud se dedica incluso a recalcar la cosa precisando que las imágenes del sueño no deben serleidas según su valor de imagen -Bilderwertsino tomadas una por una en la relación que cada una mantiene con un signo, 4 He aquí, entre una multitud, un ejemplo de "traducción” abusiva; se trata de un artículo de Le Monde que da cuenta de los Entretiens de Bichat (Reuniones de Bichat) en que se lee: ‘‘el insomnio, ia obesidad por bulimia, la diuresis, las fugas y las conductas delincuentes traducen a menudo una depresión subyacente”. Le Monde, í° de octubre de 1980, p.l 1.

lo que el llama Zeichenbeziehung!. ¿Q ué ocurre con esta relación de la imagen con un signo? En el caso presentado, la imagen del pescado escribe el signo son poids (su peso). Tal cosa es familiar para aquellos que se han interesado en las diferentes escrituras: la designan a veces con el término de “rébus de transferencia” o también "rébus ficticio”. No hay que olvidar que una gran parte de los ideogramas chinos son forjados sobre este apoyo homofónico6. Así la palabra donxi que es el nombre para “cosa” se escribe con dos caracteres dong y xi, sin preocuparse por el hecho de que el primero significa “este” y el segundo “oeste”. Sólo es tomada en cuenta la homofonía, que interviene de una manera que puede ser llamada fuera de sentido tanto más cuanto que ella separa, por la operación misma del rébus, el carácter para dóng y el carácter para xi del objeto al que cada uno remite, para interesarse solamente por la relación del carácter con el significante del nombre del objeto. Este procedimiento que apelaba a la añadidura de lo que se ha llamado “clave” con el fin de distinguir los homófonos, para reintroducir sentido (sin esas claves, los homófonos así escritos serían igualmente homógrafos) fue puesto en acción masivamente para la escritura de la lengua china pero, igualmente, cada vez que fue necesario importar a esta escritura palabras nuevas: cuando se escribieron los nombres propios del panteón budista, pero también, recientemente, con la adopción de términos técnicos y científicos. “Lógica” se escribe con dos caracteres que se leen luójv, “aspirina” se escribe con cuatro caracteres: á-si-pí-ling. Que un feliz concurso de circunstancias haga que, para la vitamina, los tres caracteres escogidos sobre esta base homofónica w.'.itaming signifiquen, puestos juntos, “proteger su vida” , no desmiente ciertamente sino que más bien confirma, por su estatus de excepción (una excepción de la misma calidad permitió a Lacan traducir el Unbewusste freudiano por la une-bevue, una equivocación, una m etida de pata), que hay allí dos operaciones que, como tales deben distin­

5 “El contenido del sueño se da. por decido así, en una escritura de imágenes cuyos signos deben transferirse ano por uno en ia lengua de los pensamientos del sueño. Seríamos inducidos evidente mente al errar, si se quisiese leer esos signos según su valor de imagen en lugar de leerlos según sus relaciones de signos" Estas líneas (Gssammelíe Werke, H/III, pp.283/284) introducen el término de rébus o también el de Bilderrátsel -adi vinanza pero también enigmacon imágenesque Freud plantea como equivalentes. 6 Es decir que yo apruebo la malevolente lucidez de un F, Georges que permanece demasiado reservado sin embargo en las conclusiones que extrae de lo que llama con tanta pertinencia el efecto '‘Y au áe Poélft", haciendo referencia a esos diálogos aparentemente absurdos que se construyen cuando alguien encadena con la última sílaba de una intervención, una frase que no tiene forzosamente nada que ver con !ade su interlocutor. (Así, por ejemplo, en francés, alguien dice “Ccm m ent vas-tu" y le responden “yau de poéle”. Es decir, en español, -¿como andas tú?, -”bo de chim enea') ¡Lastima qué F. Georges no prolongue sus consideraciones declarando sin valor laescritura china donde el "Yau de Poéle" juega un papel tan decisivo! Observación válida igualmente para el texto de Freud sobre ei chiste. Lo serio no está donde uno cree. Véase Kicrkegaarrf.

guirse. La escritura jeroglífica hace también un amplio uso del rébus de transferencia “desviando” , como dice a su manera Champollion, los ideogramas “de su expresión ordinaria para representar accidentalmente el sonido” . A sí la maza J que se translitera hd escribe tanto el substantivo “lástim a” como este otro homófono que es, en la lengua egipcia clásica, el adjetivo “blanco”; la canasta - ^ n b (t) escribe “am o” o también “todo”, etc. El procedimiento del rébus de transferencia no es análogo sino idéntico al del sueño. Del mismo modo que el ideograma de la maza pierde su valor pictográfico (valor por otra parte relativo) al escribir “lástim a”, el pescado (poisson) del sueño no interviene como figurando el objeto pescado, como evocación de no sé qué universo acuático materno, sino como, escribiendo poids son (su peso); es puesto por el texto del sueño en relación con el poisson como significante, en el sentido lacaniano de ese término, es decir, en tanto susceptible de significar otra cosa que lo que el código le atribuye a título de un objeto. No hay señalamiento del significante como tal sin escrito. Entonces, si la imagen del pescado tiene en el sueño valor escritural, debe notarse que esta escritura no es alfabética. Pero en cambio, la homofonía implica ia escritura alfabética como lo muestran las transliteraciones presen­ tadas más arriba. El interés de la escritura jeroglífica corresponde al hecho de que se ha mantenido como una escritura bastarda, ideográfica y alfabética (cosa impensable para alfabetizados, como lo subraya el libro de M. David titulado Le débat sur les écritures et l'hiéroglyphe aux XVIIe. et XVIlle. siécles) donde no faltan los ejemplos, incluso en los escribas egipcios mismos, de fragmentos de textos transliterados. La transliteración fue practicada 4.000 años antes de ser nombrada: se tiene la prueba en el texto llamado “de las pirámides” que data de las primeras dinastías. La transliteración es el nombre de esta operación en que lo que se escribe pasa de una manera de escribir a otra manera. Mientras la transcripción apunta a la asonancia, la transliteración escribe la homofonía, que resulta así, a despecho de su nombre, un concepto ligado a la esentura pues sólo la escritura establece la puesta en correspondencia de elementos de discrimina­ ción vecinos. ¿Se dirá, acaso, que escogí aquí un sueño muy particularmente susceptible de satisfacer la mostración de ese juego entre dos modos de lo escrito? El lector convendrá en que si la secunda imagen fue escogida por mí para introducir la transliteración, la primera, en cambio, me es impuesta por el relato del sueño. ¿Presenta las mismas características y se resuelve, también ella, en un chiste? La respuesta es sí. El relato del sueño da la descripción ya citada de esta primera imagen: “Un hombre lleva sobre un hombro (épaule)

un cuerpo humano plegado en dos”. ¿Porqué el hombro y porqué ese cuerpo plegado en dos? La cosa fue dejada de lado hasta ahora y debe ser abordada según la regla freudiana que invita a tomar ¡as imágenes una por una. Ocurre que este analizante -me entero después por su boca, de que permaneció un tiempo perplejo ante esta primera imagen- habita en la inmediata proximidad de una carnicería y que tiene con frecuencia la oportunidad de ver, en una hora temprana de la mañana, al carnicero cargando sobre un hombro los animales plegados en dos y llevados así del camión frigorífico al negocio para ser cortados en pedazos. Esta evocación resulta suficiente para sugerirle inmediatamente que la palabra ¿paule es del vocabulario de la carnicería: paleta, espaldilla. Paleta de res, de temerá, de cordero... ¡él adora la carne! Pero es un cuerpo humano el que es cargado y como, en la segunda imagen, ese cuerpo resulta ser el suyo, la primera se lee ahora sin dificultad: je suis porté sur i ’épaule, soy cargado sobre el hombro, pero también inclinado a la paleta, como otros se inclinan a cometer tonterías. Después del equívoco de épaule (hombro/paleta) ahora se vuelve patente el de porté sur (cargado sobre/inclinado a). Lacan observaba, en ocasión de un seminario, que la no-identidad consigo mismo del significante se manifestaba de una manera tanto más notoria cuanto que se apuntaba a la identidad. Así ocurre con la expresión un peso es un peso. Esta presenta dos ocurrencias de la misma palabra; sin embargo, en cada una de esas dos ocurrencias el sentido es diferente. El segundo “peso” del avaro, al que esta divisa sirve de guía, es mucho más que un peso, lo que hace prohibir la permutación de los términos; bastaría que el segundo peso viniera al lugar del primero y le dejara su lugar para que se acabara la avaricia, pues la expresión se vuelve entonces ei equivalente semántico de un peso es sólo un peso. La expresión un peso es un peso pone, entonces, en juego la homofonía, la misma que hace lazo entre épaule (hombro) y épaule (paleta); entre etre porté sur (ser cargado sobre) y étre porté sur (estar inclinado a). La primera imagen del sueño toma así apoyo en esta homofonía para escribir je suis porté sur Vépaule (soy cargado sobre el hombro / estoy inclinado a la paleta) con una escritura “figurativa” . Se trata, en efecto, de una escritura pues el dibujo no ilustra ni tampoco sugiere ninguna cosa sino que vale sólo por la puesta en relación de su trazado con ia lengua del soñante, puesta en relación que introduce -pero como enigma- el relato del sueño, y queel chiste concluye, al darle al enigma su solución, es decir ai vaciarlo de su sentido. Hay, en efecto, en el relato dei sueño menos sentido que en lo que resulta de su interpretación, a saber una frase que, asociando las dos imágenes, podría formularse así: “Yo soy cargado sobre el hombro y cargaré su peso, el peso de ese cuerpo que yo llamo “su” porque no lo admito como mío, ya que me

obliga (al m enos así lo imagino) a escoger entre la satisfacción de mi mujer y la de mi paladar, inclinado a la paleta”. Ahora es posible dar un estatus a los diferentes tiempos de la secuencia presentada aquí: 1) El “has engordado”, oído la vispera de boca de su mujer, fue, sin que lo sepa el sujeto, objeto de una traducción que hizo de esta frase, no integrable en el sistema del Yo, el enunciado de una castración imaginaria sufrida por él. Esta traducción se caracteriza por estar orientada; aparecería como no aceptable para un jurado escolar que denunciaría en ella, con justa razón, la confusión entre ei vientre y el pene. Sin embargo, haber denunciado precedentemente la cosa me vuelve más disponible para decir que aquí, “el error” de traducción, el forzamiento que ella realiza, son perfectamente admisibles porque la orientación dada es índice de una propensión del sujeto que puede, entonces, adm itir lo que tiene de arbitrario como correspondiente a su propia inclinación. Queda el hecho de que le será necesario seguir esta pendiente suya, pero, según la feliz fórmula de Gide, remontándola. 2) El trabajo del sueño elige cierto número de significantes que se caracte­ rizan por ser equívocos homofónicamente. “Etre porté sur”, “épaule”, “poids son"; la homofonía es uno de los nombres de la no-identidad consigo mismo del significante. Ella es un modo del equívoco. Una frase, en francés, como il connait mieux m afem m e que moi que puede traducirse tanto por “conoce mejor a mi mujer que yo” como por “conoce a mi mujer mejor que a mi”, es equívoca gramaticalmente, como vemos, en ese idioma, en el que moi puede ser sujeto (“yo”) o complemento (“a mi”) según el caso. Sin embargo, el privilegio del equívoco homofónico (un hecho notable en psicoanálisis y confirmado, si fuera necesario, por cada uno de los desciframientos de las escrituras llamadas muertas) corresponde a lo que implica un abordaje del lenguaje que distingue sus elementos literales; La poesía vuelve notoria esta incitación con el juego de la rima. F. Ponge escribe: “Para tener una veritabletable (verdadera mesa) basta con sacarle a veritable su insoportable veri, a insoportoWe su insoportable insoporte”7 (En español podríamos inventar: “Para tener un precioso oso basta con sacarle a precioso su poderoso precio, a poderoso su poderoso poder”). El poeta se deja capturar aquí por el significante y confía a la homofonía el cuidado de operar cortes inesperados. Al poner sobre el tapete otros recortes del mismo carácter, se constituiría un silabario (o sea algo que corresponde a lo escrito). Un paso más y he aquí, con las palabras unilíteras y con la acrofonía, la distinción de la letra como tal. Eí inconsciente es poeta. Freud cuenta que había sido impresionado por la insistencia en los sueños de un paciente del nombre

7 Francis Ponge.. Envoi á H. Maldiney

propio Jauner. Interpreta esta insistencia proponiendo e! término Cauner (que se debe traducir “ratero”, “tramposo”) que resulta ser su homófono, por la equivalencia en el hablar vulgar, en aleman, entre la G y la J. Esta proposición provoca un vigoroso rechazo del paciente: situación divertida del “no eres tú, soy yo... quien tiene razón”. Pero entonces el paciente le contesta que esa asociación le parece, con todo, demasiado atrevida: Das scheint mir doch zu gewagt, y se le traba la /lengua con esta última palabra que, pronunciada jewagt, confirma así con un lapsus la interpretación propuesta pues este lapsus retoma a su cuenta la homofonía que le daba su fundamento8. Dar a la homofonía su estatus de escritura exige distinguirla de la asonancia en que consiste no la transcripción sino su ideal. La homofonía es un hecho de lenguage y solo se sostiene, entonces, con el escrito. A propósito de la homofonía schreberiana, Lacan observa que “lo que es importante, no es la asonancia, es la correspondencia término a término de elementos de discriminación muy cercanos’’*. La homofonía pone así en relación la letra con la letra y se palpa aquí que una escritura transcriptiva implica la operación de la transliteración. La implica por el hecho mismo de reducirla a tal punto que pasa desapercibida en cuanto las letras de un alfabeto dado parecen ser colocadas allí en relación cada una con ella misma, sugiriendo así que con este “ella misma” ella no se diferencia. Por ello la transliteración se vuelve más manifiesta cuando esta correspondencia se juegacon dos alfabetos y más todavía entre dos maneras de escribir de las que una es alfabética y la otra no. 3) Este último caso constituye, para terminar, lo que el trabajo del sueño realiza con la puesta en imágenes. El sueño translitera: escribe, en figuras, elementos literales. Y la regla freudiana de tomar estos elementos uno por uno para su desciframiento se presenta como la regla fundamental de su transliteración. Por haberse atenido estrictamente aestaregla un Champollion pudo volver legibles, pof fin, los jeroglíficos egipcios. Trans-literando, el sueño escribe. Al escribir, el sueño lee y, antes que todo, lee lo que en la víspera no pudo ser ligado, dicho de otro modo, no pudo ser leído, y leído con un escrito. En su relación con el incidente de la víspera, el sueño se comporta a contrapelo del primer movimiento del sujeto que es de evitación de lo que perturba el principio de placer, o sea su tranquilidad. Hay sueño a partir de otro movimiento, ei que define con pertinencia 1a fórmula de Boris Vian que concierne ai sujeto de la ciencia: cuando cierto inventor comenta que no logra hacer que la bomba que está construyendo tenga un radio de acción de más de tres metros y medio dice - “hay algo que falla allí, retornare al trabajo inmediatamente”. El sueño retoma al incidente de ia víspera para leerlo con escrito. Así Freud declara que el sueño que satisface

8 i. Lacan, Seminario del 9 de maye de 1956.

mejor su función es aquel que uno no recuerda. Lo que el escrito escribe tiene un nombre: se llama cifra. El sueño, pero también toda formación del inconsciente, es un cifrado. Cifrar no es traducir, incluso si la traducción puede ser legítimamente considerada como un modo de cifrado, a decir verdad muy poco utilizado. Cifrar no es tampoco algo reductíble a un transcribir; que la transcripción esté implicada en el cifrado no quiere decir que ella baste para definir su operación. Esta no se produce sino con la escritura no sólo del sonido sino también del escrito. Ahora bien, como no dejan de afirmarlo en su ruidosa publicidad y desde su primera página los libros de criptografía, en cuanto un sujeto se encuentra implicado en un asunto, le es necesario pasar por el cifrado. La cosa, como se ha visto, vale para el sujeto del inconsciente: hay cifrado allí donde algo está en juego. Así, que el sueño lea quiere decir que su cifrado tiene valor de desciframiento. La transliteración, que escribe el escrito, es el nombre de la equivalencia del cifrado y del desciframiento. Transcripción, traducción, transliteración -escritura del sonido, del sentido y de la letra- forman un ternario. Con las lecturas de Lacan (Lacan lector) que van a ser presentadas pretendo mostrar ese juego del cifrado y del desciframiento, antes de demostrar su equivalencia con Champollion.

Capítulo cuatro

el pas-de-barre fóbico

James J. Février relata la historia siguiente:'Abd Alláh ibn Táhir, gobernador del Khorasan, recibió en el año 844 una misiva que incluía por primera vez signos-vocales. Ofendido por el hecho de que el gobierno central pusiera en duda de esta manera su capacidad de lector, considerando como una descor­ tesía hacia él esta introducción de los signos-vocales,~Abd Alláh ibn Táhir habría declarado: “¡Qué obra maestra sería sin todos estos granos de cilantro que le han espolvoreado!1” Una clínica que fuera psicoanalítica se caracterizaría por una relación con lo textual que no se negaría a aprender de esos granos de cilantro. Esta es la vía abierta por Freud. Cuando Lacan -retomando ese hilo-, define la clínidS psicoanalítica como “el real en tanto que imposible de soportar", su práctica de lector invita a prolongar esta definición: este real es imposible de soportar de otra manera que no sea por el escrito. No es que el escrito vuelva a la clínica psicoanalítica soportable, sino que es lo único que puede permitir que se haga valer su imposibilidad. Que lo logre -o no- es un asunto ya introducido aquí. Sin embargo, sigue siendo cierto que, incluso si se rompe las narices contra eso, un psicoanalista no se adentra sin consecuencias en esta vía. La primera de ellas es deshacerse efectivamente de ¡a demasiado célebre “intuición clínica” que es la consigna de la comprensión. Sólo el paréntesis comprende, y quien pretende “comprender”, pone lo que molesta entre paréntesis, así se mantiene el bienestar de la evidencia.

J. G. Février. Historie de l'ecrimre, ed. Puyot, París, p.270.

He aquí una evidencia, elegida por su carácter paradójico, formulada en Le cha! noir (El gato negro) por Juies Jouy: “para el premio gordo de 500.000 francos, era perfectamente inútil vender tantos billetes, puesto que sólo gana uno”2. La evidencia no se discute. ¿Cómo se opondría un argumento contra la especie de satisfacción lindante, en la evidencia, con el mantenimiento de una relación intuitiva con el real? Hay algo que está en juego en ese mantenimiento. Otra evidencia, la de ese padre de familia que me decía que no podía dejar de tener hijos porque estaba fuera de discusión, para él, que uno de sus hijos sufriera ia posición de “último”, cosa que él mismo había tenido que soportar. Está en juego aquí lo que se presenta como simbólicamente inasimilable en la procreación. La Anne Desbaresdes de M oderato Canta'oile formula con precisión esta dificultad con la confesión que le suelta al profesor de piano de su hijo: “no logro ser razonable y resignarme con este niño”. ¿Cuántos segundos, o incluso enésimos hijos deben su vida a esta otra jugada de la que se espera finalmente alcanzar aquella resignada razón? El “ser razonable” está en juego cada vez en una demanda de análisis. “Hay algo que quisiera poner entre paréntesis, nada más que, mire,,no lo logro.” Esta fórmula de una demanda de análisis señala el lugar fuera de los paréntesis donde lo que insiste se resiste a la comprensión. ¿Ofrecerá, acaso, el análisis una nueva comprensión, más amplia, más tolerante, donde el síntoma encontraría finalmente, si no su reducción, al menos su inclusión? Estos buenos sentimientos, por más loables que sean, apiican lo racional sobre lo intuitivo, y se niegan, de hecho, a la presentación del síntoma fuera de paréntesis. Ser razonable con aquello que está fuera del paréntesis exige admitirlo como tal; pero esta aceptación sólo es practicable desde un apoyo en otro lugar, solamente ahí donde esta razón podrá ser incautada por sí misma haciéndose razón gráfica3. Una clínica de lo escrito se apega al caso, pero de cierta manera. Se prohibe soltar demasiado rápido el caso para evocar otros casos, o incluso el cuadro que los presenta en su generalidad: no espera gran cosa de las generalidades. Y la prohibición a la que se somete es sólo el envés de la autorización que se da de “regresar una y otra vez” al caso. La primacía del caso tiene que ver con la misma exigencia formulada por f-reud a propósito de la interpretación de las imágenes del sueño. A sí como estas imágenes deben ser tomadas una por una, de la misma manera se procede con el caso. Freud lleva la cosa tan lejos que aconseja al psicoanalista, y lo repetimos con frecuencia, que aborde cada caso sin tomar en cuenta lo que creyó aprender de otros casos. El consejo es de lectura, de invitación a la lectura primero, porque leer no

2 Citado por J. C. Corriere, Humour ¡900, ed. "J'ai Lu‘\ París, p.314. 7 La raison graphtque, título de un libro de G, Goody en ¡as Ed. de Minuit.

depende de una inclinación natural. Pero, más aún, el consejo introduce a un modo específico de la lectura. Y puesto que es de Lacan de quien recibí una enseñanza sobre lo que podía ser ese modo de la lectura, me fundaré aquí en él, en tanto que lector, para despejarlo. Escojo para hacer esto dos lecturas de Lacan: la del mal llamado “pequeño Hans” y el de la empresa gideana. A lo literal del objeto fóbico hará eco aquí la fetichización del objeto letra (Capítulo cinco). ¿Cómo lee Lacan el testimonio doblemente indirecto que dio Freud de la fobia de Herbert Graf? Lo lee ai sesgo. Que ese sesgo sea aquí el de lo literal -lo cual se trata de mostrar- no debe conducir a desconocer que esto es lo que dio un límite prematuro a la formalización avanzada; esta formalización fue recibida por el auditorio, desde el comienzo, como algo que era una metida de pata. El resultado aparece hoy como un texto que, aunque no tiene menos de 400 hojas mecanografiadas, sigue siendo un texto abortado. Si el lector, acepta no prejuzgar sobre la relación del texto con el aborto, estaráde acuerdo en que no hay motivo suficiente para impedir su lectura. ¿Diremos que el “pequeño Hans” es un texto porque sólo lo encontramos como huellas escritas -primero por el padre y después por Freud- de una serie de conversaciones que Max G raf tuvo con su hijo Herbert que tenía entonces cinco años? Pasaremos de ahí a oponer dos dispositivos: el que asocia, a un texto, un lector que se supone sereno, que se supone que tiene todo el tiempo, que se supone que puede manipular a su gusto el texto en cuestión, y ese otro dispositivo llamado entonces más vivo, más espontáneo, más rico, donde alguien le habla a un interlocutor con una palabra pensada entonces como fuera de la textualidad. No encuentro en Lacan huella alguna de esta problemática. Lejos de presentar su lectura como diferente, a priori, de las que un psicoanalista puede emplear con un'Snalizante, Lacan, con ese mismo movimiento que había hecho que Freud se focalizara sobre ei texto del Presidente Schreber, toma la opción de leer ese texto como testimonio de la palabra de un niño, más allá incluso de la interposición a veces asfixiante del padre. El texto no es la palabra plasmada en papel; y oponer a priori una a la otra implica arreglar de antemano la cuestión de lo escrito reduciéndola imaginariamente a una transcripción pura. Solamente el prejuicio de la escritura como transcripción puede sugerir que !a escritura se ofrece a la inmediatez. No hay acceso inmediato a lo escrito: por lo tanto, no hay reconocimiento posible de lo escrito para la inmediatez; por lo tanto no hay puesta enjuego posible a priori de la oposición escrito/no escrito.

Si bien es legítimo admitir a título de texto la continuidad de las hojas ennegrecidas por el impresor de Freud y reunidas bajo el nombre de Analyse der Phobie eines fünfjdhrigen Knaben, en tanto que este análisis está presentado según las reglas de una ortografía precisa, a partir de un alfabeto dado, no por eso está permitido concluir de ahí cualquier cosa concerniente al juego de la palabra y de lo escrito, que se desarrolla con la fobia del caballo y hasta su resolución. Así, hay razones para admitir lo indispensable de la lectura, su intervención com o necesaria para constituir lo escrito. Pero, ¿qué modo de la lectura? Para definir ese modo, interrogaremos ahora a la lectura del “pequeño Hans” presentada por Lacan. El paso a paso de esta lectura es lo que sorprende de entrada. Al contrario de los métodos de lectura llamada “rápida”, Lacan sigue al “pequeño Hans” huella por huella y casi día por día. “Casi”, porque lo que produce un corte en lo que dice Hans no se apoya en las distinciones del calendario, sino en el lugar mismo de ese decir, en el juego de permutaciones de un conjunto de elementos -siempre los mismos- pero que forman según la ocasión configu­ raciones sintácticas diferentes. La lectura distingue estos conjuntos, y los llama fantasías. A cada uno de ellos le es atribuido apropiadamente un nombre. El calendario permite un ordenamiento: 9 de abril: los dos calzones - 1 1 de abril: la bañera y el taladro - 13 de abril: caída de Anna - 14 de abril: la caja grande...etc. Con el establecimiento de esta continuidad, la lectura puntúa el texto del “pequeño Hans”. No muestro esta puntuación simplemente para indicar que esta operación sólo depende de lo escrito, sino, más aún, para que no pase desapercibida la convergencia de ese modo de la lectura con lo que se dice que la fobia instaura: precisamente una puntuación 4. La puntuación juega un papel tan decisivo en el trabajo de Lacan (entiendo por esto tanto su enseñanza corno su práctica de psicoanalista en la que las sesiones llamadas “cortas”, que provocan tanta glosa, no pueden encontrar su estatus más que si son denominadas sesiones puntuadas; con esto encontraríamos el medio de ubicar que el escándalo que provocaron tiene que ver exactamente con la misma reacción que la citada más arriba en el apólogo de~Abd Alláh ibn Táhir) que puede ser considerada como habiendo tomado por su cuenta una gran parte de lo que, hasta ahora, en psicoanálisis, subsumía el termino de interpretación. Así ocurre, por ejemplo, la interpretación lacaniana del cogito: escribir el tiempo puntual de certidumbre, “pienso: luego existo” , va a producir implicaciones diferentes de las desarrolladas por Descartes. 4 J. Lacan, La relación ¡1‘objet. Seminario del 20 de marzo de 1957.

La puesta en ana continuidad, cronológicam ente ordenada, de las elucubraciones imaginarias del “pequeño Hans” puntúa el texto de su análisis. Distingue en él elementos que son a su vez conjuntos de elementos, nombra acada uno, realiza una primera ubicación que respeta la exhuberancia del texto y la vuelve sin embargo accesible. Es notable que la puntuación pertenezca aquí a la lectura, que sea de su incumbencia al estarde su lado. La puntuación está en el lugar del Otro; esta regla se verifica siempre a partir de que la lectura tiene que vérselas con la cifra y se encuentra así obligada al desciframiento. No hay desciframiento si no se introducen decisiones relativas a lapuntuación del texto por descifrar. Pero enunciar esta regla me obliga. Procederé entonces con el texto de esta lectura de Lacan como él procede con el del “pequeño Hans”, adelantando la observación de que esta lectura consiste en tres niveles. Escojo este término de “nivel” como el que conviene por su (relativa) neutralidad al comienzo de un emplazamiento para la lectura. Se revelará que no deja de tener pertinencia el hecho de que evoque con todo la metáfora de un hojaldrado. Ya el lector puede percibir esta pertinencia si evoca simplemente la designación entre los que hablan “argot” (en francés) de la oreja por la “feuille” (hoja). Para ellos, no habrá duda: se escucha con el escrito. A estos tres niveles les corresponden tres tiempos de la lectura: 1" tiempo: del 13 al 27 de marzo de 1957 (2 seminarios + el comienzo del 27 de marzo); 2d0 tiempo: del 27 de marzo al 22 de mayo (fin del 27 de marzo + 5 seminarios); 3er tiempo: del 5 al 26 de junio (4 seminarios). En su primer tiempo, la lectura encuentra una orientación por la puesta en juego de cierto número de conceptos. Bste cifrado tiende entre dos polos la problemática de! “pequeño Hans” . Primero, un momento de crisis frente al cual la fobia aparece como dando a esa problemática un comienzo de solución. Esta crisis sobreviene cuando la manifestación en el niño de las primeras sensaciones orgásticas lo confronta con un real inasimilable simbólicamente. En esto se diferencia del analizante que “llevaba su peso” en sueños (para quien la interpretación de su sueño había tenido por efecto dejarlo en libertad hasta tal punto que pudo, sin más dificultad, decidir comenzar su dieta), el “pequeño Hans” se ve tomado en ese momento en una crisis de una gravedad tal que no se puede esperar que un solo sueño venga, para él, a levantar la hipoteca que atacaba a su hace-pipí.

Estim a en mucho las sensaciones que recibe de él y, a pesar de ia prohibición parental, no renuncia a la masturbación; este hecho -decisivo- resultará ser saludable para él. Sin embargo, esto es lo que introduce la crisis: no la prohibición como tal, sino su efecto aprés-coup que, uniéndola con las sensaciones experimentadas, le hacen palpar a la vez el carácter satisfactorio de lo que le ocurre y el hecho de que esta satisfacción no tiene un lugar en lo que hasta entonces era su mundo. ¿Qué pasa con ese mundo para que este elemento suplementario haga en él mancha hasta el punto de trastornarlo? Es necesario tomar en cuenta aquí el hecho de que esta lectura del “pequeño H ans” se inscribe en un tiempo de la enseñanza de Lacan en que la introducción de la tríada castración / frustración / privación renueva la problem ática de la “relación de objeto” : su despliegue en tres términos apunta a darle un estatus susceptible de liberarla de la perspectiva estrecnam ente genética que era la ortodoxia de los psicoanalistas de entonces. El cuadro que resume la construcción de estos tres conceptos está dado, bajo su form a más completa, justo antes del comienzo de la lectura del “pequeño Hans” . He aquí el cuadro:

Agente

Operación

Objeto

Padre real

Castración simbólica

Imaginario

M adre simbólica

Frustración imaginaria

Real

Padre imaginario

Privación real

Simbólico

Si el acceso de! ser hablante a un objeto heterosexual implica una puesta en juego efectiva, historizada, de cada una de las tres operaciones, si esta matriz (reencontramos, en línea o columna, los mismos tres términos de real, imaginario y simbólico, pero en un lugar diferente cada vez) es una contracción a mínima susceptible de dar cuenta de este acceso, entonces no es ilegítimo apoyarse en ella para ubicar en tal o cual caso lo que resulta de la falta de una u otra de estas tres operaciones. Así, en el “pequeño Hans”, ocurre la ausencia de la intervención de un padre real que pueda hacer don de su castración al niño. Este es el segundo polo de la observación anunciado más arriba. Pero, como la cosa se manifestará tanto más necesariamente y de una manera tanto más aguda cuando los efectos de su falta sean más patentes, esa unfón de la castración simbólica con el padre real no podrá ser explicitada más que a! término de 1a lectura.

Las iranifestaciones de su hace-pipí (hablaríamos en epistemología de un “hecho polémico”) inauguran esta crisis que la angustia señala, en un tiempo que precede por poco a la aparición del objeto fóbico. Hay crisis no tanto porque el “pequeño Hans” oye de boca de su madre la calificación de “cochinadas” para este elemento nuevo, sino porque ese rechazo no podía más que ser reconocido como fundado por él, si no de derecho, al menos de hecho: no hay lugar para la manifestación de su hace pipí en este universo m aterno que era el suyo hasta entonces y donde el juego con el objeto del deseo materno (por más literal que haya podido ser con esta mujer moderna que le abría sus sábanas, lo llevaba con ella al baño y no dudaba en declararle que ella también tenía un hace-pipí) sólo ofrecía al niño la posibilidad de identificarse con ese falo imaginario materno. Ahora bien, encam ar este objeto implicaba que el niño fuera tomado en esta identificación por entero: y un entero no tiene apéndice. Así, hay crisis desde ese principio donde ei niño no es tomado como metáfora del amor de la madre por el padre, sino com o metonimia de su deseo de falo. Su nueva posición de falóforo objeta este p o r entero. Entre una posición y la otra, no hay mediación posible. Y la venida de una nermanita viene a subrayar al “pequeño Hans” lo que se presenta a partir de ese momento, en una tentativa que sería de integración de su pene dentro de su universo imaginario, como su insuficiencia radical -el “su” designa aquí tanto a su pene como al mismo “pequeño Hans”, equivalencia que los psicoanalistas mantuvieron sin pestañear con ese nombre de “pequeño Hans” que Freud, después de dudar, ratificó. El “pequeño Hans” había sabido encontrar hasta entonces las referencias que necesitaba, no en un cara a cara con su madre, sino más exactamente en esa relación de su madre con el falo imaginario; infiltrándose, deslizándose él m ism o en esa relación, jugando así a embaucar el deseo de su madre, encontraba en^u compañera una complicidad amorosa y divertida. Ahora el juego se vuelve trampa, se le aparece como tal. Ahí está suspendido a las reacciones de su compañera, de una compañera que se vuelve real en el tiem po mismo en que el objeto enjuego aparece como imaginario, puesto que ella está en postura de dar su sanción a lo que se presenta como su insuficiencia para satisfacerla. En este avatar de la frustración, las primeras sensaciones orgásmicas toman valor de signo, representan para otro esta insuficiencia no simbolizada, sometida al capricho de un Otro real. Esta problemática de crisis merece tanto más interés cuanto que se encuentra en la clínica de la paranoia. El enlace de una primera sensación orgásmica con la insuficiencia para satisfacer al otro se presenta en ella como una “ invasión desgarradora”, una “irrupción tambaleante”5 frente a la cual el delirio que se elabora justo después tiene el valor de apaciguamiento. Será

5 J. Lacón, Seminario del 27 de marzo de 1957.

pertinente volver a pasar en una segunda y una tercera vuelta de esta lectura por este punto de encrucijada. ¿De qué manera la intervención del padre real hubiera podido liberar al “pequeño Hans” de este callejón sin salida? La castración simbólica que él solicita varias veces -;Pero cógetela de una vez! Permíteme que pueda finalmente chocar contra la piedra6- sacando el asunto de manos del niño, habría tenido un valor resol utivo al autorizarlo a poner a su falo por un tiempo en re-creo. ¿Por qué razón, se dirá, esperar esto de un padre real? Dicho de otra manera: ¿en qué consiste el carácter devastador de la castración materna, mientras que la que viene del padre tiene valor de salida? Si toda investidura viene del Otro, no cualquier pequeño otro va a poder encontrarse en posición de em itir un enunciado que, como dicen los lingüistas, tendrá valor “períormativo”. El niño sólo puede esperar su identificación sexuada, ese don de la castración, asta anulación del objeto fálico marcado a partir de ese momento de un “a cuenta” para un goce posterior, su legitimación de falóforo, de alguien que está él mismo en posición de poder arriesgarse a la eviración y que demuestra, comportándose como es debido con su mujer, su propia dependencia del significante. Lainstauración de la fobia suple la falta de esta solución. Que el objeto fóbico se presente como parásito que puede ir hasta paralizar gravemente los movimientos del sujeto, no autoriza a desconocer que este parásito no solamente es designado con un nombre, sino más aún, y por eso mismo, que es locaüzable; sólo paraliza si es tomado como señal de inhibición, a partir de lo cual se encuentra instaurado un trazo que divide entre lo que es írecuentable y lo que no lo es. Un miedo localizado, un miedo de algo que se encuentra designado de manera precisa, es ya algo muy diferente del colmo de la angustia (no “mucha angustia” , sino el colmo como angustia) de introducir, para el sujeto, “la falffi en ser en la relación de objeto” . Esta última cita formula, en Lacan, el efecto metonímico. E! objeto fóbico sólo introduce una fractura en el universo del sujeto porque se constituye, no metonímicamente, sino más exactamente con una metonimia. En el diálogo del 9 de abril con su padre, el “pequeño Hans” declara que fue en Gmunden, en ocasión de sus últimas vacaciones de verano cuando, como él dice, “le dio la tontería”. Jugando al caballo, uno de sus amigos se había lastimado, lo que hacía que los otros dijeran todo el tiempo “Wegen dem PfercT, es “a causa del caballo”. Wegen es a la vez homófona y homógrafa en plural de Wágen (carro), cosa que el padre y Freud no dejaron de notar. Este episodio es anterior a la primera manifestación del síntoma fóbico (enero de 1908) por algunos meses. Entre ambos, un sueño de angustia hace visible, para el

* S. Freud. C'tnq psychanalyses, P.U.F., París. 1967, p. 151. (En español: Obras Completas, tomo X. Amcrronu ed., Buenos Aires, 1980, p.69).

“pequeño Hans”, el hecho de que ya no hay manera de hacer mimos con su madre. Hay un paso entre jugar al caballo, estar enganchado al caballo, como Wegen lo está a dem Pferd, y encargar al caballo metaforizar lo que es capaz de morder, en un tiempo en que la mordedura es lo que viene regresivamente a ordenar la relación madre/hijo cuando se vuelve clara, para éste último, la imposibilidad de satisfacer a la madre. “ Ya que no puedo satisfacer a la madre con nada -dice Lacan- ella se va a satisfacer como yo me satisfago cuando ella no me satisface en nada, es decir, me va a m order como yo la m uerdo, porque es mi último recurso cuando no estoy seguro del am or de la m adre” 1. El caballo es un nombre para el agente de la mordedura. Localiza así su eventualidad; metaforiza aquello de que se trata en la relación del “pequeño H ans” con esta madre a la que está enganchado. Pero, por lo mismo, abre com o tal la dimensión metafórica, el juego de la metáfora, donde el caballo como significante -la continuación de la elaboración lo muestra ampliamen­ te- va a recibir diversas significaciones, va a encarnar tal o cual personaje u objeto. El objeto fóbico no suple la carencia de la intervención del padre real sino en tanto es puesto en función de significante 8, pero de un significante especi­ fica d o para abrir al sujeto -como el significante del Nombre-del-Padre- la di(cho)mansión significante como tal; dicho de otra manera, para instaurarlo com o sujeto. Que esta metáfora inaugural constituya el fondo de una metonimia no presenta aquí nada de excepcional: esto es laregla en cada proceso metafórico. No es suficiente, sin embargo, mostrar que el objeto fóbico tiene valor de significante; también hay que dar cuenta de la posibilidad de esta puesta en función significante del objeto. Si los conceptos de objeto y de significante son generalmente opuestos, ¿en qué puede consistir la operación de unirlos? El objeto fóbico no es del orden de lo que se ha nombrado “objeto empírico” o incluso “objeto material”, de algo del mundo que se daría directamente a la percepción. Causa gracia advertir que si la clínica de la fobia no ha avanzado mucho con el establecimiento de muy largas listas de fobias -cada una recibió un nombre docto forjado a partir de su objeto-, por el contrario, esta tentativa tenía el mérito de hacer valer, al retomarlo por su cuenta, el hecho de que el objeto fóbico es un objeto tomado de una lista. Lacan hace notar que esta lista tiene que ver con una heráldica. El edicto de 1696, que obligaba al registro de los escudos de armas portados, pero que daba a cada uno (incluidos los campesinos, fueron 70 000) el derecho de

7 J. Lacan, Seminario del 5 de junio de 1957. * J. Lacan, Seminario del 26 de junio de 1957.

hacer registrar lo que quisiera, muestra que no hay oposición, muy al contrario, entre la puesta en lista y el desarrollo de la heráldica. Si las armas allí son llamadas “parlantes” , no es simplemente por permitir identificar al combatiente cuya cara está oculta tras el casco, sino también y sobre todo por el hecho de que los elementos que componían al blasón eran elegidos, en la mayoría de los casos, como rébus, acertijo que da a leer el nombre de sus poseedores. Hay algo que está enjuego en este cirrado, que está suficiente­ mente indicado por el hecho de que Racine, después de haber elegido como blasón a una rata (rat) y a un cisne (cygne) (homofonía) iba a abandonar a continuación a la rata, y 1a destrucción de los blasones durante la revolución francesa no es diferente en su naturaleza de lo que se hizo con el recuadro de Akhenaton después de que los sacerdotes de Amon volvieran a tomar las riendas en sus manos. Relacionando así objetos que están dibujados o grabados con elementos de la lengua que se hablaba entonces (principalmen­ te nombres propios) de tal manera que una lectura es susceptible de encontrar allí con qué identificar cada uno de estos elementos, la heráldica revela ser del orden de lo escrito. Ciertamente, se notará que dicha escritura no es capaz de escribir todo lo que se habla, pero hacer de este “escribir todo” el criterio de la escritura no podría tener como resultado, tomado seriamente, más que la impotencia de no poder escribir nada en absoluto. Así, la observación de Lacan que señala como figura heráldica a! caballo, objeto fóbico de! “pequeño H ans”, se revela como dando a este objeto un estatus de cifra y, como tal, escrito. Me excedo, pero sólo muy ligeramente, en lo que enuncia esa primera vuelta de la lectura. Al hacer un escrito del objeto fóbico, me otorgo esa “superioridad que adquirimos tan fácilmente aprés-coup” , que Freud evoca en su texto sobre el “pequeño Hans” , puesto que el estatus lacaniano del objeto fóbico no encuentra en Lacan su plena justificación hasta cinco años más tarde con el seminario sobre La identifi­ cación (que no oculto haber leído...hasta donde se pueda decir “haber leído”), donde se aborda de frente la cuestión de la escritura -texto que será retomado aquí más adelante (Capítulo siete). Me limité a decir con esta alusión al seminario sobre La identificación que lo escrito es presentado ahí de lam ism a manera que el objeto fóbico lo está en el seminario sobre la “relación de objeto”, com o algo que tiene que ver con una operación en la que el objeto es puesto en función de significante. Así, no es por un mero modo de hablar que se dice, como lo hace Lacan, de que el caballo “puntúa” el universo de! “pequeño Hans”. Sabemos que los signos de puntuación aparecieron tardíamente en la historia de la escritura: no solamente suponen ei escrito, sino también una aprehensión de las dificultades de su legibilidad. El objeto fóbico es señal. Avanzada contra la

angustia, es inciuso señal de señal, puesto que ésta misma, en su definición freudiana, es también señal. ¿Es necesario fundar más este estatus de escrito del objeto fóbico? La cosa no parece superflua. Interrogaré, entonces, la definición lacaniana del objeto fóbico como objeto extraído de una lista. Si existe un punto en que el escrito juega un papel específico y hace algo más que duplicar la palabra, éste es efectivamente la lista. Y resulta extraño com probar que los psicoanalistas, a la vez que en sus instituciones hacen lista, no creyeron nunca apropiado interrogarse sobre lo que implica para un sujeto este enlistado de su nombre. Es sabido que la proposición de Lacan concerniente a la habilitación del psicoanalista, llamada proposición del pase, instituía una Instancia llamada “jury d ’agrément”, jurado de consenti­ miento, muy precisamente encargada de decidir si había o no lugar paraponer en una lista el nombre propio del candidato. La lista es correlativa de la nominación, y doblemente: no hay nominación sin lista, pero tampoco hay lista que no implique una nominación, la del rasgo que regula la pertenencia a la lista, rasgo que puede estar, ciertamente, prim ero implícito, pero que la lista va a revelar, ya sea por escribirlo, por haberlo puesto a la luz al escribirlo, o bien, más indirectamente, al volver necesario su descubrimiento a fin de decidir si tal o cual elemento -nuevo candidato a la lista- es admisible o no en ella. Que el tomate sea frutao verdura no carece de interés, al repercutir sobre lo que hasta entonces se sabía, de una m anera en parte confusa, en lo concerniente a lo que es una fruta o una verdura. La lista formaliza, razón sin duda por la que uno se molesta tanto por la falta a las formas (rechazo de hacer circular comercial o policialmente ios ficheros informatizados) incluso bajo la forma denegada del consejo bien intencionado: “no hay que molestarse por eso”. Las listas, aunque casi nunca se articulan vocalmente, no son sin embargo desdeñables. May por el contrario; así, las listas conciernen al sujeto en cienos puntos agudos de su existencia: en su estado civil, sus amores, sus compromisos como ciudadano, sus enfermedades, su estatus de contribuyen­ te, su relación con la propiedad, su vida profesional... Y no se puede más que aprobara JackGoody por haber inaugurado, muy freudianamente, su estudio de la lista, con la lectura del Oxford English Dictionnary donde el término list remite al hecho de escuchar (listening), al deseo (,histing), a un hecho de borde o de límite [to enter the lists equivalente en español a “entrar en liza”)’. Goody observa que los primeros documentos escritos de los que disponen los doctos consisten en una pane no desdeñable y, en algunos lugares, mayori-

s J. Goody, The domestication o f the saxage rrnnd. 1977, traducido en 1979 en las Ecfltions de Mínuit bajo el titulo La raison grafique.

taria (así ocurre en la antigua Mesopotamia) no en obras literarias sino en listas de orden administrativo o escolar. Presenta, con justa razón, a la lista como algo que permite una serie de operaciones que, sin este apoyo tomado sobre la escritura, no podrían sino malograrse rápidamente. Veamos, de acuerdo con el procedimiento adoptado aquí, una lista: - La lista se invierte: una lista de propietarios de tierras se transforma en lista de tierras relacionadas con sus propietarios y permite así verificar la exhaustividad de las informaciones poseídas. - La lista introduce la cuestión de la exhaustividad: una lista de los rituales se ordena según la de los días del calendario. De allí la posibilidad de establecer otras listas, también exhaustivas: la de los rituales según sus diferentes géneros, la de los rituales apropiados a cada uno de los dioses... - La lista invita a la enumeración: la enumeración es una puesta en relación de los elementos de la lista con la lista de los elementos de la serie numérica. - La puesta en correlación de dos listas produce una tercera pero de un orden diferente: una lista de objetos se conjuga con una lista de procedimientos y esto proporciona el modo de empleo, la prescripción médica. - La lista implica la jerarquía: parece incluso implicarla tan necesariamente que se apela con frecuencia al orden alfabético con lo que se supone poder evitarla10. La lista lleva más adelante el análisis (en el sentido de la distinción de los rasgos pertinentes): las palabras puestas en listas son clasificadas, ya sea apoyándose sobre su sentido (las nociones del determinativo en la escritura egipcia o de clave en la china son productos de la lista), o bien a partir de su forma gráfica (lista de los signos jeroglíficos), o también fundándose sobre la homofonía (principio aprofónico). En resumen, hay un practicable, un espacio donde se puede circular, a partir de la-lista, y el objeto fóbico en tanto que objeto de una lista confirma, con su estatus de escrito, su función de abertura, de acceso para el sujeto a una posición que define, a mínima, este rasgo del practicable. El desarrollo de este practicable, su función, sus efectos, se desprenderán con el segundo giro de la lectura, es decir el enlistado de las sucesivas fantasías del “pequeño Hans” . La lectura se hará entonces víctima de su objeto al punto

10 Estas observaciones demuestran su pertinencia ai perm itir resolver, sin más dificultades, una cuestión que permaneció hasta ahora, para los doctos, en estado de enigma: ¿Cómo ocurre que nuestro alfabeto haya conservado tan escrupulosamente desde su punto de parada fenicio el orden de la sucesión de sus letras? Y tanto más curiosamente cuanto que este orden no tiene ningún sentido, La respuesta hará el pape! de huevo de Colón por ser dada por la pregunta misma. ¡Es que se tiene siempre necesidad de un orden que no tenga ningún sentido y la cosa resulta tan infrecuente que noes cuestión de soltarla cuando uno se sncuentracon ella en manos!

de recibir de él una enseñanza de método. Queda el hecho de que este primer cifrado permite ya confiar al “pequeño Hans” lo quele corresponde: la puesta en juego del escrito es, en primer lugar, asunto suyo, el de esta respuesta a la crisis que lo habita y por la cual liga su suerte con la de una cifra. Poner el objeto en función de significante consiste en darle valor de cifra. Allí está el Sinnrebus cuyo ejemplo canónico se debe a Herodoto. Se trata del relato de un episodio de la guerra entre los escitas y Darío. Este recibió, de enemigos cuyo terreno él ocupaba, un mensaje compuesto de cuatro objetos: un pájaro, un ratón, una rana y cinco flechas. Como el portador del mensaje escurrió el bulto al ser interrogado sobre la significación del mensaje, Darío lo interpreta, según su anhelo, como el anuncio de una rendición. Pero tal no fue la opinión de su suegro quien, consultado, leyó: A menos que ustedes se transformen en pájaros para volar en el aire, en ratones para penetrar bajo tierra o en ranas pora refugiarse en los pantanos, no podrán escapar a nuestras flech a s". Abundan los ejemplos de tales Sinnrebus y no carece de interés hacer notar que la mayor parte de los que son citados conciernen a un peligro, no se contentan con prohibir sino que apuntan a producir miedo al lector que se extralimitase ante la interdicción. El objeto es tomado allí como significante a tal punto que puede, como todo significante que se respete, cambiar de valor al cambiar de lugar. Así ocurre con la flecha que los cazadores Tunguses dejaban tras de sí sobre la pista que seguían: la flecha podía significar, según su orientación (paralela o perpendicular al trayecto de la pista) y según su posición (sobre el suelo o enganchada aun árbol), ya sea que había lugar para dejar de seguir esa pista, o bien que no había presas de caza más allá de este límite, o también que estaba prohibido acampar en ese lugar. Pero, como lo observa Février12, quien cita esta observación etnográfica, se franquea un paso cuando se utiliza, en lugar de objetos, signos forjados por la mano del hombre: nudos, muescas, dibujos. Es ese mismo paso el que franquea con su fobia el “pequeño Hans”, quien pone los puntos sobre las íes cuando precisa a su padre que el caballo proviene de su primer libro de figuras, del dibujo de un caballo que herraban13. Ese dibujo no es en sí mismo el objeto fóbico; se vuelve tal con motivo de la fobia. Pero, ¿qué quiere decir esto? Implica advertir en primer lugar que ese dibujo no es ya el objeto mismo en el sentido del referente y que con eso se forja la fobia. Pero, ¿cómo? Tomando ese dibujo corno un significante, o sea como representante, no del objeto que evoca pictográficamente sino como representante de la representación (es el Vorsteilungsreprasentanz de Freud, acerca del cual evaluamos aquí que es decisivo no traducirlo por “represen­

11 Herodoto, Libro ¡V, capítulos 131 y 132. 15 James G. Février. Op. cit., p .l7. Cfr. Les cinq psychanalyses, p .l44. (En español: S. Freud. Obras completas. tomo X. Amorrortu Ed.. Buenos Aires. !980. p.62).

tante representativo’’ ni “representante-representación” sino, efectivamente, por “representante de la representación”). La fobia es ese paso en que se tacha, se barra el objeto como referente con la instauración de una cifra que no representa al objeto sino a la representa­ ción. Esto me justifica el llamar pas-de-barre, paso de barra, a lo que ella realiza. Sin embargo, ese pas-de-barre se presenta en la clínica de la fobia como algo flotante, en el sentido de carecer de anclaje, como si no cesase de no acceder a la efectividad, como si el paso que realiza fuese permanentemente suscep­ tible de ser reducido, como si el pas de la negación (en francés) pudiese en cada instante abolir el paso de la instauración. A esta otra vertiente del pasde-barre responde la alegación fóbica de un retorno siempre posible de la angustia y, en numerosos teóricos, la definición de la fobia como defensa contra la psicosis. Esta última traducción es demasiado brutal y demasiado rápida; nos limitaremos aquí, más modestamente, a considerar legítimo el miedo adyacente a la cifra fóbica considerándolo ligado a un posible defecto de ia barra. Esas dos vertientes del pas-de-barre son el “litoral” de la letra ;t, su función de límite. La fobia es un mal pasaje, un mal paso, de ahí su carácter frecuentemente transitorio. La letra fóbica es ese asidero que un alpinista mediocre e imprudente no rehusará aunque sepa que no es capaz de garantizarle su seguridad, asidero desmoronable pero capaz, sin embargo, de darle acceso, si su movimiento se hace con suficiente vivacidad, a otro asidero en el que podrá encontrar un más sólido apoyo. Con ei emplazamiento de la fobia, del que acabo de dar cuenta, se cierra el primer giro de la lectura. Las cosas, por otra parte, parecerían poder permanecer en ese nivel que pone en juego cierto número de conceptos de los cuales puede hacerse un inventario: frustración castración privación, metáfora y metonimia, imagina­ rio simbólico real, representación y representante de la representación, falo, demanda y deseo, etc. Este vocabulario, de hecho, ha dado algunos hartazgos a ciertos oyentes y alumnos de Lacan. Los textos que son la huella de esta reacción a la enseñanza de Lacan han envejecido, por otra parte, rápidamente '5. A la inquietud despertada por un retorno a Freud, ellos responden con fuertes dosis de tranquilizantes que apuntalan la creencia de que aquello con lo que hay que vérselas tiene un sentido psicoanalítico. Se ve que la cosa corre las calles, aún hoy, donde es evidente el sentido del sentido psicoanalítico: ¡es el sentido sexual! Este efecto de adormecimiento está muy bien señalado por

" J. Lacan, Liíuraíerre, artículo aparecido en LittératurevParís, N° 3, octubre de 1971. 15Después de la muerte de Lacan, esta manera se reconoce francamente como una reconsideración de !a semántica analítica. Se demuestra así no haber sido su alumno sino en la medida en que él proporcionaba alimentos nuevos a! insaciable apetito herrnenéutico.

Du Bellay cuando comunica a su amigo Doulcin lo que provoca en él el espectáculo de las poseídas. He aquí los seis últimos versos de ese soneto, en francés arcaico l6:

Quand effroyablement écrier je les ois Et quand les blancs yeux renverser je les vois Tout le poil me hérisse, et ne sais plus que dire. Mais quand je vois un moine avecque son Latin Leur táter haut et bas le ventre et le té'in Cette frayeur se passe, et suis contraint de rire. (Cuando horrorosamente gritar las oigo y sus blancos ojos darse vuelta veo todo el pelo se me eriza, y ya no sé qué decir. Mas cuando un monje con su latín veo tantearles arriba y abajo el vientre y el pezón Ese horror pasa, y estoy obligado a reír)

La comodidad obtenida responde al hecho de que la traducción del sentido de lo que se entiende en sentido psicoanalítico es irrefutable. Bastará con que un niño como el “pequeño Hans” llegue a habiar de lumpf, para que se sepa de inmediato, -y sin detenerse siquiera sobre la ligazón lumpf/strunipf suficientemente subrayada, sin embargo, porei redoblamiento delahomofom'a en una homografía (semejanza de forma y de color entre ¡as medias y el excremento)- que se trata allí de una regresión a la analidad. Es necesario un segundo giro de la lectura pues el cifrado conceptual se presta demasiado fácilmente a un tipo de lectura definido por la sola traducción. El segundo giro será, entonces, una manera de poner obstáculos alo q ú ese podía imaginar a partir del primero. Este segundo giro es el punto exacto donde un gran número de alumnos dejó de seguir a Lacan prefiriendo -se tratará de precisar la razón de ello- adoptar, ante la formalización que él introducía, la postura del alma bella, dicho en otras palabras, ofuscarse ante esas formas. La principal característica de esta segunda lectura es la introducción del mito tal com o Lévi-Strauss acababa entonces de definir sus coordenadas; el mito

16 Se encentrará e! texto de este soneto citado por M. de Cerceau en: La possession de-Loudun. Co!l. Archives, Gallimard, París, 1980. p. 160.

sirve de referencia para la lectura de esta producción lujuriosa que el “pequeño Hans”, solicitado por su padre, desarrolla a partir de su fobia. En un artículo de 1955, “The structural study o f m yth"11, Lévi-Strauss había mostrado que el mito no debe leerse como remitiendo a un acontecimiento supuesto sino que presenta una combinatoria que, si uno obtiene los medios para descifrarla, permite a cambio definir el mi to como “modelo lógico para resolver una contradicción” 18. Así, lo que Lacan nombra en adelante “fomentación mítica” del “pequeño Hans” no está tomado en cuenta como si hiciera alusión a acontecimientos psíquicos, interiores -no hay equivalente psíquico que se deba im aginar correspondiente a cada una de esas fomentaciones- sino como una serie de sistemas coherentes de significantes, cuya coherencia sólo aparece, por otra parte, al ponerlos en serie. Su función es, para el “pequeño Hans”, de integración de su genitalidad; lo que es del orden de la imposibilidad en el tiempo de la instauración de la fobia sólo ocurre con la articulación sucesiva de todas las formas de imposibilidad implicadas en la cuestión de partida. No tengo la intención de retom ar aquí el detalle de esta lectura que es, en efecto, una lectura en la que cuenta el detalle, pues el valor de cada significante no está a priori, en un codigo preestablecido, sino que depende, para una fantasía dada, del lugar de los otros significantes con los que forma un conjunto sintáctico. El carácter equívoco de los elementos en juego sólo aparece con la puesta en serie, con lo que Lacan llama, con Lévi-Strauss, la superposición de líneas'9. Un capítulo posterior (cfr. Capítulo nueve) dará la demostración del carácter necesario de esta superposición de líneas, única capaz de dar cuenta del hecho de quejan lenguaje formal determina al sujeto20. Bastará con notar, por el momento, que la lista de las fantasías del “pequeño Hans” citada al comienzo de este estudio no es una fioritura de la lectura sino el medio indispensable de su puesta en práctica. El segundo giro de la lectura establece la serie de las fantasías, recorta cada una de ellas a titulo de un “elemento alfabético”21. Pero, si bien es verdad que el real debe pasar por el imaginario para ser simbolizado, falta dar cuenta de esta simbolización, de lo que hace posible para el “pequeño Hans” “el pacaje de una aprehensión fálica de la relación con la madre a una aprehensión castrada del conjunto de la pareja parentaT’11. Con respecto a esta exigencia, la puesta en un alfabeto ordenado de la serie de fantasías del “pequeño Hans” no es más que un primer paso. Va

17Artículo La estructura de los mitos, retomado ttA n tr o p o h g ia estructural. Eudeba, Buenos Aires. 1968, pp. 186-210. (Edición francesa: La structure des. mythes, en Artthropologie structurule, P!un. Paris, 1953. pp. 227-255) l* Op. cit., p.209 (Ed. francesa, op. cit., p.254). |l>J. Lacan. Seminario del 3 de abril de 1957. 20 J. Lacan, Escritos 1, Siglo XXI, México, 1984, p.36 {Ecrits. Seuil, Paris, 1966, p.42). * J. Lacan, Seminario del 3 de abril de 1957. - Ibid.

a ser necesario, con el tercer giro de la lectura, escribir lo que liga esos elementos alfabéticos unos con otros, única manera de no dejar en el misterio la apuesta simbólica de la proliferación imaginaria. Ya no se trata en adelante, en efecto, de atenerse a un lenguaje conceptual. Lacan es completamente explícito sobre este punto: el objeto fóbico “no es accesible de ninguna manera a la conceptualización, si no es por intermedio de esta formalización significante” 23. la misma que, a título de grano de cilantro, introduce el tercer giro. “Formalización” implica fórmula. Sólo la fórmula es susceptible de entregar la razón del progreso metafórico que la observación atestigua. El proceder de Lacan se distingue aquí del de Lévi-Strauss; si éste, en efecto, propone, para terminar, una fórmula para “todo mito” 24, Lacan escribe una serie de fórmulas, cada una de las cuales corresponde a un recorte dado de la fomentación mítica del “pequeño Hans”. A cada elemento alfabético ante­ riormente transcripto responderá su fórmula, tal es la regla a la que se somete este tercer giro. Hay conexión y cierre del tercer giro con el primero. Para comenzar, conviene formalizar lo que había sido enunciado del estatus de la fobia como lo que suple al defecto del don de su castración, que el “pequeño Hans” espera de un padre real, y de una manera tanto más imperiosa cuanto que han resultado incompatibles (esta incompatibilidad es la crisis misma) su recien­ te posición de falóforo y lo que hasta allí orientaba su mundo: su relación con la relación de su madre con el falo imaginario. ¿Q ué quiere decir ese “don de su castración”? Para escribir aquello de lo que se trata, Lacan se apoya en la escritura de la metáfora, contemporánea, hay que notarlo, de su lectura del “pequeño Hans”. He aquí esta escritura: i Se sabe que Lacan ilustró esta escritura con una metáfora tomada de Victor Hugo: “Su gavilla no era avara ni tenía odio” (Sa gerbe n ’étaa pas ovare ni haineuse). La fórmula subraya el hecho de que, en el tiempo mismo de la producción metafórica, la substitución de “su gavilla” por “Booz” anula a “Booz”. Ya no podrá tratarse en adelante de que él tome el lugar de “su gavilla” , “el frágil hilo de la pequeña palabra su que lo une a él es un obstáculo más...”^. Pero, correlativamente, esta abolición radical de su nombre propio

23 J. Lacan, Seminario del 19 de junio de 1957. 31C. Lévi-Slxauss, op. c í l , p.252. Lcvj-Strauss retoma, veinte años más tarde, esta forma la para leer los ritos del noven practicados por los Iatmul de Nueva Guinea (Curso de 1974/75 resumido en el Annuaire áu Coliche de Franee) así corno en Du miel aux cendres, p.212 {De la miel a las cenizas. Fondo de Cultura Económica, México, 1-972, p ...) donde declara, s¿n más justificación, que esta relación canónica no dejo de guiarlo. 23 J. Lacan. Escritos I , E i Siglo XXI, M éxico, 1984, p.437. Trad. T, Segó vía.

se presenta como un precio pagado por una creación, por un salto que es, como se sabe, e! acceso de Booz, a pesar de su edad avanzada, a la paternidad. Esta relación anulación/re-creación es precisam ente la misma que juega en lo que concierne a la castración simbólica. Por ser puesto fuera del juego temporalmente, el objeto “falo imaginario” recibe allí su legitimación para un goce ulterior. La salida del Edipo por la castración simbólica resulta así susceptible de ser inscripta en una fórmula que retom a en su disposición la de la metáfora:

Esta fórmula no difiere de la escritura de lam etáforam ás que por si valor de los términos empleados: P designa el padre real en tanto agente de la castración simbólica, X inscribe la posición del varón en tanto anulada por esa operación. La fórmula se lee entonces así: la substitución por la cual el padre real ocupa el lugar del niño en unarelación con lamadre imaginariamente engañosa es congruente ( = ) con la castración sim bólica (es la hoz) donde el ser del niño, el X, encuentra su solución (es el + s). Nada de esto se produce con el “pequeño Hans” ; cuando, en un comporta­ miento manifiestamente dirigido a su padre, declara, en nombre de sus pequeñas desdichas, querer ir a hacer mimos en el lecho con mamá -la cual está encantada de abrirle sus sábanas- el padre deja a madre e hijo entregados a sus tiernas efusiones, y no encuentra nada m ejor que em itir algunos débiles gritos que, notablemente, se dirigen precisamente a u n Freud, quien, inventor del Edipo, se supone que indica con ello a sus discípulos que ésta es, efectivamente, la actitud que espera de un padre en casos semejantes26. Cuando esos mismos arrumacos se vuelven para el “pequeño Hans” signos de su insuficiencia para satisfacer a la madre (la llegada de una hermanita confirma esta insuficiencia), entonces cambian de valor: de refugio que eran aparecen ahora como una trampa. Es la crisis que Lacan escribe así: (M + (p + a) M 2 m + ji

DI

La secuencia entre paréntesis: madre + falo imaginario +sus pequeños otros, (aquí la hermana recién llegada), es la secuencia del deseo materno, dicho de otro modo, aquello con lo que el “pequeño Hans” tiene que vérselas más allá de la madre como objeto; de allí el redoblamiento de M a la vez en y fuera del paréntesis. La crisis consiste en la equivalencia

35 S. Freud, Cinq psychanalyses, Op. cit., p. 188. (S. Freud, Obras completas, Op. cit., p .l08).

- del Y o del niño (m) aumentado por su pene real (n) - y de su relación con el objeto materno en tanto que, más allá de la madre como objeto, es a su deseo a lo que se trata en adelante de responder al contado efectivo. E sta equivalencia funda lo vivido de una insuficiencia que no puede ser planteada sino sobre su fondo. Así esta fórmula no vale para la paranoia sino para aquello a lo que responde la paranoia. Aplicando ahora el método de lectura descripto para el segundo giro, es posible poner en serie esas escrituras; resulta de ello una observación muy simple según la cual la última fórmula difiere de las dos precedentes (así como de aquellas que seguirán) en que no exige, para escribirse, más que una sola línea.. Escribe, entonces, en hueco, lo que he llamado el pas-de-barre que resulta así el nombre de esa encrucijada, de ese tronco común a partir del cual se separan la fobia y la paranoia. El pas-de-barre nombra el defecto de la función metafórica. L a respuesta fóbica instaura la metáfora al ser ella misma una metáfora. Es lo que constituye el valor de la definición del objeto fóbico como objeto puesto en función de significante. Hay fobia para el “pequeño Hans” no porque su relación con su madre regresa a ia mordedura a causa de la crisis, sino por la nominación del caballo como metáfora del agente de ia mordedura en. el lugar mismo en que era esperada ¡a intervención de un padre real. De allí la fórmula de la fobia en su tiempo inaugural: rv El caballo como significante ( ‘I) está en el lugar de P en n . Anula, substituyéndola, la secuencia del deseo materno. Esta fórmula de la fobia está en conformidad con ia de la metáfora (I). Com parada con 10, hay ahora barra, superposición de líneas, por medio de lo cual el caballo como significante resultará susceptible de entrar en conexión con otros significantes y de metaforizar así ya no sólo la mordedura sino además el arnés, la caída..., etc. Lacan escribe algunas de las fórmulas que corresponden a las sucesivas fantasías: da en particular la de; punto del resultado final en que el “pequeño Hans” , redistribuyendo los iugares, se coloca como padre imaginario. No es fácil dar cuenta de ese progreso metafórico pues la formalización que se introduce no esta completamente desarrollada. Y como, además, Lacan no escoge precisar las regias de escritura que introduce de la misma manera en que se puede presentar el juego de una axiomática, sino que procede más bien

según cada ocasión, cabría proponer escrituras para las fórmulas que faltan y desprender luego, aposteriori, las reglas de ortografía que quedan, en parte, implícitas en el texto de Lacan. Sin embargo, dado que mi objeto no es aquí el “pequeño Hans” sino la lectura que Lacan hace de él, considero suficientes las indicaciones retomadas aquí. Esas indicaciones permiten extraer algunas conclusiones. Esta lectura se ordena en tres líneas superpuestas: 1) El cifrado conceptual. Es el nivel de la traducción. 2) Una transcripción de las fantasías del “pequeño Hans” en una serie, de elementos alfabéticos, ordenada temporalmente. 3) U na transliteración (planteada en principio y realizada en parte) de cada uno de esos elementos, tomados uno por uno, y formalizados en otra escritura, que toma su punto de partida en la escritura de la metáfora. Sólo este tercer nivel es susceptible de dar cuenta del asunto, del surgimiento de la fobia y también del hecho de que llega un iiempo en que ella cae en desuso. En los últimos seminarios del año universitario 1956-1957, Lacan manifiesta su vacilación en “dar una serie de formulaciones algebraicas”. “M e repugna un poco hacerlo, por tem er que, de alguna manera, los espíritus no estén todavía completamente habituados a ello, abiertos a ese algo que, creo, está a pesar de todo en el orden de nuestro análisis clínico y terapéutico de la evolución de los casos, [algo que es] el porvenir. Quiero decir que todo caso debería poder llegara resumirse, al menos en sus etapas esenciales, en una serie de transformaciones de las que les he dado la última vez dos ejemplos...” (A continuación se retom a el comentario de las fórmulas numeradas aquí como III y IV 27. Es un hecho que este abordaje de la clínica psicoanalítica no encontró prácticamente ningún eco; no hay un solo trabajo que haya hecho suyo el modo de lectura aquí puesto en práctica. ¿Quiere decir, acaso, que se trata de una simple cuestión de método? Ciertamente no, si se entiende por ello algo que sería exterior y extraño a su objeto. En efecto, no carece de riesgos aventurarse más allá del cifrado conceptual. El peligro no está tanto en la formalización como tai (después de todo ella es algo familiar para los instruidos) como en lo que reclama necesariamente, a saber, la afirmación de que lo que la form alización escribe no es simplemente para el analista sino que vale también para el sujeto del que hace caso. Justificaré primero la pertinencia de esta observación, antes de ponerla en

17 Seminario del 26 de junio de 1957

discusión. Así, se puede notar que Lacan, a propósito de la fórmula de 1. crisis, no vacila en decir que “aquello de lo que se trata para el niño es tal vei en efecto de hacer evolucionar eso” (la fórmula III) o también que el pequeño fóbico, por no atenerse a la solución provisoria del miedo a los caballos, tendrá que vérselas con “esta ecuación (que) no puede ser resuelta más que según sus propias leyes”28 (se trata de la fórmula IV). Está en la línea recta de esas afirmaciones admitir, para terminar, que lo.que hace que cese el síntom a corresponde al hecho de que el niño, al ju g ar con los elementos dei sistema, se da cuenta de que se trata justam ente de un sistema que se le aparece, cuando lo experimenta como tal, dotado de lógica. La logificación es la transformación decisiva. Puede parecer insensato tener que admitir que el “pequeño Hans” tenía que enfrentar este conjunto de pequeñas letras y de signos gráficos que constitu­ yen un álgebra y que Lacan introduce para la lectura de lo que Hans dio a entender a su padre y a Freud. O, también, para decirlo de otro modo, la recomendación de Freud de “no confundiré! andamio con el edificio mismo” tendría valer no de consejo sino de comprobación de imposibilidad: no se trata de confundir el andamio con el edificio, porque él mismo es el edificio. Se puede observar que es tal vez más insensato aún no admitir ese real de la formalización. Pues, salvo sí se considera que el inconsciente es lo ilógico mismo» no hay elección posible, debe admitirse efectivamente que esta lógica de laque depende es, en efecto, la que se dice que es, pues, para aquella que no se dice, como no se lad icer nada se puede decir de. ella. ¿Se dice sin em bargo, con esto cualquier cosa? El asunto debe, ciertamente, ponerse a prueba. Pero persiste el hecho, y no es poca cosa, deque a partirde! momento en que se escribe la fórmula, tal prueba se vuelve posible: el cifrado formal se presta a la refutación. Esta discusión deberá esperar la introducción de nuevos materiales para ser más desarrollada. Me parece sin embargo que la cuestión gana en precisión cuando uno se da cuenta de que el último paso de la lectura del “pequeño Hans’' r el paso que Lacan indica al decir que se trata de “transponer en una formalización29” , es identiñcablecom o transliteración. A partirde allí, es desde ahora posible situar, para concluir, lo que ocurre con el síntom aenelcam po del psicoanálisis-Bastarápara esto que el lector, como un ciego, se deje guiar por las fórmulas retomadas más arriba. La fórm ula IV corresponde a la emergencia del síntoma fóbico. Escribe la triple operación -de suplencia, de substitución y de apertura- del objeto puesto en posición de significante en la fobia,.

21 Seminario del 26 de jum o de 1957. 3 Seminario det 26 de junio de-19-57.

1) La suplencia a la castración simbólica corresponde al hecho de que ‘I en IV va en el lugar de P en II. 2) La substitución corresponde al hecho de que la secuencia del deseo materno (M + 9 + a) va en IV en el lugar de S en I. 3) Pero esos dos lugares sólo existen por el hecho de la barra que los separa; esta barra, que produce discontinuidad entre IU y IV, escribe la superposición de líneas, la apertura de la función metafórica como tal. El pas-de-barre, el paso de barra que hace pasar de III a IV no es una simple manera de cifrar; si bien es, en efecto, la fobia misma, debe ser posible mostrar que el fóbico tiene que vérselas con esta barra, y de una manera que corresponde a algo diferente de no se qué profundidad. La profundidad es la coartada de la traducción abusiva. Para esta mostración, abandonaremos las pendientes aireadas que, hace un rato, constituían metáfora, para penetrar ahora en la asfixiante atmósfera de las pirámides. En el texto llamado “de las pirámides”, uno se sorprende de encontrar ciertos ideogramas que se distinguen de la manera en que están escritos en cualquier otra parte; los egiptólogos han hecho la lista de esos rasgos distintivos: 1.id eog ram as que fig u ra n anim ales o hum ano s están d ib u jad o s en lugar de 2 .ideogramas que están cortados en dos por una sección no grabada: así: o también : o 3.cuando la escritura esta en hueco sobre la pared, una parte del ideograma es tapado de nuevo con la ayuda de un pequeño montón de yeso 30

2

-™Lexa, ¡J magie dans í'Egypte ancienne, pp. 77.73 y 88 y lámina LXX1. i. Ph. Lauer, Saqqarab, p. 180 y ñgura n° (55.

Fragmento de los “textos de las pirámides” . El jeroglífico señalado presenta la siguiente paria cularidad: sóio la parte anterior dei bovino íue pintada de verde como caca uno de «os otros je roglíficos del texto; su parte posterior había sido tapada con yeso. Tales hechos se comprueban en otros jeroglíficos que figuran otros grandes animales. Cfr. Jean Philippe Lauer, Saqqarah, Tallandier éd., París, 1976, p. 210, ñgura 155, fuera de texto.

Tales hechos son difíciles de interpretar pero hay dos puntos que quedan adquiridos. Primero, se trata aquí de elementos dei texto con iguales títulos que los otros elementos textuales a los que acompañan. Este punto es incuestionable. Se podrá discutir mucho más sobre el segundo punto, pues apela a la teología egipcia. Se sabe que no hay en los antiguos egipcios adoración como tal de la imagen, pero que, en cambio, ésta es susceptible-de adquirir vida, de recibir, de albergar por un tiempo lo que llaman el Ka y que tradujimos lo mejor que se puede -seguramente muy mal- por “el espíritu”. Este posible albergue, que opera para la imagen, la estatua y también para la momia, depende de la buena voluntad del Ka que puede decidir pasar la noche vagabundeando por el valle o reocupar su imagen en la tumba (imagen que yo privilegio aquí porque, como en el caso de Lacan. ei cuerpo es pensado por los egipcios como puesto en el plano). En una pequeña parte, sin embargo.

la imagen puede influir sobre la decisión del Ka presentándose por sí misma con un aspecto que sea agradable a sus ojos, que le convenga por su belleza -lo que implica, entre numerosas exigencias estéticas codificadas, que sea una imágen completa-. Así, los diferentes tratamientos que el escriba hace sufrir a los ideogramas se dirigen verosímilmente a los Ka(s) correspondien­ tes como para decir a cada uno de ellos: “Mira esta imagen truncada, decapitada, tachada, ensuciada con un montón de yeso, ¡cómo podrías decidir venir a habitarlo! ¡Hay otras imágenes para tí! ¡No te engañes sobre el valor de éstas, no están en la pared de esta tumba sino en tanto signos de escritura!”. Así, la barra que atraviesa al león indica que se trata en efecto de un significante, apuntado como tal por la marca que atraviesa lo que podría quedarle de aspecto pictográfico. Pero a este significante como tal se le asocia una suposición que no es la del escriba -quien, por su pane, tiene el cuidado de precisar de qué se trata- sino la que él atribuye al visitante eventual, considerado como susceptible de confundirse al desconocer el valor escritural del dibujo y considerarlo solamente como una imagen del objeto. El escriba tiene, ciertamente, buenas razones para tomar en cuenta esta eventualidad, y hay que admitir, en efecto, que el porvenir no lo ha desmentido porque todavía hoy la opinión general ve en la pictografía el primer paso de la escritura. El malentendido posible estáen el lugar del Otro donde la letradebe hacer litoral y eliminar así el malentendido. Por eso conviene poner los puntos sobre las íes: el león tachado es un objeto fóbico. Es divertido notar que el escriba no trata a su lector de una manera diferente de la que yo pongo en acción aquí con el mío al subrayar, en el lugar del objeto fóbico, un significante que lo escribe localizado como tal. A partir de esto es posible precisar lo que quiere decir “poner el objeto en función de significante”. La cosa no se reduce a su punto de partida, que no es, sin embargo, desdeñable, puesto que ya el objeto de que se trata, caballo o león, no es un hipotético “objeto bruto” sino el dibujo de un objeto, un dibujo que no es tomado como representante del objeto sino como escritura de su nombre. Es la operación del “rébus de transferencia” de la que ya hemos tratado aquí. Sin embargo, si e lhrébus de transferencia” es un punto de apoyo para la fobia, no basta para definirla. Hay fobia, hablando con propiedad, por esta marca suplementaria que escribe para el Otro que el objeto es puesto en función de significante. La fobia tiene la consistencia de un “rébus de transferencia” señalado. De allí el hecho de que ella pone siempre en movimiento el entorno del sujeto; y lo que le señala al entorno, incluso de la manera más aguda (pues éste llega Tapidamente a no saber qué hacer), la cifra

fóbica como tal (una cifra, es decir “uno no comprende nada”), no es otra cosa que el miedo, o sea la angustia aligerada. El miedo es el afecto de la barra que, para el fóbico, no puede ser efectiva (en el lugar del Otro) sino afectada. ¿No se habla, acaso, de afectación cuando uno se encuentra una manera de ser simplemente subrayada? En las pirámides de Unas o de Teti, se encuentra otra manera de marcar el valor escri tural del ideograma. En lugar de subrayar este valor con uno de los rasgos más arriba enumerados, el escriba ha suprimido pura y simplemente el ideograma

, reemplazándolo, puesto que escribe el trilítero rmr

-con los tres unilíteros e ^ . j L s = 3que corresponden, respectivamente, a r, m y t. El caso merece nuestro interés pues basta con producirlo para que sea demostrado que una transliteración puede hacer las veces de barra. No sólo hace las veces de barra sino que es barra. Se trata, en efecto, de una transliteración porque, en su preocupación por marcar con una cifra el escrito, el escriba pasa de una manera de escribir a otra manera al borrar radicalmente esta vez todo resto pictográfico. Habría bastado con que este procedimiento se generalizara para que la escritura egipcia dejara de ser la bastarda que manifiestamente era para volverse una escritura alfabética 31. A sí resulta que, al transliterar uno por uno los conjuntos sintácticos antes transcriptos, Lacan no introduce, con su álgebra, un cifrado suplementario que tendría estatus de metalenguaje; el cifrado suplementario permanece en la línea recta instalada con la fobia. O, también, para decirlo de otro modo, no hay diferencia esencial entre lo que da a leer Lacan y lo que da a leer el “pequeño Hans”. Esto no significa que la transliteración carezca de corisecuenci as. Permite, en particular, situar la función del síntoma. Que la fórmula III de lá crisis no satisfaga la de la metáfora da en contrapunto la función del síntoma fóbico (IV) que, como pas-de-barre, paso de barra, instaura una disposición isomorfa con la de la escritura déla metáfora. Es decir que el síntoma efectúa la transliteración allí mismo donde ésta falta.

Jl Lefcbvrc, Grammaire de l'egyptien classique, p.16.

C apítulo cinco

donde el deseo bribón vale-nada * La letra fetichizada E n la p á g in a 3 1 8 d e í to m o V d e lo s C a h ie rs A n d r é Gide (C uadernos A n d r é G id e) enco n tra m o s, d e la plum a, d e la "Petile D am e ", e l te stim o n io sig u ien te: "...d e sp u é s é l s e ríe a b ier­ tam ente p o rq u e y o le d ig o co n un to n o ex a sp era d o : '¡U sted ja m á s dirá sim plem ente: esta m a n teq u illa es a m a rilla ! No, ¡u sted tiene q u e d e c i r : N e g a r q u e esta m a n teq u illa sea am a ­ rilla, sería cierta m en te una lo cu ra ! -Sí, d ijo é l irónicam ente, ¡eso es lo q u e s e lla m a s i m o vim ie n to d e la fr a s e ! ” “¡O h!, im itar lo q u e uno im a g in a " . A n d r é G ide

M ientras que los ciframientos puestos enjuego para la lectura podían variar, en Lacan por ei contrario, se manifiesta como una constante ese modo de la lectura y, correlativamente, ese abordaje del síntoma, Lacan lee el caso de la joven homosexual con el esquema L; Schreber, con el esquema R, Joyce con el nudo boirorneo, ... etc. Acabamos de concluir eí capítulo anterior con la importante observación de que ese modo de leer con el escrito implica que el síntoma sea tomado en cuenta como aquello que suple la falla de la transliteración. No hace falta proceder exhaustivamente para confirmar esto; todos pueden hacer la experiencia. Pero puesto que se necesitan al menos dos ocurrencias para poder decir: “... y así sucesivamente”, elegiremos ahora estudiar el texto Jeunesse de Gide ou La lettre et le désir (Juventud de Gide o La letra y el deseo), que, además de esa confirmación, ofrece la ventaja de presentar, con el fetiche, su contrapunto a la fobia. Veamos: se realiza un baile en la casa familiar de los Gide. Alertado por el rum or inhabitual, el joven André se atreve a descender furtivamente algunos escalones de la escalera; es menester ir a ver. Cito: "Nada tiene el aspecto acostumbrado; me parece que voy a ser iniciado de golpe a una vida misteriosa, diferentemente real, más brillante y más patética y que solamente comienza cuando los niños pequeños están a c o s t a d o s Una bella Dama

* Título en francés: Ou le desir vaurien. Cfr. página 108 de este capitulo.

repara en él y se acerca al niño; bajo los adornos y el vestido de seda, no reconoce a una amiga de su madre que, sin embargo, había visto esa misma mañana. Luego, llevado a la cama de nuevo, con el espíritu todo confundido, surge este pensamiento, antes de hundirse en el sueño: "Existe la realidad y los sueños; y además existe la segunda realidad”1. André Gide no tiene todavía siete años. Si la realidad es como “un espectáculo fuera de la realidad”2, no es posible encontrar en ella esa garantía imaginaria sobre la cual se apoya la ilusión común que, por ejemplo, hace concebir que quien viene a una cita es el mismo que la ha concertado. El Yo, objeto de la realidad, está marcado por su escisión. Quien declaraba: “Como un descuartizado he vivido” 3 , gustaba de citar este verso de Racine: “¿Por cuál turbación me veo yo transportado lejos de mí?”4 . Así, cuando a la edad de 11 años, en medio de sollozos, cuyo motivo se le escapa, Gide hace escuchara su madre su “¡Yo no soy igual a los otros! ¡Yo no soy igual a los otros!”, hay que admitir, no que es diferente de otro de quien diferiría por tal o cual rasgo(s); sino, más radicalmente, que está hecho de otra pasta por no tener otro sobre el cual acomodarse como Y o3. ¿Será que el amor de una Eco le faltó a Narciso? Pero en lugar de intentar prematuramente dar la razón de esto, conviene seguir sus efectos. Los llamaremos: de proteificación del Yo. El camaleón, al fallarle un color extraído de su entorno, elaborará una teoría sexual infantil según la cual se vuelve verde porque “piensa en hojas”6. Pero el pensamiento huye. Y la cuestión de saber dónde se detendrá ei pensamiento se hace tanto más aguda cuanto que el Yo escolta y sigue. Gidi tiene directamente que vérselas con eso en sus “obsesiones”: “He aquí cómo comienza esto: en et silencio de la noche, ni bien me acuesto y apago la vela en lugar de sueño, lo que viene es una melodía, una melodía corta y simple en form a de fuga. Primero se desarrolla simplemente, luego, cuando recomienza, surge como un eco, una adyacencia que se desarrolla en form a de canon paralelamente a la primera. Luego una tercera se injerta en el tercer com pás... una cuarta quiere tomar impulso; trepa sobre lapnm erc al unísono, pero con un timbre diferente; las distingo -empujan -todo st. mezcla hay que recomenzar - la primera ensaya una fioritura; la segunui sigue; luego la tercera; -laprimero se apresura; las otras siguen scherzando.. Al poco tiempo es una obsesión insoportable; me levanto y, para acallarla, 1A. Gide, "Si le grain ne meurt” (hay traducción espaüola: Si la semilla no muere, Ed. Losada, Buenos Aires) «n Poésies, Journal, Souvenirs, N.R.F., 1952, p. 310.. 2 Jean Delay, La jeunesse de Gide, GaJlimard, t. I, p.147 y 348. 1J. Delay, Op.cit.,1.2, p,636. *!d.. L I, p, 549. ’ W., i. 1, p, 173. s /rf. t. 2, p. 310.

toco simultánemente muy fuerte en el piano unos acordes al azar; -y la melodía irritante canta tanfuerte que produce una disonancia real al chocar con el acorde superpuesto ”7. La multiplicación gideana de los personajes es del mismo género; Gide invita a que se incluya en esta lista su propia figura de hombre de letras. Así, en Los monederos falsos, uno de los personajes, Edouard, proyecta escribir una novela cuyo título sena “los monederos falsos” y con este fin lleva un diario donde discute la novela futura. Pero paralelamente (con ese “paralelo” mismo que André Walter dirige a Emmanuelle -“Caminaremos paralelos...”-, la multiplicación de la imagen reclame la posición en paralelo de dos espejos), Gide escribe Los monederos falsos y propone, con su novela, otro libro titulado Diario de los monederos falsos, en el cual tiene el cuidado de escribir que ese cuaderno “debe convertirse en el cuaderno de Edouard” 3. Ni Edouard, ni André Walter, ni Tytire, ni Corydon... son soportes de identificación para André Gide. “No soy el inmoralista, observa, me basta con haberlo escrito”9. En términos gideanos: el “representar” (es decir: componer) no cesa de presentificar lo que sería “Yo” como algo “puesto en abismo”. En el límite extremo de este proceso de refracción del Yo, se encuentra su disolución que es ese punto en el que se convertirá finalmente en algo, pero que sólo podría hacerlo reduciéndose a nada. Gide jamás olvida que la posibilidad de su disolución (que aquí se revela como punto de encuentro del imaginario y e! real) habita la imagen; que la nada, término de la serie, está igualmente presente en cada uno de sus términos. De esa nada, ese ríen, queDelay leyó en el Viaje de Unen, ¿tal vez no señaló suficientemente su alcance? Esa nada como “..marca de ese hierro que la muerte trae a lacarne cuando el verbo la ha desenredado del amor”10se vuelve a encontrar también: - en la literatura que elige Gide , la cual, desencantada de la acción, es una literatura donde no pasa nada. La Angele de Paludes se asombra de esta manera de pescar: Tytire no atrapa nada; “¿Por qué?, pregunta Angele. -Por Ja verdad del símbolo. -¿Pero y si atrapara algo?-Entonces sería otro símbolo y otra verdad” 11. -en la filosofía del acto gratuito, “Un acto que no está motivado por nada. ¿Comprende usted?, interés, pasión, nada.”

I Id . t. 1, p. 563.

' A. Gide, Journal des faux monnuyeurs, Gallimard, p. 31. 9 Citado por A. Angiés, André Gide ex le premier groupe de la N.R.F., Gallimard, p. 33. 10 j. Lacan , ‘'Jeunesse de Gide1’, Ecrits, Seuil, París, 1966, p. 756. (Hay edición en español: Escritos, traducción del francés por Tomás Segovia, Siglo XXI, México, décima edición corregida y aumentada, 1984, p. 736. El capítulo "Juventud de Gide'* fue traducido por Armando Suárez. Traducción modificada por nosotros). II Citado por J. Delay, op. cit.,t. 2, p. 415.

■y hasta en su relación con su mujer, Madelaine, Reina de Urien (su nombre de Reine, fuera de la e final m u d a , sólo difiere del Rien, de la Nada, por una permutación), cuyo tenor exacto señala Gide cuando escribe en Si la semilla no muere: “Creí que todo entero podía entregarme a ella, y lo hice sin reserva de nada.” Introducir una coma entre “sin reserva” y “de nada” bastará para legitimar el lugar de ese “de nada” que, a pesar de parecer redundante desde el punto de vista semántico en la frase de Gide, tomará, con la coma, el sentido de la réplica a los agradecimientos. “N ada” es eso con lo cual Gide “no descuida su deseo” '2. Se puede decir de él lo que escribe refiriéndose al pequeño Boris de Los monederos falsos' “Le parecía que se perdía, que se hundía muy lejos del cielo; pero sentía placer en perderse y hacía de esta perdición misma su voluptuosidad” 13. El niño Gide experimentó muy tempranamente que la disolución del Yo puede no ser sin goce ,d. También el punto donde la disolución reduce el Yo a Nada es al mismo tiempo aquél donde cesa el goce. Y cuando G ide necesita una fantasía para que su deseo acceda al placer, para turbarse hasta aquel punto de vacilación la encontrará en la figura del niño bribón, granuja, vago, bueno para nada, vaurien. Dejamos escapar el asunto si hablamos aquí de “pedofilia”. No es cualquier niño el que hace desfallecer a Gide, y sus relaciones sexuales Con un Mohamed (encamación para él del bribón, del bueno para nada) no hacen más ruido que la palabra “palmas” en un verso de M ailarmé. Agarrar la mano de un M ohamed es suficiente para darle cuerpo a la fantasía, permitirle “gozar de desear” 15. O entonces, si uno elige mantener esta categoría de la pedofilia, hay que apaciguar (¡si es que se puede!, -pero por supuesto no se puede) las imaginaciones eróticas de legisladores neuróticos, haciéndoles notar que ei cazador de buenos para nada está provisto, no de un fusil con cartuchos, sino de un fusil de exposición de aire comprimido cuyo gatillo es accionado por un polvorín de goma fatigado16. Pero gozar de su deseo -fórmula lacaniana para la perversión- no es desear. Desear el deseo difiere tanto más claramente de obtener su goce cuanto que dicho goce es una última manera de evitar el deseo. Basta con que una mujer avance hacia Gide manifestándole lo que él puede creer que es su deseo para que inmediatamente el turbio miedo que lo invade sólo encuentre escapatoria en ese sobresalto que, inmediatamente, hace que se aparte. Ese movimiento siempre se verifica en Gide. Por cierto que 1a aventura con Meriem (me-rien, me-nada), no lo desmiente; niña-mujer cogida pensando en su joven hermaJ Lacan, “Jeuncsse de Gide", Ecrits, op. cit., p. 757. {Escritos, op. c it, p. 736). 13 J. Deláy, op. cit., t. I, p, 252. 14 Cfr.: 1) La metamorfosis de Griboui lie en vegetal (J. Delay. t. l.p . 250); 2) el juego de derretir los soldaditos de plomo (t, l .p . 142 y 149); 3) la frase "el estropicio me bacía desfallecer” a propósito de lina lectura de Madame de Ségur donde una doméstica, a quien le hacían cosquillas, dejaba caer al suelo toda una pila de platos. 15 i. Lacan. Seminario sobre “Lesformations de Vinconscient" del 26 de marzo de 1958. '• J. Doiay, op cit.. p. 402, t. 2.

no Mohamed, en connivencia con Paul Laurens, que había abierto la vía; y no sin que la madre de Gide, al llamado de su hijo, acudiera hasta Biskra para aliviarlo de tener que presentarse como falóforo ante una mujer. Ya sea ante los avances de su tía (madre de Madeleine), de los de una andaluza de cabaret o incluso de la corpulenta suiza, siempre se trata del mismo esquivar tan bien observado por una prostituta de las callejuelas cercanas al bulevar Saint Germain. Viendo a ese adolescente apartarse de su cercanía, ella le dice con una voz “ala vez regañona, burlona, mimosa y jovial: “\Pero no hay que tener miedo mi lindo muchacho!’’- y Gide que agrega: “Un flujo de sangre me subió al rostro. Y o estaba conmovido como si me hubiera librado de una buena”17. Sobre todo no poder congraciarse con una mujer, atenerse a la posición del muchacho poco agraciado, tal es el imperativo. “Si yo hubiera podido descubrir con un gesto todo el misterio femenino, no hubiese hecho ese gesto” 18. Frase tanto más notable cuanto que, al ser pura implicación, no dice nada sobre la posibilidad de ese gesto, excepto precisamente el decir de no decir nada sobre é!. Ese acto de esquivar propio de su privación que hace desear a una mujer aparece así como un punto fóbico que, con Gide, puede ser designado como fobia a la mujer que ataca con vitriolo. Evocando sus relaciones con las prostitutas, Gide escribe: “Muchos años después, estas apremiantes criaturas me inspiraban tanto terror como las mujeres que atacan con vitriolo”19. Sin embargo, una pesadilla le haría pasar más allá de este tenor, límite más aquí del cual se había mantenido. Delay cita este texto íntegro, pero yo reproduciré sólo el final: " Y yo tenía miedo de ver; quería desviar los ojos, pero , a pesar mío, miraba. Bajo el vestido no había nada; estaba negro, negro como un agujero; yo sollozaba de desesperación. Entonces, con sus dos manos, ella tomó el ruedo de su vestido y luego lo llevó hasta por encima de su cara. Se dio vuelta como una bolsa. Y ya no vi nada más; la noche ¿e cerró sobre ella... Me desperté del miedo que sentía; la noche estaba todavía tan negra que no sabía si no era también la noche del sueño"20. Si !a arrojadora de ácido desfigura, detrás de ese velo enceguecedor que es el vitriolo no hay más que esa Nada que prohíbe hacer otra cosa salvo figurar. Así, se revelan solidarios: 1° - el hecho .de que el Yo no cesa de exigir un “representar”, 2° - el fracaso de ese representar (o sea la reducción del Yo a la Nada) y 3o - la necesidad que, esa Nada bajo su vestido, constituye la m ínim a manifestación de una mujer fatal. Este primer recorrido, que evoca algunos de los principales temas de la em presa gideana, va a servir ahora de trampolín para el estudio de la lectura 17 J. Delay, id., i. 1. p. 358, así como p. 297 (con la tía), i. 2, p. 381 (Sa suiza), y p. 223 (la andaluza), " J. Delay. t. 1, p. 357, 'M .D eiay. t. l.p . 200. 31J. Delay. t. l.p . 525.

de Lacan. En efecto, hasta el presente no se comprendió la empresa misma, o sea, la relación, en Gide, de la letra y del deseo. Eso es lo que resalta Lacan, como lo indica ya el título del artículo compuesto de una repetición del de Delay, a lo cual Lacan agrega: “o la letra y el deseo” . Lo que se trata de explicar sólo es enunciado al final del artículo, pero no deja de focalizar las observaciones anteriores, o sea: “ ...ese intercambio fatídico por el cual la letra viene a ocupar el lugar mismo de donde se retiró el deseo”21. Ahora bien, este intercambio que da su estatus de fetiche a la letra gideana define la empresa tanto más necesariamente cuanto que él mismo depende de la modalidad de lo necesario. De escribirse, la fetichización de la letra no cesa. ¿Sobre qué se funda Lacan para legitimar en Gide lo necesario, de esta sustitución del deseo por la letra? Responder a esto hará manifiesto al mismo tiempo la manera de leer puesta en obra por Lacan - la misma que ya fuera señalada con la lectura del pequeño H ans.Lacan lee a Gide con el esquema L. Pero ¿qué quiere decir aquí “con”? Eso es lo que hay que precisar. Veamos primero ese esquema:

El esquema responde, cifrándolo, a una necesidad, la del sujeto del incons­ ciente como sujeto estirado, no por elegante y con la ropa impecablemente planchada, sino estirado por los cuatro costados que son un mínimo exigible para la diferenciación de los sistemas del Yo y del Inconsciente. El esquem a L escribe esta diferenciación como irreductible y toma en cuenta al mismo tiempo el entrecruzamiento de esas dos dimensiones22. No mostraré aquí cómo se trata de una transliteración en otro alfabeto del esquema del capitulo VII de la Traumdeutung, cómo inscribe una '‘estructura com para­ ble”23, cuya reescritura se manifiesta indispensable para tomar en cuenta “el

:i Ecrits, p. 762. (Escritos, op. cit., p. 742, traducción modificada por nosotros). ~ Sobre el esquemaL, ver J. Lacan: Écrits, pp .5 3 ,548,551 (Escritos, pp, 47 ,5 3 0 .533) así como el lextn que lo introduce en el seminario Le moi dans la théorie de Freud et dans la techniaue de la psychanalyse, sesiones del 2 de febrero, 25 de mayo y Io de junio de 1955. Ver también, aquí mismo: "el engarzamiento de la transferencia", cap. IX. u Ver J. Lacan, Le moi..., sesiones del 2 de febrero y 25 de mayo de 1955.

más allá del principio de placer”. Por el momento, lo tomo er, cuenta en tanto escrito del cual depende una lectura. Situar con el esquema L la empresa gideana puede parecer totalmente inadecuado y lo es, en efecto, puesto que la posición de exclusión de su relación con el semejante, de la que Gide da testimonio, prohibe dar consistencia a la línea a-a’; la disolución enturbia siempre, con la del otro, la imagen que no cesa jam ás de no hacerse “Yo” . ¿Hay que admitir por lo tanto que un hecho de este orden obliga a no desestimar el esquema L, e incluso invalida ese esquema? Esa no es la consecuencia que extrae Lacan quien, por el contrario, funda sobre este obstáculo para la transliteración el carácter necesario, para Gide, de su empresa. Lacan nota “que se redoblan en las creaciones de! escritor, las construcciones más precoces que fueron más necesarias en el niño, por haber tenido que ocupar esos cuatro lugares que se volvieron más inciertos por la carencia que allí se alojaba”24. Lo necesario de que se trata aquí es aquello mismo que escribe el esquema L (directamente designado cinco líneas más arriba). Así, leer con el esquema L, quiere decir reconocer que la empresa gideana se escribe tanto “más” necesariamente con el esquema L cuanto que hay obstáculo para la transliteración. Allí donde no se satisface ala transliteración, está lo necesario; o sea, lo que, a título de suplencia, va ahacerque el esquema se satisfaga a pesar de todo. Encontramos aquí lo que ya ha sido señalado en lo concerniente al estatus del síntoma con el pequeño Hans. Tener que ocupar los cuatro lugares del esquema L no es un. asunto desestimable. El estudio de Lacan desarrolla sus consecuencias -dicho de otro modo, el asunto mismo. En primer lugar, en el imaginario, donde el problema implica lo que Lacan nombra “desdoblamiento”23 (diferente -como se verá- del “redoblamiento” citado más arriba). El defecto de lo semejante trae un desdoblamiento, cuya figura ejemplar encuentra Lacan en un estudio de Lávi-Strauss sobre las máscaras26. La cuestión de lo que quiere decir “desenmascarar” se encontra­ ba planteada en Lévi-Strauss a partir de un conjunto de rasgos estilísticos análogos, señalados por los antropólogos, entre producciones artísticas de poblaciones sin embargo muy alejadas: Una de esas características había recibido el nombre de “split representation" : un dibujo caduveo muestra un rostro tatuado compuesto por dos perfiles adyacentes. El trazado sobre el plano no respeta las leyes del trompe-l’oeil o perspectiva engañosa, que tienen las dos dimensiones, pero elige reproducir sobre el plano soporte, sin deformación, el decorado tal como habría podido ser dibujado sobre el rostro; de allí proviene ese efecto de perfiles acolados. Lévi-Strauss interpreta esta 2,1J. Lacan, Ecrits, p. 751. (Escritos, p. 731. Traducción modificada por nosotros). 23 J. Lacan, Ecrits, pp. 752 y 757. (Escritos, pp. 732 y 737). * Ver O . Lévi-Strauss, Antropología estructural, artículo '‘Arte", EUDEBA, Buenos Aires, 1968, pp. 221 a 228.

desenmascara.

conservación precisa de la decoración como dependiente de! hecho de que ese decorado “es el rostro”, “lo crea”, “le confiere su ser social”. Dicho de otro modo, no hay ninguna suposición de un rostro que estaría detrás del decorado. Lévi-Strauss da también el paradigma de esa relación del ser al pare-Ser con las máscaras polípdcas: muestra que no hay otro modo de desenmascarar que el que ellas permiten y hacen manifiesto; a saber, abrir la máscara,' desdoblarla al revés. Desenmascarar no tiene nada que ver con develar; más bien es hacer exhibición de la máscara como tal. Presentarse con la máscara abierta: tal es, en el imaginario, la postura gideana. Y mal que le pese a Descartes, si Gide se adelanta desenmascarado sobre la escena del mundo, hay que convenir en que el enunciado de ese hecho sólo ha sido posible a partir del penetrante acercamiento de “Paludes” y los dibujos cada veos; aproximación inimaginable sino fuera por el hecho de que Lacan, leyendo a Gide, se mantuvo firme sobre el descubrimiento freudiano ta! como lo cifra entonces el esquema L. Sin embargo, la empresa gideana no es reductible al problema de la persona; la composición del personaje se “redobla” en él con las creaciones del escritor. La manera como Lacan rinde cuenta de ese redoblamiento va a confirmar, por una parte, en hueco io que acaba de ser dicho sobre la postura gideana en el imaginario, pero haciendo resaltar, por otra parte, y al mismo tiempo, su contrapartida simbólica. Si para Gide algo hubiera podido constituir una excepción al “no igual” y hacercerrar los postigos de la máscara políptica, eso fue ciertamente su amor por Madeleine, “místico oriente” de su vida -aunque ella sólo ibaa darle a esta vida una orientación recortada en línea de puntos. Se conocen las circunstan­ cias en que este amor nació para ya nunca más desmentirse. Curar a Madeleine de haber tenido que reconocer en su propia madre a una mujer que ataca con vitriolo, protegerla en el futuroíde toda irrupción de la fatídica figura, tal fue el voto fundador de ese amor. Sin embargo, esta identificación, que encontró en Madeleine el eco más propicio para su sostén, no dejó de revelarse sin resto. La cristalización del ideal a la vez mortífero y angélico (“Ambos nos habíamos puesto esas vestimentas blancas de las que nos hablaba el Apocalipsis...”27) que excluía ai deseo, preparó su reaparición como contrapunto justo un año después (fin de diciembre de 1882 - Io de enero de 1884) cuando, al salir de una visita a A. Shackleton, Gide vio posarse un pájaro sobre su gorra, “a la manera del Espíritu Santo” -signo que interpreta inmediatamente de una manera casi delirante y, puesto que es para él de “interés vital”-8, lee en ese hecho su predestinación de elegido. Teseo hace caso omiso de su cariño por Ariadna encontrando en la certidumbre de la obra a cumplir la fuerza de cortar el hilo. 73 Citado por J. Dclay, L i, p. 369. “ .J. Dclay, l i, p. 316.

Reconocerse en Goethe será decisivo para Gide a partir de allí. El “yo no soy igual a los otros” se prolonga desde entonces en un “yo soy elegido” . Gide expresará de mil maneras ese entrecruzamiento que constituirá en lo sucesivo la tensión de su vida; así, anota: “...cuando uno está envuelto por lo admirable se tiene el mayor deseo de ver el en ‘otra parte’ (muy difícil de escribir esto)”29. El pasaje de lo blanco del casamiento al de la hoja hace posible la erección de la obra, pero de una obra que llevará necesariamente el sello de ese desplazamiento. Sin duda vuelve a poner en juego lo que se encontraba simbólicamente sustraído (levanto aquí el aspecto alusivo de esa “sustracción simbólica” que Lacan designa en la página 754 de los Ecrits-, p. 734 de los Escritos) con el amor de M adeleine; pero si el deseo encuentra su ley ahí, es al precio de desautorizarse a sí mismo en lo que apunta a la obra, a saber, su propia unidad. Pigmalión se consagra a su estatua no ignorando que ella no será reconocida como una, más que después de su propia muerte. Pero, ¿cómo fundar la unidad de una obra? Gide recibe de Goethe la afirmación posible de la unidad, no la de un corpus entregado en su completamiento, tanto más problemático cuanto que intervienen los peque­ ños trozos de papel, sino la de un estilo; el estilo presentificado por el ideal de la belleza clásica. De Helena, que lo encarna, Goethe escribe: "Sie ist mein einziges begehren! ” (ella es mi único deseo); y Gide, al encontrarla “esplén­ dida” , no hará suya esta única exigencia sino interpretándola como exigencia de lo uno30. No conozco nada más susceptible de hacer resonar el aforismo lacaniano según el cual “El estilo es el objeto” que esta relación de Gide con su obra. ¿Se hará alguna objeción evocando el nomadismo? Sería olvidar que “esa bella pal abra: NOM OS, pasturaje”31evoca a MONOS y que así el nomadismo revela ser un monoteísmo: “Fíjese: yo creo que llamo lirismo al estado del hombre que consiente en dejarse vencer por D ios”32. A la obra monolito, Madeleine le hadado un golpe fatal. Antes que nada, hay que admitir que ella se encontraba con respecto a Gide en una posición en la cual semejante acto -que Lacan calificó como el “de una verdadera m ujer”podía surtir efecto. No es que debamos sacar la conclusión, por el hecho de que la obra invocaba, con respecto a ella, un “otra parte” (e incluía en esa otra parte a Madeleine misma) de que esa escisión satisfacía a los que se prestaban a ella. Gide anotó varias veces que toda su obra estaba inclinada hacia Madeleine, que existía “para arrastrarla”33. Y será suficiente con que él le confiese con medias palabras su alegría de no partir solo hacia Inglaterra para Citado p o r C. M a r tin , L a m a tu r ité d 'A n d r é G id e , K ü n c k s ie c k , p. 234. -10 Citado por J. Delay. t, 2. p. 664. 11 Idem, L 2. p. 596. 53 Idem, p. 671. 35 Idem, p. 537.

79 A . G id e , 'D e m e ip s e e í a l i i s

que en respuesta a ese demasiado evidente don de su fantasía, ella arroje, una a una, al fuego de su femineidad, esas cartas que tienen la característica de ser a la vez parte de su obra y de su amor. En la juntura del imaginario y del simbólico, en ese punto de torsión que circunscribe la escritura del esquema L, Lacan sitúa lo que para Gide produce irremediablemente un agujero, con a destrucción de esas cartas. Allí se señala lo que habría implicado el cierre de la máscara, el cese del desdoblamiento; de ahí se desprende la razón por la cual, esforzarse por dejar la máscara abierta ha sido una necesidad para André Gide. Esta necesidad se funda en una imposibilidad de la cual obtiene su real: no consentir en ese agujero se revela como imposible puesto que el correlato de ese rechazo es esta necesidad de mantener abierta la máscara, de tener ocupados esos lugares (a-a’) que sólo tienen valor siempre , uno en relación con el otro, por ese agujero. La letra como “redoblamiento de él mismo”34 no cesa de aparecer cada vez más incapaz de suturar ese agujero; además, a Gide le hacía falta mantener en el imaginario la idea de esta sutura como una apariencia. El acto de Madeleine anula esa apariencia y, al hacer patente la incapacidad de la letra, desnuda la imposibilidad de la cual es denegación (Verleugnung ). Fue necesario que Lacan se mantuviese firme en esta escritura mínima de la estructura que fue el esquema L, para señalar en Gide “este intercambio fatídico por el cual la letra viene a tomar el lugar mismo de donde el deseo se ha retirado”33. Por el hecho de que Lacan tuvo la delicadeza de no calificar de “fetichista” a Gide (¡qué lío, en efecto! ¡pero, sobre todo, qué cantidad de malentendidos!), no se percibió que su lectura, que prolonga el estudio de Delay, es el más importante trabajo de Lacan sobre el fetichism o. Este “intercambio fatídico” es constituyente del objeto fetiche, y éste, al obtener su consistencia de aquel intercambio, aparece así como el objeto literal que es. Por eso se aclara que Lacan haya confundido la madre de Hans con la de Gide: es a ésta última a quien le dijeron, con ocasión de la búsqueda de un nuevo departamento, en relación con la obligación burguesa de tener una puerta cochera como puerta de entrada: “Se lo debes a tu hijo”36. Fuera de este apoyo del escrito, la clínica psicoanah'tica sólo puede virar hacia lo peor; ese peor que Gide no encontraba en Freud (proyectaba pedirle un prefacio para su Corydon), pero cuya existencia no ignoraba puesto que, evocando lo que los médicos habían garabateado sobre el uranismo, no deja de señalar, en términos perfectamente escogidos, “un intolerable olor a clínica”37.

34 j . L a c a n , Ecrits, p . 7 6 1 . ( Escritos , p . 7 4 1 . T r a d u c c ió n m o d ific a d a p o r n o s o tro s ). 35 Id., p. 7 6 2 . (Escritos, p . 7 4 2 . T ra d u c c ió n m o d if ic a d a p o r n o s o tro s ). J . L a c a n . La relation d'objet, s e m in a r io in é d ito d e l 1 5 -5 -1 9 5 7 . 37 A. G id e , Corydon, G a llim a r d , P a rís , p . 3 0 .

T ercera parte

doctrina de la letra

“Esos que sejactan de leer las letras cifradas son más charlatanes aún que ios que presumieran de comprender una lengua que no han aprendido Voltaire, Diciionnaire philosophique, citado porCullmann: Le déchiffrement des écritures et des langues.

"Para saber lo que eso significa, no busquemos lo que eso significa”. Lacan, Seminario del 20 de noviembre de i 957.

Capítulo seis

lectura de un desciframiento

Leer con el escrito es esa manera de leer que da a la lectura el valor de desciframiento al plantear la equivalencia del cifrado (es la función del escrito puesto en juego) y del desciframiento. La criptografía distingue dos sentidos de la palabra “desciframiento”. Dado un texto cifrado, el que desea leerlo se puede encontrar en dos posiciones muy diferentes frente a ese texto; o bien conoce el procedimiento de cifrado y dispone, por ejemplo, de la clave y de los alfabetos a los que ésta remite en un sistema llamado “de sustitución”, o también de la figura que ha regulado la modificación del orden de las letras en un cyrado por “transposición”. En general, resulta bastante sencillo, entonces, producir el desciframiento, pues el receptor conocS las convenciones que sirvieron para el cifrado del lado del emisor. Por el contrario, si resulta que el que quiere leer desvió la letra/carta del destino previsto, entonces tendrá que descifrarla en otro sentido de la palabra: con frecuencia, deberá ubicar el procedimiento de cifrado partiendo sólo del texto y reconstruir, una por una, el conjunto de las convenciones. Algunos diferencian esta segunda y mucho más compleja operación y la llaman “descriptado”. Hablar de “descriptado” implica dar, de rebote, a ¡apalabra “desciframiento” la significación del “descifrado”, en el sentido en que decimos, de alguien que sabe música, que procede al descifrado de una partitura que aborda por primera vez. Preferiría aquí la palabra “desciframiento” a la palabra

“descifrado”. La elección subraya en el significante la equivalencia (que vamos a demostrar) entre el cifrado y el desciframiento, equivalencia que sería transmitida por la oposición cifrado/descifrado si este último término no estuviera reservado para la transcripción, por ejemplo digital, de una partitura leída. Preferir la palabra “desciframiento” se justifica principal­ mente porque se le hace soportar los dos sentidos distinguidos más arriba (cfr. párrafo anterior); en un desciframiento como el de los jeroglíficos, veremos en efecto estas dos formas de intervenir una tras otra. Hay una segunda razón que me lleva a elegir este último término, que indicaré sin desarrollarla; se sostiene con la evocación de la mentira que inscriben sus últimas sílabas, dicho de otra manera, por el carácter fiindamentalmente mal hecho del lenguaje como tal. Y al humorista que, al leer el título del presente capítulo, me interrogara diciendo “una de esas cifras miente, ¿y la otra?”, respondería “la otra también, pero eso no impide efectos de verdad”. Una vez que esta observación terminológica ha sido ajustada (y de un modo que contraviene lo que entre algunos psicoanalistas franceses contemporá­ neos se desarrolla en tom o a la metáfora de la cripta), llego a la cuestión que va a plantearse al desciframiento champollioniano y que justifica que nos detengamos en él. Esta muy simple pregunta es la siguiente: ¿descifrar es traducir? Es notable eí fracaso de la lingüística contemporánea en laproducción de una teoría de la traducción. Que el lector abra por ejemplo el libro de G. Mounin consagrado a los Problémes théoriques de la traduction :. Por el número de sus referencias, la caiidad de sus ejemplos, la exigencia a la que se somete de hacer un recorrido completo de la cuestión, este trabajo adquirió el estatus de una referencia obligatoria. Sin embargo, como lo indica ya la marca del plural inscrita en su título, se pone en evidencia durante la lectura que, en lo que concierne a una teoría de la traducción, el autor se dapor vencido, termina por colocar la práctica de la traducción en un relativismo que no excluye por suerte lo que efectivamente debemos llamar “Si-Dios-quiere-con-suerte”. Decir, en efecto, como !o hace Nida, citado por Mounin en su conclusión, que la traducción “consiste en producir en la lengua de llegada el equivalente natural más cercano al mensaje de la lengua de partida, primero en cuanto a la significación, luego en cuanto al estilo” 2 no es, ciertamente, un enunciado que pueda ser presentado como una definición teórica de la traducción; y hay que agradecerle al autor por haber sabido despejar, sin ocultarlo, que “la lingüística contemporánea desemboca en definir la traducción como una operación relativa en su éxito, variable en los niveles de la comunicación que alcanza.” 3 ' G . M o u n in , L e s p r o b l é m e s th é o r iq u e s d e la tr a d u c tio n , E d . G a U irc a rd . 1963. 2 O p . c it., p. 2 7 S .

J Op. cit., p. 278.

Diré que esta conclusión está fundada y, a la comprobación que establece honestamente, le agregaré solamente: ¡y no sin razón! Es que la práctica del traductor desborda de hecho lo que él desea producir, a saber una traducción, y llamar “traducción” a la vez a la traducción propiamente dicha (o sea la primacía dada al sentido en esta operación compleja) y a lo que la desborda, pero que sin embargo la funda, viene a ser lo mismo que crear un objeto compuesto donde ni siquiera una gata reconocería a sus garitos. ¿Qué quiere decir, por ejemplo, que sea una buena traducción la que propone Lacan para el Unbewusste freudiano que vertió en francés con “I’une bévue’'!* Es tanto más interesante estudiar este caso cuanto que encontramos hechos del mismo orden, por ejemplo, en los análisis en francés de quienes han estado sumergidos en su primera juventud en un medio donde se hablaba otra lengua, ya sea franceses que han residido en el extranjero, ya sea extranjeros de origen. La “une bévue” vierte el Unbewusste de dos maneras. Esta traducción propone por un lado un equivalente semántico para el término traducido. Ciertamente esta equivalencia podría discutirse, y podríamos preferir, desde ese punto de vista, el término de inconsciente. Pero ¿cómo decidir entre la posición de aquel que encontraría demasiado obsesiva la traducción por “l ’une bévue”, y la de quien la escoge poniendo como objeción al término de inconsciente el argumento de que favorece un fracaso al acentuar al Unbewusste como negación de lo conciente? No quedaría otra opción sino apelar al conjunto de la obra de Freud, pero, con la discusión desplazándose de un nudo a otro de esta obra, corremos el riesgo de esperar mucho tiempo antes de que se introduzca un acuerdo entre los interlocutores, ¡suponiendo que no hayan olvidado en el camino io que había estado en el punto de partida de sus debates! Lo cómico de la cosa no contradice, sino que más bien subraya su ^riedad. Su razón'depende de que, siguiendo la fórmula lacaniana, “el sentido pierde” (como pierde un tonel) y que el un-sentido, que debería dar su regla a la elección del traductor, es inestable por naturaleza; muestra, en el instante en que creemos tenerlo, la cuestión de su sentido revelando así que siempre y desde ya el sentido del sentido (meaning o f meaning) habita el un-sentido. Así, resulta ser necesario, para poner fin a la eternización del debate, la intervención de otra di(cho)masnsión. Esta es notable en el ejemplo que hemos considerado. La une bévue no sólo vierte el Unbevjusste en cuanto al sentido, sino también como significante; el pasaje de una a otra lengua mantiene, con la homofonía de los dos términos, la literalidad del primero. Hemos dado ya, aquí mismo, su nombre de transliteración a esta transferen­ cia de la letra. ¿Se replicará, acaso, esgrimiendo el caracter incompleto de * " A q u e l q u e e s e i m is m o , a l in tro d u c ir.s u u n e-b évu e * h a b ía s in e m b a r g o c a m b ia d o " , V e r J e a n A llo u c h , " C e á q u o i V u n e b e m s o b v ie " , e n L u n s b é v u e N ° 2 , P a rís , E P S L , 1993.

la homofonía? No vería ningún inconveniente en esto, sino más bien la oportunidad de indicar su diferencia con la asonancia, que es aquello sobre lo cual se ajusta la transcripción. Esta distancia, esta disyunción entre la homofonía y la asonancia es un hecho de lenguaje tan fundamental que llegó incluso a recibir su nombre de aquél que hizo del lenguaje unapasión, a saber, el cantante Bobby Lapointe, quien llamó a eso el lape-prés (lame cerca), jugando con la homofonía con ápeu prés (más o menos, aproximadamente). El “lape-prés” es ese resto que marca que el objetivo de la asonancia tropieza con la imposibilidad de la transcripción. Ei presidente Schreber da testimo­ nio, lo veremos (cfr. Capítulo ocho), de que la homofonía le basta para desactivar el carácter venenoso de lo que le machacan los pájaros parlantes. Así, Yiune-bévue traduce (sentido) y translitera (letra) ala vez al Unbewusste freudiano. Y el inconsciente aparece ahora como el nombre de la une-bévue ontologizada. Nada impide, por supuesto, que nombremos “traducción” a estas dos operaciones; sin embargo, se gana en precisión si se las distingue. Que hasta ahora no se haya localizado esta transliteración es un hecho del que debo dar cuenta. La razón de esto reside en que los dos alfabetos que se ponen en j uego -aquí el alemán y el francés-, si bien difieren notablemente, vienen, sin embargo, de una misma familia, la que agrupa a las escrituras llamadas “fonéticas”, y que así esta familiaridad hace creer que se trata simplemente de una traducción que contó cor. la ayuda de un afortunado cúmulo de circunstancias. Sin embargo, basta con que el traductor tenga que vérselas con un primo más lejano de esta misma familia, como la escritura árabe, para que reconozca como tal la operación de la transliteración. ¿Cómo transliterar los nombres propios occidentales que vienen, por un tiempo, a mostrarse a la luz de la actualidad? Esto preocupa abastante gente como para ser el objeto de ponencias en congresos, para que se intente responder a la necesidad cada vez más clara de un sistema de transliteración de los elementos modulados de manera diversa del alfabeto latino en escritura árabe. No porque la transliteración juegue ampliamente allí donde nos enfrentamos con dos modos diferentes de la escritura (como era el caso del cifrado del sueño expuesto en e! Capítulo III) debemos dejar de lado la diferencia de la transliteración con la traducción, allí donde aquella interviene de manera menos fácil de detectar. La transliteración, que escribe lo escrito, es un cifrado. Y el fracaso de la elaboración de una teoría de la traducción sorprenderá menos si notamos que estos intentos, al descuidar la di(cho)m£ensión de la cifra, han excavado sus propios callejones sin salida al centrarse exclusivamente en la del sentido.

¿Descifrar es traducir? Esta pregunta, por poco que tratemos de no prolongar semejante negligencia, se transforma en esta otra: ¿cómo se articulan, en el desciframiento, la traducción y la transliteración? La obra de Freud abre un lugar a esa pregunta con la fluctuación en el uso que hace del término Übersetzung. Si bien, en efecto, algunas veces Freud parece identificar la interpretación del sueño con una traducción, otras veces precisa que no se trata de una transferencia de sentido de una lengua a otra. Corrigiéndose a sí mismo, escribe, por ejemplo: “Nos parece más correcto comparar el sueño con un sistema de escritura que con unalengua. De hecho, la interpretación de un sueño es análoga de comienzo a fin al desciframiento de una escritura figurativa de la Antigüedad como los jeroglíficos egipcios" *. Tenemos el testimonio, en sus obras, pero también en sus lecturas, de que Freud tenía un conocimiento serio de los jeroglíficos egipcios; podemos entonces estar seguros de que, al evocaraquílaoperacióndesudescirramiento, no lo hacía sin haber reflexionado cuidadosamente. Sin embargo, si bien Freud permite que cohabiten pacíficamente las dos palabras, “desciframiento” y “traducción”, Lacan, que introduce en la doctrina psicoanalítica el ternario real/simbólico/imaginario, acaba con esta fluctuación disociándolas: “El inconsciente no traduce sino que cifra” 5. Esta fórmula, corolario de la que se cita más frecuentemente (“El inconsciente está estructurado como un lenguaje”), la aclara quizás más de lo que se cree. Desarrollaré este punto en el próximo capítulo. Por el momento, la distinción lacaniana de la cifra y del sentido será un apoyo suficiente para presentar en un desciframiento el juego de la traducción y de la transliteración. ¿Cómo intervinieron estas dos operaciones en el desciframiento de los jeroglíficos? Esta es la pregunta con la que interrogo ahora el texto de Champollion. Champollion era un hombre de su época. Quiere decir que compartía con un Silvestre de Sacv, que había sido su profesor, con un Quatremére y con otros, toda una serie de opiniones sobre aquello en lo que debía consistir la escritura jeroglífica. Estas opiniones, organizadas en una verdadera teoría de la escritura, eran el resultado de una larga serie de elucubraciones a que habían dado lugar los jeroglíficos. Los nombres de Kircher y de Warburton se habían distinguido particularmente en ese linaje. Kircher afirmaba que sabía leer los jeroglíficos; proponía, por ejemplo, para el nombre de un faraón que hoy se translitera “Apries” la siguiente lectura: “Los beneficios del divino Osiris deben ser procurados por medio de ceremonias sagradas y de la I F re u J . O. W ., I ] / l 1 1, p . 104. C o n s u lta re m o s s o b re e s ic p u n to e n d is c u s ió n u q u í a P. V e m u s ,

Liítorai 7/S, E re s T o u lo u s e . 1981. En esp a f.o i, Littoral 5/6. e d . L a T o rr e A b o lid a . C ó rd o b a . R ep.

“E c n r u re du r e v e e t ¿ e n tu re hie ro g ly p h i q u e " , e n " E s c ritu ra d e l s u e ñ o y e s c ritu ra je ro g lífic a , A rg e n tin a , 19S8.

5 Lacan, "Introducdoa á l’édidoo aJlemande d’un premier volume des Ecrits", ¡n Scilicet, 5, p. II a 17; “...ei inconsciente...; un saber que sólo se irala de descifrar, ya que consiste en un cifrado'*.

cadena de ios genios, a fín de que los beneficios del cielo sean obtenidos. " Sería un error burlarse de esta traducción desbocada. Sería desconocer lo posible de este estilo de la lectura, y no ver entonces que el psicoanálisis contem poráneo dista de estar exento de ese género de facilidad. No creo que sea injustificado calificar de “kircheriana” a esta clínica, puesto que! el psicoanálisis dirige así un guiño de tierna com plicidad a la Iglesia. De Silvestre de Sacy, Champollion recibe el concepto de una “lengua jeroglífica” . Este concepto ya no se puede superponer a la noción kircheriana de la escritura jeroglífica como notación directa de la intuición, com o escritura em inentem ente superior, por escapar a la m aldición de Babel. Este últim o abordaje de los jeroglíficos, cuyo nervio encontram os nuevam ente en L.eibniz con la idea de una lingua característica, les da un estatus de excepción. El concepto de una lengua jeroglífica, por el contrario, aproxim a la escritura egipcia a la china, situándolas a las dos com o representantes de un supuesto estadio “ideográfico” de la escritura. Este estadio estaría caracterizado por el hecho de que los términos escritos no tendrían flexiones, serían independientes e invariables. Pero hablar de “estadio” pide un plural. Se trata, en efecto, de una teoría evolucionista -o, si se prefiere, progresistade la escritura que distingue en ésta tres tipos o, más precisam ente, que diferencia tres relaciones de la escritura con la lengua. De las lenguas “bárbaras” , por no tener escritura, se dice que están sometidas a un continuo cambio; las lenguas jeroglíficas (egipcia y china), tienen su vocabulario estabilizado por la ideografía, pero, tomando en cuenta lo que se ha dicho más arriba sobre la naturaleza de esta ideografía, a estas lenguas jeroglíficas les falta una gram ática, lo que les impide sentar por escrito los matices del pensam iento. Solam ente las lenguas escritas fonéticam ente (es el tercer tipo de lengua y el segundo tipo de escritura), com o el griego o el latín, com binan la estabilidad del escrito con la flexibilidad de la palabra. Esta clasificación se apoya entonces sobre el prejuicio que ve en lo escrito un instrum ento de fijación de la palabra. No hay un solo texto sobre la escritura que no retom e este leitmotiv. La evidencia se im pone aquí con tanta fuerza, que conduce a desconocer lo que, según el adagio, trae en la experiencia una doble desm entida; las palabras quedan y resultan ser operantes mucho más allá de la m uerte de quien las había proferido, y los escritos pasan, y de una m anera tan notable que hay que realizar una organización com pleja para asegurar su conservación, desde ei alm acenam iento en microfilms en los lugares con aire acondicionado hasta la sim ple carta que, a partir del m om ento en que tiene alguna importancia, se debe certificar. ¡Cuánto esfuerzo realizam os para evitarle al escrito el basurero! L aconsideración de ios jeroglíficos egipcios bajo el concepto de una “lengua

je ro g lífic a ” tenía com o consecuencia plantear com o irrealizable su descifram iento. Silvestre de Sacy, en su Lettre au citoyen Chaptai, de 1802 enunció claram ente la razón de esto: “Como los caracteres jeroglíficos son representantes de ideas y no de sonidos no pertenecen al terreno de ninguna lengua.particular.” Consecuencia: al tener en sus m anos el texto de la piedra de la Roseta, desdeñará el texto “jeroglífico” para centrar su intento de descifram iento sobre el texto demótico, juzgado menos “jeroglífico” por ser m enos figurativo. Pero, como un error trae muy fácilm ente otro, y aun cuando nota con razón que este último texto incluye m anifiestam ente más signos que las 25 letras que habían sido mencionadas por Plutarco, reduce inm ediatam ente el alcance de lo que descubre negándose a deducir de eso que el dem ótico no debía ser una escritura enteramente alfabética, para elegir la suposición de que las letras debían modificar sus formas según su lugar en las palabras. Vemos, en este asunto, una ilustración ejem plar de la manera en que una teoría puede volver inoperante a la lectura. Sobre la razón de este fracaso, M adeleine David, en su estudio sobre Le débat su r les écritures et l’hiéroglyphe au XVIIe et XVIIIe siécles. aporta una-luz capital. Este libro fue escrito para responder a la pregunta de saber por qué fueron necesarios dos siglos -no menos- para que alguien se decidiera a aplicar la noción de desciframiento a las escrituras llam adas “m uertas” y muy especialm ente a la jeroglífica. La cuestión tom a su relieve porque, en los m ism os tiempos, casi nadie dudaba dei hecho de que se trataba efectivam ente de una verdadera escritura. M . D avid designa con laexpresión perfectam ente apropiada de “prejuicio jeroglífico” el hecho de que estuviera fuera de cuestión im aginar y entonces, afortiori, admitir que unos signos -incluso un conjunto de signos- que se presenten como figurativos, puedan tener una función escritura!, puedan, al igual que las letras, anotar una lengua. A llí donde eso se escribe, eso no es figurativo, a llí donde es figurativo, eso no escribe- o aun, lo que viene a ser lo mismo, eso escribe la esencia m ism a de las cosas (Kircher) o las ideas como desprendidas de todo soporte en el lenguaje (Sacy). L a B ilderschrift freudiana, pero también el rébus de transferencia de los historiadores de la escritura (presentado en el capítulo tres), toman, frente a esta alternativa, un valor de hechos polémicos, vuelven insostenible desde ese m om ento el carácter exclusivo de este “o” . Llam o “alfabestism o” al prejuicio jeroglifista, pues es un efecto del alfabeto; efecto de más e incluso en exceso: entre los alfabetizados, la escritura no se piensa más que como transcripción. “Donde el hom bre percibe apenas un poco de orden, supone inm ediatam ente demasiado” 6. Tendrem os la oportunidad de hacer notar hasta qué punto el desciframiento " F ó r m u la d e B a c o n c i t a d a p o r L i c h t e n b e r g y r e to m a d a a q u í m i s m o e n e x e r g o .

de los jeroglíficos se operó a contrapelo de esta “alfabestismo” del que Champollion, como los otros, no estaba exento. Como lo falso engendra tanto lo falso como lo verdadero, no nos extrañará que sea por comparación errónea de las escrituras china y egipcia que apareciera la primera grieta en esta teoría progresista de la escritura. Las gramáticas chinas datan, en Europa, del siglo XVHI. En 1811, Abel Remusat publica nuevas informaciones sobre el fonetismo en la escritura china, más precisam ente sobre la forma de anotar los nombres propios extranjeros. Por ejemplo, para escribir la palabra KHAN, que en mongol quiere decir “em perador” , pero que tiene valor de nombre propio, ya que forma parte del título y entonces no debe ser traducido, los chinos yuxtaponen el carácter que se dice KO y el que se dice HEN: estos caracteres son entonces, en este caso, tomados por su valor fonético, son elegidos especialmente como los más susceptibles de expresar homofónicamente KHAN; y Remusat hace notar, con respecto a esto, que los chinos usan una marca especial para designar este uso fonológico de los ideogramas. Cuando Silvestre de Sacy supo de esta marca, se le ocurrió, de acuerdo con la comparación que él consideraba pertinente entre el chino y el egipcio, una hipótesis: “Conjeturo que en la inscripción jeroglífica de Roseta, se empleó para el mismo uso el trazo que rodea a una serie de jeroglíficos.’' Esta conjetura era, hablando propiam ente, inexacta; este rasgo -llamado “recuadro”- no es la marca de un funcionamiento anormal de la escritura jeroglífica que se habría vuelto necesario para la anotación de los nombres propios extranjeros. Extranjero quiere decir aquí griego, pues se supone que estos nombres propios, como lo indicaría el texto griego, deben serlos délos sucesores de Alejandro que tomaron el lugar de los faraones adoptando sus atributos. Ahora bien, como los conquistadores traían con ellos la escritura alfabética, se podía sospechar que !a escritura jeroglífica de sus nombres, si resultaba alfabética aquí, era producto de escribas que, con un conocimiento dei alfabeto griego, habrían inventado para la ocasión un alfabeto jeroglífico sin otra relación más que la de la excepción con ei funcionamiento fuera del fonetismo que se pensaba que los jeroglíficos tenían. Si ese hubiera sido el caso, se habría podido, eventualmente, descifrar esos nombres propios extranjeros sin haber avanzado por ello gran cosa en cuanto al desciframiento de los jeroglíficos propiamente dichos. Veremos que, por haber pasado el umbral histórico de la conquista griega, dicho de otro modo, por haber podido leer el nombre de un faraón que él sabía que había vivido mucho antes deesa conquista, Champollion considerará su desciframiento como adquirido. Sin “mbnrgo, la contraparte de esta hipótesis según la cual los egipcios habrían recibido el alfabeto de los griegos era que autorizaba a un intento de

descifram iento de estos nom bres propios, pues garantizaba que ese desciframiento no cuestionaría la clasificación de las escrituras que era evidente para todos. El recuadro jeroglífico del universo, dicho de otra manera, de “lo que está rodeado por el sol”, interviene en la escritura como determinativo del circuito, pero también, y principalmente, para marcar algo sobre lo que no hay que precipitarse a decir que se trata del nombre propio del faraón. Los egipcios designaban con el término de “gran nombre” no el, sino los cinco nombres del faraón que formaban sus títulos. El primero de ellos se decía, por ejemplo “nombre de Íío ru s” y se escribía sobre un jeroglífico que figuraba el portal del palacio re a l7: ^ . El recuadro tiene, para los títulos, una función equivalente: rodea los dos últimos nombres del faraón, es decir, su nombre de “Amo del doble país” y su nombre de “Hijo de Re y amo de las coronas”. Estos dos últimos nombres son los únicos que se graban cuando no se muestra los títulos en su conjunto. Así, el recuadro resulta ser, entre los antiguos egipcios, una de las marcas de lo que M. Duras expecificó con el sintagma “su nombre de” , al ponerlo de relieve en su obra. No hablaré, por el momento, de la especie de conmoción que esta precisión trae para la manera en que concebimos generalmente el nombre propio, y me limitaré a subrayar que en el recuadro se trata efectivamente de una marca de “su nombre de”. Esta marca difiere entonces de lo que suponía Sacy; Sin embargo, relacio­ nando el recuadro con un uso “fonético” del jeroglífico, esta indicación, aunque es falsa, da en el clavo: efectivamente hay una homofonía sobre la que se apoya la escritura jeroglífica, una homofonía que actúa por todas partes (cosa que Sacy no se imaginaba) y por tanto también en los nombres propios (lo que él tampoco imaginaba, salvo en lo que concierne a los nombres propios extranjeros). Sacy da al recuadro el valor de una señal que m arca un cambio excepcional de régimen de la escritura jeroglífica. Pero no deja de ser cierto que este error de traducción designa con exactitud que hay nombre propio -por no decir nombres- allí donde efectivamente ése es el caso. Dicho de otra manera, la traducción localiza significantes del nombre propio, es decir, justamente, de lo que no traduce. A partir de esta localización, Champollion va a poder comenzar su desciframiento, apoyán­ dose en estos significantes para constituirlo que llamará su “alfabeto”;dicho de otro modo, para establecer, según lo veremos, la transliteración de los elementos alfabéticos jeroglíficos en alfabeto griego, confiando en esta homofonía que viene siempre al primer plano cuando se trata de los significantes del nombre propio.

1 Jeroglífico n o . 3 6 5 1 (cfr. L c i'e v re , p . 4 0 S ), anees lla m a d o “ nombre d e b a n d e r a ”.

El nombre propio no se traduce. Cuando hay que hacer pasar un nombre propio de una lengua a otra adoptando (no hay otra posibilidad) las condicio­ nes escritúrales ligadas con la segunda, se intenta mantener en este paso lo que Frege llamó “el color del nombre propio" (cfr. Frege, Ecrits logiques et philosophiqu.es, París, Seuil, 1971, p. 107; este punto será desarrollado aquí mismo, en el capítulo ocho), se apunta a la asonancia para expresarla, a fin de cuentas, por la homofonía. La frase “el nombre propio no se traduce” debe entonces leerse como esas frases usuales dirigidas a los niños, del estilo “no se habla con la boca llena” ; no implica que el nombre propio sea intraducibie (“Smith” quiere decir “herrero”, y “Sebek-Hopte”, nombre de “hijo de Re” de un faraón, puede leerse “Sobk está contento”), sino que eso de traducirlo no se hace (no diremos “M. Smith” como “Sr. Herrero” en español, ni “Kierkegaard” como “Cementerio”). Lo que importa en un nombre propio no es que pueda tener sentido. Tom ar en cuenta el nombre propio como tal consiste en ese rechazo mismo, en ese tratamiento específico que lo manüene corno nombre propio sólo al precio de no interesarnos más que en su color. Se tiene la prueba de que el nombre propio ha sido considerado de esta manera desde los tiempos más remotos en el hecho de que los desciframientos de las escrituras llamadas “muertas” han tomado, en su gran mayoría, un apoyo sobre el nombre propio, apoyo que resultó ser decisivo. Con respecto a esto, el desciframiento de los jeroglíficos no tiene nada de excepcional. No nos extrañará, entonces, que el comienzo de la operación champollioniana se centrara sobre el juego de la letra en la escritura del significante del nombre propio sin ningún cuidado p o r lo que sería el sentido de estos nombres. No se tratará más que de una especie de juego de batalla naval, juego fuera del sentido donde las determinaciones de los valores de las letras serán dados p o r la relación de las letras con los lugares de los cuales Champollion podrá decir “touche ’ cuando la letra sea ubicada por él en el lugar mismo donde la esperaba. El texto jeroglífico de la piedra de Roseta estaba trunco: sólo aparecía, escrito en un recuadro, un solo nombre que, se suponía, era el de Ptolomeo. Esta conjetura se basaba en el hecho de que el texto demótico, que nadie sabía leer, incluía un grupo de caracteres que aparecía en un número de ocasiones igual al de las inscripciones del nombre de Ptolomeo en el texto griego. Un solo recuadro no permitía proceder a confirmaciones, y estas conjeturas quedaban sin consecuencias pues no eran confirmadas desde un punto de vista estrictamente textual. Champollion tuvo la idea de relacionar ese recuadro con les que estaban

grabados en el obelisco de Philae, descubierto en 1815. Este obelisco presenta la particularidad de asociar al texto jeroglífico de cada uno de sus lados, un texto griego grabado sobre su pedestal, donde se podía leer una dem anda que los sacerdotes de Philae dirigían a Ptolomeo y a su mujer Cleopatra. Ahora bien, uno de los recuadros del obelisco es idéntico al de !a piedra de Roseta. Había entonces muchas probabilidades de que fuera la escritura jeroglífica del nombre de Ptolomeo. Este tipo de confirmación, por más interesante que sea, no es decisivo. Se habría podido pasar así de confirmación en confirmación, volver cada vez más verosímiles las primeras conjeturas, localizar con precisión qué nombres propios estaban escritos y en qué lugares, designarlos con exactitud, sin que pudiéramos decir por esto que dichos nombres jeroglíficos fueran verdade­ ramente leídos. Aquí se revela que descifrar no es reductible a un crecimiento de la verosimilitud, incluso sí estas identificaciones de un kircherismo moderado son correctas. Descifrar implica poner enjuego otra dimensión, hacer intervenir lo que Lacan llama “saber textual”, que es el único que da su certidumbre a la lectura, al hacerla víctima del escrito. Al confirmar la conjetura para Ptolomeo, el obelisco de Philae designaba de rebote al otro recuadro como susceptible de contener la inscripción del nombre de “Cleopatra”. Dos significantes: era suficiente para saltar más allá de la verosimilitud introduciendo otro üpo de conjetura, con consistencia de saber textual. He aquí estos dos significantes tal como se presentaban a los ojos de Champollion:

Para facilitar la exposición del desciframiento, llamo A al recuadro que se encuentra sobre la piedra de Roseta y sobre el obelisco de Philae, y B al que se considera susceptible de escribir el nombre de Cleopatra; los escribiré ahora poniéndolos alineados según una doble convención: 1) paitir de la izquierda hacia ia derecha, 2 ) cuando dos signos superpuestos se presenten, anotar primero el que está arriba.

A o Q Í I ^ J 1

B

2

A

3

4

'"í

í !

5

6

P 7

8



9

10

«c^=> ^

11

C)

A pesar de la dificultad -magistralmente subrayada por Robert M. Pirsig 8inherente al hecho de escribir un modo de empleo, intentaré precisar ahora la regla adoptada por Champollion. Se formulará así: como el valor alfabético de una letra jeroglífica está dado por el lugar que ocupa en el ordenamiento de los recuadros presentados más arriba, este valor será considerado como aceptado -es decir, como equivalente homofónicamente a una letra del alfabeto griego- si, después de haber supuesto que esta misma letra debe encontrarse nuevamente con el mismo valor en otro lugar (en el otro recuadro o incluso en otro lugar del mismo recuadro), se encuentra efectivamente allí. Seguiremos el paso a paso de la puesta en práctica de esta regla en el recorrido de Champollion. 1. Si el recuadro A escribe el nombre propio de Ptolomeo, A 1 debe escribir la letra n . Ahora bien, esa II debe encontrarse igualmente en la palabra K'veoTtaTpa, precisamente en el quinto lugar. □ se encuentra allí efectivamente. Champollion considera entonces como establecida la equivalencia: i 1 = 7t. 2. Del mismo modo A 4 = B 2 da para

el valor A.

3. A 3 = B 4 permite agregar una tercera correspondencia a la clave de lectura de ia transliteración que se ha ido creando poco a poco: Q equivale a O 9. 4. A 2 = B 10 da para ¿ 3 el valor T. 5. Esta misma letra debería encóntrarse nuevamente en B 7. Ahora bien, en lugar de iO está . Champollion nota que en otros casos de la escritura del nombre de JCUojcaTpa, se tiene efectivamente y no O ; no hace caso, entonces, de esta dificultad anotando en su alfabeto que escribe de la misma manera que ¿O la letra T. 6 . La última letra de IltOAUriq es una sigma, por lo que Champollion inscribe

s=^

_______ . 1 Robert M Pirsig, Traite du Zsn et de l'entretien des moiocycleaes, Paris, Scuil, 1978. '* Sabemos hoy que

d'

corresponde ai bilítero

¡p ; se debe pronunciar sabiendo que

corresponde en francés a la “h” asptrada de haine (odio) y al sonido “ou" de ouate (algodón) es el ideograma no. 3482.

7. Encontramos en el nombre de IdeOTcaxpa dos veces la letra A en dos lugares que corresponden a los lugares donde se repite el jeroglífico del buitre; de ahí, 1a equivalencia: f =A 8. En B 3, el signo 3 debe corresponder a la vocal E. Este mismo signo está presente pero de manera doble en A 6. Esto conduce a Champollion a sospechar que su doblaje en A 6 escribiría algo que se acercaría al diptongo AI (de AIOX), que escribirá a continuación H. 9. Como la lectura de los dos nombres propios parece- asegurada ahora, podemos permitimos completar, esperando confirmaciones posteriores: A 5, o sea t debe equivaler a M; B 1, o sea z l = K; y B 3, o sea = P. 1 0 -Queda planteada la pregunta suscitada por B 10 y B II. Champollion recurre aquí al que ha pretendido ser su rival para el desciframiento, a saber Y oung, quien había emitido la idea de que se trataba en estos dos signos de una desinencia femenina que aparecía siempre en los nombres de las diosas. Esta serie de identificaciones puede presentarse en un cuadro donde se enmarca, en cada nuevo paso del desciframiento, la letra que corresponde a la numeración dada más arriba.

1

3

4

1

A B

m

1

A B

n

1

A B

n A

121

4

A

n CÜ o

A

5

6

7

131

A

n

A

0

n

S

n

T A

0

A 0

n

E

fi

A B

n

T A

0

A 0

n

íx l T

7

A B

n

T A

0

A 0

a [a] t

8

A B

ri

T A

0 E

A 0

T A

O E

A

0

n

A

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T

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M

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A

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0

n

A

i

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10

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A B

9

9

in l

B

n !KJ A ri B K. A B

8

(T)

A (T )

y

m A

T

[M] H

Z

n

T

A (T)

P

A(T)

P

A(TO)

Este tiempo del desciframiento prescinde de todo apoyo tomado sobre el sentido. Resulta así que después de haberse apoyado sobre la traducción (ya hemos hecho notar su carácter parcialmente erróneo) del determinativo del recuadro, el desciframiento de los jeroglíficos consistió en la sola implantación del sistema de la transliteración de la escritura jeroglífica en escritura griega, de lo que Champollion llama su “alfabeto”, constituido por el conjunto de las correspondencias, inferidas homofónicamente a partir de los nombres pro­ pios, de las letras jeroglíficas y de las letras del alfabeto griego. La continuación del desciframiento va a alimentar con correspondencias nuevas a la transliteración cuya implantación no está, hasta este momento, más que en su inicio. Con las lecturas de “Ptolomeo” y “Cleopatra”, que produjeron un inicio de alfabeto, Champollion va a emprender la lectura de otros recuadros, y va a confirmar así las primeras correspondencias y va a agregar otras nuevas. Este es el umbral que el desciframiento de Young nunca pudo traspasar, será importante ubicar con precisión la razón de este fracaso younguiano. Champollion recurre entonces a un recuadro de Kamak, cuya equivalencia en escritura demótica fue leída por Akerbiad y presentada por él como susceptible de escribir el nombre de Alejandro. He aquí el recuadro

Podemos escribir, respetando sus lugares, los equivalentes en el alfabeto griego de las letras jeroglíficas ya conocidas. Se obtiene lo siguiente: TE P

A £ A

Es, entonces, muy verosímil que este recuadro escriba el nombre de Este paso confirma entonces la conjetura de AJcerblad y, al mismo tiempo, el primer “alfabeto”. Permite completarlo con tres letras nuevas, que son:

Champollion multiplica este tipo de procedimiento: Berenice, Vespasiano, Arsinoe, Apolonio, Antiochus, Antígono...etc., le ofrecerán, para terminar, 40 signos jeroglíficos correspondientes a 17 letras griegas. Puesto que nadie juzga bueno reeditar los textos de Champollion, aunque se alardea de un interés por la escritura, doy aquí mismo “el alfabeto" de la Lettre a M. Dacier. nrt i rf rt f j

r

' a .

S

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