Hegemonía y alternativas políticas en América Latina: Seminario de Morelia
 9789682311840, 9682311845

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HE G E M O N ÍA Y A L T E R N A T IV A S POLITICAS

EN A M E R IC A LA T IN A (Sem inario de M orelia)

JO S É ARICÓ • ERNESTO LACLAU • LILIA N A DE RIZ * E M ILIO DE ÍPO LA * RA FA EL LO YO LA * CARLOS M ARTÍNEZ ASSAD • NORBERT LECHNER CARLOS PEREYRA * CH A N TA L M O U FFE • JO R D I BO RJA * LL’DOLFO PARA M IO JO RG E M . REVERTE * LUIS M A IRA * FERNANDO FA JN ZY I.B ER • SERCIO ZERMF.ÑO JU A N CARLOS PORTANTIERO * HÉCTOR B É JA R * TEODORO PE TK O FF * JU L IO COTLER M A N U EL ANTO N IO CARRETÓN M . * FERNANDO HEN RIQ U E CARDOSO REGIS DE CASTRO ANDRADE * RENÉ ANTO NIO MAYORCA * EDELBERTO TORRESRIVAS • PABLO GONZÁLEZ CASANOVA * ROLANDO CORDERA • FRANCISCO D E U C H

coordinado por JU L IO LABASTIDA M A R T ÍN DEL CAM PO

}*a sig lo ventiuno editores, s.a. de c.v. CERRO 0€l AGUA 24*. DOKiACÚN COYOACM 0«310 MÍXJCO. D f

siglo veintiuno de españa editores, s.a. PftlNCtfC D f VMGAAA. 78 2* OCHA.. MADIUO, ESPAÑA

primera edición, 1985 segunda edición, 1998 O siglo xxi editores, s.a. de c.v. isbn 968-23-1184-5 la presente obra se publica por acuerdo especial con el instituto de investigaciones sociales dc la universidad nacional autónoma de méxico

impreso y hecho en méxico/prmtcd and made in mexico

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ÍN D IC E

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PRESENTACIÓN, p o r J U L IO I.ABASTIDA M A RTÍN DEL C AM PO

11

PRÓLOGO, p o r JO S É ARICÓ

P R IM E R A P A R T E : PROBLEM AS T E Ó R IC O S DE C O N C E PT U A LIZ A CIÓN TESIS ACERCA DE LA FO R M A HEG EM Ó N ICA DE LA PO L ÍT IC A , p o r ERNESTO LACLAU

19

a]

Conceptos y problemas de una teoría de la hegemonía, 19; b] £1 concepto de hege­ monía y la tradición marxista, 26; c] Problemas de la hegemonía en América Latina, 31; Anexo: Ruptura populista y discurso, 39

ACERCA DE LA H EG EM O N ÍA CO M O PRODUCCIÓN H ISTÓRICA DEBATE

SOBRE

LAS ALTERNATIVAS

POLÍTICAS

EN

(A PU N TES PARA UN

AM ÉRICA

L A T IN A ),

por

LILIA N A DE RIZ y E M ILIO DE ÍPO LA

45

LA H E G EM O N ÍA COM O E JE R C IC IO DE LA D O M IN A C IÓ N , p o r R A FA EL LOYOLA DÍAZ y CARLOS M A RTÍN EZ ASSAD

71

APARATO DE ESTADO Y FORM A DE ESTADO, p O T NORBERT LECHN ER

81

L Estrategia de poder y estrategia de orden. 81; u. El concepto de estado en Marx. 85; lu. Un doble concepto de estado en Marx, 86; iv. Sobre el estado-gobierno, 88; v. So­ bre la forma de estado, 94; vi. Sobre el estado futuro. 101; vil. Conclusión, 106 HE G EM O N ÍA Y APARATOS IDEOLÓGICOS DE ESTADO, p o r CARLOS PEREYRA

112

H EG EM O N ÍA , PO LÍTIC A E IDEOLOGÍA, p O T CH A N TA L M O U FFE

125

t. Aparatos ideológicos de estado y hegemonía. 125; u. Gramsci y la hegemonía, 129; ni. El estado integral, 133; iv. Hegemonía y capitalismo contemporáneo, 138

SEG UN D A P A R T E : R EC O M PO SICIÓ N C A PIT A L IST A Y CRISIS DE H E G E M O N ÍA SOBRE LA IZQUIERDA Y LA H EG EM O N ÍA EN LOS PAÍSES DE EU ROPA DEL SUR, p o r JO R D I BO RJA

149

i. Dos citas a modo de introducción, 149; n. De los felices sesenta a los difíciles ochen­ ta, 152; in. ¿Hay una salida a la derecha?, 154; iv. Socialistas y comunistas: tan pareci­ dos y tan opuestos, 160; v. La transformación del estado; autonomías y poderes locales, 169; vi. Movimientos sociales y democracia de base, 177; vn. A modo de conclusión: problemas sobre la hegemonía y el cambio social, 183

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ÍNDICE

6

LA CRISIS P E LA H EG EM O N ÍA P E LA BURGUESÍA ESPAÑOLA. 1 9 6 9 - 1 9 7 9 .

po r

LUDOLFO PA R A M IO y JO R G E M . REVERTE__________________________

196

i. Esplendor y miseria del concepto dc hegemonía. 196: n. Hacia un concepto opera­ tivo dc hegemonía. 200; ni. La crisis orgánica dc la burguesía espartóla, 1969-1979, 202; iv. Qbscrvatipnc? íjn a la , 208 RACIONALIDAD Y LÍMITES HE LAS CONSTRUCCIONES IDEOLÓGICAS EN LA POLÍTICA DF. LOS ESTADOS UNIDOS HACIA AM ÉRICA LA TIN A ,

por

211

LUIS MA1RA

i. Una nueva lógica en la política norteamericana hacia América Latina, 211; 11. Los elementos ideológicos centrales en el nuevo enfoque, 215: nt. La propuesta dc las de­ mocracias viables. 223: iv. El agotamiento del primer enfoque latinoamericano y su remplazo por uno nuevo, 226 SOBRE I.A RESTRUCTURACIÓN DEL CAPITALISMO Y SUS REPERCUSIONES EN AMÉRICA LATINA, pQT FERNANDO FAJNZVLBER__________________________________________ 2 2 9 i. Marco internacional y tendencia» en el capitalismo maduro. 229; u. Diagnóstico y formulación del proyecto dc restructuración global. 231; ni. Intentos dc aplicación del proyecto de "restructuración global”, 234

T E R C E R A P A R T E : H EG EM O N ÍA Y A LTE R N A T IV A S PO L ÍTIC A S EN A M ÉRICA LA TIN A LOS REFERENTES HISTÓRICOS Y SOCIOLÓGICOS DE LA HEGEMONÍA, p o r SERGIO ZERM EÑO

251

La dispersión del cam po social. 252: Las propuestas d e unificación del cam po disperso dc lo social, 261; Los parám etros sociológicos c históricos d e las propuestas hegemónicas, 266; U na nueva propuesta de construcción hegem ónica: la corriente cultural-discursiva (ahistórica, asociológica), 273; Conclusiones, 276

NOTAS SOBRE CRISIS Y PROPUCCIÓN PE ACCIÓN HEGEMÓNICA, p o r JUAN CARLOS PORTANTIERO

279

i. I.a crisis hegem ónica como crisis de la relación en tre clases populares y estado. 280; i!. Producción dc hegem onía y constitución d e las clases populares, 281; n i. M odifi­ caciones en el patrón d c hegem onía: el estado nacional-popular, 291

APROXIMACIÓN A NUEVOS PUNTOS PE PARTIPA PARA LA IZQUIERDA EN AMÉRICA LATINA, p o r HÉCTOR BÉJAR i. Nacim iento y origen, 300;

ii .

300

El cam ino d e la izquierda hacia el poder, 304

ALTERNATIVA HEGEM ÓNICA EN VENEZUELA,

p o r TEODORO PE TK O FF

308

DEMOCRACIA, MOVILIZACIÓN POPULAR Y ESTADO MILITAR EN EL PERÚ, p o r JULIO COTLER

322

PROBLEMAS DE HEGEMONÍA Y CONTRAHEGEMONÍA EN REGÍMENES AUTORITARIOS, p o r MANUEL ANTONIO CARRETÓN M.

333

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ÍNDICE

i. Algunos tema» de los regímenes autoritarios, 333; ii . Algunas especificidades del caso vhikng. 3M UiS PARTIDOS POLÍTICOS Y LA PARTICIPACIÓN POPU» AR EN Iffl RÉGIMEN DE EXCEPCIÓN, p o r FERNANDO HENRIQUE CARDQSO_______________________________ 3 4 8 i. La movilización político-partidaria en el pasado, 348; n. Los partidos en el régimen autoritario, 356; ni. Partidos y movimientos sociales, 363; iv. La movilización electoral. Sfi.1» POLÍTICA SOCIAL Y NORMAL!ZACIÓN INSTITUCIONAL EN EL BRASIL, pOT REGIS DE CASTRO ANDRADE______________________________________________________________ 3 7 3 EMPATE HISTÓRICO Y DEBILIDAD CONSTRUCTIVA! LA CRISIS DEL PROCESO DE DEMO­ CRATIZACIÓN e n b o liv ia ( 1 9 7 8 - 1 9 7 9 ) , p o r r e n é a n t o n i o m a y o rg a __________ 3 9 5 i. Introducción. 395; n. Acerca de la crisis estatal y del empate histórico, 396; m. El proceso de democratización y las fuenas armadas. 402; iv. La debilidad constructiva del campo popular: dc la crisis idcológicopolítica de los partidos. 409; v. La debili­ dad constructiva del campo popular: del poder y los limites políticos dc la Central Obrera Boliviana. 416; vi. A manera dc conclusión. 422 EL ESTADO CONTRA LA SOCIEDAD: LAS RAÍCES DE LA REVOLUCIÓN NICARAGÜENSE, p o r EDELBERTO TORRES-RIVAS__________________________________________________ 425 i. Las tareas burguesas incumplidas. 425; n. Estado nacional y protectorado extranjero, 427; in. El estado somocista: un poder dinástico, hereditario y plebeyo, 430; iv. La crisis del estado, crisis revolucionaria. 439 LOS TRABAJADORES Y LA LUCHA POR I-A HEGEMONÍA EN AMÉRICA LATINA, pOT PABLO GONZÁLEZ CASANOVA___________________________________________________ ááá i. El concepto de hegemonía, 444; ii. Algunas características concretas, 445: in. El pun» to de partida: la autonomía de clase, 451; iv. Algunas experiencias dc triunfo. 455; v. La teoría cautiva. 159 POLÍTICA ECONÓMICA Y HEGEMONÍA, pOT ROLANDO CORDERA CAMPOS_____________ 4 6 4 i. Presentación, 464; u. Hegemonía y política económica, 465; ni. Movimiento obrero y política económica, 467 ESTRUCTURA AGRARIA Y HEGEMONÍA EN EL DESPOTISMO REPUBLICANO, pOT FRANCISCO DELICH____________________________________________________________ 42Q La república despótica. 473; La «tructura agraria. 477; La constitución del bloque agrario, 481

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PR ESEN TA C IÓ N

E l presente lib ro contiene las ponencias presentadas en el sem inario sobre "H egem onía y alternativas políticas en América L atin a” organizado, en febre­ ro de 1980, por el In stitu to de Investigaciones Sociales de la U niversidad N a­ cional A utónom a de México, en M orelia, M ichoacán. El propósito del In stitu to de Investigaciones Sociales fue propiciar un en­ cuen tro de investigadores y analistas políticos p ara discutir am pliam ente en to rn o a la validez del concepto de hegem onía en el análisis de las característi­ cas distintivas de las luchas sociales en A m érica L atina. P articiparon en el sem inario u n co n ju n to de investigadores de diversos países latinoam ericanos, así com o estudiosos europeos q ue aunq ue n o estaban en todos los casos espe­ cializados en la problem ática de la región, p or la n aturaleza específica de su cam po d e reflexión ap ortaron consideraciones pertinentes para una perspec­ tiva d e análisis más am plia. De esta m anera se trató de sup erar ta n to el exceso d e generalidad como el extrem o particularism o. En otras palabras, se preten ­ dió realizar u n sem inario com parativo en qu e se confrontaran ta n to en el p lan o de la reflexión teórica como en el histórico, el análisis de procesos socia­ les q u e presentaran elem entos significativos para la profundización del tema central. La sociología latinoam ericana ha d ad o pasos im portantes al determ inar las razones de las dificultades históricas d e las clases dirigentes de u n ificar a las naciones en propuestas hegemónicas capaces de incorporar a las masas popu. lares en el proceso de desarrollo capitalista. Sin em bargo, no se puede decir q ue haya avanzado m ucho en el exam en del eventual papel hegem ónico dc las clases trabajadoras en las luchas sociales y en la organización económica y so­ cial, lo cual, como es com prensible, tiene efectos sobre la p ropia potencialidad teórica y política de los m ovimientos sociales de transform ación. A n te la ausencia d e una teoría capaz de unificar en el cam po de la reflexión política los m om entos dem ocráticos y socialistas, las corrientes marxistas han insistido en la concepción clásica según la cual, y a p a rtir de un arco de alian­ zas de clases dirigidas por el proletariado, el m ovim iento reivindicativo-corporativo de las masas será capaz de generar u na crisis social y, en v irtud de la presencia de una organización política d eterm inada, podrá conducir a tras­ tocar el po der existente. El objetivo central dc las clases populares, según esta concepción, se expresa en u n a política llam ada de "acum ulación de fuerzas" q ue prepare el m om ento de la tom a del poder. E n la m edida en q u e dicha acu­ m ulación de fuerzas es concebida esencialm ente como una m era unificación instru m ental y no com o la expresión consciente de una hipótesis estratégica y de u n a teoría de la transición, n o puede u nificar en u n proyecto social único al co n ju n to heterogéneo de las clases populares. Los procesos políticos que condujeron en el pasado a u n a tran sitoria conPJ

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PU U NTAQÓN

q uista del poder, po r no haber sido el resultado de un a real y efectiva unifica­ ción social y política de las masas populares, se m ostraron inm aduros para resolver las difíciles tareas que presupone la total transform ación económica, social y política de un país, no lograron m an ten er el p leno consenso de las masas populares y condujeron rápidam ente a soluciones autoritarias. El hecho d e q u e en el análisis de estas experiencias frecuentem ente las izquierdas socia­ listas tiend an a hacer recaer sobre factores ‘'externos” al pro pio proceso la responsabilidad fundam ental del fracaso, revela las lim itaciones d e las hipótesis estratégicas. En últim a instancia, a un extrem o voluntarism o de la teoría corresponde una práctica q ue dicotomiza las propuestas dem ocráticas y so-* cialistas. En este sentido el objetivo del sem inario fue reflexionar sobre las posibili­ dades de establecer un cam po de análisis integrado para lo q ue en la realidad y en la teoría aparece desarticulado y hasta contrapuesto. Ello supone la re­ consideración critica de las categorías analíticas utilizadas hasta el presente. Se tra ta dc relacionar la concepción de ‘‘hegem onía", vista como la capaci­ dad política de u n a clase para dirig ir a las demás, con las otras m anifestaciones sociopolíticas de extrem a relevancia en nuestras sociedades: masas p au p é rri­ mas. rurales y urbanas, al lado de crecientes capas medias y otros grupos asa­ lariados. producto de las características asum idas por la modernización y rela­ tivam ente "integradas” al desarrollo urbano-industrial. En forma más precisa se tra tó de analizar si la tem ática dc la hegem onía ofrece elem entos q u e per­ m itan reunificar, en el cam po teóricam ente renovado de u n a teoría de la tran ­ sición, agregados que en la sociedad se entrecruzan, pero q ue alim entan pro­ yectos de sociedad contradictorios o alternativos. Pensamos que este planteam iento, conceptualm entc heterogéneo, logró m oti­ var u na discusión enriquecedora desde varios ángulos del pensam iento social, y que aportó nuevos elem entos a la reflexión sobre los com plejos procesos qu e experim entan nuestras sociedades. JU M O

I-A BASTID A M ARTÍN DEI. CAM PO

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PR Ó L O G O

P or causas de orden editorial, no podem os in clu ir en n uestra edición las pre­ sentaciones d e las ponencias y los debates a que éstas d iero n lugar, m aterial q u e fue grabado y que hoy puede ser consultado po r los investigadores e in te­ resados en el In stitu to de Investigaciones Sociales. D e todas m aneras, los textos incluidos en el presente libro, qu e no reproducen exactam ente las ponencias iniciales puesto q ue los investigadores contaron con la posibilidad dc efectuar correcciones finales para d a r respuestas en su elaboración definitiva a las ideas, o cuestionam ientos, o intentos de refutaciones que afloraron en los debates, m uestran claram ente los campos de convergencia y de divergencia que colorean con tonalidades diversas el pensam iento crítico latinoam ericano y europeo. Sería u n a tarea vana in ten ta r aq u í u na síntesis dc las posiciones qu e a veces d e m anera excesivam ente contrastante se sustentaron en el sem inario. Además d c im posible, resultaría inválida en la m edida en q ue lo q ue se in ten tab a era más u na confrontación que una coincidencia en to rno a u na tem ática q u e todos reconocieron com pleja y diferenciada. Sim plem ente nos referirem os a algunas ideas allí expuestas q u e pensam os justifican estas reflexiones. En prim er lugar convendría insistir sobre el sentido del sem inario, q ue n o se propuso analizar cómo y a través de qué caminos se im puso históricam ente la hegem onía dc las clases dom inantes en las naciones latinoam ericanas, sino, más bien, cóm o y a través de qué procesos y recomposiciones teóricas y prácti­ cas puede construirse una hegem onía proletaria, o po pu lar —la definición ya constituye de p o r sí un tem a de debate— capaz de provocar u n a transform a­ ción radical acorde con las aspiraciones dem ocráticas de las clases trabajadoras del continente. Es precisam ente esta perspectiva de las clases populares la qu e se deseaba subrayar puesto que organizadores y participantes reconocíamos q ue n o siem pre, o con la debida frecuencia, tal perspectiva estuvo presente en los debates organizados po r las instituciones qu e centralizan la actividad intelectual de indagación de los grandes problem as políticos y sociales de nues­ tros países. En nuestra opinión, qu e como es n atu ral puede o no ser com par­ tida, se ha tendido a analizar más lo q ue existe, lo ya dado, lo q u e finalm ente ha acabado p or im ponerse, que las alternativas q ue en la realidad se presen­ taro n para q ue pudieran im ponerse procesos efectivos d e dem ocratización y socialización progresiva dc las sociedades latinoam ericanas. En definitiva, buena parte de la reflexión teórica e histórica estuvo dedicada más al análisis de los vencedores que a la indagación de las alternativas q ue no pudieron resolver en su favor los vencidos. U na orientación que insiste en form a desm edida en dicha perspectiva, concluye instituyendo u na form a de ver la realidad según la cual detenerse en las vicisitudes dc las derrotas dc las clases populares parea c r a ser un indebido desplazam iento al terreno de la política, p lano qu e debería ser evitado si se desea perm anecer en el ám b ito "académ ico” en el l» )

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JOSÉ ARICÓ

q u e tendió a concentrarse el debate no políticam ente p artid ario de los proble­ mas latinoam ericanos. El objetivo del sem inario era rom p er esta suerte de brecha abierta entre análisis de la realidad y propuestas teóricas y políticas de transform ación. Para ello era preciso tender a buscar u na aproxim ación a la política que, sin des­ v irtu ar la naturaleza de un sem inario d e d en tistas sociales donde se discute sobre teoría política, pu gn ara p o r en con trar u n nivel de mediación con la realid ad en la q ue las fronteras dem asiado rígidas en tre lo “académico” y lo “ p o lítico” se d esdibujaran. Cuestionada d e tal modo una brecha q ue no siem­ pre existió en el m ovim iento social, y sobre cuyas razones históricas d e consti­ tución bien valdría la pena reflexionar, en tre teoría y m ovim iento social, o d i­ cho de otro modo, en tre ciencia crítica de la realidad v propuestas políticas de transfo rm adón, po dría establecerse u na relación de alim entación recíproca que perm itiera superar u n d istan d am ien to e incom unicación que, en n uestra opi­ n ión , caracterizó gran parte de nuestra historia cu ltural, por lo menos desde el fin dc la segunda guerra m undial hasta los últim os años. 1.a reflexión aca­ dém ica estuvo m utilada en su capacidad de prolongarse al m undo in terio r de la ’política, fue más ideología legitim adora q u e crítica social, al tiem po q ue la reflexión política tendió a excluir el reconocim iento de los nuevos fenómenos, teorizado y tem atizado por los intelectuales. P ara usar una m etáfora de M arx, n i la crítica se e je rd a como arm a, n i las arm as necesitaban de la crítica p ara en­ co n trar u n fundam ento. AI reconocer la presencia de una brecha q ue acaba m utilan do las posibili­ dades creadoras de am bas dim ensiones de lo real, el sem inario se propuso ex­ perim en tar una form a dc tra b ajar en la teoría qu e perm itiera avanzar en un estilo nuevo de elaboración capaz de in c lu ir en el prop io debate esa insuprim ible y constante tensión en tre teoría y m ovim iento. Para ello escogió un tema d e discusión cuyas fuertes connotaciones políticas no pudieran ser obviadas, en la m edida en q u e colocaba en el centro del debate la relación en tre proyecto d e transform ación y sujeto histórico transform ador. El eje en torno al cual giró todo el debate fue el concepto gram sciano de hege­ m onía, su validez como instrum ental teórico y político para reconsiderar desde la perspectiva del presente las lim itaciones de la teoría m arxista de la política y del estado; las reelaboracioncs m ediante las cuales tal teoría podía recon­ q u ista r su potencial crítico y p ro du cto r de estrategias de transform ación en el terren o concreto de la realidad latinoam ericana, y, finalm ente, la relación de con tinuidad o de ruptura que podía establecerse en tre las elaboraciones de G ram sci y la tradición leninista. Como se com prenderá, el últim o tema provocó las más arduas y a veces enardecidas discusiones por cuanto dicha tradición constituye precisam ente la forma teórica en q ue de m anera casi excluyem e ad q u irió en tre nosotros la reform ulación del m arxism o como teoría y política d e la transform ación sodal. A lgunas ponencias, que al insistir fuertem ente sobre los elem entos de novedad aportados p or G ramsci, ten dían a sos­ la y a r la problem ática relación q u e de todas m aneras m antuvo con el pensa­ m iento de Lenin, fueron a veces violentam ente contrastadas p o r otras que m enospredaban a su tu m o el valor disruptivo de un a teorización que, como

PRÓLCCO

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la de Gramsci, se asienta sobre el reconocim iento de transform ación epocal d e la q ue n i L enin ni el propio M arx pudieron en m odo alguno d a r cuenta. D e todas m aneras, la discusión perm itió avanzar en el establecim iento de un terreno com ún de confrontación q u e perm itirá sin du da en el fu tu ro relacio­ n a r tendencias que hasta ah ora parecían separadas p o r áreas geográficas de pertinencia, y a las que u na visión restrictiva de la distinción gram sciana en tre " O rien te” y “ O ccidente” parecía d ar plena legitim idad. En este sentido, el d ebate hizo aflorar, aun qu e no con la suficiente claridad, los dos órdenes de problem as a los que el concepto de hegem onía en G ramsci insoslayablem ente nos rem ite. P orque si es cierto que él se funda sobre el análisis d e cóm o un orden burgués pudo ser im puesto encon trand o u na legitim ación en las masas populares, incluye a la vez u n a reflexión, nu nca suficientem ente explícita pero no p o r ello menos constante, sobre la experiencia concreta de construc­ ción de un orden socialista en un país de "O rien te”. Quizás valga la pena in sistir en esta aclaración porque n o siem pre se tiene suficientem ente en cuenta q ue las elaboraciones de G ram sci sobre el tema son tam bién reflexio­ nes sobre lo q u e estaba sucediendo en la sociedad soviética de su época, vale decir, en u n m om ento en que la hegem onía com enzaba a extinguirse como p rin cipio rector en la construcción de u n nuevo orden social, y la capacidad expansiva del fenóm eno soviético encontraba insuperables barreras p ara d i­ fundirse. Si nosotros querem os aferra r el sentido más pro fun do de las reflexiones gram scianas, si deseamos develar lo q u e m uchas veces de m anera m etafórica in ten ta b a realm ente decim os, debemos necesariam ente leerlas a la luz de los fenóm enos concretos de construcción del socialismo, fenómenos críticam ente analizados por un hom bre que siem pre fue u n com unista convicto y confeso, es decir, u n m ilitan te revolucionario q ue adm itía como p un tos d e p artida ciertos paradigm as esenciales de la interpretación leninista de M arx. El reco­ nocim iento de la centralid ad p ro letaria, la necesidad de u n p artid o com o su­ puesto inderogable de la hegemonización dc las clases subalternas, la conquista del poder como iniciación de un nuevo orden social, la reform a intelectual y m oral de *a qu e aqu¿l d eb (a ser generador para fu n d ar el nuevo orden en u n cem ento cultu ral unifícador de las masas pooulares. etc., fueron princi­ pios que G ram sci reconoció como propios dc u n Lenin q u e en el terreno de la política, a u n q u e no de la teoría, reconsidera en el tercer congreso de la In ­ ternacional Com unista la validez epocal de buena parte de una tradición que él como nadie contribuvó a configurar. Por lo qu e nos atreveríam os a afirm ar q u e es a ese Lenin. al Lenin q u e privilegia la conouista de las masas, que cri­ tica fuertem ente la burocratización del proceso soviético, nue adm ite d iferen­ cias fuertem ente significativas de los sistemas políticos de Occidente, q ue busca form as más dinám icas v flcxib'es de organización de las masas en O riente, que privilegia la reunificación dc las clases trabajadoras com o soporte de los proce­ sos de transform ación social, en fin, al L cnin del frente único al qu e reconoce com o su inspirador. Y es en él donde cree en co ntrar in nuce la form ulación de u na teoría de la hegem onía q ue h ab rá d e representar su aporte aún inago­ tado a u n a com prensión m oderna de la política, del estado y de la transfor­ m ación. Gramsci arranca, en suma, de una serie dc conceptos, muchos dc ellos

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JOSÉ ARICÓ

dc m atriz leninista, sobre los q ue fu nd a u n a visión del proceso revolucionario en u na etapa caracterizada por la derrota del m ovim iento obrero, la crisis del estado liberal y los fuertes límites de la experiencia soviética. Y vale la pena recordar esta circunstancia porqu e son precisam ente tales conceptos los que hoy deben ser puestos a prueba, no sim plem ente porq ue la crisis del socialismo —para situ ar en su debido lugar lo qu e hoy denom inam os restrictivam ente como "crisis del m arxism o"— ha provocado la proliferación de corrientes que cuestionan un a tradición teórica fuertem ente arraigada en la historia del moví, m iento social, sino porque toda una época histórica está concluyendo y es difícil pensar q u e con ella no se hayan agotado tam bién partes significativas d c tal tradición. U n problem a q ue afloró con p articu lar agudeza en el sem inario versó p re­ cisam ente sobre la validez del prin cipio teórico y político del pro letariado como clase fundante, como soporte histórico y social d e u na nueva form a dc sociedad. A lgunos ponentes analizaron con m ucha claridad los peligros que im plica pretender deducir dc las posiciones q u e se ocupan en las relaciones de producción ciertos com portam ientos sociales q u e perm itan establecer p or sí mismos la constitución de sujetos sociales soportes de transform aciones ra d i­ cales. La concepción de sujetos sociales “preconstituidos”, q ue deriva de u na lec­ tu ra ingenua del pensam iento de M arx pero q u e sigue siendo aplastantem ente d om inante en el sentido com ún m arxista, se convierte dc tal m odo en la m atriz esencial del reduccionism o economicista, lim itación q ue con distinto énfasis los p articipantes del sem inario tendieron a considerar como la trab a fun da­ m ental para la reconquista de la capacidad explicativa y proyectiva del m arxis­ mo. El privilegiam iento deductivista del proletariado, típico de las teorizacio­ nes de la Segunda Internacion al, o aun su p a rd a l corrección m ediante la in­ corporación del concepto leninista dc "alianza d e clases” , im puesto po r la T e r ­ cera Internacional, dejaban en definitiva intocado el problem a de la com ple­ jid a d d c los procesos a p a rtir de los cuales el antagonism o instalado en el nivel de las relaciones de producción podía expresarse en la constitución de las fuerzas sociales en perm anente estado d c recom posición. El conccpto gramscian o de hegem onía, aqu ello que —para decirlo ahora de m anera provocatoria— lo transform a en un p u n to de ru p tu ra de toda la elaboración m arxista que lo precedió, es el hecho de que se postula como un a superación de la noción de alianza de clases en la medida en q ue privilegia la constitución de sujetos so­ ciales a través de la absorción y desplazam iento de posiciones q ue Gramsci define como "económ ico-corporativas" y po r ta n to incapaces de devenir "esta­ d o ”. Asi entend ida, la hegem onía es u n proceso d e constitución de los propios agentes sociales en su proceso de devenir estado, o sea, fuerza hegemónica. De tal modo, aterrándonos a categorías gram scianas como las de “ form ación de una v oluntad n acio nal” y de "reform a intelectual y m oral", a todo lo q u e ellas im ­ plican más allá del terren o histórico-concreto del q u e em ergieron, el proceso dc configuración d e la hegem onía aparece como un m ovim iento que afecta ante todo a la construcción social de la realidad y qu e concluye recom poniendo de m anera inédita a los sujetos sociales mismos. C u an d o afirm am os que el concepto gram sciano de hegem onía es irreductible al conccpto leniniano de “ alianza de clases”, n o podemos negar que de algún

PRÓLOGO

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m odo lo presupone. Sería absurdo n o ver q ue detrás dc Gramsci está Lenin, au n que n o sólo él; en el mismo sentido, desconoceríamos la historia si tra tá ­ ram os d e com prenderlo sin ap elar a las elaboraciones y a la experiencia de la T ercera In ternacional. Pero cuando se insiste en tal irreductibilidad sim ple­ m ente sé quiere señalar que, au n siendo así, de todas m aneras resultaría mutilador y falso encerrar a Gramsci en la m atriz leninista. T o d o lo nuevo que pudiera h ab er aportado quedaría de hecho invalidado o subsum ido d en tro de una tradición de pensam iento exim ida d e la p erentoria necesidad dc medirse con la realidad de nuestro tiem po. Podría reflexionarse am pliam ente sobre las consecuencias en la teoría y en la práctica social que esta form a sacra de ab o rd ar los problem as acarrea. Nos g ustaría insistir solam ente sobre una en p articu lar, por el peso asfixiante que aún tiene para ab ord ar el problem a de los procesos de transición. Si como hem os recordado, la reflexión gram sciana encierra m etafóricam ente un análisis d e los mecanismos que condujeron al agotam iento de la capacidad hegem ónica de las fuerzas rectoras del proceso soviético, estaríam os dispuestos a afirm ar que de la lectura dc los Cuadernos dc la cárcel se deduce con m ucha clarid ad q ue G ramsci evaluó en toda su im ­ p ortancia el erro r que significó considerar al pro letariado y al campesinado rusos como sujetos preconstituidos de cuya alianza u n p artid o q u e nunca cues­ tionó su condición de represen tante —ni siquiera cuando la fractura de su núcleo dirig en te colocó al rojo vivo este tem a— preten dió ser exclusivo y único g arante. Y es ésta la razón p o r la que estamos firm em ente convencidos de que frente a Gramsci es preciso realizar siem pre u na lectura q ue coloque en el lugar debido la relación insoslayable q ue sus reflexiones m antienen con la experiencia m utilada de im plem entación de un proyecto hegem ónico revolucio­ nario como fue el iniciado p or la revolución de octubre. Es cierto q u e este p rincipio herm enéutico vale para todo pensador y con más razón para u n p en­ sador político, pero en el caso d e Gramsci es doblem ente válido p or las condi­ ciones en que debió escribir, cercado com o estaba por la prisión m ussoliniana y la desconfianza e incom prensión de sus propios compañeros. Si la discusión sobre los parám etros fundam entales en to m o a los cuales se elaboró el leninism o como lectura fuertem ente politizada del marxism o de la Segunda Internacional, y la proxim idad o distancia q ue frente a él m antuvo Gramsci, tiene u na im portancia teórica general, en el caso de América Latina esa im portancia trasciende esos lím ites teóricos por cuanto el debate m arxista nunca alcanzó a ser un fenóm eno in tern o al m ovim iento obrero, o, si en algunos lugares lo fue, nunca la relación en tre teoría m arxista y m ovim iento de las clases trabajadoras ad q u irió características aproxim ables a la constelación d c form as europeas. N i la extensión y densidad histórica del p ro letariado es sem ejante, n i su horizonte ideal tendió a reconocer el socialismo como u na expresión política propia. De ah í entonces la u tilidad de con fron tar con las diferenciadas realidades latinoam ericanas paradigm as que exigen de nosotros •'traducciones” (en el sentido de Gramsci) menos p untuales e infin itam en te más cautas. Si u n principio esencial del m arxism o era, y en gran m edida sigue siendo, el reconocim iento de la centralidad p roletaria como supuesto inderogable d e todo proyecto de transform ación socialista, ¿qué vigencia podemos otorgar a este prin cipio en condiciones o en situaciones donde la clase obrera

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JO S Í AJUCÓ

n o ocupa en la producción ni en la sociedad espacios como los q ue d eten tó y aú n d etenta en los países capitalistas centrales? ¿Hasta q ué p u n to el “sustitutivism o” —d e la clase por el p artido , del partid o p or los jefes— qu e en las áreas centrales de constitución del m ovim iento obrero pareció ser en un p rin ­ cipio u n elem ento co nn atural del proceso dc organización del proletariado com o clase, y luego la m anifestación perversa dc un reduccionism o de m atriz esencialm ente teórica, en América L atin a es más la exorcización de u na reali­ d ad q ue nunca llega a ser como la teoría quiere que sea para q u e ésta tenga capacidad explicatoria y predictiva y p or ta n to potencialidad política? ¿Por qué las experiencias que se plantearon transform aciones sociales aparecieron como ajenas a las elaboraciones orgánicas d e u na teoría que se pensó siem pre com o elem ento inseparable de aquéllas? ¿Cómo explicarse la eterna querella en tre marxism o y m ovim iento so d al latinoam ericano? Si la resolución d e tal conflicto fue por muchos de nosotros proyectada a un fu tu ro siem pre inalcanzado de “m aduración" de la realidad y no de "recom posición" d e la teoría, la actual dilatación del conflicto a los mismos lugares de configuración de la teoría nos plantea la perentoria necesidad de som eter to do nuevam ente a críti­ ca. de m edirnos d e renovada m anera con los hechos y la significación d e un m un d o q ue se resiste como nunca a ser catcgorizado. Pensar qu e la crisis del capitalism o y del socialismo “real", q u e los obstáculos en apariencia insorteables para com patibilizar justicia y libertad no requ ieran hoy de u na audaz recom posición teórica —y práctica, p or supuesto— del m arxism o, au n qu e no sólo dc él, sería sólo una forma n o p o r vergonzante menos m u tiladora d e fuga de la realidad, de obcecada negativa a ad m itirla tal com o realm ente es, con todo lo q u e ella encierra de posibilidades trágicas p ara el destino de la h u m a­ nidad. De más está decir hasta qué extrem os u na actitud sem ejante se con­ tradice con el espíritu y la naturaleza del program a científico de M arx. M edirnos con las preguntas de nuestro tiem po im plica p o n er a prueb a los principios mismos de una teoría qu e no ad m itió nunca, ni a q u í n i en parte alguna, un a “ traducción’* p u ntual. Si a la vez que m antenem os un a adhesión crítica a u n a tradición teórica de la q ue resulta im posib'e e in ú til escapar en la m edida que es una dim ensión insuprim ible e “ insuperada" de la pro pia realidad pretendem os analizar de una m anera veraz y realista los procesos de cam bio en América L atina, debem os indagar las posibilidades y las cond id o n e s en q u e fuerzas sociales que se constituyen a p a rtir del carácter con­ tradictorio del m undo capitalista pueden convertirse en sujetos históricos trans­ formadores. En esta perspectiva, colocando en el tapete estas preguntas, el sem inario de M orelia tuvo la enorm e virtud d e ab rir un cam po de problem as hasta ah o ra inexplorado entre nosotros. Nos atreveríam os a sostener q u e es precisam ente esta circunstancia lo que probablem ente h ab rá de proyectarlo como un m om ento excepcional de esa fuerte dem anda de realidad q ue hoy tcnsiona a los científicos sociales avanzados. JO S É ARICÓ

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PRIM ER A PARTE

PRO BLEM A S T E Ó R IC O S D E C O N C E PT U A LIZ A C IÓ N

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TE SIS ACERCA D E LA FO R M A H EG EM Ó N IC A D E LA P O L ÍT IC A

a]

CONCEPTOS y PROBLEMAS DE UNA TEORÍA DE LA HEGEMONÍA

1. "H egem onía” es el concepto fundam ental d e la teoría política m arxista. Es a p artir de él q ue es posible concebir ta n to las diversas dim ensiones y lím ites de lo político como los supuestos fundam entales de u n a estrategia socialista. Privilegiar el m om ento dc la hegem onía en la form ulación de una teoría m ar­ xista dc la política supone, sin em bargo, u n a serie de decisiones teóricas previas q u e rom pen con la form a en q u e u na larga tradición —q u e rem onta a la Se­ gu nda Internacio nal y au n antes— ha encarado el problem a de la política y del estado. Estas decisiones son: 1] elim inar el reduccionism o de clase como supuesto fundam en tal de la teorización política; 2] ro m per con las concepcio­ nes em piristas y racionalista de las clases sociales; 3} in tro d u cir en el análisis político los conceptos fundam entales de "sobredeterm inación” y "articulación"; 4] llegar a u n a concepción más am plia de los antagonism os sociales, q ue inclu­ ya los conceptos de "posicionalidad" dem ocrática y "posicionalidad" popular. 2. El reduccionism o de clase se articula en to rno a tres mom entos esenciales: a] el m an tenim iento de un a rígida oposición b ase/superestructura; b] la iden­ tificación prim aria de las clases al nivel de la base —es decir, según su inserción en el proceso de producción— del q ue se d erivan "intereses de clase” clara­ m ente definidos; c] la afirm ación de q u e las formas políticas y de conciencia dc los agentes sociales son formas necesarias derivadas de la n aturaleza de clase dc los mismos. Estas formas "superestructurales” pueden ser concebidas como epifenóm enos (economicismo clásico) o como el m om ento más alto en la constitución de una clase en cuan to tal (L u kács), pero en todo caso tienen siem pre una pertenencia de clase necesaria. Las únicas dos formas de concebir la hegem onía que resultan com patibles con el reduccionism o de clase son: a] la concepción de la alianza de clases, p o r la qu e clases con intereses, ideologías y organizaciones diversas se unen b ajo el liderazgo político de u na d e ellas en to m o a objetivos tácticos o estratégicos com unes; b] la concepción según la cual la clase dom inante im pregna con sus ideas, valores, form as dc conciencia, etc., al conjunto de la sociedad. En esta segunda concepción, la hegem onía es inseparable del fenóm eno de la "falsa conciencia" en lo qu e respecta a los grupos subordinados. 3. En la raíz de esta concepción reduccionista de la sociedad se encuen tra un supuesto em pirista según el cual las clases se identifican con los grupos sociales [19]

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em píricam ente dados. Si esto es así se desprende, claro está, q ue el carácter cla­ sista de todos los rasgos y posicionalidades del agente social es u n a verdad tau ­ tológica. Esta concepción, sin em bargo, resulta escasam ente com patible con la identificación de las clases a p a rtir d e su inserción en el proceso productivo —q u e im plica lim itar la identidad clasista del agente a u n a de sus posicionali­ dades y no a la totalidad de las mismas. Este obstáculo fue tradicionalm ente salvado añ adien do al análisis em pirista u n supuesto racionalista: los otros rasgos del agente —fam iliares, políticos, ideológicos, etc.—, se derivan lógica­ m ente de su posición dc clase. Si esto fuera así, resulta claro q ue no hab ría incom patibilidad alg un a en tre d efin ir las clases a p a rtir de sus posicionalida­ des económicas e identificarlas con los agentes sociales em píricam ente dados. En la práctica, las concepciones em pirista y racionalista dc las clases sociales se h an com binado en u n a a c titu d teórica q ue concibe a éstas com o las unidades últim as del análisis histórico y q ue en cu entra el p rincip io de in teligibilidad de todo fenóm eno social en su adscripción a clases sociales determ inadas (son conocidas, por ejem plo, caracterizaciones tales como "deform aciones pequeñoburguesas”, “ resabios ideológicos feudales", e tcéte ra). 4. R esulta claro, pues, po r qué la noción de hegem onía era escasamente pensable para u n a concepción reduccionista del marxismo. Si las clases son conce­ bidas como constituidas en torno a intereses específicos e intransferibles y o r­ ganizadas a p a rtir de "cosmovisiones’' cerradas, se sigue qu e el ú nico tip o de relación q ue pueden establecer en tre sí es u na relación de alianza para obje­ tivos precisos. Y en los casos en los q ue esa alianza consolidaba u n a identidad o ideología com ún en tre los sectores intervinientes, la concepción reduccionista concluía que dicha ideología correspondía a la clase líder de la alianza y que su adopción p or parte de las otras clases sólo podía representar para éstas un fenóm eno de “falsa conciencia". (Pensemos en las innum erables ca­ racterizaciones del nacionalism o com o ideología burguesa.) U n largo proceso q u e resum im os brevem ente más adelan te (véanse tesis 5, 6 y 7) condujo, sin em bargo, a la crisis progresiva de este enfoque reduccionista y al establecim ien­ to de las bases necesarias para un enfoque alternativo, fun dad o en la noción de hegem onía. Los supuestos básicos de este ú ltim o enfoque son los siguientes: a] N o hay relación de im plicación definicional en tre las diversas posicionali­ dades del agente (no hay, por ejem plo, relación necesaria entre la ideología fam iliar del obrero y su inserción en el proceso p ro d u ctiv o ). Si esto es asi debe rechazarse —a menos que se afirm e u na concepción p uram ente no m in a­ lista de las clases— la identificación en tre clase social y g rup o em píricam ente dado. Q uedan abiertos, pues, dos caminos: o bien identificar a las clases con las posicionalidades económicas de los agentes —lo que exige desarro llar for­ mas de conceptualización alternativas respecto a los conjuntos articulados qu e abarcan a la to talid ad dc las mismas y n o sólo a las m eram ente económicas—, o bien en ten d er p o r clases sociales a estos ú ltim os conjuntos articulados —lo q ue significa fo rm u lar sistemas de conceptualización de las clases sociales m u­ cho más concretos e históricos que los q ue el m arxism o h a producido hasta el presente. Ambos caminos están abiertos y. desde el p u n to d e vista teórico, son igualm ente válidos, b] La forma histórica de articulación del co n ju n to de

T IÍIS ACERCA DE LA fORMA HEGEMÓNICA DE LA POLÍTICA

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posicionalidades de u n a sociedad es, precisam ente, lo qu e constituye su p rin ­ cipio hegemónico. Y este principio hegem ónico supone el p od er y la dom ina­ ción. La hegem onía no es, por consiguiente, u na relación de alianza en tre agentes sociales preconstituidos, sino el principio mismo de constitución de dichos agentes sociales. En la m edida en q u e hay transform aciones hegemónicas en la sociedad cam bia tam bién la id entid ad dc los agentes sociales. Éste es el principio gram sciano de la guerra de posición, q u e im plica la constitu­ ción histórica d e los propios agentes sociales en su proceso de d evenir estado, c] La un idad del agente n o es, p or consiguiente, un a u n id a d apriorfstica sino sobredeterm inada, resultan te de la articulación histórica de u n p rin cipio hege­ mónico. d] Si esto es así, la determ inación de la estructuración hegem ónica dc la sociedad constituye el p u n to de p artid a de todo análisis concreto de la mism a, ya q ue es sólo en el in terio r de este p rin cipio hegem ónico, como form a específica de articulación de posicionalidades, que se constituye la u nidad dc los diversos agentes sociales. 5. H em os afirm ado que la form a hegem ónica de la política supone la des­ articulación y rcarticulación de posicionalidades. C on esto, sin em bargo, hemos señalado tan sólo el m ódulo general a través del cual la gu erra de posición se verifica. Es tam bién necesario considerar ta n to las condiciones específicas como los límites históricos de una política q u e se funde en form as hegemónicas. la. p rim era d e estas condiciones es la existencia de u na cierta distancia entre los diversos niveles de la reproducción social, q u e establezca u n m argen de varia­ ción y articulación diferencial en tre los mismos. U n modelo de acum ulación dc capital que sólo fuera com patible con el m antenim iento d e los salarios obreros al nivel de la subsistencia, p or ejem plo, haría im posible la hegemonización de las dem andas de increm entos salariales p o r parte del discurso del poder. P or el contrario, la política social de D isracli en Ing laterra fue hegemónica en la m edida en que logró desarticular ciertas dem andas sociales d e las masas del discurso p op ular radical en el qu e venían planteadas hasta entonces y rearticularlas a un discurso conservador alternativo. O tro ta n to pod ría decir­ se de la política social d e Bismarck en A lem ania. En el o tro extrem o, u n a co­ m unid ad cam pesina en la Edad M edia reproduce su existencia sobre la base de una rígida articulación dc posicionalidades q u e n o ab re la posibilidad de ningú n proceso dc transform ación articulativa. La form a hegem ónica de la política está ausente. Podemos decir, en tal sentido, q u e el proceso de la re­ producción social ha tendido a asum ir formas de más en más hegemónicas en la m edida en qu e ha descansado menos en las prácticas ancestrales de com uni­ dades sim ples y h a dependido más de decisiones políticas q ue afectan a la sociedad en su conjunto. La hegem onía im plica, po r tanto, el prim ado cre­ ciente de la política —es decir, dc form as dc articulación q ue adm iten un am ­ plio grado de variación— en lo que concierne a asegurar el proceso de la re ­ producción social. La form ación del estado m oderno, p or consiguiente, no es tan sólo el proceso dc form ación d e centros de decisión q u e abarcan com uni­ dades cada vez más am plias; es tam bién el proceso de distanciam iento entre la reproducción m aterial de la sociedad y las condiciones de existencia de dicha reproducción. Es precisam ente este h ia to histórico existente en tre am bas el

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EJLNKCTO LACLAU

q u e in ten ta cu b rir teóricam ente el concepto de hegem onía. Podríam os decir, en tal sentido, que si la com unidad cam pesina m edieval representa la forma ex trem a de u n proceso dc reproducción social sin hegem onía, el m ito del "totalitarism o ” m oderno —es decir, d e u n estado Leviatán capaz de rearticula r todos los aspectos de la vida de u n a com unidad— representaría el o tro extrem o. Esta posibilidad rearticulato ria, sin em bargo, para ser hegemónica, necesita de o tra condición: que el proceso de articulación y rearticulación de posicionalidades se verifique b ajo form as consensúales, es decir como proceso o bjetivo de constitución de nuevos sujetos. Hay, pues, dos lím ites a la trans­ form ación hegem ónica q ue resulta posible en u na situación histórica dada: por u n lado existen las áreas en la vida de u n a com unidad en las q u e la form a hegem ónica de la política no ha penetrado aú n ; p o r el otro, si el proceso de transform ación ha de ser realm ente hegem ónico —es decir, ha de o p erar a tra­ vés de la constitución dc nuevos sujetos y n o a través de la coerción pura y simp ie— debe tener en cuenta las rearticulaciones históricas q u e son posibles en u n m om ento dado: es decir, ha dc constituirse como gu erra de posición. Vemos pues el problem a fundam ental que p lantea la consideración del estado en los países del T e rcer M undo: la form a estado h a sido con frecuencia el resultado d e la descolonización, de u n a exigencia externa, y no ha respondido al creci­ m ien to in tern o de centros de decisión hegemónica. Por consiguiente, el estado es débil y su capacidad de in cid ir en el proceso de reproducción social, lim itada. 6. D e lo q ue llevamos dicho se desprende q ue la rcform ulación del marxism o en térm inos de u na teoría de la hegem onía requiere u n doble m ovim iento: por u n lado d eterm in ar analíticam ente cuáles son aquellas posicionalidades de cuya articulación ha d ep endido un a transform ación histórica o u na determ i­ n ada estructuración hegem ónica de la sociedad; po r el otro, explicar dichas articulaciones como form as históricas concretas y sobredeterm inadas y no como vínculos necesarios de carácter paradigm ático. Preguntas, p or ejem plo, tales como: " la revolución de 1950 ¿fue la revolución dem ocraticoburguesa en el Brasil?*’, carecen de sentido. N o es posible constituir u n paradigm a —"revolu­ ción dem ocraticoburguesa"— sobre la base de hipostasiar el tipo de articula­ ción de posicionalidades q u e se d io en algunas experiencias de E uropa Occi­ d ental. Sabemos m uy bien qu e puede h aber transición al capitalism o sin de­ m ocracia e, incluso, sin revolución burguesa. P or o tro lado, un a serie de tran s­ form aciones intelectuales, sociales y políticas q ue acom pañaron la transición al capitalism o en E u ro pa constituyen procesos objetivos de sobredeterm inación y no m om entos necesarios en el autodespliegue de u n paradigm a. Esto im plica posicionalidades que, en otros contextos históricos, pueden articularse y com­ binarse en form a diferente. N o es posible, po r lo tanto, ni concebir las posicio­ n alidades concretas como m om entos necesarios d e u n paradigm a ni adscribir­ las a etapas de desarrollo predeterm inadas. La aproxim ación al análisis de la sociedad en térm inos de u n a teoría de la hegem onía supone precisam ente esto: q ue los mismos elem entos puden ser articulados difercncialm ente. Si esto no fuera así, y si cada elem ento se definiera no p o r su articulación histórica con­ creta sino p or su pertenencia esencial a un paradigm a, la hegem onía sería in ­ discernible de la dom inación p u ra y sim ple y las formas consensúales, se expli-

TESIS ACERCA DE LA FORMA HEGEMÓNICA DE LA POLÍTICA

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carian p o r la "falsa conciencia" de los sujetos dom inados. N o h ab ría produc­ ción de sujetos a través dc las articulaciones hegemónicas sino eq uilib rio s in ­ te g ram o s en tre sujetos preconstituidos. 7. H em os afirm ado q u e la producción de sujetos se verifica a través de la a r ­ ticulación y rearticulación de posicionalidades. Esto supone q ue el terren o de constitución de la hegem onía es el discurso. (P ara u n a consideración del esta­ tu s de lo discursivo, véase anexo.) Esta afirm ación requiere, p ara no ser m al­ entendid a, tres tipos de precisiones: a] al afirm ar que el cam po de constitu­ ción de la hegem onía es el discurso, n o se está afirm an do u n a concepción "superestru ctu ralista” de la sociedad sino, tan sólo, qu e toda práctica social se constituye com o práctica significante —y diferente, p o r tan to , de la causa­ lidad mecánica. E n tal sentido, la práctica económ ica m ism a se constituye como discurso; b] es este carácter significante de toda p ráctica social el q u e perm ite el co nju n to de articulaciones connotativas que, a la p a r q u e fu n d an la hegem o­ n ía constituyen a los agentes sociales como sujetos: n o hay sujetos históricos previos al discurso; c] toda diferenciación dc niveles en la sociedad se d a en el in terio r de las prácticas significantes y n o como diferencia en tre prácticas significantes y no significantes: a trib u ir diferentes tipos de causalidad a los diferentes niveles de la sociedad es incom patible con cu alqu ier noción de totalidad. 8. H asta ahora no hem os introducido en nuestro análisis la noción de an ta­ gonism o. Éste es, sin em bargo, un p u n to central, ya que toda hegem onía no es sólo un a articulación de posicionalidades: es articulación de posicionalidades en un cam po surcado por los antagonism os. Esto supone q ue si toda práctica social es práctica significante no debem os asum ir los antagonism os com o lo dado sino constituirlos discursivam ente en ta n to diferencias específicas. Dc nu estro análisis de la noción de antagonism o (véase anexo) se derivan las siguientes conclusiones: a] todo antagonism o es u n a relación dc contradicción —n o d e contraried ad— creada en el in terio r del discurso; b] el discurso de ru p tu ra es u n discurso de equivalencias a través del cual se constituyen sujetos democráticos. Podemos h ab lar, como consecuencia, de posicionalidades d em o­ cráticas; c] cuando un discurso no constituye tan sólo sujetos dem ocráticos como posicionalidades específicas en u n cam po social determ inado, sino q ue divide radicalm ente a la sociedad en to m o a u n antagonism o básico en tre opresores y oprim idos, constituye a estos últim os en sujetos populares. Podemos h ab lar así de posicionalidad popular; la form a d e n eu tralizar los antagonism os p o r parte de los opresores consiste en transform ar al antagonism o en diferen­ cia, es decir en reconvertir la contradicción en contrariedad. 9. C on estas distinciones en m ente podem os volver a considerar el problem a de la hegem onía. La hegem onía puede constituirse de dos formas: vía trans­ form ism o o vía ruptura popular. L a prim era es la q u e se fu n d a en transform ar el antagonism o en diferencia (véase anexo) y h a sido la form a fun dam en tal de constitución de la hegem onía burguesa en E uropa. La dem ocratización progresiva del régim en liberal b ritánico en el siglo xix es el caso más com pleto

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ERNJECTO LACLAU

y exitoso de form ación d c un a hegem onía burguesa sin ruptura popular. Las dem andas d e las masas fueron absorbidas en form a diferencial p or el sistema y d e esta m anera se dislocaron posicionalidades cuya confluencia p u d o h aber conducido a la form ación de sujetos populares radicales. Los casos de la Ita lia d e G io llitti y d e la A lem ania dc Bismarck son tam bién ejem plos claros del m ism o proceso. El caso francés, p o r el con trario, representa el ejem plo clásico d e form ación de u n a nueva hegem onía vía ru p tu ra popular. Los diversos a n ta ­ gonismos ( = posicionalidades dem ocráticas) no son absorbidos diferencialm en te p or el sistema y reconvertidos así en diferencias, sino q ue se articu lan constituyendo u n sujeto po p u la r com plejo ( = posicionalidad p opular) q u e se p resenta com o alternativa contradictoria al co n ju n to del antig uo régim en. En el discurso jacobino aq u í aparece desarticulado en un sistema de equivalencias, cada u n o de cuyos térm inos sim boliza la dom inación. 10. ¿Cuáles son las relaciones existentes en tre las diversas posicionalidades q u e hemos definido? Señalemos, al respecto, los pu ntos siguientes: a] R esulta claro que, si tod o antagonism o constituye posicionalidades d e­ m ocráticas, y si el tip o d c articulación en tre estas últim as depende de la estruc­ turación hegem ónica de la sociedad, n o es posible referir aquéllas a u n tip o d e articulación necesaria, previa a la form a histórica q u e ado pta u n a hegemo­ nía determ inada. Esto significa q u e en toda circunstancia histórica existe u na p lu ra lid a d de antagonism os (por ejem plo: económicos, nacionales, sexuales, institucionales) que n o tien en un a pertenencia paradigm ática —d e clase o de o tro tip o — necesaria, y cuya articulación es el resultado de u n a guerra de po­ sición qu e establece la form a hegem ónica d e la sociedad. E l corolario de esto es que la posición m arxista tradicion al según la cual todo antagonism o se re ­ duce d irecta o indirectam ente, a un antagonism o de clase, es incorrecta. b] N o existe u n a correlación necesaria en tre posicionalidades dem ocráticas y posicionalidad po p u lar. La relación q u e exista en tre am bas dependerá de la am p litu d de la cadena de equivalencias dem ocráticas existente en una socie­ d ad determ inada. E n el proceso d e u n a revolución colonial, po r ejem plo, el enfren tam ien to con la potencia im perialista constituye posicionalidades p op u­ lares en to m o a sujetos nacionales, p ero esto n o significa q u e estas últim as tien dan a establecer un a relación de equivalencia con todos los antagonism os dem ocráticos existentes en dich a sociedad. M uchos pueden q ued ar excluidos de la cadena de equivalencias y a u n presentarse como enfrentados a ésta. c] T enem os, así, dos situaciones extrem as. E n la p rim era d e ellas las diver­ sas d em andas dem ocráticas se constituyen com o posicionalidades aisladas sin fusionarse en u n a posicionalidad p o p u la r única, rica en equivalencias. Esto acontece con frecuencia en aquellas sociedades q u e h an asistido a u n proceso exitoso de establecim iento de hegem onía vía transform ism o. El caso inglés q ue mencionam os antes es p articu larm en te claro al respecto. La cu ltu ra política inglesa es extrem adam ente sensible a las dem andas dem ocráticas y h a consti­ tu id o u n a am p lia v ariedad de sujetos dem ocráticos, pero es sum am ente débil en lo q u e se refiere a la constitución de sujetos populares q u e tien d an a d iv id ir a la sociedad en dos campos antagónicos. (Y es claro q u e sin constitución de sujetos populares n o hay guerra de posición.) P or o tro lado, puede darse una

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situación en la q u e las posicionalidades populares se organicen en to m o a u n rafnim o de equivalencias dem ocráticas. Es el caso, p or ejem plo, de ciertas banderas nacionales en países del T e rcer M undo, q ue son hegem oneizadas por grupos dirigentes conservadores con posterioridad al proceso de descoloniza­ ción. Este tip o de discurso p o p u la r tiende, p or tan to , a presentar la opresión como p u ram ente ex tern a y a im pedir la creación de u n a cadena de equivalen­ cias q ue absorba los antagonism os dem ocráticos interiores a la sociedad en cuestión. d] E n tre estas dos posibilidades extrem as se encu en tran las situaciones más frecuentes: aquellas en que en to m o a ciertas posicionalidades populares se estru ctura un cierto núm ero de equivalencias dem ocráticas, m ientras que otras qued an excluidas y no entran en la constitución d e sujetos populares. La tra ­ yectoria del P artido Com unista Ita lia n o es u n b uen ejem plo en tal sentido. Al finalizar la segunda guerra m undial, T o g lia tti tenía u n a clara concepción es­ tratégica acerca de la expansión del cam po p o p u la r sobre la base de u n a cre­ ciente articulación d e antagonism os dem ocráticos. D u ran te décadas el p c i entendió en form a adecuada la dialéctica en tre posicionalidades populares y dem ocráticas en la sociedad italian a; en los últim os años, sin em bargo, el cam po de las luchas dem ocráticas se h a exp and id o considerablem ente en Italia, con la aparición de nuevos sujetos y antagonism os —lucha po r la liberación de las m ujeres, conflictos en el seno de las instituciones, problem as de la juven­ tu d , etc.— q u e rebasan el m arco representado po r la síntesis togliattian a: el re­ sultado ha sido que la estrategia del p c i se ha revelado insuficiente para hegem oneizar estos nuevos antagonism os, lo qu e ha conducido a un impasse polí­ tico y a una creciente desorganización del cam po popular. (No puede haber g u erra d e posición exitosa cuando los sujetos populares n o logran articu lar la totalidad del cam po de las luchas dem ocráticas.) e] Los lím ites a la capacidad articulativa de ciertas posicionalidades po­ p ulares pu ede ser la resultante de circunstancias objetivas: la regional ización, la falta de integración nacional de ciertos países d a lugar a culturas políticas diversas, de las q u e d erivarán cadenas de equivalencias fu ndam entalm ente dis­ tin tas y difícilm ente integrables. E n el caso actual de la revolución irania, p o r ejem plo, vemos claram ente cómo en torn o al islamismo p ued en consti­ tuirse sujetos populares antim perialistas q u e organizarán en to m o a sí u n cierto núm ero de dem andas dem ocráticas. O tras, p o r el contrario —como la liberación fem enina— serán estrictam ente excluidas de esta cadena de equi­ valencias. De ah í u n cierto dualism o entre lucha p o p u la r y lucha dem ocrática q u e no es el resultado de "insuficiencias'’ estratégicas sino de lím ites históricos objetivos. La práctica política socialista se encuentra con frecuencia enfren­ tada a este tip o dc dificultades. f] Señalemos, finalm ente, una serie d e consecuencias q ue se derivan del an á­ lisis an terio r para u n a estrategia socialista. La prim era es q ue ésta no d ebe ser u n a estrategia de clase en el sentido dc u na estrategia constituida a p a rtir de posicionalidades únicas, sino u n a articulación de posicionalidades dem ocráticas e n to m o a sujetos populares crecientem ente hegemónicos, q ue libren u n a guerra de posición contra el bloque d om inante. La segunda es q u e la unificación cre­ ciente en tre antagonism os dem ocráticos y sujetos populares no es u n a u nidad

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dada desde el com ienzo —en el sentido d e q ue u na lógica in tern a a cada un o de ellos los em pu jara a establecer su u n id a d — sino q ue es el resultado de un a lucha y de u n esfuerzo político p o r su articulación. En tal sentido la m edia­ ción política resulta esencial ta n to en lo qu e se refiere a la u nidad del cam po p o pu lar como a la expansión dc los antagonism os dem ocráticos concretos. Esta mediación política, sin em bargo, n o presupone n in gu na forma institucio­ nal determ inada. N o puede asum irse q u e la form a partido es la única form a posible de m ediación política. Si se pensara q ue los objetivos políticos socia­ listas pueden deducirse como mom entos paradigm áticos necesarios a p artir de posicionalidades únicas de clase, resultaría posible considerar al partido como forma apriorística necesaria dc toda mediación política. Pero si, po r el contrario, la m ediación política articula posicionalidades y antagonism os que son característicos de una situación y u na sociedad determ inadas, se sigue que la form a de esta m ediación es especifica de estas últim as y no puede ser deter­ m inada apriorísticam ente. P or ú ltim o, la tercera conclusión q ue se sigue de nuestro análisis es q u e una estrategia política fundada en la hegem onía y la gu erra de posición se diferencia ta m o del ultraizquierdism o como de la social­ dem ocracia. En el caso de am bos se da el rechazo a concebir la política como práctica articulatoria. En el caso del ultraizquierdism o se parte de u n p ara­ digm a revolucionario, es decir de u n sujeto preconstituido. y se considera al sistema d c dom inación como un co n ju n to coherente q ue no hay que desarticu­ la r sino d estru ir como un todo. En el caso d e la socialdem ocracia se considera tam bién a este sistema como un todo coherente: pero en este caso se lo acepta y se proponen en el in terio r del mismo reform as qu e favorezcan a ciertos suje­ tos: la clase obrera, los sectores desprotegidos, etc. Pero en ambos casos la alter­ nativa reform a/revolución se plantea en térm inos igualm ente no hegemónicos. Está pues claro que, de acuerdo a nuestro análisis, "guerra de posición” , "he­ gem onía” y "producción de sujetos”, constituyen u na tríada q u e establece su u n id a d en térm inos d e una concepción particu lar d e la m ediación y la lucha política y que no predice nada en lo que se refiere a las formas pacificas o violentas de lucha. El predom inio de u na u otras depende de las circunstancias concretas. Lo im po rtante es concebir la lucha po r la elim inación de la dom i­ nación y por la producción de nuevos sujetos —es decir, de nuevas relaciones sociales— como un proceso q ue abarca toda u n a época histórica, q u e comienza antes de la toma del po der y q u e con tin uará ciertam ente después de ésta.

n ] EL CONCEPTO DE H EGEM O NÍA Y LA TRADICIÓN MARXISTA

11. El espacio teórico que intenta o cupar la noción de hegem onía ha sido ab ierto por la crisis profunda a que el pensam iento m arxista se ve sometido en la era del capitalism o avanzado y del im perialism o: ésta es el resultado de la im posibilidad que el m arxism o encuentra de constru ir su discurso en tér­ minos exclusivos de luchas y alianzas de clase. Ésta es la consecuencia necesaria dc u n a etapa histórica en que la proliferación de nuevas contradicciones exige

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cada vez más concebir a los agentes concretos como sujetos m últiples y a las luchas sociales como prácticas articulatorias. N o es erróneo decir q u e la histo­ ria del pensam iento m arxista a p artir d e la prim era guerra m un dial es en bue­ n a p arte la h istoria del reconocim iento progresivo de esta situación. 12. La im portancia de estas transform aciones resulta evidente si se com para la problem ática del m arxism o contem poráneo con la etap a en q u e p o r prim era vez la teoría m arxista se presentó como co n ju n to sistem ático: la época de la Segunda Internacio nal. Éste es el m om ento en que —en p arte a través de Engels y en parte a través de Kautsky— el pensam iento de M arx es presentado p or prim era vez com o doctrin a de p artid o y como concepción com pleta dc la h istoria y de la sociedad. Es, tam bién, el m om ento en q ue la p ráctica política d e los nuevos partidos socialdem ócratas exigía exten der el discurso m arxista a áreas y problem as q ue habían estado ausentes de la reflexión de M arx. Esta e n trad a a campos discursivos nuevos no significó, sin em bargo, qu e el marxis­ m o com enzara a hegem oncizar y a articu lar diferentes discursos, ya q u e la Segunda Internacional concibió su tarea teórica y política como un esfuerzo por cristalizar los paradigm as propios del reduccionism o de clase. Resumamos brevem ente las características de este enfoque teórico y sus consecuencias poli, ticas y estratégicas. En prim er térm ino, toda articulación de posicionalidades está excluida, ya q u e los sujetos históricos son reducidos a posicionalidades de clase. Las clases pasan a ser sujetos de la historia. La transición hacia el socia­ lism o es concebida como el resultado de la m aduración de la contradicción en tre fuerzas productivas y relaciones de producción —qu e conducirá al co­ lapso del sistema capitalista— y de la proletarización progresiva del cam pesina­ d o y de la p equeña burguesía, q u e h ará de la clase obrera el sector m ayoritario d e la sociedad. Como consecuencia la clase obrera, centrándose en sus propios objetivos, acabará representando a la vasta m ayoría de los explotados. Está claro q ue en esta perspectiva no hay tareas hegemónicas. El cam po de la discursividad m arxista es concebido com o el cam po de u na discursividad de clase, y su extensión, por tanto, llega hasta el p u n to en que la clase obrera h a cons. tru id o u n discurso propio. En la m edida, sin em bargo, en que el m arxism o es presentado com o una doctrina q u e debe sistem atizar la totalid ad de la reali­ d ad social, y en la m edida tam bién en que el p u n to dc vista de clase es consi­ derad o como la fuente ú ltim a de sentido de toda producción social, se conclu­ ye que los discursos diferentes del marxism o, q u e ocupan áreas sociales y cul­ turales en las que este últim o no ha penetrado, son la expresión del p u n to de vista dc otras clases: se com enzará así a hab lar de u n a ciencia, u n arte y u n a litera tu ra burguesa. (¿Es preciso recordar el fin de esta historia? En la m edida en q u e el m arxism o no se presenta tan sólo como concepción global y sistem á­ tica sino q u e pasa tam bién a ser doctrina oficial de estado, la universalidad del pu n to de vista d e clase extiende sus efectos a aquellas áreas ocupadas por los discursos “ pequeñoburgueses” o “ burgueses” : asistiremos así al rechazo del psicoanálisis y a su sustitución p o r la psicología pavloviana, al rep u d io de los avances de la lógica m oderna, al realism o socialista y como coronación de este proceso, a la d isparatada oposición “ ciencia proletaria-ciencia burguesa” .) Lo q ue es im po rtante para nuestro problem a es que u na perspectiva teórica d e este

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tip o ponía lím ites precisos a la práctica política socialista, q u e le im pedían constituirse como práctica hegemónica. Estos lím ites eran: a] la universaliza­ ción del criterio de clase conducía a la afirm ación de la identidad clasista de todos los rasgos políticos e ideológicos d c los agentes sociales: n o había así distintas posicionalidades, susceptibles de los tipos dc articulación diversos en los q u e u n a política hegem ónica precisam ente consiste; b] si la revolución socialista estaba asegurada por la m aduración de las contradicciones econó­ micas del sistema, la lucha socialista no debía tend er a con stituir cadenas de equivalencias y a producir nuevos sujetos: debía, p o r el contrario, encerrarse en un a estricta perspectiva d e clase y ag uardar a q u e la historia condujera al capitalism o a su ineluctable derrum be; c] si la revolución es u n m om ento ne­ cesario en la m aduración de estas contradicciones, se sigue que la declinación del feudalism o, la revolución burguesa, el desarrollo del capitalism o y la revolución socialista son fases históricas distintas y necesarias en la evolución de toda sociedad. Q uedan así fijados los lim ites a u na posible política de alian ­ zas por parte de la clase obrera: en la m edida en q u e el feudalism o no ha sido abolido, las fuerzas socialistas deben aliarse con la burguesía liberal para llevar a cabo la revolución burguesa, q u e representa u na etap a histórica más avan­ zada. Pero, claro está, n o pueden p retend er ni lid erar el m ovim iento an tifeu ­ d a l ni avanzar hacia el socialismo sin h aber pasado antes p or el proceso histó­ rico de la expansión capitalista. El "etapism o" conducía, asi, a un a concep­ ción no hegem ónica d e las alianzas. 13. El m odelo reduccionista y paradigm ático reposaba sobre dos supuestos incuestionados que constituían la condición mism a de su validez: el prim ero, q ue se adm itiera ta n to la universalidad d e las etapas como la articulación de posi­ cionalidades prop ia d e las mismas; el segundo, q ue todo tip o de contradicción pudiera ser efectivam ente reducido a u n a contradicción de clase (de lo con­ trario , no podría considerarse a las clases como sujetos de la h is to ria ). Ambos supuestos en tran en crisis con la transform ación histórica qu e tiene su epicen­ tro en la prim era guerra m undial. Y es con el leninism o q u e se abre u n espacio teórico y político a p a rtir del cual la form a hegem ónica de la política resulta por prim era vez pcnsable. El leninism o alcanza su p u n to teórico más alto en las reflexiones acerca dc las nuevas contradicciones generadas p or la guerra; es, en efecto, en to rn o a este p u nto, al tu m ultuoso surgir d e nuevas contradiccio­ nes resultantes de u n conflicto de dim ensiones hasta entonces desconocidas, q u e el leninism o insiste en u n p u n to clave: no es sólo fundándose en las con. tradicciones económicas de clase derivadas del m ecanism o endógeno de la acum ulación capitalista como el m arxism o debe con struir su discurso, sino tam bién y esencialm ente fundándose en la dislocación d e las condiciones de vida d e ¡as masas creada por las nuevas form as de reproducción del capitalism o tardío . Esta nueva dim ensión de masa d e la política im plica q u e las clases so­ ciales no tienen tan sólo que proceder a defender sus intereses específicos sino tam bién a articu lar y organizar la acción política d c vastos sectores de la p o­ blación cuyas condiciones de vida y cuyas formas de representación son radical­ m ente transform adas p o r el capitalism o ta rd ío y po r la guerra. Este protago­ nism o dc las masas (el p u n to ha sido correctam ente señalado por G iuseppe

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Vacca) constituye u n a de las novedades radicales del discurso leninista. Y el carácter de masas de la política pasa a con stitu ir u n requ erim ien to q u e se im ­ pone a todas las clases en este nuevo clim a histórico. L enin encu entra en la acción de Lloyd George un a nueva form a de masas de la política burguesa. Es la prolongación extrem a de esta dim ensión, en las condiciones críticas de la p rim era posguerra, la q u e conducirá al fascismo —definid o po r T o g liatti como régim en reaccionario de masas. P ero la segunda novedad im p ortan te es q ue p ara el leninism o esta dislocación en las condiciones de vida de las masas n o es sólo el resultado de las transform aciones in tern as del capitalism o m onopo­ lista sino tam bién de la articulación m un dial del mismo; para L enin la econo­ mía m u n dial tiene una dim ensión política; es u n a cadena im perialista. De ahí q u e la dislocación sea tam bién el resultado de contradicciones externas. La guerra, en este sentido, n o es sino el p u n to álgido de una situación q ue ha caracterizado crecientem ente las condiciones de la reproducción social y de los sistemas de dom inación bajo el capitalism o m onopolista. La consecuen­ cia im portan te, p ara u n a teoría de la hegem onía, q u e se deriva del enfoque político y estratégico leninista es q ue ta n to los eq uilibrios políticos como las ru p tu ra s —revolucionarias o no — de los mismos son la resu ltan te de contra­ dicciones m últiples cuya acum ulación y condensación constituye u n a co yu ntu­ ra determ inada. L a estrategia revolucionaria, en tal caso, no pu ede fundarse en el sim ple despliegue d e las contradicciones económicas del sistem a sino q u e debe constituirse como form a histórica de articulación de contradicciones di­ versas en una coyuntura dada. De ah í se derivan el privilegio del m om ento político en la estrategia revolucionaria (en oposición al enfoque de la Segun­ da Internacion al, que hacía del m om ento político un a pieza sub ord in ada en el desencadenam iento de contradicciones económicas); el rechazo de todo "etapism o" mecánico y apriorístico; y, finalm ente, la concepción d c la política como articulación y hegem onía. El concepto de hegem onía es así incorporado po r el leninism o a la teoría m arxista com o pieza de u n a concepción no-para­ digm ática, anti-etapista y p opular de la política, Es necesario, sin em bargo, señalar los lím ites históricos del leninism o. Éstos están dados p o r el hecho de q ue el leninism o se inscribe com o diferencia en el discurso del marxism o kautskysta; es decir, se construye como discurso antikautskysta, den tro del h o ri­ zonte intelectual sistem atizado por Kautsky. De ah í q u e n o rom pe radicalm ente con el supuesto ú ltim o en el que éste se basaba: la concepción de las clases com o sujetos de la historia. Para L enin las clases siguen constituyendo las u n i­ dades últim as en el análisis de la política y de la sociedad. Es verdad q ue las clases en su análisis e n tran en contradicciones más ricas y com plejas que todo aqu ello q ue supusiera el m arxism o clásico, pero estas contradicciones siguen siendo contradicciones de clase y no contradicciones a p a rtir de las cuales se constituyen sujetos n o clasistas. Masas es u n térm in o recu rren te en el análisis leninista a p a rtir dc la guerra, q u e ocupa un vacío discursivo que se había ab ierto en el análisis cconom icista y clasista, pero q u e no llega a constituirse com o concepto teórico. Esta am bigüedad y tensión a qu e la noción d e clase es som etida en el discurso leninista pro du cirá devastadores efectos en los an á­ lisis de la K om in tem , q u e llevarán hasta sus últim os extrem os la concepción

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sustancia lista y “m ilitarista” d e las clases. El leninism o, pues, no logra supe­ ra r en su concepción de hegem onía la noción de "alianza de clases". 14. El avance hacia u n a concepción de la hegem onía q ue superara los límites fijados por la noción de "alianza de clases" exigía ir más allá del reduccio­ nismo de clase. H ay dos mom entos fundam entales en este proceso progresivo d e ru p tu ra . El prim ero de ellos es el q u e se abre en el período d e la lucha antifascista. La dem ocracia pasa de más en más a ser considerada como un discurso autónom o, como el campo en el q ue tienen lugar las prácticas hegem ónico-articulatorias de las clases y n o com o la sim ple ideología de una clase. La concepción dc "nueva dem ocracia” en Mao; la concepción de "dem ocracia progresiva” en T o g liatti —en sus diversas reelaboraciones, desde la guerra d e España hasta la lucha de liberación en Italia—; el inform e D im itrov al V II Congreso de la In ternacional, con su insistencia en presentar a la clase obrera y a los partidos com unistas como los herederos históricos de tradiciones nacio­ nales y populares dc lucha q u e los preceden y los trascienden; todos éstos son jalones d e im portancia decisiva en el avance hacia una nueva concepción de la hegem onía. D om inando el con ju n to del período, la ob ra de Gramsci rep re­ senta el m om ento teórico fundam ental en el qu e la noción de hegem onía su­ pera el m arco estrecho de la "alianza de clases": hegem onía es el principio articu lador de u n a nueva civilización, de la construcción d e un nuevo sentido com ún de las masas, q u e como tal im plica u n liderazgo intelectual y m oral y no sólo un liderazgo político. H egem onía es la construcción de nuevos suje­ tos. no la sim ple alianza en tre sujetos preconstituidos. El segundo gran m om en­ to dc avance en la ru p tu ra con la concepción reduccionista de la sociedad tiene lugar en to m o a dos transform aciones ocurridas en la segunda posguerra. La p rim era de ellas. la expansión del cam po de la lucha dem ocrática en los países d e capitalism o avanzado: la burocratización creciente de la sociedad civil con­ duce a form as nuevas de lucha an tiau to ritaria —lucha an tiau to ritaria en el in terio r de las instituciones, luchas en el seno de la fam ilia, luchas po r la libe­ ración fem enina, por la liberación de las m inorías nacionales, sexuales, racia­ les, etc. Estos sujetos políticos constituyen nuevas posicionalidades dem ocrá­ ticas, q u e las fuerzas socialistas deben hegem onizar a través de la creación dc cadenas cada vez más am plias de equivalencias. Dc tal modo, si la noción dc hegem onía aparece ya constituida como objeto de discursividad m arxista en el período an terio r —el de la lucha antifascista— el cam po d e las posicionalidades dem ocráticas se ha extendid o hoy día hasta el pu n to en que la form a política de las prácticas hegemónicas tal como fuera pensada p o r G ram sci y T o g liatti debe ser radicalm ente reconsiderada. La segunda gran transform ación de la segunda posguerra h a sido la aparición de m ovim ientos d e liberación nacional en la periferia del m undo capitalista. T am b ié n aq u í asistimos a la form ación de posicionalidades nuevas, irreductibles a u n a pura com prensión en térm inos clasistas. La dialéctica entre clases, tipos d e acum ulación, posicionalidades d e­ m ocráticas y posicionalidad p o p u la r asum e aq u í formas diferentes de las que caracterizaron los procesos d e articulación hegem ónica e n los países dc E uropa O ccidental. T o d a teoría general de la articulación hegem ónica debe tener en

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SI

cuenta estas formas diferenciadas, cuya com prensión exige rom per aú n más p ro fu n dam ente con los paradigm as propios del reduccionism o clásico.

c]

PROBLEM AS DE LA H EG EM O N ÍA EN AM ÉRICA LATINA

(En lo q ue sigue no intentam os ex poner en forma exhaustiva cuáles son las formas fundam entales de articulación hegem ónica de las sociedades latin o­ am ericanas ni la estrategia socialista q u e resulta posible a p a rtir de dichas formas. N uestro objetivo es más modesto: consiste en señalar tan sólo en form a sum aria 1] los obstáculos qu e el pensam iento latinoam ericano ha en­ contrado para pensar su realidad social y política en térm inos de hegem onía y 2] los lím ites que la política de las clases dom inantes h an en co ntrado en Amé­ rica L atin a para constituirse como práctica hegemónica.) 15. H ay dos formas de pensar las diferencias: u n a que consiste en p a rtir de u na teorización general frente a la cual la diversidad de los casos concretos es pensada como sistema de alternativ a, y otra q u e consiste en transform ar a un caso concreto en paradigm a y pensar a los otros com o desvíos respecto a dicho paradigm a. Esta últim a es la práctica prop ia del colonialism o intelec­ tual, y ha sido d u ran te largo tiem po la característica del pensam iento d om i­ nan te en América Latina: pensar las sociedades latinoam ericanas en parte como réplica y en parte como desvío de los procesos europeos. "C ivilización o B arbarie” fu e el lema de sucesivas generaciones liberales. (Sobre la naturaleza de esta oposición, véase anexo.) P ara un pensam iento de este tip o un concepto como "hegem onía” resulta estrictam ente im pensable. P orq ue si toda posicio­ nalid ad pertenece por definición a un paradigm a, la articulación d e posiciona­ lidades no es u na form a histórica especifica sino una form a esencial. Y sin concebir com o especificidad histórica la articulación de posicionalidades la hegem onía es im pensable. Podemos señalar tres etapas fundam entales en la historia de los paradigm as q ue h an d om inado el pensam iento latinoam ericano. La prim era de ellas es el liberalism o. Los países latinoam ericanos son concebi­ dos por éste como sociedades europeas incipientes. La relación entre el europeísm o d c u n extrem o de la sociedad y el o tro extrem o constituido p o r la vasta m ayoría de las regiones y estratos no asim ilables p o r el m odelo europeizante era pensada sobre una base etapista: la transición. ¿Acaso la sociedad europea no hab ía pasado tam bién p or un proceso de transición a p a rtir del atraso y el oscurantism o de la sociedad feudal y del A n d en Régime? C laro q u e esto exigía un sistema de traducción: asim ilar el feudalism o europeo con las com unida­ des indígenas peruanas o la producción de los estancieros del in terio r argéntino. Pero la traducción, el sistema d e equivalencias específicas a través del cual el liberalism o latinoam ericano se constituye como discurso, consiste en hacer abstracción de estas diferencias, es decir en constitu ir u n im pensable dc la sociedad y de la política. Las diferencias n o son articuladas sino disueltas en u n sistema de equivalendas: no hay, pues, hegem onía. La segunda etap a

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corresponde a la construcción de paradigm as alternativos q ue señalan la crisis progresiva de las formas de discursividad liberal frente a nuevos procesos po­ líticos caracterizados por la irrup ción de m ovim ientos populistas. El libera* lism o se ve aq u í enfrentad o a la im posibilidad dc constitu ir objetos nuevos a p a rtir de sus propios supuestos. En u n prim er m om ento son las formas de dis­ cursividad antigua las q u e tra tan todavía de d a r cuenta de los nuevos fenóme­ nos, al precio, claro está, d e ob litera r más diferencias y de con struir u n discur­ so progresivam ente abstracto. El liberalism o argentino, p or ejem plo, id en tifi­ ca peronism o y fascismo. Esto no sólo requiere hacer abstracción d e diferencias tan im portantes com o las bases sociales de am bos m ovim ientos, sino tam bién co n struir un sistema de equivalencias cada vez más abstracto y casi metafísico: el peronism o es equivalente al fascismo, al rosismo del siglo xix, al clericalis­ mo medieval, etc. O tra form a sim ilar en q u e esta operación se verifica consiste en co nstru ir conceptos p ara q u e d im pensable de la política acceda al nivel del discurso, pero sólo en cuanto im pensable: los referentes están presentes pero son pensados com o aberraciones en el proceso de desarrollo, desvíos, etc. En un segundo m om ento, sin em bargo, un nuevo paradigm a term ina po r sustitu ir al paradigm a liberal: el desarrollism o m ilitar, por ejem plo, inicia u n a valo­ ración positiva d e algunas formas políticas antiliberales, pero al precio de o b litera r otras diferencias; el modelo m ilita r populista es considerado como modelo político de la industrialización en los países latinoam ericanos y nuevos sistemas de equivalencias se crean: la vía prusiana, el nasserismo, etc. F inal­ m ente, la tercera etapa se ubica a 180 grados del p u n to de p artida: los países latinoam ericanos son países del T e rcer M undo. Es la posicionalidad com par­ tida de Asia, África y América l a tin a como extrem o ex plotado d c la relación ce n tro /p eriferia la q ue caracteriza la esencia de estas sociedades y la q ue cons­ titu ye la base de u na estrategia política u n itaria: la lucha arm ada. E n esta T rico n tin en tal dc la m ente las diferencias están tan to talm ente excluidas com o en el discurso liberal: en am bos casos las posicionalidades son formas esenciales de paradigm as constituidos en to rn o a dos polos. N o hay posibili­ dad dc articulación diferencial de las mismas ni, po r tanto, de hegem onía. Lo único qu e ha cam biado es q u e el polo positivo ha pasado a ser negativo y viceversa. 16. El pensam iento de la izquierda latinoam ericana ha estado p rofundam ente in fluid o —casi diríam os constituido— p o r los paradigm as propios de la m enta­ lidad colonial. Si, según vimos, esta últim a se organizaba como u n sistema de traducción fu nd ad o en la constitución de un im pensable de la política, el m arxism o latinoam ericano se presentaba com o u na "m etatradu cció n” que reproducía en un teclado conceptual nuevo las mismas oposiciones paradigm á­ ticas constitutivas del discurso do m inante. En el período d e la hegem onía li­ beral-oligárquica la operación era realm en te sencilla: la oposición sarraientin a "civilización o b arbarie" —y sus equivalentes en otros países latinoam eri­ canos— era traducida en térm inos m arxistas com o la oposición "feudalismocapitalism o". D e ah í las com plicidades profundas en tre el liberalism o y el m arxism o de este período, que construyen discursivam ente los mismos silen­ cios, las mismas áreas de "im p en sab ilidad ", la misma incapacidad de p ercibir

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las pecularidades históricas y dc fo rm u lar u n a estrategia q ue se fun de en ellas. E n la etap a posterior, cuando comenzó a com prenderse q u e América L atin a p resentaba peculiaridades q u e im ped ían la identificación directa de sus rasgos sociales y políticos con la función q ue rasgos sim ilares h ab ían desem peñado en el proceso dc expansión del capitalism o en E uropa, el discurso m arxista se torna u n a estrategia de reconocimiento', h ab ía q u e detectar, p o r ejem plo, detrás de las form as a típicas del peronism o y del varguism o, la categoría histórica “ revolución dcm ocraticoburgucsa”. El pensam iento sigue siendo paradigmá* tico, con la diferencia q u e ah ora req u iere operaciones intelectuales más com­ plicadas: u n conjun to de variantes históricas inás o menos accidentales ocu ltan la form a esencial “revolución dem ocraticoburguesa". Las variantes históricas son consideradas com o epifenóm enos relativam ente secundarios respecto a las form as esenciales. Y como la estrategia política term in a fundándose en estas últim as, la política m arxista tiende a te n er u n a existencia necesariam ente abs­ tracta. Los pocos casos, como el dc M ariátegui, en los q ue la p ecu liarid ad la­ tinoam ericana es considerada como el d ato esencial y la base p ara u n a estra­ tegia política socialista reflejan en el hecho mism o de su aislam iento su prop ia excepcionalidad. Lo m ism o po dría decirse acerca de debates más recientes, como aquellos q u e han te n id o lugar en to rn o al carácter dcm ocraticoburgués o socialista d e la revolución latinoam ericana. Estos debates son reveladores, no ta n to p o r su contenido sino p o r los supuestos en los que se basan y qu e son aceptados p o r la gran m ayoría de las partes intcrvinicntcs en la discusión. En efecto, si el m odelo de acum ulación d o m in ante en u na sociedad es consi­ derad o como el d ato esencial p ara d eterm in ar la n aturaleza dc u na revolución po p u lar: y si el carácter d e esta últim a —burgués o socialista— es el que p er­ m itirá decidir acerca d e problem as estratégicos tales como la v iabilidad de la vía p arlam entaria o de la lucha arm ada, es po rq u e los siguientes supuestos son im plícitam ente adm itidos: a] el m odelo dc acum ulación en u n a sociedad d e ­ term in a la clase o clases q u e h ab rán d e co nstitu ir el bloque dc poder; b] los únicos protagonistas del proceso histórico son las clases; c] como las formas parlam en tarias son necesaria e inh erentem en te burguesas, tod o proceso socia­ lista debe abolirías y debe presentarse, com o consecuencia, com o destrucción del a p a ra to del estado. P or el contrario, la vía p arlam en taria sólo pu ede justifi. carse en térm inos del carácter n o socialista de u n a etap a determ inad a o del proceso revolucionario en su conjunto. D entro de esta perspectiva resulta claro que problem as tales como el de la viabilidad dc la lucha p arlam en taria en un proceso d e revolución po p u la r sólo p ueden determ inarse sobre la base de esta­ blecer el carácter d e clase de la revolución. L a hegem onía, concebida com o lo hem os hecho en térm inos dc articulación dc u n a m u ltiplicidad d c co ntra­ dicciones y de guerra d e posición, está, desde luego, excluida en esta perspec­ tiva. Si pensam os en el estalinism o y el trotskism o .clásicos encontram os buenos ejem plos de esta exclusión. E l estalinism o del período de los frentes populares —en la m ayor parte de sus lecturas, el m enos— afirm aba la p rio rid ad d e las banderas dem ocráticas y el carácter burgués de las mismas. Esto daba lugar a un a política n o hegem ónica d e derecha. El trotskism o afirm aba el carácter burgués de la dem ocracia y la p rio rid ad d e la lucha socialista. Esto daba lugar a u n a política no hegem ónica de la izquierda. En am bas estrategias estaba

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ausente la hegem onía: n o había tentativa de articu lar la dem ocracia a un discurso socialista. Es im portante, pues, insistir en qu e el paradigm atism o y el reduccionism o pueden recibir versiones de izquierda o de derecha, todas las cuales encuentran su raíz en la perspectiva q ue indicábam os al comienzo. La salida de este círculo vicioso se encuen tra en un a nueva concepción de la po­ lítica fun d ada en la noción de hegem onía. 17. De lo an terio r se deriva qu e considerar los problem as políticos latinoam e­ ricanos desde la perspectiva de u n a teoría de la hegem onía requiere, an te todo, co n stituir nuevos objetos de discurso, es decir proceder a un desplazam iento res* pecto a u n a problem ática reduccionista de los antagonism os sociales. Señale­ mos algunos ejemplos: a] Se discute hoy día el problem a de la liberación del régim en brasileño. P ero el concepto mism o de liberalización está lejos de ser transparente. C iertas im ágenes paradigm áticas dc la sociedad tienden a presentarnos al golpe del 64 como un corte radical, q u e rem odeló radicalm ente la sociedad brasileña e im puso el do m inio del capital m onopolista. T eo rías tales como la del " to ta li­ tarism o” tienden a d a r u n carácter apocalíptico a esta ru p tu ra . Pero esta im agen no resiste dos m inutos de análisis. E n prim er térm ino, el régim en m ilita r n o suprim ió radicalm ente el sistema político: el sistema parlam entario —si bien con cambios im p ortantes— se m antuvo y num erosas instituciones en el país co ntinuaron en manos de sus antiguos detentadores. Y n o se tra tó sim­ plem ente de una fachada: el caso es que el golpe redefinió radicalm ente la relación de fuerzas en la sociedad brasileña, pero p ara esto no necesitaba —ni tam poco lo deseaba— su p rim ir d c raíz todas las form as tradicionales de rep re­ sentación, sino desplazar y rearticular algunas d e ellas, m ientras q u e consideró q u e otras estaban en buenas manos y nadie —ap arte d e ciertos grupos jacobinizados del ejército— pensó en sustituirlas y rem plazarías por form as m ilitares alternativas. Hay, pues, u n a dialéctica de la con tinu idad y la discontinuidad q u e se define en térm inos dc articulación de posicionalidades. En suma, dis­ tin tos m om entos de una guerra de posición. La com prensión d e ésta requiere aislar an alíticam en te esas diversas posicionalidades y tra ta r de en tend er el co n ju n to histórico articu lado q u e en 1964 se constituyó en tre ellas. P ero esto exige rom per con interpretaciones qu e elim inan toda concepción diferencial dc las estructuras políticas y los antagonism os sociales y q ue caracterizan a los diversos periodos segón determ inaciones sim ples tales como “dom inio del capi­ tal m onopolista" y otras similares. T am b ié n la actual tendencia a la "liberalización” del régim en brasileño debe concebirse en térm inos de la especificidad del proyecto q u e la inspira. La viabilidad histórica del régim en está com pro­ m etida en la m edida en q u e no logre crear u n nuevo consenso: es decir absor­ b er vía transform ism o un co njunto de posicionalidades dem ocráticas que hasta ah o ra hab ían estado excluidas del sistema de poder. Se trata, pues, no de u n corte radical sino d e una redefinición q ue am plíe las bases sociales y p olí­ ticas del presente sistema. La tarea de la oposición, p or el contrario, es in ten ­ ta r la construcción de un sistema más am plio de equivalencias: es decir, que las posicionalidades dem ocráticas no sean absorbidas en form a aislada sino que se u n ifiq u en en to rn o a nuevos sujetos populares. La construcción de u n a iden­

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tidad p o p ular q ue sea el polo d e reagrupam iento para un proyecto de dem o­ cratización radical d e la sociedad brasileña pasa a ser, pues, el objetivo fu n d a­ m ental de la lucha hegemónica. N o hay, pues, “ liberalización” a secas sino "liberalizaciones” de tipos fundam entalm ente distintos. b] Se dice con frecuencia q u e la revolución sandinista es u n ejem plo palpa­ ble de q ue la única vía hacia el poder en América Latina es la lucha arm ada. Pero el triu n fo sandinista está lejos de p ro b ar esta afirm ación. P orque para justificarla habría que m ostrar q u e el carácter arm ado de la lucha, al m argen de todos los otros aspectos d e la lucha política sandinista, es el origen d e la victoria. Pensamos, p o r el contrario, que el sandinism o es u n excelente ejem ­ plo dc gu erra de posición, de la form a en q ue la lucha constituyó progresiva­ m ente en to rn o a una identidad nacional y po p u la r u na larga cadena de eq u i­ valencias dem ocráticas q u e term inó confundiéndose con la sociedad nicara­ güense como un todo. Lejos de en co ntrar a q u í el ejem plo de una estrecha estrategia m ilitarista, encontram os uno de los ejem plos latinoam ericanos más claros de estrategia hegemónica. c] F inalm ente, hoy día se habla m ucho en A m érica L atin a de socialdem o­ cracia. La proliferación de regímenes represivos en el con tinente ha conducido a u na nueva valoración de las libertades "form ales” y d c las instituciones d e­ mocráticas. Esto últim o es un progreso innegable frente al ultraizquierdism o de los años sesenta; el único problem a es q ue al identificar esta ac titu d con !a advocación de la socialdem ocracia se comete u n nuevo erro r dc tip o red uc­ cionista. Es decir, no se tra ta de articu lar la defensa de las libertades in d ivid ua­ les y de las formas dem ocráticas dc representación política a u n proyecto so­ cialista altern ativ o sino q ue se acepta el tip o de articulación que dichas liber­ tades y formas representativas presentan en E uro pa O ccidental. C on esto se olvida q ue la socialdem ocracia es un fenóm eno concreto y lim itado —en ta n to experiencia exitosa— a ciertos países del n orte de E uropa q ue han pasado po r un largo proceso de industrialización y q u e presentan u na estru ctura social altam ente hom ogénea. 1.a socialdem ocracia aparece así ligada al triu n fo del transform ism o como estrategia política de ciertas clases d om inantes en E uropa y a la capacidad d e los sistemas políticos parlam entarios p ara absorber las de­ m andas dem ocráticas de las masas. La socialdem ocracia se constituye política­ m ente en to rn o a la defensa de las dem andas corporativas de ciertos sectores populares, que pueden ser satisfechas d en tro del sistema existente y qu e se ex­ presan en form a exclusiva a través de la representación parlam entaria. A dvocar la socialdem ocracia p ara América L atin a es olvidar al menos dos cosas: a] que la fusión entre sistema liberal parlam entario y dem andas dem ocráticas de las masas q u e se dio en E uropa no existe en A m érica L atina; b] q ue tam poco existe la hom ogeneidad social de los sectores populares q u e perm ita a partidos políticos de dim ensiones nacionales constituirse como representantes de g ru­ pos de interés específicos com o los sindicatos. P or el contrario, la lucha p o p u la r en A m érica L atina debe articu lar y co nstitu ir sujetos populares p artien d o de sectores de un a gran variedad social, regional e ideológica. Advocar, pues, el paradigm a socialdem ócrata es aceptar u n a vez más en form a reduccionista que las libertades individuales y la dem ocracia política son incom patibles con un proyecto de transform ación socialista de la sociedad. Y ab re las puertas a un

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peligro mayor: la suposición de q ue cualq uier parlam cntarización superficial del sistema político es u n a dem ocratización real. 18. Señalemos brevem ente, p ara concluir, algunos dc los problem as fundam en­ tales con q u e toda estrategia hegem ónica debe enfrentarse en A m érica L atina. El prim ero d e ellos, al q u e ya hem os hecho referencia, es la h eterogeneidad de las bases sociales y d e los antagonism os q ue u n a estrategia socialista y po pu ­ lar debe in ten ta r articular. El reconocim iento de la especificidad histórica de esta m ultip licidad —m ucho más vasta que la fractura histórica q ue Gramsci enco n trab a en tre el n o rte d e Ita lia y el Mezzoggiorno— es la p rim era condición d e u n a estrategia hegemónica. N o hay hegem onía sin reconocim iento dc la to talid ad de los antagonism os q ue surcan a una sociedad. Pero la hegem onía es algo más q u e el reconocim iento de la especificidad de estas posicionalidades dem ocráticas: es la articulación d e las mismas en to rn o a posicionalidades po ­ pulares. Sólo esta articulación transform a a los agentes sociales en “ pueblo" y a la lucha política en guerra de posición. Esto significa q u e cu an ta más he­ terogeneidad encontram os en los diversos frentes de lucha dem ocrática, ta n ta m ayor es la im portancia d e la mediación política en la constitución d e la lucha popular. La form a concreta dc esta m ediación, sin em bargo, n o puede deter­ m inarse apriorísticam ente, ya q ue depende de la especificidad de los antago­ nismos que in te n ta articular. E n todo caso, la situación en la gran m ayoría de los países latinoam ericanos donde la m ultip licidad de los antagonism os da u n a gran variedad institucional a la lucha —desde los comités de autodefensa en los sectores rurales hasta el sindicato y las organizaciones b arriales en los centros urbanos— excluye ciertas formas clásicas d e organización: el p artid o de enclave clasista —el P artid o C om unista Francés, p o r ejem plo—; el partid o socialdem ócrata de representación corporativa; y, desde luego, el m odelo clá­ sico de la vanguardia leninista. L a necesidad d e constitución de símbolos n a­ cionales q u e definan al cam po po pu lar, el carácter de masa q u e debe darse a la acción política y el am plio grado de auton om ía local q u e req uiere la h eterogeneidad de los frentes de lucha, hacen suponer q u e algún tip o de forma política de carácter “ m ovim ientista” es el más apro p iad o para u na estrategia como la q ue postulam os. En todo caso, de tod o n uestro argum ento se despren­ de q u e sería to talm ente erróneo po stular n in g ú n tip o d e receta aplicable a todas las situaciones, ya q u e esto sería recaer en u na concepción paradigm ática dc la política. Q uiero señalar, p ara concluir, u n p u n to q ue me parece esencial: las formas q u e adopta el discurso po p u la r en A m érica Latina están determ inadas en p arte p or los lím ites q u e h an encontrado las clases tradicionales para im poner su dom inación bajo form as hegemónicas. Sabemos q u e en E uro pa “dem ocracia" y "liberalism o” han con stituido dos tradiciones diferentes y p or largo tiem po enfrentadas. El proceso de consolidación de la hegem onía burguesa vía trans­ form ism o condujo, sin em bargo, a u n a absorción progresiva de la prim era po r el segundo, y a colm ar p o r ta n to el h ia to existente en tre ambos. C u an to más exitoso fue el transform ism o, ta n to más “dem ocracia” y “ liberalism o” tendie­ ron a constitu ir u n a u nidad inescindible. In glaterra e Ita lia representan, en el contexto europeo, los dos casos extrem os de éx ito y fracaso respectivam ente

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en este proceso de integración progresiva. En A m érica L atina, po r el contra­ rio, el h ia to existente en tre am bos nu nca fue colm ado, y com o consecuencia la ideología liberal se vio siem pre confrontada p or o tra ideología nacional-po­ p u la r alternativa, que señalaba los lím ites de la absorción d e las dem andas de­ mocráticas dc las masas po r parte del sistema oligárquico. Si el transform ism o latinoam ericano alcanzó su p u n to más alto en experiencias tales com o el battlism o en U ruguay o el irigoyenismo en A rgentina, el C hile de Ibá¿icz o el P erú y el Brasil de los años tre in ta nos señalan puntos precisos de sus lím ites y su colapso. Lo im portan te es q u e esta situación d eterm inó u na seria fractura en la experiencia dem ocrática de las masas latinoam ericanas. P o r un lado se constituyó u n con ju n to dc posicionalidades como, po r ejem plo, las q ue carac­ terizaron las movilizaciones de clase m edia en los centros urbanos, la reform a universitaria, etc., q u e in ten tab an dem ocratizar in tern am en te al estado liberal. Por el otro, para vastos sectores explotados cuyas dem andas no po dían ser ab­ sorbidas vía transform ism o, la ideología dem ocrática se constituyó bajo form as nacional-populares anlilibcralcs. Es preciso n o dism in u ir la im portancia his­ tórica de esta fractura: de ella se d erivaron cadenas de equivalencias fu n d a­ m en talm en te distin tas y enfrentadas, y esta articulación antagónica determ i­ nó el debilitam iento del cam po po p u la r y la im posibilidad p ara el m ism o de pla n tear alternativas hegemónicas. El dem ocratism o liberal m uchas veces se opuso a alternativas populares antioligárquicas —|>ensemos en la conducta del P artid o D em ocrático d e Sao P au lo en 1932 o en ios p artidos de la U n ió n De­ m ocrática en A rgentina en 1945. Pero, p or otro lado, si se piensa en exp erien­ cias tales como el Estado Novo, poca d u d a puede caber de q u e vastas áreas de reivindicaciones dem ocráticas estaban excluidas de su discurso, el cual se en. fren tab a ex plícitam ente a aquéllas. Esto perm itió a las clases d om inantes tra ­ dicionales m ovilizar al dem ocratism o liberal contra los regím enes populares en los mom entos decisivos e im pedir a los mismos toda articulación hegemónica de las luchas dem ocráticas. Es esta fractura histórica la que, sin em bargo, com ienza a ser superada en los años recientes y es allí do nd e veo u na cierta base d e optim ism o para el fu tu ro de las movilizaciones populares en América L atina. Creo, por u n lado, que el terreno histórico de constitución d e posicio­ nalidades populares, es decir, del "p u eb lo " en cuanto tal, es definitivam ente e l de las tradiciones dem ocráticas nacional-populares y antiliberales. Y esto en razón de que, según lo señalábam os antes, en América I-atina la distancia entre liberalism o y dem ocracia n o ha sido nun ca radicalm ente superada. Esto signi­ fica q ue la lucha p arlam en taria es tan sólo en u n a m edida lim itada el terreno de constitución de la lucha dem ocrática: p o r el contrario, pro fun dizar esta ú ltim a consiste en politizar u na vasta variedad dc antagonism os qu e se consti­ tuyen en el cam po de la sociedad civil. Pero, p or o tro lado, las dem andas de­ mocráticas ligadas a las formas liberales dc la política ya n o se presentan como en el pasado, hegemoneizadas p or la olig arqu ía liberal y enfrentadas al cam po po p u lar. P or el contrario, son las clases do m inantes mismas las que, a través de la experiencia trágica de las últim as dos décadas, h an ro to las articulacio­ nes q u e con stitu ían la base de dicha hegem onía y h a n creado la equivalencia en tre las dos tradiciones dem ocráticas haciendo uso de u na violencia represi­ va q u e golpea a am bas p o r igual. Esto abre p ara el cam po p o p u la r la posibi-

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lidad dc hcgeraonizar —com o nunca en el pasado— las reivindicaciones ligadas a la defensa de los derechos individuales y de la representación política. Y hegem onizarlas significa precisam ente eso: articularlas como una pieza im por­ ta n te pero no única en la guerra de posición q u e el p u eb lo libra p or la supre­ sión rad ical de toda form a de explotación y dc dom inación.

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ANEXO RU PTU R A PO P U LIS TA Y DISCURSO *

Quisiera comenzar refiriéndom e a dos presupuestos teóricos sobre los que se basará mi análisis posterior: el prim ero se refiere al estatus dc lo discursivo, el segundo a la noción de antagonism o. Por "discursivo’' no entiendo lo que se refiere al texto en sentido res­ tringido sino al co njun to de los fenóm enos de la producción social d e sentido que constituye a Una sociedad como tal. N o se trata, pues, de concebir a lo discursivo como constituyendo u n nivel, ni siquiera una dim ensión d e lo social, sino como siendo cocx* tensivo a lo social en cuanto tal. Esto significa, en prim er térm ino, que lo discursivo no constituye u n a superestructura, ya q u e es la condición misma dc toda práctica so­ cial o, más precisam ente, que toda práctica social se constituye como tal en tan to es productora d e sentido. - Es claro, en consecuencia, q u e lo no discursivo no se opone a lo discursivo como si se tratase de dos niveles separados, ya q u e n o hay nada espe* dficam ente social que se constituya fuera del campo de lo discursivo. La historia y la sodedad son, como consecuenda, un texto infinito. Esta perspectiva nos obliga a in tro ducir u n a serie de precisiones. En prim er térm ino, afirm ar la identidad d e naturaleza entre sociedad y discurso no significa proponer una co nccpdón “superestructural'' dc la sociedad que se opondría a o tra "in fraestru ctu ral”, ya que se trata precisam ente de negar que lo discursivo y lo ideológico constituyan superestructuras. En esta perspectiva, la práctica económica misma debe ser conce­ bida como discurso. Afirm ar la prioridad dc lo discursivo y d c lo ideológico implica señalar una perspectiva d e aprox im adó n teórica al análisis de la sodedad en su con­ ju nto, y no implica ninguna toma de posición apriori respecto a cualquier teoría acerca de la articulación de niveles d e dicha sodedad. La segunda p redsión se refiere al sujeto del discurso que, desde luego no es el sujeto trascendental sino que se constituye como d ife ren d a en el in terio r del discurso en cuestión. En este sentido, considerar lo social como discurso es incom patible con cualquier p u n to de vista idealista y se desdobla en u na teoría dc la producción de sujetos en el in terio r de la p ro d u ed ó n so d al de sentido. En tercer lugar, resulta claro q u e si todo discurso tiene co ndidones d e p ro ­ ducción específicas, estas condidones —in d u so cuando tienen caracteres d c fijeza ins­ titucional— deben ser concebidas como otros discursos. Finalm ente, si toda práctica sodal es productora de sentido, y toda producción d e sentido es p ro d u ed ó n de un sistema de diferencias, el sentido de toda intervención discursiva debe ser concebido como d iferend a respecto a sus condiciones d e producción y de recepción. Esta últim a precisión nos conduce al segundo presupuesto teórico anunciado al co­ mienzo: la noción de antagonismo. Si toda producción dc sentido es p ro d u ed ó n dc diferendas, ¿qué significa producir diferencias q u e sean antagónicas? Por decirlo en otros térm inos: ¿qué posicionalidad especifica deben asum ir los contenidos del discurso para que se produzca esta d ife ren d a de sentido que designamos como "antagonism o”? Comenzaremos exam inando las formas clásicas bajo las cuales los antagonismos han sido pesados, es decir de u na parte la oposición real (la Realrepugnanz d e K ant) y de otra parte la contradicción dialéctica. El prim er tipo d e antagonism o expresa la contra­ riedad en tre opuestos incom patibles y asume la form a "A - B '\ El segundo expresa la • Éste es el texto dc una comunicación presentada al Coloquio sobre “Tcxle et Institu­ ción”, IWpartement d ’Étudcs Littéraire» et Département de Philosophie, Université du Québcc i Montréal, octubre de 1979.

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contradicción en sentido estricto, es decir la oposición dialéctica y asume la form a “An o A". Para em plear los térm inos de K ant, la oposición p uede ser o bien lógica, es decir q u e im plica la contradicción, o bien real q u e no im plica la contradicción. M arx, q ue estaba perfectam ente al corriente de esta distinción, concluía: "Los extrem os rea­ les no pueden ser mediados, precisam ente porque se trata d c extremos reales. Ellos no tienen necesidad de m ediación p orque sus naturalezas se o ponen totalm ente. No hay nad a com ún e n tre uno y otro, no tienen necesidad uno del otro, no se com pletan uno al otro. El un o no contiene en si u n deseo, u n a necesidad, u n a anticipación dc! oiro." C om entando este pasaje Lucio C olletti concluye m uy justam ente: “En consecuencia, los extremos reales no se m edian uno a l o tro . Es una pérdida de tiem po h a b la r d c u n a dialéctica de cosas." Si H cgcl podía analizar la estructura dc la realidad en términos d c contradicción dialéctica es porque, como todo pensador idealista, reducía la reali­ d ad al conccpto. Pero la dificultad insuperable que h a encontrado todo m aterialism o q ue se pretende dialéctico procede del hecho de q u e p ara poder h ab lar de u n a dialéc­ tica de las cosas, es necesario hacer dc la negación la realidad últim a d e los objetos, lo q ue es incom patible ron la noción de objeto real, cxtram ental. Es p o r esta razón q ue d u ran te el debate acerca de la realidad objetiva dc la contradicción que tuvo lugar en Italia hace veinte años, D ella Volpe y su escuela llegaron a la conclusión de que era necesario elim inar, com pletam ente la noción de contradicción del análisis de los antagonismos sociales y encarar a estos últimos, p o r el contiario, estrictam ente en térm inos dc oposiciones reales. Esta conclusión, sin embargo, sólo resulta defendible sobre la base de u n a epistem o­ logía em pirista que acepta al objeto real como lo dado. E n este caso es evidente que la noción d e contradicción es lógicamente incom patible con la positividad inherente a la noción de objeto real. ¿Qué ocurre, en cambio, si aceptam os q u e todo objeto se constituye como tal en tan to objeto d c discurso, es decir, como diferencia en un contexto de sentido? Si es verdad que la negatividad no puede servir de a trib u to a u n objeto '‘real”, ¿no es posible sin em bargo significarla a través d e u n con ju n to de posi­ ciones y operaciones discursivas? Pensemos en u n ejem plo clásico de determ inación dc sentido a través de u n sistema d c posiciones significantes: la construcción, en el p ri­ m er capítulo de E l capital, de la representación del valor a través d c las posicionali­ dades del valor d e uso dc los objetos. Es la ecuación misma en tre valores d e uso lite ­ ralm ente incom patibles la que desplaza el com ponente referencial del discurso. Fuera del sistema de posiciones dc dichos valores dc uso en el sistema dc equivalencia del mercado n o es posible construir discursivam ente la referencia al trabajo como sustan­ cia del valor. Como consecuencia, es la posición en el in terio r del discurso la que constituye la significación referencial. El problem a es, pues, el siguiente: la negatividad en cuanto tal, q u e como hemos visto no puede servir d c predicado a objetos ‘'reales”, ¿puede significarse a través de ciertas posicionalidades dc los objetos construidos discursivamente? La respuesta es definitivam ente afirm ativa. Tom em os el ejem plo d e un texto de Sarmiento, escritor liberal argentino del siglo x ix, que hemos analizado desde esta perspectiva. E n d id io texto Sarm iento presenta el dilem a histórico de la América L atin a d e su tiem po en térm inos dc la oposición "civilización o barbarie”. ¿En qué consiste pues este antago­ nismo? ¿Se trata de u na contradicción o d e una oposición real? A parentem ente se trata de u na oposición rea!, d ado q ue lo que Sarm iento llam a la "barb arie” tiene un conte­ nido propio, independiente de su relación antagónica con la civilización. Sin em bar­ go, si analizam os la estrategia discursiva a través de la cual el concepto d e barbarie es construido en el texto, descubrimos que detrás de esta ap aren te relación dc oposición real se esconde u na contradicción p u ra y simple. Sarmiento comienza identificando a la barbarie con la tradición hispánica, pero algunas páginas más tard e identifica al hispanism o con la tradición asiática. Establece a continuación un serie d e equivalen­ cias del mismo tipo, como resultado d e lo cual emerge esta situación paradoja!: la

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adición dc nuevas determ inaciones no enriquecen al referente denotado, dado que la posición de éstas en un sistema dc ecuaciones alude a una significación que, como en el caso dc la ecuación establecida en tre valores d e uso en la construcción discursiva del valor, se constituye precisam ente haciendo abstracción de las características dife­ renciales dc los diversos térm inos q ue en tran en la ecuación. En el caso dc la “ bar­ barie" de Sarm iento, es evidente q ue lo único que los diversos térm inos equivalentes q ue la caracterizan tienen en com ún es el no ser europeos. Como, del otro lado, el texto establece una identidad rígida e n tre “europeísmo” y “civilización”, el antag o ­ nism o entre civilización y barbarie se reduce en d efinitiva a la relación contradictoria “civilización• no civilización", “A * n o A ”. Lo negativo, que no puede ser representado discursivam ente de m anera directa, es construido a través de un conjunto dc posicio­ nalidades especificas. Frente a la construcción hipotáctica fuertem ente trabada con la q u e el texto nos presenta a la civilización, la barbarie nos es presentada como con­ ju nto paraláctico de equivalencias que carecen de una positividad propia. Es im por­ tan te subrayar que no se trata de establecer la significación de u n térm ino a través de un sistema de diferencias con otros térm inos, sino de hacer de la negatividad en cuanto tal la diferencia característica de un o de los térm inos en cuestión. Como consecuencia, designaremos po r antagonism o u n a relación de contradicción creada en el in terio r del discurso. No podemos e n tra r aquí en un análisis detallado del juego de posicionalidades en tre lo positivo y lo negativo, que tiene relación directa con una teoría de la dom inación. Q uisiera, sin embargo, señalar brevem ente los puntos siguientes: 1] u na tco rL de la dom inación y del poder no puede fundarse únicam ente en el análisis de sus efectos; ella debe ser tam bién una teoría d c la construcción dis­ cursiva dc los antagonismos en cuanto tales. 2] Si el p u n to a n terio r es correcto, tal teoría pasa por consiguiente por un análisis de los procedimientos oblicuos a través dc los cuales las características diferenciales d e los objetos del discurso pueden pasar a significar la negatividad. S] Si los sujetos son construidos en el in terio r del discurso, el carácter subordinado d e ciertas posicionalidades puede ser establecido a través dc un sistema de equivalencias que im pidan que las diferencias puedan ser establecidas como diferencias del mismo nivel. La ideología patriarcal, p o r ejem plo, constituye la subordinación fem enina a través de un sistema de equivalencias que hacen dc los sujetos masculinos los representantes paradigm áticos "n o marcados”, de la especie. Hemos estableado las bases teóricas a p a rtir de las cuales podemos ahora presentar el concepto central dc esta comunicación, el concepto de "ru p tu ra populista”. Sin em­ bargo, para explicarlo debemos prim ero hacer otro detour a través d e la noción dc antagonismo, considerada esta vez desde un ángulo distinto. Existe generalm ente la tendencia a confundir dos cosas: p or un lado, la explicación de los antagonismos en cuanto tales; p o r el otro, la explicación d e su génesis y de las condiciones que los han hecho posibles. Si se trata, po r ejem plo, d e explicar una sublevación campesina subsi­ guiente a u na ocupación de üerras com unitarias por p arte del estado, se nos explica­ rán los motivos que tenía el estado para ocupar las tierras, el grado dc cohesión dc los campesinos para resistir, etc., pero esto n o nos explica el antagonismo en cuanto tal, es decir po r qué y cómo los campesinos se constituyen como sujetos antagónicos frente a t estado. I-a explicación se basa, así, en u n supuesto antropológico o de sentido co­ m ún, del tipo “es natu ral que todo hom bre resista a la opresión”, etc. El geneticismo d e la explicación y el antropologism o del sujeto se requieren m utuam ente. Si, p o r el contrario, abandonam os este supuesto apriorístico y afirmam os q u e todo sujeto se construye en el in te rio r de u na cadena significante, la transparencia del antagonismo desaparece y pasa a ser necesario explicar la construcción discursiva del antagonismo y no solam ente sus condiciones “extradiscursivas" de emergencia. Sabemos ya que todo antagonism o al nivel del discurso supone u n a relación de contradicción, es decir una relación en la que la realidad d e u n o d e los polos se agota en ser la negación pura y sim ple del otro. Dos consecuencias se siguen d e esto: 1] el elem ento estricta­

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mente contradictorio no se encuentra en la cadena pretendiente causal que ha condu* cido a la emergencia del antagonismo, sino en el hecho bruto de la negación de un sistema de posiciones que han consütuído al agente social como sujeto. En este sentido, la comprensión del antagonismo en cuanto tal es independiente de la comprensión de su génesis. 2] La construcción del antagonismo supone la construcción de cadenas de equivalencias a través de las cuales la fuerza dominante es desarticulada en sus diversos elementos, los cuales, en tanto objetos de discurso, pasan a representar el momento de la negación. En el caso de ciertas comunidades andinas, por ejemplo, la semantización de los conflictos por la tierra tiene lugar a través dc un doble proceso: de un lado, a través de concepciones tales como la de "mundo invertido" se establece la continuidad "cósmica" con una imagen dualista del mundo fundada sobre la lucha entre dos principios; del otro lado, cada una de las características de los agresores —ya se trate dc los grandes propietarios terratenientes o del estado— se presenta en una relación de equivalencia con las otras: cada una de ellas es despojada de su significa* ción “literal” y pasa a simbolizar la negatividad pura y simple. En los casos en los que el conflicto pasa a ser más agudo este proceso de semantización puede ir aun más lejos: entre los diversos "valores dc uso significantes”, hay algunos que se desplazan y pasan a constituir el equivalente general de la negatividad. Y, desde luego, un pro­ ceso de abstracción semántica tiene también lugar en el polo positivo, que conduce a la formación de equivalentes democráticos generales. Estamos ahora en condiciones de establecer una distinción fundamental para nuestro análisis: la distinción entre posicionalidad democrática y posicionalidad popular. Ob­ servemos. en primer término, que si el antagonismo no es transparente para que sus con­ diciones dc emergencia puedan ser pensadas como tales es necesario pensarlas como condi­ ciones objetivas, es decir como poseedoras de una positividad propia. Hemos visto, sin embargo, que el antagonismo se construye discursivamente en la medida en que las determinaciones positivas dc la fuerza antagonúantc pasan a ser organizadas como sistemas dc equivalencias cuya única significación es la negación de la fuerza antagonizada. Esto significa que las mismas determinaciones que en un discurso genético se presentan como sistema de diferencias se reagrupan como sistema de equivalencias en el discurso del antagonismo. Es sólo gracias a esta mutación que el discurso del antagonismo logra presentarse como discurso de ruptura. Volviendo a nuestro ejem­ plo de los campesinos que son expulsados de sus tierras: un discurso genético mostrará cada uno de los actos de los agentes del estado que proceden a la expulsión como constituyendo momentos objetivos positivos en una cadena causal. El discurso del antagonismo procederá dc manera totalmente diferente: él hará de cada una de estas determinaciones objetivas el símbolo de la negación de la que son portadoras. Las armas dc los soldados, sus uniformes, sus voces, establecen entre si una relación de equivalencia. Y no solamente esto. La cadena de equivalencias se extiende hasta in­ cluir la diferenda de vestimenta, el color de la piel. etc. Cuantas más determinaciones de la fuerza antagónica sean incorporadas a la cadena de equivalencias, más el discurso será un puro discurso del antagonismo. Desde luego, en otro extremo, el polo positivo de la comunidad negada comienza también a organizarse como conjunto de equiva­ lencias positivas. De ahí los procesos típicos de semantización de una comunidad cuando ésta es amenazada: un conjunto de signos se carga dc una doble función: de un lado, en tanto que metalenguaje. pasan a significar la comunidad como totalidad frente a la fuerza que la niega. De este modo, en la medida en que todo antagonismo se construye discursivamente como contradicción, todo antagonismo supone el poder y la dominación. A partir dc los antagonismos se constituyen, como consecuencia, posicionalidades democráticas.

Sin embargo, posicionalidad democrática no implica necesariamente posicionalidad popular. Para que haya posicionalidad popular es necesario que un discurso divida la sociedad entre dominantes y dominados, es decir que el sistema de equivalencias

TtSiS ACEKCA »l- I-A FCRMA IIEC.I MÓNICA DE LA POLÍTICA

se presente articulando la totalidad de la sociedad en to m o a un antagonismo funda­ m ental. C uando este conjunto antagónico presenta las posicionalidades populares no como el polo de u n dualism o irreductible, sino como p u n to dinám ico dc un enfren­ tam iento. podemos h ab lar de ruptura populista. Es claro que es esto exactam ente lo q u e pasa en nuestro ejem plo de la com unidad cam pesina amenazada. Pero se tra ta de un caso extrem o en el q u e todas las posicionalidades del agente son amenazadas por la fuerza antagónica. El discurso de las sublevaciones campesinas, el discurso milenarista. tienden a constituirse en térm inos similares. C uando consideramos, en cambio, los discursos a través dc los cuales se h a constituido la hegem onía burguesa en la Eu* ropa del siglo xix nos encontram os frente a una situación com pletam ente diferente. Nos encontramos, en efecto, frente a una estrategia discursiva q u e consiste en reabsor­ ber los antagonism os gracias a desplazamientos que reconvierten la diferencia, y la ru p tu ra populista es relegada al horizonte del campo discursivo. En el siglo xix encon­ tram os ambos tipos d e discurso: el discurso de la ru p tu ra , que se funda en sistema de equivalencias en sistemas de diferencias. Podemos dc este m odo afirm ar que el h o ri­ zonte político-ideológico de la Europa del siglo xtx h a estado dom inado por dos polos: dc un lado, la ru p tu ra pop u lar jacobina; de otro, la reabsorción transform ista de las posicionalidades populares. Reconvertir el sistema de equivalencias en un sistema de diferencias consiste, por una parte, en neutralizar los objetos del discurso, es d e d r en transform ar la contradic­ ción en contrariedad. La folklorización d e las ideologías populares es una operación que, en u n doble movim iento, establece la legitim idad d e estas últim as como sermo hum ilis y elim ina su antagonism o con el discurso del poder. Por o tra parte, p o r el hecho dc presentar en térm inos positivos las posicionalidades democráticas, es d e d r d e p re­ sentarlas como dem andas q ue deben ser satisfechas de m anera específica, se desarticula el discurso d e las equivalencias. De este m odo las posicionalidades democráticas no lo­ gran constituirse en posicionalidades populares, el discurso del antagonismo es rem ­ plazado por el discurso de la expansión del sistema de equivalencias, como por ejempío el discurso del cartism o en Inglaterra, del mazzinismo en Italia y de la tradición jacobina en Francia; de otro lado el discurso d e la in te g rad ó n fundado en la articu ­ lación de un sistema cada vez más com plejo de diferencias, como el discurso tory de Disraeli, el de Bismarck y la revolurión conservadora prusiana o el del transformismo de G iollitti en Italia. Es este segundo tip o de discurso el que ha predom inado en Europa en los últim os d e n años, y la estrategia sobre la que él se ha fundado ha con­ sistido en disolver la unidad del discurso p o p u lar radical a través dc la desarticulación de las posicionalidades q u e constituían a los sujetos dc tales discursos en unidad anti* sistema. A través de la práctica del tradeunionism o. o del clientelismo, o del W elfare State, o d e otras formas de cooptación, los agentes sociales han sido constituidos como sujetos en tanto q ue sistema d e diferen d as legitimas y especificas en el in terio r del discurso dom inante. Las posidonalidades populares han sido relegadas al horizonte del campo ideológico y carecen de toda capacidad de establecer un sistema de equiva­ lencias con las otras posicionalidades democráticas del agente. El discurso d e la dife­ rencia ha sustituido al del antagonism o. En el discurso del dientelism o, p o r ejem plo, la división dicotómica dc la sociedad en la que se funda todo sistema de equivalen­ cias no es negada. Al contrarío, el pueblo aparece como amenazado por el poder. Pero esta dicotom ía no es presentada como antagonism o sino como un hecho natural inevitable, es decir como la prim era dc las diferendas. Es a p a rtir dc esta diferencia fundam ental q ue el d ientelism o construye un discurso d e la in term ed iad ó n protectora y paternalista gracias al cual reabsorbe d e rta s posiciones democráticas dc los agentes populares. De la misma m anera, en el discurso tradeunionista el antagonism o es elim i­ nado totalm ente: capitalistas y obreros son considerados como diferentes categorías sociales igualm ente legítimas y la legitim idad d e sus dem andas debe fundarse sobre otras diferencias: u sas de benefidos de las empresas, tasa de inflación, u s a de interés,

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ERNFSTO I.ACLAU

etc. Sólo cuando u n a crisis particularm ente grave desarticula este sistema de diferencias es que un desplazam iento de estas posicionalidades hacia u n sistema de equiva­ lencias antisistem a puede ten er lugar. Pienso, p o r ejem plo, en la form ación dc un dis­ curso p o pu lar radical en Inglaterra en los años trein ta y en la form a en q u e este dis­ curso ha contribuido a la constitución d e posicionalidades populares que h an jugado un papel decisivo en la polarización política de 1945.

Resumamos las conclusiones que pueden extraerse del análisis anterior: 1] Hemos señalado dos tipos fundamentales de discurso político: uno de ellos, fun­ dado sobre el antagonismo, construye discursivamente sus polos sobre la base de sis­ temas contradictorios dc equivalencias. Se trata del discurso popular radical, del dis­ curso dc la ruptura. £1 otro, fundado sobre la articulación progresiva dc un sistema dc diferencias, opera el desplazamiento de las posicionalidades democráticas de los agentes sociales. £1 primero de ellos tiende a transformar las contradicciones demo­ cráticas en contradicciones populares; el segundo, a transformar las contradicciones democráticas en relaciones positivas de contrariedad entre las diversas posicionalidades dc los agentes. 2] Es así que se crea un hiato entre las posicionalidades democráticas y las pcricionalidadcs populares, hiato que da lugar a diversos tipos de articulaciones discursivas. Porque es evidente que toda posicionalidad democrática no tiende a transformarse por sí misma en posicionalidad popular. Esto depende dc su lugar en una cadena dc equivalentes, cuya construcción representa una intervención discursiva específica. Pero, por otra parte, las posicionalidades populares no tienen sus cadenas de equivalentes constituidas únicamente dc posicionalidades democráticas. Si la construcción de una hegemonía vía transformismo consiste en transformar las contradicciones en diferen­ cias. la construcción dc una hegemonía vía ruptura populista consiste en desplazar hacia el campo de las equivalencias populares, numerosos sistemas de diferencias que aparecían articulados al discurso tradicional de la dominación. Esto es particular­ mente cierto en el caso de las rupturas populistas dc derecha. La estrategia discursiva del fascismo italiano ha consistido precisamente en afirmar de manera antagónica un conjunto de posicionalidades populares —que en el campo ideológico de la Italia de comienzos de siglo estaban constituidas por los elementos ideológicos mazzinianos y garibaldinos— y en construir una cadena de equivalencias en las que entraban elemen­ tos tales como la defensa de la familia y la lucha contra los sindicatos. Es asi que se construyó un espacio radical-popular en cuyo interior pudo ser reconstituido un nuevo sistema dc dominación. Paralelamente, las posicionalidades democráticas, desarticula­ das del sistema dc equivalencias con el campo popular, quedaban aisladas y carecían de toda capacidad hegemónica. El concepto dc "ruptura populista" no implica, pues, ninguna referencia necesaria a un tipo dc orientación política determinada del dis­ curso a través del cual se verifica. Hay ruptura populista en el caso del fascismo, pero también la hay en el caso del maoísmo. Hay ruptura populista, en los dos casos porque ambos —a diferencia de los discursos que se constituyen como puros sistemas de dife­ rencias— son discursos del antagonismo que tienden a dividir el campo ideológico en dos sistemas contradictorios de equivalencias. Pero al mismo tiempo se trata de discur­ sos radicalmente distintos, en la medida en que los sistemas de equivalencias que constituyen a partir de las posicionalidades populares son fundamentalmente diferentes. 3] Se nos podría preguntar en dónde reside el interés en subsumir al populismo en el concepto más general de ideología popular radical. La razón es que todo discurso popular radical, de derecha o de izquierda, incluyendo en esto a ios discursos que han sido calificados tradicionalmcnte como populistas, se presentan siempre como discursos del antagonismo y de las equivalencias, y que, por consiguiente,toda distin­ ción entre diversos tipos de discurso popular debe hacerse en el interior de esta pri­ mera caracterización general Toda diferencia especifica tiene lugar en el interior de la cadena de equivalentes, pero esto supone ya la divisióndel campo ideológico que hemos intentado caracterizar en esta presentación.

ACERCA D E LA H E G E M O N ÍA C O M O P R O D U C C IÓ N H IS T Ó R IC A (A p u n tes para un debate sobre las alternativas políticas en Am érica L atina) LILIA N A DE RIZ E M IL IO DE ÍPO LA

A u nq u e con una intención indiscutiblem ente teórica, la presente ponencia no p reten de en m odo alguno encasillar la discusión im poniéndole los lím ites de u n ilusorio m arco conceptual preestablecido. N o se nos escapa q ue un o de los papeles más negativos que, particularm en te en A m érica L atina, le ha tocado ju g a r a m uchas teorías ha sido el de som eter la lib ertad de reflexión y d e in ­ vestigación al im perativo categórico del C oncepto —p o r lo general, al del C on­ cepto d e m oda. De instrum ento p ara el análisis, la teoría se convirtió a m enú, d o en instrum en to para bloquearlo, en una suerte de tiránico superyó ta n to más eficaz en su función represiva cuando q u e ésta se autodisiinulaba b ajo la respetable máscara del "rig o r científico", a u n q u e este rigo r fuera casi sienv pre m ucho más aparente q u e real. C onscientes de ello, nos hem os esforzado para atenem o s en este tra b ajo a u na concepción más pragm ática, flexible y modesta q u e la tradicional acerca del pa|>el de la reflexión teórica. Pragm ática, en el sentido q ue juzga y evalúa a las teorías con arreglo a su productividad, más q u e p or su coherencia de a r­ q u itectu ra lógica; flexible, en la m edida en q u e niega a los esquem as teóricos el ex o rb itan te derecho d e fijar “ para siem pre” el sentido exacto y las reglas d c em pleo de las herram ientas conceptuales y les otorga, en cam bio, el razona­ ble derecho d e m antener ab ierta la discusión acerca de los varios sentidos y las m últiples posibilidades de un uso fecundo d e esas herram ientas; modesta, en cu a n to concibe a las teorías como el lugar dc p lanteo, y no de solución, d e los problem as, com o un cam po de reflexión que, reconociendo los lím ites qu e le son inherentes, reclama su pro p ia ap e rtu ra y encuen tra en ella su razón de ser y su justificación. Las indicaciones precedentes despojarán —creemos— de toda sorpresa al hecho de q u e abordem os nuestro tema a p artir de la siguiente p regunta ele­ m ental: ¿es posible u n a lectura de los procesos políticos latinoam ericanos con­ tem poráneos a la luz de la problem ática gram sciana d e la hegem onía? 1.a pre­ g u n ta puede parecer retórica. Sin em bargo, no lo es. P or cierto, estamos con­ vencidos de q u e esa lectura no sólo es posible, sino tam bién necesaria; que ella puede co n trib u ir a ver m ejor nuestros problem as, a esclarecer el po rqu é dc nuestros muchos fracasos como así tam bién d e nuestros avances, a o rien­ tarnos en la elaboración dc proyectos de transform ación social y d e altern ati­ vas políticas positivas y viables. P ero esta respuesta, au n q u e resueltam ente afirm ativa, n o es incondicional. Y n o lo es p o rq u e estamos tam bién convencidos de q u e esa lectura será real. [45]

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LIMAN A DC R1Z/C MILIO DC (POLA

m ente fecunda, de que n o se agotará en la reiteración de generalidades banales ni en la m era especulación, sólo si satisface ciertos recaudos previos. El más notorio y evidente, pero tam bién el princip al, es q ue com ience p o r respetar una dob le com plejidad: la de su o bjeto y la de sus m edios de análisis. Q La de su objeto: para d a r dos ejem plos deliberadam ente extrem os, la cuestión de la hegem onía no puede ser plan teada de la m ism a m anera en el caso de la A rgentina y en el de N icaragua. L a p lu ralid ad y diversidad de los procesos históricos, la especificidad de las diferentes situaciones subregionales y nacionales, constituyen un a suerte de desafío al concepto con el cual nos p ro ­ ponem os interrogarlas: este ú ltim o h abrá de dem ostrar su u tilid a d y su p erti­ nencia sólo a condición d e hacerse cargo de esa irreductible m u ltip licid ad sin p or ello tornarse equívoco e indeterm inado. 0 La de sus m edios de análisis: "cada p alab ra es un poliedro”, decía Gramsci.1 Esta aguda sentencia vale tam bién para la palabra "hegem onía”. M uchos de los m alentendidos q u e ha suscitado este concepto se explican, en n uestra opin ión , p o r el hecho de q ue sólo se h a visto, o se ha privilegiado, u na de sus dim ensiones (un a sola cara del poliedro) ? G ramsci, más de u n a vez, definió la novedad de la dialéctica m arxista en la afirm ación consecuente del prin cipio m etodológico según el cual, para d ar cuenta de un proceso, dc una situación, de un hecho, es preciso tom ar en consideración el co n ju n to com plejo de sus determ inaciones, de sus aspectos y relaciones.-1 Pensamos qu e ese principio m etodológico es aplicable al concepto de "hegem onía" y a la problem ática que dich o concepto abre. En efecto, es u n lugnr com ún erróneo el creer q u e la generalidad dc un con­ cepto es inversam ente proporcional a la riqueza dc sus contenidos. Sobre la base de esc prejuicio, exp licar equivale con frecuencia a red ucir lo com plejo a lo sim ple —y a m enudo lo concreto a lo v a g o -, a privilegiar las semejanzas en desm edro de las diferencias, a asfixiar lo específico bajo el m anto de lo indeterm inado. Com o toda noción q u e se quiera a la vez precisa y fértil, la de hegem onía sólo afirm ará su validez en ta n to cuestione esa "evidencia”. C u an d o señalamos qu e la hegem onía abre u n a problem ática buscábam os ante todo llam ar la atención sobre su m ultidim ensionalidad, o sea, sobre el hecho d e q ue en ese concepto se condensa u n a p lu ralid ad com pleja de determ inacio­ nes y tam bién de interrogantes. Por o tra parte, y com o ya lo indicáram os, los procesos político-sociales la ti­ noam ericanos presentan una diversidad tal que los hace especialm ente refrac­ tarios a todo in ten to de generalizar, de buscar afinidades en tre ellos, d e elabo­ ra r tipologías. Sin descalificar los esfuerzos p o r d etectar rasgos com unes a dife­ rentes situaciones sociales, formas de estado o regímenes j>oIíticos, la más ele­ 1 La expresión figura en Literatura y vida nacional, México. Juan Pablos, 1977, p. 160. 2 Quizás también haya alimentado esos malentendidos el notorio éxito del concepto - o más bien de la palabra— y la inmediata propensión a convertirla en fetiche y en principio dc explicación passe partout. Es bien posible que el principal defecto de la noción dc hege­ monía consista en que está dc moda. Dc tal suerte que no parece superfluo reiterar que ninguna palabra aislada puede operar el milagro de resolver —ni siquiera de definir— nin­ gún problema real, teórico o práctico. 3 Por ejemplo, en El materialismo histórico y la filotofia de Benedetto Croce, México; Juan Pablos, pp. 132-133.

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m ental prudencia invita a relativizar el alcance de esos esfuerzos, a adjudicarles u n carácter provisorio, a encararlos com o p un tos de p artid a indispensables, pero tam bién precarios, y a tener siem pre presente q ue la dinám ica histórica llevari tarde o tem p rano a superarlos. A m érica L atin a n o es u na excepción a la regla según la cual el acontecer histórico estim ula la teoría en la m edida mism a en q u e la cuestiona. Estas afirm aciones, sin em bargo, no im piden que, con m odalidades necesa­ riam ente específicas, la reflexión sobre los procesos latinoam ericanos y sobre sus alternativas políticas, pueda desem bocar —y de hecho desem boque— en el p lanteam ien to de un haz de problem as en el cual n o es difícil identificar preo­ cupaciones y ejes com unes dc discusión. En n uestra opinión , el tem a dc la he­ gem onía ab re un cam ino legitim o p ara articu lar esos ejes com unes en u na problem ática com ún. Es esta o pinión la qu e intentarem os ju stificar en lo q ue sigue. P ara ello, a títu lo pu ram ente indicativo, comencemos po r enu m erar lo q ue hem os propuesto llam ar “ejes com unes", en ten dien do p or esta expresión n ú ­ cleos de problem as lo suficientem ente am plios como para d a r cabida, en u n m ism o espacio de discusión, a la m ayoría, si no a la totalidad , de los procesos y situaciones sociopolíticas p o r las que atraviesa hoy América L atin a y lo su­ ficientem ente recortados com o para q u e ese espacio d e discusión no se disuelva, p o r carecer de coordenadas, en la total indeterm inación. Los "ejes com unes" propuestos serían los siguientes: lj Las cuestiones relativas al estado y al sistem a político: su positividad, su “ arm azón m aterial" (P oulan tzas), sus tantas veces invocada "auto no m ía re­ lativa”, sus relaciones dinám icas con la sociedad civil, en fin, sus contradiccio­ nes internas; 2] La cuestión de las form as organizativas a través de las cuales se llevarían a cabo proyectos concretos de transform ación social y política; 3] La cuestión de las fuerzas sociales llam adas a desem peñar papeles protagónicos en dicha transform ación; 4] Las cuestiones relativas al consenso y la ideología, a la "dirección in te­ lectual y m o ral" de esos procesos de transform ación y al papel de los inte­ lectuales; 5] F inalm ente, un problem a qu e en cierto m odo atraviesa y condensa los precedentes: aquel relativo al contenido mism o de las alternativas políticas a im pulsar en América L atina. Problem a crucial, cuya pro fun da com plejidad no se evapora por el hecho de que pueda resum irse en la fácil conjunción de dos palabras: dem ocracia y socialismo, d ado q u e la experiencia histórica re­ ciente, y no sólo la latinoam ericana, han convertido a esos térm inos en índices de m últiples y contradictorios significados, y a su conjunción real, en el más difícil de los desafíos dc la historia presente. Esta enum eración n o pretende ser exhaustiva. C abría agregar, entre otros temas, que, acom pasando la reflexión sobre estos problem as, el análisis socio­ lógico y po lítico se ve llevado a e n fren tar tam bién una serie de problem as teó­ ricos (e incluso filosóficos) q u e van desde la necesidad de repensar las rela­ ciones en tre lo “económ ico” y lo “superestructural” a la de rep lan tea r el con­ tenid o y el estatu to de, po r ejem plo, la categoría d e "contradicción”, pasando

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LILIANA I1K U Z /E M IL IO DE ÍPOLA

p o r problem as relativos a la m etodología del análisis sociopolítico (“estructu­ ra l'' y /o "co y u n tu ral”) y varios otros. El p lan teo de todas estas cuestiones es legítim o —pese a su ap a re n te abstracción— en v irtu d d e la persistencia de es­ quem as d e pensam iento que, au n qu e am pliam ente desm entidos p or los hechos, siguen aú n estando en la base de análisis y de prácticas políticas concretas. 'T am b ién estas consideraciones finales form an u n “eje com ún”. Si, a pesar de ello, no lo incluim os com o un ítem más de la lista presentada es po rqu e p en­ samos q u e está, au n q u e im plícito, presente e n los temas enum erados. Sea o n o exhaustiva esta lista, im po rta señalar qu e pensam os que los “ejes com unes” en ella enunciados p la n tean problem as relevantes para la reflexión latinoam ericana, y qu e cada u no de esos ejes com unes rem ite al menos u na de las dos caras del poliedro hegem onía. En efecto:

Al m argen de discordancias y de deslizam ientos d e vocabulario,4 nadie discu­ tirá q u e el concepto de hegem onía está en la base de la h a rto conocida concep­ ción gram sciana del estado "am p liad o ” (hegem onía acorazada de co e rc ió n ). Es razonable pensar, au n a títu lo dc hipótesis, que esta concepción constituye un adecuado p u n to dc p artid a p ara el plan teo dc un co n ju n to de interrogan­ tes específicas, relativas a las diferentes formas d e estado y de regím enes p o lí­ ticos existentes hoy en A m érica Latina. Asi, p o r ejem plo, la em ergencia, a p a rtir de m ediados de la década dc los sesenta, d e gobiernos m ilitares dictatoriales en el sur del contin ente h a suscitado u na prolífica discusión acerca de la naturaleza, los intereses, las form as d c fu n ­ cionam iento e incluso las perspectivas dc consolidación o de crisis dc esos regí­ menes.3 U no de los principales pu ntos problem áticos —en la m edida en q ue la concepción gram sciana perm anezca como p u n to d e referencia— parece residir en la aparente “ subdcterm inación orgánica” dc las form as dc estado qu e algunos de esos regím enes expresarían (subdetcrm inación resum ible en la fórm ula “ coerción sin consenso”) y, sobre todo, en la muy justificada renuencia a con­ tentarse con esa apariencia. Para d a r cuenta de estas situaciones "anóm alas” parece necesario com enzar a rem ontarse a sus orígenes inm ediatos y m ediatos. Lo cual nos conduce a p la n ­ tear la desarticulación y el consiguiente desm antelam iento d e las diversas m o­ dalidades del populism o (a la vez com o proyectos hegemónicos y como regí­ menes p o lític o s). Cabe aq u í referirse, p or su carácter en cierto m odo ejem plar, al caso de la A rgentina. * Véase al respecto, con sentido critico, el articulo dc Perry Andcison “ Las antinomias de Gramsci", en Cuadernos Políticos, núm. 16. México, e x a , 1979. 5 Cf. los trabajos de G. O’Donnell, A. Cueva, A. Borón, E. Sadet, etcétera.

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E n efecto, la desarticulación del “ m odelo" p opulista revistió en esa sociedad la form a de u n a do ble crisis: en prim er lugar, u n a crisis del bloque de poder, deb ilitad o en su cohesión a causa, en tre otros aspectos, dc su incapacidad de converger en to m o a un m odelo de desarrollo, y po r lo tan to , de más en más d eb ilitad o e incapacitado p ara d irig ir a sus aliados; en segundo lugar, u na crisis de las form as de acción d e las clases populares. G estadas desde abajo, nuevas form as dc lucha obrera y p o p u la r irru m p iero n “ salvajem ente” en la escena política y cuestionaron d e hecho u n a estrategia sindical q u e se aten ía a los lím ites del sistem a político vigente con ta n to m ayor em peño cuan to que su legitim idad y su peso específico p ro p io dep end ían del m antenim ien to de este últim o. Pero, dado el carácter in cipiente y desorganizado de esas nuevas m odalidades de lucha obrero -p op ular —hecho q u e m otivó la reticencia e in­ cluso el rechazo de los sectores por ellas convocados—, las luchas en cuestión expresaron más u n in te n to de ru p tu ra , n o exento de voluntarism o, con respecto al m odelo de sociedad q u e u n proyecto de ord en social diferente. Esta crisis tuvo un doble y com plem entario efecto: p o r u n a p arte, u n a suerte de "b lo q u eo ” en la capacidad de la sociedad civil d e fo rm u lar alternativas contrahegem ónicas sólidas y, por o tra , la descom posición acelerada del estado populista. Q uedó así abierto el cam ino para el golpe dc estado (previsto, con lucido fatalism o, po r la gran m ayoría de los actores sociales). La d ictadu ra m ilitar que tom ó el po der en m arzo de 1976 p ud o así, casi con total im p u n i­ dad, im poner u n orden basado en gran m edida en la violencia represiva, pero tam bién en el consentim iento pasivo d c im po rtan tes sectores de la población e incluso en el consenso activo de grupos sociales prestos a apoyar un régim en au tocrático y dictatorial antes q u e el desorden y el caos qu e caracterizaban al populism o en crisis. A cuatro años del golpe m ilitar, el problem a sigue en pie: p o r u n lado, un estado q u e in staura un orden en el q ue el ejercicio de la re ­ presión juega un papel fundam ental, pero no exclusivo; p or otro. la dificultad, p ara las fuerzas populares argentinas, de reencon trar la dialéctica social, de reco n stitu ir los sujetos sociopolíticos capaces de transform ar o reavivar a esa sociedad rep rim ida. Sabemos, sin em bargo, que ese problem a n o atañ e exclu­ sivam ente a la A rgentina; que, con m odalidades y m atices propios, se tra ta del mism o problem a q u e deben afro n tar hoy las clases subalternas y las fuerzas dem ocráticas e n varios otros países del continente. La actu al distensión e n Brasil, el caso más antig uo de estos regím enes en el C ono Sur, constituye un buen ejem plo p ara reflexion ar sobre la especificidad de las diversas situaciones latinoam ericanas y, p o r lo mismo, p ara p lantear —desde esta p roblem ática— la cuestión de la n aturaleza del estado y dc su crisis a través de u n a conceptualización más concreta e histórica, capaz de d a r la palab ra a la especificidad. La ap e rtu ra política controlada, destinada a asegurar len tam ente y desde a rrib a la institucionalización de un "n uev o” capitalism o en B rasil, crea un desafío nuevo a las fuerzas populares. Ese in ten to de "revolución pasiva" que lim ita el ejercicio de la violencia represiva y se ab re a m ediaciones políticas p a ra desplazar el terreno del enfrentam ien to con las masas —el estado— al espa­ cio político de la negociación de los conflictos sociales (partidos políticos que pugnen p o r reform as institucionales, ideológicam ente representadas po r las

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ban deras de igualdad) supone, p a ra las clases dom inantes y sus gestores (los m ilita re s ), una capacidad renovada dc desarticular las luchas sociales; algo así com o u n neopopulism o fun dado en nuevas form as de exclusión-inclusión. La lucha p olítica (lucha p o r las libertades civiles y p o r la participación social) q u ed aría divorciada de la lucha social (lucha de clases en el terren o dc la pro» d u cc ió n ), o sea, la separación d c lo político y de lo social se renovaría a través de la liberalización del régim en. Esta altern ativ a aparece cada vez menos viable en el contexto de transfor­ m ación dc la sociedad brasileña; transform ación q ue afecta la estructura de las relaciones dc clase y produce u n a creciente politización dc las luchas sociales. Esas luchas se vuelven cada vez m enos subordinadas a fuerzas políticas exter­ n as (definidas en el cam po p o lític o ). D esde esta perspectiva, el in ten to "tran sform ista" del régim en brasileño abre la brecha para q u e nuevas form as d e lucha p or la dem ocracia p u ed a n articu ­ larse contra la explotación capitalista en la sociedad. Y ése es el desafío q u e en fren tan las fuerzas populares hoy. A hora bien, es casi superfluo señalar q ue u na respuesta real a estos p roble­ m as requiere, com o condición elem ental y básica, volver a reflexion ar sobre la n aturaleza del estado, sobre sus form as diferenciales, sobre los mecanism os dc funcio n am iento y de reproducción dc esas formas, sobre sus contradicciones, en fin, sobre los procesos y situaciones q u e determ in an —o sim plem ente coad­ yuvan— ya sea a su m antenim iento, ya a sus crisis. En tal sentido, aquellos aspec­ tos del apo rte gram sciano do nd e !a problem ática de la hegem onía se entrecruza con la del estado proporcionan u n p u n to de p artid a valioso para alim entar dicha reflexión. Siem pre, claro está, que n o se confunda ese p u n to de p artid a con el dc llegada. D icho de o tro modo, siem pre q ue los conceptos y tesis gramscianas sean desarrolladas, enriquecidas, y, si cabe, rectificadas a la luz dc las nuevas experiencias históricas y del análisis de esas experiencias.

ii

P or o tra parte, y aq u í abordam os el segundo p u n to de la lista precedente, la elaboración y puesta en m archa dc nuevas alternativas políticas y, po r tanto, de nuevos proyectos hcgcmónicos, exige tam b ién en A m érica L a tin a u n tra ta ­ m ien to específico y original de la cuestión del "m o derno p rín cip e”.* En el d eb ate teórico-político europeo, y p articu larm ente en el italiano , en­ contram os aportes para pensar el problem a d e las m ediaciones organizativas a través de las cuales se llevarían a cabo proyectos concretos dc transform ación social y política. Esos aportes, estamos pensando sobre todo en Biaggio De « Cabe aquí Citar prevenidos contra un cierto "graraicismo” vulgar que no vacila en encontrar en la obra dc Gramsci la* recetas políticas para el presente. En esa vulgarización d pensamiento dc Gramsri aparece como un sistema cerrado, incapaz de ser rctrabajado desde la problemática que plantea y, por lo unto , puramente rcfcrenciid. Como una nueva Biblia, propicia a fomentar flamantes ortodoxias (y sus complementarias herejías).

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G iovanni,7 tom an como p u n to de p a rtid a las tesis gram scianas, pero constituyen más u n desarrollo de éstas q u e u n a interpretació n. Esquem áticam ente presenta­ da, la tesis de De G iovanni ap u n ta a m ostrar q u e en las reflexiones de G ram sci acerca de la nueva relación q u e el capitalism o instaura en tre estado y econo­ m ía, a p a rtir de la gran crisis, están presentes los elem entos q u e perm iten com­ p ren der la em ergencia dc u n a “ nueva m orfología de la p olítica” en el capita­ lism o m aduro. La característica p rincip al de esta nueva form a de la política residiría en la nueva relación que se establece en tre las masas y el esta d o /la s masas y la política (in stituciones). La sociedad irru m p e en la estru c tu ra de las instituciones políticas tran sform an do las form as en q u e el viejo estado in stitu ­ cionalizaba y perpetu aba la separación d c “ lo político". El nuevo estado, des­ de el fascismo hasta el N ew Deal, acuerda u n a especial im portancia a la orga­ nización política de las masas. La difusión dc la política en el tejid o d e la socie­ d ad civil, el “nuevo protagonism o dc las masas” en el capitalism o m onopólico, hace em erger nuevos “centros” a “atacar” y obliga a q ue el “ m oderno prín cip e” replan tee las m odalidades tradicionales de su vinculo con las masas. D ada la actual m ultiplicid ad estructural y orgánica de centros d e agregación, d e “círcu­ los particulares” y de dem andas conflictuales en el seno mism o d e la sociedad civil, esc rep lan teo desemboca en el reconocim iento de formas políticas dife­ renciadas. Ello hace que De G iovanni en tiend a h allar en el ap orte de Gramsci —d ebid am ente desarrollado y actualizado— las bases teóricas m ínim as del p lu ­ ralism o político como necesidad orgánica del m ovim iento obrero. Es in dudab le que la reflexión de De G iovanni está m arcada po r el actual contexto político italiano, po r la inserción del P artid o C om unista Ita lia n o en ese contexto y, de m odo más general, p or los temas mayores del llam ado “ eurocom unism o” . E n esa m edida, lo q ue nos interesa rescatar de sus aportes n o es ta n to su lectura de G ram sci como precursor del p lu rip artid ism o 8 sino más bien su preocupación por a n u d a r ciertos núcleos d e la problem ática gram sciana (entre ellos, la hegem onía) a las cuestiones actuales d e la acción y la organ i­ zación políticas, a p a rtir de un análisis q u e tom a com o p u n to de referencia p rincipal la creciente intervención del estado en la esfera de lo social. Esa preocupación está lejos de sernos ajena; po r el contrario, la ya subraya­ d a diversidad de las sociedades latinoam ericanas no debe oscurecer la percep­ ción de un rasgo estructural e histórico com ún a casi todas ellas. Nos referim os al hecho de que, desde sus respectivos procesos de em ancipación nacional hasta hoy, el estado ha desem peñado en dichas sociedades u n papel “social” fu n d a­ m ental. Esto es: h a m arcado con su im pro nta a la sociedad civil (ta n to a las “ prim itivas y gelatinosas” como a las más cercanas al polo “ occidente") , las ha pen etrad o profundam en te y, en ciertos casos, las ha co nstituido y m oldeado según sus propios cánones. A tal p u n to q ue no parece excesivo afirm ar q ue en ~ Véase B. Dc Giovanni, “Lenin, Gramsci c la base teórica del pluralismo", en Crítica marxista, núm. 3-4. 1976. También: “Difíusione della política e cris» dello Stato”, en Rinas­ cita, 3, m ano dc 1978, xxxv, núm. 9. En esta perspectiva se ubican también los trabajos de G. Vacca. Véase, por ejemplo, Quale democrazia?, Bari, 1977. * Para una discusión de esta lectura de Gramsci, véase Chantal Mouffe: “Introduction: Gramsci today", en Gramsci and marxist theory, compilado por Chantal Mouffe, Londres, Routledge and Kegan Paul, Boston and Mcnley, 1979, pp. 1-18.

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esas sociedades todo pasa p or el estado, p articularm en te si se tiene en cuenta q ue es el estado el terreno privilegiado en el q ue las fuerzas sociales se consti­ tuyen com o tales. Ya sea a través de sus “aparatos ideológicos”, ya sea a través de sus program as económicos, ya sea a través d e sus instituciones represivas, o de las tres, la acción del estado ha tend id o a esfum ar la separación en tre lo político y lo social. Consecuencia dc este papel del estado h a sido la m arcada politización de los conflictos y sujetos sociales. Esta politización de lo social ha asum ido form as muy diversas q ue n o pueden ser ignoradas p o r el análisis. Sin em bargo, tam poco puede ignorarse la pre­ sencia d e ciertas sim ilitudes más q u e sintom áticas. M encionem os las más per­ tinentes para este enfoque: i) E l carácter policlasista de la mayor parte de los m ovim ientos y partidos políticos "im portan tes" en A m érica L atina: el irigoyenismo, el a p r a , el pero­ nism o, el varguism o, el cardenism o, la U n id ad P o p u lar chilena, el m ovim iento 26 de ju lio en sus comienzos, el sandinism o incluso. La a u to id en tifica d ó n p o litica de los sujetos sociales sobredeterm inó en esos casos su au to id en tifica d ó n social. La consigna del prim er peronism o —"p a ra u n peronista n o hay nada m ejor que o tro peronista”— es ejem plar p ara ilu strar esta p articu lar articu la­ ción en tre lo social y lo político presente en los diversos populism os. La autoidentificación p artid aria dom inó casi siem pre lo social (dc elase) a consecuen­ cia d e lo cual, com o observa T o u ra in e,u el sistema p olítico se constituyó en el m edio indirecto pero fundam ental de acción sobre el adversario. La presencia de partidos de clase en la sociedad chilena con stituiría una excepción a esta regularidad. Sin em bargo, esa excepcionalidad es sólo aparente. Pese a q u e en lo ideológico-doctrinario los partidos se d efinieron a través de las oposiciones de clase en la sociedad, su práctica p olítica se m aterializó en términos de la p a rtid p a c ió n en el estado y la lucha p olítica q u e lib raro n fue más defensiva e integradora que una lucha p or la ru p tu ra del sistema de d om ina­ ción. Este divorcio en tre ideología y prácticas políticas q u e m arcó la historia de los partidos obreros chilenos los aproxim a más a situaciones latino am eri­ canas q ue a las del viejo continente. i») El hecho señalado p or T o u ra in e de q ue "el sindicalism o en casi todos los países en q u e no estuvo p rohibido se desarrolló bajo la protección del estado y en estrecha u n ió n con él” .10 M éxico, el Brasil de Vargas y la A rgentina pero­ nista son ejem plos dásicos, pero n o los únicos. A un el sindicalism o de fuerte com posición m inera —en el que los enfrentam ientos de clase están privilegia­ dos) , com o lo es el chileno, estuvo m arcado po r esta re la d ó n p articu lar vis á vis del estado. La protesta m inera, n a d d a com o respuesta a las condiciones de vida y de tra b ajo en las m inas fue u n a protesta contra el régim en de explotad ó n del enclave (la dom inación e x tra n je ra ). Sin em bargo, el antagonism o en el p lano de lo po lítico n o m antuvo u na relación d e correspondencia con los antagonism os en el p la n o d e la producción. Esta situación d io un am plio ® Alain Touraine, Las sociedades dependientes: ensayos sobre América Latina, México, Siglo XXI, 1978. pp. 97-98. JO ibid., pp. 97-98.

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m argen d e institucionalización de los conflictos de clase en la sociedad chilena. La oposición a la oligarquía (los mom ios) no se articu ló con la oposición de clase en el p lano político; de allí la em ergencia de alianzas en tre fuerzas so­ ciales opuestas en el terreno de las luchas económicas (experiencia del F rente P opular) y la consecuente estabilidad prolongada del m odelo p olítico chileno, m odelo del q ue, sea dicho al pasar, q u ed ab a excluido el cam pesinado. E n resum en: a diferencia de la situación europea, en A m érica L atina, el sin­ dicalism o fue p orta d o r de las reivindicaciones de clase y sim ultán eam ente fue u n actor central en la reconstitución del estado, lo q u e le im p id ió llevar a cabo una acción autónom a respecto al po der político (partido-estado). iii) F inalm ente, cabe señalar que a n uestro ju icio esta politización d e lo so­ cial n o ha sido an ulada, sino q u e incluso ha sido reforzada por aquellos regí­ menes —como las ya m encionadas dictad uras m ilitares del su r del co n tin en te— que ha im puesto por decreto la clausura de la política. Ya que, a n u lan d o o lim itan d o drásticam ente el espacio de acción de los p artidos y de la actividad p olítica en general, disolvieron y atom izaron la protesta colectiva, pero n o elim in aro n la política. P or el contrario , hicieron lo necesario p ara q u e todo hecho social se convierta en un hecho político: desde un plebiscito en las fá­ bricas h asta u n acontecim iento deportivo, desde u n a huelga hasta u n a d eclara­ ción dc la Iglesia. Desde la perspectiva de las cuestiones actuales dc la acción y organización políticas, el debate euro peo se vuelve ú til a condición de m an­ te n er las diferencias com o contrap un to s de un eje d e reflexión com ún, consti­ tuid o alrededor dc la noción de hegem onía y sus im plicaciones. E n efecto, en E uropa, el tem a de la redefinición del pap el del estado y dc su creciente intervención en la esfera social desem boca en la necesidad d e repensar la form a política-partido. Allí, los p artid o s obreros —com unistas, socialdemócratas y laboristas— se organizaron a p a rtir del bin om io partido-sindicato y sus luchas políticas fueron desarrolladas com o u n a prolongación del com bate social (lo q u e no significó q u e esas luchas fu eran necesariam ente revolucionarias). 1.a política fue concebida p o r los actores sociales com o el terren o de expresión de los intereses de clase. En A m érica L atin a, el proceso tuvo u n a h istoria diferente. I^a política fue el terreno en el que se constituyeron las fuerzas sociales con m ayor o m enor capacidad dc expresar, según los casos, las oposiciones de dase. La lucha de los partidos fue más la expresión de coaliciones policlasistas qu e actu aro n en nom bre del pueblo y de la nación, que u n a lucha cuyo objetivo cen tral fuera p ro longar el com bate nacido en el m u n d o de la producción. El debate teórico-político actual en el viejo co n tinente p lantea la renovación de los partidos obreros a la luz de las m odificaciones sociopolíticas sufridas por el capitalism o, com o búsqueda d c u n a altern ativ a dc organización q u e escape al estalinism o y no caiga en u n a su erte de neopopulism o q ue lo abarca todo.11 En A m érica l a tin a , tam bién ese debate, desde su historia diferencial, se to rna especialm ente im portan te. C laro que el dilem a es inverso del europeo: ¿cómo lograr la unificación política del cam po p o p u la r recu peran do la dim ensión de la oposición de clase sin d ejar de lado la cuestión nacional y popular?; 11 Véase, por ejemplo. Pictto Ingrao, "Le pct aujourd’hui: stratégie politíque et dialectique sociales", en Dialectiques: Nteof Poulantzas, "La crise des partís", en Le Monde Diplomatique, septiembre de 1979, p. 28.

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¿cómo u n ificar socialismo y lucha p o r la dem ocracia? Y, p o r ú ltim o, ¿a través de q u é form as político-organizativas llevar a cabo esa unificación? E n am bos casos, la problem ática de la hegem onía ab re un deb ate com ún ce ntrado en la cuestión de cóm o lograr la unificación política d e las fuerzas po pulares sin hacer desaparecer la dialéctica de lo social; y ello, sin caer en un “ ncopopulism o” q u e disuelva lo social en lo político ni en su con trap artid a, el "elitism o vanguardista”, q u e opera de diferente form a la separación de lo po­ lítico y deja el discurso de la dem ocracia suspendido en el aire.

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Las consideraciones precedentes pueden servir de prólogo para ab o rd ar el tercer ítem de n u estra lista de "ejes com unes” : la cuestión de las fuerzas sociales. En el citad o artículo de D e G iovanni se señala el hecho (hoy am pliam en te difu n ­ dido) de la em ergencia actual de nuevas conflictualidades y, consiguientem en­ te, de nuevos sujetos políticos. U na im agen descriptivista de esa em ergencia se lim itaría a tom ar constancia del su rgim iento de nuevas form as, “ a-típicas”, “ irreductibles” de lucha: m inorías nacionales, m ovim ientos fem inistas, hom o­ sexuales, ecologistas, antinucleares, estudiantiles, etc. Sin negar, p o r supuesto, la novedad y la significación de esas nuevas form as de contestación (no ausen­ tes, p o r lo dem ás, del horizonte la tin o a m eric an o ), tendem os a pensar q u e la problem ática de la hegem onía proporciona elem entos para en carar el problem a desde u n ángulo más com plejo y quizás más p ertinen te. Intentem os exp licitar y al m ism o tiem po justificar esta afirm ación. Se h a dicho con razón q u e el concepto de “ hegem onía” n o se agota en lo q ue la trad ición m arxista denom ina “ alianza d c clases” . ¿En q u é consiste entonces aq u ello qu e dicho concepto aporta de nuevo? A esta pregu nta suele respon­ derse q u e su novedad reside en q u e el concepto en cuestión pone el acento en el papel constitutivo, y n o “superestructura!” o "epifenom énico”, del ele­ m ento intelectual y m oral (ideológico), en la génesis, desarrollo y la acción de esos "colectivos” (llám ense clases, fracciones, m ovim ientos o fuerzas socia­ les, etc.) enrolados en u n a em presa de transform ación o bien de m anten im ien ­ to del orden social y político. Esta respuesta n o nos parece falsa, p ero sí insuficiente. En efecto, aq u ello q u e la p rob lem ática dc la hegem onía ap o rta va más allá q u e subrayar el peso específico y la auton om ía de lo ideológico como p rin ­ cipio de identificación (de constitución en sujetos) d e los agentes sociales. P recisam ente por el hecho de enfatizar ese peso específico y esa autonom ía, dicha problem ática p erm ite rom per con u n a concepción en um erativa y empirista de los ya m encionados colectivos: m ovim iento estu diantil, m ovim iento fe­ m inista, m ovim iento sindical, e t c Al mism o tiem po, p roporciona un in stru ­ m ento de análisis capaz de hacer aparecer la heterogeneidad de significados q ue vehicula una m ovilización colectiva y tam bién su articulación, coherente o contradicto ria, estable o inestable.

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N o se tra ta entonces de n egar q u e es a través de esa prom oción de la d im en ­ sión significante de lo social q u e el concepto d e hegem onía ayuda a com pren-

Atf MfflA UIIA A «¡PÍA! ¿aIMIÍMS fi MHililllvMl £11 DRIA fflAVÍI«Í£BtA? V ÍU5Fzas sociales. Pero sí de recordar que la experiencia histórica - y en especial la latin o am erican a— m uestra q u e esa constitución n o es lineal ni unívoca. N o es lineal: precisam ente p o r su positividad, p o r su carácter irred uctib le, lo ideológico suele in d d ir en el sentido dc q u e b ra r la " n a tu ra l” con tin u id ad en tre los d eterm inantes llam ados objetivos y el "p a ra sí” d e los m ovim ientos sociales. E n esc sentido, C h an tal M ouffe y Ernesto L aclau subrayan justam en ­ te q u e el concepto de hegem onía se op on e resueltam ente a tod o red u edo nism o econom icista o clasista. Lo ideológico, com o factor d e hegem onía, se afirm a así n o en térm inos fic tid o s ( = "falsa co n c ien d a”, “ fetichism o”) , sino real y positivam ente, com o m ediación sim bólica a través d e la cual u n o o varios conjuntos sociales adquieren u n a identidad, definen los ejes de oposición o de alianza con respecto a los otros con jun to s del cam po social y, en fin, p la n tean los objetivos mediato* o inm ediatos de su m ovilizadón. A sí p o r ejem plo el peronism o (al m enos en su p rim era etapa) se afirm ó com o m ovim iento social y político cuyo protagonista era el " p u eb lo ” (los llam ados “descam isados"), su an tagonista la "o lig arq u ía” y su objetivo, la " ju s tid a social” ; de u n m odo sem ejante, en el C hile de la U n id a d P o p u lar, el "p u eb lo ” se en fren tó a los "m om ios” en no m bre de la " tra n sid ó n al socialis­ m o". E n am bos casos, lo ideológico am algam ó lo societal y lo político, lo cíasista y lo n o clasista, en u n a u n id a d sui generis p o r lo mismo, refractaria a toda reducción. Sucede em pero que la constitución d e los colectivos en "sujetos” n o es tam ­ poco univoca (como la sim plicidad de los precedentes ejem plos p o d ría a u to ri­ zar a p e n sarlo ). D iciendo esto, querem os p o n er de relieve el hecho de q u e en un mism o colectivo suelen articularse símbolos, valores, orientaciones c u ltu ­ rales, en u n a palab ra, "significados”, diferentes, q u e expresan, de m anera larvada a veces, ab ierta otras, altern ativas de acción conflictivas y, en la mism a m edida, form as dispares dc au to co n stitu d ó n de u n m ovim iento como "sujeto ” sod al. Al respecto, constituye u n m érito d e A lain T o u ra in e el h ab e r subraya­ do la p lu ra lid a d de orientaciones que sobredeterm inaron a los m ovim ientos nacional-populares e n A m érica L atina, definiéndolos a la vez com o expresión de u na lucha p or la partid pación-m odern izació n capitalista y de una lucha específicam ente " n a d o n a l”.18 Su análisis de la desarticulación d e los conflictos en el cam po p o p u la r —más allá d e su “ recuperación” p o r u n discurso políticod o ctrin ario merced al cual la ap a re n te u n id a d se reconstruye en la figura y la acción del caudillo— nos parece sum am ente valioso p ara d a r cuenta, sin esque­ m atism o n i sim plificadones d e la com plejidad real de los m ovim ientos p o p u ­ lares en A m érica L a tin a .18 i* Véase A. Touraine, op. cit. i* No faltan ejemplos que confirman la validez de este análisis: así, el sindicalismo pero­ nista, en una coyuntura profundamente marcada por la crisis del régimen dc Isabel Perón, pudo entrar en conflicto con el estado como movimiento reivindica!ivo durante el llamado Rodrigazo (julio dc 1975), al tiempo que, en u n to movimiento político se mantenía junto a ese mismo estado contra una opción política alternativa. La misma Unidad Popular en

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D e acuerdo con su enfoque, el p opulism o d eja d e ser percibido com o u n a m era m anipu lación de las masas po r el estado: al restablecer en sus derechos la realid ad y el espesor social d e las dem andas conflictivas q u e m arcan a las luchas populares, y q u e se enraízan en la historia de nuestras sociedades, d icho en­ foq u e ro m pe felizm ente con toda versión reductiva y sim plista dei fenóm eno po pulista y redescubre en este ú ltim o u n a p lu ra lid a d de dim ensiones y signi­ ficados q u e a u n q u e com pleja, n o es en m odo alg un o antojadiza ni a rb itraria .14 C reemos q u e la problem ática d e la hegem onía nos p erm ite pen sar esta p lu ­ ralid ad com pleja de significaciones a través d e la cual los colectivos se consti­ tuyen com o sujetos -fuerzas-m ovim ientos sociales. Decimos “ pensar" (y no re­ solver) : en efecto, si p o r una parte se h a subrayado con razón la im po rtan cia de esta dim ensión ideológico-discursiva in herente al concepto en cuestión, por o tra no parece aú n haberse co m prendido cabalm ente q u e la afirm ación de esa im po rtancia n o co m p ortaba d e p o r sí, u n a solución, sino más bien u n pro­ blem a: el de construir y d esarrollar, en el diálogo perm an en te con la investi­ gación em pírica y la experiencia histórica, herram ien tas idóneas p ara d ar cu en ta d e esta dim ensión. P roblem a este ú ltim o q u e nos conduce al cuarto p u n to d e nuestra enum eración.

IV

E n parágrafos anteriores (y en especial en el últim o) debim os hacer referen­ cias a aquellos aspectos q u e v inculan la p roblem ática de la hegem onía con la de las ideologías. A lgunos pu ntos im po rtan tes q u ed a ro n em pero sin desarro­ llar. Dos en p articu lar nos parecen especialm ente relevantes: a) el relativo a la concepción dc lo ideológico q ue subyace im plícitam ente en la problem ática en cuestión; y b) el del papel d e los intelectuales. Los dos tem as poseen una n ítid a connotación teórica; los dos interesan directam ente, sin em bargo, a la reflexión sociológica y p olítica latino am ericana. Las observaciones q u e siguen p ro cu ran to m ar en cu enta am bos aspectos. a] R especto al p rim ero, com enzaremos p la n tean d o u n a tesis sin du d a poco novedosa pero cuya originalidad nos interesa menos q u e su pertinencia: d ebid am ente desarrollada, la concepción gram sciana d e la hegem onía conduce a u n a revisión radical d e la concepción m arxista trad icion al d e las ideologías. Sería lim itar el alcance real de esta revisión el re ite ra r p o r enésim a vez que, p ara G ram sci, la cu ltu ra y la ideología poseen u n a au to n o m ía y u n a positivi­ d ad reales, q u e n o son meros epifenóm enos de la base, ni sim ples apariencias, Chile puede ser analizada con arreglo a esta articulación conflictiva de orientaciones: al Tcspccto, el Partido Socialista ofrece el ejemplo más representativo. Miembro dc la Unidad Popular, fue a la vez partido dirigente —parte del aparato de gestión estatal— y expresión dc la contestación a nivel social; en él coexistieron sujetos diferentes de la acción. En esa medida, su análisis tiene significativos puntos en común con el que. desde una perspectiva teórica muy diferente, efectúa Ernesto Laclau. Cf. E. Laclau; Política c ideo• logia en la teoría marxista. México, Siglo XXI, 1978.

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ni tam poco ‘‘efectos’' vinculados en térm inos de u n a causalidad lin eal a la in fraestru ctu ra m aterial (cualquiera q u e sea la m anera en q u e esta ú ltim a se defina: econom icism o vulgar, privilegiando el polo "fuerzas productivas”, o econom icism o sofisticado, d an d o prim acía a las relaciones de producción y en consecuencia a las clases codales). N o dudam os que la obra de G ram sci está indisolublem ente ligada a esas posiciones antirrcd u cd o n istas; lo q ue nos interesa p regu ntarno s es si ellas agotan la riqueza del concepto de hegem onía, en ta n to q u e este ú ltim o con­ tiene, com o una de sus dim ensiones fundam entales, la dim ensión ideológica. N u estra o p in ió n es q u e la agotan. A un encarada en térm inos teóricos, la cuestión n o nos parece b anal. G ram sci h a sido llam ado a m enudo ‘‘teórico de Jas superestructuras” (incluso algún artícu lo lleva precisam ente c:? títu lo ) . P o r n uestra parte, pensam os q u e esta ‘‘definición” sólo puede ser aceptada con reservas, ya q ue si es verdad q u e la o b ra gram sciana está esencialm ente volcada hacia lo q u e en térm inos clásicos se d enom ina “superestructuraI”, n o lo es menos q u e esa preocupación p o r lo jurídico-político y cu ltu ral va ap areada p o r u n cuestionam iento —a m enudo im p lícito, a m enudo tam bién contradicho p o r ciertas fórm ulas del pro pio G ram sd — d e la d is tin d ó n en tre estru ctura y superestructuras. Veamos en q u é sentido la concepción d e la hegem onía —en su dim ensión p ro p iam en te ideológica— lleva hacia ese cuestionam iento. En su co n o d d a crítica al “ M anual p o p u la r” de B u jarin, ironizando a p ro ­ pósito d e algunas fórm ulas sim plistas d e este últim o, G ram sd , en tre veras y burlas, p lan tea lo q u e llam a u n a “serie de problem as barrocos” : “p o r ejem plo, las bibliotecas ¿son estructuras o superestructuras?, ¿y los gabinetes experim entales de los hom bres de d e n d a ? Si se pu ede sostener q u e u n arte o u n a ciencia se desarrollan d ebido al desarrollo d e los respectivos instrum entos técnicos, ¿por q u é n o pod ría sostenerse lo co ntrario y, además, q u e ciertas form as in stru ­ m entales son al mism o tiem p o estru ctura y superestructura?” 18 G ram sci procura m ostrar en este párrafo, m ediante una suerte de red u ed ó n al absurdo, los impasses a q u e conduce el m aterialism o vulgar incrustado en el m arxism o de B ujarin. Es po r dem ás sabido q u e la form a general de ese m ate­ rialism o v u lgar tiene p ara G ram sd el nom bre de “econom icism o” . En su ver­ sión m ás superficial —aquella de la que n o es inocente el “ Ma n u a l . . el econom icism o reduce el desarrollo económ ico (y po r ta n to el d evenir histó ­ rico) a las “ m etam orfosis del in strum ento técnico”. D e ahí, p o r u n a parte, el incisivo alcance crítico de los “ problem as barrocos” planteados p o r Gramsci; de ah í, p o r o tra parte, la tesis —en m odo alguno irónica— según la cual “ciertas form as instrum entales son al m ism o tiem po estructura y superestructura’\ T esis q ue más allá de su alcance crítico16 contiene, en n uestra opinión , u n a in tu i­ ción profun d a. Sin em bargo, antes de ex p licitar esta in tu ició n es necesario referirse rápidaA. Gramsci. El materialismo histórico..., cit., p. 159. 10 Alcance critico referido a la “desviación infantil dc la filosofía dc la praxis, determi­ nada por la barroca convicción de que cuanto más se recurre a objetos 'materiales', más ortodoxo se es", ibid., p. 160.

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m ente a otros capítulos de la reflexión gram sciana, todos ellos relacionados de m an era d irecta o indirecta con aquel q u e nos interesa subrayar. Pensamos en p articu lar e n su m inuciosa atención a las form as diversas, n o sólo "discursivas” en sentido estrecho, del saber p o p u la r y en general del fol­ klore. Form as estas q u e exceden am pliam ente (aun qu e incluyen) la litera­ tu ra y las expresiones p uram en te librescas para abarcar las prácticas religiosas, las costum bres, la conducta m oral, el derecho "p o p u la r" los objetos d e consumo y de modo más genérico, la actividad p ráctica general (incluido el tra b ajo pro­ d uctivo mismo) .17 Pensamos asim ismo en las célebres fórm ulas gram scianas según las cuales, "todos los hom bres son filósofos” , “ todos los ho m bre son in tele ctu ales.. “n o se puede separar al h om o faber del h om o sapiens” y otras semejantes. Y pensa­ mos p o r últim o, en el hecho de q u e el enfoque global de Gramsci, au n qu e esencialm ente cen trado en "el problem a de la creación de u n nuevo grupo in telectual'',18 n o es en m odo alguno un enfoq ue intelectualista en sentido es­ trecho; puesto que p ara G ramsci, los individuos, los grupos, las clases sociales n o asum en u na concepción del m un d o como quien aprend e u n código: adhie­ ren a ella, no sólo intelectual, sino tam bién afectivam ente; la com prenden pero tam bién la sienten: A unq u e breves, estas referencias son suficientes para lo q u e nos proponem os dem ostrar en este parágrafo, a saber: i] En prim er lugar, m ostrar en q u é consiste la intuició n gram sciana im plí­ cita en las tesis según la cual determ inadas realidades pertenecen al mismo tiem po al do m inio de lo estructural y al de lo sup erestru ctu ral. En efecto, si lo ideológico, com o concepción del m u n d o y d e la vida, n o se agota en lo me­ ram en te "discursivo” (en sentido lin g ü ístico ), sino q u e tam bién se enraiza en las costum bres, los rituales, el tra b ajo y la afectividad hu m anas (po r tan to tam bién en el c u e rp o ), en fin, en los objetos de consumo, ¿no se im pone de ello la conclusión de q ue, para G ramsci, lo ideológico n o recorta a u n a clase, em píricam ente separable, de realidades y hechos concretos —u n a “superestruc­ tu ra ” en el sentido ontológico de este térm ino—, sino u n a dim ensión in herente a tod o hecho, objeto o proceso social? ¿No se infiere de ello que toda realidad es socialm ente significante, q u e toda realid ad es, desde un cierto p u n to de vista, ideológica y, p o r lo tanto, susceptible de u n a “ lectu ra” ideológica? E ntiéndase bien: no estamos afirm an do q ue G ramsci ha asum ido explícita­ m ente, y menos au n desarrollado, esta concepción. S olam ente querem os mos­ tra r q ue ella figura, en estado im plícito, en sus escritos; q u e ella, en particu lar, perm ite com prender por q u é G ramsci aven tu ra la tesis "heterod ox a” según la cual un in stru m ento técnico es a la vez estru ctura y superestructura (es decir, objeto q u e ad m ite u n a lectura económ ica y tam bién u n a lectu ra ideo­ lógica). **] En segundo lugar, subrayar la ín tim a coherencia d e esta concepción con las conclusiones extraídas en los parágrafos precedentes. Puesto que, en efecto, n i la tem ática del estado y de sus relaciones, com plejas y profundas, con la IT Cf. A. Graimci. Los intelectuales y la organización de ¡a cultura, México. Juan Pa­ blo*. 1975, pp. 14-15.

18 Ibidem.

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sociedad civil, n i el problem a de la unificación política del cam po p o p u la r y, p o r tan to, d e las form as organizativas q u e expresan esa unificación, n i en fin

la reflexión acerca de la desarticulación y recomposición de las te n a s y

h w y í-

m ientos sociales com o sujetos de transform ación política, p ueden ser conse­ cu entem ente p lanteadas y resueltas sin hacerse cargo de esta dim ensión signi­ ficante, ideológica, que, lejos de superponerse a lo so d al, lo atraviesa p o r en ­ tero y lo constituye como tal. L o cual, dicho sea p ara evitar m alentendidos, n o equivale en m odo alguno a rem plazar el esquem atism o econom icista po r u n a suerte d e "panideologism o” vo luntarista, tan u n ilate ral com o aquél. Son al respecto conocidas las fórm ulas de G ram sci q u e nos advierten sobre esc peligro . .si la hegem onía es éticop o lítica n o puede d e ja r de ser tam bién económ ica” . Frase esta ú ltim a q u e no p o r azar figura en el parágrafo de las N otas sobre M a q u ia v elo .. específica­ m ente dedicado a la crítica del economicismo: de ella pued e legítim am ente concluirse q u e el concepto de hegem onía n o se lim ita a cuestionar el olvido crónico de las "superestructuras" p o r el m arxism o vulgar: lo q u e en el fondo cuestiona es la separación ontológica en tre estru ctura y superestructura, la transform ación reificadora de u n a sim ple “d istinción m etódica” en “distinción o rgánica”. Pero, p o r la mism a razón, G ram sci valida la m encionada “distind ó n m etódica”, en p articu lar cuando se tra ta del análisis de las sociedades capitalistas. Si la hegem onía no pu ed e d e ja r dc ser tam b ién económ ica, y si “ lo económ ico” rem ite, en el contexto de su consecuente antieconom icism o, a las relaciones sociales d e producción y p o r ta n to a las relaciones y conflictos de clase, el apo rte de Gramsci es efectivam ente in d iso d a b le dc su convicción, nu n ca desm edida, de la centralidad de la clase o brera com o eje nu clear d e u n verdadero proyecto hegem ónico anticapitalista y socialista. Las conclusiones precedentes n o pu eden ser ignoradas p or la reflexión sodológica y política latinoam ericana. ¿Acaso el mecanicismo, el "objetivism o” sim plista, la postulación dc u n a c o n tin u id a d lineal en tre las clases —definidas com o soportes de relaciones estructurales—, sus intereses "objetivos” , y las fuer­ zas políticas com o sim ple y necesaria "expresión consciente” de estos últim os, no h an sido los defectos m ás constantes y notorios de nuestro "m arxism o"? La única y significativa excepción fue M ariátegui; significativa po r su ap o rte y tam bién po r su carácter de excepción. Pero, más allá de ese m arxism o vulgar, tendem os a p ensar q u e incluso los m ejores aportes del pensam iento social y político en A m érica L atin a se h an visto afectados po r un d e rto descuido de dim ensión cu ltu ral e ideológica de los procesos sociales. Si. p o r u n a p arte, dicha dim ensión ha sabido ser rescatada en el análisis dc las cuestiones raciales y d e las sociedades indígenas —la crea­ tividad del pensam iento de M ariátegui está ligada a las características de la so d ed ad p eruana, ob jeto de su reflexión— n o h a o currido lo m ism o con el estudio de fenóm enos tales com o el llam ado liderazgo "carism ático”, n i tam ­ poco en o tro registro, con la investigación de las propiedades y efectos d e los discursos sociales (en p articu lar, aquellos p ro d u d d o s y d ifundidos p or los m edios de com unicación colectiva). Y, sin em bargo, qu ien se rehúse a u na im agen espiritualista y quasim ágica de la producción, circulación y recepción

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d e lo ideológico, q uien conciba a este últim o en la m aterialid ad de su génesis y d e sus efectos, d eb erá necesariam ente co ncluir que, ta n to en térm inos teóricos com o prácticos, la cuestión de la hegem onía pasa tam bién p o r esos canales. b] P or lo q u e se refiere al tem a de los intelectuales y a su vinculación con ese aspecto p articu lar d e la hegem onía q u e G ram sci deno m inó con la ex pre­ sión “dirección intelectual y m oral” , n o interesa a q u í re ite ra r los análisis y desarrollos efectuados p o r G ram sci y sus continuadores. Preferim os ce n trar la atenció n sobre la form a de la relación intelectuales-m ovim ientos sociales en A m érica L atina. Sin ánim o dc sim plificar, pensam os q u e u n b uen p u n to de p artid a lo constituye el reconocim iento de q u e esa relación presenta como rasgo com ún —más allá de la p lu ra lid a d de situaciones y procesos históricos concretos— un a radical inorganicidad. P ara decirlo brevem ente: salvo contadas excepciones, las ideas de los intelectuales em ergieron disociadas de las del resto d e la sociedad y los modelos políticos se d ivorciaron de las realidades concretas q u e se buscaba transform ar. Esa incapacidad dc los m odelos políticos e intelectuales p ara d a r cuen ta de (y, p o r lo tanto, anim ar) una realid ad social concreta n o se explica p o r la sola m ención de la "ceguera” de los intelectuales. P o r el contrario, esa "ceguera" obedece a causas más profundas, estructurales e históricas. Las sociedades la ti­ noam ericanas presentan u n rasgo diferencial respecto a las de desarrollo capitalista clásico: son sociedades más opacas. A dm itid o el hecho d e q u e n in ­ g una sociedad es transparente, en este caso la m ayor opacidad puede ser com­ p ren d id a com o el efecto de un distanciam iento, tam bién m ayor, en tre las con­ diciones de producción y las condiciones dc reproducción social.,0 Este distanciam iento —uno de cuyos aspectos centrales es la fragm entación de las o rie n ta­ ciones del cam po popular, ya m encionado antes— confirió un am p lio g rado de auto nom ía a los procesos intelectuales e ideológicos en general. La ideología —el m u n d o d e las ideas— tuvo u n papel so bred eterm inante sobre la p ráctica intelectual y política. L a producción de los intelectuales fue sobre todo u n a producción de tip o d o ctrin aria q u e expresó menos u n análisis de lo político-social que la separación en tre los académicos y el resto de la sociedad. Así se ve a través de la im agen mism a de la sociedad d o m in an te en esas prác­ ticas: u n a sociedad en la q u e el significado real de las luchas sociales perm a­ neció ex traño al discurso. Los debates teórico-políticos traspusieron categorías d e análisis d e la situ a­ ción europea sin reflexio nar sobre las condiciones de la acción p olítica en las realidades sociales dc A m érica L atina. Así, la ideología rem plazó a la reflexión y, fue d c este m odo qu e sobredeterm inó a la p ráctica política. E n efecto, esta ú ltim a osciló en tre la acción de u n a p u ra "clase política” vicaria del sistem a y de las posibilidades q u e ofrecían las distin tas coyunturas y la acción de una “ vanguardia ilu m in a d a” que, en no m bre del pueblo, se enfren tó al estado. En am bos casos, la práctica política no pu do expresar una dirección de la política. E l h ia to en tre producción intelectual y sociedad real se llenó a través de un discurso, q ue com o tal, qu ed ó en el aire. El éxito del althusserism o en la ú lti­ m a década, pese a la distancia en tre esos análisis del pensam iento de M arx y el i» Pumo esle destarado por A. Tourainc véase op. cit.

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d e las realidades sociales concretas, expresó, a la vez q u e reforzó, la inorganicid ad d e la relación intelectuales-m ovim ientos sociales. L a perm anencia de un a concepción evolucionista y reduccionista d e los procesos sociales frente a re a li­ dades rebeldes a ese análisis pone d e m anifiesto los obstáculos objetivos que e n fren ta la producción intelectual en A m érica L atina, pero tam bién ab re las pu ertas p ara superarlos. L a d ifusión más reciente d el “gram scism o" en A m érica L atina y la p ro fu ­ sión de d istin tas lecturas de G ram sci nacidas a la luz de las urgencias políticas del m om ento, ab re la p osibilidad de in stalar en el centro de las reflexiones teórico-políticas sobre el presente u n nuevo m odo d e análisis de las realidades sociales latinoam ericanas desde el m arxism o. Pero, esa p osibilidad existe a con­ dición dc n o o p erar u na sacralización del pensam iento de G ramsci. Es decir, si n o se clausura un pensam iento y, po r el co ntrario, se tra b aja con él y desde él (y a veces, contra ese pensam iento) p ara d a r cuenta de realidades sociales concretas, único cam ino ab ierto a la constitución d e u n a “ dirección intelectual y m o ra l” (un pensam iento capaz dc explicar y transform ar esas realid ad e s).

v

Señalam os al com ienzo de este tra b ajo q u e el tem a de las alternativas políticas d e transform ación en A m érica L atina condensaba los problem as tratado s en los parágrafos anteriores. Las líneas q u e siguen p ueden in terp retarse com o un in te n to d e ex p licitar y justificar esta afirm ación inicial. Resum am os brevem ente los ejes principales de nuestro en fo qu e y el modo en q u e m arcaron el tra tam ien to de los problem as. La hipótesis q ue nos sirvió de p u n to de p artid a p la n teab a q u e la prob lem ática d e la hegem onía ofrece las bases teóricas p ara u n a lectura nueva y en riquecedora de los procesos la tin o ­ am ericanos. P ero esta hipótesis descansaba sobre u n supuesto previo y fu n d a­ m ental, a saber, q u e el de “hegem onía” no es u n concepto más, destinado a “com pletar” la teoría del estado o a llen ar algunas lagunas en el análisis m ar­ xista de las superestructuras; q u e dicho concepto no viene a agregarse a un m arco teórico preestablecido p ara o cup ar allí "su " lu gar, sino que com porta u n a renovación positiva y crítica de ese m arco teórico, u n nuevo p rincip io de análisis d e la sociedad y de la política y, en esa m edida, u n a refun dició n de la teoría m arxista en su conjun to, correlativa a u n a nueva concepción de la praxis p olítica m ism a.20 En v irtu d d e este supuesto básico, nos rehusam os a en u nciar u n a definición del concepto de "hegem onía”. P o r el con trario, buscam os respetar su espesor teórico y su com plejidad, lo q u e nos llevó a desglosar, si n o todas, al menos algunas d e sus principales facetas, las q u e fueron concebidas com o lugares parciales p ara el plan teo de problem as necesariam ente interrelacionales: el estado, las form as político-organizacionales, las clases y las fuerzas sociales, la 20

Véase la conclusión del presente trabajo.

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dim ensión ideológica de lo social. En las reflexiones q u e hicim os sobre esos problem as, la concepción global d e la hegem onía desem peñó el papel de hilo conductor. H ilo conductor que, a la vez q u e presente en cada u no de los hitos q u e ja lo n aro n el itin era rio trazado, com portaba un p u n to de llegada. A hora bien, ese p u n to de llegada no podía ser o tro que el tema a ab o rd ar en ese p a rá ­ grafo: las alternativas políticas de transform ación en A m érica L atina. Y ello, p o r la sim ple razón de que dicho p u n to d e llegada estaba ya presente en el p u n to de p artid a, o sea, en la problem ática dc la hegem onía, n o sólo como nuevo p rin cip io de análisis, sino tam bién com o nueva concepción del ejercicio d e la política. Este enfoq ue m arcó el tra tam ien to de cada u no de los temas abordados: i] E n p rim er lugar, el d el estado: no com o u n epifenóm eno supcrcstructural, pero tam poco com o u n a m a q u in aria o u n com plejo dc aparatos sin dinám ica p ro p ia y sin fisuras, encerrado en su funcio nam iento " n a tu ra l” al servicio de la clase dom inante. N uestro interés se centró en exp lorar, a la vez, su positivi­ d a d y sus contradicciones, su auto no m ía relativa y sus relaciones com plejas con lo social. Intentam os m ostrar, a través de ejem plos parciales pero n o azarosos, d e q u é m anera las form as diversas en q ue se en carn a el juego dialéctico en tre form as de estado y sociedad civil perm iten d a r cuenta d e la crisis de ciertos regím enes (po r ejem plo, los p o p ulism o s), la naturaleza p articu lar de otros (las d ictad uras m ilitares en el su r del con tinente) y sus perspectivas d e consolida­ ción o de dislocación. P udo verse claram ente —creemos— q u e la hegem onía com andaba ese juego dialéctico y lo h a ría inteligible. ii] E n segundo lugar, el tem a de las formas político-organizacionales. T a m ­ bién a q u í procuram os ev itar los lugares com unes. N o se tra tó dc lam en tar la ausencia o reclam ar la constitución del p a rtid o revolucionario, sino de p la n tear el problem a de las organizaciones y m ovim ientos políticos desde el p u n to de vista de la conform ación particu lar de las sociedades latinoam ericanas, po­ n ien d o especial énfasis en un rasgo com ún a todas ellas, a saber, la íntim a com penetración en tre lo po lítico y lo social, en tre el estado y la sociedad civil, q u e ha m arcado su h isto ria pasada y presente. T a m p o co cedimos a la tentación de p ro p o n er respuestas prefabricadas a u n problem a teórico y prácticam ente ab ierto :21 preferim os, en cam bio, p o n er de relieve la p lu ralid ad y la com plejidad de sus datos com o condición sine qua n on p ara su correcto plan teo y p ara cerrar el cam ino a soluciones simplistas. Las indicaciones acerca de la in terpretació n del estado con la sociedad civil nos perm itieron a n u d a r este p u n to con el anterior. E l exam en de los efectos d e esa in terp retació n en la constitución m ism a dc los sujetos políticos nos abrió el cam ino p ara ab o rd ar el p u n to siguiente. Es casi superfluo señalar q ue aq u ello q u e reclam aba esa co ntin uidad en el tratam ien to de los problem as no ' era o tra cosa q u e el ya m encionado “h ilo co nd ucto r" de la hegem onía. iii] A bordam os entonces, en tercer lugar, el tem a de las fuerzas sociales. El m odo en que lo hicim os respetó los lincam ientos ya trazados en el desarrollo de los temas q u e lo precedieron. C o n tra toda form a de sim plificación red u c­ 21 Y no sólo en América Latina: dc allí nuestro interés en la reflexión de Dc Giovanni. Por discutible que sea el aporte dc este último, o mejor dicho en la medida en que es discu­ tible, constituye a nuestro juicio un pumo de referencia necesario.

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cionista, pusim os el acento en el carácter p lu ra l, discontinuo y com plejo del proceso d e constitución de los "colectivos” en actores de la transform ación política y social. P lu ralid ad de significados investidos po r los sujetos enrolados en u n m ovim iento social; discon tinu id ad en tre las determ inaciones estructu ra­ les d e los actores y sus prin cipios (sus orientaciones) de acción; com plejidad (e incluso antagonism o) en la autoidentificación, en la definición d e los adversarios y en los objetivos de u n a m ism a fuerza o m ovim iento social. La capacidad heurística y explicativa del concepto de hegem onía se p o nía de m a­ n ifiesto con la m ayor nitidez: capacidad d e pensar lo concreto y com plejo, evi­ ta n d o sim ultáneam ente las facilidades del reduccionism o y del em pirism o. ív] El devenir "sujeto” de los conflictos sociales situaba e n u n p rim er p lano de la reflexión a esa faceta de la hegem onía q u e pone el acento sobre la dim en­ sión ideológica y simbólica dc lo social. H abida cuenta de la im portancia de este tem a y de la considerable lite ra tu ra dedicada al mismo, nos lim itam os a llam ar la atención sobre la nueva concepción dc lo ideológico im plícita en la problem ática de la hegem onía, y a fo rm u lar algunas hipótesis acerca del p ap el de los intelectuales. En am bos casos, y especialm ente en el ú ltim o, sub. rayam os la pertinencia d e dichos temas p a ra la reflexión sociológica y p olítica latinoam ericana. A hora bien, enfocados desde el ángulo de la hegem onía, el desarrollo dc cada u n o de esos ejes tem áticos convergía hacia la form ulación de u n a serie dc p reg untas cuyas im plicaciones políticas son tan claras com o insoslayables: ¿de q u é m odo, la form a p articu lar en q u e los diversos tipos de regím enes políticos defin en su articu lación respecto a la sociedad civil incide sobre la m orfo­ logía p articu lar de la política? ¿Cómo la dialéctica específicam ente societal redefine, a su vez, dicha m orfología y es capaz, p o r ejem plo, de transform ar las brechas del sistema político en ap ertu ras reales sobre la base d e un proyecto d e sociedad alternativo? ¿Cuáles son las m odalidades de reconstitución de las fuerzas sociales m otoras de procesos de transform ación en las condiciones espe­ cíficas q u e en A m érica L a tin a tiene la articu lació n en tre sociedad política y sociedad civil? ¿Q ué alternativas d e organización pueden u n ificar los conflictos reales o potenciales q u e ellas protagonizan? ¿Cómo p ueden los regím enes po­ líticos n eu tralizar la dinám ica de esas conflictualidades, frenarlas o incluso ca­ pitalizarlas con arreglo a su p rincip io d e orden —sea éste "hegem ónico” o "coercitivo”? ¿De q u é m anera pueden, a su vez, las fuerzas sociales tra b ar el fu n cion am iento de esos mecanism os recuperadores m an ten ien do e incluso intensificando su capacidad de resistencia y de respuesta? Estas preguntas perm anecen abiertas y, p o r cierto, req u ieren respuestas d i­ ferentes en cada caso concreto. P ero dicho esto, conviene agregar q u e ni esa ap e rtu ra n i esa diversidad son tan am plias com o p ara d ilu ir la cuestión d e las altern ativas e n u n a to tal in determ inación. En efecto, cu an do éste es el caso, q u ed a ab ierta la p u erta a las facilidades de u n a " real-politik” ta n to más ten­ tad ora cu a n to q u e ap u n talad a p o r el m ás irrestricto de los em pirismos. A hora b ien, si por el lado d e su vertiente crítica, la problem ática de la hege­ m onía descarta d efinitiv am ente toda solución sim plista —sea ésta “revolucio­ n a ria ” o "reform ista”—, p o r el lado d e su v ertiente positiva, redefine ciertas ' condiciones m ínim as p ara d elim itar al c o n ju n to d e respuestas legítim as a esos

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interrogantes. E n las líneas que siguen tratarem os de elucidar esas condiciones. A firm ar q u e toda em presa de transform ación política (destrucción-construc­ ción de u n o rd en social) debe m aterializarse en la construcción de una volu ntad hegem ónica, lleva a rep lan tea r en térm inos nuevos (y más com plejos) el tem a d e la dem ocracia. En efecto, la dem ocracia aparece como el problem a d e las m ediaciones institucionales en tre la dialéctica de lo social y la dialéctica de la política (el esta d o ). «¿En q u é sentido la concepción gram sciana de la hege­ m onía ab re vías inéditas p ara o rie n ta r y en riq uecer n uestra reflexión sobre el tema? N o es difícil responder en térm inos teóricos generales a esta pregunta. La crítica al economicismo, en ten d id o como incom prensión d e la verdadera n aturaleza de la sociedad y del estado, q u e realiza G ramsci, desem boca en la negación de toda relación de im plicación necesaria en tre dem ocracia y socia­ lismo (véanse los trabajos de E. L a c la u ). L a conjunción de am bos es vista com o el p rodu cto de las luchas sociales (y de la organización de esas luchas) y n o c o m o 'la consecuencia necesaria del desarrollo de las fuerzas productivas. La socialización d e los m edios d e producción sólo deviene socialización dc la p olítica (y n o m era estatización del po der económ ico e im perio de un poder ab soluto q u e destruye a las fuerzas mism as q u e p rep araro n su tr iu n f o ) , si se construye u n a vo lu n tad política desde abajo o —lo q u e es su equiv alente— si no se destruye la dialéctica de lo social. La construcción de u n nuevo estado (p rincip io hegem ónico) deja de ser concebida como la tarea d e u na vanguar­ d ia ilum inada. E llo im plica q u e las luchas sociales son las protagonistas de ese proceso y, por lo ta n to q u e para q u e éstas p ued an m anifestarse y organizarse, d eben ex istir instituciones políticas q u e garanticen la libertad de expresión (las "lib ertades civiles" en el sentido en q ue Rosa L uxem burg hablaba de ella s). P or eso mismo, la teoría de la revolución de G ramsci aparece como una “contrarrevolución pasiva” o u n a "revolución dem ocrática activa”.22 Las luchas dem ocráticas, p o r sí mismas, no crean u n a nueva sociedad (u n nuevo es ta d o ). L a condición de creación de u n nuevo estado (socialista) es la articu lación d e esas luchas con el cuestionam iento de la explotación capitalista (las relaciones d e p ro d u cció n ), o sea la construcción de u n p rin cipio hegem ónico. P o r otra parte, la revolución, en ten d id a com o ru p tu ra violenta del ord en burgués a cargo de u n a van gu ardia ilum inada, n o desem boca en el socialismo —transfo r­ m ación/destrucción de las relaciones d e clase en la sociedad— si desaparecen las m ediaciones organizativas e institucionales a través de las cuales se expre­ san las luchas sociales revolucionarias. L a transform ación d e las relaciones de clase en la sociedad (la transform ación d e la econom ía) pasa p o r la política e n ten d id a com o vigencia de la dialéctica social (y, p or ende, socialización del pod er político). C o m b atir el econom icism o en la teo ría y en la práctica política significa, pues, rom per con u n a visión n atu ralista de los procesos sociales (la lucha de clases) y de la política (el esta d o ). La dem ocracia no es sinónim o de socialis­ m o y tam poco lo es del capitalism o. Las in terpretaciones q u e sostienen u na equivalencia son variantes, opuestas y com plem entarias, de u n a concepción reduccionista. L a dem ocracia, en el capitalism o, es an te tod o el p rod ucto de 22

Ch. Buci-Clucksman, Gramsci y el Estado, México, Siglo XXI. 1978.

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la lucha de las clases subalternas. Esa lucha —y la posibilid ad de procesos d e­ m ocráticos en q u e pu ed a m anifestarse y organizarse— form a parte constitutiva d e la estrategia d e construcción d e u n o rden alternativo. M ucho más difícil es, sin em bargo, tra d u cir esta respuesta general a térm inos m ás concretos y, sobre todo, que tengan en cuenta la especificidad latino am eri­ cana del problem a. A ho ra b ien, u n a vez reconocida esa d ificu ltad , creemos q u e sería conveniente n o apresurarse a con cluir q u e ella es insalvable. E n ese sentido, d ad o el innegable interés q u e reviste p ara el problem a q ue estamos analizando, nos parece ú til in tro d u cir algunas reflexiones sobre el actu al pro ­ ceso nicaragüense. Pensam os, e n efecto, q u e se tra ta de un caso clave, desde varios p u n to s de vista. M ás precisam ente, de u n a suerte de test político, y tam bién d e u n reto a nu estra capacidad d e análisis. C on respecto a este ú ltim o p u n to , nos atrevería­ mos a p redecir el próxim o florecim iento d e dos líneas divergentes de lectura, am bas "gram scianas", de d icho proceso. R ecu rriend o a u n a conocida d istin ­ ción d e M arx —n o p ara sim plificar, sino p ara destacar el valor desigual de cada u n a d e ellas—, llam arem os a la prim era, lectu ra gram sciana " v u lg a r”, y a la segunda, lectura gram sciana “clásica". a) Dc acuerdo con el gram scismo "v ulgar”, N icaragua co n stitu iría u n ejem ­ p lo típico de situación " o rie n ta l” (donde el estado "es tod o” y la sociedad civil, “p rim itiv a y gelatinosa”) ; de ello se in fiere ráp id am en te q u e el triu n fo del fsln rep resen taría u n ejem plo n o m enos típ ico d e "g u erra d c m aniobras” (identificada p o r esta lectura con la "lu ch a arm ad a") y, más generalm ente, q u e ese triu n fo dem ostraría la perm an en te vigencia d c esta ú ltim a com o ca­ m in o privilegiado, si n o único, p ara u n a estrategia revolucion aria en A m érica L atin a. b) E n cam bio, con arreglo al gram scism o q ue denom inam os "clásico”, el éxito d e la "la rg a m archa” del sandinism o h ab ría te n id o com o condición p rin ­ cipal la construcción progresiva y consecuente d e u n a v olu n tad n acio nal hege­ m ónica (antisom ocista), siendo la victoria m ilita r u n a consecuencia n a tu ra l de esa prem isa. A hora bien; puesto que, com o es sabido, la oposición gram scia­ n a en tre los dos tipos de "g u erra” n o prejuzga en m odo algu no sobre las “ vías" p ara llevar a cabo u n a u o tra , todo lleva a con cluir q u e el triu n fo sandinista constituye u n claro ejem plo de "guerra dc posición” exitosa. Es evidente q u e esta segunda lectura resu lta m ucho más p e rtin e n te y rica en sugerencias q u e la prim era. P ensar el triu n fo de los sandinistas apeland o exclusivam ente a las categorías de "g u erra de m o vim iento” y d e "v ía arm ada", p ara luego acordar u n alcance paradigm ático (válido p ara toda A m érica L a­ tina) a esa interpretación, constituye una sim plificación ab erran te, cuya tenaz persistencia p uede quizás ser explicada, pero no justificada. Sin d u d a, en u n cierto sentid o el estado nicaragüense " lo era tod o”, p ero esta fórm ula n o nos exim e de la tarea de com prender la n aturaleza específica de ese estado: u n a factoría al servicio de intereses coloniales, personificada en la din astía d e los Somoza. T a m p o co es falso q u e la relativ a ausencia de "fortalezas y casam atas” en el p la n o de la sociedad civil, aprox im aba la situación dc N icaragua al caso (evocado p o r G ram sci) d e los países coloniales. P o r cierto, esos datos iniciales condicionaron la lucha d el sandinism o; p ero la fig ura p articu lar q u e asum ió

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esa lucha fue totalm ente d iferen te q u e aqu ella q u e nos pro po ne el gram scismo vulgar. F ue u n a lucha q u e logró con cen trar a la sociedad en tera con tra el estado de Somoza, en la m edida en q u e su po con struir y afirm ar, a tTavés de u n largo trabajo , u n a v o lu n tad nacional de liberación, al mism o tiem p o an ti­ d ic tato rial, an tiim p erialista y dem ocrática. V olun tad nacional que se desarro­ lló en condiciones internacionales favorables (estím ulo eu rop eo y política no r­ team ericana v acilante y co n tra d ic to ria ). T o d o lo cual torna sensiblem ente más com pleja la caracterización del pro­ ceso nicaragüense. ¿Basta, p ara d a r cuen ta de esa com plejidad, con redefinir la lucha sandinista en térm inos d c "g u erra de posición"? P o r n uestra parte, a u n ­ q u e pensam os q u e esa redefinición es necesaria (en este p u n to coincidim os con la lectura gram sciana "c lásica"), no creemos, en cam bio, q ue sea sufi­ ciente. N uestras razones son las siguientes: i] El concepto de "guerra de posición" proporciona —y ya es m ucho— el m arco general del proceso de la revolución sandinista com o un proceso cuyos orígenes se rem ontan a u n tiem po m uy a n te rio r al m om ento del triu n fo y que p erm anece abierto. En sus aspectos principales, el destino objetivo de esta g u erra de posición h a b rá de definirse en el fu tu ro : e n cierto sentido, dicha guerra recién acaba de com enzar. ii] Si, p o r o tra parte, es cierto q ue h ab lar de "g uerra de posición" no im plica p reju zg ar sobre las vías concretas en q u e dicha g u erra se lleva a cabo, 110 lo es m enos qu e esa saludable a p e rtu ra y flexibilidad del concepto (qu e constituye su rasgo distintivo con referencia a la noción kau tsk ian a d c "estrategia dc des­ gaste") n o resuelve u n problem a, sino que, al con trario, lo plantea. La guerra d e posición p uede ad o p ta r diferentes vías y tácticas, pero esas vías y tácticas no d ejan d e calificar al tipo d e g u erra d e posición q ue se lleve a cabo. Agregue­ mos un d a to más, p ara com pletar el p lanteam ien to de dicho problem a: pese a la com odidad dc las oposiciones binarias, no está dem ás record ar q u e G ram sci no les acordaba más que u n carácter provisional y didáctico.23 Así, p or ejem plo, si en algunos textos las correlaciones "O ccid en te"-» sociedad civil com ple­ ja -» e q u ilib rio entre estado y sociedad civ il-» hegem onía-» gu erra de posi­ ció n -» , son p lantead as con énfasis com o opuestas a las correlaciones "O rie n ­ te " -» sociedad civil gelatinosa-» prim ado del estado-» gu erra d c m ovim ientos, en otros textos esas oposiciones, en aparien cia excluyentes, son sensiblem ente relativizadas. Es el caso de la p areja de opuestos "gu erra dc m aniobras" vs. "g u erra dc posición” : an te todo, po rq u e la ley del tercero excluido n o parece regir (Gramsci m enciona, en efecto, u n a tercera "g u erra” : la q u e denom ina "su b terrán e a” o dc "sorpresa”) .24 En segundo lugar, p o rq u e el mism o texto de G ram sci afirm a de hecho el carácter no excluyentc de esas estrategias. La guerra d e posición, e n p articular, no sólo pu ede in c lu ir mom entos de ataq u e frontal y dc g u erra su bterránea, sino, incluso, convertirse en gu erra de m ovim ientos. 23 Dc allí muchas dc sus apareóles contradicciones; de allí por ejemplo el hecho de que Gramsci pueda en un momento utilizar con desenvoltura la distinción entre estructura y superestructura, entre sociedad civil y sociedad política, entre Occidente y Oriente y, en un segundo momento, limitar el alcance o incluso rechazar dichas distinciones. 24 Cí. A. Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, sobre frolitica y sobre el estado moderno, Bue­ nos Aires, Lautaro, 1962, p. 89.

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V olviendo con estos elem entos sobre el proceso de la revolución sandinista, n o es in diferente a su caracterización el hecho d e q u e la lucha se concentró y resolvió en u n a confrontación arm ad a en contra del estado somocista y q u e esa lucha desem bocó en la destrucción de este últim o. Ello n o significa q u e la lucha social estuviera ausente, n i que ésta no fuera una lucha po pu lar. P ero es im po­ sible subestim ar el que, sobre todo en las etapas q u e precedieron a la caída del somocismo, el m om ento político-m ilitar haya ocupado le devant de la scéne. "L a g uerra de posición e n política es el concepto de hegem onía.” Esta frase, com o todas las "citas célebres” de G ramsci, no d ebe ser in terp reta d a como u n a receta, sino como u n p u n to de p a rtid a p ara la reflexión. Al respecto, nos parece necesario señalar q u e si la noción dc hegem onía descarta toda visión coercitiva o m an ip u lato ria d e la dirección política, intelectual y m oral, n o por ello subestim a o desconoce la necesidad de esa dirección. Se tra ta, p o r cierto, p ara G ramsci, de u n tip o p articu lar de dirección; de u n a dirección q u e o rienta sin coaccionar, q ue unifica las fuerzas respetando sus diferencias y sus dem an­ das y cuya legitim idad depende d e la v o lu n tad activa y crítica del conjunto. Pero no se tra ta, en cam bio, de desconocer, n i menos a ú n de rechazar, todo tip o de dirección, sino al contrario, d e subrayar su necesidad. Es —creemos— en v irtu d de esa doble exigencia q ue el tem a de la hegem onía aparece en G ram sci indisolublem ente ligado a la cuestión de las "clases fundam entales". Lo cual, en la perspectiva revolucionaria q ue es la suya, equivale a p o n er el acento en la articulación en tre hegem onía, proyecto socialista y clases explo­ tadas (en p articular, b ajo la dom inación del capitalism o, la clase o b re r a ). Esa articulación es p ara G ram sci esencial: n o p o r n in g ú n p reju icio filosófico-antropológico (por ejem plo, concepción d e la clase obrera com o "sujeto" de la h is to ria ), ni tam poco p o r resabios de reduccionism o clasista; más bien po rq u e G ramsci, a pesar de sus sarcasmos co ntra la sociología académ ica, tiene constantem ente presente la necesidad de m an tener, com o prin cip io teórico y práctico, el prim ado de la dialéctica de lo social, la correlación en tre las fuer­ zas sociales, el juego d e sus oposiciones, la dinám ica de su descom posición y recom posición, com o m otor de los procesos históricos. A hora bien, esa dialéc­ tica, en el m odo de producción capitalista, sólo puede te n er com o pivote, como eje central, a la lucha de clases. Esta afirm ación n o im plica sostener u n a visión sim plista, visión q u e nos esforzamos p o r ev itar en este trabajo. R etom and o el caso de N icaragua, ¿qué podem os concluir, a p a rtir de las indicaciones precedentes? En p rim er lugar, q u e el concepto de "g u erra de posición” constituye un adecuado p rin c ip io de lectura del proceso nicaragüense, sólo a condición de q u e d icho concepto no asfixie la especificidad de ese proceso ni la com pleji­ d ad de sus problem as. Especificidad q u e rem ite a las características p articu la­ res de la sociedad nicaragüense y del estado somocista, a las form as en que se condujo y se resolvió la lucha q u e desem bocó en el triu n fo sandinista (lucha social —diríam os, parafraseando a G ram sci— acorazada de lucha m ilitar y tam ­ bién "gu erra d e posición” q u e incluyó form as de g u erra su bterrán ea y de ata­ q u e fr o n ta l); al tipo de "v olu ntad n acio nal” q u e se fue gestando y consoli­ d an d o al calor de esa lucha. Problem as q u e preferim os p la n tear b ajo la form a de interrog antes abiertas.

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ta n to teórica com o p rácticam ente: ¿cómo crear, a p a r tir de esa v o lu n tad nacio­ nal, las condiciones p ara la prestación y afirm ación de u n proyecto hegem ónico p o pu lar, capaz de p ro p o n er y co n stru ir u n ord en altern ativ o , m antenien do viva la dialéctica d e lo social y excluyendo toda solución a u to rita ria y jacobina? ¿Cómo d irig ir po líticam ente dicho proceso sin redu cirlo n i a u n a sim ple gestión “ so dal-dem ócrata”, n i a u na nueva versión del estalinism o? ¿Cómo m ateria­ lizar el proyecto socialista en la form a de u n a revolución dem ocrática activa? ¿Cómo, en u n a palab ra, conciliar realm en te dem ocracia y socialismo? P reguntas estas cuya respuesta concierne hoy a N icaragua y a su pueblo, pero cuyo p la n teo —com o nos hem os forzado en m ostrarlo— concierne a toda A m érica L atina: nos concierne. E n el desarrollo d e este tra b ajo nos vim os en la necesidad de in trod ucir, de m an era in term iten te y p or lo ta n to no sistem ática, algunas indicaciones re­ lativas a problem as de orden teórico y m etodológico general. D esarrollar in extenso esos problem as es u n a tarea q ue excede am p liam ente los lím ites —in ­ cluso espaciales— de esta com unicación. E n este parágrafo fin al nos prop on e­ mos cu m p lir con u n objetivo m ucho más m odesto: el de reca p itu lar en form a o rd en ad a dichas indicaciones. Será, si se q uiere, u n a m anera de no concluir el p resente trabajo , de ex h ib ir su v o lu n tario inacabam iento, su carácter de pre­ tex to p ara a b rir y suscitar la discusión. P artim os haciend o nu estra u n a tesis que, pese a no concitar u n acuerdo u n á ­ nim e, está lo suficientem ente d ifu n d id a com o p ara descartar toda sorpresa: la p roblem ática gram sciana de la hegem onía com porta u n a renovación p ro fun da —y positiva— de la teoría m arxista. T o das y cada u n a dc las reflexiones '‘epis­ temológicas” con q ue fuim os p u n tu a n d o el desarrollo d e los tem as pueden considerarse como un com entario y u n a explicitación de esa tesis inicial. C o m entario y explicitación que, a pesar de su carácter n o sistem ático, a p u n ­ ta b an a precisar el sentido exacto de lo q u e entendíam os p o r esa renovación. P or n u estra p arte, procuram os resp etar la doble connotación q u e posee esta p alab ra e n su em pleo co rriente y q u e conjuga dos significados en p rin cipio opuestos: “ ru p tu ra " y “ co n tin u id ad ". Se tra ta b a entonces de m ostrar cóm o se com binaban am bos significados en la “ renovación" gram sciana. A nuestro juicio, ta n to en el aspecto “ r u p tu r a ” com o en el aspecto “conti­ n u id a d ”, era preciso d istin g u ir u n a dim ensión crítica y u n a dim ensión positiva. Intentarem o s aho ra ex p licitar o rd enad am en te cada u n o d e esos puntos: a) Poca d u d a cabe de q u e la concepción gram sciana d e la hegem onía efec­ tú a u n a ru p tu ra crítica en el in te rio r del m arxism o. D em asiado a m enudo, sin em bargo, suele lim itarse el alcance d e esa ru p tu ra crítica a u n sim ple cuestion am ien to del economicismo. E n n uestra opinión , el antieconom icism o d e G ram ­ sci es sólo u n aspecto parcial de u n enfo qu e crítico m ucho m ás profu nd o: ca­ b alm ente desarrolladas las im plicaciones teóricas del concepto de hegem onía c o m p o rtan u n cuestionam iento radical de lo q u e llam arem os, recu rrien do a u n a expresión q u e A lthusser tom a prestada al psicoanálisis, el p u n to de vista “ tópico ” en ta n to m odelo conceptual d o m in an te en la teorización m arxista. T a l p u n to d e vista parte de la p ostulación de u n a lista (cerrada o abierta, poco im porta) d e niveles o instancias separadas, p ara luego pensar su “ com­ b inación articu lad a" en base a la tesis de la determ inación - e n p rim era o últi-

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roa instancia, según los casos— del co n ju n to de dichos niveles p o r u n o de ellos: la llam ada "base económ ica”. A hora bien , es ju stam en te esa concepción (a la vez lógica y ontológica) de la "s e p arad ó n ", la q u e la p rob lem ática de la hege­ m onía cuestiona. C u estionam iento necesario p orq ue, p la n tead o com o m arco teórico general d el m arxism o, el p u n to de vista tópico es incapaz de d a r cuenta, n o sólo de las form adones sociales p re y poscapitalistas, sino tam bién del capitalism o mismo. E n u n a p alab ra, sería em pobrecer la riqueza del concepto d e hegem onía si, m a n ten ien d o la tópica d e las in sta n d as, dicho concepto rem plazara p u ra y sim plem ente un p rincipio general de d eterm inación (la “ec o n o m ía"), po r o tro (la “ política” o la "id e o lo g ía "). Esa riqueza sólo puede ser desplegada y desarrollada a p a rtir d e la crítica de la “distinción orgánica” (G ram sd) en tre sociedad civil y sod ed ad política, en tre estructura y sup erestructura, en tre “ la" econom ía, “ la" política y “ la" ideología. b) A h o ra bien, esta crítica de la “ lógica de la sep arad ó n " (y p o r tanto, de los lazos que siguen a n u d a n d o la reflexión m arxista a los presupuestos del pensam iento económ ico y po lítico burgués) n o conduce en absoluto a n in g ú n tip o de ab d icad ó n em pirista. D icho d e o tro m odo, la ru p tu ra gram sciana com porta u n a dim ensión positiva: la p ro blem ática d e la hegem onía pro p o r­ ciona las bases teóricas de u n nuevo m odo de análisis dc lo social.25 En efecto, descartada la postulación —im p líd ta en la “ tópica"— dc u na causalidad trascendente a los procesos sociales; elim in ada toda form a d e reduccionism o, de fatalism o h istórico y tam bién de voluntarism o, la problem ática dc la hegem onía rep lantea el análisis de los procesos históricos en base a u n enfoque teórico p ara el cual el prim ado, en p rim era y últim a in s ta n d a , corres­ po nde a la dialéctica (com pleja) de lo social. Es d e d r: a las relaciones d e lucha y de antagonism o en tre las fuerzas sociales, a los procesos d e constitución de esas mism as fuerzas, a las form as diversas de o rden, d e crisis y d e transform ad ó n sociales. D e m odo tal q u e la concepción de la hegem onía desbroza el cam ino p ara repensar en u n todo coherente, y p o r supuesto ab ierto, la trip le cara del m arxism o e n ta n to teoría del orden, teoría de la crisis y teoría de la transición h a d a u n a nueva sociedad. Se renuevan, en consecuencia, las interrog antes claves. N o se tra ta ya de pregun tarse sobre el “sentido" o las "leyes causales" (económicas u otras) del dev en ir histórico, n i sobre la “ esen d a" d e la ideología p roletaria, n i sobre la relación en tre determ inism o e intervención consciente. L a p reg u n ta cen tral pasa a ser: ¿cómo, d ad o u n d e r to ord en social (un “ m odo de p ro d u c c ió n " ), nacen y se desarrollan las fuerzas sod ales con c a p a d d a d p a ra im p u g n ar ese ord en y crear u n o alternativo? E l corazón del análisis se centra así en las rcla. d o n e s sodales: relad o n es de fuerza y de p od er com plejas, en m odo alguno transparentes, al mism o tiem po económicas, políticas, jurídicas, ideológicas, indisolublem ente “objetivas" y "subjetivas".26 23 Cf. Leonardo Paggi: "La teoría general del marxismo", en A. Gramsci, Escritos políti­ cos (¡917-19)3), Cuadernos dc Pasado y Presente, núm. 54, 1981, p. 13-81. 2« Contra un enfoque “marxista” que da prim ada a la reproduedón d d orden social (mirando a la sodedad desde el estado y “la” ideología), y en d que la sociedad —las lu-

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c) Hemos señalado, sin em bargo, q u e la renovación gram sciana de la teoría m arxista p resupone tam bién u n a co n tin u id ad y q ue es asim ism o posible dis­ tin g u ir en esa continuidad, u na dim ensión crítica y u n a dim ensión positiva. E xam inem os estos dos puntos. E n p rim er lugar, ¿a qué nos referim os cuando hablam os de “ c o n tin u id a d ’? N o precisam ente al hecho de q ue la o bra de G ram sci se inscribe explícitam ente en la historia del m arxism o, sino a u n hecho cuya significación es, en n uestra o p inió n, más p ro fu nd a: gracias a G ramsci, es más bien el m arxism o mism o el que se inscribe en la historia y reconoce su " d eu d a” con ella. G racias a Gramsci, el m arxism o revela su capacidad d c renovarse sin por ello p erd er identidad. E n fin, gracias a G ram sci, podem os h a b la r con pro pied ad de u na historia d el marxism o. En su dim ensión crítica, la con tin u id ad dc esa h istoria puede ser detectada en el “ hilo ro jo ” que liga el antieconom icism o de G ram sci a la crítica d e la econom ía política efectuada p o r M arx: crítica esta últim a, a la econom ía como tal, al “ p u n to de vista económ ico” como irrem ediablem ente prisionero de los lím ites del pensam iento burgués. Lo dice explícitam ente el M arx de 1847 ( " .. .los economistas son los representantes científicos d e la clase burguesa, los socialistas y los com unistas son los teóricos d e la clase p ro le taria” [Miseria de la filosofía, M éxico, Siglo X X I, 1981]); lo reafirm a el M arx de 1870 (“A quí se revela dc una m anera pu ram en te económica, es decir desde el p u n to de vista burgués, d en tro de los lím ites de la com prensión capitalista, desde el p u n to de vista de la propia producción capitalista, su lim ita c ió n .. [L ibro i i i de E l capital, M éxico, Siglo X X I, 1982]); y lo confirm an, im plícitam ente, análisis como los del 18 B rum ario, en los cuales, com o dice A lthusser, “ nunca llega la h o ra de la ‘últim a instancia” '. Si se nos concede la ilusión retrospectiva, hay u n gram scism o de M arx, a m enudo silencioso y, en ocasiones, perfectam ente audible. P or ú ltim o, esa co n tin u id ad tiene tam bién u n aspecto positivo. Ya que la concepción gram sciana de la hegem onía n o an u la, sino q u e po r el contrario, confirm a y desarrolla la tesis m arxian a q u e hace d e la lucha d e clases el p rin ­ cipio, no ún ico pero si el fundam ental, de inteligibilidad y de realidad del devenir histórico. P or eso, como señalam os antes, G ram sci vincula siem pre la cuestión de la hegem onía a la de las "clases fundam entales” ; p o r eso, .además, sin perjuicio de criticar en su fondo la distinción ontológica en tre los niveles del tod o social, acuerda a dicha distinción u n relativo valor "m etodológico” cuando se tra ta de d a r cuenta del modo de producción y reproducción ca­ pitalista. C on Gram sci, a p a rtir de la problem ática de la hegem onía, el m arxism o n o m uere: direm os más bien, evocando su raigam bre hegeliana, que se supera. chas sociales— se esfuma bajo ese “orden"; pero también contra la transformación dei aná­ lisis en historia política de la coyuntura, carente de articulación con la teoría y, por ende, contra un enfoque en el que en significado de los acontecimientos difícilmente puede ser puesto en relación con el devenir histórico. Cuando, en sus NoUts sobre Maquinvelo, Gramsci apunta "que lo que hay dc realmente importante en la sociología no era otra cosa que la ciencia política”, la consecuencia positiva que puede derivarse de esta tesis es la siguiente: la sociología es ciencia política porque las relaciones sociales son relaciones políticas; rela­ ciones de fuerza entre clases en lucha.

LA H E G E M O N ÍA C O M O E JE R C IC IO D E LA D O M IN A C IÓ N RA FA EL LOYOLA DÍAZ CARLOS M A RTÍNEZ ASSAD

P on er en d u d a el carácter del estado es cuestionar n o sólo sus prácticas, sino tam bién las interpretaciones que desde posiciones ideológicas h an p reten dido criticarlo. La realidad actual se desdobla en dos: la de los políticos y la d c los analistas. Sucesos tan opuestos com o los de N icaragua, Irá n y E l Salvador —p o r m encionar sólo los más recientes— po nen en cuestión ta n to los análisis hechos h asta ahora, com o la p ráctica d c algunos p artid os y organizaciones políticas. A n te un m un d o socialm ente convulsionado los análisis más m odernos pare­ cen estrechos. N o parece h ab e r surgido aú n u n a teoría altern ativa al m arxism o. La irru p ció n de las masas en Irá n y la insurgcncia d el p ueblo nicaragüense m uestran u n a vez más q u e es en la lucha d e clases, es decir en las relaciones sociales, d o nde la sociedad encuentra su dinám ica. A dem ás, el m arxism o ha revelado su posibilidad de analizar distin tas situaciones y no sólo las más críti­ cas. Sin em bargo, es im p o rtan te reconocer q u e las problem áticas q u e afectan a las sociedades revisten cierta novedad, en cuanto el m odo de producción ca­ pitalista h a sufrido distintos cam bios ta n to de ord en cu an titativ o com o cuali­ tativo, a u n q u e subsiste su esencia: la del acrecentam iento del capital ex p ro ­ piado a los trabajadores p o r m edio del plusvalor. E n efecto, n u n ca fue tan evidente la relación en tre las burguesías nacionales y los estados q u e defienden sus intereses. Pensar q u e el estado puede m antenerse p o r encim a de las clases, considerarlo “á rb itro " conciliador y desinteresado gestor del desarrollo econó­ m ico es retroceder a las concepciones d el liberalism o luego de la ap arición de las p rim eras revoluciones burguesas. Sin em bargo, el reto, co n tinú a en pie. Los cam bios sufridos en los m edios de producción de los países capitalistas avanzados h a n llevado a d istintas for­ mas interpretativas. Para unos los cam bios en los procesos productivos, en la organización del trabajo , estarían m ostran do la existencia de un m odo de p ro ­ ducción su p erio r al capitalista, a u n q u e n o qu ed a claro si su peraría tam bién la etapa im perialista con su concentración m onopólica del capital. P ara los marxistas, e n estos países se estarían dan d o cam bios q u e rebasarían el análisis p ro ­ bablem ente ortodoxo. La posición crítica se expresaría con relación al leninism o, pues, curiosam ente, se reivin dicarían el pensam iento y las estrategias enm arcadas en el cuad ro de la Segunda Intern acion al. E n este sentido desta­ caría la utilización n o explicitada q u e el eurocom unism o hace de Kautsky, sin [71]

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q u e im porte m ucho q u e con las fuertes y decisivas polém icas en las q u e L enin lo llam ó "renegad o” —del m arxism o, claro está— se estaba decidiendo la suerte del m ovim iento com unista internacio nal. Los dram áticos acontecim ientos de Ita lia y A lem ania en los años veinte serían el escenario de u n a d e las ru p tu ra s m ás relevantes m ientras e n la práctica los soviets pasaban a ejercer el pod er real en la a n tig u a R usia zarista, do nd e al menos p o r u n lapso, p o d er político y p u eb lo conform arían la p rim era altern ativ a an te el p o d er burgués, luego de que la C om u na d e París fuese ahogada en sangre. P articularizando sobre el p roblem a d e la d ic tad u ra del pro letariado , L enin lo co n tem p laría com o el más general de la revolución, p ero en su concreción h istórica a d q u iriría particularid ades vinculadas a la tradición y a los elem en­ tos presentes en cada país; d c esta m anera la C om u na de P arís q u e teorizara M arx ten d ría su co rrelato en los soviets rusos estim ulados p o r el bolchevismo y, posteriorm ente, h a lla ría u n a nueva adecuación en los derrotado s consejos de fábrica d e la E u ro pa de 1920-1921. El elem ento com ún era su carácter estatal, u na altern ativ a política al viejo pod er d e la burguesía. E n la práctica, el soviet pasó a ser u n organism o bu rocrático cuando la direc­ ción del p a rtid o term in ó p o r im ponerse a la acción d e sus seguidores. El peligro señalado p o r el p ro p io L enin n o p u d o evitarse: el p a rtid o bolchevique term inó p or convertirse en un am p lio a p a ra to de p o d er p o r encim a de las masas; el soviet se hizo estado, p ero n o era ya la representación del po der obrero. Sin em bargo, la prim era altern ativ a al poder burgués se h ab ía d ad o y hab ía su r­ gid o en condiciones dc m adurez incom pleta dc las condiciones m ateriales p or m edio dc u n violento proceso revolucionario con am p lia p articipació n de obreros, cam pesinos e intelectuales revolucionarios, a los q u e L enin llam ó “ profesionales de la revolución". Se hizo posible de esta m anera u n a am p lia alianza en la q u e tam bién los burgueses consecuentes p articip aro n , a u n q u e supeditados al p o d er del pueblo, identificado entonces con el p artid o bol­ chevique. Esta vía revolucionaria acarrearía, vale la p ena recordarlo, la crítica exacer­ b ada de K autsky a los p lan team ientos leninistas de la im posibilidad de la con­ ciliación de clases. A nte la arg um en tació n de L enin sobre las condicionantes históricas d e la d ic tad u ra del p ro le taria d o (estado d e transición), Jíautsky in sistiría en la vía pacífica y p arlam en taria, a u n q u e ten d ría q u e reconocer él mism o q u e " L a dem ocracia n o puede d estru ir los antagonism os de clases de la sociedad capitalista, ni aplazar el in evitable resu ltad o final, q u e es la caída d e esta sociedad".1 La altern ativ a dem ocrática antepu esta p o r K autsky no te n ía sentido para L enin fuera de los lím ites del liberalism o burgués. Éste arg u m en taría en el sen tid o d e u n gob ierno de la clase m ayoritaria, reconociendo así la dirección del p ro letariad o sobre la alianza obrera y cam pesina. A la violencia ejercida p o r la burguesía había q u e oponer la violencia d e las clases explotadas: ante la violencia reaccionaria, la violencia revolucionaria, d iría Lenin. En esencia, d e los escritos leninistas se desprende que el concepto dc d icta­ l K. Kautsky, La dictadura del proletariado, México, Gríjalbo, 1975, p. 63.

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d u ra es sinónim o del dc estado, definiéndose fundam entalm ente p o r el carácter do m in an te q u e tiene toda clase social q u e se estatiza.* Así pues el fu n d am en to de la crítica a K autsky radicaba en q ue éste d ilu ía la esencia d o m inante y coercitiva de los estados capitalistas europeos más desa­ rrollad os a principios d e siglo. Dos problem as se despren derían de esa polém ica: a] L a cuestión del ro m pi­ m ien to d e la Segunda y la T e rcera In ternacio nal, q u e ten d ría com o conse­ cuencia in m ediata la ap arición de u n a nueva lógica d c reflex io nar las socie­ dades desde el m étodo m arxista p ara el resto de los europeos. V ale la pena hacer u n paréntesis p a ra ac larar q u e G ram sci va a nacer a la vida política en esta ru p tu ra ; de a h í una d e las dificultades p ara in teg rar todos los elem entos de su discurso, relacionado ta n to con las polém icas en el seno d e la socialdemocracia italian a com o con las estrategias d iscutidas ya com o m ilitan te del p c i . b] El segundo problem a se pla n tearía en función d el ru m b o q u e siguiría la sociedad q u e llevó a cabo la prim era revolución anticap italista, en condiciones estructu rales dc extrem a gravedad q u e la g u erra h ab ía agudizado. Desde las Tesis de a b ril L enin había vislum brado las posibilidades q ue ofrecía el proce­ so revolucionario ab ierto desde febrero, y con trariam ente a los m encheviques —q u e reclam aron en un m om ento a K autsky com o su teórico—, en arb olaba la idea de q u e el p ro le taria d o debería asegurarse la dirección. La revolución había te n id o ya u n a lto costo social como para desaprovechar la co yuntura histórica y susten tar posiciones reform istas. El p o d er del p u eb lo debía estatizarse para c o n tin u a r la 4revolución, pero elim inadas las clases sociales el nuevo estado se extin guiría. El estado de transición sería el p o d er representado po r la d ic ta­ d u ra del p roletariado, más dem ocrático q ue el estado burgués.8 L a revolución no se conten taba con u n cam bio de gobierno, de ah í q ue sobre las ru in as del estado a n te rio r h ab ría q u e le v an tar el nuevo estado q ue se e x tin g u iría a la p ar q u e las clases sociales, es decir, cuando se llegase a la sociedad igu alitaria. U n reco rrid o breve como éste tien e p o r o b je to rescatar aq uello q u e de leni­ nista tiene el concepto de hegem onía, sin d u d a h ilo co nductor d el pro p io an á­ lisis d e Gram sci, p ara qu ien h a b la r de hegem onía representaba reconocer el fu n d am en to d e la teoría del estado desarrollada p o r Lenin. L a R evolución de octu b re es p a ra G ram sci y p ara L enin, lo q u e p ara M arx fue la C o m un a de París: referencia necesaria para argum en tar sobre las diversas expresiones que po d ría asu m ir el estado pro le tario en distin tas circunstancias sociohistóricas. Es este con texto el q u e d a contenido a la noción leninista de hegem onía y al concepto d e d ic tad u ra del proletariado. H ay q u e ten er claro q u e es con referencia a L enin com o G ram sci comienza a tra b a ja r sobre el problem a, a u n q u e ubicada en el país de M aquiavelo en el m o m ento del fascismo su reflexión lo llevaría a u n a reinterpretación del estado burgués en circunstancias histórico-concretas distintas a las de R u sia; en el 2 T am b ién A ntonio Gramsci reconocerá en uno de sus escritos más polémicos que: " Todo estado es una dictadura. Ningún estado puede prescindir de un gobierno constituido por un númcio restringido de hombres “Jefe”, Sobre el fascismo, México, e s a , 1979. 5 V. I. Lenin da todos los argumentos sobre el carácter democrático concreto dc la dicta­ dura del proletariado en su texto “ La revolución proletaria y el renegado Kautsky", en Obras Escogidas, Moscú, Progreso, 1966, t. S.

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fondo la cuestión subyacente sería la d e l proceso d e hegem oneizarión de u na clase alternativa en ta n to fenóm eno presente en el ejercicio del p o d er poste­ rio r a las revoluciones burguesas.

n

L a dilucidación del concepto de hegem onía lleva necesariam ente a su revisión sistem ática p ara aclarar la acepción que le d iero n los teóricos más reconocidos del m arxism o contem poráneo, es decir del m om ento del im perialism o. De la m oda h a n surgido distintas interpretaciones; abusando del concepto d e “guerra dc posiciones” , se lo circunscribe al te rren o del p arlam entarism o o se pretend e presentarlo com o irreconciliable con la noción leninista d c " d ic tad u ra del pro le taria d o ”, en u n afán de co n trap o n er a am bos m ilitantes desde posiciones academ icistas y reformistas. E n el terren o del conocim iento se obliga a la precisión del concepto y al estudio de su co n tin u id ad o ru p tu ra en tre los teóricos aludidos, p o r lo cual el sentido de la preocupación n o es p o r el m om ento de tip o p artidista. E n tal circunstancia se hace referencia a la acepción q ue le d ieron prin cipalm en te L enin y G ramsci. Sin em bargo, la reflexión leninista de la d ictad ura del p ro letariad o inscribe un c o n ju n to d e elem entos q ue, en su concepción, deb erían co m p artir todas aquellas convulsiones sociales q u e p reten d iera n ig u alar las conquistas de los soviets. Esta d ic tad u ra en ta n to proyecto d e organización estatal debería em a­ n a r de la fuerza revolucionaria de las masas, estableciendo de facto su nuevo p oder arm ado sin respeto alguno p o r las leyes; en este renglón L cn in fue muy claro al enfatizar q u e ese po der p a rte d e la “ iniciativa d irecta d e las masas popu lares desde abajo, y n o en la ley prom ulgada p o r el pod er centralizado del estado".4 En esta perspectiva, la lite ra tu ra leninista y el decurso de la Revolución de o ctubre expresaron la convicción de u n a revolución desde abajo, con la p re­ sencia d eterm in an te de las masas en la ejecución de los actos revolucionarios. C ircunscribir, sin em bargo, el problem a de la d ic tad u ra p ro le taria a la em er­ gencia revolucionaria de las masas en el m om ento del m áxim o d esarrollo de la sociedad, sim plifica el concepto y ofrece u n a visión espontaneísta de la revolución. De acuerdo con L enin, la d ic tad u ra del p ro letariad o estaría lejos de ser u n poder im puesto a la sociedad p o r un reducido gru p o de “ revolucio­ narios profesionales”. E n frecuentes ocasiones insiste en d e ja r claro q u e el p roblem a de la revolución y d e la construcción d e la d ic tad u ra p ro le taria es u n asu n to de las masas organizadas p artid ariam en te. Esta organización política de las masas debe estar bajo la dirección política del proletariado , de ah í qu e h acia 1921, cuando casi se h ab ía clausurado la g u erra civil, L enin escribiera: * V. I. Lenin, “La dualidad de poderes", en Obras Escogidas, Moscú, Progreso, 1960, t. 1, p. 40.

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“ La d ic tad u ra del pro le taria d o significa la dirección de la política p or el p ro­ letariado. Éste, com o clase dirigente, do m ina nte, debe saber d irig ir la política d e tal m odo q u e resuelva, en p rim er térm ino, la tarea más urgente, la m ás c a n d e n te /'8 En este o rd en d e ideas es com prensible q u e L enin hubiese concebido de fa d o el problem a de la hegem onía en térm inos de la capacidad d irigente del pro le taria d o sobre el co n ju n to de los grupos afines. L a Revolución rusa, vale la pena recordarlo, h ab ría fracasado si n o hubiese contem plado esa perspec­ tiva: la capacidad d irig ente del p a rtid o bolchevique sobre las clases aliadas qu e p erm itió im p rim ir su carácter al m ovim iento de masas. El sistema de alianzas se resum e en la denom inación q u e d io L en in al régim en soviético: d ictad ura obrero-cam pesina. El proceso de construcción del p ro letariad o ruso com o clase hegem ónica se descubre fundam en talm en te e n el trayecto q u e va de febrero a o ctubre de 1917, au n q u e con p ro p ied ad podría considerarse desde 1905. El p artid o bolchevique levantó la consigna de “ tod o el po der a los soviets” en el m om ento en que congregó bajo la dirección política del pro letariad o al grueso d e las masas populares, fundam entalm ente al cam pesinado, al p actar alianzas con los eseristas de izq u ierda y al en arb o lar las d em andas campesinas.® T o d av ía más, los bolcheviques se decidieron a tom ar el control del estado sólo en el m om ento en q u e aseguraron su hegem onía, es decir su dirigencia sobre las clases que trad icionalm ente h ab ían sido explotadas p o r el zarismo, llegando incluso a d i­ rig ir a la sociedad rusa a pesar de la política burguesa que qu ería im poner el g ob ierno de Kerensky. Dc hecho, desde la incom pleta revolución dem ocráticoburguesa de 1905, a diferencia de los m encheviques, que aú n en 1917 insistían en darle la dirección a la burguesía, L enin ya h ab ía insistido en q ue el proleta­ ria d o po día d irig ir el proceso. Desde esta perspectiva resultan discutibles aque­ llas tesis, hoy en boga, que resum en la estrategia de L enin com o la del "asalto fro n ta l", atrib uyéndole posiciones blan qu istas al ex clu ir de su pensam iento el desarrollo de u n a p olítica p o r alcanzar la hegem onía proletaria. El hecho de que p or las condiciones rusas d e n u lo desarrollo d e las instancias dirigentes de la burguesía se hubiese acelerado la tom a del Palacio de Invierno, n o invalida el qu e los bolcheviques hayan d esarrollado la hegem onía de la clase ob rera para el derrocam iento del zarism o y la consolidación de los soviets e n ta n to órgano de poder estatal altern ativ o al poder burgués congregado en el gobierno provisional.7 8 “Sobre el impuesto en especie", en Obras Escogidas. Moscú, Progreso, 1966. t. 3. p. 612. (Cursivas nuestras.) ® V. I. Lenin, “Dos tácticas de la socialdemocrada en la revolución democraticoburguesa", en Obras Escogidas, Moscú, Progreso, 1966, t. 3. “ La literatura sobre el particular es abundante; para el caso baste con recordar los si­ guientes textos de Lenin del período comprendido entre febrero y octubre de 1917: “Las urcas del proletariado en la presente revolución” (Tesis de abril); “Las tareas del proleta­ riado en nuestra revolución”; "La crisis ha madurado” y la “Carta del CC a los comités dc Moscú, retrogrado y a los bolcheviques, miembros de los soviets de Petrogrado y Moscú”, en Obras Escogidas, Mokú, Progreso, 1960, t. 2. El trabajo dc León Trotsky Historia de la Revolución Rusa, México, Juan Pablos. 1972, está orientado a mostrar las formas que uti­ liza el proletariado ruso para la construcción de la hegemonía entre febrero y octubre de 1917.

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Para Lenin, en síntesis, el problem a de la dictad ura del pro le taria d o con­ siste en la necesidad de la clase obrera d e co nstru ir un estado q u e consolide su carácter d o m in an te sobre las clases opositoras. A dem ás, este objetivo com pren­ d e la elaboración y d esarrollo de sus funciones dirigentes sobre las clases o g ru ­ pos sociales afines, p a ra lo cual d eb e desplegar u n con ju n to de alianzas que lo conduzcan a convertirse en clase hegem ónica, es decir en la clase capacitada p ara a g ru p ar y g u ia r al co n ju n to d e la sociedad hacia la constitución dc u n nuevo estado. A nto n io G ramsci fin caría sus reflexiones teóricas y su proyecto p olítico en la experiencia bolchevique y en "el m arxism o de la época de L e n in ”. Su preo ­ cupación central a lo largo de su vida fue la revolución en Ita lia . Su proyec­ ción de las vías q ue asum iría el proceso fue elabo rada a p a rtir de la concepción leninista del p artid o y d e la revolución. Al igual qu e L enin, G ram sci tu vo el g ran m érito de saber adecuar el m arxism o a su realid ad nacional, a u n q u e su in terp retación del concepto de hegem onía se ubica en un cam po histórico d i­ ferente. M ientras las elaboraciones de L enin estarían circunscritas a los mo­ m entos coyunturales y a los problem as q u e en frentó y resolvió la clase obrera rusa en el desarrollo dc su hegem onía y en la construcción de su versión de la d ic tad u ra del p roletariad o, p ara G ram sci sus concepciones estarían influidas por dos acontecim ientos históricos: la experiencia consejista y el proceso de consolidación del fascismo. AI fracaso de la experiencia consejista siguió la reflexión sobre las razones histórico-políticas q u e im po sib ilitaron la configu­ ración de esa experiencia estatal p roletaria. L a reflexión lo co ndujo necesaria­ m ente a u n análisis m inucioso del desarrollo alcanzado p o r el estado burgués italiano , con avances más notorios con relación al viejo régim en zarista. Ita lia n o d ejaba de ser u n país de tradición y desarrollo político notorios. El régim en d e partidos, la vida sindical y diversas expresiones de dem ocracia burguesa existían desde fines del siglo xix. La posición q ue se concentrara en la fórm ula “O rien te d istin to de O ccidente” resaltaría las distintas tradiciones político-culturales, y m ostraría u n a vez m ás q u e a p esar de esas diferencias R usia era u n p u n to d e referencia p ara la reflexión sobre la revolución en Europa.* A dem ás, la m anera como el fascismo em ergió y se encu m b ró en el p o d er propo rcionaron a G ram sci u n cam po de reflexión cualitativam en te dis­ tin to al experim en tado p o r el bolchevism o. Las elaboraciones conceptuales dc G ram sci eran obligadas p ara poder concebir las necesidades políticas y la estrategia q u e se debería seguir en Ita lia p ara q u e la clase obrera conquistara la hegem onía. Com o consecuencia, G ram sci dedicó u n a buena p a rte de su tiem po, sobre todo desde 1926, a pensar la hegem onía en ta n to fenóm eno p o­ lítico y las acciones que debería em pren der el “ p rín cip e m oderno” p ara la for­ m ación de u n a nueva “ v oluntad colectiva p opular-nacional” q u e condujera a la expansión de la hegem onía de la clase o b rera italiana. E n n in g ú n m om ento G ram sci dejó de p en sar en su o bjetivo de in sta u rar la dic tad u ra del pro le taria d o en Ita lia ;9 sin em bargo, de h ab e r reducido su pen­ 8 Pcrry Anderson en “Las antinomias de Antonio Gramsci”, Cuadernos Políticos, México. julio-septiembre de 1977, hace un análisis del problema en otro sentido. o Los escritos juveniles de Gramsci hacen frecuentes referencias a la necesidad de la dicta­ dura del proletariado. En las "Tesis de Lyon” el problema se plantea con mayor precisión. era,

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sam ien to a ese problem a, en n ada h ab ría avanzado con respecto al d esarrollo d el análisis m arxista hasta Lenin, n i tam poco h a b ría co n trib u id o a la tradición de lucha de la clase o b rera italian a. U n a d e sus aportaciones fue la am pliación del concepto de hegem onía, su ubicación en la teoría del estado y su inclusión en u n a estrategia para la im plan tació n de la d ic tad u ra p ro le taria . E n suma, m ien tras L cnin analizó concretam ente el proceso d e expansión de la hegem o­ n ía de la clase obrera rusa, Gram sci, p o r su parte, orie n tó su pensam iento a la necesidad de estu d iar la viab ilidad de la construcción de la hegem onía, do nd e el p a rtid o te n d ría la responsabilidad d e co nstru irla m ed ian te el desarrollo de u n a nu ev a “ v o lu n tad colectiva". E n los escritos an teriores a 1926 —año d e su encarcelam iento— G ram sci em ­ pleó el concepto de hegem onía sólo en el sentido de la constitución del p ro le­ ta riad o italian o en estado, p ara más ad e lan te darle extensión en térm inos del d esarrollo d e las funciones dirigentes y dom inantes. Ya en el conocido texto A lgu n os temas sobre la cuestión m eridional m enciona q u e la creación dc un sistema d e alianzas es lo q u e p erm ite al pro le taria d o “convertirse en clase d iri­ gente y d o m in an te ", relacion an do su idea con el concepto de dic tad u ra del p ro le taria d o .10 En los escritos de la cárcel G ram sci realiza la am pliación del concepto al estu d iarlo com o u n a cuestión in h e ren te a las dom inaciones de clase; o sea su­ p era la reflexión referida exclusivam ente al pro le taria d o p ara abarcar el fenó­ m eno de la dom inación política en general. P ara el caso baste retrotraerse al frecu en tad o texto de E l R iso rg im ento, d o n ­ de al analizar el desarrollo p olítico d e la burguesía italian a con referencia a la actuación política de los jacobinos en la Revolución francesa, utiliza el concepto de hegem onía en térm inos de dirigencia y dom inio, e n ta n to dinám ica p ro p ia de la actuación política d e la burguesía italian a. D c esta m an era G ram sci concluye u n "criterio m etodológico" p a ra la ciencia p o lític a en el sentido de q u e "la suprem acía de un g ru p o social se m anifiesta d c dos modos, com o dom inio y como ‘dirección m oral e in telectu al' ",n relacio nand o am bas funciones com o elem entos q u e in teg ran toda actividad política de tip o hege­ m ónica. E n el mism o texto, G ramsci define la función d irig en te com o la capacidad q u e tiene u n a clase q u e pretenda ser hegem ónica de “ arm on izar sus intereses y aspiraciones con los intereses y aspiraciones de los otros grupos"; la conceptualiza la im posición de los intereses de u n a clase sobre las dem ás.12 Desde esta perspectiva, al igual q ue Lenin, G ram sci tien e m uy presente la política de alianzas com o un im perativo en la conform ación hegem ónica de un a clase social. E n los textos publicados com o N otas sobre M aquiavelo señala q u e "la hegem onía p resupone indu d ab lem en te q u e se tienen en cuenta los intereses Para el cato conviene recordar el texto “Sobre cuestión meridional", donde se dice: "lo* comunistas turineies se plantearon concretamente la cuestión de la ‘hegemonía del proleta­ riado*, o sea de la base social dc la dictadura proletaria y del estado obrero", en Maria-Antonietta Macciocchi, Gramsci y la Revolución de occidente, México. Siglo XXI. 1975, apén­ dice, p. 292. 10 Ibid. 11 Antonio Gramsci, El Risorgimento, Argentina, Granica. 1974, p. 96. i* Ibid., p. 140.

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RAFAEL LO YOLA DÍAZ/CARLOS MARTÍNEZ ASSAD

y las tendencias de los grupos sobre los cuales se ejerce la hegem onía, q u e se form e u n cierto eq u ilib rio de com promisos, es decir que el g ru p o dirig ente haga sacrificios de o rd en económ ico-corporativo, p ero es tam bién in du dable q u e tales sacrificios y tal com prom iso n o p ueden concernir en lo esencial, ya q u e si la hegem onía es ético-política n o pu ede d e ja r de ser tam b ién econó­ m ica, n o puede menos q u e estar basada en la función decisiva q u e el gru po d irigente ejerce en el núcleo rector de la actividad económ ica”.1* Por lo tanto , la política d e alianzas constituye u n elem ento central del desa­ rro llo dc toda clase hacia su posición hegem ónica. E n la Revolución rusa Lenin observa y estim ula esa capacidad de la clase obrera dirig id a po r el p artid o bolchevique; en G ram sci es u n señalam iento de las acciones políticas q ue deberá cu b rir el pro letariad o italian o b ajo la dirección del P artid o C om unista Italian o . M ientras q u e en el prim ero se destaca la m orfología de la hegemo­ n ía del proletariado, p ara éste constituye u n a aportación p ara el análisis polí­ tico y un proyecto para la clase ob rera italiana. El concepto es enriquecido por G ram sci con otros dos elem entos. El p rim ero, vinculado a la dirigencia, se refiere al "consenso", entend iend o po r éste la capacidad de persu ad ir a los "dirigidos” sobre la viabilidad del proyecto his­ tórico de la clase dirigente. El segundo es el de la dom inación q u e se m anifiesta por la “coerción", p o r la fuerza.14 N o es ocioso insistir en q u e p ara G ram sci la hegem onía funciona cuando predom ina la dirigencia sobre el dom inio, el consenso sobre la coerción. C uan d o sucede lo co n trario se ejerce u n a “d ic ta­ d u ra sin hegem onía", es decir u n a clase con stitu id a en estado pero sin hege­ m onía, sin capacidad de d irig ir.15 El segundo elem ento se refiere a la capacidad d e “a n u d a r” las exigencias nacionales con las internacionales. G ram sci d esarrolla esta idea a p a rtir d e la R evolución rusa, donde los bolcheviques tuvieron la capacidad de com binar las exigencias de su revolución nacional con los m arcos de la lucha in ter­ nacion al.1* El concepto de hegem onía en G ramsci n o sólo se m antiene al nivel del an á­ lisis político; en ten d erlo así es lim itar y p arcializar su concepción. P o r el contrario. alcanza su m áxim a expresión en el terreno de la lucha política y en su ubicación en u n a estrategia p ara la im plantació n del estado proletario. En este sentido, el concepto tiene u n a conexión estrecha con el d e “g u erra de posiciones” y con las funciones del p artid o. E n la m edida en q u e su preocupa­ ción cen tral es la revolución, le in q u ieta, sin sustraerse a la exp eriencia leni­ nista, d esarrollar la hegem onía d el p roletariad o. Pero este d esarrollo no surge por un im pulso espontaneísta de las masas; su po sibilidad se ubica en la for­ m ación del "p rín c ip e m oderno", del p artido , en cu a n to organism o responsable d e im pulsar la hegem onía.

13 A ntonio Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el estado moderno, México, J u a n Pablos, 1975. p . 55.

«« Ibid. 13 A ntonio Gramsci, El Risorgimento, cit., p . 140. >0 A ntonio Gramsci, Notas sobre Maquiavelo. . . , cit., p . 148.

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LA HEGEMONÍA COMO EJERCICIO DE LA DOMINACIÓN

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III

E l concepto de hegem onía en la acepción final q ue le confiere G ram sci puede ser presen tad o como u n a contrib ución valiosa p ara la reflexión d e la dom ina­ ción p olítica en A m érica L a tin a y p articu larm en te en el caso de M éxico. P ara M éxico el pro b lem a dc las form as q u e asume la dom inación p olítica reviste dificultades q ue en co n trarían su explicación en la m anera como están constituidas las d istin tas fuerzas económicas q u e d an v ida al d esarrollo del cap ital. E n esencia, el desarrollo económ ico del país está centralizado en las em presas estatales y en las corporaciones económicas extranjeras, fu n d am en ­ talm en te norteam ericanas. A esta situación se agrega el m arcado auto ritarism o del funcion am iento estatal, cualid ad q u e se m anifiesta frecuentem ente en la solución de aquellos conflictos con las clases populares en cu a n to ate n ta n con­ tra la legitim idad y la au to rid ad estatal. En tal circunstancia, se encu en tran a m enudo análisis en los q ue se divorcia al estado m exicano de las clases d om inantes; se cuestiona incluso la existencia d e u n a burguesía n ativ a y, otras veces, se d u d a de la capacidad dirig ente del p ro p io estado p o r sus constantes expresiones autoritarias, en ocasiones de tip o represivo. L a relevancia del concepto de hegem onía en térm inos de dirigencia-consenso p lan tea la contradicción sobre la capacidad d irigen te d e la burguesía m exicana —sin im p o rtar la procedencia de la inversión—, en v irtu d d e q ue a pesar del a u to ritarism o estatal resulta discutible q u e la dom inación p olítica sólo se fu n ­ d am ente en la coerción. L a existencia d e un régim en de p a rtid o único, donde las capas m ayoritarias de la población se hacen presentes: en un a política con “ju sticia social” q u e sólo inco rp oraría aquellas reivindicaciones po pulares fu n­ cionales a la am pliación de un m ercado in tern o —las más lim itadas, d iría G ram sci—, serían los mecanism os consensúales más aparentes. Éstos, aunados a u n a política dc control vía una supuesta alianza del estado con las organiza­ ciones obreras y cam pesinas, llevarían necesariam ente al reconocim iento de la capacidad d irigente de la clase dom inante. El problem a se com plejiza con el increm ento dc la participación d e la clase d o m in an te en los organism os q u e integ ran la “sociedad civil’’, tales com o la escuela, los m edios d e inform ación, las asociaciones culturales, etc., qu e refor­ zarían su dirigencia, encub riendo su carácter de clase dom inante. El p roblem a se enriquece con la reflexión gram sciana a propósito de los “ intelectuales orgánicos”, agentes ejecutores de la dom inación y la dirigencia. E n este sentido se po dría pensar q u e la Revolución m exicana generó, en tre otras cosas, un nuevo tip o de dirigentes políticos caracterizados en sus prim e­ ros años com o populistas, p ara dc ah í p asar a convertirse en tecnócratas espe­ cializados en las distintas ram as del ejercicio d e la dom inación política y de la conducción económ ica (organizadores em p resariales). C om o vertiente p ara la con tin u id ad del análisis político, se pu ede concretar la validez de la utilización del concepto de hegem onía en varias propuestas analíticas y prem isas q u e deben ser consideradas. 1] el enriquecim ien to del concepto de hegem onía, siguiendo a L enin y a

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M a r t ín e z asaad

Gram sci, sólo p o d ría ser posible a p a rtir del estudio d e las situaciones con­ cretas, lo q u e p erm itiría develar el verdadero carácter del estado y las diversas expresiones q ue asum e la dom inación. 2] el análisis debe contem plar la relación q u e m antiene la burguesía o rg an i­ zada estatalm cnte con las clases subalternas, en cuanto a su capacidad para in ­ co rp o rar las dem andas populares en función de sus intereses históricos, lo que le d aría la calidad d e hegem ónica, o si po r el co n trario sólo se m an tien e como dom inante. 3] el uso d el concepto dc hegem onía rep lan tea ría sin d u d a el análisis del estado, q u e siem pre representaría la d ic ta d u ra de u n a clase. Es im posible, por ta n to , desvincular al estado de la burguesía p ara el conocim iento de las socie­ dades latinoam ericanas, con el fin de ev itar falsas opciones q u e lleven al fra­ caso a los in tento s liberadores del pro letariad o. Del conocim iento exacto del estado y d e sus prácticas d e dom inación depende el éxito de la revolución y el proyecto d e hcgemoneización-consolidación d e u n a nueva sociedad. 4] d ebe evitarse q u e el concepto sea reclam ado desde posiciones q u e se dicen m arxistas p ero q u e niegan el fu nd am en to de las posibilidades organizativas d e la clase obrera; es decir q u e rechazan el p a rtid o en ta n to organism o nece­ sario p ara " ed u c ar'' políticam ente a la clase, form ar sus "intelectuales orgán i­ cos" y d elin ear u n a p olítica que posibilite sus aspiraciones hegcmónicas. P o r últim o, a la cuestión general d el estudio de la hegem onía valdría la pena agregar q u e ta n to en L e n in com o en G ram sci las altern ativ as se d ieron en relación directa con la d inám ica de las luchas en las cuales p articip aron . H icieron de la teoría y d e la práctica p olítica u na sola u n id ad . En el m om ento actual am bos niveles tien d en a separarse. La teoría p retend e im portarse del viejo continente, cuando los vientos del cam bio proceden de otras latitudest. Los ú ltim os tiem pos de A m érica L a tin a h an sido los del dram a d e la búsqueda de u n a alternativa. Si los años sesenta fueron m arcados po r la Revolución cubana, los más recientes se identificaron con el sueño de la U n id ad P opular. La R evolución nicaragüense hereda estas experiencias y en su ju icio crítico reside u n fu tu ro q u e se vislum bra más halagüeño.

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A P A R A T O D E E STA D O Y FO R M A D E ES T A D O ' NORBERT LECH N ER

Zusammcnfassung dcr bürgerlichcn Gesellschaít unter der Form des Staats [Síntesis de la sociedad civil bajo la forma de estado] MARX (1857)

I.

ESTRATEGIA DE PODER Y ESTRATEGIA DE ORDEN

P rop ong o pensar las altern ativ as políticas en A m érica L atin a p artien d o del siguiente supuesto: los p artido s de izquierda, al m enos en C hile, tienen más bien una estrategia de poder q u e u n a estrategia d e orden. U na estrategia de p o d er consiste en llevar la lucha p o r la organización de la sociedad en u n p la n o corporativo com o defensa de intereses particulares. El dilem a de la izquierda chilena es q u e su fuerza —la fuerza d c u n m ovim iento p o p u la r con larga experiencia de organización y lucha— sea a la vez su d eb ili­ d ad : u n a lim itación corporativista a la defensa de la clase o brera. Se tra ta de u n ejem plo del reduccionism o de clase, señalado p o r L aclau,1 q u e hace d e los procesos políticos e ideológicos meros epifenóm enos de la estru ctura económ i­ ca. T o m a n d o a las clases com o "sujetos históricos” preconstituidos (con sus "correspondientes” posiciones políticas e ideológicas) se llega a u n a visión instru m en talista del estado; el estado es identificado con el gobierno al servi­ cio d e u n a clase y la lucha d e p o d er con el control d e la m a q u in aria estatal. La política no es entonces m ás que ac u m u lar fuerzas (o cu par posiciones, con­ tro la r procesos, am p lia r cuotas de poder) p ara fin alm en te p asar al asalto y la conquista d el estado-gobierno. Así com o desde la oposición se p la n tean reivindicaciones fren te a l estado, así se p la n tea la fu tu ra organización social a p a rtir del estado. E n am bos casos, las izquierdas vislum bran solam ente el aspecto más tang ib le del estado —el a p a ra to organizacional— y tienden a m edir la revolución po r la destrucción de ese ap arato . Dc hecho, sin em bargo, au n allí d o n d e exccpcionalm ente se des­ truy ó el viejo a p a ra to estatal com o en C ub a y N icaragua, n o se p ud o n i se p o d rá prescindir de u n a m aq u in aria burocrática. P or el co ntrario , ésta es for­ talecida y, en p arte, precisam ente po rq u e se concibe la transform ación social com o u na actividad estatal. Se a b re entonces u n enorm e abism o en tre el nuevo estado y a q u e lla vieja prom esa d e q u e el estado se extin gu e. El estado socia­ lista ya n o en c u en tra apoyo en la representación p arlam en taria, d eclarad a ob. soleta p o r burguesa, ni puede legitim arse p o r lo q u e a toda luz n o ocurre: la • Este trabajo forma parte dc una investigación mayor sobre el estado que llevó a cabo gradas a una subvención del Sodal Sdence Research Council. i Ernesto Laclau, Política e ideología en la teoría marxista, México, Siglo XXI. 1978. {81]

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NOKBFRT LFCHNFR

ex tinció n del estado. La u to p ía de u n estado p o r ex tinguirse se transform a en u n a ideología justificatoria, que oculta la persistencia de relaciones je rá rq u i­ cas dc subordinación y som etim iento. N o es ajena a esta situación la escasa preocupación de los partidos de izquier­ d a p o r la m ediación en tre la satisfacción de los intereses particulares y la reali­ zación d e un interés general. La crítica a la falsa generalidad h a conducido a u n a negación de " lo generar*, im p idien do el desarrollo de u n a estrategia d c orden. N o se tra ta a q u í de rastrea r la influencia de un m aterialism o banal, el economicismo, en esa m u tilación del pensam iento m arxista. Sólo verifico la despreocupación de las izquierdas p o r los fenóm enos de representación co­ lectiva, desdeñando toda referencia trascendente com o u n a alienación o sim ple su|>erstición. El exceso de "realp o litik ” ignora la fuerza de la “ idea de ord en". De hecho, existe u n consentim iento im plícito acerca de algo así com o el “ bien com ún" o el “ interés general". T a l referencia tácita siem pre se vuelve m anifiesta cuan, d o surge u n conflicto sobre m aterias fundam entales, cuestionando la validez del o rd en establecido. I-as derechas invocan entonces ya no la ley sino el "es­ p íritu de la ley". De m anera ilustrativa, recu erd o la justificación d ada p or un general chileno: A llende fue derrocado n o p o r h ab e r q u eb rad o la legalidad sino p or h aber aten tad o contra el espíritu de la constitución. ¿Q ué es aquel “ espíritu de la constitución” ? Ya H obbes en su referencia al Leviatán como “ Dios m o rtal" y Rousseau en su “ volonté générale" in tuyeron q u e las in stitu ­ ciones sociales son anim adas por u n espíritu. Existe u n " esp íritu de las insta­ laciones" com o existe u n "esp íritu dc las leyes”. E l co m p rob ar la opcrancia d e tal "esp íritu ” m e lleva dc u n análisis d c los m ecanism os de norm alización m ediante los cuales los regím enes m ilitares en el C ono S ur in stau ran un orden, un o rd en fáctico, pero orden en fin,3 a u na indagación teórica acerca de la constitución del orden. En esta perspectiva general se sitúa el presente estudio sobre la form a dc estado. Intro d uzco rápidam ente m i línea d e reflexión. Presum o q ue las estrategias dc orden se fu n d an en com plejos procesos y resortes de poder; son las relacio­ nes de poder las q u e van secretando el orden. F o u c a u lta h a m ostrado bien los mecanism os de poder m ediante los cuales se im pone un orden d e d iferen cia­ ción y jerarquización. E l o rd en es, desde luego, u n a estructu ra de distinciones. Pero, p o r lo mism o, tam bién u n a form a de unidad . U n a sim ple “ m icrofísica del p o d er” 4 tiende a d ilu ir lo q u e es justam ente su ob jeto de análisis p o r no considerar la "m etafísica del o rd en ” ; es decir, su dependencia d e u na trascen­ dencia. En otras palabras: si en el análisis d e F oucault el p o d er tien de a d i­ luirse. ello n o se debe a la falta de u na determ inación clasista prefijada. Se tra ta ju sta m en te dc la constitución po lítica de las clases y sus contradicciones. P ara ev itar el reduccionism o dc clase, F o ucault tiene razón en 110 red u cir las relaciones de p o d er a las relaciones económicas y en destacar, en cam bio, el com plejo ám b ito de la "vid a co tid ian a”. Es éste u n lu gar privilegiado para 2 Norbcrt Lechner, “Poder y orden. La estrategia «le la minoría comusiente", en Ra-ista Mexicana dc Sudo logia, núm. 1, 19783 Mulle! Foucault, Vigilar y castigar, México. Siglo XXI. 1976. * Michel Foucault, I.a mictofisica del poder, Madrid. La Piqueta. 1978.

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APARATO DF. ESTADO V FORMA DE ESTADO

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estu d iar cómo los hom bres particulares se o bjetivan y, form ándose a sí mismos, auto rrep ro d u cen la vida social en cuan to o rd en genérico. Sin em bargo, este

orden p e r a l, no es directamente transparente a l« hornees particulares, se vislum bra sólo dc m anera m ediatizada a través dc la cristaliración del sentido im plícito a las prácticas sociales. M i alusión a la "m etafísica del o rd en" quiere llam ar la aten ción sobre " lo general” com o el referente trascendental de la pu g na en tre intereses y valores particu lares y p roblem atizar esa trascendencia com o p rod u cto social. M etodológicam ente, el enfoque pone el acento sobre la sociedad en su to ta­ lidad; se tra ta de ab o rd ar la sociedad en cuanto sociedad a la vez dividida y un ida. Interesa ta n to q u é y cómo se pro du ce la división d e la sociedad como lo q u e cohesiona y resum e la convivencia social. C om o hipótesis afirm o que el poder un ificad or d e la sociedad, generado po r la mism a división social, es el estado. P ropongo d istin g u ir en tre a p a ra to dc estado y form a de estado y considerar el estado qua form a com o el referente fu n d an te de la convivencia social. R etom an do reflexiones antropológicas de M arcel G auchet,5 supongo q u e toda sociedad d iv id id a objetiva y exterioriza en un lugar fuera de ella el sentido de su práctica social y q ue es p or referencia a ese lugar dc sentido —la form a “estado”— que la sociedad se reconoce y actúa sobre sí mism a. Se tra ta pues d e analizar, “ más allá” del a p a ra to de estado, aq uella dim ensión “físicam ente m etafísica" del estado p ara com prender la constitución del orden p o r m edio de esc referente trascendental. Lugo de esbozar la problem ática propuesta en su contexto p olítico y en su perspectiva práctica, paso a s itu a r brevem ente m i indagación d en tro de la presente discusión sobre G ramsci. R ecurro —no casualm ente— a M aquiavelo, u n a de las fuentes d e la renovación gram sciana del análisis político. C uan d o el cardenal de A mboise dice q u e los italianos n ad a en tien d en del arte dc la guerra, M aquiavelo le responde q u e los franceses n o en tiend en nada d e los negocios de estado (E l príncipe, cap. iii, fin a l) . Lo q u e q u ie re expresar M aquiavelo con esta anécdota es q u e los resortes del po der (la gu erra) deben estar al servicio del o rd en (el es ta d o ). Puede decirse qu e to d a la preocupación de M aquiavelo gira en to rn o de este asunto. H ay q u e conocer los procesos y m e­ canismos del poder, pero n o com o u n “ arte p or el a rte ” sino p ara con struir o defender un orden. Él reconoce en el orden ya n o una disposición divina sino u n a em presa social. N o se com prendería lo novedoso de M aquiavelo si se tom ara su tra tad o d e la política com o u n co n ju n to de “ reglas técnicas” sin relacio narlo con la intención de fondo: la construcción de u n orden estatal en Ita lia . P o r eso mism o, la alusión de M aquiavelo parece con trad ictoria, pues ju stam en te los franceses dem ostraron saber cóm o se construye u n estado n a ­ cional. Así lo in terp reta Gramsci.® Sin em bargo, quizá el aforism o sea más qu e un a dem ostración d e ingenio. L o q u e el florentino' puede h ab e r q uerido insi­ n u a r es q u e los franceses lograron co nstru ir u n ap arato centralizado de dom i­ nación (u n a p a ra to burocrático-m ilitar q ue conoce el arte de la guerra, o sea la relación p u ra de poder), pero sin h a b e r en ten d id o la idea de orden y, po r 3 Marcel Gauchet, "La dette du sens ct les racines dc l'Élat", Libre 2. « Antonio Gramsci, La política y el estado moderno, Barcelona, Península, 1971, p. 160.

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NORBERT LCCHNER

consiguiente, procediendo en Ita lia con u n sim ple criterio p articularista. Es decir, la m o narqu ía francesa h ab ría actu ad o al estilo de una “ intervención g u b ern am en ta l" en lugar de crear un nuevo orden. O bservando el surgim ien­ to del estado m oderno y su independízación de los intereses dinásticos, o sea vislum bran do la su stan tiv ad ó n del estado en u n sujeto d o ta d o d c v ida pro p ia —la razón dc estado— M aquiavelo estaría refiriéndose a la no-constitución de u n a form a dc estado. Sea com o fuera la interpretación correcta del aforism o, encontram os ya en M aquiavelo la confrontación de poder y orden y —hipótesis tentativ a— la a lu ­ sión a u na doble noción de estado: estatal y a p a ra to burocrático. P o r lo dem ás, esta distinción n o es ajen a a G ramsci. La fam osa contraposi­ ción del estado en O rien te y en O ccidente no es solam ente u n a d istinción gcográfico-cultural. D e hecho, alude a dos conceptos de estado, q u e coexisten en am bas partes pero con diferente predom inio. En O rien te (URSS) p redom ina el a p a ra to estatal, la intervención gu b ern am en tal; to do se espera d e y se realiza p o r la m á quin a adm inistrativa centralizada. Ello da lugar a lo q ue hoy llam a­ mos “ estatism o”. En O ccidente, el a p a ra to de estado n o es más q u e u na trin ­ chera avanzada o bien —en térm inos m enos m ilitares— la personificación de u n a in tan g ib le "id ea de estado’’. Predom ina el estado en cu anto rep resen ta­ ción sim bólica d e la sociedad q u e expresa d eterm inad a “civilización" y adecúa el co m p ortam iento de los hom bres a ella. E stu d ian d o la fuerza de esa "idea de estado” (lo q u e p o d ría denom inarse Staatlichkeit en alem án o stateness en in g lés), en las sociedades capitalistas desarrolladas G ram sci elabora el concepto de hegem onía. P o r hegem onía G ram sci en tien d e describ ir y precisar ju stam en te esa transform ación de u n p o d er p articu lar e n u n o rd en general. La hegem onía de u n g ru p o social, dice G ramsci, se crea "p la n te a n d o todas las cuestiones en to rn o a las cuales hierve la lucha n o sólo en el p la n o corporativo sino en u n plan o 'un iv ersal' ”.7 Para pasar de un p la n o co rp orativ o a u n p la n o de g eneralidad el m ovim iento po­ p u la r req u iere un "esp íritu estatal” ; d ebe p en sar el proceso social (y su inser­ ción en él) com o u n a to talid ad y n o "desde u n a esq uina”. Es decir, d ebe ad q u i­ rir la conciencia d e responsabilidad p o r u n o rden du rable. Sólo cuando ésta se haya transform ado en u n hecho masivo se d ejará de co n fu n d ir la política con u n a gestión b urocrático-adm inistrativa. Es tal “espíritu e sta tal” (y no alg ún tip o de ind ivid ualism o pro p u g n ad o p o r las derechas) lo q u e se opone al estatism o. ¿Cómo se relacionan hegem onía y estado? N o se tra ta d e u n a “am pliació n” del estado, agregando a los "ap arato s represivos” u n sin nú m ero de "ap arato s hegem ónicos”. G ram sci insiste en los ap aratos com o la organización m aterial d e la hegem onía. P ero el estado es más q ue la sim ple adición d e “ hegem o­ n ía -f- coerción”. El estado debe ser concebido com o educador, dice Gramsci: " ta rea ed u cativa y form ativa del estado, cuyo fin es siem pre crear nuevos y m ás altos tipos de civilización, ad ecu ar la civilización y la m o ralidad de las más vastas masas pop ulares a las necesidades del desarrollo co n tin u o del ap arato económ ico de producción y, p o r consiguiente, elaborar, físicam ente incluso, t

Ibid.,

p . US.

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APARATO DE ESTADO V FORMA DE ESTADO

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nuevos tipos d e h u m a n id ad ”.8 P lantean do la cuestión del "h om b re colectivo” o del "conform ism o social”, G ramsci va más allá dc la educación form al o del d erecho positivo. E l estado educa, presiona, solicita, incita y castiga, o sea adecúa las reglas prácticas d e conducta social a d eterm in ad o estado de desarro­ llo histórico, en ta n to q u e es L ey-fundam ento de las leyes. Es este m om ento sin tetizador del estado com o representación colectiva (el estado ético) el q ue recu pera G ram sci con tra u n a concepción instru m en talista del estado, basada en el a p a ra to gubem ativo-coercitivo. Por dos razones, sin em bargo, prefiero ab o rd ar el concepto de estado en la o b ra de M arx. E n prim er lugar, p o rq u e ella sigue siendo el p rin c ip al cuer­ p o teórico d e los partidos de izquierda y, p o r lo mism o, debe ser incorporada al d eb ate estratégico. En segundo lugar, po rqu e es en M arx d o n d e se encuen­ tra n las raíces dc la "estrategia d e p o d er” q u e luego d esarro llará L enin. Pero M arx nos ofrece tam bién los elem entos para exp licar la form a d e estado y, p o r ende, p ara elab o rar u n a "estrategia de orden".

II. E L CO N C EPTO DE ESTAÜO EN MARX

R ecap itu lo el p u n to de p artid a: presum o q u e "las izquierdas" (en C hile, pero posiblem ente en toda A m érica L atina) tienen más bien u n a estrategia de poder qu e u n a estrategia d e orden y q u e tal o rientación estratégica les dificulta p la n te a r u n proyecto de sociedad altern ativa. D esarrollan su proyecto social desde u n p u n to de vista corporativo y n o en un p la n o "u n iv ersal”. E n su crítica a las falsas generalizaciones tienden a b o ta r al n iñ o ju n to al agua de la tin a: n o p erciben q u e au n un proyecto dc clase (y to do proyecto social lo es) h a dc tender a la construcción de u n ord en general. Se tra ta dc u n problem a de hegem onía en cu a n to im plica la transform ación del p od er en orden. V i­ sualizo la form a d e estado com o un m om ento dc ese proceso d e tran sform a­ ción; es p o r m edio de la form a "estado” q u e el p o d er deviene orden. F.1 estado es la form a b ajo la cual la sociedad se unifica y se representa a sí mism a. Es necesario d istin g u ir esta form a de estado de su personificación en el aparato de estado. P ropongo analizar el concepto d e estado en M arx conside­ ran d o esta distinción. P ara M arx el estado no es sino una form a p articu lar de la producción social y cae b ajo su ley general; es u n a objetivación d e la actividad hum ana. Los productos en q u e se ob jetivan los hom bres bajo las condiciones capitalistas de producción se sustantivan en sujetos ap aren tem en te autónom os. Según M arx, el estado es u na alienación en cuanto p ro d u cto social escindido de (sin m edia­ ción tran sp aren te con) los p roductores concretos. E n lugar de d eterm in ar li­ brem ente su convivencia social, los hom bres se su b ord in an a u n p o d er ajeno que, sin em bargo, ellos mismos crearon. ¿A q u é se debe esa inversión? T o d a la o b ra de M arx está dedicada a ese problem a. 8 Ibid., p. 154.

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NO RBU T LECHNl.R

Ya en su p rim era crítica a H egel, M arx insinúa —p o r analogía con la religión— u n posible enfoque del estado. El estado n o sólo está separado de la sociedad civil, es u n a separación de la sociedad con respecto a sí mism a. N o es u n en g a­ ñ o óptico n i u n a abstracción m en tal; es u n a abstracción real.® Siendo u na secreción de las mismas relaciones sociales, la form a d e gen eralidad del estado sólo su p era la división en la sociedad del mism o m odo q u e la redención reli­ giosa su pera la m iseria del m un d o profano, es decir, reconociéndola y afirm án ­ d ola o tra vez. H ay q u e rev ertir pues este m u n d o invertido. La exigencia de ab an ­ d o n a r las ilusiones acerca d e u n estado de cosas es lo m ism o q u e exigir q u e se ab an d o n e u n estado de cosas q u e necesitan ilusiones. Así, parafraseando a M arx,10 la crítica del estado sería la crítica dc la división social q u e el estado rodea d e u n halo de generalidad. Esta proposición m etodológica suele ser e n ­ ten did a com o q u e la crítica de la sociedad civil rem plazaría la crítica del esta­ do; el estudio de la llam ada “sobreestructura” sería un m ero d erivado de la crítica de la econom ía política. P o r el contrario , pienso q u e el enfoque pro ­ puesto es otro. Así como “la religiosa es, p o r u na p arte, la expresión de la m i­ seria real y p o r la otra, la protesta con tra la miseria real" (ibid.) así la form a de estado es a la vez afirm ación y negación d e la división de la sociedad. Es decir, la crítica de la falsa generalidad im plica la an ticip ació n d e u n a genera­ lidad verdadera por hacer. La crítica de M arx a la filosofía de H egel reconoce la trascendentalidad como u n a actividad h u m an a: el estado es u n a form a de gen eralidad necesaria por la división de la sociedad (la lucha de clases), pero sólo puede actu ar como sentido legitim ador en ta n to prescinde de esa división concreta. Esta genera­ lid ad es u na abstracción real: “la abstracción de la sociedad civil d e sí misma, d e su condición re a l".11 Es la sustantivación del po der social com o fetiche. Pero al reconocer en la idea hegeliana d e estado u n a abstracción real, se tiend e a b o rrar la diferencia en tre las in stitucions de d om inación y su form a subjetivada. El concepto de estado n o m bra a la vez el " a p a ra to de estado" y la “ for­ m a de estado”. P o r u n a parte, el estado es algo tang ib le y visible; p o r la otra, aparece com o interp elación ideológica, u n a construcción lógica o u n sentido valórico; en fin , com o algo intang ib le. ¿Q u é es ese algo "físicam ente metafísico” q u e n o serla ni gobierno n i u n a abstracción conceptual?

111.

UN DOBLE C ON CEPTO DE ESTADO EN MARX

Proponem os d istin g u ir dos conceptos de estado en M arx: la form a de estado y el estado-gobierno o a p a ra to estatal. A m bas conceptualizacioncs se encuen­ tra n ya insinuadas —y confun didas— en L a cuestión jud ia . P or u n lado, M arx a n u d a con la distinción hegeliana de sociedad civil y estado. El estado modei® Ludo Colletti, La cuestión de Stalin y otros escritos, Barcelona, Anagrama, 1977, pp. 121 y ss. 10 Karl Marx, Los anales franco-aletnanes, Barcelona, Martínez Roca, 1970, p. 102. 11 Karl Marx, Critica de la filosofía del estado de Hegel, México, Grijalbo, p. 142.

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no se libera d c la sociedad y a la vez lib era a la sociedad. Es decir, prescinde dc las divisiones reales de la sociedad y sim ultán eam ente las p resupone com o su prem isa n atu ral. Sólo asi, dice M arx, "p o r encim a de los elem entos especia­ les, se constituye el estado com o generalid ad ”.’2 El estado existe en cu an to dis­ tin ció n y diferencia plan teada por la sociedad civil. P or el o tro lado, M arx se refiere a " la revolución política que derrocó ese pod er señorial (particular) y elevó los asuntos del estado a asuntos del p ueb lo y q ue constituyó el estado com o asu n to general".1* A q u í se tra ta del a p a ra to estatal m od ern o e n cuanto institución p ú b lica contrapu esta a la organización p rivada d el estado absolu­ tista. El gobierno ya n o es un asu n to personal del m onarca sino u n asun to general de los ciudadanos. La d istinción q u e pensam os po der d etecta r en la cuestión ju d ía sugiere u n do b le enfoque del estado p o r p a rte de M arx: un en foq ue lógico-conceptual d e la escisión dc la sociedad en estado político y sociedad civil, y u n enfo qu e h istórico sobre el desarrollo del estado m oderno y su posición en el in terio r dc la lucha d c clases. E n el p rim er caso, el interés es po r la form a del estado en cu a n to escisión de la sociedad generada p o r la división en la sociedad. 1.a p reg u n ta subyacente es: ¿a q u é se debe q u e la sociedad tom e la form a de esta­ do? Por form a no entendem os la form a organizativa o el régim en político del estado sino u n a form a de aparición social. ¿Cómo se constituye la form a "estad o ”? E xistió "estado” en las sociedades tradicionales, en la C hin a y la R om a clá­ sica, en la época feudal, y existe en las sociedades capitalistas. E nfrentam os a q u í u n a d e las problem áticas existentes en la o b ra de M arx —la relación de teoría c histo ria. Su interés teórico es la sociedad burguesa, p ero ésta se consti­ tuye históricam ente. Busca reconstruir lógicam ente la estru c tu ra in te rn a del capitalism o, siendo las categorías lógicas, a su vez, productos históricos. Hay fenóm enos com unes a todas las sociedades y a todas las épocas, p ero sólo es relevante la forma que ad qu ieren con el capitalism o. Lo qu e distin gu e u n a época d e o tra n o es lo qu e se produce, sino cóm o se produce. Con respecto al estado, la preg u n ta es pues p o r lo específico del estado burgués. A nalizar lo q u e diferencia al estado burgués es indis¡>ensable p ara u n a reflexión sobre el estado fu tu ro , pues nos pu ed e in fo rm ar acerca d e lo q u e se pu ede esperar dc la superación del capitalism o. M arx oscila en tre dos posiciones: análisis dc la sociedad ca pitalista y análisis de toda sociedad. T a l oscilación pareciera estar vinculada a su d istinción d e esencia y form a dc ap arició n .14 ,;Se tra ta de u na esencia ontológica, in m u tab le en el tiem po histórico, con distintas form as de aparecer, o se transform a la esencia ju n to con su form a dc aparición? E n otras palabras: ¿hay algo así com o "el estado" q u e sólo con el capitalism o aparece com o tal, o el capitalism o hace efectivam ente y p o r p rim era vez al estado? D ejam os p lanteado el problem a y pasam os a considerar el segundo caso. M arx enfoca p rim o id ia lm e n te la actividad del estado: ¿qué hace el estado en la lucha d c clases? El interés ap u n ta a la constitución y las funciones dc un "acto r". P o r estado se en tien de —según la concepción usual— el a p a ra to del 12 Karl Marx. Los anales franco-alemanes, cit., p. 232. i» Ibid.. p. 247. M C. Castoriadis, Les carrefours du labyrinlhe. París, Seuil, 1978, p. 265.

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estado o gobierno. El análisis histórico se refiere al proceso d e concentración y centralización del p od er en el a p a ra to estatal y las diversas funciones que cum ple el go bierno al servicio del proceso económico.

IV . SOBRE E L ESTADO-GOBIERNO

La m ayoría d c las veces, M arx se refiere al estado en cuanto a p a ra to de gobierno. El estado-gobierno es determ in ad o po r su origen histórico, p o r su carácter de clase y su au to n o m ía relativa.15 En cada u n o de estos pu n to s es cen tral la con­ tradicción social en tre los intereses particulares y la form a de generalidad. El origen histórico del estado es situado en la división del tra b ajo y la con­ siguiente contradicción en tre el interés del ind iv id uo y el interés com ún de todos los individuos. P or m edio de esta contradicción, el interés com ún cobra u na form a pro p ia e in dependiente com o estado. M arx distin gu e en tre intereses realm en te com unes e intereses ilusoriam ente generales. P or un lado, existe u n in terés com ún, n o ta n sólo e n la idea, sino en la realidad q u e se p resenta an te to d o com o relación de m u tu a depen den cia de los individuos com o consecuen­ cia de la división del trabajo. P o r o tra p arte, el estado es la form a bajo la cual los individuos de u n a clase d o m in an te hacen valer sus intereses com unes en cu a n to clase y los haccn valer fren te a las dem ás clases com o algo ajeno c in d e­ p en d ien te, com o u n interés general. A u n q u e M arx n o ofrezca u n a distinción clara, podem os sup on er la siguien­ te relación. Los intereses com unes son an te tod o los intereses q u e tiene en co­ m ú n u n a clase. En cuanto esta clase proclam a sus intereses com unes com o válidos y vigentes p ara todos, transform a su interés p articu lar e n “ un interés general ilusorio b ajo la form a de estado”.16 T a l transform ación es propia a toda relación de dom inación. C u alq u ier clase q u e asp ira a la dom inación está obligada a p resen tar su interés p ro p io com o el interés general, a im prim ir a su concepción la form a de lo general. La dom inación se legitim a p o r m edio del reconocim iento de d eterm in ad o orden je rárq u ico com o siendo u n orden en el interés dc todos: u n a com unidad. La den un cia d e este interés general com o u n a “com unid ad ilu soria” se basa en el an tagonism o de intereses. E n la convivencia social se constituyen diferentes intereses, opuestos en tre sí. T a l oposición, sin em bargo, constituye a la vez u n a unidad. El proceso social supone u n a u tilid a d contrad ictoria, d e n tro d e la cual se desenvuelven los conflictos. En este sentido, tam bién existe u n interés realm ente com ún, basado en esa u n id a d social q u e m an tien e ju n ta s a las fuerzas centrífugas. A él alu d e M arx com o la cooperación y la dependencia recíproca d e los individuos en tre sí a raíz de la división del trabajo . Se tra ta de u n a u n id a d d iferente a la u nifica­ ción q u e im pone la dom inación. T o d a dom inación realiza u n a unificación del cu erpo social en cu an to constitución de u n ord en político. T a l unificación 15 Lclio Ba&so. Geuellschaftsjormation und Staatsform. Frankfurt, Stihrkampf. 1975. Karl Marx. La ideología alemana, Montevideo. Pueblos Unidos, 1958. p. 36.

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APARATO DE ESTADO Y FORMA DE ESTADO

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u o rdenam ien to político se levanta sobre el desarrollo de u n a interdependencia funcional. H oy no reduciríam os esta socialización fáctica al solo efecto de la división del trabajo. Pero, p or aho ra, nos basta reten er d el análisis dc M arx, q u e si b ien es la sociedad civil la q u e produce al estado, éste a su vez u n e a la sociedad dividida. El estado —m ás precisam ente la form a de estado— es la reu n ió n p olítica de la sociedad dividida. En este caso, la gen eralidad n o es la ap ariencia q u e tom a u n interés p articu lar sino u n a g en eralidad real q ue, si­ m ultán eam ente, afirm a y niega la división social. Volverem os sobre esto más adelante. A q u í ya debem os destacar nuevam ente la problem ática relación en tre teoría e historia. La interp retación del fenóm eno estatal q ue ofrece M arx en La ideo­ logía alem ana se refiere por igual a tod o estado. En n in g u n a sociedad el inte­ rés p articu lar dc los individuos coincide con su interés general y, po r tan to , toda clase tiend e a co nq uistar el poder para presen tar su interés com ún como el interés general bajo la form a de estado. Lo específico del estado burgués rad icaría, según L a ideología alem ana, en la aparición de la pro pied ad priva­ da. 1.a propied ad privada de los m edios de producción, alim entándose de u na libre fuerza de tra b a jo asalariada, ya no req uiere form as de explotación extraeconóm ica. El capital genera p o r m edio del tra b ajo u n a am plia socialización, d e m anera q u e el estado se separa del proceso económ ico y cobra “ una exis­ tencia especial ju n to a la sociedad civil y al m argen de e lla ”.17 E l estado se a p a rta de la sociedad sin d e ja r dc estar pegado a ella. L a form ulación m uy plástica de M arx tra ta de d a r cuenta de la escisión d el estado d c y su perte­ nencia orgánica a la sociedad civil. Sin em bargo, n o nos explica p o r q u é tal sociedad liberada de las ataduras religioso-políticas del feudalism o, a ú n re­ qu ie re d e u n estado. M arx nos m uestra rep etid am en te los principios abstractos del estado m oderno —liberté, égalité, fraternité— arraigados en los principios concretos de la circulación y del cam bio d e m ercancías; pero no argum enta p o r qué estos principios —q u e no son proyecciones ideológicas— cobran u na existencia especial p o r separado. Es decir, M arx no ab o rd a la constitución dc la form a burguesa del estado. Posteriorm ente a La ideología alem ana (1845-1846), M arx se refiere al esta­ d o casi exclusivam ente como gobierno de la clase burguesa. U na vez situado lógicam ente en la d enom inada sobreestructura jurídico-política q u e se levanta sobre la estru ctu ra económ ica de la sociedad (“ Prólogo” de 1859), el estado ya n o es o b je to d e un análisis teórico. Salvo escasas alusiones en la crítica del capital, el estado es ab ordado solam ente en la perspectiva más concreta de una revolución dc la dom inación burguesa. Esta línea de in terp retación históricopolítica es in augurada en el M a nifiesto com unista : ‘‘el gobierno del estado m od erno no es más q u e la ju n ta q u e adm in istra los negocios com unes d e toda la clase burguesa”.18 Esta definición clásica d eterm in a al estado en cuanto p o d er d e clase y en cu a n to m á quina gu bernam ental. C on respecto al poder de clase, el acento está puesto en los negocios com unes respecto a toda la burguesía. E l gobierno es pues au tónom o frente a las diveribid., p . 72. l* Karl Marx, iManifiesto comunista, en Marx-Engds, Obras escogidas, Moscú. Progreso. 1973, t. i, p. 35.

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sas fracciones burguesas y sus intereses particulares. Es el represen tan te del interés com ún de la burguesía en su co njun to . Y siendo la burguesía la clase d o m in an te q u e proclam a su interés como interés general de todos, el gobierno aparece como el representante oficial de toda la sociedad. R especto al a p a ra to del estado, el estudio dc la revolución tra ta de actores. En cu a n to “ acto r” y “ actividad” el estado es el gobierno. El estado-gobierno es visto com o la " m á­ q u in a de guerra*’ del capital contra el trabajo. De ah í la visión instrum entalista del estado com o sim ple órgano ejecu tor de la burguesía. La concepción del estado como po der dc clase se basa en su “auton om ía re­ lativa". ¿A utonom ía de quién? A utonom ía frente a las distin tas fracciones del cap ital en com petencia. ¿Q uién es p o rta d o r de la autonom ía? Si “el estado parece h aber ad q u irid o una com pleta au to n o m ía”, dice M arx en su análisis del estado francés, m odelo del estado m oderno, tal auton om ía se refiere a la c o n tin u a centralización dc la m á qu in a del estado.19 T a n to E l 18 B m m a rio como La guerra civil en Francia enfatizan la am pliación y el perfeccionam iento del a p a ra to estatal desde los tiem pos d e la m o narqu ía absoluta. T ie n e lugar un proceso de concentración y centralización ad m in istrativ a qu e p erm ite al gob iern o usu rp ar la representación del interés general. A través de u n largo desarrollo histórico el estado-gobierno sustrae los intereses com unes de la so­ ciedad y los asum e como interés general con trap uesto a la sociedad. M ediante este proceso de usurpación, sim ultáneo a los cam bios económicos, el estado* gobierno va a d q u irien d o “el carácter de pod er n acion al del capital sobre el trabajo, de fuerza pública organizada p ara la esclavización social, dc m áquina dc despotism o de clase”.20 Pareciera ex istir un dob le proceso dc generalización ilusoria. En el prim er caso el interés general es el interés com ún de toda la burguesía, y en el segundo, el interés p articu lar del a p a ra to burocrático. ¿Cómo se vinculan am bos proce­ sos? A través de la dependencia fun dam ental del estado con respecto a su base económica. Veamos la interp retació n predo m inan te: el d esarrollo del capital define el m arco de acción del estado (gobierno); éste debe velar p or las condi* ciones generales dc la producción capitalista. Sobre esta dejiendcncia estru ctu ral (base económica-estado) se levanta la dependencia clasista (burguesía-estado). De ah í q u e la usurpación del interés general por parte del a p a ra to de estado con espo n de a la proclam ación del interés com ún de la burguesía com o interés general. Si pese a ser ilusoria la representación del interés general aparece verosím il, ello se debe a q u e el estado es garante del capital en cu a n to u n a relación social: p or un lado, el capitalista, p o r el o tro, el o brero asalariado. El capital n o es una cosa m aterial sino u na relación social de producción, y la función del estado es asegurar y desarrollar esta relación capitalista de producción. L a acción del estado abarca p o r lo ta n to am bos exponentes de la relación: la burguesía v el pro letariado . De ah í el dualism o del estado burgués: u n po der de clase en cu bierto p o r u na apariencia de n atu ralid ad . En ta n to q u e burguesía y pro­ letariad o se en fren tan en la esfera dc la d istribución y el cam bio, do nd e rige 10 Karl Marx. OUras escogidas, cit., t. i, p. 170. 20 Ibid., t. i, p. 296.

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APARATO DF. ESTADO V FORMA DE ESTADO

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el p rin c ip io de la equivalencia, el estado aparece com o el ám b ito de los derechos hum anos y p o r encim a dc la división de clases. T o d o s com piten en igualdad de condiciones en un "m ercado p olítico ”. P ero en ta n to q u e burg ue­ sía y p ro le taria d o se en fren tan en la esfera de la producción, do n d e rein a la explotación, el estado es el g aran te de la producción de plusvalor. Ésta sería la base real del estado capitalista. Si el estado es el g aran te d el capital, ¿por q u é reivindicar fren te a él la defensa del trabajo? ¿Por qué el p ro letariad o lucha po r “arrancar, com o clase, u n a ley del estado”?21 El objetivo político inm ediato del m ovim iento obrero, escribe M arx a Boltc22 es o b ten er satisfacción de sus intereses en form a gene­ ral, es dccir, en form a q u e sea com pulsiva para toda la sociedad. Insistiendo en u n a legislación sobre la jo rn a d a de trabajo, M arx reivindica pues u n tip o de gen eralidad au n en el m arco del estado burgués. H istóricam ente, en In g laterra, la ya an tig u a intervención gub ernam ental en el control sobre los salarios y la m ovilidad d e la fuerza d c trab ajo n o es una función capitalista pura. La legislación del estado absolutista sirve ta n to al capitalism o ascendente com o a co n trarrestar sus efectos, buscando un a estabili­ zación social. L a intervención económ ica está al servicio d e u n a política de po der y sus correspondientes alianzas. C u and o en el siglo x vm se im pone el m ercado como instancia reguladora de los salarios, son los obreros los q u e bus­ can volver a la regulación ad m in istrativa d e las condiciones de trab ajo. El objetivo ta n to de la vieja “ poor law ” com o d c la posterio r p olítica laboral, q u e M arx estudia detallad am ente, n o es ta n to ofrecer u n a fuerza de tra b ajo b arata a la acum ulación de capital com o el control p olítico dc las masas des­ plazadas y pauperizadas. Se tra ta de asegurarles u n m ínim o nivel d e subsis­ tencia y, au n q u e el nivel d c tales “necesidades básicas” depen da, desde luego, de las necesidades del capital, la acción estatal se opone de hecho a la expansión n a tu ra l del capital. Incluso d u ra n te el pleno auge del capitalism o inglés en el siglo x ix (e incluso hoy día, suponem os) las reivindicaciones obreras p o r u n a intervención estatal n o sólo son dem andas sindicales sino reivindicaciones p o r lo q u e estim an ser derechos ciudadanos tradicionales. A rran car al estado u n a legislación laboral significa pues defender un derecho ad qu irido . Este desarrollo da lugar al reform ism o laborista inglés. P ero tam bién nos ind ica q u e la acción estatal pod ría respo nd er más a u n a “ lógica” p olítica qu e a u n a económ ica. El m ism o M arx n o aclara teóricam ente la relación en tre lucha política y contradicción económica. ¿Cómo se articu la la lucha contra el estado com o u n interés general ilusorio con la lucha po r u n a ley d e estado q u e dé a los intereses obreros una form a com pulsiva para toda la sociedad? H abría q u e estu d iar si la política no es u n a “ relación social d e p o d er” d iferente a la “relación social de producción”. M arx tien de a red u cir el conflicto político a u n antagonism o económico. En La ideología alem ana, p o r ejem plo, afirm a qu e “ todas las colisiones d e la historia nacen [ ...] de la contradicción en tre las fuerzas productivas y la form a de intercam bio". Y esta contradicción “ tenía que traducirse necesaria­ 21 22

Karl Marx, El capital, México. Siglo XXI, 1977, t. i, vol. 1, p. 364. Karl Marx, Obras escogidas, cit., t. i, p. 708.

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m ente, cada vez que eso ocurría, en una revolución".23 1.a lucha política en tre los g rupos sociales se transform a en u n epifenóm eno de la contradicción en tre fuerzas productivas y relaciones d e producción. Es decir la condición m aterial dc la revolución se transform a en la condición suficiente. “ Las relaciones b u r­ guesas de producción son la ú ltim a form a antagónica del proceso social dc produ cció n ”, dice M arx en el "P rólogo" de 1859. “ Pero las fuerzas productivas q u e se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa b rin d a n , al m ism o tiem ­ po, las condiciones m ateriales p ara la solución de este antagonism o. C on esta form ación social se cierra, p o r ta n to (!), la preh isto ria d e la sociedad h u m a­ n a .” Entonces, la dirección, la m eta y el resu ltad o dc la lucha d e clases ya esta ría predeterm inada. Se tra ta de u na visión objetivista, q u e encontram os ya en I m sagrada fam ilia. “N o se tra ta de lo q u e este o aquel p ro le tario o aun tod o el p ro le taria d o se im agina com o m eta. Se tra ta de lo q u e él es y de lo que de acuerdo con este ser está obligado a hacer históricam ente.” 24 La necesidad p ráctica de revolucionar la sociedad burguesa se transform a —p ara u n a visión o bjetivista de la revolución— en una necesidad histórica. E l propósito dc M arx por refu n d ar la filosofía de la historia de H egel sobre u n a base m a terialista lo im pulsó a enfocar el desarrollo dc la sociedad como u n proceso con tin u o de racionalización. El énfasis en el d esarrollo de las fuer/as productivas hace dc las luchas políticas meras form as de aparición del d esarrollo económico. A veces, incluso la m ism a revolución parece dilu irse en u n tip o de m etam orfosis del sistema capitalista. Así, sobre todo, en los G rundrisse. “ Si p o r u n lad o las fases preburguesas se presentan com o supuestos p u ram en te históricos, o sea abolidos, p o r el o tro las condiciones actuales de la producción se presentan com o aboliéndose a s i m ismas y p or ta n to como p o niend o los supuestos históricos p a ra u n nuevo o rden am ien to de la socie­ d ad .” I.a dialéctica de alienación y em ancipación ya n o radicaría en la relación de cap ital (y, po r ende, en u n m ovim iento práctico de em an cip a ció n ), sino en el mism o m odo de producción en cu a n to ám b ito d istin to al capital. “ Con ello se q u ita la ú ltim a figura servil asum ida p or la actividad h u m an a, la del tra b a jo asalariado por un lado y el capital p o r el otro, y este despojam iento m ism o es el resultado del m odo dc producción adecuado a l c a p i t a l 25 T a l en fo que term ina po r hacer d e la historia u n sujeto pro p io en co ntra dc la ad. v en en cia del joven M arx e n La sagrada fa m ilia : “ La histo ria n o hace n ad a [ . ..] Es el hom bre, el hom bre real y vivo el que hace todo.” 20 N o se tra ta aq u í d c p rofundizar esta perspectiva tcicológica en Marx.-’7 q u e po r lo dem ás es sólo u n a de las dim ensiones dc su obra. Si la hem os recordado es exclusiva­ m ente p ara situ a r la concepción dc la p olítica en M arx. M arx aborda la política com o u n a form a dc ap arició n dc las leyes del desa­ rro llo económ ico y, p o r ende, com o u n p rob lem a de coyuntura. P or consi­ g u iente, enfoca al estado com o u n a cuestión táctica. Desde el p u n to de vista 23 Karl Marx, Ln ideología alemana, etc., p. 8. Marx-EugcU. ll'erkr, Berlín, Dio!/. 1963. t. 2, p. 38. Karl Marx, Elementos fundamentales futra la critica de la economía política (Gnmtlrisie), Mixiro, Siglo XXI, 1977, vol. 1. p. 422 y vol. 2, p. 282. Marx-Kngcls. Hetkc, cit., t. 2. p. 98. -'"A. W dlm cr, Kristische Gesellsc/iafsllieorie und Positivismos, Frankíurt, Suhrkampí, 1969.

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táctico, se tra ta de p a rtir del m ovim iento real d el pro le taria d o y del estado d ad o d c su conciencia y d esarrollar en el in terio r de él u na crítica práctica. £1 énfasis en la legislación sobre la jo m a d a de tra b ajo es com prensible p o r la articu lación q u e perm ite establecer en tre las reivindicaciones m anifiestas de los obreros y la critica de la econom ía capitalista. M arx dirige esta crítica polém icam ente contra el tradeun ionism o q ue le toca vivir en Londres y contra la idea de u n “estado-vigilante” q u e prop ug na Lasallc en A lem ania, p o r u n lado, y co n tra la influ en cia an a rq u ista e n el m ovim iento intern acio nal, por el otro. De ah í su den un cia del estado burgués com o “com unidad ilusoria" y, sim ultáneam ente, su insistencia en la acción política. Es el contexto histórico y las posiciones de sus adversarios lo q u e determ ina a M arx a presen tar al estado p rin cip alm en te com o estado-gobierno. Es decir, la posición de M arx res­ pon de más a u n a decisión política q u e a u n a afirm ación teórica. E n u n a situación com o la descrita, d o n d e la lucha obrera contra las condi­ ciones capitalistas de trab ajo es objeto d e u n dob le deb ate in tern o sobre la estrategia a seguir (la polém ica co n tra B akunin y L a sallc), M arx reduce la cuestión del estado a una cuestión táctica. El objetivo p rin cipal son las rela­ ciones capitalistas d e producción. La p erm an ente d en un cia de la opresión estatal quiere pon er al descubierto sus raíces en el proceso dc producción capi­ talista. T a l parece ser la intenció n dc u n a definición del estado com o la de M arx en La guerra civil en Francia —" u n a m á qu in a nacion al d e guerra del capital contra el tra b ajo "— y q u e rep ite Engels en su "In tro d u c ció n ” a esa obra —" u n a m á q u in a para la opresión de u n a clase po r la o tra ” .28 En realidad, tal d enuncia de la “ m á quin a de estado” responde a la experiencia del m ovi­ m ien to obrero. Desde la restauración posnapoleónica y la represión dc la R e­ volución de 1848 hasta el ap lastam iento de la C om una y las leyes antisociales de Bismarck, el m ovim iento ob rero vive la opresión d irecta y ab ierta p o r parte del a p a ra to gu bern am ental. P or lo m ism o, es ta n to más llam ativa la “venera­ ción supersticiosa del estado", q ue ataca Engels en la citada "In tro d u c ció n ” de 1891. ¿A q u é se debe esa fe en el estado a pesar de la opresión existente? Si esa veneración supersticiosa del estado sigue vigente en el tam baleante "estado de bienestar” del capitalism o desarrollado e incluso en nuestros países, gober­ nados según la D octrina de la seguridad nacional, es tiem po d c preguntarse si no h ab ría q u e in v e rtir la argum entación. Más im p o rtan te q u e ex plicar las causas reales de la opresión estatal es analizar p o r q ué los hom bres, a pesar de esa opresión, creen en el estado. Es la mism a pregu nta q u e asum e M arx con respecto al cap ital. “ ¿Cómo ha pod id o dev en ir el obrero, de do m in ad o r del capital —en cuan to creador del m ism o— en esclavo del c a p ita l"? ** R especto al proceso económico, M arx analiza la inversión de la realidad social p or la cual las relaciones de prod uc­ ción aparecen "n atu rales" e independien tes de toda evolución histórica, in ­ cluso a ía conciencia obrera.30 Pero ¿no sería u n prejuicio ilum inista im p u tar a la m era conciencia el hecho d c q u e el estado ad qu iera la fuerza de u n fenó2* Fricdrich Engels. '•Introducción" a La guerra civil en Francia, en Obras escogidas, cit., I. i, pp. 296-297. 2* Kari Marx, El capital, cit., t. i, vol. 3, p. 771 n. *> Ibid., t. i, vol. 3, p. 922.

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m eno dc la naturaleza? La “esta d o latría” n o es u na superstición q u e desapa­ rezca con su explicación. Los hom bres hacen al estado. C om o d iría M arx: lo hacen, pero no lo saben. Este "n o saber” n o es u n a lim itación ideológica de la conciencia. Com o no es p o r la influencia del pensam iento de I*assalle que incluso el P rogram a de G oth a considera “ al estado com o u n ser ind ep end ien te, con sus propios fun dam en tos espirituales, m orales y liberales”, com o se qu eja M arx.31 Si en realidad la sociedad produce el estado, el fenóm eno del estado des­ bo rd a d e lejos la actividad de la m á q uin a estatal. N o basta " a m p lia r" el a p a ­ rato d e coerción física p o r los aparatos ideológicos de estado y las funciones del estado en el proceso económico. N o es q u e no sea im p o rtan te el estudio de los condicionam ientos cultu rales y d el intervencionism o económ ico. P ero tales estudios siguen centrados en el estado-gobierno y su acción y, de hecho, supo­ nen lo q u e falta explicar: la independización del estado en u n sujeto qu e resum e y representa a la sociedad.

V.

SOBRE 1 j \ FO RM A DE ESTADO

En la "In tro d u c ció n ” dc 1857 M arx ap u n ta com o u n o de los estudios a realizar: "Síntesis de la sociedad burguesa bajo la form a del estado.” Esta fórm ula repite u n a idea ya expresada en L a ideología alemana: "E l estado es la form a bajo la q u e [ ...] se condensa toda la sociedad civil de u n a época” 32 [M arx habla de Zusam m enfassung y sich zusam m enfassen q u e pu ede traducirse p o r resu­ m en, síntesis, ju n ta r, u n ir]. ¿Q ué significa “ la form a d e estado” a p a rtir del teorem a d e q u e la sociedad civil, o sea el co n ju n to de las relaciones m ateriales dc existencia, es la base real del estado? M arx se topa con el problem a de la form a d e estado a través de la conceptualización q u e hace Hegel de la escisión en tre sociedad civil y estado. E n la concepción hegeliana M arx descubre u n a religión secularizada o, d icho en otras palabras, la m istificación religiosa de la actividad hum an a-m un dan a. La form a de estado corresponde a la form a de la religión: dos form as d e enajenación y alienación de las relaciones hum anas. En el estado, al igual q u e en la reli­ gión, el ho m bre sólo se reconoce a si mism o a través d e u n círculo vicioso con la ayuda d e un interm ediario. Así com o C risto es el m ediador a q u ie n el hom ­ bre atrib u y e su pro p ia divinidad, del mism o m odo el estado político es el m e­ d ia d o r en q u ie n el ho m bre deposita la lib erta d y la ig ualdad .33 U n p rim er elem ento a reten er del análisis de M arx es esta caracterización del estado com o mediador. N o se tra ta —com o suele entenderse hoy— de la m ediación en tre la sociedad civil y el estado sino de la m ediación de los hom . Karl M an, Cn'tica del progtama de Gotha, en Obras escogidas, cit., t. li, p. 431. 32 Karl Marx, La ideología alemana, cit., p. 72. 33 G. Bcdcsehi. Alienación y fetichismo en el pensamiento de Marx, Madrid, Corazón. 1975, p. 101.

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bres consigo mismos. Nos apoyam os en el citado títu lo de 1857 q ue dice: "S ín­ tesis de la sociedad burguesa b ajo la form a de estado. C onsiderada en relación consigo m ism a.’' A firm am os com o hipótesis q u e p o r form a de estado hay que

entender

la mediación de la sociedad consigo misma. Es decir, la sociedad no

puede referirse a sí m ism a sino p o r interm edio de ia religión y del estado. 1.a form a de estado reside pues en la sociedad m ism a; se tra ta de u n a distinción in tern a a la sociedad (y p o r ta n to diferente, p or ejem plo, de la relación entro sociedad y naturaleza). P or consiguiente, h ab ría q ue p reg u n tar q u é es lo q ue hace necesaria esta m ediación de la sociedad consigo mism a. H abría u n a se­ g u n d a in terrog an te. A diferencia d e M arx, hablam os d e sociedad y n o de sociedad burguesa. La p reg u n ta sería, pues, cóm o determ in a la sociedad capi­ talista la relación de m ediación p o r m edio del estado. A ntes de proseguir, retengam os un segundo elem ento d e la analogía del estado con la religión. En un o y o tro caso se tra ta de u n a alienación. La lib er­ ta d y la igualdad del ho m bre en el cielo y en el estado se levantan sobre la servidum bre y la desigualdad en la realidad terrestre. "A llí d on de el estado h a logrado u n au tén tico d esarrollo —dice M arx en L a cuestión ju d ia — el hom . bre lleva, n o sólo en el pensam iento, en la conciencia, sino en la realid ad, en la existencia, u n a doble vida, una celestial y u n a terren al, la vida d e la com u­ n id a d política, en la que se considera com o ser colectivo, y la vida en la socie­ dad civil, en la que ac tú a como p articu lar.”34 1.a critica al divorcio en tre el h o m bre real y el hom b re p olítico es la crítica a un a alienación ya n o sólo ideo­ lógica, com o en la religión, sino a la alienación de las fuerzas reales. El estado es el ex trañ am ien to y la sustantivación de un prod ucto real de la actividad hum ana. P o r consiguiente, la solución n o puede ser u n cam bio de la conciencia n i u n m ejor estado sino la abolición misma del estado en cu anto form a escin­ d id a de la sociedad. E llo explicaría el relativo desinterés d e M arx p or la realización d e la dem ocracia com o u n perfeccionam iento del estado político. H asta el final M arx es fiel a su po stulado inicial de la em ancipación social: "sólo cu ando el hom bre h a reconocido y organizado sus Torces propres’ como fuerzas sociales y cuand o p o r lo tan to , n o desglosa ya d e sí la fuerza social bajo la form a dc fuerza política, sólo entonces se lleva a cabo la em ancipación h u m a n a ”.84 E l estado es la alienación de la fuerza social o —com o dice en L a ideología alem ana— del poder social. "E l po der social, es decir, la fuerza dc producción m u ltip licada, q u e nace p o r ob ra de la cooperación de los diferentes individuos b ajo la acción de la división del trab ajo, se Ies aparece a estos individuos, p or n o tratarse d e u n a cooperación volun taria, sino n atu ral, n o com o un poder prop io, asociado, sino com o u n poder ajen o situado al m argen dc ellos, q ue n o saben de dónde procede n i a dó nd e se dirige y que, p o r ta n to no pueden va d o m in ar [.. .1.” 80 ¿Es esta alienación del po der social específicam ente burguesa? A diferencia d e H egel, M arx n o identifica objetivación y alienación; en ta n to q u e toda actividad hu m ana siem pre se objetiva en objetos externos, so­ lam ente en la sociedad burguesa conduce a la alienación, es u n tra b ajo ex tra­ en Karl Marx, Los anales franco-alemanes, cit., p. 232. 33 ibid.. p. 249. s® Karl Marx, La ideología alemana, cit., p. 36.

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ñado. A quí, sin em bargo, M arx se refiere a la división del tra b a jo com o u n proceso co n tin u o y com ún a todos los períodos anteriores a u na cooperación v o lu n taria en tre los individuos. El estado en cu a n to acto pro p io d e los hom ­ bres, q u e se erige an te ellos en u n po der ajen o y contrapuesto, existe “ mien* tras los hom bres viven en una sociedad n a tu ra l, m ien tras se da, po r tanto, u n a separación en tre el interés p articu lar y el interés com ún, m ien tras las activida­ des, p o r consiguiente, n o aparecen d ivididas volu ntariam ente, sino p o r m odo n a tu ra l’'.87 L a d istinción en tre u n a división n a tu ra l del tra b a jo y una regula­ ción consciente de la producción aparecerá nuevam ente en E l capital. M arx establece la diferencia fundam ental, u n a ru p tu ra lógica, en tre la sociedad co* m unista y todas las sociedades anteriores (prehistóricas) d e las cuales la socie­ d ad ca p italista no es más q u e el ú ltim o cap ítulo. M arx n o precisa lo q u e es la form a del estado burgués a diferencia de form as anteriores; se tra ta siem pre d e u n p o d er social ajeno y contrapuesto. Volvemos a en c o n trar aq u í la oscila­ ción en tre el estudio de la sociedad ca p italista específica y la interpretació n histórica del desarrollo de la sociedad en cuanto historia del género hum ano. D e ser así, h ab ría q u e p reg u n tar en q u é m edida la sociedad ca pitalista hace ser o hace aparecer la form a de estado. ¿H ay desde siem pre u n a form a de estado q u e en la sociedad burguesa sólo aparece efectivam ente com o el trabajo “ to u t co u rt”, o se tra ta de u n a form a de estado q u e existe p o r p rim era vez con el capitalism o? N o encontram os u n a respuesta clara en M arx. Com o hipótesis tentativ a presum im os q u e existe una form a de estado previa a la sociedad capitalista, en cu a n to q u e toda sociedad dividida requ iere exterio rizar en u n lugar fuera de ella —la religión o el estado son dos form as posibles— el sentido de la con­ vivencia social; sentido p o r referencia al cual los hom bres se reconocen en tre sí como m iem bros de u n a mism a sociedad.38 Esta exteriorización y ob jetiv a­ ción es, desde luego, u n a alienación. L a sociedad po ne el sentido, q u e reún e y resum e su división, fuera de ella; el lugar de sentido debe estar escindido de la sociedad para po der en globar y legitim ar la escisión en la sociedad. Pero adem ás —p u n to decisivo— la sociedad se su b ord in a a ese "algo*’ exteriorizado com o a una fuerza autónom a, dotad a de vida propia. Este proceso tiene lugar en sociedades prccapitalistas, sea b ajo la form a de religión o de estado o vinculando am bas. La característica d c la sociedad capi­ talista, do n d e el proceso de secularización e individualización ha exacerbado la división social, p areciera ser la subjetivación del estado. P ara estu d iar este proceso nos parece fructífero el concepto dc fetichism o q u e desarrolla M arx a p a rtir del concepto de alienación.38 M arx d enom ina fetichism o (de m ercancía) a la vida p ro p ia q u e adqu ieren los productos del tra b ajo tan p ro n to com o se crean b ajo la form a de m ercan­ cía. C uand o los bienes son producidos p o r trabajos privados e independientes los unos de los otros —u n a consecuencia del desarrollo de la división social del tra b a jo — tom an la form a de m ercancía y establecen relaciones sociales 37 Ibid., p. 34. 3# M. Gauche!, op. cit. 39 Ycaw V. Erchenbrccht. Das Geheimnis des Fetichismus, Frankíurt, Isiael. Der Begriff Entfremdung. Frankfuit, Rowohlt, 1972.

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1976, y Joachim

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en tre sí. D e objetos se transform an en sujetos q ue se im p on en a los productores, transform ados a su vez en objetos. Esta sustantivación de la m ercancía, su vida p ro p ia, resulta del carácter p rivado del trabajo. P ara q u e éste encaje d en tro del tra b ajo colectivo de la sociedad, d e n tro d e la división social del trabajo, debe hacerse abstracción d e la desigualdad real del tra b a jo ind iv id ual. E l tra b ajo concreto sólo vale en cu an to tra b ajo abstracto-general. Se b o rra así toda h u ella del origen concreto d e los productos. Los a trib u to s físicos d e las cosas son desplazados p o r u n a trib u to metafísico: el valor. Al desaparecer la m ediación en tre los productores y sus productos, aquéllos ya n o perciben que el v alor d e sus productos es u n a relación social en tre personas p o r m edio de las cosas. “ L o misterioso de la fo n n a m ercantil consiste sencillam ente, pues, en q u e la m ism a refleja an te los hom bres el carácter social d e su p ro p io tra b ajo com o caracteres objetivos inherentes a los pro du cto s d el trabajo , como prop ie­ dades sociales n atu rales dc dichas cosas, y, p o r ende, en q u e tam bién refleja la relación social q u e m edia en tre los pro du cto res y el tra b a jo global, com o u n a relación social en tre los objetos, existentes al m argen dc los productores. Es p o r m edio de este q u id pro quo [tom ar u n a cosa p o r o tra] com o los productos d el tra b ajo se convierten en m ercancías, en cosas sensorialm ente suprasensibles o sociales.” 40 E n u n mism o m ovim iento se sustan tiv a el p ro d u cto y se cosifica el p ro d uctor. E l fetichism o se caracteriza p or estos dos elem entos de subjetivación y reificación. La reificación dc las determ inaciones sociales de la p ro d u c­ ción y la subjetivación d e las bases m ateriales d e la producción caracterizan a to do el m odo de producción cap italista.41 La esencia d e la producción cap i­ talista es el d o m in io de los objetos y d e las instituciones sociales producidas p or los hom bres sobre los p ropios hom bres, esclavos de sus m ism as fuerzas m aterializadas. La producción capitalista de m ercancías conform a u n a sociedad en q u e el proceso de producción dom ina al h o m b re en lu gar d e ser el h o m b re quien m anda sobre el proceso de producción. Incapaces d e reg u lar el tra b a jo colectivo d e la sociedad, el trab ajo social total, los hom bres están obligados a seguir los m ovim ientos caprichosos de las m ercancías. A l no log rar establecer u n a corres­ pondencia en tre el p rod ucto to tal y la d istrib u ció n del tra b ajo colectivo según las necesidades sociales, es el m ovim iento del m ercado q u ie n se encarga de esta eq uip aración ex post. Son ahora las m ercancías las q u e d ic tan las leyes que reg ulan la actividad h um an a. La “ ley del m ercado” —esa sociabilidad in d i­ recta— aparece com o “algo necesario p or naturaleza, lógico y evidente com o el p ro p io tra b a jo p ro ductivo”.42 Los hom bres creen obedecer a las norm as eternas d c la naturaleza hum ana, m ien tras q ue, en realid ad , su co m portam ien­ to obedece a las leyes de la p ro ducción m ercan til. Los supuestos derechos in n a ­ tos del ind ivid uo n o son sino u n reflejo del fetichism o. Los hom bres q u e crean el fetichism o son a la vez u n a creación d e éste. T ie n e lu gar u n a total inversión de sujeto y ob jeto, de persona y cosa, d e lo físico y lo m etafísico, de lo p articu ­ la r y lo general, de lo concreto y lo abstracto. L a sustantivación d e lo abstractogen eral es ju stam en te lo q u e caracteriza la naturaleza burguesa de las in stitu ­ to Karl Marx, El capital, cit., t. i, vol. 1, p. 88. 41 Ibid., t. i i i , vol. 8, pp. 1056 y 1117. s cuatro países de Europa del Sur citados tienen en común la existencia de una izquierda bipolariiada entre socialistas y comunistas, el hecho de que los socialistas no han sido (o lo han sido durante poco tiempo o en posición subalterna) un partido de gobierno (a diferencia de sus homóni­ mos alemanes, ingleses, suecos, austríacos, belgas, etc.) y los comunistas representan lo que se ha llamado el "eurocoraunismo" (especialmente los italianos y los españoles; los portu­ gueses recusan el término aunque su política interna sea parecida, en tanto que los franceses si bien aceptan el término y la concepción teórica del eurocomunismo, desde 1977 practican una política que recuerda las posiciones de la III Internacional anterior a la política del frente popular). No entramos en el análisis de estos cuatro países si no intentamos sacar consecuencias generales de una evolución que es diferente en cada uno de ellos pero que tiene aspectos comunes: modelo de estado centralista (el modelo administrativo “francés”), largo período de dictadura de carácter fascista (excepto en Francia, aunque la evolución de los últimos 50 años está muy definida por los años de ocupación del régimen "petainista."), peso de las estructuras agrarias tradicionales (incluso en Francia, a pesar de la reforma agra­ ria realizada por la Revolución y de disponer de unas estructuras más productivas y de una propiedad más repartida), carácter más agudo de la lucha de clases tanto a nivel político como social, etcétera.

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JORDI BORJA

olo estalinista y o tro socialdem ócrata liberal las diferencias son casi incon­ ciliables, p e ro esto n o caracteriza h oy n i al c o n ju n to d e Jos com unistas n i al c o n ju n to de los socialistas de E uro pa del Sur. E ncontram os p or ejem plo u n m arxism o más rígido en un a p a rte del socialism o francés (Ceres) q u e en el com unism o italiano. H ay veleidades izquierdistas, de tip o radical o an a rq u i­ zante en am bos partidos, com o hay posiciones ex trem adam en te m oderadas en tem as delicados de gobiern o en am bos p artidos, com o po r ejem plo el orden público, la defensa de Jas instituciones, la pro du ctivid ad, Ja restructuración económ ica, la política de defensa nacional y los bloques m ilitares, la construc­ ción de E u ro pa y el M ercado C om ún, etcétera. Hoy, es prácticam ente im posible h ab lar de u n a ideología ]>olítica co n tra­ p uesta en tre eurocom unistas y socialistas, po rq u e ni existe u n a teoría especí­ fica d e unos u otros, ni hay grandes tem as de en fren tam ien to ideológico.10 P ero sí hay un a legitim idad histórica q u e los opone: en la m edida en q u e estos partid o s son fru to de la ru p tu ra de un tronco com ún y de u n pasado H eno-de en frentam ien tos, cada uno justifica su existencia co n tra el o tro. I.as polémicas de carácter histórico o sobre cuestiones ideológicas (más conflictivas p o r el uso q u e se hace d e ellas o p o r las intenciones q u e llevan ap arejadas, in dep en ­ d ien tem en te de q u e 110 supongan g ra n diferencia en cu a n to a posiciones p o lí­ ticas) son constantes y responden más a u n a lógica de organización q u e a una o posición de proyectos políticos globales.

r] L a organización. D istinguirem os en tre núcleos dirigentes, cuadros in term e­ dios y m ilitantes d e base. Los grupos dirigentes de todos estos partid os son m uy heterogéneos in tern am en te en cu a n to a ed ad, histo ria, procedencia social estatus, etc., po r lo q u e n o es muy riguroso h ab lar del g ru p o d irig en te socia­ lista o com unista com o u n todo. Q uizá la d iferencia más significativa es q ue acceder a las direcciones com unistas supone u n a larga historia m ilitan te y una g ra n vinculación a la vida in te rn a del p artid o , m ientras q u e las direcciones socialistas tien d en a estar com puestas en gran parte p o r personalidades, nota1.a polémica sobre el marxismo iniciada en Italia y España por los socialistas (articulo de B. Craxi de 1978 y dimisión con retorno de F. González en los congresos del PSOF. de 1979) no ha «lado lugar a ningún debate de altura ni entre los socialistas ni con los comunis­ tas. Ha sido una operación estrictamente política cuyo objetivo era acentuar la "autonomía" socialista con respecto a los comunista* mediante la ruptura con la base teórico-cultural y la ideología política que tienen en común. El marxUmo, de instrumento se ha convertido así en “objeto instrutneiitalizado’’.

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IZQUIERDA Y HEGEM ONÍA E S IjOS PAÍSES

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bles, parlam entarios, cabezas dc g ru p o o de tendencia, en tod o caso dirigentes m enos integrados a u n a estructura orgánica, p or o tra parte m ucho más débil y flexible. A p arte del contencioso h istórico q u e pued e ser más o m enos fuerte, las relaciones en tre los núcleos d irig en tes son contradictorias. P or u n a parte son com petitivas, se d isp u ta n el protagonism o político, la dirección de la iz­ q u ierda, u nas bases sociales y electorales m uy sim ilares, la legitim idad de origen y la garan tía de fu tu ro . P or o tra parte to do esto tam bién los acerca, y están obligados a entend erse para acceder al po der del estado o in te n ta r fo rjar u na m ayoría. La relación en tre cuadros m edios tam bién es co ntradicto ria. La d im ensión u n ita ria puede p red om inar en tre los que ac tú an fu n d am en talm en te en las instituciones representativas (p or ejem plo, m unicipios) o en las orga­ nizaciones sociales u n itaria s (sindicatos, e tc .) . Pero en cam bio la oposición está m uchas veces en p rim er plan o en tre los cuadros dedicados a la organiza­ ción in te rn a y los cuadros sindicales (si hay división s in d ic a l). En estos casos in tervienen factores com plejos, n o siem pre explícitos y a veces inconscientes. Ix)s cuadros de organización m antienen y necesitan un fu erte patrio tism o d e p a rtid o y claras señas dc id entidad (en tre com unistas y socialistas tiend en a constituirse "co n tra el o tr o " ) . C u an to más diferenciados están estos partidos, más claro y más im p o rtan te es el papel de estos cuadros medios. C om o g ru p o profesional p ueden te n er interés en consolidar la d iferen cia y la oposición p ara ev itar q u e un proceso u n ita rio cree una situación com petitiva y selectiva. Es en tre estos cuadros q u e pu eden a rra ig a r el dogm atism o, las actitud es secta­ rias, las polém icas y recrim inaciones históricas y los procesos de intenciones. C on elem entos ciertos se construyen y m an tien en oposiciones q u e —in d e p en ­ dien tem ente d e la conciencia de sus protagonistas— pueden d isim u lar intereses d e g ru p o (ta n to si se tra ta de funcionarios profesionales d e p artid o o sindicato com o los cuadros políticos n o profesionales p ero q u e d efienden u n a función y u n e s ta tu s ). E n tre los m ilitantes de base las relaciones pueden ser más senci­ llas. En general p redom ina la aspiración a la unidad, p o rq u e corresponde m ejor a un a in terp retació n sim ple y d irecta de la ]>olítica —derecha e izquier­ d a, capital-trabajo, capitalism o-socialism o, etcétera— y p o rq u e así parece más factible alcanzar éxitos y victorias.11 H ay tam bién reacciones con trarias qu e a veces se explican po r una historia conflictiva y com petitiva (en ciertas loca­ lidades o en ciertas em presas en las q u e u n p a rtid o tien e el p o d er local y el o tro está en la oposición, o com o resu ltad o de la división sindical). En la m e­ d id a en q u e la m ilitancia com unista o p or lo m enos a un a p a rte dc ella, está cu ltu ralm en te cohesionada (se ha h ab lad o d e sul>cultura y de contra-sociedad), pu ed e ser reticen te a un proceso de u n id a d sobre to do orgánica (las señas de id en tid ad ) en ta n to q u e los m ilitan tes y electores socialistas pueden tem er tam bién este proceso al considerar q u e el tip o dc organización com unista, fu ertem en te estructu rada, cap ilar y disciplinada, puede rep resentar una ver­ d ad era red que los inmovilice. i* En Granada, en una asamblea que ícunta a militantes cnmiiniMa* dc toda la provincia, como ocurriera que se hacían bastantes intervenciones críticas ) hasta agresivas para con los socialistas, con los que el entendimiento resultaba difícil, se levantó un militante veterano para decir: "Compañeros, debemos ir junto a los socialistas. Si no es así ios trabajadores no lo entenderán. En mi pueblo dicen: ‘Nosotros sólo sabemut que al terminar la guerra los fusilaban a todos, y no preguntaban si eran socialistas o comunistas.’ ”

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E n resum en, u n proceso u n ita rio re q u e riría un largo p eríod o tra n sito rio de aproxim ación y fusión de elem entos ideológicos y de transform ación orgánica de am bos p artid o s (flexibilización, descentralización, adm isión del pluralism o, etc., en tre los com unistas y reforzam iento de las organizaciones de base y de presencia en los m ovim ientos y organizaciones sociales p o r p a rte d e los sodalistas) . Si u n p a rtid o es sobre todo u n p a rtid o de representantes en las in s titu ­ ciones y d e electores, y el o tro u n p a rtid o de estructu ra m ilita n te y de activistas de organizaciones sindicales o sociales (con ten den cia a c o n stitu ir su m u nd o p ro p io relativam en te ex tern o a las in stitu cio n es), el e n ten d im ien to es m uy difícil. La u n id a d será v ista en el p rim er caso com o u n coste electoral y u na prob ab le dependencia orgánica y en el o tro com o un a ren un cia a la id en tidad ideológica y a la m ovilización social (en beneficio d e la lab or in s titu c io n a l). d] L os programas de transform ación social y económ ica y la estrategia de llegar a l pod er del estado son m uy sim ilares, p o r n o decir p rácticam en te idénticos, en tre socialistas y com unistas. N o es necesario en u m erar los pu ntos d e contacto: reform as d e estru c tu ra y nacionalizaciones p ru d en tes y graduales, p rio rid ad al consum o social y a los equipam iento s colectivos, descentralización del estado, reconocim iento del pluralism o y de la alternan cia, pod er soberano d e las asam ­ bleas elegidas, defensa de los derechos y lib ertad es ind ividu ales y colectivas, etc. H ay sin em bargo u n a d oble sospecha12 q u e se m an tien e viva y q u e todo lo q u e hem os d icho hasta ah o ra contribuye a ex plicar: la de los com unistas con respecto a los socialistas de p a c ta r sistem áticam ente con la derecha desde las instituciones, de desm oralizar a los sectores populares: de fren ar los procesos de cam bio iniciados; de u n a vez en el poder, ro m per la u n id a d de la izquierda, e tc , y la de los socialistas con respecto a los com unistas de p reten d er m o no po ­ lizar el poder; de u tiliz ar los m ovim ientos de masas p ara o b te n er lo q u e no h an g an ad o p o r la vía electoral; de forzar enfrentam ien tos q u e conducen a sa­ lidas au to rita rias; de ro m p e r con el m arco occidental (M ercado C om ún, o t a n ) al q u e los países europeos del S ur parecen ind iso lu blem ente ligados, etc. P arece claro q u e esta do b le sospecha sólo p u ed e desvanecerse a través de u n proceso d e p ráctica política com ún q u e perm ita consolidar u n proyecto po lítico u n itario . H ay que tener en cuenta tam bién q u e las tradiciones ideológicas y la m a­ n era "dife ren te" de estar en el estado y en la sociedad civil, a m enudo conducen a plan team ientos políticos distintos. E n general más próxim os a los sindicatos y a las organizaciones sociales, los com unistas, p u ed e n p o n er en p rim er p la n o (sobre to d o en períodos de crisis com o el actual) propuestas d e carácter defen ­ sivo y reivindicativo, m ien tras q u e los socialistas, m ás integrados, en las in stitu ­ ciones del estado y m enos ligados a u n electorado heterogéneo p o n d rán el acento en las m edidas de g obierno y en la conciliación de intereses. Sin em ­ bargo, am bos partidos privilegian el papel del sector púb lico (corresponde a su ideología tradicion al y a los intereses de g ru p o de am bos partidos: les p ro p o rcio n ará posiciones d e poder) y en am bos se em pieza a critic ar y a supe­ ra r la política d e nacionalizaciones sistem áticas. A m bos p artid os deben tom ar en cu en ta su base social (fundam entalm ente p o pu lar) y am bos necesitan p ro ­ p o n er soluciones viables y n o sim plem ente testim oniales. 12 V éanse trab ajos d ia d o s en la nota 8.

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e] Sobre el proyecto de sociedad y los m odelos internacionales. D e tod o lo d icho se deduce q u e p o r u n a p a rte los proyectos de sociedad y modelos intern acio­ nales h a n separado p ro fu n d am en te a socialistas y com unistas y q u e p o r o tra

parte a lo largo de los últimos veinte años, se han acercado hasta casi prácticam ente confundirse. Incluso hoy, en F rancia, cu an do el en fren tam ien to en tre socialistas y com unistas llega a la cim a, n i los prim eros d efien den u n m odelo tip o A lem ania y m enos a u n tip o Estados U nidos, n i los segundos confunden su apoyo a la política in tern acio n al soviética con la asunción d el m odelo dc sociedad a llí existente. D e todas form as, los socialistas, p o r tra d ició n cu ltu ral y p o r tip o d e p artid o , tien d en a id e n tificar la construcción d e u n a sociedad socialista con el desarro llo d el estado asistencial y del bien estar, m ientras q u e los eurocom unistas ponen más el acento en la p articipación desde la base y en la transform ación dc las instituciones.13 De todas m aneras en am bos partidos la reflex ió n sobre el socialism o n o estatalista y m enos cen tralizad o ú ltim am en te h a avanzado, y los socialistas ad m ite n la crítica al estado asistencial de la so cialdem o crada m ien tras los com unistas asum en la prim acía de las in stitu cio ­ nes representativas surgidas d e los procesos electorales. O tra cuestión es la p o lític a in tern acio nal. H ace 20 años la p rin c ip al diferen ­ cia seguram ente se p la n teab a e n to rn o a E u ro p a, bloq ueo m ilitar, ac titu d res­ pecto a la URSS, política respecto a las colonias, alianza con E U , etc. H oy estas diferencias, especialm ente en Ita lia y España, se h a n redu cid o prácticam en te a n ad a . Véanse si n o los p u n to s de acuerdo: el europeísm o, la distensión y el d esarm e g rad u al y paralelo, la crítica al sistem a po lítico soviético, la defensa d e la in dependencia de E u ropa fren te a los Estados U nidos, la oposición a las intervenciones en otros países de las grandes potencias (V ietnam , C hecoslova­ q u ia , C hin a, A fganistán, e t c ) , incluso la defensa d e u n a solución negociada e n O rien te M edio q u e perm ita a los palestinos recu p e rar su te rrito rio y su estado sin q u e esto signifique la d e stru e d ó n d e Israel,14 etcétera. f] L os valores y las funciones sociales de socialistas y com unistas. L a historia diversa y la p o sid ó n d iferen te con respecto al estado h an forzado distintos va­ lores so dales en u n o y o tro p artid o , así com o funciones sociales q u e p ued en com plem entarse pero tam bién oponerse. Los socialistas, p le n am en te integrados a las in s titu d o n e s representativas desde siem pre, rep resen tantes d c u n p artid o h eterogéneo y abierto, q u e h a conseguido sus logros sobre to do m ed ian te su a c d ó n de g o bierno (n a d o n a l o local) y d e n ego ciadó n (en el m arco la b o ra l), son po rtadores fu n d am en talm en te de los valores q u e ligan el p ensam ien to so­ cialista con la tra d id ó n lib eral; d a n p rio rid a d a la defensa de las instituciones is El comunismo tradicional, determinado por el modelo soviético, es muy estatalista; pero en cambio el eurocomunismo se muestra muy crítico a un socialismo identificado con un estado patrono y planificador únicos. También algunas corrientes socialistas hoy se muestran muy críticas con el estalinismo (véanse, por ejemplo, las aportaciones al Simposium organi­ zado por FAIRE y Le Nouvel Observatevr: "La izquierda, la experimentación y el cambio social" para reconstruir una verdadera sociedad civil, celebrado en París en septiembre dc 1977 y publicado en noviembre de 1977) a principios de 1980 los gobiernos de la Comunidad Económica Europea se han pro­ nunciado por la participación de la o l p en las negociaciones sobre Palestina sin ninguna condición previa.

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representativas sobre cu a lq u ier o tra cosa; h a n d esarro llado un a c u ltu ra de gestión y de asistencia y cum plen u n a función de integración de los sectores m edios y trab ajadores en la vida económ ica y p olítica de sus países, así com o constituyen u n necesario m ecanism o de prom oción social p ara m ilitantes p o líti­ cos y sindicales d e origen o b rero o po p u lar. P o r su origen histórico, los socia­ listas se legitim an com o el p artid o y la conciencia p olítica q ue con virtió a la plebe en clase, en fuerza social protag on ista de la h istoria. Ix>s com unistas tam b ién tienen su legitim ación histórica: nacieron del fracaso de sus com pe­ tidores (socialdem ocracia en la p rim era guerra) y de u n a revolución de la defensa a la revolución rusa y de las tentativas frustradas en O ccidente. In d u ­ dab lem ente, su pasado d e resistencia y heroísm o tiene u n carácter épico supe­ rio r al de los socialistas, a u n q u e deben asu m ir la pesada carga de lo q u e fue el estalinism o (más presente en la conciencia colectiva q ue los com prom isos con el colonialism o y el im perialism o dc los socialistas). H an desarrollad o una cu ltu ra de oposición, de d enu ncia y d e reivindicación y se ha d icho d e ellos q u e cum plen o h an cum plido una función trib u n icia.n Si los socialistas las han integrado, los com unistas h an agregado a las clases trab ajad o ras (o a u n a p arte im p o rtan te de e lla s ), y el proceso de socialización política y de dem ocratiza­ ción en los países occidentales europeos a través de la irru p c ió n d e las m anos popu lares en la política y de sus representantes en u n co n ju n to com plejo de instituciones se debe —p o r razones distintas— a am bos. Ix>s socialistas h a n e n ­ ten d id o (han conocido) m ejor el estado y h an sabido llegar más fácilm ente a él, d esarrolland o u n a práctica y u n a ideología de su perfeccionam iento y del servicio público. Los com unistas h an sido depositarios de la esperanza utópica necesaria para tran sfo rm ar el estado y la sociedad, d e la ideología de la revolu­ ción m ediante la acción colectiva, lo q ue les ha p erm itid o d esarro llar la crítica y las alternativas a las lim itaciones, perversiones y frustraciones de la estrecha gestión política d c la socialdem ocracia. Los socialistas h a n asum ido bastantes elem entos del pragm atism o capitalista. M uchos de los com unistas h an recogido algo d e la tradición profética de los cristianos. V alores y funciones diferenciadas corresonden a dos papeles d istintos que históricam ente h an ju g a d o socialistas y com unistas pero q u e parecen agotados (au n q u e en F rancia y P o rtugal, especialm ente p retend en m a n ten erse). N i los unos p ueden ac tu ar solos com o fuerza de g o biern o n i los otros pu eden volver al g ueto después de 20 años de política p arlam en taria , sindical, m un icipal, etc., en la q ue h a n com binado gob iern o y oposición, gestión y m ovilización social. g] L a cuestión de la alternancia y la cuestión de la rei>olución. En los últim os años, sobre todo a p a rtir dc la form ulación d e la política de com prom iso his­ tórico p or el pc i y de las propuestas dc gobiern o de concentración nacional en E spaña, los socialistas h a n reivind icado la altern ativ a com o u n elem ento clave d e su estrategia y condición indispensable del sistem a dem ocrático. A esta crí­ tica los com unistas h a n respo nd ido q u e de hecho la altern ancia n o funciona i» G. I-avam: “Le Partit Comunistc dans le syjlémc politique fran^aUc”, cu AA. VV. Le comtmisme en France, A. Colín, París. 1969.

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en estos países (en Ita lia se h a h ab lad o d e bip artid ism o im perfecto) y qu e a u n q u e se d ie ra una im prob ab le m ayoría d e izquierda con algo más del 50% de los votos, la presión in ternacio nal y la fuerza de los poderes económ icos y de los poderes de las instituciones n o representativas b lo q u earían una po lí­ tica d e izquierda. La altern an cia, la dialéctica gobierno-oposición, la existencia de un recam ­ b io de un polo q u e pueda recoger aspiraciones insatisfechas y proyectos de cam bio, es indispensable com o g aran tía del m a nten im iento del p lu ralism o y de las libertades públicas. £1 reconocim iento de u na oposición es garan tía del respeto de las libertades y de los derechos de todos. Es cierto q u e la alternan cia lim ita las posibilidades de acción de la izquierda, q u e si está en la oposición sacrifica el corto plazo y si gobierna el largo plazo, puesto q u e debe ev itar crear u na situación into lerab le para la oposición conservadora. O m ejor dicho está obligada a prom over los cam bios sobre la base de u n am plio consenso. A q uí reside el problem a. U n a alianza socialista y com unista tam poco basta p ara fo rja r u na m ayoría y m enos aú n p ara conseguir u n am p lio consenso. Es la justificación de las propuestas com unistas. En to d o caso, alternancia o com prom iso histórico, u n a p olítica de izquierda difícilm ente es viable si socialistas y com unistas ejercen la dialéctica d e la sos­ pecha: si las propuestas de altern an cia encu bren (o son percibidas) una vo­ lu n tad de bipolarización política y de sub ord in ació n o m arginación de los com unistas y se ligan con un proyecto po lítico "auto nó m ico" de los socialistas, o si las propuestas de com prom iso o de concentración n acio nal p reten den (o pu ede parecerlo) hacer de los com unistas el foco d e izquierda activo de un b lo qu e am plio en el que los socialistas qu eden sum ergidos y anulados. L a sum a d e diferencias y oposiciones hasta aho ra descritas generan u na m u tu a descon­ fianza y u n tem or a q u e el o tro será el l>enef¡c¡ario de u n proyecto político im pulsado en tre am bos. El resultado, en F rancia y en Ita lia , en España y en P o rtug al, es un blo queo m u tu o y p riv a r de hecho al país de su altern ativ a de izquierda. En F rancia se ha dicho: la izquierda im posible. C u an to más se acercan al poder más necesidad tienen d e rom per. A hora afirm an su id entid ad específica sin problem as, agresivam ente y sin esperanza de representar en m ucho tiem po una m ayoría posible. En Ita lia la sem idesaparición del P artid o S ocialista16 h a obligado al p c i a ju g a r las dos raíces a la vez p ero sin d e ja r de ser el p a rtid o com unista, excluido com o solución de recam bio y d ejan d o a la vez u n m argen im p o rtan te a su "iz q u ierd a” (radicalism o, sindicalism o, m ovi­ m ientos autónom os, terrorism o). M ejor solución h u b ie ra sido la realización del proyecto de T o g lia tti d e u n ificar estos p artido s en 1945 (el " P a rtid o del T r a b a jo ”) . En España los socialistas y com unistas tien d en a a d q u irir los roles tradicionales, m u ltip lica n sus diferencias y perm iten así la consolidación de 10 En los últimos veinte años el fsi oscila entre el 10% y el 15% de los votos, lo que, siendo una cifra apreciablc, no le permite ser en ningún caso un polo alternativo frente a la dc y el PCt, partidos que superan ambos el 30% de los \otos. Su papel es puc\ Manejante al de ios liberales en Alemania o Inglaterra, o al de los autonomistas en este mismo país o en España, es decir, el dc hacer dc bisagra entre los grandes partidos, lo cual no resulta muy sostenible a largo plazo para un pattido cuja base social y cuya ideología lo sitúan a un lado muy determinado del espectro político y dc la estructura social.

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u n b loqu e conservador q u e se identifica con el estado y q u e d en tro de algunos años será más difícil de desplazar q ue hoy. Esta situ ació n de com petencia im p rod uctiv a, que se apoya en diferencias reales pero no en proyectos políticos viables distintos, sólo p o d rá superarse si se establece claram ente u n proyecto p olítico com ún y u n m arco organizativo p ara llevarlo a cabo. P ero al m ism o tiem po req u iere u n ajuste d e cuentas con dos conceptos clave de la ideología socialista y com unista: el d e “estado dem o­ crático” identificado con el m odelo occidental y el de “ revolución socialista” en ten d id a en los térm inos de la I I I In te rn acio n a l y d e la Sociedad Soviética. H ay q u e decir claram ente q u e el tip o d e estado existente en los países de la E u ro p a capitalista n o es u n estado p lenam ente dem ocrático y adem ás n o p erm ite co n stru ir u n a sociedad q u e tien d a al igualitarism o y a la autogestión, irre n u n ciab le aspiración d e la izquierda. Si el "estado d em ocrático" es u n p o d er con centrado en u n tip o d e aparatos centrales d e los cuales sólo u n o , el p arlam en to , es directam en te rep resen tativo pero obsoleto en su fu ncionam iento; si significa u n co n ju n to de aparatos eco­ nóm icos p ero d istantes del p arlam en to com o inco ntrolad os p o r los sindicatos; si d a lugar a poderes locales reducidos a funciones ad m inistrativ as, con menos atribu cio nes y recursos cada día; si perm ite q u e las grandes em presas económ i­ cas (en n o m b re de la lib erta d de em p re s a ), condicionen la vida, el tra b ajo , el consum o y la conciencia d e la gran m ayoría; si el estado dem ocrático se re d u ­ ce a unos derechos form ales y a la m arginación d e h echo de la m ayoría de los ciud ad an o s de las decisiones q u e los afectan; si d a lu gar a u n a sociedad atom i­ zada y a u n poder concentrado hay q u e decir q ue n o a este estado dem ocrático. N o se tra ta d e ren u n ciar a la dem ocracia política n i a las elecciones, n i al p lu ­ ralism o, n i a las instituciones representativas. Se tra ta d e hacer uso de la de­ m ocracia política p a ra tran sform ar e l estado lib eral, cada vez más au to rita rio y cada vez más burocrático, en u n estado basado en la descentralización y las autonom ías. T a m b ié n h a b rá q u e hacer uso de la dem ocracia p o lític a para tran sform ar las estru ctu ras económ icas y los com portam ientos sociales, n o para co n stru ir un estado p ro p ie tario y d irector, sino p a ra p erm itir u n desarrollo más lib re dc la sociedad civil. Y hay q u e desm itificar tam b ién el concepto de “revolución”. P a ra la izq uier­ da la idea d e revolución p u ede ser tam b ién paralizad ora. P ued e ju stifica r la pasividad hoy esp eran do la a u ro ra de m añ an a. H ay q u e asu m ir sin m iedo que la revolución en el sentido estricto, aqu el q u e en los textos de h isto ria sirve p ara describir u n p eríodo breve en el tiem po, rico en transform aciones, en el cual los g rupos políticam ente m arginados y socialm ente op rim ido s se a m p aran p o r la fuerza d el p o d er y crean ex no vo u n nuev o o rdenam iento jurídico-político y nuevas relaciones sociales y económicas, im p on en nuevos valores y com ­ portam ien tos, todo ello m ediante u n a fase de coacción, esta revolución n o es hoy la perspectiva de socialistas y eurocom unistas.17 Q ue n o se deje p ues espe­ r a r a los m ilitan te s el g ran día, q u e n o se pro p o n e n i se prevé, y q u e alim en ta frustraciones y pasividades, esperanzas q u e n o se realizarán en unos y m iedo q u e los em p u jan hacia la reacción en otros. A hora sí la revolución significa 17 Véase nota 3.

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u n a estrategia y a la vez u n períod o largo de transform ación del estado y de las estructuras sociales; aho ra sí, pero expliquém oslo. P a r a c o n c lu ir e s ta p a r te d e d ic a d a a s o c ia lis ta s y c o m u n is ta s q u e r e m o s a g r e ­

g ar algo sobre la necesidad de u n proyecto político com ún. H em os visto qu e era posible y q u e las diferencias existentes en tre am bos partido s, si este proyecto n o existe, tien d en a b lo q u ear el acceso de am bos a posiciones de poder. Son dos p artidos dem asiado parecidos p o r su origen, p o r su base social, p or su ideología, p o r su perspectiva política com o p ara coexistir ju n to s p ero separa­ dos. Los p artid os socialistas o com unistas p u eden establecer relación de colabo­ ración poco com petitiva con o tro tip o de partidos: p o r ejem plo de base regional, p artidos radicales o liberales, progresistas o p artidos procedentes de movi­ m ientos cristianos. Los unos porque tienen un ám b ito te rrito rial más restrin ­ gido y u n am p lio interclasism o, los otros po rq u e n o tienen estru ctura m ilitan te de base, los dc más allá po rq u e tienen u n a caracterización ideológica m uy es­ pecífica y distin ta; en todos estos casos el te rren o d e la com petencia del con­ flicto y de la afirm ación de u n o contra el o tro es m uy reducido. N o ocurre lo mism o en tre socialistas y com unistas. Es cierto q u e la existencia dc los p artidos de izquierda im p ortantes significa u n a g aran tía de pluralism o, el hecho de d isp on er de u n p a trim o n io político -cultu ral más rico, la p osibilidad d e am p lia r la base social de la izquierda, el cu m p lir funciones d istin tas, q ue p ueden com ­ p lem entarse en el sistem a político y en relación a las clases populares. P ero ya hem os visto q ue los inconvenientes parecen superiores, y mucho. T a m p o co proponem os la fusión orgánica y a corto plazo. Sería m uy poco realista. P ero sí afirm am os q u e es necesario u n m arco organizativo com ún para elaborar, ap licar y d esarro llar el proyecto p olítico co njun to . N o basta el p ro ­ gram a: si las dos organizaciones son totalm en te independientes, cada u n a asume el program a m ientras esté convencida de q u e sale más beneficiada q u e su partenaire (véase caso fran cés). H ace falta u n m arco organizativo com ún para p resentarse a las elecciones y p ara g o b ernar con ju n tam en te (o p ara estar en la oposición con el mism o program a, con disciplina en su aplicación, con organism os conjun tos p o r arrib a, p o r en m edio y p o r a b a jo ) . C on u n a pers­ pectiva de u n id a d orgánica, q u e pu ed e cum plirse lentam ente, pero q ue desde el p rin c ip io sea más costoso ro m p e r q u e m anten er. Es posible q u e este frente o blo q u e u n id o o b tuv iera en la p rim era fase d e su existencia menos cantidad de votos q u e la sum a de los partidos progenitores. N o im p orta, te n d ría más lib erta d de acción, p erm itiría su p erar a la vez "la cuestión com unista” (no aceptables en el gobierno) y "la cuestión socialdem ócrata” (no se distinguen en el g o b ie rn o ). A cabará con la com petencia p aralizan te en tre socialistas y com unistas.

V. LA T RA N SFO RM ACIÓ N DEL ESTADO: A U TO NO M ÍA S V PODERES LOCALES

L a transform ación dem ocrática del estado ligada a u n proyecto socialista tien e i* E l a u t o r

ha

tr a ta d o m á s e x te n s a m e n te esto s le m a s e n d iv e rso s lib ro s

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varios aspectos, tales como: la dem ocratización de los “ap arato s separados" del estado (Poder Ju d icial, Fuerzas A rm adas, etcétera); la socialización de la p ro ­ ducción y d e la difusión cu lturales q u e sustituya al actual m onopolio (apara­ to d e estado-grandes empresas) qu e con tro la actu alm en te sobre tod o los g ran­ des m edios d e com unicación social; la reform a dem ocrática dc la adm in istra­ ción y dc la función pública; el control social del sector p úblico y p arap ú b lico de la econom ía (p arlam en to p o r arrib a, sindicatos y usuarios p or a b a jo ) ; etc. Nos referirem os a u n aspecto q u e consideram os especialm ente im p o rtan te y q u e si se desarrolla a fondo b rin d a rá condiciones favorables para ab o rd ar los otros q u e acabam os dc citar: la descentralización del estado y las a u to n o ­ m ías regionales y locales.19 Desde u n p u n to de vista de estrategia política, en estos países de estado de­ m ocrático, burgués, form al, en el qu e las clases po pu lares y los proyectos socializadores están arraigados y han a d q u irid o posiciones de fuerza pero en los q u e n o se da (no p uede darse) u n conflicto ab ierto y fro n ta l cuyo fin sea ro m per las instituciones políticas existentes parece b astan te in discutib le q u e las fu er­ zas de izquierda sólo conquistarán la hegem onía en el estado si antes la h an co nquistado en la sociedad civil, y sólo ob ten d rán a través de los votos y del consenso social, la dirección de los aparatos centrales del estado si p revia­ m ente han ocupado las parcelas de poder, si h an o b te n id o cuotas d e pod er real. A la izquierda le interesa un estado descentralizado: en la política local y regional le será más factible con struir m ayorías y d esarro llar u n a política de gobierno. A los trabajadores y a las clases populares, les interesa u n estado descentralizado para acceder más fácil y más d irectam ente a él. p ara q u e sus m ovim ientos sociales influyan sobre la política de las instituciones. H oy la izquierda n o puede o p ta r ni por un a vía jacobina insurreccional n i p o r el jaco­ binism o electoralista: ni para acceder al poder ni para g o b ern ar desde él. N e­ cesita co n quistar la hegem onía social y g ob ernar apoyándose en u n a com pleja red d e organizaciones sociales. N ecesita un estado q u e sea un sistem a dc a u to ­ nom ías: tal el que se ap u n ta en Ita lia y en España, a u n q u e n o en F rancia, país d on de el centralism o ha pesado m ucho incluso en el pensam iento d e la iz­ quierda. El m odelo de estado u n ita rio y centralista h a sido m uy funcional ta n to para la articulación en tre poder p olítico y po der económ ico capitalista com o p ara el m an ten im ien to del control social m ed ian te u n a estru ctura politico-adm inistrativ a, je rárq u ica y burocrática, q u e reducía d e hecho considerablem ente los molimientos sociales urbanos, Siap. 197.'*: •‘Ayuntamientos y movimientos urbanos ante la democracia". Revista tic Estudios Sociales, núm. 21-22. Madrid, 1977; Por una política munici­ pal democrático, cau, Barcelona. 1977: "La izquierda y la gestión municipal". Zona Abierta. 1978: Movimientos urbanos y democratización del estado. Taula dc Canvi, Barcelona. 1977: Descentralización municipal y participación ciudadana, ceumt, 1979. Estado de las autonomías y ley de régimen local. CiLMi, 1980 y I.a organización territorial de Cataluña, cf.umt, 1980. 111 En España se distingue entre nacionalidad y región: el primer termino sirve para designar a las comunidades con conciencia nacional afirmada a lo largo dc siglos y que rn realidad requieren una solución federal (Cataluña y l'ais Vasco sobre todo, aunque también se reivindica el carácter nacional de Galicia, Andalucía, etc.). Situaciones parecidas se dan en Francia (Bretaña, Córcega, etc.) aunque con mucha menos fuerya, y en Italia (regiones con estatuto dc autonomía especial). Cuando se habla de "poderes regionales" a i Europa pueden referirse tanto a nacionalidades como a regiones.

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IZQUIERDA Y H EGEM ON ÍA EN LOS PAÍSES DE EUROPA DEL SUR

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poderes de las asam bleas electivas (parlam entos, ay u n tam ien to s). Este m odelo d c estado ha p erm itid o la proliferación de adm inistraciones y ap arato s separa­ dos, de cuerpos burocráticos y de organism os diversos q u e de hecho han signi­ ficado u n a verdadera ex propiación política p ara la m ayoría de la población, q u e se ha en c o n trad o progresivam ente con q u e sus p artidos, sus sindicatos, incluso las instituciones representativas q u e ha elegido n o p odían tom ar deci­ siones efectivas y ni siquiera podían in flu ir sobre los centros —lejanos o desco­ nocidos— q ue las tom aban. La política se convierte así en algo aparentem ente técnico (tecn o crático ), adm inistrativo (regido p or reglas form ales in a lte ra­ bles) , b urocrático (profesionalizado, n o dep en d ien te de la vo lu n tad pop ular), opaco y cerrado (po r el alejam iento, el lenguaje, la no pub licid ad de las m o ti­ vaciones reales y d e los intereses en c u b ie rto s). E l centralism o p olítico y ad m i­ n istrativo genera u na cu ltu ra del au to rita rism o del po der y dc la pasividad (o rebelión esporádica y a contrapelo) d e la sociedad. l a izquierda, socialista y com unista, ha llegado difícilm ente a la com pren­ sión dc significado de las autonom ías y la descentralización. El pensam iento d e base m arxista ha adolecido hasta u n a época m uy reciente d e u n a falta total, o casi total, de dedicación a las instituciones políticas, al estado liberal y dem ocrático, para ten der a explicaciones de carácter sociologista (qué g ru ­ pos influyen sobre el poder) y econom icista (qué intereses re p re s e n ta n ). La identificación po der político-clase social y la visión dicotóm ica d c la sociedad ha condu cid o a privilegiar el aspecto de " q u é clase social dirige el estado" y n o “cóm o es este estado y cóm o se articu la con la sociedad”. A través de u na p articu lar in terp reta ció n de M arx y de L enin (con fuertes influencias dc R lanqui y del pensam iento tecnocrático de u na p arte del socialismo utópico) el jacobinism o h a pesado m ucho en la ideología p olítica de la izquierda. El o bjetivo era acceder al estado identificado con un a p a ra to cen tral y con este in stru m en to transform ar la estru ctura económ ica. H iperp oliticism o y cconom icism o coincidían en m enospreciar u n análisis más pro fu n d o del c o n ju n to de las instituciones entend idas com o un com plejo sistema de relaciones socia­ les y con u n a dim ensión form al, técnico-jurídica, d o ta d a d e cierta auton om ía y de efectos propios. H asta una época reciente n o h a habido, salvo excepcio­ nes, en especial en lo que se refiere a las corrientes federalistas, u n a reflexión de izquierda elabo rada sobre la política m un icipal, las au tonom ías regionales, la función pú blica, la adm in istración com o tal, etcétera. T a m b ié n es cierto q u e la cuestión de la descentralización y de las autonom ías ha sido sobre todo u n a reivindicación dc grupos prccapitalistas y an ti liberales, q u e p retend ían m antener estructuras sociales anacrónicas basadas en el caciquism o y la servi­ d u m b re (recuérdense los regionalism os de resistencia a la revolución francesa y a la unificación italian a y al fenóm eno carlista en España). D u rante un largo período, la izquierda socialista y luego tam bién com unista, concentrada en zonas urbano-industriales, m uy pobladas p ero dc ám b ito te rrito rial red u ­ cido, ha desconfiado de aquellos m ovim ientos q u e parecían dispuestos a pon er fuera de su alcance una p arte im p o rtan te del territorio . l a experiencia del pod er m unicipal p or u n a parte y el carácter p o p u la r y progresivo de los m ovim ientos autonóm icos regionales fren te al estado cen tra­ lista y burocrático ha generado u n nuevo tip o d e reflexión de la izquierda, en

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España y en Ita lia sobre todo, a u n q u e más recientem ente tam bién en F rancia y en otros países de E u ro p a.20 E n la cuestión m u n icip a l la izquierda reivin­ dicó e n u n a p rim era e tap a la auton om ía m un icip al, es decir un cam po prop io de com petencias y u n a tutela reducida al m ínim o, p a ra p o d er d esarro llar una po lítica p ro p ia. A esta concepción ha seguido, co m p lem entándola, otra: exi­ gencia d c in flu ir en la política general del estado (lib ertad n o ta n to con rela­ ción al estado sino d en tro del estado). C on respecto a las autonom ías de regio­ nes y de nacionalidades, la izquierda h a descubierto en ellas la d ob le p osibili­ dad de apoyarse en un tip o de m ovim ientos q u e con ten ían u n a trem en da carga de transform ación dem ocrática del estado y de hacer de los trabajadores n o u n elem ento m arginal sino pro tago nista en u n bloq ue social autonóm ico q u e la g ran burguesía ab a n d o n aría.21 E n España do n d e los m ovim ientos au to ­ nom istas h a n correspondido a las zonas más industrializadas y avanzadas, y en Ita lia , país de tradición autonóm ica y estru ctu ra policéntrica, la izquierda de base m arxista se h a h echo más fácilm ente autonom ista. Creem os q u e es necesario tra ta r la cuestión de las au to no m ías a tres niveles: descentralización del estado, autonom ías regionales y d e nacionalidades y p o­ deres locales. a] L a descentralización d el estado. A ctu alm ente el estado es un com plejo de aparato s e instituciones m uy com plejas, ram ificado en el c o n ju n to de la socie­ d ad , q u e cu b re u n a red im p resion ante de servicios colectivos y es vital p ara el fu n cionam iento cotidiano de la econom ía pero cuyos m edios dc decisión están enorm em ente centralizados, a u n q u e la presencia m aterial del estado esté muy diversificada en el territo rio : la desconcentración es inev itable y co n tri­ buye a m u ltip lica r la com pensación, las cortes y la incoherencia: en u n a mism a área te rrito rial actú an decenas d e entes públicos con escasa, o n u la , coordina­ ción en tre ellas. Veamos cuáles son las p rin cip ales y hasta qué p u n to son des­ een tralizab les. □ La ad m inistració n periférica del estado ha constitu id o u n tip o de u n id ad te rrito rial: la provincia o el d ep a rtam e n to al fren te del cual hay u n delegado del gobierno (prefecto, g o b e rn a d o r). En este ám b ito actú an las delegaciones y servicios de ios distintos m inisterios. L a m ayor p arte de las com petencias y servicios son deseentralizables sin dificultades. □ La ad m inistració n institucion al, los organism os autónom os y en general los aparatos especiales y separados d el estado (m agistratura, fuerzas arm adas. In stitu to general de previsión, In s titu to general de ind ustria, etcétera), casi siem pre son ap arato s separados del resto, fu ertem en te centralizados y en gene­ ral opuestos a a d m itir la fragm entación y la dependencia de varios poderes. P ero adem ás su dem ocratización in te rn a y el co ntro l social sobre ellos p or una 20 Véanse por ejemplo los trabajos de Stuart Holland en Inglaterra, desde una perspec­ tiva marxista clásica, o los de Tom Nairn, desde una perspectiva más nacionalista radical. 21 En general los movimientos autonomistas arraigan fuertemente entre las clases popular-urbanas y medias y el campesinado. I.a burguesía no renuncia sin embargo a utilizarlos y aunque en momentos diffdles los abandona, vuelve a ellos si de esta forma puede obtener cuotas dc poder especial y consenso social. En las recientes elecciones en el Pais Vasco y Ca­ taluña (principios dc 1980) han salido vencedores los partidos de centro, representativos de la mediana burguesía y clases medias.

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p a rte y la do tación dc los poderes autonóm icos de au to rid ad y m edios de actuación exige en c o n trar fórm ulas d e descentralización o d e creación de estru cturas regionales com plem entarías. Son organism os e instituciones espe­ ciales q u e actú an e n todo el te rrito rio y dep end en directam ente del gobierno. Su actuación tien e im po rtantes efectos sobre cada área regional pero, en general, su estructura in tern a se presta m uy poco a u n a descentralización difícil pero necesaria. □ El c o n ju n to del sector pú blico y p arap ú b lico de la econom ía actú a fu er­ tem ente centralizado y sectorializado. Su descentralización no sólo es necesaria p ara posibilitar el control dem ocrático sino tam bién p ara co o rd in ar y raciona­ lizar la actuación del c o n ju n to del sector. □ La seguridad social significa u n p resupuesto equ iv alen te (cuando tiene presupuesto o parte) al del resto del estado. P o r el tip o mism o de servicios q u e presta, su descentralización es perfectam ente posible, au n q u e signifique tran sfo rm ar a fondo toda la estructura existente. □ E l sector finan ciero y crediticio. Los bancos m onopolizados o interven i­ dos y las cajas dc ah o rro (que tien en u n estatu to sem ipúblico) están centrali­ zados y actú an según las directrices inm ediatas del M in isterio d e h aciend a y del B anco nacional. El grado d e au to n o m ía será m uy precario y el fu ncion a­ m ien to del crédito m uy alejado de las necesidades sociales si n o se descentra­ lizan los centros de decisión y n o se favorece la reinversión en las zonas de recaudación. D escentralizar significa tra n sm itir la titu la rid ad d e u n a com petencia y /o la gestión d e unos serv id o s a o tro órg ano d e poder, es decir supone q u e hay o tro nivel del estado d o ta d o de u n a cuota d e p o d er po lítico (com o son en Ita lia las regiones y en E spaña las com unidades autonóm icas y en todas partes los m u n icip io s). El estado cen tral (gobierno y adm in istración central) p ued en m an tener com ­ petencias y servicios propios desconcentrados así com o la tu te la sobre aque< líos servid o s en los q u e transfiere la gestión p ero n o la titu la rid ad . La coor­ dinació n de los servicios q u e co n tin ú an en m anos del estado central y el e je rd e io dc esta tu tela corresponderá al delegado del g ob ierno y a la ad m i­ n istración periférica, pero la lógica del m odelo auton óm ico exige r e d u d r al m ín im o estas funciones. La form a de ac tu a r p or p a rte del estado debe ser a través de los organism os autonóm icos p ara n o m u ltip lica r pod er y adm inis­ traciones d istintos en el mism o territorio. &1 A uto n om ía s. La descentralización supone la existencia de un po der d istin to del co ntrol: el po der d e las autonom ías. Las autonom ías p ueden basarse en u n a fuerte aspiración colectiva, en una realid ad histórica, cu ltu ral, económica, sociopolítica, geográfica, q u e ha constitu id o u n a colectividad con conciencia p ro p ia y q u e h a generado m ovim ientos “autonom istas”, de base interclasista, p ara conseguir u n nivel de autogobierno. Entonces las au tonom ías son más fuertes y dinám icas (caso d e C atalu ñ a y País Vasco en España) q u e cuando responden p rin cip alm en te a u n proyecto p olítico central (caso de la m ayoría de las regiones ita lia n a s ). P ara q u e sea p o d er político real, el p o d er autonóm ico, debe apoyarse en u n a

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Asam blea representativa, con u n a cuota de poder soberano, elegida p o r sufra­ g io universal y con capacidad de d ictar norm as generales o leyes. Su au ton om ía su p o n e u n c o n ju n to de com petencias propias y específicas (claram ente dife­ renciadas de las del estado c e n tra l), recursos económ icos22 cuya o btención y uso n o dep end en del poder p olítico central, u n funcionariado d irig id o p or e l poder autonóm ico y capacidad p ara la autorganización del co n ju n to de ins­ titu ciones de la au tonom ía (aunqu e sea en un m arco básico com ún regulado ]>or la co n stitu ció n ). El po der autonóm ico debe ten er capacidad p ara d irig ir el c o n ju n to de los poderes y adm inistraciones locales (respetando evidentem ente su ám b ito dc au tono m ía, com o veremos lu eg o ). Si n o puede apoyarse en ellos, el poder au tonó m ico q u ed a rá en el aire y se verá obligado a crear un a nueva retí adm i­ nistrativa que au m en tará el caos y los costes de la adm inistración pública. La existencia de u n pod er y de una adm inistración de ám b ito regional es lo q u e hace posible la descentralización efectiva. El problem a más com plejo q u e de m om ento hay que resolver es el de la intervención de los poderes a u to ­ nómicos en la política económ ica, ta n to en u n sentido deseentralizador com o le p articip ació n en la política económico-social global del estado. La visión m oderna de las autonom ías p or parte de la izquierda n o consiste en prom over la fragm entación y el localism o, sino en crear estru cturas políticas q u e sirvan para u n ir a las com unidades de un mism o estado y q ue prom uevan la participación de am plios sectores d e la población en la p olítica general.2* Ix>s poderes autonóm icos n o aspiran ta n to a ten er u n cam po perfectam ente d e lim ita d o para cultiv arlo aisladam ente com o a co n tar con los m edios de a r­ ticu la r su política autonóm ica con la política general. r] Los poderes locales. H oy día los jxxleres locales (m unicipales) tienen a la vez un carácter m ítico y residual. M ítico en la m edida en q u e la conciencia p o p u la r los considera el m odelo dc dem ocracia, q u e a su vez se basa en la particip ación ig u a litaria y activa de todos los ciudadanos o vecinos, q u e se supone existió en el pasado y q u e probablem ente se desea para el futuro. C a­ rácter residual, sin em bargo, po rq u e h a p erdido d e hecho u na gran parte de las com petencias q u e la costum bre e incluso las leyes le atribu yen : la creciente com p lejid ad y el alto coste de los servicios públicos, paralelam ente a la concen-- 1.a financiación dc las autonomía* es el problema más difícil dc resolver. I j recauda­ ción dc los ingresos del estado es difícilmente descentrali/able. por lo menos en los casos más importantes (tal es el caso del impuesto sobre la renta). El estado central es muy reacio a transferir recursos puesto que ya sufre su propia crisis fiscal y repercutirá cu perjuicio dc los poderosos aparatos centrales y de sus burocracias. La solución sólo puede encontrarse mediante criterios objetivos de a «agnación según los servicios transferidos y las competencias dc los poderes autónomos y en función dc la población, los déficit acumulados, el índice dc crecimiento y otros criterios parecidos. -3 1'. lngrao tituló asi un interesante artículo sobre estos temas: “Regiones para unir". Critica Marxista, 1970. En dos libros rccicntcs: Las masas y el poder (1977) y Crisis y tercera fia (1978), aborda de forma muy sugestiva cuestiones relativas a las autonomías, los poderes lósales y la democracia de base. Un ejemplo práctico dem ostrará la necesidad de esta articu­ lación: la competencia municipal en urbanismo es de hecho muy limitada si no se articula con el planteamiento metropolitano, comarcal y regional y no puede incidir en la política general dc suelo, construcción, etcétera.

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(ración d c los recursos públicos en el es(ado cen tral h an conducido a esía situación. Los poderes locales ad m in isiran y gestionan u na p arte de los servi­ cios destinados al consum o social, vigilados de cerca p o r el estado cen tral, del q u e d ependen de hecho la realización com pleta y la financiación dc estos servicios. H eredera del m unicipalisrao dem ocrático, q u e a p rincipios de siglo ya había h echo elegir represen tantes propios en los órganos de gobierno m unicipales,24 la izquierda, ha d ad o d u ra n te m ucho tiem p o la batalla p or la au to no m ía m u ­ nicipal. Hoy, com o decíam os respecto a los poderes autonóm icos, no puede entenderse la autonom ía m un icip al com o independencia sino com o capacidad p ara actu ar y posibilidad real de in terv en ir en la política de los niveles supe­ riores del estado. P orque los m unicipios, com o las regiones, tam bién son es(ado en el estado d e las autonom ías. La p rim era cuestión a p lantearse es el carácter m ism o dc los m unicipios: ¿po­ d er o adm inistración localf U n m un icip io do tado d e au to n o m ía sólo pu ede ser pod er local, con los mismos atrib u to s, a o tro nivel, q u e antes otorgábam os a los ¡xxlercs autonóm icos: capacidad n orm ativa, com petencias y recursos p ro ­ pios, dirección del funcionariado, capacidad de autorganización o para dotarse d e carta m unicip al, etc. Si sólo son adm inistraciones locales, es evidente que dependen en tod o y por todo de un órg an o p olítico superior, y q u e las elec­ ciones m unicipales son casi irrelevantes. La segunda cuestión crccmos q u e consiste en no aceptar la división trad icio ­ nal de funciones en tre m unicipios y estado cen tral m edian te la cual aquél asum e p arcialm ente las funciones y servicios destinados a satisfacer las necesidades de consum o colectivo y pro cu rar o rd en ar el te rrito rio (urbanism o).23 Pero las decisiones políticas y económ icas q u e d eterm in an la localización de actividades productivas, las inversiones públicas y privadas, la regulación del ord en p ú ­ blico y d e la vida colectiva, la financiación de gran p arte d e los servicios p ú ­ blicos, etc., se le escapan totalm ente. El nuevo m un icipio debe exigir la am ­ pliación dc su cam po dc com petencias: a las tradicionales de urb anism o y ser­ vicios sociales, deben añadirse las de program ación económ ica (p articipación en la d e los niveles superiores y en la p ro pia) y organización dc la protección ciu d ad an a. El nuevo m u nicip io debe po der coo rdin ar la actuación d e los dis­ tin to s organism os públicos que intervengan en su te rrito rio. Es urg ente la reform a de las haciendas locales y de la función pública p ara d o ta r a los m u n i­ cipios d e los m edios necesarios. El nuevo m u nicip io d ebe ser, finalm ente, un m arco y un m edio p ara prom over la particip ación cívica y política del con ­ ju n to de la ]>oblación. P ara c u m p lir estas funciones parece indispensable a b o rd ar la reform a dc las estru ctu ras m unicipales en dos aspectos. E n p rim er lug ar la consecución dc ám bito s territoriales adecuados y la superación de la actual fragm entación ”< En Francia y en otros paises >c hablaba ya desde principios dc siglo dc "socialismo mu­ nicipal". Esta larga experiencia municipal ha faltado en cambio a la izquierda española y portuguesa. 23 El poder local tiene de hecho una capacidad muy limitada y parcial con respecto al consumo colectivo (vivienda, enseñanza, sanidad, etc.), pero en cambio aparece como ple­ namente responsable de ello ante los ciudadanos.

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m u n icip al exigen, si se quieren conservar los actuales m unicipios, crear u na estru c tu ra local m ayor y com plem entaria (com arca com prensorio, co m u nidad u rb an a, etc.) .*• Esta estru c tu ra in term edia d ebe corresponder a u n tip o de espacio social q u e perm ita a u n a población sentirse colectividad y considerarse rep resen tada p or u n proceso electoral. P ero tam bién son necesarios u n m ín im o de pob lación y u n m áx im o de distancia p ara q ue p u edan gestionarse eficaz­ m ente los servicios públicos, el urbanism o, la p rogram ación socioeconómica, etcétera. La acción de los partidos políticos y d e los m ovim ientos sociales y la articulación con la dem ocracia de base exigen tam bién ám bitos territo riales suficientem ente am plios y heterogéneos p a ra q u e pu edan tom arse decisiones d e carácter general. Es decir q ue la política necesita de m ínim os dem ográficos territoriales y d c diversidad de grupos y actividades. L a reform a territo rial de las estructu ras territoriales tam bién d ebe hacerse, en el caso d e las grandes ciudades, en sen tido inverso: la descentralización, la constitución d e órganos de d istrito o b arrio elegidos, con u n a p a rte d e las com petencias y de los recursos m unicipales y susceptibles d e prom over más fácilm ente la particip ación d e los ciudadanos. Sin em bargo n o conviene crear estructuras político-adm inistrativas excesivam ente ram ificadas: en fren tan el coste y la co m plejidad burocráticas, y se "com en" el espacio de las organizaciones au tónom as de la sociedad civil.27 El o tro aspecto de la reform a d e las estructuras m unicipales que hay que ab o rd ar es el dc su organización in tern a, com binada con la reform a de las h aciendas y del funcion ariado, p ara q u e pu eda asum ir las funciones qu e se le atrib u yen. E llo im plica su perar, p o r lo m enos en m unicipios grandes y m edia­ nos. el carácter poco profesional de alcaldes y regidores.28 hacer d e los órganos d e go b iern o m unicipales órganos con capacidad ejecutiva y de dirección adm i­ n istrativ a, crear u n sector p ú b lico m u nicipal, racionalizar a fon do u n a adm i­ n istración q u e se h a constituid o p o r agregación a lo largo d e siglos, etcétera. Los poderes locales deben articu larse con los poderes autonóm icos regiona­ les (no con el estado c e n tra l) , y ser a la vez adm inistraciones q u e gestionan p o r delegación los sen'icios q u e aquéllos les transfieren. T o d a s estas propuestas n o son especulaciones o buenos deseos sino q ue corresponden a los proyectos y a las iniciativas de la izqu ierd a en los ú ltim os años. R ecordem os q u e en 1975-1976 en P o rtu gal y en Ita lia , en 1976 en F ran ­ cia y 1979 en E spaña, la izquierda vence am p liam ente en las elecciones m u n i­ cipales, y q u e desde entonces socialistas y com unistas d irig en la m ayoría de m u nicipios de estos países. L a izq uierda debe d a r respuesta satisfactoria a u n a l a fragmentación municipal es muy grande en Francia (56 000 municipios); también en Italia y España (unos 9 000 en cada país). En Inglaterra, después dc la reforma de 1972, hay solamente unos 800. 27 Por ejemplo en las grandes ciudades los distritos (áreas de descentralización adminis­ trativa) deben ser normalmente más grandes y comprender un conjunto de barrios (unidades elementales de vida social en los que se dan formas de organización autónoma). Es decir que el ámbito de la democracia de base es mayor que el dc la organización popular. 3» No se trata dc que los alcaldes y regidores sean técnicos y profesionales. Por el con­ trario. es muy importante que trabajadores y representantes directos dc los sectores popu­ lares accedan a responsabilidades de gobierno (local, regional) por lo que representa además como socialización política. Pero es precisamente esto lo que hace más necesario que tengan los medios para ejercer estas responsabilidades: dedicación, remuneración, formación, reci­ claje. etcétera.

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cuestión com pleja. E n p rim e r lugar, llevar a cabo u n a actuación de efectos visibles a corto plazo, con prio ridades sociales, pero q u e al m ism o tiem|>o resp ond an a u n a política program ada y q u e tien d an a co nfig urar a m edio plazo u n m arco de vida distinto. E n segundo lug ar d ebe a b o rd ar la reform a ad m in istrativa p ara sanear la situación an terio r, au m e n ta r la baja prod uctiv i­ d ad d e los servicios públicos, hacer más tran sp aren te la gestión, su p rim ir privilegios y establecer relaciones de más confianza y calidad con los ciud ada­ nos. E n tercer lugar debe prom over u na am p lia inform ación y participació n en tre la población, estim u lar la v ida colectiva y asociativa, im p ulsar la descen­ tralización, crear u n a conciencia cívica más elevada. T o d o esto im plica u n alto grado de u n id a d política d e n tro de la izquierda y de consenso social en el m u nicipio. N o es fácil a p ro b ar este test q u e actualm en te se está exp erim en­ ta n d o y q u e aú n no p erm ite sacar conclusiones.20

VI. MOVIMIENTOS SOCIALES Y DEMOCRACIA DE BASE

N os parece indispensable com pletar los análisis y propuestas del p u n to a n te rio r con lo que constituye la o tra cara de la m ism a realid ad : la acción d e la socie­ d ad civil y sus articulaciones con la acción institucion al. Las instituciones del estado y los partidos, con su presencia electoral y representativa, no agotan n i pu eden m onopolizar la vida p o lític a e n u n sentido am plio. Los m ovim ien­ tos sociales y la dem ocracia de base son indispensables p ara prom over u n a política de izquierda desde las instituciones. D u ran te u n largo período histórico la izquierda se ha identificado con el m ovim iento obrero, y éste h a sido el m ovim iento social q u e com plem entaba la actividad "p o lític a” (agitadora o institucional) dc los partido s socialistas y com unistas. P ero progresivam ente se h an m anifestado o tro tip o de fenóm enos. Por u n a p a rte la distinción en tre lo “ social" y lo "po lítico " se ha hecho más com pleja. H oy los sindicatos, p or ejem plo, d ebaten las grandes cuestiones de p o lítica económ ica con los gobiernos, tien d en a preocuparse de los problem as te rrito riales (equipam ientos colectivos q u e d eterm in an el salario in d ire c to ), hacen cam pañas directam ente políticas no-laborales (p or ej. de carácter in te r­ n a c io n a l). Se h a constituido un verdad ero p o d er sindical con el q u e deben co n tar las p atro nales y los gobiernos y q ue n o es to talm en te identificable con el de los partid os vinculados a los sindicatos. P o r o tra p arte, se h a n m u ltip licad o los m ovim ientos sociales —q u e tienen su base ta n to en tre las clases trab ajadoras com o en tre las clases m e d ia s - a veces con contenidos políticos e ideológicos próxim os a los de la izq uierda y al m ovim iento obrero, pero otras bastante alejados e incluso opuestos. L os m o vi­ m ientos urbanos, d e b a rrio y ciudades, h an d ad o lu gar a nuevas y originales form as d e acción y organización sociales, q u e in ciden a la vez en la lucha in d i­ 29 Véase J. Borja, "La izquierda ha cumplido un año; balance del primer año dc gobier­ nos municipales de izquierdas". Zona Abierta, junio de 1980.

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recta, en la reivindicación cu ltu ral p o r nuevas form as de vida y en la exigencia de dem ocratización y descentralización del estado. O tros m ovim ientos, como los fem inistas, juveniles, ecológicos, etcétera, p la n te a n a la vez la crítica a los modelos de desarrollo económ ico, a los valores sociales y a la organización política. La cultura y los m edios de com unicación g eneran m ovim ientos de los profesionales y d e los usuarios, q u e tienen (au nq ue n o siem pre) objetivos socializadores, opuestos ta n to a las form as de producción y difusión cu ltu ral eli­ tistas, com o a los m edios controlados p o r los centros del po der político y eco­ nóm ico y d c carácter alienante. T a m b ié n se d an procesos d e organización y m ovilización específicos y significativos en tre las clases m edias, ta n to en las tradicionales (com erciantes, pequeños em presarios, profesionales lib e ra le s), com o en tre las m odernas (profesionales, técnicos, funcionarios, e tc é te ra ), q ue contienen elem entos de carácter general y progresista, com binados con otros, m uchas veces predom inantes, estrecham ente grem iales y d e oposición ta n to al m odelo p olítico y económ ico vigente com o a los proyectos d e la izquierda. 1.a crisis económ ica ha radicalizado a estos m ovim ientos que en bastantes ocasio­ nes se en fren tan con la política d el "estado del bienestar o asistencial”, que les supone im portantes cargas fiscales y tendencia a la igualación de sus ingre­ sos con los de los asalariados m edios y bajos. 1.a crisis económ ica h a significado el recrudecim iento d e los com ponentes grem iales de la m ayoría de los m ovim ientos sociales (o, en sentido contrario, de los contenidos utópicos o m a rg in ales). La reacción co rporativa se d a en tre los distin tos sectores de la clase ob rera, en los barrios, en las clases medias. Sería ilusorio su po ner q u e los m ovim ientos sociales de hoy y de los próxim os años serán necesariam ente progresistas, universalistas y solidarios. La rebelión fiscal, la experiencia de p o d er y seguridad, la defensa d e los privilegios ad q u i­ ridos po r ciertas capas de trab ajad ores o funcionarios, las reivindicaciones menos estrecham ente localistas, son ejem plos del carácter con trad icto rio o con­ servador q u e p ueden te n er estos m ovim ientos. P ero a pesar de todo esto p en ­ samos q u e es positivo q u e exista u na am p lia red de organizaciones y m ovim ien­ tos: jsiem pre es m ejo r q u e una sociedad atom izada! La existencia de org ani­ zaciones y m ovim ientos sociales obliga a agregar las d em andas y p erm ite las negociaciones en tre los grupos sociales y con las instituciones y hace posible la m ediación de los partidos. E l cam po de la correlación de fuerzas aparece más n ítid o . A los partidos de izquierda les resu ltará más factible conocer, rela­ cionarse y en parte representar a un as clases medias organizadas q u e disgre­ gadas. En to do caso hem os llegado ya a dos conclusiones. La p rim era es q u e asis­ tim os a u na tendencia generalizada de autorganización d e los grupos e intereses sociales relativam ente al m argen de las instituciones y p artid os políticos.*0 La •to La relación organizaciones «ocíales-partidos políticos es muy compleja. Cuando se da una identidad o una subordinación muy fuertes dc hecho uno dc los dos no cumple sus funciones propias (por ejemplo, organizaciones dc masas que son un simple complemento dc un partido). F.n otros casos hay una interdependencia fuerte (entre partidos dc izquierda y sindicatos) pero con una autonomía m utua que se impone a la misma voluntad dc los dirigentes. Muchas movimientos sociales recientes (vecinales, feministas, etc.), *c sitúan claramente al margen de una dirección política orientada por los partidos aunque haya momento* de convergencia.

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segunda estriba en q u e esto es glo balm ente positivo, puesto q u e si la organización dc la sociedad civil se hace a p a rtir del estado, se tien de al to talitarism o, y si es solam ente por iniciativa d e los p artido s se pu ede llegar a una frag ­ m entación social q u e divida a la sociedad en segm entos rígidos q u e dejarían afuera a la m ayoría de los ciudadanos. La existencia de u n a sociedad organizada desde la base m ed ian te organiza­ ciones políticas, sindicales, económicas, cívicas, profesionales, de interés, territoriales, culturales, etcétera, se h a d eno m inad o democracia de masas en la m e­ d id a en q u e las masas se convierten en sujetos activos y m ú ltiples con los que deben co n tar los aparatos políticos especializados, representativos o profesio­ nales. La ten tació n entonces es p reten d er de esta form a su p lir y liq u id a r la dem ocracia representativa, im puesta, alejada de los ciudadanos, atacada desde la d erech a y p o r el nuevo radicalism o. E n la tentación d e la democracia directa q u e sin el contrapeso y la p rio rid ad d e las instituciones representativas, del pluralism o p olítico y de las elecciones, pued e d e riv a r fácilm ente en dem ocracia orgánica al servicio de una d ic tad u ra m ilita r y /o tecnocrática. El p la n team ien to de la democracia de base p arte en cam bio del reconoci­ m ien to de las instituciones representativas y de la organización au tó no m a y m ú ltip le de la sociedad civil. L a izquierda necesita alcanzar y ejercer el poder desde las instituciones representativas a través de elecciones: solam ente así po d rá g o bern ar en nom bre de la m ayoría, p o d rá prom over cam bios según los procedim ientos q u e sirvan de garan tía p ara el c o n ju n to (o casi) de la socie­ d ad y pu ed e esperar tener el consenso suficiente com o p ara m antenerse en el gobierno. P ero la izquierda necesita q u e las clases populares, q u e más d irecta­ m en te rep resen ta, irru m p an en las instituciones, en la política legal, q u e sean u n a fuerza social q u e com pense con su m ovilización su d eb ilid ad en los ap a ra­ tos "separados" del estado y en los centros d e p o d er económ ico y q u e haga posible el p redom inio de nuevos valores sociales. Las propuestas de la dem o­ cracia d e base tienen com o objetivo organizar o " institucionalizar" la presencia y la in fluencia de los m ovim ientos sociales en los organism os d e gobiern o y adm inistración derivados de la dem ocracia representativa. T ra d icio n a lm e n te las funciones q u e cum plen los m ovim ientos sociales dc las clases p opulares y medias en el sistem a político son: a] Funciones de agregación de intereses particulares y de reivindicación (so­ bre tod o de carácter socioeconóm ico); b] D esarrollo dc la vida com un itaria y asociativa y d c la so lidaridad entre m iem bros del m ism o grupo; c] M ovilización cívica y política p o r objetivos dc carácter general; d] Elevación d e la conciencia colectiva hacia aspiraciones de carácter global sobre el sistem a o m odelo social. P ara su eficacia p olítica directa, es decir, p ara su realización, todas estas funciones dependen de cam bios concretos en la dirección política del sistema, de la m ediación de los partidos políticos, de los organism os de gob iern o o de la adm inistración. Las leyes, las decisiones, la gestión, el control efectivo de los servicios y actuaciones públicos (por ejem plo la p olítica u rb an a, asistencia social, etcétera) q u ed a n fuera del alcance d e estos m ovim ientos y organizaciones.

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La democracia de base p retende ir más allá, acercando m ovim ientos e insti­ tuciones: a] La dem ocracia de base es más factible si las instituciones dc gobierno y d e adm in istración son transparentes p ara los ciudadanos, si hay un esfuerzo de inform ación y de educación cívico-política, si se realizan sobre to do los p ro ­ cesos de descentralización q u e p erm ite n m u ltip lica r el n úm ero de organism os representativos y acercar las decisiones a la población. b] La dem ocracia de base supone reconocer a los ciudadanos ind iv id ualm ente y sobre todo organizados (asociaciones, sindicatos, etcétera) o en u n n úm ero significativo dc ellos; u n c o n ju n to de derechos m ás am plios q u e los derivados dc la dem ocracia trad icio nal o liberal: p o r ejem plo, derech o de in iciativa y de prom over u n referénd um , derecho a ex ig ir ser co nsultado antes dc q u e se tom en determ inadas decisiones, d ere d io a estar inform ados dc los entredichos d c la adm inistración , derecho a dirigirse a los órganos de gob iern o y a ser escuchado, derecho a u tiliz ar los m edios de com unicación social, derecho a o b te n er el apoyo público p a ra realizar ciertas cam pañas, etc. T o d o esto req u iere q u e se prevea con rig o r quienes son los interlocu to res válidos p ara ev itar a rb itra rie ­ dades y am algam as (por ejem plo, q u e los A yu ntam ientos establezcan el censo de entid ad es de interés m unicipal o el n ú m e ro de firm as necesarias p ara avalar u n a p e tic ió n ). c] L a participación y el control. I-a presencia de los m ovim ientos sociales en los órganos y en las tareas d e la adm in istració n es seguram ente la cuestión clave dc la dem ocracia de base. Se tra ta de org anizar los derechos dc Jos ciu da­ danos, de los usuarios, de los sujetos de la ad m inistración pú blica para que p u edan vigilar y /o in terv en ir en la elaboración y en la ejecución d e los proyec­ tos y actuaciones q u e condicionan su vida. E l acto mism o de la decisión es sin em bargo com petencia exclusiva del organism o rep resentativo o del orga­ nism o ad m in istrativ o delegado, puesto q u e req u iere la legitim idad p ara ac tu ar en n o m bre del interés general, q u e sólo procede del sufragio universal. La p articip ació n y el control se h an desarro llado en los últim os años e n Ita lia y algo menos en F ran cia y en España: en la enseñanza (a través d e las asocia­ ciones de padres de alum nos y de m aestros y en el m arco de los d istritos y consejos escolares); en la sanidad: en la política m u n icip a l fundam en talm en te pero tam bién en la po lítica cultura l y deportiva. L a participació n pued e insti­ tuirse con form as y com petencias diversas: creación d e organism os consultivos q ue elab oran propuestas: presencia en organism os d e la adm inistración p ú b li­ ca (por ejem plo consejo de dirección de un p a tro n a to o dc u n a em presa m u ­ n icipal) ; creación de organism os m ixtos p ara efectu ar u n a operación (por ejem plo en urbanism o) o p ara p re p a ra r u n proyecto (la reform a de los im ­ puestos locales); atrib u ció n a determ inad as organizaciones sociales del derecho de in fo rm ar o ratifica r ciertas actuaciones (com o es el caso dc la concesión de u n a licencia dc construcción, y en el caso de q u e se opon gan , necesidad de que el órg an o p olítico o adm inistrativo co m petente d ebata y ju stifiq u e d e nuevo su decisión; atrib u ció n a d eterm in ad as organizaciones sociales d e los m edios o recursos p ara gestio nar un servicio o realizar u n a actuación dirig id a p o r la adm inistración p ú b lica (p or ejem p lo de equ ipam ien to s cultu rales o la orga­ nización de fiestas p o p u la re s ). L a lista p o d ría alargarse p ero nos parece qu e

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es suficientem ente explícita: el p o d er p o lític o rep resentativo y la ad m in istra­ ción pú b lica profesional n o relegan sus responsabilidades p ero renu ncian a ejercerlas en régim en de m onopolio. d] U n paso más allá de la p articip ación es la función de los m ovim ientos y organizaciones sociales com o cooperadores de la adm in istració n pú blica en la p restación d c servicios y en general en la elaboración o ejecución de sus p ro ­ yectos o bien en la sustitución de la adm in istración p o r la sociedad civil. Es decir, significa hacer el cam ino co n trario al q u e se h a reco rrid o en las últim as décadas. A n tañ o la sociedad civil resolvía (o más b ien no resolvía o lo hacía m al) sus problem as: la sanidad, la cu ltu ra, el urbanism o, la enseñanza, la asistencia social, etcétera, dep en d ían de iniciativas p articulares: se satisfacían en el m arco de la fam ilia o del peq ueño gru p o y en tod o caso el estado q uedaba casi to talm ente al m argen de ello. La sociedad u rban o-ind ustrial del capitalis­ m o desarrollado, la im portan cia a d q u irid a po r u n tip o d e consum o q u e sólo pu ed e satisfacerse colectivam ente, el consiguiente d esarrollo del “ estado del b ienestar” o "asistencial”, h a n d ad o lu gar a u n enorm e crecim iento de la b u ro ­ cracia y de los servicios públicos y a q u e la sociedad civil se en c u en tre en régi­ m en de asistencia p erm an en te y con escasa capacidad p ara resolver directam en­ te problem as colectivos. P ero ah o ra se ha llegado a u n lím ite y la crisis econó­ mica ha agudizado un p roblem a q u e ya existía: n o es posible (económ icam en­ te. funcionalm ente) q u e el estado se haga cargo directam ente dc todas las nece­ sidades colectivas, ni es p robablem en te deseable q u e así o cu rra puesto q u e se acentúa el bu rocratism o y la falta de so lidarid ad de la vida social. Los m ovi­ m ientos y las organizaciones sociales deben recu p e rar p arcialm ente funciones q u e parecían superadas: el intercam bio de bienes y servicios en tre pequeños grupos, la asistencia a los ancianos y el cu id ado de los niños, la m ejora y p ro ­ tección del cu ad ro de vida (lim pieza de calles, salvaguardia del m edio am ­ b iente, e tc .), en algunos casos la form ación y el reciclaje profesionales, y ta n tas o tras cosas. En todos estos cam pos pued e d arse la colaboración en tre d eterm i­ nados servicios públicos y organizaciones sociales o bien la in iciativ a directa d e la sociedad civil. Se h a h ab lad o de u n tercer sector de la econom ía, distin to del sector p rivado y del público, el sector benévolo, hecho de intercam bios y de prestaciones prácticam ente no m onetarizados. Se h a n recu perad o experiencias d e cooperativas, d e autogestión y de vida co m u nitaria.81 E n los barrios las organizaciones vecinales tiend en cada vez más a ju stifica r su existencia p o r su capacidad d e p restar servicios y de a rtic u la r la relación ciudadanos-adm inistración pública. H ay, evidentem ente, u n a cam paña propagandística de derecha interesada en critic ar la burocratización y los elevados costes (po r lo ta n to im puestos) del estado asistencial, p ara ju stifica r el sacrificio de la inversión pú blica dc carác­ te r social. Es cierto y hay q u e decirlo q u e las causas principales de la crisis y las fuentes más im p o rtan tes del desp ilfarro no están ahí. P ero tam bién es 31 Véase Simposium FAlKE'Nouvel Obscnmteur (citado en nota 13). Se ha hablado de “ Una nueva cultura política" (P. Viveret y P. Rosanvallon, Parí», Ed. du Seuil, 1977) y se ha criticado “La política profesional” (C. Guilliard, París, Ed du Seuil, 1977). Los poderes locales deben ser algo más que administraciones que prestan servicios, pero los servicios sociales no deben ser monopolizados en su gestión por la adminisuación.

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preciso decir q u e h ay un lím ite a la acción de la adm in istració n pú blica, q ue hay q u e sacar recursos hum an os de la m ism a sociedad civil y q u e si querem os q u e la inevitable p olítica d e au sterid ad n o signifique un em pobrecim iento real, es necesario m ovilizar tam bién, con objetivos constructivos, colectivas y solidarios, a la sociedad civil. Pensam os q u e todas estas reflexiones sobre la dem ocracia de base perm iten clarificar cuál es su cam po específico. La democracia de base no sustituye sino q u e com plem enta a la democracia representativa, q u e c o n tin ú a siendo la base co n stitutiva y legitim adora de los órganos d e g obierno y de adm inistración. 'I'am poco la dem ocracia de base se confunde con las organizaciones sociales y populares, a u n q u e éstas sean un m edio fu nd am en tal p ara d arle vida, l a dem o­ cracia de base es tam bién representativa: son, p o r ejem plo, rep resentantes de organizaciones com o asociaciones de vecinos o de padres los q u e p articip an en organism os dc d istrito m unicipal o de d istrito escolar encargados de elab o rar proyectos dc actuación p ara el p róxim o año, de co n tro lar la gestión de la adm inistración. l a dem ocracia de base se sitúa en la articulació n e n tre los poderes representativos (y la adm inistración) y las organizaciones sociales. O tra cuestión q u e conviene precisar: ta n to la dem ocracia d e base com o las organizaciones sociales n o pueden ser un m onopolio de las clases po pu lares y de las ideologías progresistas. Creem os q u e la izquierda está especialm ente interesada en ello puesto q ue los grupos sociales altos y las ideologías políticas conservadoras ya disponen d e otros instrum entos p ara ejercer su hegem onía. P ero la dem ocracia de base d eb e estar abierta y conviene q u e sea usada por los d istintos grupos y o rg an i­ zaciones sociales, a u n q u e representen intereses contradictorios. Si en u n deter­ m inado período de g o bierno (central, regional, local) de izquierda se en tien de la dem ocracia de base com o un m edio de p articip ació n exclusivo d e las clases po pulares orientad as a la izquierda, lo q u e se conseguirá es q ue u n a p a rte de la sociedad se sitúe, se organice y se enfrente con las insttiucioncs dem o­ cráticas.32 D em ocracia de base y organización de la sociedad civil po r u n lado, y des­ centralización del estado y desarro llo de poderes locales y regionales autónom os p o r el o tro son dos procesos ín tim am en te ligados y q u e crean un cam po p ara la acción po lítica m uy d istin to al tradicio nal del estado p arlam en tario (pero centralizad o y bu ro crático) y de partidos. P ara la izquierda la construcción de partidos y sindicatos ha representado dispo ner de instru m entos im prescin­ dibles de presencia y acción en la sociedad y en el estado de hegem onía capi­ talista e in icia r procesos de transform ación q u e incluso h an p erm itid o h ab lar de "elem entos de socialism o” 83 o del estado dem ocrático y asistencial com o resu ltad o de la lucha de clases y hoy p ro du cto de aportaciones im portantes procedentes dc la izquierda, aú n m anteniéndose la lógica ca p italista del desa­ rro llo económ ico y la hegem onía política de las fuerzas conservadoras. H oy u n nuevo avance de la izquierda n o p u ede hacerse sólo con los instru m en to s tra32 Problema importante y difícil de resolver: recuérdese el caso de Chile y la trascendencia de la movilización de las organizaciones gremiales contra la Unidad Popular. 33 Según expresión dc Enrico Berlinguer utilizada en sus “ Reflexiones después de los hechos dc Chile”, Rinaicila, septiembre-octubre de 1973.

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dicionalcs: p artidos y sindicatos, elecciones y nacionalizaciones, m ayorías p a r­ lam en tarias y servicios sociales. El m ism o concepto de hegem onía conviene en el espacio y en el tiem po. H ay sectores de la sociedad y m om entos en el proce­ so histórico más proclives q u e otros a la hegem onía de la izquierda. Q uizá h ab ría q u e h ab lar d e hegem onías, dc equilibrios, d e acciones y reacciones. El proceso de dem ocratización y socialización de la política y d e la econom ía exige hoy co m plem entar los partidos y las organizaciones sociales clásicos con las au ton o m ías y la dem ocracia d e base.

VII. A MODO DE CONCLUSIÓN: pr o b l em a s sobre i .a HEGEMONÍA V El. CAMBIO SOCIAL

1. L a u tilización del concepto de hegem onía p la n tea bastantes problem as teó­ ricos y prácticos. En p rim er lugar hay q u e pregu ntarse si es posible hab lar de hegem onía en singular. Si e! estado es un c o n ju n to dc instituciones y a p a ra ­ tos atravesados desigualm ente p o r la lu cha de clases,*4 en ellos pueden m ani­ festarse hegem onías diferentes. L a hegem onía en sin g u la r im plica la po sibili­ d ad de designar un g ru p o social (o p olítico, o u n a p a ra to específico del estado) con capacidad de im p rim ir u n a dirección y u n a coherencia, de d e fin ir u n p ro ­ yecto y d e ejercer u na dom inación sobre el c o n ju n to d e las instituciones y a p a ­ ratos del estado y p o r ende sobre el co n ju n to de la sociedad. Es u n problem a de laboriosa solución teórica y práctica, d e d ifícil reducción al análisis em pí­ rico. El análisis concreto, en un período norm al (es decir n o de crisis absoluta) nos descubre hegemonías parciales y equ ilibrios inestables. A u nq ue los m o­ m entos de crisis perm iten descub rir u n a hegem onía básica, e n la m edida en q u e se resuelvan en u n o u o tro sentido.35 P ero se p la n tea adem ás la cuestión d e la p ertin en cia mism a del concepto p ara u tilizarlo al tra ta r dc sociedades y sistemas políticos caracterizados p o r el pluralism o y la alternancia .3tJ Se le h a negado validez a un concepto q u e pued e 3* Vía*c J. Solc-Tura, “El estado como sistema dc aparatos c instituciones”, en El marxis­ mo y el estado, op. cit. Sobre el carácter contradictorio del estado y su crisis actual, véase también Nicos Poulantzas, La crisis de l'Élat, París, p u f , 1976; M. Castclls, C. Buci-Glucksmann, A. Joxc. Perna, D'Albcrgo, Ochctto, Ingrao y otros, Stato e societá in Italia, Editori Riuniti, 1978; el conjunto de la revista Dialectiques (en especial los artículos de Buci-Glucksraann y H. Portelli); las obras recientes de J. Habermas, El problema de la legitimación en el estado capitalista: dc C. Oííe, El estado en el capitalismo moderno; de S. Holland, The socialista challenge. Londres. 1975: de R. Miliband. El estado en la sociedad capitalista, México, Siglo XXL 1981, ele. Sobre el estado en América Latina, hemos tenido en cuenta especialmente los trabajos dc F. H. Cardoso. por ejemplo, Estado y sociedad en America la tin a , Buenos Aires, 1972, y dc Lechner, 1.a crisis del estado en America Latina, Caracas. 1977. 33 Véase por ejemplo la ponencia presentada a este seminario por Ludolfo Pararaio y Jotge M. Reverte. “La crisis dc la hegemonía dc la burguesía española, 1969-1979”, en es­ pecial sus conclusiones. Kl autor ha tratado el can) español en un peí iodo anterior al anali­ zado por Paramio y Reverte. "Crisis del estado autoritario y sistema dc partidos en España”. Rei'ista de Sociología, ntim. 8, Barcelona, 1978. Un caso muy conocido de crisis y “demostración dc hegemonía” es su solución en el de la “ revolución dc mayo”, Francia. 1968. 3« Véase M. L. Salvador! “Egcmonia c pluralismo" y otros textos, en el libro Eurocomu•

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in terp reta rse com o una form a más sofisticada del viejo reduccionism o: esta­ d o = d ic ta d u ra de u n a clase. N o creem os q u e sea así. T a m p o co podem os caer en las posiciones q u e frag m en tan to talm en te el po der: el análisis social y po­ lítico sólo p od ría descub rir hegem onías parciales, restos dispersos de poderes anacrónicos, “elem entos de socialism o", etc. U no s más funcionales, otros m e­ nos, o disfuncionales, a una posible lógica o a u n m odelo de desarrollo y dc reproducción s o c ia l.. . en el caso de q u e este m odelo p ueda establecerse. El concepto de hegem onía es u n concepto a co n stru ir a p a rtir d e un análisis his­ tórico concreto y no puede renunciarse a p rio ri a descu brir u n a hegem onía básica en la sociedad. La hegem onía coexiste con form as políticas rep resen ­ tativas y p luralistas.

2. El concepto de hegem onía se aplica a sociedades y sistemas políticos en los q u e se d a a ¿a vez u n a dom inación d e clase m ed iante la dirección del estado p o r parte de un(os) determ inado(s) grupo(s) social (es) q u e im pone(n) o representa(n) un m odelo de crecim iento y de reproducción social y u n relativo equilibrio dc fuerzas en tre las diversas clases en la m edida en q u e los otros g ru p os sociales tam bién están representados en los ap arato s del estado, reciben u n a cuota del excedente económ ico y consiguen im p rim ir cam bios y elem entos propios en el sistem a po lítico y social. P ara q u e haya hegem onía con p lu ra lism o y posibilidades de altern an c ia se req u iere p ro b ab lem en te q ue haya excedente económ ico d istrib u ib le p ara toda la sociedad (o la g ran m ayo­ ría), q u e el sistem a político e institucion al perm ita la representación y el acce­ so de todas las fuerzas sociales a los centros de p o d er d el estado y que esté vigente u n a ideología de la integración o cohesión social q u e lleve a las dife­ rentes fuerzas sociales a aceptar las mism as norm as generales y a aceptarse m u tuam en te. T a n to los grupos sociales (fuerzas sociales) com o los m ovim ientos n acion a­ les necesitan llegar al estado, "estar en él", es decir lu c h ar p o r la(s) hegem o­ n ía ^ ). p a ra conocerse (reconocerse) a través de la p ráctica política, del en­ fren tam ie n to con otras fuerzas sociales y d e la definición d e proyectos propios. En las sociedades desarrolladas y p lu ralistas, esta práctica política se hace d en ­ tro d e m arcos (instituciones, negociaciones sociales, ideologías en p a rte com u­ nes) q u e h a n sido m uy poco estudiados p o r el m arxism o trad icio nal, p o r el m ovim iento o b rero y po r la ideologia p olítica revolucionaria.

3. P ara co n q u istar la hegem onía, la izquierda necesita crear un am p lio y nuevo consenso en la sociedad alreded or de u n proyecto d e c a m b i o y d e o r d e n . El radicalism o tradicional de la izquierda n o pued e consistir (en E u ro p a Occi­ d en tal) e n la defensa exclusiva d e intereses sociales inm ediatos p o r grupos nismo e socialismo soviético, Einaudi, 1978. En 1977 hubo un interesante debate sobre la he­ gemonía en Italia con contribuciones de Bobbio. Cohén, Gerratana. De Giovanni. Gruppi, e tc . en las revistas Mondo Opcraio y Rinascila. Un tratamiento más académico dc la cues­ tión del pluralismo, la alternancia y el consenso lo encontramos eu la revista Pouvoirs, núms. 1. 5 y 7, Parts. 1977 y 1978.

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o categorías sino en la definición y realización de cam bios concretos p ara toda la sociedad. La ideología legítim a n o debe ser ta n to d e subversión y del orden com o de reconstrucción del orden. En las sociedades p lu ralistas y desarrolladas las aspiraciones colectivas al cam bio vnn un id as a las dem andas de orden. Por esto es necesario un proceso de transform ación social m uy articu lad o con las instituciones (im portancia d e la reform a y descentralización del estado, de los poderes locales), u n proceso g rad u al d e transform aciones económicas (reali­ zadas con consenso am plio y ev itan d o u n p erío do de colapso del sistema econó­ m ico) y la conquista de la hegem onía en la sociedad civil (dem ocracia de masas y dem ocracia de b ase). La transform ación socialista d e estas sociedades req u iere superar a la vez el viejo m odelo jacobino-seudolcninista (insurrección p ara con q uistar y d estru ir el poder del estado y edificación de u n nuevo ord e­ n am ien to político-jurídico a través de u n p eríodo de coacción) y el m odelo socialdem ócrata tradicional (gestión bu rocrática del estado y representación exclusiva d e las clases sociales a través de partidos-elecciones g en e ra les): es decir, hay q u e socializar la política.31

4. C am b iar la sociedad significa conocerla com o to talid ad , y esta definición im plica q u e previam ente se niegue la sociedad existente. E l proyecto socialista sólo podrá, prom over cam bios concretos, p ard ales, q u e a p u n te n hacia un nuevo m odelo social, no ta n to en la m edid a en q u e tenga perfectam ente defin ido este m odelo futuro, sino en la m edida en q u e niegue rad icalm ente los elem en­ tos básicos del m odelo presente q u e se p reten den su p rim ir o transform ar. 1.a inexistencia de u n a alternativa de fu tu ro glob al im pide la definición d e la so­ ciedad presente. P o r o tra p arte, sin u n a negación rad ical del p resente y sin u n a afirm ación de u n proyecto global p ara el fu tu ro n o pu eden movilizarse las esperanzas com u nitarias y las aspiraciones de cam bio existentes hoy en gran p a rte dc los grupos sociales (au n q u e coexistan con actitudes y valores conser­ vadores, individualistas, g rem iales). Los proyectos políticos transform adores necesitan arraigarse n o solam ente en u n presente qu e com porta inevitable­ m ente propuestas lim itadas, com prom isos, realizaciones parciales, m om entos d e retroceso y d e espera, sino tam bién en un pasado heroico q u e dem uestre el progreso conseguido y en u n fu tu ro q u e incluya elem entos proféticos o u tó p i­ cos q u e confieran u n carácter épico al proyecto socialista y estim ulen la dim en­ sión solidaria de cada persona y g ru p o social.88

*7 •'Socializar la política" es un concepto que lia desarrollado espccialmcntc Ingrao (op. ríl.). Sin ella la política económica dc nacionalizaciones puede tener muy poco que ver con la socialización económica y por lo tanto con el socialismo. Sobre los modelos jacobinoleninista y socialdemócrata hay que resaltar que ésto* no fueron teorizados como tales ni por Lenin ni por Kautsky ni por Bemstein, sino que ha sido una política posteiior debida­ mente teorizada y ¿analizada la que ha establecido estos modelos. 38 Ix» comunistas, más que los socialistas por íer portadores de un proyecto dc cambio global más arraigado en sus militantes, adhieren con más fuerza a sus sertas de identidad forjadas por su historia y a su proyecto dc futuro (lo que tiene como contrapartida una tendencia a la idcologización y al culto a la diferencia).

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5. La transform ación social en el m arco del plu ralism o y la alternancia y m e­ d ia n te la conquista progresiva de la hegem onía en la sociedad civil y la des­ centralización del estado obliga a replantearse la concepción tradicional del agente (y d e los instrum entos) del cam bio. H ay que su p erar las concepciones d e carácter sociologista ("la clase”), o vanguardista ("el p artid o ") o in stitu ­ cionalista ("el estado”). La sociedad civil es dem asiado com pleja com o para q u e su transform ación pueda identificarse con la acción u n ilate ral de una clase m istificada y d c hecho reducida a algunas organizaciones políticas y sin­ dicales. El p luralism o excluye el protagonism o exclusivo d e un p artid o y legi­ tim a la diversidad dc organizaciones políticas y de masas. La organización de la sociedad civil y la com plejidad del estado d a lugar a la m ultiplicación dc los in stru m ento s de acción y organización políticas y relativiza el pap el d e los p artidos (sindicatos con vocación sociopolítica, organizaciones sociales, cu ltu ­ rales y cívicas, instituciones descentralizadas del estado, e tc .). El proyecto po­ lítico d e la izquierda debe articularse sobre u n c o n ju n to d e instituciones-partidos-organizaciones y m ovim ientos de masas. La construcción de una sociedad socialista (libre, igualitaria y solidaria) no puede plantearse hoy com o p ro ­ d u cto de la acción d e un agente (el estado p o r ejem plo) q ue va cub rien do las etap as predeterm inadas teóricam ente y m odelando así la sociedad. El cam ino es penoso y el fu tu ro incierto si se da esta reducción (en vez de socialización) dc la política. El proceso dem ocrático socializador requ iere elem entos un ificadorcs (bloque de partidos, articulación con m ovim ientos sociales, victorias políticas electorales q u e perm iten d irig ir las p rin cipales instituciones del esta­ do. proyecto político-económ ico-cultural q u e consigue u n a relativa h eg e m o n ía), pero tam bién debe garantizar adem ás de la p lu ra lid a d de alternancia (el con­ ju n to de fuerzas políticas y sociales n o pueden q u ed a r integradas en el mism o proyecto) la autonom ía y ¡a diversidad de la sociedad civil así com o la existen­ cia d e poderes e instituciones autónom as y po r lo ta n to no identificadas o d e­ p endientes de los poderes centrales (p or ejem plo los poderes lo cales). Esta relativización del papel de los partidos y del estado n o significa olvidar el papel globalizador de proyectos q u e cum plen los prim eros y las funciones de organización general, de integración y de funcio nam ien to (y cam bio) reglado q u e realiza el estado. P ero los partidos, si bien son los instrum entos m ediadores en tre la sociedad civil y el estado en el m arco de los m ecanism os de la dem o­ cracia representativa y en general tam bién son los principales agentes globalizadores d c proyectos sociales y políticos, no pueden m onopolizar totalm en te el papel representativo (debe desarrollarse tam bién la dem ocracia dc base) ni globalizador (que tam bién cum plen ciertas instituciones, ideologías n o crista­ lizadas en partidos y a veces algunos m ovim ientos sociales). En cu a n to al esta­ do, nos parece im p o rtan te destacar q u e en los últim os años la izquierda no sólo ha superado las concepciones tradicionales q u e id en tificaban al estado con u n a p a ra to central único, sino q ue adem ás pro p o n e u n proceso de transfor­ m aciones sociales no es f a t a l i s t a , es decir n o m onopolizado po r la acción del estado, a u n q u e el c o n ju n to de instituciones y aparatos q u e lo constituyen, en la m edida en que sean representativos en su com posición y dem ocráticos en M Las Icíís del i*si’C (Partido Comunista dc Cataluña) para su congT«o dc H>80 reciban cxplú ¡lamente la coitccpcióu "cstatalísta" del socialismo.

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su funcionam iento, establezcan las reglas y ap ru eb en las decisiones de carácter general.

6. C om o consecuencia de todo lo an terio r, el proyecto socialista en estas socie­ dades desarrolladas y con sistemas políticos p lu ralistas n o puede identificarse, ni basarse p rincipalm ente, en la política d e nacionalizaciones y en la consti­ tución de u n sector público ( = estatal) de la econom ía om nipresente y o m n i­ p otente. Si no hay u na paralela transform ación y descentralización del estado, la am pliación del sector público, tiene muchos inconvenientes: burocratización y centralización de las decisiones y de la gestión, opacidad de la pro d u c­ ción respecto a las necesidades y viceversa, baja pro du ctiv id ad y ren tab ilid ad d e un sector que no está som etido n i a las leyes de la com petencia y del m er­ cado n i a un control dem ocrático eficaz. El estado-propietario, con sus form as actuales (inoperancia de las asam bleas representativas-parlam ento para con­ tro la r el sector público, gestión m ed iante aparatos separados y ce n tralizad o s), no p erm ite considerar equivalentes nacionalizaciones y socialización económica. Por o tra p arte, h ay q u e tener en cuenta ciertas críticas de m atiz lib eral sobre la relación en tre p luralism o y lib ertades políticas y sociales (individuales y co­ lectivas) p o r u n lado, y p lu ra lid a d de las decisiones y de los poderes económ i­ cos (distribución de la p ro p ie d a d ), así com o las q u e hacen referencia a la ineficacia de la planificación central y de la prop iedad estatal ta n to p ara ase­ g u rar la satisfacción de las necesidades reales de la p oblación (falta el m ercado p ara conocerlas) com o para garantizar niveles de prod uctividad com parables con el sector privado. C o m b atir y p ro p o n er alternativ as a las posiciones neoli­ berales extrem as hoy en boga40 req u iere asum ir u n a parte de las críticas y pro­ p o n er soluciones desde una óptica socializadora e igualitaria pero qu e tenga en cuenta las exigencias dc lib ertad y de p roductividad. En los países occiden­ tales europeos, tan im p o rtan te com o d esarro llar el sector púb lico es reform ar el existen te (control p arlam en tario y sindical, descentralización, elim inación de privilegios, tran sparencia de la gestión, restructuración para m ejorar la ren tab ilid ad , introd ucción d e controles e incentivos p ara la producción, en algunos casos creación de em presas com petitivas con las existentes, e tc é te ra ). E l nuevo sector p ublico que se crea no tiene po r qué ser todo él estatal, ni m u ­ cho m enos estatal-central: pu ed e ser regional, m u nicipal, m ixto. El estado pu ed e crear u n m arco q u e establezca derechos (p or ejem plo créditos, subven­ ciones, exacciones fiscales) y obligaciones (calidad, precios, niveles m ínim os de producción, etcétera) p ara em presas privadas q u e pueden ser lucrativas o no. Ya q u e puede estim ularse el desarrollo de un sector sem ipúblico y en general la iniciativa colectiva n o estatal (cooperativas, el llam ado sector “ be­ névolo” citad o anteriorm ente, e tc .) . La izquierda europea de base m arxista ha recup erado el concepto y el discurso de la autogestión y se rep lan tea los 40 Vcasc G. S. Becker, Teoría económico, f c e , y la obra dc divulgación dc D. Lepage. Maña­ na, el capitalismo, Alianza Editorial, donde se exponen los principios dc la E«cucla dc Chica­ go. Una critica sociológica, dc fuerte inspiradóu liberal, a la evolución burocrática del estado y al estatalismo dc la izquierda se encuentra en Michcl Crozicr (véase su último libro, On ne change la sociéte pour décret, París, 1979).

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problem as de la planificación y del con tro l pú blico d e la econom ía p ara supe­ ra r los vicios de buro cratism o y centralización (articu la r distintos niveles te rri­ toriales y sectoriales de p lanificación, y carácter más a b ie rto y procesual de ésta, contro l p úblico m ediante m ecanism os indirectos —crediticios, fiscales— y sociales —sindicatos, usuarios). Estas nuevas concepciones económicas perm iten establecer u n a clara dife­ renciación en tre el m odelo de dom in ació n política identificado con u n estado ce n tral q u e a su vez contro la y dirig e toda la econom ía y el m odelo hegem ó­ n ico q u e im plica p lu ra lid a d de poderes y de centros de decisión y auton om ía y diversidad d e la sociedad civil y p o r lo ta n to existencia d e d istin tas form as 1í tico-adm inistrativa del estado así com o la au ton om ía, organización m ú ltip le y derecho de iniciativa económ ica y cu ltu ral de la sociedad civil im plican u n a g ran diversidad y u n a confrontación p erm an en te d e valores o ideas. El socia­ lism o coexistirá con distin tas ideologías parciales o globales. La lucha p o r la hegem onía en el terreno c u ltu ra l (preferim os u tiliz ar este térm in o en vez d c ideológico) p o r p arte d e la izquierda n o pu ed e hacerse en n o m b re de u na ideología m onolítica, cerrada y única, sino adm itien d o q u e hay q u e "desm ili­ tarizar la c u ltu ra ” (S a rtre ); q u e n o podem os "in q u ie ta r a la gente d an d o la im agen de q u e tenem os respuesta prep ara d a p ara tod o" (B re c h t); q u e muchos cam pos de ¡deas, valores, la ciencia, q u ed a n fuera de la confrontación política; q ue p o n er cortapisas a la lib erta d de pensam iento y d c expresión es capitidism in u ir a la sociedad y m u tila r su v italidad; q u e la dirección y organización de la cu ltu ra no pu ed e ser com petencia exclusiva de la ad m in istración p ú b li­ ca; q u e el carácter público d e las instituciones, aparatos y servicios sociales n o im plica q u e todos ellos d eban asum ir y p ro d u cir las mism as com ponentes ideo­ lógicas (por ejem plo escuela pú blica y laica —q u e n o es igual a estatal— no d ebe significar un iform idad, n i im posición ideológica, sino diversidad, tole­ rancia, presencia de elem entos culturales e ideológicos ligados al contexto social in m ed iato y a las preferencias de padres y m aestro s). La izquierda, el p ensam iento revolucionario, debe p lan tearse la llam ada "lu ch a ideológica” , o m ejor la confrontación en el terren o de la c u ltu ra y de los valores, ta n to desde la oposición com o desde el gobierno, sobre la base de la diversidad dc ideas y de centros dc producción y difusión de éstas así com o el carácter hete­ rogéneo y ab ierto de s u (s) ideología (s) y cu ltu ra (s). P ero al m ism o tiem po d ebe sistem atizar y d esarro llar u n co n ju n to de ideas y valores básicos (liber­ tad, igualdad, solidaridad, participació n, autonom ías, tolerancia, conjun to s dc derechos colectivos c individuales, convivencia pacífica, ind ep end encia dc los pueblos, etcétera) y lu c h ar ab iertam en te p o r la hegem onía de éstos en el estado y en la sociedad civil, en todos sus niveles. P ero esta lucha cu ltu ral n ada tiene q u e ver con los "m anuales d e m arxism o" o d e "socialism o cientí­ fico” . Estos m anuales de form ación ideológica no hay q u e q uem arlos po rq u e Se va superando una concepción hiperpoliticista de la administración y se defienden criterios de neutralidad, transparencia, objetividad y eficacia para una administración pú­ blica que ya no se considera necesariamente como complemento subordinado dc una dase y de un partido.

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nu n ca hay q u e q u em ar u n libro, p ero sí olvidarlos abso lu tam en te p o rq u e no enseñan n ad a qu erien d o explicarlo todo.

8. T o d a s las reflexiones hasta ahora expuestas perm iten dedu cir q ue en el m arco po lítico (rep resen tativ o ), económ ico (desarrollado e interd epend ien te) y cu ltu ral (p luralista y relativ am ente cohesionado) de E u rop a O ccidental no hay posibilidades reales, desde la izquierda, p a ra o p ta r en tre vías o m odelos d istintos de transform ación socialista. P or esto n o consideram os válida la dis­ tinción y el m a n ten im ien to de dos proyectos diferentes: el socialista y el eurocom unista, ni creemos qu e sean relevantes las polém icas ideológicas sobre d e­ m ocracia y d ictadu ra d el pro le taria d o y temas parecidos. A ho ra bien, esto no nos p erm ite deducir q u e sólo haya u n a política posible, q u e la unificación de la izquierda sea casi inevitable y q u e el m arco actual vaya a m antenerse in tacto sea cual sea la p olítica de la izquierda y la evolución de la lucha de clases. Las políticas actuales de los d istintos partidos socialistas y com unistas dc Eu ro pa del S ur son u n a dem ostración palm aria de q u e políticas distintas y en• frentadas de la izquierda son perfectam ente posibles (baste citar la p ro fu n d a contraposición en tre socialistas y com unistas franceses o las im po rtan tes diver­ gencias en tre éstos y sus hom ónim os ita lia n o s ). P ero lo q u e sí nos atreveríam os a afirm ar es q u e u n a política, en la m edida en q u e n o jueg ue a fondo la baza de la intervención activa en la acción de go bierno para salir d e la crisis, la transform ación dem ocrática y descentralizadora del estado, la organización de la sociedad civil y la u n id a d de la izquierda n o p erm ite progresos significa­ tivos y se reduce a prácticas defensivas de posiciones ad q u irid as y d e intereses sociales fragm entados. Lo cual n o im pide q ue esta po lítica defensiva n o m an­ tenga y au m en te la cohesión d c un a fuerza social y política q u e p o r su misma existencia condicione la posterior evolución p olítica y económ ica.43 P o r o tra parte, los efectos continuados de la crisis económico-social (que pu ed e in terp retarse tam bién com o crisis más general de civilización) y de la fuerza política, institucion al y de masas de la izquierda (que encabeza o busca salidas a las reacciones y reivindicaciones sociales populares) n o perm iten ex­ clu ir u n a transform ación del actual marco po lítico , económico y cultural en u n sentido de au to rita rism o y tecnocratism o, pobreza y dependencia, desorga­ nización social y cu ltu ral. El estado representativ o y asistencia!, la autorganización de la sociedad civil y la existencia de derechos individuales y colectivos reconocidos p ara todos, el desarrollo d e los conflictos sociales en cauces acep­ tados y con m ecanism os de negociación mínim os, y la vigencia d e norm as o p au tas d e convivencia integradoras de la sociedad constituyen u n en tram ad o conform ado a lo largo de siglos p ero q u e la histo ria tam bién dem uestra que es p recario y frágil (citem os com o ejem plo clam oroso los fascismos y las largas d ic tad u ras en España y P o rtu g a l). A hora bien, esto no puede conducirnos a conclusiones exacerbadas q u e pre­ te nd ien do ser más radicales y acelerar el proceso histórico conduzcan a la mar« Asi por ejemplo el pcr puede mantener su actual política durante mucho tiempo sin que esto lo conduzca forzosamente al desastre, aunque lo margine como integrante dc una alternativa política.

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IZQUIERDA V HEGEMONÍA EN LOS PAÍSES DE EUROPA DEL SUR

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g inación del g ueto o a la provocación. D ecir q u e la respuesta a la crisis y a la involución dem ocrática es prep ararse p a ra u n en fren tam ien to general y vio­ le n to conduce a la retórica im p o ten te o a la acción provocadora (es el caso de algunos g rupos extraparlam entarios) o bien a dicotom izar u n presente defen­ sivo, a u n q u e se ju stifiq u e com o acum ulación de fuerzas, y u n fu tu ro q u e sólo se alcanzará cu and o se d en hechos externos q u e n ada tienen q u e ver con lo p ráctica y los objetivos del presente (tercera g u erra m u n d ial, catástrofe p o lí­ tica y económ ica generalizada, insurrección de las masas p o p u la re s ). Estas ideas serán u n a tentación p erm an en te p ara la izquierda, sobre to do en m o­ m entos difíciles com o los actuales si n o su p era m itos y fantasm as q ue h an configurado su pensam iento y estim ulado su acción pero qu e son inciertos y m uchas veces paralizantes. H ay q u e re in te rp re ta r el pasado hasta hoy d el es­ tado y de la sociedad civil, de la econom ía y d e la cu ltu ra, com o un p rod ucto d e la lucha de clases y no dc la acción u n ilate ral d e u na clase, pasado que, salvo m om entos excepcionales, se lee dogm áticam ente com o u n a histo ria de d erro tas y fracasos, en vez de con cluir q ue, p or ejem plo, el mal llam ado estado b urgués en la m edida q u e es dem ocrático lo d ebe en g ran p arte a las clases y a las luchas populares. H ay que desm itificar el concepto de revolución, q u e si bien tien e u n in d ud able valor d c cam bio p ara a rtic u la r la relació n en tre org a­ nizaciones políticas y bases sociales, tien e u n valor de uso escaso (si en tend e­ mos revolución en el sentido estricto, com o la revolución francesa del 89 o la rusa del 17) y m an tien e un tip o de expectativas q u e a veces h an sido movilizadoras, j)ero o tras paralizantes. H ay q u e p recisar con más rigo r de lo q u e se hace h ab itu alm en te el concepto y el papel histórico de la clase obrera, que si bien constituye la fuerza social más capaz de im pu lsar u n proyecto socialista, con u n nivel de organización política y social más elevado q u e el resto d e la socie­ d ad , no constituye un todo hom ogéneo, está atravesada p o r contradicciones y fuertes tendencias grem iales, no representa a la m ayoría de la población y adem ás tiend e a d ism in u ir cuantitativam ente; no es posible in c o rp o rar a u to ­ m áticam ente al mism o concepto a los sectores d e técnicos, cuadros y profesio­ nales asalariados; n o representa necesariam ente u n polo atractiv o p a ra las clases m edias a pesar de q u e éstas p ueden ser y sentirse o prim idas p arcialm ente p o r el gran capital; no es p o rtad o ra hoy de u n proyecto de cam bio universal fuertem en te arraig ad o en la sociedad (en la m edida en q u e la socialdem ocracia tradicio nal h a integrad o sus proyectos en la sociedad existente y el com u­ nism o h a d eb ido ren u n ciar a la viab ilid ad del proyecto identificado con la U n ión S o v iética). H ay q u e p erd er el m iedo a asum ir la condición d e a lternati­ va de orden en distintos cam pos (el económico, la seguridad pública, la inte­ g ración social, el respeto del derecho, etcétera) y co m b atir d ecididam en te la doblez o la deb ilidad d e pensam iento (hoy hacemos y decim os esto pero m a­ ñan a. ..) H ay q u e sacar las consecuencias del m étod o dem ocrático y del proyecto d c cam bio social a través del consenso de la m ayoría, lo q ue significa u n largo proceso de cam bios q u e debe exprcsai-se y realizarse a través de victorias elec­ torales y en el m arco de instituciones representativas y pluralistas. H ay q u e ed u ­ car a la clase obrera, a las clases populares, sobre el significado y las servidum ­ bres dc las instituciones públicas representativas y ad m in istrativ as q ue no pu e­

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d en utilizarse de la m ism a form a y con los mismos objetivos que las organiza­ ciones sociales y sindicales de la sociedad civil. La conclusión: hoy es necesario d esarrollar u n a política de izquierda en las condiciones de la crisis y en el m arco de las instituciones representativas, que movilice sobre todo a los distintos sectores d e la sociedad civil sobre la base de objetivos negociables y alcanzables (que pu eden ser m uy avanzados si se genera u n a fuerza social suficiente) y es poco ú til, en general, y m otivo de reacción p ública y social con traria, d e m arg in ació n y d e pasividad p o p u lar, teorizar u n ilate ralm e n te la hegem onía conservadora y la im potencia presente de u na izquierda que posee, (¡¡eso sí!!) u n a "v erdad era altern ativ a revolucio­ n a ria " p ara el fu tu ro . E n cam bio, sí es necesario q u e los objetivos concretos de hoy se integren en u n proyecto global, de contenid o revolucionario en sus últim as consecuencias, pero viable, "visible", desde hoy.

9. Las reflexiones sobre E u ro pa occidental no son prob ablem en te in útiles para A m érica L atin a, a u n q u e hay q u e reconocer previam ente q u e las condiciones señaladas para que la lucha p o r el pod er y el proceso d e transform ación socia­ lista pu ed an traducirse en térm inos de hegem onía (s). pluralism o, revolución de la m ayoría, alternancias, descentralización del estado, dem ocracia d e base, etcétera, no se d an en A m érica L atina. F altan excedentes económicos, n o exis­ ten (o son form as que d e hecho excluyen a gran p arte d e la sociedad) las ins­ tituciones representativas, la sociedad civil está disgregada y los grujios sociales están poco organizados y menos articulados en tre sí. Es decir, parece necesario un largo proceso de organización po p u lar, construcción de form as dem ocráticas del estado, desarrollo económ ico generalizado y articulació n (o integración) sociocultural p ara q u e sean p ertin en tes la m ayoría de las reflexiones de este trabajo. A u n a riesgo de equivocarnos p o r el esquem atism o inevitab le de estas n otas conclusivas y p o r el insuficiente conocim iento de la realid ad latino am eri­ cana, nos perm itirem os avanzar algunas hipótesis. E n p rim er lu gar pensam os, y parece obvio, q u e hay q u e caracterizar com o u n caso específico el de las dictad u ras asentadas en países relativ am en te pequeños, con estructuras agra­ rias atrasadas y /o organizadas p o r el m onocultivo, cuyos sistemas políticos se caracterizan p o r u n a dom inación violenta ejercida en beneficio casi exclusivo de reducidas oligarq uías y castas m ilitares, directam en te vinculadas a u n a po ­ tencia im p erialista ex tran jera , sociedades en q u e las clases trab ajado ras del cam po y de la in d u stria tien en casi to do en com ún y casi n ad a q u e p erd er y en q u e las clases medias, n o m uy num erosas, n o en cu en tran escaso sitio en el sis­ tema p o lítico (au n q u e disfru ten de ventajas o privilegios relativos desde el p u n to de vista socioeconóm ico). Es el caso de las repúblicas centroamericanas, hoy en plena efervescencia, y en las q u e parecen darse las condiciones p ara la constitución d e frentes dem ocráticos u n itario s articulados con am plios m ovi­ m ientos d e masas y organizaciones de lucha arm ada p ara realizar, m ed ian te la insurrección p o p u la r resu ltan te de la com binación de la acción arm ada, de la lu ch a social y de las cam pañas políticas, u n a revolución política y social en el sentido estricto. Lo cual no im pide q u e m uchas de las cuestiones plantead as en

IZQUIERDA V HEGEMONÍA EN LOS PAÍSES DE EUROPA DEL SUR

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este tra b ajo no sean p e rtin e n te s.. . a posteriori, es decir después del triu n fo de u n a revolución dem ocrática y p o p u lar. Creem os q u e el caso de los grandes países de A m érica L a tin a , ta n to aquellos q u e viven b ajo dic tad u ras m ilitares (C ono Sur) com o los q u e m an tien en fór­ m ulas dem ocráticas form ales (a veces tan poco dem ocráticas, u n precarias, com o C olom bia o Bolivia) es d istin to . H ay u n a tradició n de estado, es decir u n a institucionalización de la sociedad, relativam ente fuerte. La estru ctu ra social es com pleja y los d istintos grupos sociales h a n creado form as d e o rgan i­ zación y de expresión propias.44 Si p o r u n a p arte es eviden te q u e en estos países no se d an las características q u e hem os a trib u id o a los europeos, tam ­ poco parecen existir las “condiciones revolucionarias” p a ra q ue se d e n en ellos procesos de cam bio com o los q u e están en m archa en C en troam érica (que adem ás fracasaron ya en los años sesen ta). P rob ablem ente estos países serían más com parables con E spaña y P ortugal, y en ellos cabe sup on er u n a evolución caracterizada p o r la progresiva organización social y p o lítica d e las clases p o p u ­ lares y m edias y la p aralela dem ocratización del estado, con prob ables m om en­ tos de en fren tam ien to y de cam bio brusco a lo largo d e u n proceso q u e será extend ido . In cluso cuand o se d a u n m arco p olítico dem ocrático relativ am en te consolidado (como existía en C h ile ), la situación es frágil d eb ido a u n a serie d e causas com o el atraso de u n a parte de las estructu ras sociales (las ag rarias esp ecialm ente), el escaso excedente económ ico, el carácter an tidem ocrático de u n a p arte de los aparatos del estado y la p ro b ab le reacción v iolenta de las clases m edias si ven p elig rar sus pequeños privilegios an te las crecientes d em andas populares.45 Estos factores explican la precariedad d e este m arco dem ocrá­ tico44 y exigen a los sectores de izquierda u n a g ran p rud en cia p ara ca lib rar sus fuerzas y n o in te n ta r prom o ver en cam bio u n a reacción social y política q u e d ará lugar a u n a involución del proceso dem ocrático.47

10. P or ú ltim o quisiéram os, en brevísim as pinceladas, com entar algunos aspec­ tos de la reflexión m arxista en E u ro pa y A m érica L atin a. Se h ab la de crisis del m arxism o, de au^e d e las ideologías neoliberales, d e fracaso po lítico d e los 44 Hay que plantearse la cuestión de si el populismo ha organizado a las cla«cs populares cu América Latina. Es indiscutible que lo ha hecho en el plano social, sindical, pero en cambio no ha realizado esta (unción en el nivel político, a través de las instituciones del estado. Es decir que el populismo no ha jugado la carta de luchar por la constitución de un estado pluralista representativo y ha tendido a soluciones políticas de tipo dictadura mili­ tar con contenidos sociales más o menos avanzados y relación lider-masas de carácter cariv tnático. Sobre el populismo hemos tenido especialmente en cuerna los tralujos de Juan Carlos Portantiero. 43 Además, la situación de extrema pobreza de gran parte de las clases populares y de escándalo de las grandes desigualdades sociales provocan reacciones sociales radicales, en especial en aquellos periodos en los que los sectores populares concretan sus expectativas y esperan que se realicen sus aspiraciones. 46 Dejamos íuera de nuestra reflexión el caso de México, que constituye un tipo de estado y de sociedad originales, en la medida en que han nacido de una revolución con fuertes contenidos populares. 47 En los últimos años la izquierda latinoamericana se ha sometido a una lúcida autocrí­ tica. Véase por ejemplo, el excelente libro de Teodoro Petkoff, Proceso a la izquierda, Pla­ neta, I97C.

JORDI BORJA

análisis d e base m arxista. Creem os q u e desde un p u n to d e vista teórico y científico, cu ltu ral y académ ico, el m arxism o está, ta n p lenam en te integrado en la vida intelectual de E u ro pa y de A m érica L a tin a q u e ni pu ed e hablarse de crisis ni de auge. F orm a p a rte d e todas las disciplinas y d e todas las ex p re­ siones culturales; todo el m u n d o es u n poco m arxista y nad ie pu ede ser sola­ m en te m arxista. P o r esto a veces intelectuales y políticos q u e p o r su pensa­ m ien to y acción h a b ría q u e considerar m uy m arxistas (em pezando p o r M arx) d eclaran irónicam ente "n o soy m arx ista”, o “soy m arxista, pero tendencia G ro u ch o ”. D esde u n p u n to de vista político sí hay u n a lin ea discrim inato ria en tre m arxistas y no m arxistas: el reconocim iento de la lucha de clases y la p rio rid ad de la organización au tón om a —social y política— de las clases tra ­ bajadoras. Creem os q u e este m arxism o debe caracterizarse p o r u n fuerte rea­ lism o sociológico (para ev itar los trágicos errores a q u e conduce el dogm a­ tism o y el vanguardism o) y p o r u n decidido vo lun tarism o p olítico (p orq ue sin él n o hay procesos de organización, lucha y c a m b io ). La teoría y el análisis científico (au n a riesgo de ser pesim istas, com o decía G ram sci) no pueden servir solam ente p ara in te rp re ta r o p ara “p rev er” el pasado sino com o gu ía p ara la acción presente y p ara presum ir la evolución hacia el fu tu ro . P ero la volu n tad debe ser op tim ista puesto q u e la política de la izquierda revolucionaria en cu a n to a sus objetivos finales es una apuesta, u n reto a la histo ria, para hacer de ella el resultad o de la acción consciente de personas libres. Es decir, hacer del pu eblo, de los trabajadores, gobierno, y reco n stru ir u n a sociedad ig u a litaria y solidaria a través de la socialización política. H oy la ofensiva conservadora en el p lan o intelectual preten de desacreditar al m arxism o a la vez com o teoría p olítica y com o práctica social. En el prim er caso la peor de las defensas seria la de p reten d er salvar los dogm as y organ i­ zarse alred ed o r de una sabiduría d e m anuales. P o r el co ntrario , hay q ue acep tar los retos de las críticas e in terv en ir en todos los cam pos del análisis social, en com petición (colaboración o polém ica) con todas las ideas y mé­ todos. La defensa del m arxism o com o p ráctica social n o pued e consistir ta n to en la justificación del pasado y d e las revoluciones inacabadas o frustradas com o en la vinculación d e los intelectuales m arxistas con la acción colectiva de las clases populares y la intervención en los procesos de lucha y dem ocra­ tización del estado. En E u ro pa se ha hablado del "in v iern o del socialism o” 4n y gran p arte d e la in telectu alid ad se h a m argin ado de la vida política para moverse en tre lo académ ico, algunos m ovim ientos sociales de base y la p rivacidad más estricta. En A m érica L a tin a los procesos políticos de la izquierda en los ú ltim os vein­ te años h a n provocado u n a p ro fun da crisis d e id en tid ad en tre la intelligentsia revolucionaria, con escasos m edios de acción p olítica a su alcance. E n esta situación a n te tod o hay q u e hacer u n esfuerzo de lucidez p ara com ­ p ren d er los po rq ués de los éxitos y fracasos con una perspectiva histórica q ue n o se lim ite al presente n i al fu tu ro in m ed iato y q u e analice con rigo r el p a­ sado. L a lucidez a veces parece provocadora a los q u e preten d en vivir de las Artículo de Micliel Bíand, en Le Monde Diplomatique, mayo de 1979.

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I/Q I'IIR P A Y HEGEMONÍA KN I.OS PAÍSES I>1 EUROPA DEL SUR

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ilusiones 9 un proyecto de ley de incom ­ patibilid ad es bancarias que preten de frenarla cu ando menos a nivel personal. C on palabras de R am ón T am am es, "las interconexiones banca p riv ad a-in du stria de base [ ...] se configuran norm alm ente com o agrupaciones de em presas q u e sin u n a form alización ju ríd ica especial se sitúan en torn o a un gran banco m ixto qu e actúa como cabe/a del ‘g ru p o financiero*. El banco cabeza del gru po realiza fre­ cuentem ente u n a política d iscrim inatoria en la concesión de crédito, en favor de las em presas pertenecientes a su grupo. Y hasta cierto p u n to tam bién es el banco el q u e de form a más o menos d irecta decide el desarrollo de las inversio­ nes de las sociedades integrantes del g ru po ." 15 Así, la expresión capital financiero p retend e ind icar en este caso: 1] q u e la fracción terraten ien te de la clase d o m inan te ya no es p rep o n d eran te en el p la n o económ ico y no pu ed e aspirar a la hegem onía; 2] q ue el capital indu strial q u e se desarrolla vertiginosam ente en los años sesenta se h alla bajo la tu tela del capital bancario, en lo q ue podríam os llam ar u n a etap a de infancia económ ica y política, y carece de la au tonom ía precisa para aspirar a la hegem onía; 3) q u e el cap ital ban cario no debe ser considerado aisladam ente respecto al d esarrollo ind ustrial, sino precisam ente en relación con éste, contro lán do lo y, en cierta m edida, fusio­ nado con la creciente fracción industrial de la burguesía. Pues bien, la fracción q u e así caracterizam os com o capital financiero esta­ blece su hegem onía en los años sesenta po r cu an to el desarrollo económ ico q u e ella im pulsa beneficia al con ju n to de la clase do m inante, |>orque consigue ade­ más establecer u n vínculo de representación con el gob iern o de los tecnócratas (los famosos técnicos del O pus Dei), y. p o r ú ltim o, porq ue la ideología desarrollista se convierte en d om inante, en am ortiguador de los conflictos en tre las clases, y presenta al capital financiero com o p orta d o r de u n proyecto nacional de m ejora y crecim iento. Es im p o rtan te tener en cuenta q u e los trabajadores o b tien en beneficios reales del desarrollo económico, a u n q u e sea al alto precio de la em igración o con salarios inferiores al resto de E uropa. La elevación del nivel de vida de los trabajadores en los años sesenta es un hecho in d ud ab le que explica q u e p aralelam ente a la reconstrucción del m ovim iento o b rero se pro ­ duzca una superación del clim a de guerra civil que había persistido en los años cincuenta. Sólo la hegem onía ideológica del desarrollism o explica la liberalización del régim en entre 1962 y 1967: los conflictos de clase no ad q uieren en estos años u na dim ensión explosiva. H asta 1969 se lib ra una sorda lucha en la cum bre del a p a ra to de estado en tre los tecnócratas vinculados al O pus Dei y los burócratas del M ovim iento, el a p a ra to po lítico heredero del falangismo. La ideología desarrollista y consumista desplaza en las zonas urbanas de España a la ideología nacionalsindicalista, y, con la legitim ación que la nueva ideología les otorga, los tecnócratas em prenden la lucha p or el control exclusivo del poder. Esta lucha desem boca en la form a­ ción del llam ado gobierno "m onocolor” en octubre de 1969. 15 Ramón T3mamc*, ¡.a República. La era de Franco. Madrid, Alianza, 1973, p. 378.

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LUDO L ÍO PARAMIO/JORGE M . REVERTE

El asu nto M atesa, u n escandaloso caso de estafa al q u e se h allan vinculados m ás o m enos d irectam en te varios personajes de la tecnocracia, es utilizado p or F raga Irib a rn e —entonces aliado del sector falangista— p ara in te n ta r d e rrib a r d el gob iern o a los hom bres del O pus D ei. Su in ten to fracasa b ru ta lm e n te —el d ic tad o r es poco am igo de q u e la ro p a sucia se lave en púb lico — y los "teenócratas”, q u e d u ra n te toda la década h a n gozado sin d u d a de preem inencia en la cum bre del a p a ra to de estado, se convierten en este m om ento en la fuerza a b ru ­ m ad oram ente m ayoritaria d en tro del gobierno. L a cuestión es que, paradó jica­ m ente, el triu n fo de los tecnócratas significa tam bién la ru p tu ra del vínculo de representación ex post establecido en tre ellos y el capital financiero, abriéndose así la crisis orgánica de la burguesía. E l auge económico, el “ m ilagro español”, m an tenid o d u ra n te casi toda la década, h ab ía llegado en 1969 casi a su final. La dism inución de la tasa de ganancia era u n a tendencia que se desarrollaba a ojos vista, m ientras el em puje y la co m batividad d e las clases d om inadas crecían en form a constante. P ara las fracciones más esclarecidas de la burguesía, aparecía com o algo im prescindible la realización de dos tareas en el corto plazo: la instauración de u n régim en más ab ierto, representativo de los d iferentes sectores que co nstituían el blo qu e e n el poder, capaz d e em prender de nuevo la av en tu ra de la legitim idad, del m anteni­ m ien to del sistema de dom inación, y, en segundo lugar, la transform ación de las bases del sistem a económico, d e m anera q u e la econom ía española se fuera acer­ cando progresivam ente a las form as de lo q u e se consideraban los "m odelos tendenciales” p ara España. En suma, la construcción d e u n sistem a económ ico más próxim o a los del área europea, capaz de b rin d a r a las clases do m inantes la po­ sibilid ad d e estru cturarlo en función de su au tén tica im portancia relativa, y ca­ paz asim ism o de ofrecer u na salida in teg rado ra hacia las clases dom inadas. El gobierno nacido de la crisis d e 1969 no está en condiciones de ab o rd ar estas tareas, y ello por varias razones: económ icam ente el acrecentado peso de los hom bres del O pus Dei significa un en deu d am iento del ap arato d e estado a un sector muy reducido den tro del capital financiero. Política e ideológicam ente, el nuevo gobierno se halla bajo la égida del alm irante C arrero Blanco, un hom bre fuertem ente reaccionario, incapaz de em prend er o rean u dar u n a u r e a de liberalización capaz de ensam blar al franquism o en la com unidad europea. P o r todo ello, el nuevo gobierno supone n n dram ático paso atrás en la tarca de búsqueda de u n a solución d e c o n tin u id ad al franquism o.

Esta au tén tica involución del régim en fran qu ista n o era, po r supuesto, ca­ sual: la burguesía había o p ta d o m uchos años antes p o r la renu ncia a la represen­ tación a cam bio de la seguridad de q u e el sistem a se m a n ten d ría en pie. El estado franqu ista, fru to de esta necesidad, pasaba la factura al aprendiz de b ru jo d an d o fe de su capacidad de autonom ía. L a im posibilidad d e ofrecer a las clases populares un progresivo bienestar económ ico (en m edio d e u n a crisis económica ya visible) obligaba a fortalecer el a p a ra to represivo, de m odo q u e fuera capaz d e co ntener la ofensiva d e la clase obrera y dem ás sectores subordinados. La m an iob ra era conducida por el delfín de Franco, C arrero Blanco, q u ien repre­ sentaba el papel de B on ap arte en el in ten to de d a r c o n tin u id a d a u n régim en en plen a y m ortal agonía. E n diciem bre d e 1973, la organización e t a hacía v olar por los aires al delfín.

LA CUIJIS DE LA HEGEMONÍA DE LA BURGUESÍA ESPADOLA

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La posib ilid ad de u n franquism o sin Franco q u ed ab a d efinitiv am ente cerrada. P ero si este hecho dejó anonadados a algunos sectores del cap ital, h ab ia algo más p reocup ante a u n p ara la burguesía en su co njun to : el tiem po p erdido desde 1967/1969 hasta esa fecha parecía difícil de recuperar. La burguesía espa­ ñ o la carecía de mecanism os políticos, de cauces de representación orgánica, y era im posible im provisarlos de u n d ía p ara otro. E n el mism o año 1978, la subida de los precios del petró leo sacudía con u n a fuerza in u sitad a to do el sis­ tem a económ ico occidental, poniendo al descubierto la urg ente necesidad de in tro d u cir cam bios sustanciales en la organización de la producción. El carácter estructural d e la sacudida no pasó in adv ertido p ara nad ie desde el p rim er m o­ m ento. Sin em bargo, una reacom odación d en tro del sistem a exigía u n a ráp id a capacidad de actuación p a ra la q u e estaba incapacitada la burguesía española po r la necesidad previa de read ecuar el sistema político de d om inación a los cam bios sociales, y las lim itaciones im puestas p o r la existencia de un a clase o brera em barcada en u n a serie de m ovim ientos reivindicativos desconocidos en los cu arenta años de existencia del régim en. E n este sentido, la estrategia de los sucesivos gobiernos an te la crisis fue desde su origen más política q u e económ ica. En otras palabras, los equipos m inis­ teriales q u e se suceden desde fines de 1973 n o se deciden en n in g ú n m om ento a to m ar m edidas claram ente estabilizadoras. D u ran te la etap a en q u e B arrera de Irim o estaba al frente del M inisterio de H acienda, la estrategia consistió en re tra ­ sar la en trad a de la crisis a la espera d e q ue u n a providencial reactivación de la econom ía m u n d ial tirara d e la econom ía española hacia arrib a. Com o conse­ cuencia, las m edidas deflacionistas b rillan p o r su ausencia. El fracaso de las predicciones sobre la reactivación m u n d ial tra jo consigo u n a pérdid a de divisas más q ue considerable y tasas d e inflación m uy superiores a las del resto d e los pa'ses desarrollados. La sustitución de B arrera de Irim o p or o tro hom bre ligado a la em presa pública, R afael C abello de A lba, n o supuso n in g ú n cam bio en la instru m entación de la política económica. Es entonces cu ando se produce, tras la m u erte de Franco en noviem bre de 1975, el ú ltim o in ten to de salida a u to rita ria con alg un a viabilidad: el gobierno Arias-Fraga, con V illar M ir al frente de los asuntos económicos. R ep resentante del sector más reaccionario del capital financiero, este m inistro realiza los p ri­ meros intentos estabilizadores de la econom ía, basados fundam en talm en te en l:t contención de los salarios (con la inestim able ayuda de la policía de M anuel Fraga Iribarne). I.a contención de salarios h ab ría de realizarse paralelam ente a la atracción de capital ex terio r en form a de créditos masivos garantizados por el estado, de m odo q u e el control de los salarios y la disp on ibilidad de u n a co b ertu ra exterio r im p o rtan te p erm itieran ag u a n tar con tra n q u ilid ad la tem ­ p estad q u e a ú n se preveía larga. En enero y febrero de 1976, una larga serie de huelgas liq u id a el proyecto d e V illar, m ientras la inflación se agudiza tam bién po r la difícil situación exte­ rio r de la peseta. Las pretensiones de todos los gobiernos surgidos desde la m uerte d e C arrero Blanco en el sentido d e conseguir u n a m ejora de la tasa de g an an cia q u e perm itiera reactivar la inversión se ven así condenadas al fracaso; fracaso q u e tiene vertientes políticas evidentes. El "ajuste d e cuentas” pendiente en el seno del b lo q u e d o m in an te se aplaza

LL'DOI.K) PA RAM IO /JO W .I

M . RI.V lftTt.

con stan tem ente p ara é|xxas m ejores en q u e la estabilidad política no esté tan en juego. L a m uerte de Franco lleva a la burguesía a acentuar a ú n más esta postura defensiva, cerrando filas a la espera d e tiem pos mejores. P ara el verano de 1976, el fracaso del tím id o reform ism o del presidente A rias es evidente. A dolfo Suárez, j>or elección directa del rey Juan Carlos, asum e los poderes y abo rda de forma d irecta u n proceso q u e altera las prioridades: se tra ta de reco nstitu ir la legiti­ m id ad «le! régim en m onárquico, recon struir el bloq ue burgués para, posterior­ m ente, a b o rd ar los temas económicos. El proyecto de Suárez o btiene u n im p o rtan te éx ito inicial: el referéndum p ara la reform a política es un a clara victoria del gob iern o a n te una oposición a tad a de pies y manos. O b tenid a la victoria en esta área, el gobierno de Suárez se dedica a p o n er parches e n la situación económ ica m ien tras se p rep aran las elecciones. Los gabinetes económicos son ocupados ya po r hom bres q u e rep re­ sen ta n d irectam ente al capital financiero: Carriles, Lladó, etcétera, quienes ins­ tru m en ta n políticas económicas destinadas solam ente a g an ar tiem po: el pacto p olítico en las alturas se ha conseguido. Sin em bargo, la jugad a de Suárez tropieza in icialm ente con grandes d ifi­ cultades en el seno del pro p io blo qu e do m in ante. El q u e luego sería m inistro p ara asuntos económicos, E nrique Fuentes Q u in ta n a, afirm aba meses más tarde q u e la clase em presarial española no se hab ía puesto a ton o con la dem ocracia y q u e había apostado po r u n m apa electoral q u e no se había efectivizado. Efec­ tivam ente, el 15 de ju n io , los sectores más im po rtan tes del gran capital apoyan descaradam ente la altern ativ a a u to rita ria encabezada po r Fraga Irib a m e, Suárez juega arriesgando más y, hábilm ente, consigue resultados inesperados para su conglom erado de partidos, la U nión de C entro D em ocrático, a la q u e afluyen m asivam ente los votos de la pequeña burguesía y d e am plios sectores campesinos. 1 .a d erecha, el capital, se divide en to rn o a dos opciones en el terreno del cam bio, q u e pueden caracterizarse p o r su visión de la dem ocracia. P ara aquellos q u e apoyan la opción fraguista d e A lianza P opular, cu alqu ier am pliación de las libertades, de los derechos sindicales y políticos, significa u n recorte de sus pro ­ pios derechos em presariales. Para la o tra opción, la q u e apoya a Suárez, la ad o p ­ ción de u n m arco d e libertades políticas supone la posibilidad d e reconstruir una legitim idad y, con ello, d e conseguir la integración d e las capas m edias en el nuevo proyecto de dom inación. 1.a inexistencia de form as d e organización b u r­ guesas obliga al capital a elegir en tre dos opciones com pletam ente autónom as: la o]KÍón K aram anlis. representada po r Fraga, y la escogida po r la corona (po r­ ta d o ra a la vez d e la legitim idad del cam bio dem ocrático y la franq uista en un ex trañ o equ ilibrio) en la persona de Suárez, cuyas intenciones son las de in stau ­ rar un régim en a b ie rto en lo político y claram ente reaccionario en lo económico. A quí es preciso detenerse un m om ento para resaltar una característica de la opción suarista: la elección de Suárez se corresponde perfectam ente con los h ábitos franq uistas de auton om ía en lo político con respecto a los deseos de la clase q ue el régim en apoya, que sostiene el sistema d e dom inación. Suárez es un h o m bre q u e en todo m om ento se m an tien e como u na incógnita para la b u r­ guesía; es u n político de reflejos, pragm ático, sin u n plan preestablecido de largo plazo, p rocedente del M ovim iento franq uista, y del cual la burguesía n o puede hacer más (pie fiarse a ciegas.

I.A CRISIS rn L A H EGEM O N ÍA DE LA BURGUESÍA ESPAÑOLA

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F ru to de esta capacidad de auton om ía del ejecutivo es el n o m b ram ien to de F u en tes Q u in ta n a al frente de los asuntos económicos, y de Fernández O rdóñez com o m inistro de H acienda, hom bres am bos q u e asum en u n a tarea com pleja sin el apoyo de sus beneficiarios (el capital en su conjunto): racionalizar la econo­ m ía u n a vez ganadas las elecciones, de m odo q ue el sistema sea m enos especu­ lativ o y depredador, de m odo que aum ente la capacidad financiera del estado y se logre un pacto social por las buenas o po r las m alas q u e perm ita iniciar la ta n necesaria estabilización económ ica. E n el oto ñ o d e 1977 se firm an los pactos de la M oncloa. 1.a reform a fiscal se p on e en m archa, se sanean las cuentas de la seguridad social y, a cam bio, la izq uierda se com prom ete a lim itar la presión salarial. C onsciente de las exigencias de su electorado, Suárez d eberá apoyarse en representantes inorgánicos del capital p ara po der realizar los prim eros pasos de su reform a. 1.a burgues.'a m antiene su desconfianza, lo q u e se plasm a en m u ltitu d d e posturas abstencionistas (fuga d e capitales, desinversión, etc.) y otras más beligerantes (ofensiva contra la reform a fiscal y sus protagonistas). Incluso desde el sector más progresista de la gran organización p atro n al c e o e , encabezada por C arlos F errer Salat, se hacen duras críticas a la gestión del gobierno. Fuentes Q u in ta n a tendría apenas tiem po para in tro d u c ir algunas reform as antes de ser obligado a d im itir com o m inistro. M illares de em presarios reunidos en el Palacio d e los D eportes de M adrid b ajo el eslogan “ Reaccionem os” m uestran al gobierno su aislam iento. El presidente de los em presarios, F errer Salat. declara sin pudor: “creemos q u e estamos en nuestro perfecto derecho al exigirle al gobierno una m ayor congruencia con lo q u e representa” . E n su viaje a los Estados U nidos, el mism o personaje realiza el más d u ro ataq u e q ue Suárez pueda esperar, decla­ ran d o q u e en España “se denigra al em presario”. Los m om entos más am argos para Suárez transcurren d u ra n te 1978. Si bien cede en la sustitució n de Fuentes Q u in ta n a, no lo hace en cam bio en su p reten ­ sión d e m a n ten er la au tonom ía de su gobierno. Sólo la tregua constitucional, q ue garantiza una conten ida beligerancia de la izquierda, le da algún respiro entre los rum ores de golpes m ilitares y los constantes asedios em presariales. Con una visión del largo plazo difícilm ente discutible, la corona sigue siendo el principal apoyo de A dolfo Suárez. Sin em bargo, éste se ve o bligado a pro m eter al g ran ca p ital que, un a vez asegurado el proceso legitim ador, se llevará ad elante una política más acorde con sus intereses. M aniobra com pleja cu ando se ha d e m an­ te n er al m ism o tiem po u na política electoral q u e g arantice u n am p lio apoyo po­ p u la r a la opción de ucd. En o to ñ o de 1978, el sector socialdem ócrata de uci» o b tien e una victoria p írrica en el seno del p artid o gu bern am ental, de m odo que será él q u ie n ofrezca esta im agen de progresism o electoral m ientras Suárez nego­ cia u n a tregua con la burguesía. Pese a todo, Suárez in ten ta u n a m aniob ra desesperada, consistente en colocar a R odríguez de Sahagún al frente de los em presarios, m aniobra que fracasa. R esulta evidente q u e en un fu tu ro inm ediato el g o bierno te n d rá q u e pactar con F errer Salat. M ientras tanto, la política m o n tad a en to rn o a los pactos de la M oncloa co­ m ienza a d ar algunos resultados apreciables para el capital: p or p rim era vez en muchos años, la p a rte correspondiente a los salarios d en tro de la renta nacional exp erim enta un descenso en favor de las rentas del capital. P aralelam ente, la

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LUDOLFO PAKAMIO/JORGE M . REVERTE

inflación desciende a la m itad de la registrada el añ o an terior. El capital sigue sin invertir, p o rq u e le basta con po ner e n m archa u n a p arte de su capacidad in frau tilizad a a causa de la crisis. Pero el horizonte se va despejando. E n m arzo de 1979, las elecciones generales dan a la ucd u n a nueva victoria, q u e asegura su m ayor/a p arlam en taria con la sum a de los votos más integristas, colocados en tre la espada y la p ared po r su fracaso electoral. El gobierno Suárez culm ina así la prim era p a rte de su misión histórica: hay u n a constitución acep­ tada por la inm ensa m ayoría de las fuerzas políticas, y u n a derecha con im agen dem ocrática q u e h a ganado en las elecciones, m ien tras la m o narq uía ha conse­ gu id o u n a poco d iscutible legitim idad fuera y d en tro del país. H a llegado el m om ento de em prender el definitivo arreglo interno. E n los meses q u e siguen, Suárez asegura su control sobre u n p artid o poco estructurado, colocando a sus hom bres de m ayor confianza al frente de los dife­ rentes aparatos, y p u rg an d o a quienes in te n ta n presentarle la más m ín im a oposi­ ción. Al p ro p io tiem po, el gob ierno se estru ctura con sus más cercanos amigos: A b ril M artorcll (o tro pragm ático, adem ás d e ín tim o am igo del presidente) al fren te de la econom ía y Rodríguez de S ahagún al frente del M inisterio de Defensa, dispuesto a ca p tar a las Fuerzas A rm adas p ara la opción de la derecha. Es en el verano de 1979 cuando el gob iern o po ne a p u n to en form a d efin i­ tiva su ú ltim a ofensiva legitim adora. En el mes de septiem bre se presenta en el parlam en to el P lan económ ico del gobiern o ( peg ), q u e es ap rob ado con muy escasas enm iendas. La im portancia del mism o es com prendida p or todos I01 sectores. E n p rim er lugar, porque es el p rim er p lan q ue m erece el nom bre de tal desde q u e a fines de los años sesenta se exting uieran los im pulsos desarrollistas de la econom ía franquista. En segundo lugar, p o rq u e es u n p lan elaborado p a ra co n ten tar a los em presarios: se ab o rd a la restru ctu ració n del sistem a p ro ­ ductivo, y se ponen las bases p ara pasar a la iniciativa privada la dirección real de la econom ía, acabando con el "excesivo intervencionism o estatal" de los ú lti­ mos años. La reacción de la derecha n o se hace esperar. T a m b ié n p o r p rim era vez, Suárez ob tiene el refrend o general del c o n ju n to de los sectores económicos: La c eo e de F errer Salat, la c epy m f . (p atro nal de la p equeña y m ediana em presa), el C írculo de Em presarios, la Banca, hacen unánim es críticas positivas del pro ­ g ram a. El m ilagro se ha realizado: Suárez, el oscuro hom bre del M ovim iento, el fun cionario franquista, ha conseguido g o b ern ar con apoyo de las clases medias y d e los más am plios sectores del capital, ucd n o sólo es u n a m áq u in a capaz de g an a r elecciones, sino tam bién un in strum ento orgánico q u e garantiza la hege­ m onía del capital en el seno del proceso po lítico español.

IV. OBSERVACIONES FINALES

L a experiencia española d e los años de crisis de la hegem onía burguesa y d e la resolución de esta crisis tras la transición a la dem ocracia p erm ite u n a doble reflexión. P o r u n a parte es preciso tra ta r de com prender las razones del fracaso

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LA CRISIS DE LA HEGEMONÍA DE LA BURGUESÍA ESPADOLA

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del m ovim iento ob rero p a ra ofrecer u n proyecto hegem ónico altern ativ o al de recon stitu ción orgánica d e la burguesía. Éste h a sido nu estro in ten to en un ensa­ yo a n terio r (“ Resistencia o b rera y E stado burgués d e excepción: España y A m é­ rica L a tin a ”), p o r lo q u e n o insistirem os a q u í en esa cara de la m oneda. Sólo cabe m en cio nar apresu radam ente las hipótesis fun dam entales de nuestro análisis: 1] la clave del fracaso se h alla en la división del m ovim iento ob rero; 2] esta división era prácticam ente inevitable d ad o el desarrollo m arcadam ente desigual de las organizaciones políticas (pct: y p s o e J correspondientes a las dos p rin c i­ pales opciones ideológicas con audien cia en el seno del m ovim iento obrero. N ues­ tra conclusión, sin d u d a discutible, es q u e sería siem pre u n erro r creer qu e la prep ond erancia orgánica d e un a opción radical im plica la radical ización general del m ovim iento. Esta tesis puede ser discutible, pero la actu al y evidente d ispa­ rid a d en tre los m apas parlam en tario y sindical de la izquierda española consti­ tuye u n b u en arg um ento a nuestro favor. La segunda cuestión q u e exige una reflexión es la im bricación de los aspectos económicos, políticos e ideológicos de la crisis d e hegem onía d e la burguesía espa­ ñola en el período 1969-1979. Es b astante sencillo com prender po r q u é la b u r­ guesía n o se identificó con u c d hasta no ver en su política económ ica u n a opción ta jan te p o r la recuperación de la tasa de ganancia. Es tam bién sencillo com­ p ren d er q u e esta identificación salda la c risis orgánica de la burguesía al estable­ cer u n claro bin om io c a p ita l/u c D . Sin em bargo, es más difícil com pren der cómo es posible q u e la recom posición de la derecha n o haya pod id o realizarse sobre la base de la "salida más fácil” : el derechism o del p a rtid o de Fraga Irib a rn e , A lian­ za P o p u lar: o com prender cóm o es posible q u e la ofensiva ideológica de la derecha n o haya en co ntrado respuesta e n la izquierda h asta el p u n to de q u e u c d haya podid o consolidar su m ayoría p arlam en taria en 1979, tras dos años de ges­ tió n de la crisis a expensas d e los trabajadores. La p rim era cuestión rem ite a las transform aciones d e la form ación social española en los años sesenta, y a los consiguientes cam bios en los apoyos de clase con los q u e pueden co n tar las d iferentes fracciones de la burguesía. Se puede afirm ar a grandes rasgos, y sin posibilidad d e p ro fu n d izar en la afirm a­ ción, q u e estos cam bios —q u e suponen en especial u n m ayor peso de las nuevas capas m edias— h an im puesto un desplazam iento de la hegem onía hacia la frac­ ción in dustrial del capital, relegando a u n segundo p la n o al capital bancario y a sus prolongaciones industriales (capital financiero). Este desplazam iento de la hegem on'a, q u e se reflejaría en la p rep o n d eran cia de l c d sobre a p , se basaría n o sólo en estas transform aciones sociales, sino tam bién en razones económicas —inviab ilid ad del m odelo especulativo y dep red ad o r característico del cap ital b an cario español tradicion al— e ideológicas: id entificación del cap ital financiero con el franquism o y con a p . La segunda cuestión es más grave. N o se tra ta ya de ex plicar el fracaso j>olitico del m ovim iento o brero para d isp u ta r a la burguesía la hegem onía en la form ación social española, sino de saber cóm o es posible q u e el b urd o neoliberalism o fried m aniano d e la derecha n o la haya llevado a u n a espantosa catás­ trofe electoral en 1979. La razón, sin em bargo, es relativam ente sim ple: la inm adurez y el sectarism o h an im pedido a los partid os d e la izquierda española presentar u n a alternativ a viable a los program as económicos de la derecha. Sin

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altern ativas, y d u d an d o con buenas razones de la p alab rería electoral de sus p artido s, los trabajadores no h a n p od id o desistir a la ofensiva ideológica de la derecha, c eo e y ucd incluidas. D isp u tan d o sobre socialismo y socialdem ocracia, sobre reform ism o y revolución, la izquierda española no h a sabido ofrecer a los trabajado res sino la resignación ante el p aro, a n te la caíd a de la tasa d e salarios y el recorte de los servicios sociales. Q uizá aú n n o sea tarde p ara u n a contraofensiva o brera y socialista, pero cabe sospechar q u e la historia será m uy d u ra al juzgar la trayectoria de los p ar­ tidos obreros españoles en los prim eros c u a tro años del posfranquism o.

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R A C IO N A L ID A D Y L ÍM IT E S D E LAS C O N S T R U C C IO N E S ID EO LÓ G IC A S EN LA P O L ÍT IC A D E LO S ESTA D O S U N ID O S H A C IA A M É R IC A L A T IN A LUIS MAIRA

I.

UNA NUEVA LÓGICA EN LA POLÍTICA NORTEAMERICANA HACIA AMERICA LATINA

U n o d e los temas q u e en la investigación social latinoam ericana ha cob rado m a­ yor anim ación en los ú ltim os años es el estudio de las relaciones en tre los Esta­ dos U nidos y A m érica L atin a. Este esfuerzo viene a p o n er térm in o a vacíos e insuficiencias m antenidos d u ra n te m ucho tiem po, los cuales, de alg u n a m anera, eran el reflejo d e u n cierto tip o de sentim iento an tino rteam ericano q u e im preg­ n ab a toda n uestra cu ltu ra. H istóricam ente, en el curso del ú ltim o siglo los países latinoam ericanos construyeron u n a im agen del m u n d o q u e proyectada en las m ú ltip les m anifestaciones del arte y la ciencia d efin ía n uestra posición, y cuyo in grediente cen tral era la d enu ncia y n o el conocim iento de lo norteam ericano. P o r su g lobalidad, esta a c titu d o riginab a u n cierto tip o d e antim perialism o simplificado r que, luego de anatem atizar a los Estados U nidos, se desentendía d e la necesidad de d esen trañ ar su estructura productiva, su sistem a po lítico y, e n p ar­ ticu lar, la form a en q u e el centro im perial producía decisiones frente a los países ubicados al su r de sus fronteras. A u n q u e puede considerarse q u e estamos en vías de su p erar las lim itaciones d e esta clase de antim perialism o p rim ario y q u e em pieza a existir en nuestro c o n tin en te u n a acum ulación significativa d e conocim ientos sobre estos pro b le­ mas,1 com ienza a advertirse ah o ra o tro tip o de asim etrías en el nuevo cam po de estudios pues la m ayoría de las investigaciones realizadas o bien se refieren al proceso d e adopción d e decisiones de la política ex terio r o al co n ten ido y curso específico d e las relaciones de los Estados U nidos con los países integran tes de la región latinoam ericana. E n cam bio, prácticam ente no existen estudios refe­ ridos al discurso ideológico d el g o biern o no rteam ericano y a las categorías y nociones concretas q u e sirven de su strato y fu n dam ento a sus diferentes p olí­ ticas. E n n uestra evaluación, esto resu lta p articu larm en te in q u ieta n te p or u na razón q u e se vincula a la creciente co m plejidad en el funcion am ien to de los departam en tos y agencias del sector pú blico de los Estados U nidos q u e p artici­ i En los últimos or el respeto y la vigen­ cia de los derechos hum anos. E n p rim er térm ino p o rq u e desde la adm inistración K ennedy este elem ento estaba ausente de los objetivos declarados de la política ex terio r n o rteam ericana; en segundo lugar p o rq u e las adm inistraciones re p u b li­ canas q u e le precedieron se h ab ían visto abocadas, an te u n crecim iento signifi“ Johnson, Robert H.. “Managing interdepcndcncc: rcstructuring the 113. govcmracnt”, D nrlopm ent papen, núm. 23, Washington. Otcm-as Dc\elopmcni Council, 1977. i* R . Johnson, op. cit., p. 7. 13¡bíAem.

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cativo de las dem andas nacionalistas o radicales en A m érica L atina, a im plem enta r lo q u e el p ro p io secretario de E stado Kissinger adm itió, más de u n a vez, q u e constituía u n a “ táctica de contención” en la q u e se m ezclaron los intentos d e desestabilización de aquellos regím enes q u e se consideró irred uctib les en su antiam ericanism o con u n a negociación envolvente destin ada a cam biar la n atu ­ raleza y los program as de aquellos q u e pu d ieran ser recuperados. (El ejem plo m ás característico de la prim era lín ea fuero n las acciones ejecutadas p or N ixon y Kissinger contra el gobierno chileno de S alvador A llende, m ientras el caso más relevante de las situaciones del segundo tip o tuvieron lugar en ocasión de la restru cturación de las políticas del gobierno p eru an o del general J u a n Velasco A lvarado.) D en tro de la com plejidad d e u n a p olítica exterior que, como la de C árter, recoge a la m anera de u n mosaico diferentes preocupaciones y tesis, la p olítica de los derechos hum anos se o rigina fun dam entalm ente en el Congreso en la etapa inm ediatam ente posterior al proceso de W atergate. Se sabe q u e el cuestionam iento de “ la presidencia im perial" 18 d eterm inó u n a m ayor preocupación y activism o de los congresistas en am bas ram as del C ap itolio frente a la política exterior. Esta preocupación generalizada explica el q u e desde los orígenes la tem á­ tica de los derechos hum anos haya tenido los elem entos contradictorios q ue luego se acen tuarían al convertirse en u n a línea oficial del D ep artam en to de Estado D e u n a p a rte los senadores y representantes liberales concebían este p u n to com o u n test para organizar las relaciones de los Estados U nidos con los países en desarrollo, ev itando lo q u e alguna vez M aurice D uverger deno m inó el "fascism o ex terio r n orteam ericano” . Precisam ente en este p u n to se basaba el argum ento de los liberales, quienes sostenían q u e los Estados U nidos n o deb erían selec­ cionar en el m u n d o com o asociados a gobiernos q u e negaban los valores y la trad ición dem ocrático-liberal q u e desde sus orígenes identificaba a la nación no rteam ericana. Luego de atacar al secretario de Estado Kissinger p or seguir esta conducta, com enzaron a propiciar en el Congreso a p a rtir d e 1974, enm ien­ das restrictivas de la ayuda m ilita r y económ ica de los Estados U nidos a las dictaduras m ilitares latinoam ericanas q u e in c u rrían en violación ab ierta de los derechos hum anos de sus ciudadanos (el p rim er in ten to exitoso fue la supresión d e ayu d a m ilitar a la ju n ta m ilitar chilena en el período legislativo de 1977). E n el o tro extrem o se ubicó u n g ru p o de congresistas de tendencia más bien conservadora q u e tam bién veían a los derechos hum anos como u n test, pero dirig id o a la regulación de los avances de la d éten te y al otorg am iento de ventajas a la U n ión Soviética en las negociaciones bilaterales. P ara éstos, la distensión d eber .'a estar condicionada al respeto efectivo de la URSS y los de­ más países de E u ro pa del este p o r los derechos políticos y sociales de sus propios disidentes. El más destacado ex p on ente d e esta tendencia fue el senador del es­ tado de W ashington, H enry Jackson, u n o d e los precandidatos dem ócratas a la presidencia en 1976. Este g ru p o organizó u n ab ierto respaldo en los Estados U nidos p a ra los intelectuales disidentes más destacados d el m un d o socialista, especialm ente A lexander Solyenitzin y A ndrei Sajárov, y a las acciones d e la Este análisis tiene su expresión más elaborada en el libro de Arthur M. Schlcsinger, Jr., The imperial presideney, Nueva York, Popular Librav, The Atlantic Monthly Companv. 1974.

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LUIS MAIRA

m inorfa ju d ía en la URSS. El mism o año 1974 este sector consiguió form alizar la enm ienda Jackson-V anir q u e constituyó u n a condensación de sus propósitos y vin o a d a r expresión norm ativa a u n a nueva restricción p ara el gobierno de W ashington en sus tratos con la U n ió n Soviética. Fue en esta doctrin a dual del C ongreso en la q u e se inspiró el equ ip o encabezado p o r Zbigniew Brzezinski, R ichard G ard n er (actual em bajad or de los Estados U nidos en Italia) y R ich ard H olbrooke (entonces p rin cipal ed ito r de la revista Foreign Policy y luego encargado del D ep artam en to de asuntos del Sud­ este A siático en el D epartam ento de Estado). D u ran te la cam paña éstos com­ pren d iero n q ue en sus dos vertientes la tesis de la defensa de los derechos h u m a­ nos co n stituía u n excelente instrum ento p ara en ju iciar la acción de los gobiernos republicanos. Esto explica po r qué C árter fue haciendo del tema en su cam paña un "issue” central.17 Al asum ir el poder y especialm ente a la h o ra d e d efin ir las acciones con­ cretas frente a diversos gobiernos m ilitares latinoam ericanos, la aclaración de los alcances concretos de esta p olítica se convirtió en u n p u n to de fricción en tre diversos sectores del gobierno. D e n ad a valieron los intento s de definición reali­ zados po r el secretario del Estado, Cyrus Vanee,18 el vicesecretario de Estado, W a rre n C h ris to p h e r19 y p o r el pro p io presidente C árter en su discurso de la U niversidad de N o tre D am e.20 Estas intervenciones ay ud aro n a dejar dos puntos en claro: prim ero, q u e los principales adm inistradores de la política ex terior del gobierno norteam ericano en ten d ían los derechos hum anos no sólo com o la ausen­ cia de detención a rb itra ria o de to rtu ra, sino com o la vigencia más o menos am p lia de todos los derechos políticos y g arantías constitucionales desarrolladas p o r el pensam iento liberal y consagradas po r las revoluciones burguesas de los siglos xvh y x v in ; segundo, q ue se p rop on ía la observación en los diferentes países con los q u e los Estados U nidos m a ntenían relaciones del grado de respeto efectivo a estas garantías, haciendo de ellas el g ran tam iz q u e p erm itiera discernir y clasificar la calidad de las relaciones norteam ericanas con estos regím enes po­ líticos. Estas precisiones con todo, no resolvieron la cuestión de la aplicación es­ pecífica de preceptos tan generales y abstractos a las relaciones con las d ictaduras m ilitares de la región, p articu larm en te las del C ono Sur. P o r el contrario, d e n tro del D ep artam ento de Estado se form aron dos corrientes de pensam iento. De u n lado se situaron los colaboradores directos del presidente, recientem ente incorporados a la adm inistración y especialm ente fuertes en la nueva División 17 Es interesante hacer notar que el tema de los derechos humanos fue planteado por Cárter en forma mucho menos importante en sus primeras intervenciones públicas, como el discurso sobre política exterior pronunciado en el Counril on Foreign Relations de Chicago, en marzo de 1976, que en los debates realizados sobre este tema con el presidente Cerald Ford, en octubre de ese mismo año. 16 Discurso sobre los derechos humanos en la política exterior de los Estados Unidos, pronunciado por Cyrus Vanee en la Universidad de Georgia, Atlanta, en abril de 1977, ver­ sión oficial, usts. ** Discuno pronunciado por Warren Christopher ante la barra de abogados norteamericanos en agoMo de 1977, versión oficial, usis. 20 Discurso pronunciado por el presidente Cárter en mayo de 1977. reproducido en Cario Maria Santoro, Cl¡ Ctati Uniti e l'ordine mondiale, Roma, Italia, Editori Riuniti, 1978.

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d e D erechos H um anos creada po r C árter en el D ep artam en to d e Estado, cuya directora, P atricia D erian, y cuyo subdirector, M ark Schneider, eran ab ierta­ m en te p artid ario s de usar fuertes presiones con tra los gobiernos q u e en los inform es anuales q u e p or encargo del Congreso debía p rep ara r el D epartam ento aparecieran com o "violadores abiertos y masivos de los derechos hum anos” . En el o tro extrem o aparecieron los burócratas con m ayor an tigü ed ad y tr a ­ yectoria en la D ivisión de A suntos Interam ericanos. P ara ellos la política de derechos hum anos debía constituir una p au ta indicativa de los propósitos del gob iern o d e W ashington frente a los regím enes d e fuerza. E n ten d ía n q u e el trab ajo dip lom ático en este cam po debía consistir en u n esfuerzo pedagógico en cam in ad o a p ersuadir a los propios gobernantes de esos países de q u e d ebían m ejorar sus registros en este cam po. E n ú ltim o térm in o consideraban q ue la política d e los derechos hum anos constituía u n a m anifestación más d e la p olítica de uso altern ad o de estím ulos y sanciones (stick an d carrot policy) q u e es un ingrediente histórico del arsenal diplom ático de los Estados U nidos p a ra nuestra región. N atu ralm en te esta discrepancia trab ó en poco tiem po la im plem entación de esta política en sus alcances más am plios. P articularm en te d eterm in an te de este resultado fue el hecho de q u e el p rim er secretario de Estado A d ju n to p a ra A sun­ tos Interam ericanos del gobierno de C árter, el d ip lom ático negro T eren ce T od m an, tom ó resuello p artid o en favor de la in terp retación restrictiva, hasta el p u n to de q u e u n a intervención suya efectuada e n el C entro p ara las Relaciones In teram ericanas en febrero de 1978 en q u e describió com o peligrosa una p o lí­ tica de presiones fren te a las dictaduras p ara exigir el respeto de las garantías fundam entales le costó la salida de su cargo. Así las cosas, en poco tiem po se ad virtieron las dificultades p ara hacer del criterio de los derechos hum anos algo más q u e u n elem ento discursivo. U na ap li­ cación hasta sus últim as consecuencias d e esta línea h ab ría exigido la conver­ sión de los gobiernos au to ritario s en gobiernos dem ocrático-liberales. Este obje­ tivo, adem ás de que, como se encargaron de arg u m en tar los conservadores, hab ría im plicado una violación del p rincipio de no intervención, resultab a desde el p u n to de vista político lleno d e costos y riesgos en su im plem entación. Esto d eterm in ó el ráp id o eclipse de la buena im agen de hum an itarism o q ue inicial­ m en te rodeó a la política de C árter en algunos círculos latinoam ericanos y per­ m itió a los dictadores u n m anejo en q u e p u d ie ro n coexistir desaprensivam ente con las recom endaciones de W ashin gton haciendo algunas concesiones de poca m on ta pero persistiendo en lo m ed u lar de su organización a u to rita ria de la dom inación política.

n i.

LA PRO PU ESTA DE LAS DEM OCRACIAS VIABLES

L a pro p ia declinación de la in terp retació n am plia d e la po lítica de derechos hum anos abrió espacio a la ú ltim a propuesta de alcances generales y sustento

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ideológico, relativa a la definición de u n nuevo enfo qu e n orteam ericano p ara Am érica L atina. La tesis d e las dem ocracias v ia b les21 surgió en el in terio r del D ep artam en to de E stado en la fase final de las adm inistraciones rep ub licanas y fue fo rm ulada p o r los funcionarios especializados en los asuntos interam ericanos. P or lo m ism o tien e u n a base más em pírica q u e las restantes visiones y se vincula m ucho más con las tendencias perm anentes de la p olítica diplom ática de los Estados U nidos. La in q u ie tu d inicial de los form uladores de esta pro pu esta es el agotam iento de la iniciativa n o rteam ericana en la etap a q u e siguió a la contención del ascenso radical de p rincipio de los seten ta en A m érica L atina. Luego de consi­ d erar correcta la ac titu d asum ida por el secretario Kissinger, este segm ento de la burocracia diplom ática pasó a preocuparse de la defensa de los intereses estratégicos perm anentes de su país e n el hem isferio. De ah í surgió la necesidad de no considerar com o soluciones estables los gobiernos de fuerza q u e h ab .an resultad o de las acciones norteam ericanas y de ir p rep ara n d o soluciones políticas más aceptables. Sin em bargo, esta búsqueda de u n a reorganización concreta de los sistemas políticos en diversos países latinoam ericanos es asociado con u n c o n ju n to de con­ diciones q u e perm itan d ar estabilidad y co ntenido correcto a los regím enes de rem plazo de las dictaduras m ilitares. P ara esto se recom ienda la creación de u n nuevo tip o de régim en político capaz d e c u b rir u n a fran ja interm ed ia en tre las dem ocracias liberales com petitivas y abiertas y los regím enes de excepción q ue se in ten ta superar. Sólo u n a dem ocracia definida en estos térm inos puede soste­ nerse y resu ltar ‘‘viable’' p ara el país q u e la intente. Este p lanteam ien to de los profesionales del D epartam ento de Estado se ap ro ­ xim a p or su pragm atism o a algunos contenidos del inform e R ock efeller22 q u e ya en 1969 hab ía sugerido la necesidad de considerar a los regím enes de facto establecidos por los m ilitares com o u n a realid ad nueva e interesante, d esenten­ diéndose del ab andono q u e éstos h acían de los mecanism os de las “dem ocracias representativas” cuya defensa, p o r lo m enos verbal, em p ren dieran po r largo tiem po los gobiernos norteam ericanos. El nuevo m odelo de organización política de dem ocracias restringidas fue más ex actam ente d etallad o a través de u n a serie de características consideradas d eterm in antes para favorecer la ap e rtu ra de u n régim en m ilitar cerrado a u n a dem ocracia viable. E n tre estos, tres, p o r lo m enos, son determ inantes: 1] A segurar u n a dirección política civil y estable a los gobiernos resu ltan ­ tes. Esto im plica el ab a n d o n o de toda preferencia p or parte de los Estados U n i­ dos en relación con las personalidades dem ocráticas sin m ayor respaldo orgánico. A hora se exige qu e el poder quede en m anos de fuerzas políticas con apoyo social y con presencia en los sectores más dinám icos: m ovim iento obrero, m ovim iento ju v en il, m ovim iento cam pesino, etcétera. 2] U na cierta g aran tía an te los peligros de u n a radicalización progresiva. Por Hemos desarrollado más ampliamente el tema de las democracias viables en un trabajo anterior: "Estados Unidos y América Latina: ¿perspectivas de cambio bajo la administración Cárter?", publicado en Cuadernos Semestrales de Estados Unidos, núm. 1, 1977. pp. 49 y ss. 22 The Rockefeller Repon on the Americas, Chicago, Quadranglc Books, 1969.

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lo mism o, se tra ta de identificar partidos y m ovim ientos con u n a clara definición an tico m un ista q u e im pida q u e avancen hacia ex perim entos o posiciones socia­ listas y de izquierda. U n a experiencia q u e está m uy p resente en tre los form uladores de política del D epartam ento de E stado y cuya repetición se busca ev itar es la radicalización de am plios sectores en muchos partido s reform istas q u e en los años sesenta recibieron u n im p o rtan te respaldo en tiem pos de la A lianza p ara el Progreso. 3] L a preservación d e las fuerzas arm adas com o u n pod er co ntrolad or y reg ulado r en la transición. Esto se traduce ta n to en la p reocupación p or g aran ­ tizar u n a cierta estabilidad en tre los m andos superiores o m edios del ejército y las dem ás ram as de las fuerzas arm adas, com o en la búsqueda de ciertos m e­ canismos institucionales q u e favorezcan el papel del fiscalización po lítica p ara los m ilitares. E n tre estas fórm ulas encontram os el d en om in ado veto de segu­ rid a d nacional q u e p e rm itiría a n u la r aquellas leyes apro bad as p o r los distintos parlam ento s en el fu tu ro cuand o contravinieran las definiciones de la seguridad n acional, o la im plan tació n de Consejos S uperiores de la defensa nacional como cuerpos dotados de definidas e im po rtantes atribu cio nes políticas. A diferencia de lo q u e recom endaban los sectores más liberales p ara la a p li­ cación de la política de derechos hum anos, los diplom áticos especializados en asuntos latinoam ericanos im aginan u n paso m uy g rad u al de los gobiernos m i­ litares a las nuevas dem ocracias viables. E n su perspectiva la seguridad y esta­ b ilid ad del proceso es más im p o rtan te q u e la corrección ráp id a de cu a lq u ier exceso q ue com etan los actuales gobiernos m ilitares. En su diseño la aprobación o al m enos la com prensión p ara este cam bio de m odelo de parte de las propias je rarq u ías m ilitares es u n elem ento m uy im p ortante. E n los dos experim entos iniciales más significativos, a u n q u e con resultados distintos, q uedará d e m anifiesto el apego a todos estos criterios. Se tra ta de G u atem ala y P erú, países en los q u e las condiciones descritas parecían a co­ mienzos de 1977 m uy favorables p ara in te n ta r esta clase de experiencias, lo q u e llevó al D ep artam ento de Estado a considerarlo com o u n a especie de proyecto p ilo to en im p lantación de dem ocracias viables en la región. En cu a n to a los ám bitos subregionales, dos subregiones fuero n selecciona­ das como p rio ritarias p ara el ensayo de estos nuevos regím enes políticos: el C aribe y C entroam érica. En la p rim era de estas áreas, q u e p o r distintas razones son m uy d irectam ente coordinadas con las nuevas p au tas de la nuev a política p ara África (especialm ente debido a la im p o rtan te influencia de dos de los países líderes del Caribe, Jam aica y G uyana, en el M ovim iento de Países N o A lineados, dond e el blo qu e regional más im p o rtan te es el de países africanos) el personcro n orteam ericano que renegoció el nuevo estatus de las relaciones fue el em b ajad o r an te N aciones U nidas, A ndrew Young, u n o d e los personeros lib e­ rales con m ayor influencia fren te al p residente en la p rim era etap a del actual gobierno dem ócrata. Luego de asegurar a los gobiernos del C aribe q u e con C ár­ ter no h ab ría más program as de desestabilización. Y oung garan tizó la puesta en m archa del F ondo Especial d e C ooperación con el D esarrollo de los países del C aribe, u n esfuerzo m u ltilate ral destinad o a com pensar a estos estados insu­ lares q u e carecen d e energéticos propios p o r el im pacto q u e ocasionara en sus b alanzas com erciales el aum ento de los precios del petróleo.

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En cu a n to a Ccntroam érica, se tra tó de u n a ten tativ a más desafo rtu nad a ta n to p o rq u e factores de política in tern a no tom ados suficientem ente en cu en ta d ifi­ cu ltaro n u n a alianza sólida de los m ilitares con el c o n ju n to de las fuerzas re­ form istas de centro luego de la elección del actual presidente, general R om eo Lucas G arcía, a princip ios de 1978, com o fun dam entalm ente p o r el ráp id o desa­ rro llo d e la oposición nicaragüense q u e al asediar y derrocar al gobierno de A nastasio Somoza alteró toda la calendarización del proyecto norteam ericano (que supo n ía u n a secuencia de dem ocratización gradu al q u e princip iaba en G u atem ala en 1978, seguía con P anam á al in stitu cio n alí/arsc el régim en m ilitar de T o rrijo s después de la firm a de los nuevos tratados del C an al, pasaba po r la elección de la A sam blea constituyente de H o n d u ras en 1980 y culm inaba con la im plantació n d e dem ocracias viables en N icaragua d u ra n te las elecciones d e 1981 y en E l S alvador al realizarse las elecciones presidenciales fijadas para 1982). De este m odo el ám b ito p ara ensayar nuevos casos de dem ocracias viables se ha visto m uy re fr in g id o y sólo p u eden anotarse, adem ás del caso del P erú, las experiencias de E cuador y Bolivia, a u n q u e estas últim as más q u e al resultado de las acciones norteam ericanas se h an d ebid o a la deb ilidad de los regímenes sustituidos y a la acum ulación d e fuerza política p ro pia lograda p or un sector im p o rtan te del m ovim iento po p u lar.

IV .

K». A C O TA M IEN TO DEL PR IM E R EN FO Q U E LA TIN O A M ERICA N O Y SU REM PLA ZO POR U N O NUEVO

A u n q u e el propósito de este tra b ajo consiste exclusivam ente en señalar las p ar­ ticulares lim itaciones de u n enfoque basado en la agregación de categorías ideo­ lógicas heterogéneas cuya sum ato ria configura u n a "p olítica de mosaico" que difícilm ente p u ed e sostenerse con coherencia, y a u n q u e n o intentam os ocuparnos en el del nuevo esquem a de rem plazo, algunas consideraciones fundam entales resu ltan ineludibles. En un p rim er ru b ro nos interesaría señalar q u e el balance d e los tres p rim e­ ros años d e aplicación de lo q u e el presidente C árter an u n c iara com o u n a p o lí­ tica renovadora de las relaciones en tre los Estados U nidos y A m érica L atina, deja diversas lecciones, todas negativas, al hacer u n ju icio de la política la tin o ­ am ericana d e la actual adm inistración. Éste es el resultado, en tre otros, de los siguientes factores: a] La acentuación en las dificultades del fun cio nam ien to in tegrad o de los diferentes departam ento s y agencias q u e actú an com o el segm ento especializado para el ám b ito in ternacion al de los ap arato s estatales norteam ericanos. E n esta etapa, y se podría dem o strar con u n am p lio estudio de casos con­ cretos, la especialización de las políticas internacionales ha reforzado lo a u to ­ nom ía de las doctrinas y criterios básicos form ulados po r cada sector, q u e se h a n tornado más rígidos, y el g obierno h a ex h ib id o m enos capacidad d e coordi­ nación en los casos conflictivos.

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b] Se d ebe a trib u ir u n a influencia d eterm in an te en estos resultados al hecho de q u e la actual p olítica recogió construcciones ideológicas o propuestas com ­ pletas de o rigen diverso y no siem pre fáciles de arm on izar en u n esquem a de política com ún. Esto perm itió a los diferentes ejecutivos seleccionar los énfasis y los tem as de acuerdo con sus particulares preferencias políticas, lo cual se ha trad u cid o a la larga en u n a m ayor incoherencia y confusión de la po lítica latino ­ am ericana en su conjunto. Esto p erm itiría postular q u e es tan peligrosa la ausencia de un a política ex terio r regional con u n cierto sustento teórico (tal com o ocu rriera al térm ino de las anteriores adm inistraciones republicanas) com o el exceso de propuestas glo­ bales q u e e n tra n a com petir en tre sí. el Se h an advertido incoherencias y u n a lucha político-ideológica abierta, incluso en el in te rio r de algunas d e las construcciones ideológicas integradas «ni nuevo esquem a latinoam ericano de C árter. El caso más relevante, a u n q u e no el único, h a sido el de la política d e derechos hum an os en d o n d e p rincipios defi­ nidos incluso po r el presidente h a n suscitado lecturas e interpretaciones m uy encontradas en tre sus colaboradores de u n a m ism a instancia buro crática en función d e las inclinaciones liberales o conservadoras de éstos. C uan do este tip o d e discrepancias se ha producido, el gobiern o ha d em ostrado (tal com o tam ­ bién h a acontecido en m uchos problem as domésticos) su incapacidad p a ra fijar u n criterio único y coherente p ara las actuaciones futuras. d] T o d o lo a n terio r se ha reforzado y com plicado con la ap arició n de las nuevas tendencias de la política in tern acio n al global q u e em ergen n ítid am en te luego de las crisis d e Irá n y A fganistán. E n este esquem a de ago tam ien to de los m árgenes de negociación d irecta en tre los países q u e hacen de cabeza de los bloques ca p italista y socialista y de revalidación de u n a cierta ideología de g u erra fría, las contradicciones y fisuras del enfo qu e latino am ericano se h a n in ­ tensificado a la p ar q u e se h an reducid o los m otivos p ara buscar u n a recom po­ sición en tre los factores discordantes. Se debe enfatizar, sin em bargo, que, a u n q u e la nu eva situación internacion al tiene u n im pacto en nu estra región y resu lta absolutam ente indispensable hacer u n a lectura latinoam erican a de éste, m uchos de los elem entos q u e se cristalizan en el nuevo cu adro se v enían p rep ara n d o desde m ucho antes en A m érica L atina. Al respecto bastaría con recordar la p ropu esta norteam ericana de form ación de u n a fuerza in teram ericana de paz p ara in terv en ir en N icaragua antes de la caída de Somoza, efectuada en la o e a en ju n io de 1979; el contenid o de la den un cia de la presencia de tropas soviéticas en C u b a efectuada en septiem bre de 1979, en los m ism os días en q u e se realizaba en La H ab an a la Sexta Conferencia C um ­ bre de los Países N o A lineados o las prevenciones am enazantes con tra los gobier­ nos de G ran ada, Sta. Lucía y D om inica efectuadas p o r el secretario de Estado p ara asuntos interam ericanos, V irón Vaky, en octu bre del añ o pasado. U n a con­ secuencia de todas estas tendencias h a sido la definición y puesta en vigencia de u n "nu ev o en foque de facto’’ que sin desautorizar la base ideológica y los con­ tenidos de la política an un ciad a al llegar C árter a la Casa Blanca, los ha d ero ­ gado d e hecho. E n tre los criterios q u e organizan este reajuste de política u n prim er elem en­ to sustancial es el esfuerzo por m an ejar en form a in teg rada los aspectos de

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seguridad m ilita r y las relaciones políticas y económicas. Al igual q u e hasta la década de los sesenta, las pautas de raíz político-m ilitar h a n v uelto a ser cen tra­ les y en to rn o de ellas se organiza el co ntenido de las diferentes políticas in ter­ nacionales especializadas. U n ejem plo m uy claro de este m anejo integrado con u n a p rio rid ad m ilita r es la actual discusión del program a de ayuda p ara el añ o presu puestario q u e se iniciará el prim ero de octub re próxim o. A llí N icaragua se ha convertido en el caso p rincipal y El Salvador h a co nstituido la segunda p riorid ad . E n concreto la proposición de entreg ar a N icaragua 75 de los 125 m illones de dólares q u e form an el program a p ara C entroam érica y el C aribe ha te n id o com o co n trap artid a precisas exigencias en el seguim iento de la coyuntura in tern a de ese país en la prevención de tendencias radicales. U n a segunda línea im p o rtan te es la b úsqueda de u na coadm inistración de estas políticas subregionales con los países m edianos de A m érica L atina, p articu ­ larm en te M éxico y V enezuela, q u e tien en g ran ascendiente en este en to rn o geo­ gráfico. La gran prensa norteam ericana, p or ejem plo y m uy especialm ente el W ashington Post, viene insistiendo desde los días anteriores a la caída de Somoza en la necesidad de q u e el D epartam ento de E stado asocie sus esfuerzos p a ra asegurar u n “ curso dem ocrático" en el proceso nicaragüense con aquellos países q u e tuvieron u na a c titu d más positiva fren te a los grupos antisom ocistas, y en especial con aquellos q u e apoyaron al F rente Sandinista en su lucha (ade­ más de M éxico y Venezuela, Costa R ica y Panam á). U na tercera tendencia de la política q u e com enzará a aplicarse será la in te n ­ sificación de la coordinación con los organism os financieros internacionales en los q u e los Estados U nidos ejercen u n a influencia pred om inan te. Se tra ta de q u e el F ondo M onetario In te m a i.^ n a l, el Banco M undial, el Banco Intcram ericano de D esarrollo y, en el Caribe, el Banco p ara el D esarrollo del Caribe, pasen a servir en form a más estrecha los objetivos definidos p o r el gobierno n orte­ am ericano y se conviertan en elem entos perfectam ente articulados d e la estra­ tegia de estím ulos y sanciones q u e se d efin irá desde W ashington. De esta ú ltim a orientación hem os ten id o u n a confirm ación m uy precisa en el reciente conflicto en tre el gobierno d e Jam aica y los directivos del Fondo M o netario In ternacional. Este organism o que, en v irtu d del p atro cin io n o rte­ am ericano, había otorgado en 1978 al régim en del p rim er m inistro M ichael M anley u n apoyo financiero de poco más de 200 m illones de dólares p ara sos­ tener el crítico funcio nam iento de su econom ía, acaba de revisar estos acuerdos, lo q u e h a provocado u n a crisis política in tern a q u e ha llegado al g obierno a ad e lan ta r la realización de las elecciones generales p arlam entarias. N o deja de ser revelador q u e en tre quienes más ásperam ente h an criticado esta d eterm in a­ ción, q u e el gobierno norteam ericano n o ha cuestionado, se encu entre precisa­ m ente A ndrew Young. el gestor de la línea ab and on ada aho ra p o r C árter. De este m odo, en sus relaciones con A m érica L atina la adm in istración C árter ha acabado p o r rep ro d u cir u n tip o d e fluctuación de política que, siendo ge­ neralizada. es m ucho más acentuada en los gobiernos dem ócratas que, casi invariablem ente, p arten an unciando u n a nueva era de relaciones y cooperación en tre los Estados U nidos y América L atin a para acabar red efiniend o en instan­ cias privadas y d en tro de m arcos más restrictivos los contenidos de su conexión con el Sur.

SO B R E LA R E S T R U C T U R A C IÓ N D E L C A P IT A L IS M O Y SUS R E P E R C U S IO N E S EN A M É R IC A L A T IN A FERNANDO FAJNZYLBER

1.

MARCO INTERNACIONAL Y TENDENCIAS EN EL CAPITALISMO MADURO

A p a rtir de la segunda g u erra m u n d ial la econom ía m u n d ial experim enta u n proceso de ráp id o crecim iento y acelerada innovación tecnológica. El com ercio in tern acio n al crece aú n más ráp id am en te q u e la producción, con lo cual se estim u la u n a creciente interd ep end encia económ ica en tre los países y los bloques económicos. Esta interrelación económ ica se lleva a cabo p rin cip alm en te en el in te rio r d e los países socialistas y de los países capitalistas avanzados. A m ediados de la década d e los sesenta las vinculaciones en tre países socialistas y capitalistas avanzados com ienzan a intensificarse. É n este período los países capitalistas subdesarrollados experim entan u n proceso d e creciente m arginación com ercial, q u e se expresa adem ás b ajo la fo rm a de u n en deu dam iento creciente, au n q u e en su in te rio r se in ician los intentos de integración region al.1 E n el in terio r de los países capitalistas avanzados se observa u n a erosión de la posición relativ a de los Estados U nidos y u n ascenso de los países derrotados e n la segunda g u erra m u n d ial, A lem ania y el J a p ó n . P aralelam en te se inicia el proceso de intem acionalización en los sectores in d u strial, com ercial y, más tarde, financiero, encabe­ zado al com ienzo por las grandes em presas de los Estados U nidos y acom pañado luego con m ayor inten sidad p o r la expansión in tern acio nal de las em presas eu ro ­ peas y japonesas. Las estructuras oligopólicas dom inan tes a nivel nacional se ex p an den y articu lan intem acio nalm en te, vaciando d e contenido, en la práctica, las a ú n vigentes concepciones teóricas sobre la “com petencia perfecta”. E n este proceso se d eb ilita p au latin am en te la vigencia de los acuerdos m onetarios in ter­ nacionales d e B retton W oods, por m edio de los cuales se consolidaba al térm in o d e la segunda g u erra m u n d ial la hegem onía de los Estados U nidos sobre la econom ía internacio nal; este creciente d eterio ro cu lm in a en 1971 con el colapso d e ese esquem a institucional. E n el in te rio r d e las econom ías capitalistas m aduras se observan en el plan o económ ico dos tendencias com plem entarias cuya proyección sobre el p la n o p o lí­ tico in tern o e internacio nal parece cada vez más evidente: a p a rtir d e la década i Como excepciones a esta tendencia general es preciso señalar, entre otros, los casos de las llamadas "plataformas de exportación”, Hong Kong, Singapur y Taiwán y la situación peculiar de Corea del Sur, que, contando con una situación geopolítica particular, y con base en un proyecto de "capitalismo nacional autoritario", ha logrado una inserción dinámica en los mercados internacionales. (22 9 )

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de los años sesenta se observa u n crecim iento de las rem uneraciones m ayor que el crecim iento de la productivid ad.2 Esta tendencia es resultad o de diversos factores en tre los cuales destacan los siguientes:8 creciente escasez de m ano de obra de los países capitalistas desarro­ llados; a p a rtir de la m itad de la década de los años sesenta u n id a d creciente d e la clase o b rera organizada en E u ro pa asociada en alg un a m edida al d eb ilita­ m ien to de la g u erra fría y su influencia sobre el conflicto en tre los sectores laborales, católicos y no católicos; capacidad de las centrales sindicales de los sectores oligopólicos de a rrastra r el increm ento d e rem uneraciones del co n ju n to d el sector laboral, en contraposición con la incapacidad de las em presas líderes d e los sectores oligopólicos de d ifu n d ir su creciente prod uctiv idad sobre el c o n ju n to del a p a ra to productivo y, en p articu lar, sobre los sectores d e servicios q u e p resen tan la d o ble característica de expandirse rápidam ente y de elevar len tam ente su pro ductividad. Lo a n te rio r explica y a la vez se apoya en el fo rtalecim ien to de los p artid o s y m ovim ientos políticos q u e representaban los intereses de los sectores laborales. Esta consolidación de la fuerza política de los trabajado res en el capitalism o m aduro, socialdem ocracia y fuerzas políticas afines, se proyecta sobre la o tra tendencia fun d am en tal q ue caracteriza la evo­ lución de esas econom ías en las últim as décadas: la participació n creciente del estado en la actividad económ ica.4 Esta expan sió n relativ a del estado expresa, p o r u n parte, los req uerim ientos crecientes de socializar los gastos en infraestruc­ tu ra necesarios p ara el proceso de acum ulación p riv ad a; p o r o tra , la capacidad política d e los sectores laborales de im p on er u n a tendencia a los servicios de educación, salud, vivienda, seguro contra el desem pleo, bienestar de la infancia y vejez.5 El m e joram iento de la posición relativa de las rem uneraciones y el proceso p aralelo de p articip ación creciente del estado en la econom ía se proyectan y re­ fuerzan en el p la n o político con la consolidación de los p artid o s socialdemócratas y afines, y el ascenso de las tendencias “eurocom unistas". A fines de la década de los sesenta, en los países capitalistas subdesarrollados del llam ado T e rc e r M u ndo se observa u n ascenso de los partidos “ populares" y del nacionalism o, q ue se expresa en el proceso de descolonización, de fortale­ cim iento de los "m ovim ientos d e liberación n acio nal", en la aparición de goVéanse cuadros l, 2 y 3. 3 Véase P. McCrackcn y otros, "Toward* full employment and price stability", o c d e , junio de 1977; B. Rothowrn, "Late capitalism", New Left Keview, julio-agosto de 1976; Edward F. Denison, “T he piuzling drop in productivity", The Brookings BuUetin, vol. xv, núm. 2: Willard C. Butcher, “Raising capital formation consciousness”, International Finance, 13 de noviembre de 1978, p. 8: Robert J. Samuel son. "T he productivity enigma", National Journal, 12 de septiembre de 1978; “Penis of the productivity sag”. Time, febrero 5 de 1979, p. 34; Leona td Silk, “Productivity and inflation", The New York Times, 12 de enero de 1979; John Wyles, “ Puzzling over productivity”, Financial Times, 15 de febrero de 1979; William B. Franklin, 'T h e inflationary thrcal on the productivity front”, Business Outlook, 12 de febrero de 1979, p. 29; Jurek Martin, “Meagre productivity upsets U. S. growth forecasts”, Financial Times, 26 de enero de 1979. 4 Véase cuadro 4. 6 Véase además de Me. Cracken y B. Rothowrn, op. cit., “ Public expenditure trends", ocde , junio de 1978; J. O'Connors, The fiscal crisis of the State, St. M artin Press, 1973; R. Keohane, “Economic, inflation and the role of the State’*, World Politics, Princcto» Univ. Press, 1978.

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SOBRE LA RESTRUCTURACIÓN DEL CAPITALISMO

bienios apoyados en coaliciones p opulares am plias, todo lo cual se tradu ce en el p lano económ ico en la intensificación d e los procesos d e recuperación de los recursos n aturales a través de las nacionalizaciones, la aparición de asociaciones de productores de m aterias prim as • (o pe c , c ip e c ) y las presiones crecientes po r in tro d u cir m odificaciones de fondo en el esquem a de relaciones económicas in ­ ternacionales. Estos fenóm enos tien en su expresión concreta en el hecho de q u e la evolución de los térm inos de intercam bio se in vierte y com ienza a favorecer, en los últim os años, la posición relativa de los productores de m aterias prim as, en tre los cuales, obviam ente, los exportadores de petróleo o cupan u n pap el privilegiado.7 La conjunción de las tendencias relativas a rem uneraciones, produ ctividad , participación del sector público en la econom ía y deterio ro de los térm inos de intercam bio p ara los países desarrollados constituyen u n a presión significativa sobre la tasa de ganancia, q u e experim en ta u n a tendencia a la dism inución.8 Esta caída en la tasa de ganancia afecta en form a diferente a las em presas olí* gopólicas líderes y al resto del a p a ra to pro ductivo del capitalism o m aduro. Las em presas líderes, q u e son las transnacionales, tienen capacidad de fijación de presión, concentran el proceso de innovación tecnológica y, p o r consiguiente, pueden in crem entar con m ayor rapidez su prod uctiv idad , y p o r m edio d e su diversificación sectorial y regional logran n eu tralizar la m ayor carga fiscal y su acción in tern acio nal les p erm ite m inim izar el efecto del increm ento relativo de los precios de las m aterias prim as, el q u e adem ás n eutralizan con su capacidad p ara in flu ir sobre los precios de los p roductos m anufacturados En la m ism a dirección se m ueve la banca, apoyando y n utriéndose d e las tendencias an terio ­ res.9 En el resto del ap arato productivo surgen com o respuestas las presiones hacia el proteccionism o.10

II.

DIAGNÓSTICO V FORMULACIÓN DEL PROVECTO DE RESTRUCTURACIÓN GLOBAL

En este contexto em erge y adquiere coherencia conceptual u n cuerpo de pensa­ m ien to que, p a ra efectos de este tra b ajo , se denom ina "proyecto de restructura« Véase cuadro 5. t Véanse cuadros 6 y 7. * Véanse cuadros 8 y 9 y gráfica 1. Como referencia véase, además de P. McCrackcn y B. Rothowm, op, cit.; Martin Feldstein y Lawrence Summcrs, *’Is the rate of profit falling?". Brookings Papcrs on Economic Activity, 1, 1977; Robert Eisncr. "Capital formaüon, here, why and how rauch? Capital shortage: Myth and rcallty”. Capital Formation, vol. 67, núm.. I; William D. Nordhaus, “The falling ahare of profiu”, b p e a , ], 1974; Charles L. Schultze, “Falling profits, m ing profit margins, and the full-employment profit rate", Bro­ okings Papers on Economic Activity, 2. 1975; Martin S. Feldstein y Michel Rothschild, "Towards an economic theory of replacement investment”, Econometrica, vol. 42, mayo de 1974, núm. 3; Arthur M. Okun y George L. Perry, "Notes and numbers on the profits squeeze”, Brookings Papers on Economic Activity, 3, 1970. » Véase cuadro 10. 10 “Se ha incrementado en forma significativa el proteccionismo en los países industrializados y las presiones para reforzar esta tendencia son poderosas", World Development Report, julio 8 de 1978, p. 26, World Bank.

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ción glo bal”, y sobre el cual convergen u n a v ertiente económ ica ligada prin ci­ palm en te a la banca y a la g ran em presa in tern acio nal y las vertientes acadé­ micas y políticas afines. P ara legitim arse p olíticam ente, este proyecto debe a rtic u la r en to m o a él a vastos sectores de la sociedad. P ara esto d ebe presentarse com o la fuerza lúcida p ara resolver los problem as y garan tizar la expansión y p rosp erid ad del sistema. En su diagnóstico de lo o currido en el capitalism o avanzado en los últim os años destacan com o elem entos esenciales la degradación creciente de las ins­ tituciones dem ocráticas y la ilegitim ación de la au to rid ad , la expansión in o r­ gánica, ineficiente e inflacionaria d e la actividad p ú b lica y el desarrollo de u n nacionalism o provinciano que se expresaría ta n to en los ám bitos económicos com o políticos. Estas tendencias, desarrolladas al am paro de u n con tex to de distensión, serían factor explicativo fu nd am en tal del d eb ilitam ien to in tern o y externo del sistem a.11 A p a r tir de este diagnóstico em ergen com o lincam ientos básicos del pro­ yecto: i) la necesidad de ev itar los eufem ísticam ente denom inados "excesos de la dem ocracia” ; ii) la im portancia decisiva de term in a r con las "distorsiones” generadas po r la desm edida acción del estado y de las organizaciones que, como los sindicatos, logran a través de sus presiones alte ra r lo q u e sería el funciona­ m iento norm al de los mercados; iii) su p erar el "anacrónico” nacionalism o en sus dim ensiones políticas y económicas.12 El argum ento central de este proyecto sería el siguiente: en la m edida en q u e se creen condiciones económ icas y políticas adecuadas p ara la expansión 11 Una versión diáfana de este diagnóstico aparece en The govemabUity of democracies, publicada en 1975, por la Comisión Trilateral y c u y o s autores son Miehel Crolzier, Samuel P. Huntington y J. Watanuki. En las conclusiones se lee: i) la búsqueda de los valores de­ mocráticos de igualdad c individualismo ha culminado en la ilegitimizadón de la autoridad y en la pérdida de confianza en los líderes; ii) la expansión democrática de la participación política ha creado una "sobrecarga” en el gobierno, y esta expansión desequilibrada de las actividades gubernamentales ha conducido a exacerbar las tendencias inflacionarias de la economía; iii) la competencia política esencial a la democracia se ha intensificado, condu­ ciendo a una desagregación de intereses y a la declinación y fragmentación de los partidos políticos: iv) la incapacidad de respuesta de los gobiernos democráticos a las presiones de la sociedad ha conducido a que las políticas internacionales de las democracias tengan un elevado contenido de nacionalismo local. Con referencia a los Estados Unidos Huntington es aún mucho más preciso cuando indica: “Al Smith alguna vez señaló que el único reme­ dio para los peligros de la democracia es más democracia." Nuestro análisis sugiere que apli­ car este consejo en el tiempo presente sería equivalente a echar combustible a la hoguera. Algunos de los problemas que plantea la actividad de gobernar en los Estados Unidos pro­ vienen precisamente de un exceso de democracia. Lo que se necesita en su lugar es una mayor moderación en el ejercicio de la democracia. 12 Se tratará de pasar, utilizando la nomenclatura de Zbigniew Brzezinski, de una “con­ ciencia nacional” a una “conciencia global". O, como se expresa en The govemabilily of democracies en un apartado denominado “ Provincialismo en los asuntos internacionales”: “En tiempos de escasez económica, inflación y posible decaimiento de largo plazo en la economía en que, sin embargo, las presiones aumentan en favor del nacionalismo y del neomercantilismo, los sistemas políticos democráticos se encuentran particularmente vulne­ rables a tales presiones de grupos industriales, localidades y organizaciones del trabajo, que se ven afectados adversamente por la competencia extranjera. Es reducida la capacidad de los gobiernos para tratar los problemas sociales y económicos internos, como también lo es la confianza que la gente tiene en su capacidad para enfrentarse con esos problemas."

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“ tra n s n a c io n a r se logrará la asignación óp tim a de recursos, que elevará la efi­ ciencia del uso de los recursos a nivel m u n d ial, dism inuyendo los costos de pro ­ ducción de los bienes y servicios que la h u m a n id ad req uiera, estim uland o el proceso de innovación tecnológica, cuyos frutos term in arán difundiéndose a lo largo y a lo ancho del p laneta y oto rg ando a los consum idores del m u n d o entero la po sibilidad de escoger, en fu nción de u n sistema de precios q u e refleje los costos reales, aquellos bienes y servicios q u e en m ayor m edida p ueden co n trib u ir a increm en tar su bienestar. C ada país te rm in a ría especializándose en la prod uc­ ción de aquellos bienes y servicios susceptibles de ser producidos eficientem ente con la d otación de factores productivos disponibles, los q u e se in tercam b iarían en u n m ercado libre que generaría u n a distribución eq uitativ a de los benefi­ cios. En este m arco la acción p rincipal del estado consistiría en crear las co nd i­ ciones adecuadas p ara el lib re funcionam ien to del m ercado. En esta perspectiva em ergen com o obstáculos “conservadores” conceptos e instituciones tales como interés nacional, estado nacional, sindicatos, satisfacción de necesidades básicas, seguridad social, seguro de desem pleo y otras “distorsiones” q u e afectan el fu n ­ cio nam ien to creador de las fuerzas del m ercado. El proyecto aparece entonces com o u n p ro d u cto inteligente, neutro, im personal, eficiente y eq uitativo . Su con­ traposición con el “provincialism o” de los adiposos estados nacionales, inefi­ cientes servicios públicos, benefactores d e corto plazo de los grupos sociales, sectores o regiones circunstancialm ente desfavorecidos parece evidente. Es el con­ tra p u n to en tre u n proyecto “científico" y u n a realidad q u e es fru to de la confluencia de mezquinos intereses locales y parroq uiales am parados po r u n a dem ocracia reblandecida y decadente. Esta form ulación “científica" req u iere del apoyo teórico adecuado. E n el p lano económ ico esto provendría no sólo de la más p u ra o rtodoxia neoclásica, sino que, adem ás, se vería reforzado con “form ulaciones teóricas” adicionales. A|>oyándose en la estructura genética del ser h u m a n o h a surgido u n a corriente de pensam iento q u e concluye q u e el esquem a com petitivo es la única expresión coherente con la estructura biológica íntim a del hom bre. De acuerdo con la inci­ p ie n te ciencia d en om inada bioeconom ics la estru ctu ra genética incluiría los factores q u e d eterm in an el in dividualism o q ue constituiría, po r consiguiente, un rasgo estru c tu ral del ser hu m a n o y q u e conduciría inexorablem ente a considerar el esquem a com petitivo com o el coherente con la n atu raleza h u m a n a.13 Al am ­ paro de las crisis se desarrollan p en etrantes análisis tend ien tes a dem ostrar la ineficiencia intrínseca de la acción p úb lica y desarrollar técnicas especiales para su evaluación crítica.14 En el ám b ito de las relaciones económicas internacionales se destaca nuevam ente el principio de las ventajas com parativas com o pivote básico en to rn o al cual deberían definirse las políticas nacionales. 1.a aceptación de este p rin cip io en el seno del p equeño gru p o de países q u e d eten tan la hegemon.’a del p o d er económ ico y político en el capitalism o m a d u ro y q ue com piten 13 Un precursor en esa ciencia es el economista Gary Becker, de la Universidad de Chicago. M Es interesante recordar una declaración del economista Henry C. Wallich, gobernador del Consejo del Banco de la R eseña Federal: "Dentro de una década, cuando la mayor parte de nosotros nos hayamos retirado, las universidades y el gobierno estarán saturados de monctaristas y economistas neoclásicos dedicados al mercado libre y profundamente escépticos a las actividades de gestión macroeconómicas”, Newsweek, 26 de junio de 1978.

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en tre sí en p ie de relativa igualdad es com prensible y se expresa en form a tran sp aren te en las declaraciones de altos funcionarios del go biern o,15 ejecutivos de grandes em presas 19 y acuerdos q u e se logran de m an era m u ltilate ral.17

III.

INTENTOS DE APLICACIÓN DEL PROYECTO DE "RESTRUCTURACIÓN GLOBAL”

L a viab ilid ad de la aplicación integral del proyecto en los países capitalistas desa­ rrollados aparece como u n a aspiración difícil de alcanzar po r la fuerza económica y política de las organizaciones laborales, p o r el grad o de afianzam iento de la dem ocracia com o régim en político (no se o btien e un apoyo electoral m ay oritario con u n program a en q u e se debilita la fuerza sindical, dism inuye la protección frente a im portaciones, elim ina subsidios a regiones y sectores atrasados y dis­ m inuye la acción pública en salud, educación y vivienda) y p o r la ap aren tem en te baja pro b ab ilid ad de utilizar a las fuerzas arm adas de los países de capitalism o m aduro como instrum ento de restru cturación interna. R esulta difícil im aginar q u e las fuerzas arm adas se utilicen co ntra ciertos sectores del P artid o D em ócrata ile los Estados U nidos o la b o ris ta en In glaterra o en los sindicatos del sector autom otriz u otros sectores oligopólicos en los Estados U nidos, E u rop a o el J ap ó n , d ond e adem ás de ser fuerza d e trab ajo constituyen, a diferencia de lo q u e ocurre en la A m érica la tin a , u n a fracción im p ortante del m ercado fu nd a­ m ental necesario p ara la expasión del sistema. L a situación es d istinta en la América la tin a , do nd e el capitalism o semiindustrializado conduce a q u e el m ercado p rin cipal esté co nstituido esencial­ m ente p o r los sectores de ingreso m edio y alto. Sin em bargo, esto no basta para q ue se pu eda m aterializar plenam ente el proyecto de restructuración en cual­ q u ie r país de la A m érica la tin a . Es necesario q ue el sector em presarial nacional se considere suficientem ente am enazado en sus intereses para q u e acepte u na is "lo d o s queremos que capitales, bienes, servicios y tecnología circulen intcmacionalmcntc « i forma competitiva según los principios económicos del liberalismo hacia un sistema econó­ mico abierto", Richanl N. Cooper (subsecretario de Estado para Asuntos Económicos), "Hacia un sistema económico abierto”. Horizontes, Estados Unidos de Norteamérica. 28. t« "Basados en nuestra experiencia creemos firmemente con la ib m que el libre comercio puede generar más beneficios a más gente que cualquiera otra posición. Esto es estrictamente coherente con las realidades y necesidades del sistema económico internacional. En el mundo de hoy y en el de mañana esto constituye un hecho inexorable. No hay alternativa viable." R. A. Feiffer (presidente de la i b m ) . "Opening up I n t e r n a t i o n a l trade, theere is no viable altemative", National Journal, junio de 1978. 17 “Reafirmaremos nuestra determinación de expandir el comercio internacional, una de las fuerzas motrices básicas para lograr un crecimiento económico sostenido y equilibrado. Con nuestros esfuerzos mantendremos y reforjaremos los sistemas de libre comercio internacional.” “Necesitamos estimular el flujo de la inversión privada de la cual depende el progreso econó­ mico. Buscamos limitar los obstáculos para la inversión privada tanto en términos internos como internacionales. La cooperación de los países en desarrollo en cuanto a crear un clima de protección adecuada para la inversión extranjera es necesaria para que ésta pueda desem­ peñar efectivamente su papel en la generación de crecimiento económico y transferencia de tecnología." “Acuerdos de la Reunión Cumbre de Bonn.” The New Yorw Times, julio 18 de 1978.

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restructuración que im plica ab a n d o n ar su cóm oda participación en la p ro te­ g ida actividad ind ustrial nacional p ara pasar a exponerse a los riesgos de la com petencia internacional. Esto pareciera que sólo se produce cu ando la ac­ ción social y política d e los sectores p opulares ha alcanzado u n nivel tal en q u e parece cuestionarse la vigencia m ism a del sistema. Pero, además, es p re­ ciso m ovilizar a las fuerzas arm adas n o sólo p ara rep rim ir esos sectores, sino, adem ás, p ara co n trib u ir al establecim iento d e u n modelo q u e im plica el desmante lam iento p arcial de la actividad estatal y de actividades industriales predom i­ n antem en te nacionales, adem ás de la inserción pasiva en un m ercado internacio ­ nal, en la definición de cuyas tendencias el país obviam ente no participa. P ara esto es necesario que en el contenido ideológico de esas fuerzas arm adas la afir­ m ación de lo nacional desem peñe u n papel su bo rdinad o respecto a valores del tipo "defensa del m u n d o libre” . Es decir, que se haya internacionalizado el paso de la conciencia "nacional” a la conciencia "global". E n la década de los sesenta y com ienzo de los setenta el dinam ism o de la econom ’a in ternacional hacía innecesario p la n tear la obligación de ac tu ar contra los nacionalism os económicos y políticos. La expansión económica internacion al pasaba sobre las barreras aduaneras, la expansión del sector p úblico y la indus­ trialización ineficiente de la periferia. La industrialización y el nacionalism o en la A m érica L atina podían coexistir con la expansión de la econom ía m undial. En ciertos casos era preciso neutralizar el avance d e sectores populares, y para eso co n stituían un a respuesta adecuada los regímenes au to ritarios que d ab an v iab ili­ d ad y dinam ism o a proyectos nacionales d e corte capitalista. E n esos proyectos las em presas transnacionales desem peñaban u n papel decisivo p ero se articulaban con estados en expansión q u e form ulaban proyectos de carácter em in en tem en te nacional, q u e se expresaba tanto en el p lan o de la política internacional de la expansión de las actividades productivas del sector público como del desarrollo de u n a capacidad industrial de tipo bélico.18 La situación se m odifica en la década de los setenta y el hecho nuevo fu n­ d am ental es la aparición de la llam ada "crisis económ ica", qu e afecta las eco­ nom ías de m ercado y q ue se traduce en u n lento crecim iento, inflación, desem­ pleo, aum entos explosivos de la liquidez internacio nal y déficit im portantes d e la balanza de pago de los Estados U nidos. N o se tra ta ya de en fren tar los conflictos pun tuales, sino de resolver los problem as estructurales que aten tan contra la salud del sistem a.10 En esta perspectiva el nacionalism o económico y político 18 En el Brasil el sector estatal ha crecido más rápidamente en la última década que en el resto de los países de la América Latina. Actualmente contribuye con el 60% de la formación bruta de capital fijo. Los ingresos totales del sector público pasaron del 9% del n n en 1964 al 14% en 1973. Luciano Martins, A expansio recente do estado no Brasil: seus problemas e seus atores, « a n o de 1977 i* Además de P. McCradcen, B. Rothworn, R. Kchoanc, J. O'Con ñor*, véase R. Heilbroner, Beyond boom and crash, Norton, 1978; "The intemational role and fate of the dollar”, Foreign Affair, 1978-1979, p. 269; W alter G uuardi Jr., "T he new down-to-carth cconomics. Fortune, diciembre de 1978: "Inflation toward a fair progTam". a f l - c i o , octubre de 1978; "Qucsüons and answcrs on inflation, recession, the dollar, and wage Controls”. Economy in review, diciem­ bre de 1978; "Analysis of wagc-price control rules'’, a f l - c i o , Washington, diciembre de 1978; "A puré and simple road to socialism", These Times, octubre de 1978; "Liberáis and inflation" The Neur Republic, enero de 1979.

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ad q uiere connotaciones negativas p ara la m aterialización del proyecto d e res­ tru ctu ració n global.20 E n estas condiciones, p ara la p rop uesta de restructuración, son proyectos ideales aquellos q u e proporcio nan la condición de funcion alid ad a la expansión económ ica m un dial, por la vía de facilitar las im portaciones, de elim in ar subsi­ dios a la exportación, estim ular y crear condiciones favorables p ara la inversión extranjera, d eb ilitar la acción reguladora del sector público, congelar las pre­ siones salariales y cuestionar los esquem as d e cooperación regional. M ientras tan to , en los países desarrollados, las declaraciones de principios e n favor del libre com ercio y d e la necesidad de d ism in u ir las barreras proteccio­ nistas ta n to en sus países com o en los países subdesarrollados más avanzados 21 n o logran n eutralizar las presiones de los sindicatos, de la p eq u eñ a y m ediana ind ustria, así como de las regiones que se h a n visto afectadas con la reccsión c inflación q u e h a prevalecido en los últim os años.22 E n el caso p articu lar de los Estados U nidos la m ag nitu d y signo del dese­ q u ilib rio extern o ha estim ulado el desarrollo de u n a política de fom ento de ex­ portaciones,23 acom pañada de presiones proteccionistas, con lo q u e se espera reforzar los efectos asociados a la devaluación del dólar.24 20 Tal vez una expresión de lo anterior se encuentra en las presiones externas ejercidas sobre el Brasil en aspectos que denotaban la dimensión "nadonal” de ese proyecto: conflicto sobre el equipamiento nuclear entre el Brasil y los Estados Unidos, la superación de los acuer­ dos de ayuda militar, la reciente separación del mercado nacional de minicomputadoras a la ib m con vistas a favorecer a empresas nacionales y los conflictos de carácter comercial: "US attacks Brazil's trade policy". Latín American Report. junio de 1978. vol. n, núm. 21: "Brazil takes harder line on transnationals", Latín American Report, 21. abril, vol. u, nfim. 12; "The Brazilian model becomes unglued”, These Times, julio de 1978; "Brazil open o a s meetting with strong attack on Washington’s economic policy’', Latin American Economic Report, SO de junio de 1978; "Pressure on Brazil mounts”, Hanson’s Latin American Letter, 27 de mayo de 1978: "Jimmy Cárter: T he new threat to us Brazilian relations", Hanson’s Ixtlin American Letter, 28 de agosto de 1978. 21 “En el campo del comercio internacional el desafio consiste en ampliar el área de apli­ cación de los acuerdos del c a t t y por consiguiente el ámbito en los cuales la competencia abierta y el libre comercio tienen vigencia. Con este propósito uno de los objetivos de los Estados Unidos consiste en aumentar el número de países que están sujetos a las reglas del c a t t , incluyendo especialmente algunos de los paises en desarrollo y rápida industríalíiaáón que han llegado a constituir elementos significativos en los mercados mundiales.” W. Michael Blumenthal, “Steering in crowded water*", Foreign Affaírs, junio de 1978. 22 Un cuestiona miento académico relevante de la tesis de la liberalización proveniente de un país desarrollado cuya posición relativa en el comercio internacional es frágil se encuentra en: Francis Cripps y Wynnc Godlcy. "Control of imports as a means to full employment and the expansión of world trade: the u r ' s case”, Cambridge Journal of Economía, 1978, 2-327-354; Francis Cripps, "Causes of grouth and recensión in world trade", Economic Policy Review, marzo de 1978, núm. 4; Francis Cripps, "The money supply, wages and inflation", Cambridge Journal of Economics, 1977, 1-101-112. La resistencia en el ámbito sindical se expresa en "El problema del mayor aumento de las importaciones que el de las exportaciones durante la década de los afios setenta ha modificado la posición laboral respecto al comercio”. Esa nueva posidón se expresa en el programa básicamente proteccionista adaptado por el Consejo Ejecutivo de la a f l - c i o . Véase American Federationíst, julio de 1978. 23 Véase "US president statement on export policy", Department of State. 26 de septiembre de 1978. 24 Véase, por ejemplo, “US trade policy and the textilc industry”, National Journal, 10 de junio de 1978. Se describe la plataforma proteccionista del sector textil.

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Q u ed a en evidencia q u e la m aterialización de las políticas de (om ento a las exportaciones industriales está lejos de ser u n a tarea triv ial p a ra los países de la región.28 En térm inos generales se observa entonces qu e los países de la A m érica L atin a se en fren tan sim u ltáneam en te a: fom ento de las exportaciones desde los países desarrollados; barreras de creciente proteccionism o en los países desarrollados; presiones para d ism in u ir su protección y tendencias q u e prom ueven el otorg a­ m ien to de crecientes facilidades p ara la inversión d irecta en los países. P arad ó ji­ cam en te es, de hecho, en este contexto cuand o surge con singular fuerza aq uella crítica de la industrialización latinoam ericana q u e recom ienda la elim inación d e la protección y la necesidad de red u cir a su m ínim a expresión las ‘‘interfe­ rencias" asociadas a la acción pública. La A m érica L a tin a no es la única región del m u n d o en q u e la industrializa­ ción se h a desarrollado en un m arco fu ertem en te proteccionista. C on centran do la atención en la posguerra el caso más evidente de u n a p olítica industrializad ora fuertem ente protegida, adem ás de los países socialistas, lo constituye el J ap ó n , do n de adem ás de la fuerte restricción fren te a las im portaciones se m antu vo una política restrictiva am p lia e n lo q u e se refiere a la inversión ex­ tra n jera, q u e se expresa en la m uy escasa p articipación d e las em presas transn a­ cionales ( e t ) en la producción industrial.26 El proteccionism o japones, más estricto q u e el observado en cu a lq u ier o tro país de la América L atina, do nd e la intervención púb lica y su articulació n con la g ran em presa nacional tam poco tien e parang ó n e n la región latinoam ericana, u n id o a un c o n ju n to de factores sociales y políticos conocidos, generó u n a estructu ra ind ustrial cuyo dinam ism o tecnológico y com ercial h a llegado a prod ucir tensiones de m a g nitu d im po rtante con las potencias industriales más avanzadas del m undo.27 N o son ajenos a esta situación los esfuerzos p o r disuadir a los países grandes de la A m érica L atin a de la eventual tentación de inspirarse en el m odelo del Jap ó n .28 25 "La perspectiva pata el crecimiento de las exportaciones desde los paises en desarrollo a los países industrializados aparece significativamente menos favorable para la próxima década que lo que ha sido en las dos últimas. Las principales razones para esto son el lento proceso de recuperación de la economia en los paises avanzados y el reforzamiento de las presiones proteccionistas", World Development Report, 1978, 12 de junio de 1978, p. 112, World Bank. 2# Entre 1964 y 1970 la participación de la e t en la producción industrial del Japón se eleva de 2.5 a 3.0%, T . Ozawa, Japan's technologieal challenge to the West, 1950-1954, Mir Press. 1974. En la América Latina se observaron niveles superiores a 25%; la Argentina 31%, el Brasil 49%, México 27% y el Perú 46%, *'Transnational C o r p o r a ti o n * in world development", ONU, op. cit., cuadro ltl-54. 27 Véase Charles C. Hanson, "New e e c pressure on Japan to cut trade imbalance”, Financial Times, enero de 1979; "T he risc of Japanese competition", Dotlar and sense, enero de 1979; Bank of Tokyo's President, “Yusuke Kashiwagi, the supremo competidor", Euromoney, enero de 1979; "Japan steps up its 'invasión' of us", U. S. News & World Report, diciembre de 1978; Bruce Vandervort, "Japan won’t meet us trade demands", These Times, noviembrediciembre de 1978; “Scaling the ‘buy Japanese* wall", Business Week, diciembre de 1978; Mitsuo Ikcda, “Japanese electronic cash registers score worldwide sales victory’\ Business Japan, noviembre de 1978; Klaus R. Schroder, “Liberalization comes crawling in” Euromoney, enero de 1979. 28 "La historia de posguerra del Japón revela los riesgos que para una economia m un­ dial abierta puede provocar un pais que se considera asimismo pobre y dependiente habiendo ya alcanzado una gravitación significativa en el comercio mundial y que no toma en cuenta

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M uy d istin to ha sido el carácter y las consecuencias de la protección qu e sirvió d e am paro a la industrialización de la A m érica L atina. L a déb il burguesía nacional im puso u n a elevada protección a la im portación de bienes, pero se ab rió generosam ente a la inversión e x tran jera q u e ejerció el liderazgo y d efinió el con­ te n id o de esa expansión ind ustrial destinada fundam en talm en te a satisfacer la dem an d a de sectores d e ingresos m edios y altos. L a ineficiencia, frag ilid ad ex­ tern a e insuficiencia dinám ica de este p a tró n de industrialización co ndujo a los distinto s sectores a buscar en el a p a ra to del estado u n m argen de protección y em pleo q u e resultaba pro porcional a la fuerza política y económ ica q ue los dis­ tin tos grupos detentab an. La “dientelización de la dem ocracia", superpuesta a u n a estru ctu ra p roductiva ineficiente q u e concentraba y req u ería de la concen­ tración del ingreso y q u e m arg inab a a un sector significativo de la población, genera u n estado en q u e se van agregando en form a a veces inorgánica activida­ des y acciones q u e reflejan las cuotas de p o d er q u e los distintos sectores van tenien d o a lo largo del tiem po. E n térm inos generales pu ed e afirm arse q u e las capas m edias están en tre los sectores relativam ente más favorecidos p o r el pecu­ lia r “estado benefactor” q u e se configura en los países sem industrializados d e la A m érica L atina. El contraste en tre los casos del Jap ó n , los países socialistas y la América L a tin a d ejan en evidencia q u e el esquem a de protección tiene efectos q u e depen ­ d e n básicam ente de los sectores sociales que la im pulsan del propósito q u e con ella se persigue y de las m odalidades y condiciones estructurales en q u e se aplica. Son tantas y tan variadas las diferencias culturales e históricas en tre el J ap ó n y la A m érica L a tin a q u e m al po d ría n trasp lan tarse en form a mecánica hacia la A m érica L a tin a las enseñanzas de la experiencia japonesa. P or consi­ guiente, la m ención del caso del J a p ó n sólo tiene po r finalidad p o n er en claro q u e al analizar la experiencia de la industrialización de la A m érica L atin a es necesario in teg rar el proteccionism o en el c o n ju n to de elem entos q u e definen el m odo de funcionam iento de ese sistem a in d u strial. La protección es sin d u d a u n aspecto relevante, pero es necesario interrogarse respecto al tipo de producción q u e se buscaba proteger, la naturaleza de las em presas q u e efectuaron esa sus­ titu ción indiscrim inada de im portaciones, el papel desem peñado p o r el estado, los sectores d e la sociedad para quienes esta industrialización resultab a funcional, la coherencia en tre el carácter del progreso técnico incorporado y las necesidades y potencialidades hu m an as y de recursos n atu rales q u e poseía la región. P ara el diseño de propuestas altern ativas p a ra el fu tu ro es fu nd am en tal efec­ tu a r u n riguroso análisis crítico de lo q u e h a sido el, p atró n de d esarrollo de la A m érica L atina, con la diferencia fu nd am ental, respecto a las criticas de in sp ira­ ción neoclásica, d e q u e la superación de las insuficiencias del pasado, en tre las cuales las ineficiencias del ap arato p ro ductivo y de la acción p úb lica n o pu eden los efectos que sobre sus propios intereses vitales puede tener el asumir seriamente las obli­ gaciones reciprocas, tales como postergar la apertura de su mercado interno a las importa­ ciones y eliminar apoyos innecesarios a las exportaciones. Es nuestra sentida esperanza que los países en desarrollo más avanzados no repitan este serio error." F. Bergsten, secretario adjunto del Tesoro para asuntos internacionales. Presentación frente a la Asociación de Cámaras Americanas de Comercio en América Latina. Rio de Janeiro. 7 de noviembre de 1978, Department of the Treasury News.

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estar exentas, esta destinada a resolver equ itativ am en te las necesidades básicas d e la población. Los efectos negativos de la protección están d irectam ente vincu­ lados al "estilo de desarrollo” adoptado, y la acción p ú b lica presentó grados ele­ vados de ineficiencia no po rq u e necesariam ente sea ésa su naturaleza intrínseca, sino p o rq u e reflejaba los esfuerzos y la lucha de distintos grupos sociales p or n eutralizar las deficiencias y u su fru ctu ar los beneficios de ese p atró n d e desarro­ llo. Los sectores q u e sustenten propuestas altern ativas 110 p ued en hacer abstrac­ ción de los efectos o b jetivam ente negativos generados p or la protección indiscri­ m inada de las innegables ineficiencias de la acción pú b lica en ciertas áreas. Su tarea consiste en identificar, en función de su pro p io proyecto, los nuevos re­ querim iento s, conten ido y m odalidades de aplicación d e los d istintos in stru m en ­ tos de política, en tre los cuales la acción pública y el nivel de protección p ueden desem peñar u n papel im portante. E n consecuencia, es preciso em p rend er la b úsqueda de un estilo de in d u stria­ lización funcional ta n to de las necesidades como de la disp o n ib ilid ad del p o te n ­ cial hu m a n o y los recursos n aturales con q u e cu en ta I^ tin o am érica . El con ten id o de la industrialización de las últim as décadas en la A m érica L atin a es estrictam ente funcional a la situación de países desarrollados en q u e las necesi­ dades fundam entales de la población hace m ucho tiem p o q u e están am pliam ente satisfechas y dond e es preciso buscar fuentes d e dinam ism o en la ap arició n de nuevos bienes y en la diversificación de los existentes; el carácter del progreso técnico q u e acom paña esta industrialización ha sido estrictam ente coherente con la escasez de recursos naturales, costo creciente de la m ano de obra, y donde, ade­ m ás se ha contado por m uchas décadas con acceso a fuentes energéticas a bajo costo. En los países desarrollados, debido al le n to crecim iento de la población y a la elevación del costo de m ano de obra, se observa en las ú ltim as décadas que el increm ento de la producción se ob tien e básicam ente gracias a la elevación de la prod u ctivid ad .5® P ara co n tin u ar con esa tendencia se busca u n a restru ctu ra­ ción del a p a ra to industrial q u e p erm ita lib erar la m ano de o bra (textiles, cal­ zado. p a rte d el sector alim entario, p a rte de productos m etálicos).80 En estos ru bros se buscaría desplazar la producción hacia los países en desarrollo. A cam­ bio de esto los países en desarrollo deb erían dism inu ir la protección en los ru bros en q u e p rev alece rá la ventaja com parativa de los países desarrollados. Esto im plicaría, d e hecho, la división internacio nal del tra b ajo en el in terio r d e los productos m anufacturados, p o r m edio d e la cual los sectores dinám icos con una creciente prod uctiv idad perm anecerían en los países desarrollados y los sectores intensivos en m ano de obra de escaso dinam ism o y b aja pro ductividad se traslad arían a los países en desarrollo. Este p ropósito de "restructu ración in d u strial" no sólo debería resultar difícil­ 29 "Considerando el conjunto del sector industrial el incremento de la productividad se convierte en la única fuente de incremento de la producción en la mayor parte de los países europeos industrializados.” Structure and change in European industry, Naciones Unidas, 1977. p. 16. so "F.l desplazamiento de mano de obra desde los sectores antiguos y tradicionales hacia los nuetos y tecnológicamente avanzados parece constituir un requisito esencial para el desarrollo industrial futuro", ibid.

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FERNANDO FAJNZYLBKR

m ente aceptable p a ra los países en desarrollo, donde, p o r lo dem ás, se observa u n perfil de dinam ism o in du strial m uy sim ilar al q u e se observa en los países desa­ rrollados, sino que resulta políticam ente poco viable p o r la im p o rtan te presión p o lític a de los sectores q u e resultarían afectados en los propios países desarrolla­ dos. E n cu a lq u ier caso tien e lugar en los países desarrollados u n a tendencia a la aceleración del proceso de autom atización 81 debida ta n to a la intensificación de com petencia in ternacion al al creciente costo de la m ano de obra, como a la cada vez más articu lada presión sindical en el m u n d o desarrollado. Las im p li­ caciones de este proceso p ueden ser decisivas en el sector servicios, fu ente p oten ­ cial de m ano de o b ra en los países desarrollados y en el sector de bienes de capital y, p o r consiguiente, en la dirección y velocidad de la innovación y trans­ ferencia de tecnología. Lo an terio r rep ercu tiría d irectam en te sobre el com ercio internacional y el com portam iento de las em presas transnacionales, pro bable­ m ente acelerando y acentu an do la división in tern acion al del tra b ajo en el ám ­ bito del sector m anufacturero.33 E n consecuencia, los distintos agentes q u e actú an en el m u n d o desarrollado, no o bstante sus conflictos internos, están en u n proceso p erm an en te de búsqueda de respuestas funcionales a los problem as reales q u e enfrentan . D ada la situación política y social en el m un d o desarrollado es poco p ro b a­ ble q u e el proyecto de "restructuración global” se m aterialice p lenam en te en esos países. Es posible q u e en algunos de ellos y en d eterm inados sectores de la econom ía se avance en esa dirección, pero, en térm inos generales, lo más p ro­ bable es q u e los acontecim iento evolucionen po r u n cam ino interm ed io en q u e se concilien los requerim ientos de la expansión del capitalism o con el ám b ito real de m ovim iento q u e otorgan los conflictos sociales y políticos latentes en el m un d o desarrollado. En la A m érica L atin a el proyecto de “restru cturación global” se está ab rien d o paso en algunos países p o r la vía au to rita ria, p robablem ente la única a través de la cual puede lograrse ese resultado. La m aterialización de este proyecto en algunos países de la región y la evolución de los acontecim ientos en los países desarrollados, de acuerdo con la hipótesis descrita, se tradu cirá en u n claro d eterio ro de la posición relativa de la A m érica L atin a en el contexto internacio­ nal. Este hecho, un id o a la naturaleza d e las consecuencias q u e la aplicación de esc m odelo está generando en distintos países de la región, conduce a la necesidad urgente d e iniciar un vasto jvoceso de reflexión de la cual pu edan em ergen p ro­ puestas alternativas viables. L a lección q u e debe ex traer la A m érica L atin a es la búsqueda creadora de estilos de d esarrollo q u e respondan a su realidad , caracterizada p or u na propor3» Véase R. C. Cumow y C. Freeman, “Product and process change arísing from the micro-proccssor revolución and some of the economic and social issues", Science Policy Re­ search Unil, University of Sussex, Keytone Addresi to 1 Mech. E., mayo de 1978; J. Michel Me. Lean “The impact of the microelcctronics ¡ndustry on the structure of the Canadtan economy”, octubre de 1978: J. M. McLean y H. J. Rush. “The impact of microelectrónica on the un", Spru Occasional Paper Series, nóm. 7, junio de 1978. 32 Un efecto particular sería la intensificación de la tendencia a utilizar maquinaría de segunda mano por parte de subsidiarias que se establecen en los países en desarrollo y el consiguiente efecto sobre la competitividad y el desarrollo de la producción local de bienes de capital.

SOBRE LA RESTRUCTURACIÓN DEL CAPITALISMO

241

ción elevada de su población q u e n o tiene satisfechas necesidades fundam entales, q u e está p arcialm ente desem pleada y q u e dispone de a b u n d a n te dotación de recursos natu rales, superando así el com p ortam ien to pasivo e im itativ o q u e carac­ teriza la industrialización d e las últim as décadas. Se trata, p o r consiguiente, de un desafío q u e trasciende en m ucho la p rop uesta sim ple d e red u cir la protec­ ción arancelaria y m inim izar la acción pública. La viab ilid ad po lítica de u n a p ropu esta en esa dirección estará e n alguna m edida asociada a la capacidad de los sectores q u e la sustentan, p ara articu lar im aginativam ente los valores populares, democráticos y nacionales q u e h a n sido fu ertem ente erosionados en aquellos países en q ue se in te n ta la aplicación del proyecto de "restructuración global” .

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242

CUADRO 1 PRODUCTIVIDAD

(1967 =

100)

1960 1961 1962 1963 1964 1965 1966 1967 1968 1969 1970 1971 1972 1973 1971 1975 1976 fuente

CUADRO

:

Estados Unidos

Canadá

Japón

R ein o U nido

Francia

Alem ania O ccidental

Italia

78.8 80.7 84.5 90.4 95.2 98.2 99.7 100.0 103.6 101.9 101.5 110.3 116.0 119.4 114.7 114.9 123.6

75.5 79.6 83.9 87.1 90.9 94.4 97.2 100.0 107.3 113.3 115.2 122.9 127.4 132.2 132.3 134.4 139.1

52.6 59.3 61.9 67.1 75.9 79.1 87.1 100.0 112.6 130.0 146.5 151.7 163.9 184.3 187.5 181.7 204.6

76.8 77.4 79.3 83.6 89.7 92.4 95.7 100.0 107.1 108.4 109.1 114.3 121.2 128.1 127.9 123.9 125.4

68.7 71.9 75.2 79.7 83.7 88.5 94.7 100.0 111.4 115.4 121.2 127.5 135.9 142.2 146.1 139.8 153.6

66.4 70.0 74.4 78.4 84.5 90.4 94.0 100.0 107.6 113.8 116.6 122-5 130.3 138.6 145.6 150.4 162.4

65.1 67.4 74.1 75.5 81.5 91.6 95.0 100.0 103.4 112.2 117.8 123.5 132.9 147.8 155.6 151.0 154.0

"International economic report to the president”, Washington, 1977, p. 144.

2

R E M U N E R A C IÓ N HORA RIA

(1967 «

100)

1960 1961 1962 1963 1964 1965 1966 1967 1968 1969 1970 1971 1972 1973 1971 1975 1976 fu en te:

Estados U nidos

Canadá

Japón

R ein o U nido

Francia

Alem ania Occidental

Italia

77.0 79.3 82.5 85.1 88.9 90.9 95.2 100.0 107.0 114.0 121.7 129.8 137.0 147.0 161.7 179.8 193.5

80.3 78.9 77.0 79.0 82.0 86.2 93.0 100.0 107.1 115.5 128.5 142.2 155.3 167.4 192.4 215.3 253.0

43.4 50.3 57.5 61.1 72.0 81.1 89.2 100.0 116.9 139.3 166.0 198.2 262.3 358.2 437.6 491.2 531.8

65.9 70.8 74.6 77.9 83.2 91.2 98.7 100.0 93.3 100.6 115.6 134.8 152.8 171.9 201.1 247.4 239.7

56.1 61.8 68.1 75.2 80.9 87.0 92.5 100.0 112.5 111.0 119.9 134.5 164.3 210.7 236.7 313.2 318.8

51.9 60.2 68.3 73.2 79.1 86.5 94.2 100.0 105.8 117.4 145.4 173.8 211.7 238.7 342.6 402.3 416.4

49.8 52.8 61.8 78.5 82.3 88.9 91.3 100.0 107.3 117.0 140.4 167.5 202.3 255.0 285.4 367.2 337.1

Id em , c u a d r o 1.

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SOBRE LA RESTRUCTURACIÓN DEL CAPITALISMO CUADRO 3

243

CO STO U N IT A R IO D E M A N O DE OBRA EN E L SECTOR DE MAN UFA CTU RA S

(1967 =

100) Estados U nidos

Canadá

Japón

R ein o U nido

Francia

97.7 98.3 97.7 94.2 93.4 92.0 95.4 100.0 103.3 108.7 116.5 117.6 118.1 123.2 140.9 156.4 156.6

106.3 99.1 91.8 90.7 90.2 91.3 95.7 100.0 101.1 101.9 111.5 115.7 121.9 126.6 145.4 160.3 181.9

82.5 84.8 92.8 95.6 94.8 102.5 102.4 100.0 103.8 107.2 113.3 130.7 160.1 194.3 233.4 272.0 259.8

85.7 91.4 94.1 93.1 92.8 98.7 103.1 100.0 87.1 92.8 106.0 117.9 126.1 131.2 157.2 199.6 191.0

81.7 85.9 99.5 94.3 96.6 98.3 97.6 100.0 101.1 98.8 98.9 105.5 120.8 148.1 162.0 224.1 207.5

1960 1961 1962 1963 1964 1965 1966 1967 1968 1969 1970 1971 1972 1973 1974 1975 1976

Alem ania Occidental

78.1 85.9 91.7 93.3 93.6 95.7 100.2 100.0 98.3 103.1 124.6 141.8 162.5 208.3 235.2 267.5 256.3

Italia

76.5 78.3 83.4 96.1 101.0 97.1 95.1 100.0 99.0 104.3 119.2 135.6 152.2 172.5 183.4 243.2 226.4

fuen te: Id em , cuadro 1, p. 145. cuadro

4

PA R TIC IP A C IÓ N D E L INGRESO PÚ B L IC O E N E L PN B

1955-1957

Australia Austria Bélgica Canadá Dinamarca Finlandia Francia Alemania Grecia Irlanda Italia Japón Holanda Nueva Zelanda Noruega España Suecia Suiza Turquía Gran Bretaña Estados Unidos Promedio OECD fu en te

:

"Public expediture",

11.0 10.6 7.5 9.4 11.8 14.2 5.2 (9.5) 3.5 5.2 5.0 7.0 12.5 16.9 14.0 3.9 15.7 7.8 4.4 12.2 13.5 8.9 oecd,

(porcentajes) 1962-1964

1967-1969

1974 1976

12.9 12.0 10.0 12.5 16.2 13.4 6.7 10.3 3.3 7.4 6.8 7.8 14.0 18.8 14.8 3.4 19.0 10.5 5.2 13.8 14.4 10.4

16.9 13.0 15.6 15.8 25.2 18.4 7.7 12.6 4.7 — 7.8 10.2 16.2 23.4 16.1 4.4 22.6 14.4 7.8 16.1 12.6 13.0

10.7 11.6 8.3 10.0 12.6 11.3 6.0 10.6 2.9 5.8 5.9 7.9 12.7 17.6 13.6 3.9 15.9 9.0 4.2 11.6 13.2 9.2

junio de 1978, p. 42.

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244

FERNANDO FAJNZYLBKR

CUADRO 5 ASOCIACIONES DE PAÍSES EXPORTADORES I.

Organizadas antes del

1960

noei

— Organización de Países Exportadores de Petróleo ( o p e p ) — Organización Intcrafricana d e l Café ( ia c o ) — Organización Africana y de Madagascar del Café ( o a n c a f ) — Alianza de Productores de Cacao ( c o p a l ) — Consejo Africano del Maní — Consejo Intergubernamcntal de Países Exportadores de Cobre — Comunidad Asiática y del Pacífico del Coco — Asociación de Países Productores de Caucho Natural — Comunidad de la Pimienta

1962 1964 1967 1969 1972

( c ip e c )

II. Organizadas después de la Declaración del n o e i 1974 — Asociación Internacional de la Bauxita ( i b a ) — Asociación de Países del Sudeste Asiático Productores de Madera 1975 — Unión de Países Exportadores de Banana ( u p e b ) — Grupo Económico de Países Latinoamericanos y del Caribe Exportadores de Azúcar ( g e p l a c e a ) — Asociación del Tungsteno Primario — Asociación Internacional de Países Exportadores de Mineral de Hierro — Organización Africana de Madera. En etapa de organización. — Organización de Productores Africanos de Semillas Oleaginosas ( a o p o ) — Yute Internacional — Asociación de Países Exportadores de Fosfatos — Benotc Internacional cuadro

6

ín d ic e d e p r e c io s

(1967 =

d e e x p o r t a c ió n

100) Estados U nidos Canadá

1960 1961 1962 1963 196-1 1965 1966 1967 1968 1969 1970 1971 1972 1973 1974 1975 1976 fu e n te :

90 92 91 91 92 95 98 100 101 105 111 114 118 137 174 195 205

Japón

98 94 92 92 93 94 98 100 103 105 111 115 121 137 186 198 211

114 108 102 98 97 97 97 100 100 104 110 113 126 155 200 200 200

C om unidad R ein o Europea U nido 95 95 95 97 98 99 101 100 98 101 108 114 125 152 181 212 205

88 89 90 92 94 96 100 100 94 97 104 111 121 131 166 191 187

Alemania Francia O ccidental Italia 92 92 93 94 97 98 101 100 99 101 105 111 123 153 179 212 190

89 93 95 95 97 99 100 100 100 101 115 123 136 168 199 225 225

102 98 97 98 103 100 99 100 100 104 108 115 126 147 187 211 192

Id em , c u a d r o 1, p. 143.

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SOBRE

LA RESTRUCTURACIÓN

CUADRO

245

OF.L CAPITALISMO

7

ÍN D IC E DE PR E CIO S DE IM PO R T A C IÓ N

(1967 =

100) Estados Unidos

1960 1961 1962 1963 1964 1965 1966 1967 1968 1969 1970 1971 1972 1973 1974 1975 1976 fuente

96 95 92 93 95 97 99 100 101 104 112 117 126 148 223 241 258 :

Canadá

Japón

96 95 94 97 98 98 100 100 102 105 110 116 121 129 163 181 189

98 95 95 96 97 100 101 100 99 99 104 109 115 146 248 260 261

C om unidad Europea

96 97 95 97 98 99 100 100 98 102 105 112 120 151 209 225 222

R ein o U nido

Alem ania Francia O ccidental Italia

% 94 93 96 99 99 100 100 96 101 105 112 120 150 223 240 240

97 95 94 95 97 99 100 100 97 98 102 106 117 142 193 213 204

94 95 95 95 95 98 101 100 98 102 110 114 121 154 199 210 214

95 93 92 95 98 98 99 100 100 101 105 111 122 156 242 256 242

Id em , cuadro 1, p. 143.

CUADRO 8 R EN TA BILID A D BRUTA

(porcentajes)

1960 1961 1962 1963 1964 1965 1966 1967 1968 1969 1970 1971 1972 1973 1974 1975 fuente

:

Unidos Estados

Canadá

15.3 18.9 17.0 17.4 18.1 18.8 18.7 17.6 17.1 15.6 14.2 14.7 15.5 14.7 13.2 13.5

15.0 14.7 15.6 16.5 17.9 18.1 17.3 15.7 15.6 15.4 14.0 14.0 15.2 17.9 21.7 18.5

Japón — —

— 12.5 1 2 .8

11.9 12.4 14.0 14.7 14.3 14.7 14.2 13.0 10.9 11.9 13.0

Francia Alem ania Italia 9.5

9.3 9.0 9.1 9.5 9.2 9.6 9.6 10.0 10.4 10.0 10.2 10.3 9.6 8 .2

5.7

13.1 12.6 12.1 11.6 12.0 11.7 11.4 10.9 12.5 12.9 12.4 11.7 11.3 11.5 10.9 10.6

“Towards full cmployment and pricc stability",

5.6 6.0 5.7 5.5 5.1 5.3 5.6 5.5 5.7 5.5 4.9 4.3 4.2 4.0 3.3 3.0 oecd,

U nido Holanda Suecia R ein o

5.8 5.4 5.2 5.6 5.5 5.4 6.1 4.8 4.7 4.2 3.6 3.7 3.5 3.1 2.2 2.0

26.7 24.7 23.5 22.4 23.0 22.9 26.8 21.6 21.5 21.4 19.9 18.5 20.0 19.7 18.8 18.0

5.6 5.7 5.2 5.2 5.6 5.5 5.0 5.2

5.0 5.4 5.5 4.5 4.6 5.3 5.0 4.7

1977, p. 305.

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246

FERNANDO f'AJKZYLBI R

CUADRO 9 R EN TA BILID A D N E T A

(porcentajes)

1960 1961 1962 1963 1964 1965 1966 1967 1968 1969 1970 1971 1972 1973 1974 1975 fu e n te :

Id em ,

Estados Unidos

U nido R ein o

8.5 12.9 10.5 11.0 11.9 13.1 12.7 11.1 9.7 7.6 5.3 6.1 7.2 5.0 2.5 3.5

2.1 2.9 2.7 3.3 3.4 3.1 2.7 2.1 1.9 1.5 1.4 1.6 1.5 1.3 1.0 0.7

c u a d ro 8. p . 307.

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