La España Rural

Citation preview

J oaquín a raúJo J osé a ntonio Martínez

LA ESPAÑA Texto

Joaquín Araújo

LA ESPAÑA

rural

Fotografía

La cultura rural funda y mantiene buena parte de lo que nos explica y rodea. Los esfuerzos de cientos de generaciones consiguieron que buena parte de los paisajes sean como son. El mundo rural fue también el creador de la mayor parte del léxico conocido y de las capacidades técnicas y artísticas que hicieron despegar al modelo social que se caracteriza por olvidar y hasta menoscabar a su propio origen. Este libro reivindica lo hecho y lo que está haciéndose por ganaderos y agricultores y propone la recuperación de un elemental y sensato respeto a lo que sigue siendo la base de toda sociedad. Es más, propone que la racionalidad ecológica presida el deseable camino del imprescindible desarrollo rural.

rural

José Antonio Martínez

Joaquín Araújo es escritor, agricultor, director –de cine, editorial, de programas de radio y revistas–, naturalista, silvicultor y conferenciante. Ha plantado personalmente 22.000 árboles. Es autor de 85 libros, coautor de 10 y ha participado en otros 61 libros colectivos. Director y redactor de 8 enciclopedias, ha escrito unos 2.200 artículos. Ha dado unas 2.100 conferencias en todo tipo de centros e instituciones nacionales e internacionales. Ha sido guionista y/o director/presentador de 340 documentales y programas de televisión y ha participado en unos 5.000 programas de radio. Comisario y autor de 20 exposiciones, milita y colabora con 34 ONG y fundaciones. De algunas de ellas fue fundador y presidente. Premio Global 500 de la ONU; dos veces Premio Nacional de Medio Ambiente; Premio BBVA a la Mejor Divulgación sobre la Biodiversidad. Medalla de Oro de Extremadura. José Antonio Martínez. Naturalista y fotógrafo profesional especializado en Naturaleza, mundo rural y medio ambiente. Ha recorrido con sus cámaras la mayor parte de los espacios naturales españoles y diversos países reflejando sus hábitats, su biodiversidad y sus paisajes; siempre, con el estudio y la conservación del medio natural como objetivo primordial de su trabajo. Colaborador habitual con las editoriales más prestigiosas, a lo largo de los últimos 20 años ha escrito numerosos artículos y publicado sus reportajes en más de 70 revistas y semanarios de distintos países, entre los que destacan El País Semanal, National Geographic/España, Geo, Stern, Pyrénées Magazine y Terra Magazine entre otras. Asimismo, ha colaborado con sus imágenes en una extensa lista de obras editoriales que supera los 80 libros y enciclopedias.

La ESPaÑa rural

La ESPaÑa rural Texto JOaQUÍN aRaÚJO Fotografías JOSÉ aNTONIO MaRTÍNEZ

© Compañía Logística de Hidrocarburos CLH, S.A. y Lunwerg S.L., 2010 © Fotografías: José Antonio Martínez © Textos: Joaquín Araújo y José Antonio Martínez © Traducción: Richard Rees Creación y realización: Lunwerg Diseño y maquetación: Francisco Colacios ISBN: 978-84-9785-719-2 Depósito Legal: B-39922-2010 LUNWERG, S.L. Avenida Diagonal, 662-664 - 08034 BARCELONA Paseo de Recoletos, 4 - 28001 MADRID [email protected] www.lunwerg.com No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Impreso en España El papel utilizado para la impresión de este libro es cien por cien libre de cloro y está calificado como papel ecológico

SUMaRIO PRESENTACIÓN

9

SER LO QUE CUENTAS

11

Joaquín Araújo PANORAMA ACTUAL

12

CULTIVAR LA TIERRA

30

La fertilidad natural

33

LOS PAISAJES DEL MUNDO RURAL

46

LOS PAISAJES PASTORILES

72

BOSQUES

104

La dehesa

108

La «seca», el mal absoluto…

109

Los productos no cultivados

112

Los incendios forestales

116

CAMPOS DE PAN LLEVAR

128

LOS OLIVARES

146

VIÑEDOS, HUERTAS Y FRUTALEDAS

166

EL AGUA Y SUS USOS

178

LA CAZA

188

CINCO CREATIVOS PUNTOS DE PARTIDA

192

1. Fundadores de paisajes

192

2. Fundadores de vida

192

3. Fundadores de diccionarios

197

4. Fundadores de arte

197

5. Fundadores de civilizaciones

203

HACIA UN VIVAZ DESARROLLO RURAL

222

AIRE FRESCO

234

CULTIVAR TAMBIÉN LA CULTURA RURAL

238

EPÍLOGO

253

José Antonio Martínez AGRADECIMIENTOS

255

ENGLISH VERSION

257

PRESENTaCIÓN La sabia cultura de la Naturaleza

D

esde hace varios años, en el Grupo CLH hemos incorporado a nuestro compromiso con la responsabilidad social corporativa y el medio ambiente, la voluntad de divulgar la riqueza de nuestro entorno natural, con el objetivo de contribuir a protegerlo y conservarlo para las próximas generaciones. De este modo, hemos editado ya varios libros sobre la naturaleza de nuestro país que nos han permitido realizar un amplio recorrido por nuestro entorno desde muy diferentes perspectivas. En esta ocasión hemos querido completar esta amplia visión del ámbito natural con una reflexión sobre el mundo rural que fue la base de nuestra cultura y también de nuestras primeras industrias, y que sin embargo va desvaneciéndose día a día. Con este nuevo libro no queremos erigir ningún monumento a la nostalgia, ni promover un regreso al pasado, sino ayudar a recordar y respetar una forma de vida y una cultura de la Naturaleza que fueron el sustrato necesario de la realidad que hoy conocemos. Para ello, a través de este libro revisamos el panorama actual de nuestro entorno rural, que Miguel Delibes definió con su precisión de naturalista como «un mundo que agoniza». Aun así, con la ayuda del magnífico reportaje fotográfico de José Antonio Martínez que se incluye en este libro todavía podemos continuar asombrándonos de la enorme capacidad de creación de nuevos paisajes de las generaciones que nos precedieron. Una labor que en gran parte realizaron con la simple ayuda de sus propias manos, algunas rudimentarias herramientas y los sacrificados animales de labor que hoy prácticamente han desaparecido de nuestro agro. De este modo surgieron panoramas de una gran belleza, que hoy casi llegamos a olvidar que fueron una creación humana, como los extensos olivares y dehesas que pueblan grandes áreas de nuestro territorio, o las amplias superficies de viñedos, huertas y frutales. La edición de este libro también ayuda a recordar algunos oficios del mundo rural ligados a la Naturaleza que ya casi comienzan a olvidarse, al igual que el significado de muchas de las palabras que sirvieron para comunicarse. Para ello, hemos vuelto a contar con la colaboración de Joaquín Araújo, que no sólo conoce el mundo rural como estudioso y admirador, sino que además –tal y como señala en las páginas de este libro– se ha incorporado, tras un proceso de migración inversa, de la ciudad al campo. Esta doble vinculación, como científico y como parte profundamente enraizada en lo natural, se percibe en su denodada defensa de esta sabia cultura de la Naturaleza que deberíamos esforzarnos por conservar entre todos.

José Luis López de Silanes Presidente de CLH

SER LO QUE CUENTaS Lo esencial, acechado por todas partes por lo insignificante John Berger

D

esde hace más de cuarenta años mantengo una relación directa con aquellos que todavía se hallan ligados a las labores del campo. Se podría afirmar que incluso desde mi primer período de vacaciones, con tan solo seis meses de vida, he sentido que pertenecía mucho más a los paisajes naturales y rurales que a los que conformaban mi vida cotidiana durante mi infancia con mi familia en Madrid. Al llegar la juventud me conquistó, casi a primera vista, todo lo sin techo ni paredes. Poco más tarde la pasión se convirtió en profesión. El círculo se cierra felizmente porque el estudio de múltiples aspectos de la Naturaleza se convirtió en un auténtico estilo de vida para mí y ello significó un cambio radical respecto al pasado. De hecho, opté por vincularme definitivamente a los paisajes palpitantes. Todo ello interconectado por el compromiso de actuar en defensa de la vivacidad. A estas alturas reconozco que todo entorno natural enseña algunas de las verdades más cruciales. Al frente de las mismas figura eso –tantas veces dilapidado– de que resulta del todo erróneo diferenciar entre contenido y continente. Que lo de dentro es por lo de fuera y que éste nada es sin lo que alberga. Cuando se nos apaga la vivacidad, como en estos momentos, parece todavía más oportuno seguir ardiendo, aunque seamos como la minúscula llama de una vela en medio de un vendaval. Por eso no podemos separar lo que hacemos de lo que sentimos. Cuando tanto y tantos han tirado la toalla cabe todavía aceptar el desafío de que, si se debe, se puede hacer. Es más, algunos tenemos la suerte de que no podemos distinguir lo privado de lo público, el trabajo del placer, el hogar de la convivencia con el resto de seres vivos. Ni siquiera la pertenencia a una sociedad del siglo xxi es un factor que distancie ni difiera de lo que supone ser un naturalista que pasa más tiempo al aire libre que en el ámbito urbano. En efecto, tras un proceso de migración inversa, –esto es, de la ciudad al campo– me he incorporado a los despoblados de este país. Me añado, cuantas veces puedo, a los eventos, tanto culturales como espontáneos, que suceden más allá de los perímetros urbanos. Aunque mi hogar disfruta de un exceso de aislamiento, esto no ha impedido que me interese de forma preferente por lo que sucede en los entornos rurales y, especialmente, lo que erosiona a la Cultura Rural. Aunque prefiero lo alejado de los veloces ruidos contaminantes de la sensibilidad misma, no me he jubilado de la condición de ciudadano. Eso sí, no consigo vislumbrar coherencia alguna en aquellos que mantienen que es progreso el que la vida retroceda por doquier. Menos coherente todavía resulta el convencionalismo de que devorar sin restituir sea lo único que podemos hacer. Que se contemple un destino separado del que tendrán los que nutren a los demás solo puede cosechar una radical falta de cosechas. Más todavía por la fenomenal torpeza de que todo y todos en este planeta dependemos de que los ciclos de la vida continúen. Escribo las páginas que siguen no solo con el ánimo de que una aproximación al mundo rural ayude a que éste no se desvanezca todavía más, sino también con el convencimiento de que el rejuvenecimiento que precisa nuestra propia civilización pasa por acordarse de lo primero, que es la Naturaleza, y de lo primario, que es la Agricultura. Joaquín Araújo VENTO. Alía Villuercas. Cáceres primavera 2010

PaNORaMa aCTUaL Más de mil quinientos millones de personas murieron de hambre o desnutrición durante la segunda mitad del siglo xx. (FAO: Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación)

Q

La España rural

12

ue el sector que nutre a aquello que nos sostiene, o sea, a nuestro organismo, sufra una crisis tanto o más profunda que el resto de la economía, descalza, con inquietantes perfiles, lo que entendemos por sociedad, por civilización en suma. Acaso lo que más acerca a la comprensión de lo que acabamos de afirmar es que descansamos sobre una pirámide que no se apoya en su lado más largo, sino, por el contrario, en su vértice más pequeño. O lo que es lo mismo, nuestro modelo económico, nuestra sociedad en suma, ha postergado al último lugar lo que debería estar en el primero. El fundamento de la vida y de su continuidad es considerado superfluo. Lo esencial resulta valorado como trivial. Si llamamos, con obvia cordura, «primario» al mundo de la producción de alimentos, algo más de coherencia debería gobernar todo aquello relacionado con agricultores, ganaderos y silvicultores. Es más, comenzar por el principio puede ser la necesaria primera rectificación de cara a la regeneración que tanto precisa nuestro derredor natural y, por supuesto, el modelo energético y económico de nuestra civilización. Con todo esto no se pretende privilegio alguno o posición de dominio o preferencial; lo que mana de esta elemental aplicación del sentido común es precisamente algo que demanda la más genial de las aportaciones de la inteligencia, esto es, el respeto debido a quienes trabajan para que tú puedas vivir. Porque de ellos, de quienes roturan los suelos o crían ciertos animales, no solo depende que podamos alimentarnos, sino también que funcionen otros muchos elementos, procesos y ciclos esenciales para el bienestar propio y general del planeta. Los tiempos que corren lo hacen en contra de los principios básicos, no solo de los procesos naturales que alimentan a la agricultura, sino también de los que consideramos, socialmente hablando, prescindibles. El hecho de que al inicio de este capítulo hayamos incluido como cita una referencia al todavía enorme despropósito, al fracaso de los fracasos, es decir, a que la muerte derivada de una pésima alimentación sea todavía norma en el planeta, se debe a que nada en estos momentos puede quedar al margen de lo que sucede en otros horizontes.

Mucho menos el hecho de que es precisamente la desbordada necesidad de que los alimentos provengan de lugares lejanos lo que no pocas veces provoca que algún ser humano muera al lado de silos abarrotados. Pero en el panorama de la actualidad también brilla el hecho de que el exceso en el consumo, la sobrealimentación, es tan común en los países ricos como la desnutrición en los pobres. Por si eso fuera poco, a menudo se producen tan incomprensibles situaciones como el que sea normal que un cordero viaje desde las antípodas esto es, Nueva Zelanda, hasta Segovia, cuando resulta manifiestamente imposible dar con un mejor producto idéntico que el conseguido precisamente en esta provincia castellana. Algún día se entenderá que la producción y el comercio de los alimentos deben estar sujetos a una exigente planificación. En una época en que las procedencias se esgrimen como uno de los elementos esenciales para la rentabilidad de los productos (léase «denominación de origen»), brilla por su ausencia el hecho de especificar la huella ecológica que deja en el planeta el itinerario recorrido por los productos agroalimentarios. Queda todo esto de inmediato ampliado y confío que explicado. Muchas economías familiares, en el mundo rural, están estranguladas por la disparidad entre los precios de semillas, piensos, carburantes y fertilizantes y los que alcanzan sus cosechas. No cubrir gastos se convierte cada día más en una norma. La dependencia de las ayudas oficiales desvirtúa en gran manera las leyes económicas básicas y hace depender demasiado a los rurales de las decisiones de Bruselas. Todo lo anteriormente afirmado no invalida, ni por supuesto pretende oscurecer o negar, las múltiples facetas en las que determinadas situaciones y tecnologías se han resuelto con indudables mejoras en cualquiera de los campos mencionados. Entre las mismas, pueden y deben destacar la generalización de los seguros agrarios y de desempleo, el convencional nivel de vida y las comodidades domésticas que han alcanzado tantos componentes de la cultura rural. Si en algunos momentos destaca o aflora con fuerza la crítica y hasta la indignación léase que la pasión del autor le

> No todas las tecnologías son aplicables, ni siquiera convenientes, en muchos de los lugares donde todavía se conoce el trabajo con tracción animal. Las explotaciones familiares, sin duda lo más desmantelado del sector agrario, demandan todavía este tipo de esfuerzos. En Cornago, La Rioja, Amado Jiménez, de 80 años, sabe hacer las besanas de forma correcta. > Not all technologies are applicable, or even advisable, in many places where beasts of burden are still used. Family farms, undoubtedly the portion of the agrarian sector that is most rapidly disappearing, still require this kind of labour. In Cornago, La Rioja, Amado Jiménez, who is 80 years old, knows how to make furrows correctly.

La España rural

14

compromete tanto o más que su vinculación directa con el sector. Sin olvidar que para cantar los logros ya se aprestan incesantemente y con medios infinitamente más poderosos tanto las grandes industrias de agroquímicos, como los gobiernos y no menos, últimamente, los complejos entramados de la comercialización y venta. Pero volvamos al repaso de la situación que podemos calificar de insuficiente. Acaso convenga ir reparando en que casi toda la producción, agraria y ganadera, depende de lo proporcionado por el sector energético. Con un balance en el que son más las calorías invertidas en la producción y todos sus escalones que la almacenada en la cosecha final. Nada nuevo, por supuesto, ya que es norma de nuestro sistema económico no restar de los balances los daños y sustracciones que

algún día deberán ser reparados mediante costosísimas intervenciones. Se ha calculado, en concreto, que el cambio climático puede costarle a los países más industrializados hasta el 12% de su Producto Interior Bruto (PIB). Un desastre que en buena medida sería debido al modelo agrario y ganadero imperante. De hecho, sobrecoge que sea precisamente el mundo de los alimentos el que más contribuye a la emisión de contaminantes atmosféricos. Nos referimos al desastre de que hasta el 31% de los gases de efecto invernadero se deban a los ya casi obsoletos usos de la agricultura y la ganadería industrializadas. Recordemos, por ejemplo, que una sola vaca y su ternero emiten vía flatulencias «metánicas» el equivalente a lo que contamina un automóvil tras haber recorrido 16.000 kilómetros. ¡Y

> Arrimando la vacada al prado, una labor demasiadas veces cotidiana pero generalizada en buena parte de la cordillera Cantábrica. Imagen de Piornedo, en la comarca de Os Ancares, Lugo. > Driving cattle to the fields, an activity only too often everyday though widespread in much of the Cantabrian mountains. Image of Piornedo, in the region of Os Ancares, Lugo.

> Labores mecanizadas en las Bardenas, Zaragoza. > Ángel Zueco y Alfonso Motilva realizan un alto para descansar en el trujal La Verónica, en Tarazona, Zaragoza. > Mechanised labour in Las Bardenas, Zaragoza. > Ángel Zueco and Alfonso Motilva pause to rest in the La Verónica oil press in Tarazona, Zaragoza.

hay más vacas que automóviles en el planeta! No menos descalabro para el clima supone el hecho de que utilicemos más de 100 millones de toneladas de sustancias químicas para la fertilización del agro. De ellas se elevan hacia el cielo miles de kilogramos de óxidos nitrosos que multiplican por unidad nada menos que trescientas veces los efectos nocivos de las emisiones de CO2. Por fortuna, aquéllas son muy reducidas en comparación con éstas. Mucho se puede sumar a lo hasta aquí referenciado, pero no dejamos en el tintero que por cada hectárea menos de bosque quedan a disposición del calor como mínimo otras 300 toneladas de CO2. ¿Hace falta recordar que perdemos anualmente alrededor de 13 millones de hectáreas de bosques en el planeta? Y que esa cifra equivale a todos los árboles que

existen en España. Por supuesto, todos estos datos tienen su espejo, a escala, en la situación española, con la sola diferencia de que aquí hemos ganado una pequeña superficie para los bosques. Lo sabemos y lo soportamos mal, muy mal. Por eso seguimos reclamando que el error se transforme en acierto. Porque linda ya con la tragedia la obviedad de que el sector puede y debe conseguir todo lo contrario. Con una serie de prácticas, casi todas ellas mucho más baratas que las hoy dominantes, la agricultura y la ganadería podrían ser eficaces instrumentos de apaciguamiento del calor. Resulta del todo posible no solo cosechar cereales y producir carne, sino también cultivar algo de frescor para nuestros aires. Recordemos que con algo tan esclarecedor y sencillo como imitar a la Naturaleza podemos ahorrar hasta el 50% del agua y de la energía que actualmente demandan los subsidiados campos agrarios y ganaderos. Pero de lo que se trata es de que, además, se conviertan en gigantescos interceptores y fijadores de una buena parte de esos 20 gramos de CO2 que cada uno de los españoles lanza al aire cada segundo. Cuando debería ser todo lo contrario. Y lo es en cuanto se recurre a las técnicas que denominamos «ambientales» para la obtención de alimentos. Entre los aspectos de la recuperación y restauración del sector que serán tema más ampliamente desarrollado en el último capítulo de este libro, el mundo agrario y ganadero debe liderar la lucha contra el cambio climático a través de la multiplicación de los sumideros de carbono, el abandono radical de las quemas de rastrojo y la reducción drástica de los productos industriales. Algo que cabría emprender incluso si no se dieran las peligrosas circunstancias descritas. Porque si hay algo que define todavía de forma más cercana la insostenibilidad del sector es la vertiente convencional de la comercialización. Ya es norma que una considerable parte de la remuneración por las cosechas no consiga ni tan siquiera cubrir los gastos de producción. Tan absoluta resulta la incoherencia de que lo esencial sea considerado como lo merecedor de precios tan bajos que literalmente solo en la agricultura se recurre con regularidad a los céntimos. Cuando casi todo vale como mínimo un euro, un kilogramo de una fruta, hortaliza o grano apenas alcanzan los 50 céntimos. Decenas de cosechas enteras se quedan en el campo por la sencilla razón de que es más caro el jornal del recolector que todo lo percibido por el producto. Pero todavía más esclarecedor resulta el hecho histórico de que, hace tan solo unos pocos decenios, el porcentaje del precio final de los alimentos que iba a los bolsillos de quienes los cultivaban era de un 40%. En la actualidad, son muy pocos los productos que superan el 10% y la media se sitúa en el 7%. Pero el

15

La España rural

16

agravio comparativo se desborda cuando se comprueba que en el mismo lapso, pongamos el último cuarto de siglo, en el que todo lo demás ha incrementado sus precios por tres o cuatro veces y hasta por diez, veinte o treinta, si fijamos nuestra atención en el sector de la vivienda, no son pocas las cosechas que tienen hoy precios más bajos que hace 25 años. Rompe este esquema el siempre precisado por la ortodoxia económica imperante repunte de la inflación. Sin dejar en el tintero la desfachatez de que el IPC se fije tanto en los precios de los alimentos. El desgarro, en cualquier caso, nos alcanza por el camino de la extrema dependencia de lo que no es parte de la productividad de la tierra ni de las consabidas leyes del libre mercado. Las rentas agrarias, en términos generales, provienen tanto de lo que se trabaja y se vende como de las subvenciones públicas. Así, el único sector que cabe considerar como realmente productivo y que, por lo tanto, solo depende de sí mismo, y de la Naturaleza, claro está, ha terminado siendo una suerte de jubilado y pensionista. No menos estremecedor resulta el panorama de las explotaciones ganaderas a lo largo de los últimos lustros. Tomamos de nuevo como referencia los últimos 25 años, un período con la suficiente dimensión temporal como para que los análisis sean esclarecedores. Pues bien, a lo largo de estas dos décadas y media se ha producido una disminución de cabezas de ganado del orden del 45%. Han aumentado los cerdos y las gallinas estabuladas, de producción intensiva, pero los modos y maneras más acordes con el potencial de los espacios ganaderos son cada día menores. Ni siquiera el notable aumento de las producciones ecológicas ha logrado compensar con unos mínimos lo que producía el sector hace un cuarto de siglo. Es más, si nos atenemos a las llamadas «empresas autónomas», casi siempre vinculadas a la familia, el nivel de extinción supera el 50% en tan solo el último decenio. Reducidos, pues, a la mitad con relación al comienzo del siglo xx, tal y como Miguel Delibes nos apuntó en su magnífico ensayo Un mundo que agoniza (1979), nada permite distinguir que se ha cambiado la Cultura Rural por

> En muchas ocasiones, los métodos más ancestrales consiguen altísimos niveles de calidad. La curación de embutidos es un buen ejemplo de ello. Matanza en Monte Puerto, en la sierra de Aracena, Huelva. > The most ancestral methods often attain very high quality levels. Curing pork sausages is a good example of this. Killing in Monte Puerto in the Sierra de Aracena, Huelva.

algo sustancialmente mejor, sino tan solo más cómodo. Algunas de las pretéritas normas de cordialidad, honestidad y hospitalidad están perdiendo vigencia. No se trata, insistimos, de dar la vuelta o retroceder en sentido alguno. Lo que el mundo de los trabajadores del campo aporta es muy mejorable y ampliable. Sin descartar algunas de las aportaciones geniales e insustituibles sobre las que vamos a reflexionar en varios de los próximos capítulos. Solo cuando entendamos que las consideraciones y las prácticas relacionadas con la alimentación deben tener el mismo trato ético que cualquiera de las otras actividades humanas, estaremos en disposición de evitar el derrumbe completo de la Cultura Rural o, si se prefiere, iniciar un necesario renacimiento. Algo que, en absoluto, supone que volvamos a un sector primario con más del 50% de la población activa del país o con una vida desconectada de las redes convencionales de la historia. Pero sí, al menos, con una presencia bien repartida por el territorio, una posible vida con justas remuneraciones y sin que las comodidades básicas falten en parte alguna. Entre los desmedidos grandes datos que pueden permitir una aproximación a lo que representa en la actualidad el mundo rural destacan los siguientes. El 90% del territorio español queda de alguna forma identificado como campo. Recordemos que la suma de lo construido, más lo pavimentado para las infraestructuras de todo tipo, supone algo menos del 8% de la superficie nacional. Cierto es que el resto del suelo, ese que podemos adscribir a lo que depende de agricultores, ganaderos y silvicultores, se halla afectado y supeditado por los requerimientos de aquellos que viven en lo masificado. Apenas podemos identificar un solo rincón del planeta que no pague una contribución más que injusta a los ciudadanos. Injusta, entiéndase, porque la magnitud de lo dado apenas tiene punto de comparación con lo recibido, por mucho que algunos hayan comenzado a plantear como pa-

La España rural

18

> Frente a la ganadería intensiva y la consiguiente masificación en todos los procesos de cría, transporte, matadero y consumo, se mantiene todavía el máximo de sensatez que supone criar animales con un elevado grado de naturalidad. Cerdos ibéricos en un alcornocal del Parque Nacional de Monfragüe, Cáceres. > In the face of intensive stock raising and the consequent massification in all processes of rearing, transport, slaughter and consumption, the utmost common sense is still applied in those cases where animals are bred with a high degree of naturalness. Iberian pigs in a cork oak wood in the Parque Nacional de Monfragüe, Cáceres.

19

rasitismo rasitismo los los programas programas de de ayudas ayudas aa los los desempleados desempleados del del campo, que alimentan un paro demasiadas veces generacampo, que alimentan un paro demasiadas veces generalizado lizado yy crónico crónico yy que que nadie, nadie, menos menos los los afectados, afectados, quiere quiere perpetrar. perpetrar. Hacer Hacer bien bien las las cuentas cuentas resulta resulta casi casi imposible. imposible. Es Es norma norma que el autónomo, especialmente frecuente en la agricultura, que el autónomo, especialmente frecuente en la agricultura, tienda tienda aa no no contabilizar contabilizar algunas algunas de de las las partidas partidas clásicas clásicas en en su balance económico. Para empezar, a menudo no se tiesu balance económico. Para empezar, a menudo no se tienen nen en en cuenta cuenta las las horas horas dedicadas dedicadas aa mantener mantener la la actividad, actividad, sin descartar que no es raro, sino todo lo contrario, sin descartar que no es raro, sino todo lo contrario, que que se se carezca de un elemental horario de trabajo, sencillamente carezca de un elemental horario de trabajo, sencillamente porque porque casi casi todo todo el el tiempo tiempo útil útil se se dedica dedica aa lo lo mismo. mismo. El El hehecho de que no le salgan las cuentas al productor no quiere cho de que no le salgan las cuentas al productor no quiere decir decir que que tampoco tampoco le le salgan salgan aa los los demás demás implicados. implicados. Entiéndase que con los aspectos brevemente Entiéndase que con los aspectos brevemente abordaabordados dos en en las las páginas páginas que que siguen siguen lo lo único único que que pretendemos pretendemos es es apostar, apostar, con con argumentos argumentos que que la la práctica práctica ha ha respaldado, respaldado, por una vivacidad renacida y multiplicada. Que por una vivacidad renacida y multiplicada. Que resulta resulta prácticamente imposible una sociedad no devastadora prácticamente imposible una sociedad no devastadora de de sus raíces sin una agricultura amiga de lo que la hace posus raíces sin una agricultura amiga de lo que la hace posible. sible. Es Es más, más, no no parece parece coherente coherente hablar hablar de de economía economía sostenible si el sector que más rápida y fácilmente sostenible si el sector que más rápida y fácilmente puepuede ingresar en tales prácticas resulta, muy al contrario, de ingresar en tales prácticas resulta, muy al contrario, el el máximo máximo contaminante. contaminante. AA la la par par que que no no podemos podemos por por menos que enarbolar la reivindicación de un menos que enarbolar la reivindicación de un sistema sistema de de precios y ayudas que potencien la estabilidad demográfi ca precios y ayudas que potencien la estabilidad demográfica yy social social en en los los espacios espacios menos menos poblados poblados del del país. país.

LaEspaña Españarural rural La

20 20

> Convivencias necesarias, como > Convivencias necesarias, como las que destaca la instantánea, las que destaca la instantánea, resultan oportunas. Ovejas latxas resultan oportunas. Ovejas latxas en el hayedo del Parque Natural en el hayedo del Parque Natural Urbasa-Andía, Navarra. Urbasa-Andía, Navarra. > Necessary forms of coexistence, > Necessary forms of coexistence, such as the one in the illustration, such as the one in the illustration, must be preserved. Laxta sheep in must be preserved. Laxta sheep in a beech wood in the Parque Natural a beech wood in the Parque Natural Urbasa-Andía, Navarre. Urbasa-Andía, Navarre.

> Los usos agrarios siempre deberían ir acompañados de los forestales y ganaderos. Además de ser peligrosos, los monocultivos afean el paisaje y lo convierten en mucho más vulnerable. Dehesa y campos de cereal cerca de Azuaga, Badajoz. >> Las estepas cerealistas de Aragón, como estas cercanas a Alcañiz, Teruel, aportan uno de los rasgos de mayor originalidad paisajística y agraria a nuestro país. >>> El autoconsumo, la explotación familiar, con gallinas que corretean libres por calles y huertos, todavía son realidades frecuentes en las pequeñas entidades de población como Balouta, León. > Agrarian practice should always be accompanied by forestry and stock raising activities. Besides being dangerous, single crop cultivation spoils the landscape and makes it far more vulnerable. Wooded meadow and cornfields near Azuaga, Badajoz. >> The cereal-growing steppes of Aragon, such as these near Alcañiz, Teruel, constitute one of our country’s most original agrarian landscapes. >>> Self-sufficiency and family smallholdings, with chickens that run freely in streets and vegetable gardens, are still common phenomena in small villages like Balouta, Leon.

23

> La proximidad que mana no solo de la convencional vecindad sino del hecho de que prácticamente todos los componentes de poblaciones rurales compartan oficio, preocupaciones y expectativas, es uno de los aspectos sociológicos fundamentales en nuestra España rural. Alfonso Motilva en el trujal La Verónica de Tarazona, Zaragoza. > The proximity generated not only by conventional neighbourliness but also by the fact that practically all rural villagers share the same tasks, concerns and expectations, is one of the fundamental sociological aspects of rural Spain. Alfonso Motilva at the La Verónica oil press in Tarazona, Zaragoza.

29

CULTIVaR La TIERRa

L

La España rural

30

a totalidad de seres humanos, eso que a veces conseguimos distinguir como humanidad, representa aproximadamente el 0,5% de la biomasa del planeta. Somos bien poco aunque seamos muchos. Pero, como tantas veces se ha afirmado, no es nuestro número lo peor. Es la incesante necesidad de tener necesidades y por lo tanto de no darnos jamás por satisfechos lo que nos arroja hacia el acaparamiento. De hecho, ya usamos el 50% de la productividad biológica de la Tierra. Privatizamos, en realidad, los elementos básicos, desviando hacia la agricultura y la ganadería buena parte de la energía solar, el agua, el aire y, por supuesto, el suelo, pero no menos la productividad biológica espontánea y hasta la intangible dimensión temporal que crea o destruye paisajes. La lógica interna del funcionamiento de las sociedades encorsetadas por el modelo económico que no cree en regulación, control o limitación se extiende en dos direcciones. Por un lado, la economía sigue basándose en que es correcto el todo para mí aunque no quede nada para los demás. A escala general eso vale, en efecto, también para lo verdaderamente global: es decir, todo para los humanos y nada para lo no humano. Sin reparar en que no solo somos por los demás y lo demás, sino que también somos los demás y lo demás. No visualizamos, y mucho menos reconocemos, que debería darse una moderación, cuando no alguna devolución. Porque los procesos ecológicos esenciales también necesitan abastecimientos, ahora tan menguados al quedar dirigidos hacia una única especie. Recordemos que seguramente hay unos cien millones de otros seres vivos en este mundo. También conviene tener presente que todo lo que no usemos es, al menos, tan provechoso para nosotros mismos como lo directamente canalizado hacia nuestras, demasiadas veces, excesivas apetencias. Tampoco soslayaremos que casi todo lo relacionado con este sector forma parte de lo que es considerado como primera necesidad. Ni que son también demasiados los que ni tan siquiera las cubren. Por eso mismo siempre es oportuno que el mundo rural sepa su relación con circuitos mucho

más amplios, que aborde las cuestiones relacionadas con la seguridad alimentaria, la planificación territorial, la balanza de pagos y la solidaridad internacional. No por añadir más cargas y sinsabores a las tareas convencionales y a las no pocas incongruencias –cuando no injusticias– que orbitan en torno al sector, pero sí para situarse con unos mínimos de ecuanimidad, y también porque de una visión panorámica cabe realizar y realzar mejor el detalle que somos todos y cada uno. Por eso cuando nos consideran el primer escalón, o una minoría tan silenciosa como necesaria, o un oficio básico y antiguo, o una necesidad para cubrir nuestra primera necesidad..., todas estas combinaciones de palabras, todas las definiciones que acabamos de usar, ciertamente convienen a la agricultura y la ganadería. Y todas ellas se desvanecen hacia ámbitos todavía más peligrosos que el olvido. El hecho de que por término medio la población activa en el sector primario se haya situado ya por debajo del 10% en casi todos los países industrializados debe dejar de ser contemplado como una señal de progreso. Entre los motivos, obvios y que dan cuerpo a la totalidad de capítulos de esta obra, debe figurar, en primer lugar, la incuestionable valía de lo que se hace. Pero no menos real es que cualquier puesto de trabajo que no tenga vínculos con la ciudad cuesta unas diez veces menos de mantener que los industriales o de servicios. Si los paisajes que nos preceden, fundan y mantienen, si nuestros antepasados directos, si el resto de los seres humanos merecen y necesitan respeto, como todos y cada uno de nosotros en particular, también debemos ser considerados con las palabras. La comprensión se basa en que los términos signifiquen lo que significan y no otras particularidades, cuando no acepciones tantas veces contradictorias. Quiero poner otro ejemplo. Si nos propusiéramos que los topónimos siguieran reflejando lo real, eso que motivó el bautizo, el paisaje entero se regeneraría. Quiero decir que los pueblos con términos arbóreos estarían siendo vestidos de nuevo con árboles, o sea, estarían acompa-

> Campesino ajustando aparejos de labranza a su burro en Cornago, La Rioja. > Farmer adjusting his donkey’s harness in Cornago, La Rioja.

La España rural

32

ñados por esas mismas especies que les dieron nombre. Pero lo mismo sucedería con los miles de nombres que evocan especies animales ya desaparecidas o disminuidas hasta el borde de lo arrinconado. Pues bien, en las mismas estamos con una de las palabras más serias, rotundas y comunes a todos los seres humanos. En realidad, «agricultura» quiere decir algo muy diferente a lo que hoy designa. O bautizamos lo que se hace con una retahíla de términos, algo así como «producción industrial de alimentos», o pecaremos de redundancia con los consabidos juegos de palabras con aquello de «agricultura ecológica», o «natural», u «orgánica» o, o, o… Porque «cultivar» y «cultura» tienen mayor parentesco del que la grafía evidencia. Sobre todo cuando se recuerda

una realidad histórica: la de que «cultivar» o «agricultura» son palabras anteriores a «cultura». Que ésta, con ser crucial o lo más crucial que nos compete, es deudora de lo que implica cultivar, que hereda su principal finalidad de la palabra «cuidar». Culturizar y cultivar participan por igual de una idea básica, hoy desmantelada. En otras palabras, que no se trataba inicialmente de producir sino de mantener con toda suerte de tutelas a lo que nos alimenta. Algo así como lo que sucede en las relaciones personales si tus sentimientos no despiertan sentimientos recíprocos. Resulta indiscutible que, pese a todo, el modelo de desarrollo a ultranza convenció a la mayoría de los componentes del mundo rural a abandonarlo..., y a los que se quedaron de que olvidar las formas en que la Naturaleza

> Ana María García y su marido, Juan Francisco García, arando su huerta en Navarredonda de la Rinconada, Salamanca. > Ana María García and her husband, Juan Francisco García, ploughing their vegetable garden in Navarredonda de la Rinconada, Salamanca.

> Ya anocheciendo y envuelto en una nube de polvo propiciada por la sequía estival, Jesús Calvo conduce su rebaño de ovejas al corral entre las estepas de Ablitas, Navarra. > At nightfall and enveloped in a cloud of dust characteristic of the summer drought, Jesús Calvo leads his flock of sheep to their pen in the steppes of Ablitas, Navarre.

funciona era no solo necesario sino imprescindible por ser más rentable y cómodo. No deja de ser una paradoja que lo artificial rija a lo natural. O que se quiera imponer el corto plazo en lo que funciona a tiempo justo y controlado. En cualquier caso, los modelos de perdurabilidad, renovación, baratos y, en una palabra, vivaces, han pasado a ser caros, mal pagados, escasos y dependientes de lo que procede no solo de otros lugares, sino también y fundamentalmente de modos de pensar y hacer muy diferentes.

La fertilidad natural Cuando se pretende dar una correcta explicación de lo que aporta la Cultura Rural caben todas las cuestio-

nes básicas de nuestra forma de estar en el mundo. El hecho de que las raíces hayan sido literalmente arrasadas no quiere decir que no queden restos suficientes de las mismas como para no encontrar el esencial sentido que tienen y tuvieron. Algo que al mismo tiempo nos brinda la oportunidad de reconocer la enorme deuda que el resto de sectores sociales tienen contraída con los que nos alimentan. Por mucho que las modernas tecnologías hayan convertido una gran parte de la agricultura y la ganadería en un proceso casi tan artificial como fabricar tornillos, lo cierto es que se puede vivir sin objeto metálico alguno pero no sin ingerir alimentos. La obviedad no por serlo resulta menos despreciada y casi arrinconada. La escala de las valoraciones rige demasiados despropósitos básicos.

33

La España rural

34

Por eso mismo resulta necesario insistir en lo evidente y esencial; entre otros muchos motivos por la descomunal torpeza que supone que lo absolutamente necesario haya sido convertido en excepcional o marginal y lo insignificante en panacea. Uno de los mejores caminos para que lo básico lo sea realmente es identificar los elementos, principios, procesos y ciclos que consiguen mantener en pie el extraordinario e insustituible sistema vital de nuestro planeta. Con una primera consideración, el todo funciona como cualquiera de sus partes. Las partes necesitan lo alcanzado por el conjunto de lo viviente a lo largo de miles de millones de años. No es pequeña ni trivial la consideración, que respalda el pensamiento científico, de que la vida es un proceso incesantemente activo que consigue mantenerse a sí mismo. Por supuesto, a partir de unos pocos elementos

básicos de partida. Pero las principales condiciones de habitabilidad de este planeta constituyen un logro de la misma vivacidad. O para entendernos mejor: eso equivaldría a tener la destreza de ser capaz de construir nuestra propia vivienda, cultivar nuestros propios alimentos y controlar, por vía de asimilación, todos nuestros desechos. Nos asiste, pues, una enorme historia de sucesivas construcciones y esfuerzos por mantener las condiciones favorables para, precisamente, seguir haciendo lo mismo a través de los infinitos hallazgos que han jalonado ese mismo proceso; es decir, los millones de especies diferentes en los que se ha desplegado la creatividad de la vida misma. Con el añadido de que todo lo viviente suma condiciones a las de partida, es decir, incorpora un mayor número de oportunidades para los restantes y los futuros. Las plagas, por cierto, las valoremos como las valoremos, son procesos

> No pocos encuentros, y hasta descubrimientos cruciales para la historia de las ciencias de la vida, se deben a informadores anónimos que guiaron los pasos de naturalistas y biólogos. El conocimiento que muchos agricultores tienen de las plantas y los animales de su entorno forma parte de la cultura rural. Escarabajo joya Protaetia affinis, en campos de frutales y barbecho con crucíferas y, a la derecha, amapolas en Almazán, Soria. > No few encounters, and even discoveries crucial to the history of the life sciences, have been possible thanks to anonymous informers who guided the footsteps of naturalists and biologists. Many farmers’ knowledge of the plants and animals of their environment forms part of rural culture. The gem beetle (Protaetia affinis) in fruittree orchards and on fallow land with cabbage plants and poppies in Almazán, Soria.

>> Muchos animales, incluso de distribución reducida, dependen para subsistir de las actividades rurales tradicionales. Es el caso de los sisones, que, ocasionalmente, proporcionan espectáculos tan sobresalientes como esta concentración, junto con gangas ibéricas, en un campo de cereales en barbecho, en Castilla-La Mancha. >> Many animals, including those of limited distribution, depend for their survival on traditional rural activities. This is the case of little bustards, which occasionally provide such astonishing spectacles as this gathering, together with pin-tailed sandgrouse, in a fallow cornfield in Castilla-La Mancha.

muy transitorios de los que el mundo natural se recupera con prontitud. Muy al contrario, el nuevo modo de practicar la producción industrial de alimentos se caracteriza por las sustracciones, las no devoluciones –al menos de nada parecido a lo recibido– y una superlativa simplificación, esto es, empobrecimiento, del hogar de las plantas que nos alimentan: el suelo. Pero en el mismo se esconde, caso de no haber sido completada la demolición, la información suficiente como para volver a empezar, que es precisamente la primera y principal estrategia de la propia vida. Quiero expresar, en definitiva, que hay en cualquier caso un proceso natural que nos explica buena parte de los propósitos de este libro y de la Cultura Rural cuando no ha sido desmantelada por su contrario. Como al mismo tiempo cimienta, en el doble sentido de la palabra, a la vivacidad terrestre en su conjunto no podemos por

menos que dedicarle algunos párrafos. Se trata de algo tan sencillo como al parecer imposible. Porque cuando hablamos de los modelos productivos, de la recuperación de los entornos naturales, o de la economía ecológica resulta que no tenemos mejor modelo a imitar que el de la fertilidad natural. La fertilidad natural es el resultado de un proceso con la capacidad añadida de poner en marcha otros muchos procesos. Deberíamos contemplarla como una de esas ruedas centrales de los mecanismos de un reloj que consiguen que se muevan otras muchas más pequeñas. Pero sin descartar que a su vez su movimiento circular es posible por los también circulares ciclos de los principales elementos esenciales para la vida. Que el suelo sea un organismo vivo se debe, en primer lugar, a que no solo procede de uno de los primeros principios de la vida, es decir,

35

La España rural

36 37

> Una parte importante de la gestión de las arboledas del país queda encomendada a los lugareños más cercanos al sitio donde se yerguen. Castaños en los Ancares lucenses y, a la derecha, praderías con bosquetes en la sierra de Cameros, La Rioja. > Much of the country’s woodland management is a task entrusted to the local inhabitants. Chestnuts in Los Ancares, in Lugo, and meadows with small woods in the Cameros mountains, La Rioja.

La España rural

38

de los minerales contenidos en las rocas, sino que además en su formación y crecimiento participan los otros tres. Energía solar, agua y aire, en efecto, concurren sobre la piel del planeta para –mediante una acción conjunta– modificar las situaciones de partida y hacer que crezcan en altura la mayoría de los seres vivos de la capa terrestre. La fertilidad es terrestre y subterránea, pero todo lo levanta y convierte en aéreo. Y lo que viene antes del aire es lo que permite el inicio del prodigio. Agua y aire son molinos en sí mismos que hacen de la roca harina. Que fragmentan sin cesar hasta conseguir las más diversas estructuras, tamaños y composiciones químicas de esa porción mineral de los suelos de la que algunos organismos muy sencillos obtienen lo que necesitan. Eso sí, con estrategias austeras hasta lo inconcebible. Pero ciertas bacterias, algas, hongos y la combinación simbiótica de estos dos últimos reinos de la vida se suman al sustrato para convertir lo quieto en inquieto. Lo mineral se convierte en base imprescindible de lo biológico debido a un cúmulo de concurrencias. Tantas, tan complejas y dinámicas que una de las mejores formas de entender el proceso es denominándolo punto de encuentro; un lugar donde se da cita para dialogar todo lo que conocemos como base de lo viviente. Distingamos, al respecto, que no hay otro escenario en el planeta donde se imbriquen la biosfera, es decir, la capa viva, con la litosfera, la por completo inerte. Pero sin dejar a un lado que en

esos primeros centímetros de suelo actúan, insistimos, la hidrosfera ―o sea, el agua― y la atmósfera. No conviene olvidar al respecto que el aire penetra bastante en los suelos y que de dicha acción depende una considerable porción de la fertilidad natural. Una ayuda estimable a la oxigenación de los primeros 20-25 cm de suelo nos la prestan las lombrices de tierra. Esos fabulosos agentes elaboradores de humus. Acaso convenga recordar que solo por el concurso de estos anélidos, y también de las hormigas, el mundo es suficientemente fértil como para podernos mantener. De hecho, las primeras llegan a ingerir hasta 250 toneladas por hectárea y año, los insectos sociales, por su parte, consiguen remover hasta 20 toneladas de partículas de suelo durante la vida de un hormiguero. Por los mismos procesos se incrementa también la penetración de la humedad en los sustratos. Solo la luz, el primer alimento, se queda fuera. Y la roca, mucho más adentro que lo abierto por estos animales y por las mismas raíces. Que sea tan grande y decisiva la contribución de los mismos huéspedes del suelo a los propósitos del mismo, que no son otros que sustentar el completo edificio de la vivacidad del planeta sólido, debería hacernos recapacitar. Entre otros muchos motivos porque la fertilidad natural es uno de los mejores ejemplos disponibles de una verdadera reciprocidad, de un intercambio masivo de beneficios mutuos entre quien la crea y la usa. Algo que sirve al mismo

tiempo a ingentes comunidades vivas y que se mantiene en permanente crecimiento sin desmayos, porque ingresa siempre un poco más de lo que gasta. Es, por lo tanto, la otra cara de la moneda en cuyo anverso se encuentra el despilfarro de nuestros actuales sistemas de relaciones y sobre todo el económico. Por si eso fuera poco, la fertilidad natural no es exclusiva de nadie. Sobre todo en algunos sistemas enormes y complejos, como son los por ella creados –léase bosques o praderas–. La transmisión de toda suerte de nutrientes a través de los clásicos escalones de las pirámides ecológicas es relevante, por supuesto. En los suelos hay productores primarios, como son los restos de las mismas plantas por ellos alimentadas. A partir de ellas, bacterias, hongos y aun algas encuentran recursos suficientes. Los animales se comportan como presas o como predadores. Unos pocos actúan solo como inquilinos, como unos trogloditas que son capaces de excavar

refugios subterráneos pero cuyo sustento procede en su totalidad de lo que existe sobre la piel de la Tierra. La fertilidad es un escenario, un proceso y unas consecuencias al mismo tiempo. Como ámbito es el que parte precisamente de los elementos básicos para la vida y a los que ya hemos dedicado un capítulo. Nos referimos a la atmósfera, el agua, el suelo y, por supuesto, la energía solar, sin la que nada vivo se pone en funcionamiento. Pero vayamos por partes. El escenario es el suelo. El tantas veces despreciado mundo de lo que pisamos. Cierto es que si sobre él se construyen viviendas, el mercado pone a nuestra disposición millones en la moneda corriente. Pero ese suelo que sostendrá sobre todo familias con sus ilusiones y desencantos, además de raquítico, no produce más que gastos de mantenimiento y una irreversibilidad en cuanto a su productividad. El suelo que acoge y renueva incesantemente algunos de los elementos esenciales para el

39

La España rural

40

mantenimiento de la vida y de las actividades económicas casi nunca alcanza ni una milésima parte del valor que realmente tiene, si es que se le puede dar alguno, ya que la hospitalidad y la casi reversibilidad son condiciones supremas, poco y difícilmente restituibles, de los procesos ecológicos. En consecuencia, deberían ser consideradas como un patrimonio no alienable; como una inmensa riqueza disponible sin gasto. Y lo que importa es que entendamos que la vida alcanza una de las más sorprendentes formas de estar: la de conseguir acercarse a la eternidad. Nadie sabe hasta cuándo va a durar la vida sobre la Tierra, pero empezó hace ya casi cuatro mil millones de años y eso, desde luego para la escala de cualquier experiencia humana, es una eternidad respecto al pasado. No sé hasta qué punto tenemos derecho a entorpecer ese tipo de proyecto hacia el futuro, porque cuando uno cultiva orgánicamente su suelo comprueba constantemente que no es que solo se renueve la vida cada año. Es que ese elemento vital donde se hunden las raíces, y del que dependemos esencialmente para nuestra propia continuidad, alcanza el no pequeño milagro de construir sin cesar futuros, al mismo tiempo que los productores industriales de alimentos introduciendo excesiva mecanización o abusando de los pesticidas (por cierto, en algunas de nuestras comunidades autónomas batimos el récord mundial en cuanto al uso de pesticidas) destruyen precisamente la posibilidad de que la vida sea lo increíblemente ingeniosa y creativa que es. Pero si además somos capaces de entender, respetar, admirar, asombrarnos y deleitarnos con ese proceso por el que las cosas pueden llegar a ser, desde el momento en que todos los reinos de la vida dependen del vegetal y éste de la fertilidad, sencillamente lo que estamos decretando no es un acuerdo, sino haciendo la paz con el cuerpo común de este mundo, que es nuestra tierra, y sobre todo con ese otro cuerpo que cada uno de nosotros tenemos más cerca, nuestro propio organismo, que parece que lo queramos mucho, aunque no lo demostremos. La salud depende de la alimentación, ésta de las plantas y las mismas de la fertilidad de los suelos. No podemos extrañarnos de que el término «humano» proceda de humus («tierra», en latín), es decir, un producto de la gran y prodigiosa elaboración de vivacidad que consigue la fertilidad natural. Acaso lo más importante, ya que no solo es una lección de economía y ética, es que la fertilidad aporta uno de los conceptos más necesarios para la reconciliación de una especie viva, la nuestra, con el posible sentido de la vida misma. Frente al dramatismo con el que enfrentamos el paso del tiempo, por aquello de que acabará con nosotros, los suelos nos proponen el reto casi imposible

de demostrarnos que, si se les deja funcionar sin interferencias, se consigue que algo sea cada día que pasa algo más joven. No en el sentido convencional de la palabra, ya que plantea un casi absurdo o una bella metáfora a la que recurrió el poeta austriaco Rainer Maria Rilke. Se trata de entender que los suelos son tanto mejores, fuertes, potencialmente más productivos y amparadores cuanto más viejos. Todo ello es posible por ese concepto al que nos acabamos de referir, es decir, a que debe ser contemplado no como lo que es, sino cómo funciona. Lo fundamental en todo lo que resulta esencial es el proceso, no solo porque potencia el resultado, sea el que fuere. Sería algo así como que lo fascinante es aprender y más todavía aprender a aprender, en lugar de mostrar el conocimiento

> Componente invisible pero imprescindible de los pueblos con escasa población es la levedad sosegada de sus rincones. La sociedad rural que se desmorona lo hace con lenta serenidad. A la izquierda, un niño en una calle de Echo, Huesca, y un gato procedente de un cruce de gato montés y doméstico en Os Ancares, Lugo. A la derecha, imagen de Calatañazor, Soria. > An invisible, though indispensable, component of underpopulated villages is their peace and quiet. Though rural society is deteriorating, it does so with unhurried serenity. Left: a child on the street in Echo, Huesca, and a cat, a cross between the wild and domesticated varieties, in Os Ancares, Lugo. Right: a view of Calatañazor, Soria.

y enseñar. La fertilidad hace posible la vida en la capa sólida de la Tierra, sin olvidar que también se da algo muy parecido en las aguas del planeta. Pero este proceso que marca las grandes reglas de juego se debe a las portentosas fuerzas que no se anulan sino que se potencian entre sí cuando entran en contacto, que no excluyen o solo excluyen el excluir, que aprovechan lo mínimo para lograr abundancias y que convierten en su principal activo las

múltiples diferencias que conviven. Sin descartar el descomunal proceso simbiótico. Y mucho menos que el suelo convierte en la misma cosa a aquello que sobre él crece. En ningún otro lugar del planeta es tan visible que la vida es también lo que la hace posible. Remedando a Parménides: uno y lo mismo es la fertilidad y lo que la consigue. Uno y lo mismo debería ser la Cultura y la Naturaleza, como un día lo fue el mundo rural y la fertilidad de la tierra.

41

La España rural

42

> Momentos de la cosecha. Arriba, a la izquierda, campesina eliminando hierbas en su huerta de papas en El Pinar, El Hierro. Abajo, a la izquierda, colectando remolacha forrajera en Os Ancares, Lugo. A la derecha, Manuel Antonio López cogiendo berzas y alubias en San Martín das Cañadas-Cervantes, Lugo. > Moments of the harvest. Top left: a peasant woman weeding her potato patch in El Pinar, El Hierro. Bottom left: gathering beetroot in Os Ancares, Lugo. Right: Manuel Antonio López gathering cabbage and beans in San Martín das Cañadas-Cervantes, Lugo.

43

>> En el valle de Baztan, Navarra, queda patente que los paisajes en los que empatan los elementos naturales con los modificados por el mundo rural nos parecen invariablemente atractivos, portentosamente acogedores. >> In the valley of Baztan, Navarre, we clearly observe that those landscapes that combine natural elements and those modified by the rural world in equal proportion invariably strike us as attractive and prodigiously welcoming.

LOS PaISaJES DEL MUNDO RURaL «¿Qué hay en el paisaje que no sea una cierta fertilidad en mí?» Henry David Thoreau

M

ás adelante, en el apartado dedicado a sus cinco facetas esenciales, ampliaremos cómo la Cultura Rural ha sido y es creadora de paisajes. Las modificaciones que sobre el territorio quedan de sobra patentes permite afirmar que, tras los ciclos geológicos y aquellos vinculados a los elementos básicos, la fuerza de los cultivadores es lo que más ha contribuido al diseño del mundo actual. Basta asomarse a los pocos enclaves donde nada ha sido cambiado para percatarnos de la imponente capacidad de los esfuerzos de cientos de generaciones que han puesto lo propio en el lugar que ocupaban otras comunidades vivientes, sobre todo bosques, prados o aguazales de cualquier tipo y extensión. A lo largo de los próximos capítulos pretendemos dar a conocer esta crucial tarea histórica de los mundos rurales que nos han precedido. Sobre todo porque una lenta sabiduría, una encomiable cultura del esfuerzo y del respeto, un saber que no despreciaba a lo que lo espontáneo sabe hacer, nos ha traído hasta nuestros días algunos de los más básicos puntales de lo que vemos, aprovechamos y proyectamos. Y ello en unos momentos en que el paisaje, como gran continente de todo lo esencial, está siendo desvalijado como una más de las consecuencias de la casi total falta de control para casi todo; es más, la pérdida absoluta de planificación territorial ha provocado que los paisajes se encuentren, en su mayor parte, mo-

La España rural

46

ribundos. Precisamente ahora que se ha logrado que las fuerzas más creativas de la Cultura Rural sean sustituidas por las más destructivas, es cuando tenemos que admirar algunos de los grandes logros de la fuerza de creatividades asociadas y acompasadas que conformaron muchos de los paisajes que hoy podemos contemplar. Esa labor artística tan desconocida como no reconocida que las gentes de antaño lograron también merece un respeto. Sin que esto quiera decir que no se haya dado, también en el pasado, un sinfín de disparates que esquilmaron vastas porciones del planeta. Es más, se puede afirmar porque así lo han demostrado historiadores solventes que no pocas civilizaciones enteras sucumbieron debido a malas prácticas agrarias y ganaderas. Hay quien mantiene que lo no destruido que todavía vemos es debido a que a nuestros antepasados no les resultó posible eliminarlo por falta de tecnología, tiempo o cantidad de mano de obra. Cabe aceptarlo para algunos casos y lugares, pero no es menos cierto que también hay claros ejemplos de haber entendido la dinámica interna de los ciclos de renovación de la vida y que, asociándose a los mismos, han surgido modelos de gestión del paisaje que avanzaron a lomos de un respeto creativo hacia lo viviente. Sea como haya sido, o fuera como fuese, lo que apenas presenta doble interpretación es, insistimos, que en buena parte de lo contemplado está la huella de lo > Los rostros evidencian uno de los más graves problemas que afronta la cultura rural, la ancianidad de la mayor parte de sus supervivientes. A la izquierda, Fortuna Martiatu, de la localidad de Murchante, Navarra, y una anciana en Valverde de la Vera, Cáceres. A la derecha, un campesino de regreso a casa con su burro, tras las faenas en el campo, es recibido por su perro, en Cornago, La Rioja. > Faces reveal one of the most serious problems rural culture has to deal with, namely the old age of most of its survivors. Left: Fortuna Martiatu, from the village of Murchante, Navarre, and an old woman in Valverde de la Vera, Cáceres. Right: a peasant farmer returns home with his donkey, after working in the fields, to be welcomed by his dog in Cornago, La Rioja.

> En la Almolda, comarca de Los Monegros, Zaragoza, como en tantos otros pueblos, la charla en la plaza resulta imprescindible para el vecindario. A la derecha, una estampa en Cornago, La Rioja. > In la Almolda, in the Los Monegros region, Zaragoza, as in so many other villages, gathering to chat in the square is an indispensable activity. Right: a typical scene in Cornago, La Rioja.

La España rural

48

rural de siglos y siglos. La creación de paisajes rurales está indisolublemente ligada al concepto mismo de «cultura», la que ha sido pergeñada por el mundo de los trabajadores de la tierra, sin olvidar que muchos de los ámbitos que de forma resumida describimos a continuación tienen un elevado valor ambiental. Por lo tanto, su pérdida, que paradójicamente puede ser considerada como positiva desde un criterio exclusivamente naturalista, acarrea también inconvenientes. Al menos para las numerosas comunidades vivas y sus asociaciones que han evolucionado de la mano de las modificaciones introducidas en los ecosistemas de origen. En cualquier caso y de cara al futuro, como se insiste en los dos últimos capítulos de este libro, no parece que existan muchas más salidas para el mantenimiento de algo de vivacidad sobre el territorio que una restauración generalizada de la sensatez en cuanto al uso del territorio, y una multiplicación de los incentivos para que la población rural custodie su gran obra secular: los paisajes rurales. Esa tarea de mantenimiento puede ser convertida en la principal herramienta de una nueva economía vivaz (abro aquí este paréntesis para recordar que en esta obra la palabra «vivacidad» o cualquiera de sus derivados responde a un deliberado intento de revitalización por sustitución del término «sostenible»). Todo ello con la llegada de un gran número de novedades. Porque nunca insistiremos bastante en el desmentido de lo que tantas veces

se convierte en descalificación por parte de los críticos de cualquier cambio que modifique sus intereses. No se trata de descartar ni las innovaciones, ni mucho menos los conocimientos científicos que nos permiten la posibilidad de hacerlo muchísimo mejor que en el pasado. No se trata de que mengüen las posibilidades de más higiene y salud o de liberación de esclavitudes, obvias en épocas precedentes. Se trata de que, como sucede incluso en nosotros mismos, tenemos exactamente la misma dotación física que antes de tener la primera idea, sentimiento moral, recuerdo o lenguaje; hay que aprovechar correctamente lo dado y mejor aún lo encontrado a través de la inteligencia. Algo muy parecido a lo que un gran poeta como Juan Ramón Jiménez adensó en aquello de que él se consideraba un civilizado de la Naturaleza. Podría, por cierto, valer que se puede ser también un naturalista de la civilización. Todavía mejor sería resultar las dos cosas al mismo tiempo. Si el ojo del amo engorda al caballo, como una más de las manifestaciones de la parcialidad subjetiva en el análisis de casi todo lo que nos compete, con la incorporación de la mirada del urbanita sobre lo rural lo que pretendemos es una cierta restauración de unos mínimos de ecuanimidad. Se pierde quien desconoce el lugar de partida, pero no menos el que no sabe reconocer lo que el camino le proporciona. La historia entera de la vida y la de nuestra civilización está todavía ahí, en medio de los espacios

abiertos. Hecha jirones, por supuesto. A menudo, es más, solo queda un puñado de ruinas, esquirlas, pedazos rotos de las dos grandes peripecias del planeta. Pero de la misma forma que los arqueólogos levantan, desde los minúsculos restos encontrados, la comprensión de lo que ha ocurrido, nosotros podemos, contemplando los paisajes agrarios, acercarnos al menos en una mínima parte a lo sentido, sudado y logrado por esos cientos de generaciones que compartieron esos mismos escenarios. Como también lo hicieron los otros seres vivos, la fauna y flora espontáneas, que son tan de los campos cultivados como lo cultivado. El paisaje es también su propia historia. Apenas somos conscientes de que los procesos de transformación que ha demandado y culminado la agricultura han potenciado a un considerable número de especies, al tiempo que arrinconaba y hasta hacía desaparecer a otras. Con las plantas, demasiadas veces denominadas «malas hierbas», nos sucede algo que todavía carece más de sentido. Se emprende contra ellas guerras químicas saldadas con unos destrozos que algún día valoraremos como inadmisibles. Entre otros muchos motivos porque en pocas ocasiones cabe aplicar mejor aquello de que el remedio resulta peor que la enfermedad. La frontera entre lo domesticado y lo espontáneo es ciertamente muy lábil, difusa y extensa. A cada paso, con tenacidad, en medio de los predios cultivados aparecen los viejos propietarios de esos mismos labrantíos. Pero esto

además de suponer un recurso de primera magnitud para la formación de la fertilidad natural también lo es para los ganados y los otros animales silvestres. Casi todo lo que emerge del suelo es una demostración de lo que el mismo sabe darnos. Que consideremos competidores a las plantas resulta del todo normal, pero no así el hecho de que limitar su capacidad se haga con métodos que provocan muchos más daños colaterales que beneficios directos. En cualquier caso, insistiremos en que la agricultura bien entendida pasa por convivir y aprovechar el lado no domeñado que todavía resiste en nuestros mismos campos cultivados. Como sucede igualmente con la fauna. Alguna especie desde luego busca la imponente despensa que se le brinda. La ingente cantidad de alimentos que supone nuestro alimento. Desde un punto de vista de la producción final, no podemos por menos que estimar que se quedan con una parte. Más adelante valoraremos también ese porcentaje. Pero desde los planteamientos estéticos, paisajísticos y ambientales que cada día pesan más en el uso del territorio agrario y ganadero resulta sencillo hacerse una idea de que un importantísimo número de especies han medrado y convertido en su único dominio los diferentes paisajes rurales. A continuación, se añadirán unas breves pinceladas acerca de los animales que habitan estos paisajes.

49

La España rural

50

> Armónica imbricación de un doblamiento en el derredor montano. Es el caso de no pocos pueblos de los Pirineos, especialmente en la comarca del Valle de Arán. Imagen de Bausen, Lleida. > A village blends harmoniously with its mountain setting, as so often occurs in the Pyrenees, especially in the Valle de Arán. View of Bausen, Lleida.

La España rural

52

> Los materiales avanzan ya un resultado armonioso, como sucede con bastantes construcciones que se levantaron en un pasado no tan lejano. Sobre todo en los asentamientos de montaña, como en Vilarello de Donís, Lugo. >> Castillo de Vozmediano, Soria, con robledales, pinares y hayedos del Moncayo como telón de fondo. > Materials combine harmoniously in numerous constructions built in the not too remote past, above all in mountain settlements, such as in Vilarello de Donís, Lugo. >> Castillo de Vozmediano, Soria, with oak, pine and Moncayo beech woods as backdrop.

53

57

La España rural

56

> Algunos elementos por completo naturales, como los cardillos, son recolectados en comarcas como La Serena, Badajoz. Constituyen un excelente alimento y, a la vez, suelen suponer uno de los últimos contactos con determinados usos y conocimientos tradicionales. >> La correcta disposición de los asentamientos, tanto en su conjunto como en cualquiera de sus detalles, es parte destacada de la Cultura Rural. Alcalá de Moncayo, Zaragoza. > Some absolutely wild vegetables, like golden thistles, are gathered in places like La Serena, Badajoz. They are excellent food and constitute one of the last contacts with traditional uses and knowledge. > José Poyato Zafra, retratado a sus 83 años, con su burro en un olivar de Zuheros, Córdoba. > José Poyato Zafra, now aged 83, with his donkey in an olive grove at Zuheros, Córdoba.

>> The correct layout of villages, both as a whole and in each of their details, is an essential part of rural culture. Alcalá de Moncayo, Zaragoza.

> La arquitectura rural en muchos casos no solo resulta eficaz, sino también eficiente. El aislamiento que proporcionan las sencillas piedras o las ramas de sabina recubiertas de barro, como en Calatañazor, Soria, consigue los mismos efectos que las más modernas técnicas bioclimáticas.

La España rural

60

>> En la doble página siguiente, tejado de pizarras escasamente trabajadas. Estas cubiertas son muy frecuentes en las provincias de León y Zamora, así como en el sector oriental de la comunidad autónoma de Galicia. > In many cases, rural architecture is not only efficacious but also efficient. Insulation provided by simple stones or mud-covered savine branches, as in Calatañazor, Soria, attains the same effects as the most up-to-date bioclimatic techniques. >> On the following double page, a roof of only roughly worked slate. These roofs are very common in the provinces of Leon and Zamora, as well as in the eastern sector of the autonomous community of Galicia.

La España rural

64

> Payés de Bausen, en el Valle de Arán, Lleida. >> Tejado de teja árabe en un cortijo de la comarca de La Serena, Badajoz. Un ámbito que acoge no poca vida silvestre. Hasta once especies de aves pueden usar tales cubiertas para instalar sus nidos. > A peasant farmer in Bausen, in the Valle de Arán, Lleida. >> Pantile roof at a farmstead in the region of La Serena, Badajoz. These roofs attract a substantial amount of wildlife. Up to eleven species of birds may use them to accommodate their nests.

La España rural

68

> Cual ajenos a los tiempos actuales del plástico, el cemento o el asfalto, las áreas rurales montañosas más apartadas aún conservan ese sello de identidad en sus arquitecturas autóctonas. Elementos ancestrales como la madera, el hierro y la piedra continúan aguantando el asedio de nuestra era. Picaporte en una vivienda de Ansó, Pirineo oscense y detalle de un hórreo colonizado por líquenes en Galicia. > Far removed from our modern times of plastic, cement and asphalt, the remotest mountain rural areas still preserve their identity signs in vernacular architecture. Ancestral elements such as timber, iron and stone continue to withstand the onslaught of our era. Door knocker on a house in Ansó, in the Pyrenees of Huesca, and detail of a raised granary colonised by lichens in Galicia.

> Las colmenas han de quedar fuera del alcance de los osos. Los cortines son construcciones llevadas a cabo a tal fin y quedan diseminados por la cordillera Cantábrica. Las paredes resultan así infranqueables para los temidos plantígrados. >> Instalación apícola en Calatañazor, Soria. > Beehives must be beyond the reach of bears. Cortines, scattered throughout the Cantabrian mountains, are constructions built for this purpose. The walls are almost impassable for the feared plantigrades. >> Hives in Calatañazor, Soria.

69

LOS PAISAJES PASTORILES

A

ntes de la generalización de la agricultura, los bosques cubrían más del 90 % del Viejo Mundo. Hace solo mil años apenas se habían abierto claros en los países no mediterráneos. Todavía hace dos siglos apenas se notaba una merma notable en los dominios de lo espontáneo. Pero, por poner un ejemplo tan cercano como esclarecedor, durante el siglo xx los campos cultivados incrementaron su tamaño en cinco veces. Puede sorprender que en la actualidad se hayan dejado de labrar grandes extensiones en varios países europeos. España, en concreto, ha abandonado más de 2.000.000 de hectáreas. Lo que se le restó al bosque, al pastizal o a la estepa, en cualquier caso, hace

nacer un nuevo tipo de paisaje. Cierto es que se discute mucho y se avanza poco, sobre lo que debe ser considerado como paisaje. No en vano, casi todo puede caber en esa definición. Todo entorno puede tener y tiene un interior. Las ciudades se hallan insertas en paisajes que devoran, pero al que se suman inexorablemente. Todos los territorios que han albergado a viejas civilizaciones llegan a la completa modificación de las condiciones de origen. De hecho, el concepto «naturaleza» como lo no trastrocado por la acción humana apenas tiene sentido hoy en la mayor parte de Europa o en cualquiera de los grandes países industrializados del planeta, por lo que además cabe con> Las destrezas en el manejo y el cuidado de los animales domesticados son solo una parte del oficio de pastor. Estas instantáneas revelan que la adaptación y superación de las condiciones climáticas resulta el más duro aspecto de una, más que profesión, forma de vida. En la página de la izquierda, Juan Manuel Yagüe soportando junto a su perro una fuerte ventisca durante una ola de frío en invierno de 2005, con temperaturas de hasta -10 ºC, en Borovia, Soria, y el roncalés Vicente Aznarez pasando el invierno con su rebaño en las Bardenas Reales. A la derecha, Antonio Ortega con un espaldero tradicional de piel de cabra, según dicen, el mejor cortavientos para el frío cierzo del valle del Ebro. Tudela, Navarra.

La España rural

72

> Skill in handling and caring for domestic animals is only one aspect of the shepherd’s metier. These shots reveal that adaptation to and surmounting climatic conditions is the harshest aspect of what is a lifestyle rather than a profession. On the page on the left, Juan Manuel Yagüe and his dog caught in a blizzard during a cold spell in the winter of 2005, when temperatures reached -10 ºC in Borovia, Soria, and Vicente Aznarez, from Roncal, spending the winter with his flock in Las Bardenas Reales. Right: Antonio Ortega wearing his traditional goatskin back-warmer, according to some the best defence against the cold north wind in the Valle del Ebro. Tudela, Navarre.

La España rural

74

siderar que la no existencia de espacios realmente naturales es uno de los mejores indicadores de incertidumbre. Tengamos en cuenta que la historia de la vida no ha hecho más que multiplicar la complejidad, la variedad, y todo ello para procurar un máximo de estabilidad, la que ha saltado hecha añicos en los últimos tiempos. No seguiremos considerando más pormenores sobre la necesidad de un sentido cooperativo y recíproco del paisaje. Pero en lo que al mundo rural se refiere, poco queda tan claro como que lo que vemos en la actualidad es obra de lo que se hizo por parte de los pastores y los agricultores. Poco o nada supera ―incluso hoy cuando lentamente se mantiene un jirón de lo que fue― la cordura y la coherencia de la trashumancia. No cabe duda de que fueron las

limitaciones del transporte, unidas a unas condiciones climáticas muy concretas y difíciles en la península, las que pusieron en marcha una de las facetas más originales del mundo rural ibérico. Que en casi todo nuestro territorio dominen las lluvias otoñales e invernales y que solo llueva en verano en los parajes más septentrionales convertía la península Ibérica en un erial veraniego. Por el contrario, todas las montañas del norte, junto con los altos puertos de los sistemas Central e Ibérico, permitían mantener a los ganados durante la larga y cálida estación seca. Aunque había que llegar allí con el ganado, y solo podía hacerse a pie o, a lo sumo, a caballo, pastores, mayorales, rabadanes y demás escalones profesionales entre los pastores han participado en la práctica trashumante. Las llanuras, por su parte, ofre-

> Tras las condiciones climáticas, el segundo factor que más ha contribuido al modelado de los paisajes en la península Ibérica ha sido la ingente labor de ganaderos y agricultores. Imágenes de pastores y rebaños pastando en las heladas estepas de las Bardenas Reales de Navarra. > After climatic conditions, the second factor that has contributed most to modelling landscapes on the Iberian Peninsula is the enormous task of farmers and stock raisers. Shepherds grazing their flocks on the frozen steppes of Las Bardenas Reales in Navarre.

cen un clima más tolerable y pastos renovados durante los meses fríos. Ir y venir desde las sierras a los llanos... Suele escaparse a las actuales consideraciones el hecho de que no pocas de nuestras mejores panorámicas paisajísticas deben su aspecto presente a la tarea que acometieron pastores y ganados durante siglos. Por ejemplo, las praderas de casi todas nuestras sierras, los baldíos del oeste peninsular y la dehesa, sobre la que nos extenderemos en el capítulo siguiente. Solo en los casos de las praderas de tipo alpino, así como en el conjunto de los páramos y las falsas estepas españolas, podemos asegurar que existían, y siguen dándose, lo que podemos considerar un paisaje ganadero sin intervención humana. Todos los demás son facetas acti-

vas o regresivas de una más de las fuerzas creadoras de paisaje. Sin duda, en este caso, la más destacada. Porque desde la perspectiva temporal, es decir, la que incluye el trabajo del ganadero, sobre todo a través del fuego y de los milenios, mucho de lo que vemos ha sido conseguido por la voluntad de abrir espacios para que el ganado pueda medrar. Las capacidades moldeadoras de la erosión o de los movimientos orogénicos actúan a una escala mucho más lenta. La novedad, en cualquier caso, nos llega en los últimos decenios, cuando la capacidad de los artilugios logrados por la tecnología es capaz de grandes modificaciones en el paisaje en períodos de tiempo casi instantáneos. Esto no puede quedar en el ámbito de lo valorado como normal. Se nos escapa, en efecto, que la apertura

75

La España rural

76

> Aunque la dramática bajada de precios de la lana convierte esta escena en algo cada día menos frecuente, todavía es posible contemplar el esquileo en comarcas como La Serena, en Extremadura. >> En la media y alta montaña a menudo se dan situaciones en las que la huella de los esfuerzos ganaderos queda indeleblemente reflejada en la organización de el territorio. Villaverde, en la comarca de Os Ancares, Lugo. > Although the drastic drop in the price of wool means that this scene is becoming increasingly rarer, shearing may still be observed in regions like La Serena, in Extremadura. >> In the medium-to-high mountains, situations often occur in which traces of stock raising activity are indelibly engraved on the lay of the land. Villaverde, in the Os Ancares region, Lugo.

77

La España rural

80

de miles de kilómetros de vías de acceso en el paisaje de montaña, en la mayor parte de los casos con fines de tipo ganadero, para acceder a los prados, por ejemplo, supone la mayor modificación de los paisajes originales. Si tenemos en cuenta que una motoniveladora o un tractor con cadenas puede hacer en un día lo que antes costaba un año de trabajo manual, en nada se exagera al incorporar como nueva fuerza geológica el poder transformador que se ha alcanzado últimamente. En cualquier caso, el lápiz que más dibujó es el agua, elemento que invariablemente da contenido y sentido al clima. A la postre, todo lo que vemos es, en lo corto o en lo largo, una criatura del clima. Los ámbitos dominados por el clima atlántico, siempre y cuando estén por debajo de los 2.000 m de altitud, son el dominio de los bosques caducifolios. No caben dudas sobre el hecho de que hace pocos siglos la inmensa mayoría de las laderas de los Pirineos, la cordillera Cantábrica y

las sierras gallegas se hallaban tapizadas por robles y abedules, serbales y castaños, alisos orillados y tejos, tantas veces milenarios y no pocas sagrados. Muy lentamente y cerca siempre de las fuentes o de las orillas de los cursos de agua, fueron abriendo los ganaderos de antaño un sinfín de claros. El mosaico resultante es la primera característica de los paisajes rurales de todas las provincias septentrionales y de algunos de los enclaves montanos del interior. En los bordes de la Meseta, sobre todo en la parte norte de la castellano-leonesa, también aparece la clásica alternancia de los espacios destinados a las herbáceas y los bosques o bosquetes. Un cambio radical se inició a mediados del siglo xix. Con la introducción de especies no propias del solar peninsular comenzó un indeseable proceso de artificialización de estos mismos enclaves. Lo que antes ceñía a los prados eran esas mismas especies autóctonas. Las fragas y carballeiras dejaron así su lugar a pinadas y eucaliptales.

> Daría López, como tantas mujeres rurales, acomete buena parte de las labores de mantenimiento de la explotación familiar en VillaverdeNavia de Suarna. José Ramón González, de 90 años, junto al hórreo y palloza de casa Casoa, en Piornedo, Os Ancares, Lugo. > Daría López, like so many other peasant women, is responsible for much of the upkeep of the family farmstead in Villaverde-Navia de Suarna. José Ramón González, aged 90, next to the raised granary and hayloft of Casa Casoa, in Piornedo, Os Ancares, Lugo.

El paisaje ganadero por excelencia, todavía compatible con el bosque nativo, se convirtió en una demasía de cultivos arbóreos industriales. La cesión de derechos de uso y la lenta –aunque desde entonces continuada– regresión de la actividad se encargaron de una de las más dolosas transformaciones a peor de los paisajes del mundo rural. Un mínimo criterio estético sería más que suficiente para valorar como desvalijador este cambio generalizado de uso del paisaje ganadero por excelencia en nuestro país. Aunque con mínimos de población, la actividad ganadera se puede llevar a cabo con poquísima mano de obra; los pueblos de la media y alta montaña se caracterizan desde siempre por los escasos vecinos en ellos instalados. Cuando a mediados del siglo xx se disparó el abandono de pueblos no quedaron dudas sobre el hecho de que la mayoría estaban en esos dominios. Por eso mismo estos ámbitos podían ser compartidos por algunos representantes realmente agres-

tes de la fauna española. Éstos son, todavía, los dominios del lobo y del oso, del corzo y del urogallo, que por supuesto son todavía más frecuentes en los ámbitos predominantemente forestales, como veremos a continuación. Las brañas, los prados, pastizales y landas de altura en cualquier caso son el hogar de muchas especies que mantienen su identidad y libertad, pero que han mejorado sus potencialidades precisamente por este tipo de actividad ganadera: alondras, bisbitas, gorriones, acentores –estos tres últimos con el apellido de alpinos– pueden servirnos como ejemplo. Pero no menos los roqueros rojos y los mirlos capiblancos. Así entre los pájaros. Los mamíferos que conviven con los rebaños que suben a las montañas son desde los mismos rumiantes, como rebecos y cabras montesas, hasta los armiños y las perdices nivales o lagópodos alpinos. Las pastorías siempre aportaron la carroña esencial a buitres, quebrantahuesos, lobos y, por supuesto, a

81

La España rural

82

los osos. Estos dos últimos grandes carnívoros en realidad dependen en mucho mayor grado de lo que generalmente es aceptado de los animales muertos que encuentran en los campos. Los abrevaderos, naturales pero también tantas veces artificiales, suman uno de los nichos más originales. Una particular fauna anfibia depende de ellos, con ranas, tritones y salamandras a la cabeza. En muchos enclaves resulta imposible la supervivencia de estas especies sin el ganado. La otra cara de la moneda es la masificación de las formas intensivas de producción ganadera. También esta novedad histórica ha creado un paisaje y una portentosa enfermedad. Las granjas que concentran hasta muchos miles de cabezas de ganado suponen la presencia en muchos lugares de lo menos natural que conocemos, es decir, las

fábricas, las construcciones, los silos y sobre todo enormes acumulaciones de excrementos que se convierten, en varias provincias y comarcas, en un exagerado daño a los suelos y los acuíferos. Del prado al establo hay una distancia tan grande que parece mentira que ambas realidades estén destinadas al mismo fin. Pero volvamos a los paisajes de verdad. Que nuestras abruptas serranías sean una de las señas de identidad del solar ibérico nos proporciona una de las principales diferencias en cuanto al mundo rural. Nuestros paisajes no solo han resultado mucho menos culturizados que los de la mayoría de los que dan personalidad a los países vecinos. La montaña y la alta meseta nos convierten en el país más natural, pero también en

> Todavía quedan casos en que la convivencia entre personas y animales tiene como escenario el mismo habitáculo. Éstos se guarecen en una zahúrda incorporada a una palloza de Os Ancares, Lugo. > We still come across cases in which people and animals live together in the same dwelling. Here the pigs live in a sty incorporated into a traditional thatched cottage (palloza) in Os Ancares, Lugo.

> Curado de jamones de cerdos ibéricos en la aldea de Monte Puerto, Huelva. > Iberian hams being cured in the village of Monte Puerto, Huelva.

el de más difícil accesibilidad, de Europa occidental. Son también estas cuestas y arrugas del horizonte lo que más ha determinado la importancia de la cabaña ganadera y los vaivenes trashumantes. Para no pocos, es más, el rasgo que mayor personalidad confiere a nuestra Cultura Rural es que ha luchado más contra paisajes muy exigentes y durísimas condiciones climáticas. Todo ello ha sido considerado como lastre o freno para una más rápida incorporación a los procesos desarrollistas de los dos últimos siglos. Puede que sea cierto, pero no lo es menos el hecho de que, ahora, son mucho más requeridos y visitados los paisajes sin destrozar, de los que nuestros sistemas serranos y pastoriles dan un excelente ejemplo. De hecho, la convivencia de lo agreste, lo boscoso y los ganados ha

dado una de las mejores combinaciones posibles. Todo esto está siendo remodelado en estos momentos por las fuerzas espontáneas. Los mismos inventarios forestales lo confirman. La pequeña ganancia que los bosques están consiguiendo en los últimos 25 años se debe a la combinación de abandonos, tanto por parte de la agricultura como de la ganadería. Ha pasado a ser poco menos que excepcional el mantenimiento de las pastorías viajeras, incluso las que lo hacían sin recorrer grandes distancias. Si además tenemos en cuenta que las arboledas ya estaban refugiadas en un porcentaje de más del 60 % en la media y la alta montaña, queda patente que los paisajes ganaderos extensivos merman a favor de su antecesor, del que de inmediato nos ocupamos.

83

> Una nítida autosuficiencia domina muchas de las formas de vida rurales. En efecto, a menudo la explotación familiar es claramente autónoma. Bueres, concejo de Caso, Parque Natural de Redes, Reserva de la Biosfera, Asturias.

La España rural

84

>> El ganado suelto en las montañas, sobre todo el caballar, como en este caso, facilita considerablemente la labor de los propietarios, si bien acentúa la pérdida de cabezas por ataque de osos y lobos, con el conflicto añadido que ello acarrea. Puerto de la Bonaigua, Lleida.

> Absolute self-sufficiency characterises many forms of rural life. Indeed, the family farmstead is often entirely independent. Bueres, Concejo de Caso, Parque Natural de Redes, Reserva de la Biosfera, Asturias. >> Allowing livestock to run loose in the mountains, above all horses as in this case, makes the owners’ tasks considerably easier, although a greater number of head is lost due to attacks by bears and wolves, with the added conflict this carries with it. Puerto de la Bonaigua, Lleida.

La España rural

86 87

La España rural

88

> Avifauna muy vinculada al mundo rural de las estepas ibéricas. Avutarda, el ave más representativa de las llanuras cerealistas y las estepas; cigüeñas blancas, macho de ganga ortega bebiendo en una balsa para uso ganadero y la rara alondra de Dupont. > Wildfowl closely linked to rural life on the Iberian steppes. The great bustard, the bird most representative of cornfieldcovered plains and steppes; white storks, a male black-bellied sandgrouse drinking from a pool for livestock, and the rare Dupont’s lark.

La España rural

90 91

93

La España rural

92

> Los corzos sienten una especial atracción por el ramoneo de árboles frutales, en este caso almendros. >> Huella de lobo en un bosque de acebos y robles, la especie que sigue ocupando el eje central del conflicto entre ganaderos y medio natural. > Roe deer have an especial predilection for the branches of fruit trees, almond trees in this case. >> Paw print of a wolf in a wood of holly and oak. This species still lies at the core of the conflict between stock raisers and the natural environment.

95

La España rural

94

> El sisón, que en la actualidad vive un proceso de rápida disminución de sus poblaciones, es uno de los ejemplos de un aspecto que preocupa y mucho en los últimos tiempos: el desplome de casi todas las especies silvestres ligadas a los campos cultivados. > The little bustard, whose numbers are rapidly dropping, is one of the examples of an aspect that has been causing great concern in recent times: the petering out of almost all wild species associated with cultivated fields.

97

La España rural

96

> El vínculo, obvio, entre ganadería y especies carroñeras quedó prácticamente roto con la prohibición de dejar cadáveres en los espacios abiertos a raíz de la epidemia de las vacas locas. En la actualidad, se está recuperando una parte de los muladares que han mantenido en los últimos decenios una floreciente población de buitres leonados. > The obvious link between stock raising and scavengers was almost broken by the ban imposed on leaving animal corpses in open spaces when the mad cow epidemic hit Spain. Now some of the middens are being recovered that in recent decades sustained a flourishing population of griffon vultures.

99

La España rural

98

> Dos caras de la naturaleza, el prolífico conejo, que comienza también a recuperarse tras décadas de auténtica escasez, y el quebrantahuesos, una de las especies de aves con menos efectivos en todo el Viejo Continente y que igualmente ha comenzado a alejarse del peligro de extinción. > Two sides of nature: the prolific rabbit, which is now also making a comeback after decades of genuine scarcity, and the bearded vulture, one of the rarest birds on the entire Old Continent, which has also begun to repel the threat of extinction.

101

La España rural

100

> Macho de ganga ibérica en un campo de secano en el valle del Ebro.

> Zorro común, uno de los comensales que acuden a los cadáveres de ganado.

> A male pin-tailed sandgrouse on a dry farming field in the vale of the Ebro.

> The common fox, one of the species that scavenge on the corpses of livestock.

103

La España rural

102

> El retroceso, enorme, de las prácticas ganaderas tradicionales, sobre todo en la alta montaña, está potenciando el auge de las especies silvestres como en el caso de las cabras montesas. Sierra de Gredos, Ávila. > The drastic drop in traditional stock raising activities, above all in the high mountains, is fostering the increase of wild species such as the Spanish ibex. Sierra de Gredos, Ávila.

BOSQUES

E

La España rural

104

n países como el nuestro no queda una sola hectárea de bosque sin que sobre la misma no haya puesto su mano algún ser humano. Por supuesto, también los pies han hollado la totalidad de las tierras arboladas de esta porción del Viejo Mundo. Si acaso han podido quedar al margen de todo uso algunos de esos escuetos bosquetes que, como alpinistas varados, crecen en cornisas poco menos que inaccesibles en abras, cañones, tajos y cortados. Con todo, el bosque es, sin duda alguna, el primer entorno de no pocas de las actividades que hoy quedan tan alejadas de las actividades convencionales del mundo rural. No quiere esto decir que no contemos con una porción del sector primario claramente vinculado a la explotación de los recursos forestales directos, como la madera. Es más, en estos momentos algunos otros regalos del bosque casi resultan más atractivos, al menos desde un punto de vista social, que los puramente comercializados. Queda mucho para que se entienda, comparta y respete la función del bosque, pero al menos podemos estar seguros, como más adelante ampliaremos, que el porvenir de la Cultura Rural, como el de casi todo lo demás en este mundo, pasa por el grado de conservación que le demos a las masas forestales del planeta o de cada país en particular. Todavía más importancia tendrá el que agrandemos, y mucho, el territorio arbolado de un país que podría ser definido perfectamente como el de la arboleda perdida, donde la ceniza siempre puede ser una más de las consecuencias del desmantelamiento del mundo y la cultura rurales. Porque a nadie se le escapa que más del 70% de nuestro territorio otrora fue bosque y que el potencial para volver a serlo, aunque mermado, sigue estando ahí. No es que quepa devolvérselo todo, pero en nada resulta exagerado el considerar que contamos con más de 10 millones de hectáreas con clara vocación forestal, que no son necesarias en absoluto para el mantenimiento de las actividades del sector primario y que cubrirlas de árboles está totalmente al alcance de nuestras posibilidades, tanto técnicas como económicas.

En líneas generales, nos aproximamos a los 14 millones de hectáreas arboladas en nuestro país. Ciertamente, en los inventarios han sido incluidas superficies que pueden tener desde un par de miles de pies hasta solo un par de decenas por la misma unidad de superficie. En esos territorios los botánicos han llegado a clasificar hasta 82 tipos básicos de formaciones arbóreas, de tipos de comunidades vegetales. Casi doscientas plantas pueden formar espesuras apropiadas para una emboscada. En cuanto a las cantidades más singularizadas, se puede aportar el dato de que contamos aproximadamente con entre cinco y seis mil millones de árboles en España (150 por habitante). A la cabeza de los mismos figura la encina, árbol que debería presidir los símbolos que representarían a nuestro país con verdadero sentido, con casi 700 millones de pies. El conjunto de los cinco pinos más frecuentes suman más de 2.500 millones de árboles en pie. Las comunidades más arboladas de nuestro país son todas aquellas que comprenden un sector de los Pirineos; y las que menos, las

> La madera sigue siendo la más utilizada de las materias primas que nos proporciona el bosque. Como combustible es el preferido en los asentamientos rurales cercanos a arboledas. > Timber continues to be the most exploited of the raw materials that forests provide. It is the favourite fuel in rural settlements near woodlands.

> Hayedo en Belate, Pirineos de Navarra. >>> En pleno delirio urbanístico resulta fácil olvidar que todavía la madera es —también— el primer elemento de muchos buenos resultados arquitectónicos. O que aún más de la mitad de las viviendas del planeta están construidas con esta materia. Detalle de un hórreo, típica construcción del agro gallego. > Beech wood in Belate, in the Pyrenees of Navarre. >>> At the height of unfettered urban development, it is easily forgotten that wood is still also the prime component of many fine examples of architecture, or that over half the planet’s dwellings are built from this material. Detail of a raised granary or hórreo, a typical Galician agrarian structure.

de algunas islas de Canarias y las provincias del sudeste peninsular. Nos pongamos como nos pongamos, las arboledas españolas son, en un alto porcentaje, un cultivo. Si nos dejamos llevar por el rigor, carece de sentido el uso del término «bosque», si queremos, claro, considerar que solo lo es el que resulta del todo espontáneo y no padece las constantes agresiones que son norma en casi todos ellos. No contamos con un solo enclave forestal primario. Con esta expresión solemos referirnos a los intocados. Es decir, que aquí y ahora, sobre todos los territorios arbolados del país, se ha llevado a cabo algún tipo de actividad extractiva. Si añadimos los usos cinegéticos y recreativos queda todavía más clara la afirmación. Como ya hemos señalado, la mayor parte de la ganadería extensiva de España tiene la suerte de disfrutar de unas pocas o muchas sombras. El todavía

encomiable sistema de dehesas preside esa relación entre los animales que nos alimentan y los árboles que nos preceden, de lo que no cabe por menos que ampliar las consideraciones hasta una de las más olvidadas facetas relacionadas con el mundo rural. La tutela de los bosques, que en su inmensa mayoría son de titularidad privada, sigue siendo responsabilidad individual o poco menos. Lo que no deja de resultar contradictorio con el hecho de que no podemos encontrar algo más público ni más benéfico que el árbol y los suyos. No cabrían en todo este volumen ni siquiera la enumeración de los elementos, materias primas, principios activos, servicios directos e indirectos que la arboleda nos proporciona. De ahí que escape a cualquier valoración convencional la estimación de la importancia social, cultural, económica, ambiental, educativa y emocional del bosque, que quedará multiplicada cuando

105

> Los bosques siguen siendo, en buena parte de España, un ámbito fundamentalmente ganadero. Así se puede constatar en lugares como el hayedo de Urbasa, Navarra (en esta página), o en cualquiera de las dehesas de Extremadura, como las de Serradilla, Cáceres (en página siguiente). > In much of Spain woods continue to be a fundamentally stock raising environment, as we observe in places like the beech forest of Urbasa, Navarre (this page), or in any of the wooded meadows of Extremadura, such as those of Serradilla, Cáceres (following page).

se entienda que no existe, en estos momentos, nada más eficaz y eficiente, de cara a combatir el cambio climático, que la multiplicación de los mejores convertidores de la luz en vida. Es más, el dato acaso más importante de los infinitos que podemos relacionar con las formaciones arbóreas es el que nos confirma que los árboles españoles son capaces de sepultar hasta el 20% del carbono liberado por nuestro modelo energético.

La dehesa

La España rural

108

Muchos podrían considerar que este apartado debería figurar junto a los paisajes ganaderos, esos a los que hemos dedicado las primeras líneas del apartado sobre los paisajes del mundo rural. Pero hemos preferido incluirlo entre los propiamente forestales por una sencilla razón. Por un lado, porque son también agrarios. Mucho más ganaderos, por supuesto; pero se cultivan muchos cientos de miles de hectáreas de dehesas, lo que no evita que su principal característica sea la de un arbolado en pie, con muchos millones de encinas, seguramente más de trescientos, lo que permite que una considerable porción de las funciones ecológicas del bosque mediterráneo permanezcan incólumes. Para rubricar esta consideración no podemos por menos que poner el acento en el hecho de

que las dehesas pueden ser consideradas, casi por doquier, como una de las grandes fondas de la vida en España. Es más, prácticamente toda la gran fauna de vertebrados del Viejo Mundo puede encontrarse o vincularse de alguna forma a este paisaje. La multiplicidad vital, la diversidad biológica de estos paisajes consigue superar a la de numerosos ámbitos mucho más naturales. Desde máximos de plantas herbáceas, insectos, orquídeas y hongos, hasta de la gran fauna continental, con casi todas las aves rapaces y de pastizal a la cabeza. Aunque también amenazada por un envejecimiento sustancial y por la propagación de la «seca», enfermedad que consigue matar a los árboles, añosos o no, la dehesa encabeza la sensatez en cuanto a los sistemas ganaderos, incluso los no vivaces por exceso de abonado químico, fitosanitarios y biocidas. Pero si se quiere que la economía ecológica tenga algún papel de parachoques en momentos como el presente, no debemos desaprovechar la fortuna que supone que millones de hectáreas del país puedan producir alimentos sin apenas impacto medioambiental y con un potencial conservacionista de primera magnitud. Porque no solo se trata de la consabida gran fauna, belleza paisajística, mantenimiento de ciclos y procesos esenciales…, sino también de que no cabe encontrar mejor ámbito para el mantenimiento de muchas razas autóctonas,

sistemas tradicionales de manejo, recuperación de la trashumancia, multiplicación de la flora herbácea e, incluso, investigación básica para la generalización de tales procedimientos. La base, esa que ya falta en tantos lugares, es lo que afortunadamente aporta la dehesa. Si no por su belleza, sí al menos por su formidable rentabilidad, en la que por supuesto debe ser incluida toda la gama de servicios ambientales y culturales, deben ser razones más que suficientes para que todas las dehesas que nos quedan sean incorporadas a los bienes intocables de nuestro patrimonio. Pero como se trata de un sistema de sistemas vivientes no puede quedar descartado que de la utilización directa deba nacer precisamente el compromiso por la regeneración. Con lo que también este incomparable hallazgo de la Cultura Rural puede convertirse en el modelo de lo que en líneas generales llamamos «permacultura», es decir, la actividad sin externalidades, sin utilizar nada ajeno o lejano al lugar donde se produce. Integral e íntegro sería el mejor titular para esta forma de uso del paisaje ganadero, pero con la capacidad no solo de un mantenimiento sostenido, sino también de que el aumento de los rendimientos directos de la ganadería y la agricultura sea el mismo que potencie el acrecentamiento de lo puramente natural. No es frecuente, pero conviene que lo espontáneo crezca al mismo tiempo que lo humano. Algunos hemos disfruta-

do, y no pocas veces, del extraordinario espectáculo que supone ver crecer cosechas y ganados al mismo tiempo que lo hacían bosques y praderas naturales, como queda claro en las conclusiones de este libro. Al modelo de excesos que caracteriza al tiempo presente debe suceder uno de sintonías y armonías con los procesos que mantienen la vida en su conjunto.

La «seca», el mal absoluto… Desde hace unos tres decenios, los árboles en general, y castaños, robles, encinas y alcornoques en particular, vienen sufriendo una serie de enfermedades a cada cual más inquietante. La grafiosis de los olmos prácticamente acabó con todos ellos. La tinta del castaño mermó considerablemente la especie y sobre todo hizo poco rentable el esfuerzo acometido por los que pretendían nuevas repoblaciones. La defoliación prematura es una norma en buena parte de las frondosas convencionales. Pero ninguno de estos procesos indeseables resulta tan preocupante como la llamada «seca» de las quercíneas, sobre todo, las mediterráneas. Se trata de una enfermedad que comienza manifestándose con la aparición de una o algunas ramas secas y que culmina con la muerte del árbol completo, unas veces a las pocas semanas, otras después de varios

109

> Dentro del Parque Nacional de Monfragüe, Cáceres, han quedado amparados varios miles de hectáreas del paisaje más evocador del mundo mediterráneo, la dehesa. > The Parque Nacional de Monfragüe, Cáceres, encompasses several thousand hectares of the landscape most evocative of the Mediterranean world, the wooded meadow.

La España rural

112

años de extraña y lenta agonía. La procedencia de lo que podría acabar siendo una verdadera tragedia nadie la conoce todavía con seguridad absoluta. Parece clara la participación de un hongo del género Phytophora, muy extendido casi por todas partes y que tiende a pudrir las raíces de las plantas que parasita. Pero al mismo deben sumarse otros factores retroalimentadores de la capacidad lesiva del invasor. La que más posibilidades tiene de las muchas barajadas es el cambio climático tal y como hasta el momento lo conocemos. Es decir, ese brusco y hasta raudo cambio de todos los parámetros de los temperos de la atmósfera. Ese que nos ha llevado a que todos los registros convencionales hayan sido rebasados en los últimos años. Esto supone que entre los descomunales desafíos del inmediato futuro, y que desde luego quedarán ligados al mundo rural, está ya la pugna por mantener vivaces a esos más de 1.500 millones de quercíneas que se hallan

afectadas por esa enfermedad. Recordemos que se estima en 20 los millones de encinas, melojos y alcornoques que murieron en 2009. Ni que decir tiene que si se confirman las cifras relacionadas con el aumento de las temperaturas medias asociadas con el cambio climático, la «seca» puede campar a sus anchas y producir la más grave catástrofe ecológica de la historia de nuestro entorno. De ahí que cada día convenga más que los componentes del mundo rural se impliquen en la conservación del medio, cambien sus costumbres energéticas y se incorporen a la propuesta del desarrollo rural sostenible.

Los productos no cultivados Casi más importancia tiene el conjunto de rentas de las primicias del bosque (hongos, caza, pesca, resinas, corcho, esparto, leñas, carbón vegetal, mantillo, turba, piño-

> Monte abierto, hueco o aclarado, en este caso de alcornoques. Una norma en el sur peninsular. A la derecha, bosque denso e ininterrumpido, en este caso mixto por la presencia de pinos silvestres, hayas y arces en los Pirineos. > Woodland clearings, in this case of cork oaks, a rule in the southern Peninsula. Right: dense, uninterrupted woodland, here mixed by virtue of the presence of Scots pines, beech trees and maples, in the Pyrenees.

nes, castañas, bellotas, plantas aromáticas, curativas, miel, esencias, turismo o deportes de aventura). Todo ello, desde luego de especial valor, mantiene activas algunas de las líneas más interesantes que podrían dinamizar el mundo de los campos. La multiplicidad de los derivados que encontramos en todas y cada una de las facetas productivas del sector primario es algo que a menudo queda en lado invisible. Le sucede lo mismo que al horario de trabajo de las gentes del campo o a los mismos servicios de la Naturaleza. No son, en efecto, tenidos en cuenta como elementos todavía más esenciales por no formar parte de contabilidad alguna. En este sentido, nos encontramos con algo tan minimizado que no puede resultar mayor la distancia entre lo que es y el modo en que se valora. El bosque, en líneas generales, aporta tanto como efecto de su propia actividad que, insistimos, sus funciones, servicios, producción colateral

y proyecciones hacia el futuro son manifiestamente innumerables e inmejorables. Dejar, pues, que el bosque siga escanciándolas sobre la piel del planeta es lo mejor que se puede acometer, entre otros motivos porque el coste es cero y la ganancia enorme. Esto nos ha llevado a considerar que toda la inversión en la prevención de los incendios forestales es poca y muy barata si en el otro montón de la baraja colocamos lo que desde allí nos alcanza. Pero el bosque es también, como se ha afirmado en los primeros renglones, el gran generador de productos alimentarios muy bien identificados, codiciados y económicamente valorados. La multiplicación por veinte de los buscadores de setas a lo largo del último cuarto de siglo lo demuestra. No menos ha sucedido con la recolección de otros productos vegetales espontáneos. De ahí que no podamos por menos que revisar posiciones de partida. Porque también estamos presenciando una secuela especialmente indeseable en todo

113

115

La España rural

114

> La floración primaveral de decenas de especies que tapizan con jugosos pastos las dehesas nos permite recordar que este ámbito ostenta récords mundiales en lo que a plantas muy nutritivas para el ganado se refiere. En la imagen, dehesa de encinas en la provincia de Huelva. > The blossoming in spring of dozens of species that carpet wooded meadows with luscious pasture reminds us that these environments hold world records as far as highly nutritious fodder for livestock is concerned. In the photograph, evergreen oak meadows in the province of Huelva.

La España rural

116

lo relacionado con los productos naturales no cultivados. Porque resulta muy lamentable al respecto que la presión sobre algunos pocos seres vivos espontáneos, que pueden alimentarnos o deleitarnos, sea tan contundente como para que se encuentren en riesgo de desaparición. Con la psicológica perversidad de que tanto más se desconoce el mundo natural, o tanto más se viva alejado de los rurales, mayor es la presión y la falta de respeto hacia lo gratuito que se busca y colecta. La codicia de la mayoría de los cazadores, seteros, esparragueros es de una nocividad multiplicada. Algo, aunque poco, se ha regulado la práctica de la caza como queda dicho en otro lugar, pero queda mucho para que se pueda ordenar el uso lúdico y espontáneo de nuestros paisajes arbolados. Con lo que conviene añadir a los servicios del bosque el imponente estímulo que aportan a la salud mental de los que lo frecuentamos. En plena crisis nos movemos también en campos como el de la industria del corcho. Que solo un puñado de especies arbóreas sean capaces de renovar por completo su corteza, una vez perdida ésta, ya sería suficiente motivo como para la admiración y, ojalá, el respeto. Ya os ha alcanzado, seguro, la palabra «alcornoque». Delante de la misma, dándole todo el sentido, conviene poner al magnífico ser vivo que segrega, como si fuera una lenta fuente, el corcho. Poco o nada supera a este producto biológico en cuanto a propiedades y prestaciones. El que prácticamente todos hayamos usado trozos de la piel del alcornoque, sin embargo, no ha generalizado ni un mínimo conocimiento sobre lo que conlleva, o acarrea. Mucho menos tenemos en cuenta lo que mueve, tanto desde un punto de vista natural y paisajístico como desde los parámetros económicos. De ahí estas líneas. Y es que en estos momentos avanzan, como las dos mandíbulas de una feroz tenaza, sendas amenazas sobre nuestros alcornocales. Por un lado, una enfermedad, la «seca», a la que ya hemos dedicado unas líneas un poco más arriba. Por otro lado, una sustitución en lo que al material destinado a tapar las botellas se refiere. Porque una descomunal torpeza subyace en el hecho de que cada día se utilicen más tapones de plástico, que son mucho peores para el fin al que son destinados pero que, además, ponen en peligro muchas más realidades que las industrias que elaboran los mismos con el prodigioso corcho. No es posible, al respecto, encontrar en parte alguna un material que sea al mismo tiempo aislante y que transpire, que sea poco menos que ignífugo y que podamos moldearlo a voluntad. Que hermosee una pared si es aislante doméstico y que genere mucho trabajo. No se trata solo de los muchos empleos, más de 20.000, que quedan asociados

al alcornocal. Por cierto, el conjunto de actividades relacionadas con el bosque, con la industria de la madera al frente, da empleo a unas 200.000 personas en el país. A los casi 80 millones de alcornoques que nos quedan, debemos vincular otros muchos servicios. Es decir, que no se trata exclusivamente del corcho; es que da la mejor conservación posible, un inmejorable aislamiento, una eficaz protección que la piel le proporciona al bello árbol mediterráneo, capaz por ello de superar incluso duros incendios. No menos preocupante resulta, en los últimos tiempos, el mundo de las colmenas, que suponía uno de los aportes complementarios de no pocas rentas agrarias y ganaderas, pero inseparable de la función básica, esencial de las abejas como polinizadoras. Las sucesivas enfermedades-plagas que han diezmado a las abejas melíferas llega al extremo de movilizar planes de gobierno para la recuperación de las que en el fondo nos dan de comer. Recordemos que sin polinización no hay cosechas y que buena parte de la que se obtiene en nuestros cultivos es obra de las afanosas pecoreadoras de las colmenas. Esas que ahora, precisamente, mueren de fatiga y despueblan sus colonias sin que apenas sepamos cómo enfrentarnos a tan grave amenaza. Por si acaso recordemos que se estima en algo más de millón y medio el número de colmenas activas que teníamos hace bien poco en nuestros campos, sobre todo arbolados. La estimación actualizada resulta difícil de hacer debido a la gran mortandad mencionada. No menor consideración merece la bellota, responsable del mantenimiento de los mejores productos ganaderos y de una imponente masa de vida silvestre. Se estima que los frutos de encinas y alcornoques pueden suponer no menos de 100 millones de euros. Algunos en cualquier caso, y para terminar, se han atrevido a dar una estimación total del rendimiento económico del bosque español. Y lo hacen en nada menos que unos 300.000 millones de euros. Todo ello sin contar, obviamente, con las jamás tenidas en cuenta prestaciones esenciales para la formación y la continuidad de la vida.

Los incendios forestales Pocos aspectos del mundo rural padecen contradicciones menos oportunas que las relacionadas con las arboledas, los cultivos forestales y los pocos bosques que nos quedan. De ser una necesidad perentoria, los árboles han pasado a un segundo plano en cuanto a sus usos. Esto no ha evitado que en no pocas zonas del país, sobre todo en la cordillera Cantábrica, no se siga quemando con obstinación dramática precisamente para abrir paso al diente

> El pino silvestre, albar o de Valsaín, es uno de los más demandados por la industria maderera. >> El roble albar sólo prolifera donde los veranos resultan frescos y húmedos, es decir, en la cornisa cantábrica, sus aledaños y en los Pirineos. > The Scots pine, also known in Spain as the pino de Valsaín, is one of the species most sought after by the timber industry. >> The sessile oak proliferates only where the summers are cool and damp, that is, on the Cantabrian cornice, its surroundings and the Pyrenees.

de los rumiantes. El fuego como instrumento de gestión del paisaje debía haber quedado en el más perdido de los pasados. No debe, en primer lugar, ser considerado como un uso tradicional. Aquí nos sucede lo mismo que con el debate acerca de la crueldad con los animales. Un error, por antiguo que sea, no debe mantenerse. Ni por viejo, ni mucho menos por joven. La llama es calamidad social, económica y por supuesto ambiental. Las pérdidas derivadas de los más de 15.000 fuegos de bosque que se declaran, por término medio, todos los años en España no han sido jamás calculadas con rigor y de forma que refleje lo que el bosque proporciona, además de la madera. Los retenes implicados en la prevención y extinción de los incendios forestales emergen últimamente como uno de los empleos más estables en el mundo rural. Pero la posible perversidad de que semejante desgracia, la de los incendios, por supuesto, se convierta en nueva industria conviene atajarla desde el primer instante. Sobre todo porque no está ligada a los verdaderos parámetros con los que debemos vincular a las arboledas. A las que se defiende desde la Administración pública con toda coherencia desde el momento en que poco o nada resulta más público que un árbol y sus formas de agrupación.

Incluyamos entre las agresiones que sufre el mundo rural la que supone el incendio. A menudo se suele apreciar, dado que prácticamente el 50% de los incendios son intencionados, que es el hombre o la mujer del campo el gran incendiario. Recordemos que otro 40% se atribuye a los descuidos en el uso del fuego para un sinfín de prácticas en el medio rural. Por lo tanto, solo el 10% de los incendios forestales se debe a causas naturales. Aunque puede ser cierto que el fuego es usado como herramienta de forma incorrecta en demasiados lugares, ha llegado la hora de que se le dé la vuelta al argumento. La primera víctima es el paisano de ese mismo enclave. Lo estremecedor, en todas las formas y lecturas posibles, es el hecho de que, por poner solo una cercana frontera temporal, en tan solo los diez últimos años se han quemado 1.200.000 hectáreas, lo que supera el tamaño de la Comunidad Foral de Navarra. El drama adjunto, del que organizaciones como WWF se han hecho especial eco, es que tan solo el 5% de las masas forestales privadas cuentan con planes de gestión, entre los que debería destacar la prevención. Pero sobre todo se trata de que entendamos el abismo que distancia el bosque de su conversión en cenizas, que no hay paisaje, ni nada de lo que define al mundo rural, tras el paso de las llamas. La ridiculez a la hora de la estimación de los daños económicos es uno de los dramas y una de las fisuras que crean una incomprensión mayor no solo del papel de la Naturaleza y de las comunidades rurales que viven en la proximidad de las arboledas. Es más, la defensa del bosque debería movilizar recursos infinitamente mayores, como mínimo el equivalente al 5% de lo que se dedica a infraestructuras. Ello supondría una notable fuente de empleo y las consiguientes repercusiones en cuanto a los beneficios medioambientales. De la misma forma que no cabe por menos que calificar como una de las mayores pérdidas al conjunto de más de dos millones de hectáreas quemadas a lo largo de los últimos 20 años, también conviene celebrar los magníficos resultados de años como el 2010, cuando culminado el verano, los incendios forestales en España apenas habían superado el 30% de la media acumulada.

117

La España rural

118 119

121

La España rural

120

> Los árboles constitutivos del bosque de ribera se cuentan entre los más estrechamente ligados a las actividades del sector primario. Todo lo contrario sucede con los casi siempre ralos y dispersos sabinares. >> La situación de algunas especies de árboles, como el tejo, sin duda uno de los que más vínculos tradicionales acarrea, no deja de ser preocupante en la actualidad. Por ello se exige la total y efectiva protección de los que quedan. > The trees that constitute riverside coppices are among the most closely linked to primary sector activities, thoroughly unlike the almost invariably sparse savine woods. >> The plight of a number of tree species like the yew, undoubtedly one of those that have most links with tradition, is cause for concern at present. For this reason, those that remain must be totally and effectively protected.

La España rural

122 123

125

La España rural

124

> Los bosques más completos se convierten, también, en el hogar de los últimos grandes carnívoros de nuestra fauna. Oso pardo entre serbales, brezos y arandaneras de la cordillera Cantábrica, en Asturias. >> El bosque llega a los hogares de muchas formas, algunas de extraordinaria plasticidad. > The most complete forests are also the habitat for the last of our great carnivores. Brown bear among service trees, heather and bilberry bushes in the Cantabrian mountains of Asturias. >> The forest reaches the home in many ways, some of extraordinary aesthetic quality.

La España rural

126 127

CAMPOS DE PAN LLEVAR

L

La España rural

128

a superficie cerealista no hace más que disminuir en países como el nuestro. Con todo, seguimos dependiendo de lo que nos proporcionan las cinco especies más cultivadas del planeta. No tanto por el consumo directo, cuanto por el hecho de que la alimentación de los animales que abastecen nuestras despensas se basa, sobre todo, en los cereales y alguna leguminosa. Una de las comprobadas evidencias de los efectos colaterales de la actividad agraria en los campos más extensos, en los dedicados al medro de los cereales, es que los indicadores biológicos no hacen más que alertarnos sobre las empobrecedoras consecuencias de la química agraria. El paisaje de los cereales implica uno de los mayores grados de simplificación que se han logrado a lo largo de la historia. Al menos, en relación con lo que nos rodea. Nuestro dominio ha convertido en dominantes a un puñado de hierbas. Pero tras esta alianza han concurrido efectos extraordinarios para el planeta y para las especies dominantes. Como una consecuencia secundaria, los campos de pan llevar han traído consigo una serie de fantásticas adaptaciones de comunidades enteras de animales y otras plantas. La superficie que España dedica al cultivo de los alimentos básicos se ha reducido durante los últimos años en algo más de 2.000.000 de hectáreas, que están siendo recolonizadas por arbustos y por un conato de bosque que esperemos los incendios respeten. De todas formas, el mundo de los secanos cerealistas sigue siendo el que ocupa un mayor territorio en nuestras mesetas y en los valles del Ebro y Guadalquivir. En pocos otros lugares que no sean los viñedos y olivares podemos calibrar el papel creador de paisaje del mundo rural como en estos horizontes ilimitados, en los campos de tierra arada o sobre la que crecen las espigas. Ni siquiera el extraordinario incremento del regadío ensombrece esta situación. La idea de granero sigue imperando en los conscientes o inconscientes colectivos a la hora. Una de las tragedias ambientales menos reconocida es que se añadió mucha más a la ya notable uniformidad de

los paisajes colonizados y modificados para dedicarlos al cultivo extensivo de cereales. Las concentraciones parcelarias, invocadas y llevadas a cabo como inexorable proceso de cara al aumento de la rentabilidad, ya se encargaron de la desaparición de muchos elementos sanos y ricos de las tierras de pan llevar. No se cayó en la cuenta de que todo clase de sotos, linderos, montículos de tipo majano, tiras de limitación entre propiedades sin más, se dejaban sin labrar para que quedara claro el tamaño y confines de cada predio. En fin, todo lo que suponía un escondite o una pequeña diversificación fue anulado para conseguir el aumento de lo cultivado. De la mano de estos criterios y como elemento de potenciación se buscó el que también fueran lo más eficaces posible las distintas máquinas agrarias. El tractor que quitó sudores se llevó por delante mucho paisaje. La cosechadora, al precisar todavía más la uniformidad del territorio, culminó la tarea de simplificación. Con la misma se empobrecieron, en gran medida, las comunidades de fauna y flora que en las llanuras de secano resultaban de enorme originalidad y casi siempre de proporciones demográficas descomunales.

> Las estaciones climáticas consiguen que la variedad se convierta en la piel de la uniformidad que tantas veces exigen los campos cultivados. A la izquierda, campos de trigo con amapolas cerca de Oliola, en la comarca de La Noguera, Lleida. A la derecha, floración primaveral en las estepas de La Serena, Badajoz. > Thanks to the seasons, variety becomes the skin of uniformity so characteristic of cultivated fields. Left: wheatfields with poppies near Oliola, in the La Noguera region, Lleida. Right: spring blossom on the La Serena steppes, Badajoz.

> Incluso tierras de notable dureza climática, como las estepas de la cuenca del Ebro, pueden ser aprovechadas para una cosecha anual de cereales de secano. Las Bardenas, Zaragoza.

La España rural

130

>> El trabajo de estos tractores, labrando en la Puebla de Montalbán, Toledo, alcanza un resultado… algo así como la condición de abstracta obra de arte. > Even those areas affected by severe climates, like the steppes of the Ebro basin, may be exploited as dryfaming land for an annual harvest of cereals. Las Bardenas, Zaragoza. >> The work of these tractors, labouring in La Puebla de Montalbán, Toledo, achieves a result… rather like a work of abstract art.

131

135

La España rural

134

> Las obligadas geometrías del laboreo de los campos multiplican el juego de formas y colores. En esta página, Haza, Burgos. A la derecha, Maguilla, Badajoz. > The inevitable geometry of ploughed fields enhances the interplay of forms and colours. This page: Haza, Burgos. Right: Maguilla, Badajoz.

La España rural

136

> Esclarecedor documento gráfico. Al sur de la sierra de Alcubierre, en Los Monegros, quedan dispersas algunas sabinas que demuestran que otrora estos predios formaron parte del bosque. >> Encinas, casi relictas, charca o abrevadero artificial en plena campiña cordobesa. > A clarifying graphic document. South of the Sierra de Alcubierre, in Los Monegros, a number of scattered savines denote that in the past these lands formed part of the wood. >> Almost relict evergreen oaks and an artificial pool or drinking place in the heart of the Córdoba countryside.

137

La España rural

140

> No resultan raros los ejemplos en los que la supervivencia del árbol más característico de la península Ibérica, la encina, ha quedado sujeta durante siglos al más evidente capricho de los cultivadores. Hinojosa del Duque, Córdoba. >> Desde el aire, con la distancia, los campos labrados pueden ofrecer a la imaginación un amplio repertorio de formas y evocaciones. El Membrillo, Toledo, y Los Monegros, en las dobles páginas siguientes. > A substantial number of examples reveal that the survival of the Iberian Peninsula’s most characteristic tree, the evergreen oak, has been subjected to the whims of cultivators. Hinojosa del Duque, Córdoba. >> From the air and from a distance, ploughed fields offer the imagination a broad repertoire of forms and evocations. El Membrillo, Toledo, and Los Monegros, on the following double pages.

141

LOS OLIVARES

L

a importancia que tienen los casi 250 millones de olivos que crecen en España queda demasiado arrinconada. No porque su principal producto, el aceite, no pase por una estimulante recuperación en lo que a la convencional utilización directa se refiere, por supuesto, con todos los convencionales vaivenes del precio que hostigan a la totalidad del sector. El paisaje que resulta de las obligadas geometrías del olivar nos recuerda a la misma estructura de lo que más importa para que la vida siga, es decir, los árboles. A menudo se nos quiere hacer olvidar que nada tiene de circunstancial ni azaroso, ni mucho menos de caprichoso, el aspecto de lo que vemos. La forma de los gigantes vegetales, por ejemplo, responde a tantas fuerzas creativas destinadas a los máximos de eficiencia y eficacia, que dejan realmente empequeñecidas a demasiadas de

La España rural

146

nuestras propias construcciones. Porque un árbol es la perfecta combinación de lo circular, que es la superficie donde más cosas caben, con un determinado límite con lo fractal. Las raíces y las ramas, junto con las nervaduras de las hojas, que de alguna u otra forma se aproximan a los círculos, tienen ese ir creciendo con repeticiones a escalas cada vez mayores que no podemos por menos que identificar como básicas en las estructuras vivas más sencillas, pero que por acumulación, propagación y repetición acaban por formar enormidades palpitantes como son todos los cuerpos terminados de los seres vivos de los cinco reinos de la vida. No olvidemos que nosotros mismos también somos fractales, como explicita la forma de los sistemas nervioso, óseo y sanguíneo que sostienen o recorren nuestro organismo. Que no estamos demasiados lejos del patrón formal de

> El olivar organiza una considerable porción de paisajes, labores y Cultura Rural. En el ámbito mediterráneo su papel es comparable al de los cereales o las viñas como base de la vida campesina. A la izquierda, recogida tradicional de olivas arbequinas cultivadas en bancales por la familia Escalé-Català, en Els Omellons, comarca de Les Garrigues, Lleida. A la derecha, José Irisarri vareando olivas de la variedad negral, en Barillas, Navarra. > Olive groves organise a considerable number of landscapes and activities as well as aspects of rural culture. In the Mediterranean world, their role is comparable to that of cornfields or vineyards as the basis of country life. Left: traditional gathering of arbequina olives cultivated on terraces by the Escalé-Català family in Els Omellons, in the Les Garrigues region of Lleida. Right: José Irisarri knocking down olives of the negral variety in Barillas, Navarre.

La España rural

148

los árboles. Todo esto viene a cuento de que la alineación de los olivos que puede parecer una monótona redundancia, de inmediato queda compensada por la globosa y bicolor copa y hasta por la tremendamente caprichosa forma de los troncos en cuanto éstos tienen más de medio siglo de vida. La condición de horizonte que tantas veces alcanzan las interminables hileras de estas arboledas nos asombra sobre todo por lo que demuestra. Tanto por lo que supone el esfuerzo de generaciones que apenas contaron con fuerza que no fuera la de ellos mismos o de sus animales de carga, como por esa capacidad de creación de paisajes enteros que rubrican las geometrías del olivar. Solo otros dos casos, a escala mundial, pueden competir con los paisajes agrarios de provincias casi enteras como la de Jaén. Son los arrozales en bancal de algunos enclaves de Indonesia,

China y Filipinas, y los viñedos de La Geria, en Lanzarote, donde cada cepa ocupa un embudo excavado en cenizas volcánicas. Cuando una imponente transformación consigue complejidad armónica suficiente como para que no echemos de menos a lo precedente conviene que lo estimemos como parte esencial de un deber: el de no traicionar la herencia recibida, que es precisamente lo que está sucediendo. Porque muy al contrario de lo que el propio olivo proclama con rotundidad, es decir, que su austeridad destila el mejor alimento y desafía al tiempo, el milenarismo y hasta el hecho de que algunos ejemplares alcancen los dos mil años demuestra que los olivos son mucho más que un organismo vivo que se adaptó al clima mediterráneo sacando de él un enorme provecho. Es historia, cultura, pero sobre todo es porvenir. De ahí precisamente que es hacia

> Acaso por la capacidad de los olivos para desplegar vidas centenarias, y hasta milenarias, tenga más sentido la compañía que les brinda José Poyato Zafra, de 83 años, en un olivar de Zuheros, Córdoba. A la derecha, labrado de olivares en Guareña, Badajoz, a vista de pájaro. > By virtue perhaps of the fact that olive trees may live for centuries, even millennia, it makes more sense that José Poyato Zafra, aged 83, should keep them company in Zuheros, Córdoba. Right: bird’s-eye-view of olive groves in Guareña, Badajoz.

>> El paisaje agrario más intenso del planeta lo aportan los muchos millones de olivos que crecen en la mitad sur de España, como puede apreciarse en Zuheros, Córdoba. >> One of the planet’s most intensive agrarian landscapes is constituted by the many millions of olive trees that grow in the southern half of Spain, as we may appreciate in Zuheros, Córdoba.

el futuro por donde se alargan los servicios y los regalos del árbol. Porque pocos otros elementos de la Cultura Rural o del paisaje mismo son tanto el producto de una herencia. Perdida la espontaneidad absoluta de los acebuches, nos queda el hecho de que también cumplen funciones ambientales de primera categoría, incluso insustituibles en el momento por el que transitamos. Porque este logro agrario resulta hoy una herramienta de primera mano para enfrentarse a lo que, sin duda, resulta el más inquietante desafío para la humanidad: el cambio climático. Los olivares españoles están descaradamente en la primera línea con relación al avance de los desiertos. Tenemos que mantenerlos en pie como si de una empalizada se tratara para contener la aridez al otro lado.

De ahí el desgarrador tropiezo del presente cuando se fuerza a los olivos a no ser lentos, tenaces, austeros. Cuando se les riega para agrandar su cosecha pero acortar su vida. Pero sobre todo cuando en lugar de frenar a las cárcavas, éstas son potenciadas por la completa irracionalidad de plantarlos en laderas con más del 15 % de desnivel. O cuando el actual uso masivo de herbicidas en el olivar se ha convertido en un caballo de Troya. El empobrecimiento por la creciente mineralización de los suelos del olivar al quedar destruida buena parte de la materia orgánica que debería fertilizarlo no es precisamente lo que debemos oponer al incremento de las temperaturas y los consiguientes procesos erosivos.

149

La España rural

150 151

La España rural

152

> Dos formidables monumentos dándose la mano. Los Mallos de Riglos, Huesca, y sus olivos, posiblemente, de casi un milenio de vida. > Two formidable monuments in permanent greeting. Los Mallos de Riglos, Huesca, and its olive trees, possibly almost one thousand years old.

155

La España rural

154

> Buena parte del aceite que consumimos procede de los olivos picuales, que dominan en la provincia de Jaén. A la derecha, olivos de la variedad empeltre, en el Somontano del Moncayo, Zaragoza. >> Cultivo de olivos de la variedad cornicabra, en los montes de Toledo, Castilla-La Mancha. > Much of the oil we consume is provided by the picual variety of olive tree, which dominate the province of Jaén. Right: olive trees of the empeltre variety in El Somontano del Moncayo, Zaragoza.

>> Olive trees of the cornicabra variety growing in Los Montes de Toledo, Castilla-La Mancha.

La España rural

158

> Lomas con olivares y cortijos en Baena, Córboba. > Olive-grove covered hills and farmsteads in Baena, Córboba.

161

La España rural

160

> Mosaicos de olivares en la provincia de Badajoz. A la derecha, cultivo de olivos de la variedad cornicabra, en Castilla-La Mancha. > Mosaics of olive groves in the province of Badajoz. Right: olive trees of the cornicabra variety in Castilla-La Mancha.

La España rural

162

> La ordenada disposición de algunos cultivos, con el olivar a la cabeza, consigue superar la casi obligada monotonía para convertirse en una oferta visual indudablemente atractiva. Olivares formando franjas con encinas, en Villar del Pedroso, Cáceres. >> Olivares al amanecer entre nieblas, al pie de Sierra Mágina, Jaén, hoy parque natural, alcanza ese prodigio de veladuras y transparencias que tantas veces detiene al misterio ante nuestras miradas. > The orderly arrangement of some forms of cultivation, with the olive grove at the head, manages to transcend almost inevitable monotony to create landscapes of unquestionable beauty. Olive groves combine with evergreen oaks to form strips in Villar del Pedroso, Cáceres. >> Mist-enshrouded olive groves at dawn at the foot of Sierra Mágina, Jaén, now a natural park, in a prodigy of haziness and transparency that so often holds mystery still in front of our eyes.

163

VIÑEDOS, HUERTAS Y FRUTALEDAS

U

no de los saltos cualitativos más llamativos de los últimos tiempos ha sido el que amplísimas capas de nuestra población han comenzado a apreciar y consumir buenos vinos. La demanda de mejores caldos ha motivado una potenciación de los viñedos y los establecimientos dedicados a la elaboración de los caldos. Por una vez se le ha dado un sentido de especial innovación estética a las grandes construcciones dedicadas a las marcas más afamadas, a sus bodegas, por lo que ya podemos incluir en el mundo rural uno de los exclusivismos clásicos del mundo urbano: la arquitectura más vanguardista. Como si de una ruptura total con las uniformes líneas rectas de los viñedos se tratara, han surgido en medio del paisaje convencional y bien conocido unas portentosas edificaciones. Cuando no han perdido todavía su dimensión familiar o ese carácter que hizo a casi todos capaces de obtener una parte sustancial de sus alimentos, nos damos de bruces con el lugar ameno. El jardín cultivado tiene un largo pasado con prestigio mantenido sin desmayo. Incluso en

momentos como este que nos toca vivir, aquello de cultivar una pequeña parcela ha ganado practicantes en los últimos tiempos. Todo ello gracias al retorno de no pocos jubilados que el éxodo rural sustrajo de los campos durante la segunda mitad del siglo xx. Se ha promocionado, incluso, como sistema de ocio o con fines educativos en cientos de centros escolares. En muchos casos esta suerte de brote del mundo rural se da en las ciudades de tamaño medio, y es activada y publicitada por los gobiernos locales. Tiene, en suma, suficiente prestigio aquello tan repetido de comerse los tomates que uno mismo ha cultivado. La buena imagen que mana de semejante actividad, aunque débil, podría acabar siendo un primer peldaño de autoestima a contagiar en dirección a los profesionales. Muchos, dadas las circunstancias mencionadas a lo largo de este texto, siguen pensando que lo mejor es abandonar sus quehaceres y apostar por la vida saprofita de las ciudades. De ahí que el tímido retorno tenga algo de inyección de nuevos ánimos para no seguir vaciando más todavía los campos.

> Los cultivos especializados han dado origen a varios de los paisajes agrarios más intensivos y a la vez llamativos. Es el caso de los viñedos, que en Lanzarote, a la izquierda, son posibles solo después del esfuerzo de dotar a cada cepa de un embudo en el suelo. A la derecha, viñedos en Laguardia, en la Rioja Alavesa, que en las dobles páginas siguientes podemos contemplar en una panorámica. >> Viñedos emparrados y nubes de tormenta sobre el valle del Ebro, en Ablitas, Navarra. >>> Los frutales, como estos almendros de Grávalos, La Rioja, han dado al mundo rural uno de los principales vínculos con los reconocimientos literarios, siempre basados en las sensaciones cromáticas, olorosas o gustativas de ellos mismos o sus primicias. > Specialised cultivation has generated several of our most intensive and, at the same time, attractive agrarian landscapes. One example is vineyards, which on Lanzarote, left, are possible only after each vine has been provided with a funnel in the ground. Right: vineyards in Laguardia, La Rioja Alavesa, views of which we may contemplate on the following double pages. >> Trained vines and storm clouds over the Ebro valley in Ablitas, Navarre.

La España rural

166

>>> Fruit trees, like these almonds in Grávalos, La Rioja, have provided the rural world with one of its main links with literary recognition, based invariably on the sensations of colour, aroma and taste they themselves or their yields arouse.

167

La España rural

168 169

La España rural

170 171

La España rural

174

> La floración del cerezo, que en países como Japón se convierte en fiesta nacional, tiene en nuestro país cada día más partidarios de dedicar unas horas a su contemplación, sobre todo en el cacereño valle del Jerte, Extremadura. >> Manzanos y prados entre la niebla en el valle de Baztan, Navarra. > Here in Spain the blossoming of the cherry tree, which in countries like Japan is a national festivity, inspires a growing number of people to devote some time to its contemplation, above all in the Jerte valley, Cáceres, Extremadura. >> Apple trees and fields enshrouded by the mist in the valley of Baztan, Navarre.

EL AGUA Y SUS USOS

E

La España rural

178

l regadío español acapara buena parte de las tensiones del sector. Por un lado, es por las obvias razones de todos conocidas lo más mimado. Casi 3.300.000 hectáreas proporcionan casi la mitad de la producción final de todo lo cultivado en España. Para alcanzar tan portentoso porcentaje han sido necesarias ingentes inversiones en infraestructuras y sus correspondientes impactos medioambientales. No olvidemos que no solo se trata de la casi completa modificación de prácticamente todos los cursos fluviales españoles, sino también de esa drástica transformación que conllevan los grandes territorios regados, los cuales acaban convirtiéndose en una trama de redes de comunicación, construcciones, canales, depósitos, caceras, almacenes. Añadamos que el regadío demanda máximos de fertilización artificial y de productos agroquímicos, y nos encontramos con la explicación de que, en lugar de ser una parte de las soluciones, en realidad acaban convirtiéndose en uno de los focos de contaminación y degradación medioambiental más notables del agro y de los paisajes en general. Todo ello a despecho de uno de los cálculos más prometedores de cuantos ha generado la agricultura ecológica española. Nos referimos a la demostrada posibilidad de que usando para convertirlos en materia orgánica todos los desechos de nuestras cosechas, estiércoles y similares se podría fertilizar sin contaminar la totalidad de la superficie regada del país. Oportunidad que aguarda pacientemente a que sea tenida en cuenta por las leyes de economía sostenible, por ejemplo. No menos importancia en este tipo de paisaje es el hecho de que viene siendo el primer blanco de casi todas las plagas relacionadas con las invasiones de especies exóticas. Desde los peces (el 36% de las especies que habitan nuestras aguas son de procedencia exterior) hasta los cangrejos foráneos, los mejillones cebra, el caracol manzana, los jacintos de agua, las algas acaparadoras…, en fin, que esa vía de penetración que constituyen nuestros cursos fluviales está siendo demasiado utilizada por lo indeseable.

Reiteramos. Desde cualquiera de las posiciones que tienen relación con los grandes regadíos españoles no cabe por menos que reconocer que son tan modificadores de las condiciones de partida como ninguna otra de las facetas de lo agrario. Solo los que además se realizan bajo plástico suponen un grado mayor de alteración. Como tantas veces sucede con la sumisa aceptación de lo considerado irreparable por manifiestamente necesario, los regadíos traen consigo demasiadas tolerancias respecto a prácticas que podrían ser mucho menos agresivas. Es más, no consideramos que sea utópico el que la totalidad se reconvierta. Una de las más graves enfermedades de nuestro medio natural es la que pone debajo de la alfombra algunas de sus peores suciedades. Las aguas subterráneas son uno de los mejores termómetros. Allí abajo, sin que nadie lo vea, hay una prueba irrefutable de las pésimas actuaciones que se han llevado a cabo en la superficie. Por un lado, la sobreexplotación. La totalidad de las reservas subterráneas de agua no consigue recuperar el montante de origen por la convencional actuación de sacar mucho más de lo que le entra. Sin descartar que la salida es un proceso artificial y la recarga, natural. Uno puede regularse y el otro no. Aquí reside una de las principales tareas a conciliar. El cálculo de lo que se puede extraer de un determinado bien natural sin poner en peligro su persistencia y la de los servicios que presta. En la Naturaleza quien gasta más de lo que hay no tiene viabilidad alguna. No podemos por menos que recordar que el comportamiento para con las aguas del subsuelo resulta a menudo muy parecido al que se mantiene con un producto mineral. Y aunque en muchos sitios se utilice la expresión «mina de agua», está claro que el filón más importante del mundo, su principio básico, puede no agotarse nunca si se deja trabajar al ciclo hídrico como alimentador. A la sobreexplotación se suma, en cualquier caso, lo no menos improcedente, la contaminación generalizada de esos caudales subterráneos. Se ha llegado a publicar que la totalidad de los acuíferos de nuestro país están contaminados. Cabría esperarlo incluso sin

> Desde sus mismos veneros, algunos de plasticidad insuperable, como estos del río Cuervo, en la serranía de Cuenca, el agua se apresta a ser la primera materia prima de toda la actividad del sector. > From its sources, some of unsurpassable beauty like these on the river Cuervo, in the mountains of Cuenca, water prepares to be the prime raw material of all the sector’s activities.

la realización de un solo análisis. El agua que se infiltra lo hace abarrotada de los productos químicos procedentes de la totalidad de las actividades humanas. Lo que no evita que sean los empleados en la agricultura y la ganadería los que más contribuyen a esta indeseable situación. Herbicidas, insecticidas y otros compuestos, junto con los restos de los fertilizantes, convierten en no aceptables para el consumo directo buena parte de esas aguas. La intrusión de agua marina, con la correspondiente salinización de los acuíferos subterráneos, es el tercer flaco favor que reciben las aguas subterráneas. Tampoco podemos aparcar la mención a una de las grandes tragedias del paisaje ibérico. La denodada pugna por hacer desaparecer la más escasa manifestación natural en nuestros territorios: los aguazales. A lo largo de la primera mitad del siglo xx se consiguió, por vía de desecación, que la mitad de nuestras lagunas, tablas, lucios y navas perdieran lo que les da sentido, el agua. Es más, dos de los paisajes encharcados más vastos de Europa meridional, las marismas del Guadalquivir y el delta del Ebro, pasaron a ser algunos de los ámbitos más cultivados. El arrozal propone una curiosa perversidad: siendo necesaria la inundación y, por lo tanto, conservando –al igual que sucede con la dehesa– una parte fundamental de su esencia, sin embargo, este cultivo demanda tal carga de química agraria que también se ha convertido en una de las trampas más notables vía contaminación difusa. En casos como los recientemente aportados como la reserva de la SEO, en el delta, se intenta que las prácticas no agresivas, es decir, las de la agricultura orgánica, naturalicen el panorama y que al menos algunos arrozales sean tan aptos para la vida de las aves palustres como una laguna cualquiera.

181

La España rural

180

> Desde su práctica invisibilidad cuando se halla suspendida en el aire, esto es, cuando es vapor, el agua llega a adquirir todas las formas, cuando se torna nube, y todos los colores, cuando irrumpe el arco iris. Trubia, Asturias. > From its practically invisible state when suspended in the air, that is, when it is vapour, water assumes all possible shapes, when it becomes clouds, and acquires all possible colours, when the rainbow appears. Trubia, Asturias.

183

La España rural

182

> Las lagunas a menudo suponen la única posibilidad de supervivencia durante los meses secos. Tanto para el ganado como para las huertas y no poca fauna y flora silvestre. Imagen de la laguna de Pitillas, reserva natural en Navarra. Otras veces se convierte en espejo del espléndido roquedo del Parque Nacional de Monfragüe, Cáceres. > Lakes often constitute the only possibility for survival during the dry months, not only for livestock but also for market gardens and a considerable number of wild flora and fauna species. In the photograph, the Pitillas lake, a nature reserve in Navarre. On other occasions they mirror splendid rock formations, as in the Parque Nacional de Monfragüe, Cáceres.

>> Anuncio de agua llovediza. Se olvida con demasiada frecuencia que las nubes todavía aportan el único riego de como mínimo el 60 % de los productos comestibles. Nubes de tormenta de granizo en El Calvario, La Cuenca, Soria. >> Imminent rains are heralded. It is too often forgotten that clouds still constitute the only form of irrigation for at least 60% of all edible produce. Clouds announce a gathering hailstorm in El Calvario, La Cuenca, Soria.

La España rural

184 185

187

La España rural

186

> Cultivos como el arroz, que exigen un encharcamiento permanente, son a menudo compatibles con la vegetación palustre y, por tanto, con fauna como la garza real. Imagen del Parque Natural de la Albufera, Valencia. A la derecha, ejemplar de avetoro común, una de las aves más raras y amenazadas en la península. Arrozales y balsas de riego con vegetación palustre crean un hábitat de alimentación y nidificación a la especie, cuyo censo peninsular no supera los cuarenta machos. > Crops such as rice, which require permanently flooded land, are often compatible with marsh vegetation and, by extension, with fauna species like the grey heron. The photograph shows the Parque Natural de la Albufera, Valencia. Right: the Eurasian bittern, one of the rarest and most threatened birds on the Peninsula. Rice fields and irrigation pools with marsh vegetation create a feeding and nesting place for the species, whose peninsular population numbers no more than forty males.

LA CAZA

M

La España rural

188

atar, sea la víctima que sea, siempre estará en el lado menos aceptable de la vida rural, el sentimiento de la Naturaleza o el pensamiento ecológico. Si de uno dependiera, quedaría abolida toda forma de crueldad. Esto no quiere decir que el conjunto de actividades y practicantes relacionados con la muerte de animales silvestres no sea de primera importancia para la Cultura Rural. Controversias aparte, la caza compete fundamentalmente a los todavía no urbanitas. No porque sean los que más cazan, en absoluto. De hecho, la inmensa mayoría de cazadores hacen un uso excesivamente a tiempo parcial de su violenta afición y, por lo tanto, también de los espacios naturales, los predios agrarios y la vivacidad del país. Privatizan en primer lugar el resultado final de largos y complejos procesos. Partamos de la base de que la caza, por mucho que implique la muerte directa de unos cuantos animales, constituye el menos grave de todos los actos que nuestra sociedad realiza contra la Naturaleza, e incluso aporta un buen número de aspectos beneficiosos. De no ser por la caza, en efecto, a ninguno nos habría sido permitido conocer los mejores paisajes de este país ni esa fauna amenazada que tanto nos llena a la hora de emitir diagnósticos conservacionistas. Es más, de no ser por la caza, la variedad faunística y botánica seguramente sería mucho más pobre, y nuestro país más feo. Y es que el cazador, para la práctica de la caza mayor, necesita el paisaje lo más parecido posible al que se da en condiciones naturales; y por lo menos un entorno sin contaminar, si nos referimos a la caza menor. El cazador precisa conservar, mientras que el ganadero, el agricultor, el forestal y especialmente el industrial, el urbanista y la sociedad de consumo en general transforman, más o menos drásticamente, su derredor. Lógicamente cabría extender el entendimiento hasta todos los implicados en el uso directo de los medios naturales. De lo expuesto debe concluirse que, aunque no lo suficiente, el cazador está a favor de la renovación de la vida. Como eso es precisamente lo que el defensor de la Natu-

raleza exige, parece evidente que hay una cita pendiente. De lo que se trataría ahora es de fijar el lugar del encuentro y, en la medida posible, establecer un orden del día para la discusión. Precisamente para que lo que de momento es claramente un rasgo incipiente entre los cazadores pase a convertirse en una norma y que ese colectivo participe también en la conservación de lo que alimenta su disfrute, estamos seguros que es necesaria una amplia red de asistencias a tal empeño; una red que debe incluso liderar ese sector que, como afirmábamos al principio, no deja de beneficiarse, por vía de la privatización total, con ese quedarse con la vida de otros animales, de muchos esfuerzos como los que realiza la Naturaleza y los agricultores y ganaderos. Por lo tanto, algo de restitución por los servicios gratuitamente recibidos cabe proponer y acometer. Y que no se entienda que no le cuesta su buen dinero al cazador la práctica de su pasión. Pero con ello, desde luego, no alcanza ni de lejos a lo que supone el día a día de los ciclos y procesos y de los labriegos, ganaderos y especialmente silvicultores. Sería conveniente la protección de espacios o, mejor, la creación de una red de santuarios o refugios de caza que cubriera una extensión mínima del 10 % del territorio nacional. Todo ello de cara a la mejor renovación de las especies cinegéticas, que se traduciría en beneficios para las que no lo son. La figura de santuario suele asustar, pero por experiencia propia ya que un predio particular lo es, no tengo la menor duda de que no cazar en absoluto en una determinada porción del territorio resulta especialmente favorable para los colindantes que no lo hacen. La aceptación sin reservas del examen del cazador, las armas no repetidoras, las prohibiciones del uso de venenos y de las modalidades de caza con instrumentos, horarios y métodos no autorizados, deben ser parte de una nueva autoexigencia de los cazadores para con ellos mismos. El fomento de la agricultura y la ganadería biológicas, que no usan venenos, ayudaría a la regeneración de toda la fauna y muy especialmente la cinegética. No menos desea-

189

> Perros de pastor sobre pacas de paja en un corral de ovejas en Borobia, Soria. > Sheepdogs on haystacks in a sheep pen in Borobia, Soria.

ble sería la recuperación del uso de las montañas españolas por una ganadería extensiva e incluso dedicarlas masivamente a los grandes mamíferos silvestres, de mucho mayor rendimiento real que los domésticos, si son correctamente aprovechados para la caza y el consumo. Convendría tener presente a este respecto que unos 28 millones de hectáreas de nuestro suelo no son aprovechables para la agricultura. Si regeneráramos, la Naturaleza saldría enormemente beneficiada, así como los cazadores. Sería beneficiosa la presencia de los cazadores como colectivo en la defensa del medio natural, especialmente cuando se trate de peligros graves, como los derivados de las grandes obras públicas o los procesos contaminantes. Si añadimos el concurso de los pescadores en la lucha contra la contaminación de ríos, lagos y costas, nos convertiríamos en una muy apreciable fuerza social. Es necesaria la puesta en marcha de una política forestal que, al tiempo que palíe los nefastos efectos de los incendios, sea la adecuada para los suelos, el clima y las comunidades zoológicas y botánicas de las diferentes comarcas. La defensa de la diversidad biológica es el primer paso hacia una gestión integral de los terrenos cinegéticos. En este capítulo sería bueno abordar los problemas derivados de las excesivas reintroducciones de razas y hasta especies ajenas en nuestra geografía. Por el contrario, sería muy deseable elaborar planes de reintroducción de espe-

cies desaparecidas. No menos, instaurar años sabáticos rotativos; es decir, períodos de completo descanso cinegético, al menos allí donde haya declinado significativamente la riqueza faunística. También convendría racionalizar las vías de acceso, líneas de disparo y cercado de los cazadores; fomentar los comederos integrados en el paisaje; limitar el uso de reclamos, perros y otros auxiliares del cazador; adoptar definitivamente los proyectiles y perdigones de acero en lugar de los de plomo; estudiar el uso de los silenciadores; hacer, en suma, mucho más deportiva la caza a través de la recuperación o generalización de esta «guerra galana» y el gancho. También sería deseable favorecer el declive del ojeo y la montería convencionales. Creo, sinceramente, que en todos estos puntos puede y debe haber una colaboración entre quienes portan escopeta y los defensores de la Naturaleza. Pero mucho más, y sobre todo, con los últimos componentes del mundo rural, que si bien llegan a tener remuneraciones directas por las diversas fases de la actividad cinegética, quedan lejos de una justa compensación. Sería algo muy parecido a una simbiosis, tanto más necesaria en estos días en que la Naturaleza se nos escurre de las manos. Y en el empeño por no perderla nadie sobra y faltan muchos. Pero sobre todo sigue marcando la principal diferencia el que la mayoría de los que practican la caza desconocen, cuando no desprecian, lo que ha hecho posible su afición.

> Francisco Aceituno prepara en su familiar cocina la comida para sus perros de caza en Villarreal de San Carlos, Parque Nacional de Monfragüe, Cáceres. A la derecha, ejemplar de perdiz roja, una de las especies más cazadas de nuestro entorno. > In his family kitchen, Francisco Aceituno prepares food for his hunting dogs in Villarreal de San Carlos, Parque Nacional de Monfragüe, Cáceres. Right: a redlegged partridge, one of the most hunted species in this country.

La España rural

190

191

CINCO CREATIVOS PUNTOS DE PARTIDA

L

levamos demasiado tiempo llenando el mundo de equivocaciones y fraudes. Proceso que marcha en paralelo con un ir vaciándolo de sentido, oportunidades y algún que otro reconocimiento. No identificar el punto de partida, como ya hemos señalado en algunos otros momentos de esta obra, constituye uno de los errores más repetidos, que podría resultar tolerable si no fuera toda una avalancha de otras tremendas equivocaciones, sin descartar que se trata también de una notable falta de la más elemental cordialidad. Podría quedar excusado por aquello de que la inmadurez de tantos les impide no acordarse de los orígenes. Aquí, quien más quien menos se considera descubridor de algo extraordinario. Todo, sin embargo, ha sido ya y muchas veces. Incluso adoramos a los que se autoproclaman de alguna forma primeros y hasta únicos. Pero cabe, al menos, hacer un poco de justicia identificando precedentes, fundadores, raíces. La herencia puede ser considerada como la primera estrategia de la vida.

1. Fundadores de paisajes

La España rural

192

Las casi cuatrocientas generaciones de agricultores que han pasado por la historia de nuestra especie son responsables directas de no pocas de las creaciones básicas de la cultura de todos los tiempos. Incluso han puesto las bases de lo que es el primer escalón de todo lo exclusivamente humano. No porque no existan especies animales capaces de un cierto sentido de la anticipación. Ciertas hormigas, por ejemplo, son capaces de cultivar su alimento. Se podría afirmar, es más, que casi todo lo que consideramos propio es bastante ajeno. Pero sí que destacamos como indiscutibles números uno en la capacidad para lograr en muy poco tiempo un cambio sustancial del aspecto de cualquiera de los territorios que nos acoge. La velocidad se convierte en uno de los factores esenciales para valorar la famosa capacidad de modificación del entorno en beneficio propio. Porque en esto también se han dado y se dan casos en los que ciertos animales, y hasta las mismísimas

bacterias, han modificado las condiciones de origen. Pero el ser humano es capaz de hacerlo en unos pocos siglos y hasta en solo algunas décadas. Y así hasta los albores del siglo xix, porque desde entonces las poderosas tecnologías han sido las responsables de procesos de modificación radical en períodos de tiempo descaradamente cortos. Si la sucesión de los ciclos y el cronograma de los calendarios básicos de los otros seres vivos es siempre el mismo, al menos desde hace millones de años, lo nuestro pasa por un ininterrumpido anhelo de que todo sea hecho en el menor tiempo posible. La brida que pretende domeñar al espacio lo intenta también con el tiempo. Pero ambas realizaciones del hombre, son eso, un intento que de concluirlo acabaría con el domador. Ya hemos dedicado varios apartados de este libro a los paisajes agrarios, por lo que aquí y ahora solo cabe añadir que debemos reconocer en los panoramas contemplados el trabajo que los ha convertido en lo que vemos. Nunca nos cansaremos de citar la apreciación del filósofo y político francés Roger Garaudy sobre que deberíamos contemplar los paisajes naturales como una obra de arte que el humano completa y, a veces, firma.

2. Fundadores de vida La selección no natural de las especies que destinamos a nuestra alimentación, aunque corta en el tiempo y pequeña con relación al número de seres vivos incorporados, tiene muchos puntos de contacto con la evolución darwiniana. Tantos que el mismo naturalista británico se basó en muchos animales y plantas domesticados para confirmar su teoría. La selección de plantas y animales que fue capaz de potenciar la aparición de un puñado de especies y de miles de razas sitúa a los que así procedieron y proceden como una suerte de creadores de vida. Lo hicieron con un sentido de la sensatez, lentitud y observación realmente proverbial. Con una tenacidad rayana en el ingenio, los agricultores consiguieron convertir diminutas hierbas

> Si en casi todos los paisajes como los nuestros —por lo menos en el Viejo Mundo— se puede comprobar la profunda huella que ha dejado la cultura rural a lo largo de los siglos, en lugares como La Geria, Lanzarote, se puede decir que la transformación es casi total. No obstante, al haber sido llevada a cabo con los materiales del propio paisaje, resulta asombrosamente armónica. > While over the centuries rural culture has left deep imprints on practically all landscapes like ours –at least in the Old World–, in places like La Geria, Lanzarote, we might say that the transformation is practically total. Nevertheless, since it has been carried out using materials provided by the landscape itself, the result is astonishingly harmonious.

193

195

La España rural

194

> Campesino sacando un ternero del establo. San Martín das Cañadas-Cervantes, en la comarca de Os Ancares, Lugo. > A farmer drives a calf out of its stable. San Martín das Cañadas-Cervantes, in the Os Ancares region, Lugo.

nazadas 28 razas de bovino, 16 de caprino, 31 de ovino, 5 de porcino, 13 de equinos y 6 de asno. Por otra parte, la manipulación genética, que se salda con la puesta en marcha de vegetales con su ADN manipulado, se encuentra ahora mismo en el ojo de un debate más tormentoso que los ciclones tropicales. No vamos a poder dedicar aquí más espacio a los productos transgénicos, que son considerados como mínimo peligrosos y nada sostenibles; y es que hoy en día se desvían enormes recursos y fondos de la investigación científica hacia un sector controlado por demasiados pocos. Pero sobre todo se trata de no poner en el mismo lugar lo que fue una lenta tarea creativa y lo que es una rápida y drástica transformación de unas cualidades que están acreditadas por el prolongado uso con éxito.

3. Fundadores de diccionarios

La España rural

196

que daban granos de un milímetro en el esencial cereal del que sigue dependiendo la alimentación del 90% de los seres humanos. Que, por cierto, ya somos casi 7.000 millones. Pero no pararon en tales logros, convencionales y generalmente identificados por las mayorías. Lo realmente portentoso es que la Cultura Rural es la directa responsable de la incorporación a nuestros predios de un mínimo de medio millón de razas de animales y plantas a lo largo de la historia. Algo que, sin embargo, no puede ocultar el hecho de que en realidad dependemos de alrededor de 200 especies convencionales. Que una de las tareas pendientes por el mundo rural, ahora a escala mundial, es no destruir el potencial que se esconde en las casi 300.000 especies vegetales descritas hasta el momento. Entiéndase la diferencia que hay entre una raza y una especie recordando lo que sucede con nosotros los humanos. Con el mismo argumento, conviene traer a colación el despropó-

sito que supone la extinción de tales variedades. De hecho, el más dramático de los males ambientales es la extinción. Pues bien, en los últimos cien años han desaparecido la mayor parte del orden del 70% de las variedades creadas por la Cultura Rural. Algunos ejemplos son especialmente dramáticos. En Estados Unidos, por ejemplo, se ha dejado de cultivar el 90% de las verduras y hortalizas que crecían en sus huertos a principios del siglo xx. España ha dejado de sembrar cientos de razas de todas sus plantas cultivadas. Han desaparecido el 76% de las variedades de frutales en Europa central. Algo parecido sucede con los animales cuidados. Son demasiadas las razas de ganado en peligro de desaparición. De hecho, el propio ministerio del ramo considera que la mayoría está en peligro. El 75% de las razas de gallina de nuestro entorno, en concreto 24, solo quedan como un más o menos testimonial botón de muestra. Pero tampoco podemos olvidar que están ame-

> El incesante desvelo por los animales propios queda especialmente patente en localidades donde el clima se convierte en una amenaza directa para los mismos. Parque Nacional Picos de Europa, Asturias. > Constant vigil over livestock is especially necessary in those places where domestic animals are directly threatened by the climate. Parque Nacional Picos de Europa, Asturias.

La primera y principal destreza exclusiva de los seres humanos es nombrar. El uso de un lenguaje abstracto y simbólico consigue el gran advenimiento de una nueva especie que pronto, casi en un suspiro de menos de doscientos mil años, va a sustituir o a cambiar casi todo de lugar en este mundo. Pero no menos a bautizarlo. Aquí es donde se nos escapa que tenemos otra deuda más con los antecesores, que hemos heredado también el diccionario y que es con él como entendemos algo de lo poco que entendemos. Pero la adjudicación de una palabra para designar algo tiene mucho más que una lenta incubación de azares sucesivos. Porque se nombra lo identificado, lo que tiene alguna característica que relaciona la cosa con su palabra. Nos pasa que sabemos por lo que otros supieron, que vemos de alguna forma a través de los ojos que se apagaron hace milenios. Y que esa misma colección de términos que explican y nos dan lo más original que somos solo aparecen sobre papel tras trescientas generaciones humanas que no lo hicieron. Pero no resulta de menor importancia el que si somos un poco rigurosos nos percatemos que por cada palabra escrita se han pronunciado varios millones. O que aunque hay pretendidos poseedores del significado, nada hay tan común como el lenguaje. Queda todavía otra incuestionable deuda de la que acordarse a la hora de acercarnos al lenguaje. Porque la mayoría de las palabras que existen tienen que ver con una vasta realidad que es por completo ajena al habla. Decir lo que vemos es siempre más pequeño que lo existente ahí delante. Pensemos en un momento en una tan sencilla como radicalmente olvidada obviedad. Si un idioma, como el nuestro, tiene unas 300.000 palabras básicas y casi dos millones con todos los derivados, conjugaciones y similares, resulta que solo

la realidad biológica del planeta tiene, si aciertan las últimas estimaciones de los taxónomos, unos 1.000 millones de especies diferentes de seres vivos de los cinco reinos. Poco si sumamos el que todo ser vivo es su propio entorno, es decir, lo que del mismo extrae para mantenerse, más lo que hace para perpetuarse. Por lo tanto, muchos más posibles términos que añadir al diccionario. No conviene, en cualquier caso, perder mucho tiempo en este aspecto. Porque lo verdaderamente grave es que el cosmos de nuestro diccionario también pierde lo que ya existía en él. Los términos en peligro de extinción están casi todos ligados al abandono del mundo rural, la pérdida de actividades del sector agrícola e incluso, no pocas, a la misma desaparición de las razas y variedades de animales cuidados y plantas cultivadas. La vasta epidemia del no reconocimiento alcanza al que tampoco se le hace a la Cultura Rural como creadora de léxico, cuando, muy al contrario, se podría afirmar que la mayoría de las entradas de todos los diccionarios se deben a la capacidad de nombrar que tuvieron aquellos hombres muy ligados al entorno natural y a las labores del campo. Tanto es así, que no nos cansaremos de proponer una pequeña experiencia y dar un ejemplo. La primera consiste en dedicarse, aunque solo sea durante diez minutos, a pasar las páginas de un diccionario, que no sea de bolsillo, y leer al menos cinco palabras en cada una de ellas. Pronto se comprobará que dominan claramente los términos casi desconocidos que tienen que ver con el derredor natural y con las labores, aperos y demás cosas del campo. Pero si se va a un compendio de acepciones, y ya estamos refiriéndonos al ejemplo concreto, nos encontramos con una contundente evidencia: los términos básicos que pueden ser empleados para nombrar la acción de trabajar el suelo, de arar, son como mínimo 105. Las palabras que pueden ser sinónimos de escribir se quedan solo en 36. Como algunos escribimos y aramos no deja de ser también un poco compensador de cara a vanidades desatadas esta lección del diccionario. La restauración de lo que nos hace comprender, las palabras, es algo que también debería ir de la mano de una Cultural Rural potenciada y respetada.

4. Fundadores de arte No debe quedar al margen de las valoraciones que hagamos de la Cultura Rural el aspecto que más veces se incorpora de forma permanente a los hogares de los que no pertenecen a la misma. La artesanía, en efecto, consigue la condición de emisario y vínculo. Aunque no siempre lo consiga por el ya varias veces mencionado descuido de no

197

> Los múltiples estímulos que la sociedad urbana libera todavía no han interrumpido el buen gusto de una larga charla en lugares como el valle de Echo, en los Pirineos oscenses.

La España rural

198

>> La talla de madera para dar forma a múltiples objetos, tanto decorativos como de uso cotidiano, es una actividad que no puede por menos que ser equiparada a las destrezas de cualquier artista de la familia de los escultores. Artesano de Chistén trabajando una cuchara en madera de boj, en el valle pirenaico de Chistau, Huesca. > The many attractions of urban life have yet to supplant the pleasures of a long conversation in places like the valley of Echo, in the Pyrenees of Huesca. >> Carving wood to give form to a wide variety of objects, both decorative and utilitarian, is an activity at least comparable to the skills of an artist from a family of sculptors. A Chistén craftsman carving a spoon out of box wood, in the Pyrenean valley of Chistau, Huesca.

199

La España rural

200 201

La España rural

202

preguntarnos de dónde procede lo que nos rodea. Como además padecemos el hecho de que sean los mismos que crean los criterios quienes excluyan de ellos a partes de la realidad, siempre nos daremos de bruces con aquello de que es arte lo que dicen los artistas que es. Si añadimos al crítico, de lo que sea, todavía aumenta más el arrinconamiento. El desmedido prestigio de las palabras «arte» y «artista» olvida una de las mayores coherencias que conozco dentro de lo que entendemos como léxico. Se trata del hecho de que en chino, el pictograma que se emplea para designar al arte es exactamente el mismo que nombra al árbol, solo que añadiendo una tilde. Este reconocimiento en cualquier caso se salta un peldaño. Compartimos y admiramos el que se entienda que hasta la más sublime

de las abstracciones procede de lo que la hace posible, el mundo natural que nos rodea. Pero conviene sumar, una vez más, el que el lazo que intermedia, el eslabón que necesitamos entre lo completamente espontáneo y lo más artificial, sigue siendo la capacidad creativa de los componentes del mundo rural, que en no pequeña medida tienen a la artesanía como una pauta convencional y hasta cotidiana. Es norma que se sepan hacer muchas labores artesanales, sin que eso conlleve la culminación de un producto puesto a la venta. Además, la artesanía es la madre de todas las artes o si se prefiere no es todo un arte el haber originado todas las facetas de la artesanía. Como en tantas otras actividades humanas, la frontera que marca el lado de la creatividad

> Los toneleros, aúnan lo artesanal con lo industrial. Así lo demuestra Samuel Martiartu, de Murchante, Navarra. >Coopers, like those featured on the following double page, combine the artisan with the industrial, as does Samuel Martiartu, from Murchante, Navarre.

artística es muy endeble y demasiado sujeta a los caprichos de los dueños de la opinión. En miles de objetos que convencionalmente consideramos artesanía encontramos motivos más que suficientes para considerar a sus ejecutores como geniales artistas, por mucho que no hayan entrado jamás en una galería, museo o gran salón de casa señorial. Pero cuestiones tan menores aparte, lo que nos importa en esta ocasión es una reparación y un reconocimiento. Dado que el único tipo de turismo que está soportando la crisis es el vinculado al mundo rural, cabe interpretar como factor esencial de muchas rentas el que los productos de la artesanía lleguen a los posibles compradores de la misma.

5. Fundadores de civilizaciones Si se ha creado vida nueva o al menos lo suficientemente distinta a la natural como para adjudicarse una parte de los derechos de autor. Si se han creado inmensos paisajes y se han modificado no pocos de los que nos siguen pareciendo agrestes. Si se ha dotado a la memoria y a la capacidad de comunicación del mayor número de términos lingüísticos. Si no pocas de las tecnologías básicas y de las

manifestaciones artísticas tienen ese mismo punto de partida, entonces, pocas dudas pueden tenerse sobre el hecho de que el mundo rural ha fundado también civilizaciones enteras. Todas, incluida la nuestra. Si acaso la próxima podría escapar a la constante, en caso de que la tecnología aporte más a la alimentación que los procesos básicos de la Naturaleza. Algunos estudiosos estiman que la nuestra es la trigésimo segunda civilización identificable en el curso de la historia. Todas las anteriores desaparecieron poco después de alcanzar un determinado esplendor. Ninguna de ellas fue global o planetaria como la actual. Todas nacieron a partir de lo que el mundo rural puso a su disposición. Incluso los historiadores menos panorámicos, es decir, todos los que apenas prestaron atención a lo que no fuera poder, reconocen el papel inseparable entre la civilización y el mundo rural. La vida cotidiana de los emperadores dependía, como la de cualquier mandatario actual, de los aportes que desde el exterior les llegaban. El siempre despreciado mundo de lo exterior a las salas del poder ha quedado al margen de la historia. Aunque últimamente se atiende más a los aspectos de la vida cotidiana, al estudio de los modelos culturales no ligados a

203

205

La España rural

204

> Tostado al fuego de las duelas de un tonel. > The staves of a barrel being toasted by fire.

las clases dirigentes, pocas dudas caben sobre lo mucho que queda por aprender y valorar de aquellos que dieron tiempo a los poderosos para que pudieran precisamente ejercer el poder. Conviene hacer un poco de hincapié en esto. Porque no solo se trata de lo ya abordado, de proporcionar lo que mantiene a la vida en nuestro organismo; es que el mundo rural ha sido un requisito imprescindible para la diversificación de los trabajos y una cuenta de ahorros con mucho tiempo ingresado por unos para que lo pudieran gastar otros en sus especulaciones de todo tipo y no menos para ejercer de dominadores, guerreros, manipuladores o conquistadores. Sin descartar, como reconocieron los verdaderos intelectuales de la Generación del 98, como José Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno, que su tiempo dedicado a la reflexión también les venía regalado del mundo rural.

207

La España rural

206

> Aunque cada día en menor cuantía y con no pocas dificultades por las crecientes exigencias de sanidad, los queseros artesanales siguen alcanzando muy a menudo la excelencia en su producción hecha a mano, como este queso elaborado en una borda de Belagua, en el valle de Roncal, Navarra. > Although in ever decreasing quantity and in the face of substantial difficulties generated by the prerequisites of health regulations, producers of home-made cheese still manage often to attain products of excellent quality, like this cheese made in a hut in Belagua, Valle de Roncal, Navarre.

> Panadería Mendiara. Su horno de leña, fijo y de fuego directo, representa una reliquia con más de ciento veinte años de antigüedad que han ido sumando a cuatro generaciones de panaderos de la familia Mendiara, en la villa pirenaica de Ansó, Huesca. Gracias al impulso que Pablo Antonio Mendiara dio a la panadería, pero sin prescindir de él, sus enseñanzas y consejos fueron transmitidos a su hijo Antonio, quien hoy en día sigue avivando con leña la llama del fuego que calienta la bóveda de ladrillo para el cocido de las hogazas de pan, elaboradas mediante un proceso totalmente artesanal. Caldera del horno de leña.

> Tras el pesado de la masa, Antonio Mendiara elabora con sus manos las hogazas de pan. > Having weighed the dough, Antonio Mendiara kneads the loaves by hand.

> The Mendiara Bakery. This direct-flame fixed firewood oven constitutes a relic over one hundred and twenty years old that has served four generations of bakers belonging to the Mendiara family, in the Pyrenean village of Ansó, Huesca. Pablo Antonio Mendiara modernised the bakery, though never doing without the oven, and transmitted his knowledge and experience to his son Antonio, who today continues to stoke the oven with wood that heats the brick vault to bake the cottage loaves, prepared by entirely traditional methods. The interior of the firewood oven.

> Hogazas de masa de pan fermentando en los cajones de un armario. > Uncooked loaves fermenting in the drawers of a cupboard.

209

La España rural

208

> Chorro de fuego calentando la bóveda del horno. > A tongue of flame heats the oven vault.

211

La España rural

210

> Sacando tras su cocción las hogazas del horno. >> Hogazas de pan recién cocido. > Removing cooked loaves from the oven. >> Recently baked loaves.

La España rural

212 213

La España rural

214

> La multiplicidad de facetas, enfoques, argumentos, indumentarias, músicas, propósitos…, confiere a las fiestas populares la categoría de dominio cultural de primer orden. Es más, supone uno de los patrimonios no solo más extensos, sino también el que a menudo se asocia más adecuadamente al mundo de la Cultura Rural. Comparsa de los txatxos y el gigante Miel-Otxin al fondo, en el carnaval de Lantz, Navarra. >> Hoguera de la fiesta del Cristo de la Buena Siembra en Murchante, Navarra. > The many different facets, approaches, arguments, costumes, melodies, programmes… endow popular festivities with the quality of a first-class cultural event. Furthermore, they constitute a heritage that is not only among the most widespread but also one that best reflects the world of rural culture. Troupe of txatxos, with the giant Miel-Otxin in the background, at the carnival of Lantz, Navarre. >> Bonfire at the Cristo de la Buena Siembra celebrations in Murchante, Navarre.

215

La España rural

216 217

219

La España rural

218

> Carnaval rural de Ituren y Zubieta. Desfile de joaldunak con el hartza (oso) en Ituren, Navarra. > The rural carnival of Ituren and Zubieta. The joaldunak procession with the hartza (bear) in Ituren, Navarre.

221

La España rural

220

> La sorpresa forma parte de los carnavales, a veces en forma de malvado que acecha para fustigarte, como este moxaurre de Unanu con su vara de avellano. > Surprise forms part of carnivals, sometimes in the form of an evildoer who lies in wait to whip you, like this moxaurre of Unanu with his hazel rod.

> La arquitectura tradicional, siempre basada en elementos que completan el esfuerzo sin necesidad de recurrir a nada ajeno al territorio inmediato y cercano, se explicita de forma contundente en las pallozas de la comarca de Os Ancares, Lugo. > Vernacular architecture, built invariably using elements that supplement effort without ever having to resort to anything unrelated to the immediate environment, is most strikingly exemplified by the thatched cottages or pallozas in the Os Ancares region of Lugo.

HACIA UN VIVAZ DESARROLLO RURAL

L

La España rural

222

levamos un par de decenios afirmando que el mundo rural necesita toda suerte de iniciativas. La mayoría de las propuestas incluyen el termino «desarrollo», ese que invariablemente se confunde con incremento de lo ya acumulado, o con la masificación de lo ya lleno o la aceleración de lo ya muy veloz. La comodidad se ha acomodado en todas partes, pero sigue reclamando más tiempo, territorio, sensibilidades y, sobre todo, voluntades. Todo ello, por si esto fuera poco, con el potente aparato de propaganda que desvalija la autoestima de los componentes de la Cultura Rural. En realidad, se ha consolidado el «detrimento de la aldea y la alabanza de la corte», por darle la vuelta a la conocida frase. La corte se ha desterrado a sí misma, ha perdido las raíces que la fundaron y alimentaron a lo largo de los siglos. Es más, la urbe, en líneas generales, basa su funcionamiento en todo lo contrario que el campo. Importa absolutamente todo y apenas exporta nada que no sea contaminación. Esa única dirección del sistema no tiene apenas nada que ver con la agricultura de verdad, la que hemos pretendido que aquí quede claro que hay que potenciar precisamente para que todo quede potenciado. Porque no solo se trata de abastecer sino también de abastecerse. Toda la actividad del sector toma de lo espontáneo y da hacia lo por completo artificial. El papel de mediador está claro aunque se halle muy descompensado en los últimos decenios. Porque, insistimos, la apuesta por modelos industriales convierte a la producción de alimentos en dependiente de lo que proporciona la única verdadera independencia dentro de este mundo. Recuerden, si les parece oportuno, la cita que encabeza el primer capítulo de este libro. Por eso lo primero que se debe acometer es una mínima clarificación de lo que se entiende por desarrollo. Un poco de todo y nada de mucho, pero literalmente nada si no comenzamos explorando las posibilidades de la vivacidad como referencia imprescindible para acometer el cambio de modelo de relaciones que la gravedad de las crisis ambiental y económica demandan.

El mundo y la cultura rurales pueden desempeñar un crucial papel en la tan traída y llevada sostenibilidad. Cuando la productividad prime sobre las abstracciones financieras no cabrá más que atender y potenciar al sector primario y, acaso primero. La mejor terapia para renovar la economía y el mundo mismo es estar cerca y a favor de la vida. Algo que muchos campesinos saben hacer. Somos cada día más lo que decimos y menos lo que hacemos, cuando lo único que nos define con seriedad es la acción, el implicarse con una actividad que demuestre la sinceridad de nuestras palabras. Por eso nada más coherente que esa agricultura y ganadería ecológicas: que reciclar con beneficios algunos de los peores contaminantes. De ahí que las descripciones de esta obra sobre experiencias concretas sean más verdad que todos los propósitos anunciados en cascada por tantos. Una economía acorde a la capacidad de renovación de los procesos y los recursos debe partir ante todo del reconocimiento de que la parte más sustancial de los mismos trabaja incesante y gratuitamente para nosotros. Es un esclavo al que además ni siquiera debemos alimentar pues él mismo consigue sus propios nutrientes. Por supuesto, me estoy refiriendo al ciclo hidrológico, sin el que nada se puede producir en este mundo y que nos proporciona su entraña líquida de forma constante. Me refiero a la fotosíntesis, que hace crecer el alimento sin esfuerzo alguno por nuestra parte. Por supuesto, a la polinización de todas las plantas y a la fecundación de todos los animales. La totalidad de los recursos minerales y energéticos están puestos antes que nosotros. En una palabra, casi todo lo realmente crucial es gratuito. Un regalo al que no correspondemos. Porque la respuesta no es ya solo el no reconocer y asegurar la continuidad de tan afortunadas obviedades olvidadas, sino mermar sus creaciones. Recordemos que la multiplicidad está seriamente amenazada, tanto la espontánea como la cultural. Que los ciclos son interrumpidos y las fuentes de la renovación envenenadas. El desarrollo sin desgaste

> Vecinas charlando en una calle de Echo, Huesca. >> Hórreos, pallozas y la tenacidad por mantener estilos de vida que, sin duda, son minoritarios pero elocuentes en cuanto a la convivencia entre el entorno y los seres humanos. José Ramón González, con 90 años, y su yerno junto al hórreo y la palloza de Casa Casoa, preparando las vacas para llevarlas al prado en Piornedo, Os Ancares. > Local women chatting on a street in Echo, Huesca. >> Granaries, thatched cottages and the determination to preserve lifestyles that, though minority, are nonetheless eloquent examples of harmonious coexistence between man and his environment. José Ramón González, aged 90, and his son-in-law beside the granary and palloza of Casa Casoa prepare to take the cows to the fields in Piornedo, Os Ancares.

223

La España rural

224 225

La España rural

226

de los manantiales sostenibles comienza por desacelerarse. Por una declaración de lentitud. Pero la codicia es velocífera y a ella hay que enfrentarse con realidades. Lo correcto sería afirmar que no podemos presumir de muchos ejemplos de puesta en práctica de modelos y experiencias suficientemente acreditadores de una singladura apropiada y un desembarco afable. Apenas unos pocos intentos, eso sí siempre o casi siempre con el parachoques de fuertes subvenciones públicas que enmascaran la dependencia de los sectores que practican la economía no sostenida en aspecto renovable alguno. Pero de vez en cuando surge la excepción, el que alguien que conoce la teoría resulte capaz de emprender, organizar y demostrar que se puede incrementar el bienestar

sin dislocar al derredor. Que se pueden crear puestos de trabajo con muy poco dinero y con suficiente rentabilidad por no restar lo destruido en la contabilidad. El empleo relacionado con el medio ambiente rural está llamado a ser el principal instrumento de la conservación del entorno y de las mismas rentas del sector primario. Como nos recuerda Unamuno, «La Naturaleza no miente». Por el contrario, la interpretación y el uso que hacemos de nuestro entorno resulta básicamente espurio. La falsificación casi constante o, acaso con mayor precisión, su sustitución por sistemas virtuales convierte hoy en extraordinariamente difícil la comprensión de esa amplísima porción de lo que nos compete y afecta que es el derredor, la Naturaleza. Si somos también lo que nos permite ser, parece ajustado a razón e in-

> Escenas pastoriles que, aunque bien lejos de las Geórgicas de Virgilio, siguen evocando muchos de los acompasados ritmos que las labores ganaderas conllevan. José Villar, con 73 años, cuidando las ovejas en Torrellas, Zaragoza. A la derecha, Jesús Calvo junto a su burra, controlando su rebaño en las estepas de Ablitas, Navarra. > Pastoral scenes that, though far removed from Virgil’s Georgics, continue to evoke many of the steady rhythms of stock-raising activity. José Villar, aged 73, tending his sheep in Torrellas, Zaragoza. Right: Jesús Calvo and his donkey watching over his flock in the steppes of Ablitas, Navarre.

terés no socavar sus cimientos, esos que sostienen a las casas, a las industrias y a la vida misma. Pero no. Sigue galopando con briosa fuerza la gran mentira de que podemos segregarnos de nuestro origen. Creencia que en buena medida se basa en considerar que la única riqueza y, en consecuencia el progreso y el bienestar de todos nosotros, se deben basar en la apropiación, la transformación y el consumo de porciones crecientes del entorno. O de cualquiera de sus partes, ya sea el conjunto del paisaje, ya sus recursos, ya sus elementos esenciales o los procesos ecológicos básicos. A veces incluso hasta la degradación, derivada sobre todo del metabolismo de las sociedades industrializadas. O del agotamiento de los recursos naturales, en el caso de los menos favorecidos.

Al haber entregado buena parte de lo que hacemos a la parcialidad que supone erigirnos en la única vara de medir, abundan las equivocaciones. Según muchos economistas, si se le diera valor monetario a los servicios que presta la Naturaleza el PIB del planeta debería multiplicarse varias veces. Conservar la Naturaleza es, pues, garantía de la futura creación de riqueza. O si se quiere, las porciones de Naturaleza sin modificar son tanto o más valiosas que las incluidas en el mercado. Lo sostenible sería, pues, un intento de insertar nuestras actividades en un proceso abierto que reconoce las procedencias y no destruye el desconocido destino. Que respeta lo gratuito y garantiza lo convencionalmente considerado económico. Al mismo tiempo que puesto en

227

La España rural

228

práctica demuestra que no se agota. Esos orígenes serían desde las fuerzas cósmicas que la vegetación de la Tierra transforma en vida, hasta los ciclos básicos de los elementos esenciales, caso de los del nitrógeno, fósforo o carbono. Pero no menos desde la información almacenada los miles de millones de códigos genéticos que permiten la supervivencia de la multiplicidad vital, parte de la cual consumimos para vivir, hasta las culturas humanas, sobre todo las que saben hacer sin destruir la capacidad de renovación de los sistemas vivientes. Que eso dure, que siga trabajando sin costarnos nada, que no interfiramos o destruyamos es el real y urgente desafío de la actualidad. La verdad comienza cuando nos acordamos que somos solamente una parte de lo que miramos. Pero sobre todo cuando somos capaces de entender que la Naturaleza no miente, entre otras cosas, porque nos incluye a todos. Así, en términos generales, éste es el planteamiento teórico. Sabemos que se suele responder al mismo con algo de desprecio, pero quienes consideran que hay un abismo entre las ideas y el mundo real o la práctica de las mismas suelen olvidar que si bien no es rara esa situación en demasiados, tampoco cabe avanzar nada sin pensamientos. Nuestra capacidad de adelantarnos con la reflexión, e incluso con la imaginación, a una situación deseada es el verdadero motor de todo lo que hemos hecho los seres humanos. Todo comienza por la capacidad de plantearnos que se podía hacer de otra forma. El gran derrotismo mana de la sumisión a «esto es lo que hay». Es más, nada salva tanto al derredor natural y al ser humano que la toma en consideración de que todo podría ser de otra forma. Incluso de que ya lo es si somos capaces de observar con detenimiento o de reconciliarnos con lo hecho por otros. Quien no se plantea llegar al horizonte, sencillamente no llega. Culminamos con una réplica. El hecho de que demasiados no lleguen nunca a donde se habían propuesto no invalida ni la propuesta de hacerlo, por parte de otros, ni los ejemplos en la práctica que demuestran que lo posible solo es una minúscula porción de lo soñado. Pero para la puesta en práctica de un desarrollo vivaz en el mundo rural tenemos que poner sobre el tapete de estas páginas al menos un puñado de consideraciones fundamentales. Comenzando por diluir algunos de los estereotipos y lugares comunes que potencian el irracional arrinconamiento del presente. En primer lugar porque es una conexión directa con todo lo demás. Al respecto, y dado que lo expusimos como denuncia en las primeras páginas de este libro, tenemos que incorporar una considerable porción de las actividades del mundo rural a mantener activas y potenciar los servicios ambientales que recibimos de los

bosques, las aguas y los suelos no desmantelados. Al mismo tiempo se debe compensar de forma mucho más directa por el impacto que ocasiona la agricultura química. Algo a lo que también nos hemos referido al principio. La idea de cultivar aire limpio no es desacertada y podría perfectamente ser el objetivo principal de todo lo vinculado con nuestros bosques y la necesaria multiplicación por dos que nos merecemos. No podemos seguir marcando fronteras para lo relacionado con la productividad de la tierra o las consecuencias indirectas del esfuerzo de los que son capaces de aprovecharla para la producción de alimentos. Cultivar, en efecto, tal y como se adelantó en el segundo capítulo, se salda desgraciadamente con demasiada contaminación; con el incomprensible saldo de liderar, en lo que a sectores de actividad se refiere, el daño causado a la transparencia. De ahí que entre los modos de restaurar el verdadero sentido de lo que significa cultivar deba figurar en primer lugar que hay que cultivar también aire limpio. La silvicultura resulta uno de los empeños con mayor rendimiento social a largo plazo. Se trata de aprovechar el poder de sensibilización que ya tiene el bosque sin muchos más argumentos. Una buena imagen acompaña, casi desde siempre, casi en todos, lo de plantar, conservar o cuidar de los árboles. No digamos lo de apagar los incendios, una vez que han comenzado. Pero hay algo más imponente de cara al peor de los desafíos al que debemos enfrentarnos. En el esencial ciclo del carbono, que hemos dinamitado, destaca el silencioso papel de la vegetación. Todas las plantas, y todavía más los árboles, están desempeñando un papel muy parecido al del último reducto. Pero con el aliviante suplemento de que resulta formidable el número de servicios que nos prestan, la cuantía con que lo hacen y la rotunda gratuidad con que nos obsequian. Repetimos viejos conocimientos por aquello de que nuestra sociedad anda empeñada en la tarea de olvidar lo más necesario. Es decir, que no por sabido queda reconocido el papel de lo que nos rodea y mantiene. Triste, pues, que la oportunidad esté siendo en gran medida desaprovechada. En cuestiones como el monumental desafío que supone el calentamiento de este planeta, hay poco tan eficaz como dejar que los sistemas naturales sigan siendo como son y que los nuestros se parezcan cada día más a los mismos. Pero recordemos algo más. Todos los bosques y los cultivos, en efecto, atrapan carbono y lo acumulan por períodos más o menos dilatados en función del uso que haga la Naturaleza, o el que hagamos los consumidores, de esos mismos organismos vegetales que somos el resto de los seres vivos. Más, muchos más árboles por supuesto. Hasta alcanzar el doble de los que existen hoy en la mayoría de los países.

> José Baquero troceando la remolacha forrajera para alimentar al burro. Cornago, La Rioja. > José Baquero cutting up beetroot to feed his donkey. Cornago, La Rioja.

Pero no solo. Porque tampoco podemos ignorar que todos los cultivos del mundo, estos que ocupan casi el 30% de la superficie sólida del planeta, pueden sumar calentamiento o bien retardarlo. Esto último mediante métodos sencillos, menos caros, tan o más rentables que los industriales. Dar de comer y enfriar el planeta pueden y deben resultar indistinguibles, sincrónicos, mudamente fertilizadores el uno del otro. Para lograrlo hay que empezar por lo que ya está hecho. Lo primero es, por lo tanto, no ampliar ni una hectárea más la frontera agrícola. No restarle ni a las praderas, ni a las estepas, formaciones arbustivas o arbóreas un solo enclave más. Los rendimientos de la agricultura y de la ganadería pueden mejorar sin degradar ni un solo metro cuadrado en el que el carbono esté alojado de forma espontánea y con ánimo de seguir haciéndolo en mayores cuantías. Para crecer no hay que aumentar la superficie cultivada. O lo que es lo mismo, si el crecimiento casi continuado del árbol es posible por hacerlo hacia arriba, donde se roza lo ilimitado, el de la agricultura debe imitarlo, pero no solo subiendo escalones de aire, sino también y mucho más hacia adentro; es decir, enmallando los suelos con más y más materia orgánica, con más y más humus y raíces. Crecer hacia adentro es lo más serio que puede hacer una persona, pero no menos la agricultura y los suelos. De ello, y en ambos casos, depende la transparencia. Ese frescor del aire renovado por las correctas prác-

ticas agrarias y la proliferación de las arboledas consigue dar sentido, por mucho que no pase en demasiados casos de lo imaginado, acaso con demasiada ilusión. El paso de la condición de enfermedad a la de terapia o tratamiento de choque para recuperar unos mínimos de lo que se ha perdido no puede ser llevado a cabo sin otras consideraciones que también andan en desbandada. La primera es que la sociedad no solo tiene en los miembros de la Cultura Rural a unos productores y, algún día, acaso descontaminadores, sino también uno de los principales recursos educativos. Tanto que debería figurar en el sistema educativo con rango de asignatura transversal. Porque esas gentes, y especialmente las más veteranas, son en realidad el último nexo diario con lo espontáneo. Al mantener un sencillo contacto, reiterado, con los paisajes, los huertos, las granjas, los paisajes vivos, la fauna espontánea, las aguas libres, la belleza en suma, constituyen depósitos de coherencia a la hora de identificar la procedencia de lo necesario. Aprender de lo que nos rodea. La necesaria pedagogía a través del puente más corto y más sólido. Cordón umbilical es todavía cada persona que no ha olvidado las principales lecciones que calladamente da la Naturaleza a quien se acerca a la misma con algo de ecuanimidad y sosiego. El tiempo de descanso de los demás puede ser además creativo y solidario. En el saco del turismo rural, en efecto,

229

231

La España rural

230

> Fortuna Martiartu encendiendo el horno para el tostado de las duelas en la tonelería Martiartu, en Murchante, Navarra. > Fortuna Martiartu lights the oven to toast the staves at the Martiartu cooper’s in Murchante, Navarre.

La España rural

232

entra mucho a tener en cuenta. Sin duda, se trata de potenciarlo, pero no menos de descartar cuanto antes lo que se ha convertido en los mayores problemas. Por un lado, la picaresca fraudulenta que ha aprovechado demasiadas ayudas económicas para la restauración de viviendas, cuando no para ponerlas en pie, y luego han pasado a ser residencias particulares. Pero no solo se trata de reconocer y poner de relieve el potencial que para la necesaria reconciliación con la pacífica Naturaleza supone todo aquel que ha estado en contacto con la misma. Hay otras potentes pedagogías en el seno de la Cultura Rural. Porque una de las más perniciosas consecuencias del mundo industrial es la desconexión generalizada que los urbanitas mantienen con el destino de sus ciudades, de los desechos que producen, del destino de las mercancías que exportan y hasta del resultado final del trabajo acometido individualmente. Todo o casi todo queda delegado hacia el minúsculo puñado de responsables electos. Por el contrario, el labrador y el ganadero son ejemplos vivos de un alto grado de autarquía muy comprometida. Toman a solas decisiones cruciales y todos los días. Son capaces por término medio de ejercer de una a dos decenas de oficios concretos. Trabajan en infinidad de casos sin horarios y sin salarios estables. La explotación familiar, es más, sigue siendo uno de los puntales preferentes del mundo rural. Los hombres del campo son, en suma, extraordinariamente responsables de ellos mismos, de sus predios, explotaciones, y aun así son tantas veces insultados hasta por la política de precios. Ejercer la responsabilidad no es una tortura; llega incluso a la condición de placer no olvidar que ya de por sí un labrador se enfrenta a muchos más grados de toma de decisiones individuales que cualquier otra persona del mundo de los servicios o la producción industrial. La generalización de la agricultura de verdad, la aliada con la vivacidad y la fertilidad natural, ahorra no solo agua y energía en proporciones cercanas al 50% de lo que consume la convencional producción industrial de alimentos, sino que es una garantía para la diversidad biológica. Las viejas polémicas sobre los precios, por supuesto, más caros los de los productos limpios o la imposibilidad de generalizar tales prácticas, han sido más que rebatidas. Eso sí pasa por entender que un poco más de austeridad y esfuerzo se saldan con un más que positivo balance, dado su impacto ambiental cero y la mejora de la calidad de lo que comemos. La restauración de los paisajes tiene bastante más sentido que la nueva pavimentación de cualquier calle. En momentos como los que atravesamos, no es pequeña la oportunidad que supone el tener por delante un gigantesco trabajo de reposición y devolución ambientalmente hablando. Cabe ligar, por lo tanto, el desarrollo rural a la

mejora de suelos, la limpieza de las aguas, la recuperación de comunidades vegetales y zoológicas. La fácil electrificación con energías renovables del mundo rural debe sumarse a las tareas inmediatas. De hecho, si la crítica al modelo fotovoltaico es que no se puede almacenar, lo que nos interesa es que se consuma en la inmediata proximidad de donde se ha producido la electricidad. Todas las entidades de población con menos de 5.000 habitantes deberían estar dotadas de equipamientos de este tipo, con lo que estarían implicadas también como consumidores en ese cultivo de aire limpio que hemos señalado más arriba, pero ahora por supuesto por la vía de una fuente de energía limpia. Hay que desterrar por completo el hecho de que sea quien más contamina el que más ayudas directas reciba de la Política Agrícola Común (PAC). Por desgracia son muchos los datos que demuestran que es menos del 30% lo que le llega a los verdaderos agricultores de los presupuestos europeos. La famosa PAC destina a España 817.000 millones de euros anualmente y se estima que solo 164.000 acaban en manos con callos. Otra forma de visualizar esta desproporcionada irregularidad es que el 3,5% de los propietarios de fincas cultivadas se lleva el 40% de las ayudas comunitarias. Con no pocos casos de ninguneo a la excelente calidad de tantos productos de nuestro mundo mediterráneo que, por otra parte, estaría llamado, si la coherencia arreciara, a ser literalmente líder de las políticas sostenibles desde el momento en que la dieta basada en sus principales producciones es una de las más beneficiosas para la salud y para el derredor natural. Si hay un lugar donde la bioconstrucción tiene sentido es en todos los enclaves con menos de 10.000 habitantes. Primar y potenciar algo que todavía no se ha desvanecido del todo, es decir, el que se construya y restaure con los mismos materiales originales, con lo realmente próximo al lugar donde se van a levantar las paredes, debería ser una obligación y por, supuesto, estar compensada desde el momento en que su impacto ambiental es infinitamente menor, del orden del 60%, con relación a los requerimientos de la arquitectura ciudadana. No menos sencillo y ejecutable resulta la movilidad coherente en tales núcleos de población. De ahí a no desestimar cualquiera de las cuantías de ahorro. Si tenemos en cuenta que el uso de los vehículos individuales puede quedar prácticamente desterrado en el mundo rural y lo sumamos a los ya mencionados sectores de las energías blandas, la agricultura ecológica y la multiplicación de las arboledas, pocas dudas caben sobre el indiscutible aporte a la lucha contra el cambio climático que podrían suponer tales iniciativas del mundo rural.

233

> En muchos asentamientos rurales, la crónica de la vida cotidiana no necesita mucho más que una tranquila charla en los espacios públicos. Lo que se pierde en intimidad se gana en el hecho de que la manipulación suele quedar desterrada. Vecinos de La Almolda, en la comarca de Los Monegros, Zaragoza, charlan a la sombra tras una calurosa tarde de verano. > In many rural villages the chronicle of daily events needs little more than a relaxed chat in public places. What is lost in privacy is gained by the fact that there is no room for manipulation here. Local inhabitants of La Almolda, in the Los Monegros region of Zaragoza, converse in the shade at the end of a hot summer afternoon.

AIRE FRESCO

C

La España rural

234

omer se ha convertido, para no pocos, en una suerte de cúspide de lo cultural, de cima de los informados y educados. Todo ello a través de una serie de concurrencias. Las más destacadas y aireadas son el lujo, un notable encarecimiento de los precios a la hora del abastecimiento, la elaboración y el consumo. Una extraordinaria generalización de lo gastronómico en todos los medios de comunicación, con casos tan aparentemente impensables tan solo hace un par de décadas como el que se rifen, las grandes cadenas de televisión, la colaboración de los más señalados cocineros y cocineras. Esto, en primer lugar, quiere decir que en realidad son pocos los temas que no puedan convertirse en muy populares si se consigue una correcta divulgación y una atractiva presentación. Conviene, en cualquier caso, no quedarse, como tantas veces sucede, en lo epidérmico. De ahí que quepa aprovechar algunas magníficas posibilidades de que estas altas mareas de la restauración de no se cuántas estrellas se convierta en un aliado de las procedencias y de los que se esfuerzan allá, junto a las mismas. En primer lugar porque cabe celebrar y celebramos que haya aumentado el nivel de conocimientos y en paralelo el de exigencias de la mayor calidad posible a la hora de nutrir al organismo. Que tal obligación se convierta en deleite y en nivel cultural no puede por menos que ser aceptado como positivo. En nuestro país hemos podido vivir y comprobar cómo ha sido multiplicada por muchas veces la calidad de los caldos producidos por la industria vinícola. Todo ello casi por doquier, casi para la mayoría. Seguirán, por supuesto, quedando restringidas a las elites económicas las fastuosas exquisiteces que se reservan los mejores restaurantes del planeta. Algo que sorprendentemente tiene bastante poco que ver con esa otra calidad derivada de la salud ambiental. Cierto es que los cultivos ecológicos aumentan en casi todos los países del planeta. Pero no menos que se pierden millones de hectáreas por erosión, incendios o al menos quedan abandonadas las técnicas tradicionales, que siempre resultaron más cercanas a los buenos sabores, olores

y contenidos nutricios. Apenas se ha avanzado en lo que debería ir de la mano que, estamos seguros, lo hará pronto en mucha mayor cuantía. Nos referimos a que la excelencia gastronómica debe ir siempre de la mano de algún tipo de garantía de calidad ambiental en todos los procesos destinados al cultivo o crianza del producto a comer o beber. Algo así como si a la hora de comprar un piso de lujo se nos garantizara que se ha hecho con el mínimo impacto ambiental y con obreros que han recibido todo lo estipulado por las leyes económicas, de seguridad y sanitarias. El camino, afortunadamente, se está haciendo y por el mismo discurren ya casi 1.600.000 hectáreas en nuestro país. Esto, que supone algo así como el 0,8% de las superficies cultivadas, puede parecernos escaso, pero tengamos en cuenta que a ello se ha llegado a través de varios años de crecimientos de hasta el 30% por ejercicio y un 26% solamente en el 2009. Al mismo tiempo el gobierno central y no pocos de los autonómicos están haciendo especial hincapié en los presupuestos básicos de la economía vivaz. Hasta se ha creado una revista oficial con este tema como único propósito. Se estrecha al mismo tiempo el abismo de los precios que resultaban obligadamente más altos para los productos sanos y completos que ofrecen la agricultura y ganadería ecológicas. Todo ello pone bases y primeros cimientos más que esperanzadores. Los procesos destinados a mejorar la calidad de vida no pueden ni deben ser incrementadores de la insania del derredor o de una parte sustancial de la humanidad. Precisamente en estos momentos en los que todo demanda una gigantesca rectificación, dada la crisis estructural y cultural que padecemos, parece más que indicado comenzar por el inicio. La regeneración de los principios básicos de la fertilidad natural, la recuperación de la exigencia en cuanto a lo que nos mantiene vivos y sanos puede perfectamente volver a ser el primer engranaje, la primera dinamizadora fuerza que convierta a este mundo en más seguro. Porque la única forma de conseguir ese justo anhelo es que también y al mismo tiempo sea más vivaz.

> El mantenimiento de las razas mejor adaptadas forma parte de la preocupación inicial y cotidiana de los ganaderos que no se han dejado deslumbrar por los altos rendimientos, casi siempre exclusivamente ligados a una alimentación más artificial y más cara. Ovejas latxas en el valle de Baztan, Navarra, junto a una meta, o montón de helechos destinados a cama del ganado y que termina siendo uno de los mejores estiércoles posibles para la huerta. > Preserving those breeds best adapted to local conditions forms part of the initial everyday concerns of those stock raisers who have refused to be dazzled by high productivity, almost invariably linked exclusively to costly artificial forms of feeding. Latxa sheep in the vale of Baztan, Navarre, next to a meta or heap of ferns, which serves as a bed for the animals and eventually becomes one of the best possible fertilisers for the kitchen garden.

235

237

La España rural

236

> La cocina comedor es una de las coherentes confluencias que son norma en el mundo rural. Jesús Armesto Rodríguez y su mujer, Angelita Rodríguez, preparando la comida en la cocina de su casa, en Vilarello de Donís, Lugo. > The kitchen-dining room is one of the coherent combinations that prevail in the rural world. Jesús Armesto Rodríguez and his wife, Angelita Rodríguez, prepare lunch in their family kitchen. Vilarello de Donís, Lugo.

CULTIVAR TAMBIÉN LA CULTURA RURAL

C

La España rural

238

uando la primera materia prima de una actividad es la esencia de todo un planeta. Cuando no resulta posible encontrar mayor extravío que el de la conversión de lo nacedero en moribundo. Cuando la vivacidad sigue esperando que nos aliemos con ella desvalijadas buena parte de las coherencias que presiden la renovación de la vida, todo clama por una recuperación de la sensatez. Algo que pasa inexorablemente por la incorporación a los excluyentes y exclusivos planteamientos cuantitativos y económicos todos los rasgos que permiten considerar como cultura al mundo rural, sus conocimientos y destrezas. Lo que no quiere decir, en absoluto, retroceso alguno. Sumemos, insistimos, lo mejor que se sabía hacer antaño a todo lo que las nuevas tecnologías pueden ayudar. Nada nuevo nace de sí mismo. Lo anterior es el fundamento de lo renovado. El enorme y falso prestigio de la novedad no consigue, a poca honestidad intelectual que se tenga, ignorar que lo más importante es precisamente el viejo estilo de vida de la vida en este planeta. El lamento se ha vulgarizado. Todos, literalmente, conocemos los rasgos principales del preocupante diagnóstico sobre la salud de la Tierra, sobre el estado del bienestar y sobre las sociedades no industrializadas. Pero la queja, con no haber tenido nunca los parámetros actuales, en nada resulta novedosa. Rastreando la encontramos desde los albores mismos de todas las civilizaciones y cuerpos de pensamiento. Como ahora se trata de enfocar lo que compete a la agricultura, no estará de más recordar que los primeros tratadistas ya percibieron y denunciaron las rupturas que las malas prácticas agrarias ocasionaban no ya en lo natural, por obvio y hasta necesario, sino ante todo en las posibilidades de la propia actividad cultivadora y apacentadora. Ahí aparece Teofrastro, discípulo de Aristóteles y primer ecólogo, que lamenta la erosión, la desecación, y entiende la íntima relación entre clima, suelo y distribución de las especies vegetales. Plinio considera a muchos campesinos de su época como traidores que envenenan a quien todo lo da, es decir, la Tierra.

Lo escrito por Colmuela (siglo i d.C.), incluso, es suficiente para recuperar el sentido de la correcta agricultura, sus diez libros sirven en lo básico de tratado de la Agricultura Ecológica. Más de diez siglos después de la caída del Imperio Romano, el arquitecto Andrea Palladio, gran admirador de los modelos clásicos, nos ofrece toda una pauta de estrategia de conservación de la diversidad, al demandar para una correcta gestión de los predios a cultivar: buen aire (hoy clima); buenas aguas (hoy transparencia y depuración); tierras bien alimentadas (hoy fertilización orgánica) y, por supuesto, buenas labores con menor gasto de energía y sin abonos químicos ni sobre todo biocidas. Una correcta estrategia para la conservación de los paisajes será un instrumento sensato, con sentido de la anticipación, y hasta plausible, si va ligada a la actividad del sector primario. Pero, además, debemos contemplar la multiplicidad de las formas vivas como un patrimonio común, como la memoria de la propia biosfera y como el conjunto de respuestas creativas e imaginativas de la propia Naturaleza. El paisaje es, ante todo, su piel viva. Por el contrario, nuestro modelo actual defiende que solo existe una receta, el aumento continuado de riqueza, cuando la diversidad es asimismo la característica no solo de la Naturaleza sino también de nuestra humana condición. Es más, hay otros modelos que no están lejos ni resultan nuevos, aunque lo parezcan por su condición de minoritarios. Incluso pueden ser enumerados por miles, y por decenas de miles, si incluimos los que desaparecieron, extinguidos en su desigual contienda con las culturas dominantes de cada época. Cuando probablemente nada resulta más triste que no haber tenido la oportunidad de reflexionar sobre la enorme cultura de los oficialmente incultos. Pero, por suerte, nos queda suficiente información para recordarles algunos de esos «raros otros» que, antes o todavía hoy, se aproximaron a lo que menos pesa y ocupa, pues solo tiene como residencia un nombre: UTOPÍA. Nada más hermosamente humano que el deseo de volver a empezar. Y, seguramente, nada tan oportuno, ahora,

239

> Casa con la tranquilidad de que la madera de sabina, con la que se sostienen tejados, fachadas, puertas y ventanas, tiene varios siglos de garantía. > A house secure in the knowledge that savine timbers, which support roofs and façades and frame doors and windows, have a warranty of several centuries.

> Castro celta de Santa María, en San Román, Os Ancares, Lugo. > The Celtic castro (castle) of Santa María in San Román, Os Ancares, Lugo.

La España rural

240

como intentarlo. Solo que conviene aprovechar lo que la ciencia y las culturas solidarias nos proponen para esa tarea de reconstruir lo vivo por un lado y lo digno por otro. Porque aquí mismo tenemos una cultura y un sector crucial de la sociedad tan amenazado y herido como cualquiera que queramos elegir. Me estoy refiriendo, claro está, al mundo rural. Causa y efecto de algunos de los peores menoscabos ambientales y sociales de este tiempo. Pero con el anticuerpo, como es lógico, dentro de sí mismo. Buena parte de los procesos de desertificación, de la contaminación de suelos y aguas, de la pérdida de diversidad natural y cultural, de la destrucción del paisaje, así como de esta catástrofe tan evidente de los incendios forestales, tiene como principal causa el derrumbe del íntimo sentido de las prácticas agrícolas, ganaderas y de la silvicultura. Los efectos son catastróficos en varios de esos frentes. Al mismo tiempo, todas esas enfermedades podrían retroceder seriamente y hasta desaparecer con la generalización de una correcta actividad en el sector primario: es lo que llamamos Agricultura Ecológica. Confundidos por el apremio del siglo que nos acoge, los agricultores dejaron de cosechar para convertirse en cosecha, pero de la industria que no puede tener leyes más lejanas a las que rigen en los medios naturales. Prisa y rendimiento crecientes y tecnología dura ocuparon todos los horizontes. La química que tanto ha simplificado y, por supuesto, también ayudado, se revela como un gravísimo deterioro de los suelos vivos y de la práctica totalidad de

los acuíferos. A la aniquilación de las comunidades zoológicas de los predios agrarios pronto se sumó una drástica disminución de las especies animales y plantas domésticas. La maquinaria pesada, al mismo tiempo, demandó campos más grandes con lo que muchos paisajes fueron despojados de sus mejores adornos: los árboles, los setos, los sotos y las tapias. Aunque mucho más preocupante resulta la lenta desaparición de costumbres, saber, tradiciones, hospitalidad, artesanías y formas de usar sin abuso el entorno natural, es decir, de culturas: ya que de forma acelerada están condenadas a la extinción, y centenares ya han desaparecido. Pero tampoco podemos permanecer indiferentes ante la desaparición de la belleza, de esa armonía que se posaba sobre los campos cultivados, y que únicamente recuperaremos de la mano de la Agricultura que considere también como competencia propia lo estético. Hacer sin destruir, ése es el desafío. Crecer sin que merme lo que ha permitido precisamente ese crecimiento. En realidad, nada debería ser llamado crecimiento si al mismo tiempo no puede crecer la hierba. Nutrir a lo que nos nutre. Que nos hereden lo heredado por nosotros. Y, porque digan lo que digan los agoreros dueños de lo que se llama «mundo real», no ya sin menoscabo sino todavía más grande, más limpio, más bello, más productivo y, en consecuencia, más heredable. La cultura humana se inventó precisamente para eso. Solo queda reconocer que la cultura del planeta entero es su Naturaleza.

241

> Castillo y murallas de Calatañazor, Soria. > The castle and walls of Calatañazor, Soria.

La España rural

242

> Que quepan máximos de hospitalidad para la vida silvestre a menudo es una norma en pueblos e incluso ciudades de nuestro país. La iglesiaColegiata de San Miguel, en Alfaro, La Rioja, es el edificio con más nidos de cigüeña blanca que se conoce en el mundo. >> Otra de las señas de identidad de infinidad de pueblos es que las puertas a menudo no están cerradas, ni siquiera por la noche. El grado de confianza y seguridad no deja de ser otro de los beneficios de la siempre más relajada vida en el campo. > That the villages and even the cities of our country provide maximum hospitality for wildlife may be taken for granted. The collegiate church of San Miguel, in Alfaro, La Rioja, has more white stork’s nests than any other building in the world. >> Another identity sign of countless villages is the fact that doors are hardly ever closed, not even at night. Such a degree of trust and security is another of the benefits of invariably more relaxed country life.

243

La España rural

244 245

247

La España rural

246

> Que la huella del trabajo ganadero o agrario no borre los perfiles que la historia de la vida ha escrito en los paisajes es el plausible y necesario objetivo del desarrollo rural sostenible. Prados y borda entre setos y pinares de pino albar. Val d’Aragüés, en el Pirineo oscense. > That the traces of stock-raising or agricultural work should never erase the profiles that the history of life has written on landscapes is the plausible and necessary objective of sustainable rural development. Fields and a hut among hedges and Scots pines. Val d’Aragüés, in the Pyrenees of Huesca.

249

La España rural

248

> Paisaje ganadero en las soledades de Os Ancares, Lugo. >> Puerta con herrajes artesanos en el valle de Ansó, Huesca. > Landscape with livestock in the solitude of Os Ancares, Lugo. >> Door with exquisite ironwork in the vale of Ansó. Huesca.

La España rural

250 251

EPÍLOGO Todo cuanto sea conservar el medio es progresar; todo lo que signifique alterarlo esencialmente, es retroceder. Miguel Delibes

A mis padres, que condujeron mis primeros pasos en el medio rural. A Asun y a Ibai, por compartir tantos senderos conmigo.

La España rural

252

E

n los albores que acunan nuestro tecnológico siglo xxi, tractas fantásticas tal vez surgidas de los sueños imposipersisten hoy en día dispersos por la geografía española bles de Ícaro. emplazamientos rurales con trabajos, costumbres y formas Cuánto asombro y sosiego nos depara cada reencuende vida heredadas generacionalmente a lo largo de más de tro con el medio rural y sus pueblos. Ese contacto con la diez mil años de historia. Lugares que reviven sensaciones arquitectura noble de la piedra, del adobe humilde y la “Todo cuanto sea conservar el medio es progresar; bucólicas casi ya perdidas, sentimientos difíciles de exmadera tosca; siempre cómplices con su entorno del que todo lo que signifique alterarlo esencialmente, es retroceder” presar, salvo acaso, para ese don que es el arte del poeta. tomaron prestados los elementos. Techumbres pajizas de Espacios trascendentales para una Naturaleza donde las centeno, retama o piorno; tejas pétreas de pizarra, y tamMiguel Delibes actividades rurales del laboreo de la tierra y la ganadería bién de barro cocido en formas planas o curvadas; llanas extensivas tradicionales aún mantienen el frágil equilibrio azoteas de cal rozándose sobre calles apiñadas que huyen ecológico de sus hábitats, con el hombre como parte intedel sol y calles holgadas que lo reclaman bajo largos aleros grada en ellos y engranaje primordial para la biodiversidad de roble, paraguas de lluvia. Gruesos muros de bloques que le acompaña. Ecosistemas tan genuinos como la dehede caliza, cuarcita o granito hijos del cincel, ensamblados sa, las estepas ibéricas, los barbechos de secano y numeropor manos expertas que apostaron por el largo plazo y sos tipos de bosques serranos para el aprovechamiento de firmaron con la huella anónima del callo. Maestría ajena recursos forestales sostenibles siguen siendo vitales hoy en a ese cáncer gris que hemos hecho del abuso del cemento día para la óptima conservación de poblaciones de fauna y paradigma de eficacia y dignidad ante el azote de siglos; únicas a nivel europeo e incluso mundial. Mosaicos de antítesis de los actuales sistemas perecederos de la ciudad, olivares, viñedos, almendros, huertas y frutales se suman alimentados por la prisa y la incultura del despilfarro… a ese elenco inabarcable de productos que nos obsequia la Esa misma del usar y tirar que nos hace sentir modernos, tierra, lo que conforma en la amplitud de su conjunto un pero que no cesa de esquilmar los recursos naturales de legado paisajístico milenario y monumental. Miradas infieste ultrajado planeta. nitas de horizontes sobre anchas llanuras aluviales, planas Hay tantos conocimientos encerrados en los tomos mesetas, cerros y valles profundos que trepan la serrana que conforman la enciclopedia de los pueblos, tantas Iberia y territorios insulares a través de bancales faraónimanifestaciones de arte útil para aquel que mira viendo. cos bañados por el sudor de nuestros antepasados. Esos Poco o nada es aquí improvisado ni superfluo. Todo padiseñadores y arquitectos del paisaje, ecólogos doctorados rece contemplar sabiamente la adaptación al clima y la por la Universidad de la Vida. geomorfología del lugar, pero también claros manifiestos Pero tal vez sea para privilegio de los seres alados la de orígenes étnicos lejanos y testimonios de su pasado contemplación paisajística más sublime del solar agrario multicultural, tantas veces belicoso, escrito en la sangre que nos alimenta. Elevando el punto de vista sobre el paiingente de murallas y picotas. Multiplicidad de estilos, trasaje rural español obtenemos una dimensión bien distinta, diciones y creencias que han impreso sellos personales a donde el viejo arte neolítico del cultivo de la tierra cobra cada valle, concejo, comarca, región, provincia o autonovalores artísticos añadidos que nutren, también, la vista. mía; tan variados como su propia idiosincrasia y tan cercaAntaño con caballerías y actualmente con tractores, la nos como el porrón o el curado de los chorizos y jamones huella del arado imprime elegantes pinceladas de artistas que penden de las rústicas vigas semicarcomidas del graanónimos que dibujan trazas magistrales sobre el lienzo nero. Algarabía de culturas marcadas por el aislamiento de la Tierra. Todo un universo de texturas y formas absdel tiempo y la distancia que se encuentran, comparten

253

y dividen en relaciones humanas complejas; tanto, como las desconocidas profundidades abisales de ese órgano incomprendido que nos hace tan diferentes, y a la par, tan similares y cercanos. Tal vez por ello, nada en el medio rural me sugiere ni trae tan entrañables e imborrables recuerdos como aquellos encuentros fortuitos con pastores, campesinos y demás personas que fui conociendo en la austera belleza de estepas abrasadoras, páramos helados y viejos pueblos apartados en montañas y serranías donde parece haberse detenido el tiempo. Allí donde, tal cual vivieron nuestros abuelos, el pan sigue siendo de pan y la leña de encina, del roble, del haya o la sabina aún siguen crepitando en la chimenea o abrasan la cocina económica para dar calor a los hogares, cocinar los alimentos e impregnar las calles con sublimes aromas a humo. Lugares habitados en su mayor parte por personas veteranas, mujeres y hombres de miradas apacibles y rostros surcados por la arruga del tiempo. Caras que desnudan la nobleza de su alma ante la sonrisa inolvidable que dedican a ese bien escaso que aquí es un niño… Sonrisas que devuelven efímeramente esa niñez que creías ya perdida y eclipsan las arrugas más profundas de su ser. Entrañables e imborrables recuerdos… pero también honda tristeza ante estas personas de retratos para la historia de estos tiempos galopantes. Sin renuevo generacional, campesinos faenando la tierra con caballerías, pastores, vaqueiros, y artesanos rurales constituyen hoy en día vivos testimonios etnográficos de actividades tradicionales an-

cestrales que subsisten en un mundo rural cada vez más despoblado y envejecido que se desvanecen con ellos. Con cada pérdida de estas personas, junto al duelo familiar, sobreviene otro luto que viste de negro futuro los campos ahora huérfanos, pronto sembrados de yermo. Nuevas esquilas enmudecen y viejos picaportes se oxidan de silencio ante puertas cerradas que ya nadie abrirá, salvo la grieta de años y olvido. Negros nubarrones preludian la más larga de las tormentas. Y el viejo tejado de una casa, pajar, borda, chozo, corral, hórreo, cabaña o palloza se hunden; muros centenarios de lindes y bancales se derrumban; cañadas, brañas o majadas se asfixian entre malezas y antiquísimas razas de ganado y variedades vegetales de cultivo autóctonos con valores genéticos de imposible cuantificación se nos pierden en el limbo de la quietud, engrosando la extensa lista de un patrimonio rural ya irreparable y sin alternativas. Tenaz goteo en el grifo de los últimos cincuenta años, inadvertido ante la sordera política de tantos gobernantes cuya demagogia tan solo parece escuchar el voto de mayorías, dando respuesta a otras fuentes crematísticas más acordes con sus propios intereses. Como viene demostrando la Historia, a la actual crisis económica acabarán tarde o temprano otras por unirse. Tiempos donde la incertidumbre y la zozobra del paro y el hambre en las ciudades quizá haga retornar la vida a los pueblos. Entonces, tal vez, nos daremos cuenta de la riqueza de cuanto ahí tuvimos, y perdimos, por cuan poco supimos valorar. José Antonio Martínez Murchante, Navarra. Julio-2010

AGRADECIMIENTOS Mi más sincero agradecimiento a José Villar, Juan Manuel Yagüe, Jesús Calvo, Antonio Ortega, Vicente Aznárez, Daría López, José Ramón González, Roberto López y toda la familia López-González, Amado Jiménez, Enrique Ballent, Albino Rodríguez y María López, de Casa do Sesto, familia Escalé-Català, Juan Francisco García y Ana María García, José Poyato Zafra, José Baquero, Manuel Antonio López y Mari Carmen López, Fortuna Martiartu, Samuel Martiartu, Jesús Moreno, Jesús Armesto y Angelita Rodríguez, José Irisarri, Ángel Luis Antón, Alfonso Motilva, Ángel Zueco, Francisco Aceituno, Faustino Bravo y Teo Aceituno, José Manuel Marco y Gema Hualde, Julián Mediavilla, Pablo Antonio Mendiara y Maribel Navarro junto a Antonio Mendiara y el resto de la familia Mendiara-Navarro, Eladio García de la Morena, Carlos Martín, Manolo Grasa, Santos Señas, Miguel Fernández, Carlos Granda, Finca la Cabrilla y Finca Adelfilla. Sin ellos, bien sea por su buena acogida, ayuda desinteresada, dedicación y hasta su paciencia en las sesiones fotográficas, sin duda, este libro tendría un resultado muy distinto al que usted contempla. A todos los que están aquí y ya no están, con todo mi respeto a sus familias. A cuantas personas anónimas que, presentes o no en las imágenes que ilustran estas páginas, se vean identificadas en ellas por el esfuerzo y la dedicación de su trabajo y modos de vida tradicional en caseríos, masías, aldeas y pueblos. Mediante el desarrollo de sus actividades no solo siguen manteniendo viva la cultura del medio rural, sino también, y con ello, la poco reconocida e impagable labor de mantenimiento de buena parte del paisaje español y la conservación de los ecosistemas agrícolas, ganaderos o forestales que, en definitiva, dependemos todos de ellos. A Sergio Tomey, por los ánimos que siempre me ha dado para este proyecto y sus valiosas opiniones que, al igual que su amistad, siempre son cercanas pese a la distancia geográfica. A Joaquín Araújo, quien acogió con entusiasmo la idea del libro y aceptó vestirlo con sus textos. Su pluma, magistral, sin duda, aporta a la obra uno de los más altos valores intrínsecos. A todo el equipo de Lunwerg que ha participado en el libro, especialmente a Jesús Infante, Vicky Martínez, Ana María Chagra, María José Moyano, Paco Colacios y Joaquim Corbera. A Lunwerg editores, por la confianza que siempre ha depositado en mis imágenes para tantos de sus libros y, especialmente, por la buena acogida a la propuesta de este proyecto y sus esfuerzos en materializarlo. Finalmente, que no en último lugar, a CLH, por el interés y voluntad demostrados por la divulgación de nuestro entorno rural, un compromiso cultural que ha hecho realidad que esta obra permanezca ahora en sus manos. NOTA DEL AUTOR:

La España rural

254

Las imágenes de este libro han sido realizadas en el intervalo de los últimos veinte años por buena parte de la península Ibérica y Canarias. Al objeto de respetar las distintas atmósferas de la luz natural, incluidas aquellas realizadas en interiores, se ha prescindido del uso de cualquier tipo de iluminación artificial de focos o flashes, así como de la manipulación digital. Las especies animales en peligro de extinción o amenazadas representadas han sido obtenidas en completa libertad, evitando cualquier tipo de acoso o molestia a los ejemplares fotografiados, así como con las autorizaciones legales expedidas por los distintos organismos oficiales competentes en medio ambiente de diferentes comunidades autónomas.

255

Rural Spain

FOREWORD The sagacious culture of Nature

S

everal years ago, we at Grupo CLH decided to enhance our commitment to corporate social responsibility and to the environment by disseminating knowledge of the wealth of our natural surroundings with the aim of contributing to their protection and conservation for future generations. Accordingly, we have now published several books on our country’s natural environment, which together take the form of a long itinerary enriched by a wide variety of perspectives. On this occasion we decided to complete this broad view of our natural surroundings with a reflection on the rural world which, though it constituted the basis not only of our culture but also of our first industries, is now vanishing day by day before our very eyes. The purpose of this new book is neither to erect a monument to nostalgia nor foster a return to the past, but rather to help to recall and respect a form of life and a culture of nature that generated the necessary substratum of the reality we know today. To this end, in this book we provide an overview of the current panorama of our rural environment, which with his naturalist’s precision Miguel Delibes described as ‘a world going through its death throes’. Even so, aided by the magnificent photographic report by José Antonio Martínez included in this book, we may still admire our preceding generations’ enormous capacity to create new landscapes, a task which they carried out largely using their own bare hands, a few rudimentary utensils and the long-suffering beasts of burden that have now practically disappeared from our fields. In this way panoramas emerged of such beauty that we have practically forgotten that they are man-made, landscapes like the olive groves and wooded meadows that cover vast expanses of our countryside or the extensive vineyards, market gardens and fruit-tree orchards. The publication of this book also contributes to recalling a number of nature-linked trades characteristic of the rural world that have been relegated almost to oblivion, as well as the meaning of many of the words that country folk used to communicate with each other. For the text we have once again turned to Joaquín Araújo, who is very familiar with the rural world not only as a scholar and admirer but also, as he tells us on these pages, as a member, after a process of inverse migration from the city to the country. This twofold link, as a scientist and as someone with deep roots in the natural environment, is perceived in his ardent defence of that wise culture of nature that we must together strive to conserve. José Luis López de siLanes Chairman of CLH

259

TO BE WHAT YOU RELATE The essential is threatened everywhere by the insignificant. (John Berger)

F

or over forty years I have maintained a direct relationship with those who are still linked to work in the fields. I might even go so far as to say that since my first summer holidays, when I was only six months old, I have felt that I belonged much more to natural and rural landscapes than to those that constituted my daily life as a child with my family in Madrid. When I reached early youth I was conquered, almost at first sight, by everything that lacked a roof and walls. And not long afterwards my passion was transformed into my profession. The circle was happily closed because the study of multiple aspects of Nature became a genuine lifestyle for me, which meant a radical change as regards the past. Indeed, I decided to associate myself definitively with natural landscapes and to commit myself to the defence of life. By now I have learnt that all natural environments teach us some of the most fundamental truths, foremost among which is the thoroughly trite and mistaken tendency to differentiate between the contents and the container. For what is inside exists thanks to what is outside, which in turn would be nothing without what it harbours. When, as today, life is becoming extinguished, it is even more opportune to continue burning, even as only a tiny candle flame in the midst of a whirlwind. For this reason, we cannot separate what we do from what we feel. When so many of us have thrown in the towel, we have to accept the fact that if something must be done, we can do it. Moreover, some of us are fortunate enough to be unable to distinguish between the private and the public, between work and pleasure, the home of coexistence with the rest of living beings. Not even belonging to twenty-first-century society is a factor at odds with being a naturalist who spends more time in the open air than in the urban environment. Indeed, after a process of inverse migration ― that is, from the city to the country ― I have become part of the unpopulated areas of this country. Whenever I can, I become involved in those events, both cultural and spontaneous, that take place beyond urban perimeters. Although my home is excessively isolated, this has not prevented me from being interested preferentially in what happens in rural environments and, especially, what erodes Rural Culture. Although I prefer to be far removed from the rapid polluting noises of sensitivity itself, I have not retired from the condition of citizen. On the other hand, I see no coherence whatsoever in the stance of those who contend that life’s receding everywhere is progress. And even less coherent is the conventional view that devouring without restoring is all we can do. Contemplating a destiny separated from the one those who nourish others will have may harvest only a radical lack of harvests. Even more so due to the phenomenal stupidity that everything and everyone on this planet depend on the continuity of life cycles. I write the following pages not only in the belief that our coming closer to the rural world will contribute to preventing it from disappearing even more, but also in accordance with the conviction that the rejuvenation that our civilisation needs will be attained by paying attention to what comes first, Nature, and to the primary, which is Agriculture. Joaquín araúJo VENTO. Alía Villuercas. Cáceres Spring 2010

261

THE CURRENT PANORAMA Over one thousand five hundred million people died of starvation or malnutrition during the second half of the twentieth century. (FAO: Food and Agriculture Organisation of the United Nations)

T

hat the sector that nourishes that which sustains us – in other words, our organism – is undergoing a crisis as deep as or deeper than the rest of the economy constitutes a highly disturbing prospect for what we understand by society, in short, by civilisation. Perhaps what comes closest to explaining what I have just stated is the fact that we are supported by a pyramid that rests not on its longer side but rather on its smaller vertex. Or, to put this another way, our economic model, our society, has relegated to last position what should be in the first. The foundation of life and its continuity is regarded as something superfluous. The essential is valued as trivial. If, with evident common sense, we call the world of food production ‘primary’, a somewhat greater degree of coherence should govern everything related to farmers, stock breeders and silviculturists. What is more, beginning at the beginning might be the necessary first rectification when it comes to setting in motion the regeneration that our natural environment and, needless to say, our civilisation’s energy and economic models so desperately need. By saying this I am not proposing any privilege or any position of domination or preference; what stems from this elementary application of common sense is precisely something which the most brilliant contributions of intelligence demands, that is, due respect for those who work so that we may live. Because it is thanks to them, to those who plough the earth or raise certain animals, not only that we may feed ourselves but also that many other essential elements, processes and cycles function in favour of our wellbeing and that of the planet as a whole. Current times work against the basic principles not only of the natural processes that nurture agriculture but also against those which we regard as socially dispensable.

The fact that this chapter begins with a reference to an atrocious situation, namely that death as a result of starvation or malnutrition continues to be the rule on this planet, is due to the circumstance that nothing today remains isolated from what occurs in other latitudes, particularly the fact that it is the overwhelming need for food to come from distant places that often causes the death of individuals who live near deposits crammed with provisions. Furthermore, in the current panorama excessive consumption, overeating, is as widespread in rich countries as malnutrition in poor ones. As if this were not enough, such incomprehensible situations often occur in which a lamb travels from the antipodes – that is, New Zealand – to Segovia, when it is manifestly impossible to obtain better specimens of the same species than those reared precisely in this Castilian province. Some day it will be understood that the production and marketing of food must be subjected to stringent planning. In an era in which provenance – by which I mean designation of origin – is brandished as one of the essential contributing elements to the profitability of products, specification of the ecological footprint left by the itinerary that agro-food products must cover is something totally absent. I shall endeavour to expand on and hopefully explain this below. In the rural world, many family economies are strangled by the disparity between the price of seeds, animal fodder, fuel and fertilisers and those which their harvests fetch. The inability to cover costs is becoming increasingly the rule of the day. Dependence on official aid largely distorts the basic rules of the economy and leads many rural families to depend excessively on decisions made in Brussels. Nothing I state above either invalidates or, needless to say, sets out to obscure or negate the many ways in which definite improvements have been made to specific situations and technologies in all of the fields mentioned. Outstanding among these improvements are the spread of agrarian and unemployment insurance policies, the conventional standard of living and domestic commodities that have reached so many of the components of rural culture. So if on occasions criticism and even indignation come strongly to

the surface in what I write, the reader must understand that the author’s passion commits him as much as or more than his direct links with the sector. Furthermore, singing the praises of achievements is something the big agrochemical industries, governments and recently, to the same extent, the complex networks of marketing and sales do constantly with infinitely more powerful means. But let’s go back to reviewing the situation, which we might describe at least as unsatisfactory. We should perhaps note that practically all agricultural and stock-raising produce depends on what the energy sector provides. With a balance in which more calories are invested in production and all its stages than the energy stored in the final harvest. This is nothing new, of course, since it is normal practice in our economic system not to subtract from balances the damage that must one day be repaired by means of highly costly operations. Specifically, it has been estimated that climate change, a disaster caused largely by the prevailing agrarian and stock-raising models, may cost the most industrialised countries up to 12% of their Gross Domestic Product (GDP). Indeed, the appalling truth is that it is precisely the realm of food production that has contributed most to the emission of atmospheric pollutants: up to 31% of greenhouse-effect gases are produced by what are now almost obsolete processes applied to industrialised agriculture and stock raising. For example, a single cow and her calf emit – via ‘methanic’ flatulence – the equivalent of the pollution produced by a car after it has travelled a distance of 16,000 km. And there are more cows than cars on the planet! Equally disastrous for the climate is the fact that we use over 100 million tons of chemical substances as agricultural fertilisers. From these, thousands of kilos of nitrous oxides rise up that multiply – per unit – no fewer than three hundred times the harmful effects of CO2 emissions. Fortunately, the former are far fewer in number than the latter. I could add much more to all this, but I shall limit myself to saying that for every hectare of cleared woodland a further 300 tons of CO2, at least, are made available to heat. Do I need to remind the reader that every year around 13 million hectares of woods and forests

263

Rural Spain

264

are felled? And that this figure is the equivalent of all the trees existing at present in Spain? Needless to say, all this data has its scaled-down mirror reflection here in Spain, with the only difference that here at least we have managed to recover a small portion of our woodlands. We know this and we bear it badly, very badly. Consequently we continue to demand that error be transformed into correct procedures. Because it is so obvious that it borders on the tragic that the sector can and must achieve just the opposite. By applying a set of practices – almost all of which are much cheaper than those which prevail today – agriculture and stock raising could be effective instruments with which to combat global warming. It is entirely possible not only to harvest cereals and produce meat but also to cultivate a little coolness for our air. Simply by imitating Nature we might save up to 50% of the water and energy that today’s subsidised farmers and stock breeders demand. But besides, they should be transformed into gigantic interceptors and fixers of much of the 20 grams of CO2 that each Spaniard emits into the air every second. When it should be quite the opposite. And it is when we turn to what we term ‘environmental’ techniques by which to obtain food. Among the aspects of the recovery and restoration of the sector that will be examined in greater detail in the last chapter of the book, the agrarian and stock-breeding world must lead the struggle against climate change through multiplication of carbon sumps, through refraining entirely from burning stubble and through a drastic reduction of industrial products. Something that must be undertaken even in the absence of the dangerous circumstances described above. Because if there is something that even more precisely defines the unsustainability of the sector it is the conventional side of commercialisation. It is already the rule that a considerable portion of the remuneration from harvests does not even cover production costs. It is so absolutely incoherent that the essential is regarded as deserving such low prices that literally only in agriculture do we turn regularly to centimes. When practically everything costs at least one euro, a kilo of a particular fruit, vegetable or cereal hardly fetches 50 centimes. Dozens of entire harvests are left

to rot in the fields for the simple reason that the farm-worker’s daily wage is higher than all the profits to be made from the produce. But even more clarifying is the fact that only a few decades ago 40% of the profits from agricultural produce went into the pockets of the producers. Today this percentage has dropped to 10% at most, while the average stands at 7%. But the comparative insult breaks all bounds when we verify that during the same time lapse – let’s say the last quarter century – in which prices in every other sector have increased three or four times – or up to ten, twenty or thirty times in the case of housing – a substantial number of harvests fetch lower prices now than 25 years ago. What breaks this scheme is what the orthodox economy invariably refers to as the upturn in inflation, added to the fact that the Retail Price Index pays particular attention to the price of food. Further outrage lies in extreme dependence on what does not form part of the productivity of the land or of the laws of the free market. Agrarian income, in general terms, comes both from what is worked and sold and from public subsidies. Thus, the only sector we might regard as truly productive, and which therefore depends only on itself and on Nature, needless to say, has ended up becoming a kind of retired pensioner. No less alarming is the stock-raising panorama over the last decades. Let’s take the last 25 years again as our frame of reference, a period long enough for analyses to be clarifying. The fact is that over these two and a half decades livestock figures have dropped by about 45% of the total head. The number of pigs and battery hens has risen, but the application of methods more in accordance with the potential of stockbreeding land is decreasing daily. Not even the substantial increase in ecological production has managed minimally to offset the drop in figures over the last quarter century. Furthermore, over the last decade more than 50% of what are known as ‘autonomous firms’, which are almost invariably family-linked, have gone to the wall. Having become reduced, therefore, by half since the beginning of the twentieth century – as Miguel Delibes tells us in his magnificent essay Un mundo que agoniza (1979) –, nothing suggests that Rural Culture has been replaced

by anything substantially better, only by something more convenient. Some of the past rules of cordiality, honesty and hospitality are gradually losing prevalence. I stress that I’m not advocating any form of about-turn; the world of farm labourers is open to high degrees of improvement and extension, although it has made a number of brilliant, irreplaceable contributions that I intend to reflect on in some of the following chapters. Only when we understand that practices related to food production deserve the same ethical treatment as that given to any other human activity will we be in a position to prevent the complete collapse of Rural Culture or, if you prefer, to set its much needed process of rebirth in motion. This does not mean, far from it, that we must return to a primary sector employing over 50% of the country’s active population or to a life detached from the conventional networks of history. But what we must have, at least, is a presence well distributed throughout the land, fair remuneration and all the basic commodities of life. Outstanding among the gross figures that provide us with an idea of what the rural world represents today is the following: 90% of Spanish territory is defined in one way or another as country. The sum total of urban environments and land developed for infrastructures of all kinds amounts to just under 8% of Spain’s land surface. Needless to say, however, the land given over to agriculture, stock raising and silviculture is subservient to the needs of those who live in big conurbations. We should be hard put to find a single corner of the planet that is not forced to pay more than unfair dues to city dwellers. Unjust, let it be understood, because the magnitude of the given scarcely has any point of comparison with that of the received, however much some have begun to regard aid programmes for the rural jobless – who suffer from a form of unemployment only too often generalised and chronic – as parasitism. It’s practically impossible to do our sums right, for the general rule is that the self-employed, who predominate in the world of agriculture, tend to overlook some of the classical entries when it comes to drawing up accounts. To begin with, the hours they devote to their activity are rarely taken into account, since their

tasks are very rarely governed by even an elementary working timetable; in other words, all their waking hours are devoted to their work. But the fact that producers find it hard to balance their books does not mean that the other parties involved have the same problem. What I set out to do on the following pages is briefly to advocate, using arguments that practice has endorsed, the rebirth and spread of an environmentally friendly form of agriculture that would offset the pernicious effects of a society determined to devastate its own roots. In this context, it seems highly unreasonable to speak of sustainable economy when the sector that could most quickly and easily apply it is precisely the one that pollutes the most. At the same time, I claim a system of prices and aid that would foster demographic and social stability in the country’s least populated areas.

CULTIVATING THE EARTH

T

he total number of human beings, that which we sometimes manage to distinguish as humanity, accounts for approximately 0.5% of the planet’s biomass. We are very little, even though we are many. But, as has so often been stated, our numbers do not constitute the worst aspect: it is our incessant need to create needs and, consequently, our insatiable dissatisfaction that leads us to hoard and monopolise everything. Indeed, we have reached the point where we use 50% of the Earth’s biological productivity. This is tantamount to privatising the world’s basic elements, in that we re-direct towards agriculture and stock breeding not only much of existing solar energy, water, air and, of course, soil but also spontaneous biological productivity and even the intangible time dimension that creates or destroys landscapes. The inner logic of the way societies function that are straitjacketed by an economic model that believes neither in regulation, nor control, nor limits extends in two directions. On the one hand, the economy continues to be based on the belief that ‘everything’s for me even though nothing’s left for the rest’ is correct; and on the other, this applies also to the truly global: that is, everything for the humans and nothing for non-humans, while

we ignore the fact that not only are we here for the others and the rest but also that we are the others and the rest. We neither visualise, nor even less acknowledge, the fact that moderation, if not some kind of devolution, should be introduced. Because essential ecological processes also need supplies, which are now very much reduced since they are directed towards a single species. We must not forget that there are undoubtedly some one hundred million other living beings in this world. It would also be expedient to bear in mind that everything we do not use is at least as beneficial to us as everything we channel directly towards what are only too often our excessive cravings. Neither shall we overlook the fact that almost everything related to this sector forms part of what is regarded as prime necessities, or that too much of it does not even cover them. For this very reason, the rural world should always be aware of its links with much broader circuits and address issues related to food safety, territorial planning, the balance of payments and international solidarity. Not to add further burdens and troubles to the conventional tasks and substantial incongruence – when not injustice – that revolve around the sector, but rather to establish a minimum of equanimity and a panoramic view that would provide us with a clearer vision of what we are, each and every one of us. Consequently, when we are regarded as the first rung on the ladder, or a silent though necessary minority, or a basic ancient metier, or a need to cover our basic needs..., all these combinations of words, all the definitions I have just given, are certainly highly applicable to agriculture and stock raising. And all of them are fading away towards ambits even more perilous than oblivion. The fact that on average the active population in the primary sector now lies below 10% in practically all industrialised countries must cease to be regarded as a sign of progress. Foremost among the reasons, which are obvious and provide the material for all the chapters in this book, is the unquestionable value of what is done. But no less real is the fact that any job that has no links with the city costs around ten times less to maintain than those related to industry or the services sector.

If the landscapes that precede, found and sustain us, if our direct ancestors, if the rest of human beings deserve and need respect, like each and every one of us in particular, we must also be considerate towards words. Understanding is based on terms that mean what they mean and not on other particularities, especially senses that are so often contradictory. I want to give another example. If we propose that toponyms continue to reflect reality, the circumstances that gave rise to them, the entire landscape would become regenerated. What I mean is that towns and villages with arboreal terms would once again be endowed with trees; in other words, they would be accompanied by the same species that gave them their names. And the same would occur with the thousands of names that evoke animal species that have now ceased to be or else are on the verge of extinction. The same applies to one of the most serious, emphatic words common to all human beings. In actual fact, ‘agriculture’ means something very different from what it designates today. Either we christen what is done with a string of terms, like ‘industrial production of food’, or we shall fall into redundancy with terms like ‘ecological’, or ‘natural’, or ‘organic’ agriculture... For the fact is that ’cultivate’ and ‘culture’ are even more closely related than their spelling would suggest, above all when we bear a historical reality in mind: ‘cultivate’ and ‘agriculture’ are terms that appeared before ‘culture’, that the latter term, possibly the most crucial that concerns us, owes its existence to what cultivating means, and the essential meaning of ‘cultivate’ is to ‘look after’. Culturise and cultivate share the same basic idea, which has now fallen into disuse. In other words, initially agriculture was not a question of producing but of taking care in all kinds of ways of what feeds us. Something like what happens in personal relationships: when your feelings do not arouse reciprocal feelings. It is indisputable that, despite everything, the model of development at all costs persuaded most people who were making a living out of the rural world to abandon it..., and convinced those who remained that to forget that the ways in which Nature works was not only necessary but indispensable in order to attain greater pro-

265

ductivity and comfort. It is entirely paradoxical that artificiality now governs the natural, or that the short term is imposed on what works in its own good time. In any case, the models of perdurability and renovation that are cheap and natural have become expensive, underpaid, scarce and dependant not only on what comes from other places but also, and fundamentally, on very different ways of thinking and acting.

Natural Fertility

Rural Spain

266

When an attempt is made to give a correct explanation of what Rural Culture contributes, this must encompass all the basic questions concerning our way of being in the world. The fact that roots have been literally devastated does not mean that insufficient vestiges of them remain to provide us with their essential meaning, both past and present; something which at the same time provides us with the opportunity to acknowledge the huge debt that the rest of social sectors have incurred with those who feed us. However much modern technology has transformed most of agriculture and stock raising into a process almost as artificial as manufacturing screws, the fact is that we can live entirely without metal objects, though not without ingesting food. Despite the obviousness of this statement, it has still been scorned and even discarded. Our current scale of values is governed by only too many basic absurdities And it is for this very reason that we must stress the obvious and the essential, due among many other reasons to the colossal stupidity that claims that the absolutely necessary has become converted into exceptional or marginal and the insignificant into a panacea. One of the best ways to ensure that the basic truly remains what it is to identify the elements, principles, processes and cycles that manage to sustain the extraordinary, irreplaceable vital system of our planet. As a first consideration: the whole functions like any of its parts. The parts need what life as a whole has achieved over thousands of millions of years. The notion, seconded by scientific thought, that life is an endlessly active and self-sustaining process is far from trivial. This process, needless to say, is

founded on a number of basic initial elements, but the main conditions of habitability on this planet are an achievement of life itself. Or, so that we may understand each other better, this would be the equivalent of having the skill to build our own home, cultivate our own food and control, through assimilation, all our residues. We are attended, therefore, by a vast history of successive constructions and efforts to maintain favourable conditions so that we might continue to do the same through the infinite number of discoveries that have marked this very process; that is, the millions of different species fruit of the creativity of life itself. With the added factor that every living thing contributes new conditions to the basic ones, in other words, it provides the rest and those of the future with a greater number of opportunities. Plagues, incidentally, however we may assess them, are highly transitory processes from which the natural world recovers very quickly. Very much on the other hand, the new way of engaging in industrial production of food is characterised by subtraction, non-returning – at least nothing resembling what has been received – and superlative simplification, that is, impoverishment, of the home of the plants that feed us: the soil. Nevertheless, the soil harbours, unless demolition has been complete, sufficient information by which to begin again, which is precisely life’s first and main strategy. What I want to say, in short, is that a natural process exists that explains most of the proposals of this book and of Rural Culture, when the latter has not been obliterated by its opposite. Since at the same time it lays the foundations, in both the strict and metaphorical sense, for life on earth as a whole, I’m duty bound to devote a few paragraphs to it. I refer to something as simple as it is apparently impossible, because when we speak of productive models, of recovery of the natural environment and of ecological economy we have no better model to emulate than that of natural fertility. Natural fertility is the result of a process that has the added ability to set many other processes in motion. We should contemplate it as one of the central cogs of a clock mechanism that manages to move other much smaller ones. We must not forget, however, that its circular movement, in turn, is possible thanks to the

equally circular cycles of the main essential elements of life. The fact that the soil is a living organism is because, in the first place, its origin is not restricted to one of the first principles of life, that is, to the minerals contained in rocks; for the other three principles are also involved in its formation and growth. Indeed, solar energy, water and air come together on the planet’s skin and join forces to modify starting points and make most of the living beings on the terrestrial surface grow upwards. Fertility is terrestrial and subterranean, although it raises everything up and converts it into something aerial. And what comes before the air is what makes the initial stages of the miracle possible. Water and air are mills in themselves that turn rock into flour, that grind ceaselessly until they achieve the widest possible variety of structures, sizes and chemical compositions of that mineral portion of the soil from which a number of very simple organisms obtain all they need. This by applying inconceivably austere strategies, certainly, but specific bacteria, algae, fungi and the symbiotic combination of the latter two kingdoms of life are added to the substratum to convert what is still into something restless. The mineral becomes converted into the indispensable basis of the biological by virtue of a whole series of concurrences: so many, so complex and so dynamic that one of the best ways to understand the process is to call it a meeting point, a place where everything we acknowledge as the basis of life comes together to engage in dialogue. In this context, I should point out that there is no other scenario on the planet where the biosphere, that is, the living layer, and the lithosphere, which is completely inert, interweave, although we must not overlook the fact that in these first centimetres of the soil the hydrosphere (in other words, water) and the atmosphere also act. Furthermore, air penetrates soils to a considerable depth and much of natural fertility depends on this fact. Earthworms, those fabulous manufacturers of humus, make an inestimable contribution to oxygenation of the first 20-25 cm of the soil. Indeed, the combined efforts of these annelids and those of ants generate enough fertility to keep us alive. Earthworms may ingest up to 250 tons per hectare and year, while those sociable

insects manage to overturn up to 20 tons of soil particles during the lifetime of an ant-hill. Thanks to the same processes, the amount of moisture that penetrates the substrata also increases. Only light, the first food source, is left outside. And rock, much further inside than what is opened by these creatures and roots. The fact that the contribution of the soil’s guests to the latter’s objectives, namely to maintain the solidity of the whole building of life, is so great and decisive is something that should make us reflect very deeply, among many other reasons because natural fertility is one of the best available examples of reciprocity: of a massive exchange of mutual benefits between creators and users. Something that at the same time serves vast living communities while permanently growing, since it invariably receives a little more than it spends. It is, therefore, the other side of the coin, the opposite phenomenon to the dissipation characteristic of our current systems of relations, above all the economic one. And as if this were not enough, natural fertility is exclusive to nobody, above all in some huge, complex systems created by it, such as forests and prairies. The transmission of all kinds of nutrients through the typical steps of ecological pyramids is crucial, needless to say. The soil contains primary producers, such as the remains of the same plants it has fed, and here bacteria, fungi and even some algae find sufficient resources. Animals may be prey or predators, while a number of others act as tenants, as troglodytes that dig out subterranean lairs although their sustenance comes from everything that exists on the skin of the Earth. Fertility is at once a scenario, a process and a set of consequences. As an environment its constituent elements are the essential ones for life, to which I have devoted a chapter. I refer to the atmosphere, water, soil and, of course, solar energy, without which nothing could possibly live. But let’s take this one step at a time. The scenario is the soil, the so often disparaged world on which we tread. Although if we build housing on it, the market places millions of euros, dollars and so on at our disposal. But besides being impoverished, this soil that sustains above

all families with their hopes, dreams and disappointments merely generates maintenance costs while its productivity has become irreversibly diminished. The soil that unceasingly receives and renovates some of the essential elements for the maintenance of life and for economic activities hardly ever attains even one thousandth of its true value, since hospitality and quasi-reversibility are supreme conditions, difficult to restore, of ecological processes. Consequently, they should be regarded as an untransferrable heritage, as immense wealth freely available to us. What matters is that we understand that life has attained one of the most astonishing achievements, that of approaching eternity. Nobody knows how long life on Earth will last, but it began almost four thousand million years ago and this, in terms of any form of human experience, is an eternity with respect to the past. I don’t know to what extent we have the right to obstruct this kind of project for the future, because when one organically cultivates the soil, one realises constantly that it does not only renew life each year. For the fact is that this vital element into which roots penetrate and on which we depend essentially for our own survival achieves the miracle of constantly building futures, while industrial food producers apply excessive mechanisation or abuse pesticides – some of our autonomous communities hold the world record as far as the use of pesticides is concerned –, thereby destroying the possibility for life to be as incredibly ingenious and creative as it is. But if, moreover, we are capable of understanding, respecting, admiring and deriving astonishment and pleasure when observing the process by which things may become what they are, in the sense that all the kingdoms of life depend on the plant world which, in turn, depends on fertility, simply what we are decreeing is not an agreement but a peace treaty with the common body of this world, which is our earth, and above all with that other body, our own organism, which we seem to love very much, although we don’t show it. Health depends on food, food depends on plants and plants depend on the fertility of soils. We cannot overlook the fact that the term ‘human’ comes from ‘hu-

mus’ (’earth’ in Latin), that is, a product of the prodigious vitality that natural fertility achieves. Perhaps the most important aspect here, since this is not merely a lesson in economy and ethics, is that fertility contributes one of the concepts most necessary for reconciliation between a living species, our own, and the possible sense of life itself. In contrast to the dramatic way in which we contemplate the passage of time, in the belief that it will be the end of us, the soil faces the almost impossible challenge of showing us that, if it is left to work without interference, it manages to make things a little younger with every day that passes. Not in the conventional sense of the word, since this would be almost absurd or an exquisite metaphor coined by the Austrian poet Rainer Maria Rilke, but rather in the sense that soils are better, stronger and potentially more productive the older they are. All this is possible thanks to the concept to which I have just referred, in other words, soils must be contemplated not as what they are but as how they function. The fundamental aspect of everything essential is the process, because it fosters the result, whatever this may be. It’s rather like the fascination of learning, and even more so of learning to learn, rather than revealing one’s knowledge and teaching. Fertility makes life possible on the solid layer of the Earth, without forgetting the fact that it achieves something very similar in the planet’s waters. But this process that marks the major rules of the game is due to the powerful forces that instead of destroying each other actually foster each other when they come into contact. They do not exclude, or only exclude exclusion. They take advantage of the minimum to achieve abundance and take the multiple differences that coexist as their main asset, without ruling out the colossal symbiotic process and even less the fact that the soil coverts what grows in it into the same thing. Nowhere else on the planet is it so visible that life is also what makes life possible. Imitating Parmenides, I’d say that fertility and what it achieves are the same thing; Culture and Nature should be one and the same thing, as the rural world and the fertility of the soil once were.

267

THE LANDSCAPES OF THE RURAL WORLD What is there in the landscape that is not certain fertility in me? (Henry David Thoreau)

L

Rural Spain

268

ater on, in the section devoted to its five essential factors, I shall enlarge upon how Rural Culture has been and continues to be a creator of landscapes. Patently obvious alterations to the land denote the fact that after all the geological cycles and those linked to basic elements, it is the action of cultivators that has contributed most to the design of the presentday world. All we need do is observe the few enclaves where nothing has been changed to perceive the impressive capacity of hundreds of generations who have appropriated places formerly occupied by other living communities, above all woods, meadows and wetlands of all kinds and dimensions. In the forthcoming chapters I shall attempt to describe the crucial historical task carried out by the country dwellers who have preceded us, above all because sedate wisdom, an entirely laudable culture of effort and respect and a kind of knowledge that showed consideration for what spontaneity was capable of have handed a legacy down to us of the most fundamental supports of what we see, exploit and project. And this at a time like the present when the landscape, the great container of everything essential, is being ransacked as one more of the consequences of an almost total lack of control. Furthermore, the total disappearance of land planning has led to most landscapes falling into a moribund state. It is precisely now that the most creative forces of Rural Culture are being replaced by the most destructive ones that we must admire some of the great achievements of the strength of associated and coordinated forms of creativity that configured many of the landscapes we may contemplate today. Those artistic attainments – now ignored and unacknowledged – that the people of yesteryear achieved also deserve respect, not that this implies that in the past also vast portions of the planet were not devastated by innumerable acts of irresponsibility. Indeed, we know from the writings of highly credited

historians that a substantial number of entire civilisations succumbed to malpractice on the part of farmers and stock raisers. There are those who contend that if our forebears did not manage to destroy everything, this is due to the fact that they lacked the technology, time and workforce to do so. We must accept this in the case of certain places, although it is equally true that clear examples exist of an understanding of the inner dynamics of life renovation cycles and association with them, from which landscape management models emerged and developed on the basis of creative respect for everything that lives. Whatever the case, I stress that nobody can deny that the trace of many centuries of Rural Culture is present in much of what we contemplate. The creation of rural landscapes is indissolubly linked to the very concept of ‘culture’, developed by those who work the land, and we must not overlook the fact that many of the landscapes I shall briefly describe as the book unfolds are of high environmental value. Their loss, therefore, which may paradoxically be regarded as positive from the exclusively naturalist perspective, also has its drawbacks, at least for the numerous living communities and their associations, which have evolved thanks to modifications introduced into original ecosystems. In any case and with a view to the future, as I shall stress in the last two chapters, it seems that few other alternatives exist when it comes to maintaining life on land than an overall return to common sense as regards land use and the introduction of greater incentives to encourage the rural population to care for their major centuries-old work: rural landscapes. This task of maintenance may become the principal tool for a new ‘life economy’ (and here I must inform the reader that when I use the word ‘life’ or any of its derivations in this context, it is fruit of a deliberate attempt at revitalisation and a substitute for the term ‘sustainable’). And in this endeavour we must not scorn innovation, because I invariably strive to counter the discredit heaped on any form of change by those who see it as contrary to their interests. We are not in a position to rule out those innovations, and even less scientific knowledge, that will allow us to do things much better than in the past. It is not a question of diminishing the possibilities

of greater hygiene or better health, or of freeing ourselves from the obvious forms of slavery that existed in the past. For the fact is that our physical condition is exactly the same as it was before we had our first idea, moral sentiment, memory or language. We must take proper advantage of what we have been given and, better still, what we have discovered through the application of intelligence, Something similar to what the great poet, Juan Ramón Jiménez, said when he described himself as a civilised man of Nature. Being a naturalist of civilisation may be equally valid or, better still, being both things at the same time. If the eye of the master fattens the horse, as a further manifestation of subjective partiality in the analysis of almost everything that concerns us, with the incorporation of the urbanite’s gaze at the rural world what we are attempting to do is restore a minimum of equanimity. Those unfamiliar with the point of departure become lost, as do those who fail to acknowledge what the road provides. The entire history of life and of our civilisation is still out there, amidst open spaces, torn to shreds, needless to say. Often, all that is left of the planet’s two major vicissitudes is a handful of ruins, splinters and broken pieces. But in the same way that archaeologists are able to discern what happened on the basis of the tiny remains they uncover, by contemplating agrarian landscapes we may at least minimally appreciate what the hundreds of generations who shared these same scenarios felt, sweated over and achieved. As other living beings did, spontaneous flora and fauna, which are just as much a part of cultivated land as the crops themselves. We are barely conscious that the processes of transformation that agriculture required and developed have fostered a considerable number of species, while bringing others to bay or even giving rise to their extinction. In the case of those plants we only too often call ‘weeds’, we have done something entirely senseless. We have waged chemical warfare against them in an orgy of destruction that one day we shall recognise as thoroughly unacceptable, among many other reasons because this is a classic example of the remedy being worse than the disease. The borderline between the domesticated and the spontaneous is constantly

changeable, diffuse and extensive. As we walk through cultivated fields we observe at each step how their former owners tenaciously re-emerge. And this is a resource of prime magnitude not only for the creation of natural fertility but also for livestock and wild animals. Practically everything that emerges from the soil is a demonstration of what it is capable of giving us. It is normal that we should regard plants as competitors, but it is far from normal that we should limit their scope of action using methods that creates far greater collateral damage than direct benefits. In any case, I stress that agriculture in the true sense lives with and takes advantage of the ‘untamed’ that continues to thrive in our cultivated fields. And the same applies to fauna. Some species, of course, cannot resist the huge larder containing foodstuffs meant for our consumption and we cannot deny the fact that they keep a portion of the final produce. Later on I shall make an evaluation of this percentage. But if we view this from aesthetic, landscape and environmental perspectives – which have increasing influence on the use of cultivated and stock-breeding land – it is clear that a substantial number of species thrive in rural landscapes, which have become their only habitat. Below I shall provide a few brief comments on the animals that inhabit these landscapes.

PASTORAL LANDSCAPES

B

efore agriculture became widespread, woods covered over 90% of the Old World. Clearings began to be made in non-Mediterranean countries only one thousand years ago, and still two centuries ago it was hard to perceive any decrease in the domains of the spontaneous. But to give a much more recent and clarifying example, during the twentieth century the dimensions of cultivated fields increased five-fold. It may surprise the reader to know that large extensions of land have ceased to be cultivated in several European countries. Spain, specifically, has abandoned over 2,000,000 hectares. What has been subtracted from woodland, pastures or steppes has in any case given rise to a new kind of landscape. It is true that much discussion takes place and little progress is made when

it comes to defining what should be regarded as landscape; indeed, the definition might encompass practically everything. All surroundings may and do have an interior. Cities are inserted into landscapes which on the one hand they devour, but to which they inevitably contribute on the other. The original conditions have been completely modified of all those territories that have accommodated ancient civilisations. Indeed, the concept of ‘nature’ as something untouched by human action has practically no meaning today in most of Europe, or in any of the planet’s big industrialised countries, by virtue of which the non-existence of truly natural spaces may be regarded as one of the major indicators of insecurity. We should bear in mind that throughout its history, life has done nothing other than to multiply complexity and variety in order to procure a maximum degree of stability, which has been blown to bits in recent years. I shall not continue to examine more details concerning the need for a spirit of reciprocal cooperation with the landscape, but as far as the rural world is concerned, little could be clearer than the fact that what we contemplate today is the work of shepherds and agriculturalists of the past. Little or nothing surpasses – even today, when it is a mere shred of what it used to be – the common sense and coherence of transhumance*. There can be no doubt that transport limitations coupled with the specifically harsh climatic conditions on the Peninsula set one of the Iberian rural world’s most original processes in motion. The fact that autumn and winter rains predominate practically throughout our territory and that it rains in summer only in the more northern regions means that the Iberian Peninsula is practically a wasteland in summer. On the other hand, all the mountains of the north, together with the high passes in the Central and Iberian systems, make it possible for livestock to thrive during the long dry season. And although it was possible to climb to the heights on foot only – or in the best of cases on horseback – head shepherds, ordinary shepherds, boy shepherds and other members of the pastoral hierarchy engaged in the practice *The seasonal transfer of livestock, typically to higher pastures in summer and to lower ones in the winter.

of transhumance. The plains, for their part, offer a more tolerable climate and renewed pasture during the cold winter months. It was a question therefore of moving between the highlands and the plains... Current considerations tend to overlook the fact that a substantial number of our best landscapes owe their current appearance to the tasks carried out over centuries by shepherds and their livestock: for example, the meadows of practically all our mountain ranges; the wastelands of the western Peninsula; and wooded meadows, which I shall examine in more detail in the following chapter. Only in the cases of Alpine-type meadows and in Spanish swamplands and false steppes may we speak with propriety of what we might regard as pastureland unaltered by human intervention. All the others are active or regressive facets of one more of the forces that create landscape; in this case, undoubtedly the most outstanding. Because from the time perspective, that is, the one which includes the work of the stock raiser, above all through fire and millennia, much of what we see has been achieved by the determination to create space so that livestock may thrive. The moulding effects of erosion or orogenic movements take place at a much slower pace. The true novelty, however, has reached us in the last decades when the machine tools created by state-of-the-art technology are proving capable greatly modifying the landscape in unbelievably short periods of time. But this cannot be assessed as a phenomenon that remains within the boundaries of the normal. Indeed, we tend to overlook the fact that the construction of thousands of kilometres of access paths to mountain pasture land involves the greatest degree of modification to the original landscape. If we consider that a bulldozer can now do in a day what in the past it would have taken a year to complete manually, it would be no exaggeration to regard the transforming power we have recently acquired as a new geological force. Whatever that case, the pencil that has drawn most is water, the element that invariably endows the climate with content and meaning. When all’s said and done, and in the short or long terms, everything we see is a creature of the climate.

269

Rural Spain

270

Those environments dominated by the Atlantic climate, provided they lie below 2,000 metres, constitute the domains of deciduous forests. There is absolutely no doubt that only a few centuries ago the vast majority of the slopes of the Pyrenees, the Cantabrian ranges and the mountains of Galicia were carpeted by oaks, birches, chestnuts, alders and yews, many of which had lived for thousands of years and no few of which were sacred. Very gradually, and invariably close to springs, streams or rivers, the stock breeders of yesteryear made innumerable clearings. The resulting mosaic is the prime characteristic of the rural landscapes of all northern provinces and of some of the mountainous enclaves in the interior. On the edges of La Meseta, above all in the northern part of Castilla-León, we also come across the classical alternation between areas given over to grassland and those where woods predominate. A radical change took place halfway through the nineteenth century: with the introduction of species not native to the Peninsula an undesirable process began of artificialisation of these same areas. What had formerly constituted meadows were endemic species, but now the typical Galician fragas and carballeiras gave way to pine and eucalyptus woods. The pasture landscape par excellence, still compatible with the native forest, on only too many occasions became transformed into industrial tree plantations. The granting of rights of use and the slow, though inexorable, drop in pastoral activities led to one of the most devastating transformations to rural landscapes. The tiniest of aesthetic criteria would suffice to regard this overall change in use of our pastureland par excellence as sheer plunder. Since stock raising may be carried out with a minimal workforce, mountain hamlets and villages associated with the activity have invariably been characterised as having very few inhabitants. When halfway through the twentieth century the exodus from rural villages escalated, there was no doubt that most of them were in these domains. For this reason, these ambits could be shared by some really wild representatives of Spanish fauna. These are still the domains of the wolf and the bear, of the roe deer and the capercaillie, which needless to say are still most common in predominantly forest envi-

ronments, as we shall see below. The brañas*, meadows, pasture lands and high moorlands provide the habitat for many species that have managed to maintain their identity and freedom, while improving their potential thanks precisely to this kind of stock-raising activity: larks, tree pipits, and Alpine accentors, together with the rock thrush and the ring ouzel, may serve as examples of wildfowl. The mammals that cohabit with the flocks and herds that climb up from the plains to the mountains range from ruminants, such as Spanish ibex and chamois to ermines, partridges and rock ptarmigans. Pasture land has invariably provided essential carrion for common and bearded vultures, wolves and, needless to say, bears. Indeed, these latter two great carnivores depend to a much larger extent than is generally accepted on carcases they find in the fields. Drinking places, both natural and artificial, constitute one of the most original habitats on which amphibians depend, headed by frogs, newts and salamanders. In many places, these species would not survive if it were not for livestock. The other side of the coin, however, is the widespread extension of intensive forms of livestock breeding, which has created its own landscape on the one hand, and a fateful disease on the other. Those farms in which many thousand head of livestock are concentrated mean the presence in many places of the least natural we know, that is, factories, constructions, silos and above all huge accumulations of excrement that in several provinces and regions greatly harm soils and aquifers. From the fields to stables lies such a great distance that it seems unbelievable that both phenomena share the same destiny. But let’s return to landscapes in the true sense. The fact that our steep mountain slopes constitute one of the signs of Iberian identity also marks one of the main differences of our rural world as compared to that of our neighbours. Our landscapes are far less culturalised than most of those of other European countries, and thanks to the mountains and high plateaux ours is the most natural though least easily accessed country in Western Europe. It is *Term used in Cantabria to designate high-mountain late summer pasture land.

also these slopes and wrinkles on the horizon that have most determined the importance of our livestock and the comings and goings of transhumance. Furthermore, for many people the trait that endows our Rural Culture with most personality is the fact that it has had to fight hardest against highly imposing relief and severe climatic conditions, which is regarded as an obstacle to our rapid incorporation into development processes characteristic of the last few centuries. This may be true, although it is equally true that our unspoiled landscapes, of which our mountain pasture lands are a fine example, are far more appreciated and visited. Indeed, cohabitation between natural meadows and woodlands and livestock raised by man has proved to be one of the best possible combinations. And all this is currently being remodelled by spontaneous forces, as forest inventories confirm. The fact that woodland has been gradually reclaiming its former domains over the past 25 years is thanks to the withdrawal of both agriculture and stock raising. It is little less than exceptional that the pasture lands of transhumance, even those lying only a short distance from each other, still exist. And if in addition we bear in mind that over 60% of woodlands are in the medium to high mountains, it is clear that extensive stock-breeding landscapes are losing ground in favour of their predecessors, which will be the subject of the following chapter.

WOODS

I

n countries like ours, not one single hectare of woodland remains that has not been touched by the hand of man. And needless to say, feet have tramped through all the wooded lands of this portion of the Old World. Those that have managed to remain untouched are the tiny extensions of woods which, like stranded mountaineers, grow in practically inaccessible cornices in dales, canyons and on sheer cliff faces. Even so the wood is, without any shadow of doubt, the first scenario for a substantial number of those activities that today are so far removed from the conventional activities of the rural world. This does not mean, of course, that a portion of the primary sector is clearly linked

to the exploitation of forest resources, such as timber. What’s more, today a number of other gifts of the woods are almost more attractive, at least from the social point of view, than those that are purely commercialised. We still have a long way to go before we understand, share and respect the functions of the wood, but at least we may be sure, as I shall enlarge upon below, that the future of Rural Culture, like that of practically all the rest in this world, depends on the degree of conservation of the forest masses of the planet or of each country in particular. Even more important will be the high degree to which we extend the wooded territory of a country that might perfectly be defined as that of the lost woods and forests, where ashes are one more of the consequences of the dissolution of the rural world and culture. Because nobody can overlook the fact that over 70% of our territory was once forest and that its potential to return to this state, though diminished, is still there. It is not that we must recover it all, but it is far from an exaggeration to consider that we have over 10 million hectares that could clearly become forests once again, which are by no means necessary to maintain the activities of the primary sector. To cover them with trees is thoroughly within reach of our possibilities, both technical and economic. In general terms, our country has nearly 14 million hectares of woodland, although the corresponding inventories include areas that might contain numbers of tree specimens ranging from a couple of thousand to a few dozen per surface unit. In these territories, botanists have come to classify up to 82 basic types of tree formations, of kinds of plant communities. Almost two hundred plants may form densities appropriate to the term woodland. Turning to more specific numbers, Spain has a total of between approximately five and six thousand million trees (150 per inhabitant), at the forefront of which stands the evergreen oak, with almost 700 million individuals, a tree that should preside over the symbols that would represent our country with true meaning. The five most common pine species together account for over 2,500 million trees currently standing. Our provinces with the greatest number of trees are those that share a sector of the Pyrenees, while those with the low-

est number are on some of the Canary islands and in the south-east of the Peninsula. Be this as it may, however, a high percentage of Spanish woodlands are cultivated. If we adhere strictly to rigour, use of the term ‘wood’ lacks meaning if we insist on applying it only to absolutely spontaneous germination and growth without the constant aggressions to which almost all of them are victims. In Spain there is not even a single primary, that is, untouched forest. In other words, here and now some kind of extraction has taken place in all the country’s woodland areas. And if we add to this hunting and recreational activities, the above statement becomes further corroborated. As I pointed out earlier, most extensive stock breeding in Spain enjoys greater or lesser degrees of shade. The still laudable system of wooded meadows presides over this relationship between the animals that feed us and the trees that preceded us, which leads us to consider one of the most forgotten facets related to the rural world: caring for woods and forests, the vast majority of which are privately owned, is still largely the responsibility of individuals. And this is in clear contradiction with the fact that nothing could be more public or beneficial than the tree and its associates. The list of all the elements, raw materials, active principles and direct and indirect services that woodlands provide would be too long to fit into this volume. Hence the fact that no conventional form of evaluation is able to estimate the social, cultural, economic, environmental, educational and emotional importance of the wood, an importance that would be further increased as soon as we acknowledge that at this moment nothing more efficient exists to combat climate change than multiplication of the best transformers of light into life. What’s more, the most important fact of the countless number we might relate to tree formations is the one that confirms that Spanish trees have the ability to inter up to 20% of the carbon emitted by our current energy model.

The Wooded Meadow

Many might think that this section should figure alongside that of stock-raising landscapes,

those to which I have devoted the initial lines on the landscapes of the rural world. But I have preferred to include it among the woodland and forest environments per se for one simple reason, namely because they are also agrarian, though to a far greater extent stock-raising, of course. But many hundreds of thousands of hectares of wooded meadows are cultivated, which does not detract from the fact that their main characteristic is that of woodland, with many millions of evergreen oaks, probably over three hunred, thanks to which a considerable number of the ecological functions of the Mediterranean wood remain intact. To clinch this argument, all I need do is emphasise the fact that wooded meadows may be regarded almost everywhere as one of Spain’s great life sanctuaries. Moreover, practically all the large vertebrates in the Old World are linked in one way or another to this form of landscape. The biological diversity of these landscapes has managed to surpass that of numerous far more natural environments, with vast numbers of herbacious plants, insects, orchids and fungi; the large continental fauna; and all birds of prey and meadow wildfowl at the head. Although also threatened by substantial ageing and by propagation of ‘la seca’, a disease that kills trees, both young and old, the wooded meadow is the paragon of common sense as far as stock-raising systems are concerned, even those characterised by excessive application of chemical fertilisers, phytosanitary products and biocides. But if we want ecological economy to play the role of buffer at times like the present, we must take full advantage of the fact that millions of hectares in this country have the ability to produce food with hardly any impact on the environment and with a conservationist potential of prime magnitude. Because I’m not talking only about species of large fauna, beautiful landscapes and the maintenance of essential cycles and processes but also about the fact that such environments are the best in which to maintain many native breeds, to foster traditional management systems, to recover transhumance, to increase herbaceous flora and even to conduct basic research that would lead to the generalisation of such procedures. The basis, which is now absent from many places,

271

is what the wooded meadow fortunately provides. If not merely their beauty, at least their formidable profitability, which should naturally include the entire range of environmental and cultural services they provide, more than justifies all our remaining wooded meadows being included in the untouchable assets of our heritage. But since I am referring to a system of living systems, its direct exploitation must go handin-hand with commitment to its regeneration. This way, this incomparable discovery of Rural Culture might become the model for what in general terms we call ‘permaculture’, that is, activities based on patterns that occur exclusively in nature in the places where people engage in such activities. Integral and conscientious would be the best adjectives to describe this way of using the stock-raising landscape, since it fosters not only sustained maintenance but also the fact that the benefits deriving directly from stock raising and agriculture are the same that would further increase what is purely natural. Though an uncommon phenomenon, we must encourage the spontaneous to thrive alongside the human. Some of us have enjoyed, and on no few occasions, the extraordinary spectacle of crops and livestock thriving alongside natural woods and meadows, as we shall see in the conclusions at the end of the book. The model of excesses that characterises the times we are living in must be succeeded by one in tune and in harmony with the processes that maintain life as a whole.

varieties in particular. The first symptoms of this disease is the appearance of a few dry branches and it culminates with the death of the entire tree, sometimes after a few weeks only and on other occasions after several years of slow, peculiar death throes. The cause of what may end up as a genuine tragedy nobody yet knows for certain, although it seems clear that one possible culprit is a Phytophthora mould, a widespread genus that causes rotting of plant roots. However, other factors are involved that enhance the destructive capacity of the invader, principally climate change as we know it so far, in other words that brusque alteration of all atmospheric parameters which has resulted in all conventional registers being exceeded in recent years. This means that among the colossal challenges we must face in the immediate future, which are of necessity linked to the rural world, is that of keeping the over 1,500 million oaks affected by the disease alive. It is reckoned that some 20 million evergreen, Pyrenean and cork oaks perished in 2009. And needless to say, if the figures related to the rise in average temperature linked to climate change are confirmed, ‘la seca’ will be able to run completely amok and cause the greatest ecological disaster in the history of our environment. Hence the fact that rural dwellers must become increasingly committed to environment conservation, as well as changing their energy consumption practices and engaging in sustainable rural development.

Non-cultivated produce ‘La seca’, the absolute evil...

Rural Spain

272

For some three decades now, trees in general and chestnuts, oaks, evergreen oaks and cork oaks in particular, have been the victims of a set of increasingly disturbing phenomena. Graphiosis has practically wiped out the entire elm population; Phytophthora dieback has had a devastating effect on chestnuts and, above all, made attempts at repopulation of the species a practically pointless exercise; while premature defoliation affects many conventional frondose species. However, none of these undesirable processes is as worrying as what in Spain we call ‘la seca’, which affects oaks, Mediterranean

Profits from the natural produce of woods and the activities they provide (mushrooms, big and small game, fishing, resins, cork, esparto, firewood, charcoal, humus, peat, pine nuts, chestnuts, acorns, aromatic herbs, medicinal plants, honey, essences, tourism and adventure sports) are almost greater than those generated by farming. All this, needless to say, is of especial interest since it keeps some of the factors alive that might potentially enhance the life of the countryside. The multiplicity of the derivates we find in each and every one of the productive facets of the primary sector is something that often re-

mains invisible; the same applies to the working timetable of farmers and farm labourers and to the services provided by Nature. They are not, indeed, taken into account as essential elements since no form of accountancy covers them. In this sense, we are in the presence of something so belittled that no greater distance could exist between what it is and how it is valued. Woodland, in general terms, contributes so much as the outcome of its own activity that, I stress, its functions, services, collateral production and expectations for the future are manifestly innumerable and unsurpassable. Therefore, to allow woods and forests to continue lavishing them on the planet’s skin is the best we can do, among other reasons because there are no costs involved while the gains are enormous. This leads us to the belief that everything invested in the prevention of forest fires is a mere pittance in comparison to the vast losses they cause. However, and as I mentioned at the beginning, woods and forests are the great generators of highly coveted and profit yielding food produce. Evience of this is the fact that there are now twenty times more wild mushroom collectors than there were twenty-five years ago, and the same applies to other forms of vegetable produce that grows in the wild. Consequently, certain attitudes have to be modified, because we are also witnessing undesirable side effects of this new interest in non cultivated natural produce. For example, it is highly unfortunate that so much pressure has been brought to bear on a few spontaneous living organisms, which may feed and even delight us, that they are now on the verge of extinction. And the perverse truth is that the greater the ignorance of the rural world or the further the distance people live apart from it, the greater the covetousness and lack of respect towards what is sought and collected. Indeed, the rapacity of most hunters and mushroom and asparagus gatherers is having ever-increasingly pernicious effects. Something – though little – is being done to regulate hunting, as I mention elsewhere, but we still have a long way to go in terms of overseeing the exploitation by week-enders and others of our wooded landscapes, particularly when we take into account not only the services they provide but also the way they benefit our mental health.

At the height of the recession we move also in realms like that of the cork industry. The fact that only a handful of tree species are able to completely renovate their bark, once it has been removed, should be sufficient reason to admire and – hopefully – respect them. You have undoubtedly heard the term ‘cork oak’ on more than one occasion, but in order to appreciate its full meaning you have to see for yourself the magnificent tree that secretes cork like a slowflowing spring. Little or nothing surpasses this biological product in terms of properties and features. However, the fact that practically all of us have at some time or another used pieces of the bark of the cork oak has aroused not even an iota of interest in what this involves, either from the natural perspective or from that of economic parameters. Hence the following lines. For the fact is that two threats are currently descending upon our cork-oak forests like a set of formidable pincers: on the one hand a disease, la seca, which I have already described above; and on the other, the fact that other materials are gradually being used to cork wine bottles. To use plastic for this purpose is an example of colossal imbecility, since it is not only manifestly unsuitable but also jeopardises many realities other than those industries that make corks precisely out of this prodigious material. It is impossible, in this context, to find a material that is at once insulating and permeable, that is practically fireproof and so malleable that it may be moulded into any shape, that embellishes a wall as insulator and generates a lot of work. And I am not referring only to the over 20,000 jobs directly associated with cork-oak forests. Incidentally, activities as a whole linked to woods and forests, with the timber industry in the leading position, provide jobs for some 200,000 prople in this country. To the almost 80 million cork oaks remaining to us, we must link a great many other services. In other words, it is not just a matter of cork. For the fact is that the cork oak makes an inestimable contribution to conservation, provides unsurpassable insulation and is even able to survive the most devastating of forest fires. Equally disturbing in recent times is the world of beehives, which constituted a supple-

mentary income for both agriculturalists and stock raisers, though inseparable from the essential function of bees as pollinators. The successive diseases-plagues that have decimated the honey-bee population has reached the extreme of prompting the government to devise plans for their recovery, since basically they provide us with food. We must not forget that without pollination there are no harvests and much of what we obtain from our crops is the work of the industrious nectar collectors. Those which precisely now are dying of exhaustion and depopulating their colonies at a time when we barely know how to face such a serious threat. Not long ago it was estimated that there were just over one million and a half active hives in our fields, above all in wooded meadows. Now it is difficult to make any estimate due to the death rate mentioned above. The acorn deserves equal consideration, since it provides sustenance for the best stockraising produce as well as for an imposing number of wild animal species. It is calculated the profits from the fruit of evergreen and cork oaks may amount to no fewer than 100 million euros. Some have even gone so far as to estimate the total profits gained from Spanish forests and woods, and have come to the conclusion that they amount to around 300,000 million euros. And that without taking into consideration, needless to say, essential services for the formation and continuity of life.

Forest fires

Few aspects of the rural world suffer from less opportune contradictions than those related to woodlands, silviculture and the few woods remaining to us. From being a peremptory need, trees have now been relegated to a secondary position in terms of their uses. And in a considerable number of the country’s regions, above all in the mountains of Cantabria, burning continues obstinately to take place to provide pasture land for ruminants. Fire as an instrument of landscape management should have been relegated to the remotest past. It must not, in the first place, be regarded as a traditional practice; here the same thing occurs as

with the debate on cruelty to animals. An error, however old it may be, must be eradicated. It must not be perpetrated for the sake of its age and even less of its youth. Flames are a social, economic and, needless to say, environmental calamity. The losses caused by the over 15,000 forest fires declared on average every year in Spain have never been stringently calculated or in such a way as to reflect what woods and forests provide, besides timber. Brigades set up to prevent and/or extinguish forest fires have recently emerged as one of the most stable forms of employment in the rural world. But the perverse fact that such a tragedy – I refer to fires, of course – might become a new industry is something that must be stopped immediately. Above all because it is not related to the true parameters to which woodlands should be linked, those which public administration defends with absolute coherence in the sense that little or nothing is more public than a tree and its ways of grouping together. I include fire among the aggressions of which the rural world is victim, and often we discover, given that practically 50% of forest fires are deliberately caused, that the great arsonists are country men and women. A further 40% are attributed to carelessness in the use of fire for innumerable practices in the rural world. Consequently, only 10% of forest fires are due to natural causes. Although it may be true that fire is used incorrectly as a tool in too many places, the time has come to turn the argument upsidedown. The first victim of forest fires is the rural dweller. And what is most horrifying, whatever interpretation we make of it, is the fact that in the space of only ten years 1,200,000 hectares of forest land have been burnt, an area larger than the Autonomous Community of Navarre. A further dramatic fact, on which organisations like the WWF have laid especial emphasis, is that only 5% of private forest masses are covered by management plans, a prominent item of which should be fire prevention. Above all, however, we must understand the abyss that separates the wood from its conversion into ashes. After flames have done their work, there is no landscape nor anything that defines the rural world. The ridiculous nature of estimating economic damage is one of the dra-

273

mas and one of the fissures that create greater incomprehension of the role of Nature and of the rural communities that live in the proximity of woodlands. What’s more, defence of woods and forests should mobilise infinitely greater resources, at least the equivalent of 5% of funds assigned to infrastructures. This would create a notable source of employment and significant repercussions as regards environmental benefits. In the same way that the over two million hectares burnt over the past twenty years may only be described as one of the country’s greatest losses, we should also celebrate the magnificent results of years such as 2010, when by the end of the summer forest fires in Spain had barely exceeded 30% of the accumulated average.

CORNFIELDS

T

Rural Spain

274

he total surface area given over to cornfields is diminishing in countries like ours. Even so, we continue to depend on what the planet’s five most cultivated species provide, not so much in terms of direct consumption but rather of the fact that the food of those animals that supply our larders is based above all on cereals and on the occasional leguminous plant. One of the most evident side effects of agrarian activity in the most extensive fields, those given over to cereals, is that biological indicators constantly alert us to the impoverishing consequences of applying chemical products to agriculture. Cornfield landscapes constitute one of the greatest degrees of simplification we have achieved throughout history, at least in relation to what surrounds us. The hegemony of man has transformed a handful of grasses into dominant species. But this alliance has brought in its wake extraordinary effects for the planet and its main species. As a secondary consequence, cornfields have brought with them a set of fantastic adaptations on the part of entire communities of animals and other plants. The surface area that Spain devotes to cultivation of basic food produce has diminished in recent years by just over 2,000,000 hectares, which are being recolonised by shrubland and incipient woods that will hopefully be unaffected by fires. In any case, cornfields continue to

occupy most of the land on our plateaux and in the valleys of the Ebro and the Guadalquivir. Few places other than vineyards and olive groves compare as rural landscape creators with these unlimited horizons of ploughed land or fields on which ears of corn grow. Not even the extraordinary increase in irrigated land overshadows this situation. The idea of the granary continues to predominate the collective consciousness or unconscious. One of the least recognised environmental tragedies is that a great deal more was added to what was already the substantial uniformity of colonised landscapes modified for the extensive cultivation of cereals. Concentration of plots, carried out as an inexorable process with a view to increasing profitability, led to the disappearance of many healthy rich elements from land set aside for cornfields. Nobody realised that all kinds of thickets, boundaries, piles of loose stones, stretches delimiting adjacent properties were left uncultivated so that the dimensions and limits of each estate would be clearly defined. In short, everything that constituted a hideaway or a small diversification was eliminated to increase cultivable land. On the basis of these criteria and as an element of potentiation greatest possible efficiency was sought in agricultural machinery. The tractor, which made life much easier for farm workers, removed much landscape. The harvester, which needed land as level as possible, culminated the task of simplification. Such processes to a great extent impoverished the communities of fauna and flora that on the dry-farming plains were of enormous originality and almost invariably of colossal demographic proportions.

OLIVE GROVES

T

he importance of Spain’s almost 250 million olive trees has become excessively ignored, and not because their main product, oil, is undergoing a stimulating recovery in terms of conventional direct consumption – needless to say, despite all the rises and drops in prices that beleaguer the entire sector. The landscape that results from the compulsory geometrical layout of olive groves recalls the structure of

what is most important for the subsistence of life, that is, trees. We are often led to forget that there is nothing circumstantial, or random, and even less whimsical, about the aspect of what we see. The form of the plant giants, for example, responds to so many creative forces whose aim is to attain maximum efficiency and efficacy that it truly belittles our own constructions. Because a tree is the perfect combination between the circular, the surface area into which most things fit, and the fractal. Roots and branches, together with the ribs of leaves, which in one way or another approach circles, have this way of growing with repetitions at increasingly larger scales that we cannot help identifying as basic in the simplest of living structures. But through accumulation, propagation and repetition they eventually create enormous life forms, namely all the completed bodies of members of the five kingdoms of life. We must not forget that we ourselves are also fractal, as we learn explicitly from the form of the nervous, bone and blood-vessel systems that either sustain or run through our organism. Indeed, we are not too far removed from the formal pattern of trees. All this has relevance to the fact that the alignment of olive trees, which may appear monotonous and repetitive, is immediately offset by their globous and two-toned crowns and the tremendously whimsical shape of their trunks when they have reached an age of over fifty years. The horizon that the endless rows of these trees so often attain astonishes us above all in terms of what they reflect: both the efforts of generations who could count only on their own strength and that of their beasts of burden and the capacity of olive-grove geometry to create entire landscapes. Only two other cases, on a worldwide scale, can compete with the agrarian landscapes of almost entire provinces, such as that of Jaén. These are the paddy fields of Indonesia, China and the Philippines and the vineyards of La Geria, on Lanzarote, in which each vine occupies a funnel dug out of the volcanic ash. When an imposing transformation attains sufficient harmonious complexity so that we do not miss what came before us, we should esteem it as the essential part of a duty, that of not betraying the legacy we have received, which is precisely what we’re

doing. What the olive tree roundly proclaims is that its austerity distils the best food and defies time, for individuals may live to be one or even two thousand years old, and that it is much more than a living organism that adapted to the Mediterranean climate and extracted enormous benefit from it. It is history, culture and, above all, future. Hence the fact that it is towards the future that the services and gifts of the tree stretch out, for few other elements of Rural Culture or of the landscape are to such an extent the product of a legacy. Having lost their absolute spontaneity, they now nonetheless perform first-class environmental functions, even irreplaceable ones at the present time. Because this agrarian achievement is today an excellent tool with which to face what is undoubtedly mankind’s most disturbing challenge: climate change. Spanish olive groves are on the front line in relation to the advance of deserts. They must remain standing as a pallisade to contain the aridity on the other side. Hence the gross irresponsibility of presentday practices, when we force olive trees to cease to be slow, tenacious and austere; when we water them to increase their yield but cut short their lives; but above all when instead of halting the progress of soil erosion we foster it by planting them on slopes with a gradient greater than 15%, and we apply huge amounts of herbicide in olive groves, thereby creating a genuine Trojan horse. Empoverishment caused by increasing mineralisation of olive-grove soils – which destroys much of the organic matter that should serve to fertilise it – is not precisely what we should be doing to halt temperature rise and the consequent erosive processes.

VINEYARDS, MARKET GARDENS AND FRUIT-TREE ORCHARDS

O

ne of the most striking qualitative leaps forward in recent years has been the increase in the number of people who have begun to appreciate and consume good wine. The ensuing demand has fostered the cultivation of vines and those establishments devoted to winemaking. For once, a special quality of aesthetic innovation has been bestowed upon the major

constructions – cellars – of the most renowned wineries, as a result of which one of the classic elements once exclusive to the urban environment has now made its debut in the rural world: avant-garde architecture. Imposing buildings have emerged, as if marking a total break away from the uniform straight lines of vineyards, in the midst of familiar conventional landscapes. When they have still not lost their family dimension or that character that made it possible for almost all of us to produce a substantial part of our own food, we come across cultivated gardens, with their long history of unmitigated prestige. Even at times like the present, the number of people who cultivate their own plot has grown, thanks largely to the return to the country of a substantial number of retired people who joined the exodus from rural areas during the second half of the twentieth century. And growing vegetables is fostered as a leisure or educational activity even in hundreds of schools. In many cases, this kind of outbtreak of the rural world takes place in medium-sized towns, where it is fostered and publicised by local government. In short, the saying that it is far better to eat the tomatoes you’ve grown yourself is gaining considerable prestige. The good impression that such activity generates, though weak, might be a first step towards recovery of self-esteem on the part of professional growers, many of whom, given the circumstances I mention throughout this text, continue to believe that the best they can do is abandon the fields and adopt the saprophytic life of the city. Hence the timid return to the country may help to inject new enthusiasm for rural life and prevent the fields from emptying even further.

WATER AND ITS USES

S

panish irrigated land monopolises most of the tensions generated in the agricultural sector, one of the reasons being that it is the most pampered of all rural systems. Almost 3,300,000 hectares provide practically half the final produce of everything cultivated in Spain, and to reach such a colossal percentage astronomical investments have been made in infrastructures, with all the environmental impact

this involves. Let’s not forget that we are talking not only about the almost complete modification of practically all Spanish river courses but also about the drastic transformation large stretches of irrigated land bring with them. They end up becoming a set of communication networks: constructions, canals, depots, irrigation ditches, warehouses. Furthermore, irrigation requires maximum quantities of artificial fertilisers and agro-chemical products, so that instead of providing part of the solution in fact it becomes one of the focal points of environmental pollution and deterioration in the agricultural sector and in landscapes in general. And all this despite one of the most promising calculations generated by Spanish ecological agriculture, namely by transforming all the waste products of our harvests, dung and others into organic matter it would be possible to fertilise the country’s entire surface area of irrigated land without polluting it, an opportunity that is waiting patiently to be taken into consideration by the laws of sustainable economy, for example. Equally disturbing is the fact that this kind of landscape is becoming the number-one target for practically all plagues caused by invasive species, ranging from fish – 36% of the species inhabiting our waters are not native to them – to foreign crayfish, zebra mussels, apple snails, water hyacinths and water-monopolizing algae. In short, this way of penetration that our river courses constitute is being excessively used by undesirable visitors. I repeat. From any viewpoint related to largescale irrigation in Spain, we cannot ignore the fact that this practice modifies the departurepoint conditions just as much as any other facet of the agrarian sector. Only cultivation under plastic causes a greater degree of alteration. As so often occurs with submissive acceptance of the irreparable as absolutely necessary, large-scale irrigation is excessively tolerated in detriment to other far less aggressive practices. Moreover, I do not believe that the reconversion of all irrigated land is a utopian idea. One of the gravest diseases of our natural environment is ‘swept under the carpet’, as it were. Subterranean waters are one of the best indicators of this. Down there, invisible to our eyes, lies irrefutable proof of atrocious practices that have taken place on the surface. To begin

275

Rural Spain

276

with, over-exploitation. The reserves of subterranean waters are incapable of countering the fact that much more is extracted than replaced, particularly when we bear in mind that extraction is artificial whereas replacement is natural. One may be regularised, while the other may not. Here lies one of the main tasks to be undertaken: calculating how much may be extracted of a specific natural asset without endangering its survival and that of the services it renders. In Nature, using up more than is actually available falls beyond the bounds of possibility. We cannot overlook the fact that our behaviour towards subterranean water is often very similar to the way we treat mineral products. And although in many places the term ‘mina de agua’ (water mine) is used, the world’s most important seam, its basic principle, may never become exhausted so long as the hydric cycle is allowed to work as a feeder. On the other hand, however, overexploitation goes hand-in-hand with overall pollution of these unerground sources. Indeed, according to a number of authors all our country’s aquifers are polluted, which is something we would expect without reading even a single analysis. Water that filters through the soil is saturated with the chemical products produced by human activity, and it is precisely those applied to agriculture and stock raising that contribute most to this highly undesirable situation. Herbicides, insecticides and other compounds, together with the residues of fertilisers, make much of this water unsuitable for direct human consumption. The intrusion of sea water, which leads to salinisation of underground aquifers, is the third disservice rendered to subterranean waters. Finally, I am duty bound to mention a further great tragedy affecting the Iberian landscape, namely the determined effort to cause the disappearance of our scarcest natural manifestation: wetlands. During the first half of the twentieth century half our lakes, floodplains, saltmarshes and freshwater swamps dried up. Furthermore, two of southern Europe’s vastest wetlands, the salt marshes of the Guadalquivir and the Ebro Delta, came to be included among the most cultivated areas. Rice fields are uniquely perverse: they require flooding and, consequently, like wooded meadows, they

preserve a fundamental part of their essence. However, they require such a high number of agro-chemical products that they have become a trap through pollution spread. In cases such as the recently declared SEO (Sociedad Española de Ornitología) reserves in the Delta, attempts are being made to ensure that non-aggressive practices, that is, those of organic agriculture, may naturalise the panorama to the extent that at least a few rice fields become as suitable for water fowl as any normal lake.

HUNTING

K

illing, whatever the victim may be, will invariably be on the least acceptable side of rural life, of feeling for Nature or ecological thinking. If it depended on me, I’d abolish all forms of cruelty, although this does not mean that the set of activities and practices related to the death of wild animals is not of prime importance for Rural Culture. Controversies apart, hunting is incumbent fundamentally upon those who are not yet urbanites, and not because they are the ones who hunt most, far from it. Indeed, the vast majority of hunters engage excessively part-time in their violent pastime and, therefore, also make parttime use of natural spaces, agrarian estates and the vivacity of the country. In the first place, they privatise the result of long, complex processes. Let’s take as our departure point the fact that hunting, however much it implies the death of a number of animals, constitutes the least grave of all the acts our society commits against Nature and even provides a significant number of benefits. If it weren’t for hunting, indeed, none of us would have been permitted to familiarise ourselves with this country’s best landscapes or the endangered fauna that we mention so often when we make conservationist diagnostics. Futhermore, if it weren’t for hunting our flora and fauna would undoubtedly be less varied and our country far less attractive. For the hunter who pursues big game needs the landscape to be as similar as possible to purely natural ones, and those who hunt small game need at least an unpolluted environment. The hunter needs to conserve, while the stock raiser, the agricultural-

ist, the silviculturist and above all industrialists, urbanists and the consumer society in general more or less drastically transform their surroundings. Logically, all those directly involved in the use of rural environments need to acquire a considerable dose of common sense. From the above we may conclude that, though insufficiently, the hunter is in favour of renewing life. Since this is precisely what the defender of Nature demands, it seems clear that an encounter is pending. What is needed now is to decide on the place for the encounter and, as far as possible, establish an agenda for discussion. Precisely so that what at present is clearly an incipient trait among hunters should become the rule, and so that this group should also take part in preserving what nurtures their enjoyment, I am sure that we need a broad network of aids to this objective, a network that should even lead this sector that, as I stated at the beginning, benefits, through total privatisation, from keeping the life of other animals, of many efforts such as those that Nature, agriculturalists and stock raisers carry out. Consequently, a degree of restitution needs to be established in exchange for services we have been rendered free of charge. And let nobody imagine that satisfying his passion does not cost the hunter money; but this by no means compares with the daily efforts of farm labourers, stock raisers and, above all, silviculturists as they engage in their cycles and processes. It would be expedient to protect spaces or, better still, to create a network of of hunting sanctuaries or reserves that would cover at least 10% of national territory. All this for the sake of better regeneration of hunted species, which would also provide benefits for those which are not. The mention of sanctuaries tends to produce reactions of alarm, but from my own experience – since a private estate is a form of sanctuary – I have not the slightest doubt that no hunting at all in specific portions of the territory is especially favourable to adjacent lands that do not engage in it either. Total acceptance of examinations for hunters, non-repeating weapons, prohibition of the use of poison and forms of hunting applying unauthorised instruments, timetables and methods should form part of a new self-imposed discipline for hunters.

Fostering biological agriculture and stock raising, in other words, those that make no use of poisons, would contribute to the regeneration of all fauna, game in particular. Equally desirable would be recovery of the use of Spanish mountains for extensive stock raising, and even devoting them massively to large wild mammals, which are much more profitable than domesticated ones so long as they are correctly exploited for hunting and consumption. It should be borne in mind in this context that some 28 million hectares of our land are of no use to agriculture. If we regenerate, Nature would benefit enormously, as would hunters. The presence of hunters as a group in the defence of the natural environment would be highly beneficial, especially in situations of serious danger, such as major public works and polluting processes. If anglers and fishermen joined the struggle against pollution of rivers, lakes and coasts, we would become a very appreciable social force. A forestry policy must be implemented that, while mitigating the devastating effects of fire, would be the most suitable for the soil, climate and zoological and botanical communities of the different regions. Defence of biological diversity is the first step towards integral management of hunting lands. It would be a good thing in this chapter to address problems deriving from excessive reintroduction of species not native to our country; on the contrary, what we must reintroduce are native species that have disappeared. Equally beneficial would be the establishment of a rotational system of sabbatical years, that is, periods during which no hunting takes place, at least in those places where the wealth of fauna has declined significantly. It would also be expedient to rationalise ways of access, firing lines and hunting enclosures, to foster feeding places integrated into the landscape, to limit the use of lures, dogs and other auxiliary hunting elements, to adopt steel rather than lead shot and study the use of silencers. In short, to make the hunt much more sporting. It would be desirable to foster a decline in conventional beating and chasing. I sincerely believe that in all the points I mention above there may and should be collaboration between those who carry shotguns

and those who defend Nature. But much more, and above all, with the last dwellers of the rural world, who though they receive direct remuneration from the different phases of hunting activity, such compensation is far from fair. It would be something that closely resembles a symbiosis, which has become even more necessary now that Nature is slipping from our hands. And in the endeavour not to lose Nature, nobody is superfluous and many more people are needed. And the main difference continues to be that most of those who engage in hunting are ignorant of – or even despise – what has made their passion possible.

e have spent too much time besetting the world with errors and fraud, a process that has run hand-in-hand with emptying it of meaning, opportunities and acknowledgements. Failing to identify the departure point, as I have pointed out on several occasions in this book, constitutes one of the most repeated errors, which might be tolerable if it were not an entire avalanche of other tremendous errors, without overlooking the fact that it is also a notable lack of the most elementary cordiality. It might be forgiven if we consider that the immaturity of so many hinders them from recalling their roots. Here, there are many who, to a greater or lesser degree, regard themselves as the discoveres of something extraordinary: Everything, however, has already been discovered and on many occasions. We even adore those who who proclaim themselves the first or even unique. But we must, at least, do a little justice by identifying precedents, founders and roots. The legacy might be regarded as the first strategy of life.

And this is not because no animal species exist endowed with a certain sense of anticipation. Some ants, for example, are able to cultivate their own food. Indeed, we might conclude that almost everything we regard as our own really belongs to other realms. However, we do stand out as unquestionable numbers one by virtue of our ability to achieve, in a very short space of time, a substantial change in the appearance of the land that accommodates us. Speed becomes one of the essential factors when it comes to evaluating the ability to modify one’s surroundings for one’s own benefit, for here also there have been and continue to be cases in which certain animals,and even bacteria, have modified their conditions of origin. But the human being is capable of doing so in the space of only a few centuries or even a few decades. And thus until the dawn of the nineteenth century, because since then mighty technology has been responsible for processes of radical modification in incredibly short periods of time. If the succession of cycles and the chronogram of the basic calendars of other living beings have always been the same, at least for millions of years, we have striven uninterruptedly to do everything in the shortest time possible. The bridle that attempts to dominate space also attempts to do the same with time, but both are attempts that if thoroughly successful will do away with the tamer. I have already devoted several passages of the book to agrarian landscapes; consequently here and now I might merely add that we must acknowledge, in the panoramas we contemplate, the work that has gone into making them what we see. I shall never tire of quoting the French philosopher and politician Roger Garaudy, when he said that we should contemplate natural landscapes as a work of art which man completes and, sometimes, signs.

1. Founders of landscapes

2. Founders of life

The almost four hundred generations of agriculturalists who have passed through the history of mankind are directly responsible for a substantial number of the basic creations of culture of all times. They have even laid the foundations of the first step of everything exclusively human.

The non-natural selection of the species we set aside as our own food, though short in terms of time and small-scale in relation to the number of species, has many points of contact with Darwinian evolution. So many, indeed, that the British naturalist based himself on many domes-

FIVE CREATIVE DEPARTURE POINTS

W

277

Rural Spain

278

ticated animals and plants in order to confirm his theory. The selection of plants and animals that was capable of fostering the emergence of a handful of species and of thousands of breeds places those who proceeded thus and continue to do so in the position, as it were, of creators of life. What’s more, they did so very slowly in accordance with proverbial common sense and a great capacity for observation. With a tenacity bordering on ingenuity, agriculturalists managed to transform tiny grasses that yielded grains of one millimetre into the essential cereal on which 90% of humankind continues to depend; a humankind, incidentally, that now numbers almost 7,000 million. They did not stop here, however, at conventional achievements with which most people are familiar. What is really prodigious is the fact that Rural Culture is directly responsible for the introduction into our fields of at least half a million breeds of animals and plants throughout history, something which nonetheless cannot conceal the fact that we depend in fact on around 200 conventional species and that one of the tasks pending in the rural world is to preserve the potential hidden in the almost 300,000 plant species described so far. The case of we humans explains the difference between breed (or race) and species, which brings up the catastrophic consequences of the extinction of such varieties. Indeed, the most dramatic of environmental evils is extinction, and in the last hundred years most – around 70% – of the varieties created by Rural Culture have disappeared. Some examples are especially dramatic. In the United States, for example, 90% of the vegetables that grew in their market gardens at the beginning of the twentieth century are no longer cultivated. Spain has ceased to sow hundreds of varieties of all its cultivated plants. 76% of varieties of fruit trees have disappeared from Central Europe. Livestock is in a similar situation: too many breeds are on the verge of extinction. Indeed, the Ministry responsible for the sector reckons that most of them are endangered. 75% of breeds of chicken – specifically 24 – remain as a mere relict of what they once were; on the other hand, we cannot overlook the fact that 28 breeds of cattle, 16 of goats, 31 of sheep, 5 of pigs, 13 of horses and 6 of donkeys are threatened with extinction.

On the other hand genetic engineering, as the result of which many crops with their DNA manipulated are now under cultivation, is now at the core of a debate more stormy than a tropical cyclone. I can’t devote more space here to transgenic products, which are regarded as at least dangerous and certainly unsustainable, and the fact is that today vast sums of money are spent on scientific research on a sector controlled by too few. Above all, however, we cannot put in the same basket what was formerly a slow creative task and is now a rapid, drastic transformation of qualities that may be accredited only after prolonged and successful use.

3. Founders of dictionaries

The first and main skill exclusive to man is the ability to name. Use of an abstract, symbolic language led to the advent of a new species that soon, in a mere sigh of fewer than two hundred thousand years, was to replace or change the place of practically everything in this world. And equally to christen it. This is where we forget that we owe yet another debtto our ancestors, that we have also inherited the dictionary, thanks to which we understand something of the little we understand. But the assignment of a word to designate something is much more than the incubation of successive random occurrences, because we name what is identified, a characteristic that relates the thing to its name. What occurs is that we know through what others knew, that in a way we see through eyes that ceased to do so thousands of years ago, and that the very collection of terms that explain and endow us with our most original aspects appeared on paper only after the passage of three hundred generations who did not commit them to writing. But it is equally important that if we apply a little stringency, we realise that for every written word several million have been uttered, and that although some would claim to be the possessors of meaning, there is nothing as common as language. A further unquestionable debt remains that we must remember when we approach the theme of language, namely that most existing words are related to a vast reality that is entirely foreign to speech. Let’s dwell for a moment on what is a simple

yet thoroughly overlooked obvious fact. While a language, like ours, has around 300,000 basic words and almost two million with all their derivations, conjugations and so on, according to the latest calculations by taxonomers the planet’s five biological kingdoms have some 1,000 million different species. And to this we must add the fact that every living being is its own environment, that is, what it extracts from this environment to stay alive and breed. Consequently, many more possible terms to add to the dictionary. In any case, there isn’t much point in dwelling too much on this aspect, because what is really serious is the fact that the cosmos of our dictionary is also losing what it had. Terms on the verge of extinction are almost all linked to the exodus from the rural world, the disappearance of activities from the agricultural sector, and even a significant number to the extinction of breeds and varieties of livestock and crops. The vastly widespread epidemic of non-recognition embraces also the refusal to acknowledge Rural Culture as a creator of vocabulary, when in fact most entries in all dictionaries are fruit of the ability to name things that characterised those men and women linked to their natural surroundings and to the tasks of cultivation. So true is this, indeed, that I shall never tire of proposing a little experiment and giving an example. The former consists of browsing, if only for ten minutes, through the pages of any dictionary other than a pocket edition and reading at least five words on each page. The reader will soon realise that what dominate are almost unknown terms related to the natural environment and to the tasks and implements involved in working the fields. But if we then turn to a compendium of meanings (and this is the example to which I refer above) we come face-toface with a striking fact: the basic terms that serve to designate the act of working the soil, of ploughing, number at least 105, while words that might be synonyms of the verb ‘to write’ total a mere 36. Since some of us both write and plough, this lesson we learn from the dictionary at least somewhat offsets the vanity we may have acquired through the former. Restoration of what allows us to understand – words, that is – is something that should also be undertaken by an enhanced and respected Rural Culture.

4. Founders of art

There is an aspect that must not be overlooked when we make our assessments of Rural Culture, namely elements that most often form part of the permanent decor of homes that do not belong to the rural world. Craftsmanship, indeed, plays the role of emissary and link, although it does not always achieve this goal due to the fact, as I have mentioned on several occasions, that we don’t always ask where those items that surround us come from. Furthermore, since we are victims of the fact that those who establish criteria are the same people who exclude parts of reality from them, we invariably come up against the notion that art is only what artists say it is. And this is further exacerbated by the words of critics. The excessive prestige attached to the terms ‘art’ and ‘artist’ overlooks one of the greatest instances I know of coherence in what we understand as vocabulary. I refer to the fact that in Chinese, the pictogram that designates ‘art’ is exactly the same as the one that designates ‘tree’, the only difference being that a tilde is added. This acknowledgement, in any case, jumps a step. We share and admire the understanding that the provenance of the most sublime of abstractions is precisely what makes it possible, the natural world that surrounds us. But to this we must add once again that the intermediate link, the step we need to make the transition from what is completely spontaneous to what is thoroughly artificial, is the creative capacity of rural dwellers, for whom craftsmanship is to a considerable extent a conventional and even everyday activity. It is perfectly normal that they are blessed with the skill to make craft items, items which are not necessarily geared towards the commercial market. Furthermore, craftsmanship is the mother of all arts or, if you prefer, it is not art that gave rise to all the facets of craftsmanship. As in so many human activities, the line that marks the limit of artistic creativity is very vague and only too often depends on the whims of those responsible for creating public opinion. In thousands of objects we conventionally regard as craftsmanship we find more than enough motives to regard their creators as brilliant artists, despite the fact that

they may never have entered a gallery, museum or manor house living room. But leaving such petty considerations aside, what matters here is a restoration and an acknowledgement. Since the only form of tourism that seems to be withstanding the recession is that linked to the rural world, an essential factor of many incomes is that craft products become available to their potential buyers.

5. Founders of civilisations

Enough new life, or at least life different enough from the natural, has been created to grant copyright. If vast landscapes have been created and a substantial number of those that we still regard as wild have been modified; if the greatest possible number of linguistic terms have been bestowed on memory and our ability to communicate; if no few basic technologies and artistic manifestations share this same departure point, then little doubt remains that the rural world has also founded entire civilisations. All of them, including our own. Although the next one might be an exception, if technology ends up contributing more to food than the basic processes of Nature. Some scholars reckon that ours is the thirtysecond identifiable civilisation in the course of history. All the previous ones disappeared shortly after having attained a certain degree of splendour, and none of them was as global or planetary as ours. And they were all born from what the rural world made available to them; even the least panoramic of historians, that is, those who pay scant attention to anything other than power, acknowledge the inseparable links between civilisation and the rural world. The everyday lives of emperors, like those of any leader today, depended on what was brought from outside. The ever-despised world that lies beyond the corridors of power has remained on the fringe of history. Although lately more attention is being paid to aspects of daily life, to the study of cultural models unrelated to those of the ruling classes, few would doubt that much remains to be learnt and assessed about those who gave time to the powerful so that they might devote themselves to exercising power.

Some stress should be laid on this, because the rural world not only provided what was needed to keep body and soul together but constituted an indispensable prerequisite for the diversification of labour and a savings account with much time paid in by some to be spent by others on playing the role of dominators, warriors, manipulators and conquerors, without overlooking, as the true intellectuals of the 1898 Generation, like José Ortega y Gasset and Miguel de Unamuno, acknowledged, the fact that the time they spent on reflection was also a gift to them from the rural world.

TOWARDS A TRUE REVIVAL OF RURAL LIFE

F

or a number of decades now we have been asserting that the rural world needs all kinds of initiatives. Most of those proposed include the term ‘development’, which is invariably confused with an increase in what is already accumulated, or with the massification of what is already full or the acceleration of what already moves very fast. Commodity has settled everywhere, though it continues to claim more time, territory, sensitivities and, above all, wills. And all this, as if it were not enough, combined with a potent propaganda apparatus that drastically reduces the self-esteem of the components of Rural Culture. In fact, ‘detriment to the village and eulogy of the court’ has been consolidated, to turn the well-known saying upside-down. The court has banished itself; it has lost the roots that founded it and nurtured it for centuries. Furthermore, the urban setting, in general terms, bases the way it functions on everything opposite to the country. It imports absolutely everything and exports nothing except for pollution. This single direction of the system has practically nothing to do with genuine agriculture, that which I have striven to make clear must be fostered so that everything is fostered. Because it is a question not only of supplying others but also of supplying itself. All the sector’s activity takes from the spontaneous and gives to the completely artificial. Its role as mediator is clear, although it has been very unbalanced in recent decades, because, I stress, the

279

Rural Spain

280

bid for industrial models makes food production dependant on what is provided by the only true form of independence that exists in the world. Remember, if you think it opportune, the quotation at the head of the first chapter in the book. For this reason, the first thing we must do is minimally clarify what is understood by ‘development’. A little of everything and nothing of much, but literally nothing if we don’t begin to explore the possibilities of vigour as an indispensable reference when it comes to changing the model of relationships that the gravity of the environmental and economic crises demands. The rural world and culture may play a crucial role in sustainability, which is so much talked about nowadays. When productivity takes precedence over financial abstractions, all we need do is attend to and foster the primary – nay first – sector. The best therapy by which to renovate the economy and the world itself is to be close to and in favour of life. Something that many country people know how to do. Every day we are more what we say and less what we do, when the only thing that seriously defines us is action, committing ourselves to an activity that demonstrates the sincerity of our words. For this reason, there could be nothing more coherent than ecological agriculture and stock raising, than profitably recycling some of the worst pollutants. Hence the fact that the descriptions I give here of specific experiences are truer than all the proposals that gush out from so many mouths. An economy in keeping with the renovation capacity of processes and resources must be based above all on acknowledgement of the fact that their most substantial part works ceaselessly for us, free of charge. They are slaves that we need not even feed, since they themselves procure their own nutrients. Needless to say, I refer to the hydrological cycle, without which nothing could be produced in this world, which permanently supplies us with its liquid core. I refer to photosynthesis, which makes food grow without the need for any effort on our part. And, of course, I refer to the pollination of all plants and the insemination of all animals. All mineral and energy resources were there before we were. In short, almost everything really crucial is free.

A gift for which we show nothing but ingratitude, because our response is not only not to acknowledge and ensure the continuity of such fortunate yet forgotten realities, but also to over exploit their creations. Let us remember that multiplicity, both spontaneous and cultural, is seriously threatened; that cycles are interrupted and sources of renovation poisoned. Development without exhausting sustainable sources begins with a process of deceleration, with a declaration of slowness. But covetousness is swift and must be countered with realities. The correct thing would be to state that we cannot boast of many examples of serious attempts to counter the pernicious effects of this but only a few, and those invariably or almost invariably buffered by major public subsidies that mask the dependance of those sectors that engage in economy based on absolutely no renewable aspects. But from time to time exceptions emerge, when someone familiar with theory proves to be capable of demonstrating that it is possible to increase wellbeing without adverse effects on the environment; that it is possible to create jobs with very little money and with sufficient profitability even of the kind that lies through the teeth to disguise losses through accountancy. Employment related to the rural environment is called upon to be the main instrument of environmental control and of primary sector income. As Unamuno tells us, ‘Nature does not lie’. On the contrary, the interpretation and use we make of our natural surroundings is basically spurious. Almost constant falsification or, to be more precise, its replacement by virtual systems, makes it extraordinarily difficult today to understand that vast portion of what falls into our jurisdiction and affects us, namely our surroundings, Nature. If, moreover, we are what it allows us to be, it seems only reasonable not to undermine its foundations, those that sustain houses, industries and life itself. But it isn’t. The great lie that says we can detach ourselves from our origins continues to gather strength at a furious pace. This belief is based to a considerable extent on thinking that wealth, and by extension all our progress and wellbeing, must be based on the appropriation, transformation and consumption of increasingly

greater portions of our surroundings or of any of its parts, be it the landscape as a whole, its resources, its essential elements or basic ecological processes. Sometimes even on deterioration, which derives above all from the metabolism of industrialised societies. Or on exhaustion of natural resources, in the case of the most underprivileged. Having decided that we are the only valid yeardstick by which to measure most of what we do, we make an abundance of mistakes. According to many economists, if monetary value were given to the services that Nature renders, the planet’s GNP would be several times bigger than it actually is. Conserving Nature, therefore, is tantamount to guaranteeing the future creation of wealth. Or if you prefer, the non-modified portions of Nature are as valuable as or more valuable than those included in the market. Sustainability would therefore be an attempt to insert our activities into an open process that recognises provenance and does not destroy unknown destiny, that respects what is free and guarantees what is conventionally regarded as economical: that which when put into practice shows that it does not become exhausted. Those origins would range from the cosmic forces that vegetation on Earth transforms into life to the basic cycles of essential elements like nitrogen, phosphorus or carbon, and would embrace the information stored in the thousands of millions of genetic codes that make survival possible of the multiplicity of life, part of which we consume to live, and human cultures, above all those that develop without destroying the renovation capacity of living systems. May this last, may it continue to work without costing us anything, and may we cease to interfere and destroy. This is the real, urgent challenge we face today. Truth begins when we remember that we are merely a part of what we contemplate, but above all when we finally understand that Nature does not lie, among other reasons because it embraces us all. Thus, in general terms, this is the theoretical approach. We know that the usual response to it is somewhat disparaging, but those who believe that an abyss exists between ideas and the real world or between ideas and their putting into practice, tend to forget that while this situ-

ation is not uncommon in many, it is unadvisable to advance without thought. Our ability to progress with reflection, even with imagination, towards a desired goal is the true driving force behind everything mankind has done. Everything begins with the idea that something can be done in a different way, while defeatism is fruit of submission to ‘that’s the way things are’. What’s more, nothing is as protective towards our natural surroundings and mankind as awareness of the fact that everything might take another form; indeed, that everything has if we are able to engage in close observation or reconcile ourselves with what others have done. Those who do not aspire to reach the horizon simply never reach it. I shall end this section with a reply. The fact that too many of us never attain our proposed goals invalidates neither the proposal to do so, on the part of others, nor the practical examples that show that the possible is only a tiny portion of what we dream. However, in order to put vigorous development of the rural world into practice, we must expound on these pages at least a handful of fundamental considerations, beginning with the dissipation of some of the stereotypes and commonplaces that foster the irrational neglect of the present. In the first place, because it is a direct connection with everything else. In this context, and given that I expressed this as a denouncement on the first pages of this book, we must mobilise a considerable number of the activities of the rural world so that they may maintain active and foster the environmental services we receive from woodlands, water and soils that have remained intact. At the same time, much more direct compensation must be made for the impact of chemical agriculture, something to which I also referred at the beginning. The idea of cultivating clean air is by no means far fetched and might easily be the main objective of everything linked to our woods and the necessary multiplication by two that we all deserve. We must cease to place frontiers on everything related to the productivity of the earth or the indirect consequences of the efforts of those who are able to exploit it for food production. But cultivation, as I mentioned in the second chapter, unfortunately causes too much pollution; indeed, and incomprehensively, it leads all

sectors in terms of damage caused to transparency. Hence the fact that foremost among the ways of restoring the true meaning of ‘cultivate’ must figure that of cultivating clean air. Silviculture is one of the endeavours that yields greatest long-term social return. It is a question of exploiting the awareness-arousing power of woods and forests, which hardly needs any additional arguments. Planting, preserving or taking care of trees is something that has almost invariably generated a positive image, not to mention the act of extinguishing forest fires when they occur. But there is something more important involved in the worst of the challenges we must face. Vegetation plays a prominent, silent role in the essential carbon cycle we have effectively dynamited. All plants, trees in particular, now constitute something that very closely resembles the last redoubt, although fortunately they continue to render a formidable number of services absolutely free of charge. It is nothing new to say that this society of ours stubbornly insists on forgetting what is most necessary. In other words, though we know of its existence, we refuse to acknowledge the role played by what surrounds and maintains us. The sad fact, therefore, is that we are largely missing a great opportunity. In matters such as the monumental challenge that global warming entails, little could be as effective as letting natural systems continue to do their work and making our own systems resemble them a little more each day. But there is something else we must take into account. All foressts and crops trap carbon and accumulate it for periods whose length depends on the use that Nature or consumers, the remainder of living beings, make of it. We need more trees, many more trees, of course, until their number doubles that of those that grow today in most countries. But not only this, for we cannot ignore the fact that all the world’s crops, which occupy almost 30% of the planet’s solid surface, may either accelerate or retard global warming, the latter by means of simple, low-cost methods that are as profitable as or more so than industrial ones. Providing food and cooling the planet can and must be indistinguishable, synchronic, two missions silently inseminating each other.

To achieve this, we must begin with what is already done; in the first place, therefore, refrain from extending the agricultural frontier even one more hectare, and from reducing the domains of meadows, steppes, shrublands, woods and forests. The yields from agriculture and stock raising may improve without deteriorating even one single square metre in which carbon is spontaneously lodged and intends to continue there in greater quantities. In order to grow, there is no need to increase the cultivated surface area or, and this amounts to the same thing, if almost constant growth of the tree is possible, since it grows upwards, where it verges on the unlimited, the growth of agriculture must imitate it, but not only by climbing steps of air but also by growing inwards; that is, enmeshing soils with more and more organic matter, with more and more humus and roots. To grow inwards is the most serious thing a person can do, and the same applies to agriculture and soils. Transparency depends on this in both cases, that freshness of air renewed by correct agrarian practices and the proliferation of woodlands, all of which makes sense, although only too often it remains in the imagination. The transition from sickness to therapy or shock treatment in order to recover a minimum of what has been lost cannot be made without other considerations that are also in total disorder. The first of these is that in the members of Rural Culture society has not only producers and, possibly one day, decontaminators but also one of our main educational resources, to the extent that it should figure in the educational curriculum as a transversal subject of study. For these people, the most veteran among them in particular, constitute in fact the last daily nexus with the spontaneous. By maintaining simple, repeated contact with landscapes, market gardens, farms, living landscapes, spontaneous fauna and free-running waters, in short: beauty, they constitute repositories of coherence when it comes to identifying the provenance of the necessary. We may learn from our surroundings with the help of the shortest and most solid bridge: each individual who has not forgotten the main lessons that Nature silently teaches those who listen with equanimity and tranquillity constitutes a kind of umbilical cord.

281

Rural Spain

282

Other people’s leisure time may also be creative and solidary. Indeed, much enters the sack of rural tourism to be taken into account. Undoubtedly, we must foster it, while on the other hand eliminating as soon as possible everything that has become a major problem. An example of this would be the fraudulent way in which economic aids to have been used only too often for building restoration – or even construction – which have subsequently become private homes. But it is not merely a question of acknowledging and stressing the potential for necessary reconciliation with peaceful Nature that all those who have been in contact with it hold, for there are other potent sources of education in the core of Rural Culture. For instance, on the one hand one of the most pernicious consequences of the industrial world is urbanites’ generalised deachment from the destiny of their cities, from the waste products they generate, from the destination of the goods they export and even from the eventual result of their individual work. Everything or almost everything is delegated to the tiny handful of elected representatives. On the other hand, however, farmers and stock raisers are living examples of a high degree of committed autarchy: they take crucial decisions on a daily basis; they are masters of an average of between ten and twenty trades; in innumerable cases they work according to no fixed timetable and earning no fixed salary; and the family farm continues to be one of the major props of the rural world. In short, country folk are extraordinarily responsible for themselves and for their estates, and yet they have to suffer the insults even of price policies. Exercising responsibility is no torture; it may even be pleasurable for a farmer or farm worker to engage in far more individual decision-making processes than anyone in the services or industrial sectors. The spread of true agriculture, namely agriculture allied with vigour and natural fertility, not only consumes water and energy in proportions approaching 50% of what conventional industrial food production consumes but is also a guarantee of biological diversity. The old controversies over prices – clean products are obviously more expensive – and the impracticability of making such practices widespread have long

been settled, provided we understand that a little more austerity and effort on our part will lead to a more than positive balance, given their zero environmental impact and the better quality of what we eat. Restoring landscapes makes considerably more sense than re-paving a street. At times such a these, being faced with a colossal task of environmental restoration and devolution is an opportunity not to be missed. Consequently, rural development must be linked to improving soils, cleaning waters and the recuperation of botanical and zoological communities. Easy electrification using renewable energy of the rural world must be one of the first tasks to be undertaken. Indeed, if the main criticism against the photovoltaic model is that the electricity cannot be stored, the most logical response is that it should be consumed in the immediate proximity to where it is produced. All population nuclei with a population of fewer than 5,000 people should be endowed with facilities of this kind, as a result of which they would be involved also as consumers in the cultivation of clean air to which I refer above, but now of course through the use of a source of clean energy. It must be made absolutely clear that it is those who pollute most who receive most direct aid from the EU Common Agricultural Policy (CAP). Unfortunately, much data reveals that less than 30% of European budgets reaches genuine agriculturalists. The famous CAP assigns 817,000 million euros to Spain every year, and it is estimated that only 164,000 end up in hands marked by true toil. Another way of visualising this disproportionate irregularity is the fact that 3.5% of owners of cultivated estates monopolise 40% of community aid. And in a substantial number of cases, no aid is given to ensure the excellent quality of so many products of our Mediterranean world, which if coherence came to govern the situation would be called upon to lead in the field of sustainable policies, given the fact that the diet based on its main products is one of the most beneficial for health and for our natural surroundings. If there is a place where bioconstruction makes sense it is in all those enclaves with fewer than 10,000 inhabitants. To give absolute pri-

ority to and foster something that does not yet belong completely to the past, that is, building and restoring with the original materials, with what is really close to the place where walls will be built, should be an obligation and, of course, rewarded by virtue of the fact that its environmental impact is infinitely smaller, around 60% smaller compared to the requirements of urban architecture. No less simple and executable is coherent mobility in such population nuclei; indeed, no form of saving should be overlooked. If we bear in mind that the use of private vehicles might become practically a thing of the past in the rural world, and to this we add the abovementioned sectors of soft energy, ecological agriculture and the increase of woodlands, there can be little doubt about the unquestionable contribution such initiatives in the rural world would make to the struggle against climate change.

FRESH AIR

F

or more than just a few, eating has become a kind of cultural apogee, a summit reserved for the informed and the educated. And all through a series of concurrences, the most prominent and publicised of which is luxury, a notable rise in prices when it comes to supplying, preparing and consuming. We observe the extraordinary spread of gastronomy-related themes throughout the media, with cases as apparently unthinkable only a couple of decades ago as the major television networks vying with each other to secure the collaboration of the most eminent chefs, both male and female. In the first place, this means that in fact practically any theme can be made very popular if it is exposed correctly and attractively presented. However, we must resist the temptation to remain merely on the surface, as so often occurs. On the contrary, we must exploit a number of magnificent opportunities for these high flyers of the restaurant business with who knows how many stars under their belts to become allies of the hard-working producers of their raw materials. In the first place, because we should celebrate, as indeed we do, the fact that knowledge levels have risen in parallel to the demand for the best possible quality when it comes to nour-

ishing our organism. That such an obligation should become a delight and a cultural asset must be accepted at least as positive. For example, in this country we have been able to see and experience how the quality of our wines has improved to an extraordinary degree. And most people are able now to afford such quality. The absolutely exquisite wines held in reserve by the world’s best restaurants will remain, needless to say, the privilege of the moneyed elite. Something that, surprisingly enough, has little to do with that other quality derived from environmental health. The fact is, however, that ecological cultivation is on the increase in almost all countries. Equally true, however, is that millions of hectares are lost as the result of erosion and fires, and that traditional techniques, those which were invariably most closely linked to the best tastes, aromas and nutritional contents, are being relegated to oblivion. Very little progress has been made in what should go hand-in-hand with what, I am sure, will soon be far more widespread practice. I refer to the fact that gastronomic excellence must always go hand-inhand with some form of environmental quality guarantee in all the processes involved in the cultivation or aging of the product to be eaten or drunk. Rather like when we purchase a luxury flat we are given sufficient guarantees that it has been built with minimal environmental impact by workers who have received everything stipulated in the laws governing economy, safety and health. The process, fortunately, is under way and already covers almost 1,600,000 hectares in this country. This, which amounts to something like 0.8% of all cultivated surfaces, might seem little to us, but we must bear in mind that this figure has been reached after several years of growth of up to 30% per year and of 26% in 2009 only. At the same time, the central government and a substantial number of autonomous ones are making efforts to foster the basic principles of sustainable economy. Indeed, an official journal is now published with this issue as its single theme. Concurrently, the gap is narrowing between the prices of conventional and ecological agricultural and stock-raising products, the latter, which are healthy and unadulterated, being

higher of necessity. All this constitutes the initial and more than encouraging foundation stone. Processes set in motion to improve the quality of life cannot and must not increase the ill-health either of the environment or of a substantial segment of humanity. Precisely at this time, in which everything demands colossal rectification given the structural and cultural crisis we are going through, it seems more than reasonable to begin at the beginning. Regeneration of the basic principles of natural fertility, and the recovery of stringently responsible attitudes towards what keeps us alive and healthy, may perfectly come to reconstitute the first cog in the wheel, the first energising force destined to make this world a safer one. Because the only way to achieve this wholesome objective is by bringing it ever closer to the life forces of nature.

CULTIVATING RURAL CULTURE ALSO

W

hen the principal raw material of an activity is the essence of an entire planet; when it is impossible to conceive of anything as atrocious as conversion of birth into death; when vitality is still waiting for us to strike up a mutual alliance; and when much of the coherence that governs the renovation of life has been stripped bare, everything calls out desperately for a return to common sense. And this inevitably means incorporating into the excluding and exclusive quantitative and economic policies all those aspects that make it possible to regard the rural world as a culture, namely its knowledge and skills. And this in no way implies a step backwards. We must combine, I stress, the best of the skills of the past to everything that new technologies may contribute. Nothing new is born of itself. What went before constitutes the foundations of what is renewed. The enormous, false prestige of novelty, however limited its intellectual honesty may be, cannot overlook the fact that the most important is precisely this planet’s old lifestyle. Lamentation has become vulgarised. We are all literally familiar with with the main traits of the disturbing diagnosis concerning the health of the Earth, concerning the state of wellbeing and concerning non-industrialised societies.

But the complaint, though it has never before attained the parameters of today, is far from new. By retracing our steps we find it at the dawn of all civilisations and bodies of thought. Since we are here concerned with agriculture, it would certainly not be out of place to recall that the first theorists perceived and denounced the damage that agrarian malpractice caused to the natural world, since this was obvious and even necessary, but above all to cultivating and livestock rearing activities. Thus Theophrastus, one of Aristotle’s disciples and the first ecologist, deplored erosion and desiccation and understood the close relationship between climate, soil and the distribution of plant species. Pliny regarded many peasant farmers of his time as traitors who poisoned that which gives everything, the Earth. What Columella wrote in the first century AD is sufficient to recover the sense of correct agriculture. His ten books constitute an essential treatise on ecological agriculture. Over ten centuries after the fall of the Roman Empire, the architect Andrea Palladio, a great admirer of the classical models, offered us a strategy for conservation of diversity by advocating correct management of estates to be cultivated: good air (today, climate); good waters (today, transparency and treatment); well nurtured soils (today, organic fertilisers) and, needless to say, good labour with less energy expenditure and no chemical fertilisers and, above all, no biocides. A correct strategy for conservation of landscapes would be a sensible instrument, with a sense of anticipation, and even plausible, if it is linked to the activity of the primary sector. Besides, however, we must contemplate the multiplicity of living forms as a common heritage, as the memory of the biosphere itself and as a set of creative, imaginative replies on the part of Nature itself. The landscape is, above all, its living skin. By contrast, our current model advocates the existence of one single recipe, the constant increase of wealth, when diversity is not only the characteristic of Nature but also of our human condition. Furthermore, there are other models that are neither distant nor new, although they may appear so because they are minority. They may even be named by thousands, and tens of thousands, if we include those that

283

succumbed in the unequal battle against the dominant cultures of each era, when probably nothing may be sadder than having missed the opportunity to reflect on the vast culture of the oficially uncultured. Fortunately, however, we still have enough information to recall some of those ‘strange others’ who, in the past or still in the present, approached what weighs least and occupies least space, since its residence has only one word: UTOPIA. Nothing could be more exquisitely human than the desire to begin again. And surely nothing could be more opportune at this time than to attempt to do so. Only that we must exploit what science and solidary cultures propose for the task of reconstructing what lives, on the one hand, and what is dignified, on the other. Because here and now we have a crucial culture and a crucial sector of society as threatened and wounded as any other we might care to mention. I refer, of course, to the rural world. Though it is the cause and effect of some of the worst forms of environmental and social undermining of our times, naturally enough it also carries the antidote. The principal cause of many of the processes of desertification, of pollution of soils and wa-

Rural Spain

284

ters, of the loss of natural and cultural diversification, of destruction of the landscape and of catastrophic forest fires is the loss of the innermost sense of agricultural, stock-raising and silvicultural practices. The effects are catastrophic on many of these fronts. At the same time, all these diseases might recede considerably and even disappear with the generlisation of correct activity in the primary sector: this is what we call ecological agriculture. Confused by the pressure imposed by the century that is just beginning, agriculturalists have ceased to harvest to become harvests themselves, though of industry, whose laws cannot be further removed from those that govern natural environments. Growing haste and productivity and hard technology occupied all horizons. Chemistry, which has simplified so much and also, of course, acted as an aid, has turned out to be the cause of severe deterioration of living soils and practically all aquifers. To the annihilation of zoological communities in agrarian estates was soon added a drastic drop in the number of domesticated animals and cultivated plants. Heavy machinery, at the same time, demanded increasingly bigger fields, as a result of which many landscapes were despoiled

of their best adornments: trees, shrubs, coppices and hedges. Much more disturbing, however, is the gradual disappearance of customs, knowledge, traditions, hospitality, craftsmanship and forms of usage that do not abuse the natural surroundings; in other words, cultures, since they are threatened with rapid extinction; indeed, hundreds have already disappeared. But neither can we remain indifferent to the disappearance of beauty, of that harmony of cultivated fields which we shall recover only thanks to the kind of agriculture that regards aesthetics also as part of its responsibility. To make without destroying, that is the challenge. To grow without detriment to what has made such growth possible. In fact, nothing should be called growth if grass cannot grow at the same time. We must nourish what nourishes us. Our children must be able to inherit what we have inherited. And despite what those in control of what is called the ‘real world’ may forecast, something bigger, cleaner, more beautiful, more productive and, consequently, more ‘inheritable’. Human culture was invented precisely for this. All that remains to be acknowledged is that the culture of the entire planet is its Nature.

EPILOGUE Everything we do to preserve the environment is an onward step towards progress; everything we do to spoil its essence is a step backwards. Miguel Delibes

A

t the beginning of the technological twenty-first century, there are still many places throughout rural Spain in which people engage in tasks and preserve the customs and life styles they have inherited from their forebears over the last ten thousand years: places where almost entirely forgotten bucolic sensations continue to persist, sensations difficult to express unless you are gifted with the talents of a poet; places crucial to Nature where traditional forms of extensive farming and stock raising still maintain the fragile ecological balance of their habitats, with man as an essential part of this balance, a primordial cog in the mechanism of biodiversity. Such genuine ecosystems as wooded meadows, the Iberian steppes, ploughed dry-farming lands and numerous kinds of mountain woodlands where forest resources may be sustainably exploited continue to be vital for the optimum preservation of fauna populations unique not only in Europe but in the world as a whole. Mosaics of olive groves, vineyards, almond plantations, kitchen gardens and fruit-tree orchards constitute part of the incalculable wealth of produce the soil yields and impart a millennial, monumental landscape legacy. Infinite horizons over vast alluvial plains and horizontal plateaux combine with the peaks and valleys of Iberian and island mountain ranges and arduously constructed terraces bathed by the sweat of our forefathers, those designers and architects of the landscape, ecologists who obtained their doctorates from the University of Life. However, contemplation of the most sublime manifestations of the agrarian soil that nurtures us may be the privilege above all of winged creatures. By raising our viewpoint above the Spanish rural landscape we perceive a very different dimension, in which the ancient Neolithic art of cultivating the land acquires added artistic values that nourish the eyes also. Drawn by horses in the olden days and now by tractors, the plough traces out the masterful, elegant brushstrokes of anonymous artists on the canvas of the Earth: a whole universe of textures and fantastic abstract forms that might have emerged from the impossible dreams of Icarus. How we are astonished and yet soothed by each encounter with the rural world and its hamlets and villages: that contact with the noble architecture of stone, of humble adobe and of rough timber, an accomplice of its surroundings from which it borrowed its constituent elements; roofs thatched with rye or gorse; roofs of slate or made of flat or curved terracotta tiles; flat whitewashed roofs almost touching each other on either side of steeply climbing streets that flee from the sun or wide streets beneath wide oaken eaves that serve as umbrellas against the rain; sturdy walls made from limestone, quartzite or granite blocks, products of the chisel assembled by expert hands for the sake of durability and signed with the anonymous mark of the callus; mastery far removed from that grey cancer we have created by abusing the use of cement and a paradigm of efficiency and dignity that withstands the onslaught of centuries; the antithesis of present-day perishable urban systems, fed by haste and senseless squandering ... that system of using once only then throwing away that makes us feel so modern, but which serves only to dissipate the natural resources of this thoroughly abused planet of ours. There is so much knowledge contained in the tomes that constitute the encyclopaedia of villages, so many manifestations of useful art for those who are able to see. Little or nothing here is either improvised or superfluous. Everything seems to wisely contemplate adaptation to the climate and the geomorphology of the place, although there are also clear manifestos of remote ethnic origins and evidence of a multicultural past, often warlike, written in the huge amount of blood spilled on walls

285

and pillories. A vast diversity of styles, traditions and beliefs that have left personal imprints in each valley, council, region, province or autonomous community; as varied as their own idiosyncrasies and as familiar to us as the porrón (drinking flask with a spout) and chorizos and hams hanging out to dry from half worm-eaten beams in granaries. A hotch-potch of cultures marked by isolation in time and distance that meet, share and divide into complex human relations; to the same extent as those unknown abyssal depths of that misunderstood organ that makes us so different and yet so similar and familiar.. It may be for this reason that nothing in the rural world arouses such cherished and indelible memories in me than those chance encounters with shepherds, farm workers and other people whom I met in the austere beauty of sweltering steppes, freezing plateaux and old isolated mountain villages where time seemed to have stood still. Those places where people still live as our forefathers did, where bread is still bread and oak, beech or savine logs still crackle in the fireplace or in firwood stoves to heat the house, cook food and impregnate the streets with sublime aromas of smoke. Places inhabited mostly by old people, women and men with serene gazes and faces furrowed by the wrinkles of time. Faces that reveal noble souls through the unforgettable smiles they devote to that rare asset in such places, a child... Smiles that fleetingly restore that infancy we believed had been lost forever and eclipse the deepest of wrinkles. Cherished and indelible memories... but also deep sadness when I contemplate these portraits of history in such fast-moving times as our own. With no new generations to take over, peasant farmers continue to plough the fields with horses; shepherds and cowhands tend their flocks and herds; and rural craftsmen today constitute living etynographic evidence of ancestral activities that persist in an increasingly depopulated and aged rural world, although they are gradually disappearing with the people as they die. With each such loss, together with the grief of the family another form of mourning takes place that clothes in future black the fields that have now become orphans and will soon be wasteland. New cowbells will be silenced and old knockers will rust in silence on closed doors that nobody or nothing will open, except for the cracks of time and neglect. Big black clouds forecast the longest of storms. And the old roofs of houses, barns, huts, stables and granaries cave in; centuries-old walls marking boundaries and terraces collapse; cattle tracks, high-mountain pasture lands and sheepfolds become overrun by undergrowth and ancient breeds of livestock and varieties of native crops of genetic value impossible to quantify are lost in the limbo of quietude, further contributing to the already long list of a rural heritage impossible to recover and with no alternatives. A steady dripping from a tap over the past fifty years, unnoticed by the political deafness of so many leaders whose demagogy seems to heed only the vote of the majority, giving replies to other sources of income more in tune with their own interests. As history is showing, the current economic recession will sooner or later be succeeded by others. Times in which uncertainty and the anxiety caused by unemployment and hunger in the cities may return life to the villages. Then, perhaps, we shall become aware of the wealth we had in the past and lost, so unable were we to appreciate its true value. La España rural

286

José Antonio MArtínez

Murchante, Navarre, July 2010