La Voz de los Inocentes 9789917016045

El libro Voz de Los Inocentes es una novela histórica basada en la vida y la muerte de Óscar Únzaga, el fundador y líder

240 107 2MB

Spanish Pages 467

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Polecaj historie

La Voz de los Inocentes
 9789917016045

Table of contents :
XVIII - EL EXILIO
XIX - RÍO DE JANEIRO (1955)
XX - ÚNZAGA VUELVE (1956)
XXI - LA DEMOCRACIA DEL CERO (1956)
XXII - SILES ZUAZO
XXIII - PRIMER SECUESTRO AÉREO DE LA HISTORIA UNIVERSAL
XXIV - LA TREGUA
XXV - LA DEFENSA DEL PETRÓLEO
XXVI - VOLVER A LAS ARMAS (1957 - 1958)
LOS DERECHOS DE SANTA CRUZ
XXVII - EL ÚLTIMO RETORNO (1958)
TEREBINTO - Poema de Pedro Shimose
XXVIII - LA NUEVA FALANGE
AMNISTÍA Y ELECCIONES
LA RENOVACIÓN FALANGISTA
XXIX - OVANDO CANDIA Y GUZMÁN GAMBOA
XXX - TIEMPO DE REFLEXIÓN (1959)
XXXI - LA CONSPIRACIÓN FINAL
PRIMERA SEMANA DE ABRIL
LUNES 13 DE ABRIL
MARTES 14
MIÉRCOLES 15
JUEVES 16
VIERNES 17
SÁBADO 18
XXXII - 19 DE ABRIL DE 1959
XXXIII - LAS ALMAS ROTAS
XXXIV - INTERVIENE LA OEA
XXXV - ¿SUICIDIO U HOMICIDIO? - ANÁLISIS SOCIO-POLÍTICO
XXVI - EL FIN DE LA INOCENCIA
AGRADECIMIENTOS
BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFÍA

Citation preview

 

 



ÚNZAGA: la voz de los Inocentes Ricardo Sanjinés Ávila  

www.unzaga.info        

TOMO II  

Depósito Legal No. 4-1-4162-2021 ISBN 978-9917-0-1604-5       Edición Digital producida por

Rediseño Tapa – Maquetación Producción - Publicación Posproducción - Difusión Promoción - Distribución Desarrollo Plataforma Web Marketing Digital Social Media Community Manager www.CyberGlobalNet.com

     

ÚNZAGA: LA VOZ DE LOS INOCENTES © RICARDO SANJINÉS ÁVILA 1ra Edición Digital   Esta publicación ha sido registrada en el Servicio Nacional de Propiedad Intelectual, del Ministerio de Desarrollo Productivo y Economía Plural, del Estado Plurinacional de Bolivia y está protegida por el Derecho de Autor, contemplado en la Ley 1322 y en el Decreto Supremo 28598.   Su reproducción y distribución sin autorización expresa el autor, por cualquier medio está prohibida y penalizada.

Contenido XVIII - EL EXILIO XIX - RÍO DE JANEIRO (1955) XX - ÚNZAGA VUELVE (1956) XXI - LA DEMOCRACIA DEL CERO (1956) XXII - SILES ZUAZO XXIII - PRIMER UNIVERSAL

SECUESTRO

AÉREO

DE

XXIV - LA TREGUA XXV - LA DEFENSA DEL PETRÓLEO XXVI - VOLVER A LAS ARMAS (1957 - 1958) LOS DERECHOS DE SANTA CRUZ XXVII - EL ÚLTIMO RETORNO (1958) TEREBINTO - Poema de Pedro Shimose XXVIII - LA NUEVA FALANGE AMNISTÍA Y ELECCIONES LA RENOVACIÓN FALANGISTA XXIX - OVANDO CANDIA Y GUZMÁN GAMBOA XXX - TIEMPO DE REFLEXIÓN (1959) XXXI - LA CONSPIRACIÓN FINAL PRIMERA SEMANA DE ABRIL LUNES 13 DE ABRIL MARTES 14 MIÉRCOLES 15 JUEVES 16 VIERNES 17 SÁBADO 18 XXXII - 19 DE ABRIL DE 1959

LA

HISTORIA

XXXIII - LAS ALMAS ROTAS XXXIV - INTERVIENE LA OEA XXXV - ¿SUICIDIO U HOMICIDIO? - ANÁLISIS SOCIO-POLÍTICO XXVI - EL FIN DE LA INOCENCIA AGRADECIMIENTOS BIBLIOGRAFÍA BIBLIOGRAFÍA  

E

XVIII - EL EXILIO

 

xiliado Oscar Únzaga, el abogado Hugo del Granado y el filósofo Guillermo González Durán se hicieron cargo temporal de la conducción de su partido. Únzaga envió un mensaje a los bolivianos, señalando que la rebeldía bajaría en intensidad si el gobierno terminaba con la persecución política y reducía la miseria reinante en Bolivia. Ello sería posible creando condiciones propicias a la producción, atrayendo inversiones que empero requerían institucionalidad, un orden jurídico cierto conforme a derecho, con un régimen impositivo legal y estable: “El incremento de la riqueza para una mayor producción nacional, cuando el Estado está inspirado en un sentimiento de justicia cristiana, no permitirá que la riqueza fugue del país o se concentre en pocas manos, sino que creará los canales adecuados para que el bienestar favorezca a las clases más humildes del país que necesitan viviendas higiénicas, alimentación adecuada, hospitales y escuelas. Necesitamos proteger y estimular la empresa privada, pero el trabajador debe ser partícipe de las utilidades. Todo esto se sintetizará en un mejor nivel de vida para todos con una mayor producción nacional. Pero el desmadre reinante imposibilita esos escenarios. Contra la anarquía imperante al margen de la legalidad y el derecho, sólo corresponde el retorno del orden jurídico. La vida de la nación será respetable a través de sus instituciones. Dotar a la Corte Suprema, a la Universidad y a todas las instituciones de los servidores más eficientes y capaces, sin discriminación política. Reorganizar las Fuerzas Armadas de la Nación, no como instrumento partidista sino como institución tutelar de la

República. Un Ejército unido sin persecución ni represalias políticas, para dar estabilidad a la carrera de las armas. Sentido militar del honor y la lealtad. Eficiencia y seguridad profesional para el Cuerpo de Carabineros. Nueva Constitución Política del Estado. Reorganización técnica de la administración pública. Revitalización del concepto de autoridad para establecer en Bolivia la permanencia de las instituciones y la estabilidad política.” Únzaga se trasladó a Chile con pasaporte uruguayo, pues el gobierno boliviano lo había convertido en apátrida. En una de las frecuentes incursiones a la casa que ocupaba la señora Rebeca, madre de Oscar Únzaga, los milicianos mataron a Jack, el perro que acompañaba a la anciana, quien no pudo resistir el acoso y tuvo que salir de Bolivia. Se puso en contacto con su sobrina Cristina Jiménez de Serrano, a fin de que se instale con su familia en su departamento del Edifico Becker de la Avenida 6 de Agosto. Viajó luego a Santiago para reunirse con su hijo. María Renée Serrano recuerda aquellos días. “Rebeca le pidió a mi mamá que se quedara con todas sus cosas, tenía un departamento muy lindo con muebles preciosos y una biblioteca grande. También le dejó a su antigua empleada Manuela. Nos quedamos por un tiempo allí, hasta que los movimientistas allanaron el departamento con el pretexto de buscar armas que decían que escondíamos.  En Santiago, radicaban centenares de falangistas y muchos de los líderes de los antiguos partidos opositores. Allí estaba también Jorge Siles Salinas, luego de que su hermano, el Vicepresidente Hernán Siles Zuazo lo “conminó a dejar el país en 48 horas”. “Felizmente, Hernán me entregó un pasaporte, lo que suavizó un tanto la situación, si se compara con la de otros compatriotas que fueron expulsados sin ningún

documento, como una forma de amargar aún más el destierro…” En la capital chilena se planteó un principio de acuerdo entre los líderes opositores bolivianos. Pero mientras se discutía una alianza política formal, dos grupos rivales de militares bolivianos en el exilio pleiteaban por asumir la titularidad de la resistencia contra el gobierno del MNR. Uno, con sede en Santiago, liderado por el Gral. David Terrazas y el otro en el Perú, donde figuraban militares exiliados como el Cnl. Armando Ichazo; ambos buscaban a Únzaga. Tampoco los partidos políticos tradicionales estaban unidos por las diferencias entre los líderes del pasado. Únzaga asumió la misión de intentar juntarlos en un solo esquema opositor, más allá de diferencias ideológicas o personales. No fue tarea fácil, los políticos desterrados del antiguo régimen aún tenían aspiraciones y costaba hacerles comprender que su tiempo ya había pasado. Sólo la dureza del confinamiento les hizo entrar en razón y el 20 de marzo de 1954 fue suscrito un “Acuerdo de Coalición”, documento que llevaba las firmas de Gabriel Gosálvez en representación del Partido de la Unión Republicana Socialista (PURS), Eduardo Montes y Montes del Partido Liberal, Alberto Crespo Gutiérrez del Partido Social Demócrata y Oscar Únzaga de la Vega por Falange Socialista Boliviana. El llamado “Pacto de Santiago” se proponía “una acción solidaria ante la tiranía movimientista y, en lo doctrinal, unidad nacional contra la lucha de clases”, conformándose una jefatura mixta civil-militar, acordando que “Únzaga de la Vega sería el Presidente interino del gobierno a instaurarse en Bolivia después del esfuerzo para recuperar el poder”. Los oficiales exiliados depusieron circunstancialmente sus diferencias, se organizaron en un “Comité Nacional” y dieron un paso más del que dieron los civiles. El 7 de agosto de 1954, esos militares constituyeron en Lima un Comité Central Revolucionario (CCR), de carácter secreto, presidido por Oscar Únzaga de la Vega e integrado por el Gral. David Terrazas, el Cnl. Armando Ichazo y el

Mayor Elías Belmonte. Ellos se encargaron de proyectar la estrategia revolucionaria y “las consiguientes necesidades económicas, estableciendo las mismas en dos millones de dólares, suma fuera de toda realidad y de la que nunca pudo disponer el Comando Revolucionario y mucho menos el jefe de la resistencia”, según dice el dirigente falangista José Gamarra Zorrilla,[1] con el agregado de que la gran minería, que de inicio ofreció colaborar económicamente, jamás lo hizo, pues Antenor Patiño prefirió ponerse de acuerdo con Paz Estenssoro a cambio de diversas ventajas. El gobierno del Dr. Paz siguió tratando los minerales de estaño en las fundiciones de Patiño y accedió a una indemnización por sus bienes nacionalizados. Sólo Carlos Víctor Aramayo fue leal en su posición de apoyo a la oposición. Aramayo escribió a Únzaga: “Puedo asegurarle que la figura de usted constituye en estos tristes tiempos un faro de esperanza para todos los que contemplan con espanto la situación de nuestro país y que anhelan ardientemente el restablecimiento de las normas de vida civilizada a la que todos tenemos derecho. Ruego a Dios que lo ayude y lo ilumine en su lucha contra la tiranía”. Como consecuencia de estas alianzas y la terrible represión reinante en Bolivia, la oposición inició una etapa conspirativa desde el exterior, mientras en el país FSB desarrollaba su acción librada a las eventualidades, dejando la iniciativa a los cuadros menores de este partido y sobre todo a los jóvenes para quienes el nombre de Únzaga era sinónimo de rebeldía contra un gobierno al que consideraban atropellador y corrupto. En tanto, Oscar Únzaga había decidido establecer su residencia en Lima, aunque sometido a la vigilancia del temible Alejandro Esparza Zañartu, una especie de San Román peruano, desde luego mucho más benigno, sobre cuyos hombros descansaba la dictadura del Gral. Manuel Odría. El exilio boliviano en Lima y Arequipa era notable por el número y calidad de los desterrados. Esparza los maltrató y la torpeza con que trató a Javier Paz Campero provocó

un incidente motivando la reacción de una parte del cuerpo diplomático acreditado en Lima. Pero el exilio en el Perú, Chile y Argentina se perdió en una desorientación apabullante. Algunos políticos conservadores creyeron posible disputar a Únzaga el liderazgo opositor. Los militares desterrados se miraban como los únicos que podrían cambiar el destino político de Bolivia, sin darse cuenta de que sus subordinados ya no existían y que era otra la fisonomía del Ejército avenido al MNR, ya sea por interés económico o adhesión ideológica. Las antiguas formaciones políticas habían fenecido, pero sus líderes no lo creían, como lo revelan las cartas del ex Presidente Enrique Hertzog a Gabriel Gozálvez: “La táctica de Únzaga es ganar tiempo y utilizar todos los recursos para capitalizar exclusivamente a favor de su partido, y en desmedro de los demás, las posibilidades de toda índole, políticas, económicas, militares, etc., que se le presenten… Únzaga, sobre la base errada de una tolerancia, tal vez excesiva, cree en la posibilidad de jugar a su guisa y seguir engañando indefinidamente a los otros tres jefes de partido, añadiendo al engaño el menosprecio por los partidos aliados y amigos a los que llama públicamente ‘partidos tradicionales desprestigiados’…”. [2] Ese criterio del ex presidente Hertzog, pese al lejano parentesco con Únzaga, revela el sentimiento de otros expatriados cuyas posturas conservadora o liberal chocaba con el pensamiento socialista y cristiano de Únzaga que, en efecto, ganaba diariamente adeptos en la medida en que se conocían las malandanzas de los hombres del poder revolucionario en Bolivia, que mostraban públicamente los privilegios de que gozaban. La caída visible del sentimiento de respetabilidad en perjuicio de los hombres del oficialismo fue en parte atenuada cuando el Presidente Paz Estenssoro dispuso de un nuevo escenario, la carretera Cochabamba-Santa Cruz, que fue el inicio de la integración del oriente al país, dando paso a una campaña promocional

internacional a favor del gobierno boliviano. Entre los invitados a la inauguración estaba el célebre periodista norteamericano Drew Pearson, cuya columna se publicaba en 500 diarios de la Unión Americana. El Palacio Quemado le franqueó sus puertas para una entrevista con Paz Estenssoro, además de “hacerle ver las conquistas sociales de la revolución y el progreso material que Bolivia alcanzaba con la ayuda americana”. Luego de su periplo por el territorio nacional, Pearson se dirigió a Lima y se alojó en la casa del agregado militar de la Embajada Americana, Cnl. Metz, ex condiscípulo del Capitán Julio Sanjinés en la Academia Militar de West Point, siendo éste uno de los cientos de exiliados bolivianos residentes en la capital peruana. Conociendo a Sanjinés como opositor al gobierno boliviano, Metz le sugirió tratar de conseguir una entrevista entre el célebre periodista norteamericano y el jefe de la oposición boliviana, Oscar Unzaga de la Vega, en ese momento exiliado en Lima, a fin de que el famoso periodista se forme un juicio cabal de lo que sucedía en Bolivia, cotejando lo que había podido ver en el país. Sanjinés relata lo sucedido: “Me pareció interesante promover esa reunión y visité a Unzaga para tal propósito. Yo había estado antes con él, me parecía un patriota sincero, lo había ayudado en el trance en que se encontraba, como lo hice con Tristán Maroff, el líder trotskista que sufría también el destierro. Acordamos con Oscar que la entrevista con Drew Pearson se realizaría en la casa del propio agregado militar americano. Unzaga se presentó vistiendo un desgastado abrigo negro, inusual para Lima, llevaba abundante barba negra y en la conversación que yo iba traduciendo, desde luego atenuando la dureza de sus conceptos, el líder falangista fue muy tajante en cuanto a la política que seguía el Presidente Paz Estensoro, sobre todo porque la calificaba orientada por ideas comunistas. La entrevista fue breve pero significativa, sobre todo por la euforia con que Unzaga descalificaba al régimen boliviano basado en su

convicción personal que era genuinamente patriótica, pero contrariaba la orientación liberal del señor Pearson, causándole una impresión desfavorable. Después de la entrevista llevé al célebre periodista en mi automóvil a la Embajada de Bolivia donde estaba invitado a cenar. Tuve que dejarlo a dos cuadras de la residencia diplomática que en esa época la ocupaba Juan Luis Gutiérrez Granier, explicándole que yo no tenía relación con el embajador. En el trayecto hacia la embajada, Pearson me manifestó que el señor Unzaga de la Vega seguramente era un patriota, pero su enfoque no condecía con la realidad que él había observado durante su estadía en el país. La actitud de la oposición boliviana, insinuando que el gobierno del MNR era comunista, no lo había impresionado y, al contrario, suponía que por ese camino difícilmente iba a encontrar apoyo en el mundo democrático…” Esa era la sensación que se tenía en los Estados Unidos sobre la revolución y la oposición bolivianas. De nada valían las denuncias sobre los atropellos diarios a los derechos humanos, ni el carácter arbitrario del gobierno, ni la sumisión política de los indígenas que había supuesto la reforma agraria, ni los desastrosos resultados de la nacionalización de las minas, ni la vocación corrupta de algunos revolucionarios. A Washington -Casa Blanca, Capitolio y prensa-, le bastaba que Paz Estenssoro se declarara “revolucionario no comunista”, como condición para facilitarle cooperación económica sostenida. Es indudable que la carretera a Santa Cruz y la acción positiva que desplegó un hombre de gran talento organizativo y empresarial, como fue Alfonso Gumucio Reyes, rompió las barreras entre oriente y occidente, dando pie a la Corporación Boliviana de Fomento para instalar el primer ingenio azucarero estatal, Guabirá, que significó un hito para la economía regional cruceña, además de propugnar por la vinculación ferroviaria con Brasil y la Argentina. De haber diez

gumucios y pocos sanromanes y gayanes, distinta habría sido la suerte de la Revolución Nacional. Pero fueron más las mentes retorcidas que se empeñaron en ver al sector privado como enemigo de la revolución y, creyendo hacerle un favor a Guabirá, conspiraron para hacerle la vida ingrata a industriales del sector, como fue el caso de Ramón Darío Gutiérrez y sobre todo Alberto Iturralde Levy, al que le pusieron trabas de todo tipo boicoteando la pionera iniciativa del ingenio La Esperanza, perjudicando de paso los proyectos de SOCONAL, lo que iba a determinar el auto-destierro del arquitecto Iturralde. Los universitarios bolivianos, rebeldes y contestatarios, empezaron a enfrentar al gobierno al percibir que no había cejado en su empeño de controlar las casas de estudios superiores. Pero mientras se daban las batallas por la autonomía universitaria en Bolivia, a Únzaga le exasperaban los egoísmos, rencillas y ambiciones del viejo exilio boliviano derechista civil y militar. Risible era el despiste que mostraban algunos antiguos generales y coroneles del ancien régime. Solamente así se explica que mientras algunos se entregaban al propósito falangista destinado a descoyuntar al común enemigo, reconociendo a Oscar Únzaga como jefe de esa causa, el Gral. David Terrazas, hombre sin duda enérgico, en un alarde de virtuosismo constitucional hiciera circular una carta abierta expresando que, de acuerdo con normas jurídicas y reglamentarias, “los militares no podían responder a un jefe político”, exigiendo la desafiliación de los oficiales que militaban en FSB. Probablemente el General se miraba en un espejo de gloria y actuaba como si estuviera al mando de ejércitos próximos a la victoria. Esa carta abierta fue respondida por otra, suscrita por el Gral. José C. Pinto, otrora hombre de RADEPA, lamentando que la insensatez de su camarada retrase la liberación de la patria. A Únzaga le asombró comprobar cómo algunos personajes, que demostraron en el pasado un agudo sentido de la realidad y de la política, perdían en el exilio la objetividad parcelando sus opiniones. De la nutrida correspondencia sostenida por Únzaga -en poder de

José Gamarra Zorrilla- están algunos ejemplos que ilustran esa desorientación opositora. Así, el ex Canciller del Gral. Enrique Peñaranda, don Eduardo Anze Matienzo, afirmaba que el régimen boliviano era en esencia comunista y pese a ello estaba sostenido por el Departamento de Estado, por lo que sólo cabía darle batalla legal. Por su parte, el ex Embajador en Washington y ex candidato a la Presidencia, don Luis Fernando Guachalla, creía que a pesar de las violaciones de derechos y otros atropellos sin nombre, el régimen de Paz Estenssoro no era en realidad “tan” comunista y esa era la razón por la que los Estados Unidos lo cooperaban, por lo que creía igualmente que un cambio político en Bolivia debía darse por la vía electoral. Únzaga en cambio no descalificaba a Paz Estenssoro porque fuera comunista y a pesar de ello recibiera ayuda americana; lo hacía porque creía que el régimen del MNR enfrentaba a los bolivianos, era incompetente, cínicos sus protagonistas, además de corruptos y crueles en sus métodos para mantenerse en el poder. Mientras tanto, comunidades de súbditos bolivianos se esparcieron por Buenos Aires y ciudades del norte argentino, en Río de Janeiro, San Pablo y ciudades fronterizas del Brasil, pero también en Lima, Arequipa y otras poblaciones del sur peruano. Estaban organizados en células de FSB, cuyos miembros se ayudaban en lo que podían, compartiendo el sentimiento de volver algún día al seno de sus familias. En la capital argentina estaba una de las mayores colonias de desterrados falangistas, cuya principal autoridad la ejercía Ambrosio García. “Organicé la vida de los perseguidos bolivianos sobre todo en función de la gente joven, entre civiles, estudiantes y ex-cadetes. Las necesidades eran grandes, pero por fortuna encontramos en Buenos Aires gente de una extraordinaria calidad humana, donde se destacó nítidamente don Enrique Ackerman que era dueño de varios cines en La Paz y estaba vinculado con otras personas de buena situación económica que vivía en la capital argentina. Lo designé “secretario de los asuntos

económicos” del grupo de exiliados. Él financió algunos recursos e ideamos un sistema para favorecer sobre todo a los jóvenes que llegaban sin dinero. Les dábamos tres meses de pensión hasta que encuentren trabajo, porque luego de ese lapso ya no podíamos subvenir tal ayuda y también con Ackerman captábamos posibilidades laborales para ellos. Yo vivía en un hotelito donde instalé un tablero para anotar todos los trabajos ofrecidos y los nombres de quienes podían tomarlos. A 90 días, todos estaban trabajando. Resolvimos el problema de la gente que no tenía nada y de esa manera superamos la primera etapa. Únzaga se fue al Perú y el partido en Bolivia pasó a la clandestinidad, con una parte de sus líderes en campos de concentración y la otra en el exilio. Gonzalo Romero estaba exiliado con nosotros en Buenos Aires, Mario R. Gutiérrez estaba desterrado en el Brasil, en el Panóptico de San Pedro tuvieron encerrado por tres años al Gral. Bilbao Rioja y allí también fueron a dar dirigentes como David Añez Pedraza y otros. La violencia estatal y el atropello a los derechos humanos justificaban la rebelión falangista. Cotejando los testimonios de quienes fueron torturados y dejaron parte de su vida en los campos de concentración, queda la impresión de que unas diez mil familias bolivianas fueron marcadas a fuego por la represión revolucionaria que en 1954 tenía en la mira a jóvenes como Jaime Gutiérrez, entonces de 17 años. Después del accidentado golpe de noviembre, que eludió buscando la clandestinidad, su casa fue allanada reiteradamente y su hermano encarcelado, de manera que salió de su escondite vistiendo una sotana y se marchó a La Paz, alojándose una semana en el Colegio San Calixto. A punto de ser capturado

por el Control Político, tuvo que huir y refugiarse en Sapahaqui, en la propiedad del profesor Alberto Laguna Meave, donde conoció a Jaime Tapia Alipaz que estaba

oculto allí. Retornó a La Paz, se asiló en la Nunciatura y a sugerencia del Nuncio, salió al Brasil, llegando a San Pablo, donde había un gran número de falangistas asilados, entre ellos Marcelo Quiroga Galdo, un abogado joven, de notable preparación intelectual que se expresaba en varios idiomas. Muchos empresarios bolivianos fueron anulados por el acoso económico o la negativa de divisas para hacer funcionar sus empresas, como sucedió por ejemplo con la familia Sáenz García, propietaria de Industrias El Progreso, derivación de la Fábrica Figliozzi. Sucedió lo mismo con Alberto Palacios, con una amplia hoja de servicio al país, dueño de la Casa Palacios, perseguido y exiliado por el gobierno, debiendo recomenzar a los 75 años en el Brasil. Accionistas de la Cervecería Boliviana Nacional, acosados por las nuevas autoridades, prefirieron ceder sus acciones y salir del país. Hubo exiliados que, acuciados por la necesidad de sobrevivir, triunfaron otra vez en tierra extraña, pese a los años que ya contaban, como fue el caso de Miguel Echenique, considerado “rosquero” ya en los años del gobierno RADEPA/MNR, estableciéndose en San Pablo. Sorprendido por la cantidad de vehículos en el país vecino, viajó a los Estados Unidos, compró tres rectificadoras de motor que instaló en San Pablo, puso avisos en la prensa ofreciendo cambiar motores en 8 horas, a condición de que el otro motor se quede en la empresa a la que denominó BrasMotors, que fue creciendo hasta convertirse años después en una fábrica de automóviles. En los años 50, Echenique fabricó el primer refrigerador hecho en Brasil con la marca Brastemp y más tarde cocinas a gas y lavadoras de ropa. Con la importante presencia accionista del empresario boliviano-peruano Simón F. Bedoya, el holding Brasmotor/Brastemp diversificó sus actividades con marcas y productos clásicos como Consul, Embraco, Multibras o Säo Paulo Alpargatas. Fabricó automóviles Chrysler y Volkswagen. La empresa llegó a tener dos aviones privados y un palacio en una isla. Miguel Echenique fue uno de los grandes

abanderados de la industria automovilística brasileña. Su hijo Fernando Echenique era mayor de la Fuerza Aérea de Bolivia y había sido dado de baja luego de bombardear objetivos controlados por el MNR durante la breve guerra civil de 1949. En 1954 buscó a Jaime Gutiérrez Terceros para ofrecerle ayuda. “Me ofreció trabajo en la industria de su padre, que era la fábrica de automóviles de la línea Chrysler. Primero trabajé poniendo remaches y luego fui ascendiendo. Hubo un apoyo indirecto de Fernando para que yo llegara a ser supervisor, pero también me exigió esfuerzo para ascender porque eso representaba mejorar mi situación económica…” Ser joven y de buena familia se convirtió en una pesadilla para los bolivianos. Los que pudieron dejar el país lo hicieron, aunque con gran sentimiento. Entre ellos estuvo Joaquín Aguirre Lavayén, uno de los primeros militantes de FSB en Cochabamba y fundador de la célula falangista en La Paz. Licenciado con honores en Literatura y Filosofía por la Universidad de Darmouth-Hannover en New Hampshire, con postgrado en Stanford, California, fue miembro de la delegación boliviana que fundó la Organización de Naciones Unidas. En 1951 había publicado su primer libro, Más allá del Horizonte, en torno a la epopeya de Francisco de Orellana, el primer explorador que navegó por el Amazonas. El mismo un explorador, Aguirre recorrió a pie todo el Chaco buscando petróleo y oportunidades de generar riqueza. Pero tras la Reforma Agraria que afectó sus propiedades, a poco de cumplir 31 años, debió salir del país con su familia, recalando en Bogotá donde se convirtió en promotor de los Súper Mercados Rayo, produjo industrialmente cereales pre-cocidos y se convirtió poco después en el “rey del banano deshidratado” en Ecuador.[3] En Lima continuaba el exilio de Oscar Únzaga de la Vega, con apenas lo necesario para subsistir, recibiendo ayuda de otros bolivianos expatriados. La dictadura de Manuel Odría en el Perú estaba en el zenit de su poderío. Esparza Zuñartu, mantenía

congelada a la oposición, el APRA estaba neutralizado y las voces disidentes acalladas, como describe Mario Vargas Lloza en “Conversaciones en la Catedral”. Pero se notaba una gran actividad económica por el crecimiento de las exportaciones mineras, agropecuarias y pesqueras. Los efectos de la inversión extranjera eran visibles, se abrían negocios, bancos, seguros y una ola de construcciones modificaba la fisonomía de la ciudad virreinal. Una acaudalada elite conformada por industriales, banqueros y latifundistas controlaba la producción de azúcar y algodón. Para la alta burguesía, descrita luego por Alfredo Bryce Echenique en “Un mundo para Julius”, la vida era amable y placentera. Pero aquel sitio encantador, de noches con pisco sauer y valses de Chabuca Granda, resultaba intolerable para los exiliados bolivianos que sólo soñaban con volver y tomar a tiros el Palacio Quemado expulsando a los autores de sus desgracias familiares y de su exilio. Desde su espartano alojamiento en Lima, Oscar Únzaga consideró las peculiaridades de lo que sucedía en aquel momento en la región. Más allá de Víctor Paz Estenssoro, que había alcanzado fama por la Reforma Agraria, tres emblemáticos personajes sudamericanos ganaban los principales titulares de la prensa mundial en esos días, probablemente por el mayor peso de sus países o el ámbito de influencia en el que se movían: Juan Domingo Perón en la Argentina, Víctor Raúl Haya de la Torre en el Perú y Getulio Vargas Dornelles en el Brasil. Perón se debatía en franca decadencia política y moral, pese a conservar la idolatría que le deparaba la amplia base popular del justicialismo. Getulio Vargas caminaba hacia un trágico final sintiendo que su obra era incomprendida. Haya de la Torre lograba que se le concediera el salvoconducto para dejar la Embajada de Colombia en Lima, donde estuvo asilado cinco años. Los tres eran nacionalistas a su propio estilo. Perón antioligarca, antiimperialista y el mayor símbolo revolucionario en su país. A Getulio le tenían sin cuidado las clasificaciones que lo colocaron a veces en el campo del nacionalismo y otras en el desarrollo capitalista de su país, pues era un convencido de la grandeza del Brasil y su rol en el futuro. Haya de la Torre era un

intelectual que interpretaba la realidad latinoamericana desde el vértice del materialismo histórico y que fue derivando de un antiimperialismo cerrado a una convivencia con la oligarquía, como veremos más adelante. Los tres gozaban del fervor de las “masas oprimidas”, pero ninguno era afecto al comunismo y probablemente abrigaban tendencias fascistas a ritmo de tango, samba y vals.

Un día de septiembre de 1954, Esparza Zañartu conminó al líder de la oposición boliviana, Oscar Únzaga de la Vega, para que abandone suelo peruano “con lo puesto”, que era casi nada, en cumplimiento de un acuerdo regional. Ni Chile, cuyo presidente Carlos Ibáñez mantenía un romance político sostenido con Víctor Paz Estenssoro, ni la Argentina de Perón, ya en ocaso, accedieron a darle asilo, debiendo buscar otro país de refugio que, en ese momento fue Venezuela, que se consolidaba como uno de los grandes productores de petróleo en el mundo y disfrutaba de una posición económica bonancible, aunque tratando de salir de una inestabilidad política crónica. Después de la extendida presencia del dictador Juan Vicente Gómez, durante el primer tercio del siglo XX, una serie de gobernantes militares se habían ido desplazando en el poder hasta que volvió la democracia con Rómulo Betancourt en 1945. Al concluir su mandato, el novelista Rómulo Gallegos[4] ganó las elecciones de 1948 y asumió la Presidencia, siendo derrocado semanas después. Tras un período conflictivo con una junta militar, en nuevas elecciones se impuso el Cnl. Marcos Pérez Jiménez, quien quiso instituir una democracia blindada contra el comunismo. El mandatario venezolano, interesado en la suerte de “la hija predilecta de Bolívar” -como sucedió luego con algunos de sus sucesores-[5], acogió con beneplácito a Oscar Únzaga

de la Vega, se encandiló con su discurso latinoamericanista y anticomunista, ofreciéndole ayuda para intentar cambiar la suerte política de Bolivia. Con su respaldo, el líder falangista se instalaría en Río de Janeiro, próxima escala de su itinerario histórico.

XIX - RÍO DE JANEIRO (1955)  

Ú

nzaga llegó a Río de Janeiro en diciembre de 1954 en compañía de su ayudante, Jorge Sánchez de Loria. Carlos Kellemberger se había quedado en Lima, pero en la Navidad de ese año, la policía política del Perú lo tomó preso y lo desterró a Cuba. Fue seguramente un caso único, en que el país que acogió a un exiliado, lo exilia a su vez. Su familia fue residenciada en Arequipa. Brasil se debatía en una terrible crisis política a raíz del suicidio del Presidente Getulio Vargas, probablemente el político brasileño más destacado del siglo XX. El líder falangista se organizó de inmediato para proseguir su labor política contando con Jerjes Vaca Diez, un dirigente falangista cruceño de primer nivel, abogado con muchas vinculaciones en el Brasil, quien fue pieza fundamental para el exilio falangista en aquel país. En tanto Marcelo Quiroga Galdo, de conocida familia cochabambina, fue secretario privado y la persona más cercana a Únzaga durante su estadía en Río. Pero la amistad del político brasileño Carlos Lacerda fue vital para el desempeño del jefe falangista. Aquí es pertinente exponer una visión global de la política brasileña entre los años 30 al 60 del siglo pasado. Getulio Vargas fue cuatro veces Presidente del Brasil, primero de 1930 a 1934 en un gobierno provisorio, luego en una presidencia constitucional de 1934 a 1937. Dio un Golpe de Estado en 1937, quedándose en el poder hasta 1945, tiempo en el que cerró el Congreso, asumió la totalidad de poderes, inhabilitó a todos los partidos políticos e impuso la estatización de la economía. Carlos Lacerda tuvo inclinaciones socialistas en su juventud y por algún tiempo fue seguidor de Getulio Vargas, pero luego se opuso a su dictadura y apoyó el golpe militar en 1945 que lo derrocó, casualmente dos semanas después de que una movilización popular abriera el camino al poder de Juan Domingo Perón en la Argentina. Perón iba a orientar sus pasos adoptando en parte la

huella de Getulio. Inspirados ambos en el fascismo, Vargas combatió el levantamiento comunista de Luis Carlos Prestes, apresó a la mujer de este, Olga Benario, una activista judía nacida en Alemania y la entregó a la Gestapo de Adolf Hitler en la víspera de la Segunda Guerra Mundial, mientras Perón al concluir la gran conflagración, dio acogida a jerarcas nazis. Vargas y Perón adoptaron reformas sociales que inhabilitaron la prédica marxista en sus países, pero incurrieron en flagrante corrupción en su política económica estatista, en un tiempo en el que se acuñó la frase “roba, pero trabaja”, que parece la norma de los regímenes revolucionarios y populistas.[6]  Getulio Vargas volvió a candidatear en 1950, derrotando al partido de Carlos Lacerda. Getulio tenía consigo a las dirigencias de los obreros y al mismo tiempo concedía extraordinarias ventajas a las élites industrial y financiera. Carlos Lacerda fue un duro opositor, denuncio sistemáticamente la corrupción del régimen y su prestigio creció en la medida en que atacaba y debilitaba a Getulio. La respuesta del gobierno fue un intento de asesinar a Lacerda en 1954 que fracasó, aunque en la acción cayó muerto un oficial de la Fuerza Aérea Brasileña, generando protestas en las Fuerzas Armadas, en buena parte de la ciudadanía que se agitó generando un estado de ingobernabilidad y profunda crisis política que epilogó con el suicidio del Presidente Vargas, dejando una carta dramática: “… Al odio respondo con perdón. Y a los que piensan que me derrotan respondo con mi victoria. Era un esclavo del pueblo y hoy me libro para la vida eterna. Pero este pueblo, de quien fui esclavo, no será más esclavo de nadie. Mi sacrificio quedará para siempre en sus almas y mi sangre tendrá el precio de su rescate. Luché contra las privaciones en el Brasil. Luché con el pecho abierto. El odio, las infamias, la calumnia no abatirán mi ánimo. Les daré mi vida. Ahora les ofrezco mi muerte. Nada de temor. Serenamente doy el primer paso

al camino de la eternidad y salir de la vida para entrar en la historia.” Ese fue el Brasil que Oscar Únzaga encontró en su exilio. A pocos días de su estadía en Río de Janeiro, se enteró con desagrado de que el Presidente Joäo Café Filho (hasta hacía poco Vicepresidente de Getulio Vargas) se reunía en Santa Cruz de la Sierra con Presidente Paz Estenssoro y que uno de los temas tratados era la apertura al capital brasileño a la explotación de las reservas petroleras bolivianas, a lo que el jefe falangista se oponía.   Oscar Únzaga detestaba la demagogia populista de Vargas y Perón, emparentándolos con las acciones de Paz Estenssoro. Fue pues natural que Carlos Lacerda y Únzaga congeniaran. Cuando ambos se conocieron, Lacerda era diputado federal y combinaba sus actividades políticas con la producción literaria y el periodismo como Director de TRIBUNA DA IMPRESA, un diario de notable alcance en la clase media del Brasil, siendo asimismo uno de los más escuchados comentaristas de la televisión con señal en Río de Janeiro, donde tenía sus bases. Brasil se agitó durante 13 meses de ingobernabilidad, mientras penosamente se alternaban en el poder el Vicepresidente Café Filho, el Presidente de Diputados, Carlos Luz, el Vicepresidente del Senado, Nereu Ramos, quien presidió elecciones de 1955, en las que se impuso Juscelino Kubitschek, un popular médico y político, creador de Brasilia que sería la capital definitiva del Brasil. En medio de esas sensaciones políticas que compartió vivamente Oscar Únzaga, comenzó la nueva etapa conspirativa, según relata Gamarra Zorrilla: “Recibió (Oscar) por intermedio del Banco de Montreal la ayuda comprometida por un industrial boliviano, la misma que le permitió cubrir sus gastos de vida y los correspondientes al campo revolucionario, así como firmar un contrato con el técnico brasileño Paulo Cavalcanti que trabajó en la NASA en los Estados Unidos, para que instale un poderoso equipo de radio (en

el sur del Brasil) -incluyendo un generador eléctrico comprado por Únzaga- cerca de la frontera con el Paraguay, en un pequeño fortín construido en Campon Anta, entre Aquidaguana y Bella Vista, para ser utilizado clandestinamente en la difusión de sus propósitos al interior de Bolivia”. Agrega Gamarra que Únzaga remitió un giro bancario al Cnl. Armando Ichazo, para que conjuntamente con los otros integrantes del Comité Militar en el exilio se constituyeran en Río de Janeiro a fin de planificar la revolución con apoyo venezolano. Días después llegó Enrique Achá y su familia. A poco, el dirigente falangista Marcelo Quiroga Galdo convocó a Felipe Tredenik y Jaime Gutiérrez, que vivían en San Pablo, para comunicarles que Oscar precisaba gente de alta confianza para cumplir una misión muy importante y había pensado justamente en ellos. “Me sentí halagado por esa situación, dejé mi trabajo, cogí unos ahorros que tenía y me desplacé a Río de Janeiro. Lo mismo hizo Felipe Tredenik que era secretario en el Consulado de la República de El Salvador en San Pablo, dejando un buen trabajo por cumplir con su compromiso político. Unzaga nos manifestó que el primer objetivo que tenía era mostrar actividad falangista en Bolivia y que para ello Jerjes Vaca Diez había logrado que se fabrique una radio de alta potencia, incluso superior a Radio Illimani, y que nos confiaría a nosotros el manejo de ese instrumento a ser instalado en la frontera entre Paraguay, Brasil y Bolivia”. En esas circunstancias llegó Alfonso Kreidler, un dirigente falangista cruceño, quien se sumó al proyecto, trasladándose con Gutiérrez y Tredenik hasta el lugar donde se instalaría la radio clandestina, lo cual les llevó algún tiempo porque el motor del generador de luz se extravió temporalmente en Campo Grande. El 13 de abril de 1955, Oscar Únzaga partió a Caracas para entrevistarse una vez más con el Presidente Pérez Jiménez. Inició el

viaje con entusiasmo, sabía que un miembro de la embajada americana en La Paz recomendaría al Departamento de Estado disminuir su entusiasmo por el régimen revolucionario boliviano. En esos días Juan Domingo Perón, el antiguo aliado del MNR, empezaba a recorrer la recta final hacia el violento final de su régimen. Podría decirse que se imponía la real politik. Y si Paz Estenssoro jugaba con pragmatismo y oportunidad recibiendo palmaditas de los gringos, Únzaga buscaría la comprensión de los Estados Unidos para su causa. Pero Únzaga ignoraba que a la misma hora en que partía a Caracas, en La Paz el gobierno ejecutaba una acción que trastornaría todos sus planes. Toda la documentación de la jefatura falangista era depositada en una caja fuerte en el Banco do Brasil, a la cual tuvieron acceso sólo cuatro personas: Únzaga, Enrique Achá, Jerjes Vaca Diez y Marcelo Quiroga Galdo. Eventualmente, César Rojas y Jaime Gutiérrez depositaron en aquella caja los documentos que les entregaba su jefe. Posteriormente, tuvo acceso a esos documentos José Gamarra Zorrilla. No sólo eran papeles y correspondencia, sino también grabaciones fonomagnéticas en el antiguo sistema de hilo y también microfilmes que Únzaga empezó a emplear por seguridad.  Desconociendo la trama internacional de aquellos días en la región, al sur del Brasil, en el bosque impenetrable, tres bolivianos, Gutiérrez, Tredenik y Kreidler, acabaron de instalar poderosas antenas, hicieron funcionar el generador y salieron al aire. La emisora, por supuesto bautizada Antorcha, estaba dimensionada y dirigida exactamente para que sus ondas se introduzcan en las de Radio Illimani, interfiriéndola y ocupando su espacio. Tredenik dejó una batería de slogans y quedaron Gutiérrez y Kreidler para hacer funcionar la emisora que salía en horas de la mañana como “la voz de Falange Socialista Boliviana desde un punto de la Patria”. No tenían forma de saber si la radio era captada en Bolivia, pero el sobrevuelo de aviones militares brasileños confirmó tal audiencia. Días después recibieron desde Río la instrucción de parar la transmisión y retornar de inmediato a la todavía capital brasileña.

¿Qué había sucedido? Lo relata Mercedes Ramos, viuda de Gustavo Stumpf. “Gustavo volvió del exilio en el Perú, aunque tuvo que estar todo un año en la clandestinidad. La familia decía que la situación daba para largo y que sería mejor si nos casáramos lo antes posible. Gustavo, aparte de falangista, era dirigente católico y ello nos permitió que monseñor Abel Antezana autorizara nuestro matrimonio en la clandestinidad. Nos casamos el 13 de octubre de 1954 en una casa particular en presencia solamente de mi cuñada, su esposo, el guardaespaldas de Gustavo, el sacerdote y nosotros. Gustavo estuvo oculto en muchas casas, pero llegó un momento en que pusieron precio a su cabeza y nadie más se atrevió a darle refugio por temor a las represalias del Control Político. Al final decidimos que se oculte en la casa donde yo vivía con mis papás y mi hermana. Desgraciadamente, nunca faltaron los delatores. La mañana del 13 de abril de 1955, aparecieron varios jeeps con gente armada que lo apresaron. Como todo fue sorpresivo, él estaba en poder de documentos y cayó mucha gente. Me hicieron comparecer ante San Román, me obligaron a llevarlos a la casa de una tía de mi esposo, una anciana adorable que tenía una finca en el altiplano, como no sabía nada de lo que estaba pasando, la tía les entregó una cajita donde había 700 dólares que los agentes se llevaron. Me encerraron en una celda sólo con un abrigo y un rosario, sometida a permanentes interrogatorios. Una noche llegó San Román diciendo en voz alta “¡qué fuerte este gringo!, ¡cómo aguanta! Son más de 10 días y sigue fuerte”. Seguramente trataban de que yo me desmoralice, pero tenía la fuerza de mi rosario. Hasta que un día, convencidos de que nada podía revelar, me permitieron salir de la celda a tomar un poco de sol. Recuerdo que estaba presa Lily Seiffert de Castellanos, esposa de

Carlos Castellanos, también preso en otra cárcel. Ella estaba embarazada, me mostró las marcas de latigazos que le dieron en sus piernas para que diera información sobre mi esposo porque ella era el contacto para una revolución que estaba en marcha. Gracias a Dios no perdió a su bebé. También se encontraban Celina de Rivero, Helena Mendoza esposa de Walter Alpire, la prima de Unzaga, Chelita Iturri y también la señora Raquel Terceros de Gutiérrez a quien tuvieron encerrada una semana sin llevarla al baño. Estuvimos presas durante varios meses…”  [7] El 15 de abril Únzaga se reunió con el Presidente Pérez Jiménez en Caracas, ignorando lo que había sucedido con su camarada Stumpf, ni las consecuencias que iba a generar su detención. Según dicen los que lo conocieron, el Secretario General de FSB, nieto de alemán, era un hombre metódico y ordenado que guardaba celosamente testimonios de las acciones de su partido, como una precaución de orden histórico que resultó fatal para los propósitos de su jefe político. Gamarra Zorrilla afirma en su libro que la esposa de Stumpf, Mercedes Ramos, en el momento del allanamiento a su domicilio, corrió hacia el baño para arrojar al inodoro una cajita conteniendo microfilmes, pero no logró consumar su propósito, siendo sacada a golpes y sometida a vejámenes, lo mismo que Marina Stumpf, su cuñada, quien fue también golpeada pese a su estado de embarazo. ¿Qué contenían esos microfilmes? Según Gamarra, allí estaba la negociación entre Únzaga y el Presidente Pérez Jiménez y la instalación de una radio en la selva brasileña. Detalla que ese material fue enviado desde Brasil por un sargento de la Fuerza Aérea que lo entregó a una señorita de apellido Belmonte, pariente de Stumpf, en una trama un tanto rocambolesca, pues no parece razonable que material tan explosivo sea sacado de una caja fuerte en el Brasil para correr la aventura de enviarlo a Bolivia, donde ninguna utilidad práctica podía tener, salvo la revelación de la propia trama.

En esos días de 1955, Mario R. Gutiérrez aún no era Subjefe de FSB y la segunda autoridad era Gustavo Stumpf. Únzaga creyó imprescindible ponerlo al corriente de lo que estaba sucediendo, enviándole los microfilmes, con la recomendación de destruirlos una vez conocido el contenido. Pero Stumpf no lo hizo.[8]  Con la información disponible, el Presidente Paz Estenssoro, que era hombre práctico, hizo dos cosas: se puso en comunicación “personal y confidencial” con su colega Marcos Pérez Jiménez para expresarle su admiración por los logros de su gobierno en bien de la patria del Libertador, que era algo que también él trataba de hacer en Bolivia, como nacionalista que era. Además, que estaba al tanto de la ayuda que miembros de su gobierno brindaban al conspirador Únzaga, pese a lo cual había decidido no denunciar en la OEA, como le sugerían algunos de sus colaboradores, pero le pedía amistosamente dejar sin efecto la ayuda a los falangistas. Por lo que se sabe, quedaron como amigos. Luego, el Canciller Walter Guevara denunció, ante el frágil gobierno instalado en Río, que “la soberanía brasileña estaba siendo menoscabada por un grupo de facinerosos que instalaron una radio con fines políticos”, motivando la movilización militar en Campo Grande (los vuelos rasantes sobre el lugar). El Ministro de Gobierno, Federico Fortún, y el de Prensa e Informaciones, José Fellman Velarde, sirvieron un festín a la prensa nacional e internacional, denunciando un complot de la oligarquía feudal y minera a través de FSB, transcribiendo “declaraciones voluntarias” de Gustavo Stumpf sosteniendo que el Pacto de Santiago tenía el objetivo de volver al pasado y restituir a la rosca, con un golpe sangriento financiado por Carlos Víctor Aramayo y José Gamarra. Ni una palabra sobre Pérez Jiménez. Pero en los microfilmes estaba también la relación de todos los personajes en Bolivia, muchos de ellos no falangistas, que de alguna manera contribuían o trabajaban por la causa opositora. En 72 horas, el gobierno detuvo a dos centenares de esos personajes en todo el país. ¡Y la Embajada Americana descubrió a uno de sus miembros que simpatizaba con los falangistas!

La revolución, en la que tantas esperanzas depositó Únzaga, murió sin haber nacido, dejando al líder falangista en situación comprometida internacionalmente. Perdido el apoyo que pudo haber recibido de Venezuela, trató de incidir en la opinión pública de los Estados Unidos, y aceptó una entrevista con el periodista americano John Alsop White a realizarse en la capital dominicana. Allí lo esperaba una sorpresa: la cancillería boliviana había influido para que los esbirros de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo detuvieron a Únzaga acusándolo de ser un “agente marxista”, saliendo del absurdo entuerto con la providencial ayuda de un amigo venezolano que avaló por él, aunque tuvo que retornar a Río de Janeiro sobre la marcha.  No cabe duda de que el Dr. Paz Estenssoro tenía mucho oficio político. Pero ¿era tan efectivo el aparato del Control Político? Por lo que se vio en el caso de la detención de Gustavo Stumpf, más parecida a una trama cinematográfica de agentes secretos, Claudio San Román disponía de información privilegiada suministrada por alguna agencia de inteligencia extranjera que seguía los pasos de Únzaga y se movía cómodamente en Caracas y La Paz. El golpe a la Falange fue contundente. Stumpf quedó desprestigiado aún entre sus propios camaradas. Una carta enviada por Únzaga a Eduardo Anze Matienzo ofrece luces sobre una paradoja de esos tiempos: la antinomia democracia/comunismo no funcionaba para Bolivia. La paradoja es extraordinaria y parece un caso de Ripley aplicado a la curiosa historia sudamericana. La revolución anticapitalista y antinorteamericana del MNR se mantenía en el poder exclusivamente gracias a sus aliados: Patiño y Norteamérica. Patiño negaba ayuda a FSB y se ponía de acuerdo con el gobierno del MNR, de manera que la producción de estaño de las minas, seguía siendo tratada en los hornos de fundición de Patiño en Inglaterra, en tanto el Departamento de Estado, de una situación de neutralidad respecto al régimen de La Paz, pasaba a un abierto y entusiasta apoyo. Únzaga decía a Anze Matienzo:

“Pues el señor Holland (Embajador de los Estados Unidos en La Paz) llegó a decir en el Senado americano que el gobierno del MNR era ‘vigorosamente anticomunista’. Han debido quedar sorprendidos los propios movimientistas con esa afirmación. Todo lo que vino después es casi ridículo, sino fuese trágico para un pueblo que soporta una tiranía: el alto funcionario del Estado Americano declarándose identificado con los ‘compañeros’, dispone la ayuda en alimentos para ser vendidos y negociados por el gobierno… Casi llegaríamos a la conclusión de que los principios, los sistemas, la civilización de Occidente no importan al Departamento de Estado ni a los Estados Unidos…” Por cierto, a esas alturas de la historia, los militantes del MNR se habían apropiado en definitiva del apelativo “compañero” para identificarse entre ellos. Paz Estenssoro era el “compañero Jefe” o el “compañero Presidente”, en el gabinete sesionaban los “compañeros ministros”, en las ciudades la máxima autoridad era el “compañero alcalde” y el representante de Washington era el “compañero embajador”. Curiosamente, los militantes de FSB habían adoptado el “camarada”, de resonancia tan soviética en esos años iniciales de la Guerra Fría. Tras las “declaraciones voluntarias de Gustavo Stumpf”, se abatió sobre el país una ola represiva durísima. Fue entonces cuando capturaron a Gastón Moreira Ostria. “Estuve preso por primera vez en la Escuela de Policías en la calle Loayza, en una celda oscura. Un grupo de subtenientes de la policía actuaban como torturadores, el comandante de la Escuela era el coronel Arce Zapata apodado “el tuerto”, un hombre cruel que seguía instrucciones de San Román y Gayán. 45 días sin salir de mi celda, ni siquiera para ir al baño. Alguna vez me pasaban cigarrillos sueltos, sin el envoltorio, nunca tuve un pedazo de papel. Como una concesión especial nos

visitaron nuestras madres el 27 de mayo, nos sacaron al patio a tomar un poco de sol y nos dieron un poco de alimentos. Mi mamá lloraba al verme con el cabello y la barba crecidos, además que mis encías sangraban por la piorrea debido a la debilidad y pérdida de peso. Conocí en prisión gente muy interesante como Nicola Linale de Sucre, Tomás Monje Gutiérrez, el general Alfredo Sánchez, don Hans Müller y estaba un señor cuyo único delito era apellidar Únzaga. César Únzaga era comerciante en Villazón. Vi cosas tristes. El señor Núñez del Prado, en su desesperación, se cortó las venas, mientras el señor Únzaga llegó a enloquecer porque no sabía por qué estaba preso. Por una gestión de mi padre me derivaron al Panóptico, donde encontré a mucha gente valiosa como el general Bernardino Bilbao Rioja, Jaime Tapia Alipaz, Rodolfo Virreina, un señor Ballivián, Hernán Landívar Flores. Éramos unos 250 presos, algunos que ya estaban tres años encerrados sin posibilidad de salir en libertad. También varios militares como el coronel Francisco Barrero, algunos habían sido ministros de Villarroel, como el coronel Calero. Otro preso era Jorge Lemaitre. Había una gruta en medio del patio y el coronel Toro, hijo del general David Toro, nos hacía rezar todos los días. El coronel Barrero era pequeño de estatura, pero muy valiente; descubrió que tenía facilidad para hacer tallados. Uno de esos días estaba haciendo sus tallados y entró San Román. Todos se le acercaron, pero Barrero no le dio la menor importancia, entonces San Román se le acercó y le preguntó si no deseaba nada. Y Barrero le dice “no quiero nada de un mulato”. San Román se enfureció y ordenó que le den una tremenda paliza y luego encierren a Barrero en una celda que fue tapiada. Luego de una semana tumbaron la pared y encontraron a Barrero tirado en el suelo casi muerto. Entró San Román y le dijo “cómo

es chato, ya estarás escarmentado y sabrás respetarme”, y de repente Barrero saltó y se prendió del cuello de San Román quien se pegó el susto de su vida. En las noches había “la guardia negra” de Jorge Orozco Lorenzetti que también era jefe del control político, uno de los hombres más sádicos que nos hacía golpear con cadenas. Nos hacían trotar por el patio y hacer ejercicios dándonos chicotazos durante dos horas. Alguna vez me obligaron a desnudarme y grupos de suboficiales giraban a mí alrededor propinándome puñetes y patadas. Otra noche, también desnudo, me golpearon en las piernas con unas varas de un metro que eran como serruchos y hasta hoy conservo las cicatrices. Orozco fue el primero en usar el laque en los interrogatorios e introdujo la “técnica” de reventar los tímpanos con lápices afilados que colocaba delicadamente en ambos oídos y luego los empujaba con un enérgico movimiento de ambas manos. Fui torturado por José Rojas, quien atormentó a falangistas en la prisión de Ñanderoga en Santa Cruz. Cuando Barrientos subió a la presidencia, cruceños a quienes había torturado buscaron a este Rojas en Aiquile donde lo acribillaron a tiros. Tenía más de 80 impactos. Hubo otros como Arno Lowenthal, Encinas y Zamora que eran subtenientes de policía, egresado en 1954-55 y se convirtieron en torturadores…” A los miles de falangistas, militares y policías presos y exiliados se sumaron otros tantos que fueron perseguidos, delatados, encarcelados, torturados y algunos perdieron la vida, ya sea por “suicidio voluntario” o “accidente fortuito”, aunque la mayor parte de ellos murió a mediano plazo a consecuencia de los malos tratos, la comida infestada, las duchas de agua fría en el gélido invierno, los culatazos, la perforación de tímpanos, la picana eléctrica y las humillaciones hasta extremos inauditos en los campos de concentración y las cárceles en las ciudades. Fue tan atroz y despiadado el régimen que se alzó la voz del propio Vicepresidente

y autor de la revolución de abril, Hernán Siles Zuazo, que junto a Federico Álvarez Plata interpelaron al gabinete por las persecuciones y los campos de concentración. “Se nos acusó de pretender tumbar al gobierno”, dijo Álvarez Plata a este cronista.[9] Luego el Dr. Siles tuvo que salir al exterior, como representante de Bolivia en diversas misiones oficiales, una de ellas en Naciones Unidas. La feroz represión continuó ya sin ninguna voz incómoda al interior del poder revolucionario. No se respetó ni siquiera a las familias de los internos en campos de concentración. Por primera vez en la vida republicana, un gobierno encarcelaba a mujeres con sus hijos pequeños. En el colmo del chantaje emocional, algunos dirigentes falangistas recibieron la visita de enviados del gobierno, e inclusive de intermediarios independientes, en el desarrollo de una nueva estrategia para acabar con los restos de vigor opositor. El mensaje envolvía el ensueño de la libertad y de volver al hogar, mediante un paso que, les dijeron, sólo podían dar los propios presos: 1) el cese de los sufrimientos, particularmente de los que estaban recluidos en los campos de concentración; 2) un acuerdo de pacificación nacional; 3) el cierre de los campos de concentración y cárceles políticas.  El falangista Napoleón Escobar, lisiado por las torturas a las que fue sometido, pidió a sus carceleros que se le permita un intercambio de ideas con Gustavo Stumpf, a quien transmitió la necesidad de intentar detener el martirio de sus camaradas, negociando un acuerdo de pacificación que permitiera la liberación de los presos políticos. Rápidamente, los ministros Fellman y Fortún, San Román y el Obispo Jorge Manrique, se reunieron con Stumpf y Escóbar, llegando a un acuerdo que sería sometido a la aprobación del Presidente Paz Estenssoro. Este consistía en el envío de una carta dirigida a Únzaga por un grupo de altos dirigentes de FSB. Un primer borrador, fue rechazado por los falangistas “por su contenido extremadamente soez e insultante a Únzaga”. Resolviéndose que Marcelo Terceros Banzer y Walter Alpire Durán redactarían otro sustitutivo que fue varias veces modificado y corregido para finalmente ser impuesto con la promesa de la libertad. Trajeron un

par de falangistas notables de los campos de concentración y los juntaron con un puñado de presos del Panóptico de San Pedro. Esta la carta:

La Paz el 4 de junio de 1955     Señor D. Oscar Únzaga de la Vega Rio de Janeiro (Brasil)   Estimado Jefe:   El Gobierno, ha puesto en libertad, el día de ayer, a más de un centenar de detenidos, como demostración de su propósito de buscar la Pacificación Nacional.   En vista de este hecho y por razones que te puntualizamos a continuación, nos dirigimos a ti, Jefe, para hacerte conocer nuestras opiniones y en base a las sugerencias que elevamos a tu consideración.   Creemos que en las actuales condiciones y circunstancias que vive el país, todo trajín conspiratorio le es perjudicial y que la Patria precisa de un clima de tranquilidad para su progreso. Por otra parte, consideramos que el aporte de capacidad y trabajo de Falange Socialista Boliviana debe ser el de actuar dentro de la ley, en servicio de su ideal nacionalista, mediante la recuperación de nuestras libertades cívicas.   Debido a las exigencias del presente: romper con el pasado y de preparar el porvenir, estimamos que ha sido un error de táctica política el Pacto revolucionario de Santiago de Chile, firmado por Falange Socialistas Boliviana, con las fuerzas oligárquicas desplazadas. Asimismo, juzgamos que es preferible abandonar la estéril conspiración y colocarnos en el plano de altura espiritual que debe asumir todo boliviano para tener el valor de reconocer las virtudes del amigo o del enemigo, con

absoluta imparcialidad y permitir en consecuencia el libre desenvolvimiento de las capacidades del país.   Consecuentes con esta premisa, creemos que el Partido debe declarar públicamente que el actual régimen pese a todos los errores que puedan cometerse, durante las transformaciones revolucionarias, ha adoptado medidas que beneficiarán el desarrollo de nuestra nacionalidad, siendo una de las importantes y generales, la ruptura total con el pasado.   A este propósito, estimamos necesario, que como Jefe de Falange Socialista Boliviana, inicies gestiones tendentes a obtener la Pacificación Nacional y nuestro retorno individual y colectivo al pleno goce de los derechos ciudadanos…   Con la misma fe en nuestros ideales, creemos cumplir nuestro deber, con la Patria y de solidaridad con los que han luchado con nosotros, el presentarte este pedido.   Recibe un fraternal abrazo.   Gustavo Stumpf, José Antonio Anze, Jaime Tapia Alipaz, Víctor Kellemberger, Juvenal Sejas, Renato Moreno, Héctor Peredo, Napoleón Escobar, Marcelo Terceros y Luis Parra.

  Aunque ciertamente esos diez falangistas torturados suscribieron aquel texto -que transcribimos textualmente-, el mismo revela claramente la situación. Una misiva, dirigida a Únzaga por sus seguidores, más aún de aquella trascendencia, jamás habría empezado con la expresión “Estimado Jefe:”, reemplazando al “Camarada Jefe:”. Menos aún habría podido rematarse con el

pánfilo “Recibe un fraternal abrazo”, donde estaba obligado el varonil “¡Por Bolivia Engrandecida y Renovada!”. Pero, además, ¿cómo podían los firmantes insinuar la posibilidad de “abandonar la estéril conspiración y colocarnos en el plano de altura espiritual que debe asumir todo boliviano para tener el valor de reconocer las virtudes del amigo o del enemigo, con absoluta imparcialidad y permitir en consecuencia el libre desenvolvimiento de las capacidades del país...”? ¿“Reconocer las virtudes” de quienes habían aplicado la picana eléctrica a Gustavo Stumpf amenazando con violar a su esposa también detenida y maltratada? ¿Las virtudes de quienes habían torturado a los padres de Tapia Alipaz obligándolo a entregarse? ¿De quienes habían dejado inválido a Napoleón Escóbar? ¿De quienes habían despojado de todos sus bienes, exiliado y encarcelado a toda la familia Kellemberger? ¿De quienes propinaban feroces golpizas a un hombre como Anze Jiménez que andaba en muletas? ¿Las virtudes de quienes mantenían encerrados en campos de concentración a miles de falangistas enfermos por las duchas de agua helada al amanecer del altiplano, por los golpes, la desnutrición, obligados a consumir alimentos en mal estado que les provocaba enfermedades gastrointestinales, a quienes escupían sobre la fría lagua, que los insultaban, befaban, golpeaban y humillaban? Por entonces, nada se sabía del “síndrome de Estocolmo” ni había defensores de derechos humanos. Pero, igual, no era normal aquel “reconocimiento” de tales “virtudes”. En todo caso, el gobierno divulgó la carta por todos los medios posibles, provocando desorientación y emociones encontradas en la ciudadanía, que era el efecto buscando por los gobernantes. La respuesta de Oscar Únzaga, en una larga misiva expresa, entre muchas consideraciones, los siguientes conceptos: “Cancelados todos los derechos, perseguidos los hogares, encarcelados niños y mujeres, fundados campos de concentración, implantado un régimen bárbaro de torturas,

aniquilado el sistema legal, suprimidas las garantías, canceladas las instituciones mediante las cuales se ejerce la oposición legal y jurídica, no quedaba al pueblo boliviano otro derecho que el de la rebelión armada. Lo contrario, es decir, someterse pasivamente a la negación de todos los derechos, significaría proclamar que ante la fuerza no queda otro camino que la servidumbre ignominiosa al despotismo. Debe quedar establecido que la responsabilidad de la vía sangrienta y de la lucha enconada, no cae sobre la oposición sino sobre el gobierno. Corresponde a él, en consecuencia, restablecer la paz de la familia boliviana. Pues parecería en la paradoja de los hechos políticos que somos nosotros, los perseguidos y los encarcelados, los que estamos al margen de la Ley y los que están flagelados y enfermos en los campos de concentración, los que tenemos que decretar la pacificación y la amnistía. Es el gobierno de Paz Estenssoro, que conculcó las libertades, que organizó el imperio del terror y el odio, el único que puede devolver la paz a la familia boliviana. La oposición secundará lealmente el restablecimiento de la convivencia pacífica en Bolivia, ante la dignidad de la Ley que es “la única servidumbre que no mancilla”. Si el gobierno restablece el imperio de la vida jurídica de la Nación, la oposición garantizará plenamente que no recurrirá al expediente subversivo y que ejercerá, por las vías legales, su derecho de crítica al gobierno. …… El gobierno de Paz Estenssoro, al dar a publicidad ante representantes de la prensa nacional y extranjera el contenido de la carta que contesto, parece demostrarse partidario de la pacificación, como si ella no estuviese en sus propias manos.

Sin embargo, si a pesar de todo, el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario se empeña en continuar en las actuales condiciones, ahondando los odios y responsabilizándome a mí de la persecución, yo propongo otro camino, con la seriedad que importa un compromiso ante la opinión pública. Me reitero como el único responsable de los actos de subversión que realmente se produjeron durante el gobierno del MNR, pues como Jefe político, fui yo quien impartió las instrucciones para todo cuanto se hizo. Como tal Jefe responsable, pido que se decrete la amnistía general, comprendiendo en ella a todos los detenidos y exiliados, civiles y militares, restableciéndose así el clima de paz para todos los hogares bolivianos. Exceptuado de dicho beneficio, me someteré a proceso, presentándome en La Paz, ante las autoridades judiciales correspondientes, en las fechas y circunstancias que se señalen. Conoce el gobierno, que por el sistema de organización de mi partido y por el espíritu de adhesión de la militancia a la Jefatura, podré -con eficacia- constituirme en un rehén para la seguridad pública. De mi parte, personalmente, estoy dispuesto a todos los sacrificios para contribuir a que cese el dolor y la incertidumbre para todos los hogares bolivianos, sin claudicar jamás en mi intransigencia anticomunista. Queda pues, al gobierno tomar la iniciativa. Su silencio demostrará que sus propósitos fueron insinceros. Pido a Dios que abrevie para Uds. y los miles de detenidos las horas de infortunio en las celdas del Panóptico y los campos de concentración.

  POR BOLIVIA ENGRANDECIDA Y RENOVADA Oscar Únzaga de la Vega

JEFE DE FALANGE SOCIALISTA BOLIVIANA

  La propuesta de Únzaga era clara: se entregaba a cambio de la amnistía de sus camaradas. Relata José Gamarra Zorrilla que “la reacción de Antonio Anze Jiménez al conocer su texto refleja el sentimiento de muchos de los firmantes: se puso a llorar junto con otros camaradas, asegurando que él nunca pensó en traicionar a Únzaga y que si firmó la carta lo hizo con el ánimo de favorecer a los falangistas torturados y presos en los campos de concentración”. Es oportuno anotar una expresión de Angie Stumpf Ramos, hija de Gustavo Stumpf Belmonte: “Si hay algo que el MNR supo hacer, fue quebrar el espíritu humano Yo admito la lucha política en la cual somos capaces de enfrentarnos como adversarios, pero eso cambia en el momento en que se entra a romper familias. Una de las cosas que intentaba el MNR era quebrar los valores del falangista, hundirlo moralmente. Partieron a las familias, varias familias no han vuelto del exilio, falangistas quebrados porque su familia estaba siendo atacada. Es impresionante cómo la historia puede olvidar que esa lucha ha sido indigna, porque cuando un gobernante se llega a meter con la familia del opositor político es porque no tiene ni su talla ni su coraje…”[10] Pese a la carta y el quebranto moral de quienes se vieron impelidos a firmarla, el gobierno no los liberó, ni tampoco puso en libertad a los “cien detenidos” cifra que ellos mencionan en la misiva. Más aún, los carceleros convencieron a un falangista, Héctor Peredo, a desconocer a Únzaga como jefe de su partido. A mediados de aquel ingrato año de 1955, Oscar Únzaga de la Vega estaba, otra vez, en el llano, exiliado, sin madre, sin bienes materiales, sin ningún gobierno que quisiese ayudarlo, con sus leales seguidores torturados en las cárceles de Bolivia y alguno de ellos traicionándolo. Perdido en la soledad de su habitación en la pensión carioca, se refugió en el silencio repitiendo para sí la

“Imploración a Jesús”, que le había hecho llegar un ardiente vate chuquisaqueño: Tu caridad, Jesús, en forma de consuelo, Pido para los padres que han perdido al hijo que el Deber se llevó al cielo de la inmortalidad.   Caridad por el huérfano te pido: él no admite consuelos y está triste y pide pan al padre que no existe.   Tú, que para la infancia sigues Niño, con el huérfano excédete en cariño. No olvides de velar por la viuda que la guerra ha dejado sin ayuda:         …………………………. Piedad por el inválido guerrero: piedad al desdichado prisionero; piedad al miserable indiferente, y al que el “cambio” reduce lo que siente. Piedad, Jesús, piedad, piedad, piedad y libertad! Piedad por el vencido de mañana, que la ilusión concibe de que gana…   Antes victoria, luego, paz no trunca: querer la paz sin la victoria, nunca. Escúchame, Jesús, el Dios que adoro: Nada más que justicia yo te imploro.[11]

  Sucedió entonces un hecho notable. Un hombre vestido de harapos golpeó la puerta de la autoridad consular del Brasil en Bolpebra. Se identificó como boliviano, perseguido político por su condición falangista y pedía asilo. Era César Rojas, exiliado en Lima y mortificado por los esbirros de Esparza Zañartu, había decidido recorrer a pie toda la selva peruana con el propósito de reunirse con

Únzaga en Río de Janeiro. Tardó meses, vadeó ríos, evitó alimañas, sorteó mil peligros, se alimentó de frutos silvestres y alguna ave extraña que devoró casi cruda, pero cumplió su cometido. La autoridad brasileña, conmovida por su caso, le prodigó toda ayuda y, finalmente, César Rojas pudo llegar hasta donde estaba su jefe que lo recibió emocionado. Y Oscar, dejando de lado la melancolía que estrujaba su alma, se puso una vez más de pie para reanudar la marcha por la libertad en la que creía y por la justicia previa a la paz. Así se reanudó la vida en aquella colmena revolucionaria, con sus ayudantes César Rojas y Jaime Gutiérrez Terceros, con Enrique Achá, Jerjes Vaca Diez y Marcelo Quiroga Galdo, compartiendo una quimera y negándose a creer que ésta se encontraba más lejos que nunca. Fue favorable para su causa la visita de Fernando Echenique, quien luego se convirtió en personaje habitual en el domicilio de Únzaga que era alojamiento y sede de la jefatura de FSB en el exilio. El poder económico y las conexiones de la familia Echenique le permitieron al jefe falangista ser el primer político boliviano entrevistado por la televisión que en ese año de 1954 ya estaba instalada en los hogares de la clase media del Brasil. Le dieron veinte minutos, en horario estelar de la Red O Globo, para exponer la situación en Bolivia, lo que significó un relanzamiento que fortaleció anímicamente al exilio boliviano. Cien años antes, el ex Presidente José Ballivián, célebre vencedor de la Batalla de Ingavi, había muerto en el exilio precisamente en la misma ciudad de Río de Janeiro, que ahora cobijaba a Oscar Únzaga y los suyos. Jaime Gutiérrez describe la vida en ese núcleo de políticos bolivianos: “Únzaga vivía en Villa Copacabana, en el piso 12 de un edificio. Era un departamento pequeño donde nos instalamos Jorge Sánchez de Loria, César Rojas, Carlos Kellemberger y yo. También Enrique Achá, su esposa Aida y sus hijos; ella era una mujer profesional, inteligente, muy comprometida con el partido, quien condujo a Enrique a la Falange. Como no había espacio y

la situación económica era crítica, decidí buscar trabajo y trasladarme a una pensión cercana. Trabajé en albañilería, como pintor, hasta que conseguí trabajo en “Spaguettilandia”, que era una cadena de restaurantes de una señora italiana casada con un médico cochabambino de apellido Castro. Allí trabajaron varios bolivianos y todos mostraban eficiencia. Yo entré como cajero y terminé como gerente del restaurante en la Rua Albi. Oscar, Quiroga Galdo, César Rojas, Carlos Kellemberger y los Achá almorzábamos y cenábamos juntos. Marcelo Quiroga Galdo era un abogado extraordinariamente inteligente, actuaba como secretario privado de Oscar y trabajaba en una editorial revisando la redacción de textos. Aparte del español, dominaba el portugués, el inglés, el griego y el francés. Estuvo al lado de Únzaga gran parte del tiempo en Río, hasta que Oscar decidió marcharse a la Argentina. Marcelo se casó en Brasil, donde falleció tiempo después por un lamentablemente accidente médico…” En ese tiempo, Oscar Únzaga tuvo una revelación que definiría muchas cosas en su carrera política, como se verá más adelante: descubrió a PETROBRAS. Entre tanto, el grupo de su entorno trabajaba diariamente evaluando información que llegaba por distintos canales desde La Paz, Cochabamba, Santa Cruz, Santiago, Lima y Buenos Aires, de manera que disponía de información permanente y precisa sobre lo que sucedía en Bolivia, facilitando las estrategias que Únzaga trazaba en un momento en que se agitaban las ondas de la Guerra Fría. Taiwán, aliada de los Estados Unidos se enfrentó a Mao. Castillo Armas, que había derrocado a Jacobo Arbenz, mandaba en Guatemala con apoyo americano, Rojas Pinilla en Colombia y Fulgencio Batista en Cuba. El Gral. MacArthur extraviaba su prestigio y su comando en Corea, finalizando aquella guerra sin que se sepa muy bien quién gano. Ho Chi Minh había derrotado a los franceses y Vietnam quedó partido en dos. Egipto se proclamó república, apareció la figura de Nasser y

en breve sería nacionalizado el Canal de Suez; la URSS y sus aliados de Europa Oriental suscribieron el Pacto de Varsovia como oposición a la OTAN. Stalin había muerto, pero lo sustituyó Nikita Jrushov. Había una pulseta entre los dos grandes en Berlín. El mundo se dividió sin remedio entre un bloque comunista y otro capitalista. En esos días llegó a Río de Janeiro la señora Raquel Terceros de Gutiérrez, madre de Jaime. Quería ver de nuevo a su hijo después de una larga separación. El encuentro fue emotivo. Ella había dejado en la patria a su hijo Hugo, preso en el Control Político, a su esposo Ernesto Gutiérrez perseguido y por tanto escondido en lugar ignoto, pese a no participar en política; los allanamientos eran permanentes, su hija menor tuvo que irse a vivir con una tía. Pero no flaqueaba el espíritu e imponiendo su indomable voluntad por encima de los sentimientos que la embargaban, no le pidió a su hijo que apaciguara los ánimos enfervorizados, ni abandonara los riesgos, sino que, por el contrario, persista en el combate por sus ideales, aunque el premio solo sea la victoria de la verdad y la confirmación de que Dios existe. Y para corroborar sus palabras, ella misma aceptó el desafío de representar a Bolivia en el Segundo Congreso Contra la Intervención Soviética en América Latina que se iba a realizar en Río de Janeiro a partir del 25 de agosto de 1955. Llegaron a la capital carioca delegaciones de veinte países, entre ellos Bolivia, cuyo gobierno estaba representado por Vicente Donoso Torres y Hugo Andrade.  Pero FSB, con Únzaga, Jerjes Vaca Diez, Raquel de Gutiérrez y Felipe Tredenik, fue aceptada en calidad de miembro pleno, en representación de todos los exiliados bolivianos dispersos en América. El Congreso puso a prueba la capacidad dialéctica del gobierno y la oposición, en un escenario adverso al populismo izquierdista. Desde luego, los falangistas apabullaron al solitario dúo que representaba a Paz Estenssoro, que empero tenía algún defensor de los años bravos del peronismo naciente, cuando el hábil político tarijeño solía frecuentar la embajada alemana, en cuyo mástil flameaba la cruz gamada. Esas amistades procuraron restar palestra a los falangistas bolivianos,

pero al final se impuso la pertinencia de que el congreso los escuche. Únzaga fue exhibiendo lo que identificó como “características esenciales del régimen boliviano”: una declaración pública de Juan Lechín afirmando que la revolución boliviana era más profunda que la de Mao en China Comunista; la concentración del poder en un solo partido; la inexistencia de un Poder Judicial legítimo demostrando que en Bolivia los jueces debían jurar al partido de gobierno; la lucha de clases agudizada en guerra de razas; el poder político-militar boliviano en manos de un partido, el MNR; el aniquilamiento de toda iniciativa privada; la destrucción de la economía en beneficio de la burocracia en el poder; la destrucción de las instituciones democráticas; la instauración de un régimen de violencia impidiendo las libertades ciudadanas; la campaña antirreligiosa; la intoxicación por odio de obreros y campesinos; la cancelación de la autonomía universitaria y el encarcelamiento de sus dirigentes demócratas, inclusive presentando a varios estudiantes víctimas de la represión, que mostraron en sus cuerpos las marcas de las torturas y vejámenes en los campos de concentración. Los delegados, de pie, los ovacionaron con notable emotividad. Luego, la señora Raquel Terceros de Gutiérrez se presentó ante un atril y entregó a la presidencia una carta dirigida “a la consciencia de América”, denunciando los métodos comunistas del gobierno boliviano. Apeló a la solidaridad hemisférica para lograr la liberación de los presos políticos y relató su atribulada experiencia, como esposa de un perseguido, madre de un hijo en la cárcel y de otro en el exilio sólo por el delito de defender sus principios. Con voz serena y pausada, relató las peripecias por las cuales perdió la tranquilidad en su hogar, sufrió el hostigamiento a su familia sólo por pensar distinto al gobierno, por defender la libertad y por creer en Dios. Dijo que, como el suyo, miles de hogares bolivianos quedaron destruidos, desvinculados, en orfandad, privados de sueños y esperanzas.  Doña Raquel logró reconocimiento mundial como

símbolo de la persecución política, lo que fue su perdición, pues al regresar a Bolivia, el gobierno la sometió a prolongada prisión.   El congreso anticomunista contó con una amplia cobertura informativa internacional ante la cual Oscar Únzaga de la Vega recuperó prestigio, a costa de la pérdida de imagen para el régimen boliviano, que decidió entonces poner en práctica una nueva estrategia consistente en aislar al líder falangista, acercándose a los presos falangistas para conseguir que esos infortunados acepten aflojar un tantito sus grilletes a cambio de repudiar a su jefe. La naturaleza humana, por fuerte que sea, tiene un límite que los presos políticos bolivianos habían sobrepasado largamente, algunos cumpliendo tres años en presidio, sin ninguna acusación formal ni juicio alguno. La estrategia del gobierno estuvo a punto de quebrarlos. Pero en el balance político continental, aquel congreso dejó la sensación equivocada de que los Estados Unidos lo financiaron y que, gracias a los falangistas, el gobierno boliviano pertenecía al campo de las luchas populares, aunque en realidad estaba ya al lado de lo que Washington consideraba “favorable ideológicamente”. El embajador Henry Holland, que apoyaba abiertamente a Paz Estenssoro y reiteraba su esencia “vigorosamente anticomunista”, en una típica toma y daca, quiso comprobar cuál era el grado de ese “vigor”, sugiriendo a sus amigos bolivianos una demostración de su apego al modelo democrático y capitalista. Fue así que el 26 de octubre de 1955, el gobierno revolucionario promulgó un Decreto Supremo poniendo en vigencia al llamado Código Davenport, abriendo la riqueza petrolera a la inversión extranjera, lo que fue observado y resistido enfáticamente por Oscar Únzaga. Ello le ocasionó ser considerado un marginal por la política washingtoniana. La situación económica del grupo en Río de Janeiro siguió siendo precaria. Únzaga vivía en total austeridad. Jaime Gutiérrez revela que su jefe tuvo un contacto con el Presidente de Guatemala, Carlos Castillo Armas, quien le dio un pequeño apoyo económico recibido

por Carlos Kellemberger y Enrique Achá en la capital guatemalteca. Castillo Armas había derrocado a Jabobo Arbenz, luego de que éste decretara la reforma agraria, desbaratando los intereses de la compañía norteamericana United Fruit. El golpe sorprendió allí a un argentino, Ernesto Guevara, y su esposa, la peruana Hilda Gadea, militante del APRA que trabajaba para Arbenz, por lo que fue detenida. Su marido, el futuro Che Guevara, buscó la protección de la embajada argentina.  Con el aporte guatemalteco, el núcleo falangista sobrevivió unos meses en Río de Janeiro y financió la llegada de varios militares bolivianos exiliados, entre ellos el Mayor Elías Belmonte, hombre conocedor de la política petrolera hemisférica, que años atrás se había enfrentado al intento del Canciller Ostria Gutiérrez para explotar los yacimientos de Bolivia en asociación con el Brasil y argumentaba extensas razones para oponerse al nuevo Código Petrolero del gobierno de Paz Estenssoro que otorgaba, a su juicio, exageradas ventajas a los capitalistas extranjeros. Por intrincados caminos, Estados Unidos apoyaba al régimen boliviano y a la dictadura guatemalteca, pero ésta apoyaba a la oposición boliviana con la que Washington antagonizaba. Únzaga de la Vega estaba equivocado respecto al presunto carácter “comunista” del régimen revolucionario boliviano. Probablemente la política interna era parecida a la de los gulags soviéticos, pero en sus relaciones internacionales, Bolivia era un aliado ejemplar de los americanos, por eso Washington fue indiferente a los atropellos contra los derechos humanos de los opositores bolivianos. ¿Qué importaban los derechos y la vida de algunos cientos de miles de bolivianos -la clase media- si el gobierno de Paz Estenssoro había liberado de la opresión social a millones de indios? Pero ni Únzaga ni sus seguidores eran “rosqueros” ni latifundistas, de modo que el argumento gringo para justificar el suplicio de los falangistas era feble. Probablemente Washington creía que, en las revoluciones, aún las no comunistas, había inevitables “daños colaterales” que era más cómodo ignorar. 

Como dijimos, la señora Raquel Terceros de Gutiérrez regresó a Bolivia y fue detenida por el Control Político uniéndose en su desventura a cientos de mujeres entre amas de casa, profesionales, universitarias o simples parientes de dirigentes falangistas. Los campos de concentración fueron repletados con miles de infortunados. Jamás se conocerá el número real, ni los perjuicios morales, familiares o económicos que les ocasionaron, ni cuantos sufrieron tortura que ocasionó su muerte. En Río de Janeiro, el exiliado jefe de la oposición tenía que seguir lidiando con sus aliados de los partidos derechistas que, como en el caso del ex presidente Enrique Hertzog, planteaban la revisión del pacto de Santiago en el punto referido a que Únzaga sea reconocido como Presidente de la República una vez abatido el régimen movimientista. Pero el gobierno revolucionario estaba a esas alturas más fuerte que nunca, con la dirigencia opositora tras de rejas, las masas armadas y vociferantes en las calles, la ciudadanía desorientada, una opinión pública internacional favorable a Paz Estenssoro, sumando a ello el beneplácito del Presidente Eisenhower ganado por el inteligente protagonismo del embajador Víctor Andrade. Mientras tanto, los líderes de los partidos tradicionales postulaban un nuevo gobierno interino no civil, de manera que “la represión postrevolución corresponda a los militares”, lo que Únzaga consideraba “una astucia política indigna”[12] que contrariaba al espíritu de su partido que siempre tuvo en la mayor consideración a la institución armada. Abrumado por la fatuidad de sus obligados compañeros de ruta, a quienes respetaba pero no admiraba, Únzaga sugirió la jefatura revolucionaria y una futura candidatura presidencial en favor del Gral. Bernardino Bilbao Rioja, encerrado desde hacía tres años en las celdas del Control Político, y lo hizo a través de una circular a los partidos aliados, suscrita en Río, desde donde el líder falangista capeaba las tempestades,  mientras la juventud boliviana se batía en las calles, asimilada ya a FSB y más de mil falangistas en Buenos Aires trataban de sobrevivir, controlados por los organismos represores argentinos.

El régimen peronista había entrado en decadencia irreversible. Tras la muerte de su esposa, Juan D. Perón se había retraído, indiferente a sus deberes de gobernante. El mejor informado biógrafo de Evita dice que Perón, fiel a su costumbre, estaba de pie a las cinco de la mañana y pasaba la media jornada atendiendo asuntos de Estado. Pero a partir del mediodía, mataba sus tedios alternando con dirigentes de la Unión de Estudiantes de Secundaria, de ambos sexos, a quienes había autorizado llamarlo “Pocho”. Luciendo una gorrita de beisbol, encabezaba caravanas de motociclistas en medio de juvenil algarabía, hasta que al final terminó llevándose a vivir con él a una muchacha de 14 años, llamada Nelly Rivas (Perón contabilizaba 57 abriles)[13]. Ante las críticas de la Iglesia Católica sobre la relajación moral del primer mandatario argentino, que en las noches se entregaba a la práctica del espiritismo y la magia negra, Perón respondió que Evita había hecho en sólo un día de su vida más beneficios a los pobres que algunos curas en toda su vida. Los círculos católicos y conservadores fundaron el Partido Demócrata Cristiano, al que los peronistas consideraron como “el enemigo”. Un espiritista brasileño de notable influencia, conocido como “Anael”, le dijo a Perón que el destino le tenía reservada la misión de dirigir a toda América. Una Pastoral del clero declaró al espiritismo como “herejía” y en respuesta la Confederación General del Trabajo (CGT), leal a Perón, dispuso la “entronización” laica de Evita. Desde los púlpitos, sacerdotes católicos atacaron al peronismo y Perón recibió obispos de sectas protestantes en la Casa Rosada. La jerarquía eclesiástica puso a los cristianos en la disyuntiva de elegir “entre Cristo o Perón”. Perón respondió “nunca tuve conflicto con Cristo. Lo que trato es, precisamente, de defender la doctrina de Cristo, que a través de dos mil años curas como estos han tratado de destruir”.  Las paredes de Buenos Aires se llenaron de frases injuriosas contra Perón. La reacción fue terrible y en cadena: el Parlamento aprobó el divorcio civil, derogó la enseñanza religiosa y moral en las escuelas públicas, dejó sin efecto la exención impositiva que favoreció a la Iglesia y aún levantó las prohibiciones que pesaban sobre la

prostitución, mientras el gobierno municipal de Buenos Aires autorizaba los espectáculos de streap tease sin ningún límite en cuanto a la desnudez de las coristas. Durante la celebración del Corpus Christi de 1955, la Iglesia organizó una procesión masiva desde la Catedral hasta la Plaza del Congreso, donde izaron una bandera de El Vaticano. Agentes de la policía vestidos de civil provocaron incidentes. El Ministro de Gobierno denunció que los católicos habían quemado una bandera argentina que fue mostraba teatralmente por Perón como pretexto para expulsar del país a dos obispos, lo que fue respondido por el Papa Pío XII con la excomunión de Perón, que apenas dos años antes había participado de la coronación pontificia de la Virgen de Luján. Pasó y muy a su pesar, a la categoría de apóstata. Una semana después, pilotos militares auto declarados rebeldes bombardearon la Casa Rosada, en el inicio de un golpe de Estado, del cual Perón fue alertado por el Embajador de los Estados Unidos, permitiéndole recuperar el control de la situación, pero sólo por unas semanas.  Entre el 15 y el 23 de septiembre de 1955, una vasta conspiración militar se desarrolló en Córdoba, Buenos Aires y luego en todo el país, obligando a Perón a buscar el exilio que le concedió el dictador paraguayo Gral. Alfredo Stroessner.[14] El nuevo régimen militar fue presidido por el Gral. Eduardo Lonardi, pero al mostrarse éste militar contemporizador con el peronismo, fue reemplazado por el Gral. Pedro Eugenio Aramburu. Los bolivianos desterrados se sintieron menos constreñidos. Mientras los miles de falangistas en el exilio lloraban al recordar a la patria lejana, el gobierno del Presidente Paz Estenssoro desarrollaba múltiple actividad en el campo internacional, luciéndose el Canciller Walter Guevara Arze. Llegó el Presidente de Chile, Carlos Ibáñez del Campo y Paz Estenssoro retribuyó entrevistándose con él en Arica. Se desplegó un clima de incentivos para empresas petroleras extranjeras, producto de una excelente relación con el Departamento de Estado. Se repuso el antiguo Plan Bohan, transformado en un Plan de Desarrollo presentado por el propio Guevara Arze, con un notable acento en las posibilidades del

departamento de Santa Cruz. A ello se sumó la inauguración del Ferrocarril Corumbá-Santa Cruz, accediendo Bolivia al gigantesco comercio con el Brasil. Dispensado de los antiguos odios contra Patiño, el gobierno del Presidente Paz Estenssoro empezó a depender cada vez más de él. La producción de COMIBOL quedó a merced de las plantas fundidoras del Grupo Patiño, a cuyo presidente, Antenor, hijo de Simón, algunos funcionarios del gobierno le sacaron montones de dinero a cambio de una ley que le permitió divorciarse de una aristócrata de la Casa Borbón sin siquiera hacer la demanda de divorcio. El escritor Augusto Céspedes, de probada militancia movimientista, en su libro “El Presidente Colgado”, señala que Paz Estenssoro influyó en el Congreso la aprobación de la llamada “Ley Patiño”, para facilitar el divorcio de Antenor Patiño “a cambio de cinco millones de dólares para el Estado y comisiones para algunos hombres del gobierno”.[15] El Grupo Patiño, internacionalizado como estaba, con inversiones en el Asia, Europa y México donde desarrollaba el hotelería y el turismo, no tenía ningún interés en Bolivia a diferencia de Carlos Víctor Aramayo, un exiliado que sentía nostalgia por su país al cual habían servido patrióticamente su padre y su abuelo. Por eso seguía de cerca el curso de los acontecimientos en su país, lamentaba los latrocinios y violencias del régimen y trataba de apoyar a Oscar Únzaga, razón por la que el gobierno inició un proceso a la Compañía Aramayo, por supuesto “contrabando de oro”, condenándola a pagar 25 millones de dólares de multa (unos 250 millones de dólares de hoy), que era probablemente todo el valor de su patrimonio, mientras condescendía con el “rey del estaño”, el hombre ubicado entre los veinte más ricos del mundo, permitiéndole divorciarse con una ley expresamente dictada en función de sus intereses, permitiéndole “ahorrar” una gruesa suma de dinero por la partición de bienes. Con todo, la situación económica del país al finalizar 1955 era crítica, como resultado de la desproporcionada presión político-

social sobre el gasto público. El Estado golpeó duramente a la actividad empresarial, no sólo minera, afectando también a la pequeña industria local y al comercio legal. El sindicalismo exacerbado, desmesuradamente exigente y huelguista, se sumaba a la necesidad del gobierno por dar ocupación y hacerse de la vista gorda con la corrupción. Mientras más crecía la fuente del poder político gobernante, decrecía la economía. Por añadidura se redujo el precio internacional del estaño; el contenido de mineral en las minas nacionalizadas bajó; el despido-indemnización-recontratación de mineros significó una sangría. Los “préstamos de honor” del Banco Central a los “compañeros” que nunca pagaron, la entrega de divisas a un nuevo estamento importador cercano al oficialismo, el incremento de salarios, el contrabando y la demanda de un sector de nuevos ricos, todo junto, se expresó en inflación que creció a un ritmo anual de 150%, a pesar de la importante ayuda americana. El gobierno tomó control absoluto de todas las divisas que los exportadores estatales (COMIBOL) y el reducido sector privado estaban obligados a entregar al Banco Central, que las monetizaba e iba más allá, imprimiendo billetes sin respaldo para subvenir los gastos políticos. La escasez de divisas se complicó con la desatinada medida de los cambios múltiples, fijándose valores para cada producto. A poco resultó difícil adquirir maquinaria y equipo por la necesidad de importar alimentos que el campesino ya no producía, como efecto perverso de la Reforma Agraria. Un sector privilegiado acaparó productos, luego los ocultó y con la desesperación popular hubo especulación que multiplicó fortunas a costa de la necesidad popular. Las expectativas con las que los bolivianos habían recibido a Paz Estenssoro en 1952, se desvanecían al finalizar 1955 aunque, desde luego, ese no era el sentimiento de quienes gozaban de las ventajas económicas del poder. En los placenteros ambientes del poder resultaba inconcebible una modificación de aquel status privilegiado. Pero era obvio que los dueños de la situación no podrían dejar de lado las formas democráticas, como les exigía, entre otros, la Casa Blanca. El

gobierno revolucionario decidió abrir un futuro cauce democráticoelectoral, aunque con un nuevo estatuto y lejos de darle a éste consistencia institucional independiente, el Presidente Paz Estenssoro designó una comisión integrada por los movimientistas Ñuflo Chávez Ortíz y Alberto Mendoza López, con la misión de redactar la nueva Ley Electoral en base al Voto Universal que, si bien ampliaba el ejercicio democrático, aseguraría las futuras victorias electorales del MNR. Ello abrió una tensión interna en el MNR. Una tendencia apostaba por la reelección del Presidente Víctor Paz Estenssoro, relegando a Hernán Siles Zuazo, al que se daría, en calidad de concesión, la reelección en la Vicepresidencia, pero nada más. El Estatuto Electoral de marras, al calor coyuntural de “las mayorías nacionales”, autorizaba la reelección consecutiva, expresamente prohibida por la Constitución Política del Estado en vigencia, autorizando al Presidente de la República presentar su candidatura sin necesidad de renunciar al cargo. Pero las ambiciones personales tampoco eran extrañas a la oposición donde se levantaron los antiguos líderes políticos, sin duda personajes decentes, pero ansiosos por demostrar su valía personal. Quizás Gabriel Gosálvez pensaba que podría repetir su anterior performance, cuando estuvo a punto de ganar en las urnas a Paz Estenssoro en 1951 y tal vez el Dr. Enrique Hertzog soñaba cumplir el rol que Urriolagoitia opacó en 1949, pero ninguno contaba con la apabullante masa votante que iba a incorporarse en los nuevos comicios con voto universal. Por su parte, algunos militares pensaban que sólo el Ejército podría corregir las anomalías provocadas por el MNR; era el caso del Cnl. Armando Ichazo, quien por sus probables contactos con los militares argentinos que habían tomado el poder, decía haber acudido en compañía de Hertzog a una entrevista con el Contralmirante Isaac Rojas, a la sazón Vicepresidente provisional argentino, conviniendo que éste apoyaría un golpe de Estado contra Paz Estenssoro. Dudando Únzaga de ese ofrecimiento y presionado por los falangistas en Buenos Aires, debió empeñar la radioemisora que conservaba en Brasil para

financiar su viaje a la capital argentina y allí entrevistarse con el Presidente, Gral. Aramburu, comprobando que lo que decía Ichazo era un embuste Por cinco meses se iba a extender este exilio de Únzaga en la capital argentina. Pero mientras esperaba el momento de poder retornar a Bolivia, carente de recursos materiales, Oscar compartía la habitación del líder de los falangistas exiliados en Buenos Aires, Ambrosio García, en una pensión que se convirtió en el centro de una actividad política cuyo norte era la llegada al poder en Bolivia mediante las elecciones más difíciles que experimentó antes cualquier otra oposición en la historia. “Era diciembre de 1955. Vivíamos en una pensión de un cochabambino llamado Omar, que radicaba en Buenos Aires por casi cincuenta años, pero odiaba a los argentinos y no soportaba a Carlos Gardel. Esa pensión se convirtió en el epicentro de un dínamo político; Oscar era un hombre metódico, con una actividad diaria intensa que no conocía pausas. Recibíamos a los camaradas, visitamos aliados políticos, contactamos diplomáticos y periodistas. Recuerdo que nos arreglaron una entrevista para visitar a don Alfredo Palacios, que era un personaje importante en la política argentina, puesto que fue el primer diputado socialista de América. Fuimos a su residencia donde nos recibió cordialmente, tenía una enorme biblioteca donde había un mueble que guardaba pistolones antiguos y nos explicó que con esas armas había tenido tres duelos. Era un hombre simpático, un tanto excéntrico, se expresaba muy bien, nos abrió algunas puertas interesantes. A las pocas semanas, don Alfredo nos invitó a un encuentro con la juventud del Partido Socialista Argentino, a la que llegó vestido de blanco. Su discurso fue brillante, sus ideas eran claras y bien expresadas. Los jóvenes lo aplaudían con fervor. La vida en el exilio tiene un transcurso angustioso, porque en lo único que se piensa es en poder volver a la patria, es

una obsesión que enerva al exiliado, provoca choques con los camaradas de infortunio y cuesta mucho mantener la armonía. Pero Oscar apaciguaba las tensiones con su carácter tranquilo y su liderazgo firme. Una tarde me preguntó qué querría ser en el momento en que accediéramos al gobierno y le respondí ‘quisiera ser ministro’. Y me dice ‘¿en cuál ministerio?’ y yo le respondí ‘en el de Transportes porque aspiro a realizar el camino al Beni’. En tono profético me dijo ‘sea yo presidente o no, tú serás Ministro de Transportes algún día’. Y así fue en efecto, aunque 15 años después y cuando Oscar ya no estaba en este mundo…” En ese verano porteño del 55, necesitando Únzaga un ayudante de la mayor confianza, Ambrosio García lo relacionó con René Gallardo, un cadete del Colegio Militar dado de baja en la razzia contra los militares del año 1953, dueño de una lealtad y un apasionamiento partidario extraordinarios. Gallardo cumplió su misión con una fidelidad a toda prueba que la ratificaría con su muerte, para convertirse en el hombre que acompañaría al jefe de FSB en su paso hacia la gloria.

XX - ÚNZAGA VUELVE (1956)  

O

scar Únzaga tenía prisa. Quizás presentía que le quedaba poco tiempo para cumplir su destino histórico. Las dudas lo asaltaban. La revolución no marxista, acariciada desde los días de la guerra, era una dolorosa frustración. El proceso de cambio hipotecó la moral pública; pero el retorno al pasado resultaba inadmisible. ¿Sería posible reconducir la revolución mediante los valores de la democracia y la honorabilidad? Él también quiso una revolución nacionalista, pero no aceptaba el cinismo de sus actores centrales y les reclamaba decencia. Muchos de los hombres de la Revolución Nacional mostraban una conducta inexcusable, aunque sus postulados originales fueron pertinentes. ¿Cabía esperar que otros, aguardando la posta de esa revolución deteriorada, fueran mejores? De lo contrario, ¿sería imprescindible el fuego para redimirla? ¿Así se le evocaría en el futuro?, ¿cómo el caudillo de una antorcha que, en lugar de alumbrar, incendie? ¿Pasaría a la historia como un cruzado capaz de renunciar a todo por amor a la patria, o como un conductor democrático y moderno, capaz de abrir nuevas perspectivas para su pueblo a través de la justicia social y la producción? Las dudas torturaban su espíritu. Sólo estaba seguro de su devoción por Bolivia. Pero la urgencia del día a día en el exilio, siendo ya el único líder de la oposición, postergaba la filosofía urgiendo a la acción directa. Próximo el final del período de gobierno de cuatro años, que se cumplía en abril de 1956, los inquilinos del Palacio Quemado, hasta entonces navegando cómodamente con el viento populista a su favor, sin huracanes parlamentarios y suprimido todo escollo opositor, súbitamente se vieron enfrentados a la realidad concreta: habían tomado el poder con las armas, reivindicando su victoria electoral birlada por el mamertazo; ergo, no podían eludir las urnas, ni aun pontificando su condición revolucionaria. De ello era consciente el Presidente Paz Estenssoro. Pero el sector duro de su

partido, renuente a ceder espacios de poder, sostenía que el cambio político era irrevocable. El nuevo país ya no estaba para “las formas caducas del pasado” y sus “pactos de caballeros”. La tesis era terriblemente maniquea: el primer período revolucionario consistió en destruir “la antigua Bolivia feudal y colonial”. Del período de “destrucción revolucionaria” el país debía entrar en un segundo momento, de “construcción revolucionaria”.[16] La gente en el poder afirmaba que la primera administración del Dr. Paz pertenecía a un momento histórico del pretérito, por tanto, “el jefe” tenía todo el derecho de postular a una nueva gestión, que sería el primer gobierno de la nueva historia boliviana. La primera administración -decían- era fruto de una revolución popular con centenares de muertos; la segunda, que se avecinaba, sería un producto democrático proveniente de las urnas. Como aquel intento de entronización política podía convertirse en un sistema de poder personal eterno, los seguidores del Vicepresidente se oponían con el fuerte antecedente de que la revolución de abril de 1952 la había hecho Siles Zuazo, lo que había creado un complejo en Paz Estenssoro que lo disfrazaba con un cierto desdén intelectual respecto al jefe de esa revolución, aunque subjefe del partido.[17] El Dr. Paz, que era hombre realista, se sabía carente de la valentía personal del Dr. Siles, de la fortaleza dialéctica del Dr. Guevara y del liderazgo obrero de Juan Lechín, pero los explicaba desde una visión narcisista, comprensible dada la envergadura del personaje. Guevara era la idea, Lechín la masa, Siles la acción y Paz… el jefe de todos ellos, contando además con la adoración de los indios a los que la revolución del MNR había liberado de su condición servil. Paz Estenssoro amaba el poder. Pero la reelección inmediata planteaba un problema: tendría que hacerse cargo de la antipática tarea de solucionar los problemas creados en la primera parte de la revolución. Se necesitaba un fusible que haga el trabajo duro, pero manteniendo vivo el proceso, con la obvia idea de posibilitar el retorno de Paz después de un tiempo, como sucedería en efecto. Pero en esos días finales de 1955, la incertidumbre malograba las

siestas de don Víctor. Antes que a Siles, prefería a Guevara y le hizo consentir que era “el tapado” -para usar la jerga mexicana-, aunque temiendo que éste se alzase con la limosna y el santo. En cuanto a Lechín, los amigos en Washington no le perdonarían entregar Bolivia al trotskismo sindicalista personificado entonces por el dirigente minero. En consecuencia, el menor de los males era… Siles.  Pero algo sucedió a último momento, como lo informó primicialmente “Presencia”[18], uno de los periódicos confiables de esos años[19]. Antes de la Convención, el Dr. Siles había aceptado la tesis de la “primera elección de la nueva historia”, integrando de nuevo el binomio Paz-Siles. Pero el Dr. Paz declinó la reelección, generando una confrontación interna, al final de la cual la izquierda del MNR aceptó que Siles sea el candidato a condición de que vaya Lechín a la Vicepresidencia. Pero éste rechazó tal postulación ¿Qué sucedió? Con rencor, el Dr. Walter Guevara dijo a este cronista lo que creyó que había sucedido: “En ese tiempo había el concepto generalizado de que yo iba a ser el candidato, pero ocurrió que se encontraron en Nueva York el Dr. Siles que era Embajador en las Naciones Unidas (en fugaz misión) y Lechín que volvía de Europa y allí se pusieron de acuerdo para dividirse el poder en las elecciones del 56: Siles al ejecutivo, Lechín Vicepresidente, dueño de dos tercios del Parlamento. De ese modo yo no fui y el Dr. Paz no levantó una mano.”[20] Guevara sostuvo que tenía pleno derecho a ser el candidato “puesto que había sido el brazo derecho de Paz durante su primer mandato y obtuvo el apoyo irrestricto del gobierno del norte que se concretó en ayudas alimentarias y soporte al Tesoro, sin el cual no habríamos sobrevivido en el gobierno”. Y con amargura recordaba el acuerdo entre Siles y Lechín, expresando una pobre impresión del Dr. Siles: “Es un hombre que no mira ninguna consecuencia… para entender mejor su modo de actuar, situémonos dentro de un partido de futbol; en la cancha lleva la pelota de un campo a otro haciendo cachañas,

y cuando está prácticamente en la puerta del enemigo, en vez de disparar al gol comienza a regresar haciendo cachañas, porque lo que cuenta (para él) no son los goles, sino las cachañas”.[21] Llama la atención el mal concepto que guardaba el Dr. Guevara Arze respecto al Dr. Paz Estenssoro: “No ha habido nadie más próximo a Paz Estenssoro que yo… Al llegar al gobierno, cuando ejercía de Canciller, tenía un concepto muy alto de lo que realmente era, lo consideraba como a un hombre muy talentoso, muy trabajador, sistemático… Donde falla es en el aspecto moral, es de esas personas que está dispuesto a pagar cualquier precio o hacer cualquier cosa por tener poder, no considera el poder como un medio sino como un fin”.[22] Guevara ni siquiera se molestó en hacer juicio mayor sobre Lechín, a quien simplemente calificó de “frívolo”. Pero el Dr. Paz aventajaba en perspicacia y pragmatismo a todos aquellos hombres que se movían por los corredores del poder. Se visualizaban entonces, con claridad, dos situaciones: 1) La “etapa revolucionaria que destruyó a la Bolivia feudal y colonial”, también había destruido la economía nacional. 2) En consecuencia, había que apoyar la candidatura del Subjefe a condición de unir al partido en torno al Jefe, quien saldría de escena momentáneamente, libre de cuestionamientos. Picardía tarijeña: el paso al costado equivalía a que Siles pague la cuenta por los platos rotos. Total, había todavía un largo camino revolucionario por recorrer. En ese momento, Víctor Ángel Paz Estenssoro tenía sólo 48 años. De manera que la fórmula transaccional, direccionada por el propio Dr. Paz, fue la candidatura presidencial del Dr. Hernán Siles Zuazo y la del marxista Dr. Ñuflo Chávez Ortiz a la Vicepresidencia. El anuncio del binomio del MNR encontró a la oposición exiliada, encarcelada y dividida. El ex Presidente Enrique Hertzog, pese al lejano parentesco con Oscar Únzaga, rechazaba el liderazgo de éste y en esa posición se colocó la mayoría de los líderes de los partidos tradicionales en el exilio. Se especuló con la posibilidad de una fórmula opositora única conformada por el Gral. Bernardino Bilbao Rioja -aún en el

Panóptico de San Pedro- y el empresario Eduardo Sáenz García[23], pero aquello carecía de sustento real. En esos días de enero, con una candidatura oficialista en marcha, los partidos que no comulgaban con el MNR esperaban la nueva norma electoral y la amnistía a la que el gobierno se había comprometido valiéndose inclusive de la negación de algunos falangistas a su jefe, quien realizaba febril actividad en Buenos Aires, contando con el apoyo de sus viejos amigos de los años 40, entre dirigentes de la Unión Cívica Radical, organizaciones católicas, dirigentes universitarios, periodistas, miembros de Acción Democrática Latinoamericana y algunos militares. El General de Ejército, Pedro Eugenio Aramburu era el Presidente de la Argentina, pero el hombre más poderoso era el Almirante Isaac Rojas. Aramburu apoyaba a Únzaga; Rojas a los opositores bolivianos de la derecha tradicional. El nuevo momento en la vida de Oscar halló a un líder madurado por la persecución, el sufrimiento y las contrariedades. Aunque estaba seguro del afecto de sus seguidores, la carta que le habían enviado desde los campos de concentración, si bien impuesta por los carceleros, llevaba algún elemento real. Sentía que debía suavizar el acerado trípode falangista que privilegiaba a Dios, luego a la Patria y recién entonces el Hogar. Los hombres y las mujeres de su partido ya habían sufrido demasiado y tenían urgencias dignas de tomarse en cuenta. Se reservó para él la idea de primero y siempre sólo Bolivia, consciente de que el nacionalismo absolutista y romántico empezaba a ser desplazado en el mundo bajo visiones menos dramáticas y más democráticas. Era el signo de los tiempos, con valores no tan rotundos, pero más humanos. Y si bien era necesaria una mudanza en la praxis ideológica falangista para adecuarla a los tiempos, había llegado también el momento de ir más allá de la pura filosofía para confrontar al statu quo de los nuevos ricos conectados a la Revolución Nacional, que empezaban a poblar la Zona Sur de La Paz, transfigurados en burgueses. La cantidad de nuevos ricos era una afrenta al pueblo.

De manera que la lucha de Únzaga ya no era por la grandeza -en abstracto- de Bolivia, sino por el derecho a comer que tenían TODOS los bolivianos, pero también defendiendo el patrimonio nacional que estaba siendo saqueado por los revolucionarios. La voz de los inocentes volvería para luchar contra el deterioro de la economía popular, contra el encarecimiento del costo de vida, contra el salario mísero a costa de las fortunas de los gobernantes. Contra el Código Davenport, al que calificaba de “entreguista”. No admitía “la enajenación” del petróleo, por el que murieron sesenta mil bolivianos en el Chaco, entre ellos su hermano Camilo. En ese punto su posición chocaba con la de otros falangistas que trataban de convencer a su jefe de la necesidad de atraer capitales para una industria que demanda de grandes inversiones, aceptando a regañadientes la posibilidad de inversionistas y tecnología, pero a cambio de beneficios que se traduzcan en escuelas, hospitales, caminos, servicios para los bolivianos y ya no en “comisiones” para los políticos. Iba a combatir para reactivar la minería, extirpando la demagogia y recuperando lo que se pudiese de la fracasada COMIBOL, combinando la experiencia centenaria de los trabajadores mineros con formas de organización no estatales, pero desprovistas de la codicia como único norte. Es interesante el criterio de Únzaga con relación a Patiño. Aceptaba que fue un empresario cuya capacidad lo llevó a organizar el Consejo Internacional del Estaño para defender la cotización del mineral, pero al mismo tiempo lamentaba “su carencia de sentimientos patrióticos y su indiferencia por la suerte de Bolivia”, lo que le resultaba imperdonable. En cambio, tenía una opinión favorable hacia la familia Aramayo, que descolló en la actividad minera, pero también sirvió al país en distintas misiones políticas y diplomáticas que cumplieron José Avelino, Félix Avelino y Carlos Víctor Aramayo, abuelo, hijo y nieto de un mismo tronco de empresarios, diplomáticos y sobre todo gente de bien.   La nacionalización de minas, planteada originalmente por Falange Socialista Boliviana, devino en un desastre. ¿Por qué fracasó COMIBOL? Únzaga decía que, además de la incompetencia de sus

responsables, fracasó porque fue un botín político del que salieron varios nuevos ricos, pero también la caja financiadora de movilizaciones mineras sobre La Paz en apoyo al gobierno, amedrentando con dinamitazos a la ciudadanía. La empresa minera estatal era el sustento económico de barzolas, campesinos, milicias armadas, comandos funcionales y otros movimientos sociales, cuya única función fue sembrar el terror manteniendo a un grupo en el goce del poder, sin que importe el costo para toda la nación. Oscar Únzaga anunció que lucharía, desde el atril de la legalidad, por la democracia, a la que se adscribía con un fervor que quizás no contempló en sus primeros devaneos políticos, en los tiempos inmediatos a la Guerra del Chaco, cuando fundó la Falange. Su lucha sería ahora por la institucionalidad, por los derechos humanos, por la restitución de la libertad de consciencia, por la posibilidad del boliviano a pensar diferente y decir su verdad sin temor a que los saqueadores lo sometan a tortura. Parece inexplicable el ataque lanza en ristre contra el “comunismo” que Únzaga endilgaba al gobierno del MNR. Desde luego había allí marxistas, pero ese no era su peor componente. Únzaga perdía el tiempo con un anticomunismo que ni siquiera conmovía a Washington y más le hubiera valido insistir en la necesidad de recuperar la honestidad que estaba siendo anulada por el cinismo, que por lo visto es uno de los factores comunes a las revoluciones. Desde luego no eran todos los movimientistas y una parte importante, probablemente mayoritaria, repudiaba las atrocidades de sus compañeros de sigla. Pero la parte ruin del partido en funciones de poder, negándose a perder opulencia y placeres, iba a negarle el atril que anhelaba el jefe opositor, obligándolo a seguir empuñando el fusil de la rebelión, como se verá a corto plazo. Más que caudillo anticomunista, Únzaga hablaba por los inocentes, por la gente a la que se acusaba sin fundamento de discriminar a los indígenas y de atropellar los derechos de “las grandes mayorías nacionales”, como si la clase media estuviera conformada exclusivamente por latifundistas gamonales y rosqueros. La revolución, en los hechos, actuaba contra los niños y jóvenes que

sólo eran culpables de recibir educación en sus hogares y tener buenas costumbres. A excepción de Rosa Lema Dolz o Lydia Gueiler Tejada, muchos revolucionarios machistas parecían querer subordinar a las mujeres al sexo, la cocina y el activismo más despreciable de las barzolas. La revolución daba la ingrata sensación de que “el mundo fue y será una porquería”, que el ser humano debe ser capaz de dar golpes bajos, abrirse paso a codazos, no respetar ninguna jerarquía, aprovechar cualquier circunstancia para beneficiarse, dejar de lado toda manifestación amable, actuar siempre con la máxima vileza, sin privarse del golpe artero, el gesto agrio y el insulto soez. Únzaga se presentaba como la voz de los perseguidos y los inocentes que creían en la posibilidad de un mundo mejor, una nueva sociedad ciertamente más justa y más ética, que ofrezca posibilidades y respete a los niños y los jóvenes, que incorpore a las mujeres, les dé derechos más allá del voto y valore su aporte como seres humanos pensantes y con capacidades. Para eludir esa constante de las revoluciones, después de las cuales el mundo es un lugar peor, pero atento a los cambios sociales que experimentaba Bolivia, Únzaga acarició la posibilidad de abrir su partido a nuevas corrientes de pensamiento y asimilarlo a la Democracia Cristiana, como sucedió en Italia o Chile, buscando otra denominación para el partido que creó en Santiago veinte años antes, consciente también de que el término “Falange” lo remitía a un concepto ultramontano divorciado de la realidad nacional y la evocación “Socialista” lo identificaba a corrientes nihilistas, en momentos en que los fieros revolucionarios del Puente de la Villa, que decretaron la reforma agraria y la nacionalización de las minas, se habían convertido en bonvivants que bailaban el cha-cha-chá en la boite “El Gallo de Oro”. Paradojalmente, estos revolucionarios aburguesados tenían ante sí una disyuntiva fatal: reproducir el poder a la mala, o exponerlo al escrutinio popular. Lo primero era posible convocando a elecciones y manteniendo a Únzaga en la ilegalidad; pero ello provocaría un

inevitable alzamiento ciudadano que sólo se podría contrarrestar apelando a una guerra entre el campo y las ciudades, aunque sin garantía de victoria. Lo segundo exigía una amnistía, la apertura de los campos de concentración, el retorno de los exiliados y la revelación pública de las atrocidades. Era un escenario a lo Núremberg, por tanto, indeseado entre las malas conciencias revolucionarias. En el mejor de los casos, podrían ganar los comicios con el voto universal, pero la oposición iba a constituir una fuerte y acusadora bancada en el Congreso. De manera que lo urgente era cerrar filas con la parte del MNR no comprometida con crímenes y delitos, adecuando el entramado electoral para una victoria contundente. Resultaba imprescindible minimizar las denuncias en el futuro Parlamento e imponer la hegemonía revolucionaria. Oscar Únzaga era consciente de esa realidad: el propio MNR necesitaba un proceso electoral, pero una elección real y creíble en Bolivia sólo era posible mediante el enfrentamiento dialéctico entre el MNR y FSB, dado que los dos partidos comunistas organizados, el PCB y el POR eran formaciones exóticas sin posibilidad de anclaje en el sentimiento nacional. El MNR iba a defender su faena, sin duda importante en el campo social por lo que representó la reforma agraria, pero negativa en el campo económico por el manejo corrupto y demagógico de los recursos del Estado, situación agravada por las atrocidades indesmentibles aplicadas a quienes pensaran distinto.  Únzaga debía fortalecer su partido para encarar el reto en democracia contra un oponente acostumbrado ya al sibaritismo del poder (el Dr. Paz lo definiría como el árbol de las peras) y dispuesto a echar mano de cualquier argucia para imponerse en los comicios por cifras categóricas. Pero el oficialismo tenía miedo, por eso no decretaba la amnistía general, elemental en un año electoral, buscando primero dejar las cosas atadas y bien atadas, como se dice para expresar al gatopardismo contemporáneo: elecciones “democráticas” para que el sistema siga con el control, como hizo Perón en Argentina y hacía en México el PRI, o como harían en los

años venideros tantos otros regímenes fingidamente democráticos, pero absolutistas en esencia. Sometida la posibilidad del cambio de nombre de Falange Socialista Boliviana a Comunidad Demócrata Cristiana, una corriente interna que acaudillaba el benemérito General Bernardino Bilbao Rioja se opuso absolutamente, primero porque FSB era ya espíritu y carne de la oposición contra el MNR, y segundo porque otros demócratas cristianos, estimulados por el oficialismo corrían en pos de arrebatar tal denominación al único líder opositor posible, Únzaga de la Vega. Desconectados de la realidad nacional, los jefes de los partidos tradicionales creían aún en la posibilidad de un retorno al pasado e insistieron en revocar la jefatura política que concedieron a Únzaga en Santiago de Chile, insinuando un frente conjunto no necesariamente falangista. De manera que en carta fechada en Buenos Aires el 10 de enero de 1956, dirigida a los jefes del Partido de la Unión Republicana Socialista, Partido Liberal y Partido Social Demócrata, Oscar Únzaga mencionó el sacrificio de los falangistas caídos en la lucha, la vitalidad de su partido y su ideología, así como la calidad de sus dirigentes, lo que calificaba a FSB para liderar la lucha de la oposición en democracia. Marcando diferencias, Únzaga decía: “No quiere FSB que la democracia sea una nueva burla para el pueblo boliviano; no quiere tampoco, que al amparo de sus postulados se consagren privilegios en desmedro de ninguna de las capas sociales bolivianas”. Les recordaba que, ante la insinuación de cambiar al titular presidencial del pacto anticomunista, había propuesto al Gral. Bernardino Bilbao Rioja, pero ello no significaba que estuviera dispuesto a ceder un punto más, de manera que, “o los partidos integrantes del pacto se subordinaban a FSB o, en caso contrario, FSB se retiraba del mismo, sin que ello sea una manifestación inamistosa hacia quienes compartían la tarea opositora contra la tiranía movimientista”.

La respuesta, suscrita en Santiago el 18 de febrero de 1956 por Gabriel Gosálvez (PURS), Eduardo Montes (PL) y Alberto Crespo (PSD), expresaba que los pactos no son inmutables; que la apología del jefe falangista a su militancia en la resistencia a la dictadura ellos la extendían a todos los hombres y mujeres bolivianos que enfrentan la tiranía sin buscar recompensas; sostenían que después del fracaso del 9 de noviembre de 1953, tendieron generosamente la mano a FSB para organizar con ella la coalición de partidos anticomunistas. Devolvían reproches señalando que “entienden la democracia como contraria a los totalitarismos de izquierda y derecha” y concluían con un mohín de ironía: “A la ruptura del Pacto no le damos más alcance que el de una lamentable desinteligencia”. Allí terminó la vida real de esas organizaciones políticas gestadas por Pando, Montes y Saavedra. Únzaga ya estaba libre de ataduras con el pasado y era el único opositor válido para una elección inminente. David Añez Pedraza explicaba la situación con estas palabras: “Los ex oligarcas quisieron utilizar a mi partido para sus fines particulares. Fue entonces que Oscar dijo: “Cuidado falangistas, la derecha quiere usarnos como corajuda trinchera de sus intereses”. Ocurrió también que en ese tiempo sólo hubo lugar posible para el MNR y FSB. “Ninguna tercería tenía importancia. Se era falangista o movimientista…”[24] En ese mismo mes de febrero de 1956, el gobierno estableció las bases de una nueva institucionalidad expresada en el Decreto Supremo 4315, en reemplazo del llamado “modelo electoral oligárquico”, introduciendo el Voto Universal, comprendiendo a todos los bolivianos mayores de 21 años, sin importar su grado de instrucción, ocupación o renta, incluyendo a las mujeres que hasta entonces no votaban, así como a los analfabetos. Voto secreto y escrutinio público. Listas completas. Voto mayoritario para consagrar un Presidente, un Vicepresidente, 18 senadores (dos por departamento) y 68 diputados.

El voto universal, indudablemente un avance extraordinario, en su momento inaugural fue la búsqueda de una hegemonía partidista secante.  La comisión del MNR montó un complejo aparato electoral, de carácter piramidal, de manera que miembros del partido gobernante administrarían el proceso electoral, la justicia electoral y las oficinas de registro de electores. La Corte Nacional Electoral (CNE) era la cabeza del sistema, cuyas decisiones eran “definitivas e irrevocables” y estaban bajo su tuición las Cortes Departamentales Electorales de las que dependían juzgados, jurados y notarios electorales, todos -desde la base a la cúspidemilitantes del partido. El Decreto 4315 estableció que la CNE estaría integrada por seis vocales titulares: dos en representación del Poder Judicial, designados de entre sus miembros por la Corte Suprema de Justicia; dos vocales en representación del Poder Legislativo; dos vocales en representación del Poder Ejecutivo, designados por el Presidente de la República. Cada uno de los seis vocales tendría un suplente. Conformada la CNE elegiría a su Presidente de entre los dos vocales titulares que representaban al Poder Judicial. Como la Corte Suprema de Justicia estaba controlada por el gobierno y no había un Legislativo en funciones, los seis vocales titulares fueron designados por el Presidente Paz Estenssoro. Exactamente igual sucedió con las Cortes Departamentales Electorales, designadas por los comités políticos del MNR en cada distrito y en consulta con el Palacio Quemado. El modelo electoral del MNR, difería del sistema anterior no sólo por el voto universal, sino también porque establecía la reelección del Presidente y Vicepresidente sin necesidad de renuncia previa; así como la posibilidad de que el Vicepresidente candidatee a la Presidencia. Además, a diferencia del “modelo oligárquico”, el nuevo sistema era centralizador, anulaba las representaciones localistas en la Cámara de Diputados y evitaba las minorías en la Cámara de Senadores, donde estarían solo los ganadores en cada departamento. Todo ello apuntaba al control del partido sobre el Congreso, ganando en los nueve departamentos para tener mayoría

absoluta en la Cámara Alta y una abrumadora mayoría en la Cámara Baja atada a la leva del candidato a la Presidencia, estableciendo una base fija de cuatro diputaciones por departamento para el ganador y uno más por cada cien mil habitantes y fracciones que excedan cincuenta mil, permitiendo que se cuelen unos cuantos opositores por el método proporcional del doble cociente. Para obtener la ansiada hegemonía se necesitaba asegurar el voto masivo de los nuevos electores campesinos, introduciéndose la papeleta de color. Los electores podían no conocer a los candidatos, ni entender lo que estos pensaran, pero conocerían el color de la papeleta por la que debían votar, que para el caso fue la rosada. El manejo de los libros de inscripciones iba a ser de inicio el centro de controversias y denuncias: el gobierno tenía bajo su control la red de Notarías Electorales. En resumen, el sufragio universal y la institucionalidad consiguiente, estaban diseñados para eternizar al MNR en el poder. Medio siglo después, un Presidente de la Corte Nacional Electoral escribió lo siguiente: “En 1956, la CNE constituyó el dócil instrumento del gobierno para llevar adelante elecciones marcadas por el fraude, favoreciendo al candidato oficialista, Hernán Siles. La opositora Falange Socialista Boliviana (FSB) exigió sin éxito elecciones transparentes. Por esta razón, el nacimiento de la CNE no pasó de ser un evento secundario que los dirigentes del MNR apenas citaban y los principales libros de análisis de la revolución de 1952 ni siquiera mencionan.”[25] Fijadas las elecciones para el 17 de julio de 1956, sólo a mediados de marzo el gobierno decretó la amnistía general, y aunque los exiliados tuvieron que sufrir las complicaciones consulares, los presos fueron recobrando su libertad de manera paulatina, multiplicándose en las estaciones ferroviarias la presencia dolorosa de los vagones llenos de presos mostrando en sus rostros macilentos las huellas de la prolongada reclusión en los campos de concentración, en escenas que recordaron lo que vieron los soldados aliados al ir liberando Treblinka, Mauthausen, Auschwitz, aunque con la importante diferencia de que en Corocoro, Uncía o

Curahuara de Carangas no hubo cámaras de gas. Emotivas escenas, abrazos con que los familiares recibían a los presos falangistas en las puertas del Control Político o del Panóptico, llevando frazadas, ropas raídas y una tristeza abrumadora en la mirada. Se volvieron a reunir las familias separadas por la brutalidad de las revoluciones políticas, como lo relata Jaime Gutiérrez Terceros: Al declararse la amnistía, dejé el exilio en Río de Janeiro y volví al país con la ayuda de un amigo brasileño que me ayudó a embarcarme en el primer vuelo de la línea aérea CAN. Mi señora madre estaba presa casi un año en la cárcel de mujeres de La Paz y mi hermano en campos de concentración. Llegué a Cochabamba y prácticamente coincidimos porque mi madre y mi hermano llegaron dos días antes, luego de ser liberados. Allí estábamos, quizás más envejecidos y endurecidos por la vida, pero felices por el reencuentro, aunque sin atinar a pronunciar una palabra…” Los que salieron en libertad y los que volvieron a la patria, se fueron restituyendo a sus familias y a los lugares de donde los arrancaron hacía meses y años, entre muchos otros el Gral. Bernardino Bilbao Rioja, Gonzalo Romero, Gustavo Stumpf, José Antonio Anze, Jaime Tapìa Alipaz, Juvenal Sejas, los hermanos Kellemberger, los hermanos Terceros Banzer, Amando Rodríguez, Rodolfo Surcou, Ernesto Revollo, el capitán Francisco Céspedes, Franz Tezanos Pinto, Dardo López, Napoleón Escóbar, Jaime Villalba, Armando Centellas, el subteniente Javier Beltrán, Hugo Silva, Ronald Roca, Dick Oblitas, Alfredo Flores, Julián Montellano, el Gral. René Pantoja, Renato Moreno, Eduardo Anze Matienzo, el mayor Elías Belmonte, Juan José Loría, Enrique Riveros, Hugo de la Quintana, Jerjes Vaca Diez, Daniel Delgado, Walter Vásquez, Alberto Ponce García, Armando Álvarez, Roberto Bilbao, Luis Saénz, Mario Carranza, Mario Méndez Elías, Jaime Bravo, Víctor Hoz de Vila… Las listas eran extraordinariamente largas. Fueron decenas de miles los presos políticos y los exiliados en Brasil, Argentina, Perú, Chile y Paraguay entre 1952 y 1964. No hubo ningún otro gobierno en la

historia de Bolivia que registre tal récord. Los daños económicos a las familias de los afectados no tienen parangón con ningún desastre natural o guerra internacional que hubiera azotado a los bolivianos, ni antes ni después de esos años revolucionarios. En el primer momento de libertad, para efectos de una elección diseñada para el fraude numérico y moral, San Román, Gayán, Menacho, Bloomfeld observaron regocijados a través de las ventanas de las cárceles. Probablemente pensaron que esos fantasmas ya no asustan a nadie. Pero en el fondo de sus conciencias sabían que, tarde o temprano, la rendición de cuentas sería inexcusable. Mercedes Ramos de Stumpf nunca pudo olvidar el momento del reencuentro: “Después de un año salió en libertad mi marido en medio de gran algarabía. Con él estaban sus camaradas de infortunio recibidos entre abrazos, besos y lágrimas de esposas, madres e hijos… Los camaradas no querían despedirse, como si tuvieran miedo de volver a sus casas y comprobar el paso inclemente del tiempo en que ellos no estuvieron. La señora Aurora viuda de Mendoza, ofreció su casa, en la calle Ballivián esquina Colón, para que allí se instale la secretaría de Falange Socialista Boliviana. Gustavo (Stumpf) anunció a voces que esa misma tarde se llevaría a cabo la primera reunión de la Falange en libertad. Y todos cantaron el Himno Nacional, elevando la voz en la estrofa que decía ¡“Morir antes que esclavos vivir!”. Después del primer almuerzo, que tuvo sabor a gloria luego de años de laguas a las que los carceleros condimentaban con salivazos y excrementos de ratones, nos preparamos para ir a la reunión. Recuperando el sentido de las proporciones, Gustavo dijo que sería una maravilla si llegaban diez camaradas; después de tres años de represión y cárcel, seguramente nadie querría estar entre falangistas. Pero fue muy emocionante cuando empezaron a llegar y allí estaban con sus ropas

viejas, barbudos y flacos. ¡Éramos como 300 personas! Se instaló formalmente la reunión, se habló de la proximidad de las elecciones, de la reorganización del partido, decidimos que se hablaría con Oscar. Aurora anunció que su casa sería la secretaría permanente. Cada uno de los asistentes llevó lo que pudo, una botella de pisco, dos cervezas, las 300 personas querían brindar con mi esposo y me horroricé porque estuvo todo un año sin tomar licor. Apenas lo sacamos de allí. Pero esa reunión nos levantó el ánimo, Falange estaba de pie otra vez...” Al día siguiente de su liberación, Gustavo Stumpf envió un cablegrama a Oscar Únzaga de la Vega: “Camarada Jefe: Los falangistas nunca te hemos desconocido, tu autoridad es indiscutida. Te pedimos que retornes para presidir la Novena Concentración del partido. Stumpf.  La posibilidad del retorno de Oscar agitó por igual a los partidos tradicionales y al oficialismo. Aquellos echaron a rodar el rumor de que Únzaga se entendía con Siles Zuazo. El aparato represivo del gobierno decidió apelar al método del temor y las paredes de las calles de La Paz se llenaron de leyendas “Únzaga sirviente de la rosca”. En las noches se escuchaban los gritos aguardentosos de los milicianos: “¡Muera Únzaga!”, seguidos de disparos de armas de fuego. Pero nada iba a disuadir al jefe falangista, que pidió postergar la asamblea falangista. Oscar llegaría a La Paz el 15 de mayo. El Ministro de Gobierno, Federico Fortún, convocó a una conferencia de prensa para formular una advertencia: “el ‘pueblo enfurecido’ por el anuncio de la llegada del Sr. Únzaga, seguramente rebasará a las fuerzas del orden, por lo que el gobierno no se responsabilizaba de lo que le pudiera suceder…” La advertencia era una amenaza mortal, pero Únzaga ya tenía definida su estrategia. Salió de Buenos Aires rumbo a Santiago de Chile, donde estaba su madre. Allí se realizó una reunión de falangistas en

la casa de Dick Oblitas y le recomendaron no ingresar a Bolivia porque lo matarían. Oscar preguntó: “¿Y tú qué opinas mamá? La respuesta de doña Rebeca sorprendió a todos: “Hijo, tu deber es ir a Bolivia, corriendo todos los riesgos”. Entonces el jefe falangista mirando a sus camaradas les dijo: “Voy a cumplir con mi deber, cueste lo que cueste”.[26] Oscar tomó un vuelo comercial a La Paz que hizo escala en Arica. Fue una sorpresa encontrar allí al Coronel René Barrientos Ortuño, quien retornaba de Italia, luego de cumplir una misión militar que le encomendara el gobierno de Paz Estensoro. Barrientos le ofreció a Oscar “todo su apoyo y cooperación”. En esos días se reunía en La Paz un grupo de jóvenes denominado “Los Penta” integrado por Luis Llerena, Willy Loría, Mario Carranza, Carlos Albarracín y René Mariaca, todos dirigentes estudiantiles. Loría era dirigía las organizaciones falangistas de secundaria y Carranza las de la Federación de Estudiantes. Faltando cuatro días para la llegada de Oscar, analizaron la necesidad de ofrecer protección al jefe de FSB, organizando una columna de seguridad integrada por estudiantes. Decidieron utilizar algún tipo de identificación y surgió la idea de vestir una camisa blanca, símbolo del idealismo y la pureza juvenil, que al mismo tiempo era una prenda que todos usaban cotidianamente. Los cinco decidieron que el comandante de aquel grupo sería Luis Llerena. No pidieron permiso a nadie, no tenían relación orgánica con la dirección del partido porque ésta se rearticularía precisamente con la llegada de Únzaga, pero había mística y decisión.[27] En la mañana del domingo 12 de mayo, dirigentes falangistas entre los que se encontraba Gonzalo Romero, Gustavo Stumpf, Jaime Ponce Caballero, Fidel Andrade, Jaime Tapia, dirigentes de organizaciones de docentes, laborales, juveniles, femeninas y desde luego Los Penta, se reunieron en la casa de doña Rosa Fernández, en las proximidades del Mercado Yungas. Estaba muy adelantado el proyecto electoral de FSB, en cuanto al programa de gobierno en cuya redacción Gonzalo Romero y Walter Alpire fueron piezas

fundamentales. En lo inmediato se tomaron recaudos para al arribo de Oscar Únzaga. Recién llegado del exilio, Elías Belmonte planteó el tema de la protección del jefe falangista, pero como la formación de camisas blancas ya estaba adelantada, Hugo Alborta, probado hombre de acción fue designado subcomandante. Esa tarde, los milicianos destruyeron la casa de Rosa Fernández. No existía ninguna garantía para la oposición faltando ocho semanas para las elecciones. Y cuando la candidatura del MNR ya había tomado todos los medios de comunicación posibles entre radios, diarios, empapelamiento y pintado de paredes en todas las ciudades y pueblos de la geografía nacional utilizando los medios, dinero, vehículos y gente de prefecturas y alcaldías, el gobierno impedía a los falangistas el derecho elemental de la reunión. Pese a todo, el martes 14 se instaló la IX Concentración Nacional de FSB en los espaciosos salones del restaurante “Pacífic”, en la calle Ballivián esquina Colón. Presidía Gustavo Stumpf y la primera decisión colectiva fue reconocer por unanimidad la Jefatura de Oscar Únzaga. Allí resurgió el ánimo falangista que recibió con grandes muestras de entusiasmo los nombres que integraban la fórmula presidencial. Cuando los asistentes se retiraban, a pocos metros de la Plaza Murillo se escuchó un “¡Viva Falange Socialista Boliviana!”, pero casi de inmediato la respuesta de las ametralladoras retumbó en el aire y la gente se dispersó atemorizada. En esas condiciones, nadie se atrevería a recibir a Oscar. Esa tarde unos 60 muchachos se reunieron en la casa de René Blanco en la calle Loayza, donde diseñaron las acciones para el recibimiento de Únzaga. Todos los concurrentes, llevando a sus amigos, se juntaron a partir de las 8.00 del día siguiente, miércoles 15 en El Prado, para una primera marcha de camisas blancas con el propósito de anunciar la llegada del jefe falangista. “Recuerdo que por la calle Yungas llegaron de Miraflores unas 200 personas que vestían camisas blancas. Todos conocían a Llerena y lo seguían llevando

banderas y pancartas. Comenzamos a marchar por El Prado cantando el himno de Falange y pregonando que llegaría Unzaga y que había que recibirlo. La gente nos miraba y nos aplaudía… (WILLY LORÍA) Al medio día, en todos los hogares bolivianos se hablaba de Oscar Únzaga y su coraje al desafiar la posibilidad de su asesinato. Comenzó a plantearse el paralelismo con lo sucedido ocho años atrás con Jorge Eliécer Gaitán y el bogotazo. Los hombres más sensatos del MNR, principalmente los interesados en llegar a elecciones con el Dr. Siles Zuazo, como era el caso de Mario Sanginés Uriarte, se estremecieron ante la perspectiva de un enfrentamiento o peor aún, de un magnicidio, que era algo trivial para el aparato represivo del gobierno saliente, donde las órdenes ya estaban dadas sin importar la sangre que pudiera correr. “Un contingente de camisas blancas se trasladó a El Alto al filtrarse el rumor de que en las inmediaciones del aeropuerto diez mil campesinos esperaban a Unzaga para victimarlo. El avión que conducía al Jefe llegó a las 13.00, con cuatro horas de anticipación. Oscar se quedó gratamente impresionado por la presencia de la muchachada universitaria. Inmediatamente se organizó una caravana de automóviles y camionetas para el descenso a la ciudad hasta un domicilio particular donde debía aguardar a que fueran las cinco de la tarde para el recibimiento y la concentración en la avenida América.” (ENRIQUE ACHÁ). Vehículos del Control Político con gente armada se acercaron peligrosamente a la caravana. La obvia intención era provocar incidentes, pero fueron eludidos tomando rutas distintas. Jóvenes falangistas cumplían distintas misiones. Todos se movían con diligencia. La gente mayor que miraba su paso los aplaudía y alentaba. “Yo estaba en un grupo de unos mil quinientos jóvenes que gritábamos por la ciudad “¡Oscar llega a las 5…!”,

“¡Oscar llega a las 5…!”. La presencia de los muchachos con camisas blancas emocionó a otras personas que también se despojaron de sus sacos. Empezaba a armarse la manifestación más grande que hizo la Falange en su historia…” (HUGO ALBORTA). “El restaurante ‘Pacific’ era la secretaría de la Falange porque era la casa de la familia Mendoza con quien se relacionó Walter Alpire por su matrimonio con Helena Mendoza. Ese 15 de mayo nos dieron la instrucción de reunirnos allí, concentrándose un enorme gentío que yo no había visto hasta entonces. El santo y seña era “Por Bolivia”, luego quitarnos los sacos y como en esa época sólo se usaba camisa blanca, nos sumamos a media tarde a otros miles que estaban en igual condición y se movían por el centro de una ciudad más activa que nunca, recobrando súbitamente la libertad de expresión. Éramos, simplemente, jóvenes esperando a nuestro Jefe que representaba para nosotros la paz, el derecho y la decencia. (REYNALDO PAZ PACHECO). Pese a la movilización agresiva de barzolas, milicianos, carabineros, mineros y campesinos llevados a la ciudad, la ciudadanía paceña se fue concentrando en distintos lugares. En la Plaza Riosinho una multitud de la Zona Norte. Falangistas de Belén se juntaron con otros de la Plaza Belzu que bajaron a la Mariscal Santa Cruz por la Almirante Grau. Los de San Pedro bajaban por la calle México y los de Tembaderani por la Landaeta. Una enorme columna partió de la Plaza España, engrosándola los de la Plaza Abaroa para tomar la Avenida Arce y desplazarse hacia el centro. A la columna de camisas blancas de Luis Llerena se habían sumado centenares de muchachos y señoritas que reaparecieron desde Miraflores para ingresar esta vez desde el Estadio tomando la Avenida Camacho y marchaban compactos llenando todo el ancho de las calles. Era la primera manifestación pública de clase media después de muchos años. Con su presencia decenas de miles de jóvenes, señoras y personas mayores parecían decir “¡no tenemos miedo…!”,

desmintiendo al Ministro Fellman que esa mañana había declarado por Radio Illimani que los paceños, protagonistas del 9 de abril, eran indiferente a la llegada del “jefe de los rosqueros”. Parecía que toda la ciudad de La Paz se juntó en la avenida Montes y adyacentes. El gobierno creyó que sería fácil intimidar a la ciudadanía, pero luego se vio en la necesidad de encerrar en los ministerios a los empleados públicos. Los milicianos desaparecieron de escena ganados por el temor. “A las 17 llegó Únzaga a la Avenida América (hoy Avenida Muñecas) y empezó el recorrido. Un sonido unánime se escuchó como un eco cada vez más audible en toda la ciudad. “¡Unzaga…! Unzaga…! Unzaga…!” coreaban decenas de miles de gargantas, mientras el automóvil se desplazaba muy lentamente por la cantidad de gente que aclamaba al caudillo de la antorcha. Todos se disputaban el privilegio de aproximársele o por lo menos verlo… Los organizadores de aquella manifestación no habían imaginado tal cantidad de gente y tan elevado grado de adhesión popular. Fue entonces que siluetas amenazantes se dibujaron en las azoteas de los edificios del centro; llevaban armas. ¡Los milicianos! Pero la multitud se mantuvo impasible y continuó la lenta caravana. Empezaba a atardecer. “La magnitud y el fervor de los manifestantes, impresionó al grupo de dirigentes que encabezaban la manifestación, entre los que se destacaban Gonzalo Romero A. G. y conociendo que en el camión al mando de Alberto Taborga[28] que iniciaba la marcha, se encontraban escondidas armas automáticas y granadas de mano en previsión de cualquier suceso contrario al sentimiento legalista aceptado por la Falange… propusieron precipitar el golpe tan ansiado durante los últimos años, guiando la enorme expresión de fuerza falangista por la calle Comercio para ocupar el Palacio de Gobierno, donde estaba reunida la plana mayor del régimen… presa del pánico esperando que se repitan los acontecimientos que

tuvieron lugar el 21 de julio de 1946. (JOSÉ GAMARRA ZORRILLA) En efecto, una acción audaz, basada en el estado de ánimo del inmenso gentío, tenía todas las posibilidades de imponerse, pero ello incluía la eventualidad de una masacre, con miles de ciudadanos desarmados a merced del fuego de los milicianos y si bien la toma del Palacio Quemado era posible, el costo en sangre sería demasiado alto. Ambrosio García, representante personal de Únzaga, se opuso a “tamaña insensatez” y desbarató cualquier intento en ese sentido. Tres horas duró el recorrido de las 20 cuadras hasta la Plaza del Estudiante “Franz Tamayo”. El gentío se extendía por la Avenida Villazón hasta la Avenida Arce, hacia El Prado, las calles México, Cañada Strongest, Landaeta, Batallón Colorados. Banderas tricolor se agitaban en los balcones de las casas vecinas, las ventanas del monoblock de la UMSA estaban atiborradas de universitarios falangistas. Sobre una camioneta, junto a la figura ecuestre del Mariscal Antonio José de Sucre, se ubicó Únzaga. El Secretario General de FSB, Gustavo Stumpf habló brevemente, se confundió en un abrazo con su jefe mientras la multitud ovacionaba. Súbitamente, el mundo calló, concentradas todas las miradas en aquel hombre de figura menuda y negro bigote, detrás de un micrófono, de cara hacia el sur. “He llegado a la Patria como el hijo ausente que viene a dar un beso en el rostro de su madre…” La frase provocó una fuerte reacción emotiva, como si el corazón de cada uno de los miles de congregados se sintiera estrujado en un puño. “He contemplado mis montañas y he escuchado la voz ronca de este pueblo clamando libertad; este pueblo al que jamás han de rendirlo; este pueblo rebelde que está dispuesto a vencer…” Una explosión de sentimientos atronó en la noche invernal paceña. Oscar Únzaga de la Vega había establecido un nexo emocional

inédito con un auditorio fascinado por el leguaje nuevo y fresco de la voz de los inocentes, que llegaba para desplazar a la ya desabrida cantaleta revolucionaria que había perdido todo atractivo entre la ciudadanía paceña. “¿Qué pueden contra un pueblo las cadenas de los verdugos? Este es un pueblo al que no han podido doblegar ni las cárceles ni los campos de concentración desde donde han salido ustedes más libres y más rebeldes que nunca…” Los liberados hacia poco y sus familias con ellos, sintieron un estremecimiento profundo, convencidos de que ninguna fuerza opresora podría rendirlos jamás y se sintieron ganados por la voluntad de seguir luchando.   “La consigna del momento es: sin odio y sin miedo. Sin odio porque practicamos el perdón para nuestros verdugos y sin miedo porque queremos liberar al país de esta ola de terror y queremos establecer en cambio la paz, el trabajo y el orden redentores. Iremos por los anchos caminos de esta tierra proclamando los derechos y deberes de todos, Hemos venido a levantar la moral de la Patria. Bolivia es un pueblo que sufre pero que no se rinde. En esta noche luminosa, bajo los astros que brillan en el cielo, yo juro no claudicar jamás en los ideales de mi pueblo…” Allí estaba Únzaga, hechizando con la magia de su elocuencia a sus seguidores que haciendo el saludo falangista aclamaban a su líder y su partido. Dijo más aún, y a medida que iba hablando adquiría las dimensiones de un coloso. A los pies de la improvisada tribuna, estaba Nora Claros de Tapia, una mujer que, aún siendo falangista, era escéptica del liderazgo de Oscar y no encontraba en él la fortaleza física equivalente al rol que le asignaban sus seguidores. Probablemente alimentaba en el subconsciente la idea de que Únzaga era la causa de los sobresaltos que sufría su familia a causa de los allanamientos, las cárceles y los exilios… pero Nora estaba allí esa noche. “Los camisas blancas hacían la guardia lateral de protección y las mujeres estaban concentradas en la

segunda fila. Únzaga acuñó para ellas el término columbas para referirse a las mujeres como palomas que llevaban la paz. Y mi madre me cuenta que vio a Oscar montado en una plataforma que armaron, pues no de gran estatura. Pero cuando empezó a hablar, aquel hombre asumió una dimensión titánica, parecía un gigante que brillaba por el efecto de las luces, hablaba con un timbre de voz potente que llegaba al alma, dialogando con las estrellas, llevando el mensaje de unidad, amor y fortaleza por la persecución política de su partido. Tan fuerte fue la sensación de ese momento mágico, que mi madre se puso a llorar de emoción y todos comenzaron a gritar, impregnados de esa fuerza, indiferentes a los milicianos que les apuntaban desde los techos... (NELSON TAPIA)





XXI - LA DEMOCRACIA DEL CERO (1956)

R  

easumida la sensación de libertad, decenas de miles de ciudadanos, que se habían concentrado para escuchar a Oscar Únzaga, volvieron a sus hogares. A las 23.00 se reinstaló la IX Concentración Nacional de FSB, en una sesión de honor en la que se diseñaron los pasos a seguir. Faltaban apenas dos meses para las elecciones, hacía medio año que el MNR estaba en campaña y sus candidatos se movían por todo el país utilizando los medios y recursos del Estado, en tanto FSB carecía de lo mínimo indispensable. Al día siguiente los diarios independientes informaron sobre la multitudinaria recepción a Oscar Únzaga, el hombre más perseguido de los últimos años, mientras el oficialista LA NACIÓN abundaba en críticas a la supuesta “actitud agresiva de los falangistas”. Saturnino Rodrigo, director de “La Nación”, editorializó sobre las camisas blancas, como sinónimo de camisas pardas. El local de la Concentración de FSB estaba visiblemente controlado por grupos de milicianos armados y todo el centro artillado como para una guerra. Concluyó la asamblea falangista, aprobándose por unanimidad la línea política adoptada por su jefe en los años precedentes de exilio. En vista de la imposibilidad de seguir sesionando, se resolvió delegar al jefe de FSB la facultad de concurrir a elecciones o declarar la abstención. En caso de participar en los comicios, la fórmula de FSB estaría integrada por Oscar Únzaga de la Vega para Presidente y Mario R. Gutiérrez Gutiérrez a la Vicepresidencia. El binomio y las candidaturas de senadores y diputados serían proclamados en acto público, lo que representaba un nuevo reto político y los riesgos físicos consiguientes. Ningún local de la ciudad podría albergar a la proclamación falangista probablemente masiva por el fervor popular que se mantenía latente, de manera que se resolvió realizarla a cielo

abierto, en la Plaza Pérez Velasco. El Ministro de Gobierno advirtió que “no se toleraría la alteración del orden público” y el aparato represor decidió escarmentar a quienes se atrevieran a desafiar a la Revolución Nacional. FSB invitó al pueblo paceño para el acto de proclamación, que se realizaría el sábado 26 de mayo a las 3 de la tarde. De nuevo una enorme multitud se dio cita, pero ya en un perceptible clima de violencia. El gobierno había organizado grupos de matones, entre mujeres y hombres reclutados en el hampa simulando que se trataba de movimientos sociales espontáneos que defendían el proceso. En las azoteas de los edificios vecinos estaban emplazadas las ametralladoras de los milicianos. En la perspectiva de hechos luctuosos, no esperaron mucho los organizadores y empezó el acto más temprano de lo programado para evitar una tragedia. “Los Camisas Blancas llegamos en una marcha, como guardia de Únzaga. Rodeamos el área donde estaba la concentración humana y cuando iba a comenzar el acto formamos dos filas frente a una especie de balcón donde se había instalado un micrófono, allí hablaría Oscar. Se hizo el silencio y el primero en hablar fue mi tío Guillermo González Durán quien comenzó diciendo: “Pueblo mártir, crucificado en el calvario del hambre y la tiranía…” y en ese momento arrojaron una piedra del tamaño de un huevo que tumbó el parlante, pero mi tío continuó con su discurso, aunque con interrupciones. Únzaga y otros dirigentes estaban en el interior de una sastrería a pocos metros del balcón… (WILLY LORIA) “Estábamos en el interior de un taller que lo ofreció un camarada a quien llamábamos el “sastrecillo valiente”. Percibimos que había una trifulca afuera y Oscar decidió subir a la improvisada tribuna, flanqueado por el Gral. Bernardino Bilbao y el My. Elías Belmonte. El jefe empezó a hablar y los hampones comenzaron a arrojar piedras

contra los ciudadanos congregados en el lugar, no nos dimos cuenta de que nos habían rodeado…” (MERCEDES RAMOS DE STUMPF) Únzaga elevó el tono de la voz: “Que sepa América entera que se está simulando democracia en Bolivia, que la amnistía es una mentira, porque detrás de la amnistía las ametralladoras de los esbirros están apuntando el pueblo…” El enfrentamiento arreció. Empezaron las descargas de dinamita que aterrorizaron sobre todo a las señoras asistentes al acto. Hubo desmayos y caos. Únzaga continuó: “…  yo traía para ustedes un programa de paz y de justicia, un programa de redención y de libertad; yo traía en mis manos el ideal de Falange Socialista Boliviana que quiere vivir en Bolivia, bajo el reinado de la libertad y el orden cristiano, de la dignidad de las personas, del trabajo que ennoblece…” Los atacantes llevaban bolsas de piedras lo que revelaba un plan meditado. Los impactos provocaban bajas, había mucha gente con el rostro ensangrentado, pero los falangistas se enfrentaban a los atacantes. Oscar apostrofó a los esbirros: “… el gobierno nos tiene miedo, tiene miedo a la voluntad del pueblo y por eso cobardemente, en este momento ataca la manifestación de los hombres libres…” El combate se generalizó y los milicianos también empezaron a recibir golpes de puño y patadas. Oscar siguió hablando en medio del escenario de la violencia: “Hemos dicho que nosotros estamos sin odio y sin miedo, somos hombres de paz, queremos la paz, la unión de la familia boliviana; pero también somos hombres de guerra para defender nuestros derechos, para decir al gobierno que preferimos morir a volver a llenar las cárceles…” Entonces empezaron las detonaciones de las armas de fuego, ante las que la multitud nada podía hacer y los asistentes buscaron

refugio en total desorden. Los ayudantes de Únzaga lo sacaron del lugar, pero allí permaneció todavía Elías Belmonte, quien al distinguir a su hijo con el rostro bañado en sangre dijo las últimas palabras del acto: “Nos obligan a recorrer el angosto pasillo de los cordeles en el cuello…” Pero aún se quedaron los falangistas luchando a golpes con el lumpen que debía ganarse el resto de la vil paga, contando con la cobertura de los milicianos que disparaban a matar. Fue una batalla que duró unas dos horas. Recibí una pedrada en la cabeza que me dejó inconsciente y fue uno de los hermanos Salinas que me socorrió llevándome a la casa de las mellizas Palmer en la calle Comercio frente al cine Roxy. Un camarada, estudiante de Medicina, me cosió la herida y retorné al combate…” (HUGO ALBORTA) “Trasladábamos a nuestros heridos al taller del sastrecillo valiente y con hilo de coser eran costuradas las cabezas rotas…” (JAIME TAPIA ALIPAZ) “Ante las balas las señoras quedamos en la sastrería y alguien llamó a los consulados para que vengan a sacarnos. Yo quedé afuera con mi esposo y los Camisas Blancas y comenzó la persecución. Subimos corriendo por la Pichincha mi esposo, mi padre y yo. Caí de rodillas y Gustavo se agachó para ayudarme y ese movimiento le permitió esquivar una bala. Un señor nos empujó al interior de su automóvil. Mi padre se fue por otro rumbo. Este señor gritaba “¡maten a los falangistas!”. Unos perseguidores se le acercaron para preguntarle si había visto a Stumpf y él les dijo que lo vio escapar por la Ingavi. El señor nos llevó hasta una casa en la avenida Busch, donde nos refugió…” (MERCEDES RAMOS DE STUMPF)

El fuego de los fusiles empezó a hacer impacto. En las gradas de la calle Pichincha cayó Wilfredo Paniagua, cuyo cuerpo sin vida fue recogido por la Asistencia Pública. Llevaba una camisa blanca ensangrentada. Con cinismo notable, el gobierno propaló esa noche la versión de que Paniagua era un “compañero del MNR” y dispuso el robo de sus restos para darle “cristiana” sepultura en un acto organizado por el oficialismo. “Recuperamos su cadáver y lo llevamos a la clínica San Luís para impedir que lo rapten, pero al día siguiente nos despistaron y el cadáver pasó a manos de San Román y los movimientistas cometieron la infamia de enterrarlo como si fuera “su mártir”, en un acto de sacrilegio imperdonable. (WILLY LORÍA) Paniagua era un amistoso joven, joyero de oficio, domiciliado en la calle Santa Cruz 378. Sus vecinos declararon que gente del comando del MNR ingresó esa noche al cuarto en el que vivía, para hacer desaparecer todo indicio de que era falangista y colocaron banderas del MNR y una fotografía del Presidente Víctor Paz Estenssoro. Afirmaron también que él fue siempre un seguidor de Únzaga de la Vega, como lo era la mayoría de los jóvenes de ese tiempo. Ello fue corroborado por parientes de Paniagua que llegaron de provincia. “Nunca pude olvidar lo sucedido aquel día, cuando apenas había llegado yo a los 18 años. Mi hermano estaba herido en la clavícula a causa de una pedrada. Antes de la arremetida final, los milicianos exigieron que mujeres y niños se vayan del lugar. A los heridos los embarcaron en ambulancias y algunos camaradas que ayudaban a los heridos aprovechaban para escapar en las ambulancias. Acorralados, no sabíamos por dónde escapar, algunos subieron a un techo por unas escaleras y yo hice lo mismo, cuando apareció Evelyn Ríos, hermana de Mario Ríos quien era mi compañero de curso en el San Calixto. Evelyn tenía a unos seis muchachos

ocultos en el depósito del entretecho. Recuerdo que nos sentamos a charlar en su sala. A la mañana siguiente me comuniqué con mi familia para avisarles que mi hermano Javier estaba a salvo en una clínica, mientras que yo estaba bien pero no les dije dónde. Para salir, me prestaron una chaqueta para ocultar mi camisa, porque nadie podía salir con camisa blanca. (WILLY LORÍA) Al día siguiente, Oscar Únzaga y Mario Gutiérrez hicieron una declaración pública responsabilizando al gobierno por los luctuosos sucesos: “Si bien fracasó el MNR en su intentona por disolver nuestra concentración, ha dejado, sin embargo, un saldo trágico de 40 heridos, un estudiante muerto, Willy Paniagua Blanco, a consecuencia de un disparo hecho por Rolando Requena [29] y tres desaparecidos, Carlos Portugal, gravemente herido y que fuera sacado de la Asistencia Pública por la gente de la Sección Segunda, Freddy Cortez y Carlos Maldonado, todos falangistas.   Exigían la destitución de Federico Fortún Sanjinés y Claudio San Román como condición para concurrir a las elecciones. Mario Gutiérrez envió una carta al candidato del MNR y Vicepresidente de la República, Hernán Siles Zuazo, en uno de cuyos acápites expresaba: “Si usted quisiera, como con tanta solemnidad lo ha dicho y como nos atrevemos a suponer que sea su íntimo deseo, presidir elecciones limpias, cuan bien hubiera impresionado si a la promesa, si a la palabra hubiese seguido el hecho de pedir el cambio del Ministro de Gobierno y del Jefe del Control Político, autores directos de la barbarie represiva de estos cuatro años luctuosos para el hogar boliviano. No es tarde todavía. La historia y su pueblo aún lo están aguardando”. Pero el Dr. Siles poco podía hacer al respecto, enfrascado en su candidatura y sin ánimo de polemizar con el gobierno que

promocionaba su aspiración presidencial, mientras su compañero de fórmula, Ñuflo Chávez Ortíz, que había sido el primer Ministro de Asuntos Campesinos del MNR, aunque era camba y no sabía decir ni janiwua ni waliki, incorporó la masa campesina al proceso electoral, haciendo imposible que ninguna otra fuerza política se atreva a intentar sumar prosélitos más allá de las ciudades. Basado en la convicción de que “Dios proveerá”, Únzaga encaró el desafío electoral sin más recursos que su fe y el apoyo que concitó en la ciudadanía. Su antiguo ayudante en Río de Janeiro, Jaime Gutiérrez, se presentó ante su jefe, quien le dio facultades para apoyar en Cochabamba a Hugo del Granado, responsable de la campaña falangista en ese distrito, mientras en La Paz asumía ese rol Walter Alpire y Carlos Terceros Banzer en Santa Cruz. Entre los muchísimos ciudadanos que se acercaron a Únzaga para ofrecerse para trabajar voluntariamente por la fórmula falangista estaba Cristina Jiménez de Serrano, la prima a quien no veía desde hacía tres años. A partir de entonces ella realizaría actividades secretas por encargo directo de Oscar, llevaría cartas, escondería gente y haría proselitismo. Oscar volvió a su ciudad natal, Cochabamba, después de varios años y el recibimiento que le brindaron fue extraordinario. 20.000 personas de una población menor a 100.000 se volcaron a las calles y se concentraron en la Plaza Colón para aclamar su candidatura y mantuvieron maratónicas reuniones para la fase final de la campaña. Pero horas después, la sede de la secretaría regional de FSB fue volada por una carga de dinamita y la Policía allanó el local incautando toda la documentación existente.    Únzaga y Gutiérrez pasaron a Santa Cruz, donde el gobierno desató una ola de amedrentamiento, creando una situación de pánico para evitar la repetición de las grandes manifestaciones registradas en La Paz y Cochabamba. Pero igualmente la población se volcó a la Plaza 24 de Septiembre para escuchar a los candidatos falangistas. El banquete de honor que les prepararon fue suspendido al detectarse que una gavilla armada a órdenes del dirigente

movimientista Luis Sandóval Morón asaltaría el lugar. La campaña hacia el norte fue exitosa pese a los incidentes y al sur se desarrolló con mucha fuerza gracias a las bases del Dr. Mario R. Gutiérrez. En Sucre, la población tenía fresca la intervención del gobierno en la Universidad de San Francisco Xavier, de manera que sus autoridades, la dirigencia cívica y el vecindario prepararon una recepción inédita, que incluía la iza de la bandera nacional en las casas de la ciudad para recibir al líder falangista. El alcalde movimientista notificó al vecindario la prohibición del uso de la bandera en actos políticos so pena de multas pecuniarias. Pero el día del arribo de Únzaga y Gutiérrez, toda la ciudad estaba embanderada, lo que contrastó vivamente con la llegada del Dr. Paz Estenssoro el 25 de mayo, cuando ingresó a la ciudad en un automóvil descapotable y se encontró con todas las ventanas cerradas mientras se escuchaba una silbatina incesante. Jaime Ponce Caballero desarrolló una campaña intensa y el entonces joven candidato a una diputación, Gastón Moreira Ostria, se probó en Padilla y Monteagudo junto a Leoncio Zeballos y Carlos Hamell, en tanto Gonzalo Romero se desplazaba por Nor y Sud Cinti. Los falangistas creyeron que Potosí era un centro mayoritariamente movimientista, pero decidieron tentar fortuna y grande fue su sorpresa cuando la ciudadanía potosina salió al encuentro de Oscar Únzaga, en una enorme manifestación a la cabeza de Luis Eduardo Parra y el Padre Zárate, para ingresar en victoria a la Villa Imperial en caravana de motorizados. Aunque hubo un intento para obstruir su acceso al centro, la multitud espantó a los agresores y el binomio Únzaga-Gutiérrez fue proclamado con entusiasmo.   Estaba claro que el oficialismo instrumentalizaría el voto campesino. Realmente, una mayoría de indígenas del altiplano (La Paz, Oruro, Potosí) y de los valles (Cochabamba, Chuquisaca, Tarija) adoraba a Paz Estenssoro y sentía gratitud por el MNR, considerándolos sus redentores. Oscar Únzaga dispuso que se apelara a la conciencia de los indígenas bolivianos realizando la primera campaña

proselitista de la historia en idioma aimara, lo que escandalizó al oficialismo. En esos días se había estrenado la película “El 7 Machos” interpretada por el comediante mexicano Mario Moreno, Cantinflas.  Agentes del Control Político disfrazados de “camisas blancas” recorrieron los barrios populares distribuyendo una caricatura en la que aparecía el rostro de Únzaga sobre la cara del “7 Machos” con una leyenda que decía “Viva el 7 Machos. Vendemos 1 millón de indios a cambio de 1 millón de dólares para la inversión en el país”. Era la guerra sucia. Con todo en contra, la campaña de FSB fue casi una hazaña, como lo rememoró Jaime Tapia Alípaz en una entrevista con el autor de este libro. “Lo hicimos con gran sacrificio. La mayoría de nosotros no tenía dinero, las familias vivían endeudadas. En mi caso, mi padre tenía que sostener a cuatro hogares porque los jefes de esas familias estaban perseguidos. Salimos y comenzamos a buscar recursos. Encontramos alguna gente que fue perjudicada por el MNR y que deseaba mostrar su protesta con la presencia de la Falange. Comenzamos a recaudar dinero entre gente amiga que también le daba dinero al MNR. Me acuerdo de que nos ayudaron los dueños de La Papelera. Yo tuve una gran discusión con Marcial Tamayo que era del MNR y discutimos por las papeletas. Mientras a nosotros nos daban cantidades insignificantes de papeletas azules, ellos disponían de millones de rosadas. Recuerdo que mandé un camión con papeletas custodiadas por dos camaradas a Cochabamba y los interceptaron quemándolas. Quisimos acercarnos a Mallasa donde nos recibieron con ametralladoras, igual que en Río Abajo. Las provincias estaban vetadas para nosotros…” Pese al mayoritario apoyo de la ciudadanía, la lucha electoral en La Paz fue heroica y violenta porque en esta ciudad estaba el grueso del aparato represivo al servicio del gobierno y la campaña se hizo en medio de abusos de los gobernantes. Se amenazó de muerte a quien intentase llegar al campo. Las oficinas falangistas fueron incendiadas y expulsaron a sus delegados. Únzaga reclamó por el

derecho de comprobar la desmesura del empadronamiento de votantes, pero el silencio oficial fue la respuesta. Los pasajes y fletes aéreos fueron prohibidos para FSB, de manera que al interior del país nunca llegaron papeletas azules. La prensa internacional recogió retazos de la situación imperante en Bolivia. Abundaba la propaganda oficialista y se impedía la opositora… fue total la falta de papel azul para imprimir papeletas de votación de FSB… En poblaciones fronterizas, los falangistas tuvieron que imprimir papeletas azules en Argentina y Brasil para introducirlas a Bolivia. 15 días antes de las elecciones, Únzaga se vio impedido de trasladarse al interior por la suspensión de vuelos del LAB acatando una prohibición del gobierno. La violencia contra la ciudadanía se desató días antes de la fecha de los comicios. Hordas de campesinos armados y alcoholizados impidieron el tránsito de personas en las ciudades, llegando en sus excesos a atacar vehículos diplomáticos, provocando incidente con embajadas y varios periodistas extranjeros fueron golpeados.  Abrumados ante la absoluta falta de garantías, Oscar Únzaga y Mario Gutiérrez determinaron la abstención electoral en un documento desnudando la farsa electoral, que empero continuó en el tramo final de la campaña. La violencia y el cohecho caracterizaron a la jornada electoral del 17 de junio de 1956. FSB denunció que se votaba en base a libros de inscripción con nombres supuestos; con mesas electorales en lugares que no existían o que existiendo no tenían la cantidad de población con la que aparecían en el padrón. En lugares alejados las urnas estuvieron llenas 48 horas antes de la fecha electoral, en otros poblados los electores campesinos recibieron un sobre previamente llenado con la papeleta rosada, dándose el caso de un indígena que quiso conocer el contenido del sobre por el que iba a sufragar.

¿Para qué compañero? - indagó el comisario político. Para saber por quién estoy votando- respondió el campesino.

No seas cojudo compañero, ¿acaso no sabes que el voto es secreto…? - repuso el aludido.   Mostrando más respeto, en otros sitios los enviados del partido de gobierno sólo ayudaron a los campesinos a votar por la papeleta rosada. En las áreas rurales, la totalidad de los votos sin excepción fue para los candidatos del MNR. Era la democracia del cero. Muchos años después, el Dr. Walter Guevara Arze dijo a este cronista que esa histórica primera jornada con voto universal, expresó una tendencia lógica: las mayorías nacionales no iban a votar por quienes los habían hecho gemir hasta antes de la reforma agraria. Pero aquel voto absoluto no podía ser genuino, ni posible en una dimensión tan grotesca y uniforme.[30] Con todo en contra y pese a la abstención, muchos falangistas salieron a votar ya simplemente como un desahogo, comprobando que el voto amañado afectó inclusive a sectores urbanos de manera que algunos candidatos a una diputación y que concurrieron a las unas con sus familiares, luego se enteraron de que en sus mesas todos eran rabiosamente movimientistas. “Siempre es posible que tu mujer o tus hijos tengan posiciones políticas distintas a las tuyas. Pero que mi voto hubiera sido por el partido que hasta dos meses antes me tuvo encarcelado y exiliado, eso sí era inadmisible…”, recordaba Jaime Ponce Caballero. El testimonio de Gastón Moreira es interesante: “En Monteagudo sólo había tres mesas y producido el recuento de votos ganamos en dos de ellas. Pero esa noche nos alertaron de que venía gente a matarnos. Escapamos hasta una finca y retornamos al día siguiente con veinte vaqueros, encontrando que la casa donde vivíamos había sido arrasada. Como sea organizamos un festejo por la victoria, pero fuimos atacados a balazos. Hubo una batalla bárbara, matamos a dos y ellos nos mataron uno, yo quede herido en un brazo. Escapamos hasta un campamento del Punto IV desde donde huimos en una volqueta hasta Padilla y de allí a Sucre.

Al llegar nos enteramos de que en Monteagudo… habíamos perdido.” La jefatura de campaña organizó el seguimiento de los votos hasta el recuento en mesa, lo que permitió establecer objetivamente que FSB había ganado en todas las ciudades capitales de departamentos y en algunas poblaciones provinciales. Pero el informe definitivo de la Corte Nacional Electoral, cuyos fallos eran inapelables, dictaminó que el MNR había ganado en todas partes y abrumadoramente.

  NÚMERO TOTAL DE INSCRITO 1.119.047 Candidatos

Partido Votantes Porcentaje Político 786.729 82,34% (MNR)

1.- Hernán Siles Zuazo      Ñuflo Chávez Ortiz 2.- Oscar Únzaga de la Vega 130.404 (FSB)      Mario Gutiérrez Gutiérrez   3.- Felipe Íñiguez Medrano 12.273 (PCB)      Jesús Lara   4.Hugo González 2.329 Moscoso      (POR)        Fernando Bravo       Votos en blanco 13.014 Votos nulos    10.510 ABSTENCIÓN   163.698 TOTAL, VOTOS EMITIDOS 955.349 [31]

13.65%   1,28%   0.24%     1.36% 1.10% 14.62%

  El 82,34% resultaba de la suma que hizo el MNR de los votos blancos, nulos y las abstenciones. FSB denunció la consumación del mayor fraude de la historia organizado en vasta escala, con métodos que no tenían precedentes, pero que serían imitados y perfeccionados en los próximos 60 años. Negado el escenario democrático, la lucha se trasladó a las calles.

           

           

XXII - SILES ZUAZO   

C

onsumadas las elecciones, Oscar Únzaga empezó a aparecer en las calles de La Paz, departiendo con la gente, recibiendo aplausos, seguido especialmente por jóvenes que deseaban escuchar lo que decía. No había motivos para apresarlo y el gobierno saliente tenía prisa por replegarse lo más pronto posible sin agregar más sangre a su récord, de manera que el Control Político se limitó al seguimiento de siempre, aunque ya sin violencia. Por otra parte, contaba el hecho de que Bolivia había atraído a periodistas europeos y americanos. El país respiraba nuevos aires, como si la salida del Dr. Paz Estenssoro cerrara un capítulo intenso, importante, pero al mismo tiempo asfixiante y malsano. Una semana después, los falangistas se reunieron alrededor de una gran fogata en la noche de San Juan. Oscar rememoró pasajes de la sacrificada campaña de FSB en democracia y dijo que la lucha contra la tiranía continuaba. Recibió el juramento de Luis Llerena como comandante de Camisas Blancas. “Yo era muy joven, tenía 22 años y enterado de que el Mayor Elías Belmonte aspiraba a esa situación, le pedí a Oscar relevarme. Pero él me dio la orden de mantenerme a la cabeza de Camisas Blancas, organización que había asumido dimensión nacional con el excadete Mallo en Oruro, el camarada Urquidi en Sucre, el camarada Guardia en Cochabamba y el camarada Mario Serrate en Santa Cruz…” El 6 de agosto, Día de la Independencia de Bolivia, dos retratos gigantescos pintados a color, representando a Víctor Paz Estenssoro y a Hernán Siles Zuazo, colgaban del frontis del Palacio Quemado. Ambos personajes observaban el desfile cívico transmitido al país por Radio Illimani, siguiendo un libreto político que quedó hecho trizas cuando los universitarios se colocaron debajo del balcón presidencial y corearon “¡Libertad…! ¡Libertad…!

¡Libertad…!” Los rostros sonrientes del poder quedaron congelados y durante largos minutos nadie supo qué hacer, hasta que llegó la orden para que las bandas militares congregadas en la plaza de armas tocaran al unísono para ahogar la demanda estudiantil. Los Camisas Blancas aparecieron por la calle México para depositar una ofrenda floral ante la estatua del Mariscal de Ayacucho en la Plaza del Estudiante. Enfrentaron la carga de hombres armados del Control Político, disfrazados con overoles de obreros ante la posibilidad de que los periodistas extranjeros, alojados en el cercano Sucre Palace Hotel pudieran ver aquella escena, en la que los muchachos corrieron a trompadas a los hampones que no se atrevieron a usar sus Pistam. Esa tarde, los cinco diputados falangistas que resultaron electos se negaron a concurrir al acto de transmisión del mando, lo que fue calificado por el oficialismo como una inequívoca señal subversiva de Oscar Únzaga. Aunque varios ministros de Paz Estenssoro permanecieron en el gabinete de Siles[32], la ciudadanía creyó que este gobierno sería distinto al precedente, terminaría la persecución y bajaría el nivel de violencia represiva. El nuevo mandatario, que sinceramente reprobó los métodos de su antecesor, cerró los campos de concentración, pero no se animó a prescindir de San Román y Gayán. Si bien el nuevo mandatario tenía certeza de la herencia que recibía, aceptó el reto de encarar el difícil momento. La situación económica era angustiosa para las familias de las ciudades bolivianas que tenían problemas para alimentar a sus hijos y mandarlos al colegio o la universidad. Se trataba básicamente de un problema que afectaba a la clase media, depauperada por una revolución que se volcó contra ella. El Presidente Hernán Siles Zuazo estaba dispuesto a solucionar la situación económica general del país, pero las únicas recetas posibles en estos casos iban a disgustar e inclusive generar la oposición de su propio partido.   Se constituyó el Comité Cuatripartito, integrado por Universitarios, Magisterio, Estudiantes y Profesionales, para enfrentar al entente

Gobierno-Campesinos-COB-Milicianos. Este Comité estuvo presidido por Gonzalo Osorio del Castillo e integrado por la Federación Universitaria Local representada por Mario Méndez Elías y Juan José Loría; el Sindicato Único de Maestros representado por Orlando Roca Ruíz, Manuel Valverde, Gustavo Ávila y Alfredo Morales; la Federación de Estudiantes de Secundaria representada por Víctor Téllez Mier, Jaime Araníbar Castro, Félix Hidalgo y Nataniel Cusicanqui; la Federación de Estudiantes de Institutos Profesionales, representada por Abdón Calderón Saravia y Pedro Montesinos. La mayoría de los mencionados eran falangistas. Aunque en el Magisterio los comunistas ejercían fuerte influencia, disputándose el liderazgo con falangistas e independientes, en las universidades la lucha se concentró entre falangistas aliados de los independientes contra movimientistas aliados a los comunistas. Pero FSB se convertía en la fuerza estudiantil predominante. Como una paradoja, el Comité Tripartito podía ser un factor favorable al Presidente Siles en su inicial orfandad, dadas las difíciles circunstancias en que llegaba al Palacio Quemado apremiado por la difícil situación económica nacional y bloqueado por un aparato político proclive a Paz Estenssoro. La juventud estudiantil y sus profesores encarnaron el reclamo frente a la crítica situación del país y los Camisas Blancas tomaron las calles de La Paz. Se multiplicaron las marchas, los incidentes y los encontronazos violentos con los agentes del Control Político. En uno de ellos, el universitario Augusto Crispieri fue asesinado y ello abrió un complicado proceso legal, alentando nuevas manifestaciones, brutalidad represiva y descomposición social que derivó en una huelga general de universitarios y estudiantes. El manejo de la UMSA estaba en manos del Rector Gastón Araoz, hombre sin duda meritorio, pero cuya militancia en el MNR lo hizo cuestionable. Los universitarios exigían su renuncia. En ese ambiente se realizó la Sexta Conferencia Nacional de Dirigentes Universitarios, que se realizó en la ciudad de Oruro. El movimiento universitario se hallaba dividido y a nivel nacional

existían dos confederaciones, en algunas universidades del interior había dos consejos universitarios y dos federaciones universitarias. La Sexta Conferencia unificó criterios, el independiente paceño Mario Reyes y el marxista tarijeño Oscar Zamora zanjaron sus diferencias, se consolidó una sola Confederación Universitaria Boliviana (CUB), cuyo Comité Ejecutivo asumió Mario Reyes, teniendo como delegados a Hugo Grandi (La Paz), Edgar Reyes (Oruro), Carlos Carvajal (Cochabamba), Teodosio Imaña (Sucre) y Jorge Alurralde (Potosí), al que después se adscribiría el delegado por Santa Cruz, Fausto Medrano. Era un comité mayoritariamente falangista, presidida por un independiente, con una pequeña presencia comunista. En su primera resolución, de carácter público, la CUB decidió “sostener e intensificar la huelga general en las universidades.    Mientras tanto los estudiantes de secundaria exigían la humanización de la lucha política, el cese de la barbarie y llegaron a entrevistar al Ministro de Educación, el escritor Fernando Diez de Medina pidiéndole plantear en el gabinete el cierre del Control Político. El Comité declaró la huelga indefinida, generándose un conflicto muy grave que hizo tambalear las estructuras del gobierno a pocos días de su posición. Aunque el Poder Judicial aceleró la investigación por la muerte del universitario Crispieri, el gobierno no quiso desmontar el Control Político y liquidar la Célula de Mujeres María Barzola, que era el pedido irrenunciable de universitarios y estudiantes. La huelga continuó adelante. Si bien el Presidente recibió a los representantes del Comité Cuatripartito en un ambiente conciliador y los estudiantes reconocieron “la posición democrática y el civismo” del Dr. Siles Zuazo, el Ministro cometió el error de hacer declaraciones a la prensa en tono de superioridad, ofreciendo garantías a los estudiantes que quieran estudiar, ofreciendo solucionar algunos problemas de carácter económico que eran parte de los reclamos estudiantiles, pero amenazando con la clausura del año escolar, si acaso se mantenían las huelgas, afectando a todo el sistema educativo.

Diez de Medina se presentó en el domicilio de Oscar Únzaga, una casa alquilada en la confluencia de la Avenida del Ejército y la calle Díaz Romero de Miraflores a pocos metros del cerro de Laikakota. Le dijo al jefe falangista que tenía la representación del gabinete ministerial para pedirle el cese de la huelga. Unzaga le respondió que, a su juicio, la solución era sumamente sencilla: el Presidente Siles debía declarar la cancelación del Departamento de Control y Seguridad Política y seguramente la huelga terminaría automáticamente.[33]  Ante la difícil situación, Diez de Medina pidió reunirse con el Tripartito en “campo neutral”, la Radio Amauta de La Paz, prometiendo a los huelguistas que el Control Político sería suprimido… pero no de inmediato “para no dar la impresión de una capitulación del gobierno”. El Comité rechazó esa promesa al detectar que el gobierno intentaba una maniobra acercándose a los comunistas y trotskistas para restar fuerza a la huelga. La respuesta fue atrevida, no contra el gobierno de Siles, sino contra el sistema de poder movimientista. Cuatro diputados falangistas, Bernardino Bilbao Rioja, Jaime Ponce Caballero, Walter Vásquez Michel y Elías Belmonte, presentaron pliego acusatorio contra el ex presidente Víctor Paz Estenssoro,[34] solicitando la instauración de un juicio de responsabilidades por una larga serie de delitos en su administración que iban desde homicidio voluntario hasta robo de fondos públicos, presentando amplia prueba documental sobre casos específicos, como la creación de locales para tortura de presos políticos, campos de concentración, venta arbitraria de libras esterlinas que constituían el respaldo monetario del Banco Central de Bolivia, prevaricato, lesiones graves, malversación de fondos públicos y una extendida lista de negociados. Es interesante el testimonio de Reynaldo Paz Pacheco: “Yo fui secretario de la brigada parlamentaria de FSB, era prácticamente el que cargaba el maletín del General Bilbao. En la presentación del juicio de responsabilidades matones se apostaron

en torno al Congreso para sacarnos… tuvimos que escapar y estuve varios días en la clandestinidad…” La reacción del oficialismo fue silenciar a la oposición mediante una agresiva “barra colegisladora” y la movilización de hampones que impidieron la presencia de los diputados falangistas y vetaron el ingreso de la prensa extranjera. El juicio político fue rechazado unánimemente y el Parlamento abrumadoramente oficialista, aprobó una moción declarando a Paz Estenssoro “libertador económico de Bolivia”, lo que por lo menos resultaba desatinado, de atenerse a la herencia que le dejó a Siles Zuazo. El sábado 22 de septiembre, amas de casa realizaron una manifestación pacífica denominada “Marcha del Hambre”. Lo que sucedió a continuación hace ver que no hubo una estrategia falangista definida ni un mando orgánico regular, de manera que cada quien podía actuar de acuerdo a cómo se presentasen las circunstancias. Las acciones fueron reconducidas por gente del MNR adicta al Dr. Paz. Unas 30.000 mujeres llevando canastas vacías se concentraron en las plazas Alonso de Mendoza, Sucre y Uyuni, desde donde recorrieron en silencio el centro paceño, llegando a la Plaza Murillo, donde se escucharon discursos protestando por el encarecimiento del costo de vida y pidiendo a los gobernantes medidas para paliar la miseria que se abatía sobre el país. Las puertas del Palacio de Gobierno se mantuvieron abiertas y no hubo mayores incidentes. Pero al desconcentrarse las mujeres, se produjeron graves acontecimientos. Masas exaltadas recorrieron la ciudad e incendiaron la estatal Radio Illimani, en la Avenida Bolívar, así como las instalaciones del periódico oficialista LA NACIÓN en la calle México. La marcha se excedió.  El médico Hugo Grandi dice que “se perdió el control de la manifestación y se convirtió en un acto revolucionario, produciéndose una balacera”. Hugo Alborta reconoce que estuvo en el asalto e incendio del periódico oficialista. Más concluyente es el líder de Camisas Blancas, Luis Llerena: 

“Asaltamos y quemamos LA NACIÓN, otro grupo se dirigió a Radio Illimani. Subimos por El Prado y tomamos la Dirección de Tránsito. Buscamos a Menacho que había sido falangista y se transformó en nuestro torturador. Un varita me apuntó con un fusil y Fernando Monroy sacó su 45 y lo hizo retroceder. Entramos a Tránsito, sacamos unos 15 fusiles que los repartimos entre la muchedumbre. No había un dirigente de Falange que estuviera conduciendo las acciones; yo sólo era un líder sin experiencia. Luego decidimos tomar la Garita de Lima. Pero no teníamos un objetivo claro de lo que haríamos después. A las 19:00 me enteré de que se había desatado la represión y los líderes de Falange se estaban asilando, mientras nosotros seguíamos peleando en las calles. Al final me asilé en la embajada de Chile y semanas después salí exiliado…” Ajeno a lo que sucedía, Únzaga y un grupo de allegados cenaba en un restaurante de Sopocachi, coincidiendo allí la presencia de miembros del cuerpo diplomático. Entre tanto, otros grupos se desplazaban por las calles dirigiéndose a la casa de Oscar Únzaga en Miraflores que arrasaron e incendiaron, lo mismo que otros domicilios donde en los últimos días el jefe falangista fue visto sosteniendo reuniones. Un comando del Control Político inició su búsqueda. Milicianos y barzolas desataron el terror en La Paz atacando casas particulares, golpeando a sus ocupantes y practicando detenciones. El domicilio del diputado Elías Belmonte en la calle Ingavi esquina Montes fue asaltado e incendiado por una turba que atacó a balazos al fundador de RADEPA, quien logró escapar y asilarse en una embajada (pudo retornar a Bolivia diez años más tarde).  Mientras tanto en el resto del país mucha gente fue apresada a pesar de no tener la más mínima idea de lo que estaba sucediendo. “Se inició una cacería humana despiadada. En esas circunstancias me comuniqué con el ayudante de Unzaga para recibir órdenes y me dijeron que busqué asilo en la embajada venezolana donde ya estaban varios dirigentes, incluido Unzaga. Días después llegué a Buenos Aires sin ningún recurso económico. Felizmente conseguí trabajo

en una clínica, porque yo ya era alumno de séptimo año, además tenía mi credencial de la CUB y así pude terminar mis estudios en Argentina”. (HUGO GRANDI) “Una banda mafiosa cruceña que trajo Ñuflo Chávez me atacó en la calle, me dieron una paliza dejándome desmayado en la calle Federico Suazo. Me refugié en la casa de una amiga de mi madre junto con mi hermano, para trasladarnos a la embajada argentina y salir luego al exilio…” (HUGO ALBORTA) “Esa noche allanaron mi casa. Yo me escondí en la casa de mi tía María Luisa Pacheco que era pintora y vivía en la calle México y ahí me quedé 15 días. Todos buscaban asilo en las embajadas, pero los milicianos se paraban cerca a las puertas de ingreso. Mi tío Moisés, quien llevaba la batuta en la familia, era amigo de Alejandro Hales, embajador chileno en Bolivia. Cuando llegué había más de 50 asilados y salimos en dos aviones repletos de exiliados hasta Arica y de ahí a Santiago donde nos presentamos en la policía. Mi vida cambió dramáticamente…” (REYNALDO PAZ PACHECO) “Me alojé en los entretechos de dos casas amigas. Mi tío Guillermo y mi hermano habían logrado asilarse en la casa del embajador chileno Hales, en San Jorge. Allí también me dirigí, me dieron asilo. Dos semanas después salimos por tierra hasta Arica, y Santiago. Mi tío Guillermo tenía algo de dinero y buscamos dónde alojarnos. Tomamos una habitación en una pensión en San Diego, luego nos fuimos a Riquelme 333, donde una anciana albergaba a varios asilados bolivianos. Era una pensión pobre donde el desayuno era agua con leche condensada y un poco de café. Comenzamos a trabajar…” (WILLY LORÍA) Todas las evidencias recogidas entonces demostraron que la violencia del 22 de septiembre fue “fabricada” por gente del Control

Político. Se demostró por ejemplo que conocidas “barzolas” incitaron al incendio de LA NACIÓN con el propósito de inculpar a la Falange, cuya militancia juvenil mordió el anzuelo. Pese a saber la verdad, el Dr. Paz Estenssoro se reunió con el Presidente Siles, reprochándole su excesiva tolerancia con los falangistas. “Hernán, esta tu teoría de mano blanda dará malos resultados”, a lo que Siles replicó: “Si además del hambre, les doy palos, el país reventará”.[35] Escuchado lo cual, Paz Estenssoro se marchó a Londres como Embajador en compañía de la que sería su segunda esposa. Lo siguiente nos fue referido por Jaime Tapia Alípaz: “Víctor Paz estaba celoso y preocupado por la posibilidad de un acuerdo entre Siles y Únzaga, porque ellos estuvieron presos y exiliados juntos en 1950, teniendo la oportunidad de conocerse y apreciarse. La Marcha del Hambre la organizó FSB, pero no con la connotación violenta que luego adquirió. Prácticamente se nos escapó de las manos y fue instrumentada por gente de Víctor Paz que instigó y creó las condiciones psicológicas para el asalto e incendio. Recuerdo que almorcé en la casa de Oscar, quien ordenó que no precipitáramos las cosas, si había cualquier choque con la policía debíamos dispersarnos. Víctor Paz con su gente hizo conducir la manifestación hacia el incendio de LA NACIÓN, colocando a Siles en posición beligerante contra la Falange. Esa noche allanaron domicilios y capturaron falangistas y ahí se declaró la guerra del gobierno contra Únzaga, con las consecuencias fatales que luego se dieron.[36] Enrique Achá ofrece precisiones: “Cuando se disolvía la marcha, grupos de hombres y mujeres empezaron a dar voces incitando a la muchedumbre para dirigirse a LA NACIÓN y Radio Illimani… A los pocos momentos se veían en sus respectivas aceras montones hacinados de papeles y muebles viejos que ardían ante pequeños grupos de

curiosos. Simultáneamente… ardían también maderas machihembradas frente a la casa donde Únzaga tenía su domicilio…”[37] Se repitió entonces otra constante en la historia. El Presidente de la República, aislado en una especie de torre de cristal, no podía entender lo que hacían sus subordinados. Tampoco acababa de comprender por qué, a pesar de sus buenas intenciones, aumentaba el número de personas que se expresaban públicamente contra su gobierno de ocho semanas, que sufría el desgaste de cuatro años de revolución. La incapacidad de dar soluciones al empobrecimiento de la ciudadanía generaba oposición. La represión empezó a dar palos de ciego. El Presidente Siles Zuazo hizo una declaración de inusual dureza: “Estos hechos han colmado la pacificación de gobierno. Ahora la revolución proseguirá su marcha inexorable, dispuesta a aplastar a sus adversarios sin contemplaciones”.[38]    Ese día, el Dr. Siles Zuazo pareció seguir las huellas de Paz Estenssoro, aunque sin dejar de sentir cierta repugnancia. El 23 de septiembre de 1956, los detenidos sumaban centenares, fueron destruidas las secretarías de FSB, los domicilios de varios dirigentes falangistas fueron saqueados e incendiados. La Central Obrera Boliviana declaró un paro general en apoyo al gobierno. San Román y Menacho recobraron relevancia en el Palacio. Era la real politik en el Palacio Quemado. Cristina Jiménez de Serrano, quien había estado ayudando a los perseguidos y visitando asilados falangistas en diversas embajadas, fue detenida en Control Político durante una semana por orden de Claudio San Román, siendo sometida a constante interrogatorio para que delate el lugar donde su primo Oscar se escondía. La violencia ejercida contra un centenar de señoras, tratadas como “peligrosas” presas políticas y las constantes amenazas, determinaron que toda la familia Serrano-Jiménez se asilara en la Embajada de Chile para luego salir al Perú. Pudieron volver al país sólo un año más tarde. Entre tanto, la acción política opositora pasó

enteramente a los núcleos universitarios, docente-estudiantiles y profesionales, mientras Únzaga se mantenía en la clandestinidad.  Juan José Loría era dirigente universitario. Destacaba por su preparación y liderazgo. Quienes lo conocieron valoraron su inteligencia y valentía. Estando recluido en el campo de concentración de Catavi, fue elegido Secretario de Gobierno de la Federación Universitaria (FUL) de la UMSA, postergando a movimientistas luego convertidos en íconos del partido oficialista, que no pudieron arrebatarle la conducción universitaria pese a contar con los recursos estatales. J. J. Loría fugó de la prisión para convertirse en un activo conspirador. En 1956 combinaba las lecturas de las Encíclicas con el estudio de los filósofos clásicos y las actividades políticas en el Cuatripartito dentro de los lineamientos de Oscar Únzaga. Vivía en la calle Alto de la Alianza y pertenecía a un aguerrido grupo de universitarios de la Zona Norte. San Román lo odiaba, pero a la vez le temía. Guido Strauss había nacido en febrero de 1939, era uno entre once hijos, quedó huérfano de padre a los seis años, se crió en el barrio de Villa Victoria y perteneció a la organización católica “Niños de Bolivia” de su barrio infantil. De regular estatura, cabello castaño y rostro agradable, su fuerte personalidad le permitió el liderazgo del Colegio “Germán Busch”, como miembro de la Promoción 1956. En junio de ese año, se puso camisa blanca y se sumó a la columna que le dio la bienvenida a Oscar Únzaga de la Vega. Alternó una precoz actividad política que demandaba acción en las calles, sin dejar de acudir a las aulas, ni descuidar su juvenil romance con Nancy Vizcarra Ponce, alumna del Colegio Lourdes, dos años menor que él, que fue su único amor y con quien se casó muchos años después, cuando ser falangista ya no era un delito que se pagaba con cárcel. Pero en 1956, Guido Strauss era un activista del Comité Cuatripartito, consignado en las listas del Control Político bajo el rótulo de “peligroso” y en esa dimensión estaban también conceptuados Julio Loayza y Ernesto Araníbar, que formaron la triada del motor falangista estudiantil.

Hugo Grandi, estudiante del último año de Medicina en la UMSA, pertenecía a la resistencia universitaria. “Era fuerza contra fuerza porque el MNR tenía sus grupos de choque donde estaban Rolando Requena, Mario Guzmán, Escalante y en el otro lado estábamos nosotros con Juan José Loria, Mario Méndez, Gonzalo Osorio. También estaban algunos independientes que apoyaban nuestra causa, como Mario Reyes que era intelectual y dirigió la universidad, Elmer Mollinedo, Carlos Aramayo y mucha gente valiente”. El Pacto Cuatripartito funcionó a plenitud y los jóvenes junto a sus profesores y catedráticos se adueñaron de las calles de La Paz muchas veces pese a la intensa represión policial. Hijo único de un teniente evadido de la prisión paraguaya en la Guerra del Chaco y de una enfermera, Alex Quiroz Helguero nació el julio de 1931. Ingresó a la Normal de Maestros y se hizo falangista. Una noche allanaron su vivienda, le encontraron un documento comprometedor y estuvo tres meses en el Panóptico donde conoció a Walter Vásquez, Rodolfo Surcou, Amando Rodríguez y otros. Su madre compró su libertad entregando una joya al juez. Saliendo de la cárcel hizo actividad política abierta junto a Franz Córdova, jefe de FSB en el sector de la Estación Central. Quiroz sería más tarde dirigente del Instituto Normal Superior durante varios años, con otros personajes como el propio Julio Loayza que se hizo educador, René Dávila, Jaime Bravo, Ángel Peñaranda, Martha Cerpa o René Higueras que también hicieron política al interior del Magisterio en distintas opciones ideológicas, siendo Falange una de las fuerzas determinantes. Guillermo Gonzáles Durán, profesor de Filosofía en el Colegio Alemán y en la UMSA, autor de “El comunismo marxista a la luz de la ciencia”, tenía un devoto alumno, que era además su sobrino, Willy Loría. Ambos compartían los avatares de la política, a veces sumergidos en la clandestinidad y otras en la acción directa a plena luz del día. Alentaban las actividades del Pacto Tripartito contra el gobierno movimientista.

Walter Alpire, Jaime Ponce Caballero, el Padre Sagredo, Jaime Tapia, Guido Strauss, Juan José Loria, Hugo Álvarez Daza, Mario Méndez, Edgar Millares, Fausto Medrano, Guillermo Rioja Ortega, Julio Loayza, Jaime Villalba, Luis Ramírez, Jaime Bravo, Oscar Añez, Carlos Aramayo, Cosme Coca (hijo), Alex Quiroz, Adalid Larrea, Willy Loría, Guillermo González Durán, David Añez Pedraza, Juan José Loría, junto a miles de estudiantes y docentes fueron la principal fuerza opositora de aquel tiempo, con los Camisas Blancas como su vanguardia. El religioso Luis Sagredo, uno de los hombres más cercanos a Únzaga, será elegido Secretario de Gobierno de la FUL de Cochabamba y el falangista Fausto Medrano será Secretario Ejecutivo de la Confederación Universitaria Boliviana (CUB). La lucha política se daría en esos términos: jóvenes de clase media de colegios fiscales y universidades, contra los sayones del Control Político, mientras en el oficialismo el Presidente Hernán Siles, tratando de hacer un buen gobierno pese a la herencia revolucionaria, pugnaba contra el aparato pazestenssorista.

XXIII - PRIMER SECUESTRO AÉREO DE LA HISTORIA UNIVERSAL

O  

scar Únzaga se sumergió otra vez en la clandestinidad y el órgano represivo del gobierno puso precio a su cabeza. El control telefónico en La Paz fue riguroso y se tendió una malla en torno a la ciudad. Los falangistas más relevantes fueron detenidos, las embajadas estaban vigiladas al igual que los conventos y parroquias. El exilio fue múltiple y en las cárceles se hacinaban los presos. Entre tanto, Santa Cruz vivía un momento de rebeldía y afirmación regional. Históricamente en los márgenes de la vida nacional, el oriente boliviano había sido mirado a menos por los gobernantes asentados en Sucre o La Paz. Cuando Andrés Ibáñez planteó el federalismo en 1877, el Presidente Hilarión Daza envió un regimiento que lo fusiló junto a sus principales seguidores. Sin recursos mineros, los frutos de esa tierra prodigiosa aseguraron la subsistencia de sus pobladores y sólo el boom de la goma les permitió acceder a elementos de la modernidad. La Sociedad de Estudios Geográficos e Históricos de Santa Cruz planteó en 1904 el derecho de Santa Cruz a ser parte de Bolivia mediante su vinculación por ferrocarril. Pero los gobiernos liberales y republicanos fueron indiferentes y dieron la misma respuesta al reclamo de los cambas: la artillería. El caudillo de los cholos, Bautista Saavedra, aniquiló un movimiento cruceño de protesta, en 1924, enviando otro destacamento militar comandado por el general alemán Hans Kundt. Durante la Guerra del Chaco -a la que acudieron los cruceños con todos sus hombres jóvenes, cuyo mejor representante fue Germán Busch- la inteligencia del Paraguay intentó fracturar la unidad nacional provocando un movimiento separatista, que no prosperó. Bolivia perdió el Chaco, pero conservó la región petrolera del sudeste. Creada YPFB, de Santa Cruz se extrajo el petróleo que abasteció al país, aunque sin beneficio regional, aumentando el

desencanto cruceño por la política oficial. En la presidencia de Germán Busch se dictó la Ley de Regalías Petroleras del 11% en beneficio de los departamentos productores que gobiernos sucesivos se negaron a cumplir. A esa región postergada llegaron las ideas de FSB, que prendieron en la juventud cruceña. En 1948, el diputado Oscar Únzaga de la Vega proyectó ante la cruceñidad un proceso de descentralización que buscase la autonomía regional para llegar, entre tres o cuatro décadas, al régimen federal constituyendo tres Estados, uno occidental andino con La Paz, Oruro y Potosí; otro central valluno conformado por Cochabamba, Tarija, Sucre y el tercero oriental con Santa Cruz, Beni y Pando. El MNR también se hizo fuerte en Santa Cruz, alzándose la región en 1949 contra el gobierno de Mamerto Urriolagoitia, proclamando a Víctor Paz Estenssoro Presidente de una Junta Revolucionaria, con Edmundo Roca Vicepresidente y el Gral. Froilán Callejas Comandante del Ejército. Aquello fue parte de una guerra civil de corta duración en la que se impuso Urriolagoitia. El 30 de octubre de 1950 fue fundado el Comité Pro Santa Cruz, bajo la presidencia de Ramón Darío Gutiérrez, con un directorio integrado por el Padre Carlos Gercke, Hernando García Vespa, Mario R. Gutiérrez, Agustín Saavedra Suárez, Hernando Sanabria Fernández y Marcelo Terceros Banzer.[39] El Comité convocó dos meses después a un primer gran cabildo abierto reclamando por agua potable, energía eléctrica, abastecimiento de carburantes y pago de regalías por el petróleo. En 1952 Santa Cruz se pronunció en favor de la Revolución Nacional con el Gral. Froilán Callejas. El primer gobierno del MNR hizo propios los elementos centrales del viejo Plan Bohan y habilitó la carretera Cochabamba-Santa Cruz, vinculando por fin al oriente, abriendo el proceso de migración colla. Bolivianos de los valles y el altiplano se desplazaron al Este camba en busca de una oportunidad de vida y juntos empezaron a transformar esas tierras que ofrecieron su potencial dormido, aunque sin recibir mucho a cambio. Santa Cruz de la Sierra siguió siendo un poblado arenoso,

sin conexión con el resto del país, carente de agua, luz, alcantarillado o pavimento. En 1955, con la categórica oposición de Oscar Únzaga, el Código del Petróleo (Davenport) aprobado por el gobierno de Paz Estenssoro, permitió la presencia de empresas extranjeras en la explotación de hidrocarburos, revirtiendo el pago de regalías del 11% que pasaron al gobierno central. Pero el movimiento cívico cruceño estaba preparado para reclamar por los derechos de esa región y la Universidad Gabriel René Moreno fue su dínamo principal. El testimonio del falangista Oscar Añez ofrece una pincelada del ambiente que se vivía en ese tiempo: “En la Universidad René Moreno comencé mi vida política a instancias de Alfonso Otto Kreidler, quien me dio las primeras orientaciones y me introdujo en la élite falangista de Santa Cruz. Al intervenir Juan Lechín las universidades, la FUL cruceña estaba en poder del MNR y el Centro de Estudiantes de Derecho (CED) bajo control de FSB. Con la Dra. Elffi Álbrecht, una de las líderes del movimiento cívico cruceño, organizamos la defensa de la autonomía universitaria en 1953. Estuvimos ocho meses sin pasar clases, todos los días salíamos a manifestarnos y nos trenzábamos en peleas con los milicianos del MNR. En 1954 continuamos la lucha para tumbar a Berty Bascopé en la FUL y en su lugar entró el falangista paceño Luís Ramírez Mendoza, con quien coordinamos muy bien las cosas porque él era un hombre tranquilo, mayor que nosotros. Luego preparamos la elección de Fausto Medrano, después entré yo en el momento en que era muy fuerte la represión. Mi hermano David (Añez Pedraza) estaba en los campos de concentración, mi padre desterrado en Brasil y mi madre atendía los asuntos de la familia en Riberalta. En 1956 comenzamos a preparar la defensa del 11%. En plena campaña electoral, Mario Gutiérrez me llamó a la sede de gobierno, me presentó a Humberto Vásquez Machicado y un señor Cortés que representaba al Comité Pro Santa Cruz en La Paz. Ellos preparaban la estrategia para que nosotros la apliquemos en Santa Cruz junto a Marcelo Terceros, Luís Ramírez y Roger Mercado. El hombre de consulta era Vásquez Machicado,

Director de la Biblioteca Municipal de La Paz. Todas las reuniones del 11% las hacíamos en esa ciudad…”      La estrategia incluía manifestaciones públicas y huelgas que el gobierno decidió erradicar de un plumazo aprovechando los sucesos del sábado 22 de septiembre de 1956 en La Paz, luego de la “Marcha del Hambre”. El 23 de septiembre de 1956, el Vicepresidente Ñuflo Chávez Ortiz, llegó a Santa Cruz, en víspera del aniversario de la fecha cívica cruceña. Pero el programa de celebraciones no se iba a realizar porque estaban en marcha otros actos más bien represivos. Chávez Ortiz ordenó la captura de varias personas, entre ellas el capitán Saúl Pinto Landívar, departiendo esa mañana en una kermesse en la plaza principal. Cuando los agentes del Control Político lo aprehendieron, diez amigos decidieron acompañarlo. El Teniente de Carabineros Tito García los recibió, agradeciéndoles por haberles ahorrado el trabajo de apresarlos en sus casas. Los once jóvenes fueron recluidos en las celdas de Control Político, aunque no había ningún cargo contra ellos. En otra parte de la ciudad, los agentes interceptaron a Carlos Terceros Banzer. Ignorando lo que sucedía, Mario R. Gutiérrez había convocado en Santa Cruz a un Congreso Provincial de FSB. Entre los concurrentes estaba Tito Vaca Antelo: “Yo tenía entonces 24 años, era dirigente falangista en Portachuelo, un típico pueblo de Santa Cruz de antaño, sin luz, agua ni camino. Para llegar a Santa Cruz había que hacerlo a caballo o caminando. Ese día nos juntamos en un alojamiento que estaba entre las calles Buenos Aires y Libertad. Fuimos a la Plaza 24 de Septiembre para hacernos lustrar los calzados. Yo estaba frente a La Pascana cuando vi que dos personas me señalaban. Uno de ellos se aproximó caminando:

¿Quién es Tito Vaca? No lo conocemos. No me venga con esa… yo sé que es usted.

¿Y pa’ qué me busca? Esta usté con citación para presentarse en la Policía. Ud. no es hombre pa’ llevarme a mí. No se haga el gallito. Basta que levante la mano y vendrán seis más. (EN EFECTO, OTROS SEIS AGENTES ARMADOS APARECIERON) Era una broma. Vamos a la Policía.   Tito Vaca no le dio mucha importancia y llegó confiado a la Policía, en la otra esquina de la Plaza. Se sorprendió al ver que ya estaba allí un grupo de detenidos, entre ellos el Capitán Pinto y Carlos Terceros. Éste le pidió su credencial de la Falange y la rompió en pedazos, metiéndolos en los agujeros de la pared de la celda. “El asunto no parecía muy grave, pero lo era”, recuerda Vaca. En el curso de las horas siguientes fueron llegando otros detenidos, entre ellos Alfonso Kreidler, Heberto Castedo, Rómulo Barrón, Mario Diamond, Luis Quintanilla, Mario Ayala, Marcelo Vaca Diez, Mario Melgar y otros. Uno a uno, los presos fueron sometidos a interrogatorios y golpizas de las que se ocupó personalmente un teniente de apellido García. La violencia física se repitió reiteradamente. Al anochecer, los familiares se agolpaban en las puertas policiales inquiriendo por la suerte de los detenidos, tratando de hacerles llegar cigarrillos y alimentos.  Eran ya unos 25 presos sangrantes y magullados, en una celda de cinco por cinco metros. El lunes 24 de septiembre, principal fecha histórica de Santa Cruz, los detenidos ya sumaban 35. Los estudiantes de secundaria, en pleno desfile llegaron hasta las puertas de la Policía pidiendo la libertad de los detenidos. Carabineros y agentes civiles armados salieron a reprimirlos y capturaron a varios que engrosaron el número de presos, entre ellos Miguel Nieme Hurtado, quien aún no había cumplido los 15 años, pero igual lo molieron a patadas, lo mismo que a Rómulo Arana, Hugo Maldonado, Hugo Cronembold. En un momento de confusión, entre los detenidos entró el Coronel

Andrés Saucedo. Le versión histórica señala que los captores del Cnl. Saucedo no se apercibieron de que llevaba consigo un revólver Colt calibre 38.[40] Al anochecer trajeron al Capitán Mario Adett Zamora, al dirigente universitario Luis Ramírez, a Marcelo del Río, Humberto Gutiérrez y otros, entre ellos Gabriel Candia y Pablo Castro Parada[41]. Las detenciones continuaron hasta el martes 25, cuando unos 50 hombres fueron sacados a un patio, donde formaron en dos filas. Tito Vaca prosigue su relato: “Se me aproximó un oficial amigo y me propuso un plan de fuga. La pared de la prisión estaba semiderruida y no era alta. El asunto era aprovechar el menor descuido de los custodios, cuando nos saquen a revista en el patio, correr hasta la tapia, saltar y ganar la libertad. Le comuniqué el plan al capitán Saúl Pinto, pero él me aconsejó prudencia. Creía que habían metido buzos. ‘Cuidado te quieran aplicar la ley de fuga y te disparen por la espalda… hay otro plan… lo que tenés que hacer es mantenerte cerca de mí”.  Los detenidos recibieron guasca y se les privó de alimentos y agua. Al anochecer del martes 25, ante la presión de los familiares que protestaban formando un gentío, permitieron que llegue comida a los presos, previamente requisada. En ese contacto con el exterior, Saúl Pinto recibió una alerta: “¡los van a sacar de Santa Cruz, pero no se sabe a dónde!” Apenas alumbrados por velas, una banda de música comenzó a tocar marchas fúnebres, erizando el ambiente. Los familiares agolpados en los exteriores lloraban. Los presos empezaron a agitarse nerviosos, todo presagiaba una tragedia. El Cnl. Saucedo extrajo el revólver Colt 38, pero conscientes de que los agentes armados de ametralladoras los podían exterminar en pocos minutos, nadie quiso tener en sus manos aquella arma que Tito Vaca ató con un pañuelo en una pierna. “Me dije a mí mismo: si tengo que morir, me llevó por lo menos dos por delante…”

Pero Saucedo y Pinto ya había distribuido misiones para un plan de fuga. A las 5 de la mañana del miércoles 26 sacaron a los presos de la celda maloliente donde estuvieron encerrados y les ordenaron formar dos filas en el patio. Éramos 47, entre jóvenes y adultos, la mayoría vestidos con camisetas y pantalones cortos…” ……………………….. Una de las filas fue conducida a la calle donde los familiares gritan los nombres de sus hijos, esposos o hermanos… Una mujer joven logra acercase a uno de los presos para darle un beso y le susurra: “los llevan a La Paz”. Parte el primer camión donde va Miguel Nieme y varios estudiantes, entre ellos Rómulo Arana Saldaña, también de 15 años, cuya salud está muy deteriorada por efecto de las palizas recibidas. “No sabíamos la suerte que correríamos. En la calle estaban nuestros familiares que exigían nuestra liberación. Nos llevaron al aeropuerto de El Trompillo donde nos esperaba un avión…” Salen quienes integran el segundo grupo y los llamados los confunden… “¡Hugo…! ¡Humberto…! ¡Felipe…!” Los que tienen suerte reciben algo de ropa, alguna pequeña valija, inclusive una estera que llega a las manos de Tito Vaca. Los embarcan en otro camión en el que llegan también a El Trompillo. Las instrucciones ya estaban dadas. Clarea el día y se divisa en la pista el cuatrimotor DC4, con la sigla CP-610 del Lloyd Aéreo Boliviano, bautizado con el nombre de “Sereno Pedro Paniagua”. Era el segundo de ese tipo en la flota de la línea aérea boliviana. A las 6 de la mañana los 47 presos son embarcados en el avión DC4, que ya tiene los motores encendidos. En comunicación con la torre de control del Aeropuerto de El Trompillo, el capitán Marcelo Estenssoro Alborta, piloto del LAB, pide instrucciones para decolar. En la cabina de mando está el piloto Estenssoro y el copiloto Hugo Vargas Valenzuela. El segundo copiloto Gerardo Zalles, el asistente de vuelo Erwin Beckman y la azafata Aida Smith completan la

tripulación. En el primer asiento, junto a la cabina, va el jefe de los agentes del Control Político, Zoilo Villarroel, llevando consigo una ametralladora. Los 47 presos se abrochan los cinturones. Casi todos están en silencio. Sólo, en un asiento en la cola del avión va el agente Quispe Lazo, hombre de pocas pulgas, armado de una Pistam. Al medio del avión está el agente Clovis Ortiz, también con una metralleta. Hay otros dos agentes armados situados de manera equidistante entre adelante y el medio y entre el medio y atrás. Todos los milicianos son gente de avería y matones profesionales. Se escucha la voz inconfundible de Mario Adett Zamora dirigiéndose al Cnl. Andrés Saucedo: Camarada, ¿tiene un cigarrillo…? La respuesta también es en voz alta: No se puede fumar con el avión sobre la pista. Cuando estemos en el aire espere por lo menos diez minutos para recién fumar, camarada.  En ese momento, la nave carretea y despega poniendo rumbo al oeste. El capitán Estenssoro agradece a la torre de control. El tiempo de vuelo será de dos horas aproximadamente. En el Aeropuerto de PANAGRA, en El Alto, aguarda un contingente de Control Político, se dice que para trasladar a los presos a Curahuara de Carangas, cuya reapertura habría sido autorizada por el gobierno.[42] El avión ha tomado altura. La azafata Aida Smith se dispone a servir café en unos pequeños vasos de baquelita. Saúl Pinto le pregunta “quién es el piloto de la nave”. La respuesta lo deja satisfecho. El Hueso Estenssoro es un antiguo amigo suyo. Ensayando una sonrisa y en actitud de humildad, el capitán Mario Adett Zamora se acerca dónde está sentado el agente Quispe Lazo. ¿Me puedo sentar con usted agente? Siga nomás…

A las 6:30, el avión está ya a la altura debida y enfila hacia occidente. Mario Adett vuelve a preguntar a Saucedo en voz alta: ¿Me invita camarada un cigarro? La respuesta es clara y firme: Ahora sí camarada. El Cnl. Saucedo se levanta, recibe el revólver Colt 38 que le entrega Tito Vaca y acercándose al agente Zoilo Villarroel le pone el caño en la sien. Si intentás algo, te morís. Tito Vaca se acerca y arrebata a Villarroel la ametralladora que lleva en las manos. Simultáneamente, atrás, el Cap. Adett Zamora se lanza sobre el agente Quispe Lazo, pero este, mostrándose firme, se resiste, intenta rastrillar su arma, los dos hombres forcejean... En la parte del medio Randolfo Llado ha tomado del cuello al agente Clovis Ortíz, reduciéndolo y desarmándolo con la ayuda de Alfonso Kreidler. Pero atrás Quispe y Adett aún luchan. Los demás presos que se percatan de la situación se levantan, gritan presas de la tensión. Atacan a los agentes intermedios, mientras Adett sigue luchando con Quispe, que finalmente es reducido con la participación de Rómulo Barros Parada y Heberto Castedo. Los agentes del Control Político están a merced de quienes fueron sus víctimas. Algunos de ellos se abrazan en señal de victoria. Otros quieren cobrar venganza, especialmente los que fueron flagelados por sus custodios que, demudados, han trocado su arrogancia en sumisión. Tan grande es el rencor que alguien propone “tirar a estos malditos al vacío”, pero Saúl Pinto los detiene: Alto camaradas, tenemos que demostrar que no somos como ellos… El avión continúa su itinerario rumbo a La Paz. La gente intenta violentar la puerta de acceso a la cabina de mando. El Cnl. Saucedo pide orden y el Cap. Pinto consulta lo que tendría que hacerse a continuación. La mayoría está de acuerdo en salir del país. Unos

quieren ir a Chile, pero se tiene que cruzar por el altiplano exponiéndose a que el gobierno movilice los cazas T-33. Hay consenso sobre la conveniencia de tomar rumbo a la Argentina. Aún queda la tarea de convencer al piloto del LAB, autorizando al capitán Pinto a parlamentar con su colega Estenssoro. La cabina de mando franquea el paso al capitán Pinto. Se produce un diálogo rápido y nervioso. Estás loco Saúl. Yo no puedo llevarlos a la Argentina… Pero escúchame Hueso, nos hemos ganado la libertad. La gente allá afuera está dispuesta a todo… ¿Acaso no te das cuenta de que nos pueden derribar por invadir el espacio aéreo argentino? No nos importa nada. Si no querés ayudarnos, yo pilotaré la nave… Pero Saúl, tu no conoces este avión. Nos vamos a matar todos. En el mejor de los casos, si conseguimos llegar a la Argentina yo tampoco podré volver a Bolivia y tendré que asilarme con ustedes. ¿Qué va a ser de mi familia, de mi trabajo…? ….   Ante la tardanza el Cnl. Saucedo y el Cap. Adett Zamora ingresan a la cabina violentamente … por la radio se pregunta qué está sucediendo… CP-610 reporte su situación… ¿Me escucha CP-610? ¿Qué está pasando allí?… Cambio. En la cabina hay empujones… el copiloto Vargas reacciona y alarga la mano para extraer una pistola… Estenssoro intenta ponerse de pie pero siente en su costado el caño de una ametralladora… víctima del nerviosismo suelta la palanca de mando… ¡el avión se precipita en picada al vació…! los pasajeros pierden el equilibrio, ruedan por el piso, la azafata da gritos… la tragedia es inminente… Reponiéndose, el Cap. Saúl Pinto jala del brazo al piloto Estenssoro,

ocupa su lugar, toma la palanca y estabiliza el aparato a menos de dos mil metros de tierra, para luego maniobrar y retomar altura. Heberto Castedo tranquiliza a la azafata y el Cnl. Saucedo impone el orden. Todos vuelven a sus asientos. Los agentes, abatidos, van en completo silencio en la parte de atrás. Nadie los hostiliza. El Cap. Pinto conduce el avión, Mario Diamond ha tomado el lugar del copiloto. Todos se ponen de pie y entonan el Himno Nacional. Pinto accede a la sugerencia para que Estenssoro supervise técnicamente el vuelo. A lo lejos se divisa un avión (ES UNA NAVE MILITAR QUE LLEVA PRESOS POLÍTICOS DE CAMIRI A SANTA CRUZ). Por prudencia elevan el DC-4 y continúan vuelo hacia el sur. Pinto no responde a los persistentes llamados de radio desde El Alto y Cochabamba. A las 7:30, el vuelo del avión del LAB ha traspuesto la frontera argentina. Aquí torre de control de El Alto. Responda CP-610. Cambio. Aquí CP-610. La nave está bajo control de Falange Socialista Boliviana. Cambio y afuera. “Estamos cerca a Tartagal. Hay que pedir permiso para aterrizar allí”, sugiere Estenssoro. Atención torre de control de Tartagal. Aquí CP-610 del Lloyd Aéreo Boliviano en vuelo de emergencia, solicitamos permiso para descender. Repito: nave boliviana en emergencia solicita permiso para descender. Necesito un comprendido. Cambio. Aquí torre Tartagal. Comprendido. ¿Qué tipo de nave está en vuelo? Cambio. Gracias Tartagal. Estoy al mando de un DC4, cuatrimotor. Necesito instrucciones para descenso. Cambio. Negativo CP-610. El aparato es demasiado grande para esta pista. Sugerimos dirigirse a Salta. Repito: Deben dirigirse a Salta. Cambio. Comprendido Tartagal. Nos dirigimos a Salta. Cambio y afuera.

Faltando pocos minutos para las 8:00, se distingue la pista de cemento del aeropuerto argentino. La torre de control da instrucciones para el aterrizaje del DC4 del Lloyd Aéreo Boliviano. Carlos Terceros Banzer mira por la ventanilla el cartel con la leyenda “Aeropuerto Internacional “El Aibal” Salta - República Argentina”. En el mástil de la torre flamea la bandera celeste y blanco. Se apagan los motores. Una fracción del Regimiento 5º de Artillería rodea al aparato. Por un altavoz piden la presencia del capitán de la nave. Bajan el Cap. Saúl Pinto y el Cap. Marcelo Estenssoro. Pinto informa rápidamente sobre lo sucedido. Las autoridades se comunican con el Gobierno Federal en Buenos Aires para informar sobre el extraordinario suceso. Todavía a bordo, los liberados y sus captores observan que se abre la puerta del avión para el ingreso de la primera comida caliente que probarán después de muchos días. “Lloramos por la emoción”, recuerda Miguel Nieme. Los protagonistas de la audaz operación en el aire ignoran que la noticia se ha esparcido. 47 liberados, 3 tripulantes y 5 agentes van descendiendo de la nave. El Comandante de la Guarnición de Salta, Gral. Saravia, les da la bienvenida. Más allá, en el límite enmallado, la población salteña aclama a los bolivianos. Las escenas son conmovedoras. Los recién llegados llevan en los rostros las huellas del sufrimiento físico. Están agotados, con los rostros flacos y la barba sin rasurar. Algunas mujeres lloran al ver a Miguel Nieme, un colegial de 15 años, que ayuda a otro de la misma edad, Rómulo Arana, herido, caminando con dificultad. Dos médicos esperan en la terminal para los primeros auxilios. Periodistas recogen la historia y buscan la forma de conversar con los recién llegados. Aunque reciben el status de refugiados políticos, resulta imposible impedir que se filtren detalles del suceso. La gendarmería argentina ha encontrado entre los documentos de los agentes, los supuestos prontuarios de los liberados. Figuraban como asesinos y ladrones de ganado, siendo en realidad estudiantes, comerciantes, agricultores, dos pilotos, un militar y un

policía, aunque todos se dicen camaradas y hablan con orgullo de su líder, Oscar Únzaga de la Vega. Se han salvado de ser encerrados en un campo de concentración. Pero alguien en Bolivia se siente también aliviado; es el Vicepresidente Ñuflo Chávez Ortiz, a quien el DC3 del LAB debía trasladar a La Paz esa mañana y a última hora desistió evitando, sin saberlo, una  complicada crisis internacional. Al medio día, toda Bolivia conoce la noticia por una transmisión de Radio Belgrano de Buenos Aires, que a su vez retransmite la BBC de Londres. En Santa Cruz, Elda Castedo de Pinto, hermana de Heberto Castedo Lladó y recién casada con Saúl Pinto Landívar, recuerda que esa mañana preparó el desayuno para su marido y fue al aeropuerto a despedirlo, aunque sea de lejos. “Luego fue el griterío en la plaza, donde decían que Saúl Pinto tomó el avión y se fueron a Salta. Las familias salimos en manifestación. Saúl se graduó como piloto, fue el más joven de su curso, trabajó en el Lloyd y la persecución política malogró su carrera.... [43] La crónica que publicó al día siguiente EL TRIBUNO de Salta se reprodujo en LA NACIÓN de Buenos Aires y de allí se propagó en diarios de todo el mundo, revelando que la publicitada revolución boliviana había derivado en una casi dictadura de partido único que el Dr. Víctor Paz Estenssoro había heredado al Presidente Hernán Siles Zuazo. 45 días se quedaron los liberados en Salta, convertidos en estrellas a quienes todos querían festejar. La tripulación del DC4 del LAB retornó a La Paz, llevando a los cinco agentes del Control Político. Más allá del susto, nadie salió lastimado.    Al existir una disposición internacional prohibiendo la permanencia de refugiados políticos en lugares cercanos a la frontera, los 47 liberados fueron trasladados a Buenos Aires, cuya colectividad les ofreció otro magnífico recibimiento. El gobierno del Presidente argentino, Gral. Pedro Eugenio Aramburu, dispuso que se les brinde asistencia humanitaria, habilitando un alojamiento gratuito en

instalaciones cercanas al Aeropuerto de Ezeiza, con desayuno y almuerzo gratuito. Históricamente, el suceso registrado sobre los cielos de Bolivia y Argentina el 26 de septiembre de 1956, constituyó el primer secuestro aéreo con fines políticos de la historia universal. Pero fue una acción limpia, de legítima defensa de un grupo de valientes contra la injusticia y la arbitrariedad. Cobró fama internacional por el coraje de sus protagonistas, llamando poderosamente la atención sobre la situación que se vivía en esta parte de América. No existe ningún antecedente de secuestro aéreo de connotación política sino hasta ese 26 de septiembre de 1956 en Bolivia. Dos años después, el 1º de noviembre de 1958, cuando la guerrilla cubana avanzaba ya por la Sierra Maestra, Fidel Castro ordenó el secuestro de un avión Viscount que cubría la ruta Miami-Varadero. Cuatro hombres armados con pistolas y granadas se desnudaron ante los alarmados pasajeros para ponerse uniformes con el emblema M-26 e intentaron desviar el aparato, el piloto se resistió, dispararon sobre él, la nave se desestabilizó precipitándose a tierra. Murieron tripulantes, secuestradores y 17 pasajeros, entre ellos 4 niños, salvándose de milagro una adolescente. Pese al desastre, dos meses después Fidel y el Che ingresaron triunfalmente en La Habana. La única sobreviviente del fracasado secuestro, Omara González, entonces de 16 años, relató el incidente medio siglo después, recordando que estando interna en un hospital, después de esa traumática experiencia, recibió una llamaba de Castro, intentando justificar la acción en nombre de la revolución. Mira, el sabotaje es así, te tocó a ti y te tocó. Yo estoy ahora con una bomba en un cine y mi mamá llega y está ahí, pues le tocó a ella… Lo sucedido en Bolivia fue un récord para el Guiness. En años posteriores, el desvío de aviones a Cuba fue uno de los deportes predilectos del terrorismo y el atentado del 11 de septiembre de 2001 contra las torres gemelas de Nueva York fue el acto más impactante de esta práctica, aunque éste resulto repulsivo e

inhumano. Por el contrario, la acción de los falangistas bolivianos, en 1956, tuvo una causa libertaria genuina y decente, no dejó muertos, heridos ni daños materiales y si tan sólo traumas en el gobierno al revelarse los alcances del sistema opresivo que continuaba vigente en el país. Aunque el Presidente Siles había cerrado los campos de concentración, no desactivó al tenebroso Control Político, que en la última semana de septiembre de 1956 peinaba la ciudad de La Paz en busca de Oscar Únzaga, de nuevo en la clandestinidad. Se ofrecía una gruesa suma de dinero a quien delate su presencia y ello creó situaciones difíciles a personas inocentes que sufrieron allanamientos porque alguien creyó haber visto al jefe falangista en el vecindario, o simplemente para satisfacer las ansias de venganza. El miércoles 26, Claudio San Román recibió un radiograma desde territorio argentino: “Gracias por el avión. Saludos de los 47”. Es posible suponer que el sarcasmo excitó la ira del verdugo, urgiendo a sus inmediatos para que le traigan la cabeza de Únzaga, quien estaba refugiado en el sótano de la casa del doctor Joaquín Saucedo en la calle Batallón Colorados, junto a sus ayudantes César Rojas, René Gallardo y Raúl Rodríguez y los diputados Jaime Ponce Caballero y Walter Vásquez Michel. Los hombres del Control Político extremaron recursos, repartieron dinero, recogieron datos de gente al servicio de inteligencia del Ejército y la Policía hallando la pista. Allanaron la residencia del Dr. Saucedo, iniciando la requisa en los pisos altos, lo que dio lugar a que Únzaga y sus acompañantes ganaran la calle pistola en mano, llegando hasta la cercana Embajada de Venezuela, donde pidieron asilo diplomático que les fue concedido de inmediato. Allí se enteraron de la fuga de los 47 falangistas en el avión DC4 del LAB. Aquello fue tonificante en medio de la persecución y recomenzaron la lucha con mayor brío. Arreció la persecución y San Román ordenó centenares de allanamientos en medio de violencia y delaciones. Los asilados en

las embajadas se multiplicaron, pero el nuevo Presidente de Brasil, Juscelino Kubitschek, adversario de Carlos Lacerda -amigo éste de Únzaga- en un juego de intereses geopolíticos, prefirió acercarse al gobierno boliviano, lo que derivó en la negativa para dar asilo diplomático a los dirigentes falangistas, lo que fue denunciado internacionalmente por FSB. Como efecto inmediato, Argentina se abrió a los perseguidos bolivianos, enviando varios aviones para sacarlos del país. En uno de esos vuelos salió Únzaga rumbo a Buenos Aires, en la primera semana de octubre. Ponce y Vásquez, que tenían inmunidad volvieron al Parlamento Escarmentada Santa Cruz, con centenares de sus hijos exiliados y otros tantos presos, Mario R. Gutiérrez se sumergió en la clandestinidad. La violencia se concentró en Cochabamba donde hubo allanamientos en masa. Entre los detenidos estaban Antonio Anze Jiménez, Héctor Peredo, Adalberto Violand, algunos dirigentes medios de FSB y el resto simplemente militantes. Jaime Gutiérrez Terceros, recuerda esos días: “En Cochabamba nos tomaron presos a decenas de falangistas, trasladados inicialmente a La Paz y días más tarde exiliados al Paraguay, donde la gente nos veía como bichos raros porque llevábamos ropa gruesa y aspecto de pordioseros. Yo vestía una chompa, sin camisa, porque me sacaron de mi cama y muchos estaban en pijama. Sumamos 116 exiliados, ninguno tenía dinero y vivimos en absoluta pobreza. La Iglesia Católica nos apoyó a través del Obispo de Asunción. Un señor ofreció trabajo para uno solo de nosotros y sin saber de qué se trataba me ofrecí. Este señor administraba la Casa Argentina y me convertí en garzón. Otro señor, que era radioaficionado, tuvo la amabilidad de hacer llegar noticias mías a mi madre para tranquilizarla. Ese trabajo me permitió vivir un mes y medio en una pensión. Luego conseguí trabajo en una flota naviera paraguaya, reuniendo dinero para ingresar a la Argentina en compañía de Anze Jiménez, con las dificultades de regularizar nuestra presencia ante las autoridades. En Buenos Aires fuimos recibidos con alborozo por Oscar, amigos hospedaron a Anze mientras yo fui a dar al alojamiento que el gobierno argentino

habilitó en Ezeiza para los 47 bolivianos que desviaron el célebre avión. Luego me trasladé al centro, donde trabajé en varios menesteres, sin dejar de hacer política con Únzaga…”. En noviembre de 1956, mientras Únzaga de la Vega reorganizaba su partido en Buenos Aires, los diputados falangistas Jaime Ponce y Walter Vásquez, perseguidos por agentes del Control Político por las calles de Sopocachi, tuvieron que trepar los muros de la Embajada del Brasil, en la Avenida Arce y pedir asilo que no pudo ser rechazado por esa legación. El Parlamento planteó el desafuero de ambos a tiempo de aprobar el estado de sitio y otorgar poderes extraordinarios al Presidente Siles para encarar el proceso de estabilidad monetaria. En esos mismos días, a miles de kilómetros, desde un puerto de la costa veracruzana, en México, zarpaba una pequeña embarcación de nombre “Granma”, llevando 82 aspirantes a guerrilleros, entre los que estaban Fidel Castro, su hermano Raúl, Camilo Cienfuegos y el argentino Ernesto Guevara ya convertido en el Che. Su destino era Cuba. Ignorando aquella coincidencia, el falangista cruceño Luis Mayser Ardaya hizo llegar a Oscar Únzaga un meditado plan guerrillero, que teniendo como epicentro al norte de la provincia Velasco, frontera con el Brasil, en las zonas del Alto y Bajo Paraguá, se extendería a otras regiones del oriente y occidente del territorio boliviano. Mayser sólo pedía la autorización para que el movimiento armado lleve el membrete de FSB. “Tanto el financiamiento como la provisión de armas, la gente, su mantención y la conducción de las guerrillas serán de exclusiva responsabilidad de mi persona”.[44] El exilio impedía de momento un proyecto de tal envergadura pues la prioridad de los falangistas era tratar de subsistir en el exilio. Los desterrados bolivianos en la capital argentina mantenían la organización que había dejado el poeta beniano Ambrosio García, quien residía esta vez en Santiago de Chile, donde tomó a su cargo la suerte de los expatriados. Hubo una especie de diáspora falangista provocada por la represión. Vivía en Brasil Jerjes Vaca Diez y allí se refugiaban por temporadas Mario R. Gutiérrez, Luis

Mayser, Enrique Achá y otros. Gonzalo Romero estaba en la Argentina. Carlos Kellemberger pasó de Perú a Cuba. Dick Oblitas a Chile. Anze Jiménez y Jaime Gutiérrez al Paraguay. Se ha calculado que unos dos mil políticos bolivianos salieron del país en aquel tiempo, distribuyéndose en varias ciudades de los países de la región. Toda la alta conducción falangista, muchos dirigentes medios, otros de proyección política y simples militantes, por lo general jóvenes, dejaron sus estudios y aprendieron a subsistir con trabajos eventuales. Algunos tuvieron éxito y no faltaron quienes ya no volvieron e hicieron hogar lejos de Bolivia, como fue el caso de Willy Loria, quien empezó lavando copas en un restaurante santiaguino mientras estudiaba en la Universidad de Chile de la que terminó como catedrático, más tarde fue ejecutivo de la Corporación de Fomento, se casó y tuvo hijos nacidos en Chile. Cosme Coca fue parte del exilio en Buenos Aires, donde se desempeñó exitosamente como contador, reuniéndose allí con su esposa Luz y sus tres hijos; por desgracia retornaron a Bolivia pues a él le tocaría ser uno de los protagonistas de la última revolución unzaguista y murió en ella. Gustavo Stumpf vivió largos años desterrado en Buenos Aires con su esposa Mercedes Ramos, y en la capital porteña nacieron sus hijas Rosa María, Cristina María y María de los Ángeles. Por Yacuiba huyó del país el fundador de FSB, Guillermo Köenning juntándosele su esposa Dora Moreno y sus cinco hijos, viviendo en Mendoza y luego Costa Rica; destacó en la industria azucarera y fue un gran organizador de cooperativas cañeras. Jaime y Nora Tapia salieron al norte argentino, junto a su hijo Rolando de un año. Estuvo en Lima Roberto Freire, con un sueño único: volver. En Santiago vivió su exilio doña Rebeca viuda de Únzaga, al cuidado del Dr. Carlos Prudencio, un oftalmólogo que nunca llegó a practicar su especialidad por su compromiso con Oscar Únzaga. También estuvieron en la capital chilena el comerciante Walter Giacoman, el ingeniero Isaac Sarmiento, el constructor Mario Miranda. Los hermanos Aguilar Zenteno construyeron su hogar en el exilio chileno, Mario vivió allí con su

esposa Gaby y tres hijos pequeños; Germán, uno de los fundadores de FSB, formó familia en Chile y cuando murió (2011), recibió el reconocimiento de las autoridades de ese país por sus aportes como decano de la Facultad de Psiquiatría en la Universidad de Concepción. Lejos de la Patria, lo desterrados la recordaron y la lloraron en distintos lugares del exilio, al acercarse las fiestas de Navidad de 1956. Pero en la lejana Bolivia las cosas no eran mejores.

XXIV - LA TREGUA

E  

n los primeros cinco meses de su gobierno, el Presidente Siles miró impotente la permanente subida del valor del dólar en el mercado negro, la galopante inflación que provocaba escasez general de artículos de consumo popular, las colas que se formaban de la noche al amanecer para comprar pan o café, acrecentando los beneficios de quienes tenían la posibilidad de acceder a productos alimenticios que revendían con ganancias extraordinarias. El dólar se cotizaba en el mercado libre en 15.000 bolivianos, mientras la paridad oficial se mantenía arbitrariamente en 190 bolivianos por dólar para las compras del Estado. Fue un paraíso para los encumbrados en el poder que consolidaron fortunas con la doble paridad, pues teniendo acceso a dólares baratos, decuplicaban su valor negociándolos en el mercado libre y muchísimo más si importaban artículos que los transaban en el mercado negro. Un informe publicado en EL DIARIO revelaba que entre 1954 y 1956, la célula de importadores del MNR recibió 6,6 millones de dólares al cambio de 190 bolivianos por dólar.[45] Entrevistado por la revista ESTO ES[46], Oscar Únzaga hizo un severo juicio del primer gobierno del MNR causante de la situación que amargaba la vida de los bolivianos: “La nacionalización de las minas, era válida como ideal del pueblo boliviano, en cuanto trataba de recuperar la riqueza de las minas en servicio de la colectividad. El fracaso ha sido tan absoluto, que hoy sucede la tremenda paradoja de que antes de 1952 las minas sostenían al país, mientras ahora, después de la estatización, todos los contribuyentes sostenemos a las minas que ahora se encuentran en manos de un servidor de la casa Patiño, el señor Raúl Gutiérrez Granier…[47] La producción de las minas de estaño ha bajado de 35.000 toneladas en 1951 a menos de 25.000 calculadas para el presente año. Las pérdidas de la COMIBOL alcanzan a cien millones de dólares en cinco años… No puede llamarse reforma

agraria al despojo y a la posesión armada de la tierra, bajo la ley del garrote y la sangre. Reforma agraria es producir más, es reemplazar el latifundio improductivo por la empresa agrícola, es dotar de tierra al campesino y asociarlo a la técnica del agricultor. En Bolivia, bajo el signo desolador del MNR, grandes y pequeños propietarios han sido despojados, los campesinos no han sido incorporados a una producción más racional, sino explotados políticamente como guardias pretorianas del régimen. El campesino es más pobre y miserable que antes… La protección oficial ampara negociados como el caso Chacur… con la complicidad de un avasallado Poder Judicial, cuyos miembros han sido obligados a inscribirse en el partido de gobierno… Nunca hubo un régimen de persecución y terror como el actual…” Pero el severo análisis de la situación boliviana formulaba cargos a Paz Estenssoro, dispensando a Siles Zuazo, que apenas en su quinto mes en la presidencia no tenía el control de los hilos del poder. Ante la posibilidad de que Hernán Siles Zuazo pueda reparar los errores de su antecesor, Únzaga creyó que era su deber ayudarle a liquidar el sistema corrupto vigente en COMIBOL, YPFB y otras instancias del Estado. Pero contrariando esa posibilidad, el Ministro de Gobierno, Arturo Fortún Sanjinés, y sobre todo San Román, Gayán y Menacho cumplían la instrucción de Paz Estenssoro: golpear duramente al falangismo para descartar cualquier entendimiento entre Siles y Únzaga. Habían pasado veinte semanas desde la instalación del segundo gobierno de la Revolución Nacional y éste parecía acabado, no por obra de la Falange o por la oposición de Santa Cruz, sino por la herencia que había recibido de su antecesor y la forma en que el Dr. Paz había montado el aparato del poder. “Cuando el Presidente Hernán Siles asumió el mando -dice Ricardo Ocampo- su régimen estaba sentenciado, de antemano a ser de corta duración. Ni uno solo de los altos funcionarios del Poder Ejecutivo, sólo algunos en el Legislativo y su fiel y eficiente Secretario Privado, Mario Alarcón Lahore, le apoyaban… cuando Paz Estenssoro se fue como Embajador a Londres, seguía mandando en el MNR como Jefe pero

había dejado la situación en tales condiciones que a Siles sólo le quedaba aguardar con resignación su previsto derrocamiento o gobernar tal como le había enseñado que debía hacerlo Paz Estenssoro, con los mismos métodos y las mismas personas”.[48] Oscar Únzaga sabía que el influyente Comité Político Nacional del MNR era un mecanismo íntegramente dedicado a preservar la imagen de Víctor Paz, que el Vicepresidente Chávez Ortíz era marxista y la mayoría en el Parlamento estaba integrada por movimientistas de izquierda. El gabinete era una muestra palpable de la soledad del Presidente Siles y su único ministro, verdaderamente afín, era José Cuadros Quiroga, un cochabambino peculiar a quien el escritor Mariano Baptista ha calificado como “inventor del Movimiento Nacionalista Revolucionario”. En efecto, le dio a ese partido su programa de principios que en opinión de mucha gente parecía copiado del proyectado por Adolf Hitler en “Mi Lucha”. Cuadros levantaba las banderas del antinorteamericanismo y odiaba a los comunistas tanto como a los judíos y los masones. Era también un temible anti-pazestenssorista y su presencia fue fundamental para estabilizar al gobierno de don Hernán. La situación económica boliviana estaba cercana a la quiebra. En la víspera de su salida, Paz Estenssoro había instituido un Consejo de Estabilización Económica, cuyo norte pasaba obviamente por un acuerdo con el Fondo Económico Internacional, pero al cual debía oponerse el poderoso Lechín. La idea era que Siles sufra, pero mantenga al partido en el poder, para que Paz regrese y salve a la revolución. “Soy Presidente, pero ante todo soy síndico de una gigantesca quiebra”, dijo el Dr. Siles Zuazo,[49] al abocarse a recomponer el desastre que dejó la primera parte de la Revolución Nacional y lanzó en esa Navidad su Plan de Estabilización. Siles suprimía “la mamadera”, provocando el encono de no pocos revolucionarios. De manera que, en enero de 1957, el Plan cobró efectividad. Se fijó un nuevo tipo de cambio único de 7.200 bolivianos por dólar, que en el curso de las siguientes semanas fue variando a 7.700, 8.800 para luego estabilizarse en 12.000[50]. Fue una devaluación extraordinaria

y una temeridad política para el mandatario, pues los sectores sociales se iban a levantar contra su gobierno. Más allá de la estabilización monetaria, la medida tenía otros componentes no menos trascendentales. Los gastos estatales fueron recortados en un 40%. Mayores cargas impositivas afectaron a las importaciones, las exportaciones y el comercio interno. Se terminó la irresponsabilidad en las empresas estatales, obligándolas a la racionalidad en gastos y contrataciones. Fue suprimido el control de precios por parte del Estado, se estableció el libre mercado, excepto en los alquileres de vivienda. Fueron eliminados los subsidios, lo que produjo la elevación de artículos y mercaderías en más del cien por ciento. Aumentaron las tarifas de los servicios públicos. Fue eliminada la pulpería barata en las minas[51] y ferrocarriles del Estado. Congelaron los sueldos y salarios. Todo ello encareció el costo de vida, estableciéndose una bonificación adicional para mineros, fabriles y ferroviarios. Se creó un fondo de estabilización de 25 millones de dólares de entonces que aportó el Fondo Monetario Internacional y el gobierno de los Estados Unidos, estableciendo un Consejo Nacional de Desarrollo, como mecanismo internacional de control y supervisión del financiamiento externo en las inversiones públicas bolivianas. Bolivia empezó a recibir fuerte apoyo externo para las empresas públicas, principalmente COMIBOL y YBFB, además de infraestructura básica que, a la larga, iba a significar mayor crecimiento de la economía boliviana.[52] El país empezó a sentirse mejor que en los años precedentes pues, pese a la devaluación, existía una esperanza. Bajó la presión en las clases medias que aunque empobrecidas, creían que había futuro y que la mala hora terminaría pronto. La Iglesia atenuó su visión crítica y miró al Presidente Siles desde otra perspectiva, desviando sus críticas de la política a la sociedad y a la juventud que, embriaga por los cantos de sirena de la poderosa industria norteamericana del entretenimiento, se entregó a los voluptuosos acordes de una música contagiosa, el rock and roll, que se esparcía por el mundo

para quedarse para siempre. Pero, más allá de lo que dijeran el clero, esa música tenía ritmo, encanto, reflejaba historias cotidianas, sus intérpretes eran atractivos y, en suma, el rock era una expresión de libertad. En el estreno simultáneo del film “Al compás del reloj”, del legendario Bill Haley, en los cines La Paz, Princesa y Monje Campero, cuyas plateas se repletaron de jóvenes, estos terminaron bailando “See you later alligator” en los pasillos pese a la amenaza de excomunión que formulara el ya anciano Arzobispo Abel Antezana. Oscar Únzaga evaluó el Plan de Estabilización y lo calificó como liberal, pero quizás un remedio posible para sanar el cuerpo anémico de la República de Bolivia, aquejado por las bacterias nocivas de la revolución. Sin embargo, puso en duda la posibilidad de que el Presidente Siles tenga éxito, no porque el plan sea necesariamente malo, sino por la sañuda oposición al interior del propio MNR, principalmente el Vicepresidente Ñuflo Chávez Ortíz y el sector lechinista del partido. Únzaga escribió a Jorge Siles Salinas: “El nuevo plan de inspiración liberal puede ser bueno, pero jamás podrá ser realizado por mentalidades marxistas, en un gobierno dominado por gentes de esa ideología. Es muy tarde para cambiar de rumbo tan radicalmente en lo económico. Estas medidas pondrán a Hernán en un callejón sin salida”.[53] Tronaron las trompetas guerreras de comunistas y trotskistas. A pocos les gustó el curso de la situación. El Plan de Estabilización tenía como autor al economista norteamericano Jackson Eder y su sola nacionalidad creaba resistencia. El Estado de Sitio acalló las voces contestatarias, pero los maestros, por el volumen y extensión de su presencia -donde era notoria la participación falangista-, se lanzaron a la huelga luego de que el gobierno, en cumplimiento del Plan de Estabilización, les negó los reajustes salariales que exigían. El año escolar se interrumpió generando grave sacudimiento social especialmente en las ciudades. Para no perder protagonismo, los mineros y fabriles caldearon el ambiente. Falangistas y comunistas

hacían causa común sin quererlo. El desborde social fue en aumento y el Presidente Siles respondió con un acto inédito que, empero, iba a tener efecto positivo en la población: se declaró en huelga de hambre, al estilo Ghandi. Desde la clandestinidad, Mario R. Gutiérrez dirigió (marzo de 1957)  un “Manifiesto al pueblo de Bolivia”: “La huelga de hambre es el recurso supremo y único al que suelen apelar, en su impotencia, los ciudadanos y los pueblos sometidos. Es la protesta, cuando no hay otra, del derecho contra la fuerza. Pero Bolivia es el país de las paradojas y un tirano ayuna para someter al hambre a un pueblo al que tiene esclavizado por la fuerza.” Desde luego era una postura opositora radical y lapidaria pero, en el fondo, una actitud injusta, que expresaba a Mario R. Gutiérrez más en su condición de opositor cruceño -en un momento de castigo contra Santa Cruz- que en la dimensión de subjefe de un partido nacional. En realidad, pese al alto precio en popularidad, Siles intentaba frenar el desbarajuste y la corrupción que había hecho carne en su propio partido. El Presidente Siles designó Ministro de Gobierno a Roberto Méndez Tejada, hombre de izquierda del sector de Lechín. Era una forma de pedirle auxilio al ex condiscípulo del Amerinst. Pero el kolo Méndez hizo una maniobra contra el único que podía dar estabilidad social a Siles, es decir Únzaga de la Vega. Para debilitarlo tomó contacto con sus coterráneos Oscar Gandarillas -diputado falangista por Cochabamba- y Héctor Peredo, exiliados ambos en Buenos Aires, críticos a la jefatura de Únzaga, quienes acordaron, en la embajada boliviana, su retornó al país. Ya en La Paz, manifestándose contrarios al “carácter arbitrario de Únzaga”, anunciaron que FSB había decidido sustituir su jefatura por la de Mario R. Gutiérrez. Este reaccionó inmediatamente en carta al Director de EL DIARIO, fechada el 12 de abril de 1957, que no deja lugar a dudas: “Para quienes pudieran no conocerme bien, debo aclarar que en mi alma no caben infidencias, pues de mis padres aprendí a no

cambiar el deber por la vida. Ni el halago conmueve mis principios, ni ambición alguna alcanza a torcer la rectitud de mi espíritu. Únzaga de la Vega, verdadero santo del patriotismo, líder indiscutido de la oposición nacional, es Jefe insustituible del Partido al que ha llevado con ejemplar sacrificio y talento, desde que él lo fundara hace 20 años, a la cúspide de su actual popularidad...” En un análisis desapasionado de la situación, el sector del MNR verdaderamente afín a Siles Zuazo llegó a la conclusión de que se podría sostener el Plan de Estabilización sólo si se contaba con el apoyo de FSB. Desde su exilio, Oscar Únzaga esperaba que el Presidente adopte medidas políticas simultáneas a las reformas económicas y estaba dispuesto a respaldarlas, de lo contrario el Plan Eder estaría destinado al fracaso. Jorge Siles Salinas preguntó ¿cuáles habían de ser esas medidas? “Por lo pronto, mantener a raya o arrojar por la borda a Paz Estenssoro y Lechín. Luego, ir eliminando poco a poco a los comunistas. Mas, aunque el gobierno no daba ningún paso en ese sentido, siempre parecía haber razones para explicarse lo que parecía una cautelosa táctica del Presidente, esperando el momento oportuno para depurar su Gobierno… No había que impacientarse, que la ocasión llegaría”.[54] Y llegó, aunque de manera insólita. El Vicepresidente Ñuflo Chávez Ortíz, retornando de un viaje a Nueva York donde representó a Bolivia en la Asamblea de Naciones Unidas, activó una bomba política al oponerse categóricamente al Plan de Estabilización. En una bullada conferencia de prensa, denunció a Eder como virrey del gobierno norteamericano y acusó al Presidente Siles de “antinacional y antiobrero”, generando una situación borrascosa, amenazando con extender la resistencia del MNR y los sectores populares contra el gobierno de Siles. Chávez Ortíz no imaginó que la respuesta vendría de Jackson Eder, quien convocó a otra conferencia de prensa para demostrar, documentos en mano, que el Vicepresidente había entrado en conversaciones con banqueros norteamericanos de Nueva York (Marx Brothers, de Wall Street) ante los cuales se comprometió a

lograr que, a su retorno a Bolivia, el gobierno anunciaría públicamente su intención de reanudar el pago de la deuda externa, poniendo fin a una moratoria de pagos desde los años 30.[55] ¿Qué implicaba tal compromiso? ¿Perjudicaba el fin de la moratoria al Plan de Estabilización o viceversa? ¿Qué ventajas para Bolivia tenía aquel compromiso vicepresidencial? Chávez Ortíz dio una explicación veinte años más tarde, en un libro de su autoría, explicando que en su viaje a Nueva York tomó un seguro por 200.000 dólares y casi sucumbió a un accidente aéreo abrazado a una actriz mexicana, antes de su encuentro con un banco que se ofrecía a rescatar bonos de la deuda de Bolivia.[56] “Una vez (esos bonos) en poder del banco, se negociaba la redención de la deuda, era poner dinero de un bolsillo al otro y lo que quedaría serían esos seis o siete millones de dólares como deuda al banco con un interés bastante bajo”, explica Chávez con frivolidad sorprendente. Quedó flotando la posibilidad de un juego corrupto, de tráfico de influencias y Chávez prefirió renunciar a la Vicepresidencia de la República dando paso a una maniobra interna del grupo palaciego en torno a Siles para tomar control de la situación. La renuncia de Chávez la había hecho ante el Presidente del Senado, Juan Lechín. Pero al dejar el cargo Lechín y ser reemplazado por el silista Federico Álvarez Plata, el asunto se complicó. Siles designó Ministro de Gobierno a José Cuadros Quiroga y éste movilizó todo aparato que vuele o ruede para traer a los diputados y senadores de todos los distritos del país, a quienes por la vía del ruego, la amenaza o el billetazo los puso en la línea de aceptar la renuncia. En tanto, la carta de renuncia desapareció del archivo del Senado y los senadores de la línea izquierdista proclamaron que Chávez nunca renunció. Pero una copia quedó en la redacción de un periódico que la cedió gustosamente al Ministro Cuadros.[57] Instalada la sesión del Congreso Extraordinario, se sometió a votación, una minoría entre la que anecdóticamente estuvo el diputado falangista Walter Vásquez Michel- defendió al vicepresidente. La mayoría aceptó la renuncia de don Ñuflo.

Entonces la COB se lanzó sobre la yugular del Presidente Siles, como lo había previsto Paz Estenssoro, Embajador en Londres. Al estar Walter Guevara como Embajador en Paris, de los cuatro grandes del MNR sólo quedaba en La Paz Juan Lechín Oquendo, condiscípulo de Siles en el Instituto Americano y éste abrigaba la ingenua posibilidad de que la vieja amistad con el líder de la COB le sería favorable. No lo fue. Lechín, sugestionado por su conexión con Guillermo Lora y el trotskismo, se manifestó como el más duro adversario del Plan de Estabilización. No sólo se oponía a él, creía además que la situación económica exacerbaría las contradicciones de clase en Bolivia de la que surgiría la verdadera revolución ya no nacionalista sino bolchevique y con ella el gobierno de las masas, la dictadura del proletariado… Lechín decantó su posición al interior del MNR con una frase que registró la historia del movimiento obrero: “… la COB se mantiene leal y alerta al lado del líder máximo de la Revolución, el compañero Paz Estenssoro”.[58] En tales circunstancias, Oscar Únzaga mantuvo la tregua al Presidente Siles, mientras los políticos de la derecha en el exilio intentaban armar golpes que el gobierno controló. Pero un grupo de radepistas nostálgicos, seguidores del prestigioso Gral. Clemente Inofuentes, uno de los fundadores de la logia militar secreta, designado Comandante del Ejército, se entregó a una conspiración descabellada estando muy enfermo, siendo destituido y enviado al exilio, como adjunto militar en una embajada, donde murió. Esa acción militar reflejó una realidad: el segundo gobierno del MNR era vulnerable. Tratando de evaluar cada detalle de la compleja situación política boliviana, las dudas abrumaron otra vez a Únzaga. Obligado a la distancia de los hechos por la diáspora de su partido, privado de un comité político o de un organismo consultivo falangista, no era posible una resolución orgánica de consenso y en la soledad del exilio trataba de formular respuestas a las inquietudes del momento. Más allá de comentarios epistolares en la correspondencia de personas como Dick Oblitas Velarde, Mario Gutiérrez, Jorge Siles, José Gamarra o Luis Mayser, no quedan testimonios sobre la forma

en que se planteaban los temas de la agenda nacional ni la forma en que Oscar los encaraba. Indiferente el Presidente Siles a la situación de FSB, Únzaga tenía ante sí una alternativa: secundar al golpismo militar de la derecha o sumarse a las fuerzas de izquierda que declararon la guerra al Plan de Estabilización. ¿Hacer suyas las críticas de Ñuflo Chávez? ¡Desde luego que no! La alternativa era fortalecer al Presidente Siles, y aún apoyarle frente a Paz Estenssoro y Lechín. Jorge Siles Salinas, exiliado en Chile y recientemente casado con María Eugenia del Valle, solicitó consentimiento al Consulado de Bolivia en Santiago para regresar al país. El permiso fue de sólo ocho días, lapso en el que se entrevistaría con su hermano, el Presidente Hernán Siles Zuazo. Por carta, Oscar Únzaga le dio instrucciones: “En cuanto a la posibilidad de la entrevista (con el Presidente Siles), te recomiendo hay que destacar que el plan de estabilización no puede lograrse mientras no exista paz social y política. Que nosotros juzgamos que deberá ponerse en orden o separar al grupo extremista en un golpe audaz de timón; si ni lo hace, está condenado al fracaso más absoluto”. Sin embargo, la reunión entre los hermanos Siles no llegó a realizarse. El “golpe audaz de timón” que Únzaga sugería, estaba en el pensamiento de todos los bolivianos sensibles al drama que se vivía en Bolivia. “Ciertamente, si él hubiese querido aprovecharla, no sólo habría logrado librar a Bolivia de la pesadilla comunista, sino que también habría quitado hábilmente banderas a la oposición”, señala Siles Salinas. Al parecer, Únzaga confiaba en la posibilidad de que Hernán comprenda la grandeza de un gesto semejante. Pero ¿tendría el Presidente las agallas de romper con el jefe (VPE) y el maestro (JLO)? Su hermano Jorge explica la situación: “A Hernán Siles Zuazo le perdió una obsesión. Fue una quimera que llevaba metida en el alma y que sin duda obedecía a una inspiración generosa y a la influencia de su temperamento juvenil. El, que tanto ha acusado a la Falange de dejarse guiar por los ímpetus de la

adolescencia, él mismo no era sino un muchacho ingenuo obsesionado por una quimera. Esa quimera tiene un nombre: Revolución. Engolosinado con esa superstición, Hernán Siles creía que su deber era ser leal a ‘la obra revolucionaria del compañero Paz Estenssoro’… Esta mentalidad, propia de un espíritu inmaduro y juvenil, es la que impidió a Hernán Siles caer en cuenta de que su Gobierno se hallaba ante un dilema: restaurar el orden o perecer. Y en lugar de restaurar el orden, Hernán Siles decidió ‘proseguir la obra revolucionaria del compañero Paz Estenssoro’, aún cuando el país mismo fuera arrastrado con ello al caos”.[59] En síntesis, Hernán Siles Zuazo no se atrevió a romper el molde de la maquinaria que pocos años después los trituraría a él, a Walter Guevara y al propio Juan Lechín. Pero, de momento, se apoyó en personas que siendo del MNR, abominaban de Paz Estenssoro y Lechín. El Ministro Cuadros, desde la redacción de LA NACIÓN, atacó a la oposición cobista, destrozó la figura de Lechín a quien ridiculizó y al final arrinconó creando una COB paralela. Como una fiera herida, el lechinismo volvió a las calles y paralizó las minas, a las que llegó el Presidente en actitud pacífica retando a los mineros armados de dinamita. Pero el Dr. Siles también volvió a la huelga de hambre y amenazó varias veces con renunciar, lo que disparó la ambición del clan Álvarez Plata, toda vez que don Federico, como Presidente del Senado -al haber renunciado el Vicepresidente Chávez-, bien podía hacerse cargo del resto de la gestión. Pero esa posibilidad se extinguió con drama, cuando en el altiplano una banda de campesinos comandada por un hombre al que llamaban Wilasaco (saco rojo) asesinó al Ministro de Asuntos Campesinos, Vicente Álvarez Plata. Finalmente, el Ministro Cuadros desestabilizó al poderoso Comité Político Nacional del MNR, logrando que lo eligieran a él como Secretario Ejecutivo, desplazando al pazestenssorismo. Ese era el momento para hacer un gol histórico -en el lenguaje de Walter Guevara-. Pero Siles, sólo frente al arco, prefirió volver atrás con la pelota, dejando al arquero (Víctor Paz) entre sorprendido y aliviado. Siles finalmente obtuvo autonomía, pero para hacer

cachañas y recomenzó el enfrentamiento contra la Falange que en ese momento no estaba en cancha por efecto de la tregua que Oscar concedió a Hernán y que desde luego empezó a languidecer en ese punto.

XXV - LA DEFENSA DEL PETRÓLEO

L  

a política petrolera del gobierno acabó de malograr la posibilidad de un acuerdo y marcó el fin de la tregua que Oscar Únzaga de la Vega concedió a Hernán Siles Zuazo. Probablemente el jefe falangista cometió un error de apreciación, movido más por sentimientos que por razones prácticas, al impugnar la posibilidad de inversiones externas en el negocio petrolero. El petróleo fue uno de los elementos concurrentes al desencadenamiento de la Guerra del Chaco. Los Ejércitos de Bolivia y Paraguay lucharon por defender lo que consideraban su patrimonio territorial, pero es innegable que detrás de la soberanía argumentada por ambas naciones, con documentos de antigua data y abundancia de mapas, se movían los intereses de empresas e individuos. La familia del Presidente argentino Agustín P. Justo, propietaria de vastos campos en el noreste paraguayo, proyectaba su presencia en el territorio boliviano donde se creía que reposaban ingentes yacimientos petroleros. La guerra demandó la vida de sesenta mil combatientes bolivianos, entre ellos Alberto Únzaga de la Vega, el muy querido hermano de Oscar. En sus investigaciones históricas, el líder falangista idealizó a quienes se mantuvieron en esa trinchera antes y después de la guerra. Se identificó con el testimonio de Abel Iturralde y su oposición a la presencia de consorcios petroleros internacionales en Bolivia, allá por 1920, cuando se enfrentó a los cabilderos de John D. Rockfeller en el Parlamento Nacional.[60] Es pertinente tratar de explicar el porqué de esa oposición. Poco antes de la caída del régimen liberal, en julio de 1920, la empresa norteamericana Richmond Levering se hizo de una concesión por tres millones de hectáreas en territorio de Santa Cruz, Chuquisaca y Tarija, mientras la firma inglesa Jacobo Bakus recibió otra concesión por un millón de hectáreas en los departamentos de La Paz, Beni y

Territorio de Colonias (actual Pando). Unos meses después, ya en el gobierno republicano, ambas empresas cedieron sus concesiones a la poderosa Standard Oil Co. Abel Iturralde, llamado el centinela del petróleo[61], diputado por La Paz, se batió contra aquella situación demostrando que esos contratos eran nulos, pues transgredían el marco legal existente y fueron suscritos en total desconocimiento del negocio petrolero por parte del gobierno del Presidente José Gutiérrez Guerra. No cumplían requisitos elementales, como el de solvencia para recibir millones de hectáreas del territorio nacional y toda referencia a su capacidad económica era un certificado ¡firmado por la Casa Bancaria del propio Presidente José Gutiérrez Guerra! Como fuere, el Congreso aprobó la artimaña por encima del Poder Ejecutivo y, en lugar de hacerlo por la vía correcta, la Standard Oil acabó asentando sus plantas en el sudeste boliviano mediante un enjuague con una consecuencia negativa a futuro, pues generó una conciencia colectiva adversa a la inversión privada en un negocio donde el capital extranjero resulta imprescindible. Investigadores paraguayos han escrito que la Standard armó a Bolivia por su necesidad de salir al Atlántico con su producción petrolera. Pero ello queda desmentido por la realidad; la Standard no solo se negó a colaborar económicamente al país que la cobijaba declarándose “neutral”, sino que además desvió de contrabando parte de su producción a la Argentina, país que patrocinaba al Paraguay en aquel infausto conflicto bélico, en cuyo epílogo, con mediación internacional, la cancillería argentina apoyó sin remilgos la causa guaraní, mientras el otro gigante de la región, Brasil, intentó sacar la cara por Bolivia.[62] Poco antes, la Argentina había quebrado el oligopolio privado de combustibles con la creación de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) y una corriente nacionalista pugnaba por crear un monopolio estatal acorde con las necesidades de combustibles para la naciente era industrial en ese país.   Acallados los cañones y suscrita la paz, el gobierno militar del Cnl. David Toro creó en 1936 Yacimientos Petrolíferos Fiscales

Bolivianos (YPFB) y anuló en 1937 las concesiones de la Standard Oil Co. echando a la compañía americana, ejemplo que fue tomado por México cuyo Presidente, Lázaro Cárdenas, procedió de igual manera que los bolivianos y con la misma empresa. Cárdenas proyectaba una empresa estatal petrolera capaz de sostener el desarrollo económico de su país acorde a los postulados de la Revolución Mexicana.[63] De manera simultánea, se instauraba en Brasil un proyecto estatal nacionalista personificada por Getulio Vargas y el llamado Estado Novo, surgiendo la figura de Julio Caetano Horta Barbosa, quien pontificaba sobre la conveniencia de los monopolios petroleros estatales que en su criterio sostenían a las economías nacionales, frente a los consorcios privados que subyugaban a los países en desarrollo. Como los militares brasileños apoyaban la idea, en 1938 Getulio nacionalizó la producción y controló la refinación mediante el Consejo Nacional de Petróleo. Bolivia había perdido el Chaco, pero conservó la región petrolera del territorio en disputa con Paraguay. La llamada “civilización del movimiento” por el uso de los derivados del petróleo entraba en un período de expansión. Establecida la evidencia de un gran potencial hidrocarburífero en nuestro territorio, los dos colosos vecinos, Argentina y Brasil, ya enfrentados por razones económicas e inclusive de prestigio nacional, se esmeraron por acercarse a Bolivia, cada cual por su lado y excluyendo al otro, con el propósito de tener acceso a esa riqueza mediante alianzas económicas de explotación conjunta. El otro héroe de la guerra, el My. Germán Busch, tomó el poder en 1938 y seguramente consideró con ánimo favorable la posibilidad de que el Brasil, que apoyó a Bolivia en el reciente conflicto, participara en el desarrollo de la riqueza petrolera boliviana. Era representante diplomático de Bolivia en Río de Janeiro el eminente internacionalista Alberto Ostria Gutiérrez, quien había logrado la suscripción, el 25 de febrero de 1938, de un “Tratado sobre Salida y Aprovechamiento del Petróleo Boliviano” asociado a la construcción

de un ferrocarril que daría a Bolivia acceso al Atlántico. Los miembros de la logia Razón de Patria descubrieron la existencia de aquel tratado, mantenido por el gobierno en reserva, encontrándolo “exorbitante y entreguista en sumo grado”, pues comprometía “al 50% del territorio nacional” generándose lo que el líder de RADEPA denominó “violento enfrentamiento entre nacionalistas y colonialistas”.[64] Todo hace presumir que el Presidente Busch no comprendía los alcances de lo que estaba en juego, pero cuando sus influyentes camaradas de RADEPA[65] se lo explicaron, montó en cólera. Impedido de una retractación, por compresibles razones que hacen al decoro nacional, el Tratado quedó empolvándose en una gaveta, mientras Busch se declaraba Dictador, asumía medidas revolucionarias de riesgo, como la entrega del cien por ciento de las divisas provenientes de las exportaciones de minerales, que curiosamente Simón I. Patiño apoyaba. Sintiéndose criticado por su inexperiencia, su exceso revolucionario e inclusive su origen cruceño, Germán Busch acabó disparándose un balazo en la sien. Aunque en ese tiempo Únzaga y los fundadores de la Falange empezaban su andadura política, la posterior correspondencia epistolar y los contactos personales entre el jefe de FSB y el creador de RADEPA, Elías Belmonte, reforzaron una posición contraria a la concesión de áreas petroleras a potencias extranjeras o empresas transnacionales, atentos al proceso político regional, al influjo además de la explosiva situación europea.  El tratado con el Brasil se concretó en un momento difícil para la paz en el Atlántico sudamericano. Documentos oficiales del gobierno del Presidente Getulio Vargas, revelaron la posibilidad de una invasión argentina y la conquista de la mitad del Estado de Río Grande do Sul, fronterizo con Argentina y Uruguay.  El Consejo de Seguridad Nacional del Brasil afirmó, el 11 de enero de 1938, que “ante la precariedad para evitar una invasión argentina era necesaria la construcción de una segunda línea de trenes hasta la región

fronteriza con la provincia argentina de Corrientes, para movilizar tropas en forma rápida”. Consideraba también que “en 40 días, en

caso de que hubiera una declaración de guerra, la totalidad del Ejército Argentino estará concentrado en Corrientes y podrá invadir Rio Grande do Sul. El ejército de campaña brasileño es muy inferior al argentino… 270 días después de declarada la guerra, Argentina podría tener en Rio Grande do Sul 12 divisiones del Ejército, 4 de caballería y otros elementos. Brasil podrá tener 7 u 8 divisiones de infantería y 3 de caballería. La situación es extremadamente angustiante. Mitad del Estado de Rio Grande do Sul sería perdido… Brasil no podía utilizar la vía marítima para llevar tropas a Rio Grande do Sul (desde Rio de Janeiro), porque la escuadra argentina es más fuerte que la nuestra…”[66] De manera que el Tratado suscrito con Brasil en 1938, de alguna manera ponía a Bolivia al lado de uno de los hipotéticos beligerantes de ese momento en Sudamérica. El artífice de ese compromiso estatal, Alberto Ostria Gutiérrez, explicó su conducta como una atrevida estrategia diplomática, diríamos pendular, entre Buenos Aires y Río de Janeiro, con el propósito de favorecer a Bolivia convirtiendo al petróleo en el As de la baraja. Por ello, y ya como Canciller de la República entre 1939 y 1941, en los gobiernos de los generales Quintanilla y Peñaranda, Ostria logró negociar y suscribir otro tratado esta vez con Argentina, el 10 de febrero de 1941, destinado a lograr financiamiento argentino para el ferrocarril Yacuiba-Santa Cruz, a ser reembolsado con la venta de petróleo a ese país, cuyos términos serían ejecutados bajo supervisión de una Comisión Mixta Ferroviaria Argentino-Boliviana, que adquiriría peso político propio en los años venideros. Quiso el destino y el exilio que Únzaga viera de cerca el desarrollo del proceso político argentino y brasileño y la influencia que ejercieron ambos en Bolivia. Sin embargo, nada pasó en la década de los años 40 respecto al petróleo, bajo la celosa mirada de YPFB que fue produciendo lo que

Bolivia requería para sus necesidades energéticas, hasta que cinco meses después de la revolución del 9 de abril, el gobierno revolucionario y antiimperialista del Presidente Paz Estenssoro mostró una temprana actitud dual en materia petrolera. Desde la estatización de la Standard Oil Co., el petróleo nacionalizado, en manos exclusivas de YPFB, inhabilitó cualquier posibilidad de concesiones a privados y así se mantuvo durante más de 15 años, hasta la poco ortodoxa concesión al texano Glen McCarthy, en septiembre de 1952, a la que se opuso Oscar Únzaga, lo que contribuyó a la mala relación con Paz Estenssoro (ver Capítulo XI). Como se recordará, a McCarthy se le asignaron 397 hectáreas donde podía instalar refinerías, oleoductos, tanques, muelles, carreteras, ferrocarriles, telégrafos, etc. El intelectual Sergio Almaráz también criticó ese contrato señalando que no había en él una sola frase relativa a que el Estado pudiera utilizar las instalaciones del arrendatario, ironizando la situación con una pregunta: “¿se precisará pasaporte para ingresar a la concesión”.[67] Glen McCarthy invirtió 1,7 millones de dólares, perforó cuatro pozos de gas, no hizo ningún trabajo exploratorio y posteriormente, ya en 1957, con la ayuda del embajador Henry Holland, amigo del Presidente Siles Zuazo, el aventurero americano transfirió con buena ganancia la extensa concesión a cuatro petroleras Monsanto, Murphy Oil, Unión Petrolera S. A. y Tennessee Petroleum- que conformaron el consorcio Chaco Petroleum S. A. Pero como todo era irregular, el gobierno necesitaba una norma que satisfaga y dé seguridad a los inversionistas, de manera que, argumentando la necesidad de impulsar la producción de hidrocarburos en Bolivia, con el apoyo de la ayuda americana Punto IV- y de la Embajada Americana, contrató a los abogados americanos Davenport y Shuster para redactar un nuevo Código del Petróleo, sin intervención de ningún profesional ni autoridad nacional. El 26 de octubre de 1955, el gobierno revolucionario promulgó un Decreto Supremo poniendo en vigencia al llamado Código Davenport, cuyo contenido fue observado y resistido por dirigentes

de Falange Socialista Boliviana, pero su voz se perdió en la nada, ya que los dirigentes de cúpula estaban en el exilio -como el propio Unzaga- y la mayoría internados en los campos de concertación.[68] Antes de que el Código Davenport cumpliera su cometido, es decir la presencia activa de una empresa petrolera norteamericana en Bolivia, es preciso volver a la situación regional, siempre bajo la influencia del petróleo boliviano. Como la rivalidad entre argentinos y brasileños continuaba y el petróleo boliviano era parte de esa divergencia geopolítica, la administración del Presidente Paz Estenssoro no pudo eludir la presión ejercida desde Río de Janeiro y en mayo de 1953 suscribió Notas Reversales, confirmando el Tratado de 1938.   Getulio Vargas, cuyo pregón era “el petróleo es nuestro” en una campaña para crear en 1953 un monopolio estatal que se denominó PETROBRAS, no encontraba contradicción si acaso esa empresa estatal brasileña fuera la que hiciera inversiones en el exterior, en Bolivia por ejemplo, para asegurarse fuentes cercanas y convenientes de provisión. Luego del suicidio de Getulio Vargas en 1954, su heredero constitucional, Joäo Café Filho, se reunió en enero de 1955 con el Presidente Víctor Paz Estenssoro en Santa Cruz de la Sierra. El tema central fue la apertura del petróleo boliviano al capital brasileño en cumplimiento del Tratado de 1938 suscrito entre los dos países, impracticable hasta ese momento. Como dijimos, Únzaga era un opositor visceral a cualquier presencia extranjera sea brasileña o texana en el negocio petrolero, en razón al antecedente de la Guerra del Chaco. Probablemente, la suya era una posición más emotiva que racional, al menos si se considera que la industria petrolera demandaba -entonces como ahora- de inversiones extraordinarias de las que Bolivia carecía. Hasta que Únzaga tuvo una revelación: ¡descubrió PETROBRAS! En su exilio en la capital carioca, el líder de la oposición boliviana conoció a gente influyente, gracias a sus relaciones con el periodista

y político Carlos Lacerda, pero también por intermedio del empresario boliviano Miguel Echenique y su hijo Fernando. Entre ellos conoció a Cható, propietario del más grande consorcio de medios de comunicación del Brasil y probablemente de Latinoamérica. Su nombre completo era tan llamativo como el mito que había creado en torno suyo: Francisco de Assis Chateaubriand Bandeira de Melo, periodista, abogado, político, catedrático en Derecho, escritor, académico, protector del arte y, sobre todo, magnate de la comunicación, dueño de una fortuna impresionante y cabeza de diarios, revistas, emisoras de radio y del primer canal televisivo del gigante país, la célebre Cadena TV-Tupi. El portaestandarte de su grupo mediático era la revista O CRUZEIRO. En síntesis, Cható era el hombre más influyente y polémico del Brasil, capaz de enfrentarse a la poderosa revista LIFE de los Estados Unidos, pero al mismo tiempo de criticar a PETROBRAS, considerándola innecesaria y dispendiosa. “Oscar fue invitado a pasar una semana en una propiedad del propietario de O CRUZEIRO en Belo Horizonte. Fue la única vez en que se movió sólo, sin la presencia de ninguno de sus ayudantes ni miembros de su entorno. Volvió impresionado por lo que había escuchado…”[69] Una noche, el Sr. Assis Chateaubriand, observaba divertido la polémica entre uno de sus allegados y un ingeniero (sus nombres no han quedado registrados). Aquel descartaba absolutamente la posibilidad de que una empresa estatal brasileña consiga producir petróleo en grandes cantidades; el otro afirmaba lo contrario, pero lo hacía con tanta pasión que llamó la atención de Oscar Únzaga. Y aunque tenía alguna dificultad para entender por completo el diálogo en portugués, estaban claros los términos de la discusión. No era la dicotomía entre comunismo y capitalismo para encarar el futuro de un “país-continente”, sino la posibilidad del nacionalismo para desarrollar un capitalismo privado pero brasileño, aunque ayudado por una fuerte presencia estatal para reducir la principal aspereza del camino. ¿Cuál? La falta de petróleo.  En síntesis,

liberales como Lacerda, nacionalistas como Getulio Vargas y aún oligarcas como Cható, en el fondo eran antiimperialistas que coincidían en un punto: para liberarse de la tutela imperial norteamericana, el capitalismo nacional era inevitable e imprescindible. El razonamiento era muy interesante. El imperialismo era la etapa final del capitalismo, como se dio en países industrialmente más desarrollados de Europa y con características propias en los Estados Unidos de América. Pero en los países en condición de subdesarrollo, el capitalismo era apenas el comienzo. Sin capitalismo no existía la posibilidad de explotar materias primas ni mucho menos transformarlas. Había que enfrentar al imperialismo, pero sin obstruir el desarrollo nacional ni deteriorar las posibilidades y demandas locales de progreso material, deterioro que sería inexorable si acaso se apelara al método comunista. Brasil podía evitar ser fagocitado por el imperialismo norteamericano, pero para ello debía ponerse a su altura, de igual a igual, no como fanfarronada política sino como realidad concreta. ¡Y Brasil podía hacerlo! Contaba para ello con una extensa área agrícola de activos hacendados (los cafetaleros habían determinado el curso de la política durante mucho tiempo), tenía un poderoso sector industrial y financiero, disponía de extraordinarias reservas de riquezas naturales, espacio, Amazonas, el Atlántico, brazos, fuerza creativa, personalidad propia, además de un enorme mercado en desarrollo -propio y del vecindario-. Podía erigirse como la cabeza de la América Latina y cumplir el rol de grandeza al que le convocaba su destino. Pero tenía un sólo problema: carecía de petróleo. Había coincidencia en la necesidad de proteger a la fuerza laboral, darle al trabajador lo que en justicia le correspondía y más. Pero, al mismo tiempo, cuidar escrupulosamente al empresario y darle inclusive lo que difícilmente podría acceder por mano propia. El asunto radicaba en extraer petróleo donde no existía, como señalaban los informes de los expertos, para quienes PETROBRAS

era irracional, pues llevar a cabo programas exploratorios en el inmenso territorio sería un dispendio imperdonable. En consecuencia, ¿cómo solucionaría Ud. la falta de refinado si no existe petróleo en el vientre de la tierra que heredamos?, intervino Cható. La respuesta dejó maravillado a Únzaga: Perforando en el mar si fuera preciso. ¡Si Brasil no tiene su propio petróleo, carece de futuro! Sólo hay que persistir. El secreto estará en respetar esa obra manteniéndola lejos de las corruptoras manos de los políticos.    Únzaga recibió una lección de vida. La empresa estatal petrolera sería la razón de la grandeza del Brasil, combinada a la potencia de sus capitalistas y la fuerza de sus trabajadores en una alianza patriótica por su país, al que suponían o mais grande do mundo, además intensamente suyo, orgullosamente propio. Con la frase de indudable fuerza nacionalista “O petróleo é nosso”, Getulio Vargas había hecho una campaña de largo alcance que culminó con la creación de PETROBRAS. Getulio dijo entonces: “Con satisfacción y orgullo patriótico sancionó hoy el texto de ley aprobado por el Poder Legislativo, que constituye el nuevo marco de nuestra independencia económica…” PETROBRAS comenzó produciendo 2.500 barriles de petróleo, que no llegaba a satisfacer ni el 2% de la demanda, en momentos en que más de la mitad de la energía que consumían los brasileños provenía del petróleo que debían importar, mientras se incrementaba a pasos agigantados el parque automotor y la industria, inclusive con la participación de capitalistas extranjeros como los bolivianos Echenique. Había tanta determinación entre los brasileños que, en efecto, PETROBRAS iba a cumplir su cometido, lejos de las garras de los políticos.[70] Únzaga se enamoró de PETROBRAS y le temió al mismo tiempo. El jefe falangista comentó a sus parciales en Río de Janeiro que, en el momento de tomar el poder, su norte sería replicar una YPFB en el

molde de PETROBRAS. Pero, así como los brasileños proyectaban un Brasil lejos de la codicia del imperialismo norteamericano, a Únzaga le resultaba imprescindible proyectar una Bolivia lejos de la voracidad de PETROBRAS. Entre tanto, la República Argentina, celosa de los avances del Brasil, presionaba a su vez por concretar los acuerdos contenidos en el Tratado de 1941. Como recordará el lector, ese tratado significaba el financiamiento argentino del ferrocarril TartagalYacuiba-Santa Cruz, la perforación y explotación de pozos petroleros en Sanandita y la construcción de un oleoducto entre los dos países. El ferrocarril fue financiado y concluido, sin darse pasos consistentes relativos a la exploración, explotación y envío de petróleo a la Argentina. De la documentación existente se concluye que, tanto Argentina como Brasil, iban de la insinuación diplomática a la exigencia política para que Bolivia cumpla lo pactado, con una diferencia importante: mientras los argentinos compelían al gobierno de La Paz para que empiece de una vez a proveerles del petróleo que producía YPFB, los brasileños trataban de imponer la presencia de PETROBRAS en Bolivia. El gobierno de Paz Estenssoro eludió el tema cuanto pudo, pero las exigencias brasileñas se avivaron con la llegada del Presidente Juscelino Kubitshek, en 1956, cuyos planes, incluyendo la construcción de la ciudad de Brasilia, demandaban redobladas cantidades de energía. En abril, Brasil informó a Bolivia que su gobierno había decidido “dar ejecución plena al Tratado sobre salida y aprovechamiento del petróleo boliviano”,[71] comunicándole haber puesto a disposición de Bolivia cuatro millones de dólares para el efecto, como estaba previsto en las Notas Reversales de agosto de 1953. Nuevos reparos prolongaron la situación que Paz Estenssoro también dejó en herencia a Siles Zuazo junto con el repudiado Código Davenport. Oscar Unzaga, en el exilio, preparó la argumentación con la que Jaime Ponce Caballero y Walter Vásquez Michel se enfrentarían al oficialismo en el hemiciclo parlamentario boliviano, en un frente en el

que coincidieron con el trotskista Guillermo Lora e inclusive movimientistas como Augusto Céspedes y Edwin Möller, denunciando el carácter “entreguista” del Código elevado a Ley. Los falangistas alegaron vacíos e irregularidades insistiendo en que uno de los aspectos más repudiables era el artículo 123 estableciendo que del valor bruto de la producción de petróleo de las empresas que vinieran a trabajar en Bolivia, se deducirá el 27% libre de todo impuesto por concepto de “factor de agotamiento”. Los redactores del Código -precisamente Davenport y Schuster- adjudicaron como beneficiarios del factor de agotamiento a quienes pagaban impuestos por la explotación del suelo y el subsuelo, es decir las empresas concesionarias a las que consideraban propietarias, en tanto la oposición refregaba en el rostro del oficialismo la Constitución Política del Estado, donde se establecía que eran de dominio directo, inalienable e imprescriptible de la Nación Boliviana. [72]

A pesar de ello el gobierno siguió adelante. Se determinó la captura de los diputados falangistas Ponce Caballero y Vásquez Michel, quienes se refugiaron en la Embajada del Brasil y luego se autoexiliaron a la Argentina. Entre tanto, se presentaron varias empresas que querían invertir en el negocio petrolero y se quedó la Gulf Oil Co. que solicitó 3.500.000 hectáreas en Santa Cruz y Cochabamba. La Gulf perforó 23 pozos exploratorios entre 1956 y 1957 sin mayor éxito, continuó invirtiendo hasta que el pozo Caranda-1 abrió perspectivas para la explotación comercial, ampliando su actividad en Colpa y Río Grande, iniciando un nuevo capítulo de la historia petrolera de Bolivia.[73] Poco antes de su posesión, Siles acudió a una invitación del Presidente Kubitshek, en julio de 1956, tal vez sin percatarse de que podía ser una cita definitoria del asunto. Acordaron la conformación de una comisión especial de ambos gobiernos. El presidente electo de Bolivia, Hernán Siles Zuazo y el Canciller del Brasil, José Carlos de Macedo Soares, se enfrascaron en la discusión de un Comunicado Conjunto a ser publicado simultáneamente por ambas naciones. El brasileño quería imponer el criterio de que la comisión

especial estudiaría la inmediata ejecución de los tratados; el boliviano quería que la comisión estudie la actualización de los mismos. La señora Ana María Siles, hija del ex mandatario, declaró al biógrafo de éste lo siguiente: “Recuerdo que cuando papá le dijo al Presidente Kubitshek - “el petróleo es nuestro y no se negocia”-, el brasileño sonrió y no insistió. Rompiendo su habitual reserva, papá nos relató este episodio”.[74] Pero la vida demuestra abundantemente que lo que dice un mandatario electo suele variar luego de ser posesionado.[75] Al instalarse el Congreso Nacional en 1956, luego de varios años de gobiernos carentes de esa instancia fiscalizadora, se dispuso el tratamiento legislativo de las medidas adoptadas por el primer gobierno revolucionario, entre ellas el Código del Petróleo (Davenport). Oscar Únzaga instruyó a su bancada -pequeña pero aguerrida- una oposición frontal y cerrada en este tema, sin que empero ello causare ningún efecto, por la abrumadora mayoría que había impuesto el llamado “voto negro” o la “democracia del cero”, que referimos en el capítulo anterior. El tratamiento del Decreto Ley Nº 4210, que contenía aquel Código, hizo algunas enmiendas, anulando el Artículo 21 que aludía al área comprendida en el Tratado con el Brasil, lo que provocó el desagrado del gobierno brasileño y una explicación del gobierno boliviano que no acabó de convencer al vecino.  Entre mayo y julio de 1957 se reunió la Comisión Especial BolivianoBrasileña para estudiar la actualización del Tratado de 1938 y después de maratónicas sesiones de oratoria en los que Brasil planteaba una y otra vez la ejecución plena del Tratado de 1938 y Bolivia insistía en su actualización. El Tratado establecía que “en retribución al concurso que el gobierno del Brasil presta en la fase preliminar de los estudios, explotaciones y perforaciones, consentirá (Bolivia) en asumir el compromiso de que la explotación se haga por intermedio de sociedades mixtas boliviano-brasileñas”. [76] Bolivia sostenía que tal concurso económico del Brasil prácticamente no se había concretado, luego, no existía la

obligación subsiguiente para que Bolivia consintiera que la explotación de su petróleo sea hecha por sociedades mixtas boliviano-brasileñas. Llegado el estudio a punto muerto, la delegación brasileña resolvió retornar a Río de Janeiro y la comisión especial entró en receso indefinido, mientras representantes de las Fuerzas Armadas Brasileñas rechazaban la propuesta boliviana para que Brasil ceda sus derechos sobre una cuarta parte del área susceptible de concesión a favor de YPFB y que en las tres cuartas partes restantes se exploten, en condiciones paritarias con capitales mixtos de los dos países. La situación se puso tirante en el Palacio Quemado de La Paz ante el evidente enojo del gobierno brasileño. Mientras tanto, en mayo de 1957, surgió un complejo proceso de licitación al amparo del Código Davenport, con el llamado Contrato Madrejones. Aunque el Código reservaba áreas para YPFB, en una de ellas, en plena frontera argentina, se encontraba un yacimiento compartido entre Bolivia y Argentina. El antecedente era que YPF de Argentina empezó a producir en su sector (Campamento Durán) con notable éxito. A corta distancia y ya en territorio boliviano estaba Madrejones. Estudios de superficie realizados por YPFB confirmaron la prolongación de aquella estructura petrolera en territorio boliviano.[77] Muy rica, en opinión del investigador Sergio Almaraz, se estimaba allí la existencia de una reserva de 300 millones de barriles (240 millones en el lado argentino y 60 en el boliviano), con una capacidad de producción diaria de 870 barriles, significando que se trataba de la mayor reserva existente en el país. [78]

Pero aduciendo que el yacimiento estaba a demasiada profundidad y que YPFB carecía de capacidad económica y técnica, el gobierno decidió licitar Madrejones. El especialista Enrique Mariaca, uno de los fundadores de YPFB, señaló que la empresa fiscal boliviana podía enfrentar aquel reto con la simple compra de un equipo de perforación profunda, denunciando que Jackson Eder, el autor del Plan de Estabilización, había influido para restar un millón de dólares al presupuesto de YPFB, impidiendo aquella adquisición.[79] Como sea, en mayo de 1957, en puja abierta entre varios

interesados, se adjudicó el campo a la empresa Fish Engineering, que representaba a un consorcio de cuatro empresas norteamericanas, conformando la Bolivian Oil Co. (BOC), comprometiéndose a perforar dos pozos en diez meses. Toda la información relativa a los tejemanejes en torno al petróleo llegaba fluidamente a la casa habitada por Oscar Únzaga en Buenos Aires, quien convocó a los autoexiliados diputados falangistas Jaime Ponce Caballero y Walter Vásquez Michel, disponiendo su inmediato retorno a Bolivia con instrucciones específicas y la información necesaria para oponerse al “negociado de Madrejones”. Ponce y Vásquez, pese a su inmunidad, debieron burlar la vigilancia fronteriza para reingresar clandestinamente al país, sorprendiendo al Parlamento con su presencia, pero nada pudo hacer el oficialismo para evitarla. El célebre granizo Ponce, hombre dotado de virtudes elocutivas, desordenó el tablero movimientista arremetiendo contra las irregularidades del Contrato Madrejones en sesiones que causaron sensación. Pese a que el gobierno intentó desviar el interés de la prensa, ésta había recobrado buena parte de su vigor y dio cobertura a Ponce Caballero, lo que le sirvió a éste de coraza protectora. Amado Canelas, un escritor de izquierda, ha destacado la valiente y solitaria oposición de Jaime Ponce Caballero.[80] En vísperas de la autorización congresal del Contrato, en medio del infernal escenario del Congreso, con la barra oficialista desorbitada, insultando y amenazando de muerte al diputado falangista, dijo éste que “si era agredido y aún asesinado en defensa del petróleo boliviano contra los trusts internacionales, bienvenida la agresión”. Más allá de los elementos que insinuaban actos de corrupción en el gobierno, Ponce centró su ataque en la inconstitucionalidad del Contrato Madrejones. En resumen, el artículo 25 de la Constitución Política del Estado impedía otorgar concesiones a empresas extranjeras dentro de los 50 kilómetros de la frontera. Madrejones estaba a 150 metros de la frontera argentina. Encriptado el debate en sesiones reservadas, el planteamiento de Ponce Caballero fue abrumador y en lugar de ordenar la detención y enjuiciamiento del parlamentario falangista por “desacato”, como insinuaban algunos

oficialistas, la mayoría cortó por lo sano, aprobando el Congreso una ley de excepción, que de igual manera permitió proseguir con la entrega de Madrejones a la BOC. Vásquez Michel ofrece algunos datos sobre Fish Engineering, la empresa en torno a la que se constituyó BOC: “Fish tenía como principal socio a un grupo que operaba bajo la razón social de TIPSA, conformado por capitales argentinos y ex ejecutivos de YPFB, como Guillermo Mariaca y Carlos Ormachea y otros gestores ligados al partido de gobierno. Los argumentos de nuestra tenaz oposición no tenían significación frente a la aplastante mayoría oficialista”.[81] El investigador paraguayo Luis Alberto Mauro que ha escrito sobre la BOC, en razón a que esa empresa cometió una estafa en su país, revela algunos detalles relativos al “negociado que protagonizó con motivo de la concesión, en su beneficio, de la zona petrolera conocida con el nombre de Madrejones”: “Parlamentarios bolivianos de aquella época sindicaron como comprometidos en el ‘affaire’ a ministros de Estado, familiares del entonces Presidente de la República, altas autoridades del partido que se hallaba en el gobierno, así como autoridades de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos, diputados y periodistas que de una u otra forma cohonestaron la operación contraria a los intereses del Estado Boliviano y beneficiosa para los protectores y directores de la BOC.”[82] Dice L. A. Mauro que en sus viajes a Bolivia, y pese a sus empeños, no pudo obtener información oficial sobre la Bolivian Oil Co. y sus ex-propietarios. “Un impenetrable misterio cubre los rastros de esta ‘honorable sociedad’, algo así como una ley del silencio que imponían ciertas organizaciones sicilianas.” Madrejones avivó la imaginación de sus protagonistas en la BOC, incluyendo el tendido de un oleoducto hacia el río Paraguay para exportar el crudo al Estado de Paraná en Brasil y la construcción de

una refinería en Paraguay. Oscar Únzaga creía que YPFB podía hacer todo ese trabajo y se oponía enfáticamente al cariz que había tomado la acción gubernamental en materia de hidrocarburos. La dicotomía entre la posición de Únzaga y la de un gobierno revolucionario que se empeñaba en ceder el petróleo al capital internacional, iba a causar la crisis definitiva entre dos tesis excluyentes. Lo que sostuvo el Presidente Siles - “el petróleo es nuestro y no se negocia”-, en la vida real se negoció nomás, como se verá más adelante. Desafortunadamente para la BOC, si bien los resultados de las perforaciones fueron positivos, más era gas que condensado y sus caudales declinaron prontamente. Ocho años después, tras haber invertido 18 millones de dólares, obteniendo sólo 1,2 millones de barriles y 16,6 MMPC de gas natural, la empresa cerró Madrejones y devolvió la concesión a YPFB. Por su parte la empresa iniciada por el aventurero texano Glen McCarthy, en el primer gobierno del Dr. Paz, traspasada y convertida en Chaco Petroleum, bajo la influencia del Embajador Holland, tampoco tuvo suerte y después de unos años y de haber invertido 40 millones de dólares, abandonó el país. En cuanto a la Gulf, trabajó exitosamente unos años hasta que en 1970, durante el atípico gobierno militar autocalificado de izquierda presidido por el Gral. Alfredo Ovando, se produjo la nacionalización de las concesiones y bienes de esa empresa americana en Bolivia, por iniciativa sobre todo del Ministro de Minas y Petróleo, Marcelo Quiroga Santa Cruz. Era la naturaleza de un negocio de alto riesgo, el petróleo, que fue para Oscar Únzaga una obsesión patriótica, pero de ribetes más emotivos que reales. Decíamos que a juicio nuestro fue un error, pues la experiencia universal comprobó que los riesgos de financiar la exploración en hidrocarburos y las inversiones gigantescas que demanda la perforación y la instalación de pozos, refinerías y ductos no las pueden hacer los gobiernos estatales sino las empresas privadas transnacionales. Con un dato adicional plenamente

comprobado: cuando las empresas fiscales lo hacen, probablemente con el patriotismo de sus protagonistas, no pueden evitar la elevada corrupción que genera el negocio. Los ejemplos en el tiempo son múltiples y lo siguen siendo en el siglo XXI. En síntesis, Oscar Únzaga se opuso terminantemente a la presencia extranjera en los campos petroleros bolivianos; aplaudió en su juventud la nacionalización de la Standard Oil; compartió con el mayor Elías Belmonte la resistencia a que el Brasil penetre en las áreas petroleras bolivianas. Descubrió a PETROBRAS y soñó convertir a YPFB en una empresa de la misma solidez, apartada del manejo politiquero, para impedir, paradójicamente, que esa empresa petrolera brasileña ingrese y ejerza dominio sobre Bolivia; se opuso categóricamente al Código Davenport y sus alfiles fueron Jaime Ponce Caballero y Walter Vásquez Michel. Hizo campaña contra la presencia de la Gulf Oil Co., malquistándose con Washington, aunque luego revisaría esa posición ante una realidad ya inmodificable. En proyección histórica, rompiendo el esquema temporal de esta biografía, el petróleo y por extensión el gas, dividirían profundamente a los líderes políticos bolivianos entre los que fueron proclives a entregar parte de esa riqueza a consorcios extranjeros, como Víctor Paz Estenssoro, Hernán Siles Zuazo, René Barrientos Ortuño o todo, como Gonzalo Sánchez de Lozada, y los que se opusieron a ello, como Oscar Únzaga de la Vega, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Carlos Palenque o Max Fernández. Hugo Banzer Suárez, fue un defensor de YPFB contra la capitalización de Sánchez de Lozada y promovió la construcción del gasoducto al Brasil. Evo Morales re-nacionalizó los hidrocarburos sin que las empresas petroleras se vayan, permaneciendo en calidad de productoras para YPFB, y en su segundo gobierno les ofreció una serie de ventajas adicionales estimulándolas para seguir invirtiendo.

XXVI - VOLVER A LAS ARMAS (1957 - 1958)

E  

l gobierno militar argentino concedió refugio a Oscar Únzaga, disponiendo los falangistas de un santuario en Buenos Aires y localidades del norte cercanas a la frontera. Uno de los slogans de la era peronista decía “menos libros y más alpargatas”, expresión subjetiva del menosprecio del depuesto régimen populista por el estudio, las universidades y la prensa independiente. Algo parecido sucedía en Bolivia, después de 1952, cuando el gobierno revolucionario intentó sojuzgar los movimientos universitarios, las academias y los colegios profesionales, consiguiendo su frontal oposición. El gobierno de Aramburu restituyó la autonomía universitaria, terminaron los ataques físicos contra la Iglesia Católica y, entre otras cosas, devolvió el nombre original a La Plata que había sido cambiado por Ciudad Eva Perón. Pero el fenómeno justicialista era tan fuerte que un sector del radicalismo pactó con el peronismo en las elecciones para conformar una Asamblea Constituyente en 1957. Probablemente, lo que enervó a muchos argentinos fue la desaparición del cadáver embalsamado de Eva Perón y las leyendas que se tejieron en torno al caso.[83]        Únzaga no tenía el estatus de un huésped de lujo ni mucho menos en esa nueva Argentina no peronista, pero contaba con amigos. Si bien una parte del régimen militar representaba a la élite argentina, los falangistas exiliados no guardaban correspondencia con la clase dominante constituida por industriales, hacendados y banqueros. Esa realidad se puso de manifiesto con un hecho protagonizado por un notable dirigente falangista emparentado con familias tradicionales de Sucre y Tarija. Víctima de la poliomielitis, Jorge Ponce Paz usó una silla de ruedas desde su infancia. Un sirviente de origen indígena, que empujaba esa silla, fue la persona más cercana a él, convirtiéndose prácticamente en su hermano y confidente, con quien compartió las amarguras derivadas de su triste situación. Pero, en cambio, Ponce Paz desarrolló su intelecto,

fue uno de los grandes estudiosos del Derecho y abogado notable. Líder estudiantil, camarada de copas y bohemia -siempre acompañado por aquel fiel ayudante indígena-, deslumbró por su personalidad a una bella dama de la sociedad tarijeña, con quien se casó. Juró a FSB ante el propio Únzaga por el que sentía veneración que su jefe correspondía. Hasta que un día fue exiliado a Buenos Aires, donde afortunadamente era muy bien recibido ya que su madre era parte de la familia Gainza Paz, propietaria del diario LA PRENSA. Alberto Gainza Paz, Director de ese diario argentino, había sido apresado por Perón en 1954 junto a varios periodistas, de manera que la caída del líder justicialista fue providencial para ellos. Una noche, Gainza Paz ofreció una cena en homenaje a su primo boliviano, Jorge Ponce Paz, a la que asistió lo más granado de la aristocracia porteña. Cuando llegó el momento de sentarse a la mesa, los anfitriones pretendieron que el hombre que empujaba la silla de ruedas, cene con la servidumbre. Jorge Ponce Paz estalló en furia, apostrofando contra la insensibilidad de su familia -pese a que lo querían sinceramente- y en medio de un silencio sepulcral pronunció una frase demoledora: “la discriminación y el racismo merecen la indignidad del comunismo”, dicho lo cual dio la vuelta y se marchó con su camarada indígena empujando la silla.      Unzaga llevaba una vida modesta y de privaciones en Buenos Aires, no porque le disgustara la comodidad sino porque su idea del decoro nacional y personal le impedía pedir ayuda y subsistía con aportes de otros bolivianos exiliados que podían ayudar a su causa. Su residencia, bautizada como Casa de la Libertad, en la calle Santa Fe, era el lugar donde se registraban a menudo actitudes que mostraban a los visitantes el compromiso social del jefe falangista. Uno de sus seguidores, al comprobar que las suelas de los zapatos de Únzaga estaban tan desgastadas que daban pena, se atrevió a comprarle un par de calzados, que el beneficiario agradeció con su proverbial humildad. A poco, y comprobando que uno de sus camaradas más jóvenes ya estaba pisando el asfaltado con los calcetines, desató los cordones, se descalzó y rogándole que no lo

tome a mal, le entregó los flamantes zapatos, para luego con naturalidad abrir la sesión de ese día, en la que se determinó ir a una nueva conspiración revolucionaria para aliviar a Bolivia de un gobierno al que consideraba ya incompetente. Mario R. Gutiérrez tenía sus propios problemas, viviendo en exilio intermitente, amenazado por las bandas de seguidores de los Sandóval Morón y tratando de administrar el patrimonio familiar en la provincia Cordillera, al haber quedado como responsable desde el fallecimiento de su hermano mayor. Peor era la situación de Gonzalo Romero, quien se quedó en el país, viviendo en clandestinidad, mientras su domicilio de la calle Hermanos Manchego, en cuyo entretecho se ocultaba, era asaltado permanentemente. Las vejaciones eran periódicas, su familia tuvo que vivir de prestado y en algún momento le notificaron que su hija Ana María no podría graduarse de bachiller porque no habían pagado las pensiones. En tanto era evidente que el gobierno boliviano garantizaba y favorecía a las empresas petroleras norteamericanas Gulf Oil Co., Chaco Petroleum- y a la Bolivian Oil Co. que representaba intereses argentino-bolivianos. Argentina, necesitada de petróleo, trataba de proveer su demanda interna con producción local a cargo de YPF, pero en el corto plazo sería insuficiente. Por eso trabajaba sin pausa para cumplir compromisos en materia ferroviaria con Bolivia, en la esperanza de que su vecino empiece a producir, sin importarle mucho si lo hacían los norteamericanos o la empresa fiscal, aunque guardado recelo ante la posibilidad de que el petróleo boliviano termine fluyendo a Brasil. Por su lado Brasil, en pleno desarrollo industrial, urgido de petróleo, sentía que el energético se le escapaba de las manos ante el culipandeo de las autoridades bolivianas de cara al Tratado de 1938. Las demostraciones de afecto e identidad política formuladas por el Presidente Kubitshek -como el rechazo a los exiliados falangistas y las loas públicas a la faena revolucionaria en el altiplano-, no fueron suficientes, por lo que Itamaraty persuadió al

Presidente Hernán Siles Zuazo de la necesidad de una reunión binacional de cancilleres. Pero estaba claro que los brasileños harían algo más que presionar en el terreno diplomático.

LOS DERECHOS DE SANTA CRUZ Mientras tanto los líderes cívicos e intelectuales de Santa Cruz se percataban de que se acercaba un momento trascendental de la mano del petróleo que estaba precisamente en el suelo cruceño. Sea que lo explote YPFB, la Gulf, la BOC o la Chaco Petroleum, Santa Cruz tendría que recibir un beneficio directo como departamento productor, tal y como lo había previsto la Ley de Regalías Petroleras del 11% aprobada en el gobierno del Presidente Germán Busch, pero que el gobierno se negaba a cumplir, como efecto del Código Petrolero. El 16 de agosto de 1957, vigésimo aniversario de la fundación de Falange Socialista Boliviana, Oscar Únzaga de la Vega dirigió aún desde Buenos Aires la última carta pública a sus camaradas de FSB: “Hemos asistido durante veinte años a un proceso turbulento de la vida nacional; partidos tradicionales e instituciones tutelares han padecido el fracaso de sus hombres y de sus sistemas; partidos más jóvenes se han formado y disuelto. FSB, sin embargo, con fortaleza propia, con energías auténticas e íntimas ha permanecido como un factor de consolidación y afirmación de la República. Esta vigencia permanente del ideario y potencial político de Falange en la vida boliviana se debe a dos factores que constituyen la clave de su éxito. El primer factor es la bondad y acierto de sus principios. Un partido político no puede obtener la aceptación del pueblo si su ideología contradice los grandes anhelos de la colectividad. La adhesión a Falange no sólo puede medirse en su extensión cuantitativa, sino en la profundidad fervorosa de sus convicciones…” Entre las convicciones de FSB estaba el apoyo militante a los derechos de Santa Cruz sobre las regalías petroleras. Al día siguiente, 17 de agosto, delegados de todos los sectores

económicos y sociales cruceños eligieron a Melchor Pinto Parada como Presidente del Comité Pro Santa Cruz. Al posesionarse días más tarde, anunció que su misión sería la lucha inquebrantable por las regalías petroleras que correspondían a los cruceños, aunque desvinculando de esa tarea a cualquier partido político. La fuerte personalidad del Dr. Pinto, médico de prestigio, le permitiría inicialmente asumir una posición de independencia política, pero si bien el Comité representaba el anhelo principal de todos los cruceños, no estaban ausentes los intereses particulares. Se habían disparado las expectativas. “Aquí no va a pasar lo que sucedió con la plata en Potosí”, decían los cruceños y exigían acción a sus representantes. El Comité Pro Santa Cruz se agitaba en un proceso de renovación. La antigua dirigencia cívica presidida por Ramón Darío Gutiérrez, donde predominaba el sello falangista con Mario R. Gutiérrez, Marcelo Terceros y Hernando García Vespa, entraba en cuarto menguante. Se movían otros personajes, nuevos rostros tomaban la palestra pública, circulaban consignas regionalistas, los jóvenes acentuaban la rebeldía camba y por si fuera poco surgió un personaje que concitó atención y generó adhesiones: Carlos Valverde Barbery, beniano de origen, quien levantó las banderas de su venerable antepasado federalista, Andrés Ibáñez. Su discurso era anti-colla y para colmo militaba en el Partido Comunista. Valverde estudió en La Paz, donde resintió alguna afrenta que lo amargó por siempre. Estudió para bioquímico en el Brasil, donde seguramente adhirió a las ideas de Carlos Luiz Prestes. Al margen del regionalismo, ¿había alguna influencia brasileña? En todo caso, resultaba imposible descartarlo. El gobierno del Presidente Siles Zuazo hizo campaña en el resto del país señalando que la exigencia de regalías petroleras se fundaba en “el egoísmo camba”. Se buscó aislar a Santa Cruz con el argumento de que tales regalías favorecerían sólo a ese distrito. Pero el reclamo unía a todos los cruceños por encima de sus diferencias y al negárseles ese derecho, instituido por el Presidente Germán Busch, se liberaban los sentimientos regionalistas y separatistas de inesperados actores en el escenario de las luchas

cívicas. Mario R. Gutiérrez solicitó a Oscar Únzaga el respaldo falangista para retomar la iniciativa, sometiendo a su consideración un plan de levantamiento regional -la “Operación Oriente”-, que debía enlazarse a una rebelión general. Una extraña intoxicación complicó la ya deteriorada salud de Oscar Únzaga y se especuló con la posibilidad de una conjura para envenenarlo.[84] Decidió entonces salir de Buenos Aires, pero antes debía consolidar la situación interna de su partido. Héctor Peredo y Gandarillas fueron sometidos al Tribunal de Honor de FSB y expulsados por deslealtad partidaria. A continuación, reunió a un grupo de militares -Cnl. Jorge Calero, ex ministro de Villarroel; My. Julio Álvarez Lafaye; My. Teodoro Calderón, My. Lolly Guido de Voltaire y Cnl. Milton Delfín Cataldi, ex militante del MNR distanciado de Paz Estenssoro- a quienes sometió el análisis de la “Operación Oriente”. Era factible, pero sólo tendría efecto sostenido si excedía el marco regional y se propagaba nacionalmente. Ello determinaba una guerra civil a partir del control del sudeste del territorio, la toma de los centros estratégicos petroleros y el establecimiento de un gobierno provisional en Santa Cruz. Unidades militares en acción coordinada con grupos civiles de FSB tomarían control paulatino del resto del país. La base era el oriente; se daba por segura la inmediata adhesión de las capitales de Cochabamba, Chuquisaca y Tarija. Tras la neutralización de los distritos de Potosí y Oruro, sin conexión posible con La Paz, paralizado el occidente por la falta de combustibles, el epílogo era la caída del régimen. El detonante se basaba en el factor sorpresa y la posibilidad de golpear al gobierno supuestamente desprevenido. Pero con el irresuelto forcejeo boliviano-brasileño por el petróleo, Bolivia era el lugar menos desprevenido del continente. El reclamo cruceño tenía aristas inflexibles, cuyos actores se aprestaban a tomar control de una nueva entidad, la Unión Juvenil Cruceñista, disputando su liderazgo el falangista José Gil Reyes (capitán de Ejército retirado por su oposición al MNR) y el bioquímico Carlos Valverde Barbery. Este último se impuso y por aclamación fue el primer presidente de ese organismo; sus

seguidores inmediatos –“Julio César Cronembold, Mario Paz Méndez, con la comparsa Los Taitas, los hermanos Pareja, así como don Waldo Bravo, Momoy Gutiérrez y otros jóvenes…”“deciden organizar un brazo armado del Comité”.[85] Oscar Únzaga estaba consciente de que la efervescencia cruceña era imparable. Pero un alzamiento no-falangista, estrictamente regionalista, podría desembocar en una guerra que, en el peor de los escenarios, cambiaría la fisonomía geográfica del país. En cambio, si FSB asumía la conducción revolucionaria, sólo cambiaría el gobierno del MNR, garantizando la unidad nacional, otorgando por efecto del cambio- las regalías que exigía Santa Cruz y otras concesiones impostergables, no importa si a costa de aflojar el centralismo de la sede del gobierno nacional, donde estaban aglomeradas todas las decisiones y actos administrativos e institucionales, con las excepciones de la Corte Suprema de Justicia en Sucre y el LAB y la Federación Boliviana de Futbol en Cochabamba.   Únzaga había consolidado pacientemente una plataforma de apoyo político en base al gobierno militar argentino. De modo que su presencia en Brasil sería breve, tan sólo un intermedio destinado a confundir al servicio de inteligencia del gobierno boliviano, pues su destino final debía ser el lugar donde se estaban librando acciones que serían determinantes para el futuro de la nación. No temía a los desorbitados que hablaban de separatismo, pero estaba dispuesto a neutralizarlos con la fuerza que él adjudicaba a su partido, creciente en ese momento por la adscripción de las clases medias, la juventud y, desde luego, una mayoría cruceña. Y creía sinceramente que la solución a la problemática planteada en Santa Cruz estaba fatalmente ligada al derrocamiento del gobierno como condición para evitar la división de Bolivia, que parecía anidar en la mentalidad de algunos jóvenes cruceños, como Valverde Barbery, quien abominaba abiertamente de la pertenencia de los pueblos orientales a Bolivia.[86]

Únzaga había activado ya dos líneas revolucionarias, la primera en el sudeste, con camaradas que incursionarían al territorio nacional desde Argentina ingresando por Yacuiba para juntarse con la gente que preparaba Mario R. Gutiérrez, a quien se uniría también Enrique Achá ingresando desde Corumbá. La segunda línea, occidental, determinaba la presencia de falangistas que penetrarían también desde territorio argentino para reunirse en La Paz con Ponce Caballero y Vásquez Michel. En cumplimiento de esas instrucciones y en medio de incidentes fronterizos, César Rojas y Jaime Gutiérrez habían traspuesto la frontera en Villazón burlando numerosos controles. Su misión era tomar contacto con oficiales de la Fuerza Aérea. Los estaban siguiendo; el nivel de infiltración del aparato represivo había dado la voz de alarma. Llegaron a El Alto desde donde bajaron a la ciudad caminando, se mantuvieron en la clandestinidad durante algún tiempo, sintiendo que los agentes de San Román les pisaban los talones, hasta que reconocieron a Gutiérrez y lo condujeron al Control Político donde fue torturado para que revele por qué estaba en La Paz, pero no le sacaron palabra y lo encerraron en el llamado “cuartito azul”[87] donde permaneció tres meses. Sin embargo, Walter Vásquez Michel recibió las instrucciones de su jefe y procedió a organizar el aparato subversivo en La Paz, conformando un estado mayor, dirigido por el Cnl. Rafael Loayza, con la misión de tomar contactos con miembros de las Fuerzas Armadas, mientras su camarada Franz Tezanos Pinto se hacía cargo de la organización de los grupos civiles. El falangista Oscar Rocabado fue encargado de los grupos operativos. Un grupo de oficiales de carabineros se conformó bajo la jefatura de un oficial de apellido Palma y los capitanes Pablo Caballero, Rojas y Vilaseca.[88] Entre tanto, Únzaga envió a Santa Cruz un delegado personal, Juan José Loría, quien transmitió el acuerdo de la jefatura nacional falangista para que, “una vez derrocado el MNR como consecuencia de la guerra civil, Mario R. Gutiérrez asumiera la Presidencia

Provisoria de la República”[89]. Tal interinato reconciliaría y fusionaría fuertemente a Santa Cruz con Bolivia. El 7 de septiembre, Únzaga llegó a Río de Janeiro. Allí se mantenía activo el grupo de seguidores leales entre los que se contaban Jerjes Vaca Diez, Marcelo Quiroga Galdo y desde luego el político brasileño opositor Carlos Lacerda, además de ciudadanos bolivianos independientes que empero apoyaban al jefe falangista. Por el rol que luego le correspondería jugar, mencionamos el caso del arquitecto Alberto Iturralde Levy, quien sintiéndose perseguido por el gobierno de La Paz y perjudicado en sus emprendimientos industriales y urbanísticos, decidió radicar en San Pablo. Únzaga hizo contactos políticos y fue recibiendo apoyos de gobiernos amigos, personalidades y organizaciones de varios puntos del planeta. Estaba visto que Washington carecía de voluntad para comprender la realidad boliviana porque le resultaba más cómodo tener de su lado gobiernos de raigambre social sin importar si sus actos eran ilegales o represivos y en parte también porque la pugna con la Unión Soviética determinaba otras áreas de su atención. Nikita Krushev había bañado en sangre a Hungría y el egipcio Gamal Abdel Nasser, creador de la República Árabe Unida (RAU), había nacionalizado el Canal de Suez, cuyo cierre desestabilizó al Medio Oriente. La presencia de Únzaga en Río de Janeiro reactivó a los núcleos falangistas en la región contigua a Brasil. Luis Mayser Ardaya, con propiedades en ambos lados de la frontera, considerado un peligro para el régimen imperante en La Paz, persistía en la producción de goma que vendía en el Brasil, pero sobre todo dedicaba sus esfuerzos a la exportación de ipecacuana, una raíz de excelente cotización en Europa, además de la ganadería y la cacería de tigres y caimanes, de buen precio en una frontera vacía donde se comercializaba las pieles de esas especies. Los recursos que obtenía le dieron una posición económica holgada, permitiéndole desarrollar la región y ayudar a la gente, por lo que no era extraño que hubiera falangistas en San Luis de Cáceres o Vila Bela que

brindaban con caipirinha “por Bolivia”. Mayser no sólo enviaba regularmente dinero a Únzaga para ayudarlo en su exilio, sino también adquiriendo armas para los falangistas en Santa Cruz. A finales de septiembre, Mayser se presentó en la casa donde vivía Únzaga en Río de Janeiro. Intercambiaron ideas sobre la situación en Santa Cruz, donde Carlos Valverde recalentaba el ambiente mientras la Falange trataba de fortalecer otra instancia cívica a través de la fundación de la Unión Cruceñista Femenina con la Dra. Elffy Albrecht. El visitante le informó de sus excelentes relaciones en el Brasil, inclusive con el Presidente Juscelino Kubitshek, a quien conoció en Cuiabá y cuyo partido necesitaba un diputado federal de gran arrastre popular en el Estado de Mato Grosso, ofreciéndole esa candidatura que Mayser obviamente rechazó por su nacionalidad boliviana. Pero una sobrina suya, casada con un médico militar, ayudante del General Humberto Castelho Branco lo puso en contacto con este, reuniéndose en esos días en una residencia del exclusivo barrio de Santa Teresinha.  La conversación se concentró en la nueva realidad regional que planteaba la situación brasileñaargentina, el potencial petrolero boliviano, el hierro del Mutún y la posición estratégica de Bolivia para el equilibrio político continental. Sin embargo, como quedó establecido, Únzaga rechazaba la presencia de PETROBRAS en las regiones petroleras bolivianas. Mayser fue acumulando pacientemente un mediano arsenal, al abrigo de su antiguo proyecto guerrillero que su jefe, Oscar Únzaga, había dejado postergado para una oportunidad futura. Creyendo Mayser que ese momento había llegado, le planteó nuevamente la necesidad de iniciar un movimiento guerrillero al noreste de la provincia Velasco de Santa Cruz, desde donde se extendería al resto del país. Y de nuevo Ùnzaga le pidió postergar aquel proyecto para una ocasión futura, si acaso fracasara el movimiento revolucionario en el que estaba empeñado. Le reveló que Mario R. Gutiérrez demandaba la presencia de “Monseñor”, nombre clave de Enrique Achá, cuya presencia era fundamental por su experiencia revolucionaria, llevando además la representación del jefe falangista. 

Únzaga pidió a Mayser apoyar el ingreso de Monseñor, impartiendo a éste instrucciones precisas a través de Jerjes Vaca Diez en una reunión llevada a cabo en Corumbá. Mayser planificó el ingreso de Enrique Achá y su acompañante, Milton Ibáñez Flores, les compró ropa, revólveres y les dio dinero (incluyendo un reloj pulsera).[90] Achá se reunió con Mario R. Gutiérrez, uniéndoseles Juan José Loría para coordinar el alzamiento, su propagación y la coordinación para el golpe de Estado en La Paz. Aunque no había una fecha para el inicio de las acciones, la revolución en marcha sería definitiva por los factores nacionales e internacionales concurrentes, por ello su preparación debía tomar en cuenta hasta los menores detalles evitando las filtraciones y asegurando sostenibilidad externa necesaria en los momentos previos y posteriores al golpe. Por toda la información disponible, Únzaga consiguió la cobertura del gobierno militar argentino. Pensaba que FSB había sido penetrada por agentes al servicio de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos y, en previsión de que las acciones de la CIA favorezcan al gobierno boliviano, José Gamarra Zorrilla tocaba las puertas de diplomáticos amigos y, sobre todo, la del adjunto militar de la Embajada Americana en Buenos Aires, procurando atenuar el sentimiento antifalangista en Washington. La situación en Santa Cruz aceleró el ingreso de Únzaga a Bolivia y lo hizo también gracias a la cobertura que le ofreció Luis Mayser, de acuerdo con su propio relato:[91] “Únzaga entró por última vez a Bolivia a través de mi estancia San Simón ubicada en la frontera brasileña, adonde llegó el 23 de octubre de 1957. El avión que contraté para que los recoja y los lleve a Santa Cruz de la Sierra tuvo un percance en Ascensión de Guarayos, razón por la que Oscar se quedó dos días en mi estancia. Me dijo que venía para la revolución final que estaba en marcha. Yo me opuse, le avisé que su vida peligraba porque lo buscaban para matarlo. También le dije que no

era necesario que ingresé a Bolivia porque él podía dirigir desde afuera. Le sugerí que haga un reajuste interno en el partido, una reorganización en los cuadros directivos, que coloque gente de confianza. Pero él sostuvo que ahora sí tenía seguridad del triunfo porque estaban comprometidos altos mandos de las Fuerzas Armadas y Carabineros. Me ofrecí acompañarlo para ayudarle y él rehusó. Me pidió que yo fuera a Brasil si acaso se desencadenaba una guerra civil con apoyo extranjero, sugiriéndome no perder los contactos que yo tenía en ese país, que era una alternativa si se producía una lucha armada prolongada, donde también habría un duro enfrentamiento ideológico regional. Tomé todas las previsiones para cuidar la vida de Oscar. Mi estancia estaba bien organizada. Como el avión no llegaba, tuve que poner gente armada en los caminos para evitar cualquier sorpresa. Volvió el mensajero que mandé a San Ignacio, me informó que estaban mandando otro avión por intermedio de Ramón Darío Gutiérrez que era tío de Mario R. Gutiérrez.[92] En el avión vino el experimentado capitán José Terrazas y el propio Ramón Darío y ellos se llevaron a Únzaga el sábado 26 de octubre (1957). El avión aterrizó en Colpa que era una estancia en Santa Cruz y de ahí lo llevaron a una cervecería donde estuvo oculto varios días…” El reencuentro con Mario R. Gutiérrez fue muy emotivo. Únzaga sostuvo reuniones con varios dirigentes de la Falange que le informaron en detalle de la situación, llegando a la conclusión de que era urgente conversar con el Presidente del Comité Pro Santa Cruz. Pero Melchor Pinto Parada se resistía a reunirse con políticos o gente extranjera por las acusaciones que hacía el gobierno sobre acciones separatistas o subversivas. Mayser recomendó a Unzaga apelar a Saúl Pinto, sobrino de Melchor, costándole mucho convencer a su tío, quien no tenía buena opinión sobre el jefe de FSB. El Dr. Pinto fue, en la década anterior, Ministro de Salud del

Presidente Enrique Hertzog y ya anotamos la relación accidentada que tuvo ese mandatario con Oscar Únzaga, pese al lejano vínculo familiar. A regañadientes, el líder cívico cruceño aceptó una breve reunión, en estricto secreto, a primera hora de la mañana del martes 29 de octubre. La conversación de Únzaga fascinó al Dr. Pinto. Hubo un acuerdo reservado entre ambos: la juventud de FSB votaría por el capitán José Gil en las elecciones para la presidencia de la Unión Juvenil Cruceñista que se realizarían en dos días. “Luego de la reunión tuve la ocasión de hablar con el Dr. Pinto quien me comentó que Únzaga le pareció una gran figura y un patriota a quien no podía rechazar su colaboración”, señala Luis Mayser, agregando que, fruto de ese encuentro fue el fortalecimiento del liderazgo de Pepe Gil procurando desplazar de la conducción de la UJC a “ese pequeño grupo de exaltados de formación extremista”, en alusión a Carlos Valverde.  Sin capacidad de entender lo que estaba en juego, el gobierno cometió la torpeza de intensificar su campaña para desacreditar el movimiento cívico cruceño calificando su movilización por regalías como “una actitud separatista y anexionista al Brasil”, circulando panfletos acusando a los cruceños de subversivos, acciones que no tuvieron otro efecto que irritarlos y radicalizar posiciones Para la mañana del mismo 29 de octubre, día del encuentro entre Únzaga y Pinto, el Comité Pro Santa Cruz y la Unión Juvenil Cruceñista habían convocado a un cabildo abierto en el Paraninfo de la Universidad Gabriel René Moreno, seguido de una concentración popular en la Plaza 24 de Septiembre. El gobierno decretó el Estado de Sitio y denunció que los cruceños pretendían proclamar el sistema federal. Como el Estado de Sitio prohibía manifestaciones públicas y el cabildo era irreversible, se presagiaban momentos difíciles por la exaltación de los cruceños y la provocación del oficialismo. Aunque de por medio aparece una figura poco clara de “intervencionismo externo”, por la presencia esa mañana de dos aviones brasileños en el Aeropuerto de El Trompillo, que el gobierno

boliviano denunció como cobertura militar para una operación separatista, el gobierno del Brasil aclaró que se trató de un aterrizaje de emergencia. De ser cierta la versión que Enrique Achá ofreció muchos años después, debió ser sumamente difícil para Oscar Únzaga administrar aquella crisis política que lo ponía en una encrucijada.[93]   Hubo desorbitados que intentaron cometer desmanes, detenidos por fuerzas de seguridad y llevados a celdas en la Alcaldía, Plaza 24 de Septiembre. Como fuere, el cabildo y la manifestación conservaron el espíritu de reclamo, pero en un tono más mesurado. El gobierno había destacado una comisión de observadores. El discurso de Melchor Pinto tiró la línea: Santa Cruz vivía un estado de postración y pedía al gobierno una mejor atención a sus problemas y necesidades, solicitando la promulgación de la Ley Interpretativa del Código del Petróleo en referencia a las regalías departamentales y anunció que se habían enviado notas en ese sentido a la Presidencia de la República, el Senado y la Cámara de Diputados. Al filo de la media noche se realizó una reunión presidida por el Prefecto, Gral. Froilán Callejas, delegándose al Senador Rubén Julio Castro la misión de hacer conocer al gobierno 1) que la situación en Santa Cruz era grave; 2) que no había movimiento separatista alguno; 3) que tampoco había ambiente para propiciar el sistema federal; 4) que los parlamentarios y políticos observadores destacados por el gobierno tomaron consciencia de las necesidades de Santa Cruz en relación a agua, luz y pavimento.[94] Ni una palabra sobre las regalías del 11%. El miércoles 30, Santa Cruz aguardó la reacción del gobierno. Por lo menos públicamente, no la hubo. Estando convocada la elección del Presidente de la Unión Juvenil Cruceñista para el jueves 31 de octubre, esa mañana un grupo de integrantes de esa organización, irrumpió en el edifico de la Alcaldía en cuyas celdas habilitadas por el Control Político estaban detenidos varios jóvenes. En su afán por liberarlos fueron recibidos a balazos y fluyó la primera sangre.[95]

El sábado 2, el Presidente Siles Zuazo decidió enfrentar la tormenta a su estilo, llegando valientemente y en persona a la ciudad convulsionada de Santa Cruz. Arribó a media tarde al aeropuerto y se dirigió de inmediato a la Plaza 24 de Septiembre donde unas 30.000 personas se hallaban concentradas. El Dr. Melchor Pinto le dio la bienvenida y le ofreció el micrófono. Durante veinte minutos el primer mandatario de la nación habló sobre el aporte cruceño a la bolivianidad, recordó su presencia en la guerra del Chaco compartiendo trincheras con compatriotas cruceños. Recordó la identificación de Santa Cruz con la Revolución Nacional y los aportes que recibió este distrito como la carretera CochabambaSanta Cruz, el Ingenio Azucarero Guabirá y otros, anunciando que su gobierno ejecutaba proyectos para el desarrollo de la capital oriental y las provincias. El silencio ahogó dispersos intentos de aplauso. Como el acto no había sido previamente concertado, el Dr. Melchor Pinto retomó el micrófono para afirmar que Santa Cruz es un pueblo de paz, que el Comité había recogido la voz de ese pueblo que pedía solución a sus problemas apremiantes y para pedir un aplauso para el Presidente Siles. La respuesta fue una silbatina multitudinaria. Siles se retiró. Probablemente recién entonces el Dr. Siles Zuazo se dio cuenta de la gravedad de la situación. Hasta ese momento el oficialismo se había obstinado en rechazar la posibilidad de entregar regalías a los departamentos productores, con el argumento de que el gobierno podía administrar mejor los recursos generados por el petróleo. El Estado radicado en La Paz consideraba al oriente inexperto, inferior, infantil. Negarles regalías a los cruceños y prometerles a cambio muchas obras, era como decirles “yo sé lo que te conviene”. Estaba visto que esa situación estaba cambiando y Oscar Únzaga creyó que era su deber sustentar ese cambio, pero evitando que Santa Cruz se desgaje del tronco común: Bolivia. Todas las evidencias mostraban que el cambio era inapelable, Santa Cruz quería articular su destino y el gobierno del Presidente Siles aceptó recibir a una comisión constituida por el Director de EL DEBER, Lucas Saucedo Sevilla; la Presidenta de la Unión

Cruceñista Femenina, Elffy Albrecht; el intelectual e historiador Humberto Vásquez Machicado y el representante de la Unión Juvenil Cruceñista, Carlos Valverde, quienes arribaron a La Paz el 10 de noviembre para analizar una propuesta del gobierno en el tema de las regalías. Pero la voz definitoria era la de Humberto Vásquez Machicado, en ese momento Director de la Biblioteca Municipal de La Paz. Todas las estrategias para el 11% se desarrollaron en La Paz, en coordinación con el Directorio del Comité Pro Santa Cruz y un grupo asesor de primer nivel donde estaban Dionisio Foianini, fundador de YPFB, además de los falangistas Mario R. Gutiérrez y Marcelo Terceros Banzer. Utilizaron el sistema de envío de documentos de La Paz a Santa Cruz y viceversa, camuflados en encomiendas comunes en la Flota Galgo, de acuerdo con el relato de Oscar Añez. [96]   Pero la negociación bajó los ánimos y el gobierno dejó sin efecto el Estado de Sitio. Luego de casi dos semanas, el gobierno nacional concilió una propuesta que Santa Cruz aceptó el 23 de noviembre: Regalías del 11% de la producción de YPFB en beneficio de los departamentos productores, aplicable sobre la producción directa de YPFB y sobre la producción de cualquier compañía que tuviera contrato de operación en Bolivia. El pueblo cruceño celebró la noticia ante las caras largas del comando del MNR que, revestido de autonomía revolucionaria, asumió compromiso de cobrar revancha. El gobierno procedió al cambio del Prefecto, Gral. Froilán Callejas, posesionando en el cargo al Gral. Luis Rodríguez Bidegaín y Santa Cruz vivió un veranillo de paz… que terminó abruptamente. Un incidente confuso en el edificio de la Alcaldía, al que llegaban integrantes de la Unión Juvenil Cruceñista y fueron recibidos a balazos por la gente del Control Político, dando muerte al universitario Jorge Roca Pereira, quebró esa paz.[97] La reacción de la ciudadanía fue general. Enrique Achá, testigo presencial de los acontecimientos, refiere que oficiales y cadetes de la Escuela de Aviación Militar, su pusieron a la cabeza de un contingente de ciudadanos que portando diversidad de armas se constituyeron en las oficinas del Control Político para cobrarse el agravio, pero el

temible jefe de esa repartición, Adhemar Menacho, había huido en camionetas con sus lugartenientes, dejando sólo a unos cuantos agentes, cuya vida apenas logró salvarse ante la multitud dispuesta a lincharlos. La policía se mantuvo al margen. No hubo intentos de tomar la Prefectura ni cualquier otra instancia oficial. La ciudadanía cruceña se limitó a desalojar al Control Político del edificio histórico de la Alcaldía.[98] Derrotado el gobierno, las autoridades en La Paz sólo atinaron a denunciar un “movimiento separatista” que no era tal, aunque en efecto hubo separatistas, pero eran los menos. FSB se mantenía al margen de esas acciones, aunque la mayoría de sus militantes, especialmente jóvenes, participaron como cruceños que eran. Surgieron expresiones de apoyo a Santa Cruz, como la del Comité Cívico de Cochabamba.   El jefe del comando del MNR, Luis Sandóval Morón, convocado por su gobierno, regresó del Brasil donde cumplía “misión diplomática”. Ya en Santa Cruz, recibió una gran dotación de armas y municiones “en aviones del LAB” y recursos extraordinarios para movilizar campesinos, generar disturbios para justificar una intervención masiva del Ejército y Carabineros desplazados desde el occidente.  En cumplimiento de ese plan, el viernes 6 de diciembre una mano criminal puso una carga de dinamita en el dormitorio de la casa del falangista Alfredo Pinto, salvándose de morir sus propietarios al haberse trasladado a otra vivienda una hora antes del atentado. Todo señalaba a la gente del comando del MNR. Oscar Únzaga observaba perplejo lo que sucedía. Una escalada de violencia ilimitada amenazaba a Santa Cruz. Por su compromiso con Melchor Pinto de mantenerse al margen, poco podía hacer, pero buscando una salida desesperada y emulando a Siles Zuazo, la Unión Femenina, con la falangista Elffy Albrecht a la cabeza, se declaró en huelga de hambre a primera hora del sábado 7, reuniendo con ese propósito a una gran cantidad de ciudadanos que pedían al Prefecto Rodríguez Bidegaín la salida de Santa Cruz del causante de la violencia, el mencionado jefe del comando

departamental del MNR. El Prefecto pidió una tregua, fue en busca de Sandóval Morón, pero éste había desaparecido. El Gral. Rodríguez volvió a la Plaza 24 de septiembre y declaró que se castigaría al responsable, pero este movilizaba campesinos y gente armada para atacar la ciudad. Además, las tropas acantonadas en Guabirá recibieron la orden de marchar sobre la capital departamental. Esa noche comenzaron los disparos de armas de fuego en la ciudad. Alarmado, el Cuerpo Consular consiguió que la huelga de hambre fuera suspendida momentáneamente, mientras el Canciller de la República, Manuel Barrau, dio seguridades de que “los obstáculos a la tranquilidad serían salvados definitivamente”. El Prefecto Rodríguez finalmente le pidió a Sandóval Morón que se vaya de Santa Cruz, pero éste no aceptó.[99]   Por influencia directa de Oscar Únzaga, la División Colonial del Ejército acantonada en Guabirá (que años después pasaría a denominarse Regimiento Manchego), se negó a cumplir la orden del gobierno para retomar la ciudad; el enfrentamiento final entre fuerzas civiles enemigas fue inminente, pero la capacidad de fuego de los milicianos era muy superior. El capitán Saúl Pinto se entrevistó con Únzaga, coincidiendo en la necesidad de dar a Santa Cruz la oportunidad de defenderse e intentar expulsar a Sandóval Morón. Únzaga decidió entonces autorizar la entrega de una importante cantidad de armas a la Unión Juvenil Cruceñista.[100] A las 3 de la tarde comenzó el tiroteo en el Oeste de la ciudad, cuando un contingente cruceño dirigido por el capitán Saúl Pinto atacó la quinta Villa San Luis, sobre la entonces Avenida de Circunvalación conectada a la carretera a Cochabamba, donde estaban atrincherados los comandos armados del gobierno con nidos de ametralladoras pesadas y fusileros. La batalla fue prolongada y sangrienta. Oscar Únzaga se mantuvo a dos cientos metros de los hechos, siguiendo las alternativas y enviando instrucciones mediante estafetas. Según los registros de la época, pese a la menor capacidad de fuego de los atacantes, estos tenían

el apoyo de la población que los sostuvo proveyéndoles de café, alimentos y refrescos a lo largo de la jornada, la noche y el día siguiente. Cercados, los comandos del MNR se rindieron a las 3 de la tarde del domingo 8. Sandóval Morón había abandonado el lugar dejando solo a unos pocos milicianos alcoholizados. Entre los caídos en el combate estaba el universitario Gumercindo Coronado. Santa Cruz celebró con alborozo lo que consideró la expulsión de ocupantes despiadados dirigidos por un nativo. Los datos que se recogen de aquellos días insisten en mostrar división entre los defensores de la ciudad oriental y probablemente por ello la Unión Juvenil Cruceñista se denomina en algunos relatos “Jorge Roca” y en otros “Gumercindo Coronado”, para terminar fundiéndose en “Roca-Coronado”.[101] Probablemente a ello respondan las nebulosas insinuaciones que hace Carlos Valverde Barbery en un libro de su autoría, contra el capitán José Gil Reyes y contra Enrique Achá a quien acusa de instarlo a unirse a un golpe subversivo contra Siles Zuazo.[102]  Las oficinas públicas dependientes del gobierno nacional, como la Prefectura, la Alcaldía, YPFB, aduanas, correos, etc., continuaron funcionando normalmente y sólo la presencia del Control Político desapareció. Muchos ciudadanos, hasta hacía poco semi ocultos, pudieron volver a caminar libremente. Días más tarde, el gobierno nacional pidió una tregua en ocasión de la visita -un poco forzadadel Presidente de la República Argentina, Gral. Pedro Eugenio Aramburu, quien llegó a Santa Cruz para inaugurar el ferrocarril Yacuiba-Santa Cruz, gracias al trabajo de la Comisión Mixta Boliviano Argentina. El Presidente Siles fue recibido en medio de un ominoso silencio, contrastando con la calurosa bienvenida que se ofreció al Gral. Aramburu. Este sabía algo ignorado por Siles: que Oscar Únzaga era huésped de la Comisión Mixta Boliviano Argentina. Aunque el aparato represivo del gobierno intuía que Oscar Únzaga podía estar en Santa Cruz, no tenía manera de comprobarlo. El líder falangista se alojó en los predios de la Comisión Mixta, aunque

discretamente realizaba esporádicas visitas a un grupo reducido de adherentes, especialmente a Marcelo Terceros Banzer, cuyo hogar, cimentado en valores espirituales, era muy apreciado por el jefe falangista, como un oasis de paz en medio de la tormenta. Anita Suárez de Terceros, esposa de Marcelo Terceros Banzer, entrevistada medio siglo después por este cronista, recordaba la presencia de Oscar en esa casa de los Terceros, en la calle Junín que aún se conserva como entonces: “Mi familia, como la de mi marido son profundamente católicos. Los Terceros dedicaron su vida a proteger a la Iglesia, a la que daban todo lo que podían. En La Merced hay imágenes, candelas de plata y otros objetos donados por las tías de Marcelo. Corpus Christi siempre se celebró en la casa de la calle Junín. En mi familia éramos diez hermanos, una familia muy conocida y grande. Mi padre, por norma, tenía una Biblia y todos la leíamos. Nos conocimos con Marcelo desde niños. Yo trabajaba en PANAGRA[103] y cuando me casé, Marcelo dijo que me retirara. Estuve varios años en casa cuidando a mis hijos. La política fue ingrata para nosotros. Todas las familias de bien abrazaron la causa de Oscar Únzaga. Cuando Marcelo estuvo preso, yo tenía dos hijos y una estaba por nacer, entonces volví a mi anterior trabajo, expliqué mi situación y estuve como ejecutiva de la Casa Grace y allí trabajé hasta que mi marido retornó… Yo le preguntaba a Marcelo lo que pasó en los campos de concentración y él me decía que las cosas malas se olvidan y las cosas buenas se recuerdan y él recordaba lo bueno que hizo en las prisiones, incluso celebraba misas. Era, como el propio Únzaga, un hombre humilde, como cualquier persona, muy sereno, tenía tranquilidad espiritual. Él siempre me decía que estaba preparado para la muerte…”[104] Por su parte, Josefina Terceros Banzer -hermana de Marcelo y Carlos Terceros-, a quien también entrevistó este cronista, nos

ofrece el testimonio de lo que eran las familias cruceñas en la primera mitad del siglo XX: “Quedamos huérfanos porque mi padre murió en la tragedia del avión del Juan del Valle y mi madre se quedó con siete hijos, el mayor de 15 y la menor de 3. Mamá nos sacó adelante. Adalberto se fue a Chile a estudiar, Carlos y Marcelo se metieron muy jóvenes a la política bajo la figura y el misticismo que tenía Unzaga. Ellos han sido muy perseguidos. En 1953 Carlos cayó preso, estuvo en Curahuara donde lo dejaron sin voz porque él era muy eufórico y en los vagones que los transportaban a ese campo de concentración él gritaba “¡viva la Falange, viva Unzaga!”, entonces le dieron un culatazo en el cuello afectando las cuerdas vocales y perdió la voz que después fue recuperando en Argentina, porque él estaba en el avión que tomaron los falangistas y que lo hicieron aterrizar en Salta. Carlos retornó dos años después. Yo conocí a Oscar años antes, cuando llegó junto a su madre doña Rebeca, luego de una operación que le practicaron en el estómago. De esos días tengo el mejor recuerdo porque era un hombre tan humilde que no exigía nada. Junto a una muchacha le servíamos alimentos porque tenía que comer seguido. Se quedó entonces unos diez días. Era un hombre de principios cristianos sólidos, que infundía paz, muy humano y amable con todos. Se levantaba a las 8, tomaba el desayuno con Marcelo, luego iba a la sala a escribir y a leer y luego venían las visitas. Almorzaba en la casa o los camaradas lo llevaban a comer. La última vez, a fines de 1957, también vino a vernos, yo ya tenía dos hijas. René Gallardo me dejó una foto de él con Únzaga que llevaba una dedicatoria: ‘Para mi amiga del alma’...” Esa era la Santa Cruz que tanto quería Oscar Únzaga, una parte distinta al resto del país, pero no por ello menos apreciada e

imprescindible en el extenso y variado mosaico nacional. Oscar Únzaga consolidó el apoyo de la población cruceña, pero si ello lo hacía sentir feliz y halagado, no era suficiente para el rol nacional a que aspiraba. Su destino lo convocaba a La Paz, escenario de la historia. Pero no pudo de momento asumir esa decisión. La máxima dirigencia de su partido en Santa Cruz creía que siendo políticamente inexistente el gobierno en Santa Cruz, había llegado la hora de la “Operación Oriente”. A fines de 1957, el nuevo gobierno del Perú presidido por Manuel Prado, autorizó al retorno del re-exiliado boliviano Carlos Kellemberger, quien después de tres años, pudo reencontrarse, con su familia en Arequipa para la Navidad de ese año, abriéndose un nuevo paréntesis a la espera de que el gobierno boliviano permita su ingreso al país. Las fronteras estaban herméticamente cerradas para los falangistas.  El Control Político se daba cuenta de que Únzaga estaba en el país, pero no sabía por dónde había ingresado, su paradero era un misterio y lo único seguro era que en La Paz no estaba. Diestro en dar pistas falsas, el jefe falangista envió una carta al Director de EL DIARIO, que no fue publicada, pero sí difundida en una edición semi clandestina de ANTORCHA. Llevaba fecha de 31 de enero de 1958. Justificaba su condición clandestina cuestionando la inexistencia de derechos. Sus conceptos eran demoledores: Los que firmaron el “acta de independencia económica de Bolivia” pusieron al país en el grado más absoluto de dependencia de la ayuda y caridad extranjera… El llamado “régimen de obreros y campesinos”, fue precisamente quien los llevó al hambre, a la desocupación y a la masacre blanca… El MNR disfrutando del poder, fue vencido por el propio MNR… Si el gobierno responde con arbitrariedades y se obstina en su manía persecutoria, perseverando en el camino del odio, el pueblo tendrá que mantener su libertad a costa de cualquier sacrifico…

El peligro de la conspiración desaparecerá el día en que la nación respire un aire de libertad… Y remataba la misiva con una frase concluyente: “Un cielo tan sucio no aclara sin tormenta”. No había vuelta, el camino de la subversión permanente había sido tomado. Enrique Achá Álvarez revela en su libro que el día miércoles 18 de febrero, en una quinta ubicada en las afueras de Santa Cruz, se reunieron Únzaga, Mario R. Gutiérrez, el propio Achá y un cuarto sujeto no identificado. Tras compulsar la situación llegaron a la conclusión de que las condiciones eran favorables, determinándose actuar el domingo 2 de marzo a las tres de la tarde. La base era el control del sudeste y los campamentos petroleros, tomando las divisiones militares de Camiri y Villamontes a cargo del Cnl. Ángel Costas y el My. Guido Lolly de Voltaire. Había absoluta confianza en la acción militar lo mismo que en las guarniciones de Guabirá y Roboré, reforzadas bélicamente en ocasión de la reciente rebelión cruceña. Se tenía absoluta confianza en la adhesión de los departamentos de Santa Cruz, Chuquisaca, Beni y Tarija. Pero era preciso un pronunciamiento revolucionario originado en La Paz, con eco en Cochabamba y Oruro, sin importar inicialmente si tuviese ninguna contundencia, pues los hechos definitivos los determinaría la fuerza arrolladora de la guerra civil en el Oriente. Achá informa en su libro que el 28 de febrero, faltando dos días para el estallido revolucionario, se presentó inesperadamente  en Santa Cruz un dirigente falangista con la noticia de que en La Paz estaba en gestación un proceso para comprometer a las principales unidades de Carabineros y varias del Ejército, que ello debía motivar la reconsideración de los lineamientos generales, en el sentido de que las proyecciones derivaran, de la mentalidad inicial de una guerra civil de larga duración hacia un golpe fulminante y victorioso en La Paz con inevitables pronunciamientos de adhesión en el resto de la república. Las noticias que llegaron de La Paz agregaban un dato decisivo: las consideraciones con que el plan había sido

formulado eran incorrectas. Era impracticable el desencadenante en La Paz y la guerra civil quedaría aislada. [105] 

XXVII - EL ÚLTIMO RETORNO (1958)

E  

l análisis de situación era claro: un movimiento revolucionario con capacidad de tomar el gobierno era posible; la condición para desencadenarlo demandaba la presencia de Oscar Únzaga en el lugar de los hechos, la ciudad de La Paz. De modo que, sin descartar la vigencia de la Operación Oriente, el jefe de FSB constituyó un comando revolucionario en Santa Cruz con Mario R. Gutiérrez como jefe político, los coroneles Ignacio Saucedo y Carlos Menacho como responsables militares y Enrique Achá como jefe de operaciones, mientras Únzaga asumiría el liderazgo de la revolución en La Paz. La visión política global del país y su entorno era desde luego más vasta que un alzamiento regional. La motivación nacional era distinta y se basaba en variables mucho más complejas y determinantes. El Plan de Estabilización se había congelado en la simple devaluación monetaria y no existían señales de reactivación del aparato productivo. La situación petrolera había derivado en lo que Únzaga temía: los cancilleres Manuel Barrau de Bolivia y Carlos de Macedo Soares de Brasil, suscribieron los Acuerdos de Roboré por los que Bolivia entregaba concesiones petroleras a empresas brasileñas; Brasil ya compartía el petróleo boliviano con la Gulf, la BOC, la Chaco Petroleum, además de YPFB. Una parte del país pensaba que esta era una buena noticia para la deprimida economía boliviana, pero la mentalidad nacionalista del jefe de FSB no lo aceptaba, lo mismo que otros sectores de la opinión pública con capacidad de opinión, que veían en ello beneficios sólo para los dueños del poder e intereses extra nacionales. Por lo demás, el país estaba dividido: los campesinos odiaban a los citadinos, los orientales estaban resentidos contra los occidentales, los obreros aborrecían a los profesionales, el interior envidiaba a La Paz. Las universidades eran campo de batalla entre facciones dominadas por el oficialismo -Economía, Derecho, etc.- cuyos

estudiantes con carnet del MNR aspiraban a un ítem en las planillas estatales, versus carreras como Medicina o Ingeniería cuyos alumnos y docentes eran críticos de la revolución, con quintacolumnistas recíprocos en cada territorio. Una economía sostenida por el comercio informal favorecía a sectores afines al gobierno. El frente oficialista, dividido sin remedio, se debilitaba en contradicciones y aunque el hábil Ministro de Gobierno, Cuadros Quiroga, había neutralizado a la oposición interna y a la COB, estaba decepcionado al comprobar que, de noche, el Presidente Siles se entendía con su antiguo compañero de colegio, Juan Lechín, aunque de día parecían contendientes. El gobierno no atinaba a controlar la corrupción en sus filas. La clase media empobrecida se radicalizaba y fortalecía las filas de FSB. Como consecuencia, a lo largo de la mitad de su gestión, Siles Zuazo había dictado cinco estados de sitio. La agenda pública estaba sobrecargada pues el Poder Ejecutivo no sólo tendría que imponer la aprobación congresal de los Acuerdos de Roboré, sino también los acuerdos de la estabilización con el FMI, e inclusive lidiar con dos incómodas visitas: la del Vicepresidente de los Estados Unidos, Richard M. Nixon, y la del ex Presidente de Bolivia, Víctor Paz Estenssoro. La entrega de Madrejones continuaba como un fuerte argumento opositor que movilizaba a los estudiantes. El miércoles 5 de marzo de 1958, el diputado falangista Walter Vásquez Michel citó al máximo dirigente de la Confederación de Estudiantes de Secundaria de Bolivia (CESB), Jaime Aranibar, para una reunión de la que participaron el parlamentario Jaime Ponce Caballero y Jaime Gutiérrez Terceros quien había recuperado la libertad hacía poco. Araníbar, un dirigente joven, pero de la mayor confianza partidaria, probado en misiones como correo, recibió una nueva tarea consistente en viajar a Santa Cruz y entrevistar nada menos que a su Jefe, Oscar Únzaga de la Vega. “Viajé a Santa Cruz en un vuelo regular del LAB. Mi aspecto juvenil no provocaba ningún tipo de sospecha. Me dieron una dirección, que resultó un chalet de la Comisión Mixta del Ferrocarril Argentina-Bolivia, donde

vivía Oscar clandestinamente. Lo vi después de mucho tiempo, llevaba una barba tupida que le cubría gran parte del rostro, pero sus ojos debajo de las cejas espesas eran los de siempre; tenía una mirada apacible, dulce y sincera. Después del abrazo me preguntó si había ido a misa y tras prometerle que lo haría luego de conversar con él, tomé asiento para escuchar lo que tenía que decirme. A mediados de marzo Oscar iba a salir de Santa Cruz, atravesaría todo el territorio de Este a Oeste para llegar a La Paz el último jueves del mes y yo debía esperarlo en el camino a El Kenko, junto a un hombre de máxima confianza. Me adelantó que en La Paz se pondría a la cabeza de una acción revolucionaria definitiva que emanciparía de Bolivia del yugo que nos asfixiaba y me aseguró que el futuro de la patria estaba aún por escribirse y que yo sería parte de ese capítulo. Emocionado por la responsabilidad que ese gran hombre me dispensaba, me despedí de él prometiéndole que pondría todo mi empeño en esa misión”. Se agotaba el tiempo en el que Únzaga podía contar con la ayuda argentina. El gobierno del Gral. Pedro Eugenio Aramburu había presidido elecciones en las que venció el político radical Arturo Frondizi en alianza con el proscrito peronismo. Los militares entregarían el poder a los civiles el 1º de mayo. El viaje de Únzaga a La Paz presentaba muchos problemas y riesgos. Entre Santa Cruz y Cochabamba existían muchas “trancas” tanto de la Dirección de Tránsito, donde los agentes recaudaban algunos billetes por supuestas infracciones, como de la Aduana para sonsacar dinero por la presencia de artículos de contrabando supuestos o reales, o del servicio de caminos para cobrar peaje. En cada barrera había una cadena que impedía el paso de los vehículos y allí estaban agentes del Control Político que compartían, con policías y aduaneros, las gabelas, el frío y las incomodidades con raciones de alcohol y tabaco.

Un día de la semana entre el 16 y el 22 de marzo[106], cuatro hombres jóvenes abordaron un jeep rojo, con placas oficiales y el emblema de la Comisión Mixta Boliviano Argentina en una de las puertas. Dos eran cruceños, uno cochabambino y uno paceño. Vestían chamarras y por su apariencia parecían ingenieros argentinos. Entre ellos iba Oscar Únzaga, se había afeitado la tupida barba y el bigote, llevaba el cabello corto casi al estilo militar y por la prolongada ausencia de exposición solar, tenía la piel absolutamente blanca. Le acompañaba René Gallardo, su leal ayudante. Les habían recomendado tener cuidado en el paso por la tranca de Pojo, porque allí el gobierno destacó agentes del Control Político ante la posibilidad de que Únzaga pudiera atravesar aquel paso obligado. Para neutralizarlo, los falangistas idearon una estratagema. Una noche llegó al puesto de control una mujer identificada como comerciante y pariente de uno de los agentes. Entre su mercadería -de contrabando-, la mujer llevaba unas botellas de aguardiente de caña. Como era de esperar, los agentes descorcharon con gran alegría la cachaca que les costó una rápida borrachera y un fuerte chaki al día siguiente, cuando Únzaga y sus acompañantes ya habían traspuesto la tranca con el motor apagado y se dirigían velozmente rumbo a la ciudad de Cochabamba. Pernoctaron allí cinco días en estricto secreto y Oscar Únzaga se reunió con pocas personas de su más absoluta confianza, entre ellas Dick Oblitas y Arturo Montes, a quienes distribuyó misiones. En el transcurso de la última semana de marzo, el jefe falangista y sus dos amigos cubrieron el último tramo entre Cochabamba y La Paz. Pero dejando atrás Oruro, poco habituados a los caminos del altiplano, equivocaron la ruta apareciendo a primera hora de la mañana en un campamento minero con el agravante de que el motor sufrió un desperfecto. Los obreros de esa mina, que pocas veces veían a personas extrañas en aquella apartada región, se acercaron para indagar lo que les sucedía. Pero luego de un tiempo en el que lograron reparar la falla, con la solidaridad propia de la gente humilde, los mineros sonrieron y despidieron a los extraños con evidente alegría. El problema era que llegarían más tarde de lo

convenido al encuentro con quienes los esperaban en El Kenko, cerca de La Paz. Pero allí estaban Jaime Araníbar y Johnny Haitmann, a bordo de un automóvil Chrysler de color verde. “Esperamos casi una hora hasta que apareció el jeep -relata Aranibar-. Paró frente a nosotros. Dos de ellos bajaron para identificarnos por razones de seguridad. En seguida salió Oscar, sin cabello ni bigote, con chamarra y apariencia juvenil. Nos abrazamos. Agradeció a sus acompañantes que retornaron inmediatamente. Parecíamos cuatro jóvenes que regresaban a la ciudad, conversando del clima y el panorama. Entramos a La Paz por la antigua carretera con absoluta normalidad, dirigiéndonos a la casa de Haitmann, en la calle Vincenti de Sopocachi, cercana a la plaza España. Allí se quedó Oscar y yo volví a mis labores habituales…” Johnny Haitmann, era un ciudadano alemán casado con una dama boliviana llamada Elsa Carrasco; tenían tres hijos. Él cultivaba buenas relaciones con gente del Ejército y la Policía, porque parte de su negocio consistía en importar emblemas militares -estrellas, galones, barras, insignias- para los uniformes. Nadie sospechaba que fuera un amigo que apoyaba a Únzaga, no sólo económicamente, sino en una misión como la que cumplió esos días transportando y alojando al hombre más buscado por el aparato de inteligencia del gobierno y probablemente por agentes locales de la CIA. Ayudó a ese cometido el hecho de que en esos días el Comité Político del MNR y el Control Político daban prioridad a la presencia del Embajador en Londres y jefe del MNR, Víctor Paz Estenssoro, con su esposa Teresa Cortez de Paz. El Dr. Paz anunció que llegaría a La Paz por unos días para ajustar algunas tuercas de su partido en la designación de candidatos para la renovación parcial del Parlamento, incomodando a los gobernantes. Marcial Tamayo, elemento de la cúpula en el poder, recuerda que en el Palacio esa presencia resultaba una amenaza, tanto que el Ministro de Gobierno, José Cuadros Sánchez dijo en una reunión: “a ese señor se lo para tranquilamente con un telegrama del Ministerio de

Relaciones Exteriores que es al que debe obediencia y al Presidente, porque (Paz) jefe no es”. Sugiere impedir su llegada, negarle la visa, inclusive arrestarlo en la frontera, en un momento en que todo el MNR estaba con Siles y “en el pazestenssorismo sólo quedaban barzolas y fortunes… (pero) Siles no se anima y dice ‘si esto ocurre se divide el partido’…”. Desencantado con el Presidente, Cuadros abandonó su cargo.[107] Casi coincidentemente, el Vicepresidente de los Estados Unidos, Richard M. Nixon y su esposa Pat, quienes realizaban una visita de buena voluntad por varios países sudamericanos decidieron llegar a La Paz, en un inopinado cálculo del Departamento de Estado que recomendó la gira como parte del lanzamiento de la candidatura presidencial de Nixon en las elecciones del año próximo. El político republicano cosechó desagradables experiencias en Venezuela donde una multitud atacó el vehículo oficial y la pareja tuvo que salir de Caracas con escolta militar. Lo propio sucedió en Lima donde manifestantes escupieron y maltrataron al Vicepresidente y su esposa en una acción organizada por comunistas. Se esperaba que en La Paz sucediera otro tanto y ya organizaciones obreras habían declarado a los Nixon “personas no gratas”. El gobierno era consciente de que el único que podría salvar la situación era el Ministro Cuadros Quiroga, retirado en Cochabamba, harto del doble juego del Presidente Siles -contra Lechín de día, con él de noche-, de manera que debieron rogarle por su retorno para impedir que la presencia de Nixon diera lugar a incidentes malogrando la buena relación con Washington, en un momento en que la situación económica boliviana necesitaba de la ayuda americana. Apelamos de nuevo al testimonio dejado por el periodista Ricardo Ocampo: “Cuadros aceptó a regañadientes y maniobró con tanto tino y cautela, que revirtió la situación y Nixon fue recibido por primera vez en su gira latinoamericana, sin pedradas ni escupitajos y logró llegar a la residencia de su Embajada con su esposa, ambos cubiertos de sudor, serpentina y mixtura... A partir de entonces la ayuda americana se hizo más cuantiosa para Bolivia”.[108]

El vendaval que dejaron los Nixon a su paso por la región, le permitió a Únzaga una cortina de humo para cubrir su presencia clandestina en La Paz, al empezar la etapa definitiva de sus propósitos políticos.  Buscado “vivo o muerto”, en los próximos 12 meses viviría a salto de mata, cambiando permanentemente de domicilio, dando instrucciones mediante insólitos correos, conjuntando armamento, solicitando ayuda, recibiendo enviados extranjeros, escribiendo misivas y durmiendo cada noche en una cama distinta, ajeno a toda otra realidad que no sea la apasionada tarea que se había impuesto. No era una locura intentar un golpe de Estado pues el gobierno estaba extenuado por las rivalidades personales y los intereses económicos en juego. Al llegar el Dr. Víctor Paz, el Presidente Hernán Siles no tuvo otro remedio que recibirlo. Es interesante el testimonio del Dr. Guillermo Bedregal, en ese momento Ministro Secretario de la Presidencia. A la cita acudió el exmandatario acompañado de su ex Ministro de Gobierno, Federico Fortún, de ingrato recuerdo para tantos falangistas y sus familias. Los cuatro hombres conversaron durante varias horas en el Palacio y mientras “Siles hablaba de la estabilización monetaria y las dimensiones de la inflación”, “los comentarios de Paz sobre la compleja realidad del país eran críticos y acusaban sutilmente a Siles de haber ‘aflojado el poder ‘ lo cual había dado pie para que FSB aparezca como un partido grande de masas que representaba a la oligarquía desplazada especialmente los sectores de los ‘antiguos señores feudales’ y las capas medias adversas al ascenso de la clase trabajadora y del pueblo campesino”. Bedregal, un intelectual y político de primer nivel, ofrece precisiones sobre la división interna en el MNR: “Descubrí que los dos jefes no hablaban el mismo lenguaje… jamás fueron amigos, en el sentido humano y etimológico más puro. Se temían mutuamente, pero a la vez se necesitaban”.[109] Esa era la situación, más allá de la pretendida “nueva realidad nacional”. La revolución era el coto de caza de cuatro hombres -Paz, Siles, Lechín y Guevara- a quienes el propio Bedregal designa con los apelativos que les asignaba en ese

momento el pueblo y no con poco desprecio: “Mono, Conejo, Turco y Tártaro”. El primero decidido a retomar el poder; el segundo resignado a entregarlo otra vez a quien lo despreciaba, el tercero sin ganas de tomarlo todavía y el último dispuesto a disputarlo ya. A esto se reducía la revolución y al uso descarado del poder para instrumentalizar las masas en las que se cobijaban los cuatro. Frente a esa situación, Únzaga procuró un nuevo intento insurreccional desde La Paz, combinando la Operación Oriente con el golpe de estado fulminante. El 9 de abril de 1958, el gobierno realizó el acto de rememoración del sexto aniversario de la Revolución Nacional. El Presidente Siles anunció el fin de la crisis económica y el inicio de un tiempo de prosperidad al empuje de la reactivación minera, la explotación petrolera y la vinculación caminera. Pero la ciudadanía estaba lejos de sentir tal prosperidad. El 10 de abril, en una casa de Alto San Pedro, Oscar Únzaga se reunió con un grupo de oficiales de carabineros dirigidos por el capitán Pablo Caballero, poniéndose de acuerdo en un texto impresionante: “Ambas fuerzas, Falange Socialista Boliviana y el Cuerpo Nacional de Carabineros, resuelven suscribir un acuerdo político, para derrocar al MNR y constituir un nuevo Gobierno Nacional, que tendrá por finalidad inmediata la restauración de las instituciones democráticas y la recuperación moral y económica del país… FSB asume la responsabilidad de la conducción política y administrativa del Estado y tendrá el derecho exclusivo de imprimir al nuevo gobierno el rumbo político concordante con su doctrina y programas… El nuevo gobierno se compromete a reorganizar el Ejército Nacional, devolviéndole su jerarquía, dignidad e importancia institucional… El nuevo gobierno pondrá en vigor una Ley Orgánica que fusione a las diversas policías dentro de ella, así como la dotación de materiales e implementos para el

cumplimiento de sus funciones específicas, capacitación y superación de su personal y organización de cooperativas para vestuario y vivienda de sus miembros… Ambas fuerzas, FSB y Carabineros, establecen que en el caso hipotético de que otro sector derrocará al MNR y tomará el poder antes que ellas, este acuerdo conservará su plena vigencia…”[110] Se organizaron comandos revolucionarios en La Paz y Santa Cruz, con la participación de los coroneles Jorge Calero y Ángel Costas, el mayor Julio Álvarez Lafaye, los  capitanes Saúl Pinto y Mario Adett Zamora. Unos ya estaban en el país, otros se internarían desde la Argentina. En la práctica, Santa Cruz era territorio libre desde diciembre del año anterior. En la Paz estaba vigente el aparato subversivo conformado por Walter Vásquez Michel con el Cnl. Rafael Loayza y Franz Tezanos Pinto. El levantamiento en Santa Cruz sería liderado por Mario R. Gutiérrez y ejecutado por Enrique Achá en representación de Oscar Únzaga. Debía coordinar las acciones con organizaciones falangistas de La Paz, incluyendo a militares y policías. Se aseguró la participación de oficiales de la primera División de Ejército, uno de cuyos objetivos iniciales sería la captura de la Base de El Alto y el control del espacio aéreo de la sede del gobierno. Se confirmó la intervención de las guarniciones de Guabirá, Roboré, Camiri y Villamontes. Entre tanto, el Comité Cuatripartito (Estudiantes, Magisterio, Universitarios y Profesionales) se agitaba estimulado por la difícil situación económica de los hogares bolivianos de clase media, a quienes les parecía insultante la demostración de riqueza de la gente allegada al MNR, tanto como la dependencia que mostraba el gobierno respecto a los Estados Unidos y la política petrolera que consideraban entreguista. Pedían también que termine la persecución política y se anule el aparato represivo del Control Político. Los estudiantes de secundaria, dirigidos por falangistas, cumplieron un papel decisivo en la defensa de los derechos humanos y las

libertades ciudadanas, que coincidían con las metas políticas de Únzaga. Tenían también reclamos sectoriales referidos básicamente a infraestructura educativa. Jaime Araníbar, Presidente de la CESB; Guido Strauss, Presidente del Colegio Nacional Germán Busch; Julio Loayza, Presidente del Colegio Nacional Ayacucho; Alberto Aparicio del Colegio Nacional Bolívar, fueron las piezas fundamentales. Los jóvenes tomaron las calles en sus reclamos y chocaron con los carabineros, en tanto los agentes del Control Político se incrustaban en asambleas y reuniones sectoriales. Al promediar abril, el Ministro de Educación, Carlos Morales Guillén, no aguantó más la presión y solicitó su cambio, siendo reemplazado con Germán Monroy Block, prestigioso líder de la Revolución Nacional, quien buscó acercarse a la dirigencia estudiantil para lograr una tregua. Pero, cuando estuvo a punto de conseguirla, Monroy Block confesó a los dirigentes que Claudio San Román, ejerciendo más peso que muchos ministros, paralizó las negociaciones para ir a la acción directa. Fue convocada una reunión de emergencia de los dirigentes de los colegios paceños, en un ambiente del Liceo Venezuela, que el Ministro Monroy había cedido a la FES para su Secretaría permanente. Los estudiantes decidieron ir a la huelga general. La reunión se levantó quedándose Guido Strauss y Julio Loayza para redactar la declaratoria de huelga que tendría efecto en las horas siguientes. Nadie podía imaginar que el local fuese allanado por hombres armados con el rostro cubierto que los sacaron a la fuerza para embarcarlos en un jeep con toldo de lona. “No nos hicieron ni un rasguño, pero nos quebraron moralmente”, recordaría después Julio Loayza. No sólo mencionaron en tono grosero a sus madres y novias. La amenaza letal les perforó el alma: -Y ahora Gringo (Strauss), ¿qué le vamos a decir a tu madre? ¿Qué moriste por pendejo? Y voz Negro (Loayza), ¿qué crees que va a decir tu madre cuando reciba tu cadáver?         

El jeep empezó a trepar rumbo a El Alto. Los dos jóvenes creyeron que los iban a matar y los enterrarían en la pampa altiplánica; ambos creían que los llevaban por el camino La Paz-Oruro y tarde se dieron cuenta que la ruta era a Viacha, por ello no había vehículos a esa hora. Strauss susurró a su camarada: “Prepárate. Cuando te diga “¡ya!” te tapas la cara y saltas…”. El agente captó que algo tramaban y ordenó que se descalcen. Pasaron la línea del ferrocarril y habrían avanzado unos 10 kilómetros, cuando el jefe de los agentes les dijo “al contar tres, los dos se esfuman o los tiro… uno… dos… tres…” Los dos falangistas saltaron y se encontraron con la obscuridad, el frío invernal en plena puna y sin zapatos. Ante la imposibilidad de caminar por entre piedras y paja brava, sin saber qué rumbo tomar. Strauss y Loayza se despojaron de sus camisetas, las partieron, forraron sus pies y caminaron durante horas hasta que llegaron a la ceja de El Alto. Un hombre conduciendo un vehículo atinó a pasar y se apiadó de ellos. Le contaron el trance que habían sufrido y éste corrió el riesgo de llevarlos de nuevo a la ciudad. Se olvidaron del terrible sufrimiento, redactaron la declaratoria de huelga y la entregaron a la prensa. Aunque luego, el Ministro Germán Monroy volvió a acercarse a los dirigentes estudiantiles para asegurarles que el Presidente Siles Zuazo, quien también había sufrido la represión de otros tiempos, condenaba los abusos del Control Político que le había impuesto su predecesor. Pero si la huelga quedaba sin efecto, el gobernante se comprometía a sacar a San Román y Gayán del escenario.[111]  Oscar Únzaga siguió al detalle toda esa trama, confirmando una vez más que muchos de los actos del Dr. Siles obedecían a la presión del aparato del MNR leal a Paz Estenssoro. Los días pasaban. Es posible pensar que Únzaga habría preferido postergar el alzamiento insurreccional en marcha, pero la insistencia de Mario R. Gutiérrez precipitó las acciones e impuso la fecha. Aquí es preciso mencionar una división de simpatías internacionales en las dos figuras principales de FSB, pues mientras Oscar Únzaga tenía apoyo argentino, Mario R. Gutiérrez, como parte de la movilización cruceña, parecía gozar de la simpatía brasileña. De cualquier forma,

el 12 de mayo, Únzaga comunicó a Walter Vásquez Michel que el golpe se desataría a las 13:00 del miércoles 14, de manera que Vásquez dispuso de sólo 48 horas para poner en movimiento la organización revolucionaria con Tezanos Pinto y Oscar Rocabado. Se descartó cualquier acción en el resto del país, aunque ello era irrelevante ante la magnitud del movimiento subversivo. Pero, faltando horas para el estallido, alguien de la plana mayor de FSB, delató a sus camaradas revelando al gobierno que ese medio día estallaría la revolución falangista. El gabinete ministerial fue convocado de emergencia a las 9 de la mañana y allí el Presidente hizo conocer la denuncia recibida. Su Ministro de Gobierno, Cuadros Quiroga, negó tener ningún informe en ese sentido pero, por precaución, se ordenó el acuartelamiento de todas las unidades militares y policiales, suspendiéndose las clases en los colegios.[112] Llegado el medio día, nada pasó y hubo un respiro de alivio en el gabinete. Pero todo varió cuando poco después de las 13.00 el radio operador del Palacio Quemado captó un fogoso discurso radial del Dr. Mario R. Gutiérrez, quien se había levantado en armas en Santa Cruz y arengaba a sus partidarios desde la Prefectura del Departamento tomada minutos antes por una fuerza falangista comandada por Germán Coimbra. El capitán Saúl Pinto a la cabeza de 30 falangistas tomó el cuartel de Carabineros, mientras el dirigente universitario Fausto Medrano asumió el control de radio Grigotá. Se procedió a ocupar los edificios de YPFB, la Corporación Boliviana de Fomento, las oficinas de correos, teléfonos y telégrafos. El Comandante de la Escuela Militar de Aviación y Jefe de la Base Aérea Militar, My. Belmonte, se mantuvo neutral y se negó a replegar a La Paz los aviones a su mando, como se lo exigía el Jefe de Estado Mayor Aéreo subordinado al gobierno. En Guabirá, el capitán Miguel Ayoroa, Ayudante del Comando de la División Colonial, se movilizó con la tropa a Santa Cruz, siendo recibido con alborozo por la ciudadanía, formando la guardia de la Prefectura donde se instaló el comando revolucionario con Mario R. Gutiérrez, los coroneles Ignacio

Saucedo y Carlos Menacho, el My. Guido Lolly Voltaire y Enrique Achá. Las autoridades designadas por el gobierno fueron detenidas momentáneamente sin violencia. No se disparó ni un tiro porque no hubo resistencia. La guarnición militar de Camiri fue tomada, pero nada pasó en Roboré ni en Villamontes. Ignorando que el golpe había sido delatado, Oscar Únzaga, su ayudante René Gallardo y Walter Vásquez se reunieron en la Parroquia de los Padres Carmelitas, en la avenida 20 de Octubre, frente al Ministerio de Defensa, desde donde dirigirían el alzamiento en enlace permanente con el Cnl. Rafael Loayza y Tezanos Pinto, cuyos hombres bajo su dirección hicieron detonar una carga de dinamita en el cerro de Laikacota, a las 15.00, señal para el inicio de las acciones. Pero de cien hombres armados que debían asediar el Gran Cuartel de Miraflores sólo se presentaron diez. El oficial de alto nivel que debía tomar el Regimiento Escolta no respondió. No se presentaron los comandantes de unidades policiales comprometidas. Los grupos que debían tomar Tránsito y Teléfonos desaparecieron dejando solos a César Rojas, Jaime Gutiérrez Terceros y Hugo Crespo.[113] Es que Radio Illimani comenzó a propalar desde el inicio de la tarde que un movimiento separatista de la Falange había estallado en Santa Cruz y que el peso de la ley caería sobre los instigadores, autores y cómplices. Anulada toda posibilidad de contacto entre los revolucionarios y las guarniciones comprometidas del Ejército y Carabineros en La Paz, todas bajo riguroso acuartelamiento tras la delación, al atardecer el golpe de Estado quedó inviabilizado y sellada la suerte de la Operación Oriente. Un destacamento militar leal al gobierno se movilizó desde Sanandita para retomar Camiri. A las 19.00, todavía en la Parroquia de los Carmelitas, Únzaga se reunía con Tezanos Pinto, César Rojas y Jaime Gutiérrez. Quedaba dinamita y bombas molotov para generar convulsión en la ciudad y no dejar sola a Santa Cruz. Pero minutos después el gobierno anunció “el fracaso del alzamiento separatista cruceño y castigo para quienes quisieron escindir la patria”. Lo de “separatista” no era

cierto, pero era el pretexto para vengar la afrentosa expulsión del Control Político, cinco meses antes. Ante el fracaso y temiendo una masacre, los rebeldes decidieron dejar Santa Cruz entregando la ciudad a la Unión Juvenil Cruceñista, que se había mantenido al margen del alzamiento falangista. En La Paz, poco después de las 21.00, Únzaga aceptó el fracaso y se retiró; sus camaradas hicieron lo propio. A las 7 de la mañana del jueves 15 de mayo, la UJC informó reiteradamente por Radio Grigotá que se hacía cargo de la ciudad, luego de que los rebeldes habían fugado. Anunciaba que en el curso del día las autoridades del MNR serían repuestas, que todo volvía a la normalidad y solicitaban la vigencia de garantías individuales consagradas en la Constitución en reguardo de la tranquilidad del pueblo cruceño. Efectivamente, las autoridades oficiales retomaron sus cargos, pero el gobierno no abandonó su presa y bajo la acusación -sin ninguna prueba- de que el propio Melchor Pinto fue parte de la supuesta “asonada separatista”, se dio la orden de “recapturar” la ciudad. TEREBINTO Cientos de relatos sobre aquellos sangrientos sucesos se han publicado desde entonces, en los que aparece la palabra Terebinto, uno de los baldones del segundo gobierno del MNR. El domingo 18 de mayo de 1958, un contingente integrado por cuatro mil campesinos fuertemente armados[114], provenientes de la región de Ucureña, fue movilizado en camiones y aviones con la misión de “escarmentar a Santa Cruz”. Simultáneamente, marcharon tres mil soldados comandados por los coroneles Ronald Monje Roca y Pablo Acebey, quienes empero debieron enfrentar una insubordinación de los oficiales a su mando, renuentes a una agresión contra paisanos pacíficos y desarmados que los miraron llegar. No iba a suceder lo mismo con los campesinos desplazados desde Cochabamba, a quienes estimularon con alcohol y la promesa del saqueo. Los dirigían dos

personajes de triste celebridad, el diputado José Rojas Guevara y el dirigente campesino Jorge Soliz Román. Las milicias campesinas saquearon casas, destruyeron bienes particulares, violaron mujeres de sectores humildes y buscaron a los jóvenes para escarmentarlos, sin siquiera evidencias de que fuesen enemigos del gobierno. Quedó en el recuerdo de la población que un joven llamado Benjamín Roda se encaró con José Rojas Guevara y le dijo que no tenía derecho a abusar de la gente. Roda fue sujetado por los milicianos, Rojas se le acercó revólver en mano y le propinó un golpe tan brutal en la cara con el caño del arma que le partió el occipital, vaciándole un ojo. Cuando otro joven, de nombre Widen Razuk, quiso reaccionar ante aquel acto salvaje, los milicianos lo derribaron para luego torturarlo con extraordinario sadismo. Los dirigentes falangistas se dieron a la fuga. Mario R. Gutiérrez, junto a un grupo de sus camaradas, tomó rumbo al norte, burlando una persecución implacable, internándose por selva impenetrable abriendo senda a machetazos. Otro grupo donde estaba el capitán Saúl Pinto, Enrique Achá, Jorge de la Vega, Jorge da Silva y Alfredo Gutiérrez llegó hasta San Javier, donde se desbandaron, pero permaneciendo en territorio nacional en cumplimiento de una instrucción que les hizo llegar Oscar Únzaga. El Cnl. Saucedo, Mario Serrate, Alfredo Pinto y M. Ostria llegaron a Porto Velho.[115] En un cuarto grupo Oscar Terrazas, Samuel Cuellar, Rómulo Saldaña, Tito Gallardo, Edgar Torrelio, N. Antelo, Hugo Parada, Hugo Ortega, Momoy Gutiérrez, Walter Toor, Papì Durán y Carlos Zambrana se dirigieron a Colpa. Pero estaba marcada la suerte del quinto grupo falangista, con José Cuéllar, Felipe y Pablo Castro Parada, Gabriel Candia, Justo Jiménez y Miguel Callaú: les esperaba el martirio y la muerte en “Potrero del Naranjal”, una hacienda cercana a la ciudad de Santa Cruz, propiedad de la familia Mercado, ubicada en el cantón Terebinto de la provincia Andrés Ibáñez. Las milicias campesinas enviadas por el gobierno continuaron violando y asaltado estancias

cercanas a la ciudad, entre ellas “La Montenegrina”, a once kilómetros, estableciendo allí su cuartel general, desde donde siguieron la pista de estos infortunados jóvenes, que habían recibido refugio en la casa de los Mercado. El lunes 19, los fugitivos se aprestaban a dejar su refugio momentáneo cuando se dieron cuenta de que la casa había sido rodeada por cientos de ucureños que se iban acercando con inequívocas intenciones. Ángel Mercado, un anciano, salió para hablarles en tono respetuoso y recibió un fuetazo. Su hijo Romer Mercado salió en su defensa. Recibió un balazo en el pecho y fue la primera víctima, gratuita además, porque ni el padre ni el hijo tenían nada que ver con la asonada falangista fracasada. Pero Romer tuvo suerte ya que su muerte fue rápida y no sufrió el tormento que infringieron a los otros. Sólo uno de esos infortunados conservó la vida, pero nunca más pudo caminar. El resto fue sometido a un suplicio inaudito, pues antes de matarlos les sacaron los ojos con cuchillos, extrajeron las vísceras y amputaron sus genitales en escenas de horror que han sido recogidas secuencialmente por Hernán Landívar Flores en su libro “Terebinto”, pero también aquello quedó en diarios e informes oficiales. Una comisión investigadora nacional reunió información sobre esos hechos luctuosos. Los horrendos detalles constan en declaraciones presentadas después de 1964 y son tan espeluznantes que la comisión expresa: “sólo cabe destacar la ferocidad, salvajismo y crueldad de los ejecutores de las terminantes y concretas órdenes que recibieron”, responsabilizando entre los autores intelectuales al senador Rubén Julio Castro, al Prefecto de Santa Cruz Jorge Antelo, al dirigente movimientista Álvaro Pérez del Castillo y, como ejecutores materiales, a los dirigentes campesinos cochabambinos José Rojas Guevara[116] y Jorge Soliz Román[117]. Desde luego figuraba una larga lista de ejecutores impunes. De aquel pasaje macabro ha quedado un poema del vate beniano Pedro Shimose, un hombre de izquierda, probadamente honesto, exiliado de otras dictaduras.

TEREBINTO - Poema de Pedro Shimose   Santa Cruz de la Sierra dolorosa, mi sangre está hecha de tu sangre y tu martirio es mi martirio. En tu rostro se va el beso como una huella de traiciones, en tus lágrimas se va el musgo de aguaceros perseguidos.   ¡Ay! Terebinto, Terebinto, crujen los huesos de los destripados, sangran los pies de los fugitivos que volvieron a los bosques a pelear por lo que es nuestro.    Lloran las viudas sobre las moscas de sus hijos muertos.   Les sacaron los ojos. Les sacaron la lengua. Les cortaron los dedos Uno a uno Para que no puedan contar los días de la venganza que se avecina con los segundos de los minutos, con los minutos de las horas, con las horas del porvenir, con todo el rencor de nuestra soledad y desamparo.   ¡Ay! Dios mío, Dios mío. Desde los cerros las sombras se descolgaron y cayeron sobre el día y rodaron por la carretera. A machetazos,

A culatazos, Quisieron doblegarte y humillarte cuando estabas maniatado y cuando los cuervos decían “no pasa nada” y los milicianos te horadaban el cráneo, y los milicianos violaban a las mujeres, aquí no pasaba nada y los milicianos incendiaban arrozales y con los milicianos se cumplía la orden de los déspotas.   Santa Cruz de la Sierra dolorosa y heroica, No fui un cobarde. Ni me oculté ni te negué cuando te flagelaron en la plaza y nadie se atrevió a defenderte, cuando nadie tuvo el coraje de ser hermano tuyo cuando tus hijos se hundieron en los bosques entre mosquitos y sanguijuelas, entre sapos y humedad y tiros!   Cuando te mascaron las entrañas yo estaba allá en el Ande junto a los que te quieren bien y te querrán desde que te querían, padeciendo lo que padecías, llorando lo que llorabas y esperando la hora de estos versos.   ¡Ay! Terebinto, Terebinto, te llevaré por siempre en la memoria.

   

               

XXVIII - LA NUEVA FALANGE

L

 

as Federaciones Universitarias de todo el país repudiaron los sucesos de Terebinto. PRESENCIA, EL DIARIO y ÚLTIMA HORA editorializaron su posición crítica al gobierno y desde los púlpitos se dirigieron palabras de pésame a las madres de los inmolados. Ante la historia quedó la responsabilidad del Presidente Hernán Siles Zuazo, quien nunca más pudo llegar a Santa Cruz.    Con el fin de contrarrestar las múltiples expresiones internacionales de condena por tales sucesos, el gobierno insinuó que Santa Cruz pretendía su anexión al Brasil, cuyas autoridades aseguraron categóricamente su prescindencia. En realidad, si los intereses brasileños se notaron en el pasado inmediato, fue para lograr que el gobierno boliviano les permita intervenir en el negocio petrolero y eso ya lo habían conseguido. En cualquier caso, el Presidente del Comité Pro Santa Cruz, Dr. Melchor Pinto Parada, puso énfasis al declarar que el movimiento cívico no tenía motivaciones políticas sino la defensa de derechos, como las regalías del 11%. La respuesta no pudo ser más destemplada: la cárcel o el exilio. Pinto eligió lo último, saliendo desterrado a la Argentina el 26 de mayo de 1958. Oscar Únzaga decidió frenar aquella situación que ponía en riesgo la propia integridad nacional, optando por pacificar los espíritus y el 27 convocó a una conferencia de prensa en la casa del Gral. Bernardino Bilbao, donde aclaró su posición: “Los conductores políticos están obligados a dar cuenta de sus actos ante la historia y a decir su palabra frente a la opinión pública en momentos de crisis y tensiones que perturban la tranquilidad nacional… Condeno al MNR por las violencias de los últimos días y al gobierno por no haberlas evitado…

Pero no deseo echar más leña a la hoguera. Las infortunadas muertes que hemos tenido que lamentar… obligan a los partidos políticos a agotar esfuerzos para conseguir para la nación un clima de paz y seguridad… Bolivia requiere retornar al Estado de Derecho y de una convivencia civilizada. Exigiremos del gobierno conformar sus actos a la ley y que ofrezca al pueblo y a los patriotas un clima de garantías para el desenvolvimiento de sus actividades. La oposición podrá, así, contribuir a la tranquilidad de los hogares bolivianos…” Negándose a comprender la magnitud del paso dado por el jefe de la oposición, el gobierno persiguió a Mario R. Gutiérrez, quien hizo a pie un penoso recorrido de seiscientos kilómetros en treinta días para llegar a la frontera brasileña en San Luis de Cáceres, trasladándose luego a Río de Janeiro en calidad de asilado. En tanto Únzaga se refugió en una congregación religiosa y sus inmediatos seguidores se dispersaron ocultándose en la ciudad y provincias. El Ministro de Gobierno, José Cuadros Quiroga, considerando que había fracasado al no advertir el golpe falangista del 14 de mayo, desapareció desde esa fecha para no retornar nunca más a esa oficina, siendo designado en el cargo Marcial Tamayo. Entre tanto en La Paz, el Control Político asestaba un duro golpe a la Falange en una casa del barrio de Sopocachi, donde debían reunirse Walter Vásquez y Oscar Rocabado. El lugar del encuentro era la casa de Hortensia González de Wallpher, en el pasaje Boyacá de la calle Medinacelli, entre 30 de Octubre y Rosendo Gutiérrez. Hortensia vivió una dura y amarga experiencia, como lo relata su hijo Luis Wallpher: “Ya mis hermanos por madre y mi tío Guillermo, hermano de mi madre, habían salido exiliados. Mi mamá era una falangista activa y convencida junto a sus camaradas Elena del Carpio, Carmela Iriondo, Teresa Boehme de Suárez y otras. Ese día -se refiere al 19 de mayo- mi casa fue intervenida por agentes del Control

Político. Walter Vásquez trató de escapar, pero lo tomaron preso. Mi mamá, en cambio, se lanzó desde el segundo piso hacia la parte de atrás de la casa y cayó sobre un lavamanos de cemento. La vecina llamó a doña Teresa Boehme y con Carmela Iriondo la llevaron a una casa en San Francisco. Yo no sabía lo que había pasado cuando volví del colegio y un miliciano me apuntó a la cabeza con una ametralladora preguntándome dónde estaba mi madre. Yo era un niño de 9 años. Recuerdo que la vecina me ocultó en otra casa y después de una semana doña Teresa me llevó a ver a mi mamá a quien encontré con la cabeza tapada con un velo negro porque tenía la cara amoratada. Fue un encuentro muy difícil para ambos y me salen lágrimas cuando recuerdo ese momento… Estuvo una larga temporada compartiendo la prisión con Elena del Carpio y Wally Ibáñez, en una cárcel que atendían las monjitas del Colegio Inglés Católico en la calle Murillo. Ayudaban a las presas comunes, las hacían rezar y en el día hacían rosarios con carozos de ciruelos. Los fines de semana me dejaban entrar para que esté con mi mamá y allí me bañaban y dormía con ella. Un tiempo después nos pusieron en libertad, pero no a doña Wally…” De ese capítulo Walter Vásquez señala en su libro[118] que Oscar Rocabado no se presentó a la reunión en la casa de Hortensia de Wallpher, donde fue tomado preso. “Extrañamente no me golpearon quizás porque yo sostuve en todo momento que aún era diputado”. Lo pusieron en libertad algunos días más tarde. Quedó confirmado que había un traidor en el círculo superior de FSB. El Secretario Privado del Presidente Siles, don Mario Alarcón Lahore reconoció aquella delación, sin identificar al autor, negando que se hubiera pagado por aquel servicio y explicado que el infidente actuó movido por un “sentimiento cristiano” para evitar que corra sangre. No la evitó, a juzgar por Terebinto.

Tras el horror de esos días en Santa Cruz, sobrevino la calma y la acción de la Iglesia apaciguó los espíritus. Contribuyó a un paréntesis de distención el Mundial de Fútbol jugado ese año en Suecia, algunos de cuyos partidos fueron radiotransmitidos por primera vez en directo en Bolivia, emocionando al país el 5 a 2 que Brasil le propinó a Francia pasando a la final, en la cual venció por el mismo score a Suecia. Aparecieron entonces en el firmamento deportivo estrellas como Didí, Garrincha y Edson Arantes do Nascimento, Pelé, para convertirse en leyenda que pervive 55 años después.  La radio ejerció entonces una importancia decisiva en la vida social y política. No había llegado la televisión a Bolivia y en el mundo estaba aun en pañales, por lo que la radiodifusión era el canal informativo determinante. Radiodifusoras Altiplano, la moderna emisora boliviana instalada en la Avenida Camacho de La Paz, inició un prolongado reinado teniendo como Director al periodista y dramaturgo Raúl Salmón, un hombre que había obtenido notable éxito en Radio Panamericana de Lima y que volvió al solar nativo para hacer que “cada oyente se convierta en un comprador”. La Cabalgata Deportiva de Gillette se enseñoreó del mundo deportivo, la familia se divertía con “Las locuras de los hermanos Silva”, Paper Mate preguntaba por un millón de pesos y las canciones de Los Platters y los Cinco Latinos animaban las tardes, en tanto Raúl Show hacía furor con “Historia de un amor” y Gladys Moreno alcanzaba altas cotas de popularidad con “No volveré a querer”, letra del poeta falangista Ambrosio García, en ese momento exiliado en Santiago de Chile.

AMNISTÍA Y ELECCIONES Recobrada la serenidad, en junio se levantó el Estado de Sitio y se decretó la amnistía para el proceso electoral destinado a renovar el Parlamento. Retornó al fin Carlos Kellemberger con su familia después de más de cuatro años de exilio. Volvieron algunos desterrados, pero para otros ello resultó imposible por los compromisos que habían adquirido para subsistir en tierra extraña. FSB logró acaudillar a la oposición para reclamar por los vicios que se mantenían en el juego electoral pretendidamente democrático. Representando Walter Alpire a seis partidos, demandó al gobierno garantías para hacer proselitismo en las áreas rurales donde estaban dos tercios de la masa electoral, pidiendo la modificación del sistema de listas completas para la elección de diputados y senadores dando posibilidad a la representación minoritaria, así como la ampliación del plazo para la inscripción de ciudadanos y la presentación de candidatos. No hubo respuesta. Oscar Únzaga se vio ante una encrucijada. Sus fuentes de información le advirtieron que esa campaña electoral era particularmente peligrosa y podía ser asesinado. Pero, ¿qué valía su liderazgo si no lo utilizaba aún a riesgo de la vida? Contrariando el consejo de su círculo íntimo, decidió participar en el cierre de la campaña de FSB en La Paz, una semana antes de los comicios fijados para el 20 de julio y fue aclamado por una impresionante multitud que superó en número y entusiasmo a cuantas se vio antes en la historia política local. Y el día de las elecciones el pueblo paceño, incluyendo a los barrios populares donde se hizo la revolución de abril, se volcó en favor de Unzaga, quien recorrió los recintos electorales aclamado por los votantes e inclusive los jurados electorales designados por el gobierno se levantaron para abrazar al hombre más perseguido de Bolivia a quien volvían a ver después de dos años.  Pese a la maquinita electoral y la democracia del cero, La Paz eligió como sus diputados a Oscar Únzaga de la Vega y al Gral. Bernardino Bilbao Rioja, teniendo como suplentes a Mario R.

Gutiérrez y Gonzalo Romero. Una caravana de camisas blancas tomó las calles de La Paz para celebrar la victoria falangista y nada pudo hacer el régimen contra ellos: la ciudadanía había perdido el miedo. Además, varios periodistas internacionales estaban precisamente en La Paz dando cuenta a sus lectores de la notable convocatoria de un líder a quien sus detractores consideraban “fascista”. Pero cuando esos periodistas se marcharon, cuatro días después de los comicios, alguien dio la orden de asesinar a Únzaga.  Sopocachi era el barrio emblemático de la clase media paceña, donde estaban las embajadas de los países amigos, los principales colegios privados no católicos (el Instituto Americano y el Alemán), las avenidas y paseos más modernos y atractivos, el romántico mirador del Montículo, elegantes restaurantes, el flamante cine 6 de Agosto, el hotel Crillón, o el Sansouci donde los caballeros solían servirse un trago al caer la noche. Allí residían las familias más tradicionales de La Paz, que concurrían a la misa de domingo en la Iglesia de los Carmelitas y compraban salteñas “Romero” en la plaza Abaroa. La casa de los Riveros-Tejada, estaba (permanece todavía) sobre la calle Gregorio Reynolds a los pies del Montículo. Detrás se abría una amplia explanada de unos 10.000 metros cuadrados, que bordeaba la calle Presbítero Medina y llegaba hasta una elevación sobre la calle Romecín Campos, donde el Sr. Enrique Riveros Aliaga (pariente cercano de los Riveros-Tejada) había estrenado recientemente una hermosa residencia donde vivía con su esposa Maybritt Dimberg de Riveros y la hija de ambos, Madeleine. El matrimonio llegó meses antes de Suecia, de donde era originaria la señora. Lo que pocos conocían era que esa casa albergaba a un huésped llamado Oscar Únzaga de la Vega. Álvaro Riveros Tejada, entonces un adolescente de 15 años aún recuerda lo que sucedió en esas horas del 24 de julio de 1958: “Aquella mañana, Maybritt había dejado a mi pequeña prima Madaleine al cuidado de mi mamá, Esther Tejada

de Riveros. Almorzamos todos juntos y al comenzar la tarde, cuando nos levantábamos de la mesa para prepararnos y salir de nuevo al colegio vimos por las ventanas gente extraña moviéndose en el terreno contiguo a la casa. Un grupo de hombres

emplazaba una ametralladora pesada…”.          Dentro de la casa de Enrique Riveros terminaban también de almorzar Oscar Únzaga, sus ayudantes, René Gallardo, César Rojas y Jaime Gutiérrez Terceros, Dick Oblitas Velarde, Hortensia Gonzales de Wallpher, además de Enrique (a quien sus amigos llamaban Bola Riveros), Maybritt, Edgar Vera Riveros pariente del dueño de casa y una empleada doméstica. Inesperadamente fuertes descargas de artillería se concentraron sobre aquella residencia, provenientes de varios puntos desde los que disparaban ametralladoras y fusiles, mientras un centenar de milicianos armados de pistams, que rodeaban el manzano, se preparaban para el asalto bajo el comando de un hombre en estado de ebriedad. El dueño de casa intentó hacer una llamada telefónica para denunciar lo que estaba sucediendo, pero las líneas estaban cortadas. No existía ningún motivo para el ataque y todo hacía presumir un intento para asesinar al jefe falangista elegido diputado cuatro días antes. Álvaro Riveros Tejada prosigue su relato: “Cuando comenzó el tiroteo debieron ser las 13:30 y las descargas se prolongaron durante unos 20 minutos. Pero entonces, quienes estaban dentro respondieron el fuego prolongándose el intercambio de tiros por unos 40 minutos más. Desde luego no hubo clases en los colegios y como hicieron otros jóvenes y adultos me aventuré por la Plaza España hacia las calles contiguas, donde se habían concentrado mujeres ajenas al barrio conocidas como barzolas, de típico aspecto. Allí estaban los milicianos. No había ningún uniforme policial ni militar. El vecindario observaba los hechos”. 

En medio de los disparos, las víctimas decidieron resistir en la esperanza de que alguna autoridad salvara sus vidas deteniendo aquel ataque demencial. Este el testimonio de Jaime Gutiérrez Terceros: “Oscar tenía un revólver, lo mismo que René Gallardo y César Rojas. Dick Oblitas tenía una pequeña pistola y Riveros un fusil cargado que me lo entregó y yo le di mi revolver. No quedaba un sólo vidrio sano. Llevamos a Hortensia, Maybritt y la empleada a un cuarto sin ventanales para resguardar sus vidas. Los demás nos apostamos cerca de la puerta y comenzamos a disparar. Uno de los atacantes llegó a poca distancia de la puerta, pero era tan granado y burdo el tiroteo de los atacantes que impactaron en su propio compañero quien cayó herido. Los disparos no cesaron y una bala rozó mi cabeza sin ninguna otra consecuencia que una abundante hemorragia que Dick trató de impedir con un pañuelo, pero permanecí en mi puesto. Nuestros disparos eran muy limitados porque René Gallardo tenía unas 40 balas, César unas 30 y yo unas 20. Con ese escaso parque nos defendimos para evitar una toma rápida y violenta de la casa. Como los mantuvimos a raya, temimos que nos lancen granadas. Disparamos hasta el último cartucho. Al ver nuestra resolución se acercó un miliciano y gritó “soy ex– combatiente del Chaco y los voy a proteger”. Dejamos que Oscar tomara una decisión y la única posible era entregarnos. Sabíamos que mucha gente del vecindario observaba lo que sucedía y ya no era posible montar el escenario de una “venganza popular” con barzolas gritando por el miliciano herido. Dejamos que ingresen los atacantes. Yo sangraba profusamente. El que comandaba a los milicianos preguntó cuántos muertos había.

Extrañados comprobaron la inexistencia de bajas. ¿Cómo era posible? Habían disparado cientos de balas de todo calibre, la casa estaba en ruinas… ¿y sólo había un herido? Nos desarmaron. Únzaga se dirigió al excombatiente: “no entregaré mi arma a un verdugo de mi pueblo, pero se la entregó a un defensor de la patria”. Nos ataron las manos, ningún miliciano intentó maniatar a Oscar. Nos metieron en jeeps y nos llevaron presos. A eso de las 16:00 llegamos al Control Político; a Unzaga lo separaron de nosotros…” Entre tanto, milicianos y barzolas atacaban la Secretaría de FSB en el Edificio Chaín a pocos metros de la Plaza de San Francisco. Las barzolas daban alaridos denunciando que los falangistas estaban masacrando gente humilde. Nadie lo creyó y la noticia del apresamiento de Ùnzaga de la Vega rodó por toda la ciudad, pues el vecindario de Sopocachi al ver salir de la casa de Riveros a un hombre desangrándose creyó que se trataba de Unzaga y temiendo la repetición de un “bogotazo”, la ciudadanía salió espontáneamente a las calles poniendo los pelos de punta a la gente del gobierno que empezó a temer un alzamiento. Únzaga fue llevado a la oficina del jefe del Control Político, Wilfredo López Villamil, quien había reemplazado a San Román y le manifestó que su propósito no era someterlo a un interrogatorio sino “charlar amigablemente” con él. Observaba la escena el Director del diario oficialista LA NACIÓN, Sr. Ricardo Ocampo. Pero Únzaga estaba indignado por los sucesos de aquel día y su respuesta fue tajante: No tengo ningún interés en conversar con usted. La presencia del director de LA NACIÓN significa el deliberado propósito de tergiversar cuanto yo diga, como ya es costumbre de este periódico del gobierno. Ese periodista tuvo que abandonar aquel escenario y la “charla amigable” dio curso al intento de interrogatorio. Únzaga se mantuvo renuente a dar ningún detalle sobre su ingreso del Brasil o la revolución del 14 de mayo. López Villamil dejó su oficina para dar

paso al hombre que había comandado el ataque de ese medio día. Apellidaba Prudencio y era un oficial de Ejército que ya antes se había desempeñado como encargado de seguridad del Presidente Paz Estenssoro en el Palacio Quemado. Como había empezado a beber durante la “batalla” y lo siguió haciendo luego de ella, estaba en situación de acentuada ebriedad cuando se encaró con el líder falangista, profiriendo insultos y jurando que acabaría con Únzaga. Para salir de aquel bochorno intervino el Ministerio de Gobierno, quizás medio al margen de tan burdo atentado. Y los agentes de la Gestapo criolla no tuvieron más remedio que entregar su presa al Ministro Marcial Tamayo. Entre tanto, llegó a las redacciones de los diarios independientes y las agencias internacionales de noticias un durísimo comunicado del Comité Político de FSB suscrito por el Gral. Bernardino Bilbao Rioja y Juan José Loría, exigiendo la inmediata libertad de Oscar Únzaga de la Vega y sus camaradas para evitar mayores horas de dolor al pueblo boliviano. La Nunciatura expresó su palabra: si el Sr. Únzaga estaba en afanes subversivos, el gobierno debía exhibir pruebas para someterlo a la ley; de lo contrario su detención era ilegal. El gobierno se vio sin argumentos para retener al jefe falangista y mucho menos para explicar el ataque a la casa de los Riveros, mientras en la ciudad la gente se manifestaba expresando su repudio Como sea, al anochecer se puso en libertad a Únzaga y dos días después a Oblitas, Riveros, Gallardo, Rojas y Gutiérrez. Aumentó el descrédito del gobierno y el Secretario Regional de FSB en La Paz, Walter Alpire, cuya oficina fue asaltada e incendiada, decidió reinstalarla a cielo abierto, en la Plaza Franz Tamayo, junto a la estatua del Libertador José Antonio de Sucre, donde puso una mesa y dos sillas, protegidas por una chiwiña, y allí se dio a la tarea de registrar a cientos de ciudadanos que acudieron a inscribirse en FSB. El Alcalde Jorge Ríos Gamarra intentó impedirlo, pero salió escaldado. No iba a pasar mucho tiempo antes de que esta

autoridad, en la línea de Walter Guevara, entrara en choque con su propio partido en la disputa por el poder. Buscando normalizar la vida institucional en otros ámbitos, el movimiento estudiantil procedió a renovar el directorio de la Federación de Estudiantes de Secundaria. Se tenía como segura la postulación del falangista Guido Strauss, pero César Rojas se puso en contacto con los dirigentes estudiantiles falangistas para informarles que Oscar Únzaga había decidido que la FES sea presidida por Julio Loayza. Así lo confirmó al acto eleccionario y Loayza fue posesionado por el propio Ministro de Educación, Germán Monroy Block. Días más tarde, se llevó a cabo el 5º Congreso Ordinario de la Confederación de Estudiantes de Secundaria, que se realizó en Tupiza y adquirió una importancia notable, toda vez que la declaración final y la nueva directiva que se elija sería la expresión genuina del momento político. Participaba un selecto grupo de dirigentes cuyos nombres adquirirían resonancia en el tiempo, como Pedro Shimose, entonces delegado estudiantil de Riberalta; Jorge Mantilla Torres (Coco Manto) de Llallagua; Viginia Portocarrero de Oruro, la única mujer presente; Alfredo Scott de Tarija, todos ellos independientes. Si bien participaron representantes del oficialismo y las distintas expresiones opositoras, aquello fue una pugna entre MNR y FSB representada por Julio Loayza y Guido Strauss. El MNR estuvo representado por personajes como Luis Renato Valdich, Marcelo Hurtado, Carlos Daza y otros que hacía mucho tiempo habían dejado de ser estudiantes y hubo una “Federación de Estudiantes Libres”, donde aparecían los nombres de Gastón Murillo y Hugo Ayllón, denunciados por actuar en función de los intereses del gobierno. Loayza y Strauss amenazaron con abandonar el Congreso, lo que le habría quitado legitimidad. El encuentro tuvo momentos difíciles, ácidos enfrentamientos verbales y peleas campales, incluidas las armas de fuego aunque sin víctimas. Lo programado para cuatro días se prolongó por dos semanas. Tupiza se convirtió en centro nacional de atención informativa. Al final llegó la elección del nuevo Presidente de la CESB, disputada

dramáticamente, voto a voto. Se impuso el falangista Carlos Zegarra Lobo a Walter Pol por un voto (30 a 29). El documento final, redactado por la nueva Directiva llevaba una fuerte crítica al modelo represivo de gobierno y exigía la disolución del Control Político. Fue una victoria que Oscar Únzaga celebró con sus allegados.

LA RENOVACIÓN FALANGISTA Dos temas ocuparon la atención de Oscar Únzaga en septiembre de 1958: el reencuentro con su madre y la renovación de la Falange. Después de cinco años de exilio, el 17 llegó en tren desde Buenos Aires la señora Rebeca de la Vega de Únzaga acompañada por el Dr. Carlos Prudencio. El hijo, que abrazaría a su madre después de dos años y medio, acudió a recibirla en Oruro junto a Juan José Loría, René Gallardo y César Rojas. Una multitud la esperó en el andén del ferrocarril y lo mismo sucedió al llegar a la Estación Central de La Paz. También volvieron  del exilio algunos bolivianos que hasta entonces estaban viviendo en Santiago y otras ciudades del exterior, entre ellos Luis Adolfo Siles Salinas, Rolando Kempf Mercado, Alberto Crespo Gutiérrez, Roberto Arce, Rodolfo Luzio, Gustavo Medeiros y otros pertenecientes al Partido Social Demócrata, ingresando en conversaciones con Únzaga en la perspectiva de una alianza con Falange Socialista Boliviana, conformando un gran frente político denominado Comunidad Demócrata Cristiana, al cual se adheriría el joven intelectual Marcelo Quiroga Santa Cruz que en esos días publicaba su novela “Los Deshabitados”, esencial para la literatura boliviana del siglo XX.  Mientras el MNR se iba debilitando por las rencillas personales entre sus líderes más representativos, la Falange se fortalecía y transformaba en una organización popular que se reunió en su Décima Convención Nacional. Su líder era ya un hombre en plenitud, consciente de los problemas de su tiempo, con una visión crítica del mundo que le rodeaba, que sabía dónde estaba el último tornillo de la maquinaria social boliviana, conocía a la gente, sus fortalezas y debilidades y creía tener soluciones para las carencias del pueblo. La concentración partidaria fue un reencuentro, por fin abierto, entre camaradas obligados a la dispersión por la persecución, la cárcel y el exilio. Entre los que volvieron estaba Roberto Freire, aquel joven hombre de radio que tomó parte del alzamiento falangista en

Cochabamba en noviembre de 1953, que conoció los campos de concentración, intentó fugar de alguno de ellos y vivió un prolongado exilio en el Perú. En el exilio nació su primer hijo -al que bautizó Oscar- y en el destierro lloró la muerte de su madre. Cuando finalmente volvió a Bolivia lo primero que hizo fue presentarse ante su jefe y tuvo a su cargo el homenaje a doña Rebeca, en la convención falangista. Jorge de la Vega retornó a La Paz por intrincados caminos y apareció una noche en la casa de su familia en Sopocachi, manteniendo un perfil bajo para evitar que se la hagan cargo por los sucesos de mayo en Santa Cruz. En cuanto a Enrique Achá, convocado por Únzaga, su traslado a La Paz fue complicado. Siendo uno de los hombres más buscados por el aparato represivo, se había escondido en una congregación religiosa de Cochabamba, donde maquillaron su rostro y le pusieron hábito de monja. Acompañado por otras religiosas, tomó un avión del Lloyd Aéreo Boliviano con itinerario a La Paz. Dio la casualidad de que unos asientos más adelante iba un sacerdote, de modo que al llegar al Aeropuerto de PANAGRA (no existía el actual Aeropuerto de El Alto), buscó apegarse al séquito del cura en previsión de que el Control Político pudiera reconocerlo. Aquel resultó un importante miembro del clero que atraía la atención de los viajeros, como de los agentes e inclusive del líder de la COB, Juan Lechín Oquendo, quien esperaba un vuelo comercial, saludando cordialmente al religioso y, mirando al rostro de aquella monjita alta y robusta, no pudo evitar una sonrisa, aunque sin hacer mayor comentario.[119] Algo parecido sucedió con Antonio Anze Jiménez quien volvió del exilio escondiéndose en la casa de la familia de Cosme Coca en Miraflores, estando este desterrado en Buenos Aires. Improvisaron un escondite al que se accedía por el segundo piso, donde Anze permaneció cinco meses, hasta que un día alguien lo delató y llegaron los agentes del Control Político escapó con muletas y disfrazado de chola, dejando sólo cenizas pues tuvo la precaución de quemar todos los documentos que traía consigo. Afortunadamente los agentes no destaparon las ollas, donde había armas escondidas.

Únzaga estaba consciente de que su partido sufría cierto descrédito internacional, injusta causa de su nombre -Falange- que lo emparentaba con el falangismo español gobernante con Francisco Franco. Pero su intento por cambiar ese denominativo a Democracia Cristiana, como lo habían hecho los falangistas chilenos e italianos, fue imposible en Bolivia y el héroe del Chaco, general Bernardino Bilbao Rioja fue el encargado de decirlo públicamente. Así lo corroboró muchos años después el destacado dirigente David Añez Pedraza, quien a su tiempo fue jefe de FSB: “… La Falange había hecho mucha historia en Bolivia. Hubo mucho derramamiento de sangre, mucho sacrificio, campos de concentración, torturas, una juventud educada que no aceptaba que se le cambie el nombre a la Falange. Sea racional o irracional. No fue como Frei en Chile… una Falange que había surgido al calor de una democracia estable, al calor del juego del voto. La Falange aquí había surgido al calor del juego de las metralletas. Estábamos en condiciones muy diferentes. Entonces decirle a un falangista que había estado en los campos de concentración, que había estado en el destierro, que había estado perseguido, mira, le vamos a poner a la Falange este otro nombre, se sentía ofendido, se sentía herido. Únzaga supo de todos los riesgos que corría, nadie lo engaño…”[120] A excepción del cambio de nombre, la convención falangista premió los esfuerzos de Únzaga de la Vega aprobando por unanimidad el nuevo cuerpo doctrinario de ese partido de 21 años, reafirmando el nombre de su fe de bautismo, FALANGE SOCIALISTA BOLIVIANA pero bajo un nuevo planteamiento “basado en la filosofía de la DEMOCRACIA CRISTIANA, capaz de encender la esperanza en lo más hondo del corazón boliviano y de reorganizar el Estado con ideas modernas y justicia social, que dé lugar a un sistema de gobierno compatible con la dignidad humana y la libertad de los ciudadanos”. Sin menoscabo de su nacionalismo, hacía hincapié en un modelo político superior a la democracia liberal y a las

democracias populares, en oposición absoluta a toda forma de opresión totalitaria. El pivote argumental radicaba en la defensa de los Derechos Humanos y era la primera vez que un partido político boliviano recogía ese concepto para su programa. Reconocía en la libertad y la iniciativa privada al motor insustituible del progreso, pero rechazaba la explotación del hombre tanto como la lucha de clases. Respetaba las jerarquías individuales, pero en un plano de dignidad, derechos y oportunidades para todos. Proponía movilizar las energías espirituales, culturales y económicas de la Nación Boliviana. Para “salvar a Bolivia, que está al filo del abismo”, proponía la organización de un GOBIERNO DE EMPRESA NACIONAL, integrado por la representación de todos los bolivianos, evitando que el poder caiga en manos de personas o grupos que defendían sus intereses políticos, económicos o de clase por encima de los de la comunidad. FSB se alineaba con las democracias occidentales y los principios de la civilización occidental. Postulaba la integración regional expresada en una confederación de países para formar los Estados Unidos de América Latina, constituyendo un ámbito de solidaridad, paz y justicia. Los 15 principios del Programa de FSB son un modelo válido para Bolivia aún hoy, seis décadas después:

1. Dignidad de la persona humana. 2. Respeto por los Derechos del Hombre proclamados por Naciones Unidas. 3. Libertad, justicia y paz, como valores permanentes de convivencia civilizada. 4. Sistema democrático de gobierno regido por un Estado de Derecho. 5. Lucha contra toda forma de opresión y tiranía. 6. Respeto a la familia y su liberación de toda forma de temor y de miseria.

7. Goce de todos los derechos para la mujer; respeto a su dignidad, a su vida y a su función específica en la familia y en la sociedad. 8. Libertad de expresión, de creencia y de educación. 9. Derecho a la libre asociación. 10. Derecho al trabajo y la obligación del Estado a fomentarlo. 11. Derecho a la propiedad privada en función social. 12. Lucha contra toda forma de explotación del hombre. 13. Lucha contra toda forma de privilegio. 14. Lucha contra toda forma de monopolio privado. 15. Unidad nacional, eliminando tensiones de clase, raza o región, permitiendo a Bolivia integrarse orgánicamente. En los aspectos políticos, FSB declara que el Estado debe estar al servicio del hombre y de la Nación y no al contrario. Sostiene que los intereses de la Nación no pueden supeditarse a los intereses clasistas o individuales. Proclama que el voto universal sólo puede ser un bien democrático con el libre acceso de todas las fuerzas políticas organizadas a los centros campesinos y obreros. Propone un Estatuto de Partidos y un Código Electoral que asegure la representación proporcional de las minorías y elimine la perpetuación del poder en un partido único. Independencia de poderes. Respeto de las Fuerzas Armadas y Carabineros liberándolos de toda militancia política obligada. En los aspectos sociales propugna por una justicia social y cristiana; la libertad de asociación sindical; la participación de los obreros en las utilidades de las empresas; principio ético en las relaciones entre el capital y el trabajo; salario justo; contrato colectivo de trabajo; respeto a las legítimas conquistas sociales; racionalización del

seguro social; redención cultural, económica y social del indio; Reforma Agraria ajustada a la realidad nacional y a un régimen de derecho que tienda a elevar los niveles de producción y consumo; derecho a la tierra de toda persona y a su justa adquisición; defensa de la familia, que es la célula mayor de la organización social de la Nación. Imprime un principio moral en los aspectos económicos, con libertad de empresa sujeta a una justa ganancia; fomento de la libre empresa y de la reinversión de un porcentaje de utilidades; establecimiento de un Código de Inversiones; abolición de la usura; respeto y garantía a la propiedad privada en función social; establecimiento de sistemas cooperativistas de producción y consumo; fomento del capital industrial; estatización sin demagogia. Proclama: “ningún boliviano permanecerá en el desamparo. Los humildes, los pobres y los ancianos, deben disponer de idénticas posibilidades que los ricos para disfrutar de una asistencia médica adecuada, por considerar que la Medicina constituye una función social” ·. Propone un Código Sanitario, así como la unificación y eficaz funcionamiento de los servicios médicos en Bolivia. Postula el mejoramiento sistemático de la alimentación del pueblo y una campaña nacional contra la miseria, la prostitución, el uso ilegal de estupefacientes y el alcoholismo FSB postula el desarrollo integral de la persona humana, con posibilidades culturales para todos y sostiene que en la formación educativa del niño boliviano no debe existir ninguna otra limitación que la señalada por sus propias aptitudes; educación integral  desde la educación parvularia hasta la universitaria, formando ciudadanos conscientes, con energía de trabajo, responsables de su función social y una elevada conducta moral y patriótica; dignificación de la enseñanza, del magisterio y la respetabilidad del niño boliviano; Autonomía Universitaria en casas de estudios superiores donde se acreciente el alma nacional; estímulo al arte, las ciencias y las letras; reducción del analfabetismo hasta su liquidación.

En el terreno internacional, FSB se adscribe a los fundamentos de la cultura occidental; la igualdad de derecho de todos los Estados; oposición a la opresión política o económica de un Estado sobre otro a título de interrelación e interdependencia; lucha contra toda forma de colonialismo; reconocimiento del arbitraje como medio de solución pacífica de los diferendos internacionales; establecimiento de un tribunal internacional para la defensa de los derechos humanos, ajeno a toda influencia gubernamental; Derecho de Asilo; ayuda económica para favorecer a los pueblos y no para intervenirlos; defensa de las economías nacionales dependientes de materias primas; aliento a la inmigración; respeto a los convenios internacionales que no violen el derecho natural de las naciones; urgencia de resolver la reintegración marítima de Bolivia; creación de la Confederación Latinoamericana. La plataforma política de FSB reafirma para el Estado Boliviano el Gobierno democrático representativo, garantizando la independencia de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Propone un Poder Legislativo con dos Cámaras, una de Diputados elegidos por el voto popular y “un Senado Técnico Funcional con representación de todas las fuerzas vivas de la Nación”. Sostiene la necesidad de la autonomía municipal. Reconoce y garantiza de libre expresión oral y escrita. Propone que la Religión Católica sea declarada Oficial, aunque garantizando la más absoluta libertad de cultos y creencias. Propone Estatutos Regionales como un primer paso hacia el establecimiento del federalismo en Bolivia. El documento recogía el pensamiento de Únzaga y había sido estructurado y redactado por una comisión de notables bajo la dirección de Gonzalo Romero y Arturo Vilela en el postulado político, Walter Alpire y Carlos Kellemberger en la parte económica y el Padre Luis Sagredo en el sustento filosófico. Ya para entonces, la realidad había demostrado que algunos de los postulados iniciales de Oscar Únzaga de la Vega estaban destinados al fracaso, como sucedió con la nacionalización de las minas que fue parte del programa de gobierno de FSB en los años

40 y le dio vigencia el gobierno del MNR con el desastre que significó el manejo administrativo y político de la COMIBOL. Arturo Montes, intelectual y diplomático, militante de FSB desde su juventud, resume esa constatación: “Respecto del tema de la nacionalización de las minas, se podría decir que hubo dos etapas en el pensamiento de Únzaga. La primera se remonta a la época primigenia, cuando todos los partidos de la postguerra del Chaco promovían la nacionalización, entre ellos la Falange. La segunda fue producto del fracaso movimientista en la estatización de las minas, lo cual influyó en Únzaga para pensar en soluciones menos radicales, como la presencia de la actividad privada, para sacar al país del profundo abismo al que había caído. Oscar no era dogmático y con verdadera talla de estadista pensaba siempre en soluciones adecuadas a la realidad y no con poses delirantes ni demagógicas.” La solución a la problemática minera que propugnaba Únzaga estaba en función de una nueva norma que legisle para el futuro, de manera que puedan concurrir a la actividad minera la ya inevitable COMIBOL, las empresas privadas medianas y pequeñas, además de cooperativas e inclusive inversionistas internacionales en asociaciones con el Estado, bajo reglas claras, seguridad para los inversionistas y beneficios concretos para el país y los trabajadores. El jefe falangista predicaba ante quien quisiera oírle, que la nacionalización debió hacerse para favorecer a los bolivianos y no por pura publicidad, en otros casos por odio y en otro por puro interés partidista. Únzaga había llegado a la conclusión de que Paz Estenssoro odiaba a Carlos Víctor Aramayo por un resentimiento social que le carcomía el alma; utilizaba el nombre de Hoschild, quien había salido del país después de su secuestro por RADEPA hacía muchos años para no volver y cuya figura ya nada significaba para Bolivia; y que en realidad se entendió siempre con Patiño, desde que fue funcionario suyo en los años 30, de manera que la nacionalización de sus minas le fue muy ventajosa.

FSB proponía que Bolivia agrande los beneficios fundiendo su producción de minerales y participando directamente de la comercialización internacional. “Si seguimos vendiendo piedras y tierra con un pequeño porcentaje de estaño, la parte del león se queda en los hornos de fundición que están en el extranjero y son de Patiño. Si seguimos pagando fletes por esas rocas y deshechos, sólo favorecemos a los comercializadores y transportistas navieros”, sostenía Únzaga. En cuanto al petróleo, que tanto desafecto le había costado, especialmente en el área de influencia de Washington, por su adscripción a la idea de que debía estar exclusivamente en manos del Estado Boliviano, tras los contratos que los gobiernos del MNR habían contraído con empresas transnacionales e inclusive países vecinos, sólo le quedó postular por el fortalecimiento de YPFB a través de su capitalización, respetando las inversiones privadas, pero con apego a la Constitución Política del Estado, “resguardando la soberanía, la seguridad y la libertad económica de la Nación”. Sin embargo, Oscar Únzaga nunca perdió su fe en YPFB y su sueño fue convertirla en una empresa modelo lejos del manoseo político, erigiendo al país en el fiel de la balanza geopolítica sudamericana, de manera que la industrialización, el desarrollo y la prosperidad, que aspiraban los gobiernos del Brasil y la Argentina, derramen también sus beneficios en Bolivia. “Si les damos energía para su desarrollo, es justo que esperemos su gratitud y su respeto”, decía el jefe falangista. El planteamiento político y doctrinal falangista fue una novedad ante la plataforma del MNR que empezaba a mostrar signos de agotamiento. Ni los partidos tradicionales ni los comunistas tenían mucho que plantear. La Carta Fundamental de FSB fue aprobada en septiembre de 1958 y su Reglamento Interno instituyó la figura de la segunda autoridad partidaria en la persona del Secretario General con el título de Sub Jefe, designación que recayó en Mario R. Gutiérrez. Se aprobó también la constitución de la Comunidad Demócrata Cristiana en alianza con el Partido Social Demócrata.

Tal ejercicio doctrinal podía asemejarse a la actividad política normal en cualquier país, pero Bolivia adolecía de las condiciones indispensables para una práctica democrática real, con un gobierno producto de una especie de “democracia popular” sustentada en la masa indígena que incapacitada de votar conscientemente, lo hacía por el odio que sus caciques políticos sembraban en los cerebros de sus subordinados, instaurando un gobierno ciertamente de mayorías, cuyos actores buscaban la perpetuación del esquema revolucionario, cuya piel era insensible a los estragos de la crisis en la clase media, provocada por el primer gobierno revolucionario, cuyo estómago no se revolvía por el sabor ácido de los remedios y las injusticias que aplicaba el segundo. Al llegar la primavera de 1958, el país era un caldero próximo a entrar en ebullición. Los mineros estaban distanciados del gobierno y había direcciones bifurcadas en el obrerismo que seguían a una facción mayoritaria, la COB, y otra menor pero respaldada por el gobierno, COBUR. Líderes aimaras violentos como Toribio Salas en el altiplano, campesinos enfrentados a muerte en el agro cochabambino, donde los dirigentes de las federaciones del valle bajo y del valle alto (José Rojas, Sinforoso Rivas, Miguel Veizaga, Salvador Vásquez o Jorge Solíz), elegidos diputados por Paz Estenssoro o incitados por la promesa de ser ministros que les hizo Siles Zuazo, empezaron un enfrentamiento entre Cliza y Ucureña que derivaría en una guerra campesina de laimes contra jucumaris, como producto del enfrentamiento inevitable entre Víctor Paz Estenssoro y Walter Guevara Arze.[121] En las ciudades las federaciones de profesores estaban en franca oposición, tanto la línea mayoritaria en manos de la Falange, como otras menores acaudilladas por los comunistas y los trotskistas. Las universidades bajo predominio falangista se batían contra la Avanzada Universitaria del MNR. Los fabriles divididos entre quienes respaldaban a Siles Zuazo y los cuadros del PC. Y a pesar de todo, lo que preocupaba fundamentalmente a los líderes del MNR era quién tomaría el poder en las próximas elecciones, luego del gobierno-fusible desgastado por la inflación y

la estabilización, pues sabían que por encima de sus rencillas, se unirían para conservar “el maravilloso instrumento del poder”, o “el árbol de las peras”, como lo expresaba indistintamente el Dr. Víctor Paz Estenssoro. Paz, Siles, Lechín, Guevara podían odiarse, temerse, fastidiarse, pero se buscarían y harían causa común una y otra vez, leales a un principio un poco cínico, pero principio al fin: “todo dentro de la revolución, nada fuera de ella”. ¿Había alguna posibilidad de alternancia en el poder fuera de la revolución, de independencia de poderes, de pesos y contrapesos, de minorías con capacidad de fiscalizar, que caracterizan a las democracias respetables en el mundo? La respuesta era un NO categórico. Los regímenes absolutistas nacidos de revoluciones sociales profundas -los bolcheviques, la Revolución Nacional de Bolivia, el PRI en México, Cuba bajo el castrismo- estaban condenados a no ser democráticos, aunque se esforzasen en parecerlo y pese a que alguno de sus protagonistas lo hubiera sido en efecto, como era el caso del Dr. Hernán Siles Zuazo. En consecuencia, el cambio que reclamaban con vehemencia los desheredados de la revolución, tendría que ir inicial y necesariamente por el atajo de los hechos consumados, que además fue la regla antes que la excepción en la historia boliviana. Fue entonces que reapareció un militar que ejercería fuerte influencia en la vida nacional: Alfredo Ovando Candia. Enrique Achá, en su libro varias veces mencionado, dice que los mineros estaban en ese tiempo en pie de alerta ante los planes del gobierno de descongelar las pulperías -donde regía un sistema de precios subvencionados para artículos esenciales de la canasta familiar como pan, carne, azúcar, aceite y harina-. Señala que existía “una real ventaja en el campo revolucionario suficiente para determinar el fácil derrocamiento del régimen”, agregando que “eran legión las personas que revelaban su impaciencia y su extrañeza porque Falange no asumiese la iniciativa para hacer estallar un golpe y derribar al gobierno”. Únzaga creó entonces un organismo clandestino político-revolucionario integrado por “Pedro” (pseudónimo del Cnl. Alfredo Ovando Candia) a cargo de coordinar

acciones militares, “Chato” (Walter Vásquez) con los policías y Amando Rodríguez a cargo de las fuerzas civiles de choque. “Chato” debía ser el enlace entre la jefatura de FSB y “Monseñor” (Enrique Achá), quien se mantenía en la más absoluta clandestinidad, pues sería el operador del nuevo golpe falangista. La unidad monolítica que el MNR pretendía mostrar externamente, adolecía de    fuerte erosión y lo iba a estar mucho más a medida que pasaban los días y se agotaba el tiempo de Siles Zuazo. Paulatinamente Paz Estenssoro recobraba autoridad ante la desazón de sus enemigos movimientistas que en ese momento aún gobernaban con don Hernán, hasta que llegó el momento en que estos se reunieron con dirigentes de organizaciones sindicales, llegando a la conclusión de que el Presidente nada haría para liberarse de la sombra de Paz Estenssoro, quien ya tenía diseñado su retorno. Para evitarlo surgió la idea del Golpe de Estado al interior del propio MNR, como relata Marcial Tamayo:

“Entonces hay la reunión con el Gral. Rodríguez Bidegain, el famoso coronel Guzmán Gamboa, la gente del control político, los representantes sindicales que había entonces, Sanjinés Ovando, Castel, entre los más importantes. Se reúne toda esa plana mayor y dicen, ‘Bueno, esto no puede seguir, Paz no vuelve y Lechín menos, entonces hay que hacer algo, el Dr. Siles no va a ninguna parte, vamos a dar un golpe, tenemos todo’, entonces Guzmán Gamboa dice ‘yo tengo 14 regimientos de carabineros, ya está tomada La Paz, les anuncio’…” Los golpistas le ofrecen la jefatura del partido y la Presidencia de la República a José Cuadros Quiroga, pero este se achica y sugiere el nombre de Marcial Tamayo. “Guzmán Gamboa me quería y me dice: ‘Doctor, a sus órdenes, toda la ciudad tomada’. Un momento coronel, perdóneme, repliqué

¿Qué dice usted Gral. Rodríguez Bidegain? –Ah, no, nosotros no discutimos, yo toco un timbre y todo se acabó, tenemos pues a la gente, a ver qué dice el compañero Baldomero Castel, y el compañero tal, todos firmes y listos…”[122] Pero, según su propio relato, también Tamayo se echó atrás. A breve plazo aquellos hombres tendrían la oportunidad de arrepentirse. Siles Zuazo, quien no se atrevió a un enfrentamiento con Paz Estenssoro, estuvo de acuerdo en ayudar a que otro contendiente interno lo haga, en este caso Walter Guevara Arze. El 17 de agosto de 1958, el ideólogo del MNR, autor de la Tesis de Ayopaya, asumió el Ministerio de Gobierno, generalmente antesala de la Presidencia de la República. Sin anestesia anunció una “política de mano fuerte”. Entre tanto, en cumplimiento de Notas Reversales entre los gobiernos de Bolivia y los Estados Unidos, empezó a llegar equipo, materiales y servicios destinados a mantener la seguridad interna en Bolivia. El armamento consistía en fusiles semi-automáticos M-1 calibre 30, carabinas M-2 y M-2, fusiles ametralladores y ametralladoras ligeras Browning, lanzacohetes 3.5. (bazucas), fusiles sin retroceso y morteros. Su destino: el Regimiento Escolta “Waldo Ballivián”, instalado en el Cuartel Sucre. El Ejército empezaba a contar.

XXIX - OVANDO CANDIA Y GUZMÁN GAMBOA

L  

a cripta del Colegio Don Bosco fue el escenario para el encuentro secreto entre Oscar Únzaga y “Pedro” (pseudónimo del Cnl. Alfredo Ovando Candia), el último día de septiembre de 1958. Walter Vásquez Michel, testigo del encuentro, dice que al llegar Ovando, abrazó a Únzaga y le llamo “mi jefe”. Ovando le comunicó que disponía de tres unidades importantes del Ejército, nada menos que el Colegio Militar de Irpavi, el Gran Cuartel de Miraflores donde estaba el Estado Mayor, y el Regimiento Bolívar instalado en Viacha. “Según sus apreciaciones dice Enrique Achá- estas fuerzas eran suficientes para derrocar al gobierno siempre que se lograra la neutralidad de los regimientos de Carabineros”.[123] El hombre clave era el coronel Julián Guzmán Gamboa y Ovando planteó a Únzaga la necesidad de buscar un contacto personal con él a través de Gustavo Chacón, un político nacionalista, miembro de FSB, no del aparato de mando, aunque era muy amigo del jefe falangista. ¿Quiénes eran esos dos personajes uniformados? A grandes rasgos, Alfredo Ovando fue educado en el Colegio Militar. Alumno de la Escuela de Comando y Estado Mayor en Cochabamba en los años 40, tuvo como maestro al general republicano español Vicente Rojo. Ovando se vinculó al marxista Partido de Izquierda Revolucionaria, que en sus años de gloria, cogobernando con la derecha, lo envió como adjunto militar al Paraguay, donde se hizo compadre de su tocayo Alfredo Stroessner. Al retornar, luego de 1952, el mayor Ovando apareció involucrado en una intentona golpista que lo llevó a la cárcel de San Pedro, donde juró a FSB asumiendo un compromiso con Cosme Coca: volviendo a la libertad, debía inscribirse al MNR, alcanzar las mayores jerarquías militares y desde allí destruir al régimen movimientista.[124]

Julián Guzmán Gamboa, salido de las trincheras del Chaco con el grado de teniente, aparece vinculado al gobierno de Germán Busch. Oficial de carabineros, formó parte del Regimiento Calama, el más poderoso de La Paz, escolta del Presidente Gualberto Villarroel. Vinculado a RADEPA y ya con el grado de mayor, Guzmán participó en 1944 del secuestro del industrial minero Mauricio Hoschild y de la ejecución, en Chuspipata, de los senadores Luis Calvo y Félix Capriles, el líder del Partido Socialista Carlos Salinas Aramayo, el ex ministro Rubén Terrazas y el Gral. Demetrio Ramos. Su carrera entró en un cono de sombra de 1946 a 1952. Luego de la revolución de abril hizo carrera en el MNR y en 1958 fue designado Director General de Carabineros. Era hombre de secretos. Adquirió una casa en Sopocachi, lateral al Montículo, pero vivía en el Cuartal Calama y su familia en otro inmueble alquilado de la calle Figueroa, esquina Muñecas, cuya propietaria era la suegra del falangista Víctor Sierra Mérida. Lo admitieron como inquilino a instancias de un sacerdote salesiano de Don Bosco, hermano de Víctor Sierra. Únzaga dudó inicialmente de la integridad de este hombre, por lo que primero habló con Gustavo Chacón, quien le informó de la posición fervientemente anticomunista del jefe policial. Luego Únzaga envió a un ex oficial en misión exploratoria, pero Guzmán pidió que el nexo se realice a través de Sierra Mérida. El puente definitivo fue el Padre Reynaldo Rosso, Director de Don Bosco, donde estudiaba el joven Jorge Guzmán López, hijo del jefe policial. Por ese conducto, el Cnl. Guzmán Gamboa y Oscar Únzaga aceptaron reunirse, también en la cripta de ese colegio católico.[125] El encuentro se realizó en la primera semana de octubre. Abordaron consideraciones de tipo general sobre la situación política y económica del país. Pocos días después, hubo una segunda reunión más concreta, en la que ambos coincidieron en su enfoque antimarxistas, oportunidad en la que Guzmán dijo que el único anticomunista del régimen era el Presidente Siles Zuazo y reveló tener un completo conocimiento de todos los esquemas revolucionarios de los partido de oposición, aún el de FSB, “de modo especial los de carácter militar a cargo del Cnl. Alfredo

Ovando, en cuyo círculo tenía algún amigo del Ejército, a quien lo unían estrechos vínculos espirituales”. Y, lo más importante, el Cnl. Guzmán “estuvo de acuerdo en la necesidad de dar un golpe con el concurso de las divisiones del Ejército con las que contaba Ovando”. Acordaron volverse a reunir unos días después. La situación se aceleró luego de que Oscar Únzaga captara una información muy comprometedora para un sector del gobierno nacional. La versión denunciaba “la entrega de las áreas de Ichilo, Cuatro Ojos, Terebinto y Samaipata, al igual que la venta de YPFB por valor de doscientos millones de dólares”. El jefe de FSB dispuso que la bancada falangista convoque a una interpelación parlamentaria, lo que alertó al gobierno que a su vez denunció un intento subversivo en marcha, tomando en secreto recaudos para la dictación del Estado de Sitio, impidiendo el acto interpelatorio, el enjuiciamiento de los parlamentarios opositores por supuesta “traición a la patria” y la imposición de una censura de prensa para acallar toda denuncia. Gonzalo Romero pronunció una frase que pintaba muy bien la situación: “no es la oposición la que conspira; el que conspira es el gobierno”. Jaime Ponce Caballero denunció entonces que el Ministro de Gobierno, posesionado pocas semanas atrás, había regresado de un viaje a Washington “con la luz verde del Departamento de Estado para realizar su anunciada política de mano fuerte, que equivale a Estado de Sitio y persecución que permita a los trusts petroleros, capitalismo financiero y a la petrocracia nacional monopolizar el petróleo boliviano y destruir YPFB”. Ponce Caballero reprendía a la potencia del norte por su “enfoque errado de la política continental al sostener gobiernos poco democráticos que destruyen los mismos principios sobre los que se asienta la democracia del norte”, llamándole la atención sobre le necesidad de que “en lugar de exportar sus capitales simplemente, debían exportar también sus ideas de bien común”.[126] Ante los hechos concretos que asumía el gobierno, a la oposición no le quedó otro camino que la acción revolucionaria y así lo comunicó

a Guzmán Gamboa por intermedio de Achá. Únzaga ordenó la movilización de los cuadros más combativos de su partido para una inminente acción subversiva, planificar la movilización y detallar la cobertura política y de comunicación, la base argumental para presentar al nuevo gobierno nacional e internacionalmente, así como su organización, para lo cual creyó necesario informar al Partido Social Demócrata, aliado en la Comunidad Demócrata Cristiana. Si bien los líderes de este partido estuvieron de acuerdo en el golpe de Estado, prefirieron no conocer detalles ni fechas. La reunión definitiva se realizó a las 9.00 de la mañana del martes 20 de octubre. El golpe, policial-falangista en su inicio, debía concluir con el control militar de la sede de gobierno y el resto del país.[127] Únzaga ofreció el Ministerio de Gobierno a Guzmán Gamboa, pero este declinó. El jefe de FSB expresó su deseo de dirigir personalmente la acción de las fuerzas de carabineros desde el Regimiento Aliaga, pero el jefe policial lo convenció de que era mejor que se mantenga a resguardo y que una vez consolidada la revolución, los dirigentes falangistas irían a buscarlo para llevarlo al Palacio. Pero tres delegados falangistas ingresarían al Regimiento Aliaga, tres al Regimiento La Paz y dos al Panóptico donde serían concentrados personajes del régimen depuesto. El golpe se iniciaría a las 04:00 del 21. Acordaron como claves las palabras “Simón” y “Bolívar” como santo y seña, según Vásquez Michel. A las 13:00 de ese día, Únzaga se reunió nuevamente con el Cnl. Ovando para repasar los últimos detalles. Le preguntó si ratificaba el concurso de las tres unidades (Colegio Militar, Gran Cuartel de Miraflores, Regimiento Bolívar) y la respuesta fue afirmativa. En síntesis, policías y grupos armados falangistas tomarían las calles a partir de las 4 de la madrugada y seis horas más tarde unidades militares controlarían todo el país. Antes de despedirse de Ovando, deseándole buena suerte, su jefe le transmitió el santo y seña. La reunión se llevó a cabo en una casa de Sopocachi. Ovando vestía uniforme. Al salir, el falangista Juvenal Cejas le hizo una observación:

SEJAS. - Coronel, ¿por qué viene con uniforme? Usted nos expone a todos. OVANDO (Dándole una palmadita en la espalda). Tranquilo camarada, usted no tiene que preocuparse por nada…   A partir de las 15:00, los grupos falangistas empezaron a recibir instrucciones.  Napoleón Escobar debía tener en apronte a 50 falangistas armados. “Sólo tenían que hacer acto de presencia ya que el golpe, en todas sus fases organizativas y de ejecución, se hallaba a cargo de los regimientos de carabineros acantonados en la ciudad de La Paz”, según les dijo Achá. En pocas horas, esa inflación de optimismo iba a dar paso, una vez más, a la decepción. Inesperadamente a las 19:30, un diputado oficialista interrumpió la sesión de la Cámara Baja, y ante la sorpresa de moros y cristianos, demandó la dictación del Estado de Sitio a través de una minuta de comunicación al Poder Ejecutivo. Los parlamentarios falangistas reaccionaron airadamente rechazando la medida pues pretendía que el Poder Legislativo ordenara al Poder Ejecutivo una nueva ola de represión. La discusión se prolongó, pero como la iniciativa parlamentaria no aportaba mayores elementos, Únzaga decidió seguir adelante. Aproximadamente las 20:00, el jefe falangista recibió al segundo hombre de la organización Camisas Blancas, Hugo Alborta, quien había llegado hacía poco de la Argentina donde estuvo exiliado ocho meses. Hombre de probada lealtad, recibió complacido la noticia de que en las próximas horas empezaba la revolución, pidiendo de inmediato que se la asigne un grupo armado. “Pero como mi esposa estaba embarazada, Oscar prefirió no comprometerme relevándome de cualquier participación. Yo me indigné, le dije que no podía permanecer al cobijo de mi mujer mientras el partido estaba en las calles. Esto impresionó a Oscar que accedió a incorporarme al grupo de César Rojas…”

Los objetivos de los grupos civiles eran, entre otros, la toma de la Central de Teléfonos, el acallamiento de Radio Illimani, el control de alguna emisora independiente desde la cual emitir el triunfo de la revolución y el apresamiento de varios personajes del oficialismo, principalmente el Ministro de Gobierno, Walter Guevara, el Prefecto de La Paz, Humberto del Villar (?), el Jefe del Control Político, Wilfredo López Villamil y el temible Claudio San Román, que aunque dedicado a labores aduaneras, conservaba la devoción de los aparatos estatales de inteligencia. Esa noche hizo la casualidad que Jaime Gutiérrez Terceros, ausente en Llallagua visitando a su padre, llegara a La Paz, constituyéndose en la casa de Johnny Haitmann, en la calle Vincenti de Sopocachi, donde un grupo de falangistas a la cabeza de Napoleón Escobar tenía asignada la tarea de apresar al Prefecto de La Paz, quien vivía sobre la misma calle. El otro grupo comandado por César Rojas debía apresar al Jefe del Control Político y al Ministro de Gobierno. Ambos debían ser llevados al Panóptico que estaría bajo control de Amado Rodríguez y su grupo. Simultáneamente, el grupo de Roberto Freire debía tomar Radio Continental, mientras el de Raúl Portugal hacía lo propio con la central telefónica de La Paz. Enrique Achá, Walter Vásquez y Víctor Sierra velaban armas en la casa de la señora Elba Pinto Landívar de Londoño, en la Plaza España, hasta donde llegó el diputado falangista Gonzalo Romero. Les informó que el Ministro Walter Guevara denunció minutos antes en el Parlamento que el gobierno tenía conocimiento de una conspiración de la Falange que se hallaba en pleno desarrollo. “Gonzalo afirmó que (la denuncia) no tenía importancia, ya que los comprometidos garantizaban el éxito de la operación”.[128] Resultaba claro que el golpe había sido descubierto, pero que el plan prosiguió por la seguridad de su éxito. Pasada la media noche el principal grupo falangista (Achá, Vásquez y Sierra) llegó al Regimiento de Carabineros Aliaga. Con el santo y seña les franquearon el paso. El Cnl. Julián Guzmán Gamboa los esperaba en su oficina. Delante de ellos llamó por teléfono al

Comandante del Regimiento La Paz, en la calle Colombia, para prevenirle que irían tres amigos, Daniel Delgado Cuevas y dos acompañantes, instruyendo que los reciba, les sirviera café, alistara la tropa y esperara instrucciones. También se comunicó con el Director del Panóptico impartiendo las mismas instrucciones respecto a dos visitantes amigos, Amando Rodríguez y un acompañante. Luego dispuso que efectivos de su unidad resguarden la Caja de Aguas Potables y la Usina de la Bolivian Power y ordenó “el emplazamiento de ametralladoras pesadas y morteros en las alturas del Calvario, para que batieran el Palacio de Gobierno, el edifico del Control Político y el polvorín de Caiconi y ordenó que todas sus tropas estuvieran en posición de apronte”. Walter Vásquez relata que esa madrugada, vio sobre el escritorio del Director General de Carabineros un paquete “con polvo blanco, reconocí de inmediato que se trataba de cocaína. Directamente le hablé a Guzmán Gamboa sobre su contenido. Me respondió en los siguientes términos: ‘Si no fuera por esto, no podría mantener a mi tropa; el trabajo sacrificado que realizan, así lo exige’”. Mientras tanto en esas horas, el Cnl. Alfredo Ovando, reunido con su comando integrado por cuatro militares y un civil, se encontraba en el Gran Cuartel de Miraflores a la espera de los acontecimientos. Dick Oblitas Velarde, dirigente nacional de FSB llegado hace poco del exilio en Chile, se incorporó a la lucha con Arturo Montes y ambos recibieron misiones en la revolución. Montes se sumó al grupo que debía tomar Radio Continental. Dick Oblitas sería el enlace entre Únzaga y Ovando, pero no tuvo ocasión siquiera de ingresar a ese local militar. Los primeros en entrar en acción fueron Amando Rodríguez, Lucio Meave y Roberto Vargas. Llegados al Panóptico, dieron el santo y seña, las puertas se abrieron… ¡y allí mismo los detuvieron, propinándoles una golpiza y encerrándolos en una celda! A la misma hora, Napoleón Escobar con Jaime Gutiérrez, Humberto Zapata, Antonio Zambrana y otros falangistas se movilizaron hasta la casa del Prefecto de La Paz, Humberto del Villar, en la calle

Vincenti. Sin ningún contratiempo y en silencio lo apresaron y llevaron a la cárcel de San Pedro, donde empero advirtieron que no estaba bajo control de sus camaradas. En ese momento se empezaron a escuchar disparos en Sopocachi, emprendiendo retirada hasta Miraflores, al domicilio de Antonio Anze Jiménez, dejando a la autoridad prefectural bajo su custodia. Su secuestro era un asunto disparatado. Roberto Freire, Jaime Ponce Caballero, Arturo Montes, Franz Tezanos Pinto, Mario Gutiérrez Pacheco, Hugo Álvarez Daza y Marcelo Calvo esperaban en inmediaciones de la calle Sucre la llegada del grupo armado de Augusto Pereira para proceder al allanamiento y utilización de Radio Continental. Un grupo dirigido por Jorge de la Vega se dirigió al domicilio de Claudio San Román, en la calle Guachalla casi esquina Abdón Saavedra. El operativo se basaba en el factor sorpresa pero, por el nerviosismo, Oscar Rocabado hizo disparos antes de llegar a la casa, no sólo alertando a la guardia del temible represor sino también llamando la atención de buena parte de la ciudad, inviabilizando la misión. César Rojas, Hugo Alborta, Hugo Crespo, en vehículos tomados “a préstamo” en el garaje de su camarada Alcira Bolaños en la Avenida Illimani, se dirigieron a la Avenida 6 de Agosto, frente al monoblock de la UMSA y subieron al tercer piso de un edificio donde vivía el jefe del Control Político, Wilfredo López Villamil. Pero este, advertido por los disparos llamó a sus agentes y se descolgó por una ventana poniéndose a salvo.  Al dejar el edificio los falangistas ya no encontraron la camioneta en la que habían llegado. Bajaron caminando hacia el sur y al llegar a la calle Aspiazu recibieron ráfagas de ametralladoras. Ingresaron al Hotel España desde cuya azotea presentaron batalla. Los disparos se escuchaban en toda la ciudad aquella madrugada. En el comando del Regimiento Aliaga, los falangistas Achá y Vásquez instaron al Director General de Carabineros a entrar en acción.

Coronel, creo que debe comenzar a desplegar la tropa… El Cnl. Guzmán Gamboa respondió: “El acuerdo con el señor Únzaga es que ustedes primero deben controlar la central telefónica para que mis efectivos sólo reciban sin interferencias mis órdenes; además la Radio del Estado tampoco fue tomada y el general Ovando no da señales de estar desplazando alguna unidad. Nada de todo esta está sucediendo...” Llamaron al Gran Cuartel de Miraflores, al Colegio Militar, al Regimiento Bolívar, dieron la voz del santo y seña… y no hubo respuesta. El tiroteo se generalizó en Sopocachi. Lo único que había salido bien era el inexplicable apresamiento del Prefecto, autoridad carente de importancia en La Paz, lo que manifestaba un error de apreciación del jefe del golpe, el cochabambino Enrique Achá. El Ministro de Gobierno, Walter Guevara, ha dejado un informe[129] que en tono un tanto melodramático presenta al puñado de falangistas que actuaron aquel amanecer como brigadistas de “calatravas azules” que secuestraron al Prefecto del Villar y asustaron al Ministro Mario Diez de Medina, al jefe de Control Político y a Claudio San Román. El intercambio de disparos en el Hotel España duró hasta agotarse las balas. Tomaron presos a todos los falangistas. César Rojas, con las manos en alto, fue trasladado a Control Político caminando. Al sobrepasar el plazo para el operativo sobre Radio Continental, Roberto Freire y sus camaradas lo suspendieron y se dispersaron. Freire se refugió en la casa de la familia Serrano-Jiménez, Larecaja 188, que meses más tarde sería escenario de un drama mayor. Pero la suerte de César Rojas fue terrible aquel 21 de octubre. Freire ha dejado escrita esta referencia: “Los agentes de Control Político y milicianos se ensañaron con César Rojas, pensando que así conseguirían que confesara dónde se hallaba el Jefe de

Falange. ¡Vano intento! El fiel y valiente camarada murió sin decir una palabra. Los sicarios le arrancaron la lengua y las uñas de manos y pies, además de flagelarlo con sadismo. Su cuerpo, vejado y ya sin vida, fue abandonado en vía pública, de donde, gracias a la intervención de varios amigos, fue trasladado a la Casa del Maestro, en la calle Jenaro Sanjinés, desde donde salió un nutrido y enlutado cortejo, constituido casi en su totalidad por mujeres que reclamaban justicia y castigo para los crueles sayones. ¡Honor y gloria para César!” Hugo Alborta sostiene que César Rojas fue uno de los hombres más valerosos y más queridos por Únzaga. “Si llegan a atrapar a Oscar, incendio toda La Paz”, dijo Rojas alguna vez y sin duda lo hubiera hecho. Jaime Gutiérrez sintió su muerte de manera particular pues compartieron el exilio en Buenos Aires, ingresaron clandestinamente al país, cumplieron arriesgadas misiones, vivieron en permanente riesgo, soportando privaciones de todo orden, fueron como hermanos y juntos hicieron bendecir sus armas en la Iglesia de la Inmaculada Concepción antes del desastre del 21 de octubre. Únzaga y Mario R. Gutiérrez, que habían seguido el desarrollo del golpe fracasado desde una casa en la Plaza España, se despidieron por motivos de seguridad y se trasladaron a distintos refugios. Empezaba a clarear cuando el reloj de pared del comando del regimiento Aliaga dio las 6:00. En ese momento resonó el timbre del teléfono y se produjo un diálogo al cabo del cual el coronel Guzmán Gamboa dijo a Enrique Achá y Walter Vásquez: Acabo de hablar con el Presidente. Me preguntó quiénes eran los que estaban en mi oficina. Le dije que eran informantes. Luego los invitó a retirarse. Uno de sus ayudantes los acompañó a lo largo de dos cuadras. Achá y Vásquez se recriminaron mutuamente culpándose del fracaso, pero la falla era, básicamente, la traición de alguien que estaba muy cerca a Únzaga y a quien desconocían. Se despidieron y cada quien buscó un escondite. En

ese momento Anze Jiménez dejaba en libertad al Prefecto Del Villar para luego buscar un escondite. Achá logró hacerse invisible. Pero Vásquez Michel, sin bigote y con una cachucha en la cabeza, fue reconocido y tomado preso. Lo interrogó el propio Walter Guevara Arze.  ¿Por qué Falange no puede hacer una lectura correcta de la realidad que vive el país desde 1952? Únzaga es un político nacionalista, no comprendo por qué defiende intereses de la oligarquía-, preguntó Guevara. Mi condición de preso no me permite hacer comentarios ni hablar sobre temas políticos-, respondió Vásquez. Guzmán Gamboa fue convocado al Palacio de Gobierno y allí explicó lo sucedido ¡durante cuatro días sin salir! Por lo vistió fue convincente. El viejo coronel abandonó su “alojamiento” rehabilitado y el propio Ministro Guevara Arze lo presentó personalmente en las diferentes unidades del Cuerpo Nacional de Carabineros como Director General de Policías y Comandante del Regimiento Aliaga, pero ya no pudo dormir en el Cuartel Calama como lo hacía habitualmente.[130] Enrique Achá ha dejado dicho que, aunque el golpe de octubre del 58 falló, “Guzmán Gamboa cumplió con su compromiso y nosotros no quisimos perjudicarlo. Tampoco el gobierno pudo probar su participación”. Pese a las susceptibilidades, en los hechos Guevara Arze -que era hombre fogueado- tuvo que haber establecido una base de entendimiento y confianza con Guzmán Gamboa, como para mantenerlo en el cargo de mayor poder bélico de Bolivia, de subordinación directa a su ministerio. De cualquier manera, designaron a otro policía en la Comandancia del Regimiento La Paz (en la calle Colombia, cerca de la plaza Sucre de San Pedro). Se trataba del Cnl. Hermógenes Ríos Ledezma, políticamente afín al MNR, pero rival de Guzmán Gamboa. En cuanto al Cnl. Alfredo Ovando Candía, no se supo si le pidieron alguna explicación y lo más seguro es que no hubo necesidad, pues su participación en el golpe frustrado se limitó a dar ánimos y promesas a “su jefe”, Oscar Únzaga. Ovando alcanzaría a breve

plazo el generalato y la jefatura de Estado Mayor del Ejército. Suerte parecida tendría el Gral. René Barrientos; la recién creada Fuerza Aérea Boliviana tenía como Comandante General al Gral. Javier Cerruto (ex cuñado del Dr. Víctor Paz Estenssoro) y Barrientos sería su Jefe de Estado Mayor. El informe del Ministro Walter Guevara responsabilizó de los hechos del 21 de octubre a Walter Alpire, Enrique Achá, Daniel Delgado, Ambrosio García, Numa Romero del Carpio, Walter Vásquez, José Antonio Anze, Juan José Loría, Rodolfo Surcou, Franz Tezanos Pinto, René Gallardo, Fidel Andrade, Marcelo Calvo, Carlos Kellemberger, Alfonso Guzmán, Amando y Raúl Rodríguez, David Añez, Enrique Riveros, Gral. René Pantoja, Jaime Gutiérrez, Hernando García Vespa, Cosme Coca, Francisco Barrero, Hugo Castedo, Luis Llerena, Raúl Portugal, Humberto Frías, Mario Gutiérrez Pacheco y decenas más. El aliviado Prefecto de La Paz recobró al ánimo político, invitando públicamente al diputado Jaime Ponce Caballero “a visitar su domicilio para ver las balas que se incrustaron en las paredes”. A lo que Ponce respondió: “Yo lo invito a visitar la morgue del hospital y las calles de La Paz para ver la sangre inocente derramada por la prepotencia del gobierno y le invito a visitar la árida planicie andina de Curahuara y Corocoro, donde yacen en su tumba nuestros muertos, y le invito a visitar Terebinto, la gran obra con que pasaréis a la historia y por último lo invito  a visitar las celdas del control político donde a estas horas se están torturando y martirizando a ciudadanos inocentes… Ahora sois libres, señores movimientistas, para vender nuestro petróleo”. Entre octubre y noviembre de 1958, las detenciones prosiguieron en el país, la mayoría inmotivadas. En la víspera de Navidad de 1958 pusieron en libertad a los presos políticos, a excepción de Walter Vásquez, Amando Rodríguez y Hugo Crespo que pasaron a la Justicia Ordinaria acusados de subversión armada, siendo defendidos por los abogados Luis Adolfo Siles Salinas y Tobías Almaráz. Pero el juicio era una pantomima. Tuvieron que cortarse

las venas para que les concedan la visita de sus familiares y un trato mínimamente humano. Con todo, su prisión se iba a extender por muchos meses más, lo que les salvó de morir el 19 de abril de 1959, pero ese pasaje está por relatarse. Johnny Haitmann salió exiliado a la Argentina y poco después siguió sus pasos Hugo Alborta, reuniéndose en Salta con Jaime Tapia Alipaz. En cambio Roberto Freire y Jaime Gutiérrez, entre muchos otros, lograron esconderse durante meses en La Paz, aquel en casas de amigos y parientes, Gutiérrez cambiando de refugio constantemente, como tantos otros obligados a vivir sin familia, sin amigos, sin el derecho elemental de ingresar a un cine, por obra de un gobierno que volvía a conculcar los derechos humanos, prolongando un sistema político consolidado en una especie de sociedad de socorros mutuos entre opulentos revolucionarios protegidos por una organización represiva y poderosa. La “realidad que vive el país desde 1952”, a la que aludía el Ministro de Gobierno en su interrogatorio a Vásquez Michel, era una calamidad que el propio Guevara Arze saborearía unos meses más tarde. Arturo Montes recuerda que la noche del desastre del 21 de octubre, Unzaga se reunió con Jaime Ponce Caballero, René Gallardo y él, para decirles en tono optimista que la tarea consistía ahora en empezar a planear la próxima revolución. Refugiado en la Embajada de Venezuela, un francotirador imitando al Chacal, [131]se ubicó en una azotea en la Avenida Arce y desde allí disparó sobre Oscar Únzaga, desviándose la bala por el borde metálico del Escudo Nacional de ese país, que cayó estrepitosamente mientras la guardia protegía al jefe falangista. Después del atentado criminal, nadie medianamente informado esperaba que Únzaga abandone la misión que había hecho suya. De manera que la revolución se puso otra vez en marcha. Pero no sólo Únzaga de la Vega se entregó a las revoluciones una y otra vez, sin solución de continuidad, como dijo reiteradamente el Dr. Guevara Arze para justificar la represión. Los distintos sectores del MNR también conspiraban permanentemente. Al deteriorarse

velozmente la situación económica, arrastrando consigo a la política, el gobierno ingresó en una peligrosa pendiente, en medio del forcejeo de las fuerzas antagónicas internas a las que poco importaba la suerte del segundo gobierno revolucionario. Desde luego, los pazestenssoristas nada esperaban del Presidente y los guevaristas esperaban todo de él para neutralizar al jefe del partido radicado en Londres. Pero el Dr. Siles Zuazo seguramente buscaba la unidad partidaria, más interesado en salvar su administración del colapso. El Ministro de Gobierno, Walter Guevara, había designado Jefe del Control Político a su amigo Raúl “Chino” Anze Tapia. Reforzaba así su trinchera asegurándose la lealtad y subordinación de los mandos policiales del Cuerpo de Carabineros, que era la fuerza armada superior al Ejército en capacidad bélica. Como quedó dicho, el Comandante de la Policía, Cnl. Julián Guzmán Gamboa, detestaba a Paz Estenssoro, lo que resultaba favorable a los intereses políticos de Guevara Arze. Los días pasaban profundizando la parálisis gubernamental, hasta que “Chino” Anze, intentó convencer al Ministro Guevara Arze de la necesidad de dar “un Golpe de Estado, ante la inoperancia del gobierno de Siles”.[132] Aunque Guevara rechazó esa posibilidad porque “prefería entrar al Palacio por la puerta grande”, resulta obvio concluir en que la posibilidad de un putsch cochabambino tenía que contar, necesariamente, con el Cuerpo de Carabineros y desde luego con Guzmán Gamboa, que ya antes había intentado apoyar en la vía golpista a los anteriores ministros José Cuadros y Marcial Tamayo. Pero a la larga, Paz Estenssoro iba a recuperar el poder y las cabezas de Siles y Guevara rodarían a sus pies, pero esa es otra historia. Antes de que ello sucediera, el más decidido antipazestenssorista de aquel grupo, Julián Guzmán Gamboa, Director General del Cuerpo de Carabineros, continuó conspirando por su cuenta.

Llegó noviembre de 1958. En esos días murió Pio XII, el Papa enfrentado al mismo tiempo con Hitler y Stalin, que trabajó sin descanso para paliar los efectos de la Segunda Guerra Mundial, un Vicario de Cristo que inspiró afectos y valores en Oscar Únzaga de la Vega. Con la partida de ese Pontífice se iba una parte trascendente del sentir de la humanidad y llegaba Juan XXIII en una nueva etapa con otras urgencias y angustias. Empero permanecía inmutable la pugna entre la opresión y la libertad. Nikita Jrushov ajustaba tuercas detrás la Cortina de Hierro; el Medio Oriente era un polvorín; entre miseria y vudú reinaba Papa Doc Duvalier en Haití; la China se aprestaba a devorar al Tíbet y expulsar al Dalai Lama. Por primera vez un católico de enorme convocatoria, John F. Kennedy, buscaba la nominación del Partido Demócrata para enfrentar al republicano Richard M. Nixon en las elecciones de noviembre del año próximo en la Unión Americana y guerrilleros cubanos, detrás de la figura de Fidel Castro, avanzaban en el tramo final de una guerrilla victoriosa que se acercaba a La Habana. Su ejemplo encendía la imaginación de los falangistas. Luis Mayser perfeccionaba su proyecto guerrillero en el oriente y otros, como Reynaldo Llerena -exiliado en la Argentina-, soñaban con encender en Bolivia el fuego de una guerrilla liberadora con la antorcha falangista  Los recuerdos de los viejos falangistas sobre aquella época, coinciden en que fueron las mujeres quienes impulsaron a los hombres para volver a ponerse de pie. Hortensia González de Wallpher, Wally Ibañez, Elena Pinto de Álvarez Lafaye, Chela Iturri, Alcira Bolaños, Mercedes de Stumpf, Helena Mendoza de Alpire, Elda de Pinto, Anita Suárez de Terceros, Raquel Terceros de Gutiérrez, Celia de Camacho, Mary de Gutiérrez, Cristina Jiménez de Serrano, Lidia Pinto, Maruja de Velásquez, Aurora de Mendoza, Inés Sanzetenea, María Luz Tarifa, Blanca de Carrillo, Cleofé Zambrana de Kellemberger, Ety v. de Muñoz, Guichi de Gutiérrez, Marina de Villamil, Tránsito Iturri, Albertina Serrate, Elena del Carpio, Queca Ruiz, Angélica de Quiroga, Bertha Sánchez, Irene Aramayo, Elba Pinto de Londoño, Rebeca Murillo de Eguino, Blanca

Palacios, Irma de Salas, Betty de Terceros, Elvira de Palacios, Dora Köenning, Irma de Alarcón, Conchita Sánchez, Emma de Moreno, Lindaura de Ferrufino, Ninfa Bacarreza, Josefina Terceros, Fily Deheza, Marina S. de Osterman, Graciela Villegas, Irma Quintanilla, Luz Carrasco de Coca, Rosa Aramayo, Julieta Salgueiro, Magda Ruiz de Andrade, Cristina de Castro, Norah Claros de Tapia, pero sobre todo, Rebeca de la Vega v. de Únzaga, la madre de todos los falangistas, en esos momentos escondida eludiendo una orden de captura en su contra. Esas mujeres fortalecieron el ánimo de los caídos, haciéndoles comprender que aún no estaban vencidos. Hicieron de correos, ocultaron perseguidos, enfrentaron a las barzolas, traficaron armas, mientras luchaban a brazo partido para que alcance el poco dinero que quedaba para dar de comer a sus hijos. En la Navidad de 1958, Oscar estaba escondido en la casa de una pariente en la Avenida Saavedra, cuyo esposo era uno de los gerentes de YPFB, pero era una persona decente que no iba a denunciar su presencia. En los próximos días se movería en el mayor sigilo a la Plaza España, que sería la residencia donde elaboraría su última conspiración. Al finalizar el año, en los hogares de La Paz se oró a Dios por la libertad y se brindó por el futuro. Al dar la bienvenida a 1959, la noche recogió el eco de una canción que reflejaba el estado de ánimo de los falangistas que se ponían de pie y ofrecían esperanza a la población:

       

Caudillo de mi antorcha incendiando horizontes yo traigo de la historia un Nuevo Amanecer.   Esta camisa blanca, dolor de nueve estrellas es un reto en la guerra y es orden en la paz.   Bolivia vigilante está en mi cartuchera en mi fusil flamante y en mi rebelde acción.   Del trópico bravío hasta el nevado blanco Falange es estandarte de gloria y redención.   Marchemos camaradas, sin odios y sin miedo

Falange es garantía de un libre porvenir.   Luchando conquistemos, sin clases humilladas Bolivia con su puerto, Unida y Federal.  

A 40 millas de Miami, en la madrugada del 1º de enero de 1959 los guerrilleros entraban en La Habana con menos de 300 hombres. ¿Cómo fue posible tal hazaña? Era lo que estaba sucediendo en Bolivia. El régimen de Batista, carcomido por la ineficacia, la corrupción y la vida muelle de sus protagonistas prevalidos de la violencia represiva y al apoyo de Washington, se desmoronó porque sus comandantes militares y policiales llegaron a la conclusión de que ya no valía la pena defenderlo. En cuestión de semanas, Fidel asumió el control del poder político en la isla y su hermano Raúl pasó a comandar las Fuerzas Armadas. Aún no se declararon comunistas, esperando alguna señal de Washington. Pero la pesada estructura del Departamento de Estado permaneció indiferente. ¿Sucedería lo mismo en Bolivia?

                             

       

XXX - TIEMPO DE REFLEXIÓN (1959)  

V

encer o morir; no existía ninguna otra alternativa. Únzaga se entregó a la conspiración definitiva. Era razonable lo que había planteado, una y otra vez, como condición para la paz: si era cierto que los campesinos -dos tercios de la población boliviana- apoyaban incondicionalmente al MNR, ¿por qué no se permitía que los hombres de FSB lleven sus ideas y propuestas al campo? Si el MNR tenía una ancha y abrumadora base electoral, ¿por qué no se permitía que las minorías tengan una representación parlamentaria proporcional a su convocatoria? Si era irreversible “la nueva realidad boliviana después de 1952”, ¿por qué el MNR acudía a métodos ilícitos para manipular el voto popular? Si la Revolución Nacional tenía el viento de la historia a su favor, ¿por qué negarse a confrontar su administración con postulados de la oposición? Si eran más los aciertos de siete años de gobierno movimientista, ¿por qué perseguir y exiliar a los que osaban criticar? Si era una revolución social ajena a los apetitos personales, ¿por qué tapar la corrupción, los peculados, la malversación de dineros estatales, los negociados en nombre de la revolución, la apropiación de la ayuda exterior, las adquisiciones amañadas, el contrabando, o los incobrables préstamos de honor a cargo del Tesoro Nacional? Si eran demócratas, como decía la propaganda oficial, ¿por qué se negaban al juego electoral limpio, a la posibilidad de la alternancia en los espacios del poder, a los pesos y contrapesos en lugar de la concentración de poderes en sus manos? ¿Por qué la revolución privilegiaba lo mediocre sobre lo bueno? ¿Hasta cuándo la violencia del Estado iba a descargarse sobre una clase media humillada sólo por poseer ésta valores espirituales, intelectuales y humanos? FSB, teniendo raíces comunes al MNR, había hecho oposición que fue creciendo en la medida en que se hacían más evidentes las fallas morales del sistema nacido en abril de 1952, estableciendo un sistema que pretendía eternizar al partido único en función de

gobierno, apelando a cuanta ilegalidad fuese posible. FSB, en consecuencia, reclamaba decencia en la conducta pública y el retorno de la legalidad. Oscar Únzaga creyó que la situación podría mejorar con el cambio de hombres que supuso la elección de 1956. Tres años después, comprobaba su equívoco. Hernán Siles Zuazo, a quien había considerado un patriota, eligió sobre Bolivia al partido y prefirió apañar el modelo del jefe del MNR, quien además lo despreciaba. Un texto publicado en esos días por Jorge Siles Salinas, de indudable oportunidad y trasuntando sincero patriotismo, establecía que, luego del gobierno del Dr. Paz Estenssoro, “el régimen del MNR estaba en extremo debilitado y sólo podía sostenerse en virtud de dos factores: la ayuda norteamericana y el prestigio personal de Hernán Siles Zuazo, en quien se cifraba la esperanza de un restablecimiento pacífico del orden. De la actitud que este asumiera, venía a depender, por lo tanto, el porvenir inmediato del país.”  Fue en ese momento que Únzaga de la Vega sugirió a su amigo Hernán “el golpe audaz de timón que estaba en el pensamiento de todos los bolivianos sensibles a la gravedad del drama que Bolivia vivía”. Siles Salinas lamentaba que Siles Zuazo -el hermano al que sin duda quería y respetaba- “prefirió servir los mezquinos intereses de una aventura revolucionaria, poniendo así en grave riesgo la supervivencia histórica de Bolivia. Prefirió ser leal al bullicio y a los aspavientos de una revolución aun cuando ello implicase el sacrificio de la paz y la unidad de Bolivia”. [133] El resultado de la opción del Dr. Siles Zuazo devino en el drama final de Oscar Únzaga: la lucha entre quienes privilegiaban los beneficios de la revolución con su recarga de sensualidad y falso prestigio, contra los idealistas e inocentes que soñaban con un país unido y socialmente justo. Quienes se aferraban al poder mediante la más cruel represión, lo hacían para tapar sus trapisondas y continuar la infame faena. Por ello, el enfrentamiento final no tendría lugar en el escenario de la dialéctica, sino en las calles. Era una lucha por la

sobrevivencia de quienes conservaban ideales y los que sólo buscaban satisfacciones. La jefatura hizo un análisis exhaustivo de los dos fracasos consecutivos del año que terminó. Las fallas humanas, los descuidos, las traiciones. Como el refugio de doña Rebeca era todavía seguro, allí se reunieron René Gallardo, Walter Alpire y Enrique Achá. Oscar Únzaga se disponía a formular un nuevo plan revolucionario mucho más cuidadoso, con un nuevo comando revolucionario que no incluía al Gral. Alfredo Ovando, pero sí al Cnl. Julián Guzmán Gamboa. Achá enlazaría las acciones con jefes y oficiales de carabineros y Alpire conduciría los cuadros falangistas, asumiendo prácticamente la jefatura civil de la futura rebelión armada. Operativamente, el golpe descansaba en la capacidad bélica del Regimiento Aliaga, dotada por el gobierno de mayor potencial que el Ejército. FSB aportaba con dos pequeños arsenales ocultos en varios lugares de La Paz, para armar a unos 70 hombres, además de elementos y tecnología para fabricar bombas Molotov, pero sobre todo una reserva calculada en miles de combatientes motivados que podían armarse en los arsenales militares, policiales e inclusive municipales existentes en sede del gobierno nacional y convertirse en una fuerza insuperable. Tendrían al frente a los milicianos brutales y bien armados, pero desmoralizados y movilizados sólo por la paga. Masificar la lucha y convertirla en guerra civil, demandaría al gobierno movilizar milicias campesinas, como hicieron en Santa Cruz, con un costo demasiado alto en sangre, pues la población paceña iba a resistir. Siles Zuazo, golpeado moralmente por lo sucedido en Terebinto, no iba a permitir una invasión punitiva a su propia ciudad natal.    Operativamente, Únzaga se encontró con un problema adicional irresoluble: el Regimiento Policial La Paz estaba en manos del Cnl. Hermógenes Ríos Ledezma, enemigo de Guzmán Gamboa, de manera que el plan general prescindió de esa unidad, pero la

suplieron con creces los “acuerdos de neutralidad” con dirigencias de empleados públicos, fabriles y mineros que serían indiferentes a todo intento de ser sumados a movilizaciones en defensa del gobierno, mientras ferroviarios bloquearían vías que podría intentar usar el oficialismo para movilizar efectivos del interior. El diseño del golpe en la primera quincena de enero fue minucioso. Los falangistas colocaron un elemento afín en el mismísimo Ministerio de Gobierno para contrarrestar la filtración que sufrieron en 1958. Fueron sumando comandos de unidades donde estaban oficiales probadamente críticos al gobierno. Militares dados de baja, constituidos en célula revolucionaria de FSB, redactaron un informe. Políticamente, el Ejército estaba dividido en cinco grupos: A) Los radepistas nostálgicos. B) Los abiertamente movimientistas como el Gral. Armando Fortún Sanjinés, el Gral. Luis Rodríguez Bidegaín o el Gral. René Gonzales, quien reabrió el Colegio Militar y movimientizó a los nuevos cadetes, entre los que estaban los conocidos “chankas” López Leytón, que fueron sus yernos. C) Los institucionalistas, suficientemente ingenuos como para creer que los militares no deliberaban. D) Los opositores cercanos a FSB en contacto permanente con sus camaradas en retiro, como Julio Álvarez Lafaye, Rafael Loayza y otros. E) La mayoría adicta al Jefe de Estado Mayor del Ejército, Gral. Alfredo Ovando, quien tenía indudable convocatoria entre los oficiales a los que impresionaba su fama de estudioso y cerebral. Militares radepìstas como el My. Elías Belmonte (exiliado en el Perú) y el Cnl. Jorge Calero, juraron a la Falange. Otros repugnaban de su antiguo aliado, el MNR, como el Cnl. Francisco Barrero. Los cadetes víctimas de la revolución del 9 de abril de 1952, en su mayoría pasaron a ser falangistas y a ellos se sumaron los institucionalistas como el mayor Julio Álvarez Lafaye, Guido Llolly de Voltaire o los capitanes Saúl Pinto y Mario Adett Zamora; los miembros del “nuevo Ejército” se fueron deslizando hacia posiciones opositoras y la conspiración en los cuarteles se amplió, aunque no lo suficiente

como deseaba el Cnl. Guzmán Gamboa, quien a la vez miraba con preocupación la creciente rivalidad entre militares y policías. Como sea, el 18 de enero, el jefe de los carabineros recibió el plan general del golpe, con una firme invocación de Únzaga para que decida su intervención sin las vacilaciones de octubre. El plan contemplaba el desplazamiento revolucionario, la potencia de fuego de las unidades comprometidas, los objetivos y la fecha del golpe: miércoles 3 de febrero de 1959, previa ratificación 24 horas antes. El Cnl. Julián Guzmán Gamboa expresó su acuerdo. Walter Alpire respondió: “Todo está listo”. Sólo ellos, Enrique Achá y desde luego Únzaga conocían la fecha. El sábado 31 de enero, 72 horas antes del Día D, el Presidente Siles Zuazo se reunió con jefes militares probadamente movimientistas. Al medio día, el falangista infiltrado en el gobierno, hizo llegar a Únzaga un mensaje: “El Gobierno sabe que FSB dará un golpe en la madrugada del 3 de febrero”. El golpe fue suspendido y Únzaga convocó a Achá y Alpire para comunicarles que la revolución, otra vez, fue develada. Aclarando que confiaba ciegamente en ambos, preguntó si alguno de ellos había comunicado a alguien la fecha del golpe. Achá dijo que no habló con nadie, pero Alpire recordó haberle dado esa información a Oscar Rocabado, llamado también “El Sombra”, jefe de las fuerzas de choque de FSB. Contrariado, Únzaga decidió utilizar al supuesto delator para confundir al adversario y confirmar la sospecha. Así, Alpire se reunió de nuevo con Rocabado para informarle que el golpe se había postergado por diez días. Nada le dijeron a Guzmán Gamboa. El contraespionaje falangista rebotó el dato: “Gobierno sabe que golpe de FSB ha sido pospuesto para 14 de febrero”. ¡Rocabado era el traidor! Entonces recordaron la filtración del 14 de mayo del 58, la ausencia de Rocabado en la casa de Hortensia González cuando apresaron a Walter Vásquez, la delación del golpe del 21 de octubre, los disparos prematuros antes de llegar a la casa de San Román, la reacción del aparato represivo que le costó la vida a César Rojas…

Oscar se sintió dolido, no podía aceptar que alguien a quien valoró y brindó afecto, pudiera traicionar a sus camaradas. Pero sabía también que la naturaleza humana estaba llena de contrastes, que las necesidades podían convertir a los héroes en felones. De conocerse la verdad, el traidor estaba perdido. Rocabado no pudo negar y confesó haberlo hecho por dinero, poniendo precio a pedazos de lo que sabía, sólo fragmentos, valiosos para la represión, pero no todo, tratando de proteger la vida de sus camaradas. ¿La habían pagado mucho? Si. ¿Había otros delatores en Falange? Seguramente, pero él no los conocía. Sentía remordimientos, estaba avergonzado, pedía perdón, lloró… pero nada -ni su muerte- podía reparar el daño causado. Únzaga le entregó algún dinero para que se marchara lo más lejos posible y el traidor nunca más volvió a aparecer. Pero el temor a la delación afectó psicológicamente a la plana mayor falangista. “Todos vivíamos en permanente clandestinidad en La Paz -recuerda Arturo Montes-. Únzaga se comunicaba con nosotros mediante notas enviadas por un sistema secreto de enlaces operado por el Servicio Femenino del Partido. Al promediar el mes de febrero de 1959, Dick Oblitas -con quien yo compartía el mismo refugio fue convocado por Oscar. Al cabo de un día y una noche Dick retornó y me contó que se había descubierto al delator de los golpes de mayo y octubre. Era un dirigente que jugaba un rol importante en la conspiración falangista. Debido a esto, el golpe planeado para ese mes tuvo que posponerse sin fecha, para comprobar hasta dónde había llegado la penetración del gobierno. Por esa razón le solicitamos permiso para viajar a Cochabamba por algún tiempo, ya no volvimos y eso nos permitió conservar la vida…”[134] Descartado el plan insurreccional de febrero, el gobierno movilizó un gran contingente policial a órdenes de Luis Gayán Contador, en la perspectiva de retomar Santa Cruz, mermando el potencial de la

fuerza comandada por el Cnl. Guzmán Gamboa en La Paz. Las aguas de marzo abrieron para Únzaga un lapso de introspección para mirarse a sí mismo como no lo hizo nunca antes. Había percibido el bullicio de la fiesta, los fuegos artificiales y las bandas carnavaleras andinas, tan distintas a las cruceñas y las vallunas. Como siempre, él estaba al margen de esas expresiones, sin que ello quiera decir que era incapaz de sentir alegría. Pese a limitaciones y frustraciones, nunca lo vencía el desánimo, y aunque no siempre estaba riendo, apreciaba el buen humor. Pero el baile, el desenfreno de la fiesta, no constituían su elemento. ¿Era normal su vida?, ¿era acaso una pieza extraña en el rompecabezas de la naturaleza humana? ¿se estaba convirtiendo en un misántropo? Porque, al margen de su contacto diario con Dios, de su maravillosa anfitriona que trataba de hacerle la vida llevadera, además de la leal compañía de René Gallardo y alguna visita extraordinaria con mil precauciones, había días en que no veía a nadie más y por supuesto el uso del teléfono le estaba vedado. La última vez que ingresó a una sala cinematográfica en La Paz, previo operativo de seguridad databa de casi un año antes. Después de esa experiencia, nada. Ni música, ni teatro, ni fútbol, nada. “Rojo y Negro” de Stendhal, “Madame Bobary” de Flaubert y un ejemplar antediluviano de “¿Quo Vadis?” de Sienkiewicz hallados en un mueble de la estancia. Y, en otros refugios, con suerte un ejemplar desfasado de selecciones del Reader’s Digest, del tiempo en que Japón era el enemigo, y en otros más solo el consuelo del Almanaque Bristol. La prensa diaria no faltó nunca, ni rumores que le preparaban dos o tres aportantes bien informados, que le llegaban de mano en mano, siempre desde lejos, sin ningún contacto personal. Sin embargo, su carácter no se tornó hosco ni huraño pero, en su soledad, empezó a cuestionar su curioso destino.   Le pareció que su mundo había transcurrido en calles desconocidas o entre cuatro paredes, quizás con la excepción de su natal Cochabamba, que recorrió de punta a canto para ir a la escuela Carrillo, en sus correrías con su amigo Anzuco, caminando para ir a

su trabajo de bibliotecario, en las visitas semanales al cementerio donde reposaban los restos de sus seres queridos, o en citas furtivas en alguna plazuela con novias cuyos rostros se perdían en el recuerdo. Obligado al destierro, había escrito a su amigo Dick Oblitas algunas frases que expresaban la paradoja de su itinerario: “Enamorado del amor, pero viajando como un marinero sin detenerme en ningún puerto. ¿Qué se dirá más tarde sobre mi vida íntima? Unos pensarán lo peor de mí, otros me sublimarán más. Y ni uno ni otro. Ni tan bajo ni tan alto. Tú sabes que tuve mis amores intensos y silenciosos. Seis mujeres pasaron en mi vida… Cada una fue para mí una cosa muy distinta, amor muy diverso, lenguaje muy diferente. Cada una puso una luz muy distinta en mis días. Yo tuve que partir. ¿Por qué me ha tocado este destino de estar casi siempre como partiendo, con un sabor de adiós en mis palabras y de horizontes que se esfuman en mis ojos? ¿No te parece que hace años doy la mano a los amigos, como apretón de bienvenida y de adiós? Dejo Cochabamba, me voy a La Paz, a Chile. Vuelvo, recorro el país con cada uno un minuto, en cada lugar casi partiendo. Regreso, llevo a mi madre. Ya voy a hacer un hogar. Es la revolución. Tengo que partir. ¿A dónde? A vivir en el refugio, en lo clandestino. Es decir, a vivir como viajando, a estar entre los míos luego al destierro. ¿Pero a dónde? Lejos, muy lejos. Luego a Chile. Si, ya viene mi madre a vivir conmigo. Pero tengo que partir, será en Lima que estaremos juntos. Pero no, de Lima me sacan. Viajo muy lejos, cada vez más solo. Doy vuelta al continente. Me gusta viajar. Pero esta vez con una nostalgia, con una angustia, con algo que pone preocupación en los horizontes que conozco. ¿Hasta cuándo estaré aquí? Viajaré, saldré, ¿cuándo veré a mi madre en quien he concentrado al final todos

mis amores, todos mis sueños, todas las ternuras a las que he renunciado definitivamente? Tú sabes que esa es una de las renuncias más dolorosas. Porque el hombre, bañado en sudor o en sangre, después de la faena o del combate, requiere sentir el roce de una caricia de una mano movida por el corazón. Tu bien sabes de eso, porque tienes la esposa comprensiva, los hijos cariñosos. Después de la fatiga, sólo me queda la soledad, la inmensa soledad… En cuanto al ideal y a mi destino me siento como una roca. Nada podrá quebrarme…” En el repaso de su vida Oscar encontraba más paredes que paisajes, cuartos pequeños, camas distintas, vacías. Nada era suyo y con cada día que pasaba más se parecía a un asceta en permanente abstinencia. Y allí estaba, convertido en el enemigo mortal número uno del gobierno de su país que no le daba tregua, de nuevo entre cuatro paredes, una cama, una mesa, un calendario colgado detrás de la puerta gentileza de vermut Cinzano y Cristo en la Cruz protegiendo su frágil existencia y su fuerte causa. La generosidad y valentía de las falangistas Lidia Pinto Landívar y María Landívar viuda de Pinto, hermana y madre respectivamente del Capitán Saúl Pinto, cobijaban a Oscar Únzaga en esa habitación sin ventanas al interior de una casa de la Plaza España, donde dormía y pasaba el día escribiendo anotaciones, cartas e instrucciones que René Gallardo se encargaba de distribuir mediante un sistema de correos con postas en toda la ciudad. Sólo un puñado de personas llegó alguna vez a ese lugar en las once semanas que duró su estadía. Le resultaba ya imposible abrazar a su madre, aunque la sabía segura en su refugio a sólo unos kilómetros, trasponiendo aquella grieta natural que era el límite entre Sopocachi y Miraflores. Pero a las 3 o 4 de la mañana, cuando el insomnio y la ansiedad vencían al cansancio, se desplazaba en silencio hasta el alféizar de un altillo desde donde sus ojos escrutaban los cerros del Este en cuyas faldas estaba la Avenida Argentina y allí, en la casa de su prima, dormía Rebeca. “Mamá, qué curioso destino el nuestro. He rezado por ti, como siempre, y he

sentido la caricia de tus oraciones a Dios. Pronto estaremos juntos y ya no nos separaremos nunca más…” Oscar sabía que estaba frente a la disyuntiva final. La dureza de la vida política boliviana le había negado cualquier otra vía. Había intentado reiteradamente entenderse con el Presidente Siles Zuazo para modificar el curso de la Revolución por la fuerza de una rectificación moral. Siempre era posible entender y subsanar, pero lo que resultaba inadmisible era la victoria de la corrupción y el cinismo, quizás no del Presidente, pero si del sistema creado después de abril de 1952. Ya ni siquiera era pertinente pensar en sanciones, primero había que salvar al país, aunque ello signifique la impunidad, como había pasado tantas veces en el pasado. Pero lo rechazaron, faltó grandeza para enmendar el proceso revolucionario que estaba condenado a perecer, tarde o temprano, por obra de sus propios conductores.  Pero en ese marzo de 1959, la arrogancia de los dueños del poder, que planeaban ganar las próximas elecciones y apostaban por quedarse en el Palacio para siempre, le impedía ningún otro movimiento político que no sea la subversión. Echarse atrás era imposible. Ahí no cabía el orgullo ni la obcecación, sino la simple coherencia de un hombre de principios, consciente de su predicamento. ¿Cómo decirle cualquier día al país, a los suyos, que cesaba la oposición falangista, que las calamidades políticas eran incuestionables y que los malos habían triunfado? ¿Cómo abandonar a los que creían en él e informarles que renunciaba? ¿O que aceptaba el estólido papel de encubridor, acudiendo mansamente cada cuatro años, a elecciones que estaban ganadas de antemano por la manipulación y la democracia del cero? ¿Cómo aceptar el triunfo de los peores instintos en nombre de la revolución social? Los contratiempos y la persecución habían forjado al líder con ideas claras y precisas, pero portador de una contradicción evidente: era un revolucionario con el alma de un demócrata, lo cual constituye una anomalía. Ninguna revolución es democrática. Por creer lo

contrario estaba enfrentado sin remedio a quienes sacrificaban todo -patriotismo, honor, moral- en el altar de la revolución. Contra ellos arremetía con la pasión irredenta de un cruzado. Desde niño había admirado a Garibaldi y sin proponérselo, había seguido su huella, incluyendo el exilio de ambos en el Brasil en distintos tiempos. Había saboreado hasta el final la ponzoña de la política y se dio cuenta, tarde, de que era un oficio para infames, que exigía dosis cada vez mayores de mentira, brutalidad y cinismo. Ahí estaban los íconos para demostrarlo: Stalin, Hitler y en las cercanías tantos otros que lo confirmaban, aunque casi como caricaturas. Únzaga era la voz de los inocentes que aún creían en la posibilidad de la decencia por encima del oportunismo, que Bolivia era viable a condición de recobrar la moral pública, que no perdían la esperanza de convertir la política en un servicio, aunque ello demande exonerarla de la sensualidad del poder. Había declarado una guerra a muerte a los detentadores de esa forma de poder contra la que se rebelaba la juventud y la clase media que observaba con repugnancia los desafueros de los revolucionarios. Pero al hacer de la templanza una virtud política, fue mirado con recelo, como un extraño a la naturaleza humana, como un subversor de usos y costumbres, un reaccionario que no aceptaba el buen vivir. Ello le costó el exilio permanente y esa penumbra del perseguido que lo abrumaba ahora, sometido al paradero secreto, la acción subrepticia, la cabeza puesta a precio, la traición de los propios, la soledad... Alguna vez pasó por su mente dejarlo todo y marcharse con la mujer que lo amaba en un viaje sin retorno.[135] Volver a la vida sencilla de quienes no han sido mordidos por la pasión de Patria. Volcarse a lo personal, sin mirar más allá, hacer hijos y cuidarlos, transmitirles los valores eternos que a su vez recibió, aquellos de la clase media donde es más importante la educación y el honor que el poder y el dinero. El respeto, la moral, el temor a Dios, por encima del hartazgo y la orgía de los revolucionarios, explotadores del populacho por el halago y la posibilidad de recibir las migajas del botín. Frente a ello era aún posible volver hacia adentro, sustentar el hogar con amor,

en el trabajo de todos los días, tal vez rutinario, pero con emociones distintas, íntimas y placenteras. ¿Cómo fue que amando tanto a unas cuantas mujeres inolvidables no hubiera podido llegar a consumar sus sentimientos? Era cierto: la intensidad con que amaba a Bolivia era tan fuerte como su amor por su madre y por Falange. Y reconocía que la tribuna pública, donde su voz adquiría tonalidades insospechadas, que salían del alma tensada como un arco provocando fervor, resultaba un poderoso estimulante. La adrenalina demandaba un precio muy alto que había que pagar con soledad impiadosa, con el sueño recortado, con la cabeza hirviendo cual un volcán y el revólver debajo de la almohada. Sin madre, sin hermanos, sin descanso, sin amor…     En el fondo de la rebeldía que animaba a su espíritu tenaz, estaba un romántico que creía en el matrimonio tradicional, en la familia como fundamento de la sociedad, que disfrutaba del arte, la música y la bella palabra. En el exilio y la clandestinidad, escribía en secreto versos dedicados a las tres mujeres que mayor fascinación ejercieron en su vida. La hermosa cruceña María Luisa Gutiérrez y Gutiérrez, a la que había cortejado en los años 40 en aquella Santa Cruz tradicional, quedando en su corazón la imagen perfecta e inalcanzable de la belleza que se goza recordándola antes que haciéndola suya. La igualmente bella y serena Florencia Aguirre Lavayén, con quien sostuvo un romance apasionado de palabras, en papeles perfumados que cruzaban por mano de emisarios en la Cochabamba de otros tiempos. Tuvo Oscar un romance musical con una dama de abolengo paceño -Bedregal-, y no faltó la samaritana que le prodigó ternura en los peores momentos de la represión. De ellas y otros requiebros de menor intensidad habló pocas veces con sus amigos más íntimos. Ese cuerpo suyo, enjuto, sin carnes, cobijaba un león político, cuanto más puro más temible; pero allí residía también un ser apasionado, con una irredenta tendencia a la belleza y al amor que solía desbordarse en poemas que escribía a escondidas, como recuerda Ambrosio García:

“Poseía Oscar una prosa elegante, plena de giros armoniosos, con un cierto dramatismo que acentuaba los sentimientos que fluían de su espíritu. Escribió un poema precioso “Canto a la juventud” que se llegó a imprimir, pero también escribía otras cosas, aunque nunca las publicó porque las ocultaba. En una ocasión descubrí unos poemas inspirados en muchachas que él conoció y él me increpó, urgiéndome a que se los devolviera y además me exigió que nunca dijera a nadie que él escribía versos de amor. Es la primera vez que revelo esa faceta del líder falangista…”[136] Oscar temía mostrar la parte sentimental de su vida, como si ello debilitara la personalidad disciplinada, estoica y draconiana que había tallado en granito para sí mismo. Pero, en algún momento de contrariedad, en la que el ser humano necesita compartir con alguien los pesares existenciales, Oscar escribió: “Balance de mi vida: la entregué totalmente a un ideal puro y noble. La viví intensamente. No hice todo lo que quería ni tuve todo lo que amé. Cuando muchacho sólo quería ser poeta, vivir en el campo, junto a la naturaleza y no en la sociedad humana. Mi destino fue todo lo contrario, yo siento que en mi se dieron todas las contradicciones, profunda y dramáticamente. Por cierto, mi madre me dio un espíritu sereno y fuerte. Pero ahí tienes que en mí se dieron los contrarios: soy un asceta y un sibarita, un cartujo y un bohemio, un calculador y un romántico, un realizador y un idealista, un frío y un sentimental. ¿Qué alquimista travieso puso en la redoma de mi alma el aliento que conduce a destinos dispares? Tanto quisiera ser un monje deshumanizado, sin voz material, como mi voz interior me llama a la aventura y la bohemia, al deleite de los sentidos, cuyo refinamiento me fascina. Tanto puedo ser un místico del deber, draconiano y severo conmigo mismo, siguiendo los

dictados de mi alma, como noctámbulo y andariego, vivir en el desorden. Tanto me da mi alma para el Marqués de Bradomin o para el héroe militar de los germanos. Soy un sibarita que vive en la austeridad, soy un bohemio y vivo en disciplina, soy un enamorado del amor, un romántico y vivo en celibato, soy fundamentalmente melancólico pero vivo en permanente alegría. Esta lucha interior, ¿no es devastadora? ¿Se da en todas las almas? ¿Una es el deseo y otra el anhelo? No lo sé, pero sé que mucho antes padecí por este conflicto interior, hasta que hallé la serenidad… una serenidad también empapada en Dios y de Dios. He aprendido que en verdad sólo hay tres cosas nobles en la vida: orar, pensar y amar… En toda vida, grandiosa o modesta, el alma corre detrás de una ilusión. Si no la consigues te desesperas, si la hallas te decepcionas. Esto es eterno e inevitable. Ahí está la belleza y el dolor de la vida humana. La belleza está en el afán, el dolor en la esperanza que no se cumple o la tristeza de una defraudación que encuentras siempre en la posesión de cualquier objeto amado. ¿Cuál es mejor, no alcanzar lo que buscas o sufrir por haberlo alcanzado? Mirando hacia la eternidad, todo afán en la vida es inútil si piensas que la historia del hombre está hecha con arena. Pero si miras hacia adentro, hacia ese mundo de los valores eternos, nada de lo que has hecho está perdido y ni un solo acto, bueno o malo, es estéril. No es la obra en sí misma, no son los hechos, es el impulso hacían el bien o la pasión hacia el mal lo que cuenta. Todo acto en la vida queda flotando y no sabes cuando la caridad limpia hacia un ser que sufre o la honradez silenciosa hacia un deber que se cumple, son los que salvan a la humanidad. La energía es una fuerza eterna que no se destruye, según dicen las leyes de la física. La energía moral es eterna también, no se

destruye, flota en el mundo, como una sinfonía que sólo Dios escucha… Esa convicción es la que ha dado perspectiva moral a mi vida. Es lo que me da una secreta energía para vivir, para afrontar la adversidad, para no decaer jamás en mis propósitos ni flaquear en mis convicciones. Eso te da la paz en el espíritu y evita volverte un escéptico, un decepcionado, un amargado…” Y, a pesar de estar enamorado del amor, Oscar no guardó nada para sí, excepto el amor intransferible de su madre. De las muchachas que amó a intervalos, no quedó más que el recuerdo, pero tan nítido que dolía y que se llevaría más allá de la muerte. Pero nada material, ni un mechón de cabellos, ni una fotografía dedicada, ni el beso, el abrazo, la caricia. Conoció el amor, pero eligió vivir en celibato. Amó a seis mujeres, pero no las quiso, en el concepto textual del deseo y la posesión. Más que castidad, quiso independencia para acometer su destino.  

Y aunque tu imagen se me quedó grabada dentro del ser, en mi vida no vuelvo yo a querer y dígole “adiós” al amor. [137]                  

   

XXXI - LA CONSPIRACIÓN FINAL  

“T

imes”, la acreditada revista norteamericana, introdujo un elemento de discordia, luego del Domingo de Tentación de 1959, al citar a un funcionario de la embajada americana en La Paz comentando sobre la situación geopolítica de Bolivia y la influencia de sus cinco vecinos en grandes porciones de su territorio, cuyas fronteras, escasamente pobladas, estaban desvinculadas de la autoridad estatal. El comentario subsecuente repitió la envenenada frase “polonización de Bolivia” y fue motivo de comentario público contra el imperialismo yanqui, cuando en realidad fue una idea originalmente discutida por los gobiernos de Chile y Perú, a fines del siglo XIX, destinada a borrar a Bolivia del mapa, tesis que en 1959 se repetía en algunas cancillerías americanas al considerar la compleja situación política boliviana, siempre al borde del colapso. El 2 de marzo se desbordaron las pasiones. Organizaciones sindicales y estudiantiles vinculadas al Partido Comunista tomaron las calles y al grito de “¡muera el imperialismo!” atacaron las oficinas de la Embajada Americana, en la calle Loayza, cuyos vidrios quedaron hechos añicos. La euforia antinorteamericana degeneró en acciones violentas, como el asalto a las oficinas del Servicio de Caminos (Punto IV) y la destrucción de vehículos y maquinaria allí existente, pero también del inmueble del flamante Banco Boliviano Americano (BBA), propiedad de Luis Eduardo Siles, primo del Presidente de la República y uno de los financiadores de la revolución del 9 de abril de 1952. La gente atribuía la creación del BBA a una maniobra financiera, incluyendo a un grupo internacional donde aparecía por primera vez el nombre de Marc Rich, todo ello ligado a la devaluación monetaria reciente. En el asalto al Servicio Boliviano Americano de Caminos murió el universitario Isidoro Condori Mendoza. Se produjo un tiroteo y cuando el dentista Juan Maldonado Barrios salía de la confitería del Club de La Paz, una

bala lo impactó muriendo instantáneamente. La violencia se repitió en Cochabamba con el asalto de las oficinas del Servicio Informativo de los Estados Unidos (USIS), los atacantes arrojaron por las ventanas muebles y documentos, llevándose máquinas, discos y otros efectos de oficina. Luego se dirigieron al Consulado de EE.UU. y lo apedrearon. Hubo discursos en los que los oradores condenaron al “imperialismo americano” y pidieron “relaciones con la Unión Soviética”. La Central Obrera Departamental se sumó a la violencia y la policía debió resguardar las oficinas de empresas petroleras y reparticiones de la Embajada Americana.[138] Dos días más tarde se procedió en La Paz al sepelio de las dos víctimas en medio de rumores por nuevas demostraciones de violencia. La capilla ardiente se instaló en el monoblock de la Universidad Mayor de San Andrés y allí pronunciaron sendas oraciones fúnebres el Ministro de Educación, Germán Monroy Block, y los dirigentes Julio Loayza de la Federación de Estudiantes de Secundaria y Fausto Medrano de la Confederación Universitaria Boliviana, ambos falangistas, condenando la violencia desatada por los comunistas que ocasionó víctimas inocentes. El clima político boliviano se tornó cada día más tormentoso. Todo era motivo de enfrentamiento y el malestar era general por la situación económica que no terminaba de encontrar un cauce de solución. La Paz era una ciudad en crisis, pues la gente joven, recién egresada de la universidad simplemente en edad productiva, no tenía forma legítima de ganarse el sustento, mucho menos si tenía alguna relación con FSB o “parecía” falangista. Hasta ese momento, Oscar Únzaga había vivido en la casa que alquilaban Lidia Pinto Landívar y su madre María Landívar viuda de Pinto, en la Plaza España, protegido de la persecución. Nadie podría haber imaginado su prolongada residencia en esa casa, durante más de dos meses, junto a su ayudante René Gallardo y de ese refugio sólo estuvieron enterados Gonzalo Romero y Walter Alpire, que fueron los únicos que lo visitaron en no más de tres ocasiones y por separado, tomando mil precauciones. Al frente,

cruzando la Plaza, vivía la hermana de Lidia, la señora Elba Pinto Landívar de Londoño, esposa del colombiano Carlos Londoño Benítez, alto funcionario del Banco Colombo Boliviano, quien amó a Bolivia y se quedó aquí para siempre, recordado por muchos bolivianos como “el hombre más bueno del mundo”, quien ayudó económicamente a Oscar Únzaga y su causa. Lidia y Elba eran hermanas del capitán Saúl Pinto y sobrinas del Dr. Melchor Pinto Parada. Muy discreta y diligente, la señora María se había convertido en eficiente correo entre Oscar Únzaga y el Gral. Alfredo Ovando Candia, llevando y trayendo recados hacia y desde el Gran Cuartel de Miraflores, toda vez que utilizar los teléfonos les estaba vedado.[139] Mientras Fidel Castro se acercaba vertiginosamente a la órbita soviética, una intensa campaña anticomunista se desató en esos días en todas las capitales latinoamericanas, como reacción a lo que sucedía en los países de Europa Oriental sometidos a regímenes autoritarios impuestos por Moscú. Eran frecuentes los artículos de prensa en el diario católico PRESENCIA, mientras en EL DIARIO, el exfalangista y exmovimientista Alfredo Candia Guzmán publicaba duros artículos contra el marxismo. La situación se mantendría en esos términos por las próximas semanas. Muchas veces los temas de fondo no guardan relación con las eventualidades. Así, mientras el Cnl. Julián Guzmán Gamboa exigía una mayor presencia militar en el proyectado golpe de Estado que lo ataba a Oscar Únzaga de la Vega, la rivalidad entre policías y militares se manifestaba entre los cadetes del Colegio Militar y los alumnos de la Escuela de Policías. El enfrentamiento entre ambos tenía razones más triviales que la política, como el amor al uniforme, la tradición o la clase que cada quien creía representar. Probablemente, también expresaba, en ese momento, el reclamo que el Ejército hacía, de manera soterrada, por el trato inferior que el gobierno le concedía, respecto al que daba al Cuerpo de Carabineros y, desde luego, el trato que los policías suponían merecer y no se les brindaba. Como fuere, el 19 de marzo se produjo un amotinamiento policial en la guarnición de La Paz que

tuvo réplica en Cochabamba, con incidentes armados contra recintos militares y la obvia reacción de estos, cuyos orígenes y alcances nunca fueron explicados. Aquello coincidía con los enfrentamientos en las áreas rurales de los valles y el altiplano. El movimiento campesino estaba dividido y la expresión más sangrienta de esa situación era la rivalidad Cliza/Ucureña. La pretendida unidad nacional en torno a la Revolución Nacional era un mito. La propaganda oficialista y los intereses de los caudillos del MNR podían eventualmente unirse para hacer demostraciones de fuerza y continuar detentando el poder, pero el país concreto, más allá de lo que relataba Radio Illimani o LA NACIÓN, abandonaba las esperanzas de que el proceso revolucionario condujera hacia alguna meta. Hacía falta una rectificación profunda o un cambio de gobierno. El 22 de marzo dos grupos de poder se enfrentaron a dentelladas por el Comando Departamental del MNR en La Paz, imponiéndose la línea afín al Ministro de Gobierno Walter Guevara Arze, con el Alcalde de La Paz, Jorge Ríos Gamarra y el Director del semanario EN MARCHA, Raúl Murillo. Los perdedores de la línea pro-Paz Estenssoro, su ex jefe de seguridad Amado Prudencio y José Antonio Arce Murillo, denunciaron un “escandaloso fraude extremista” y el tema sacudió a la estructura partidaria, pero al final Ríos Gamarra se posesionó como jefe del comando paceño. El lunes 23 de marzo de 1959, mientras los estudiantes acudían al desfile en homenaje a don Eduardo Abaroa, el coronel Rafael Loayza, por cuya cabeza el gobierno ofrecía recompensa, llegó subrepticiamente al nuevo refugio de Oscar Únzaga, en la calle Batallón Colorados, propiedad de la familia Tejada, con puerta de acceso a veinte metros de la Plaza del Estudiante. Únzaga estaba en una habitación al fondo de un largo pasillo que desembocaba en una construcción a cuya espalda estaba otro inmueble con entrada en el Pasaje Bernardo Trigo. Loayza llevó un plano de La Paz, con los puntos marcando la movilización proyectada para el golpe.

La lectura cartográfica del golpe revolucionario mostraba una secuencia de acciones de grupos falangistas en un espacio no mayor a treinta manzanos del centro metropolitano paceño. Era un rombo en torno al centro del poder y sus principales medios de defensa y comunicación. Un puñado de hombres se apoderaría de Radio Illimani, la de mayor alcance en el país, para difundir las proclamas, sumar el apoyo de la población y deprimir al adversario. Los más decididos bloquearían con metralla a los agentes del Control Político en sus madrigueras de la calle Potosí, dejando al gobierno sin defensa. El contingente mejor armado intervendría la central telefónica contigua a la Alcaldía para incomunicar a los organismos del régimen, de manera que los gobernantes queden aislados y los carabineros puedan actuar sin interferencias. Tras esas acciones iniciales se cumplirían otras de naturaleza política, entre ellas la toma física de los edificios simbólicos del poder, el Palacio Quemado y otros sectores estratégicos de la ciudad, el apresamiento de autoridades, el control del territorio nacional, la instauración del nuevo gobierno y los reconocimientos internacionales. El golpe revolucionario, basado en la precisión y la audacia, sólo requería de cien valientes y los 600 efectivos del Regimiento de Carabineros Aliaga. Sabían los revolucionarios que el gobierno había recibido en las últimas semanas armamento moderno para pertrechar a 900 funcionarios públicos y milicianos. Pero la potencia de fuego policial acumulada en las alturas del Calvario, impediría cualquier reacción del gobierno en el centro cívico. Ese cerro al noreste de la ciudad era una fortaleza con casamatas de hormigón armado, ametralladoras pesadas, piezas de artillería, antitanques y una antiaérea, con capacidad de autoabastecimiento, enlaces por radio con sus retenes y unidades motorizadas.[140] El Cnl. Julián Guzmán Gamboa se había quejado, en reiteradas notas a Oscar Únzaga, de que todo el peso de la insurrección caía en los hombros de los policías, mientras los militares no hacían mucho. El plan suponía que el factor militar sería importante en la

culminación del golpe por el compromiso de “algunos jefes militares activos, como el Jefe de Operaciones de la Primera División y el Ayudante del Estado Mayor de Aviación”. Pero saltaba a la vista que ello era insuficiente. La visión general del mapa presentado por el Cnl. Loayza señalaba la urgencia de mayor participación militar. Así lo revela la nota que Únzaga envía a Achá: “Guzmán Gamboa me dijo que está decidido pero que en realidad todo queda sobre él. Pues civiles tendrán sólo teléfonos y radios y Ejército no hace nada, nada. Que eso le da un poco de miedo”.[141] En síntesis, el plan revolucionario con Carabineros se basaba en el Regimiento Aliaga que, como dijimos, era la mayor fuerza armada del país, la Academia de Policías y la participación del Regimiento La Paz, que suscitaba dudas en Guzmán Gamboa por su rivalidad con el comandante de esa unidad, Cnl. Hermógenes Ríos, aunque al parecer Únzaga tenía comprometidos a oficiales que se harían cargo del mando de esa unidad en el momento preciso.[142] El plan con el Ejército era más complejo. Enrique Achá tomó contacto con jefes y oficiales de los grupos institucionalista por una parte, y seguidores del Gral. Clemente Inofuentes, por otra, considerados ambos afines a FSB. Pero había un dato muy alentador. El Cnl. Armando Escóbar Uría había realizado viajes de consulta al interior de la república, estableciendo que “las Fuerzas Armadas con una casi completa unanimidad pedían el cambio de gobierno o, en los casos de mayor circunspección, la modificación de su política”.[143]  El problema era que, como efecto de la política anti militar de la Revolución Nacional, los oficiales probadamente movimientistas eran muy pocos a diferencia de los institucionalistas críticos al gobierno, pero sin mando. Sin embargo, la Primera División con sede en Viacha se comprometía a intervenir, aunque ello resultaba insuficiente.

En la noche del lunes 30 de marzo, en una casa de la calle Capitán Ravelo, propiedad de Jorge Guzmán Téllez, se reunieron Oscar Únzaga de la Vega y el Gral. Alfredo Ovando Candia. Se veían después de cinco meses. Era claro que el Gral. Ovando tenía entre sus camaradas y en el propio gobierno nacional un peso superior al del Comandante del Ejército, Gral. Ramón Vargas Tapia. Únzaga y Ovando trabajaron a puerta cerrada desde las 22:00 hasta las 3:00 de la mañana y aprobaron el plan de acción revolucionaria que se llevaría a efecto en abril próximo.[144]   Horas después Únzaga recibió a Arturo Montes que llegó de Cochabamba. “Había que hacer toda una triangulación para llegar a Oscar con quien me reuní en la casa del doctor Saint Loup en la avenida Arce. ’Te traigo el encargo expreso de Dick, que también es el clamor de muchos camaradas de Cochabamba al cual me sumo: no debes confiar en Guzmán Gamboa porque ya nos falló el 20 de octubre y no vaya a ser que se repita esa experiencia’. Oscar me responde ‘he sometido a ese hombre a una serie de pruebas y en ninguna de ellas me ha fallado. Por ejemplo, la orden nacional de carabineros se la di para los mandos principales de los respectivos comandos y ahí hemos puesto a nuestra gente. [145]Suponiendo que él vaya a fallar, los comandos de carabineros del resto de la ciudad van a actuar, porque igual están comprometidos. De modo que esta vez no va a fallar la revolución’. Nunca había visto a Únzaga con tanto optimismo y certeza de su triunfo. También me dijo que estaban comprometidos Ovando y Barrientos, pero los militares no actuarían al inicio para evitar que se crucen a tiros con los policías. Los primeros en actuar serían los carabineros que eran los que tenían mayor potencial de fuego en esa época y para consolidar el golpe entrarían en segunda instancia el Ejército y la Fuerza Aérea. Me despedí de Oscar y me dijo que nos veríamos en Palacio. Le pregunté cuándo sería y me dijo que no

tenía fecha, pero que sería muy pronto, en abril. ¿Para tu cumpleaños o para el mío? Y él me respondió que sería por esos días. Nos despedimos con un abrazo y nunca más lo vi…” El jefe falangista tenía atados al Director Nacional de Policías, Cnl. Julián Guzmán Gamboa y al Jefe de Estado Mayor del Ejército, Gral. Alfredo Ovando Candia, cabeza auténtica de la institución militar a la que había logrado reciclar con notable paciencia política ante el poder civil regentado por el MNR. Contaba asimismo con el Gral. René Barrientos Ortuño, Jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea, aún sin el mando absoluto por cuanto el Comandante de la FAB, Gral. Javier Cerruto, ex cuñado de Paz Estenssoro tenía el vigor y la capacidad política para dirigir su fuerza personalmente. Pero Barrientos era un amigo leal de Oscar Únzaga, se había reunido en secreto con Enrique Achá y se comprometió con el movimiento subversivo, aunque prefirió no conocer el día ni la hora del levantamiento, acordando ambos que, faltando una hora para el estallido, se lo harían conocer. Su acción era importante: los aviones de la Base Aérea de El Alto ametrallarían a los milicianos.[146] En el absoluto convencimiento del triunfo, Oscar Únzaga dispuso que la acción revolucionaria se ejecute exclusivamente en La Paz y sólo en el momento de la victoria el interior se pronunciaría a través de las células regionales de Falange. Mario Serrate Paz explica tal decisión: “El compromiso en 1958 fue que salga primero Santa Cruz y después se acoplaban los otros departamentos. Lamentablemente no se dieron las cosas así y sólo salió Santa Cruz, quedando sola. Entonces Únzaga dijo que en la revolución de 1959 no se movería Santa Cruz. Eso fue lo que su jefe le dijo a Mario R. Gutiérrez…”[147] Santa Cruz vivía un clima de tranquilidad. Convencido el gobierno de que no podría someter a los cruceños por la fuerza, aceptó una situación de convivencia donde las autoridades oficialmente designadas cumplían sus responsabilidades sin interferencias, a

condición de que los milicianos y su jefe, Luis Sandóval Morón, desaparezcan, mientras los miembros de la Unión Juvenil Cruceñista (UJC) patrullaban la ciudad día y noche otorgando garantías a la población. Por un acuerdo entre el Jefe de FSB, Oscar Únzaga de la Vega y el Presidente del Comité Pro Santa Cruz, Melchor Pinto Parada, los cruceños eligieron Presidente de la UJC a Pepe Gil Reyes y Vicepresidente a Pepe Terrazas Velasco. El Prefecto del Departamento, Dr. Hugo Méndez Ibáñez y el Alcalde de Santa Cruz de la Sierra, Cnl.  Guillermo Ariñez, ambos designados por el gobierno central de La Paz, aceptaron tales designaciones a condición de que no se den nuevas acciones punitivas contra la población. En reciprocidad, la Falange tampoco realizaba acciones opositoras. Por eso la nueva acción revolucionaria en marcha se limitaba a La Paz y el estratega civil era Walter Alpire, mientras el encargado de financiar aquella empresa revolucionaria era Carlos Kellemberger. Alpire poseía una notable capacidad de organizador, lo mismo que Kellemberger. Ambos eran además valientes, decididos y participarían físicamente de las acciones. Enrique Achá quedó a cargo de la coordinación con carabineros y militares. Se conformaron los cuadros de la insurrección a partir de hombres fogueados como Jaime Gutiérrez, Luis Llerena, Augusto Pereira, Venancio Solíz, Raúl Portugal, Jorge da Silva y otros. Jorge de la Vega se había reintegrado silenciosamente a La Paz. Todos ellos tuvieron notable actuación en las rebeliones falangistas desde noviembre de 1953.  De inicio, la insurrección falangista no tendrá concomitancia alguna con los llamados “barones del estaño”. Aunque Únzaga creía que Antenor Patiño se entendía con el MNR -y los hechos así lo mostraban-, Hoschild era ya completamente extraño a la realidad nacional y aunque hubo en el pasado un cierto acercamiento con Carlos Víctor Aramayo, la nueva realidad nacional se resentiría de entrada si alguna de las tres ex grandes empresas mineras bolivianas se involucraban con la revolución de FSB, por lo que Carlos Kellemberger recibió instrucciones precisas en tal sentido,

limitándose a recoger pequeños donativos de personas con algunos recursos. En medio de la pobreza general, las familias de clase media ofrecían lo que podían a la resistencia falangista, especialmente su participación personal y su disposición para cumplir cualquier misión por riesgosa que fuere. La propia familia Kellemberger, otrora adinerada gracias a sus actividades en la empresa metal mecánica “Mallku”, su propiedad agroindustrial detrás del nevado Illimani y su empresa constructora de casas en serie, en los últimos años lo había perdido todo, por acción del gobierno del MNR. De manera que dinero no existía, la revolución había sumido en la miseria a la clase media y la carencia llegó a extremos patéticos. Enrique Achá relata en su libro que un oficial del Ejército ofreció un arsenal conteniendo doscientas pistolas ametralladoras por la suma de 22 millones de bolivianos, suma equivalente a unos dos mil dólares que los falangistas no pudieron conseguir. La rebelión enfrentaba problemas de financiamiento que se solventaban con la cooperación financiera de personas como el arquitecto Alberto Iturralde Levy, en ese momento exiliado voluntario en San Pablo-Brasil, o Johnny Haitmann, cuya ausencia obligada por el exilio en la Argentina fue suplida por pocas manos generosas.  Uno de los hombres de mayor confianza del jefe falangista, Jaime Gutiérrez, fue el encargado de recoger algunos de esos aportes: “Uno de los gerentes de la firma industrial y comercial La Papelera ayudó a la Falange y esporádicamente una media docena de personas vinculadas al sector privado. De la casa de un abogado de apellido Ballivián Saracho, yo recogía partidas eventuales de dinero, aunque nunca supe la cuantía. Pero recursos en abundancia no los hubo nunca. Ese dinero fue destinado a la compra de armas y el pago de viajes de algunos camaradas que tenían que cumplir misiones. El mayor aporte que Únzaga recibió provino de la Orden Religiosa de las Hermanas de Santa Ana, un crucifijo de esmeraldas muy valioso que Oscar llevaba consigo, hasta que en el

momento de la conspiración definitiva tuvo que acudir a una casa de empeños en el exterior. El recibo de fianza fue depositado en una caja fuerte en un banco del Brasil donde se guardó también toda la documentación reservada de FSB y las copias de las cartas de Únzaga. Se dice que a esa caja de custodia tuvieron acceso sólo dos personas y las dos están muertas…” Achá revela en su libro que alguna gente que recibió armas del gobierno del MNR las vendió a FSB, cotizándose cada pistam con dos cargadores en 350.000 bolivianos (unos 3 dólares y medio), de manera que al llegar enero, la conspiración tenía capacidad como para armar a unos setenta combatientes, lo que resultaba poco para enfrentar a dos mil milicianos armados concentrados en La Paz.  La acción en las calles, si bien indispensable, no lo era todo. El cambio de gobierno determinaba una nueva estructura administrativa nacional y ello exigía un planteamiento ideológico, programático, metodológico y humano, del que se hizo cargo Gonzalo Romero con el respaldo del intelectual Arturo Vilela. Lejos de una regresión política, el propósito del futuro gobierno falangista era ratificar las conquistas sociales del período revolucionario, pero rectificando errores y terminando con los abusos y la corrupción. Para Únzaga, la Reforma Agraria era válida e irreversible. No volvería más el latifundio ni el capataz abusivo del pasado, pero tampoco el gendarme político. Gonzalo Romero escribió: “El campesinado (en el régimen del MNR) podía ser útil para todo: como carne de cañón en caso de guerra civil o revuelta; como factor de presión cerrando caminos; como factor teatral en manifestaciones callejeras que impresionen a propios y extraños. Sobre este presupuesto se alienta el deseo de eternidad (del MNR) …”. [148] Esa situación iba a terminar, otorgando dignidad política a los indígenas y abriendo su presencia, en primera persona, en la nueva instancia parlamentaria proyectada por FSB.

Únzaga había acusado reiteradamente al MNR de haberle quitado al indígena boliviano su raíz histórica, convirtiéndolo en campesino, que era, en sentido estricto, un oficio y no una definición sociológica. El nuevo gobierno iba a dejar de lado la oriflama del “compañero campesino” para designar “indígena” al poblador originario de la geografía boliviana. Por ello la creación del Ministerio de Asuntos Indígenas en reemplazo del de Asuntos Campesinos, dejando al despacho de Agricultura y Ganadería los temas relativos a la producción en el área rural. Y en vez de un rifle, el gobierno de Únzaga iba a entregar tecnología, riego, mejor semilla, facilidades para comercializar, mejor acceso a los mercados, buen precio eliminando intermediarios superfluos y, sobre todo, los elementos educativos que cierren los abismos sociales entre los pobladores del campo respecto a los de las ciudades. Salud, servicios, instrucción y capacidad económica para crear a su vez un mercado consumidor potencial que estimularía a la industria nacional. Oscar pidió a Gonzalo Romero trabajar sobre la idea del “nuevo hombre boliviano”. De ahí surgió la gran campaña social con que arrancaría la administración falangista, en la que todo joven egresado de cualquier carrera universitaria quedaba automáticamente reclutado para convertirse en formador de ese nuevo hombre, en un trabajo sostenido, con recursos del Estado, que incluía la transferencia de elementos educativos -principalmente alfabetización-, salud e instrucción cívica en las comunidades de llanos, valles y altiplano. El propósito fundamental era que el indígena, excluido hasta el 52, luego convertido en “carne de cañón”, se sienta digno y orgulloso de ser boliviano. Se difundiría la idea de que cada comunidad, cada familia, todo boliviano, tienen derechos, y que el primero de ellos era elegir libremente, además del derecho a que el Estado le dote de agua y luz, le transmita las ventajas de la higiene y una forma de relación humana basada en el respeto recíproco. Ese era el objetivo, a eso le llamaron “cambio”, para entrar posteriormente a la “revolución integral”. El proceso estaba calculado para un quinquenio. Gonzalo Romero se reunió varias veces con Rodolfo

Surcou y a través de él conoció a un líder indígena, bachiller de un colegio paceño, Luciano Quispe, dueño de un discurso atractivo proponiendo conservar los valores culturales aimaras, quechuas y guaraníes, proyectándolos al mundo, pero accediendo a los inventos, descubrimientos y comodidades con que la ciencia y la tecnología beneficiaban a la humanidad. Quispe juró a FSB. Un consejo de internacionalistas fijó el derrotero del nuevo gobierno. La improvisación diplomática llegaría a su fin, así como la era de los “compañeros embajadores”, algunos meritorios, pero otros favorecidos al calor del compadrazgo partidista o la necesidad de algún exilio dorado.[149] Por cierto no era el retorno del club de apellidos con alcurnia, sino la profesionalización de la Cancillería, cuyo titular sería Mario R. Gutiérrez. José Gamarra Zorrilla, delegado expresamente por Únzaga, tomó contacto informal en Buenos Aires con un diplomático americano cercano a la administración Eisenhower, ya de salida, para asegurarle que “si FSB llegase al gobierno, lo haría en el bando de la democracia occidental, defendiendo los valores esenciales de la libertad, los derechos humanos… y desde luego respetando los contratos con empresas americanas”.[150] La Gulf era una realidad incuestionable, pero había temas a tratar desde el punto de vista del interés nacional, como el pretendido “factor de agotamiento” y la sujeción de la empresa norteamericana en relación a YPFB que representaba los intereses de Bolivia, sin que ello signifique una cortapisa a las inversiones privadas. Por lo visto, una vez establecido su gobierno, los falangistas esperaban el beneplácito oficial del Perú, cuyo Presidente, Manuel Prado, había cerrado el período dictatorial del Gral. Manuel Odría, enemigo enconado de Únzaga. El Presidente conservador de Chile, Jorge Alessandri, no simpatizaba con el régimen del MNR que tan bien se había llevado con el general Carlos Ibañez del Campo. Se esperaba lo mismo de Venezuela, cuyo Presidente, Rómulo Betancourt abrió la senda democrática tras el derrocamiento del Gral. Marcos Pérez Jiménez, amigo de Perón y Paz Estenssoro. Se

pensaba que ni Buenos Aires ni Río de Janeiro (en proceso de traslado a Brasilia), tenían razones para vetar al gobierno de Únzaga que fue amigo y vivió en ambos países. Se tenía certeza de que altos funcionarios en los gobiernos de España e Italia apoyaban a Únzaga y desde luego era fundamental la bendición de la Santa Sede. Pero la fuerza mayor de la insurrección en marcha estaba en la juventud estudiantil, especialmente de la Universidad Mayor de San Andrés. Juan José Loría, Jaime Villalba y otros motorizaban un amplio movimiento universitario pro-falangista al que se sumaba Fausto Medrano, un cruceño fogueado en las rebeliones recientes en la capital oriental, elegido Presidente de la Confederación Universitaria Boliviana (CUB), lo que determinó su traslado a La Paz. El estudiantado paceño seguía al trío Guido Strauss – Julio Loayza – Jaime Araníbar. El Dr. Hugo del Granado se encargó de diseñar la actividad revolucionaria en Cochabamba, con Dick Oblitas -representante personal de Únzaga- y Gastón Moreira. Mario R. Gutiérrez dejó su residencia en La Paz para constituirse en Santa Cruz y organizar su tarea junto a los Terceros Banzer, Luis Mayser y Saúl Pinto, quien había regresado a la ciudad. A medida que avanzaba el proceso insurreccional, sus responsables redoblaban su seguridad, pero ello llevó a que Walter Alpire se desconecte de Carlos Kellemberger, viviendo ambos en virtual clandestinidad, sobre todo el segundo a quien el Control Político deseaba echarle el guante con la finalidad de identificar a los aportantes independientes que colaboraban con Oscar Únzaga. Alpire sumó actores de primer nivel al elenco pre-insurreccional. Antonio Anze, David Añez Pedraza y Alberto Ponce García recibieron tareas específicas. El problema era su inconexión porque todos estaban perseguidos. Fue importante el rol de Añez, un político de reconocida inclinación en el campo popular, que siendo beniano se desempeñaba como jefe de la célula falangista de Oruro, donde estableció cordial relación con la dirigencia minera, en la

línea de otro orureño de notable predicamento, Walter Vásquez Michel, en ese momento preso en el Panóptico de San Pedro.[151] Pese a que el politizado sector minero era la vanguardia del proletariado boliviano, donde trotskistas y comunistas se disputaban el liderazgo, la Falange tenía una presencia activa y respetada. Gustavo Stumpf no se privó de ingresar a los distritos mineros, hablar de igual a igual con los dirigentes y sembrar ideas falangistas en cuadros pequeños pero activos. No es un hecho marginal que en el histórico Congreso Extraordinario de la Federación de Mineros celebrado en Telamayo (junio de 1948), de cinco tesis políticas presentadas, quedaron sólo dos en discusión, ambas planteando la nacionalización de las minas, la de FSB y la del POR que al final se impuso, reiterando el salario básico vital con escala móvil, la ocupación de minas y la insurrección armada del proletariado. Aunque Stumpf estaba exiliado en 1959, había ganado un lugar para su partido en ese campo enguerrillado e ideologizado que eran las minas. El trotskismo de Guillermo Lora, pese a las diferencias ideológicas respecto a la Falange, guardó respeto por el partido de Únzaga, que fue recíproco, probablemente por la aversión que tenían ambos hacia el aparato comunista alineado con Moscú. Silvio Torres fue el dirigente histórico de FSB en las minas. Alberto Rodríguez, un falangista en las minas bolivianas, ofrece el siguiente testimonio: “Yo entré en contacto con la Falange en 1953, mediante el papá de Jaime Gutiérrez Terceros, que vivía y tenía una tienda en el distrito minero de Llallagua. En esos años llegaba de visita don Gustavo Stumpf y hablaba de igual a igual con los dirigentes mineros de entonces. Yo tenía 8 años, entregaba comida y algunos recortes de prensa y de revistas a los falangistas presos en el campo de concentración de Catavi y Uncía. No tuve la oportunidad de conocer a Oscar. En 1959 yo todavía vivía en Siglo XX, donde en medio de trotskistas y marxistas juré a FSB. Alguna gente supone que en las minas no había lugar para una expresión falangista, sin

embargo lo hubo. A mí me inscribió un señor Barrientos que tenía una carpintería y era dirigente del partido. Llegamos a editar el periódico “Antorcha Obrera”. Antes de la última revolución de Oscar llegó Antonio Anze para fortalecer las células obreras y juveniles del distrito minero de Siglo XX y Huanuni. Había un núcleo de camaradas muy interesante que aún viven en ese distrito como Silvio Torres Corrales que llegó a ser miembro de la federación de mineros junto a Lechín y varios otros camaradas más, de modo que había un buen equipo con Walter Garrón Chalar que era el Secretario Regional…” El MNR había dividido a la COB para mantener controlado al sector obrero que observaba “la creciente dependencia de la administración Siles respecto al imperialismo americano”. De manera que los activistas de FSB desplegaron misiones de acercamiento a diversos gremios asalariados. Entraron en acción grupos y células masculinas y femeninas, se activó una extensa red de núcleos revolucionarios en los barrios populares. Se establecieron contactos con dirigentes de empleados públicos, fabriles, bancarios y ferroviarios. No era verdad que el proletariado defendería al gobierno del MNR o que la Falange era refractaria al movimiento obrero. Tal idea no pasaba de ser una creencia del MNR recogida por la literatura histórica de ese partido.[152]

PRIMERA SEMANA DE ABRIL Abril comienza con una tormenta social. Lo que pasa en las minas es el reflejo de la situación política nacional. Siendo los mineros el sustento de la Revolución Nacional, no se les da el trato que creen merecer. Peor aún: ¡el gobierno del MNR ha decidido descongelar los precios de las pulperías! El argumento es que los productos subvencionados de la canasta familiar son la causa de una sangría económica que hunde a la COMIBOL. Los dirigentes de la Federación de Mineros no lo van a permitir y se preparan para la guerra. Las radios mineras entran en acción y se genera un estado de rebelión contra el gobierno del MNR. El 1º de abril se publica un documento de las bases y milicias armadas del MNR de Colquiri, Huanuni, Japo, Morococala, Poopó y campesinos armados del Departamento de Cochabamba, anunciando que “sin aviso alguno y sin esperar órdenes de ninguna autoridad, destruirán todas las instalaciones de Radio San José, sean cuales fueran las consecuencias, porque así como ellos (los mineros) no trepidaban en su intento de subvertir el orden público, nosotros no mediremos la magnitud de nuestra acción…”[153] La Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia anuncia que sus afiliados defenderán Radio San José, declarada la Voz Oficial del Trabajador Minero de Bolivia. El líder minero Juan Lechín se encuentra esos días en Londres y visita al Embajador Paz Estenssoro. El jueves 2, el sector bancario ingresa en paro exigiendo mejoras salariales y otros beneficios. Los reclamos pronto cundirán en otros sectores. Ambrosio García llega al refugio de Oscar. Se ven después de mucho tiempo, pero su cercanía se mantiene intacta. Únzaga ofrece detalles de lo que va a suceder. Le dice que un cambio de gobierno es mucho más complejo que un simple alzamiento armado, por lo que se trabaja en los esquemas políticos internos y externos, asignando responsabilidades a los hombres que considera más capaces. García, quien volvía del exilio, pide permiso para ver a su madre enferma en Reyes. “Te doy permiso, pero no te

tardes mucho porque te puedo dejar de subprefecto en la provincia Ballivián”, bromea Únzaga. A partir de ese encuentro, el jefe de FSB ya sólo se entrevistará excepcionalmente con media docena de falangistas, el coronel Guzmán Gamboa y el general Ovando Candia. El resto del proceso insurreccional se llevará adelante mediante notas en clave y previamente autentificadas por Walter Alpire. Esa noche, Únzaga asiste excepcionalmente a una reunión en la casa del Gral. Bilbao Rioja, en la calle Conchitas, con Gonzalo Romero y José Gamarra Zorrilla, quien ha tenido que salir de Buenos Aires expresamente convocado por Enrique Achá. Gamarra hace conocer un informe reservado del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea Argentina, recomendando la necesidad de suspender el golpe “porque se trataba de una celada”.[154]  Únzaga pide a Gamarra confiar en sus decisiones asignándole una nueva misión en Buenos Aires. El viernes 3, cabildos abiertos en los distritos mineros rechazan terminantemente el descongelamiento de los precios de las pulperías y en Potosí los trabajadores toman las pulperías. El problema se agrava. Pero los empleados públicos de cierta jerarquía movimientista están de plácemes, pues este fin de semana la boîte Los Manzanos, de la calle Mercado, ofrece el seductor espectáculo “Habanacan” que incluye a la vedette cubana Alma Adams; Olga Molina “La Dama del Bolero”; Angelillo Montes, cantaor flamenco; Gina “La diosa de fuego”, el fonomímico Willy Uriarte y el Trío Cristal, en presentaciones de 6 de la tarde a 3 de la madrugada. El Presidente Siles, más recatado, asistirá con la Primer Dama a la función de gala de El Barbero de Sevilla que presenta la Gran Compañía Lírica Española de Opera, Zarzuelas y Operetas en el Teatro Municipal. En los mercados hay ocultamiento de artículos y especulación de precios. Las amas de casa expresan su amargura por la situación de sus hogares. A despecho de quienes en el gobierno creen tener al pueblo consigo (sofisma que amplificarían los libros de historia

que escriben los vencedores), en 1959 un considerable sector popular ya no soportaba al régimen. “La revolución inevitablemente perturbó a la sociedad y a los agentes económicos y ello explica la inestabilidad. Al Presidente Siles Zuazo le tocó la parte difícil de componer lo que la revolución había trastornado”, dijo a este cronista Jorge Tamayo Ramos, entonces Ministro de Economía.[155] La situación económica llega a un nivel que el gobierno no puede administrar y la situación social se descompone por los reclamos y movilizaciones de mineros y otros sectores laborales. Las minas están paralizadas y desabastecidas. Se teme que la situación arrastre a trabajadores de la banca, ferroviarios y magisterio. Todos reclaman mejoras sociales. Los trabajadores petroleros exigen mejor trato salarial que el gobierno rechaza. Pero el tema de las pulperías mineras es el meollo de la crisis, pues en varias minas nacionalizadas las pulperías son asaltadas. Oscar Únzaga autoriza a Walter Alpire, Secretario Regional de FSB en La Paz, para hacer una declaración que recogen los medios: “COMIBOL insiste en descongelar precios en las pulperías de las minas nacionalizadas aduciendo pérdidas millonarias. Llama la atención que sólo después de siete años hubieran encontrado la razón de sus quebrantos y desdichas. Los 65 millones de dólares de pérdidas a partir del 3 de octubre de 1952 no sirvieron para alcanzar la pretendida liberación económica de Bolivia y el resultado son los treinta mil mineros que en la víspera, hambrientos, asaltaron las pulperías de las minas”. Alpire denuncia que el gobierno está intentando devolver las minas a Antenor Patiño. El gobierno empieza a sentir su propia inestabilidad y un sector del oficialismo aboga por ceder a la presión de los mineros, lo que provoca una división de criterios al interior del gabinete. Renuncia el Ministro de Agricultura Jorge Antelo y en su

carta expresa: “La mejor manera de hacer un gobierno ineficaz es complacer a todos”. El Presidente Siles le renueva su confianza. El sábado 4, los trabajadores petroleros, en carta enviada al Presidente de YPFB, Alfonso Romero Loza, le dicen que la empresa “está al borde del colapso y la subasta, mientras el gobierno pretende que los platos rotos de la catástrofe lo paguen los trabajadores que no tienen ninguna responsabilidad”. Acusan al gobierno de despilfarrar 8 millones de dólares en el oleoducto Sica Sica-Arica como justificativo para la entrega de Mandeyapecua a la Gulf. El miércoles 8, el NEW YORK TIMES editorializa la situación boliviana: “Ha llegado la hora de saber quién controla Bolivia, si Siles o los mineros”. El Fondo Monetario Internacional hace saber que ayudará a Siles si se mantiene firme. El gobierno impone el descongelamiento parcial en las pulperías mineras, afectando al arroz, azúcar, carne vacuna, coca, fideos, manteca, papa, pan y otros y da un aumento salarial de 5 bolivianos al salario básico que de ninguna manera compensa el impacto económico por el fin de la subvención en los alimentos para los mineros. Esa noche, un grupo de falangistas se reúne en una casa de Miraflores para dar una serenata por el cumpleaños de la señora Cleofé Zambrana de Kellemberger, esposa de Carlos Kellemberger. Entre los visitantes están Cosme Coca y su esposa, el oftalmólogo Carlos Prudencio, el odontólogo Hugo Álvarez Daza y Víctor Sierra Mérida, todos amigos cercanos de los Kellemberger. Ninguno podía imaginar esa noche la suerte que les tenía reservada el destino. El jueves 9 de abril, séptimo aniversario de la Revolución Nacional, obreros y mineros se niegan a participar de la marcha organizada por el gobierno, que se limita a convocar empleados públicos y campesinos armados. Camiones para el acarreo, carteles, transmisión por Radio Illimani, comida, alcohol... Es el mismo espectáculo de todos los años, que demanda recursos del Tesoro Nacional, expuesto ante un público esta vez mínimo y desmotivado.

Los carteles con la frase “Barriga llena, corazón contento, viva el Movimiento” suponen una cruel ironía. El balance de siete años revolucionarios lleva un factor concluyente: desilusión. En su columna habitual en PRESENCIA, Paulovich se refiere a la revolución movimientista: “La guagua tiene siete años, es fea, flaca, floja, fiera, fregona, frágil y fría”. Salvo los poderosos, los milicianos y las barzolas, la población repudia lo que quedó de la revolución de abril. En determinado momento, de entre las columnas que marchan a desgano surgen voces que gritan “¡mueran los nuevos ricos!” y la manifestación degenera en choques entre marchistas. El Presidente hace un llamado a la concordia y el gobierno acusa a la “prensa reaccionaria”. Entre quienes miran la barahúnda detrás de un ventanal, está el arquitecto Alberto Iturralde Levy. Iturralde ha regresado silenciosamente de San Pablo a La Paz para ayudar a Únzaga con 4.000 dólares, en ese momento una cantidad respetable, equivalente a unos 46 millones de bolivianos, cifra que llega al jefe falangista probablemente por intermedio de Carlos Kellemberger. La movilización falangista tenía un costo modesto, pero la movilización de uniformados era otra cosa.[156] Los recursos entregados por Iturralde a Únzaga financiarán la etapa definitiva del alzamiento falangista.[157] Ese jueves 9, reaparecen públicamente algunos personajes: Claudio San Román, Inspector General del Ministerio de Hacienda; Arturo Monroy, Administrador Nacional de Aduanas; y Adhemar Menacho, Jefe de la Policía Aduanera. Anuncian que “la represión al contrabando aumentó las recaudaciones del Estado”.[158] San Román está apartado del Control Político (pero días más tarde demostrará la fuerza de su influencia). La prensa denuncia que sayones del Control Político atacaron a golpes de sus revólveres al máximo dirigente de la FUL de La Paz, Jaime Reyes Mérida afectándole los ojos. El viernes 10, Walter Alpire y Oscar Únzaga acuerdan transmitir a Guzmán Gamboa lo siguiente: “Al empezar la insurrección, un comando falangista copará el Cuartel Sucre ubicado a 250 metros

de la Plaza Murillo. Allí está acantonado el Regimiento Escolta “Waldo Ballivián”, con cuyo armamento se tomará el Palacio Quemado”. Únzaga tiene el compromiso del Gral. Alfredo Ovando Candia para facilitarle el acceso al Cuartel Sucre. La acción falangista será casi simbólica y por eso en este grupo estará lo más selecto de FSB, incluyendo algunos que pasarán a ocupar ministerios en el gabinete de Únzaga de la Vega una vez que asuma la Presidencia de la República. Reconfirman que otro comando copará la central telefónica de La Paz, acción que el jefe policial considera imprescindible para entrar en acción porque “tenía a su mando oficiales con diversidad de contactos, unos que respondían al Comité Político, otros a Comandos Zonales (del MNR) y hasta a Control Político y en cualquier momento, al conocer o recibir órdenes, podían ponerse en contacto telefónico y dar la alarma”.[159] Otro grupo de FSB se apoderará del arsenal del municipio paceño. Con esas acciones, se espera que la fuerza combativa civil neutralice a unos dos mil milicianos que no podrán movilizarse en La Paz y tendrán una desventaja cualitativa: los falangistas son jóvenes que se van a batir por ideales patrióticos; los milicianos actúan por vil paga y posibilidad de saqueo. En la tarde de ese viernes, Roberto Freire recibe en un sobre el libreto revolucionario que Oscar le solicitó, para su eventual lectura en un probable nuevo golpe. Freire lo había escrito en la casa de Carlos Kellemberger, en Miraflores, dando cuerda a su imaginación, solazándose con la escritura de un texto que seguramente deseaba ver realizado, en realidad una ficción que su jefe había aprobado casi sin correcciones. Esa noche tres personas llegan al refugio de Únzaga en la calle Batallón Colorados. Lo hace cada uno por distintos caminos. Se trata de Gonzalo Romero Álvarez García, Dick Oblitas Velarde y Jaime Ponce Caballero. Luego de que su jefe les revelara los detalles y participantes del alzamiento, Ponce Caballero reacciona sorprendido: “Oscar, creo que estás en un callejón sin salida del cual vamos a salir todos muertos. Perderás a todos tus generales si pretendes llevarlos a un solo lugar… [160]

Unzaga explica detalles del pacto con el Gral. Ovando Candia y el Cnl. Guzmán Gamboa, que aseguran el triunfo revolucionario. Le preguntan en qué se basa la seguridad en el Gral. Ovando. “Un antiguo juramento hecho en la cárcel seis años atrás”, señaló Únzaga.  Pero, ¿cómo era posible que Oscar confiara otra vez en Guzmán Gamboa? La respuesta los dejó desconcertados: Tengo una razón para creer en él. Su confesor, es el Padre Rosso, que es el amigo que me ocultó en el Colegio Don Bosco y él me garantiza su lealtad. En secreto de confesión Guzmán le ha dicho al Padre Rosso que hace la revolución contra el MNR para liberarse de remordimientos de conciencia que tiene por haber sido el autor material de los asesinatos de Luis Calvo, Félix Capriles, Carlos Salinas Aramayo, Rubén Terrazas y Demetrio Ramos en Chuspipata (noviembre de 1944). Ponce Caballero replicó: “¿Pero tú le creíste? El Padre Rosso no te va a contar un secreto de confesión…”[161] Si lo creyó o no, la conspiración siguió adelante. Pasada la media noche, los cuatro se despiden por última vez. Antes de partir, Únzaga deja sin efecto la misión que se le había asignado a Gonzalo Romero, de comandar la acción falangista contra los milicianos del Estadio Siles. “Si acaso algo sale mal y nos persiguen a todos, tiene que haber por lo menos una figura de la Falange en libertad”, le dijo.[162] También le pidió a Dick Oblitas volver a Cochabamba y esperar allí sus instrucciones. [163] En realidad, el jefe falangista tiene otros problemas y uno de ellos es la imposibilidad de reunirse con Alpire y Kellemberger, puesto que aún estos dos no lograban conectarse por la persecución a la que estaban sometidos desde hacía muchos meses. El fin de semana, la población paceña acude a los cines para ver el estreno de “El Niño y el Toro” en el Monje Campero, pero la mayoría de hogares se conforma con escuchar a “Los Pepes” en Radio

Altiplano. La gente en el poder, tiene otras distracciones pues el local de striptease Maracaibo, en el paseo de El Prado, ofrece un “espectáculo inolvidable” con las bailarinas tropicales Mary y Ninón, además de Maritza “la reina del Caribe” y Pilar Montes, bailarina española que terminaba su acto flamenco vestida sólo con tacones. El domingo 12 se produce un escándalo en El Prado de La Paz donde cadetes del Colegio Militar y alumnos de la Escuela de Policías se enfrentan durante una hora con espadines, laques y armas de fuego provocándose una decena de heridos, debiendo intervenir el Regimiento de Carabineros La Paz y la Policía Militar para replegarlos a sus unidades, en tanto se produce un choque verbal entre el Comandante del Ejército, Gral. Rodríguez Bidegain y el Director de Policías, Cnl. Guzmán Gamboa. Esa noche se realiza la última entrevista entre Oscar Únzaga y el Cnl. Guzmán Gamboa, a la que asiste también Enrique Achá y “un Jefe del Ejército en servicio activo que concurrió en su carácter de delegado del grupo institucionalista del Ejército”.[164] El Jefe de FSB explica que su partido ampliará las misiones asignadas al sector civil en la insurrección -para habilitar a un gran número de falangistas condenados a la inercia por falta de pertrechos bélicos-, con la captura del Batallón del Regimiento Waldo Ballivián, en el Cuartel Sucre y el edificio de la Alcaldía, donde estaban trescientas armas del sindicato de empleados municipales. El delegado militar ratifica el compromiso de neutralidad en el primer momento, para secundar las acciones rebeldes una vez iniciado exitosamente el golpe. El Cnl. Guzmán Gamboa expresa que “está dispuesto a actuar, pese a encontrarse muy menguada la fuerza revolucionaria, con la condición de que se tomara, por los civiles, la central de Teléfonos Automáticos. Ese primer paso posibilitaría que él logre hacer intervenir al Regimiento La Paz, la Brigada Departamental de Carabineros y la Academia de Policías”. Walter Alpire recibe una nota escrita de Oscar Únzaga, dándole cuenta de lo tratado con Guzmán Gamboa. Alpire manifiesta su conformidad.

Por las declaraciones del hijo de Guzmán Gamboa, se infiere que en esas horas Únzaga hizo llegar el dinero que Ovando Candia pedía ante la eventualidad de pérdidas humanas en el Ejército.[165] Se colige que ese dinero era parte del aporte de cuatro mil dólares entregados por el arquitecto Iturralde.

LUNES 13 DE ABRIL La semana comienza complicada para el gobierno. Técnicos de COMIBOL son perseguidos a balazos en las minas nacionalizadas. Al prolongado conflicto minero, sin solución por el congelamiento de pulperías, que lleva ya dos semanas, se suma la movilización de los trabajadores petroleros exigiendo mejores salarios, que el gobierno rechaza con el argumento de que YPFB registra un descenso del 30% en su producción y que sus utilidades han sido reinvertidas. Los telegrafistas ingresan en paro reclamando el pago de sus salarios. El magisterio se muestra fuertemente dividido. Movimientistas y comunistas hacen causa común contra los falangistas y los trotskistas. Guillermo Lora es apresado en las celdas del Control Político en Potosí, pero los mineros lo liberan por la fuerza. La Confederación Nacional de Trabajadores Campesinos de Bolivia y la Federación Departamental de Campesinos de La Paz desautorizan la Conferencia Nacional de Campesinos que se lleva a cabo en Ucureña. Las dos tendencias campesinas, de Paz Estenssoro y Guevara Arze, están enfrentadas.  La situación en las pulperías mineras sube en intensidad, el gobierno señala que ello impide un acuerdo con el FMI para obtener recursos que permitan aprobar el Presupuesto General de la Nación, aunque ya ha transcurrido más de la tercera parte del año. Paraguay quiere aportar a la distensión en Bolivia y una noticia del ámbito deportivo gana el interés de los paceños. El domingo próximo se realizará un Festival Internacional de Basquetbol en el Olimpic con un encuentro entre Atlético Ciudad Nueva de Asunción y el Seleccionado Femenino de La Paz. Y por la tarde, Guaraní se medirá frente a Always Ready en futbol. En ambos eventos desfilarán las reinas de belleza de los dos países.

MARTES 14 El dirigente falangista Roberto Freire hace una denuncia ante el periódico PRESENCIA: la firma CONAL, cuyo socio mayoritario es Luis Eduardo Siles, ha introducido por la Aduana de Cochabamba una extraordinaria partida de finos tejidos de seda aforada como “arpillera”, provocando una defraudación de cientos de miles de dólares. El contrabando disfrazado ha sido ingresado en el coche comedor del ferrocarril Arica-La Paz. Luis E. Siles es pariente del Presidente de la República y propietario del Banco Boliviano Americano. Entretanto el dirigente movimientista Luis Sandóval Morón, demandado en un juicio por Oscar Únzaga de la Vega por el asesinato del ciudadano falangista Jaime Barros Ocampo, ha pedido un examen psiquiátrico para Únzaga. Un juez, militante del MNR, ha absuelto de pena y culpa a Sandóval Morón. Pero el Secretario de la Brigada Parlamentaria de FSB, Mario Gutiérrez Pacheco, pide que el examen psiquiátrico se lo hagan a Sandóval Morón por el sadismo y perversión demostrados en el asesinato de Barros. Coincidentemente fallece Juan Arandia Peramás, Secretario Regional de FSB en Potosí, a causa de los malos tratos inferidos en las cárceles políticas del gobierno. FSB declara duelo. PRESENCIA denuncia que el gobierno trata de impedir su llegada al público siguiendo una acción legal contra Industrias Burillo, donde el periódico católico imprime sus ediciones.

MIÉRCOLES 15 En un aviso de página entera en la prensa, el gobierno rechaza cualquier posibilidad de incrementar salarios a los petroleros. El 5º Congreso Nacional de Trabajadores Petroleros reunido en Camiri se declara en emergencia. El Ministro de la Presidencia, Guillermo Bedregal, niega que el gobierno esté movilizando tropas del Ejército para encarar los problemas sociales. En la mañana, en un lugar no especificado, se vuelven a reunir el Cnl. Julián Guzmán Gamboa, el delegado de los militares y Enrique Achá. Resuelven que la revolución debe estallar a las 11:00 a.m. del día 19 de abril. La información es remitida por correo secreto y en clave a Únzaga que la retransmite a Alpire. Jaime Gutiérrez Terceros es convocado por Únzaga al refugio de la calle Batallón Colorados. El dueño de casa le franquea el ingreso con la palabra de pase, “Chiquito”, denominativo que Únzaga (“Fernando”) asignó a Gutiérrez en Río de Janeiro, siendo su ayudante y el más joven del exilio boliviano. “Oscar me da un abrazo como siempre afectuoso, transmitiendo la energía que uno tanto necesita. Le hago conocer que estuve mucho tiempo recolectando armas, las traje de Cochabamba, de Oruro, compré otras a un vendedor ambulante de libros en la puerta del cine Colón y las fui juntando en la casa del camarada Alberto Aparicio, quien tenía un pequeño departamento en la Avenida 20 de Octubre, conformando el arsenal del cual tenía conocimiento Alpire. Eran unas quince pistolas ametralladoras y una buena cantidad de munición, pero las armas estaban guardadas mucho tiempo, yo no tenía capacidad de limpiarlas y habilitarlas para el uso inmediato. Oscar me dijo que la persona que podía ayudar en esa tarea era su primo hermano Jorge de la Vega. Lo vi muy sereno y seguro, me dijo que la fecha del golpe estaba

cerca y que se estaban tomando los últimos contactos. Me encarga finalmente llegar a los refugios de Walter Alpire y Carlos Kellemberger para ponerlos en contacto, pues entre ellos se había perdido un eslabón en el aparato superior de la insurrección. Al despedirme de Oscar no imaginé que era la última vez…”.

JUEVES 16 Han dejado de funcionar los servicios de YPFB, entre ellos los surtidores de gasolina que mueven el transporte. Desaparece del mercado el kerosene que es el elemento con el que la gente cocina sus alimentos. La especulación se generaliza. La caricatura en la página editorial de EL DIARIO, que firma Rod-Bal, muestra un carro cisterna de YPFB, con agujeros de los que fluyen chorros de “demagogia”, “sueldos en dólares”, “burocracia”, “mala administración”, “frustraciones”, “huelgas” y “viajes turísticos”, en crítica a quienes manejan la empresa fiscal.   Roberto Freire es citado en la confitería Ely’s, vecina del cine Monje Campero, donde Enrique Achá le revela que la nueva insurrección falangista es inminente. La experiencia fracasada de octubre determina ahora que sólo habrá un grupo armado que tomará Radio Illimani al mando de Freire. Al despedirse le advierte que será convocado “en cualquier momento”. Con todas las precauciones, Jaime Gutiérrez da con el paradero de Alpire y luego con el de Kellemberger y los cita para el viernes próximo en el lugar donde se esconde, en San Pedro Alto, domicilio de un doctor de apellido Torrico. A esa misma hora, Cristina Jiménez de Serrano, prima de Oscar Únzaga, se encuentra en casa de unas amigas en su tarde habitual de té y cartas, cuando recibe una llamada telefónica de su hija mayor, María Eugenia, informándole que la busca una señora, acompañada de una niña, con un recado muy urgente de Oscar. Cristina se despide de sus amigas y retorna a su casa para atender a la visitante, que resulta ser la señora Teresa Boehme de Suárez, quien le entrega una nota: “Recordada Cristina: La portadora es mi grande e íntima amiga. Ella te pedirá un favor, que te ruego hacérmelo. Necesito respuesta inmediata. Mi mamá te recuerda y te manda saludos. Con afectos para tu familia. Oscar” La visitante es concisa: “Oscar y René quieren pernoctar en su casa la noche del sábado”. No da más explicaciones. “Mi mami le dijo que

sí, por supuesto que sí. La señora se fue”, recuerda María Renée, la hija menor de Cristina.[166] Los Serrano viven en esa casa desde hace un año, en calidad de inquilinos de la señora Carmen Arce. Aunque no son propietarios, pertenecen a la clase media paceña.

VIERNES 17 En el refugio de la calle Batallón Colorados, en el Regimiento Calama y en el Estado Mayor, los complotados dan su conformidad al plan insurreccional. Walter Alpire y Enrique Achá repasan por separado las líneas maestras: las primeras dos horas del domingo 19 (11:00 – 13:00) serán decisivas con acciones en el Cuartel Sucre (el propio Walter Alpire), Radio Illimani (Roberto Freire), Control Político (Jaime Gutiérrez), Central Telefónica (Raúl Portugal), Alcaldía (Alfonso Guzmán Ampuero), mientras Achá, el enlace con Guzmán Gamboa y Ovando Candia, permanecerá el día de la insurrección al lado de Únzaga. Todo ello dará paso a la toma del Palacio de Gobierno, Legislativo, Cancillería, Prefectura, los comandos del MNR y el consiguiente levantamiento civil en el resto de la ciudad de forma rápida y contundente. Para el Cnl. Julián Guzmán Gamboa la central telefónica es imprescindible en la necesidad de impedir que los movimientistas movilicen ninguna fuerza militar, policial o miliciana. Guzmán ejerce mando en toda la guarnición policial, pero en alguna unidad están oficiales que no le simpatizan y lo aterra la idea de un choque entre carabineros. El Gral. Alfredo Ovando Candia facilitará la acción en el Cuartel Sucre. Desde allí las armas del Regimiento Escolta se enviarán a los combatientes citados por Alfonso Guzmán Ampuero en la Iglesia de San Agustín; ambos grupos confluirán sobre el Palacio Quemado y lo tomarán. Otra parte del armamento se entregará a falangistas que acudirán a la misa de las 11 en San Francisco. Si acaso se detectara prematuramente la movilización falangista, los carabineros desoirán cualquier orden del gobierno para reprimir a los alzados. Tomada Radio Illimani y neutralizada la oficina principal del Control Político y la Central Telefónica, el Regimiento Calama con toda su potencia de fuego saldrá a las calles. Se prevé resistencia en el Estadio Siles, donde está concentrado un importante número de milicianos, pero la capacidad operativa policial será suficiente. Lo demás -estación de trenes, aeropuerto

Panagra, mirador Killi Killi, ministerios- no presenta mayor problema. Dirigentes del Comité Cuatripartito y de los comités laborales y vecinales, se movilizarán en los barrios populares. Carabineros y falangistas apresarán a los principales hombres del régimen depuesto, evitando saqueos y manteniendo a raya a elementos del hampa infaltables en las revoluciones. Al anochecer, las Fuerzas Armadas tomarán control del país. Militares y policías entregarán la Presidencia de Bolivia a Oscar Únzaga de la Vega. Así lo explica en detalle Walter Alpire a su camarada Carlos Kellemberger con quien se ha reunido en el refugio de Jaime Gutiérrez en Alto San Pedro después de varias semanas de inconexión. “Alpire solicita la participación de Kellemberger como uno de los dirigentes más importantes del partido y le pide que convoque a los falangistas que se reunirán en una casa en la esquina de las calles Jenaro Sanjinés y Catacora para recordar el cumpleaños del Jefe y servirse unas salteñas, tras lo cual les revelará el motivo de la convocatoria, es decir el copamiento del Cuartel Sucre en el inicio de la revolución. Esa información causa impacto negativo en Kellemberger, quien dice no estar de acuerdo en convocar a lo mejor del partido en el cumpleaños del Jefe, día domingo y en una hora poco apropiada. ‘Este será el presente griego más caro que va a pagar la Falange. Pero, al mismo tiempo, quiero decirte que voy a asumir la responsabilidad que se me está dando porque soy falangista, porque soy disciplinado y por lo mucho que conozco a Oscar’...”[167] La reunión termina y los tres se separan. Jaime Gutiérrez empieza su misión para el golpe definitivo de la Falange, ubicando un lugar desde el que se movilizarán los grupos armados. Uno de sus camaradas, Arturo Portugal (primo de Raúl), que se fue a vivir a Cochabamba, le había dejado las llaves de unas habitaciones que ocupaba en una casona antigua de la calle Figueroa, entre Santa

Cruz y Graneros. Entre tanto, Kellemberger convoca a sus camaradas mediante correos confiables y aún personalmente para asistir a la salteñada por el cumpleaños de Únzaga, el domingo a las 9 de la mañana, en la calle Jenaro Sanjinés casi esquina Catacora. Son los hombres de primer nivel de FSB, que actuarán el domingo en el Cuartel Sucre. Llega a La Paz la delegación deportiva paraguaya incluyendo periodistas y a Miss Paraguay, Graciela Scorza. Acuden a recibirles sus colegas bolivianos además de la Reina del Deporte Boliviano, Rosario Samsó; la Reina del Deporte Paceño, Corina Taborga y la Reina del Básquetbol, Rosario Vivado, las tres jóvenes más hermosas en ese momento. El gobierno sostiene que, si accediera a satisfacer la demanda salarial de los petroleros, tendría que aumentar el precio de los carburantes en un 60%. Estalla la huelga general e indefinida de los trabajadores de YPFB. El Ministro de Gobierno recibe un parte confidencial asegurando que la Falange prepara un alzamiento para el fin de semana. Asesores del Ministro Guevara saben que el domingo es el cumpleaños de Únzaga; infieren que, de haber un golpe, será el sábado.[168] La lógica más elemental sugiere que al conocer el Dr. Guevara la noticia del alzamiento, debió haber movilizado al alto mando policial e informar al Presidente Siles para poner en apronte a los mandos militares… salvo que no confiara en ellos, lo que resultaría absurdo e incompetente en un régimen revolucionario que pretende eternizarse en el poder, cuyo Ministro de Gobierno se ve a sí mismo como el futuro Presidente de la República. Oscar Únzaga ignora esta nueva filtración, pero resulta obvio que la conocen el Gral. Ovando Candia y el Cnl. Guzmán Gamboa, lo cual favorece los planes del jefe falangista pues tendrá al Ejército y a la Policía en alerta para coronar la conspiración que los ata a la conspiración.

SÁBADO 18 La delegación paraguaya parte muy temprano a Huatajata para una excursión por el lago Titicaca. Es un día tranquilo y soleado en La Paz, hay poca gente en el centro de la ciudad y a nadie llama la atención un hombre de sombrero que llega a la calle Batallón Colorados e ingresa en la casa donde está Oscar Únzaga. Es Carlos Kellemberger. Minutos después, el visitante deja ese inmueble, llevando dos sobres cerrados y vuelve a perderse por la calle Federico Zuazo. A trescientos metros, el universitario cruceño Fausto Medrano se encuentra en su oficina de la Confederación Universitaria Boliviana (CUB), en la vieja construcción posterior al monoblock de la UMSA. Una persona le entrega un sobre cerrado. Está firmada por “Monseñor”, seudónimo de Enrique Achá, quien lo convoca a presentarse al día siguiente en la calle Larecaja 188, casa de la señora Cristina de Serrano, a quien debe darle la palabra de pase “Patria”. Medrano quema el papel. Ni Únzaga, ni Kellemberger ni Medrano saben que a esas horas, el aparato represivo del gobierno está en emergencia a la espera de un golpe falangista. El Ministro Walter Guevara Arze había recibido el soplo de que los falangistas intentarían un alzamiento ese fin de semana, pero no tiene el dato del momento exacto, suponiendo que será este sábado, porque al día siguiente era cumpleaños de Únzaga. También ajeno a esa situación, Jaime Gutiérrez Terceros emplea la mañana trasladando el lote de armas que acopió en la Avenida 20 de Octubre.  Lo hace en varios viajes de taxis. Lleva las armas envueltas en saquillos. Por la tarde recoge a Jorge de la Vega de su casa en el Montículo. Llegan al cuarto de la calle Figueroa y Gutiérrez le muestra el pequeño arsenal, explicándole su misión: como es militar y conoce de armas, tiene que ponerlas en estado operable para el día siguiente. “Me pide algunos elementos que necesita, calcula que el trabajo de limpiarlas y ponerlas en estado demandará varias horas. Decidimos que se quedará allí a dormir…”. [169]

La madre de Jorge de la Vega había recibido cordialmente a Jaime Gutiérrez, pero se molestó con el visitante cuando vio que su hijo abandonaba la casa. Su presentimiento de madre se confirmará horas más tarde, cuando la doctora Úrsula Beck de Conrad llega en su automóvil con la señora Rebeca de la Vega viuda de Únzaga, quien quedó hospedada allí por precaución.[170] A media tarde, un grupo de señoras se reúne en el domicilio de la falangista Aida Palma en San Pedro. Se sirve un té para celebrar la víspera del cumpleaños de Oscar Únzaga. Acude, entre otros, Antonio Anze Jiménez (“Andrés”). “Sorpresivamente llega Carlos Kellemberger, a quien no veía en mucho tiempo y me entrega un sobre blanco, un poco abultado, pero yo no lo abrí, sólo abracé a Carlos y le pedí que se quede a tomar el té, pero él no podía quedarse. Entonces les dije a las señoras un discurso muy emotivo y luego dejamos el lugar en un taxi. Yo estaba en la clandestinidad, viviendo en la tienda de don Arturo Clavel, en la calle Almirante Grau donde tenía su taller. Allí entramos con el teórico Ponce y Franz Tezanos Pinto. Abrí el sobre que contenía 800.000.- bolivianos (unos 75 dólares) y leímos la carta de Oscar dirigida a mí que decía ‘Querido Andrés: estoy cambiando de refugio, no te informé porque estaba muy ocupado. Tú estás informado de todo esto que es grande por las instituciones y las personas que están participando. Pero si esto fracasa, yo sé de mi destino. Se confirmará lo que decías, el partido dejará el golpe de Estado para ir al alzamiento popular. Tú, con la gente que está bajo tu mando, llevarás adelante la lucha del partido y buscarán el poder’. Luego de leer nos paralizamos los tres porque presentimos un final trágico. Tomé el dinero, lo repartí y nos separamos…”. [171]

Una página interior de la edición vespertina de Ultima Hora lleva una invitación de la dirigente falangista Wally Ibáñez para asistir a una misa de salud en ocasión del 43º aniversario natal del jefe de Falange Socialista Boliviana. Otras organizaciones femeninas de FSB encargan otras misas en San Francisco, San Agustín y María Auxiliadora, todas en la mañana del día siguiente. A las 19:00, en el departamento de los Serrano, calle Larecaja 188, jóvenes amigos de María Eugenia Serrano (adolescente, estudiante del Inglés Católico) asisten a una fiesta para despedir a su prima Lourdes Caballero, en vísperas de viajar a la Argentina. La música de Paul Anka y Los Cinco Latinos se deja escuchar en toda la casona donde viven varias familias. Las fiestas de este tiempo se reducen a servir masitas, jarras de refresco con manzana picada y rock and roll. Cero alcohol, quizás algún cigarrillo fumado a escondidas. Cristina Jiménez de Serrano está a la expectativa junto a la ventana, esperando a Oscar. A la misma hora, Mario Gutiérrez Pacheco y su esposa asisten a una fiesta de bautizo en la calle Boquerón, zona de San Pedro. El padrino es Walter Alpire. A las 20:00, mientras los invitados están en el comedor, Alpire le pide a Gutiérrez acompañarle al living. Conversan sobre el cumpleaños de Oscar y la salteñada del día siguiente. Llega Augusto Pereira, Alpire pide a Gutiérrez permanecer en la sala, mientras el recién llegado informa sobre los responsables de los grupos operativos del día siguiente, con el agregado de que las armas están en lugares seguros, pero aún se trabajaba en ese aspecto. Gutiérrez Pacheco, que se entera sólo en ese momento, agradece la confianza del Secretario Regional y Pereira se despide con un abrazo, deseándose esos tres hombres éxito en las misiones que tendrán al día siguiente. Casi a continuación llega un militar en traje de civil, quien entrega a Alpire el plano del Cuartel Sucre, con detalles numerados de los pabellones y corredores, el patio y los depósitos de armas y municiones, que eran considerables, lo que tiene “gran importancia, puesto que la toma del Cuartel Sucre había sido planificada, no

tanto por su ubicación estratégico -a tres cuadras del Palacio de Gobierno- sino porque era bien conocido que el Regimiento allí albergado, tenía una importante cantidad de armas de todo tipo y calibre”.[172] Son los fusiles M-1, carabinas M-2, ametralladoras pesadas y ligeras Browning, bazucas y morteros, fruto de las Notas Reversales entre los gobiernos de Bolivia y los Estados Unidos, destinadas a mantener la seguridad interna en Bolivia y sostener al gobierno revolucionario que paradójicamente se van a volver contra sus beneficiarios. Mario Gutiérrez Pacheco hace conocer a Walter Alpire sus dudas sobre los militares, recordándole que en más de una oportunidad habían olvidado sus compromisos para finalmente actuar en favor del gobierno. Pero Alpire ratifica que “el Gral. Alfredo Ovando es quien ha hecho llegar el plano”. Gutiérrez recuerda entonces que Ovando había sido juramentado como falangista varios años atrás por Enrique Montalvo y Cosme Coca, quedando más tranquilo.[173]  Ovando entre tanto, permanece en su despacho del Gran Cuartel de Miraflores, reuniéndose con oficiales que ingresan y salen de esa oficina. A las 20:30, cuando la gente abandona la función de tanda de los cines del centro paceño, Lidia Pinto Landívar, conduciendo un automóvil, recoge de la calle Batallón Colorados a Oscar Únzaga y René Gallardo que se acomodan en la parte posterior. Únzaga viste un atuendo negro de sacerdote incluyendo el sombrero de ala redonda; Gallardo lleva terno, un abrigo, sombrero y un maletín de regular tamaño. Ambos están armados. Antes de las 21:00 llegan al número 188 de la calle Larecaja 188, en cuya puerta los espera Cristina (38 años) y su esposo, el Dr. Luis Mario Serrano (dentista, 44 años). Es tenue la luz del alumbrado público. Antes ya estuvieron en esta casa en dos oportunidades. Suben las gradas ingresando directamente al comedor y luego al dormitorio del matrimonio, cuyo ventanal hace ángulo en la confluencia de las calles Larecaja y Teniente Oquendo. A Gallardo le preocupa la altura de esa ventana, menor a dos metros de altura, de muy fácil acceso desde la calle.

En el living, la fiesta está en su tramo final, con una estridente ronda de Bill Haley. Cuando todos los jóvenes se van, alrededor de las 22:00, Cristina convida a sus huéspedes café y masitas sobrantes de la fiesta, que se sirven Oscar, Gallardo y Luis Mario Serrano. Los tres hijos María Eugenia (16 años), María Renée (14) y Marco Antonio (11) ya están en su dormitorio, contiguo al comedor de su abuelo, el coronel (retirado) José Luis Serrano y su segunda esposa Gaby Díaz de Serrano. El Cnl. Serrano es el padre del Dr. Serrano. Ignora que a pocos pasos está el hombre más buscado de Bolivia. Son más de las 22.00. Gonzalo Romero se sorprende cuando su amigo Jorge del Solar, importante militante del MNR, llega a su domicilio de la calle Hermanos Manchego para preguntarle, en carácter confidencial, si sabía que en las próximas horas FSB daría un golpe de Estado, añadiendo que, si nada conocía, tomase algún recaudo, porque la supuesta acción subversiva era de conocimiento del gobierno. Aunque la información no es precisa, a Romero le preocupa la filtración, pero nada puede hacer pues ya ha perdido el rastro de Únzaga y no le queda más que esperar.[174] La filtración se esparce entre moros y cristianos. Víctor Vega, un aguerrido falangista de base, que a pesar de su importancia combativa ignoraba el plan revolucionario, es convocado sorpresivamente por el jefe de la célula falangista de Puente Negro, quien le dice que “si quiere abrazar al Chapu al día siguiente, te presentas a las 8 de la mañana, bien cambiado y con corbata en la puerta de la Fábrica Vita”.[175] Pasadas las 22:30, Roberto Freire Elias y Víctor Sierra se despiden en la Plaza Alonso de Mendoza. Ambos están citados para las 9:00 en la Zona Norte, casa de la familia Vera de la calle Jenaro Sanjinés esquina Catacora. Ya están avisados todos los dirigentes falangistas que asistirán al día siguiente a la salteñada. Un poco antes de las 23:00, llega a su fin una larga reunión en el Palacio Quemado de la que participan el Presidente Hernán Siles, el Ministro Secretario Guillermo Bedregal, el Ministro del Trabajo Aníbal Aguilar y el de Agricultura Jorge Antelo. Mientras Siles se

marcha a su domicilio, los tres ministros deciden tomar un trago. En el mismo instante en que salen a la Plaza Murillo, un funcionario del Palacio entrega a Bedregal un sobre con el rótulo de “confidencial”. Llegan al night club Sans Souci, en la primera cuadra de la calle Aspiazu, un lugar agradable en semi-penumbra, donde se puede escuchar buena música y beber whisky. Alumbrado por una linterna, Bedregal lee el contenido del sobre y se queda alelado: ¡FSB se lanzará en las próximas horas a un golpe! Deciden dar parte a las autoridades cuando divisan, al fondo del mismo local, “la calva inconfundible del Dr. Guevara, Ministro de Gobierno… acompañado de una muy buena moza, una dama desconocida”.[176] “Cuando Guevara nos reconoció, de pie frente a su mesa no pudo ocultar su disgusto y prescindiendo de su pareja y después de los saludos pertinentes le rogamos que nos escuchara. En efecto así lo hizo pero, con un gesto entre escéptico y despreciativo… Guevara, dominado por su conocida soberbia, rechazó de plano nuestras conjeturas que ciertamente tenían mucho de subjetivas y nos despidió despectivamente. Retornamos a nuestra mesa dominados aún por nuestros temores, pero también aliviados por la actitud del Ministro de Gobierno que uno supone que conoce y controla el tema mejor que nosotros”.[177] En la calle Larecaja 188, Unzaga duerme su último sueño en la cama de su prima Cristina. René Gallardo ocupa la del Dr. Serrano. En el cuarto de los niños, están María Eugenia y María Renée, mientras Cristina duerme con su hijo menor Marco en la misma habitación. El Dr. Luis Serrano pide hospedaje a su suegro don Ismael Jiménez, padre de Cristina, quien vive a pocas cuadras, en la Zona Norte. No es posible establecer si el Ministro de Gobierno retorna a su despacho en la Avenida Arce o a su domicilio ubicado a corta distancia. La ciudad es una taza de leche.

XXXII - 19 DE ABRIL DE 1959   :45 am. Las campanadas de la Catedral se confunden con las de la Recoleta y San Francisco. Únzaga reza invocando la bendición de Cristo Rey para las armas falangistas. Repasa mentalmente lo que sucederá este día. Nada puede fallar. El plan define acciones, distribuye responsabilidades, fija metas políticas, pero si algo sale mal, contempla alternativas. Un grupo de valientes desatará la acción en el área de San Francisco, se apropiará del principal medio de comunicación en día domingo, -Radio Illimani-, paralizará el nervio central del Control Político, privará al gobierno de telefonía, neutralizando cualquier reacción defensiva. El comando principal dejará sin escolta al Presidente de la República, tomará sus armas y hará suyo físicamente el Palacio de Gobierno con otros combatientes que esperarán en el atrio de San Agustín. Nada más. El resto lo hará la Policía con Guzmán Gamboa, el Ejército con Ovando Candia y la Fuerza Aérea con Barrientos Ortuño. Se cuenta desde el primer momento con la participación física del Regimiento Ingavi, el Colegio Militar, el Regimiento Bolívar de Viacha, el Politécnico Militar de la Fuerza Aérea y los dos grandes regimientos de carabineros en La Paz.

05

Enfrentados los mineros al Dr. Siles Zuazo, esa fuerza determinante del occidente (Oruro y Potosí) quedará neutralizada, lo mismo que los petroleros, los ferroviarios, los maestros y las universidades, cuyas dirigencias aceptarán o no se opondrán al cambio político. Los falangistas en las ciudades vallunas (Cochabamba, Sucre, Tarija) se movilizarán en conjunto con las guarniciones militares y policiales que controlarán, de inicio, cualquier eventual oposición campesina. El oriente, con Santa Cruz a la cabeza se adherirá de manera natural. Es el último golpe de Estado de FSB, diseñado con la experiencia de quien conoce los riegos y teme las consecuencias porque las ha sufrido en carne propia. Sin gestos improductivos, ni masas delirantes, ni carnicería inútil, el plan fue burilado con la paciencia de un orfebre de la lucha armada, cuidando cada detalle,

cada momento, las claves, las armas, la gente, con economía de gestión, sin dejar nada al azar, salvo el error humano. En 30 horas, Oscar Únzaga de la Vega estará presidiendo la primera sesión de su gabinete, con Mario R. Gutiérrez en la Cancillería, Gonzalo Romero en la Secretaría de la Presidencia, Enrique Achá en el Ministerio de Gobierno, Julio Álvarez Lafaye en Defensa, Walter Alpire en Hacienda, Dick Oblitas en Minería, Dr. Conrad en Salud, Ambrosio García en Obras Públicas, Daniel Delgado en Trabajo, Guillermo Köenning en Agricultura, Víctor Hoz de Vila en Prensa. Asuntos Campesinos se transformará en Asuntos Indígenas a cargo de Mario Ramos y hay designaciones por hacer. Tendrán que estar con él los falangistas que han compartido su suerte sin un lamento, el General Bilbao Rioja, Carlos Kellemberger, Jerjes Vaca Diez, Gustavo Stumpf, Enrique Montalvo, Carlos y Marcelo Terceros, Jaime Tapia Alipaz, Luis Mayser, José Gamarra, Walter Vásquez Michel, Marcelo Quiroga Galdo, Víctor Kellemberger, Carlos Prudencio, Jaime Gutiérrez Terceros, Napoleón Escobar y los miles de torturados y exiliados que perdieron todo, menos coraje. 06:00 Cristina pone a hervir el caldero para el desayuno. La cocinera Isabel tendrá una mañana brava arreglando los cuartos, ordenando el living que ha quedado patas arriba luego de la fiesta juvenil de la víspera y preparando el almuerzo. Cristina planifica la compra de una cantidad mayor de pan que la habitual. 06:05 De la Avenida Quintanilla Zuazo parte un camión de mediano tonelaje rumbo a la calle Almirante Grau, zona de San Pedro, desde donde se trasladará un lote de armas hasta la calle Jenaro Sanjinés esquina Catacora, casa de la familia Vera. Aquí se va a reunir una treintena de falangistas en las próximas horas. 06.20 En distintos domicilios de La Paz, varias mujeres se preparan. Wally Ibáñez, Hortensia González de Wallpher, Carmela Gallardo y muchas otras más conocen su papel en este día. Todas han sufrido el acoso de milicianos y barzolas, han sido escupidas, insultadas, manoseadas, golpeadas, encarceladas y muchas han sufrido ese Calvario al lado de sus hijos pequeños. Ellas sienten que hoy les

toca comulgar, rezar a Dios por su jefe y alentar a los hombres para tomar las armas y expulsar a quienes las ultrajaron, reeditando la acción de los paceños un siglo atrás para derrotar a las huestes de Mariano Melgarejo.                 06:30 Walter Alpire desayuna en la casa de la calle Ballivián esquina Colón. Repasa mentalmente el plan. Es histórica su responsabilidad en este día. En Obrajes, el mayor Julio Álvarez Lafaye toma una ducha que lo alivia de una noche de insomnio. Le preocupa la convocatoria que le ha hecho llegar Oscar Únzaga, a quien no ve hace tiempo.  06:40 Mario Gutiérrez Pacheco bebe un jugo de papaya para sosegar el ardor en el estómago. Su hijo Guillermo y su esposa Guichi se irán a la casa de su suegra en la calle Chuquisaca. Gutiérrez está ansioso: no sólo es alto dirigente de la Falange y editor de ANTORCHA; también quiere desquitarse de confinamientos, torturas y abusos. Un sujeto, abogado del MNR, de apellido Cárdenas, se apropió de la planta baja de su casa donde vive gratis y ha instalado el comando del MNR en la Zona Norte. 07:00Oscar Violeta, operador de Radio Illimani sale al aire con el programa “El Club de la Amistad”. Siguiendo un guión, Violeta combina los parlamentos que va leyendo la locutora Rosario Castillo, difundiendo los temas musicales que han solicitado en la semana los radioyentes, entre boleros, tangos y aires nacionales de Raúl Show, Gladys Moreno, Los Pepes, Los Cinco Latinos y otros artistas. La Emisora del Estado es la de mayor potencia y llega a todos los confines de la patria.               07:15 Gutiérrez Pacheco ingresa al refugio de Luis Llerena en la Avenida Ecuador. El jefe de los Camisas Blancas ha vuelto de un largo exilio (su hermano Reynaldo permanece en el norte argentino) y debe sumarse al grupo de Raúl Portugal para la toma de Teléfonos Automáticos. Está un poco molesto porque siendo ayudante personal de Walter Alpire lo movieron del grupo principal que debe actuar en el Cuartel Sucre a uno que juzga menos importante, que sólo debe allanar la central telefónica. Desconoce que esa

operación es determinante para la suerte del golpe y sin presentir que ese cambio le permitirá conservar la vida. 07:20 En Miraflores, Cosme Coca empieza a vestir la ropa de ocasión que llevará este día: traje, chaleco y corbata. Acudirá a una salteñada a la que quizás asista su jefe Oscar Únzaga, a quien no ve hace mucho tiempo. Ignora que hay un golpe en marcha. Coca ha sufrido prolongado destierro en Argentina, quebrando su economía familiar. Sus perseguidores se ensañaron con su esposa y sus hijos pequeños, que en su ausencia han sufrido pobreza, allanamientos y robos por parte de los milicianos. 07:25 Celia de Camacho abre su tienda en la calle Murillo para la primera venta de pan a sus caseros. Hace poco fue vejada por un grupo de milicianos. “Ciento por ciento me haz de pagar”, canturrea. Circulan los diarios de la fecha llevando la salutación de la Delegación de Prensa de FSB por el cumpleaños de Oscar Únzaga de la Vega. 07:30 El Director Nacional de Policías, coronel Julián Guzmán Gamboa junto a su hijo, el capitán Germán Guzmán López, ingresan al polígono de tiro del Regimiento Aliaga, donde habrá una competencia de tiro al blanco con participación de oficiales de la Policía y miembros de la Embajada Americana. 07:45 En Cochabamba, Dick Oblitas y Gastón Moreira desayunan para luego dirigirse al local que atienden ambos, “Copetín al paso”, en la calle España. Pese a su elevada posición social de otros tiempos, impedidos de trabajar de acuerdo a sus capacidades intelectuales, sirven salteñas, bebidas y confitería. Oblitas es el representante personal de Unzaga y Moreira el Secretario Regional de FSB en Cochabamba. Tienen todo listo en caso de una revolución para la que les avisarán con 24 horas de anticipación. Ignoran completamente que este domingo es el día. 07:56 Ingresa al Palacio de Gobierno el capitán René Mattos, segundo comandante del Batallón Escolta “Waldo Ballivián”, que tiene su sede en el Cuartel Sucre, a dos cuadras de la Plaza Murillo.

08:00 A una cuadra de la Plaza Murillo, Walter Alpire -que ha dormido en su casa después de varias noches- su despide de su esposa Helena, quien alimenta a su bebé de cuatro meses; su otro hijo de siete años aún duerme. Alpire dice que va a una salteñada. 08:02 Víctor Vega llega vestido de traje y corbata a la Fábrica Vita al final de la Avenida Manco Capac, “para abrazar al Chapu”. No encuentra a nadie conocido y se queda allí en espera.   08:10 Jaime Gutiérrez se reúne con Jorge de la Vega en la casa de la calle Figueroa, donde este ha dormido. Las armas están listas para la acción. Gutiérrez tiene 24 años y le debe al gobierno la destrucción de su familia, razón por la que ha consagrado su vida en la lucha contra el MNR. Jorge de la Vega, oficial de Ejército dado de baja, perseguido y encarcelado, ha luchado al lado de su primo Oscar Únzaga y estuvo en casi todos los alzamientos revolucionarios del último año en Santa Cruz.  08.20 El Cnl. José Luis Serrano, padre del Dr. Luis Serrano y suegro de Cristina, se despide de su esposa Gaby Díaz de Serrano y sale de la casa de la calle Larecaja 188 rumbo a Mallasilla para su habitual jornada dominguera de golf. El coronel Serrano es un meritorio militar,  héroe de la Guerra del Chaco, trabaja para la firma MacDonald y es miembro de la Masonería y del Rotary Club. 08.30 Únzaga y Gallardo arreglan las camas en las que han dormido. Ingresa Cristina llevando una bandeja con tazas de café, una bandeja con pan del día, una barra de mantequilla y pedazos de queso. Únzaga sólo toma café, lo mismo que Gallardo. Ambos fuman. Ingresan a la habitación María Eugenia y María Renée para felicitar a su tío Osquitar por su cumpleaños. Es un día soleado. 09:00 Mario Gutiérrez Pacheco, llega a la casa de la familia Vera, donde ya están Cosme Coca, Roberto Freire, Fidel Andrade, Mario Murguía y Hugo Álvarez Daza. 09:10 Van ingresando Mario Salas, José María de Achá, Luis Saravia, Mario Camargo, Humberto Acero, Francisco Loayza,

Gerardo Quisbert, Martín Zavala, Guillermo Gómez, Víctor Chávez, Guillermo González, Gregorio Mollinedo, Luis Concha y Luciano Quispe. Excepto éste último, que es dirigente campesino recientemente incorporado a FSB, todos tienen dolorosas marcas en común: los han golpeado, torturado, encarcelado, arruinado sus economías y destruido parte de sus vidas. No han respetado ni a sus madres ni a sus esposas ni a sus hijos pequeños. Son jóvenes, pero todos han vivido en exceso las desgracias de una revolución de “hombres lobos”, lo que los incapacita para comprender los avances sociales de la misma. Sin embargo, conservan un agudo sentido del honor y les sobra valor. Sólo falta Víctor Sierra. La mayoría ignora que habrá una revolución, pero todos la intuyen. 09:15 Carlos Kellemberger, su pariente y amigo Fabián Golac y otros dos falangistas llegan hasta un garaje de la Avenida Quintanilla Zuazo, donde brindan por la salud de su jefe Oscar Únzaga. Allí está ya el camión con las armas recogidas de la calle Almirante Grau. Kellemberger pide a sus amigos acompañarlo a una casa en la calle Catacora para reunirse con otro grupo de camaradas. Bajan la Avenida República y tuercen por la Estación, sin ingresar por la Avenida Manco Capac, donde espera Víctor Vega en la puerta de la fábrica Vita. Esto va a salvarle la vida. 09:20 El Jefe de Estado Mayor del Ejército, Gral. Alfredo Ovando Candia, ingresa al Gran Cuartel de Miraflores. 09:25 Luis Llerena llega a la casa de la calle Figueroa y un minuto más tarde Raúl Portugal y Jorge da Silva. 09:30 Comienza un concurso de tiro al blanco en el polígono de tiro del Regimiento Aliaga, con los equipos A y B, integrado por oficiales de la Embajada Americana y oficiales de la policía boliviana. 09:35 Varias personas se han reunido en la calle Jenaro Sanjinés casi esquina Catacora. Con palabras vibrantes, Alpire confirma lo que sus camaradas sospechan. ¡Dios mío, llegó la hora! Los falangistas ingresarán al Cuartel Sucre y probablemente sólo tendrán que reducir a la guardia, en una acción política meramente simbólica, porque todo estará preparado de antemano por el

compromiso con el Gral. Ovando Candia. Despliega el croquis del cuartel y asigna a cada quien una misión, recibida con una mezcla de temor y júbilo. Conforma cuatro grupos, el primero a cargo del propio Alpire y Fidel Andrade que debe copar a los efectivos militares -en su mayoría conscriptos bisoños-, desarmarlos y ubicarlos en las cuadras. El segundo grupo, comandado por Carlos Kellemberger, encargado de controlar el parque de armas, distribuirlas a quienes carecieran de ellas y enviarlas a los falangistas que las esperarán en la plazoleta contigua a la Alcaldía y el atrio de San Francisco. El tercer grupo encomendado a Mario Salas, cuyo propósito es atemorizar a los soldados con dos granadas, empero inservibles. El cuarto grupo, de sólo dos personas, está a cargo de Mario Gutiérrez Pacheco, quien debe permanecer en la puerta del cuartel y controlar el perímetro del ángulo de las calles Sucre y Colón; llevará un revólver de fogueo, con la misión de alertar, si acaso se diera el caso de que llegaran hombres del gobierno.[178] El único disconforme es José María de Achá pues su cojera le priva de estar en la partida y se muestra amargado. Son 29, todos se preparan, pero sólo llevan cuatro metralletas, dos rifles, cinco revólveres (uno de fogueo), dos granadas inútiles y unas cuantas balas. No importa, en el Cuartel Sucre les espera todo un arsenal y el apoyo militar que facilitará las cosas. Entre esos hombres está Carlos Prudencio, un oftalmólogo graduado en España que nunca se desempeñó en su profesión al asumir la tarea de cuidar en el exilio a doña Rebeca a quien considera como a su madre; ha pedido ser incorporado a la revolución, pese a que nunca disparó un arma de fuego. 09:45 Alfonso Guzmán Ampuero sale de su casa en la calle Murillo. Sabe que sus camaradas se están armando a corta distancia. Todo parece normal, en la esquina de la calle Tiquina una mujer vende llauchas[179], las señoras adquieren productos en el Mercado Lanza, las campanas de San Francisco llaman a misa de 10. Media docena de lustrabotas cumple su trabajo junto a las rejas del atrio, en cuyo centro está la imagen en bronce del santo de Asís sobre un pedestal de dos metros. Los vendedores de periódicos vocean: “Diario,

Presencia…” PRESENCIA incluye una noticia destacada: “Mañana lunes 20 pasará a la Cámara de Diputados el expediente del juicio criminal seguido por Oscar Únzaga de la Vega contra Víctor Paz Estenssoro por varios delitos contra el Estado y la ciudadanía”. También publica la invitación de Wally Ibáñez, de la Sección Femenina de FSB, para asistir a una misa en María Auxiliadora por la salud de Únzaga en su 43 aniversario natal. 09:50 De una habitación, en una calle poco frecuentada de Alto Sopocachi, sale Enrique Achá. Caminará un par de cuadras para llegar a la Avenida Ecuador. Hace una llamada telefónica, quien le responde le informa que el Gral. René Barrientos está en ese momento en Cochabamba. Achá toma un taxi que lo dejará en la Avenida Perú.  10:00 Roberto Freire deja al grupo de la calle Jenaro Sanjinés para trasladarse a la casa de “Perdigón” Portugal, en la calle Figueroa. Allí están unos treinta falangistas. Jaime Gutiérrez va distribuyendo las pocas armas disponibles a quienes en un momento saldrán a batirse a las calles. 10:10 Mucha gente va ingresando al Olimpic de la calle Nicolás Acosta para un espectáculo deportivo. Adolescentes y niños se dirigen a las salas cinematográficas. Parejas de jóvenes se preparan para encontrarse en el paseo de El Prado y servirse salteñas en el Tokio. No habrá cadetes pues están castigados.  10:20 Llega a la casa de la calle Larecaja 188 un hombre alto de apariencia distinguida y da la palabra de pase: “Patria”. Es el mayor Julio Álvarez Lafaye, dado de baja del Ejército, funcionario de la Embajada Americana. Hace tiempo que no ve a Únzaga y le transmite los mejores deseos de su esposa Elena (Pinto Escalier); lleva consigo la cruz que ella le obsequiara con la fecha grabada de su salida de los campos de concentración, tras 26 meses de prisión. 10:25 Víctor Sierra llega a la casa de la calle Jenaro Sanjinés y Catacora. Transmite a Walter Alpire su preocupación por que el Cnl. Guzmán Gamboa ha desaparecido y no está ni en su domicilio ni en su oficina del Regimiento Aliaga. Ignora que en ese momento, el

máximo jefe policial está en un certamen de tiro al blanco. Sierra se suma al comando falangista que espera, tenso y ansioso, el momento de cumplir su misión. 10:30 Se asoma a la puerta de la calle Larecaja un hombre robusto y moreno que también pronuncia la palabra en clave “Patria”. Cristina lo conduce a presencia de Únzaga. Es Enrique Achá, quien informa a Únzaga algunos pormenores de lo que va a empezar a suceder nada más en minutos. Confirma que el Cnl. Guzmán Gamboa y el Gral. Ovando están a la espera y prefiere guardar para sí la ausencia del Gral. Barrientos. 10.40 Desde distintos puntos de la ciudad van llegando a la catedral los alumnos de los colegios católicos para asistir a la misa concelebrada en homenaje al nuevo Nuncio Apostólico, Monseñor Carmine Rocco, llegado al país en la semana.  Cosme Coca, pronto a partir rumbo al Cuartel Sucre, sabe que su hijo Hugo de 9 años, alumno del Colegio La Salle, estará también en esa misa, pero nada puede hacer y sólo ora en silencio para que Dios lo proteja. Su otro hijo, Cosme, de 17 años, está en la matinal del cine Tesla, donde se exhibe “Alejandro el magno”. 10:45 Únzaga, Gallardo, Achá y Álvarez conversan en el dormitorio del Dr. Serrano. Reina en el ambiente un tonificante optimismo. Achá explica que el Regimiento Calama, eje del alzamiento, se movilizará por su sistema interno de radio, una vez que los falangistas estén en control de la central de teléfonos automáticos en la calle Colón, al lado del cine Tesla. Esto significa que cortarán el servicio en toda la ciudad, de manera que, de rato en rato, irá al aparato telefónico de la casa, instalado en el living, para comprobar si hay línea. 10:50 Llega Wally Ibañez a la puerta lateral del Colegio Don Bosco, conversa con una mujer y luego ingresa a la Iglesia de María Auxiliadora donde ya están otras de sus camaradas. Lo mismo sucede en San Agustín y San Francisco. 10:55 Falangistas a órdenes de Guzmán Ampuero se empiezan a juntar en los alrededores de San Agustín. Lo mismo sucede en San

Francisco, donde otros falangistas de base han ingresado a la misa. 10:59 María Eugenia Serrano, Gaby Díaz de Serrano y la hija de la empleada Isabel toman asiento en una banca de la pequeña iglesia de la calle Laja en la Zona Norte.  11:00 Empieza la acción. Los complotados en la calle Figueroa se dan un abrazo y salen a cumplir sus misiones. Los primeros son Roberto Freyre, Luis Sáenz Pacheco, Augusto Pereira y otros nueve falangistas. Bordean el canchón de Bomberos y cruzan hasta el edificio donde está Radio Illimani. Les siguen Jaime Gutiérrez Terceros y Jorge de la Vega con otro grupo de diez falangistas donde está uno de los hijos del exiliado mayor Elías Belmonte. La mitad son universitarios, entre ellos Téllez, Sotomayor, Chelo y otros; su misión es cubrir la puerta del garaje del Control Político, ubicado justamente al lado del edificio de la Radio, pero sobre la calle Potosí.[180] El Padre Francisco Villamil inicia la misa en la Basílica de San Francisco, a la que acuden unas 300 personas, entre ellas está un personaje inesperado al que pocos reconocen: Claudio San Román. 11.01 Los comandados por Jaime Gutiérrez Terceros se apostan en lugares estratégicos que les permiten controlar la esquina PotosíJenaro Sanjinés, desde donde impedirán, a fuego de metralla, la salida de milicianos o la movilización de sus unidades motorizadas. 11.02 Raúl Portugal, Luis Llerena, Jorge Da Silva y otros nueve falangistas (entre los que va un técnico en telefonía), se desplazan por la calle Murillo para dar la vuelta en la calle Oruro y dirigirse a la central telefónica en la calle Colón, al lado del cine Tesla. 11:03 Freire y su grupo ingresan al edificio en cuyo tercer piso funciona Radio Illimani. 11.04 Desde el Olimpic, calle Nicolás Acosta del barrio de San Pedro, Cucho Vargas[181] comienza la transmisión del Festival Deportivo Bolivia-Paraguay. Habrá un desfile de bellezas y un encuentro entre los equipos de básquet Atlético Ciudad Nueva de Asunción contra el Seleccionado Femenino de La Paz. Desde el

estudio central, el operador Oscar Violeta establece la conexión para la transmisión que se va a prolongar aproximadamente hasta las 13:30. Sólo están en la radio Violeta, la locutora de turno Rosario Castillo, su enamorado Jaime Flores[182] -quien además es el administrador de la emisora-, el portero Santiago Torres y su hijito de cuatro años. Una vez que Violeta ha empalmado la transmisión, Jaime Flores manda al portero Santiago a comprar salteñas. 11:05 Todos están en un pequeño hall donde ingresan los rayos del sol, cuando inesperadamente aparece un puñado de hombres. Algunos están armados. Con expresión educada, Roberto Freire pregunta “¿Quién es el operador?”. Flores señala con la cabeza a Violeta. Freire le dice “Por favor, a la cabina”.[183] Y agrega, dirigiéndose al personal: “Estamos interviniendo esta radio en nombre de Falange Socialista Boliviana, les garantizo su seguridad, nada deben temer de nosotros, sabemos que ustedes son trabajadores y no tienen relación con el MNR”. 11:06 Un camión está en la puerta del domicilio de la familia Vera. Allí están las armas cubiertas por una frazada. Los hombres se preparan. 11.07 Cucho Vargas está relatando el festival deportivo de confraternidad… cuando capta en el “retorno” una voz desconocida. Es Roberto Freire:  “Bolivianos: ¡La patria se ha salvado! En todo el territorio de la Nación hay ahora antorchas encendidas, porque la Revolución Democrática ha triunfado. Frente a la tiranía del Movimiento Nacionalista Revolucionario, frente al crimen y el latrocinio acaba de estallar la insurrección de Falange Socialista Boliviana. Terminan hoy en este mismo momento, siete años de angustia permanente, la destrucción de la patria en manos de una camarilla obediente de consignas comunistas. La revolución falangista ha triunfado ya. Vanos son los esfuerzos desorganizados del gobierno movi-comunista para detener al pueblo en su afán de libertad. ¡Viva Bolivia!

¡Viva Falange Socialista Boliviana! ¡Viva el pueblo que lucha por su libertad!”[184] Una breve cortina musical con la marcha “Sargento Tejerina”, da pábulo a pensar que “la revolución triunfante” cuenta con respaldo militar. En la calle Larecaja 188, Únzaga y los suyos escuchan la emisión de Radio Illimani y se sienten emocionados. El camino a la victoria ha empezado. 11:08 El Ministro de Salud, Dr. Julio Manuel Aramayo llama a la residencia del Presidente Hernán Siles Zuazo en Calacoto y le comunica que algo irregular está sucediendo pues Radio Illimani difunde el estallido de un golpe de la Falange. La emisión es captada por parte de la población y también en la oficina central del Control Político. Un grupo de agentes se pone en apronte y los milicianos toman las armas saliendo a la calle Yanacocha, bajan hasta la calle Honda (Mercado) desde la que avanzan hacia la plazoleta de San Francisco. 11.09 Jaime Gutiérrez y sus seguidores observan gente armada que sube por las gradas de la calle Honda. Cree que son falangistas que ya llegan de San Agustín con armas enviadas del Cuartel Sucre. Pero no, ¡son milicianos! Llegó la hora. Comienza el combate, caen las primeras bajas, el tiroteo se intensifica. En el camión, Walter Alpire y su grupo escuchan los disparos; aceleran… 11:10 El Presidente Siles llama a su Secretario Privado, Mario Alarcón Lahore, éste le informa que efectivamente escucha disparos de armas de fuego. Quedan en reunirse en el Cuartel de San Jorge en el tiempo más breve posible. Roberto Freire continúa en el aire: “¡Bolivia es nuevamente libre!... En la revolución democrática que acabamos de iniciar, interviene todo el pueblo. ¡Estudiantes, empleados, obreros unidos en un abrazo fraterno, luchan en las calles contra las desorganizadas fuerzas opresoras! … ¡Viva Bolivia!... ¡Viva la Revolución Falangista!

¡Atención… Atención camaradas ¡Atención pueblo paceño…!

falangistas…!

11:11 El Ministro de Gobierno, Walter Guevara, confirma al Presidente Siles que ha estallado el golpe falangista; los insurrectos han tomado Radio Illimani, se combate en San Francisco. Siles cita a Guevara en el Cuartel de San Jorge. Guevara pone a buen recaudo a su esposa Rosa Elena y sus hijos Carlos y Ramiro, llevándolos a la Embajada de Chile, frente a su domicilio en la Avenida Arce, para luego dirigirse a San Jorge. Hay un extraño sigilo en las acciones que toma Guevara pues, en plena emergencia, no se toma la molestia de convocar al hombre que comanda a la principal fuerza a su cargo, el Cnl. Julián Guzmán Gamboa, quien en ese momento observa el campeonato de tiro al blanco con revólver del que participan policías bolivianos y sus amigos de la embajada americana.[185] 11:12 La transmisión va sumando una audiencia ya masiva en La Paz. Freire y Sáenz informan: “Tenemos un mensaje de la Secretaría Regional de la Célula de La Paz. ¡Atención! Son instrucciones para los falangistas y para el pueblo todo que debe sumarse a nuestra lucha contra la tiranía. ¡Atención…! El comunicado dice: En este momento sagrado, cuando estamos en plena batalla para reconquistar los sagrados derechos de la patria y liberarla de la amenaza comunista, es preciso el concurso de todos los falangistas. Consiguientemente, se ordena. Primero. - La militancia del Partido debe concentrarse de inmediato en la Municipalidad y el Cuartel “Waldo Ballivián” de la calle Sucre, con el objeto de recibir armas e instrucciones para la acción. Ambos locales se hallan en manos de la revolución democrática triunfante. Segundo. - Las organizaciones zonales de Falange, deben cumplir de inmediato las siguientes misiones: a)

apoderarse de los arsenales de zona del MNR y apresar a los dirigentes emenerristas. B) conducirlos a la Municipalidad o al Cuartel Waldo Ballivián en la calle Sucre. C) vigilar, en sus barrios respectivos, las embajadas, a fin de que ninguno de los asesinos y mercaderes del gobierno derrocado puedan llegar a ellas y burlar la justicia de nuestras leyes. ¡Viva Bolivia Libre! ¡Viva Falange Socialista Boliviana! ¡Viva la Revolución Democrática! Por Bolivia (Fdo.) Walter Alpire. Secretario Regional de la Célula de La Paz.” 11:13 El comando de Jaime Gutiérrez neutraliza a un grupo de milicianos quienes se entregan con las manos en la nuca, siendo encerrados en el sótano del edificio ubicado en la esquina Mercado y Jenaro Sanjinés. Los falangistas controlan Radio Illimani y la posta de Control Político. Pero otros agentes de Control Político están haciendo un movimiento envolvente subiendo por las calles Yanacocha, Comercio y la Plaza Pérez Velasco. Falangistas disparan desde la azotea del edificio Sickinger. 11:14 El chofer del camión acelera. Van en la cabina Walter Alpire y Cosme Coca. El resto ha trepado a la carrocería. Gutiérrez Pacheco, Álvarez Daza, el doctor Prudencio, Andrade, Coca, Salas, los hermanos Quintana, Camargo, Acero, Loayza, Quisbert, Saravia, Torito Zavala, Gómez, Chávez, Mollinedo, Concha, Chávez, Pinaya, Soto. Carlos Kellemberger está atrás y junto a él Fabian Golac. Si bien la mayoría nunca empuñó un arma, van con ánimo optimista. Recorren la calle Sucre, atravesando las calles Socabaya, Junín… 11:15 Freire y Sáenz continúan en el aire con vigor y elocuencia: “¡Atención bolivianos! ¡Atención falangistas! ¡Atención luchadores de esta jornada heroica! He aquí la construcción primaria del Comando Revolucionario Nacional. He aquí a los hombres que te conducen a la victoria. Ellos son OSCAR ÚNZAGA DE LA VEGA, Jefe de la Falange Socialista Boliviana y primer soldado de la

Resistencia; ENRIQUE ACHÁ ÁLVAREZ, el rebelde más sañudamente perseguido por la tiranía y WALTER ALPIRE DURÁN, Secretario regional de La Paz. “¡Bolivia es nuevamente libre!... ¡Viva Bolivia!... ¡Viva la Revolución Falangista!” 11:16 El Presidente Siles sube a la ciudad en el automóvil presidencial blindado, mientras su esposa, Teresa Ormachea de Siles, su pequeña hija Isabel y una niñera se dirigen a la casa de un pariente en un pequeño automóvil conducido por la Primera Dama. 11:17 El sector de San Francisco se ha convertido en campo de batalla. Los frailes cierran las puertas del templo para proteger a los fieles. La población percibe que se ha desatado una nueva revolución y todos tienen sus aparatos de radio encendidos. El tiroteo es captado en gran parte de la ciudad, lo escucha Oscar Únzaga y también María Eugenia Serrano en la Iglesia de la calle Laja. El Padre Luis Mellon, que celebra el oficio religioso, dice: “No se preocupen, son los mismos del gobierno que están luchando entre ellos”.  11:18 Las voces de Roberto Freire y Luis Sáenz Pacheco tienen ya audiencia masiva: “¡Atención! ¡Atención! Noticia de último momento. ¡Atención pueblo paceño! Las Fuerzas Armadas de la Nación, nuestro glorioso Ejército y el Cuerpo Nacional de Carabineros no pueden quedarse al margen de esta acción libertadora. Anunciamos oficialmente que, en estos precisos instantes el Comando Revolucionario de Falange Socialista Boliviana ha tomado contacto con altas autoridades de Carabineros y del Ejército. Se nos acaba de comunicar que en varias zonas de la ciudad, han estallado incendios. En Miraflores hay una casa incendiada, lo mismo que en Sopocachi. Podemos decir a ustedes en forma oficial que se trata de las malhabidas residencias de Federico Álvarez Plata y

Ñuflo Chávez Ortíz que han sido asaltadas por el pueblo… ¡Viva Bolivia!... ¡Viva la Revolución Falangista!” 11:19 Al escuchar aquello, Federico Álvarez Plata se estremece y siendo la segunda figura de la República, toma el teléfono para movilizar su partido en coordinación con el jefe del Control Político. Ñuflo Chávez Ortiz, que ha escuchado alarmado por Radio Illimani que su casa está ardiendo, se da cuenta de que es un bluff. “Salgo del hogar y nos concentramos todos los del sector de izquierda erradicados del gobierno silista en el local de la COB (plaza Venezuela) y desde ahí planeamos la retoma de los lugares capturados por la Falange…”[186] 11:20 El camión tuerce a la izquierda para ingresar por la calle Bolívar y se detiene ante el portón del Cuartel Sucre. Los falangistas van asistidos por la confianza de que el cincuenta por ciento de los efectivos están de franco y que la mayor parte de la oficialidad apoyará la acción. 11:21 Del comando falangista que va en la carrocería se desprende Luis Torito Saravia, campeón profesional de box, quien con un cross noquea al centinela y le arrebata su arma. Los falangistas descienden, se reparten en los grupos establecidos previamente con las pocas armas que llevan 11:22 El comandante de guardia, suboficial Plácido Rojas, que lleva una espada por toda arma, intenta internarse al cuartel, pero Víctor Sierra Mérida se lo impide. Los intrusos saben que cuentan con gente favorable al interior, pero no saben quiénes ni cuantos. 11:23 Ingresan al patio del cuartel, sorprendiendo a los soldados que en ese momento se dedican a su higiene personal. No hay reacción, la acción de los falangistas se impone sin ninguna violencia. 11:24 Roberto Freire da una noticia contundente apoyado por Sáenz Pacheco: “¡Atención pueblo boliviano! ¡Atención falangistas!

El Comandante del Cuerpo Nacional de Carabineros, coronel Julián Guzmán Gamboa se suma a la Revolución Democrática. He aquí las palabras vertidas hace unos instantes por el coronel Julián Guzmán Gamboa al tomar el puesto de honor y sacrificio en el Comando Supremo Revolucionario: ‘Estoy dispuesto a dar mi vida y mi carrera por defender mi Patria del peligro comunista. Siempre dije al gobierno y jamás lo oculté: estaré en contra de los comunistas que se han apoderado del Gobierno’”. 11:25 Es el momento de las definiciones. Es ahora cuando el Cnl. Julián Guzmán Gamboa debe movilizar las tropas de carabineros bajo su mando. Álvarez Lafaye dirige los binoculares hacia El Calvario, pero todavía no hay movilización policial. Ello está sujeto según el plan- a la toma de la central telefónica y en tanto eso no suceda, Guzmán Gamboa no se moverá de su escritorio. Enrique Achá ha ido por tercera vez al living del departamento de los Serrano, pero los teléfonos siguen funcionando. Ajeno a tales urgencias ¡Guzmán Gamboa disfruta del certamen de tiro en el polígono policial! 11:26 Frente a los portones metálicos de Teléfonos Automáticos, los falangistas Raúl Portugal, Luis Llerena, Jorge da Silva y otros se encuentran ante una gruesa cadena que impide el paso. Les han dicho que alguien les abrirá. Golpean el portón reiteradamente, pero nadie acude al llamado, mientras se escucha el feroz combate a cinco cuadras y los padres buscan desesperados a sus hijos que están al lado, en el cine Tesla. Prefieren abandonar el lugar dejando su misión inconclusa y se dirigen a la UMSA donde depositan sus armas detrás del busto del Mariscal Santa Cruz, sin saber que con ello sellan la suerte de la revolución. Al no controlar Teléfonos Automáticos, el Cnl. Guzmán Gamboa tendrá un argumento para incumplir su compromiso con Únzaga. [187] Pero nada está dicho aún.

11:27 Roberto Freire continúa en el aire:

“¡Atención… Atención camaradas falangistas…! ¡Atención pueblo paceño…! ¡Otra noticia importante! ¡Vital para la marcha triunfante de la subversión contra el despotismo! ¡Atención!  Se completa el Comando Supremo Revolucionario con la inclusión de los principales jefes del Ejército y la Aviación, el Gral. Alfredo Ovando Candia y el Gral. René Barrientos Ortuño… Bolivia¡!Atención!... ¡Atención pueblo de La Paz! Concluidas las charlas llevadas a efecto con las Fuerzas Armadas de la Nación, podemos indicar oficialmente la constitución definitiva del Comando Supremo Revolucionario. Atención interior, pueblo de Bolivia, ¡atención! El Comando Revolucionario Nacional lo componen las siguientes personalidades de la Resistencia: Oscar Únzaga de la Vega, Alfredo Ovando Candia, Enrique Achá Álvarez, Julián Guzmán Gamboa, Walter Alpire Durán y René Barrientos Ortuño. Repetimos. El Comando Supremo Revolucionario acaba de quedar definitivamente constituido: (REPITE A LOS INTEGRANTES) Ese es el Comando Mixto Revolucionario que a partir de este momento asume la plena responsabilidad de la conducción del país en reemplazo de la nefasta horda de ladrones y criminales del MNR. Seis hombres lo componen que significan el estrecho abrazo de la ciudadanía y sus instituciones. Seis hombres que

representan la unidad política y geográfica de la patria que ha vencido sobre sus verdugos…” 11:28 ¡Guzmán Gamboa, Ovando y Barrientos en el golpe! La noticia ha sido mortífera para altos elementos del gobierno que empiezan a buscar asilo.[188] 11:29 La gente sale a la calle en busca de sus hijos. Otros quieren plegarse a la revolución falangista y van llegando hasta las cercanías de San Francisco. Lo que falta son armas y algunas están en el arsenal de los “varitas”. 11:30 El grupo comandado por Walter Alpire y Carlos Kellemberger ingresa al segundo patio sorprendiendo a un grupo de suboficiales y soldados, la mayoría de los cuales está descansando. Se produce un leve intento de resistencia, pero la seguridad que muestran los intrusos y el sonido de los disparos que realizan con las armas que manipulan, convencen a los soldados de la conveniencia de levantar las manos. El vecindario del centro metropolitano que escuchaba ya el intenso tiroteo en San Francisco asume, por las nuevas descargas de metralla, que el levantamiento se ha extendido al sector de la Plaza Murillo. 11:31 Antonio Anze Jiménez, sumido en un mar de dudas sobre el éxito de la acción revolucionaria, se dirige en un colectivo (bus) a un refugio en Pura Pura. Al llegar a la Plaza Murillo escucha los pocos disparos en el Cuartel Sucre, pero claramente el intenso tiroteo en San Francisco. Baja en la esquina de Santo Domingo e ingresa al templo para esperar el momento cuando sus camaradas tomen el Palacio de Gobierno. Cinco cuadras más abajo, en el atrio de San Agustín, la gente de Guzmán Ampuero espera las armas. 11:32 El Jefe de la Casa Militar, Gral. Gustavo Larrea, que por casualidad se ha quedado a pasar esa noche en la casa de su hermana, justamente frente a la casa donde está Únzaga -Larecaja esquina Oquendo- recibe un llamado del edecán de servicio, capitán David Padilla Arancibia, alertándolo sobre la intensa balacera en San Francisco y unos disparos en el Cuartel Sucre. Larrea pregunta

si hay algo en la Plaza Murillo. La respuesta es negativa. Ordena al capitán Padilla tomar medias para defender el Palacio. Larrea se comunica con el Presidente Siles, quien lo cita en el Cuartel de San Jorge. 11:33 Todo ha sido sencillo y rápido, sin derramar ni una gota de sangre, tal como lo tenía previsto Oscar Únzaga.[189] El comandante del regimiento Escolta, Cnl. Lafaye, está de baja por enfermedad y el subcomandante, capitán Mattos, en la misa de La Merced con su familia. Se supone que ambos guardan estrecha relación con el Gral. Ovando y su ausencia favorece la toma -casi simbólica- del cuartel por los falangistas. 11:34 Sin sospechar que el libreto imaginario se cumplía en parte, Freire y Sáenz anuncian que los falangistas se están armando en el Cuartel Sucre y atacan a los esbirros del régimen derrocado:

“Informa la Emisora de la Libertad… ¡Atención! ¡Pueblo boliviano, atención! Los verdugos, los sicarios, los que ensangrentaron nuestra tierra no existen ya. Anunciamos que el pueblo ha buscado a sus verdugos y los ha hecho objeto de su justicia. Sabemos que hace un momento, mientras huían de La Paz, San Román y Menacho fueron alcanzados por una brigada libertadora y murieron en la refriega en manos del pueblo al que aterrorizaron durante siete años. Han caído los sicarios San Román y Menacho… Hombres y mujeres de Bolivia. ¡Hablaremos unos instantes para el exterior! Hermanos de América. En este día glorioso, Bolivia se incorpora para siempre al seno de las naciones libres. Hemos derrocado a la tir……”

11.35 La transmisión de Radio Illimani se ha cortado súbitamente. En la casa de la calle Larecaja 188, Únzaga y sus camaradas se quedan perplejos sin cruzar palabra durante un prolongado lapso y con los ojos clavados en el viejo radio receptor. Sin embargo, Roberto Freire y Luis Sáenz Pacheco siguen leyendo el libreto sin percibir que sus palabras ya no salen el aire y las escuchan sólo ellos mismos. 11:36 El dirigente universitario Fausto Medrano, que ha visto el ingreso de sus camaradas al Cuartel Sucre y escuchó los disparos, tras un lapso prudencial va hasta la esquina Sucre-Bolívar, ve a Mario Gutiérrez Pacheco en su puesto, deduce que todo se ha realizado sin contratiempos y se dirige a San Francisco para observar allí el curso de los acontecimientos. Según el plan, luego de que la Policía controle la ciudad, el Ejército se plegará a la revolución. 11:37 Los falangistas dentro del cuartel, se mueven entre la euforia y una incómoda sensación de duda. ¡Una treintena de civiles casi sin armas acorraló a 300 o 400 soldados![190] Sierra Mérida se pregunta: ¿No habremos caído en una trampa? [191] 11:38 Alex Quiroz ha escuchado los disparos y sale de la calle Boquerón rumbo a San Francisco. Allí encuentra a Jorge de la Vega y Mario González. El que comanda la acción, Jaime Gutiérrez, le dice “aquí es la cosa camarada”, pero el gentío que va llegando espontáneamente pide armas que tardan en llegar. 11.39 Walter Alpire y sus camaradas encuentran una gran cantidad de armas en el Cuartel Sucre. El paso siguiente es trasladar ese armamento hasta la plazoleta del Municipio y la Iglesia de San Agustín, donde espera Guzmán Ampuero con sus allegados. También deben reforzar con armamento a la gente de Jaime Gutiérrez en San Francisco. Pero no encuentran municiones. “No podíamos creer lo que estábamos viendo; ni una sola bala en un regimiento que tiene a su cargo la custodia directa del gobierno. No cabían dudas: la telaraña nos había atrapado”, dice Víctor Sierra. [192]

11:40 Grupos de milicianos empiezan a disparar sobre San Francisco desde las alturas de las calles Potosí, Comercio e Ingavi. Inician el ataque con disparos sobre el Edificio Chaín donde está Radio Illimani, intentando retomarla. Los falangistas abren las ventanas y responden. El tiroteo se ha generalizado.  Hay en perspectiva un combate cara a cara y los falangistas carecen de armamento. Varios falangistas están reunidos en la esquina de la calle Murillo esquina Cochabamba, donde vive Humberto Frías Ballivián, escultor de arte sacro y conocido dirigente de FSB. Ante la ausencia de armas alguien propone tomar las que existen en el arsenal de la Dirección Departamental de Tránsito de La Paz, a cincuenta metros. 11:41 Comienza el asedio falangista a las oficinas de Tránsito en la Avenida Mariscal Santa Cruz esquina Oruro, pero sus ocupantes resisten y ambos frentes se empeñan en un furioso combate que no estaba en el plan original. 11:42 Conduciendo su automóvil llega al Cuartel de San Jorge el Secretario Privado Mario Alarcón Lahore coincidiendo con el Presidente Hernán Siles. Encuentra allí al Ministro de Gobierno Walter Guevara, al Ministro de Salud Julio M. Aramayo, al Jefe de la Casa Militar, Gral. Gustavo Larrea y … ¡al General Ovando Candia! “El Gral. Ovando le da el parte informativo al Presidente, mencionando que los falangistas atacaron el Cuartel Sucre, las oficinas de Tránsito en la Mariscal Santa Cruz y las de Control Político en la calle Potosí. …”[193] El Presidente pregunta (la situación) de las tropas y (Ovando) le responde que las mismas están acuarteladas de acuerdo a su orden. Ovando sugiere al Presidente que lo acompañe al Alto Mando (Gran Cuartel de Miraflores) para sofocar el golpe, pero el Presidente le ordena que vaya al Cuartel General para que se ponga al mando de todas las tropas, mientras que él irá al Palacio que es su lugar. [194]

11.43 El Gral. Ovando parte rumbo a Miraflores, mientras el Presidente Siles y sus ministros permanecen en el Cuartel de San Jorge intercambiando criterios y dando instrucciones por teléfono a los comandos del MNR y, se supone, también al Cnl. Guzmán Gamboa. Si lo llamaron por teléfono, nadie respondió. El máximo jefe policial continuaba en el certamen de tiro.[195] 11:44 En Larecaja 188, Julio Álvarez Layafe dirige los binoculares a las alturas del Calvario aguardando impaciente la presencia de carabineros, que brillan por su ausencia. En San Agustín, San Juan de Dios y María Auxiliadora los oficios religiosos de la mañana se han suspendido. El combate aumenta en intensidad en San Francisco. Ha cesado toda actividad en el centro y los negocios en Miraflores y Sopocachi empiezan a cerrar. Nadie se atreve a pasar por el sector de San Francisco. El Padre Villamil se dirige a los feligreses, unos 50 varones y unas 200 mujeres y niños que permanecen en el interior de la Basílica de San Francisco. Es importante conservar la calma, aunque es imposible salir porque el exterior es un campo de batalla. 11:45 Los estudiantes católicos congregados en la Catedral en torno a Mons. Carmine Rocco son replegados a sus colegios de donde no los dejarán salir por precaución. Se escuchan detonaciones de armas de fuego sectores cercanos al centro y Miraflores. 11:46 El Secretario Ejecutivo de la Confederación Universitaria Boliviana, el cruceño Fausto Medrano, llega hasta el puesto de combate de Jaime Gutiérrez Terceros. Le informa que vio a sus camaradas entrar al Cuartel Sucre. Esta información los alienta. Medrano se marcha. Ante la ausencia de armas, Jaime Gutiérrez y Jorge de la Vega encabezan el ataque frontal a la oficina departamental de Tránsito desde la Avenida Mcal. Santa Cruz, en tanto los falangistas que responden a Humberto Frías disparan desde la calle Oruro. Entre los atacantes están Alex Quiroz, Walter Chávez, José Hurtado, Rudy Bertini. Los muertos empiezan a sumar. Alguna de la gente de Alfonso Guzmán, que espera armas en vano, se suma al ataque a Tránsito.

11:47 En San Jorge ocho personas suben al automóvil presidencial blindado y parten rumbo al centro paceño. Entre tanto, Ovando Candía sube la Avenida Copacabana rumbo al Gran Cuartel de Miraflores. De lo que haga a continuación depende el curso de la acción revolucionaria. Sube el Gral. Ovando a Miraflores y por la misma avenida baja en su vehículo el Dr. Edmundo Ariñez Zapata, quien ha visitado a sus pacientes operados en el Hospital General y hará lo propio en la Clínica Americana de Obrajes. 11:48 Freire y Sáenz continúan desarrollando su libreto en Radio Illimani, que nadie escucha, cuando llega a la puerta del edificio don Ezequiel Castillo, padre de la locutora Rosario Castillo. Golpea la puerta cerrada con una cadena, sale a abrirle el portero que lo reconoce y antes de introducir la llave en el candado recibe desde el exterior un disparo en el pecho que lo mata instantáneamente. Don Ezequiel se retira alarmado. En ese momento, en el tercer piso, un llamado telefónico a Luis Sáenz Pacheco le informa que la radio ha dejado de salir. ¡¿Qué ha pasado?! Inquiere furioso Freire. “Yo no hice nada”, dice Oscar Violeta, “quizás cortaron la transmisión en El Alto…” (Luego se establecerá que los disparos de los milicianos impactaron en la caja de la que parte la línea física a El Alto, cortando la transmisión de manera fortuita). 11:49 En la ciudad no hay un solo carabinero, ni a favor ni en contra de nadie. Sólo unos pocos oficiales de la Policía resisten el ataque falangista en Tránsito, lo que deja al descubierto la inconexión entre el mando policial (Guzmán Gamboa) y la unidad de tránsito. 11:50 En el Cuartel Sucre escuchan a lo lejos el combate, siguen buscando municiones sin hallarlas. Tienen consigo un gran arsenal inservible. No existe forma de comunicarse con nadie. Sólo resta esperar la intervención de la Policía y el Ejército para salir con ellos y tomar el Palacio. 11:51 El Gral. Ovando Candia ingresa al Gran Cuartel de Miraflores. 11:52 Una radio privada paceña, por la que un falangista llamado Alberto Cajías (Dante Flor) transmite un programa dominical con música de tango, es acallada con violencia por milicianos. El

gobierno ordena que todas las radioemisoras de La Paz suspendan sus emisiones. 11:53 Dick Oblitas y Gastón Moreira reciben en Cochabamba la información de que ha estallado la revolución falangista en La Paz. A poco llega Arturo Montes y confirma la noticia. Inmediatamente empiezan a contactar con sus camaradas para organizarse. 11:54 El carro presidencial va rumbo al Palacio de Gobierno y a medida que se acerca a El Prado, sus ocupantes escuchan con mayor intensidad los disparos en la Avenida Mariscal Santa Cruz. 11:55 Se suspenden todas las actividades deportivas, entre ellas el encuentro de futbol entre paraguayos y bolivianos programado para esa tarde. Pero el partido de básquet prosigue en el Olympic. 11:56 No es día para practicar deportes. El Cnl. Luis Serrano, sorprendido por el tiroteo, no ha llegado a los links de Mallasilla y con su amigo Matías Schapek deciden almorzar en una casa de Obrajes, cerca de la Clínica Americana, donde el Dr. Edmundo Ariñez visita a sus pacientes. 11:57 Ha terminado el concurso de tiro en el polígono policial del Regimiento Aliaga con la victoria de los bolivianos. En ese momento, el ayudante del Cnl. Guzmán Gamboa se le acerca y le informa que “ha estallado una revolución”. El inmueble de Tránsito ha sido tomado. Guzmán se disculpa de los asistentes y se traslada a su oficina. 11:58 Dirigentes falangistas en Santa Cruz empiezan a convocar a sus camaradas para tomar algún curso de acción en el momento oportuno. 11:59 Cristina Serrano recibe una llamada telefónica de una amiga, esposa de un movimientista, que le ruega dar asilo a su familia. Cristina le responde que ignora lo que está sucediendo.  12:00 El Gral. Ovando se pone al mando de las tropas del Ejército y empieza a diseñar su estrategia para una movilización de contingentes militares que controle la situación. Es el momento definitivo que aguardan los falangistas.

12:01 La empleada de los Serrano, avisa a Cristina que un joven la busca. Es Fausto Medrano. Dice le palabra de pase - “Patria”-.

Conducido a presencia de Únzaga lo abraza felicitándolo por su cumpleaños. No conoce a Álvarez Lafaye pero si a Achá con quien luchó en la revolución de Santa Cruz de mayo del 58. Se saludan. Medrano informa que vio personalmente el ingreso de sus camaradas al Cuartel Sucre, lo que es alentador. 12:02 Luego de varias bajas en ambos frentes, el edificio de Tránsito de La Paz en la Avenida Mariscal Santa Cruz cae en poder de los falangistas.  Los policías que defendían el inmueble lo abandonan.

12:03El Cnl. Jorge Arce Amaya, Jefe de Seguridad del Palacio de Gobierno llega a la Plaza Murillo. El capitán René Mattos le da parte de que el Cuartel Sucre ha sido asaltado por falangistas. 12:04 El Jefe de Estado Mayor del Ejército, Gral. Alfredo Ovando Candia, da la orden de movilización militar. El Director General de Policías, Cnl. Julián Guzmán Gamboa, recibe informes de todos los cuarteles policiales, pero no ordena el despliegue de las tropas para cumplir su compromiso de secundar el alzamiento. Julio Álvarez Lafaye se mantiene observando con binoculares el Calvario, pero no hay ninguna evidencia de movilización.[196] 12:05 Ningún vehículo se mueve por la avenida central paceña. En un promontorio de tierra sobre la calle Oruro frente a Tránsito, Jaime Gutiérrez Terceros controla toda la zona y dirige las acciones. Le avisan que se acerca el automóvil de la Presidencia de la República. Entonces avanza hasta el centro del carril de subida sobre la Mariscal Santa Cruz. 12:06 En el automóvil Buick de color negro, con doble asiento trasero, va el Presidente Siles, los ministros de Gobierno, Dr. Guevara; el de Salud, Dr. Aramayo; el Secretario Privado don Mario Alarcón; el Jefe de Casa Militar, Gral. Larrea; el edecán capitán

Rivas; el jefe de seguridad Sr. Asport y el chofer Sr. Castillo. Van a vivir una experiencia única. Jaime Gutiérrez, con el sudor deslizándose por el cuerpo tras casi una hora de combate, siente en el pecho tres años de exilio, dos años de prisión y los sufrimientos que el MNR infringió a su madre, su padre, sus hermanos...  12:07 “Cuando nos acercamos a la calle Yanacocha para subir por allí y no por la Ayacucho que era lo acostumbrado, un joven vestido de overall, que porta una ametralladora a la altura de su estómago, se pone delante del carro presidencial, a unos diez metros, y dispara la primera ráfaga contra el parabrisas que no se hizo trizas, pero nos da la sensación de estar bajo una fuerte lluvia y la visión exterior se nubla”.[197] … Al ver que el auto se le echa encima Gutiérrez lo elude disparando otra ráfaga a los vidrios laterales y, finalmente, cuando el vehículo dobla para subir la Yanacocha, dispara otra andanada de proyectiles en los vidrios traseros. 12.08 Mario Alarcón está al lado del chofer en el automóvil blindado. “Castillo se lleva la mano a su costado izquierdo. Le pregunto en voz baja qué le ocurre y me responde, también en voz baja, que le llegó un impacto de bala. No quiero alarmar a los demás para no asustarlos en vista de que el auto no era tan blindado como decía su factura de compra. Continuamos subiendo la Yanacocha, pasamos por el control político donde la balacera era cruzada y entramos por la Comercio esquina Socabaya donde el Presidente ordena detener el auto y ver si no hay francotiradores en las ventanas de los edificios. Pero no hay nadie. Continuamos avanzando hasta el Palacio”.[198] 12:09 Militares armados de carabinas M1 y soldados con fusiles semi automáticos de la dotación americana están apostados en el techo de la casa de gobierno en la Plaza Murillo. El auto presidencial llega a la puerta y el Presidente ingresa sano y salvo al Palacio. 12:10 El Cnl. Jorge Arce Amaya toma contacto telefónico con los comandos zonales del MNR instruyendo su movilización en defensa del gobierno. Dispone que el llamado “Grupo Ingavi”, milicianos a

órdenes del mayor Prudencio, se movilice para retomar el sector de San Francisco bajo control de los insurrectos. Por esas cosas de la vida, Prudencio vive en la calle Oquendo de la Zona Norte, al lado de la casa donde en ese momento está Únzaga. 12:11 Cristina Serrano contesta a una llamada en su teléfono 12374 y sufre un susto cuando el interlocutor se identifica como Federico Álvarez Plata, quien quiere hablar con Raúl Gil Valdez, el vecino de la plata baja, que combina tareas de reportero de LA NACIÓN con el oficio de cantante y ha dado ese número telefónico de referencia. Álvarez Plata deja el encargo de que Gil se presente en su comando del MNR. 12:12 Desde hace 40 minutos que Walter Alpire y sus camaradas controlan el Cuartel Sucre, pero están entrampados sin saber qué actitud asumir a la espera de que policías y militares definan la situación.  12:13 El Gral. Ovando ya ha tomado una determinación. Tres camiones militares y dos jeeps llevando efectivos fuertemente armados salen del Gran Cuartel de Miraflores. Su paso por la Avenida Saavedra confirma que el golpe falangista se ha extendido al Ejército. Los pobladores de Miraflores los ven pasar desde sus ventanas y los aplauden. ¡Es el fin del gobierno! 12:14 Armas de Tránsito son llevadas por los falangistas hasta el canchón de Bomberos. Llegan decenas de jóvenes, entre ellos Edgar Gainza, Luis Rocha, Edgar Santalla, Jaime Pardo, Franz Torrico, Ismael Castrillo, Johnny Rodríguez y otros.[199] Los combatientes falangistas, entre 17 y 25 años ya suman varias decenas y controlan el acceso a la avenida central paceña, desde la Plaza Pérez Velasco, el atrio de San Francisco, el espacio destinado al cuartel del Cuerpo de Bomberos, el reloj con pedestal y la avenida central hasta el Obelisco. 12:15 Como si no pasara nada, en el Olympic continúa el partido entre las Selecciones de Básquetbol Mujeres de Paraguay y Bolivia. A 300 metros, en el Panóptico de San Pedro, está por producirse un baño de sangre. El gobernador y una escolta armada ingresan a la

celda donde están desde octubre pasado siete falangistas, entre ellos Walter Vásquez, Amado Rodríguez y Hugo Crespo y les ordenan salir al patio. ¡Van a ser fusilados! Un pariente del Dr. Siles Zuazo, el Sr. Eduardo Olmedo López, preso en San Pedro por un caso de asesinato de una joven, se pone en contacto telefónico con el Presidente de la República, advirtiéndole que se iba a cometer un crimen, que don Hernán logra evitar dando órdenes terminantes para evitar esa masacre de presos políticos. 12:16 Llega al Palacio el Dr. Guillermo Bedregal. Su primera impresión es el auto blindado y baleado. Se han sumado otros ministros que comentan sobre los mensajes que emitían los falangistas desde Radio Illimani.[200] En tanto prosigue el ataque sobre las posiciones falangistas en la zona de San Francisco. La metralla hace blanco del tercer piso de Radio Illimani donde Augusto Pereira y los suyos se baten contra sus atacantes mientras Freire y Sáenz presionan a Violeta para que intente restituir la transmisión, lo que es ya imposible. 12:17 En la esquina Sucre-Bolívar, Mario Gutiérrez Pacheco ve aparecer el camión militar y los dos jeeps del Ejército por la cercana Plaza del Periodista. Por precaución, se esconde en el pretil de una puerta. Los carros se estacionan haciendo ángulo en la esquina Sucre-Bolívar. Los soldados bajan y se desplazan por el área. 12:18 Los hijos de la familia Coca han regresado al hogar. Pero se preguntan por la suerte de su padre que ha salido esa mañana a una salteñada con su mejor traje y corbata. 12:20 Desde las ventanas del edificio con ingreso por la calle Sucre, donde funciona la Dirección Nacional de Tránsito (no la oficina de La Paz que está en San Francisco), los mayores Helming y Villegas empiezan a disparar contra los falangistas que están en el patio del Regimiento Escolta, mientras el mayor Zapata y los tenientes Ayllón y Romero se aprestan a enfrentar a los falangistas que permanecen en el cuartel. El Gral. Alfredo Ovando Candia ha tomado la decisión de traicionar a Oscar Únzaga, a quien semanas atrás había llamado “mi jefe”.

12:21 Careciendo de armas para su defensa, los falangistas ingresan al pabellón del dormitorio de los soldados. Mario Gutiérrez Pacheco se queda en la calle y no tiene otra alternativa que huir hacia el mercado cercano, donde se esconde. En el interior del cuartel, los pocos falangistas que tienen armas devuelven el fuego, pero en pocos minutos se les acaban las municiones. En la confusión del momento, el dirigente campesino falangista Luciano Quispe busca refugio detrás de un turril vacío en una de las esquinas del patio del cuartel. “Agotamos nuestras cartucheras hasta quedarnos sin un solo tiro. La suerte estaba sellada y decidimos acceder al pedido de rendición que desde afuera nos formulaban las tropas gubernativas”.[201] 12:26 El Ejército se ha dado la vuelta, todo está perdido. Walter Alpire sabe que no tiene ninguna otra opción que entregarse. Como su operativo no ha provocado ninguna baja, los falangistas se sienten aliviados por el final de la aventura, aunque les cueste la cárcel. Fidel Andrade se despoja de la camisa blanca, la ata al caño de un rifle y la agita en la puerta del dormitorio en señal de rendición. Los dos jeeps militares han ingresado al patio. “El chofer de uno de los vehículos, obedeciendo a una orden del suboficial Plácido Cejas, acelera a fondo y estrella el jeep contra la puerta del dormitorio... El hecho es aprovechado por los soldados que se lanzan tras del carro hasta conseguir introducirse al dormitorio, donde ya los falangistas están acorralados contra la pared…”[202] 12:27 El subcomandante del Regimiento, capitán René Mattos está al mando de los soldados que ingresan profiriendo insultos y golpeando a los rendidos.[203] 12:28 “Mientras estábamos con las manos en alto entraron los soldados; un oficial nos apuntó con su ametralladora liviana. Yo le pregunté qué pensaban hacer con nosotros, pero una ráfaga acalló mi voz”.[204] ¡Empiezan a disparar sobre los rendidos! Los primeros asesinados son Walter Alpire y Carlos Kellemberger que caen con las manos abiertas cubriéndose el rostro de las balas; les han disparado a la cabeza, como para asegurarse de que estén bien

muertos. Luego disparan sobre Hugo Álvarez Daza, Carlos Prudencio, Fidel Andrade, Cosme Coca, Mario Salas, Fabián Golac, los hermanos Jorge y Raúl Quintana, Mario Camargo, Humberto Acero, Francisco Loayza, Gerardo Quisbert, Luis Saravia, Martín Zavala, Guillermo Gómez, Víctor Chávez, Guillermo Mollinedo, Luis Concha, Marcelino Chávez, Fernando Pinaya, Mario Soto. “Una y otra ráfaga fueron derribando a mis compañeros. Una bala me dio en la mejilla y tenía todo el rostro ensangrentado”.[205] 12:31 Sólo Mario Murguía y Víctor Sierra continúan de pie. Mientras cambian los cargadores para completar la faena, los soldados los golpean. Murguía cae, lo obligan a ponerse de pie y lo sacan al patio donde le disparan a la cabeza. Sierra llega también a la puerta, un golpe lo derriba y cae al lado de Murguía que se queja moribundo y es rematado a balazos. En vista de ello, Sierra no da señales de vida conteniendo la respiración.[206] “La sangre de mi rostro fue mi salvación porque seguramente los soldados creyeron que estaba muerto; sin embargo recibí un culatazo en la espalda”.[207] 12:32 Desde su escondite, Luciano Quispe mira horrorizado aquella masacre. Los falangistas han sido pasados por las armas luego de haberse rendido. Los falangistas que levantaban las manos fueron ultimados por la tropa atacante. Así lo manifestará después el propio Jefe de la Casa Militar del Presidente Siles Zuazo, Gral. Gustavo Larrea.[208] 12:42 Los soldados concluyen la requisa de los cadáveres, carteras, relojes, anillos, estilográficas, inclusive ropa… Cuando intentan sacar el anillo de matrimonio de Sierra, su dedo anular se mueve instintivamente. El capitán Zapata dispara una nueva ráfaga de pistam en el costado izquierdo, el cuerpo se convulsiona y el asesino piensa que lo ha matado “definitivamente”. Pero Víctor Sierra está vivo y consciente. Los siete proyectiles que destrozan el cuerpo martirizado de Víctor Sierra Mérida, seis en el costado izquierdo y uno en la rodilla, son los últimos tiros en el Cuartel Sucre.

12:43 Un oficial llama al Palacio de Gobierno y comunica al Gral. Larrea, Jefe de la Casa Militar, que el subcomandante del Regimiento Escolta, capitán Mattos, ha retomado el Cuartel Sucre. Informa de todos los detalles del operativo, incluyendo la masacre. 12:45 En Control Político se imparte una orden para que agentes acudan al Cuartel Sucre para identificar a los muertos. 12:48 El Dr. Edmundo Ariñez en Obrajes, sabe que ya no podrá subir a su domicilio porque los milicianos han interrumpido el tráfico, de manera que deja su vehículo en la Clínica Americana y se dirige a la casa de una familia amiga. 12:50 En la casa de los Kellemberger en Miraflores, doña Cleofé y sus hijos Carlos y Oscar se preguntan cuál será la suerte de su padre. 12:55 Jaime Gutiérrez y sus camaradas no cejan en sus empeños e impiden el avance de los milicianos en el sector de San Francisco. Las detonaciones continúan. Celia de Camacho ha preparado una gran olla de ají de fideo que va repartiendo a los combatientes. La gente del barrio les hace llegar refrescos, algunas frutas y cigarrillos. 12:59 Cristina y María Eugenia llevan el almuerzo al dormitorio donde están Únzaga, Gallardo, Achá y Álvarez. Allí predomina la incertidumbre. Achá comprueba una vez más que la red telefónica paceña sigue funcionando. Siente la tentación de llamar al Cnl. Guzmán Gamboa, pero desecha la idea, pues equivaldría a detectar el origen de esa llamada, revelar el paradero de Únzaga y anular definitivamente cualquier posible reacción del jefe policial. 13:00 En todo el país se comenta que Oscar Únzaga de la Vega se ha levantado en armas, con los militares y los carabineros. Pero todo es incierto. Únzaga ignora el asesinato del Cuartel Sucre que sólo conocen pocos en el Palacio de Gobierno. 13:05 Gonzalo Romero se sirve apenas un bocado. Ha permanecido toda la mañana en su casa de la calle Hermanos Manchego junto a su hijo Horacio. No tiene forma de comunicarse con nadie para no

entorpecer la movilización de sus camaradas y se limita a la angustia de escuchar a lo lejos los disparos de armas de fuego.[209]  13.15 Llega a la casa de la calle Larecaja 188 Augusto Jiménez, hermano de Cristina. Almuerza en el comedor con María Eugenia, Fausto Medrano, María Renée y Marquito. 13:25 Llegan los agentes de Control Sucre al escenario de la masacre en el Cuartel Sucre. 13:30 Aun con el eco de los disparos de armas automáticas, concluye la jornada deportiva en el Olympic. Paraguay y Bolivia empatan a 28 puntos por lado. La gente retorna a sus hogares, entre ellos el Alcalde Jorge Ríos Gamarra y el Ministro de Educación Germán Monroy Block. Los paraguayos, incluyendo jugadores de básquet, reinas de belleza y periodistas deportivos aceleran el paso para llegar al Hotel Sucre donde están alojados. Al llegar a las gradas del pasaje Ladislao Cabrera, contiguo al hotel, ven que grupos de milicianos armados se organizan en la calle México. Cucho Vargas vuelve a su domicilio.[210] 13:35 Se sirve el rancho a los soldados en el Cuartel Sucre. 13:40 Oscar rechaza la sopa y el segundo que le ofrece Cristina, pero pide que le sirvan café. Tampoco sus amigos han comido mucho. La expectativa hace que todos vuelvan a fumar. Intentan escuchar las radios, pero continúan acalladas. 13:45 (12:45 hora del Perú) Un numeroso grupo de exiliados bolivianos, jubilosos ante lo que parece el triunfo de una “revolución libertadora” en su país, intenta asaltar el Consulado de Bolivia en Arequipa. 13:50 Un grupo de falangistas se desplaza hacia la Plaza Alonso de Mendoza, donde está la oficina del comando zonal del MNR que es tomada e incendiada tras una escaramuza. Ocupan también la seccional policial de Churubamba. El combate se prolonga hacia la Avenida Montes y las calles Chuquisaca y Muñecas.

13:55 El Director del Hospital General, Dr. Germán Jordán, ubica al Dr. Edmundo Ariñez en una casa de Obrajes y lo recoge en una ambulancia. Decenas de heridos requieren operaciones quirúrgicas de emergencia que debe atender Ariñez asistido por las religiosas de Santa Ana. 14:00 El cruceñito Fausto Medrano sale de Larecaja 188 para escudriñar lo que sucede en el exterior y comprar cigarrillos. Oscar Únzaga se despoja de la pistola Mausser calibre 32 que lleva al cinto, la pone debajo de la almohada y se recuesta con la cabeza apoyada al respaldar de la cama en la que ha dormido. En la mesa de noche está el revólver Smith Wesson calibre 38 de René Gallardo. 14:05 Efectivos del Regimiento Escolta, con armas, bazucas y municiones que han aparecido como por encanto, comandados por sus oficiales, salen para cumplir misiones. Se quedan en el cuartel los miembros del comando exterminador que mató a los falangistas. 14:10 Cristina Serrano intenta dormir una siesta, pero recibe nuevas llamadas telefónicas. Esta vez son amigas de familias falangistas que inquieren por la suerte de Únzaga. Una de ellas le dice que hubo una masacre en el Cuartel Sucre y que todo está perdido. Cristina les responde que no sabe nada y prefiere no comentar con Oscar. Su hermano Augusto se marcha. 14:15 Radiodifusoras Altiplano, emisora privada, vuelve al aire. Un grupo de campesinos hablan de manera ininteligible profiriendo amenazas contra los falangistas. La emisión es captada por las familias Kellemberger, Coca, Álvarez Daza y otras que ignoran la suerte de los que han caído en el Cuartel Sucre 14:30 Prosigue el combate en la zona de San Francisco. Los 12 ocupantes de Radio Illimani se mantienen en el lugar. Freire y Sáenz han dejado la cabina y se han instalado en la dirección de la emisora (el Director es el dramaturgo Carlos Cervantes Monroy, ausente aquel día). Los tres empleados de la emisora permanecen en una oficina y los diez falangistas armados en sus puestos junto a las ventanas y distribuidos en los dos pisos inferiores donde han

hecho trincheras con muebles. Prosigue el fuego de artillería sobre el edificio desde la Avenida Montes y la calle Potosí. 14.45 Los cuerpos de los asesinados en el Cuartel Sucre están semi desnudos y apilados como leños junto a la puerta de los dormitorios del Cuartel Sucre. Allí también está Víctor Sierra Mérida, con siete heridas de bala, pero vivo y consciente. Dirige el grupo de milicianos un sujeto llamado Raúl Gómez Jáuregui, quien conoce a todos los falangistas y los va identificando mientras uno de sus ayudantes va apuntando los nombres. Cuando llega el turno de Víctor Sierra lo toma de los cabellos, le mira a la cara y … ¡comprueba que está vivo! Yo a tí te conozco…-, le dice. Claro que me conoce usted, señor Gómez. Yo enterré a su madre cuando usted no pudo hacerlo-, le responde. [211]

  Años atrás, la madre de Gómez había muerto de pesar cuando su hijo se encontraba preso por una estafa en la Caja de Seguridad Obrera en 1951. Gómez queda alelado y sólo atina a decir “Ah, sí”. Un miliciano interviene: “Éste está vivo, ¿lo tiro?” A lo que Gómez responde: “No, déjalo, que tiene que declarar” ordenando que vistan a Sierra y lo lleven a Control Político.[212] Sierra salva la vida por segunda vez. Desde su escondite, Luciano Quispe, observa la escena temblando de miedo. 15:00 Hay una incursión de militares y milicianos por la calle México. Allí va Ñuflo Chávez. [213] 15: 10Dos emisoras más salen al aire uniéndose a Altiplano. Pero el torrente de insultos contra Únzaga y el mal estado del aparato de los Serrano hacen que Oscar ordene que se lo apague. Un mal presagio invade el ambiente. Pero es preciso mantener la moral en alto. Achá hace bromas e insiste en que Guzmán Gamboa entrará en acción en cualquier momento. Pero ya no intenta aproximarse al teléfono.

15:15 Grupos de milicianos en camionetas y jeeps patrullan el sector del Cuartel Sucre. Mario Gutiérrez Pacheco sale del Mercado Bolívar y trata de alejarse del escenario de la tragedia. Llega a la casa de un falangista en Miraflores, pero el nerviosismo de esa familia le hace comprender que debe abandonar el precario refugio. 15:30 El Padre Calatayud, superior del Convento de San Francisco se pone en contacto telefónico con el Ministro de Gobierno, Walter Guevara, a quien suplica una tregua en el sector de la Basílica para permitir la salida de 250 feligreses que han quedado atrapados al interior del templo. Con voz destemplada el Dr. Guevara rechaza el pedido señalando que los falangistas disparan desde las torres de San Francisco, lo que era una mentira. El sacerdote cuelga en aparato sintiendo los disparos de los dos frentes. 15:40 El comando zonal del MNR en la Plaza Alonso de Mendoza es retomado por los milicianos y los combatientes falangistas se repliegan a la calle Murillo para la batalla final. 15:50 Llega un camión al Cuartel Sucre que evacuará los cadáveres a la morgue y una ambulancia para llevar a Sierra Mérida a Control Político. A quince metros, Luciano Quispe permanece petrificado detrás de un turril. 15:56 Tropas del Regimiento “Waldo Ballivián” se mueven por la calle México para enfrentar los últimos reductos falangistas en Tránsito y en el Colegio Gualberto Villarroel. 15:58 La batalla se concentra en la calle Murillo, desde la Graneros hasta la Almirante Grau. Cada cuadra -Santa Cruz, Sagárnaga, Oruro, Tarija, Cochabamba- es una trinchera. Se pelea calle a calle, casa por casa. El combatiente falangista Alex Quiroz se encuentra con su madre, enfermera de la Cruz Roja con uniforme blanco. Ella le compra una Coca Cola en la tienda de Celia Camacho y le dice: “sigue adelante con tu deber hijo mío”.[214] 16:00 El jeep que lleva a Sierra llega a la Plaza Murillo baja por la Socabaya, toma la Potosí, pero ya hay un gentío en los exteriores de Control Político. Sierra se da cuenta de la situación y empieza a

emitir quejidos angustiosos. Desde la guardia alguien dice “aquí no queremos heridos, llévenselo a la asistencia…” Esto va a salvarle la vida por tercera vez. 16:10 El combate por la retoma del inmueble de Tránsito es feroz. Llevan la peor parte los falangistas atacados por milicianos y militares. Deben dejar el lugar para reagruparse una cuadra más arriba, en la casa de Humberto Frías. 16:14 La monja que atiende el quirófano del Hospital General, se acerca al Dr. Edmundo Ariñez y le dice al oído que un sobrino suyo está entre los heridos. Es Víctor Sierra, sobreviviente de la masacre del Cuartel Sucre. “Nos relató personalmente, antes de ser anestesiado lo que pasó… tenía varias heridas de bala, posiblemente una ráfaga, que alcanzó superficialmente en la pared izquierda del tórax la última de las cuales hizo impacto en el hueso ilíaco sin mayor gravedad, lo operamos y supimos que estaba muy vigilado…”.[215] 16:16 El acoso de militares y milicianos es abrumador, incluyendo el uso de ametralladoras pesadas. Quienes defienden la calle Tarija, cerca de la Linares, son contactados por oficiales amigos. 16:17 “Alex, yo soy tu camarada -le dice un teniente a Quiroz-. Ya no hay nada que puedan hacer, los van a matar a todos como lo han hecho en el Cuartel Sucre. La orden es “todos muertos”. ¡Escapen ahora…!” La advertencia les salva la vida a Quiroz, Edgar Gainza y Carlos Tineo que se dispersan por la zona Belén. 16:20 Quedan pocos combatientes junto a Frías, entre ellos su hijo Juan Gonzalo de 18 años, Fermín Alberto Valdez “El Challa”, Rudy Bertini y una decena más. La casa de tres plantas se convierte en bastión inaccesible por los disparos que hacen sus defensores sobre quienes intentan asomar a la puerta de ingreso. Frías lleva a su esposa Elsa y sus hijos menores Beatriz (15 años) y Manuel (13) a un rincón protegido, mientras los falangistas se posicionan en la azotea.

16:22 Los efectivos del Regimiento Ballivián lanzan desde la Mariscal Santa Cruz dos cohetes de bazuca que impactan en la terraza y en un edificio vecino. Las esquirlas han herido a Humberto Frías. Aquella acción de guerra desconcierta a los defensores que a continuación reciben fuego granado desde varios puntos elevados de la zona, mientras las tropas avanzan desde las calles Rodríguez, Tarija, Oruro y Murillo. La defensa parece ya imposible. 16: 23La falangista Celia de Camacho, que durante toda la mañana apoyó a sus camaradas combatientes, es ametrallada en la puerta de su tienda en la Murillo esquina Tarija donde su familia recoge sus restos. 16:24 Los milicianos del “grupo Ingavi”, comandado por el mayor Prudencio, toma la casa semi destruida de la esquina Murillo-Oruro donde hay varios muertos. Sacan a empellones a Humberto Frías, quien sangra por las esquirlas que han impactado en su cuerpo. Los milicianos lo ponen de espaldas contra un muro para fusilarlo. En una escena dramática, su hija Beatriz se abraza al herido tratando de impedir que lo maten. Pero el Comandante del Regimiento Ballivián, coronel Lafaye, quien ha reaparecido -pues en la mañana se reportó enfermo-, frena aquel intento. “Ni en guerra se fusila a los heridos”, les dice. La suerte de Frías será terrible al ser derivado al Control Político en una de cuyas celdas lo arrojan como a un animal herido. 16:25 Momentáneamente cesa el sonido de la metralla. El universitario Fausto Medrano se pone de pie para despedirse. Achá le pide que permanezca un tiempo más. El ambiente en el dormitorio de los Serrano se ha tornado pesado. Todos fuman y apenas pronuncian monosílabos. Ignoran lo que está pasando. 16:30 Se va a escenificar la batalla final. Jaime Gutiérrez aún tiene el control de la calle Murillo, entre Sagárnaga, Santa Cruz y Graneros. Aparece un pequeño camión Ford transportando milicianos, tras la penúltima acción los desarman y encierran en un aula del Colegio Villarroel. El vehículo es puesto como trinchera en el cruce de Santa Cruz y Murillo. Inesperadamente aparece una

bandera blanca levantada por un militar una cuadra más abajo, en la calle Figueroa. Pide parlamentar con el que comanda a los rebeldes. Jaime Gutiérrez se le acerca. - ¡Ríndanse…! ¡Están perdidos…! El Ejército los exterminará y no tienen escapatoria. Ustedes cumplieron como hombres y no merecen morir por una causa que está perdida. Por su bien… ¡ríndanse! -, intima el capitán con uniforme de combate. -Nosotros salimos para tomar el gobierno y no tenemos razones para rendirnos-, responde secamente Jaime Gutiérrez Terceros. -Lo lamento… tienen quince minutos. Si entonces no se han entregado, atacaremos con todo-, dice el militar y se retira. Se abre una tregua de un cuarto de hora. El Padre Julio Calatayud del Convento de San Francisco saca del interior del templo a los atrapados entre dos fuegos, quienes corren más allá del círculo de fuego que han cerrado militares y milicianos. Pero antes le hacen firmar una declaración a Claudio San Román, afirmando que en ningún momento ingresaron falangistas al convento y menos aún dispararon desde las torres.[216] Algunos falangistas combatientes, sintiendo cercana la muerte, deciden escurrirse del lugar bajo la frágil tregua. Sólo quedan nueve leales que han decidido vender cara su faena. 16:40 Claudio San Román cruza al frente y va directo a Control Político. Por el recibimiento que se le tributa no hay duda de que sigue siendo el jefe, aunque nominalmente esté en el cargo Raúl “Chino” Anze, el amigo del Ministro Guevara, quien parece haberse borrado de la escena. 16:48 Una balacera infernal truena en la tarde y sus ecos se escuchan en la Zona Norte donde permanece Únzaga. Todos piensan que la continuación del combate puede significar la victoria

definitiva o la debacle final. Ignoran que ya no existe la primera posibilidad. 16:50 Se escucha una fuerte explosión. El disparo de una bazuca ha partido al camioncito Ford usado como trinchera por los insurrectos. Sobreviene el silencio en el sector. Montones de fierros quedan desparramados junto a los cuerpos ensangrentados sobre el empedrado, en la esquina Santa Cruz-Murillo y los débiles quejidos de los heridos conmueven al vecindario del barrio de Chocata. Jaime Gutiérrez sangra por sus heridas. Junto a él uno de sus camaradas cuyo nombre desconoce yace muerto y está herido Víctor Vega Franco, llevando aún la corbata que se puso esa mañana para abrazar al Chapu. Los últimos combatientes se refugian en el almacén de la fábrica “Venado” en la calle Murillo. Suben las gradas buscando la azotea para huir por los techos, pero ya todo es inútil. Copados por decenas de soldados, finalmente los toman presos. 16:55 La explosión de la bazuca se ha escuchado en la casa de la calle Larecaja 188 a la que llega Luis Mario Serrano, esposo de Cristina. Lleva ropa en desuso que le dio su suegro como precaución para que no lo reconozcan. Abraza a sus hijas, le dicen que Marquitos está en la planta baja, donde la hija de los Caballero celebra su cumpleaños. Luis cree que la revolución ha fracasado y pregunta si Únzaga permanece en el dormitorio. Cristina le pide que no le comente nada. El dentista ingresa brevemente y vuelve a salir. “Sírveles café”, dice. Le entrega a Cristina dinero que ella guarda en un ropero, momento en el que ingresa al departamento Fanny de Caballero para prestarse el teléfono. Luis Mario vuelve a salir de la casa. [217] 17:00 Jaime Gutiérrez Terceros ha sido impactado en la cabeza y la pierna; Víctor Vega en el estómago y otros dos están indemnes. Los cuatro falangistas avanzan penosamente con los brazos en alto por la calle Murillo escoltados por soldados que les apuntan sus armas. La gente sale a las puertas de sus casas y mira a los soldados con

rencor. Se percibe en el ambiente un sentimiento de solidaridad con los que lucharon y perdieron. 17:05 En la calle Sagárnaga aparece un jeep de la Policía con un capitán y su chofer. Los militares que controlan el sector le instruyen el traslado de los cuatro presos a Control Político. El oficial de policía se da cuenta de la situación. Si los lleva a Control Político, los matarán. Asume el riesgo de llevarlos al Panóptico y les recomienda que oculten sus objetos de valor en los zapatos. En aquella penitenciaría los mandan a la enfermería, donde cosen la cabeza y la pierna de Gutiérrez y curan el raspón de bala en el estómago de Vega. Tuvieron suerte, pues a los que llevaron al Control Político los mataron, como denunciaron después sus familiares”.[218] 17:10 El Cnl. Arce Amaya, Jefe de Seguridad del Palacio, está entregando municiones a un grupo de milicianos, cuando recibe un llamado telefónico “de una persona allegada”, comunicándole que “vio en una casa de la calle Larecaja bajar del segundo piso algo envuelto en una frazada que parecía ser armamento”. Ordena a los milicianos, que en ese momento están en su oficina del Palacio, que allanen aquella casa, Nº 138 (no 188) de la calle Larecaja.[219] 17:12 Aún queda un capítulo por cerrar. Son los falangistas que permanecen en la Radio Illimani, al centro de un cerco de fuego tendido por cientos de milicianos y barzolas que paladean una macabra escena de linchamiento, recurrente en las peores páginas de la historia de la ciudad de La Paz. 17:14 En el Palacio Quemado se analiza la situación. Por la antigua militancia de Bedregal en FSB, el Presidente Siles le instruye llamar a la emisora y hablar con quienes la han tomado, instándoles a entregarse para salvar sus vidas. El diálogo entre Roberto Freire y Guillermo Bedregal es dramático. [220] ¿Quién habla? -, pregunta FreireSoy el Secretario General de la Presidencia y deseo comunicarme con algún responsable…-, dice Bedregal.

Habla el responsable falangista, en qué le puedo servir Dr. Bedregal. No le pido que se identifique personalmente, sé quién es usted porque he reconocido su voz y le conozco personalmente durante mi antigua militancia en la Falange. El Presidente le pide deponer su actitud subversiva… tenemos informes que las milicias armadas de los sindicatos fabriles de Pura Pura avanzan hacia Radio Illimani y tenemos el justo temor de que tomarán el edificio a sangre y fuego lo cual significa que se puede producir una verdadera masacre… ¿Qué es lo que proponen? Bedregal pregunta al Presidente Siles cual iba a ser la respuesta y el Presidente en demostración de buena fe le dice “vaya usted Guillermo, con el Gral. Larrea y los ministros Aguilar y Antelo; deben hacerlo de inmediato porque tengo miedo de que se produzca una masacre que hay que evitar…” 17.18 Bedregal sale del Palacio acompañado del Gral. Larrea y los ministros Aníbal Aguilar y Jorge Antelo. Toman la calle Yanacocha, ingresan a la Potosí. En el local del Control Político milicianos exaltados disparan al aire y gritan consignas. Se les ordena no abandonar la custodia del vetusto edificio, tratando de aliviar la presión de milicianos a dos cuadras de donde está Radio Illimani. 17:22 “Iniciamos la subida por las escaleras y cuando nos encontramos en el segundo piso sentimos los disparos de armas automáticas que provienen del último piso donde aparentemente estaban parapetados los facciosos falangistas… un grupo de obreros ferroviarios (así llama Bedregal a los milicianos) también dispara hacia arriba… En medio de un enloquecido tiroteo de abajo y de arriba, asumimos también una posición de disparar nuestras pistolas ametralladoras… tomamos el edificio piso por piso”, dice Bedregal.[221]

17:25 Disparado el último cartucho, los falangistas se rinden y los milicianos ingresan a la Radio con Bedregal por delante. El administrador Jaime Flores, exhibe su carnet del MNR y protege a Rosario Castillo, Oscar Violeta y el portero Santiago Torres. A las 11 de la mañana entraron allí 12 falangistas; seis horas y media después nadie conoce la suerte de ellos y probablemente la mayoría ya están muertos. Los sobrevivientes son Roberto Freire, Luis Sáenz Pacheco, Augusto Pereira y un cuarto no identificado. Al llegar a la puerta del edificio cerca a la calle Potosí, la masa exaltada emite un rugido, momento en el que Augusto Pereira, con gran presencia de ánimo, aprovechando que era poco conocido, se mezcla con el tropel de milicianos, militares y policías dando vivas al gobierno para luego desaparecer del lugar y asilarse en la Embajada Argentina.[222] 17:35 El trayecto de cien metros hasta el edificio del Control Político por la calle Potosí, es una vía crucis para los tres falangistas sobrevivientes que son golpeados sin misericordia. Bedregal levanta la voz una y otra vez, argumentando que los llevan para interrogarlos. Oscar Violeta afirma que el Dr. Bedregal salvó la vida de los dos locutores falangistas. Pero en la calle, Bedregal ve horrorizado cómo la masa derriba a uno de los presos, lo victima a golpes y una mano anónima lo remata a balazos.[223] Aquella escena inhumana atempera en algo los espíritus permitiendo que el Secretario General de la Presidencia llegue con sus dos prisioneros al Control Político para luego dirigirse al Palacio. 17:40 En la oficina de la represión del gobierno, Freire y Sáenz son derribados a culatazos por los milicianos acusándolos de “haber matado a un jefe de grupo”. Pero ni Freire ni Sáenz, bañados en sangre y próximos a ser asesinados, hicieron ningún disparo aquel día. No los matan por la providencial llegada del Ministro de Gobierno. “La verdad no puede ni debe ser negada. Tanto Luis Sáenz como yo debemos la vida al Dr. Walter Guevara Arze, primo hermano de mi entonces esposa Norah”, reconoce Freire, aunque mucho más hizo Bedregal por ellos. [224]

17:45 San Román ingresa al Hospital General. Busca a Víctor Sierra. Se encara con un médico que le niega la posibilidad de interrogarlo y menos aún de sacarlo de allí. Como las enfermeras también se rebelan, el represor prefiere dejar el lugar. Sierra fue internado en la sección Urología, de donde fugó al Perú. 18:00Sobreviene el silencio después de seis horas de ráfagas y explosiones. En la calle Larecaja 188 la ausencia de balazos es una seña de que todo ha concluido. ¿Perdió la Falange otra vez? ¿Salieron las tropas del Cnel. Guzmán Gamboa y las del Gral. Ovando Candia y controlan la situación? Lo que sea, pronto se sabrá. 18:02 Regresa el Cnl. José Luis Serrano. Nunca llegó a los links de Mallasilla, almorzó con sus amigos en una casa de Obrajes, Matías Schapek lo dejó a las 5 de la tarde en la esquina de la UMSA, desde allí volvió caminando y escuchando el tiroteo. Ignora que Únzaga está en el dormitorio de su hijo, se sorprende al encontrarlo allí, pero lo saluda lo mismo que a sus acompañantes. Conoce al My. Álvarez desde la Guerra del Chaco. Al salir le dice a su nuera “me extraña que esté esa gente aquí. Aquí va a haber una tragedia”.[225] 18:06 En Control Político se da una escena que, de no ser tan absurda y dolorosa, parecería parte de una comedia del cine francés, con un Ministro de Gobierno que trata de llevarse a un par de detenidos asegurando que el Presidente de la República los reclama, mientras los agentes se despiden de ellos “amablemente” con golpes de cachiporras y patadas. Finalmente meten sus cuerpos bañados en sangre en un automóvil para trasladarlos al Palacio Quemado. Freire y Sáenz son encerrados en cuartos separados, donde permanecerán incomunicados por varias horas. 18:10 Únzaga está recostado sobre una de las camas del dormitorio, Gallardo, Achá, y Álvarez están sentados en ésta y la otra cama y Medrano en una silla, la única en la habitación. Tratan de escuchar lo que se dice en las radios, pero sólo son insultos. La apagan de nuevo. Únzaga dice: “si fracasamos, emprenderemos con la otra” a lo que Achá responde: “claro, iniciamos la próxima

acción”.[226] Aunque desconocen absolutamente lo sucedido en el Cuartel Sucre, en Radio Illimani y en San Francisco, esos hombres fogueados en las luchas revolucionarias seguramente consideran alta la probabilidad de que el golpe hubiera sido controlado por el gobierno. En la cocina cercana, a unos 20 metros, el Cnl. Serrano muele maíz para que su esposa Gaby cocine humintas. 18:15 Llega un automóvil a la casa de Gonzalo Romero, desciende un hombre que con gesto grave le relata pormenores de la masacre del Cuartel Sucre. Romero queda desencajado; todos los asesinados eran sus amigos. Pero el visitante la advierte también que debe abandonar su domicilio pues el gobierno ha ordenado una razia contra los opositores. 18:20 El Presidente Siles sale de Palacio en compañía de los ministros Bedregal y Antelo y el jefe de la Casa Militar. Pasan por la Avenida Perú, a cincuenta metros de donde está Únzaga, llegan a la estación de trenes, continúan por la República y la Quintanilla Zuazo, se reúnen con mineros movimientistas que entran a la ciudad, a quienes piden tranquilidad.               18:25 Pero desde Control Político se planifica la represión. Es también el momento de las delaciones y denuncias. 18:30 El Cnl. Arce Amaya, Jefe de Seguridad del Palacio, recuerda la denuncia que le hiciera “una persona allegada” sobre armas en la calle Larecaja. Aunque ya ha mandado un grupo armado, retransmite la información al Jefe del Comando Zonal del MNR en la Estación Central, Hernando Poppe Martínez, para allanar esa casa y buscar el armamento.[227] 18:35 Entre tantas dos señoras transportan en un automóvil a Mario Gutiérrez Pacheco, sobreviviente del Cuartel Sucre, hasta la casa de unos amigos en la calle Nicolás Acosta, donde permanecerá diez días, mientras su familia, que ha perdido todo, se oculta en la calle Chuquisaca.[228] 18:40 El gobierno pone en vigencia la “censura cablegráfica a la prensa internacional por 72 horas”.              

18:45 El Arq. Alberto Iturralde es reconocido en la Avenida Camacho por la activista del MNR Ela Campero. Los milicianos que la acompañan atracan al empresario y lo llevan preso a una celda habilitada por el Control Político en uno de los edificios de la COMIBOL, en la Avenida Camacho, esquina Loayza. Iturralde obtendrá la libertad muchos días más tarde por mediación de su cuñada, Elena Jahnsen de Carrasco, esposa del ejecutivo de EL DIARIO, Jorge Carrasco Villalobos. [229] 18:50 Aíslan todo el barrio de Chocata para allanar las casas. En una celda de Control Político un sádico intenta arrancarle a Humberto Frías las esquirlas que lleva en su cuerpo, mientras lo interrogan. Su esposa Elsa y sus hijos menores Beatriz y Manuel quedan arrestados. 18:55 30 milicianos descienden de dos camiones en la esquina de la Avenida Perú y Larecaja. Su objetivo es la casa con el número 138. 19:00 En medio de la incertidumbre, Enrique Achá propone a Únzaga trasladarse a la oficina del Cnl. Guzmán Gamboa para persuadirlo de salir con sus tropas y definir la situación. En ese momento, María Eugenia ingresa al dormitorio donde permanece Únzaga y sus amigos. Se enjuaga las manos en el cuarto de baño para ir a la misa vespertina. Achá, que ha hecho bromas todo el día, aún hace una más: “A esta hora ya no hay misa; seguro que se la está usted jugando a Fausto”. 19:02 Tras una sonrisa María Eugenia abandona la habitación y con María Renée se dirigen a la puerta de calle. Desde allí ven que se acerca un grupo de hombres con pasamontañas y fusiles. Vuelven sobre sus pasos asustadas y le advierten a su mamá: “¡los milicianos!”.[230] 19:03 Cristina ingresa al comedor de sus suegros y sollozando les suplica que escondan a Únzaga y sus acompañantes. Todo transcurre muy rápido. Cristina ingresa a su dormitorio donde está Oscar y dice “¡vienen los milicianos!... síganme…!”.

19:04 Tras un momento de estupor, todos se ponen de pie. Únzaga y Gallardo toman sus armas. Oscar, totalmente sereno, ingresa al baño sobre la esquina Oquendo, donde quema un papel. Álvarez Lafaye sale hacia el corredor, pasa por la puerta de la Sala y del Dormitorio de los hijos (M. Eugenia, M. Renée y Marcos) e ingresa al dormitorio y al cuarto de baño del Cnl. Serrano. Luego Achá encuentra a la esposa del Cnl. Serrano, Gaby -a quien no conoce-. Ella le dice “¡allá, en el fondo!”. 19:07 Milicianos, al mando de Víctor Linares, están ingresando a la casa y un grupo grande permanece en la calle. Achá llega a la puerta del baño y Álvarez la abre desde adentro. María Eugenia toma la mano de su tío Oscar y lo conduce al dormitorio junto a Gallardo. Unzaga se muestra seguro y tranquiliza a su sobrina. Golpean la puerta del baño y Álvarez repite la operación de abrir y volver a cerrar, asegurando el pestillo. 19:08 Los cuatro hombres ya están al interior del cuarto de baño de forma trapezoidal. Todo está a obscuras pues Álvarez aflojó la bombilla de luz. CROQUIS DEL CUARTO DE BAÑO Al Este, la pared “E”, en la que está la puerta de ingreso, un estante de madera con divisiones horizontales sobre el que está una consola y encima, adosado a la pared, un espejo; más allá el lavamanos encima del cual está un contenedor de peines, una percha adosada a la pared de la que cuelgan dos abrigos de señora, un abrigo impermeable y tres batas de baño. Al Sur, la pared “S” del fondo, donde están dos baúles de madera, detrás de los que están varios frascos, botellas y damajuanas y una ventana cerrada (a 7 metros de altura desde el patio de la casa). Al Oeste, la pared “O”, que colinda con la casa vecina, donde está el inodoro, un canastillo de alambre, una

maleta de cuero café sobre un baúl y la mayor parte de la tina. Al Norte, la pared “N”, donde está la tina y la ventana con vista a la calle (también a 7 metros sobre el piso de la calle Larecaja). La pared “E” mide 4,70 mts. La pared “S” mide 0,60 mts. La pared “O” mide 5,23 mts. La pared “N” mide 2,55 mts. La altura del cuarto de baño mide 3.53 mts. 19:09 María Eugenia sale del dormitorio de su abuelo al corredor, se queda junto a Fausto Medrano en el living, mientras su madre y su hermana están en la puerta del comedor, sorprendidas por la presencia de “un viejo”, llamado Juan Mancilla Serrano, Subprefecto de la Provincia Muñecas, sastre de oficio, con taller a poca distancia de la casa. Mansilla ha ingresado a la casa por la ventana que da a la calle Teniente Oquendo, hasta el dormitorio donde hacía poco estaban Únzaga y sus acompañantes. 19:10 Álvarez y Achá, junto a la tina del baño, ven a los milicianos en la calle Larecaja, vestidos con overoles, chompas y lluchus, armados de fusiles y pistolas ametralladoras. “¿Qué pasa?”, pregunta Únzaga. “Estamos vendidos”, responde Achá. René Gallardo ofrece cigarrillos, como forma de atenuar la situación. Achá va hacia la parte del fondo (S) donde se encuentran Gallardo y Únzaga; enciende el cigarrillo con el fuego que le ofrece Gallardo. 19:11 Fausto Medrano permanece en el living. En ese momento, los milicianos ya están en el patio, hacen disparos al aire y empiezan a subir las gradas. Otros se esparcen por las habitaciones del primer piso, donde hacen nuevos disparos con el ánimo de sembrar el terror, pues no hay adversario al frente.[231] 19:12 Se escuchan las fuertes detonaciones de los disparos que hacen los milicianos en el patio de la casa. Únzaga, Gallardo y Achá están armados; Álvarez Lafaye no. Achá pregunta: “¿Nos defenderemos?”. La respuesta de Únzaga es negativa. “No

podemos comprometer a la familia que nos cobija…”. Se quedan en tensión esperando que suceda cualquier cosa. 19:14 Milicianos han llegado ya al corredor apuntando a Cristina y María Renée que lloran a gritos. Los milicianos ingresan al dormitorio del Dr. Serrano. Empieza la requisa, fracturan cerraduras de muebles, abren cajones… El maletín que llevaba Gallardo queda expuesto, en el suelo, Cristina lo empuja con el pie debajo de la cama. Los milicianos revisan el comedor y luego pasan al living (donde están María Eugenia y Fausto Medrano haciéndose pasar como enamorados para explicar la presencia del universitario cruceño). 19:16 Los milicianos allanan luego el dormitorio de los niños sin encontrar nada. Se aproximan peligrosamente al comedor del Cnl. Serrano cuando este aparece y enfrenta a los invasores con voz estentórea de militar acostumbrado a mandar, pero lo atropellan disparando sus fusiles, el coronel se echa a tierra y los milicianos vociferantes ingresan al comedor y la cocina. Gaby, que se ha unido a Cristina, María Eugenia y María Renée también llora a gritos. 19:17 Sólo falta el dormitorio de los abuelos. Los que están dentro del baño escuchan los disparos a pocos metros. Álvarez Lafaye abandona la ventana y en la desesperación del momento se introduce en el espacio inferior del estante, entre la puerta y el lavamanos, cubriéndose con una pequeña cortina, en posición fetal. Achá va a la puerta para abrirla pensando que era mejor entregarse para evitar mayores violencias, pero por el nerviosismo no puede encontrar el pestillo para abrir la puerta y allí se queda. 19:18 Los milicianos entran al dormitorio. Es el momento del ocaso. La apoteosis de un día violento. Con las armas en las manos, Oscar Únzaga y René Gallardo aguardan su destino final. Aquí va a cerrarse el itinerario de un hombre que habló por los inocentes, esos que creyeron que era posible un país decente, un país mejor. Su fracaso es la victoria del cinismo envuelto en la capa de la revolución. Han ganado otra vez los villanos y sólo falta la escena final. ¿Será el combate que minutos antes descartó el jefe de la

revolución traicionada? ¿La capitulación sin gloria seguida del maltrato y la deshonra? Nada más existe entre ambos extremos. ¡Que sea lo que Dios determine! Ha llegado la hora del naufragio, cuando el capitán del navío de su hazaña debe hundirse con sus sueños. Los fogonazos de tres disparos rompen la penumbra. Todo está consumado. Son las 19:19.

E

XXXIII - LAS ALMAS ROTAS

 

n medio de la obscuridad de aquel cuarto de baño, quedaron dos cadáveres y dos hombres al borde del colapso emocional y amenazados de muerte. Allí mismo comenzaron las contradicciones. Julio Álvarez Lafaye, sintiendo muy cerca el alboroto de la requisa por los milicianos escuchó dos disparos a menos de dos metros de donde estaba, vio la momentánea claridad producida por los fogonazos y se mantuvo totalmente quieto por un largo rato… [232] En cambio Enrique Achá escuchó un recio “traquido” proveniente del fondo del cuarto de baño… y vio que la única hoja de esa ventana se abrió violentamente y llegó a distinguir un brazo… en ese mismo instante oyó tres disparos, uno tras otro… [233] Los milicianos buscaron armas en todos los lugares de ese segundo piso, incluyendo el dormitorio del Coronel, pero no en el cuarto de baño donde estaban Únzaga y sus tres acompañantes. Y mientras los Serrano aguantaban la respiración… los milicianos dijeron “aquí ya no hay nada más que hacer” y decidieron irse. ¡Milagro! En la Sala del living, Cristina, sus hijas María Eugenia y María Renée y el dirigente universitario Fausto Medrano rezaron agradeciendo a Dios. ¡Oscar se ha salvado! Pero la alegría les iba a durar muy poco. Dentro del baño, pasado el alboroto, Álvarez pudo serenarse y salir de la posición en que se encontraba. Estiró la mano, tocó un pie, lo sacudió -era Gallardo- y al no percibir ningún movimiento, “tuvo la impresión de que estaba muerto”. Entonces se incorporó y salió despavorido del cuarto de baño. Achá se acercó al lugar donde estaban Únzaga y Gallardo. Dijo “Oscar… Oscar”, al no escuchar respuesta encendió un fósforo y vio “a los dos, tendidos, muertos...” Achá salió y encontró a Cristina. “Dios mío, nos salvamos…”, le dijo ella. Achá le respondió “Si señora, pero Oscar y Gallardo están heridos”.  Cristina ingresó desesperada al cuarto de baño, todo estaba a obscuras, tropezó con un cuerpo, se inclinó y tocó con la

mano un tobillo todavía tibio. Ingresó su suegro, el Coronel, quien activó el interruptor sin resultado. Subió a un cajón que estaba allí, ajustó la bombilla -se encendió la luz- y pegó un grito de horror. Oscar Únzaga estaba tendido de espaldas y casi a su lado René Gallardo, los dos con las cabezas destrozadas y ensangrentadas. “Al borde de la histeria -dice María Renée-, mi mamá se hincó diciendo ‘¡pero están muertos… ¿qué ha pasado?!’, quería adivinar lo sucedido, era un dolor terrible expresado en su rostro al ver a mi tío Osquitar sin vida, estaba tan desesperada que mi abuelo y Gaby tuvieron que levantarla del suelo…”[234] Todos quedaron con las almas rotas. Escenas dolorosas se sucedieron a partir de ese momento. Las mujeres, llorando en silencio, afrontaron la situación. Sin fuerzas ya, extenuados y en crisis, los tres últimos camaradas de Únzaga y Gallardo -Achá, Álvarez y Medrano-, hombres fogueados en mil combates, huyeron sintiéndose huérfanos. Julio Álvarez buscó refugio en la planta baja y se escondió en una antigua cocina en desuso, debajo de las gradas de la planta baja al primer piso, que los niños de la casa utilizaban para sus juegos y habían bautizado “Club Los Invencibles”. Achá sugirió pedir protección a la Nunciatura y salió con María Eugenia en busca de un sacerdote en el cercano templo de la calle Laja, pero gente armada los vigilaba. Fausto Medrano se escurrió de la casa, bajando por la calle Larecaja, sólo para ser apresado en la Avenida Perú. Eran casi las 20:00 horas. El dentista Luis Mario Serrano volvía a su casa en compañía de su cuñado Augusto Jiménez, cuando uno de los milicianos que patrullaba en la Avenida Perú exclamó “ahí está el Doctor Serrano”. Los aprendieron y los llevaron a Control Político. En el interrogatorio los golpearon de tal manera que el odontólogo perdió toda la dentadura. Ambos estuvieron seis meses en la cárcel de San Pedro. Al lado de los cadáveres estaban dos armas, la pistola Mausser calibre 32 de Únzaga y el revólver Smith Wesson calibre 38 de Gallardo. Una mujer de 62 años, Gaby, otra de 38, Cristina y dos

niñas María Eugenia María Renée, se enfrentaron al drama de no saber qué hacer en el final de un sangriento día de revolución armada, con dos muertos en casa y uno de ellos nada menos que el jefe del alzamiento. “Estábamos en un estado de shock -prosigue María Renée-, no sabíamos qué hacer. Me revestí de valor y entré al cuarto de baño con mi mamá (Cristina) y mi abuelita (Gaby). Buscamos en los bolsillos de los cadáveres y sacamos unas oraciones a los santos, una especie de lapicero, un detente…”. En el bolsillo interior del saco de Oscar había una pistola plana que Cristina logró esconder en algún sitio de su casa.[235] Quizás en el subconsciente, Cristina sabía que estaba ante un capítulo histórico trascendente, pero abrumada por los acontecimientos, en medio de la sangre derramada, ignoraba que no debía alterar el escenario del crimen y lo hizo, seguramente por el temor -que no alcanzaba a racionalizar- de lo que pudiera sucederles a sus hijos si el Control Político descubriera esos cadáveres en su domicilio, pero también por el cariño incondicional hacia Oscar. Lo primero eran las armas. Tomó la pistola Mausser (de Oscar), lavó la sangre que la impregnaba, la envolvió en un periódico y corrió a esconderla detrás de unas macetas en su dormitorio. Volvió al cuarto de baño de sus suegros, tomó el revólver Smith Wesson (de Gallardo), lavó la sangre en el mismo baño y se lo entregó a su suegro, el Cnl. Serrano, quien descendió al piso inferior de la casa, al departamento de Julio y Fanny Caballero. “Antes de que volviesen los milicianos, bajó el coronel Serrano, entró a mi departamento. Vino todo tembloroso, me obsequió un revólver y me dijo: ‘Señora Fanny, a que se lo roben estos indios yo prefiero regalársela a usted, es mi trofeo, es mi recuerdo de la Guerra del Chaco. Guardé el arma en un saco de maíz...”, sostuvo Fanny de Caballero.[236]

Volvió María Eugenia con Luis Mellon, sacerdote de nacionalidad belga, perteneciente a la Congregación de los Oblatos de María Inmaculada. Impactado por la visión de los dos cuerpos con las cabezas destrozadas, no cabiendo otra cosa que la bendición, procedió a ella rápidamente. Pero se percató de que entre los dedos de la mano derecha de Únzaga estaban los restos de un cigarrillo consumido.[237] El sacerdote se marchó y al llegar a su parroquia encontró dos milicianos armados en la puerta que le exigían entregarle al hombre gordo (Achá) que entró con la niña, o ingresarían a sacarlo por la fuerza. Achá decidió escapar de allí con la ayuda de un muchacho, saltando un muro para esconderse en una casa vecina.[238] Las mujeres limpiaron los rostros de los cadáveres, ataron las mandíbulas con retazos de una camisa para evitar la deformación del rictus de la muerte. Gaby de Serrano trajo dos frazadas de campaña del Ejército, Cristina envolvió a Únzaga con una de ellas y su suegra a Gallardo. Faltaba poco para las 21:00. Entonces llamaron a la asistencia pública, les atendió el secretario del Servicio Médico Quirúrgico, José Fernando Saavedra, a quien informaron que en la calle Larecaja Nº 188 había muertos, solicitando una ambulancia para su traslado. Media hora después llegó una ambulancia conducida por el chofer Alejandro Mamani de la que descendieron los camilleros Ascencio Maidana y Adrián Apaza, quienes sacaron los cuerpos tapados en dos operaciones consecutivas. Apaza escuchó que alguien dijo: “los milicianos los han matado”.[239] Los dos cuerpos fueron llevados a la morgue del Hospital General de Miraflores. Eran aproximadamente las 21:30. El Gobierno Nacional suspendió las clases en los colegios del país y decretó el Estado de Sitio, dando curso a la más dura represión de los últimos dos años. Desde las sedes sindicales y los comandos zonales del MNR partieron los grupos armados para cumplir misiones en la ciudad. Gonzalo Romero y su hijo Horacio se trasladaron precipitadamente a la casa de una familiar, a cincuenta metros, sobre la esquina de la calle Pedro Salazar, minutos antes de

que su domicilio de la calle Hermano Manchego sea asaltado y parcialmente destruido por los milicianos. El departamento de Mario Gutiérrez Pacheco fue arrasado, saquearon todo lo que encontraron de valor y el resto lo destruyeron. Miles de direcciones registradas por Control Político fueron allanadas y unos dos mil bolivianos apresados. “Peinaron” los barrios de Miraflores apresando jóvenes y golpeando a sus padres. Un grupo recibió la orden de captura de Antonio Anze Jiménez, vivo o muerto; allanaron la casa de Arturo Clavel en la calle Murillo casi Almirante Grau, en tanto el Padre Yepez, de la Parroquia de Santo Domingo, lo protegía escondiéndolo en la torre de esa antigua iglesia colonial. Wally Ibañez tuvo que refugiarse en la habitación de una familia amiga. Hortensia González de Wallpher y su hijo Luis de diez años buscaron una embajada un minuto antes de que lleguen los agentes. Raúl Portugal que en realidad no llegó a ser parte de la insurrección, cometió el error de visitar a un oficial de policías, de apellido Soria; llegaron los agentes buscando a Soria por su concomitancia con FSB y se llevaron también a Portugal. Miraflores, barrio considerado falangista, fue sometido a allanamiento general buscando a los “Locos del Parque” y en general a cualquier joven. La esposa y los hijos de Humberto Frías quedaron detenidos y el escultor y combatiente sangrando por múltiples heridas, fue apaleado por los agentes del Control Político que lo arrojaron a una celda; pensando que moriría en unas horas, reunió todas sus fuerzas para trazar el rostro de Cristo en la pared que acabó de pintar con su propia sangre.[240] En el Cuartel Sucre, los soldados descubrieron a un individuo extraño caminando por el patio. Era Luciano Quispe, el tercer sobreviviente falangista que se había ocultado detrás de un turril; en aimara dijo no saber por qué estaba allí e insistió en que se había extraviado. Lo apresaron y entregaron al Control Político. Los familiares de los masacrados en el Cuartel Sucre vivieron el drama de no saber la suerte de sus seres queridos, mientras las cárceles se repletaban de presos y los cadáveres se acumulaban en la

Asistencia Pública y los hospitales, entre ellos los cuerpos sin vida de Oscar Únzaga y René Gallardo. Mientras tanto, Claudio San Román había retomado el control de la situación dejando en la cuneta al jefe de Control Político, Raúl Anze, el amigo del Ministro Guevara Arze. Nadie supo quien ordenó la reaparición de San Román (se especuló que fue el Dr. Paz Estenssoro desde Londres, en comunicación con el Dr. Siles Zuazo). El Presidente aceptó de facto esa presencia que tres años atrás le repugnaba. El Subsecretario de Justicia, Dr. Walter Flores, sintió el peso de un “mandamás” revestido de autoridad superior en un momento en que a él le correspondía el protagonismo histórico. Pero nadie lo convocó aquel día, de modo que el Dr. Flores se presentó por su cuenta en el Hospital General y después de un recorrido por las salas donde reposaban los muertos de la jornada, reconoció el rostro de Oscar Únzaga de la Vega. Se trasladó de inmediato al Palacio de Gobierno y pidió hablar urgentemente con el Presidente, revelándole el hallazgo. ¿Estás seguro de que es Únzaga? -, inquirió el Dr. Siles. Absolutamente seguro-, repuso el Subsecretario.  

“Entonces el Presidente Siles, abrumado por la tensión del día, lloró”, según la versión del Dr. Flores Torrico.[241] Rápidamente se impartieron órdenes: establecer dónde recogieron los cadáveres de Únzaga y su ayudante. Realizar una autopsia legal para establecer la causa y las circunstancias de ambos decesos. Mientras tanto en la morgue, el Dr. Félix Sahonero identificó también el cadáver de Únzaga y lo comprobó revisando los documentos que llevaba en sus bolsillos, donde encontró además estampas religiosas, papeles, doscientos dólares y pequeños objetos personales del occiso. Esa información salió prontamente del Hospital General llegando a Federico Álvarez Plata quien de inmediato la confirmó para retrasmitirla al Presidente Siles. Álvarez Plata se negó a firmar el detalle del contenido de los bolsillos de Únzaga, pero sí lo hizo alguna otra autoridad movimientista.  

Pasando por alto la notable imprecisión en cuanto a las horas, el testimonio del Dr. Guillermo Bedregal es importante para establecer el estado de ánimo del Presidente Siles Zuazo en aquellos momentos, cuando instruyó al Secretario General de la Presidencia dirigirse a la morgue: “El Presidente Siles me dijo más o menos lo siguiente: Únzaga de la Vega es un patriota, un nacionalista a quien tuve la suerte de conocer personalmente en varias oportunidades. En alguna ocasión y durante la Resistencia fuimos expulsados del país a Chile y entonces reconocí sus grandes cualidades humanas y su entrega total a sus ideales. Lamentablemente para la Revolución del 9 de abril, no pudimos coincidir en mi afán de unificar en ese propósito al Partido de Únzaga… A medida que el Presidente recordaba su vínculo y conocimiento con el Jefe falangista, su palabra y su expresión no podían ocultar un profundo y sincero dolor que le llevaba a las lágrimas. Jamás había visto a Siles Zuazo en un tan doloroso sentimiento de pena. Yo tampoco podía esconder ni mucho menos disimular de mi propio dolor, porque a Únzaga le conocí con mayor intimidad y creo que fuimos amigos y compañeros de lucha durante mi juvenil pasantía de estudiante en Cochabamba… Salí apresuradamente a la morgue de Miraflores; el espectáculo que tenía que enfrentar fue terrible… Habían terminado de realizar el “levantamiento legal del cadáver”. Ingresé a la sala donde yacían varios cuerpos, todos desnudos; rápidamente pude identificar a Únzaga y la sensación que tuve de dolor y tal vez un temor escondido que no lo podía descifrar, me anonadaron de tal modo que me sumí en un silencio absoluto e interiormente me puse a orar…” [242] Rige la censura para los corresponsales de la prensa internacional. Internamente la información es caótica. Algunas radios han vuelto al aire y tratan de ofrecer alguna versión de lo sucedido. El Ministro de

Informaciones, Fellman Velarde, se ha borrado del escenario y no hay una versión oficial sobre lo que ha sucedido, surgen versiones y trascendidos. Uno de ellos llega a la casa de los Kellemberger: un hombre de ese apellido está muerto y su nombre es… ¡Víctor! Víctor Kellemberger, el hermano mayor de Carlos estaba en el exilio, pero no era descabellado su ingreso clandestino al país para sumarse a la revolución falangista. Entonces, ¿qué ha pasado con Carlos? Pero son solo conjeturas, esperanzas desesperadas. Pese al estado de sitio y al miedo que reina en Miraflores, muchas familias llegan caminando hasta la casa de los Kellemberger para expresar su solidaridad. Oscar Kellemberger, entonces un niño de 9 años recuerda que se organizó una comisión familiar para asistir a su mamá y que mucha gente expresó su solidaridad, inclusive gente del propio gobierno: “Al lado de nuestra casa vivía don Roberto Jordán Pando, en ese momento alto funcionario de la administración Siles Zuazo, cuya esposa, la señora Wilma, se presentó en mi casa para ofrecernos su apoyo. Era las 9 de la noche y don Roberto nos hace decir oficialmente que mi padre había muerto y se ofrecía a recuperar sus restos. Mi hermano mayor, Carlos acompañó al Dr. Jordán Pando hasta el Cementerio General de La Paz. Todos los caídos estaban en la misma fosa. Pese a que se identificó como autoridad política importante, no les permitieron acercarse, cuando Jordán insistió, una ráfaga de ametralladora los hizo desistir y tuvieron que abandonar el lugar…” Alrededor de las 22:00, los milicianos volvieron a la casa Nº 188 de la calle Larecaja. Esta vez se llevaron presos a todos, Cristina, sus hijas María Eugenia y María Renée, su suegro el Cnl. José Luis Serrano. Gaby, la esposa de éste, se refugió con su nieto Marco en el departamento de los Caballero. Encontraron a Julio Álvarez Lafaye en el escondite del Club Los Invencibles, llevándolo al Control Político e inmediatamente después al Palacio de Gobierno,

donde habló primero con el Presidente Siles y luego prestó una primera declaración jurada, expresando su convencimiento de que Únzaga se suicidó. Luego, el Secretario General Bedregal convocó a un grupo de periodistas, entre ellos el Director de EL DIARIO, para entrevistar al mayor Álvarez, quien relató los sucesos de aquel día en la casa 188 de la calle Larecaja, sin mencionar a Enrique Achá ni a Fausto Medrano, tratando de protegerlos. Informó que Únzaga y Gallardo estaban armados, reiteró que en el momento de las detonaciones al interior del cuarto de baño nadie más que él estuvo en aquel lugar junto a los dos occisos. Agregó que “el señor Únzaga se encontraba muy abatido, lamentando que en el día de su cumpleaños hubiera muerto tanta gente”. ¿Por qué cree Ud. que Únzaga y Gallardo se suicidaron? -, preguntó un periodista. Por el fracaso de la subversión-, fue la respuesta. Álvarez Lafaye afirmó que hacía esa declaración sin que medie presión alguna, agregando que no fue objeto de mal trato. Pero su estado psicológico era lamentable. A pocos pasos del salón donde el militar retirado hacía esa declaración, se encontraba Roberto Freire, el hombre que tomó Radio Illimani aquella mañana, a la espera de su incierto destino. San Román ingresó acompañado de Adhemar Menacho, miró a Freire y le dijo: “Somos dos fantasmas, porque según lo que dijo usted esta mañana, no sólo el pueblo nos alcanzó, sino que nuestros cadáveres fueron arrastrados por las calles. Pero, somos fantasmas de carne y hueso, como puede ver y constatar… Además, quiero avisarle que su jefe, Únzaga, esta tarde se ha suicidado…”[243] Freire supuso que “el suicidio” de Oscar era una estratagema para quebrar su moral. Menacho tomó asiento al lado de Freire, aplicándole pinchazos de alfiler en la espalda con cada pregunta que hacía San Román. Freire describió lo que hizo aquella mañana, sin mencionar nombres y dijo que el libreto revolucionario lo recibió ya redactado. Los dos torturadores salieron para dirigirse a la

Asistencia Pública, entonces bajo el alero de la Cruz Roja, en la Avenida Simón Bolívar, frente al Mercado Camacho, donde en ese momento se recibían los cuerpos de Únzaga y Gallado. El operativo de la autopsia quedó a cargo del Ministro de Salud, Dr. Julio Manuel Aramayo, pero de la ejecución se hizo cargo el mismísimo Claudio San Román. Volvieron a vestir a Únzaga, reponiendo lo que llevaba. El informe lo señala puntualmente: Abrigo de lana gris marengo, chaleco de lana beige, corbata beige, zapatos negros, traje marrón, todas las prendas ensangrentadas. Rosarera, goma de borrar, cortaúñas, detente, dos medallitas, una carta, nómina con varios nombres, un croquis, un billete de cien dólares... ¿No eran 200? ¡En el trayecto de la morgue a la Asistencia Pública alguien se había robado cien dólares que era el mayor bien que tenía el finado! A dos kilómetros del Palacio, el médico Edmundo Ariñez Zapata, al final de una prolongada jornada atendiendo a los heridos en el Hospital General, fue convocado a las 23.00 por el Ministro de Salud para practicar una autopsia por encargo del Presidente de la República. Aún se escuchaban descargas de fusilería (que hacían los milicianos para aterrorizar a la ciudadanía) cuando el Dr. Ariñez dejó el hospital y abordó una vagoneta donde estaban los médicos Arturo Rojas Alayza y Nicanor Machicao. Pasada la media noche, el vehículo bajó hasta el Sanatorio La Paz, en San Jorge, donde recogió al Dr. Hernán Messuti. Luego de parar en varios puntos controlados por milicianos y policías, llegaron hasta la Asistencia Pública, donde esperaban los doctores Manuel García Capriles, Jorge Ergueta, Francisco de Urioste, Humberto Rosetti, Juan Mancilla y Pastor Sangüeza. Se autorizó el ingreso de periodistas, entre ellos el representante de EL DIARIO, Alberto Zuazo y el reportero del periódico oficialista LA NACIÓN, Luis Antezana. Claudio San Román dirigía el acto forense, exhibiendo autoridad superior a la del Ministerio Público, comunicando al grupo de médicos que debían establecer las causas de la muerte de Únzaga y Gallardo, cuyos cadáveres les fueron presentados.[244]

Los médicos se reunieron en una rápida junta, acordando que la autopsia la practicaría el Dr. Nicanor Machicao, ayudado por el Dr. Juan Mancilla, ambos patólogos. Estos procedieron en seguida a destapar el cráneo y extraer el cerebro de Únzaga, verificando la trayectoria de un proyectil que ingresó por la sien derecha y, aparentemente, al chocar con el hueso de la sien izquierda, rebotó en ángulo agudo, saliendo al exterior perforando el hueso occipital derecho. Cerca de las 3 de la madrugada se llegó a tal conclusión y sin mayor juicio de valor, que la obvia presunción de un suicidio, el Dr. Machicao empezó a dictar el Protocolo de la Autopsia. Sin embargo, el Dr. Messuti, forense con fama de experto en anatomía desde sus años universitarios, perplejo por la conclusión de los patólogos, se preguntaba ¿cómo era posible que la bala hubiera rebotado en la sien izquierda, donde el ala del frontal es más delgada que el hueso occipital, para tomar una dirección oblicua con trayecto casi contrario al de entrada y salir por el más grueso y duro occipital derecho? Si la bala tenía mayor velocidad cuando chocó con la sien izquierda y no la perforó, ¿cómo fue que al continuar su trayecto, perdiendo velocidad y llegando con menos fuerza al hueso occipital, sí lo perforó? Cuando el enfermero lavaba el cuerpo de Únzaga con una esponja empapada en agua, el Dr. Messuti se acercó y examinó visualmente la cabeza, notando que la sien izquierda estaba cubierta por un gran coágulo apelmazado, pidiendo al enfermero lavar esa región, de modo que, al limpiar la sangre reseca, quedaron al descubierto ¡dos orificios de bala!, uno más grande que era en realidad de salida del proyectil que ingresó por la sien derecha y, un poco más adelante, otro orificio, producido por un segundo disparo que atravesó el cerebro con dirección al hueso occipital. Alarmado por su descubrimiento llamó la atención de Machicao y éste le contestó: “espere un momento, estoy dictando el protocolo” Entonces Messuti, dejó traslucir enojo al exclamar con voz áspera:

“Ese protocolo no sirve, pues aquí hay dos orificios de bala en la sien izquierda”. Los médicos y autoridades quedaron paralizados y corrieron a ver los orificios. Segundos después, el propio Dr. Machicao intervino: Esto cambia la situación, aquí hay un orificio de entrada en la sien derecha con orificio de salida en la sien izquierda, y un orificio de entrada de otro proyectil en la sien izquierda, a unos milímetros del orificio de salida del anterior, y que tiene su orifico de salida por el occipital. Aquí ya no se puede hablar de suicidio… En la sala se armó un gran revuelo, San Román y Menacho salieron precipitadamente de la sala y Machicao empezó a dictar un nuevo Protocolo de Autopsia con los nuevos elementos que sugerían un asesinato. Luego se prosiguió con el cuerpo de René Gallardo, en el que se encontró un orificio de bala en la sien derecha con orificio de salida en la sien izquierda. El Dr. Manuel García Capriles hizo el último comentario de la madrugada: Si no hubiera sido por la observación del Dr. Messuti, habríamos pasado a la historia como una banda de cretinos pagados por el oficialismo. Eran las 6 de la mañana del lunes 20 de abril cuando los doctores abandonaron la Asistencia Pública. Esa mañana, los diarios informaban ampliamente de los últimos sucesos. EL DIARIO, en despliegue de primera página total decía: Tras violentos combates se sofocó una revuelta Mueren, Oscar Únzaga y su ayudante. 65 muertos y más de 100 heridos. El PURS repudia la subversión. Fue atacado a bala coche presidencial. Rige el Estado de Sitio.

  La cobertura fotográfica era amplia. En páginas interiores estaba la declaración de Julio Álvarez Lafaye con el título “Testigo presencial relata la forma en que el Jefe de FSB se suicidó sorpresivamente”.

LA NACIÓN, periódico oficialista, afirmaba categóricamente que Únzaga se auto eliminó, pero nadie lo creyó. El detalle de los dos balazos en la cabeza del supuesto suicida trascendió de inmediato y dio pie a la versión de un crimen político que se esparció imparable por las ciudades bolivianas. Había una lista parcial de bajas y se omitía una versión oficial creíble sobre lo sucedido en el Cuartel Sucre. La opinión pública se volcó perceptiblemente en contra del gobierno. El Ministro de Gobierno, Walter Guevara Arze, se vio precisado a declarar que “el gobierno no tiene semejanza alguna con las dictaduras de Fulgencio Batista y Marcos Pérez Jiménez”.[245] Aproximadamente unos dos mil detenidos en las últimas horas llenaban las cárceles bolivianas. Este el relato de Jaime Gutiérrez Terceros, el dirigente falangista que comandó las acciones en San Francisco, preso en el Panóptico de San Pedro.  “A las 11:30 del lunes 20 de abril se presentó Claudio San Román acompañado por jefes de control político. En ese momento éramos allí unos 300 presos. Descubrí que allí también estaba Fausto Medrano, cuando éste se puso de pie y se encaró con San Román. Señor General, mi nombre es Fausto Medrano y soy Presidente de la Confederación Universitaria Boliviana. Anoche fui tomado preso cuando me recogía a mi domicilio y exijo saber con qué cargos se me retiene contra mi voluntad-, dijo el universitario cruceño. Sabemos bien quién es usted y lo que hacía ayer. Así que, quédese tranquilo por su bien-, le respondió San Román”. También estaba un campesino a quien intentaron interrogar, chocando contra el muro idiomático. Era Luciano Quispe, el otro sobreviviente del Cuartel Sucre. Insistía, en aimara, que había llegado a la ciudad en la víspera, se había extraviado y no sabía cómo llegó hasta el lugar donde lo apresaron. Luego Raúl Gómez, uno de los jefes de Control Político llamó a Jaime Gutiérrez. Por la herida de bala en la cabeza, éste llevaba una gran venda blanca que lo hacía irreconocible. Le preguntaron su nombre y cuando respondió, San Román levantó la mirada:

Es a ti a quien estamos buscando-, dijo. Lo llevaron directamente a la oficina del jefe de Control Político, donde estaba el Ministro Walter Guevara Arze. “Había una relación entre la familia de Guevara y la familia de mi madre. Entonces él me dijo: “cómo era posible que yo, siendo tan joven, me haya metido en política para hacer sufrir a mi familia…” Comenzaron a preguntarme varias cosas, hasta ese momento yo no sabía que había muerto Únzaga. A la media hora, Raúl Gómez me dijo delante de Guevara “tú ya no tienes nada que hacer porque tu jefe está muerto”, pero no le creí. Querían saber qué actividad había tenido y yo negué todo. Les dije que había llegado recién de Cochabamba, fui a una misa, luego se produjo la balacera y me hirieron. Pero ellos insistieron. Habían decomisado una libreta donde no figuraban nombres, pero Oscar había anotado “Chiquito” que era el pseudónimo que me asignó desde los días de Río de Janeiro. Ya eran las 3 de la tarde y me llevaron a una celda donde estaban Hugo González Moscoso del POR junto a uno de sus camaradas con quien comentaban sobre la revolución de la víspera. Yo me ubiqué a un lado y no hablé con nadie. A las 6 ingresó a la celda Primitivo Sánchez, a quien yo conocía. Se acercó, se puso a llorar y me contó de la masacre de varios camaradas en el Cuartel Sucre y ahí comencé a tomar consciencia sobre la muerte de Únzaga, de Walter Alpire, Carlos Kellemberger y su grupo. En ese momento mi moral bajó a cero. Al finalizar el interrogatorio, el Ministro Guevara dijo que no me tocarían, pero era una ilusión. Como el día de la revolución tomamos presos a los agentes del control político, entre ellos estaba un oficial del Ejército que ordenó que me torturen durante ocho días seguidos. Quedé hecho una piltrafa humana, orinaba sangre,

apenas podía pararme y me llevaron a una celda incomunicado. Luego de confirmar la muerte de Únzaga y de todas las palizas, decidí que me maten, entonces comencé a patear la puerta de la celda y uno de ellos ordenó mi muerte. Entraron a la celda para liquidarme, me dieron patadas hasta que me vi tirado en el suelo. Ya en agonía, probablemente se condolieron, trajeron una frazada con la cual me cubrieron y me trasladaron a la enfermería, me colocaron en una camilla, me inyectaron y al día siguiente me sorprendió que me dieran un buen desayuno y a las 11:00 me sacaron a la sala, pusieron un sillón y me dieron sopa. Ese fue el fin de las pateaduras. Fui recuperando lentamente, me daban un buen almuerzo. Entonces se me acercó el campesino Luciano Quispe, que no hablaba más que aimara y en perfecto castellano me contó en voz baja lo que sucedió en el Cuartel Sucre. Me pusieron en una celda con Raúl Portugal. Luego empezaron a llegar presos de Santa Cruz y no había más espacio en el Control Político. Nos trasladaron al Panóptico.[246] Con un cordón de seguridad artillado alrededor de las embajadas, para evitar que los falangistas pudieran asilarse, sólo pudieron cruzar la puerta de la Embajada Argentina Gonzalo Romero y sus hijos Gonzalo y Horacio, Alfonso Guzmán Ampuero, Hernán Landívar Flores, Jorge da Silva y Víctor Sierra Mérida con siete pedazos de plomo en el cuerpo. La Embajada de Chile cobijó a Hortensia González Durán de Wallpher y su pequeño hijo Luis Antonio de 10 años, además de Julio de Zavala. Con el Control Político pisándoles los talones, Luis Llerena se abrió paso arma en mano para ingresar a esa legación en la calle Aspiazu. El mayor Carlos Olaechea logró asilarse en la Embajada del Brasil, mientras la Nunciatura refugiaba a Jaime Villaalba Kock y al hombre más buscado del momento, Enrique Achá. Pese a la veda a la prensa internacional para el uso de cable (teletipo), la noticia del supuesto asesinato de Únzaga trascendió las

fronteras. Los exiliados bolivianos salieron en marchas multitudinarias en Buenos Aires, Lima y Santiago, condenando al gobierno de su país y pidiendo la intervención de Naciones Unidas y la OEA. El gobierno trató de mejorar su imagen organizando un sepelio masivo de los muertos, a los que quiso mostrar como víctimas del alzamiento falangista. Pero el intento de incluir entre los muertos a los propios falangistas caídos en acción desarticuló aquella farsa. Se prohibió a las familias falangistas la realización de exequias públicas, pero las esposas e hijos de los asesinados en el Cuartel Sucre no tenían a quienes enterrar pues el gobierno hizo desaparecer los cadáveres, hallándolos semanas después, en una fosa común del Cementerio General, todos con señales de haber sido acribillados y con las cabezas destrozadas por los tiros que les aplicaron para que no queden sobrevivientes.[247] Cosme Coca, hijo del dirigente falangista, guarda un vivo recuerdo de esos días, cuando él tenía 17 años, su hermana Luz 12 y su hermano Hugo 10. “Fueron 15 días de incertidumbre porque mi madre, Luz Carrasco de Coca, creía que mi papá había fugado o estaba escondido. Recuperamos el cuerpo de mi padre a través del Obispado de La Paz. San Román citó a mi madre y mi abuela en la Iglesia Remedios de Miraflores, las llevaron al cementerio y les entregaron el cuerpo que estaba sepultado en un nicho a ras del suelo con el pseudónimo de “José Mamani”, figurando como una víctima que fue abatido por los falangistas. Mi padre tenía un tiro de gracia en el occipital. Mi madre sacó el cuerpo, lo puso en otro ataúd y compró otro nicho. Yo no vi el cuerpo y me quedé con sed de venganza…” El Ministro Guevara perdió la oportunidad de guardar silencio y condenó el luto público de las mujeres falangistas, acusando al finado Únzaga de haber hecho “un partido de neuróticas”. Y el gran embajador Víctor Andrade Uzquiano manchó su hoja de servicios al

país enviando una declaración oficial de la Cancillería a sus similares en América y Europa con la versión del “combate” del Cuartel Sucre. El gobierno montó una manifestación de apoyo a la que acudieron los funcionarios públicos y la COBUR oficialista, ocasión en que el Presidente Siles dijo: “Hasta ayer, alguna prensa nos acusaba de ser blandos que gobernaban con mano débil, nos criticaban como pusilánimes… seguramente nos criticarán ahora de mano fuerte…”[248] Siles dijo también: “con sangre ha vuelto a sellarse la unidad en las filas de la Revolución Nacional”, expresando “el reconocimiento del gobierno y los trabajadores al Ejército de la Revolución, a las Fuerzas Aéreas (sic) de la Revolución, al Cuerpo Nacional de Carabineros de la Revolución, porque ahí estamos todos identificados y no se repite como antaño, que bajo el uniforme de carabineros o de las Fuerzas Armadas tengan que recibir instrucciones para ametrallar a los propios hermanos”.[249] Como una ironía a esas expresiones presidenciales, EL DIARIO, decano de la prensa boliviana publicaba el 21 de abril una declaración del Jefe de la Casa Militar del Presidente Siles Zuazo, el Gral. Gustavo Larrea, quien refiriéndose a los sucesos del Cuartel Sucre reconoció que “14 falangistas que levantaban las manos fueron ultimados por la tropa atacante”. Resultaba tan flagrante esa masacre que el sustento moral del gobierno quedó dañado, aumentando la duda pública respecto al supuesto suicidio de Oscar Únzaga, cuyos detalles se iban revelando a la opinión pública por los mismos personajes del gobierno. Se generalizó la versión de que el 19 de abril, el gobierno del MNR puso en escena un sangriento montaje al que se prestaron el Gral. Ovando Candia y el Cnl. Guzmán Gamboa. El propio biógrafo del Presidente Hernán Siles Zuazo, el prestigioso escritor y diplomático Alfonso Crespo, formula dos interrogantes en el libro que publicó en torno a la vida de este mandatario:

“¿Se enteró Siles de la villanía de Guzmán Gamboa? ¿Cómo explicó éste que los carabineros tendieran la celada del cuartel? ¿Por qué no sancionó al capitán Mattos, que ordenó el asesinato de los falangistas? ¿Qué razones le indujeron (al Presidente Siles) a tolerar tamaño oprobio? Es uno de los hechos inexplicables de la conducta de Siles. Guzmán Gamboa siguió de Jefe de Policía y Mattos no fue castigado…”[250] Los hijos de Carlos Kellemberger y de Cosme Coca, todos de pocos años, se convirtieron en centro de la consternación del vecindario de Miraflores en su condición de huérfanos de padres asesinados el mismo día en el mismo lugar y tuvieron que vivir el resto de sus días con el recuerdo de esos días terribles de abril de 1959, lo mismo que los hijos, esposas, madres y novias de los otros inmolados.[251] La afirmación presidencial “con sangre ha vuelto a sellarse la unidad en las filas de la Revolución Nacional”, fue una de las pocas verdades oficiales de esos días. Hernán Siles Zuazo se había emparejado ante la historia con Víctor Paz Estenssoro. Pero esa unidad no era de concreto, sino de arena y en pocos años las diferencias entre estas dos figuras centrales de la Revolución Nacional volverían a llevarlos a posiciones irreconciliables. La parte más difícil del drama falangista fue revelar a Rebeca, la madre de Oscar, que su hijo había muerto. Nadie, falangista, pariente o amigo, tuvo el coraje de hacerlo. La única persona con las agallas necesarias fue la doctora Úrsula Beck de Conrad, leal amiga de Únzaga y de su madre. Llegada a la casa donde se alojaba Rebeca, la médica fue directa.[252] “Tu hijo ha muerto”. Luego le inyectó un poderoso calmante. Cuentan que la valerosa mujer, cercana a los 80 años, emitió un aullido prolongado y lastimero que acabó de romper el alma de los inocentes. Allí se terminó su estirpe. Todo lo que Dios le había dado, lo acababa de recoger. Jorge Siles Salinas, hermano del Presidente de la República, le dirigió a éste una carta desde Valparaíso, el 4 de mayo de 1959, la

misma que ha quedado como testimonio de un momento especialmente doloroso de la Historia de Bolivia:

Hermano: Los últimos sucesos en La Paz, que han culminado con el asesinato del gran patriota, el Jefe de Falange Oscar Únzaga de la Vega, y la actitud que ha adoptado frente a estos sucesos el gobierno actual de Bolivia que tu presides, encubriendo cobardemente el crimen bajo la apariencia de un suicidio, me obligan a asumir el amargo deber de enviarte esta carta pública, portadora de mi vehemente protesta por los atentados cometidos en contra de la dignidad de la persona humana por las hordas marxistas que se han adueñado del poder, desbordando tu autoridad y mimetizando tus actos de gobierno. El régimen actual, cuya Presidencia asumiste bajo los mejores auspicios, en una ocasión histórica incomparablemente ventajosa para devolver al pueblo su unidad y exterminar en él el virus de la discordia, ha echado sobre tus hombros una mancha de sangre, que viene a sumarse a una larga serie de crímenes y corrupciones que jalonan la trayectoria revolucionaria del marxismo en Bolivia. Conociendo tus buenas intenciones y tu rectitud moral, sé muy bien que tú has debido ser una de las personas más íntimamente afectadas por el trágico final de Oscar Únzaga, quien supo morir, sin duda, como cumplía su vida, consagrada generosamente al servicio de Bolivia, pero no acierto a comprender cómo puedes amparar la innoble y macabra farsa de los que asesinaron ayer a Únzaga y hoy insultan su cadáver. A cuantos conocimos íntimamente a Únzaga, y tú te cuentas entre ellos, no puede pasarnos por la imaginación ni la menor sospecha siquiera de que él hubiera atentado contra su vida. Era Oscar Únzaga un alma sinceramente creyente, un católico fervoroso, un

hombre a quien, por otra parte, le asistía la certidumbre del triunfo reservado a su causa, un día próximo o más lejano, cuando por fin sonase para Bolivia la hora de la justicia y la paz. ¿Cómo hubiera sido capaz de pensar en el suicidio un hombre dotado de tanta entereza moral? Causa por eso repugnancia e indignación el nuevo crimen que con Únzaga se comete. El Gobierno da la medida de su inmoralidad y su cinismo al pretender dar la impresión de que ignora las circunstancias en que el Jefe de Falange halló la muerte. La hipocresía de los ministros Guevara y Andrade, al intentar cubrir los actos del gobierno con una máscara de inocencia, colma la medida de las abyecciones cometidas por el régimen del que pareces ser una cómoda pantalla o un incauto prisionero. A los hombres y a los gobiernos que rigen a los hombres se los conoce por sus obras, y las obras de Únzaga fueron su valor, su denuedo, la fe que supo encender en las juventudes, su tenacidad para cerrar el paso a la anarquía y el desgobierno. En cambio, los frutos del Movimiento en el poder no han sido sino el odio, la miseria y la destrucción de las instituciones y la economía del país. ¿A quién creer ante la muerte trágica del héroe?, ¿al mismo héroe con su vida ejemplar o a sus perseguidores, que sólo dejarán detrás de sí, el recuerdo de su infecundidad y de sus fracasos? El martirio de Oscar Únzaga guarda una terrible semejanza con el crimen que encendió la Guerra Civil Española, el asesinato de Calvo Sotelo. A ambos les ha asesinado el marxismo, con su secuela de odios y violencia. Quiera Dios que en Bolivia no sobrevenga al holocausto de Únzaga de la Vega y sus camaradas el desangramiento del pueblo boliviano, ya suficientemente castigado por el infortunio.

Nadie podrá olvidar en Bolivia que los crímenes del 19 de abril fueron seguidos de una farsa ignominiosa, que se contentó con exculpar cínicamente a los asesinos, pues hubo aún que añadirse al crimen el ultraje cobarde a los muertos. En efecto, ¿cómo cabría imaginar mayor cinismo que el de aquella escena del entierro de los caídos de la Falange llevados en hombros de los partidarios del gobierno, en una comitiva que tú presidías y que se anunció como el sepelio de los milicianos gobiernistas muertos en la refriega? Es de esperar que el nombre de nuestra familia, que tan alto brilla en la historia de Bolivia, gracias a la nobilísima ejecutoria que nuestro padre supo acreditar ante ella, no siga siendo empañada por los crímenes de los hombres que te rodean. Esos hombres creyeron ciertamente que la impunidad acompañaría a sus delitos, desde la ocasión en que tú proclamaste, desde los balcones del Palacio de Gobierno, que tú mismo no eras sino un continuador de la obra revolucionaria de Paz Estenssoro y que considerabas tu deber rendir tributo a las realizaciones históricas efectuadas por el gobierno de aquel siniestro personaje. Desde ese momento el pueblo boliviano dejó de creer en ti, al ver tus propósitos de identificarte con los errores y atrocidades que tu antecesor cometió desde el gobierno. ¡Quiera Dios que los días que aún quedan al MNR en el poder no vuelvan a ensombrecer el trágico destino de Bolivia con nuevos crímenes y violencias! ¡Dios salve a Bolivia, hermano Hernán! (Fdo.) Jorge Siles Salinas Vega.

  Terrible carta, para quien sepa aquilatar su contenido ético. De cualquier forma, en abril de 1959, trabajadores mineros y petroleros

levantaron momentáneamente sus huelgas “sólo para evitar falsas interpretaciones”.[253] El gobierno “se sensibilizó” y aprobó el descongelamiento de sólo el 50% en las pulperías de las minas nacionalizadas y otorgó a los trabajadores de YPFB una escala de bonos de producción y un plan de vivienda propia. Como lo esperaban los ideólogos del MNR, aunque la misteriosa muerte de Únzaga y el asesinato masivo en el cuartel Sucre abollaban la imagen del Presidente Siles Zuazo, en el imaginario popular, donde suelen anidarse tantas bajas pasiones, subsistía aquella máxima del siglo XIX: “Belzu ha muerto, ¿quién vive ahora?” Y como un efecto natural, “el pueblo”, que realmente hubiera arrastrado el cadáver de San Román si la Falange triunfaba, retornó mansamente al redil y se postró, una vez más, ante el más fuerte.

N

XXXIV - INTERVIENE LA OEA

 

adie pudo evitar que la ciudadanía boliviana etiquete el caso Únzaga como otro crimen político comparable al del Mariscal Sucre y la masacre del Cuartel Sucre como una versión moderna de las matanzas de Yáñez en el Loreto. Restando importancia al ametrallamiento de Walter Alpire y sus hombres con los brazos en alto, que para el Presidente y su Ministro de Gobierno fue el resultado de “un combate”, lo que constituye uno de los baldones a la memoria de los abogados Hernán Siles Zuazo y Walter Guevara Arze, el régimen del MNR buscó atenuar su responsabilidad apelando a la Organización de Estados Americanos (OEA), mediante una nota cablegráfica dirigida el 23 de abril de 1959 al Secretario General de la OEA, el uruguayo José A. Mora, suscrita por el Canciller de Bolivia, Víctor Andrade Uzquiano, solicitando una comisión calificada que investigue la muerte de Únzaga. Aquel documento firmado por el dos veces notable embajador boliviano en Washington, es indigna de su estatura política. El Sr. Andrade se refiere a los sucesos del 19 de abril y afirma que “el saldo de la aventura fascista enlutó a cerca de cien hogares humildes. Al finalizar las acciones y mientras las autoridades recogían a los muertos y asistían a numerosos heridos se encontró en un domicilio particular dos cadáveres que luego fueron identificados como los del jefe del movimiento subversivo, Oscar Únzaga y su ayudante civil, René Gallardo. Ante el fracaso de la criminal aventura elementos políticos que desde el exterior financiaron y organizaron la subversión han dado publicidad a una acusación señalando a miembros del gobierno como autores de dichas muertes…” Andrade, líder de “Estrella de Hierro” en los años 30-40, una organización nacionalista radical de la post guerra le daba el trato despectivo de “fascista” a Oscar Únzaga, a quien su Presidente,

Hernán Siles Zuazo, consideraba “un patriota, un nacionalista a quien tuve la suerte de conocer personalmente en varias oportunidades”. La nota pidiendo apoyo a la OEA intentaba poner un velo sobre el Cuartel Sucre y ocultar el asesinato de veinticuatro ciudadanos asesinados con las manos en alto. Buscaba que la comunidad internacional olvide a los jóvenes combatientes falangistas atacados con artillería pesada y bazucas por fracciones del Ejército y escuadrones de milicianos en la calle Murillo. Fingía ignorar los compromisos incumplidos por los jefes de la Policía y el Ejército con Oscar Únzaga, que determinaron el resultado adverso del alzamiento y la consecuente muerte de Únzaga y Gallardo. Insinuaba “financiamiento externo” que lo sabía de mínima cuantía en un levantamiento donde la pobreza material se suplió con el sacrificio personal. Ocultaba que el sentimiento inicial favorable a un “gobierno popular de obreros, campesinos y clase media”, había derivado en repudio compartido por mineros, obreros, universitarios, profesores, estudiantes y clase media a los que la Revolución Nacional había empobrecido como resultado de la corrupción y la incompetencia de algunos sectores en el MNR, en siete años de gobierno unipartidista que, a pesar de Siles Zuazo, se había tornado antidemocrático y represivo. Y por supuesto ocultaba una situación que resultaba una afrenta para la Declaración de los Derechos del Hombre: en ese mismo momento, dos niñas, encarceladas junto a su madre, eran obligadas a prestar declaraciones ante severos fiscales para que revelen “quien había asesinado a su tío”.[254] Desde 1953, el gobierno revolucionario había hecho tabla rasa con los derechos humanos y el trato civilizado, al vulnerar el derecho a la vida, torturando y asesinando a los adversarios políticos en nombre del “pueblo, de los indios y de los pobres”. No existía aún la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes que aprobaría Naciones Unidas sólo en 1987. No existía Human Rights, ni el organismo interamericano de

derechos humanos, pero la OEA decidía intervenir, más para ayudar al gobierno de uno de los países miembros que para establecer la verdad, pues hacer esto último -establecer la verdad sobre los hechos del 19 de abril de 19569- habría significado un acto de intromisión que otros gobiernos del sistema repudiarían. Recordemos que en ese mismo instante, Trujillo gobernaba la República Dominicana, Somoza lo hacía en Nicaragua, Stroessner en Paraguay, Duvalier en Haití y comenzaba la era de los Castro en Cuba, cuyo régimen decía servir al pueblo pero haría befa de los derechos y libertades proclamados en la Declaración Universal de Derechos Humanos, aplastando creencias, opiniones y diferencias en nombre de revoluciones absolutistas que sólo servirían para que los revolucionarios tengan un emocionante y cómodo pasar en la vida instituyendo nuevas oligarquías, como sucedió con el peronismo en Argentina o el PRI en México o mucho más tarde el chavismo en Venezuela. Las revoluciones eran una enfermedad trágica en América Latina. En aquel panorama continental, ¿por qué surgían hombres como Únzaga? Porque, como dice la Declaración Universal de Derechos Humanos, se considera “esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”. 21 países componían la OEA en aquel tiempo. Sus delegados debatieron el pedido del gobierno boliviano para investigar la muerte de Oscar Únzaga y lo sometieron a votación. La mitad más uno votó a favor de la investigación. Y así, el organismo interamericano, que no tiene potestades investigativas policiales, ni tampoco investigadores, tomó la decisión de contratarlos y el gobierno boliviano dispuso de un presupuesto especial para pagar por esos servicios. Mientras tanto, todos los demás refugiados en embajadas recibieron visas para salir al exilio, excepto Enrique Achá en la Nunciatura y Luis Llerena en la Embajada de Chile, de manera que el jefe de los

Camisas Blancas se convirtió en huésped permanente del embajador chileno Manuel Trucco y sólo el 19 de mayo, este diplomático alquiló un avión en el que los dos falangistas salieron rumbo a Chile. Al llegar a Arica, un enjambre de periodistas los esperaba y Achá complicó la vida de los gobernantes bolivianos afirmando que en la noche del crimen, un mes atrás, milicianos abrieron la ventana del cuarto de baño y dispararon a medio metro sobre las cabezas de Únzaga y Gallardo asesinándolos en el acto, mientras él y Álvarez Lafaye se tendían en el suelo para evitar ser acribillados. Días después, Achá dio una conferencia de prensa en la Asociación de Periodistas de Santiago de Chile, que fue tumultuosa y en la que el asilado boliviano sembró dudas sobre su versión. Básicamente, Achá afirmó que en el cuarto de baño de la calle Larecaja 188, Únzaga determinó que los cuatro hombres “no iban a defenderse para no comprometer a la familia que los había cobijado”, que “Únzaga estaba dispuesto a caer preso para responder de las responsabilidades que podrían derivar del hecho revolucionario que había jefaturizado”, puntualizando que en el epílogo, “mientras los milicianos trataban de forzar la puerta del baño, la ventana del fondo se abrió violentamente y apareció un brazo, momento en el que se escucharon tres detonaciones”. Enrique Achá no supo explicar por qué los balazos en la cabeza de Únzaga eran de calibres y armas diferentes, de manera que las tesis del asesinato tanto como la del suicidio quedaron en duda.[255] Entre tanto, el Dr. Carlos Tovar Gutzlaff, Fiscal de Partido en lo Penal, designado por el gobierno para hacerse cargo de las investigaciones, designó como Agentes Fiscales a los doctores Javier Vélez Tamayo y Víctor Aguirre Varela, constituyendo un grupo investigador ante el cual declararon todas las personas que tuvieron contacto con Únzaga, o vivían en la casa número 188 de la calle Larecaja el 19 de abril, incluyendo a Julio Álvarez Lafaye, Fausto Medrano Sandoval, Cristina Jiménez de Serrano, María Eugenia Serrano, María Renée Serrano, el Cnl. Luis Serrano Sánchez, el Dr. Luis Mario Serrano Echegeray, Augusto Jiménez Iturri, el R.P. Luis

Mellon Peters, la cocinera Isabel Jiménez de Almanza, los vecinos Julio Caballero y Fanny Ossio de Caballero, Julia viuda de Lapallier, una anciana francesa cuyo dormitorio estaba justamente debajo del departamento del Cnl. Serrano, el cantante-periodista Raúl Gil Valdez que vivía allí con su madre, además de los milicianos que dirigieron los allanamientos y los camilleros que recogieron los cadáveres. También tomaron como evidencias las declaraciones que hicieron en la cárcel Roberto Freire y Luis Sáenz Pacheco. Especialmente dura fue la experiencia de Julio Álvarez Lafaye prestando declaraciones reiteradas, una de ellas durante siete horas hasta el amanecer, sosteniendo una y otra vez su opinión personal en sentido de que Únzaga se suicidó. El Fiscal Tovar había tenido antes una experiencia aleccionadora. Una joven, de nombre Susana Valda, apareció muerta en el domicilio de su amante, un ciudadano llamado Hugo Patiño del Valle. El caso adquirió relevancia porque Patiño era alto dirigente del MNR y amigo personal del Presidente Siles. El Sr. Patiño declaró que la muchacha se suicidó pegándose un tiro de revólver en el pecho y otro en la sien, demostrando el Fiscal lo insostenible de aquella aseveración y enviándolo a la cárcel. Pero Carlos Tovar Gutzlaff, llamado “el fiscal de sangre”, también era un hombre con fama de capacidad y probidad, que no estaba dispuesto a tapar al gobierno en caso de establecer el crimen político, pero tampoco aceptaba la opinión de Álvarez Lafaye ni la versión del asesinato expuesta por Enrique Achá en territorio chileno. Tras las investigaciones que realizó, las entrevistas con decenas de testigos, fotografías del escenario del crimen desde todos los ángulos, recortes de prensa, opiniones múltiples, etc., estableció que los disparos sobre la cabeza de Únzaga se hicieron a centímetros de la piel, que nadie había ingresado al cuarto de baño para hacer tales disparos tan cerca y llegó a la conclusión de que no hubo suicidio, sino homicidio, sindicando de él a Enrique Achá y Julio Álvarez Lafaye. A solicitud de la Fiscalía, se inició el pedido de extradición de Enrique Achá a la justicia chilena.

Entre tanto la misión de expertos contratada por la OEA y el gobierno boliviano, llegó a La Paz. Sus integrantes principales fueron el penalista chileno Daniel Schweitzer y el médico peruano Jorge Avendaño. Más tarde se sumó el abogado mexicano Rodolfo Chávez Calvillo. El Dr. Schweitzer llegó primero, era un abogado criminalista, de notable personalidad, que asumió de facto la jefatura de la misión, aun cuando oficialmente no hubo una designación de la OEA en ese sentido. Quizás a ello se deba que el gobierno boliviano contratara a los especialistas chilenos René Vergara, policía investigador con pasantías en Scotland Yard y el FBI, así como al perito criminalista Oswaldo Esquivel, Jefe de Laboratorio de la Policía Técnica de Chile. A ellos se sumaron el General (retirado) Guillermo Prado Vásquez, perito balístico, oficial chileno de Estado Mayor y el Almirante (retirado) Teodoro Varas Polanco, profesor de matemáticas y perito balístico de la Armada de Chile. La misión se completó con los médicos legalistas Edgardo Schrimer Ramos, Ignacio Ibarra de la Fuente y Jorge Avendaño, todos también chilenos, provenientes del Instituto Médico Legal de Santiago. Primero llegó el grupo contratado por la OEA (Schweitzer, Avendaño y Chávez), alojándose en el recién estrenado Hotel Copacabana y luego se sumó el grupo contratado por el gobierno boliviano (Vergara, Esquivel, Schrimer, Ibarra, Gral. Prado y Almirante Varas). Un reportaje especial de la Revista Ercilla, también chilena, señalaba que el Hotel Copacabana de La Paz se había convertido en una isla para garantizar una absoluta impermeabilidad contra la curiosidad pública, pues la presencia de los investigadores fue recibida con escepticismo, aunque esa impresión inicial fue cambiando con los días, tanto que el Dr. Schweitzer dio una conferencia titulada “Reflexiones en Torno al Derecho Penal” en el Paraninfo de la UMSA. Pero la posibilidad de hacer vida social fue inexistente para los investigadores, ni siquiera en la colonia chilena residente en La Paz que lo intentó sin éxito. 52 años después, el Dr. Rodrigo Alba, estudiante de Derecho en 1959, quien fue actuario del Juez de la causa, Dr. Sergio Soto Claure, recordó detalles de lo que fue la llamada “misión de la OEA”,

algunos de ellos anecdóticos.[256] Por ejemplo que los ya maduros peritos balísticos, Gral. Prado y Almirante Varas llevaron un cajón a la casa 188 de la calle Larecaja, con el cual realizarían una complicada prueba para comprobar cómo se escuchó en distintas partes del inmueble el ruido de los disparos en el cuarto de baño donde murieron Únzaga y Gallardo, “porque abajo vivía una señora francesa y allí se oían los disparos, pero en algunas partes de la casa no se oía casi nada”. Deplorablemente, el cajón no pudo entrar por el zaguán de la casa… Alba tenía las llaves de los dos departamentos consecutivos en la planta alta y los peritos trabajaban en horario de oficina realizando sus investigaciones. Dice que lo más impresionante fue la necropsia realizada después de dos meses en el Cementerio General, ingrata tarea que debieron realizar los médicos chilenos Schirmer e Ibarra, varias semanas después de la muerte de Únzaga y Gallardo, en una ceremonia terrible a la que asistieron periodistas y representantes políticos. “Ya no…”, rogó la señora Rebeca, implorando que dejen en paz los restos de su amado hijo. En base al protocolo de la autopsia y las conclusiones de las necropsias, la misión de la OEA trabajó con las armas, el revólver Smith Wesson y la pistola Mausser, produciéndose un encendido debate entre el juez boliviano Sergio Soto Claure y el abogado chileno Daniel Schweitzer: SCHWEITZER. - Mire magistrado, aclaremos el punto. ¿Era revólver o era pistola? SOTO CLAURE. -  Para mí son iguales, los dos matan. SCHWEITZER (molesto se dirige al actuario Alba). - Por favor, explique al Juez lo que es un revólver y lo que es una pistola. ALBA. - Revólver es el que tiene tambor y pistola es la que tiene cacerina. SOTO CLAURE. - Si, pero los dos son iguales porque matan.  

Se estableció que sólo fueron tres tiros los que se dispararon en el cuarto de baño, detectándose su trayectoria después de herir a Únzaga y Gallardo. Fue examinada la pistola Mausser calibre 7,65 mm., disparada una sola vez, el proyectil de cobre calibre 7,65 mm., la vainilla de latón; el revólver Smith Wesson calibre 38, disparado dos veces, los proyectiles de plomo calibre 38, las vainillas de latón, la posición en que se encontraban Únzaga y Gallardo cuando recibieron los disparos. Inspeccionaron meticulosamente el lugar del suceso, dimensionaron interiores y exteriores. Detectaron manchas y salpicaduras de sangre, señales de deslizamiento de una cabeza sangrante apoyada en una de las paredes. La forma en que fueron hechos los disparos, su trayectoria, rebotes de los tiros, los rastros de sangre y cabellos en paredes, techo, lavamanos, etc., el impacto en la pintura y la porcelana donde llegaron las balas en su recorrido, las perforaciones y huellas que dejaron en batas, abrigos e impermeables (perramus) colgados en el cuarto de baño, las manchas de sangre en los zapatos de Únzaga, los grupos sanguíneos de Gallardo (B) y de Únzaga (A). Examinaron las ropas que vestían, los cabellos. Reconstruyeron lo que sucedió en esa casa a lo largo del 19 de abril de 1959. La investigación descartó la versión de Achá en sentido de que un brazo apareció por la ventana del fondo del cuarto de baño, porque había siete metros desde esa ventana hasta el piso y no había dónde pararse o apoyarse. De haberse disparado desde allí, el miliciano asesino tendría que haber tenido un brazo de 1,70 metros, lo cual se desechó. Pero no quedó ninguna evidencia de que se hubiera hecho la elemental prueba del guantelete ni en los cadáveres de Únzaga y Gallardo ni en Álvarez Lafaye ni en el Cnl. Serrano luego de ser apresados. El “pucho” entre los dedos de la mano derecha de Únzaga no fue tomado en cuenta. Es más, los investigadores no pudieron hablar con el sacerdote Luis Mellon que vio ese resto de cigarrillo apagado, porque luego de reiterar su versión ante el fiscal del caso, debió luego abandonar el país y muchos falangistas han insistido en que su salida fue una acción discreta de la Oficialía Mayor de Culto de la Cancillería.[257]

La recuperación de las armas fue también anecdótica. Si bien la pistola de Únzaga envuelta en un periódico por Cristina fue hallada rápidamente detrás de una maceta, el revólver de Gallardo que Cristina entregó al Coronel y este obsequió a Fanny de Caballero que a su vez la escondió en un saco de maíz-, creó conflictos. Los investigadores no pudieron acercarse al saco de maíz porque lo impedía un enorme gallo rojo que los atacaba. No sólo eso, su esposo Julio Caballero, amigo de los Serrano, nadie sabe por qué, extrajo las balas y las arrojó a un canal. Caballero era militante del MNR, se hizo sospechoso, perdió su trabajo, lo llevaron preso, lo torturaron y amargaron su vida para siempre. El trabajo de la misión de la OEA tuvo un momento crispado al llegar el licenciado Rodolfo Chávez Calvillo, el joven abogado mexicano contratado para evaluar la marcha de la investigación. Cuando ingresó a la casa de la calle Larecaja, el actuario Rodrigo Alba hizo las presentaciones y el policía criminalista chileno René Vergara se negó a darle la mano, creyendo que venía a quitarle el trabajo. Al parecer, la misión estuvo muy bien rentada.[258] Pero luego de que se le explicó al policía chileno que el mexicano era un abogado que venía a ver el avance de la investigación, Vergara recapacitó y le pidió disculpas. Seis semanas duró la investigación, en jornadas de 8 de la mañana hasta el anochecer. Los especialistas criminalistas, médico, abogados, policías y militares se desplazaban en vehículos veloces con una fuerte custodia, entre el hotel y la calle Larecaja, donde se concentró su trabajo y allí removieron hasta el último ladrillo. Cada miembro contratado por la OEA y por el gobierno boliviano recibió oficialmente mil dólares por todo el trabajo y un viático diario de diez dólares. Se especuló en el pago de una cifra mayor de gastos reservados por el gobierno boliviano. El Dr. Alba cuenta que otro de los temas llamativos del caso Únzaga fue el maletín donde supuestamente había cuarenta mil dólares. “Como yo tenía las llaves de las chapas y candados, uno de los fiscales creía que ese dinero estaba oculto, insistiendo varias veces en ingresar a la casa de noche y buscar ese dinero. No lo permití.

Pero creo que ese dinero no pasó de ser una fábula, parte de la leyenda negra que se tejió sobre el caso Únzaga”.[259] De retorno a Chile, la misión de expertos contratados por la OEA (que actuó con apoyo de los investigadores contratados por el gobierno boliviano), redactó un informe que remitió a la sede de la OEA en Washington y del que no existe copia en Bolivia. El título es sugestivo: “El caso Únzaga de la Vega. Doble suicidio por doble error”.  La conclusión del trabajo de la misión, después de casi dos meses de investigación, fue que el 19 de abril de 1959, en el cuarto de baño del Cnl. José Luis Serrano, Oscar Únzaga y René Gallardo, temerosos de correr la horrenda suerte y los dolores y vejaciones que envuelven a una revolución frustrada, cometieron el error de suicidarse, cuando pudieron escapar a salvo como lo hicieron Álvarez Lafaye y Achá. “Únzaga se hizo un disparo con la pistola Máuser, en la sien derecha con el arma apoyada. Su agonía duró lo suficiente para que Gallardo hiciera sobre él un segundo disparo con el revólver Smith Wesson. Acto seguido, Gallardo se suicidó con un disparo de revólver”. Pero la ciudadanía no lo creyó. “La gente no aceptó tal conclusión, la opinión pública echó la culpa a los movimientistas y el expediente se archivó porque legalmente no había en qué basarse para seguir un juicio”, dice el Dr. Rodrigo Alba.[260]

 

XXXV - ¿SUICIDIO U HOMICIDIO? - ANÁLISIS SOCIO-POLÍTICO

M  

ientras Cristina Jiménez de Serrano y sus hijas María Eugenia y María Renée manifestaban desconocimiento de la forma en que murió su pariente Oscar Únzaga, aunque descartando la posibilidad del suicidio, el Cnl. José Luis Serrano aceptaba la tesis del suicidio de Únzaga y el “remate” para acortar el sufrimiento, comprándose un problema adicional al dar el ejemplo del valeroso Coronel Ángel Bavia, héroe del Ejército de Bolivia en la Guerra del Chaco, quien al ver imposible defender su línea frente al enemigo, prefirió descerrajarse un tiro, pero al no morir en el intento, sufrió días de penosa agonía. Ello dio pábulo a la versión de que el Coronel, cuando entró al cuarto de baño, alrededor de las 19:21, escuchó los estertores y gemidos de Únzaga y, compadecido, le dio el tiro de gracia. Allí surgió la otra tesis, en sentido de que hubo un pacto suicida entre Únzaga y Gallardo, que ambos se dispararon al mismo tiempo muriendo Gallardo instantáneamente, mientras Únzaga quedaba agonizante y un tercero lo remató. Pero muy pocos lo creyeron y la versión popularmente aceptada fue que el gobierno hizo asesinar a Únzaga, utilizando para ello al Cnl. Julián Guzmán Gamboa y al Gral. Alfredo Ovando Candia, quienes llevaron al líder falangista a una trampa de la que sólo saldría muerto y tendieron un corralito[261] a Walter Alpire y 24 falangistas a los que los militares masacraron impunemente. Parecía confirmarlo el hecho de que habían pasado 24 días de tales sucesos y el Comandante de la Policía tanto como el Comandante del Ejército permanecían en sus cargos, pese a que fueron mencionados como miembros del Comando Supremo Revolucionario junto a Oscar Únzaga, Walter Alpire y el Gral. René Barrientos en la transmisión de Roberto Freire por Radio Illimani.

Pero los gobernantes, en vez de cortar de una vez por lo sano, prefirieron el camino de las medias verdades y el 12 de mayo, Hernán Siles Zuazo y Walter Guevara Arze convocaron a una conferencia de prensa nacional e internacional en la que el Presidente “invocó a Dios como testigo de que Guzmán Gamboa nunca proporcionó información alguna en sentido de que FSB preparaba un golpe subversivo”, añadiendo que “los verdaderos responsables del conato no se hallan en Bolivia: son (Carlos Víctor) Aramayo y sus lugartenientes”,  pero ello carecía de toda lógica. Por su parte el Ministro de Gobierno desmintió que la revolución fue una comedia para justificar el asesinato de Únzaga y afirmó: “No interesa la forma cómo murió Únzaga, puesto que su muerte (suicidio u homicidio-suicidio) no fue sino el resultado de los hechos subversivos”. Pero Guevara Arze dijo dos mentiras categóricas. Rechazó que varios falangistas fueron fusilados en el Cuartel Sucre. “Es una infamia”, dijo. Y remató la faena con una frase que él la sabía falsa: “Se ha constatado que no existieron (en el golpe falangista del 19 de abril) elementos del Ejército y Carabineros comprometidos”.[262] Un tiempo después, el Cnl. Julián Guzmán Gamboa se acogió a la jubilación y el Ministro de Gobierno, Dr. Walter Guevara Arze le tributó una magnífica despedida, agradeciéndole por “su lealtad, eficiencia y honestidad”, remachando la frase con otra de mayor intensidad: “Que la Divina Providencia le proteja y el agradecimiento le llegue al retiro en su vida privada”.[263] Como todo cambia y al final, nada queda en las sombras, el Dr. Siles Zuazo y el Dr. Guevara Arze terminaron enfrentados por la política. Ha quedado como una paradoja para la historia lo que dijo el propio Walter Guevara, tres años después, a propósito de Hernán Siles y la muerte de Únzaga y de los falangistas asesinados en el Cuartel Sucre: “El Dr. Siles, Presidente de Bolivia cuando aquellos hechos ocurrieron, y por consiguiente principal actor de los mismos, hace juego a los falangistas con su silencio

cauteloso y altoperuano mediante el cual parece creer que, si hubiera alguna responsabilidad hipotética en este asunto, acabaría resbalando exclusivamente sobre mis espaldas, librando las suyas de toda carga. Ha llegado a sostener en una oportunidad, a propósito de mi posición política “que nadie puede ignorar el 19 de abril”. Si no se pudiera ignorar para mí, ¿por qué tendría que ignorarse para él? ¿No era acaso el Jefe del Estado, el primer responsable de todo lo que ocurriera durante su administración? ¿Y no fue acaso él (Siles Zuazo) quien sostuvo en su cargo al Director General de Policías, según veremos más adelante, contra mi criterio y mi consejo?”[264] Si el Dr. Siles Zuazo dejó entrever algo poco claro en la conducta de su ex Ministro Guevara, éste hizo lo mismo respecto al ex Presidente Siles. Llama la atención que ninguno dijera nada sobre el Gral. Alfredo Ovando Candia y su doble juego. Probablemente primó el interés político para no malquistarse con quien tenía ya predominio sobre la institución armada. Aunque el proceder de Ovando respecto a Unzaga fue abominable, éste militar fue el gran ganador del 19 de abril de 1959, pues definió la victoria de una de las partes enfrentadas, hiriendo de muerte al perdedor (FSB), dejando debilitado al vencedor (MNR) y reponiendo a un viejo actor político (el Ejército), al que se había dejado sin rol luego de abril del 52. Siles, Guevara y Paz (entonces en Londres), comprendieron que los milicianos resultaban insuficientes y que en adelante los militares contarían. Felizmente para ellos, Ovando y Barrientos eran compañeros del partido y no competidores… todavía. En consecuencia, había que darles lo que más parecía agradarles, marchas, uniformes, condecoraciones, cargos… En la emergencia de mantener el poder y reproducirlo, poco importaba la calidad moral del Gral. Ovando, quien demostró una absoluta prescindencia de escrúpulos, amoralidad desconcertante y tremenda capacidad para tapar las fallas del espíritu con tierra sobre los muertos.

Probablemente, la principal falla del Gral. Ovando no fue su desmarque de Únzaga cuando el Presidente Siles pareció ganarle la moral ordenándole ponerse a la cabeza de sus regimientos (Hs. 11:42) y los hechos sugieren una traición del Jefe de Estado Mayor calculada mucho antes, lo que explica la ausencia de munición cuando Alpire toma el Cuartel Sucre (Hs. 11:33), frenando los acontecimientos. Al llegar el Presidente Siles sano y salvo al Palacio (Hs. 12:09), Ovando decide atacar con todo a sus aliados falangistas (Hs. 12:13) y sus oficiales de confianza exterminan a los falangistas más valiosos en la masacre del Cuartel Sucre (12:30), asegurándose de que nadie quede vivo, especialmente Walter Alpire, testigo de las reuniones entre Oscar Únzaga y el Gral. Alfredo Ovando, cerrando la traición con el brutal ataque final contra la última trinchera de la calle Murillo usando artillería pesada y bazucas (16:00 a 17:00). Cabe anotar que 18 años después, Enrique Achá trató de atenuar la responsabilidad del Gral. Ovando en el fracaso falangista del 19 de abril de 1959 y la violenta muerte de Únzaga de la Vega. “Durante la elaboración del plan, el Gral. Ovando se comprometió a neutralizar la acción del regimiento Waldo Ballivián, es decir que mientras se desarrollaban las acciones entre once de la mañana y tres de la tarde, la tropa tendría órdenes de no salir del cuartel, sino a defenderse en la misma (sic). Efectivamente sus soldados salieron después de las 15 horas. Por lo que Ovando cumplió con nosotros” (¡!).[265] Esta declaración aumenta la sensación de duda sobre Enrique Achá. Ovando no cumplió, como lo demuestra la masacre de falangistas en el Cuartel Sucre -a los que se privó de municiones-, masacre registrada poco después del medio día. Si bien no hay forma de demostrar que el gobierno planificó todo, es natural colegir que, sabiendo lo que iba a pasar, el gobierno dejó que suceda. En este caso, el Dr. Guevara Arze lo permitió, el Cnl. Guzmán Gamboa fue indiferente y el Gral. Ovando Candia cometió traición. Volvamos a los hechos, a la distancia de 53 años.

El Ministro de Gobierno sabe con antelación que habrá un golpe de Estado ese fin de semana, y en cumplimiento de sus obligaciones, lo espera despierto el sábado 18 a la media noche, entre su despacho y las penumbras del Sansouci, a cuatro cuadras de distancia. La versión del golpe circula entre algunos moros y cristianos al anochecer. Los ministros Bedregal, Aguilar y Antelo se enteran a las 22:00. Cuando se acercan a Guevara, en aquella whiskería de Sopocachi, éste los desaíra con el añadido de que todo está bajo control. Guevara es celoso de sus atribuciones, conoce que Únzaga ha diseñado una vez más un golpe y no un alzamiento popular. Por tanto, sabe que sólo un grupo de falangistas se movilizarán y que la explosión final será por medio de uniformados. Pero la mecha policial estaba mojada. Ovando era el otro conspirador, pero, o no cuenta porque estando en la conspiración en realidad está con el gobierno, o porque es pusilánime y calculador y no arriesgará nada. En Radio Illimani, Freire y Pacheco llegan a decir que Guzmán Gamboa está con la revolución falangista. No es creíble, por tanto, que la central telefónica sea tan determinante. Si el legendario coronel Guzmán salía con su arrolladora fuerza, poco importaban la central telefónica. En el peor de los casos, 10 carabineros dejaban a la ciudad sin teléfonos por 5 minutos y asunto arreglado. Pero Guzmán no sale y condena el golpe al fracaso. La defección de Ovando deriva en la masacre del Cuartel Sucre, pero sus implicaciones son de carácter moral más que político. En el Cuartel de San Jorge se reúnen Siles, Guevara y Ovando, pero no Guzmán, que es el dueño de la principal maquinaria de que dispone Guevara: el poderoso Cuerpo de Carabineros armados hasta los dientes. Paradójicamente, Guzmán Gamboa conspira con Oscar Únzaga para evitar que Siles Zuazo permita volver a Paz Estenssoro, que es también lo que Guevara desea impedir. Es esta compleja ecuación, Únzaga es para Guevara una molestia circunstancial, en cambio Paz Estenssoro es el enemigo principal y no Siles Zuazo.

¿Qué ganaba Guzmán Gamboa llevando a Oscar Únzaga a la Presidencia, además de apaciguar su conciencia por lo de Chuspipata? ¿Guzmán traicionó a Únzaga? Enrique Achá trató de exculparlo señalando, a posteriori,  que ante cualquier orden del Director de Carabineros para desplegar tropas, los comandantes de los regimientos Aliaga y La Paz “debían confirmarlas directamente con el Presidente de la República o con el Ministro de Gobierno”. “Pero esa disposición no la conocía ni Guzmán Gamboa ni menos el jefe o dirigentes falangistas”, para concluir Achá en que “prácticamente Guzmán ya no tenía mando (¡!)”. Después del fracaso por la inacción de Guzmán Gamboa, la patética traición de Ovando Candia, la masacre del Cuartel Sucre y la muerte de Unzaga, los dos conspiradores de uniforme siguieron en funciones. Guevara le dio a Guzmán Gamboa una despedida de héroe y Ovando Candia se quedó en Miraflores hasta llegar a la Presidencia de la República cinco años más tarde, mientras Guevara será Canciller del otro conspirador del 19 de abril de 1959, el Gral. René Barrientos Ortuño.[266]  ¿Era Ovando Candia un cínico manipulador capaz de prever la concreción de sus sueños con años de anticipación? ¿Calculó Guevara la eliminación, física o moral, de su principal opositor a futuro -Únzaga- en caso de ser elegido Presidente con la ayuda de Siles? De ser así, tenía primero que ganar la gratitud del Presidente Siles, forzando la sensación de un cruel levantamiento falangista, con malvados disparando sobre el pueblo desde las torres de San Francisco e irresponsables que sacrifican a jóvenes ingenuos. Y el Presidente Siles, salvado su gobierno del colapso, aceptaba la versión del “combate” en el Cuartel Sucre, pese a que su Jefe de la Casa Militar sabe y públicamente dice que fue una masacre, un asesinato de hombres con los brazos en alto. Y si bien esto parece una debilidad presidencial, no parece implicar de lleno al mandatario con la trama general, cuyo capítulo final se desarrolla en aquel cuarto de baño de la calle Larecaja 188. Lo único cierto es que

Únzaga, antes de morir, asumió que había sido engañado por Guzmán Gamboa y Ovando Candia. Es imposible planificar un suicidio, pero sí instigarlo. En el caso de Únzaga, quizás se permitió un homicidio, acaso por mano propia. No fue una fría conspiración en algún palacio florentino apelando a la cantarella o a la daga asesina blandida por tercera mano para eliminar a un príncipe. Fue una reacción de viveza criolla, de reflejos casi futbolísticos, de quien sabe “cuándo hay que hacer” y “cuándo no” para capear tempestades y empinarse sobre la cresta de la ola.    Las conjeturas sobre la muerte de Ùnzaga, dividieron profundamente a los bolivianos y a medida que pasaba el tiempo, también a los falangistas. Atemperada la pasión, fue remirado el panorama completo a la luz de la razón y mucha gente de opinión creíble, aceptó la tesis del suicidio, mientras otras personas, igualmente sensatas, no podían dar crédito a hechos y situaciones inexplicables, como la advertencia de la Armada Argentina, transmitida por José Gamarra Zorrilla sobre la trampa mortal que se montó para suprimir a Únzaga; los movimientos inexplicables del Gral. Ovando desde las primeras horas de esa jornada del 19 de abril y su visible traición; la inacción e indiferencia de Guzmán Gamboa; la necia explicación sobre una cadena que impide el paso a la central telefónica; el cigarrillo consumido en la mano con la que supuestamente Únzaga se disparó; o la poco ortodoxa “solución” al misterio de “la denuncia” que dio paso a la incursión de milicianos y consiguiente muerte de Únzaga. Esa “solución” consistió en cargar sobre las espaldas de una familia todas las culpas de un magnicidio y una masacre de ciudadanos indefensos, estigmatizando a una mujer con el descaro que ofrece el poder. Como las cuentas no cuadraban para explicar convenientemente la presencia de milicianos en la calle Larecaja Nº 188, se introdujo un elemento “pasional” condimentando el crimen con la “venganza” de “una mujer feucha y celosa”, cuyo marido supuestamente “mantenía una relación extraconyugal con la prima

de Únzaga”. Y el propio Ministro de Gobierno, Dr. Walter Guevara, es quien echa lodo sobre Cristina Jiménez de Serrano, con expresiones que revelan fobias y filias íntimas, cuando la observa y la describe con acentuada morbosidad: “Se comportaba como una actriz que estuviera poniendo en escena un drama con el que ella nada tuviera que ver. Alta, morena, con facciones vigorosas, con labios sensuales, vestida con pantalones y una chompa no parecía en absoluto agobiada por los acontecimientos…”.[267] Luego de introducir una descripción tan subjetiva, buscando causar un efecto negativo en un medio impresionable y mojigato como el boliviano, Guevara disparó su artillería mayor, relatando “su descubrimiento” del porqué de la denuncia que atrajo milicianos al paradero final de Únzaga, provocando su muerte “por mano propia”. Presuntamente, la denunciante era la esposa engañada, cuyo marido se entendía con la vecina de al lado en un caso de doble adulterio y ello explicaba, según Guevara, el resentimiento del Cnl. Serrano y su esposa Gaby contra su nuera Cristina. ¿Quién era el supuesto galán? Pues nada menos que un militar que la tarde del 19 de abril comandaba los operativos contra los últimos reductos falangistas en el sector de San Francisco, pariente de otro militar del mismo apellido que comandó el intento de asesinato de Oscar Unzaga el 24 de julio de 1958, en la casa de Enrique Riveros Aliaga. (ver Capítulo XXIV). Todo en familia. La esposa engañada hace la denuncia “anónima” al jefe de seguridad, Cnl. Arce Amaya, íntimo del “marido infiel”, todos amigos y compadres. Probablemente el mayor Prudencio -que así apellidaba el supuesto “amante”-, se jactó alguna vez de tener una “relación” con “la prima del enemigo”, lo que dio pábulo a que el Dr. Guevara se abrazara a tal argumento para descargar responsabilidades, a las que el Dr. Siles Zuazo se refería cuando dijo “nadie puede ignorar el 19 de abril”, que tanto escozor provocó en el teórico de Ayopaya. Walter Guevara ya había dado muestras de comportamiento machista -tan común en aquel tiempo-, después del fracasado golpe de octubre de 1958, cuando Walter Vásquez Michel fue capturado al buscar un refugio en compañía de su esposa. Trasladado al Control

Político, grande fue su sorpresa cuando el mismísimo Ministro de Gobierno lo sometió a interrogatorio, impresionando al falangista por “su elevado nivel cultural e inteligencia”, como lo expresa la calidad del interrogatorio con apreciaciones políticas e históricas que desconciertan al preso político. De pronto, en medio de “la penetración de la dirección de Falange y la incorrecta lectura de FSB ante la realidad nacional” que ponderaba Guevara, soltó éste la pregunta indiscreta que nada tenía que ver con el contexto del interrogatorio: GUEVARA. - ¿Quién es la jovencita que siempre lo acompaña? VASQUEZ. - Es mi esposa. GUEVARA (admirado). - Es muy joven. ¿Cuándo se casó? [268]

  Walter Guevara vivió la política intensamente. Combatió en el Chaco, fundó el MNR, le dio sentido a su ideología a través del “Manifiesto de los Campesinos de Ayopaya”, contribuyó con su talento al lucimiento de Víctor Paz en la legislatura constituyente de 1938, juntos llevaron al poder a Villarroel y a su caída ambos se refugiaron en Buenos Aires. En el exilio perdió a su esposa y su hermano. Volvió para conspirar, se casó de nuevo, llegó a la Cancillería después de abril del 52, consiguió el difícil reconocimiento del Departamento de Estado que permitió enderezar la Revolución Nacional, fue el personaje más importante junto a Paz Estenssoro, quien le dio cuerda para intentar la Presidencia, pero luego lo dejó colgado de la nada, cuando Siles Zuazo hizo valer sus derechos revolucionarios. El Presidente Siles lo hizo Ministro de Gobierno, con la idea de fortalecer un candidato que impida el regreso de Paz Estenssoro. La víspera de la muerte de Únzaga lo sorprende en compañía de una atractiva mujer en un local público en semi penumbra. Y luego de la muerte de Oscar Únzaga, luchará de nuevo por la Presidencia y será derrotado por Paz Estenssoro en 1960, contra quien escribirá un panfleto terrible - “Radiografía del jefe”- relación descarnada de las flaquezas morales del Dr. Paz. Se distanciará de Siles Zuazo y de Juan Lechín, para luego aliarse con

ambos y derrocar a Paz Estenssoro en noviembre de 1964, secundando el proceso revolucionario y guerrillero de Falange Socialista Boliviana. Y en esas asociaciones de locura que caracterizan a Bolivia, Guevara Arze será Canciller del Gral. René Barrientos, más tarde ilustre exiliado y luego, en alianza con el odiado Paz Estenssoro, alcanzará la Presidencia del Senado que lo catapultara -¡al fin!- a la tan deseada Presidencia de la República, aunque será derrocado al tercer mes por sus viejos compañeros del MNR detrás del Cnl. Natusch. El pueblo enfrentará a esa criatura indeseada por el Departamento de Estado, el coronel beniano desistirá, pero Paz Estenssoro se vengará de las afrentas guevaristas y lo dejará en la estocada aupando a Lydia Gueiler. Incapaz de jubilarse, don Walter candidateará a la Vicepresidencia junto a Gonzalo Sánchez de Lozada y continuará haciendo política hasta el último día de su existencia. Con tal historial, Guevara Arze era un coloso en el cruel coliseo de la política boliviana, al que sólo acceden los gladiadores más duros, aptos para enfrentar a otros de la misma envergadura, con los golpes más duros, para evitar que su sangre enrojezca la arena, pero también capaces de mirar con absoluta indiferencia cómo las fieras devoran a los cristianos.   Para comprender la crueldad de las luchas políticas en Bolivia, bien vale detenerse ante la tragedia que vivieron los Serrano, marcados por la fatalidad del parentesco con Oscar Únzaga. Sintiendo de interés para el lector, transcribimos parte de la reseña que obtuvimos de reiterados contactos vía e-mail con María Renée Serrano de Newman. “Nos tuvieron sin dormir mientras nos tomaban declaraciones. Trataban de que mi mamá admita que ella mató a mi tío Oscar o lo hizo matar. Lo mismo le decían a mi abuelo, exigiéndole que admita haber matado a Únzaga o de lo contrario no nos dejarían salir. Estuvimos varios días sin cambiarnos de ropa ni acceso a medios de higiene y salimos de allí con mi hermana a la Nunciatura que reclamó por nosotras.  Nos llevaron a la Cárcel de Mujeres en Obrajes que atendían las Madres del Colegio

Ingles Católico. Unos amigos de la familia Velasco nos llevaron ropa y comida; ellos no tuvieron miedo de las represalias del gobierno. La Iglesia Católica nos asistió, especialmente el Padre Alejandro Mestre, quien hizo el arreglo para que nosotras, las hijas, vayamos a visitar a mi papá que estaba muy enfermo junto a mi abuelo en la cárcel de San Pedro. Mi hermano menor Marco vivió su propia tragedia. En la tarde del 19 de abril bajó al cumpleaños de una de las hijas de la familia Caballero que vivían en la misma casa. Cuando nos estaban llevando al Control Político, el salió buscando a mi mamá, pero mi abuelo le dijo que se quedara con esa familia y que todo se iba a arreglar rápidamente. No fue así. Como permanecimos en la cárcel por tanto tiempo, mi pobre hermano de sólo diez años estuvo abandonado. El padre Mestre del Colegio San Calixto, fue el único que nos ayudó en toda esa tragedia y llevó a mi hermano al convento. Vivió luego en cinco casas diferentes de amigos, hasta que al final lo llevaron a la cárcel para que esté con mi mamá que salió en libertad después de nueve meses. La vida ya no pudo ser normal. La gente tenía miedo vincularse con nosotros. Mi padre perdió sus pacientes y un día no tuvimos lo necesario para sobrevivir. Él pidió ayuda a los falangistas, pero se lo negaron. Estaban contra nosotros y ese también fue un dolor muy grande. Hasta algunos de nuestros familiares hablaron contra nosotros. Del MNR se esperaba cualquier cosa, pero jamás imaginamos que los falangistas nos traten así, si lo único que habíamos hecho fue arruinar nuestras vidas tratando de ayudar a tío Oscar. En el año 1960, la Iglesia Católica, después de muchos contratiempos y presiones logró que el Subsecretario Walter Flores Torrico recomiende que nos den permiso para salir exiliados al Perú. En Lima estudiamos mucho

para llegar a ser secretarias bilingües y aprendimos inglés. Nuestro sueño era ir a los Estados Unidos. En Bolivia hasta algunos de nuestros parientes decían que los movimientistas nos habían pagado para hacerlo matar a mi tío Oscar y otros decían que nos habíamos quedado con el dinero de la revolución, cuando en verdad pasamos estrecheces muy grandes para salir adelante en Perú. Pero Dios no se olvidó de nosotros. Yo tuve la oportunidad de venir legalmente a los Estados Unidos, fue un milagro, la vida no fue todo color de rosas, sufrí mucho, me sentía muy sola sin mi familia, todo era diferente, pero el Señor me puso gente buena en el camino que me hizo la vida más llevadera. Salí del Perú en 1966 y en 1968 la hice traer a mi mamá y a mi hermano Marco que era aún menor de edad. Más tarde llegaron mi papá y María Eugenia. Finalmente estuvimos todos juntos.  Años después, nos enteramos de que mi abuelo José Luis había fallecido y más tarde también mi abuela Gaby. Mantuvimos contacto con algunos familiares, pero siento con dolor que nuestras raíces se han perdido quizás para siempre. No tenemos riquezas, ni debemos a nadie pues todo lo que tenemos nos pertenece. Mi papa murió en Baltimore, Maryland, el año 2002, rodeado de sus tres hijos, siete nietos y quince bisnietos. Maria Eugenia se casó, pero no tiene familia. Marco se casó, tiene tres hijos y cinco nietos. Yo me case en el año 1974 con Robert Newman, tenemos cuatro hijos -Christy, Robert, Kathy y Thomas- y once nietos. Llevamos en nuestra jubilación una vida feliz y tranquila. Este episodio que nos tocó vivir fue una experiencia muy dolorosa, pero nos hizo fuertes en las adversidades. No sentimos rencor hacia nadie y perdonamos a todos los que nos han hecho sufrir.

Nosotros le pedimos a Dios que nuestro querido tío Oscar esté descansando al lado de su mamá y sus hermanos.” El Dr. Walter Guevara Arze ha dejado un subjetivo retrato de Únzaga de la Vega: “era un fanático inspirado en el fascismo europeo que de haber llegado al poder hubiera hecho correr sangre sin contemplaciones… Tenía gran capacidad de convencer a gente joven de la justicia de su causa, empujándola a la hoguera sin contemplación, o sea a la lucha política que significaba apresamientos, pateaduras y confinamientos que marcaban para siempre a gente que, llevada por un idealismo inmaduro se enfrentaba al aparato represor del gobierno, dejándolas marcadas para el resto de su vida”.[269] Es distinta la opinión expresada por el escritor Moisés Alcázar, un hombre probadamente independiente, quien ha escrito sobre Únzaga los siguientes conceptos: “En su mirada se reflejaba la mansedumbre, aunque en su pecho ardía la llama viva de la exaltación patriótica y la tensión de una gran fuerza moral. Ninguna manifestación externa denunciaba al luchador y sin embargo toda su vida fue un perpetuo combate. Ni un solo momento del día ni de la noche, en los siete últimos años de su existencia pudo entregarse al descanso completo, porque le acechó la persecución tenaz de sus enemigos que le habían declarado guerra sin cuartel. Negada la fue la tranquilidad que otros políticos menos infortunados que él alcanzaron en épocas en que la política boliviana no se había deshumanizado hasta el extremo de parecer una lucha de lobos…”[270] Gustavo Navarro (Tristan Maroff), figura clave del trostkismo, escribió sobre Únzaga: “Debilucho de cuerpo, con ojos encendidos y el corazón en llamas marcha siempre adelante. No le detiene nada, ni el peligro de su vida. Es un combatiente de primera que da ejemplo e inspira respeto. No era un vulgar demagogo, como se lo presentaba, ni un frailuno a la usanza de los viejos conservadores. Era una mentalidad despierta, amplio hasta donde podía ir…”[271]

Alfonso Prudencio, Paulovich, ha escrito sobre Únzaga lo siguiente: “Fue el hombre más puro que conocí entre todos los que tuvieron un quehacer político. Una especie rara de hombre empecinado en amar a esta patria y en salvarla. Una especie de Linares pero más humilde y afectivo. Era algo así como un Quijote cochabambino que después de velar sus armas aquel último sábado, dirigió su pensamiento y sus versos a su amada (en este caso la Patria) y se lanzó a luchar contra enemigos muy fuertes. Y así murió…”[272] El escritor Antonio Paredes Candia ha escrito una frase que describe a Únzaga y su tiempo: “Si los políticos de hoy día, tan venales y escasos de civismo, se preocuparan de leer y conocer los discursos y el pensamiento bolivianista de este ciudadano, tendrían que aceptar que son la antípoda de aquel patriota. Únzaga fue honrado, honesto en su amor a Bolivia. No se valió de artimañas para tomar el poder. Cuando se propuso, enfrentó limpiamente a la bestia gobernante de entonces, con la misma entereza y decisión de un gladiador romano…” La polémica sobre la muerte de Únzaga continuó en todos los tonos y aún hoy, 54 años después, nadie está de acuerdo sobre esta página obscura de nuestra historia. Ni Mario R. Gutiérrez ni Gonzalo Romero, las dos figuras principales posteriores a Únzaga, jamás admitieron que el fundador de la Falange pudo haber cometido suicidio. Pero el núcleo superior de FSB reunido en Buenos Aires a poco de esa muerte no aceptó tampoco la truculenta versión de Enrique Achá sobre asesinos dentro del cuarto de baño, insistiendo hasta el final en que no hubo un pacto suicida y que “Únzaga estaba sereno y pudo abrir el balcón sobre la calle Larecaja, dar dos tiros al aire y morir acribillado como un Abaroa sin comprometer a un muchacho leal y sincero como Gallardo”. Si hubo suicidio, hay entre las muertes de Oscar Únzaga y Salvador Allende una común dignidad, pese a las diferencias doctrinales que pudieron haber tenido: ninguno de ellos permitió que sus enemigos hicieran escarnio de su infortunio. No les dieron el gusto de asesinarlos. Esto fue lo que no pudieron evitar ni Gualberto

Villarroel, colgado por los comunistas, ni Marcelo Quiroga Santa Cruz, asesinado por los paramilitares herederos de los milicianos. En la Plaza Pérez Velasco, en ocasión de su proclamación a la Presidencia en junio de 1956, un asesino apuntó a matar a Únzaga, sin lograr su propósito. Únzaga subsistió al veneno en Buenos Aires en 1957. Un disparo, apuntado contra él por un Chacal criollo, dio a milímetros de su cabeza en la embajada venezolana en la calle Capitán Ravelo de La Paz, en octubre de 1958. Ametralladoras pesadas concentraron fuego sobre la casa de Enrique Riveros donde almorzaba Únzaga en julio de 1958 con el propósito de asesinarlo junto a sus acompañantes. Todos esos intentos homicidas fallaron. “A Únzaga sólo pudo matarlo Únzaga”, dijo un falangista a este autor, aunque pidiendo el anonimato. El Oficial Mayor de Justicia del Ministerio de Gobierno en la administración Siles Zuazo, el Dr. Walter Flores Torrico dijo a este cronista: “Fue un suicido producto de la brutal persecución política que se hizo con la Falange y evidentemente hay responsabilidad del MNR en la muerte de Únzaga”.[273] El informe final de la misión de la OEA fue desestimado unánimemente cuando fue conocida, pero fue ganando espacio con el correr de los tiempos. Walter Vásquez Michel, fue uno de los primeros en admitir el suicidio, revelando que ya antes Únzaga había intentado auto eliminarse. Su camarada en el histórico Parlamento de 1956, Jaime Ponce Caballero, proyectó una tesis más inteligente y equidistante de la pura pasión política: “No importa tanto saber cuál es la mano que disparó sobre las sienes de Únzaga cegando su vida. Lo importante es conocer el proceso ejecutivo del delito, porque los hombres de leyes sabemos que hay un proceso del delito y que se puede ejecutar un crimen por mano extraña. En este caso hubo una inducción al crimen; a Únzaga lo empujaron a una celada y allí lo remataron o lo obligaron a tomar una decisión en última instancia. No importa quién disparó, lo importante es que Únzaga fue conducido a una muerte inevitable”.[274]    

E

XXVI - EL FIN DE LA INOCENCIA

 

n junio de 1959, como las manos de los gobernantes ya estaban ensangrentadas, decidieron completar la faena y escarmentar definitivamente a Santa Cruz. Con el pretexto del Estado de Sitio, el gobierno quiso retomar el control de la capital oriental reemplazando al Prefecto y al Alcalde. Las nuevas autoridades convocaron al Presidente de la Unión Juvenil Cruceñista para advertirle que se acabaron las guardias nocturnas que realizaban los jóvenes y que, “de continuar con esa práctica ilegal, serían dispersados por las fuerzas del orden”. El líder de la UJC, José Gil Reyes, respondió que acatarían las disposiciones del gobierno y contribuirían al mantenimiento de la tranquilidad, advirtiendo sin embargo que no debían volver los atropellos, abusos y saqueos que fueron causantes de la rebeldía del pueblo. De lo contrario, la Unión nuevamente patrullaría las calles para garantizar una vida pacífica sin sobresaltos.[275]      ero un sector juvenil minoritario decidió actuar por su cuenta. A la media noche del 25 de junio de 1959, un grupo de muchachos no quiso retirarse de la esquina del Club Social 24 de Septiembre y dejándose llevar al juego que las autoridades pretendían, hicieron disparos de revólver sobre el edifico del Comando de la Policía, matando a un sargento. Los responsables huyeron al Beni. El gobierno nacional difundió un comunicado acusando otra vez a Santa Cruz de intentar un “levantamiento separatista”, liderado por Melchor Pinto Parada, Presidente del Comité Cívico Cruceño. El Gral. Alfredo Ovando movilizó las fuerzas militares de Santa Cruz y Cochabamba, el Ministro de Asuntos Campesinos, José Rojas, comandó en persona a los campesinos del valle cochabambino. Melchor Pinto, tratando de evitar una masacre, declaró a Santa Cruz “ciudad abierta” a la que ingresaron las tropas en actitud bélica, con armamento moderno.

Las diferencias entre los líderes juveniles José Gil Reyes y Carlos Valverde Barbery, han dejado dos versiones de esos sucesos, pero ambas coinciden en que el gobierno del Presidente Siles mintió al denunciar un “alzamiento separatista cruceño” y mintió también al afirmar que el Comité Cívico Cruceño tenía “conversaciones con Brasil, Paraguay y Argentina para anexionarse a uno de esos países”. Lo evidente fue que ese gobierno ofreció 50.000 pasaportes para que los cruceños se vayan de Bolivia. Hubo una segunda invasión de campesinos y soldados, parecida a una guerra internacional. No respetaron ni a las figuras obispales de Mons. Carlos Gericke y Mons. Luis Rodríguez, quienes salieron en defensa del pueblo y recibieron culatazos. La represión fue implacable, los atropellos sin límites, nuevamente con saqueos. La cárcel política de Ñanderoga se llenó de gente, especialmente jóvenes que fueron torturados. Aviones repletos trasladaron a cientos de presos que fueron encerrados en las celdas del Control Político en La Paz. Melchor Pinto Parada de nuevo tuvo que exiliarse al Perú. La ciudad de Santa Cruz quedó desierta y nadie se atrevía a transitar por las calles al anochecer para evitar los abusos de las hordas alcoholizadas. La invasión punitiva fue en extremo humillante para Santa Cruz. Todo ello resintió el espíritu de unidad nacional por el próximo medio siglo. La persecución se mantuvo en los meses siguientes. Los falangistas, privados de la conducción de Únzaga de la Vega, solo atinaron a buscar el exilio o esconderse. Una noche de diciembre de 1959, alguien golpeó insistentemente la puerta del domicilio de la familia del asesinado Carlos Kellemberger. La viuda y su hijo Oscar que tenía sólo 12 años, salieron, encontrándose con un joven oriental vestido de chamarra que sintiéndose perseguido pedía que lo escondan. Mal lugar buscó camarada. Aquí lo cazarán en cualquier momento-, le dijo la señora, impulsada por el temor.

Al contrario. Después de asesinar a Carlos (Kellemberger), esta casa ya no tiene importancia para los sayones-, le respondió el perseguido. Tenía razón. Nadie lo buscó. Se quedó desde diciembre de 1959 hasta 1964, cuando Paz Estenssoro fue derrocado. Ese joven oriental era David Añez Pedraza.[276] Los falangistas quedaron en bancarrota política, emocional y material. Privados de trabajar, sin recursos para mantener sus familias, con sus jefes exiliados y perdida toda esperanza, no les quedaba nada. Nadie pudo hacerse cargo de la célula L de FSB en La Paz. Era el fin. Añez Pedraza asumió la jefatura falangista en La Paz por disposición del exiliado Mario R. Gutiérrez, en una maniobra para evitar que Enrique Achá, político audaz, se hiciera de la jefatura de ese partido, pese a estar desterrado en Chile y acusado por el fiscal que investigaba la muerte de Únzaga. Así, Añez tomó el organismo falangista más importante, viviendo en absoluta clandestinidad, que fue determinante para rearticular la Falange, apartando, tal vez definitivamente a Achá. Aunque la historia posterior a la muerte de Únzaga está detallada en otros libros de nuestra autoría, resulta válido resumirla en este texto. Una reunión de altos dirigentes de FSB en Buenos Aires determinó la jefatura de Mario R. Gutiérrez y la sub-jefatura de Gonzalo Romero Álvarez García. Mientras, en el MNR Guevara intentó arrebatar a Paz Estenssoro la candidatura, chocando contra un muro infranqueable. En 1960, Víctor Paz Estenssoro regresó y aplastó a cualquier otro postulante a ocupar la Presidencia y el trono de la Revolución Nacional. Mario R. Gutiérrez retornó del exilio y llegó a La Paz en medio de multitudes, logrando un buen desempeño en las elecciones de ese año. Walter Guevara saboreó la amarga pócima que su partido aplicó antes a los falangistas. Ciertamente, el Dr. Paz ya no era la béte noire posterior al 52. Con una Primera Dama esbelta y elegante, una pipa burguesa y un aire de estadista moderno, llevó a Juan Lechín como Vicepresidente, reflotó la COMIBOL, admitió una Confederación de Empresarios

Privados, robusteció a las Fuerzas Armadas creando una Fuerza Naval. Enfrentó de manera acertada la agresión chilena por el desvío de las aguas del río Lauca, interrumpiendo las relaciones diplomáticas con el país vecino. El acercamiento esta vez abierto a los Estados Unidos, fue mostrado al mundo por el Presidente John F. Kennedy como ejemplo de revolucionario no comunista y el Dr. Paz estuvo entre los gobernantes de América que rompieron con Cuba a excepción -simbólica- de México.     Cuando en 1964 Víctor Paz decidió ir a la re-reelección no consentida por la Constitución Política del Estado, las Fuerzas Armadas -cuyos mandos eran militares del MNR- ya contaban en política y llevando al Gral. Barrientos a la Vicepresidencia, el Dr. Paz ganó las elecciones con la mayor cantidad de votos de la historia nacional, 85,93%. FSB se lanzó a la ofensiva final, uniéndose al carro falangista Siles Zuazo y el MNR anti pazestenssorista, Guevara Arze y el Partido Revolucionario Auténtico (PRA), Juan Lechín Oquendo y el Partido Revolucionario de Izquierda Nacional (PRIN), además de comunistas, la COB, las universidades, el magisterio y otros. Desde luego hubo necesidad de sentarse todos en la misma mesa.  El que los convocó fue el Jefe de FSB, Mario R. Gutiérrez, quien inició la reunión con estas palabras: “Lamento compartir la misma mesa con los asesinos del jefe y fundador de mi partido, el patriota don Oscar Únzaga de la Vega, pero la necesidad de proteger a nuestra Patria de un mal mayor me obliga a sentarme con ellos”. Tocado tan directamente, Hernán Siles tomó la palabra: “No tengo cargos de conciencia respecto a la muerte de Oscar Únzaga a quien respeté en vida. Vengo fortalecido por la necesidad de unidad nacional en esta hora difícil, a pesar de que entre los presentes está quien quiso matarme el mismo día en que murió Únzaga”. Dicho esto, continuó la reunión que derivaría en una extendida conspiración de FSB pero en la que fue determinante el odio entre Paz, Siles, Lechín y Guevara, y no la Embajada Americana como luego sostuvieron los seguidores del re-reelecto Dr. Paz.[277]

FSB abrió un extendido frente guerrillero en Alto Paraguá comandado por Luis Mayser Ardaya, que puso en jaque a Paz Estenssoro. El jefe de Camisas Blancas, Luis Llerena, comandó otra columna guerrillera en Apolo con su hermano Reynaldo. El gobierno debió apelar a las Fuerzas Armadas que reprimieron con dureza ambas acciones armadas. Grupos falangistas realizaban atentados dinamiteros con la ayuda directa de personajes que descollarían en las luchas por la democracia en Bolivia.[278] Los mineros convulsionaron el occidente, los fabriles declararon la huelga general, FSB tomó la conducción del movimiento universitario con Guido Strauss, asumiendo la vanguardia de la subversión junto al Magisterio Nacional y la Central Obrera Boliviana. Hay coincidencia en la versión de que el plan insurreccional central correspondió a FSB y el Ejército (Gonzalo Romero / Alfredo Ovando), y que Barrientos no se decidió sino al final.[279] La Embajada Americana peleó tenazmente por mantener a Paz Estenssoro en el poder, en un momento en que esa legación habilitó decenas de agregados diplomáticos políticos, laborales, culturales, de prensa y desde luego militares, “al calor” de la Guerra Fría. El Servicio Informativo de los Estados Unidos, USIS, cumplía importantísima misión y tenía sus propios programas radiales informativos - “Crónica” y “Crónica Laboral”-. La misión militar norteamericana llegó a disponer de un espacio propio denominado “Pentagonito” y el Embajador ejecutó un papel determinante, de manera abierta y sin complejos. Ben Stephansky fue un compañero más del partido, que hacía la “V” de la victoria para demostrarlo y Douglas Henderson tomó como propia la estabilidad del segundo y tercer gobierno de Paz Estenssoro. Por eso se recordó, durante mucho tiempo, un incidente registrado en 1964, faltando poco para la caída del Dr. Paz, cuando Henderson invitó a un cóctel a dirigentes universitarios de todos los partidos. Después de los primeros brindis, el diplomático americano intentó introducir una línea favorable al oficialismo, reaccionando Jaime Gutiérrez Terceros para recordarle, con fuertes palabras, que “los responsables de mantener en el poder a corruptos y conculcadores

de los derechos humanos eran los Estados Unidos y su embajador”, abandonando el lugar en medio del silencio sepulcral de comunistas y trotskistas que no se atrevían a decir lo mismo. Los “Elefantes de Aníbal”, feroz grupo de milicianos, asaltaron el monoblock de la UMSA al empezar noviembre de 1964. Los presos repletaron el Control Político. El Vicepresidente de la República, Gral. René Barrientos Ortuño, acabó rompiendo con el Presidente Paz Estenssoro, cuya estabilidad pasó a depender del Comandante del Ejército, Gral. Alfredo Ovando, quien fiel a su estilo le juró lealtad incondicional… lealtad que duró hasta que lo puso en el avión que lo sacó al exilio, el día 4, cuando los presos del Control Político rompieron los barrotes de las celdas y se volcaron a las calles tomando el Palacio Quemado. Ovando bajó a la ciudad y juró a la co-presidencia con Barrientos. Washington congeló las relaciones con Bolivia. Pero el partido que lo hizo todo, FSB, no tomó el poder y más bien se dividió. En meses venideros, Barrientos ofreció la Vicepresidencia en las próximas elecciones a Gonzalo Romero, irritando a Mario R. Gutiérrez, provocando su aproximación al nada confiable Ovando, quien le sugirió asesinar a Barrientos, recibiendo un rotundo rechazo.[280] Se rompió el mando falangista y Gonzalo Romero prefirió marcharse antes que provocar la división de su partido. La lectura de la correspondencia entre Gutiérrez y Romero permite advertir las diferencias entre ambos. Aunque los dos tenían una excelente formación humanista e intelectual, no pasa desapercibida la clase que tenía caballeroso cinteño nacido en La Paz.  En las elecciones de julio de 1966, Barrientos obtuvo el 61,61% de votos acompañado por el Dr. Luis Adolfo Siles Salinas. FSB consiguió la primera minoría llevando al Parlamento una robusta brigada de 22 diputados y 3 senadores donde aparecían los nombres de Jorge Siles Salinas, Ambrosio García, Montoya Peirano, Ponce Caballero, Quiroga Santa Cruz y otros. Dueño de gran carisma, Barrientos inventó la wiphala,[281] se convirtió en el ídolo de los campesinos a los que visitaba semanalmente en sus comarcas a

bordo de un helicóptero, llevando obsequios, pronunciando discursos en idiomas nativos, jugando partidos de futbol, compartiendo comidas y fiestas. Pero se enfrentó a la COB y los mineros a los que les rebajó sus salarios. Amigo personal del Presidente Lyndon B. Johnson, consiguió reformular el contrato de explotación petrolera con la Gulf Oil Co., modificando la antipática “cláusula de agotamiento”, y la empresa americana aceptó compartir con Bolivia los beneficios de la futura exportación del gas a la Argentina. Con apoyo de la ciudadanía y sobre todo de los campesinos, logró aislar una invasión de militares cubanos comandados por el argentino Ernesto Che Guevara, a quien Barrientos pretendió capturar, bañar, afeitar y poner en un avión con destino a México, para que cuente su fracaso en Bolivia a quien quisiera escucharle. Pero no se lo permitieron el Comandante del Ejército, Gral. Alfredo Ovando y su Jefe de Estado Mayor, Gral. Juan José Torres, empeñados en ajusticiar al invasor.[282] En abril de 1969, décimo aniversario de la muerte de Oscar Únzaga de la Vega, su amigo el Gral. René Barrientos murió también de manera extraña en un accidente de helicóptero que nunca fue aclarado, aunque las sospechas apuntaron desde el primer momento a un militar allegado al Gral. Alfredo Ovando, quien presuntamente habría derribado el helicóptero cuando se elevaba en Arque con disparos de carabina para vengar un asunto pasional. Asumió constitucionalmente el Vicepresidente Siles Salinas, quien cinco meses más tarde fue víctima del artero golpe militar del Gral. Ovando, el 26 de septiembre, cortando abruptamente la vida democrática boliviana. Sugestivamente, aquel mismo día el Presidente Siles Salinas debía volver a La Paz desde Santa Cruz en un DC-685 del Lloyd Aéreo Boliviano, cuando el Gral. Ovando Candia tomó el poder por un “Mandato de las Fuerzas Armadas”. En el avión iba Julio Álvarez Lafaye, el último acompañante de Oscar Únzaga de la Vega en el cuarto de baño de la calle Larecaja. Álvarez Lafaye, muy amigo del Presidente Siles Salinas, quien fue su abogado defensor cuando lo encarcelaron por el caso Únzaga, fue citado por éste el 25 de

septiembre en Santa Cruz, para encargarle una de las gerencias de la Corporación Boliviana de Fomento. Lamentando el derrocamiento de su amigo, Álvarez tomó ese vuelo, en el que también estaba el equipo de futbol del club The Strongest, que una hora después se precipitó sobre Viloco muriendo todos sus ocupantes. Años después, el semanario en inglés Bolivian Times, denunció que el avión estalló en el aire por efecto de una bomba que tenía el objetivo de matar al Presidente Siles Salinas. La publicación vinculaba al Gral. Ovando en tal conspiración.[283] Por un “Mandato de las Fuerzas Armadas”, Ovando tomó el poder ese 26 de septiembre de 1969, en la inesperada compañía de un acreditado grupo de intelectuales de izquierda, entre ellos Marcelo Quiroga Santa Cruz, quien protagonizó pocos días después la nacionalización de la Gulf Oil Co. El Gral. Ovando contaba con el apoyo militar del Gral. Juan José Torres y en su círculo íntimo estaban su edecán Faustino Rico Toro y su jefe de seguridad, Luis Arce Gómez. Convertido a la izquierda, Ovando clausuró el Parlamento y dijo que iba a seguir la huella del proceso militar peruano del Gral. Velasco Alvarado, pero este se negó a aceptarlo en el mismo club. Hubo un segundo intento guerrillero de la organización creada por Ernesto Che Guevara, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), esta vez bajo el mando de Oswaldo Chato Peredo. Diversas expresiones de izquierda empezaron a expandirse en las universidades, disputando la preeminencia de Falange Socialista Boliviana. El gobierno se debatía en contradicciones internas y fue así que patrocinó la toma del monoblock de la UMSA con participación de falangistas, para luego obligarlos a desocupar con amenaza militar. En medio de crímenes abominables, como los asesinatos de los periodistas Jaime Otero Calderón, Alfredo Alexander y su esposa Bertha, además del dirigente campesino barrientista Jorge Soliz, Ovando perdió el poder cuando sus propios camaradas le retiraron aquel “Mandato”. Era octubre de 1970, cuando hubo cuatro gobiernos en cuatro días. El 7 de octubre asumió el Gral. Juan José Torres. De falangista en 1950, luego institucionalista en los 60, nacionalista y perseguidor del

Che en 1967, aparecía con la camiseta socialista en 1970, llevando a Bolivia a un proceso anárquico. Multiplicadas las siglas izquierdistas, Quiroga Santa Cruz interesó a un grupo de falangistas para fundar el Partido Socialista (luego PS-1). Si bien David Añez Pedraza y otros de tendencia izquierdista en la Falange tenían la convicción de que su partido debía establecer un proceso de revolución social, pero no antidemocrático, terminó distanciado de Quiroga Santa Cruz que abrazó abiertamente la causa marxistaleninista junto a falangistas como Walter Vásquez Michel y Héctor Borda Leaño. La izquierda su puso de moda en el mundo, como la minifalda y los hippies, siendo sus expresiones el “mayo francés”, la masacre de estudiantes en Tlatelolco-México y guerrillas urbanas como los Tupamaros en Uruguay y los Montoneros en Argentina. Todos asumieron identificación radical. Le salió un ala izquierdista al MNR y otra no menos curiosa en Falange con Enrique Bola Riveros, poniéndosele al frente Juan José Loría, quien asumió el liderazgo momentáneo de FSB, cuyo jefe, Mario R. Gutiérrez, se mantenía fuera del escenario. Se instaló una “Asamblea Popular” en el viejo Parlamento, con Juan Lechín a la cabeza, apuntando a instaurar el socialismo en Bolivia. Pero todo aquello no pasó de una farsa. El país estaba hastiado del desorden. Los grandes rivales políticos, MNR y FSB, se pusieron de acuerdo (12 años después de la muerte de Oscar Únzaga) para detener la marcha al despeñadero y el 21 de agosto de 1971, junto a las Fuerzas Armadas, la Policía, la empresa privada, los campesinos y los gremiales, llevaron al Cnl. Hugo Banzer a la Presidencia. Aquello fue posible por la aproximación entre Mario R. Gutiérrez y Víctor Paz Estenssoro, a quien la ciudadanía premió por esa actitud, olvidando los desafueros de su primer gobierno. El entendimiento entre falangistas, movimientistas y militares duró hasta junio de 1974, cuando Carlos Valverde, que ya era falangista, rompió con Banzer y con Mario Gutiérrez. El Presidente Banzer inició con éxito una negociación marítima con el régimen militar chileno del Gral. Augusto Pinochet, quien estuvo dispuesto a entregar una franja soberana que conecte a Bolivia con el mar, aunque fracasó el

intento por la condición de canje territorial por aquella franja y el enrarecido clima geopolítico regional que estuvo a punto de derivar en una segunda guerra del Pacífico y un enfrentamiento bélico entre Argentina y Chile, detenido en el último minuto por un enviado del Papa Juan Pablo II. Aunque Mario Gutiérrez aceptó la representación de Bolivia en Naciones Unidas, sólo una parte de FSB acompañó el modelo de gobierno a cargo de las Fuerzas Armadas que se extendió hasta 1978, cuando se realizaron elecciones a las que acudió el candidato oficialista, Gral. Juan Pereda, en compañía de una parte de FSB (Jaime Tapia, Gastón Moreira y otros), y otras partes del MNR, el PRA y el barrientismo, enfrentando a una gran alianza de partidos de izquierda con el MNRI de Hernán Siles Zuazo, el Partido Comunista, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) fundada en la clandestinidad por Chichi Ríos Dalenz (asesinado por la dictadura del Gral. Pinochet), Jaime Paz Zamora, Antonio Araníbar y Oscar Eid, coaligados en la llamada Unidad Democrática y Popular (UDP), además del PS-1 de Quiroga Santa Cruz y la otra Falange con la candidatura del Gral. José Patiño Ayoroa y Jaime Ponce Caballero.  Sin vencedor posible por al fraude, el 21 de julio de 1978 el Gral. Pereda desplazó sin miramientos al Presidente Banzer y nombró Ministro del Interior al ya Coronel Faustino Rico Toro, designando Jefe de la Casa Militar el Tcnl. Luis Arce Gómez, ambos del viejo equipo del Gral. Alfredo Ovando Candia, por entonces radicado en Madrid. En medio del desorden por ese complicado proceso electoral y el golpe de Pereda, pocos dieron importancia a un crimen que se produjo en agosto de ese año, en una finca cercana a Samaipata, donde el septuagenario coronel retirado, Julián Guzmán Gamboa, que combinaba sus tareas de agricultor con la redacción de sus memorias, fue asesinado con tres balazos disparados a su cabeza. En una revelación que hizo su hijo varias veces citado en este libro, también oficial de Policía, Germán Guzmán López en entrevista con el investigador y abogado Tomás Molina, el asesinato de su padre fue ordenando desde Madrid por el Gral. Alfredo

Ovando a gente de su confianza en Bolivia para impedir la publicación de revelaciones sobre la traición y muerte de Únzaga y otros temas controversiales que afectaban a Ovando quien se aprestaba a volver al país.[284]  El Gral. Pereda duró en el poder tres meses, hasta el 26 de noviembre, cuando toda la comunidad opositora aceptó complacida el golpe del Gral. David Padilla Arancibia. 20 años atrás, cuando Padilla era sólo un capitán de Ejército y edecán del Presidente Siles Zuazo, se produjo la extraña muerte de Únzaga de la Vega. Padilla fue también edecán de Paz Estenssoro. El 1º de julio de 1979 presidía las nuevas elecciones en las que se produjo un empate insuperable entre sus antiguos jefes, Siles Zuazo por la UPD y Víctor Paz por el MNR Histórico. El Gral. Alfredo Ovando retornó de su exilio en Madrid y se sumó al frente del Dr. Hernán Siles Zuazo, reencontrándose ambos 20 años después de la muerte de Únzaga y los crímenes del Cuartel Sucre. También en 1978 se posesionaron del escenario político Acción Democrática Nacionalista (ADN) del Gral. Hugo Banzer, con un fuerte componente falangista y, en la otra orilla, el PS-1 de Marcelo Quiroga Santa Cruz, en una versión renovada de la izquierda, también -como dijimos- con una importante presencia falangista. Pero ninguna de esas fuerzas pudo quebrar el empate de los dos grandes, Siles y Paz. Por iniciativa de ADN, el Congreso instalado eligió interinamente por un año al Dr. Walter Guevara Arze, quien tuvo el acierto de poner en el Comando de las Fuerzas Armadas al ex Presidente David Padilla. FSB, en franco retroceso, presentó al binomio René Bernal (General de Ejército, ex Ministro de Banzer) con Mario R. Gutiérrez obteniendo el 3,55% de la votación. La situación económica era vidriosa, principalmente por la deuda externa. Al insinuar el Presidente Guevara que requería por lo menos de dos años para enfrentar la crisis que se avecinaba, dio pie para que los movimientistas escindidos en la UDP y el MNRH, se rejuntaran para propiciar un golpe de Estado con el Cnl. Alberto Natusch, aunque resistido por Washington. El esquema de facto,

pero con Parlamento en funciones, propiciado por Guillermo Bedregal y José Fellman Velarde, en nombre del Dr. Paz Estenssoro y Edil Sandóval Morón y Abel Ayoroa actuando a espaldas del Dr. Siles, se instaló en el Palacio Quemado al amanecer del 1º de noviembre de 1979 y se agotó en 15 días, en medio de una dantesca masacre humana. Contando sólo con el reconocimiento de la Unión Soviética y de la dictadura argentina, el frágil interinato enfrentó una oposición externa radical liderada por los Estados Unidos y el Grupo Andino. La Empresa Privada, la COB y la Iglesia Católica presionaron a Natusch para que abandone su propósito y el Parlamento recobró fuerza para designar un nuevo Presidente, nombrando a la señora Lydia Gueiler Tejada y dejando al Dr. Walter Guevara Arze en la cuneta. Fue la venganza del Dr. Víctor Paz Estenssoro contra el teórico de Ayopaya. En 1980, enfrentado a una dolencia física, Mario R. Gutiérrez, renunció a la jefatura de FSB y ese partido quedó en el limbo, lo que explica que los falangistas designaran siete jefes: Jaime Tapia Alipaz, Juvenal Sejas, Gastón Moreira, Jaime Ponce Caballero, Enrique Riveros, Raúl Portugal y Carlos Valverde Barbery. La Presidenta Gueiler debió enfrentar la crisis económica nacional sin mayor preámbulo y lo hizo con valentía, devaluando la moneda, ante una enorme oposición de campesinos y obreros sin que los partidos que se preparaban para las nuevas elecciones se animen a darle apoyo para no menoscabar su caudal electoral. En un clima tenso por el enfrentamiento entre el líder de la COB, Juan Lechín y el Comandante del Ejército, Gral. Luis García Meza, con rumores constantes de un nuevo golpe militar, llegó el día de las elecciones en las cuales Siles Zuazo obtuvo el 38,74% de votos, contra el 20,15% de Paz Estenssoro, quebrando el empate del año anterior. Una fórmula falangista con Carlos Valverde Barbery y Enrique Riveros Tejada apenas obtuvo el 1,68%. FSB ya era marginal. La enfermedad de Mario R. Gutiérrez ya era irreversible y por esas cosas de la vida, en el período en que sufrió el epílogo del mal que

lo aquejaba, ningún dirigente político, falangista o no, le ofreció apoyo y aliento, con la sola excepción de Hernán Siles Zuazo, quien lo llamó para decirle que el país aún lo necesitaba. El 17 de julio de 1980, se produjo un Golpe de Estado con resultados nefastos. De nuevo corrió la sangre con los asesinatos del Padre Luis Espìnal, de Marcelo Quiroga Santa Cruz y la masacre de la calle Harrington. El Gral. García Mesa, a la cabeza de una Junta de Comandantes anunció un esquema militar de 20 años, pero sólo duró uno, jaqueado por Estados Unidos, que desconoció a ese gobierno y retiró a su embajador. Washington. Para colmo, la DEA identificó una línea criminal que vinculaba a la dictadura boliviana con el narcotráfico.[285] El resistido golpe marcó a civiles y militares que sintiéndose amenazados por la UDP, creyeron en la validez de los argumentos esgrimidos por quienes tomaron el poder. Algunos militantes de la disminuida Falange se habían incorporado al nuevo esquema militar, lo mismo que elementos del MNR, ADN y la empresa privada, a título personal, creyendo cándidamente hacerle un servicio al país impidiendo el ascenso de un “gobierno comunista”. Todos tuvieron ocasión de arrepentirse. Mario R. Gutiérrez murió en agosto de 1980 y Carlos Valverde armó una nueva guerrilla contra la dictadura militar, tomando el Campo Tita de YPFB “para lavarle la cara a la Falange, acción que fue controlada por una fracción del Ejército. Pero las acciones derivaron en una inesperada cuanto irreversible herida al Gral. Gary Prado Salmón. Una extendida conspiración contra el régimen de García Meza fue alentada por el Gral. Hugo Banzer y el Gral. Alberto Natusch, quienes fueron exiliados. En agosto de 1981, siendo insostenible su gobierno, ante un levantamiento del pueblo cruceño liderado por los generales Natusch Busch y Lucio Añez y el ex Presidente Luis Adolfo Siles Salinas, el régimen de García Mesa se derrumbó dando paso al Gral. Celso Torrelio, quien sustentó su gobierno con figuras políticas estimables como Gonzalo Romero, confiándole la Cancillería de la República, además de los movimientistas Adolfo Linares y Juan Carlos Durán y el falangista Edgar Millares Reyes.

La situación económica boliviana ya era crítica por el déficit fiscal, al debilitamiento del aparato productivo y el inicio de la escasez de dólares capturados por especuladores. El Banco Central de Bolivia asumió una política inédita decretando la flotación de la divisa americana lo que, tras un cuarto de siglo de estabilidad monetaria, llenó de pánico a la ciudadanía. El Presidente Torrelio fijó el límite de su gobierno en tres años, pero apenas pudo aguantar 10 meses, transfiriendo la Presidencia al Gral. Guido Vildoso Calderón, quien con la ayuda de su Secretario Privado, Gonzalo Torrico Flores, dispuso el repliegue de los militares a sus cuarteles, aceptando la tesis del Congreso del 80 expresada en la frase “¡Democracia ya!” que enarboló la empresa privada. En octubre de 1982 regresó al Palacio Quemado don Hernán Siles Zuazo junto a los jóvenes miristas quienes contrastaron con su atractivo discurso democrático la figura de coroneles y generales que había caracterizado al poder en los últimos 18 años. Pero la UDP era un incompetente frente electoral no apto para gobernar y Bolivia se hundió en un proceso hiperinflacionario sin parangón que llegó al 24.000%, producto de un déficit récord de millones de millones de pesos bolivianos que dejó cesante al aparato productivo. En 1983, un cónclave falangista eligió como jefe de FSB a David Añez Pedraza. Pero el partido de Únzaga de la Vega era casi inexistente. El secuestro en 1984 del representante de la empresa alemana Lufthansa por un grupo liderado por Antonio Anze, buscando recursos para financiar el derrocamiento de la UDP, le dio una nota más bien negativa a su partido. Pero sus antiguos adversarios, los movimientistas de la línea de Víctor Paz se involucraron en un hecho mayor -el secuestro del Presidente Siles Zuazo-, en el inicio de un golpe civil-policial-militar que al fracasar le dio oxígeno al gobierno udepista por unos meses más. Siles renunció a finales de 1984, cuando el dólar se cotizaba en dos millones de pesos bolivianos, convocando a elecciones en julio de 1985, que ganó el Gral. Hugo Banzer, teniendo cerca al Dr. Paz Estenssoro. FSB presentó la candidatura de David Añez Pedraza acompañado del abogado José Luis Gutiérrez Sardán, quien fuera

tiempo atrás estrecho colaborador de Mario R. Gutiérrez. La fórmula falangista sólo alcanzó al 1,16% de la votación. En su medio siglo de existencia, FSB agonizaba. Sin embargo, Añez Pedraza logró ser elegido diputado por Beni y Gutiérrez Sardán por Pando. El Congreso Nacional postergó a Banzer e hizo Presidente por cuarta vez a Paz Estenssoro, quien evitó que “Bolivia se nos muera” imponiendo el modelo de mercado con el Decreto 21060, a tono con lo que pasaba en la mayor parte del mundo -coincidiendo con el colapso de la Unión Soviética-, es decir la vigencia del neoliberalismo y la globalización de la economía. Terminó la hiperinflación y el déficit fiscal con la reducción de los gastos del Estado y su virtual achicamiento, fue racionalizada la burocracia, se decretó la libre contratación, se congelaron los salarios, subió el precio de los combustibles, se reformó la tributación con el IVA, se habilitó el bolsín para la venta libre de dólares, se estableció el libre comercio en base a la oferta y la demanda y a pesar del costo social, el país, escarmentado por la inflación, aceptó el modelo. Periclitó COMIBOL y los trabajadores de la minería nacionalizada fueron relocalizados. El apoyo de los organismos internacionales, vino casado al combate contra el narcotráfico determinado por el atroz consumo de cocaína que afectaba a los Estados Unidos. A Bolivia le tocaba reducir la oferta de coca para la industria ilegal de las drogas. En el ínterin, Añez Pedraza fue expulsado de FSB (1986) al haber adoptado una postura marxista que excedía la línea socialista y cristiana de su partido. Los falangistas encargaron la jefatura al cruceño Rommel Pantoja. Paz Estenssoro, con la experiencia y serenidad que dan los años, hizo una administración encomiable, incluyendo la última negociación seria que se intentó con Chile para recuperar la cualidad marítima boliviana, a través de los cancilleres Guillermo Bedregal y Jaime del Valle, tendiendo un eje de entendimiento en el que jugó papel central el intelectual Jorge Siles Salinas, designado Cónsul General de Bolivia en Santiago, aunque los actores chocaron con la intemperancia y falta de grandeza de quien conducía en esos momentos la Armada Chilena.

En 1989, trigésimo aniversario de la muerte de Oscar Únzaga de la Vega, iba a registrarse un fenómeno de convergencia entre opuestos, cuando el encanto de Gonzalo Sánchez de Lozada derrotó a los favoritos en las elecciones de ese año, ADN y el MIR, provocando la alianza de estos para hacer Presidente a Jaime Paz Zamora y gobernar unidos. Paz Zamora hizo un gobierno de esencia democrática, que será recordado porque quizás como nunca antes en la historia de Bolivia, no hubo perseguidos, ni muertos ni presos políticos y el único hecho de sangre fue el secuestro del industrial Jorge Lonsdale, Presidente de la Coca Cola en Bolivia, a manos de un grupo cheguevarista denominado Comando Néstor Paz Zamora (CNPZ). En un intento de rescate, Lonsdale murió en el fuego cruzado. También surgió otro grupo terrorista denominado Ejército Guerrillero Tupac Katari (EGTK) conducido por un joven matemático, Álvaro García Linera, al parecer entrenado en Cuba, en compañía de un campesino aimara llamado Felipe Quispe. Era la primera vez que indígenas hacían causa común con guerrilleros marxistas.  FSB se escindía en pequeños sectores, poniendo una nueva nota discordante al historial de ese partido, cuando se intentó alquilar la sigla para la candidatura del industrial Max Fernández y al final presentó sólo la candidatura a la Vicepresidencia de Waldo Cerruto, ex cuñado de Paz Estenssoro, obteniendo el 0,67% de los votos, provocando que el meritorio Jaime Ponce Caballero, “levante ante sus muertos su juramento falangista” y pida la disolución de su partido. En tanto, surgieron nuevos actores populares en el escenario político: por una parte, el ex trovador Carlos Palenque con Radio Televisión Popular (RTP) y su partido Conciencia de Patria (CONDEPA), y por otra el empresario Max Fernández Rojas que convirtió a la cerveza en referente político con su partido Unidad Cívica Solidaridad (UCS). En las elecciones de 1993, Sánchez de Lozada obtuvo una victoria holgada para el MNR, llevando como vicepresidente a Víctor Hugo

Cárdenas, un apreciado intelectual aimara. FSB eligió como Jefe a José Mario Serrate Paz y lo proclamó candidato a la Presidencia, llevando como acompañante vice-presidencial a José Gamarra Zorrilla, aunque con escasa fortuna. Hombres de la Falange -que parecía haber muerto como partido- fortalecieron las nuevas organizaciones populistas, destacando el otrora jefe de Camisas Blancas, Luis Llerena, quien sumándose a CONDEPA llegó a la Cámara de Diputados junto a la primera chola parlamentaria, Remedios Loza. Por su parte, Jaime Ponce Caballero, enrolado a la UCS, fue elegido diputado y -por la alianza de UCS con el MNR de Goni- asumió la Vicepresidencia de la Cámara Baja. Como una fatalidad del destino, un ya anciano Enrique Achá fue encarcelado en la Penitenciaría de San Pedro por un asunto de estafa, aunque su familia insistió en que se trataba de una antigua venganza política. Oscar Eid también era encarcelado por un extraño vínculo del narcotraficante Oso Chavarría con los mandos del MIR -que nunca se demostró categóricamente al morir Chavarría-. El tema de la lucha contra las drogas normaba la relación entre Bolivia y los Estados Unidos. Goni hizo un gobierno notable por la Participación Popular y la capitalización de las deficitarias empresas estatales, con la novedad de convertir a un grupo de transnacionales en socias de los bolivianos mayores de 21 años, en un proceso que sin embargo no acabó de concretarse. YPFB quedó cesante y tomaron su lugar petroleras cuya inversión erigió a Bolivia en una potencia gasífera. También fueron transferidos ENTEL, los ferrocarriles, la Empresa Nacional de Electricidad y la línea aérea LAB, creando el Bonosol para personas de la tercera edad. Atendió la exigencia internacional para reducir la producción de coca excedentaria que se desviaba al narcotráfico, creando un fuerte polo opositor en las regiones productoras de la hoja en el trópico de Cochabamba, que se organizaron políticamente con la experiencia de los mineros relocalizados por el 21060, creando una estructura política que pronto daría que hablar. Como Pigmalión, el legendario dirigente minero Filemón Escóbar creó entonces un símil político,

transformando al Chapare, de laboratorio productor de drogas en polo político revolucionario. El hijo de la venerable dirigente Hortensia Gonzales Durán, Luis Wallpher, quien salió al exilio con apenas 10 años luego de la muerte de Únzaga y coronó en Estados Unidos su formación académica en Arte, volvió al país e intento reanimar la antorcha falangista asumiendo de hecho la jefatura y participando como candidato a la Alcaldía de La Paz. La situación de FSB, partido que cumplió 60 años, buscó un cauce legal con la realización de una Convención en Santa Cruz, donde se eligió como jefe al industrial Juan Abuawad, quien designó Secretario General al meritorio Luis Mayser. Mientras, Wallpher intentó dar vida a una Falange sin la palabra “socialista”, lanzando  la “Falange Democrática Boliviana”, que se sumó sin mayor efecto al gonismo, Sánchez de Lozada, calificándose como “neoliberal de extrema izquierda”, patrocinó la búsqueda de los restos de Che Guevara, que devolvió al régimen de La Habana y luego cedió el poder mediante elecciones que ganó, en 1997, el Gral. Hugo Banzer, para gobernar con el MIR de Paz Zamora, CONDEPA del fallecido Carlos Palenque, la UCS del también desaparecido Max Fernández, la Nueva Fuerza Republicana del Alcalde de Cochabamba Manfred Reyes Villa y FSB jefaturizada por Juan Abuawad.   Al renunciar Abuawad, asumió la jefatura interina Luis Mayser, realizando en La Paz una reunión de 25 dirigentes falangistas de todo el país, prolongando el interinato de Mayser y eligiendo Secretario General a Jaime Gutiérrez Terceros, quien retomó la actividad política, organizando la presencia de FSB en las elecciones municipales de 1999. En el Parlamento se popularizó la figura de un diputado de tendencia radicalmente enfrentada al neoliberalismo: Evo Morales, líder de los sindicatos de productores de coca en el Chapare. Pertenecía a una alianza de partidos de izquierda donde se

relacionó con el ex falangista David Añez Pedraza, fundador del Movimiento al Socialismo Unzaguista (MASU), cuyo programa de gobierno era el mismo de la vieja Falange con retoques acentuando su tendencia de izquierda. Una nueva convención falangista, en el año 2000, eligió como jefe al abogado Otto Richter, quien en una de sus primeras apariciones públicas denunció “la presencia de la mafia italiana vinculada al Presidente Banzer”, provocando una reacción en cadena que puso tras rejas al italiano Marco Marino Diodato, casado con una pariente de Banzer, pero también al propio Richter, quien renunció ante la Corte Nacional Electoral, la que reconoció la jefatura a. i. de Jaime Gutiérrez Terceros hasta la realización de la próxima convención falangista, donde se eligió a Rommel Pantoja que, al contrario de Richter, asumió compromisos con el gobierno de Banzer y acabó renunciando por presión de la dirigencia falangista. El Presidente Hugo Banzer, quien había repudiado la transferencia gonista de YPFB a consorcios transnacionales, ya no pudo revertir la capitalización para no incumplir los tan frescos compromisos del Estado Boliviano. Pero pudo concretar el viejo proyecto de su primer gobierno de exportar gas a Brasil mediante un gasoducto que inauguró con el presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso. Aunque era un enorme salto para la economía boliviana, se lo hacía contrariando lo que había soñado Oscar Únzaga en los años 50. PETROBRAS había ingresado finalmente a Bolivia, mientras YPFB había desaparecido. Banzer habló de refundar la empresa petrolera estatal, pero la vida no le alcanzó para intentarlo. Una crisis abrumadora originada en el mundo se encarnizó con Bolivia, desesperando al Presidente Banzer y al Vicepresidente Tuto Quiroga, quien tenía a su cargo el manejo económico financiero de esa administración nacional, la última del siglo XX. La situación se tornó insostenible pese a la inauguración del gasoducto a Brasil que abría insospechados beneficios para el país. Pero la Embajadora de los Estados Unidos, Donna Hrinak, intentó dar un golpe de Estado para desplazar a Banzer por Tuto Quiroga, chocando contra la

lealtad de este. La llamada “guerra del agua” para evitar que se concrete el Proyecto Misicuni en Cochabamba, paralizó al país. Una llamada Coordinadora del Agua, acaudillada por Oscar Olivera e integrada, entre otros, por Evo Morales, le dobló la mano el gobierno, inviabilizando Misicuni. En ese momento, el periodista de Radio Fides, Eduardo Pérez Iribarne dijo: “ganaron la guerra, pero perdieron el agua”. El bloqueo de caminos en el altiplano, liderado por Felipe Quispe, el Mallku, así como las denuncias que publicó la prensa sobre hechos irregulares, jaquearon al gobierno. La salud del Presidente complicó la situación y afectado por el cáncer, resignó un año de su gestión presidencial. El sucesor constitucional, Tuto Quiroga, gobernó con acierto procurando atender la principal demanda de los bolivianos que pedían trabajo, mientras intentaba mejorar los ingresos del país en base al abundante gas boliviano, proyectando la exportación de grandes cantidades de LNG a los Estados Unidos mediante la construcción de un gasoducto hasta algún lugar de la costa del Pacífico. Enfrentó una ola de violencia en el trópico de Cochabamba, cuando los productores de coca empezaron a asesinar a uniformados de las fuerzas de lucha contra el narcotráfico.   Convocadas las nuevas elecciones del año 2002, en las que Manfred Reyes Villa arrasó en las encuestas a lo largo del proceso electoral, los asesores americanos de Sánchez de Lozada plantearon su campaña como una guerra, destrozando al candidato de la NFR. La desagradable intromisión del Embajador de los Estados Unidos, amenazando cortar la ayuda americana si acaso los bolivianos votaban por Evo Morales, logró el efecto contrario y la votación que pareció concentrarse inicialmente en Reyes Villa se transfirió a Evo, ya con la sigla del Movimiento al Socialismo (MAS), provocando la victoria en las urnas de Goni aunque por cifras tan miserables que lo obligaban a buscar el apoyo del último que hubiera querido, Jaime Paz, a quien los movimientistas habían hecho despojar de su visa a los Estados Unidos años antes, por el caso Oso Chavarría.

El resto de la historia reciente es conocido. El Presidente Sánchez de Lozada, con Jaime Paz como aliado crítico, se vio en la cresta de la ola de la crisis. Ante la indiferencia de los organismos internacionales, FMI y BM, obligado a elegir entre un “impuestazo” y un “gasolinazo”, escogió lo primero, enfrentando un motín policial que acabó con 31 muertos, 200 heridos, 134 inmuebles asaltados y daños por diez millones de dólares en dos días de horror en la ciudad de La Paz, en febrero de 2003. En la búsqueda de recursos, la simple consideración de la exportación de LNG por un puerto chileno, fue el pretexto para un alzamiento en El Alto, que paralizó a gran parte del país entre septiembre y octubre de ese año, con un saldo de 64 muertos, 300 heridos y daños incalculables, epilogando en la dramática salida del Presidente y su familia en un vuelo desesperado de helicóptero para salvar sus vidas. Lo que definió la situación fue el abandono de la clase media paceña a Goni, de la mano de la influyente periodista Ana María Romero de Campero, lo que llevó a un intelectual movimientista a exclamar que “los Romero bajaron dos veces al MNR, la primera en 1964, cuando Gonzalo Romero defenestró a Paz Estenssoro, y en el 2003, cuando la hija de Gonzalo, Ana María, acabó derrocando a Sánchez de Lozada”. Recibió la posta el periodista Carlos Mesa en el momento más dramático de la corta historia del siglo XXI, logrando remontar la situación nacional con indudable acierto, presidiendo el referéndum sobre el gas que le dio el apoyo y la legitimidad que requería para gobernar hasta el año 2008, superando la crisis económica y dando inicio al periodo de prosperidad del que goza Bolivia al cierre de la edición de este libro (año 2013). Carlos Mesa, apoyado por la opinión pública, dejó la Presidencia de la República atenazado por una triple conspiración de los alteños que exigían -y consiguieron- la absurda salida de la empresa Aguas del Illimani; de los cocaleros y el MAS en el valle, entrenando su musculatura para la toma del poder; y de los autonomistas en la naciente Media Luna, intentando protegerse de lo que se venía inminentemente.

Evo Morales fue el heredero de David Añez Pedraza, quien le cedió la forma de organización falangista -donde fue vigorosa la actuación del Dr. José Luis Gutiérrez Sardán- y el color azul de la vieja FSB, en una transfusión de los postulados programáticos de Únzaga, entre ellos el control de la exportación de hidrocarburos sin importar si estos son también producidos por privados, lo cual le daría a Bolivia un rol importante en la geopolítica regional sudamericana, o la adopción del paradigma “indígena” por encima del “campesino”, conceptos adulterado por ciertos rasgos racistas de la gente del MAS que rodea al líder cocalero, al que le asignan una vocación tutelar de poder cercana al fascismo y con pretensiones de eternidad. Morales empezó como neo socialista y “nacionalizó” los hidrocarburos. Pero gozando de la bonanza de los precios internacionales del gas y los minerales y de los beneficios que acumuló el modelo de mercado en 25 años, alentó un sistema también neoliberal e inédito, donde todo vale -incluyendo actividades al filo de la legalidad-, privilegiando a unos en disfavor de otros, como ya sucedió con el MNR desde 1952, en una política dirigida a favorecer a los que se considera “nosotros”, “los nuestros”, en perjuicio de ”los otros”, “los demás” a los que se discrimina y sojuzga, dentro de un modelo blindado, que forma parte de un eje continental con los regímenes de Venezuela, Ecuador y Nicaragua, caracterizados por su poco apego al sistema democrático, y que se basa en el monopolio de los poderes, la ruptura con la Iglesia, el enfrentamiento con la prensa libre y otros rasgos totalitarios de los que estaba exento el ideario unzaguista. Únzaga fue un defensor de la doctrina de Cristo, un demócrata que creía en la separación de poderes, un profesor que buscaba elevar el nivel de vida de los sectores postergados a través de la educación, un periodista convencido de que la actividad pública debe estar alumbrada por la luz de la opinión libre, un estadista que propugnaba una relación cordial con todos los países del mundo, basada en el respeto y la consideración recíproca.

Entre tanto, la Corte Nacional Electoral borró la sigla de FSB, pese a lo cual Gustavo Sejas ostenta actualmente el título de Jefe de FSB, con sede en La Paz, en tanto el médico Juan Carlos Santiesteban, antiguo falangista cruceño, retomó la sigla y la mantiene hasta el presente en aquel distrito. Al fallecer el exjefe falangista y fundador del MAS, David Añez, la alta cúpula masista en el poder le tributó sentido homenaje y uno de sus herederos políticos, el Dr. José Luis Gutiérrez Sardán, quien fue influyente abogado en el Palacio Quemado junto al Presidente Evo Morales, ha sostenido que algunas de las ideas de Únzaga son parte del actual proceso de cambio que empuja el MAS.   En el otro extremo, un joven nacionalista llamado Horacio Poppe Inch, ha organizado en Sucre un grupo de seguidores suyos, también en base a los principios de Únzaga de la Vega, denominado “Falange 19 de Abril”. Ellos censuran todo lo hecho por FSB después de 1959 y son críticos del neoliberalismo del pasado reciente y del “neopaganismo” con el que identifican al actual gobierno. “Lo que vemos hoy con Evo Morales -dice Poppe- no es más que la consecuencia de la injusticia social que se vivió en los 25 años de democracia liberal. Consecuencia de esto es la reacción del neomarxismo que ahora trata de incautar lo que acumuló la derecha liberal, borrando la institucionalidad y todo lo que hace a la identidad boliviana”. Pero la Falange que lidera Gustavo Sejas básicamente en La Paz y la que dirigía Juan Carlos Santiesteban en Santa Cruz, rechazaron cualquier relación tanto con el MAS aliado del difunto Hugo Chávez, como con la versión falangista de Horacio Poppe en Sucre, a la que consideran cercana a posiciones neofascistas de carácter internacional. La muerte de Oscar Únzaga, marcó el fin de la inocencia en Bolivia. Cayeron los últimos velos del pudor; se esfumó la posibilidad de actuar con honestidad en la vida pública. Se impuso la viveza criolla y el más repugnante pragmatismo con la careta del “positivismo”, disfrazando al prevaricato. Todos los dignatarios de Estado, a partir

de entonces, tuvieron sanas intenciones, pero infames realizaciones. Doble moral por doquier, chanchullo en la escuela y en la vida adulta. Pasarse la luz roja, colarse en la fila, mentir, enorgullecerse de hacer “trampita”, llevarse el mundo por delante sin otro mérito que la audacia, hacerse el vivo, meter gol con la mano y adjudicarlo a Dios. Los ruines han ganado y se ha extraviado la decencia, por la que Únzaga de la Vega entregó su vida en la encrucijada de la calle Larecaja. Sus adversarios se empeñaron en matar también la sustancia espiritual de su patriotismo. Tras haber perdido tres guerras internacionales en medio siglo, con Chile, Brasil y Paraguay, golpeado el orgullo nacional, Únzaga planteó el nacionalismo para regenerar al país y educación para todos, como forma inexcusable de lograr que Bolivia sea mejor y alcance por fin el desarrollo y la prosperidad. El nacionalismo fue la base de un proyecto ideológico para FSB, el MNR, el PIR y el POR. Quien llegase primero al poder lo concretaría. Llegó el MNR de la mano de Siles Zuazo y pudiendo hacerlo con Únzaga de la Vega, el destino hizo que derive a Paz Estenssoro en forma de revolución victoriosa. FSB pasó al bando derrotado. Los ganadores, ensimismado de gloria y arrogancia, decidieron gobernar cien años y anularon toda forma de oposición. Siendo Falange la única fuerza en pie, los revolucionarios en el poder silenciaron su voz, la voz de los inocentes, y pusieron a los seguidores de Únzaga en los confines de la vida nacional, marginados de la historia, salvo en el rol de “enemigos de las conquistas sociales”, en el papel de “los malos” en el enfrentamiento moral contra “los buenos”. Imposible negar las conquistas sociales luego de abril del 52. Si un presidente indígena llegó a la Presidencia de Bolivia, se debe indudablemente a Paz Estenssoro, Siles Zuazo y sus compañeros. Ellos hicieron un país más igualitario, pero no mejor. Pero en el acto final del drama, unos y otros sintieron que habían naufragado. Con las excepciones que hacen a la regla, casi todos los gobiernos, a partir de los años 50, actuaron bajo un sistema que los hermanó por encima de sus diferencias. Reinó la corrupción, que todos

decían combatir, pero todos admitían al llegar al poder. Corrupción, nepotismo, prevaricato fueron los motores de la vida política. La riqueza por encima de la ética, la ventaja sin que importe la dignidad. La honradez cada vez más flaca aplastada por la prebenda cada vez más gorda. La trampa como principal argumento ideológico. Mandatarios que no respetan su palabra y que carecen de honor. Gobiernos donde prima la doble moral, politizando la justicia para descabezar opositores y tapar trapisondas. ¿De qué vale el esfuerzo personal, quemarse las pestañas capacitándose intelectualmente, si cualquier sujeto puede alzarse con la mayor dignidad de la nación por la sola fuerza bruta de las armas o de la masa amorfa? Hemos vivido bajo el imperio de los apetitos primarios, de los valores invertidos y alterados, de la selección al revés en nombre de “la revolución”, “la restauración”, “el socialismo”, “el nacionalismo”, “el neoliberalismo”, “el neosocialismo, “el proceso de cambio”, “la revolución cultural”, “los pobres”, “los indígenas”, “el desarrollo”, de lo que fuere ¡qué más da! El patriotismo se volvió una antigualla. ¿Luchar por la libertad, por la honradez?, ¿para qué? si al final vencen los “vivos”, los que saben hacer “negocios”, los que elevaron “la comisión” y “la coima” a categorías supremas del vivir bien a la sombra del Estado. Donde la función pública se reduce a enriquecerse y perpetuarse en el paraíso. ¿Honor, hidalguía? ¡Bah! Son cosas de k’aras. A nadie importa si naciste honrao… El cambalache abrazó a civiles y militares, de izquierda o derecha, blancos, mestizos, indígenas, hombres o mujeres idénticos en su codicia. La política se ha convertido en un asunto de baja estofa, de pose antes que de inteligencia, de sujetos ganados por la facundia, que pueden hablar horas sin decir nada, haciéndole creer a la gente simple que algo entienden, pero en el fondo no saben nada de nada. Han pasado demasiadas cosas y la suma de horrores y desastres, que es nuestra historia, formó una costra en el alma nacional imposible de remover y sanar sin la voluntad de hombres como Únzaga, quien reclamaba probidad y transparencia en la

administración de los recursos públicos y ética en el comportamiento personal de los gobernantes. Proclamó que el voto universal sólo puede ser un bien democrático con el libre acceso de todas las fuerzas políticas organizadas, en todos los pueblos y sectores de la nación, lo que equivale a derribar los feudos políticos que empezaron a erigirse en los años 50. Propuso un Estatuto de Partidos y un Código Electoral que asegure la representación proporcional de las minorías y elimine la perpetuación del poder en un partido único. Planteó que los candidatos demuestren sus cualidades en cotejo abierto, para que la gente vote conscientemente, sabiendo quien es mejor y no simplemente quien parece el más popular o el más mediocre, que el final son casi sinónimos sociales. Lo suyo fue la democracia verdadera y no esa impostura que algunos aprovechados llaman “democracia popular”, “democracia directa”, “democracia comunitaria” u otras paparruchadas que no son otra cosa que la imposición de la voluntad del jefazo o el partidazo sobre la masa inerme.    Únzaga defendió el principio de la independencia de poderes, el respeto de las Fuerzas Armadas y la Policía, liberándolas de toda militancia política obligada a través de mandos venales a quienes se enriquece y se colma de dignidades, ministerios y embajadas, con el sólo fin de la perpetuidad en el poder. Únzaga entendía a Bolivia como una sola nación de ciudadanos iguales, con derechos y responsabilidades garantizadas por la Constitución Política del Estado. Un país donde la educación sea el rasero que iguala a todos los habitantes, ofreciéndoles oportunidades en similitud de condiciones, de acuerdo con sus conocimientos y habilidades, y no de su etnia o su militancia, mucho menos en un país como el nuestro, donde la mayoría son mestizos. Creía que la tenencia de la tierra debe estar normada por un régimen de derecho, que tienda a elevar los niveles de producción y consumo, con el acceso de cualquier boliviano y a su justa adquisición. Proclamaba el respeto a quien hace fortuna con el

trabajo honrado y por ello defendía la libertad de empresa sujeta a una justa ganancia, el fomento de la libre empresa y la conveniencia de la reinversión de un porcentaje de utilidades, el establecimiento de un Código de Inversiones ecuánime que atraiga capitales y garantice la propiedad privada en función social. Únzaga sentía pasión por la docencia y planteaba una educación integral, desde la educación parvularia hasta la universitaria, para formar ciudadanos conscientes, con energía de trabajo, responsables y dueños de una elevada conducta moral y patriótica. Decía que era un imperativo nacional liquidar el analfabetismo, para que los ciudadanos sepan leer y discernir, como una forma de elevación intelectual y espiritual, pero no para leer sólo lo que le interese a quien pretenda someterlo. Creía en una educación que proyecte a los bolivianos para los retos del mañana y no aquella que los ate a las sombras de un pasado remoto; saber para entender al mundo y no para prolongar la superstición. Un modelo que dignifique la enseñanza, que valorice al Magisterio y que otorgue amor y respeto al niño boliviano. Únzaga levantó los pendones de la Autonomía Universitaria, en casas de estudios superiores donde se forje el alma nacional, se estimule el estudio de las ciencias, la tecnología y las artes. Se oponía absolutamente a la opresión política o económica de un Estado sobre otro a título de interrelación e interdependencia y planteaba la lucha contra toda forma de colonialismo. Exigía respeto para Bolivia y estaba dispuesto a ofrecer respeto a los demás países, pues creía en las buenas relaciones entre todas las naciones del mundo, independientemente de la tendencia política de sus gobernantes o las peculiaridades de sus ciudadanos. Reconocía al arbitraje como el medio más idóneo para la solución pacífica de diferendos internacionales, así como el establecimiento de un tribunal internacional para la defensa de los derechos humanos, ajeno a toda influencia gubernamental. Perseguido permanente como fue, enaltecía el Derecho al Asilo por motivos políticos, como una conquista del ser humano civilizado. Proclamaba que la reintegración marítima era la tarea primordial de la política exterior

boliviana. Y creía en una futura Confederación Latinoamericana de Naciones, unidas por el común tronco del hispanoamericanismo. Únzaga defendía la moral y el derecho de creer en Dios. Planteaba batalla contra quienes pretendiesen prohibir las religiones, pero admitía la libertad individual de abrazar cualquier religión o ninguna, leal al principio del libre albedrío, la libertad de consciencia y la independencia del Estado respecto a la fe. Creía firme y obstinadamente en la familia, como la célula mayor de la organización social de un país, planteando su protección bajo el axioma de que la calidad de las familias proyecta la fortaleza espiritual de las naciones. Respetaba una jerarquía por sobre las demás: la del conocimiento dotado de honorabilidad. Afirmaba que los capaces intelectualmente, espiritualmente y moralmente deben estar a la cabeza de los países y no los que representen antivalores antagónicos a tales categorías. Únzaga fue, en la década del cambio, los años 50, el perseguido obligado a vivir en el exilio o la clandestinidad. Pero aún en ausencia obligada, su presencia fue palpable y sentida. En el nuevo tiempo, definitivamente sin él, una buena parte de los bolivianos se quedaron con las almas rotas, en ese estado en el que ya no queda nada con qué alimentar el espíritu. Como en la antesala del infierno del Dante, con su muerte empezó a perderse la esperanza y nunca más se la recuperó del todo. Como dijo Marcelo Quiroga Santa Cruz “la Nación ha debido sobrevivir a una suerte de suicidio del que ha salido con vida, pero sin deseos de vivir”. La desaparición de Únzaga fue el fin de la inocencia. Será difícil -ojalá no imposible- que aparezca en Bolivia un político que reúna las condiciones intelectuales, la rectitud moral y el patriotismo de ese hombre irrepetible, que fue la voz de los inocentes de su tiempo: Oscar Únzaga de la Vega, cuya pasión por la libertad hemos tratado de recoger en este libro.

Sopocachi, septiembre de 2013

Ricardo Sanjinés Ávila

AGRADECIMIENTOS El autor de este libro expresa su agradecimiento a quienes le ofrecieron el testimonio de su participación en la vida pública nacional de los años 40 y 50, tanto los que llevaron adelante el proceso de la Revolución Nacional, como los que se enfrentaron a sus excesos. Enfatiza su gratitud a quienes, sin ser propiamente actores políticos, sufrieron la historia aquí relatada. Madres, esposas, hijos de los perseguidos, presos, torturados, exiliados, que extraviaron su tranquilidad, bienes, familias, amores, propósitos y proyectos, pero no perdieron la esperanza. Entre agosto de 2010 y junio de 2013 conversamos con 179 personas, reunimos dos centenares de libros escritos desde ambas vertientes del gran drama humano y político del siglo XX en Bolivia. Accedimos a papeles, periódicos y fotografías. Nuestro primer entrevistado fue el poeta Ambrosio García (agosto de 2010), quien nos regaló tres días de recuerdos y amena tertulia intelectual. El último fue el profesor Julio Loayza (junio de 2013). Es justo decir que aún sin el propósito concreto de este libro y en función meramente periodística, años antes habíamos abordado el tema que nos ocupa en sendas entrevistas -entre los años 1969 al 2000- con los ex Presidentes Hugo Ballivián, Hugo Banzer, David Padilla, Walter Guevara Arze, Lydia Gueiler, así como personajes de la densidad histórica de Elías Belmonte, Mario R. Gutiérrez, Juan Lechín Oquendo, Jaime Ponce Caballero, Mario Sanginés Uriarte, David Añez Pedraza, Víctor Andrade Uzquiano,  Antonio Anze Jiménez, Federico Álvarez Plata, Arturo Vilela, Gastón Araoz Levy, Enrique Achá, Fernando Diez de Medina, Víctor Sierra Mérida, Guillermo Bedregal, Jaime Tapia Alipaz, Walter Flores Torrico, Carlos Valverde Barbery, Gastón Velasco, Adalberto Violand, Walter Montenegro, Mariano Baptista Gumucio, Julio Sanjinés Goitia, Alberto Taborga,  Roberto Jordán Pando, Joaquín Aguirre Lavayén, Alfredo Franco Guachalla, Luis Canedo Reyes, Ciro Humboldt, Roberto Freire Elias, Carlos Serrate, Ángel Baldivieso, Waldo Cerruto, Juan Abuawad, Mauro Cuéllar, Eddy de la Quintana, Edgar

Millares Reyes, Rogelio Miranda. René Bernal, Marcelo Galindo, Juan Ayoroa, Javier Torres Goitia, Javier Cerruto, Edwin Rodríguez, y muchos otros, cuyos recuerdos y experiencias han sido incluidos en esta obra. Valoramos las entrevistas con las personas que pasamos a nombrar: en La Paz, Jorge Siles Salinas, Jaime Gutiérrez Terceros, Mario Alarcón Lahore, Hugo Alborta, Hugo Grandi, Luis y Reynaldo Llerena, Manuel Frías, Marcela Siles de Gercke, Nelson Tapia, Ramiro Loza, Roberto y Ramiro Prudencio Lizón, Reynaldo Paz Pacheco, Willy Loría, Julio Loayza, Jaime Aranibar, Oscar Kellemberger, Guichi viuda de Gutiérrez, Alex Quiroz, Edwin Rodríguez, Gaby viuda de Aguilar y Mario Aguilar, Juan Carlos Belmonte, Álvaro Romero, Carmen de la Vega de Silva, Gonzalo Mendieta Romero, Gastón Montellano, Julio Loayza, Jaime Aranibar, Horacio Romero, Mercedes Ramos viuda de Stumpf y sus hijas Rosa María, Cristina María y María de los Ángeles Stumpf, María Amalia, Marcia y Mirtha Ramírez Ávila, Rodrigo Alba, Andrés Ivanovic, Luis Wallpher, Guido Strauss. En Santa Cruz: Luis Mayser, Mario Serrate Paz, Dora Koenning, Saúl Pinto, Elda Castedo de Pinto, Jorge Pinto Castedo, Oscar Añez, Josefina Terceros, Miguel Nieme, Walter Alpire Mendoza. En Cochabamba, Hugo Uzeda, Ismael Castro, Arturo Montes, Juvenal Castro, Guichi de Gutiérrez. Reynaldo Llerena. En Sucre Gastón Moreira, José Luis Aguilar, Alberto Rodríguez, Horacio Poppe. A los centenares de bolivianos y extranjeros que son mencionados en esta biografía, por su relación directa con el personaje central y los sucesos que se generan por su influencia y participación.  Una rémora para nuestro trabajo fue la ausencia de una mayor cantidad de testimonios documentales de FSB, que desaparecieron porque cayeron en manos de la represión política de los años 50, o fueron quemados y destruidos por los propios falangistas en el afán de restar evidencias que podían conducirlos al exilio o los campos

de concentración. Esa ausencia fue suplida con la generosidad de personas que conservaron papeles, textos, cartas y fotografías que nos han sido confiados. Luis Mayser Ardaya fue el gentil cicerone que nos condujo por los caminos del falangismo en Santa Cruz. René Torres Paredes abrió generosamente su amplio archivo bibliográfico, documental y fotográfico que atesoró durante décadas. La familia de Guido Strauss hizo otro tanto, facilitándonos documentos y fotografías de valor histórico. Gustavo Sejas nos proporcionó importante documentación fotográfica de los años 50 en torno a Oscar Únzaga. La familia de Mario Gutiérrez Pacheco hizo lo propio con el álbum que cuidó con esmero y los libros que escribió. Mariano Baptista Gumucio nos ofreció una colección de recortes de periódicos de los años 50, además de sus recuerdos de un tiempo que vivió siendo muy joven. Expresamos gratitud a la señora Marcela Inch, Directora de la Biblioteca y Archivo Nacional con sede en Sucre en el año 2011, a los encargados de la Hemeroteca de la Biblioteca Central de la UMSA, de la Biblioteca y Hemeroteca del Congreso Nacional, de la Biblioteca del Banco Central de Bolivia y de la Biblioteca Municipal de La Paz... Al Dr. Rodrigo Alba, quien nos transfirió su experiencia como actuario del fiscal Tovar Gutzlaf que investigó el caso Únzaga. A Boris Marinovic quien nos relató la forma cómo los documentos del caso llegaron a sus manos para una publicación histórica de los años 60, posteriormente entregados al Presidente de la Fundación Boliviana para la Democracia Multipartidaria, poco antes de fallecer su fundador, Guido Riveros Frank. Valoramos la ayuda que nos prestó el actual Director Ejecutivo de esa entidad, don Iván Pino Antezana. Agradecemos especialmente a María Renée Serrano de Newman, la última persona que vio con vida a Únzaga de la Vega. Ella revivió, en varios contactos vía internet, desde Baltimore-USA, sus recuerdos de aquel día terrible, 19 de abril de 1959, cuando murió

su tío Oscar al final de una jornada sangrienta en la calle Larecaja 188.

BIBLIOGRAFÍA   Abecia, Baldivieso, Valentín. Historia del parlamento. Achá, Enrique y Ramos, Mario. Unzaga: Mártir de América. Alcázar, Moisés, Paginas de sangre. Alípaz Alcázar, Luis Alberto. Momento estelar de una vecindad difícil. Alpire Mendoza, Walter. Salto a Salta. Anaya, Ricardo. Partido de la Izquierda Revolucionaria. Andrade Uzquiano, Víctor. La revolución Boliviana y los Estados Unidos. Antezana Ergueta, Luis. Historia secreta del Movimiento Nacionalista Revolucionario Ardaya Paz, Hernán. Ñanderoga. Ariñez Zapata Edmundo. Algo tengo para contar Ayala Mercado, Ernesto. Enjuiciamiento del régimen VillarroelEstenssoro.   Baptista Gumucio, Mariano. Biografía del Palacio Quemado. Baptista Gumucio, Mariano. Fragmentos de memoria-Walter Guevara Arce. Baptista Gumucio Mariano. Historia Contemporánea de Bolivia. Baptista Gumucio, Mariano. José Cuadros Quiroga, inventor del Movimiento Nacionalista Revolucionario. Barriga Antelo, Hernán. Laureles de un tirano. Bedregal Gutiérrez, Guillermo. Víctor Paz Estenssoro-El político. Bedregal Gutiérrez, Guillermo. Mis memorias-De búhos, políticas y persecuciones. Belmonte Pabón, Elias. RADEPA-Sombras y refulgencias del pasado. Belzu, Luis. Así murió Unzaga de la Vega. Bonifaz, Miguel. Bolivia frustración y destino. Bueno Zárate, Marinella. Mi abuelo me contó – Hugo Zárate B. en la historia de Bolivia. Amado Canelas. Petróleo: Imperialismo y Nacionalismo – Roboré: La derrota de dos pueblos.

  Cajías, Lupe. Morir en mi cumpleaños. Candia, Alfredo. Bolivia: Un experimento comunista en América. Cerruto Moravek, Karina. Crónicas históricas documentadas. Crespo Rodas, Alfonso. Banzer, el destino de un soldado. Crespo Rodas, Alfonso. Lidya, una mujer en la historia. Crespo, Alfonso y Lara, Mario. Enrique Hertzog-El hidalgo Presidente. Crespo Rodas, Alfonso. Hernando Siles, El poder y su angustia.   Chávez Ortiz, Ñuflo. Recuerdos de un revolucionario.   Domic, Marcos. Ideología y mito (los orígenes del Fascismo boliviano) Dunkerley, James. Rebelión en las venas.   Escobari Cusicanqui, Jorge. Historia diplomática de Bolivia.   Foianini Banzer, Dionisio. Misión cumplida. Freyre Elías, Roberto. Memorias Políticas.   Gamarra Zorrila, José. Oscar Unzaga de la Vega-semblanza del hombre y su partido Gamarra Zorrila, José. Testimonio Geddes, Charles. Patiño Rey del estaño Gordillo, José M. Arando en la historia- la experiencia política campesina en Cochabamba Gottret Baldivieso, Augusto. Petróleo: Historia y Derecho. Guachalla, Luis Fernando. La democracia puesta a prueba Guevara Arze, Walter, Ríos Gamarra, Jorge y otros. Acusación contra Víctor Paz Estenssoro. Gutiérrez Gutiérrez, Mario R. Memorias. Gutiérrez Pacheco, Mario. Verbo y espíritu de Unzaga   Irusta Medrano, Gerardo. La lucha armada en Bolivia.   Klein, Herbert. Orígenes de la revolución nacional boliviana.

Kreidler, Alfonso. Trece años de resistencia.   Landívar Flores, Hernán. Infierno en Bolivia Landivar Flores Hernán. La inmoralidad Quinto poder del Estado. Landivar Flores, Hernán. Terebinto. Lema Peláez, Raúl. Con las banderas del movimiento nacionalista revolucionario Lema Peláez, Raúl. Memorias para la historia del MNR. Loayza Beltrán, Fernando. Campos de concentración. López Murillo, René. Bolivia, cementerio de la libertad. Lora, Guillermo. Contribución a la historia política de Bolivia. Lorini, Irma. El Nacionalismo en Bolivia de la pre y post Guerra del Chaco (1910-1045).   Maroff, Tristán. El jefe. Mayser Ardaya, Luis. Alto Paragua-Verdaderas guerrillas bolivianas. Mendoza, Samuel. El aislamiento de Bolivia Mendoza, Samuel. La Revolución Boliviana. Mesa Gisbert, Carlos D. Entre Urnas y Fusiles. Messuto Rivera Hernán. Memorias de un médico forense. Molina Céspedes, Tomas. Ovando-Terrorismo de Estado en los Andes. Molina Céspedes, Tomas. Únzxaga . Crimen o suicidio. Montenegro, Carlos. Nacionalismo y oloniaje.   Ostria Gutiérrez, Alberto. Una revolución tras los andes.   Padilla Arancibia, David. Decisiones y recuerdos de un general. Padilla, Mario. Oráculo Marxista Paulovich. Apariencias. Peñaranda Rivera, Mario. Entre los hombres lobos de Bolivia.   Quiroga Ochoa, Ovidio. En la paz y en la guerra al servicio de la Patria. Roberts Barragán, Hugo. La revolución del 9 de Abril. Roberts Barragán, Hugo. Las treinta monedas.

Romero A. G., Gonzalo. Reflexiones para una interpretación de la historia de Bolivia. Romero Loza, José. Bolivia nación en desarrollo. Roque Bacarreza, Francisco. Los años del Cóndor. Royuela Comboni, Carlos. Cien años de hidrocarburos en Bolivia.   Sanjinés Ávila Ricardo. Sin Límite-del Putsch Nazi al Neoliberalismo. Sanjinés Goitia, Julio. Ingeniería, El arma del trabajo. Sangines Uriarte, Mario. Siempre. Seleme Vargas, Antonio. Mi actuación en la junta militar de gobierno. Siles Salinas, Jorge. La aventura y el Orden. Siles Salinas, Jorge. Lecciones de una revolución – Bolivia 1952/1959. Sociedad de Estudios Geográficos e Históricos en su Centenario. Libro homenaje Surcou Macedo, Rodolfo. Hacia la Revolución Integral.   Trigo O’Connor D´Arlach, Eduardo. Víctor Paz Estenssoro.   Vásquez Michel, Walter. Memorias.   Zilvetti Arce, Pedro. Bajo el signo de la barbarie.  

BIBLIOGRAFÍA   EL DIARIO PRESENCIA LA NACIÓN ÚLTIMA HORA Revista ENFOQUES Revista CRITERIO Revista BOLIVIA 2000 Revista PRIMERA PLANA Semanario ANTORCHA   COCHABAMBA LOS TIEMPOS SANTA CRUZ EL DEBER LA PAZ

   



[1] JOSÉ GAMARRA ZORRILLA. “Óscar Únzaga de la Vega – Semblanza del Hombre y su Partido”.   [2]

ALFONSO CRESPO – MARIO LARA. “Enrique Hertzog, el Hidalgo Presidente”. [3] La política revolucionaria privó al país del concurso de Joaquín Aguirre Lavayén. Un cuarto de siglo después, cuando retornó en los años 70, navegó el río Paraguay y se empeñó en desarrollar una hidrovía que partiendo de Canal Tamengo, que Brasil cedió a Bolivia por efecto del Tratado de Petrópolis, permitiera sacar la producción boliviana al Atlántico, devolviendo la cualidad marítima de Bolivia.

  [4] Autor de Doña Bárbara, un clásico de la literatura latinoamericana. [5] Pérez Jiménez ayudó a Únzaga. Carlos Andrés Pérez financió tramos importantes del retorno a la democracia entre 1978 y 1979, financió a la UDP y en 1985 influyó decididamente en la elección de Paz Estenssoro para su cuarta presidencia. Hugo Chávez cooperó con Evo Morales desde el año 2000. [6] Getulio Vargas y Juan D. Perón (y por extensión Paz Estenssoro) podían ser de izquierda o derecha, fascistas o demócratas. Después de sus veleidades pronazis, Vargas hizo causa común con Roosevelt y Perón culminaría su carrera, al volver a la presidencia argentina, aniquilando comunistas con la Triple A fundada por su secretario personal José López Rega. El Dr. Paz hizo un primer gobierno estatista, casi comunista y su cuarta administración fue neoliberal. [7] Entrevista con Mercedes Ramos de Stumpf y sus hijas Rosa María, Cristina María y María de los Ángeles, en agosto de 2011. [8] Años después, Stumpf reconoció ante el propio Únzaga que su error fue intentar la preservación de la historia falangista.  [9] RICARDO SANJINÉS ÁVILA. “Sin Límite”. Mundy Color. A966. [10] Entrevista con la esposa y las hijas de Gustavo Stumpf en su domicilio de Miraflores, en el mes de octubre de 2011. [11] NICOLÁS ORTIZ PACHECO. “Imploración a Jesús”. Ortiz Pacheco, extraordinario poeta, fue un enemigo jurado, primero del régimen de Villarroel y luego del gobierno movimientista. En ambos casos fue encarcelado y recibió tortura. [12] JOSÉ GAMARRA ZORRILLA. “Testimonio”. Editorial Los Amigos del Libro. 1988.

[13] ALFONSO CRESPO. “Evita – Viva o Muerta”. Crespo informa que Nelly Rivas vendió sus atrevidas “memorias” en 1955 al New York Herald Tribune. Como fue un caso probado de estupro, fue también una de las causas para el estado de interdicción de Perón que le impidió candidatear a la Presidencia en 1972, motivo por el cual tomó su lugar Héctor Cámpora y, una vez elegido, indultó al ya anciano General, renunció al cargo y convocó a nuevas elecciones que ganó Perón abrumadoramente. [14] Perón tuvo que salir a Panamá, donde se relacionó con María Estela Martínez, luego su tercera esposa. Radicaron en Venezuela, huéspedes de Marcos Pérez Jiménez. Tras su derrocamiento fueron recibidos por el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo y compartieron los malos tiempos con el dictador cubano Fulgencio Batista. Más tarde marcharon a la España de Franco, donde vivieron hasta su retorno al poder en 1973.   [15] AUGUSTO CÉSPEDES. “El Presidente Colgado” (1970). [16] LUIS ANTEZANA ERGUETA. “Historia Secreta del Movimiento Nacionalista Revolucionario”. Volumen VIII. [17] El autor ha conversado sobre el tema con Walter Guevara Arze, Juan Lechín Oquendo, Lydia Gueiler, Federico Álvarez Plata, Mario Sanginés Uriarte, Víctor Andrade, Guillermo Bedregal, Mariano Baptista, Ricardo Ocampo, Fernando Diez de Medina, Roberto Jordán Pando, Gastón Araoz, Alfredo Franco Guachalla, Ciro Humboldt, Carlos Serrate Reich, Marcelo Galindo y otros, en sendas entrevistas que se publicaron en medios nacionales y ha recogido también textos escritos por ellos y declaraciones que hicieron a lo largo de sus vidas en torno al cuadrilátero Víctor Paz - Hernán Siles - Juan Lechín - Walter Guevara y sus recíprocos sentimientos. [18] Semanario “Presencia”, edición del jueves 5 de enero de 1956. [19] El primer gobierno de la revolución nacional había destruido “La Razón” de Carlos Víctor Aramayo y “Los Tiempos” de don Demetrio Canelas (ambos exiliados), logrando cooptar a “El Diario”, por la amistad entre Juan Lechín y Mario Carrasco, principal accionista del decano de la prensa boliviana. El vespertino “Última Hora”, de Alfredo Alexander, hacía malabarismos para mantener una línea razonable e independiente, lo mismo que La Patria de Oruro de la familia Miralles y El Deber de Santa Cruz dirigido entonces por Lucas Saucedo. Destacaba en el panorama periodístico el semanario “Pueblo” dirigido por un ameno intelectual comunista llamado Fernando Siñani.  [20] RICARDO SANJINÉS ÁVILA. “Sin Límite”. Mundy Color. 1996. [21] MARIANO BAPTISTA GUMUCIO. “Fragmentos de Memoria – Walter Guevara Arze”. [22] M. BAPTISTA. “Fragmentos…”. Op. Cit.

[23] Eduardo Sáenz García, ex Alcalde de La Paz, empresario con intereses en la industria, el comercio y la banca, hijo del notable empresario paceño Jorge Sáenz Cordón. [24] Entrevista del autor con David Añez Pedraza publicada en la revista ENFOQUES, el 2 de mayo de 1985. [25] SALVADOR ROMERO BALLIVIÁN. “Medio Siglo de Historia del Organismo Electoral de Bolivia”. Ediciones Universidad de Salamanca América Latina Hoy, 2009, pp. 77-94

  [26] Relatado al autor por Arturo Montes.   [27] Relato de Willy Loría. [28] Alberto Taborga, héroe de Boquerón y Ministro de Gobierno del Presidente Gualberto Villarroel. [29] Rolando Requena, político cercano a Juan Lechín Oquendo. [30] Por esas paradojas de la vida, cuatro años después al propio Guevara Arze, convertido en cismático del MNR, le tocó saborear aquello que se llamó la maquinita electoral.   [31] CARLOS D. MESA. “Entre Urnas y Fusiles”. [32] Fue el caso del Canciller Manuel Barraú y los ministros de la Presidencia, Marcial Tamayo; Defensa, Julio Prado; Salud, Julio Manuel Aramayo; Educación, Fernando Diez de Medina; Asuntos Campesinos, Álvaro Pérez del Castillo; y Trabajo, Abel Ayoroa. [33] ENRIQUE ACHÁ ÁLVAREZ - MARIO H. RAMOS Y RAMOS. “Únzaga, Mártir de América”. [34] No fue parte el diputado falangista por Cochabamba, Oscar Gandarillas. [35] ALFONSO CRESPO. “Hernán Siles Zuazo – El Hombre de Abril”. [36]

Entrevista personal concedida antes de su fallecimiento por Jaime Tapia Alipaz al autor. [37] ENRIQUE ACHÁ ÁLVAREZ - MARIO H. RAMOS Y RAMOS. “Únzaga, Mártir de América”. [38]

EL DIARIO, edición del 25 de septiembre de 1956. [39] Mario R. Gutiérrez, Hernando García Vespa y Marcelo Terceros eran ya prominentes falangistas. [40] Una investigación recientemente publicada en el libro “El Salto a Salta” del escritor Walter Alpire Mendoza, afirma que le hicieron llegar el Colt 38 en una vianda.

[41] Candia y Castro, marcados por el destino, murieron meses después durante una salvaje incursión indígena a Terebinto..

  [42] Ese temor no se confirmó. Los campos de concentración funcionaron sólo en el primer gobierno del Presidente Paz Estenssoro.   [43] Entrevista del autor con la señora Elda Castedo de Pinto, octubre de 2011, en su casa de Santa Cruz. Conocimos también a su esposo, el legendario Capitán Saúl Pinto, ya mayor. Al recordar lo sucedido 45 años atrás, sólo atinó a llorar. La crónica de su hazaña la redactamos en base a los recuerdos de su esposa y su hijo, una entrevista personal con Miguel Nieme Hurtado, también en octubre de 2011 y la grabación de una entrevista del periodista Tony N. Gutiérrez con Roger Tito Vaca Antelo, además de varios recortes de prensa.  [44] LUIS J. MAYSER ARDAYA. “Alto Paraguá – Verdaderas Guerrillas Bolivianas”. [45] EL DIARIO, La Paz, 10 de octubre de 1956. [46] La entrevista es mencionada por Enrique Achá en su ya citado libro “Únzaga, Mártir de América”, aunque sin mencionar la fecha de publicación. [47] La crítica de Únzaga coincide con la que formuló el intelectual de izquierda Sergio Almaraz en su libro “Réquiem para una República”. Almaráz afirma lo siguiente: “Los intereses dominantes antes de la nacionalización y después de ella, fueron los de Patiño. El primer contrato que se firmó después del 31 de octubre de 1952, fecha de la Nacionalización de las Minas, fue con (la fundidora) Williams Harvey por 16.000 toneladas anuales durante tres años.”   [48] Versión ofrecida por el Director de La Nación, Ricardo Ocampo, al historiador Mariano Baptista Gumucio para su libro “José Cuadros Quiroga – Inventor del Movimiento Nacionalista revolucionario”.

  [49] GUILLERMO BEDREGAL GUTIÉRREZ. “De Búhos, Políticas y Persecuciones. Mis Memoria”. Tomo I. [50] La cotización del dólar se mantuvo por 17 años en 12.000 bolivianos, hasta 1973, cuando otra devaluación subió la paridad a veinte mil bolivianos, que el gobierno Banzer convirtió a 20 pesos bolivianos. [51] Sin embargo, tiempo después se volvió a la pulpería barata por la presión del poderoso sector minero.

[52] FLAVIO MACHICADO SARAVIA. Los fenómenos inflacionarios 1950-1985: similitudes y diferencias. “Análisis del Proceso Inflacionario y sus Efectos Sociopolíticos”. Opiniones y Análisis, número 94. Hanns Seidel Stiftung Ev – FUNDEMOS. Septiembre de 2008.   [53] JORGE SILES SALINAS. “Lecciones de una revolución – Bolivia 1952/1959”. [54] JORGE SILES SALINAS. “Lecciones …”. Op. cit. [55] Versión ofrecida por el Director de La Nación, Ricardo Ocampo, al historiador Mariano Baptista Gumucio para su libro “José Cuadros Quiroga – Inventor del Movimiento Nacionalista revolucionario”. [56] ÑUFLO CHÁVEZ ORTÍZ. “Recuerdos de un Revolucionario”.   [57] Versión ofrecida al autor por Federico Álvarez Plata en entrevista grabada en marzo de 1991. [58] ALFONSO CRESPO. “Hernán Siles…”. Op, cit. [59] JORGE SILES SALINAS. “La Aventura y el Orden”. [60] Además de la defensa del petróleo, Abel Iturralde tenía elementos en común con Oscar Únzaga, como su acendrado catolicismo, una posición contraria al liberalismo e inclusive un rechazo a la Francmasonería. A la caída del régimen liberal en 1920, Iturralde atacó en persona el inmueble de los masones en la calle Frías de La Paz y destruyo su templo. Únzaga fue modificando su posición aceptando los principios del mercado, aunque sometidos al interés popular y cambió su percepción sobre la Masonería al descubrir, en una curiosa tenida masónica a plena luz del día, en la frontera boliviano-brasileña, que el presunto carácter anti-religioso y diabólico de esa orden iniciática era un mito. Sin embargo, nunca fue masón a diferencia, por ejemplo, de Paz Estenssoro, que sí lo fue. [61] MOISÉS ALCÁZAR. “El Centinela del Petróleo”. [62] El canciller argentino Saavedra Lamas, enconado enemigo de Bolivia, atizó el conflicto mientras Paraguay avanzaba victorioso, pero cuando las condiciones se tornaron adversas para el ejército guaraní, impuso negociaciones que llevaron a un armisticio y un tratado boliviano-paraguayo por el cual nuestro país perdió el territorio chaqueño. Ello le valió a Saavedra el Premio Nobel de la Paz que desde entonces ha quedado moralmente desprestigiado. [63] Pero los revolucionarios, en el curso de los años venideros, terminaron poniendo a Petróleos Mexicanos al servicio del poder partidario y la corrupción truncó los sueños del Gral. Cárdenas.

[64] ELÍAS BELMONTE PABÓN. “RADEPA – Sombras y Refulgencias del Pasado”. [65] Busch, que cometió suicidio en 1939, probablemente nunca conoció la existencia de la logia militar secreta, que empero guiaba sus pasos desde las sombras.   [66] Revelaciones del periódico O Estado de Säo Paulo (26 de agosto de 2012), en el contexto de una crónica sobre la participación de Brasil junto a los aliados en la Segunda Guerra Mundial, en la que Argentina se mantuvo en una neutralidad considerada favorable el Eje. [67] SERGIO ALMARÁZ. “El petróleo en Bolivia”. [68] Walter Alpire hizo un estudio detallado sobre el Código del Petróleo, la consecuente presencia en Bolivia de la Gulf Oil Co. y las implicaciones presumiblemente negativas para los intereses del país, pero la cárcel, el exilio y su posterior asesinato anuló cualquier acción política que pudiese oponerse a su vigencia en ese momento. El estudio de Alpire desapareció en la vorágine de la ruda política boliviana y su hijo, Walter Alpire Mendoza, trabaja actualmente en un libro tratando de reconstruir la contribución de su progenitor al país.   [69] Relato de Jaime Gutiérrez Terceros, ayudante de Únzaga en el exilio brasileño. [70] En efecto, PETROBRAS perforó el mar, pero en poco tiempo Brasil alcanzó la autosuficiencia en la producción de los principales derivados del petróleo y a poco los comercializaba, distribuía e industrializaba, rompiendo luego el marco nacional, invirtiendo, explorando y explotando en América Latina y más tarde en Centroamérica, África y los mismísimos países del Golfo Pérsico. Medio siglo después, PETROBRAS era la tercera mayor empresa de energía del mundo en valor de mercado, con 230 mil millones de dólares. [71] JORGE ESCOBARI CUSICANQUI. “Historia Diplomática de Bolivia”.

  [72] Sólo 12 años más tarde, el Presidente René Barrientos Ortuño eliminó el “factor agotamiento”. [73] CARLOS ROYUELA COMBONI. “Cien Años de Hidrocarburos en Bolivia”. [74] ALFONSO CRESPO. “El Hombre de Abril”, [75] Eso les pasó al Presidente electo y luego posesionado Hernando Siles Reyes respecto a su subordinación a Bautista Saavedra y al hijo de éste, Hernán Siles Zuazo, con el petróleo. [76] JORGE ESCOBARI. “Historia…” Op. cit.

  [77] CARLOS ROYUELA COMBONI. “Cien Años de Hidrocarburos en Bolivia”. [78] AUGUSTO GOTRET BALDIVIESO reproduce este dato en su libro “Petróleo: Historia y Derecho”, citando a “Petróleo en Bolivia” de SERGIO ALMARÁZ. [79] ENRIQUE MARIACA BILBAO. “Mito y Realidad del Petróleo en Bolivia”.   [80] AMADO CANELAS O. “Petróleo: Imperialismo y Nacionalismo – Roboré: La derrota de dos pueblos”. [81] WALTER VÁSQUEZ MICHEL. “Memorias”.   [82] LUIS ALBERTO MAURO. “REPSA. El Negociado del Siglo – El Petróleo y sus manejos en el Paraguay”.   [83] Proscrito el peronismo, el Gral. Aramburu presidió elecciones en 1958, dejando al poder al ganador, el radical Arturo Frondizi a quien apoyó Perón. Convertido en jefe de un partido político, Aramburu buscó en 1970 un acuerdo con Perón en pos de una salida democrática. Para evitarlo, la guerrilla peronista Montoneros secuestró y asesinó a Aramburu. En 1973, Perón retornó al poder y proscribió a la guerrilla, que a su vez secuestro el cadáver de Aramburu para obligar al Presidente Perón a repatriar el cadáver de Evita que había quedado en su residencia en Madrid durante los años del exilio.   [84] Se ha mencionado reiteradamente la existencia de un informe reservado, de la Inteligencia Naval Argentina sobre el tema, tópico que no pudo ser confirmado por este cronista.   [85] GRAL. LUCIO AÑEZ RIBERA. “Breve Historia del Comité Pro Santa Cruz”. Texto incluido en el Libro Homenaje de la Sociedad de Estudios Geográficos e Históricos en su Centenario. 12 de julio de 2003. [86] En una entrevista con Carlos Valverde Barbery, realizada en julio de 1983, este cronista le preguntó si en verdad era “un come-collas”. La respuesta expresa objetivamente su posición de por vida: “¿Cómo los puedo comer si no los puedo tragar?”. [87] Celda de dos por dos metros, con una grada de cemento que cruzaba por la mitad del piso impidiendo tenderse en el suelo y dormir. [88] WALTER VÁSQUEZ MICHEL. “Memorias”.

[89] ENRIQUE ACHÁ ÁLVAREZ – MARIO H. RAMOS Y RAMOS. “Únzaga: Mártir de América”.   [90] LUIS MAYSER ARDAYA. “Alto Paragua – Verdaderas Guerrillas Bolivianas”.   [91] Entrevista del autor con Luis Mayser en Santa Cruz, octubre de 2011. Mayser relata que en esos dos días la conversación con Únzaga abarcó una variedad de temas, incluyendo la Masonería, a la cual el jefe falangista fue desafecto en su juventud por las aprehensiones que guardaba la Iglesia respecto a esa Orden iniciática. Pero, con el pasar de los años, llegó a la conclusión de que era una organización de servicio al ser humano que hubiera querido conocer de cerca. La vida no le alcanzaría para ello. [92] Ramón Darío Gutiérrez era un industrial azucarero de gran convocatoria social en Santa Cruz. Como apuntamos líneas atrás, había presidido el comité cívico antes de Melchor Pinto Parada. [93] Aunque Enrique Achá mostró un perfil difuso, no sólo para los investigadores independientes sino inclusive para sus propios camaradas. El libro que le dedicó a Únzaga, varias veces mencionado en este texto –“Únzaga: Mártir de América”-, impugna enfáticamente la “calumnia del gobierno del Dr. Siles sobre trajines separatistas”. Sin embargo, en declaración ofrecida a Tomas Molina, transcrita en “Únzaga: ¿Homicidio o Suicidio?”, señala que el entonces dirigente universitario Fausto Medrano advirtió a su jefe Oscar Únzaga que el Rector de la Universidad y los líderes del Comité Pro Santa Cruz pretendían lanzarse esa noche a la emancipación cruceña, denunciando de paso la existencia de logias separatistas. Únzaga habría advertido que no iba a tolerar ese propósito y se opondría a él con armas, morigerando el radicalismo de sus inspiradores [94] GRAL. LUCIO AÑEZ RIBERA. “Breve Historia del Comité Pro Santa Cruz”. [95] Esa noche, hubo elecciones de la Unión Juvenil Cruceñista, y producto del pacto entre Oscar Únzaga y Melchor Pinto, el apoyo falangista al capitán José Gil Reyes fue determinante. Pero aquí la información se torna confusa pues Valverde en los hechos siguió ejerciendo la representación de ese organismo. Probablemente la rivalidad ValverdeGil derivó en dos Uniones paralelas. [96] Entrevista con Oscar Añez, octubre de 2011.   [97] ENRIQUE ACHÁ ALVAREZ – MARIO RAMOS Y R. “Únzaga: Mártir de América”. Pero, según el GRAL. LUCIO AÑEZ RIBERA, en su escrito varias veces mencionado, Roca Pereira murió en otra circunstancia. [98] E. ACHÁ. “Únzaga… Op. Cit.

  [99] GRAL. LUCIO AÑEZ RIBERA. “Breve Historia del Comité Pro Santa Cruz”. [100] La mayoría de ese armamento provenía del arsenal reunido por Luis Mayser Ardaya. [101] La Unión Juvenil Cruceñista “Roca-Coronado”, tuvo actuaciones heroicas en enfrentamientos que se relatarán un poco más adelante. Luego, tomó las calles para el levantamiento que unió a FSB y MNR en agosto de 1971, una parte de ella enfrentó a Banzer en junio de 1974, reapareció apoyando a Pereda en 1978, a García Meza en 1980, contra García Meza en 1981, contra Evo Morales en 2008, hasta que en el final de su azarosa existencia, acabó pactando con el MAS, convertida en una pandilla de hampones sin raíz cruceña. [102] CARLOS VALVERDE BARBERY. “Tres hechos históricos narrados por uno de los protagonistas”. Por esas cosas de la política boliviana, Valverde asumió la militancia falangista después de la muerte de Unzaga, fue uno de los actores centrales del levantamiento de agosto de 1971 en Santa Cruz, responsabilizado de la muerte de decenas de universitarios y en seguida pasó a integrar el gabinete del Presidente Hugo Banzer, como Ministro de Salud, mientras su adversario de los años 50-60, José Gil Reyes, asumía el Ministerio de Asuntos Campesinos y Agropecuarios.   [103]

Línea aérea continental de la firma Grace.

[104]

Entrevista con la señora Anita Suárez de Terceros en su oficina del Museo de la

Catedral de Santa Cruz de la Sierra, octubre de 2011. [105] E. ACHÁ. “Únzaga…” Op. Cit.

  [106] Es imposible precisar la fecha con precisión ya que los participantes destruyeron en su momento todo dato nombre, día, hora o locación. [107] M. BAPTISTA. “José Cuadros…”. Op. Cit. [108] M. BAPTISTA. “José Cuadros…”. Op. Cit.. Testimonio de Ricardo Ocampo. [109] GUILLERMO BEDREGAL GUTIÉRREZ. “De Búhos, Políticas y Persecuciones – Mis Memorias” Tomo I. [110] E. ACHÁ. “Únzaga…”. Op. cit.   [111] Entrevista con el profesor Julio Loayza en junio de 2013.   [112] Declaración de Mario Alarcón Lahore a Mariano Baptista Gumucio, incluida en “José Cuadros…” Op. Cit.

  [113] WALTER VÁSQUEZ MICHEL. “Memorias”. [114] Luis Mayser, en su libro ya citado “Alto Paraguá…”, afirma que fueron diez mil campesinos.   [115] E. ACHÁ. “Únzaga…”. Op. cit.   [116] José Rojas Guevara fue un dirigente campesino de Ucureña. Elegido diputado en 1956, después de la masacre fue premiado con la designación de Ministro de Asuntos Campesinos (marzo a diciembre de 1959), cuando también participó en una nueva invasión punitiva a Santa Cruz. Curiosamente -lo que avala su fuerte liderazgo- también Paz Estenssoro lo hizo Ministro en la misma cartera en su tercer gobierno (agosto a noviembre de 1964). La insana crueldad con la que actuó en Terebinto generó una terrible venganza y se dice que dos de sus víctimas, de apellidos Roda y Razuk, lo mataron con 80 balazos.  [117] Jorge Soliz fue un campesino que ensangrentó al valle cochabambino. Después de la masacre de Terebinto, fue senador de la república por el MNR y luego un firme seguidor de René Barrientos. En 1970 murió a tiros junto a sus guardaespaldas en una emboscada montada en la carretera Cochabamba-Santa Cruz y sus asesinos dejaron sobre su cadáver el libro “Terebinto” de Hernán Landívar Flores. Pero era sólo un intento de desviar los verdaderos móviles. Se dijo que Soliz conocía detalles de un considerable contrabando de armas a Israel que implicaba a los generales Barrientos y Ovando.   [118] W. VÁSQUEZ. “Memorias”. [119] Muchos años después, en 1985, Lechín y Achá se reencontraron en un local público, ocasión en la que El Maestro le recordó al falangista aquel anecdótico encuentro en el aeropuerto.   [120]

Entrevista de Tomás Molina a David Añez para su libro “Únzaga…” Op. Cit. [121] JOSÉ M. GORDILLO. “Arando en la Historia – La experiencia política campesina en Cochabamba”. [122]

Mariano Baptista Gumucio entrevista a Marcial Tamayo. “JOSÉ CUADROS QUIROGA

– Inventor del MNR”.   [123] E. ACHÁ. Únzaga…” Op. Cit. [124] El rol de Ovando sería determinante a futuro, pero al mismo tiempo fue obscuro y siniestro. Elevado a la máxima instancia militar por Paz Estenssoro, lo traicionó para

derrocarlo. Fue co-Presidente con Barrientos, persiguió al Che Guevara y determinó su ejecución. Golpeó al gobierno constitucional del Dr. Luis Adolfo Siles Salinas, inicio un gobierno pro-socialista que expulsó a la Gulf Oil Co. Fue derrocado, se fue a Madrid bajo el cobijo de Francisco Franco. Volvió en 1979 para enrolarse en la UDP. Murió sin explicar las terribles acusaciones que se le hicieron, entre ellas el asesinato de Barrientos y otros personajes de la época como los periodistas Alfredo y Martha Alexander, Jaime Otero Calderón y el dirigente campesino Jorge Soliz.   [125] Referencia proporcionada por Germán Guzmán López, hijo del Cnl. Guzmán Gamboa, al historiador Tomás Molina para su libro “Únzaga ¿Homicidio o Suicidio?”.   [126] Oficio dirigido por el Diputado Jaime Ponce Caballero a la Presidencia de la H. Cámara de Diputados, el 22 de octubre de 1958. [127] De acuerdo a lo que expresan en sus libros Enrique Achá Álvarez, Walter Vásquez Michel y José Gamarra Zorrilla. [128] W. VÁSQUEZ. “Memorias”. Op. Cit. [129] Está depositado en el Archivo y Biblioteca Nacional en Sucre. [130] Declaración de Walter Guevara Arze en EL DIARIO, 8 de julio de 1960. [131] Novela de Frederick Forsyte, llevada al cine, donde se narra el intento de matar al Presidente De Gaulle por intermedio de un asesino profesional.    [132] Lo revela Carlos Guevara Rodríguez, hijo de Walter Guevara Arze, en el capítulo titulado “A la memoria de mi padre”, en el libro “Fragmentos de Memoria – Walter Guevara Arze”, del escritor MARIANO BAPTISTA GUMUCIO. [133] JORGE SILES SALINAS. “La Aventura y el Orden”. [134]

Entrevista con Arturo Montes. [135] La identidad de esa mujer ha sido fuente de rumores contradictorios. [136]

Entrevista concedida al autor por Ambrosio García en su hacienda de Reyes-Beni, en

el año 2010. [137] AMBROSIO GARCÍA. “No volveré a querer”. [138] PRESENCIA, jueves 5 de marzo de 1959. [139]   WALTER ALPIRE MENDOZA. “Salto a Salta”. [140] E. ACHÁ “Ünzaga…” Op. Cit. [141] E. ACHA. “Únzaga…”. Op. Cit.

[142] Así lo sugiere Enrique Achá en su libro varias veces citado. [143] E. ACHA. “Únzaga…”. Op. Cit. [144] J. GAMARRA “Testimonio”. Op. Cit. [145] Es el caso del capitán Pablo Caballero, militante falangista, a quien Guzmán Gamboa mantuvo activo. En todo caso, la nómina de oficiales de la Policía comprometidos con FSB era importante.   [146] Declaraciones de Enrique Achá al periodista Víctor Silva Aparicio, publicadas en EL DIARIO el 4 de septiembre de 1977. [147]

Entrevista del autor con Mario Serrate Paz en Santa Cruz de la Sierra, octubre de

2011.   [148] Documentos en los archivos de Gonzalo Romero Álvarez García a los que tuvimos acceso, gracias a la gentileza del señor Horacio Romero Pringle, hijo del intelectual y político de origen cinteño. [149] El gobierno del Dr. Hernán Siles Zuazo envió como agregado militar a Alemania al golpista pero prestigioso Comandante del Ejército, Gral. Clemente Inofuentes. A los silistas leales que le habían dado gobernabilidad, el Presidente los sacó del país al acercarse el retorno de Paz Estenssoro. Así salió José Cuadros Quiroga como Embajador en Francia y Marcial Tamayo a Naciones Unidas. [150] Referido por José Gamarra Zorrilla. [151] Luego de la desaparición de Oscar Únzaga de la Vega, el ingeniero Walter Vásquez Michel abrazó la causa de Marcelo Quiroga Santa Cruz con quien fundó el Partido Socialista (Más tarde PS-1). David Añez Pedraza fundó en los años 90 el Movimiento al Socialismo Unzaguista, MAS-U, que derivó simplemente en MAS,  partido jefaturizado por el actual Presidente Evo Morales Aima. [152] En 1963, el histórico líder minero Federico Escobar, se encararía con una parte de sus bases en una asamblea de la Federación de Mineros, para que se admita una delegación falangista y en 1964 todo el movimiento obrero haría causa común con FSB para expulsar del poder al Dr. Paz Estenssoro. Siempre llamó la atención que un significativo pergamino de apoyo a Fidel Castro, enviado a La Habana por la combativa Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, llevara la firma de Jaime Gutiérrez Terceros en representación de Falange Socialista Boliviana. [153] PRESENCIA, miércoles 1º de abril de 1959. [154] Por lo que sucedió, aquel informe de la Fuerza Aérea Argentina tenía fundados elementos de juicio.

[155] Entrevista del autor con Jorge Tamayo Ramos para la redacción de “Biografía de la Empresa Privada Boliviana”, publicada el 2003. [156] Germán Guzmán López, también oficial de la Policía Boliviana, ha declarado que su padre, el Cnl. Julián Guzmán Gamboa, a quien acompañó a lo largo de la conspiración “no recibió ni un solo centavo del Sr. Únzaga. Cuando las tres fuerzas complotadas hicieron conocer sus requerimientos para su participación en el golpe, Barrientos no pidió nada, pero sí Ovando, quien por los posibles muertos y heridos que iba a tener el Ejército pidió dinero al Sr. Únzaga y éste le entregó en la cripta de Don Bosco”. (Tomás Molina Céspedes. “Únzaga. Homicidio o Suicidio”) [157] Ese fue el origen de uno de los misterios del “caso Únzaga”, un maletín con dinero que llevaba consigo el líder falangista el día de su último intento revolucionario. Xavier Iturralde Jahnsen, hijo del Arq. Alberto Iturralde, reveló al autor de este libro que su padre entregó a Únzaga de la Vega 4.000 dólares y terminó preso en el Control Político. Esta información del Lic. Iturralde, en entrevista realizada en diciembre de 2012, tenía el añadido de que esa ayuda a Únzaga dejó a los hermanos Xavier y Manuel Iturralde con las pensiones impagas en el exclusivo colegio donde estudiaban en San Pablo-Brasil. [158] EL DIARIO, 9 de abril de 1959. [159] Enrique Achá en declaración al periodista Víctor Silva Aparicio, publicada en EL DIARIO el 4 de septiembre de 1977. [160] Ponce llegó a una conclusión: “Si le creyó o no, eso pasa a segundo plano pues Únzaga estaba obsesionado por la revolución… La revolución moral con que sueña Únzaga, hombre de una fortaleza moral impresionante, parecía escapársele como agua entre los dedos y por eso su insistencia en tomar las armas una y otra vez… Cerrada la vía democrática, no nos quedó otro camino que la conspiración. El gobierno sabía que esto era así y entonces tomó la resolución de llevar a Únzaga al matadero.” [161] “¿Murió FSB?”. Entrevista de Ricardo Sanjinés Ávila a Jaime Ponce Caballero, publicada en la Revista Bolivia 2000, el 8 de junio de 1990. [162] Así lo relató Gonzalo Romero a su hijo Horacio, quien lo retransmitió a este autor. [163] Versión ofrecida por Arturo Montes, en ese momento yerno de Dick Oblitas. [164] ENRIQUE ACHA. “Únzaga…” Op. cit. Achá no menciona la identidad de ese Jefe del Ejército, probablemente por evitarle represalias, ya que su libro se publicó en 1960, cuando el Gral. Ovando llegaba al cargo más alto del Ejército. De cualquier forma, Únzaga tenía en 1959 el compromiso de Ovando para facilitar el ingreso de los falangistas al Cuartel Sucre y tomar el armamento del Regimiento Escolta Waldo Ballivián. [165] Entrevista a Germán Guzmán López transcrita por Tomás Molina Céspedes en su libro “Únzaga. Homicio o Suicidio”.

  [166] Entrevista del autor, vía internet, con María Renée Serrano de Newman, residente en Baltimore, febrero de 2011 y junio de 2012. [167]

Entrevista con Jaime Gutiérrez Terceros.

  [168] El Dr. Guevara Arze dice que FSB siempre adoleció de filtraciones y afirma que el aparato de inteligencia del gobierno sabía que los falangistas iban a intentar un alzamiento ese fin de semana, aunque lo esperaban para el sábado 18 de abril. EL DIARIO (8 de julio de 1962). Revista CRITERIO (10 de octubre de 1988).   [169] Entrevista con Jaime Gutiérrez Terceros. [170] Versión de Carmen de la Vega de Silva. [171]

Entrevista con Antonio Anze Jiménez.

  [172] Documento escrito por Mario Gutiérrez Pacheco, transcrito por Roberto Freire en su libro “Memorias Políticas”.   [173] Documento escrito entregado posteriormente por Mario Gutiérrez Pacheco a Roberto Freire e incluido en su libro “Memorias Políticas”, Artes Gráficas San Matías, junio de 2010. [174] Relatado por Horacio Romero, hijo de Gonzalo Romero A. G. [175] Declaración de Víctor Vega al autor. Llamaban “Chapu” a Únzaga por su cabello ondulado. [176] GUILLERMO BEDREGAL. “De Búhos…”. Op. cit. [177]

Id. [178] Testimonio de Mario Gutiérrez Pacheco. [179] Llaucha, especie de empanada rellena de queso caliente. [180] Actualmente el edificio en cuestión, ya refaccionado, es la Casa Municipal de Cultura, en la intersección de la Plaza de los Héroes y la plazoleta Pérez Velasco. El antiguo garaje del Control Político es ahora el teatro de ese centro cultural y el parque contiguo. [181] Cucho Vargas, el más célebre periodista deportivo de la época.   [182] Charo Castillo y Jaime Flores se casaron y siguieron trabajando en la emisora del Estado y luego en Televisión Boliviana. [183] Entrevista con Oscar Violeta Bricud (septiembre de 2012), antiguo amigo del autor y colega en Canal 7 Televisión Boliviana. Violeta dice: “Freire era cordial y correcto, pero uno

de sus acompañantes me hizo sentir el caño de una pistola en las costillas. Se me cayeron las medias y levanté las manos, como en las películas. Freire me dijo ‘no es necesario que haga eso’…”. [184]

El libreto está en los documentos del Dr. Walter Guevara Arze, depositados en el

Archivo y Biblioteca Nacional de Sucre. [185] El Dr. Guevara Arze nunca aclaró lo sucedido esa mañana. Por ejemplo, si se puso en contacto con la principal fuerza a su cargo, el Cuerpo de Carabineros, a través de su Director General, Cnl. Julián Guzmán Gamboa, y más aún, si le dio la instrucción de movilizarse y este no la cumplió, como efectivamente sucedió. [186] NUFLO CHÁVEZ. “Recuerdos de un revolucionario”. [187] Oscar Kellemberger, hijo de Carlos (muerto el 19 de abril), entrevistado años después por el autor de este libro, señala que Raúl Portugal era un hombre decidido, duro y valiente. Dice que éste justificó su retirada señalando que intentar destrozar la cadena con el uso de dinamita, iba a poner en riesgo a centenares de niños y padres que en ese momento abandonaban precipitadamente el cine Tesla. Entrevistado Luis Llerena Gámez, ofrece otra visión: RSA.- ¿No se dieron cuenta de que el control de teléfonos era decisiva para esa revolución? LLG.- No lo sabíamos. RSA.- ¿No sabían que era la condición que pedía Guzmán Gamboa para intervenir? LLG.- No. En Falange había un principio: nadie preguntaba el porqué de las órdenes que se nos daban. [188] Así lo afirmaría tiempo después el dirigente sindical José María Palacios, sin dar nombres -según dijo- para evitarles la vergüenza.   [189] Declaración de Víctor Sierra Mérida a EL INTRANSIGENTE de Salta, 17 de mayo de 1959.

  [190] Sin embargo un informe del gobierno, publicado el 21 de abril de 1959 en el diario oficialista LA NACIÓN, ofrecerá una versión oficial más “heroica” en la que un grupo de oficiales se encaran con los atacantes y “tras el fragor del combate los reducen”, lo que fue desmentido categóricamente. [191] EL INTRANSIGENTE de Salta, 17 de mayo de 1959.

 

[192] EL INTRANSIGENTE de Salta, 12 de mayo de 1959. Declaración de Víctor Sierra Mérida. [193]

Declaración de don Mario Alarcón Lahore al autor de este libro.

[194]

¿Pretendía Ovando llevar al Presidente Siles al Estado Mayor para allí tomarlo preso

junto a sus acompañantes? Imposible averiguarlo. Lo único que parece real es que el Dr. Siles desconfió de la invitación del Jefe del Estado Mayor del Ejército, a quien fulminó con la orden perentoria de ponerse a la cabeza de las tropas y cumplir con su obligación constitucional. [195] Curiosamente, nadie y nunca aclaró si el Presidente o el Ministro de Gobierno dio alguna instrucción al Cnl. Guzmán Gamboa destinada a resistir la asonada falangista. En todo caso, si la dieron, el jefe policial no la cumplió. Y, si no lo hicieron, Guzmán Gamboa tampoco se esmeró en definir la situación en favor de Únzaga, tal y como se había comprometido. [196] A pesar de ello, el hijo del jefe policial, Germán Guzmán López, quien permanecía al lado de su padre, afirma que éste ordenó el traslado de los efectivos y el parque al Calvario, pero aclara que su progenitor cumplió su compromiso con Oscar Únzaga. “La ejecución de este golpe fue del conocimiento no sólo de los oficiales allegados a mi padre, sino y sobre todo del General René Barrientos, Comandante de la Fuerza Aérea y del General Alfredo Ovando Candia, Comandante del Ejército. Cada institución tenía que cumplir una misión en el golpe. La misión del Cuerpo de Carabineros, a la cabeza de mi señor padre, era no salir de los cuarteles y no disparar desde el Calvario, porque el poder de fuego de la Policía era demasiado grande en comparación a la del Ejército y de la Fuerza Aérea. Mi padre cumplió su compromiso. Ningún regimiento policial salió a las calles ese día para reprimir a los revolucionarios ni para dar apoyo al gobierno.” Probablemente Guzmán López desconocía la magnitud del compromiso de su progenitor con Únzaga. Como fuere, varios dirigentes de FSB denunciaron reiteradamente después que el jefe policial traicionó a Únzaga en complicidad con el Ministro Guevara Arze. Sólo Enrique Achá sostuvo que Guzmán Gamboa cumplió su compromiso, pero no fue más allá por la nula acción falangista en la toma de la central telefónica de La Paz.   [197] Versión de don Mario Alarcón Lahore. No ha quedado en claro si el blindado fue adquirido por el gobierno del MNR o si fue el mismo automóvil Buick que recibió como donación el Presidente Enrique peñaranda en su visita oficial a los Estados Unidos en 1941. [198] Id.

[199] Se citan los nombres sólo de los que cayeron heridos o fueron detenidos horas más tarde. [200] Relato del Dr. Guillermo Bedregal en su libro “De Búhos…” Op. cit. Al parecer hasta ese momento ni el Presidente ni sus ministros se apercibieron de que Radio Illimani estaba inutilizada y que sus ocupantes eran hostigados con fuertes descargas de artillería. [201] Declaración de Víctor Sierra Mérida.   [202] El informe oficial presentado por el gobierno se refiere a una “batalla” y al “fragor del combate” que nunca hubo. [203] Declaración del Gral. Gustavo Larrea, Jefe de la Casa Militar del Presidente Hernán Siles Zuazo. [204] Declaración de Víctor Sierra Mérida, el único sobreviviente de ese episodio. [205] Ib. [206] HERNÁN LANDÍVAR FLORES. “Infierno en Bolivia”. [207] Declaración de Víctor Sierra Mérida. [208] Declaración del Gral. Gustavo Larrea, Jefe de la Casa Militar del Presidente Hernán Siles Zuazo.

  [209] Relato de Horacio Romero. [210] Al día siguiente tendrá que hacer declaraciones en Control Político. [211]

Relato de Víctor Sierra Mérida recogido por Hernán Landívar Flores en su libro

“Infierno en Bolivia”. [212] Declaración de Víctor Sierra Mérida. [213] ÑUFLO CHÁVEZ. “Recuerdos de un Revolucionario”. [214] Entrevista con Alex Quiroz. [215] EDMUNDO ARIÑEZ ZAPATA. “Algo tengo para contar”. [216] PRESENCIA, 21 de abril de 1959. [217] Declaración de Cristina Jiménez de Serrano ante Fiscal. [218] Declaración de Jaime Gutiérrez Terceros. [219] Declaración del Cnl. Jorge Arce Amaya ante Fiscal. [220] GUILLERMO BEDREGAL. “De Buhos…” OP. cit.   [221] GUILLERMO BEDREGAL. “De Buhos…” OP. cit. Hay un evidente desfase cronológico en el relato del Dr. Bedregal, pero el contenido refleja los hechos acaecidos.

[222] ROBERTO FREIRE. “Memorias…” Op. cit. Al día siguiente el nombre de Augusto Pereira aparece entre los muertos. Pero sobrevivió, se asiló y no se volvió a saber de él. [223] Guillermo Bedregal. “De Búhos…” Op. cit. [224] ROBERTO L. FREIRE ELÍAS. “Memorias…”. Op. cit. [225] Versión de Enrique Achá en su libro varias veces citado, corroborada por Cristina Jiménez de Serrano en la reconstrucción de los hechos. [226] ENRIQUE ACHA. “Únzaga…” Op. cit. [227] PRESENCIA, 20 de mayo de 1959. Aunque la mayoría de los libros sobre el tema señalan que fue una denuncia rutinaria, en realidad no lo fue, porque el Cnl. Arce Amaya entregó una caja de munición a los 30 milicianos que llegan a la Avenida Perú esquina Larecaja en dos camiones. En efecto, la información tenía una falla, el número de la casa no era “138”, sino “188”. [228] Declaración de Guichi de Gutiérrez. [229] Relatado por el Lic. Xavier Iturralde Jahnsen. [230] Relatado por María Eugenia Serrano. [231]Declaraciones de Juan Mansilla, el miliciano que ingresó por la ventana, publicadas en PRESENCIA el 13 de mayo de 1959: PREGUNTA.- ¿Por qué dispararon? RESPUESTA.- Eso. Yo les reñí (a sus compañeros milicianos) por gastar municiones que se deben ahorrar… [232] Declaración de Julio Álvarez Lafaye, la noche del 19 de abril de 1959, en el Palacio de Gobierno y reiterada ante la prensa horas más tarde. [233] Declaración de Enrique Achá Álvarez al llegar al exilio en Chile en mayo de 1959. [234]

Declaración vía internet de María Renée Serrano al autor de este libro. Por matrimonio

María Renée Newman, reside en Baltimore-USA con su madre, Cristina Serrano, ya anciana. [235]

María Renée afirma que esa pistola aún está en poder de su madre, aunque sin

explicar cómo logró sacarla de la casa y, al final, del país. Esto significa que Únzaga llevaba dos armas ese 19 de abril de 1959. [236]

Revista ZETA, abril de 1979. Entrevista del periodista Eduardo Ascarrunz con Fanny

de Caballero. [237] Declaración ante fiscal del R.P. Luis Mellon Peters. [238] Achá ha dejado escrito que al día siguiente, lunes 20, dejó ese momentáneo refugio para trasladarse a la casa de unos amigos y en la mañana del martes 21 logró asilarse en la Nunciatura. El Padre Mellón tuvo que prestar declaraciones en calidad de detenido.

[239] Declaración de Ascencio Maidana a la Fiscalía.   [240] Aquel expresivo Cristo se convirtió en un símbolo de la libertad. Estaba pintado en la celda próxima al célebre “cuartito azul”, donde estuvieron muchos dirigentes falangistas y allí se mantuvo hasta el 4 de noviembre de 1964, cuando una extendida rebelión de falangistas, movimientistas, comunistas, la COB y las Fuerzas Armadas dieron fin al cuarto gobierno del MNR presidido por el Dr. Víctor Paz Estenssoro.   [241] Entrevista del autor con el Dr. Walter Flores Torrico, en septiembre de 1983. Flores Torrico fue un eminente jurisconsulto, catedrático universitario y político de peculiares características personales, que cosechó legiones de discípulos y admiradores, pero también enconados rivales y enemigos. Por esas cosas de la vida, este encuentro con el Presidente Siles a las 22:00 del 19 de abril de 1959 no figura en la historia oficial escrita por los documentalistas y dirigentes del MNR que enfocaron este capítulo de la historia nacional. Federico Álvarez Plata aparece dando el informe al Presidente luego de recibirlo de terceros. Guillermo Bedregal da una versión fuera de contexto cronológico en su libro autobiográfico varias veces mencionado.    [242]

GUILLERMO BEDREGAL. “De búhos…”. Op. cit.

  [243] ROBERTO FREIRE. “Memorias Políticas”. [244] HERNÁN MESSUTI RIVERA – Memorias de un Médico Forense.

  [245] EL DIARIO, 22 de abril de 1959. [246] La prisión de Jaime Gutiérrez Terceros se prolongó por nueve meses, hasta que se decretó una amnistía general por las elecciones de 1960. Al final quedaron en la cárcel solamente nueve presos, entre ellos Roberto Freyre, Raúl Portugal, Luis Sáenz y Walter Vásquez.   [247] Los familiares encontraron e identificaron a los masacrados. Todos mostraban los cuerpos perforados por la metralla y a la mayoría con la cabeza destrozada por el tiro de gracia, como lo relataron al autor de este libro los hijos de Cosme Coca y Carlos Kellemberger, ambos con los mismos nombres de sus progenitores inmolados ese 19 de abril junto a una veintena de sus camaradas. [248] EL DIARIO, 21 de abril de 1959. [249] PRESENCIA, 21 de abril de 1959.

[250]

ALFONSO CRESPO. “Hernán Siles Zuazo – el Hombre de Abril”. [251] El testimonio del Dr. Cosme Coca Carrasco, hijo de Cosme Coca Jiménez, es conmovedor. “Yo tenía que vengar a mi padre porque comprobé que lo asesinaron junto a sus camaradas en el Cuartel Sucre. Me dediqué a investigar para saber quiénes dispararon y al final me enteré del nombre de uno de los asesinos. Pasó el tiempo y ya titulado médico, yo trabajaba en el Hospital Obrero como cirujano de emergencia. Un día ese hombre que disparó a los falangistas en el Cuartel Sucre, llegó de urgencia al hospital con una apendicitis. Antes de operarlo, le dije que yo era hijo de Cosme Coca Jiménez. Me miró con temor perceptible y no dijo nada. Estuve tentado de dejarle una arteria suelta para que muera desangrado como si fuera una peritonitis, pero no lo hice. Luego en una clínica en El Alto atendí a un señor con una pancreatitis; él me reconoció, me dijo que había torturado a mi padre en Curahuara y me pidió perdón. Y yo le perdoné. Fue el mejor homenaje a mi padre, a quien recuerdo como un hombre idealista, valiente, bondadoso, que ayudaba a todos. Mi hermano Hugo se crió conmigo. Tuvimos un problema de tipo psicológico porque yo fui como su padre y cuando creció y salió profesional se dio cuenta que yo no era su padre. Esto se llama “falla del modeling” y por eso nuestra relación no es normal, sino diferente, somos dos polos opuestos pese a que nacimos el mismo día con nueve años de diferencia. Mi hermano radica en Brasil y está considerado como uno de los mejores en terapia intensiva. Mi hermana también sufrió mucho, pero aguantó porque estaba acogida por mi madre. Esa fue una época muy difícil porque a mi madre no le permitían trabajar porque era opositora. Yo estaba en La Salle y los compañeros y hermanos del colegio nos tenían consideración. Como mi hermano era el mejor de su curso le ofrecieron una beca, pero no podían hacer nada más porque ser amigo de un opositor era casi como un delito. Mi nombre estaba marcado, no tenía derecho a nada, incluso en la universidad tenía problemas por mi apellido, pero con esfuerzo salimos adelante…” [252] LUPE CAJÍAS DE LA VEGA. “Morir en mi cumpleaños”. [253] PRESENCIA, 21 de abril de 1959. [254] Declaración de María Renée Serrano, de 13 años, interrogada por fiscales.   [255] El texto íntegro está en la publicación “La Muerte de Únzaga”, de la revista REVELACIONES, bajo la Dirección del Sr. Boris Marinovic C., año 1, Nº 1, que no menciona fecha de edición. [256] Entrevistas concedidas por el Dr. Rodrigo Alba al autor de este libro, en abril de 2011 y febrero de 2013. [257] Arturo Montes así lo sostiene y Cristina Jiménez, la prima de Únzaga, nos dijo a través de su hija María Renée que ella vio el resto del cigarrillo apagado entre los dedos de su pariente.

 

[258] Se informó que los integrantes de la misión de la OEA que vivieron en el Hotel Copacabana, recibieron una suma en dólares extraordinaria para aquel tiempo- y la mayoría de ese monto se fue a Chile en los bolsillos de los agradecidos peritos. Enrique Achá, al poner en duda la imparcialidad de esa misión, por más calidad que tengan los técnicos, ha señalado que “por 700.000 dólares se pueden decir muchas cosas”, pero desde luego la cifra mencionada resulta burda. El autor de este libro no puede dejar de citar al Sr. Alberto del Carpio, muy conocido en la sociedad paceña, corredor automovilístico en los años 40, quien ayudó a rescatar los cadáveres de los asesinados en el barranco de Chuspipata en 1945. Radicando en Chile, Del Carpio se relacionó con uno de los miembros de la misión de la OEA, quien le habría revelado que el informe sobre la muerte de Únzaga fue “una farsa muy bien pagada”. [259] Luego de profundo análisis de todas las versiones acerca del dinero, desde los 40.000 dólares que el gobierno supuso que el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo le hizo llegar a Únzaga, o la otra versión sin fundamento ni indicio posible,  en sentido de que fue Carlos Víctor Aramayo quien le dio ese dinero, aceptamos la otra, referida por el Lic. Javier Iturralde Jahnsen, sobre el donativo que hizo su padre, Alberto Iturralde Levy, llegando personalmente a La Paz desde su autoexilio en San Pablo, lo que le costó la cárcel. Como relatamos, en el momento esencial de la conspiración, un oficial ofreció a FSB un lote de pistolas ametralladoras con las cuales FSB alcanzaría la fuerza bélica para tomar el poder, pero la cifra que pedía por ellas era inalcanzable: nada menos que dos mil dólares que Únzaga no tenía. Del análisis de los cuatro mil dólares que luego recibió Únzaga del arquitecto Iturralde, así como los cálculos de conversión de dólares a bolivianos entre los papeles que llevaba consigo en el momento de su muerte, se puede colegir que le quedaron 24 millones de bolivianos en el maletín que estaba debajo de la cama del Dr. Serrano (equivalentes a 200 dólares), hizo llegar a Antonio Anze 75 dólares,  Únzaga llevaba otros 200 dólares en un bolsillo que halló el primer médico que recibió su cadáver. Presumiblemente del resto, unos 500 dólares los habría empleado para conseguir los lotes de armas empleadas en San Francisco y las que llevaron los que fueron al Cuartel Sucre y quizás 2.500 dólares pudo haberlos entregado al Gral. Ovando, ya que el hijo del Cnl. Guzmán Gamboa, Germán Guzmán López afirma categóricamente que su padre no recibió ni un centavo.   [260] El expediente del “caso Únzaga” tuvo un destino tan extraño como la muerte del líder falangista. En el año 1994, el abogado Javier Dips reveló a este autor que lo tenía en su poder luego de haberlo comprado a un abogado y lo tenía escondido en algún lugar de su domicilio en San Jorge, pero al morir al poco tiempo, el rastro se perdió definitivamente. En cuanto al informe de la misión de la OEA y las fotografías, nadie sabe por qué motivo

aparecieron en manos del Dr. Walter Flores Torrico, Oficial Mayor de Justicia del Ministerio de Gobierno en 1959. Flores Torrico accedió excepcionalmente a prestarlas a Boris Marinovic, quien las publicó en la revista REVELACIONES que él dirigía (algunas de las cuales reproducimos en este libro), luego devolvió tales documentos, cuyo paradero se ha perdido en la noche de los tiempos. Algunos documentos que Marinovic guardaba las entregó a la Fundación para la Democracia Multipartidaria que presidió Guido Riveros hasta antes de su fallecimiento.   [261] Corralito, término utilizado en la Guerra del Chaco para describir las sangrientas celadas que se propinaban mutuamente paraguayos y bolivianos.

  [262] Enrique Achá relató tiempo después al Sr. Arturo Montes que luego de la matanza, en la noche del lunes 20 tomó contacto con el Cnl. Guzmán Gamboa, reclamándole su inacción que derivó en la muerte de Oscar Únzaga. El jefe policial, contrito, le dijo que se sentía en deuda con los falangistas, pero que estaba dispuesto a vengar la muerte de su líder, solicitando la autorización y apoyo de FSB para dar el golpe en las próximas horas. Achá logró comunicarse con Gonzalo Romero en la legación argentina, pero este “lo mandó al cuerno” desautorizando cualquier gestión “con ese traidor”. Todo esto habría sucedido momentos antes de alcanzar el asilo en la Nunciatura. Pero ya la palabra de Achá había entrado bajo una sombra de dudas. [263] PRESENCIA, 20 de mayo de 1959. [264] EL DIARIO, 8 de julio de 1962, [265] Declaración de Enrique Achá al periodista Víctor Silva Aparicio, publicada en EL DIARIO el 4 de septiembre de 1977. En la fecha de esta publicación, el Gral. Ovando vivía exiliado en Madrid, pero se aprestaba a volver al país, toda vez que el Presidente Hugo Banzer atravesaba por una crisis política que lo llevaría semanas más tarde a convocar a elecciones, para las que Ovando volvió e hizo causa común con la Unidad Democrática y Popular liderada por el Dr. Hernán Siles Zuazo. [266] A propósito de Barrientos, el propio Achá dio una versión sobre su participación en los hechos del 19 de abril. “El Gral. Barrientos no quería saber nada de la fecha ni la hora del estallido del complot, sólo pidió que, en el momento oportuno, con una hora de anticipación se lo llamara telefónicamente para que él pueda cumplir su compromiso. Sus efectivos del Politécnico Militar, con los aviones de la Base Aérea de El Alto debían ametrallar a 800 milicianos.

 

[267] Ver el amplio informe sobre el 19 de abril de 1959, presentado por el Dr. Walter Guevara Arze en EL DIARIO, el 8 de julio de 1962.   [268]

WALTER VÁSQUEZ MICHEL. “Memorias”. [269] Carlos Guevara Rodríguez, citado por Mariano Baptista Gumucio en su libro “Fragmentos de Memoria – Walter Guevara Arze”. Los conceptos de Guevara han sido también demoledores para Paz Estenssoro, Siles Zuazo, Lechín Oquendo, Fellman Velarde, etc., con quienes mantuvo una intensa relación de odio y compañerismo. [270] MOISÉS ALCÁZAR. “Páginas de Sangre”. [271] Citado por el periodista Víctor Silva Aparicio en “Mataron a Únzaga”, un amplio reportaje histórico publicado en dos páginas íntegras de EL DIARIO de La Paz, el 4 de septiembre de 1977.   [272] PAULOVICH. “La Noticia de Perfil”. PRESENCIA, 20 de abril de 1977.

  [273] Entrevista con Walter Flores Torrico en octubre de 1984. [274] RICARDO SANJINÉS ÁVILA. “Sin Límite – Del Putsch Nazi al Neoliberalismo”. 1996. Entrevista con Jaime Ponce Caballero. [275] LUCIO PAZ RIVERO. “Mis Vivencias”. [276] Referido al autor por Oscar Kellemberger. [277] RENÉ ZAVALETA. “La caída del MNR y la conjuración de noviembre”. El autor, un intelectual de reconocida valía, falangista en sus orígenes (ver el capítulo XVII), luego movimientista, diputado por el MNR en 1960, aceptó ser Ministro de Minas en 1964 de un gobierno ilegítimamente reelecto e impopular, defendido en última instancia sólo por la Embajada Americana, aunque a poco del alzamiento popular, la misión militar americana identificó a Barrientos como “amigo” y permitió el reconocimiento de Washington. El tema es complejo y está descrito en todos sus detalles en “1964 – El colapso del ídolo” de Ricardo Sanjinés Ávila.    [278] Jaime Gutiérrez Terceros reveló a este autor que un atildado intelectual de ideas socialistas, socio del Club Hípico Los Sargentos, lo citó en esa entidad deportiva, donde le entregó cuatro cajones de dinamita destinada a ejecutar actos terroristas para debilitar al gobierno de Paz Estenssoro. [279] El Dr. Gonzalo Mendieta Romero, nieto de Gonzalo Romero, refirió al autor que el Gral. Barrientos se mantuvo indeciso hasta muy entrada la conspiración entre Ovando y la Falange y que Jaime Ponce Caballero tuvo una dura reunión con el vicepresidente-aviador

y llegó a sacar un revólver para exigirle una definición. También compartió con este cronista el siguiente relato de su tía, Ana María Romero de Campero: “Muchos años después de su derrocamiento en 1964, Víctor Paz Estenssoro compartió con Gonzalo Romero en una recepción de una embajada. Conversaban amistosamente, derivando al tema de noviembre del 64, punto en el cual Romero le dijo ‘el problema fue que entonces tú te “cluequeaste (como las gallinas)’. Entonces don Víctor abrió desmesuradamente los ojos, que caracterizaban su ira y dijo: ‘Sabes Gonzalo, en lo único que me equivoqué el 64 fue en no hacer matar a Barrientos’. Un silencio sepulcral coronó el encuentro después de 4 años de aquellos sucesos” [280] Testimonio ofrecido al autor por Ambrosio García. [281] Especie de bandera conformada por pequeños cuadrados de colores, a la usanza de los tercios de Flandes, ideada por asesores del Presidente René Barrientos como distintivo para identificar a sus aliados en el Pacto Militar Campesino. [282] Testimonio ofrecido al autor por el Ing. Julio Sanjinés Goitia, en esos años Embajador del Presidente Barrientos en Washington. [283] BOLIVIAN TIMES. Publicación boliviana en inglés, dirigida por Peter McFarren. [284] TOMAS MOLINA. “Unzaga…” Op. cit. [285] Era el Cnl. Luis Arce Gómez, un hombre polémico que había sido parte del entorno íntimo del Gral. Ovando Candia, en 1969-70, durante su gobierno revolucionario de apertura al socialismo.