La Voz de los Inocentes 9789917016045

El libro Voz de Los Inocentes es una novela histórica basada en la vida y la muerte de Óscar Únzaga, el fundador y líder

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La Voz de los Inocentes
 9789917016045

Table of contents :
PRÓLOGO
PREFACIO
I - TODO COMENZÓ EN COCHABAMBA… (1916)
II - SANGRE BOLIVIANA SOBRE EL SUELO CHAQUEÑO (1930-1935)
III - EL GERMEN DE UN NUEVO PAÍS (1935-1937)
IV - LA GESTA FALANGISTA (1937-1939)
PROGRAMA DE PRINCIPIOS DE F.S.B.
V - LOS NIÑOS DE BOLIVIA (1939-1943)
VI - BUENOS AIRES (1944)
VII - FAROLES DE IGNOMINIA (1945-1946)
EL COLAPSO DE LAS ÁGUILAS
NACE UN NUEVO TIEMPO
EL MAGNICIDIO
DOMINGO 21 DE JULIO ENTRE LAS 00:00 Y LAS 06:00
ENTRE LAS 06:00 Y LAS 12:00
MEDIO DÍA
DESPUÉS DE LOS FAROLES
VIII - ÚNZAGA DIPUTADO (1947 – 1949)
10 AÑOS DE FSB
IX - KILLI KILLI (1950)
CIEN DÍAS DE EMERGENCIA
CANTO A LA JUVENTUD
X - HACIA LA REVOLUCIÓN (1951 – 1952)
XI - CADENA DE TRAICIONES (1952)
XII - LA NACIONALIZACIÓN DE LAS MINAS (1952)
XIII - REFORMA AGRARIA (1953)
XIV - ENTRE ACHACHICALA Y CALACALA (1953)
XV - CAMPOS DE CONCENTRACIÓN
XVI - ECONOMÍA DIRIGIDA Y CORRUPCIÓN
XVII - EL CERVATILLO ENFRENTA AL DEPREDADOR

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      Para mis hijos Joaquín Sanjinés Tapia, Ricardo Sanjinés Peña y Marcos Arandia Calderón, que hicieron posible esta primera edición             A Jorge Siles Salinas. Su consejo y experiencia fueron fundamentales para este libro.     A Jaime Gutiérrez Terceros, por su conmovedora lealtad a Únzaga.     A René Torres Paredes. El encendió esta luz al finalizar el siglo veinte.     A Eddy de la Quintana Lanza, espléndido poeta, camarada de tantos sueños irrealizados.     A la clase media boliviana, eterna víctima de las revoluciones.

 

ÚNZAGA: la voz de los Inocentes Ricardo Sanjinés Ávila  

www.unzaga.info        

TOMO I  

Depósito Legal No. 4-1-4162-2021 ISBN 978-9917-0-1604-5       Edición Digital producida por

Rediseño Tapa – Maquetación Producción - Publicación Posproducción - Difusión Promoción - Distribución Desarrollo Plataforma Web Marketing Digital Social Media Community Manager www.us.CyberGlobalNet.com

        ÚNZAGA: LA VOZ DE LOS INOCENTES © RICARDO SANJINÉS ÁVILA

1ra Edición Digital   Esta publicación ha sido registrada en el Servicio Nacional de Propiedad Intelectual, del Ministerio de Desarrollo Productivo y Economía Plural, del Estado Plurinacional de Bolivia y está protegida por el Derecho de Autor, contemplado en la Ley 1322 y en el Decreto Supremo 28598.   Su reproducción y distribución sin autorización expresa el autor, por cualquier medio está prohibida y penalizada.





Contenido   PRÓLOGO PREFACIO I - TODO COMENZÓ EN COCHABAMBA… (1916) II - SANGRE BOLIVIANA SOBRE EL SUELO CHAQUEÑO (1930-1935) III - EL GERMEN DE UN NUEVO PAÍS (1935-1937) IV - LA GESTA FALANGISTA (1937-1939) PROGRAMA DE PRINCIPIOS DE F.S.B. V - LOS NIÑOS DE BOLIVIA (1939-1943) VI - BUENOS AIRES (1944) VII - FAROLES DE IGNOMINIA (1945-1946) EL COLAPSO DE LAS ÁGUILAS NACE UN NUEVO TIEMPO EL MAGNICIDIO DOMINGO 21 DE JULIO ENTRE LAS 00:00 Y LAS 06:00 ENTRE LAS 06:00 Y LAS 12:00 MEDIO DÍA DESPUÉS DE LOS FAROLES VIII - ÚNZAGA DIPUTADO (1947 – 1949) 10 AÑOS DE FSB IX - KILLI KILLI (1950) CIEN DÍAS DE EMERGENCIA CANTO A LA JUVENTUD X - HACIA LA REVOLUCIÓN (1951 – 1952) XI - CADENA DE TRAICIONES (1952) XII - LA NACIONALIZACIÓN DE LAS MINAS (1952) XIII - REFORMA AGRARIA (1953) XIV - ENTRE ACHACHICALA Y CALACALA (1953) XV - CAMPOS DE CONCENTRACIÓN XVI - ECONOMÍA DIRIGIDA Y CORRUPCIÓN XVII - EL CERVATILLO ENFRENTA AL DEPREDADOR

 

PRÓLOGO La historiografía boliviana tenía una deuda con el país a propósito de la recopilación e interpretación de los importantes sucesos acaecidos en los años inmediatamente posteriores a la Guerra del Chaco que dieron paso al llamado proceso de la Revolución Nacional. Estaba quedando solamente la visión monocorde de quienes marcaron con su sello la vida nacional a partir del 9 de abril de 1952, ignorando a los que, sin oponerse a los fines de tal revolución, la hubieran preferido exenta de la carga de rencor y los deseos de poder absolutista que lastraron este hecho sin embargo fundamental para nuestra patria. El hombre que se puso a la cabeza de quienes exigieron más de esa revolución, en el sentido trascendente, espiritual y humano, fue Oscar Únzaga de la Vega, sujeto central de la biografía que tenemos a bien prologar. Únzaga de la Vega era un hombre de débil contextura física, pero poseedor de una fortaleza moral indeclinable. El perfil anguloso, el semblante surcado por hondas arrugas, enmarcaban una mirada ardiente, reveladora de una intensa vida interior y de una personalidad entregada a un ideal, a una aspiración suprema e irrenunciable. En el gesto de Únzaga había algo de la mirada fulgurante del profeta, del hombre de espíritu fuerte que tiene la mente volcada a los grandes misterios de la vida. Hombre profundamente religioso, Únzaga nunca dejó de identificar en su doctrina el amor a la patria con su fe cristiana. Vivía con la mirada puesta en el destino colectivo, considerando que la visión providencial de la historia permite reconocer una plenitud de sentido a las transformaciones incesantes que presenta el devenir humano en los distintos pueblos y civilizaciones. Si las lecciones de la historia nunca dejaron de ejercer una honda sugestión sobre su espíritu, estimando que la política debe inspirarse en la experiencia de lo pasado, tampoco dejó de pensar que la actuación del político si ella responde a ideales constructivos y no al simple oportunismo demagógico- debe estar iluminada por una intuición poética que descubra al verdadero estadista y conductor de la opinión pública lo que hay de más profundo y esencial en la personalidad de su

pueblo, en sus más vivos anhelos y motivaciones. Es así como debe interpretarse el hecho de que entre sus papeles íntimos figurasen numerosos poemas suyos; bien podría decirse que un auténtico lirismo impregna todos sus escritos, desde las cartas dirigidas a los amigos a los manifiestos y los trabajos doctrinales. Contribuía a darle un aire de superioridad moral el ambiente de pobreza en que Oscar vivió siempre, en su modesta casa de Cochabamba o de la calle 6 de agosto en La Paz o en las andanzas que le impusieron la persecución y el exilio. La vida hogareña, el apego a la anciana madre, la austeridad de sus costumbres, la soledad que se impuso al renunciar a formar una familia propia, todo ello se entretejía formando la contextura espiritual de este hombre cuya vida respondió a una inspiración inalterable y única: el amor a la patria. Únzaga es, indiscutiblemente, una de las figuras grandes de la historia de Bolivia. Brilla en ella con la luz de la heroicidad y del sacrificio, pero también con la claridad que irradia su obra fundacional y creadora, al haber dado origen a uno de los movimientos políticos más importantes -por su vitalidad y su gravitación sobre amplios sectores nacionales- en la vida boliviana después de la guerra del Chaco. La evolución política de nuestro país nos muestra constantemente un cuadro desolador en el que las escenas sangrientas alternan con visiones de frustración, de infecundidad y de inercia ante las grandes coyunturas de la historia. Por eso mismo la presencia de Únzaga, después del irreparable infortunio de la guerra con el Paraguay y a lo largo de la pesadilla revolucionaria iniciada en 1952, es como un resplandor solitario en medio de la tormenta. Con su palabra fogosa, con su incomparable poder de atracción sobre la juventud, con la nobleza de su carácter, con el desprendimiento de que tantas veces dio pruebas en los azarosos momentos en que le tocó actuar, el fundador de la Falange se nos aparece rodeado de los atributos que forjan al auténtico héroe, al hombre que sabe resistir hasta el fin, manteniendo viva la esperanza de un pueblo, en el trance supremo de la postración y el abatimiento.

La noción de lo heroico parece irse desvaneciendo cada vez más en la conciencia contemporánea. Se diría que la atmósfera burguesa que nos rodea no ofreciera estímulos sino para la vida cómoda, para la sensualidad y el placer. El valor aparece confundido con el crimen, el nihilismo destructor es exaltado por la propaganda. En cambio, el heroísmo de la consagración al deber, el testimonio que día a día da el que sabe ser fiel a una norma de rectitud moral, la voluntad del hombre superior que dedica su vida a una noble causa, éstas, aparentemente, no son razones suficientes para alcanzar un nivel de ejemplaridad en las esferas en que se discierne la fama o en que se valoran los méritos humanos. Pero un pueblo no puede vivir dignamente sin tributar su reconocimiento a los hombres que lucharon y murieron en defensa de la patria, ofrendando su vida en aras de los altos valores del espíritu. El nombre de Oscar Únzaga de la Vega no debe ser exaltado únicamente por los militantes de un partido; deben rendirle homenaje aquellos bolivianos que sepan comprender que toda política que no se inspire en el firme reconocimiento de la dignidad de la persona humana no conduce sino a introducir en el ambiente social los gérmenes de la corrupción y del envilecimiento. Ricardo Sanjinés Ávila, autor de este libro, sin haber pertenecido a las filas del partido creado por su biografiado, hace un esfuerzo intelectual encomiable para recoger las razones que motivaron a los falangistas en un medio como el nuestro, donde el pasado atormentador, la geografía abrumadora y el pugnaz factor étnico levantaron muros que parecían infranqueables, erizado el ambiente social por las ideas que atizaron la Segunda Guerra Mundial y, por añadidura, sumergido el mundo en una asfixiante Guerra Fría que dividió a los seres humanos en bandos irreconciliables. La idea fundamental que guió a Únzaga en la formulación de su pensamiento político fue la de crear las condiciones que permitieran el desenvolvimiento orgánico de nuestro país en un ambiente de estabilidad y de continuidad. Los dos mayores males de nuestra conformación social son la discontinuidad histórica y la

invertebración geográfica. A través del tiempo, siempre a saltos, siempre volviendo a empezar, de revolución en revolución, de motín en motín. A través del espacio, sin nexos de comunicación, separados de una región a otra, sin lograr penetrar en las vastas zonas despobladas del interior, agobiados por las insuperables barreras de la naturaleza. Era menester superar esas soluciones de continuidad que han quebrado toda posibilidad de convivencia organizada y solidaria. Era preciso vencer ese doble desafío creando en los bolivianos una conciencia de continuidad a la par que un sentimiento de dignidad y de confianza en las propias fuerzas a fin de difundir en las nuevas generaciones lo que podría llamarse un “espíritu de empresa nacional”, esto es, una voluntad de trabajo y perseverancia, con miras al progreso del país. La noción primordial de una justicia social verdadera que ayudase a los bolivianos a subsanar los desniveles que separan -por la educación, por la raza, por la desigualdad de las oportunidades- a los diferentes sectores de la población, era, igualmente, un criterio sin el cual no podría entenderse la nueva orientación que quiso dar Únzaga a la política nacional. El hombre, a quien hoy recordamos a través de este libro, soñaba con que su patria pudiera superar el clima permanente de aventura, de mascarada, de truhanería y sinrazón en que por lo general nos hemos movido. Aspiraba a que la vida pública se ordenase conforme al criterio de la seriedad, considerando la altísima responsabilidad que implica el ejercicio de la autoridad en el gobierno de una nación. En suma, su máxima aspiración consistía en “un Estado en forma”, según se decía bajo la influencia de Spengler. Un Estado “en forma” es un Estado de Derecho, un Estado confiado a verdaderos estadistas, un Estado en el que no cabe ni la anormalidad sanguinaria de la tiranía ni la anormalidad bellaca de la demagogia anarquizante. En el tiempo en el que vivió Únzaga aún no se había inventado el concepto de la “política de desarrollo”, según la acepción actual de

la nueva terminología social y económica. En el lenguaje de Únzaga aparecía frecuentemente, en cambio, la idea de una política “constructiva”, es decir, de una política de signo afirmativo, inspirada no ya en el odio sino en la concordia, no ya en la ambición egoísta sino en la promoción del bien común. De ahí su sistemática oposición a la demagogia. Pensaba él que no es lícito jugar con el destino de la nación, comprometer la suerte de las futuras generaciones. Muchos le reprocharon haber pretendido “jugar a las revoluciones”, al enfrentarse una y otra vez a la tiranía. Los que así le juzgan muestran con ello su insensibilidad, su radical incapacidad para valorar los actos de aquel patriota insigne. Con el final heroico de su vida, con el ejemplo de su coraje y su sacrificio, Oscar Únzaga demostró que jamás estuvo en su ánimo la idea de entregarse al juego frívolo de la aventura subversiva. Con su muerte, Únzaga supo dar el ejemplo de una vida comprometida hasta el fin en el servicio de la nación. Olvidar a Oscar Únzaga habría sido imperdonable. Y pese a las críticas que Ricardo Sanjinés Ávila formula a muchas de las estrategias que su biografiado empleó para luchar por las ideas a las que consagró su existencia, este libro tiene el mérito de reconstruir el escenario histórico y social del siglo XX, situando sobre él los valores que motivaron a Únzaga, personaje emblemático de aquel tiempo, cuya influencia aún se siente en el imaginario colectivo de la nación. La deuda de la historiografía nacional queda saldada. Jorge Siles Salinas          

                   

PREFACIO   - ¡Ríndanse…! ¡Están perdidos…! El Ejército los exterminará, no tienen otra salida. Ustedes cumplieron como hombres y no merecen morir por una causa que ya está perdida. Por su bien… ¡ríndanse! -, intima el capitán con uniforme de combate. -Nosotros salimos para tomar el gobierno y no tenemos razones para rendirnos, responde secamente el que comanda a los rebeldes. -Lo lamento… tienen quince minutos. Si para entonces no se han entregado, atacaremos con todo-, dice el militar y se retira.

La balacera truena en la tarde. Poco antes de las 17.00 una fuerte explosión estremece al barrio de Chocata. El disparo de una bazuca ha partido al pequeño camión Ford usado como trinchera por los insurrectos. Sobreviene el silencio. Montones de fierros humeantes quedan desparramados junto a los cuerpos ensangrentados sobre el empedrado, en la intersección de las calles Santa Cruz y Murillo y los débiles quejidos de los heridos conmueven al vecindario. Abatido su último bastión, se dispersan los combatientes que horas antes controlaron la columna vertebral de la ciudad y llegaron al límite de la victoria atacando a balazos el automóvil en el que se desplazaba el Presidente de la República. Empero, la batalla de San Francisco no fue propicia para las armas falangistas que esa mañana se habían encomendado a Cristo Rey invocando su tutela. Era el golpe definitivo, diseñado con la experiencia de quien conoce los riegos y teme las consecuencias porque las ha sufrido en carne propia. Sin gestos improductivos, ni masas delirantes, ni carnicería inútil, el plan fue burilado con la paciencia de un orfebre de la lucha armada, cuidando cada detalle, cada momento, las claves, las armas, la gente, con economía de gestión, sin dejar nada al azar. Se basaba en una secuencia de acciones en un espacio no mayor a treinta manzanos del centro metropolitano paceño. Un puñado de hombres se apoderaría de Radio Illimani, la de mayor alcance en el país, para difundir las proclamas, sumar el apoyo de la población y deprimir al adversario. Los más decididos bloquearían con metralla a los agentes del Control Político en sus madrigueras

de la calle Potosí, dejando al gobierno sin defensa. El contingente mejor armado intervendría la central telefónica contigua a la Alcaldía para incomunicar a los organismos del régimen, de manera que los gobernantes queden aislados. Falangistas de élite, algunos de ellos futuros ministros, coparían el Cuartel Sucre, a cuatrocientos metros del Palacio Quemado, con cuyo armamento debía completarse la acción civil en La Paz. El enorme poderío bélico policial definiría la situación, de manera que los carabineros ahogarían cualquier reacción de las milicias gubernamentales para luego ocupar lugares estratégicos como el Calvario, el Estadio Siles, las oficinas públicas, la estación de trenes, el aeropuerto, el mirador de Killi Killi, las alturas de Laikakota. Al llegar la tarde, fuerzas militares tomarían control del país. El lunes 20 se encargaría el gobierno de la nación al líder de la oposición y en horas sucesivas se irían produciendo los primeros reconocimientos internacionales. El golpe revolucionario, basado en la precisión y la audacia, sólo requería de cien valientes. A pesar de que el plan definía acciones en su estrategia, distribuía responsabilidades y fijaba las metas políticas, también contemplaba adversidades y alternativas. Dos días antes, al asumir el comando revolucionario, Oscar Únzaga de la Vega derivó la dirección política interina de la Falange Socialista Boliviana a uno de sus antiguos camaradas, mediante una carta revelando que el movimiento armado “es grande por las instituciones y las personas que están participando”, en referencia al Ejército y la Policía, cuyos mandos asumieron solemne compromiso con la Falange, por lo que el éxito está asegurado. Pero, en la eventualidad de un contratiempo, dejaba la instrucción de reorganizar el partido, abandonar la vía del golpe y asumir la línea de la insurrección popular. Sin embargo, lo que sucedía ese domingo, día en el que Únzaga cumplía 43 años, apuntaba a confirmar ese margen de contrastes. Un detalle absurdo impidió el abordaje de la central telefónica. Los falangistas ingresaron al Cuartel Sucre, pero era una trampa y

fueron acribillados a balazos, muriendo Walter Alpire, pieza central del alzamiento y sus camaradas de la cúpula falangista. Controlaron Radio Illimani y difundían las consignas, cuando un disparo fortuito inhabilitó la transmisión acallando a la emisora. La Policía no intervino, pese a estar su mando superior comprometido con el alzamiento. ¿Y el Ejército? Salió… pero para reprimir a esos jóvenes que se habían lanzado armados a las calles, movilizados por el recuerdo de sus padres encarcelados, sus madres vejadas, sus hermanos muertos, exiliados, torturados, tras siete años de campos de concentración, atropello a los derechos humanos, conducta criminal de milicianos y barzolas, corrupción oficial, pero, sobre todo, por la promesa de un nuevo amanecer del que hablaba con voz cálida Oscar Únzaga de la Vega. A las 5 de la tarde del 19 de abril de 1959, los disparos cesaron momentáneamente. En la Zona Norte, al interior de una habitación de la calle Larecaja 188, el jefe de la revolución ignoraba el curso de las acciones. Pero para su ayudante René Gallardo y los dos miembros de su estado mayor, Enrique Achá y Julio Álvarez, la situación no era alentadora. La salida al aire de emisoras privadas, emitiendo mensajes favorables al régimen, presagiaba el fracaso. Tras una breve tregua no declarada, a las 18.00 volvieron los ecos de las armas disparadas esta vez contra los falangistas en desbande, pero también en señal de la regocijada ebriedad de los milicianos movimientistas. Se desató una despiadada cacería humana que iba a derivar en el encarcelamiento de miles de personas en todo el país. Al ocaso de ese domingo sangriento todo estaba consumado. Jaime Gutiérrez Terceros, el último combatiente herido, ya estaba en una celda. La insurrección postrera de los camisas blancas había abortado por la traición de un militar felón. En la casa de la calle Larecaja empezó un drama sangriento. Alrededor de las 19.00, producto de una denuncia sobre existencia de armas en aquel lugar, un contingente de milicianos llegó haciendo disparos al aire y lanzando improperios. Únzaga, Gallardo,

Achá y Álvarez se escondieron en un cuarto de baño. En medio de los gritos y el pánico de niños y mujeres del vecindario, los milicianos procedieron a una requisa de las varias viviendas instaladas en el caserón, sin hallar rastros del supuesto armamento ni descubrir a los falangistas, pues no tenían idea de que pudiesen encontrarse allí. Pero luego de que los intrusos se retiraron y se abrió la puerta del baño, Únzaga yacía muerto junto a su ayudante, mientras los otros dos salían precipitadamente. La tragedia golpeó con dureza a quien había cobijado al jefe falangista en esa hora de prueba, su prima Cristina Jiménez de Serrano. Ella y sus hijas, María Eugenia, adolescente, y María Renée, una niña, lavaron los cuerpos ensangrentados y luego llamaron a la Asistencia Pública. Dos camilleros que todo el día recogieron muertos y heridos, se los llevaron en una ambulancia sin imaginar de quienes se trataba. Descubierto el cadáver de Únzaga, esa misma noche el gobierno ordenó la realización de una autopsia legal de la que participaron 12 médicos. Verificaron que una bala había ingresado por la sien derecha provocando su muerte. La trayectoria del disparo, con el arma aplicada sobre la piel, establecía una probable autoeliminación. Pero uno de los médicos, forense con fama de experto en anatomía, acercándose a la cabeza del occiso, descubrió un segundo disparo que armó gran revuelo, inhabilitando la figura del suicidio, rodando la versión del asesinato político que dividió a la opinión pública. El gobierno del Presidente Hernán Siles Zuazo solicitó a la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos una comisión calificada para que investigue la muerte de Únzaga. Un  grupo de expertos, contratados por la OEA, cuyos servicios fueron costeados por el gobierno boliviano, se constituyó en el país días más tarde, iniciando un proceso cuya conclusión -un pacto suicida entre Únzaga y Gallardo- no convenció a la ciudadanía y fue rechazada categóricamente por los dirigentes de FSB, mucho más cuando uno de los que estuvieron en el trágico cuarto de baño,

Enrique Achá Álvarez, quien se escabulló de los agentes de represión y llegó a Chile, denunció el asesinato de Únzaga por una mano armada que disparó desde la ventana. Aunque los argumentos de la comisión internacional se fundamentaron en un sólido trabajo técnico-forense, recogiendo indicios que respaldaban la hipótesis de un doble suicidio con elementos balísticos, la muerte del caudillo falangista se convirtió en un enigma sustentado por múltiples detalles contradictorios, sucesos inexplicables, versiones nunca aclaradas, declaraciones de los actores que no coincidían, así como la conducta errática de algunos personajes de este trágico episodio y sus derivaciones políticas. Este libro se ocupa de tal historia, desde el espíritu y la carne de su protagonista central, Oscar Únzaga de la Vega, sus orígenes, formación, ideas, peculiaridades y su magnética personalidad, que hallaron cauce en las instancias del país de posguerra, llevando tras suyo a la juventud boliviana que, seducida por su discurso patriótico y su mirada limpia, estuvo dispuesta a seguirlo en su asombroso derrotero hacia la gloria.  Falange Socialista Boliviana (FSB) fue el genuino partido de los jóvenes bolivianos de clase media de los años 40 al 60 del siglo pasado, a quienes los partidos tradicionales ya no tenían nada que ofrecer. El Partido Liberal (PL), fundado poco después de la Guerra del Pacífico que derrotó a los conservadores del sur en la Guerra Civil (1890), convirtiendo a La Paz en el escenario de la historia con José Manuel Pando e Ismael Montes, perdió la gran oportunidad de incorporar a los indígenas como elementos constitutivos de la nación, con presencia social, derechos políticos y capacidades económicas propias. El Partido de la Unión Republicana Socialista (PURS), fue una derivación del anterior y su aporte se redujo a la regia personalidad de Bautista Saavedra y la elocuencia de Daniel Salamanca quien, pese a sus virtudes, llevó al país a la desgraciada Guerra del Chaco. En poco más de medio siglo, los líderes bolivianos no pudieron evitar tres conflictos internacionales ni tampoco defender la integridad nacional, perdiendo Bolivia su

condición marítima con Chile (1879-80), el Acre con Brasil (19891902) y el Chaco con el Paraguay (1932-35) dejando una herida muy difícil de cicatrizar en el orgullo nacional. El sufrimiento de los soldados en el sudeste chaqueño, percibido diariamente por la población en retaguardia, sacó a flote asimetrías sociales y económicas producto de una injusticia de siglos, generadora de abismos insondables entre indígenas, blancos y mestizos, que sólo se sintieron hermanos al compartir la sed, el miedo y la muerte en las trincheras, donde identificaron al viejo orden como el causante de sus sufrimientos y del desastre nacional, jurando desplazarlo y edificar una nueva sociedad sobre sus ruinas. Como abono doctrinal tomaron ideas surgidas en Europa, continente también devastado por los errores de su antigua clase conductora. Con la Primera Guerra Mundial se había desplomado el Imperio de los Zares para dar paso a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), primera potencia comunista de la historia universal. Nació también una república alemana bajo los estertores del Imperio, con una insufrible dosis de anarquía e inflación que sólo terminó cuando Adolf Hitler tomó el poder y proclamó el Tercer Reich. Frente a la democracia parlamentaria y el capitalismo, las nuevas utopías comunistas y nacionalistas se desperdigaron por el planeta, con propuestas como la del fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán o el falangismo español y, en las izquierdas, el comunismo soviético y la Cuarta Internacional, producto de la sangrienta disputa por el poder en la URSS entre Stalin y Trotski, luego de la muerte de Lenin. Aunque en esos años surgieron en Bolivia diversas siglas de izquierda, derecha y centro, las formaciones fundamentales fueron Razón de Patria/RADEPA, modelada por jóvenes oficiales bolivianos en los campos de prisioneros en el Paraguay (1934); el Partido Obrero Revolucionario/POR, de línea trotskista, primero en el escenario boliviano de posguerra (1935); luego Falange Socialista Boliviana/FSB, fundada por universitarios bolivianos en Santiago de

Chile (1937); más tarde el Partido de Izquierda Revolucionaria/PIR, corresponsal de Moscú (1940), y casi en seguida el Movimiento Nacionalista  Revolucionario/MNR donde militaban nacionalistas y socialistas (1941). Todos ellos propugnaban por el cambio. Los ideólogos precursores del POR y el PIR negaron su concurso en la Guerra del Chaco al considerarla un enfrentamiento entre empresas petroleras capitalistas, a diferencia de los futuros movimientistas y radepistas que combatieron contra el Paraguay. Los que luego serían falangistas, eran niños o adolescentes durante el conflicto y ello les privó de enrolarse. La otra diferencia radicaba en el origen social y la formación espiritual de todos ellos. Los líderes marxistas del PIR provenían de familias burguesas acomodadas, inclusive latifundistas, por lo tanto, poseían la capacidad de escandalizar a la sociedad proclamándose ateos, sin amos en la tierra ni dioses en el cielo, a diferencia de los falangistas, católicos fervientes. Los trotskistas, más plebeyos, podían devorar un cura sin problemas gástricos ni de conciencia, en tanto a los movimientistas, pragmáticos y carnales, el asunto les importaba un bledo. En el MNR había asiduos a la embajada alemana, sus intelectuales sentían una cercanía hacia Hitler bajo la premisa de “ser amigos de los enemigos de sus enemigos”,[1] en alusión, estos últimos, al capitalismo angloamericano. Su programa político se basaba en las ideas nacionalsocialistas[2] y además odiaban a los judíos, como lo testimonió reiteradamente LA CALLE, el extraordinario órgano de prensa de los movimientistas. Los del PIR dependían de Moscú hasta extremos inauditos. Cuando el camarada Stalin hizo causa común con Roosevelt y Churchill, los piristas se aliaron a los partidos tradicionales de la antigua derecha boliviana subordinada a Londres y Nueva York, en un frente antifascista y acabaron colgando de un farol al Presidente Villarroel, un reformista social, bajo el infamante rótulo de “nazi”. FSB, en cambio, tenía un nexo radical con Bolivia, como referente histórico, cultural, geográfico y sentimental concreto. Glorificaban la

Patria a la que los falangistas amaban apasionadamente por encima de cualquier consideración y más allá de cualquier compromiso ideológico. Lo de Únzaga tenía que ver con Bolivia, siempre Bolivia. Los falangistas ocuparon un lugar diferente en el juego de las doctrinas enfrentadas en el siglo XX. Únzaga de la Vega basaba la fuerza de Bolivia en la unidad solidaria de todos los bolivianos, más allá de las etnias, el color de la piel o la lengua materna, reivindicando la grandeza del pasado ancestral junto al espíritu cristiano de la presencia europea. En su Canto a la Juventud expresó claramente la idea que sustentó sobre la esencia del ser boliviano: …el caudillo indígena y el capitán hispano, mezclados en ceniza y en pasado, se asoman a mirar por nuestros ojos como la raíz asoma por los tallos.  

Únzaga rechazaba la idea de “incorporar” a los indígenas a la sociedad y se preguntaba ¿cómo se puede incorporar a quien es la esencia misma de la nación boliviana? Postulaba la igualdad en la diferencia de indios, blancos y mestizos, con similares derechos y oportunidades. Rechazaba los postulados racistas y anticristianos contenidos en el nazismo alemán, no simpatizaba con el capitalismo materialista y deshumanizado y no frecuentó la Embajada Americana, lo que resultó fatal para su lucha posterior contra los gobiernos del MNR, cuando Washington financió la Revolución Nacional que, ciertamente, hizo posibles las mayores transformaciones sociales de la historia boliviana. Sin oponerse a esas medidas, que las había propugnado desde su génesis, criticó su instrumentalización al servicio de los gobiernos movimientistas que sustituyeron al patrón latifundista por el cacique sindical y destruyeron la actividad privada introduciendo la anarquía. FSB censuró que el voto universal se hubiera convertido en una fábrica fraudulenta de papeletas rosadas, apostrofó contra una revolución sinónimo de envilecimiento y se opuso al poder abusivo

de mayorías circunstanciales que genera corrupción, tiende a controlar los medios de comunicación, instituye la persecución política, subordina a la justicia, estimula la delación, da vía libre a la extorsión y hace tabla rasa con la democracia y las libertades ciudadanas. En siete años de lucha sin tregua contra el poder absolutista del MNR, Únzaga y sus camisas blancas se fueron introduciendo cada vez más en el alma de un pueblo que sufría la violencia de una revolución atrabiliaria, respaldada por la ayuda americana, cuyos protagonistas estaban dispuestos a todo con tal de mantenerse indefinidamente en el disfrute del poder. En la geopolítica de la Guerra Fría, los falangistas pese a su posición anticomunista fueron perseguidos, encerrados en campos de concentración como animales, arruinada su economía, disueltos sus hogares por el exilio, no cejaron en su empeño y bebieron hasta el fondo la copa amarga del exilio, la cárcel y la muerte. Y aunque su líder perdió la vida en una encrucijada, el espíritu de Únzaga encarnado en sus seguidores, acabó derrotando a sus adversarios. Este autor reconoce su admiración por el abogado y estadista tarijeño Víctor Paz Estenssoro, uno de los personajes más destacados de nuestro pasado republicano, a quien conoció personalmente, entrevistó en 1972 cuando cogobernaba con el Presidente Hugo Banzer, también en los prolegómenos del proceso electoral de 1985 y siguió con interés las acertadas decisiones de su último gobierno. Su rol en el proceso de la Revolución Nacional fue fundamental, como también su responsabilidad en la caída de su tercer gobierno en 1964, al aferrarse al poder por encima de la Constitución Política del Estado. Su consagración como hombre público sucedió entre 1985 y 1989, cuando salvó a Bolivia del atroz período hiperinflacionario, finiquitando el sistema estatista que él mismo había instituido 33 años antes. Pero la figura de ese anciano gentil, cuanto gobernante depurado, contrasta vivamente con el personaje joven cuya huella seguimos para redactar este libro. Nos abrumó la evidencia de que, entre 1952 y 1956, se impuso al país un modelo represivo, corrupto e

intrínsecamente malvado, sin antecedentes en la historia boliviana y que, sin embargo, tuvo adherentes en número impresionante por el hecho fundamental de haber liberado al indio de las oprobiosas cadenas que lo ataban a una marginación de siglos. La búsqueda de elementos para componer este libro, revelan tal paradoja. Por un lado, un estadista inteligente dispuesto a remozar socialmente un país atrasado e injusto, que integró al oriente e inició su despegue económico; por otro lado, un político frío y egoísta que administró el mayor período de terror que le tocó sufrir a Bolivia. Se puede decir en su descargo, que sus enemigos - “la rosca”, “la oligarquía”, “los barones del estaño”- lo sometieron a un castigo terrible, el exilio, responsabilizándolo de los crímenes y desaciertos de la logia RADEPA. Su venganza, expresada en un odio despiadado contra quienes no pensaban como él, pero sobre todo su amor al poder, provocaron tantas tragedias que lastraron buena parte de los beneficios de medidas indudablemente necesarias como la reforma agraria. Alguna vez se auto-reconfortó diciendo que valen más mil presos que un conspirador muerto. Pero muertos sí hubo y por centenares, con el agravante de que el gobierno solía sepultarlos como si fueran movimientistas caídos en alzamientos falangistas, que tampoco fueron pocos y los aniquilaron con extraordinaria violencia. Los miles de presos, que estuvieron en los campos de concentración y otros tantos que sufrieron el destierro por muchos años, nunca pudieron sanar de sus heridas psíquicas, físicas y económicas. Naufragaron sus proyectos de vida, dañaron sus mejores años, quedaron arruinadas sus familias y su salud, extraviaron esposas e hijos, les fue arrebatada su dignidad y nunca pudieron recuperar lo que amaron y perdieron. El aparato represivo denominado Control Político, destrozó lo mejor que tenía el país en esos años implacables, su educada clase media, que no era adinerada, ni minera, ni feudal, ni rosquera, sino gente limpia, de trato gentil y buenas costumbres, que sólo aspiraba a contribuir a Bolivia con hijos capaces más que ricos, a quienes

encerraron en lugares como Curahuara de Carangas, Corocoro, Uncía, Catavi, Ñanderoga y otras denominaciones equivalentes a las prisiones nazis de Treblinka, Auschwitz, o Mauthaussen.    Al Dr. Víctor Paz Estenssoro le tocó transformar socialmente al país, pero al costo de matar los sueños y esperanzas de la juventud boliviana. Alguien dirá que fue mejor así, que algún día esa juventud tenía que despertar y perder la virginidad. Pero lo que ha quedado de tan amarga experiencia es un país cuyas mayorías se han vuelto cínicas. Frases como “así nomás había sido”, “como sea la pasaremos”, “para qué estudiar si al final gana el más vivo”, “la corrupción es algo demasiado serio para dejarlo a los tontos”, “para gobernar no es necesario tener méritos intelectuales”, “ahora nos toca a nosotros”, “el que no roba hace peligrar el sistema”, “no hay que ser mejor sino saber vivir” son apotegmas que corresponden a la herencia socio-política 1952 y que se condensan objetivamente en el verso inmortal de Santos Discépolo: “el que no llora no mama y el que no afana es un gil”. Probablemente Paz Estenssoro no “afanó”, como lo hicieron muchos de sus colaboradores y en menor escala el resto de la nomenclatura movimientista, con las excepciones de siempre y este quizás sea el caso de Juan Lechín Oquendo, que murió pobre. El Dr. Walter Guevara Arce, sustento ideológico del MNR a través de la llamada Tesis de Ayopaya, escribió lo siguiente a propósito del Dr. Víctor Paz Estenssoro: “No ha habido nadie más próximo a Paz Estenssoro que yo. Compartimos el mismo bufete y dábamos cátedra en la universidad al mismo tiempo… tenía un concepto muy alto de lo que realmente era, lo consideraba como a un hombre muy talentoso, muy trabajador, sistemático… Donde falla es en el aspecto moral, es de esas personas que está dispuesto a pagar cualquier precio o hacer cualquier cosa por tener poder, no considera al poder como un medio sino como un fin… ¿Cuál fue la acción revolucionaria de Víctor Paz Estenssoro? No sufrió jamás un vejamen, un confinamiento, una prisión. No empuñó nunca un fusil. No conoció la clandestinidad ni sus angustias. Simplemente se fue al exilio cuando la caída de Villarroel y volvió al gobierno por obra de aquellos que

no vacilaron en sacrificar sus bienes y su tranquilidad, para servir la causa del pueblo. Otros fueron los perseguidos, confinados y encarcelados. Otros los que ofrecieron el holocausto de sus vidas. Paz Estenssoro no hizo más que montar el caballo ganador y creyó haberlo inventado… Quería ser Presidente, contar con los medios que da el poder para ejercitar sus venganzas, apaciguar las heridas que las frustraciones infirieron en su espíritu, recibir los homenajes desproporcionados que los pueblos sin madurez política suelen ofrecer a sus gobernantes. Para conseguirlo no se detuvo en nada… Más, esa pasión ciega por el poder en sí, indiferente a los objetivos de interés común, capaz de todas las transacciones y todos los crímenes para retenerlo, determinó que la Revolución se extraviara desde el principio…”[3] Si ese es el concepto de uno de los cuatro grandes del MNR sobre Paz Estenssoro, imagine el lector lo que pensaban de él los falangistas que sufrieron el rigor de su primer gobierno, cuyo testimonio nos tocó recoger para escribir éste libro. El rencor palpitó durante mucho tiempo en el corazón de los falangistas que no perdonaron a Siles Zuazo ni al propio Guevara Arze, en cuyo gobierno murió Únzaga de la Vega en circunstancias que generaron larga e inacabable polémica. Pero han pasado sesenta años, el tiempo atempera los ánimos y saca a la superficie los elementos que permiten una interpretación más objetiva condensada en este libro. La Revolución Nacional fue extraordinaria por el sólo hecho de hacer iguales a todos los bolivianos y sumar a los indígenas a la vida nacional, en un proceso social que ha permitido la llegada de un presidente aimara en el siglo XXI. Pero, como sucede con las revoluciones, sus hombres fueron seducidos por la tentación totalitaria y eso fue lo que sucedió en Bolivia a partir de 1952: el cambio tuvo un déficit en democracia y moral pública, versus un superávit en corrupción y uso de la violencia para buscar y reproducir el poder. Ese fue el rasero común de movimientistas de izquierda y derecha en el gobierno a lo largo de 12 años, luego militares diestros y siniestros por 18 años, más tarde civiles

demócratas, neoliberales o no, durante 23 años y finalmente los neopopulistas del siglo XXI. Con las excepciones que hacen a la regla, los gobiernos de 1952 a 2013, estuvieron marcados por ese sello abrumador. La paradoja es que también la mayoría de los presidentes de la república en estos 60 años, seguramente estuvieron animados de los mejores propósitos, pero dejaron que el sistema de corrupción continúe para poder gobernar e intentar cambiar las cosas. Y no concretaron las buenas intenciones que pudieron abrigar porque, a pesar de sus sueños de eternidad, el tiempo les fue corto y el compañero de al lado ansiaba que le llegue el turno de enriquecerse a costa del Estado. Únzaga fue todo lo contrario y resulta lamentable que se privara al país de un hombre de sus convicciones, que habría marcado una impronta de honestidad y decencia de la que carecieron la Revolución Nacional, el esquema militar, la era democrática y el proceso actual. Y creo válido decir ahora que lamento y me pesa en el alma la cuota -más bien ínfima- que me correspondió, cuando un contraste superior a mi naturaleza me hizo aparecer en medio de uno de esos momentos del desmadre nacional (1980), aunque personalmente no hubiera participado de sus delitos y violencias. Este no es un libro de partido; su autor no fue falangista, no pontifica sobre la calidad de alguna ideología ni tiene prejuicios respecto a ninguna. Pero la vida, que es búsqueda y mudanza interior permanente, identifica a este autor con los valores de la república y la democracia, opuestos a la violencia política y el activismo radical. Ello nos pone en posición crítica hacia las revoluciones --socialistas, nacionalistas o nacionalsocialistas--, al considerarlas un pretexto de algunos seres humanos para dispensarse de trabajar con honestidad, buscando en cambio el poder absoluto, generador de corrupción y negador de la libertad, en nombre de “el pueblo” del que se sirven para facilitarse una vida muelle, sensual y emocionante.   Al presentar este libro, asumo la primera persona para decir que no conocí a Únzaga, pues yo tenía 12 años cuando él murió. Sentí de

refilón los primeros tiempos de los gobiernos del MNR. Mi padre fue uno de los miles de perseguidos por la represión movimientista debido a su militancia en el Partido Liberal, lo que acabó destruyendo a mi familia. Y por esa experiencia sé que las revoluciones sociales llevan el lastre del abuso en nombre de los desposeídos, la infamia contra la clase media, la persecución a todo lo que signifique intelecto, el rechazo a la cultura universal invocando localismos que se manipulan para eternizarse en el poder.  “La historia la escriben los vencedores, pero si quieres conocer la verdad, escucha a los vencidos”. Sesenta años después, contrariando la versión adocenada de la “historia oficial”, decidí prestar oído a los que perdieron entonces, para que nos hablen de su líder. Oscar Únzaga de la Vega cumplió un itinerario apasionado y raudo, sembrado de riesgos mortales y contratiempos insuperables para cualquier ser humano, que logró vencer con su obstinado patriotismo. Tenía 21 años y ya había perdido a su padre y tres de sus hermanos, vivió los sinsabores de una guerra internacional y fundó su propio partido político que le iba a sobrevivir por varias décadas.  Cuando otros jóvenes empezaban a conocer los placeres de la existencia humana, él conocía la violencia política y la persecución. Al cumplir 43 años exactos, culminaría su carrera con la entrega de su vida por una causa superior, en cuya búsqueda no cedió jamás por cansancio, temor o pobreza. Al morir en una encrucijada, cuyos misterios aclaramos ahora, su apellido se extinguió para siempre. Esta es la historia de Falange Socialista Boliviana, de sus héroes, sus mártires y su jefe, que en vida fue la voz de los inocentes. Ricardo Sanjinés Ávila Sopocachi, mayo de 2013.

 

I - TODO COMENZÓ EN COCHABAMBA… (1916)  

E

l martilleo acompasado de los obreros, que bajo supervisión de los ingleses van fijando los rieles del ferrocarril, se ha incorporado a los rumores del río que flanquea la plácida ciudad, cuyas casas solariegas de techos de teja roja se divisan nítidamente desde la colina de San Sebastián. A poco andar, las casas-quinta rompen la armonía de los vergeles, en la inconmensurable campiña donde nada falta para hacer la vida sencilla y grata de sus pobladores que todos los días agradecen a Dios por la blancura del Tunari, el clima regio y la comida abundante. En ese marco paradisíaco, el 19 de abril de 1916, una mujer menuda, de huesos fuertes y facciones firmes, puja una vez más ante las manos experimentadas de la comadrona pariendo al último de sus hijos, un varón de ojos obscuros y piel velluda, de llanto tan claro y decidido que desentona con la brevedad de su peso. La criatura fue bautizada con el nombre de Oscar. Los padres eran originarios de La Paz, pero avecindados en Cochabamba, cuya plaza militar le había sido confiada por el Ejército al Coronel Camilo Únzaga Garaizábal, progenitor del recién nacido y esposo de la madre, doña Rebeca de la Vega Iturri, descendientes ambos de criollos de origen hispano. En 1780, el proceso de reforma administrativa de la corona generó una segunda gran corriente migratoria de vascos a la América meridional, llegando muchos apellidos que enraizaron en el territorio de la Audiencia de Charcas, entre ellos los Urcullu, Ibáñez, Zabala, Iturri, Ruíz, Gardiazábal, Oller, Sáenz, Garaizábal, Urriolagoitia, Iturralde, Galindo, Ulloa, Aguirre, Novillo, Jáuregui, Eguino, Zabaleta, Aspiazu o Únzaga, éste último originario del valle de Okendo, con ramas en Bilbao, Biskaya y Orozko. Los vascos asentados en el Alto Perú cumplieron función política en la sede de la Real Audiencia de Charcas, administraron las minas de plata en

Potosí, se hicieron cargo de fundos en Cochabamba, recibieron extensiones de tierras en los Yungas de La Paz, uno de cuyos principales productos fue la coca, elemento estratégico del laboreo minero. La descendencia de esta migración vasca tuvo ya nacionalidad boliviana.[4] Mientras sus hijos se asentaron y multiplicaron por los siglos de los siglos en Bolivia, algunos estuvieron marcados por el sino ineluctable de la extinción. Dos hijas tuvieron el matrimonio de don José Miguel de Garaizábal y doña Concepción Laime: Eduviges y Carmen; la familia se estableció en Irupana. En 1878 Carmen Garaizábal Laime se casó con Camilo Únzaga López y tuvieron un hijo al que bautizaron Camilo Únzaga Garaizábal. Carmen enviudó al poco tiempo, volvió a contraer nupcias con Ricardo Lizón, tuvieron un hijo al que llamaron Darío Lizón Garaizábal. De manera que Camilo y Darío fueron hermanos por madre y por lo mismo muy unidos. Al concluir el siglo XIX, Camilo se enroló en la milicia, formó parte del Ejército Federal que venció al Ejército Constitucional, desbaratando al régimen conservador y propiciando el traslado de la sede del gobierno boliviano de Sucre a La Paz. Darío fue abogado, liberal y llegó a ser diputado por los Yungas; se casó con Isaura Kramer, tuvieron una hija, María Lizón Kramer, quien se unió en matrimonio al intelectual boliviano Roberto Prudencio Romecín, cuyos hijos son Ramiro y Roberto Prudencio Lizón.[5] Un dato adicional: Eduviges Garaizábal Laime se casó con un contador de origen judío-alemán, llamado Enrique Hertzog; tuvieron dos hijos, Enrique y Carlos Hertzog Garaizábal; el primero fue Presidente de Bolivia, del que Oscar Únzaga fue opositor, ya en los años 40. Los apellidos Únzaga y Garaizábal se extinguieron en el tiempo. Los De la Vega constituían una familia de larga data en Bolivia. En el siglo XIX, Octavio de la Vega contrajo nupcias con Luisa Iturri Sánchez Bustamante. Los Iturri conformaban también un clan familiar en La Paz. De la unión de Octavio y Luisa nacieron tres hijos: Julio de la Vega Iturri, llegado al mundo en 1879, más tarde militar, entrañablemente unido a su hermana Rebeca de la Vega Iturri nacida en 1882; habían quedado huérfanos a corta edad y se

criaron juntos haciendo el rol de padres para Arturo, el hermano menor.[6] Luisa Iturri de De la Vega, madre de Rebeca, era hermana de Evaristo Iturri, padre de Carlota Iturri de Jiménez, quien engendraría a Cristina Jiménez, prima de Oscar Únzaga y la última persona que lo vio con vida.[7] El capitán Camilo Únzaga Garaizábal se relacionó en el Ejército con su contemporáneo y camarada Julio de la Vega y, a través de él, con su hermana Rebeca, con quien contrajo nupcias en 1903 y tuvieron cinco hijos. Guillermo y Cristina murieron siendo muy niños, Alberto murió en la Guerra del Chaco, Camilo falleció víctima de una larga dolencia, Oscar en una encrucijada revolucionaria y ninguno tuvo descendencia. El siglo XX nació con un sello laico y librepensador y fueron hijos de liberales los hombres esenciales de la futura Falange Socialista Boliviana, además de Oscar Únzaga de la Vega. Mario R. Gutiérrez y Gutiérrez fue hijo del político liberal Julio Aníbal Gutiérrez, abogado cruceño, diputado, senador y más tarde Ministro en el gabinete del Presidente Gutiérrez Guerra. Gonzalo Romero Álvarez García fue hijo de Carlos Romero Cavero, un político liberal natural de Cinti-Chuquisaca, que empero participó activamente en la Revolución Federal y fue Ministro de Gobierno y Justicia del Presidente Pando. Las familias paterna y materna de Oscar Únzaga eran paceñas, pero él nació en Cochabamba, en 1916. La familia Gutiérrez y Gutiérrez era cruceñísima y Mario nació en Santa Cruz, en 1917. Los Romero y los Álvarez García eran oriundos de Chuquisaca, aunque Gonzalo nació en La Paz, en 1916. Contemporáneos, conformaron un formidable equipo de indudable presencia nacional representando al occidente, el oriente y el sur, al que se iban a sumar más tarde tres importantes componentes, uno en La Paz, Gustavo Stumpf Belmonte y otros dos en el Beni, Ambrosio García y Walter Alpire. Tenían todos ellos una fuerte vocación de unidad en un país disperso por la variedad de sus componentes étnicos, sociales y regionales.

Pero cuando Únzaga, Gutiérrez y Romero llegaron al mundo, el esquema liberal boliviano entraba en crisis. La ciudadanía estaba exhausta luego de tres lustros con un mismo partido en el gobierno y la Primera Guerra Mundial hizo su parte para deteriorar al régimen. Al empezar el gran conflicto bélico europeo se interrumpieron bruscamente las transacciones internacionales paralizando al comercio, cesó la bolsa de metales dejando sin cotización al estaño, quedaron suspendidos los despachos en los puertos que servían a Bolivia y los valores internacionales se dispararon, lo mismo que las tarifas de trenes y barcos, provocando una carestía generalizada de artículos de primera necesidad, ocultamiento de productos, especulación y malestar social. [8] El gobierno del Presidente Montes dictó medidas excepcionales fijando precios para los alimentos, pero la medida fue peor porque desapareció el pan de los hogares. Harina, azúcar, manteca, arroz, fideos, leche condensada, carne en conservas, charque y otros alimentos se transaron sólo en bolsa negra. Las exportaciones descendieron, hubo despido de empleados y obreros en el sector privado y rebaja de salarios en el sector público. El comercio se deprimió, los bancos cortaron los créditos y ya no hubo nuevas inversiones. Listas negras formuladas por el gobierno británico para anular la influencia germana en Sudamérica, afectaron a los ciudadanos alemanes residentes en Bolivia e inclusive a bolivianos que tenían relaciones comerciales con Alemania, debilitando aún más la actividad económica. Pese a la espléndida naturaleza y los recursos del subsuelo, Bolivia entró en crisis, lo que acrecentó su retraso casi feudal. Como dato revelador, sólo al año de nacer Oscar, las mujeres tuvieron el derecho a la educación secundaria y se crearon los primeros liceos de señoritas, aunque Rebeca, su madre, había accedido a conocimientos más allá del catecismo, la cocina y la costura por las incursiones que solía realizar entre los libros que disponía su esposo, ganándole horas al reposo con la ayuda de un candil. Por su parte, el Coronel Únzaga era un hombre de cultura, enamorado

de la milicia y con un firme sentimiento favorable hacia los indígenas, que inspiró un libro de escaso tiraje editado en La Paz.[9] Como consecuencia de la crisis, aparecieron las primeras confederaciones obreras en Bolivia y nació el Partido Republicano bajo el liderazgo del cochabambino Daniel Salamanca y el paceño Bautista Saavedra, a quienes se sumó el patriarca José Manuel Pando, enemistado a muerte con sus antiguos compañeros liberales. En los días en que nació Oscar, el Presidente Montes decretó el estado de sitio, apresó políticos desafectos, exilió disidentes y desbarató imprentas al servicio de la oposición. En las elecciones de ese año, republicanos y liberales se enfrentaron a balazos en Sacaba dejando muertos y heridos de bala, pero volvió a ganar el Partido Liberal, llevando a la presidencia de la nación al banquero José Gutiérrez Guerra, autocalificado como “el último oligarca”. El 16 de julio de 1917, el cadáver del Gral. José Manuel Pando fue encontrado en el fondo de un barranco en El Kenko de La Paz. Rodó la versión de un asesinato político desluciendo la posesión presidencial de Gutiérrez Guerra, mientras la oposición encendía los ánimos de la ciudadanía. El caso pasó a constituir otro misterio en la historia política nacional. No sería el único. Al igual que la mayoría de los hogares bolivianos, la familia Únzaga de la Vega, fue golpeada por la crisis económica. Aunque la guerra mundial finalizó con la victoria de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, los buenos tiempos del liberalismo ya no volvieron. Trayendo una cierta esperanza, se inició la era de la exploración petrolera con la firma Richmond Levering Co., que poco después cobraría intensidad con la presencia de la Standard Oil Co. del multimillonario John D. Rockefeller.[10] Pero más pudo el malestar general, derivando en una extendida conspiración republicana que culminó en la media noche del domingo 11 de julio de 1920, cuando el gobierno colapsó tras la eliminación física del Intendente de Policías Justo Pastor Cusicanqui, El Tigre, único elemento que sostenía el andamiaje liberal.

Deportado el Presidente Gutiérrez Guerra, los dirigentes liberales fueron perseguidos, sus familias escarnecidas y los locales masónicos arrasados. A pesar de que el Cnl. Únzaga no perteneció a un club liberal, ni fue masón por su condición de católico devoto, ni se benefició de los pasados gobiernos, salvo el salario que le pagaba la milicia, empezó a ser mirado con animadversión por el vecindario antaño amable, cumpliéndose así una cicatera regla provinciana por la cual los más débiles deben pagar por los desatinos de los poderosos. El Ejército, reorganizado con leales a Saavedra, prescindió de sus servicios y lo pasó a la reserva. Los Únzaga asimilaron la transferencia de los malos a los peores momentos con la dignidad de la gente de clase media, en medio de privaciones y sacrificios, sin quejarse a nadie y aceptando esa nueva prueba con resignación cristiana. Para su desahogo poseían una pequeña casa en la calle España de Cochabamba, pero la escasa dotación que el Ejército reconocía al Coronel en retiro, quedaba reducida a nada mucho antes del fin de mes y su esposa Rebeca debió hacer economías para sostener el presupuesto familiar. La situación se complicó por la salud precaria de esta familia cuyos padecimientos venían de antiguo. Los dos primeros hijos habían muerto prematuramente en La Paz: Guillermo, el primogénito, falleció a poco de nacer, en 1905. Cristina llegó en 1908 y la vida se le fue meses más tarde. Camilo nació en 1910, sobrevivió a presagios y fatalidades, pero llevó consigo un mal congénito que le impidió una vida normal. La familia se trasladó a la ciudad de Cochabamba, de clima benigno. Allí nació Alberto en 1913, dotado de fortaleza pese a su fragilidad, lo mismo que Oscar en 1916. Pero, en cambio, los tres sobrevivientes recibieron una sobredosis de amor y fortaleza moral de su madre. Fue un gran consuelo el reencuentro entre Rebeca y su prima hermana Carlota Iturri de Jiménez, en un viaje que hizo aquella a La Paz; ambas habían cimentado un fuerte nexo fraternal. La hija de Carlota nació en 1922, Rebeca fue su madrina de bautizo y la

llamaron Cristina, el mismo nombre de la pequeña hija que los Únzaga perdieron años atrás. Oscar Únzaga moriría violentamente en la casa de Cristina en 1959. o hubo criados en el hogar de los Únzaga, ni kindergarten ni colegio particular para Oscar, quien en 1923 fue matriculado en la Escuela Fiscal “Crisóstomo Carrillo” a la que llegó sabiendo rezar, leer y escribir por obra de su madre, reafirmando sus conocimientos en aritmética, castellano y geografía. Cochabamba ya estaba vinculada a la ciudad de Oruro y al puerto de Arica por el ferrocarril, asumiendo trazas de modernidad. La ciudad contó por primera vez con alcantarillado, la Empresa de Luz y Fuerza impulsó un proceso de industrialización alentador, favoreciendo la producción de frutas, carnes, cueros y granos, se montaban molineras, destilerías y fábricas artesanales, los tranvías unían todos los puntos de la ciudad y los suburbios, se abrían salas de cinematógrafo, en las casas se escuchaba la música de Puccini y se leía a los clásicos, la Taquiña satisfacía la demanda de cerveza de la colonia alemana y se calculaba que la población pasaba de los treinta mil habitantes. Poco a poco se fue recomponiendo la vida nacional. Con varios diarios en circulación, el país reglamentó por primera vez la Ley de Imprenta y se reconoció el derecho a la huelga, en momentos en que Simón I. Patiño, en una jugada de notable audacia, se hizo con la mayoría de acciones de la célebre Empresa Minera Llallagua hasta entonces bajo dominio de capitalistas chilenos, invirtiendo en la fundición inglesa Williams Harvey, llegando a controlar el 30% del mercado mundial del estaño, comprando minas en Malasia y Nigeria, proyectándose como el Rey del Estaño y uno de los diez hombres más ricos del mundo. A lo largo de 1925, el niño Oscar Únzaga fue un alumno modelo en la modesta Escuela Carrillo, donde los profesores se esmeraron por inculcar el sentimiento cívico de los pupilos al acercarse el primer centenario de la Independencia de Bolivia. En esos meses Oscar aprendió a venerar la memoria de dos hombres cuyo ejemplo le acompañaría por el resto de su vida: el Presidente Andrés Santa

Cruz, auténtico constructor de la patria, y el Presidente José María Linares, primer mandatario civil de la República, que se declaró Dictador e impuso un sello de austeridad y decencia al país naciente.[11] Dianas, emblemas, homenajes a Bolívar y Sucre, paradas militares y demás celebraciones dejaron honda impresión en el espíritu de aquel niño que asimilaba embelesado la historia de su patria. Nunca olvidaría la noche del 6 de agosto de 1925, cuando las familias llenaron la Plaza de Armas para entonar el Himno Nacional, ni la tarde ventosa del 15 de septiembre, cuando con su hermano Alberto observaron fascinados el primer vuelo de un avión Junker con el que se puso en marcha el Lloyd Aéreo Boliviano. Ese aparato en al aire abrió el mundo a su imaginación, como lo hizo también la radio y nunca más pudo desentenderse de lo que acontecía en Bolivia y sus vecindades, buscando con avidez cuanto suceso trascendiera al interés público, apelando a las revistas argentinas que llegaban a Cochabamba. El hermano mayor, Camilo, cultivó en Oscar la pasión por la lectura de los periódicos y cuanto libro llegaba a sus manos. Al cumplir su periodo presidencial, don Bautista Saavedra se obstinó en conservar el poder detrás del trono, impulsando la candidatura de su dócil Ministro de Salud, Dr. Gabino Villanueva, para luego defenestrarlo, generando una crisis en el republicanismo que sólo fue superada con la nominación de un nuevo candidato, el Dr. Hernando Siles Reyes, cuya presencia puso fin a la era de los caudillos colosales e intangibles que alentaron el montismo y el saavedrismo. A sus diez años, Oscar Únzaga sumó un nuevo adalid en su imaginario infantil el 26 de mayo de 1926 cuando, de la mano de su madre, asistió al descubrimiento del monumento a las Heroínas de la Coronilla, recordándose el primer centenario de ese singular episodio del proceso de la independencia. Hasta el pie de San Sebastián llegó el automóvil presidencial llevando al Dr. Hernando Siles, a quien acompañaba don Félix del Granado, Prefecto de Cochabamba. Oscar vio descender a un hombre de excelente

aspecto, movimientos espontáneos y palabra agradable. A pocos metros del Presidente se ubicaron la madre y el niño quienes no perdieron detalle de lo que éste dijo: “Asistimos a la gran apoteosis; rememoramos la inmolación de las mujeres cochabambinas, creadoras de la patria libre. A medida que el tiempo nos aleja de aquel suceso, más obliga a la gratitud y la admiración. El hombre puede ser fuerte y valiente. Debe serlo. De la mujer, dulce y débil, no se esperan grandes empresas, y se le reserva el hogar, corazón de la vida, junto a los hijos. Por eso, cuando no sólo una heroína sino muchas heroínas juntas increpan a sus esposos y hermanos y perecen todas en esa demencia colectiva que arrostra el peligro por la gloria, entonces es verdaderamente la apoteosis…”[12] El pequeño Oscar sintió aquellas palabras como un tributo a su propia madre, ejemplo de heroína de todos los días en la lucha por sostener física y emocionalmente a los suyos. Aquel homenaje del Presidente Siles lo complementó ciñendo una corona de laureles en la cabeza de la poetisa cochabambina Adela Zamudio, cuyos versos conmovieron a Oscar desde el primer momento en que los conoció. Los ingleses que pusieron las rieles del tren también llevaron a Cochabamba el fútbol y Oscar no fue indiferente a ese deporte, pateando pelotas de cuero, caucho o trapo hasta descachar sus calzados en el patio de tierra de la escuela con su primer amigo, hijo de una mujer de pollera, Antonio Anze, un muchacho blanco, travieso y simpático, quien a pesar de una malformación en la pierna izquierda, correteaba como el que más apoyándose en un improvisado bastón hecho de la rama de un molle, no le temía ni al más pintado y sólo respetaba a Oscar por su inteligencia y bondad. Los dos amigos sacaron un pequeño periódico escrito a máquina, con temas infantiles, algo de fútbol e historia y citas de Constancio C. Vigil pirateadas de las revistas Billiken que llegaban a Cochabamba. A unas cuadras de la casa de Oscar, cerca de la plaza Colón, donde “el cojo Anze” era el líder indiscutido, Oscar jugó a las guerras contra el grupo de la plaza Barba de Padilla y una de

esas batallas terminó con una pedrada que lastimó el brazo del futuro líder falangista.[13] Pero ya adolescente, afloró en el espíritu de Oscar el romanticismo que alguna vez le hizo exclamar que vivía enamorado del amor. Se acercó a la poesía, escribió cuartetas con tópicos diversos y acumuló en lo recóndito de su memoria versos que no olvidaría hasta el instante de su muerte. Veneró la poesía de la boliviana Adela Zamudio, de la uruguaya Juana de Ibarbourou y de la argentina Alfonsina Storni. Según recuerda Jorge Siles Salinas, a Oscar le entusiasmaba la poesía del español Manuel Machado y admiraba a Ricardo Jaimes Freyre, sobre todo un poema escrito en los años 20 y cuya última estrofa habla por sí sola: Fue tal vez un arcano grave y profundo de confusas grandezas y sombras lleno, el que fundió en la raza del Nuevo Mundo al indio, al castellano y al sarraceno.[14]  

Un grupo de ciudadanos independientes se organizó en un nuevo partido político, Unión Nacional, para respaldar la gestión de Hernando Siles. Allí figuraban personajes que a poco serían protagonistas de la vida pública como Augusto Céspedes, Carlos Medinaceli, Carlos Montenegro, Constantino Carrión, Antonio Díaz Villamil, Hugo Ernst, Augusto Guzmán, Víctor Muñoz Reyes, Armando Alba, Humberto Palza, Manuel Frontaura Argandoña, Javier Paz Campero, Carlos Salinas Aramayo, Mario Flores (años más tarde militante de FSB) y Carlos Romero Cavero[15]. Este primer partido nacionalista de la historia tenía una base programática revolucionaria, postulaba la reforma de la Constitución Política del Estado, la descentralización económica y administrativa, la igualdad jurídica de la mujer, la autonomía universitaria, el aprovechamiento racional de los recursos naturales más allá de la mono-producción minera y el fortalecimiento del espíritu nacional. El Presidente Hernando Siles vinculó al país, promulgó la Ley General de Bancos, creó el Banco Central de Bolivia; introdujo el concepto de Presupuesto General de la Nación; creó la Contraloría

General de la República e introdujo el uso obligado de la Cédula de Identidad. Normó la tarea impositiva y se atrevió a lo que ningún gobernante intentó antes: cobrar impuestos a Patiño, Aramayo y Hoschild, por lo cual ganó su animadversión. Definió la función social de la educación superior y planteó la Autonomía Universitaria. Creó la Academia Boliviana de la Historia, la Academia Boliviana de la Lengua, la Escuela de Bellas Artes, cuyo primer director fue Cecilio Guzmán de Rojas. En la administración Siles empezó una era de grandes construcciones en La Paz encargadas al célebre arquitecto Emilio Villanueva. Gonzalo Romero ha escrito un concepto que refleja el sentimiento de los jóvenes de aquel tiempo a propósito de Hernando Siles y el momento en el que le tocó actuar: Los gobernantes de entonces eran letrados, gente selecta en su mayor parte. Sin embargo, hay algunos que surgen por audacia, a codazos, valga la expresión. Su idiosincrasia de lograr los fines por comparación y el deseo de ser más, su angustia por ser menos muchas veces hará que algunos caudillos de ese tiempo inviertan la apreciación de valores, se rodeen de grupos resentidos y desplacen a hombres eminentes y del tipo “distinguido” … En este punto, es justo señalar que una de las figuras más interesantes es la de Hernando Siles, tal vez uno de los pocos que pueden alinear con Linares, Frías, Adolfo Ballivián y otros de esa estirpe, que no tienen características vulgares ni del resentido, sino las del distinguido. Este ilustre presidente… se rodeó de una brillante plana de colaboradores, similar a la que, bajo el nombre de rojismo, actuó con Linares.[16] Pero la tarea que mejor califica el temple de estadista de don Hernando fue la manera cómo administró la crisis desatada por Paraguay al ocupar militarmente un fortín boliviano. Bolivia conocería por primera vez a uno de sus más enconados adversarios, Rafael Franco, un arrogante militar paraguayo que

abrigaba sueños de grandeza al considerarse sucesor espiritual del Mariscal Francisco Solano López. El 5 de diciembre de 1928, el Mayor Rafael Franco al mando de dos destacamentos de caballería y uno de infantería, arrasó Fortín Vanguardia y lo incendió muriendo sus defensores en combate. El gobierno de Asunción condecoró al agresor. El Presidente Siles dispuso una movilización armada para reparar el honor nacional. Cinco oficiales al mando de sesenta soldados bolivianos tomaron fortín Boquerón y prosiguieron hacia fortín Mariscal López, desalojando a las guarniciones paraguayas. En el Congreso los parlamentarios oficialistas y opositores tributaron de pie una prolongada ovación al Primer Mandatario y la ciudadanía hizo lo propio en la Plaza Murillo. Simultáneamente, invocando la paz con honor, el gobierno desplegó una ofensiva diplomática ante la Sociedad de las Naciones, los gobiernos de Estados Unidos y Europa y la Conferencia de Conciliación y Arbitraje que se reunió en Washington, instancia que luego de evaluar los alegatos de Bolivia y Paraguay, se pronunció en términos concluyentes: “El empleo de medios coactivos por parte del Paraguay, en Vanguardia, determinó la reacción de Bolivia”. En los hechos fue una triple victoria, militar, diplomática y política que cerró el paso a la guerra.  Al acercarse el fin del mandato, todo indicaba que Daniel Salamanca ganaría las próximas elecciones y en el oficialismo se pensaba que el tribuno cochabambino encarnaba la amenaza de la guerra con el Paraguay. Probablemente, al sentirse la única garantía para la paz, el Dr. Siles cedió a las sugestiones de sus allegados y dejó el mando de la nación a un Consejo de Ministros que convocó a una Convención Nacional para reformar la Constitución Política, lo que podría habilitar su retorno al Palacio Quemado por vía de nuevas elecciones. Esto generó un estado de rebelión que explotó a finales de junio de 1930. A las marchas, enfrentamientos callejeros y muertes estimuladas por agentes de Simón I. Patiño, devino la insurrección general que no pudieron controlar los nacionalistas en el gobierno. La casa de don Hernando fue asaltada y saqueada, determinando el exilio del exmandatario y sus hijos en condiciones

dramáticas. El joven Oscar Únzaga lamentó la suerte del mandatario caído en desgracia, que un día de mayo había pronunciado un mensaje emotivo a las mujeres bolivianas en su solar nativo, Cochabamba.                              

II - SANGRE BOLIVIANA SOBRE EL SUELO CHAQUEÑO (1930-1935)  

E

l péndulo regresaba otra vez, del nacionalismo propugnado por los jóvenes seguidores del mandatario caído en desgracia, hacia quienes habían venido actuando en política desde inicios de siglo. Asumió la Presidencia de Bolivia un militar cochabambino, el Gral. Carlos Blanco Galindo, quien convocó a elecciones. La gente colmó las ánforas con votos a favor de Salamanca, el hombre símbolo, quien tomó finalmente el poder apoyado por una alianza entre los antiguos adversarios, liberales y republicanos.[17] Gonzalo Romero solía recordar que, siendo estudiante de secundaria, en circunstancias en que el Gral. Blanco Galindo visitaba el Colegio La Salle de La Paz, se negó a estrechar la mano que el Presidente interino le ofrecía. Oscar Únzaga tampoco fue afecto al mandatario surgido con la revolución anti-silista, aunque con el tiempo valoró una medida que al militar cochabambino le tocó en suerte aprobar: la autonomía universitaria, que un cuarto de siglo después sería uno de los motores de la rebeldía falangista. Poco antes del desplome del esquema nacionalista de Hernando Siles, don Daniel Salamanca había expresado, en uno de sus discursos más reveladores, una posición que no dejaba lugar a dudas: “Bolivia tiene una historia de desastres internacionales que debemos contrarrestar con una guerra victoriosa, para que el carácter boliviano no se haga de día en día más pesimista. Así como los hombres que han pecado deben someterse a una prueba de fuego para salvar sus almas en la vida eterna, así los países como el nuestro que han cometido errores de política interna y externa, debemos y necesitamos someternos a la prueba de

fuego que no puede ser otra que un conflicto con el Paraguay… Bolivia debe pisar firme en el Chaco”     Era un mal momento para una aventura bélica. La quiebra de la bolsa en Wall Street, que había hundido en la miseria a millones de seres humanos arrasando a la economía mundial, golpeó también a Bolivia. La producción boliviana de goma, estaño, cobre y otros minerales quedó parcialmente sin mercados y la situación del comercio nacional entró en una depresión profunda. De manera que la bíblica depuración del pecado por el fuego, tramontada a tesis política por Daniel Salamanca, no se condolía de la situación de un país pobre como Bolivia. Y aunque el Paraguay también lo era, el vecino del sudeste estaba decidido a conquistar lo que creía su derecho histórico sobre el Chaco y para ello contaba con un valedor importante, Argentina, a cuyas autoridades movía el convencimiento de que en el territorio en disputa se escondía una ingente reserva petrolera. En mayo de 1931, el Estado Mayor envió al Presidente Salamanca un Plan de Penetración y Ocupación Militar en el Chaco. Semanas más tarde, Paraguay reclamaba oficialmente por “la fundación de fortines e incursión de tropas bolivianas”. Luego fueron aviones detectados sobre el cielo de la zona considerada “tierra de nadie”. Simón I. Patiño aceptó financiar la movilización implícita en el Plan del Estado Mayor, tarea en la que intervinieron dos hombres que serían protagonistas de la historia futura, el teniente Germán Busch y el subteniente Elías Belmonte, mientras Paraguay también desplazaba tropas en la serranía chaqueña. Las relaciones diplomáticas quedaron interrumpidas, mientras una comisión de neutrales buscaba un arreglo pacífico. Se acercaba la guerra y Bolivia no disponía de documentos cartográficos del territorio en disputa, casi nadie conocía el Chaco. Salamanca ordenó el envío de aviones de reconocimiento para hacer levantamientos topográficos desde el aire. Ese trabajo le correspondió al Sbtte. Elías Belmonte por lo que fue condecorado con el Cóndor de los Andes en el grado de Caballero. No había llegado aún a los 30 años.

Angustiado ante la posibilidad de que sus hijos se vieran involucrados en una guerra que nadie quería, aquejado además por una dolencia física, el Cnl. Camilo Únzaga murió en 1931, dejando a su familia en orfandad económica. El candil que antaño iluminó sus lecturas tuvo que alumbrar otros trabajos para ayudar a mantener a los hijos. Oscar tenía 15 años, edad más proclive al fútbol y la vida social, pero la situación lo llevó a poner el hombro a la familia renunciando a otras actividades más placenteras. Estando en segundo de secundaria, la temida guerra explotó en junio de 1932 y los jóvenes acudieron entusiasmados a los cuarteles para defender a la patria. Camilo estaba incapacitado; en su pecho palpitaba un corazón patriota, aunque condenado a latir poco tiempo. Pero Alberto estaría entre los primeros contingentes. El cruceño Mario R. Gutiérrez Gutiérrez, entonces un adolescente de 15 años cursaba la secundaria en el Colegio La Salle de La Paz, mientras Gonzalo Romero Álvarez García estaba en el mismo colegio, aunque en el curso inmediatamente superior. Los padres de ambos tuvieron un encontronazo, Julio Gutiérrez fue designado Ministro de Guerra precisamente al iniciarse el conflicto bélico en el Chaco, por ello radicó en La Paz con sus hijos Mario y Julio. Carlos Romero Cavero, leal al expresidente exiliado, Hernando Siles, se opuso públicamente a la guerra provocando un escándalo a raíz del cual fue tomado preso por el aparato represivo de Salamanca. Pero, poco después, el propio Salamanca buscaría el concurso de los mejores ciudadanos ante los avatares del conflicto bélico, designando al expresidente Hernando Siles como Embajador en Santiago de Chile, quien llamó a Carlos Romero para que lo acompañe en calidad de primer secretario de la delegación boliviana ante La Moneda.[18] Los muchachos del Colegio Nacional Sucre, donde Oscar hacía su secundaria, siguieron con devoción las alternativas de la guerra a través de los partes que se leían en la Prefectura de Cochabamba. Inicialmente, fue el cerco de Fortín Boquerón que conmovió a esa juventud, cuando 619 soldados bolivianos resistieron los ataques de 5.000 paraguayos cuyas sucesivas embestidas no lograron romper

la voluntad intransigente de los defensores. Lo que comenzó el 9 de septiembre de 1932 como un terremoto que heló la sangre de los defensores, respondido con cerradas descargas de fusilería dejando tendales de muertos, se repitió durante 21 días, haciendo suponer al coronel paraguayo Félix Estigarribia que Boquerón estaba custodiado por miles de hombres bien pertrechados, por lo que dispuso un sitio reglamentario para rendir a la fuerza boliviana por hambre, hostigándola con un diluvio de morteros y metralla sobre las trincheras. El pozo del que los defensores se abastecían de agua fue sometido a fuego constante quedando poblado de cadáveres en descomposición. El Estado Boliviano dejaba al descubierto su incapacidad para socorrer a los cercados. El Tcnl. Manuel Marzana, comandante del Fortín, impartió órdenes terminantes: “ahorrar munición para prolongar la resistencia hasta el último cartucho”. Fue una epopeya que emocionó a los estudiantes en retaguardia. La resistencia en Boquerón llegó al límite y su caída fue inminente al dispararse la última bala. Cuando los paraguayos ingresaron al fortín, encontraron solamente 20 oficiales y 320 soldados más un centenar de moribundos con heridas terribles, todos en el último extremo de la miseria humana, junto a sus camaradas muertos.[19] Corresponsales de diarios argentinos en el teatro de operaciones, destacaron la hazaña paraguaya, sin dejar de mencionar el extraordinario valor de los bolivianos.  Conocido el epílogo, la patria lloró desconsolada. El periódico mural CABILDO, cuya edición mensual se exhibía junto al Patio de Honor del Colegio Sucre, en el que escribió permanentemente el joven Oscar Únzaga, hizo un sentido homenaje a los defensores de Boquerón, cuyo comandante, Cnl. Manuel Marzana, fue años más tarde militante de Falange Socialista Boliviana. La heroica defensa y caída de Boquerón impactó emocionalmente en la opinión pública, desencantada ya con Salamanca al considerar que miró con indiferencia la agonía del emblemático fortín y la ciudadanía levantó la voz contra la incapacidad que demostraba el

gobierno en la conducción de la guerra. Los estudiantes marcharon al son de estribillos, inclusive en Cochabamba, santuario del Presidente, donde la juventud irritada se expresó en las calles. Fue la primera manifestación a la que concurrió el joven Oscar Únzaga de la Vega. La presión popular obligó al gobierno a convocar al general alemán Hans Kundt, encomendándole el comando supremo del Ejército. Kundt, un héroe de la Primera Guerra Mundial que años antes había adiestrado al Ejército de Bolivia para una guerra en el desierto contra Chile no tenía idea de lo que era el Chaco. Pero basado en la superioridad material del país y la capacidad combatientes de los bolivianos, prometió una rápida victoria, asegurando solemnemente que tomaría Nanawa a breve plazo. En 1933 movilizó a reclutas de todo el país, en uno de los regimientos marchó el soldado Alberto Únzaga de la Vega y una noche de marzo se despidió de los suyos en la estación de trenes de San Sebastián, dejando con el último abrazo a Oscar, un regalo -todos sus pantalones largos-, además de una promesa y una recomendación: “volveremos victoriosos o moriremos como valientes, mientras tanto, te encargo a la mamá”. Al haber caído la mayoría de los oficiales jóvenes al mando de tropa, el comando se vio obligado a apelar a los cadetes del Colegio Militar que no pasaban de los 17 años. El comando, tras una arenga, pidió a quienes estuvieran dispuestos a marchar al frente, dar tres pasos al frente. Todo el batallón sin excepción avanzó tres pasos. Conmovido, el comando advirtió a los cadetes que la posibilidad de perder la vida era muy alta, pero si aún había quien quisiera marchar al Chaco, dé otros tres pasos al frente. Todo el batallón lo hizo. Entre esos héroes que pasaron a protagonizar la guerra estaba el cadete Julio Álvarez Lafaye. Sería la última persona que vería con vida a Oscar Únzaga de la Vega, 26 años más adelante.   Lo que vino fue la guerra en su máxima expresión y en varios frentes simultáneos. Se combatió en tierra y aire, con artillería, rifles, granadas y bayonetas caladas en enfrentamientos cuerpo a cuerpo

y corralitos sangrientos. Pero Kundt no logró su cometido. Noche a noche, Rebeca y sus hijos compartían la oración de las 7 pidiendo a la Santísima Virgen interceder por los soldados bolivianos, en particular por Alberto y hacían planes para cuando volvieran a estar todos juntos. Pero las noticias del frente eran desoladoras. Sobre un mapa que hallaron entre las pertenencias de su padre, Camilo y Oscar reprodujeron el semicírculo de hierro que los bolivianos habían tendido delante de Nanawa y discutían hasta pasada la media noche sobre el movimiento de las tropas y lo que debería hacer el Estado Mayor. Pero la terca realidad no confirmaba la “victoria inminente” que prometiera Kundt seis meses atrás. Las bajas bolivianas eran numerosas. El 5 de julio se produjo una batalla de excepcional violencia con resultado adverso a Bolivia. Los paraguayos se lanzaron contra las dispersas fuerzas bolivianas que fueron batidas, se rindieron o se replegaron en completo desorden. En su mensaje al Congreso, el 6 de agosto, el Presidente Salamanca, que había perdido un hijo en el frente, contrariado ante la adversidad que llevaba al país al borde de la anarquía, lloró vencido por la tensión y la impotencia. Menoscabando el sentimiento de unidad de los bolivianos en torno a la patria desangrada, en las principales ciudades de Bolivia surgieron columnas de manifestantes que, llevando retratos de Lenin y banderas rojas con la hoz y el martillo, distribuían panfletos proponiendo “destruir el mundo burgués, forjar un frente unido de los explotados y rechazar la guerra de la feudal burguesía”. La Federación Obrera de Trabajadores (FOT) pidió a los jóvenes eludir la conscripción. Uno de los íconos de lo que más tarde sería el trotskismo boliviano, Gustavo Navarro (Tristán Maroff), instaló una imprenta en Salta, sustentado económicamente por el gobierno argentino, para difamar la causa boliviana, tratando a los defensores del Chaco como “una indiada sucia y repugnante”. También ha quedado registrado el caso de un sujeto de apellido Valle Cloza, quien, estando prisionero en Paraguay, atacó a Bolivia en conferencias propiciadas por las autoridades paraguayas.[20]

Por esas acciones de flagrante traición a la patria, el gobierno puso tras rejas a varios intelectuales marxistas que se negaron a combatir en el Chaco, entre ellos Ricardo Anaya -uno de los futuros creadores del Partido de Izquierda Revolucionaria- y José Aguirre Gainsborg -que a poco fundaría el Partido Obrero Revolucionario-, mientras su hermano Juan Aguirre Gainsborg, cadete del Colegio Militar de sólo 16 años moría en Nanawa con un lanzallamas en las manos empujado a una misión suicida por un general prusiano. En el frente ajusticiaron al estudiante Raúl de Bejar, quien antes de ser fusilado gritó: “Camaradas: felizmente no he disparado un solo cartucho sobre nuestros hermanos paraguayos. ¡Viva la revolución socialista ¡Viva el Grupo Tupac Amaru!.”  Diez mil bolivianos de “izquierda” (por haberse disparado un balazo en la mano izquierda), denominados “los emboscados”, eludieron su deber escapando a la Argentina[21], mientras en las trincheras chaqueñas decenas de sacerdotes católicos, como Fray Fernando Villamil, atendían a los heridos y algunos perdían la vida por efecto de los obuses paraguayos. El antagonismo de Camilo y Oscar Únzaga hacia los planteamientos marxistas tuvo también ese origen. Ellos y los jóvenes que tenían hermanos en el frente y aguardaban su turno para marchar al campo de batalla, se sintieron decepcionados por el boicot de “los comunistas”, seguramente sincero en su contenido humanista y pacifista, pero incompatible con lo que sucedía en ese mismo momento en la URSS, donde la figura mayor del comunismo internacional, José Stalin, colectivizaba la agricultura, expropiando las tierras, las cosechas, el ganado y la maquinaria existente en los campos, generando la reacción de los campesinos y una respuesta brutal del gobierno soviético. A la represión, los fusilamientos y los campos de trabajos forzados en Siberia, siguió lo que la historia llamó el holocausto ucraniano, una hambruna deliberada que causó la muerte de millones de personas por inanición.[22] El rechazo a los postulados comunistas emergió desde los púlpitos. Ya en el siglo anterior, el Papa León XIII había procurado orientar la movilización social de los católicos del mundo a través de la

Encíclica Rerum Novarum, señalando acciones en favor de los pobres, defendiendo los derechos de los obreros, condenando al liberalismo tanto como la lucha de clases. Era la respuesta de la Iglesia a los problemas derivados de los procesos de modernización que desembocaron en conflictos sociales capitalizados por revolucionarios marxistas. Esa línea de confrontación contra el capitalismo que reducía el trabajo a una simple mercancía y contra el partido que proponía la eliminación de la Iglesia por considerarla el opio de la humanidad, continuó en el nuevo siglo. La movilización de los creyentes tomó cuerpo con Acción Católica, el organismo creado por Pio XI en 1928, inspirando la doctrina de un Nuevo Estado, solidario y con justicia social, para enfrentar al concepto marxista de la lucha de clases. Hay que añadir que en ese tiempo, al declararse la República Española, se desataron horrores que devinieron en la quema de iglesias y violencia contra sacerdotes y monjas, resintiendo a los jóvenes en Bolivia, en buena parte educados bajo preceptos católicos en colegios religiosos como San Calixto, La Salle, Santa Ana, Sagrados Corazones o Don Bosco. Fue en la lucha de la Iglesia por mantener la fe y de las inquietudes pontificias que se divulgaban desde los púlpitos donde recibió Oscar algunas de las ideas fundamentales con las que forjaría su espada y su coraza. Alberto, fogueado ya en las vicisitudes de la guerra escribía esporádicamente a los suyos y sus cartas reflejaban una gran madurez, fruto de la dramática situación en la que se hallaban los soldados. Aunque les aseguraba que se encontraba bien y les daba seguridades de que la causa boliviana se impondría, había en sus frases un dejo de amargura, común a todos los combatientes. La patria se desangraba y sus hijos morían por la ineptitud de los partidos tradicionales y de quienes gobernaban el país. Una de las causas de los reveses que recibía Bolivia era la rivalidad política en retaguardia. Mientras en Paraguay se había consolidado una tácita alianza entre el poder civil expresado por el Presidente Ayala y el mando militar único con el Gral. Estigarribia, en La Paz los líderes opositores, como Bautista Saavedra, privilegiaban la política

poniendo zancadillas al Presidente Salamanca, quien a su vez despreciaba a los militares y zahería su amor propio en cuanta ocasión tenía. Activistas al servicio del Paraguay, disfrazados de predicadores evangélicos, recorrían los pueblos y aldeas del altiplano divulgando el evangelio de la paz, contrario a la guerra, proclamando la necesidad de que los indios se nieguen a ser reclutados, generando levantamientos indígenas que fueron sofocados con violencia por un  grupo parapolicial organizado por el sacerdote mexicano Alfonso Ibar, un cristero huido de su país, donde la Revolución había declarado interdictos los oficios religiosos, lo que derivaría en la ruptura de relaciones entre México y el Estado Vaticano. Ibar, un furibundo anticomunista, cumplía el doble rol de capellán del Palacio de Gobierno de La Paz y jefe de la policía. Otro elemento al que apeló el Paraguay fue el regionalismo en el oriente contra el poder instalado en el altiplano, estimulando ideas separatistas con recursos y agentes, a los que debió enfrentar el Servicio de Inteligencia del Ejército financiado por empresarios adinerados organizados en el Centro de Propaganda y Defensa Nacional que presidió el industrial Jorge Sáenz García, instalando Radio Illimani con la finalidad de divulgar ante el mundo la justicia de la causa boliviana y levantar la moral combatiente de los bolivianos. [23] El sector privado apoyó decididamente al país con armas y dinero, como fue el caso de Patiño y Aramayo. Los exportadores mineros entregaron el 65% de las divisas que recibieron por sus ventas en todos esos años. No sucedió lo mismo con la empresa Standard Oil Co., que se declaró “neutral”. Aunque los Únzaga sabían que había una alta probabilidad de que ello sucediera, sobrevino la mayor tragedia familiar cuando a la casa de la calle España de Cochabamba llegó la nota póstuma del Comando del Ejército, dando cuenta de que el Teniente Alberto Únzaga de la Vega había caído gloriosamente en defensa de la patria. No se ofrecían mayores detalles, pero Oscar supo que su hermano había cumplido la promesa que hizo al partir: morir como

héroes.[24] Contaba Oscar que días antes de conocer la infausta noticia, el perro de la casa se mostró frenético para después caer en una abulia total durante varios días en los que dejó de comer, creyendo sus amos que estaba enfermo. Por algún canal inexplicable, Jack conoció antes lo que confirmó el Departamento III al dar la noticia de la baja de Alberto en acción de guerra, devastando a los sobrevivientes de esta familia marcada por la fatalidad. Rebeca lloró tanto que tuvo un problema en los ojos reduciéndole la visión.[25] En la madrugada del 7 de diciembre de 1933, el Cnl. Rafael Franco, hombre sediento de gloria, atacó a las tropas bolivianas en el sector de Alihuatá desarrollándose una feroz batalla con armas blancas. El 10 de diciembre, dos brazos del Ejército Paraguayo se juntaron envolviendo a la Cuarta y la Novena División de Bolivia, en lo que se consideró la batalla más importante de la Guerra del Chaco y el mayor contraste para las armas bolivianas. Siete mil soldados bolivianos quedaron prisioneros. En Asunción se festejó pensando que era el fin de la guerra. La Navidad de 1933 fue la primera de muchas en las que el dolor del alma llegó junto con el Niño Dios. Pero la congoja fue asumida como otra prueba inapelable, compartida con miles de hogares bolivianos que perdieron sus seres queridos en ese año desgraciado cuando la patria estuvo al borde del colapso. Los políticos que eludían la guerra se lanzaron contra la supuesta incompetencia de los soldados bolivianos. En La Paz, la Revista Excélsior del Colegio La Salle publicó un artículo de Mario R. Gutiérrez, estudiante cruceño del quinto de secundaria. El articulista rendía un homenaje a los héroes de ese colegio, exalumnos que marcharon al Chaco bajo banderas, muchos de ellos heridos, otros prisioneros y algunos aún en la línea de fuego. “No es justo pretender tildar de cobardes a los prisioneros, ya que ellos han llenado plenamente su misión de soldados; es aventurada toda opinión sin antes conocer la realidad de las redes tendidas por el

enemigo que se opusieron a su triunfo. Ex alumnos de La Salle, que os encontráis padeciendo el vía crucis del cautiverio, ¡estad tranquilos porque merecéis el caluroso homenaje de toda la nación!” Este tipo de expresiones juveniles hacían pensar que no todo estaba perdido para Bolivia. El Gral. Enrique Peñaranda fue nombrado jefe supremo del Ejército en Campaña, en reemplazo del fracasado Gral. Hans Kundt, quien abandonó el país abatido. A lo largo de 1934, las fuerzas bolivianas se vieron obligadas a retroceder cediendo territorio para establecer un eje defensivo a orillas del rio Pilcomayo. En mayo se dio una maniobra importante del Ejército Boliviano, que la historia llamó Batalla de Cañada Strongest, donde fue destacada la actuación del Cnl. Bernardino Bilbao Rioja, comandante del Segundo Cuerpo. En Cochabamba la población seguía las alternativas de la guerra minuto a minuto. Estimulado por su hermano Camilo, Oscar Únzaga convirtió el mural Cabildo en una publicación semanal conteniendo detalles sobre las acciones heroicas de los soldados bolivianos y apuntes biográficos de los grandes protagonistas como Germán Busch, Bilbao Rioja, o el Comandante de la Fuerza Aérea en el Chaco, Jorge Jordán. Los paraguayos se rehicieron y en agosto tomaron Picuiba. El 24 de ese mes, uno de los héroes de la juventud boliviana, el aviador Rafael Pabón fue derribado. De nuevo la suerte fue adversa a las armas bolivianas y el avance paraguayo pareció incontenible. La diplomacia boliviana hizo un gran esfuerzo para lograr un cese de hostilidades que Paraguay no aceptó sintiéndose vencedor de la contienda, proyectando una penetración más allá del Pilcomayo, buscando la zona petrolera boliviana, que ambicionaba la alianza paraguayo-argentina. Los bachilleres se enrolaron en todo el país, cuando morir por Bolivia era el más alto honor al que puede aspirar un boliviano y ellos protagonizaron las páginas de heroísmo y bravura de esa guerra. En agosto de 1934, durante las acciones de El Carmen y Picuiba, el último reducto que defendía el Fortín 27 de noviembre

quedó atrapado en un hueco desde donde continuaban disparando sus armas contra una compañía de la Cuarta del Regimiento Florida, hasta quemar el último cartucho. Inermes ya, los paraguayos les intimaron rendición. Eran sólo cuatro muchachos que aún tuvieron el coraje de gritar “¡viva Bolivia!”. Ante la visión de esos valientes, las lágrimas resbalaron por los rostros de los paraguayos curtidos por el combate. Allí estaban tres cadetes del primer curso y un reservista que marcharon a una prisión.[26] Bolivia no tuvo más remedio que continuar la lucha, apelando a la única fuerza disponible, los jóvenes aimaras y quechuas, que inicialmente fueron maltratados por el medio geográfico hostil en el que les tocó actuar, además de no comprender siquiera por qué los obligaban a sufrir y morir en aquel lugar, aunque luego se constituyeron en el eje del Ejército en campaña y dieron su sangre por la patria que hasta entonces los había excluido. Camilo y Oscar se reafirmaron en su convencimiento de que los indígenas eran el futuro de Bolivia, pero los gobernantes tendrían que privilegiar su educación. Aunque Elizardo Pérez ya había fundado la EscuelaAyllu de Warisata, se precisaba una fuerte voluntad política desde el Estado para aglutinar sólidamente a la sociedad boliviana, solucionando el mayor problema del país, que era la dispersión por motivos étnicos y sociales. “El Chaco fue el lugar más inesperado para descubrir las causas de nuestra derrota, es decir, nuestro atraso y el desprecio que sentíamos unos bolivianos por otros”, dice Joaquín Aguirre Lavayén, en ese momento un adolescente que años después abrazaría la causa de Oscar Únzaga.[27]  Ese era el tema central de las tertulias que sostenían en la prisión de Cambio Grande un grupo de oficiales bolivianos prisioneros del Paraguay. El líder era el teniente Elías Belmonte, quien cayó en territorio paraguayo con su avión Vickers cuando cumplía misión de bombardeo sobre Isla Poi, al inicio de la guerra. En la prisión se organizó Razón de Patria, en abril de 1934, con la participación de Belmonte y los subtenientes Enrique Camacho, José Mercado, José C. Dávila, Antonio Ponce Montán, Carlos Zabalaga, Néstor Valenzuela, Jorge Calero y Clemente Inofuentes. En mayo se

incorporaron Felzi Luna Pizarro, Horacio Ugarteche y Rafael Sáinz Cépedes. Aunque en la prisión estaban otros jóvenes de indudable patriotismo y capacidad, como el médico Edmundo Ariñéz Zapata, el economista Eduardo Arauco Paz o el abogado Eduardo Arze Quiroga, los promotores de la logia la limitaron a los jóvenes oficiales del Ejército. El líder planteó el propósito fundamental de RADEPA: al volver a la patria, después de la guerra, trabajarían para terminar con la exclusión del indio, uniendo al país, asegurando la gobernabilidad de un régimen nacionalista que sustituya a quienes habían venido administrando Bolivia. Era el anuncio del inminente enfrentamiento entre los “nacionalistas” y los “colonialistas” a los que pretendían sustituir.[28] Derrotas en el frente, rivalidad y enfrentamiento político en La Paz. La popularidad del Presidente Salamanca se fue a pique mientras sostenía una guerra de comunicados con los desafectos mandos militares y mandaba al exilio a líderes opositores. La vida se deterioró, inclusive en el llamado “granero de Bolivia”, donde empezaron a faltar los alimentos. Rebeca tuvo que luchar denodadamente para que no falte el pan en el hogar. Oscar, quien había desarrollado un liderazgo notable entre sus condiscípulos, fundó el Centro de Estudiantes del Colegio Nacional Sucre y creó un Centro de Autoeducación asumiendo la presidencia de ambos. Además, ganó, por sus merecimientos, el cargo de Profesor de Ciencias Naturales y Biología[29], para suplir a uno de los maestros del establecimiento llamado bajo banderas, con lo que pudo ayudar económicamente a su familia. Al concluir 1934, la política ahondó los problemas nacionales y en medio de una pugnaz campaña electoral, el escritor Franz Tamayo fue elegido Presidente de la República. Empero, no iba a ejercer el cargo nunca porque el Presidente Salamanca, enfrentado al Alto Mando, fue víctima de un golpe militar en Villamontes, derivando el poder al Vicepresidente José Luis Tejada Sorzano. Prácticamente Bolivia había perdido el territorio chaqueño y Paraguay se preparaba para tomar territorios bolivianos que no

estaban en litigio, por lo que el nuevo Presidente de Bolivia decidió jugar la carta definitiva y en diciembre decretó la movilización general de todos los bolivianos capaces de disparar un arma. Pero la precariedad del país y los golpes que iba propinando el enemigo inmovilizaron al Ejército impidiendo una rápida reorganización. Estigarribia se proyectó sobre el sector Boyuibe-Camiri-Lagunillas, donde estaban las concesiones petroleras de la empresa norteamericana Standard Oil. El presidente paraguayo Eusebio Ayala declaró convencido: “Bolivia tiene ocho millones de hectáreas de los más ricos territorios petroleros. Esta fortuna fabulosa hará de la zona uno de los más grandes centros productores del mundo. Si tomamos las petroleras será difícil abandonarlas. Esta es una guerra nacional y el Ejército no admitirá sin violencia se devuelva lo que ha ganado con su sangre”.[30] El joven Mario R. Gutiérrez escribió en Excélsior del Colegio La Salle: Nuestro adversario está engreído con sus efímeros triunfos, cree haber alcanzado posiciones ventajosas para el futuro de la guerra. Su insolencia aumenta al sentirse apoyado y respaldado en el terreno militar y diplomático, por un país vecino que se dice neutral. Bolivia no lucha cuerpo a cuerpo con su adversario. Está empeñada en un combate desigual. No es el Paraguay quien lo avasalla… Ya sabemos que el Ejército Paraguayo concentra estratégicamente sus elementos bélicos a fin de llevar sobre nuestro frente el máximo de su esfuerzo. Ante esta actitud, el Ejército Boliviano no permanece en quietud, se alista para el choque, reúne sus implementos de combate. Sintiendo su dignidad herida, se prepara para defender la soberanía nacional con todo el heroísmo heredado de sus antepasados y con toda la bravura que siempre distinguió a nuestros soldados…” Faltando meses para el fin del conflicto les llegaba el turno a Oscar Únzaga y Mario Gutiérrez. Rebeca, que había perdido a su marido y tres hijos, juró por Dios que no iba a perder al único hijo sano que le quedaba y cuando Oscar se atrevió por primera vez a contradecirla,

ella también por primera vez lo mandó a callar. Mario en cambio, “no estaba dispuesto a que los señores militares dispusieran de su persona”,[31] dejó el impecable Colegio La Salle de La Paz y retornó a su natal Santa Cruz, donde hizo el sexto de secundaria en el Nacional Florida. Pero Gonzalo Romero tuvo un entredicho con su padre, quien se oponía a que el hijo se vaya a morir en el Chaco, y con el argumento de que un político que no hubiera ido a la guerra sería un fracaso en tiempos de paz, Gonzalo se enroló, marchó al frente y luchó a órdenes del Teniente José Celestino Pinto en la célebre batalla de Camatindí. Rebeca había empezado a tener conflictos con Jack, el perro de la casa, a quien recriminaba cuando orinaba en el pequeño patio de la casa y en una ocasión, vencida por el fastidio, lo golpeó con una escoba, arrepintiéndose al instante. Días después, y sin que nadie sepa explicarlo, Jack desapareció. Rebeca y Oscar salieron a buscarlo y llamándolo a gritos llegaron hasta los extramuros de Cochabamba sin ningún resultado. Alguna vecina sugirió que pudieron haberlo envenenado, otro insinuó que una lechera se lo llevó. Ello aumentó las aflicciones de los Únzaga que se sintieron cada vez más solos. Difícil era la vida de los bolivianos y hasta en los hogares de clase media los niños se fueron a dormir con sólo un mate de coca, de modo que la aflicción de los padres provocaba frecuentes rabietas y estallidos de mal humor. Allí seguramente comenzaron los dolores abdominales de Oscar, producto de ulceraciones estomacales que lo acompañarían de por vida. Una noche, Rebeca soñó que Alberto, vestido de blanco, abría la puerta de calle, se paraba debajo el marco, diciéndole: “Mamita, que Oscar se vaya… y no te preocupes por Jack, él está conmigo…”. En efecto el perro blanco estaba al lado del hijo amado, quien segundos después se desvaneció junto al efímero sueño. Aliviada por aquel mensaje, Rebeca movió cielo y tierra para enviar a su hijo menor a Santiago de Chile, cuya Universidad Nacional ofrecía ventajas para el acceso a estudiantes venidos de afuera, a lo que se sumaban las facilidades para su manutención y las ventajas del cambio de moneda. Oscar, que

amaba la tierra y los animales, creyó hallar su vocación en tales elementos y se registró en la Facultad de Agronomía. Pero Dios le tenía reservados otros propósitos. Con las estribaciones de la cordillera andina a sus espaldas, el Cnl. Bernardino Bilbao Rioja asumió la suprema responsabilidad de impedir los planes paraguayos y contener al enemigo en Villamontes, donde se definiría la suerte de la guerra. Si Bolivia perdía esa plaza, lo perdería todo. Para Estigarribia sólo la toma de Villamontes sería la derrota definitiva de Bolivia. Pero el paraguayo guardaba un instintivo temor a la reacción de los bolivianos que tenían recursos de los que el Paraguay carecía pues, en su carrera victoriosa, los había utilizado casi todos. Por tanto, lo que hiciera en el futuro inmediato debía ser demoledor: arrasar con el adversario, destruir caminos, cerrar el paso entre Yacuiba y Tarija, aislar completamente a Villamontes y bombardearla sin piedad con aviones y artillería hasta rendirla. Bilbao, Jefe Supremo del Ejército del Sur, reunió bajo su mando 26.000 combatientes, la mayor fuerza que comandante alguno tuvo hasta entonces. Su misión fue defender esa ciudad a costa de su propia vida. Estigarribia colocó una impresionante fuerza militar a sólo 12 kilómetros. Villamontes era entonces el centro de todas las actividades relativas a la guerra. Punto final al que llegaban los reclutas para luego internarse a las zonas de combate, allí estaban los grandes almacenes donde se amontonaban víveres, municiones, uniformes y medicinas, un hervidero de soldados, comerciantes, funcionarios públicos, tramitadores, espías, prostitutas y tahúres. Allí estaba el Servicio de Etapas creado por el artífice de la logística, Gral. Julio Sanjinés; el casino de oficiales; la oficina de correos; un taller masónico que reclutaba fraternos; el cuartel general del Alto Mando; la oficina del telégrafo desde la que enviaba sus despachos el corresponsal de La Razón, un notable periodista llamado Guillermo Céspedes Rivera (años más tarde militante de FSB). Se calculaba que en ese momento estaban unas treinta mil personas en Villamontes a las que sería imposible evacuar y mucho menos rescatar el armamento y bienes allí acumulados.

Cuando los hogares bolivianos seguían día a día el drama de sus soldados en el Chaco, llegó a la casa de la calle España un sobre; contenía la carta póstuma escrita por Alberto Únzaga de la Vega. Después de las cosas que suelen escribir los combatientes en el frente, la carta terminaba con una recomendación perentoria al hermano: Que tu único ideal sea vivir y morir por la Patria. Doce años después, al asumir la jefatura del partido que Oscar había creado, dijo: “desde entonces mi alma de adolescente, que pudo tal vez por propia inclinación buscar otro destino, se consagró a la patria por cuyo honor había caído el abono de cal del cadáver de mi hermano”. Continuó el drama de la guerra en su capítulo final. El Cnl. Bilbao Rioja, potosino, natural de Arampampa, oficial de aviación dotado de una capacidad organizativa notable, enfundado en un colán, con pistola al cinto, sin ninguna distinción militar más que una vieja chaqueta sin galones, la cabeza afeitada, replegó a todas las personas que no fueran necesarias para la defensa, protegió el perímetro de la ciudad con minas, fosas, alambre de púas, trincheras y nidos de ametralladoras, ubicando once regimientos y dos grupos de artillería. La periferia de la ciudad se convirtió en el terrible escenario donde miles de soldados paraguayos atacaron una y otra vez y dejaron la vida repelidos por los defensores de la última trinchera. Al llegar marzo, todos los ataques paraguayos habían sido rechazados. Estigarribia se lanzó entonces por el norte, bombardeó la población de Charagua, cuya población civil tuvo que ser evacuada. Entró en escena de nuevo el Cnl. Rafael Franco, en un asalto incontenible buscando tomar Camiri, ya en un sector profundo del territorio nacional. Los pobladores de Sucre y Santa Cruz de la Sierra temieron lo peor y algunas familias salieron de esas ciudades. Bilbao Rioja decidió salir al encuentro del adversario por el camino Villamontes-Boyuibe. El enfrentamiento fue violento, con muchas bajas. Los paraguayos optaron por retirarse pues el medio geográfico les resultaba extraño, estaban exhaustos y demasiado lejos de sus fuentes primarias. Hasta mediados de mayo el Paraguay había retrocedido cien kilómetros y el Ejército Boliviano

perseguía a los invasores. Estigarribia supo que hasta ahí llegaban sus posibilidades. La Cancillería argentina pisó entonces el acelerador de la paz en otra batalla, esta vez diplomática, en la que Bolivia contaba con el apoyo brasileño, pero la partida se escenifica en Buenos Aires, donde Paraguay jugaba como local y tenía al respaldo de Chile. Cuando Bolivia pudo devolver los golpes recibidos y destrozar al adversario, se le impuso la paz. Aunque el canciller Tomás Manuel Elío defendió a ultranza la paz, pero con un arbitraje que dilucide el diferendo en torno al territorio en litigio, Paraguay tenía ya bajo su control tal territorio y no le interesaba -ni a la Argentina- ningún arbitro, ni un fallo, pues consideraban que lo conquistado por efecto de la guerra les pertenecía. En la premura de favorecer al Paraguay, el canciller argentino Saavedra Lamas movilizó a otras cancillerías y al público porteño, que presionó a la delegación boliviana hasta lo indecible. Cuando las campanas tocaron arrebato anunciando el fin de la guerra al medio día del 12 de junio de 1935, todos se sintieron aliviados, menos los jóvenes bolivianos, como Oscar Únzaga, lamentando el final adverso de esta historia, en la que Bolivia sufría una nueva mutilación por obra de un país hermano que empujó a otro para hacernos la guerra. El malvado de esta historia, Carlos Saavedra Lamas, recibió el “Premio Nobel de la Paz”, quedando tal galardón desprestigiado desde entonces, quizás para siempre, por ser un artificio destinado a satisfacer intereses políticos mezquinos. La guerra sorprendió en el frente a jóvenes de clase media que luego dominarían el escenario político boliviano. Entre los militares el Coronel David Toro, el Capitán Germán Busch, el Mayor Antonio Seleme, el Capitán Gualberto Villarroel o el Capitán Hugo Ballivián; entre los civiles Víctor Andrade Uzquiano, Juan Lechín Oquendo, Víctor Paz Estenssoro, Walter Guevara Arze o Hernán Siles Zuazo, quien a pesar de ser rechazado por el Ejército dada su miopía, logró ser enganchado, fue herido y condecorado, lo mismo que José Antonio Anze Jiménez, el amigo de Oscar, que a pesar de su muleta consiguió ser enrolado y luchó con el mismo valor con el que lo haría en sus posteriores enfrentamientos contra los agentes del

Control Político del MNR, desde luego más crueles que los combates contra los paraguayos.[32] El 25 de julio de 1935, Bernardino Bilbao Rioja, la mayor figura de la Guerra del Chaco, a quien la nación le confirió el título de Mariscal por su heroica defensa de Villamontes, dirigió un mensaje a los soldados, jefes y oficiales, los soldados intelectuales, los aviadores, los cirujanos, enfermeros y camilleros, los ingenieros, topógrafos y cartógrafos, los capellanes, los choferes y todos los que actuaron bajo sus órdenes, despidiéndose de ellos con la frase “Viva Bolivia, Viva la Patria del mañana”. El Mariscal Bernardino Bilbao Rioja, figura cumbre del Ejército en Campaña, sería luego seguidor de Oscar Únzaga. Pese a la desgraciada guerra, el país intentará ponerse otra vez de pie… Y para ello, la conducción política resultaba imprescindible. Del Chaco emergería otra Bolivia, otras ideas y nuevos partidos. El Cnl. Manuel Marzana, legendario comandante de Fortín Boquerón, preso en Paraguay, volverá al país para contribuir a su reconstrucción y se sumará a la Falange Socialista Boliviana, aún inexistente al terminar la guerra. El Tte. Elías Belmonte, preso en Cambio Grande, líder de RADEPA, ejercerá fuerte influencia en el tiempo inmediato al determinar esa organización secreta la nacionalización del petróleo. Belmonte protagonizará un extraordinario episodio de la Segunda Guerra Mundial, desde su oficina de la legación boliviana en Berlín y también se plegará a las filas de FSB. Otros jóvenes combatientes, como el Subteniente Julio Álvarez Lafaye, derivarán a FSB al sentirse arrollados, luego de 1952, por una revolución que quiso instrumentar al Ejército para sus fines. Y a otros civiles, como Humberto Frías Ballivián, héroe en el frente y Gonzalo Romero Álvarez García, Benemérito de la Patria, los emparentaría la vida y el partido de Oscar Únzaga, la Falange. Bolivia quedó en crisis. Los agricultores cosechaban productos que nadie compraba, la cotización del estaño cayó, nadie llevaba maíz a las minas que cerraron. Igual que las revoluciones, las guerras también se ensañaban con la clase media. Joaquín Aguirre

Lavayén, testigo precoz de aquel tiempo, recordaba que vio muchas veces cómo las joyas de su madre viajaban al banco por un préstamo para pasar el año, “con el Jesús en la boca ante la eventualidad de que nos rematen la finca. Como yo no podía vivir todo el año en el campo, mis padres me internaron en el Colegio Alemán, cuyos profesores llegados de Alemania nos adoctrinaban. Era el tiempo del ascenso de Hitler al Reich… Cochabamba tenía entonces la mayor colonia alemana jamás existente en el país… Pero ya el nacionalismo y el militarismo se habían convertido en una obsesión que influyó en la política boliviana…”[33] Entre los miles de combatientes que volvieron del frente a un país quebrado social y económicamente, estaban quienes vivieron la sed, el infortunio de la patria y la proximidad de la muerte. Retornaban hambrientos de justicia, marcados por la violencia, clamando por un cambio que haga olvidar a Bolivia el recuerdo infamante de la derrota. Con muchos más de ellos, y con sus hijos, haría Oscar Únzaga de la Vega su partido. “Con nuestra sangre vertida en el Chaco germinará el nuevo país”, vaticinó entonces.

       

III - EL GERMEN DE UN NUEVO PAÍS (19351937)  

S

obre la plataforma de la estación ferroviaria, Oscar se despidió de su madre. Con una frase concluyente ella cortó cualquier emotividad que sólo haría más hondo el pesar. “No olvides nunca que Dios está contigo… y con nosotros”. El tren partió dejando atrás lo que más amaba. La campiña dio paso a la pampa altiplánica. Reinaba en el tren un ambiente modernista y tonificante que aminoró la nostalgia y encendió la sensación de novedad. A la media noche distinguió las luces de Oruro. Subieron otros jóvenes que también iban en pos de las universidades chilenas, puesto que las nativas estaban aún semiparalizadas por efectos de la guerra. No se desprendió de la ventana del vagón de segunda, asimilando el paisaje desolado y escuchando el rodar acompasado sobre los rieles. El frío y la sensación de sueño le impidieron ver más. Sólo escuchó que alguien voceaba la estación de Río Mulatos y más tarde la de Uyuni. El recorrido se hizo lento y cansino, dando la sensación de que la locomotora a vapor hacía esfuerzos más para frenar la bajada que para acelerar la marcha. Era media mañana cuando alguien señaló con el dedo los edificios administrativos de la mina de Chuquicamata, que sacaba su producción de cobre hacia Antofagasta, ciudad a la que llegaron cuando había vuelto a caer la noche. Con otros dos compatriotas tomaron una habitación de una fonda para pasar la noche. Al día siguiente verían el mar y se embarcarían en una pequeña nave rumbo a Valparaíso. Oscar recordó los pasajes de la campaña del Pacífico, la frase de Abaroa, el patriotismo de los bolivianos pese a los errores de los gobernantes, la imprevisión, el descuido, el encierro geográfico. Se sintió reconfortado: marchaba al extranjero para conseguir “una profesión”, pero después de leer por enésima vez el papel que le entregó Camilo en el momento de la despedida, supo que en Chile adquiriría, además, otros saberes.

Con la decisiva influencia de Camilo que, sometido por su salud a largos encierros, había desarrollado una gimnasia intelectual sazonada de lecturas sobre historia y filosofía, Oscar llevaba consigo un equipaje de ideas que movían los sucesos de ese tiempo. En oposición a los cínicos que aseguraban que en política no hay ética sino resultados, Camilo impuso en su hermano la categórica convicción de que el poder político debía poseer un sentido moral que lo justifique ante la historia. Creían ambos en las jerarquías moldeadas por la decencia, la pasión por la justicia y la entrega por el ideal de libertad. Pensaban que el país necesitaba patriotas honrados que lo saquen del abismo de la derrota, lo pongan de pie y lo lleven a mejor destino. Camilo enumeró las tareas de un nuevo gobierno boliviano auténticamente patriótico, pero eran tantas y tan colosales, que exigían un modelo de gobernabilidad a salvo de la ambición personal, fuertemente nacionalista e integrador. El hermano mayor fue el motor ideológico del menor. Y sobre la ruina de la guerra que dejaba atrás, Oscar decidió que su vida formaría parte del porvenir político de Bolivia. Leal al luminoso destino que Camilo avizoraba para él, se propuso intervenir en la política, entendida como un ejercicio ético y de servicio. Sonrió al pensar en los motivos de muchos amigos de su edad que ansiaban ser médicos, abogados o toreros. A él no lo atraía la riqueza, ni la gloria personal, sino Bolivia, la patria que aprendió a amar sufriendo, a la que estaba dispuesto a consagrar sus horas y la fuerza de su cerebro. Pero eran aún sueños de niños. Sólo el tiempo se encargaría de madurar tales propósitos. La capital chilena que recibió a Oscar Únzaga le pareció fascinante. La gente era educada, amable y de buen talante, las muchachas hermosas, los jóvenes amistosos y todo ello facilitó el cambio de hábitat. Aunque no llevaba consigo más que una suma modesta de dinero, el costo de vida era bajo. Y lo mejor de todo era que Santiago estaba conectada al mundo.

Después de las guerras, llegan las revoluciones, afectando tanto al vencedor como al derrotado. Por las noticias que llegaban a Santiago y las cartas que recibía de Camilo, comprobó las tremendas pulsaciones que laten en los seres humanos cuando buscan el poder y fue informándose, azorado, sobre cómo los victoriosos paraguayos se enfrentaban entre sí. El Cnl. Rafael Franco, ese arrogante político con galones, que buscó la gloria en la desgracia de Bolivia, se lanzó con sus soldados a una revolución sangrienta, en la que algunos prisioneros bolivianos empuñaron las armas defendiendo al régimen constitucional.[34] El Presidente Ayala y el Mariscal Estigarribia, que le dieron el Chaco al Paraguay, fueron acusados de “traición a la patria”, apresados y exiliados. Franco asumió la dictadura, decretó la reforma agraria, estableció que el Estado y su revolución eran una sola cosa, se propuso gobernar hasta la muerte, pero sólo duró un año en el sillón del Dr. Francia y fue barrido por otro movimiento armado. Suscrito el Acuerdo de Paz y Amistad entre Bolivia y Paraguay, se abrió un lapso en el que retornaron los prisioneros. En los últimos días de 1935 los oficiales que organizaron RADEPA, así como los jefes y capitanes prisioneros en los anexos de la Escuela Militar del Ejército Paraguayo, fueron concentrados en un cuartel de Paraguarí, donde se incorporaron a la logia los mayores Humberto Torres Ortíz y Antonio Salinas y el Capitán Francisco Barrero, conformando el grupo genésico de 14 miembros. Llegados a Bolivia, cada uno de ellos propondría los nombres de oficiales, junto a sus grados y particularidades, para entre ellos elegir a 26 y conformar la Primera Célula de 40 elementos, donde estaban, entre otros, los nombres de tres jóvenes oficiales, de valiente actuación de la guerra, pero cuyo destino estaba marcado por la violencia: los capitanes José Escóbar, Jorge Eguino y Max Toledo. Cada uno de esos 40 miembros organizaría su propia célula con cinco y diez elementos tomando en cuenta condiciones rigurosamente establecidas, además de haber sido combatientes, para constituir las Segundas Células. Estas Primera y Segundas Células difundirían en el Ejército los objetivos de la logia, sin delatar

su existencia, para alentar y ejecutar, desde las sombras, un cambio político de fuerte contenido social, ejecutado por la única organización que quedaba en pie después del vendaval de la guerra, precisamente la institución armada. Solo faltaba identificar al líder de esa revolución pues los radepistas se habían impuesto “no tomar jamás el poder político de la nación” para no delatar su existencia y propósitos, cumpliendo así su primordial finalidad, que era dar estabilidad física a los gobiernos del país anarquizado. Ninguno de ellos podría intentar llegar a la Presidencia de la República, pero todos en conjunto apuntalarían a un hombre que represente el cambio por el que clamaba Bolivia.[35] La suya debía ser una revolución contra “los colonialistas”. Belmonte sostuvo que contra ellos “no pesaba ninguna nota de inmoralidad administrativa o personal que se les pudiera imputar. Casi todos eran ilustres patricios, de correctísimo comportamiento general, que no sólo honraban a sus apellidos, sino también a Bolivia. Los justificativos eran rigurosamente de carácter político, ellos proseguían siendo irredentos colonialistas… y las juventudes salidas de la Guerra del Chaco, éramos en forma firme e inequívoca nacionalistas. Había entre ambas generaciones una total incompatibilidad política.”[36] El proceso de retorno a la patria se extendió por largo tiempo. Los combatientes que iban a reintegrarse a la vida civil ya no llegaron a Cochabamba o Santa Cruz, ni se quedaron en Tarija, Sucre, Potosí u Oruro. La meta fue La Paz, capital política de Bolivia. Venían organizados en la Legión de Excombatientes (LEC) y tenían afinidades con quienes habían sido sus comandantes, es decir, los militares profesionales que, a su vez, buscaban el poder para evitar que se los juzgara por la derrota en el Chaco. Pero tenían la esperanza de que entre los jefes patriotas pudieran cambiar la línea política que había llevado al país a la situación de quiebra moral y material en la que se encontraba. Entre los excombatientes apareció un grupo de intelectuales que crearon una logia nacionalista denominada Estrella de Hierro, cuyos líderes eran Víctor Andrade Uzquiano, Roberto Prudencio, Gustavo Chacón y Hugo Salmón,

quienes se propusieron representar políticamente a cien mil desmovilizados. Bolivia pedía un cambio y el mandatario liberal, José Luís Tejada Sorzano, pese a su autoridad moral y solvencia como servidor público, resultaba un anacronismo. Los que volvían, tanto como los que permanecieron en las ciudades en razón a su edad habían dejado atrás los efluvios del liberalismo y abrazaban causas nuevas. Y lo nuevo era la dicotomía entre el comunismo y el fascismo; sus líderes y panegiristas proyectaban sus postulados como válidos para toda la humanidad globalizada por el telégrafo inalámbrico, la radio y los aviones. Comunistas gobernaban Rusia, convertida en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y luego de la muerte de Lenin (1924), Stalin se impuso a su rival León Trotski a quien exilió ordenando la masacre de sus partidarios. Sin embargo, la Cuarta Internacional tomó su nombre -trotskismo- reclamando para sí la pureza de los dogmas marxistas. Según algunos comunistas, Stalin fue la encarnación del mal, pero otros lo consideraron el ejemplo a seguir y eso sucedió en Bolivia con dos talentosos jóvenes cochabambinos, José Antonio Arze y Ricardo Anaya. En Italia, Benito Mussolini, il Duce, un maestro socialista, había tomado el poder, deslumbrando con su discurso populista, pero sin duda novedoso, inspirando al movimiento nacionalsocialista que llevó al poder a Adolf Hitler en 1933, frenando la agonía de una Alemania quebrada por el Pacto de Versalles. En Bolivia los radepistas admiraban los postulados fascistas. Más allá de la prédica anti-liberal de todos ellos, contraría a la democracia parlamentaria, tanto el fascismo como el comunismo eran las dos caras de una moneda revolucionaria universal. Ambos habían nacido entre obreros y soldados, pero los parteros eran intelectuales desesperados, actuando en el escenario de una Europa en crisis, donde los imperios se consumían, los monarcas pignoraban sus coronas y los aristócratas eran reemplazados por los banqueros. También reapareció el anarquismo perorando por la

abolición del Estado y de toda autoridad y jerarquía, anunciando el “cambio social” y la inminencia de “una sociedad sin amos ni soberanos”. Los militantes de todas esas tendencias, comunistas, fascistas y anarquistas se consideraban socialistas y antiburgueses. Un aventajado estudiante universitario llamado José Luis Johnson, había presentado en la Universidad Mayor de San Andrés el primer trabajo sobre el fascismo de que se tenga memoria.[37] La tesis del futuro abogado se explayaba en los planteamientos corporativistas, la economía dirigida, el nacionalismo y el componente social interclasista. Era la “tercera vía”, distante de “la izquierda” y “la derecha”, opuesta a la democracia liberal en crisis y a la lucha de clases que propugnaba el comunismo. Johnson sostenía en su trabajo que tanto el fascismo como el socialismo soviético “están fundados en la interpretación materialista de la historia, persiguiendo ambos anhelos de mejoramiento social, de reivindicaciones proletarias y de predominio absoluto del Estado…”. Pero se diferenciaban en que “el fascismo acepta el capital, en tanto que, el socialismo es su negación absoluta”.[38] Fascismo, comunismo y anarquismo causaron fuerte impacto en las disquisiciones universitarias, los cafés burgueses, las chicherías donde confraternizaban los mineros, los talleres masónicos, los casinos de oficiales y los frontones a los que acudía el lumpen. Todos, independientemente de la clase o posición económica, asumieron una identidad en base a tal menú ideológico y, en consecuencia, empezaron a organizarse los nuevos partidos. Era también la insurgencia de la clase media en función dirigente y la aparición de jóvenes intelectuales que comenzaban a tomar el escenario político boliviano. Históricamente el Partido Obrero Revolucionario (POR) fue el primer partido político marxista en Bolivia, fruto de pactos entre organizaciones embrionarias minúsculas, por una parte, la corriente formada en Santiago de Chile por José Aguirre Gainsborg con el grupo Tupac Amaru y la Izquierda Boliviana, por otra la corriente

llegada de la Argentina, donde se había refugiado Tristán Marof. El venerable patriarca del trotskismo boliviano, Guillermo Lora, señala al mes de junio de 1935 como fecha de fundación del POR, en coincidencia con el fin de la guerra, que es cuando puede volver al país Aguirre Gainsborg, un intelectual descendiente de terratenientes cochabambinos, nacido en Nueva York en 1909.[39] De exterior poco ortodoxo para el estereotipo trotskista en Bolivia era un joven de ojos azules, de trato fino y mundano, dotado de una vasta cultura-, formuló un programa político de diez puntos, donde sobresalía la estatización de las minas y el petróleo, la ocupación campesina de los latifundios y el voto universal. A poco, el POR se escindió y una parte se fue con Marof. Resurgieron con intensidad los gremios sindicalizados y el más importante, la Federación Obrera del Trabajo recibió también el impulso de Aguirre Gainsborg, ejerciendo gran influencia política. Para no quedarse atrás, Marof dio vida a un efímero sindicato de campesinos, tratando de replicar en Bolivia al mexicano Emiliano Zapata. Guillermo Lora reivindica la memoria de Aguirre por sobre la de Marof al que tilda de “bohemio empedernido e irresponsable, más versado en trapacerías que en marxismo…”.[40] En una carta fechada el 26 de octubre de 1935, que dirige el joven Mario R. Gutiérrez a su amigo Alfonso Crespo Rodas[41], el futuro Subjefe de FSB, comenta que “en La Paz hay un gran movimiento político entre los evacuados, desmovilizados y juventud” y le pregunta: “¿no estarás danzando en la Beta Gama o en el grupo de los revolucionarios izquierdistas?” Beta Gama (Bolivia Grande) era un movimiento que se definía como antiimperialista, conformado por personajes provenientes de la clase media, entre ellos Hernán Siles Zuazo, Walter Guevara Arze, Víctor Andrade, Julio Zuazo Cuenca, José Romero Loza, Mario Diez de Medina, Luís Iturralde Chinel, Jorge Ballón Saravia, Raúl Espejo Zapata, Jorge Palza y otros.[42] Aguirre Gainsborg penetró en Beta Gama, imprimiéndole personalidad y sustancia. Otra hubiera sido la historia de no mediar una circunstancia fortuita que truncó el ciclo

vital del padre del trotskismo boliviano, quien murió al caer de una rueda de Chicago. Mientras tanto los civiles nacionalistas buscaban organizarse en base a personajes de indudable atractivo como Enrique Baldivieso, José Tamayo, Fernando Campero, Bernardo Trigo, René Ballivián Calderón y la fuerte presencia del joven Carlos Montenegro. Ellos crearon la llamada Célula Socialista Revolucionaria que devino en Partido Socialista (PS), cuya jefatura asumió Enrique Baldivieso. “Socialismo” era la palabra-clave para los aspirantes a la política en Bolivia y cada semana surgía una organización socialista que reunía, en caótico desconcierto, a aristócratas trotskistas, obreros que simpatizaban con Hitler o conservadores desencantados del pasado reciente. El PS proponía el fin del pongueaje[43], la nacionalización del petróleo y mayor participación del Estado en las utilidades de la minería. La otra palabra mágica era “Nacionalismo”. La combinación de ambas “nacionalismo” y “socialismo” iba a derivar en un binario explosivo. Los mencionados en el POR, Beta Gama, el Partido Socialista y otros dirigentes que aparecen en el desordenado tablero político, iban a pasar a constituir lo que serían a breve plazo las grandes formaciones políticas modernas e iban a actuar a favor o en contra del proceso de la Revolución Nacional. Los futuros falangistas, seguidores de Oscar Únzaga, aún estaban en proceso de formación personal en razón de su edad, pero pronto serían actores de primer orden en la nueva historia boliviana. Se lanzó también al ruedo un Partido del Centro, animado por el magnate de la minería Carlos Víctor Aramayo, el hacendado de la coca José María Gamarra, el accionista mayoritario de El Diario, Manuel Carrasco e intelectuales de rancio abolengo como el escritor Gustavo Carlos Otero, Arturo Pinto Escalier, Carlos Diez de Medina, Juan Luís Gutiérrez Granier y otros. Pero nadie creyó que ese era el “centro” y tal partido duró un suspiro. Entre las formaciones que pretendían proyectarse en el nuevo tiempo, cabe referirse a la llamada Falange Unida de Acción

Juvenil/FUDAJ, organizada en 1936 en base a los estudiantes del Colegio San Calixto de La Paz por obra de los jesuitas españoles Burón y Galiños, quienes asesoraron también al Centro de Estudios Históricos y Geográficos Andinos/CEHGA, fundado por Carlos Cruz, Emilio Calderón, Hernán Paredes Candia, Guillermo Saavedra y Alberto Paz Soldán. Era un grupo nacionalista antimasónico, al que se adhirieron en años venideros Alfredo Candia, Enrique Bola Riveros -luego eminente falangista- y personajes como Raúl Murillo y Aliaga y Humberto Salas Linares que asumieron militancia en el MNR.[44] Entre tantos tres jóvenes, que protagonizarían páginas intensas de la historia en el futuro, se aprestaban a cumplir su destino. Las universidades chilenas habían decidido liberar a los estudiantes extranjeros de las obligaciones anuales vigentes y centenares de bolivianos se acogían a tal ventaja. De manera que Gonzalo Romero Álvarez García comenzó sus estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Chile, cumpliendo además funciones como secretario del Embajador Hernando Siles Reyes.[45] Mario R. Gutiérrez Gutiérrez y su hermano Julio llegaron también a Santiago para matricularse en la Facultad de Medicina y en la de Ingeniería, respectivamente. Oscar Únzaga de la Vega, con recursos económicos mucho más modestos, residía ya en la capital chilena y era alumno regular de la Facultad de Agronomía. Pronto sus vidas se iban a entrelazar. La ciudad de Santiago que recibió a estos jóvenes albergaba a unos 750.000 habitantes, era unas 15 veces más grande que Cochabamba y por lo menos unas 6 veces más que La Paz. La clase alta empezaba a desplazarse hacia el sector de Providencia y se consolidaba el centro como un sector comercial y cívico donde estaba el Palacio de La Moneda, los edificios públicos y los bancos. La actividad era diaria en el Aeropuerto Los Cerrillos y constante la expansión del servicio telefónico. El municipio trazaba una ciudad en crecimiento con anchas avenidas y paseos ornamentados de flores y palmeras. Varias bibliotecas habilitaron sus tesoros y los jóvenes disponían de los conocimientos científicos y el saber humano

acumulado en sus estantes. En una antigua casa del centro, un tanto venida a menos, cercana al Parque Forestal, donde estudiantes extranjeros y del interior rentaban habitaciones, vivía Oscar Únzaga en un pequeño cuarto con ventana al Cerro de Santa Lucía. Pero más que el paisaje y las muchachas de ojos verdes y piel trigueña, Oscar observaba fascinado lo que sucedía en la política local. Las fracciones “socialistas”, que en el pasado reciente se multiplicaron -igual que en Bolivia-, confluían hacia la conformación de partidos con fortaleza ideológica definidamente marxista y sustento militante en el amplio sector obrero, de modo que en 1936 encaminaban su alianza para formar un Frente Popular. Ello obligó a buscar coincidencias entre conservadores y liberales, hasta hacía poco adversarios. En esos años se bifurcó por primera vez el campo ideológico entre la izquierda y la derecha, siendo Chile uno de los países más desarrollados en teoría política. Había surgido inclusive un Movimiento Nacional Socialista liderado por el joven abogado Jorge González von Mareés, que reivindicaba los postulados de Mein Kampf y combatía en las calles contra comunistas y demócratas. Fue entonces cuando los jóvenes católicos chilenos empezaron a perfilar una opción política diferente, al influjo del Humanismo Cristiano gestado en base a las ideas de Jacques Maritain. Este filósofo francés, considerado uno de los más grandes pensadores del siglo XX, principal representante del neoescolasticismo se caracterizó por su profunda fe religiosa, tomó parte de los acontecimientos históricos de su tiempo, defendió los valores de la democracia frente al totalitarismo nazi y comunista, propugnó por la libertad e independencia de la inteligencia, el derecho a la fe, la autonomía de la razón y la búsqueda de un diálogo entre los hombres y las culturas.[46] El pensamiento de Maritain se basaba en la doctrina de Santo Tomás. Alentaba una metafísica cristiana para demostrar la primacía del “ser” sobre el “pensar”. “Soy, luego pienso”, en lugar de “pienso,

luego existo”.  Defendía el concepto del alma como forma espiritual del cuerpo y el conocimiento de Dios por vía racional. Sostenía que la vida política aspira al bien común superior, más que a una mera colección de bienes individuales. Aseguraba que había una obra común a toda la humanidad: “mejorar la vida humana misma, hacer posible que todos vivan en la tierra como hombres libres y gocen de los frutos de la cultura y del espíritu”. Afirmaba que la libertad es una meta a la que se debe ser merecedor; comprendía la igualdad como una manifestación basada en el respeto y en la fraternidad; y veía en la justicia la fuerza de conservación de la comunidad política. Propuso el Humanismo Integral[47], ideal distinto del humanismo burgués porque “no adora al hombre, sino que respeta, real y efectivamente la dignidad humana y reconoce el derecho a las exigencias integrales de la persona… tendiendo al ideal de una comunidad fraterna”.[48] Para la juventud, que observaba con dudas al liberalismo en decadencia y al materialismo marxista, Maritaín resultaba una esperanza fresca y gratificante: “El hombre no es solamente un individuo, sino una persona que está vinculada a Dios, y en su dirección realiza todas sus posibilidades. Bajo este precepto el hombre, que es anterior a la sociedad, no puede quedar absorbido por ella, ni por ninguna de sus manifestaciones. Pero al mismo tiempo, el hombre, aunque trascienda de un todo, es parte de él. El todo, del cual el hombre forma parte, es la sociedad y es ella la que debe tener como fin el bien común de las personas que la componen. Estos conceptos llevan a la visualización del hombre como persona en función comunitaria, con sentido solidario, para lograr el bien común…” Frente a la lucha de clases, la abolición de la propiedad, la negación de la existencia de Dios, que pregonaba el comunismo, o el dominio del mundo, la superioridad de la raza aria y el exterminio de los judíos, que propugnaba el nazismo, el conjunto de planteamientos humanistas que apelaban al espíritu y la sensibilidad, empezó a animar los coloquios de los jóvenes católicos, provenientes de familias conservadoras chilenas, que se alejaban del tronco

partidario al que consideraban obsoleto para el nuevo tiempo, criticando su falta de planteamientos sociales que puedan competir con los postulados marxistas. Un acontecimiento y un personaje, muy joven entonces, fueron determinantes para el surgimiento y consolidación de esa nueva línea doctrinal. Se había celebrado en Roma el Congreso Iberoamericano de Universitarios Católicos, al que asistió Eduardo Frei Montalva junto a otros universitarios en representación de Chile. Conocieron a Jacques Maritain quien los deslumbró con su sabiduría y su fascinante personalidad. Fueron recibidos por el Papa Pio XI, visitaron brevemente París y de allí pasaron a Madrid, donde conocieron a Gil Robles, líder de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), que pretendía crear en España un partido demócrata cristiano con apoyo de la Santa Sede, a lo que se oponía la nueva Constitución de la República Española, fuertemente anticlerical. Al regresar a su país Eduardo Frei junto a Bernardo Leighton, Rodomiro Tomic, Renán Fuentealba, Patricio Aylwin y otros[49] se propusieron fundar un nuevo partido de inspiración cristiana, basado en la doctrina social de la Iglesia y los postulados humanistas de Maritain. Lo llamaron Falange Nacional, todos los falangistas se conocían, eran amigos, constituían casi una familia, se dieron entre ellos el trato de “camarada” y adoptaron una flecha roja como símbolo.[50] Buscaron ampliar su militancia entre otros hombres de su generación y desde luego en las universidades estaba esa cantera, de la que formaba parte el boliviano Oscar Únzaga de la Vega, y resulta obvio que, en su condición de cristiano militante, su presencia en Acción Católica y su formación en una escuela de pensamiento distinta a la del marxismo, fueron credenciales que lo pusieron en contacto con los futuros líderes de la Democracia Cristiana no sólo de Chile sino de la región. El estudiante de agronomía recibía regularmente la revista Criterio editada en Buenos Aires por Mons. Gustavo Franceshi, divulgando el pensamiento de Maritain en el país del Plata, al que llegó el afamado filósofo francés en 1936 y mantuvo contacto con otros

jóvenes que compartían sus ideas, como el argentino Jorge Luís García Venturini y el venezolano Rafael Caldera. Las noticias que Oscar recibía eran desalentadoras. La inflación se ensañaba con el país. La masa de circulante se había triplicado, pero era cada vez menos lo que se podía comprar. El malestar subía en intensidad y la gente responsabilizaba al gobierno. El Estado no tenía capacidad de absorber a cien mil desempleados excombatientes de la guerra que reclamaban por un trabajo. La exportación de minerales estaba semiparalizada. Los nuevos planteamientos políticos -“tierras a los indios”, “minas al Estado”configuraban una situación que se tornaba volcánica con el transcurso de los días. El Presidente Tejada Sorzano, quien no atinaba a explicarse su propia situación política, pues no se atrevía ni a renunciar ni a convocar a nuevas elecciones, sabía que los militares se aprestaban a tomar la conducción del país. El Cnl. David Toro, chuquisaqueño, alternaba su presencia entre La Paz y Villamontes, donde supervisaba la repatriación de los combatientes y allí organizó una fuerza de élite de la Caballería. Lo respaldaba el Comandante del Ejército, Gral. Peñaranda y contaba con el hombre más prestigioso del momento, Germán Busch, su ahijado, quien a sus 31 años ejercía autoridad total sobre los militares, inclusive por encima de Peñaranda. La Paz vivía un estado de agitación que el gobierno era incapaz de controlar. Los partidos se hallaban desorientados y las fuerzas sociales representadas por la FOT se lanzaron al paro exigiendo 100% de aumento salarial y la rebaja de los precios de los artículos de primera necesidad. La exigencia se masificó, el país quedó paralizado, la gente asistía a marchas y escuchaba discursos cada vez más agresivos dando la sensación de un próximo soviet en Bolivia. El 15 de mayo de 1936 el Presidente Tejada Sorzano se marchó a su finca en los Yungas seguro de que ya no volvería al Palacio Quemado. El 16, banderas rojas con la hoz y el martillo flameaban en los ministerios y la Alcaldía de La Paz. El Tcnl. Busch tomó el gobierno y su primera medida fue arriar las banderas rojas. Como la izquierda lo acusó de reaccionario, decretó su segunda

medida, el aumento general de salarios y su principal asesor civil, Carlos Montenegro, dio un paso que provocó un quiebre simbólico con el pasado, al permitir que una muchedumbre asalte el exclusivo Círculo de la Unión, fundado por el magnate minero Carlos Víctor Aramayo. A pocas horas de su golpe, Busch no tenía el apoyo del proletariado y se había enajenado la simpatía de la clase alta. De manera que Toro hizo una entrada espectacular a La Paz y el 20 de mayo Busch le entregó el poder. Los estudiantes bolivianos en Chile siguieron esa secuencia con aprensión, aunque sin sorprenderse demasiado, porque respondía a la lógica interna boliviana en ese momento. Sabían que el Cnl. Toro fue uno de los hombres cercanos al Presidente Hernando Siles, en ese momento Embajador en Santiago, al que profesaban respeto y cariño. Don Hernando, producto de la Universidad, por cuya autonomía se empleó a fondo en el Palacio Quemado, departía permanentemente con grupos de universitarios que frecuentaban la Embajada, entre los que se encontraba Oscar Únzaga. Toro dijo que su gobierno era socialista y sustituyó la República por un Estado Sindical Boliviano, estableciendo la sindicalización de todos los hombres y mujeres. Incluyó por primera vez un obrero en el gabinete, nombrando Ministro del Trabajo al trabajador gráfico Waldo Álvarez. Estableció la igualdad laboral entre mujeres y varones. Ante cierta resistencia en los sectores conservadores, el gobierno dejó en claro que era nacionalista y socialista, no comunista, estrechando relaciones con Patiño y Aramayo. Pero también estableció un vínculo especial con el gobierno de Benito Mussolini, quien envió una comisión para cooperar en la reorganización de la policía boliviana, mientras un grupo de oficiales (la mayoría radepistas) fueron a Roma para un curso de Estado Mayor. La logia secreta recibió al Capitán Gualberto Villarroel, reconocido por sus virtudes militares y patriotismo. Belmonte y Villarroel visitaron al Tcnl. Germán Busch, en calidad de amigos y camaradas, para reafirmarle el apoyo de la oficialidad para que él asuma la

Presidencia de la República dentro de cuatro años. Entre tanto, como la estabilidad de Toro descansaba en la oficialidad que respondía a Busch, debía éste influir en el ánimo presidencial para emprender tareas que consideraban impostergables, entre ellas la creación de una entidad estatal que tome control de la riqueza petrolera boliviana. A raíz de ello, el 21 de diciembre de 1936, el gobierno del Presidente Toro suscribió un decreto supremo creando Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), estableciendo que “los hidrocarburos naturales pertenecen al Estado, en cualquier forma en que se hallen, siendo el Poder Ejecutivo el único que puede disponer de ellos, según las mejores conveniencias de la Nación”. Oscar Únzaga recibió complacido la noticia en Cochabamba, ciudad a la que había llegado para pasar la Navidad con su madre y su hermano, comprobando la euforia que esta noticia generó en la población, toda vez que se consideraba al petróleo como la causa principal para la infausta guerra reciente. El tema que concentró la atención de Camilo y Oscar, en esos días de vacación, fue la situación en España. La violencia entre bandos enfrentados (anarquistas, comunistas, socialistas, liberales, nacionalistas, monárquicos, autonomistas vascos, etc.) se expresó en terrorismo, incendios de iglesias, matanzas de obreros y religiosos. En julio de 1936 fue asesinado del diputado derechista José Calvo Sotelo, lo que derivó en el alzamiento del Gral. Francisco Franco y el inicio de la Guerra Civil. La derecha asesinó al célebre poeta Federico García Lorca y los comunistas hicieron lo propio con el líder de la Falange, José Antonio Primo de Rivera. El conflicto se internacionalizó. El 17 de marzo de 1937, estimulado por Busch (y éste por RADEPA), el Presidente Toro dio un paso atrevido nacionalizando la riqueza petrolera, revirtiendo las concesiones de la Standard Oil Co. y entregándolas a YPFB. La medida obedecía también al hecho de que la empresa de la familia Rockefeller tuvo una actitud infame al negarse a colaborar a Bolivia en situación de guerra y contrabandeó

petróleo a la Argentina, aliada del Paraguay. El impacto de esa decisión fue mundial e inclusive inspiró a los revolucionarios mexicanos que tomaron poco después una medida idéntica a la boliviana. Pero luego de la faena que le valió al Presidente Toro el apoyo del país, éste descuidó visiblemente sus responsabilidades y pese a su popularidad, los miembros de RADEPA llegaron a la conclusión de que éste se había entregado a la dolce vita, abandonando el Palacio Quemado -entonces oficina y residencia presidencial- y nadie conocía su paradero. Descubierto de parranda con amigas y confidentes en el balneario de Urmiri, ardió el estamento militar y Toro debió retornar presuroso a La Paz el 13 de julio, donde se enfrentó cara a cara con los radepistas que le impusieron su renuncia. De manera que Germán Busch se convirtió en el mandatario más joven de la historia de Bolivia. Oscar Únzaga, se sintió apremiado por los acontecimientos: quizás era la guerra o el signo de los tiempos que obligaba a realizar todo más temprano. El Dr. Salamanca tenía 64 años al momento de jurar a la Presidencia; Busch 32 y en ese corto lapso pasó de niño a soldado, héroe, padre de familia y conductor de la nación, por muy discutida que fuese su presencia en el Palacio Quemado. ¿Era el tiempo cada vez más corto? ¿Cuánto tiempo tenía Oscar para cumplir su misión? En sólo meses sucedía lo inimaginable en Bolivia; había partidos políticos socialistas, comunistas, nacionalistas todos nuevos y un Presidente que en circunstancias normales apenas tendría el grado de Mayor. Había que tomar atajos y acelerar la marcha. Únzaga decidió apresurar también sus pasos para su proyecto personal en cuyo diseño les había otorgado un tramo más largo. Desde sus primeros tiempos en Santiago, se relacionó con la comunidad estudiantil boliviana y ejerció sobre una parte de ella un interés natural e inclusive liderazgo. Seleccionó de todos ellos a los que parecían más afines con su propio pensamiento, incitándoles al debate sobre lo que sucedía en el país ausente y en el mundo que

vivía un singular momento de transformación. Alemania de pie nuevamente, despreciaba el Tratado de Versalles, restablecía el servicio militar y reactivaba la industria bélica. Tropas italianas tomaban Etiopía. Mao se lanzaba a la Gran Marcha del Ejército Rojo hacia el norte para atacar al Ejército Japonés. En América se escenificaba una revolución nacionalista con relieves inéditos, aunque distintos en cada país; Getulio Vargas gobernaba Brasil a la cabeza de un proceso nacionalista; en México el Presidente revolucionario Lázaro Cárdenas concretaba la nacionalización del petróleo. Pero lo que sucedía en la Argentina ejercía especial fascinación. El conservadurismo argentino se batía en retirada, mientras la doctrina social de la Iglesia, alentada por la Unión Cívica Radical, proyectaba un nacionalismo integral frente a las ideas disociadoras del comunismo y el anarquismo llegadas con la inmigración. Más allá de las soluciones planteadas por la Iglesia Católica, surgió otra postura, más intransigente, que se expresó en la Patria Fuerte de Leopoldo Lugones y que encontraba correlato en el “fascismo de izquierda” del ideólogo Manuel Gálvez. Los revolucionarios organizados en grupos paramilitares con denominaciones como “Legión Cívica” o “Alianza Nacionalista”, se lanzaban a las calles para pelear por la justicia social y proponían el Estado Corporativo que debía dar trabajo, equidad en el salario, vivienda decorosa y salud física al obrero. La suya era una revolución fascista en la que los obreros eran imprescindibles y que, en los próximos años, se expresaría vivamente con Perón. Los universitarios bolivianos en Santiago, convocados por Únzaga, analizaron en detalle cada una de estas propuestas. El principal factor común en aquel grupo era la posición doctrinal de la Iglesia Católica y el convencimiento de que el liberalismo era una propuesta agotada. Entre las variantes del comunismo y del nacionalismo, no había donde perderse. Pero estaba fuera de lugar una aproximación al fascismo italiano cuya esencia era la exaltación del Imperio Romano y mucho menos al nacionalsocialismo alemán cuya base de sustentación era la raza aria.

¿Cómo adaptar las ideas del nacionalismo a la realidad específica boliviana? Únzaga pensaba que el sustento humano de la patria era el indio. Le parecía insuficiente la idea de incorporar al indio a la sociedad boliviana, como planteaban los sociólogos marxistas y se preguntaba: ¿cómo se puede incorporar a la nacionalidad boliviana a quienes son la nacionalidad misma? De manera que la tarea inexcusable, que deseaba asumir, era fortalecer esa identidad nacional de Bolivia y concretar la unidad étnica y regional, como punto de partida para reorganizarla política y socialmente. Pero ¿cómo insertar al nuevo país en la geografía política de un mundo en proceso de cambio? La respuesta no podía estar en Moscú, tampoco en Nueva York ni en Berlín. Y los bolivianos en Santiago hallaron en el ibero americanismo la conexión natural, emotiva y vital de Bolivia con la región, cuya integración era el futuro. Forjadas sus mentes en el yunque de la Guerra del Chaco con sus héroes y tumbas, adversarios radicales de las ideas comunistas, jóvenes, creyentes, patriotas y románticos, los integrantes de aquel grupo humano determinaron dar curso a sus anhelos y esperanzas a través de un partido político inédito. Lo fundaron el 15 de agosto de 1937 en la antigua sala de la casona de la calle Lastarria Nº 323, donde Oscar tenía su habitación y lo llamaron FALANGE SOCIALISTA BOLIVIANA.

 

IV - LA GESTA FALANGISTA (1937-1939)  

Q

ueremos que en cada recodo del camino haya un sacerdote que bautice, un maestro que enseñe y un soldado que defienda”. Con esta máxima lanzaba Oscar una primera plataforma ideológica, producto de su propia experiencia. “Un sacerdote que bautice”, alusión a la fe primigenia que recibió de su madre. “Un maestro que enseñe”, expresión de amor a la docencia y al haber sido, él mismo, un profesor precoz en los duros años de la guerra, cuando siendo adolescente, contribuyó al sustento familiar practicando la enseñanza. “Un soldado que defienda”, en reconocimiento a lo que fueron su padre y su hermano Alberto, quien dejó su cuerpo en el Chaco en una mortaja de caqui. Sobre ese armazón esencial de sentimientos profundos, los fundadores de Falange Socialista Boliviana construyeron su partido. Ellos eran, además de Oscar Únzaga, Hugo Arias, Germán Aguilar Zenteno, Guillermo Köenning y Federico Mendoza, todos universitarios bolivianos en Chile. Köenning, cruceño descendiente de alemanes, compañero de curso de Oscar en la Facultad de Agronomía, tenía la misma edad del líder falangista, 21 años.[51] En igual situación se encontraban Germán Aguilar Zenteno y Hugo Arias Barrera estudiantes de Medicina y Federico Mendoza de Construcciones Civiles. Ellos suscribieron el primer manifiesto falangista: “Hacemos el balance de nuestra vida republicana y sentimos sobre nuestros hombros el peso abrumador de un pasado de errores y un presente de vergüenzas. Nuestras fuentes de riqueza permanecen inexplotadas o succionadas por capitales extranjeros que no benefician al país. Las regiones y pueblos de nuestra república desmembrados geográfica y espiritualmente por la falta de caminos. El regionalismo minando la unidad nacional, única base de todo engrandecimiento.

Anulado el prestigio internacional de Bolivia, la economía sin firmeza ni orientación científica, sin comercio y sin industrias, sin universidades ni escuelas, la sucesión de períodos presidenciales no significa para Bolivia otra cosa que una larga y trágica comedia de improvisaciones y desgobiernos que llevan al país al desastre. Finalmente, la etapa histórica del ayer viene a concluir en la horrenda hecatombe del Chaco, la ausencia de un espíritu nacional, la quiebra de nuestras instituciones y el relajamiento del deber ponen un punto final sombrío y estéril a una serie larga de fracasos. Pero la guerra al fulgor de la metralla y al calor de la sangre vertida enciende lámparas votivas en los corazones jóvenes. La postguerra tiene que darnos una Patria Nueva, una Patria más Grande y más Justa. El holocausto de todos los bolivianos que encontraron la muerte en los arenales del Chaco no puede quedar estéril. Las osamentas de nuestros hermanos se alzan en el silencio de sus tumbas para pedirnos que amasemos con su sangre y con sus huesos los cimientos de la Patria Nueva. Por las cenizas de nuestros padres que nos dieron libertad, por los despojos frescos de nuestros hermanos que nos han dado honor y por nuestro íntimo y apasionado patriotismo, juramos consagrarnos por entero y por siempre a Bolivia…” Únzaga dijo que FSB nacía “del dolor moral de la Patria vencida”, puntualizando que los partidos políticos no nacen por generación espontánea, sino que son fruto de un determinado acontecer popular; “fluyen de las células espirituales de una nación, en un momento dado de su existencia y la juventud, que es vida,

esperanza y porvenir, los nutre y encarna”. Recibió casi en seguida una carta de su hermano Camilo alentando la tarea que iniciaba: “Hoy que te veo emprender una empresa, te digo si vas a reservar lo más mínimo para otra cosa que no sea tu propósito, que no sea la realización de tu ideal, renuncia a él ahora que aún es tiempo, porque al ideal hay que entregar la personalidad toda, sin la menor exclusión y sin el más breve aminoramiento”. Oscar consideró esta recomendación como una orden, tan fraternal como perentoria, y se propuso seguirla sin la menor dubitación. Ante los adversarios inmediatos que salieron al paso del nuevo partido, acusando a sus integrantes de pertenecer a corrientes fascistas, explicó el porqué de la denominación de su partido. Falange, vocablo tomado de las antiguas falanges macedónicas, base unitaria de los grandes ejércitos helénicos. Socialista y cristiana para luchar por la justicia social. Boliviana, inspirada en un profundo fervor patriótico y nacionalista, como lo expresaba el Decálogo Falangista:

1. Ama a tu patria por sobre todo egoísmo. 2. Conságrate absoluta y eternamente a nuestra gran causa, que es la causa de Bolivia. 3. Respeta las convicciones religiosas. 4. Haz conciencia de la disciplina, que es la subordinación de la persona al servicio de la colectividad. 5. Cumple el deber por amor al deber y no a la recompensa. 6. Desdeña la vida si la sacrificas por un ideal. 7. Supérate cada día porque los obreros de las grandes causas primero son constructores de sí mismos. 8. No retrocedas ni seas cobarde. 9. Sé digno, leal y ten voluntad de sacrificio. 10.                     Desprecia la vida cómoda; UN FALANGISTA es, ante todo, un luchador. ¡Lucha y vencerás!   Este decálogo constituía, en sí mismo, un programa de principios. Los primeros falangistas se dieron inicialmente el trato de “compañeros”, instauraron un saludo consistente en levantar el brazo derecho perpendicularmente al tronco, el codo en ángulo recto, la mano abierta a la altura de la cabeza, la palma al frente, pronunciando la palabra “SABER”. Este saludo tuvo vigencia sólo entre los compañeros fundadores históricamente agrupados en la Célula I, probablemente Inicial, para otros autores Célula Primera. Cabe destacar que cada uno de los fundadores asumió para sí un número en la nomenclatura básica falangista. El número 1 correspondió a Òscar Únzaga de la Vega. Luego de sus otros cuatro compañeros, el número 6 lo adjudicaron a Luis Gutiérrez Gutiérrez, estudiante igual que todos ellos, hermano mayor de Mario, radicando ambos en Santiago. Mientras ello sucedía en Santiago, otros jóvenes iniciaban un recorrido similar en Cochabamba, donde Carlos Puente La Serna y Eduardo del Portillo fundaron Acción Nacionalista Boliviana, agrupando a jóvenes profesionales admiradores del nacionalismo, uniéndoseles Roberto Prudencio, Ismael Castro, Raúl Gamarra, y muchos otros. Se consideraban a sí mismos nacionalsocialistas,

instituyeron el saludo abiertamente romano con el brazo derecho y la palma levantados, pronunciando la expresión “¡Por Bolivia!”. Realizaban movilizaciones vistiendo colanes azules y botas negras, adoptaron como emblema un cóndor con las alas desplegadas sobre un mapa de Bolivia en color púrpura y siguieron de cerca las alternativas de la Guerra Civil Española, desde la perspectiva de las fuerzas nacionales. Puente y del Portillo eran hijos de padres españoles y madres bolivianas. El hermano mayor de Puente, Ricardo Puente La Serna, organizó ANB en La Paz con Gustavo Stumpf, Jorge Alvéstegui, Jorge Arce, Jorge Núñez del Arco, entre otros en su mayoría adolescentes. Stumpf, líder natural de esa organización, había nacido en La Paz el 26 de octubre de 1921, quedando huérfano a los tres años al morir su madre, Rosa Belmonte Pol. Su padre, Hugo Stumpf Bascón, hijo de un ciudadano alemán, luchó en la Guerra del Chaco.  Paralelamente se institucionalizaba la Legión de Excombatientes (LEC), nombrando Jefe Supremo Legionario a Germán Busch y varios lugartenientes legionarios, entre ellos Víctor Andrade, Raúl Espejo, Roberto Prudencio, Hugo Salmón, José Luís Johnson, Oscar Arauz, Juan Valverde, Mario Anze, Carlos Pacheco, Roberto Jordán Cuéllar y otros. En el último trimestre de 1937 resultaba claro que en el gobierno boliviano se medían tendencias contrapuestas. Simón I. Patiño había logrado acercarse al Presidente Busch, quien alejó de su entorno a Carlos Montenegro, el duro ideólogo nacionalista, quien fue enviado a Buenos Aires en misión oficial. Pero, al mismo tiempo, el gobierno creó por decreto el Banco Minero, como un primer paso para controlar la actividad extractiva, generando la adhesión de personajes que militaban en el proceso de cambio. El régimen convocó a elecciones de senadores y diputados a realizarse en marzo de 1938. Los electos conformarían una Convención Nacional encargada de aprobar una nueva Constitución Política del Estado y elegir Presidente y Vicepresidente de la República. Desde luego, la idea era que el elegido sea el propio Germán Busch, proclamado por la Legión de Excombatientes. Pero todo era confuso.

Semanas antes de la elección, Oscar Únzaga retornó al país junto con Federico Mendoza para pasar unos días con sus respectivas familias y observar de cerca el clima político reinante. La Junta de Gobierno había manifestado “inquebrantable adhesión a los principios del socialismo boliviano, cuyos postulados patrióticos encarna el Tcnl. Germán Busch”,[52] Un Departamento Nacional de Propaganda trataba de imponer el monopolio informativo generando una dura controversia con los diarios independientes. Fascistas italianos reorganizaban la Policía Boliviana. Un combatiente alemán, Otto Berg, célebre espía en favor de Bolivia durante la guerra asumía una jefatura policial para convertirse en feroz represor. Detrás de Busch estaba la LEC. Para completar el confuso cuadro, el trotskista Tristán Maroff se apegó al régimen y el empresario Alberto Palacios, hombre de la derecha, asumía una cartera de Estado.  El ambiente creado en La Paz no agradó a Únzaga y así lo expresó a quienes reencontró en su ciudad natal. El 11 de febrero de 1938, Únzaga y Mendoza reunieron a un grupo de sus seguidores para dar curso a la Célula B de Falange Socialista Boliviana en Cochabamba. Participaron Antonio Anze Jiménez, Mario Aguilar Zenteno, Luís Céspedes Barbery, Alfonso Balderrama, Humberto Castedo Leigue, Efraín Capriles López, Mario López, Jaime Prudencio Cossío, José Palomo, Florián Ríos, René Saavedra Antezana, Roberto Sánchez, Germán Céspedes y Manuel Veizaga. Anze Jiménez asumió la Secretaría Regional de FSB. La creación de la primera célula falangista en territorio boliviano -segunda en su historia- se realizó en el propio domicilio de la familia Únzaga, en la calle España. Aunque Oscar respetaba la figura y la leyenda de Busch forjada en el Chaco, no estuvo de acuerdo con la situación planteada por el esquema revolucionario, pues algunos de sus seguidores creían estar en la antesala de una revolución bolchevique y otros parecían ansiosos por reproducir el ambiente vigente en Berlín. Únzaga estaba lejos de lo que pretendían los promotores de esa revolución y tal sentimiento obedecía también a la categórica oposición al

nazismo alemán en la Santa Sede, por la persecución desatada en Alemania contra los católicos. El tema creó una situación paradojal en el panorama político europeo, pues en ese momento, la Guerra Civil Española se internacionalizaba. 17.000 camisas negras italianos y unos siete mil combatientes alemanes luchaban a favor de las tropas nacionales, mientras miles de “turistas armados” llegaban semanalmente para engrosar las brigadas internacionales que iban a combatir por la República, incluidos aventureros yanquis y militares rusos. En el lado controlado por los comunistas se fusilaba a sacerdotes y monjas; un tercio de los obispos españoles y miles de religiosos y fieles fueron asesinados, destruyéndose unos veinte mil conventos e iglesias.[53] El Generalísimo Franco defendía la Fe Católica con la ayuda de Hitler, un pagano. La República, aliada de los catoliquísimos vascos, recibía ayuda del ateo Stalin. Y a su vez Hitler y Stalin perseguían a los católicos en sus respectivos países, al punto que Pio XI publicó la célebre encíclica Mit brennender Sorge (Con ardiente preocupación), en cuya redacción participó el cardenal Eugenio Pacceli, futuro Papa Pio XII, condenando al nazismo. El documento fue enviado en secreto al Obispo de Berlín e impreso en doce imprentas para ponerlo en circulación a través de las iglesias alemanas, generando la reacción furibunda de la Gestapo. El Papado denunciaba a Hitler por su neopaganismo, la concepción racial del nazismo y su “culto idolátrico a la la tierra y la sangre … que pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios”.[54] Al respecto, el Dr. Jorge Siles Salinas, quien tuvo largas conversaciones con Oscar Únzaga en años posteriores, refiere un pasaje que explica el pensamiento del caudillo falangista: “Con Oscar hablábamos de política, de la conspiración mundial del marxismo, lo que podía representar el avance del comunismo desde la Unión Soviética, pero también sobre la amenaza de la Alemania nazi, del peligro de una guerra mundial, de la situación de

Portugal y el régimen de Oliveira Salazar, que dio apoyo a Franco. Oscar pensaba que el totalitarismo alemán e italiano eran diferentes, pero que el apoyo de ambos a Franco era una reacción natural contra el comunismo y cuanto éste significaba, es decir el terror, la dictadura del proletariado, el partido único, etc. Dos fuerzas totalitarias en conflicto, mientras desaparecía la democracia. Pero el nazismo era un peligro para el mundo occidental porque apuntaba a la desaparición de la libertad, de la democracia, de lo que se había ganado durante siglos a través de la formación de Estados modernos, apegados a la ley y al sistema constitucional. Únzaga repudiaba al nazismo y algo le simpatizaba el régimen fascista de Mussolini, que atrajo a muchos bolivianos, sobre todo militares de la funesta logia RADEPA, algunos de los cuales fueron a Italia y volvieron admirados por el sistema corporativista exento del terrorismo brutal y la negación de todos los derechos que caracterizó al nacionalsocialismo alemán, contrario también al espíritu cristiano, por la visión ideológica heredera de Nietzsche contraria al catolicismo y al cristianismo en general…” Oscar Únzaga conoció al Capitán Elías Belmonte en aquellos días de marzo de 1938. El líder de Radepa quería saber quién era ese joven que hablaba apasionadamente de la patria y tenía seguidores que empleaban el saludo romano en las calles cochabambinas. El encuentro no defraudó a ninguno, salieron a flote coincidencias, pero también diferencias. Únzaga no creía que Busch pudiera encabezar la revolución que debía cambiar a Bolivia. Belmonte encontró a Únzaga inteligente, sincero y sobre todo incontaminado de todo cuanto fuera el pasado político nacional. Y en un rapto de entusiasmo, le reveló la existencia de una conjura contra el país que pretendía entregar la riqueza petrolera al Brasil, dejando intrigado al joven líder falangista.[55]

Antes de volver a Santiago, Únzaga les dijo a sus compañeros que la hora de actuar en política aún no había llegado. La edad de los falangistas bordeaba los 21 años y el desordenado proceso inicial de postguerra, que no les correspondía, iba a demandar de por lo menos una década. Mientras acumulaban conocimientos y vivencias, quedaron en libertad de votar de acuerdo con sus conciencias en las inminentes elecciones para elegir convencionales, aunque ni republicanos genuinos ni las candidaturas socialistas y populares podían representarlos.  Los comicios se realizaron el 13 de marzo de 1938 y allí aparecieron los nuevos protagonistas de la política boliviana como Walter Guevara Arze, Víctor Paz Estenssoro, Roberto Jordán, Augusto Céspedes, Nazario Pardo Valle, Carlos Medinaceli, Augusto Guzmán y otros. La Convención instalada en mayo bajo el alero del “socialismo militar”, fue un concurso entre quienes se creían más revolucionarios que el resto y hubo maratónicos discursos centrados en los temas del momento, como el nuevo régimen indigenal o el monopolio de la exportación de minerales por el Estado. Pero allí apareció por primera vez la presencia de sectores sociales hasta entonces invisibles. Aquella asamblea nacional concentró a la derecha más conservadora, la izquierda radical, los nacionalsocialistas, hubo diputados obreros e inclusive sacerdotes. La Convención debía constitucionalizar el esquema militar de gobierno y fue obvia la elección de Germán Busch como Presidente, teniendo como Vicepresidente a Enrique Baldivieso, líder éste de un grupo del que formó parte el joven Gonzalo Romero. Oscar quedó preocupado porque era precaria la salud de su hermano Camilo y eso afectaba a Rebeca. Sin embargo, Camilo no dejó de escribirle largas cartas transmitiéndole, junto a su amor fraternal, palabras de aliento para las tareas políticas que reemprendió en la capital chilena donde otros acontecimientos se sumaron a las experiencias del joven caudillo que se reunió con sus compañeros de la Célula I para informarles de los acontecimientos de la patria. Les dio detalles de la creación de FSB en Cochabamba y decidieron hacer esfuerzos para seguir ampliando la militancia

local e imprimir un periódico al que denominaron SABER. El acróstico correspondía a la frase Saludemos A Bolivia Engrandecida y Renovada. Mientras los falangistas de la Célula I lanzaban el primer número de SABER el 6 de agosto de 1938 en Santiago, los de la Célula B de Cochabamba realizaron una velada en el Teatro Achá que logró enorme éxito por el mensaje implícito en la obra. Los falangistas cochabambinos redactaron un libreto que reflejaba la trágica situación del indio, demandando la reflexión de la ciudadanía sobre esta realidad lacerante. Las actividades de los falangistas reflejaban una labor de conjunto, en ninguna existía protagonismo personal y se renunció a todo afán de figuración. Inclusive internamente, un número sustituyó al apellido, de modo que las críticas y adhesiones no podían ser a las personas sino a los credos. “No debían preguntarse quiénes éramos, sino qué pensábamos”, escribió posteriormente Mario Aguilar Zenteno. Pero esa situación no buscaba velar la calidad de falangistas, pues en las calles ellos ya llevaban la insignia de FSB y exteriorizaban el saludo de reconocimiento, unas veces provocando estupor y otras risas, expresión de la resistencia con que los paisanos suelen recibir lo nuevo. El falangismo en Santiago empezó a ampliar su militancia. Mario R. Gutiérrez relata que su hermano Luís lucía en la solapa una insignia que llevaba una antorcha brillante sostenida por una mano vigorosa y coronada por un sol naciente donde se leían tres letras: FSB. En el fondo de la antorcha lucían los colores de la tricolor boliviana y un cielo azul bajo el sol naciente. Cuando le preguntó por su significado o si era el emblema de alguna sociedad secreta, el hermano le dijo “algún día sabrás de qué se trata”. El 6 de agosto de 1938, el Embajador Hernando Siles ofreció un coctel en el Día de la Independencia de Bolivia, al que fueron invitados varios estudiantes universitarios bolivianos. En la puerta de la residencia diplomática, un grupo de jóvenes distribuía el periódico SABER recién editado. Con Efraín Mollinedo, su compañero de cuarto y de curso en Medicina, leyeron aquellas hojas impresas de principio a fin. “Se

hallaba henchido de patriotismo y rezumaba una mística de lucha capaz de estremecer a cualquier joven”, relata Gutiérrez. Días más tarde, Gutiérrez y Mollinedo fueron invitados a escuchar una exposición en la habitación de Oscar Únzaga a quien conocieron. Mario R. Gutiérrez relata esa experiencia con estas palabras: “Eran pocos los presentes. Se los podía contar con los dedos de la mano en el cuarto de Únzaga, consistente en una cama, varias sillas, libros y una bandera boliviana sobre una mesa. El líder falangista explayó una nueva doctrina a modo de un mensaje de fe para los bolivianos. Lo hizo con pasión, en forma vehemente. Su voz era cálida, arrulladora y vibrante. Muchas veces en mi vida volvería a oír ese timbre de voz que estremecía a las multitudes e inundaba de valor y decisión a la juventud. Quedamos de dar pronto nuestra respuesta a la invitación que se nos hacía para incorporarnos… A la vuelta de pocos días, tal era nuestra impaciencia por pertenecer a la flamante causa patriótica, que anunciamos nuestra decisión de aceptar…” [56] Únzaga les tomó el solemne juramento: “¿Juráis por Dios, por la Patria y vuestro honor de bolivianos, consagrar vuestras energías y vuestra vida al servicio del ideal revolucionario de Falange Socialista Boliviana para lograr una Patria Grande y Justa?” Tras besar la cruz ingresaron en calidad de milicianos, que constituían una categoría de prueba. Mollinedo pasó a ser el Nº 16 y Gutiérrez el Nº 17 de la Célula I. Cuando preguntaron por qué sólo había 12 presentes, se les explicó que varios compañeros habían abandonado la causa y a otros se los había retirado por indisciplina y falta de pago de cuotas. [57]

Ese puñado de universitarios bolivianos, empujados por la fe patriótica apasionada que les transmitió su líder, entregaron buena parte de su tiempo para publicar su periódico y reunirse en la

habitación de la calle Lastarria, donde consumiendo grandes cantidades de cigarrillos y café discutieron, redactaron, y aprobaron el primer Programa de Principios de FSB concebido en los siguientes términos:

PROGRAMA DE PRINCIPIOS DE F.S.B. Falange Socialista Boliviana es un Movimiento Popular que congrega en sus filas a todos los bolivianos que luchan por forjar una Patria Grande y Justa. Exige en su organización interna un riguroso concepto de disciplina como subordinación consciente del individuo a 1a realización de un fin colectivo y un sistema de jerarquía, basado en la selección del más apto. Estos dos conceptos inspiran 1a estructuración del NÚEVO ESTADO BOLIVIANO organismo eterno y supraindividual que represente totalmente a la Nación y cuya suprema misión no es esporádica en el tiempo y en la historia, sino que tiene la responsabilidad de eslabonar una continuidad armónica en el destino de 'las generaciones pasadas, presentes y venideras, que excluye la indisciplina social representada por dos formas políticas, 1a desorganización anárquica, producida por el relajamiento del principio de autoridad y la entronización de tiranías oligárquicas y caudillistas. El sistema jerárquico suplirá los privilegios clasistas o de grupo dando opción a cualquier boliviano a ocupar el puesto que su capacidad le asigne. Será gobierno de un nuevo sentido democrático; no el derecho político de los más en servicio de los intereses de los menos, sino el deber político de las minorías en servicio del pueblo todo. Bajo los principios de ORGANIZACIÓN, JUSTICIA y SOLIDARIDAD, el Nuevo Estado Boliviano será un organismo integral que, basado en la voluntad de ser una nación, subordinará los intereses personales, de grupo o de clases al supremo interés de la bolivianidad y

podrá cumplir el amplio programa de reconstrucción integral a que aspira para realizar. 1.- La Grandeza de Bolivia. Amamos a Bolivia por encima de todo egoísmo. Creemos en el destino eterno de nuestra nacionalidad y en nuestra misión histórica de hacer resurgir en América una Bolivia enaltecida y gloriosa. Luchamos por engrandecer y dignificar la Patria. 2.- La Creación del Alma Nacional. Restaurando la fe en el destino de nuestro pueblo, formaremos un alma nacional inspirada en la tradición de las grandezas y virtudes colectivas, en la identidad de un arte y una cultura propios y en la estima de nuestras posibilidades como Nación. 3. La Unidad de la Patria. Sólo concebimos la Bolivia Única por la vinculación espiritual y material de los pueblos. Es criminal todo intento de romper la unidad nacional. Morirá para siempre la Bolivia desmembrada y regionalista. 4.- La Solución Integral de nuestros Problemas. Nuestra solución revolucionaria será integral. No admitimos transacciones políticas ni remedios unilaterales ni parciales. Forjaremos la conciencia y el destino colectivos íntegramente. 5.- La Falange Como Movimiento Social. No constituimos un mero partido político. Movilizaremos y fortaleceremos todas las energías espirituales, culturales y económicas de la Nación. Nuestra visión social nos hace concebir a Bolivia expresada auténticamente en el florecimiento de todas sus posibilidades. 6.- El Trabajo de Todos Bajo un Régimen Orgánico.

Nuestra Patria será para todos los bolivianos, sin privilegios de clase. Todo boliviano se sentirá partícipe de la tarea de crear una Patria y de la alegría y ennoblecimiento que ella le proporcione. El individuo participará de la unidad orgánica del Estado, mediante un régimen corporativo en que cada uno desempeñe su función de acuerdo a la calidad y especialización de su trabajo. 7.- El Imperio de la Justicia Social Dando a todos los hijos de Bolivia bienestar moral y económico. Fomentaremos la explotación de nuestras fuentes de riqueza solidarizando 1os factores de la producción y organizándola de acuerdo al interés colectivo, haciendo imposible la explotación del hombre por el hombre y la lucha de clases. 8.- Un Nuevo Orden Económico. Todo boliviano tiene la obligación de trabajar y producir. El trabajo y la producción deben beneficiar a la colectividad entera. Combatiremos la inmovilidad y la fuga de capitales, la hipertrofia del poder financiero de los potentados y se nacionalizarán progresivamente las principales fuentes de producción. 9.- La Redención del Indio. El indio es la raíz de la nacionalidad. Un plan de reforma agraria 1e dará su liberación económica, y un plan educacional, su calidad de dignidad humana. Haremos del campesino un ser apto para cumplir una función social consciente en el Nuevo Estado Boliviano, habilitándolo para un trabajo técnico rural y para su emancipación cultural. 10.- La Educación ya la Cultura. Reformaremos la educación pública. Crearemos la Nueva Universidad Boliviana con la misión

transcendental de preparar generaciones que completen la obra de edificación de una Patria Grande. Socializaremos la cultura, de modo que todos tengan las mismas posibilidades para desarrollar sus aptitudes y aspiraciones. Nuestro movimiento redimirá a Bolivia por el estudio, el trabajo y la honradez. 11.- El Problema Moral. Consideramos como factor principal de nuestra decadencia colectiva, el relajamiento de los principios morales del individuo. Extirparemos la inmoralidad funcionaria y el desenfreno de los apetitos, para formar un pueblo austero, consagrando al cumplimiento de sus deberes y a la superación de su destino. 12.- La Cuestión Religiosa. Defenderemos la más absoluta libertad de conciencia y culto, no reconociendo el Estado ninguna religión oficial. Reconoceremos la influencia moralizadora de las creencias religiosas. No permitiremos la intromisión de organismos religiosos en política y no los excluiremos de las obligaciones que tienen cornos integrantes de la colectividad. 13.- La Integridad Nacional. Exigiremos la solución definitiva de nuestros problemas territoriales y de nuestro enclaustramiento geográfico. Para ello confiamos en una nueva conciencia internacional y en nuestra propia fuerza y voluntad de hacer triunfar nuestro derecho.

14.- Nuestro Estilo Revolucionario. Lo que distingue a Falange es su estilo revolucionario. Sus hombres prefieren los métodos decisivos y enérgicos y aprecian, sobre todo, la capacidad de sacrificio. La Falange despertará las energías vitales del país adormecidas hoy y alistará a todas las fuerzas de la Nación o con la Falange o contra la Falange. 15.- Nuestra Doctrina Futura. Alrededor de estos principios básicos, la FSB faccionará (sic) progresivamente un cuerpo de doctrina, inspirada en y para Bolivia. En lenguaje inequívocamente revolucionario, pese a la juventud e inexperiencia de esos 12 falangistas, ellos proyectaron, en 1938, la reforma agraria que sólo se concretó tres lustros más tarde. La nacionalización progresiva de las principales fuentes de producción, la socialización de la cultura, la solución definitiva del enclaustramiento marítimo, son temas que se están planteando todavía en el siglo XXI. Entre tanto en Bolivia, la Convención Nacional aprobó la nueva Constitución Política en la que el Estado asumió la responsabilidad de la salud y la educación, tomó el control de la economía, limitó el derecho a la propiedad privada y puso fin al sistema liberal. Sin embargo, Germán Busch, nombrado Presidente Constitucional, prohibió por decreto la difusión de ideas comunistas. Rubricó el Primer Código Boliviano del Trabajo, estableciendo el trabajo semanal de 48 horas y la prohibición de trabajo para menores. Creó el Departamento Pando y estableció el régimen de regalías en favor de los departamentos productores de petróleo. Se estableció en el país una Misión Militar Italiana. Lo que había en Bolivia era una versión local del “fascismo de izquierda”, fuertemente obrerista. En ese momento, el fascismo gozaba de buena reputación e inclusive Sir Winston Churchill, demócrata y conservador a carta cabal, fue uno de los admiradores de Benito Mussolini.[58]

El Presidente Busch rearticuló la maquinaria militar, fuente de su gobierno. El Jefe del Estado Mayor, Gral. Peñaranda pasó a retiro, siendo reemplazado por el Gral. Carlos Quintanilla. En esa instancia se registró un hecho marginal que tendría efectos en el futuro. El Ejército del Reich Alemán cursó una invitación para que una delegación, integrada por los mejores alumnos del Colegio Militar, realizara una visita a institutos militares alemanes, participara de un desfile e inclusive conociera al fuhrer Adolf Hitler. Conocida la nómina de los seleccionados, el brigadier mayor Juan José Torres Gonzales, que no estaba en la lista, se atrevió a reclamar al Gral. Quintanilla. “No sé por qué he sido excluido si soy el mejor alumno de mi curso, mi General”, fundamentó al cadete que, como todos sus compañeros, admiraba al nacionalsocialismo y tenía un legítimo anhelo de ver con sus propios ojos el renacimiento alemán. Quintanilla, un militar de viejo cuño, le advirtió secamente que no iría, aunque reclame. Cuando Torres se atrevió a preguntó “¿por qué, mi General?”, la respuesta del comandante fue brutal: “¡por feo!”, dejando en el cadete una sensación de amargura que conservó por el resto de su vida.[59]   En septiembre de 1938, Oscar tuvo una terrible experiencia en Santiago, que en esos días se agitaba ante la proximidad de las elecciones. Gobernaba el derechista Arturo Alessandri, quien empleaba el aparato estatal para conservar el poder con su candidato Gustavo Ross. A él se enfrentaban el exmandatario militar, Gral. Carlos Ibáñez y el izquierdista Pedro Aguirre Cerda por el Frente Popular. Al Gral. Ibáñez lo respaldaban varios grupos independientes y también el Movimiento Nacional Socialista de Chile, ese partido nazi dirigido por el diputado Jorge González von Marees, admirador de Hitler, en un momento en que el alemán aún no era el monstruo racista en que se convirtió años después. El 5 de septiembre, Oscar acababa de almorzar cuando percibió fuertes explosiones. Salió a la calle y le dijeron que el Ejército había tomado el edificio de la Universidad en la Avenida Bernardo O’Higgins. Con Germán Aguilar cubrieron las pocas cuadras hasta el lugar. En efecto, los gruesos portones de la antigua casa de

estudios habían sido destrozados por piezas de artillería del Regimiento Tacna. Se enteraron de que una treintena de jóvenes nacionalsocialistas ocuparon ese medio día el edificio, tomando al rector como rehén, mientras otro grupo ingresó al Edificio de la Caja de Ahorro Obrero, a dos cuadras del palacio presidencial, en el inicio de un golpe de estado a favor del Gral. Carlos Ibáñez, con el que estaba comprometido el Ejército. Un tercer grupo había tomado una radioemisora, pero ésta quedó inhabilitada. Carabineros rodearon Ahorro Obrero emplazando ametralladoras y abrieron fuego sobre el sexto piso, donde se atrincheraron los rebeldes; los uniformados ingresaron al edifico y recuperaron hasta la tercera planta. Simultáneamente, fuerzas militares llegaron a la Universidad, sus ocupantes supusieron que el golpe se había consolidado, comprobando que no era así cuando los soldados se abrieron paso a cañonazos y los apresaron. Pero el asunto no quedó ahí; los detenidos fueron conducidos a la oficina de Investigaciones, cerca al palacio donde Alessandri dirigía personalmente las operaciones. De modo que los dos bolivianos se dirigieron al sector de La Moneda. Alessandri ordenó que los desalojados de la Universidad, fueran llevados a la Caja de Ahorro Obrero. Allí uno de los detenidos subió al sexto piso para convencer a sus camaradas de que se rindieran. Estos se negaron. Minutos después llegaron regimientos militares; en el sexto piso prorrumpieron en vivas que fueron respondidas con balas. Habían sido traicionados. Los alzados se rindieron. Pero los carabineros recibieron una orden terminante: nada de presos. Fue una masacre. El gobierno informó que los nazis se resistieron, que hubo un enfrentamiento. Nadie lo creyó. Tras el escándalo hubo una comisión investigadora del Congreso chileno. Se estableció que tras la matanza, los asesinos colocaron los cuerpos de sus víctimas simulando un escenario de batalla. También se supo que los asesinos fueron ascendidos y gratificados por el gobierno. Aquello cambió el panorama político. El Gral. Carlos Ibáñez se entregó y fue encarcelado. Los 20.000 adherentes del Partido

Nacional Socialista -cuyo jefe González von Marees también fue a prisión- votaron masivamente por el izquierdista Frente Popular. La Falange Nacional se desprendió definitivamente del tronco del Partido Conservador y apoyó la candidatura del Frente Popular que llevó a la Presidencia a Pedro Aguirre Cerda, lo que fue censurado acremente por la derecha señalando que los falangistas hacían posible un gobierno comunista que, como en España, quemaría iglesias y asesinaría curas y monjas. Oscar Únzaga y los falangistas fundadores intercambiaron criterios con sus amigos de la Falange Nacional de Chile. Estos les dijeron que era necesario romper definitivamente con el pasado. Con el tiempo las aguas se decantaron. Pero los falangistas chilenos asumieron la denominación demócrata cristiana y nunca más fueron considerados parte de la “derecha”. Los falangistas bolivianos discurrieron por el mismo carril histórico.[60] Aquel episodio de extrema crueldad política se iba a repetir 20 años después en Bolivia: un gobierno que había perdido su base popular, un pacto revolucionario con militares y policías, traición de los uniformados, fusilamiento de gente que se había rendido con el agravante de la muerte del líder a balazos. Pero Únzaga ni siquiera podía sospechar tal destino entonces. El debate político consiguiente fue intenso. Desde el gobierno y la cátedra, la izquierda chilena se fue apoderando de las organizaciones estudiantiles. Únzaga ya era un dirigente universitario fogueado, se había dejado el bigote, aunque todavía poco poblado, tenía un discurso emotivo y convincente y dirigía su atención a los casi cuatro cientos estudiantes universitarios bolivianos que residían en la capital chilena y en una reunión con los falangistas les planteó la necesidad de asumir la representación de esos compatriotas. Fue entonces que se incorporó Dick Oblitas Velarde, quien se convertirá en uno de los amigos íntimos de Oscar. La célula falangista movió el ambiente para que se organice el Centro Universitario Boliviano y la colectividad designó a Únzaga como su Secretario General, ya que además era el mejor alumno de la Facultad de Agronomía.[61]

Sin embargo, por razones de salud, 1938 sería el último año en Chile para el fundador de la Falange y volvió a Bolivia dispuesto a volcar su experiencia y energía en la tarea política, renunciando a terminar sus estudios pese a que estaba punto de culminarlos. Se creó la Secretaría Regional a cargo de FSB en Santiago de Chile, designándose en el cargo a Mario R. Gutiérrez, quien abandonó a su vez la carrera de Medicina para empezar Derecho, convencido también de que lo suyo estaba enfilado a la política. Al llegar 1939, el clima politizado concitó el interés de los estudiantes por asumir la conducción del Centro Universitario Boliviano. Un grupo de aventajados alumnos de Medicina, que habían sido iniciados por Aguirre Gainsborg, decidieron hacer campaña para reemplazar a Oscar Únzaga. En una sesión de la Célula I, los falangistas decidieron salirles al frente. “La empresa era atrevida. ¡Éramos tan pocos para ganar el apoyo de tantos!”, recuerda Mario R. Gutiérrez.[62] Los falangistas confeccionaron su lista de candidatos, impartieron las instrucciones para la campaña, esperaban los trenes que llegaban de Bolivia con nuevos estudiantes y les ofrecían colaboración para instalarse, visitaron a los estudiantes en sus alojamientos para hablarles de su lista de candidatos, hicieron un trabajo de hormiga paciente y silencioso. En febrero de 1939 se llevó a cabo el plebiscito de los estudiantes bolivianos en el Salón de Actas de la Universidad de Chile, bajo una tremenda tensión y el escrutinio fue una rotunda victoria falangista. Mario Gutiérrez fue elegido Secretario General, Abel Coronel Secretario de Relaciones, Mario Ramos Secretario de Actas, Alberto Contreras Secretario de Hacienda. El Centro de Estudiantes de Medicina, sintiéndose humillado, consideró que la organización de todos los universitarios bolivianos no podía estar conducido por estudiantes tan jóvenes y se retiró del CUB. Gutiérrez hizo una gestión dinámica, obtuvo del gobierno del Presidente Busch una asignación mensual para tomar un inmueble en alquiler que sirviera de hogar a los estudiantes, rentó un edificio

de tres pisos, donde los distintos centros universitarios realizaban reuniones para tratar sus asuntos específicos y se llevaban a cabo asambleas generales, convirtiéndose en una casa de los bolivianos, donde se hizo culto a la patria y al compañerismo y donde se abordaron problemas nacionales e internacionales. Al CUB le correspondió la idea de tomar contacto con estudiantes de otras nacionalidades para conformar la Federación de Estudiantes Indoamericanos y editaron un vocero propio bajo el nombre de Páginas Libres, cuyo primer editorial, redactado por Mario Gutiérrez, abordó el tema de la mediterraneidad de Bolivia. El local del CUB se convirtió en sede de encuentro para estudiantes peruanos, panameños, venezolanos y allí se escenificaron vibrantes actuaciones de la Estudiantina y ballet “Bolivia”, que fue motivo de comentarios periodísticos. Mario permaneció en el cargo durante dos gestiones consecutivas y el propio Centro de Estudiantes de Medicina le hizo llegar una carta de felicitación, comunicándole su retorno al CUB y su apoyo para una reelección. En Bolivia el gobierno revolucionario iba perdiendo su encanto por las propias contradicciones a su interior. Busch ya había golpeado al escritor Alcides Arguedas en un arranque de intolerancia y ahogó en sangre un intento subversivo en apoyo del Cnl. David Toro. Pero también puso al margen de la ley a un partido oriental separatista. Una negociación con el Brasil, a cargo del diplomático Alberto Ostria Gutiérrez, pretendía la explotación conjunta de la riqueza petrolera boliviana, a lo que se opuso Radepa; Elías Belmonte, protagonizó un duro debate en el gabinete de Busch. Belmonte tuvo un grave incidente en el que murió un socio del Club de La Paz, donde horas antes se había injuriado al Presidente Busch. Pero Belmonte fue separado del gobierno luego de un duro enfrentamiento con Busch en el Palacio Quemado, donde ambos desenfundaron sus revólveres, a raíz de una falsa confabulación que se endilgó al fundador de Radepa, quien debió salir a Berlín, como adjunto militar de la Legación de Bolivia. Busch gobernaba a la deriva y ello le enajenó el apoyo con que contó inicialmente. La oposición se expresó en los medios, los

sindicatos y las calles, mientras el Parlamento era la caja de resonancia de los errores del gobierno. De nuevo la anarquía amenazó a Bolivia, mientras los adversarios del mandatario señalaban que el país estaba a expensas de los arrebatos emocionales de un hombre sin preparación para el cargo que detentaba. El periódico SABER, publicado por FSB en Cochabamba, en febrero de 1939 resumía la situación de manera directa: “Interpretamos la historia a través de la concepción evolutiva de las manifestaciones humanas y llegamos a establecer que la revolución es sólo un medio y no un fin. En Bolivia se da el espectáculo de la más fuerte descomposición de los espíritus y la más formidable quiebra de valores. Frente a esta realidad propugnamos el ideal de un régimen fuerte (entiéndase bien, autoritario y no tiránico), que forme para el futuro generaciones sanas e instruidas… para la preparación de un sistema democrático, necesita nuestro país la intervención quirúrgica que ampute sus males y haga visible el advenimiento de mejores concepciones de vida”. Falange reclamaba la presencia de hombres aptos para realizar esa tarea y conducir a la nación. El 24 de abril de 1939, Germán Busch clausuró el Parlamento y se declaró Dictador. Falange Socialista Boliviana salió al frente con un documento de contenido crítico: “Esos núcleos de hombres aptos de que hablamos hace dos meses, no están al lado de Busch, ni él los ha de improvisar. No es labor de uno o dos hombres, bien o mal intencionados, lo que determina el éxito de un programa. Es indispensable la preparación de una generación imbuida de ideales y bien capacitada y eso no sucede lamentablemente en Bolivia…”. La dictadura no asimiló la crítica y descargó por primera vez su puño sobre los falangistas. La represión al servicio de Busch detuvo a Oscar Únzaga y Antonio Anze el 24 de mayo, confinándolos a Ichilo, en el tórrido oriente. Pero FSB ganó una valiosa experiencia. La persecución publicitó a sus líderes y sus ideas precisamente en los ambientes universitarios de Cochabamba, donde sus adversarios, sin duda prestigiosos, bajo

la dirección de José Antonio Arce y Ricardo Anaya, habían copado las aulas a través de catedráticos y dirigentes juveniles. El discurso apasionado y patriótico de los falangistas colisionó con la dialéctica marxista. Las elecciones para la directiva de la Federación de Estudiantes de la Universidad de San Simón fueron una confrontación ideológica que trascendió a la ciudadanía. Hubo discursos encendidos y grescas callejeras. El día de los comicios, FSB conquistó su primera victoria en el territorio nacional. Concluido el escrutinio, los universitarios ganaron las calles en una gran manifestación que llegó hasta la Plaza 14 de Septiembre, donde el dirigente Mario Aguilar Zenteno pronunció un discurso. La Policía detuvo por unas horas a los líderes falangistas. Pero la faena histórica había empezado y nada podría ya detener la voluntad de lucha de los hombres que seguían a Únzaga. Entre tanto, la que alguna vez fue una luz brillante alumbrando el sendero por el que se desplazaba Germán Busch, empezó a convertirse en fuego, incendiando los recintos del poder político. Hasta entonces, Busch mantenía muy cordiales relaciones con Patiño. Pero deseoso de satisfacer a sus parciales, que le pedían más actos de sustento a la revolución, el Dictador puso en vigencia un reajuste impositivo a la minería. La compleja sintaxis del decreto respectivo -luego se supo que había sido elaborado en la Asociación de Industriales Mineros- en realidad mejoraba la situación de las empresas. Paz Estenssoro y Carlos Montenegro develaron ante el Dictador la patraña manipulada por los abogados de Patiño. Como era previsible, la reacción de Busch fue volcánica y el 7 de junio de 1939 impuso al país otro decreto supremo, estableciendo que las empresas mineras debían entregar al Estado el cien por ciento del valor de sus exportaciones. Patiño, Aramayo, Hoschild y otros industriales menores se estremecieron ante los alcances de resolución gubernamental. “He medido la magnitud del paso que doy y sé que me acechan peligros de todo orden. Afronto serenamente la situación y si, a consecuencia de ello, cae mi gobierno, habrá caído con una gran bandera: la emancipación económica de mi Patria”, dijo Busch

entonces. Hoschild se resistió a la medida y se declaró en quiebra. Busch lo hizo apresar y lo condenó a muerte por fusilamiento. Aquello trascendió internacionalmente y el propio gabinete del gobierno, inicialmente entusiasmado por la fortaleza del mandatario, acabó implorando clemencia para el magnate minero a lo que accedió el Dictador de mala gana. Como Hoschild era judío y la embajada alemana se mostraba solícita hacia Busch, varias cancillerías americanas empezaron a especular sobre una extensión nacionalsocialista en América. Los diarios independientes, críticos al gobierno, fueron advertidos por Otto Berg: no se permitirían alusiones contra el gobierno; oponerse a la revolución sería considerado una traición al país. La llamada Concordancia, integrada por los liberales, republicanos socialistas y genuinos empezó a cobrar bríos. En ese momento estalló un escándalo. Entre sus aciertos, Busch había decidido, un año antes, abrir las puertas de Bolivia a los judíos perseguidos en Europa, aceptando la llegada de diez mil de ellos; fue el único país, además de Estados Unidos, en asumir una medida de tal magnitud, de modo que los sufridos hijos de David empezaron a llegar a las ciudades bolivianas, donde abrieron distintos comercios. Pero en los meses siguientes se descubrió un negociado por la venta de pasaportes a los hebreos -entre veinte y treinta mil francos por persona-, del que se acusó al Cónsul General en París, Carlos Virreira Paccieri, aunque el escándalo llegó hasta el Canciller Eduardo Diez de Medina. En el Parlamento vibró la palabra del diputado nacionalista Carlos Puente al acusar a Diez de Medina por el negociado aprovechando la persecución a los judíos. El Secretario General de FSB, Oscar Únzaga de la Vega, hizo una declaración pública condenando el negociado y observando que los judíos originalmente llegaron para dedicarse a la producción agrícola, pero en los hechos, se volcaron al comercio. Tal observación fue aprovechada por los enemigos de la Falange que quisieron convertir a Únzaga en un “antisemita”, haciendo rodar la versión de que el jefe falangista odiaba a los judíos.[63]

Alentados por sus éxitos iniciales, los miembros de la Célula B de FSB y la Federación de Estudiantes Universitarios organizaron un acto público en el Teatro Achá, en homenaje a las fiestas patrias del 6 de agosto. Allí Únzaga, atento a lo que sucedía en el país, pronunció un vibrante discurso en el que condenó a la dictadura por intentar destruir la libertad de prensa y haberse despojado de su legitimidad poniendo en duda la propia Constitución aprobada por la Convención del año anterior. Dijo que la retención de las divisas mineras hubiese tenido un sentido patriótico en otras circunstancias, pero en medio del atropello a las libertades públicas, sólo daba pábulo a la reaparición de formaciones políticas que la nueva realidad de la post guerra había abatido. Al entonarse el Himno Nacional, centenares de brazos hicieron el saludo falangista y después la juventud cochabambina salió a las calles en una gran marcha que terminó cuando la Policía detuvo otra vez a los dirigentes de FSB. Dos semanas después, amargado por los ataques velados en la prensa, las cartas anónimas insultantes, aplaudido por muchos que no alcanzaban a comprender la magnitud de su esfuerzo, pero incomprendido por algunos cuya opinión sí apreciaba, Busch fue perdiendo la ilusión del cambio que aspiraba para Bolivia y en la media noche del 22 de agosto de 1939, se disparó un  balazo en la cabeza, muriendo al amanecer en el Hospital General de Miraflores, generando una crisis política de grandes dimensiones. El comandante del Ejército dejó en la cuneta al Vicepresidente, Dr. Enrique Baldivieso y argumentando que al declarase Busch dictador, no era concebible la figura de un Vicedictador, el Gral. Carlos Quintanilla tomó el poder y organizó su gabinete con conocidas figuras de los partidos tradicionales. Sólo Falange Socialista Boliviana, al lamentar el trágico final del héroe del Chaco, alzó su voz de protesta contra el golpe de Quintanilla y quienes lo respaldaban, señalando que se había atropellado la Constitución y las leyes prolongando una dictadura que ni siquiera abrigaba los propósitos revolucionarios de Busch. “No debía tolerarse, ni debía repetirse impunemente que militares,

que empañaron sus espadas en los campos de batalla o cuyos méritos eran de retaguardia, manden o dispongan a nombre del Ejército… Tenemos el derecho de hablar. Parece que se hubiera entronizado el derecho divino de la fuerza. Los gobernantes que cuentan con ella disponen de la suerte nacional. El pueblo sólo se informa de lo que la fuerza ha dispuesto. ¿Quiénes fueron los generales que ante sí y por sí dispusieron que el Gral. Quintanilla se haga cargo del poder? ¿A qué título y con qué merecimientos? ...” La dura condena al nuevo gobierno militar generó nuevos apresamientos de falangistas y Oscar Únzaga buscó por primera vez la clandestinidad. Tenía 23 años. En ese momento, 1º de septiembre de 1939, las llamas de la guerra empezaron a devorar Europa. A un costo de un millón de muertos el generalísimo Francisco Franco había vencido en la Guerra Civil y tenía el control total de España. Paradójicamente las dos potencias totalitarias extranjeras que intervinieron en bandos enfrentados en el conflicto español, la Unión Soviética y Alemania, se pusieron de acuerdo, suscribieron un pacto e invadieron Polonia, suceso que dio inicio a la Segunda Guerra Mundial.[64]

 





V - LOS NIÑOS DE BOLIVIA (1939-1943)  

Q

uintanilla se vio obligado a ofrecer la seguridad de que sólo llenaría un interinato, con la meta de constitucionalizar el país, convocando a elecciones para el año próximo. FSB, que no tenía las ansias electorales de los partidos tradicionales, se entregó al fortalecimiento y preparación de sus bases que estaban integradas fundamentalmente por jóvenes. Oscar Únzaga determinó que la Célula B organizara la primera milicia con muchachos de 16 a 18 años, próximos a culminar sus estudios de secundaria, a quienes los falangistas fundadores empezaron a preparar doctrinal y espiritualmente. Se estableció un escalafón, de manera que los iniciados se convertían en Niños de Bolivia, si lo ameritaban sus calificaciones en el colegio, tanto como la disciplina y la práctica de actividades deportivas. La asistencia a reuniones del partido, conocimiento de la ideología falangista y cumplimiento de misiones partidarias les permitiría ascender a Milicianos. La capacidad de liderazgo, compañerismo, destreza doctrinal y otros méritos personales coronarían la calidad de Compañeros Falangistas. Cada paso determinaba ceremoniales especiales. La selección era rigurosa y se asumió la decisión de multiplicar las células partidarias a nivel nacional, de manera que dos falangistas pioneros, Albornoz y Castedo, se dieron a la tarea de fundar la Célula L de La Paz, a la que se sumaron Joaquín Aguirre Lavayén, Hugo Lanza Ordoñez, Federico Álvarez Plata, Jaime Caballero Tamayo y otros. La inicial Célula L estuvo dirigida por un dirigente universitario, Eduardo Aliaga, dueño de una importante librería, quien con los años resultó un puntal fundamental del Partido Comunista y uno de sus principales financiadores. Ante desinteligencias, la Célula fue disuelta por Únzaga y algunos de sus componentes luego militaron en el MNR. Sólo Aguirre Lavayén, que se marchó a los Estados Unidos donde se licenció el Literatura y Filosofía, y los hermanos

Jorge y Waldo Jáuregui, que estudiaron Ingeniería en la UMSA, los tres ex alumnos de La Salle permanecieron leales a Únzaga. El joven caudillo falangista estuvo diez días en La Paz, y recibió una sensación vivificante en la ciudad que sería, en la próxima década, el escenario de su consagración histórica. Visitó a su tío el Gral. Julio de la Vega, a sus primos, entre ellos Jorge quien sería luego uno sus más vehementes seguidores. Y cumpliendo el encargo de su madre buscó a su tía Carlota, reencontrando a su prima Cristina Jiménez, convertida ya en una bella señorita. Desde el primer instante, Oscar Únzaga amó a la ciudad de sus padres, admirado por el espectáculo topográfico y el conjunto urbanístico construido a los pies del Illimani por obra de arquitectos geniales como Emilio Villanueva y los nuevos aportes de Alberto Levy Iturralde, a quien mencionamos especialmente por su posterior vinculación con el líder falangista en el capítulo definitivo de su existencia. Iturralde vivió en La Paz y Paris, donde se tituló como arquitecto. Con su hermano Luis asumieron la fe católica, invirtieron el orden de sus apellidos en 1937, como forma de escapar del antisemitismo que azotaba a Europa e instalaron su residencia definitiva en Bolivia. Fundaron la Sociedad Constructora Nacional, SOCONAL, proyectando y construyendo residencias y edificios, entre ellos el Sucre Palace Hotel en El Prado, el primer hotel moderno de Bolivia. Instalaron en Santa Cruz, año 1941, el primer ingenio azucarero, La Esperanza, cuya maquinaria demandó en ese tiempo la inversión de un millón de dólares, llegando a producir diez mil toneladas de azúcar, que junto a la destilería, cien kilómetros de infraestructura caminera, electrificación, pista de aterrizaje, construcciones industriales, escuelas, etc., generaron una población activa de cinco mil personas. La transformación de la sede del gobierno boliviano iba a continuar en los años siguientes. En 1940, La Paz era un torbellino de ambiciones políticas. Los partidos tradicionales de la Concordancia donde destacaba la presencia del escritor Alcides Arguedas, líder del Partido Liberal- se preparaban para reasumir el poder, pero los

militares de RADEPA, si bien impactados por la desaparición de Busch, no estaban dispuestos a ceder el escenario, pese a que carecían de una figura pública que pudiese representar sus afanes. Los soldados de la guerra se consolidaron en torno al máximo héroe de la Guerra del Chaco, el Gral. Bernardino Bilbao Rioja, quien asumió el Comando del Ejército y aceptó la jefatura suprema de la Legión de Excombatientes (LEC). Pero Quintanilla se había comprometido con los partidos tradicionales y estos, conscientes de que la realidad imponía una figura democrática pero militar en el Palacio Quemado, cortejaron al Gral. Enrique Peñaranda, mucho más manejable que el Gral. Bilbao, quien precisamente se levantaba como el principal escollo para sus planes. El 26 de octubre de 1939, Bilbao fue convocado por el Presidente Quintanilla, pero al llegar al Palacio un grupo de matones lo atacó para sacarlo maniatado hasta Arica, en tanto Quintanilla comunicaba al país que se vio “en la dolorosa y urgente necesidad de proceder al alejamiento del Gral. Bilbao al estar involucrado en afanes golpistas”. El país no lo creyó. Cinco días después, el Comandante del Colegio Militar, Cnl. Sinforiano Bilbao, hermano de Bernardino, se insubordinó a la cabeza de los cadetes e instructores -entre los que estaba Juan José Torres, buscando devolver la injuria que le infringió Quintanilla-. Se plegó la Fuerza Aérea fundada precisamente por el Gral. Bilbao, así como unidades militares en Oruro y Cochabamba. FSB, que rechazaba el retorno de los partidos tradicionales, no estaba de acuerdo con las asonadas militares aventureras, a las que se habían sumado oportunistas de izquierda. Los Niños de Bolivia salieron a medianoche para pintar grafitis con la inscripción “No más cuartelazos”. Perseguidos por agentes del gobierno que los creyeron afines al levantamiento, pero también hostilizados por patrullas militares que sí respondían al movimiento subversivo, aquellos muchachos cumplieron su cometido bajo la dirección de Julio César Aponte y Marcial Moreira, quienes por su acción viril fueron los primeros ascendidos a Falangistas en la historia de este

partido. Pero, en fin, el gobierno logró que los sublevados depongan armas con el compromiso de reponer al Gral. Bernardino Bilbao en el Comando del Ejército, lo que no se cumplió nunca y el legendario defensor de Villamontes debió vivir diez años en el exilio.[65] En cuanto a Oscar Únzaga, fue nuevamente apresado al negarse a firmar un compromiso por el que FSB se abstendría de intervenir en incidentes políticos.     1940 puso a la política boliviana en tensión, pero las fuerzas que proclamaban el cambio aún no estaban preparadas para enfrentar un desafío electoral y la candidatura del Gral. Enrique Peñaranda, respaldada por la Concordancia, se enfrentó a la de José Antonio Arze, candidato de las izquierdas, respaldado por sectores obreros y universitarios. Ni Peñaranda ni Arze podían representar a FSB, que se limitó a dar apoyo al líder de Acción Boliviana Nacionalista, Carlos Puente, quien aspiraba a una diputación por Cochabamba. En vísperas de los comicios, Oscar Únzaga de la Vega publicó en LA PRENSA de Cochabamba un artículo - “El Dolor de mi Generación”- donde resumió el momento político: No es melancolía, es dolor. Dolor de carne y de alma; dolor que engendra y crea… El sentimiento trágico de la vida es el único que puede empujar a los hombres y a los pueblos a insospechadas realidades históricas… Dentro de la cronología boliviana, podemos llamar “nuestra generación” a quienes hemos tenido como campo de nuestros destinos y de nuestras inquietudes al callejón de la post guerra. Esta generación ya no puede hacer nada… Nuestro dolor es otro. Nosotros no conocimos ni una hora de gloria o de plenitud nacional... Una realidad presente podrida y vacía, oculta bajo su oprobio la columna ósea de nuestro destino… Ya nadie recuerda entre nosotros que la cuna de la auténtica cultura americana floreció en nuestras alturas; que fuimos el milenario Tiahuanacu, el maravilloso Kollasuyo, la culta Charcas, el heroico Alto Perú…

Sentimientos jóvenes cuajan en obras caducas en vez de erguirse con su propia energía… El alma de nuestro pueblo no ha encontrado en el presente la forma propia de su cristalización y vive en una forma falsa y prestada. De ahí nuestra angustia espantosa… Las naciones son conjuntos orgánicos de hombres que obran en la historia y el tiempo como unidad. Pero nosotros apenas si somos un conglomerado de individuos que abandonados en una lucha partidista peleamos por conseguir ventajas presentes, individuales, clasistas o sectarias, pero, de todos modos, fundamentalmente antinacionales, olvidando la eternidad histórica de Bolivia que es necesario salvar… Ya no caben treguas ni componendas, ni elucubraciones. Sólo cabe una pasión incrustada en el alma de los mozos, en la fe en Bolivia, en la Bolivia engrandecida y renovada”.[66] Pasando por encima de las angustias existenciales de la juventud boliviana, la Concordancia logró 58.000 votos para Peñaranda frente a 10.000 logrados por los comunistas para Arze. El voto mayoritario de la población [67], en marzo de aquel año, restituyó el sistema liberal-republicano. Pero los nuevos proyectos políticos empezaron a buscar su base de sustentación. La juventud tomó otras rutas ideológicas. Gonzalo Romero, pese a su tronco liberal, buscaba derroteros diferentes y sin relación todavía con Oscar Únzaga o Mario R. Gutiérrez, mantenía encuentros con civiles y militares como Elías Belmonte y Gualberto Villarroel. Peñaranda llegó al poder supremo sin buscarlo. Muchos políticos, inclusive miembros de su gabinete, han escrito sobre la “mediocridad” del Presidente Peñaranda, señalando que el secreto de su éxito era simplemente dejarse llevar por la corriente. Se lo ha comparado con el Gral. Dwight Eisenhower, calificado como “el personaje más desabrido de Washington, cuyo único mérito fue ser un General victorioso en la Segunda Guerra Mundial”. Peñaranda no fue un General victorioso, pero quiso cumplir sus tareas de gobernante apelando a los mejores hombres disponibles. Era

consciente del subdesarrollo de Bolivia, a pesar de su riqueza. Como había nacido en provincia, sabía que el país era apenas una referencia geográfica, donde las masas indígenas no contaban al ser analfabetas, no hablar castellano, ni tener derechos constitucionales, ni acceso al agua potable o a la luz eléctrica. FSB ya era una fuerza considerable, básicamente en Cochabamba, donde funcionaba a plenitud. La designaron Célula B, al haberse establecido la correlación de las palabras BOLIVAR – SUCRE, que usaron como padrón para ir distinguiendo a las células de acuerdo a su aparición cronológica.[68] La Célula O fue de Santa Cruz, porque un cruceño -Guillermo Köenning- estuvo entre los fundadores en Santiago y por la fuerte personalidad de otro cruceño, Mario R. Gutiérrez, quien quedó a cargo del partido en la capital chilena -lo que ciertamente contrarió al primero-. De modo que en el primer semestre de 1940 los falangistas decidieron reorganizar a la brevedad posible la Célula L de La Paz. Llegó a la sede del gobierno nacional una comisión falangista de Cochabamba, presidida por el ingeniero Héctor Peredo, con el objetivo de reorganizar la Célula, incorporando a Raúl Murillo y Raúl Gamarra. Contando sólo 19 años, Gustavo Stumpf, que hacía poco había sido licenciado en el Regimiento Ingavi de Viacha, asumió la Secretaría Regional. Juraron a FSB Hugo Roberts, Alfredo Candia, Renato Moreno Bello y otros personajes ya mayores que aportaron mayor solidez, personalidad y gravitación, pero la Falange siguió siendo una escuela cívica. Stumpf convocó a la niñez y juventud y así ingresaron personajes como Jaime Tapia Alipaz que entonces tenía 14 años. Con algunos de mis amigos de los colegios La Salle y San Calixto constituimos el primer grupo de “Niños de Bolivia”. Nos impartían clases de historia e instrucción cívica de forma permanente, hacíamos ejercicios físicos, practicábamos deportes y realizábamos caminatas por las quebradas de Llojeta porque nuestros comandantes nos decían que el partido sería perseguido -era el

gobierno del Gral. Enrique Peñaranda. Para reunirnos hacían sonar un “pututu” que era la señal de concentración.[69] Fortalecida la Falange, con presencia en el eje central del país, Oscar Únzaga convocó a la Primera Gran Concentración de FSB, reunida en la capital del valle, a finales de marzo, a la que asistieron delegaciones de Santiago, La Paz, Santa Cruz y Cochabamba. En ella se discutieron exhaustivamente los aspectos doctrinales y la organización interna. Los asistentes coincidieron en la validez del nacionalismo y el socialismo cristiano para reconfigurar Bolivia. Se aprobó una línea independiente respecto a las potencias enfrentadas en Europa; se definieron como irremontables las diferencias con los partidos gobernantes y los de la izquierda; se reafirmaron los postulados programáticos del partido que tendrían vigencia en los próximos tres lustros. Para entonces se había sumado a FSB Juvenal Sejas, quien relata el inicio de su militancia: “En mi juventud yo tenía simpatía por Víctor Paz, cuando este señor era diputado. Pero en 1940 un pariente, Ernesto Revollo, me explicó las ideas e intenciones de Únzaga, a quien conocí una tarde afortunada para mí. Tenía un carisma especial porque, con sólo verlo, uno simpatizaba con él. Me habló del nuevo hombre boliviano entregado al trabajo por la Patria y que debía estar al margen de la corrupción. Entre Únzaga de la Vega y Paz Estensoro no había punto de comparación. Entonces ingresé a la Falange, donde permanecí toda mi vida ya que este partido es todo para mí. Oscar ha sido mi guía, mi jefe, mi amigo, mi padre y mi hermano…”[70] Una mañana, dos personas llegaron a la casa de Únzaga en la calle España. Antonio Anze, que se encontraba en la casa, les abrió la puerta. Eran Carlos Montenegro, que en ese momento redactaba su célebre libro “Nacionalismo y Coloniaje” y Alfonso Crespo Rodas, quien luego se convertiría en el más destacado biógrafo de Bolivia.

Llegaban para felicitar a Únzaga por su intuición e iniciativa de tomar las banderas del nacionalismo y el socialismo que, en su criterio, eran la respuesta que el país esperaba en ese tiempo.[71] El primer gabinete de Peñaranda estuvo integrado por liberales, republicanos de las dos ramas y algunos militares, entre ellos el Gral. Julio de la Vega, tío de Oscar Únzaga. La presencia del Canciller Alberto Ostria marcó la tendencia internacional del nuevo gobierno frente a la Segunda Guerra Mundial, adhiriéndose al bloque democrático, entendido como la libre confrontación de los antagonismos políticos sin permitir que fuerzas hostiles desestabilicen a la democracia. Dispuso una amplia amnistía política que incluyó al ex Presidente David Toro, quien pudo volver del exilio. En el campo internacional, donde se definen las cuestiones económicas para un país dependiente, Peñaranda jugó sus cartas como buen hombre de provincia: amablemente, pero hincando fuerte los dientes. Nada más empezar, anunció que su gobierno construiría cuatro mil kilómetros de caminos y las líneas ferroviarias Cochabamba – Santa Cruz, La Paz – Beni y Camiri – Sucre. ¿Con qué dinero?, le preguntaron. Nuestros amigos nos lo facilitarán. ¿Qué amigos? Desde luego Estados Unidos. Admirador de Roosevelt, se declaró neutral, pero suscribió contratos con Inglaterra y Estados Unidos, para la venta de estaño, wolfram y goma a precios inferiores a los del mercado, mientras Hitler invadía Dinamarca y Noruega, arrasaba Luxemburgo y Francia, sometía a Bélgica e ingresaba a París. Sólo Inglaterra resistía. Los cancilleres americanos reunidos en La Habana declararon que cualquier intervención externa en un país del sistema interamericano, sería considerada una agresión a todos los países del área, lo cual era una advertencia a Hitler. Pero los jóvenes nacionalistas y antiimperialistas recibían con euforia las victorias alemanas y el gobierno los vigilaba, tanto como a los de la otra vertiente, los comunistas. Sin embargo, ambos chocaron el 1º de Mayo en Cochabamba, cuando en la marcha por el Día del Trabajo, los comunistas pretendieron capitalizar el acto de recordación con encendidos discursos sobre la lucha de clases,

convocando a los obreros a una rebelión para buscar la dictadura del proletariado. Cuando la columna encabezada por la bandera roja se desplazaba por las calles de la ciudad, una contramarcha falangista los enfrentó. Hubo puñetes y patadas, pero al final la bandera tricolor flameó en reemplazo de la bandera roja que fue arrastrada por los suelos de la ciudad. Sus adversarios, atomizados y sin liderazgo, prefirieron retirarse. Probablemente aquel retroceso en una ciudad a la que consideraban su santuario hizo que las formaciones de izquierda busquen una estructura política que los cobije y un líder que los conduzca. Intelectuales también cochabambinos asumieron el reto de fundar un partido comunista, cuya gestación se programó para el 20 de julio en Oruro, durante un espectacular Congreso de Unidad de la Izquierda a la que asistiría Marmanduke Grove, el líder marxista más conspicuo de Chile. Enterados los falangistas, decidieron desbaratar tal cónclave. Así lo relata Ismael Castro: “Oscar Únzaga y Carlos Puente trabajaron unidos contra el comunismo, que era la principal fuerza política que estaba ingresando a Bolivia con apoyo de la Unión Soviética. Por esa circunstancia, la Falange y Acción Nacionalista tomaron acciones para disolver el congreso de izquierda. Un grupo de muchachos, entre los que me encontraba, sin pedir permiso a nuestros padres, nos concentramos en la víspera en el puente de Quillacollo y en un camión partimos hacia Oruro. Llegamos todos al amanecer, sumábamos 34, descansamos todo el día en un tambo barato, porque la inauguración del congreso era en la noche. Cuando llegó la hora, Oscar nos dio una arenga: “Los enemigos de Bolivia están allí y como hombres de bien que somos, es nuestro deber cerrarles el paso”. Únzaga, flanqueado por el diputado Puente y Dick Oblitas, dirigió la acción. Salimos armados con pistolas, palos, fierros, rumbo a la Universidad donde estaba el principal grupo de las fuerzas de izquierda.

Aunque éramos pequeños en número respecto a ellos, nuestra decisión era abrumadora”, Una gran bandera roja con la hoz y el martillo flameaba en la Universidad de Oruro, sede del Congreso presidido por Marmaduke Grove. 122 delegados de 52 organizaciones obreras, universitarias, campesinas, culturales y femeninas de todo el país escuchaban a un hombre que expresaba su admiración y solidaridad proletaria por “ésta movilización antifeudal, antioligárquica y antiimperialista realmente magna, popular y nacional”, cuando los falangistas aparecieron en el recinto y al grito de “¡fuera!” desalojaron a los delegados. Arriaron la bandera de la URSS y la remplazaron por la enseña patria. “No hubo resistencia ni la batalla campal que se esperaba. Abandonaron el campo, aunque luego, en las calles vecinas hubo algunos tiros y un muerto que nada tenía que ver con aquello”. Como era de suponer, el congreso quedó desbaratado y los nacionalistas regresaron a Cochabamba. La incursión generó toda suerte de comentarios, la mayor parte laudatorios hacia la acción anticomunista, pero tampoco faltaron las palabras de condena a lo que llamaron “brutalidad fascista”. El periódico LA NOCHE de La Paz saludó el incidente con un titular encomiástico: “Los hijos de la Coronilla salieron en defensa de la Patria”. Pero tal defensa de la patria fue una acción brutal, muy a tono con las tropas de asalto de las SA, que paradójicamente enorgulleció a algunos de sus participantes y abochornó a otros, como fue el caso de Joaquín Aguirre Lavayén, amigo de Únzaga y falangista de los primeros tiempos, quien hizo lo imposible para borrar su nombre de aquel grupo.[72] Aguirre Gainsborg y los dirigentes de la Cuarta Internacional batieron palmas, encantados con la desgracia de sus ex camaradas dependientes de Stalin, a los que consideraban indignos de ser considerados comunistas. Como una coincidencia, días después del congreso stalinista abortado por los falangistas, un comunista de

origen catalán, que había logrado ganar la confianza de León Trotski, lo asesinó destrozándole la cabeza con un picahielos, en Culiacán, México, donde vivía exiliado. El crimen fue organizado por la KGB.  Rehaciéndose de su mala experiencia inaugural, el congreso de las izquierdistas se reinstaló hasta la fundación del Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR), que tendría un accidentado transcurrir en la historia. Su primer jefe fue José Antonio Arze y junto a él estuvieron los hermanos Ricardo y Héctor Anaya, Alfredo Arratia, Abelardo Villalpando, Josermo Murillo, Fernando Siñani Miguel Bonifaz, José Peredo, Aurelio Alcoba, Fernando Diez Terrazas, Nivardo Paz, Manuel José Justiniano, Arturo Urquidi, Luciano Durán Boger, Valerio Arellano, Alejandro Roca, Julio Rivero, Mario Salazar y otros. El PIR fue el clásico partido marxista latinoamericano del tiempo de la Segunda Guerra Mundial, un partido burocrático, de obreros dirigido por burgueses de cultura y talento. La palabra de Arze y Anaya movilizaba a artesanos y estudiantes. Los piristas se llenaban la boca de Unión Soviética, pero conscientes de la improbabilidad de calcar el modelo ruso en Bolivia, planteaban una revolución democrática burguesa, aunque en su discurso pontificaban sobre una sociedad sin ricos ni pobres, un paraíso comunista donde todos tengan acceso al trabajo y la justicia, sin amos en la tierra ni dioses en el cielo, su norte parecía más bien un comunismo sin gulags ni KGB. En resumen, un utópico sóviet a la punateña. El creador del primer partido nacionalista de la historia, ex Presidente de la República y Embajador en Chile, don Hernando Siles, recibió en esos días una comunicación del Canciller Alberto Ostria Gutiérrez, dando fin a su misión en Santiago y designándolo, a nombre del Presidente Enrique Peñaranda, Embajador ante el gobierno del Perú. La prensa chilena dio cuenta, en octubre de 1940, de una manifestación de despedida que le ofrecieron las dos entidades más representativas en la colonia boliviana, el Instituto Chileno Boliviano de Cultura y el Centro Universitario Boliviano presidido por Mario R. Gutiérrez. Al acto asistió el Embajador en

compañía de sus hijos Luís Adolfo y Jorge. Luego de las palabras del Presidente del CUB, mencionando el valor de la juventud en la construcción de una nación y ponderando la relación que cultivó el Embajador Siles con los estudiantes bolivianos, don Hernando expresó: “Sois, joven Gutiérrez, esperanza de altos encumbramientos, promesa del porvenir político de la patria. Ni germen de veneno, ni disposición para las infidencias, surgen del alma. La pléyade que presidís, manifiéstase igualmente generosa. Su vehemente ardor patriótico está de relieve en las reflexiones que acabáis de formular…”[73] En la despedida, don Hernando Siles preguntó a Mario R. Gutiérrez por el líder falangista, Oscar Únzaga de la Vega, manifestando la esperanza de volver un día a Bolivia y visitarlo. En tanto, le pidió hacerle llegar un encargo: “El mundo -le dijo- se sumerge en un mar de confusión que ya se siente en la Patria. Dígale al joven Únzaga que su tarea, en este momento de espesas brumas, será unificar a los nacionalistas bolivianos. Desde luego, esa misión también es suya…”[74] El 5 de marzo de 1941 Oscar Únzaga y Carlos Puente concluyeron un proceso de aproximación y decidieron juntar sus fuerzas, FSB y ANB, en su sólo conglomerado político. Una reunión formal entre sus cúpulas dirigentes se realizó en abril. Ismael Castro recuerda lo sucedido entonces: La reunión fue auspiciosa, las coincidencias menudearon y las pocas diferencias quedaron superadas. El Dr. Luís Villarroel Blanco y yo sugerimos cambiar la denominación “Falange” por “Acción”, de modo que el partido unificado lleve el nombre de Acción Socialista Boliviana, en vez de Falange Socialista Boliviana, pero esa opción fue rechazada en mérito a que FSB ya había trascendido en la sociedad. Se sugirió que Carlos Puente asuma la jefatura y Oscar Únzaga la

Secretaría General, pero Carlos, hombre experimentado, dijo que Oscar era el más carismático y apropiado para dirigir a la juventud boliviana, siendo designado líder máximo de la Falange, dejándose para otra ocasión el título definitivo que llevaría. Puente ya había sido elegido diputado con los votos de la juventud falangista. Fue el primer nacionalista que apareció en el Parlamento como expresión de las nuevas tendencias políticas en el mundo. Ingresó al hemiciclo con camisa caqui y corbata negra, e hizo el saludo romano al entonarse el Himno Nacional en la instalación del Congreso de 1940. Aunque aquello generó críticas y bromas de gente en cuya mentalidad no cabía un gesto que contradiga los formalismos establecidos, la primera intervención de Carlos Puente mostró inequívocamente el surgimiento de un líder de peso en el escenario político. Estas frases sobre la burocracia estatal lo confirman plenamente: El funcionario sin escrúpulos que paga con su adulación a todos los gobiernos el derecho que estos le dan de seguir en un cargo para el cual no tiene ningún merecimiento moral ni intelectual, defraudando al Estado y vendiendo favores, haciendo de la ley algo terriblemente rígido para los desheredados, pero perfectamente blando y acomodable para los poderosos, no sólo causa daño material al país, sino que lo envilece y lo desprestigia. El político profesional, negociante de las ferias electorales, irresponsable y desaprensivo, que vende su conciencia con la misma facilidad con que compra la de sus electores, engaña de este modo a la nación, la detiene en su progreso, mancha el nombre del Estado y deprava al pueblo haciéndole perder además la poca fe política que pudiera tener…

Las crónicas parlamentarias influidas por los partidos que asumieron el poder desde el medio siglo no han podido dejar de reconocer que el Parlamento Boliviano de ese tiempo fue irrepetible. Caballerosos diputados tradicionales como Rafael de Ugarte, Mamerto Urriolagoitia o Joaquín Espada se enfrentaron a sujetos que hacían de la ironía una virtud, como el Chueco Céspedes, Rafael Otazo, Germán Monroy Block o el falangista Carlos Puente, cuya voz se levantó para reclamar por los desfavorecidos y por la clase media, eterna víctima de maquinaciones obscuras y las revoluciones sociales que parieron nuevos ricos, pero lastraron a Bolivia, una y otra vez. Sin duda, el Dr. Paz Estenssoro fue la revelación de ese Parlamento. Alguna vez el Dr. Walter Guevara, teórico de la Revolución Nacional, dijo que el Dr. Paz fue beneficiario del renunciamiento de un grupo selecto de intelectuales que cedieron sus aspiraciones individuales en beneficio de una sola figura que encarnara sus ideas ante el pueblo. “Cada uno de sus discursos fue preparado con el pensamiento, la investigación y el trabajo de muchas personas…. antes que la expresión de las cualidades excepcionales de Paz Estenssoro… (pero) careciendo de honestidad intelectual nunca se refería a las fuentes que dieron origen o inspiración a sus palabras”, escribió Guevara.[75] El 25 de enero de 1941, en el bufete del abogado Víctor Paz Estenssoro (Edificio Iglesias de La Paz), Carlos Montenegro, Hernán Siles Zuazo, Augusto Céspedes, José Cuadros Quiroga, Walter Guevara, Rigoberto Armaza, Germán Monroy, Raúl Molina y el mencionado Paz Estenssoro, suscribieron un documento proyectando un partido político nuevo “para oponer sus esfuerzos al afán pernicioso de las derechas…. y sin buscar concomitancias con los comunistas y socialistas extremistas…”. Una segunda reunión el 28, en el domicilio de Siles Zuazo, calle Federico Zuazo, ratificó el acta anterior. El 10 de mayo, suscribieron un segundo documento y aumentó el número de firmantes con Fernando Iturralde, Jorge Lavadenz, Rafael Otazo y Rodolfo Costa. El 29 de mayo, Paz Estenssoro designó a Rigoberto Armaza redactor de los Estatutos

Orgánicos de ese partido que aún no tenía nombre, pero juntaba a personas que habían concurrido a la Guerra del Chaco, aunque tenían distinto origen ideológico, pues estaban socialistas independientes como Víctor Paz o Walter Guevara y filonazis como José Cuadros Quiroga, quien redactó el primer Programa de Principios, abiertamente inspirado en el programa del Partido Nacional Socialista Alemán, antisemitismo incluido. La historiografía del MNR señala que este partido se fundó en una casa de Viacha, en junio de 1941.[76] Nadie sabe a ciencia cierta quién le puso el nombre de Movimiento Nacionalista Revolucionario. Muchos autores sostienen que empezó a funcionar oficialmente con ese nombre en enero de 1942. Lo evidente es que la sigla ya estaba popularizada, cuando Carlos Montenegro organizó la primera gran concentración del MNR en el cine Roxy de La Paz, que desbordó en una manifestación callejera multitudinaria, terminando en una gresca monumental en la Plaza Murillo contra otra manifestación de la Concordancia republicana–liberal.[77] Así quedaban en posesión del escenario político los tres partidos fundamentales que desplazarían a los declinantes Liberal y Republicano: el MNR, creación de abogados y políticos nacionalistas de fuerte arraigo popular; el PIR organizado por latifundistas comunistas a la cabeza de intelectuales y obreros; FSB fundado por universitarios nacionalistas y cristianos. Aquel de los tres que diere el primer golpe y proclamase “la revolución” se adueñaría del escenario completo. Pero Oscar Únzaga de la Vega quiso que su partido fuera, sobre todo, “una escuela de civismo”, organización política sí, pero con características inéditas en la política boliviana. Así describe a su partido el que fuera Comandante General de Milicias de FSB, designado por Únzaga, Ismael Castro, conocido popularmente como Chajchu: “Cuando se ingresaba a Falange, lo único que se hacía al principio era dar la palabra de honor para el compromiso de cumplir las normas y principios del

partido y el amor hacia la Bandera y el Escudo Nacional. Yo comandaba las milicias de Cochabamba. Muchos fueron milicianos de mi época como Enrique Achá o el doctor Jaime Prudencio. Constituí las milicias en los 3 ó 4 colegios que había en la época. Todos los días dábamos instrucción, con el objetivo de formar al nuevo hombre boliviano amante de su patria, que idealizó Únzaga. Publicábamos manifiestos partidarios en la imprenta de algún amigo, en referencia a los asuntos políticos nacionales; los recursos venían de las cuotas que daba la militancia. Luego de que el aspirante cumpliera ciertos requisitos y trabajos, haciendo proselitismo y dando testimonio con sus actos de que era amante de Bolivia, además de ser honesto y honrado, entonces se lo ascendía al grado de Falangista en un acto que generalmente se lo hacía el 15 de agosto. Cuando los estudiantes veían que la insignia de FSB estaba al revés de la solapa, se comentaba “ese falangista no ha cubierto sus obligaciones económicas con el partido y está castigado”. En un local de Falange teníamos una especie de pulpería donde había dulces, galletas, refrescos o fruta. Allí estaba una alcancía, no había vendedor. Cada falangista ponía el dinero en la alcancía y cuando se hacían los arqueos, salían perfectos, que eran la muestra de nuestra honradez incorruptible…” Más allá del andamiaje en el que se apoyaban los nuevos partidos, la posibilidad de indemnizar a la Standard Oil, la nueva política petrolera del gobierno, o la insinuación de honrar la deuda externa impaga desde la Guerra del Chaco, ocasionó una artillería verbal contra el gobierno. LA CALLE fue en La Paz el mayor aglutinante de opinión pública contra la llamada “rosca”; allí escribían Augusto Céspedes, Carlos Montenegro y otros maestros de la ironía. En tanto Oscar Únzaga denunciaba reiteradamente las condiciones leoninas en las que el gobierno negociaba los recursos naturales

bolivianos para favorecer a los intereses norteamericanos y británicos, publicando periódicamente LA PRENSA, que fue el primer diario falangista editado en territorio nacional en la vieja rotativa que perteneció a EL HERALDO de Cochabamba.[78] El gobierno, crispado por el sarcasmo del primero y la dura semántica del segundo advirtió que “la temeridad de algunas afirmaciones que se hacen; los artículos de franca llamada a la subversión; el deseo de algunos periodistas de inquietar con su alarmismo y falta de honestidad… en resguardo de la tranquilidad del país… el Ministerio de Gobierno cumplirá su deber”. La advertencia agitó aún más el ambiente. La oposición nacionalista continuó fustigando al Ejecutivo. El gabinete hizo crisis. Peñaranda quiso sorprender al país ofreciendo a Paz Estenssoro la cartera de Economía y éste sorprendió más aceptando el reto y renunciando siete días después. El Prefecto de Cochabamba rechazó las denuncias de Únzaga sobre los convenios de venta de materias primas, acusándolo de agente al servicio de Hitler. En esas circunstancias, julio de 1941, se reveló una conjura internacional. Supuestamente, la inteligencia británica había interceptado una carta del Adjunto Militar de Bolivia en Berlín, Mayor Elías Belmonte, al Embajador del Reich Alemán en La Paz, Sr. Ernst Wendler. En dos páginas Belmonte revelaba con pelos y señales un inminente Golpe de Estado en Bolivia con la ayuda de la embajada y la colonia alemana residente en el país. ¡Un putsch nazi! La carta especificaba que el Ministerio del Exterior Alemán coordinaría la movilización para el golpe con los cónsules alemanes y amigos en Cochabamba, Santa Cruz y el Beni. Identificaba a los golpistas como “elemento joven del Ejército”. Insinuaba que el primer acto del nuevo gobierno sería “deshacer el contrato del wolfram con Estados Unidos y anular los contratos de estaño con Inglaterra y Estados Unidos”. Sostenía que “con el triunfo del Reich, Bolivia necesita trabajo y disciplina, copiando el grandioso ejemplo de Alemania desde que asumió el poder el nacionalsocialismo”. La carta concluía señalando que, tras el triunfo en Bolivia, los demás

países de Sudamérica seguirán su ejemplo “con un solo fin, con un solo ideal y con un solo Jefe Supremo”. Era obvio que este último no podía ser otro que Adolf Hitler. El facsímil de la carta fue entregado el 18 de julio de 1941 por el Embajador de los Estados Unidos de América en La Paz, Mr. Douglas Jenkins, al Canciller Ostria Gutiérrez, quien quiso saber cómo llegó a su poder. Jenkins relató que le había sido extraída en Buenos Aires a un emisario alemán, en un ascensor del Banco Alemán Trasatlántico, por un agente de la inteligencia británica, Montgomery Hyde, quien robó el sobre lacrado y lo hizo llegar a su jefe en Nueva York, William Sthepenson. Este lo pasó a Herbert Hoover, jefe del FBI quien lo entregó a Cordel Hull, Secretario de Estado y éste lo llevó al Presidente Franklin D. Roosevelt. El embajador Jenkins cumplía instrucción de su gobierno de entregar copia de la carta al gobierno boliviano. Cumplida su misión, abandonó el despacho de Ostria, dejando a este perplejo. Enterado el Presidente Peñaranda, el gobierno llegó a la conclusión de que, si bien la carta era extraña y contenía errores gramaticales inaceptables, no cabía dudar de la seriedad del Gobierno de los Estados Unidos. Convocaron a la prensa para denunciar el putsch nazi, provocando una conmoción hemisférica. Declararon persona non grata al embajador alemán y lo expulsaron de Bolivia, lo que equivalía a interrumpir las relaciones. En cuanto a Belmonte, sería declarado traidor a la patria, dado de baja del Ejército y su nombre borrado del escalafón. El problema fue que ni Ernst Wendler ni Elías Belmonte sabían nada del asunto. El alemán debió volver a Berlín y nadie quiso escuchar los descargos de Belmonte, quien fue catalogado por las cancillerías americanas como un peligro continental, de manera que el boliviano se vio obligado a vivir en Berlín, donde el gobierno del Reich, intuyendo que se trataba de un montaje británico y compadecido de la suerte de Belmonte, decidió otorgarle el mismo sueldo que hasta entonces le había reconocido el Estado Boliviano.[79] Belmonte fue la víctima de una estafa anglo-americana destinada a conmover a la opinión pública de los Estados Unidos,

hasta entonces reacia a ingresar en la guerra europea. Pero cuando los norteamericanos sintieron que Hitler resoplaba en sus espaldas y la svástica podía flamear en cualquier momento en los Andes, cambiaron de idea respecto a la “neutralidad beneficiosa”. El ataque japonés a Pearl Harbor haría el resto. El infame e injusto rótulo de “traidor” marcó al fundador de RADEPA.[80] Únzaga, amigo de Elías Belmonte, salió al frente en LA PRENSA: “El honor del Ejército de la Nación, que no cree en jóvenes oficiales traidores, está en juego. El régimen democrático ha herido lo más sagrado que tiene la Patria: su Ejército y su voluntad… La infamia se suma al entreguismo de este gobierno que ha empezado a obrar descaradamente. Por eso nos rebelamos contra los vergonzosos contratos firmados con Estados Unidos. Por eso fuimos calumniados de ser agentes de Berlín o Roma, fácil manera de desvirtuar la oposición a los errores del régimen de Peñaranda…” En esa sintonía, el diputado Carlos Puente aseguró en el hemiciclo que el putsch nazi era un montaje imperialista. El tiempo así lo demostró. Cuando Hitler decidió volcarse contra su socio de la víspera y atacó a la Unión Soviética, el PIR, se convirtió en adicto a los Estados Unidos y sus líderes se movieron cómodamente entre Nueva York y Washington, mientras sus militantes frecuentaban los cócteles de la embajada americana en La Paz. Desde luego, con tal aval, el PIR redobló sus ataques contra la Falange, cuyo líder recibió un duro golpe. Murió Camilo Únzaga, víctima de sus males físicos. Hasta la víspera de su fallecimiento había cumplido metódicamente sus tareas en un banco que fue el único trabajo estable que su salud le permitió desempeñar en el último año de su existencia, empleo posiblemente canalizado por gestión de su tío, el Gral. Julio de la Vega, Ministro de Gobierno de la administración Peñaranda. Pero su corazón se negó a seguir latiendo y Camilo fue llamado por Dios, dejando a Rebeca y Oscar con el alma lacerada por un nuevo sufrimiento. De la familia que formaron sus padres y cinco hermanos, sólo quedaron

Rebeca y Oscar que se mantendrían estrechamente unidos en los próximos 18 años. Batallas parlamentarias, estados de sitio, agitación, caracterizaron a ese tiempo. Los ataques verbales de la oposición fueron respondidos por el gobierno con persecuciones y cárcel para los supuestos nazis. Carlos Montenegro, fue residenciado en la selva oriental, junto a su cuñado Augusto Céspedes, Siles Zuazo, Guevara Arze, Cuadros Quiroga, Rafael Otazo y otros. Varias ediciones de LA PRENSA fueron secuestradas. En la suposición de que el Ministro de Gobierno, Gral. Julio de la Vega era tolerante hacia los falangistas, fue sustituido por el Gral. Demetrio Ramos, éste por el Cnl. Zacarías Murillo y éste por el abogado Adolfo Vilar; en 20 meses hubo cuatro ministros a cargo de la seguridad del Estado, lo que demuestra el estado de agitación existente. Pero casi todos persiguieron a los falangistas y les pusieron las mayores dificultades en su lucha en los recintos universitarios, ayudando a sus adversarios del PIR. El gobierno dictó el Estado de Sitio, conformó un Comité de Investigación de Actividades Anti bolivianas (muy parecido al comité de investigación de actividades antiamericanas en los Estados Unidos). Ante la conformación del Eje Roma – Berlín – Tokio, a miles de kilómetros del escenario bélico, Bolivia se declaró en emergencia, y bajo esa figura abortó un movimiento salarial de los trabajadores ferroviarios, a quienes se persiguió por “subversivos”. Oscar Únzaga salió al frente planteando la nacionalización de la empresa Bolivian Railway, de capitales británicos, que administraba los ferrocarriles y pagaba mal a sus trabajadores. Luego del ataque japonés a Pearl Harbor (diciembre de 1941)[81], el gobierno congeló los fondos de ciudadanos japoneses, alemanes e italianos residentes en Bolivia, y en enero de 1942, Bolivia declaró rotas sus relaciones con los países del Eje, como lo habían hecho casi todos los países del hemisferio a excepción de la Argentina. Una de las consecuencias del falso “putsch nazi”, fue la salida de alemanes del negocio de la aviación comercial. El Lloyd Aéreo

Boliviano, fundado por el notable ciudadano alemán Guillermo Kyllmann, afincado con su familia en Bolivia, se vio obligado a vender sus acciones. El LAB hasta ese momento trabajaba líneas internacionales en asociación con Lufthansa, de manera que tras la ruptura diplomática con Alemania, el gobierno boliviano asumió la titularidad de la mayoría accionaria, transfiriendo luego la administración de la empresa a la norteamericana PANAGRA, después de recibir dos aviones y 300.000 dólares del gobierno de los Estados Unidos. No sería la primera vez que el enfrentamiento político defina un monopolio aéreo. [82]   Al llegar 1942, Oscar Únzaga desarrollaba múltiple actividad como conductor de la Falange Socialista Boliviana, Director de LA PRENSA, órgano de su partido y, para solventar los gastos domésticos y ayudar a los falangistas sin recursos, trabajaba como Director de la Biblioteca Municipal, lo que le permitía, a él mismo, el gozo de la lectura. Era importante el respaldo que le daban sus correligionarios Dick Oblitas y Mario Aguilar. Por sus impedimentos físicos, el amigo de Únzaga, Antonio Anze, no podía ayudar a sus hermanos en sus actividades como lavadores de automóviles, pero aprendió sastrería en el taller del maestro Aquilino Maldonado, más tarde talabartería y trabajó en una zapatería de lujo de la familia Castellón, muy cerca a la casa de Oscar. Hombre simpático y ocurrente relator de cuentos en quechua, la vida de Anze Jiménez dio un salto cuando el Rector de la Universidad de San Simón, el sabio Martín Cárdenas, le ofreció empleo en la Biblioteca de esa casa superior de estudios, lo que le permitió estudiar Derecho. Fue en esas instancias cuando el Mayor Gualberto Villarroel empezó su curso de Estado Mayor en la Escuela de Guerra de Cochabamba, ciudad en la que se instaló con su familia. Allí se relacionó con Antonio Anze. “Estaba trabajando en la biblioteca cuando conocí a Villarroel. Todos trataban de acercarse a él, porque era una figura muy importante, pero no sé cómo él llegó a simpatizar conmigo. Le buscaba revistas, artículos y todo lo que necesitaba. Yo era como su ayudante, aunque él en realidad tenía

su propio ayudante que era un militar grandote de apellido Torres y vivía cerca de mi casa en Cala Cala…”, recordaba Anze Jiménez.[83] Una mañana Anze entregó a Villarroel una publicación y éste se sorprendió gratamente al leer el ejemplar del periódico LA PRENSA donde figuraba como Director Oscar Únzaga de la Vega. Sus artículos de opinión y crónicas sobre la actualidad nacional le parecieron acertadas y su línea coincidía con su propio pensamiento. De modo que decidió visitar a ese periodista. El encuentro fue muy cordial y la conversación se prolongó a lo largo de varias horas. Descubrieron que hablaban el mismo lenguaje pese a la diversidad de conocimientos y experiencias. Villarroel era oficial profesional, matemático por vocación, había tenido un comportamiento ejemplar en la Guerra del Chaco; mientras Únzaga era profesor, periodista, político, aficionado a la poesía, definido por sus adherentes como “patriota a tiempo completo”. Villarroel no le mencionó la existencia de RADEPA ni le dijo que era masón; tampoco Únzaga quiso decirle que sus actos políticos estuvieran inspirados en la doctrina humanista de la Iglesia. Pero les bastó saberse nacionalistas, socialistas y enamorados de Bolivia. Ambos querían dignidad para los indios y una vida mejor para los trabajadores. Estaban de acuerdo en el derecho a la propiedad, pero querían que los desheredados tuvieran las oportunidades que la sociedad les había negado hasta entonces. Al despedirse reiteraron el compromiso de mantenerse en contacto; el militar de escribir periódicamente y el periodista de publicar sus escritos en LA PRENSA. La guerra asumió entonces dimensiones universales. Las democracias occidentales necesitaban las materias primas bolivianas para el esfuerzo bélico. Con el Japón dueño de los yacimientos de estaño en Malasia e Indonesia, el único proveedor posible era Bolivia. Y aunque la industria extractiva estaba en manos de Patiño, Aramayo y Hoschild, el Presidente Peñaranda creía que la identificación boliviana con la causa aliada devengaría ventajas para el país. Washington, por su parte, trataba de ganarse la buena voluntad de los bolivianos para tener acceso a sus

recursos minerales y su goma, pero también porque en el continente, Brasil se alzaba como una sub-potencia susceptible de caer en manos fascistas. Y en la perspectiva de tener que neutralizar al Brasil invadiéndolo por tierra desde el oeste, Estados Unidos necesitaba una carretera desde el altiplano a Santa Cruz, que enlace con el sistema ferroviario al Pacífico. Pero en las minas bolivianas la visión del conflicto bélico mundial era distinta. Cuando los cines en Llallagua o Catavi pasaban noticieros o películas en las que aparecía Adolf Hitler, los obreros aplaudían en las galerías, pero cuando en las pantallas aparecían Roosevelt o Churchill, en la platea aplaudían los altos funcionarios de las empresas.[84] Nunca las relaciones con Estados Unidos generaron tantas expectativas y jamás Washington fue tan generoso en promesas con Bolivia. Los ministros de Hacienda, Joaquín Espada y de Economía, Alberto Crespo, viajaron a los Estados Unidos, donde suscribieron acuerdos para la financiación de importantes obras como las caminos Cochabamba – Santa Cruz; Sucre – Camiri; Camiri – Santa Cruz; Santa Cruz – Montero; fomento a la industria petrolera, estímulo a la industria azucarera, la producción de arroz, la industria maderera y la ganadería; obras de regadío, así como la creación de la Corporación Boliviana de Fomento, dentro del Plan Bohan. Se superaron los problemas pendientes, como el de la Standard Oil, pagando Bolivia $us. 1.700.000.- en carácter de indemnización. Falange Socialista Boliviana denunció la “subordinación del gobierno boliviano a los intereses de los Estados Unidos” y condenó el pago de cualquier indemnización a la Standard Oil porque “era una bofetada a los cincuenta mil muertos en las trincheras del Chaco, donde habían dejado su sangre por defender el petróleo de Bolivia”. La administración Peñaranda hizo oídos sordos. Canceló los consulados de Alemania, Italia y Japón y amenazó con la confiscación de los bienes de cualquier ciudadano originario de los países del Eje. El Secretario de Estado de los Estados Unidos,

Summer Welles, anunció una nueva concesión de $us. 5.500.000.para promover la industria petrolera boliviana. Siendo palpable el atraso de Bolivia, al extremo de que el analfabetismo afectaba a dos terceras partes de la población. Muchas capitales departamentales bolivianas carecían de servicios de electricidad, agua potable y alcantarillado y no existía ningún camino asfaltado en el país. En tales circunstancias, el Presidente Peñaranda trataba de sacar la mayor ventaja posible de la situación internacional. Pero las fuerzas opositoras no entendieron la política de acercamiento a los Estados Unidos y en lugar de conceder una tregua al mandatario, acrecentaron demandas y movilizaciones, estimuladas por falangistas y movimientistas, mientras la izquierda atacaba a estos, decidida a no dejarse arrebatar su discurso. LA PRENSA de Cochabamba y LA CALLE de La Paz se volcaron a impedir el monopolio de la venta de goma boliviana a los Estados Unidos y la oposición en el Parlamento logró frenar el convenio. El Canciller Anze Matienzo, sintiéndose censurado, renunció, no sin antes expresar su verdad: “…el asunto tiene una profunda significación política y moral, pues al darles nuestra goma a los americanos… en esta hora dramática de su historia, es la mejor prueba que podremos ofrecer a Washington, de nuestro leal empeño de cooperación…” Los arreglos con la Standard Oil, abrieron un período de interpelaciones de varios meses. Los izquierdistas decidieron sumarse a la oposición y subir el tono de las reivindicaciones obreras. Hasta que llegó diciembre de 1942 y con él los luctuosos sucesos de Catavi. Oscar Únzaga guardaba sentimientos encontrados hacia la figura de Patiño. Admiraba su tesón y el que hubiera organizado a los países exportadores de estaño para defender los precios del mineral, pero lamentaba su escaso interés por la problemática social boliviana. Distinta era en cambio su opinión sobre Carlos Víctor Aramayo, cuya familia de empresarios mineros se había caracterizado también en el servicio al país en circunstancias difíciles como las guerras del Acre y del Chaco. El pensamiento social cristiano del líder falangista

no ubicaba en el primer lugar de prioridades al dinero, aunque comprendía su valor para desarrollar una nación. En una carta que le escribe años después a Dick Oblitas, su amigo y camarada, Oscar le dice “¿de qué sirve la riqueza si no es para gozar del placer de hacer feliz a la gente?”. Cuando las tropas alemanas tomaron París, don Simón Patiño, con 81 años a cuestas, y su esposa, doña Albina, se trasladaron a Panamá donde dividieron su extraordinaria fortuna entre sus cinco hijos: Antenor y René Patiño Rodríguez, Graciela Patiño de Ortíz Linares, Elena de López Carrizosa y Luzmila Patiño de Boisrouvray. El gobierno boliviano había solicitado un préstamo a Patiño, pero este ofreció más bien cancelar impuestos por la partición inter vivos, como un “gesto de desprendimiento patriótico”, a condición de que esos recursos sean manejados por el gobierno de manera honesta y transparente. Así, por Decreto Supremo de 29 de julio de 1941, el gobierno aprobó la liquidación practicada por la familia Patiño, por un total de Bs. 742.649.273.- (unos 15 millones de dólares). Los impuestos a pagar eran ciertamente exiguos. Pero el Presidente de la República envió a Patiño un telegrama, expresando gratitud. Los nacionalistas en el Parlamento se mofaron de tal “agradecimiento” expresando que avalaba una defraudación al Estado. “La fortuna de Patiño se calculaba por lo menos en mil millones de dólares… Pero en Bolivia, después de 40 años de explotación de minas apreciadas entre las más ricas del mundo, el Rey del Estaño venía a saldar sus cuentas definitivas con dos millones de dólares”, escribió Augusto Céspedes. El periódico de la Falange, LA PRENSA, se permitió una ironía: “Es cierto, a nadie le gusta pagar impuestos, mucho más cuando se sabe que por lo general, los gobiernos se roban ese dinero. Pero, con tal criterio, nuestro país no tiene futuro. Defenderemos el derecho de cualquier ciudadano para organizar empresas, a condición de que las ganancias beneficien también al país. La liquidación que nos ha hecho conocer el Sr. Patiño demuestra que ha sido calumniado con el mote de rey del estaño, pues con tan pobre fortuna, no pasa de

ser un miserable millonario…” Los abogados de Patiño no le perdonaron a Únzaga aquella “irreverencia”. Sintiendo la izquierda que los nacionalistas la dejaban sin discurso, arremetió contra Patiño y agitó el ambiente en Catavi, donde trabajaban más de nueve mil mineros, cuyo Sindicato pidió a la empresa un aumento de salarios en un cien por ciento. Si bien el Gobierno apoyó de inicio las demandas de los trabajadores, advirtió en ellas una injerencia comunista que exacerbaba a los trabajadores, instándolos a la conciliación y el arbitraje. Únzaga se solidarizó con los trabajadores cuyos salarios máximo y mínimo era de 20 a 11 dólares al mes, mientras el precio del estaño había subido en un 20%. Patiño Mines replicó que el conflicto era parte de una acción política contra el gobierno nacional, aseguró que pagaba los salarios más altos del país y que un aumento generaría inflación. Dudaba de los arbitrajes “de dudosa imparcialidad bajo presión de cierta prensa” (en alusión a LA CALLE y LA PRENSA). Aseguró que sólo el 5% de los trabajadores apoyaba al Sindicato. Al Presidente Peñaranda le desagradó la reacción de Patiño. Las empresas mineras se habían comprometido a efectuar aumentos salariales en cuanto obtuvieran un reajuste en el precio del estaño y no hacerlo derivaría en huelgas y malestar social que afectaban ya a su gobierno. Los trabajadores y el Ministerio del Trabajo se reunieron, el Sindicato aceptó reducir sus pretensiones del 100 al 30%, pero la empresa se aferró a la tesis de que el conflicto era político, dejando que el gobierno se las arregle como pueda. A partir de entonces, todos perdieron la cabeza. Se multiplicaron los “pajpakus” comunistas instigando a la violencia. Los trabajadores anunciaron la huelga, el gobierno puso a Uncía, Llallagua–Catavi bajo jurisdicción militar y el Cnl. Luis Cuenca, asumió la jefatura de las tropas acantonadas en Llallagua. Oscar Únzaga advirtió en Cochabamba: “se está gestando una tragedia”. Reunidos Únzaga y Villarroel, este le comentó que el Coronel Cuenca, de quien era muy amigo, fue el Segundo Comandante en

Fortín Boquerón, durante la Guerra del Chaco, por tanto un Héroe Nacional con mayúsculas, que de ninguna manera iba a manchar su espada reprimiendo trabajadores mineros. En efecto, Cuenca imponía respeto y buscó contacto con los dirigentes sindicales, convenciéndolos de mantener la calma y normalizar las actividades. Los trabajadores anunciaron que suspenderían la huelga e inclusive su demanda salarial, si la empresa les pagaba una prima anual establecida mucho antes por ella misma. Pero el Presidente Peñaranda recibió un extenso cablegrama de la Patiño Mines expresándole que “el gobierno no podía colocar al país bajo la dictadura de los sindicatos”. En consecuencia, el Cnl. Cuenca recibió instrucción de suspender toda negociación con los trabajadores y tomar “medidas de seguridad”. El viernes18 de diciembre el nerviosismo era patente pues al día siguiente la empresa debía pagar la quincena. El Ministerio del Trabajo impartió órdenes de suspender el pago “hasta que los trabajadores depongan su actitud subversiva, ya que pagar salarios sería fomentar la huelga”. Cerradas las ventanillas, los mineros se organizaron para una marcha el sábado 19. El Cnl. Cuenca, que no quería un enfrentamiento, tuvo que desplazar su tropa, mientras hacía intentos desesperados para convencer al encargado de la empresa que pague la quincena. Pero este se negó. El apesadumbrado Héroe de Boquerón, tratando de evitar una masacre, se comunicó con el Ministro de Defensa para informarle de la dramática situación e implorar que el gobierno permita el pago de salarios. Candia dijo que consultaría con el Presidente. Entretanto la marcha se había desbordado, ocupando Catavi. En el límite mismo de la tragedia, Cuenca ordenó, que se proceda al pago de salarios, asumiendo la responsabilidad. Las papeletas fueron repartidas para efectuar el cobro al día siguiente. La gente se dispersó tranquila. El domingo 20 los trabajadores cobraron la quincena y los oficiales instaron a los obreros a retornar al trabajo y evitar la violencia. Es muy probable que la mayoría de ellos estuviera de acuerdo; eran días navideños y a nadie le gustaba la

tensión que se había vivido. Pero esa tarde de domingo las chicherías se llevaron el dinero y la prédica de los comunistas se llevó el sentimiento de paz. ¿Qué sucedió esa noche en Catavi, Cancañiri y Socavón Patiño? Solo el diablo lo sabe. El caso es que al día siguiente, lunes 21, piquetes de huelga impedían el ingreso de los obreros a las minas y multitudes que salían de Siglo XX y Cancañiri se compactaron y empezaron a marchar sobre Catavi. Los soldados se estremecieron. La muchedumbre avanzaba detonando dinamita. Los oficiales dispusieron la movilización de la tropa. No faltó coraje, ni instigación a la muerte, ni la bandera roja colocada a la cabeza de la columna. Tampoco la consigna para que estén mujeres en la vanguardia. Iba allí María Barzola, una lavandera. Alguien le había alcanzado un estandarte; marchaba gritando, sin saber que en cuestión de minutos se iba a convertir en mito revolucionario. Se escuchó la primera descarga de los mauser. La instrucción del Cnl. Luis Cuenca era clara, disparos por encima de las cabezas como advertencia; disparos a los cuerpos sólo en caso de ser atacados. Lejos de sentirse amedrentados los manifestantes avanzaron hacia la fascinación de la muerte, con la extraña seguridad de que nada podía sucederles. La segunda descarga fue a los cuerpos. No fue posible establecer cuanto tiempo duró aquello. Las bajas fueron incontables. El gobierno responsabilizó de los hechos al PIR, generando una reacción política en cadena. Catavi estaba en paz, pero su nombre incendiaba al país. Se inculpaba al gobierno y al Ejército de estar al servicio de Patiño. Oscar Únzaga criticó con dureza la indiferencia con la que el gobierno permitió que se llegue a tal extremo alentado por los comunistas. El Parlamento ardió, los discursos altisonantes, las declaraciones poco convincentes de los voceros del gobierno y el descreimiento de la población desestabilizaron al régimen, que en retirada optó por el estado de sitio y la censura de prensa. Clausuró LA PRENSA y apresó a Únzaga. La Policía tomó presos a falangistas y piristas y los envió a la isla de Coati.

Mientras el PIR hacía esfuerzos por abanderar la oposición luchando a brazo partido contra la Falange, el MNR se apropiaba de la figura de María Barzola y los militares de RADEPÀ empezaban a buscar asociados civiles para un golpe de Estado. El MNR casi no tenía presencia en Cochabamba, de manera que el enfrentamiento central era entre FSB y el PIR. Un atentado dinamitero hizo volar la imprenta recién adquirida por el PIR para imprimir su periódico EL DÍA. El PIR acusó a la Falange y Oscar Únzaga fue a dar otra vez a la cárcel, aunque nada se le pudo probar. Entre febrero y marzo de 1943, el tema Catavi fue una tortura para el Presidente Peñaranda, cuyo gobierno decidió cambiar el escenario y declaró la guerra a Alemania, Italia y el Japón, ordenando “la movilización integral del país”. Bolivia suscribió el Pacto de las Naciones Unidas, comprometiéndose a emplear todos sus recursos militares y económicos contra las potencias del Eje. El 29 de abril Peñaranda viajó a los Estados Unidos, atendiendo a una invitación del Presidente Franklin D. Roosevelt. Más allá del ritual protocolar –y del interés norteamericano por el único país productor de estaño en el mundo libre–, el sencillo General logró ganar la simpatía de los gringos. Si había un golpe en marcha, era pólvora mojada. Imposible derrocar al amigo de turno de los Estados Unidos. Ya habían comenzado los bombardeos aéreos sobre las ciudades alemanas y la ayuda americana permitía expulsar de Stalingrado a los alemanes. Estando Peñaranda en Washington comenzó la invasión americana a Italia, celebrada con una interminable ronda de whiskies que el general absorbió con voluntariosa cultura democrática. Pero los minerales bolivianos continuaban con precio de baratija, como una contribución de Bolivia al esfuerzo de las potencias democráticas a cambio de una promesa: Bolivia compartiría le mesa de los vencedores en la hora de la victoria sobre Hitler. Oscar Únzaga advirtió al país que “esa promesa era feble”. El tiempo le daría la razón.

Falange ya era una fuerza compacta y numerosa en Cochabamba cuya presencia pública, la noche del 6 de agosto, admiró a la población. Marcharon los falangistas portando teas y entregaron una edición de ANTORCHA que denunciaba “la naturaleza entreguista del gobierno y la doble moral de los piristas que empujaban a los obreros al martirio de día, pero se regocijaban en las recepciones de la embajada americana de noche...” El 18 de agosto de 1943 empezó la interpelación al gabinete que se prolongó por cuatro semanas, caracterizada por los discursos vehementes de Ricardo Anaya, condenando al gobierno por la masacre de Catavi y a la “feudal burguesía, causante de 118 años de postración en que se halla el país”. El gobierno presentó al Congreso su informe final sobre los sucesos de Catavi, reiterando la conspiración política de agentes del comunismo internacional encarnados en el PIR. El jefe del MNR, Víctor Paz Estenssoro, dijo: “Si no se sanciona al Gral. Peñaranda y a sus ministros por la masacre de Catavi, el pueblo boliviano habrá remachado las cadenas de su esclavitud”. La discusión del documento fue apasionada. El diputado Siles Zuazo enfrentó revolver en mano a la barra colegisladora. El Oficial Mayor del Congreso, Moisés Alcázar, relató que el Ministro de Gobierno, Pedro Zilveti Arce, responsabilizó de la situación de violencia en Catavi a “una célula de la Tercera Internacional obediente a los emisarios de Moscú” en referencia al PIR, por lo que los piristas lo acusaron de estar vinculado a la Falange. “¿Que estoy vinculado a la Falange? No conozco sino de oídas a ese grupo de juventud, y muy incidentalmente, tengo amistad con dos o tres de esos mozos que merecen todo mi respeto, toda mi consideración. Mozos enfervorizados en la más noble de las causas, el amor a la Patria, mozos capaces de todos los sacrificios, de todos los renunciamientos, mozos íntegros, de una moralidad pública y privada -verdad que a los veinte años no se puede tener moralidad pública, porque no se ha actuado todavía-… Hace pocos días conversaba incidentalmente con uno de ellos, y al tratar casi en

forma obligada de los sucesos que se avecinaban, éstos que estamos viviendo ahora, yo le preguntaba cuáles eran los propósitos de Falange, qué trayectoria tenían trazada para sus actividades. La respuesta de ese mozo que no tiene veinte años, y voy a decir su nombre en este caso, el joven (Gustavo) Stumpf Belmonte, eleva el espíritu. Este mozo barbilampiño, me dijo: “Nosotros no perseguimos nada material, nada queremos para el presente, trabajamos sólo para el porvenir, y si en la búsqueda de los destinos de la Patria hemos de caer, bien caídos; nosotros no queremos caer vulgarmente en la fosa, aspiramos a caer en el surco, para que nuestra sangre sirva de alimento”. Esta es la Falange, sobre la que no tengo influencia de ninguna clase; ojalá la tuviera, a mucha honra para mí. Esta es la Falange juvenil, que hace pensar en mejores horas para Bolivia, porque contemplando este panorama incierto, cubierto de incomprensiones y, por qué no decirlo, también de bellaquerías, poco se puede esperar del porvenir”.[85] Agotada la discusión se fue a la votación. Casi ningún diputado quiso defender la masacre de Catavi, salvo el trotskista Tristán Maroff, aliado del gobierno, a quien le recordaron su pasado al servicio del Paraguay en plena Guerra del Chaco. Se peleó voto a voto, utilizando la amenaza, el chantaje y la compra de conciencias. El diputado Víctor Andrade, recibió una llamada del gerente de Patiño Mines, José Antonio Quiroga, advirtiéndole que o votaba contra la censura -en cuyo caso podría tener un Ministerio-, o votaba a favor, en cuyo caso debía despedirse de la Caja de Ahorro Obrero que Andrade gerentaba. Sucedió esto último. Finalmente, una maniobra salvó al gabinete de la censura. Con todo, el gobierno resolvió el pago de una indemnización en beneficio de las familias de los muertos en los hechos luctuosos de Catavi. Pero la acción formalista de la justicia complicó la situación, pues se reconocía como familiares sólo a las esposas y los hijos producto de matrimonios de acuerdo a ley. Fue entonces que el abogado Carlos Montellano, en coincidencia con su hermano Julián, planteó una atrevida tesis: la justicia no se condolía de la realidad boliviana y al no reconocer la unión de hecho, dejaba desprotegidos

a los estamentos más humildes de la sociedad, por lo tanto esa no era la justicia que Bolivia necesitaba y había que cambiarla.[86] Al agotarse el período presidencial del Gral. Peñaranda, los nombres de Gabriel Gosálvez (PURS) y Tomás Guillermo Elío (PL) surgieron como candidatos para sucederle. Pero los rumores de un golpe militar revolucionario se filtraron al Palacio Quemado. Peñaranda, que se había hecho ducho en trotes políticos después de casi cuatro años de gobierno, previó que algo gordo se tramaba y con la mayor discreción reunió a representantes de los partidos tradicionales que habían colaborado con él, para instarles a “unirse en torno a una sola candidatura capaz de enfrentar los peligros que amenazaban a la democracia”. Pero alguno de los asistentes, creyendo que el plan favorecía a un candidato rival, violó la confidencialidad exigida por el Presidente y el intento unificador se conoció públicamente, malográndose. A partir de allí, los días de Peñaranda estaban contados. Las elecciones de ese año para conformar la directiva de la Federación Universitaria de Cochabamba fueron una cadena de enfrentamientos violentos. Realizadas las elecciones, la fórmula falangista ganó, pero los piristas se negaron a reconocer aquella victoria. De manera que hubo dos federaciones. El 21 de septiembre, Día del Estudiante, se realizaba habitualmente una gran fiesta, con velada, coronación de la Reina de los Estudiantes y posterior baile de gala. Hubo también dos reinas y para abrumar al anecdotario, las dos hermanas, Zulma y Delia Quiroga. Los del PIR contaban con una ventaja pues el Prefecto y el jefe de policías eran izquierdistas y por lo tanto anunciaron que la coronación y fiesta de la FUL pirista, se realizaría esa noche, dejando a la reina falangista con los crespos hechos. Entonces los falangistas decidieron cortar los cables de alta tensión, la ciudad de Cochabamba quedó en penumbras, no hubo coronación ni fiesta y esa misma noche una redada apresó a Oscar Únzaga, Gustavo Stumpf, Ismael Castro, Antonio Anze y otros. El asunto se complicó porque en el apagón unos malhechores robaron la recaudación de un circo y una farmacia casi se incendió, de manera que los afectados se

constituyeron en parte civil iniciando un juicio criminal contra los falangistas. Hasta que un día llegó a la cárcel de Cochabamba el Mayor Villarroel llevando una canasta de duraznos de su finca en Villa Rivero; conferenció con Únzaga y horas más tarde las puertas de la cárcel se abrieron dando libertad a los falangistas. [87] Aunque los estatutos de RADEPA lo prohibían, la Célula Superior de la Logia había aprobado un Golpe de Estado, autorizando al Mayor Gualberto Villarroel para tomar contactos con civiles. Entre los comprometidos en La Paz, estaba el joven Gonzalo Romero. En Cochabamba se había estrechado la relación entre Oscar Únzaga y Gualberto Villarroel.  Eran cada vez más frecuentes las tertulias en las que política, historia y nación eran temática predominante. Hasta que el militar le reveló al líder falangista que se iba a producir un movimiento revolucionario, invitándolo a sumarse con su partido. Luego Villarroel buscó en La Paz a Víctor Andrade, antiguo amigo de los tiempos de la guerra, diputado por La Paz y líder de Estrella de Hierro, la organización de ex–combatientes. De esa manera, Oscar Únzaga y Víctor Andrade fueron los únicos civiles en conocimiento del golpe. Pero sólo Andrade estaba enterado de la existencia de RADEPÀ, creándose un grupo de cobertura integrado por militares y civiles, denominada Asociación Mariscal Santa Cruz. Únzaga se reunió varias veces con los coroneles José C. Pinto y Alfonso Quinteros, altos miembros de la logia militar, quienes expusieron la estrategia de las acciones revolucionarias y los objetivos del nuevo gobierno, que el jefe falangista les exigía antes de comprometerse con la acción revolucionaria. Se suscribió un documento titulado “Constancia Histórica”, estableciendo que la revolución se haría “inspirada en el ideario político de Falange Socialista Boliviana”.[88] Se reconfirmó que el Mayor Gualberto Villarroel sería el futuro Presidente de Bolivia.[89] Reuniones parecidas en todo el país iban enhebrando la urdimbre subversiva. Pero el proceso conspirativo también se daba en Norteamérica. El escritor Augusto Céspedes, invitado en esos días por la Warner Brothers -en un esfuerzo por ganar amigos de cara a

la Segunda Guerra Mundial-, encontró en Washington a Enrique Sánchez de Lozada (padre de Goni), quien trabajaba para los Rockefeller, por lo que tenía contactos con el equipo del Presidente Roosevelt. Allí estaba también el jefe del PIR, José Antonio Arze. Como la guerra había compactado la alianza entre Stalin y Roosevelt, los comunistas eran populares y gozaban de buen pasar en los Estados Unidos. Al grupo se había unido el ex–Presidente David Toro. Los cuatro tuvieron reuniones en las que discutieron “maneras de rectificar la postura de servilismo e inopía con que el gobierno de Peñaranda comprometía el porvenir del país. Reconocieron ellos que una revolución era impostergable. Arze proyectó para el caso un sóviet con la participación de Toro, el MNR, el PIR y el ‘sector obrero’ del que se sentía representante nato. De tumbar a Peñaranda debía encargarse el MNR. Sánchez de Lozada se comprometía a conseguir el inmediato reconocimiento del nuevo gobierno y a facilitar las mejores relaciones económicas desde el cargo de agente confidencial primero y de embajador luego”.[90] El relato de Augusto Céspedes agrega que, a su retorno, planteó ante el MNR la aceleración de la caída de Peñaranda por la sugestión de Sánchez de Lozada sobre la premura de tomar el poder antes de que terminase la guerra, pues pasada esta ya no se podrían conseguir mejores condiciones para el comercio de las materias primas bolivianas. En todo caso, había dos planes subversivos: el de RADEPA con FSB y Estrella de Hierro por una parte y, por otra, el golpe de movimientistas y piristas, hasta la víspera enfrentados. El MNR era de presencia insignificante en Cochabamba. FSB era una organización fundamentalmente cochabambina, sin presencia considerable en La Paz, escenario de la política. Ante la necesidad de ampliar la base de sustentación de la revolución nacionalista en proyecto, RADEPA dio curso a una logia militar menor, denominada “Eduardo Abaroa”, que buscó contactos con otras organizaciones, entre ellas el grupo “Bolivia”, donde estaba Víctor Paz Estenssoro, quien ignoraba la existencia de la logia militar. A sugestión de Víctor Andrade, la organización secreta aceptó la incorporación del MNR a

la conspiración y constituyeron un estado mayor integrado por los militares Gualberto Villarroel, José C. Pinto y Antonio Ponce por RADEPA y Víctor Paz, Carlos Montenegro, Augusto Céspedes y José Lavadenz por el MNR. Al finalizar octubre, Oscar Únzaga decidió llevar a cabo la Primera Convención de FSB en Santa Cruz. Ismael Castro recuerda que la línea aérea PANAGRA, convencida de que los falangistas eran fascistas, se negaron a venderles pasajes y tuvieron que viajar por Trinidad a Santa Cruz en el Lloyd Aéreo Boliviano. “Fue una reunión de pocos delegados, por Cochabamba fuimos Únzaga, Mario Aguilar, Ramos y yo. De La Paz fueron Gustavo Stumpf y los hermanos Jáuregui Canevaro. La reunión fue en la casa de Guillermo Köenning. Todavía no se sabía de las conversaciones con la logia militar secreta, circunscritas a Oscar. Fue una convención administrativa con orientación política, sin dejar de poner énfasis en el amor a la patria y el servicio al pueblo boliviano”, sostiene Castro. En noviembre, Villarroel cambió su residencia a La Paz.  Únzaga, Oblitas, Céspedes y Gandarillas se reunieron con los mayores José Escobar, Guillermo Ariñez y el Teniente Alberto Candia Almaraz, todos radepistas.[91] El golpe estaba definido para la noche del 20 de noviembre. El Mayor Escobar sería el vínculo principal entre FSB y los militares. La noche del 19 se concentraron los falangistas y Únzaga les comunicó que habría “un acontecimiento importante”, sin revelar que sería la revolución que debía comenzar a las 8 a.m del día siguiente. El Presidente Peñaranda, que estaba en Santa Cruz, llegaría a Cochabamba, una delegación de la Escuela de Guerra y Estado Mayor lo iba a recibir en el aeropuerto y al momento de bajar del avión, los militares lo apresarían y los falangistas debían bajar de la Coronilla como fuerza civil de apoyo a la revolución. Pero a las 7.30, el Coronel Carlos Zabalaga les comunicó que se suspendieron las acciones. El 5 de diciembre, el mayor Escobar contactó a Ismael Castro. Le comunicó que la nueva orden general de destinos del Ejército dispersaría a todos los radepistas comprometidos con la revolución,

por lo tanto las acciones se producirían en las próximas dos semanas y que la fecha definitiva la harían saber a la Falange oportunamente. Entre tanto, el Presidente Peñaranda convocó a los dirigentes máximos de los partidos tradicionales e invocó a su patriotismo para unirse en torno a la candidatura de Gabriel Gosalvez y Manuel Carrasco (Director de EL DIARIO). Pero la reunión fue revelada por el Director del periódico LOS TIEMPOS, Demetrio Canelas, lo que frustró tal empeño, logrando eso sí, que los generales Antenor Ichazo y Miguel Candia, que también tenían aspiraciones presidenciales, se pongan de acuerdo para impedir que Gozálves sea Presidente, aunque sin definir quién de ellos lo sería. Por separado, ambos buscaron la vía golpista acercándose a los oficiales jóvenes. Faltando días para esa fecha el Gral. Ichazo convocó a Paz Estenssoro para comunicarle que tenía su golpe listo, invitando al MNR a cogobernar con él, dejando a Paz desconcertado. Por su parte, el Ministro de Defensa, Gral. Miguel Candia, envió un emisario a Oscar Únzaga para pedirle que se sume a una revolución que él encabezaría. RADEPA definió entonces la fecha del golpe para el 22 de diciembre. Villarroel se lo comunicó personalmente a Oscar Únzaga con el añadido de que el MNR era de la partida. Únzaga llegó a La Paz el 17 y convocó al secretario general de la Célula L, Gustavo Stumpf, comunicándole la situación. La noche del 17, el Presidente Peñaranda accedió a una reunión con un grupo de oficiales que le manifestaron su aprecio por ser un hombre de origen popular y un héroe de la guerra. Le revelaron que iba a ser derrocado, a menos que cambie su gabinete e invite al MNR y FSB. Impresionado, Peñaranda convocó al alto mando determinando cambiar a los oficiales de la logia secreta el lunes 21 de diciembre. Por ello se adelantaron los hechos para el 20. El 19 de diciembre Ismael Castro recibió la sorpresiva visita del Mayor José Escobar para comunicar a FSB que la revolución se daría en pocas horas. Enterado Únzaga, citó a todos los falangistas

y les informó lo que sucedería. Eran las 19.00. Todos se manifestaron de acuerdo y procedieron a definir responsabilidades. La revolución estallaría al amanecer y el Cnl. Alfonso Quinteros sería el enlace con el Comandante de las Milicias de FSB, Ismael Castro. Los falangistas se concentraron cerca de la plaza Del Granado, en la calle Ecuador. A las 20.00, el Director de Tránsito en La Paz, My. Alberto Taborga, ponía en apronte a sus subordinados. Taborga era un hombre muy allegado a Peñaranda, había sido su edecán y el mandatario dotó fusiles a los 600 varitas bajo su mando, todos excombatientes fogueados, precisamente para defender al régimen. Con la promesa de ser designado Ministro de Gobierno, el My. Taborga se había comprometido con la revolución, aunque ignorando la participación de RADEPA, que nunca lo reclutó, probablemente porque este héroe de Boquerón era un hombre de la derecha tradicional. A las 21.00 llegaron los invitados a un supuesto “matrimonio” en la casa de Gastón Velasco, en un pasaje de la Plaza Venezuela. Pero a las 22, el dueño de casa les informó que no había boda sino revolución. A las 23.30 los conspiradores se confundieron con las personas que salían de la función de noche de los cines Bolívar y Monje Campero, para dirigirse al Cuartel Calama. “Gloria Busch”, “Viva La Paz” fue el santo y seña para que la guardia abriera las puertas. Empezaron las acciones. A la media noche. Gustavo Stumpf notificó a los falangistas paceños que cada uno debía ocupar un árbol de la Avenida Arce y hacer presencia revolucionaria en Kantutani y San Jorge secundando la acción revolucionaria. En tanto en Cochabamba, Únzaga, Dick Oblitas e Ismael Castro diseñaron la movilización del partido para desplazarse por la ciudad. A la media noche, del domicilio de Julio Zuazo Cuenca en La Paz salió un grupo armado que tomó control de Teléfonos Automáticos. El Comando Civil Revolucionario se estableció a medianoche en El Prado, más tarde en la calle Batallón Colorados y después en la

Plaza del Estudiante. Radio Nacional estaba lista para informar sobre el triunfo revolucionario. A la 1.00 de la mañana se inició la movilización de los efectivos del Batallón de Tránsito. El Director General de la Policía, Cnl. Fernando Garrón, legendario jefe del espionaje boliviano durante la guerra, fue apresado en la boite del Hotel Sucre. Cerca de la esquina 6 de Agosto – Pinilla vivía el Ministro de Gobierno Pedro Zilveti. Dormía plácidamente cuando llegó el My. Taborga con un grupo de hombres que lo arrancaron de su cama y se lo llevaron en pijamas y pantuflas. A las 2.30 el Presidente Peñaranda recibió una llamada telefónica de su secretario privado, Jorge del Castillo, para informarle que había un golpe en marcha. Pero ya un destacamento estaba en la puerta de su casa, en la calle Capitán Castrillo, esquina 20 de Octubre. Decenas de hombres armados redujeron al General de manera insolente. Despertó su familia. Los agentes, nerviosos, amenazaron con matar al Presidente, cuyos hijos en llanto lo abrazaron para cubrirlo de las balas que, en realidad, nadie tenía intención de disparar. Peñaranda se rindió. Un vehículo lo llevó a la oficina de Tránsito, donde su ex–edecán Taborga, era dueño de la situación. El Jefe de Estado Mayor, Gral. Ichazo, cayó víctima de otro equívoco, recibiendo sonriente a sus captores creyendo que se trataba del golpe que él había preparado. Comprendió que era otro golpe, al advertir que la gente que rodeaba su domicilio no era tarijeña. Otro grupo tomó Radio Illimani para propalar la noticia del derrocamiento de Peñaranda desde las primeras horas del nuevo día. A las 6.00 el derrocado fue trasladado al Panóptico de San Pedro, donde ya estaba su cariacontecido Ministro Zilveti, el Ministro de Defensa, Gral. Miguel Candía, el Dr. Enrique Hertzog, algunos generales, parientes y funcionarios de su gobierno. Las embajadas de Chile y el Brasil habían dado asilo a varios políticos.

En Santa Cruz Jorge Lavadenz, coordinador del golpe, recibió por radio el aviso de luz verde. Dionisio Foianini, Isaac Landívar y el Cnl. Félix Tavera tomaron control de la ciudad, un grupo de falangistas, dirigidos por Carlos Terceros Banzer, tuvo actuación determinante siguiendo instrucciones precisas de Únzaga. Terceros Banzer fue designado Secretario General de la Junta Revolucionaria cruceña. También hubo respaldo de militantes del MNR. En Cochabamba, la Célula B de FSB inició su marcha desde la Plaza del Granado, tomó la Prefectura y controló la ciudad bajo la dirección de Únzaga; no hubo presencia movimientista en Cochabamba. En Oruro el Ejército asumió la situación revolucionaria con apoyo de movimientistas y falangistas. A las 9.00 Villarroel, Paz Estenssoro y un grupo de militares y civiles ingresaron al Palacio Quemado, para la primera reunión del nuevo gobierno. A pocas cuadras, en El Prado, un grupo de obreros se organizaba para asaltar LA RAZÓN y sólo la acción decidida de Armando Arce lo impidió, mientras Hernán Siles defendía la integridad del Director, Guillermo Gutiérrez Vea Murguía. Pero el desborde del populacho fue inatajable. La chusma arrasó con las residencias de Peñaranda, Zilveti y Espada. Definida en Palacio la designación presidencial, se constituyó el gabinete: Canciller, José Tamayo; Ministro de Gobierno, My. Alberto Taborga; Ministro de Hacienda, Víctor Paz Estenssoro; Ministro de Economía, Gustavo Chacón; Ministro de Defensa, My. José C. Pinto; Ministro de Educación, Oscar Únzaga de la Vega; Ministro de Agricultura, Carlos Montenegro; Ministro de Trabajo, Víctor Andrade; Ministro de Obras Públicas, My. Antonio Ponce; Ministro Secretario, Augusto Céspedes. Oscar Únzaga declinó el nombramiento y la cartera fue encomendada al My. Jorge Calero. El gabinete analizó la situación de Peñaranda. Debía salir del país. A las 2 de la tarde, los mayores Pinto y Ponce y el Dr. Hernán Siles lo visitaron, ofreciéndole seguridades y demandaron su renuncia. Peñaranda se negó: “Esta mano no firmara jamás una dimisión”. Pero ya era irrelevante. El pueblo paceño se volcó a la Plaza Murillo

para conocer a sus nuevos gobernantes. Salieron al balcón, Villarroel, Paz Estenssoro, Gustavo Stumpf, Taborga y militares radepistas. Las primeras palabras del nuevo Presidente fueron recibidas con alborozo. La revolución estaba consolidada, sin disparar un tiro, sin un herido. Más tarde, el Embajador de Chile, Benjamín Cohen, visitó a Peñaranda para informarle que el Cuerpo Diplomático pidió su asilo y que podía salir a Arica, escoltado por personal de la embajada chilena. Llegaron luego los mayores Escobar y Eguino. Con energía que no daba lugar a dudas, le espetaron el ultimátum: “o firma la renuncia o lo tiramos”. Aún tuvo coraje el General para decir “voy a firmar contra mi voluntad”, recibiendo la terrible respuesta de Eguino: “No se preocupe, firmará de la misma manera como usted le hizo firmar su renuncia a Salamanca en el corralito de Villamontes”. Desde Roosevelt hasta el presidente venezolano Medina Angarita, le ofrecieron asilo. El derrocado prefirió afincarse en Arequipa, donde tenía parientes. El Presidente Prado del Perú le hizo llegar una chequera para que disponga de ella con libertad, cosa que nunca hizo. Los gobiernos de Colombia y Ecuador, recordándole que era General de sus Ejércitos, le fijaron un sueldo de acuerdo a su rango, que tampoco aceptó. Permaneció con su familia en el exilio durante muchos años, sufriendo estrecheces materiales y en todo momento se portó con la dignidad de un ex Presidente de la República. Carlos Terceros Banzer, investido de amplios poderes partidarios por el jefe de FSB, Oscar Únzaga, pasó a ocupar la Secretaría General de la Prefectura de Santa Cruz. En tanto llegaba a La Paz un grupo de jóvenes cochabambinos, con Antonio Anze, Vicente Eguino y otros que se alojaron en la secretaría de FSB. Querían hablar con el Presidente Villarroel para iniciar una cruzada de acción cívica en el país de apoyo a la revolución alineando al pueblo en sintonía con el gobierno. Únzaga les explicó que él personalmente rechazó un ministerio para no comprometer prematuramente al partido, que aún debía madurar.

Mario R. Gutiérrez, recién llegado de Santiago, pasaba unos días con su madre en su hacienda Ururigua, cuando recibió un radiograma de Únzaga instándolo a trasladarse inmediatamente a La Paz y en seguida un telegrama del Secretario Privado del Presidente Villarroel, Sr. Hugo Salmón, ofreciéndole un cargo en el Palacio Quemado. Gutiérrez inicialmente se resistió, pero su madre lo convenció con lógica irrebatible: “si quieres triunfar en la vida, y ya que te metiste en política, nunca debes desoír los llamados de tu jefe”.[92] Ya en La Paz, Gutiérrez acudió al Palacio Quemado donde lo esperaban el Presidente Villarroel y Oscar Únzaga: Únzaga me presenta al Primer Mandatario. Se muestra cordial, afectuoso, decidido simpatizante de la Falange Socialista Boliviana. Me brinda su confianza y salgo satisfecho del despacho presidencial… Gutiérrez se posesionó como Jefe de la Oficina de Eficiencia y Reorganización Administrativa, contando con la ayuda de los falangistas Mario Ramos y Luís Céspedes Barbery. La repartición creada por Villlarroel dependerá directamente de él y no de ningún Ministerio. Sin conexión aún con los falangistas, Gonzalo Romero vinculado al Partido Socialista, se sumó al equipo del Presidente Villarroel, asumiendo la Gerencia de la Corporación Boliviana de Fomento. En los últimos días de 1943, Oscar Únzaga se reunió con Gutiérrez; le confió que su salud exigía un tratamiento en Buenos Aires y que había aceptado una misión del gobierno consistente en una investigación histórica para ensayar una nueva interpretación de la fundación de la República de Bolivia. Días más tarde, Mario R. Gutiérrez quedó a cargo de la dirección interina de FSB y como Secretario Regional de la Célula L, mientras Oscar Únzaga volvió a Cochabamba para despedirse de su madre y proseguir viaje a la capital argentina, donde se estaba tejiendo otra historia de matices singulares. En Europa empezaban a retroceder las fuerzas alemanas y la flota norteamericana hundía naves japonesas en el Pacífico.

VI - BUENOS AIRES (1944)   Tu melena de novia en el recuerdo y tu nombre flotando en el adiós…

 

B

uenos Aires recibió a Oscar Únzaga de la Vega, aquel día de febrero, con la melodía de Sur (letra de Homero Manzi). La nostalgia se asoció a una relación sentimental, tan secreta como imperecedera, que el joven líder falangista había dejado atrás con tristeza, fruto de su reciente estadía en la ciudad del Illimani, cuando su corazón fue cautivado por una joven de familia tradicional paceña, de artistas y políticos. Oscar peregrinó por los ámbitos ciudadanos más entrañables: la avenida Corrientes, la Plaza de Mayo, la 9 de Julio, “El viejo almacén” en Independencia y Balcarce, el encuentro de las calles Suárez y Necochea en el corazón de la Boca y, desde luego, San Juan y Boedo antiguo, la esquina del herrero, barro y pampa… “De muchas maneras, Manzi fue para mí, en Buenos Aires, lo que Virgilio para el Dante en el infierno, el purgatorio y el paraíso”, diría Oscar Únzaga al poeta Ambrosio García, una década después, estando ambos exiliados en aquella ciudad. Pero en ese verano candente de 1944, aún libre de compromisos mayores, joven y romántico, Únzaga miraba absorto ese macrocosmos social que le era seductor y atemorizante al mismo tiempo. Unos amigos, militantes de un sector revolucionario de la Unión Cívica Radical, que auspiciaban el modelo de integración social y alentaban el surgimiento de la  Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA), propugnaban por un nacionalismo progresista latinoamericano y no reaccionario ni localista. Se había relacionado con ellos, años atrás en Santiago, e impresionados por la personalidad de Únzaga, lo identificaron como el futuro conductor de ese nacionalismo en Bolivia.

Le presentaron a Manzi y le recomendaron una pensión familiar, en un pasaje transversal a Lavalle, conocida como la calle de los cines, en una de cuyas salas vio “La guerra gaucha”, considerada la mejor película argentina de todos los tiempos, dirigida por Lucas Demare, en base a un libro de Leopoldo Lugones, recreando las acciones guerrilleras de los gauchos de Martín Güemes contra el ejército realista entre 1810 a 1820, en plena guerra de la Independencia. El guión de esa película había sido redactado precisamente por Horacio Manzi, el polifacético poeta/tanguero de noche y político radical de día, que pontificaba por una democracia criolla y no europea, como militante decidido de la clase media, que luchaba por cambiar la sociedad, pero se aferraba a la nostalgia del pasado. En un primer encuentro entre el poeta y el joven líder falangista, Manzi le dijo que la Argentina estaba frente a una disyuntiva histórica para definir su futuro: puesto que la neutralidad era objetivamente imposible, debía elegir al bando vencedor en la guerra que ya entraba en la recta final. Todo hacía presumir que ese bando sería el anglo-americano-soviético. Pero como Manzi gustaba de contradecir lo predecible, esbozaba una tesis descabellada para ese instante, pero no por ello menos cierta. La guerra mundial era un enfrentamiento entre imperios. “¿Qué puede importarnos ese choque entre valores que para nosotros son indiferentes? No estamos con ninguno de ellos, ni contra ninguno tampoco, porque somos revolucionarios…” Para los más pragmáticos, la duda entre el Eje y los aliados empezaba a disiparse. El 5º Ejército de los Estados Unidos avanzaba firmemente por territorio italiano; había finalizado el bloqueo alemán sobre Leningrado y el Ejército Rojo tomaba la iniciativa en Ucrania y Crimea. Y aunque Alemania redobló la crudeza de los bombardeos sobre Londres, estaba a la vista que finalizaba el ciclo victorioso de Hitler sobre Europa. Semanas atrás un terremoto destruyó la ciudad de San Juan, muriendo ocho mil personas y Manzi organizó un festival en favor de las víctimas, escenificado en el Luna Park, donde se juntaron las

orquestas, los cantantes y los actores más cotizados de la radio y el cine del país vecino. Pero Manzi era el ejecutor de un acto en realidad político, diseñado por gente del entorno de un militar llamado Juan Domingo Perón, en ese momento a cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, cuyo “contacto con el pueblo”, pavimentaba su exitosa carrera política. Esa noche el poeta hizo de nexo entre Perón y la mujer que acabaría de perfilar su rutilante destino: Eva Duarte. En el Buenos Aires que conoció Únzaga, todo el mundo hablaba de Perón, la estrella en ascenso del régimen militar impuesto en la Argentina por el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), logia militar similar a la boliviana Razón de Patria, trasplantada a la quinta economía del mundo. Integraban el GOU oficiales que profesaban admiración por Alemania y también por Gran Bretaña, pero no por los Estados Unidos, de manera que sus referentes, aunque antagónicos en ese momento, eran europeos. Perón y un grupo de su entorno, tenían ideas nacionalistas que arrancaban de una realidad concreta: un país de inmigrantes europeos en un territorio indoamericano. Entre tanto en Bolivia los militares de RADEPA se consolidaban en el poder. El Director de Reorganización Administrativa del gobierno, Mario R. Gutiérrez, jefe interino de FSB, en un breve viaje a Santa Cruz en marzo, fue entrevistado por periodistas cruceños, resumiendo su visión sobre la situación nacional en aquel momento: PERIODISTA (P).- ¿Cuáles fueron los motivos determinantes que han decidido a su partido actuar en la Junta Revolucionaria? MARIO GUTIÉRREZ (MG).- La situación es clara. FSB venía luchando, desde mucho tiempo atrás, contra la política nefasta de los gobiernos derechistas… FSB había proclamado su fe nacionalista al fundarse, el año 1937, y desde entonces ha trabajado sin descanso por inculcar en la juventud y en el pueblo el ideal de una Bolivia Nueva, Grande y Justa, por encima de derechas e izquierdas. Ante la sombría perspectiva de que se perpetuase por

más tiempo en el poder el gobierno anterior, no podía ser más acertado y consecuente con su trayectoria política, que formar filas en la cruzada patriótica que se inicia por la liberación económica de Bolivia y el saneamiento moral de sus hijos. P.- ¿Qué temperamento cree Ud. que ha de seguir la Junta Revolucionaria con respecto al problema social? MG.- A mi modo de ver, y esta es sin duda la orientación de mi partido, debe buscarse, con tino e inteligencia, la armonía entre el capital y el trabajo, los dos grandes factores de la producción. A la vez que se hace necesario proteger al trabajador mejorando su condición social y económica, es de vital importancia estimular las industrias y los capitales nacionales, a fin de robustecer nuestra incipiente economía nacional. El Gobierno y los partidos que lo apoyan, tienen una alta inspiración patriótica, y no ha de haber en sus actos ninguno que haga pensar que se pretende incitar a las masas a la subversión amenazando la tranquilidad social, como tampoco debilidad para amparar los derechos del pueblo. El nuevo Gobierno ha de poner en marcha un vasto programa de reconstrucción económica, señalando a cada ciudadano sus derechos y obligaciones en relación con el progreso integral del país. P.- ¿Y qué nos dice de la forma en que el Gobierno ha de buscar sus colaboradores? MG.- El nuevo régimen cuenta ya con el concurso de hombres de partido que tienen una larga trayectoria de lucha nacionalista. Esto no significa, en mi concepto, que no trate de buscar la colaboración de elementos independientes, sanos y bien intencionados. Los hay y considero que no le negarán su apoyo si se lo solicita. Una vez que se despeje completamente la atmósfera política, el Gobierno irá acentuando su labor, rodeándose de ciudadanos de valía, honrados y capaces. Es natural que en la precipitación de los acontecimientos, se incurra en errores, que se den cargos a quienes no lo merecen, y lo que es más grave, a quienes han tenido una conducta política contradictoria y oportunista. Un buen gobierno

nacionalista no sólo debe saber seleccionar las fuerzas sanas del país, sino que también se debe cuidar de los políticos arrepentidos, que de la noche a la mañana abrazan la causa imperante, porque tienen más apetitos en el estómago que ideas nobles en la cabeza”. [93]

La posición falangista era clara: armonía entre el capital y el trabajo, derechos para los menos favorecidos y de ninguna manera la subversión de las masas. Cuando Mario R. Gutiérrez mencionaba la frase “despejar la atmósfera política”, se refería a la visión externa que reflejaba el régimen boliviano, en el centro de una campaña de políticos en el exilio que lo tipificaban como “nazi”. Periodistas norteamericanos confirmaron que oficiales bolivianos calzaban en el prototipo fascista, entre ellos el mayor José Escobar, Director Nacional de la Policía y el mayor Jorge Eguino, Jefe de la Policía de La Paz. El Departamento de Estado puso a Bolivia en congeladora. Enrique Sánchez de Lozada, agente confidencial en Washington, informó que EE.UU. recelaba de los viajes de Paz Estenssoro a Buenos Aires y le molestaba la popularidad del exiliado Elías Belmonte; habría reconocimiento sólo si el gobierno incorporaba al PIR, establecía relaciones con la Unión Soviética, incautaba propiedades de ciudadanos del Eje, reanudaba negociaciones sobre venta de materias primas a los Estados Unidos y condenaba toda doctrina racial anti-judía. A la Cancillería le pareció un ultimátum, respondiendo al agente: “Trasmita que gobierno tiene firme propósito cooperar Naciones Unidas en esfuerzo bélico contra Eje… Deseamos relaciones Unión Soviética. Viaje Paz a Buenos Aires debióse invitación formulada por Universidad…  Belmonte fue víctima calumniosa imputación. Gobierno actual carece toda conexión dicho militar... Aunque PIR es fuerza aparente su inclusión en gabinete daría pretexto se agudice reacción capitalista, terratenientes y pequeña burguesía. MNR no hace campaña antisemita. Gobierno encuéntrase dispuesto a abonar espíritu de colaboración con EE.UU… Impondríase nacionalización negocios y firmas comerciales Eje… Estableceríase un nuevo contrato venta de estaño a mayor precio que el actual

determinando que una parte del sobreprecio sea invertida en plan de asistencia social que mejore las condiciones de vida de obreros minas.” No todo lo que decía este documento oficial del Ministerio de Relaciones Exteriores de Bolivia era verdad. Elementos del MNR simpatizaban con Hitler, su programa de principios contenía elementos afines al Partido Nacional Socialista Alemán, incluido su antisemitismo. Villarroel estaba preocupado por Belmonte y al designar Embajador en España a Eduardo del Portillo -precursor de la Falange-, le dio un encargo prioritario: enviar una misión a Alemania, con apoyo del Generalísimo, para encontrar a Belmonte, repatriar sus restos si hubiese muerto o sacarlo de allí si vivía. El gobierno fijó la posición boliviana: “Nos mantendremos sin reconocimiento semanas y meses pues el gobierno está firmemente asentado en las masas populares”. Una gran demostración de apoyo popular lo refrendó y Villarroel pronunció la frase que sintetizaba su posición política: “No somos enemigos de los ricos, pero somos más amigos de los pobres”. Ese postulado era compartido por su amigo Oscar Únzaga, desde una visión claramente nacionalista, distante de los dogmas marxistas de la lucha de clases. Pero en 1944, como una paradoja, Villarroel era presionado precisamente por los capitalistas yankis para incorporar en su gobierno a los comunistas. Mientras tanto en Buenos Aires, con las escenas de “La guerra gaucha” en sus pupilas, Oscar Únzaga se entregó a la investigación del tema que lo había llevado a las bibliotecas y los archivos argentinos. Simultáneamente empezó el tratamiento médico para la mortificante úlcera estomacal que lo acompañaba desde su adolescencia. El resultado de su trabajo sobre la creación de Bolivia, desde la perspectiva de Buenos Aires, fue revelador. Oscar Únzaga, admirador del Imperio de Tiwanaku y del proceso de mestizaje y cristianización de la colonia, llegó a la conclusión de que la nación boliviana existía antes de ser Bolivia, era país aún sin tener ese

nombre, porque ya tenía personalidad social y realidad geográfica propia. Únzaga analizó el proceso de la emancipación americana a partir de lo sucedido en Charcas el 25 de mayo de 1809, continuado en La Paz el 16 de julio de ese año y un año más tarde con la Declaración de la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el 25 de mayo de 1810. Logró un amplio acopio testimonial que le permitió comprender las tendencias, a veces encontradas, de quienes compartían el sentimiento por la independencia americana en Buenos Aires y de los que lo hacían bajo una clara influencia andina: las montoneras en Humahuaca, los valles de Tarija con Eustaquio Méndez, la presencia de Juana Azurduy y Manuel Asencio Padilla en los Lipes, Tupiza y Cotagaita, a quienes se sumaron los Ejércitos Libertadores Argentinos en la devastadora guerra de 15 años. Robusteció su nacionalismo al acceder a las nuevas interpretaciones de la historia regional, aproximándose a investigadores e información desconocida pero que explicaban el pasado común de los pueblos independizados de España. Tomó consciencia de la determinante presencia ideológica de los revolucionarios alto peruanos, lo que explicaba, por ejemplo, que el Libertador José de San Martín y Manuel Belgrano hubiesen pensado en reinstalar el imperio incaico para la vastedad continental con capital en el Cuzco, o alguna otra distinta de Buenos Aires, lo que justificó también que fuera instalado en Tucumán el primer Congreso que proclamó la independencia de las Provincias Unidas de Sud América, al que asistieron 34 diputados, 7 del Alto Perú procedentes de Charcas, Chichas, Cochabamba y Mizque y 27 representando a Buenos Aires, Catamarca, Córdoba,  Mendoza, la Rioja, San Juan, San Luis, Santiago del Estero, Tucumán, Jujuy, Salta, además de que el potosino Cornelio Saavedra fuese figura consular del proceso y que el Acta de la Independencia Argentina fuera redactada por el chuquisaqueño José Mariano Serrano, con el detalle de que se imprimieron 1.500 ejemplares en español, 1.000 en quechua y 500 en aimara.

El líder falangista ponía énfasis en la Asamblea Constituyente del Alto Perú, instalada en Chuquisaca en julio de 1825, la misma que rechazó la posibilidad de quedar unida a la Argentina o anexada al Bajo Perú, para en cambio erigirse en “un Estado Soberano e Independiente de todas las naciones del Viejo y el Nuevo Mundo”, con el detalle de que el prócer que redactó la Declaración de la Independencia Argentina -José M. Serrano- también fue quien escribió el Acta de Independencia de las Provincias del Alto Perú. Únzaga puntualizaba que la fundación de Bolivia no fue obra de la intriga del Dr. Casimiro Olañeta y sus amigos, que influyeran en el ánimo del Mariscal Sucre para convencer al Libertador Bolívar de la formación de una nación independiente, sino que esa fue una idea madurada por el propio Bolívar y Sucre, sosteniendo esa afirmación con trozos de la relación epistolar entre ambos y que la aparente oposición inicial de Bolívar sólo fue un medio para contrarrestar las susceptibilidades que se abrirían en Buenos Aires y Lima por el nuevo país. Ello lo llevó a discrepar con Alcides Arguedas quien escribió un concepto negativo sobre Olañeta: “Bolivia es, en gran parte, -dice Arguedas- la obra del genio y de la verba avasalladora de un doctor intrigante, listo y pendenciero… (que) dada la ignorancia reinante en el Alto Perú, decidió a Sucre, con sus argumentos y sus intrigas…”. Esto es lo que escribe Únzaga, a la luz de sus investigaciones en Buenos Aires: La expresión ‘doctores altoperuanos’ no pasa de ser una frase despectiva que ha venido circulando para significar taras de nuestro ancestro, para expresar la falsía del felón… Es un deber sincero de conciencia levantar ese cargo que pesa como un insulto en la lápida de aquellos hombres que nos dieron patria y libertad. ¿Qué tuvieron sus culpas y sus errores? ¿Cuál de los próceres no los tuvo? Pero es más aún. Supongamos que todos ellos obraron con perfidia o se mostraron arteros. Llamémoslos, entonces, con sus nombres. Bauticemos con Olañeta a la intriga; con Urcullo a la falacia, con Taborga a la doblez. Pero no insultemos nuestro linaje, que el

agravio nos cae en la cara y en la sangre y maldice nuestras generaciones. Hijos de alto peruanos somos, y los alambiques de una cultura prestada no podrán clarificar la sangre de nuestros hijos. Y, después de todo, esa su sangre, así turbia, es la bravía que se regó desde Charcas hasta Tumusla, desde Tupac Amaru hasta la Guerra del Chaco, en la más grandiosa de las epopeyas históricas. ¡Dios permita que nuestros hijos pudieran ser tan grandes como fueron sus abuelos altoperuanos! La crónica de acontecimientos, desde Urcullu hasta Arguedas, es un relato, pero no una historia. Carece de sentido vital, de la emoción de interpretar la vida de un pueblo, con sus grandezas y sus miserias, con sus caídas y sus auroras. Las mentiras de nuestra historia son copiadas de otros autores, sin beneficio de inventario. No es que quisiéramos una historia optimista, sino que buscamos una historia verdadera. Hay una especie de entreguismo de los bolivianos en nuestra historia, como hay entreguismo de riquezas en el desarrollo de nuestra economía. La historia -dice Ortega y Gasset-, debe ser siempre escrita con entusiasmo. Con el entusiasmo y la voluntad de ser y de vivir de un pueblo, decimos nosotros. No es un pueblo enfermo el nuestro. Es una historia enferma la de Arguedas. Son falsedades aquello de que ‘Bolivia es un artificio’, ‘fruto de la ambición de los doctores altoperuanos’, de que ‘no teníamos condiciones para organizarnos independientes’, de que ‘el Mariscal de Ayacucho dictó el decreto del 9 de febrero a instancias de Olañeta’ y de que ‘Bolívar se opuso sustancialmente a la creación del Alto Perú como nación soberana’. Bolivia es una Nación. Sometida a la dramaticidad de su destino, sujeta a formas históricas y políticas que no corresponden a su realidad. Los fundadores de la Nación pudieron equivocarse al darnos leyes, pero no al darnos Patria. A lo largo de 25 semanas, Oscar Únzaga frecuentó los salones de lectura del Archivo General de la Nación Argentina, en la avenida

Leandro Alem, donde tuvo acceso a documentos desde el año 1600; fue asiduo de la biblioteca de la Academia Nacional de la Historia recién organizada en Buenos Aires; acudió a la Biblioteca del Congreso de la Nación y a la Biblioteca Nacional de la República Argentina, en la que estudió su notable mapoteca que le ofreció una visión amplia de los espacios en los que transcurrió la historia y que lo indujo a escribir conceptos como los siguientes: Bolivia tiene la triple faz geográfica: Pacífico, Amazonas y La Plata. Las naciones sudamericanas son del Atlántico o del Pacífico. Bolivia tiene en sus brazos geográficos a los dos océanos. En Chuquisaca, de dos gotas de agua -como dijo Gabriel René Moreno-, una va al Amazonas y otra al Plata. El Alto Perú es nido y abrazo de todo el continente. Es cadena necesaria para la unidad continental y para establecer el equilibrio de esas distintas Américas, que se tocan en nuestras montañas. Parafraseando a Julio Méndez, el líder falangista dice que “si Bolivia no existiera, habría habido necesidad de crearla”. Y junto con el sabio francés D’Orbigny, afirma que “si la tierra desapareciera quedando solamente Bolivia, todos los productos y climas de la tierra se hallarían allí. Bolivia es la síntesis del Cosmos”. Y Únzaga redondea tales ideas con estos párrafos: Hay que señalar a los bolivianos que no somos un absurdo geográfico, porque eso nos conduce a la pereza y el desaliento. Digamos, por el contrario, que tanta variedad geográfica y humana nos invita a la unión, al trabajo y a la empresa nacional. Los que, refiriéndose a los actores de 1825, los consideran forjadores de la nacionalidad, incurren en un equívoco. Ellos fundaron la República, pero la nacionalidad estaba creada, esa era honda y persistente acción del espíritu territorial. La nacionalidad se halla en los vestigios de Tiwanaku. Luego en el Kollasuyo. Más tarde en la Audiencia de Charcas que vino en llamarse Alto Perú. Finalmente, en la epopeya de los quince años.

Cuando San Martín concibió el plan militar de pasar los Andes hacia Chile y ya no subir con las fuerzas argentinas hacia el Alto Perú, estaba sellada la independencia boliviana. En 1825, los unos y los otros, tendrían que rendirse ante la evidencia de los hechos: el Alto Perú sólo podía vivir como nación soberana. Nada podríamos emprender en el futuro, no podríamos iniciar la gran empresa de mañana, si aceptamos la historia oficial del antibolivianismo. Negarnos como nación, como sangre, como suelo, es abrir los caminos al entreguismo y el coloniaje del extranjero. Despertemos la fe en nosotros mismos. La conciencia de la bolivianidad es lo principal, es lo básico, es lo urgente. Necesitamos una conciencia vigilante que nos señale nuestros errores y nuestros vicios, no para renunciar a nuestro destino, sino para superarnos. Los romanos no amaron a Roma porque fuera grande; Roma fue grande porque la amaron los romanos. Amemos pues a Bolivia si queremos verla grande algún día. Ese era el escenario histórico y la geografía concreta donde Oscar Únzaga de la Vega iba a jugarse la vida, por amor a Bolivia.[94] Mirando la política en ese laboratorio de ideas que era Buenos Aires en la década de los años 40 del siglo pasado, puede decirse que ese cuarto intermedio porteño en la vida del fundador de FSB fue intensamente intelectual y formativo, en medio de una seguidilla de gobernantes militares que pasaron por la Casa Rosada -los generales Ramón Castillo, Arturo Rawson y Pedro Ramírez-, mientras el coronel Juan Domingo Perón enhebraba una urdimbre de contactos con los gremios sindicalizados que a poco lo encumbrarían a las máximas instancias de mando militar y político. Ese era el tiempo cuando Libertad Lamarque abandonaba Buenos Aires para evitar la ira de Eva Perón, ya dueña de una porción propia de poder, que le permitía sus primeros desplantes a las señoras de la alta sociedad, a las que incomodaban su origen, su figura altiva en los palcos oficiales y su escandalosa presencia nocturna en el dormitorio de Perón, en Campo de Mayo.

En abril de 1944, Únzaga quedó impactado al enterarse de la absurda muerte de uno de los pioneros del nacionalismo en Bolivia, Carlos Puente La Serna, aquel hombre que al llegar al Parlamento Boliviano años atrás dijo: “Soy un hombre que se empeña en luchar contra nuestros males”, un hombre que definía la vida en dos palabras: lucha y creación. Puente falleció prematuramente en una mesa quirúrgica, aunque las ideas que había abrazado en su corta carrera política estaban vigentes, lo mismo que su estilo, que incluía encarar el riesgo personal para enfrentar a sus adversarios, como se vio días después, el 1º de mayo de 1944, cuando se registró un incidente típico de ese tiempo. Una marcha se desplazaba por las calles de La Paz llevando grandes retratos de Roosevelt, Stalin y Churchill. La Célula “L” de FSB, ajena al drama del no–reconocimiento, resolvió impedir que la bandera roja recorra las calles paceñas. Bajo las órdenes de Alfredo Candia Guzmán, un grupo de muchachos falangistas se apostaron frente al Palacio de Gobierno. El líder del grupo era César Wichtendal, un joven beniano quien irrumpió en el momento en que la manifestación pasaba con la bandera roja y la arrancó de manos de un obrero pirista. Los marchistas encararon a Wichtendal, salieron al frente los falangistas, la masa pretendió acorralarlos, Alfredo Candia extrajo un revólver e hizo un disparo al aire, momento que aprovecharon para correr con la bandera como un trofeo hasta la calle Santa Cruz donde estaba la secretaría de FSB. [95]

Aquella acción adquirió ribetes de escándalo internacional por efecto de la propaganda norteamericana, como una prueba de que en Bolivia reinaba el fascismo. El gobierno, atemorizado por la publicidad negativa, hizo perseguir y detener en celdas policiales a tres de los jóvenes falangistas que participaron de aquella acción y ello fue el inicio del distanciamiento de FSB con el régimen del Presidente Villarroel.[96] El no-reconocimiento de Washington significaba la agonía del gobierno revolucionario, que entró en prematura parálisis. La

oportunidad para modificar esa situación se dio gracias a la convocatoria de la Organización Internacional del Trabajo que se reunió en Filadelfia, a la que acudieron el Ministro del Trabajo de Bolivia, Sr. Víctor Andrade, y un delegado minero de Catavi, llamado Enrique Saavedra. Andrade conocía la idiosincrasia norteamericana, pues se había educado en el Instituto Americano con profesores metodistas llegados a comienzos de siglo con Francis Harrington, fundador de ese colegio, con el que había llegado a esta parte del mundo la máxima “In God we trust” (En Dios confiamos). Se empleó a fondo en la que podía ser la única posibilidad de supervivencia para su gobierno. Nada más llegado a territorio de los Estados Unidos lo esperaba la prensa ansiosa de fotografiar a un verdadero nazi sudamericano, encontrando en cambio a un hombre afable, que hablaba un inglés fluido y que riéndose del supuesto nazismo que se endilgaba a su gobierno, hizo una razonada exposición de la vida de los mineros bolivianos, habló de la masacre de Catavi y de las motivaciones de los oficiales jóvenes y su partido para tomar el poder. Ese primer contacto público de Andrade fue una revelación para la prensa. Y en actuaciones posteriores, notables por su atrevimiento, Andrade se acercó a funcionarios del Departamento de Estado logrando el envío de una misión presidida por el Sr. Avra Warren, para informarse de primera mano sobre lo que estaba pasando realmente en Bolivia. El Informe de Warren sostuvo que el gobierno de Villarroel todavía no era nazi, pero era necesario evitar que lo fuera. El reconocimiento de los Estados Unidos debía estar condicionado a: 1) salida de los ministros del MNR, 2) Deportación a EE. UU. de alemanes y japoneses radicados en Bolivia, 3) Elecciones libres. Renunciaron Víctor Paz Estenssoro y Augusto Céspedes; el MNR salió del gobierno. Se confiscaron las propiedades de 29 japoneses y 54 alemanes que vivían en Bolivia y habían formado familias, estableciendo empresas y ganándose el respeto de la sociedad. Hombres de apellidos germanos criollizados –Schilling, Kyllmann, Abendroth, Gasser, Kollros, Wituchter, Bauer, Paulsen, Kohlberg, Fritz, Ficher, Everhardt, Schumann, Schulz, etc.– y otros nipones –

Kyoto, Noda, Komori, Shirikawa, etc.– fueron metidos en trenes rumbo a Arica, donde los embarcaron para llevarlos a un campo de concentración en Texas. Fue una actitud vergonzosa del gobierno Villarroel, que mostraba la humillante dependencia del país. Convocadas las elecciones, fue visible el apoyo oficialista al MNR cuyos dirigentes se organizaron para cubrir las plazas departamentales de diputados y senadores. El jefe en ejercicio de FSB, comprendiendo que los falangistas serían barridos, decidió romper con el régimen y así lo autorizó Únzaga. Alarmados por esa decisión, los militares radepistas sostuvieron una reunión solemne a la que acudieron Mario R. Gutiérrez y Gustavo Stumpf, exhortándolos a permanecer al lado del gobierno, pese a las motivaciones que expresaron los civiles falangistas. “Un día el coronel Humberto Costas, paseándonos por los pasillos de Palacio, llegó a decirme que no se me dejaría salir del país. Entonces apelé a un ardid, temeroso de que tal cosa ocurriese, anunciando que terciaría en las elecciones como candidato a diputado por Cordillera. Tomé mi pasaje en tren y salí en dirección a Chile... De Santiago le informé a Únzaga de lo ocurrido y él me transmitió su plena conformidad”, dice Gutiérrez.[97]  Mientras Gutiérrez terminaba sus estudios universitarios en Santiago, en la misma ciudad los iniciaba el joven Jorge Siles Salinas. Él había regresado a la capital chilena por una invitación a una Convención Internacional de Estudiantes Católicos, donde participaron todos los países del hemisferio entre los que prevalecía una clara tendencia hacia la idea de la comunidad iberoamericana. La delegación boliviana estuvo integrada por Gustavo Stumpf, Huáscar Cajías, Marcelo Terceros Banzer, Juan Gotret y Jorge Siles Salinas, quien rememora aquellos días con afecto, porque entonces esos estudiantes descubrieron el mundo de la cultura iberoamericana y adquirieron un fervor muy grande por la integración de nuestros pueblos. En Chile se relacionaron con otros bolivianos que allí estudiaban y una noche Jorge Siles Salinas y Marcelo Terceros Banzer prestaron juramento de pertenencia política a Falange Socialista Boliviana.

Al interior de Bolivia, entre los combativos obreros de las minas del estaño, wólfram, tungsteno, cobre y zinc que requería el esfuerzo aliado en la guerra contra el Eje, habían dejado huellas profundas los anarquistas, la prédica de la Cuarta Internacional[98], además del disciplinado trabajo de los cuadros comunistas stalinistas y sobre todo los reclamos sociales que epilogaron en movilizaciones y masacres, como la reciente en Catavi. Era pues un sector clave que el gobierno Villarroel quiso incorporar a la revolución en marcha. Un congreso minero, en el que estuvieron todas las fuerzas emergentes, entre ellas FSB y el MNR, reunido entre el 3 y el 5 de junio, bajo el alero del oficialismo, dio nacimiento a la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB). Lo anecdótico fue que el PIR se opuso a la creación del ente sindical minero y más aún, que entre tanto aspirante, que conocía a Marx al derecho y al revés, los congresistas eligieran como su máximo líder a un simpático k’ara, hábil en el fútbol, de palabra fácil y liderazgo espontáneo llamado Juan Lechín Oquendo. Al día siguiente de la entronización de Lechín, las radios paceñas dieron una noticia urgente: los aliados habían desembarcado 150.000 soldados en Normandía, al mando del Gral. Dwight Eisenhower, en lo que se llamó el Día D. Las tropas alemanas se replegaron en todos los frentes. Alentada la derecha boliviana por tales victorias en Europa, se decidió por la acción directa y el 13 de junio estalló una revolución. Un piloto contrario a RADEPA bombardeó el Palacio Quemado pero su bomba cayó en una bodega. El golpe fracasó. Se descubrió que la conspiración tenía enlaces con el empresario minero Mauricio Hoschild y todo ello acabó favoreciendo al gobierno del Presidente Villarroel, que después de seis meses de cuarentena, el 23 de junio de 1944 recibió el reconocimiento de Estados Unidos, lo mismo que de las demás cancillerías del hemisferio que habían mantenido el bloqueo diplomático. El 28, los bolivianos concurrieron a las urnas para constituir un Parlamento que debía funcionar como Convención Nacional. Tal como lo previó Mario R. Gutiérrez, el MNR ganó 66 escaños de 136

en juego, convirtiéndose en la primera fuerza política del país, deprimiendo a los partidos tradicionales y al PIR. La Falange se abstuvo de participar por decisión de su Jefe Nacional que empezaba a preparaba maletas para retornar de Buenos Aires. El 19 de julio la suerte del Eje quedó sellada. Cayó Mussolini, Alemania sufrió la derrota en las puertas de Stalingrado y las fuerzas del Mariscal Rommel fueron batidas en el África. El 22, diseñando el nuevo escenario económico para el próximo tiempo, la Conferencia de Bretton Woods creó el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), instituyendo al dólar como la moneda internacional por excelencia. Pero en La Paz, lejos de interpretar la dirección de los vientos de la historia, RADEPA decidió mostrar las garras de sus halcones. Por primera vez se montó un aparato de inteligencia, para controlar a los opositores, donde empezó a brillar la estrella de un capitán llamado Claudio San Román. Se ordenó una emboscada en la puerta del domicilio del jefe del PIR, José Antonio Arze, quien fue atacado a balazos con la intención de asesinarlo. Arze hizo una aparición impactante en el hemiciclo “esqueletizado por la herida mortal que recibiera”[99], y de allí fue traslado a un hospital de Nueva York donde convaleció durante algunos meses. El autor material del atentado, un agente policial de 24 años declaró que el arma y la instrucción le fueron entregadas por el My. José Escobar. Para los obreros bolivianos, Mauricio Hoschild era el menos simpático de los barones del estaño. De origen judío y nacionalidad argentina, llegó en los años 20. Sus apologistas lo consideraban el más ilustrado entre los tres grandes industriales, de temperamento refinado y genio empresarial con alma de benefactor. Pero sus enemigos lo describían como un sujeto descarado, astuto y presumido. Una “célula judicial” de la logia militar secreta decidió “sentarle la mano”. Ellos consideraban que era el mayor enemigo de Bolivia, el que peor trataba a sus obreros, el que había utilizado las armas más innobles para hacer su fortuna y, en fin, el que más despreciaba al país. El empresario sabía que su vida corría peligro.

El 29 de julio de 1944, Hoschild fue convocado por el Ministro de Gobierno, Cnl. Alfredo Pacheco. Este le dijo que el gobierno le permitiría salir del país, a condición de que no sacara su capital. Hoschild aceptó. Pero el Director de Policías, My. Escobar le hizo saber que le entregaría personalmente su pasaporte el domingo 30 a las 3 de la tarde. Hoschild y su secretario de apellido Blum se dirigían a la Embajada de Chile en Obrajes para visar sus pasaportes, cuando fueron interceptados por hombres armados que los obligaron a subir a otro vehículo. Los condujeron a una casa de la zona sur y pasada la media noche los trasladaron a otra en la plaza Riosiño, donde permanecieron hasta el 2 de agosto, cuando los trasladaron a un inmueble aislado de Caiconi. Su cautiverio fue cruel con amagos de fusilamiento, incomodidades extremas e insultos. La noticia de su desaparición golpeó al país y la versión de un secuestro dio la vuelta al mundo. El Presidente Villarroel prometió una investigación profunda, pero las sospechas se volcaron sobre su gobierno. El jueves 3, a la media noche, los captores volvieron a embarcar a los secuestrados con los ojos vendados rumbo a una finca en Palca donde los esperaba un militar.[100] El Congreso eligió como su Presidente al poeta Franz Tamayo y los votos del MNR, convirtieron al Tcnl. Gualberto Villarroel en Presidente Constitucional, con Julián Montellano, como Vicepresidente. Pero la desaparición de Hoschild creó un ambiente enrarecido que deslució su posesión el 6 de agosto. La presión nacional e internacional resultó insoportable para el gobierno. La empresa minera La Unificada, propiedad de Hoschild, ofreció una recompensa de un millón de bolivianos. Un agente del FBI llamado Warren Dean, junto al investigador privado Luis Adrián y sus amigos Martin Freudenthal y José Carranza, siguieron huellas y hallaron indicios que los llevaron a las cercanías de Palca. Los investigadores privados determinaron la verdadera naturaleza del hecho. Un adjunto de la embajada americana visitó al Presidente Villarroel, para explicarle los alcances del secuestro y el riesgo para

su gobierno. Tras una conversación con Montenegro, Villarroel comprendió lo sucedido y convocó a los encargados de la seguridad del Estado, a quienes ordenó poner en libertad a Hoschild. La reunión fue tormentosa, dejando a descubierto el grado de poder de RADEPA, por encima del gobierno. El jefe de la Casa Militar aisló al Presidente en su despacho y el My. Edmundo Nogales tuvo que rodear el Palacio con un regimiento para resolver aquella situación. [101]

En Palca permanecieron los secuestrados y sus custodios durante una semana, hasta el jueves 10 de septiembre, cuando los trasladaron de nuevo a Caiconi. Según el relato de las víctimas, ese día llegó al lugar el My. Julián Guzmán Gamboa, quien alivió la situación de los secuestrados.[102] El lunes 14, Hoschild y Blum fueron liberados; se aseguró que alguien cobró una recompensa de un millón y medio de bolivianos. Hoschild, con 20 kilos menos, avejentado y al borde del shock, se embarcó en el primer avión a Chile. Y se dijo entonces que la Logia RADEPA, enfurecida por la forma en que su enemigo se salía con la suya, planeó derribar ese avión, encomendando la tarea a un oficial de aviación soltero (por el riesgo). Pero a última hora, la misión quedó sin efecto.[103] Una semana después de su liberación, instalado en Lima de donde nunca más volvería a Bolivia, Mauricio Hoschild se regocijaba con las noticias que divulgaba la agencia United Press International. Los alemanes abandonaron París el 25 de agosto y dos días después, el Gral. Charles de Gaulle ingresó triunfal en la capital de Francia. Ese día, 27 de agosto de 1944, Oscar Únzaga tomaba el tren internacional para retornar a Bolivia. Volvía desengañado; el nacionalismo argentino, que tanto lo había entusiasmado al llegar meses antes, se perdía entre las destemplanzas de los militares dueños del poder y el personalismo de figurones enamorados de sí mismos, que sólo aportaban al proceso revolucionario latinoamericano con histrionismo, haciendo consentir a las masas de que la sociedad les debía todo. La figura emblemática de Perón parecía encarnar esa tendencia, caracterizada por el discurso demagógico en nombre de “el pueblo”.

Para Únzaga, empezaba en la Argentina una era de selección al revés, donde el protagonismo pasaba a los menos capaces, los oportunistas, los mediocres y aún los deshonestos. Buenos Aires se poblaba de compadritos abusadores y altaneros que en su afán por descalificar a las clases altas, despreciar a la clase media y cargar contra lo que signifique cultura, transformaban a la sociedad argentina en una caricatura. Dejando atrás aquella ciudad entrañable -que efectivamente fue un recorrido por el paraíso, el purgatorio y el infierno-, Oscar partió de la estación de Retiro, escuchando la voz de Tita Merello, encarando a sus paisanos con aquellos versos que nunca dejaron de tener vigencia: Que el mundo fue y será / una porquería, ya lo sé. En el quinientos seis / y en el dos mil, también. Que siempre ha habido chorros, / Maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, / barones y dublés. Pero que el siglo veinte / es un despliegue de maldá insolente, / ya no hay quien lo niegue. Vivimos revolcaos en un merengue / y en el mismo lodo todos manoseaos. Hoy resulta que es lo mismo / ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, / generoso o estafador... ¡Todo es igual! / ¡Nada es mejor! Lo mismo un burro / que un gran profesor. No hay aplazaos ni escalafón, / los ignorantes nos han igualao. Si uno vive en la impostura / y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, / colchonero, Rey de Bastos, caradura o polizón. [104]   Bolivia, se dijo Únzaga, empezaba a caminar por esa misma senda. Mientras él volvía, importantes hombres del sector privado boliviano dejaban el país sintiéndose amenazados, como fue el caso de don Simón F. Bedoya, fundador en 1912 de la Sociedad Anónima Comercial Industrial (SACI) que empezó en el rubro del comercio exterior y creó la industria molinera boliviana, estableciendo por

primera vez en Bolivia un régimen de seguridad social para sus obreros y empleados, pero que debió radicar en Buenos Aires con su familia. Miguel Echenique, otro hombre de notables condiciones empresariales salía también al exilio, cobijándose en San PabloBrasil. Sorprendido allí por la gran cantidad de vehículos, instaló rectificadores de motor, creciendo en esa actividad hasta montar una fábrica de automóviles. Años más tarde, Echenique fabricó el primer refrigerador hecho en Brasil con la marca Brastemp y luego cocinas a gas y lavadoras de ropa. Con la importante presencia accionaria Simón F. Bedoya, el holding Brasmotor/Brastemp diversificó sus actividades y ni Perón ni Getulio Vargas pudieron impedir que la fuerza creadora de esos bolivianos genere riqueza, trabajo y bienestar. Cuando Únzaga llegó a Bolivia, se quedó perplejo. Su amigo Gualberto Villarroel era un prisionero del Palacio, mientras el poder oculto de RADEPÀ cometía los mayores desatinos. Pero en las Universidades y la Prensa, escenarios enriquecidos por ideas revolucionarias, se hacían los cuestionamientos de ese momento histórico: ¿Se debía lograr mejores precios para los minerales, en esa hora de conflagración mundial, cuando eran imprescindibles para las potencias capitalistas? ¿Debían esos mejores precios incrementar las fortunas de los dueños de las minas o mejorar la situación de los obreros que morían prematuramente y cuyas familias carecían de toda seguridad? ¿Era el momento de acabar con una extendida injusticia y dar a los indios los derechos que en justicia les correspondían? ¿Debía entregárseles tierras en propiedad? Falange Socialista Boliviana creía que sí, y en ello coincidían el Movimiento Nacionalista Revolucionario y Partido de la Izquierda Revolucionaria, aunque cada uno con estrategias y finalidades distintas. La necesidad de cambios quedó planteada en el Parlamento, que respondió con algunas iniciativas estimulantes, como la llamada “Ley Baluarte de Redención”, que permitía a las mujeres realizar trámites sin licencia marital. Pero mientras algunos ciudadanos trataban de mejorar la imagen de Bolivia, la represión sentó sus

reales. Civiles y militares fueron sometidos a prisión, con zambullidas en agua fría a medianoche, raciones de aceite de camión y otras ruindades que las confesaron los propios torturadores, como el Teniente Coronel Carmelo Cuéllar, un héroe de la Guerra del Chaco, devenido en sayón desde su cargo de gobernador de la cárcel de San Pedro, donde solía aplicar patadas a los internos a su cargo, especialmente camaradas suyos de grado superior.[105] Convencidos de que el reconocimiento de los Estados Unidos había ayudado a dar vida a un monstruo, miembros de la oposición, exasperados por los desplantes de los militares radepistas, la violencia verbal de los parlamentarios del MNR y la palabra sarcástica impresa en LA CALLE, iniciaron un proceso de acercamiento para enfrentar al gobierno, juntando a los partidos tradicionales de la derecha -republicanos y liberales-con los comunistas del PIR. Falange Socialista Boliviana, ajena a los partidos del viejo régimen y a los marxistas, decidió empero reclamar al gobierno por los desafueros de sus seguidores. Luego de una reunión del Consejo Nacional de FSB presidido por Oscar Únzaga de la Vega, se hizo pública una carta abierta al Presidente Villarroel, de fecha 4 de noviembre de 1944, protestando por “la presencia de gente indeseable en los cuadros de gobierno, desvirtuando y prostituyendo los cuatro postulados comprometidos un año atrás, que el régimen incumplió: 1) Defensa de la economía nacional. 2) Solución del problema social. 3) Moralización del país. 4) Regulación de las relaciones económicas y diplomáticas con Estados Unidos. Reclamaba FSB porque “sobre el espíritu nacionalista y decidido de algunos militares que permanecían en el gobierno, actuaba omnipotentemente una fuerza que neutralizaba deliberadamente la realización del ideario de la revolución, desvirtuando la fe nacionalista del país”. El gobierno reaccionó acremente y la ruptura fue irrevocable:

“El Consejo Nacional de FSB, consecuente con sus principios y seguro de que la revolución de 1943 fue traicionada, deslinda toda responsabilidad política, demostrando que no tuvo ninguna intervención en los actos del gobierno. 16 días después de la ruptura, se produjeron los terribles sucesos del 20 de noviembre de 1944. Había un golpe en marcha y los complotados enlazaban la guarnición de Oruro, cuando fueron delatados, quedando sin saber qué actitud tomar. Esa mañana los complotados, Cnl. Ovidio Quiroga y Cnl. Melitón Brito detuvieron un vagón ferroviario donde iban, en calidad de presos políticos, el Gral. Miguel Candia, los coroneles Fernando Garrón y Eduardo Paccieri, además del ingeniero Humberto Loayza. Garrón absolutamente inocente, se entrevistó con Quiroga y Brito, sugiriéndoles deponer su actitud y buscar refugio. Quiroga le contestó que era mejor enfrentar al gobierno, pues no perdonaría ni a Garrón, replicando éste que, siendo inocente, no temía nada malo. El Ministro de Defensa, My. José C. Pinto se puso en contacto por radio con el Cnl. Brito, pidiéndole deponer las armas. Pero los rebeldes decidieron seguir adelante, esperanzados en ser secundados en el interior. La gente del gobierno adoptó medidas punitivas extremas. Fuerzas militares retomaron Oruro; sólo encontraron a los presos de Cochabamba. Brito, Quiroga y sus amigos habían huido un camión y un contingente policial partió tras ellos. Mientras tanto, el Ministro de Gobierno, My. Alfonso Quinteros, el My. Escobar y el My. Eguino, asumieron el control de la represión. El hilo telegráfico transmitió una orden terrible al My. Valencia, prefecto accidental de Oruro: –¡Fusile a los que están en su poder! Valencia quedó perplejo ante la orden; sin embargo, creyó que el momento de ira podría disiparse y no la cumplió. Presionado durante seis horas, no le quedó más alternativa que obedecer. A las 3 de la mañana sacaron de su celda a los coroneles Garrón y Paccieri y a los ingenieros Loayza y Brito. Los llevaron hasta Challacollo y los pusieron frente a un pelotón de fusilamiento, cuyos

integrantes tenían el corazón estrujado por lo que les tocaría hacer. Dándose cuenta de que era el fin, el Cnl. Fernando Garrón, héroe de la Guerra del Chaco, en la que se había distinguido como extraordinario jefe de inteligencia y contraespionaje, se encaró a sus custodios. –Si tienen que fusilarnos, comiencen conmigo¬. Y despojándose de su abrigo lo alcanzó a uno de ellos. –Entréguele esto a mi hijo, es la única herencia que le dejo–. Luego contó los pasos, se cuadró y ordenó al teniente Jorge Peñaloza; –¡Comience teniente! – Se escucharon las clásicas órdenes. ¡Preparen! ¡Apunten! ¡Fuego…! El héroe cayó acribillado. No sufrió. El Cnl. Paccieri se acercó al cuerpo de su camarada. Se sacó el sombrero. Encendió luego un cigarrillo, arrojó el pucho después de tres largas pitadas. –Estoy listo, muero inocente. Este es el pago que me da Bolivia después de haberla defendido en el Chaco–. La descarga lo mató instantáneamente... El ingeniero Brito se acercó al subjefe de policía Zenón Murillo. Le entregó todo el dinero que tenía y su reloj, rogándole que los haga llegar a su esposa. No dijo nada más. Murió sin un quejido. El ingeniero Loayza Beltrán fue el último. Sin ninguna emoción preguntó: –¿No me pueden perdonar? –  Le respondieron que no. –Entonces sólo les pido que no me hagan sufrir–. Pero justamente a él, a quien el dolor le importaba más que la muerte, ésta no le llegó instantánea. Por la emoción y el temblor que se había apoderado del pelotón sus disparos no fueron mortales y Loayza herido imploraba a gritos que lo mataran. El teniente Peñaloza se le acercó y disparándole dos balazos terminó con su martirio. Entre tanto un camión corría por el altiplano cerca de la frontera con Chile. Iban el Cnl. Ovidio Quiroga, el Cnl. Melitón Brito, el Tcnl. Luis

Olmos, el My. Armando Pinto y los civiles Héctor Diez de Medina y Alberto Brito. Llegaron al caserío de Caquena, ya en Chile, a 10 kilómetros de la frontera. No esperaban que hasta allí llegara el contingente policial al mando del Cnl. Francisco Barrero, apresando a los fugitivos. Al descubrir que el Cnl. Brito faltaba, Barrero se introdujo en una casucha. Se escuchó un disparo. El Cnl. Barrero salió y dijo “se ha suicidado”. Aprovechando el desconcierto, Quiroga y Alberto Brito se encerraron en un almacén. Los demás fueron llevados presos.[106] Radio Illimani iba dando cuenta de los fusilamientos entre huayños y cuecas, dándoles el tono de “victorias del pueblo boliviano”. Las cárceles de La Paz se llenaron de presos políticos. 60 personajes, entre ellos el poeta y periodista de La Razón, don Nicolás Ortíz Pacheco y su coterráneo sucrense Mamerto Urriolagoitia. A la 1 de la mañana, de las celdas del Cuartel Calama fueron sacados cinco ciudadanos: el senador por Chuquisaca Luis Calvo; el senador por Cochabamba Félix Capriles; el líder del Partido Socialista y catedrático universitario Carlos Salinas Aramayo; el ex–Ministro y catedrático universitario cruceño Rubén Terrazas; y el Gral. Demetrio Ramos, ex–Ministro de Peñaranda. Todos eran ciudadanos de bien, nada podía censurárseles de su vida pública ni privada, salvo que pertenecían a familias conocidas de la sociedad boliviana. El grupo fue conducido en una camioneta amarilla por el camino a los Yungas, suponiendo ellos que los confinaban. Al llegar a Chuspipata, un terrorífico precipicio a unos 60 kilómetros de La Paz, el vehículo paró. Los carabineros a órdenes del My. Guzmán Gamboa y su ayudante, el suboficial Banegas, los hicieron bajar. Requisaron los objetos que llevaban y luego les ordenaron caminar, cuando llegaron al filo del abismo les dispararon ráfagas de ametralladora. Arrojaron los cuerpos al barranco. Los asesinos retornaron al amanecer en la misma camioneta. Esa atrocidad marcó a Julián Guzmán Gamboa.

Un informe oficial del 22 de noviembre dio a conocer el fusilamiento de Ramos, Garrón, Paccieri, Loayza, Terrazas, Salinas, Brito y el suicidio del Cnl. Brito, sin dar rastros sobre Calvo ni Capriles. Se insinuó que Salinas, Terrazas y Ramos pudieron haber muerto en el camino a Irupana cuando trataron de agredir a sus custodios provocando la “legítima defensa” de estos, pero no hubo confirmación oficial clara. Las inexactitudes y mentiras no pudieron aplacar la ola de indignación que conmocionó al país, aunque nadie supiera todavía el horror de lo sucedido en Chuspipata. Los crímenes de Challacollo y Chuspipata (no se habló de genocidio porque las víctimas eran gente de derecha), fueron la triste carta de presentación para el atribulado embajador boliviano en Washington, Víctor Andrade, quien había logrado buen ambiente con el gobierno americano gracias en parte a la ayuda que le prestó su amigo Nelson Rockefeller, con quien había hecho buenas migas. Conocida la noticia de los fusilamientos Andrade iba terminar su misión sin haberla comenzado. Mortificado, decidió buscar personalmente al poderoso Secretario de Estado, Sr. Stetinius. Al no hallarlo en su despacho, tuvo el atrevimiento de ir hasta su residencia, donde solo encontró a su esposa. Allí lo esperó durante una hora. Stetinius se sorprendió al encontrar al embajador boliviano, pero se dispuso a escuchar una larga y conmovedora relación de Andrade resumiendo el drama boliviano, la guerra del Chaco, la indolencia de los grandes empresarios mineros, la miseria y atraso de los mineros, la marginalidad de los campesinos y las esperanzas que tenía Bolivia en la democracia más grande del mundo. Logró impactar emocionalmente al Secretario de Estado, porque este le pidió acompañarlo a su despacho, donde en su presencia rompió el documento condenatorio contra Bolivia que tenía listo. Luego de despedirse, el Chino se puso a llorar, según su propio relato. [107] A esas mismas horas y en el otro lado del mundo, el boliviano Elías Belmonte era finalmente hallado en un desagüe de Berlín, protegiéndose de los bombardeos americanos. Llevaba una barba

de seis semanas, estaba medio muerto de hambre, de frío y de miedo. Se sobresaltó cuando le hablaron en español. “Tranquilícese Mayor, está entre amigos”, le dijeron esos hombres que tenían la instrucción de evacuarlo a Madrid. Belmonte ignoraba que sangre inocente se había derramado en Bolivia por obra de antiguos allegados suyos, miembros de la logia secreta, donde estaban militares acostumbrados a la violencia, que buscaban redimir a los pobres eliminando a la gente de clase alta. Eran oficiales que, en su psique atormentada por los recuerdos de la Guerra del Chaco, obraban con los métodos de la Gestapo, pero con un resentimiento parecido al de los bolcheviques frente a la familia del Zar Nicolás. Fue una Navidad triste para las esposas y los hijos de los asesinados en Chuspipata, quienes no tenían confirmación oficial sobre la suerte de sus seres queridos.





VII - FAROLES DE IGNOMINIA (1945-1946)

E  

l 1º de enero de 1945, el Jefe de FSB, Oscar Únzaga, dirigió un mensaje a la militancia falangista y al país:

“En la hora de confusión que vivimos, con ideales prostituidos y doctrinas adulteradas, es un deber mantener en alto la pureza de nuestro credo, con la más noble entereza… Ni la táctica, ni la convivencia, ni el interés político, nada puede apartar a Falange Socialista Boliviana de su programa y su conducta política.” Únzaga reconfirmaba su credo nacionalista, pero declarándolo distinto a la práctica política del régimen imperante, estableciendo un principio categórico: el nacionalismo no está reñido con el espíritu cristiano ni con la decencia. Tampoco se entrega a Washington, ni a Berlín ni a Moscú. “La constancia histórica de ésta realidad está en la Organización de Naciones Unidas, donde existen, con derecho propio, naciones grandes y pequeñas que vencen en la guerra por la fuerza incontenible y pujante de su nacionalismo… Se equivocan quienes suponen que la doctrina nacionalista ha ligado su suerte a cualquier bando beligerante…” Y ante la dinámica y los intereses que se jugaban en ese momento en Bolivia y en el mundo, Únzaga dio una instructiva a su militancia: “Se explica que el comunismo trabaje en consorcio con las fuerzas de la opresión representadas en Bolivia por el capitalismo internacional, por los grandes intereses antinacionales, por los plutócratas que nunca han pensado en el interés de la colectividad, ni han amado a la Patria boliviana. Pero no se justifica que no se alisten contra el comunismo los hombres de los partidos tradicionales que, a pesar de todos sus errores, profesan un profundo patriotismo y comparten la conciencia cristiana del pueblo. Ellos junto a todos los sectores de opinión que sin abanderarse en comités políticos, forman también la verdadera voluntad de la Nación que quiere Honor, Paz y Trabajo para Bolivia.

Por estas razones, todos los luchadores de FSB, de las filas activas y de las reservas, deben orientar sus actos en las siguientes directivas: PRIMERA.- Conservar la limpidez de su conducta y su fidelidad al credo ideológico que sustenta FSB, por sobre cualquier conveniencia circunstancial. SEGUNDA.- Declarar el repudio que siente por las fuerzas nacionalistas que, abandonadas al oportunismo del poder, prostituyen la limpidez de la bandera nacionalista y la pureza de su doctrina. TERCERO.- Ratificar su posición contraria el gobierno actual, por haber traicionado los principios que dieron vida al régimen del 20 de diciembre de 1943 y haber anarquizado a la Revolución Nacional.” Con este documento, Únzaga fijó el complejo derrotero de su partido aún en formación. FSB estaba en contra de la violencia de un sector enloquecido de RADEPA, que tenía a Villarroel de rehén e imitaba las actitudes hitlerianas que la Iglesia Católica condenaba resueltamente. Para rescatar al país, Únzaga apelaba a los partidos tradicionales -pese a sus errores-, pero no admitía su connivencia con el comunismo (PIR), cuyos métodos -en su concepto- no se diferenciaban de la crueldad nazi. Simultáneamente, Únzaga instruyó ampliar las bases de su partido, hasta entonces sólo una escuela de civismo constreñida a la juventud. La hora de actuar en la política grande se acercaba. La Falange empezó entonces una etapa de convocaría militante en todas las capitales departamentales y provinciales del país. Ambrosio García Rivero nació en 1925 en la población de Santa Rosa, a 70 kilómetros de Reyes, población en la que se asentó su familia. Al cumplir 13 años lo enviaron a la secundaria en Trinidad, donde salió bachiller y se hizo automáticamente falangista. Cumplía con el servicio militar en Riberalta, en 1944, cuando le siguieron proceso acusándolo de actividades proselitistas luego de ser sorprendido hablando a sus camaradas conscriptos sobre FSB, lo que disgustó al comandante del regimiento que era del PIR. En

castigo lo enviaron a un punto en la frontera del Brasil llamado “Cafetal”, “para que muera de fiebre”, pero sobrevivió y al ser licenciado del cuartel se hizo cargo de la célula de la Falange en Trinidad y también organizó a su partido en algunas poblaciones benianas. Ambrosio García tendrá dos pasiones en la vida: FSB y la poesía.[108] Cosme Coca era un joven paceño nacido en el barrio de Miraflores, cerca al Parque Botánico, donde su familia tenía una casa. Nunca tuvo en mente a la política y sus planes de vida consistían en estudiar, conocer algo de mundo, trabajar y formar un hogar digno como el que hicieron sus padres. Todos sus planes estaban bien encaminados, tenía una actividad interesante, contrajo nupcias, nació su primer hijo, pero la prédica de odio clasista e inclusive racial en que estaban empeñados algunos personajes del gobierno nubló la visión de porvenir que había acariciado. Hasta que otros jóvenes le hablaron de Oscar Únzaga, sus ideales patrióticos y el nuevo amanecer que avizoraba para Bolivia. Cosme Coca se hizo falangista en 1944. Moriría por esa causa.[109] Carlos Mayser Sauer, llegó con la marina alemana a Montevideo y guiado por sueños de aventura vino a Bolivia en 1910. Remontó los grandes ríos del oriente, estuvo con el explorador Fawcet buscando el Gran Paitití, incorporó a la vida civilizada a la tribu Pauserna, fundó una compañía con grandes extensiones gomeras en la provincia Velasco, fue concejal, abrió escuelas en la frontera, inculcó sentimientos patrios a los indígenas. Se casó en 1920 con Leticia Ardaya, tuvieron siete hijos y el cuarto, bautizado Luís, nacido en 1929, compartió la aventura de su padre en esas tierras con ríos como mares, donde las fieras y las enfermedades amenazaban a quienes se internasen por aquel bosque. Estando en el Colegio Alemán en Santa Cruz, clausurado por la ruptura de relaciones boliviano-alemanas (tras el falso putsch nazi), su padre fue apresado para ser enviado a un campo de concentración en Estados Unidos, pero como estaba casado con boliviana, tenía siete hijos y gozaba del respeto y cariño de sus vecinos, fue liberado. Luís se hizo falangista a los 10 años, al caer en sus manos una cartilla

con el programa de FSB. Al establecerse en Santa Cruz buscó a los que dirigían el partido, Carlos y Marcelo Terceros (Mario R. Gutiérrez estaba en Chile), el profesor Nicanor Castro, Alejandro Parada, Humberto Castedo Leigue, el Dr. Rafael Talavera Roca, el fundador Guillermo Köenning. “Una noche los encontré a todos reunidos, pedí permiso para ingresar, quisieron inscribirme, les dije que primero quería escuchar para conocer a fondo la doctrina del partido y luego de algunos días me inscribí”. Era el año 1944.[110] Guillermo Gonzáles Durán descendía de patricios como Vicenta Juaristi Eguino, una dama de la Independencia de Bolivia y el General Ramón González Santiesteban, un héroe de la Guerra del Pacífico, cuyo hijo, Ramón González Eguino, fue el primer químico en Bolivia, se casó con doña María Durán de González, tuvieron cinco hijos, entre ellos Guillermo, quien fue abogado y profesor de Filosofía en el Colegio Alemán y en la Universidad Mayor de San Andrés. Escribió libros notables como “El comunismo marxista a la luz de la ciencia”, “En el corazón de la eternidad” y “El pensamiento universal”, su obra fundamental en torno a los conceptos y doctrina de los principales filósofos de la humanidad. Asumió militancia falangista en 1944 junto a otros protagonistas de la vida universitaria paceña. Años después, su hermana Hortensia seguiría sus pasos, lo que les costaría la persecución y el exilio.[111] Se sumaron Carlos Escobar, Benigno Escobar, Daniel Delgado, Alfonso Flores Belloni, el joven Juan José Loría, Carlos Kellemberger, César Rojas, Enrique Achá, el sacerdote José María Olacigueri, Germán Ascárraga, Roberto Zapata, Hernando García Vespa, Marcelo Quiroga Galdo, Carmelo Córdova Pérez, René Gonzales Moscoso, Abel Coronel, Víctor Hoz de Vila, y poco a poco siguieron sus pasos miles de bolivianos, hombres y mujeres, profesionales, comerciantes, oficinistas, artistas, obreros, artesanos, empresarios, sobre todo universitarios y estudiantes de secundaria que hicieron su pasantía como Niños de Bolivia, luego milicianos y al final compañeros, entre ellos Luis Sagredo un sacerdote católico de notable personalidad política, poseedor de varios doctorados y hombre de gran valía moral e intelectual. Se instituyó un grado

especial denominado “Categorías”, en el que se inscribía de manera reservada a profesionales y funcionarios públicos de rango, los que realizaban análisis sobre la problemática nacional, además de promocionar a la Falange en sus círculos sociales. En febrero de 1945, Roosevelt, Churchill y Stalin se reunieron en Yalta para acordar los pasos militares y políticos de la última etapa de la guerra; la victoria estaba al alcance de sus manos. En Berlín, Hitler iba perdiendo el sentido de la realidad aferrado a una esperanza ignota. El 13, los rusos tomaron Budapest, donde liberaron a 80.000 judíos. El 23, la línea defensiva alemana en Colonia fue quebrada por los americanos que ingresaron en la ciudad atravesando el Rin. El 8 de marzo los aliados se batían con los alemanes en la región del Sarre. Hitler ordenó la destrucción de instalaciones militares, industriales, depósitos y medios de transporte en las zonas invadidas. El 11 de abril la vanguardia americana llegó al río Elba, cerca de Magdeburgo. El Legislativo boliviano, con predominio del MNR, en carrera contra el tiempo desplegó un abanico de aspectos sociales, poniendo a la mujer y los hijos bajo la protección del Estado. Se reconoció la igualdad jurídica de los cónyuges, el matrimonio de hecho de los concubinatos (sirwiñaku) y los derechos de los hijos fuera del matrimonio. Se dictaron leyes de protección a los inválidos y mutilados de guerra. Se permitió el voto de mujeres alfabetizadas en elecciones municipales. Fue acentuado el carácter estatista de la Constitución de 1938, de manera que la conveniencia del Estado estaba por encima de cualquier interés regional, sectorial o individual. Se estableció la jornada de trabajo de ocho horas, prima anual, servicio médico y vivienda en toda empresa con más de 80 trabajadores. Pensiones y montepíos para los empleados de la banca, el comercio y la industria. Fuero sindical, garantizando a los dirigentes obreros estabilidad en el trabajo e inmunidad por los actos político-sindicales. Retiro voluntario por el que todo trabajador, con

ocho años de antigüedad, podía renunciar percibiendo una indemnización equivalente al desahucio.[112] El Gobierno adoptó medidas que incidieron en la economía, hubo restricción financiera al haberse elevado el porcentaje de encaje legal ante el Banco Central, los negocios se alteraron y subió el costo de vida. El gobierno decidió fortalecer la industria nacional, pero apeló a medidas como el “préstamo industrial” y la obligación impuesta al comercio de mantener stocks de productos nacionales, publicitándolos simultáneamente a los importados, severas sanciones en caso de incumplimiento y la verdad era que la industria local aún no estaba capacitada para producir con la calidad y el precio de la industria extranjera. El gobierno mantuvo “cupos” y “permisos previos” para la importación y venta de determinadas mercaderías generando una extendida especulación y corrupción entre los funcionarios estatales que debían hacer cumplir las prohibiciones. Quedaron prohibidas las importaciones suntuarias, pero fueron estrangulando todo el sector de manera que empezó a faltar inclusive la harina.[113] Oscar Únzaga hizo una elocuente defensa de la economía familiar señalando que “de manera inopinada el gobierno agrava las perturbaciones producidas por la guerra mundial, imponiendo restricciones y obstáculos que hacen más difícil la situación inclusive privando del pan a los hogares bolivianos”. Pero si la Segunda Guerra Mundial afectaba la economía de Bolivia tanto como la de todo el continente latinoamericano, los detalles militares llegaban también nítidamente por efecto de la radio y el teletipo. El 12 de abril, murió el Presidente Franklin D. Roosevelt, recientemente reelegido por cuarta vez y considerado el artífice de la exitosa campaña americana contra el Eje. Asumió el Vicepresidente Harry Truman. En el bunker de Adolf Hitler la noticia fue celebrada como un anuncio de la providencia, reafirmando la esperanza de remontar la derrota en base a las armas secretas que desarrollaban los alemanes en ese momento. Pero los bolivianos

iban a contener la respiración en abril siguiendo, día a día, el drama de Mussolini y Hitler en el final de la Segunda Guerra Mundial. El 16 de abril, el Mariscal Zúkov asumió el mando de todo el ejército ruso en campaña sobre Alemania y dirigió la ofensiva final. 750.000 alemanes fueron hechos prisioneros; el 18 otros 325.000 se rindieron. Zúkov llegó el 21 a la periferia de Berlín, a pocos kilómetros del bunker y los generales alemanes empezaron a suicidarse. El 24, Berlín estaba cercado y en el corazón de la ciudad quedaba Hitler carente ya de voluntad para huir. El Mariscal Goering le envió una nota pidiéndole autorización para ponerse a la cabeza del Reich y rendir a Alemania. Pero Hitler no delegaría su puesto en la hora final y nadie podría evitar el derrumbe del Tercer Reich. En Italia los aliados avanzaban sobre Bolonia, Génova se sublevó contra los fascistas, lo mismo que Milán de donde huyó Benito Mussolinni. Un trágico sino había unido a Hitler y Mussolini, productos ambos de la guerra y sus miserias. Permita el lector proseguir este relato en tiempo presente:

EL COLAPSO DE LAS ÁGUILAS Mussolini sabe que todo está perdido. Ha convencido a su esposa Rachelle y sus hijos para cruzar la frontera con Suiza, mientras él permanece en territorio italiano. Los cañones americanos resuenan a sus espaldas y los guerrilleros partisanos acechan para cazarlo en cualquier momento. Mussolini se acoge a la protección de una columna de carros militares alemanes que se desplazan al norte buscando volver a su país. Al llegar a la región de Lago di Como, la columna recibe disparos de partisanos que comanda el conde Pier Luigi Bellini delle Stelle. No son más de diez hombres que han sido alertados sobre la posibilidad de que el líder fascista esté en aquella columna en fuga. Enarbolan una bandera blanca en señal de parlamentar. El teniente Hans Fellmeyer se aproxima y entabla conversación con el conde Bellini. -No queremos iniciar un combate porque no queremos morir faltando tan poco para que termine la guerra. Sigan su camino, pero déjennos los italianos que llevan con ustedes. - Esta es una columna alemana. ¡No llevamos italianos! - ¿Nos dejan comprobar?  

Fellmeyer da su asentimiento. Mussolini va disfrazado de soldado alemán y lleva una venda en la cabeza. Pero los italianos lo descubren. Suavemente Bellini pide a Fellmeyer entregarle ese hombre. “¿Y si me niego?”, amenaza el alemán. “De usted depende cuantos vamos a morir”, advierte Bellini. “Lo siento, no se lo entregaré”, dice Fellmeyer con resolución. En ese momento habla Mussolini. “Esto es poco digno teniente, usted hizo lo que pudo”. Y mirando de frente Bellini le dice “Estoy a su disposición señor”. Bellini lleva a su envejecida presa hasta el pueblo de Dongo, sede del comando partisano de la región. Al llegar le informan que una mujer pide reunirse con Mussolini. Es Clara Petacci, su amante. Esa última noche la pareja la pasa en vela, compartiendo recuerdos, un pan duro y un poco de agua. 

Al día siguiente el conde Bellini es rebasado por el comisario comunista de la guerrilla, quien había recibido la orden de fusilar a todos los peces gordos. Sacados de la casa que fue su última morada, se ven apuntados por armas de fuego. El asesinato es inminente. Mussolini se descubre el pecho y pide que no le disparen en la cara. Clara grita presa de pánico y emoción. Cuando empiezan a disparar, ella se cruza en un último intento por proteger al hombre de su vida. Muere primero. Como leños sus cuerpos son trasladados en un carro hasta la plaza de Milán. Allí el populacho que cinco años atrás lo proclamó como a un dios, ahora escupe, orina y profana su cadáver. Los cuelgan de los tobillos, cabeza abajo. Cuando las piernas de ella quedan desnudas alguien con un resto de decencia ata la falda con una cuerda. Es el sábado 28 de abril de 1945. En el bunker debajo de la Cancillería del Reich, en Berlín, se escenifica el capítulo final del otro drama. Hitler ha recibido el mayor desengaño al enterarse de que su fiel Himmler lo traicionó estableciendo contactos con los americanos, ofreciendo capitular ante Eisenhower. Contando sólo con la presencia de su lugarteniente Martín Bormann y del Ministro de Propaganda, Joseph Goebbels (quien permanecía junto a su esposa e hijos en el bunker), poco después de la una de la madrugada del domingo 29, Hitler quiere reconocer la lealtad conmovedora de su amante, Eva Braun, desposándola.  Los rusos están a menos de diez manzanos. Los obuses caen sobre sus cabezas. Un notario que combatía en las calles es llevado hasta el bunker para legalizar la unión. Hitler y Eva declaran ser arios puros. Suscriben el acta junto a los testigos, Bormann y Goebbles. Sirven una copa de champaña a todos los habitantes de la cueva subterránea donde viven desde hace meses. A las 11 de la mañana del lunes 30, una radiante Eva se presenta a desayunar. “Pueden llamarme Frau Hitler” dice a quienes comparten la mesa. Hitler pide una taza de té y cuando empezaba a beberla le entregan un despacho de la agencia Reuters. La impresión hace

que derramara el brebaje. Es el informe sobre la muerte de Mussolini. Entonces Hitler empieza a preparar la suya. Envenena a su perra Blondi. Se reúne con sus dos secretarias a quienes les entrega una cápsula de veneno, deplorando no poder ofrecerles ningún otro presente en su despedida. Las mujeres sollozan. Al anochecer ordena la quema de los archivos, mientras Bormann busca una remota posibilidad de escapar con vida de aquella trampa. Los rusos están ya a una manzana de la Cancillería defendida a sangre y fuego. El lunes 30 almuerza por última vez y a las 15.30 se despide definitivamente de Goebbels y algunos generales que permanecen en el lúgubre sitio. En las estancias contiguas los oficiales se emborrachan mientras en el exterior hombres de la SS reúnen bidones de gasolina. A las 15.30 Hitler y Eva se retiran a su dormitorio. Se escucha un disparo seco de pistola, luego otro más. Después, el silencio. Entran. Hitler yace muerto, se ha disparado en la boca. A corta distancia está Eva, prefirió el veneno. Sacan los cadáveres al exterior, los depositan en un hueco profundo producido por un mortero soviético. Los rocían de gasolina. Fuego. Una llama intensa se eleva. Goebbels, Bormann y los demás se ponen firmes y hacen el saludo nazi. Eso es todo. El fuego devora los restos del hombre que había llevado a Alemania a su destrucción total y al mundo a una guerra que demandó la vida de 50 millones de seres humanos. Afuera, en Berlín, los soldados soviéticos izan la roja bandera con la hoz y el martillo. Stalin ha vencido a su viejo socio de pillerías con el que empezó esa guerra. En Reims, donde el Gral. Eisenbower nstaló su cuartel general, el Almirante Doenitz firma la capitulación del gobierno alemán el 8 y en seguida queda detenido. 

NACE UN NUEVO TIEMPO Lejos de las ruinas de Berlín, en la ciudad boliviana de Cochabamba, Oscar Únzaga comprendió que con la muerte de Roosevelt, Mussolini y Hitler, además del agotamiento del estilo Churchill que personificaba al ya declinante imperio británico, una era quedaba en el pretérito. Otras eran las cuestiones a resolver y otras las ideas para encararlas, en un mundo que ingresaba en una polaridad mundial distinta. Nacía un nuevo tiempo. El gobierno de Villarroel, cohibido por los acontecimientos, aprobó el establecimiento de relaciones con la Unión Soviética y aplaudió el colapso alemán. Los personajes de alto nivel del régimen, como Paz Estenssoro y Guevara Arze, acentuaron su socialismo y en sus intervenciones públicas empezaron a hablar de la plusvalía y de la teoría del valor del trabajo, fustigando a los actores de la industria minera, el comercio internacional y la banca. Y aunque los Estados Unidos habían recibido minerales y goma bolivianos a precio preferencial, de aliado de guerra, con la promesa de que Bolivia estaría en la mesa de los vencedores, ello no iba a suceder. El PIR lanzaba su estrategia dentro de los lineamientos de una “revolución democrática burguesa”, lo que fue denunciado desde Santiago por Mario R. Gutiérrez como un señuelo para atraer incautos, demostrando que era sólo una calca de lo que hacía el Partido Comunista Chileno. Una publicación de Gutiérrez en varios periódicos del país dejó al descubierto la apropiación del diagnóstico sobre la región, país por país, la estrategia a seguir para tomar el poder, las alianzas a realizar y los programas políticos que formulaba el PCCh a través del secretario del Comité Central, Elías Lafferte, y los hacía suyos el PIR a través de Ricardo Anaya. Eran tantas las coincidencias, que inclusive el título de los documentos de ambos partidos llevaba el mismo título, “Unidos venceremos”, y ambos habían sido editados en la misma imprenta “El Siglo”, de la calle Moneda 716, propiedad del Partido Comunista Chileno. El descubrimiento de aquella emulación conceptual y la obvia dependencia económica abochornó a los comunistas bolivianos.

Ricardo Anaya fue la figura emblemática del PIR, junto a su primo hermano José Antonio Arze. Se lo recuerda como un elegante líder marxista del proletariado, que quiso una revolución democrática burguesa para Bolivia. Por muchos años resonó en los oídos de los viejos piristas el verso que le dedicó el notable poeta Julio de la Vega, por paradoja primo hermano de Oscar Únzaga de la Vega: ¡Salve Ricardo, camarada! Sangre del PIR, igual que Antonio, ¡Que te ilumine Stalin, Camarada!   El gobierno quiso echar tierra sobre los crímenes de Challacollo y Chuspipata amparándose en la masa campesina y convocó a un Congreso Indigenal. Dos mil delegados se reunieron en la ciudad de La Paz. Alentados por los radepistas, los congresistas se mostraron agresivos y la ciudad se estremeció. Francisco Chipana Ramos presidió las deliberaciones a cuya inauguración acudió el Presidente Villarroel. Algunos sectores criticaron el propósito de los redentores buscando instrumentalizar políticamente a los redimidos. Pero a pesar de ello, la parte mayoritaria de la población boliviana aceptó de buen grado la abolición del pongueaje y el fin del sistema de trabajos personales gratuitos a favor de los patrones en las fincas. MNR y PIR se pronunciaron por incorporar a los indios a la nacionalidad. FSB hizo escuchar su voz: Lo que se dice es un absurdo. No podemos incorporar a la nacionalidad a quienes son la nacionalidad misma. Numéricamente hablando, el indio es nuestro pueblo, telúricamente hablando el indio es nuestro pueblo, económicamente hablando, el indio es nuestro pueblo. No podemos “incorporar” a quien de hecho y hace milenios es la raíz misma de nosotros mismos. Y tampoco podemos darlo por ignorado, como quieren otros tantos, que sueñan ver labrada la tierra avara de la puna por unos agricultores blancos, rubios, de ojos azules.

El problema indigenal es más serio y más hondo….. es un problema, de justicia social. Debe transformarse la vida del indio. Esta transformación requiere dos caminos: uno económico y otro educacional… Es preciso legislar con justicia reivindicando la miseria indígena, pero también es preciso crear necesidades para el indio. Pero el planteamiento falangista de Únzaga, buscando corregir una injusticia de siglos, proyectaba situaciones que hoy -año 2013 y 60 años después de la reforma agraria- tienen admirable vigencia, al persistir la variedad de componentes indígenas y formas de vida distintas en el territorio nacional: El problema indigenal es correlativo a la cuestión agraria y es, por tanto, de índole técnica. No puede divorciarse al indio de la tierra y debe analizarse el problema agrario de acuerdo a las necesidades alimenticias de la población, de manera que no se produzca la paradoja de convertir a nuestros campos en agro sin cultivadores y sin cosecha. Siendo el problema técnico, técnicamente ha de ser resuelto. Deben ser técnicos que estudien las condiciones de trabajo en pleno campo y no en los escritorios de los ministros, formulando bases técnicas de lo que necesita el indio con conocimiento de las diferencias regionales. Una ley agraria sería pésima en Bolivia si no contempla las diferencias y modalidades regionales y si se legisla uniformemente. El problema educacional no consiste en la doctorización del nativo, sino en su preparación para los trabajos rurales, con conocimientos científicos y en la conciencia civilizada de su propia dignidad humana. El indio ha de ser redimido por caminos distintos a los que está empleando la “revolución en marcha”. La base de todos los errores está en que el Gobierno ha empleado un método marxista en vez de un método nacionalista para la solución del problema indigenal.

El método marxista consiste en atribuir a una clase o raza, en condición de esclavitud o sometimiento, la conquista de sus derechos por su propia fuerza, ocasionando el tipo de lucha de clases o sublevaciones de indios que contemplamos. La revolución marxista ve así llenados su objetivo: anarquizar una nación. El método nacionalista es contrario: el Estado debe realizar la justicia, sin atribuir a cada clase o raza la capacidad de su auto liberación. El indio, cultural y económicamente, no debe realizar por sí mismo su emancipación, mediante los congresos indigenales y otras zarandajas que terminan deformando la conciencia y ritmo de esa emancipación, dando origen a los conflictos armados en los cuales los muertos son por ambos lados indios y sólo indios. Al otro lado del planeta, era Japón el que decidía su inmolación reanudando la guerra en el Pacífico. Hasta que el 6 de agosto de 1945, la humanidad percibió por primera vez el hongo atómico en Hiroshima y tres días después aquel relámpago mortal se repitió en Nagasaki. El 16, el Emperador Hirohito pidió el cese de hostilidades y, a poco, la bandera de barras y estrellas flameaba en Tokio. El Primer Ministro Hideki Tojo intentó suicidarse, pero fracaso y junto a cinco ministros de su gabinete fueron juzgados y ahorcados. La Segunda Guerra Mundial había terminado con la victoria de los Estados Unidos de América. El MNR, aún bajo la tacha de un supuesto nazismo, dio una demostración de fortaleza reuniéndose en una Asamblea Nacional en Cochabamba, donde hasta hacía poco era una agrupación menor, siendo el bastión principal de la Falange Socialista Boliviana y de su adversario el Partido de Izquierda Revolucionaria. La respuesta tenía que ser igualmente contundente y FSB, en el 8º Aniversario de su fundación, el 16 de agosto de 1945, reunió dos mil delegados de todo el país en Oruro, en una Concentración Nacional donde Oscar Únzaga fue proclamado el Jefe Nacional de Falange Socialista Boliviana. El discurso que pronunció entonces, es una pieza oratoria de extraordinario nivel que muestra a un Únzaga

maduro, seguro ya de que su partido ejercerá un rol en el futuro, y dueño de una retórica que electrizaba a los auditorios. Leamos el introito:[114] Hace unos momentos, en acto lleno de sobria unción, me habéis llamado ante la enseña tricolor de nuestra Patria para encomendarme una nueva misión en su servicio. Ocho años hace que sirvo la causa… como el primer soldado y en el puesto de avanzada. Y este honor… no admite para sí ni la recompensa ni el halago… porque me siento para mi causa y para mi Patria sólo un soldado… no quiero para luchar más laurel que la espada. Las palabras con que mis camaradas de lucha me han manifestado su adhesión y estímulo, exaltando virtudes que no poseo, caen en lo íntimo de mi conciencia sólo como aguijones para el combate. Y el cargo y la investidura con que me habéis honrado, los acepto, no como orgullo de burgués sino como misión de revolucionario. Al jurar ante esta bandera, de la que estoy enamorado, con amor que enciende mi sangre hacia las más supremas rebeldías, sólo he tomado sobre mi pecho el nuevo distintivo que me habéis dado, como el hijo de Esparta recibía el escudo, para devolverlo vencedor o para caer bajo él con gloria. Calificó al partido por él creado, como respuesta a una generación que asumió el dolor moral de la Patria vencida. En los campos de la inmensa Bolivia están todavía flameando las banderas de los guiñapos sangrientos de todos sus hijos heroicos que lucharon por una patria libre… ¡Cien años de heroísmo por tener libertad y otros cien por mantenerla no pueden hacer una Patria vencida! En nombre de la confraternidad y de la concordia por los ocho costados nos despedazaron. Casi no importaba la tierra que se perdía sino la potencia vital que se defraudaba. Por eso el dolor de la paz fue más grande que el dolor de la guerra. Condenó duramente a los políticos del pasado:

Mientras tanto los cancilleres por cada humillación se ponían en el pecho una medalla más. ¡Miseria de una política nacional amasada por mercaderes! Días para la Patria perdidos en la molicie, en la ineptitud, en el egoísmo. Historia enlodada por vendimias y por robos, enmohecida bajo la herrumbre de programas sin ideales, de partidos sin doctrina. Nuestro primer gesto de combate fue contra la vieja política. Contra los colosos defensores de sus derechos individuales, contra los que querían que la Patria perezca, pero que ellos se salven. Frente a ese individualismo egoísta, frente al libertinaje de la política, queremos un Estado de disciplina y de trabajo. En seguida formuló la tesis para la construcción del Estado en el nuevo país que alentaba la Falange, frente a la alternativa entre el capitalismo democrático y la dictadura comunista: No importa que en el mundo se imparta una consigna proclamando al “Estado débil”. Los países preparados para ese régimen, que vivan esa vida; las naciones donde la libertad no es libertinaje, donde los derechos de los poderosos no devoran los derechos de los pobres, que acepten esas fórmulas. Pero nosotros tenemos el derecho de vivir con disciplina, pero sin despotismo; porque sólo así haremos un pueblo fuerte y unido. Nuestro derecho no puede ser menor que el de los grandes países que viven las formas de su Estado como mejor les conviene a sus pueblos. El derecho de los pueblos pequeños para vivir su propia vida, para disponer de su propio destino, debe ser tan fuerte como el de los pueblos grandes. Porque, en último término, en el mundo no hay grandes ni chicos, sino pueblos libres. Y no se diga que con estos pensamientos estamos en contra de una determinada potencia. Nosotros somos enemigos sólo del comunismo. Y podremos colaborar con todos los países del orbe, que no sean soviéticos, pero en condiciones de dignidad y de justicia…

Y porque nosotros no copiamos fórmulas extranjeras es que nuestra posición es indeclinable, cualesquiera que sean las doctrinas que estén en boga. Porque buscamos la solución de problemas muy nuestros y sabemos que hay que continuar la obra emprendida por el Mariscal Santa Cruz, por el Gral. José Ballivián y por el Dr. José María Linares. Su tarea está interrumpida. Falange Socialista Boliviana la terminará. A esa altura del discurso, los falangistas, que seguían las palabras de su jefe, estaban en un estado de emotividad colectiva, ganados por una catarsis nacionalista que arrancaba de sus pechos vivas, aplausos y la reiteración estentórea “¡Por Bolivia!”, cuando el caudillo de la antorcha remató su discurso: Hemos de movilizar todas las energías de la nación. La tierra ubérrima está esperando el arado que haga saltar la espiga con que amasaremos nuestro pan, que no puede venir de tierra extranjera porque es el pan nuestro de cada día. El pan nuestro, el arte nuestro, el hombre nuestro que habremos de mejorar y dignificar. Sólo los pueblos esclavos pueden comer un pan comprado en tierra ajena. El trabajo será la grandeza de Bolivia y la de todos los bolivianos. Todo nos espera para empezar una empresa gigantesca donde faltarán bolivianos para tanta tarea por realizar. En el seno de la tierra boliviana nos esperan las caídas de agua que habrán de hacerse usinas, los frutos que habrán de hacerse pan, los ríos que llevarán nuestra prosperidad a todas las naciones de Bolivia en portentosa unidad, el hierro que se forjará en armas, el petróleo que arderá en las fábricas y las sales que se consumirán en los laboratorios. Todo espera en Bolivia la hora en que los bolivianos se dispongan a trabajar sin odios y con patriotismo; a forjar la grandeza de la patria y a conquistar su justicia. La naturaleza nos hizo privilegiados; ¡que no sea la sangre la que no responda! Lograremos la justicia como fruto de la solidaridad boliviana. Porque no ha de ser la justicia social engendro de odio y fruto de desunión

nacional. Los comunistas, al ver que este pueblo se levanta libre y nacionalista, quisieran ponerlo en el potro de la lucha de clases, para descoyuntar, como a Tupac Catari, el cuerpo de esta Patria que debe ser Unida y Fuerte. Pero sabedlo: las huestes comunistas no pasarán. No importa que el oro de la burguesía encebe a los traidores, no importa que el imperialismo soviético les dé fuerza y armas, no importa que se disfracen en el confusionismo de la hora. Nosotros hemos nacido para terminar con el comunismo en Bolivia. ¡Y lo destruiremos! Mis palabras no son vanas. Jamás FSB se ha impuesto algo que no haya de cumplir. Mi voz de orden en esta noche es por eso: ¡Alistaos íntegra y totalmente para el momento de la batalla decisiva que ha de llegar! Hace más de ocho años que el clarín nos llamó al servicio de la Patria. Desde entonces la marcha victoriosa avanza día a día por los senderos de la Patria. Las filas son más apretadas. En cada hora se suman los hombres que esperaban la ocasión de combatir por una causa así. La marcha sigue victoriosa. A nuestro lado están las mujeres que llevan también nuestra enseña. Las manecitas de los niños nos saludan y en esos ojos de esperanza vemos advenir el sol de la patria renovada. Y los ancianos también nos gritan su palabra de aliento: haced vosotros lo que no pudimos conquistar nosotros. Bajo el sol de Bolivia nuestra marcha continúa. Los colores de la patria están en nuestras retinas. Los acordes de nuestro himno repercuten y es una canción que se levanta como un salmo de vitoria. ¡Venceremos! Una atronadora ovación cerró el acto y una marcha de antorchas fue el epílogo. Oscar Únzaga tenía 29 años, pero ya era un protagonista de primer orden en la lucha política boliviana. No sólo el PIR captó el reto que la Falange lanzó aquella noche. También los otros partidos, en el gobierno y la oposición, entendieron que tenían al

frente a un duro competidor. La juventud boliviana, que no comulgaba con el marxismo, renegaba del pasado político nacional y no se sentía representado por un gobierno represivo que se empeñaba en dividir al país y provocar una lucha de clases, empezó a seguir masivamente al caudillo de la antorcha, que esa noche de agosto había asumido la jefatura del único partido de la clase media en la historia boliviana. Hacia el sur, ante el poder que iba acumulando Perón, el presidente argentino, Gral. Farrell, lo destituyó. Pero durante la noche del 16 de octubre, Eva Perón recorrió los barrios obreros de Buenos Aires para convocar a una gran movilización en Plaza de Mayo exigiendo el retorno de su líder. Perón apareció en el balcón de la Casa Rosada en compañía del propio Farrell, quien convocó a elecciones. Perón estaba en la antesala del poder total. El 22, él y Eva se casaron. La mayoría de los miembros de FORJA, algunos de ellos amigos de Oscar Únzaga, empezaron a migrar en masa al movimiento peronista que más tarde se denominaría Partido Justicialista. También en octubre de 1945 se instaló el Tribunal de Núremberg para juzgar a los criminales de guerra alemanes. El Almirante Doenitz (última autoridad alemana después de Hitler), Goering (Comandante de la Fuerza Aérea), von Ribbentrop (Canciller del Reich), Speer (Ministro de Hitler), los militares Keitel, Kaltenbrunner, Jodl, y los civiles Rossenberg y Frank fueron condenados a la horca. Solo Goering, que perdió en el proceso 40 kilos, evitó la infamante muerte tragando una cápsula de cianuro que su esposa le transmitió en el beso final, la víspera de su ejecución.    Se realinearon los frentes en el escenario mundial. Derrotado el fascismo, los cuatro países vencedores, Unión Soviética, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia tomaron control de Europa. Pero en los hechos, la mitad del viejo continente quedó detrás de la Cortina de Hierro y el mundo a merced de dos potencias opuestas, una capitalista y la otra comunista. España fue sometida a un bloqueo económico total. Para los esquemas geopolíticos capitalistas, una

Argentina con Perón era el enemigo redivivo. Y Bolivia también, pese a su marginalidad. FSB fue tachada de ser uno de los partidos “de la crianza del falangismo español” y de que falangistas “defendieron con fanático ardimiento al gobierno del coronel Villarroel”, acusación respondida por Mario R. Gutiérrez en una carta dirigida desde Santiago al Director de Los Tiempos de Cochabamba, Demetrio Canelas.[115] En ella rechaza el infundio de estar en conexión con el régimen de Francisco Franco. Señala que sólo existen dos partidos que llevan la denominación “Falange”, la Falange Nacional de Chile y la Falange Socialista Boliviana, y ninguno de ellos tiene asomo de vínculo con el falangismo español, recordando que el jefe de la Falange chilena, Eduardo Frei Montalva era, en ese momento, Ministro de Obras Públicas del gobierno del izquierdista Frente Popular. Recordó los motivos para la ruptura pública de FSB con el gobierno de Villarroel, al considerar que se había apartado de los grandes objetivos con el que se inició, cuando el partido de Únzaga de la Vega lo apoyó. “Así como no tememos la lucha, no rehuimos las responsabilidades… más no aceptamos que se tergiverse nuestro proceder… Frecuentemente se habla de nuestro nacionalismo dándole un cariz que no tiene. Nuestro nacionalismo encierra un concepto acendrado de patriotismo, se enraíza en la tierra y se nutre de la tradición heroica de la Patria y la vitalidad cívica de sus hijos… Nacionalismo que no acepta consignas extrañas… FSB no preconiza la violencia. No se concilian con su concepción racional de la vida y el mundo ni la arbitrariedad ni el despotismo… Nuestro movimiento es eminentemente de carácter popular y tiende a unir, sin distingos de clases sociales a todos los bolivianos que quieran luchar por una Bolivia Engrandecida y Renovada. Al reiterar que Falange estaba en la oposición, Gutiérrez advertía que ella no va a expresarse en encontronazos callejeros contra el gobierno. Dejó sentado que FSB no aspiraba todavía al control del poder, de ahí que tenga puestas sus miras más en el futuro, en la

preparación de sus hombres y el robustecimiento de sus filas, que en las cosas menudas de la política diaria. Así era en efecto. Luego de asumir la Jefatura Nacional de la Falange, Oscar Únzaga de la Vega retornó una vez más a Cochabamba, junto a su madre, y consiguió empleo como Director de la Biblioteca Pública Municipal, entregándose a una nueva catalogación de volúmenes, el mejoramiento en el servicio al público, la reforma de horarios de atención, mayores comodidades, sistemas estadísticos, política de adquisiciones, publicación de un Boletín Bibliográfico, nuevo edifico con salas especializadas, etc., con la idea de buscar lectores antes que esperar pasivamente por ellos. Simultáneamente empezó a publicar en LOS TIEMPOS una seria de crónicas de carácter histórico sobre el proceso político de la formación de Bolivia y las repúblicas sudamericanas, revelando entretelones del pasado común y algunas contradicciones de la historia oficial. Ismael Castro, uno de los falangistas de la línea del malogrado Carlos Puente estuvo muy cerca a Únzaga en este tiempo. Era un líder muy consecuente, conocido por sus actos como un hombre inteligente, muy humano, tolerante y respetuoso de la opinión de los demás. Aunque él dirigía, siempre pedía el parecer de sus camaradas para cualquier acto de administración. También era estudioso y carismático, caía simpático a cualquiera, estaba muy hermanado con la gente que convivía con él. Su casa era el hogar de los falangistas. Cuando yo todavía estaba en la universidad, íbamos a su casa que era muy modesta. Tenía una percepción muy severa de las cosas, se daba cuenta inmediatamente del comportamiento de todos los militantes, cuáles eran sus pensamientos, preocupaciones, anhelos, expresiones y donde podrían prestar mejores servicios al partido. Es importante el testimonio sobre Únzaga en esos años, que aporta Jorge Siles Salinas:

  Tuve la oportunidad de visitarlo en la humilde casa donde vivía en Cochabamba. Allí siempre había gente joven que iba a recibir su palabra, su orientación patriótica, el análisis de lo que estaba ocurriendo en el país. Quedé muy impresionado por su autenticidad, su fuerza de espíritu, su amor inmenso a Bolivia. Oscar profesaba un fervor profundo por la Patria. Un patriotismo vibrante, hermoso, reconociendo las caídas y las derrotas, la dramaticidad intensa de todo el proceso republicano. Era un político inclinado en cuerpo y alma a la vida pública. Vivía modestamente con su madre e impresionaba por su fervor cuando contaba la trayectoria histórica del país. Con él hablábamos de política, de la conspiración mundial del marxismo, del peligro de otra guerra mundial. Tuve enorme admiración por él. Oscar fue una personalidad sumamente atractiva, con una fuerza humana y una vida interior riquísima. Irradiaba vigor, hombría, fidelidad, honestidad, era ante todo un patriota. El concepto que tenía de Bolivia era de una nación variada, con distintos paisajes, diversidad racial donde predominaba el mestizaje y la mezcla de culturas. Un país donde se juntaban las tradiciones quechua y aimara con la cultura hispana. Como cochabambino amaba lo quechua. Sentía amor por los valles, las tierras fértiles, el Chapare, le fascinaba hablar de Cochabamba. La gente de la ciudad lo respetaba, lo miraba con sentimiento de aprecio. Oscar tenía una sensación guerrera, de postura militante frente al comunismo que significaba internacionalismo, sin idea central de patria e impugnaba la lucha de clases, la dictadura del proletariado y la violencia racial. En cambio, el patriotismo de Únzaga se basaba en sentimientos de profunda moralidad y espiritualidad. Tenía una raíz católica muy profunda, con un hondo sentimiento de respeto a la Iglesia, al Papa Pío XII y la jerarquía eclesiástica. Las tradiciones católicas de toda Bolivia eran para él motivo de simpatía, de integración y de entrega. Líder en formación, en un momento en que al país se encontraba paralizado por una profunda crisis y una desmoralización palpable,

en su mensaje a los falangistas el 1º de enero de 1946, el Jefe Nacional de FSB decía: Para todos ellos, para los que luchan en los puestos de avanzada y en el corazón silencioso de nuestras aldeas y nuestros campos, vaya mi fe renovada en que esta Patria, a pesar de sus miserias, será grande y a pesar de sus infortunios, será fuerte. Los programas políticos están en descrédito porque todos los sistemas se han desmoronado frente a la fragilidad moral del hombre. Es al hombre, al boliviano, al que debemos reivindicar primero… La idea de los dirigentes de FSB, al comenzar 1946, era el crecimiento de su partido en función del agotamiento de los que actuaban en el escenario político. Les preocupaba el acontecer nacional, pero no tanto como para volcarse a una actividad política intensa, beligerante y cotidiana. Ese ritmo correspondía a las fuerzas que jugaban en el gobierno contra las de la oposición, según el criterio del jefe falangista, quien empezó a escribir para EL HERALDO, periódico de oposición que dirigía Gustavo Stupmf. En esas circunstancias, el periodista Guillermo Céspedes Rivera, enviado por Carlos Víctor Aramayo, buscó a Únzaga en Cochabamba para ofrecerle la Dirección Editorial de La Razón, en condiciones económicas harto-ventajosas. “Me honro en la dignidad de mi pobreza”, respondió al momento de agradecer, pero rechazar la oferta que hubiera comprometido a FSB en sus inicios. “Nada en lo personal me anima en contra del Sr. Aramayo, a quien respeto lo mismo que a su familia. Desgraciadamente, la ciudadanía lo identifica en el mismo sector donde está el apellido Patiño, cuyos métodos sí repruebo y como jefe político responsable no puedo pignorar el futuro de mi partido aceptando su generosa oferta”. Céspedes, un hombre de notable condición humana, le dijo a su vez: “Mire Oscar, me habría decepcionado si aceptaba usted la oferta de Carlos Víctor. Por favor cuénteme entre sus amigos y le deseo la mejor suerte a su Falange”.[116]  

En el verano de 1946, Únzaga recorría caminando la distancia entre su domicilio de la calle España hasta el centro de la ciudad donde estaba la Biblioteca Municipal. Una mañana un empresario joven, instalado en Cochabamba, lo reconoció, pues el líder falangista hacía frecuentes apariciones, dictando conferencias en la Universidad de San Simón, ofreciendo charlas en ateneos cívicos y culturales y muchas veces hablando en público ante concentraciones humanas que deseaban escuchar su voz. Ese empresario estacionó su automóvil, se apeó y acercándosele se ofreció a llevarlo. En el trayecto fluyó su conversación interesante y diáfana. A partir de entonces, todas las mañanas, ese empresario estuvo esperando a Oscar Únzaga en la puerta de su domicilio para acercarlo a su trabajo. Se llamaba Adalberto Violand Alcázar. Fue el primer empresario inscrito en la Falange.[117] Si Adalberto Violand fue el primer empresario boliviano de peso económico considerable, los segundos que siguieron su ejemplo fueron los hermanos Víctor y Carlos Kellemberger, fundamentales para entender la historia de la Falange. Descendían de una familia suizo-alemana de la que habían heredado una notable capacidad para el trabajo y una vocación por la patria que los vio nacer. Muy jóvenes hicieron fortuna con sus emprendimientos industriales que incluían una industria metalmecánica en La Paz, una constructora de casas en serie y una empresa agropecuaria en el valle contiguo al Illimani. Conocieron a Oscar Únzaga y su discurso nacionalista los encandiló... También en esos días de 1946, un joven paceño, de la familia de los Bedregal, Guillermo, encontrándose en Cochabamba en la Universidad de San Simón, ingresó a la Biblioteca Municipal y conoció a Únzaga. Una persona muy amable y con un gesto de gran atractivo por su sencillez y cultura… Su estilo de hombre bondadoso y servicial me estimuló mucho para frecuentar con mayor asiduidad ese recinto de lectores… trabamos una buena amistad, la cual se fecundaba en el diálogo culto, el consejo para la lectura y también la preocupación

por el país, por la realidad política y por la definición coloquial en torno a los siempre acerados temas de la política… conocía a varios jóvenes universitarios como yo, quienes le saludaban levantando la mano, casi al estilo fascista y decían ¡Por Bolivia!... Me gustó el estilo, se llamaban camaradas y pronosticaban temas calientes de la situación política, donde destacaba su radical anticomunismo… La acogida afectuosa de Oscar Únzaga me decidió a incorporarme a FSB. Fue un acto reflexivo, pero a la vez pasional…”[118] En esos días, Oscar Únzaga recibió una lección sobre la clase media, a la que valoraba como la esencia intelectual y espiritual de una nación.  La lección vino de la República Argentina, cuya determinante clase media, aglutinada contra Perón, debió frenar el avance de este, pero cometió el error de apoyarse en el embajador americano Spruille Braden quien en flagrante injerencia y siguiendo el libreto que también empezaba a desarrollarse en Bolivia, organizó a las fuerzas opositoras en alianza con el Partido Comunista, la Unión Cívica Radical, los conservadores, los socialistas, los terratenientes, la industria, el comercio y los universitarios. Al frente de ellos, en su imparable ascenso al poder, Perón y su esposa Eva contaban con la poderosa fuerza de los sindicatos, las masas populares y un pequeño ejército de intelectuales sumados al nacionalismo, aunque de distinto pelaje ideológico. Las elecciones estaban fijadas para el 24 de febrero de 1946, pero dos meses antes circuló el llamado “Libro Azul” auspiciado por Braden, en el que se demostraban las conexiones del coronel con jerarcas nazis en desgracia y se mencionaba al gobierno boliviano como próximo a Perón. Éste respondió con un “Libro Azul y Blanco”, defendiendo la dignidad y la soberanía argentinas. Y acuñando el slogan "Braden o Perón", ganó las elecciones con el 56% de votos. El Presidente Villarroel envió a Buenos Aires una delegación de alto nivel. El sector privado argentino se sintió amenazado y lo mismo pasó en Bolivia. El gobierno del Presidente Villarroel dispuso que toda empresa minera, gomera, quinera, ferroviaria, caminera, fabril u otra cualquiera estaba obligada a establecer pulperías baratas para sus dependientes que les provean alimentos, géneros (telas), vestidos,

combustibles, bebidas no alcohólicas, útiles de aseo, diarios y libros de cultura elemental. Las empresas con más de 500 trabajadores quedaron obligadas a supervigilar “la alimentación de sus obreros mediante médicos dietistas, quienes debían elevar informes semanales al Ministerio del Trabajo sobre el estado de nutrición de los trabajadores adultos y el desarrollo y pesaje de los trabajadores menores de edad y niños de las familias de trabajadores” Las pulperías debían proveer de leche a los familiares de los trabajadores. Se impuso un impuesto del 30% sobre la concesión de divisas y giros en moneda extranjera, se incrementaron los impuestos a las patentes de invención y marcas de fábrica, se estableció una carga del 4% a los dividendos pagados por las sociedades anónimas, una sobre-cuota a los dividendos distribuidos por compañías mineras y se recargaron las utilidades comerciales con el 15%. Reaccionó el sector privado, a través de la Cámara Nacional de Comercio: “Lo que perjudica a la sociedad en este estado de transición, es la obstinación en la unilateralidad de las ideas, la falta de elasticidad en la confrontación y adecuación de las doctrinas. Ocioso sería discutir si la sociedad liberal es mejor que la sociedad planificada. La historia aconseja vivir con un ojo en el pasado y otro, avizor, en el futuro, tomando de ambos lo que más convenga al presente, y que en tiempos de inseguridad, lo prudente es optar por una política de concesiones mutuas, superando las beligerancias, donde conservadores y revolucionarios coincidan en un punto equitativo de aproximación de sus ideales… Para salir del caos actual, las sociedades civilizadas deben optar por la ‘revolución consentida’, es decir el cambio voluntario, la evolución a un mundo mejor, a cuyo logro todos contribuyan por libre decisión…” [119] La situación económica boliviana empezó a deteriorarse y quienes tenían algún capital prefirieron inmovilizarlo. La población sintió malestar y empezó a manifestarse críticamente contra el gobierno. El perfil social del Presidente Gualberto Villarroel no bastaba para hacer olvidar al país la violencia de la Gestapo criolla que se puso de manifiesto con particular crueldad en Chuspipata, donde los

restos mortales de ilustres personajes bolivianos eran devorados por aves de rapiña. Mateo Martinic, allegado a Luis Calvo, uno de los asesinados, encontró el cuerpo destrozado de éste en aquel abismo trágico, logrando rescatarlo en una aventura cinematográfica, con la ayuda de Alberto del Carpio, un campeón de automovilismo. Los familiares de las víctimas responsabilizaron en carta pública a los mayores Eguino y Escobar. El país se expresó indignado. El Frente Democrático Antifascista (FDA) integrado por el PIR y los partidos Liberal y Republicano se pusieron de acuerdo para ingresar a una etapa opositora definitiva. Se acercaba julio de 1946. El FDA publicó un agresivo folleto titulado “Bolivia bajo el terror nazifascista”, donde se desplegaron todos los excesos del gobierno de Villarroel, concluyendo en que “a pesar de su antagonismo, las clases trabajadoras y los empleadores han llegado a formar un verdadero frente común contra el régimen”. Los diarios recogían el malestar de la industria minera, los propietarios de haciendas, el comercio, la banca, cuyos dirigentes pensaban que Bolivia se encaminaba a un Estado dictatorial. Hombres de gobierno ganados por la arrogancia, daban la impresión de trabajar contra la clase media y amenazaban a entidades no políticas, como la masonería, pese a que Paz Estenssoro y el propio Gualberto Villarroel eran masones, aunque sólo este defendió a esa organización, a diferencia del aquel, que renegó de ella. El Presidente Villarroel se reunió con los directores de los diarios y agencias internacionales de noticias para recordarles que en el fascismo no existen partidos, pero “en Bolivia sí existían e inclusive conspiraban”, agregando que “en las dictaduras no hay libertad de prensa, pero en Bolivia había libertinaje de prensa”. Preguntó “¿qué beneficios trajo a Bolivia el capitalismo?”, respondiéndose él mismo: “ninguno”, en comparación a lo hecho por su gobierno, señalando que en dos años las reservas en el Banco Central habían aumentado en 12 millones de dólares. La situación general del país fue deslizándose por una pendiente crítica. No es que faltaran alimentos o que la economía estuviera

hundiéndose.  Tampoco que no existiera democracia o se vulnerara la libertad de expresión. Lo que sucedía era que los bolivianos vivían en la incertidumbre. Hasta ese momento, no se conocían los entretelones de la desaparición de Mauricio Hoschild, de modo que sumó el descrédito del gobierno una declaración formulada por el ciudadano chileno Luis Gayán Contador, policía de oficio, quien reveló a la prensa de Santiago que el secuestro del industrial de origen judío fue realizado por el Director General de Policías, Mayor Jorge Eguino, quien se apresuró a desmentirlas. Pero la duda quedó instalada en la opinión pública boliviana.[120] Se desbarató en abril un intento subversivo a raíz del cual fueron apresados el Director de La Razón, Guillermo Gutiérrez Vea Murguía. En su cautiverio recibió agresiones físicas de sus carceleros. En las elecciones de mayo para renovar el Legislativo, Gutiérrez ganó un curul con el slogan “¡De la cárcel al Parlamento!”. Pese a los matones que la emprendían a cachiporrazos contra los desafectos, los ciudadanos empezaron a perder el miedo. El 13 de junio la base aérea de El Alto fue tomada en un intento desesperado por cambiar el gobierno, antes de que el país ingrese en una escalada de violencia inédita. La represión redujo a tiros a los alzados matando al periodista Raúl Zavala e hiriendo a Gutiérrez Vea Murguía. Decenas de ciudadanos fueron detenidos y el gobierno decretó la expropiación de los diarios LA RAZÓN y ÚLTIMA HORA. Pero la conspiración era más amplia e involucraba a la Confederación de Ferroviarios y el Sindicato de Bancarios. Estaba la mano del frente antifascista que en junio paralizó al país y convirtió a La Paz en escenario diario de conflictos y enfrentamientos a los que se plegaron los universitarios y el magisterio. Como si se tratara de la toma de San Petersburgo por los bolcheviques, el stalinista PIR organizó el “Comité Revolucionario del Pacto Tripartito Maestros, Obreros y Estudiantes”. Al caer el primer muerto, ya nada pudo contener la violencia desbordada, como recordaba el entonces joven falangista Jaime Tapia Alipaz:

“En 1946 ya éramos dirigentes del movimiento estudiantil en La Paz y obedeciendo el mandato de las bases, que era conducir huelgas y manifestaciones, algunos fuimos detenidos y duramente amonestados por el capitán Waldo Ballivián acusándonos de prestarnos a las manipulaciones de la rosca y el comunismo. Posteriormente nos liberaron y dimos instrucciones de frenar las acciones porque se estaba pasando de un movimiento social a otro eminentemente político. La rosca quería retomar el gobierno en contubernio con los comunistas. Pero ya era imposible detener el curso de los sucesos porque empezaron a caer los muertos, hasta que se produjo el desenlace del 21 de julio donde los falangistas cochabambinos se mantuvieron al lado de Villarroel con armas.”[121] Oscar Únzaga, preocupado por la suerte de su amigo Gualberto Villarroel, siguió paso a paso la cadena de sucesos que epilogaron el 21 de julio de 1946, que ahora recreamos en base al testimonio de sus actores:

EL MAGNICIDIO El lunes 1º de julio, los maestros de La Paz al ver rechazado el aumento de salarios que exigen amenazan con una huelga. El gobierno convoca a los bachilleres para reemplazar a los profesores y comienza una crisis. El lunes 8, los maestros entran en paro. Una manifestación universitaria en apoyo a los maestros llega a la Plaza Murillo. Como hay una actitud agresiva, la guardia palaciega hace disparos al aire, pero un estudiante cae herido. Se lo identifica como “Gamberos” y es trasladado a la Asistencia Pública donde muere. Algunas versiones señalan que el cadáver fue robado por agentes del gobierno.[122] Otras dudan siquiera de que hubo un muerto.[123] El jueves 11 una gran romería fúnebre, repitiendo estribillos, sepulta un ataúd vacío en el Cementerio donde se pronuncian discursos enardecidos contra el “gobierno fascista”. El dirigente de Medicina, Javier Torres Goitia, informa que todas las universidades del interior se han plegado a la bandera de la UMSA “en enérgico pedido de que dimitan los gobernantes”. Al atardecer del lunes 15 el Paraninfo Universitario está de bote a bote y la mayoría apuesta por extremar el conflicto hasta que los nazifascistas dejen el gobierno. Miles de universitarios se pliegan al tradicional desfile de teas que se transforma en una rugiente movilización contra Villarroel. Un grupo de movimientistas ataca a pedradas el inmueble de la Universidad al amanecer del martes 16, lo que da curso a la radicalización. La Federación Obrera Sindical decreta el paro general de labores en todo el país. Oficinas públicas y privadas dejan de trabajar, los bancos cierran sus puertas, lo mismo que mercados, restaurantes y lugares públicos. La principal preocupación de las familias es el pan. Radioemisoras clandestinas convocan a unirse a la resistencia y pasar a la rebelión armada. El jueves 18 se produce una refriega y caen más muertos. Empieza el asalto a patrullas militares y policiales; los rebeldes se arman, se escuchan balazos en toda la ciudad. Los rebeldes tienen entre sus líderes a la profesora Teresa Solari. Hay una batalla en la plaza de San Pedro entre la fuerza militarizada de Tránsito y la “Policía

Universitaria” organizada por Isaac Vincenti, un valiente capitán del Chaco enfrentado a RADEPA. El Presidente Villarroel accede a reunirse con el Rector de la UMSA, Héctor Ormachea, quien tiene influencia determinante entre los universitarios. Ambos son hermanos masones. Sin embargo, la paz volverá sólo si el MNR sale del gobierno. Viernes 19. El Presidente Villarroel hace notificar al Dr. Paz Estenssoro de que los tres ministros del MNR -Víctor Paz, Germán Monroy y Julio Zuazo- deben renunciar en la fecha. Pero ya la masa se ha desbordado y se produce una impresionante manifestación, con decenas de miles de obreros y estudiantes que bajan por la Avenida Mariscal Santa Cruz y enrumban hacia la Plaza Murillo, hay fuego cruzado, cae herido el Ministro de Defensa, Cnl. José C. Pinto. Aumentan los muertos. Paz Estenssoro va a Palacio en la noche, califica a Villarroel y RADEPA de “desleales con el MNR”.[124] Sábado 20. El niño Jorge Eguino cumple 7 años y su mamá, Peregrina Parada de Eguino, lo ha llevado a la Plaza Murillo para que dé un beso a su padre, el mayor Jorge Eguino, quien casi no sale del Palacio en esos días de violencia. La plaza está tomada por fuerzas militares leales al gobierno que no dejan pasar al niño. De modo que se queda en la esquina del cine Paris, mirando con asombro un gran cañón antiaéreo del Regimiento Bolívar a cargo del conscripto José Luís Harb.[125] "La Voz de la Resistencia" y Radio El Cóndor emiten libretos espeluznantes en los que jóvenes imploran el apoyo del pueblo antes de caer baleados. Los niños se despiden de sus padres entre gemidos de angustia denunciando que estaban siendo torturados por agentes del gobierno. Nada era cierto, pero el montaje acrecienta la reacción popular. El My. Jorge Eguino le dice a su esposa que no se preocupe, todo iba a solucionarse con la salida del MNR del gobierno. Un nuevo gabinete totalmente militar jura al medio día. Radio Illimani informa del juramento a las 13 y da los nombres de los nuevos ministros. Pero a la gente no le importa. La consigna es “¡que se vayan

Villarroel!” La plaza Pérez Velasco es el escenario de otro combate y al anochecer se registran escaramuzas entre sitiadores de la residencia del Alcalde Gutiérrez Granier y los custodios de este. La división entre militares es evidente y suman los desafectos. Enterado el Presidente de que hay descontento en el Estado Mayor, envía al Ministro de Defensa, Gral. Ángel Rodríguez. Allí se impugna a los ministros de RADEPA. En otras guarniciones la consigna es la renuncia del Presidente. Emisarios civiles se acercan al Gral. Rodríguez para ofrecerle el apoyo de la oposición si decide reemplazar a Villarroel. Retorna el Gral. Rodriguez a Palacio y solicita un consejo de gabinete. Villarroel queda consternado con el informe de su Ministro. Al no disponer ya del apoyo de sus camaradas, anuncia que renunciará. Pero el gabinete considera que los desafectos son minoría, pidiendo que la reunión se amplíe a otros oficiales del EMG, el Ministerio de Defensa y comandantes de las unidades en La Paz. Esa reunión comienza a las 23 en el Salón Rojo. Asisten 36 militares. El Gral. Rodríguez repite su informe sobre el sentir de las Fuerzas Armadas recomendando al Presidente dimitir para evitar mayores males. La reacción del My. José Escobar no se deja esperar. El luchará hasta la muerte por el Presidente Villarroel y no permitirá que la revolución sea traicionada. Sus palabras son corroboradas por otros oficiales de RADEPA. Ya han pasado demasiadas cosas para pensar en volver atrás; los radepistas están en un camino sin retorno. Es su vida o la de sus enemigos.

DOMINGO 21 DE JULIO ENTRE LAS 00:00 Y LAS 06:00 Empieza un torneo de oratoria en el Palacio. Oficiales de la Fuerza Aérea se adhieren incondicionalmente a Villarroel y anuncian que si hay disidentes, los destrozarán desde el aire. La reunión se torna violenta cuando el edecán Waldo Ballivián sorprende a uno de los oficiales del Estado Mayor pidiendo por teléfono refuerzos en favor de la dimisión. Capitanes y mayores desenfundan pistolas y se insolentan con coroneles y generales amenazándoles con “meterles un tiro”.[126]  Indeciso, sin desear ya el poder, pero incapaz de defraudar a sus amigos, Villarroel suspende la reunión. Afuera, donde están las tropas, muchos militares empiezan a pasarse al bando contrario. Víctor Paz aguarda el desenlace en la Alcaldía donde recibe una llamada del My. Max Toledo. "Pongan a salvo sus vidas", les aconseja. Paz, Germán Monroy y Alfonso Finot llegan en una camioneta hasta el departamento del jefe movimientista, pasaje Ecuador, donde su esposa Carmela empaca algunos bienes antes de que la casa sea saqueada. Más tarde se refugian en la casa de Israel Camacho, en la calle Rosendo Gutiérrez. Del Palacio parten misiones en busca de los jefes de los partidos Liberal, Republicano Socialista, Republicano Genuino y de Izquierda Revolucionaria, en pos de un entendimiento. Pero como están clandestinos no es posible plantearles una tregua. El capitán Waldo Ballivián va a su departamento en Sopocachi para tranquilizar a su esposa. Ignora que será la última vez que la verá. Vuelve al Palacio, pese a que no está de turno ese domingo. Ballivián, por el origen de su familia, podía excluirse de aquel drama, pero pesó más su lealtad hacia el Cnl. Villarroel. El My. Max Toledo va al domicilio de su cuñado en El Prado, donde se aloja por seguridad su esposa, Delicia Canedo de Toledo. Ella, en avanzado estado de embarazo, duerme. La mima, anunciándole que se irá por un tiempo. Por seguridad le pide quedarse en casa de su hermano. Luego vuelve al Palacio.[127]

El My. Escobar va rumbo a Miraflores para ver por unos instantes a su esposa, María Luisa, y a sus dos pequeños hijos, Carlos de siete años y Nelson de tres, a quienes halla dormidos contentándose con darles un beso. Recomienda a su esposa -si algo pasara-, pedir asilo en la Embajada Argentina. Busca una pistola 45 y retorna al Palacio. La esposa del Presidente, Elena López de Villarroel embarazada del hijo póstumo del Cnl. Villarroel, descansa con sus dos hijas en la casa de Daniel Bedregal, en Sopocachi, próxima a la Nunciatura, donde debe pedir asilo en caso de que algo sucediera. [128]

ENTRE LAS 06:00 Y LAS 12:00 El Presidente, sin afeitar por segundo día, con el mismo terno oscuro a rayas blancas, pasea por los pasillos del Palacio Quemado. No ha dormido en 24 horas. Regresan al Palacio ministros y jefes militares. El Gral. Rodríguez insiste en la renuncia. El Cnl. Nogales informa que ya ninguna unidad militar apoya al gobierno. Desde distintos barrios salen columnas de hombres en busca de armas. El corredor Alberto del Carpio, preso meses atrás, luego de ayudar a recuperar los restos de Luis Calvo en Chuspipata, recibe un llamado de su madre. "Tu padre ha salido a hacer la revolución. Lo van a matar. Tráelo a casa", le ordena angustiada. La Policía Universitaria y los grupos civiles armados están por iniciar el ataque a Tránsito cuando del Carpio encuentra a su padre. - Papá, esto no te corresponde. Te ruego que volvamos-, le dice. - Hago esto porque cuando tú estabas preso, tu madre fue a reclamar por ti donde Escobar, él la golpeo con el puño destrozándole la boca. Voy a lavar la afrenta y ahora ya somos dosle responde.[129] Del Carpio, participa del asalto a las oficinas de Tránsito. No hallan a Toledo, pero sí armamento. Casi en seguida cae la Alcaldía; allí también hay armas. Los pilotos que en la víspera ofrecían destrozar a los insurrectos desde al aire, ruegan al Presidente abandonar el país en un avión que han preparado en El Alto. Villarroel no quiere abandonar el Palacio. "No hice daño a nadie. Que me maten", dice. Los pilotos abandonan la casa de gobierno rumbo a El Alto. El My. Toledo, viendo todo perdido decide irse con ellos. Villarroel redacta su renuncia: “Al pueblo de Bolivia: Con el deseo de contribuir a la tranquilidad del país, hago dejación del cargo de Presidente Constitucional de la República en la persona del señor Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de la Nación”. Sin ceremonias, el Gral. Dámaso Arenas asume la presidencia de facto.

El My. Eguino deja el Palacio. La lectura de la renuncia por Radio Illimani, en lugar de apaciguar a los revolucionarios, los estimula. La consigna es no dejar que Villarroel escape. Isaac Vincenti acuerda con el Comandante del Loa, Cnl. Armijo el asalto final al Palacio. La mitad del regimiento atacará con Vincenti por la Loayza para ingresar desde el Mercado de Flores. Armijo lo hará por al ala norte.[130] A medio camino a El Alto, Toledo decide volver y rescatar a Villarroel. Desciende por el Cementerio y la Garita de Lima. La suerte le es adversa, lo reconocen en la calle Zoilo Flores y lo persigue una turba. Llega a la plaza Sucre, busca refugio en el Instituto Geográfico Militar, cuya puerta golpea desesperado. Una ventanilla se abre y un militar empuñando un revolver le ordena retirarse. Toledo implora que le den asilo, que lo tomen preso. La puerta permanece cerrada.  La gente empieza a cercarlo. Extrae una pistola, hace un disparo al aire. Corre enloquecido hacia la plaza, lo derriban. Lo golpean. Una mujer de pollera le aplasta la cabeza con una piedra. Su cuerpo es arrastrado y escarnecido. Un hombre piadoso le da el tiro de gracia.[131] En medio de la catástrofe Villarroel va de un salón a otro. En las ventanas, el hall y los pasillos se acomodan ametralladoras. Afuera los artilleros del Regimiento Bolívar -ya el único leal- son armados con ametralladoras livianas. Los revolucionarios avanzan desde la Pérez Velasco, de la Alcaldía, de Miraflores. Ingresa al Palacio el comandante del Bolívar. Villarroel le dice que ha renunciado; no cree que el pueblo le hará daño. Le pide evitar más derramamiento de sangre y retirarse con sus efectivos de la Plaza. El expresidente está demacrado, pero tranquilo.  El regimiento se retira por la calle Junín, única salida. En las otras bocacalles empiezan a mostrarse grupos en actitud beligerante. Se escuchan disparos de armas en la ciudad. Los regimientos Loa y Lanza han defeccionado y los soldados, con las viseras atrás, están contra el que fuera su Capitán General,

mientras los civiles armados se despojan de las corbatas. Muchos están ebrios.

MEDIO DÍA Comienza el ataque al Palacio. Destaca entre los organizadores Carlos López Arce, Valerio Arellano, Jorge Villa y fundamentalmente militantes del PIR. El Gral. Arenas hace firmar a Villarroel una nueva renuncia, ya que la primera había sido enviada a Radio Illimani. Aún hay una leve posibilidad de salir protegido por una escolta humana y ganar la calle Bolívar. Villarroel la rechaza. Pero además ordena no hacer fuego. Por las calles Ballivián, Bolívar, Comercio, Socabaya, Ayacucho avanzan los revolucionarios. Tienen el Palacio a su merced. Por casi una hora disparan decenas de miles de balas que rompen todos los vidrios y producen bajas, pero las puertas no se abren.  Tampoco hay reacción desde adentro. La carnicería está cerca. En medio del caos revolucionario aparece la conocida figura de un héroe de la guerra del Chaco. El Gral. Maximiliano Ortiz, prestigioso militar retirado, en muletas, quiere salvar a los condenados. Se acerca al Palacio para pedir a sus ocupantes que se rindan y abran las puertas, garantizando sus vidas. Entonces un hombre vestido de negro, de apellido Meyer, apunta su arma contra el Gral. Ortiz y dispara hiriéndolo de muerte. Prosigue el ataque. Una tanqueta del Regimiento Bolívar, capturada por los insurrectos, avanza para tumbar la puerta de acero. Los goznes ceden y las puertas se abren con estrépito. Los primeros en ingresar caen abatidos por los defensores, pero la masa humana es imparable. Vincenti penetra al Palacio. Alberto del Carpio gana el segundo piso buscando al My. Escobar. Lo encuentra rociando con gasolina las pesadas cortinas del Salón Rojo para provocar un incendio que le permita huir. El My. Federico La Faye, a cargo de la guardia del Palacio va a la puerta de salida rezando una vieja oración que le enseñó su madre. "Oh Jesús Sacramentado, enemigos veo venir, la sangre de tu costado de ellos me ha de cubrir". Cuando la multitud invade el Palacio, La Faye se lanza al exterior de la Plaza, salvando milagrosamente la vida, sin que las balas lo hieran. Cuatro ministros abren un forado en el tercer

piso del Palacio y dan un salto de diez metros sobre el tumbado de una casa que da a la calle Potosí. Obreros comunistas abren a culatazos la puerta lateral del Palacio sobre la calle Ayacucho. El grupo penetra y sube al segundo piso, donde Villarroel vive sus instantes finales en compañía de su primo Corsino Soria, su edecán Cap. Waldo Ballivián y su oficial mayor Luis Uría de la Oliva. Villarroel ingresa a un compartimiento empotrado del segundo piso. Los insurrectos balean a Soria dejándolo agonizante. Luego disparan al sitio donde está Villarroel hiriéndolo de muerte. Varias balas han impactado en el abdomen. Los hombres levantan su cuerpo y lo arrojan a la calle por una ventana. Los de la calle abren los párpados del cadáver para comprobar si son verdes. ¡Es Villarroel! Entonces lo arrastran hasta la plaza, al pie de un farol. Aparece una cuerda que es pasada por el cuello. Entre varios izan a Villarroel, cuyo cuerpo queda con la cabeza vuelta al cielo y los ojos abiertos. Está casi desnudo, mujeres de pollera se encarnizan con sus despojos clavando los yauris[132] con que sujetan sus mantas. Ballivián también es asesinado y colgado con los intestinos fuera del cuerpo. La turba enloquecida asesina a Uría de la Oliva, arroja su cuerpo que cae de cabeza deformándola horrorosamente. Carlos López Arce encuentra al Gral. Arenas quien le muestra el papel con la firma de Villarroel dejándole la Presidencia. El insurrecto sonríe y ordena a Arenas renunciar a su vez. Con el papel firmado sale a buscar apoyo creyendo, ilusamente, que el entrar primero al Palacio era suficiente credencial para convertirse en Presidente. Desde una habitación del Hotel París, Roberto Hinojosa, Director de Radio Illimani -que se ha mantenido en el aire difundiendo consignas favorables a Villarroel-, huye por el techo hacia la calle Indaburu. Allí le dan caza. Dispara sobre uno de sus atacantes, pero la gente lo derriba y lo mata. En el interior del Palacio todo es desorden. En la oficina de Uría de la Oliva se encuentra un papel con la frase "Que Dios se apiade de

mis hijos". Los revolucionarios abren todas las oficinas. Unos buscan recuerdos, otros dineros. Alberto del Carpio ha encontrado la libreta militar de Villarroel que toma como trofeo. También pollo frito y una botella de Dom Perignon para el brindis.[133] Un grupo de gente lleva al My. Escobar para ultimarlo. Del Carpio se hace cargo de la situación señalando que Escobar aún debe confesar sus crímenes y delatar a sus cómplices, salvando la vida al militar, momentáneamente. A quince cuadras al norte, un oficial de RADEPA aún tiene agallas para incendiar el arsenal. Los efectivos del Bolívar se baten en retirada buscando la altura del Calvario para la última batalla. El caos continúa. Unos corren buscando que los hombres firmen el acta de la toma del Palacio. Otros al Rector Ormachea, o al liberal Eduardo Montes, o al pirista Mendizabal para que asuman la Presidencia. Se menciona al Presidente de la Corte Superior, Dr. Tomás Monje, pero no está en La Paz. O a Néstor Guillén, el decano, pero es su cumpleaños y está tomando cocteles con sus familiares. Lo llevan al Palacio repitiendo la vieja imagen de los vencedores saliendo al balcón para ser vitoreados. Pero en otras partes de la ciudad ha comenzado el saqueo de las casas de los derrotados.  Es una constante histórica. Primero el departamento donde vive Paz Estenssoro en la Ecuador, más tarde la casa de Eguino en la Harrison y luego la de Escobar, también en Miraflores. Más tarde la de Gutiérrez Granier en San Jorge y la de Toledo en Obrajes. En la ciudad enfermeros recogen los cuerpos de otros muertos caídos en combate. El saqueo es general. Paz Estenssoro logra asilo en la Embajada del Paraguay. El resto de las legaciones diplomáticas están llenas de perseguidos. Anochece. Los cadáveres continúan colgados en la plaza y los colgadores son sordos a las súplicas de esposas, madres, hijos y hermanos. Se tiene que organizar una brigada bajo protección del Nuncio. Fue así como llegaron al trágico escenario los familiares de Uría de la Oliva. La esposa de Villarroel, en avanzado estado de

gestación, estaba oculta en la casa de los Bedregal en Sopocachi. Mimí Ballivián de Gutiérrez se encontraba en una clínica al lado de su esposo, Willy Gutiérrez, herido de un anterior levantamiento contra el gobierno, cuando le informaron que su hermano Waldo Ballivián estaba colgado frente al Palacio. Llegaron hasta los faroles infames de la Plaza Murillo de donde bajaron los cuerpos, les cerraron los ojos, para luego vestirlos, velarlos y sepultarlos. Doña Mimí está acompañada por su amiga Angélica Monje, hija del Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Dr. Tomás Monje Gutiérrez, a quien la vida azarosa de Bolivia lleva a la Presidencia de la República.[134] En Cochabamba, al recibir la confirmación del asesinato de Villarroel, Oscar Únzaga sólo atina a rezar por el alma de ese militar desdichado, que tan sólo tres años atrás, en esa misma estancia de la calle España, había desplegado sus proyectos revolucionarios soñado con una Patria renovada, con justicia para los pobres. En Cochabamba, ante la perspectiva de que el PIR, tome el poder, un grupo de falangistas, que había salido a las calles en armas, pronunciándose en defensa de Villarroel, debe retirarse pues para el PIR, en su hora victoriosa después de los colgamientos, llegaba el momento de la represalia. Aprovechando el desconcierto de las primeras horas y apoyados en policías que respondían a ese partido, atacaron el local de reuniones de FSB e incendiaron los talleres de EL HERALDO buscando a Gustavo Stumpf para asesinarlo. Pero también destruyeron las instalaciones donde se editaba ANTORCHA en Santa Cruz y en el Beni persiguieron a los militantes de FSB. El poeta comunista Pablo Neruda, envía un cablegrama a sus camaradas del PIR con una frase explícita: “Esto ha sido gloriosamente español”. La flota soviética en el Báltico dispara 21 cañonazos en señal de regocijo.[135] Muchos diarios extranjeros coinciden en el titular de primera plana: “Cayó el último bastión nazi en Bolivia”.

DESPUÉS DE LOS FAROLES El gobierno interino del Dr. Tomás Monje Gutiérrez declaró al MNR al margen de la ley y hubo presos y exiliados de ese partido. Al finalizar agosto, Oscar Únzaga convocó a las principales células falangistas de la República a una Reunión Extraordinaria para analizar las medidas que deberían adoptar para el caso de que los falangistas fuesen declarados al margen de la ley, como lo había anunciado el Ministro de Gobierno, Cleto Cabrera, un obrero comunista, aunque en realidad quien definía los temas de política interna era Roberto Bilbao la Vieja, secretario de la Asociación de Mineros. El 21 de septiembre, el Jefe de FSB dirigió una carta abierta al Presidente Tomás Monje Gutiérrez, en la que después de hacer un extenso análisis de la posición política de su partido expresa lo siguiente: No queremos eludir las persecuciones, en las que se hacen grandes y amados los ideales políticos. Hemos querido únicamente dejar pública constancia de nuestra protesta y una explicación sucinta al pueblo boliviano que pueda desmentir las calumnias y prejuicios en contra nuestra. Orgullosos estamos de nuestros postulados y serenos en nuestras responsabilidades. Nada podemos temer del futuro. Cuanto más fuerte se nos hiera, más hondo se afirmará nuestro ideal. La medida de declararnos al margen de la ley será ineficaz para silenciar nuestro derecho irrenunciable de predicar nuestro ideal de buenos bolivianos al pueblo de Bolivia. El documento fue eficaz y el Presidente Monje Gutiérrez frenó las maquinaciones en contra FSB. Como juez que era, sabía que no existía ningún elemento que hiciera sospechar que este partido o su joven militancia hubieran podido cometer algún crimen, o tuvieran participación en los hechos de que se acusaba a los integrantes del gobierno derrocado. Después de varios meses, Paz Estenssoro obtuvo autorización para salir exiliado, obviamente a la Argentina, que se convertiría en el santuario de los movimientistas caídos en desgracia.

El My. José Escobar, capturado el 21 de julio por Alberto del Carpio, quien lo llevó primero a su casa para que el ex-jefe de la policía pidiera perdón a su madre, firmó una declaración de 32 páginas, conteniendo detalles reveladores sobre sucesos sangrientos ordenados por RADEPA. Quedó internado en el Panóptico, a la espera de un juicio. El My. Jorge Eguino era tataranieto de Vicenta Juaristi Eguino, había heredado de sus antepasados un fluido idioma aimara y propiedades en la zona de Achacachi. Dejó el Palacio en la mañana del 21. Su familia ya estaba a buen recaudo. Saltó por el muro posterior de su casa en Miraflores y siguiendo el curso del Orkojahuira llegó a Río Abajo. Allí compró un pantalón de bayeta, un lluchu, sombrero, abarcas y un poncho. Emprendió la caminata hacia el altiplano. Calculaba que en ocho días estaría en alguna de sus propiedades. Pero cuando cambiaba dinero en Calamarca, alguien descubrió que llevaba reloj, impropio para un indio. Confesó al Corregidor que era Eguino. Lo llevaron preso al Panóptico de La Paz. Dos meses más tarde, un oficial de apellido Oblitas, en situación de baja por incapacidad mental, buscaba diariamente una audiencia con el Presidente Monje Gutiérrez. Al mediodía del viernes 27 de septiembre logró colarse hasta el despacho presidencial. Al ser descubierto se asustó y desenfundó un arma haciendo un disparo al aire. "Ahora yo soy el Presidente", dijo. Estaba demente. El propio mandatario salió y logró calmarlo. Lo llevaron preso hasta la Policía en la calle Ayacucho, pero un hombre vestido de negro, el mismo que mató al Gral. Ortiz el 21 de julio, enardeció los ánimos de la gente y se puso a la cabeza de un grupo exigiendo que Oblitas les fuera entregado. Increíblemente, las autoridades lo entregaron. Cuando el infortunado, presa del pánico, trataba de escapar, el hombre de negro le disparó un tiro a quemarropa. Arrastraron su cuerpo hasta la plaza y lo colgaron. Más aún, el hombre de negro azuzó a la gente para ir al Panóptico por Eguino y Escobar. Encontraron a éste abrazado de un niño de 7

años, su hijo. Los desprendieron. Una sucesión de golpes dejó a Escobar incapacitado de movilizarse por sí mismo. Fueron llevados hasta la plaza Murillo, uno caminando, el otro arrastrándose, mientras la muchedumbre los golpeaba y escupía. Al pie de los faroles, sin juez, ni fiscal, ni derecho a defensa, izaron al My. Escobar. El My. Eguino sereno pese a todo, pidió que le dieran dos horas para hacer revelaciones. Rogó por un poco de agua. No había. Alguien se compadeció y le dio una Coca Cola. Eguino pasó la mitad del líquido por su rostro martirizado por los golpes, la tierra, la sangre y el sudor. Bebió la otra mitad. Reapareció la soga. Lo izaron. Pero la cuerda asesina reventó cayendo el militar sobre los adoquines. ¡Es una señal! ¡No me maten!, exclamó. La gente empezó a consternarse. Preocupados, los instigadores del crimen volvieron a poner la soga al cuello, pero antes un hombre tal vez por misericordia, le dio un combazo en la cabeza y probablemente lo izaron por segunda vez ya muerto. En ese momento, una tormenta eléctrica se precipitó sobre La Paz. Instigadores, verdugos y testigos, todos huyeron despavoridos. La tarde se obscureció y los rayos alumbraban intermitentemente los tres cuerpos que se balanceaban movidos por el viento, en esa sangrienta primavera de 1946. La ciudad sigue esperando una misa, una cura de amor, un exorcismo, para ahuyentar el mal karma que atormenta a la Plaza Murillo desde siempre.

VIII - ÚNZAGA DIPUTADO (1947 – 1949)  

Ú

nzaga formuló un pronóstico que se cumplió absolutamente. Después del 21 de julio, el principal instigador de los crímenes de esa luctuosa jornada no podría recuperarse nunca. Así fue. El Partido de la Izquierda Revolucionaria no sólo marcó al comunismo en Bolivia con el rótulo de “linchador”, sino que además sus dirigentes más conspicuos se vieron condenados a hacer, en la política real, todo lo contrario de lo que predicaban en el terreno ideológico.[136] No fue un anatema falangista sino el resultado de la realidad concreta: al hacer causa común con su adversario natural, por oportunismo político, suscribieron su propia carta de defunción. Por eso, en su momento de gloria al finalizar el fatídico año de 1946, fue su archirival trotskista, el Partido Obrero Revolucionario, con la notable figura de Guillermo Lora, el que trazó la línea por la que transcurriría el proletariado boliviano: la Tesis de Pulacayo. Sus postulados -salario básico vital con escala móvil; contrato colectivo; independencia sindical; control obrero; ocupación de las minas; armas a los trabajadores; insurrección popular- tendrían vigencia en los próximos 40 años dando sustento ideológico a la COB. Entre tanto, Mario R. Gutiérrez que había culminado sus estudios en Chile, retornó a Bolivia, presentó su tesis doctoral en la Universidad Gabriel René Moreno, con un tema fundamental: “Alegato Histórico de los Derechos Históricos de Bolivia al Pacífico”. Se licenció en Derecho, Ciencias Políticas y Sociales en noviembre de 1946 y aceptó la designación de Oscar Únzaga, asumiendo la Secretaría Regional de la célula “O” de FSB en Santa Cruz. Únzaga, cuyo centro de acción seguía siendo Cochabamba, batallaba para articular su partido en el contacto personal, por correo, por el hilo telegráfico y realizando penosas travesías en un momento en que no existían ni siquiera las posibilidades de la telefonía interdepartamental. Según la colección de cartas personales que envió a Mario Gutiérrez, logró mantener encendido

el fuego falangista en el oriente, donde a su vez sentaba bases el MNR, un partido fuertemente organizado de amplia base popular. Únzaga sabía que el futuro de FSB estaba en las regiones que hasta entonces habían sido relegadas del poder central instalado en La Paz, e instaba a Mario Gutiérrez para que los falangistas entren a la lucha política y logren por lo menos tres diputaciones -Guillermo Köenning, Humberto Castedo Leigue y el propio Mario Gutiérrez- en las elecciones del año próximo. Aunque entonces era sólo un adolescente, en 1947 empezó la carrera política de Jaime Gutiérrez Terceros. Vástago de una familia de larga data en Bolivia, entroncada en Cochabamba y Santa Cruz, había conocido a Oscar en su casa de la calle España, cerca de la plazuela Barba de Padilla, donde se reunían todos los falangistas. “La mayoría de la gente admiraba el coraje de Oscar y el gran respeto que profesaba a las personas, sin importar su origen, economía, raza o clase. Él invocaba siempre a todos los que eran militantes o “Niños de Bolivia”, categoría para muchachos menores a 15 años, que luego podían ascender a “milicianos” y epilogar como “militantes”, lo que significa recorrer un largo trecho, dejando en cada paso testimonio de honestidad, que es la forma básica del ser humano, decir siempre la verdad y estar permanentemente preocupado por el mejoramiento del país. “Niños de Bolivia” estaba a cargo de un notable dirigente falangista llamado Alejo Asbun, quien se encargaba inclusive de revisar las libretas escolares y ayudar a los niños aspirantes a falangistas, además de impartirles conocimientos sobre el país. El militante de la Falange, para llegar a esa categoría, tenía que haber cumplido muchas actividades dentro del partido que calificaban para una militancia permanente. El pensamiento de Oscar está resumido en que había que cambiar al país y sobre todo al hombre boliviano. La transformación de Bolivia tendría que hacerla las nuevas generaciones y es por eso que los “Niños de Bolivia” eran el semillero de la Falange. Seguramente se inscribieron miles de niños de los cuales quedaron muy pocos que llegaron a milicianos y luego a falangistas. Yo estuve entre ellos”.

Estando el MNR al margen de la ley, abogados del PIR presionaron al gobierno interino para ilegalizar también a FSB, de manera que Oscar Únzaga le escribió otra carta abierta al Presidente Monje Gutiérrez, negándole el derecho de suprimir a un partido que era la expresión política de los jóvenes y que no tenían ningún compromiso con el pasado. Era tanta la vehemencia de esa nota que los abogados piristas debieron desistir de su acción. La prensa de La Paz, hasta entonces indiferente a Únzaga y su partido, le abrió sus columnas, lo que a su vez hizo que varios dirigentes políticos lo buscasen indagando la posibilidad de entendimientos. El Partido Liberal ofreció una alianza electoral a FSB, que fue rechazada, lo que lleva a los liberales a un acuerdo con la vereda del frente, es decir los comunistas del PIR. Sin recursos económicos y sólo con la fuerza de su joven militancia, FSB decidió intervenir aún a sabiendas de que tenía todo en contra. El país vivía un reflujo antinacionalista, la influencia anglo-americana le era adversa y el gobierno estaba decidido a anular a falangistas y movimientistas. Apresaron a Únzaga en Cochabamba y el falangista Humberto Camacho, candidato seguro a una diputación en Cliza, fue asesinado. Únzaga fue detenido en la tarde del 12 de diciembre, faltando cuatro semanas para las elecciones en las cuales era candidato a diputado por Cochabamba. Cayeron con él Eduardo Cámara y José Antonio Ríos, sin ninguna acusación, no se les tomó indagatoria alguna, no comparecieron ante ninguna autoridad, ni se dio aviso a sus familias para proveerse de ropa o dinero. Fueron llevados a Tiraque, pero como los pobladores reconocieron a Únzaga y le manifestaron su adhesión, los quince custodios armados llevaron a los detenidos hasta la población de Vacas, donde los retuvieron durante tres días. La desaparición del jefe falangista y la denuncia de que el Ministro Bilbao la Vieja había asumido filiación pirista, pese a haber sido antes miembro del grupo pro-fascista Estrella de Hierro y estar vinculado a la gran minería, escandalizaron a la opinión pública. La presión ciudadana, obligó al aparato represivo del gobierno interino a liberar al jefe falangista.

La campaña entró en su fase definitiva enfrentándose el PURS contra el Partido Liberal aliado al PIR. El candidato pursista Enrique Hertzog disparó su artillería verbal contra los comunistas del PIR y estos lo acusaron de ser “un judío alemán, siendo absurdo imaginarlo como Presidente en un país de indios que no pueden ni pronunciar su nombre”. El resultado de las elecciones favoreció al Dr. Hertzog, quien obtuvo el 47,22% de los votos. Muy cerca, con el 46,76% quedó el Dr. Luís Fernando Guachalla por la alianza PL/PIR. El Dr. Víctor Paz Estenssoro del MNR -en el exilio- obtuvo el 5,56%. Pese a la inquina oficialista contra Únzaga, fue una elección tranquila y civilizada. Ante el virtual empate entre Hertzog y Guachalla, con una diferencia de apenas 300 votos, se debió ir al mecanismo congresal, pero Guachalla renunció al derecho de elección congresal “en respeto del voto y homenaje a la conciliación de todos los bolivianos”. El 10 de marzo de 1947, el médico paceño Enrique Hertzog asumió la Presidencia de la República y el abogado chuquisaqueño Mamerto Urriolagoitia la Vicepresidencia; ambos eran republicanos. Su adversario liberal, Dr. Luis Fernando Guachalla, aceptó el cargo de Canciller de la República, en un gobierno de unidad nacional republicano-liberal-comunista.[137]  

Las candidaturas de FSB fueron interesantes. Postularon a tres figuras en La Paz, nada menos que el rehabilitado mayor Elías Belmonte, además de Alfredo Candia, Hugo Roberts y Benjamín Saravia, quien salió electo en una provincia. Oscar Únzaga ganó un curul por Cochabamba en el nuevo Parlamento, al que también llegaron sus adversarios del PIR, Ricardo Anaya y José Antonio Arze[138] A ellos se sumó el carismático líder minero Juan Lechín Oquendo, elegido senador por Oruro y Potosí. También el autor de la Tesis de Pulacayo, Guillermo Lora, quien en su primera intervención proclamó la lucha de clases y el combate a muerte contra los patronos. El notable conservador Pedro Zilveti fue elegido Presidente del Senado. Una activa bancada del PIR se entregó a un juicio de responsabilidades contra los caídos del régimen anterior acusándolos de violaciones a las garantías individuales, malversación, crímenes y traición a la patria

en complicidad con Alemania y Japón. Entre los acusados estaban Paz, Siles, Andrade y Céspedes. La madre del Dr. Siles, doña Isabel Zuazo, se presentó ante el Parlamento para defender a su hijo sosteniendo con lógica abrumadora que al no haber desempeñado cartera ministerial ni embajada ninguna, no pudo haber cometido los delitos de los que se lo acusaba. El diputado Únzaga de la Vega tomó la palabra para pedir a sus colegas no hacer leña del árbol caído y pese a la situación en extremo desfavorable, no se privó de expresar que, aunque FSB había roto tempranamente con el gobierno del Cnl. Villarroel, no se podía negar el perfil social de ese mandatario ni los avances registrados en su gobierno en beneficio de campesinos y los trabajadores, señalando además que aunque no tenía ningún vínculo con el MNR, la paranoia antinacionalista del momento se escarnecía contra inocentes, lo que fue respondido con denuestos por parte de los piristas que volvieron a acusarlo de fascista, lo mismo que a Siles Zuazo y Paz Estenssoro. En la Universidad los falangistas dieron lucha sin cuartel a los piristas y la pugna por la dirección de la Federación Universitaria Local de La Paz fue notable. Alberto Libera, un calificado dirigente comunista, se encaminaba a ganar las elecciones de 1947, saliéndole al frente el candidato de FSB, Guillermo Bedregal Gutiérrez, apoyado por FSB y las diezmadas filas del MNR. Apoyado por Gustavo Stumpf, Antonio Anze, Roberto Zapata, Víctor Hoz de Vila, los hermanos Aguilar Zenteno, Pajarito Montalvo, Renato Moreno, Hugo Roberts, Alfredo Candia y otros se llegó al final del proceso electoral, donde el apoyo de la derecha y el gobierno inclinó la elección por el candidato del PIR. Tiempo después, por acción del Embajador de España, José Luis Aranguren, Guillermo Bedregal fue becado a España. Este es el retrato que ha dejado Bedregal de Oscar Únzaga, producto de su corta militancia en FSB:  El carisma de Únzaga era formidable. Su figura enjuta, aparentemente débil, sus poblados y grandes bigotes, ornados por

una cabellera risada y bien cuidada, se complementaban con sus ojos penetrantes. Su gesto cordial y fraterno, junto a su enorme capacidad de adaptar su locución a la altura de sus interlocutores, ya sean jóvenes estudiantes u obreros limitados en su cultura, Únzaga sostenía y atendía su adecuación vital a ese tipo de variedades humanas. Oscar era un católico absoluto. Su religiosidad era mística. Esa personalidad se transformaba y adquiría otra presencia cuando hablaba en el Parlamento o en los mítines partidarios con gran energía, voz sonora y de variadas entonaciones, de acuerdo con los temas a desarrollar. Era un gran orador… La beca a España era una halagadora posibilidad académica a la que muy pocos bolivianos accedieron, entre ellos Jorge Siles Salinas, más tarde uno de los polígrafos más destacados del país; Alfonso Prudencio Claure, Paulovich,  uno de los grandes animadores del periodismo del siglo XX desde la vertiente del humorismo; Wally Ibáñez, abogada potosina y una de las valientes mujeres de la Falange, además de Víctor Hoz de Vila, Alfonso Flores Belloni, condiscípulos de Carlos Tovar Gutzlaft, quien años más tarde fue el Fiscal que investigó los crímenes del 19 de abril de 1959. Oscar Únzaga de la Vega presentía que iba a ser asesinado y así lo dijo en varias ocasiones. Quizás ese fatalismo lo empujó a quemar etapas, tratando de hacer todo lo más rápido posible y con total entrega. En 1947, sin más aliado que su valor personal y la lealtad de su suplente, Antonio Anze Jiménez. El diputado Únzaga emprendió su rol con absoluta entrega y su voz se hizo familiar entre quienes asistían a los debates parlamentarios. Nada más instalado el Congreso, el líder falangista se declaró opositor: “Nuestra intransigencia doctrinal nos lleva por el camino arduo pero bello de la fidelidad indesmentible a nuestros ideales. No somos partidarios de las tácticas colaboracionistas con sacrificio de principios y de honras”.

Criticó al Presidente Hertzog por recibir en la alianza oficialista al PIR. “Juzgo que la administración Hertzog voluntariamente se ha visto comprometida en un proceso de autodestrucción. El pueblo boliviano se ha sentido defraudado al ver que el Presidente Hertzog ha desmentido toda su campaña electoral que se sintetizaba en el repudio a la prédica disolvente del PIR. El gabinete actual ha sido una mala operación para ambas partes contratantes: el Presidente se ha embolsillado al PIR, pero ha perdido a su pueblo; el PIR ha perdido la fecundidad de una política en el llano por unas sillas ministeriales”.[139] La voz de Únzaga desestabilizó a los ministros piristas. Denunció que Gustavo Heinrich, Ministro de Obras Públicas, era deudor del fisco y debía ser enjuiciado por incumplimiento de obras de servicio público contratadas anteriormente por el Estado, señalando que su presencia en el gabinete era un caso de ética política que afectaba la responsabilidad del gobierno y señaló que el Ministro del Trabajo, Dr. Alfredo Mendizábal, también del PIR, era “la evidencia del fracaso de un partido marxista para solucionar los problemas del trabajo”. “Creo que el PIR, el POR y todos los partidos comunistas sólo tienen una capacidad: la demagogia. No pueden solucionar problemas sino crearlos o agudizarlos. Son los culpables de la anarquía y malestar de la nación, enfrentando a los factores de la producción, en momentos en que Bolivia debe luchar unida para ser dueña de su destino y usufructuaria de su riqueza…” Únzaga desplegaba la fuerza de su elocuencia atrayendo a la gente y aunque estaba circunscrito a una minoría parlamentaria, su partido tenía presencia nacional. Sin embargo, empezó a lamentar que precisamente en Santa Cruz, a la que consideraba la piedra angular del futuro nacional, amenguara el fuego de la antorcha falangista. Le escribió una carta a Mario R. Gutiérrez, reprochándole con ternura de hermano:  

“Querido Mario: Estoy abrumado de pesar por lo que ocurre en Santa Cruz. La célula estancada. Los hombres sin vigor ni entusiasmo para luchar. ¿Por qué esa pérdida de ritmo? Toda la República está trabajando en grande. Nuestra acción ya no es al por menor, pero esa célula se mantiene sin crecimiento notable, sin esa vitalidad que se deja sentir cuando una célula está palpitando por el partido. No te imaginas el tónico que es sentir la iniciativa de allí, conocer que se lucha, que no se deja campo al enemigo, que no nos hemos dormido. Yo no olvido que tú fuiste siempre el gran luchador… Tenía, pues, todas mis esperanzas puestas en ti. Conmigo pensaba todo el partido y decía: cuando venga Gutiérrez las cosas serán distintas. Él hará crecer Santa Cruz; él será un segundo hombre en la tarea nacional. Pero estás defraudando. Y sólo por no poner un poco de orden en tus cosas. Mi querido Mario, cuando se tiene una empresa histórica, es casi una deserción no trabajar con toda el alma y con todas las fuerzas. Espero que así lo hagas. ¿Cómo no haz de poder todo el ambiente de Santa Cruz, si tú entraste cuando el partido éramos unos veinte y hemos podido mover a toda la nación? Estás obligado moral y materialmente. Porque todos confían en ti, porque el partido tiene las esperanzas en ti. Trabaja desde ahora. Espero que muy pronto tus noticias sean halagüeñas. Te lo pido y te lo exijo”.[140] Un mes después, Oscar envió a Mario otra carta también redactada a mano. Su texto ayuda a comprender la relación entre esos dos hombres que cifraban los 30 años y tendrían un rol histórico determinante en el próximo tiempo:  

“Querido Mario: Hace algún tiempo te escribí. Tuve la seguridad de que te fue entregada la carta, pero me quedé esperando la respuesta… Eres un hombre de suerte. Mientras algunos esperan que les conteste, tú recibes mis cartas y te das el lujo de no responderlas. He tenido en sentimiento al verlo enfriado a Humberto Castedo. Es cosa que llega al alma luchar tantos años, con sacrificio de todo, hasta con olvido de mi pobre madre que ha sufrido tanto y que teniéndome sólo a mí aún la dejo, y encontrar que, por un poco de buena voluntad malgastada, el partido no crece y los hombres no rinden como debieran. Castedo es una gran pasta. Y, sin embargo, lo vemos sin substanciar su esfuerzo por tan noble y bella causa como la nuestra. Además, ¿qué te ocurre a ti? Tu eres un hombre que goza de autoridad y prestigio dentro de las filas, pero no estás cumpliendo como debieras tu obligación. Tu presencia en Santa Cruz era esperada como el pan bendito por nosotros, pero ahora no trabajas. Esa célula no crece, no lucha, no contribuye con iniciativas como contribuías tú desde Santiago. No es posible que continúe por más tiempo esta situación. Tú no te das cuenta de cómo se aproxima nuestra hora victoriosa. Somos un partido que triunfará antes de lo que él mismo desea. Pero no trabajamos con seriedad. ¿Has olvidado que hemos quemado nuestras naves? Ni tú ni yo ya podemos vivir sin esta obra… Esta última carta impactó en el espíritu de Mario R. Gutiérrez y luego de recibirla asumió su tarea, como lo esperaba Únzaga. Al recordarla, el futuro jefe de FSB escribió: “Esta carta, para mí de una incomparable belleza por su firma y fondo, me llegó al alma, me comprometió para siempre con Únzaga y la obra de su creación.

Marcó a fuego mi destino y me quemó las velas para que no pudiera retroceder”. En el plano internacional, mientras Alemania, Francia, Italia, Japón, inclusive Gran Bretaña quedaron quebrados después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos salió del conflicto intacto, convertido incuestionablemente en la primera potencia del mundo. Entre tanto, los soviéticos, sintiéndose vencedores más allá de sus millones de muertos en la guerra y su importante rol en la derrota de Alemania, creían que el mundo estaba al alcance de sus manos y la revolución que preconizaban debía imponerse a lo largo de la geografía planetaria. La Unión Soviética crispó otra vez la política internacional y Winston Churchill exclamó: “Desde el Báltico hasta el Adriático, una cortina de hierro ha descendido sobre el continente”. El Presidente Harry S. Truman creía que a los Estados Unidos le tocaba la tarea de construir un nuevo orden internacional. Se aferró al Plan Marshall para la reconstrucción de Europa con cien mil millones de dólares y tendió lazos hacia a los adversarios de ayer para que aceptaran ser los socios de hoy. Japón, sin abandonar su cultura milenaria ni su calidad de Imperio, abrazó la democracia. Pero la situación alemana y la suerte de los países europeos bajo control soviético abrían un inevitable escenario de conflictos. Stalin impuso un sistema de control social y represión que intentó superar al de los nazis, los gulags fueron una copia de los campos de concentración nazis y allí fueron a dar cientos de miles de ciudadanos. No fue el discurso falangista contra los stalinistas bolivianos lo que provocó que el PURS planteara al Presidente Hertzog la expulsión del PIR de aquel gobierno “por la incompatibilidad de su programa con los postulados de la democracia”, pese a que los dirigentes de ese partido hicieron lo imposible para evitarlo. En el Parlamento, Únzaga disparó un torpedo en la línea de flotación de ese partido marxista, en mayo de 1947, afirmando que sus dirigentes reiteradamente se habían traicionado a sí mismos buscando aproximarse a los goces del poder, primero en 1944 cuando Ricardo

Anaya propuso al entonces Presidente Villarroel un gabinete de concentración nacional entre el PIR, el MNR y el Ejército joven (RADEPA), “lo que equivalía a una alianza con los nazifascistas”, y ahora se aferraba a un gabinete de concentración nacional en un momento de histeria anti-nazi persiguiendo al MNR caído en desgracia y tratando de afectar a FSB. Desde la prensa, Gustavo Stumpf reiteró los conceptos de Únzaga contra el PIR: “Dijeron no ser ateos ni enemigos de la religión, asegurando que miles de católicos integraban sus filas, pero sus cuarenta diputados se negaron a hacer la señal de la cruz cuando juraron sus cargos. 2) Negaron propiciar un programa comunista, asegurando ser un partido demócrata, moderado y nacionalista que propicia una revolución democrática burguesa, pero la “revolución democrática burguesa” era una instructiva pública del Partido Comunista de la Unión Soviética. 3) Juraron ser un partido nacionalista, pero eran parte de un engranaje en pos de una dictadura comunista universal”. Stumpf preguntaba, intrigado, “¿cómo era posible que LA RAZÓN del millonario minero Carlos Víctor Aramayo, y ÚLTIMA HORA, vinculada a Mauricio Hoschild, hicieran campaña para impedir que la administración Hertzog prescinda del PIR?” [141] Como sea, el PIR salió del gobierno a sólo cuatro meses de haber ingresado. Entre tanto, el MNR se dividió por circunstancias ajenas a la voluntad de sus dirigentes: por una parte, la jefatura de Víctor Paz en el exilio y por otra el liderazgo de Hernán Siles, en La Paz, asilado en la embajada venezolana. Entre tanto el PIR intentó recuperar sus bases obreras, pero estas ya habían migrado a las filas del POR y el MNR. Únzaga presentó una petición de informe sobre una concesión petrolera otorgada a la firma Superior Oil Co. de California, a la que calificó como uno de los actos más lesivos al interés patrio, impidiendo que aquella presencia prosperara, empezando allí un largo enfrentamiento entre el jefe falangista con los consorcios petroleros internacionales a los que consideró siempre una pandilla de depredadores. Esa posición le costaría en el futuro una oposición

radical del capitalismo internacional y sería uno de los motivos para su enfrentamiento contra los gobiernos del MNR. Pero esa es una historia por venir. Volviendo a 1947, al haber sido arrasado por el fuego el periódico EL HERALDO dirigido por Gustavo Stumpf, el Director de LOS TIEMPOS, don Demetrio Canelas, cedió una página semanal para que FSB pudiera expresarse. Allí se lucieron el propio Stumpf, Germán Céspedes Barbery y Dick Oblitas Velarde. Únzaga volcó su interés a una serie de temas que nunca antes habían sido tomados en cuenta, como la toponimia geográfica con el propósito de conservar los nombres aborígenes y tradicionales en las nominaciones de lugares de la República, escuelas, calles y plazas; la Ley sobre Seguro Social General;  la vigencia permanente de la Constitución, la orientación de la política internacional, el apoyo estatal a los repositorios bibliográficos, el apoyo a las actividades deportivas o la necesidad de mejorar las condiciones de vida de los profesores bolivianos. Consiguió que un impuesto sobre la chicha permita la pavimentación de las calles de la ciudad de Cochabamba. Pero, sobre todo, lideró una campaña para que se construyera el ferrocarril entre Cochabamba y Santa Cruz, que el oficialismo consideraba innecesario de construirse la ruta carretera entre ambos distritos. Viajó a Santa Cruz, hasta ese momento un distrito marginal, pese a ser el departamento territorialmente más extenso del país. “Yo era un muchacho cuando Oscar vino, la primera vez en 1947, pero luego estuvo en Santa Cruz varias veces. Generalmente se alojaba en la casa de los Terceros y en otras ocasiones en la casa de Guillermo Köenning. Oscar era muy católico. Recuerdo que en una ocasión me pidió que le enviara un telegrama a su madre que decía ‘hoy he comulgado y pedí a Dios por tu salud. Besos tu hijo’…”. (Luís Mayser Ardaya).[142] “Era 1947. Tenía un año de casada y estábamos esperando a mi primera hija, Carmen Dora. Fue en la plaza 24 de Septiembre, Oscar, Guillermo y otros conversaban caminando y en determinado

momento se acercaron. Ahí lo conocí. Me impresionó inmediatamente por su voz y su conversación. Era un hombre muy bondadoso, apacible, inteligente. Más que jefe y camarada, era un amigo…” (Dora Moreno Suárez de Köenning, esposa de Guillermo Köenning).[143] FSB empezó a crecer exponencialmente. A la juventud le atraía un partido que declaraba su vocación de “fuerza organizada para la lucha y el trabajo, que instaurará en la vida nacional el imperio de la Justicia Social en una inspiración de profundo fervor patriótico y nacionalista”. Mario R. Gutiérrez jefe de la Célula “O” (Santa Cruz) publicada en ANTORCHA. Guillermo Bedregal dirigió el semanario FALANGE, administrado por Juvenal Sejas. En 1947 empezó a circular EL VOCERO MILICIANO semanario poligrafiado de circulación en los colegios. Delegaciones de muchachos de colegios paceños visitaban Cochabamba y los alojaban en casas de falangistas, el intercambio de ideas era nutrido entre todos los puntos geográficos del país y aumentaban las células provinciales en sitios tan distantes entre sí como Machacamarca y Paria en Oruro, San Matías en Santa Cruz o Yacuiba en Tarija. Instalado definitivamente en el escenario de la historia, La Paz, Únzaga se entregó de lleno a su tarea de parlamentario y jefe de FSB. Si hasta entonces el único rascacielos lo había construido Ivica Krsul en la Plaza Avaroa destinado a un hotel (actual Ministerio de Defensa), la ciudad empezaba a mostrar señales de modernidad por obra del arquitecto Alberto Iturralde, quien introdujo el concreto armado en varios edificios de la Av. Camacho, como la Casa Bernardo (actual Banco Nacional de Bolivia, el edifico La Urbana, la primera Casa Hansa, los edificios Elsner y Guerrero, en la calle Mercado, y el edificio de La Razón en el Prado (actual Ministerio de Justicia). Por lo demás, el área ciudadana paceña hacia el Este ya excedía la calle Calama donde estaba el regimiento del mismo nombre y, al Oeste, la Avenida Buenos Aires empezaba a poblarse. Hacia el Sur la ciudad se extendía hasta San Jorge y en Miraflores, más allá de la Plaza Uyuni, sólo había chacras y sembradíos de choclos, hortalizas y legumbres.

Únzaga tomó en alquiler un departamento en el Edificio Becker de la Avenida 6 de Agosto, en La Paz, donde instaló a su madre y se convirtió en el segundo hogar de los falangistas paceños. Era un espacio amplio, con un solario y una pequeña terraza donde vivió un perro blanco que le obsequió una de sus seguidoras. Le pusieron el mismo nombre de aquel que se fue con su hermano Alberto en los años de la guerra: Jack. Carmen de la Vega, prima del fundador de FSB, rememoraba aquellos tiempos: “Los falangistas trataban a Rebeca como una madre haciéndola sentir halagada y protegida. Él era muy afecto a las mermeladas, el manjar blanco y el dulce de papaya que su mamá le preparaba y ella vivía en el afán de tejerle chalecos y chompas para el frío paceño. Estaba muy deteriorada físicamente, vestía de negro, era bajita, siempre agachada por las penas que sufrió. Adoraban a Jack. Tenían una gran jaula con decenas de aves de muchas especies, pero había una en especial, un perico que nunca estaba en la jaula y cuando Oscar llegaba se acercaba a comer de su plato. Tenía un gran amor por los animales...[144] El barrio paceño de San Jorge se convirtió en el centro nacional del falangismo boliviano y allí llegaron representantes de 15 células de todo el país para una convención previa al encuentro del décimo aniversario de FSB. Entre los delegados estaba el joven Ambrosio García, jefe de la Célula “R” de FSB (Beni). “Mi primer encuentro con Únzaga fue allí, en La Paz. Conocerlo desconcertaba inicialmente pues uno esperaba encontrar un coloso y el físicamente no era alto de estatura y estaba desprovisto de carnes. Pero el primer contacto con él resultaba inolvidable, pues dejaba la sensación de hallarse ante una persona especial, de gran magnetismo. Cuando saludaba, daba la grata impresión de que era un hombre con mayúsculas. Tenía una personalidad atrayente que sugería consideración automática. Quien lo conocía estaba inmediatamente dispuesto a seguirlo, su liderazgo era una sensación instantánea…”

Un año después del colgamiento de Villarroel, un grupo de señoras y militantes del MNR se congregaron en la Catedral de La Paz, para participar en una misa en descanso del alma de los inmolados el 21 de julio anterior. Isaac Vincenti, un hombre que había participado en el derrocamiento de Villarroel y en esos días reorganizaba la Policía bajo cánones de eficiencia y servicio, inopinadamente apoyó la intervención de un grupo de comunistas armados de palos y manoplas que cargaron contra la gente que asistía al oficio religioso. En el pandemonio con gritos y empujones, cayeron al suelo cruces, imágenes sagradas y estandartes, un hombre golpeó a una señora y en el atrio se generalizó el pugilato. El Presidente Hertzog, en despliegue de valentía personal, fue a la Catedral, apartó a los grupos en pugna y dio garantías para que los movimientistas pudieran salir del lugar. Manifestando su irritación por ese “atropello contra la religión”, la Falange “ajena a toda defensa del MNR, pero abogando enérgicamente por las libertades y garantías ciudadanas”, se expresó públicamente contra esa acción de quienes ejercían la represión. En sus primeros tiempos como parlamentario, Oscar Únzaga no tuvo “buena prensa”, por lo menos no en los grandes diarios de la época, el principal, LA RAZÓN, del industrial minero Carlos Víctor Aramayo; el vespertino ÚLTIMA HORA, vinculado a Mauricio Hoschild y EL DIARIO que tenía relación con Antenor Patiño. Entre abril y agosto de 1947 los trabajadores gráficos reclamaron por mejoras salariales que esas empresas editoras se negaron a satisfacer argumentando que trabajaban a pérdida. Llevado el tema al parlamento, Únzaga cometió un gran error de apreciación. “La prensa, aún en el supuesto de que estuviera trabajando a pérdida, constituye un lucrativo negocio para la gran minería que la sustenta… Porque LA RAZÓN y todos los periódicos de la gran minería, han sido puestos en Bolivia para controlar a la opinión pública, para detener el avance de las ideas que tratan de conquistar la riqueza de Bolivia en beneficio de los bolivianos. Y esa prensa, cuyos progresos técnicos debemos reconocer y efectivamente son un orgullo para la nación, sirve, sin embargo, a

los intereses más nefastos en contra de la nación boliviana. De ahí se comprende que en una sociedad capitalista, los mejores medios están al servicio de los peores fines…”[145]

10 AÑOS DE FSB Una bandera boliviana gigantesca llevada por las manos de cientos de muchachas falangistas encabezaba una marcha que salió a las 19.30 desde el final de la Avenida Blanco Galindo en Cochabamba. Dos cuadras después, un grupo de varones llevaban el escudo falangista y detrás de ellos diez cuadras de militantes de FSB en una compacta marcha de escuadras a cuya cabeza iba Oscar Únzaga de la Vega. Era el 16 de agosto de 1947, décimo aniversario de la fundación de Falange Socialista Boliviana. La marcha de antorchas estaba acompañada por bandas de guerra y el pueblo cochabambino tomó las calles para aplaudir a esos jóvenes, aunque hubo el intento de gente del PIR de provocar incidentes. La marcha tomó por la Hamiraya, la General Achá y llegó a la Plaza 14 de Septiembre. Siguió por las calles España, Perú, San Martín, llegó a El Prado, continuó por De la Reza, la Avenida Villazón para desembocar en un amplio descampado, donde las escuadras confraternizaron. Se encendió una gran fogata mientras se daba lectura al poema “Noche de la Tradición” de Germán Céspedes Barbery.   Atrás los que vacilan… los cómplices del odio; pero la gesta en marcha de Falange ¡adelante!  

“En diez años de historia, La Causa está consolidada. Nos corresponde emprender la conquista del Estado, de la que apenas es una fase la conquista del poder”, dijo Únzaga en su mensaje de esa noche. Hizo un recorrido de esa década, desde la creación de FSB; la gestación del partido organizado con Ideario y Principios; la unificación de las fuerzas nacionalistas; la creación de “La Causa”; la conquista del pueblo. “Somos Bolivia. Ni región, ni clase, ni generación nos separa de una Bolivia Unida”. Precisó que para realizar la conquista cambiar la mentalidad interior de los conquista del Nuevo Estado Boliviano obligaciones, nuevas disciplinas,

del Estado, era necesario falangistas porque ir a la significaba asumir nuevas nuevos servicios para

transformarse el Ideario en Programa y estructurar un Programa de Gobierno y un plan de realizaciones. Para ello dijo que se debía “variar de la educación integral del combatiente falangista, a la formación integral del hombre de Estado, desterrando la improvisación que fue la característica del pasado nacional”. Y definió tres etapas en el futuro de su partido: planificación del Estado, toma del poder y el cumplimiento del programa, “etapas que serán vencidas con honor, austeridad y eficiencia”. [146] Mientras tanto las discrepancias entre los viejos partidos republicano y liberal provocaron una implosión destrozando al gabinete de unidad nacional. Los trabajadores bancarios ingresaron en una huelga que hizo tambalear al gobierno, impactando en toda la estructura económico-comercial del país, que sólo pudo ser controlada con movimiento de tropas y una acción negociadora desesperada. El gobierno cedió en todo cuanto exigieron los huelguistas. Allí debutó una joven revolucionaria llamada Lydia Gueiler Tejada. Ambrosio García también era bancario. Decidió instalarse en La Paz y aunque era fundamentalmente un poeta, cuyo primer trabajo ganó popularidad (“Tengo 21 años y me siento viejo, 21 años largos que fueron invierno…), y ya había puesto letra a un taquirari de Roger Becerra, lo atrajo la cara cosmopolita de esta ciudad y se empleó en un banco, participando activamente en la actividad sindical. Como era de trato llano y simpático, a todos caía bien, de manera que lo eligieron dirigente por aclamación y luego titular por elección y allí comenzó su vida política trascendente, que él recuerda como apasionante porque intervenía en todas las actuaciones y arriesgaba más que cualquier otro porque al no estar satisfecho de ese empleo coyuntural no temía al despido, aunque le gustaba su papel de dirigente sindical. Actuó en diversas circunstancias como elemento audaz y aguerrido, estuvo preso varias veces por plantear aumentos salariales y logró notable experiencia en los dos ámbitos, el político y el sindical.

Mientras Estados Unidos volvía a producir para consumir y exportar, desmovilizando a su Ejército, cuatro millones de rusos en armas permanecían a orillas del río Elba leales al discurso expansionista del camarada Stalin. Cuando Estados Unidos planteó que los países de Europa del Este tuvieran elecciones democráticas, Stalin se limitó a sonreír. Así como los zares rusos del pasado nunca consultaron a Gran Bretaña o Francia para resolver disputas con sus pequeños vecinos, tampoco los amos del Kremlin iban a aceptar que los americanos les digan lo que tenían que hacer en “su” región. Por tanto, dividieron a Europa, hincaron los colmillos en Berlín, se infiltraron en Austria y declararon que el mundo se dividía en dos bloques enfrentados a muerte, de la que saldría victorioso el socialismo. Empezó la “guerra fría”. Pero en Bolivia se mantenía un estado latente de “champa guerra”, en la que se inmiscuía el propio Presidente de la República. El MNR ganó las elecciones municipales en diciembre de 1947 en Santa Cruz y Hertzog tuvo la mala idea de expresar que “otro 21 de julio puede producirse en Santa Cruz”. Ello motivó al jefe de la célula cruceña de FSB a escribir una carta abierta al mandatario recordándole que la revolución del 21 de julio fue hecha por el pueblo al gobierno, de abajo para arriba, y que lo que proponía Hertzog en Santa Cruz era un 21 de julio del gobierno contra el pueblo, es decir un 20 de noviembre (Chuspipata, Challacollo). El gobierno envió a la policía para tratar de impedir la publicación de esa carta. Días más tarde, Falange Socialista Boliviana sufrió su segunda gran pérdida, luego de la muerte de Carlos Puente. A inicios de 1948 falleció el falangista Nº 6 de la Célula “I” de Santiago de Chile, Luís Gutiérrez Gutiérrez, hermano de Mario. Según los que lo conocieron, fue un hombre de inteligencia clara, expositor brillante y escritor de palabra clara y elegante, físicamente fuerte y animoso de espíritu. Estaba destinado a altos roles en la política boliviana y su desaparición fue muy sentida. Mario R. Gutiérrez tuvo que fijar su residencia en Camiri, atendiendo el pedido de su madre para que velara por los intereses de su familia en la provincia Cordillera y ello

lo apartó momentáneamente de la conducción de FSB en Santa Cruz. En 1948, se desató una ola de violencia en las regiones agrícolas del occidente altiplánico y los valles. El gobierno echó mano a las fuerzas militares y policiales, hubo agitación política en el campo, huelgas, levantamientos campesinos, ataques a casas de hacienda, enfrentamientos armados, apresamientos, juicios, encarcelados y un estado generalizado de violencia social. El esquema, promovido por activistas del MNR, empezó a reproducirse en las fábricas y las minas con el uso de dinamita. Este partido apelaba otra vez al método marxista de la lucha de clases, auspiciando las sublevaciones de indígenas y el malestar social que en el fondo pretendían anarquizar al país para propiciar su retorno al poder. Todos empezaron a hablar de la reforma agraria. FSB, a través de su Jefatura Nacional, enfatizó su posición en dos puntos concretos: El indio es la raíz de nuestra nacionalidad. Un plan de reforma agraria le dará su libertad económica, y un plan educacional, su calidad y dignidad humanas. FSB pretende la redención del indio haciéndolo apto para cumplir una función consciente en el Nuevo Estado Boliviano, habilitándolo para un trabajo técnico rural y para su emancipación cultural. FSB impondrá la más estricta justicia social, dando a todos los hijos de Bolivia bienestar moral y económico. Fomentaremos la explotación de fuentes de riqueza, solidarizando los factores de la producción y organizándola de acuerdo al interés colectivo, haciendo imposible la explotación del hombre por el hombre y la lucha de clases. Por lo demás, ninguno de los nuevos actores de la política boliviana estaba en desacuerdo con esas ideas planteadas por Únzaga diez años antes. El mundo había cambiado y desde luego Bolivia también, en momentos en que Carlos Medinaceli publicaba La Chaskañawi y Antonio Díaz Villamil entregaba La Niña de sus Ojos, dos novelas clásicas de la literatura boliviana, aquella relatando los

amores de un muchacho de clase alta con una cholita de provincia y esta otra en torno a los problemas existenciales de una señorita educada en un colegio de categoría de La Paz, que debe enfrentarse a su condición de hija de chola que la avergüenza. El atentado personal volvió a manifestarse en esos días, en lugares tan distantes entre sí como Colombia y la India, independizada ésta de Gran Bretaña por la extraordinaria perseverancia de Mahatma Gandhi. El 30 de enero de 1948, Gandhi salió de su casa en Nueva Delhi para compartir una oración con sus seguidores. Se le acercó un hombre joven con las manos unidas en señal de saludo, pero extrayendo un revolver le disparó tres veces. Una mancha roja comenzó a teñir la blanca capa que llevaba el profeta. A unos metros, el asesino sollozaba. Pertenecía a una secta de adoradores de la diosa Kali que había condenado a Gandhi por predicar la reconciliación entre hindúes y musulmanes. El 9 de abril de 1948, en plena realización de la Novena Conferencia Interamericana en Bogotá a la que asistía Bolivia, en la que se debían poner las bases para la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA), fue asesinado el carismático jefe liberal Jorge Eliécer Gaitán, generando un alzamiento de la población -el bogotazo- que duró varios días. La gente enfurecida atacó edificios gubernamentales, hoteles, bancos e instalaciones comerciales y los choques con la policía dejaron 1.500 víctimas entre muertos y heridos.[147] El recuerdo del bogotazo fue una advertencia a los políticos que pretenden eternizar la presencia de un líder o un partido en el poder y las consecuencias que genera tal anomalía antidemocrática. Como si intuyera su destino, en un tiempo en el que los líderes superiores eran suprimidos a balazos, Oscar Únzaga creía necesario un segundo hombre que pudiera, eventualmente, continuar su tarea. Así se lo comunicó en carta a Mario R. Gutiérrez: “Probablemente crearemos la Secretaria General o Sub-jefatura del partido, para que en previsión de ciertas circunstancias se vaya creando el hombre que pueda reemplazarme. Estudiaremos aún la

forma que daremos al asunto. Pero es casi seguro que tú serás nombrado. Si estiro la pata o algo parecido, tendrás que continuar mi obra. Mucha responsabilidad, pero muy bella. Que ésta confianza no te encuentre con el espíritu aflojado sino tenso y vibrante como el del gran falangista que has sido, eres y serás…” La previsión se iba a cumplir una década más tarde. El representante boliviano a la conferencia de Bogotá, Javier Paz Campero, que cumplió un papel destacado, a su retorno fue designado Canciller de la República y a él le tocó responder a una interpelación presentada en el Congreso por Oscar Únzaga de la Vega. El motivo fue el negociado de pasaportes en el consulado boliviano en París, tiempo atrás. La corrupción en el aparato exterior boliviano, generó entonces una gran migración judía, mediante la venta fraudulenta de pasaportes que benefició no al Estado sino a particulares. Resulta oportuno rescatar frases de las intervenciones del diputado Únzaga de la Vega, a propósito del parasitismo diplomático boliviano, la corrupción y la justicia: “Es una cosa extraña advertir que se ha hecho muy frecuente ver en nuestro servicio diplomático muy malos negociadores para el país, pero muy buenos negociantes particulares. Contrariamente a lo que sucede en una nación hermana, donde la escuela de Río Branco ha podido ganar para Brasil más territorios que todos sus generales, en Bolivia, el “pacto de Caballeros”[148] ha consagrado que los diplomáticos de carrera pierdan para nosotros más territorios que los que hemos perdido en todas las batallas. El famoso “pacto” ha consagrado la carrera diplomática y vitalicia de unos veinte señores, que van en un turismo oficial, pasando de nación en nación, sin encontrar para nuestro país ninguna ruta, ninguna política diplomática…” “Cada día la prensa nacional registra denuncias sobre inmoralidad funcionaria, latrocinios, peculados… pero esos son los casos gruesos de la delincuencia; en cambio, existe una manera de delinquir con guante blanco, que no deja las señales de las impresiones digitales, la que con guante blanco traza y comete

actos lesivos a los intereses del país. La coima, el soborno, el negociado se han hecho un hábito en nuestra administración pública y nosotros debemos tener verdadero rigor, verdadera energía para castigar y terminar con esos males…” “Yo creo que la causa principal para esta inmoralidad funcionaria es la impunidad de los hombres que le roban al Estado… hay tres verdades que deberían saber los gobiernos para elevar el nivel moral de la vida pública: la primera, saber perder las elecciones; la segunda, aprender otros modos de vivir que no sean los de la burocracia; la tercera, saber que las arcas fiscales no son de beneficio particular…”[149] “Y yo he venido aquí a decir una verdad. Todos los dineros que caen en la Nación se insumen en una inmensa esponja, que es la falta de honestidad administrativa. ¿Qué es lo que hace que este mal perdure? Es la impunidad… Porque la justicia es una inmensa rueda que aprisiona en sus dientes acerados y crueles, cuando el que delinque es un pobre diablo. Pero la justicia tiene resortes muelles, tiene cojines para defender, cuando ha caído en las garras del Código Penal uno de los hombres que tiene influencia, que pertenece a los círculos privilegiados…” La metódica exposición de Únzaga desmontó el negociado en el consulado boliviano en París, denunciando a los responsables con pruebas irrebatibles. El Canciller interpelado -que nada tenía que ver con el negociado y sólo acudía al acto como cabeza del Ministerio de Relaciones Exteriores- felicitó al jefe falangista por su actuación. En la legislatura de 1947 (10 de abril de ese año), Únzaga presentó en el Parlamento un proyecto de nacionalización de los ferrocarriles, en ese momento a cargo de la empresa Bolivian Railway, “reivindicando para la nación el fraude escandaloso cometido por esa compañía extranjera”, en alusión a una larga historia de choque de intereses entre la empresa de capitales británicos y lo que esperaba y no consiguió Bolivia de ella. Pero un año después, ventilándose en el propio Parlamento el caso de la venta fraudulenta de pasaportes bolivianos a ciudadanos judíos, el propio Únzaga dijo

lo siguiente: “Las nacionalizaciones consisten en entregar al Estado al manejo de alguna empresa que estuvo en manos de privados. Pero una de las razones que objetar a las nacionalizaciones consiste en la calidad de quienes representan a ese Estado. ¿Cómo puede entregarse al Estado una empresa, si éste es un mal administrador, si el Estado tiene tal corrupción administrativa que si le entregamos más fuentes de riqueza indudablemente han de desaparecer dentro de su voracidad?” En la administración del Presidente Hertzog se registró una curiosa “metida de pata” cuando el gobierno destituyó al representante diplomático boliviano ante Naciones Unidas, Sr. Adolfo Costa du Rels, al haber votado éste favorablemente por el establecimiento del Estado de Israel. Pero meses más tarde, ese mismo gobierno designó Canciller al destituido. Oscar Únzaga no perdió la ocasión de ironizar públicamente profundizando las diferencias con su lejano pariente.  Únzaga se involucró en la política de transportes del gobierno. Después de los acuerdos de la década anterior con el Brasil y el encuentro Hertzog-Perón, la vinculación ferroviaria internacional mostraba una anomalía que Únzaga la planteó en el Parlamento. “Parecen coexistir geográficamente dos Bolivias separadas por un macizo de montañas, la oriental y la del altiplano. Sucederá que cada una de ellas posea una red ferroviaria hasta el extranjero sin que los brazos de acero de un ferrocarril unan estas dos grandes zonas del territorio patrio. Pareciera que se dan la espalda y miran cada una un horizonte distinto. El F.C. Cochabamba-Santa Cruz, es la obra magna de nuestra nacionalidad y a ella deben converger todos los esfuerzos…”  Marcelo Terceros era el Secretario Regional de FSB en Santa Cruz. Luís Mayser recuerda que Únzaga dio una primera charla al pueblo cruceño, abordando la situación política nacional y la necesidad de “ir cambiando el sistema administrativo del gobierno”. Él consideraba que el modelo centralista había cumplido su etapa histórica y, en el nuevo tiempo, perjudicaba y dañaba a la unidad de

la república, por lo que era necesaria una mudanza, quemando etapas, pasando de una desconcentración administrativa a una mayor autonomía y de allí al régimen federal en el lapso de unas tres décadas. “Basado en sus estudios, aplicados a principios geopolíticos, se podrían constituir tres estados federales, fijándose en aspectos humanos, geográficos y culturales. Un primer Estado integrado por La Paz, Oruro y Potosí; el otro Estado abarcando a Cochabamba, Chuquisaca y Tarija; y el tercer Estado conformado por Santa Cruz, Beni y Pando. Para llegar a estos tres Estados, él consideraba que se necesitarían 30 años, para preparar al pueblo, porque hacerlo de golpe sería traumático. Fue una brillante exposición de Oscar Únzaga en el Palace Teather, de la familia Bruno, al lado del Club Social, donde asistieron jóvenes, profesionales, obreros, lo cual causó muchos comentarios”. El 21 de julio de 1948, segundo aniversario de la muerte de Villarroel, se realizaron actos de homenaje que terminaron en choques callejeros. El 6 de Agosto, durante una demostración de fuegos artificiales en el paseo de El Prado, manos anónimas encendieron un artefacto contra el gobierno que nadie pudo apagar. Unos días después el Vicepresidente Mamerto Urriolagoitia intercambió balazos con manifestantes en el centro paceño y el gobierno clausuró periódicos opositores. En septiembre, el aparato de inteligencia del gobierno se esforzaba por desbaratar un esquema golpista y sólo la celebración del IV Centenario de la Fundación de La Paz pudo darle a la capital política boliviana un lapso de tranquilidad. Se inauguró el edificio central de la UMSA, en la Avenida Villazón, que durante los próximos 15 años sería el más elevado de la ciudad y, al mismo tiempo, el principal bastión de la resistencia falangista años más tarde. La Cámara de Diputados concedió licencia a Oscar Únzaga para que vuelva a Buenos Aires para un nuevo tratamiento. La úlcera que lo afectaba entró en crisis por el intenso ritmo de su entrega a la conducción de su partido y a la representación que ejercía en el

Parlamento. Cabe destacar que la resolución camaral fue unánime, acompañada de expresiones de afecto por parte de sus colegas de todas las tendencias políticas. Únzaga había ganado el respeto de sus más enconados adversarios ideológicos. En su breve estadía en la capital argentina se convenció de que ese país vivía una experiencia nueva que mostraba dos características centrales: el peronismo era una realidad histórica que gozaba del apoyo multitudinario de la población, pero su principal característica era la demagogia y la corrupción en nombre de “el pueblo”. Perón no parecía caber en una ideología definida, podía ser de izquierda o derecha, demócrata o déspota, humanista o sátrapa, hombre de fe o agnóstico. No eran calumniosas las imputaciones sobre sus nexos con exjerarcas nazis alemanes. Evita había realizado una visita a España para apoyar al generalísimo Franco, llevando barcos cargados de trigo y carne en un momento en que los españoles, sometidos a durísimo bloqueo económico, no tuvieron qué comer. Y de Madrid pasó a Roma, fue recibida por el Papa Pío XII y arrodillada besó su mano, en prueba de su profundo sentimiento católico, pero el peronismo entraría en confrontación con la Iglesia, perseguiría curas y profanaría templos. Siles Zuazo clandestino en Bolivia y Paz Estenssoro exiliado en Buenos Aires, pugnaban entre sí disputando el liderazgo de su partido, aquel tejiendo conspiraciones y éste enviando folletos con argumentos cada vez más populistas, en la onda de su anfitrión, identificando en la llamada “rosca” a todo aquel que no estuviera de acuerdo con los nuevos paradigmas movimientistas cada vez más emparentadas con dogmas marxistas, más cercanos a la pugna entre clases, argumentos considerados por Únzaga como “planteamientos confusos e híbridos frente a la posición falangista que propugnaba una política social en beneficio de los menos favorecidos pero de armonía entre el capital y el trabajo y de ninguna manera la subversión de las masas”. El jefe falangista, quien superó la operación quirúrgica a la que fue sometido en Buenos Aires, retornó a Bolivia en septiembre y radicó

por un breve tiempo en Santa Cruz, alojándose en la casa de los Terceros Banzer. Josefina, hermana de Carlos y Marcelo, recuerda con cariño aquel tiempo: “Llegó con su madre y ella regresó a La Paz el mismo día, encomendándonos a mi madre y a mí hacernos cargo de su alimentación, porque luego de operarse de la úlcera tenía que comer seis veces al día. Era un hombre tan humilde que no exigía nada. Yo era entonces una muchacha y me impresionó su personalidad. Era un hombre que infundía paz, de principios cristianos muy sólidos, humano y amable con todos. Se quedó diez días. Se levantaba a las 8, tomaba el desayuno con Marcelo, luego iba a la sala a escribir y a leer y luego recibía las visitas de sus camaradas Nico Castro, Chichi Coimbra, Heberto Castedo, Hernán Paniagua, Luis Mayser, Alejandro Parada… [150] Retornando a La Paz, en noviembre Únzaga encontró un gobierno con un sector duro, empeñado en apelar a la represión y tuvo un encontronazo con la bancada del PURS, uno de cuyos miembros reflotó la supuesta participación de Falange en el gobierno de Villarroel. Cuando Únzaga defendía su posición histórica, la barra financiada por el gobierno lo insultó haciendo escarnio de su aspecto físico. La respuesta fue una lección de moral: Denigran la flacura de mi cuerpo, pero jamás la altura de mi espíritu… En diciembre del 48, Únzaga fue a Potosí reuniéndose con los dirigentes de su partido, pasó a Oruro, donde le informaron de la crítica situación social y política en las minas del grupo Patiño, pasó unos días en Cochabamba donde se le juntó doña Rebeca. Con los datos que fue recogiendo, trazó una estrategia de cara a las próximas elecciones municipales y para renovar parcialmente el Parlamento, que serían altamente políticas, disputadas al milímetro por las fuerzas conservadoras en el gobierno y los dos partidos nacionalistas, FSB y MNR, que se iban separando cada vez más por las contradicciones ideológicas de su jefe exiliado en Buenos Aires, quien para despojarse de cualquier vestigio de nazismo, se iba a la otra alforja, declarándose marxista ortodoxo.

Se produjo un intenso debate en el Parlamento discutiéndose la declaratoria del Estado de Sitio por la explosiva situación en el país, de la cual el gobierno responsabilizaba al MNR y a los dirigentes sindicales especialmente mineros, sin que falte alguna insinuación en sentido de que FSB también era parte del esquema desestabilizador. Oscar Únzaga tuvo una intervención notable: “Si bien el estado de sitio ha sido determinado contra el MNR, en cambio los fusiles han estado apuntando al pecho de los obreros… Uno de los más grandes servicios que puede darse a un partido político, consiste, justamente, en perseguirlo por agitador de las masas obreras. Qué más grande servicio puede hacerse a un partido al decirle ‘yo le persigo porque usted está agitando y luchando por las reivindicaciones del pueblo’. En realidad, podría cualquier acusado de agitador y de subversor del orden público responder con la frase de Tupac Amaru, el gran caudillo indio, cuando compareció ante el tribunal del Visitador Arreche, que mantenía la misma política del régimen: la tranquilidad mediante la fuerza; y cuando le pregunta a Tupac Amaru, cuántos conspiradores habían para su revuelta, respondió: son dos los conspiradores: yo, que me ocupo porque mi raza tenga un mejor nivel de vida, y usted Señor Visitador, porque con sus medidas de represión nos ha dado la necesaria unidad para que el pueblo pueda ponerse en armas y luchar en contra suya…”. En 1949 empezó un tiempo peligroso. Campañas electorales violentas, conspiraciones, más represión y acciones cercanas al terrorismo. La otrora logia secreta, RADEPA, incorporada al MNR, se disolvió en la política, huérfana de sus líderes históricos, luego de que Gualberto Villarroel fuera asesinado y Elías Belmonte permanecía exiliado en España, donde formó un hogar y se dedicó a la apicultura, aunque asumió militancia falangista por la vía epistolar. Entre tanto, Gonzalo Romero, sometido al ostracismo por su vínculo con Villarroel, se había enrolado al Grupo Pachacuti organizado por el escritor Fernando Diez de Medina, donde también estaba Carlos Serrate Reich.

Paz Estenssoro en Buenos Aires endureció una posición cercana al marxismo, frente al nacionalismo de Siles Zuazo. Pese a tal discrepancia, el MNR llevaba la iniciativa en el occidente del país y en las minas su actividad proselitista era amplia por obra de Juan Lechín. Falange seguía siendo fuerte en Cochabamba, mientras declinaba la presencia del PIR. El oriente en cambio era el gran sector donde los falangistas tendrían que competir para conservar sus bases. Marcelo Terceros trabajaba en ello junto a un extenso grupo de falangistas. Únzaga presidió una reunión de dirigentes de la célula “L”, con Gustavo Stumpf a la cabeza, sumándose Antonio Anze, Dick Oblitas y Ambrosio García. Quedó establecido que en los próximos meses el MNR intentaría dar un golpe revolucionario y había falangistas que deseaban incorporarse a esa posibilidad. Stumpf informó que había cuatro corrientes al interior de Falange: un pequeño grupo radical, donde estaba Hugo Roberts y Alfredo Candía Guzmán; otro sector también minúsculo que se aproximaba al MNR, en el que estaban Federico Álvarez Plata y Ciro Humboldt; una tercera corriente que encarnaba Gustavo Chacón quien tenía tratos directos con Siles Zuazo, aunque guardaba un nexo más fuerte respecto a Únzaga de la Vega. La parte mayoritaria del partido cumpliría lo que su jefatura nacional decida. Se decidió que en lo inmediato había que participar en las próximas elecciones del 1º de mayo. Oscar alentó a Mario R. Gutiérrez para lanzar su candidatura, lo mismo que otros líderes regionales. La campaña falangista en el oriente fue heroica, con Perfecto Alberdi candidateando a diputado por Chiquitos y Mario R. Gutiérrez por Cordillera, armando un equipo de campaña con Walter Meschwitz, Otto Gil Viruez, Christian Reese, Ivar Limpias y Marcelo del Río. Recorrieron todos los cantones, pueblos y villorrios de ese extendido territorio predicando los ideales falangistas. Perdió por poco, pero -como lo relató después- discurrió con los vecinos más antiguos, inquirió por los fundadores de los pueblos, así como las costumbres, cuentos, leyendas y problemas de los pueblos

indígenas chiriguanos, experiencia de la que salió su libro “Sangre y Luz de dos Razas”. Las elecciones fueron tormentosas. Se acabó la caballerosidad y el trato civilizado dio paso a la turbamulta, el insulto y los balazos. El proceso fue especialmente perturbador en La Paz pues el día de los comicios, sin esperar el escrutinio, el MNR se atribuyó la victoria y organizó una marcha gigantesca que degeneró en enfrentamientos; murieron decenas de personas. Abrumado por los acontecimientos, el Presidente Enrique Hertzog pidió licencia dejando el cargo al enérgico Mamerto Urriolagoitia, quien no estaba dispuesto a tolerar insubordinaciones. El 28 de mayo, después del apresamiento y exilio del dirigente Juan Lechín, explotó la violencia en Llallagua-Siglo XX (empresa Patiño). Ocupadas las instalaciones, siete ingenieros norteamericanos y dos bolivianos fueron tomados como rehenes. Las esposas de dos de ellos decidieron correr la misma suerte de sus maridos. La toma del cercano cuartel de carabineros era el próximo paso y el gobierno decidió una intervención del Ejército. La Región Militar Nº 2, con sede en Oruro, estaba comandada por el Gral. Ovidio Quiroga, un militar profesional que había participado en las grandes batallas de la Guerra del Chaco, desde Kilómetro Siete hasta la defensa de Villamontes. Había salvado la vida en Caquena, cuando “suicidaron” al Cnl. Brito. Quiroga era peligrosamente brioso y sabía utilizar la fuerza armada sin complejos. En esos días de mayo de 1949, según su informe, el Gral. Quiroga retomó las instalaciones del grupo Patiño en Llallagua, sólo perdió un soldado e hizo 550 prisioneros.[151] Los dirigentes huyeron al interior de los socavones. Pero en la sede del Sindicato se encontraban los cadáveres de cinco técnicos extranjeros, otros dos estaban heridos y solo los bolivianos y las dos señoras habían logrado conservar sus vidas. El Gral. Quiroga ha relatado que los rehenes fueron golpeados por los mineros hasta dejar sin vida a cinco, incluyendo la violación de la esposa de uno de ellos, el Ing. T. H. O’Connor. Juan Lechín, quien no estuvo allí, sostuvo que los

cinco ingenieros y numerosos mineros murieron por un bombardeo aéreo ordenado por el Gral. Quiroga. Otros dirigentes mineros dieron una versión más creíble: “no violaron a nadie, sólo mataron a dos técnicos norteamericanos y los otros tres, junto a muchos mineros, murieron por efecto de un bombardeo”.  Los sobrevivientes y el resto de los funcionarios de la empresa fueron evacuados a Oruro. Pero esa noche hubo un enfrentamiento en el que murieron 144 personas, según el informe del gobierno, aunque la oposición calculó más de mil bajas. Oscar Únzaga protestó enfáticamente por la imprudencia del gobierno al enviar regimientos militares a las minas y lamentó la innecesaria muerte de bolivianos y extranjeros. Señaló que los sangrientos sucesos en las minas manchaban las heroicas páginas del Ejército de Bolivia. Aquello desagradó al Gral. Ovidio Quiroga, pero la masacre permitió su ascenso a Comandante en Jefe del Ejército. Hernán Siles Zuazo se reunió en secreto con oficiales de RADEPA. Ellos creían que el MNR era un partido débil sometido a persecución y que una acción revolucionaria sólo se podía hacer sumando una organización política joven, coincidiendo en que ésta debía ser la FSB. Buscaron a Hugo Roberts y Alfredo Candia, para llegar a Oscar Únzaga, quien accedió a reunirse con Augusto Cuadros Sánchez. Ignorando las rivalidades al interior del MNR y juzgando que las ideas del POR y del PIR animaban los argumentos de Paz Estenssoro, el jefe falangista se excusó de participar. Como el Dr. Siles ejercía de hecho el rol protagónico del MNR en Bolivia, el grupo del Dr. Paz diseñó un operativo para recuperar el liderazgo. Consistió en ingresar al país por Villazón con apoyo militar radepista, donde apareció por primera vez la tenebrosa figura del chileno Luis Gayán. Pero la intentona fracasó de inicio. Y el gobierno del Gral. Perón tuvo que pedirle a Paz Estenssoro que se fuera al Uruguay, sin que ello significase que dejara de apoyarle.[152] La economía nacional atravesaba nuevamente por un mal momento, el gobierno pretendía reducir el déficit fiscal apelando al aumento de impuestos, los efectos de la inflación provocaban pedidos de

aumento salarial y elevación de precios de los artículos de consumo popular. El desencanto social generaba inquietud política. El momento era crítico. Oscar Únzaga declaró a los medios que la crisis era una oportunidad para penetrar a fondo en los problemas nacionales. “Hemos vivido hasta hoy sólo en la periferia y necesitamos llegar a resolver las cuestiones sociales y económicas del país con medidas definitivas y valientes”. Sostuvo que el quebranto económico no podía resolverse en la ecuación salarios/impuestos/precios que acaba simplemente penalizando al consumidor, planteando como solución un modelo socialista auténticamente boliviano que no permita la explotación del hombre por el hombre, pero no derive en la lucha de clases. “Necesitamos proteger al pequeño propietario y al pequeño industrial, a las clases medias y al trabajador; una política económica de equilibrio y de incremento de la producción nacional”. Únzaga creía más en crear nuevas fuentes de producción que en el factor tributario. El teniente Flavio Luizaga, enviado por los radepistas exiliados en Buenos Aires, fue pieza importante para el plan de Siles que prosiguió enlazando civiles y militares en Cochabamba, Oruro, Potosí, Sucre, Yacuiba, Camiri y Santa Cruz donde estalló una revolución el 26 de agosto de 1949, tomando control de la ciudad. Como Urriolagoitia reaccionó, los alzados declararon un “gobierno revolucionario” presidido por Edmundo Roca, quien nombró su gabinete ministerial y “gobernó” desde la prefectura cruceña. El Gral. Froilán Calleja se declaró Comandante en Jefe del Ejército Revolucionario y en algún momento se vio enfrentado a su hijo también militar. Hubo combates en varias ciudades, el conflicto se extendió a Riberalta, Cobija y las minas. En algunas regiones se reconocía el liderazgo de Paz Estenssoro, en otras el de Siles Zuazo y en Potosi se proclamó Presidente al movimientista Adrián Barrenechea. En La Paz se pusieron en acción los movimientistas con Siles Zuazo a la cabeza y falangistas convocados por Alfredo Candia y Hugo Roberts, entre ellos Jaime Tapia Alípaz a quien le dieron la misión de comandar un grupo que debía tomar el Aeropuerto. Aquello se

convirtió en una virtual guerra civil. El Ejército leal al gobierno organizó seis divisiones bajo el mando del Gral. Ovidio Quiroga quien contaba con el prestigioso Gral. Antonio Seleme y tras cinco semanas de operaciones militares fueron recuperando las plazas tomadas, llegando a bombardear ciudades desde el aire como sucedió en Santa Cruz. Siles Zuazo tuvo que abandonar el país. Hubo fusilamientos, se bombardearon ciudades y fue imposible establecer el número de muertos y heridos. Los diarios fotografiaron a un triunfante Urriolagoitia, con casco militar, ingresando a Cochabamba en un tanque. FSB pidió a los vencedores templanza en la hora de su triunfo, sin cebarse sobre la desgracia de los derrotados, poniendo fin a la violencia. Hubo presos y desterrados. FSB expulsó de sus filas a Hugo Roberts y Alfredo Candia pues, sin el conocimiento de Únzaga, habían convencido a Jaime Tapia, Roberto Zapata, Jorge Carvajal y Roberto Freire de plegarse a la guerra civil a favor del MNR.[153] La prensa internacional reaccionó de manera crítica ante el alzamiento. El diputado socialista Salvador Allende condenó en el Congreso de Chile “la sublevación militar apoyada en un sector civil de raigambre totalitaria”, denunciando el apoyo a los facciosos por parte del gobierno argentino. En tanto, Paz Estenssoro se estrelló contra Siles Zuazo. “En el desarrollo de la revolución, en general faltó capacidad de dirección. Nuestros dirigentes siguen sin ver la magnitud inmensa de la lucha en que estamos empeñados, mientras que, del otro lado, la Rosca se ha dado perfecta cuenta del carácter decisivo que tiene y sabe proceder, en consecuencia, sin contemplaciones. Así se ha desperdiciado tanto sacrificio y heroísmo individual de nuestra gente”.[154] El Dr. Enrique Hertzog se retiró definitivamente, renunciando a la Presidencia. Se dijo que tanto su retiro momentáneo por enfermedad, como su renuncia definitiva fueron resultado de una batalla interna en el oficialismo, de la cual salió vencedor el Vicepresidente Mamerto Urriolagoitia.

Únzaga de la Vega, se atrevió a llevar el tema del cambio de gobierno “por enfermedad” al hemiciclo parlamentario, con el escándalo y el riesgo personal que ello supuso, dada la personalidad de don Mamerto. El líder falangista pidió que se publiquen los informes de los médicos que auscultaron al ex Presidente y que se presenten los especialistas que diagnosticaron sus males. Lamentó el ánimo extremadamente pacifista del renunciante, censurando a su partido, al que por lo visto dejó de interesarle la suerte de Hertzog. El mal del Presidente era político; su enfermedad era una divergencia entre el PURS y su Presidente. Dijo que Urriolagoitia instituía la intolerancia como sistema de gobierno, denunciando que “la prensa oficialista postulaba por un gobierno de mano dura, que producía detenciones ilegales, destierros, conflictos respondidos con metralla, masacres en Siglo XX y Catavi, regando sangre en el territorio nacional”. Únzaga se identificó como un “adversario ideológico de Hertzog, pero como un opositor franco a Urriolagoiota”. Era inocultable que el gobierno había ganado una batalla contra el MNR, pero la Falange le abría otro frente que excitaba el rechazo popular ante la megalomanía del mandatario chuquisaqueño, obligándole a buscar otros escenarios, más allá de la política, ante la necesidad de estabilizar su gobierno. La administración Urriolagoita apeló al tema que inobjetablemente une a todos los bolivianos: el mar. Alberto Ostria Gutiérrez, Embajador de Bolivia en Santiago, y Horacio Walker Larraín, Ministro Plenipotenciario de Chile, iniciaron una negociación buscando una solución territorial a la mediterraneidad de Bolivia. También llevó a cabo un censo de población, estableciendo que Bolivia tenía tres millones de habitantes; La Paz era el distrito más poblado (321.073 habitantes), seguido por Cochabamba (80.795), Oruro (62.975), Potosí (45.758), Santa Cruz (42.746), Sucre (40.128), Tarija (16.869), Trinidad (10.759) y Cobija (1.726). Según CEPAL, Bolivia tenía 19.578 kilómetros de vías férreas, casi ninguna carretera digna de ese nombre y sólo 13.000 vehículos

matriculados, lo que expresaba de manera elocuente el pequeño tamaño de nuestro desarrollo económico.





E

IX - KILLI KILLI (1950)

 

l gran Franz Tamayo, esfinge viva de la cultura boliviana, cuya celebridad era internacional, vivía sólo en una casa en la calle Loayza, donde izaba la bandera nacional cada 6 de Agosto, en un ceremonial observado a la distancia con profundo respeto por los paceños. Un día Ambrosio García acompañó a Únzaga a la casa de Tamayo porque habían acordado tener una entrevista para conocerse. Al recibir al jefe falangista, Tamayo pronunció una frase muy de su estilo: “Mi señor don Oscar, yo tenía mucho deseo y curiosidad de conocerle, porque me dicen que a usted lo sigue la juventud y la juventud es como el cervatillo que intuye dónde está el agua limpia”. Más allá del centro metropolitano de La Paz, donde vivía Tamayo, la bipolaridad USA/URSS rediseñaba la geografía mundial. Mao tomaba el poder en China. Alemania quedaba dividida, el lado occidental bajo un gobierno democrático en Bonn; la parte oriental, comunista, con capital en Berlín, ciudad que quedó partida. Los países de Europa Oriental se convertían en satélites de la URSS y los de la Europa occidental se aliaban en la OTAN. Estimulados por las victorias comunistas, tropas norcoreanas invadieron Corea del Sur en 1950, ante el estupor del mundo libre que presionó sobre la ONU. Pero Mao sacó la cara por Corea del Norte y Stalin hizo lo mismo. Con tal aliento el dictador Kim Il Sung entró en Seúl y el mundo contuvo el aliento. El Consejo de Seguridad de la ONU dio un mandato para la intervención de una fuerza internacional que organizó el Gral. Douglas MacArthur, desembarcando en Corea, cruzando el paralelo 38 y llegando hasta la frontera china. Las tropas de Mao lo enfrentaron. Del terror visceral a los nazis, los americanos pasaron al temor y la fobia hacia chinos y rusos. En la región, tomó la Presidencia del Perú el Gral. Manuel Odría, deponiendo al Presidente Bustamante en un golpe de Estado. Los valores de la democracia empezaron a verse empañados en esta parte del planeta. Un militar, que antes gobernó Chile en dictadura,

el Gral. Carlos Ibáñez, se preparaba para alcanzar de nuevo la presidencia. En la Argentina, el Gral. Perón planificaba una nueva reelección. En el Brasil retomaba el poder Getulio Vargas, figura predominante desde 1930. El Paraguay vivía una desordenada temporada de golpes de Estado, mientras se acercaba al poder un hombre que marcaría época, el Gral. Alfredo Stroessner. Todos ellos actuaban en nombre del nacionalismo y se mostraban adversarios del liberalismo y la democracia parlamentaria. 1950 comenzó con presagios de violencia. El 17 de enero, militantes del PIR disconformes con la dirección de ese partido, decidieron fundar el Partido Comunista de Bolivia (PCB). Allí estaba la figura de Sergio Almaraz Paz, junto a Víctor Hugo Libera, Mario Monje, Néstor Taboada Terán, Jorge Ovando Sanz, Simón Reyes, los hermanos Luís y Jorge Ballón y otros. Aunque su programa continuaba enmarcado en la “revolución democrática burguesa” que era la táctica general diseñada en Moscú para sus apéndices en Latinoamérica-, por lo menos ya no era el alineamiento con las potencias capitalistas, como fue a lo largo de la década de los años 40, cuando Washington quería obligar a Villarroel a gobernar con los comunistas. Por el contrario, y con indudable olfato, ahora los stalinistas parecían colocarse en la misma sintonía de Paz Estenssoro, como se verá más adelante. Urriolagoitia declaró al PIR interdicto, lo cual permitió a sus militantes acercarse de nuevo al proletariado. Surgió un sentimiento de solidaridad de FSB respecto al MNR. Los falangistas organizaron un movimiento estudiantil muy fuerte en La Paz que llegó a tomar las directivas estudiantiles de la Universidad Mayor de San Andrés con Walter Alpire y Jaime Tapia Alípaz. Tras un duro cerco, las tropas policiales lograron desalojarlos. Jaime Tapia logró escapar, pero varios de sus compañeros fueron capturados y encerrados en el Panóptico de San Pedro. Días más tarde volvieron a realizar huelgas y protestas por la pacificación nacional, exigiendo una amnistía para los movimientistas que eran los únicos perseguidos en ese momento como resultado de su derrota en la guerra civil.

El Comité de Emergencia realizó un desfile del 1º de mayo que fue el comienzo de una escalada de violencia al que se plegaron los universitarios. Se levantaron barricadas en el centro paceño, hubo choques callejeros, combates a balazos movilizando al Ejército y Villa Victoria fue bombardeada. La represión fue despiadada, el gobierno habilitó la isla de Coati, en el lago Titicaca, como prisión política y nuevos contingentes fueron exiliados. Pese a la violencia desplegada por el régimen, Únzaga de la Vega se declaró cabeza de la oposición y desafió al régimen a volver por los fueros de la democracia y la convivencia civilizada, recibiendo una sarta de improperios repitiendo el agotado argumento de la relación con la Falange Española, aunque el gobierno boliviano era el que empleaba los métodos del represivo régimen franquista. Las garantías políticas y sindicales quedaron en el limbo. Isaac Vincenti, cabeza de los servicios de inteligencia, sometió a los falangistas a estrecha vigilancia. La vida se tornó difícil para los bolivianos en aquel año de 1950 por la mezcla perniciosa de violencia política y depresión de los precios de sus productos de exportación. La cotización del estaño bajó de $us. 1,82 la tonelada a $us. 1,06. La Guerra de Corea abrió nuevas expectativas, pero una devaluación monetaria, de Bs. 42 a Bs. 60 por dólar causó desequilibrios financieros, generando reajustes de sueldos y salarios, modificación del costo de vida y un nuevo proceso inflacionario. Había descontento generalizado y el gobierno excedió el marco legal para reprimir a la oposición. Mamerto Urriolagoitia era un personaje singular por representar a un sector aristocrático de Sucre y por su indudable valor personal. En alguna ocasión salió a la esquina de la Plaza Murillo armado de una ametralladora para contener una manifestación opositora y en otra oportunidad se batió a balazos en El Prado contra movimientistas armados. Vivía en el Hotel Sucre con un perro pastor alemán, hacía a pie el recorrido diario hasta el Palacio Quemado, lo mismo que los domingos en sus incursiones al Estadio Siles, pese a tener cientos de enemigos dispuestos a eliminarlo. Pero el atractivo que pudo ejercer se fue trocando en aversión. Su “clase” distaba de su

comportamiento en función de servidor público. Sumaban los rumores y luego las denuncias sobre trapisondas y escándalos, dando la sensación de que sólo le interesaba quedarse en el cargo el mayor tiempo posible. Y para lograrlo apeló a la represión en base a dos elementos a los que mimó: el Comandante del Ejército, Gral. Ovidio Quiroga, un militar conservador con delirios de grandeza, y el Director General de Policías, Cnl. Isaac Vincenti, antiguo enemigo de RADEPA, reorganizador de la policía boliviana, cabeza de los servicios de inteligencia, que usó a la entidad del orden para aplastar a la oposición. Ambos parecían coincidir con la visión de los Estados Unidos en esta parte del mundo. Mientras Vincenti tenía un lugarteniente, Donato Millán, también un represor nato, el Gral. Quiroga contaba con un Jefe de Estado Mayor, el Cnl. Ricardo Ríos, un militar respetado por su ecuanimidad. Aunque Ejército y Policías actuaban en favor de la estabilidad del régimen, se acentuó en cambio una agresiva relación entre cadetes del Colegio Militar y alumnos de la Academia de Policías, que explotó en periódicos enfrentamientos de fin de semana. Quiroga teñiría de sangre las minas, Vincenti haría correr lágrimas en las ciudades. Aunque la principal actividad productiva era el estaño y el sindicalismo minero era la vanguardia del movimiento obrero, en la ciudad de La Paz los otros sectores laborales empezaron también a manifestarse. Un activo dirigente del sector bancario, Ambrosio García, militante de FSB, recuerda ese tiempo: “Nosotros organizamos el Comité Obrero de Emergencia,[155] que años después fue la Central Obrera Boliviana. Éramos 14 organizaciones sindicales que conformaron este comité, con 5 representantes por cada sindicato y había un comité ejecutivo de esos 70 delegados, dos representantes por sindicato y yo estaba en los dos. Hicimos la primera huelga general en la historia de Bolivia en el año 1950. Lechín no contaba aún en esa instancia y casi todos eran comunistas o movimientistas. De falangistas en esa época en el sindicato yo era el único. En realidad, nosotros los de FSB, no

estábamos en oposición a nadie porque recién nos estábamos poniendo pantalón largo como partido. Como dirigente sindical yo exigía al gobierno beneficios sociales, pero no como una cuestión política y tampoco estábamos combatiendo al régimen. No estábamos de acuerdo con los gobernantes porque ellos representaban el pasado, eran los responsables de la Guerra del Chaco y nosotros éramos una propuesta nueva, pero no predicábamos el odio o la lucha de clases. En eso los comunistas eran radicales porque eran una fuerza internacional, tenían una filosofía universal y eran muy adoctrinados; en cambio nosotros estábamos solos. Cuando nos mandaban al exilio nadie nos esperaba, ni recibíamos ayuda, éramos como huérfanos y eso prueba que no teníamos relación con nadie. Sólo éramos una realidad para Bolivia…”

CIEN DÍAS DE EMERGENCIA Jaime Gutiérrez Terceros tenía 15 años y estaba inscrito en un curso de aviación en el Aeroclub de Cochabamba, con la aspiración de convertirse en piloto comercial. Allí se relacionó con el teniente René Barrientos Ortuño, en ese momento de baja en las Fuerzas Armadas por motivos políticos, quien enseñaba rutinas de vuelo a los alumnos de esa institución privada. Ignoraba que en “Categorìas” de FSB se habían juramentado, en reserva, varios oficiales, entre ellos su instructor, René Barrientos, el teniente Juan José Torres, varios tenientes y un buen número de cadetes del Colegio Militar en La Paz. Todos ellos coincidían con Únzaga al observar críticamente la arrogancia del Presidente Urriolagoitia, su intolerancia y ninguna disponibilidad a los cambios que reclamaba la sociedad boliviana de post guerra. A partir de ese momento empezó a registrarse una historia vertiginosa e inquietante en Bolivia, que sería también el bautizo de fuego del joven Jaime Gutiérrez, inicio de una historia apasionada y de entrega a los ideales de Oscar Únzaga, que se prolongaría a lo largo de las seis décadas siguientes. Walter Alpire había nacido en 1927 en Riberalta, aunque su familia era cruceña. Salió bachiller del Colegio La Salle en Cochabamba y se trasladó a La Paz para ingresar en las facultades de Economía y Derecho de la UMSA. Inteligente, estudioso, líder nato, el MNR quiso enrolarlo, pero el jefe de juventudes de este partido, Mario V. Guzmán Galarza, tuvo celos de su presencia. Sin embargo, Alpire estaba relacionado con la Juventud Católica, conoció a Oscar Únzaga y su admisión en FSB fue un hecho natural. En 1950 era el máximo dirigente de la Federación Universitaria Local. Ambrosio García, desde el conglomerado de sindicatos laborales precursor de la COB, y Walter Alpire, desde la conducción estudiantil universitaria, serían actores de una temporada de luchas políticas y sociales que marcarían a fuego el meridiano del siglo XX. El 10 de junio de 1950, Oscar Únzaga se reunió con el Jefe de Estado Mayor, Cnl. Ricardo Ríos, informándole éste que el servicio

de inteligencia militar había detectado una inminente insurrección popular, consecuencia directa del descontento. Le manifestó su convencimiento de que la única forma de evitar un cambio de lo malo a lo peor era prescindir de Urriolagoitia y los suyos mediante una intervención militar. Un eventual golpe de estado pasaría por neutralizar al Cnl. Vincenti y tomar el control político del país, siendo para ello imprescindible contar con el Ejército, controlado con mano de hierro por el Gral. Ovidio Quiroga. La salida consistía en ofrecerle a Quiroga la Presidencia de la República estableciendo un gobierno civil-militar, una amnistía general, nuevas elecciones y un futuro gobierno en democracia que realice las transformaciones que el país necesitaba, sin necesidad de pasar por una sangrienta guerra civil ni por un proceso revolucionario tipo sóviet. La Falange encontraría en el futuro gobierno democrático el cauce de su realización histórica, integrando y reconciliando al país. A consecuencia de esa reunión, el Comandante en Jefe del Ejército, Gral. Ovidio Quiroga y el Jefe de FSB, Oscar Únzaga, se reunieron en presencia del Jefe de Estado Mayor, Cnl. Ricardo Ríos. También asistieron el periodista Mario Flores, director de La Noche, y Gustavo Stumpf, Secretario Regional de la célula “L” de FSB. Haciendo economía de palabras, Únzaga fue al grano, señalando que Urriolagoitia dividía al país, su presencia generaba rechazo que sería aprovechado por el MNR y los comunistas. Si el Gral. Quiroga quería impedirlo y se atrevía a tomar el poder, Falange lo apoyará. Quiroga, que acababa de volver de una gira por los Estados Unidos, donde le hicieron consentir que era “otro Eisenhower” para remachar su compromiso con el gobierno boliviano en calidad de “centinela de la democracia”, respondió secamente: “Los políticos son expertos en llegar al poder sirviéndose del Ejército… mientras yo sea Comandante del Ejército no habrán revoluciones y en caso de que las intentaran, las ahogaré sangrientamente”. Únzaga, que no se amilanaba, le recordó con palabras amables, que masacrar mineros para mantener un sistema corrupto era inadmisible en un régimen verazmente democrático, advirtiéndole que, más temprano

que tarde, el gobierno de Urriolagoitia sería la causa de acciones populares incontrolables que todos lamentarán.[156] A finales de junio, el Presidente Urriolagoitia anunció que era “muy grave la situación general del país” a tiempo de posesionar a un nuevo gabinete ministerial, donde destacaba la figura del Ministro de Gobierno, Dr. Ciro Félix Trigo, un abogado constitucionalista de notable predicamento en la cátedra y la judicatura. De acuerdo con las informaciones publicadas en LA RAZÓN y EL DIARIO de La Paz, el 3 de julio, el Gobierno anunció un “complot rojo” animado por el MNR, el POR, RADEPA y el PIR, que incluía la explosión de veinte bombas en La Paz y la eliminación física de personas. Se dijo que el comando operativo estaba integrado por Ricardo Anaya (PIR), Roberto Méndez Tejada (MNR), Ronant Monje Roca (RADEPA) y Guillermo Lora (POR), pero el líder era Paz Estenssoro financiado por Perón “con dos millones de pesos fuertes”. Varios políticos fueron deportados a Chile. El jefe de la Policía, Isaac Vincenti apresó, exilió y pareció tener carta blanca para actuar sin control alguno. Reunidos los comandantes de todas las unidades militares del país, a través del Jefe de Estado Mayor, Cnl. Ríos, pidieron la renuncia de Vincenti y Millán por la necesidad de pacificar el país. Urriolagoitia rechazó tal pedido. “Ambos merecen el bien del país por su sacrificada misión”, dijo el mandatario. El 12, Vincenti denunció un golpe de FSB, MNR y RADEPA. Mostró documentación, mapas, armas. Pero todo era falso. Desde el Ministerio de Gobierno, alguien alertó a Únzaga de que la Policía haría una redada y exiliaría a la plana mayor falangista. En medio de una situación política harto-compleja, el gobierno americano dio una mano a Urriolagoitia y el Presidente Truman anunció su apoyo a la negociación con Chile para dar a Bolivia una salida al mar. Pero ello no bastaba para amainar el torbellino que se anunciaba. El 14, Únzaga dirigió una carta abierta al Ministro de Gobierno, Dr. Ciro Félix Trigo, negando enfáticamente que esté conspirando con el MNR. Denunció que el gobierno planeaba apresarlo. Enumeró los

excesos del régimen de Urriolagoitia, denunció gérmenes de violencia introducidos en el cuerpo nacional y la falta de garantías, advirtiendo que “si los arbitrios legales no eran eficientes para lograr un cambio en la conducta oficialista de conculcación de las leyes, no quedaba, en defensa de estas, otro recurso que la subversión”. En efecto, había una subversión en marcha, cuya estrategia estaba acordada entre Únzaga y el Jefe de Estado Mayor, Cnl. Ricardo Ríos. Los cadetes del Colegio Militar, en buena parte falangistas, se declararían en rebeldía pidiendo al Ejército plegarse a la revolución. El Ministro Ciro Félix Trigo respondió a Únzaga: “no se ha ordenado ninguna persecución contra FSB”. Rechazó la afirmación de Únzaga en sentido de que el gobierno es “maestro en el arte de perseguir bolivianos”. Coincidía con el jefe falangista en que “vivir con un arma bajo el brazo es perjudicial para todos”. Y concluía expresando su “confianza en que FSB proseguirá sin descanso su lucha contra el comunismo”. El 21 de julio renunció el Ministro de Gobierno, Dr. Ciro Félix Trigo, manifestando su total desacuerdo con los métodos y poder de que hacía gala Vincenti. A las 13 de ese día, veinte falangistas citados en la clínica del doctor Revollo, en la calle Yanacocha, prestaron juramente ante Únzaga, asignándoles grupos de hombres para cumplir misiones en San Pedro, Churubamba, Sopocachi, Zona Norte, Villa Victoria y el área central de La Paz. El plan enlazaba a unidades del Ejército. El falangista Raúl Rodríguez Aspiazu recibió la misión de apresar al Presidente Mamerto Urriolagoitia, mientras Hugo Molina Barbery debía capturar al Cnl. Isaac Vincenti. Ambrosio García dispuso de 32 hombres para tomar el Ministerio de Defensa. Juvenal Sejas y su esposa, Irma Revollo, dirigirían acciones en Miraflores junto a los hermanos Antonio y Edmundo Torrelio. Cada jefe de grupo recibió una lista de hombres a los que debía convocar a una hora y lugar determinados. A la media noche se constituyó el comando revolucionario dirigido por Oscar Únzaga junto a Gustavo Stumpf, Antonio Anze Jiménez y Carlos Kellemberger en la misma clínica del Dr. Revollo, cuñado de

Juvenal Sejas. Minutos después, el Embajador de los Estados Unidos, Irving Florman, convocaba al Jefe de Estado Mayor, Cnl. Ricardo Ríos, informándole que en esos momentos iba a estallar un movimiento revolucionario. “Y se dice que usted está comprometido”, le espetó el diplomático americano, pidiéndole que llame desde su teléfono, en la embajada, al Comandante, Gral. Quiroga, para pasarle la información.  La intromisión de uno y la sumisión del otro determinaron la reacción del Comando del Ejército. Detuvieron a los oficiales que repartían armas a los insurrectos. El grupo que debía capturar a Urriolagoitia en el Hotel Sucre fue interceptado en las gradas que comunican El Prado con la calle México. Tampoco capturaron a Vincenti y este se movilizó contra los sediciosos. En tanto, el batallón de cadetes del Colegio Militar, con sus brigadieres a las órdenes del capitán Juan José Torres cruzaron la ciudad de sur a norte en vehículos militares. Iba con ellos Gustavo Stumpf y Marcelo Terceros Banzer. Dejaron atrás Obrajes y al ingresar por la cañada junto al rio Orkojahuira, un jeep hizo una maniobra fallida sufriendo un vuelco y el cadete Aquiles Roca murió instantáneamente. Pero los cadetes prosiguieron la operación, mientras los grupos falangistas se movilizaban hacia sus objetivos. Ambrosio García colocó un grupo de 16 hombres en la avenida 20 de Octubre esquina Lisímaco Gutiérrez y al otro grupo en la esquina de la Sánchez Lima y Pedro Salazar, a la espera de una señal para tomar el edificio del Ministerio de Defensa. Los cadetes se apostaron en las alturas de Killi Killi. Llevaban armas y esperaron al Cnl. Gustavo Larrea (hombre de RADEPA), quien comprometió cajas de municiones. En compañía de Napoleón Escobar llegó Oscar Únzaga de la Vega y dirigió una proclama a los cadetes. De acuerdo con el plan revolucionario, Únzaga debía entregar el mando del Batallón de Cadetes a los coroneles Ismael Valdivia y Gustavo Larrea, pero cuando estos llegaron, Valdivia estaba bajo los efectos del alcohol y Larrea no llevaba las

municiones comprometidas. La llegada de un contingente militar hizo el resto. El Cnl. Larrea se descolgó por Miraflores.[157] El despliegue militar rodeó a los rebeldes. Únzaga evaluó la situación: un combate diezmaría a los cadetes. Pidió al capitán Torres ordenar el retorno al Colegio Militar, mientras se dirigía a la capilla de Villa Copacabana, donde el sacerdote Adrián Moral le dio asilo. Eran las 6 a.m. cuando los civiles falangistas en Sopocachi se desbandaron, excepto el grupo de Jaime Tapia que fue apresado. El canciller Pedro Zilveti llevó personalmente a Tapia como un trofeo. El capitán Torres se refugió en una casa de la ciudad, mientras Stumpf buscó desesperadamente la forma de advertir a Cochabamba que el movimiento había fracasado. En esa ciudad, ignorando lo sucedido, el teniente René Barrientos Ortuño acompañado de Enrique Montalvo y Jaime Gutiérrez Terceros llegó a la Base Aérea Nº 2, donde se les unieron treinta hombres, entre ellos Mario Ramos, Ismael Castro, Humberto Castellón, Lucas Anaya y alumnos del Aeroclub Cochabamba. Barrientos hizo formar a la guarnición militar, anunció que había sido derrocado el gobierno en La Paz, distribuyó munición entre los soldados y ordenó: “Porro, Erasmo Villa y Gutiérrez no dejan pasar a nadie”, entregando a cada uno un fusil y cinco balas. Tomaron la base aérea y la terminal del Lloyd Aéreo Boliviano, donde recibió una llamada telefónica de Dick Oblitas: “Salgan de allí… todo está perdido…” Pero ya era tarde, una maniobra militar envolvente empezaba a acorralarlos. El Director de la Policía, Cnl. Isaac Vicenti desató una cacería en pos de Únzaga y sus compañeros. En Cochabamba ya estaban detenidos casi todos los que secundaron a Barrientos. Como Jaime Gutiérrez era menor de edad, su madre intercedió por él ante el Prefecto de Cochabamba, logrando que lo pongan en libertad, previa filípica. Al medio día, Mario R. Gutiérrez se dirigía en un camión a Santa Cruz para hacerse cargo de la Prefectura, cuando en Cabezas un amigo le advirtió que la revolución había fracasado, se bajó del

camión y tomó rumbo a El Palmar, a la propiedad de su familia donde se escondió. Barrientos, preso en la sastrería de la cárcel de Cochabamba, prestó su primera declaración informativa: “no intentó tomar la base aérea por la fuerza, sino que anoticiado de que Urriolagoitia había sido destituido y de que el nuevo Presidente Oscar Únzaga lo había designado jefe de esa base, no hizo otra cosa que ir a posesionarse…” El gobierno declaró estado de sitio y toque de queda en todo el territorio nacional. Al parecer estaban comprometidos muchos comandantes de regimientos. Únzaga se trasladó esa noche a una finca en los Yungas, dejando una declaración que un emisario entregó a los periódicos nacionales. “No busco eludir sanciones, el único responsable soy yo y no el capitán Juan José Torres…” Explicó también los móviles del 22 de julio: ¿Por qué sufre Bolivia el mal endémico de las revoluciones? Porque su democracia es inmadura… El sufragio popular es una de las mentiras institucionales que todos repiten y nadie cree… ¿Se dio un solo caso en Bolivia en que venciese en elecciones un candidato opositor? ¿No se hubieran evitado muchas revoluciones si el gobierno hubiese respetado el pronunciamiento electoral de mayo de 1949 contrario al oficialismo en todas las capitales departamentales? Nuestra democracia es aldeana y no podemos engañarnos olvidando sus miserias… Otro período de gobierno del PURS significaría una nueva orgía de despilfarro y de negociados públicos, más hambre y miseria para las clases media y obrera del país… Y como el país ya no puede soportarlo, se sucederán las revoluciones con más frecuencia que nunca. Cuando desmentí ante el Ministerio de Gobierno que complotaba con el MNR y el PIR, decía la verdad. Yo quería cortar a todo trance los golpes sangrientos que cuestan tantas vidas humildes.

Siento venir la revolución comunista a la cabeza de un levantamiento popular… Y el pueblo, cansado de la servidumbre, no tendrá otro remedio que inclinarse al comunismo que se pone a la vanguardia de sus luchas. Eso queríamos evitar… La única forma de hacer anticomunismo, dijimos, es realizar una política social de acercamiento a las masas. El gobierno fue sordo, entregado al despilfarro y la inmoralidad. Entonces acudimos al Ejército. No a golpear las puertas de los cuarteles, sino a que sus más altos mandos eviten mayores daños al país. El 22 de julio proponíamos: amnistía general; gabinete de pacificación nacional; elecciones en diciembre sin mayor prórroga; el Ejército debe presidir esas elecciones; política económica socialista con un Consejo Nacional de Economía integrado por fuerzas sindicales y políticas; moralización administrativa estatal; política continental anticomunista; unificación del Ejército.” Días más tarde, Mario R. Gutiérrez se trasladaba subrepticiamente a Santa Cruz, pero fue reconocido por agentes policiales y conducido a una prisión con otros falangistas y movimientistas. Se dio de baja a 28 cadetes, imponiéndose castigos a otros militares.[158] El 2 de agosto, denunciando que el Director de Policías, Cnl. Vincenti, confinaba a quien se le antojaba, renunció nuevamente el Ministro de Gobierno Ciro Félix Trigo. Ello provoca una grave escisión en el PURS y crisis total de gabinete. Pero a Urriolagoitia poco lo importaba. Sabía que se mantendrá en el poder mientras tenga a Vincenti y Ovidio Quiroga. A mediados de mes, el Partido Liberal planteó en el Parlamento la censura del gobierno. El máximo dirigente de la Federación Universitaria Local (FUL), el falangista Walter Alpire reclamó amnistía general, declaró persona no grata a Isaac Vincenti, repudió la negociación marítima con Chile y proclamó a Franz Tamayo como “Maestro de Generaciones”. El 20, la UMSA se declaró en huelga general exigiendo amnistía. En la Cámara de Diputados se aprobó la amnistía general con

excepción de los encausados por crímenes del gobierno Villarroel y los falangistas que se sublevaron un mes atrás. Únzaga continuaba en la clandestinidad. El 22, Gustavo Stumpf fue detenido. Prosiguió la huelga universitaria y los sindicatos bancarios se sumaron a la huelga con Ambrosio García y Lydia Gueiler. El gobierno aseguró que todo era “obra de agitadores profesionales”. La Policía allanó un domicilio particular, deteniendo a Alfredo Flores y Eduardo del Portillo de FSB; Guillermo Alborta y Rigoberto Armaza del MNR. Otras figuras liberales y republicanos rebeldes corrieron igual suerte, entre ellos Remy y Justo Rodas, Rodolfo Luzio, Joaquín Espada y Demetrio Canelas, director de LOS TIEMPOS. En la Dirección de Policías, Canelas lanzó una filípica contra el gobierno en tono tan alto que su voz se escuchó en la calle. El nuevo Ministro de Gobierno, Luis Ponce Lozada, se vio obligado a pedir excusas y ordenar su libertad. El 25 de agosto renunció Vincenti. El Presidente Urriolagoita declaró que él personalmente dio la orden de detener a esos políticos. Aceptó la renuncia de Vincenti, pero también despidió al Jefe de Estado Mayor, Cnl. Ricardo Ríos. Desde la clandestinidad, Oscar Únzaga presentó al Congreso un pliego acusatorio contra el gobierno. “Impedido de ocupar la banca que el pueblo me concedió en el Parlamento, recurro a la expresión escrita. El despotismo ha tomado una de sus peores formas: es la tiranía de la oligarquía contra los intereses populares. El despotismo de unos pocos contra toda Bolivia…” El pliego era demoledor. Denunciaba la saña persecutoria contra estudiantes y trabajadores, las masacres de mineros que creó el ambiente propicio al extremismo, dando nacimiento al Partido Comunista. Afirmaba que todas las garantías individuales habían sido escarnecidas. La propiedad privada, el domicilio particular, la correspondencia personal, la libertad individual y todos los derechos ciudadanos pisoteados. Aseguraba que Bolivia vivía una tiranía que se mantenía en el poder por el apoyo del Ejército y que todos los

partidos sin excepción estaban frente al gobierno. Planteó la demanda acusatoria afirmando que el gobierno del Presidente Urriolagoita atropellaba los derechos ciudadanos, denigraba la moral pública, destruía la economía y no realizaba ninguna obra constructiva. Probablemente años más tarde Únzaga se arrepintió de aquel pliego. Los excesos de Urriolagoitia se quedarían en juego de niños en comparación a lo que haría tres años después el primer gobierno del MNR. Universitarios dirigidos por Walter Alpire salieron a las calles y apedrearon LA RAZÓN. La agitación política llegó al punto de ebullición. El Senado aprobó la amnistía, pero no para Únzaga. La Cámara de Diputados rechazó el proyecto de amnistía del Senado. El gobierno denunció un complot revolucionario de FSB-MNR-PSD.  Los universitarios parapetados al interior del edificio central de la UMSA se resistieron al acoso policial. Hubo enfrentamientos a balazos y toma de esas instalaciones por fuerzas policiales. El gobierno responsabilizó a los falangistas Walter Alpire y Juan José Loría. Hasta que el 15 de septiembre, tras un acuerdo con fuerzas opositoras, los universitarios presos recobraron la libertad. El 27 se exigió en el Parlamento garantías para que Oscar Únzaga retorne a la Cámara de Diputados. Pero el 30 Únzaga fue detenido y exiliado a Chile junto a Hernán Siles Zuazo. Ambos compartieron un par de días una habitación en una pensión barata y tuvieron largas conversaciones sobre el futuro de su país. Fue allí que ambos se comprometieron a humanizar la lucha política en Bolivia. Únzaga volvía a Santiago después de 12 años. Carecía de recursos para subsistir en esa ciudad, donde el gobierno de Gabriel González Videla lo sometió a riguroso control. Se reencontró con dos de los fundadores de la Falange, Germán Aguilar y Federico Mendoza, visitó a su antigua casera de la calle Lastarria y halló un ambiente contrario a él. La Moneda había ofrecido al gobierno de Mamerto Urriolagoitia un pasillo que conecte Bolivia al Océano Pacífico, sin compensaciones territoriales, pero sujeto a la posibilidad de trasvasar agua boliviana a Chile para regar el desértico territorio de Atacama. Al revelar el Presidente de los Estados Unidos Harry S.

Truman, que esas aguas eran las del lago Titicaca, Perú hizo escuchar su voz de protesta y don Franz Tamayo condenó aquella posibilidad, removiendo la conciencia nacional y haciendo fracasar aquel intento denominado “agua dulce por agua salada”. La saña represiva del gobierno de Urriolagoitia contra el MNR amenguaba a medida en que se incrementaba la animadversión contra FSB, de modo que Siles dejó Chile para ingresar al Perú e intentar alguna acción. Únzaga quedó inmovilizado e incomunicado con sus camaradas que vivían a salto de mata.  En la soledad del exilio, terminó la redacción de uno de los poemas más cautivantes de la literatura boliviana, Canto a la Juventud, con el que ganó el primer premio en los Juegos Florales de la ciudad de La Paz. Cada frase, cada verso, cada estrofa es una maravillosa lección de vida y de coraje.

CANTO A LA JUVENTUD   I - PRESENTACIÓN Guijarro en la montaña andina, gota de sangre indígena, ceniza de mis mayores muertos, levanto yo mi canto para la patria mía, cal de mis propios huesos y hierro de mi sangre.   El soplo de la patria está delante, en las pupilas; adentro en los más hondos capilares y cuando sale afuera es por la puerta sangrante de una herida o por la ventana de luz de un nuevo himno.   El soplo de la patria somos nosotros mismos como eslabón de una cadena intérmina.   Somos ayer porque el caudillo indígena y el capitán hispano, mezclados en ceniza y en pasado, se asoman a mirar por nuestros ojos como la raíz se asoma por los tallos.   Somos hoy porque el hombre es la tierra madre como el feto a la placenta, como el infante al seno, como el polvo al camino.   Somos mañana porque al cantar, la patria nueva se asoma a la garganta. Porque el rumor de nuestra voz es ansia de nuestros propios hijos y no sabemos cuándo termina el padre

y dónde empieza el hijo.   El corazón del hombre es camposanto de sus esfuerzos y sus ansias, y todo lo entierra menos la esperanza. Es que el mañana - sangre de nuestros hijos se llama la esperanza.   Ese soy yo, Guijarro de la montaña andina que canta al Ande. Gota de sangre indígena, canto a la raza que es la flor de la historia. Ceniza de mis mayores muertos, hablan por mí, los que fueron para aquellos que habrán de venir. Canto a Bolivia en su gloria mayor, en su mayor riqueza: Canto a la juventud. II - CANTO Lo que dijo un viejo Alcalde de una villa muy rancia: Si Dios os hizo pilares de muy altísimo techo seréis firmes y derechos. ¿Qué patria puede ser más alta que la nuestra, qué Dios la puso en pedestal de piedra junto a la nube? ¿Y qué pilar mayor de esa Patria que tú, su juventud? Firme y derecho el boliviano joven: Como hilo de plomada su conciencia, como acero templado tu firmeza. Mira la alba montaña de los lares: es blancura de nieve sin mancilla, sobre granito pétreo sin blancura.  

Así serás, ¡Oh joven de mi Patria!: Un corazón tan firme como roca. Un corazón tan puro como nieve. Pon la mirada y el honor en alto; pero pisa muy firme sobre el suelo, como el árbol umbroso de los valles que se afirma en la tierra con denuedo para vencer los vientos que lo mueven, pero eleva la savia hacia arriba para mirar el cielo con sus flores.   Ama la lucha y el trabajo, la piel del hombre no tiene más perfume ni rocío que el sudor y la sangre. La leche que bebiste de tu madre, la savia que bebiste de tu patria, devuelve en el sudor de la faena honrada o en la sangre vertida por su nombre.   Desprecia la inercia y la molicie, "quien no lucha no es digno de la vida". El agua cristalina se empantana, si no corre o se agita en la cascada. Toma un ideal y plántalo muy hondo, pero muy dentro de tu propia vida.   ¡Es miserable el alma de algún hombre cuyo torreón no ostenta una bandera! Ama tu ideal más que tu propia vida. No importa que la entraña se desgarre, ¡Pero que nadie toque tu bandera!   Es más amargo el llanto de los hijos cuando cae, sin honra, sobre el nombre. No te detengas nunca en el camino. Avanza, ¡siempre avanza! No vaciles jamás en la jornada.

  Avanza, ¡siempre avanza! Sé generoso con el débil, Sé muy osado con el fuerte. Ningún peligro te detenga el ánimo, Ningún halago te detenga el brazo.   El hombre puede superar el mundo hostil y el enemigo bravo. Nunca desmaye en ánimo y en la propia derrota que surja la esperanza de victoria. Si te sientes vencido, ¡ni un minuto descanses! Si has caído, ¡levántate otra vez! La maldición de Hipócrates que se cumpla en ti: "¡Que tu fe no pueda morir nunca!". Cuando más duro el trance, ¡más fuerte el alma!' Si el destino te es cruel: ¡Vence al destino! Si vacila tu fe y temes proseguir: ¡Quema tus naves!   ¡Que nada te detenga! Ni la promesa de una vida fácil, ni la voz del cariño de los tuyos que no quieren ideales que sean riesgos. No olvides que los suyos fueron los mismos que encadenaron al Quijote de la Mancha   Sé más fuerte que la blandura que llevamos dentro cuando se trata de los nuestros. Y, sin embargo, lucha por ellos. Por tus padres, cuya honra es la tuya. Por tus hijos, que llevan tu nombre. Por ellos haz tu vida fecunda en actos buenos y en hazañas nobles. Por ellos lucha y por ellos muere, para darles una Patria mejor.  

Para los padres y los hijos todos los desvelos. Menos un solo sacrificio: desertar. Nunca desertes del deber. ¡Siempre en tu puesto! No importa que maten a tu hijo como al de Guzmán el Bueno. Cumple con tu deber sin que te importe un ardite, la fama o el dinero. No esperes recompensas, que el buen hombre sólo cumple el deber por su conciencia.   Y en los puertos de escala de la vida ancla tu corazón para el sosiego, y no bajes a tierra, para buscar el oro, la codicia o el vicio, sino para el deleite del espíritu en la contemplación de la belleza o en la creación magnífica del arte. Desprecia a aquel que abandonó la ruta, al hallar que es abrupta la montaña.   Capitán del navío de tu hazaña en la hora del naufragio, ¡que se salven los otros! más tú, debes hundirte con tus sueños. Y si sientes fatiga en la dureza de una vida entregada al sacrificio, y el dolor te devora las entrañas: ¡Es el destino superior del hombre! Prometeo gigante que ha robado el fuego de los dioses.   III - CONSAGRACIÓN ¡Juventud de Bolivia! superada en el ansia de tus sueños, entrégate a Bolivia. Ella te necesita, te reclama, muchas generaciones traicionaron

el espíritu de la Patria. ¡Sólo la juventud puede salvarla! ¡Sólo tu santa rebeldía iconoclasta! ¡Sólo el valor indomable de tu brazo!   Juventud de mi Patria Toma tu adarga y lucha hasta morir, por nuestra Patria, que debe ser grande, respetada y fuerte.   Tu llevas la bandera boliviana incrustada en tu vida: roja como la sangre redentora, oro como la luz de tus ensueños, verde como tus nobles esperanzas. Que la santa bandera de la Patria, humillada en la vergüenza y la derrota, resurja como tú, rebelde y alta, llevada hasta la gloria por miles de bravos corazones ¡que son la juventud de nuestra patria!   “Ama la lucha y el trabajo, la piel del hombre no tiene más perfume ni rocío que el sudor y la sangre… El agua cristalina se empantana, si no corre o se agita en la cascada… Es miserable el alma de algún hombre cuyo torreón no ostenta una bandera… ¡Avanza, siempre avanza! Sé generoso con el débil, sé muy osado con el fuerte. Ningún peligro te detenga el ánimo. Ningún halago te detenga el brazo… Si el destino te es cruel, vence al destino. Si vacila tu fe y temes proseguir: ¡Quema tus naves!... No esperes recompensas, que el buen hombre sólo cumple el deber por su conciencia…” No sólo hay belleza expresiva, emotividad y contenido, sino una lección para la vida y una promesa. La Universidad le dio al exiliado el título de Maestro de la Juventud Boliviana.

X - HACIA LA REVOLUCIÓN (1951 – 1952)

E  

l gobierno convocó a elecciones para el 6 de mayo de 1951. El Jefe de FSB, Oscar Únzaga, pudo volver del exilio en Santiago a La Paz, mientras el jefe del MNR, Víctor Paz, retornó de Montevideo a Buenos Aires, ciudad que, a su vez, dejaba el embajador Gabriel Gozálvez, dispuesto a obtener la nominación presidencial por el PURS. A Mamerto Urriolagoitia seguramente no le importaba demasiado el futuro de la Presidencia de la República de Bolivia sin él. Pero sí temía la victoria de los partidos a los que había perseguido, FSB y MNR. Si estando en el poder le habían amargado la vida, no era difícil imaginar lo que sucedería si ellos tuvieran el sartén por el mango. Aunque falangistas y movimientistas se habían fortalecido en número y decisión por el exilio y la persecución, las condiciones no les eran propicias pues el gobierno haría lo que fuese para anularlos. La Falange tenía consigo a los sectores estudiantiles y clase media de las ciudades, su plaza fuerte era Cochabamba, tenía bases consistentes en Santa Cruz y el Beni, ampliaba su militancia en La Paz, Oruro y Sucre. Los movimientistas habían crecido en las minas y los sectores obreros y artesanales de las ciudades; avanzaban en Santa Cruz por efecto de la guerra civil reciente, tenían fuerte predicamento en La Paz, Potosí, Oruro y Tarija. Oscar retornó con su madre al barrio de San Jorge en La Paz. Se reunió con Hernán Siles Zuazo y hablaron de la posibilidad de hacer una candidatura conjunta. Para el oficialismo era claro que FSB y MNR, aliados, resultarían imbatibles. Pero ambos, sintiéndose protagonistas centrales, desecharon la idea, aunque mantuvieron la amistad sin considerarse adversarios.[159] Víctor Paz Estensoro continuaba exiliado y vetada su candidatura. Una corriente del MNR planteó la candidatura de Hernán Siles Zuazo y otra proyectó el nombre de Franz Tamayo. Pero el Dr. Paz promovió desde Buenos Aires la inamovilidad de su nombre en la fórmula movimientista, desencadenando una nueva etapa de

agitación que acabó torciendo la mano al gobierno que al final debió autorizar su nombre, aunque en ausencia; podía candidatear, pero tenía vetada su presencia en el país. Esa situación injusta e irregular acabó por consolidar una enorme fuerza electoral favorable al MNR. Seguidores de Gabriel Gozálvez, conscientes de la impopularidad del oficialismo, organizaron Acción Social Democrática (ASD), aunque sus bases estaban en el partido de gobierno. Urriolagoitia hubiera deseado una candidatura más próxima a él, la de Pedro Zilveti por ejemplo, pero pesó más la opinión del industrial Carlos Víctor Aramayo. Sin embargo, Gozálvez traía otras ideas, no deseaba una dependencia respecto a uno de los “barones del estaño” y quería una candidatura abierta y popular. Por eso decidió buscar a Oscar Únzaga de la Vega para ofrecerle la Vicepresidencia de la República y una bancada de por lo menos 16 diputados y senadores. Únzaga convocó a una concentración de líderes departamentales de FSB en la casa del falangista Isaac Sarmiento. Algunos de los dirigentes reunidos miraban con simpatía la aproximación hacia el MNR pues en los hechos actuaban aliados en los sindicatos y las universidades, pero no podían establecer con claridad si las decisiones las tomaba Siles Zuazo, considerado amigo, o el exiliado Paz Estenssoro, cuyo discurso desentonaba con irrenunciables preceptos ideológicos falangistas. Por lo demás, aunque pactar con el oficialismo parecía una posibilidad incompatible, algunos dirigentes la aceptarían porque, en su criterio, “aseguraría el porvenir del partido”. De manera que hubo un intento para aproximar posiciones con ASD. Únzaga planteó a Gozálvez un gobierno nacionalista y anticomunista; una economía socialista, privilegiando la solución de marginalidad de los indígenas; respeto a la propiedad privada a cambio de una adecuada retribución del capital al país y la sociedad boliviana; mayores tributos de las grandes empresas mineras con proyección a entregar su gestión a los trabajadores; protección social y mejoramiento del ingreso de los trabajadores. Con la

honestidad que distinguía a Gozálvez, éste reconoció que, aún siendo metas deseables, requerían de un proceso más largo que el período presidencial al que aspiraba, comprometiéndose en cambio al auspicio de escenarios para su discusión. Tras esa respuesta, la mayoría de los dirigentes falangistas optó por una candidatura propia que Oscar Únzaga delegó en la persona del Gral. Bernardino Bilbao Rioja, la mayor figura de la Guerra del Chaco, cuyo prestigio estaba por encima de la pugna política. Le acompañaría como Vicepresidente, el cruceño Alfredo Flores. Gozálvez completó su fórmula con Roberto Arce, nieto del ex Presidente Aniceto Arce y tuvo que conformarse incorporando a ASD el grupo Pachacuti del intelectual Fernando Diez de Medina, donde debutaban talentosas figuras jóvenes, como Gonzalo Romero Álvarez García y Carlos Serrate Reich.         Sintiéndose desairado, Carlos V. Aramayo procuró armar su propio esquema electoral con la sigla ACB (Acción Cívica Boliviana) y la candidatura de Guillermo Gutiérrez Vea Murguía, un hombre decente que había defendido a su patria en la Guerra del Chaco, donde fue herido. Willy Gutiérrez triunfaba en el periodismo, la diplomacia y la actividad empresarial. Lo acompañaba el cruceño Julio Salmón. El Partido Liberal presentó al binomio conformado por el ex Canciller Tomás Manuel Elío y el diplomático Bailón Mercado. Y el Partido de Izquierda Revolucionaria (ya sin la bendición de Stalin) -de cuyo seno defeccionaron obreros e intelectuales para fundar el Partido Comunista-, presentó la candidatura del legendario José Antonio Arze acompañado por Abelardo Villalpando. En el proceso electoral hubo múltiples incidentes y enfrentamientos entre facciones rivales. El oficialismo boicoteó a los movimientistas y estos arremetieron contra ASD a través de la acerada pluma de los redactores de LA CALLE. Los falangistas inmovilizaron a los piristas. La gente del gobierno atacó a FSB en la plaza de Santa Cruz con gases y balas, produciéndose una gresca monumental, Mario Gutiérrez encaró a los esbirros del gobierno, fue golpeado, pero los

falangistas no dieron paso a sus atacantes. Gutiérrez publicó una carta abierta a Gabriel Gozálvez, uno de cuyos párrafos es significativo: Pero qué triste suerte la de Ud., señor Gozálvez, la de haber traído a Santa Cruz una ofrenda de fuerza y una amenaza de muerte. Creímos hasta anoche que Ud. representaba, de verdad, una reacción saludable contra la iniquidad y el crimen del actual régimen. Pero cuán equivocados estábamos en alentar tan risueña esperanza... Aunque se publicó un documento reservado, develando un pacto entre el MNR y el Partido Comunista suscrito por José Fellman Velarde y Juan Lechín con la dirección del PC, que los movimientistas negaron enfáticamente, los movimientistas sedujeron al electorado al presentar al binomio Paz Estenssoro – Siles Zuazo. Únzaga eligió a Ambrosio García como candidato a una diputación por la provincia Ballivián, en el Beni. Sus adversarios eran nada menos que Eduardo Montes y Montes del Partido Liberal, Alberto Crespo Gutiérrez de ASD y Alfredo Lima, un comunista aliado del MNR. Ambrosio García relata así su debut electoral: Ellos tenían con mayores condiciones para ser candidatos porque eran profesionales y tenían dinero, en cambio yo no tenía profesión ni dinero, pero Únzaga me eligió y no lo defraudé porque gané mi elección en esa provincia. Sucedió algo que no se repitió en otra parte del país. El Dr. Montes y Crespo eran personajes de alta categoría en la política nacional, ya consagrados. Yo no contaba con una campaña y sólo tenía voluntad y la fuerza de un ideal. Visité a Alfredo Lima con quien éramos amigos, aunque él era mayor y con experiencia porque había sido diputado de la provincia Iturralde y le propuse que, como venían estos dos señores a ocupar nuestro territorio, entonces nos defendiéramos realizando una campaña de amigos, es decir, yo realizaba una asamblea donde lo invitaba y luego le tocaría hacer otra asamblea donde yo sería el invitado. Establecimos un pacto de no agresión para combatir a nuestros poderosos contendores. En la primera asamblea que organicé invité

a Lima y en mi discurso demandé el voto de los concurrentes, pero si no iban a votar por mí, les pedí que votasen por Lima que en ese momento estaba sentado a mi lado. Al día siguiente Lima me invitó a su asamblea y dijo lo mismo. Fue una campaña muy cordial y original, ya que nos estábamos defendiendo del poder de los “viejos”. En Reyes yo saqué el 50% y los otros 3 se repartieron el otro 50%. En medio de una violencia extrema en Santa Cruz, donde sectores del MNR se dividieron y acabaron matándose a tiros, este partido ganó la elección en las urnas, pero sin mayoría absoluta por lo que debía someterse la aspiración presidencial a la elección en el Congreso, donde todas las fuerzas combinadas podrían derrotar a Paz Estensoro. Aunque la información histórica es irregular, pues se menciona 44.700 votos para el MNR versus 44.300 votos obtenidos por ASD, asumimos como válidos los datos del historiador Carlos D. Mesa: Víctor Paz E. (MNR) Gabriel Gosálvez (ASD) Bernardino Bilbao (FSB) Guillermo Gutiérrez (ACB) Tomás M. Elío (PL) José Antonio Arze (PIR)

54.129 votos 40,381 votos 13.259 votos 6,654 votos 6,530 votos 5,170 votos

42,91% 32,01% 10,51%   5,27%   5,17%   4,09%

  La abstención fue muy alta: 78.536 votos, correspondiente al 38,37% del electorado.  Como en otras ocasiones, el tercero en discordia, en este caso FSB, tenía la llave de la definición electoral. Falange podía hacer Presidente a Paz Estenssoro o a Gabriel Gozálvez, pero éste era el pasado y aquel un enigma que los falangistas imaginaban de color rojo. También Gozálvez podría

intentar rearmar la alianza de 1947 con los parlamentarios de ACB, liberales y piristas, pero su gobierno sería extremadamente débil. Ante la negativa de Únzaga para respaldarle, en un gesto de grandeza política, Gozálvez anunció que retiraría su nombre de la contienda, aumentando la incertidumbre. Mientras los movimientistas celebraban ya en las calles, el Presidente Urriolagoitia quiso resolver el intríngulis de manera brutal, y convocó al Comandante en Jefe del Ejército, Gral. Ovidio Quiroga para advertirle que prefería entregar el poder a los militares antes que al MNR. En un último y desesperado intento por mantener el cauce democrático, los parlamentarios elegidos del oficialismo, además de las directivas del Partido Liberal y emisarios del frente liderado por Gutiérrez Vea Murguía, buscaron al Gral. Bernardino Bilbao Rioja para manifestarle su disposición a votar por él en el Congreso y ungirlo Presidente de la República, lo que era constitucionalmente posible. Se hicieron varias reuniones en ese sentido, pero el héroe del Chaco y su jefe político, Oscar Únzaga, rechazaron tal propuesta al hallarla incongruente con los propósitos de cambio que animaban a la Falange.[160] El Gral. Ovidio Quiroga hizo una consulta a las unidades del Ejército sobre un posible gobierno militar. Los jefes de regimientos acantonados en La Paz se pronunciaron negativamente: los militares no deseaban inmiscuirse en política.[161] A pesar de ello se produjo lo que la historia llamó el mamertazo. Urriolagoitia entregó el poder al Comando del Ejército, el que organizó una Junta de Gobierno, presidida por el Gral. Hugo Ballivián, quien se hizo cargo de la conducción del país hasta la convocatoria a nuevas elecciones. Sus primeras medidas fueron Estado de Sitio en toda la república, prohibición de huelgas y manifestaciones públicas y congelamiento de precios de los artículos de primera necesidad para paliar la situación social. Descollaba en la Junta de Gobierno el Ministro de Gobierno, Gral. Antonio Seleme, militar de prestigio y célebre jefe artillero en la

Guerra del Chaco. Como la guarnición militar en La Paz se había manifestado contraria a un gobierno militar, Seleme fincó la seguridad del nuevo régimen en la Policía, organizada y modernizada con notable esmero por el Capitán Isaac Vincenti, un hombre favorable al antiguo régimen, probado enemigo de FSB y MNR.   La actividad política quedó congelada. Los movimientistas se recogieron al interior de conciliábulos para conspirar. Los falangistas quedaron desorientados; una parte de la dirigencia cuestionó, a posteriori, la decisión de rechazar la alianza con ASD que habría resuelto electoralmente la crisis y en ese momento Únzaga sería Vicepresidente de Bolivia. Pero juzgando que todo aquello era pura especulación, el jefe falangista dejó sentada su posición. Oficialmente el partido consideraba a la Junta Militar una página accidental de la historia, pero le exigiría la pronta reposición de la democracia convocando a elecciones. El Presidente Ballivián invitó a Únzaga a una reunión en la que le solicitó formalmente la incorporación de FSB al gobierno de la Junta Militar e inclusive le pidió una lista de militantes falangistas para que desempeñen cargos de importancia en la administración pública. Únzaga se negó en aras de mantener su independencia. Pero dejó en libertad a quienes quisieran colaborar al gobierno militar.[162] Gonzalo Romero Álvarez García dejó al desairado grupo Pachacuti de Diez de Medina. De cuna liberal e ideas progresistas, los hijos de Carlos Romero Cavero -Gonzalo Romero Álvarez García, sus hermanos Carlos y José y su cuñado Fernando Ortíz Sanz, esposo de su hermana Julia- buscaban respuestas a sus inquietudes políticas y no las hallaban ni en los partidos tradicionales ni en el MNR, lo que les costaría la persecución en los años venideros. Gonzalo optó por vincularse a la Falange Socialista Boliviana.[163] La Junta Militar aprobó el Seguro Social General Obligatorio, conformó el Instituto Indigenista Boliviano, clasificó a los colegios privados como entidades comerciales, creó la Comisión Revisora de Bienes del Estado, aprobó el certificado de salud para los

trabajadores de todas las empresas y estableció la obligatoriedad del año de provincia para ejercer la Medicina, medidas que tuvieron respaldo de la opinión pública. Pero en muchos círculos de la opinión pública, se prefería el retorno del país a la institucionalidad, aunque no había evidencias de que los militares en función de gobierno piensen en retornar al estado de derecho en fecha cercana. 1951 transcurrió en medio de inflación, protestas, marchas de amas de casa y planes conspirativos de la oposición. En 1952 la Guerra de Corea estaba en auge. Sin embargo, el conflicto no reactivaba la demanda de minerales y goma, como había sucedido en anteriores conflictos. El otro tema de la agenda internacional boliviana era Argentina. En su imparable ascenso al poder total, con el apoyo del proletariado concentrado en la Confederación General de Trabajadores (CGT) el Presidente Juan Domingo Perón hizo modificar la Constitución para posibilitar su reelección, pese a que el destino le restaba la pieza más importante de su equipo político, Evita, atada al lecho, víctima del cáncer. En la medida en que la Junta Militar se acomodaba en el poder y los partidos de la derecha gozaban de tranquilidad, los movimientistas, privados de su victoria en las urnas, perseguidos y exiliados, adquirían mayor musculatura en el ejercicio de la conspiración, para la que fue importante la organización de los llamados “Grupos de Honor”, células armadas semi-clandestinas, una de ellas jefaturizada por Lydia Gueiler Tejada. Oscar Únzaga estableció un comité de acción permanente con Gonzalo Romero, Gustavo Stumpf, el Gral. Bernardino Bilbao, Ambrosio García y otros, teniendo como cuartel general el edificio Becker. En breve lapso, la situación del país iba a entrar en crisis. Estados Unidos había conjuntado una reserva tan alta de estaño -el buffer stock- que le permitía controlar la cotización internacional, pero lo había hecho comprando el metal del diablo “a precio de aliado de guerra” (de gallina muerta se diría ahora) precisamente a Bolivia, país que contribuyó así a la victoria contra Alemania, Italia y

Japón. Con la cotización del estaño cercana a un dólar por tonelada, la economía boliviana, dependiente de la actividad minera, estaba condenada al colapso. Tratando de obtener mejores precios, las empresas mineras resolvieron dejar de vender sus concentrados durante unos meses, pero la decisión norteamericana fue irreductible. El malestar social fue caldo de cultivo para quienes proyectaban una revolución. El hombre con mayor peso en la Junta Militar era el Ministro de Gobierno, Gral. Antonio Seleme Vargas, héroe de la Guerra del Chaco, célebre por haber comandado la batería de artilleros que llevó su nombre, donde había servido el soldado Víctor Paz Estenssoro. Era notoria la diferencia temperamental y don de mando de Seleme en relación al Presidente Hugo Ballivián, quien en la guerra con el Paraguay, como oficial de caballería, no había pasado de ser ayudante del Cnl. David Toro. Seleme había sugerido el nombre del Gral. Humberto Torres Ortíz para Comandante General del Ejército y tenía sobrada influencia sobre éste. Además, contaba con la compacta subordinación de la Policía y disponía de un eficaz aparato de inteligencia y control político enfocado fundamentalmente sobre los subversivos del MNR. Era pues, el hombre más poderoso del momento en Bolivia. Pero tenía un enemigo de cuidado: su ego. Seleme conoció socialmente al falangista Daniel Delgado, activista que ejercía influencia en las facultades de Economía, Derecho e Ingeniería de la UMSA. Se hicieron amigos y en alguna ocasión, en presencia de otros militares amigos, Delgado levantó la copa de yungueño y brindó “a la salud del General Seleme, futuro Presidente de Bolivia”, conmoviendo vivamente al aludido. Como la Junta Militar dependía del Ejército, se suponía que su Comandante tenía atribuciones sobre ella. Eso le dijo Gustavo Stumpf al Gral. Humberto Torres Ortiz, sondeando su ánimo ante la posibilidad de un cambio de guardia en el Palacio. El Gral. Torres fue muy receptivo a las palabras de Stumpf e indagó de inmediato si los falangistas lo apoyarían. La respuesta lo dejó complacido y empezaron a diseñar un perfil revolucionario.

No pasó mucho tiempo antes de que Oscar Únzaga se reuniera con el Gral. Seleme en su casa de la calle México, en los prolegómenos de una revolución para llevarlo al poder, toda vez que Ballivián parecía querer eternizarse en la Presidencia, desgastando inútilmente a la institución militar y fortaleciendo las líneas subversivas que habían empezado a tenderse. La casa de Seleme estaba a espaldas del Club Árabe, donde la colonia sirio-libanesa acostumbraba a reunirse para apostar gruesas sumas de dinero y fumar durante horas. Uno de los habitúes era Juan Lechín Oquendo, máximo dirigente de los trabajadores mineros. Informado este que Únzaga se había reunido con Seleme y que Daniel Delgado frecuentaba el domicilio del Ministro, una noche en que ambos se cruzaron por la puerta del Club, Lechín le dijo a Seleme “Antonio, si quieres jugar a la política no lo hagas con niños, hazlo con nosotros…” Aunque aquello parecía una broma entre paisanos, dejó pensativo al General. El MNR lanzo tres líneas conspirativas, la primera a Seleme, cuyo ánimo empezó a ser inflamado por Lechin. En determinado momento, esgrimiendo argumentos abiertamente revolucionados, el líder minero declaro que “Seleme era el hombre para gobernar Bolivia”. En la segunda línea, Mario Sanginés Uriarte abordó al Gral. Humberto Torres Ortiz, Comandante del Ejército, a quien encontró consciente de su valor político como dueño de los fierros. “Si yo salgo con mis regimientos, rodeo La Paz y la tomo tranquilamente; derrocamos a Ballivián y llamamos a elecciones en un año”, le dijo el militar a Sanginés Uriarte, aunque confesando que tenía conversaciones avanzadas con FSB. El problema era que Seleme no sabía que Torres Ortiz jugaba al golpe y viceversa. Tampoco el MNR sabía que la conspiración de Seleme con FSB estaba muy avanzada. En la tercera línea, el ex falangista Hugo Roberts, enrolado ya en el MNR, conversaba con los carabineros, desde subtenientes hasta su Comandante, el Cnl. César Aliaga, convenciéndolos de que la hora

de la Policía había llegado. Paralelamente, cuadros policiales liderados por el Jefe de Operaciones del Cuerpo de Carabineros, capitán Walter González Valda, también se organizaban revolucionariamente. Por si fuera poco, el Ministro de Trabajo de la Junta, coronel Sergio Sánchez, llamado popularmente “el peroncito”, también abrigaba ambiciones presidencialistas. La Junta de Gobierno tramitó la repatriación de los restos de don Eduardo Avaroa, cuya sepultura estaba en Calama desde el 23 de marzo de 1879, cuando enfrentó al invasor con gesto heroico. Para el 23 de marzo de 1952 la Junta Militar preparó una serie de actos cívicos, se declararon dos días de feriado, el Alcalde Eduardo Sáenz García inauguró la plaza en Sopocachi que lleva desde entonces el nombre de Avaroa y las Fuerzas Armadas realizaron allí una gran parada militar, con la presencia de regimientos y batallones de artillería, infantería, caballería e ingeniería, así como de la Fuerza Aérea, mostrando una organización militar poderosa e indestructible. En realidad, el gobierno militar trajo a La Paz la fuerza disponible de todo el país precisamente para dar ese mensaje de fortaleza. Nadie podría suponer que la Falange o el MNR intentaran enfrentar a tan poderosa maquinaria guerrera, que empero regresó a sus bases del interior en los días siguientes. Ambrosio García recuerda que en esos días radicaba en Potosí, ciudad donde tuvo un incidente con el Jefe de Policía de esa plaza, quien era dueño de una emisora y el dirigente falangista tenía un camarada propietario de otra radio. Ambos medios entraron en una interminable polémica, que llegó a su máxima expresión cuando el policía retó a García en el campo que escogiese. El falangista aceptó escogiendo el campo de la gramática, porque la nota del desafiante revelaba a un iletrado. En consecuencia, seis horas después los agentes lo buscaban para tomarlo preso, justamente en el momento en que Únzaga lo convocaba de urgencia porque se aproximaba el momento de las definiciones. Cuando llegó a La Paz, la conspiración estaba en marcha.

Seleme había logrado concentrar en la ciudad una gran cantidad de carabineros, incluyendo los que servían en las poblaciones provinciales paceñas, totalizando 2.500 efectivos, con el pretexto de darles “cursos reglamentarios”. La sensación de poderío militar en homenaje a Eduardo Avaroa, se había evaporado al retornar los regimientos a sus bases en el interior. De manera que en ese invierno de 1952, en la ciudad de La Paz sólo estaban 400 cadetes del Colegio Militar, 600 oficiales y soldados del Regimiento Escolta “Lanza”, 240 oficiales y soldados del Batallón de Ingenieros y 350 hombres del Ministerio de Defensa, Arsenales e Instituto Geográfico Militar. [164] El 2 de abril, Seleme apareció muy exaltado en la casa donde se reunían los movimientistas. Le habían informado que Siles Zuazo y Sanginés Uriarte conspiraban con el Gral. Torres Ortiz. Se calmó cuando Siles le reiteró su lealtad, asegurándole que, consumado el golpe, Seleme y no otro será el Presidente. Pero también le dijo que tenía informes de que Seleme continuaba conspirando con Únzaga de la Vega, por lo que le exigió ingresar al MNR. El juramento se produjo la noche del domingo 6 de abril.[165] Se decidió que el golpe, con participación del MNR y FSB se daría el sábado 12. Pero FSB no lo sabía. Lo pasmoso fue que un día antes de su juramento político, el sábado 5, el Gral. Antonio Seleme se reunió con Oscar Únzaga y otros falangistas, entre los que estaba Ambrosio García, quien relata lo sucedido.  “Seleme le pidió a Únzaga reunirse con un grupo de falangistas para compartir ideas. Fue en la casa de un camarada en Miraflores, quien hizo preparar una cena. Cuando llegó Seleme eran 13 comensales y Únzaga, que era supersticioso, me pidió que llame a otros camaradas, pero como era sábado, nadie se encontraba en sus casas. Recuerdo que en esa cena, que fue muy cordial, Seleme levantó su copa y dijo “camaradas falangistas brindemos porque el próximo sábado estaremos todos juntos en Palacio de Gobierno”. En esa cena se decidió que la revolución sería el Sábado de Gloria,

12 de abril. Hasta ese momento nosotros no sabíamos que Seleme hubiera tenido relación con el MNR.” Pero el domingo 6 al medio día, el Ministro de Trabajo, coronel Sergio Sánchez le dio un informe al Presidente Ballivian: Seleme iba a dar un golpe con el MNR. ¿Cómo con el MNR si Seleme persiguió a los movimientistas y los tiene acorralados? Además, ¡Seleme era su compadre!. Aún con dudas, el lunes 7, Ballivián tomó medidas precautorias y convocó a una reunión de gabinete para el martes 8 de abril. Ese día fue como otro cualquiera. El comercio atendió normalmente y cerró temprano por el intenso frío invernal. Las salas de cine empezaban la función de tanda, en momentos en que se desarrollaba una poco agradable reunión de gabinete en el Palacio Quemado, en la que el Presidente Ballivián pidió la renuncia de todos sus ministros. Los ministros renunciaron verbalmente, a excepción de Seleme que al término del gabinete dimitente se quedó conversando con Ballivián. Para sorpresa del edecán del Presidente, la reunión terminó en calurosos abrazos y recíprocos juramentos de lealtad y admiración.[166] Seleme fue al Ministerio de Gobierno y la Policía, Cnl. Aliaga, ordenándole efectivos de carabineros en La Paz. Ballivián había rechazado la orden de Policía. Eran las 19.30 del martes 8.

convocó al Comandante de el acuartelamiento de los Agregó que el Presidente ascensos y destinos de la

A las 21.00, Seleme se reunió con los miembros del Comando Revolucionario del MNR. “Nos vamos a la revolución”, les dijo y obsequió un revolver a Hernán Siles. Confirmó que FSB tenía que participar de la revolución. Alrededor de las 22.00, en la esquina de las calles Chaco y Reseguín, zona de Cristo Rey, dos centenares de movimientistas cayeron presos de Donato Millán, el furibundo jefe de la policía política de Seleme. Enterado éste, ordenó la inmediata libertad de

los detenidos con un agregado desconcertante para Millán: “deles armas” (¿?). En la casa de Únzaga, en San Jorge, los falangistas estaban en estado de emergencia ante la posibilidad de que en cualquier momento se adelantaran los acontecimientos. Un periodista había captado la crisis de gabinete y le pasó al dato. A eso de las 23 obligaron a Únzaga para que vaya a dormir porque estaba insomne por segunda noche. Un grupo numeroso de falangistas esperaba en el local de su partido en la calle Loayza. Dejamos el relato a Ambrosio García: “Me encargaron recibir las informaciones y atender el teléfono. Poco antes de la media noche recibí el llamado telefónico de un oficial amigo, quien me dijo que estaban repartiendo armas a la gente del MNR en el Estadio, lo cual me sorprendió porque no sabíamos que el MNR estaba en trajines subversivos. Minutos después tocaron el timbre. Era el Gral. Seleme y parecía que estaba solo. Lo hice pasar y mientras unos camaradas iban a despertar a Únzaga, yo me quedé conversando con el General y le conté de la llamada del oficial informando que estaban repartiendo armas a gente del MNR. Seleme quedó sorprendido y dijo que eso no era cierto ya que todo estaba bajo su control porque él era el Ministro de Gobierno. Yo le creí, pero el General estaba tan nervioso que me pidió disculpas, sacó su pistola y la puso en el asiento porque le incomodaba, aunque yo deduzco que la sacó para tenerla a mano en caso de que pasara algún imprevisto. Continuamos con nuestra charla hasta que apareció Únzaga con otros camaradas. Yo referí la llamada del oficial, Oscar le hizo la misma pregunta a Seleme y este volvió a negar tal posibilidad señalando que controlaba la situación ya que era Ministro de Gobierno. Nosotros no podíamos comprobar si la llamada era cierta, entonces pasamos a otro tema, hablamos del golpe del próximo sábado, con lo cual terminó la reunión y Seleme se marchó. Era más de medianoche. Yo deduje que Seleme venía a comunicarnos algo que al final no se atrevió a decir y le comenté a Únzaga que Seleme estaba nervioso y sacó la pistola para tenerla a

mano. Pero Oscar me dio una palmada en la espalda y me dijo en tono de broma “el nervioso sos vos”.    Desde las cero horas del miércoles 9 de abril, 2.500 carabineros se desplazaron por la ciudad de La Paz. En el despacho del Ministerio de Gobierno, a media cuadra de la Plaza Murillo sobre la calle Junín, Siles Zuazo analizaba detalles revolucionarios con su gente. ¿Cómo reconocerse con los falangistas? ¡Habrá que utilizar brazaletes y algún santo y seña! Además, ¿cómo se organizará el nuevo gobierno? Los movimientistas nunca habían hablado con los falangistas de esas cosas ya que ni siquiera habían conspirado juntos. Entonces Siles decidió ir en busca de Únzaga.[167] Volvemos a Ambrosio García: A las 2 a.m. tocan otra vez el timbre. Eran Hernán Siles y el Gral. Gral. Edmundo Nogales. Pasaron y me dijeron que querían hablar sólo con Únzaga. En ese preciso momento el Gral. Seleme llamó a Únzaga para decirle que evidentemente esos dos señores estaban con él y que no dudara de lo que le iban a decirle. Media hora después Siles y Nogales se fueron. Únzaga nos reunió para informarnos que la revolución ya había empezado, que era con el MNR y que teníamos plazo hasta las 5:30 a.m. para sumarnos a ella. La presencia del MNR en la revolución era para nosotros una novedad. Únzaga le había preguntado a Siles ¿para qué se haría la revolución?, agregando que no creía en cambiar de Presidente de la República sólo porque sí. Insistió en que se debía concertar previamente un programa mínimo de gobierno. Y por último le dijo que no se podía decidir algo tan trascendental, como cambiar un gobierno por las armas, sin saber para qué se lo hacía. Pero los visitantes le dijeron a Únzaga que la revolución ya estaba decidida, la gente estaba en las calles y la ciudad prácticamente tomada. Según los escritores del MNR, Únzaga quiso saber en ese momento cuántos ministerios le tocaba a FSB y al responder Siles que cuatro a lo sumo, el jefe falangista dio marcha atrás. Pero Ambrosio García niega tal situación.

Yo llamé a más de 25 camaradas, entre ellos al general Bilbao Rioja, Stumpf, Sejas, Alfredo Flores, Roberto Zapata, Dick Oblitas, Antonio Anze, Víctor Hoz de Vila y otros y los cité a la casa de Gonzalo Romero, en la calle Hermanos Manchego. Allí Únzaga informó de las visitas primero de Seleme y luego de Siles y Nogales. La sensación que teníamos todos era que habíamos sido engañados, porque Seleme apareció a medianoche y se fue media hora después y a las 2 a.m. llegaron Siles y Nogales a plantearnos que la revolución sería con el MNR. Nos sentimos traicionados. No había otra explicación. Si Seleme estaba con nosotros, ¿por qué no nos planteó esa situación (golpe también con el MNR) y se fue sin decirnos nada y nos mandó a sus dos aliados? Entonces Únzaga nos consultó, uno por uno, y todos los presentes dijimos que no iríamos a esa revolución. Se decidió llevar la negativa a Seleme, con la salvedad de que se pudiera abrir un paréntesis de 24 horas para que Seleme, Siles y Únzaga pudieran discutir para qué se tomaba el gobierno. Me encomendaron la misión de ir hasta el Ministerio de Gobierno para comunicarle nuestra decisión a Seleme. Entre tanto Seleme, enterado de los cuestionamientos a la revolución que había planteado Únzaga a Siles, propuso a los movimientistas: “postergar el golpe hasta el sábado”. Adrián Barrenechea replicó: “Si esperamos hasta el sábado, todo estará perdido y mañana estaremos en la cárcel”. Seleme se repuso y dijo “Tiene razón, vamos a la revolución. Venga Adrian, le entregare el armamento”.[168] Un gran contingente de movimientistas se sumó al desplazamiento de los policías, ocupando el Arsenal de la Plaza Antofagasta, repartiendo 1.500 fusiles. Más tarde ocuparon el Polvorín de Caiconi. En total se repartieron 4.500 fusiles y 450.000 proyectiles. [169] Según Seleme el Comandante del Ejército, Gral. Humberto Torres Ortiz, estaba en su domicilio aguardando su llamada para consolidar la revolución. Torres Ortiz ha dado una versión diferente: “Dormía apaciblemente cuando fui llamado telefónicamente por el Gral. Seleme. Me preguntó si no tenía alguna información referente

a una revolución. Le respondí que nada conocía. Volví a mi cama, pero a las 4 de la mañana fui despertado esta vez por un miembro de FSB que vino a mi domicilio y me comunicó que había estallado una revolución del MNR encabezada por el general Seleme. Como era tan inverosímil, le conteste que su información no merecía ningún crédito. Volví a la cama cuando fui despertado por disparos y me constituí en El Alto…” La versión movimientista es diferente: En el despacho de Seleme todos estaban de pie en tensa actividad. Seleme sacó una hermosa pistola y la puso en la mesa ante la admiración de los presentes. Sonó el teléfono, Seleme levanto el auricular y pregunto quién llamaba. “Soy el Gral. Torres”, fue la voz que se identificó. Seleme también dijo su nombre y cuando esperaba el apoyo de su interlocutor sólo escucho palabras violentas y el anuncio de que el Ejército se oponía a la revolución y actuaria en su contra. Seleme reaccionó y cuando se producía un enérgico cruce de palabras se apagó la luz y la habitación quedo a oscuras con todos los paralogizados asistentes alrededor de la mesa. “Si, si… no, no… de ninguna manera… no es posible que tu…”, decía Seleme en voz alta y tono militar. El apagón duro alrededor de un minuto y volvió la luz cuando Seleme daba por terminado el violento dialogo y colgaba con brusquedad el aparato. “Torres no entra a la revolución” dijo, pero a la vez dio una mirada en busca de su pistola la cual había desaparecido.[170] Volvamos al relato de Ambrosio García: A las 5 a.m. me puse en marcha y fui a la avenida 6 de Agosto en compañía de un camarada. Al poco rato pasó un jeep de Tránsito que conducía Ángel Seleme, hermano del General. Cuando pasamos por la Universidad vimos a los policías tendidos con sus ametralladoras. Llegamos a la esquina de El Diario y había otro contingente de policías y como todos conocían a Ángel lo dejaban pasar. De esa manera llegué al Ministerio (calle Junín, a media cuadra de la Plaza Murillo) que estaba iluminado con mucha gente. Seleme al recibirme en su oficina ordenó que todos salieran. Me

invitó un cigarrillo y le dije que traía la respuesta, transmitiéndole la posición de FSB: 1) Era preciso determinar para qué se iba a tomar el gobierno. 2) Se necesitaba por lo menos una reunión para convenir los lineamientos que seguirían el nuevo gobierno, porque no era cuestión solamente de tomar el poder sin saber para qué. 3) Pregunté qué presencia tendría cada partido en el nuevo gobierno. 4) Pedí un paréntesis de 24 horas para discutir estos problemas, de lo contrario la Falange no ingresaba a la revolución. Seleme saltó de su asiento y me dijo que eso no era posible porque la revolución ya estaba en las calles, la ciudad ya estaba tomada y lo único que teníamos que hacer era aceptar. El gabinete que tenía pensado Seleme estaría integrado por cuatro militares, cuatro falangistas y cuatro movimientistas. Seleme agregó que como la Falange era más amiga de los militares tendrían más fuerza que el MNR. Como yo no tenía facultad para negociar, me limité a transmitir la posición de FSB ya expresada, de manera que si no había el paréntesis de 24 horas, no había vuelta en nuestra decisión. El General llamó a su hermano Ángel y le dijo que me lleve donde yo quisiera. Como la revolución estaba consolidada, ya no había más vueltas. El capitán Walter González Valda, Jefe de Operaciones de la Policía, cuyo liderazgo era visible en esas primeras horas revolucionarias, ya había tomado el sector de la plaza Avaroa en Sopocachi, sostuvo un fuerte enfrentamiento armado con la guardia del Ministerio de Defensa y a poco tomó el Cuartel de San Jorge. A pocos metros del Palacio Quemado, Hugo Peláez Rioja dijo, por Radio Illimani: “Habla la voz del MNR. La revolución ha triunfado en todo el país”. Pero el Comandante del Ejército, Gral. Torres Ortiz no creía que la revolución hubiera triunfado y desde la base aérea de El Alto organizó sus fuerzas en plan de retomar la ciudad en una táctica envolvente desde la periferia, ya no para derrocar a un presidente, Ballivian, sino para impedir que Seleme lo sea: cercar La Paz con seis unidades, dos de Viacha, una de Achacachi, otra de Corocoro, otra de Colchaca y una más de Guaqui. Si alcanzara sus objetivos, Torres sería el nuevo dueño del poder. Las unidades del interior

empezaron a moverse en la indecisión. Hasta la víspera estaban con la Junta Militar de Ballivián; esa madrugada dudaban entre apoyar a Seleme o Torres Ortiz. Radio Illimani siguió divulgando mensajes por medio de Hugo Paláez y Guillermo Mariaca Escuchada la trasmisión en Oruro empezó la movilización. Dos enviados del MNR, Manuel Barrau y Mario Torres, estaban reunidos en la casa de Carlos Montellano con los miembros del Comité Revolucionario de Oruro (CRO), entre ellos Zenón Barrientos Mamani. La primera decisión fue enviar a la mina San José al universitario Raúl Rivera para anunciar la revolución en marcha y pedir el concurso de los mineros. Pero estos, pensando que Rivera estaba loco, lo eludieron indiferentes. Pero en el centro de la ciudad un grupo marchaba rumbo a la Prefectura, donde el Prefecto se resistía a dejar el puesto y esperaba la reacción del Jefe de la Región Militar, Gral. Jorge Blacutt, quien se había comprometido con el Gral. Seleme y minutos antes había hablado telefónicamente con él, confirmando su posición favorable a la revolución. De modo que el Gral. Blacutt y los movimientistas tomaron la Prefectura, salieron a los balcones y proclamaron la revolución en enérgicas arengas de Montellano y el propio Blacutt. En La Paz, los oficiales del Batallón “Gral. Román” de Ingeniería se hicieron presentes en su cuartel al mando del capitán Julio Sanjinés Goitia, sumándoseles todos los oficiales alumnos de la Escuela Militar de Ingeniería. Allí estaban jóvenes militares de gran ascendiente, entre otros los subtenientes Alberto Natusch y Andrés Selich Chop.[171] Recibieron la misión de ocupar el Parque Forestal (Botánico) y avanzar hacia el monoblock de la Universidad. Antes de entrar en acción, el Cap. Sanjinés se dirigió a la tropa compuesta por bachilleres, muchos de ellos simpatizantes del MNR. De ninguna manera se les ordenaría pelear contra su propia gente, quedando en libertad de abandonar el cuartel o quedarse a resguardar los equipos. Se quedaron varios, entre ellos Jorge Gallardo Lozada y Fernando Baptista Gumucio.[172]

El hermano de este último, Mariano Baptista, de apenas 18 años, y su amigo Javier Lorini, estuvieron entre quienes cayeron presos de Donato Millán, horas atrás, cuando pensó aliviado que allí terminaba todo, de manera que grande fue su desazón, cuando sus captores les repartieron fusiles y entraron en la lucha armada. Corrieron, dispararon, se protegieron del fuego enemigo, tomaron una radioemisora y en medio del combate, Javier recibió un balazo. Consternado, Mariano lo llevó a una clínica, lo vio agonizar y murió en sus brazos. En Oruro sucedió lo imprevisto. Los revolucionarios, dueños del poder en la Prefectura, hacían planes para consolidar la situación convocando a los mineros, cuando el Gral. Blacutt recibió una llamada telefónica. Era su esposa: ¿Qué estás haciendo ahí…? Seleme está preso y Ballivián en el poder con apoyo de Torres Ortiz. ¡Estás en el bando perdedor! ¡Sal de ahí inmediatamente…!  Abochornado por su falta de cálculo y sin atinar a tomar una acción, Blacutt volvió al salón donde estaban los revolucionarios. Les dijo que era menester sumar sus soldados a la revolución, trasladándose todos al Regimiento Camacho, al que sólo ingresó el General, conformándose una multitud en los exteriores. Inesperadamente, desde el cuartel empezaron los disparos provocando la muerte de muchas personas. El resto buscó protección, para luego atacar el regimiento. Pero ya se habían sumado los mineros y el combate se prolongó por varias horas cobrando cientos de víctimas. En La Paz, el Presidente Ballivián, que vivía al final de la calle Yanacocha, se movilizó en un automóvil en compañía de su hijo, llegando hasta la Plaza Murillo.[173] Un oficial les dijo que el Palacio había caído en manos de los movimientistas. En realidad, la casa de gobierno, tomada muy temprano por Mario Sanginés Uriarte, estaba custodiada “por un futbolista y una peluquera”[174]. Ballivián, que desconocía ese detalle, se replegó al Colegio Militar.

Se ignora si el Gral. Ballivián tomó contacto con el Gral. Torres Ortiz. En todo caso, y con la fuerza militar de su parte, el Comandante del Ejército se creyó dueño de la nueva situación política en Bolivia. Y había una alta probabilidad de que ello ocurra. Si este nuevo presidente militar iba a gobernar con civiles, una alta probabilidad señalaba que estos tendrían que ser falangistas. Aunque no ha quedado un testimonio en firme que corrobore esa posibilidad política, de alguna manera la sugiere el falangista Hugo Alborta, entonces un joven de 20 años: “Recibí una llamada de Tito Maldonado, indicándome que el partido había dado instrucciones de ir contra la revolución de Seleme. En ese momento los movimientistas estaban desarmando a los soldados en el Club Los Sargentos y era preciso retomarlo. Tito me proporcionó una pistola, con varios camaradas ingresamos al club, redujimos a los movimientistas, liberamos a los soldados, recuperamos sus armas y nos dirigimos todos al Colegio Militar. Nos dieron uniformes y nos incorporamos al batallón de cadetes, participamos de una gran balacera en Obrajes y cuando ordenaron replegarse fui herido con cinco impactos. Actuamos a las órdenes del capitán Francisco Céspedes, cuya suerte se definió ese día pues murió dos años que después en Curahuara de Carangas, al cruzar el Sajama en plena fuga.”[175] Paradójicamente, otra parte de la militancia falangista, también en armas, insistió en ser parte de la lucha a favor de la revolución de Seleme y el MNR. Así lo testimonia Jaime Tapia Alípaz: “Recibimos la orden de Únzaga, a través de Antonio Anze Jiménez, de replegarnos porque éramos ajenos a esa revolución. Sufrimos una gran decepción. Cada uno de nosotros contaba con aproximadamente diez hombres todos armados y dispuestos a actuar en el objetivo que se nos indicara. Nos retiramos muy amargados porque vimos que teniendo el santo y seña para tomar la Escuela de Policías, allí entraban los movimientistas. Más tarde nos volvimos a reunir y exigimos a Anze Jiménez interceder ante

Únzaga para permitirnos participar en la revolución, pero la negativa fue permanente…”[176] Los aviones de la fuerza aérea dejaron caer miles de volantes intimando a los alzados (policías y movimientistas) para que depongan su actitud. Empezó el fuego de artillería sobre los barrios obreros y artesanales -Villa Victoria, Cementerio, Pura Pura- donde actuaba el MNR. El Batallón de Ingenieros recuperó el Cuartel de San Jorge poniendo en fuga a los carabineros, desplazando una columna al monoblock de la UMSA y otra a la calle Landaeta, tomando control de Sopocachi, aunque con decenas de bajas en ambos frentes. Cadetes y efectivos del Regimiento Lanza combatieron en Miraflores logrando consolidar su presencia. Los disparos se escuchaban en toda la ciudad. Se combatió todo el día, sumando las bajas a cada minuto. Gastón Velasco, hombre del MNR, apelaba a sus amigos en el comercio para reunir pan, gaseosas y cigarrillos para los combatientes. La inesperada reacción del Gral. Torres Ortiz bajó los ánimos de los jefes revolucionaros. El subteniente David Padilla Arancibia relata el momento: “Incorporado al regimiento Pérez, a las 18 del 9 de abril se nos ordenó movilizarnos a la zona de Achachicala. Desde allí hostigamos sobre la ciudad sin luz…” El Gral. Seleme, angustiado por su fracaso y un inminente baño de sangre, propuso el cese de hostilidades y la mediación del Nuncio Pignedoli, quien hizo llegar a Torres un documento proponiendo la formación de una nueva Junta Militar y la convocatoria de elecciones generales en cinco meses. Pero el prelado fracasó en su mediación. Al anochecer del 9 de abril la revolución parecía haber fracasado. Por radio Illimani, el Gral. Seleme anunció su disposición a renunciar. En la universidad paceña, donde los movimientistas habían establecido su cuartel general, se vivió una noche triste. Siles llamó al Gral. Torres, pero sólo logró hablar con el coronel Luis Mariaca quien lo trató de sedicioso y le anunció que al día siguiente

ordenarían fuego hasta el aniquilamiento total de los golpistas. Siles les dijo a sus compañeros que se preparen para luchar calle por calle, casa por casa y buscó refugio. Seleme decidió trasladarse a la Nunciatura para convocar allí a Torres Ortiz y acordar una tregua. Pero el Nuncio le pidió que se abstenga de hacerlo porque en esa sede diplomática están asilados varios miembros de la Junta Militar derrocada por el propio Seleme. Le aconsejó dirigirse a la Embajada de Chile que está cerca. A las 03.00 a.m. del jueves 10, desde la Embajada de Chile, el Gral. Seleme envió una carta al Dr. Siles renunciando a la conducción de la revolución y entregándole la dirección de la misma. No sabía que Siles se encontraba a dos cuadras, en el tumbado de una casa de la avenida 20 de Octubre. Sopocachi estaba bajo control de uniformados opuestos a la revolución, arengados desde los balcones de las embajadas por los ex ministros de la Junta Militar que empero no renunciaban a la seguridad que les daba el cuerpo diplomático.[177] Pero gente del pueblo permanecía combatiendo en las calles ajena a los temores de los revolucionarios y las estrategias de los militares. Ela Campero, una militante movimientista dejó una expresión ante la historia que explica la situación: “Combatimos más de 50 horas levantando con armas en las manos a la gente en Villa Balazo y nunca nos dimos cuenta de que podíamos ser derrotados, tal vez porque estábamos dispuestos a morir por nuestros ideales”. [178] El Gral. Torres había movilizado 3.420 efectivos contra 2.500 carabineros y un número indeterminado de combatientes irregulares, donde ciertamente hay algunos falangistas que ignoran los tejemanejes políticos. El 9 de abril se dio esa paradoja: algunos falangistas luchaban espontáneamente por la Revolución Nacional y otros lo hacían en contra. El Jefe de Operaciones de la Policía, capitán Walter Gonzales, tomó la iniciativa: “Contábamos con todo nuestro potencial, teníamos la

moral alta y una tropa superior a la del Ejército, acostumbrada a las calles, curtida frente a la inclemencia del tiempo. El coronel Isaac Vincenti nos había dejado una organización funcional y un servicio de radio patrulla que nos permitía comunicarnos con todas las unidades en contados minutos y ese fue el secreto del triunfo de la revolución”.[179] Al renunciar Seleme e ingresar Siles en la clandestinidad, Gonzales Valda se hizo cargo de la revolución y formó un nuevo comando revolucionario decidido a todo. Atacó con los carabineros los puestos militares dispuestos por el Ejército en El Alto, secundado por los mineros de Milluni tomó la Base Aérea y una vez que la dejó a cargo del capitán René Barrientos Ortuño, quien se había plegado a la revolución, el capitán González retornó a la ciudad para continuar la lucha, mientras Juan Lechín y sus seguidores recorrían la ciudad combatiendo y más trabajadores se plegaban. Pero los cadetes del Colegio Militar y los efectivos del Regimiento Lanza habían consolidado su presencia en Miraflores, el Regimiento Pérez se descolgaba por Tembladerani hacia Sopocachi y al llegar al Montículo se escenificó un combate sangriento en el que cayó herido en la pierna el subteniente David Padilla. Entre tanto el capitán Julio Sanjinés retomó el control de la mitad del eje central de la ciudad, desde San Jorge hasta El Prado. Era una virtual guerra civil. El Gral. Torres Ortíz empleó a fondo todas sus fuerzas para dar el golpe final. La artillería hizo fuego desde la ceja de El Alto. Pero el ataque a la ciudad con los regimientos “Avaroa”, “Pérez”, “Bolívar”, “Sucre” y la Escuela Técnica, que pudo ser definitorio, tuvo escaso efecto porque la tropa era primeriza, cundiendo el desorden y la indisciplina. Varios oficiales desaparecieron de sus puestos de mando, la moral combatiente era baja, mientras los civiles y policías luchaban para vencer o morir, sabían que su suerte sería terrible si acaso perdían la partida y estaban indignados por el cañoneo sobre el Cementerio y la Estación Central. El ruido era estremecedor. Se

combatía en toda la ciudad. Los militares tenían las de ganar, pero nada estaba definido aún. Son esos momentos de la historia que se definen por el valor de los hombres, cuando el valiente, a pesar de sentir miedo, es capaz de seguir adelante. Si horas antes el Gral. Seleme se asiló y el Dr. Siles buscó refugio desesperado, ahora al temor hacía presa del Gral. Torres Ortiz, quien ordenó el repliegue de sus fuerzas, dejando el campo al capitán González Valda y a Lechín Oquendo. Los revolucionarios en la universidad percibieron que la suerte se dio la vuelta una vez más y mandaron a buscar a Siles Zuazo. Bubby Mariaca lo encontró en su refugio de la 20 de Octubre, asegurándole que aún había una oportunidad y Siles retomó la jefatura. Entre tanto el falangista Daniel Delgado se dio cuenta de lo que sucedía y llamó a Seleme a la embajada chilena. “¡Sal de ahí! ¡qué haces que no sales!”. El General dijo que ya salía, pero no lo hizo. El último combatiente contra los movimientistas, capitán Julio Sanjinés Goitia, que estuvo a punto de vencer a los revolucionarios, se replegó con sus efectivos al Colegio Militar donde permanecía el ya ex Presidente Hugo Ballivián. Los cadetes decidieron plantar allí en Irpavi la resistencia final. Entre ellos estaba el joven Teniente Hugo Banzer Suárez. El comandante militar de Oruro, Gral. Blacutt, que inicialmente se plegó al golpe del Gral. Seleme y luego se dio la vuelta combatiendo contra los mineros, logró burlar el asedio minero, ganar la pampa y avanzar hacia La Paz. En el resto del país la situación estaba en calma. Walter Guevara tomó la Prefectura de Cochabamba, luego la retomaron los militares. Conscientes de que ellos no torcerían el curso de los acontecimientos, hicieron un pacto de caballeros. Si la revolución triunfase, los militares se irían a sus cuarteles en paz, de lo contrario los movimientistas desaparecerían del mapa.[180]

El Nuncio, que había pedido dramáticamente la paz, al fin pudo concertar una entrevista entre el Dr. Siles y el Gral. Torres en el pueblo de Laja. La situación era confusa. Unos creían que el Comandante del Ejército fugaba al Perú, otros pensaron que era el jefe de la revolución el que se exiliaba. A las 13.30, Siles y Torres se enfrentan cara a cara. La última vez que estuvieron juntos conspiraban para derrocar a la Junta Militar. Ahora debían resolver sus diferencias al cabo de 60 horas de combate y centenares de muertos. Ignoran del ataque y saqueo de establecimientos militares que se estaba produciendo en la ciudad, ambos argumentaban. Torres era más elocuente: “no pude concebir que el enemigo más enconado del MNR encabezara una revolución de ese partido… mi mayor preocupación ha sido sustraer a la institución militar de toda injerencia política…de ninguna manera cometería la locura de persistir en una situación que se está tornando trágica para el país… estoy en perfecto acuerdo en una próxima junta integrada solo por civiles…”. Se firmó el “Acta de Laja”, sin vencedores ni vencidos, estableciendo que Siles presidirá una Junta de Gobierno para convocar a elecciones en cinco meses. La revolución ha triunfado.





XI - CADENA DE TRAICIONES (1952)

E  

n esos días revolucionarios de abril, Oscar Únzaga fue testigo de una realidad desconcertante: los sucesos políticos en Bolivia seguían una ruta crítica en la que resultaba determinante la voluntad humana, el temperamento de los protagonistas y, por cierto, el inescrutable azar. Vencía la obstinación popular a pesar de estar perdiendo la batalla. A Laja habían acudido un general (Torres Ortiz) y un abogado (Siles Zuazo), el primero sintiéndose derrotado, sin estarlo realmente y el segundo, incrédulo de su victoria. Tenían razón ambos. No era verdad que el Ejército fue batido por revolucionarios y policías; lo que sucedió fue que el comando militar, sin haber disparado el último cartucho, ignoraba que podía vencer y le faltó el coraje para seguir adelante. De modo que ganó quien tembló menos. Únzaga no olvidaría nunca la lección: ni con la muerte concluye la batalla… Jorge Siles Salinas dice al respecto: “Creí estar ante la irrupción de fuerzas jóvenes que traían ideas de renovación patriótica y me alegré cuando triunfó el golpe del MNR. Felicité a Hernán con gran sentimiento de hermandad; fue un conductor muy valeroso y la revolución en La Paz se impuso gracias a él”. El 11 de abril de 1952, en el barrio de San Jorge de La Paz, donde vivía Oscar, se abrió un cuarto intermedio para ver el curso que tomaban los acontecimientos. Había en esos hombres cierto sentimiento cercano a la simpatía por la revolución victoriosa, mezclado con la ácida sensación de la traición de Seleme, quien había perdido la oportunidad por su conducta errática en los sucesos recientes, mientras el Gral. Torres Ortiz cruzaba el Desaguadero. En 48 horas, la historia había dado un vuelco sorprendente. Únzaga se comunicó por radio con Marcelo Terceros en Santa Cruz, quien le confirmó que los seguidores del Gral. Froilán Calleja, celebraban el triunfo de la revolución. Enrique Achá confirmó desde Cochabamba que grupos movimientistas, liderados por Walter Guevara, tomaron la Prefectura y la Alcaldía, mientras las

fuerzas militares permanecían acuarteladas. En las dos ciudades nadie disparó un tiro. En Buenos Aires la emoción y la desconfianza se confundían entre los exiliados ante los hechos consumados, que no habían siquiera imaginado hasta la víspera. La rivalidad entre las facciones proclives a Paz Estenssoro y Siles Zuazo les hacía temer que quienes arriesgaron el pellejo en las calles de La Paz se quedarían con la parte del león. El jefe de la revolución bajó a la ciudad llevando consigo el papel firmado en Laja. Llegó a la Dirección General de Policías alrededor de las 15 de ese Viernes Santo, seguramente el menos santo en el historial paceño. En la hora de la celebración con pisco y cerveza, no importaba el espectáculo aterrador de los muertos apilados como leños en las puertas de los hospitales. Ante los integrantes del comando revolucionario, aún con sus “fusiles humeantes”, Siles presentó el documento que iba leer frente la multitud en los próximos minutos, asumiendo la Presidencia interina de la República por un lapso de cinco meses para luego convocar a elecciones generales. Aquello los dejó perplejos. ¿Cómo cinco meses, si ya tenían todo el poder revolucionario sin límite de tiempo? ¿Cómo podía el Dr. Siles someterse a un acuerdo con los derrotados e instalar una junta de gobierno que sólo permitiría retrasar la revolución posibilitando el rearme de los vencidos o, en el mejor de los casos, derivar el poder a quienes no hicieron la revolución? Aquello no tenía pies ni cabeza. El ex falangista Alfredo Candia le arrebató el papel diciéndole: “No lo leas, vas a recibir una silbatina atroz”. Todos protestaron, pero había un criterio en común: “¡hemos vencido!”. No pasó por alto la insinuación de Lechín para que se entregue la presidencia al Gral. Seleme. Pero el siguiente paso sólo podía definirlo el propio Siles, quien tenía en su consciencia el peso de la victoria, pero también el acuerdo al que había llegado con el Ejército: la pacificación del país con el retiro de las unidades militares de las calles, su presidencia

interina y la posterior convocatoria a nuevas elecciones. ¿Cómo obrar cumpliendo su palabra sin dejar de ser revolucionario? “En esa hora trascendental, nadie sabía siquiera quien iba a ser el Presidente, si Seleme (que lo habría sido si no se asilaba) o Siles o Paz, ni quienes iban a ser ministros…”, según afirmación de Federico Álvarez Plata.[181]  La comitiva salió del comando policial en la calle Junín, y recorrió a pie los 120 metros hasta el Palacio Quemado bajo control de combatientes que aclamaron al Dr. Siles. Subieron al Salón de los Espejos junto a los miembros del comando revolucionario, del comité político y del comando departamental del Movimiento Nacionalista Revolucionario. Rápidamente se organizó el acto. El ex falangista Álvarez Plata, secretario ejecutivo del MNR convocó a Hernán Siles Zuazo y utilizando por primera vez la fórmula “juráis por Dios, por la Patria y por los mártires de la Revolución Nacional…” posesionó al Presidente de la Junta Revolucionaria, cuyo acto inaugural fue nombrar al “primer funcionario de la Revolución Nacional”, Mario Sanginés Uriarte, Secretario Privado de S. E. Lo siguiente sería designar al gabinete ministerial. A dos cuadras, el Alcalde a.i. de La Paz, Gastón Velasco, procuraba dejar atrás la violencia apelando a la fe religiosa. Había logrado poner a buen recaudo a su antecesor, Eduardo Sáenz García, asilándolo en el convento de San Francisco, para luego entregarse a la tarea de dar sepultura a los muertos tras 48 horas de batalla. Agotadas las existencias de ataúdes en las funerarias paceñas, apeló a cajones artesanales en los pueblos provinciales cercanos. Las listas de bajas eran inacabables. Nunca en la historia boliviana hubo una acción revolucionaria más sangrienta. A diferencia de lo sucedido el 15 de enero de 1871, cuando el pueblo paceño se rebeló contra Mariano Melgarejo enfrentando a su ejército en una lucha de 12 horas que cobró más de 1.500 vidas, entre el amanecer del 9 y la mañana del 11, cuando el último contingente de cadetes recibió la orden de replegarse de Sopocachi, las balas y morteros habían segado vidas en número que jamás sería establecido con

exactitud. Sólo en Oruro al menos 500 combatientes habían perdido la vida y quienes estuvieron allí aseguraron que se enterraron dos y tres cuerpos en su sólo cajón. El Departamento de Estado de los Estados Unidos calculó cuatro mil bajas en La Paz, entre muertos y heridos.[182] Pero ese Viernes Santo de 1952, sin camaroncillo, cochayuyo ni bacalao, Gastón Velasco tenía otra urgencia: atemperar los espíritus aún enervados por el combate fratricida y para ello nada mejor que la Iglesia, en el día en que se recordaba la muerte de Cristo en la cruz, conservando, además, la tradición católica. De modo que Velasco presionó el timbre del Arzobispado para pedir al claretiano Monseñor Abel Isidoro Antezana presidir la procesión del Santo Sepulcro junto al Presidente Siles Zuazo. Como nadie acudía al llamado y la puerta estaba sin seguro, ingresó llamando en voz alta. El Arzobispo Antezana, quien en la víspera había suplicado de rodillas que los bandos en pugna depongan las armas, salió a su encuentro y le espetó con gesto amargo: ¡Qué han hecho… comunistas! ¡No tienen perdón de Dios por tanta sangre derramada…!  La revolución empezaba enfrentada al clero. Fue imposible que Gastón Velasco convenciera al religioso y lo máximo que obtuvo fue que el Presidente Siles llevara el guión al lado del Padre Jorge Manrique, segundo en la jerarquía eclesiástica paceña. De manera que Siles abandonó momentáneamente el Palacio para ponerse a la cabeza de la procesión que cubrió el recorrido entre la Iglesia de Santo Domingo y La Merced. Fue para el presidente interino sólo una tregua; la parte más difícil, inclusive peor que el combate, vendría al momento de integrar el gabinete, la distribución del poder. Muchos combatientes, patentizando su condición con el fusil al hombro y la barba sin rasurar, esperaban un justo premio, entre ellos los carabineros que exigían una cuota equivalente a su esfuerzo. Siles quería un gobierno de transición y Lechín quería ir a la nacionalización de minas, lo que debía expresarse con una alta presencia obrera en el

gobierno. La lucha hasta esa mañana fue por la revolución, ahora era por las pegas. Por un lado Lechín, Méndez Tejada, Chávez Ortíz, Requena, por otro los operadores de la revolución, Hugo Roberts y Alfredo Candia, de militancia anticomunista, y en medio de ellos el jefe de la revolución, Dr. Siles Zuazo, a quien acompañaban Álvarez Plata, Sangines Uriarte, Adrián Barrenechea y otros. De Paz Estenssoro nadie se acordó, como corroboran los relatos de los actores de tales sucesos que escribieron sobre los mismos. “Dr. Walter Guevara Arze, Ministro de Relaciones Exteriores; Coronel de Carabineros César Aliaga, Ministro de Gobierno; General de Ejército, Froilán Calleja, Ministro de Defensa, Dr. Federico Álvarez Plata, Ministro de Economía; Dr. Hugo Roberts, Ministro de Prensa y Propaganda; Dr. Federico Gutiérrez Granier, Ministro de Hacienda; Dr. Guillermo Alborta, Ministro de Agricultura y Ganadería; Sr. Adrián Barrenechea, Ministro de Obras Públicas…” Cuando Siles anunció “Juan Lechín Oquendo, Ministro de Trabajo”, el aludido reaccionó indignado señalando que no buscaba cargos y lanzó un ultimátum: nacionalización de las minas o abandonaba la reunión. Ni Siles ni la mayoría de los combatientes querían tratar en ese momento la nacionalización de las minas pues plantearla en la oposición era una cosa, pero llevarla a cabo en el gobierno otra muy distinta. Era un compromiso moral de la revolución para con los trabajadores mineros, pero había que hacerla con seriedad y responsabilidad, una vez consolidado el nuevo gobierno. Al escuchar opiniones contrarías a tal posibilidad, Lechín perdió la paciencia y poniéndose de pie anunció que la lucha continuaba, abandonando el salón. Pero el Presidente Siles Zuazo le dio alcance: “No más sangre Juan, te ofrezco cuatro ministerios”. El gabinete quedó completo: “Juan Lechín, Ministro de Minas; Germán Butrón, Ministro de Trabajo; Mario Diez de Medina, Ministro de Educación; Ñuflo Chávez Ortíz, Ministerio de Asuntos Campesinos”. En cada juramento los ministros hicieron la señal de la cruz y los presentes el signo de la “V” de la victoria.[183]

Esa noche los revolucionarios pudieron dormir en sus camas. Quienes no pudieron hacerlo fueron los periodistas de LA RAZÓN, primeras víctimas del nuevo estado de cosas. La intolerancia a las opiniones diferentes, característica común a todas las revoluciones, hizo blanco de ese periódico, en ese momento el mejor de Bolivia y uno de los más importantes del continente, no sólo por su capacidad gráfica instalada en un moderno edificio de El Prado, sino por la calidad profesional y humana de sus redactores. Habían pasado por su dirección personajes como el poeta Nicolás Ortiz Pacheco, el luego notable biógrafo Alfonso Crespo y don Guillermo Céspedes Rivera; figuraban entre sus columnistas Walter Montenegro y en su planta de periodistas Hugo Alfonso Salmón, Tomás Blacutt, Augusto Gotret, Luis Martínez, Gregorio Machicado, Jorge Delgado, Alberto Crespo, Walter Villagómez, Roberto Calzadilla, Guillermo Capriles, Pastor Barrera, Luis Ramiro Beltrán e inclusive Luis Alberto Alipaz, militante del MNR. Este periódico había sido fundado y financiado por el industrial Carlos Víctor Aramayo, pero a la mentalidad moderna y progresista de su propietario le habría repugnado utilizar sus columnas para defender situaciones políticas o personales y todos coinciden en que reinaba en LA RAZÓN un ambiente de libertad, en medio del cual los periodistas recogían y publicaban noticias respaldadas únicamente por la verdad aunque, desde luego, en su página editorial se defendía una línea de pensamiento y se expresaban opiniones consecuentes, y así lo manifiesta hoy, seis décadas después, Luis Ramiro Beltrán, el único sobreviviente de esa generación de magistrales hombres de prensa. Al desencadenarse la revolución, la última edición de LA RAZÓN salió el miércoles 9 de abril. A lo largo de aquella jornada, sus periodistas junto a los de EL DIARIO y ÚLTIMA HORA, se lanzaron a las calles armados de lápices y cuadernillos, acompañados de fotógrafos, recogiendo las escalofriantes escenas de la lucha armada. Pero los de LA RAZÓN ya no pudieron ingresar al edificio de su periódico rodeado por hordas de hombres armados. Ningún diario circuló el jueves y viernes, pero ese fin de semana los

periodistas de EL DIARIO redactaron la única crónica periodística conocida sobre los sucesos revolucionarios de abril, que ganó las calles en una edición extra, gracias también al hecho de que Mario Carrasco, hijo mayor del director y propietario, tenía compromisos políticos con el MNR partido en el cual militaba, según la historia del MNR.[184] Esa edición del decano de la prensa boliviana ofreció la medida de lo que pensaban en ese momento quienes estaban con el Presidente de la República, Dr. Hernán Siles Zuazo. Entrevistado por EL DIARIO, Siles aseguró no tener ninguna concomitancia con los comunistas y anunció que su gobierno convocaría a elecciones en plazo razonable, dando pie a la afirmación de que la ausencia de Víctor Paz Estenssoro obedecía al propósito de habilitarlo para los próximos comicios. Pero el sábado de gloria, 12 de abril, la gente continuaba exaltada, la masa desafiante pretendía asaltar las casas de los caídos y grupos armados se dirigieron al Colegio Militar en Irpavi para sentarles la mano a “los pichones de la rosca”. El ex presidente Gral. Ballivián, quien permanecía allí, abandonó el lugar en compañía de su hijo, cuando la muchedumbre llegaba. Como vestía de civil pasó desapercibido, pero el embajador de Chile lo reconoció, recogiéndolo en su automóvil y brindándole asilo para una posterior salida al exilio. El Presidente Siles Zuazo reclamaba por el collar presidencial que se había quedado en casa del Gral. Ballivián, en el instante en que los cadetes repelieron el ataque de la muchedumbre armada. Ante un nuevo intento de asalto, teniendo de por medio a los padres de los cadetes que los visitaban, la actitud de Juan Lechín evitó una tragedia. Se dio una situación tragicómica en el Palacio Quemado, cuando el Gral. Antonio Seleme llegó para reclamar la Presidencia. Las versiones varían según quienes la han descrito. Mario Sanginés Uriarte, en declaración a este cronista, sostuvo que el General entró escoltado por oficiales que tiraron sus ametralladoras sobre la mesa. “¡La revolución se hizo para que sea yo el Presidente y no tú!”. Pero

el Dr. Siles, sin perder la compostura, apagó el pucho de su cigarrillo, arrojó una bocanada de humo y le respondió: “Mira Antonio, perdiste la oportunidad cuando te asilaste. Tú puedes matarme, pero ¿crees acaso que la gente que está afuera te va a reconocer como presidente? Te van a colgar como a Villarroel. Más bien te ofrezco una embajada…” Y Seleme, ya sin bríos, pidió… ¡la jefatura de adquisiciones del Ejército![185] Federico Álvarez Plata nos dio otra versión: “En determinado momento llegó el Oficial Mayor del (que fuera) Ministro Seleme y su Secretario General, José Castañón, nos anunciaron que venían en nombre del Gral. Seleme y nos rogaban que le permitiéramos hacerse cargo de la Presidencia con el compromiso de renunciar inmediatamente. Discutimos un poco, pero llegamos al acuerdo de que Seleme presentaría su carta de renuncia y nosotros le contestaríamos con otra laudatoria, resaltando sus méritos en la revolución. Ahí terminó la gestión. Pero habían otros compañeros que empezaron a moverse para persuadirnos de que nos quedáramos con el poder y dejáramos a Paz Estenssoro en Buenos Aires…” El historiador oficial del MNR, Luis Antezana Ergueta asegura que “una absurda lucha por el poder empezó a desarrollarse tan pronto se esfumaron los humos de los últimos disparos de la cruenta lucha armada que se produjo durante casi tres días. Los dirigentes del interior del país y en especial los de La Paz se consideraban como los únicos revolucionarios y que a ellos solos les pertenecía el gobierno ya que los de Buenos Aires no habían tenido participación alguna en el proceso’…”. Agrega que mientras seguidores de Siles empezaron a ocupar cargos públicos, presionaban a Siles para que permanezca en el poder por lo menos un año y luego convoque a elecciones en las que participen todos los partidos y el MNR con Paz Estenssoro. Lechín insistía en que se debía entregar al poder al Gral. Seleme. Pero, ante la presión de los seguidores del Dr. Paz, los silistas pugnaban para que se entregue el poder al ganador de las últimas elecciones (Paz) pero el 6 de agosto venidero, ocasión en la que también se instalaría el Congreso elegido en 1951, con

mayoría opositora. Todo ello debió pesar en el ánimo del jefe de la revolución de abril, Dr. Hernán Siles Zuazo, quien tomó en esas horas varias medidas expresadas en decretos que los suscribe en distinta condición, a veces como “Vicepresidente Constitucional de la República” y otras como “Presidente Provisional de la Republica”. [186]

La historia, según el MNR, señala que ese domingo 13 de abril las presiones hallaron su punto de inflexión, cuando en La Paz Lechín insistía con la inmediata nacionalización de las minas y los exiliados del MNR en Buenos Aires decidieron “marchar sobre Bolivia desde Villazón e ir avanzando sobre La Paz levantando al campesinado, entregando títulos de propiedad y ocupando los gobiernos departamentales uno por uno. Los organismos de base leales a Paz Estenssoro establecerían gobiernos locales. Además, se consideraba que Siles ya no dejaría el poder porque ya tenía gabinete y se estaba consolidando tras varios días de gobierno… La situación en el gobierno de Siles Zuazo se puso tan candente que finalmente el grupo gobernante decidió comprender la realidad. Siles Zuazo aceptó entonces dejar el gobierno en manos del Presidente Constitucional Víctor Paz Estenssoro”. Así, el lunes 14 de abril, el Dr. Siles en compañía de Martin Freudental, se dirigió a West Coast y envió un cable histórico: Víctor Paz Estenssoro, Charcas 485, Buenos Aires, Argentina. Urge tu presencia en Bolivia para asumir presidencia república. Fdo. Siles Zuazo.   Aunque el Dr. Siles hizo la revolución para que el Gral. Seleme sea Presidente, reivindicó su decisión de derivar el cargo a Paz Estenssoro “en reconocimiento a su victoria electoral 1951”.[187] Popularmente se consideró aquel gesto como servir la presidencia en una bandeja de plata a quien en realidad no la merecía. Mientras aguardaba la reacción en la capital argentina, el Dr. Siles retornó al Palacio Quemado. Reinaba el mismo ambiente revolucionario, de manera que se sintió aliviado cuando recibió al

último combatiente contrario a la revolución, el capitán Julio Sanjinés Goitia, quien había accedido a comparecer en la casa de gobierno a instancias de su amigo Mario Sanginés Uriarte. El testimonio de este militar-ingeniero es interesante: “Fui convocado por el Presidente en funciones al Palacio de Gobierno ese 14 de abril. Cuando llegué a la Plaza Murillo me pareció mirar una escena de la Toma de la Bastilla, civiles en armas disparaban al aire, los soldados con las vísceras revueltas, las puertas del Palacio Quemado y del Congreso abiertas, papeles desparramados por el suelo, vítores y mueras, creí que en cualquier momento sería atacado. El Dr. Siles, no obstante haber manifestado que ‘una de las unidades que realmente dio pelea fue el Batallón 2° de Ingeniería’, me ratificó en el mando indicando que ‘había cumplido militarmente con las ordenes que me fueron impartidas por mis superiores’…”[188] En Buenos Aires, el Dr. Paz visitó una vez más al Presidente Perón, se despidió de Evita en su lecho de enferma y retornó al país el miércoles 15 de abril para dar inicio a la Revolución Nacional. En la tripulación del avión que fue a recogerlo, pilotado por Walter Lehm, estaba el capitán René Barrientos Ortuño. Recibido como un héroe, el Dr. Paz llegó al centro cívico en hombros del pueblo e hizo un discurso flamígero luego de prestar el juramento ante Siles Zuazo. Comenzaba un tiempo de grandes cambios ansiados por buena parte del pueblo boliviano. Esa noche, Oscar Únzaga de la Vega se reunió con dirigentes de FSB para analizar la situación. La conclusión fue simple: nacía un gobierno fruto de una cadena de traiciones. El Presidente Urriolagoitia había traicionado al país al desconocer el resultado de las elecciones de 1951 y entregar el poder a una Junta Militar. El Presidente de esa Junta, Gral. Hugo Ballivián, había traicionado a sus mandantes al postergar la convocatoria a elecciones generales y anunciar una posible elección de convencionales que elegirían un Presidente. Su Ministro de Gobierno, Gral. Seleme, había traicionado a Ballivián al conspirar con FSB para tomar el poder.

Seleme traicionó a FSB para dar un golpe con el MNR. Como el Ejército enfrentó a Seleme, éste prefirió asilarse, dejando colgados a los revolucionarios. El General Torres Ortiz defraudó a los oficiales que lo secundaron, rindiéndose cuando podía ganar. Siles firmó un pacto en Laja y lo desconoció a las pocas horas. Pero, cuando la victoria coronaba sus sienes, Siles se traicionó a sí mismo buscando esa bandeja de plata para entregar el poder al Dr. Paz. El gobierno de Paz Estenssoro, fruto de esas múltiples traiciones en cadena, probablemente sería corrupto y generaría violencia para conservar el botín, pronosticó el líder falangista, aunque decidió optar por el beneficio a la duda y abrir un nuevo paréntesis en FSB. Pero ya nada volvería a ser lo mismo. Por sus resultados, la revolución iba a borrar lo malo del pasado, a costa de destruir lo bueno e incrementar lo feo del sistema de medio siglo iniciado con la Revolución Federal, que arrasaría la Revolución Nacional. Carlos Víctor Aramayo, propietario de LA RAZÓN, se encontraba en esos días en Tupiza en compañía de Guillermo Gutiérrez Vea Murguía y su esposa Mónica. Debieron buscar el exilio antes de sufrir un atentado personal. Meses más tarde, doña Mónica Ballivián de Gutiérrez tuvo que ingresar clandestinamente al país desde el Perú para rescatar a sus hijos Alberto y Carlos, que se convirtieron en los exiliados más jóvenes de la historia boliviana. LA RAZÓN no volvió a publicarse. Su Director, Guillermo Céspedes Rivera, permaneció cercado en un piso del edificio en el paseo de El Prado y debió salir al exilio junto a gran parte de los redactores.[189] De no mediar la circunstancia de que semanas antes la Iglesia Católica decidiera lanzar un periódico, se hubiera impuesto un monopolio informativo secante. PRESENCIA ganó las calles el 28 de marzo de 1952, diez días antes de la revolución. Sus impulsores fueron el cardenal Sergio Pignedoli; el Obispo de La Paz, Mons. Abel Antezana, y el abogado Huascar Cajías. Consolidada la revolución del MNR, el Gral. Seleme pidió una entrevista con Oscar Únzaga a la que éste asistió en compañía de

Gustavo Stumpff y Ambrosio García, quien recuerda que la reunión se llevó a cabo en el Club Árabe en El Prado. “El ambiente estaba iluminado por velas porque no había energía eléctrica. Ahí estaba Seleme, arrepentido. Nos dijo que había cometido un error al no consultarnos y nos informó que se marchaba a Estados Unidos como jefe de adquisiciones del Ejército. Pero también nos ofreció las armas necesarias, incluso aviones y tanques, para que derroquemos al MNR. Únzaga sólo atinó a sonreír y le dijo “NO. Los falangistas no estamos hambrientos de poder y sólo queremos una revolución para realizar nuestros ideales en función del interés de la patria”. El rechazo fue para él una sorpresa, algo que no se imaginaba. Lo que en realidad sucedía, en esos primeros momentos, era que FSB no se consideraba, todavía, enemiga del MNR. No rechazábamos al MNR y si no nos aliamos a ellos el 9 de abril fue, simplemente, porque no sabíamos qué íbamos a hacer en el gobierno consiguiente. Desde luego nosotros sabíamos que el MNR tenía más fuerza que nosotros, por algo Seleme se inclinó más a ellos…” En esos días empezó a brillar la estrella de un excombatiente asimilado al Ejército, llamado Claudio San Román. Había luchado los tres años de la guerra en el Chaco y durante el gobierno de RADEPA-MNR fue asignado a los servicios de inteligencia, por lo que a la caída y muerte de Villarroel, fue dado de baja. En los primeros días de su gobierno, el Presidente Paz Estenssoro lo designó Jefe de Seguridad del Palacio. Se decía que fue entrenado por organismos de inteligencia norteamericanos (derivados en la CIA) y tenía especiales condiciones para el espionaje, la inteligencia y la represión.[190] De manera que esa reunión entre Únzaga y Seleme, absolutamente desabrida e inocua, fue captada por los primeros espías al servicio de San Román y transmitida a Paz Estenssoro, quien al volver después de seis años de exilio, tenía los nervios en punta y traía consigo elevadas dosis de resentimiento hacia quienes podían ser obstáculos para su gobierno. Quien fuera entonces Subsecretario de

la Presidencia, Edwin Rodríguez, recuerda que la ventana de la oficina del Presidente Paz daba exactamente al frente del fatídico farol donde colgaron el cadáver de Villarroel en 1946 y esa visión inquietaba al Dr. Paz visiblemente.[191] Días más tarde, Oscar Únzaga solicitó a Jorge Siles Salinas visitarlo para comentarle sobre el rumor que circulaba en sentido de que FSB, al no ser bien recibida por el MNR en la víspera del 9 de abril, había traicionado a la revolución, denunciando el golpe ante el Gral. Torres Ortiz, como una actitud de revancha. La versión agregaba que, si había un contragolpe de los militares, los falangistas iban a participar de él. El jefe falangista le pidió a Siles Salinas hablar con su hermano, el Dr. Siles Zuazo, y desmentir esos falsos rumores. Había el antecedente que avalaba el acercamiento de Únzaga de la Vega a Siles Zuazo (ver Capítulo IX). En el año 1950, fueron capturados los dos por separado, pero coincidieron en el mismo calabozo, en los sótanos de la prefectura de La Paz. Ahí también llegó Vicente Eguino[192] que era el ayudante de Únzaga y se presentó de manera voluntaria para acompañarlo. Los tres salieron al exilio en Arica y se fueron a la misma pensión. Jaime Tapìa Alipaz relató a este cronista, que en esa pensión Siles le hizo a Únzaga la siguiente propuesta: “Oscar, en Bolivia la política es ruin. Usted o yo vamos a llegar al gobierno. Hagamos un pacto de guardar una relación humana, de respeto”. Y con un apretón de manos sellaron este acuerdo.[193] Únzaga, recordando ese pacto, le pidió a Jorge Siles acudir a su hermano Hernán. Así lo hizo, pero Siles Zuazo le respondió que no tenía la influencia como para crear un ambiente de cordialidad MNR/FSB o detener alguna persecución que podría desatarse, porque su propia seguridad corría riesgo ante el aparato que estaba montando alguna gente que rodeaba a Víctor Paz. Sin embargo, accedió a hablar con Únzaga. El encuentro se produjo a las 12 del día del 19 de abril, en El Prado de La Paz, donde ambos se saludaron discretamente y conversaron caminando sobre la primera cuadra de la Avenida 16 de Julio, entre

la calle Batallón Colorados y las gradas del pasaje Tiwanaku. Iba con ellos Jorge Siles, quien reconstruye el momento: “Los rumores también habían llegado a oídos de Hernán y quería conocer la versión de Únzaga quien exponía sus razones, mientras Hernán iba asintiendo. Habían estado juntos en el exilio en Chile y había cierta admiración mutua. Oscar reiteró a Hernán que los falangistas no pudieron participar de la revolución, no sólo por el desconcierto que les produjo la decisión de Seleme, sino porque además había una fuerte infiltración marxista. Entonces Hernán le explicó que hubo participación popular, así como de organizaciones sindicales, obreras, de izquierda ciertamente, que tal vez pertenecían al Partido Comunista. Le dijo que en esos momentos de lucha, todo aquel que venía a participar del combate recibía un fusil, sin importar su filiación política ni su ideología. Que fue una guerra civil contra los militares y no hubo ningún grupo civil que se hubiera adherido al Ejército para rechazar la revolución. Esta conversación duró unos cinco minutos. Se despidieron con cierta frialdad. Yo fui el único que escuchó la conversación”.[194] Si bien ambos se consideraron amigos, Oscar no descartó que la revolución y el poder pudieran cambiar a los seres humanos, aún aquellos que dieron muestras de valentía y sinceridad. Exactamente siete años después, el 19 de abril de 1959, siendo Hernán Siles Presidente de Bolivia, Oscar Únzaga moriría con la cabeza destrozada por dos balazos. Pero en abril de 1952, la revolución boliviana comenzaba, y lo hacía desordenando la geografía política hemisférica. Si bien el gobierno argentino estaba de plácemes, ello aumentaba la inquina de Washington hacia Perón. El cambio disgustaba a amplios sectores de poder político, económico y militar en el Brasil. Los conservadores chilenos se expresaron a través de Conrado Ríos Gallardo, tenaz enemigo de Bolivia, quien declaró que “el 9 de abril derrotaron en Bolivia al Presidente Gonzales Videla”. Ríos Gallardo no le perdonaba al presidente chileno haber contribuido a dar estabilidad al gobierno de Mamerto Urriolagoitia abriendo la

posibilidad de ceder a Bolivia una franja conectada al mar en el norte de Arica. El embajador boliviano en Santiago, que negociaba aquella posibilidad, Alberto Ostria Gutiérrez, renunció al cargo y pidió asilo a La Moneda. En tanto, al gobierno militar del Perú encabezado por el Gral. Manuel Odría la revolución en Bolivia no le hacía mucha gracia. Para la Casa Blanca, lo sucedido en el altiplano sudamericano provocaba sentimientos encontrados. El periodista boliviano Francisco Roque Bacarreza,[195] quien ha investigado  en los papeles del Departamento de Estado, confirma la maraña burocrática que campeaba en la Casa Blanca y el Capitolio, bombardeados con informes coincidentes en cuanto a la sospecha de que los nuevos dueños de la situación en Bolivia “eran proclives al comunismo” y, sin embargo, “recomendaban apoyarlos”. Inclusive revela que una iniciativa en Washington del ya rehabilitado mayor Elías Belmonte, en calidad de enviado especial de la reciente Junta Militar Boliviana (1951-1952), destinada a definir un mejor precio para el estaño boliviano, fue congelada a pedido de Víctor Paz Estenssoro, en gestión ante la embajada americana en Buenos Aires. A pesar de tal recomendación, el Secretario de Estado, Dean Acheson, tomó la decisión de congelar las relaciones con el país sudamericano para ver lo que sucedería, aterrorizando a la cancillería boliviana temerosa de una cuarentena similar a la que desestabilizó al gobierno de Gualberto Villarroel. Mientras Paz Estenssoro hacía filigranas para contentar a sus propios adherentes en el MNR, su esposa, Sra. Carmela Cerruto llegó a La Paz y de inmediato se puso en movimiento, visitando a los heridos en los hospitales y protagonizando actos de tipo social en barrios populares, secundada por su hermano Waldo, otro de los combatientes de abril, intentando imprimir en Bolivia la huella política de Eva Duarte de Perón. Doña Carmela era una firme militante del MNR y mujer de singular encanto, según la recuerdan los viejos movimientistas. Waldo Cerruto había recogido las imágenes de la llegada de su cuñado a La Paz, con las cuales montó un documental que fue divulgado dentro y fuera del país.

Como todos los gobiernos revolucionarios, echaron al pasado las culpas por el estado de la nación. Prometieron que la conducta de los nuevos gobernantes sería acrisolada y que con ellos gobernarían los mejores bolivianos. El MNR tenía hombres calificados, pero desde el inicio de su administración debieron colocar en cargos públicos a personas que no tenían idea de lo que significaba su función y estaban allí prevalidos de la única calificación posible: la militancia.   Paz Estenssoro y Siles Zuazo dijeron que el gobierno revolucionario cargaría sobre sus espaldas el pesado fardo de la reconstrucción del país. Pero poco tiempo después debieron lamentar que la militancia -desde luego con excepciones- en realidad trataba de cargar lo que fuese posible para beneficio personal, en mérito al carácter revolucionario y la condición “popular” de quien ocupara una dirección, jefatura o simple pega en algún ministerio o repartición pública nacional, municipal o departamental. El Dr. Siles Zuazo reveló posteriormente que, mientras él se opuso a esas prácticas corruptas y las denunció al Presidente Paz Estenssoro, éste las dejaba pasar como “situaciones ingratas pero inherentes a la revolución”.[196] Roberto Méndez Tejada, Secretario de la Presidencia con rango ministerial, que era un hombre recto, se atrevió a resistir las inconductas. Méndez se hizo antipático para el Presidente Paz prescindiendo de él, según Edwin Rodríguez, éste último un hombre probadamente leal a la figura del mandatario tarijeño. Al amparo del MNR fue creada la Central Obrera Boliviana (COB) que sería, en los 33 años siguientes, la columna vertebral del movimiento proletario, con la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) como núcleo central y Juan Lechín Oquendo como líder indiscutible. Su primera directiva, con nombres como el de Germán Butrón, Mario Torres, Ángel Gómez García y otros fue abiertamente movimientista y su propósito principal “luchar por la nacionalización de las minas, los ferrocarriles y la reforma agraria”.

El 28 de abril, el Presidente Paz Estenssoro convocó a una reunión del gabinete ministerial, que era el mismo que había designado Siles Zuazo dos semanas antes. Ese fue el primer escenario de enfrentamiento en el nuevo gobierno, luego de que el Ministro de Minas, Juan Lechín presentara un proyecto de decreto supremo por el que se disponía que todas las empresas comerciales, industriales, mineras, de transportes, bancarias y fabriles reincorporen de inmediato a todos los trabajadores que despidieron a partir de 1949 como emergencia de conflictos sociales o a causa de sus actividades políticas opositoras. Los restituidos percibirían los sueldos que ganaban al momento de su retiro, además de los reajustes efectuados con posterioridad. Los desahucios e indemnizaciones que esos trabajadores recibirían por tales retiros quedarían consolidados a su favor como compensación a la cesantía a que fueron obligados por los anteriores gobiernos. Todos se aprestaban a firmar el decreto, cuando el Ministro de Prensa y Propaganda, el ex falangista Hugo Roberts, manifestó su discrepancia con una pregunta: “¿El gobierno quiere una nacionalización de minas?” Al responder el Presidente Paz Estenssoro que esa era uno de los propósitos fundamentales de su gobierno, Roberts argumentó que si los mineros despedidos fueran recontratados, el Estado tendría que echar a una cantidad similar de trabajadores actualmente en planilla o enfrentaría una sangría contratando el doble de trabadores que necesiten las minas a ser nacionalizadas. “Cuando el Estado tenga que pagar las indemnizaciones de este personal insulsamente recontratado, tendrá que desembolsar fabulosas cantidades de dinero. ¿De dónde piensa sacar esos fondos el señor Ministro de Minas y Petróleos? ¿O es que nos está proponiendo por anticipado el fracaso financiero de las minas nacionalizadas?”[197] Esas preguntas destruyeron la propuesta de Juan Lechín y el gabinete rechazó el proyecto. Pero tres días después, 1º de mayo, el gobierno publicó la aprobación de esa medida, por decisión de

Paz Estenssoro, que seguramente pensó, en ese momento, que requería de la fuerza laboral representada por Lechín para consolidar su gobierno, provocando un cisma entre una tendencia revolucionaria maximalista y otra moderada que pretendía introducir elementos de sensatez en la obra del gobierno revolucionario. En mayo se conformó una comisión para empezar a estudiar la nacionalización de las minas, mientras las tres grandes empresas contrataban lobbies y gestoras de imagen para desacreditar al gobierno boliviano. La prédica contra los propietarios de haciendas y el mensaje de odio racial empezó a dar sus primeros frutos. El MNR organizó sindicatos de campesinos en el valle alto de Cochabamba, disputando esos espacios con los comunistas y los trotskistas. Montoneras de campesinos dirigidas por José Rojas empezaron a tomar haciendas cometiendo violaciones y vejaciones que consternaron al país. La prensa continental empezó a expresar preocupación por lo que sucedía en Bolivia. Oscar Únzaga advirtió que, “aún siendo impostergable una reforma agraria que FSB había postulado desde hacía tres lustros, ésta no podía pasar por la violencia ciega contra quienes poseían tierras ya sea porque las compraron para hacerlas producir o las recibieron como herencia. Hubo situaciones de injusticia e inclusive discriminación racial inadmisible contra los campesinos, pero el espíritu cristiano debía superar el pasado. Un mal no corrige otro. Se equivocaría el gobierno si persiste en fomentar la violencia en el agro boliviano…”. Aquellas frases molestaron a los hombres del gobierno, que reiteraron la versión de que FSB incumplió acuerdos y traicionó a la revolución el 9 de abril denunciándola ante el Gral. Torres Ortiz. En un documento fechado el 12 de mayo de 1952, Oscar Únzaga reveló públicamente los entretelones de la madrugada del 9 de abril: “Sin que existiese ningún compromiso entre FSB y MNR, el Dr. Siles Zuazo y el Cnl. Nogales visitaron a Únzaga de la Vega para proponerle participar en la revolución inminente en la que estaban

de acuerdo los generales Seleme y Torres Ortiz. No se llegó a especificar detalles ni número de carteras porque el jefe de FSB manifestó su extrañeza por la inesperada proposición que no permitía una deliberación amplia sobre el programa de gobierno ni una consulta con los dirigentes de su partido. Además, habiendo conversado, en las 24 horas anteriores, representantes falangistas tanto con el Gral. Seleme como con el Gral. Torres Ortiz, ninguno hizo referencia a ningún acuerdo con el MNR, siendo preciso en consecuencia contar con la presencia de dichos generales y, en último término, convino en que FSB daría su respuesta en el término de dos horas… El documento de Únzaga era puntual y concluyente: El Dr. Siles y el Cnl. Nogales señalaron al Gral. Torres Ortiz como conspirador (al lado de ellos). Por tanto, no existía reserva con dicho personaje, salvo el caso de citar falsamente nombres de conjurados, para sorprender la buena fe de las personas. FSB, que no había recibido proposición del Gral. Seleme para actuar en una revolución con el MNR, ni tampoco del Gral. Torres Ortiz, hizo consulta directa y concreta a ambos generales, preguntando si habían mandado delegados para hacer una proposición política a FSB. Dicha consulta fue concreta y no señaló ni la posibilidad revolucionaria, ni la fecha ni hora, ni ningún aspecto del golpe. De existir delación, el movimiento revolucionario no hubiese podido desarrollarse como se desarrolló, sin ninguna dificultad hasta las 7 de la mañana. Por otra parte, el Gral. Seleme en su manifiesto desmiente la fementida delación, pues afirma, que él había puesto en antecedentes del golpe revolucionario al Gral. Torres Ortiz. El Dr. Siles Zuazo, con hidalguía que reconocemos, ha expresado su conformidad con los antecedentes aquí relatados.[198] Únzaga epilogaba el documento señalando que una de las razones que influyó en la negativa de FSB fue “que la expansión de las filas del MNR ha quebrado su unidad doctrinal y ha favorecido el

crecimiento interior de la influencia comunista”, afirmando que “Falange Socialista Boliviana desea un gobierno de un rotundo y claro nacionalismo, sin desviación marxista” y por ello requería, para ingresar a la revolución, tener la garantía de que el MNR no pretendía realizar un gobierno del tipo de los Frentes Populares…”[199] La aclaración, cuyos conceptos centrales eran aceptados por Siles Zuazo, revelaba que la gente cercana al Presidente Paz Estenssoro, desconocía absolutamente cómo se hizo la revolución del 9 de abril. El gobierno clausuró el Colegio Militar y ordenó la disolución de unidades que habían defendido a la anterior Junta Militar, como el Regimiento Bolívar de Viacha, el Avaroa de Guaqui, el Lanza en La Paz, el Camacho en Oruro, el Ingavi en Challapata o el Sucre en Corocoro. Se divulgó una consigna: “los militares son enemigos del pueblo”. Se dio de baja a los miembros más destacados de las Fuerzas Armadas sindicándolos de haber formado parte del “ejército de la rosca”. Juan Lechín declaró que la Revolución Nacional no necesitaba un Ejército anunciando su destrucción y su reemplazo por milicias armadas. En el preciso momento cuando ser militar fue blanco de oprobio, Oscar Únzaga salió al frente con un comunicado público, condenando las acciones del gobierno revolucionario contra la institución armada. “Si antes se pudo pensar que Falange Socialista Boliviana defendía al Ejército por interés político, ahora no podía juzgarse lo propio ya que levantaba su voz para salir por los fueros de esa institución tutelar de la patria que está siendo destruida y humillada por el marxismo gobernante…” Mentarle el marxismo al gobierno revolucionario, en momentos en que el Canciller Guevara Arze hacía esfuerzos por lograr el reconocimiento norteamericano y mientras en el país del norte se escenificaba una histérica campaña anticomunista, resultaba una bofetada para el Presidente Paz Estenssoro, quien reaccionó indignado y planteó en su gabinete el castigo a la “inconcebible osadía de Únzaga”. Pero sus colaboradores le recordaron que los

castigos suelen catapultar a los castigados, como le sucedió al propio Paz Estenssoro y al MNR cuando fueron objeto de persecución en los años anteriores. Mientras aumentaba la estima del Presidente Paz por la eficiencia de Claudio San Román, un policía chileno, de nombre Luis Gayán Contador, ganaba su propia aureola ante el poder revolucionario, asumiendo la jefatura de la Sección II del Cuerpo de Carabineros. Gayán, voluntario chileno en la Guerra del Chaco, había sido compañero de armas del joven soldado Víctor Paz. Al terminar el conflicto bélico, Gayán se quedó en Bolivia pues no podía regresar a su país por cuentas pendientes con la justicia. Alto, grueso, de apariencia temible, se convirtió en guardaespaldas del exportador minero Mauricio Hoschild, haciéndose famoso por la forma en que rompía las huelgas de mineros. Pero su forma de vida, cercana al delito, lo metió en problemas y en 1947 las autoridades del gobierno Hertzog lo detuvieron y decidieron expulsarlo del país. Gayán rogó que no lo enviaran a Chile y así, con la ayuda del senador Pedro Zilvetti Arce, salió a la Argentina. En Buenos Aires buscó a su viejo camarada del Chaco, Víctor Paz Estenssoro, exiliado en esa ciudad, poniéndose a su disposición y estuvo a su lado en el ingreso a Villazón del año 1949, buscando recuperar el liderazgo en el MNR que Siles Zuazo le arrebataba. Los halcones del régimen -Federico Fortún, Fellman Velarde, San Román, Gayán y otros- que pretendían “escarmentar a la rosca”, tuvieron que permanecer inactivos en espera del reconocimiento norteamericano al nuevo gobierno, que se produjo finalmente, pese a las reservas de mucha gente en Washington. El gobierno revolucionario tuvo el acierto de nombrar Embajador en Washington a un personaje de indudable capacidad, Víctor Andrade Uzquiano, quien había probado su eficiencia, años atrás, convenciendo a los americanos de que Gualberto Villarroel no era nazi. La faena consistía ahora en borrar de las mentes yanquis el estigma comunista que pesaba sobre Víctor Paz y su entorno. Como dijimos (Capítulo VI), Andrade conocía la idiosincrasia americana por su educación en el Instituto Americano, su dominio del idioma inglés y

su encanto personal -donde no fue menor el hecho de que jugara golf con habilidad-. Presentó sus credenciales al Presidente Harry S. Truman y desde el primer momento logró ganar su simpatía, consolidando su misión a través de una excelente relación con influyentes periodistas y políticos de la Unión, a quienes ofreció una visión dramática de la realidad social boliviana, donde el indio había sido una víctima de la conquista española y de los sistemas de gobierno militares, conservadores y liberales del pasado republicano, asegurando que la revolución que se llevaba a cabo en Bolivia era democrática y no comunista. Comunista o no, altos funcionarios del régimen naciente empezaron a mostrar la hilacha de uno de sus aspectos más deprimentes de las revoluciones: el enriquecimiento personal disfrazado de “liberación nacional”. A cinco meses de la revolución, el gobierno suscribió un convenio con el “Grupo de Inversiones”, para la instalación de una fundición de estaño que trataría cincuenta mil toneladas al año y una fábrica de explosivos y fósforos en Bolivia para producir un mínimo de diez toneladas de dinamita al mes, estableciendo una sociedad anónima con 51% de acciones para el Estado y 49% para un inversionista de apellido Chacur. El contrato no podría ser revocado por ninguna ley o decreto posterior a su firma. El contrato concedía al “grupo inversionista” liberaciones, franquicias y exenciones. Quienes analizaron el documento advirtieron que estaba redactado de tal forma que dispensaba a Chacur de vender sus divisas al Banco Central al cambio oficial, como era la norma para todas las demás personas naturales o jurídicas en el país, permitiendo al beneficiario recuperar su capital en menos de diez años, mediante un sostenido drenaje de divisas. Por otra parte, el Estado no tenía ninguna participación en las operaciones de instalación, producción y/o exportación, no existía un proyecto técnico ni económico y, por añadidura, el Estado debía entregar a Chacur más de tres millones de dólares y el edificio del Banco de Crédito. Pero el Presidente Paz Estenssoro convocó a los miembros de la comisión que estudiaba la nacionalización de las minas y a los representantes del periodismo nacional para informar sobre “los

alcances y ventajas” del convenio y LA NACIÓN y otros medios de comunicación al servicio del gobierno, como Radio Illimani defendieron a rajatabla el llamado “contrato Chacur”, calificándolo como “un paso firme y decisivo hacía la independencia económica de nuestro país”.[200] Se cayó la estantería cuando el protagonista de aquel “paso decisivo” resultó un modesto comerciante de origen turco radicado en Buenos Aires, que había ayudado económicamente al Dr. Paz Estenssoro mientras duró su exilio. El contrato fue desahuciado. Para Oscar Únzaga, lo de Chacur era apenas una trapisonda menor. Lo que realmente acabó separándolo de los conductores de la Revolución Nacional fue el doble discurso respecto a los recursos nacionales. Antes de cumplir seis meses en el poder, el gobierno dio un paso audaz, liberal antes que nacionalista, suscribiendo un contrato con un aventurero petrolero norteamericano, Glen McCarthy, entregándole 397 hectáreas, entre Villamontes y Yacuiba, por 35 años, liberándolo de pago de patentes y gravámenes, con una regalía del 16,5% al 40% sobre la producción en boca de pozo, al momento de entrar en producción, lo que debía ocurrir obligatoriamente tres años después. Este contrato rompió el monopolio que ejercía hasta entonces YPFB, luego de la nacionalización de la Standard y, según Únzaga constituía una afrenta para las familias de los 50.000 muertos en el Chaco en defensa del petróleo. McCarthy daría pie a capítulos posteriores que dividirían al país. En una reunión escenificada en el Club de La Paz, a la que asistió Oscar Únzaga, Gustavo Chacón y Hugo Salmón, junto a otros nacionalistas, el jefe de FSB dejó escapar un comentario que llegó a oídas de un funcionario del Palacio Quemado, quien la transmitió al Presidente Paz Estenssoro: “La pléyade de caballeros que conformaron la Unión de Defensores del Petróleo, que luego fundaron el MNR, hoy entregan el petróleo al primer postor; es otro caso de crisálida que se transforma en larva”.





XII - LA NACIONALIZACIÓN DE LAS MINAS (1952)

O  

scar Únzaga no se hacía muchas ilusiones respecto a los gobiernos norteamericanos, pues sabía que Estados Unidos, no tenía amigos sino intereses, disputando el liderazgo mundial con su rival comunista, la URSS. “Los americanos son pragmáticos más allá de cualquier concepto moral. Quizás no es su culpa, son una potencia novel, su gente es ingenua e inexperta, carecen de la experiencia de Europa. Su finalidad en la vida es la búsqueda del éxito, como protestantes que son creen que Dios beneficia los fines y los resultados haciendo la vista gorda en cuanto a los medios. Pueden hacer causa común con Stalin, si les conviene, o apoyar a gente impresentable y hacer tratos con el diablo…”, comentó en esos días el líder falangista a sus inmediatos colaboradores, entre los que se hallaba Dick Oblitas Velarde y Ambrosio García, quienes han transmitido esas opiniones de su jefe respecto a los gringos. Un nuevo sentimiento hacia Bolivia floreció en Washington que decidió aceptar la revolución en el país andino. No podía ser tan malo un gobierno que acepte a Glen McCarthy, síntesis del texano exitoso, aunque sin escrúpulos. Sintiéndose más seguro, el Presidente Paz Estenssoro imprimió el acelerador al proceso revolucionario. Pero, creyó que para ello debía tener consigo el poder total. No existía Poder Legislativo y fue asimilando al Poder Judicial con el argumento de “haber consentido la usurpación del voto popular y haber preterido sus deberes de custodio de la institucionalidad jurídica de la República”. El Presidente de la Corte Suprema, Dr. Miguel Castro Pinto, se vio obligado a renunciar y la Corte entró en un receso de varios meses, para luego dar paso al nombramiento de Ministros de la Corte elegidos en el Palacio Quemado. Lo mismo sucedió con el nombramiento de vocales de las Cortes Superiores Departamentales.[201]

El gobierno revolucionario se impuso una tarea inmediata: destruir las estructuras superiores del Ejército, considerando ineludible eliminar a los desafectos y montar un nuevo aparato militar revolucionario. Luego tomó el poder sindical copando las directivas de los sindicatos afiliados a la COB, dejó cesante al llamado “cuarto poder” controlando la prensa, instaló su propio órgano de difusión, LA NACIÓN, e instrumentalizó absolutamente Radio Illimani, que dejó de trabajar por los fines del Estado para hacerlo en función de los intereses del gobierno. El próximo paso sería el control de las universidades, designando a militantes del partido como autoridades y docentes, subordinando las dirigencias estudiantiles. Se haría lo propio con el combativo gremio del magisterio. El paso final era finiquitar los organismos académicos y de profesionales, a los que se consideraban pro “rosqueros”. Entre mayo y julio, el MNR se consolidó en el poder. La mayoría de los líderes en actividad de los partidos tradicionales estaban neutralizados o habían salido al exilio. No aún los falangistas porque no había motivo para que el gobierno tome alguna acción contra ellos. Pero en el MNR había gente que odiaba a la Falange, entre ellos José Fellman Velarde.[202] La noche del 26 de julio de 1952, diez falangistas reunidos en el domicilio de Oscar Únzaga, fueron apresados por hombres armados que los llevaron presos a la Alcaldía y allí retuvieron a Únzaga y los suyos hasta el amanecer, cuando los pusieron en libertad. No hubo mayores maltratos que la atrabiliaria detención. Pero fue el primer incidente entre FSB y MNR, germen de lo que vendría más tarde, fruto también de la psicosis golpista de ambos partidos, que en los seis años previos de oposición habían hecho de la conspiración un hábito. En julio el gobierno amnistió a los campesinos sublevados que cometieron atrocidades contra algunos dueños de fincas en el agro cochabambino. El recién creado Ministerio de Asuntos Campesinos, cuyo titular era el cruceño Ñuflo Chávez Ortiz, empezó a diseñar las líneas maestras de la Reforma Agraria. Mientras tanto se dio inicio a un Programa de Escuelas Rurales.

Fue decretado el Voto Universal, una medida históricamente justa, reconociendo el derecho de una amplia mayoría de bolivianos a quienes hasta entonces se les había negado la facultad de elegir. Quedó proscrita la palabra “indio” y reemplazada por el vocablo “campesino”, decisión criticada por Oscar Únzaga para quien los campesinos era los pobladores del área rural que viven de la faena agrícola en cualquier lugar del mundo, pero los indígenas bolivianos conformaban unidades culturales, históricas y étnicas únicas en el planeta que era preciso mantener como parte sustancial, aunque no única, de la nación boliviana. El gobierno empezó a trasladar camionadas de campesinos armados que intranquilizaban a las poblaciones. La violencia contra los hacendados se extendió en la zona altiplánica y los valles. Evidentemente, hubo injusticias de muy larga data en el agro boliviano, pero no todos los dueños de fincas fueron malvados, como generalizaba el gobierno. Muchos de los antiguos propietarios organizaron empresas agrícolas y lecheras como sucedió en Pillapi, a orillas del lago Titicaca, donde la familia Sanjinés Goitia poseía una hacienda modelo con ganado seleccionado importado. Para evitar situaciones difíciles, el heredero, capitán Julio Sanjinés, prefirió entregar su propiedad a los campesinos de la región, creando una fundación con el apoyo de Naciones Unidas, presidida por el Vicepresidente Siles Zuazo y dirigida por el Ministro de Asuntos Campesinos, Ñuflo Chávez.[203] El 6 de agosto de 1952, el Palacio Quemado amaneció con retratos enormes de Paz Estenssoro, Siles Zuazo y Lechín Oquendo y el balcón con al tricolor boliviana, como marco para el Presidente y sus ministros, ante quienes desfilaron milicianos armados, correctamente uniformados y escuadras de campesinos también con armas, además de ex combatientes de la Guerra del Chaco, mujeres de pollera y empleados públicos llevando pancartas revolucionarias, todos mostrando el signo de la “V” de la victoria. Radio Illimani transmitió el desfile, desarrollando un libreto y el punto culminante fue el discurso de Paz Estenssoro, anunciando la inminente nacionalización de las minas y la decisión de entregar

armas a mineros y campesinos para defender la revolución. “Esto ha sido una copia barroca de Berlin y Moscú”, comentó Únzaga. El 16 de agosto de 1952, al recordarse 15 años de la fundación de FSB, Oscar Únzaga divulgó un documento notable por su rigor al juzgar el estado del país a cuatro meses de la revolución. Reafirmaba su posición nacionalista, adversa al marxismo, contraria a la lucha de clases y la dictadura del proletariado, advirtiendo que esas dos características de los estados totalitarios comunistas se colaban peligrosamente por los intersticios de la revolución boliviana. “El nacionalismo es enemigo de la anarquía…, las montoneras armadas que se hacen justicia por sus manos, las instituciones que cobran agravios entre sí, los grupos que desarman a las instituciones creadas por ley para mantener el orden son expresión de una estéril anarquía”, señaló Únzaga. Criticó el anuncio del Presidente Paz de distribuir armas a obreros y campesinos, señalando que los instrumentos de la huelga y el mitin serían desplazados por el enfrentamiento armado. Hizo un repaso de hechos recientes, como asesinatos de administradores de haciendas, asesinato de matrimonios dueños de fincas, el secuestro de la hija de un hacendado, los incendios y saqueos de haciendas… “¿Será este el modo de hacer la reforma agraria, con campos devastados y ausentismo del agricultor? … El señor Paz Estenssoro anuncia que se distribuirá armas a los indios. ¿Para qué? ¿Para qué lo sostengan en el poder, aunque después se desate la lucha de razas?” Únzaga afirmó que a la secular explotación del indio devino una fase de explotación literaria a través de novelas sensibleras que en nada mitigaron sus males y que el MNR imponía ahora la explotación política. “El campesino será convertido en instrumento del gobierno. Se amenazará con levantar a los campesinos contra los opositores. Los campesinos desfilarán por las calles, votarán por el gobierno sin saber leer ni escribir, bajo la consigna oficial impartida por los Corregidores”. Así sucedió.

Desde hacía muchos años, Únzaga había propugnado la necesidad de que la explotación minera financie las carencias del pueblo boliviano en educación y salud, reduciendo los privilegios de los que gozaban los tres principales grupos exportadores de minerales. Por lo tanto, reconocía la importancia del deseo expresado por el MNR de conseguir que la riqueza minera beneficie al país. “El interés de tres empresas no puede ser superior al interés de Bolivia -decía el jefe de FSB-. Pero el gobierno no debe realizar estas transformaciones por venganza política sino por madurez institucional. Nacionalizar es un término impreciso del que se derivan consecuencias diversas de una estatización directa, de una incautación o de la transformación en empresas nacionales”. Observaba que la nacionalización parecía un asunto más emocional que técnico y advertía que la transformación de la minería boliviana demandaba eficacia administrativa que el MNR demostraba no tener. Denunció que Bolivia ingresaba en un escenario donde el germen del estatismo a ultranza amenazaba con hacer desaparecer las garantías que requiere un sector privado sano, patriótico y nacionalista. El documento de FSB lamentaba el clima de violencia que se vivía en ese momento: “En Bolivia vivimos el eufórico desenfreno de derechos, sin Ejército ni Policía, sin autoridad competente, con el fusil al brazo a disparar en defensa de la revolución. Así no puede construirse un Estado que represente a toda la nación… No existen condiciones de seguridad para la industria ni para el comercio. No existen nuevas inversiones porque la lucha de clases no puede ofrecer estímulo para formar empresas. No hay paz en los campos para organizar la agricultura; todo crimen en el campo ha sido oficialmente amnistiado. La bancarrota servil será la única ocupación que se ofrezca al boliviano, contrariando las necesidades de este pueblo que requiere estimular el espíritu de empresa, de actividad personal, de iniciativa privada” Únzaga declaró que el viejo régimen de vergüenza y entreguismo estaba siendo sustituido por un régimen de anarquía y comunismo.

Convocó a “una gran cruzada por la unidad de la nación, en todas sus clases y regiones, para luchar organizados contra la violencia desencadenada, para reedificar una Patria cuya grandeza sea el trabajo y la justicia, para superar el desorden con la disciplina, para reemplazar las pasiones políticas por el sentido del deber y el honor, para conseguir un Ejército respetado y un Estado eficiente”. El documento fue una bomba para el gobierno, empeñado en ese momento en sustentar argumentalmente la nacionalización de las minas y construir un conglomerado institucional para reemplazar a las empresas de los barones del estaño, que habían funcionado a lo largo de medio siglo con sistemas administrativos y tecnológicos precisos y competentes, aunque desde luego privilegiando la obtención de lucro sin reparar en la pobreza del entorno. Uno de los temores sobre una posible nacionalización era la actitud que asumiría Washington; Estados Unidos había dejado de comprar estaño boliviano. En realidad, el mineral ya no valía mucho y las minas de Patiño estaban agotadas, pero las divisas que producía eran insustituibles para un país pobre como Bolivia. Cabe aquí preguntarse ¿qué actitud tenía el MNR y el Presidente Paz Estenssoro respecto a Hoschild, Patiño y Aramayo? El partido en el poder odiaba a los barones del estaño y creía que ellos eran la causa de todos los problemas de Bolivia, como lo había repetido machaconamente el periódico LA CALLE en los años prerrevolucionarios y lo decía Augusto Céspedes en sus notables libros “Metal del Diablo”, “El Dictador Suicida” y “El Presidente Colgado”. En efecto, Simón I. Patiño había amasado una extraordinaria fortuna con sus minas, trasladando sus ganancias para desarrollar grandes emprendimientos en el extranjero.  Pero Paz Estenssoro sabía algo más: esas minas estaban agotadas, Patiño estaba dispuesto a entregarlas. Y aun así el gobierno revolucionario las iba a nacionalizar.      Se dio en los hechos una incongruencia. Washington sabía que Patiño ya no tenía interés en conservar sus minas agotadas, tampoco estaban en juego capitales yanquis, pero la nacionalización

que se planteaba en Bolivia era, sobre todo, un acto simbólico de efectos políticos, un mal ejemplo para otros países del continente donde sí había intereses norteamericanos. Mientras tanto, para La Paz era vital una buena relación con la potencia del norte. El embajador Andrade extremó recursos para vender una hipótesis a la Casa Blanca: si se impedía que el moderado Paz Estenssoro lleve a cabo la nacionalización, el radical Juan Lechín la impondría con la fuerza social que tenía consigo y se llevaría todos los lauros. De modo que al finalizar septiembre, a despecho de la Patiño Mines, con sede en Delaware-Estados Unidos, que pretendía una jugosa indemnización por aquello que estuvo dispuesto a entregar porque ya no le significaba nada, el Departamento de Estado hizo saber que la nacionalización era una decisión soberana del Gobierno Boliviano, aunque respetando los derechos de los afectados ¡que debían ser indemnizados! Anunciaba también una nueva era de cooperación entre ambos gobiernos, para lo cual compraría 6.000 toneladas de estaño, primera adquisición masiva del mineral boliviano desde el 9 de abril. Era una victoria de Andrade… y por supuesto de Patiño. El 31 de octubre de 1952, en Catavi, junto a los llamados “campos de María Barzola” en homenaje a una palliri [204] que murió en 1942 durante una represión militar, el Presidente Paz Estenssoro y su gabinete firmaron el decreto de Nacionalización de Minas ante unos diez mil mineros armados que derramaban lágrimas. El escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias, presente en el acto, escribió: “Asisto a una de las jornadas más hermosas de la nueva historia americana”, afirmando que la nacionalización de las minas era la parte final de una gigantesca batalla liberadora en Bolivia. Patiño sonreía en su mansión de su amada Portugal, mientras Oscar Únzaga y su círculo político lamentaban aquel final. Para coronar el desconcierto, el poeta comunista chileno Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura, envió un cable al Presidente Paz expresando: “La nacionalización es una fecha de honor para América”. Este último cable marcaba una notable diferencia con otro enviado el 21 de julio de 1946 por el mismo Neruda a sus

camaradas del PIR, protagonistas entonces del colgamiento de Villarroel: “Esto (el colgamiento) ha sido gloriosamente español” (en referencia directa a la guerra civil reciente en España, donde los comunistas solían colgar a los curas en los pueblos que tomaban). El vate chileno, militante comunista, pasaba por alto que Villarroel fue el precursor de la Revolución Nacional, que acarició la nacionalización de minas como algo querido pero entonces inalcanzable. Ignoraba también la sensación de alivio en las oficinas de la Patiño Mines en tal “fecha de honor para América”, que mirada a la distancia del tiempo resulta una ironía. Únzaga advirtió: “La minería entró en crisis al terminar la Segunda Guerra Mundial y las minas de los tres grandes consorcios están agotadas. El gobierno se está apropiando de una ruina. Tendrá que asumir los costos sociales de miles de obreros mineros que Patiño ya no necesita, cuyas indemnizaciones debería pagar el ‘rey del estaño’ y no el Estado Boliviano. Además, no será raro si encima el país tenga que indemnizar a los llamados ‘barones del estaño’…”. Desechando tales previsiones, el gobierno en el zénit de la revolución, creyó que lo importante era publicitar el castigo a la rosca minero feudal. Creó la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL), para administrar lo que fueron la Patiño Mines and Enterprises Consolidated Incorporated; la Compagnie Aramayo de Mines S.A.; y Mauricio Hoschild S.A.M.I. El decreto de nacionalización establecía un monto de indemnización de $us. 18,2 millones, cifra susceptible de bajar por algunas sumas que reclamaba el Estado. Pero sólo la Patiño Mines calculaba el valor de sus propiedades entre $us. 50 y 70 millones; la empresa se acogió a las leyes norteamericanas. Para la prensa yanqui y sus lectores todo aquel asunto era de mínima cuantía frente a la recta final de las elecciones presidenciales, que en noviembre favorecieron al candidato republicano, Gral. Dwight Eisenhower, considerado el mayor héroe de la Segunda Guerra Mundial. Llamado familiarmente Ike, también fue seducido políticamente por el embajador boliviano Víctor

Andrade. Entre la simpatía del diplomático boliviano y las insinuaciones de un presunto comunismo de los nuevos gobernantes en La Paz, Ike quiso saber de fuente directa lo que sucedía y envió en misión de observador a su hermano Milton Eisenhower. Su informe, en síntesis, fue concluyente: Bolivia estaba gobernada por hombres de formación socialista que podrían convertirse en comunistas si se les negaba ayuda. Ese informe fue la llave para el mayor programa de asistencia económica de los Estados Unidos a Bolivia, que permitió el avance de la Revolución Nacional. A partir de ese momento, los embajadores americanos serían protectores y aún militantes del proceso revolucionario.  Volviendo a “la batalla liberadora”, según la visión idílica de Asturias, la nacionalización de las minas fue un desastre, como lo vaticinara oportunamente Únzaga. En efecto, para transformar la minería no bastaba la emotividad y el odio a los barones del estaño; hacía falta eficacia administrativa. De haberlo entendido, los gobernantes revolucionarios no se habrían metido a un problema mayúsculo. La COMIBOL terminó dependiendo del odiado Patiño, accionista mayoritario de los hornos de función en Inglaterra y de las empresas que controlaban los circuitos de comercialización de minerales, cuyos representantes en Bolivia fueron, como paradoja, hombres cercanos al MNR. El Embajador Víctor Andrade, que como todos los movimientistas pondera la nacionalización de las minas como una liberación del poder político de los tres empresarios mineros, afirma en un libro de su autoría[205] que el precio internacional del estaño era tan mísero que los dueños de las minas estaban en la disyuntiva de mantener su propiedad a costa de despidos en masa que habrían ocasionado el conflicto social más grande de la historia republicana, o terminarían procediendo como la empresa de ferrocarriles la cual, cuando se convenció de su situación deficitaria, simplemente entregó los ferrocarriles al Estado. Es decir, si no había nacionalización, los barones del estaño hubieran preferido, simplemente, entregar las minas al Estado.

COMIBOL no tuvo la capacidad de administrar las empresas nacionalizadas que abarcaban verdaderos complejos de nombres que son parte de la historia boliviana: Catavi, Colquechaca, Huanuni, Kami, Morococala, Japo, Colquiri, Pulacayo, Unificada, Canutillo, Porco, Colavi, Bolsa Negra, Matilde, Viloco, Caracoles, Quechisla, Telamayu, Chocaya, Ánimas, Siete Suyos, Chorolque, Tasna, San José, además de un centenar de minas de menor dimensión en La Paz, Oruro y Potosí. Los pocos técnicos que se quedaron en COMIBOL y se hicieron movimientistas, no estuvieron a la altura del reto de la nacionalización. El resto lo hizo la demagogia, elemento afín a las revoluciones. Ese 31 de octubre de 1952, el decreto nacionalizador fue leído por el Oficial Mayor del Ministerio de Minas, Mario Sanginés Uriarte, hombre combatiente del 9 de abril, pero con la suficiente honradez intelectual como para escribir lo siguiente: “El decreto por el que se reincorporaba a los trabajadores despedidos por motivos sindicales o políticos fue sin duda la causa del desastre de COMIBOL. La concentración de ex trabajadores en las minas fue pavorosa. A fines de 1952, se había aumentado considerablemente el número de trabajadores en las minas de COMIBOL. El efecto de ello fue que se crearon graves problemas por la falta de viviendas y lugares de trabajo para los recontratados que, en gran parte, se quedaron en exterior mina… Reincorporaron a obreros y empleados que habían sido retirados por las ex empresas, acusados de ladrones o de estar enfermos y que habían recibido sus correspondientes indemnizaciones. Los campamentos estaban atiborrados de gente en busca de vivienda, obligando a que varias familias vivieran en un solo cuarto. Las pulperías eran vaciadas en pocos días y la carne, azúcar, arroz, etc., eran revendidos en los pueblos debido a sus precios subvencionados… En las minas no sabían dónde colocar a tanto personal, que sobrepasaban los diez mil. Los dirigentes sindicales en “comisión” se volvieron cientos, se organizaron los comandos del MNR y se crearon los “comités de base” y de “amas de casa”. Se contrató a decenas de deportistas en cada departamento. Con

semejante aumento innecesario de personal, comenzaron las pérdidas para COMIBOL. A eso se añadió la baja en la ley del mineral…”[206] Sanginés Uriarte afirma que los ingenieros y técnicos extranjeros y algunos bolivianos se fueron. No había a quien nombrar gerente de Catavi en reemplazo del prestigioso y capacitado Ing. Pickering, quien percibía un magnífico salario en la Patiño Mines, al que se reemplazó por un ingeniero Bustamante, hasta entonces subalterno en una sección, pero amigo de Lechín. Otra nueva autoridad extrajo dinero de la gerencia de Catavi para comprar cantidades exorbitantes de cerveza, no obstante que su venta estaba prohibida en las minas, haciendo pingüe negocio. Se dio el caso de que en Quechuisla se nombrara como gerente a un ingeniero de apellido Nogales que pasó a vivir en la suntuosa casa de Carlos Víctor Aramayo. Cuando fue despedido “por inepto”, dispuso que se embarque todo el mobiliario de la casa Aramayo en un tren que fue detenido por los propios mineros, luego de que se dieron cuenta del atraco. En el transcurso del tiempo, la COMIBOL fue un botín político y las gerencias premiaron a movimientistas encumbrados que hicieron fortunas recibiendo comisiones por la compra de materiales e insumos.[207] Pero mientras aquel desmadre se escenificaba en las minas nacionalizadas en medio de la euforia de los dirigentes trotskistas afines a Lechín, nadie supo -al margen del Presidente Paz Estenssoro y altas autoridades- que entre el 2 y el 16 de octubre salieron de las bóvedas del Banco Central de Bolivia 345.000 libras esterlinas, patrimonio del Estado Boliviano, que iban a ser canjeadas por barras de oro, en una extraña operación detrás de la cual había un negociado pignorando un tesoro nacional que ni siquiera el Presidente Salamanca había querido emplear para comprar cañones en la Guerra del Chaco. Con el Parlamento cerrado y la prensa independiente cohibida, el Jefe de Falange Socialista Boliviana, Oscar Únzaga de la Vega, hizo conocer su disconformidad con lo que venía sucediendo.  Criticó la

fallida nacionalización de las minas que, en su criterio, beneficiaba sólo a Patiño, agregando un ácido comentario sobre la “presencia de texanos en Sanandita”, en referencia a Glen McCarthy, insinuando un eventual tráfico de influencias. Abundó en críticas al gobierno entre núcleos universitarios, en reuniones con empresarios y personajes independientes, condenando los excesos del régimen que se pretendían justificar con la generación de recursos para defender la revolución. Denunció que en Bolivia “se gobernaba con métodos comunistas, pero se robaba como en los capitalismos más corrompidos”. Los núcleos del poder indignados y temerosos de perder sus canonjías, presionaron al Presidente de la República: no cabían medias tintas ni vacilaciones a la hora de defender la revolución. Edwin Rodríguez, alto funcionario del Palacio recuerda que hasta ese momento no había persecución de falangistas. El Presidente Paz Estenssoro transmitió al Cnl. Amado Prudencio, jefe de la sección segunda, la orden de hacer comparecer ante él al señor Únzaga de la Vega. Pero éste había desaparecido. Después de algunas semanas, un día de noviembre de 1952 lo ubicaron en el Hotel La Paz y hasta allí fue el Cnl. Prudencio, regresando con Únzaga, quien no pudo negarse a una invitación para reunirse con el Presidente de la República en el Palacio.[208] El Dr. Paz lo saludó con respeto y Únzaga respondió de la misma forma. PAZ ESTENSSORO.- Mire señor Únzaga, yo no tengo nada contra usted ni contra los falangistas, pero estoy perfectamente informado de sus ‘actividades de media noche’… ÚNZAGA DE LA VEGA. -  ¿A qué se refiere usted? PAZ ESTENSSORO.- A que nosotros estamos haciendo una revolución y la vamos a hacer, pese a quien pese, porque contamos con el apoyo de la inmensa mayoría del pueblo boliviano. Puede ser que cometamos errores, si ese fuese el caso, usted puede criticarnos desde su periódico Antorcha y yo le responderé desde La Nación

y podemos corregir lo que haga falta. Pero si insiste usted en tomar el camino de la conspiración, ahí tendremos un problema. Mi lucha real es contra la rosca; pero le advierto que si usted continúa conspirando contra mi gobierno, me veré obligado a perseguirlo. ¡Y perseguirlo duramente! ÚNZAGA DE LA VEGA (interrumpiendo).- Quien le dijo que FSB conspira, le ha mentido señor Presidente… PAZ ESTENSSORO (con gesto agrio).- Usted no conoce lo que es el exilio como lo conozco yo. Usted salió desterrado y volvió sin mayor problema… Yo estuve seis años saboreando el amargo pan del destierro. Conozco la dureza de la lucha política y le prevengo que si tengo que tomar medidas contra ustedes no será una persecución magnánima. ¡Tendrá toda la fuerza que exige un proceso revolucionario como el que estamos llevando adelante…! El tono de las palabras presidenciales había ido in crescendo y los ojos del Dr. Paz se abrían desmesuradamente mientras formulaba esa amenaza preocupante por el tono en que se profería. Ello dispensó a Únzaga de agregar nada más y poniéndose de pie dejó el lugar de la reunión con un seco “buenas tardes señor presidente”. Únzaga comprendió aquel día que la lucha contra el gobierno no tendría tregua. La Navidad de 1952 fue quizás el último momento amable para la vida de mucha gente en la ciudad de La Paz. En esos días Oscar Ùnzaga visitó a su prima Cristina y su esposo Luis Mario Serrano; ya tenían tres hijos María Eugenia nacida en 1942, María Renée nacida en 1946 y Marco Antonio nacido en 1948. Habían llegado recientemente de Corocoro, donde el Dr. Serrano, cirujano dentista de profesión, trabajaba para la compañía American Smelting Co. Vivieron en ese pueblo minero sólo con el hijo menor, pues las dos niñas se habían quedado internas en el Colegio Rosa Gattorno, en

Obrajes. La nacionalización de las minas cambió el ritmo de sus vidas, la familia se juntó de nuevo en La Paz y las niñas fueron inscritas en el Colegio Inglés Católico, donde era profesora Gaby Díaz, quien conoció y luego se casó con el coronel José Luis Serrano, viudo y padre de Mario Luis. Con el tiempo, ambas familias se irían a vivir juntas a la Zona Norte, en la calle Larecaja Nº 188, futuro escenario central de este libro. Ese fin de año de 1952, Paz Estenssoro no se equivocaba creyendo que había una conspiración en marcha. Pero no era de la “rosca” ni de FSB… todavía. Se tejía en el seno mismo del gobierno y participaban de ella algunos de los más importantes combatientes revolucionarios del 9 de abril como fue Adrián Barrenechea, además del Ministro de Prensa y Propaganda, Hugo Roberts Barragán, el Alcalde de La Paz, Jorge Ríos Gamarra, el dirigente del MNR Luis Peñaloza Cordero, quien había acompañado a Paz Estenssoro en la incursión por Villazón en 1951 y que en ese momento era gerente general de la Caja Nacional de Salud, así como Julio Manuel Aramayo, Daniel Meruvia, José Luis Jofré, junto a otros dirigentes medios. Estaban con ellos militares leales al MNR, como el Jefe de Estado Mayor del Ejército, Cnl. Delfín Cataldi; el Jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea, Cnl. Claudio López; el Jefe del Regimiento Escolta Presidencial, Cnl. Gualberto Olmos; el Jefe de la Casa Militar del Palacio, Mayor Israel Téllez (el militar radepista que había entregado las armas del arsenal a los revolucionarios el 9 de abril), el Gral. Froilán Calleja, además del Subdirector General de Policías, Mayor José Ibáñez y otros uniformados. Los “Grupos de Honor”, que lucharon junto a Siles Zuazo, donde militaba Lydia Gueiler, estaban comprometidos en aquel movimiento de rectificación, cuyas motivaciones habían sido promocionadas desde semanas atrás por el periódico del MNR “En Marcha”, que dirigía el movimientista Raúl Murillo, un órgano de prensa que ganó laureles en la lucha contra los gobiernos conservadores. El golpe de esos personajes estalló el 6 de enero de 1953 y llegaron a tomar preso a Ñuflo Chávez Ortíz, pero la acción fue desbaratada en pocas horas. Uno de los líderes de la conspiración interna, Luis

Peñaloza, fue llevado a presencia de Paz Estenssoro, de allí salió al exilio y sus compañeros fueron a prisión o se escondieron. Solo fue un susto, pero ello enardeció a los movimientistas. Al día siguiente se hizo una demostración de fuerza que culminó con discursos de Lechín y Paz Estenssoro, anunciando “castigo para los traidores”, denunciando que la “rosca preparaba otro complot para evitar la reforma agraria”. Se anunció la lucha armada para acabar con el régimen feudal-colonial y se convocó a la VI Convención Nacional del MNR cuyo planteamiento central fue: “o sobrevive la revolución o sobrevive la rosca”. La tarea estratégica fue montar un aparato de control político con atribuciones más allá de las leyes vigentes, para “defender la revolución del pueblo”. Los “Grupos de Honor” quedaron anulados y en su lugar aparecieron los “milicianos”, bandas armadas organizadas en base a gente de baja estofa que no se inhibiera a la hora de golpear opositores, allanar domicilios de rosqueros sin ninguna figura legal, buscando armas o documentos generalmente inexistentes y robar cualquier objeto de valor que llamara su atención. Claudio San Román fue el organizador, se ha calculado que pudieron haber sumado unos diez mil en el peor momento de la represión y se sabe que el gobierno sostuvo económicamente a sus batallones de milicianos con el ítem “gastos de emergencia” de la ayuda americana. Las milicias eran una forma de terrorismo de Estado, que se complementó con otros grupos de choque integrados por mujeres conocidas como “barzolas”, que igualmente recibían un estipendio por atacar con cuchillos y chicotes las manifestaciones de protesta, insultaban y agredían a señoras que “parecían” familiares de rosqueros y perseguían públicamente a los políticos opositores. Tomaron el nombre de María Barzola, una palliri que perdió la vida en la llamada “masacre de Catavi” y durante mucho tiempo se calumnió a Lydia Gueiler acusándola falsamente de liderar a esas mujeres que cumplían actividades abiertamente delictivas.      A esas alturas, era general el temor a las turbas de “milicianos” que aparecían a medianoche en alguna casa por una “denuncia”, procediendo a detenciones, requisas y robo de objetos, en medio

del llanto de niños aterrorizados. En las noches se escuchaban disparos de armas, las calles eran patrulladas por milicianos y propinaban golpizas a quien tuviera la fatalidad de recogerse a su domicilio a esas horas. Las “barzolas”, insultaban y atacaban señoras en las calles de las ciudades. La clase media empezó a sentirse intimidada, evitando salir de noche y mostrándose de día desaliñada para no despertar sospechas de apariencia “rosquera”. La situación en el campo era tensa. Los campesinos, hasta poco antes apacibles, asumieron poses agresivas y la violencia se enseñoreó, multiplicándose los asaltos de propiedades y vejaciones a los antiguos patrones. Pero el gobierno enfrentaba otras eventualidades, por ejemplo la parálisis de la industria minera nacionalizada a raíz del embargo solicitado a la justicia chilena por los ex barones del estaño y que durante unos meses afectó a los puertos del norte por donde se abastece Bolivia. Fue un delicado reto para el embajador boliviano, el intelectual Carlos Montenegro, pero estando su salud quebrantada, debió abandonar la misión, de manera que el joven secretario de la legación, Luis Alberto Alípaz actuó hábilmente acercándose al Gral. Carlos Ibáñez del Campo, candidato potencial a la Presidencia de Chile, inclusive canalizando recursos económicos que lo ayudaron a ganar las elecciones. Ya en el poder, Ibáñez, levantó el bloqueo que afectaba a Bolivia, estrechó relaciones con el gobierno de Paz Estenssoro e inclusive quiso seguir sus pasos intentando nacionalizar los yacimientos de cobre, que no pudo concretar, pero estableció el Salario Mínimo Campesino, sacando a los trabajadores rurales de un estado semifeudal. El encuentro entre los presidentes Paz Estenssoro e Ibáñez del Campo, fue el primero a ese nivel desde la Guerra del Pacífico. Siendo el otro objetivo central del gobierno la reforma agraria, proceso en el que trabajaba una comisión de alto nivel, se multiplicaron los sindicatos campesinos que irían a conjuntarse en un conglomerado denominado Confederación Nacional de Trabajadores Campesinos de Bolivia, cuyos dirigentes adquirieron fuerte peso político. Buscando imprimir a la revolución un sello

mayoritario, se revalorizó lo ancestral, principalmente a través de la música. Se pusieron en escena los Festivales Folklóricos en el Estadio Hernando Siles, en presencia de autoridades de gobierno y se estableció por decreto que las radios difundan obligatoriamente melodías folklóricas nacionales. Fue el gran momento de Pepa Cardona y Tito Yupanqui, de Las Kantutas o las Hermanas Tejada. Brillaron los protagonistas del teatro social boliviano con actores de la talla de Luis Espinoza, Tito Landa, Cervantes Monroy, Pumarino y un libretista excepcional llamado Raúl Salmón. Los ideólogos del MNR imitaban aspectos del proceso revolucionario mexicano, como el control de los medios de comunicación, la sustentación de un aparato cultural o  el espectáculo del cine y la canción al servicio de la revolución. Algo parecido había estado sucediendo con el proceso peronista en la Argentina El gobierno asimiló las ventajas del cine (aún no existía la televisión) y en abril de 1953, mediante decreto supremo, se creó el Instituto Cinematográfico Boliviano, a cuya cabeza Waldo Cerruto hizo una labor notable, produciendo decenas de documentales sobre temas nacionales y desde luego noticieros informando sobre las “realizaciones de la revolución” y la entrega de obras, mostrando al Presidente Paz con lluchu[209], visitando sindicatos y comarcas o abrazando campesinos en el Palacio de Gobierno. Aquello tuvo efecto en las masas. Sólo en La Paz funcionaban en ese momento una treintena de salas cinematográficas que ofrecían filmes producidos en Hollywood y otras que llegaban de México o la Argentina en las que invariablemente estaba presente el tango o las rancheras. Proyectoras a carbón daban funciones en las capitales departamentales y los centros mineros, mientras pequeños empresarios itinerantes viajaban por las provincias exhibiendo filmes con Jorge Negrete, Pedro Infante, Hugo del Carril o Alberto Castillo, convirtiéndose en propagandistas involuntarios de la revolución al mostrar los documentales preparados por Cerruto. Como sucedió antes con Hitler y sucedía en esos momentos con Stalin, empezó en Bolivia la política del “culto a la personalidad”, lo que se expresó en apariciones del Dr. Paz en distintos lugares de la

geografía nacional, en actos políticos masivos, emisión de estampillas, grandes afiches con las fotografías del Presidente, quien frecuentaba el Estadio Hernando Siles al que ingresaba triunfalmente y festejaba los goles de Víctor Agustín Ugarte, entonces también en ascenso a la fama. Las leyendas del siglo XX relatan que el 9 de abril de 1953, primer aniversario de la revolución, fue celebrado desde el amanecer con dianas, desfiles y una fiesta en el Palacio abierto al pueblo, donde se bebió y bailó, mientras las cámaras registraban el festejo y un argentino llamado Ernesto Guevara, observaba con aprehensión esa parafernalia, criticando el estrecho sentido nacionalista de la revolución boliviana.[210] Oscar Únzaga publicó un manifiesto a la nación con fecha 10 de abril de 1953, recordando que hacía un año se superaron todos los récords de deslealtad política, entre ellos el Pacto de Laja, firmada por los jerarcas movimientistas y Jefes del Ejército, comprometiéndose respetar la institución armada. “Pero todos esos compromisos suscritos por dirigentes responsables, empeñando el honor de su partido, fueron traicionados cuando el poder estuvo en sus manos. No hubo pacto que se cumpliese ni lealtad que se guardara. Con la falsía con que llegaron al poder no dieron al pueblo la vida mejor que le habían ofrecido”. Más allá de los gabinetes donde la gente del Instituto Cinematográfico imaginaba escenas bucólicas y escribía guiones revolucionarios, en otros recintos del oficialismo se propiciaba la creación de una “burguesía nacional” que reemplace a la odiada “rosca”. Se denunció, por ejemplo, que habiendo una veda para la obtención de divisas y prohibiciones para adquirir vehículos, el Ministro de Prensa e Información, Fellman Velarde, disponía de memorándums autorizando al Ministerio de Agricultura a conceder al “compañero fulano de tal” un cupo para la compra de un camión de la marca Federal, que importaba la Casa SACI. Fellman ponía la plata, el compañero intermediario concretaba la operación y recibía

cien mil bolivianos de premio. Un camión se cotizaba en dos millones de bolivianos.[211] El subsecretario de la Presidencia, Edwin Rodríguez recuerda que “fue denunciada la madre de Cuadros Sánchez como vendedora de cupos”, y también que se detuvieron camiones cargados de harina de contrabando y “los indicios señalaban al Ministro de Defensa, pero el Presidente de la República optó por dejar pasar, pues tenía otras prioridades”.[212] Ante el cuadro de desintegración moral que mostraban tan tempranamente algunas instancias del gobierno, Oscar Únzaga autorizó un “Acuerdo ad referéndum” suscrito por Gustavo Stumpf, en representación de FSB, y Leonardo Montero, en representación de la industria minera. El documento expresaba la necesidad de anular la nacionalización de minas y restituir los bienes muebles e inmuebles de las grandes minas expropiadas, pero estableciendo “un nuevo régimen legal y tributario, mediante la constitución de una sociedad legal con participación de las utilidades entre el Estado -en su calidad de dueño originario de las sustancias minerales-, el capital y el trabajo”. El documento que debía ser aprobado o rechazado por Únzaga de la Vega, llevaba la fecha del 23 de mayo de 1953, tenía tres objetivos: Primero, asegurar el funcionamiento de la industria minera privada que habiendo sido bien administrada, necesitaba grandes inversiones para seguir trabajando. Segundo, sacar del negocio a un gobierno incompetente para cumplir tal faena. Tercero, obligar a las empresas a compartir las ganancias con el Estado a través de un sistema tributario adecuado, pero además con los trabajadores mediante remuneraciones justas y el financiamiento de prestaciones sociales en materia de seguridad y salud.[213] Desde luego, hay que suponer que había un cuatro objetivo -que no estaba incluido en el acuerdo-: financiar la instauración de un nuevo gobierno en reemplazo del vigente; vale decir un gobierno falangista. Para ello hacía falta el apoyo de las Fuerzas Armadas.

Los militares sentían su futuro embargado ante la amenaza lechinista de organizar un nuevo ejército con overol, sin galones ni botas. Gente del gobierno empezó a reclutar oficiales, o por lo menos asegurar la neutralidad militar a cambio del salario. La intención ganó status oficial. El Colegio Militar permanecía cerrado, pero al reabrirse en 1953, los cadetes, en el momento de egresar como subtenientes, no se limitarían a jurar “por la patria”; también debían jurar que “defenderían la revolución”, lo que equivalía a recibir sus sables junto al carnet de militantes del MNR. El nuevo ejército en ciernes, sería “el Ejército de la Revolución Nacional”. El Mayor Julio Álvarez Lafaye, en ese momento profesor de la Escuela de Estado Mayor en Cochabamba, era un oficial digno con una carrera destacada. Un buen día, un militar de filiación movimientista, llegó a la Escuela con una proclama: “éste es el ejército de la revolución nacional”. El My. Álvarez Lafaye hizo una ironía, respondiendo “éste es el Ejército de Bolivia y de nadie más”. Tres días después, estaba confinado en San Matías. No sospechó entonces que su destino estaría ligado al de Únzaga de la Vega a quien no conocía. “Yo no acepté nunca que el Ejército Nacional pudiera ser convertido en la Célula Armada de un Partido. Yo debía luchar contra quienes lo intentaban”, declaró Álvarez al periodista Alfonso Prudencio.[214] Fue dado de baja. “El Mayor Álvarez Lafaye dejó de existir y nació el hombre de la Resistencia”. Estaba casado con Elena Pinto Escalier, dama proveniente de prestigiosas familias bolivianas. Huyó a pie del sitio de su confinamiento y después de una travesía de 18 días, llegó a Santa Ana de Yacuma, desde donde retornó a La Paz oculto entre la carne en un avión carguero. A partir de ese momento, Álvarez se entregó a la lucha contra el gobierno, con la misma pasión que empleó en la Guerra del Chaco, cuando con apenas 16 años, fue uno de los cadetes que dio tres pasos al frente para marchar al frente en defensa de la patria. En mayo, un impreso bajo el logotipo de ANTORCHA, ganó las calles y se agotó en un par de horas. En él, Oscar Únzaga

denunciaba las tropelías del régimen, repugnaba de la corrupción oficial, advertía contra el uso de los campesinos por la vía de una reforma agraria que alentaba la lucha de razas, destinada a conformar una fuerza de choque contra la gente de las ciudades. Daba la cara por la institución armada recordando que “nació con Bolivia y la defendió en todas las instancias cuando el patrimonio territorial fue violentado por los ejércitos de países vecinos. Recordaba la entrega de los militares a la causa boliviana en la Guerra del Chaco, campaña que diezmó a los oficiales combatientes. Destacó la presencia del mayor Villarroel y su entereza al asumir medidas sociales y responder a demandas por derechos largamente conculcados y que murió engañado y traicionado por políticos que ahora, coludidos con comunistas, algunos de ellos colgadores de Villarroel, se aprestaban a introducir una dictadura de partido en Bolivia. Y comprometía a Falange Socialista Boliviana, en la defensa intransigente de las Fuerzas Armadas. El órgano oficial de FSB llegó a los cuarteles y causó un fuerte impacto emocional. El 24 de julio, el gobierno dictó un decreto reorganizando a las Fuerzas Armadas de la Nación “de acuerdo a una estructura jurídica y técnica conformada por los principios de la Revolución Nacional”. En buen castellano, era la afiliación de todos los oficiales como requisito para seguir en el escalafón. La primera resistencia franca surgió del sector menos politizado del Ejército, el Batallón de Ingenieros, que realizaba su trabajo construyendo caminos y dando instrucción de ingeniería militar a clases y oficiales. El comandante de esa unidad, capitán Julio Sanjinés, se opuso a que ningún oficial del Batallón fuera obligado a enrolarse en el MNR, al juzgar que el Ejército debía su lealtad al país y no a un partido político. Como ANTORCHA reclamó por la inscripción obligada de militares en el MNR, comparándola con lo que hizo la Alemania del Tercer Reich, cuando Hitler determinó la afiliación de los militares al Partido Nazi, los elementos de inteligencia creyeron que el capitán Sanjinés tenía algún nexo con Únzaga. Por añadidura salió al aire una radio clandestina -“La Voz del Cadete”-, la que en una hora de emisión

diaria cuestionaba la política del gobierno respecto a las Fuerzas Armadas. A ello se sumó que el Coronel Rafael Loayza, perseguido por el gobierno, buscó refugio por una noche en el Batallón y, más aún, que el dirigente falangista Ambrosio García, fuera recibido por los oficiales ingenieros, lo que fue de conocimiento del alto mando militar dócil al gobierno. Al finalizar el mes de julio, Sanjinés y sus oficiales fueron aprehendidos y remitidos al Panóptico, donde encontraron también preso al Gral. Bernardino Bilbao Rioja, el último defensor del Chaco que contuvo al Ejército Paraguayo en Villamontes, un hombre ya de edad, a quien sus custodios habían arrancado a golpes todos los dientes. Los jóvenes militares se quedaron pasmados: ¡el mayor héroe de la guerra era tratado peor que un criminal por el chileno Luis Gayán! Parecida sensación tuvieron Únzaga de la Vega y Ambrosio García cuando se enteraron de lo sucedido con su camarada, a quien habían llevado a la candidatura presidencial en las últimas elecciones. Si a un hombre como Bilbao Rioja le dieron ese trato, habría que esperar lo peor si acaso alguna vez ellos caían en manos de los sayones. Entre los encarcelados se encontraban también el Gral. Felipe M. Rivera, el Gral. Raúl Gamarra Sáenz y el médico militar Cnl. Sinforoso Bilbao, hermano del General. Cayó el Cnl. Rafael Loayza y otros militares, entre ellos el Mayor Alfredo Ovando Candia. El Cnl. Loayza fue sometido a torturas y padecimientos que empero no lo derrumbaron moralmente y se mantuvo erguido, retando a sus custodios que rivalizaban en crueldad. Fue en la cárcel de San Pedro, en presencia de Juvenal Sejas, que el dirigente falangista Cosme Coca y el Mayor Alfredo Ovando Candia, asumieron un pacto de honor basado en la necesidad de que este militar recobre su libertad, repugnando de cualquier concomitancia con FSB, para luego ponerse al servicio del “Ejército de la Revolución Nacional”, alcanzando las mayores jerarquías, para desde allí destruir al régimen movimientista.[215] Algo así sucedió en efecto, aunque con serias dudas y cuestionamientos de por medio, como se verá más adelante.

El gobierno denunció un supuesto “atentado contra el Presidente Paz Estenssoro”, y otro contra Fellman Velarde, pero sólo fue un pretexto para la primera cacería humana de la era movimientista. El objetivo principal era el jefe de FSB que no fue encontrado, pero aprehendieron a un centenar de falangistas, entre ellos los hermanos Tredenick, estudiantes de secundaria -el mayor no había cumplido los 15 años-. Los embarcaron en aviones y los condujeron a la ciudad brasileña de Corumbá. Tomaron a Ismael Castro, lo exiliaron a Chile con lo puesto y no pudo volver al país sino 12 años más tarde. Walter Alpire, René Gallardo, César Rojas, Jaime Villalba y otros fueron residenciados en regiones tropicales inhóspitas. A decenas de falangistas en La Paz los encerraron en prisiones. Únzaga se sumergió en la más absoluta clandestinidad. La ciudad de La Paz era relativamente pequeña en los años 50. La habitaban 350.000 personas, El Alto era un caserío, las laderas este y oeste estaban poco pobladas y recién empezaban a desarrollarse Obrajes y Calacoto, en tanto Irpavi, Achumani y otras regiones de la actual Zona Sur eran campos de siembra y lecherías. En tal escenario desapareció Únzaga, siendo vanos los intentos de los agentes de San Román que peinaban la ciudad, una y otra vez. También pusieron precio a las cabezas de otros dirigentes falangistas como Gustavo Stumpf, Ambrosio García, Antonio Anze Jiménez, Luis Céspedes Barbery, José Gamarra y el ayudante de Únzaga, en ese momento, Jorge Sánchez de Loría. Los falangistas empezaron a acumular armas para la lucha. Claudio San Román montó un aparato represivo sin antecedentes, que penetró instancias del movimiento de resistencia jefaturizado por Únzaga y conectado con exiliados en Perú, Chile, Argentina y Brasil. Las redadas fueron frecuentes y para evitar que los perseguidos pudieran apelar al recurso de hábeas corpus, el gobierno tuvo a mano abogados del partido que coparon el aparato judicial. En tanto Únzaga organizaba la lucha contra lo que parecía una dictadura en ciernes, el régimen habilitó sórdidas prisiones en la

llamada “Sección Segunda” de la calle Junín y las secciones “Guanay” y “Cárcel de mujeres” de la Cárcel de San Pedro. Allí fueron a dar ciudadanos meritorios, la mayoría por el sólo hecho de resultar antipáticos al régimen, otros por alguna crítica al gobierno y la mayoría por sospecha de estar en afanes subversivos. Se empleó como represor el ciudadano francés Marcel Tonnelier, quien había llegado a La Paz en 1952, integrando un circo, siendo su mujer la contorsionista. Ambos intentaron comprar cocaína, pero fueron timados por un narcotraficante, a quien en represalia asesinaron en una habitación del Hotel Torino y luego descuartizaron, enviando sus restos en una encomienda por tren que llegó a Villazón, donde los descubrió la Policía. Encarcelado en el Panóptico, Tonnelier se convirtió en el jefe del comando de presos del MNR y su mujer pasó a ser la amante de Luis Gayán, el torturador del Gral. Bernardino Bilbao.[216] La consigna oficial fue destruir FSB. Únzaga respondió impartiendo la consigna de la “subversión permanente para liberar a la patria”. El gobierno controló la publicación de diarios. Los semanarios ANTORCHA de La Paz y Santa Cruz fueron clausurados y el de Cochabamba se mantuvo editado en la clandestinidad. EL ECO de Trinidad fue allanado y confiscadas sus instalaciones. EL PAÍS de Cochabamba fue clausurado y su propietario obligado a vender sus instalaciones al gobierno para editar allí el diario oficialista EL PUEBLO. En La Paz EL DIARIO se autocensuró y sólo quedó batallando el semanario católico PRESENCIA y LOS TIEMPOS de Cochabamba, aunque no por mucho tiempo. El control de los medios no logró silenciar a la oposición que recurrió al ingenio para transmitir su verdad. Pese al férreo control policial en Cochabamba a cargo del mayor Emilio Arce, en esa ciudad mayoritariamente falangista, un domingo de mayo del 53 varios jóvenes ingresaron a los cines faltando un minuto para la función vespertina y en el momento en que las luces se atenuaban para iniciar la proyección, distribuyeron volantes contra el gobierno, sorprendiendo a los agentes que, como represalia, apresaron a ¡los administradores de los cines! Mayor fue el impacto de la salida al

aire de Radio Antorcha, que transmitía desde un lugar indeterminado y sus emisiones eran esperadas por toda la población a las 13 horas, denunciando los atropellos del régimen. El peor golpe al gobierno se registró cuando esa emisora le dedicó una “audición especial de homenaje al Mayor Arce por su éxito económico obtenido en su último negocio de importación de bicicletas, operación para la que el gobierno le había concedido una importante cantidad de dólares”.[217] Después de una larga búsqueda con tecnología sofisticada, la Policía detectó que el punto de transmisión estaba en una casita cercana a la ciudad. Una treintena de agentes asaltaron el lugar, pero minutos antes su locutor, el falangista César Rojas, logró darse a la fuga. La familia Alayza, propietaria del inmueble, negó que hubiera allí una radio, de modo que los agentes procedieron a una requisa y al no encontrar nada, empezaron a demoler la vivienda, obligando a los propietarios a revelar que la emisora de onda corta estaba debajo de un cajón con huevos. César Rojas ingreso en la clandestinidad, luchó denodadamente contra el régimen hasta la muerte años más tarde. Únzaga y FSB se entregaron con absoluta convicción a la tarea de intentar derrocar al gobierno, pero dada la coraza combatiente integrada por policías y milicianos con la que se protegía el gobierno, no cabía sino armarse. Paradójicamente, muchos de los campesinos y obreros que habían recibido armas para defender al MNR, pasada la primera emoción de poseer un fusil y convencidos de su inutilidad en la vida normal, lo vendieron a los acopiadores al servicio de FSB. Lo doloroso para Únzaga fue enterarse de que algunas de esas armas les eran vendidas dos o tres veces. Sus disponibilidades económicas eran escasas y provenían generalmente de falangistas que algo tenían o de algún donante anónimo compadecido del sacrificio de esos hombres. San Román filtró “buzos” y así pudo enterarse que Únzaga había logrado relacionarse con miembros del servicio diplomático y de seguridad del Brasil que a su vez lo contactaron con fabricantes de

armas. La filtración impidió la llegada de un avión trayendo un importante cargamento con el cual FSB creía poder dar fin al gobierno del MNR. La revelación, contenida en un libro de José Gamarra[218]  refiere que el Cnl. Pedro da Costa Leigue, Secretario del Consejo Nacional de Seguridad del Brasil gestionó personalmente la adquisición de armamento con destino a los falangistas bolivianos, con el argumento de que el proceso político que encarnaba el Presidente Paz Estenssoro era un peligro para el Brasil.





XIII - REFORMA AGRARIA (1953)

O  

scar Únzaga estuvo entre los primeros en plantear la reforma agraria en Bolivia. No para “fregar” a los terratenientes, sino para beneficiar a los indígenas, pues los consideraba propietarios naturales de las tierras de cultivo, a quienes había que consolidar derechos y obligaciones, otorgándoles educación que los haga iguales al resto de ciudadanos, además de servicios, salud y técnicas agropecuarias para enfrentar su futuro con capacidad plena. Únzaga quería llevar la economía al campo y no fusiles para defender a los ocasionales redentores. Apostrofaba contra todo intento de usar a los campesinos como carne de cañón para respaldar a la revolución, que fue precisamente lo que iba a suceder partir de agosto de 1953. Por ello el gobierno convirtió a Únzaga en supuesto enemigo del “proceso de liberación del campesino”. Bolivia en 1953, no era México en 1910 y aquí nadie se oponía a que los indios tengan la propiedad de la tierra en la que trabajaban. FSB anunció su oposición a que los campesinos paguen el fin de una sumisión de siglos convirtiéndose en milicianos en pie de guerra contra el resto del país, que paradójicamente apoyaba la reforma agraria. Como los revolucionarios pensaban ser los dueños absolutos de esa reforma, debían acallar al contestatario Únzaga de la Vega, comenzando la persecución en su contra que se prolongaría por seis años. No le dieron tregua.      Fueron varios los lugares donde el jefe falangista se refugió en La Paz, pero quienes los conocieron, nunca revelaron ninguna referencia. En todo caso se sabe que fueron domicilios privados en Sopocachi, San Pedro, Churubamba y San Pedro, que vivió por temporadas en un molino de Achachicala, en algunas capillas y colegios católicos. El control político ofreció gruesas sumas de dinero para intentar alguna delación, pero pocos conocían su paradero, la lealtad era inexpugnable y nunca nadie reveló ningún indicio, aunque a veces el cerco se estrechaba sobre los eventuales

refugios del líder falangista, quien debió abandonarlos apelando a disfraces, en maleteros de vehículos o trasponiendo muros. Quedó abandonada la militancia abierta que asiste a reuniones u organiza actos de masas. Desde 1953, FSB asumió una fisonomía clandestina y golpista. La cúpula falangista, de muy pocas personas, se reportaba directamente con su jefe, mantenía redes de comunicación con el resto del país y manejaba ficheros donde estaban registrados los dirigentes, con descripciones sobre su profesión, sus capacidades y el alcance de su liderazgo. Había casas de acopio de armamento en lugares impensables, lo mismo que centrales de correo falangista, generalmente en lugares públicos de mucho movimiento, como tiendas y puestos de mercado, mediante las que se impartían instrucciones y misiones en clave. El aparato de inteligencia del régimen, al que se incorporaron personajes como el español Francisco Lluch, adquirió dimensiones extraordinarias. Decenas de libros que se han escrito sobre esos años, afirman que la represión contó con la cooperación económica de los Estados Unidos a través de un adendum en el llamado Punto IV de la ayuda americana. A las labores de espionaje y seguimiento, mediante agentes encubiertos y soplones, proseguía el trabajo de allanamiento de domicilios; la requisa en busca de armas o documentos comprometedores. Los agentes estaban autorizados a confiscar todo lo que pudiera ser “sospechoso”, especialmente si era de oro o, mejor, dinero contante. El preso era requisado y, “por su seguridad”, se le decomisaban cinturón, cordones de calzados, cartera, reloj, anillo y desde luego el abrigo; cuanta mejor calidad, mayor sospecha. Luego, el detenido era fichado y declarado “incomunicado” por razones de “seguridad nacional”. La bienvenida generalmente incluía la pérdida de algunas piezas dentales y fuertes dolores testiculares. Venía luego una temporada de escarmiento cuando todo resto de rebeldía era extinguido a plan de “plantones” y “chocolateadas”. Después, sólo quedaba un preso humillado, dependiente del humor del carcelero, compartiendo con decenas de infortunados un jarro de sultana matutino y una lagua insípida como

almuerzo, un solo pozo séptico pestilente, unos minutos al mes para bañarse con agua fría y lavar la ropa, durmiendo de a tres sobre un colchón de paja poblado de piojos. Finalmente, el largo calvario de padecimientos físicos, impotencia y dolor por las humillaciones a las que se sometían a padres, esposas e hijos de los desgraciados que caían en esas redes de escarnio, donde la única esperanza era rezar a Dios. No faltaron las muertes de reos, probablemente asesinatos bajo el rótulo de suicidios, como sucedió con el Teniente Maldonado.[219] En la sección Guanay y la llamada “cárcel de Mujeres”, un sitio inhóspito destinado a delincuentes peligrosos, los presos políticos fueron confraternizando. Allí estaban, entre decenas de muchachos de militancia falangista, el ex Vicepresidente de la República, Dr. Julián V. Montellano, hombre de la revolución que había manifestado su disconformidad con los métodos del gobierno, o el Coronel Antonio Ponce Montán, militar radepista que había sido colega de Paz Estenssoro en el gabinete del Presidente Villarroel. El anciano industrial Juan Gamarra, preso en la sección Guanay y su hijo José Gamarra en la “Cárcel de Mujeres”, aunque sus captores nunca les permitieron darse un abrazo, conformándose con mirarse a lo lejos y levantar la mano en señal de saludo. En junio de 1953 empezaron a funcionar los campos de concentración, organizados siguiendo el modelo alemán bajo el nacionalsocialismo. El primero fue instalado en lo que fue un cuartel militar en Corocoro, en la región sur del departamento de La Paz. Allí fueron a dar las primeras trescientas víctimas en su mayoría provenientes del Panóptico. En octubre se abrió el de Uncía y allí fue a dar el Mayor Julio Álvarez Lafaye, junto a militares, catedráticos universitarios, abogados y médicos. Previamente, se había hecho una labor de penetración psicológica entre la población minera, señalando que los presos eran los oligarcas que había masacrado a los mineros. El régimen carcelario era duro y la primera regla era la incomunicación absoluta con el exterior, incluyendo cartas de familiares, libros o noticias por cualquier vía. Trabajos forzados recogiendo leña sobre las espaldas, limpiando

caminos o en construcciones. Escasa alimentación, generalmente podrida, consumida por los presos en razón al hambre al que eran sometidos. Las necesidades corporales se debían realizar una vez al día, durante unos minutos, a la intemperie, bajo estrecha vigilancia. Cualquier reclamo era castigado a latigazos. Cada noche explosionaban cartuchos de dinamita a pocos metros de las celdas. Después de meses se permitía la recepción de encomiendas previamente requisadas. La mayor parte de los alimentos en conserva que les enviaban los familiares era consumida por los guardias y lo mismo sucedía con la ropa, de manera que después de un tiempo, los internos vestían andrajos y muchos andaban descalzos. El propósito era debilitar su dignidad.  Para entonces cuatro regimientos de milicianos controlaban La Paz desde puntos estratégicos como el cerro de Laikakota. A ellos se sumó un regimiento en Oruro y dos en las minas. Los comandos armados en el agro tuvieron connotaciones siniestras por la violencia que desataron contra la ciudad de Cochabamba y, al final, entre ellos mismos. Dos regimientos de campesinos, comandados por el Ministro Ñuflo Chávez, recibieron entrenamiento guerrillero e instalaron sus propios cuarteles en Ucureña y Sipesipe del valle cochabambino. Según la información divulgada por historiadores del MNR,[220] los regimientos campesinos sumaban 1.500 hombres bien pertrechados de fusiles y ametralladoras con fuerte dotación de munición. Con tal preámbulo, el 2 de agosto de 1953, el gobierno decidió decretar la reforma agraria, que entregaba “la tierra a quien la trabaja”. La ocasión fue una puesta en escena con repercusiones externas. Los diarios y agencias internacionales destacaron el hecho de que era la primera reforma agraria no comunista en el mundo y Paz Estenssoro se convirtió en una leyenda. La reforma agraria consolidó la conquista de los derechos en favor de un amplio sector de trabajadores rurales en el altiplano andino y los valles bolivianos que antes fueron peones y, en la mayoría de los casos, pongos sometidos a trabajo gratuito en favor del patrón. Consistió en los hechos en el reparto de propiedades grandes, medianas y pequeñas. Si la ley contempló alguna compensación,

jamás se la cumplió. Afectaron tanto a latifundistas sin entrañas que abusaron de su condición, como a dueños de fincas que vivían en las ciudades, indiferentes a la realidad social, disfrutando de las rentas de sus propiedades, sin enterarse de que sus capataces hacían gemir a los indios. Pero también a propietarios que habían instalado empresas agropecuarias, mejorando ganado y cultivos en un proceso de modernización. Todos fueron medidos con la misma vara y no faltó la venganza ejercitada con quienes eran inocentes, aunque culpables de haber heredado esas tierras. Pero la reforma agraria tuvo otra connotación en el oriente. Luis Mayser Ardaya, entonces un joven falangista, recuerda que allí no había un problema de falta de tierras; quien lo quisiera podía posesionarse de un terreno sin propietario y si se deseaba adquirirla en propiedad, se sometía a un sencillo trámite de compra a través de la Prefectura, justificando que había hecho mejoras, poseía ganado y hacía agricultura de subsistencia. Se pagaba doble impuesto por esas tierras, uno departamental y otro nacional. Otra forma de comprar tierras consistía en posesionarse de un lote baldío, lo que daba derecho a 500 metros a la redonda. No la adquiría, pero había que pagar los dos impuestos y el derecho de posesión. “Acá el campesino se asentaba donde quería y trabajaba cuando quería, porque la tierra todavía era inmadura y no había condiciones para hacer abono. Inclusive en las tierras con dueños el campesino ingresaba a trabajar y el dueño no le reclamaba, no había problema. Con la reforma agraria, despertó la ambición de mucha gente, así como la influencia para adquirir grandes extensiones. Uno adquiría prácticamente gratis pero no en propiedad, sino en dotación, porque para ser dueño había que comprar. Por ejemplo, si alguien quería vender terrenos tenía que sacar una autorización de un auto de vista del Consejo Nacional de Reforma Agraria que autorizaba la venta de

las mejoras, pero no de la tierra, porque no era dueño sino sólo un cuidador.” En todo caso, la tierra empezaba a generar actividad económica en el oriente, mientras en el occidente -como sucedió cuatro décadas antes en México-, el gusto a la pólvora y la adrenalina de la revolución mantuvo a muchos de los beneficiarios en pie de guerra y los campesinos armados prefirieron movilizarse para enfrentar asonadas citadinas o para advertirlas. Cuando no hubo enemigo posible, se enfrentaron entre ellos, como sucedió durante largo tiempo entre laimes y jucumanis.  La reforma provocó también una extendida migración del campo a las ciudades. Una considerable porción de campesinos, sobre todo jóvenes, decidieron que ya no querían ser agricultores y preferían vivir en las ciudades. Acariciaban el justo sueño de convertirse en doctores y licenciados y emplearse en el gobierno. Pero al carecer éste de más espacios en la administración pública, copados ya en proporción supernumeraria por los militantes del partido, la mayoría de esos campesinos desilusionados tuvieron que enrolarse como gendarmes o asumieron el triste papel de aparapitas [221]en los mercados, mientras las mujeres terminaron de sirvientas de los nuevos dueños del poder. Quienes tuvieron más suerte animaron el comercio informal y luego el transporte público, de tal forma que el sueño de doctores y licenciados lo concretarían sus hijos o sus nietos. En ese sentido, la reforma agraria fue un fracaso para la producción agrícola, pero un éxito social por el ascenso de los ex campesinos. Los antiguos peones gratuitos, accedían a una identidad ciudadana propia. Terminaba una era infame de siglos y comenzaba una nueva, de bolivianos iguales ante la ley por su condición de hombres libres. Esa fue la gran contribución del MNR. Pero el déficit en la producción de papa, maíz y verduras puso al gobierno en aprietos. Llegó el momento en que la canasta familiar quedó vacía porque no había casi nada que vender en los mercados y el descontento ante esa realidad sólo pudo hacerse por la vía de la ayuda americana que se expresó en alimentos CARE distribuidos

gratuitamente a los más necesitados, dando pie, de paso, a un interesante comercio clandestino entre los distribuidores designados por el gobierno. El gobierno dispuso de recursos financieros para importar por ejemplo papas desde exóticas regiones del mundo, pese a que el tubérculo era originario del altiplano boliviano. El dirigente del MNR, combatiente del 9 de abril, Mario Sanginés Uriarte ha ironizado señalando que la reforma agraria fue igual al Vaticano en el siglo XX: sólo produjo seis papas. En largas conversaciones en la clandestinidad con Dick Oblitas y el Padre Sagredo que había regresado de Italia doctorado en Teología y Filosofía, Oscar Únzaga fue delineando una alternativa al tema de la tierra y el campesino. Aunque FSB había planteado la reforma agraria mucho antes que el PIR o el MNR, no quería que ésta fuera expoliadora sino humanista, que integrase al campesino a la nacionalidad boliviana física, espiritual y económicamente. Una reforma agraria no como fruto de la violencia contra los ex patrones, sino de un gran entendimiento, para que se haga justicia con el campesino, redimiendo al indio. Una reforma agraria que no mate la producción agrícola, sino que proyecte a Bolivia como potencial productor de alimentos y para ello proponía la creación de cooperativas campesinas. El plan falangista no consideraba la entrega de armas a los campesinos, sino darle libertad económica y educación para mejorar su calidad de vida y su dignidad humana. Hacer del campesino un ser apto para cumplir una función social, habilitándolo para un trabajo técnico rural y para su emancipación cultural. Era la única manera de evitar el minifundio que sería inminente dos décadas después. Únzaga pensó en formar entre veinte a treinta mil profesionales en servicio social, e instituir una disposición legal por la cual toda persona graduada de la universidad debía prestar un servicio social en las comunidades indígenas, para enseñar principios de buena alimentación, aseo personal, higiene en las viviendas, a las que se debía dotar de agua potable y energía eléctrica, además de enseñar al indígena el idioma castellano para

que se inserte en la sociedad y se alfabetice. Únzaga denominó su proyecto “La Revolución Integral”.[222] Ambrosio García señala que una de las obsesiones de Oscar Únzaga era la redención del indio a través de la educación, la ciencia y la tecnología. Alababa las culturas ancestrales anidadas en los Andes, la Amazonia y el Chaco, pero creía que debía proyectárselas como un aporte local en un mundo de iguales. Únzaga valoraba la trayectoria de Kemal Ataturk, quien derrotó a kurdos, franceses, italianos y griegos, logrando la unidad territorial de su país y más tarde, elegido Presidente de Turquía, abolió el sultanato y la religión oficial islámica, creó industrias, estimuló las comunicaciones, adoptó el derecho universal, occidentalizó la escritura y la vestimenta y modernizó su país, por lo que fue considerado el padre de todos los turcos. “En una de nuestras charlas, Únzaga me dijo que había que seguir el ejemplo de Ataturk. Pensaba que un elemento que introducía odiosas diferencias sociales en Bolivia era la vestimenta. La pollera y el sombrero impuesto por los españoles a las mujeres, las abarcas y el lluchu con los que se identifica a los indios, son los elementos que hacen las diferencias de clases en el país; suprimiéndolas se igualaría a la gente. Con la vestimenta occidental desaparecerían las diferencias. El indio y la chola parecen lo que visten y no lo que son, porque nuestro país es mestizo, todos somos mestizos. Únzaga tenía esos pensamientos, pero no los hizo públicos, porque habría generado reticencias, pero creo que allí estaba una revolución social real. El cambio se ha dado de todas maneras, aunque en un proceso lento, porque la gente que se queda en el ayllu sigue con su indumentaria. Pero el que sale a la ciudad, cambia. Aunque en la actualidad (año 2011) la idea sería rechazada, los actuales gobernantes se han alejado del prototipo de vestimenta indígena tradicional, usan ropa interior, calzados y pantalones de línea occidental en vez del calzón de bayeta, aunque sus modistos hubieran introducido modificaciones y detalles para intentar una vestimenta que siendo original, no imponga una diferencia peyorativa fuera del país” 

Oscar Únzaga fue crítico a la reforma agraria del MNR, porque “convirtió al indígena en campesino y le quitó su raíz histórica: campesinos hay en todas partes del mundo, indígenas solamente en Bolivia, y es la mayor parte de nuestra población”. Pero advirtió también el inicio de un proceso demagógico que derivaría en dos situaciones negativas: 1) parcelaría la propiedad privada provocando a mediano plazo el minifundio y 2) sería un factor de explotación política, de manera que el campesino pasará de pongo del patrón a pongo del gobierno, como en efecto ocurrió con los gobiernos del MNR y los regímenes militares que los siguieron. A ello se añadieron las negativas consecuencias de la introducción de armas entre la población campesina, buscando crear una fuerza beligerante revolucionaria que obviamente degeneró en la formación de bandas armadas que terminaron luchando entre sí. En un mensaje dirigido a los indígenas pobladores del agro boliviano, Únzaga expresó: “El pan de la Patria brotará de vuestras manos, cuando el fusil y el odio impuesto por la demagogia, sean sustituidos por la técnica y la cultura, base fundamental de la nueva Reforma Agraria”. Como fuere y con sus errores, la nacionalización de las minas y la reforma agraria cambiaron la historia de Bolivia. Pero con ellas se agotó el programa, la fuerza ideológica y el itinerario del MNR en el poder. El gobierno de Paz Estenssoro nada más podía hacer a partir de entonces y lo que vino a continuación fue sólo la despiadada lucha de los revolucionarios por permanecer en las proximidades de la Plaza Murillo, apelando a la propaganda, los negocios a la sombra del Estado y el uso extremo de la violencia para conservar el poder. FSB adolecía de un déficit cuantitativo en relación a cuántos seguían al MNR, pero gozaba de un superávit cualitativo por la preparación intelectual y calidad humana de su dirigencia y mandos medios. El protagonismo pasó a Oscar Únzaga de la Vega y la Falange, provocando que sus adversarios en el poder desataran una era de sangre y violencia sin antecedentes en la historia republicana.

Simultáneamente, empezó también un ciclo inesperado de corrupción al amparo de la revolución. Todos negociaban algo, pedían coimas, ganaban comisiones. Hacían contrabando. Recibían préstamos de honor sin intención de honrarlos. Empezaron a usaron al aparato judicial para cometer latrocinios sin ser inculpados. Se organizaron en grupos de extorsionadores ligados a la justicia, la policía y el poder político. Los vistas de aduana eran funcionarios ad honorem, sin sueldo, que gozaban del cargo como premio para hacerse millonarios en las fronteras y retenes aduaneros. El ambiente moralmente declinante afectó al gobierno revolucionario que empezaba a vaciarse de propósitos tras la nacionalización de las minas y la reforma agraria. Entonces reapareció ANTORCHA, en sus versiones de radio y en ediciones impresas a veces libres y por lo general clandestinas, para denunciar la temprana decadencia revolucionaria. La publicación falangista transmitía la palabra de Oscar Únzaga de la Vega, apostrofando a los dueños del poder, teniendo eco en la ciudadanía decepcionada de una revolución que alguna vez la ilusionó, pero que ya sólo gozaba de respaldo entre los antiguos indios liberados por ella. Ambrosio García fue actor de primer nivel en esos días de clandestinidad y persecución. “Los hermanos Víctor y Carlos Kellemberger, organizaron y financiaron las transmisiones de la primera radio de la Falange en La Paz en 1953. Salíamos al éter a las 13:05 y nos manteníamos durante 5 minutos para evitar que nos ubiquen. Comenzábamos diciendo “Habla Radio Antorcha, una emisora clandestina de Falange Socialista Boliviana que transmite desde algún punto de la patria”. A continuación, se pasaba un resumen de las cosas que hacía el gobierno y que la prensa tenía miedo de publicar y luego cerrábamos la emisión. Esa radio era esperada y la gente la escuchaba con interés. El gobierno grababa las transmisiones para reconocer al locutor, sentarle la mano y anular ese potencial medio de denuncia popular. Yo era el que hablaba…”

En ese momento Ambrosio García joven beniano, poeta, con muchos amigos, era miembro de un grupo social llamado “Puerta del Sol” y activo en el movimiento cultural “Medio Siglo”, con el que realizaba actuaciones públicas en el paraninfo de la UMSA. “En alguna de tales actividades, los agentes del gobierno creyeron reconocer mi voz y comenzaron a seguirme. Como el asunto se puso peligroso, ya no hablé en directo y empecé a grabar mis alocuciones a medianoche cuando mis perseguidores creían que dormía. Esa pequeña emisora estuvo mucho tiempo en el aire, con el transmisor instalado en un sótano, hasta que lograron ubicarla, asaltando la casa escapando Víctor Kellemberger de milagro…” Únzaga y García se sumergieron en una clandestinidad total, compartiendo un escondite en Miraflores con dos de sus ayudantes. La tarea del beniano, diestro en redacción, consistía en contestar las notas que recibía su jefe, disponiendo de un grupo de camaradas que hacían de buzones y contactos que servían de correos. Cuando llegaba una nota, la analizaba con Únzaga y redactaba la respuesta enviada mediante emisarios que depositaban las notas en los buzones en toda la ciudad. “Un día recibimos una nota del general Bilbao Rioja, donde nos informaba que estaba preso en el panóptico y que había perdido siete dientes debido a los golpes que le propinaron. Nos miramos con Únzaga y nos estremecimos pensando en lo que nos harían a nosotros que éramos jóvenes, porque Bilbao era una persona mayor, respetable y parecía increíble que lo hubieran maltratado de esa manera. Tuvimos un cuidado extraordinario para no caer presos. Muchas cosas sucedieron en esa época. Yo presenté a un amigo que no era militante y por eso nos daba garantía y era de absoluta confianza pues nadie lo conocía. Fue uno de nuestros principales mensajeros. Teníamos en la ciudad de La Paz aproximadamente 50 pequeños grupos organizados en la clandestinidad. Pero un día comenzaron a identificar a esos grupos,

allanaron domicilios y tomaron presos. Alguno de ellos escapó, como Ernesto Revollo que se disfrazó de indio o el coronel Francisco Barrero, hombre de RADEPA pero enfrentado al gobierno. Únzaga convocó a Enrique Achá, que se encargaba de las cuestiones revolucionarias, Enrique Montalvo que se encargaba de los asuntos de inteligencia y yo, que me encargaba de las cuestiones políticas y analizamos el motivo por el cual cayeron tantos grupos. Había una sola persona que tenía contacto con esos grupos y el buzón central nuestro. Esa persona era el amigo que yo había introducido al partido porque todo apuntaba a él. Yo lo defendí porque confiaba en su integridad. Algún camarada opinó que había que ejecutarlo por traición, ya que la falta era muy grave. Entonces se encomendó a dos camaradas para que lo citen en un lugar y lo ajusticien. Por esas cosas curiosas del destino, ese amigo no fue a la cita. Al final se descubrió la verdad, el Control Político descubrió que este amigo era un enlace falangista, comenzó a seguirlo y de esa manera descubrieron a los grupos clandestinos y los fueron capturando. Por lo tanto, no era la deslealtad del amigo, sino que lo descubrieron y en lugar de capturarlo, lo siguieron. Y así el destino impidió que se cometiera la ejecución del amigo, lo cual habría sido injusto…” En Cochabamba la prédica falangista era intensa entre la juventud. Jaime Gutiérrez Terceros era Secretario General de la Federación de Estudiantes de Secundaria (FES) y repartía volantes de la Falange cuando la policía adicta al régimen lo tomó preso junto a sus camaradas Luis Villena, Renato Carvajal y Luis Sáenz con quienes conoció el primer campo de concentración en Corocoro a fines de mayo de 1953 “Cuando nos trasladaban de las celdas de la policía al regimiento de la Muyurina, éramos unos 90 presos, entre ellos un señor bien vestido, llamado José Antonio Quiroga, abogado de la Patiño Mines, quien me preguntó con amabilidad si necesitaba algo. Ya para entonces estábamos divididos en dos vagones y llegando a Viacha, comenzaron a preguntar si estaba José Quiroga en el vagón. Abrieron la puerta y le entregaron un maletín, una frazada y un

termo. El que entregó fue su hijo, un joven llamado Marcelo Quiroga Santa Cruz, quien consiguió que paren el tren para ese efecto. Cuando llegamos a Corocoro el señor Quiroga abrió el maletín para sacar cigarrillos, vi que allí había fajos de dólares. Me dijo que tenía que salir del país, porque era muy viejo y me pidió que le guarde el maletín. Después de una hora de estar en la comandancia, regresó, me entregó su frazada y unos cuantos billetes y me anunció que se marchaba, se despidió y se fue a Chile. Dos meses después de soportar al feroz régimen carcelario de Corocoro, los estudiantes cochabambinos empezaron a hacer manifestaciones reclamando por los que estábamos presos. Se iba a firmar el decreto de reforma agraria, iban a llegar periodistas extranjeros y el gobierno necesitaba que no haya bullicio en Cochabamba, proponiendo a la FES parar todas las manifestaciones a cambio de poner a sus dirigentes en libertad. Efectivamente nos pusieron en libertad. Yo tenía 17 años. Retorné a Cochabamba con más impulso, porque hasta entonces sólo repartía volantes, y me metí de lleno en la Falange, involucrándome en la revolución del 9 de noviembre de 1953.”





XIV - ENTRE ACHACHICALA Y CALACALA (1953)

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ras un año y medio, el gobierno del Dr. Paz Estenssoro se tornaba insufrible para un vasto sector de la sociedad boliviana. El poder se había concentrado en manos de los inquilinos del Palacio Quemado, quienes generaban un descalabro económico con sus medidas dañando la frágil base de sustentación de los hogares de clase media, mientras los beneficiarios de la revolución mostraban con insolencia su condición de nuevos ricos amparados por un aparato represivo inédito. No se avizoraba ninguna esperanza de que se modifique de tal situación y la gente pensaba que no quedaba otra alternativa que el golpe de Estado. Entre agosto y septiembre de 1953, Oscar Únzaga generó un torbellino desde su nuevo refugio en Achachicala, al que tenían acceso sólo cinco personas que a su vez se movían en la más absoluta reserva. Se conformó el llamado Comando Secreto Revolucionario de Jefatura, integrado por los falangistas Ernesto Revollo, Luis Céspedes, Ambrosio García y Enrique Montalvo. Actuaba como enlace con Únzaga el Padre Bruzzone, de la Compañía de Jesús. El NEUF (Nuevo Ejército Unido-Falange), al que ingresaban jefes y oficiales previo “juramento de disciplina, valor y lealtad”, entre ellos el Cnl. Francisco Barrero. Este grupo secreto elaboró un Plan de Operaciones para un alzamiento armado en La Paz, secundado en Cochabamba y consolidado en el resto del país. El plan revolucionario en La Paz era determinante. Actuarían 600 hombres, entre falangistas, ex cadetes del Colegio Militar, oficiales de Ejército y Carabineros distribuidos en cuatro zonas estratégicas. Intervendrían unidades regulares del Ejército y Carabineros, contando para ello con jefes y oficiales en servicio activo comprometidos con FSB, mientras un comando incursionaría en la residencia del Dr. Paz Estenssoro, reduciendo a sus custodios y apresando al Presidente (que ya estaba separado de su esposa). De manera simultánea otros grupos tomarían control de los servicios

de energía eléctrica, teléfonos y telégrafos, así como las sedes de los comandos zonales del MNR, el Palacio de Gobierno, los ministerios y reparticiones públicas enfrentando a los milicianos. La toma del Colegio Militar de Irpavi tenía especial importancia. Aún no había cadetes y se preparaba el llamamiento para la gestión de 1954, de manera que allí estaba una fracción del Ejército con un Coronel Arrien como comandante, tres capitanes a cargo de la reorganización e instructores de una fracción de conscriptos destinaba a ese instituto. Entre esos soldados estaba un joven llamado Luis Llerena Gámez.  Nacido en la localidad de Apolo, provincia Franz Tamayo, hacía su servicio militar y lo asignaron justamente al Colegio Militar. Como era falangista desde los 17 y era el único de los conscriptos que sabía leer y escribir, recibió la instrucción de organizar a los soldados para tomar el Colegio desde adentro. Cuando se hallaba en pleno reclutamiento político, el espionaje detectó que Llerena era falangista. Lo encerraron durante semanas en una celda del Regimiento Sucre, donde fue sometido a golpizas diarias que no hicieron sino endurecer el cuerpo y fortalecer el espíritu. El plan revolucionario continuó en marcha. Si el golpe fracasaba en La Paz, estaba prevista la guerra civil considerándose plazas seguras a Cochabamba, Santa Cruz y Sucre. En tal alternativa, Cochabamba se constituiría en el centro vital de FSB y el NEUF, estableciéndose una línea de operaciones sobre Oruro y otra de abastecimiento a Santa Cruz y Puerto Suárez. El plan comprendía la posibilidad de que milicias mineras adictas al gobierno, marchen desde Oruro y Potosí sobre Sucre en pos del arsenal de Padilla donde estaban 10.000 fusiles y veinte millones de cartuchos. En previsión, 8 aviones del LAB tenderían un puente aéreo a la capital de Bolivia, para transportar aquel armamento a Cochabamba.[223] El Comando Revolucionario en Cochabamba estaba a cargo de Enrique Achá, Dick Oblitas, Marcelo Quiroga Galdo y el mayor Manuel Aguirre. Siendo la segunda ciudad más importante del país, las operaciones eran también de mayor responsabilidad, basadas

en el factor sorpresa para tomar control del departamento, comenzando de los regimientos militares y policiales, las oficinas prefecturales y municipales, las comunicaciones, etc. Jaime Gutiérrez Terceros, fue convocado por Natalio Fernández. En el Panóptico de San Pedro, un preso común entregó a José Gamarra Zorrilla un papel. Llevaba la firma de Oscar Únzaga, que Gamarra conocía perfectamente. Le ordenaba organizar un levantamiento y fuga de la cárcel junto al Gral. Bernardino Bilbao Rioja, el Cnl. Rafael Loayza y otros militares y falangistas. La acción debía estar concatenada al inminente estallido revolucionario. Destruido aquel papel, los nombrados empezaron a intercambiar criterios para cumplir su parte, cuando fueron conducidos a presencia de San Román, quien afirmando que conocía en detalle el golpe en gestación, los conminó a declarar cuanto supieran del mismo para no agravar más su largo cautiverio. Estaba claro que había un infiltrado del gobierno en la cúpula falangista. Al empezar octubre, luego de un acto en la Universidad Gabriel René Moreno, una mujer abordó a Marcelo Terceros Banzer, secretario regional de FSB en Santa Cruz. Le entregó una carta suscrita por Oscar Únzaga, instruyendo al partido ponerse en apronte para tomar control de la ciudad cuando se produzca el levantamiento. Terceros compartió la información sólo con Humberto Castedo, Nicanor Castro y su hermano Carlos Terceros. Mario R. Gutiérrez permanecía en Ururigua, pero un día de octubre salió rumbo a Lagunillas donde debía reunirse con su esposa. Al llegar a Camiri percibió que era seguido por dos hombres; esa noche su alojamiento fue rodeado por una fracción de la IV División del Ejército, cuyo comandante le conminó a permanecer en su propiedad rural o atenerse a las consecuencias. Ello confirmaba que el proceso revolucionario había sido perforado. La contrainteligencia falangista estableció que un oficial del NEUF, aun no juramentado, de apellido Loayza, era en realidad un infiltrado por San Román. Pero esa información sólo fue conocida por la cúpula falangista, lo que sería fatal para el plan subversivo.

Walter Vásquez Michel, exiliado en Chile, recibió instrucciones de retornar vía Perú, tomar contacto con Antonio Anze Jiménez en La Paz, quien le transmitió el encargo de Únzaga para organizar las acciones en Oruro, junto al jefe regional Hugo Montoya. Los falangistas tenían la misión de sabotear vías de comunicación para impedir los desplazamientos de fuerzas afines al gobierno.  Si bien en La Paz y Cochabamba los falangistas disponían de algún armamento, no sucedía lo mismo en Oruro, de manera que Montoya, financiado por su suegro, y Vásquez -oculto en la Iglesia de San Francisco- se dieron a la tarea de adquirir armamento que fueron acumulando en aquel convento, hasta que un día fue rodeado por milicianos armados. Tuvieron tiempo de quemar papeles comprometedores antes del violento allanamiento. Vásquez herido de bala fue a dar a la cárcel junto con curas y falangistas comprometidos en la acción revolucionaria que, por lo menos en Oruro, quedo neutralizada al mediar octubre. En cambio, Jaime Gutiérrez tuvo éxito en conseguir armas y en premio le entregaron una metralleta. Este joven de 18 años descubrió algo que iba a ser determinante en la revolución: el Ministro de Minas y líder de la COB, Juan Lechín, llegaba todos los sábados a Cochabamba y visitaba a una enamorada que vivía en la calle Sucre, justamente frente a la vivienda de Gutiérrez. Se decidió que Lechín sería capturado al inicio de la insurrección. Los revolucionarios se congregarían en tres lugares: el balneario “El Escudaño”, una casa en Calacala y otra en la plaza Barba de Padilla. David Añez Pedraza, nacido en Riberalta, tenía 25 años y vivía exiliado en Buenos Aires en octubre de 1953. Una noche recibió una orden inexcusable: “Oscar te pide que entres por Villazón, donde te va a esperar el Padre Sagredo con las instrucciones del caso. Nos vamos a las armas con todo”. Añez liquidó sus pocas pertenencias y tomó el tren al norte. Ardua era la responsabilidad de Juvenal Sejas en La Paz, como cajero de Falange. La situación era difícil, desde el punto de vista

financiero. Él rememora que “los falangistas podían dar su vida por el partido, pero no dinero, porque no lo tenían”. “De acuerdo a las instrucciones de Oscar, me moví discretamente para establecer la cantidad y ubicación de armas disponibles para la revolución. Me acompañaron indistintamente Daniel Delgado y Víctor Kellemberger. Teníamos entre 70 a 80 fusiles que los habíamos conseguido el 21 de julio de 1946. Oscar dio dinero para que se compre metralletas. Todo estaba anotado. Entiendo que ese arsenal fue incrementado por donantes que no llegué a conocer e inclusive dieron dinamita. Con el Mayor Alfredo Ovando estuvimos juntos en esa conspiración, además del coronel Barrero, “pajarito” Montalvo, Ernesto Revollo y otros. Ovando iba dos veces a la semana a nuestro refugio, una casa ubicada en Sopocachi, al final de la calle Víctor Sanjinés, que el empresario Krsul tomó en anticrético con 12 mil bolivianos. Allí vivíamos, hasta que el 7 de noviembre la casa fue rodeada por gente armada, luego de haber detectado a un correo falangista que funcionaba en un negocio de venta de alcohol en la subida al mercado Rodríguez. Advertidos en el último minuto, destruimos documentación comprometedora. Revollo pudo salir de la casa disfrazado de cargador para informar a nuestros camaradas que habíamos sido traicionados. Barrero y yo caímos presos.” Hugo Alborta era un joven de 21 años. Había salvado la vida el 11 de abril de 1952, cuando luchó al lado de los cadetes contra los revolucionarios del MNR, recibió cinco impactos de bala, uno de ellos le perforó la vejiga, pero logró reponerse después de meses de estar internado en una clínica. Su padre era preso político. Alborta fue convocado por el dirigente falangista Amando Rodríguez a una casa de Següencoma, donde llegó en compañía de Eliseo Núñez del Arco. Les dieron la misión de formar un grupo en Obrajes para tomar control de esa zona y coadyuvar con otros grupos, uno que tomaría el Colegio Militar y el otro que apresaría al Presidente Víctor Paz Estenssoro, quien residía en la Zona Sur. [224]

El domingo 8 de noviembre, varios ex cadetes del Colegio Militar se concentraron en un domicilio del barrio de San Pedro. Estaban comprometidos con el alzamiento civil-militar, esa noche les entregarían metralletas y municiones. Pero un teniente de Carabineros - ¡de apellido Loayza! - actuó esa noche junto a carabineros y agentes de Control Político que allanaron los arsenales de FSB, apresaron a los excadetes y también al falangista Fidel Andrade, pieza importante en el esquema revolucionario. Era un golpe duro a la revolución horas antes de que ésta empezara. A primera hora de la madrugada del 9 de noviembre, Oscar Únzaga intentó detener el alzamiento, pero las comunicaciones eran tan complejas que aquello resultaba imposible y extemporáneo. Sin embargo, los grupos falangistas estaban en sus puestos, decididos a una jornada que consideraban sagrada para acabar con un gobierno que ellos juzgaban “represor y corrupto que afectaba sus vidas y amenazaba con dejar en ruinas su futuro”. Con los ánimos en alza, los preparativos del golpe habían avanzado tanto como para que fuese imposible volver atrás. Arturo Montes, entonces un joven militante falangista en Cochabamba recuerda que los jefes de la revolución, Enrique Achá y Dick Oblitas, lo convocaron junto a decenas de falangistas en la noche de domingo. Otros grupos falangistas también velaban armas en otras casas de la ciudad del valle, siendo una de las más importantes la del Dr. Hugo del Granado.[225] En total eran 120 hombres, el más joven de 17 años. Sus misiones estaban perfectamente definidas: controlarían la Central de Teléfonos Automáticos, el Aeropuerto e instalaciones del LAB, la Brigada Departamental de Carabineros, la Base Aérea Militar, el Ferrocarril Cochabamba-Santa Cruz y la Refinería Gualberto Villarroel en Valle Hermoso. Militares rebeldes tomarían la Escuela de Armas, la Escuela de Clases y la Escuela de Estado Mayor.  Había una lista de personas a ser detenidas, entre ellas el Prefecto Gabriel Arce Quiroga y los jefes militares designados por el gobierno. Se asignaba importancia a la detención del Ministro de Minas, Juan Lechín Oquendo. El falangista Roberto Freire con cinco hombres

tomaría Radio Popular, indispensable para el control social de la ciudad. Esa noche de domingo en La Paz, en el domicilio de Hugo Alborta, el dirigente Jaime Tapia Alípaz le entregó armamento, confirmándole que la revolución se iniciaría a las 06.00 del día siguiente. También llegó el médico Ernesto Revollo, uno de los comandantes de la revolución, a quien Alborta le expresó su preocupación por el apresamiento de Fidel Andrade. “Revollo me dijo que no me preocupara, que íbamos a triunfar”.  A las 06.00, Enrique Achá y Marcelo Quiroga Galdo llegaron al lugar de concentración de los falangistas en el barrio cochabambino de Calacala y revisaron en detalle las acciones a desarrollarse, las misiones y los dispositivos de enlace. En la ceja de El Alto, un grupo de excadetes y falangistas esperaban instrucciones, entre ellos Reynaldo Paz Pacheco, quien acababa de dar exámenes de quinto de secundaria. Estaba allí a instancias de su amigo Arcil Menacho, hermano de Adhemar Menacho, subjefe del Control Político.[226] “Arcil era uno de los más fervientes falangistas y había dado pruebas de su espíritu de lucha contra el régimen del MNR al que detestaba sinceramente”, dice hoy Reynaldo Paz, cuyo grupo esperaba esa madrugada la dotación de armas que debía entregarles un teniente de carabineros de apellido … ¡Loayza! A diez kilómetros de allí, Hugo Alborta repasaba los últimos detalles del operativo que iba a desarrollarse. “Todos éramos jóvenes, estudiantes universitarios y algunos excadetes como Toto Bilbao y Oscar Unzueta. A las 06:45 llegó un camión conducido por un empleado de la familia Gamarra y me dijo que lo había mandado José Gamarra para ponerse a mi servicio. En ese camión fuimos hasta Obrajes.” Empezaron las acciones en Cochabamba. La Brigada Departamental de Carabineros cayó en poder de los revolucionarios sin bajas en ningún bando.

En La Paz, a las 07.00, el grupo de Hugo Alborta tomó la seccional policial de Obrajes. En su refugio, Oscar Únzaga empezó a recibir los reportes a través del Padre Bruzzone, quien se mantenía en comunicación telefónica con Enrique Montalvo. El plan empezó a ejecutarse sistemáticamente. “Salimos de ‘El Escudaño’ con la misión de tomar la Prefectura”, relata Jaime Gutiérrez. “Ingresamos por la puerta trasera de la Prefectura, que daba a la avenida Perú, ahora Heroínas. Requisamos todas las armas, liberamos a los presos y metimos a los guardias en las celdas”. En una suite del Hotel Cochabamba, donde se hospedaba Juan Lechín Oquendo en compañía de una dama, se le pidió a través de la puerta que se entregara. Lechín, dando muestras de serenidad, pidió unos minutos para vestirse y salió al encuentro de sus captores. Uno de ellos era el riberalteño David Añez Pedraza, quien ofreciéndole un trato correcto y sin violencia, lo invitó a que los acompañara hasta una escuela cercana, donde estaba también el dirigente campesino Sinforoso Rivas y otros milicianos campesinos capturados por los falangistas esa mañana.[227]  En La Paz el grupo de Hugo Alborta apresaba a los ministros Augusto Cuadros Sánchez y José Fellman Velarde. Pero el grupo de Amando Rodríguez, cuya misión era apresar al Dr. Paz Estenssoro en cuanto abandonara su residencia, empezaba a impacientarse. Rodríguez no sabía que el gobierno estaba al tanto del plan falangista y el Presidente pasó la noche en un reforzado Palacio Quemado. Tampoco sabía que milicianos y carabineros se desplazaban por varios puntos de la ciudad. Los revolucionarios tomaron control de la ciudad de Cochabamba en una hora, no hubo resistencia y más bien euforia en la gente de la calle. La capital del valle era decididamente falangista. Pero en la toma del aeropuerto hubo resistencia y empezó la balacera. Cayeron las primeras bajas. Pronto arreció el combate y fue visible la presencia en las calles de Dick Oblitas y el Padre Sagredo alentando a los revolucionarios. Los falangistas procedían a la toma del aeropuerto cuando comandos de milicianos dispararon sobre

ellos y empezó el combate en varios puntos de la ciudad, mientras regimientos de campesinos armados empezaban a desplazarse en camiones desde Ucureña. Era un operativo dispuesto ¡en la víspera! por Jaime San Martín, enviado especial del gobierno, que conocía de antemano lo que iba a suceder ese día. La revolución de FSB había caído en una trampa. En La Paz el grupo comandado por el capitán Hugo Toro, hijo del ex Presidente David Toro, que debía tomar el Colegio Militar, se movía en los alrededores de Irpavi. En el edificio estaban otros dos capitanes: Juan José Torres y Manuel Suárez, éste de menor antigüedad militar, pero movimientista de larga data. Suárez instó a Torres para que tome el mando en defensa del gobierno, ya que el comandante de la institución había desaparecido. El Capitán Torres, falangista, se negó a hacerlo, pero escarmentado por la aventura de Killi Killi en 1950, tampoco se atrevió a unirse al movimiento subversivo. El Capitán Suárez tomó el mando, armó un contingente de soldados, salió del edificio central del Colegio para enfrentar al grupo dirigido por Hugo Toro y Héctor Maldonado que venían a tomar el Colegio. El grupo de Amando Rodríguez, que esperaba infructuosamente a Paz Estenssoro, se unió al de Toro. Tras breve refriega, algunos falangistas fueron apresados y los demás se replegaron combatiendo hasta las alturas de Bella Vista, donde fueron rodeados y apresados por campesinos que quisieron fusilar a Hugo Toro. El jefe de los milicianos, Rolando Requena, lo salvó llevándolo hasta un centro de reclusión en la calle México. Los demás fueron sometidos a brutal golpiza y Héctor Maldonado, malherido, internado en el Sanatorio La Paz, desde donde se descolgó sangrante y en ropa interior a la contigua Embajada de Francia, cuyo titular impidió que los agentes lo sacaran de esa sede diplomática. Entre tanto Hugo Alborta quedaba huérfano de dirección: “Yo tenía que tomar contacto con los falangistas que suponíamos habían controlado el Colegio Militar, bajamos de Obrajes en un jeep y en el puente de Calacoto vimos mucha gente, pero ningún falangista. Pregunté qué estaba sucediendo y me respondieron que

habían tomado presos a los falangistas en el Colegio Militar. Nos sentimos decepcionados. Mi hermano, que nunca había disparado un arma, estaba en Obrajes custodiando a decenas de movimientistas entre ellos Cuadros Sánchez y Fellman Velarde. No sabíamos qué hacer…” Las arengas revolucionarias por Radio Popular enfervorizaron a la población que apoyaba a la revolución en Cochabamba. El combate se generalizó con bajas crecientes en ambos frentes, pero los falangistas tenían las de ganar. El único factor que podría desequilibrar la situación era una movilización masiva de campesinos armados. Un corte de energía eléctrica sacó del aire a Radio Popular sumada a la insurrección. Desde La Paz, Radio Illimani tomó la iniciativa propalando consignas y anunciando que la rebelión falangista había fracasado, mientras miles de campesinos y mineros marchaban sobre Cochabamba. Vayamos al relato de Jaime Gutiérrez: “El combate, que empezó antes de las 09.00, se prolongó a lo largo de toda la mañana. Mi madre envió a mi hermano mayor, Hugo, a ver qué pasaba conmigo y sin querer él se vio envuelto en la revolución porque él no era falangista (y fue el que más sufrió a la larga, porque estuvo en campos de concentración). Nos mantuvimos firmes en la prefectura, pero antes del medio día nos dieron la instrucción de dispersarnos. Mi hermano y yo corrimos al cine Víctor y allí nos separamos. Junto a otro combatiente que me seguía continuamos disparando contra los milicianos. Escapamos por los techos y llegué a la casa de la familia Galindo, alquilada a un movimientista, gerente de la compañía eléctrica quien decidió esconderme en un closet. Luego me dieron un pantalón porque el mío estaba manchado con la sangre de un camarada que murió en el combate. Llegué hasta mi casa y mi madre me ocultó en un domicilio vecino. Fue el combate más sangriento de la historia de Cochabamba y la represión consiguiente fue de una brutal …” Parecida era la suerte de los combatientes en La Paz. Un contingente falangista en San Pedro fue arrasado por una fuerza

abrumadora de milicianos. Quien dirigía a los falangistas, Mario Gutiérrez Pacheco, fue capturado e internado en el Panóptico. Curiosamente, por un error administrativo, lo liberaron al confundirlo con otra persona, escondiéndose en distintos domicilios, inclusive en el de un ministro de Paz Estenssoro, que le salvó la vida. En tanto Hugo Alborta y Unzueta se encontraron en medio de una fuerte balacera en Obrajes. “Tratamos de buscar refugio en la casa de la familia Gutiérrez; ahí nos atraparon y nos llevaron a la Escuela de Policías que estaba en la calle Loayza, donde nos dieron una feroz paliza. Compartía mi suerte el teniente René López Murillo, quien era un hombre valiente, pero anti falangista. Días antes, cuando un instructor trataba de convencerlo de sumarse al golpe y entregar el Colegio Militar a los revolucionarios, López Murillo le respondió que, si estaba de turno dispararía al falangista que se acerque. Pero al final López Murillo también cayó preso sin que tuviera implicación y tuvo que compartir con nosotros la terrible situación a las que nos iban a someter…” En esos instantes, Jaime Tapìa Alípaz, el Cnl. Jorge Frías y un contingente de falangistas, esperaban en Miraflores una dotación de armas para entablar batalla con los milicianos que bajo las órdenes del Ministro de Gobierno, Federico Fortún, se organizaban en el Estadio Hernando Siles. Las armas falangistas nunca llegaron. Los falangistas se desmovilizaron, unos se escondieron y otros buscaron asilo. En las celdas del Panóptico, donde ya estaba recluido Walter Vásquez Michel, se redobló la guardia, suspendieron la alimentación, nadie pudo salir a los baños higiénicos y comenzaron los interrogatorios mediante tortura. Los falangistas en El Alto cayeron en poder de los agentes del gobierno. Así lo relata Reynaldo Paz Pacheco: “Estando en El Alto creíamos percibir descargas de metralla en la ciudad. No había ningún jefe revolucionario y no sabíamos qué actitud tomar. Hasta que llegó un jeep con el traidor teniente Loayza y un contingente de carabineros. Nos tomaron presos y nos bajaron

en una camioneta hasta la Escuela de Carabineros. Al llegar me empujaron a una celda oscura, me senté en el piso y alguien me codeó para susurrar una frase que aún recuerdo: ‘no digas nada, aquí nadie conoce a nadie’. Me fije y eran hombres con el rostro destrozado, me costó trabajo identificar al grupo de Obrajes donde estaban los hermanos Alborta, Toto Bilbao, Bolívar entre otros a quienes les habían dado tal paliza que los desfiguraron. También en la celda había gente mayor como don Demetrio Canelas y Waldo Rodas Eguino. En Cochabamba resistía el último grupo que tenía consigo a Juan Lechín y fue rodeado por una fuerza armada dispuesta a fusilar a los custodios del líder de la COB. Lechín se interpuso entre los movimientistas y les pidió que respeten a los falangistas, en retribución al buen trato que ellos le habían dado. [228] Al medio día, la revolución falangista había fracasado. La Paz estaba en poder del gobierno. Un aislado y lejano foco revolucionario subsistió fugazmente en Santa Cruz, con la figura valiente del capitán Saúl Pinto. Los milicianos de la familia Sandóval Morón controlaron la ciudad. Los falangistas en Cochabamba se replegaron, un grupo de ellos tomaron aviones del LAB, se fueron al Perú donde pidieron asilo. Cuando llegaron los campesinos ucureños, encontraron que ya nada había por hacer, pero como se encontraban alcoholizados, reclamaban acción. La ciudad se erizó. En el caos del momento, un grupo de movimientistas quiso tomar el edificio de Los Tiempos ubicado en la céntrica esquina de las calles Achá y Colombia. La idea, dice el historiador Luis Antezana Ergueta[229], era contar con un diario pro-gubernamental. Ya antes lo habían intentado publicando LA REFORMA, pero la gente tenía una preferencia masiva por el periódico que dirigía Demetrio Canelas. Los campesinos tomaron las instalaciones, algún movimientista intentó convencer a Fellman Velarde de evitar su destrucción para apropiarse de la imprenta y las instalaciones, pero el poderoso Ministro de Prensa e Informaciones, que había recobrado la libertad sin daño alguno, con lógica

aplastante, rechazó aquella sugerencia. “Están defendiendo una propiedad de la rosca que luego tendremos que devolver por presión de la SIP”. De modo que la masa se ensañó con aquel baluarte histórico de la libertad de expresión. Así lo relata el propio Antezana Ergueta: “La maquinaria de la imprenta fue golpeada, semi-destruida a hachazos y palos y definitivamente inutilizada. Los linotipos desmantelados y las partes principales de la vieja prensa quebradas y los rodillos cortados de extremo a extremo. Pero también la masa humana se desplegó por el segundo piso del local donde estaba el departamento de Demetrio Canelas y lo saquearon. Una biblioteca valiosa también fue devastada. El saqueo duró de dos a seis de la tarde. Todos los bienes personales de Demetrio Canelas fueron destruidos o tirados por las ventanas hacia la tierra en medio del regocijo de la multitud que espectaba (sic) en las calles y que no tenía recuerdo de un hecho parecido en muchísimos años. La multitud estaba enardecida por la larga campaña de Los Tiempos contra la revolución y, en especial, por los luctuosos sucesos de ese día.”[230] “El ataque a Los Tiempos fue uno de los hechos más revolucionarios de la época”, afirma Antezana Ergueta. Ante los reclamos de don Demetrio Canelas, le devolvieron las ruinas y no pasó mucho tiempo antes de que fuera perseguido y encarcelado pese a su avanzada edad. Prácticamente, el gobierno revolucionario tenía el monopolio de la prensa. Marcelo Quiroga Santa Cruz, entonces un joven intelectual, escribió lo siguiente: “Desde abril de 1952, un estridente y tedioso monólogo oficial ha impedido la libre discusión de ideas y suplantado todo razonamiento sereno. Desde entonces, los problemas de más delicada solución, las cuestiones sociales más agudas, los temas sustanciales de nuestra vida pública, han sido tratados con rudos y groseros instrumentos teóricos, manejados torpemente por gente más interesada en la expresión de un plañido o de un sentimiento de odio, que en el descubrimiento de la verdad… Más, como el

contendor de Bolivia en el suceso de abril, fue Bolivia misma, la Nación toda ha debido sobrevivir a una suerte de suicidio del que ha salido con vida, pero sin deseos de vivir”.[231] La represión en las horas subsiguientes fue atroz. Capturaron al Padre Sagredo, lo ultrajaron y lo exiliaron, al igual que cientos de falangistas apresados aquellos días. Allanaron cientos de domicilios en Cochabamba y los saquearon. Flagelaron a los presos, destruyeron sus tímpanos introduciendo lápices afilados en sus oídos, los sentaron sobre hornillas encendidas quemando sus ropas y sus carnes, Cochabamba vivió una pesadilla que se atenuó cuando el propio gobierno se vio obligado a detener al mayor de carabineros Jorge Orozco, quien se había convertido en el principal torturador. En la noche del 10 de noviembre, Oscar Únzaga de la Vega y su ayudante Jorge Sánchez de Loría, aceptaron el asilo ofrecido por la Embajada del Uruguay en La Paz, iniciando un largo exilio. Lejos de sentirse derrotado, antes de partir el exilio dejó un mensaje: “Una batalla perdida nada significa en la historia de las colectividades, cuando el ideal vive más hondo en los corazones y se hace más fuerte cuanto más dura es la adversidad”.

XV - CAMPOS DE CONCENTRACIÓN

A  

l exceder el número de presos políticos en Bolivia, al gobierno le resultaron estrechas las prisiones, obligando al gabinete ministerial del Presidente Paz Estenssoro a tomar previsiones, aprobando el Decreto Supremo 1619, de 28 de enero de 1954, habilitando los penales N° 1, en el cuartel de Corocoro, del Departamento de La Paz; N° 2, en el cuartel de Uncía del Departamento de Potosí; y N° 3, en el cuartel de Catavi del Departamento de Oruro. A ellos se fueron agregando los campos de concentración de Siglo XX y Curahuara de Carangas, porque los presos políticos sumaban miles. El artículo 1° de tal Decreto expresaba el propósito central: “Para la reclusión de los procesados sujetos a la jurisdicción castrense”. Es decir, se dio a esas prisiones el carácter de “prisiones militares”, pero lo de “procesados” era un sofisma. Los que fueron encerrados allí jamás estuvieron sometidos a ningún juicio. Eran “rosqueros” y punto. Se establecía también que esos campos eran “entregados” a los sindicatos mineros, lo que convertía a los mineros en carceleros. Pero este sector, históricamente politizado y perseguido en el pasado, no apoyaba en bloque al gobierno del MNR, por el contrario, se solidarizaba con las penurias que sufrían los presos falangistas y ante el descontento de las bases mineras, su máximo dirigente, Juan Lechín, exigió que sean “dispensados de esa ingrata tarea”, que quedó a cargo de carabineros y agentes de Control Político. El falangista Hugo Alborta, a quien le tocó pasar por todos los campos de concentración, relata su experiencia: “Los mineros vieron que no éramos los rosqueros que nos imaginaban y les disgustaba el trato que se nos daba. Los guardias instituyeron un régimen de tortura, trabajos forzados, desaparición de prisioneros y aniquilamiento moral de quienes trataban de huir. Con René López Murillo, Oscar Terrazas Alborta y otros planeamos la primera fuga mediante un forado desde una de las celdas. Uno de esos días el gobernador del campo anunció una limpieza general.

Decidimos fugar esa misma noche, se avisó a todos que el forado estaba listo y que saldríamos por turnos y por sorteo. López Murillo se trancó, los guardias lo enfocaron y sonaron las sirenas, llegaron a fugar seis, pero fueron recapturados, excepto el brigadier Ruiz y el cadete Salinas, un hombre muy valiente que llegó a La Paz, fue al Colegio Militar donde robó el estandarte del batallón de cadetes del 52, pidió asilo a la embajada brasilera y se fue exiliado a ese país, del que volvió 12 años después, en el gobierno del Presidente Barrientos, cuando devolvió aquel estandarte. Pero tras la fuga comenzó la tragedia para nosotros porque todas las noches nos propinaban unas palizas terribles. Estuvimos seis meses en Catavi. Viviendo en la clandestinidad, Gustavo Stumpf y Jaime Tapia Alipaz dieron cumplimiento a una instrucción de Oscar Únzaga, reuniéndose con los conductores temporales de FSB (Gonzales Durán - Del Granado), asumiendo la tarea de juntar a la militancia dispersa y reorganizar el partido. Las condiciones no eran las mejores pues un gran porcentaje de las clases populares, pese a la mala situación económica, apoyaba al gobierno. Así lo confirma Jaime Tapia Alípaz: “Tuvimos que recomenzar y partir de cero, en absoluta desventaja, porque los sectores populares se habían sumado a la Revolución Nacional y, al final, resultamos compartiendo el exilio y las prisiones con nuestros adversarios que eran los de la oligarquía, de los partidos tradicionales y quedamos desmarcados y desnaturalizados en nuestros propósitos. Nosotros ya no éramos los abanderados de una revolución y nos convertíamos en una especie de grupo de choque de la contra-revolución. Tuvimos que buscar otro tipo de objetivos porque ya no peleábamos por las conquistas sociales y revolucionarias, que se estaban dando en el país, pero por manos ajenas, además que no se realizaban en la forma que nosotros habríamos querido. Se produjo la nacionalización de las minas por rencor, resentimiento y odio político. La reforma agraria con las mismas motivaciones, entregando un fusil al campesino en vez de crear bancos de crédito agrícola. De manera que a partir de 1954 debimos buscar otros planteamientos. Hubo un sector en la Falange

que sacó un periódico que se llamó ‘Por Bolivia’ en el que se buscaba un acercamiento con el gobierno y también alguna gente en el MNR que deseaba ese acercamiento. Pero Víctor Paz fue firme y decidido a destruir al enemigo y de esa manera se dio una lucha enconada contra la Falange. Fueron años sin tregua, ni descanso. Empezó la tragedia para miles de bolivianos sometidos a una persecución política sin antecedentes en la historia, gracias a los elementos tecnológicos y la especialización que alcanzaron a desarrollar los represores, interrogadores y torturadores al mando de personajes que inauguraron una galería de monstruos en la historia política boliviana con Claudio San Román, Luis Gayán Contador, Adhemar Menacho, Juan Pepla Gonzales y otros que han tenido sucesores en las décadas siguientes. Nunca antes en la historia de Bolivia se atropellaron los derechos humanos como en los años posteriores a 1952. Una de sus víctimas, el falangista Walter Vásquez Michel, ha referido una conversación que tuvo con uno de los hombres más encumbrados del régimen del Presidente Paz Estenssoro, su Ministro de Prensa, Información y Cultura, José Fellman Velarde: “Fellman Velarde admitió que el gobierno cometió excesos porque “no podía controlar a las masas que defendían su Revolución…” La conversación abordó un tema interesante: la política represiva del gobierno, a la que se refirió como “una estrategia planificada en base a criterios políticos que hagan posible la liquidación total de cualquier interferencia en la construcción del Nuevo Estado Nacional”. Esta estrategia, según Fellman Velarde, podía resumirse en los siguientes aspectos: Los excesos como apresar, deportar y amedrentar a los familiares en los allanamientos, son parte del fervor revolucionario. Los campos de concentración se inauguran porque de los exilios más del 30 por ciento retornan a conspirar contra el gobierno. Por lo tanto, los campos de concentración tenían que ser de mano dura, para aniquilar la resistencia, primero de las bases y luego de los dirigentes.

Fellman reiteró que la premisa del MNR era no eliminar físicamente al opositor y que el sistema represivo tenía una combinación de violencia física con la psicológica. Fellman me dio la impresión de que entendía de represión psicológica; hablaba con seguridad y conocimiento. ¿Acaso fue él el cerebro que planificó la represión?”[232] Con tales criterios, nada menos que del Ministro de Información y Cultura, continuó la habilitación de nuevos campos de concentración, como el tétrico Curahuara de Carangas, departamento de Oruro, en lo que fue el cuartel del Regimiento Andino. Aunque tenía capacidad para albergar a 300 hombres, en sus cuadras se hacinaron el doble de esa cantidad con sus carceleros. Como una escena de “Dr. Zhivago”, los prisioneros eran transportados en trenes de carga, con ventanas y puertas clausuradas, que se desplazaban por el altiplano en viajes de tres días, privados de agua y alimentos. Uno de los gobernadores más crueles de ese campo fue Alberto Blomfield, quien impuso un régimen de terror en condiciones infrahumanas. Tortura física y golpes de laques, patadas y culatazos. Sin atención médica, las víctimas se curaban dolencias y afecciones entre sí. Pese al frío altiplánico congelante en la noche, a cualquier hora se interrumpía el sueño para pasar lista a los prisioneros. Blomfield instruía que las pertenencias de los prisioneros fueran robadas y los prisioneros que llegaban se quedaban sin frazadas ni enseres. Los intentos de fuga se pagaban con meses de tormento, cuerpos desnudos azotados en las noches con correas de ventilador, hasta dejarlos exánimes, con heridas, fracturas y estados comatosos. Se fomentaba el espionaje entre los mismos presos, bajo promesa de pronta libertad, se obligaba a la flagelación de unos contra otros, la delación y aún la indigna organización de “comandos del MNR” con los mismos detenidos. 73 libros escritos por las víctimas del período 1953-1964, acumulados por el escritor Jorge Siles Salinas, desnudan la naturaleza del Control Político y sus animadores, cuyo sadismo amenguó los méritos de la Revolución Nacional.  La única biografía

del subjefe histórico del MNR, autor indiscutible de la revolución de abril de 1952 y dos veces Presidente de la República, Dr. Hernán Siles Zuazo,[233] lleva, entre muchas otras, las siguientes expresiones a propósito de Víctor Paz Estenssoro: “Dispuso la creación del Control Político, maquinara viciosa que sembró el terror aún entre personas que nada tenían que ver con la política… Desde un principio, Siles insistía en expresar su desacuerdo con la ola de abusos y persecuciones que algunos elementos movimientistas desatan contra gente del antiguo régimen. Es la faz odiosa del partido que acababa de asumir el poder y se libraba a una suerte de orgía represiva que nada justificaba, pues el gobierno estaba firme y era, por el momento, invulnerable… En una entrevista con Alfonso Crespo, autor de esa biografía, Siles Zuazo expresa: ‘Mi alejamiento ideológico con Paz Estenssoro empezó cuando los campos de concentración. También con los Fortún, Carlos Montenegro, Augusto Céspedes y otros. Me sentí en cierta manera sólo en esta actitud, intentando frenar la represión…’. Crespo señala: Habían surgido pues sus primeras discrepancias con el nuevo Presidente, las mismas que se ahondarían con el tiempo. Acaso porque había vivido tantos años en peligro, Siles abominaba de la violencia y el acoso al adversario… Siles, que había sufrido tantas persecuciones y combatido en las calles, podía darse el lujo de la magnanimidad. Paz no, precisamente porque su estilo de oposición había sido diferente y exento de peligros.”[234] El líder histórico de la Central Obrera Boliviana, Juan Lechín Oquendo, pieza fundamental de la revolución nacional sostuvo que “Víctor Paz era frío, cruel y ambicioso”.[235] Refiere Lechín: Las medidas que Paz Estenssoro tomó contra la Falange han sido muy graves. Mario Sanginés encabezó una comisión a Curahuara de Carangas donde estaban los presos y volvió con un informe espantoso, daba terror, al extremo que pedimos una reunión de gabinete. ..”

Ese informe oficial,[236] describiendo las condiciones de vida y dando listas de los presos en los campos de concentración, menciona una serie de “anécdotas” como lo sucedido con Raúl Valderrama Pardo: “El caso de éste detenido es lamentable, se trata de un ingeniero agrónomo recién llegado del Brasil, víctima de un incidente de carácter personal con tres altos dirigentes del partido, Nuñez Vela, Ricardo Soruco y Berdecio. Sus antecedentes indican tratarse de un pintor de muros. 15 meses de detención” Es decir que quienes administraban la justicia revolucionaria, juzgaron que un ingeniero recién llegado al país, que tuvo un altercado con tres altos dirigentes del MNR, acusado de escribir “abajo el mono” o algo parecido en una pared, fue condenado, sin pruebas ni juicio, a 15 meses o más de prisión. Estos casos se han repetido después hasta el hastío. Los revolucionarios que habían liberado a los aimaras y quechuas bolivianos tenían en cambio una extraña opinión de los otros indígenas, los del oriente, como lo revela el caso del preso Rodolfo Terán, de madre chimán y analfabeta, quien se hizo evangelista y logró que su hijo saliera a estudiar Medicina por cuenta de una escuela protestante. Al retornar ya doctorado al país, Terán fue capturado y torturado por uno de los jefes del Control Político, de apellido Orozco, quien no podía concebir que “esa clase de gente pudiera practicar la medicina”. Detenido durante 15 meses en Curahuara de Carangas, su caso fue estudiado por la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, sin ningún resultado. Lo denunciaron los propios movimientistas.[237] Félix Vargas Burgos, carnicero de profesión, fue encerrado en Corocoro porque reclamaba “insistentemente” que el coronel Luis Gayán Contador le devuelva 35.000 boliviano y 5 pesos argentinos que le había “decomisado”. Lo encerraron en un campo de concentración por no dejarse robar con el segundo hombre del Control Político. Lo denunciaron los propios movimientistas. [238] Lo expresado en las páginas de “Infierno en Bolivia” de Hernán Landívar Flores, “Laureles de un Tirano” de Hernán Barriga Antelo, “Campos de Concentración en Bolivia” de Fernando Loayza Beltrán,

“Yo fugué de un campo de concentración” de René López Murillo, “Terror y angustia en el corazón de América” de Julián V. Montellano, entre decenas de otros textos, permite comprender la magnitud de los atropellos a los derechos humanos en la década del 50, como pocas veces se vio, antes y después, creando odios profundos que, a su vez, repetirían crueldades y agravios luego de que los revolucionarios perdieran el poder, años más tarde.  Mario Peñaranda Rivera, un pequeño empresario dedicado a comercializar sal en el Beni, de donde rescataba raíz de ipecacuana y cueros de saurios, fue capturado mientras pasaba unos días de vacación con su esposa y su pequeña hijita en Cochabamba. Había cometido dos errores: se hizo falangista en el colegio y compró un arma para cazar en sus recorridos por las tierras de Moxos. Apresado bajo la acusación de traficar armas para atentar contra el proceso de cambio, sin ninguna prueba ni proceso judicial, fue arrancado brutalmente de su hogar. Arruinaron sus emprendimientos, le quitaron sus pertenencias, lloró su familia y él personalmente conoció La Muralla en el Panóptico, El Guanay, el célebre “cuartito azul” del Control Político, los campos de concentración de Catavi, Corocoro y Curahuara, desde luego formó parte de un intento de fuga, fue torturado y estuvo dos años preso. Al obtener la libertad, intentó recomenzar en Chile cuando “esa mezcla de Himmler y Beria (San Román)” le comunicó que no podría salir del país “hasta su quinta generación”, por lo que tuvo que evadirse de esa enorme cárcel en la que se había transformado Bolivia. Peñaranda ha escrito un libro cuyo título lo dice todo: “Entre los hombres lobo de Bolivia”. Decir que las revoluciones tienen víctimas colaterales inevitables, o que los seguidores de Oscar Únzaga de la Vega eran reaccionarios que no comprendían la magnitud de los cambios en Bolivia, fue una cínica manera de ver sólo un lado de la historia, la que más convino a muchos intereses familiares: la cara rosada de la revolución. Asombra la defensa a rajatabla que hizo tanta gente decente, de todo lo sucedido, bueno, malo y peor, en esos años. A pesar de ello, y de la historia oficial que dejaron impresa, no existe la posibilidad

de encontrar nada parecido, en otros capítulos oprobiosos del pasado histórico boliviano, que se quedan chicos ante lo registrado de 1952 en adelante, que deplorablemente se quedó como una constante maligna. La Revolución Nacional, extraordinaria por la Reforma Agraria y el Voto Universal, atropelló los derechos humanos como no lo hicieron ni Rosas en Argentina ni el Dr. Francia en Paraguay. Felizmente no fueron todos los movimientistas y la mayoría de ellos execraron del Control Político y los campos de concentración, que sólo tuvo parangón con lo sucedido luego en las dictaduras de Fidel Castro o Augusto Pinochet. Conmovió a este cronista el relato de los infortunios que soportó Hugo Alborta: “Soy fundador de Curahuara, donde estuvo una gran cantidad de falangistas y militares de los que recuerdo a Juvenal Sejas, Víctor Kellemberger, Carlos Terceros Banzer, René López Murillo, Oscar Terrazas Alborta, Fernando Loayza Beltrán, Humberto Mendizábal Moya, Walter Alpire, Fidel Andrade, David Añez, Cosme Coca, Carlos Kellemberger, Oscar Larrain, Héctor Peredo, Antonio Ponce, Jorge Da Silva, Jorge Flores Belloni, Guillermo González Durán, Hugo Gutiérrez Terceros y muchos más. El trato era tan bárbaro que planeamos innumerables fugas, una de ellas dirigida por el capitán Francisco Céspedes Rivera y el teniente Francisco Javier Beltrán. Todos nos comprometimos, pero hubo delación y el castigo fue una brutal sangría diaria de varios meses. Yo estaba casi loco de dolor y humillación, creí que no podría resistir más y le comuniqué a mi grupo que sería voluntario para ir por leña, salir al frente, agarrar al que me custodie y comenzar a disparar hasta que me maten porque ya no tenía esperanzas. Mis camaradas creyeron que era una buena idea porque de esa manera cada uno podría intentar coger un fusil e iniciar la balacera, sin importar cuántos morirían, pues algunos quedarían con vida y podrían huir de aquel infierno. Pero todos los intentos de evasión fueron descubiertos porque siempre los delataban. Lo más doloroso en los campos de concentración fue comprobar que cada hombre tiene un límite hasta dónde puede aguantar. Hubo gente valerosa que la doblegaron hasta dar lástima.

Un día apareció en nuestro campo de concentración de Curahura un comando del MNR conformado por nuestros propios camaradas que comenzaron a tomarnos declaraciones, llegaron a golpearnos y nos dividimos. Hubo una insoportable guerra psicológica. Entraban a nuestras celdas y nos decían que nuestras mujeres estaban durmiendo con los jefes del Control Político, generalmente trataban de destruir nuestro espíritu pero efectivamente algunas mujeres de falangistas terminaron traicionando a sus maridos con sus verdugos y el caso más amargo fue el de Tito Maldonado, un ser humano formidable, de excelente posición social, arrancado de su hogar por los sayones, a cuya esposa sedujo un sujeto mal encarado, con poder, destrozando la vida de este camarada que ya en libertad se hundió en el alcoholismo hasta morir por esa causa. Después de dos años de prisión sin juicio, a la mayoría de los prisioneros los mandaron a otros campos de concentración, otros salieron en libertad y quedamos en Curahuara sólo 30, entre ellos mi hermano José, así como los hermanos Amando y Raúl Rodríguez, Julio Álvarez Lafaye, Oscar Terrazas Alborta y otros. Entre los 30 juramos que no nos tocarían nunca más y si lo hacían los atacaríamos a golpes y mordiscos, para que nos maten de una vez. Una noche nos hicieron formar, nos ordenaron que trotemos y Armando Rodríguez dijo que no, que ya no trotaríamos. En lugar de Blomfield había quedado como gobernador un tal Carvajal, quien se puso nervioso. Si se producía una balacera, nosotros estábamos dispuestos a saltar sobre la pared. Nos ordenaron volver a nuestras celdas. Al día siguiente el gobernador pidió que designemos delegados para conversar. Le dijimos que los 30 que quedábamos preferíamos morir antes que nos vuelvan a tocar porque ya estábamos más de dos años presos. El gobernador renunció. Fue el momento en que trajeron a Gustavo Stumpf. Ya no había más golpizas y el campo era una taza de leche. Pero cada día que pasaba la vida me parecía un castigo insoportable. Fueron años de separación total con la realidad y con todo lo que amábamos. No nos permitían escribir nada. De vez en cuando permitían visitas a algunos compañeros de infortunio, en cambio yo no podía recibir a

nadie. Antes de juntarse conmigo, mi hermano estaba en preso Uncía y mi padre en Corocoro, mi madre se preocupaba más por mi padre como era lógico. Lo más difícil para mí fue estar en Curahuara con mi hermano José a quien enyesaron mal y le apareció la gangrena que le destrozó el pie. Cuando nos hacían trotar, él pisaba prácticamente con el tobillo y yo le ayudaba a correr con el riesgo de que me azoten. Meses después llegó San Román, le dije que ya no aguantaba más y él me respondió “yo me saco el sombrero ante ustedes porque son machos, pero nosotros dormimos tranquilos porque ustedes están encerrados”. Yo le dije que eso ya había pasado, que eran dos años y medio de encierro y mi hermano iba a morir con la gangrena. Seguramente se conmovió y los sacó de Curahuara a mi hermano, a Julio Álvarez Lafaye y Terrazas Alborta. Yo me quedé más tranquilo porque si se producía una fuga, no tendría que cargar a mi hermano. Alguna vez trajeron a presos cruceños en mangas de camisa, tiritando de frío. Walter Landivar que era rector de la Universidad Gabriel René Moreno, Patochi Saavedra, los hermanos Montero, Lucas Saucedo Sevilla y el más joven era Humberto Vaca Pereira que cantaba lindo y empezó a gustarle mascar coca que a nosotros nos ayudaba, especialmente los martes y viernes. Nosotros recibimos a los cambas con mucho cariño y afecto, pero Blomfield los odiaba y maltrataba. Algunos prisioneros, llevados a la desesperación extrema, intentaron matarse cortándose las venas, pero un falangista médico, Chaleco Morales, se encargaba de zurcir las muñecas con hilo corriente y sin anestesia. Apareció un traidor de apellido Pereira. Como nadie le hablaba y todos lo despreciaban, un día entró a una celda que llamábamos “la boca del lobo” y se cortó las venas, pero hacía tanto frío que la sangre se coaguló y no murió, duplicando su vergüenza. No hubo ninguna institución que se preocupara por los derechos humanos en Bolivia en aquellos años de la Revolución Nacional, ni la prensa pudo ocuparse del tema intimidada como estaba, pues hubo el riesgo de que cualquier periodista que publique alguna denuncia, termine escribiendo un reportaje personal en alguno de los campos de concentración durante varios años. De manera que

fueron los propios militantes del MNR con la suficiente decencia, quienes se refirieron al tema. Mario Sanginés Uriarte, Álvaro Pérez del Castillo y Jorge Bedregal, luego de visitar los campos de concentración, el 7 de octubre de 1954, dirigieron un informe al Secretario Ejecutivo del Comité Político Nacional del MNR, Arturo Fortún Sanjinés. El documento ensaya una defensa política de las medidas sociales de la Revolución Nacional, pero reconoce que un sector de la clase media -que define como “proletariado de cuello blanco”-, “sufre un proceso de empobrecimiento constante y en relación directa a la depauperación general del país mismo”. Aunque el documento dice que las dificultades económicas del país eran “heredadas del régimen mineo-feudal”, reconoce que la clase media “colocó sus esperanzas de mejora económica en el ascenso al poder del MNR, mejora que no ha obtenido, y más bien ha sufrido un notorio desmejoramiento”. “Carece de perspectivas de obtener vivienda propia o barata cuando es alquilada. No tiene tampoco oportunidades de obtener créditos que le permitan independizarse…”. “Su nivel cultural y de civilización hace que sus exigencias requieran de un desembolso de dinero que cada día alcanza a sumas mayores y que no guarda relación con sus ingresos. Los grandes beneficios sociales no han llegado a esta clase y ello constituye un problema político de primera magnitud”. E insiste: “Esta clase por su nivel intelectual ha apoyado completamente la Revolución Nacional, pero actualmente, al observar que sus aspiraciones de mejoramiento siguen en el mismo proceso que los regímenes anteriores e inclusive su situación ha empeorado, constituye un factor de inquietud política”. La democracia norteamericana miró de soslayo la situación boliviana. Para los norteamericanos era bueno defender a los surcoreanos de la dictadura comunista, pero era miope para mirar lo que sucedía en su patio trasero, donde miles de ciudadanos sufrían hostigamiento, prisión, tortura y exilio. Era el caso de Cosme Coca, quien se había sumado al proyecto falangista siguiendo la prédica patriótica de Oscar Únzaga.  Lo tuvieron preso en el Panóptico, le arrebataron sus bienes y estuvo en los tres campos de

concentración abiertos por el gobierno. Su hijo, también de nombre Cosme, relata su experiencia familiar:      “Fue una época de mucho sufrimiento, porque íbamos a visitar a mi padre a la cárcel llevándole cartas, café, cigarrillos que nunca le entregaban. Mi padre estuvo encerrado diez meses en el Panóptico. Una noche, sin avisar a nadie, lo sacaron a Uncía. Mi padre nos contaba que al menos los mineros los trataban mejor. Mi madre fue a visitarlo junto con la esposa de otro preso. Mi padre estuvo en Uncía seis meses. Como era un luchador, planificaron una fuga. Lo trasladaron a Corocoro, donde lo visitamos con mi abuela. Recuerdo que hacía mucho frío, mi abuela alquiló un cuarto para dormir una noche y al día siguiente fuimos al cuartel de Corocoro, cruzando un río y tuve que cargar a mi abuela que era muy viejita. Yo tenía 14 años. Llegamos al cuartel, mi padre estaba canoso y con barba. Al ver a su madre la abrazó y no me reconoció porque yo había crecido. Los trataban mal, los sometían a trabajos forzados. Cada vez que había problemas en La Paz, se desquitaban con los presos. Una noche los trasladaron a Curahura de Carangas donde el trato era totalmente inhumano. Allí planeó con siete camaradas una nueva fuga. A uno lo mataron a tiros, a otro lo enterraron vivo, a mi padre le rompieron varias costillas. Estuvo un año en Curahuara donde no se admitían visitas. Posteriormente se decretó una amnistía tramitada por el Arzobispado. Mi padre retornó a casa, pero por poco tiempo porque la persecución continuaba, se asiló en la embajada argentina y se marchó a ese país. Como la persecución era implacable, cualquier cosa que pasaba era culpa de los falangistas, así que mi casa, en la cella Nicaragua, fue allanada 14 veces. Un día los milicianos llegaron como siempre borrachos y disparando, uno disparó un tiro a la reja que era de hierro, la bala rebotó pegándole en la rodilla y los otros comenzaron a disparar a la casa. Entraron a requisar con furia porque pensaron que les habían disparado. Comenzaron a destruir todo, querían sacar nuestras cosas al patio y quemarlas. Yo tenía unos 16 años y mi madre me metió en cama, mientras que un miliciano me apuntaba con su

arma. Mi madre en su dormitorio gritaba valientemente que la maten antes de quemar sus cosas. Entonces el miliciano disparó a una radio, a un espejo circular y estuvo a punto de matar a mi madre, pero la bala se trabó y al final se fueron. Mientras tanto mi padre consiguió un puesto como contador en la Argentina, intentamos irnos todos a ese país, pero se devaluó la moneda, mi mamá perdió casi todo su dinero, tuvo que alquilar la casa, nos quedamos en La Paz viviendo con mis dos hermanos en dos cuartitos. Luego de un tiempo, mi padre volvió sorpresivamente con la decisión de defender a su familia y su patria…”[239] Intimidada una gran parte de la ciudadanía por el matonaje de los milicianos y barzolas, la oposición se convirtió entonces en Bolivia en una riesgosa aventura exclusiva para valientes. Jaime Tapia Alípaz, pieza fundamental de aquel partido de clase media, eludió a sus perseguidores durante varios meses de ese año de 1954 y al final, tuvo que entregarse para evitar que sigan martirizando a sus padres detenidos en calidad de rehenes. Con su detención, el gobierno cerró el círculo; la Falange parecía estar destruida. Es interesante reflexionar en el testimonio que ofrece Nelson Tapia, hijo de Jaime: “Una de las cosas que más me impresionó ha sido el conocer el escondite de mi padre en la casa donde vivíamos sobre la avenida Busch esquina Pazos Kanki. Allí mi padre hizo construir una pared falsa en el tercer piso, tapando un espacio de dos metros de profundidad al que se ingresaba por el entretecho mediante una puerta falsa. Mi padre entraba por una escalera de madera y se quedaba parado. Tenía en ese lugar una linterna, un urinal, unas pastillas para la presión y un revólver para defenderse. Utilizó ese escondite durante cinco años. La casa sufrió más de cien allanamientos y jamás lo descubrieron hasta 1956. Mi padre tuvo que entregarse porque tomaron presos a sus padres. A mi abuelo lo encerraron en un ropero durante dos días y a mi abuela la flagelaron. Cuando mi padre se entregó al Control Político, el tenebroso Blomfield le dijo “¿dónde estaba usted cobarde?” y mi padre le respondió “el cobarde e imbécil es usted porque todos

estos años he vivido en mi casa” y les mostró el escondite. San Román, que era un hombre muy celoso de sus lugartenientes, abofeteó a Blomfield y le reprochó por haber sido engañado como un niño. Cuando se entregó, mi padre dijo: “yo vine a una lucha de hombres, no a una lucha de fieras, por favor suelten a mis padres”. Sucedió en 27 de mayo de 1954, mi abuela salió directamente a una clínica. Años después, cuando crecí, seguíamos viviendo en esa casa, yo quería ver el escondite y mi hermano mayor me llevó a conocerlo; me pareció algo extraordinario, de esas cosas que sólo se ven en las películas. Entonces me di cuenta de que mi padre fue de una generación que vivió con pasión y no menos peligro hechos extraordinarios, que felizmente nunca más podrían repetirse. Al menos eso es lo que esperamos…[240] Curahuara de Carangas fue una réplica andina de Auschwitz. No hubo cámaras de gas porque los recursos económicos del gobierno no le alcanzaban, pero allí padecieron miles de bolivianos con heridas en el cuerpo y en el alma que jamás cicatrizaron. Quizás la peor de las cárceles fue la que sufrieron esposas, hijos y madres de los prisioneros, al perder la oportunidad de continuar viviendo con la dignidad de otro tiempo. De allí salió la vieja canción que aún resuena en algunas calles de Santa Cruz, 60 años después:   Curahuara de Carangas, palomitay, testigo de mis torturas, ciento por ciento me haz de pagar…

XVI - ECONOMÍA DIRIGIDA Y CORRUPCIÓN

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abía nacido en Bolivia una virtual dictadura de partido revolucionario, de ancha base popular, aunque con el lastre de este tipo de regímenes: concentración del poder, control del aparato jurídico, competencia sobre el aparato electoral, partidización de las Fuerzas Armadas y la Policía, economía dirigida, nacionalismo exacerbado, controles a la prensa, propaganda partidaria a ultranza, desinformación, cero oposición, enfrentamiento con la Iglesia, represión sistematizada, campos de concentración, tortura, miles de exiliados, manejo demagógico de las masas y corrupción generalizada. El gobierno repartía cargos en la administración pública, no a los más idóneos sino a los leales al proceso, quienes disfrutaban de los beneficios. Pero en contraste, lastimaba la otra cara del país, conformada por cientos de miles de campesinos que habían logrado ciudadanía, pero a costa de perder su autonomía, muchos de ellos sumidos en la pobreza de las ciudades, convertidos en cargadores en los mercados o mendigos. Quedaron los campos sin brazos que los trabajasen, negando a las ciudades los alimentos requeridos por sus habitantes, mientras la clase media era depauperada. Los excesos de veinte meses revolucionarios empezaron a pasar factura. Aunque al inicio del gobierno revolucionario el Ministro de Hacienda, Federico Gutiérrez Granier, anunció el propósito de poner límite a la emisión de billetes y detener el crecimiento de la deuda fiscal, en un momento en que el déficit llegaba a dos mil millones de bolivianos, las exportaciones de minerales enfrentaban dificultades derivadas de la nacionalización de minas y no existían recursos para respaldar emisiones monetarias. Pero el Presidente Paz Estenssoro, buscando preservar el sello popular del gobierno, hizo que se obrara de otra manera.[241] Cuando llegó al gobierno, las reservas en divisas acumuladas por el país, modestas para una economía pequeña, pero reales,

ascendían a 34,5 millones de dólares. A partir de entonces se esfumaron velozmente por el festín de gastos innecesarios, contratación de supernumerarios y financiamiento de obras innecesarias y sin efecto económico, generando déficit en el sector público. Para solventarlo el Ministerio de Economía acudió al simple expediente de imprimir billetes sin respaldo provocando una inflación desmesurada. Durante ese primer gobierno de la Revolución Nacional, la emisión de billetes aumentó en 3.000 por ciento, elevándose de 6.920 millones a 112.900 millones. Hubo mucho dinero en manos de la gente, pero su capacidad adquisitiva era miserable. La falta de garantías para el sector privado provocó una fuga de capitales. Las deudas a los proveedores subieron, de 4,5 millones de dólares, a 65 millones de dólares. La deuda externa trepó a la increíble cifra de 500 millones de dólares. El dólar fue mezquinado para el sector importador, pero el gobierno se empeñó en mantener un valor de 190 bolivianos por Dólar, mientras en el mercado negro se tranzaba en 13.000 bolivianos. El gobierno asumió un control absoluto sobre la economía, estableciendo un sistema de cambios diferenciados, que fue una ventana de oportunidad para sedientos de fortuna cercanos al poder. Se negaban o se encarecían las divisas necesarias para que funcione el comercio y la industria, pero se concedían dólares baratos a los militantes del partido que se organizaron en una célula de importadores que, entre otras cosas, estimulaban artificialmente la demanda de algunos artículos que luego reexportaban con jugosas ganancias. Era, lo que el Presidente Paz Estenssoro denominaba, “la creación de una nueva burguesía nacional”. Los productores agrícolas de alimentos de primera necesidad recibieron un golpe mortal por la presencia en el mercado de productos importados al cambio oficial (reiteramos: 190 bolivianos por dólar, cuando el precio en el mercado libre era de 13.000), pero también por los productos provenientes de la ayuda americana que gente en el gobierno vendía, en lugar de distribuirlos gratuitamente entre los necesitados. José Romero Loza, un hombre del sector

privado, que ha recopilado la performance económica del primer gobierno de la Revolución Nacional, toma como ejemplo lo sucedido con el arroz: “El arroz traído por la ayuda americana, costaba $us. 130.- la tonelada puesto La Paz, pero el Ministerio de Economía (que recibía el grano gratis) vendía la tonelada a $us. 9.- la tonelada para las empresas del Estado, o a $us. 15,50 para los comerciantes y distribuidores que, por supuesto, se apresuraban en sacarlo de contrabando al exterior antes que venderlo al racionado consumidor boliviano”. ¿Cómo podía el productor nativo de arroz, trigo o leche, competir con sus similares gringos, cuyos productos llegaban de obsequio para contentar a los revolucionarios? El aparato productivo agrícola quedó paralizado por mucho tiempo y a pesar de la ayuda americana hubo carestía y desabastecimiento. Rápidamente surgió un mercado de “bolsa negra”, manipulado por los mismos dueños del poder que tenían acceso a los alimentos, generando especulación que pretendieron controlar a través de una “policía económica” dirigida por carabineros movimientistas para regentar, reprimir y multar al comercio legal, lo que era absurdo, pero generaba nuevas fuentes de recursos. Los municipios instalaron los llamados “abastos”, controlados por militantes del partido, donde se conseguía pan o café, formándose largas filas humanas todas las noches. Algo parecido hicieron con la venta controlada de productos farmacéuticos, vehículos y repuestos. Todo con cupos, pingüe negocio. Mario Alarcón Lahore, secretario del entonces Vicepresidente Hernán Siles Zuazo, refiere una anécdota: “Un día que tuve que acudir al Palacio de Gobierno, tropecé con el Presidente Paz Estenssoro, quien me dijo: - ‘Don Mario, venga a verme para que le dé un cupo’-. Agradecí el ofrecimiento, pero no lo acepté. Otros reaccionaron de forma diferente.”[242] La corrupción estaba en las altas esferas del poder. En vista de los resultados de la revolución, Oscar Únzaga pronunció una frase que sitúa su posición: “Esto no es la revolución que

queríamos. Si revolución es hambre para el pueblo y opulencia para los gobernantes, entonces no nos interesa la revolución”. Esa postura le devolvió las credenciales que momentáneamente había extraviado tras el fracaso de noviembre del 53 y proclamó que la única esperanza de cambiar el destino nacional pasaba por la unidad de las fuerzas opositoras en el país y en el exilio, aún a riego de que tal actitud sea pretexto para acusarlo de hacer causa común con la “rosca”. Ya para entonces trascendió el affaire de las libras esterlinas. Sucedió que entre el 2 y el 23 de octubre de 1952, de manera clandestina habían salido de las bóvedas del Banco Central de Bolivia 256 bolsas conteniendo un total de 345.000 libras esterlinas, patrimonio del Estado Boliviano, para ser canjeadas por barras de oro. Aquel extraño canje estaba amparado por la Resolución Suprema Nº 52358, de 4 de octubre de 1952, suscrita por el Presidente Víctor Paz Estenssoro y el Ministro de Hacienda Federico Gutiérrez Granier. Objetada la operación y calificada como ilícita por el Superintendente de Bancos, Guillermo Alcázar Jiménez, en coincidencia con el Intendente Nacional, Víctor Maldonado Arce, ambos fueron increpados por el Gerente General del Banco Central de Bolivia, Augusto Cuadros Sánchez, quien amenazándolos con un arma de fuego los obligó a firmar los documentos respectivos. [243] El origen de esas 345.000 libras esterlinas se remontaba al año 1906, cuando el gobierno del Presidente Montes promulgó la ley de patrón oro, por la cual los bancos emisores -Banco Nacional de Bolivia, Banco de Francisco Argandoña, Banco Industrial y Banco Agrícola- debían someterse a un encaje legal de 25% en oro por sus billetes emitidos, obligando a importar la cantidad de libras esterlinas en oro para cumplir esa disposición. En 1908 se fundó el Banco de Bolivia y Londres con un capital de 80.000 libras esterlinas pagado en oro sellado, institución que emitía también sus propios billetes. En 1911 se convirtió en Banco de la Nación Boliviana, con el privilegio de ser el único emisor del país, transformándose en 1928 en el Banco Central de Bolivia (BCB). Las libras esterlinas acumuladas hasta entonces pasaron a propiedad de la nación a

través del BCB. No eran sólo libras esterlinas; tampoco oro puro solamente. Llevaban la efigie de la Reina Victoria y su valor numismático era inapreciable. En plena Guerra del Chaco, el Presidente Salamanca no se atrevió a echar mano de esos recursos para adquirir armas necesarias en la contienda bélica, al considerar que era el tesoro de la patria que aseguraba el futuro de los bolivianos. En plena Revolución Nacional, alguien se acercó a Waldo Cerruto, cuñado del Presidente Paz, para ofrecer al gobierno canjear esas libras esterlinas, con el argumento de que para Bolivia no tenían otro valor que el específico del oro y numismático de la moneda, pero que en algunas colonias inglesas se les daba el valor de un “amuleto”, proponiendo un trueque de esas libras esterlinas por el igual de su peso en oro, además de una regalía del 25%. Concretada la oferta en un documento que Cerruto entregó a su gobierno, se sorprendió al enterarse de que había llegado a La Paz un representante de la firma Petcho Hermanos, subsidiaria del grupo de banqueros europeos interesados en las famosas libras esterlinas y que, tras visitar Palacio Quemado, la regalía inicialmente ofrecida de 25% bajó a sólo 15%. Pero había además otros aspectos dudosos, que provocaron la oposición de la Superintendencia de Bancos a tal operación. El asunto era tan poco transparente que en el momento en que se sacaron las libras esterlinas y se las entregaba a los canjeadores, ese 10% se descontó de las mismas libras esterlinas, cantidad que un uruguayo de apellido Susz, con pasaporte oficial boliviano, las transportaba a las Islas Azores vía Perú, en cajones de munición de artillería, siendo detenido en Lima. La Aduana Peruana, no reconociendo derecho de inmunidad al pasaporte oficial boliviano que portaba ese personaje, procedió a destapar los cajones, sorprendiéndose al encontrar libras esterlinas que incautó considerando estar ante un caso flagrante de contrabando. La intervención del embajador boliviano, Germán Quiroga Galdo -que nada tenía que ver con el asunto-, salvó el honor de su gobierno gracias a una maniobra diplomática notable. Posteriormente, de

acuerdo a múltiples denuncias, el Gerente General del BCB, Augusto Cuadros Sánchez, depositó la regalía con que se premió la operación en un banco suizo, declarando una cifra menor a la recibida. El cuñado de Paz Estenssoro aseguró que aquello significó una pérdida para el país de 12,25 millones de dólares (casi cien millones de dólares al cambio actual). El gobierno dijo que eran calumnias de los “rosqueros” y de las “prensa extranjera vendida” en su afán por “destruir los cambios irreversibles de la Revolución Nacional que el pueblo boliviano defendería son su sangre”. Eran las mismas frases manidas y altisonantes comunes a las revoluciones. Negociantes y fulleros de distinta procedencia, ansiosos de hacer contactos con accesibles funcionarios bolivianos, se abatieron sobre las oficinas del poder en La Paz. Contrabandistas de divisas, de relojes suizos y de vehículos cuya importación estaba prohibida, se instalaron en la ciudad, de la misma forma como sucediera en los inicios de la Revolución Mexicana por la lógica implacable de las revoluciones: los victoriosos en el poder, hablando en nombre del pueblo, creían tener el derecho de hacerse ricos. El clima social se hizo insoportable. Bandas de milicianos armados atracaban a los ciudadanos en la noche y sus jefes realizaban audaces negociados a la luz del día. El régimen de divisas preferenciales fue por mucho tiempo el pozo de la dicha de los compañeros del partido en el poder. Hugo Castellanos, un hombre que animó la vida de la Cámara Nacional de Industrias durante décadas, nos hizo la siguiente declaración: “El sistema consistía en que del Presupuesto General de la Nación, el Ministerio de Hacienda fijaba un monto de millones de dólares para el ‘desarrollo industrial’. Cualquier persona podía acreditar que era ‘industrial’ poniendo en una sala dos máquinas de coser, una mesa, sobre ella unas tijeras, una plancha y cuatro personas que juraban ser obreros. No era mucha inversión frente a las divisas que se recibían para importar ‘materia prima’. Entonces, todo era coser y cantar hasta que lleguen las divisas que en el mercado negro se

vendían por varias veces su valor. Se desarrolló así una actividad industrial disfrazada…”[244] El Estado controló casi toda la actividad productiva, el comercio y los servicios, produciendo gasolina, té en bolsitas, azúcar, vidrios, cerillas de fósforo, leche, mantequilla, etc., bajo el enunciado cepalino[245] de la sustitución de importaciones. Pero la célula de importadores del MNR contradecía tal postulado, disponiendo de divisas suficientes para importar toda suerte de mercaderías, desde las imprescindibles hasta las suntuarias. Se impuso desde entonces, un doble rasero revolucionario que consiste en “prohibir para permitir”, lo que se expresó en una aduana nacional convertida en botín político. El sistema era sencillo y consistía en poner obstáculos insalvables a todas las importaciones con el argumento de “sustituirlas”, imponiendo trámites engorrosos y aranceles insostenibles, de manera que resultaba una bendición cuando un “vista” proponía hacerse de la vista gorda. El aduanero resultó más prestigioso que el médico o el ingeniero. ¡Cómo no iba a hacerse millonario un señor que tenía la capacidad de abrir -por una suma razonable y sin papeleo- las herméticas fronteras! Una familia de abolengo movimientista en Santa Cruz, llegó al récord de introducir aviones de contrabando, como lo atestigua hoy mismo el avión Constellation que en los años 50 descendió sobre la ciudad de Santa Cruz cargado de whisky, cigarrillos y medias nylon, entonces prohibidas absolutamente por el gobierno revolucionario. El avión permanece en una plaza en el centro mismo de la capital oriental. La lista de negociados es sorprendente para quien accede, seis décadas después, a la información que los desnuda. “Créditos de honor” canalizados por el Banco Central de Bolivia en beneficio de sociedades ficticias que dejaban de existir al primer vencimiento y nunca honraron sus deudas. ”Fondos de contrapartida”, falsificación de cheques, adquisiciones con sobreprecio, venta de franquicias diplomáticas. ¿Cómo no iba a rebelarse Únzaga de la Vega al conocer las denuncias periódicas de tales hazañas, que pese al

control, recogía la prensa, vía “trascendidos”, producto de las luchas internas por el poder? Los escándalos se convirtieron en parte de los “usos y costumbres” del país. ¿Recuerda el lector al ciudadano turco Selim Chacur (CAPÍTULO XI), que firmó un contrato con el Estado, calificado por el Presidente Víctor Paz Estenssoro como “un paso firme y decisivo hacía la independencia económica de nuestro país”? Pues el caso no acabó con la recesión del contrato. Chacur, un hábil estafador, obtuvo préstamos por 500 millones de bolivianos del Banco Central que jamás pagó, fugó del país y nunca más nadie supo nada de él. A su nombre se sumaron los de Arpic, Tietux, Hovart, Yañez y Lorenzo, todos relativos a estafas y negociados con el Estado. También el nombre de Adalberto Markus, un “amigo de la Revolución Nacional” que ofreció instalar una fábrica de aceite (en un momento en que este había desaparecido del mercado), además de traer camiones, tractores y maquinaria agrícola, obteniendo un préstamo de cinco millones de dólares, trayendo 15 camiones Volvo inservibles, para luego esfumarse. Sus cómplices en el Ministerio de Hacienda y el BCB debieron renunciar, siendo procesador por la justicia en medio de un escándalo. Pero salieron indemnes gracias a jueces revolucionarios, laxos y ciegos para juzgar a los compañeros, pero ágiles y draconianos para castigar y extorsionar a los enemigos del proceso de cambio. Negociados en las adquisiciones de sacos metaleros para el Banco Minero, comisiones en la compra de explosivos, medicamentos, repuestos y hasta miles de ataúdes para COMIBOL. Las primeras noticias sobre tráfico de cocaína en los altos círculos de la política. Venta clandestina de minerales a la URSS. Negociado en la venta de wolfram del Banco Minero, en la importación de chinchillas, en los hornos de volatilización Tainton en Potosí, en el rescate de bonos de la deuda externa, en el desmantelamiento de la Casa Suárez, en la venta de monedas de cobre, en las importaciones de manteca para las minas, en el ingenio Guabirá, en la Planta de Leche PIL, en fin…

Alfonso Crespo, en su biografía de Hernán Siles Zuazo[246], recoge el siguiente detalle: “Desde 1952 (a 1956) se han abierto más de cinco mil cuentas corrientes en bancos de los Estados Unidos. Se han adquirido en Buenos Aires 350 pisos, departamentos y casas de renta y habitación, por nacionalistas (bolivianos) que predican la radicatoria de capitales foráneos en el país”. Juan Lechín Oquendo aludió en el Parlamento al enriquecimiento ilícito de altos dirigentes del MNR con una frase lapidaria: “Me basta preguntar, ¿de dónde muchos movimientistas tienen dentro y fuera del país, fincas, automóviles y otros bienes, si antes del 52 eran más pobres que un trabajador boliviano en las actuales condiciones?” El propio Paz Estenssoro tuvo que admitir, en un discurso pronunciado el 9 de abril de 1955: “La corrupción administrativa y el afán de hacer dinero rápidamente perjudican a la Revolución porque muchos de los compañeros recién venidos hacen dinero y lo ostentan, mientras que cientos y miles de trabajadores apenas ganan lo suficiente para vivir”. Era la magia de las revoluciones, la de entonces y las del futuro, que sólo benefician a quienes las protagonizan en nombre de los pobres. La situación económica general ingresó en un cono de sombra por los traumas de la nacionalización de minas, el maltrato a los empresarios y el bajón de productividad en el agro, los revolucionarios adquirieron aficiones burguesas que habían criticado a “la rosca” en el pasado. Ministerios y reparticiones públicas incurrieron en el despilfarro, se asignaron gastos de representación dispendiosos, pago de viáticos para esposas e hijos en los incontables viajes al exterior que realizaban. Amoblaron oficinas de lujo, adquirieron automóviles último modelo, mostraron debilidad por los trajes de casimir inglés, sombreros Borsalino, corbatas Botany, calzados Freeman, el whisky Johnny Walker, los cigarrillos Chesterfield y las mujeres. “El Gallo de Oro”, un local instalado en la curva de ingreso a Obrajes reunió a los más encumbrados, que bailaban al son de los mambos de Dámaso Pérez Prado y la figura descollante fue Juan Lechín Oquendo, probablemente el más cautivante galán del elenco en el poder, quien de día fortalecía sus

músculos políticos en los gimnasios del trotskismo y de noche lucía su porte en los night clubes paceños. Muchos habían cambiado de mujer y pocos se abstenían de esas catarsis que atenuaban el stress, producto de gobernar un país en revolución que ya había agotado su oferta de beneficios. Mario Sanginés Uriarte, sobre quien existe coincidencia de su honradez y consecuencia política, ha descrito en un libro[247] los devaneos del Presidente Paz Estenssoro en disfavor de su esposa, Carmela Cerruto. Esto, que no llama la atención en un país machista y revolucionario, donde los líos de faldas son la regla, tuvo características dramáticas. Sanginés relata la triste muerte de la Primera Dama y los esfuerzos de los allegados al Dr. Paz para evitar que se conozca la causa del fallecimiento. Ello derivó en un enfrentamiento con la Iglesia, que sorteó el Subsecretario de Culto, Germán Quiroga Galdo, en una notable entrevista con el Nuncio Apostólico, logrando que la Santa Sede aceptase el informe sobre aquel deceso que dejó desolado al primer mandatario.





XVII - EL CERVATILLO ENFRENTA AL DEPREDADOR

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e dicen que a usted lo sigue la juventud y la juventud es como el cervatillo, porque intuye donde está el agua limpia”. Esas palabras, pronunciadas por Franz Tamayo a Oscar Únzaga en 1950, (Capítulo XI) fueron proféticas. La juventud boliviana, criada en moldes de honorabilidad y honradez, se sumó a la acción opositora, hastiada por el deterioro moral que exhibían algunos de los hombres en el manejo del poder revolucionario. Nada frenaba a los revolucionarios que habían logrado desarticular a la oposición encerrando a sus líderes en campos de concentración o exiliándolos. Aunque la mayoría de la juventud boliviana nunca había escuchado la voz de Únzaga, el perseguido, sí tenía referencias de su pensamiento y su posición frente al gobierno e iba a dar su sangre como abono para la lucha contra la represión y la corrupción. Un sobrino del filósofo Guillermo González Durán, de nombre Guillermo Willy Loría, entonces en la promoción del Colegio San Calixto, mantenía contacto permanente con Wally Ibáñez, la dirigente falangista potosina que al concluir una beca de estudios en España, junto a Alfonso Prudencio (Paulovich), Guillermo Bedregal y otros, había retornado al país, asumiendo la tarea de reorganizar FSB. Willy Loría, militante falangista desde los 15 años, recogía de la oficina de Antonio Anze publicaciones bajo el epígrafe de ANTORCHA y entregaba a los jefes de célula panfletos para su distribución en la ciudad. Los alumnos del Colegio San Calixto eran en su mayoría militantes de FSB, como muchos de sus profesores, entre ellos el padre Emiliano Jaureguizar, quien había alcanzado celebridad en la Segunda Guerra Mundial como miembro de la Legión Azul. Hasta que una tarde, el Colegio fue allanado por elementos de Control Político que buscaban a tres alumnos, Loría, Gumucio y Lanza. Requisaron los pupitres, Willy Loría tuvo que esconderse en el campanario del templo y ya no pudo salir de la

propiedad de los jesuitas donde vivió un año y medio, recibiendo la puntual visita semanal de su madre, Hortensia González, una activa militante falangista que en el futuro iba a sufrir persecución y exilio. Loría relata: “Así conocí a Ambrosio García que estaba asilado en el Colegio, vistiendo sotana. En la enfermería también estaban Renato Moreno Bello que era jefe de la célula “L” de FSB (La Paz) y Sinforiano Bilbao Rioja. Casi todas las noches charlábamos sobre política con el padre Bruzzone alrededor de un termo de café y jugábamos a las cartas. Un día nos reunimos con René Mariaca y Mario Carranza con quienes planeamos asaltar el cuartel Sucre. Hasta que un domingo cometí la imprudencia de salir del colegio, aventurándome por El Prado con un grupo de amigos jóvenes y fuimos tomados presos por agentes y llevados al Control Político. Encontraron en mi bolsillo un papelito que decía “Organizar células de 5”. Convencido de que era un mensaje político, el propio San Román me sometió a interrogatorio. No nos torturaron porque éramos menores de edad. Ciertamente, aquella frase era una instrucción de Wally Ibáñez para una acción falangista. Haciendo prevalecer influencias, un día que San Román estaba en Copacabana, de cuya Virgen era devoto, nos soltaron. Estuvimos tres días presos…” En el Colegio San Calixto estudiaba también un niño llamado Andrés Ivanovic Tapia que en 1954 tenía 11 años, pero había vivido tanto el ambiente político de su familia que se consideraba también falangista. Su abuelo, un croata, nacido ciudadano del Imperio Austro Húngaro, llegó a comienzos del siglo XX y se quedó en Tupiza, donde nació su padre, bautizado Juan Ivanovic, quien siguió la carrera de las armas. Se casó con Cristina Tapia, hermana de Jaime Tapia Alipaz. “Mi padre era valiente, decidido y leal. Él me inculcó esas virtudes. En 1952, siendo ya Mayor de Ejército, lo dieron de baja y los cadetes del clausurado Colegio Militar y oficiales jóvenes lo buscaron para que sea su comandante en la resistencia. Recuerdo que se reunían en mi casa donde hacían “La voz del cadete” que

era un panfleto. Allí también los cadetes dados de baja por el MNR prestaron juramento a la Patria y a la defensa de la institución, ante una bandera y un crucifijo. No había vinculación con ningún partido político, hasta que mi padre fue invitado por Únzaga, a quien le planteó unir fuerzas para dar una lucha dura, porque el gobierno de Paz Estenssoro no aguantaría asaltos a trenes, guerrilla urbana o explosión de puentes, al estilo yugoslavo en la Segunda Guerra Mundial. Únzaga invitó a mi padre a jurar a FSB, pero mi padre sólo juraba a la bandera y no a partidos políticos. El 20 de julio de 1953 mi padre cayó preso. Yo iba todos los días a la cárcel de San Pedro llevando el almuerzo, estuvo preso tres años, junto a Bilbao, Loayza, Vacaflor, Palacios y otros. Fue ahí donde empecé a ver a la Falange como una trinchera de lucha. En colegio yo me identificaba como falangista, iba al colegio con mi insignia de Falange y cuando podía asistía a las manifestaciones. Leía a San Ignacio de Loyola, a los misioneros de San Francisco Xavier, pero también de niño aprendí a preparar bombas molotov. En vísperas del 9 de noviembre de 1953, mi madre concentró en mi casa a un grupo de falangistas al mando de Alfonso Guzmán Ampuero, pero a las 14.00 el golpe estaba develado y rodearon la casa. Cerrado el Parlamento, encarcelados los dirigentes políticos, la lucha política se trasladó a las universidades y los colegios. El Presidente de la República pensaba que la Universidad en Bolivia era un núcleo privilegiado donde se formaba una pequeña porción de estudiantes de familias de clase media, absorbiendo un elevado presupuesto en tanto la mayoría del pueblo boliviano era analfabeto. El Dr. Paz postulaba por una educación superior que beneficie a todos los sectores nacionales. Pero también guardaba un recuerdo ingrato, sobre todo de la UMSA, de la que había sido catedrático en los años 40. De esa universidad partió la columna más combativa que debilitó y echó abajo al gobierno de Gualberto Villarroel, siendo su Rector Héctor Ormachea Zalles. La dirigencia estudiantil de San Andrés, fue hábilmente conducida en los años inmediatamente anteriores a la revolución por falangistas como Walter Alpire y Juan José Loría, quienes le hicieron

la vida difícil a Urriolagoitia y a la Junta Militar. En 1953, el Rector Claudio Sanjinés, intelectual de talla, aunque del antiguo régimen liberal-conservador y colaborador inmediato del ex Rector Ormachea, se había encarado con el gobierno revolucionario exigiendo la libertad de catedráticos, como era el caso del Dr. Ciro Félix Trigo. Pero el Dr. Sanjinés no pudo resistir las presiones y el rectorado pasó al médico Pedro Valdivia Allende. Pero el gobierno no podía evitar que las universidades se fueran convirtiendo en los mayores centros de la oposición al gobierno, donde la Falange fue reclutando sus mejores cuadros. Lo mismo sucedía con los colegios; el enemigo principal del gobierno revolucionario estaba en la rebeldía juvenil y para corregir tal situación, el MNR decidió introducirse en los organismos estudiantiles.  Nuevas figuras aparecieron en el escenario universitario como Mario Guzmán Galarza y Sergio Almaráz. La dirigencia movimientista convocó a un congreso universitario en Oruro, al que fueron invitados el Presidente Paz Estenssoro, el Ministro Juan Lechín y otros jerarcas del gobierno. Allí se aprobó un programa de principios en el que figuraban la nacionalización de minas y ferrocarriles, el monopolio estatal del comercio exterior y la inmediata confiscación de los latifundios. Exigía al gobierno revolucionario la confiscación de LA RAZÓN y declaró a FSB “enemiga encarnizada del pueblo boliviano, y agente de la rosca, la gran minería y el imperialismo” (?), aunque nadie supo por qué esos universitarios hacían tal declaración. La llamada Vanguardia Universitaria del MNR tenía presencia directiva en las universidades de Cochabamba, Oruro y Tarija, resultando claro que en La Paz, Sucre, Santa Cruz y Potosí el estudiantado era opositor al gobierno nacional, una mayoría apoyaba a FSB, pero también a los partidos de la derecha tradicional. El gobierno asumió una doble estrategia: por una parte, movió a sus militantes en las universidades con el discurso del “cogobierno docente-estudiantil”, buscando desplazar a rectores, decanos y catedráticos y ganar los liderazgos estudiantiles. Como el MNR había colocado a sus adherentes en número superior a las

necesidades de la administración pública, determinó que estos se inscribieran en las universidades, aunque luego no pasaran clases, con la finalidad de constituir mayorías en las elecciones de las Federaciones y Consejos Universitarios.[248] Esa medida no tuvo éxito y las elecciones de 1954 fueron ganadas por fórmulas falangistas o democráticas, que rechazaron la intromisión oficialista enarbolando la bandera de la autonomía universitaria.  Entonces, un Congreso de la COB aprobó un voto resolutivo pidiendo al Presidente de la República la intervención de las universidades y su entrega a los obreros y campesinos. Ese voto estaba firmado por el líder de la COB, Juan Lechín y los llamados “ministros obreros”, Mario Torres, Ñuflo Chávez y José Fellman Velarde. El gobierno nacional dio paso a una “revolución universitaria” y fue creado un Consejo Nacional Universitario bajo la presidencia del Ministro de Educación, Federico Álvarez Plata y un delegado por cada una de las siete universidades existentes, cuyas decisiones suplantaban la autonomía universitaria, generando la resistencia de los universitarios de todo el país en un movimiento que asustó al gobierno por su amplitud y beligerancia. La autonomía era un factor que soldaba la unidad de los estudiantes, sean estos falangistas, piristas o afines a los partidos de la derecha. La reacción oficialista fue brutal.  Campesinos dirigidos por Juan Lechín atacaron la Universidad de San Francisco Xavier en Sucre y destruyeron Radio Libertad. La ciudadanía reaccionó y desalojó a los intrusos; Lechín volvió con comandos mineros armados y retomaron las instalaciones al costo de tres universitarios y un obrero muerto y treinta heridos.[249] La COB afirmó que la lucha continuaría “hasta conseguir que desaparezcan las universidades y todos los privilegios económicos y sociales”.[250] La Universidad Tomás Frías de Potosí fue tomada por milicias armadas de obreros y campesinos. El Ministro de Minas, Mario Torres y su Oficial Mayor, Mario Guzmán Galarza, se pusieron a la cabeza de una masa de gente armada que invadió los precios

de la Universidad Técnica de Oruro, el 30 de abril de 1954, desalojando a catedráticos y estudiantes después de una gresca con los que defendían la autonomía. En Cochabamba, después de 24 horas de combates con numerosos heridos, los milicianos depusieron al rector, Dr. Arturo Urquidi, cambiaron a las autoridades y declararon en vacancia todos los cargos docentes, reemplazándolos con militantes del MNR. El 26 de julio en La Paz una manifestación universitaria fue atacada a pedradas por las barzolas del MNR en El Prado, los universitarios apedrearon LA NACIÓN. Grupos de obreros, mineros, campesinos, barzolas, empleados públicos y estudiantes proclives al MNR ocuparon el monoblock y otros inmuebles de la UMSA, propiciaron un cabildo abierto y desconocieron al Consejo Universitario, anunciando la conformación de un Consejo Directivo Revolucionario, cumpliendo la estrategia de instaurar el cogobierno paritario docente-estudiantil y controlar la Universidad desde adentro. Por aclamación el cabildo eligió al Ing. Hugo Zárate Barrau como miembro de aquel nuevo consejo. Invitado a subir a la testera, sucedió lo inesperado. Zárate no aceptó la designación y, por el contrario, apostrofó a los responsables de la situación señalándolos con el dedo: “No se equivoquen, el cogobierno no fallará por causa de los alumnos, fallará porque este gobierno pretende dar órdenes a la Universidad, pretende adueñarse de la Universidad. Yo no admito un régimen que desde afuera nos dé órdenes. Tengo una conciencia limpia y no tengo que agacharme ante nadie. Si ustedes quieren agacharse… ¡yo me voy a mi casa!”.[251] Semanas más tarde se convocó a elecciones para designar al nuevo Rector. Un Frente de Defensa de la Autonomía llevó al Ing. Zárate Barrau como su candidato, frente al representante del MNR, el abogado Gastón Araoz Levy, que se venía desempeñando como Ministro Secretario del Presidente Paz Estenssoro. Al no haber un ganador claro, hubo necesidad de una segunda elección en la que el poder político, la violencia y la prebenda impusieron el Dr. Araoz.

Culminó entonces la masacre blanca de decanos y docentes, desplazados por gente allegada al MNR. Llamó la atención que Roberto Prudencio, Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, un hombre del MNR, fuera reemplazado por el fundador del PIR, José Antonio Arze, con lo que ese partido, leal a Moscú, decidía apoyar a la Revolución Nacional, a cuyo gobierno se habían incorporado ya otros piristas que juraron al MNR. Indignado por el trato que el gobierno del Presidente Paz Estenssoro dispensaba a la Universidad, Roberto Prudencio publicó una carta abierta, acusando al gobierno de todas las arbitrariedades y violencias que sufría el país. “Creo que no ha habido en toda la historia de Bolivia un gobierno de mayor barbarie. No hay violencia, no hay brutalidad que no hubiera cometido…”, señalaba Prudencio. Su hijo, el diplomático y escritor Ramiro Prudencio Lizón, entrevistado por este cronista recordó aquel episodio: “Por esa carta mi padre tuvo que asilarse en la Embajada de Chile. El mismo día que se asiló, asaltaron nuestro departamento en la avenida Ecuador y Rosendo Gutiérrez. Entraron policías al mando de Adhemar Menacho, destrozando todos los muebles con el pretexto de buscar volantes con la carta que no encontraron. Destruyeron muebles, libros, vajilla, delante de nosotros que éramos pequeños. Yo tendría unos 10 años. Recuerdo que mi madre dejó todo destrozado para que la gente vea lo que nos hicieron. Lo gracioso fue que una semana después la policía vino otra vez para decirle a mi madre que arregle el desorden. Mientras tanto mi padre se quedó por lo menos un mes en la embajada porque no le dieron el salvoconducto. Al final él y varios otros asilados partieron a Chile. Después de unos meses murió mi hermana Malena y ese fin de año partimos rumbo a Chile...”[252] El gobierno intentó también copar las dirigencias estudiantiles de los colegios. La Federación de Estudiantes de Secundaria (FES) funcionaba desde años atrás y permitía confraternizar a los representantes de los colegios fiscales y particulares que, hasta ese momento, no se guardaban recelos ni florecía entre ellos la rivalidad o la emulación. Pero ese año de 1954, el representante del Colegio

Ayacucho, de apellido Morales, buscando el liderazgo estudiantil, presentó un extraño voto resolutivo propugnando “la suspensión de la venta de estaño a los Estados Unidos y más bien venderlo a Rusia” (en ese momento se había denunciado que autoridades de gobierno se involucraron en un caso de venta clandestina de minerales a la Unión Soviética, que pretendió taparse apelando al “antiimperialismo”). El representante del Colegio San Calixto, Walter Laguna (hijo del cientista Walter Laguna Meave), salió al frente y propuso que, en lugar de tan exótico voto resolutivo, primero se plantee la convocatoria a un campeonato de ajedrez intercolegial. Ante la insistencia de Morales estalló el conflicto. Los estudiantes del colegio San Calixto se retiraron de la FES e hicieron lo mismo los de La Salle, Inglés Católico, Santa Ana, Sagrados Corazones y Bolívar diurno. Uno de los protagonistas de esas acciones estudiantiles era el calixtino Willy Loría: “La estrategia política ideada por el MNR fracasó y quedó claro que sólo se identificaban con el gobierno nacional el diurno y nocturno del Ayacucho y el nocturno del Bolívar, por lo tanto, nosotros éramos mayoría y fundamos la Federación de Estudiantes Libres de Secundaria, eligiendo como presidente a Mario Carranza. Yo en ese momento era jefe de los falangistas de secundaria de los colegios particulares y Mario Carranza dirigía a los falangistas de secundaria en los colegios fiscales. Sacamos un comunicado en la prensa, mandamos una carta al Ministro de Educación y todo el mundo se enteró de la situación. El MNR sólo tenía tres colegios, FSB tenía seis, entre ellos el fiscal Bolívar diurno, cuyo delegado era René Zavaleta Mercado”. [253] Se dio entonces una paradoja que bien puede perfilar la situación de la segunda mitad de los años 50. Los hijos de los líderes revolucionarios del gobierno del MNR, habían inscrito a sus hijos en los colegios tradicionales. Por ejemplo, el hijo de Claudio San Román, de nombre Jorge, estaba en el mismo curso de Andrés Ivanovic en San Calixto. Pero los apellidos del gabinete ministerial y de los altos cargos del gobierno se repetían cuando se pasaba lista en el Colegio Alemán, en La Salle y, sobre todo, en el Instituto

Americano. Eran chicos sanos, vestidos de blue jeans y faldas amplias como en los Estados Unidos, que bailaban al ritmo del rock and roll y consumían hot dogs con Coca Cola. Mientras eso sucedía con los hijos de los revolucionarios, los descendientes de las familias arruinadas por la revolución, algunos militando en el pirismo marxista, otros en el falangismo, reunidos en aquella Federación de Estudiantes Libres, se reintrodujeron en los colegios fiscales y la lucha política en el campo estudiantil tomó otro sesgo. Contra todo pronóstico, estalló una gran huelga de estudiantes de secundaria que tomó las calles de La Paz y se replicó en Cochabamba, Sucre y Santa Cruz. Aguerridas columnas de estudiantes, incluyendo señoritas, tomaron las calles de la capital administrativa boliviana y entablaron batallas con la policía que empleó gases y recibió pedradas. Aunque el método no era nuevo, pues los gobernantes lo habían empleado a su antojo cuando estaban en la oposición, ahora los papeles se habían invertido. Como una constante histórica, los revoltosos de hoy son los represores de mañana. [254] Entre los intelectuales marxistas, no sólo hubo desplazamientos hacia el gobierno movimientista desde las filas del PIR, sino inclusive desde las del Partido Comunista, de cuyas filas fue expulsado el notable Sergio Almaráz. Pero, definitivamente, la juventud estudiantil, de colegios y universidades, a la que se uniría un tiempo después el magisterio, serían los mayores adversarios del MNR y los que propiciaron su caída. La lucha por la autonomía fue el mayor revulsivo para el MNR, porque al enfrentarse con la Universidad, activó un elemento fundamental de la sociedad en cuya cúspide se situaban profesionales y académicos, la intelectualidad del país, que se sintió avasallada por el gobierno movimientista. Así lo reconoció con abrumadora lucidez el Dr. Walter Guevara Arze, ideólogo del MNR: “Me pregunto si la ‘revolución universitaria (del MNR)’ tenía un justificativo. Mi respuesta personal es categóricamente NO. No, porque el planteamiento era equivocado. En efecto, la autonomía universitaria no es sino la parte formal y de ninguna manera su esencia y contenido. Atacar y destruir por la fuerza la autonomía

universitaria no era sino un intento superficial e ignorante para resolver el problema como el de aquel que quisiera cambiar la cáscara de una naranja para modificar su jugo. Y además ese error oportunamente señalado y combatido con tenacidad dentro de las mismas filas revolucionarias, pero que se impuso por la preponderancia de los elementos de barbarie que caracterizan nuestra vida pública a los que no podía escapar la Revolución Nacional; ese error nos enajenó la buena voluntad de los universitarios, los profesionales y en general, de una parte, considerable de la clase media”.[255] Oscar Únzaga de la Vega, que había fundado su partido con universitarios bolivianos, cuya fuerza se nutría de gente proveniente de universidades, se convirtió en el primer defensor de la autonomía. Y como su posición contra el gobierno del MNR era inclaudicable, la rebeldía juvenil contra el omnímodo poder revolucionario, le granjeó su simpatía primero y su devota militancia después. Ramiro Loza Calderón, dirigente falangista y hombre de la Universidad, ha escrito lo siguiente: “La predisposición natural de la juventud para la lucha, hizo posible que el partido de Oscar Únzaga de la Vega se mantuviera vigente pese a la persecución que arreciaba contra su dirigencia. La actitud intransigentemente autonomista de los jóvenes seguidores de la voz de los inocentes, fue premiada con el triunfo de sus líderes en distintas justas electorales democráticas de las Federaciones Universitarias y en congresos de la CUB ...”[256] El cervatillo enfrentaba al depredador. Era Bolivia de los años 50.









[1]

Expresión utilizada reiteradamente por el notable escritor movimientista Augusto

Céspedes. [2]

Documento ideológico redactado por el dirigente y fundador del MNR José Cuadros

Quiroga. [3]

MARIANO BAPTISTA GUMUCIO. “Fragmentos de memoria – Walter Guevara Arce”

[4]

En esa ola migratoria llegó al Paraguay un apellido que tendría protagonismo en el siglo

XX: Estigarribia. Los vascos tuvieron predilección por Chile. En el siglo XX ganó celebridad internacional Ramón Únzaga Asla, futbolista e inventor de “la chilena”, por lo cual tiene un monumento en el puerto de Talcahuano.   [5]

Reconstrucción genealógica en base a los recuerdos familiares de los hermanos Ramiro

y Roberto Prudencio Lizón, además de la biografía del Presidente Enrique Hertzog Garaizábal, escrita por Alfonso Crespo y Mario Lara. Queda establecido que Oscar Únzaga de la Vega fue pariente en segundo grado (sobrino) del Presidente Hertzog, aunque tal parentesco fue casi inexistente entre ellos. [6]

LUPE CAJÍAS DE LA VEGA. “Rebeca de la Vega – La matrona de la Falange Socialista

Boliviana”. Revista Domingo, de La Prensa – 16 de marzo de 2008. [7]

Entrevista con Renée Newman, nacida María Renée Serrano Jiménez, actualmente

residente en Baltimore-USA.   [8]

RICARDO SANJINÉS ÁVILA. Cámara Nacional de Comercio - Una Historia de 120

Años.   [9]

CAMILO ÚNZAGA GARAIZABAL. “El Ejército en la vida social”. Registrado con el

número 7729 en el “Catálogo de la Bibliografía Boliviana – Libros y Folletos 1900-1963” de don Arturo Costa de la Torre. [10]

Nos referiremos más detalladamente al tema petrolero en capítulos posteriores, por el

protagonismo de Oscar Únzaga en oposición a la presencia de consorcios petroleros extranjeros en Bolivia. [11]

JOSEPH BARNADAS en su Diccionario Histórico de Bolivia, recoge la siguiente frase,

que corresponde al académico Jorge Siles Salinas: “Únzaga contrapone las figuras de Belzu y Linares, dos polos de la historia nacional, apoyado uno en la aventura demagógica y otro en el orden apoyado en la justicia”. [12]

Citado por Alfonso Crespo Rodas en “Hernando Siles- El Poder y su Angustia”.

[13]

Entrevista concedida por Antonio Anze Jiménez al autor de este libro, “en algún lugar

de Villa San Antonio-La Paz”, en marzo de 1999.

  [14]

RICARDO JAIME FREYRE. Los Antepasados.

  [15]

Carlos Romero Cavero era progenitor de Gonzalo Romero Álvarez García, años más

tarde Subjefe de FSB. [16]

GONZALO ROMERO. Reflexiones para una Interpretación de la Historia de Bolivia.

Edición del año 1960. Imprenta López, Buenos Aires. [17]

Como una constante en la historia, al agotarse una era política sus contrincantes

terminan uniéndose para evitar que el cambio los borre del escenario. En 1946, la derecha republicana y liberal, haría causa común con la izquierda stalinista para evitar la Revolución Nacional. En 1971, movimientistas y falangistas se unirían para cerrar paso a la izquierda marxista que avanzaba victoriosa al poder. En 1989, la derecha (ADN) y la izquierda (MIR) se unirían contra el gonismo neoliberal insurgente. En 2003, el MNR y el MIR se aliarían contra el cambio que encarnaba el MAS.   [18]

Referencia ofrecida al autor por el Dr. Gonzalo Mendieta Romero, bisnieto de Carlos

Romero Cavero. [19]

Los diarios porteños, buscando ángulos novedosos, informaron que cayó en Boquerón

el hijo del Presidente de la Cámara de Diputados de Bolivia. Se trataba de un soldado de 18 años llamado Fernando Ávila y Ávila, era hijo menor del Dr. Justo Pastor Ávila Baldivieso, titular de la Cámara Baja y prominente republicano. Pese a su alto cargo y a su acomodada familia en Tarija, no pudo evitar que su hijo marchara a la campaña en defensa de la patria. El Dr. Ávila fue abuelo del autor de este libro. [20]

Al terminar el conflicto del Chaco, Valle Cloza ya no pudo regresar a Bolivia y se fue a

España enrolado en las brigadas comunistas durante la Guerra Civil. Murió en Francia, en un campo de concentración, decepcionado del comunismo. [21]

MARIANO BAPTISTA GUMUCIO. Historia Contemporánea de Bolivia.

  [22]

En el año 2003, una declaración conjunta de las Naciones Unidas describió aquel

hecho como el Holodomor (“matar de hambre”), resultado de políticas y acciones crueles del régimen totalitario de Stalin que causaron la muerte de millones de personas. El Parlamento Europeo reconoció en 2008 al Holodomor como un crimen contra la humanidad.   [23]

RICARDO SANJINÉS ÁVILA. Cámara Nacional de Comercio – 120 años de Historia. Ya

en el siglo XXI, un grupo de políticos ignorantes de ese antecedente histórico cambiaron el glorioso nombre de Radio Illimani por otro insubstancial y sin contenido alguno.

[24]

Investigando en los archivos históricos del Gran Cuartel General de Miraflores, en el

año 2011, el autor pudo comprobar que no existen hojas de servicio de la mayoría de los combatientes que murieron en el Chaco y el esfuerzo por perennizar su memoria sólo fue posible por obra de sus familiares. En cambio, los que regresaron de la campaña se organizaron en federaciones y confederaciones, defendieron sus derechos y relataron sus vivencias para conocimiento de futuras generaciones.   [25]

Versión ofrecida al autor por Carmen de la Vega de Silva, sobrina de Rebeca.

[26]

Al concluir la contienda, en 1935, Paraguay los declaró Héroes de la Guerra del Chaco

y les fijó una pensión que ninguno de esos cuatro bolivianos quiso cobrar jamás. Ellos eran Emilio Molina Pizarro, que llegó a ser Canciller de la República, Leonardo Bretel, uno de los fundadores de la Fuerza Naval Boliviana, Teodoro Calderón, años más tarde Coronel de Ejército y Humberto Frías Ballivián, luego de la guerra escultor de profesión, quien abrazó la causa de Falange Socialista Boliviana. [27]

Entrevista con el empresario Joaquín Aguirre Lavayén,en diciembre de 1981, al ser

designado “Hombre del Año” por el periódico ÚLTIMA HORA. Aguirre fue el impulsor de la Hidrovía Paraná-Paraguay, permitiendo una salida de Bolivia al Océano Atlántico. [28]

Entrevistas el autor con el Gral. Elías Belmonte entre los años 1997 y 2002.

[29]

Versión del Profesor y Doctor Cristóbal Novillo Montaño.

  [30]

VICENTE RIVAROLA. Memorias. Rivarola fue un eminente diplomático paraguayo,

embajador de su país en Buenos Aires durante la Guerra del Chaco. [31]

Carta de Mario R. Gutiérrez a su amigo Alfonso Crespo Rodas, fechada en Santa Cruz

el 26 de octubre de 1935. [32]

José Antonio Anze Jiménez fue uno de los más caracterizados combatientes de la

Falange. [33]

RICARDO SANJINÉS ÁVILA. “Sin Límite – del Putsch Nazi al Neoliberalismo”. Editorial

Mundy Color, 1996. Entrevista con Joaquín Aguirre Lavayén. [34]

RICARDO SANJINÉS ÁVILA. La Historia del Siglo XX en Bolivia.

[35]

Elías Belmonte sería, años después, protagonista de un capítulo excepcional de la

Segunda Guerra Mundial y más tarde militante y diputado por Falange Socialista Boliviana. [36]

ELÍAS BELMONTE PABÓN. RADEPA – Sombras y Refulgencias del Pasado.

[37]

JOSÉ LUIS JOHNSON. Fascismo italiano y fascismo alemán.

[38]

Recogido por MARCOS DOMIC en su libro Ideología y Mito (Los Orígenes del

Fascismo Boliviano).  

[39]

Era nieto de Nataniel Aguirre, autor de la primera novela boliviana, Juan de la Rosa. Su

padre fue cónsul en Nueva York durante los gobiernos liberales de Montes y Villazón. [40] [41]

GUILLERMO LORA. Contribución a la Historia Política de Bolivia. MARIO GUTIÉRREZ GUTIÉREREZ. Memorias. Crespo Rodas es el más reputado

biógrafo en Bolivia y son célebres los libros de su autoría en torno a personajes como Andrés de Santa Cruz, la familia Aramayo de acaudalados mineros, Hernando Siles, Eva Perón, Hernán Siles Zuazo, Lydia Gueiler y Hugo Banzer.   [42]

La mayoría de los animadores de Beta Gama fundaron o militaron en el MNR.

[43]

Pongueaje, trabajo gratuito de los campesinos a favor del patrón.

[44]

Marcos Domic. Ideología y mito – Los orígenes del Fascismo Boliviano.

[45]

ALFONSO CRESPO RODAS. Hernando Siles – El Poder y su Angustia.

  [46]

Jacques Maritain, nacido en Paris en noviembre de 1882, estudió en la Sorbona y

ejerció la docencia en el Liceo de Paris. Ante la ocupación nazi huyó de Francia, fue uno de los principales redactores de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Francia lo nombró Embajador en Estados Unidos de América. Enseñó en universidades americanas. Falleció en Toulouse en 1973. [47]

El Humanismo Integral es un concepto que forma parte de la Doctrina Social de la

Iglesia. Lo adopta Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio (1967) y lo ratifica Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo Rei Socialis (1987). [48]

JACQUES MARITAIN. El Hombre y el Estado.

  [49]

La Falange Nacional derivó al Partido Demócrata Cristiano. Eduardo Frei fue un

Presidente progresista en los años 60, Leighton fue asesinado por la dictadura del Gral. Pinochet, Aylwin fue uno de los principales protagonistas del retorno de Chile a la democracia y fue Presidente de Chile entre 1990-1995. Eduardo Frei Ruiz Tagle fue el último presidente del siglo XX en Chile. La DC es parte fundamental de la Concertación que compite con la derecha en el escenario chileno bipartidista. Ese fue el derrotero que Únzaga de la Vega quiso para su partido, sin lograrlo por diversas circunstancias. [50]

FERNANDO CASTILLO INFANTE. La Flecha Roja.

[51]

Dora Moreno Suarez de Koenning, esposa de Guillermo, entrevistada por este cronista

en 2010, señala que su esposo no fue a la guerra porque era miope, pero no usó lentes para que la gente no diga que se los ponía para no ir y sólo los llevó cuando terminó la guerra.   [52]

PORFIRIO DÍAZ MACHICAO. Historia de Bolivia. Toro-Busch-Quintanilla.

[53]

HUGH THOMAS. La Guerra Civil Española.

[54]

Encíclica Mit brennender Sorge, dada en en El Vaticano, en la dominica de Pasión, 14

de marzo de 1937, dice en sus párrafos finales: “No tenemos aspiración más íntima que la del restablecimiento de una paz verdadera entre la Iglesia y el Estado en Alemania. Pero si la paz, sin culpa nuestra, no viene, la Iglesia de Dios defenderá sus derechos y sus libertades, en nombre del Omnipotente   [55]

Entrevista concedida al autor por el Gral. Elías Belmonte Pabón, en diciembre de 2001,

en su domicilio del Edificio Brasilia de la ciudad de La Paz. [56] [57]

MARIO GUTIÉRREZ GUTIÉRREZ. Memorias. En Falange Socialista Boliviana se empleó por primera vez en la historia política

boliviana las palabras “compañero” y “miliciano” para identificarse entre falangistas. Algunos años después, el Movimiento Nacionalista Revolucionario se apropió de ambos vocablos para designar como “compañeros” a sus militantes y, cuando tomaron el poder, bautizaron como “milicianos” a las hordas de matones que emplearon en la represión. [58]

Luego de una visita a Italia, Churchill asumió una posición favorable al fascismo.  "No

pude menos que quedar fascinado, como tantas otras personas, por el aire afable y simple del señor Mussolini y por su porte calmo y sereno… Su único pensamiento es el bienestar perdurable del pueblo italiano...” Y en una carta del futuro Primer Ministro inglés, quien derrotó a Hitler, dirigida al Duce italiano, le dice lo siguiente: “Si yo fuese italiano, estoy seguro de que habría estado totalmente con vos desde el principio hasta el fin de vuestra lucha victoriosa contra los bestiales apetitos y las pasiones del leninismo... Italia ha demostrado que hay un modo de combatir las fuerzas subversivas, modo que puede atraer a la masa del pueblo a una cooperación real con la dignidad y los intereses del Estado.”   [59]

Pasaje referido al autor por el Cnl. Ing. Julio Sanjinés Goitia. Unos años más tarde, el

capitán Juan José Torres Gonzales se incorporó a la Falange Socialista Boliviana y se lanzó, con Óscar Únzaga de la Vega, a su primera intentona revolucionaria. [60]

Al asumir la Presidencia de Chile, el socialista Aguirre Cerda indultó a Gonzales von

Marees. El Gral. Carlos Ibáñez volvió a la Presidencia en 1952 y fue un aliado importante del primer gobierno del MNR con Víctor Paz Estenssoro. Los falangistas del año 38 también hicieron posible, 50 años después, la concertación con la izquierda para establecer el actual régimen democrático en Chile, sin abandonar el legado económico exitoso de la dictadura de Pinochet.   [61] Dato aportado por el Profesor y Doctor Cristóbal Novillo Montaño. [62]

MARIO GUTIÉRREZ GUTIÉRREZ. Memorias.

[63]

Tal versión fue divulgada inclusive por un antiguo y esforzado falangista, Walter

Vásquez Michel, quien en su libro Memorias, comentando su iniciación en FSB, señala: “Mis méritos eran saber de memoria el Decálogo del Falangista y haber caído dos veces en la policía por participar en acciones violentas contra jóvenes judíos…”. Jorge Siles Salinas, que abordó con Únzaga el tema de los judíos, afirma que el líder falangista nunca abrigó sentimientos contrarios a ellos. Werner Guttentag, el notable impulsor del libro en Bolivia guardó una cordial relación con Oscar Únzaga, compartiendo ambos el amor por los libros. Y lo propio puede decirse de Marcos Kavlin, el empresario judío que popularizó en Bolivia la marca Kodak de artículos fotográficos. [64]

El Pacto Ribbentropp-Molotov, expresaba la decisión de Stalin y Hitler para repartirse

Polonia. Aunque luego los comunistas trataron de negar tal acuerdo, en una entrevista con el autor de este libro, el histórico dirigente comunista boliviano, Simón Reyes, dijo lo siguiente: “Las historia no la puede negar nadie. Una comisión está investigando lo que pasó el 39 y por qué paso… Yo he recibido un informe preliminar… El acuerdo entre la URSS y Alemania le permitió a Stalin prepararse para enfrentar a los nazis (?)… al final, la URSS fue la base de la victoria sobre Hitler.” (Revista BOLIVIA 2000, 24 de febrero de 1990).   [65]

El Gral. Bernardino Bilbao Rioja abrazó años después la causa falangista, fue candidato

presidencial de FSB y acompañó a Oscar Únzaga en todos sus proyectos políticos, incluyendo las subversiones que desencadenó entre 1953 y 1959.   [66]

Cita por JOSÉ GAMARRA ZORRILLA- Oscar Únzaga de la Vega. Semblanza del

Hombre y su Partido. [67]

Sólo votaban varones mayores de edad que sabían leer y escribir.

[68]

Las Células fueron: B (Cochabamba), O (Santa Cruz), L (La Paz), I (Oruro), V (Potosí),

A (Tarija), R (Beni), S (Sucre), U (Riberalta), C (Norte del país), E (Sur de Potosí). Posteriormente a la Células de Trinidad, Cobija y ciudades provinciales se les fueron asignando otras letras hasta agotar el abecedario.   [69]

Entrevista con Jaime Tapia Alípaz en septiembre de 1999.

  [70]

Entrevista con Juvenal Sejas en septiembre de 2010.

[71]

Referido por Antonio Anze Jiménez.

[72]

Puede decirse, en descargo de esos jóvenes, que los stalinistas bolivianos de entonces,

demostraron mucha mayor crueldad en los trágicos días de julio de 1946; pero esa es una historia por venir.

[73]

EL DIARIO ILUSTRADO, Santiago de Chile – 27 de octubre de 1940.

[74]

Referido en marzo de 1973 por el entonces Canciller Mario R. Gutiérrez, en entrevista

con los periodistas Eddy de la Quintana y Ricardo Sanjinés, ambos de la redacción de EL DIARIO. [75]

WALTER GUEVARA ARZE. Radiografía del Jefe.

  [76]

LUÍS ANTEZANA ERGUETA. “Historia Secreta del Movimiento Nacionalista

Revolucionario.” Volumen II. [77]

Se puede decir que el MNR reflejó nítidamente la forma de hacer política en Bolivia:

nació casi nazi, llegó al poder el 52 casi comunista y en su notable eclecticismo ayudó a derrocarse a sí mismo en 1964, fue populista, golpista, militarista, udepista y neoliberal. [78]

JOSÉ GAMARRA ZORRILLA. “Oscar Únzaga de la Vega-Semblanza del Hombre y su

Partido”. [79]

El dato sobre los emolumentos otorgados por el Reich Alemán a Belmonte está

contenido en un dossier del Auswartiges AMT, Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania, donde lo encontró y fotocopió el Dr. Luis Alberto Alípaz, durante su gestión como Embajador de Bolivia en Bonn en los años 60. [80]

Cuatro décadas después, en 1979, Montgomery Hyde publicó sus memorias revelando

que, por instrucción de su gobierno, había falsificado la “carta Belmonte” buscando acelerar el ingreso de Estados Unidos en la guerra, en momentos en que Inglaterra era ya el único país que hacía resistencia a Hitler en Europa. [81]

Aquel día varias parejas de jóvenes paceños bailaban tangos en el Círculo Italiano.

Cuando alguien comunicó sobre el ataque japonés, la música calló y todos los presentes entonaron el Himno Nacional. Los jóvenes estaban en notable proporción a favor del Eje. [82]

Guillermo Kyllmann fundó el LAB en 1925 permitiendo superar en parte el encierro

geográfico boliviano. El Lloyd fue la línea aérea comercial más antigua de Sudamérica. En 1959, Kyllmann, ya de 88 años, presidió la delegación boliviana en el vuelo inaugural La Paz-Buenos Aires. En 1995 el LAB fue vendido a un consorcio brasileño delincuencial que liquidó todo su patrimonio. [83]

La entrevista con este singular personaje se llevó a cabo en la clandestinidad. Anze, ya

anciano, se involucró en el secuestro del gerente de Lufthansa en Bolivia, durante los años de la UDP. [84]

LUÍS ANTEZANA ERGUETA. “Historia Secreta del MNR”

[85]

MOISÉS ALCÁZAR. “Drama y Comedia en el Congreso”.

[86]

Ese planteamiento para cambiar las normas del Derecho proyectó la figura ya

reconocida de los hermanos Montellano y a poco, ambos cumplirán roles históricos importantes. Julián será Vicepresidente en el gobierno de Gualberto Villarroel y Carlos

estará entre los que lideraron la revolución del 9 de abril en Oruro, aunque luego ambos serían perseguidos políticos por el partido que tomó el poder después de 1952.   [87]

Testimonio ofrecido al autor por Ismael Castro y Antonio Anze.

  [88]

El documento fue descubierto por Mario Gutiérrez en Cochabamba. Nunca fue

divulgado seguramente porque al estar suscrito por militares comprometidos con crueles acciones represivas futuras, podía ser considerado perjudicial para la Falange. [89]

El Cnl. José C. Pinto será Ministro de Defensa del gobierno de Villarroel y el Cnl.

Alfonso Quinteros Ministro de Gobierno. [90]

AUGUSTO CÉSPEDES. “EL Presidente Colgado”.

[91]

El Mayor José Escóbar será luego Jefe de la Policía en La Paz y el Mayor Guillermo

Ariñez será Jefe de Policía en Cochabamba. [92]

MARIO GUTIÉRREZ GUTIÉRREZ. Memorias.

[93]

MARIO R. GUTIÉRREZ GUTIÉRREZ. “Memorias”.

[94]

ÓSCAR ÚNZAGA DE LA VEGA. “Creación de Bolivia”.

[95]

Versión ofrecida al autor por Jaime Tapia Alípaz, participante de ese acto.

  [96]

 

[97]

MARIO R. GUTIÉRREZ. “Memorias”.

  [98]

GUILLERMO LORA. “Contribución a la Historia Política de Bolivia”.

[99]

MOISÉS ALCÁZAR. “Drama y Comedia en el Congreso”.

[100]

Hoschild reconoció la voz del My. Eguino, Jefe de la Policía local.

  [101]

LUÍS ANTEZANA. “Historia secreta del MNR” III Volúmen.

[102]

LUÍS ADRIÁN. “El secuestro de Hoschild”. El nombre de Guzmán Gamboa volverá a

ser mencionado en esta biografía del jefe falangista. [103]

En el secuestro de Hoschild aparece por primera vez el nombre de Julián Guzmán

Gamboa, que volverá a ser citado en el futuro de esta historia.   [104]

“Cambalache”. Letra y música de Enrique Santos Discépolo.

  [105]

CARMELO CUÉLLAR. “Verdades de un revolucionario”. Mencionado por LUIS

ANTEZANA ERGUETA en “Historia Secreta del MNR” Volúmen III. [106]

Relato está basados en varios libros. Mencionamos algunos: “El Presidente Colgado”

de Augusto Céspedes. “Biografía del Palacio Quemado” de Mariano Baptista Gumucio.

“Historia Secreta del MNR” de Luís Antezana. El Gral. Ovidio Quiroga en su libro “En la Paz y en la Guerra al Servicio de la Patria”, acusa al Cnl. Barrero de asesinar al Cnl. Brito. [107]

VICTOR ANDRADE UZQUIANO. “La Revolución Boliviana y los Estados Unidos.

1944-1962”. [108]

Entrevista concedida al autor por Ambrosio García en su hacienda de Reyes-Beni, en

el año 2010.   [109]

Entrevista concedida en el año 2011 por el Dr. Cosme Coca, hijo del dirigente

falangista del mismo nombre asesinado el 19 de abril de 1959. [110]

Entrevista concedida al autor por Luís Mayser Ardaya en el año 2010.

[111]

Entrevista concedida por Guillermo Loría, hijo de Hortensia González, en el año 2011.

[112]

VALENTÍN ABECIA BALDIVIESO. “Historia del Parlamento” Tomo III.

  [113]

RICARDO SANJINÉS ÁVILA. “Cámara Nacional de Comercio – Una Historia de 120

Años”. [114]

MARIO A. GUTIÉRREZ PACHECO. “Verbo y espíritu de Únzaga”.

[115]

LOS TIEMPOS. 20 de octubre de 1945.

[116]

Declaración de Guillermo Céspedes Rivera, al autor en una entrevista emitida por TVB

en diciembre de 1980. Céspedes, maestro de periodistas, conocido como Don Jimmy por quienes fuimos sus alumnos, exiliado por el MNR durante 12 años, asumió militancia falangista. [117]

Declaración de Adalberto Violand Alcázar al autor en el año 2003.

  [118]

GUILLERMO BEDREGAL GUTIÉRREZ. “Mis memorias – De búhos, Políticas y

Persecuciones” Tomo I. Años después, Bedregal migró al MNR y lo mismo sucedió con otros falangistas de origen, como Ciro Humboldt y Federico Álvarez Plata. [119]

RICARDO SANJINES ÁVILA. “Cámara Nacional de Comercio – Una historia de 120

años”. [120]

Gayán, quien sirvió al Ejército Boliviano en la Guerra del Chaco, donde trabó relación

con el entonces soldado Víctor Paz Estenssoro, reaparecería años más tarde en los gobiernos del MNR, convertido en sayón del aparato represivo. [121]

Entrevista del autor con Jaime Tapia Alípaz, en el año 1999.

[122]

CARLOS MEYER ARAGÓN. “La revolución popular del 21 de julio”. También La Razón

(12 de julio de 1946). [123]

AUGUSTO CÉSPEDES. “El Presidente Colgado”.

[124]

AUGUSTO CÉSPEDES. “El Presidente Colgado”.

[125]

Entrevista concedida al autor por el Sr. Jorge Eguino, hijo del My. Eguino, además de

información que nos fue proporcionada por el Sr. José Luís Harb en entrevista realizada en 1996, a los 50 años de esos sucesos. [126]

Desde la Alcaldía, donde está Paz Estenssoro con el Alcalde Gutiérrez Granier, se

ordenó el corte del servicio telefónico del Palacio para evitar confabulaciones externas, lo que dará pie, en el futuro, a la versión de que el jefe del MNR contribuyó al derrocamiento e inmolación de Villarroel al dejarlo incomunicado, lo cual era una mentira.   [127]

Versión de la Sra. Delicia Canedo viuda de Toledo, ofrecida el autor en 1996.

[128]

GUILLERMO BEDREGAL. “Mis memorias – De búhos, políticas y persecuciones”.

[129]

Relato del Sr. Alberto del Carpio al autor en el año 1996.

[130]

Entrevista concedida al autor por Isaac Vincenti en 1996.

[131]

El cadáver de Toledo fue colgado de un árbol que nunca más pudo reverdecer desde

ese siniestro 21 de julio. [132]

Yauri, especie de gancho grande de metal.

[133]

Declaración de Alberto del Carpio al autor en junio de 1996.

  [134]

Declaración de la señora Mimí Ballivián de Gutiérrez al autor.

[135]

AUGUSTO CÉSPEDES. “El Presidente Colgado”.

  [136]

Algunos de los adversarios de Villarroel se fueron con el MNR después de 1952. Don

Ricardo Anaya, pese a su capacidad y formación marxista, trabajó para el Gral. Barrientos y terminó como Canciller del gobierno de cuatro meses del Gral. Juan Pereda. Don Julio Garret Ayllón fue Vicepresidente del Dr. Víctor Paz Estenssoro en su último gobierno y los últimos ideólogos de ese partido terminaron disueltos en ADN, el partido fundado por el expresidente Banzer. Los comunistas bolivianos empezaron aliados al MNR en 1952 para luego ayudar a derrocarlo en 1964, dejaron colgado al Che Guevara -probablemente cumpliendo instrucciones de Moscú-, participaron del infortunado experimento del Gral. Juan José Torres en 1970-71, integraron la UDP y fueron corresponsables de las hiperinflación, luego estuvieron en diversas alianzas y en algún momento aparecieron apoyando candidaturas de derecha, hasta que recalaron en el gobierno surgido en el año 2006, al lado de quienes despreciaron históricamente porque, según ellos, los campesinos no eran proletarios, ni revolucionarios.    [137]

El Canciller Guachalla contó con la colaboración de un joven e inteligente secretario,

llamado Javier Arce Villalba, quien años después sería uno de los hombres destacados en el primer gobierno del Dr. Hernán Siles Zuazo y también en el equipo del banquero Luis

Eduardo Siles. Ya en los 70 sería elemento clave en el gobierno del Presidente Hugo Banzer.   [138]

Es clásica la fotografía aquella donde Unzaga, Anaya y Arze juran en el hemiciclo, el

primero con la señal de la cruz y los otros dos sin puño en alto ni signo alguno, muestra elocuente de que se habían quedado en el limbo; ya no eran ni chicha ni limonada.   [139]

Al ser recibido el PIR en el gobierno, donde se le concedió dos ministerios, uno de los

beneficiados, el Dr. Mendizábal, Ministro de Trabajo, olvidó toda referencia al “judío alemán cuyo nombre no podían pronunciar los indios”, pues el Presidente Hertzog se convirtió  en un “espíritu democrático poseedor de una  clara visión de los problemas nacionales”. [140]

MARIO R. GUTIÉRREZ Y GUTIÉRREZ. “Memorias”. Carta enviada por Únzaga a

Gutiérrez el 18 de marzo de 1947. [141]

No sería la primera vez que periódicos de línea pro-capitalista compraran a sus más

enconados enemigos. En los años 70 y 80 del siglo XX, el propietario de Última Hora, Mario Mercado, alto dirigente del partido derechista Acción Democrática Nacionalista (Banzer), cobijó a elementos trotskistas que en el fondo execraban de él, para acabar como voceros del Movimiento al Socialismo ya en el siglo XXI.   [142] [143]

Entrevista del autor con Luís Mayser Ardaya en octubre de 2010. Entrevista del autor con la señora Dora Moreno Suárez de Köenning esposa de

Guillermo, co-fundador de FSB en octubre de 2010.   [144]

Recuerdos de Carmen de la Vega de Silva, prima de Oscar, transmitidos al autor.

[145]

Únzaga debió cambiar de opinión sobre el matutino La Razón, ejemplo de periodismo

independiente al margen de su línea editorial, como cambió también de parecer respecto a su propietario, Carlos Víctor Aramayo, quien fue el único empresario que eventualmente le ayudaría en su enfrentamiento contra el primer gobierno del MNR.   [146]

Ese escenario, muy parecido al que solía organizar Il Duce en los años 30, iría

cambiando en la medida en que FSB se fue transformando en un partido con arraigo popular cuya militancia sufriría cárcel y destierro. [147]

La situación se tornó tan volátil que meses más tarde asumió el poder el líder

conservador Laureano Gómez, gobernando sin garantías constitucionales, siendo a su vez derrocado por el Gral. Gustavo Rojas Pinilla, cortando dramáticamente la continuidad constitucional que pervivía sobre la constante violencia política, como resultado de las luchas entre liberales y conservadores.

  [148]

“Pacto de Caballeros”, denominación, en la primera mitad del siglo XX, a un acuerdo

entre familias de los partidos tradicionales para que sus hijos roten en las embajadas bolivianas en el exterior. [149]

Esos males, puntualmente señalados por Únzaga en 1948, perviven hoy, 65 años

después. [150]

Entrevista en Santa Cruz con Josefina Terceros Banzer.

[151]

GRAL. OVIDIO QUIROGA OCHOA. “En la Paz y en la Guerra al Servicio de la Patria”.

  [152]

LUIS ANTEZANA ERGUETA. “Historia Secreta del MNR”. Volumen V.

[153]

JOSÉ GAMARRA ZORRILLA. “Óscar Únzaga de la Vega – Semblanza del hombre y

su partido”. [154]

Carta de Víctor Paz Estenssoro a Augusto Céspedes, fechada en Montevideo el 15 de

diciembre de 1949, citada por LUIS ANTEZANA ERGUETA en “Historia Secreta del MNR”. Volumen VI.   [155]

En ese Comité Obrero de Emergencia estaban también otros dirigentes que

alcanzarían notabilidad en los años venideros, entre ellos Alipio Valencia Vega, Jorge Espejo Zapara, Mario Alarcón Lahore y Edwin Muller. [156]

El Gral. Ovidio Quiroga dio una versión surrealista de ese encuentro con Únzaga en su

libro ya citado, tan poco creíble como la violación de esposas de técnicos en Siglo XX. Tiempo después, en su prolongado exilio de 12 años, el Gral. Quiroga, tipificado como “el matarife de la rosca”, seguramente se arrepintió de no haber cambiado sin traumas la historia del país, cuando aún era posible.   [157]

Nueve años después, el ya General Gustavo Larrea era Jefe de la Casa Militar del

Presidente Hernán Siles Zuazo en el momento en que la última insurrección de FSB cobraría la vida de Oscar Únzaga. [158]

Entre los expulsados del Colegio Militar estaban Guido Suárez, Hugo Echavarría,

Armando Reyes Villa y Edén Castillo que luego fueron readmitidos, llegaron al generalato y tuvieron protagonismo público 30 años después. [159]

Así lo manifiestan Jaime Tapia y Ambrosio García, en sendas declaraciones a este

autor, una en 1999 y la otra en el año 2011. [160]

Versión ofrecida al autor por Ambrosio García Rivera, testigo de las reuniones en las

que se hizo tal propuesta, que habría sido el primer “triple empate de la historia”.   [161]

JULIO SANJINÉS GOITIA. “Ingeniería: el Arma del Trabajo”.

[162]

JOSÉ GAMARRA ZORRILLA. “Oscar Únzaga de la Vega – Semblanza del Hombre y

su Partido”. El autor, de militancia falangista expresa: “Sin embargo, falangistas reconocidos por su honorabilidad y lealtad al partido, por alguna interpretación equivocada, colaboraron a la Junta Militar, tal el caso de Guillermo Köenning que ocupó la Alcaldía Municipal de Santa Cruz, Dick Oblitas Velarde la de Cochabamba con la colaboración de Enrique Achá y Eustaquio Bilbao Rioja la de Potosí, acompañado por Ambrosio García”. [163]

Versión ofrecida al autor por el Lic. Álvaro Romero, sobrino de Gonzalo.

[164]

JULIO SANJINÉS. “Ingeniería…” Op. cit.

[165]

LUIS ANTEZANA. “Historia secreta…”·. Op. cit.

[166]

JAMES DUNKERLEY. “Rebelión en las venas”.

[167]

LUIS ANTEZANA ERGUETA. “Historia Secreta el MNR”. VII Volumen.

[168]

LUIS ANTEZANA. “Historia…” Op. cit.

[169]

GERARDO IRUSTA. “Lucha armada en Bolivia”.

  [170]

LUIS ANTEZANA. “Historia…”. Op. cit.

[171]

JULIO SANJINÉS GOITIA. “Ingeniería: el Arma del Trabajo”. En 1972, el ya coronel

Andrés Selich acaudillaría sin fortuna una asonada ultraderechista contra el Presidente Hugo Banzer, perdiendo la vida en el intento. Y el coronel Alberto Natusch daría en 1979 un golpe de estado con el MNR contra el Presidente Guevara Arze. [172]

Años más tarde, Jorge Gallardo, en efecto militante del MNR, llegó a ser Ministro de

Gobierno del Presidente Gral. Juan José Torres. Fernando Baptista fue Ministro de Economía del segundo gobierno del Presidente Hernán Siles Zuazo.   [173]

Relato del Gral. Hugo Ballivián al autor, publicado en la revista Criterio.

[174]

Versión ofrecida al autor por Mario Sanginés Uriarte, para un artículo publicado en la

Revista Enfoques y luego convertido en un folleto divulgado por Sanginés Uriarte el 9 de abril de 1992.   [175]

Entrevista con Hugo Alborta en el Club de La Paz, agosto de 2011.

[176]

Entrevista con Jaime Tapia Alipaz en el año 1999.

  [177]

LUIS ANTEZANA. “Historia…” Op. cit.

[178]

Declaración de Ela Campero al autor, en una entrevista grabada en abril de 1992.

[179]

Entrevista del autor con el Cnl. Walter González Valda en 1992. Publicada en la

Revista ENFOQUES, abril del mismo año. [180]

Versión ofrecida al autor por el Dr. Walter Guevara Arze, publicada en la revista

Criterio.

[181]

Declaración de Federico Álvarez Plata al autor, en marzo de 1992, publicada en la

Revista ENFOQUES en abril de ese año, en el 40º aniversario de la revolución. Álvarez Plata fue falangista, derivó al MNR, partido del cual era Secretario Ejecutivo en abril de 1952. Hombre estrechamente vinculado al Dr. Hernán Siles Zuazo, se mantuvo a su lado durante su presidencia (1956-60), en la resistencia contra Paz Estenssoro en 1964, en el exilio, en lucha por la democracia entre 1965 y 1982 y en el gobierno de la UDP (19821985). [182]

Dato recogido por FRANCISCO ROQUE BACARREZA en su libro “Los años del

cóndor”. [183]

La última vez que se vio este signo públicamente, fue en el 61º aniversario de la

Revolución Nacional, el pasado 9 de abril. En la ocasión ya no corearon “Victoria”, sino “Volveremos”.   [184]

LUIS ANTEZANA ERGUETA. “Historia Secreta del MNR” Volumen VII.

  [185]

Versión publicada en abril de 1992 en la revista ENFOQUES.

[186]

LUIS ANTEZANA ERGUETA. “Historia Secreta del MNR”. Volúmenes VII y VIII.

  [187]

ALFONSO CRESPO. “El Hombre de Abril”.

[188]

Entrevista del autor con el Ing. Julio Sanjinés Goitia.

  [189]

Esos periodistas fueron los primeros exiliados de la revolución de abril y alcanzaron el

éxito personal trabajando en medios y universidades del exterior, como fue el caso, entre otros, de Luis Ramiro Beltrán, conocido maestro de la comunicación social y uno de los más importantes teóricos de esta actividad a nivel mundial. LA RAZÓN original calló para siempre. Cuarenta años después, el notable periodista Jorge Canelas Sáenz lanzó un diario con el nombre de LA RAZÓN, de excelente factura, convirtiéndose en el mejor cotidiano boliviano. En los 90 fue adquirido por el empresario Raúl Garafulic. En los últimos años ha perdido parte de su encanto al pasar a manos de inversionistas venezolanos.  [190]

GERARDO IRUSTA MEDRANO. “Espionaje y Servicios Secretos en Bolivia”.

[191]

Entrevista con Edwin Rodríguez en marzo de 2012.

  [192]

Vicente Eguino era hermano del Mayor Jorge Eguino quien fue colgado en la Plaza

Murillo en noviembre de 1946. [193]

Entrevista con Jaime Tapia Alipaz en el año 1999.

  [194]

Versión ofrecida por el Dr. Jorge Siles Salinas al autor.

[195]

FRANCISCO ROQUE BACARREZA. “Los años del cóndor”.

[196]

ALFONSO CRESPO. “Hernán Siles Zuazo – El hombre de abril”.

  [197]

HUGO ROBERTS. “La revolución del 9 de abril”.

[198]

Se refiere al encuentro entre Únzaga y Siles en El Prado, relatado por Jorge Siles

Salinas.   [199]

Del documento “No el poder a medias, sino el poder total” - Sobre la revolución del 9

de abril de 1952, recopilado por MARIO A. GUTIÉRREZ PACHECO en su libro “Verbo y Espíritu de Únzaga”. [200]

ALFONSO CRESPO – MARIO LARA. “Enrique Hertzog, el Hidalgo Presidente”.

[201]

EXCMA. CORTE SUPREMA DE JUSTICIA DE BOLIVIA. Memoria editada en el año

2001, por el Dr. Oscar Hassenteufel Salazar, Presidente de la Corte Suprema y del Consejo de la Judicatura.   [202]

José Fellman Velarde fue un conspicuo seguidor de Paz Estenssoro. A él se le

adjudicó la negociación de un pacto electoral del MNR con el naciente Partido Comunista en 1951. Ocupó altos cargos en los gobiernos del MNR y su última acción fue el golpe de Todos Santos con el Cnl. Alberto Natusch en 1979. [203]

Desgraciadamente los campesinos comieron el ganado y desmantelaron la hacienda.

[204]

Palliri, mujer que recoge el mineral en la boca de la mina.

[205]

VÍCTOR ANDRADE UZQUIANO. “La Revolución Boliviana y los Estados Unidos 1944-

1962”. [206]

MARIO SANGINÉS URIARTE. “Siempre”.

[207]

El propio Víctor Paz Estenssoro, en un giro histórico paradójico, deshizo esta obra de

su creación en 1985, cuando volvió a la Presidencia de la República en una situación absolutamente distinta, 33 años después.   [208]

Información del Lic. Edwin Rodríguez al periodista GERARDO IRUSTA, quien la

divulgó en su libro “Espionaje y servicios secretos en Bolivia”, corroborada en una entrevista con RICARDO SANJINÉS ÁVILA en marzo de 2012. Rodríguez fue un notable hombre del MNR, varias veces viceministro, ministro y parlamentario. [209]

Lluchu, gorro de lana usado por los aimaras en el altiplano.

  [210]

Las críticas del futuro Che Guevara lo habrían enfrascado en una discusión con un

joven cineasta boliviano llamado Gonzalo Sánchez de Lozada, militante desde 1949 del MNR, partido al que había ingresado en Buenos Aires, donde le tomó juramento Carlos

Montenegro, ideólogo de la Revolución Nacional. Los revolucionarios dijeron que el MNR se iba a quedar en el poder 50 años. Fue casi cierto, pues aún bajo regímenes militares, el estilo movimientista permaneció hasta 2003, cuando Gonzalo Sánchez de Lozada, ya para entonces de 73 años, fue expulsado del poder.    [211] [212]

HERNÁN LANDÍVAR FLORES. “Infierno en Bolivia”. En esos días, la escritora norteamericana de origen ruso Ayn Rand, publicaba su

novela “La Rebelión de Atlas”, donde destacaba una frase que parecía guardar estrecha relación con lo que estaba pasando en Bolivia: “Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un auto sacrificio, entonces podrá, afirmar sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada.” Tal situación se repetiría en Bolivia en los años venideros, como una pesadilla constante, aunque momentáneamente enriquezca a los seguidores de los autores del desmadre. [213]

JOSÉ GAMARRA ZORRILLA. “Testimonio”.

[214]

PAULOVICH. “Apariencias”. Editorial Difusión. 1967.

[215]

JOSÉ GAMARRA ZORRILLA. “Testimonio – 35 años de Revolución Nacionalista en

Bolivia”. Los Amigos del Libro. 1987. [216]

Julio Sanjinés Goitia, “huésped” de Tonnelier en la cárcel de San Pedro, relató al autor

de este libro las andanzas de esa pareja de europeos asesinos que se convirtieron en servidores de la Revolución Nacional. [217]

ENRIQUE ACHÁ ALVAREZ – MARIO H. RAMOS Y RAMOS. “Únzaga: Mártir de

América”.   [218]

JOSÉ GAMRRA ZORRILLA. “Óscar Únzaga de la Vega. Semblanza del hombre y su

partido”. [219]

Citado por HERNAN LANDÍVAR FLORES en “Infierno en Bolivia”.

[220]

LUIS ANTEZANA ERGUETA. “Historia Secreta del MNR” VIII Volumen.

[221]

Aparapita, voz aimara para designar al cargador.

[222]

RODOLFO SURCOU MACEDO. “Hacia la Revolución Integral – Una interpelación del

Pensamiento Político de FSB”.

[223]

ENRIQUE ACHÁ ÁLVAREZ –MARIO H. RAMOS Y RAMOS. ” Únzaga, Mártir de

América”. [224]

Entrevista con Hugo Alborta, enero de 2011.

  [225]

El Dr. Hugo del Granado, uno de los falangistas más destacados, fue progenitor del Dr.

Juan del Granado Cossío, líder del Movimiento Sin Miedo, ex Alcalde de La Paz y uno de los jefes de la oposición al gobierno del Presidente Evo Morales, ya en la segunda década del siglo XXI. [226]

Entrevista del autor con Reynaldo Paz Pacheco, en enero de 2011. Arcil Menacho fue

asesinado por un comando paramilitar en enero de 1981 en la calle Harrington de La Paz.   [227]

Entrevista del autor con David Añez Pedraza, publicada en la revista ET-Enfoques en

mayo de 1985. [228]

El historiador del MNR, Luis Antezana Ergueta afirma que los falangistas quisieron

asesinar a Lechín. No es verdad, Lechín tuvo garantías y buen trato, por eso protegió luego a sus captores. Decepcionado, Antezana dice en su libro que “las actitudes de indulgencia de Lechín en Cochabamba hicieron que fuese llamado “la virgen de Fátima de la revolución”. [229]

LUIS ANTEZANA. “Historia secreta…”. Op. cit.

[230]

Ibid.

[231]

El Diario, 6 de marzo de 1960. Marcelo Quiroga Santa Cruz fue un escritor de

excelentes condiciones, como lo atestigua su novela “Los Deshabitados”. incursionó en la política después de 1964, fue diputado electo en el frente que conformó FSB. En 1971 fundó el Partido Socialista (PS) que derivó en 1978 en PS-1. Fue asesinado por paramilitares en el inicio del golpe militar del Gral. Luis García Meza, el 17 de julio de 1980. [232]

WALTER VÁSQUEZ MICHEL. “Memorias”.

[233]

ALFONSO CRESPO. “Hernán Siles Zuazo - El Hombre de Abril”.

  [234]

Id.

[235]

Entrevista de El Mundo de Santa Cruz con Juan Lechín Oquendo. Publicada el 31 de

agosto de 1995. [236]

Informe al Secretario Ejecutivo del Comité Político Nacional del MNR, Arturo Fortún

Sanjinés, de fecha 7 de octubre de 1954, suscrito por Mario Sanginés Uriarte, Álvaro Pérez del Castillo y Jorge Bedregal, luego de una visita a los campos de concentración.   [237]

Id.

[238]

Id.

[239]

Entrevista del autor con Cosme Coca Carrasco, enero de 2012.

  [240]

Entrevista con Nelson Tapia en abril de 2011.

[241]

RICARDO SANJINÉS ÁVILA. “Cámara Nacional de Comercio – Una Historia de 120

años. Revolución, Dictadura y Democracia (1952-1992)” [242] [243]

ALFONSO CRESPO. “Hernán Siles Zuazo – el Hombre de Abril”. KARINA CERRUTO MORAVEK. “Crónicas Históricas Documentadas”. Este libro

contiene una relación amplia y documentada del affaire de las libras esterlinas. [244]

RICARDO SANJINÉS ÁVILA. “Los Empresarios en la Historia”, Vol. I.

[245]

Relativo a la CEPAL, Comisión Económica Para América Latina.

[246]

ALFONSO CRESPO. “El Hombre de Abril”.

[247]

MARIO SANGINÉS URIARTE. “Siempre”.

[248]

SAMUEL MENDOZA. “La Revolución Boliviana”.

  [249]

Id.

[250]

ALFONSO CRESPO. “Hernán Siles Zuazo – El Hombre de Abril”.

[251]

MARINELLA BUENO ZÁRATE. “MI abuelo me contó… Hugo Zárate en la historia de

Bolivia” [252]

Entrevista del autor con Ramiro Prudencio Lizón, en febrero de 2012.

  [253]

A propósito de Zavaleta, Willy Loría dice lo siguiente: “Fuimos muy buenos amigos con

él y con Ramiro Velasco. René era falangista, egresó del Colegio Bolívar, necesitaba trabajar, acudió a la convocatoria de una publicación y la ganó. Era la revista “Qhana” de la Municipalidad y la dirigía el intelectual movimientista Jacobo Libermann, con quien se entrevistó. Éste le pidió su cédula de identidad y su carnet del MNR como requisitos para poder trabajar. Preocupado habló conmigo y le dije que eso tenía solución, porque varios falangistas habían pedido permiso al partido para poder trabajar. No era que su militancia estuviere registrada en alguna computadora, que entonces no existían; lo que sucedía era que el respeto a los compromisos era una norma en las relaciones entre bolivianos. Fuimos a la oficina de la camarada Wally Ibáñez, René explicó su situación y Wally lo comprendió liberándolo de su compromiso con el partido. De esa manera Zavaleta comenzó a trabajar en la revista “Qhana”, pero poco a poco comenzó a deslizarse a la orilla contraría y un día nos dijo: ‘Ramiro (Velasco) y Willy (Loría), la patria los necesita, el MNR va a gobernar 20 años y ustedes dos se van a perder para el país y eso no puede ser. Yo creo que ustedes deberían dejar Falange y venir al MNR. A pesar de ello, nunca dejamos de ser amigos’”.  Entrevista con Willy Loría en noviembre de 2011. René Zavaleta se convirtió en uno de los ideólogos de la revolución. Ramiro Velasco tuvo militancia en la izquierda radical de la línea

cheguevarista y candidateó a la presidencia de la república. Fue Embajador de Gonzalo Sánchez de Lozada en Cuba, donde falleció.   [254]

En el año 2011, un hombre que fue Presidente de la Comisión de Derechos Humanos,

asumió el Ministerio de Gobierno y masacró indígenas que se oponían a la construcción de una carretera que pase por la mitad del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS). [255]

LA NACIÓN. 28 de julio de 1959.

  [256]

RAMIRO LOZA CALDERÓN. “Universidad: reforma y realidad”.