Herodes su persona, reinado y dinastía
 9788470392719, 8470392719

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, HERODES: SU PERSONA,REINAOOY DINASTIA

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MARÍAROSA~D\ DE MALKIE~

Herodes:su persona, ·reinadoy dinastía •



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Copyriaht C) Editorial Castalia, 1977 Zurbano, 39 - Tel. 419 58 57 - Madrid (10) Impreso en Espafta. Printed in Spain por Anes Gráficas Soler, S. A. Valencia Cubierta de Víctor Sanz I.S.B.N. 84-7039-271-9 Depósito Lepl: V. 3.577 - 1977

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SUMARIO

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¡q77

/Vt/flN PREFACIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

7

PRóLOGO. •• . . . . •. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

111.

EDIFICACIÓN • . • • • • • • • • • • • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

IV.

LA BNPBRMBDAD Y LA MUBRTB . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

15 21 38 119 142

Los

SUCBSORBS • • • • • • • • . • • • • . . • . . . ... . . . . . . . . . . . . . . .

155

BIBLIOGRAP1ABSBNCIAL • • • • • • . • • • . • • • • • • • • . . • . . • . • . . . . . •

209

BREVE BIBLIOGRAF1A DB MAR1AROSA LIDA DE MALKIEL COMPILADA POR MAáGARBT SINCLAIR BRBSLIN .. • ..• ...

220

... ... ... ... ... ... ... ... .. . ... .. . . ..

245

l. ADVENIMIENTO . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11. CR1MBNBS . • • • • • . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

v.

INDICB ALFABiTICO

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PREFACIO*

El libro que ofrecemos hoy al público representa aproximadamente la quinta parte de una obra de gran envergadura (título provisional: Josefo y su influencia en la literatura española), en que la futura María Rosa Lida de Malkiel trabajaba con toda i>itensidad allá por 1939-43,pero que 'luego abandonó por completo a excepción de unos pocos capí.tulos que llegó a elaborar y a publicar en revistas universitarias y en misceláneas. La única versión de conjunto que nos queda de ese proyecto tan ambicioso es un borrador bastante pulido y desarrollado -i,or cierto no un primer esbozo, en cuatro cuadernos (de los que dos, por su tamaño, equivalen a tomos enteros)-. Al acercarse su muerte, en 1962, María Rosa tuvo el buen gusto de no exigir que se destruyesen sus trabajos a medio hacer ni tampoco insistir en que se publicasen íntegramente. Interpreté esa decisión tan discreta como mandato de examinar uno por uno el mérito de cada manuscrito. Comencé por reconstruir algunos capf.tulos cortos, transcribiéndolos linea por línea, aprendiendo a resolver numerosas abreviaturas personalísim.as (algunas de ellas bastante herméticas), llenando toda clase de lagunas y familiarizándome, en la medida de lo posible, con los

* Agradezco varios consejos a mi cuñado .Raimundo Lida, a los otros eruditos ya mencionados y al profesor José F. Montesinos. Además quisiera dejar constar mi gratitud a mi asistente Rina Benmayor, quien, aparte de copiar a máquina, con mucho ri10r y tesón, el texto transcrito, me advirtió muy oportunamente unos pocos descuidos -ora míos, ora de la autora, ora de sus fuentes.

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MARfA ROSA LIDA DB MALKIBL

problemas espirituales de un periodo bwtante alejado de mis propios intereses de investigador, asf como con varios géneros literarios que lo reflejaban. Animado a continuar esta labor de desciframiento y exégesis por algunos amigos. y colegas mejor enterados que yo del valor intrl.nseco del manuscrito (M'flrcelBataillon, Raimundo Lid.a, Edwin S. Morby, así como muy particularmente el lamentado Antoni,. Moñino), terminé por restaurar trozos mds largos, Rodriguez ... siguiendo la misma pauta, entre ellos dos que es licito tratar como libros independientes. De estos hallazgos inesperados, ofreci uno a la Facultad de Filosoffa y Letras de Buenos Aires (Jerusalén, su cerco y destrucción por los ro. manos como tema literario) y ahora agradezco a la editorial Castalia el favor de haber acogido el otro. Esta división de responsabilidades no es enteramente gratuita; el libro sobre el topos de la caida de Jerusalén encierra un largo capitulo sobre los ecos del sitio (y del hambre) en la literatura colonial del siglo XVI, y asi es muy justo que lo patrocine la misma universidad argentina de la que egresó la autora, oriunda de la capital. El libro sobre Herodes está dedicado casi en su totalidad ·a la literatura española metropolitana (y en particular al teatro del Siglo de Oro), de modo que Madrid es el lugar lógico para darlo a conocer -lo cual, por cierto, no merma la deuda personal que he contraido con «Castalia». Parece superfluo hacer hincapié en el interés extraordinario que siguen presentando al gran público y a los eruditos, por un lado, los reinados de Herodes I y de s·us sucesores (ante todo, Herodes Agripa) y, por otro, la personalidad de Josefa, no sólo como cronista y testigo ocular de sucesos que determinaron el rumbo de dos milenios de historia polftica y espiritual, sino también como el primer judío de gran talla asimilado a medias a la cultura grecorromana, es decir, occidental. Varios escritores modernos de gran prestigio -un Robert Graves en Inglaterra, un Lion Feuchtwanger en Alemania- se han ocupado con verdadero apasionamiento en temas josefinos, para no decir nada de orientalistas y te6logos profesionales, deseosos de observar de cerca _la

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HERODES

escisión entre el judaismo clásico y la nueva religión del cristianismo. Lo que agrega una nota casi sensacional a tales pesquisas es la constante posibilidad t.(e verdaderos descubrimientos, bastante raros hoy dfa en el campo humanístico, comparado con las ciencias. Asi, el enérgico equipo de arqueólogos del nuevo estado de Israel se ha empeña.do con notable éxito en varias labores de excavación, ora confirmando las noticias que daba con tanta exactitud y veracidad Josefo, ora ampliando y matizando nuestros conocimientos anteriores, basados tan sólo en fuentes escritas. Por otro lado, los füólogos de la joven Universidad de Jerusalén, con igual ahínco e inspi.ración, han renovado la discusión de varios problemas que atañen a la transmisión de temas josefinos. Para no aducir más que un ejemplo muy reciente: hace unos pocas semanas los diarios y semanarios del mundo entero anunciaron la identificación, en un texto siriaco del siglo X, de una versión primitiva del «Testimonium Flavianum» que, presumiblemente, refleja la primera red4cción, todavía no retocada, no «ortodoxa», de la Historia eclesiástica de Eusebio y autoriza una reinterpretación total de ese pasaje-clave tan controvertido. Si parece de sobra insistir en la continua «relevancia» de aquella época -de su ambiente concreto y sus protagonistas como individuos- para el lector moderno dotado de sensibilidad histórica, merece un breve comentario el papel que desempeñó ese proyecto de longue haleine en la vida y el desarrollo intelectual de la autora. Siendo su prime, amor artistico y cientifico la ·antigüedad griega (desde los robustos periodos de Homero y Píndaro, hasta el refinamiento de la edad helenística), dado además su apego personal al judaísmo y agregado a estos dos ingredientes, como tercer elemento, su entusiasmo por las culturas romdnicas y, en particular, por la literatura española, es inconcebible que haya existido o siquiera se pueda imaginar un tema de mayor atractivo o f asci,nación para ella que la perduración en España -desde Berceo y Alfonso el Sabio hasta Gabriel Miró- de temas legados por un judío heleni1Ado tan

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MAR1A ROSA LIDA DE MALICIEL

chispeante, aunque no unánimemente aplaudido, como lo fue sin duda el autor de la Guerra judaica y de las Antigüedades. De ahí el extraordinario entusiasmo con que están escritas las páginas que siguen; el f etvor de una mujer de treinta años ya ducha ·en el arte de rastr-ear las fuentes, manejar monografías y libros de consulta en varios idiomas y, sobre todo, formular sus juicios de modo riguroso y nada ingenuo -pero que todavia guarda un simpático residuo de enamoramiento con el tema tan felizmente seleccionado-. No se trata de ninguna manera, a mi modo de ver, de un trabajo juvenil del que Maria Rosa, al verlo impreso, se hubiera avergonzado,· pero es innegable que, de haberlo revi.sado y acicalado ella misma, allá por 1960, no sólo hubiera agregado numerosos detalles, sino que también hubiera quitado o, por lo menos, velado alguna que otra observación demasiado espontánea. Así, se atisba cierta tendencia un poco juvenil de condenar con severidad a los eruditos, retratándolos como personas poco inteligentes o, al menos, poco finas, mientras se colma de elogi.osa los poetas que, en cada generación, han logrado recrear con verdadera finura el tema en cuestión. Me ·atrevo a suponer que, veinte años más tarde, María Rosa, aun si estuviera en violento desacuerdo con un Thackeray o un Wilamowitz-Mollendorff, hubiera evitado ciertas generalizaciones apresuradas (¿reconociendo ella misma la reprobación de técnicos y especialistas como otro topos literario de nuestra edad?) y que, al elegi.r contrincantes dignos de su pluma, caritativamente hubiera eliminado de su número a alguno que otro principi,ante justamente olvidado. Es lícito pensar en otros reajustes que muy proóablemente se le habrían ocurrido de preparar ella misma este libro para la imprenta. Asi no me cabe duda de que hubiera separado~-con la destreza que dan los -años- la digresión sobre la Roma abrasada del resto ·del capUulo V («Los sucesores»), transformando el excursus en un articulo independiente. En efecto, ateniéndose a esta norma en la revisión del manuscrito paralelo de Jerusalén, consegui desgajar dos estudios autónomos: una-nota ·sobre Luis de Miranda y el es-

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HERODES

bozo de un precioso artículo sobre Lope y los judíos. Pero en aquellos dos casos la cirujía resultaba fácil, ya que la propia autora marcó con todo esmero la dirección de los cortes; para la Roma abrasada faltaban sus directivas, y así preferí no intervenir excesivamente. Me atrevo a pensar que unos pocos desperfectos arquitectónicos bastante veniales de esta clase realzan la autenticidad del libro, con tal que se tenga presente a cada paso su carácter de mero borrador a los ojos de la autora. Mejor que cualquier comentario, la bibliografía que logré reconstruir (aproximadamente) señala hasta qué punto ha llegado la autora en sus lecturas y apuntes al interrumpfrsele el hilo de la pesquisa (en 1943). La lista de las fuentes eruditas revela una fuerte preponderancia de estudios históricos y filológicos dedicados a la Antigüedad, en merma de investigaciones pormenorizadas sobre la literatura española propiamente dicha. Además, predominan los libros y apenas si se vislumbran alusiones a artículos de revistas y a reseñas. A lo largo de otro eje, que nos permite medir la dimensión de los géneros literarios examinados bajo el microscopio, se echa de ver el enorme, obsesionante interés de la autora por el teatro clásico -ante todo por Lope, Tirso y Cal.derón- y su escaso rastreo de otras -huellas. Hablando de épocas t~madas en consideración, se reconoce desde luego la importancia -tal vez exagerada- que da al · Siglo de Oro, escatimando ligeramente el interés quizá no menos grande de la Edad Media. Ello es que Maria Rosa, como expliqué en otra ocasión, no siguió mecánicamente el orden cronológico en la expansión de sus intereses. Como argentina de gran cultura humanística y literaria, leía y anotaba con ahínco, desde su adolescencia, un sinnúmero de libros modernos y de textos del Siglo de Oro español, que forman, aunque en grados muy distintos, el patrimonio de cualquier hispanoamericano culto. Simultdneamente, como joven especialista, seguía siendo principalmente helenista, sintiéndose obligada y al.entada a leer las obras eruditas, o veces técnicas, de estudiosos ingleses, norteamericanos, franceses, italianos y alemanes. Sólo daba los primeros pasos

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MAIÚA ROSA LIDA DB MALKIBL

para conquistar el terreno intermedio, es decir, para cernir sistemáticamente, a base de las mejores ediciones disponibles, los tesoros de la ·literatura medieval, asf como el corpus de las pesquisas de los hispanistas propiamente dichos. La propi,a autora se daba perfectamente cuenta de tal limitación, mdxime después de haber redactado un trabajo tan exhaustivo y a la vez cautivante como su tesis de doctorado (defendida en 1946, publicada en 1950) sobre Juan de Mena; y, anticipando la necesidad de largos años de revisión penosa, aplazaba la operación ardua -desgraciadamente, ad kalendas Graecas-. Ante tal dificultad, -se nos planteó a sus albaceas el espinoso problema de optar o por una ampliación radical de su libro, o por la restauración del texto con un mínimum de retoque. Elegf esta última alternativa, que tiene la ventaja de conservar intacto el estüo marcadamente personal de María Rosa y de garantizar la autenticidad absoluta de todos los juicios (y, en particular de todas las valoraciones), a costa de la perfección en lo que toca a la documentación. Si hay un rasgo que caracteriza netamente a Herodes frente a los demás estudios josefinos de la autora, es el acento que pone en el teatro. En los otros capítulos descuellan figuras como fray Antonio de Guevara, Pero Mejía, fray Luis de Granada y el padre Feijoo. Todos estos nombres reaparecen -de pasada- en Herodes, pero quienes capitanean el desfile de escritores cldsicos esta vez son Lope, Tirso y Calderón. Sólo en el último año de su vida, al escribir su famoso artículo -cortésmente polémico- «Sobre la prioridad de ¿Tan largo me lo fiái.s? No tas al Isidro y a El ·Bur• lador de Sevilla», la autora tuvo la ocasión de caracterizar, mediante contrastes y paralelos, el arte dramático de cada una de estas tres figuras máximas de la comedia española. _Además del hilo que se extiende del pormenorizado andlisis del tema «Herodes y Mariamne» al examen de ¿Tan largo me lo fiáis? se reconoce otra conexión significativa -la que media entre el Herodes juvenil y La originalidad artística de «La Celestina», el «magnum opus» definitivo de Maria Rosa Lid;a de Malkiel, cuya redacción (labor de quince años)

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HBRODBS

presuponfa no sólo una enorme enu:l.ici6n,sino también una sensibüidad muy agudizada por el teatro, cuyas primeras huellas acabamos de descubrir. De los tres «gigantes» del teatro clásico, es Lope -el más· artfstico y espontáneo- quien, a juzgar por el libro que acabamos de reconstruir, embelesaba a la joven critica e historiadora. Lo confirman varios cuadernos en que, precisamente por aquellos años, iba extrayendo_ sistemáticamente (a veces con breves comentarios) pasajes característicos de su autor predilecto. Desde luego, no era sólo el dramaturgo lo que en Lope la fascinaba, sino todas las f t1cetas de su «monstruosa» personalidad poética, tan dificil de reducir a una fórmula sencilla. Si, en el libro que ofrecemos, Tirso y Calderón aparecen en un solo subcapitulo (por lo demás en compañia de Hebbel), dificil seria señalar una sección de él en la que esté enteramente ausente el nombre de Lope. Quizá no sea demds recordar que al penetrante examen de La Dorotea están dedicadas algunas de las pági.nas mds centelleantes de la Originalidad. Todavia no ha salido a luz, en su primitiva versión española, un largo artículo de conjunto sobre Lope que ella escribió a ruego del profesor H. Peri, ya durante su última enfermedad, para una importante enciclopedia hebrea. Con una chispa de imaginación, templada por un grano de cautela, se pueden sacar ciertas conclusiones nada triviales del estado del manuscrito de Herodes; en este sentido es instructivo contraponerlo a la parte de este mismo manuscrito que encierra a Jerusalén. Esta última no sólo es más dificil de leer por lo borroso y chico de la letra, sino que el progreso de la lectura queda interrumpido a cada paso por fichas intercaladas y agregados u observaciones al margen de las páginas -material. adventicio no asimilado ni al texto ni a ·las notas, que se le acumuló a la autora en los años 1944-46,mientras preparaba febrilmente su Mena. Los agregados a Herodes son, al revés, poco numerosos y bastante cortos (los reuní bajo la rúbrica de «Comentarios»), y la letra es tan clara que es difícil sospechar ningún apresuramiento ni menos una depresión. Bs posible que la autora

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MARIA ROSA LIDA DB MALICIBL

encontró el tema amenisimo, pero menos inquietante, o que la acometían pocas dudas; otra explicación que se me OCUrre es que el esbozo anterior, quizd: primitivo (del cual no nos queda ni un pliego), ya era muy satisfactorio y necesitaba pocos retoques, siendo quizá esta sección del corpus una de las primeras que asumieron forma casi definitiva . . Después dé trasladarse a Harvard y a Berkeley, María Rosa Lida de Malkiel manejó este manus~rito, que yo sepa, una sola vez., a juzgar por una papeleta fechada (1950) que insertó en un pasaje. Hay una prueba indirecta de este exlraño alejamiento. Hace poco la distinguida medieval.ista de Baltimore, Mrs. Grace Frank, me recordó amablemente que Richard B. Donovan, en s~. nutrido libro The Liturgical Drama in Medieval Spain, Toronto, _1958 p. 95, se detiene en el topos de Herodes en España. Da la casualidad que al.lá por 1961 María Rosa reseñó este mismo libro, inspirado por Erich Auerbach, en una re~ista californiana; pero yp, no se tomó la molestia de agregar el curioso dato a su manuscrito josefino, como había sido su costumbre hacerlo mientras el tema continuaba apasionándola; tampoco alude al pasaje en la propia reseña -inexplicable ejemplo de tibieza intelectual. Se pueden sentar con toda brevedad las normas que he seguido, descartándome del original sólo en ciertos detalles (por ejemplo, la puntuación y la acentuación de algunas citas). Como se trata de un trabajo literario y de ninguna manera filológico, no he aspirado a la exactitud paleográfica, contentándome con quitar a algunos antiguos textos aducidos tpdo vestigio de modernismo chocante. He controlado algunas citas, encontrándolas satisfactorias,· y he recurrido alguna que otra vez a ediciones posteriores, sin cambiar el carácter fundamental de este libro, que encierra una incomparable mezcla de hallazgos felices y de los sueños que soñaba, allá por 1940, una joven porteña aún poco conocida, en sus horas de soledad. Y AKOV MALKIEL

Berkeley, 13 de marzo de 1972.

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PROLOGO

Porque Josefa mismo se ha detenido más en la historia de Herodes y su familia que en otros asuntos, es sobre todo fecunda en la literatura española la influencia de las páginas de la Guerra de los judíos y de las Antigüedades judaicas dedicadas a esta última dinastia. Si en sus propios tiempos Herodes tuvo que luchar contra el obstáculo, no despreciable, de la popularidad del linaje que había suplantado, hoy ante el juicio de los historiadores los papeles se han invertido. La monarquía macabea que le precedió se condena por su propia derrota, mientras el déspota aborrecido por su pueblo que, en la leyenda de los Santos Inocentes legó al cristianismo el horror que le inspiraban sus métodos de represión sanguinaria, ha sido alineado por la crítica contemporánea con otras figuras poco gratas al sentimiento antiguo -los «tiranos»- y ha recibido, como ellas, su dosis de simpatía reivindicatoria. Es bien sabido que el letrado tiene por lo general miras. políticas en desacuerdo con las de su medio, que con todo el contenido de su obra pasarán a la posteridad. Ante la tumultuosa independencia de las ciudades italianas, Dante reúne a Bruto y Casio, en el último canto del Infierno, con los dos máximos traidores, Lúcifer y Judas, y suspira por la mano férrea de César y de Octaviano (Paraíso, VI). Pero en la época del absolutismo monárquico y en la mds absolutista de las monarquías, aun un politico tan rebañego en la práctica

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MAR1A ROSA LIDA DE MALKIEL

como Quevedo ensalVl en sus escritos a Marco Bruto 1, y el culto de los tiranicidas tiene su culminaci6n tragic6mica du· ,ante la Revolución francesa. En cambio, los letrados del. siglo XIX, inmediatos a la serie de las revoluciones que se propagan a partir de la de 1789, con manifiesta sujeci.6n a las vicisitudes políticas del. momento y referencia continua a sus fallas, necesidades y remedios ideales, presentan a los «tiranos» en el papel de campeones de la masa popular frente a la oligarquía adinerada y egoísta, papel del cual ellos serian los primeros en sorprenderse, ya que no se les conoce declaración ninguna en tal sentido. Semejante papel -ante todo reacci6n a las revoluciones liberales que se suceden durante el siglo- es, no obstante, también hijo del liberalismo en cuanto adopta elementos suyos característicos: la preocupación por el mayor número --claramente una fal.acia si se lo exhibe como directiva de la conducta de Pisístrato o de César. Aun cuando sus propósitos fueran otros, un polftico posterior a 1789 nunca dejaría de esgrimir ese grito de combate; el hecho de que tan diestros polfticos nd lo hayan esgrimido prueba que la reivindicación de la masa no tenía el menor eco. Naturalmente: la civilización antigua es de minarlas; si hubiese primado la consideración caritativa de los más numerosos, hubieran tenido que resolver el. problema de los esclavos y «bárbaros». Como la preocupación por el mayor número, la del bienestar de los pueblos es característica de esta presentación y también descendiente del utilitarismo humanitario del siglo XVIII. Los historiadores de este tipo no cesan de c~ntrastar la Roma de mármol -que, según sus propias pal.abras, dejó Augusto- con la Roma de barro de la República. Pisístrato erigió Hecatómpedon, el templo de Dionisia, el de Eleusis, caminos, abasteció de agua potable la ci.udad y dio gran impulso al culto rural de Dionisia. Herodes levantó 1

Para el «pompeyanismo• en la Francia del siglo XVII, cf. la obra clásica de G. Boissier, Cicéron et ses amis; étude sur la société rornaine du ternps de César (París, 1865, y muchas ediciones posteriores), «La vie publique de Cicéron», JII.

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HERODES

una serie de ciudadelas y fortalezas en Judea -y, en Jerusalén, teatro, hip6dromo, anfiteatro para combates gladiatorios, ademds de reedificar suntuosamente el Templo. Pero no puede quedar la menor duda de que para atenienses y para ju.dios, cañerías, teatros y ciudadelas no se podían poner en comparación con la libertad de pal.abra o con la libertad de religión. Cuando su misma conducta no lo demostrara inequívocamente, la pal.abra realista de Arls tóteles resume sin entusiasmo la opi,nión antigua sobre los juntadores de cantos y cementos (Polít,ca, v, 9, 4): « Es

propio de los tiranos hacer pobres a sus súbditos para mantener su guardia y para que, ocupados en sus quehaceres diarios, no tengan el tiempo de tenderles asechanzas. Ejemplo de esto son las pirámides de Egipto, las ofrendas de los Cipsélidas, la construcción del templo de Zeus Olímpico por los Pisistrátidas, la de los templos de Samos, obras de Polícrates, porque todas estas cosas tienen el mismo efecto: ocupación y pobreza de los súbditos.»

Concebir a César y Pisístrato como campeones de la democracia, con equiparación implicita de las masas de hoy, es tan arbitrario como convertir, a la manera del siglo XVIII, a Bruto y Casio en mártires de la libertad. El paralelismo sostenido entre la sociedad moderna y la antigua difícilmente conduce al conocimiento más exacto de una y otra. Si, a título de ilustración ocasional, de al.go sirve la experiencia contemporánea, es sin duda para rectificar con menos . optimismo el apóstrofe entusiasta de Mommsen al unice Imperator y para afianzar la convicción antigua de que la libre discusión en la asamblea ateniense es un producto más valioso que pi,rámides, templos, acueductos, teatros, pórticos y termas, y de que a los que han olvidado la verdadera Ley amenaza Jehová con la humillación última -no delito .. sino castigo- de adorar el palo y la piedra. Los ·esfuerzos para convertir a Herodes en déspota üustrado o en campeón de los desheredados son de data reciente. En la tradición su figura no ostenta las diversas virtudes que le descubre la historiografía moderna; por el

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MAIÚA ROSA LIDA DB MALKIBL

contrario, el prejuicio cristiano colora los datos de Josef'o, aun los favorables. Pues, en ef'ecto, la biografía de Herodes co"esponde a la porci6n en que se recubren la Guerra y las Antigüedades. Y entre la versión de una y de otra obra existe no el usual desacuerdo de detalles, sino una divergencia esencial. El hecho tiene su explicaci6n ·en la circunstancia de que,

cuando se publícó la Guerra, la dinastia existfa aún y gozaba del favor personal. de Tito; además, .la irreprochable conducta de Herodes, una vez escalada la posición de rey cliente del Imperio, ¿no habla asegurado por un siglo la existencia material de Judea como nación? Muchos respetos presionaban al autor para presentar con luz favorable la biografia de Herodes y, particularmente, para insistir en el éxito de sus empresas y en la munificencia de sus construcciones y donativos, que apelaban directamente a la apreciación del lector grecorromano educado, desde los Diadocos, en varios siglos de civilización imperialista. Pero al trazar en las Antigüedades la historia total del judai.smo, con una concepci6n muy depurada del sentido y misión de su pueblo (como lo testimonia el contemporáneo tratado polémico del propi.o losef'o, Contra Apión), desligado de los descendientes de Herodes y, probablemente, menos unido al César y menos propmso a admirar las funciones de los régulos que le servian en detrimento moral de sus pueblos, el anciano Josef'o atiende mds a su condición de sacerdote y de Macabeo, que de un principio debieron de hacerle odioso el poder de Herodes, y condena francamente en ocasiones la conducta del afortunado usurpador (XVI, 7, 1: sobre la violación del sepulcro de David y Salomón y adulaciones de Nicolás; xv, 8, 1: se aleja de las instituciones nacional.es; xv, 10, 4; espionaje, trabajos, siniestra fama de la fortaleza Hircania,· XVI, 5, 4: tiranía y crueldad de Herodes para con los propios y munificencia interesada o adulación para con los extraños; XVI, 11, 8: crueldad para con los hijos de Mariamne). Como quiera que sea, la versión de la Guerra y la de las Antigüedades han sido igualmente fecundas; de los hechos princi-

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SIGLAS Y ABREVIATURAS

Acad. (o R. Acad. Esp.) Acad.-N. B. A. E. Clás. cast.

Real Aeademia Bspaiiola Nueva edición (de Lope), publicada por la Academia Biblioteca de autores espafioles (Madrid) «Clásicos castellanos» (Madrid) Los Hechos de los Apóstoles ( Ac-

=

Hechos

ta)

Nueva Biblioteca de Autores Españoles, dir. M. Menéndez ·y Pelayo (Madrid)

N. B. A. E. R.

s. J.

Revue des Studes Juives (París) Revue hispanique (París) Romance Phüology (Berkeley y _Los

Rev. hisp. R. Ph. Soc. Bibl. Esp. . Soc. Bibl. Madr. ap.

cap. col. ed. ej. núm. pi. rev. Ser. Supl. s. v. t. tr (ad). w.

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Angeles) Sociedad de bibliófilos españoles Sociedad de bibliófilos madrile:iios. apud [= citado por] capítulo columna edición de ejemplo número plural revisado Serie Suplemento

sub verbo tomo traducido por ... verso (s)

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HERODES

pales, pocos son que no han hallad.o eco, y aun muchos de los secundarios y legendarios han pasado a obras de imaginación y edificaci6n •.

COMENTARIO AL PROLOGO

• [Una nota al margen de la primera página muestra que la autora se proponía .releer la monografía de Walter Otto sobre Herodes, la que salió en el Suplemento 11 (~tuttgart, 1913), cols. 1-200 de Pauly-Wissowa-Kroll, Real-Enzyklopadie der klassischen Altertumswissenschaft.]

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I -ADVENIMIENTO

Hasta el detalle nimio de la forma que tuvo en un principio el nombre del padre de Herodes, Antipas y no Antípatro, ha dejado su recuerdo en la literatura española. «Ese fijo de Antip~s ascalonita» 1 le llamó Pablo de Santa María en su poema Las edades. del mundo (copla 194). Lope, en Los pastores de Belén, ha contado minuciosamente la actuación de Antípatro a partir del gobierno de Casio (pp. 184186). No debía de ser figura extraña a la cultura general del Siglo de Oro, como puede verse por una curiosa ilustración de un sermón del amenísimo predicador fray Alonso de Cabrera. El autor aplica peregrinamente un gesto melodramático del sagaz idumeo: para el lector moderno, menos inclinado a recoger en toda historia el ejemplo provechoso, la anécdota de los dos empedernidos políticos parece, más que razonamiento a fortiori para inculcar la bondad divina, abono del dicho de Catón que se maravillaba de que un harúspice pudiera mirar a otro sin soltar la risa (Josefo, Gue• rra, 1, 10, 2): «Cuenta Josepho que Antípatro, padre de Herodes Ascalonita (el que mató los inocentes), que era gran pnvado del emperador Augusto César, y en su servicio avía 1

Esta denominación· muy repetida en español, no deriva de Josefo, que da a Herodes (mejor dicho, a Antípatro, su padre) como idumeo, sin más determinación; pero Eusebio, Historia eclesidstica, I, 6, afirma que Ascalón fue la patria de Herodes, y de ahí cunde el dato.

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MARfA ROSA LIDA DE MALKIBL

peleado en muchas batallas y recebido en su cuerpo muchas y muy grandes heridas, fue acusado delante del Emperador de traidor. Y· siendo citado que pareciesse y se. descargasse, no habló palabra, sino desnudóse sus vestiduras y descubrió las heridas de su cuerpo y dixo: 'Non ista sunt signa proditionis, sed fidelitatis'. Entonces el Emperador, movido con aquel espectáculo, abra~ó y besó a Antípatro, y le hizo más merced que hasta allí, no dando crédito a lo que le imponían. Pues si tanto como esto pudieron las llagas de Antípatro, ¿quánto más podrán con el Padre eterno las llagas de su Hijo, recebidas por su amor y obediencia, para que por ellas perdone el Señor nuestras traiciones y alevosías y use con nosotros de benignidad y clemencia? ... Si las llagas de Antípatro convencen al César, ¿las de Christo no convencerán al Padre?» La anécdota no está tan cerca del texto de Josefo como

parece; las palabras latinas no corresponden a nada de Josefo, y lo mismo puede decirse de la emoción de César (y no el emperador Augusto) y de las caricias que prodiga al fiel Antípatro. Este personaje ha sido llevado al teatro por Tirso, en las dos primeras jornadas de La vid"a de Herodes. Allí, con escaso pretexto, Antfpatro entera al auditorio cómo ha conseguido afirmar a Hircano en el trono, contra las pretensiones de Aristóbulo, y cómo ha proyectado entroncar con la familia real casando a sus hijos Faselo ( = Fasael 2 ) y Salomé con los herederos de Hircano. Se encarga de mostrar a Herodes el retrato de la prometida de Faselo, que anudará el argumento, para reaparecer episódicamente un par de veces más. La prolija relación del pastor Dafilo es también, en cuanto al advenimiento al trono de Herodes, la más completa y fiel narración (pp. 187 y s.: « ... por establecer con la muerte de Antígono el reino de Herodes ... »). Así también en Los pastores de Belén, sin duda por ver en la versión latina Phasaelus y tomar las dos vocales ~n contacto como diptongo latino. Pero no lo son, sino transcriben el gr. ~1}A.OO' Luis Vives (por ejemplo, De tempore qua natus est Christus, t. 11, Basilea, 1555, p. 122) usa la grafía Phaselus. 2

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Otra enumeración circunstanciada de las peripecias de Herodes antes de apoderarse del reino se halla en el ensayo De tempore quo natus est Christus, pp. 119-126,compuesto por Luis Vives en 1528. Contrasta la paz que reinaba en el mundo al tiempo del Nacimiento con las guerras y trastornos por los que acababa de pasar. Con este motivo recuenta los desórdenes del mundo romano desde la muerte de César, deteniéndose -como es lógico- para referir según Josefo la agitada historia de Herodes, desde que penetra en Jerusalén con el pretexto de vengar la muerte de su padre; la lucha con los partos; su ida a Roma para ganar el apoyo de Marco Antonio, obtención del Senado consulto que le confería el título de rey; accidentada lucha con Al> tfgono para convertir en realidad el título del Senado consulto. No olvida Vives el terremoto que afligió a Judea y la incursión árabe que la siguió, aprovechando el pánico; desórdenes que, sumados a los de las guerras interiores y fronterizas del Imperio, realizarán la paz en que, cumplidas las profecías, nace el Rey de paz. Las circunstancias bastante familiares de la · biograffa de Herodes explican alguna rápida alusión aun por parte de autores no sólo poco eruditos, sino que hicieron gala de llevar con ánimo ligero la erudición. Así, en la fantástica

Letra del emperador Marco Aurelio para Popilión, capitán de los partos, de fray Antonio de Guevara (Epístolas familiares, núm. 60), leemos estas palabras del Emperador, inclinado a la demencia [p. 182 b)]: «De perdonar Alexandro a Diomedes el tirano, y Marco

Antonio al orador Tulio, y el buen Augusto a Herodes, yo sé que nunca se arrepintieron, ni de perdonar yo a ti soy cierto que nunca me arrepentiré.»

Dejando para algún pasaje más importante el análisis de la curiosa actitud de Guevara ante el arreo humanista, que el Renacimiento exige más que nunca como signo de cultura, puede reconocerse, ya en estas lineas, una muestra típica. En efecto, de los tres ejemplos dados el segundo

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MAR1A ROSA

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contraría tan escandalosamente la conocidad verdad histórica que constituye la piedra de toque de la actitud de Guevara; y el primero es probablemente resultado 4e una compleja asociación, también muy guevaresca, entre la manoseada clemencia de Alejandro, su famoso encuentro con Diógenes el cínico, su relación -menos famosa- con Diógenes, tirano de Mitilena (Arriano, 11, ••• ) y el recuerdo de Diomedes, tirano mitológico de Tracia. Esa misma circunstancia de la vida de Herodes, o sea el característico aplomo con que, recibida la nueva del combate de Accio, en lugar de implorar el perdón de Octaviano negando los servicios que había prestado al vencido Antonio, hace mérito de ellos y promete igual fidelidad al vencedor 3, es el cúmulo de un notable ejercicio de retórica, en dos partes -amplificación del discurso de Herodes y amplificación de la respuesta de Octaviano- que ha transmitido Fernán Pérez de Guzmán en su Mar de historias. Como esta obra es una versión del Mare Historiarum, de Juan de Columna, amplificada con capítulos tomados de la obra Planeta, escrita en latín por Diego de Campos, canciller de Femando 111, los cuales se caracterizan por su estilo «extraordinariamente copioso y florido• 4, es probable que estas dos muestras de amplificación, que en tantos momentos recuerdan la elocuencia del obispo de Mondoñedo, reproduzcan la elaboración del canciller del Rey Santo: s A. H. M. Jones, The H erods of Judaea, Oxford, 1938, p. 59: «No

intentó excusar que había sostenido a Antonio, pues declaró abiertamente que, si no hubiera sido por celos de Cleopatra, hubiera luchado en Accio, y hasta afirmó que aun entonces sólo abandonaba su causa porque todavía estaba esclavizado por la bruja egipcia. Había sido leal amigo de Antonio, y si Octaviano le daba oportunidad, se demostraría su amigo leal. Este tipo de defensa estaba calculado para agradar a Octaviano, porque concordaba con la versión oficial de la guerra civil, según la cual Cleopatra era el verdadero enemigo, y Octaviano la aceptó magnánimo. Sabía que Herodes era hombre útil. Sabía también que, en esencia, su discurso era perfectamente sincero: Herodes serla siempre el leal sostenedor de cualquiera que estuviese en el poder ... • 4 J. Domínguez Bordona, ed. de F. Pérez de Guzmán, Generacio,ies y semblam.as, Clásicos castellanos, Madrid, 1924, pp. xxiii-xxv.

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fabla, que Herodes hizo a Otaviano César, para mitigar su safia viniendo en Assia. Cap. XXVIII. Como este magnífico emperador ovo vencido a Antonio César, su cuñado e compañero en el Imperio, e asosegada la provincia de Egipto, vino a Asia; lo qual, como Herodes, rey de los judíos, / lo oyesse, ovo dél muy grande temor. Ca él avía faborecido la parte de Antonio; e non fallando a tanto peligro remedio alguno, dexando la corona real, e ábito común e privado, pero con cora~n real e singular, vínose al César. E desque ante él fue, no mostrando temor alguno, ni disimulando nada de su voluntad, fabló en tal manera: 'César, dixo él, yo no niego que fuy fiel amigo de Antonio, ansí como aquél de quien recebí el reyno e cuyo deudo agora aún me conozco por tanto beneficio. E lo que por palabras agora aquí digo, con las armas lo afirmara si la embidia e malicia de Cleopatra e la guerra de los alárabes, que súpitamente me fue movida, no le empachara. E ansí, con tal guerra ocupado, no tomé armas contra ti. No assí como quien dexa o desampara su amigo, ni por miedo de batalla, ni por cierto me sintió Ante> nio desconocido a él en sus necesidades, ca le embié muchos cavalleros e inumerables copias de viandas e armas para sostenimiento de su hueste. E aun, por cierto, tú, César, no me juzgarás por desagradecido a Antonio, mas por tu enemigo, si yo me acaeciera en la batalla de Acio, do tú fuyste vencedor. César, yo no disimulo ni encubro algo de lo que en mi voluntad tengo. Ca si yo· en a9.uella batalla me acaesciera, tú me ovieras por amigo verdadero de Antonio. Pero ansí es que al presente yo temo más tu juyzio, que entonces temiera la batalla. Ca la voluntad más cata los enojos que le son fechos que la virtud y razón del que le enojó. Pero todavía yo más quiero c9ntender contigo de fe que de porfia. Agora tú puedes considerar, César, que, como yo amé a Antonio entero y en su prosperidad, ansí no lo niego en su [el texto dice: tu] adversidad y vencido. Tú, César, venciste a Antonio con las legiones e grandes cavallerías tuyas. Vencístelo con tu consejo y esfuer~ e arte. Vencístelo aun con las fue~ del romano Imperio, las quales él dexó y negó. Verdaderamente él fue vencido por tus virtudes, e más por los vicios suyos y errores. Venciólo Cleopatra, su muger, que lo tema captivo. Venciólo la luxuria. Vencido fue porque «De una fermosa

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MARÍA ROSA LIDA DE MALKIBL

más quiso ser vencido con ella, que sin ella vencedor. Ven-

ciólo, sin duda, aquella muger / más contraria a él e a los suyos que a ti ni a los tuyos. Yo muchas vezes le consejé que la matase, lo qual él deviera fazer, si quisiera dar consejo a sus fechos. Yo le ofrecí mis grandes ayudas, con que pudiera reparar la mengua de sus huestes. E muchas vezes le requerí que me llevase consigo como compañero en aquella batalla. Mas aquella mala e scelerada muger ansí captivó su voluntad que él fue vencido por la codicia del Imperio en que ella le ponía. En conclusión, César, vencido fuy con Antonio, empero el su vencimiento es con mayor desonra. Ca a mí venció Antonio, o a Antonio Clee> patra ... '.» (Hernán Pérez de Guzmán, «Mar de lstorias», ed. Valladolid, 1512; reimpreso en Rev. hisp., XXVIII í1913], 496-498.)

Los discursos parten evidentemente de la Guerra, I, 20, 1-2, ya que en el capítulo corresponl:liente de las Antigüedades, xv, 6, 6-7, falta la respuesta del Emperador, y el discurso de Herodes está en su mayor parte en estilo indirecto y se diluye en moralizaciones: «Por su parte, él [Herodes] decidió ir de cara al peligro; navegó a Rodas, donde moraba César [ =Octaviano], y se le presentó sin diadema, con traje y hábito de particular, pero con ánimo de rey. Así pues, sin disimular nada de la verdad, le dijo frente a frente: 'Yo, César, constituido en rey por Antonio, confieso que he sido en todo útil a Antonio. Y no he de disimular nada de esto; que, si no me lo hubieran impedido los árabes, me hubieras encontrado sin falta a su lado. Sin embargo, en lo que pude le envié tropas auxiliares y muchos miles de medidas de trigo, y ni siquiera después de la derrota de Accio abandoné a mi bienhechor; antes fui su mejor consejero, pues ya no era más aliado útil, y le dije que el único remedio de sus desastres era la muerte de Cleopatra y que, si la mataba, le prometía dinero, muros para su seguridad, ejército y a mí mismo como partícipe en la guerra contra ti. Pero le taparon los oídos los amores de Cleopatra y Dios, que te otorgaba a ti la victoria. He sido vencido, pues, juntam~nte con Antonio y, siguiendo su fortuna, he

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depuesto la corona. Me he presentado ante ti, teniendo mi mérito como espe.-aun de salvación y pensando que habías de examinar no de quién era yo amigo, sino qué clase de amigo.' A esto respondió César: 'Quédate en salvo y reina ahora con más seguridad, pues eres digno de mandar a muchos, ya que defiendes de tal modo la amistad. Trata de permanecer fiel a los que han sido m~ afortunados, que yo, por cierto, tengo las más brillantes esperanzas de tu ánimo. Bien hizo, sin embargo, Antonio al obedecer a Cleopatra y no a ti, pues te tengo de ganancia por su necedad ... Ahora, pues, anunciaré con un decreto la continuación de tu reino, y trataré más tarde de hacerte merced, para que no eches de menos a Antonio.' Con estas palabras agasajó al Rey, le ciñó la diadema y noti• ficó su concesión por un decreto... Cuando llegó a Egipto, muertos ya Antonio y Cleopatra, además de otros honores agregó a su reino el territorio que le había cercenado Cleopatra ... •·

Pero hay una circunstancia en el advenimiento de Herodes, muy significativa para los contemporáneos, y de ahí el considerable espacio que ocupa en la obra de Josefo, pero que había de adquirir una importancia que no podía sospechar el historiador. Un motivo básico de la impopularidad de Herodes en su reino era su condición de extranjero; no sólo no pertenecía a ninguna de las dos familias reales, la davídica ni la macabea -ni al linaje sacerdotal de Aarón-, sino que, pese a la genealogía forjada por su historiador cortesano, Nicolao de Damasco 5, nadie ignoraba que era originario de la Idumea ( que sólo tres generaciones antes había adoptado el judaísmo por la conquista de Juan Hircano). Tal circunstancia creó un odio que, con toda su habilidad, Herodes jamás supo vencer, pero que, probablemente, ' Antigüedades, x1v, 1, 3 [comienzo de la intervención de Antípatro, padre de Herodes]: «Tenía Hircano cierto amigo idumeo, llamado Antípatro... En verdad, Nicolao de Damasco afirma que descendía de los primeros judíos que habían vuelto de Babilonia a Judea. Esto dice para congraciarse con su hijo Herodes que, debido a cierto u.ar, llegó a ser rey de los judíos, como oportunamente mostraremos».

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MARÚ ROSA LIDA DE MALICIEL

no era pequeña cualidad a los ojos del Imperio para un rey cliente y no dejo de contribuir al favor con que le distinguió Augusto, seguro así de que no se identificaría nunca con su pueblo. En su reino, foco de la idea mesiánica que invadía todo el Imperio, el idumeo que había profanado doblemente el trono de David -por su condición de extranjero que reinaba comprando con riquezas arrancadas a sus súbditos la benevolencia de sus señores gentiles y por sus crímenes innumerablesprovocaba curiosamente dos reacciones que corresponden a las dos respuestas que circulaban sobre los proféticos versículos del Génesis, XLIX, 10, a propósito de la llegada del Mesías. Los que, como los Setenta, interpretaban «No será quitado el cetro de Judá ... hasta que venga el Shiloh (=Rey), y él será la expectación de los gentiles», no concebían al Mesías como un rey liberador o salvador, príncipe de consolaciones, sino -igual que siglos antes Jeremíascomo un tirano extranjero que depuraría a Israel por el padecimiento. Josefa encamaba al Mesías-azote de Israel en la persona de Vespasiano (111, 8, 9 y VI, S, 4); los contemporáneos de Herodes, desde el comienzo de su carrera, le encarnaron en él. Josefa cuenta que, cuando presionado por la indignación que suscitaron en Jerusalén las ejecuciones de Herodes en Galilea, el débil Hircano le citó ante el tribunal del Sanbedrín y Herodes se presentó a la cabeza de una temible escolta, nadie osó aJnr la voz: «Estando así, cierto hombre llamado Sameas 6, varón justo y por eso no vencido por el miedo, se puso en pie y dijo: 'Jueces y tú, Rey: jamás supe, ni creo que vosotros podáis decir de nadie que, convocado ante nuestro Probablemente el famoso Sbarnair; véase G. F. Moore, Judaism in tM Pirst Centuria of tM Christian Bra, t. I, p. TI. ¿O el Semeas y Polión que exceptúa Herodes (xv, 1, 1) son Semuiab y Abtalión? Así parecerfa por el hecho de ser nombrados juntos: cf. Moore, t. I, página 45. 6

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tribunal, compareciera de este modo. Todo el que vino jamás a este Sanhedrin para ser juzgado, comparece humilde, con aspecto temerc;,so, para conciliarse nuestra pi&dad, con cabello crecido y traje negro. Pero este excelente Herodes, acusado de homicidio y citado por semejante causa, está envuelto en púrpura, con la cabellera bien compuesta y teniendo en tomo suyo hombres armados para que, si lo consideramos contra la ley, nos mate y se salve, violando el derecho. Pero yo no reprocharé por eso a Herodes si tiene en más su provecho que la ley, pues sois vosotros y el rey los que le concedisteis tal impunidad. Pero sabed que Dios es grande, y que éste a quien ahora a causa de Hircano queréis absorver, alguna vez os castigará a vosotros y al mismo rey.' Y no se equivocó en nada de cuanto dijo, pues cuando Herodes se apoderó del reino, mató a todos los del Sanhedrin y al mismo Hircano, excepto a Sameas .. A éste dio los mayores honores, por su justicia y porque, después de estos hechos, estando sitiada la ciudad por Herodes y Sosio, había aconsejado al pueblo que recibieran a Herodes, diciendo que por sus pecados no podían escapar de él» 1.

Y en la versión eslava, el pasaje de Guerra, VI, 5, 4 en que Josefo recuerda amargamente la falsa interpretación de la profecía que, con la esperanza de un Mesías salvador, Cf. xv, I, l. Cf. en la versión eslava de la Guerra el debate sobre el Mesías y la opinión del sacerdote Anano (ed. S. J. Thackeray, tomo 11, p. 637), que lo identifica con Herodes, sitiador de Jerusalén. Véase también A. H. M. Jones, The Herods of Judaea., p. 155. -Aun Josefo achaca a la providencia dos milagrosas salvaciones de Herodes: «A los ojos de su pueblo, Herodes era el instrumento elegido por Dios para castigarlos por sus pecados, y Dios no permitiría que muriese antes de ejecutar la tarea impuesta». ltebbel -como autor del drama Herodes und Ma.ria.m~ (1, 1 y Il, 1)- se esfuerza por recrear los hechos en abstracto dentro de su caletre metafísico y tiene muy poca habilidad para entender el relato ajeno. Ha hecho de este notable Sameas un figurón odioso y ridículo que de repente -y entonces recibe tratamiento serio y simpático- se pone a cantar a la Virgen Madre. Hebbel hubiera podido aprender en el teatro español del Siglo de Oro, tan de moda en Alernauía, a penetrar con simpatía la conciencia enemiga: El gran principe de P~ Bl niño de la Guardia. 7

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precipitó el pueblo a la guerra, presenta identificaciones que circulaban •: «Algunos creían que Herodes [era el designado por la profecía], otros, el taumaturgo crucificado, y hasta que venga el Shiloh, y a él obedecerán los pueblos». Esta actitud es la que adopta el cristianismo, que por eso señala en Herodes, simplemente, al usurpador extranjero que preludia el advenimiento del verpadero Salvador de Israel y otros, en fin, Vespasiano» 8• La otra actitud que, lejos de so meterse pasivamente, doblegada por su concepción del Mesías enemigo, manifiesta vivo horror a las crueldades y profanaciones de Herodes, se refugia en la interpretación alternativa de la profecía: «No será quitado> el cetro de Judá ... hasta que venga el Shiloh, y a él obedecerán los pueblos». Esta actitud es la que adopta el cristianismo, que por eso señala en Herodes, simplemente, al usurpador extranjero que preludia el advenimiento del verdadero Salvador de Israel y Príncipe de la Paz. Cuando Alfonso el Sabio explica la profecía _de Jacob a Judas con ciencia propia y ajena, la historia de la monarquía de Israel acaba con estas palabras (General estoria, Parte I, IX, 35): «E acerca del tiempo de la venida de Jesu Cristo fallescieron reyes et duques del su linage e dell otro pueblo de Israel, e regnó Herodes que fue estranno ... » Para glosar este mismo pensamiento en su otra obra histórica (Primera crónica general, cap. 130), Alfonso reseña brevemente con información derivada de Josefo la llegada de Herodes al trono: En ell anno dezeno [de la era española], que fue a sietecientos et xix de la puebla de Roma, e que andava la era en siete, lidió con los judíos Antígono, que era rey de Judea, et mataron lo y; et dallf adelante fue destroído el regno de Iherusalem, que nunqua después ovieron y rey de suyo que judío fuesse ni de su ley. E pusieron y entonces los romanos por adelantado a Hero • R. Eisler, The Messiah Jesus and John the Baptist According to Flavius losephus' Recently Rediscovered «Capture of lerusalem•, traducción de A. H. Krappe, London, 1931, p. 548.

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HERODES

des Ascalonita, que fuera natural dun castiello que llaman Ascalón, onde avié él este sobrenombre, et era fijo de Antípatro et de Cíprida de Aravia, et no avié Unage ni natura ninguna con Judea. E acuerdan los sabios en este lugar et dizen que allí se cumplió la profecía de Daniel que dixo: Cum venerit Sanctus Sanctorum cessabit unctio vestra; que quiere dezir: 'Quando viniere el Santo de los Santos quedará la vuestra unction'. E esto es que quando a ellos falleciesse d'aver rey de su linage, entonces n~rié Cristo el Messfas que ellos esperavan; et assí fue, ca en tiempo dest emperador nasció, cuemo vos adelante contaremos.»

Así también Pablo de Santa María identifica la paz del mundo y la coronación del rey extranjero como las señales

que anunciaban la inminente venida del Mesías (Las edades del mundo, coplas 192 y s.): «Ya como de todo punto se perdiesse entre los judíos todo el principado, fue luego del pueblo romano enviado sobre ellos rey, para que los rigiesse; e como en paz grande o sosiego estoviesse en toda la tierra, por estar so mano del enperador Agosto Otaviano, allí quiso Dios quel Mexías nasciesse. Aquel rey fue Herodes, so cuyo poder entonce por toda Judea fue visto que nasció el nuestro señor Jesuchristo, segund que era escrito que avía de nascer.»

Exactamente con ese espíritu también Vives, al ir señalando la pacificación del mundo y cumplimiento de las condiciones predichas por las profecías, agrega (De tempore quo natus est Christus, p. 26): «Tum et hebdomades illae Danielis absolutae iam erant, regnumque de luda in Herodem, cuius pater Ascalonita fuit Antipater, mater enim Cypris, Arabica, translatum iam erat, quod non futurum moribundus lacobus praeviderat, antequam Christus Domini veniret.»

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También en el largo diálogo doctrinal De veritate fidei, página 438, la primera condición que confirma la profecía del Génesis, XLIX, es: «Herodes Ascalonita favore ducum Romanorum transtulit in se regnum ludaeorum quum esset exterus, Idumaeus». Aquí, como en el pasaje aludido del ensayo De tempore (pp. 119-126), Vives es tan estrictamente teológico y no histórico como lo podía exigir la teocracia medieval más ortodoxa: no interesan los hechos en sí, sino su encadenamiento providencial,· predeterminado; no importa la iniquidad de la paz impuesta a sangre y fuego, aceptada por cansancio y agotamiento; tampoco hace al caso la condición moral de los que la mantienen;- lo importante es el cumplimiento formal de las profecías, prueba de que el conflicto al parecer ciego y casual de la historia humana responde en lo hondo a un designio providencial: Se comprende entonces el significado excepcional que tiene la condición de extranjero de Herodes y por qué se la subraya en toda clase de obras. Triunfalmente anuncia Berceo en los Loores de nuestra Señora, copla 35: «Las nuevas deste Rey yvanse levantando;

los reyes de ludea yvanseapartando, non eran de natura, por ende se yvan cuytando, maguer que se denueden, regnará siwelquando.»

Desde este punto de vista explica frey 1ñigo de Mendoza las persecuciones de Herodes, temeroso de ser desposeído por herederos de mayor derecho: «La causa de la passión deste su temor humano fue covarde suspeción de la real suscepción de Aristóbolo o Yrcano, temiendo de ser trocado por legítimo heredero, porque estava en el reynado más por fue~ que por grado en ser varón estrangero.» (Vita Christi, pp. 29-30)

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A este mismo temor achaca frey íñigo, no sin penetración psicológica, la degollación de los Santos Inocentes (p. 49 a): «Es un vicio acostumbrado, mayormente en nuestra tierra, qu'el que te tiene robado con mayor ansya y cuydado te persigue, te destierra; y la causa deste hecho es, al discreto mirar, un temor de tu derecho que forja siempre en su pecho sospechos de tu entregar ... Herodes, certificado del nuevo rey de Y srael, como quien tiene fo~do el cetro de su reynado, le busca muerte con él.•

Pero la responsabilidad última recae en el Senado romano que, sin deliberar sobre lo delicado de la misión real, encumbra a Herodes (p. 52): «Segund esto, no deviera aquel romano Senado sublimar tal bestia fiera como el rey Herodes era en la cumbre del reynado. Porque dar cetros reales a los crueles tiranos es hazer los mismos males como los que ponen pufiales a los locos en sus manos» 9• ' Pero Mej1a (Silva de varia. lección, IV, 15): «El fue el primero Rey que los judíos tuvieron estrangero, y no de su linage; porque su padre era ascalonita y su madre de Aravia, y en él se cumplió aquella propheda del Génesis, capít. 1x que dize: 'No se quitará el cetro y mando del tribu de Judá, hasta que venga el que ha de ser embiado': porque assf jarn,s avfa faltado con título de Rey o de Sacerdote,

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MARfA ROSA LIDA DB MALKIBL

Lope, que en su crónica de Los pastores de Belén no insiste en el significado del carácter extranjero de Herodes (p. 189: «Passó últimamente el Reyno a un estraño, porque, aunque es verdad que Herodes judayza, al fin es hijo de padre idumeo y de madre árabe»), quizá por harto conocido, no lo ahorra en las tablas. En el auto Obras son amores, Esperanza declara: «Herodes reyna, y pues es en Ysrael extranjero, que por Roma aquí le ves, presto el gran sefior que espero pondrá en la tierra los pies.•

Análogamente, la epopeya devota del Maestro José de Valdivielso, que une la pompa del verso renacentista al candor inspirado de la poesía popular, presenta a San José observando con santa impaciencia el cumplimiento de las profecfas (1, 60): «Que ya se va cumpliendo, atento advierte, la profecía del que ver desea, por ver que Herodes dio muerte violenta al sucesor del reyno de Judea; y porque Octaviano, César fuerte, a Herodes nombra, y quiere que rey sea, y siendo extrafto, a TeyDO le habilita, y que a Judas el cetro se le quita.•

Todos los hechos de estos momentos, narrados con tal viveza en las páginas de Josefo, y ante todo la trágica rivalidad de Hircano y Aristóbulo, la obstinada lucha de Alejandro y Antfgono contra el linaje usurpador, la participación calculadora de Roma, los intereses, complejos y ruines, la sangre, la codicia, los cohechos, todo conspira armoniosamente, a ojos de la ortodoxia española, para reaUnr el anunciado Advenimiento. como se ha visto, basta estos días de Herodes, en tiempo del qual nació Christo nuestro Redemptor, que era el prometido en aquella prophecfa. y vinieron los tres Reyes Magos».

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Fray Diego de Hojecla, al describir el cónclave que juzgara a Cristo, da a éstos el último lugar entre todas las sectas, como clímax de perversidad (La Cristúula, canto v, oct. 14): «Y acudieron al fin los herodianos, que al mal Herodes, como al Rey ungido que anunciaron los libros soberanos, adoravan con ánimo rendido: ¡Oh, contumaces, pérfidos, profanos! Si veis el cetro de Judá perdido, ved en Jesús las otras profecías, y le tendréis por el común Mesías.»

También Quevedo recuerda la herejía, escandalosa entre todas, en su enumeración de Las zahurdas de Plut6n: ' ... y al fin los que aguardavan a Herodes y desto se llamavan Herodianos'. Antonio Henríquez Gómez, su satélite, menciona varias veces a los herodistas al enumerar con intención jocosa herejías y sectas en que incluir la modernísima de los arbitristas (El siglo pi.tag6rlco, Rohán, 1682, pp. 246 y 249). El P. Feijoo trata el punto en el Apéndice segundo -'Sobre la esperanq judaica del Mesías'- a la Venida det Anticristo y fin del mundo (Teatro critico universal., t. VII, curso 5): «El primer falso Mesías admitido por los judíos fue Herodes Ascalonita; bien que parece que a este príncipe más le erigió en Mesías la adulación que la ilusión.»

Feijoo reacciona ante este fácil modo de explicación y plantea más seriamente el problema, acercándose a sus verdaderas condiciones: «Pero la adulación logró una bella coyuntura. Es el caso que los judíos veían cumplido el plazo de la profecía de Jacob (Gen., cap. XLIX), de que el Mesías vendría luego que el cetro judaico saliese del tribu de Judá: Non

auf eretur sceptrum de luda, et Dux de f emore eiu.s, donec

veniat qui mittendus est, et ipse erit expectatio gentium. Viendo ya el cetro de Judea en la mano de un forastero,

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COMENTARIO

AL CAPITULO I

• «Más adelante, cuando Herodes

Agripa, tras una vida de humillantes peripecias, llega otra vez a ser rey coronado de toda la Judea y superior a su abuelo Herodes, se gana el amor de su pueblo, al que fortifica y proyecta engrandecer, presumiblemente, por una coalición de soberanos orientales, es probable que volviera a sonar el nombre de Herodes como candidato mesiánico, pero de un Mesfas Salvador, ya que el rey era hijo del hijo de Mariamne la Macabea, víctima del otro ;Herodes. Y es probable que el sagaz Rey alentase tales ensueños en la esperanza de convertir la creencia en él como Mesías en arma de gobierno, análoga a la apoteosis del rey o emperador entre los pueblos gentiles. Comoquiera que sea, varios siglos después, olvidadas las circunstancias históricas, cuando el. nombre de Herodes sólo evocaba el recuerdo monstruoso del que persiguió a los Inocentes (y cuando se había perdido también la noción del Mesías-flagelo), Tertuliano, San Jerónimo y Epifanio anotan asombrados (por ejemplo, De praes. adversus Haereticos, 45): 'Herodiani, qui Herodem Christum esse credebant' (p. 550), y ésta es, desde luego, la opinión unánime en la elaboración literaria del tema. Para el autor del Cal7alleroZifar (ed. Ch. Ph. Wagner, Ann Arbor, 1929, pp. 332 y s.) el dictado es sarcasmo de los fariseos: «E quando el rey Herodes enbió sus cavalleros a saber de la na~n~ia de lesu Cristo, después que sopo que era nascldo, los fariseos, que se tenían por sotiles de engafio, enbiaron sus mensajeros con ellos, muy castigados de lo que dixiesen e feziesen, e con lisonja dezían a los cavalleros del rey Herodes, asy como en manera de escarnio, que sopiesen ciertamente quel rey Herodes era el lesu que yvan a demantfar, e que lo creyesen, lo que nunca fue fallado por escriptura ninguna.»

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HERODES

a ese mismo forastero hicieron su Mesías, que fue lo mismo que aclamar por Redentor suyo al que era tirano suyo. Es verdad que esta opinión no fue de todos, sino de una particular facción de los judíos, que de aquí tomaron la denominación de Herodianos. Ni aun esto es tan constante que no haya autores que deriven de otro principio esta denominación.»

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CRIMENES

La turbulenta carrera de Herodes eclipsa fácilmente la de cualquier régulo de la Siria helenística en cuanto al número y variedad de crímenes cometidos. A las ciudades quemadas, saqueadas y arrasadas en la guerra contra los partidarios de la rama legítima, al sitio de Jerusalén (cuyo pillaje total por las tropas romanas auxiliares Herodes consiguió evitar a buen precio, pero no impidió la «infinita matanza dondequiera»: Guerra, I, 18, 2), a las proscripciones que inició, según el modelo de sus patronos Antonio y Octaviano y a la disoluciqn del Sanhedrín por exterminio del mayor número de sus miembros -serie previa a su instalación en el trono-, sigue, una vez en éste, por· la serie apenas inferior de espionaje, continuo encarcelamiento y ejecución de sospechosos en las fortalezas construidas con ese intento. A todo esto se agrega la forma peculiar del crimen dinástico que surge en ambiente de intriga cortesana dentro de una misma fam~lia regia por ambición y recelos de la disputada sucesión 1• No tiene 1

He aquí algunas muestras de los numerosos crímenes de este tipo, recordados por Justino, ejemplos de enemistad entre padres e hijos, e intrigas que revelan el modo de vida de estas cortes semibárbaras, desde la Macedonia anterior a Alejandro -VII, 4-5: Eurldice y sus intrigas contra su marido e hijos; VII, 6: Filipo corrompe a su cuñado, heredero del vecino reino de Epiro; IX, S: muerte de Filipo por venganza palaciega; XVIII, 7: Cártalo desoye el pedido de socorro de su padre Maleo y es crucificado por éste; XXIV, Ptolomeo Cerauno despoja del reino a su hermana y mata a sus sobrinos; XXVI, 3: Berenice mata a su prometido Demetrio, amante de su

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HERODES

nada de sorprendente, pues, que judíos y cristianos le atribuyesen actos de carácter especialmente odioso, Ja violación del sepulcro de David y la degollación de los l.aocentes. Como es natural, para el nacimiento de cada una de estas leyendas se han fundido elementos históricos y fabulosos.

A. LA

PROFANACIÓN DB LAS TUMBAS DE DAVID

Y SALOMÓN

El antecedente histórico de la primera es el acto de Juan Hircano de quien cuenta Josefo (Antigüedades, I, 2, 5; VII, 15, 3; XIII, 8, ·3-4)que rescató a Jerusalén del sitio de Antíoco Sidetes con el dinero que halló en una de las cámaras del sepulcro de David. El espíritu que anima la leyenda concerniente a Herodes, tal como lo ha conservado Josefo, es muy distinto (Antigüedades, XVI, 7, 1): «Herodes, que hacía muchos gastos para las ciudades de su reino y para las extranjeras, había oído ya antes cómo Hircano, su antecesor en el poder, había abierto el sepulcro de David y tomado 3.000 talentos de plata; que todavía había muchos más, que podrían bastarle para todo en sus gastos. Desde hacía largo rato tenía en el pensamiento el acto; y en ese tiempo, una noche, abrió el sepulcro y penetró con sus fieles amigos, cuidadoso de que de ningún modo se divulgara en la ciudad. No encontró dinero depositado, como Hircano, pero sí muchos adornos y alhajas de oro, todo lo cual se llevó. Al ejecutar escrupulosamente la búsqueda, se empeñó en penetrar en madre; XXVII, 2: guerra por el trono de Siria entre los hermanos Seleuco y Antíoco, que acaban ambos en el destierro; XXXII, 2: excitado por su hijo Perseo, Filipo mata a su primogénito Demetrio; XXXIV, 7: Prusias se dispone a asesinar a su hijo mayor en beneficio de los menores, habidos en su segunda mujer, pero aquél se le adelanta y le quita el trono y la vida; XXXIX, 2: Cleopatra, reina de Siria, deseosa de reinar, tiende a su hijo que vuelve de la caza · una copa envenenada que él, avisado, la obliga a beber (tema de La condesa traidora y de Rodogune); XLII, 5: para asegurarse la posesión única del reino pártico, Fraates mata a su padre, hermanos e hijo adulto.

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MAIÚA ROSA LIDA DE MALKIEL

el interior, hasta los ataúdes en los que estaban los cuerpos de David y de Salomón. Pero, según dijo, al adentrarse les salió al encuentro una llama y murieron dos de sus guardias. Aterrado, Herodes salió y, como don expiatorio [lit. para aplacar su terror], construyó en .la boca del sepulcro un monumento de piedra blanca, suntuoso y costoso.»

Haya sido real o ficticio el descenso de Herodes, lo que sin género de duda existió fue el monumento 2 levantado a la entrada del antiguo sepulcro. Qui7.á no respondió más que a su deseo bien conocido de llenar su reino de testimonios palpables y duraderos de su magnificencia; pero en el pueblo oprimido el monumento elevado por el usurpador junto al sepulcro del fundador de la única dinastía legítima no podía ser sino expiación dictada por el terror de un castigo sobrenatural, arrepentimiento de un acto nefando. Y, conocido de todos el origen de la suma con que Juan Hircano alejó al sitiador, ¿qué más obvio que atribuir a Herodes, por codicia, para halagar a las ciudades extranjeras con maravillas arquitectónicas construidas con las riquezas de Israel, lo que el macabeo había hecho por necesidad? ¿Qué más natural que achacarle la profanación de la tumba misma y proyectar su frustrado deseo de venganza en la llama sobrenatural con que el verdadero rey aleja al sacrílego intruso? El crecimiento de la leyenda es totalmente natural desahogo de la humillación del pueblo abrumado por matanzas y espionaje. Eco de este incidente ha llegado hasta la literatura española. Cuando, en las primeras escenas (I, 12) de El villano en su rinc6n, el Rey, la Infanta y su séquito admiran en el interior de la iglesia la lápida que se ha dispuesto el discreto villano,. Lope, tan amigo de asirse al paralelo clásicos inscribe el epitafio presente en la lista clásica de epitafios Por lo demás el mismo cronista oficial del rey, Nicolao de Damasco, registra la erección del monumento pero no los hechos que habían movido al rey a levantarlo, según le reprocha Josefo (Antigüedades, XVI, 7, 1). 2

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HERODES

o,iginaJes, recordados más o menos fielmente de Heródoto y de Diógenes Laercio: REY: Plutarco hace mención y por testigo pone a Heródoto del sepulcro insigne que en la puerta mayor de Babylonia hizo la gran Semíramis de Nino, convidando a tomar de sus dineros al rey que dellos fuese codicioso. Abrióle Dário, rey de Persia, y dentro halló sola una piedra, que dezía: «Si no fueras avaro y ambicioso, no vieras las cenizas de los muertos». INFANTA: Notables fueron en antiguos tiempos de la bárvara Egypto los pyrámides. OróN: En Lusitania, en una piedra avía escritas estas letras: «Gundisalvo yaze debaxo desta losa fría; boca abaxo mandó que le enterrasen, porque da tan apriesa vuelta el mundo que quedará muy presto boca arriba, y así quiso excusarse del trabajo».

El primer ejemplo es la conocida anécdota de Heródoto ( 187) acerca de Nitocris, la segunda mujer que reina sobi::e los asirios después de Semíramis, con quien la identifica Lope 3• En el epitafio portugués, género humorístico de por sí 4,. está vertida la famosa respuesta de Diógenes el cínico al que le preguntaba cómo deseaba ser enterrado: «De boca, porque dentro de poco lo que está abajo quedará arriba» (Diógenes Laercio, VI, 32). En medio de estos epitafios, cuya función respecto del que desencadena la acción de la comedia es evidente, Lope, lle, 1ado por la anécdota del sepulcro 3 Conste que se ha relacionado la codiciosa violación del Sepulcro de su predecesor con la acción de Darfo con el sepulcro de Nitocris y la de Jerjes con el de Belo. Se ha pensado -y no es inverosímil- a sistema folklórico: rey codicioso que abre la tumba del precursor y queda frustrado, con o sin ayuda sobrenatural en su deseo (Wolf Aly, p. S6). 4 Guevara, Epistolas familiares, 61: «Aquí yaze Vasco Figueirs, muito contra sua voluntade».

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MAR1A ROSA LIDA DB MALKIBL

abierto de Nitocris y por sus recuerdos de Josefo, intercala la leyenda de Herodes (que no se relaciona con ningún epitafio) e interrumpe, por lo tanto, el sentido de la escena: OróN:

De Herodes cuenta la codicia misma

Josefo, historiador de tanto cr&lito. Abrió, pensando hallar ricos tesoros, del gran David y Salomón las urnas.

Tan propio de la afición de Lope hacia Josefo es la intempestiva anécdota q~e, atendiendo a la coherencia del relato, Juan de Matos Fragoso la suprimió al refundir la comedia (El sabio en su retiro y el villano en su rinc6n). Por su parte, fray Pedro de Ribadeneyra en el Tratado del Príncipe cristiano, I, 37 (p. 515), como negativo de la loable conducta de Pompeyo en el Templo, continúa: « •.• y aun añade [Josefo] que el rey Herodes, hallándose con necesidad, abrió la sepultura del rey David, creyendo hallar grandes tesoros, aunque se engañó; y dize que desde aquel día le vinieron grandes trabajos, en castigo de aquel atrevimiento». Es claro que, no recordándose el monumento y circunstancias que habían determinado la génesis de la leyenda, el castigo material del codicioso era requisito mínimo para emplear la leyenda como ejemplo edificante.

B.

EL ASESINATO DB ARISTÓBULO

De los crímenes cometidos por Herodes son los perpetrados dentro de su propia familia los que, por sus dramáticas circunstancias, han herido la imaginación de la posteridad. Entre ellos, la historia del joven Aristóbulo (último descendiente de los Macabeos e instituido por él mismo -a ruegos de su esposa Mariamne, de quien era único hermano-, quien por su linaje y belleza era la esperanza del pueblo de Jerusalén, sacrificado pese a su juventud y parentesco), constituye un episodio novelesco, cuyo escenario ideal parecería el de una corte italiana del Renacimiento. Enterado

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HBRODBS

Herodes de los esfuerzos de Alejandra, madre del joven, para ponerlo en salvo, había decidido deshacerse de él (Antigüedades, XV, 3, 3): « Era

la fecha de la Fiesta de los Tabernáculos, festividad de las más observadas entre nosotros; dejó pasar esos días y se dedicó al regocijo, él como la plebe restante. No obstante, a causa de estas mismas circunstancias, la envidia evidente le movió y excitó a apresurar lo que se había propuesto. Pues cuando el mozo Aristóbulo, de diecisiete aiios de edad, conforme a la ley subió al altar para hacer el sacrificio, llevando el traje de los sumos sacerdotes, y ejecutar todas las ceremonias, de extraordinaria belleza y estatura mayor de la que correspondía · a su edad, y ostentando sefialadamente en su hermosura la dignidad de su linaje, hubo en la muchedumbre un impulso de simpatía por él, y mani.fiestamente se hizo presente el recuerdo de los hechos de su abuelo -Aristóbulo. Dominados poco a poco por estos sentimientos, manifestaban su disposición, regocijados y afligidos al mismo tiempo~ y profiriendo voces de buen agüero mezcladas con plegarias, al Pllllto de resultar evidente la simpAtía de las masas y, más impetuosa de lo que es prudente en un reino, la confesión de los beneficios recibidos. Ante todas estas cosas, Herodes decidió ejecutar lo que había propuesto contra el joven. Terminada la fiesta, cenó en Jericó, recibiéndolos Alejandra, y dando muestras de carifio al joven y arrastrándole a lugar seguro a jugar con él, como muchacho, para complacerle. Como la naturaleza del lugar era algo cálida, se reunieron rápidamente y salieron paseando, y deteniéndose junto a las piscinas (las ·había grandes alrededor del patio), se refrescaban al calor del mediodía. Primero contemplaban cómo nadaban algunos criados y amigos; luego fue llevado allí el joven por invitación de Herodes, y aquellos de sus amigos a quienes estaba encargado, al hacerse oscuro, siempre hundiéndolo y sumergiéndolo como en juego, mientras nadaba, no le dejaron hasta ahogarle completamente. Así murió Aristóbulo ... • s. Una versión más breve del mismo crimen está incluida en la Gue"a, I; 22, 2. La de las Antigüedades parece, además, la más exac5

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MAR1A ROSA LIDA DB MALKIBL

El asesinato del hermoso adolescente ha dejado huella muy fecunda en la obra de Lope. El pastor Dafilo recuerda puntualmente la lastimosa muerte (Los pastores de Belén, III, página 189). «Quedara solo un mancebo, hermano de Mariamne su muger, llamado Aristóbulo, a quien él mismo avía hecho Sumo Sacerdote, y. de envidia de verle amado del pueblo, le hizo ahogar en un lago, donde por su recreación avía ydo a bañarse, fingiendo aver acontecido acaso, y no por orden suya. Cessó en este mancebo la familia de los Machabeos, los cuales, aviéndose hecho -con el favor divino y con su gloriosa virtud- seiiores del Reyno, con echar dél los estrangeros que le tyranizavan y oprimían, por espacio de ciento y veynte y seis aiios le poseyeron.»

Este parece ser el punto de partida, por lo menos el punto de partida literario 6, de un desenlace trágico que Lope ta, ya que en aquélla la muerte de Aristóbulo corre por cuenta de la guardia gala de Herodes. Pero esa guardia era la de Cleopatra, que Augusto le concedió, después de Accio, es· decir, unos cinco aflos después de la muerte de Aristóbulo. 6 Véanse las interesantes «Notas de natación» en el libro de José ·.María de Cossío, Poesla española, Madrid, 1936: «Era presumible que un hombre vitalmente tan completo como Lope de Vega sabría nadar. Una estrofa notable de Pedro de Medina Medinilla nos le presenta entregado al náutico deporte; en tanto la dulce esposa, ·doña Isabel de ,Urbina, se embebe en los discutibles encantos de la pesca:

'Parece que lo veo en cierta huelga un día que peces y almas a placer pescava; ,con donaire y deseo un alfiler prendía y un listón suyo por sedal lan~va; y como allí nadava, por ser grande el estío, el querido consorte, hacia el amado norte ender~ los ojos y el navío .. .'». Mas fuera de la hora y el tiempo del bafto, no olvidaba esta afición, y en su magín se concibió la idea de la secreta venganza de matar en el agua al traidor y fingir culpable de la desgracia a la ineptitud:

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HERODES

repitió varias veces y que de él, probablemente, pasó. a otros dramaturgos. En una comedia de mediano mérito, El toledano vengado (ed. E. Cotarelo y Mori, R. Ac. Esp., 1916-30,t. 11), Constante, marino agraviado, disimula hasta que ve a Marcelo, el seductor (no galán adulto, sino paje adolescente, como Aristóbulo), echarse a nadar al Tajo. Constante se echa también, le anuncia su intención de matarle y le ahoga en el agua (III, p. 618): AMBROSIO

¿Quién es el que se ha ahogado? CoNSTANTB

No sé, por mi fe; un Marcelo pienso que es el desdichado; un medio paje, un mozuelo. FULGBNCIO

Ya le conozco; ¡ay, cuitado! AMBROSIO

¿Nadava lexos de vós? CoNSTANTB

Antes por nadar los dos juntos, murió el pecador, porque él nadara mejor solo, como sabe Dios 7•

La relación de Lope resulta inferior a la de las Antigüedades, porque está complicada por la necesidad de aludir encubiertamente al adulterio de Marcelo: « Vióme

en esta tabla honda y, como a un mozo brioso no hay lugar que se le asconda, parecióle el trance hermoso; arrojóse y nada; ahonda. traza que había de planear, a inµtación de este toledano vengado, el celoso prudente de Tirso, y consumar el otro celoso de Calderón, secretamente agraviado. 7 Cotarelo: «sólo como sabe Dios•.

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MARÍA ROSA LIDA DB MALKIBL

Quiere afrentarme y pasar adelante~ y aun mostrar que meneava los brazos con más gusto y con más lazos Entró donde yo a nadar; aviséle que nadasse en otra tabla más baxa y que donde entré no entrasse. abaxa Calla y la ca~ y adonde yo estava vase. No entró apenas do yo toco quando luego de allí un poco le vi junto a mí ahogado; no murió por no avisado, sino por galán y loco.»

Es sabido que la concepción del honor justificaba en tal caso la alevosía: A secreto agravio, secreta venganza. Lope, después de mucho predicar contra la venganza de la honra, desde el punto de vista de la moral cristiana hace que el héroe de la tercera novelita de Marcia Leonarda solucione su conflicto a gusto del público, esto es, desde el punto de vista social y práctico: «Finalmente, passaron dos años deste sucesso, al cabo de los quales Lisardo consolado, que el tiempo puede mucho, salía en los calores de un ardiente verano a bañarse al río. Súpolo Marcelo, que siempre le seguía, y desnudándose una noche, fue nadando hazia donde él estava, y le asió tan -fuertemente que con la turvación y el agua perdio el sentido y quedó ahogado, donde con gran dolor de toda la ciudad le descubrió la mañana en las riberas del río.»

El problema de no dar publicidad a la inexcusable venganza es el que atormenta a don Sancho de Urrea, El celoso prudente de Tirso, que recuerda, con entera aprobación, un caso semejante a los Lope (111, 6)·:

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HERODES « Yo

he leído de un marido

a quien un grande afrentó, que en secreto se vengó ... Convidó, en medio el estfo, a su enemigo a nadar, y, a título de jugar los dos entrando en el río, abra~dose con él, a la mitad le llevó, donde su injuria vengó, siendo sus b~s cordel y el verdugo su corriente. Después salió voceando: 'Favor, que se está anegando mi amigo; ¡ayudadle, gente! ' y con este medio sabio

dio nuevo sér a su honor, paga justa al agresor, y nadie supo su agravio.»

El marido de quien leyó don Sancho quema luego la casa en que ha quedado su esposa: las dos partes de la venganza se encuentran en la de Calderón, A secreto agravio, secreta venganza. La versión barroca de la venganza es de ornamental complicación, poco avenida con lo verosímil. En el momento preciso encuentra don Lope de Almeida una barca vieja, invita a subir en ella a don Luis, que justamente se dirigía a ver a su esposa 1; ya en el agua, don Lope debe ejecutar una porción de maniobras ( de las que se felicita en una relación no corta), para que la barca zozobre y se las compone para dar de puñaladas a su rival bajo el barco. Asistimos así a toda la trayectoria que ha recorrido la muerte del sumo sacerdote casi niño, contada en las Antigüedades; cómo deja su primitiva naturaleza de asesinato político para • Cf. la contienda de Diego García de· Paredes y el capitán Juan de Medina, Obras, R. At;. Esp., t. XI. Sancho de Urrea embarca a su mujer culpable y a los cómplices.

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MAR1A ROSA LIDA DE MALXIBL

transformarse en el único crimen de que se podía hacer gala ante el pú~lico -venganza del honor- y convertirse, con elaboración cada vez mayor de su ejecución, en una de sus soluciones satisfactorias, justamente por su alevoso disimulo. Fuera de la poesía dramática, recuerda el fin de Aristóbulo, con especial atención a la hermosura que varias veces señala Josefo, como muestra de la vanidad de los méritos humanos, Cairasco de Figueroa (B. A. E., t. XLII, p. 467 b), en un pasaje do~do felizmente de rima llana: « ¿Qué sirvió la belleza de Aristóbulo bello para dexarse de ahogar .nadando ... ?»•.

C. EL ASESINATODE HIRCANO

Al asesinato de Aristóbulo, cometido cuatro -según Jones (Obra cit., p. 5~) cinco-- años antes de Accio, para desbaratar la última esperanza de los legitimistas, sigue poco después de Accio, cuando Herodes iba a justificarse ante Octaviano, el crimen ocioso, revestido de las trazas de una ejecución legal, cometido en la persona del viejo Hircano, a cuya sombra había medrado el actual rey, sus hermanos y su padre. En los azares de la guerra civil, el último rey macabeo viejo, y mutilado de intento para que no pudiera ejercer el sumo sacerdocio que requería perfección física, había caído en poder de los partos, y allí había sido cal"iñosamente acogido por la comunidad judía de Babilonia y de allende el Eufrates. «Y en verdad, observa Josefo (Guerra, I, 22, 1), si hubiese obedecido a su consejo de no pasarse a Herodes, no hubiera perecido; pero las bodas de su nieta [Mariamne, con Herodes] fueron el cebo de su muerte, ya que, confiado en ellas y muy ansioso de su patria, se vino. Y no irritó a Herodes porque hiciese valer sus pretensiones al reino, sino porque el reino le correspondía de derecho [literalmente: le tocaba a él]».

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HERODES

En los capítulos correspondientes de las Antigüedades, xv, 2, 3-4, Josefo detaUa los manejos de Herodes para exhortar al anciano a volver a su patria y darle la oportunidad de agradecerle las mercedes recibidas, el mensajero y dones que envía para tener en su poder al rey, los honores y distinciones nominales con que le halaga en un comienzo, «cediéndole el primer lugar en reuniones y banquetes y llamándole padre». Pero poco después el pretexto de una carta y presentes recibidos del rey árabe Maleo más, según parece, una comprometedora correspondencia forjada entre ambos por los agentes de Herodes bastaron para decidir una rápida ejecución (Antigüedades, xv, 6, 1-3). Otra vez es la crónica inserta en Los pastores de Belén, 111 (pp. 188 y s.), la que registra el lamentable fin de Hircano: confirmado [Herodes] en el [reino] de los judíos y no pareciéndole que lo era tanto que restava alguno de la sangre real, con engaños y grandes promesas solicitó a Hircano, ya Sumo Sacerdote y entonces prisionero de los parthos, para que huyesse de Babylonia, donde de todos era honrado y servido, y se viniesse a Jerusalén; lo qual hecho de Hircano, después de averle acariciado algunos· días, hasta llamarle padre, con levantarle una calumnia, le quitó la vida.» « ..•

Como ejemplo de ingratitud el caso reaparece bajo la pluma de Quevedo, al escribir al más íntimo de sus amigos, Adán de la Parra ( Obras, B. A. E., t. 11, p. 585 a, Carta CXI): «El bien que hizo Hircano a Herodes, lo recompensó éste con darle muerte a él y a sus hijos para al~rse en el reyno» b.

D. ·HERODES Y

MARIAMNE

Estas y otras muertes confirman con el peso de la erudición la estampa· popular del degollador de los Inocentes, pero, poco después de la ejecución de Hircano, Herodes

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MAR1A ROSA LIDA DE MALICIBL

comete otro crimen que tiene motivación más compleja y humana que los anteriores y que, por eso, le hace ingresar en muy distinta esfera, como victimario y víctima de amor e. l.

Los dos relatos de Josefa

Ya el mismo Josefo le presentó a esa luz en la versión breve de la muerte de Mariamne inserta en la Guerra. Ha sido piedra de escándalo para los críticos de Josefo el hecho de que, al volver a contar la historia más pausadamente en las Antigüedades (xv, 3, 4-7 y ss.), aparezcan importantes variaciones. Conforme a la última versión, Alejandra, madre de Mariamne y· Aristóbulo, logra hacer llegar a manos de Cleopatra una carta en que acusa a Herodes de la muerte de su hijo. Cleopatra, quizás amiga de Alejandra y seguramente deseosa de poner pie en el reino de Herodes, consigue que Antonio le cite para justificarse: «Herodes, temiendo la acusación y la hostilidad de Cleopatra, que no dejaba de hacer que Antonio le tuviera mala voluntad, decidió obedecer, ya que no era dable hacer otra cosa. Dejó a su tío José d por administrador de su reino y de sus asuntos en Judea y le encargó secretamente que, si llegaba a pasarle algo en manos de Antonio, inmediatamente matase a Mariamne. Tanto amaba a su mujer que temía la afrenta de que, a su muerte, ella por su belleza inspirase otro amor. Y en conjunto recelaba el impulso de la atracción de Antonio por ella, pues ya antes había oído hablar de su belleza 9• Así pues, luego de hacer estos encargos, Herodes partió para ver a Antonio, sin tener firmes esperanus sobre el todo. 9 Josefo cuenta páginas atrás (xv, 2, 6) que Delio (¿no es el «introduc, or» de Cleopatra?), amigo de Antonio, incitó a Alejandra a enviar a éste el retrato de sus hijos, extraordinariamente hermosos, y que sólo por respeto de Cleopatra y de Herodes (con quien ya estaba casada Mariamne) no hizo venir a ésta a Alejandría. En la Guerra (I, 22, 3) la madre y hermana de Herodes acusan a Mariamne de haber enviado ella misma su retrato a Antonio.

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RBRODBS

José, ocupado de la administración de los asuntos del reino y encontrándose por eso continuamente con Mariamne, a causa de sus ocupaciones y del honor que debía rendir a la Reina, llegó a tener frecuentes conversaciones sobre la inclinación y el amor que Herodes tenía por ella. Y como ellas, con modo mujeril, sobre todo Alejandra, acogiesen irónicamente sus palabras, José --demasiado afanoso por demostrarles el ánimo del· Rey- llegó a decir hasta lo referente al encargo, tomándolo como garantía de que no podía vivir sin ella y de que, si algún mal le acaecía, no quería separarse de ella ni en la muerte. Esto dijo José. Como es natural, las mujeres no tomaron en cuenta el amor que sentía Herodes sino su crueldad, pues ni aun muriendo él dejarían de perecer por muerte tiránica, y concibieron terrible sospecha de lo dicho. En esto, los enemigos de Herodes esparcieron en Jerusalén el cuento de que Antonio le había hecho ~orir deshonrosamente. Como es natural, el rumor turbó a todos los del palacio, y principalmente a las mujeres. Alejandra persuadió a José a salir del palacio y refugiarse con ellas bajo los estandartes de la legión romana, que acampaba entonces junto a la ciudad, para proteger el reino, a las órdenes de Julio... Hallándose en estas conversaciones, recibieron cartas de Herodes con noticias sobre todo, contrarias al rumor y a las anticipaciones ... Traídas estas cartas, cesaron en el ímpetu aquel que tenían de refugiarse entre los romanos, como si Herodes estuviera ya muerto, pero su propósito no pasó inadvertido. Porque, después que el Rey se y volvió a despidió -que marchaba contra los partosJudea, inmediatamente su hermana Salomé y su madre le manifestaron el proyecto- que habían tenido los del círculo de Alejandra. Sa)omé habló también contra su marido, José, acusándole de tener frecuente comercio con Mariamne. Esto . decía irritada contra ella desde hacía tiempo, porque en sus querellas, con mucha altanería, [aquélla] les reprochaba su bajo nacimiento. Herodes, siempre inflamado en gran amor por Mariamne, se turbó de inmediato, y no podía sufrir sus celos; pero reprimiéndose para no hacer nada precipitadamente por amor, incitado por su intensa pasión y por la rivalidad, interrogó aparte a Mariamne so,. bre lo referente a José. Como ella rechazara [la acusación] con juramento y enumeraba para descargo suyo todo

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a cabo felizmente su gestión ante Octaviano en Rodas, Mariamne, ofendida de verse encarcelada con pretexto de seguridad, recordando el encargo de José durante la ausencia anterior de Herodes y dudando de la sinceridad de su amor, decidió ante todo conquistarse los buenos oficios de Soemo, que era la autoridad máxima en la fortaleza. Y Soemo, pensando que lo más probable era que el Rey no volviese (y aun cuando volviese, no le faltaría a Mariamne imperio para reconciliarse con Herodes), decidió plegarse a su voluntad y le reveló cuanto le había sido encargado. Mariamne, irritada, no pudo disimular su ·hi.aldad ante el retorno inesperadamente feliz de Herodes, mientras la madre y la hermana del Rey cuidaron de aumentar la disensión con calumnias y acusaciones. Así las cosas, Herodes debió partir nuevamente para felicitar a Octaviano que acaba de apoderarse, por la muerte de Antonio y Cleopatra, del Egipto. En el momento mismo de la partida, ·Mariamne consiguió para Soemo un puesto de mando. Al volver, colmado de honores por Octaviano, continuó durante un año ta misma serie de reyertas, reconciliaciones y calumnias, hasta que el desenlace se precipitó en un altercado, en que Mariamne enrostró a Herodes el asesinato de su abuelo y su h~rmano; y como aquél tomase muy a mal el reproche, Salomé 1º juzgó propicia la ocasión para acusar a Mariamne de intentar envenenar al Rey, conforme a una intriga que había preparado hábil y pacientemente, sobornando· al copero del Rey. Herodes, alarmado, torturó al criado de confianza de Mariamne para .saber la verdad, y éste sólo pudo confesar que no sabía nada de tal veneno y que el enojo de Mariamne provenía únicamente de lo que le había dicho Soemo. He- · rodes concibió entonces la misma sospecha que le había En el relato de la Guerra (I, 22, 3) a este mismo reproche agrecontra la madre y hermana del Rey, que replican con varios cargos calumniosos, entre el1os el de adulterio y envío de su retrato a Marco Antonio. Pero allí Josefo pone esta escena antes de la partida de Herodes para justificarse de la muerte de Aristóbulo. 11

ga Mariamne graves insultos

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lo que puede decir una mujer que en nada ha errado, poco a poco el Rey se convenció y salió de su cólera, vencido del amor a su mujer, al punto de excusarse de haber parecido dar crédito a lo que había oído, y le manifestó gran agradecimiento por su castidad, y confesaba cuánto era su amor e inclinación para con ella. Al fin, como suele acontecer en riñas de amor, cayeron uno en brazos del otro con llanto y grande pasión. Y como el Rey trataba siempre de darle cada vez más seguridades y de llevarla a su propia disposición de ánimo, Mariamne respondió: 'No es propio de hombre que ama dar orden de que si algo te pasaba a manos de Antonio que también hubiera de morir yo, sin tener la menor culpa'. Proferida esta palabra, el Rey afligidísimo la soltó de sus brazos, dio voces y se mesaba el pelo, diciendo que tenía prueba evidente de su adulterio con José, pues no le diría lo que había escuchado aparte, si no existiese entre los dos gran confianza. Hallándose asf, poco faltó para que matara a su mujer, pero vencido por su amor, dominó ese impulso, conteniéndose difícil y penosamente. En cuanto a José, ordenó su ejecución sin que viniera siquiera a su presencia, e hizo custodiar en prisión a Alejandra como culpable de todo.»

El relato de la Guerra sitúa aquí la muerte de Mariamne, pero en las Antigüedades José es la única víctima, y una situación muy parecida vuelve a presentarse cuando, después de Accio, Herodes debe justificarse ante Octaviano de su allanr.a con Antonio. Antes de partir, recelando que Alejandra intentase un motín, y conocedor de las disensiones entre las mujeres de su familia, deja en la fortaleza de Masada a su madre, hermana e hijos bajo la custodia de su hermano Freroras y deposita en la fortaleza llamada Alejandrio a Mariamne y Alejandra con su séquito, confiadas a la guardia de su tesorero José y de cierto Soemo de lturea, de cuya fidelidad estaba seguro; «pero también ellos tenían orden de, si recibían alguna mala noticia suya, matar inmediatamente a las dos·, y en lo posible conservar el reino para sus hijos, junto con su hermano» (Antigüedades, xv, 6, 5). Mientras Herodes llevaba

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inspirado el primer guardián de Mariamne y le dio el mismo fin. Acusó a su mujer, en un simulacro de juicio, ante el consejo de sus familiares que, viendo su cólera, la condenaron a muerte. Después de pronunciada la sentencia, tanto el Rey como sus consejeros volvieron sobre sus pasos y decidieron encerrarla en alguna fortaleza, pero Salomé intervino, sefialando que esa nueva decisión podía provocar desórdenes, y la primera sentencia quedó confirmada. Probablemente el momento más sombrío de esta historia es cuando Alejandra, que había consagrado su vida a la venganza, enterada de la condena de su hija y decidida a salvar a cualquier precio su propia vida, fingió con golpes e insultos horrorizarse del supuesto delito de Mariamne (Antigüedades, xv, 7, 5 y ss.): «Como es natural, grande fue la reprobación de los demás ante tan vergonzosa simulación, y mayor pareció la de la misma condenada, pues no dijo una sola palabra ni se turbó los ojos a la hostilidad de su madre; sino que, así como por altivez había errado, demostraba pesarle principalmente lo desembozado de su fea conducta [de Alejandra]. Mariamne, pues, marchó a la muerte intrépida y sin cambiar de color, sin dejar de manifestar su nobleza aun en sus .últimos momentos a los que la con.templaban. Así murió, pues, mujer excelentemente dotada en -cuanto a castidad y grandeza de ánimo. Pero le faltaba .mesura, se sobreponía en su naturaleza lo querelloso; en belleza física y en dignidad en las reuniones, sobrepasaba a las mujeres de su época en medida mayor de lo expresable; y de allí nació el principal motivo de no agradar al Rey ni vivir placenteramente. Pues confiaba en el amor [qu"'él le profesaba] y no esperando de él ningún mal, tenía una desmedida franqueza. La afligían además las desgra. cias de su familia y quería decir a Herodes todo eso, cómo lo había sufrido, y además movió a la madre y a la .hermana del Rey a convertirse en sus enemigas y a éste mismo el único de quien no esperaba recibir ningún mal. Muerta, más se encendió entonces el deseo [de ella] en el Rey, enamorado como ya antes dijimos, pues el amor que le temano era sosegado ni [embotado] por la cos-

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tumbre; mas antes le dominaba como delirio, y luego, con la franqueza de la vida en común, no dejó de ser cada vez mayor. Y entonces, parecía que por cierta divina venganza de la muerte de Mariamne, más la ansiaba. Muchas veces la llamaba, muchas veces la lloraba sin decoro y discurría todo lo posible para recrearse y se preparaba bebidas y festines, y nada de esto le aprovechaba. Rechazaba los asuntos del reino, y tan vencido estaba por su pasión que llegó al punto de ordenar a los servidores que llamaran a Mariamne, como si viviera todavía y pudiera obedecer. Hallándose en tal estado, sobrevino una peste que mató los más numerosos y más ilustres del pueblo y de sus amigos, y a todos hizo pensar que había acontecido por la cólera de Dios, por la iniquidad cometida contra Mariamne. Esto agravó al Rey, y por último se entregó a la S ledad, y atormentándose en ello so pretexto de cacerías, no pudo soportar muchos días y cayó en gravísima enfermedad. Era una inflamación y afección de la nuca y enajenación de la mente, no había ningún remedio que le hiciese algún provecho, sino, siéndole contrarios, le llevaron al fin a desesperar [de la salud]. Cuantos médicos estaban a su alrededor, en parte porque la enfermedad no cedía nada a los remedios que aplicaban, en parte porque el Rey no podía vivir sino conforme a lo que le obligaba su dolencia, juzgaban proporcionarle todo lo que deseara, poniendo la dudosa esperann de la salvación en el arbitrio del régimen, sometiéndolo a la fortuna.»

Sólo el anuncio de nuevas tentativas de Alejandra para usurpar el poder arrancaron de su enfermedad a Herodes, y a la ejecución sumaria de Alejandra siguió un período de ferocidad señalado por el número de suplicios aun entre los propios amigos del Rey.

2. Recreaci6n del tema desde Petrarca y Boccaccio hasta · Calderón

La enérgica y colorida narración de Josefo ha fijado en forma indeleble la pasión del Rey y la altiva figura de

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MAMAROSA LIDA DE MALDBL

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Mariamne 11• Como irreprochable enamorada Boccaccio la incluyó en su afortunado opúsculo De claris mulieribus, y desde entonces su hermosura, su limpieza, su trágico fin se han difundido a través de las numerosas imitaciones en distintas

lenguas de Europa. En español, El libro de las virtuosas y claras mujeres del condestable don Alvaro de Luna (11, 73) cuenta galauarn-ente su historia: «Marüme 12, muger de Herodes... He plazer de venir a Mariene, la qual, aunque es sabido por autoridad de los antiguos que fue fija de Aristóbolo, Rey de los judíos, e de

Alexandra, e que floreció por tan nueva fermosura que non solamente en aquel tiempo pareció más excelente en gesto que todas las otras mugeres, mas aun era crej'da más celestial que mortal. Con todo esto por tanta p,mdeza de co~n fue excelent~, especialmente en sofrir la 11 Los compiladores medievales -y entre ellos el Maestro de las Historiasse encargaron de difundir su novelesca biOll'Bfia (Lydpte, VII, 85): Véase la nota 13, infra. 12 Así varias veces; más abajo se repite la forma Ma.rlane. El nombre de la Reina es Maria, en hebreo Miriam. Este nombre, en la versión de los Setenta, suena Mariam; en el Nuevo Testamento, unas veces Mariám y otras, María. Josefo presenta la misma vacilación. Así, la mujer de Guerra, VI, 3, 4 es Ma.p(a,, pero la hermana de Moisés (Ma.ptáµ de los .Setenta) recibe la forma helenizada declinable M4pt,ápµ11, y lo mismo las varias princesas judaicas de este nombre, entre ellas la esposa de Herodes. Las versiones latinas han populari7.ado la grafía Mariamne, y de ahí la forma asimilada del it. Marianna, tr: Marianne-Mariene (aquélla, como préstamo, triunfa también en alemán). Es también la forma que adopta Calderón. ¿Cuál sed la del libro de cordel que, selÚD Schack, daba a conocer esta historia? Sería pura coincidencia el parecido con la forma Lela Mariba que, segun Cervantes, daban los árabes a la Virgen Maria? Menéndez y Pelayo, en Calderón y su teatro (1884), imprime constantemente Marienne (pero p. 308: Mariamne y Mariene); Gabriel Miró, en Figuras de la pasión del Seflor, opta por Marianne. R. M. Tenreiro, en su traducción de Hebbel, que escribe Mariamne, a la latina, repite la forma Mariene, célebre gracias a Calderón. Lope en La. Dorotea. se arregla con Mariane; ¿contaminación con Maria.na, de Mari(an)us, que no tiene nada que ver con el nombre semítico? Nótese que N~ rembeq llama Amnón al hijo de David.

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muerte, que con razón se puede poner en la cuenta de los muy fuertes varones: ésta seyendo de madura edad. según lo reza el antiguo Historiador Josefo, del qual San Iherónimo faze gran cuenta, especialmente en su libro de los esclarecidos varones, en el capítulo do trata del Nacimiento de Nuestro Señor Jesuchristo. Esta reyna, la qual decendía del linage de los grandes Machabeos, cavalleros e religiosos, de que la Iglesia de Dios faze mención, fue casada con Herodes, Rey de los judíos, e por su señalada fermosura, que él amó muy mucho, el qual se glorificava, diziendo que él poseía él solo en todo el mundo fembra que su fermosura era tanta que más parecía ser cosa celestial que de los hombres. E por causa desto ovo de caer en tan grari cuydado, que ya avía miedo que otro algurio se la podría en esto egualar. Para lo qual quitar, quando la primera vez fue llamado e avía de yr a Egypto, a Marco Antonio, sobre la muerte del hermano de su muger que él"avía muerto, e después, muerto Antonio, por• que lo demandaron assy los fechos, aviendo de yr a Otaviano César, mandó a Ciprina, su madre, e a los otros sus parientes que, si acaeciesse que él oviesse de padecer pena de muerte por algún acaecimiento, que luego ellos matassen a Mariane; de lo qual escriven los autores qu~ se siguieron muchos trabajos entre Mariane e su madre tanto que por algunas infamias que falsamente le fueron levantadas ovo de padecer muerte, la qua) ella recibió con tanta constancia que bien parecía florecer en ella, aunque muger, la virtud de la fortaleza de los fuertes Machabeos, donde ella venía» u. 0

En francés, entre las muchas imitaciones del De claris mulieribus, la Cit, du domes de Christine de Pizan recuerda, fantaseando libremente, la historia de Mariamire (sic). En inglés, Lydgate, en su versión libérrima de otro famoso libro latino de Boccaccio, De casi.bus virorum illustrium, cuenta también la historia de Mariannes, fairest of Eueri.chon, probablemente según Pedro Coméstor, haciendo hincapié en el dolor de Herodes a la muerte de su mujer y lamentando, como moraleja (106):

«Loo, what it is a prince to be hasti, to everi tale of rancour to assente, and, counsailles, proceede wilfulli to execucioun of froward fals entente•.

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MAR1A ROSA

LIDA DB MALKIBL

El condestable, maestre de la orden militar y devota d~ Santiago, elogia. con especial calor a la descendiente «de los grandes Machabeos, cavalleros e religiosos, de que la Iglesia de Dios faze mención», quien en la muerte muestra la fortaleza de su linaje. Por otra parte, los extremos de dolor del feroz Herodes son para Petrarca muestra de cómo el amor avasalla todos los demás ánimos, y por eso lo presen• ta siguiendo el Triunfo del amor, entre figuras del Antiguo Testamento y de la mitología clásica (cap. 111): «Vuoi veder in un cor diletto e tedio, dolce ed amaro? Or mira ü f ero Erode; ch'amor e crudelta. gli han pasto assedio. Vedi com'arde prima, e poi si rode, tarde pentito di sua f eritate, Marianne chia.mando che non l'ode».

En el mismo espíritu, Fileno, en el Diálogo que habla de las condiciones de las mujeres de Castillejo, incluye también al idumeo entre los principales vencidos del amor: «No hay señor tan grande ni emperador que a mugeres no haya sido inclinado y someti~ por go7.ar de su favor y afición; y tras esta obligaciQD van debaxo de sus leyes grandes, príncipes y reyes, como lo fue Salomón poderoso, y su padre glorioso, gran rey de Jerusalén; Herodes después también, y el gran Hércules ·famoso y otros tales».

Herodes y Mariamne toman carta de ciudadanfa entre los enarnorados ~osos de la Antigüedad, y as1 figuran en

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una enumeración típica del Menosprecio de corte y alabanu, de aldea, I (p. 64): «Si creemos a Josefo en lo que dize de Mariana, y a Homero en lo que dize de Elena, y a Plutarco en lo que dize de Cleopatra, y a Marón en lo que dize de la reina Dido, y a Teofrasto en lo que dize de Policena, y a Xantipo en lo que dize de Camila, y a Asenario en lo que dize de Clodra, no se quexavan tanto aquellas excelentes princesas de las burlas que sus enamorados les avían hecho, quanto de sí mismas por lo que les avían creído y aun consentido».

El Bachiller Rúa puntuali7.8 con gracejo algunos de estos nombres; en rigor no tiene sentido perseguir las inexactitudes de Guevara, pues bien claro está que no fue exacto porque no se lo propuso serlo. Su empleo del nombre y del ejemplo clásico merece capítulo aparte; en cuanto a la difusión del episodio pasional de Josefo, su mención disparatada en esta lista, sin la menor referencia verdadera a su contenido, indica que, para el público de Guevara, el nombre de Mariamne tenía la exigencia poética universal y la misma aura de Antigüedad que el de Elena, Dido o Policena. Con razón, cuando en la Arcadia de Lope (I, 13) Anfrosio no quiere a su amada Belisarda y se envenena para evitar las bodas con su rival, la moza puede exclamar ofendida: e Vive

tú, goce Salicio tu hermosura, porque sea Anfriso el muerto. -Desvía; que si tú a mí me quisieras, más que de otro hombre gozada estimaras verme muerta. No tienes, Anfriso, amor; que están las historias llenas de mil que han muerto a quien aman porque otros no lo posean».

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MARÚ ROSA LIDA DE MALKIBL



¿Qué historia testifica mejor de esta pasión que la que el mismo Lope expone, según la Guerra, en la crónica de) pastor Dafilo (Los pastores de Belén, p. 189)? « •••sólo

en su casa ha sido infelic1simo [Herodes], pues por rabiosos zelos ha hecho cortar la cabeza a su hermosíssima y amada muger Mariamne, sentencia que él ya tenía dada quando fue a Roma, pues para que ninguno en el mundo la gozasse,. dexó a Josipho ordenado, que si el Senado lo prendía o matava, a ella la matasse, luego que ll~se la nueva».

En larga lista de beldades célebres, para halagar a la Seiiora Condesa de Paredes, Sor Juana Inés recuerda a Mariamne convertida ya en puro mito, individnaU7-ándola juguetonam~nte por su muerte trágica y por el más popular delito de su matador: «Bn Josefo Mariamne,

al ver que sin culpa muere, dixo: 'Si me mata Herodes, claro es que estoy inocente;·».

La aptitud teatral de este episodio de Josefo ha atraído a los dramaturgos desde la época en que surgía el teatro moderno hasta nuestros días. Entre la Marianna de Lodovico Dolce (1565) y el Herodes and Mariamne (1938) de Clemence Dane 14, una ininterrumpida sucesión de dramas lo ha llevado Aparte la tragedia de Dolce, Emilio Bertana, Storia dei genai letterari: La tragedia., Milano, s. f., recuerda en el siglo XVI el Herode insano de Marco Montano; en el XVII la «opera trágica• ll maggior mostro del mondo (o simplemente Marianne) de Giacinto Andrea Cicognini, 1606-1660,gran imitador del teatro español; en el XIX, la Marianne (1810) del clasicista Edoardo Fabbri. En francés las más conocidas son la Marianne de Alexandre Hardy, representada entre 1595 y 1600; Maria.ne, 1636, obra maestra de Tristan L'Hermite que, entre prosaísmos menos sentidos quizá por los franceses mismos, es siempre una de las más felices recreaciones del asunto, especialmente va. liosa por la forma en que, manteniéndose muy fiel a Josefo, despliega admirablemente la retorcida psicología de Herodes: Maria.mne de 14

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al escenario ita1iauo, francés, español, alemán e inglés dentro de toda la variedad del arte y del pensamiento que se suceden en cuatro siglos de historia europea, y aun recreándolo, fuera de su ambiente primitivo, como Tárrega y Massinger ~ en otro cuadro local de intriga y pasión. Voltaire (1724), que hace todavía menos honor a su talento de dramaturgo que las cacareadas Zaire y Mérope; The Dulce of Milan (1620) de Philip Massinger transporta a Ludovico Sforza el conflicto de Herodes. En 1849 se estrena en Viena la tragedia de Friedrich Hebbel -su predilecta- Herodes und Mariamne, muy representativa de su momento por la atmósfera de desasosiego espiritual (que rodea a la revolución del 48) y nieblas de sistemas filosóficos que pretenden resolver, con arrogantes fórmulas vacuas, los interrogantes eternos y que han ahogado el contenido humano y primitivo de la historia de Herodes, falseando su carácter y haciéndolo, como la práctica ha demostrado, totalmente inapto para el teatro; en octubre de 1938 Clarence Dane estrena en Pitsburgo una refundición de la obra de Hebbel, de condiciones técnicas muy superiores y donde la glosa metafísico-histórica está reducida a favor del sondeo psicológico de los dos caracteres que en su conflicto -libertad y egoísmo- desencadenan fatalmente la tragedia. En espaftol, La vida de Herodes de Tirso, impresa. en 1636 en la Parte Quinta de su colección -¿fecha de representación o composición ignorada?; la obra de Calderón, El mayor monstruo del mundo, designada por su autor en la «Memoria de comedias» que envió al duque de Veragua, y por Lope en la Loa sacramental de los títulos de las comedias (Ticknor la llama El mayor monstruo, los celos y Tetrarca de Jerusalén; Menéndez y Pelayo, El Tetrarca de Jerusalbt; el título que prevalece actualmente es El mayor monstruo, los celos, tomado de la conclusión de la obra.) Se ignora la fecha de su composición, el término ad quem es 1635, el afto de la citada Loa de Lope . que la menciona. «Aunque no se imprimió hasta..1663, la obra Herodes Ascalonita y la hermosa Mariana de don Cristóbal Lozano Montesino estaba escrita mucho antes; pues el libro en que figura, las Soledaáes de la vida, aparece ya aprobado por ·Calderón y con la licencia del Ordinario para imprimirse en 1658, si bien su autor no sacó privilegio hasta el 8 de junio de 1662... . Poco después de mediar el siglo XVIII compuso el escribano madrilefio D. Domingo María Ripoll (García Suelto, B. A. E., tomo IV, p. 709b, le llama Ripoll Fernández de Ureña) una tragedia titulada El tirano de Judea y bdrbaro Ascalonita~ en cinco actos, de la que existe un manuscrito quizá original en la Biblioteca Nacional de esta corte. Y en la Municipal, otro con el mismo título, de una comedia en tres actos, con la censura para su representación fechada en

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MAR1A ROSA LIBA DE MALKIB_L

Al analizar la obra de Calderón, el Conde de Schack (Historia de la literatura y del arte dramático en Espafia, Madrid, 1887, p. 392, nota) menciona como probable fuente inmediata «el antiguo libro popular, titulado Historia de Herodes (Madrid, sin fecha de impresión), que tengo ahora a la vista•. Quizá se deban a este libro los muy contados rasgos comunes a los dramas de Tirso y de Calderón: adopción -para lo esencial de la intriga- de la versión de la Gue"a e intervención de Octaviano mucho más considerable de la que tienen en las dos obras de Josefo. 3. La vida de Herodes, de Tirso de Malina Tirso concibe su drama como una biografía dramatizada, de las que abundan en el teatro del Siglo de Oro, siendo su propia comedia La prudencia en la mujer la obra maestra del tipo. Como en los versos jocosos de Sor Juana, la vida de Herodes queda determinada por los dos crímenes que hirieron la imaginación popular: la muerte de Mariamne y la degollación de los Inocentes. En rigor, con su vitalidad tu. multuosa y algo superficial, Tirso da más atención a las peripecias que envuelven los amores de Mariamne que a su muerte, y la pasión de infundados celos y egoísmo. de posesión tan indeleblemente trazada por Josefo se materializa en una rivalidad muy palpable. En forma semejante en esencia a la señalada en Las grandezas de Alejandro, la obra culmina en un clímax religioso: el Nacimiento y la Degollación, en la que perece, enfurecido, el mismo Herodes. Evidentemente, el fin histórico de Herodes, tal como lo cuenta Josefo Madrid a 20 de diciembre de 1794, y suscrita por el censor D. Santos Dfez Gom.ález• (E. Cotarelo y Mori, ed. de Tirso, N.B. A. E., t. 11, páginas xlii y s.). La obra de Calderón debió de ser refundida poco despu~ de su estreno, ya que de la calidad de la refundición se queja -justificada• mente- Calderón al terminar el texto actual de la suya; el final de esta chabacana refundición está citado en el tomo IV de las obras de Calderón, B. A. E., p. 710. Y por último, La duquesa constante, del canóni¡o Térrega, cuya acción aparece precisamente fechada en 1550, en una corte italiana dependiente de &pafia.

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y lo magnificó la imaginación cristiana -devorado por monstruosa enfermedad- aunque horrible, es poco teatral. Los otros dramas recortan más artísticamente su materia y acaban lógicamente la acción con la ejecución de Mariamne, aunque Calderón va más allá y, contra la sabidísima verdad histórica, hace que coincidan la muerte de Herodes y la de Mariamne. Es que les interesa a los autores el tema de la pasión celosa que en Tirso pierde intensidad, envuelto en las peripecias de la biografía que se suceden sin respiro; y la muerte misma de Mariamne pasa casi inadvertida, pues .Herodes la condena con otros muchos en un arranque no de celos sino de pánico de ser desposeído de su corona, al recibir las nuevas de la adoración de los Reyes. Sólo Hebbel volverá a afrontar el final de Tirso, no ya para dar la historia completa de Herodes, sino para hacer desembocar el sombrío conflicto de altivez estoica y de egoísmo en la aurora de una nueva edad. El drama de Tirso se abre, como se ha visto, con los preparativos de Antfpatro para enlazar a sus hijos, Faselo y Salomé, con los dos hijos [sic] de Hircano, Mariamne y Aristóbulo. Mientras Antípatro y su confidente Josefo celebran los retratos de los hermosos príncipes, entra Herodes, «bizarro a lo soldado», y cuenta con lujos gongorinos sus victorias ~ bre los partos, los indos y los armenios, cuyo castillo inexpugnable conquista. Al recorrer Herodes ese castillo, penetra en una galería «de alabastro, jaspe y mármol» -patética sobrevivencia de las «casas de la fama» del arte medieval-, donde se ostentan las beldades pasadas y presentes: «Pero entre tantas bellezas, la que por fénix de todas gozaba el lugar supremo en la mitad de la lonja era una hermosa judía (perdone el dios de Helicona), que no igualó a su hermosura la ninfa que lo corona» e. 15 Es decir, Dafne, transformada en el laurel de que se corona Apolo.

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MARIA ROSA LIDA DB MALKIBL

Antípatro entera a Herodes de las bodas de sus hermanos, y Faselo, picado por el elogio de la beldad desconocida, dice, entregándole el retrato de Mariamne: «Mi cortedad perdona, y con tu dama coteja esa belleza, aunque en pintura, y alaba, si no envidia, mi hermosura».

Herodes, a solas con su padre, hace mil extremos porque, como es obvio, la retratada de Armenia no es otra que Mariadnes, prometida de su hermano. Tirso, conducido por la psicología teatral, abundante en hermanos enemigos, ha reelaborado curiosamente un punto delicado de la biografía de Herodes. Según Josefo, los dos hermanos colaboran siempre con buena amistad en su encumbramiento; Fasael, el primogénito 16, muere cautivo de los partos, y cuando Herodes logra apoderarse del reino, testimonia su afecto construyendo en Jerusalén la torre llamada Fasael 17 y levantando al norte de Jericó la ciudad de Fasaelis (Guerra, 1, 21, 9; v, 4, 3; Antigüedades, XVI, S, 2; XVII, 10, 2). Sin embargo, el hecho de ser Herodes quien desposase a la princesa, y no el primogénito, indica que su ambición no estaba dispuesta a ceder, y que la muerte de Fasael libró a Herodes de un molesto rival y, probablemente, de un crimen dinástico más. En el drama de Tirso, se apresta para presentarse ante Mariamne-Mariadnes e indisponerla con Fasael, cuando vie. ne en su ayuda un azar feliz. Mariadnes, que ha salido a cazar garzas con azor en la mano, gabán verdemar y caballo como Jano y Pirois, cae del caballo; Herodes la acuesta en el lecho de unos rústicos y envía por agua a su compañero Josefo, el cual entiende de indirectas y declara que volverá lo más tarCreado tetrarca por Marco Antonio juntamente con su hermano (Guerra, 1, 12, S; Antigüedades, XIV, 13, 1). 17 H. St. John Thackeray, Josephus, the Man and the Historian, New York, 1929, t. 11, p. 249: «The northeast tower of the present citadel, erroneously called 'David's tower'•· 16

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HERODES

de posible. Herodes se viste de cazador y cuenta a Mariadnes, cuando ella vuelve en sí, que la ha traído allí un caballero, Faselo, de quien él la ha defendido, en fe de lo cual le mues. tra, como si fueran de Faselo, sus propias ropas principescas. Mariadnes, agradecida, le otorga su privanza, y ambos toman el camino de Jerusalén. Durante el camino, desconfía Mariadnes por dos seft.as inequívocas de la humilde apariencia de Herodes: ante todo -con la trillada ideología del teatro del Siglo de Oro- por que es hermoso y discreto, atributos conocidamente incompatibles con la rustiquez, y además:

«Testigo contra ti ·fue la camisa que, por el cuello libre del ultrage con que lo encierras en sayal, me avisa; no dizen bien las puntas de su encaxe con el buriel hypócrita que aforra en blanco lino el penitente trage».

Animado con tan poderosos indicios, Herodes le explica lo que ha pasado con nombres supuestos y acaba preguntando a Mariadnes qué haría ella en el lugar de la desmayada respetada. La respuesta es favorable; Herodes (que por lo visto no ha dejado de ser niño) entonces le ruega que vuelva la vista hacia donde vienen sus perseguidores y, «mientras ella vuelve a ver los que vienen, se quita el sayo rústico, y queda en calzas y jubón de tabí, muy bizarro». Mariadnes confirma su decisión: «Basta, que en Palestina también nacen Sinones ... Ocupa, infante ilustre, de aquése los arzones, que yo alegre en sus ancas hoy mostraré a la corte que amor es coyuntura; ·sus dichas, _ocasiones; sus armas, cortesías; mudanns, sus blasones».

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MARfA ROSA LIDA DE MALKIEL

Mientras la corte de Jerusalén llora por muertos a Herodes y Mariadnes, aparece ésta y, tan pronto como su acompaftante se ha hecho a un lado discretamente, cuenta sin nombres lo que le pasó y aboga por su defensor, que sale y reta a todos con metáforas de baraja. Faselo, desposeído, se queja ante cada uno de los circunstantes, que le responden: «Sobre gustos no hay disputa»; decide entonces contar su agravio a Marco Antonio, aprovechando en su favor la oppsición que Herodes ha hecho al triunviro. En eso llega, precisamente, carta suya, dándole cuenta de sus preparativos para Accio, e invitándole a traer preso a Herodes: . «Y será dichoso pronóstico de mi victoria --continúa la graciosa carta- si para premio della viene en su compañía la infanta... Mariadnes~ cuya hermosura en relación me tiene sin libertad para uno y otro. Los dioses me den victoria y a Vuestra Alteza guarden. De Bizancio, a las calendas de junio, año de la fundación de Roma 754 [!]. Yo, el emperador». Faselo deja presos a Hircano, Antípatr~ y Mariadnes y se va a ver a Marco Antonio, disponiéndose a llevarse prisionero a Herodes. Este,: a solas con Josefo, le hace jurar que cumplirá sus órdenes y, otorgando el juramento, explica: «Lo que de jurarme acabas es ¡ay, terrible rigor!

que al punto mismo que sepas que la muerte executó en mí el natural poder que no permite excepción, que se la des a Mariadnes».

Al comenzar el acto 111, Herbel entera a Herodes de que Marco Antonio ha hecho rey de Jerusalén a Faselo y de que pide su cabeza por su conocida fidelidad a Augusto, pero que Faselo le promete la vida si abandona su pretensión a Mariadnes y a la corona, y sigue a Marco Antonio. Como Herodes no accede, Faselo ordena preparar un cadahalso, pero

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de cofres, cuyas entrañas aseguran su aspereza! Con naves de nácar cierra las perlas que esconde el mar y aun no las puede guardar

del avaro y de su guerra; con armas la fértil tierra a sus plantas satisfizo, archeros de espinas hizo contra el -intento sutil, y hasta la fruta más vil vistió el arnés de un erizo, y que la honra, que es suma de todo el valor y ~r, la ffe de una muger que es viento, sombra y espuma•.

Y dicho esto, va en posta a Jerusalén para averiguar la verdad del caso. Alli Salomé, autora de la funesta décima, da cuenta a su esposo Aristóbulo de los menosprecios de Mariadnes: «En mejor lugar se asienta; ni quando entro se levanta. ni cortesana bue ·cuenta de mí ... Y sobre todo: tantos rodeos buscó y términos desiguales para mostrar la grandeza de sus humos más que reales, que, por ahorrar de otra alteza, me habló por impersonales• 11.

Se consuela pensando en los efectos de su anónimo. Entre tanto, el cortesano Josefo ha contado la orden secreta a Mariadnes, y ella reacciona, no como en el historiador Josefo, ofendida de la sujeción que le quiere imponer más allá de 11

Que era tratamiento arosero, propio de 1entes de servicio.

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oportunamente aparece Augusto triunfante, y Herodes encarcela a su vez a Faselo y le advierte fraternalmente: «En este castillo preso, te servirán de lición los consejos de Solón y el desengafto de Creso. Que, para poder vengar mi injuria y tu tyranía, por matarte cada día nunca te pienso matar».

Un mensajero trae una carta para Faselo, que Herodes intercepta para su tormento: «Si acaso a tu hermano has muerto por casarte con su esposa, por ser la honra peligrosa lo que hay en ello te advierto. En muger ausente, es cierto ser mudable la mejor; Josepho, el gobernador que diste a Jerusalén, a la Infanta guarda bien, mas no con ella tu honor».

Herodes, en lo que es probablemente el pasaje más feliz de la obra -tan inagotable es para los dramaturgos del Siglo de Oro el tópico de la honra-, se lamenta de que ésta esté custodiada en la fragilidad de una mujer: « ¡Válgame Dios! ¡Que se guarde con tanta industria la vida de azero y hierro vestida tras las murallas ·covardes! ¡Que no osando hazer alarde del oro naturaleza, guardo tanto su riqueza que le sirvep las montañas

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HERODES

la muerte, sino dolida de que Herodes crea que ella pueda sobrevivir le: «-mal de mí se satisfaze quien tan poco caudal haze de mi amor. -¿Con qué paciencia morirá quien te dio el alma, si para mayor castigo te casas con su enemigo? -Nunca dio fruto la palma si su consorte la quitan, aunque otro planten por él; Palma soy de Herodes fiel; quando matalle permitan los enemigos, ¿qué importa si no tengo de dar fruto, menos que en llanto y en luto a quien mi palma me corta? De mi esposo no me quexo, puesto que de mi opinión no tiene satisfacción. Antes estimo, Josepho, que me mande dar la muerte, y quando él no la mandara, yo misma la executara ... •·

La dramática situación narrada por Josefo el historiógrafo, en que Herodes, en el momento mismo de reconciliarse con su esposa, advierte que ella conoce el secreto y ve en esto la prueba de su culpa, es la escena culminante en los dramas de Dolce, Tristan L'Hermite y Hebbel. Tirso la reemplaza por otro juego de niños menos ingenuo que aquel de que sea sirve Herodes· para despojarse de su sayal rústico. Josefo propone a Mariadnes, para engaliar su tristeza, fingir que él es Herodes y que ella se ensaye en acogerle 19• Así lo hacen, 19 Bsta escena del ensayo trae a la memoria el pasaje siguiente de otra comedia de Tirso, El caballero de Gracia, 1 (p. 363): « .•. un poeta amigo que en la corte de Castilla es águila y maravilla, hablando una vez conmi10,

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mientras Herodes, que no está en el secreto del juego, los acecha y los coge en lo más equívoco de la representación y manda prender a Josefo y preparar la ejecución de Mariadnes. En este momento Efraín trae la noticia de que Jerusalén está alborotada por la llegada de tres reyes de Oriente que, siendo «su paje de hacha una estrella, preguntan a quantos ven, · adónde está el que ha nacido rey de los judíos ... •.

Herodes, sabedor de que «de David la descendencia hereda esta preeminencia»,

da orden de matar a toda la descendencia davídica », como

asimismo a Aristóbulo: «que por ser hijo de Hircano su derecho tiene llano». me dixo, viendo el ensayo de una comedia famosa: 'Ya, hermano, es cansada cosa que entre fregona y lacayo siempre empiecen su papel con esto: "Y él, ¿no habla nada?", "Y ella, ¿es soltera o casada?" Porque esto de y ella, y él era sagrado y chorrillo de toda plebeya masa, y ya en la corte no pasa lacayo con estribillo' ... ». Muy finamente, ahondando la psicoloaía de advenedizos, Tristan L'Hermite pintó en Salomé el rencor y en Herodes la complacencia servil de su inferioridad (1, v, 293): «Et puis il est bien juste a dire la verité Ou'elle garde entre vous un peu de majesté: Mille Roys glorieux sont ses dipes ancestres, Et l'on peut la nommer la filie de nos Maistres•. 20 Cf. Vives, p. 438 (aprovechando ¿qué fuente?).

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Además ordena poner «nuevas guardas a la Infanta•, dar «un garrote a Josepho», matar a todo Sanhedrln: parecería que hasta la misma muerte de la Infanta ( = Mariadnes) q~ da en suspenso por el temor del verdadero rey, y ya no reaparece más. En la escena inmediata los pastores celebran el nacimiento y se representa y comenta la Adoración, con muchos equívocos de juegos de naipes: el rey negro es rey de bastos, el viejo de copas, el joven de oros, el Niño de espadas, y luego en bonitos versos ·de delicado simbolismo se demuestra que el Niño es los cuatro reyes. Avisados, los pastores deciden poner en salvo al Niiio. Herodes, enfurecido, degüella hasta su propio hijo y, como cuadro final, aparece muerto «con dos niños desnudos y ensangrentados en las manos». A pesar del ilustre nombre de su autor, no vale la pena pesar detenidamente esta Vida de Herodes. Evidentemente, Tirso no se propuso más que pintar a brocha gorda los dos momentos de la biografía de Herodes que todo el mundo conocía y, con inercia transparente, dispuso -el primero en un marco de comedia de intriga donde, por querer reunir los datos heredados con los recursos usuales en el género, los expedientes se complican, enmarañando la exposición clara y rápida de la Guerra. El segundo momento figura en un Auto de Nacimiento, con comienzo idílico y final espeluznante de retablo popular. El todo queda salpicado con alguno que otro curioso recuerdo histórico, como la noticia del entronizamiento de Hircano; como los versos (Acto 1) -sin duda derivados del incidente del retrato de los príncipes en Guerra, 1, 22, 3 y Antigüedades, xv, 2, 6 -«-idolatra en Aristóbol Cleopatra, en Mariadnes Marco Antonio»; y, en fin, como el nombre supuesto de Doris, con que Herodes designa a su amada (Acto 11)- es, en la historia de Josefo, el de la primera mujer de Herodes, madre de su primogénito Ant1patro que, con sus intrigas, causó la muerte de los hijos de Mariadnes. También, por adaptación al canon más vulgar que en el teatro del Siglo de Oro enfoca los amores con desenlace trá-

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gico únicamente como «casos de honra», Tirso sólo -que yo sepa- ha fundido en este molde la tragedia de Josefo, empobreciéndola; al empobrecimiento en la concepción corresponden desaliño y redundancia en la ejecución. De hecho, Herodes se convierte en vengador de su honra únicamente por efecto del maligno anónimo de Salomé, y lo que le lleva a castigar de muerte a Mariadnes y a su guardián es la situación indecorosa en que los sorprende. Así pues, el núcleo de la tragedia (su orden secreta y la rivalidad de Faselo) es perfectamente ocioso. En esta tragedia, Mariadnes presenta la pasividad propia de la víctima de la honra -problema esencialmente masculino 21-; nada queda de la altiva figura de Josefo, y por supuesto los demás personajes, aun los que en el historiador judío tienen rica individualidad: Antípatro, Hircano, Salomé, son tan evanescentes como los inventados por Tirso. En cuanto al héroe mismo, Tirso se ha procurado de anunciar el desenlace, y así, desde su primera aparición en escena, el joven Herodes, al contar sus triunfos, formula una confesión que revela su vocación de degollador (Acto 1): « Pero

donde se ve más mi vengan~ victoriosa fue en la pueril inocencia, pues de las madres piadosas arrancando tiernos hijos, mostré que mi sed provoca sangre en leche de inocentes medio blanca y medio roxa ... •·

Y cuando Mariadnes se entera de la orden secreta de Herodes por segunda vez, el poeta insinúa su crueldad: « Ya ves quán opuestos son los dos [H. y F.] en la condición y que, quien los considera, tiene por menos tratable a tu Herodes que a Faselo ... »

Véase "Dido y su defensa en la literatura espai\ola"·, RFH, IV (1942), 346-352; pp. 80-86 del sobretiro («Dido burlada»). 21

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Lástima que todo desarrollo de carácter se pierda, pues antes del motivo de los Inocentes nada distingue a Herodes de los habituales galanes, ni ha renunciado Tirso a la artillería menuda de conceptos y equívocos, regocijo del patio. Véase, por ejemplo, cómo en el primer acto cuenta Herodes sus victorias por la India [ ll: «Y de su madre sacantlo al Ganges, porque se corra que en los b~s de su madre un hijo tan viejo corra ... ».

O cómo destaca ante Mariadnes la imaginaria su honor (Acto 1):

defensa de

«Yo entonces que, aunque villano, tan ilustre el alma tengo que, por no violentar frutos, . 1as enzinas no vareo ... » • ~

Como es de suponer, Tirso no resiste la tentación de jugar con Hircano, el nombre del Rey, y la tigre hircana., fiera muy literaria, principalmente a causa de su mención en el libro IV de la Eneida; por ejemplo, cuando Herodes se entera de que la dama del retrato visto en Armenia es la prometida de su hermano: «Que no es padre cuerdo Hircano, ni rey, tigre hircano sí.» Mientras que, al disponerse a huir de la Degollación, comentan los pastores, previendo la fama póstuma del tirano: 22

TIRSO:

No es bien que en pámpanos podes el majuelo de Ysrael, tyrano rey. ¡Huego en él!

FENISA:

PAOldN: FBN1SA:

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Es un tigre. Es un Herodes.

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O cuando Faselo se entera de que su hermaut.> le suplanta en el casarniento (Acto 11): «Hircano, en el nombre fiero como en las obras: ¿ansí se cumplen palabras?,» Otra concesión al vulgo es la presentación de rústicos, usual en Tirso -y, por contraste con la de Lope, notablemente basta y falta de simpatía: son simplemente figuras cuya irrealidad grotesca, subrayada por su lenguaje rígidamente deformado, sirve de polo opuesto a la pasión seiioril de los personajes cortesanos. Si a éstos, como desenlace trágico, correspond.e la muerte, a aquéllos, para mover la risa del auditorio, se les puede someter en escena a toda clase de tormentos- no nobles, porque no pararán en muerte. Asf el público apreciará debidamente el lado humorístico del tormento de la toca (o sea el paño mojado, a que se sometió, por ejemplo, a Fran~ois Villon), que el verdugo se dispone a ejecutar en los rústicos .Pachón y Fenisa. Es que, en rigor, todo este pintoresco drama de Tirso es una concesión al vulgo o, por otro nombre, a la inercia estética enemiga de la poesía. Vulgar la reducción de la biografía de Herodes a los dos momentos más violentos; vulgar el desleimiento del conflicto de Herodes y Mariamne-Mariadnes a un caso de intrigas amorosas y honra; vulgares la pa .. sividad de ella y las bravatas de él.

4. El mayor monstruo del mundo, de Calderón En cambio, El mayor monstruo del mundo se presenta como tentativa originalfsima no sólo dentro del drama español de ambiente histórico, sino dentro de la obra misma de Calderón. Mientras Tirso reemplaza la vaga aprensión de Herodes -que es el toque morboso específico de su carácter- primero por un rival de carne y hueso, luego por una denuncia anónima y resuelve lo que es original de Herodes en rivalidad de amor y preocupación de la honra, el drama

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de Calderón no es inerte concesión al vulgo; es, aparte su desusado racionalismo, que le da hoy la frialdad de lo efímero

inactual, una tragedia honda y originalmente concebida 23• Calderón ha eliminado todo lo que no se concentra alrededor de Mariamne: ni parientes, ni conquistas, ni intrigas y, para evitar toda la asociación con el figurón de retablo de la devoción popular, basta se ha dejado el nombre 24• Ha recortado 23 Si este drama particular, como el teatro de Calderón en 1eneral, quitando quizá algunos autos, no obtiene el asenso est~tico inmediato del lector de todos los tiempos (como lo recaba el teatro de Lope), ello se debe a un factor esencial en las obras de Calderón: su inte lectualismo no hondo ni universal, sino moldeado en las formas de pensar de su medio y que resuelve sus problemas de acuerdo con la solución ortodoxa en su momento. (Sobre el racionalismo en el arte dramático de Calderón véase J. M. de Cossío, Siglo XVII, Madrid, 1939, pp. 73-109. Es curioso, dada la aceptación de Calderón en la Alemania romántica, que en sus cartas y diarios Hebbel, ejemplarmente honesto en cuanto a fuentes y lecturas, no mencione para nada a Calderón.) Frente a la emoción que no tiene fecha ni lugar y universaliza la obra que inspira, este intelectualismo contingente es un producto histórico, hijo de las determinadas circunstancias de una civilización; por eso envejecen tan patéticamente los dramas de tesis, las novelas que reivindican esto o aquello. (El mejor ejemplo es, frente al duradero, siempre representable y vital Edipo Rey, la caducada trilogía de Esquilo, con su problema jurídico y, dentro de ella, lo más muerto es Las Euminides, en que Esquilo lanza la absolución del matricidio, fundándola en las -¡deas fisiológicas de su tiempo.) El análisis racionalista de lo que para un lector contemporáneo es, primeramente, de índole irracional -una conversión, una pasión- es característico del teatro calderoniano y hebbeliano. Calderón lo eje-cuta con el instrumento intelectual propio de España en la segunda mitad del siglo XVII, la casuística jesuita; Hebbel, con las filosofías del romanticismo alemán, entronizadoras de la libertad, el individualismo, la personalidad. Tan lejano y caducado es un modo de explicación como el otro: frente a ellos resalta lo moderno -es decir, lo duraderodel relato simple y precipitado de Josefo, que, sin explicar nada, hace cada acción clara y coherente expresión de sus personajes. Pero ya nos consta que el drama de Calderón no es, como el retablo de Tirso, inerte concesión al vulgo. 24 En la obra el héroe es para todos, hasta para su esposa, «el Tetrarca• -principalmente porque el nombre «Herodes» estaba vedado a causa de su asociación con los Santos Inocentes y, además, de su papel en el teatro vulgar. Cf. Fr. de Rojas Zorrilla, Entre bobos anda ~, juego, en B. A. B., t. LIV, p. 28 a [«Oye un paso que escribí/ entre

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sólo el drama del hombre que amaba a Mariamne con «un amor en nada menor de los que cuentan las historias», como dice Josefo mismo, un poco azorado de tal vehemencia, un amor que no cabe en el clima mesurado de Europa. Shakespeare lo encarna en el atezado Otelo, y los dos únicos enamorados de Calderón son el Tetrarca oriental y el morisco don Alvaro Tuzaní, que ama después de la muerte. Como el drama está proyectado en un ambiente lejano de la España real en que se representa, puede desasirse, sin ofenderla, de sus leyes, e ignorar las obligaciones de la honra. Con hondura admirable lo que mueve la violencia del Tetrarca es pura inexistencia, es lo vago, lo inasible de una Herodes y Herodías», dice D. Lucas]. Lo cual constituye un anacronismo: Marco Antonio instituye tetrarcas a Herodes y a su hermano mayor Fasael entre los años 42 y 41 (Antigüedades, x1v, 13, 1), sin que ello corresponda a una división territorial (Thackeray, Obra cit., página 113). A fines del 40, durante su estada en Roma, Herodes recibe del Senado el título de rey; se apodera de Jerusalén a mediados del 37; asesina a Aristóbulo el año 35 y debe partir poco después a justificarse del crimen ante Antonio. Al regreso de este viaje es· cuando da muerte a Mariamne, según la versión de la Gue"a, que parece haber seguido Calderón; según la de las Antigüedades, como se ha visto, Mariamne salva la vida en la primera prueba, para caer en la segunda, el año 29, después· de Accio: de todos modos era ya Herodes rey indiscutido de Judea. Por lo demás, el título reunía ventajas de ser conocido por hallarse varias veces en el Nuevo Testamento (lo llevan Herodes, H. Filipo y Lisanias) y de sonar suficientemente exótico como para realzar al que lo llevaba. La fascinación que ejerce como jerarquía oriental puede medirse por el significativo hecho de que en El Victorial -mejor dicho, en el cuento de Bruto y Dorotea, des(:endiente (no se sabe en qué grado) de la Historia Britonum de Geoffrey de Montmouth (siglo XII)la heroína, hija de Menelao y de Helena, agrada tanto a su padre, de vuelta de Troya, que (p. 145): «por onrrar a su fija Dorotea, fízola señora de la quarta parte del · Réyno, e llamóla de allí adelante tietrarca Dorotea, que quiere dezir eso mesmo: 'seftora de la quarta parte del Reyno'• (cap. LV).

En la Historia. de los Indios de la Nueva Espaful (ed. Mmco, 1941, páaina 104), Toribio Motolhúa transcribe una carta de fray Antonio de Ciudad Rodrigo que cuenta un auto de Corpus de los indios: la conquista de Jerusalén por el ejército de Carlos V. Los personajes se envían cartas; en la última el Soldán se rinde al Emperador y firma: «El Gran Soldán de Babilonia y Tetrarca de Jerusalén».

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HERODES

aprensión que no se apoya siquiera en los indicios que, para el criterio popular, justificaban sin duda la reacción de don Lope de Almeida o don Gutierre Alfonso de Salís. Puros celos que nada tienen que ver con la realidad ni, en rigor, con Mariamne. Pues en Josefa Mariamne tiene una extraordinaria personalidad que no resalta únicamente de sus actos, sino de los párrafos en que el histonador pesa sus cualidades y escudriña su carácter (xv, 7, 4 y 6) para explicarse su singular destino. En las Antigüedades no son sólo los celos de Herodes lo que la lleva a la muerte, sino también su rebeldía y fiereza altiva. Por eso, Calderón elige también, como Tirso, la versión rápida de la Guerra 25, mientras que los dramaturgos no españoles prefieren la versión detenida de las Es probable, como queda dicho, que Tirso .y Calderón hayan sido llevados a dramatizar los amores de Herodes por el libro popular a que se refiere Schaclc, el cual probablemente seguirla la versión más breve, que es también la que trae «Hegesipo». Pero, tanto en e) caso de Tirso como en el de Calderón, y tratándose de autor tan poco esotérico como Josefo, puede decirse que la elección estuvo determina. da por un motivo positivo: en la versión de la Guerra la intervención de Mariamne es mínima, lo que está de acuerdo con el drama de honra de TiFso como con el de celos de Calderón. Que éste conocía y manejaba las Antigüedades lo prueba su comedia El losé de las mujeres, 111, 3, en que Melancia, quien hace las veces de la mujer de Putifar, se finge enferma para quedar sola en su casa en un día en que todos salen a celebrar cierta festividad, y tentar así con su amor a Eqenia, representante del casto patriarca, como declara aquélla al acusar al presunto seductor (111, 11): · 25

«Hoy que, por aver salido ... toda mi familia, yo, a causa de un accidente quedé en casa sola, entró al más seguro retrete de mis retiros ... »

El Gbluis, XXXIX, 11-12, dice: «Aconteció que entró él un día en casa para hacer su oficio, y no había nadie de los de la casa. Y asiólo ella por su ropa», etc. Pero Josefo incorpora en su relato algunos detalles originados de la tradición rabínica (según Weill, ap. Antigüedades, t. I, p. 187) para hacer más plausible el relato Antigüedades, 11, 4, 3: «Como sobreviniera, pues, una festividad pública en la cual también estaba permitido a las mujeres concurrir a la reunión para solicitar a José»).

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MARÚ ROSA LIDA DB MALKIBL

1610) y Tristan adoptan la del segundo viaje de Herodes, en que éste la· confía a Soemo; con ello evitan poner en escena los celos que mueven a Salomé a perder a su propio marido, y que constituyen una réplica peligrosa del motivo principal e incorporan al drama la peripecia del copero y el veneno, tan al gusto del siglo. Mantienen en toda su importancia el papel de Mariamne, mientras el psicologismo menudo que invade la literatura post-romántica lleva a Hebbel a afrontar la narración duplicada de las Antigüedades, poniendo en escena el viaje que emprende Herodes para justificarse ante Antonio de la muerte de Aristóbulo, con intervención de Jose(fo), y el viaje después de Accio, para justifi~rse ante Octaviano de su alianza con Antonio, en que Soemo es el guardián. No puede decirse que Hebbel haya salido airoso de tan dificil tentativa, ni que la prueba repetida testimonia de evolución o cambio alguno en la naturaleza inconciliable de Herodes y Mariamne, subrayada, al contrario, por la reacción idéntica frente a la circunstancia repetida 26• Los autores no españ.oles respetan mucho más la verdad histórica del drama; en Calderón no sólo falta ese propósito, sino aun los toques de «color histórico», conocidos detalles concretos que son como los cartelones ( «éste es el bosque de Ardenas•) con que los escenógrafos de los tiempos de Shakespeare sustituían la representación del bosque mismort. Hay en El mayor monstruo

Antigüedades. Dolce, Alexandre Hardy (Mariamne,

Pero, aunque estático, el modo psicológico de los dos personajes aparece claramente desplegado, el de Manamne no menos que el de Herodes, mientras en los dos dramas españoles, ella, de hecho,. es lo que, en el alemán, imputa a Herodes como crimen mayor que su amenaza de muerte: considerarla como cosa (II, 6: «lch war ihm nur ein Ding und weiter nichtsl »). r, En este particular drama tal anhistoricismo es sumamente feliz, y sus ventajas sobre la fidelidad de Hebbel resaltan en varios puntos. Entorpece el drama alemán el recuerdo constante del desdichado Aristóbulo -rebajado a un adolescente vanidoso y necio- asesinado a traición «por razón de estado» que no es, por cierto, «razón teatral» (al contrario, sale bien en Tristan L'Hennite con su sueño y en Hardy con su sombra). Y, más aún, la presencia de su madre Alejandra, retratada odiosamente, y su desgraciado revolverse en intrigas para vengar 26

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RBRODBS

del mundo un rnfnimo de realidad; pero, como la poesía dra· mática es la que por excelencia cuenta con la realidad exterior y exhibe su pensamiento en forma corpórea ante los ojos del espectador, Calderón sustituye la realidad natural y la histórica con la realidad del mito y del cuento de hadas y sus elementos: el acierto ineluctable del agüero, la coincidencia matemática del azar. No son elementos peculiares de este drama, pero sí lo son del arte calderoniano: lo pru&ban la profecía cumplida a pesar de todas las prevenciones en La vida es sueño y el oráculo aparentemente absurdo de La fiera, el rayo y la piedra. Aquí los dos elementos se dan juntos (hado ineludible, profecías absurdas), materializados en un símbolo fatídico, el puñal de Herodes 21, y proseguidos en un mundo de ilusionismo donde la coincidencia trágica es el acontecimiento normal: el puñal que Herodes arroja para desbaratar la profecía se clava en el hombro del náufrago Tolomeo; cuando el Tetrarca lo esgrime para herir a Octaviano, recibe el golpe el retrato de Mariamne, que cae a interponerse entre ambos 29• al hijo es, a ojos de Hebbel, un crimen imperdonable contra el progreso y la ilustración que encuentra ¿ quién lo creyera? su adalid en el humanitario Herodes. Porque lo es explícitamente, y Hebbel hace a Herodes y Mariamne-Mariene (I, 1 y IV, 2) portavoces de lo que era sin duda su propia concepción del judaísmo, bastante menos razonable de lo que parece. (Sameas, el valiente fariseo, está puesto en ridículo hasta que su «oscurantismo» acude al servicio de la Virgen Madre, v, 4: entonces se le otorga solemnemente la corona, signo oficial del martirio. Hebbel hubiera podido aprender mucho del teatro devoto de Lope y del Siglo de Oro en general.) 21 Creo que este recurso Calderón lo ha introducido en el tema de Herodes: no hay, por supuesto, la más leve alusión en Josefo, ni aparece en los otros dramas. Pero hay una serie de dramas (los que versan sobre Dido, casta o enamorada) en los cuales la espada de ·Eneas o de Yarbas desempeña un papel vistosamente decorativo --Guillén de Castro, Virués, Lobo Lasso de la Vega, Cubillo de Aragónquizá el papel del puñal. que su~rió 1 29 El objeto simbólico del destino que reaparece a pesar de todos los esfuerzos es genuinamente folklórico, y Calderón pudo tener presente -la forma clásica en la leyenda del anillo de Polícrates. El cuadro que cae providencialmente se halla también en La prudencia en la mujer impresa en la Parte Tercera de las Comedias de Tirso (Torto-

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El drama se abre con una situación grata al teatro de ese siglo: la enfermedad de melancolía, proveniente de sutiles causas (o de ninguna 30), que aqueja aquí a Mariamne-Mariene por la angustia de la profecía, y en la jornada 11 a Octaviano por amores del retrato de la desconocida Mariene. El oráculo que entristece a Mariene reza así: «Halló en fin que sería tropheo injusto yo, ¡qué tyranía! de un monstruo el más cruel, horrible y fuerte del mundo: halló también que daría muerte (¿qué daño no se teme prevenido?) ese puñal, que ahora traes ceñido, a lo que más en este mundo amares.»

Herodes, con la panacea de su impecable y nada breve dialéctica, refuta algo tan poco fundado en silogismos como la angustia que sobrecoge a Mariene, lanzando argumento tras argumento: y si en argumento no estás satisfecha, mira

tal

« ...

otro que al discurso admira. Esta prevista crueldad o es mentira o es verdad. Dexémosla si es mentira, pues nada nos asegura, y a que sea verdad vamos, porque siéndolo, arguyamos que es el saberla ventura. sa, 1634) y, al parecer, anterior al drama de Calderón (11, 2: el retrato de la Reina cae y cierra el paso al médico Ismael que va a envenenar al Rey niño). 30 Hasta en lo menudo no orgánico para la marcha del drama: cuando Octaviano invoca como muerta a la beldad del retrato, se oyen músicas fúnebres y, ante la sorpresa de Octaviano, comparece cautivo el Tetrarca. Mariene recoge los trozos de la orden del Tetrarca, y la primera palabra que halla es «muerte».

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HERODES

Ninguna vida hay segura un instante: quantos viven, en su principio perciben tan contados los alientos,

que se cumplen por momentos los números que reciben; yo en aqueste instante no sé si mi cuenta cumplí, ni si la devo; tú sí, a quien el cielo guardó para un monstruo; luego yo llorar deviera ignorante

mi fin; tú no, si este instante a ser tan dichosa vienes, que seguro el vivir tienes, pues no está el monstruo delante. Y pasando al fundamento de lo que sabes de mí, ¿cómo es compatible, di, que este puñal sangriento

dé en ningún tiempo violento muerte a lo que yo más quiero y a ti un monstruo? Ver no espero cosa de mí más querida; luego amenann

tu vida aquel monstruo y este acero. Pue~ si hoy el hado importuno, que es de los gentiles dios,

te ha amenazado con dos fines, no temas ninguno. No hay más rigor para el uno que para el otro piedad: luego será necedad

temer, al rigor atenta, quando es fuer~ que uno mienta, que el otro diga verdad.•

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Herodes arroja el pufial fatídico al mar para probar «cómo mienten las estrellas», y, conforme a lo que ya nos consta, el arma se clava en el hombro de Tolomeo que le avisa de que Octaviano ha vencido a Antonio, en cuyo socorro le había enviado el Tetrarca junto con Aristóbolo, hermano de la reina, deseoso de dividir a ambos y de compartir con Mariene la corona de Roma. Entretanto Octaviano halla entre los papeles de Aristóbolo un retrato de Mariene, y Aristóbolo, para prevenir peligros, declara que la retratada ha muerto. Vista la ineficacia de deshacerse del pufial, el Tetrarca quiere confiárselo a Mariene: más seguridad tuya, cuerdo he prevenido que tú, árbitro de tu vida, traigas tu muerte contigo; que mayor felicidad nadie en el mundo ha tenido que ser, a pesar del hado, el juez de su vida él mismo.» « Para

Pero ella, que también esgrime la casuística jesuítica ( «quiero declararme y quiero argüirte ... », «en mi argumento prosigo ... », «y así, esto aparte dexando, vuelvo a mi argumento y digo ... », « ... que escuches el argumento te pido», «o tú me quieres o no: si me quieres ... si no me quieres ... »), prefiere que sea el Tetrarca quien custodie su destino, y le entrega el puñal. Llega la noticia de que las tropas de Octaviano entran triunfantes en Jerusalén, y el Tetrarca huye. Mientras en Menfis Octaviano divierte sus melancolías contemplando la gran copia que ha hecho sacar del retrato de Mariene, que tiene en su mano, llega el Tetrarca prisionero y, celoso al ver la imagen en poder de Octaviano, va a herirle cuando cae en medio el cuadro y se queda clavado en él el puñal. Encarcelado y sabedor de que Octaviano se dirige a Jerusalén, da a Filipo, el criado que le acompaña en la prisión, el encargo que· el Herodes histórico confió a José(fo) y a Soemo.

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Poner en escena este encargo era para Hebbel una de las mayores dificultades de la dramatimción, según confiesa en una carta a su amigo Rotscher: « ..• dieser Joseph teilt der Mariamne den erhaltenen Auftrag mit, um ihr zu zeigen, wie sehr Herodes sie liebe!» 31• La reacción de Hebbel ante este hecho -seguramente no compartida por Lope, como lo prueban las palabras de Belisarda en La Arcadia .u_, así como su juicio de que sólo un tonto podría revelar un secreto de tal peso y que más tonto aún era quien se lo confiaba, parece muestra evidente de que su concepción del carácter humano era singularmente rígida, racionalista, artificiosa a fuerza de querer excluir el azar y la flaqueza e. Por eso, para justificarse la conducta del guardián de Mariamne, Hebbel se impuso la tarea de fundar con una minucia que no omite eslabón de raciocinio humano que tanto el historiador como sus lectores dan por sentado -cuando no lo corroborara a cada paso la experiencia- de que es muy humano revelar con la mejor intención un secreto infinitamente recomendado 33• Demás está decir que en Hebbel la compleja disección intelectual de motivos, además de envilecer gratuitamente al personaje Jose(fo), insinuando como únicos móviles suyos el egoísmo, la cobardía y la vanidad, es mucho menos convincente que la simple presentación del historiador Josefo que admiten los demás dramaturgost. Marie Louise Hiller, Friedrich Hebbels «Herodes und Mtuiamne» auf der Bühne 1849-1925, en Hebbel-Forschungen, N.0 XX, Berlín & Lei¡,zig, 1930, p. 6. 12 Ni por Tárrega, La duquesa constante, 11; la heroína, al leer la orden de muerte, reacciona halapda por sf y pesarosa de la suerte 31

de su marido: «Pues siendo amor justo y fino,/ aunque por nuevo camino,/ mira si me obliga en él/ el Duque a serle más fiel/ quanto más amor le atino./ La nueva de su pasión/ es lo que me da cuidado». No se puede pedir más sumiso dechado de virtud femenina. " Edna Purdie, Friedrich Hebbel; a Study of his Life and Work, Oxford University Press, 1932, transcribe trozos en que Hebbel revela lo satisfecho que quedó de su recreación, de lo que él llama la estrata1ema de «einen fast phantastischen Stoff auf die derbste Realitit zurückzufilhren».

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MAMAROSA

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El largo parlamento de Calderón, suntuosamente redundante, es, aparte su exceso verbal -lujo impuesto por la moda- una dramatización feliz, en que el amor insaciable del Tetrarca se expresa en acertados toques (11, 10): «Que amor en el alma vive, y si ella a otra vida pasa, no muere el amor, sin duda, puesto que no muere el alma ... Muera yo, -y muera sabiendo que Mariene soberana muere conmigo, y que a un tiempo mi vida y la suya acaban; pero no sepa que yo soy el que morir la manda: no me aborrezca el instante que pida al cielo venganza.»

Más elocuente que todo encarecimiento de la pasión que abruma al Tetrarca es que éste, criatura de Calderón, renuncia patéticamente a la razón: «Parte, Filipo, al instante. -Señor ... -Calla, que sé que tienes razón; pero no puedo escucharla.»

La congoja del Tetrarca, su disolverse en pasión queda subrayado por su invocación: «¿No hay un rayo para un triste?», eco del verso elegíaco de Camoens: «También para los tristes uvo muerte•, que tanta fortuna tuvo en la lírica castellana 34• M Lope, Contra valor no hay desdicha, 1, 5: «Que si hay muertes para tristes ... »; El guante de Doña Blanca, 111, 3: «Que aver para desdichados/ muerte, fue piedad del cielo»; Triunfo de la fe (p. 177 a): «... la muerte, de quien dixo un poeta que también 4ie avía hecho para los tristes», y al terminar la dolorosa historia de Marta de Nevares (ltgloga Amarilis): «Bien dixo el portugués cisne canoro:/ 'También para los tristes uvo muerte'»; Moreto, Trampa adelante, 1: «Que a pesar de las estrellas/ también para un triste hay muerte».

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MARIAROSA LIDA DB MALXIBL

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Mariene, irritada de la avaricia sentimental de él, con prolijos reproches -en que no falta ni la alusión al linaje idumeo de Herodes, ni la ristra de ejeJllplos de animales de jura, con horror muy fábula celebrados por su generosi~ espaiiol al qué dirán, recluirse para siempre: «Que aunque pudiera con otro medio huir de ti y vivir en el clima más remoto ... más feliz sin ti y conmigo, no he de dar con tal divorcio qué dezir al mundo, y esto se quedará entre nosotros.»

5. Dramaturgos (Calderón, Tristan L'Hermite, Hebbel) frente a eruditos (Holscher, Wilamowitz, Thackeray)

Calderón está interesado únicamente en la reacción del Tetrarca y realmente feliz en las escenas en que él domina.La revelación de que Mariene -y lo mismo pasa en Hebbelconoce la orden secreta es en rigor mucho más dramática en las dos formas en que la trae Josefo, ya como reproche irónico de ella a las protestas de amor de Herodes, ya como confesión con que el servidor, torturado para que acuse de envenenamiento a la Reina, cree librarla de toda calumnia. Sin duda ambas formas son susceptibles de elaboración dramática; la más perfecta le ha cabido a la primera, en manos de Tristan (acto 111) 35• Herodes arremete contra los 35

A los reproches apasionados e innobles de Herodes contesta Mariene dos veces: nunca la rigidez del alejandrino subrayó mejor lo cortante y glacial de cada réplica (vs. 969 y ss.): HmtODE: «Soesme sur ce point t'a dit la verité: Mais quel prix a receu son infidelité? 11 estoit dans ma Cour en fort bonne posture; il n'a pas mis pour rien sa vie a !'aventure, Tu n'a pas pu l'esblouir par l'esclat des tresors, Tu n'a pas pu le tenter que par ceux de ton corps. 11 en fut possesseur, comme depositaire, , lors qu'il te revela cet i.µlportant mystere:

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HERODES

Mariene se entera de la orden del Tetrarca por un azar, aunque no tan sencillo como· la bien intencionada indiscreción de Josefo o de Soemo, sino estructurado dentro de una intriga secundaria de amores y celos palaciegos. La reacción es característica de la sociedad a que pertenece el poeta; a los servidores del Tetrarca que protestan de su intención de salvarla, responde (11, 21): «O viva, o muera, no sois, como devéis, obedientes al precepto de mi esposo»,

y no es menor su pasividad sentimental -análoga a la de Mariadnes, de Tirso- y encuadrada implacablemente en la formulación de un silogismo disyuntivo (11, 22): · «O te quiero o no. Si no te quiero, ¿no es más decente a un noble, que de muger que le olvida no se acuerde? Y si te quiero, ¿por qué después de muerto, pretendes que muera? ¿No sabré yo, sin mandarlo, obedecerte?»

Pero la formulación más feliz de su conducta es el verso que pronuncia cuando Octaviano, ceñido el puñal fatídico, penetra en Jerusalén (111, 1): «Y

muera yo donde mi esposo muera.»

Esta es su actitud de puertas afuera, como ella misma dice: «Pedí tu vida, encubriendo Jas causas con que me enojo, que saben todos quién soy y quién eres uno solo.»

Por la intercesión de Mariene, en quien Octaviano reconoce viva la bella del retrato, queda perdonado el Tetrarca.

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HBRODES

servidores que traicionaron el secreto de su orden, y uno de éstos, Tolomeo, se refugia en la tienda de Octaviano, a quien advierte que el Tetrarca, enterado de los amores de éste, ha encerrado a su esposa, sin duda para matarla, y se ofrece para llevarle allí. Llegaban ambos poniendo fin al delicado intervalo en que -raro momento, en Calderón, de puro y simple lirismo- la copla de pie quebrado con su ritmo recogido y como en suspenso alterna con la maravillosa letra del Comendador Escrivá. Para defenderse de Octaviano le quita Mariene el puñal, y al reconocer el arma amenazadora, lo arroja y huye, y Octaviano tras ella. El Tetrarca que entra en ese momento, recoge el puftal, y al hallar esparcidos los adornos de Mariene, dejados por la imaginación, sospecha «que quien arrastra despojos había celebrado triumphos»,

y rifie, ciego de cel~s, con Octaviano. Mariene, como cualquier Da. Beatriz o Da. Leonor en una comedia de capa y

espada, apaga las luces, para impedir el duelo, lo que, evidentemente, no es más oportuno que poner en su boca aforismos como (111, 3): «Du hast in mir die Menschheit geschindet•, o en la del robusto romano Tito (v, 6): «Wir leben aber in der Welt des Scheins!•, o convertir a Herodes en Tes faveurs ont esté les biens qu'il a receus. Ne leve point les yeux, & responds la dessus! l'aurois-tu satisfait par d'autres recompences? MAluENB:- Croy tout ce que tu dis, & tout ce que tu penses. HáoDE: - Ouy, ouy, je le veux croire, & te faire sentir de cette perfidie un cuisant repentir. MAluENE: - Tu peux m'oster la vie, & non pas l'innocence». Cuando Soemo pide perdón por su li1ereza, Herodes se lo promete, si confiesa que ha revelado el secreto por amor, y exige como P&IO d su merced el relato detallado, que él mismo traza perversamente, de cómo Soemo no pudo resistir a las gracias de la Reina, y abordando lo morboso con una seguridad y hondura sorprendente en el do del Cid. La pintura se hace lúbrica como 1.1IUl pesadilla en la escena si¡uiente al jnzpr al eunuco, a quien condena por supuesto cómplice.

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MAR1AROSA

LmA DE MALUEL

campeón del liberalismo ilustrado, especiaUndo en proteger niños (1, 3). Herodes pierde la espada al reñir y, al lanzarse a atacar a Octaviano, hiere a Mariene con el puñal. El Tetrarca no la sobrevive 36, final más coherente con la psicología del personaje y con la despreocupación del autor por los datos de la historia y de la leyenda. Tristan, en cambio, rellena el acto V con el relato de la muerte de Mariamne -que, rigurosamente, no muere en escena- y con mil frialdades, que pretenden escenificar los extremos que, según Josefo, hacía Herodes después de la ejecución. Hebbel, no contento con ofrecer a Herodes dos oportunidades (en sus dos ausencias) para labrar su destino, le presenta una tercera y, por supuesto, la reacción es la misma: egoísmo, deseo de posesión, imposición mecánica de la propia voluntad, que -impone otro crimen -la Degollación- tan vano como el asesinato de Mariamne. Pero, como no es raro en Hebbel, la ejecución de esta idea -porque es, puramente, un proyecto intelectual- es muy defectuosa, probablemente la más defectuosa y prosaica de toda la tragedia 37• La ejecución exquisita en puro estilo de mística irrealidad (Maeterlinck) es una de las netas ventajas de la refundición de Clemence Dane. Calderón, difuso en los parlamentos, recorta su asunto con elegante técnica, y su lógica exige de Herodes la muerte Se arroja al mar, ya que Calderón ha convertido en puertos marítimos tanto Menfis como Jerusalén (p. 482), lo que prueba, contra Hartzenbusch, que el mar a que Segismundo, príncipe de Polonia, arroja al criado (La vida es sueño, 11, 6; B. A. E., t. VII, p. Se) no es un estanque de jardín, sino otro descomedimiento de Calderón en la 1eografia. 37 Es Salomé quien se apresura a introducir a los Reyes Magos para que distraigan a Herodes y le impidan revocar la sentencia (v, 8), Herodes -y no le falta razón- se extrafta de los efusivos saludos que recibe. El diálogo raya en lo chusco: [ ¡Salve al Rey! - ¡Bendita sea tu casal - ¡Bendita por toda eternidad! - Os doy las gracias. Sin embargo, para este momento el saludo me parece extrafto. - ¿No te nació a ti un hijo? - ¿A mí? ¡Oh no! A mí se me murió mi mujer.] 36

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HERODES

inmediata que él había impuesto a Mariene, y que el Herodes auténtico, con la lógica incoherencia de la vida, no pensó en exigirse. Precisamente por separar de la historia de Herodes el episodio de Mariene, en lugar de proseguir en detalle su enlace con todos los otros datos de su biografía, Calderón ha creado un personaje independiente y, no obstante, en nada incompatible con el retrato de déspota que halló en los escritos de Josefo. Justamente a propósito de la deuda de Calderón y los otros poetas que con menos felicidad dramatizaron el fin de Mariamne, se impone todavía la discusión de un enojoso «resultado» de la crítica de fuentes. Destacados cultores de esta arte, como Holscher y Thackeray, consideran que la versión de las Antigüedades, con las dos pruebas de Mariamne, está formada por yuxtaposición de dos fuentes, de las cuales una era el infaltable Nicolao de Damasco. Estos mismos críticos que, por lo visto, han echado en olvido que la realidad es menos coherente y matemática que la historia universitaria, considerarían como doblete ocioso, resultado de copiar precipitadamente dos versiones de un mismo hecho, el destierro de Napoleón en Elba y su destierro en Santa Helena. Dan por sentada la mayor verosimilitud de la Guerra y, sin embargo, aJzan la voz repentinamente contra las supuestas omisiones que en esa obra cometió Josefo con miras interesadas. Cuál de las dos versiones merezca mayor crédito no es fácil de deducir, ya que no existe de estas luchas ningún otro testimonio que el de Josefo. La actitud ya señalada de la crítica de fuentes a propósito de las obras transmitidas de Josefo y las perdidas de Nicolao de Damasco ha llegado -con erudita cabriola en el vacío- a atribuir a la supuesta fuente el relato más popular de Josefo. De Nicolao de Damasco procede, afirma Wilamowitz-Moellendorff 31, «la representación de Herodes en Josefo, y debemos, conforme a los fragmentos conservados en el original, achacar al reelaborador lo incoloro de la representación. • Die griechi.sche .Literatur des Altertums, en Di.e Kultur der Gegenwart, 3.• ed., Leipzia, 1924, p. 180.

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MAR1A ROSA

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Por su psicología y por su estructura, la narración ofrece siempre más ,que mera abundancia de hechos: quien ha trasmitido a Calderón el asunto de Herodes y Mariamne, tampoco como historiador es satélite indigno de los peripatéticos.» ·

Este breve párrafo revela en el ilustre helenista prusiano una concepción de la veracidad que se suele asociar más bien con la propaganda política que con la crítica filológica. Pues de todos los fragmentos de Nicolao no hay uno solo que trate de la historia de Mariamne. Que Nicolao en los 144 libros de su Historia universal se haya ocupado de Mariamne no cabe duda (ya que había urgente necesidad de blanquear a su protector Herodes de ése como de otros crímenes), pues lo atestigua Josefo -sólo que lo hacía de modo totalmente opuesto al de las dos obras de éste, como se desprende del juicio del historiador jud1o (Antigüeda.df'~, XVI, 7, 1): «Como vivió en su reino y en su corte, escribía para ganarse su favor y en su servicio, tocando solamente los hechos que redundaban en su fama, disfrazando muchas maldades evidentes y ocultándolas con todo cuidado. Queriendo dar apariencia decorosa a la muerte de Mariamne y de sus hijos, tan cruelmente ejecutada por:el Rey, habla mentidamente del impudor de ella y de las asechanzas de los jóvenes, y continúa en toda la obra, alabando con exceso las buenas acciones del Rey y excusando esmeradamente sus delitos. Pero quizá se le pueda perdonar fa1. cilm.ente, como dije, pues no hacía una historia para la posteridad, sino un servicio para el Rey.»

Pero si Nicolao, para cQhonestar la conducta de Herodes, calumniaba a la Reina, es claro que no puede ser fuente de la historia de Mariamne que leemos en la Guerra, ni de la que figura en las Antigüedades, donde Josefo, que no excusa a la Reina de defectos nada leves, dado su ideal femenino, señala siempre su intachable fidelidad a Herodes. Y no es menos claro que una Mariamne que afrenta al marido con el guardián que él ha dejado es más bien tema de fabliau que

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de tragedia y, particularment.e, de tragedia calderoniana •. Sin reparar en este hecho decisivo, Thackeray despoja sencillamente a Josefo de la paternidad de la historia trágica de Mariamne para otorgársela a Nicolao de Damasco, fundándose en que éste último había compuesto tragedias. Lo curioso es que la existencia de dichas tragedias así como su fama se basan en el exclusivo aserto del propio Nicolao, que no pecaba de modesto, y muy acertadamente C. Müller juzga (t. III, p. 344a): «Quae enim juvenilia conamina fuisse videntur, quorum certior memoria interiit». La lectura de la historiografía helenística y más que nada de las tragedias de familia de la Biblia (las de David, por ejemplo, en Samuel 11) podían -adiestrar a Josefo y explicar el sombrío dramatismo de su relato, sin necesidad de exigirle el cultivo de la tragedia ática. Por lo demás es edificante comprobar que, mientras el crítico inglés juzga el relato de Josefo tan bueno que no se lo permite al autor, el alemán lo juzga representación tan incolora que sólo por cotejo con los fragmentos correspondientes de Nicolao (no cons~rvados para el asunto de Herodes y Mariamne) puede presumirse el brillo del original. No la juzgaron, sin embargo, representación incolora to dos los autores que, desde Pedro Coméstor en el siglo XII por lo menos, volvieron a contar su trama incansablemente en •compilaciones de historias y obras originales y que, con toda probabilidad, no tenían de Nicolao de Damasco más conocimiento que el que les suministraba el texto mismo de Semejante planteo existe dentro de la literatura castellana y, por supuesto, perten~ a Lope (La Dorotea., 111, pp. 116 y s.=ed. Edwin S. Morby, p. 215): «Parece tu deseo es de aquel tyrano que, partiéndose a Roma, donde le llamava César, encargó a un amigo que matasse a Mariane, su esposa, si el César le matasse a él, porque lo que tanto amava no fuesse de otro; y fue después el mismo amigo que le descubrió el secreto•. Sin duda la versión de Lope (o de su fuente) deriva del párrafo citado de las Antigüedades, y es una prueba valiosa por su rareza de lo dicho en otro lugar sobre la esencial versatilidad de Lope dramaturgo, muy visible en su empleo del ejemplo mitológico e histórico (Dido y su defensa en la literatura española, R. F. H., IV, 1942, p. 341). Jt

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Josefo. Tampoco coinciden con el juicio del ilustre prusiano Dolce, Tristan L'Hermite, Calderón y Hebbel, pero -por si no fuera testimonio suficiente el de la recreación poéticacontamos con el juicio crítico expreso del último de los dramaturgos citados quien, en un principio, no se sintió atraído a llevar la narrativa al teatro por considerarla ya perfecta en la forma en que la ofrece el historiador (Carta ... a Rotscher, 22 de diciembre de 1847): «Er schien mir schon zu vollendet, zu abgerundet in sich, um dem Künstler auch nur noch soviel Arbeit zu geben, als notig ist, wenn er sich begeistern soll: er schien mir geradezu eine derjenigen Tragodien zu sein, wie sie, ot,wohl sparsam, in vollendeter Gestalt ohne Beihilfe des Dichters der historische Geist selbst hervorbringt» 40•

6. La Duquesa constante, del canónigo Tárrega Se desconoce la fecha de La Duquesa constante del canónigo Tárrega, que ha trasladado el motivo a una corte italiana contemporánea, complicándolo- con nuevos amores, uso liberal del veneno narcótico, naufragios, tumbas romanas y, aunque parezca increíble, un desenlace feliz que, unido a tan agitadas peripecias, revela influencia de la novela bizantina. La comedia no agrega mucho lustre al autor, pero es testimonio eficaz de lo difundido del motivo de Herodes y Mariamne. En efecto, el Duque Valentino, por maquinaciones de su valido Torcato, enamorado de la Duquesa Flaminia, ha reci• bido orden de presentarse ante el Rey de España. Atormentado por celos teóricos de su mujer y sospechoso de lo que 40 'El material me pareció demasiado acabado ya, demasiado cerrado en sí como para dar al artista el trabajo suficiente para entusiasmarse; me pareció precisamente ser una de esas tragedias que, aunque escasas, produce el espfritu histórico mismo en forma inmejorable sin ayuda del poeta'.

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le puede esperar en Espafla, entrega al mismo Torcato una carta cerrada:

este cerrado papel guardarás como la vida, hasta ver lo que hay en él quando mi suerte lo pida, si me fuere tan cruel; que será quando entendieres de mi parte que no esperes buen suceso en mi jornada.• eY

Tras amores del valido a la Duquesa y celos de la esposa del valido, a quien éste da de coces coram populo, llega carta del secretario, informando de que el Duque tiene «su persona presa en un castillo» y señalando «el riesgo de sus negocios y vida, que la ponen en contingencia siniestras informaciones, que prevalecen donde su verdad se oye poco. Dios, que es autor della, le valga, y guarde a usía. De Barcelona, el 1.º de julio de 1600 [?]. El Secretario, Urbán.»

El alevoso valido, satisfecho del éxito de sus intrigas, dispone a abrir la misteriosa carta:

se

«Bravamente hizieron obra mis trazas allá en Espafta- .. Agora es tiempo de ver esta carta, que tenía muy cerrada en mi poder, que ya, de antigua, se abría; dexómela encarecida a par del alma y la vida.»

La carta reza así: «Si los negocios que a Espafia me llevan, amigo Torcato, llegaren a términos que pongan en contingencia mi vida, quitarás al momento la suya a mi querida esposa Flarninia, sin que ella lo sepa, en sazón que sus santos y ordinarios

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votos de virtud prometan buen camino para su alrna. Para esto te acuerdo de la fe que me tienes repetida con tantos juramentos. El exemplo de Herodes con Mariane, su mujer, disculpará mis celos, pues por ellos me excuso la pena que llevaría dexando su belleza a merced de agenas manos, y a ti te relevaría la culpa el hazer esto por mandato de tu sefior y deudo. El duque V alentino.•

No vale la pena seguir toda la madeja del argumento para acreditar la influencia de Josefo en esta comedia romántica. Si una prueba se necesita para aseguramos de que el motivo de la orden de muerte, «el exemplo de Herodes con Mariamne»,. no es algo pegadizo o vagamente recordado sino una lectura que había arraigado en el espíritu del inquieto canónigo, es el asomar -ociosode otro recuerdo de Josefo. La Duquesa, en el momento de beberse el veneno-narcótico, advierte: « En

mí se acaba el linage que en Ytalia florecía, a cuya sombra podía vivir sin temor de ultrage.»

Es claro que esta reflexión, no justificada por nada anterior, se acomoda perfectamente a Mariamne, última de estirpe, y cuyo orgullo de familia fue una causa de su perdición. Si algo enseña la relación de esta comedia con las historias de Josefo, es el peligro de juzgar una obra de pura imaginación, conglutinado de motivos y normas pertenecientes a Henri Mérimée, L'art dramatique a Valencia, Toulouse, 1913, páginas 518 y s. 42 Tratando del narcótico gracias al cual, después de vertiginosos lances, la fiel Duquesa despierta en brazos del Duque, comenta Henri Mérimée (Obra cit., p. 473): «Cet expédient était peut~tre tolérable dans une piece oi.t les invraisemblances abondent, oi.t l'on voit, par exemple, comme si c'était une précaution usuelle, un mari avant de partir pour un lointain voyage, laisser sous enveloppe scellée l'ordre d'assassiner sa femme». No, no era, a buen seguro, una precaución usual; no se justificaba, cartesianamente, por ningún principio general, sino por un hecho histórico particular: no era sino un motivo muy dramático de una lectura popular entonces y olvidada hoy. 41

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una moda· literaria, con las reglas de lo verosímil eterno, inferidas de la realidad. Ensefta, en otros términos, la importancia -nunca demasiado señalada- de tener presente el ambiente cultural en que nace una obra literaria, para. poder valorarla con probabilidad de acierto. Y, de todo el legado de Josefo, la historia de amor y muerte de Herodes y Mariamne es un mito lleno d~ atractivo para el Siglo de Oro, y que ha logrado su máxima expresión literaria en el sombrío drama que es una de las más características creaciones de Calderón.

E.

EL ASESINATO DB LOS PR1NCIPBS ALEJANDRO Y ARISTÓBULO

En un principio, Herodes colmó de honores a los dos hijos que había tenido de Mariamne, haciéndolos educar en Roma junto a los familiares de Augusto (en la casa de Polión) y tratándolos como herederos con preferencia a su hijo mayor Antfpatro, habido de la idumea Doris. Es claro que entraba en ello tanto ternura como cálculo y que Herodes pensaba aureolar su propio reinado con prestigio de sus herederos que, por la línea materna, pertenecían al linaje siempre popular de los Macabeos, lo que él había cuidado de recordar imponiendo a sus hijos los nombres de Alejandro y Aristóbulo. Pero así que los dos príncipes regresaron a Palestina, las relaciones e1ttre padre e hijos resultaron difíciles. Entre ellos se interponía el recuerdo de Mariamne, inolvidado por los dos hermanos 43, lo que debía contribuir a avivar los 4l Guerra, 1, 23, 1 y s.: «Los hijos heredaron la cólera materna, y pensando en el abominable delito del padre le contemplaban como enemigo, primero mientras se educaban en Roma y más cuando vol• vieron a Judea... [El Rey] se enteró de que ellos invocaban continuamente a su madre y la lloraban, mientras a él le maldecían, y muchas veces, cuando distribuía algunos adornos de Mariamne entre las mujeres que tomó después, amenazaban que, en lugar de las ropas regias, pronto les vestirían cilicios» ( = Antigüedades, xv1, 7, 3).

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recelos del rey. Además todas las brillantes condiciones que los hacían caros al ejército y al pueblo -su juventud, su belleza, su talento, su linaje- ahondaban el resentimiento más o menos consciente del Rey 44. Su misma popularidad debía de recordar penosamente a Herodes la función regia que él no había sabido cumplir: la de captarse la buena voluntad de su pueblo. Ante Herodes receloso y el c1rculo de familiares y cortesanos que rodea al advenedizo, parecería que los príncipes exaltan su ascendencia macabea -la estirpe enemiga, apoyada por el pueblo aplastado pero siempre hostil al usurpadory esta oposición del padre y los hijos desemboca en una actitud de consecuencias fatales. Para Herodes, el advenedizo que había conquistado el reino palmo a palmo, a costa de infinitos crímenes y combates, era posesión suya personal y -salvo siempre el asentimiento de Augusto- la sucesión dependía sencillamente de su arbitrio. Para los príncipes, el reino era suyo de derecho por pertenecer al antiguo linaje real; la preferencia o la igualdad de Antigüedades, XVI, 8, 1: «Atormentados m'5 y mú y estando en la tortura, que los siervos hadan cada vez más cruel para qradar a Antfpatro, dijeron [tres eunucos de Herodes acusados de andar en tratos con los príncipes] que Alejandro tenía mala voluntad y abominación innata hacia su padre; que les había adverti~o que Herodes había abdicado, por hallarse ya inútil, y, tratando de ocultar su vejez, se teñía el pelo y escondía lo que pudiera demostrar su edad. Que si querían se,uirle, cuando se apoderase del reino, el cual, aunque contra la voluntad del Rey, no pertenecería a ningún otro, pronto tendrian en '1 el primer lugar; pues no sólo por su linaje, sino ya por sus preparativos tenían listo el golpe de estado. Pues muchos de los jefes y de los amigos, y no los peores, estaban con ellos, para hacer o para sufrir cualquier cosa•. (XVI, 8, 4) «Sucedió que entre muchos que eran atormentados [uno] dijo que sabía que el joven [Alejandro] deda muchas veces, cuando se le elogiaba, por su estatura y su puntería en el arco y porque sobrepasaba a todos en los demú m.Sritos; que todos ésos eran dones naturales más hermosos que provechosos, pues a su padre le pesaba de ellos y se los envidiaba y que, cuando .paseaba con .SI,se agachaba e inclinaba, para que no se viera que era mú alto, y que, cuando en la cacerfa Janmba el arco en su presencia, dispara1" lejos del blanco, pues conocla la vanidad de su padre en estas cosas que son celebradas•. 4'

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los otros hijos de Herodes era para ellos simple despojo. Por lo demás, ambos príncipes que, junto con la belleza, habían heredado de Mariamne la altivez y la incapacidad de doblegarse en tenaces intrigas, caían en una corte en que todo su apoyo era el genio cada vez más suspicaz y violento del viejo Herodes, Y. donde los aguardaban en acecho maestros en organizar las artes subterráneas de la calumni¡i y de la intriga, vitalmente interesados en su pérdida: Antípatro, el primogénito desposeído, y Salomé, la hermana del Rey, que le había empujado a ejecutar a Mariamne y que temía ahora las represalias. Prevalecieron al fin las intrigas de Antípatro y Salomé, quienes persuadieron a Herodes de que sus dos hijos conspiraban contra su vida y reino. Después de riñas, reconciliaciones, nuevas riñas y siinulacros de juicio, el Rey los condenó y ambos príncipes fueron estrangulados en Sebaste. Dado lo fútil y vago de los cargos en que, fuera de los reproches y calumnias de las partes interesadas, sólo hubo acusaciones arrancadas por tortura, la inocencia de los hijos de Mariamne es prácticamente segura. Por otra parte no tardaron más que dos o tres años en revelarse las maquinaciones de Antípatro, que muchas veces se quejaba ante su madre de que él tenía ya la cabeza gris y su padre estaba día a día más joven y que quizá él se adelantaría y moriría antes de ser de veras rey (Guerr_a, 1, 30, 3). Según parece, Antípatro en su impaciencia se había propuesto cometer el crimen de que había acusado a sus hermanos, y Herodes le hizo ejecutar cinco d1as antes de su propia muerte. Pese a las peripecias trágicas de la historia de los tres hijos mayores de Herodes, su recuerdo directo no es fecundo 45 en la literatura española, porque tempranarn~nte se e Desde luego no falta alpma mención aislada en el enciclop6dico Lope; por ejemplo, al dar cuenta de la vida y hechos de Herodes en el auto La vuelta de Egipto, se recuerda que «siendo tan cruel / que de celos matar hizo / a Mariana su mua« / con Alexandro su

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MAIÚA ROSA LIDA DB YALICIBL

sumergió bajo la popularfsima leyenda evangélica ( el único que la trae es San Mateo) de la Degollación de los Inocentes•. En efecto, ya en la primera mitad del siglo 1v Eusebio (1, 8) la relaciona con las desgracias domésticas de Herodes, y a fines de ese mismo siglo ya se halla fundido con la Degollación el chiste de Augusto ( cuya autorización había solicitado Herodes para condenar a los príncipes), que sólo pudo haber surgido a propósito de la muerte de los hijos adultos del Rey"46• hijo / y despuá desto a Antfpatro, / fue del mundo aborrecido» y en Los pastores de Belbi, 111 (p. 189): «Por sospechas y calumnias falsas ha hecho también matar a sus dos hijos y de Mariamne, Alexandre y Aristóbulo, en la flor de su edad». 46 Macrobio, Saturnalia, 11, 4: «Al oír que entre los niños menores de dos años a que Herodes, rey de Judea, ordenó dar muerte en Siria, también había muerto un hijo suyo, dijo [Augusto]: «Más vale ser puerco que hijo de Herodes•. El chiste ha sido recordado varias veces, pero no ~s raro hallar versiones, como la de Guillén de Cervera, en que está claramente comprendido el contraste entre la muerte prematura de los hijos de Herodes y la lon1evidad de la que disfrutarla entre los judíos el animal tabú: «So dix AIUSt Cessar quan tots los fills a~: 'Mais amaray estar porchs que d'Herodes fills'• (184).

Por la moraleja se ve que Cerv.era suponía intención despectiva para los hijos de Herodes en el chiste: «Cell au~i plenament sos fills, que ls.laix perir per gran defelliment de prda de noyrir. [¿'educar'?] Lope, que lo entendió correctamente, lo versificó varias veces. Por ejemplo, en La. liml'ieVl no manchada, 11 (Obras, ed. R. Acad. Esp., tomo V, p. 412): «Ouando a César le contaron que mató Herodes impío sus hijos, siendo judío, que nunca puerco mataron; "En casa de Herodes', dixo, 'aunque reina el interés, harto mejor pienso que es ser puerco del Rey que hijo'».

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Otros elementos tomados de las historias de Josefo, tales como la ferocidad del Rey y su celo sanguinario para perseguir y exterminar a sus enemigos, viene a apoyar la leyenda que, por lo demás -pese a los detalles falsos de que se encarga sucesivamente y a su divergencia con la cronología corriente (Herodes muere cuatro años antes de Cristo)bien pudo magnificar, moldeándola dentro de la leyenda rabínica de Moisés registrada en las Antigüedades 47, alguna crueldad· de Herodes que Josefo se olvidó de incluir. Bl hecho de que el propio hijo del Rey hubiese caído en la Degollación no era para callado cuando se trataba de encarecer la maldad de Herodes. Así, Pero Mejía, en su Süva de varia lecci6n (I, xxili), al disertar sobre «quán detestable vicio y pecado es la crueldad y muchos y muy grandes exemplos de crueldades y -hombres que fueron muy crueles), recuerda (p. 98a): «Entre los ·famosos crueles es contado Herodes, Rey que fue de los judíos quando Christo nuestro Redemptor nació; el qual, después de matar tantos millares de niños inocentes, pensando matar al que venía a salvar el mundo entre ellos, y aun sus hijos propios a bueltas también ... » O en El palacio confuso, 1 (ed. C. H. Stevens, Instituto de las Españas, New York, 1939): «Duque, a pelo viene aquí una cosa de buen gusto que dixo César Augusto de Herodes, como veía que tocino no comía y matava como injusto los niños. El César dixo de hombre tan necio y cruel que más quisiera ser él su cochino que su hijo». 47 Los astróloaos predicen al Rey el nacimiento inminente de un niño .que le desposeerá; el Rey toma sus medidas para extemdnar toda la generación, pero el nifio predestinado se salva. Josefo, en las Antigüedades, subraya (creo que lo parafrasea la General estoria) cómo es inútil oponerse a los desilllios de la Providencia. Así ·también Berceo, al glosar la resurrección al final del Duelo de la Vir1en (coplas 198-199).

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HBRODES

De igual modo vincula la poesía culta del siglo xv la con-

dición de extranjero del rey, subrayada en Josefo, leyenda de Evangelio. Pablo de Santa María, Las del mundo, concluye la copla inmediata a la 192, observa que Herodes fue impuesto en Judea por con estos versos:

con la · edades en que Roma,

«Con miedo que ovo mandó degollar todos quantos niños pudieron aver» 49•

A su vez, frey 1ñigo de Mendoza, en la Vita Christi, pre-

tende asegurar la usurpación del trono de Judea con el nuevo crimen de degollación (p. 49): «Herodes, certificado del nuevo rey de Ysrael, como quien tiene for~do el ceptro de su reynado, le busca muerte con él. Es su miedo tan syn tiento, tan syn seso su querella, que por. dar contentamiento al covarde pensamiento, los niños todos degüella desde dos años ayuso, no perdonando ninguno. ¡O fierez que tal propuso por sólo tomar incluso entre los otros a uno! • • En la copla sill,liente de Los cuchillos del. dolor de Nu.utra. Señora., puestos en metro por G6m.et. Ma.nrique a instancia de Da. Juana de Mendoza, su mujer no está claro si el «gran temor de[l] escalonita» es el que siente Herodes por el Niiio Rey o el de la Virgen por la orden del tirano: «Fue tu ánima bendita de cuchillo muy cruel llapda, quando, por el aran temor de[l] escalonita,. viajaste con recelo en Bgyto con el tu fijo chiquito, rey del cielo».

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MAR1AROSA

LIBA DE MALDBL

También fray Luis de Granada (lntroducci6n del símbolo de la fe, Parte I, cap. 36, § 11) recuerda «la mayor crueldad que jamás se vio, que fue derramar la sangre de tantos niños inocentes, y junto con ellos la de su propio hijo, con otras crueldades y tyrannías de que usó el tiempo que vivió». Pero, aunque no apoyada explícitamente por el evangelista 41, la leyenda de la Degollación se asocia con el motivo, ya recordado, de la odiosidad de Herodes como déspota extranjero, y queda presentada como resultado de sus terrores de usurpador, que Josefo difunde en forma tan vivida, narrando los crueles e incesantes actos de represión del detestado idumeo. Así explica la Crónica general, de Alfonso el Sabio (cap. 153): «A los quaraenta e cinco annos en que se cumplieron sietecientos et cinquaenta et dos, et que andava el anno de Nuestro Sennor en quatro, et el reg110 de Herodes en tretnta et cinco, mandó Herodes Escalonita llegar todos quan"tos ninnos avié en tierra de Judea que de dos annos ayuso fuessen, et fizo los matar, por cuydar que matarié entrellos aquel ninno de quel dixieron los reyes magos, que avié a seer rey daquella tierra, et que cuydava él que serié de linage de sus enemigos ... •

Y lo mismo Berceo (Loores de Nuestra Señora, 36-37), quien, después de observar que en los tiempos del nacimiento de Cristo los reyes de Judea «non eran de natura•, continúa: «Herodes sobre todos fuertemente fue yrado temié perder el regno, por ende era quexado; asmó un mal consejo, vínoli del peccado, el mal finó en elli quando ·fue bien denodado. Per cayer sobrel ninno un coto malo puso, que matassen los ninnos de dos annos ayuso ... •. • San Mateo, 11, 16: «Herodes, entonces, como se vio burlado de los magos, se enojó mucho, y envió y mató a todos los niflos que había en Bethlehem y en todos sus t6rminos de dos alios abajo, conforme al tiempo que habfa entendido de los rnal()I,-..

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MARIA ROSA LIDA DE MALICIBL

Fray Luis de Granada se reúne a este sentir común, pues da como causa de la «mayor maldad• la «sola ambición de reinar» de Herodes; y esta consideración aparece en gran número de escritores profanos, Lupercio L. de Argensola, por ejemplo, en los tercetos En la fiesta de las cadenas de San Pedro (p. 278b): «De David en el trono el gran tyrano,

que profanó la ley entonces santa por adular a un príncipe romano, cortar quiso furioso la garganta del verdadero justo, Dios y hombre: ¡tanto fue el miedo, y la ambición fue tanta!•

Ya se ha visto qu~ la matanza de los Inocentes es parte orgánica del drama de Tirso La vida de Herodes. A la inversa de Hebbel, que tiene la peregrina ocurrencia de presentar a Herodes patéticamente afanoso en salvar a un niño de un incendio, Tirso presenta ya al comienzo de la carrera de Herodes los pródromos de su crisis final. La crisis estalla al enterarse del nacimiento del Rey verdadero; y, aparte la orden contra los Inocentes, comprende el degüello de un considerable número de candidatos adultos. Su última acción en escena consiste precisamente en arrebatar dos nifios -uno de los cuales es hijo suyo- a las desdichadas madres, y en la última escena «descúbrese muerto Herodes con dos niiios desnudos y ensangrentados en las manos• 50• Sin duda la reelaboración poética más ambiciosa de este tema es la de Valdivielso en su poema Vida y muerte del patriarca San Josef (Canto XIX, octavas 1-38): como en un cua• " Deliciosa ¡ráfica es la reelaboración en tono popular del romance de Bartolomé de Torres Naharro «Triste estava el padre Adán», que presenta «... al bellaco de Herodes / metido en gran fantasía / y amolando sus cuchillos / para quien no le temía». También -con igual conexión entre la Degollación y el ansía de reinaren la Parte Cuarta de la Introducción del simbolo de la fe (fray Luis de Granada, Obras, t. XII, ·p. 33). -Lydgate sabe también, en detalle, la historia del hijo pequefio de Herodes que cayó entre los Inocentes.

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dro del Renacimiento

51,

la muchedumbre está recortada en cantidad de grupos, cuyos tres elementos -el soldado, la madre y· el niño- _se disponen con toda la variedad imaginable. A la variedad pictórica corresponde la variedad retórica de quejas, reproches e imprecaciones, y entre ellas llega el eco vago del crimen que entenebreció los últimos años de Herodes y que, expuesto con singular viveza en la Guerra y en las Antigüedades, se asoció a la leyenda del Evangelio para corroborar la fiereza de Degollador (octava 22): «Dize otra:

¡Oh madres tristes! Yd huyendo de la fiera del hombre cruel e ingrata, más que todas las fieras monstruo horrendo, pues que ninguno lo que engendra mata.»

F. EL

MARTIRIO DB LOS DOS MAESTROS Y DB SUS DISC1PULOS

Cerca ya de su fin, un estallido de la conciencia popular que el tirano, viejo y enfermo, alcanzó a ahogar con sus métodos habituales, vino a subrayar el aborrecimiento con que el pueblo de Judea miraba a aquel a quien su guardia mercenaria otorga el tf tulo de «el Grande». Con escasas variantes, el relato se halla en la Guerra (11, 33, 2-4) y en las Antigüedades (XVII, 6, 2-4). Dice así el contenido en la primera obra: « Entre sus desdichas sobrevino una insurrección popular. Había en la ciudad dos maestros que teman la reputación de conocer con la mayor perfección las leyes patrias y que por eso gozaban en el pueblo de la mayor gloria: Judas, hijo de Sarifeo, y el otro, Matfas, hijo de Margalo 52• Gran cantidad de mozos atendían a sus expo51

Además de Matteo di Giovanni (ap. Jones), Guido Reni y Ru-

bens (ap. Espasa-Calpe). 52

Antigüedades, XVII, 6, 2 da la forma Marploto, ploth, sin helenimr.

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es decir, Mar-

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MAR1A ROSA LIDA DB MALKIBL

siciones de la ley, y todos los días tenían consigo como un denso ejército .de jóvenes. Al oír entonces que el Rey se consumía por sus aflicciones y enfermedad, dijo a sus amigos que había llegado la más oportuna ocasión para vengar ya a Dios y echar abajo lo que había sido construido contra la ley de sus padres. Pues era ilícito que estuviesen en el Templo imágenes o bustos o cualquier obra de arte que representase un sér vivo, y sobre el gran portal el Rey había dispuesto un águila de oro. Y a ésta, entonces, los maestros aconsejaban arrancar, diciendo que, si algún peligro sobrevenía, era hermoso morir por la ley de los padres, pues los que de tal modo mueren gozan de alma inmortal y de felicidad eterna [lit. mantienen eterna la sensibilidad entre dichas]. Los innobles, por desconocer lo que ellos sabían, en su ignorancia se aferraban a la vida y escogían la muerte por enfermedad antes que la por virtud. Al tiempo de pronunciar estas palabras, corrió el rumor de que el Rey morfa, de modo que los jóvenes con más brfo pusieron mano a la empresa. Así, al mediodía, cuando muchos discurrían por el Templo, se descolgaron del techo con gruesas cuerdas y destruyeron a hachazos el águila de oro. Inmediatamente [el hecho] fue anunciado al capitán del Rey, quien acudió con no escasa tropa, prendió a unos cuarenta jóvenes 53 y los condujo al Rey. A la primera pregunta, de si se habían atrevido a destruir el águiÍa de oro, confesaron que sí. Luego, a la pregunta de quién se lo ·había ordenado, respondieron: 'La ley de nuestros padres'. Y cuando [el Rey] les preguntó por qué mostraban tal regocijo, debiendo en breve ir al suplicio, respondieron que, después de la muerte, gozarían mayores · bienes. Ante estos hechos, el Rey, l)Or el exceso de su cólera, mejoró de la enfermedad y se dirigió a una ~blea, y tras acusar mucho a los prisioneros como sacrilegos que, so pretexto de la ley, abrigaban mayores propósitos, pidió que se les castigara por impíos. El pueblo, temeroso de que las pruebas se extendiesen a muchos, le pidió 53

El relato de las Antigüedades agrega: « Y a los causantes ele la hazafta, Judas y Matías, que tuvieron por deshonroso retroceder ante su llegada•.

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que castigara primero a los que habían propuesto la acción y luego a los que habfan sido cogidos en ella, y abandonara su enojo para los demás. A duras penas se persuadió el Rey, y quemó vivos a los que habían bajado por el techo, junto con los maestros; el resto de los apresados los entregó a que los mataran los verdugos» h.

La historiografía moderna, tan necesitada del culto de los héroes como la antigua, y, por hastío, aficionada a invertir los papeles tradicionales de héroes y villanos, juzga poniéndose de parte de Herodes esta partida de la hostilidad entre el usurpador y sus súbditos. Desde luego, es superfluo defender a Herodes de que hubiera hecho colocar el águila en el frontón del Templo con el simple propósito de herir al pueblo 54: ni el mismo Calígula procedió con tan estético desinterés en cuanto a su adoración en el Templo. En sus últimos años, por diversas 54

Así Jones, Obra cit., p. 148. Tampoco es inobjetable la hipó-

tesis de Jones -quien ·presenta a Herodes como víctima de Augusto, a causa de querer ganar el corazón de los súbditos. Según esta hipótesis, Herodes, por conciliarse la buena voluntad de sus testarudos y poco razonables súbditos, erige su soberbio templo (de todos modos, menos suntuoso que la residencia que edificó para sí mismo, cf. Gue"a, I, 21, 1: al construir su propio palacio· en la parte alta de la ciudad, llamó del nombre de sus amigos, Cesareo y Agripeo, a las dos salas más grandes y más hermosas, con las cuales de ningún modo podía compararse ni siquiera el Templo). Conjetura Jones que este Templo, como núcleo de la nacionalidad judía, le malquista con Au¡usto. Lo cierto es que el desagrado del Emperador se hubiera justificado si, no existiendo templo alguno, Herodes hubiera ideado tan eficaz centro concreto y nacionalista para los judíos de Palestina y el resto del mundo romano; pero ése no es el caso. Herodes demolió el Segundo Templo construido al retomo del Destierro de Babilonia y maltrecho durante tantas guerras, para sustituirlo por una construcción más suntuosa. Jones señala una causa más probable del disfavor de Au111sto: una incursión militar de Herodes en el reino fronterizo de Arabia, lo que violaba la primera misión de un rey cliente de Roma: mantenerse en paz con sus vecinos. Además, la ejecución de los tres hijos· mayores de Herodes -aun sin suponer en el César derta flaqueza por los dos príncipes criados en su corte- le debía inspirar recelo sobre la solidez de la dinastía de Herodes y de su política interior.

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causas, parece que ·Herodes se había enajenado considerablemente el favor de Augusto y que, para reconquistarlo, erige el águila de oro y hacia la misma época acuña monedas con la figura del águila, con elocuente gesto de vasallaje al símbolo del Imperio 55• Justamente infería con ello doble ofensa a su pueblo, ya que el águila, que profanaba el Templo por su mera presencia, simbolizaba además la tutela de Roma, aborrecida por añadidura por haber impuesto al déspota idumeo. El acto de los dos doctores y de sus discípulos nada tiene que ver con un estallido de fanatismo, ni demuestra tampoco incomprensión de los móviles políticos de Herodes. Al contrario, para salvar su mando Herodes quiso consagrar oficialmente el Templ~ de Jerusalén al Imperio Romano, y Jerusalén, representada por los estudiantes y los dos maestros, respondió aventurando la vida para arrancar aquella confesión de servidumbre 56• La versión eslava (p. 642) lo dice expresamente: «En esa época Herodes babia erigido un á¡uila de oro sobre el gran portal del Templo, en honor del Emperador». 56 Por eso es muy exacta, aunque en otro sentido, la observación de Jones (p. 150) de que «si el águila no hubiera sido erigida por Herodes, no habría causado escándalo», lo que aduce como prueba de la insinceridad de la indignación religiosa que condujo a demolirla. En el caso muy probable de que la prohibición ritual de las imágenes se refería al erigirlas para darles culto, no para col9Carlas como adorno (como lo prueba el ejemplo de Salomón y el de muchas sinagogas de la época romana), los dos maestros martirizados por Herodes procedfan muy sincera y consecuentemente, ya que en el caso de Salomón no había más que intención decorativa en los adornos en forma de toros, leones y á¡uilas, mientras en el de Herodes Jones ve con sobrada razón un acto del vasallaje al Imperio. Demás está decir que Josefo, escribiendo en Roma para público grecorromano que sabía muy bien que el águila simbolimba la autoridad imperial, calla el sentido político de desafio a Roma que tema el derribar el águila, y lo presenta como dictado únicamente por «la ley de los padres». Por lo demás, en esta página se evidencia la peregrina simpatía de Jones por Herodes, metamorfoseado en déspota ilustrado, cuyos esfuerzos se estrellan vanamente contra el oscurantismo de la ley mosaica. Así, luego de referir el bárbaro suplicio de los estudiantes y sus maestros quemados vivos, amén de la dearadación del sumo sacerdote (que Josefo cuenta en las Antigüedades, XVII, 6, 4), ap-ep: «No se tomaron otras más medidas•. 55

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Probablemente a este hecho se refiere Alfonso el Sabio al historiar lo acontecido: «A los quaraenta e un anno en que se cumplieron sietecientos et cinquaenta que Roma fuera poblada, que andava el regno de Herodes en treynta et uno 57, mató Her rodes muy grand companna de los de su casa, et mató los notarios et los esponedores de la vieja ley• (Crónica general, cap. 150).

Es curioso que este hecho, tan dramáticamente registrado por Josefo, no haya inspirado reelaboración literaria, quizá por ser su núcleo el horror a las imágenes, que debió de resultar extraño al cristianismo 51• En nuestros días, Gabriel Miró, en las Figuras de la pasi6n del Señor, enlaza el suceso con la biografía del justo Elisama (véase el capítulo « El mancebo que abandona su vestidura»): «Siendo mozo y encendido por la palabra de Judas, hijo de Seforeo [?], y de Matatías, hijo de Margaloth, juntóse a la revuelta que derribó la abominable águila de oro, puesta por Herodes el Grande ya viejo y roído de podredumbre, en los magnos portales del Templo. Y sólo Elisama libróse del suplicio del fuego que devoró con lentitud horrible las vidas de los puros creyentes.•

Los artistas, creadores de mitos, tienen más respeto por los mitos creados que los hombres de ciencia; admirar a Herodes a costa de sus víctimas es una perversión que sólo puede tener un erudito. Herodes reinó hasta el cuarto afto antes de Cristo, o sea 750 de ~ el que, por varias consideraciones, se coloca el asunto del águila. Pero Alfonso estira su reinado hasta 756, para poder colocar en él la Degollación de los Inocentes. 51 Feijóo recuerda la reacción de los judíos contra la estatua de Caliaula y el águila de Herodes como muestra de que, desde los tiempos de Cristo, el pueblo judío no sólo no volvió a caer en la idolatría, sino que fue el único en oponerse a tal práctica. 57

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108 G.

EL ATENTADOCONTRA LOS NOBLES DEL PA1s

La última disposición de Herodes para con su pueblo refleja la furia impotente, exacerbada por la enfermedad, en que le sumía el odio que inspiraba. Cuenta Josefo que, al volver de una inútil cura de baños, «llegó a Jericó ya trastornado por la enfermedad y, amenanndo por poco a la muerte misma, llegó a urdir

una inicua acción. Reunió a los hombres principales de cada aldea y ordenó encerrarlos en el llamado hipódromo 59• Llamó entonces a su hermana Salomé y al marido de ésta, Alejas, y les dijo: 'Sé que los judíos festejarán mi muerte; pero tengo medios para ser llorado a causa de otros y de tener un brillante funeral. A estos hombres que están con guardias, así que expire, rodeadlos de soldados y matadlos, para que toda la Judea y toda casa llore por mí, a pesar suyo'» (Guerra, 1, 32, 6 = Antigüedades, XVII, 6, 5).

Los albaceas, según declara Josefo en las Antigüedades, «prometieron que no dejarían de hacerlo», pero en cuanto el rey murió, «-antes de que el ejército se enterara de su muerte, Salomé con su marido se adelantó a poner en libertad a los prisioneros, a quienes Herodes había ordenado matar, diciendo que el Rey había cambiado de idea y envía nuevamente a cada cual a su casa» (Guerra, 1, 33, 8 = Antigüedades, XVII, 8, 2).

No es fácil ensamblar este gesto de rencorosa crueldad, pura satisfacción del resentimiento del usurpador impopular, con la biografía de Herodes como déspota ilustrado; por eso la historiografía moderna se desembaraza bonitamente de él como de una leyenda maligna que había " En Antigüedades, XVII, 6, S Josefo agrega: «y resultó un gran número, pues se había citado a todo el pueblo, y todos obedecieron al edicto, pues había pena de muerte para los que descuidaran las órdenes•.

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surgido de que el rey «poco antes de morir convocó una asamblea nacional, probablemente para comunicarle sus disposiciones para la sucesión, que fue disuelta sin explicación por Salomé y Alejas» (Jones, obra cit., p. 155). Es indudable que la leyenda agrandó muy pronto la sombría figura del rey; casos como el de la profanación del sepulcro de David, y sobre todo el de _los Inocentes, son bien claros ejemplos; y aun en ellos es siempre reconocible un elemento de verdad. Pero en el caso presente nada se sabe en pro ni en contra de la veracidad del relato, y, ciertamente, no se lo puede rechazar porque esté en desacuerdo con elementales reglas de humanidad que, es harto sabido, no inquietaban a Herodes, y menos todavía en sus últimos momentos. En las Antigüedades (XVII, 6, 6) Josefo comenta, escandalizado: «Podrá conocer cualquiera cuál era el ánimo de este hombre, aun aquel que apruebe sus acciones anteriores. pensando que por proteger su propia vida cometió aquellos hechos contra su propia familia, condenará sus últimas órdenes, ajenas de toda humanidad, ya que, al partirse de esta vida, tuvo cuidado de dejar al pueblo afligido y desolado de sus hombres más queridos, ordenando matar a uno de cada casa, sin que hubieran cometido ningún · delito contra él y sin estar acusado de ningún otro crimen, cuando es costumbre de los que alguna pretensión de virtud tienen, cuando se encuentran en tales ocasiones [es decir, cuando están por morir], deponer su odio aun para con los que con justicia tienen por sus enemigos.»

Pero, pese al piadoso comentario de Josefo, los versos del sabio legislador de Atenas ( «No venga sin lágrimas mi muerte; ¡Ojalá al morir cause a mis amigos dolores y sollozos! 60») demuestran· que el acto de Herodes no es más que • Solón, fragmento 21. Palabras comentadas por Cicerón, Didlogos 1, 49 y vertidas en estos términos: «Mors mea ne careat lacrimis: linquamus amicis maerorem, ut celebrent funera tum aemitu•: ya asociadas por Veneps.

tusculanos,

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una morbosa exageración de un deseo hondamente arraigado en el hombre. En favor de su autenticidad milita el hecho de que si ( como se afirma) la biografía de Herodes en la Gue"a sigue fielmente el relato de Nicolao de Damasco, es dificil que el historiador cortesano incluyese un incidente que tan poco honraba a su antiguo amo. De todos modos, recordado o no por Nicolao, aquella última disposición de Herodes debía ser conocida de todos, no como rumor, sino como hecho verídico, pues de otro modo no es verosímil que Josefo lo incluyese en su primera obra, la Guerra, publicada con el beneplácito del rey Agripa 11, biznieto de Herodes, y donde, por ejemplo, nada dice de la leyenda de la profanación de la tumba de David que en las Antigüedades -obra escrita con mayor independenciada por verdadera. Quizá por lo que en fondo tiene de humano y d~ general, la última crueldad de Herodes ha herido vivamente la imaginación de poetas y novelistas. En el capítulo citado de la Silva de Pero Mejía (I, 33), el primer ejemplo de la crueldad es Herodes, de quien se citan el crimen contra los Inocentes y el crimen contra su pueblo: «Siendo cruel toda la vida, imaginó y pensó cómo lo podría ser después de su muerte; y estando ya muy al cabo, sintiéndose muy cercano a ella, mandó llamar a todos los principales de Jerusalén, y, metidos en el aposento donde él estava, los mandó prender y concertó con su hermana que, al punto que él muriese, los hiziese matar a todos. Esto no se executó después; porque Dios lo ordenó de otra manera, pero él hizo lo que en sí era. Y porque se vea su mayor maldad, es de saber que dixo antes que muriesse que avía pensado y prov[e]ído esto; porque sabía que el pueblo avía de holgarse de su muerte, porque le saliesse muy al revés, y el día de ella uviese llanto y tristeza pública en la ciudad, matando los mayores y mejores de ella.»

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BBRODBS

Para probar la intervención de la Providencia en las cosas humanas, recompensando al bueno y castigando al malo, fray Luis de Granada recuerda la muerte horrible de Herodes, justificada por sus maldades (Introducción del sfmbolo de la fe, Parte 1, cap. 36, § 11) 1: la Degollación de los Inocentes, con inclusión del propio hijo, y el atentado contra los notables del país, para el que fray Luis se limita a verter casi literalmente la página correspondiente (Guerra) del «noble historiador de los judíos»: «Ueno de furor y braveza, y como amenazando a la muerte, acabó con una maldad y crueldad increíble. Porque mandó llamar todos los varones nobles y principales de todas las ciudades y villas de Judea y encerrarlos en cierto lugar; y, llamando a su hermana Salomé con su marido Alexandro, les dixo: 'Yo sé que los judíos se han de regozijar con mi muerte; pero si vosotros queréis cumplir mi mandamiento, yo tendré mi enterramiento y exequias muy honradas con muchedumbre de hombres y mugeres que lloren. Tened a punto gente armada para que en la hora en que yo espirare, maten todos estos varones principales de Judea, que yo tengo encerrados; para que toda la provincia (aunque les pese) haga llanto en mi muerte'.•

El deseo de asegurarse llanto póstumo tiene como ejemplos en el capítulo del Maestro Venegas ( «Que el lloro templado que nace de la pía afección que da testimonio de la caridad no se veda al cristiano», Agonía del trdnsito de la muerte, VI, 6) a Solón, con su dístico popularizado a través de las Tusculanae disputationes, y a Herodes (p. 230): «que, viendo que carecía su muerte de lágrimas, no contento con la muerte de los Inocentes, mandó prender a todos los hijos de los nobles de toda Judea, y encerrólos en un lugar que se decía el Hipódromo, y llamó a su hermana Salomé e a su cuñado Alexandre, e díxoles: 'Yo sé que me quieren tan mal los judíos que celebrarán mi muerte, que ya se acerca, con fiestas, por lo qual os mando que, assí como yo muriere, mandéis degollar a todos esos

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hijos de cavalleros que tengo presos en el Hipódromo, porque sea el plancto común y sea bien llorada mi muerte'. Mas como Alexandre y Salomé soltassen a los cavalleros después de la muerte de Herodes, doblóse el gozo de los judíos, así por la muerte de tan mal tyrano como por la absolución de los cavalleros. Y donde pensó granjear magnífico aparato de muerte, dexó ocasión de convites de gran plazer a los vivos, y en el infierno hizo de su alma plato al diablo.•

Sin duda el poderoso recuerdo de los Inocentes parece que lleva a Venegas a alterar los datos del relato de Josefo ( de cuyo conocimiento directo, dada la precisión con que lo cuenta, no puede dudarse), reemplazando a los ciudadanos principales de cada ciudad por sus hijos y acercando, de este modo, la crueldad menos conocida a la más vulgar. En fin, en la ya citada biografía de Herodes que recita Tádea en el auto de Lope La vuelta de Egi,pto, ése es el incidente que más espacio ocupa: «Creyó que avía de dar su muerte gran regozijo, y para que no le diesse, encerró los hombres ricos de Judea en su palacio, y ordenó el bárbaro impío a su hermana Salomé que, en expirando, los filos passassen sus cuellos todos, porque, tocando a sus hijos o mugeres el dolor de sus padres o maridos, no uviera en Jerusalén fiestas; pero el cielo quiso que, en muriendo, les dio a todos libertad. -Piadoso indicio del valor de una matrona.»

Gabriel Miró, que hace participar a Blisama en la rebeldía contra el águila romana, también le incluye entre los

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HERODES

notables encarcelados por capricho del rey: segundo incidente que acaba por desencantar al justo de la vida de acción (Figuras de la pasión del Señor): hallándose en su tierra de Jericó... fue Elisama puesto en prisión por los guardias del Rey. -El Rey aborrecido estaba en su quinta Cypros ... y allí agonizaba, ex• halando en vida el hedor de la muerte, en medio de los aromas de la tierra y del júbilo de todas las criaturas. -Y Herodes lloraba. Adivinó que sus gentes se holgarían de su muerte. Y ya, más que vivir, codició las lágrimas de los felices. Y mandó prender a los primogénitos de la Judea de más limpia prosapia, y que fuesen crucificados, cuando él expirase, y,ara que el llanto de Israel le acompañara al sepulcro. No se cumplió su postrema felicidad y otra vez quedó libre Elisama, el hombre bueno.» «Y

Dos notas introduce Miró que son en contradicción con el relato de Josefo y que, por eso mismo, revelan la actitud con que a él se acerca Miró: la frase «los primogénitos de la Judea», de corte bíblico y puramente decorativa, ya que Josefo sólo seftala la alta condición social de los convocados por Herodes; y el suplicio de la crucifixión, para encarecer aún más la horrible crueldad del moribundo, en lugar de matarlos a· flechazos, como indica Herodes en las Antigüedades, única de las dos versiones que le hace señalar el gé. nero de muerte. Así, pues, si para Pero Mejía, fray Luis de Granada y el Maestro Venegas el legado de Herodes es un ejemplo de crueldad que se presta a visible moralización y para Lope es, más que nada, ocasión para que se revele la conducta enérgica y compasiva de una mujer, para Miró, particularmente prendado en esta primera obra suya de lo plástico y subyugado por el hechizo de las palabras, constituye. con el caso del águila de oro, dos movidas anécdotas que -oportunamente realzadas con toques más pintorescos y efectistas- representan la juventud turbulenta de una de las graves figuras seniles de la Pasión.

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COMENTARIOS

AL CAPITUW

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• «Tristan L'Hermite, La Mariane, vv. 111-126: atroz visión de Aristóbulo, con el hermoso cuerpo deformado por el agua --evidente recuerdo del joven Polidoro, en H écuba-. Lion Feuchtwanger [probablemente en su novela histórica Der jüdische Krieg, Berlín, 1932]: el hijo adolescente de Josefo se "cae" al mar, por orden de Domiciano, desde la nave en que cumple un mensaje del propio Domiciano. El entierro es suntuoso.» [Una ficha de la autora inserta en esta página del borrador identifica la fuente aludida: «Carta moral e instructiva de don Francisco de Quevedo, escrita desde S. Marcos de León a su amigo Adán de la Parra, pintándole por horas su prisión, y la vid.a que en ellas hacía.» Empieza así: «Amigo y dueño: Como es cierto que ningún enfermo llama al médico para que le hable ... ».] b

[De ciertas notas n1arginales de la autora se infiere que ella se .proponía elaborar esta sección del capítulo. Remite a otra parte -todavía inédita-. de su manuscrito, en particular a tres pasajes de los primeros capítulos. En el primer pasaje, polemizando con Wilamowitz-Mollendorff, observaba: «Está de más recordar que el Herodes que demuestra entusiasmo tan férvido (aunque versátil) por la historia, Ja filosofía y la elocuencia es el sanguinario usurpador que asesinó a su benefactor Hircano, a su mujer Mariamne, a sus cuñados José y Aristóbulo, a sus hijos Antípatro, Alejandro y Aristóbulo, y a quien el Evangelio atribuye la Degollación de los Inocentes.» El segundo pasaje encierra otro ataque contra Wilamowitz como autor del capítulo sobre la literatura griega en la conocida obra de síntesis y divulgación Die Kultur der Gegenwart, Leipzig, 1924, pp. 246 y s.: esta vez se trata de la controvertida prioridad de Josefo frente a Nicolao de Damasco. El tercer pasaje recuenta, desde otro punto de vista, varios episodios· de los amores e

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HERODES

y riñas de Herodes y Mariamne. Nótese la observación siguiente: «La madre y hermana de Herodes habían acusado a Mariamne de enviar su retrato a Marco Antonio (Guerra, I, 22, 3). Según Antigüedades, xv, 2, 6, Alejandra, a persuasión de Delio, amigo de Antonio, manda a éste los retratos de sus hijos, Mariamne y Aristóbulo.» [Bn el manuscrito de este capítulo particular, la autora recurre a la forma Josefa indistintamente para designar al historiador tan controvertido, que es el verdadero p~ tagonista de su libro, y a ciertos personajes de la narrativa (el tesorero del rey, etc.). Pero en otras partes de su magnum opus, al referirse a estos mismos episodios, ella distingue felizmente a Josefa (historiador) de José (mero personaje de su historia). Para facilitar la comprensión he adoptado este distingo -a mi modo de ver, oportuno y enteramente justificado-. También he generalizado la forma Octaviano, en merma de las variantes Otaviano y Otavio, a que la autora acudía de vez en cuando.] d

«La tragedia de Hebbel,. de todo el contenido que ofrecen las páginas de Josefo destaca ante todo, me parece, el conflicto moral básico de la convivencia humana. Herodes, en su egoísmo arrogante, extiende su personalidad más allá de sí mismo (no admite el otro, como diría Juan de Mairena), no tolera otra personalidad que la suya; los· demás son cosas queridas u odiadas, instrumentos útiles o inútiles. Creo que esta interpretación puede apoyarse en varios versos con que Mariamne puntúa la acción: "Das kann man tun [morir, muerto Herodes], erleiden kann man's nicht" (I. 4): «lch war ihm num ein Ding und weiter nichtsl» (11, 6); «Ob ihm sein Weib ins Grab freiwillig folgt, / Ob sie des Henkers Hand hinunterstosst / - Ihm gleich, wenn sie nur wirklich stirbt» (111, 2). En cambio, no parece que Hebbel haya pensado en igual plano eH representar el conflicto de los sexos o del amor, testigo el caso de Soemo, quien traiciona deliberadamente a Herodes cuando ve que éste le emplea no como persona, e

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MAR1A ROSA LIDA DB MALDBL

sino como instrumento de suplicio. Y éste tambi6n es el sentido del s1mbolo ¡demasiado claro! del hombre-reloj Artajerjes, que de puro mecánico francamente pertenece más a Al.ice in Wonderland que a una tragedia, por más que Hebbel se esfuerce en hacerle trágico, poniéndole en compañía de los hombres-antorchas, invención neroniana, pero no para todos los días. Una cosa hay que poner en claro: ¿ tragedia de pensamiento, valor simbólico? No: recuerdo unas palabras de mi maestro Amado Alonso: el mito, que es creación viva, tiene tantos sentidos y facetas como la vida; por eso los críticos no agotarán nunca el contenido de Hamlet o del Quijote. Pero la alegoría no tiene más sentido que ese único que su autor ha disimulado bajo hojarasca más o menos elegante; es un acertijo con pretensiones, y el drama de Hebbel es una alegoría. El autor, con gusto un poco dudoso (o decididamente indudable), lo señala, cuando Mariamne, ofendida, clama a Herodes (111, 3): «Du hast in mir die Menschheit / Geschandet ... » Se confunde su aire intelectual con profundidad (DESLIZ del traductor R. M. Tenreiro), pero es lo opuesto. Lo que en Macbeth se da viviente y complejo ha quedado empobr~cido en Hebbel, reducido a cáscaras intelectuales duras de roer, pero cáscaras». 1

[Aquí se encuentran intercaladas varias fichas y pape·1etas en el cuaderno que encierra el borrador del texto que publicamos]: · {a,) Una especie de sinopsis de la monografía de Edna Purdie, con particular atención a los diarios de Hebbel (1846-1847). Achaca a la estudiosa inglesa un exceso de ingenuidad; por ejemplo, después de resumir su dictamen (p. 167): «De todas las tragedias de Hebbel, ésta es la más moderna, por su concepción psicológica de la oposición de los sexos», agrega: «Me parece un disparate; Soemo prueba que la oposición de los sexos no es esencial.» Siguen dos comeQtarios sueltos: «Delio, que en las Antigüedades se encarga de llevar a Antonio los dos retratos, es también el que, según Plutarco, Antonio, acerca Cleopatra al triunviro»

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HERODES

y «El conde August von Platen tiene muchas muestras de admiración al teatro español». (~) Una fichita con el siguiente reparo: «Me dice Juan Probst [un compañero de estudios y futuro catedrático] que en el diario en que Hebbel anota cuidadosamente lecturas y fuentes -muy honradamenteno menciona para nada a Calderón.• (y) Diez páginas de notas y comentarios a la comedia juvenil The Duke of Milan (1623), de Philip Massinger, que leyó en la edición siguiente (parece que le prestó el tomo Pedro Henríquez Ureña): «Edited, with an Introduction and Notes, by Arthur Symons. The Mermaid Series. London: T. Fisher Unwin, & New York: Charles Scribner's Sons.• No cabe la menor duda de que la autora proyectaba dedicar un subcapítulo a esta obra clásica del teatro inglés y de que la impresionó favorablemente el anáJisis de Symons. Así, a propósito de las pp. xix-xxii de la Introducción, observa: «Excelente caracterización de los personajes. Massinger los ve por fuera; Symons observa agudamente que santos y villanos hablan de 'my lust' y 'my virtue' como de objetos separados que se traen a cuestas. Massinger pinta los actos -consecuencias truculentas-, no los dramáticos procesos interiores. Los caracteres no· evolucionan, sino cambian bruscamente: el que es villano al final no lo era al principio, y nada insinuaba que lo fuese. No hay necesidad. ni causalidad, ni coherencia. Y un gran prosaísmo de lengua ... No hay identificación, vitalidad de Shakespeare o Lope.» «Massinger traslada a Josefo al siglo XVI; Marco Antonio se transforma en Francisco I y Octaviano en Carlos V; atribuye a la mujer de Ludovico Sforza la belleza, el orgullo y el desdén de Mariamne, históricamente injustificado. Otro recuerdo: la hermana del duque (= Salomé) se llama Manana.»

• «Inocentes: [así se titula] un drama latino de Heinsio, citado por Comeille en el prólogo de Polyeucte-; misterio de. Margarita de Navarra.»

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IIAll:tA ROSA LIDA DB lüLUBL

«Josefo era enemigo de imágenes, a diferencia de Filón y [de la tradición· del] Dura Europos; cf. Erwin R. Goodenough, By Light, Light/ The Mystic Gospel of Hellenistic Juda.ism, New ·eaven & London, 1935, p. 257.» b

«Se podrfa apretar la· conexión entre Pero Mejía y fray Luis. de Granada: también fray Luis piensa subrayar la crueldad de Herodes, pues ello justificará su horrible muerte y probará por el castigo del malvado la existencia de la Providencia.» 1

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EDIFICACION

A. EL

RELATO DB JOSBPO COMO PUNTO DE PARTIDA

Con perfecto ajuste -a la clásica caracterización del tirano en la Política de Aristóteles, el gobierno de Herodes esquilmaba a sus súbditos para subvenir a dos gastos consabidos: la fuerte guardia personal (compuesta de tracios, galos y germanos) y las obras públicas, que en ningún otro momento llegaron a tan inusitado número de importancia, y que no dejaban al pueblo ocio para reunirse ni hacer nada (Antigüedades, xv, 10, 4)•. Estas obras comprenden establecimiento de colonias mi• litares y urbanas, fundación de ciudades, reparación y mejoras de ciudades antiguas, erección de varias fortalezas (algunas prisiones de sombría fama, como la llamada Hirc.ania: Antigüedades, loe. cit.), residencias reales, teatros, hipódromos, anfiteatros, circo, gimnasios, pórticos, muros, calles, acueductos, obras de riego, obras portuarias b. Todo este afán por materializar en forma visible y duradera el poderío del rey tenía por resultado enajenarle cada vez más el ánimo de sus súbditos. En efecto: las obras de riego del Herodio, la explotación agrícola de Fasaelis, la construcción del puerto de Cesarea, acarreaban ingentes ingresos al rey, que, insaciablemente encerrado en el círculo vicioso de su costosa munificencia, los invertía para beneficiar con nuevas edificaciones las ciudades no judfas de Siria,

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MAIÚA ROSA LIDA DE MALKIEL

a las que halagaban los anfiteatros, gimnasios y estatuas que ofendían a los súbditos judíos de Herodes. Muy ingeniosamente suponen algunos historiadores que las suntuosas obras que Herodes levantaba -de preferencia en las ciudades extranjerastenían por fin captar la buena voluntad de la población para con los judíos residentes en ellas, los cuales, por sus convicciones religiosas, no contribuían a la mayoría de las actividades de la ciudad por estar relacionadas con el culto. Lo extraño es que en la Guerra, donde la presentación de Herodes es decididamente favorable, Josefo no diga palabra de tales ·desvelos de Herodes por sus súbditos de la diáspora, mientras en la otra obra, escrita con mayor independencia de la dinastía de Herodes 1, expone su juicio, que debió de ser ampliamente compartido en toda Judea (Antigüedades, XVI, 5, 4) e: «Causa maravilla a los extraños la diversidad de conducta propia de su carácter. Pues cuando contemplamos los ambiciosos beneficios que dispensó a todos los hombres, nadie puede dejar de confesar -ni aun el que menos quiera honrarle- que fue de natural singularmente benéfico. Pero si alguien mira los suplicios y delitos que cometió contra sus súbditos y contra· las personas más allegadas a él, y advierta lo duro e inexorable de su carácter, se verá obligado a juzgarle feroz y ajeno a toda mesura. De donde se cree que su voluntad era diversa y en conflicto dentro de él mismo. Pero, yo que no pienso así, concibo que la causa de esta dualidad era una sola. En efecto, siendo ambicioso y totalmente dominado por esta pasión, era llevado a hacer grandes obras, por si redundaba en recordación · para el futuro o en buena fama para el presente. 1

La profesión de fe se lee a continuación de los reproches dirigidos a Nicolao por alterar la verdad en favor de su patrono (Antigüedades, XVI, 7, 1), calumniando la memoria de Mariamne y de sus hijos: cPero nosotros, que en linaje somos próximos al de los reyes Macabeos y por eso poseemos el honor del sacerdocio, pensamos que no es decoroso mentir para favorecerles, y exponemos sus hechos pura y exactamente, reverenciando a muchos descendientes de aquél que todavía reinan, pero respetando más que a ellos a la verdad, aunque al proceder asf con razón, sucedió que incurriéramos en su cólera».

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HERODES

Al hacer gastos más allá de su poder, estaba obligado a ser duro con sus súbditos, ya que lo mucho que gastaba para otros le hacía administrador de aquellos de quienes tomaba. Y como tenía conciencia de que a causa de lo que cometía contra sus súbditos era aborrecido por ellos, no creía cosa fácil enderezar sus culpas, ni tampoco era provechoso para sus finanzas; se esforzaba en sentido contrario, convirtiendo la misma mala voluntad en punto de partida de su opulencia. Pues, en cuanto a sus -familiares, si alguien no le.agasajaba de palabra, confesándose por esclavo suyo, y si le parecía que maquinaba algo contra su autoridad, no era capaz de dominarse, y pasaba a una a parientes y amigos, persiguiéndoles como a enemigos, cargándose con tales culpas por el deseo de ser el único en recibir honores. Testimonio de esta pasión, que era en él grandísima, sean los honores que tributó a César, a Agripa y demás amigos. Pues exigía que se le rindiesen los mismos honores que él rendía a sus superiores, y demostraba codiciar lo mejor de lo que él mismo creía ofrecer. Pero el pueblo judío es ajeno por su ley a todos estos procederes, y está acostumbrado a amar la justicia antes .que la gloria. Por lo cual no le era grato a Herodes, pues no podía adular la ambición del rey con estatuas, templos y otras tales usanzas. asta me parece la causa de las culpas de Herodes para sus familiares y consejeros y de sus beneficios para con los extraños y que en nada le tocaban.»

Aparte la exacción sistemática que implicaban las obras

públicas del rey, los móviles de su política ostensiblemente dedicada a convencer a Augusto de su fidelidad al Imperio y de su celo por difundir la civilización grec9rromana, obligación exigida de todo rey cliente, debían de herir aún más hondamente a su pueblo. La imposición de nombres .como Cesarea, Sebaste, Agripias a viejas ciudades palestinas (fuera de las nombradas por los miembros de la familia idumea del Rey), la erección de un templo a Roma y a Augusto en la primera, a Augusto en la segunda y en Panio 2, junto a Herodes mismo sintió la necesidad de dar aJauna satisfacción por su celo en promover cultos idólatras, paradójico en un rey judío. 2

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MARfA ROSA LIDA DE MALKIBL

las fuentes del Jordán, así como la de un anfiteatro en Jerusalén, forzosamente hacían recrudecer tanto el odio contra el intruso que todo intento pacífico de helenización quedaba por eso mismo invalidado. La ineficacia de sus métodos de helenizar a Judea, donde el helenismo había hecho tantos avances cuando no había coacción alguna (antes de Antioco Epffanes), se pone de relieve en el relato que ha dejado Josefo de la inauguración del anfiteatro erigido en Jerusalén para celebrar los juegos quinquenales que el mismo Herodes había instituido en honor de Augusto (Antigüedades, xv, 8, 1): « Primero instituyó a César un certamen gímnico quinquenal, edificó en .Jerusalén un teatro y en el llano un grandfsimo anfiteatro, admirables ambos por su suntuosidad, pero ajenos a las costumbres judías, pues no son tradicionales entre ellos tal práctica ni la ostentación de tales espectáculos. No obstante, Herodes celebró con el mayor brillo la festividad quinquenal ... También estaban preparadas fieras, muchísimos leones que se le habían traído y todos los que tienen fuerzas extraordinarias y son escasos en la naturaleza, y se cuidaba de que se trabasen a luchar entre sí, o combatiesen con hombres condenados. Los extranjeros sentían a la vez estupor ante el gasto y placer por los peligros del espectáculo; pero para los nativos era evidente destrucción de las costumbres veneradas entre ellos: pues era manifiestamente impiedad lanzar hombres a las fieras para regocijo de los espectadores; impiedad, por usanzas extranjeras cambiar las leyes ... »

El descontento llegó al punto de que diez conjurados se propusieron asesinar a Herodes en su teatro. Sorprendidos Asf cuenta

Josefo después de menudear el espléndido templo de Augusto en Panio (xv, 10, 4): «Entonces remitió a los de su reino la tercera parte del tributo, so pretexto de que se repusiesen de la esterilidad de la tierra, pero más para conciliarlos, pues le eran hostiles. Pues llevaban a mal la ejecución de tales trabajos, como que con ellos pereda la religión y se deshacían las costumbres, y estaba en boca de todo el pueblo, siempre irritado y · revuelto». Cf. XV, 9, s.

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con las armas en la mano por una delación, confesaron su intento y murieron entre horribles torturas; la muchedumbre despedazó en la calle al delator y arrojó sus restos a los perros, lo que motivó nuevas represalias de Herodes, quien, para obtener indicios, torturó a varias mujeres y ejecutó a los autores de la muerte del delator con todas sus familias (Antigüedades, xv, 8, 3-4). Es claro que no era el teatro ni los juegos circenses en sf lo que excitaba a tal punto a los judíos contra Herodes. Filón no recata su asistencia a espectáculos de tal clase, y aunque en muchos puntos los judíos de Palestina fueran más tradicionalistas que los de Alejandría, la conducta observada afios más tarde con Agripa I indica que no era precisamente la festividad, sino la intención y conducta del gobernante que la ofrecía lo que entraba en juicio. Pues luego de contrastar con el proceder del viejo Herodes, que no ocultaba su preferencia por las ciudades gentiles, la bondad y piedad de su nieto para con los suyos, Josefo continúa relatando, con el mismo tono encomiástico, los magnífico, juegos con que inauguró el anfiteatro (verdad que no en Jerusalén, sino en la colonia romana de Berito), haciendo luchar entre sí dos cohortes de setecientos condenados cada una, para que murieran unos a manos de los otros y el trabajo de la guerra se convirtiera en regocijo de la paz (XIX, 4, S). No era, pues, que la helenización militase contra la popularidad de Herodes, sino que su impopularidad hacía imposible lo que Agripa -más hábil- halló hacedero. En fin, lo que más exactamente mide el odio profundo que inss Después de muchos aiios de vivir en Roma, Josefo no disimula su extrafieza ante la pasión de los romanos por estos juegos (An-

ti,uedades, x1x, l, 4): «Entretanto se celebraban juegos circenses, espectáculo que interesa extraordinariamente a los romanos, que concurren con afán al Circo». 4 Bien subrayado en Los pastoru de Bel.én, p. 189: «Vive aborrecido como tyrano, por ser tan sanpiento, sin que el aver reedificado el santo Templo de Salomón y otras ruinas de Jerusalén haya sido ,>arte a encµbrir tan feas y estupendas muertes•.

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piró su mando es que no lo mermó en nada ni siquiera haber dotado Herodes a Jerusal~n de lo que constituyó s11 mayor orgullo: el Tercer Templo.

B. EL

TESTIMONIO DE LA LITERATURA BSPAROLA DESDE LA EDAD MEDIA HASTA GABRIEL MIRÓ

. La huella de los trabajos monumentales

de Herodes en la literatura espafiola es de dos tipos diversos. Para la medieval y la moderna es simplemente dato erudito, más o menos exacto y explícito. Alfonso el Sabio recuerda sus esfuerzos como poblador de ciudades en el capítulo 145 de la Crónica general: «E pobló Herodes la Torre de Stratón, et por onra del César púsol nombre Cesarea, et fizo muchas otras obras maravillosas en las cibdades de Siria que teni~.•

Una mención aparte le merece la reconstrucción de la antigua capital samaritana (cap. 142): «E aquell anno pobló Herodes a Samaria que era destrofda, et en onra de Augusto llamóla Augusta Sebastia.• Esta obra, que constituía una verdadera agresión contra Jude~ -pues además de favorecer abiertamente a la vieja rival de Jerusalén, Herodes la construyó como una fortaleza para dominar todo el país, papel que desempeiió eficazmente en lo sucesivo -aparece también recordada en el episodio de El Victorial (cap. IV) que deriva de Geoffrey de Monmouth. En efecto, Dorotea, lamentada hija de Menelao y Helena, acoge cumplidamente a su padre en «la ~ivdad de Sabaste», y recibe de él el título de «tietrarca», asociándose así la dignidad que obtuvo Herodes antes de ser rey con la de su más importante obra urbana. Bruto, antepasado de Jos bretones, junta la hueste del rey Néstor, hijo rebelado de Menelao, y toma la ciudad; recibe carta de la «tietrarca• Dorotea y le propone a ella casamiento, con lo que la bija

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de Menelao queda en pacífica posesión de Sabaste ( también: Sabastea, Sabastán, Sabasten) 5• De distinto carácter es una mención de las obras de Herodes en La pi.cara Justina (B~ A. E., Novelas posteriores a Cervantes, t. 11, p. 101a): « Yo

entré por mi León por la puente que llaman del Castro, que es una gentil antigualla de guijarro pelado, mal hecha, pero bien alabada; porque los leoneses la han bautizado por una de las cinco maravillas; casi yo tenía creydo que era semejante a la segoviana ... , o Trajano el que hizo la de Alcántara ... , o como la que hizo de media legua de largo Herodes, el que reedificó el Templo.»

Parece que López de 1.)beda, de entre las varias obras de canalización e irrigación realizadas por Herodes (por ejemplo, el acueducto en Laodicea del Mar, sólo mencionado en Guerra, 1, 21, 11), tiene presente el acueducto construido para surtir de agua a la fortaleza llamada Herodio, que levantó sobre un monte a sesenta estadios de Jerusalén: «Desde lejos, con inmenso gasto, trajo cantidad de agua, dividiendo la subida en doscientas gradas de mármol blanquísimo» (Guerra, 1, ·21, 10) d. Aquí no estamos sencillamente ante un dato histórico, como en la Crónica general, ni ante un resabio erudito, como El Victorial: lo que atrae la mención del acueducto de Herodes, junto con el de Segovia y el de Alcántara, es un encarecimiento y no una información. Lo curioso ·es que, junto a la admiración suscitada por los dos maravillosos acueductos españoles, tiene su lugar el construido por Herodes, cuya realidad se reduce a la descripción de Josefo 6• s Pero Mejía, Süva, p. 420b (=IV, 15): «Todos los historiadores afirman que nunca la ciudad de Jerusalén estuvo tan rica, ni tan adornada de muros, fortalezas, ni edificios, como en tiempo deste Rey; de los quales él edificó muchos». • Fray Luis de Granada, para encarecer el castigo divino, describe la belleza de las torres de Jerusalén (lntroducci6n ..., IV, 16 =Obras XII, 152) y agre1a en testimonio · 1as palabras de Marcos, XIII sobre

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IIAIÚA ROSA LIDA DE IIALDBL

Pero la utilización pintoresca de las detalladas descripciones de Josefo, que permiten evocar la arquitectura de Herodes con precisión plástica, pertenece a una obra de nuestros días. Sólo el romanticismo con su nuevo interés por el color local, por el paisaje ( o sea, con su subrayar lo individual, lo diferencial y no lo universal humano, propio del arte clásico), y aparte lo decorativo, su interés por el pueblo como conjunto y por la cultura material como su obra en el fondo humano colectivo del drama histórico, permite la aparición de una novela a lo Salammbo y a lo Hérodias, que sirven de modelo para este arte frágil y delicado cuyo fin es dar una presentación vívida a una colección de museo, penosamente acumulada. En español este arte tiene un lenguaje especial: deliberadamente rehusa la designación exacta y casera de Flaubert y trae a la prosa el enriquecimiento y la intención decorativa del movimiento poético conocido por modernismo. Las Figuras de la Pasión del Señor, de Gabriel Miró, pese a su barniz erudito lamentablemente tenue 7, pese a no la obra del Templo. -Fernén Pérez de Guzmán, Mar de historias, capítulo XXXVII, p. S10, dentro del esquema e ¿Adó... ?», recuerda lejanamente el oro y m,rmol del Tercer Templo. 7 Sirvan de ejemplo sus muestras de hebreo en traje francés (Koufieh, Jeschoua., Skourim, Djauldn, Hillel, Kaifds, Zaclcay - su accidentado y continuo escapar de acreedores y perseguir a prestamistas. Calla también la acogida benévola de Tiberio y su cambio de actitud al día siguiente, cuando un despacho de sus administradores en Siria le enteró de que Agripa debía una suma considerable al fisco y, al intimársele el pago, había burlado la vigilancia del destacamento que había venido a prenderle y escapado de noche a Alejandría. Calla también cómo Agripa allana esta deuda con su método usual: un nuevo empréstito (proporcionado por- su protectora Antonia), al que a su vez satisface con otro empréstito mayor. La censura decorosa de Alfonso el Sabio procede más activamente aún en el capítulo siguiente: «A los veyllt et tres annos en que se cumplieron sietecientos et ochaenta et ocho de la puebla de Roma, quando andava la era en setaenta et seys, e ell anno de Nuestro Sennor en treyDta y ocho, e el regno de Herodes Thetrarca en veynt et tres, avino assí, que ell emperador Tiberio, por la ~nna que avié a Herodes Agripa por que no querié aguardar a Tiberio so nieto, fizo lo prender et Este nombre que, a difencia de sus antecesores, Agripa evitó, para disociarse del recuerdo del odiado idumeo, se había convertido para el pueblo en nombre dinástico, pues es el único que le da San Lucas en los Hechos, xn. 12

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echar en grandes cadenas; e estando allí preso, fazi~l el carcelero muchas onras porque era amigo de Gayo»•.

Estas lineas resumen de modo bastante escatimoso uno de los capítulos narrativos más felices de Josefo (Antigüedades, XVIII, 6, 5):

«Avanzaba en gran manera la amistad entre Gayo y Apipa. Una vez, yendo [los dos] en coche, la conversación recayó en Tiberio y, como estaban a solas, Apipa se puso a rogar que cuanto antes saliera del poder Tiberio y cediese a Gayo, que era en todo más digno. Oyó estas palabras Entico, que era liberto y cochero de Agripa, y por el momento las confió al silencio. Pero, acusado por Agripa de haberle hurtado unas ropas (y en verdad las había hurtado), huyó y, al ser prendido y conducido ante Pisón, que era prefecto de la urbe, como se le preguntara la causa de la fuga, dijo que tenía que comunicar al César un secreto que importaba a su ridad. Pisón, pues, le encadenó y le envió a Cápreas, y Tiberio, según su costumbre, le tuvo encadenado, pues se había hecho tardo como el que más, entre reyes y tiranos ... [6]. Por eso, pues, Entico no logró audiencia y continuaba encadenado. Al cabo de un tiempo, Tiberio pasó de Cápreas a Tusculano, a unos cien estadios de Roma: Apipa pidió entonces a Antonia que consiguiera que Entico tuviese su audiencia acerca de los cargos de que había hecho la acusación contra él. Tiberio tenía la mayor estima por Antonia, tanto a causa del parentesco -pues era mujer de su hermano Druso- como por su virtud de honestidad, pues, siendo joven, había permanecido viuda, renunciando a nuevas bodas, aunque Augusto la había exhortado a que se casara con alguien, y conservó su vida libre de rep~ ches. Y en particular había rendido un grandísimo beneficio a Tiberio, pues, armándose contra él una gran conspiración por Seyano, amigo de su marido y el hombre más poderoso de su tiempo, porque tenía el mando de las tropas, y la mayor parte del Senado y de los libertos se le habían unido y el ej~rcito estaba corrompido, y la conjuración avanzaba no poco y quim Seyano hubien

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cumplido su intento, si ADtonia no hubiera empleado audacia más sabia que la astucia de Seyano. Pues así que se enteró de lo que se tramaba contra Tiberio, se lo escribió cuidadosamente todo, entregó la carta a Palas, el más fiel de sus esclavos, y le envió a Tiberio, que estaba en Cápreas. Tiberio, enterado, dio muerte a Seyano y a sus cómplices, y a Antonia, a quien ya antes tenía en estima, la tuvo en más y confiaba en ella para todo. Rogado, pues, por Antonia que eTaminara a Bntico, Tiberio respondió: 'Si hubiera fingido que Apipa dijo esas palabras, Bntico recibe suficiente castigo -la [ ¿prisión indefinida?] que le he fijado. Pero si al interrogarle [a Entico] resultare verdad lo que dijo [Apipa], cuide de que, deseando castigar a su liberto, no se atraiga sobre sí la justicia'. Cuando Antonia le contó esto, Apipa insistió mucho más, pidiendo que se examinara el asunto. Y Antonia, como Apipa no dejaba de rogarla con empeño en esto, se valió de esta ocasión: Tiberio era llevado recostado en una litera, y le precedían Gayo, nieto de ella, y Agripa. Acababan de comer y, caminando junto a la litera, le rogó que llamara a Entico y le examinara. Tiberio respondió: 'Sepan los dioses, Antonia, que no por mi parecer, sino obligado por tu ruego, haré lo que baga'. Diciendo esto, ordenó a Macrón, que era el sucesor de Seyano, que trajese a Entico, el cual compareció sin ninguna dilación. Tiberio le preguntó qué podía decir contra el hombre que le había concedido la libertad, y él contestó: 'Señor, paseaban en coche Gayo aquí presente, y con él Agripa, su amigo, estaba sentado a sus pies. Y despu~ de cambiadas muchas palabras, Agripa dijo a Gayo: 'Ojalá llegase alguna vez el día en que se muera este viejo y te designe soberano del mundo -pues Tiberio su nieto no nos estorbará para nada y morirá a tus manos. Bl mundo será más feliz, y yo con él'. Tiberio juzgó que lo dicho merecía crédito y, a la vez recordando su antiguo enojo con Apipa (porque, mandéndole él atender a Tiberio [Gemelo] que era su ~eto, hijo de Druso, Apipa no le guardó reverencia y, desobedeciendo a su orden, se pasó todo a Gayo), le dijo a Macrón: 'Prende a este hombre'. Macrón, en parte no compren-

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diendo claramente a quimi había mandado [prender], en parte no esperando que decidiera nada semejante sobre Agripa, aguardaba para certificarse de lo que le había dicho. Pero luego que el César, rodeando el patio, cogió a Agripa de pie, dijo: 'Pues, Macrón, dije que le prendieras'. Y preguntando éste a quién, pues, contestó: 'A Agripa, a fe'. Y Agripa comenzó a suplicarle y le recordó a su hijo con el que se había educado y a Tiberio [su nieto] a quien había dirigido. Pero no consiguió nada, y se lo llevaron atado [así como estaba], vestido de púrpura. Hacía entonces terrible calor, y como no había habido mucho vino en la comida, le abrasaba la sed, estaba angustiado y se afligía más de la cuenta. Viendo, pues, a uno de los esclavos de Gayo, de nombre Taumasto, que llevaba agua en un vaso, le pidió de -beber. Y como éste se lo tendiera de buen grado, bebió y dijo: 'Mozo, este servicio redundará en tu provecho, si me libro de estas cadenás no tardaré en conseguir de Gayo tu libertad, pues, estando yo encadenado, no dejaste de servirme, como si conservase la dignidad de antes'. Y no mintió diciendo esto, sino que se lo retribuyó más tarde, cuando logró el reino, con todo empeño recibió a Taumasto de Gayo que había sido hecho emperador, y le manumitió y constituyó en mayordomo de sus bienes. Al morir lo dejó a su hijo Agripa y a su hija Berenice, para que les sirviese en el mismo cargo. Y murió viejo en esta dignidad. l>ero esto sucedió después t. [7] Entonces Agripa, atado, estaba de pie delante del palacio, entre muchos otros que estaban encadenados, reclinado en cierto árbol, descorazonado, y una ave se posó sobre el árbol en el que estaba apoyado Agripa. A esta ave llaman los romanos buba. Un germano de entre los prendidos le vio y preguntó al soldado quién era el que estaba vestido de púrpura; y enterándose de que su nombre era Agripa, judío de raza y de los más ilustres de allá, pidió al soldado que le vigilaba [lit.: que estaba atado con él] que se acercaran para hablarle, pues deseaba hacerle unas preguntas sobre las costumbres de sus mayores. Y concedido esto, luego que estuvo cerca, le dijo mediante el intérprete: 'Joven, te aflige lo repentino del cambio, que te ha traído tan grande y terrible infortunio,

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y no creerás en mis palabras que te explicarán el propósito divino en cuanto a huir de la presente desgracia. Pero sabe -y lo juro por mis dioses patrios y los de esta tierra que nos condenaron a estos hierros- lo diré todo, hablando de tu caso no por placer de charlar, ni empeñado en que tengas buen ánimo vanamente. Pues en semejantes casos las predicciones, al quedarse atrás el que las hizo, traen en realidad más terrible pesadumbre que si no se hubiera oído nada. Pero, por lo que a mi toca, aun exponiéndome a peligro, he creído justo declararte la predicción de los dioses. Es imposible que no tengas fácilmente libertad de estas cadenas y que no avances a la cumbre del honor y poder, llegando a ser envidiable a todos los que ahora tienen lástima de tus fortunas. Tu fin será dichoso, y dejarás tus riquezas a los hijos que tuvieres. Pero recuerda, cuando veas nuevamente esta ave, que tu fin llegará en cinco días. Esto se cumplirá como lo indica la Divinidad que te ha enviado esta ave Juzgué injusto privarte de la comprensión de estas cosas que he tenido por adivinación para que, sabedor de la felicidad venidera, tengas en poco la aflicción del presente. Y cuando la felicidad llegue a tus manos, acuérdate de mí, para que yo también escape del infortunio en que por ahora estoy contigo'. Así habló el germano, y por entonces hizo reír a Agripa, pero resultó digno de admiración por lo que sucedió después. Antonia se llenó de pesar por la desgracia de Agripa, pero veía que era algo dificil hablar con Tiberio sobre él; además, no tendría resultado. Pero recabó para él de Macrón que los soldados que habían de custodiarle fueran hombres considerados y que el centurión que les man. dase y que había de vigilarle, que le permitiese ir todos los días a los baños y visitar a libertos y amigos, y comidiese otras comodidades materiales. Le visitaban su amigo Silas y, de sus libertos, Marsias y Estequeo, trayéndole las comidas que le agradaban y además, con todo cuidado, ropas, llevándolas como para vender, y cuando venía la noche, se las acomodaban para que durmiese sobre ellas, con complicidad de los soldados, pues Macrón lo había ordenado. Y esto se him durante seis meses, y los asuntos de Agripa estaban en esto.»

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Muchos rasgos anecdóticos omite Alfonso, pero no Ja declaración del agüero, confirmada por la muerte del Rey, que a su vez se ensalza vitalmente con la historia del cristianismo: «E un dfa estava Herodes [Agripa] arrimado a un árvol verde, et posósse un bufo en somo dell árvol, et llegósse un cavallero de Grecia viejo, que yazié y preso, a Herodes, et díxol: 'No cuydes que te quiera fablar a losenja, ma.~ dezir t'e lo que me descubrieron los dioses'. Et era aquel cavallero muy sabidor d'agüero, et d1xol: 'Sepas que saldrás ayna d'aquí et serás al~ado en tan grand onra que .te avrin envidia todos tus amigos, et en aquella bienandan~ morrás e dexarás lo tuyo a tos fijos; mas quando vieres aquesta ave sobre ti otra vez, a cinco días te verná la muerte'.•

La impresionante profecía, que se cumple tan cabalmen. te como siempre se cumplen las profecías en la fantasía popular, halla cabida, no inesperadamente, dada su afición a lo anecdótico y folklórico, en el Tesoro, de Covarrubias, s. v. buho: el discurso de el buho, con que en fin es de mal ahuero, haze a.propósito lo que se escrive de Herodes Agripa, que, aviéndole mandado poner en prisión el Emperador Tiberio, estando en ella animado a un árbol, se le puso sobre él un buho, y un alemán que estava preso juntamente con él le dixo que todo lo tuviesse por buen ahuero,. que presto sería fuera de la prisión y ·en tan gran alteza que sus enemigos le tendrían embidia, pero que si, andando el tiempo, le bolviesse a ver otra vez, moriría el quinto día, como en efecto le sucedió.» .

«Para ... cerrar

A la noticia del agüero sigue en la Crónica general el relato -:--eonforme a Antigüedades, XVIII, 6, 8 y s.- de cómo Tiberio, sometiéndose a la voluntad divina, designó por sucesor a Calígula, hijo de su sobrino, con preferencia a su propio nieto; y la historia de Agripa continúa con los beneficios que recibió de Caligula, cuando· éste fue alzado por emperador (cap. 165):

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«... e

a muy pocosdfas des¡,u6s soltó de la prisión a su amigo Herodes Apipa, et diol dos sennorfos en su tierra, que fueron ell uno de Filipe, et el otro de Lis[an]ias 13, et coronólo, et enviólo por rey a su tierra muy on-

radamientre.»

2. AGRIPA Y CALIGULA Al historiar el reinado de Calígula, Alfonso -siguiendo a Josefo- cuenta en detalle la conmoción que produjo en el judaísmo la orden del Emperador de recibir · honores divinos en el templo de Jerusalén. Como es sabido, los emperadores adoptan el culto divino de su persona a· ejemplo de los reyes helenísticos quienes, a su vez (según lo prueba el escándalo provocado entre los griegos por la conducta de Alejandro), heredaban una inmemorial pr~ctica de Oriente. Como era, en suma, un medio de trabar la ligazón de la muchedumbre de pueblos que componían el Imperio, por esa misma razón Augusto y su sucesor habían eximido de esa obligación a los judíos, a cambio del sacrificio diario que oficiaba el Templo de Jerusalén por la salud del Emperador. Con el advenimiento de Calígula, cuya_ debilidad por los honores divinos no tardó en ser conocida, la facción griega u Anti,Uedades, XVIII, 6, 10: «Le cubrió la cabeza de diadema y le constituyó rey de la tetrarqufa de Filipo, regalándole adem4s la tetrarquía de Usanias•. Cf. Mariana, IV, 2: «Al tiempo que murió Tiberio, Apipa (San Lucas en los Actos de los Apóstoles le llama Herodes) se hallava, por su mandato, en prisión en Roma, a causa que en cierto convite mostró deseo que Cayo sucediese en el Imperio. [Asf, en efecto, según la breve noticia de Guerra, 11, 9, S; parece que durante.los años de su estada en Roma Josefo debió de intimar con Agiipa el Mozo y enterarse con mucho detalle de la vida de su padre. M. R. L.] Recompensóle él este amor, no sólo con sacalle de la prisión, sino con hazelle rey de lture en lugar de Filipo, su tfo, que falleció poco antes, y era Tetrarca de aquella provincia•. La tetrarquía de Filipo. comprendía, en efecto, la porción sudeste del antiguo reino de Iturea, cuya porción nordeste constituía la tetrarquía de Abilene, relida en tiempos de Cristo por Usauias-

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de Alejandría, para hostilinr a su rival judía, exigió que también ella rindiese el culto imperial, sabiendo muy bien que el gobernador romano (Aulo Avilio Flaco) no se atrevería a ponerles coto pues, como había sido de la confianm de Tiberio y de la amistad de Macrón, favorito en desgracia de Caligula, estaba naturalmente ansioso por demostrar su celo al nuevo amo. Por eso, Flaco (que se había conducjdo con moderación en vida de Tiberio) permitió y aun prestó su complicidad para los desmanes cometidos contra los judíos de Alejandría, a fin de robustecer su propia posición ante Calígula 14• Los hechos de Alejandría tuvieron eco en las ciudades griegas de Palestina. Enterado el Emperador loco de la resistencia de los judíos a tributarle honores divinos, dio orden al legado de Siria de penetrar en Jerusalén con todas sus tropas y consagrar su estatua en el Templo -de grado o por fuerza-. Sólo el azar de que el gobierno de Siria estuviese en manos de un magistrado de excepcional cordura y bumanidad, así como la arrojada intervención personal de Agripa ante Caligula salvaron el Templo de esta desecración y evitaron una guerra de resultado previsible, prolongando por treinta años la vida de Judea como nación. El relato de Josefo compendiado en la Crónica general (cap. 166) dice así: 14 Cf. Filón, Contra Flaco, Sobre la embajada a Ga,o. En la prim& ra obra (§ 12) se dice que el ¡obierno no permitió que los judíos enviaran una delegación para felicitar al Emperador en su acceso al -~

der y sólo prometió, en cambio, enviarle la carta congratulatoria que ellos le entregaron. Pero al pasar Apipa por Alejandría los notables le enteraron de que el gobierno retenía aún la carta, y el Rey se encargó de transmitir la felicitación. Es presumible que, en parte por lo menos, se deba a su influjo sobre Caligula la deposición y destierro de Flaco, que siguió pronto. La otra obra narra las peripecias de la embajada que al fin pudieron enviar los judíos para exponer su queja ante el Emperador, embajada presidida por el mismo Filón y que provocó otra de la facción griega, capitaneada por Apión, «el tamboril del mundo», contra cuyas duraderas calumnias Josefo escribió su apologfa del judafsmo.

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tanto creció la su maldad que se fizo fazer ymagen cuemo a dios, et envió la por tod el mundo, et mandó que la aorassen todas las yentes; e assí lo fizieron todos, sino los judíos, que la non quisieron aorar en ninguna manera. Onde avino que se levantó contienda en la cibdat de Alexandría entre los gentiles e los judíos, e fueron sobrello muchos de la una part e de la otra all emperador Gayo; e entre las otras cosas de que los gentiles los acusaron, pusieron ésta: que no quisieron los judíos aorar la ymagen del emperador. Et entonces lo sopo Gayo primero, et envió luego mandar a Petronio, adelantado de Siria, que pusiesse la su ymagen en el Templo de Iherusalem et non fiziesse ende él. E Petronio fue luego allá pora ponerla y. Mas salieron a él los judíos et rogaron le que lo non fiziese, ca antes se dexarién todos matar que lo sufriessen. E cuerno era Petronio omne bueno, ovo duelo dellos, et dixo les que lo non fazié él de su grado, mas por mandado de Gayo; peró porque veyé que era grand danno dell emperador de perder las grandes rendas que avié de los judíos por aquella razón, dixo que se aventurarié de no poner y la ymagen tan ayna; et ellos que enviassen entretanto pedir merced a Gayo 15 et él, que les ayudarié en ello quanto en el su poder fuesse~ E los judíos enviaron allá; et era entonces el rey Agripa en Roma con ell emperador, et era mucho su privado et su amigo. Et rogaron le los judíos que les ayudasse; et él avié debdo de lo fazer, por 15 Lo que dice Josefo (Antigüedades, XVIII, 8, 1 y ss.) es que, al intimar Petronio en primavera la orden del Emperador, recibió una demostración en masa que le hizo presente su propósito de resistencia pasiva. Petronio respondió que él era sólo agente del Emperador, pero escribió a Calígula por su cuenta, señalando la conveniencia de posponer la dedicación hasta el otoño próximo, pues de lo contrario el pueblo se negaba a recoger la cosecha. Calfgula, calculando que al tiempo que Petronio recibiese su carta ya estaría recogida la cosecha, insistió en la dedicación. Ante nuevas manifestaciones del pueblo y delegación de notables (incluyendo a miembros de la Jamilia real), Petronio exhortó al pueblo a que emprendiese la faena a la que se habfa negado y escribió a Calígula, pidiendo francamente revocase su orden. l!ste la había revocado por influencia de Agripa, pero al recibir la súplica de su legado, furioso por el desacato, le contestó brevemente, señalándole la conveniencia de suicidarse, para librarse de peor destino. Pero el navío que llevaba la respuesta del Emperador se retardó, y en cambio llegó antes la noticia de su muerte.

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que ell uno de los tres senmrfos que ~l

avreera en

la tierra de los judfos -et át era el sennQrfo de Galileaet fizo lo muy de grado. E convidó a Gayo, ell emperador, que yantasse otro día con él, e estando ambos a la tabla, maravillóse Gayo de tantos manjares et tan estrannos et [de] tan maravilloso convit cuémol Agripa dava. E con plazer que avié comen~l a retraer quántas coytas avié por él soffridas en las prisiones de Tiberio et en otros logares. Et por ende díxol quel demandasse lo que quisiesse et él dar-gelo-ié; e él respondiól que assaz le cumplié su amor. Mas Gayo quexával quel demandasse algo en todas guissas; e Agripa pidiól que no pusiesse su ymagen en el Templo de Iherusalem. E quando lo oyó Gayo, ovo grand uuna; mas pensando en cuémo era Agripa de gran co~n que no quisiera .demandar otras riquezas ni otros grandes sennoríos, otorgógelo, et envió luego sus cartas a Petronio que, si la ymagen no era puesta en el Templo, que la non pusiesse dalli adelante. Et por esta razón non se puso, por que él alongara el fecho fasta que viniesse la respuesta. Después repintiósse Gayo por lo que otorgara, et con grand pesar que avié, envió dezir a Petronio por sus cartas: 'Por que desprecieste el mandato dell emperador et quesiste más los presentes de los judíos, escoge de quál muerte querrás más morir, porque aprendan todos que no es segura cosa despreciar el mandamiento del príncep'. E enviándol Gayo esto dezir, ordenólo Dios dotra manera; ca ante que estos mandaderos ni estas cartas le llegasen, ante le llegaron nuevas que era muerto ell emperador• •.

Mommsen seflaJa la profunda resonancia de este hecho en la historia del judaísmo. Los judíos vieron claro que, pese a los privilegios formalmente concedidos por los emperadores, al fin la libertad de culto_ -que era el -nervio de la nación- dependía del humor imperial. El capricho del demente Caligula inspiró un vivísimo horror a Roma -aparte _su opresión civil y económica- que se refleja en el Apocalipsis de San Juan (XVII, 5: « ••• Babilonia la grande, la madre de las fornicaciones y de las abominaciones de la tierra»), y que justificaba la rebelión contra Roma como guerra santa, tal como lo había sido la de los Macabeos contra el impío Antíoco.

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Entre los coetáneos mismos, la aventura debfo de acrecentar inmensamente el prestigio de Agripa, que asumfa la responsabilidad no de rey de las tetrarquías otorgadas porCalígula, sino de jefe del judaísmo en todas las tierras del Imperio romano. Porque su valerosa intervención ante Caligula prueba que Agripa, el mundano y aventurero, había elegido con toda claridad su camino, que se apartaba de halagar a las ciudades griegas de Siria y vejar a las judías (como su abuelo Herodes y sus tíos Arquelao y Antipas), para identificarse con lo que daba vida y sentido a su pueblo. La eficacia de su intervención es un hecho histórico indudable, pues lo cuentan independientemente Josefo y Filón. las dos versiones son tan diferentes entre sí y tan características de sus autores que justifican la observación de Charlesworth (Obra cit., p. 14): «Filón y Josefo hacen que Agripa se conduzca como ellos mismos se hubieran conducido en esas circunstancias» 16• En verdad, la versión de Josefo no sólo es coherente con el propio narrador, sino también con lo que el historiador cuenta de Agripa y todos, de Calígula. Desgraciadamente, lo mismo que en el caso de la danza de Salomé (también en un banquete solemne, donde el soberano empefia su palabra en público y, por eso mismo, se avergüema de retroceder), el estímulo provoca tan matemáticamente la reacción calculada que se echa de ver que el relato fue compuesto después de conocido el providencial resultado, según un esquema que no debía de ser raro, dada su presencia en el Evangelio. Según Filón, Agripa, consternado por la cólera con que le había recibido Caligula a causa de la negativa de los judíos · (Acerca de la embajada a Gayo, §§ 35-42), le envió un escrito, que dados los hábitos de la historiografía antigua, por cierto no es idéntico con lo que inserta Filón, pero que probablemente tocaría los mismos puntos. Sintomético también que el novelista Graves acoja ingeniosamente la primera, mientras el historiador Jemes (p. 202) recbau la versión de Josefo como «cuento dram4tico• y cree baaHaren el documento retorimdo de Filón «la verdad prosaica•. 16

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La carta que se lee en el escrito de Filón se puede resumir así: entre una dosis nada escasa de cumplidos y lisonjas y lugares comunes sobre la identidad de la religión y la variedad de las religiones humanas, Agripa ·señala cómo los judíos están esparcidos en la mitad oriental del Imperio, e insiste particularmente en el extremo este de la provincia de Siria, que era una de las fronteras de menor resistencia. Presenta con detalle los precedentes de tolerancia imperial -Augusto, Agripa, Livia, Tiberio- y acaba con un argumento sentimental ad hominem, recordando la generosidad de que ya dio prueba Calígula al recompensar su adhesión, por la que incurrió en la ira de Tiberio. Parece dificil que Caligula, quien reaccionó con cólera demencial ante la súplica harto razonable de Petronio, se dejara persuadir por un escrito, por hábil y elocuente que fuese. Como quiera que sea, la firmeza con que Agripa se arrojaba al peligro revela que su linea política estaba claramente trazada. Esta intervención, que le valió la adhesión fer• viente de la masa de sus correligionarios a la vez que la suspicacia de las ciudades griegas, es el punto de partida de su conducta pública, desconcertante para Roma misma y sólo frustrada por la muerte repentina del Emperador 17• La sacrílega adoración que se dispuso Calígula aparece recordada varias veces como instancia extrema de impiedad. El libro de los 17

enxemplos, de Clemente Sánchez de Bercial, ej. 304, bajo el elocuente lema: «Grand sennorío e poder,/ los malos lo suelen aver», pasa revista a Tarquina, Nero, Gayo, Domiciano, Claudio, Diocleciano, Maximiano, con especial atención a Calígula, de quien se dice (entre otras cosas): «E aun dize Josepho que envió su ymagen por todas las provincias para que la adorasen, la qual mandó Poner en el Templo de Dios en Jerusalem». Con el ejemplo de Caligula y el de Agiipa trata el P. Las Casas -citando expresamente a Josefo- de cohonestar la conducta de Uchilobos, «que en su vida quiso que lo celebrassen por dios» (Apologética historia ... , cap. cxx). Sobre el mismo asunto de la orden de Calígula habla, apoyándose en Josefo y Filón, B. Aldrete, Del origen y principio ae la lengua castellana, p. 321, y exclusivamente según Filón, Embajada ... , -en parte resumiendo, en parte traduciendo (§ § 31 y s.)fray P. Ribadeneyra, Tratado de la tribulaci6n, II, 11.

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3. AGRIPA CLAUDIO; DIGRESION SOBRE LA COMEDIA DE WPE «ROMA ABRASADA» El papel de Agripa, su sangre fría y diplomacia en la elección de Claudio al imperio son tan curiosos y los capítulos correspondientes de las Antigüedades, XIX, 3, 1 y ss., tan instructivos sobre las condiciones políticas en la capital del Imperio -los vagos sueños republicanos de la aristocracia, la indecisión rebañega de la muchedumbre en contraste con la determinación de los pretorianos en darse nuevo amo y el donativo correspondiente-, entre las que el astuto rey cliente se mueve hábilmente, sacando partido de ellas para entronizar a su amigo de la infancia (más versado en la arqueología que en la política) que se halla su recuerdo en varios autores ilustres, siendo Alfonso el Sabio el que más sigue la actuación de Agripa (cap. 167): «Luego que ell emperador César Gayo fue muerto, levantóse grand desavenencia en la cibdat de Roma entre la cort et los cavalleros et el pueblo. E sabet que eran llamados cort los senadores et los cónsules, que veyén la gran crueldat de los emperadores et los dannos que contescieran al común por razón dellos, e quisieran que no oviesse en la cibdat emperador dallí adelante, et que tornasse al primero estado en que solié seer ante de Julio César, et que todo el govemamiento della fuesse en alvedrío dellos. Mas los cavalleros et el pueblo, temiendo la cobdicia de los senadores, et pagándose de los grandes dones que les davan los emperadores, al~ron por emperador a Claudio, que era tío de Gayo, hermano de su madre [sic], omne muy manso et muy piadoso. E quando Herodes Agripa vio aquesto, fuesse pora los senadores et mostrosse les por amigo, peró que les querié muy grand mal por la muerte de Gayo, et consejó les. que enviassen a Claudio algunos dellos quel rogassen que dexasse aquel fecho que avié comen~do, et non quisiesse bolver la cibdat. E los senadores tovieron por bien, et rogaron a Agripa que fuesse allá con ellos, e Agripa otorgógelo muy de grado; et escogió de los más onrados dellos, et fueron se pora Claudio. E es-

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tando los senadores delante, d1xol Herodes aquello por que fuera enviado, de guisa que lo oyeron ellos muy bien, mas ali oreja díxol que lo non fiziesse en ninguna guisa, ca él guisarié que oviesse de su parte la mayor partida de los mejores dellos. E tornósse luego a los senadores, et dixo les que no querié Claudio dexar aquel fecho en ninguna guisa, e comen~ó les a consejar que no fuessen contra él, ca lo no podrién enbargar; e tQrnO luego dellos, et al cabo todos. E assf fue Claudio sin otra contraria

al~do por emperador de Roma, et regnó catorze annos. El primer anno de su imperio fue a sietecientos et novaenta et tres annos de la puebla de Roma, quando andava la era en ochaenta et uno, e ell anno de Nuestro Sennor en quaraenta et tres, e el regno de Herodes Agripa en quatro. Estonce por consejo de Herodes mató Claudio Augusto todos quantos fueran et consintieran en la muerte de Gayo. E desf pidiól Agripa mercet que tolliesse el degredo que enviara Gayo por tod el mundo de aorar la su ymagen, porque era cosa mala et sin piedat; et otorgógelo Claudio et envió luego sus cartas por tod el mundo en que deffendió que no aorassen aquel ydolo, e mandó que en tierra de Judea que pusiessen esta carta deste defendimiento en el m'5 alto logar que oviesse en cada una villa, por que la viessen todos et loassen la piedat de Claudio. E todo aquesto Herodes Agripa lo fazié.•

Brevemente da cuenta del mismo hecho el P. Mariana, Historia, IV, 2, «De los emperadores Cayo y Claudio»: « ••• Después

de la muerte del emperador Cayo, Claudio su tío, hermano de su padre: el qual por miedo que no le matasen, estaba escondido, fue de allí sacado para ser emperador, el año del nascimiento de Christo de quarenta y dos. Deseo el senado Romano, y aun acometio a cobrar la libertad, mas no pudo salir con su intento, principalmente que el rey Agripa, a la sacon de su rey no buelto a Roma. hiz9 grande negociación, y fue mucha parte para que Claudio saliese con el imperio. El en remuneración deste servicio, le acrecento el señorío, con nueuas tierras que le dio.»

La historia, bastante detenida, de la inesperada coronación de Claudio ~nstituye una relación en la obra juvenil de

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Lope (según se cree), Roma abrasada y crueldades de Nerón, 1, 6 (véase B. A. E., t. LII, p. 283ab):

«Siendo CaUgula muerto de treynta y dos puftaladas, y aprovándose su muerte por su crueldad y arrogancia (porque en su escritorio hallaron dos grandes listas selladas, la una con un puñal, la otra con una espada, y escritos allf los nombres de la nobleza romana, condenados a la · muerte sin aver delito o causa), quedó la ciudad confusa: que todos ymaginavan que él propio fingía ser muerto por conocer quién le amava. Pero siendo ya muy cierta, luego los Cónsules tratan que volviesse la gran Roma a la libertad passada. Con esto, del Capitolio se apoderaron sus armas con el favor que les dieron los que el palacio guardavan. Pero el novelero vulgo, que de la crueldad e infamia de. los Césares passados la mejor parte alcan~va, y gozava de las fiestas que hazían en partes varias y de los repartimientos de monedas, oro y plata, César a vozes pedían; y con la misma esperan~ la fiera gente de- guerra pide al Senado monarca. ·El vulgo en Roma, y las cohortes cerca de Roma alojadas a los Cónsules teman

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temerosos de su patria. Claudio entonces, que era tfo de Calígula, no hallava dónde esconder su persona de la espantosa matan~. Al fin, con el miedo infame, en los huecos de una escala metió el cuerpo, de manera que los pies dexa en la sala. ¡Caso extraño, que es tan dino que desde Roma la fama le lleve de Europa al indio, y desde el Africa al Asia! Que un soldado vio los pies que por el hueco asomavan, y dellos, por ver quién era, casi arrastrando le saca. E diose Claudio a los suyos, deteniéndole la espada; pero el soldado a altas vozes: '¡Claudio emperador! ' le llama. Otros hizieron lo mismo, y al real con gente y guarda sobre los hombros le llevan, donde los demás le ensal~. Quando el Senado lo supo, con tribunos le amenaza; Claudio responde medroso que los soldados lo tratan. Hallóse Herodes Agripa en Roma quando esto passa, nieto de aquel que por Christo hizo en los niños matan~. A Claudio, que se rendía, puso valor y constancia, diziéndole que siquiera espere hasta la mañana. Pasóla Claudio dudoso entre miedo y esperan~, que fue causa que el Senado temiesse alguna ·desgracia.

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Al fin se le rinden todos; y el que en el mundo no hallava lugar adónde esconderse, del mundo señor se llama.»

Es un drama guiñolesco, genuino espectáculo popular, que debió de divertir mucho al público que lo vio y principalmente al autor que lo escribió: cada acto termina rigurosamente con una muerte imperial (Claudio, Agripina, Nerón), y es una sucesión vertiginosa de lo que el pueblo podía esperar del título: anécdotas, dichos, crímenes, horrores, todas las atrocidades que registran Suetonio y Tácito, los desmanes contra la Iglesia primitiva 18, el incendio divulgadísimo por el romance «Mira Nero de Tarpeya ... » (y, precisamente por lo sabido, ocupa el lugar central de la obra), una muchedumbre de personajes y los inefables bocados especialmente aceptos, como la descripción de una naumaquia, el obligado elogio de los españoles (los primeros en tomar armas contra Nerón cruel), el de Córdoba, patria de los Anneos, el de Séneca («que es el más claro español / de Cádiz a Barcelona / y de Navarra al Ferrol») y la sabrosa escenificación (11, 7) de unas andanzas nocturnas en que el Emperador «da un perro» como don Juan Tenorio o el marqués de la .Mota (El Burlador de Sevilla, 11, 5, 12, 14). Buscar hondura ético-filo$ófica en tal drama o lamentar que Lope n:o haya fundado psicológicamente la conducta de Nerón 19 es tan discreto como echarse a rastrear la concepción del mundo y del hombre que tenía Tomé de Burguillos en La Gatomaquia o señalar la inverosimilitud psicológica de Manamaquís y Zapaquilda. Claro está que el Nerón cruel no presenta evolución de carácter ni es un estudio psicopatológico satisfactorio, como. que es, sencillamente, 111, 1: (Calixto) «¿Qué hay del buen Pedro y Pablo?/ ¿qué se han hecho?•/ -(Fulgencio) « ¡Presos los tiene!»- « ¡Oh Iglesia primitiva,/ que has de permanecer a su despecho,/ aunque al ganado de pastor nos priva!•· Pero cf. El mdgico prodigi.oso, 1, 7: -cHoy la primitiva Iglesia/ ocultos sus hijos tienes». 19 Así lo hace imperturbablemente Wilhelm Ruser, «Roma abrasada -ein echtes Jugenddrama; eine Studie zu Lope de Vega•, Rev. hisp., LXXII (1928), 325-411. 11

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un porta-anécdotas, un figurón como para encrespar la sensibilidad del más obtuso espectador con su crueldad desinteresada, que le hace matar a un músico «ya que he salido esta noche», dilatarse en cínicas reflexiones sobre los dolores de la maternidad (11, 21) y matar a puntapiés a Popea en escena (111, 16) 20• Como en un esperpento de Valle-Inclán, Nerón muere haciendo una mueca, que sugiere a un labrador este trágico comentario: «¡Qué cara pone tan fea!» El lenguaje es humorísticamente verboso y altisonante 21, salpicado con algún anticlímax vertical, como al representar la anécdota de Claudio según la cual, al día siguiente de haber ejecutado a Mesalina, el olvidadizo Emperador se impacientaba esperando que se sentara a la mesa; cuando sus servidores le recuerdan el hecho, Claudio respond~ resignado: «Pues si es muerta, no la llames,

pagó sus obras infames, castigo del cielo ha sido. Voy a comer ... »

Lenguaje que representa un juvenil alborozo en las palabras, con ristras de ejemplos clásicos sobre los temas más inesperados 22• ¿Cuál es la fuente de ese travieso drama histórico? Según Menéndez y Pelayo, la Historia imperial y cesdrea de Pero «Matárela. -Paso, paso,/ mira que preftada estoy. -Por dos coces que te doy/ no temo siniestro caso». 21 Que, por supuesto, nada tiene que ver con el conceptismo. ¿~ entenderá por conceptismo Ruser, cuando da esta muestra (I, 11) como ejemplo: «Para bien de Roma fue». -«Para bien de Roma ha sido». -«Roma te da el parabién». -«Pues, a quien le está tan bien,/ ¿qué parabi~n os dará?» -«Son los brazos que me da/ deste parabim el bien». 22 Por ejemplo, amores antinaturales · (pp. 399-401); inferir de ellos conclusiones sobre la vida íntima de Lope o de su público es indicio no sólo de perversión de sentido crítico sino de ignorancia total del empleo del ejemplo clásico en el teatro. Porque, siguiendo esta lógica, ante las listas mucho más frecuentes de mujeres castas, se puede inferir la asidua práctica de esta virtud como rasaobioañfico: ante la de personajes criados por animales (El hijo de los leones, 1, 9), que eso era usual en la ~poca de Lope. 10

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Mejía. El trozo que da Wihelm Ruser -un joven hispanisu. alemán- para el cotejo ( que es precisamente el que contiene la versión de Josefo del advenimiento de Claudia), lo confirma, aparte de la popularidad general de las obras del autor de la Silva de varia lección. Lo que de ningún modo autoriza el cotejo es la afirmación de que ésa sea la fuente exclusiva y de que Lope la siga «casi palabra por palabra» (p. 343). Tal afirmación se basa en premisas que Ruser da por sentadas, pero que son insostenibles si se las mira de -cerca. El hecho de que en el drama aparecen detalles provenientes de distintos autores antiguos «nos remite a una compilación de los autores indicados, ya que un Lope de Vega nunca se hubiera ocupado de la reunión sistemática del material• (p. 336). Pero como nada hay menos sistemático que la presentación del material en Roma abrasadq,, esta premisa se reduce a suponer que Lope no pudo leer a Tácito ni a Suetonio ni a los autores griegos en las versiones latinas que tanto circulaban. «Que esta copilación», continúa Ruser, «debúl de estar redactada en español también es evidente». Claro que no lo es: Lope, que traducía el De raptu Proserpi.nae de Claudiano a los doce años, leía en latín -como todos los hombres de alguna cultural general, incluso el «ingenio lego»- los libros de información general, es decir, manuales de divulgación (Sabélico, Mandeville, Ravisio Téxtor, etc.). la bajísima idea que se forma Ruser de la cultura de Lope es gratuita y le lleva al error de suponer que cuanto hay en el (Jrama que no proviene de la Historia imperial es pura ocurrencia imaginativa .. Como los hechos importantes· son evidentemente idénticos en todas las historias ·de Nerón, el examen de los detalles menudos, que es el método que preconiza Ruser, ha de demostrar si la adhesión de Lope al texto de Mejía es tan servil como lo sospecha el crítico alemán Ruser. En el trozo de la Historia imperial transcrito, donde es presumible que la fidelidad de Lope sea mayor, ya que no lo ha dramatizado, sino que se ha reducido a ponerlo en verso, en forma de discurso, Claudio, al enterarse del asesinato de Caligula, «desatinado, y de miedo, se fue a meter

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en el más escondido lugar que halló» (p. 341). El pasaje correspondiente de Lope dice (11, 6): «Al fin, con el miedo infame / en los huecos de una escala / metió el cuerpo ... ». Ruser comenta la divergencia (p. 343): «Aquí Lope debió de apartarse del original sin duda para realzar más claramente lo grotesco de la situación de Claudio, a quien pone en ridículo de buena gana». Nada de eso: el detalle de la escalera en que se refugia Claudio es perfectamente histórico y proviene del relato de Josefo (que, como es la fuente m6s importante para el acceso de Claudio al imperio, es el único autor antiguo que Pero Mejía cita en todo el trozo transcrito por Ruser), Antigüedades, XIX, 3, 1: «Temiendo por su salvación... Claudio se había metido en cierto lugar al que se subía por unas pocas gradas, para esconderse en la osLe lleva también a un pintoresco descubrimiento. A propósito de los versos en que Lope elogia a Córdoba por ser patria de Lucano y a los versos de éste, Ruser observa (p. 389): «No sabemos si Lope estaba tan familiarizado con la poesía de Lucano como para verse obligado a tal juicio; pero, de todos modos, esta digresión sobre un terreno literario al mencionar la ciudad de Córdoba nos parece muy extrafia. Tenemos la fuerte presunción que tras ese 'Lucano' se oculta un Luis de Góngora y que los versos arriba citados representan uno de los muchos ensayos de nuestro poeta qe ponerse en buenos términos con el hombre que él temía». Pero cualquiera que haya recorrido -aun someramentela literatura española sabe que el elogio de Córdoba como patria de Séneca y Lucano era trivial en el Siglo de Oro, después de las sonoras coplas de Juan de Mena, y sabe también con qué afectuoso patriotismo España ha recordado siempre a sus glorias literarias latinas, principalmente a Lucano. En ningún momento, ni hasta en los siglos más bajos de la cultura española, la F arsalia deja de leerse (Menéndez Pidal, La España del Cid, Madrid, 1929, página 22). Alfonso el Sabio, que no conoce la Eneida, ha utilizado la Farsalia para la Crónica general y la General estaría. También a propósito de Alfonso, la rotunda idea que se ha formado Ruser de la incapacidad e ignorancia de Lope le lleva a rechazar como fuente a la Crónica general (p. 337): «Ofrecía el inconveniente de estar escrita en un lenguaje de trescientos años atrás y por eso era difícil de leer para un poeta que no tenía mucho tiempo». Cualquier estudiante sabe sin embargo que Lope termina El mejor Alcalde, el rey indicando como fuente la Cuarta Parte de la Crónica general que, por lo visto, había tenido el tiempo y paciencia suficientes para leer [aunque, desde lue10, no en su arcaica venión alfonsina]. 23

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curidad que había alli ... • El relato de Suetonio no repite este detalle, pero lo supone confirmado cuando declara (cap. x): «Neque multo post, rumore caedis exterritus, p~ repsit ad solariuin proximum, interque praetenta foribus vela se abdidit». Claudio, pues,· se estuvo en la escalera que llevaba al solario, escondido- tras la cortina que cubría la entrada de la escalera, cuando fue descubierto por los soldados. Ese detalle nimio prueba que, si la Historia imperial es el libro que Lope leyó para guiar su composición o refrescar su conocimiento de la historia que iba a dramatizar, no tiene de ningún modo papel de fuente exclusiva apenas reelaborada que le atribuye Ruser. Es casi imposible que un lector tan curioso como Lope no le agregara pormenores de otras lecturas o recuerdos de lecturas. El detalle menudo del escondite de Claudio 24, perteneciente al autor que Lope cita tanto en la /erusalén conquistada y del que ha tomado tanto para Los pastores de Belén, viene en fin a probar la independencia artística de la creación de Lope, aun en un juguete que le debió de costar tan pocas vigilias como la Roma abrasada.

4. ¿TENTATIVA DE CONJURAClóN CONTRA ROMA?

Alfonso el Sabio continúa con la ·historia de Agripa según las Antigüedades (cap. 168): «En el segundo anno de su imperio en que se cumplieron sietecientos et novaenta et quatro de la puebla de 24

La misma fusión con recuerdos de otras lecturas demuestra el dicho de Calill,lla que Lope asipa a Nerón y que, naturalmente, no halló en «La vida de Nerón» de la Historia imperial. En fin Ruser mismo, que ve en la obra de Mejía la fuente exclusiva, por coincidencia de algunos detalles, señala otros en que no hay coincidencia (ex~ pedición a Bretaña, que Mejía detalla y Lope menciona, y a Mauritania que, a diferencia de Mejía, Lope hace realizar en persona por el mismo Claudio). En lupr de inferir lo obvio -que Lope no sigue estrictamente a Mejía-, Ruser no discute para nada estos casos que invalidan su tesis. 1

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Roma, ~ que andava la era en ochaenta et dos, e ell anno de Nuestro Sennor en quaraenta et quatro, e el regno de Herodes Agripa en cinco, avino assí que Herodes Agripa, desque vio a Claudio assessegado en ell Imperio, pidiól mercet quel dexasse tornar a su tierra; et Claudio otorgógelo, et diol el quarto sennorío, que era el de Judea. E assí fue Agripa sennor de todo el regno, bien commo lo fuera Herodes Ascalonita ante que se partiesse en quatro sennoríos; et vínosse luego pora Judea, et recibieron 1~ los judíos muy onradamie:itre por que les fuera muy bueno en Roma et les ayudara en muchas cosas contra los emperadores.»

De los incidentes de su próspero reinado de tres años, el único trascendente es la ejecución de Santiago Apóstol y la prisión de San Pedro que refieren los Hechos de los Apóstoles, XII, 1, ss. Los móviles de su conducta son bien claros: es su politica na~ionalista la que le lleva a perseguir a la nueva secta, para complacer a la mayoría de sus súbditos -sobre todo que Agripa ve muy claro que en la religión única está la fuerza de adhesión de su pueblo. Por esa misma razón muestra el Rey tal paciencia y mansedumbre con los fariseos- la secta devota, numerosa y popular, que hasta el último momento se había opuesto a Herodes y probablemente continuaba hostil a sus sucesores 25• Por. eso no está en términos muy cordiales con el gran sacerdocio, que probablemente echaría de menos el papel de jefe del pueblo que había tenido con los procuradores. A diferencia de su abuelo Herodes, residía continuamente en Jerusalén, cumpliendo con todos los requisitos del culto: «Ni un solo día -dejaba pasar sin cumplir el sacrificio fijado por la ley» (XIX, 7, 3). Por eso mismo podía llevar, sin protestas, más adelante que Herodes, la adopción de algunos hábitos helénicos (efigie en Antigüedades, XIX, 7, 4: cierto Simón «peritísimo en la Ley, acusa públicamente al Rey (ausente en Cesarea) de impiedad; remitido allí, el Rey le hace sentar a su lado y le pre11111taen qué ha faltado a la Ley, y ante la confusión del fariseo le despide con un presente» (es A. H. M. ·Jones, The Herods of Judea, Oxford, 1938, p. 210, quien acude a «fariseo» como traducción de una frase lriep). 25

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monedas acuñadas en ciudades griegas, y estatuas suyas y de su famiJia asimismo en estas ciudades). Sus súbditos sabían bien que no era el caso de Herodes, que, inexorablemente rechazado por sus víctimas, profes.aba sentirse más próximo a los griegos que a los judíos (loe. cit.). Aunque Josefo habla de la afabilidad de Agripa y su ~unificencia para con todos, sólo menciona en especial (frente a la muchedumbre de ciudades griegas ornadas por Herodes) los edificios que erigió en Berito, que era colonia romana y no ciudad griega independiente. Con razón las ciudades griegas, fieles a Herodes y a sus hijos, respiran de alivio cuando muere Agripa, peligroso por su activo nacionalismo judío. De igual modo, en cuanto a los juegos y certámenes en que era tan profuso Herodes, Josefo sólo recuerda· los celebrados p$ra inaugurar, justamente, el teatro y anfiteatro de Berito, y los de Cesarea, en celebración del natalicio de Claudio, acto de estricta cortesía política. Pareció, m~ bien, que Agripa fue tan parco como era posible en estas demostraciones que ofendían a sus correligionarios, ya que sólo ( o de preferencia) enriqueció a una ciudad romana, acudiendo al teatro y anfiteatro cuando no hacerlo implicaría desacato al Imperio. Es que, en rigor, Agripa está muy lejos de ser el cliente ejemplar que fue su abuelo: los Hechos de los Ap6stoles (XII, 20) mencionan una desavenencia del Rey con los dos grandes puertos probablemente libres de la costa, que contaban con la agricultura de Judea para su mantenimiento. En lugar de llevar regularmente la querella al arbitraje del legado de Siria, parece inferirse que Agripa amenazó con un bloqueo de provisiones, y las dos ciudades se vieron en situación de solicitar prontamente la gracia del Rey. Para Jerusalén, Agripa no erige monumentos de arquitectura griega~·«En poco tiempo -dice Josefo, Guerra, 11, 11, 6como de tamaño reino le afluía riqueza a Agripa, y no empleó las riquezas en pequeñeces, comenzó a rodear a Jerusalén de tal muro que, si se hubiera terminado, en vano la habrían sitiado los romanos». Así pensó, justamente, C. Vibio

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Marso,' el legado de Siria que dio cuenta a Claudio de la obra del Rey, «y Claudio, sospechando alguna novedad [o sea, en el léxico eufemístico de Josefo, una rebelión], ordenó inmediatamente a Agripa suspendiera la construcción de la muralla» (Antigüed·ades, XIX, 7, 2) 26• Pero el acto más extraño (había de ser el último) que .4gripa realizó fue reunir en Tiberíade a los príncipes que tenían sus dominios sobre la frontera pártica (Comagene, :8mesa, Armenia _menor, Ponto, Calcis), siendo el último de ellos su hermano y yerno Herodes que le debía el reino, y estando unido por alianzas de familia con el rey de Comagene y el de :8mesa (Antigüedades, XIX, 8, 1). Para una reunión que no podía menos de ser sospechosa a los ojos de Roma, Agripa no invitó al gobernador Marso; pero cuando éste se dirigía a Tiberíade, Agripa, so pretexto de cortesía, le salió al encuentro fuera de la ciudad, trayendo en su compañía a todos sus regios huéspedes. Si su intención era impresionar a Roma con la eficacia de su coalición oriental ~omo parece, pues necio sería creer que Agripa no hubiera podido hacer su En la descripción de Jerusalén con que Josefo precede patética• mente el relato de la destrucción, evoca así el muro de Agripa (Guerra, v, 4, 2): 26

«Como los habitantes de la Ciudad Nueva [parte recién construida de J.] necesitaban abrigo, Agripa, padre y homónimo del rey actual, comenzó este muro que ya hemos dicho, pero temiendo que Claudio César interpretara el tamaño de la construcción como destinado a novedades políticas o rebelión, cesó, habiendo echado los cimientos. En ..verdad, hubiera sido inexpugnable la ciudad si el muro hubiera avanzado como empezó; pues estaba formado de piedras de veinte codos de largo por diez de ancho, [de tal modo] que no podía ser fácilmente minado con hierro ni deshecho con máquinas. El muro mismo tenía diez codos de ancho, y la altura hubiera sido naturalmente mayor de no haber sido impedida la ambición del que la había empezado». En la Guerra, que Josefo escribe con muchas· contemplaciones por la familia reinante, Apipa interrumpe espontáneamente la construcción -como asustado de verla salir tan grande-, pero el final es suficientemente claro. En esta obra, J osefo no dice palabra de la reunión de príncipes que fue motivo de enemistad entre Agripa y el gobernador Marso.

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reunión con más secreto si algo le iba en ello- su acto de cortesía con Marso (a quien no debía de guardar muy buena voluntad por su intervención en el asunto de la muralla) sin duda la logró. «Esto, dice Josefo (Antigüedades, xix, 8, 1), había de ser el comienzo de su enemistad con Marso, pues condujo sentados a su lado en el coche a los otros reyes. La concordia de éstos y tan profunda amistad recíproca fue sospechosa para Marso, que pensó que el consenso de príncipes tan poderosos no eran provechoso para Roma. Inmediatamente pues envió a cada cual algunos de sus familiares, ordenándoles que partiese cada uno para su reino sin demora. Agripa llevó esto a mal, y desde entonces estuvo enemistado con Marso.»

A menos de pretender ver más claro en la conducta de Agiipa que sus contemporáneos y de no dar ningún sentido a estos tres hechos anómalos de parte de un rey cliente n, es preciso interpretarlos como los interpretaron el Emperador y su legado, o sea como una coalición para liberar el Oriente de Roma (lo que confirman las obras de fortificación de Jerusalén), presumiblemente con el apoyo de Persia, su no vencida rival. En el imperio pártico los judíos eran numerosos; hacia esta época, el proselitismo judío logra sus mayores triunfos, sefialadamente con la conversión de la familia real de Adiabene (reino vasallo de Partia, allende el Tigiis); su fuerza de expansión, que había de parar muy pronto, era notable. Como rivales de Roma, los partos -sucesores del antiguo rt Así Charlesworth, Five Men, p. 28, que simpati7.a con Agripa y encuentra melancólico que Roma no le tributara entera confiann y

de su ambición. En The Herods of Judea, Jones (que no simpatiza con Agripa) juzga que las fortificaciones eran quizá «show only» (p. 213; es decir, 'pura apariencia') y que, más probablemente, el motivo de la reunión de soberanos en Tiberfade era «pura ostentación» (p. 214). Tampoco cree que esos actos fueran pasos de política antirromana Michel S. Ginsburg, Rome et la Judée, Paris, 1928,capítulo VIII. Ninguno de los tres ofrece, empero, una explicación positiva. sospechara

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S. LA MUERTE DE AGRIPA

La apendicitis -dolencia que atacó repentinamente al Rey mientras presidía en Cesarea los juegos en honor de Claudio, causando la muerte súbita de Agripa- frustró sus planes, cualesquiera hubieran sido, y precipitó la ruina de Jerusalén. Lo imprevisto del desenlace impresionó a todos como golpe providencial: a los cristianos como castigo de su persecución, aunque la causa que San Lucas señala explícitamente (Hechos, XII, 1 y ss.) no es ésta, sino la que da Josefo 30, es decir, precisamente, la que concibieron los judíos: el castigo divino por no haber reprimido a los aduladores que le aclamaron por dios. Lo terrible del castigo también está concebido dentro de líneas familiares: los bien amados de Dios (Moisés y Salomón, por ejemplo) son los que reciben más duro castigo por su transgresión. En realidad, en las extraordinarias páginas en que Josefo cuenta el fin de Agripa, con la maestría tan suya -pese a su racionalismo- para moverse al borde de lo sobrenatural, quizá estén fundidas dos versiones, ambas fruto de la imaginación popular, enea• rrilada dentro de marcos tradicionales: la del agüero, propicio en la primera aparición· y fatal en la segunda, y la de] pecado de soberbia, doblemente grave en el rey pío de Jerusalén. Por su parte, la imaginación cristiana agrega otro rasgo · conocido: Agripa, perseguidor de los apóstoles, muere devorado por los gusanos, exactamente como su abuelo Herodes, perseguidor de los doctores fariseos, y así -concibe su muerte la tradición literaria europea. Recientemente Robert Graves, en lo que es sin duda la más brillante recreación de estas páginas de Josefo (Claudius the God, caps. 11 y XXIII), admite esta identificación secular 30 XII, 22-23: «Y el pueblo. aclamaba: 'Voz de Dios y no de hombre',/ y luego el án1el del Sefior le hirió, por cuanto no dio la sloria a Dios..... Se ha argüido (véanse las pesquisas de F. J. FoakesJackson) que en este pasaje San Lucas siguió a Josefo. Pero los detalles prueban más bien lo contrario: querella de Tiro y Sidón, que Josefo no trata, por ejemplo.

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imperio pérsico- gozaban en la imaginación del pueblo el papel de restauradores benévolos, que en otro tiempo habfan tenido los persas de Ciro; Jerusalén los había considerado los ejecutores de la justicia divina cuando exterminaron a Craso, infame despojador del Templo, y no había olvidado que en las luchas dinásticas entre Herodes y Antígono los partos habían intervenido para dar el trono al pretendiente macabeo. Que los judíos tenían los ojos puestos en Partia era cosa bien sabida; la acusación de connivencia con el enemigo tradicional de Roma bastó para que Caligula depusiera y desterrara a Antipas (Antigüedades, XVIII, 7, 2). En el discurso que Josefo pone en boca de Agripa 11 para disuadir a los judíos de la guerra de la independencia,. el Rey insiste en que los judíos no pongan su esperanza más allá del Eufrates, en sus correligionarios de Adiabene y en los partos. La otra esperanza que, a continuación inm~diata, Agripa 11 les aconseja abandonar es «la alianza con Dios». Y ésta también con toda probabilidad Herodes Agripa hacía valer en su favor. Es difícil creer que tan hábil estadista como Agripa no usara su ascendencia macabea para asegurar su popularidad 21 y reivindicar el papel de caudillo de los judíos en una guerra santa de liberación, como lo había sido Judas Macabeo contra Antíoco Epífanes. Pero además parece que el Rey supo atraerse la fuerte esperanza mesiánica que agitaba a su pueblo. Así como su abuelo, el idumeo Herodes, era el Mesías -expectación de los gentiles y azote de Israel-, el Macabeo que había salvado ya el Templo de la profanación de Caligula había de ser el Mesías salvador 29• 21 La alusión a su ascendencia macabea es clara en la carta a Ca111Ula(Filón, La embajada a Gayo, 36), donde dice al comienzo: «Mis abuelos y antepasados fueron reyes, y la mayor parte de ellos tenían el título de sumos sacerdotes, y posponían el reino al sacerdocio». 29 R. Eisler, The Messiah Jesus and John the Baptist ... , London, 1931, p. S78: había consagrado allí, a la vista del pueblo, la cadena, recuerdo de sus prisiones, interpretadas por los que crefan · en su misión como las pruebas y tormentos que, en una de las concepciones mesiánicas, debfa padecer.

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y, con fino talento, la vincula con las motivaciones tradicionales, mediante un nuevo toque popular: cuando nada inducía a pensar que Agripa estaba destinado al reino, en solemne juramente ante el alabarca de Alejandría pide para sí la muerte de su abuelo Herodes si blasfema a sabiendas del nombre de Dios, y cuando en Cesarea, después de haber sido aclamado por Dios, ve el ave fatídica, advierte de inmediato que está cogido por su propio juramente, es decir, que le aguarda la horrible muerte que él mismo había atraído sobre sí. De todos los incidentes, la muerte del Rey, dramáticamente narrada por Josefo y, por otra parte, corroborada por San Lucas y enlazada por el Evangelista con la tradición cristiana, es el que ha dejado más honda huella literaria. Alfonso el Sabio la ha vertido en un relato notable por la fusión constante de sus dos fuentes (Crónica general, cap. 169): «E el día que esta paz se puso [entre el Rey y las ciudades de Tiro y Sidón], estava Herodes vestido de muy nobles pannos, et que convinién bien a rey, e estava fablando ante tód el pueblo et falagando los; et ellos loavan lo de loores que convinién a dios et non a omne. E él, suffriendo aquellas losenjas e no vedando gelas, cató contra suso, et vío estar cabo sí en una cuerda el buho mandadero de la muerte quel avié a venir much atna. E abaxó luego la ca~ contra aquellos que lo estavan assí loando, et dixo les: 'Abe que yo, el westro dios, ya me muero', ca bien sabié él, por lo quel dixiera el agorero griego en Roma quando estava preso, que a cinco días después que viesse el buho otra vez cabo sf, morrié. E assí fue, ca lo firió luego ell ángel de Nuestro Sennor, et tomó vengan~a dél por la muerte de sant Yagüe; et ovo cinco días dolor dell estómago, et royeron le gusanos las entrannas, et fue falleciendo poc a poco. Et assí murió al quinto día, en el setenno anno del su regno.»

Como se ve, Alfonso funde paso a paso la narración de sus dos autoridades: el pleito del Rey y las dos ciudades, atestiguado sólo por San Lucas, con el buho agorero, pro•

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veniente de las Antigüedades; la irónica confesión del Rey, tomada de Josefo, con la explicación que atribuye la muerte al suplicio de Santiago apóstol; su muerte, consumido por gusanos, según los Hechos y el término de cinco días que duró su enfermedad, en las Antigüedades. Pero es claro que, contándose con una versión en el Nuevo Testamento, su autoridad pesa contra el sincretismo de que da prueba Alfonso. Berceo, por ejemplo, deriva únicamente de los Hechos su afirmación (Loores de Nuestra Señora, 121 ab) de que: «Herodes el Segundo del ángel fue ferido, a cabo de pocos días murió todo podrido.»

También parte exclusivamente de San Lucas el breve relato de fray Luis de Granada (Introducción del simbolo de la fe, Parte I, cap. XXXVI, 5, 2); pero es típico de su reverencia por Josefo el que, siguiendo puntualmente al Evanaelista, cite al margen y en el texto al historiador, atribuyéndole el clímax sobrenatural ( «en este punto dize Josepho que le hirió un ángel de Dios»), de que Josefo no dice palabra. A diferencia de la interpretación vulgar presente en Alfonso, por ejemplo ( «et tomó vengan~ dél por la muerte de sant Yagüe•), fray Luis no infiere del texto de San Lucas otro motivo para el castigo de Agripa que el que el Evangelista mismo consigna, y hasta subraya la magnitud del pecado de soberbia de Agripa, contrastándolo con el pecado de perseguir a los Apóstoles, que no atrajo retribución divina: «Donde es mucho para considerar que, aviendo este hombre malvado degollado un Apóstol y preso otro, no recibió ningún castigo; mas agora recibió éste tan grande por aver hurtado la gloria de Dios y atribuídola a sí, para que por aquí se entienda el peligro que puede aver en la vanagloria, y en la presumpción y estima de sí mismo.»

Dada la adhesión de fray Luis a Josefo, a cuya autoridad no renuncia ni aun cuando no se sirve de él, no parece aven-

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turado presumir que esta insistencia en motivar el castigo divino únicamente en la soberbia emana al fin de las Antigüedades, donde el juicio sobre el rey es el de sus súbditos judíos, para quienes era rey ejemplar, y que sólo podían concebir su muerte inesperada como venganza de Dios de un pecado contra Dios. La motivación de fray Luis aparece brevemente en La. Cristiada (1611) de fray Diego de Hojeda (Canto v, oct. 30), · asociada al gesto ritual de los sacerdotes judíos de desgarrarse las ropas al oír una blasfemia, conocido de todo el mundo por su repetición en el Antiguo y el Nuevo Testamento (por ejemplo, San Mateo, XXVI, 65):

«Y al vano Herodes· castigó Dios tanto porque otro su vestido desgarrasse, quando viesse que el vulgo le ofrecía honras de la deidad, que no tenía.»

Subrayan, como fray Luis, la soberbia de Agripa y su olvido de su condición humana los tercetos de Lupercio L. de Argensola compuestos «En la fiesta de las cadenas de San Pedro», que por su tema central parecerían prestarse a la interpretación vulgar como expiación por la persecución de los Apóstoles (que se vislumbra sólo de pasada): «En nombre y en costumbres semejante, tuvo [Herodes Antipas] por sucesor a su sobrino, hechura de Calígula arrogante; del qual por imitar el desatino, admitió de su pueblo lisonjero el nombre que le clava de divino.•

Que el destacar el pecado de soberbia de Agripa, cuando lo que el tema le sugería era su proceder contra Santiago y San Pedro, se deba a influencia de Josefo resulta aún más claro en esta composición que en el pasaje de fray Luis de Granada,ya que, aparte los dos tercetos citados, hay muchos otros lances de la agitada biografía de las Antigüedades entre-

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lazados en la narración, lo que prueba que tales alusiones no debfan de tener nada de recóndito para los contemporáneos del poeta. Así, en el apóstrofe retórico: «Herodes, ¿tú te opones al divino poder, y solicitas la vengan~ devida a tu primero desatino? Acuérdate, cruel, que la tardan~ del suceso dudoso de Tiberio aseguró en la cárcel tu esperan~; y que, quando llegó al injusto imperio, te cUo cadena de oro de igual peso a la que te afligió en tu cautiverio ... »

Y anteriormente,

al poetizar el prendimiento

de San Pe-

dro 31: Por tener la synagoga sangrientos Prende al

el tyrano rey contento, infiel y gente hebrea espectáculos inventa. gran pescador de Galilea ... »

La expresión «sangrientos espectáculos inventa», para referirse a la sola muerte de San Pedro, parecería exagerada aun descontando toda amplificación retórica del espectáculo circense ofrecido por Agrlpa para la inauguración del anfiteatro que donó a Berito y que Josefo describe con evidente aprobación, ya que conciliaba el gusto popular con la ejecución legal. En cambio, exclusivamente de las Antigüedades deriva La pi.cara Justina 32, en que, con el ejemplo de «aun Herodes relleno de divinidad postiza», la pícara escribana predica contra la soberbia: Hechos,

3: «Y viendo que había qradado a los judíos .[con la muerte de Santiago], pasó adelante para prender también a Pedro. Eran entonces los días ázimos. Y habiéndole preso, púsole en la cárcel ... , queriendo sacarle al pueblo después de la Pascua». 32 Introducción general, 2. B. A. E., t. XXXIII (1871): Novelas po.'-· terioru a Cavantes, t. 11, p 55b. 31

XII,

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«Herodes se ensoberveció tanto un día que se vio adornado con ricas ropas de tela, reverberantes con el sol, que, deslumbrado del resplandor de su vestido, o -por mejor dezir- de su ignorancia, dio en dezir que era dios y que como a tal le adorassen. Mas como el cielo es enemigo de los sobervios ... quiso confundir su sobervia loca a papirotes y aun a menos. Confundióle con manchas, las quales, cayendo sobre la ropa, le traspasaron el alma, como si cada gota llevara una saeta de celestial fuego enwelta en sí. Y fue que un día le envió tanta agua, y con ella manchas sobre su vestido rico, con que le dio bien a entender que su nueva divinidad era ahogadiza y passada por agua, y aun aperdigada a ser passada por fuego. Justo castigo, no lo niego; justa pena contra quien, por verse vestido de oro, se olvida de que es de polvo y lodo ... »

El texto del sermón se encuentra en la Antigüedad.es, XIX, 8, 2: «El segundo día de los espectáculos se cubrió [Agripa] de una vestidura labrada toda de plata, de modo de formar un admirable tejido, y compareció en el teatro al comenzar el día. Allí la plata, iluminada por el primer golpe de los rayos del sol, reververava maravillosamente ... • El cambio de la tela de plata por la tela del metal precioso por excelencia es obvio. Extrañas, en cambio, son las manchas premonitorias de su condenación, pues nada hay en los Hechos ni en las Antigüedades que pueda sugerirlas, y son esenciales, ya que, de una mancha de tinta que le había caído a Justino al tomar la pluma para escribir su biografía, parten el ejemplo y la moraleja. También el Evangelista sabe de la «ropa real• que Agripa viste en el momento de su máxima gloria, pero el detalle de la rica tela se halla sólo en Josefo, gráficamente subrayado, pues era lo que daba apariencia divina al Rey. Como símbolo de la vanidad de las cosas de la tierra lo recuerda, pues, Nieremberg en su Diferencia entre lo terrenal y eterno (I, 15): «Herodes, quando mostró más su majestad, para lo qual se vistió de brocado riquíssimo de oro, y fue aclamado casi por dios, fue herido mortalmente.•

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HERODES

Más adelante, en la misma obra, quando el autor medita

sobre el fin de la vida y asocia a los dos Herodes por su miserable muerte, nuevamente, al ocuparse de Agripa, contrapone los borrares de su supuesta enfermedad, que pinta con (ruición barroca, a sus ropas de brocado, símbolo de su soberbia 33•

C. AGRIPA

EL MOZO

Muerto Agripa, Jerusalén no había de conocer más reyes. Claudio vuelve a gobernar a Judea por medio de «procuradores», como lo había hecho Tiberio, ya que el ejemplo de Agripa, aparentemente tan romanizado, había enseñado que los reges socii eran colaboradores peligrosos cuando al mismo tiempo vinculaban con los intereses de sus pueblos. Por eso, los dominios que Claudio -generoso con los sucesores del amigo que le había llevado al imperio- concede al adolescente Agripa 11 y al hermano de confianza (Herodes, rey de Calcis), no forman extensión continua y comprenden muy escasa población judía. Lo mismo hace Nerón en la mayor parte de las tierras que concede a Agripina y al instituir a Aristóbulo, hijo de Herodes de Calcis, como rey de la Armenia Menor. Otra medida que practican tanto Claudio como su sucesor es la de cambiar sus reinos, con la evidente intención de impedir su arraigo politico. Así Claudio da al joven Agripa el pequeño reino de Calcis, y tres años más tarde se lo cambia por un extraño estado, formado por tres tetrarquías aisladas. Su primo Aristóbulo, que reina en la Armenia Menor desde 57, recibe de Vespasiano el año 71, a cambio de este reino, el de Calcidene. Polemón, rey del Ponto cuando la coalición oriental de Agripa, es rey de Cilicia al tiempo de casarse con Berenice. 33 Véase la conclusión del cap. rio «f•.

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IV

y, en particular,

el Comenta-

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En cambio, los sucesores de Agripa siguen ejerciendo el papel de jefes del judaísmo del Imperio y naturales intercesores aun de la Judea gobernada por los «procuradores» ante el Emperador. Ese papel recae primeramente en el hermano de Agripa I, y luego en su hijo, y con él se enlaza ·el único hecho de historia judfa que recuerda Alfonso el Sabio entre la muerte de Agripa y la caída de Jerusalén (cap. 170 de la Crónica general): «En el quinto anno [del reinado de Claudio], en que se cumplieron sietecientos et novaenta et ocho annos de la puebla de Roma, e que andava la era en ochaenta et cinco, et ell anno de Nuestro Sennor en quaraenta et siete, e el regno de Agripa en uno, avino así que Agripa, fijo de Herodes Agripa, de qui nós dessuso fablamos, vivió en Roma con Claudio ell Emperador. Et éste no fue llamado Herodes, cuemo su padre et su avuelo, mas Agripa tan solamientre. E estando él en Roma, avié un procurador en tierra de Judea que querié tomar por fue~ el poder de fazer grand obispo en Iherusalem et de lo mudar a su voluntat, quando sel quisiesse. E los judíos, que vieron que nol podién contrallar en ninguna guisa, enviaron sus mandaderos a Roma et sus cartas a Agripa, que les ayudasse. E él vío que pleyto de su pueblo era, et tovo por guisado de los ayudar quanto pudiesse, et pidió merced a Claudio por ellos. E ell emperador Claudio otorgó! todo quanto él quiso, e invió mandar por sus cartas al procurador que se partiesse daquel pleyto. Entonces los judíos enviaron pedir mercet all emperador Claudio que les enviasse a Agripa et lo fiziesse tal cuemo rey et cuemo sennor Sbrellos. Et ell emperador tóvolo por bien, et enviólo a Judea; mas nol quiso dar toda la tierra de su padre, mas diol tierra de Galátida, et el poder de fazer grand obispo en Iherusalem, lo que avié tollido al procurador ... »

Alfonso funde aquí dos noticias de Josefo. En la primera (xx, 1, 1-2), Josefo cuenta que el primer «procurador• enviado por Claudio, Cuspio Fado, llevaba orden de custodiar el traje ritual del Sumo sacerdote en la Torre Antonia, ·como en tiempos de Tiberio; los judíos, con ausencia de Fado (y

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HERODES

Cario Longino, legado de Siria), enviaron una embajada a Roma para rogar a Claudio que les permitiera tener en su ~er la vestidura sagrada, y el joven Agripa abogó por ellos hasta conseguir del Emperador la merced solicitada. El decreto imperial menciona honoríficamente al rey Herodes [de Calcis], y a continuación Josefo cuenta (XX, 1, 3) que este rey, hermano de Agripa I, solicita de Claudio la supervisión del Templo y de sus tesoros y el derecho de crear sumos sacerdotes, que le es concedido, ya que así Claudio daba a los judíos cierta ilusión de autonomía al gobernarse en materia religiosa por un príncipe nativo, y evitaba un motivo de rozamiento con las autoridades romanas. En cuanto al reino de Agripa el Mozo, Alfonso (o su fuente) lo dan -fantaseando- como impetrado por súplica popular, mientras Josefo cuenta que Claudjo lo concede a Agripa a la muerte de su tío, el rey de Calcis (Galátida parece deformación caprichosa de este nombre), justamente con el poder de «fazer grand obispo en Iherusalem», esto es, designar sumo sacerdote. Como se sabe, por el Nuevo Testamento y por Josefo, que el hijo de Agripa I fue también rey, es obvio hacerle heredero de los dominios de su padre, y así procede Pablo de San~ María en Las ed·ades del mundo, copla 195: «Al qual [H. A.] sucediera en la govemación su -fijo, después de su muerte también, fasta que vino sobre Jerusalén aquella postrimera e grand destruyción.»

A diferencia de su padre, Agripa el Mozo parece romani-zado de corazón y si, al comienzo, interviene a favor de los judíos ante sus patronos, luego se solidariza cada vez más con el Imperio y, de rechazo, actúa ante sus correligionarios sólo para exhortarlos a la sumisión y al pago de impuestos. Así, en cordial relación con el «procurador» Porcio Festo, preside el tribunal ante el que comparece San Pablo (He34

Cf. Eisler, The Messiah Jesus and /ohn the Baptist ... , p. 260.

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chas de los Apóstoles, XXV, 13 y sigs.). El acto más importante de su vida (según se desprende, a lo menos, de las obras de Josefo) corresponde al momento en que, en vísperas de la guerra, Jerusalén recurre a él como jefe del judaísmo. Pero el Rey, empeñado en sostener a toda costa el orden romano -que, por lo demás, era el único modo de vida posible para Judea como nación-, pronuncia un largo discurso en que señala, con implacable realismo, lo desigual de la lucha a la que se precipitaban al rebelarse contra el Imperio, y lo quimérico de las esperanzas con que contaban. El discurso, tal como lo presenta Josefo (Guerra, 11, 16, 4) -con su sabia retórica y abundancia de cifras y datoses probable que jamás fuera pronunciado; pero como en casos semejantes de la historiografía helenística es muy verosímil que los puntos tratados fueran prácticamente los mismos. Sin duda Agripa debió de insistir en separar, de algunos de sus funcionarios, la administración imperial bien intencionada, y de la manifiesta · incapacidad de los «procuradores», el gobierno imperial en sí 35• Debió de señalarles también que llevaban siglos de vasallaje, que todo el mundo conocido había caído bajo el poder de Roma -y aquf detallaría las ventajas de los otros pueblos sometidos sobre Judea (situación geográfica, riqueza, feracidad; el exiguo residuo de energía de cada cual, que bastaba para mantener 16, 4: «Supongamos que los funcionarios romanos son insoportablemente duros; sin embargo, no todos los romanos cometen injusticia contra vosotros, ni menos César, y contra ellos . emprendéis la guerra. No por orden suya es un malvado el [magistrado] que [nos] llega [de Roma], ni los que están en el Oeste pueden ver a los del Este, ni es fácil allí oír rápidamente lo que aquí pasa. Absurdo sería pelear contra muchos a causa de uno, por pequeñas causas contra tan poderosos, que ni siquiera conocen los motivos que les reprochamos. Además, nuestras quejas podrían tener pronta sa• tisfacción [o, los cargos de que nos quejamos podrían tener pronta corrección. M. R. L.] Pues no permanecerá siempre el mismo procurador, y es probable que los que hayan de sucederle sean más mesurados; pero una vez movida la guerra, ni es fácil dejarla ni sostenerla sin desgracias». 35

Guerra,

11,

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la obediencia [pero no sería suficiente como para conducir una guerra]; imperios enteros, como Cartago y Macedonia, eran ahora provincias romanas; hasta los partos enviaban rehenes a Roma ese mismo año, por lo cual Agripa disuadiría sin duda explícitamente de apoyarse en la antigua esperanza del socorro oriental. Agripa sabía muy bien que, en gran pa~te, el conflicto que se cernía tomaba el carácter de guerra santa. Por eso es muy probable ( como ha registrado Josefo) que dudara del auxilio divino: Dios estaba con Roma, como había estado con Nabucodonosor; sin J!l, los romanos no hubieran llegado a tal poderío. Además, los judíos no podrían mantener en la guerra los preceptos de la religión (pureza ritual, reposo sabático), por lo cual tomaban armas. Por último, demostrado lo inevitable de la· derrota, el rey observaba que no quedaría refugio a los vencidos, ya que todo el mundo pertenecía a los romanos y que la insurrección de Jerusalén comprometía a los judíos dispersos en el Imperio. Pero, si es verdad que a nadie podía escapar la solidez de sus razones, también es cierto que la situación de Judea era insostenible y que la incondicional obediencia aun al venal e inepto «procuradr»Gesio Floro implicaba cerrarse los oídos para lo que sus exhortaciones tenían de sensato, como en efecto sucedió: ya que el rey· insistía en la obediencia al «procurador» culpable, en gran parte, de la sedición, '" el pueblo exasperado insultó al rey y hasta trató de apedrearle 36• Un eco pintoresco de este discurso se halla en la Jerusalén conquistada, de Lope (canto XVI, oct. 15), a propósito de los imaginarios guerreros vizcaínos que combaten frente a los muros de Tiro: 36 De parte de los que luchaban por la libertad no era reacción excesiva a los consejos singularmente sosegados de Agripa (II, 16, 4) quien, desde el punto de vista de gobernante, les proponía esta línea de conducta de dudosa eficacia: «Nada reduce tanto los golpes como el soportarlos, y el sosiego (o: la mansedumbre) de las víctimas se convierte en disuasión para los victimarios».

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MAR1A ROSA LIDA DE MALKIBL

«·En vano Tarudante el campo ofende con duras flechas y con hierros duros, tanto resisten con sus fue~s solas ldiaques, Baldas, Liles, Arriolas».

Para este verso Lope anota al margen: «Apellidos de linages de Guipúzcoa. Alaba Josepho a los Vizcatnos quando dize: 'ni scilicet & pugnaces Cantabri', libr. 2 de Bello ludayco». El dato de Lope se remonta a la caracterización de los distintos pueblos sometidos a Roma según el discurso de Agripa, entre los cuales menciona «las tribus lusitanas y cántabras, con su delirio por la guerra». Al traducir sencillamente por pugnaces el pintoresco adjetivo de Josefo «PEt.µá.vr,a,la versión latina da la impresión de que las palabras de la Guerra estén dichas en son de elogio, cuando el contexto apunta más bien a la intención opuesta. Pero, por lo demás dificil parece que en su endecasílabo de apellidos vizcaínos, Lope se acordara para nada de la caracterización de las tribus cántabras en el discurso de Agripa el Mozo. La impresión del lector es que aquí, como en otros muchos pasajes de La Jerusalén, independientemente de los moldes y modelos que presidieran a su creación poética, una vez acatada la composición, Lope la recorría para proveerla del necesario aparato erudito -«la ilustre cáfila de la Antigüedad«- que requería un poema sabio. De esto, que no era ciertamente práctica peculiar suya, se rieron el mismo Lope 37 y, como es sabido, Cervantes, cuya censura quizá tampoco se dirija tan exclusivamente a Lope como se ha dicho. · De todos modos, la Jerusalén debió de rebasar los límites tolerables en cuanto a erudición pega• diza, ya que en la primorosa Comedia de la fingi.da Arcadia Tirso anota socarronamente en el elogio de Lope (a buen seguro, no del todo insincero): La Dorotea, pp. 214 y s. [Sobre el Acto IV, escenas 2 y 3, de esta comedia cabe consultar ahora el magistral comentario que acompafta el texto en la edición de Edwin S. Morby, 2.• ed. rev., Madrid, 1968, pp. 317-366.] 37

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HERODES

«-&ta es la Jerusal.én. -No la iguala la del Tasso. Mira sus octavas llenas de sentencias y doctrinas; sabio en las letras divinas, pues no escribe verso apenas

sin allegar un autor ... »

Después del discurso pronunciado en Jerusalén, aun hizo Agripa el Mozo otra tentativa como mediador, cuando volvió a esa ciudad -en compañía del legado de Siria, Cestio Gal~ para someterla. Sus emisarios fueron violentamente rechazados, y desde entonces Agripa, ceñido a su papel de rex socius, milita fielmente junto a los romanos, recupera sus estados, asiste a la ruina de Jerusalén y vive con su ~ermana, la famosa Berenice, amada por Tito, parte en sus dominios, parte en Roma, entre hablillas atestiguadas por Josefo (xx, 7, 3) y Juvenal (VI, 156 y s.). Así se pierde el recuerdo del último rey de la dinastía tan vitalmente enlazada con la historia romana y los orfgenes del cristianismo. En la tradición literaria europea, el solo nombre de Herodes evoca, por excelencia, la figura de un soberano oriental, aunque no tenga ningún otro rasgo en común con los miembros de la dinastía que, durante siglo y medio, reinaron en Palestina 31•

COMENTARIOS

AL CAPITULO V

• «La leyenda de los talentos y del príncipe que abandona

su reino de momento se refiere a Arquelao; ver B. T. D. ·Smith, The Gospel According to St. Matthew. Sobre 'Cesarea En el Libro de los siete sabios de Roma, o sea la versión de Dieao de Caftizares de la bien conocida compilación llamada Scala caeli, lleva el nombre de Herodes el rey oriental prota1onista de un extravapnte cuento de magia. ll

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MARÚ ROSA LmA DB MALKIBL

Felipe', ver La gran conquista de ultramar, ed. P. de Gayangos, B. A. E., t. XLIV, p. 438b.» Ver, para la versión de Josefo frente a la versión evangélica, el artículo de Friedlinder, 'Les Esséniens', en R. S J., t. XVI (1887), pp. 184-216.• «Sobre la relación entre Josefo y la versión eslava, ver S. W. Baron, History of the Jews, t. 111,p. 64.» b

«Ver la interpretación más exacta de K. Lake ap. Eusebio, Historia eclesiástica, t. I, p. 80.» e

«Creo que convendría traducir, en apéndice, toda la historia de Agripa, ya que está contada en forma bastante más orgánica que la de Herodes (Antigüedades, XVIII, 6, 1 y SS.).» d

«Como perseguidor de Santiago y San Pedro aparece Agripa (nada de Josefo) en Lope, Comedia de San Segundo.» [Véase el t. IV de la edición de la Academia; el poeta usa alternativamente las formas Santiago y Diego.] e

1 «El

Libro de Josep Abarimatía (en Spanish Grail Fragments, ed. K. Pietsch, Chicago, 1924-25,t. I, p. 14), recuerda confusamente la prisión de Agripa: '... el gran destroymiento que fue ante que los cristianos fuesen de la cibdat, e Agripa, el fijo de Herodes, fue preso ... '.» • «Véase el Libro de los enxemplos, p. S20a.•

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* Me doy cuenta de que esta biblioarafia, compilada a los treinta años de concluido el estudio (con los recursos de otra biblioteca universitaria), está muy lejos de ser satisfactoria. Para comenzar, es incompleta: omití todos los textos que se refieren a la Antigüedad bíblica y grecorromana, en gran parte por ignorar en qué ediciones se basaba la autora allá por 1940. Traté de proporcionar informes más o menos completos (de ninguna manera exhaustivos) en todo lo que atañe a las literaturas de la Edad Media y de las épocas posteriores; también en este terreno falta muchas veces la seguridad. En alguna ocasión, no resistí a la tentación de señalar, entre corche. tes, ediciones posteriores (y, presumiblemente, mejores) de ciertos textos. En cuanto a las obras de investigación, no he aspirado a llenar, de modo sistemático, las inevitables lagunas, limitándome a unos pocos agreaados triviales; por ejemplo, registré en algunos casos ediciones revisadas y ampliadas de las mo1l01111fias a que aludfa la autora, o mencion~ estudios posteriores sobre temas afines, de los mismos eruditos. [Y. M.]

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MARIAROSA LIDA DB

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MAR1A ROSA LIDA DE MALICIEL

- Primera cr6nica general; estarla de España que mandó componer ... y se continuaba bajo Sancho W en 1289, ed. R. Menéndez Pidal, N. B. A. E., t. V, Madrid, 1906; 2.• ed., con la colaboración de A. G. Solalinde, M. Muftoz Cortés y J. Gómez Pérez, 2 tomos, Madrid, 195S. Alw>1s DE GAULA; versión de Garcí Rodríguez de Montalvo, Zaragoza, 1508. [La mejor edición disponible hoy es la de Edwin B. Place, 4 tomos, Madrid, 1959-69.] ARGBNSOLA, LUPERCIO LBoNARDO DE: Rimas, ed. José Manuel Blecua, Zaragoza, 19SO. Auto de la destruición de Jerusal.én, en Autos, farsas y coloquios del siglo XVI, ed. L. Rouanet, 4 tomos, Biblioteca Hispánica, V-VIII, Barcelona, 1901, t. I. BBRCBO,GoNZALO DE: Duelo de la Virgen y Loores de Nuestra Señora, véase G. de B., Poesias, en Poetas castellanos anteriores al siglo XV, ed. Florencio Janer, B. A. E., LVII (1864), 39-146.

CABRERA, FRAY ALoNso DE: Sermones, en Predicadores de los siglos XVI y XVII, t. I, ed. Miguel Mir, N. B. A. E., 111 (1906). CAIRASCO DE FIGUEROA, BARTOLOlm: Definiciones poéticas, morales y cristianas, en Poetas líricos de los siglos XVI y XVII, t. II, ed. Adolfo de Castro, B. A. E., t. XLII (2.• ed., 187S). CALDERÓNDE LA BARCA, PEDRO: El José de las mujeres - El mágico prodigioso - El mayor monstruo del mundo ( = El m. m.;los celos) - A secreto agravio, secreta venganza - La vida es sueño, en Comedias, ed. Juan Eugenio Hartzenbusch, 4 tomos, B. ,A. E., tomos VII, IX, XII, XIV. Cancionero castellano del siglo XV, ed. R. Foulché-Delbosc, 2 tomos, N. B. A. E., XIX (1912) y XXII (191S). ' CARIZARES, DIEGODE: Libro d~ los siete sabios de Roma, en Opúsculos literarios de los siglos XIV a XVI, ed. A. Paz y Mella, Soc. Bibl. Esp. (1892). CASAS, FRAY BARTOLO~· DE LAS: Apologética historia de las Indias, en Historiadores de las Indias, I, N. B. A. E., XIII (1909). CASTILLEJO, CRISTÓBAL DE: Obras, ed. J. Domínguez Bordona, 4 tomos, Clás. cast., LXXII, LXXIX, LXXXVIII, XCI, Madrid, 1926-28. . Cavallero Zifar, El libro del ,(= El libro del Cavallero de Di.os), ed. Charles Philip Wagner, t I, Ann Arbor, 1929. CEPEDA, FRANCISCO DE: Resumpta historial de España desde el Diluvio hasta el año de 1642, Madrid, 1643.

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RBRODBS

«Roma abrasada --ein echtes Jugenddrama; ·eine Studie zu Lope de Vega». Rev. hisp., LXXXII (1928), 325411 [se trata de una tesis de Würzburg]. ScllAa, AooLFO FEDERICO, CoNDE DE: Historia de la literatura y del arte dramático en España, tr. por Eduardo de Mier, 5 tomos, Madrid, 1885-87. [Título original: Geschichte der dramatischen Literatur und Kunst in Spanien, 3 tomos, Berlin. 1845-46; 2.• ed., ampliada: Frankfurt, 1854.] SMrrB, B. T. D., ed.: The Gospe.l According to S[aint] Matthew [in Greek], with lntroduction and Notes, Cambridge (lngl.), 1927. THACXBRAY, H. ST. JOHN: Josephus, the Man and the Historian, with a Preface by George Foot Moore, New York, 1929. [Existe del mismo autor una edición y traducción de Josefo, en colaboración con R. Marcus y L. H. Feldman, en 9 · tomos, London & New York, 1926-65, así como A Lexicon to Josephus, compilado en colaboración con R. Marcus, 3 tomo~ París, 1930-48.] WILAMOWITZ-MOLLENOORFF, ULRICB voN: Die griechische Literatw· des Al.tertums, en Die Kultur der Gegenwart: Die griechische und lateinische Literatur und Spache, Leipzig, 1912; 3.• ed .. 1924. RUSBR,

B.

WIJJIBIM~

TEXTOS LITERARIOS (MEDIEVALES,RENACENTISTASY MODERNOS)

I. Literatura española LA PARRA,JUAN: «Cartas», en Obras de .D. Francisco de Quevedo Villegas, B. A. E., LVIII (1859). ALcAIÁ, JERÓNIMO DE: El donado hablador, en Novelas posterio res a Cervantes, I, ed. Cayetano Rosell, B. A. E., XVIII (1864), 491-584. ALDRETE, BERNARDO: Del origen y principio de la lengua castellana o romance que [h]oy se usa en España, Roma, 1606; 2.• ed., Madrid, 1674. Alexandre, El libro de. Texts of the Paris and the Madrid Manuscripts ... , ed. Raymond S. Willis, Jr. Blliott Monographs ... , t. XXXII. Princeton & París, 1934. ALPoNSO EL SABIO: General estarla, I, ed. Antonio G. Solalinde Madridr 1930.

ADANDE

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HBRODBS

J. M., trad.~ Los siete libros de Flavio Josefa, los quales contienen las guerras de los ludios y la dutrucci6n de Hierusalem y del' Templo, Anvers (= Amberes), 1557. CovARRUBIAS Hoaozco, SEBASTI~ DE: Tesoro de la lmgua castellana, o españbla, Madrid, 1611; 2.• ed.,· 1673-74. Cauz, SOR JUANA IN~ DE u: Poesl.ascompletas, ed. E. Abréu Gómez, 2.• ed., México, 1948. Dmz (o D1Az)DE GAMBS,GunBRRBDE: El Victorial, o Cr6nica de don Pe[d]ro Niño, conde de Buelna, ed. E. -de .Llaguno Amirola, Madrid, 1782 ( = Colección de crónicas de Castilla, 111 : 1). [Existen dos ediciones modernas: la de Ramón Iglesias, Madrid, 1936, y México, D. F., 1940, y la de J. de Mata Carriazo, Madrid, 1940. Colección de crónicas españolas, l.] ENCINA, JuAN DEL: Cancionero, ed. R. Academia Espaiiola, Madrid, 1928 [edición facsímil de la de 1496]. EsuvA, ANTONIO DE: Noches de invierno, Barcelona, 1609; ed. L M.• González Palencia, Madrid, 1942. ESPINOSA, PEDRO: Fdbula del Genil; idilio, en ,Poemas ,,neos, 11, ed. Cayetano Rosen, B. A. E., XXIX (1854), 475 s., y en Obras, ed. F. Rodríguez Marín, Madrid, 1909.-· FmJdo, P. BENITO JERÓNIMO: Venida del Anticristo y fin del mundo, en Teatro critico universal, t. VII, disc. 5. Gran conquista de ultramar, ed. Pascual de Gayangos, en B. A. E., CoRDBRO,

XLIV (1858). GRANADA, FRAY LUIS DE: Introducción

del sfmbolo de la fe, en

Obras, 19 tomos, Madrid, 1781-89. GUEVARA, FRAY ANTONIO DE: (Las) Epfstolas familiares, ed. Augusto Cortina, Colección Austral, N.º 242, Buenos Aires & México, 1942; 2.ª ed., 1946. - Libro dureo de[l gran emperador] Marco Aurelio, ed. R. Foulché-Delbosc («publié d'apñs un manuscrit -al'Escurial•), Rev. hisp., LXXVI (1929), 1-319. - Menosprecio de corte y alabant.a de aldea, ed. M. Martfnez de Burgos, Clásicos castellanos, t. XXIX, Madrid, 1915. (H)BNRfoUEZ GóMBz,ANToN10: El siglo pitagórico. Roban, 1644:

2.• ed., 1682. Historia del noble Vespesiano, ed. R. Foulché-Delbosc, en Rev. hisp., XXI (1909), S67-634. HOJBDA, FRAY DIEGO DE: La Cristfada ... que trata de la vida 1.muerte de Cristo, Nuestro Salvador, Sevilla, 1611; reimpresión en Poemas épicos, t. I, B. A. ·E. (1866).

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MARfA ROSA LIDA DB MALICIBL

LdPBz DB UBBDA, FRANCISCO: La picara lustina, en Novelistas posteriores a Cervantes, t. 11, B. A. B., XXXIII (1871). [Existe una edición muy superior, en 3 tomos, de Julio Puyol y Alonso, Soc. bibliófilos madr., VII-IX, Madrid, 1912.]

Bl libro de las claras y virtuosas mujeres, ed. M. C~stillo, Toledo, 1909.

LUNA, OON ALVARO DE:

MANluoUB,GdMBZ: «Los cuchillos del dolor de Nuestra Sefiora ... », en N. B. A. B., t. XXII, pp. 91 y ss. (N.• 378.) MARIANA, P. JUAN DE: Historia (genual) de España, en B. A. E., tomos XXX (1864) y XXXI (1872). MATOS FRAGOSO, JUAN DE: El sabio en su retiro y el villano en su rincón, en Teatro selecto, ed. F. J. Orellana, 1866-68,t. 111, pp. 401y SS. MB.m, PB(D)Ro: Historia imperial y cesdrea, en la qual en suma se contienen las vidas y hechos de todos los Césares, emperadores de Roma, Sevilla, 1504; Amberes, 1578; Madrid, 16S5.

- Silva de varia lección, compuesta por el magnifico caballero, Soc. bibl. esp., Ser. 11, tomos 10-11, Madrid, 1933-34. MBNoozA, FREY 1AIGODE: Vita Christi por coplas, en N. B. A. E., t. XIX, pp. 1-52. Mmó, GABRIEL: Figuras de la Pasi6n del Señor, Barcelona, 1916-17 . .MoRETO Y CAB~QA, D. AousT1N: Trampa adelante, en Comedias escogidas de ... , ed. L. Femández - Guerra y Orbe, B. A. E., XXXIX, Madrid, 1873. MOTOLINÚ (o, DE BENAVBNTE), TORIBIO (t 1568): Historia de los indios de la Nueva España, en J. García lcazbalceta, ed. Colección de documentos para la historia de Mhico, M&ico, 1858, t. I, pp. 1-745; y en varias ediciones aparte: Barcelona, 1914; México, 1941; México, 1969. NIBREMBERG, P. JUAN EUSEBIO (1595-1658): De la diferencia entre lo temporal y lo eterno, crisol de desengaños, con la memoria de la eternidad ... , Pamplona, 1755. [Hay una edición posterior: Obras escogidas, 11, ed. E. Zepeda-Henrlquez, B. A. E., t. CIV (1957),1-291.] PADILLA, JUAN DE (EL CARTUJANO): Los doce triunfos de los doce apóstoles, en N. B. A. E., XIX, 288-423. ~ DE GuZMíN, FBRNíN: Generaciones y semblanzas, ed. J. Domínguez Bordona, Clás. cast., Madrid, 1924. [Existe una ediciól\ posterior, de R. B. Tate, London, 1965.] - Mar de (h)istorias, Valladolid, 1512. Reimpreso en Rev. hisp., XXVIII (1913), 442-622.

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RBRODBS

1.tlhurdas de Plut6n ( = El sueño del inf~rno). Figura en varias ediciones de Los Sueños, por ejemplo, la de J. Cejador y Frauca, Clás. cast., tomos XXXI y XXXIX; en las Obras completas de Quevedo, ed. L. Astrana Marín, Madrid, 1932; y en ediciones aparte: Madrid, 1919; Poitiers, ca. 1956 (ed. Amédée Mas), etc. RIB- o RIV-ADBNEYRA, PEDRO DE: Tratado de la tribulación y Tratado del príncipe cristiano, en Obras escogidas de ... , ed. V. de

QuBvBoo Y VILLBGAS, FRANCISCO DB: Las

la Fuente, B. A. E., LX (1868).

Entre bobos anda el juego: don Lucas del Cigarral, en Comedias escogidas, ed. Ramón de Mesonero Romanos, B. A. E., LIV (1866). SANCHEZDE VERCIAL, CLEMENTE: Libro de los e(n)xemplos por a. b. c., en Escritor.es en prosa anteriores al. siglo XV, ed. P. de Gayangos, B. A. E., LI (1860), 443-542. [Existe una edición posterior, por John E. Keller, en Clásicos hispánicos, Ser. 11, t. 5, Madrid, 1961.] SANTA MARIA, PABLO DE: Las edades del mundo, en N. B. A. E., XXII (1915), 155-188. S1GOENZA, FRAY Jos:aDE: Historia de la orden de San Jerónimo, ed. J. Catalina García, 2 tomos, N. B. A. E., VIII (1907) y XII

ROJAS ZoRRILLA,

FRANCISCO DE:

(1909). DE: La duquesa constante, en Dramdticos contempordneos a Lope de Vega, ed. R. de Mesonero Romanos, 1, B. A. E., XLIII (1857). «TIRSO DE MoLINA•: El burlador de Sevüla (y convidado de piedra), en Comedias de T. de M., 11, ed. E. Cotarelo y Mori, N. B. A. E., IX (1907). - Bl caballero de Gracia, en Comedias, 11, y en Obras de T. de M., ed. María del Pilar Palomo, B. A.-E., CCXXXVII (1970). - La prudencia en la mujer, en Comedias de T. de M., ed. J. E. Hartzenbusch, B. A. E., V (1866); además, existen varias ediciones aparte: la de W. McFadden, Liverpool, 1933; la de A. H. Bushee y L. L. Stafford, México, 1948, etc. - La vida (y muert~) de Herodes, en Comedias, 11, ed. Cotareli, y en Obras, IV, ed. Palomo, N.B. A. E., t. CCXXXVIII (1970). - El celoso prudente; La fingida Arcadia; La grandeia de Alejandro. VALDIVIBLSO, MABsTRO Josl1 DE: Vida y muerte del patriarca San Josef, esposo de Nuestra Señora, en Poemas épicos, 11, ed. C. Rosell, B. A. E., XXIX (1854), 137-244.

Tó.REGA,FRANCISCO

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MARIA ROSA LIDA DE MALICIBL

Amarilis, égloga, en Colecci6n de las obras sueltas, Madrid, 1776-79,t. X; y B. A. E., XXXVIII (Obras no dramdticas, ed. C. Rosell). La Arcadia, en Comedias, B. A. E., XLI. - Contra valor no hay desdicha, en B. A. E., XLI (Comedias escogidas, 111, ed. J. E. Hartzenbusch). - La Dorotea (acción en prosa), en B. A. E., t. XXXIV (Come1.iiasescogidas, 11). Hay dos excelentes ediciones críticas posVEGA CARPIO, LoPE Fl1LIX DE:

teriores: la de José Manuel Blecua, Madrid, 1955, y la de E. S. Morby, Valencia, 1958; 2.• ed. rev., 1968. .- El guante de Da. Blanca, en B. A. E., XLI. - El hijo de los leones, en B. A. E., XXXIV, y en Acad. N., XII (1930).

- (El) Isidro; poema castellano en que se escribe la vida del bienaventurado ... , en Obras sueltas, XI. - Jerusalén conquistada, epopeya trdgica. [Existe una edición -

moderna, en tres tomos: la de J. de Entrambasaguas, drid, 1951-54.] La limpieza no manchada, en Obras, Acad., V.

Ma-

- El mayor monstruo, los celos = El Tetrarca de Jerusalén. - El mejor alcalde, el rey, en B. A. E., XXIV (Comedias escogidas, 1), y en Obras, Acad., VIII (1898); además en la Selección hecha por Américo Castro, Madrid, 1923. - Obras son amores, en Obras, Acad. N., VIII (1930). - El palacio confuso, ed. C. H. Stevens, «with a Study of the Menaechmi Theme in Spanish Literature», tesis de New York University, New York, 1939. - (Los) pastores de Belén, Madrid y Buenos Aires, 1930. - Roma abrasada (y crueldades de Nerón), en B. A. E., t. LII (Comedias escogidas, IV) y en Obras, Acad., VI (1896). - San Segundo, comedia de ... , en Obras, Acad., IV. - El toledano vengado, en Obras, Acad. N., 11 (1916). - Triunfo de la fe(e) en los reynos de(l) Japón; existe una edición posterior, de J. S. Cummins, London, 1965. - El villano en su rincón, en B. A. E., t. XXXIV, y Obras, Acad., XV (1913). - La vuelta de Egipto, en Obras, Acad., 11 (1892). VANBGAS(o VENBGAS)[DE BUSTO], MABsTROALB:roDE: Agonfa del

trdnsito de la muerte, con los ·avisos y consuelos que cerca della son provechosos, en N. B. A. E., XVI (1911).

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HERODES

VIVBS,LUIS: De tempore quo natus est Christus (1528), en Opera, in duos distincta tomos, quibus omnes ipsius lucubr~tiones ... complectuntur... [ed. H. Coccius], 2 tomos~ Basileae, 1555, t. 11. - De ven.tate fidei Christianae libri quinqu.e; in quibus de religicmis nostrae fu.ndamentis ... plurima disputantur, Basileae, 1543; Lugduni, 1551; Coloniae, 1568. ZáATE, MAEsmo FRAY FERNANDO (o HERNANDO) DE: Discurso de la paciencia cristiana., muy provechoso para el consuelo de los afligidos, en Escritores del siglo XVI, t. 1, B. A. E., XXVII (1862), 421-484.

11. Literaturas utranjeras (medievales y modernas} Coioom.I.B,P.: Rodogune, princesse des Parthu; tragU.ie, 164445. DANB, CIBMBNCB [= WINIFRED AsllroN], Herod and Mariamne, Based on the German Play by Friedrich Hebbel, New York, 1938. L'Estoire del Saint-Graal, y L'Estoire de Merlin, cf. Robert de Boron, Le roman de l'Estoire du Graal, ed. William A. Nitze, Paris, 1927. FLAUBERT, GuSTAVE:H,rodias (a base de este cuento escribió su ópera Massenet). GRAVES, ROBERT: 1, Claudius; from the Au.tobiography of Tiberius Claudius, Born B. C. 10, Murdered and Deified A. D. 54, New York, 1934. - Claudius the God, and his Wife Messalina; the Troublesome Reign of Tiberius Claudius Caesar, Emperor of the Romans ..., London, 1934, & New York, 1935. HEBBEL, F'RIEDRICH: Herodes und Mariamne. [De este drama salió posteriormente unaedición crítica, preparada por Edna Purdie, Oxford, 1943 y 1949; existe una traducción al español, por R. M. Tenreiro.] LYDGATE,JOHN:The Fall of Princes (1431-38). MAsSINGER, PHILIP: The Duke of Milan, ed. Thomas W. Baldwin, Lancaster, Pa., 1918. Cf. Philip Massinger, [Ten Plays], ed., with an lntroduction and Notes, by A. Symons, 2 tomos, London & New York, 1904. PISANo PIZAN,CmusTINE DE: La ci.t, des dames; escrito hacia 1410. TIUSTAN L'HERlmB,FRAN~IS: Mariane, tragédie, Paris, 1635 [?], 1637; 4.• ed. (corregida), 1644.

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MARIA ROSA LmA DE MALKIEL

C. CoRPUS DE ESTUDIOS JOSBPINOS

DB MAÚA

ROSA LIDA DE MALKIBL

Trabajos publicados en vida de la autora

l.

«La métrica de la Biblia: un motivo de Josefo y San Jerónimo en la literatura española», Estudios hispánicos: Homenaje a Archer M. Huntington, Wellesley, Mass., 19S2,pp. 335-3S9. «Alejandro en Jerusalén», R. Ph., X (1956-S7; Edward C. Armstrong Memorial), 185-196. «Josefo en la General Estaría», Hispanic Studies in Honour of l. Gonzdlez-Uubera, ed. F. Pierce, Oxford, 19S9,pp. 163-181.

11. Trabajos publicados póstumamente ciDos opúsculos inéditos, I: Alejandro Magno en Jerusalén según Josefo», A. Traducción [Ant. Jud., I, XI, §§ 317-3391,B. Comentario, en Davar, núm. 99 (oct.-dic. de 1963), pp. 7~77. «'Las infancias de Moisés'» y otros tres estudios en tomo al influjo de Josefo en la literatura española», en R. Ph., XXIII (1969-70;Ramón Menéndez Pidal Memorial, 1), pp. 412-448.[Los tres estudios en cuestión son: «Los pilares d~ la sabiduría», «El ave y el arquero», «El escarnio de Paulina».] «Túbal, primer poblador de España», en Abaco, 111 (1970), 948. «Las sectas judías y los 'procuradores' romanos; en tomo a Josefo y su influjo sobre la literatura española», en Hispa.nic Review, XXXIX (1971), 183-213. «La dinastía de los Macabeos en Josefo y en la literatura española», en Bulletin of Hispanic Studies, XLVIII (1971), 289-297. 1Prusalén: su sitio y destrucción por los romanos como tema literario (para salir en la serie publicada por el Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas de la Universidad de Buenos Aires «Facultad de Filosofía y Letras). ~En torno a Josefo y su influencia en la literatura española: Precursores e inventores», en Studia Hispanica in Honorem R. La.pesa, t. I, Madrid, 1972, pp. 15-62.

111. Trabajos que entroncan con las pesquisas josefinas «Civil 'cruel'». Nueva revista de filologfa. hispánica, I (1947).

80-85.

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HERODES

«El 'romance', la Comedia Pródiga, las Coplas y la Carta al rey (154S), de Luis de Miranda», R. Ph., XXVI (1972-73: Silver Anniversary lssues, I), S7-61. «Lope de Vega y los judíos», en Bulletin hispanique, LXXV (1973), pp. 73-113. IV. Examen crítico de los estudios josefinos de la autora infinido de María Rosa Lida de Malkiel: Josefa y su influencia en la literatura española», en Füología, XIII (196s:.69[1970]: Homenaje a R. Menéndez Pidal), 205-226.

YA1ov MAUCIEL: «El libro

-

«Las ·fuentes de los estudios josefinos de María Rosa Licia de Malkieb, en Cuadernos del Sur (Bahía Blanca), número dedicado a la memoria de Arturo Marasso, XII, 9-18.

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BREVE BIBLIOGRAFIA DE MARIA ROSA U•DA DE MALKIEL COMPIIADA POR MARGARBT SINCLAIR BRBSLIN

ABREVIATURAS

BAAL

BAL BCG

ce Centro

CL D

BDMP Bmer Br Fü Gac

HR lns

Nac

NRFH RA

RFH RLC

RPh

Spec VKR

ZRPh

Boletín de la Academia Argentina de Letras (Buenos Aires). Buenos Aires Literaria. Boletín del Colegio de Graduados de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires. Cursos y Conferencias: Revista del Colegio Libre de Estudios Superiores de· Buenos Aires. Centro: Revista del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras (Buenos Aires). Comparative Literature (Eugene, Ore.). Davar (Buenos Aires). Estudios dedicados a Menéndez Pidal (Madrid, 195057). Emerita (Madrid). Erasmus; Speculum Scientiarum (Wiesbaden). Filología (Buenos Aires). Gaceta: Publicación del Fondo de Cultura Económica (México, D. F.). Hispanic Review (Philadelphia). 1nsula (Buenos Aires). La Nación (Buenos Aires). Nueva Revista de Filología Hispánica (México, D. F.). Repertorio Americano (San José, Costa Rica). Revista de Filología Hispánica (Buenos Aires). Rewe de littérature comparée (Paris). Romance Philology (Berkeley y Lós Angeles). Speculum (Cambridge, Mass.). Volkstum. und Kultur der Romanen (Hamburg). Zeitschrift filr romanische Philologie (Heidelberg).

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BBRODBS

1934 Reseña: l. O. Komer, Die Sinnesempfindungen in· llias und Odyssee, Jenaer medizin-historische Beitriige, 1932. Emer, 11, 167-172. 1935 Reseñas: 2. K. Keyssner, Gottesvorstellung und Lebensauffassung im griechischen Hymnus, Stuttgart, 1932. Emer, 111, 158-164. 3. Hennes, t. LXIX (1934), núms. 2-3, y t. LXX (1935), núm. 1 [Artículos de E. Bethe, H. Dahlman, L. Deufner, . H. Frinkel, W. Frahm, W. H. Friedrich, M. Fromhold-Treu, H. Nesselhauf, H. Oppermann, K. Reinhardt, C. Ritter, F. Solmsen, W. Theiler, E. Wolff y otros]. Emer, 111, 336-345. Traducciones: 4. Rupert Brooke, «Carta a Jacques Raverat». BCG, t. V, núm. 15, pág. 31. 5. Saint-John Ervine, «Eugenio O'Neill», Then and Now, London, 1935. BCG, t. V, núm. 15, págs. 32-34. 6. Arthur Calder-Marshall, «James Joyce», Then and Now, London, 1935. BCG, t. V, núm. 15, págs. 34 sig. 1936 Reseñas: 1. Glotta, t. XXIII (1935), núms. ~ [Artículos de E. Bickel, A. Buse, H. Drexler, J. Friedrich, H. Haffter, G. N. Hatzidakis, W. Krogmann, L. Weber y otros]. Emer, IV, 128-131. 8. Hermes, t. LXX (1935), núms. 2-3, y t. LXXI (1936), núm. 1 [Artículos de K. Deichgriiber, H. Drexler, F. Bgemvmn, M. Gelzer, F. Hampl, F. Harder, A. Hausrath, W. Hoffmann, R. Keydell, F. Klingner, A. Korte, J, Leng]e, K. Mettli, G. Nebel, W. Schadewaldt, R. Walzer y otros]. Bmer, IV, 131-136.

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MARfA ROSA LIDA DE MALKIBL

9. J. Dumortier, Les images dans la poúie d'Bschyle, Paris, 1935. Bmer, IV, 172-180. 10. Glotta, t. XXIV (1936), núms. 1-2 [Artículos de H. Arnrnann, G. Bjorck, J. Canedo, V. Georgiev, P. Kretschmer, A. Mayer, A. Rehm, E. Vetter, A. Wilhelm]. Emer, IV, 307-310. 11. Hermes, t. LXXI (1936), núm. 2 [Artículos de O. Gigon, B. Keil, W. Krause, W. Nestle, H. Schaefer]. Emer, IV, 310-312. Traducciones: 12. «Esfuerzos ejemplares» (Platón, Menéxeno; Juan Tzetzes, Las Quilíades, XIII, 626 sigs.; U. von Wilamowitz-Moellendorff; I. Walton, The compleat angler [1653]; Ch. Morgan, La fuente). RA, t. XXXII, fase. 2 (núm. 762), págs. 25 sig. 13. Gervase Markham, Arte completo de la pesca con caña (1656).

RA, t. XXXII, fase. 23 (núm. 783), pág. 363.

1937 Artículos: 14. «Helena en los poemas homéricos». CC, Año VI, núm. 2, t. XI, págs. 113-140. 15. «La mujer ante el lenguaje. Algunas opiniones de la Antigüedad y del Renacimiento». BAAL, t. V, núm. 18, págs. 237-248. 16. « El mito de Helena». Sur, t. VII, núm. 39, págs. 65-75. 17. «Cómo era Safo». Rev. Cubana,. t. VIII, nwns. 22-24, págs. 85-89. Traducciones: 18. «El elefante: Selección» (textos de Plinio, Eliano, Aquiles Tacio). RA, t. XXXIII, fase. 1 (núm. 785), pág. 15. 19. «Griegos: Selección y traducción» (textos de Aristóteles, Estrabón, Plutarco, Xenobio, etc.). RA, t. XXXIII, fase. 2 (núm. 786), pág. 32.

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223

IIBRODBS

20. Varii, «La palabra es lo primero» [Este florilegio contiene, en traducción española, pasajes sacados de la Biblia (Proverbios ), de Homero, Heródoto, Plutarco, Catón, Livio, Suetonio, etc., así como fragmentos de Berceo, Alfonso el Sabio, Santob de Carrión, Cervantes y numerosos gramáticos españoles de vieja estirpe, hasta G. Mayáns y Sisear]. BCG, t. VII, núm. 20, págs. 27-31. 21. «La serpiente: Selección y traducción» (Heródoto, Eliano, etcétera). RA, t. XXXIII, fase. 11 (núm. 795), pág. 174. 22. «Virtudes del pescador ae caña» [Gervacio Markeham, Arte

completa de la pesca con caña]. La Vanguardia (Buenos Aires), 28 de marzo; pág. 7a. 23. E. K. Rand, «Las metamorfosis de Ovidio» (Ovid and His lnf luence, 1928). RA, t. XXXIV, fase. 1 (núm. 809), págs. 3 sig. 24. «Hosterías» (de lo$ Diálogos familiares de Erasmo). RA, t. XXXIV, fase. 7 (núm. 815), pág. 103. 1938 Artículos: 25. «·El ruiseñor de las Geórgicas y su influencia en la lírica española de la Edád de Oro». VKR, XI, 290-305. 26. «Los grecismos del español según Juan de Valdés». BCG, t. VII, núm. 23, págs. 53-5_7. Prefacio: n. Introducción (págs. 7-15) a Publio Virgilio Marón, La Bneida, tr. E. de Ochoa; en Las cien obras maestras ... , dir. P. Henríquez Ureiia, t. 111, B. A.: Bdit. Losada; 298 págs. Traducciones: 28. Dos pasajes -el

primero de Paul Cauer, Grundfragen der Homerkri.tik, Leipzig, 1895; el segundo de Ulrich von Wilamowitz-Mollendorff, Die llias und Homer, 2.• ed., Berlin, 1920- incluidos, bajo la firma de la autora, en la «Introducción» (págs. 3-14) de P. Henríquez Ureña a Homero, La Odisea, en Las cien obr~ maestras, t. V, Buenos Aires.

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224

MAR1A ROSA LIDA DE MALKIEL

29. Pasajes de Pedro Mártir traducidos e interpretados para P. Henrlquez Urefia, Para la historia de los indigenismos, Buenos Aires. 30. Emily Bronte, Cumbres bo"ascosas [«Wutherlng Hdghts»], Buenos Aires: Edit. Sudamericana. [Acaba de salir la octava edición.] 1939 Artículos: 31. «Transmisión y recreación de temas grecolatinos en la poesía lírica espaíiola». RFH, I, 20-63. 32. «Lás imágenes de la cámara maravillosa (Historia Troyana).• BAAL, t. VII, núms. 25-26, págs. 173-185. 33. «Homero en la Antigüedad». En: Homero, La !liada, Segunda parte = Las cien obras maestras, t. XII (B. A.), págs. 301-320. 34. «Tumbal 'retumbante' (Libro de buen amor, 1487a)». RFH, I, 65-fJ7. 35. «De cuyo nombre no quiero acordarme ... •· RFH, I, 167-171. 36. «Para las fuentes de Quevedo». RFH, I, 369-375. Prefacios: 37. Introducción (págs. 7-11) a Horacio, Odas y epodos; en Las cien obras maestras ... , dir. P. Henrfquez Urefia, t. XX, B. A.: Edit. Losada; 260 págs. 38. Prefacio («Traducciones de Plutarco», págs. 19 sig.) a Plutarco, Vidas paralelas, tr. A. Ranz Romanillos, I; en Las cien obras maestras ... , dir. P. Henríquez Urefta, t. XVII, B. A.: Edit. Losada; 294 págs. Resefias: 39. A. Walde, Lateinisches Btymologisches Worterbuch, revisión de J. B. Hofmann, t. I, Heidelberg, 1938. RFH, I, 173-175. 40. Bmst Robert Curtius, «Zur Literariisthetik des Mittelalters», en ZRPh, LVIII (1938), 1-50, 129-232,433-479.

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225

RBRODBS

41. Fritz Neubert,· «Gegenwartsaufgaben der Romauistik» (Neuphilologische Monatsschrift, IX, 1938). RFH, I (1938), 183. 42. Margarete Rosler, «Beziehungen der Celestina zur Alexiuslegende» (ZRPh, LVIII, 1938). RFH, I, 186. 43. Ensayos y estudios, t. I, núms. 1 y 2, Berlin, 1939 [K.. Vossler, W. Beinhauer, T. Carrera y Artau, F. Domseiff]. RFH, I, 282 sig. 44. Ramón Menéndez Pidal, «La épica española y la Literari:isthetik des Mittelalters de E. R. Curtius» (ZRPh, LIX, 1939) RFH, I, 283-28S. Traducciones: 45. Tucídides, «Oración fúnebre de los atenienses» (trad. de Diego Gracián, retocada por M. R. L.). Sur, t. IX, núm. 61, págs. 108-114. 46. Teócrito, «Las siracusanas o las fiestas de Adonis». Sur, t. IX, núm. 62, págs. 53-58. 47. Pasaje de Ulrich von Wilamowitz-Mollendorff, «Die griechische Literatur des Altertums» (sobretiro, 1911) (Die grlechische und lateinische Literatur und Sprache, en la obra enciclopédica Die Kultur der Gegenwart, Leipzig, 1912). En Homero, La llíada, Primera Parte = Las cien obras maestras, t.· XI (B. A.), págs. 21-26. 48. Pasajes de '1-von Wilamowitz-Mollendorff y Gilbert Murray para la Introducción (véase la pág. 13) y dos páginas ('267 sig.) de notas en Esquilo, Tragedias, ed. P. Henríquez Urefta, en Las cien obras maestras, t. X (B. A.).

1940 Artículos: 49. «Notas· para la interpretación, influencia, fuentes y texto del Libro de buen amor». RFH, 11, 105-150. 50. «Del humanismo espafiol: Pedro Simón Abril». BCG, t. X, núm. 30, págs. 1-4. Artícul~reseiia: 51. «Horacio en la literatura

mundial» [E. Castle y otros, Oraz.io nella letteratura mondiale, Roma, 1936]. RFH, 11, 370-378.

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227

HBRODBS

63. «la sabiduría bnrnana y la sabiduría divina: Historia una frase y de una actitud». Nac, 13 de Abril, «Suplemento literario», pág. la.

de

Reseñas: 64. Fidelino de Figueiredo, A Spi.ca Portuguesa no Século XVI, Univ. de Sio Paulo, 1938. RFH, 111, ~9. 6S. B. J. Arnould, ed. «Le Livre de Seyntz Medicines»; the Unpublished Devotional Treatise of Henry of Lancaster, Qx.. ford, 1940. RFH, 111, 263-270. 67. Ramón Menéndez Pidal, Idea imperial de Carlos V ... , y

Poesia drabe y poesfa europea; con otros estudios de literatura medieval, Buenos Aires y México, D. F., 1941. RFH, 111, 379-381. 1942 Artículos: 68. «una· copla de Jorge Manrique y la tradición de Filón en la literatura española». RPH, IV, 1S2-171. 69. «Dido y su defensa en la literatura española». RPH, IV, 209-252, 313-382; cf. núm. 72. 70. «El Parsondes de .Juan Valera y la Historia Universal de Nicolao de Damasco». RFH, IV, 273-281. Reseña: 71. Vittorio De Falco-Aluízio de Paria Coimbra, ·os elegíacos gregos de Calina a Crates, Sáo Paulo, 1941.

RFH, IV, 399-403. 1943 Artfculos: 72. Suplemento al núm. 69: «Dido y su defensa ... ». RPH, V, 45-50.

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MARfAROSA LIDA DE IUJJCJRI,

52. Horacio, &Uiras 'Y epútolas; en Las cien obras maestras ..., dir. P. Henríquez Urda, t. XXVII, B. A.: Bclit. Losada; 248 p4gs. R.eseftas: 53. Serafim Silva Neto, Fontes do latin, volgar. O «Appendix Probi», Rio de Janeiro, 1938. RFH, 11, 79-81. 54. Emst Robert Curtius, «Scherz und Ernst in mittelalterlicher Dichtung», en RF, LIII (1939), 1-26. RFH, 11, 405-407. SS. Gesammelte Aufslitt.e 1.ur Kulturgeschichte Spaniens (Spanische Forschungen der Gorruguellschaft, Serie 1, t. VII, Münster, 1938) [H. Hatzfeld, J. Vives, M. Batllori]. RFH, 11, 64 sig.

Traducciones: 56. Bmily Bronte, Cumbres borrascosas [«Wuthering Heights»], Buenos Aires: Edit. Sudamericana; prefacio de Victoria Ocampo, 3.· ed., 1940. 57. C. E. M. Joad, Guía de la filosofía [Guide to Philosophy, London, 1936], en Panoram.o• dir. Guillermo de Torre, Buenos Aires: Bdit. Losada; S25 págs. 1941 Libros: · S8. El cuento popular hispano-americano y la literA, 52 Massinger, Philip, 61, 117 Matías, hijo de Marplot, 103 Matos Fragoso, Juan de, 42 Maximiano (emperador romano), 144, 180 Medina MediniUa, Pedro de, 44 Mejía, Pero, 12, 33, 99, 110, 113, 118, 125, 141, 146, 148, 157, 162, 186-189 m e 1 a n e o 1 í a, 80, 82 Mena, Juan de, 138,189 Mendoza, frey Iñi10 de, 32, 101 Menelao, 76, 124 Menéndez (y) Pelayo, Marcelino, S6, 61, 160, 186 Menéndez Pidal, Ramón, 189 MBNPIS, 88

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mensajero, 67 Mérim~. Henri, 94 Mesalina, 186 mesianismo, 28, 29, 31, 35, 36, 195 milaaroso, lo, 143 Miranda, Luis de, 10 Miró, Gabriel, 9, 107, 112, 113, 126, etc., 133-149,154, 163-166 m í s t i e a i r r e a 1 i d a d, 88 mito, 117 mitología clásica, 58 m o d e r n i s m o, 127 Moisés, 99, 185 Mommsen, Theodor, 17, 178 monedas, 191 Montano, Marco, 60 Montesinos, José F., 7 Moore, G.F., 28 Morby, Edwin S., 8 Moreto, Aaustín, 86 MORIAH, 129 Motolinía, Toribio, 76 Müller, C., 91 muelles, 131 • m u e r t e e n v i d a •, 142 muralla (inacabada) de Apipa, 192, 193 muros, 119 naipes, juegos de, 71 Nerón (o Nero), 180, 185, 186, 189 Nicolás (o Nicolao) Damasceno, 18, 27, 40, 89-91, 110,· 114, 120, 166 Nieremberg, P. Juan Eusebio, 56, 133, 152, 1S3,200 Niño, Nacimiento del, 71 Nitocris, 41, 42 novela bizantina, 92 Nuevo Testamento, 56, 76, 100, 101, 125, 132, 133, 143, 1~. 149, 153, 157, 1~162, 165, 169, 175, 178, 179, 190, 191, 195, 196, 198, 199·

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obras públicas, 119 Octaviano, AU,IUSto César, 1S, 21-

M, 38, ~, 48, Sl S3, S7, Q, 66,

78, 82, 85, 87, 'TI, 105, 11S, 117, 121, 122, 140, 155-157,164, 17S ofrendas (en el Templo), 167 oligarquía, 16 Olimpías (hija de Herodes), 164 oniculo, 80 orden secreta, la, 72, 86, 87 (vhise secreta) orientales, pnicticas, 17S o r n a m e n t a e i ó n, 12.6 Orosio, Paulo, 149 o r t o d o x i a, 75 Otto, Walter, 19 Ovidio, 138

cart•

Pablo, San, 203

Padilla, Juan de (El Cartujano),

1S1

palabra real empefiada, la, 160 palacios, 105,130,166 PANIO, 121, 122 Paredes, Condesa de, 60 parlamento calderoniano, 84, 88 partos, 48, 49, 51, 63, 64, 162, 163, 194, 205 pasión frente a razón, 84 pastores, rústicos, 73, 74Pedro Coméstor, 57, 91 Pedro, San, 143, 190, 199 Pérez de Guzmán, Fernán, 14-26, 126 Peri, H., 13 peripa~ticos, 90 persecución de los cristianos, la,

162 peste de Atenas, la, 149 Petit de Julleville, L.. 154 Petrarca,

Fnncesco,

!',8

Petronio (lepdo de Siria), 176, 177, 180 Petronio {personaje novelesco), ·

160

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Pilato(s), Poncio, 127, 130, 137, 148, 149, 1S7, 1S8 (-os), 160 Píndaro, 9 p i n t o r e s e o y p 1 á s t i e o, 1o, 113, 130-132 piojos (como casti10), 143, 153 . pirúnides, 17 Pisan (o Pizan), Christine de, S7 Pisístrato, 16 Pisón, prefecto de Roma, 170 Platen, Karl AU,IUStvon, 117 Plinio, 141, 142, 146, 1S2 Plutarco, S9, 116, 137, 142, 146 poblador de ciudades, 124 p o e s í a e r u d i t a, 206 Polemón, rey de Ponto, 201 Policena, 59 Policrates, 79 Polidoro, 114 p o m pe y a ni s m o, 16 Pompeyo, 42, 136, 137 PONTO, 192, 2Dl Poro (el rey oriental), 138 pórticos, 17, 130, 131 p r e d e t e r m i n a e i ó n, 32 prisiones, 119 Proaza, bachiller Alonso de, 152 Probst, Juan, 117 procuradores, 129, 157, 190, 201, 202, 204 p r ofanaeiones (sacrilegios), 40, 109, 133, 195 p r o fe e í a s (predicciones), 32, M, 36, 79, 80, 173, 174 prohibición ritual de imápnes, 106 p ro s e 1i t i s m o judío, 184 Pro vid en e i a, 32, 99, 111, 118, 133, 146, 185 p s i e o 1o g i s m o (en la literatura), 78, 163 púas doradas (=asadores), 136 puertos, 119, 131, 140, 191 puflal (tema del), 79, 88, 85, 87,

88

Purdie, Bdna, 83, 116 Pl\tifar, TI

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MARfA ROSA LIDA DB MALKIBL

Quevedo, Francisco, 16, 36, 49, 114 quincallerfa arqueolóaica, 127 rabfnicas, leyendas, 99 r a c i o n a 1 i s m o, i n t e 1e et u a I i s m o, . 75, 83, 88, 116, 185 Ravisio Téxtor, 187 r e a I i d a d e s d i s t i n t a s, 79 r e c r e a c i ó n p o ~ t i c a, 127 rencor, re se n ti m i en to, 108 Reni, Guido, 103 re p r o c h e s, 86 retratos (en la comedia), 73, 79, 82, 85 reunión (¿coalición?) de príncipes, la, 192,193 Revolución francesa (1789), la, 16 ~lientes, réaulos=reau socii, 28, 38, 105, 121, 156, 181, 191, 193, 201, '1l1l Reyes Ma101, los (=Tres Reyes de Oriente), 88, 100 Ribadeneyra, fray Pedro de, 42, 180 Ripoll, Dominio Marfa, 61 Rodrigo (rey de los visil()dos), 156 Rodriguez-Moftino, Antonio, 8 Rojas Zorrilla, A.G., 75 ROMA, 136, 156, 164, 167, 183 romanización (de reyes y tetrarcas), 201, 203, 204, '1lTi r o m a n t i c i s m o, 75, 126 Róa, bachiller, 59 Rubens, Pedro Pablo, 103 Ruser, Wilhelm, 185-188

Sa~lico, 187 Sabino, 155 sacrificios diarios, 175

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Salomé (hermana de Herodes), 22, 51, 53, 54, 63, 10-n,79, 88, 97, 108, 109, 112, 156, 165, 179 Salomón (y su Templo), 39, 106, 133, 134, 136, 195 SAMARIA, 124 samaritanos, 136,157 Sameas, 28, 29 Sánchez de Bercial (o Vercial), Clemente, 144, 145, 208 Sanhedrín, el, 29, 38, 71, 127, 128 Santa · María, Pablo de, 21, 31, 101,146,157,159,203 Santia10 el Menor (el Apóstol), 143, 190, 197, 199 Santos Inocentes, desollación de los, 21, 33, 39, 49, 62, 73, 88, 98102, 107, 110, 112, 114, 145, 147, 159 Schack, Conde Adolf Priedrich, 56, 62, 77 SBBASTE, SABESTE, etc., 97, 121, 124 SBGOVIA, 125 Semframos, 41 Senado romano; senadores y cónsules, 33, 76, 181, 183, 184 ~eca. Lucio Anneo, 188 seftorfos (sectores de Judea), 190 Sepulcro de David y Salomón, 18, 39, etc., 108, 110 Setenta, los [ = Septuaginta], 56, 132 Seyano (capitán de las tropas), 170, 171 Sforza, Ludovico, 61, 117 Shakespeare, Wllliam, 76, 78, 116 Shamair, 28 SIDÓN, 195, 196 Sislo de Oro, 95 Sipenza, fray J~ de, 144 Sila, 142, 146, 152 s i 1o I i s m o d i s y un t i v o, 85 S i m b o I i s m o, 71 Simón (faútico defensor de Je-

rusalmi), 158

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Sinagoga, la, 199 s i n c r e t i s m o (medieval), 196

helenizada, la, 38, 119, 124, 176, 179 Smith, B.J .D., 160,'11.11 soberbia (como pecado), 197, 200, 201 sobornos, 136 s o b r e n a t u r al, l o, 195, 197 Soemo de lturea (=Fr. Soesme), 52, 53, 78, 82, 86, 87, 115, 116 Sófocles, 75 Solfs, don Gutierre Alonso de, TI Solón, 108, 111 Sozómeno, 144 Suetonio, 185, 187, 189 s u i c i d i o, e 1, 148 Sumo sacerdote, el (=«¡ran obispo»), 106, 129, 132, 157, 167, 180, 194, 202, 203 suplicios, 12D Symons, Arthur, 117 SIRIA,

Tabernáculos, Fiesta de los, 43 Tácito, 137, 141, 185, 187 Talmud, ff,7 Tarquino, 180 Tárrep, Canónigo, 61, 62, 83, 92, 93 Tawnasto (esclavo de Calfsula), 172 teatro del -Si¡lo de Oro, 8 teatros (de la Antiaüedad), 119, 122, 191 Templo (de Salomón, Sepmdo, Tercero), 17, 104, 105, 123-129, 132-136, 139-141, 161, 166-168, 175, 176, 178, 180, 194, 195, 203 templos papnos, 16, 121, 132, 136 Tenreiro, R.M., 56, 116 t e o c r a c f a m e d i e v a 1, 32 Teodoro de Samo, 139 Teofrasto, 59 termas, 17

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Tertuliano, 35, 149 Testimonium Flavianum (o Josephinum), 9, 163 tetrarcas, 75, 76 T6xtor, vhue Ravisio Thackeray, S.J., 10, 29, 64, 76, 89, 91 TIBERÚDE,192,193 Tiberio (el emperador), 167, 169171, 174, 176, 178, 180, 201, 202 Tiberio [Gemelo] (hijo de Druso), 169, 171 Tibulo, 139 Ticknor, Georae, 61 tigre hircana, 73, 74 t i r a n o, e 1, 15, 16 TIRO, 195, 196, 205 «Tirso de Molina», 11 El burlador de Sevilla, 12, 185 El caballero de Gracia, 69, 70 El celoso prudente, 45-47 Comedia. "e la fingida Arcadia., 206 La prudencia en la mujer, 62, 79, 80 La vida de Herodes, 22, 61-74, TI, 87, 102 Tito (emperador romano), 18, 87, 136, 158,61J1I t o 1e r a n c i a i m p e r i a 1, 180 torres . (de Jerusal6n), las, 1%7131, 141 Torres Naharro, Bartolomé de, 102 t r ad i c i ó n I i t e .r a r i a (eu• ropea), 196 t r ad uceiones a r t í s t ic as, 151 Tres Reyes de Oriente, los, 70 tributos, 122 Tristan L'Hermite, 60, 69, 70, 78, 86, 88, 94, 114 trompetas saaradas, 134 Tucldides, 150 tutela de Roma, la, 160

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MAR1A ROSA LIDA DE MALKIEL

Universidad de Jerusalál, 9 usanzasextranjeras,122 usurpador extranjero, 100, 101,

106 Valdivieso, maestro José de, 34, 102, 103, 139 valido, el, 92, 93 Valle-Inc1'n, Ramón Marfa del, 186 v a n a 1 1o r i a, 198 v a s a 11 a j e (al Imperio), el,

106 Vega Carpio, Lope de, 11, 61, 7S, 91 Amarili.s (~p), 84

Arcadia, 59, 83 Contra amor no hay desdicha, 84 La Dorotea, 13, 56, 81, 206 La gatomaquia, 185 Las grandezas de. Alejandro,

62 El guante de Doña Blanca, 84 El hijo de los leones, 186 Isidro. La vida del bimaventurado ..., 12 Jerusalm conquistada, 134, 137, 139, 189 La limpieza no manchada, 98 El mejor alcalde, el re,, 188 El niiio de la Guarda, 29 Novelas de Marcia Leonardo, 46

-Obras son amores, 34 El palacio confuso, 99 Los pastores de Belbt, 21, 22, 34, 44, 49, 60, ~. 123, 189 Roma abrasada..., 10, 182-184,

Triunfo .de la fe ... , 84, 162 El villano en su ri11c6n,40-42 La. vuelta de Egipto, 78-79,112, 113, 146, 158 Veneaas o Vane,as, Alejo, 109, 111-113 v e n e n o, e 1, 78 ven I a n za s p a 1a e i e g a s, 38 v e r a e i d a d 1 i t e r a r i a, 90 vergeles (como parte del paisaje), 127 v e r i s m o h i s t o r i o g r á f i. c o, 25 Vespasiano, 28, 30, 136, 144, 159 (=traje rituvestidura sqrada al), 102, 203 Villon, Fran~is, 74 vifta de oro, la, 134, 136, 138 violación de sepulcros, 41 Virgen Maria, la, 101 Virgilio, 59, 73, 139, 188 Virués, Cristóbal de, 79 Vives, Luis, 22, 23, 31, 32, 70 vizcafnos (en ·el ejá-clto romano), 205 «Voltaire• (Fran~is•Marie Arouet), 61, 145 v u I I o, concesión al 111stodel,

74

Weill, Julien, 77

Wilamowitz-Mollendorf, 10, 91, 92, 114

U. von,

Xantipo, 59 Xifilino, 133

186-189

San Segundo, Comedia de, 208 Bl toledano vengado, 45

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Urate, frey Remando de, 151 Zurbarén, Francisco de, 121

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