Filosofia

Citation preview

Filosofía Conocimiento básico para el diálogo

Christine Schulz-Reiss

Filosofía Conocimiento básico para el diálogo Ilustraciones de Verena Ballhaus Versión del alemán de Hariet Quint

EDICIONESARLEQUÍN

T ítulo de la edición alem ana original: Nachgefragt: Phüosophie. D .R . © 2005 Loew e Verlag G M BH , Bindlach D .R . © 2007 A rlequín Editorial y Servicios, S.A. de C .V Av. R ío N ilo 3015, Jardines de la Paz, 44860, Guadalajara, Jalisco. Tel/fax: (52 33) 36 57 37 86 y 36 57 50 45 e-mail: arlequin@ edicionesarlequin.com .m x w w w .edicionesarlequin.com .m x C orrección: V íctor Arroyo y Felipe Ponce. ISBN 9 7 8 -96 8 -7 4 63 -70 -4 Impreso y hecho en M éxico

Basiswissen zu m Mitreden.

Contenido Introducción 8 ¿Quién, cómo, qué, por qué...?

¿Sólo vives o también piensas? ¿Por qué los niños son filósofos natos? 12 • ¡Arriba! ¡A la montaña rusa! ¿Qué es la filosofía? 14 • ¿Es la filosofía una ciencia? La diferencia entre conocimiento y sabiduría 15 • ¿Qué es un filósofo? Sea lo que sea, no es un sabelotodo 16 • Pensar sin palabras, ¿se puede esto? Pippi Longstocking y el Spunk 17 • ¿Las cosas son lo que hacemos de ellas? ¿O una piedra sólo es una piedra? 18 • ¿Quién fue? ¿Cuál es el origen de las cosas? 19 • ¿Dónde empieza el universo? ¿Y dónde termina? 20 • ¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Qué será de mí? 22 • ¡Si me pegas, te pego! ¿Qué es bueno y qué es malo? 23

Siguiendo las huellas de la naturaleza. Cómo empezó todo

Dios y el mundo: ¿Qué tienen en común la fe y la filosofía? 26 • Siguiendo los pasos de la naturaleza: ¿Quiénes fueron los primeros filósofos? 28 • ¿Estamos hechos de agua? Cómo encontró Tales de Mileto su materia primaria 29 • ¿Qué es una escuela filosófica? Cómo se fundó la primera en Mileto 30 • ¿Todo está hecho de números? Pues, muchas gracias, señor Pitágoras 31 • ¿Puedo bañarme dos veces en el mismo río? El panta rhei de Heráclito 32 • ¿Existe la Nada? Sobre el «ser» de «Parménides 33 • ¿Es el mundo un rompecabezas? Cómo se le ocurrió a Demócrito pensar en la vida eterna 34

Pensar, hablar y actuar

¿Leguleyos o sabelotodo? ¿Quiénes eran los sofistas? 36 • ¿Qué es un escéptico? Protágoras y el hombre la medida de todas las cosas 37 • ¿Qué existe, y qué no? Las «bromas» de Gorgias 38 • Preguntas, preguntas y más preguntas: ¿cuál es el principio socrático? 39 • ¿Quién era ese Sócrates? Como un tipo excéntrico le dio otro giro a la filosofía 40 • ¿Son las cosas lo que son? El mito de la caverna de Platón y su mun­ do de las ideas 42 • ¿Quién es el mejor gobernante? La idea de Platón sobre el alma, el Estado y el amor 44 • ¿Qué es la lógica? Cómo deducía Aristóteles conceptos 45 • ¿Cómo debe vivir el hombre? De la naturaleza al Estado 46 • ¡Pisa el acelerador!, quiero divertirme. ¿Quiénes fueron los epicúreos? 48 • ¿Qué es la tranquilidad estoica? Zenón y sus apóstoles del deber en el pórtico 49 • ¿Por qué nos importan los antiguos griegos? 50

¡Más cerca de ti, Dios mío!

¿Cuánta libertad necesita el pensamiento? Dios como bendición o maldición 52 • ¿De dónde viene el mal? Agustín, el padre de la iglesia, como filósofo 54 • ¿Cuál es la providencia de Dios? La consolación de la filosofía de Boecio 55 • ¿Primero la fe y luego la razón? ¿O al revés? ¿Qué es la escolástica? 56 • ¿Puedo hacer lo que quie­ ro? La imagen del hombre según Juan Escoto Eriúgena 57 • ¿Se puede demostrar la existencia de Dios? Anselmo de Canterbury: creer para pensar 58 • ¿Puede mugir un buey mudo? Las cinco pruebas de la existencia de Dios, según Tomás de Aquino 59 • ¿Se puede medir la Nada? Los filósofos árabes y el misterio del cero 60 • ¿Puedo tener fe aunque sepa tanto? 62 • ¿Por qué complicado, si se puede más fácil? La navaja de Ockham 63

De regreso a los orígenes; pero, fuera los tiliches

Del cielo a la tierra. ¿Qué fueron el Renacimiento y el Humanismo? 66 • ¿Qué puede hacer un gobernante? La filosofía de Estado de Maquiavelo 68 • ¿Cómo llegamos a Utopía? El Estado ideal de Tomás Moro 69 • ¿Cómo se convierte el saber en poder? La nueva herramienta para el espíritu, de Francis Bacon 70 • ¿El hombre es malo de nacimiento? Tomás Hobbes y su Leviatán 71

Adelante, hacia una nueva época

El racionalismo: ¿Es el ser humano predecible? 74 • ¿Existo o solamente sueño? El hombre de Descartes como cosa pensante 76 • ¿Si existo, entonces qué soy? Spinoza y el ser humano como pensamiento de Dios 77 • ¿Galletas o migajones? Leibniz y sus mónadas 78 • La experiencia ilustra. ¿Quiénes eran los empiristas? 79 • ¿De dónde vienen los pensamientos? La hoja en blanco de John Locke 80 • ¿Quién puede hacer qué? Locke como inventor de la división de poderes 81 • ¿Las cosas existen cuando las percibo? ¿O pensar en ellas es suficiente? 82

¿Cabeza o estómago?

Todo se aclara. ¿Qué hace que el hombre sea hombre? 86 • ¿El saber lleva a la des­ dicha? El «noble salvaje» de Jean-Jacques Rousseau 88 • ¿Quién salvó la libertad? La «volonté générale» de Rousseau 90 • ¿Cuánta diversión puede haber? Voltaire, el sarcástico, y su prueba de la existencia de Dios 91 • ¿La razón nos lleva al precipicio? Cómo Kant nos ahorra el dolor de cabeza 92 • Lo que no quieras para ti, no lo quie­ ras para... ¿Qué es el imperativo categórico de Kant? 93 • ¿Otra vez Kant? Adelante rumbo a la modernidad 94

Hacia las alturas volátiles. El secreto del Yo

¿Dónde queda el Yo? Del impasible Kant al mundo de las ideas 98 • ¿Existo o sólo soy un sueño? El temor de Fichte ante la libertad 99 • ¿Es todo solamente el espíritu de Dios? Schelling, el precursor de los ecologistas 100 • ¿Cómo hacemos de uno más uno, tres? La dialéctica de Hegel. Primera parte 101 • ¿La disputa nos instruye? La dia­ léctica de Hegel. Segunda parte 102 • ¿Dónde queda la pasión? Kierkegaard, el primer existencialista 104 • ¿Quién creó a Dios? La confianza en sí mismo de Feuerbach 105 • ¿Sólo existe lo que yo quiero? Schopenhauer el pesimista 106 • ¿Qué es la felicidad? Sobre el utilitarismo o las ganancias de la acción humana 107 • ¿Soy lo que sé, o sé lo que soy? Del ser a la conciencia, o al revés 108 • Los valores, ¿tienen valor? La fe y la moral son insignificantes, declaró Nietzsche 110 • ¿Quién es el más fuerte en la lucha por la sobrevivencia? Darwin y su teoría de la evolución 111 • ¿Quién tiene la palabra: el Ello o yo? Cómo rescata Freud el alma 112

Maravilloso mundo nuevo

¿Sigue siendo el hombre lo que es? El avance tecnológico cambia nuestro modo de pensar 114 • ¿Está el hombre condenado a la vida? Los existencialistas 116 • ¿Vivir para morir? El ser y el tiempo de Martin Heidegger 117 • ¿Qué hace que el hombre sea hombre? Karl Jaspers y su «ocuparse uno de sí mismo» 118 • ¿Siempre tengo la culpa yo? La «condena a la libertad» de Sartre 119 • ¿Puras habladurías? La filosofía del lenguaje de Ludwig Wittgenstein 120 • ¿Qué pasaría si ya no hubiera preguntas? La preocupación por la humanidad de Bertrand Russel 121

¡Aquí todavía falta algo!

¿Dónde quedan las mujeres? La sabiduría callada 124 • ¿Contribuyeron las mujeres a la astucia de los hombres? Las primeras mujeres filósofas 126 • Llegar a la sabiduría a través de visiones: ¿Nos prende el foco Dios? 128 • ¿Qué hace que la vida sea vida? Hannah Arendt y su amor por el mundo 129 •¿Qué hace que la mujer sea mujer? La filosofía feminista de Simone de Beauvoir 130

¿Caída libre hacia el abismo o vuelo hacia nuevas alturas?

¿Está todo pensado? Aun así, por qué debes pensar por ti mismo 132 • Clon & Co.: ¿Qué pasa cuando el hombre reproduce al hombre? 134

Glosario 136 Índice temático 141

Introducción ^

¿¡Filosofía!? Cuando una persona te pregunta: «¿Qué estás le^ yendo?», y tú le contestas: «Un libro de filosofía», seguramente v \ pelará los ojos. En su mirada podrás leer admiración o consterM nación. A lo mejor hasta frunce las cejas o sacude la cabeza. El o ella te dirán: «¡Qué padre! ¿A poco te atreves a leer esto?» o «¿Y ahora, qué traes?», o tal vez: «¡Estás mal de la cabeza!» ¡Filosofía! La simple palabra ya implica una connotación. Para algunas personas, un filósofo es un profesor distraído que, de tanto cavilar, ni siquiera se ubica en la realidad, y por eso no lo pueden tomar en serio. O se imaginan a una persona que infunde respeto, que es tan inteligente que los deja helados de temor, pero al que, de todos modos, nadie puede seguir en la elucidación de sus pensamientos. Otros piensan que un filósofo es un chiflado que se rompe la cabeza sobre cosas que ni siquiera son útiles en la vida cotidiana. ¡Falso! El simple hecho de que tengas en tus manos este libro, demuestra que estos prejuicios no te intimidan. Quieres saber qué hay detrás de todo eso. Simplemente te motiva la curiosidad. Y de este modo diste el prim er paso para filosofar. Porque la filosofía empezó con la curiosidad por averiguar qué se esconde detrás de las cosas. Primero se trató de las cosas que se pueden ver, tocar y aprehender. ¿De qué está hecho el mundo?, se pre­ guntaron los primeros filósofos hace 3 mil años en la antigua Grecia. Algunas de sus respuestas son raras, otras despreciativas o hasta admirables, porque las ciencias naturales modernas, m u­ chos siglos después, pudieron demostrar que un anciano griego, que no tenía como herramientas más que su cabeza y su juicio, llegó a encontrar las soluciones correctas. Sobre algunos filósofos hay tantos libros que se pueden lle­ nar varios estantes con ellos. Nadie tiene que leerlos todos para

entender las reflexiones complicadas de los filósofos. Muchas veces, lo poco tiene más valor, porque hasta el pensamiento más engorroso se puede dividir en pequeñas partes comprensibles.Y esto es lo que traté de hacer en este libro. Lo puedes leer de un tirón desde el principio hasta el fin. O puedes proceder como en un bufé: escoges algunos bocados para probarlos. Quizás se te antoje el prim er filósofo, Tales de Mileto. O empiezas a ojear el texto sobre Sócrates o Kant, porque ya has oído sus nombres, y piensas: «A ver si éstos me pueden ofrecer algo». También puedes leer el libro de atrás hacia adelante. La elección es tuya. Este libro te invita a un viaje para descubrir el pensamiento de la humanidad, pero a la vez, a pensar por ti mismo. Te sor­ prenderás. Algunas paradas ya las conoces. M uchos de los asuntos sobre los que reflexionaron «grandes» filósofos te han preocu­ pado a ti también. Algunas cosas te parecerán chistosas. De cual­ quier modo, será emocionante y divertido — que es lo que yo te deseo— leer sobre las ideas que el hombre ha tenido a lo largo de la historia.

¿Quién, cómo, qué, por qué...?

¿Por qué el plátano es curvo? Para caber en el tazón. Ésta es la res­ puesta a preguntas «tontas». La pre­ gunta, sin embargo, no tiene nada de simple, porque la forma curva del plátano tiene una explicación. Y todo lo que se puede explicar posee un sentido.

791

¿Sólo vives o también piensas? ¿Por qué los niños son filósofos natos?

Las flores de los plátanos crecen hacia abajo sobre un racimo. Para madurar, los frutos se voltean hacia arriba, hacia el sol. Bas­ tante astuto, ¿no? Pero, ¿quién o qué ideó esto? La forma curva la pueden explicar los botanistas. C on el ¿quién? o el ¿qué? se complica un poco el asunto. Cuando nos preguntamos por el sentido oculto en los elementos de la naturaleza y por la idea Botanista Persona que profesa que albergan, empezamos a filosofar. Los hombres desde siempre la botánica. se han preguntado por el origen de las cosas. Cuando el hombre no encuentra la respuesta a una pregun­ ta, difícilmente lo sobrelleva. Esto lo podemos observar hasta en los niños. Ellos empiezan su vida consciente haciendo preguntas. No hay cosa que no interroguen hasta el infinito: «¿Qué es eso?» «¿Para qué sirve?» «¿Por qué?» «¿Y si no fuera así?» Cuando tú estabas chico también desesperaste con tus preguntas a la gente mayor. Y no pudo haber sido de otro modo, si no, te hubieras quedado tonto. Cuando los mayores contestan con la frase «por­ que sí» sólo demuestran que son demasiado flojos para pensar por sí mismos o que ya no pueden asombrarse. ¡Qué lástima! Tú sigues haciendo preguntas, pero diferentes y muchas veces te las haces a ti mismo, porque te has dado cuenta que, cuando piensas, encuentras tus propias respuestas. Observas que una vez iniciado el juego, de cada respuesta surge una nueva pregunta: comenzó la aventura del pensamiento y tú estás sumergido en ella.

En tus cavilaciones procedes de la misma forma que un niño cuando empieza a descubrir el mundo. Éste toma un objeto en sus manos, lo aprehende para entenderlo, quizás hasta lo prueba con su boca para experimentar el sabor. Luego lo deshace para descubrir, eventualmente, algo escondido todavía más emocio­ nante. «¿Tienes que descomponer todo?», se quejan entonces con un suspiro los adultos. A veces te paran en seco las preguntas. En definitiva, resulta bastante incómodo que alguien cuestione todo. Porque al hacer­ lo, se puede destruir una certeza o generar dudas. Comprendes el mundo con la cabeza. Tus pensamientos son como dedos: con ellos desbaratas las cosas, las aprehendes, y tam­ bién aquello que no se puede tocar: las emociones, la fe, la espe­ ranza, los deseos, los pensamientos mismos. Preguntas: ¿Por qué? ¿Para qué estudiar? ¿Por qué nos ena­ moramos? ¿Por qué muere el hombre? ¿Qué hay después de la muerte? ¿Por qué pensar en esto me duele? ¿Por qué a veces me siento infeliz? y ¿Qué es la felicidad?

«La filosofía inicia con el asombro.» Aristóteles (véase p. 45)

Con cada nueva pregunta te sumerges más Te asombras, dudas y cada pensamiento te lleva a conocimientos que te hacen formular preguntas nuevas sobre lo ya compren­ dido. Lo más fascinante es que detrás de cualquier cosa siempre hallarás algo más. El que de este modo trata de ir al fondo de las cosas está filosofando. Y, ¿el plátano de forma curva? Aunque la pregunta parezca estrafalaria, no importa, porque el viaje más aventurero de los pensamientos, muchas veces, ha comenzado con una pregunta igual de «tonta».

¡Arriba! ¡A la montaña rusa! ¿Qué es la filosofía? «Filos» significa amor y «sofía» sabiduría. «La filosofía es: ocuparse uno de sí mismo». Karl Jaspers (véase p. 118)

¿Alguna vez te has enamorado? Entonces conoces este sentimiento: te da vértigo con sólo pensar en tu amor. Cuando uno está filosofando experimenta un sentimiento pareci­ do, es como andar en una montaña rusa en tu cabeza.

significa amor por la sabiduría. La palabra viene del grie­ go, porque los griegos «inventaron» hace 2 700 años la filosofía. Por lo menos fueron los primeros que le dieron un nombre. Así como en el amor, uno se puede marear cuando se adentra en ella; te absorbe como un torbellino. El enamorado también es insaciable: primero sólo quiere una mirada, luego tocar la mano, enseguida conocer mejor a la otra persona y, finalmente, busca un sitio para estar cómodos. C on la filosofía el hombre busca su lugar en el mundo. Pero primero debe entender el sentido de este mundo. Por eso, el que filosofa se pregunta: ¿qué es el mundo?, ¿de qué está hecho? Y luego: ¿qué es el ser humano?, ¿quién soy yo?, ¿por qué estoy aquí? ¿Será real aquello que percibo y pienso, o mis sentidos sólo me engañan, como cuando veo el cielo reflejarse en un lago aunque en realidad no está ahí? ¿Qué es el cielo? ¿Dónde empieza y dónde termina? ¿Qué hay detrás? ¿Por qué existe el bien y el mal? ¿De dónde sé cómo distinguirlos? ¿Dónde estaba yo antes de nacer? ¿Por qué tengo que morir? ¿Qué hay después de la muerte? ¿Y si no hay nada, que es eso: la Nada? La últi­ ma pregunta le ha causado pesadillas al hombre. El que teme el desamor, no debe enamorarse. En la filosofía cada quien decide cuando bajarse de la montaña rusa. Filosofía

Imagínate que tu tío es un científi­ co. La familia se siente muy orgullosa de él. Aun así, prefieres es­ cuchar a tu abuela. Ella nunca ha estudiado, pero atrapa a todos con su sabiduría.

¿Es la filosofía una ciencia? La diferencia entre conocimiento y sabiduría

Dicho de manera estricta, la filosofía no es una ciencia, aunque los profesionales que se dedican a su estudio sean personas muy inteligentes. Puedes estudiar la filosofía en la universidad. Allí aprenderás lo que averiguaron los filósofos sobre el mundo, el ser humano y los parámetros que rigen su vida. La filosofía como ciencia reúne estas sabidurías y las vuelve a interpretar con base en el conocimiento actual. U n científico está actualizado en su especialidad. Algunas veces domina más de una y entonces tratará de formular cono­ cimientos novedosos. Éstos los tendrá que comprobar sólida­ mente. La ciencia acumula el conocimiento y al mismo tiem ­ po se encarga de desarrollarlo. La sabiduría significa más. En algunas ocasiones los científicos trabajan en conjunto con los filósofos. Éstos, entonces, deben pensar si un invento nuevo es útil o perjudicial para la humanidad, si el hombre debe hacer todo de lo que es capaz, como, por ejemplo: construir bombas atómicas o crear vida artificial (véase p. 134). Tu abuela es sabia porque ha vivido mucho. Ella sabe, por su experiencia, que no todo se come tan caliente como se guisa. A lo m ejor te enfadas cuando tienes problemas en el amor y ella te consuela con las palabras: «No te aflijas. N o hay mal que por bien no venga». Esto no quiere decir que no le importas. Al contrario, ella sabe que éste no será tu único amor. Después de cada final hay un nuevo inicio. Y esto es muy sabio.

Un sabio vislumbra un sentido detrás de cada cosa. Aunque éste no sea comprobable, en la vida representa un consuelo. La filosofía trata de averiguar más sobre este sentido.

¿Qué es un filósofo? Sea lo que sea, no es un sabelotodo

«Sólo sé que no sé nada». Esta cita de Sócrates conlleva una contradicción. Por lo menos sabe algo: que no sabe nada.

«Si tacuisses, philosophus mansisses!» Esto quiere decir: ¡si te hubie­ ras callado, filósofo hubieras sido! ¿Cómo? Entonces para qué sirve romperse la cabeza si no se debe hablar de ello.

La frase es en latín y proviene del gobernante y filósofo romano Severinus Boethius (véase p. 55). Su frase se convirtió en dicho, porque muchas veces es mejor callar que decir cosas infundadas que después pueden meter en aprietos a uno. Filosofar significa siempre dudar porque, hasta ahora, nadie en el mundo ha po­ dido responder con certeza a la pregunta: ¿cuál es el sentido de todas las cosas? La persona que filosofa lleva a cabo esta reflexión apoyándose en sus propias experiencias, su conocimiento y su bagaje cultural. Quizás otra persona llega a otras conclusiones al tratar de responder a la misma pregunta. Ambas pueden ser ciertas, o falsas, o tal vez sólo una no es la atinada. Cuando dos filósofos disputan la respuesta a una pregunta, se arma una discu­ sión al rojo vivo y hasta les puede salir humo por la cabeza. U n verdadero filósofo se motiva con la frase de Sócrates (véase p. 39 ss): «Sólo sé que no sé nada». N o es de sorprenderse que los filósofos hayan sido ob­ jeto de muchas burlas. A veces se enredan tanto en sus pensa­ mientos, que podríamos decir que no se dan cuenta de lo que sucede en la vida real. Com o Tales de Mileto (véase p. 29). U n día caminaba tan ensimismado contemplando las estrellas que se cayó en un pozo. Una sirvienta se rió de él, y dijo: «Quiere saber lo que hay en el cielo, pero no ve lo que hay frente a sus pies en la tierra».

¿Conoces la búsqueda de Pippi Longstocking por el Spunk? Éste ni siquiera existe. Pero todo el mundo al que le pregunta simula que sabe de qué se trata, a pesar de que Pippi inventó la palabra.

Pensar sin palabras, ¿se puede esto? Pippi Longstocking y el Spunk

La cabeza es la herramienta más importante para filosofar. Pero, ¿de qué sirven los pensamientos más extraordinarios, cuando no sabes formularlos con palabras? Algunas cosas las puedes pensar en imágenes, como un insecto, una flor, el cielo, un caballo. Pero para hacer eso debes conocerlos. Para conceptos como el ser o la Nada, esto no funciona. Aunque te imagines la Nada como un enorme hoyo negro, el hoyo es un concepto que designa algo específico. Pippi tomó el camino al revés: primero pensó la palabra y luego buscó el objeto. Esto no puede tener un buen final. Solamente podemos nombrar cosas que conocemos, por­ que ya las vimos, sentimos, escuchamos, olimos, saboreamos o por lo menos tenemos una imagen de ellas. Pero también por­ que alguien nos explicó que es un objeto determinado. Puedes comunicarte con otras personas únicamente cuando ellas saben de qué hablas o escribes. Sin la lengua — hablada o escrita— no hay comunicación. Aquí la filosofía procede como un niño que descubre el mundo: primero averigua las cosas concretas, las que podemos tocar, ver o comprender. Luego se dirige hacia las cosas abstrac­ tas, como la vida, la muerte, ser, no ser, el bien y el mal. Aquí el asunto se complica, porque estos conceptos los podemos in­ terpretar de diferentes maneras. La filosofía trata de encontrar explicaciones para las cosas abstractas que sean válidas para todas las personas.

Lo concreto es todo aquello que podemos percibir con los sentidos. Las cosas abstractas son lo contrario: solamente las podemos comprender con la cabeza y no con los sentidos.

¿Las cosas son lo que hacemos de ellas? ¿O una piedra sólo es una piedra?

Le damos un significado al mundo. Pero, sin nosotros, ¿qué significado puede tener? La filosofía relaciona al hombre con su entorno y al revés.

En la orilla de un río hay piedras. ¿Son miles, cientos de miles o aca­ so un millón? ¿De dónde vienen? ¿Qué pasa con ellas? ¿Dónde es­ tarán cuando regreses en treinta años?

El agua talló las piedras. Algunas son muy planas y las haces sal­ tar sobre la superficie. Tomas una porque te parece muy bonita. ¿Quién la hizo? Le das un nombre misterioso: «piedra encanta­ da». Recoges más piedras y al final tienes las bolsas llenas. — ¿Dónde están mis piedras? — preguntas unos días después. — Lavé tu chamarra y las tiré — dice tu madre. ¡Ay! Enojado te diriges a su escritorio, agarras la piedra que ha estado ahí des­ de siempre y la arrojas al jardín. — ¿Dónde está mi piedra? — pregunta tu madre en la noche. — La tiré, sólo era una piedra — le contestas. Tu madre está desconcertada. — ¡Me la regaló tu padre! En realidad sólo eran unas piedras. Pero para ustedes eran más. ¿Qué tienen de especial algunas piedras que las recogemos, guardamos en las bolsas, para luego frotarlas con las manos? Us­ tedes les dieron a las piedras un significado especial: para ti te­ nían algo mágico, para tu madre eran un símbolo de amor. ¿Qué hace que la piedra sólo sea una piedra? ¿Se convirtió en piedra cuando se desprendió de una roca? ¿No era desde antes una pie­ dra? ¡Sólo es una piedra! Pero podemos hacer muchas cosas con ella, no sólo con las manos cuando la cincelamos o construimos una casa. A veces una piedra nos hace pensar sobre el origen y el fin de las cosas: ¿De dónde viene? ¿Qué pasa con ella? Son preguntas que también nos hacemos sobre nosotros mismos.

«Al principio era el Verbo, y fren­ te a Dios era el Verbo, y el Verbo era Dios». Así se puede leer en la Biblia. Todos nos hemos pregunta­ do alguna vez: ¿Cómo surgieron las cosas? o ¿Quién las hizo?

¿Quién fue? ¿Cuál es el origen de las cosas? 05

¿

«* ■

t*

li#6’ ’

Aunque Dios haya creado el mundo, la vida y la naturaleza, la pregunta ¿cómo lo hizo?, queda abierta. Sin un Dios la respuesta es todavía más difícil, porque de algún modo tuvo que haber empezado todo. Los primeros filósofos — con o sin Dios— buscaron una ma­ teria primaria de la que se desarrolló todo. Señalaron el agua, el aire, la tierra y el fuego. Sin agua y aire no existe la vida. De la tierra crecen las plantas y el fuego otorga el calor, sin el cual toda vida muere. Gracias a las ciencias naturales, hoy sabemos más de la evo­ lución. Pero de todos modos, demasiado poco, para decir cómo empezó realmente todo. Según la teoría del Big Bang, el uni­ verso se creó hace diez o veinte mil millones de años a través de una explosión gigantesca. Hace 4.6 mil millones de años se creó nuestro sistema solar y la Tierra. La Tierra es el único planeta en el que hay agua. El agua es una sustancia que otorga vida. Por eso, fue una verdadera sensación cuando un robot mandó imágenes desde M arte en las que se podía observar que en este planeta alguna vez debió haber existido agua. ¿Hubo alguien ahí alguna vez? ¿Ya no somos los únicos en el universo? Materia primaria o Big Bang, ambas teorías le quedan a de­ ber a la primera y última pregunta: ¿De dónde proviene esta ma­ teria primaria? ¿Quién provocó la explosión gigantesca? Aquí empieza el trabajo de los filósofos.

La evolución designa el desarrollo del mundo y de la vida. En realidad, el término quiere decir: «Abrir un libro». Teoría proviene del griego y significa «observar». Nosotros empleamos la palabra para designar un modo de observar o suponer.

¿Dónde empieza el universo? ¿Y dónde termina?

El cosmos es el mundo en su totalidad. La palabra proviene del griego y significa en su origen «orden». Universum es la palabra latina para «todo» o «conjunto». De hecho, proviene de unos «uno» y versus «vuelta», que significa «vuelto hacia sí mismo».

¿Cuándo empezaste a leer este li­ bro? ¿En cuántos días lo termina­ rás? Leíste 19 páginas. Cuando lo termines habrás leído 144 páginas.

Este libro tiene un principio y un fin, en cuanto al número de páginas y al tiempo que le dedicas para leerlo. No solamente este libro, sino también otras cosas las medimos en el espacio y en el tiempo. El espacio es el diámetro o la masa que ocupa un lugar. Este libro tiene 144 páginas, que en tu librero ocupa un espacio de dos centímetros. Este objeto tiene una relación con su entorno. La Tierra es una esfera con un diámetro de 40’075,017 ki­ lómetros y un volumen de 1’083,207 x 109 kilómetros cúbicos. Este espacio lo ocupa en el universo. Los hombres antes no pen­ saban en lo que hay afuera de este espacio. N i siquiera sabían qué tan grande es la Tierra. Hasta pensaron que era un disco, cuya orilla, el horizonte, representaba para ellos el fin del m un­ do. Ahora sabemos que el mundo es mucho más grande y que la Tierra sólo ocupa un pequeño espacio. A todo esto le llamamos cosmos o universo. Nadie conoce el tamaño del universo. Nadie ha llegado a sus confines. Si acaso existieran estos confines, están tan lejos, que no alcanza una vida para llegar hasta ahí. Se nece­ sita muchísimo tiempo para recorrer distancias tan grandes.

¿Puede tener el mundo un fin? No hay que ser filósofo para sentirse mareado al pensar esto. Nuestro pensamiento necesita un marco, de lo contrario, nos perderíamos en el infinito. El infinito rebasa nuestra capacidad

de imaginación, porque todo lo que podemos aprehender tiene un principio y un fin: este libro, la edad escolar, la vida, la capa­ cidad de pensar. ¿Pero es esto válido también para el mundo? Aunque tenga confines, ¿no debe haber algo más allá?, o ¿después hay vacío? Y, ¿qué es este vació entonces? No podemos imaginárnoslo. El puro intento causa temor, miedo ante la caída en la Nada. C on el tiempo pasa lo mismo. Sabemos que el que tenemos para vivir es finito. Pero el tiempo existió antes de nosotros y lo hará después de nuestra muerte. El tiempo sigue. Pero, ¿lo hará para siempre? ¿Qué pasa si no es infinito? Eso también causa an­ gustia, porque podemos imaginarnos — si acaso lo hacemos— el fin del tiempo solamente como el fin del mundo. No hay cosa que el ser humano tema más que esta catástrofe, porque esto podría suceder mañana. Los matemáticos y los físicos tratan de medir el espacio y el tiempo. Los filósofos buscan el sentido del espacio y del tiempo, y tratan de explicar el papel que puede o debe desempeñar el hombre en ellos. Ésta es la pregunta por el sentido de la vida.

«El verdadero mundo es inmóvil e intemporal, no tiene principio y tampoco fin.» Parménides (véase p. 33).

¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Qué será de mí?

«Al presente soy tan ignorante como si nada hubiese aprendido». Así como a Fausto, personaje principal del drama de Johann Wolfgang Goethe, nos pasa a todos los que filosofamos. No sabemos si realmente existen respuestas definitivas.

Un bebé se mira en el espejo y cu­ rioso quiere agarrar su cara. No se reconoce. Cuando miras viejas fotos tuyas también te asombras. ¿Éste soy yo?, te preguntas. Quizás ahora te ves de otro modo y sorprendido exclamas: ¿A poco éste soy yo?

En cada etapa de la vida nos miramos con ojos diferentes. El mundo a nuestro alrededor cambia y nosotros también. Cuando tu madre descubre su primera cana, constata: ¡ya estoy vieja! Po­ siblemente haga una retrospectiva de su vida, y se pregunte: ¿Me perdí de algo? ¿Qué es lo que quiero realmente? ¿Qué me es­ pera de aquí en adelante? Tu abuelo se queda pensativo cuando, de pronto, necesita un bastón para caminar o le cansa cualquier subida. Él sabe quién es y lo que quiso hacer de su vida, y aun así se pregunta: ¿Qué será de mí? Los niños en edad de dos o tres años tienen actitudes de grandeza: se entusiasman por sus logros y piensan que saben hacerlo todo. Al fracasar se enojan bastante. Cuando estuviste en la primaria pronto te diste cuenta que para lograr tus metas debes esforzarte. Hoy sabes que la influencia que tienes sobre las cosas es limitada: te enfermas, alguien tiene un accidente, ves en la televisión imágenes sobre miseria, hambre, guerra y muerte. A veces te sientes lleno de confianza y piensas que el mundo está a tus pies. Tienes un ídolo: quieres ser como tu padre, un can­ tante de rock o como la vecina simpática de a lado. Otras veces te torturan las dudas y te preguntas: ¿qué será de mí? La filosofía busca una respuesta a estas preguntas, que tenga validez tanto para una persona como para toda la humanidad. Nos servimos de su conocimiento y aun así todos empezamos de cero con nuestras cavilaciones.

«¡Ay, qué abeja tan mala!» Con es­ tas palabras los padres consuelan a su hijo, o hija, cuando lo pica una abeja. Tú lo sabes mejor. La abeja no pica por mala, sino porque se sintió agredida.

¡Si me pegas, te pego! ¿Qué es bueno y qué es malo?

Entonces, ¿era buena la abeja? En sentido filosófico, sí. Porque el insecto hizo lo correcto desde el punto de vista de su especie: picó para defenderse. ¿Pero qué pasa cuando alguien te agrede y tú en tu desesperación le rompes una botella en la cabeza y lo dejas mal herido? Resolver la situación de este modo para ti fue bueno. Pero lastimar a alguien es malo, ¿no crees? «Es que no me dejó otra alternativa», dirás tú. En caso de alguna duda, un juez determinará si fue así o no. Y aunque el juez te dé la razón, te sentirás mal. El bien y el mal, lo correcto o lo indebido. En algunos cam­ pos es fácil acomodar en un cajón las cosas o el comportamiento de alguien. Cuando en tu examen de matemáticas escribes 1 + 1 = 3, el asunto está claro: te equivocaste. Las cosas se complican un poco cuando dices: «La manzana es buena». Tu hermana quizás tenga otra opinión, porque solamente le gustan las manzanas ácidas. Pero el asunto se vuelve todavía más complicado cuando se trata de valorar el buen o mal comportamiento humano, lo correcto o lo indebido. La filosofía tiene algunos parámetros para el bien y el mal: una cosa es buena cuando se apega con cierta fidelidad a la idea que tenemos de ella, o cuando (como la abeja) cumple con las exigencias de su especie. Pero, ¿cuáles son las exigencias de nuestra especie? ¿Cómo debemos ser? ¿Qué nos es permitido? La búsqueda de las reglas de un comporta­ miento adecuado se llama ética.

: -v** v jé

4 '-'Jri t u i , ; „ *" ,/

«Malo es aquel que abusa de la libertad humana a su favor y en deterioro de los demás». Esto lo dijo uno de los más grandes filósofos alemanes, Immanuel Kant (véase p. 93).

Siguiendo las huellas de la naturaleza. Cómo empezó todo

Dios y el mundo: ¿Qué tienen en común la fe y la filosofía?

«Existe algo, por lo tanto existe algo eterno, porque nada viene de la Nada». Esto lo dijo el filósofo francés Voltaire (véase p. 91), que creyó en Dios pero tuvo un desprecio profundo hacia la iglesia.

¿Conoces la historia de Adán y Eva? A estos primeros seres humanos les fue muy bien con su fe en Dios, aun así comieron del fruto prohibido. ¿Por qué no les bastó el paraíso?

Eva cortó una manzana del «árbol del bien y del mal» como lo llama la Biblia. «El día que de él comáis seréis como Dios», le ha­ bía prometido la serpiente. ¿Por qué los primeros seres hicieron esto? ¿Por qué no les bastó con sentirse acogidos en el jardín de Dios, en el paraíso? El hombre, por lo visto, siempre quiso ser más de lo que es. En sentido filosófico, la fe es «únicamente» una percepción subjetiva de la realidad. «Tener por verdadero», lo llamó Immanuel Kant (véase p. 92). Subjetivo quiere decir que la fe depende de aquel que la tiene. Las iglesias, evidentemen­ te, piensan de otro modo acerca de esto, porque si no, aquellos que imparten la fe saldrían sobrando. A pesar de la ciencia y los avances de la investigación, el hombre siempre le ha atribuido a un ser superior aquello que no se puede explicar. Así es más fácil vivir. El hombre aprendió a utilizar la naturaleza para su beneficio, trabajar la tierra, construir herramientas, hasta volar a la luna. Todo eso se lo debe a su deseo de saber y de indagar. Aun así, está expuesto a acontecimientos en los que no puede influir y tampoco los puede evitar. Por eso la fe y la filosofía no se deben contraponer. La filosofía siempre se ha beneficiado de la fe: la ha declarado como una esfera superior del conocimiento, o la utilizó como un medio para la percepción. Algunos filósofos han intentado comprobar la existencia de Dios, lo que la iglesia retomó con gusto. Otros, a su vez, han hecho lo contrario: tratar de demostrar que Dios no existe.

Pero también se da otro caso: alrededor del año 500 a.C., al mismo tiempo que en Grecia empezaba la filosofía, Siddharta Gautama, el hijo de un príncipe indio, fundó una religión sin dioses.

Siddharta dijo: la vida es sufrimiento Por eso el hombre debe liberarse de este sufrimiento. Siddharta averiguó también cómo se debe proceder. La iluminación le llegó cuando estaba en recogimiento debajo de «su» árbol, una higuera. Desde entonces se llamó Buda, que significa «el ilu­ minado». En su filosofía, Buda decía que el «ser» es un devenir continuo. El budismo cree en la reencarnación. La liberación de todas las reencarnaciones lleva a la redención de todo sufrimien­ to. Para llegar a esto, el hombre se debe soltar de todo lo que lo une al mundo y a la vida. Sólo logrando esto su alma llega al nirvana, la Nada. Los que creen en las enseñanzas de Buda han superado el miedo a la Nada. En esto consiste el carácter reli­ gioso del budismo.

Buda, «el Iluminado»

Siguiendo los pasos de naturaleza: ¿Quiénes fueron los primeros filósofos?

A los filósofos de la naturaleza se les llama también presocráticos, porque con la muerte en 399 a. C. de uno de sus seguidores, Sócrates, (veáse p. 39) dio inició un nuevo modo de hacer filosofía. Sócrates situó en el centro de su filosofía al hombre.

¿De qué está hecho el mundo?, fue la pregunta que se plantearon los primeros filósofos. Existían los mi­ tos, los dioses, una fuerza sobrena­ tural. Pero, ¿de qué -quienquiera que haya sido- se formó todo?

¿Qué es la naturaleza? ¿Qué es un árbol? ¿Por qué las plantas crecen de la tierra? ¿No debe haber algo de lo que nació todo lo que existe y después tomó diferentes formas? C on esta búsqueda por una materia primaria empezó en Grecia la filosofía hace dos mil quinientos años. Por ello sus primeros representantes reciben el nombre de filósofos de la naturaleza. Sin embargo, los hom ­ bres que existieron antes que ellos tampoco eran tontos. Hubo civilizaciones — comunidades de hombres— muy desarrolladas que ya tenían conocimientos sobre el cultivo de la tierra, las matemáticas, la navegación y muchas cosas más. Se facilitaban la vida con el uso de las herramientas, utilizaban animales para algunos trabajos, construyeron casas y lugares de culto. Los egip­ cios, por ejemplo, para entonces ya habían construido sus pirá­ mides. Para edificarlas debieron haber tenido conocimiento de las matemáticas. A los filósofos no les interesaban los dioses y tampoco la vida cómoda. Estos «amigos de la sabiduría» simplemente fueron curiosos y querían saber por qué las cosas en la naturaleza son diferentes y cómo es que cambian. C on la pregunta que se plan­ tearon los primeros filósofos de la naturaleza: ¿de qué está hecho esto y en qué se puede convertir?, nacieron las ciencias naturales, sobre todo la física. Los filósofos presocráticos buscaron, en pri­ mera instancia, una explicación, que no fuera religiosa, para los fenómenos de la naturaleza.

El agua se encuentra en tres esta­ dos: blando, duro y gaseoso. A ve­ ces es hielo, otras líquido o vapor. Sin agua no existe la vida. Esto lo observó Tales de Mileto (625-547 a.C.) y de ahí concluyó que «todo es agua».

¿Estamos hechos de agua? Cómo encontró Tales de Mileto su materia primaria

Este comerciante del puerto y la ciudad comercial Mileto que hoy en día está en Turquía, y en aquel entonces pertenecía a Grecia, era una persona muy estimada. Fue el primero en prede­ cir un eclipse solar (28 de mayo de 585 a.C.), calculó la altura de las pirámides al medir su sombra en el m omento que ésta tenía la misma longitud de su cuerpo, y averiguó cómo se calcula la distancia de un barco en alta mar. Además, fue un comerciante astuto. En una ocasión, cuando se dio cuenta que la cosecha de las aceitunas iba a ser muy abundante, compró todas las prensas de aceite que encontró y las rentó, por una buena cantidad de dinero, después de la cosecha. Tales fue una persona que viajó mucho: de Egipto trajo co­ nocimientos de astronomía, y se dice que trabajó como agri­ mensor en la construcción de canales de riego. Es posible que ahí se le haya ocurrido por primera vez esta idea, que lo convir­ tió en el primer filósofo conocido: Tales pudo observar cómo las inundaciones anuales del Nilo convertían en tierras fértiles las orillas del río. Por eso los egipcios adoraron el Nilo como a un dios. «Todo es agua», aseguró Tales de Mileto, y afirmó que todo devenir se origina en esta materia primaria. Es por eso que Tales de Mileto es considerado el prim er materialista. Se dice que más tarde agregó otra frase: «Todo está lleno de dioses».

Tales de Mileto nunca se casó y tampoco tuvo hijos. Cuando le preguntaron por qué no quiso ser padre, se dice que respondió: «por amor a los niños».

Los materialistas son aquellos pensadores que sujetan el origen del ser a una materia. Los idealistas, en cambio, buscan detrás de todo una idea.

¿Qué es una escuela filosófica? Cómo se fundó la primera en Mileto

Lo que ahora sabemos de los primeros tres filósofos, lo anotaron años después sus discípulos. De Anaximandro se conserva el fragmento de un manuscrito en el que afirma: «las cosas cuando perecen se convierten en aquello de lo que nacen».

La manera en que Tales de Mileto explicó el mundo fue muy novedo­ sa. Otros dos filósofos de Mileto, llamados Anaximandro y Anaxímenes, le sucedieron a Tales. Estos tres filósofos constituyeron la Escuela de Mileto.

Una escuela filosófica no es un colegio en donde un profesor les explica a los alumnos lo que deben de aprender. En la escuela filosófica se exige el razonamiento individual. Escuela filosófica se le llama a una corriente de pensamiento en la que un grupo de filósofos persiguen una idea común, aunque cada uno de ellos puede llegar a otras conclusiones. Así pasó con los sucesores de Tales, Anaximandro (610-547 a.C.) y Anaxímenes (585-525 a.C.). Al igual que su maestro, ellos también cavilaron sobre la idea de una materia primaria. Anaximandro, cuando no filosofaba, era una persona muy prác­ tica: dibujó el prim er mapa del mundo y siguiendo el modelo babilónico, construyó un reloj de sol. La Tierra se la imaginaba como un cilindro circunscrito por ruedas de fuego suspendido en el universo. Según su opinión, los seres vivos se desarrollaron en el fango y el hombre evolucionó del pescado. Pero Anaximandro pensó también que antes de esta materia primaria exis­ tió algo ilimitado, de lo que surgieron todas las contradicciones, como húmedo y seco, calor y frío. Estas contradicciones quedan suspendidas para siempre en el infinito. A este infinito le llamó apeiron.

Para Anaxímenes, el principio de todas las cosas fue el aire, del que se form ó también nuestra Tierra. Del aire, que era «su» materia primaria, cuando se diluía se formaba el fuego. La Tierra se la imaginaba como un disco que flota en la materia primaria, el aire.

El que quiera evaluar el mundo no puede eludir las matemáticas. Mu­ chos filósofos eran matemáticos también. Uno de ellos, Pitágoras, afirmó que «los números son el principio de todas las cosas»; dicho de otro modo: todo está hecho de números.

¿Todo está hecho de números? Pues, muchas gracias, señor Pitágoras

Pitágoras vivió de 570 a 495 a.C. Él no buscó la esencia del mundo en una materia primaria, sino en una ley primaria, y en­ contró que todo se puede resumir a números. El universo para él era una totalidad armónica cuyos componentes se pueden representar en números. Hasta la música para él era número. Lle­ gó a esta conclusión cuando un día cortó a la mitad una cuerda y produjo con ella un tono musical. Observó que este tono era exactamente una octava (es decir, ocho pasos de tono) más alta que el de la cuerda entera. U na cuarta (igual a cuatro pasos de tono) se produce con una cuarta parte de la cuerda, mientras una quinta (igual a cinco pasos de tono) con dos terceras partes. Pitá­ goras comparó los tres intervalos de la cuerda con las tres formas de vivir del hombre: la razón, lo irracional y la virtud, siendo la virtud la armonía entre los otros dos elementos. Pitágoras fundó la Escuela Pitagórica. La meta principal de sus integrantes era alcanzar la armonía. Los pitagóricos vivían bajo reglas muy estrictas: por ejemplo, no debían comer frijoles grandes, porque las manchas negras en sus flores, simbolizaban para ellos la muerte. Los pitagóricos creían en la reencarnación, de la que el hombre se podía liberar una vez alcanzada la arm o­ nía absoluta. Entre los seguidores de Pitágoras también había mujeres, entre ellas, la primera estudiante de filosofía del mundo, Theano (véase p. 126), que luego se convirtió en la esposa de Pitágoras.

Quizás conozcas de años escolares anteriores el teorema de Pitágoras: «a2+ b2= c2». Es decir, la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa.

¿Puedo bañarme dos veces en el mismo río? El panta rhei de Heráclito

Con Heráclito, el hombre por primera vez se asombró de sí mismo. De este modo se debe entender su frase: «el logos es inmanente al alma».

El logos es el pensamiento gobernado por la razón (en contradicción con el mito que se basa en la opinión o la creencia).

Imagina que te bañas en un río. Al otro día quieres hacer lo mismo. ¿Te sumergirás en el mismo río? ¿O no?

«No», te contestaría el filósofo griego Heráclito, «al cabo el agua en la que te bañaste ayer hace mucho que se fue río abajo». Entonces, es otra agua. Y además, tú también cambiaste: eres un día más viejo y ya no eres el mismo de ayer. «Todo cambia» (en griego panta rhei = todo fluye) es una frase célebre de Heráclito. Este filósofo vivió entre 540 y 480 a.C. en Éfeso. Él pensaba que el mundo está en continuo movimiento y que está hecho de contradicciones: no podemos saber lo que es el calor si no conocemos el frío. El día no existe sin la noche, la guerra sin la paz. Hay una frase suya que reza: «La guerra es la madre de todas las cosas». C on «guerra» él no se refería a un conflicto bélico entre los hombres, sino a la ley según la cual el devenir se basa en una lucha continua entre las cosas. Y esto es bueno, porque de esta lucha de los contrarios surge la armonía que mantiene en equilibrio el universo. Sin vida no hay muerte, pero sin muerte tampoco vida, porque solamente cuando las cosas son perennes se crea una espacio para lo nuevo. Lo eterno, la materia primaria, es para Heráclito el fuego. La flama siempre es la misma aunque requiere de combustible. El fuego es la razón o el logos, que ac­ túa en el hombre como una fuerza motriz que contribuye a su devenir y lo mantiene con vida. Heráclito incorporó a la materia primaria, que es el origen de todas las cosas, un concepto abs­ tracto: la razón.

«El no puedo, no existe», te dice tu madre cuando tratas de esquivar una tarea difícil. Parménides hizo del «no existe» una filosofía.

¿Existe la Nada? Sobre el «ser» de Parménides '

Este filósofo de la ciudad italiana Elea simplemente constató: «el ser, es» y con eso fundó la Escuela de Elea. Parménides vivió entre 515 y 480 a. C. y se quebró la cabeza pensando si existe o no la Nada. Llegó a la conclusión de que aquello sobre lo que se habla, existe. Lo mismo sucede con el pensamiento: si algo no existe, no es pensable. Así que, si pienso la Nada, ésta existe. La inexistencia de la Nada era para él una percepción falsa. Él no Para Parménides el racionalista, la creía en el devenir de las cosas. Todo, inclusive la Nada, siempre verdad solamente ha existido. A Parménides le llaman también el prim er raciona­ tiene validez cuando es comprobada con lista, porque explicó las cosas mediante la razón y la lógica. la razón (en latín Regresemos al no y a la Nada. Imagínate la siguiente situa­ ratio), porque los ción: una amiga te pregunta si viste la mariposa que acaba de pa­ sentidos nos engañan por lo mismo no sar. Tú le contestas: «No, no he visto nada». Entonces, ¿qué viste? yperciben la realidad. ¿Puedes ver algo que no existe? Claro que no. Pero la mariposa tampoco la viste. ¿Qué pasa entonces con la Nada? Evidente­ mente viste algo, aunque no la mariposa, pero tampoco nada. El hecho de no haberla visto no quiere decir que no existe. Y ¿qué pasa con el Spunk de Pippi? (véase p. 17). Cuando ella lo piensa, es porque existe, diría Parménides. Cuando menos Parménides fue el iniciador de la como nada, si es que no como Spunk. Pero «es», de lo contrario, ontología, la teoría no podría hablar de él. del ser.

¿Es el mundo un rompecabezas? Cómo se le ocurrió a Demócrito pensar en la vida eterna

¿Qué pasa cuando miras fotografías tuyas de tu infancia? No cabe duda que cambiaste, pero aun así te re­ conoces. Eres otra persona, y sin embargo, la misma.

Cuando todo cambia, pero de algún modo sigue siendo lo mis­ mo, entonces debe haber algo que abarca ambas cosas: ser lo que es, pero con otra forma. Esta idea se le ocurrió al filósofo D emócrito de Abdera (460-370 a.C.). Él vivió en la costa del mar Egeo y empezó a filosofar, al igual que los filósofos de la Escuela de Mileto (véase p. 26 y siguientes), observando la naturaleza. Para Demócrito, la solución del enigma era el hecho de que todo está formado por partículas pequeñas que son eternas. Él las llamó átomos (que quiere decir los indivisibles). Estas peque­ ñas partículas, decía Demócrito, están en continuo movimiento; revolotean en el cosmos y a cada rato se integran en una cosa que luego podemos ver. El hombre está hecho de átomos, in­ clusive su alma. Demócrito, de este modo, partió de la idea de la vida eterna. Fue el primero en crear una visión naturalista del universo, aunque nunca haya dividido en partículas tan peque­ ñas ninguna cosa. Esto lo hicieron los científicos dos mil años después, porque con su teoría, Dem ócrito efectivamente dio en el blanco. Hoy sabemos que todo, inclusive el hombre, está com­ puesto por átomos. Q ue son indivisibles, lo han comprobado los científicos a través de la fisión nuclear. Dem ócrito también es conocido como el «filósofo sonriente»; dicen que era una per­ sona alegre y ecuánime.

Pensar, hablar y actuar

¿Leguleyos o sabelotodo? ¿Quiénes eran los sofistas?

En alemán, la palabra sofista tiene una connotación ofensiva en su uso coloquial. «Deja de ser sofista», le dicen a una persona cuando ésta enfada con su palabrería y lleva a la desesperación con su destreza verbal. (En México, a estas personas las llamamos leguleyos. N.T.)

Seguramente te es muy familiar la siguiente situación: discutes con tus padres o hermanos mayores y siempre terminas en desventaja. Te aniquilan con su destreza verbal.

¿Qué es el mundo? ¿De qué está hecho? ¿Que hay detrás de todo? Éstas eran las preguntas con las que se quebraron la cabeza los filósofos de la naturaleza en la antigua Grecia, sin detenerse a pensar en la utilidad que esto podría traerles en su vida cotidia­ na. Los sucesores de ellos, los sofistas, tenían inclinaciones mucho más prácticas, que demostraron en dos sentidos: se interesaban poco por las cosas en general y más por el hombre, sobre todo de cómo y qué piensa, y qué puede hacer con ello. Los sofistas eran educadores que transmitían su conocimiento y cobraban por ello. Sofista quiere decir «maestro de la sabiduría». Pero no solamente enseñaban el conocimiento, porque ¿de qué sirven los pensamientos más elevados si no se pueden difundir entre la gente? ¿De qué sirve hablar si nadie te entiende? Por eso los sofistas les enseñaron a sus discípulos el arte de hablar: la retórica. La destreza retórica era considerada una cualidad en la sociedad griega de aquel entonces, en la que todo ciudadano libre — las mujeres y los esclavos estaban excluidos— podía defenderse en la corte, en las asambleas populares o en el mercado. M uchos conciudadanos despreciaban a los sofistas. En el si­ glo cuarto antes de Cristo era mal visto hacer negocios con el conocimiento. El historiador y escritor griego, Xenofón, llegó a llamar a los sofistas «prostitutas».

Otros parajes, otras costumbres: viajar ilustra, seguramente ya te has dado cuenta de esto. Pero cuan­ do en un país es permitido lo que en otro es mal visto, entonces ¿qué es correcto y qué equivocado?

¿Qué es un escéptico? Protágoras y el hombre la medida de todas las cosas

El prim er sofista, Protágoras de Abdera (483-410 a. C.), fue un maestro peregrino que viajó durante cuarenta años. Lo que vi­ vió y aprendió lo llevó a concluir lo siguiente: sobre lo bueno y lo malo no hay una verdad universal. No es de extrañar que con esta opinión se hiciera muchos enemigos. ¿Acaso no buscan todas las personas, las comunidades o los Estados, leyes que sean inquebrantables? Protágoras, en cambio, puso en duda todas las verdades. Una persona como él, que siempre contesta con «sí, pero...» es un escéptico. Este escepticismo se convirtió después en una corriente filosófica. Las personas juzgamos las cosas de diferentes modos, esto lo podemos observar en nuestra vida co­ tidiana. Dices, quizás: «Hoy sopla un viento cálido», pero «tu» vientecito a tu abuela le puede parecer frío. Protágoras llevó el pensamiento más lejos. Afirmó que «el hombre es la medida de todas las cosas», porque el hombre es el que decide «el qué» y «el cómo». Desde esta perspectiva, la inexistencia de un Dios, o de varios, como instancia superior sobre el bien y el mal, ya no tiene relevancia. Cuando Protágoras agregó: «sobre los dioses no quiero saber nada, ni que existen y tampoco que no existen», fue acusado en Atenas de ateísmo y de pervertir a la juventud, y fue condenado a muerte. Huyó, y se dice que naufragó mientras transbordaba hacia Sicilia.

Protágoras argumentó su duda acerca de la existencia de Dios de la siguiente manera: hay muchos obstáculos para reconocerlo, «tanto la oscuridad del asunto como la brevedad de la vida».

¿Qué existe, y qué no? Las «bromas» de Gorgias

Si tomamos como ejemplo a Gorgias, la retórica no es el arte del bien decir, sino el de la persuasión.

Trata de agarrar el aire con la mano. ¿Qué sientes? ¿Nada? ¿Cómo pue­ des decir «no siento nada»? Si no sientes nada es porque sientes algo, de otro modo, no podrías decir que no sientes nada. Y aun así, no lo puedes describir.

Con el sofista Gorgias de Leontino (485-380 a. C.) se empezó a acelerar la montaña rusa en la cabeza. Llevó el escepticismo, el «sí, pero...» de su colega Protágoras, a los extremos. De la pre­ gunta sobre la Nada ya se había ocupado Parménides (véase p. 33), que llegó a la conclusión de que «no existe el no existe», es decir, «el ser, es». Gorgias demostró lo contrario y declaró: «Nada existe». Y si algo existiera no podríamos reconocerlo, o si bien lo reconociéramos, no seríamos capaces de transmitir este conocimiento. Esto se escucha como cuando quieres agarrar el aire con la mano. Dices que no sientes nada, pero no lo puedes ni reconocer y tampoco describir. Tu sensación es muy particu­ lar, Gorgias la llamaría opinión. Pero, sigue el sofista, debe ser lo mismo con aquello que es supuesto. Si existe tanto lo que es como lo que no es, entonces no existe nada. ¿Lo habrá dicho en serio el sofista? Quizás nada más qui­ so demostrar todo lo que se puede hacer con las palabras. De cualquier modo, fue un excelente maestro de retórica, y muy famoso por sus litigios en la corte. Pero si en la corte gana aquel que demuestra ser un malabarista del lenguaje, entonces ¿qué es lo correcto y qué lo indebido? Según Gorgias, el derecho no existe, únicamente las opiniones que siempre pueden cambiar. De ahí concluye que la verdad no existe.

¿Cómo aprenden ustedes mejor, si el maestro les da todo digerido, o cuando hacen preguntas y tienen que buscar las respuestas? Lo que uno aprende por sí mismo no se olvida tan fácil, además, con el se­ gundo método nadie se duerme en clase...

Preguntas, preguntas y más preguntas: ¿cuál es el principio socrático?

Enseñar a través de preguntas fue el método que empleó Só­ crates, uno de los más grandes filósofos griegos. Él vivió entre 470 y 399 a.C. y volvió locos a los atenienses con su preguntadera. A todo el mundo le hacía preguntas, sin importar que se tratara de personas cultas o ignorantes, y lo hacía en cualquier lugar, en el mercado o en las calles de Atenas. El arma espiritual de Sócrates era la palabra. A diferencia de los sofistas, él no la empleaba para aleccionar, sino para estimular en sus conciuda­ danos el pensamiento propio. Muchas veces aquéllos ni siquiera se daban cuenta hacia dónde los quería llevar. Cuando alguien hacía uso de palabras como valentía, devoción o virtud, Sócrates quería saber qué significaban. A cada explicación se le ocurría una nueva pregunta. Muchas veces sus «víctimas» terminaban haciendo el ridículo. De sí mismo Sócrates decía: «Sólo sé que no sé nada». C on ello se refería a que el hombre siempre debe estar en búsqueda de la verdad y de lo bueno. Y para eso se tiene que usar la cabeza. El arte de preguntar se llama también mayéutica, y recibió este nombre por la profesión de su madre, que era comadrona. Sócrates partió del hecho de que el conocimiento es innato al hombre. Él mismo quiso ayudar como un partero a sus interlocutores, para traer al mundo el conocimiento. Siempre estimuló en ellos el pensamiento propio.

Lo que sabemos de Sócrates lo anotó su discípulo Platón (véanse p. 42 y siguientes). Él mismo nunca escribió nada, supuestamente ni siquiera sabía hacerlo.

¿Quién era ese Sócrates? Cómo un tipo excéntrico le dio otro giro a la filosofía

Dicen de Sócrates que era muy feo, que andaba descalzo por las calles y que a veces, de pronto, se queda­ ba parado sumergido en su pensa­ miento hasta que se le prendía el foco. Era capaz de hacer esto duran­ te horas enteras.

No es de extrañar que este filósofo fuera blanco de muchas burlas. «El loco de Atenas» era una denominación bastante suave para este tipo tan excéntrico. Y aun así, con él la filosofía dio un giro. C on su preguntadera desesperante (véase capítulo anterior) Sócrates no quería, como algunos sofistas, tomarles el pelo a sus conciudadanos o ganar dinero. No cobraba por sus servicios, aunque eso a veces le traía problemas con su esposa Xantipe. A Sócrates le interesaba averiguar lo que es bueno, lo correcto y la verdad.

Él buscó el sentido más elevado de la vida En Alemania, hoy en día le dicen Xantipe a una mujer peleonera. El filósofo Friedrich Nietzsche (véase p. 110) dijo que sin Xantipe no hubiéramos tenido un Sócrates: si ella no lo hubiera corrido de la casa con un representante de la ley, él no hubiera sido lo que fue.

Todavía hoy nos preocupa saber, no solamente a los filósofos, cuál es el comportamiento adecuado desde el punto de vista de la ética. Sócrates pensaba que para vivir bien, el pensamiento, la palabra y la acción deben estar en concordancia. Hijo de un cantero y de una comadrona, Sócrates fue muy apreciado como consejero en Atenas, porque siempre intervino a favor de la justicia. Pero con su modo de hacerle preguntas a cualquier persona y en cualquier lugar, provocó recelos en las calles de Atenas. Su afirmación «sólo sé que no sé nada» fue considerada una provocación: ¿acaso quería burlarse de todos? El oráculo de Delfos, un santuario en el que las personas con­ sultaban a la vidente Pitia, denominó a Sócrates como al griego

más sabio. Lo que Sócrates quería decir con su frase era: si pen­ samos en todo lo que no sabemos, aquello que sabemos es una nimiedad. Finalmente, para callarlo, Sócrates fue acusado de corrom ­ per a los jóvenes y de no creer en los dioses. Su apología es una obra importante de la literatura antigua. Q ue practicaba la filosofía de manera pública por una voz interior divina, dijo el acusado. A ella le debía obediencia. Esa voz le decía que tenía que molestar al Estado como un tábano que mantiene en galo­ pada a un jamelgo remiso. El veredicto del jurado fue: culpable. El castigo: la muerte. Cuando le preguntaron cuál era el castigo que él encontraba justo, remató el asunto pidiendo hospedaje y alimentación gratuitos por el resto de su vida. En aquel en­ tonces, esa era la recompensa para los atletas que participaban en los juegos olímpicos. C on eso Sócrates selló su muerte. Se rehusó a huir, porque esto le hubiera dado la razón a los acu­ sadores y además hubiera demostrado falta de lealtad hacia el Estado. La pena de m uerte la consumó él mismo al tomar un vaso con cicuta.

Con su muerte, Sócrates se convirtió en mártir de la filosofía. Un mártir prefiere morir que renunciar a sus convicciones. Sócrates creía en la vida después de la muerte. Por eso no tuvo miedo a morir.

La muerte de Sócrates.

¿Son las cosas lo que son? El mito de la caverna de Platón y su mundo de las ideas

Platón fundó en un bosque, llamado Academos por una figura mitológica griega, una escuela de filosofía: la Academia. Hoy en día a una persona estudiada se le dice académica.

Quieren comprar un caballo. Van a un rancho a escoger uno. A ti te gusta un pinto. Pero tu hermano en­ cuentra más bonito un alazán. «Un caballo debe ser pardo», dice él.

¡Qué tontería! Tordillo o prieto, qué importa. Son caballos. Pero a tu hermano se le metió en la cabeza un corcel castaño. La idea que él tiene de un caballo es el color café. A ti esto no te importa mucho, piensas que es mejor que sea manso. Hay una gran variedad de caballos. Pero cuando hablamos de caballos, todo el mundo sabe a lo que nos referimos, a pesar de que un caballo es diferente a otro. Básicamente, todos los caba­ llos son iguales, y ninguno se parece a un puerco, por ejemplo. ¿Por qué es eso así? ¿Acaso hay un molde según el cual está he­ cho un caballo? Lo mismo pasa con una silla, un árbol, etcétera. Y, ¿qué pasa con los valores, con el bien y el mal, lo bonito y lo feo, lo justo y lo injusto? Platón (427-347 a. C.), discípulo de Sócrates, estuvo presente en el proceso en contra de su maestro, y se quedó muy afligido después de la muerte de éste. Empezó a preguntarse si lo que pasó fue justo, y sobre qué es bueno o malo. ¿No había dicho Sócrates que éstos son valores universales que tienen la misma validez para todos, y que no dependen de opiniones individua­ les? Si esto es así, entonces debe haber una idea básica. Platón también se preguntó: ¿por qué reconocemos un caba­ llo como lo que es, un caballo? Porque, cuando vemos un caballo, reconocemos la forma que tenemos de éste en la cabeza. Pero, ¿qué es lo que vemos en realidad? Solamente una manifestación, porque un caballo es diferente a otro. Si esto es así, dedujo Platón, entonces sucede lo mismo con el bien y el mal, con lo justo e

injusto. Cuando Sócrates hablaba de una «voz interior», se refe­ ría a su conciencia. Todos conocemos esta sensación de males­ tar. Cuando hacemos algo indebido nos remuerde la conciencia. ¿Por qué? Si a todos nos pasa igual, entonces también debe haber una idea básica innata al hombre sobre el bien y el mal. Platón averiguó cómo puede el hombre encontrar estas ideas primarias: el alma (véase el siguiente capítulo) es la mediadora entre el mundo sensible y el mundo inteligible. Lo que vemos, escuchamos y sentimos es parte del mundo sensible (o «mundo visible», como lo llamó él) porque estas son realidades cambiantes. Así pasa también con el cuerpo del ser humano: el hombre nace, llega a ser niño, adolescente, adulto y finalmente anciano. Nacemos, envejecemos y morimos. Sin embargo, la idea de lo que es el hombre es la misma.

Las ideas primarias son los moldes inmutables de todo Y pertenecen al mundo de las ideas. Platón ilustra este pensa­ miento en su relato conocido como el mito de la caverna. En una cueva hay personas que están sentadas y encadenadas. Por un orificio entra luz del exterior. Todos miran la pared en la que se distinguen figuras de lo que ellos piensan que son árboles, ca­ ballos, piedras y otras cosas. Pero estas figuras solamente son las formas primarias del árbol, el caballo y la piedra, que se encuen­ tran fuera de la caverna y que los hombres no conocen. Si uno de los habitantes de la caverna fuese liberado y saliese al mundo exterior, podría reconocer los verdaderos objetos, la forma pri­ maria ideal, la forma más perfecta, bonita y verdadera del árbol, el caballo o la piedra, y se daría cuenta que lo que vio en la ca­ verna son solamente sombras. Si regresara con los prisioneros, les platicaría lo que vio y trataría de convencerlos de subir con él al verdadero mundo, el mundo de las ideas. Esta tarea de encontrar las formas primarias corresponde a los filósofos, dice Platón.

El ideal es la representación del absoluto. Es lo máximo en belleza y bondad. Corresponde el cien por ciento a la idea que fundamenta un objeto.

¿Quién es el mejor gobernante? La idea de Platón sobre el alma, el Estado y el amor

La Politeia, la concepción de Platón sobre el Estado ideal, es una de sus obras maestras.

Platón creía en la procesión del alma. Porque una vida no era suficiente para que el alma incursara en el mundo de las ideas.

¿Quién debe gobernar un Estado? De preferencia, el mejor. Y el mejor es el sabio que, para Platón -cómo podría ser de otro modo- era el fi­ lósofo. Al Estado lo comparó con el alma.

Para Platón, el alma es como un carruaje con tres caballos: el caballo en la punta representa lo racional y los otros dos lo iras­ cible y lo concupiscible. Cuando la razón puede controlar la sensualidad y los instintos, el alma alcanza el mundo de las ideas y se sumerge en él. El esfuerzo por alcanzar eso se llama amor platónico. Hoy en día entendemos por amor platónico cuando una persona ama a otra sin querer tener relaciones íntimas. El eros, el amor sensual, para Platón nada tiene que ver con el sexo. Para él, el eros era la filosofía, el deseo de alcanzar la sabiduría. Tanto el alma como el Estado tenían que tener estas tres cua­ lidades: lo racional, lo irascible y lo concupiscible. Platón dividió a las personas en tres clases — parecido a las castas en la India, que se basan en una antigua filosofía religiosa y oficial— . Los fi­ lósofos representaban la clase social superior y eran aquellos que debían gobernar un Estado porque poseían la sabiduría reque­ rida para eso. Los guerreros eran la segunda clase social y tenían el deber de proteger al Estado. El resto del pueblo, los artesanos, los comerciantes y los trabajadores, tenían que proveer de comi­ da y de las demás necesidades a las personas, y representaban la tercera clase social. Según Platón, el Estado también debe aspirar a la prudencia, la fortaleza y la templanza. Cuando estas tres se cumplen se ob­ tiene la cuarta virtud: la justicia. En estas cuatro virtudes cardi­ nales se basa la ética.

Todos los humanos son mortales. Todos los filósofos son humanos. Por lo tanto todos los filósofos son mortales. Suena lógico, ¿no crees? Aristóteles, discípulo de Platón, fue el inventor de la lógica.

¿Qué es la lógica? Cómo deducía Aristóteles los conceptos

Platón buscó la idea primaria en el mundo metafísico, aquel que no se percibe a través de los sentidos (véase p. 43). Su discí­ pulo Aristóteles no creía en una idea sobrenatural, sino en que todo alberga su propio sentido y propósito. Además, que todo ser viviente tiende a cumplir de la mejor manera posible su pro­ pia determinación. Para eso hay que saber, dice Aristóteles, que todo está hecho de materia y forma, siendo esta última la que le otorga a la materia su propósito. La forma sin la materia carece de sentido. U na pertenece a la otra. Ésta es la teoría del ser, la ontología de Aristóteles. Imagínate el siguiente ejemplo: tienes un pedazo de tela de algodón. ¿Qué puedes hacer con él? No mucho. Tener sólo un patrón tampoco te sirve de algo, pero si juntas ambos, puedes hacer un vestido. Aristóteles es también autor de la silogística, la teoría según la cual se saca una conclusión lógica basada en dos supuestos. Él decía: para saber qué pertenece a qué, debes poner las cosas en orden. Debe haber conceptos con los cuales puedas concluir el propósito de cada cosa. Aristóteles se convirtió así en el fun­ dador de la lógica en la filosofía. De este modo se relacionan adecuadamente afirmaciones («Todos los humanos son m orta­ les») con su concordancia («Por lo tanto todos los filósofos son mortales»). El hombre puede reconocer a través de la lógica lo que es correcto y falso.

*

Eubúlides, un oponente de Aristóteles, demostró que con los conceptos también se puede engañar. Su paradoja más famosa, reza así: «Si un mentiroso dice que miente, quiere decir que dice tanto una mentira como una verdad, porque si dice la verdad, entonces miente, y si miente, entonces no miente, sino que dice la verdad». ¿Te quedó claro?

La lógica significó en su origen «el arte de pensar».

¿Cómo debe vivir el hombre? De la naturaleza al Estado

Si todos los seres tratan de valerse de sus posibilidades innatas, algo debió haber puesto en movimiento ese deseo. Y esto solamente puede ser algo, tan pleno, que ya no tiene que hacer ningún movimiento para alcanzar la plenitud. Este «Motor Inmóvil» es para Aristóteles Dios.

«El alumno (la alumna) está por de­ bajo de sus posibilidades». ¿Algu­ na vez te hicieron esta observación en las calificaciones? Seguramente tuviste problemas en tu casa. ¿Ha­ brán sabido tus padres que con esta valoración tu maestro estaba si­ guiendo las huellas de Aristóteles?

El camino de Aristóteles hacia la filosofía empezó con la di­ sección de ranas y otras alimañas. Al hacer esto, se dio cuenta que un organismo solamente puede vivir si los órganos están en concordancia. Para que todo funcione, cada parte se tiene que desempeñar de la mejor manera posible. Aristóteles fue hijo de un médico, quizás por eso sus aseveraciones filosóficas em­ pezaron con la exploración de la naturaleza. Revisó a todas las clases de seres vivos: plantas, animales y al ser humano, y tuvo la esperanza de abarcar y comprender la esencia de la naturaleza, cuál sería su propósito y finalidad. Para lograrlo empezó a clasi­ ficar las cosas. Encontró que el prim er escalón de los seres vivos lo ocupan las plantas, que tienen la determinación de crecer, florecer y tener frutos para poderse multiplicar. Los animales, además de eso, pueden sentir dolor y transportarse. El ser hum a­ no ocupa el escalón más alto, porque aparte de todo esto, puede pensar. Su tarea, desde luego, es desarrollar de la mejor manera esta habilidad. En eso pensó tu maestro cuando anotó en la hoja de tus calificaciones la observación antes citada. Pudieras lograr más si te esforzaras según tus posibilidades. Hacer lo mejor de las habilidades del pensamiento quiere decir, para el hombre: reconocer el mundo. Pero sigamos con Aristóteles. El hombre tiene una vida plena cuando además es feliz. Esto depende solamente de él, si en-

cuentra el término medio entre lo que le causa placer (el deseo) y aquello que puede hacer (sus habilidades). Aristóteles reco­ mendó: ¡sean generosos! Porque la generosidad es el término medio entre el despilfarro y la avaricia. ¡Sean valientes! Porque es el término medio sano entre el autoaprecio excesivo («Yo sé hacer cualquier cosa») y la cobardía («No me atrevo»).

Para Aristóteles, la sabiduría es la máxima virtud que el hombre puede alcanzar La sabiduría contribuye a la plena felicidad del hombre. Platón decía que era el carruaje con tres caballos (véase p. 44), en donde la razón frena a la valentía y al deseo. Cuando gobierna la razón, el hombre no se autodestruirá. Eso también es válido hoy. La búsqueda de Aristóteles por la plenitud no se limitó sola­ mente al individuo, sino que abarca a la comunidad. Porque el hombre nació para vivir en comunidad, aunque sea para repro­ ducirse, como todos los demás seres vivos. Com o los hombres en aquel entonces vivían en una polis, Aristóteles llamó al hom - poik en grieg0 bre en general «un ser político». ciudad-estado.

Aristóteles con sus discípulos.

¡Pisa el acelerador!, quiero divertirme ¿Quiénes fueron los epicúreos?

La filosofía era para Epicuro el camino hacia el placer: «Ni el joven sea remiso en ponerse a filosofar, ni el viejo se canse de ello. No se es demasiado joven ni demasiado viejo para la salud del alma».

«No puede haber vida feliz sin la prudencia», es la frase principal de Epicuro.

Imagínate: dinero de sobra, chocola­ te, hamburguesas, papas fritas. Todo lo que quieras. Siempre de fiesta, siempre diversión. Un deleite de vida. Sería el paraíso en la Tierra.

Por otro lado, estar siempre alegre también puede aburrirte rápi­ damente. Una vida sin deseos, sin alzas ni bajas, sería muy m onó­ tona. Una persona que sólo busca el placer y lo disfruta se llama hedonista (del griego h edoné = placer) o epicúreo. Y eso no es un halago. Epicuro (341-270 a. C.) era un filósofo de Samos, que proponía una vida llena de placer como clave para la felicidad. Por eso a él y a sus adeptos, los epicúreos, les decían «libertinos» o «puercos». Sus discípulos hicieron hincapié en que Epicuro de ninguna manera llevó una vida opulenta. Cuando hablaba de placer, él más bien se refería a que cada persona tenía que buscar su propia felicidad para equilibrar el alma. El verdadero placer es, para Epicuro, la cantidad de diversión que no causa daño: el verdadero bebedor toma su copa de vino, pero no se embriaga. La verdadera alegría para vivir se lleva a cabo en privado. Él despreciaba los puestos administrativos y la política; según él, el hombre debía evitar cualquier cosa que le causara sufrimiento o turbación. Incluso a la muerte le hizo una jugarreta. Él creía en la teoría de las partículas de Dem ócrito (véase p. 34), según la cual el alma está compuesta de un sinnúmero de átomos que se dispersan después de la muerte. Por eso el hombre no debe temerle a la muerte, porque: «mientras yo existo, no existe la muerte; y cuan­ do existe la muerte, ya no existo yo».

A ciertas personas nada los pertur­ ba. Si las cosas salen mal o hay mu­ cha tensión: nada los saca de qui­ cio. De estas personas decimos que tienen una tranquilidad estoica.

¿Qué es la tranquilidad estoica? Zenón y sus apóstoles del deber en el pórtico

La stoa es un pórtico en Atenas en el que Zenón de Citio (334­ 263 a.C.) se congregaba con sus discípulos. A sus seguido­ res les llamaban estoicos. Zenón era la contraparte de Epicuro (véase capítulo anterior). Aborrecía el placer y la diversión, en cambio comulgaba con el deber y la disciplina. Dicen que re­ flejaba su pensamiento en su porte: era alto, delgado y tenía una apariencia severa. Zenón pensaba que para el hom bre y la naturaleza hay un orden inmutable. El hom bre no solamente es parte de este orden, sino que también lo refleja; representa el microcosmos en el universo, cuyas leyes son válidas para él también. Pero sobre todo hay un alma, la razón absoluta. Y esta alma es Dios. La filosofía es, para Zenón, el arte de vivir razo­ nablemente. Los estoicos creían en algo parecido al destino. Si el orden está predeterminado, no tiene sentido rebelarse. De ahí viene la tranquilidad estoica de Zenón. La verdadera tran­ quilidad se alcanza cuando una persona vive su vida en arm o­ nía con el orden establecido. A los estoicos no les importaban las riquezas, porque son pasajeras. En cambio hacían hincapié en la virtud, porque la dignidad de una persona nadie se la podía robar. Aquél que no conoce la pasión y el placer, no sabe de lo que se pierde, según el dicho: «Ojos que no ven, corazón que no siente».

Micro: muy pequeño.

El estoicismo fue retomado por los romanos. Aproximadamente cuatrocientos años después, gobernó en Roma Marco Aurelio, un emperador filósofo y estoico (véase Platón, p. 44).

¿Por qué nos importan los antiguos griegos?

Los filósofos de la antigüedad mu­ rieron hace 2 mil años o más. ¿Por qué nos siguen interesando? Porque fueron los primeros en plantear las preguntas que conciernen, hasta el día de hoy, a la humanidad.

Muchas de sus respuestas, sobre todo las de los filósofos de la na­ turaleza, son obsoletas. Sin embargo, la regla básica de la lógica, el silogismo aristotélico, lo empleamos todavía en la actualidad. En la ética, que le da al hombre las pautas para un com­ portamiento adecuado en la vida, todo pensamiento inicia con las mismas reflexiones que hicieron los antiguos griegos. Sobre todo, los pensamientos de la tríada compuesta por Sócrates, Pla­ tón, Aristóteles, siguen brillando con la fuerza de una constela­ ción. No solamente los que estudian filosofía se adentran en los razonamientos que ellos plantearon: ¿cuál es la responsabilidad que cada quien tiene consigo mismo y con los demás?, ¿hay derechos y obligaciones que son válidas para cualquier persona independientemente de dónde vive? La política, por ejemplo, la definieron ellos: El arte de organizar la convivencia entre los hombres se llama política hasta hoy en día. En la política las personas asumen su responsabilidad a través de los gobernantes que eligieron. Los griegos determinaron eso con un concepto muy adecuado. C on algunas sabidurías filosóficas pasa lo mismo que con la invención de la rueda: son tan buenas que no se pueden mejorar. Lo importante es que cada hombre, en su tiempo, haga lo mejor que puede con el conocimiento que adquirió.

¡Más cerca de ti, Dios mío!

¿Cuánta libertad necesita el pensamiento? Dios como bendición o maldición

Un tema muy importante para la filosofía de la Edad Media era la búsqueda de pruebas para la existencia de Dios.

¿Qué hacen los pájaros con sus críos? Los alimentan hasta que son lo suficientemente fuertes para vo­ lar. Sólo entonces los sacan de su nido, porque tienen que emprender su propio vuelo en la vida. Única­ mente así, cuando ya no están los padres, aprenden a sobrevivir.

Tus padres proceden de una manera parecida: te educan y te dan todas las posibilidades para estudiar. Conform e vas crecien­ do, las libertades que te dan son cada vez mayores. No siempre se entusiasman con tus ideas. Pero ellos saben que debes tener tus propias experiencias, para que algún día te pares sobre tus propios pies. De aquello que ellos te transmitieron, y de lo que aprendiste por tu propia cuenta, está hecho el conocimiento que te acompañará a lo largo de tu vida. Tú sabes que las bases de éste las pusieron tus padres. Después de la época antigua, el cristianismo se convirtió en un refugio, que una persona, además de ahí, solamente podía en­ contrar en su familia. El mensaje de un Dios padre misericordio­ so tuvo rápido éxito. En la filosofía la enseñanza del cristianismo facilitó algunas cosas: si la vida después de la muerte encuentra su prolongación en Dios, entonces la pregunta por la felicidad estaba resuelta. Sin embargo, entre más poder mundial fue adquiriendo la iglesia cristiana, más libertad les quitaba a sus «hijos», en vez de darles alas. A pesar de que se interesó por las ciencias al acumu­ lar el conocimiento y darle mucha importancia a la enseñanza, al mismo tiempo decidía qué se podía difundir y qué no, y exigía que todo conocimiento empezara con Dios y terminara con él.

Dios era el propósito y la meta de todo pensamiento. La fi­ losofía griega también conocía dioses, pero éstos no eran ni el punto de partida del pensamiento ni tampoco su eje, en dado caso un pretexto, cuando ya no hallaban más respuestas a las preguntas sobre la sabiduría y la felicidad. Estos dioses, para los filósofos, no representaban un poder que gobernaba el m un­ do y al que el hombre estuviera subyugado. En realidad no les importaban mucho los dioses. Plotino (205-270), el último de los filósofos greco-romanos, dijo: «de Dios solamente podemos decir lo que no es; lo que es, no lo podemos decir».

La iglesia cristiana, en cambio, describió exactamente a su Dios En su mensaje, Jesús dice que todo hombre tiene la esperanza de ser redimido. La institución de la iglesia cristiana agregó la con­ dición: siempre y cuando cumpla con nuestras leyes. Y éstas las prescribían sus padres (el papa, los obispos, los sacerdotes). Entre más poder adquirían, más determinaban lo que era permitido y prohibido en nombre de Dios. La libertad del pensamiento lle­ gaba hasta donde la iglesia se sentía amenazada en su poder. A esta época del siglo iv hasta el x iv se le conoce también como el «oscurantismo medieval». La filosofía se convirtió en este periodo en la sirvienta de la iglesia, porque su propósito era el de explicar a Dios y de argumentar la enseñanza cristiana de tal modo que la iglesia adquiriera más poder. Aquél que se atrevió a contradecir o cuestionar sus dogmas, fue perseguido como hereje. Tuvieron que pasar mil años para que este periodo llegara a su fin.

En una institución (del latín instituere = instituir) se lleva a cabo, se administra o conduce una tarea o idea. Una escuela, por ejemplo, es también una institución. Ahí se lleva a cabo la idea y la tarea de transmitir conocimiento a los jóvenes. Un dogma es una proposición innegable de la fe.

¿De dónde viém el mal? Agustín, el padr< de la iglesia, como filósofo

Con un pie en la antigüedad y con el otro sumergido en el cristianismo, así buscó Agustín, el filósofo -que después se convirtió en obispo-, la respuesta a la pregunta de cómo llegó el mal al mundo.

Agustín (354-430 d.C.) llevó una vida revoltosa hasta los 33 años, cuando se dejó bautizar. Después se convirtió en obispo de la ciudad africana Hipona. Agustín pensó, al igual que Platón, que el hombre puede incursionar en un m undo más elevado, el de las ideas. Esta idea absoluta, para él, sin embargo, era percepti­ ble: era el Dios de la Biblia, el creador del universo. Pero si Dios es absoluto y el creador de todo lo que hay, ¿de dónde viene el mal? El mal, dijo Agustín, es la ausencia de Dios. Porque en Dios todo es bueno. El hombre siente la ausencia de Dios cuando se apodera de él la intranquilidad, porque en su interior siempre busca el bien. Esta búsqueda también la originó Dios. El origen del mal, Agustín lo encontró en un relato en la Bi­ blia, y por eso es considerado el descubridor del pecado original. Cuando Adán y Eva comieron del fruto prohibido, los hombres actuaron, por primera vez, en contra de la voluntad de Dios, y trajeron el pecado al mundo. Los filósofos de la antigüedad partieron de la idea que el mundo se creó del caos, y los dioses, en el m ejor de los casos, establecieron el orden. Para Agustín, Dios es el origen de todo. También fue Dios el que decidió a quién le corresponde la redención o la condena. Pero, entonces, ¿en dónde queda la libertad del hombre? En su apego al bien, contestó Agustín. C om o no sabemos si somos los elegidos, es m ejor hacer el bien en la fe.

A Boecio debemos agradecerle el hecho de que los sabios de la Edad Media se hayan dedicado al estudio de los filósofos de la antigüedad. Él tradujo la obra de Aristóteles al la­ tín.

¿Cuál es la providencia de Dios? La consolación de la filosofía de Boecio

Severino Boecio, nacido en 480 d. C., se hizo famoso con su libro La consolación de la filosofía. Acusado de traición, lo escri­ bió en la cárcel mientras esperaba su sentencia de muerte. Boe­ cio fue cónsul en Rom a. Cayó en desgracia y fue ejecutado en 524 d.C. De él proviene la frase célebre: Si tacuisses, philosophus mansisses, «si te hubieras callado, filósofo hubieras sido». Boecio caviló sobre una pregunta que adquirió mucha importancia en el siglo x i x : ¿depende aquello, lo que es el hombre, de las cir­ cunstancias del tiempo y el entorno en que vive? ¿Es el hombre inevitablemente un producto de su tiempo? Carlos Marx, casi 1 500 años después, en plena revolución industrial, reformuló nuevamente la pregunta: ¿determina el ser la conciencia o la conciencia el ser? ¿Vivo en base a mi conocimiento, o depende mi conocimiento de mi modo de vivir? La consolación de la f i l o ­ sofía es un diálogo del autor con «Philosophia», que aparece en la figura de una mujer y le ayuda a no desesperar de su suerte. El filósofo retomó la pregunta de Agustín (véase capítulo anterior), de cuánta libertad tiene el hombre, si Dios, de antemano, sabe lo que pasará. Boecio abordó con lógica el asunto, y dijo: Dios solamente puede prever lo que realmente sucederá. Lo que no sucederá no lo puede prever. Una cosa condiciona a la otra: sin el suceso no hay previsión.

«Para pensar se requiere de una voluntad libre. Sin ella es imposible pensar», le dijo «Philosophia» a Boecio en La consolación de la filosofía.

La filosofía de Boecio sobre la previsión y el suceso se parece a la pregunta: ¿qué fue primero: el huevo o la gallina?

¿Primero la fe y luego la razón? ¿O al revés? ¿Qué es la escolástica? El filósofo francés Abaelard (1079 -1142) solucionó de la siguiente manera la disputa por los universales: en la realidad las cosas y los conceptos son lo mismo. Para Dios existió primero la idea. El hombre, en cambio, primero ve las cosas y luego define el concepto.

Escolástica significa conocimiento escolar. En los monasterios se acumuló el conocimiento de la filosofía y la teología: la ciencia de la fe.

No obstante la presión de la igle­ sia, los estudiosos en la Edad Me­ dia no pudieron eludir la filosofía. Como la naturaleza es parte de la creación de Dios, redescubrieron a Aristóteles.

Quizás recuerdes que la exploración de la naturaleza le dio pie a Aristóteles para sus pensamientos filosóficos. El deseo de pen­ sar y de adquirir conocimiento no se puede simplemente ani­ quilar, ni siquiera en los monasterios. Y la sapiencia en la Edad Media se practicaba exclusivamente allí. (Pero quizás el brete de la creación fue para los monjes y sacerdotes una buena excusa para ir al fondo de las cosas...) Com o las ideas de Aristóteles provenían de la época antes del nacimiento de Cristo, los reli­ giosos se toparon con un problema: ¿cuál es la relación entre el conocimiento y la fe? ¿Puedo averiguar la verdad sin tener fe? ¿O necesito la fe para poder entender la verdad? El pensamien­ to de los escolásticos entre el siglo ix y x i i i giró en torno a este antagonismo. La escolástica retomó una cuestión que les había causado do­ lor de cabeza a Platón y a Aristóteles, la de los universales, las ideas o los conceptos que tenemos de las cosas. Platón pensó que detrás de toda cosa hay una idea (véase p. 42). Primero fue lo uni­ versal. Aristóteles, en cambio, pensó que los universales solamen­ te son el nombre que posteriormente reciben las cosas. ¿O acaso las cosas albergan las ideas?, es decir, ¿son uno y lo mismo? La disputa por los universales perduró durante toda la Edad Media.

«¿Por qué no piensas?» ¿Cuántas veces no te han dicho eso tus pa­ dres? En realidad, lo que te querían decir es que si tienes cabeza y jui­ cio, entonces empléalos.

irA /iA r

n /\n n n

n iriV irv

n o /\

liir

n n

¿Puedo hacer lo que quiero? t La imagen del J hombre según Juan |] Escoto Eriúgena fe

Algo parecido debió haber pensado Juan Escoto Eriúgena (aprox. 800-877 d. C.): si Dios creó al hombre según su imagen y semejanza, y lo dotó de la habilidad del pensamiento y la com­ prensión, lo hizo para que éste sacara provecho de ello. C on esta afirmación resolvió dos preguntas: en qué orden van la fe y la razón, y si el hombre tiene voluntad propia. En lo que concierne a la fe y al saber, Eriúgena opinó que ambos son fuente del co­ nocimiento y son independientes. Al cabo, una persona que no tiene fe, también tiene algo en la cabeza. Por eso, ni siquiera se contraponen. Y aunque se lleguen a confrontar, el hombre debe confiar en su juicio. Podría ser que haya entendido mal la reve­ lación. C on este tipo de afirmaciones, el monje irlandés empezó a pisar terreno peligroso. Para él, la verdadera religión era la ver­ dadera filosofía, y al revés. Del mismo modo se comporta el libre albedrío con aquello que el hombre quiere: si la aspiración hacia el bien es del agrado de Dios, entonces debe existir también la contraparte. De lo contrario, no podríamos hacer la diferencia, no se podría calificar una cosa buena y otra mala. Y si Dios creó al hombre según su imagen y semejanza, la aspiración hacia el bien le es inmanente, es decir, la tiene en sí mismo, y por lo tanto tiene la libertad de hacer lo que quiere.

¿Se puede demostrar la existencia de Dios? Anselmo de Canterbury: creer para pensar

Si el hombre quiere diferenciar entre lo que es bueno y menos bueno, debe tener un parámetro: el bien absoluto. Y eso, para Anselmo, es Dios. Sin él, no podemos hacer la diferencia entre el bien y el mal.

Primero quiso entrar al monasterio y no lo dejaron. Luego lo dejaron y lo tuvieron que obligar a ser abad. Lo que más aborreció fue machacar el latín con sus estudiantes. Real­ mente lo detestó.

El obispo de Canterbury, Anselmo (1033-1109), tenía cosas más importantes por hacer: fue el primero que trató de demostrar que Dios existe, y es considerado el padre de la escolástica. Con sus reflexiones batallaron en los siguientes siglos muchos filóso­ fos (no solamente los cristianos), inclusive uno de los más gran­ des pensadores alemanes, Immanuel Kant (véanse p. 92 y ss). En cuanto a la relación entre la fe y el conocimiento, Anselmo, hijo de un noble de la ciudad italiana Aosta, dijo con prontitud: «Creo para entender». Para él primero fue la fe y luego la razón. La fe sola, sin embargo, no le bastó, porque la fe misma busca la com­ prensión. Por eso, el hombre es inducido hacia el conocimiento a través de la fe. Para Anselmo éste era un motivo para demostrar que Dios existía. Su razonamiento fue el siguiente: Dios es lo más grande que nos podemos imaginar. Si esto es así, entonces no puede existir nada más en nuestra mente, sino que existe en realidad. De otra manera, no sería absoluto. Pero Dios solamente puede ser esto, si realmente existe. Porque aquello que está en la mente y al mismo tiempo existe, es más grande que algo que solamente está en la mente. Si Dios es lo más grande, entonces también existe. Más tarde Kant lo contradijo: el «ser» no es una cualidad. Su explicación fue la siguiente: «diez táleros reales no son más que diez táleros imaginarios.»

Era tan gordo que a su pupitre le tuvieron que cortar un pedazo para que le cupiera la panza. Y como no le gustaba hablar, lo apodaron «el buey mudo».

¿Puede mugir un buey mudo? Las cinco pruebas de la existencia de Dios, según Tomás de Aquino

«Ustedes lo llaman el buey mudo. Pero este buey llenará un día con sus mugidos el mundo entero», regañaba el padre san Alberto Magno a los alumnos, cuando se burlaban de Tomás de Aquino.Y en efecto, Tomás de Aquino (1225-1274) se convirtió en uno de los padres de la iglesia católica. Sus enseñanzas fueron declaradas ciertas e inmutables por el papa León XIII, seiscientos años más tarde. Y como tal están reconocidas hasta en la actua­ lidad por la Iglesia Católica Rom ana. El sabio introvertido de­ mostró con cinco pruebas la existencia de Dios. Antes que nada reconcilió la razón con la fe, al decir que la razón y la fe se en­ cuentran en Dios. Ambas vienen de él. Él le da las posibilidades a la razón. Tomás de Aquino retomó la clasificación de Aristóteles (planta-animal-ser humano), y coincidió con él en que la causa última de todo es «el m otor inmóvil», aunque para Aristóteles éste no fuera el Dios cristiano. Ésta fue la primera prueba de To­ más de Aquino de la existencia de Dios. La segunda: todo lo que tiene una causa en el mundo, debe ser reducido a una primera causa, que es Dios. Enseguida concluye que todo en el mundo es necesario para la perfección del Uno. Pero si todo tiene una causa, debe haber atrás una inteligencia divina, que ocupa el es­ calón más alto de todo conocimiento y ser. Com o todo ser en su perfección se enaltece gradualmente, en la cima debe haber algo absolutamente perfecto. Y ése también es Dios.

Tomás de Aquino fue declarado santo en 1323. Él calificó a la filosofía como «la sirvienta de la fe».

La época en que vivió Tomás de Aquino se llama Edad Media Alta. Después de ésta empezó a disminuir el poder de la iglesia sobre el pensamiento.

¿Se puede medir la Nada? Los filósofos árabes y el misterio del cero

Todos los seres humanos tenemos el deseo de saber. Cuando hablamos de filosofía nos acordamos en primera instancia de los antiguos griegos y de los pensadores occidentales. Sin embargo, la filosofía también se practicó en otros lugares.

Buda, con la enseñanza del nirvana (véase p. 27), o Jesús, con su mensaje de amor y redención, también eran en cierta medida filósofos. C on el árabe M ahoma (570-632), iniciador del Islam, tenemos a un tercer fundador religioso. Él escribió El Corán, el libro sagrado de los musulmanes, en el que se encuentran reflexiones filosóficas. Bajo el signo de su fe, el sabio islamita ca­ viló sobre preguntas parecidas a las que se habían planteado los pensadores cristianos en la Edad Media. A los filósofos árabes les debemos, además, un servicio adicional: ellos llevaron las obras de Platón y Aristóteles a Europa occidental, donde fueron tra­ ducidas al latín, y llegaron de este modo a manos de los estudio­ sos cristianos, como Tomás de Aquino (véase capítulo anterior). Los filósofos árabes, como Avicena, que en realidad se llamaba Ibn Sina (980-1037), o Averroes (Ibn Rushd, 1126-1198), al estudiar a Aristóteles, dieron pie a nuevas reflexiones sobre los universales (véase p. 54). Ambos fueron filósofos y estudiosos de la naturaleza, es decir, médicos. Al igual que Maimónides, un fi­ lósofo de la religión judía, cuyo nombre árabe era Ibn M aim on (1135-1204). Estos tres filósofos también cavilaron sobre lo que tenían en com ún la fe y la razón, si dependía una de la otra, si podían ir de la mano o se contradecían. Llegaron a la misma conclusión que los estudiosos cristianos: las verdades religiosas de la Biblia y del Corán no contradicen el conocimiento ra­ cional. En caso de duda, el hombre debe confiar en su juicio y

ver las aseveraciones de las sagradas escrituras como imágenes o alegorías. Después de estas afirmaciones, M aimónides y Averroes fueron perseguidos como herejes, y la obra de Avicena fue prohibida. Sin embargo, hay otra cosa que los árabes heredaron al m un­ do occidental, algo que trajo una visión nueva en la filosofía e impulsó la lógica y las ciencias naturales. Se trata de las cifras árabes — que ciertamente vienen de la India— y con ellas el número cero. De este modo, la Nada (porque eso es el cero) pudo ser concebida matemáticamente. Hasta entonces las cuen­ tas se hacían con números romanos: I, V, X, C, L y M. 12 - 2 se escribía de este modo: XII - II y el resultado era X. En núm e­ ros arábigos se escribe 10. Pero, ¿qué pasaba si del 2 se quería restar el 2? C on números romanos esto no se podía representar. II - II = ..., ¿a qué? No existía un signo para la Nada. C on el número cero, las matemáticas adquirieron una nueva dim en­ sión. Por lo pronto, ya se podía distinguir la Nada filosófica de la Nada matemática.

Averroes vio en Aristóteles a un profeta como Jesús y Mahoma, que para los musulmanes era el último enviado de Dios. Por eso dijo: «Hay dos maneras de averiguar la verdad: a través del Corán y de Aristóteles».

¿Puedo tener fe aunque sepa tanto?

Ya sabes mucho. También sabes que no todo lo que dicen los adultos es cierto. «El sueño antes de mediano­ che es el más sano», con esta frase ya nadie te manda temprano a la cama.

Cuestionas las «verdades» que afirman tus padres. Y esto está bien. Al cabo, el conocimiento está en continuo desarrollo. No solamente el tuyo. En libros, en la escuela, en internet, encuen­ tras cosas novedosas y explicaciones que tus padres quizás no se las saben. A veces te das cuenta que las cosas «sabias» que dicen solamente sirven para que acates sus órdenes. Y éstas ahora las cuestionas. Tu propia experiencia te dicta que hay también otras posibilidades. Del mismo modo les pasó a los monjes a finales de la Edad Media. Cuando tuvieron acceso a los libros, sobre todo a los de Aristóteles y Platón, constataron: sabemos más de lo que la iglesia, guardiana de la verdad, nos quiere hacer creer. Aunque los sabios del siglo x 1 1 1 , de la época de Tomás de Aquino (véase p. 59), eran religiosos, también eran humanos, y por lo tanto, se dejaban llevar por la curiosidad. Empezaron a cuestionar la vida sin haber tirado por la borda toda su fe. Empero, cada vez se hacía más notoria la necesidad de eliminar las restricciones que había impuesto la teología. ¡A un lado los dogmas! ¡A un lado las máximas! Ya no había que mirar el mundo a través de un agujero. Había que abrirle paso a la ciencia y a la razón. Después del oscurantismo de mil años, se prendió nuevamente la luz del pensamiento libre. Fueron los monjes los que abrieron de un empujón las puertas que llevaron hacia una nueva época, tam­ bién para la filosofía.

«¡No te compliques tanto!», te dice tu profesor de matemáticas cuando te enredas en un problema, y te en­ seña (eso espero) un camino que te llevará más rápido a la meta.

¿Por qué complicado, si se puede más fácil? La navaja de Ockham

Del mismo modo debió haber pensado el monje franciscano Guillermo Ockham (su apellido también se escribe Occam). Nació en 1300 en Inglaterra y murió en 1349 en M unich. O ckham pintó una raya entre la filosofía y la teología, la teoría de la fe. ¿Por qué tantas complicaciones? ¿Por qué romperse tanto la cabeza sobre cosas que la mente humana no puede concebir? Y si Dios es lo más grande sobre todas las cosas, es evidente que el hombre nunca lo podrá comprender. El monje franciscano hizo una diferencia radical entre las cosas que son perceptibles y la metafísica, aquello que se supone detrás o por encima de las cosas. Ockham decía: basta con aprehender las cosas de tal modo que el hombre también las entienda. Su frase célebre reza: «No ha de presumirse la existencia de más cosas que las absolutamente necesarias». Eso quiere decir: cuando hay una explicación senci­ lla, ¿por qué he de tomar el camino complicado? Este postulado se llamó más tarde «la navaja de Ockham». Los bromistas decían que con ella le rasuró al viejo Platón la barba del mundo de las ideas (véase p. 42 y ss.). C on este postulado, Guillermo Ockham abrió otras posibilidades para la ciencia. Su herramienta princi­ pal fue la lógica. Alentó a los hombres a explorar nuevamente el mundo sin el peso de los dogmas religiosos. Aun así, creía en Dios, y que todo lo que Dios hacía era absolutamente bueno.

En su creencia en un Dios absoluto y bueno Ockham fue tan radical, que llegó a afirmar: Si Dios ordenara al hombre que lo odiara, entonces este odio sería la mayor alabanza que pudiera darle a Dios.

De regreso a los orígenes; pero, fuera los tiliches

Del cielo a la tierra. ¿Qué fueron el Renacimiento y el Humanismo?

A finales de la Edad Media, la filo­ sofía se liberó de las ataduras im­ puestas por la iglesia y en los pen­ sadores aumentó el interés por los filósofos de la antigüedad. El cono­ cimiento de éstos fue fundamental para la búsqueda de nuevas res­ puestas a las preguntas viejas sobre la naturaleza, el ser humano y todo aquello que le es permitido hacer.

La época entre el siglo x i i i y x v ii se llama Renacimiento. La palabra se tomó en su sentido literal y se refiere a la acción de renacer. El centro del pensamiento ya no lo constituían Dios y la pregunta por el pecado, sino el hombre y sus habilidades. Por ello a esta época también le dicen Humanismo (que proviene del latín hom o = hombre). Los filósofos griegos también fue­ ron humanistas, porque querían saber cuál era la interacción del hombre con el mundo. Buscaron con la razón — independiente­ mente de un poder sobrenatural— respuestas a preguntas como: ¿de qué está hecho el mundo?, ¿qué es bueno y qué malo?, ¿qué es correcto y qué equivocado? Los hombres del Renacim iento humanístico reanudaron en este punto su pensamiento. Comenzó así una época de experi­ mentaciones y descubrimientos.

En la filosofía, el Renacimiento fue una época de transición A los hombres les pasaba como a los niños: mientras están chicos desbaratan las cosas para ver si tienen algo escondido. (Con un poco de suerte logran armarlos de nuevo.) U n niño más gran­ de desarma su juguete para saber cómo funciona. Tú estás un escalón mucho más alto, y piensas si de cada una de estas piezas

no pudieras construir algo diferente, nuevo y mejor. Entre más sepas, más éxito tendrás. Fue sobre todo un invento el que impulsó la ciencia: Johannes Gutemberg inventó en 1450 la imprenta. Ahora la educa­ ción ya no era un privilegio de la iglesia, que interpretaba el conocimiento de tal modo para que no contradijera la fe. Otros descubrimientos hicieron el mundo más grande y más conmensurable: los marineros descubrieron el compás. Aunque éste ya era conocido en China, no fue sino hasta el siglo x i i i cuando se empleó en Europa. Empezaron los viajes de descubri­ miento. Cuando Cristóbal Colón encontró América en 1492, la Tierra recibió nuevas dimensiones. M edio siglo después, Galileo Galilei (1564-1642) vio el universo con otros ojos. El telescopio de Johannes Kepler (1571-1630) le ayudó para su empresa. Galileo retomó la teoría del matemático y astrónomo Nicolás C opérnico (1473-1543). Éste había afirmado que la Tierra giraba alrededor del Sol. Galileo encontró las pruebas y de un empujón sacó la Tierra, y con eso al hombre, del centro del universo, y colocó ahí al Sol.

La teoría de Nicolás Copernico en la que afirma que la Tierra gira alrededor del Sol, y no al revés, se conoce como Revolución Copernicana. Él puso al Sol en el centro del cielo. Por eso se le llama también teoría heliocéntrica (de helios = el sol). Las pruebas con las que Galileo comprobó la teoría de Copérnico fueron contundentes: si la Tierra ya no era el centro del universo, como se dice en la Creación, entonces disminuye la importancia tanto del hombre como de la iglesia. Galileo fue encarcelado y se tuvo que retractar. Después dijo con terquedad: «Y sin embargo se mueve».

La imagen ilustra el sistema solar según Copérnico.

¿Qué puede hacer un gobernante? La filosofía de Estado de Maquiavelo

Hasta hoy en día, a un político que trata de mantenerse en el poder para su propio beneficio, le llamamos maquiavélico.

Cuando el hombre no se deja guiar en sus actividades por Dios y los valores de la religión, esto cambia a las comunidades y al gobierno. ¿Quién determina, quién dirige a quién y cómo?

Platón y Aristóteles ya se habían ocupado de este tema. Al poeta, filósofo y diplomático italiano Nicolás Maquiavelo (1469-1527) no le interesaba lo que era bueno o malo, sino cómo se mantie­ ne en el poder una persona. Su receta actualmente no nos gustaría para nada, porque a su mejor «príncipe» (así se llama también su libro) le era permitido cualquier medio. Maquiavelo dijo: el que está en el poder tiene el derecho de tenerlo siempre, por el simple hecho de haberlo obtenido. Le es permitido todo con tal de mantenerse en el po­ der. El bien y el mal, lo correcto o lo indebido, no son valores se­ gún los cuales deban comportarse los príncipes de Maquiavelo. La opinión que este filósofo italiano tenía sobre el ser humano era devastadora: el hombre, para él, es un egoísta nato, siempre preocupado por su bienestar. Por eso, el Estado debe controlar a la ciudadanía con un gobernante fuerte al que todos obedezcan. Solamente así se puede asegurar el orden público. El príncipe ideal para Maquiavelo debe ser «astuto como un zorro y fuerte como un león», para imponerse sobre los demás. Dios y la iglesia perdieron la autoridad en la política. Supuestamente basó sus ideas al observar un exceso de autoridad y de conducta inmoral por parte de la iglesia romana.

Tomás Moro. Encontró el «Estado inexistente». El poderío de la iglesia y de la aristocracia que estaba en discre­ pancia aguda con la pobreza del pueblo, inspiró a Tomás Moro a escribir su novela Utopía, en la que describe el Estado ideal. La palabra «utopía» viene del griego ou topós y significa en ninguna parte. Hoy en día, cuando utilizamos la palabra, nos referimos a algo que solamente existe en nuestro deseo o en la imagina­ ción. La filosofía de Tomás M oro (1478-1535) parte de la idea de que todos los seres humanos son iguales. Las personas en su Es­ tado ficticio hasta usan la misma ropa. No existe la moda. Sola­ mente las mujeres solteras usan ropa diferente para que todos se den cuenta que están disponibles. Como los bienes pertenecen a todos no existe la propiedad privada y tampoco el dinero. Moro prescribió también las actividades diarias de los habitantes de Utopía: se levantaban a las cuatro de la mañana y a las ocho de la noche regresaban del trabajo a la casa. Los trabajos inferiores los realizaban esclavos, que eran delincuentes que cumplían sus condenas. Esto, sin embargo, contradecía los ideales que tenía M oro sobre la igualdad. Los ciudadanos de Utopía elegían a su propio gobernante, que podía regir hasta el final de su vida. Utopía tenía pocas relaciones con otros Estados. La libertad de creencias era una hecho novedoso en la novela de Moro: cada quien podía creer en lo que quisiera. Pero los ateístas, los que no creían en ningún Dios, no podían ser gobernantes.

El sueño sobre la igualdad de las personas es algo que todavía preocupa a la humanidad. En el siglo XIX los filósofos idearon una nueva forma de gobernar en la que se basaron en el siglo XX los países comunistas. La realidad, empero, tenía otro aspecto.

convierte el saber en poder? La nueva herramienta para el espíritu, de Francis Bacon

Francis Bacon se convirtió en víctima de su fanatismo por la experimentación. Quiso demostrar que la carne congelada se guarda por más tiempo. En un día frío de invierno, congeló en la nieve un pollo degollado. Se enfermó de pulmonía y murió.

Saber es poder. Durante la Edad Media la iglesia fue dueña del co­ nocimiento y por eso adquirió tan­ to poder. El científico inglés Francis Bacon le dio otra interpretación a esta frase: el ser humano se puede aprovechar de la naturaleza única­ mente a través del conocimiento.

Francis Bacon (1561-1626) estudió leyes, fue político, pero tam­ bién científico y filósofo. Fue iniciador de una corriente que marcó el pensamiento de los siguientes siglos: el empirismo (véase p. 79). De él conocemos la frase: «Saber es poder». Entre más sepa el ser humano de la naturaleza, más útil le será. Esto es válido todavía. El tema que nos preocupa hoy es que este poder implica también la responsabilidad de no destruir la naturaleza. Com o filósofo, Bacon tuvo una actitud escéptica hacia las de­ ducciones lógicas de Aristóteles (véase p. 46 y ss). Bacon decía que solamente podemos saber lo que experimentamos y com ­ probamos, todo lo demás son prejuicios. Bacon enumeró cuatro ídolos o imágenes engañosas que podían influir con facilidad en el ser humano. El primero es el pensamiento deseoso: parte de la naturaleza humana es creer aquello que queremos que sea cierto. El segundo, es el ídolo de la «Caverna». Con éste, Bacon hace alusión al mito de la caverna de Platón (véase p. 43): en lo que percibimos influye en gran parte nuestra experiencia personal, por lo tanto no es real. El tercer ídolo son los prejuicios que se originan en el uso de la palabra: la felicidad, por ejemplo, para cada uno de nosotros significa algo diferente. Y, finalmente, el cuarto se refiere a la inclinación que tenemos de adoptar pre­ suntas «sabidurías» de otros, sin reflexionarlas antes. El conoci­ miento es verdadero cuando lo depuramos de estos ídolos.

¿Qué pasaría si pudiéramos hacer lo que nos place? ¿Lucharíamos uno contra el otro? Ni siquiera podemos imaginarlo, porque desde niños aprendemos a ser considerados.

¿El hombre es malo de nacimiento? Tomás Hobbes y su Leviatán

El filósofo inglés Tomás Hobbes (1588-1679) tuvo, aparente­ mente, muy poca confianza en la posibilidad de aprender la consideración a través de la enseñanza. Quizás tuvo una mala experiencia cuando fue maestro de los hijos de un barón. H o­ bbes partió de la idea de que todos los seres humanos son iguales. Por eso la vida, para él, es una lucha continua de todos contra todos, porque el hom bre es un egoísta nato. De ahí su frase: «El hom bre es un lobo para los otros hombres» (en latín: h om o hom in i lupus). C on eso quería decir que cada quien sólo piensa en sí mismo. Esta idea fue la base para su filosofía de Estado que, como futuro secretario de Francis Bacon (véase capítulo anterior), lo hizo famoso. Dem andó que el Estado debía evitar la guerra de todos contra todos. La sociedad era para él un m onstruo que debía ser domado por un gobierno duro. Hobbes tenía conocim iento del P ríncipe de Maquiavelo (véase p. 68), sin embargo, para él el pueblo podía elegir a su gobernante, que debía mandar con firmeza. Los hombres de Hobbes, al cabo, eran tan sensatos, que se detenían en su des­ cuartizamiento ante el poder del Estado. A este Estado, Hobbes lo llamó «Leviatán». Se lo imaginaba como un gigante que está formado por muchas bestias que somete a todos los «lobos». Este Leviatán sólo podía funcionar si los ciudadanos se le su­ bordinaban totalmente.

Adelante, hacia una nueva época

El racionalismo: ¿Es el ser humano predecible?

A los racionalistas ya no les bastaba la percepción sensorial. Buscaron reglas para el ser y sus leyes intrínsecas, que le dieran al ser humano las pautas para su modo de vivir y actuar.

¿Cómo te sientes cuando en la cla­ se de matemáticas de repente se te prende el foco? ¿Y qué tal cuando te das cuenta que algunas cosas las sabes mejor que tus padres? Eso te da ánimo y confianza.

Cuando eras niño y sentías peligro, buscabas protección con los adultos. Esto lo haces menos ahora. Te has dado cuenta que ya eres autosuficiente en muchas cosas. «Yo puedo con eso», te di­ ces. Eres cada vez más consciente de lo que puedes lograr. Del mismo modo se han de haber sentido los seres humanos después del Renacimiento: se acercaron a las antiguas preguntas filosófi­ cas desde una nueva perspectiva. Ante las innovaciones, los des­ cubrimientos y los avances en las matemáticas y en las ciencias naturales, el mundo se volvió más predecible y controlable. ¿No debían existir entonces también reglas sensatas para «calcular» la existencia del ser humano? Además, los pensadores del siglo x v ii hicieron algo pare­ cido a lo que tú haces: tú conoces las convicciones, opiniones y verdades de tus padres. N o desprecias así nomás lo que para ellos es válido. Muestras respeto ante algunas cosas, pero por otro lado tienes tus propias experiencias y desarrollas una actitud más crítica ante el juicio de ellos. Los sabios de la época después del Renacim iento empeza­ ron a explorar el conocimiento adquirido por sus antepasados y seleccionaron lo que era comprobable y les parecía útil. Se apoyaron en las experiencias de los conquistadores y de los hu­ manistas. El conocimiento en los siglos x v ii y x v i i i fue más amplio y diversificado que nunca antes. Eso le dio un nuevo

empuje a la filosofía. «Aprovecha el día», fue la máxima que le marcó un nuevo paso al pensamiento. ¿Qué era el ser y qué la Nada? ¿Resistían el mundo de las ideas de Platón (véase p. 43) y la lógica de Aristóteles (véase p. 45) ante la recién descubierta racionalidad? ¿Qué pasaba si se desmenuzaban sus teorías con las herramientas nuevas y dos mil años más jóvenes? Había iniciado un nuevo escepticismo (véase p. 37 y ss). El ser humano pudo descubrir a través de su intelecto nuevos mundos. Era posible, entonces, acercarse también a través del razonamiento a las cosas abstractas, a las preguntas de antaño.

Al que siempre busca una explicación para todo y actúa de manera ecuánime, le dicen racionalista. Esto todavía no lo hace ser un filósofo. Lo que sí tiene en común con los filósofos racionalistas, es que confía más en su juicio que en sus sentimientos.

Los filósofos ya no le apostaban a las imágenes, ideas y creencias Tampoco le apostaban a la percepción senso­ rial, sino a su razona­ miento. Por eso, a esta época se le llama tam­ bién el Racionalismo (del latín ratio = ra­ zón). Su representante más destacado, R ené Descartes (véase el capítulo siguiente), es considerado el padre de esta nueva filosofía, del pensamiento car­ tesiano (Cartesius fue el nombre en latín de La imagen representa Descartes). la escultura «El Pensador», de Auguste Rodin.

¿Existo o solamente sueño? El hombre de Descartes como cosa pensante

Según Descartes, pensar de modo adecuado se hace de la siguiente manera: toma como verdadero solamente lo evidente; divide las preguntas difíciles en tantas partes como sea necesario; pon en orden tu pensamiento de lo sencillo a lo complicado; revisa al final que no hayas olvidado algo.

¿Sueño o estoy despierto? Segura­ mente has vivido algo que parecía demasiado bonito para ser verdad, o al contrario, tan feo, que hubieras querido que fuera una pesadilla. ¿Qué es real? ¿Y qué nos imagina­ mos?

Sobre esta pregunta esencial de la filosofía, los racionalistas hi­ cieron sus propias cavilaciones. R ené Descartes (1596-1650) de­ mostró que el hombre existe y se convirtió así en el fundador de la filosofía que se practica hasta el día de hoy. Descartes fue matemático y creó la geometría analítica, con la que tendrás que batallar todavía en la escuela. Descartes utilizó el pensamiento que empleó en las matemáticas para contestar preguntas de la filosofía y planteó cuatro pasos para el uso adecuado del razo­ namiento. Descartes se hizo famoso por su frase: Cogito ergo sum («Pienso, luego soy»). Esto para él era la prueba de la existencia del ser hu­ mano. Q ué tontería, dirás quizás ahora.Veo, hablo, como y duer­ mo. Esto ya demuestra que existo. A eso Descartes te contestaría: ¿cómo sabes que no te lo imaginas? El que sueña también tiene una experiencia. ¿O no? Sólo eso queda claro: se puede dudar de todo. Éste fue el meollo del pensamiento cartesiano: no im­ porta lo que veas o hagas, puedes cuestionar todo. De lo único que no puedes dudar es de la duda. Siempre está presente. Pero el que duda, también piensa. El ser humano, según Descartes, es un «objeto pensante». El único que es capaz de hacerlo. Eso se lo debe a su mente. Si la emplea de manera correcta, el ser humano puede contestar a todas las preguntas de la naturaleza.

¿Quién soy? Seguramente te has preguntado esto. Descartes dijo que el hombre era un «objeto pensan­ te». Pero lo que somos en realidad, es un asunto que nos preocupa to­ davía.

¿Si existo, entonces qué soy? Spinoza y el ser humano como pensamiento de Dios

El filósofo holandés Baruch Spinoza (1632-1677) encontró una respuesta a esta pregunta que le trajo tantas injurias, como a ningún otro pensador anterior. Fue expulsado de la comunidad judía por su falta de fe, aunque realmente creía en Dios, pero no en uno omnipotente y creador de todo. En lugar de eso es­ taba convencido de que todo es Dios. Para él, Dios es la única «sustancia» de lo que está hecho todo y se muestra en diferentes formas en la naturaleza, el alma y el ser humano. Este modo de pensar se llama panteísmo (Dios está en todo) y monismo (todo es uno). Para las personas del siglo x v ii esto fue una tremenda provocación. Si el ser humano era una apariencia, o como decía Spinoza, «un pensamiento de Dios», ¿por qué se aniquilaba en guerras? El holandés agregó, además, que el hombre tiene la libertad de pensar y creer lo que le plazca. De otro modo no puede utilizar las facultades de su mente. Sin embargo, la meta del pensamiento debe ser el reconocimiento, el amor espiritual hacia Dios. El hombre es malo y egoísta por naturaleza. Sólo el razonamiento lo lleva al conocimiento, que le pone fin a la des­ trucción espiritual. De este modo, el homo homini lupus de Tomás Hobbes se convierte en el hombre Dios, o como diría Spinoza: h om o hom ini deus est, «el hombre es un Dios para el hombre».

Spinoza expresó su amor por la libertad también en asuntos concernientes al Estado. Dijo: «aquel que quiere gobernar con leyes implantará necesidades en vez de eliminarlas. Lo que no se puede prohibir debe ser permitido».

¿Galletas o migajones? Leibniz y sus mónadas

Que una galleta haya recibido el nombre de Leibniz, no tiene nada que ver con esta teoría de las migajas: la monadología. Quizás a Leibniz se le haya ocurrido pensar en su teoría de las mónadas cuando miró por un microscopio. En su tiempo se pudo ver, por primera vez, que una gota de agua está formada por muchas partículas vivas. Las galletas «Leibniz» son muy populares en Alemania y tienen un sabor parecido a las galletas «María» en México. [N.T.]

El nombre de este filósofo lo cono­ cen todos los niños en Alemania, aunque no sepan nada de él. Al panadero Hermann Bahlsen se le ocurrió en 1889 ponerle el nombre de este filósofo a su nuevo invento: la galleta.

Con las galletas «Leibniz» el panadero quiso honrar al más gran­ de pensador alemán que vivió un siglo y medio antes en su ciudad natal, Hannover. Gottfried W ilhelm Leibniz (1646-1716) fue efectivamen­ te un genio. No solamente fue matemático (batallarás en la escuela con el cálculo diferencial e integral que él inventó), sino también físico, abogado, historiador, geólogo, economista y filósofo. Su teoría sobre el mundo fue muy extraña y se le llama monadología. Las mónadas son, según Leibniz, partículas muy pequeñas de las que están formadas todas las cosas, tanto el hombre como su alma. D em ócrito (véase p. 34) también creyó en estas partículas. Para Leibniz son puntos de fuerza que reflejan cada una en sí a Dios, que vela sobre todo como super-mónada. Aun así, cada mónada es diferente e independien­ te de la otra. Las mónadas se pueden agrupar pero no tienen ninguna relación una con la otra. Dios les dio un orden a estas partículas: el escalón más bajo lo ocupan «las mónadas simples». Todo aquello que no tiene vida está formado por ellas. En el siguiente escalón está el m undo vivo, las plantas y los animales, cuyos organismos de cierta manera representan una idea. Por encima de todo esto está el ser humano, que busca la plenitud. La verdadera realidad la conoce únicamente Dios, que creó este m undo de mónadas.

Los pájaros pueden volar. El choco­ late es dulce. Todas las personas en­ vejecen. ¿Cómo sabes eso? Porque ya lo has visto, probado y observa­ do por ti mismo. Es decir, lo sabes de tu propia experiencia.

La experiencia ilustra. ¿Quiénes eran los empiristas?

¿De dónde obtenemos el conocimiento? ¿Cómo sabemos lo que es verdad? Muchas cosas las hemos constatado nosotros, otras las aprendimos de los demás. Todos estamos de acuerdo que la siguiente frase es cierta: la experiencia nos ilustra. En el siglo x v ii y x v i i i tres ingleses conformaron toda una filo­ sofía a partir de esta frase: John Locke, David H um e y George Berkeley (véanse capítulos siguientes). Por eso se les llama empiristas. Su corriente filosófica se llama empirismo (del griego em péiros = experiencia). Los empiristas rechazaron la teoría de los racionalistas (véanse p. 74 y ss), que afirmaba que la razón es innata al hombre. Ellos, al contrario, decían: el ser humano solamente puede saber algo si lo experimentó antes. La razón comprende lo que primero percibieron los sentidos. En parte es cierto. Piensa en el chocolate. Tuviste que probarlo para saber que es dulce. Y en general, el sabor dulce te lo puedes imaginar únicamente si lo has saboreado con la lengua. En este sentido, los empiristas tenían razón. Aunque una persona no tiene que experimentar todo en carne propia, en términos generales, los empiristas tom an como verdadero lo que se puede comprobar mediante la experiencia. La percepción sensorial era para ellos la base del conocimiento. Solamente la experiencia hace razo­ nar al hombre.

¿De dónde v los pensami La hoja en blanco de John Locke

Locke llamó a su teoría sobre el pizarrón vacío en el que se anotan las experiencias: «Experimento con la mente humana».

¿Qué piensa un niño al nacer? ¿Nada? Esto se lo había preguntado el primero de los empiristas, John Locke (1632-1704). Él afirmó que el hombre nace como una «tabula rasa», como un pizarrón vacío. Su alma es una hoja en blanco.

Según John Locke, el hombre nace sin razonamiento, pero con la capacidad de desarrollarlo. Y esto lo puede hacer cuando ex­ perimenta a través de los sentidos. Solamente así las cosas le que­ dan grabadas. Locke le llama a esto «sensación» (del latín sensus = sentido). Estas impresiones de los sentidos se fijan en el pizarrón blan­ co y son elaboradas por nosotros junto con las experiencias que ya habíamos almacenado. Al resultado de esto, Locke le llama reflexión (de reflectere = reflejar). Al igual que un espejo devol­ vemos al pizarrón vacío lo que hicimos de nuestras impresiones sensoriales. Así llegamos al conocimiento. Locke divide las ideas que el hombre adquiere con esto en cualidades primarias (de prim us = el primero) y secundarias (de secundus = el segundo). Las primeras son propias de las cosas, por ejemplo: la forma, el tamaño, el número y el movimiento, y son válidas para todos los seres humanos. U n dado siempre tendrá ocho esquinas, una manzana siempre será redonda y cincuenta pesos siempre serán cincuenta pesos. Las cualidades secundarias, en cambio, depen­ den de lo que cada persona siente ante una cosa o de cómo la valora. Para ti el dado es verde, una persona daltónica lo ve diferente; la manzana la percibes dulce y a tu hermano le puede parecer agria; cincuenta pesos puede significar mucho dinero para ti, en cambio muy poco para tus padres.

John Locke reflexionó además so­ bre la coexistencia de los hombres. Sus ideas y pensamientos sirvieron, entre otras cosas, como base para la democracia moderna. Por eso se le llama también «el filósofo de la libertad».

¿Quién puede hacer qué? Locke como inventor de la división de poderes

Aunque el ser humano no tiene nada en la cabeza cuando nace, como lo afirmó John Locke (véase capítulo anterior), tiene, sin embargo, derechos. El derecho natural a la libertad y a la propie­ dad le es innato, porque los necesita para sobrevivir. Con estas convicciones Locke se convirtió en el fundador de los derechos humanos como se practican hasta el día de hoy en casi todo el mundo. Fue el prim er filósofo m oderno que afirmó que los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos. La dem o­ cracia como forma de Estado se la debemos también a Locke, porque inventó la división de poderes. Ésta dice que todo poder debe tener también control. En una democracia no gobierna y decide una persona sobre las demás. El pueblo debe elegir a sus representantes, que im ponen a través de las leyes la justicia y la libertad. El gobierno aplica estas leyes, pero es controlado por los representantes del pueblo. Las exigencias de Locke fueron las siguientes: el poder de emitir las leyes y de ponerlas en práctica debe residir en diferentes personas. De este modo se evita que un solo gobernante haga y deshaga las cosas a su antojo. A esto le llamamos poder legislativo (que emite las leyes) y poder ejecu­ tivo (que aplica las leyes), que se reparten entre el congreso y el gobierno. El filósofo francés Charles M ontesquieu (1689-1755) añadió un tercer poder, el judicial, al que puede apelar cualquier persona que se sienta agredida en sus derechos.

John Locke tuvo también una teoría sobre la educación de los niños. Él dijo que los padres y los hijos deben ser como amigos. En vez de imponer reglas y prohibiciones, los padres deberían poner el buen ejemplo.

¿Las cosas existen cuando las percibo? ¿O pensar en ellas es suficiente?

¿Conoces al Demonio de Tanzania? Si alguna vez has leído algo sobre este animal, o has visto una imagen suya, sabes que existe. Y si no lo has hecho, aun así existe.

¡Qué tontería!, dirás ahora. Pero el empirista George Berkeley (1685-1753) fue más radical en cuanto al conocimiento y la ex­ periencia que su compañero John Locke. Exagerando un poco, Berkeley diría sobre el Dem onio de Tanzania: mientras nadie piensa en él, no existe. Porque solamente existe lo que se per­ cibe. Terrible este pensamiento. ¡Imagínate, si nadie te toma en cuenta, no existes! Pero Berkeley no se detuvo aquí.

Llegó a afirmar que nada existe Porque todas las cosas, y lo que supuestamente sabemos, existen únicamente en nuestro espíritu. Ya que todo es espíritu. «Sólo existe lo que percibimos. Pero no la cosa en sí». ¿Cómo? ¿Esta­ mos soñando? No del todo. Berkeley no era nada más filósofo, sino también obispo irlandés, por eso tuvo una respuesta pronta para aclarar lo de este espíritu: era Dios. Las cosas eran, a la vez, pensamientos que Dios pensaba a través de los seres humanos. Berkeley fue idealista.Ya conoces este término de Platón (véanse p. 42 y ss.). También David H um e (1711-1776) tuvo la misma opinión de Berkeley y de Locke, que las cosas existen cuando las percibimos.Y se adelantó todavía un paso más cuando cuestionó todo el conocimiento humano. Hizo esto en dos sentidos: pri­ mero advirtió que no se debían hacer afirmaciones generales so­ bre las cosas, mientras no se compruebe que hay excepciones.

Por ejemplo: si tuvieras que describir una pelota, ¿qué dirías? Probablemente que es redonda y no tiene esquinas, por eso gira. ¿Crees que estás en lo cierto? ¡Te equivocas! Porque existen pelotas con esquinas que giran también. Piensa en una pelota de futbol, es redonda, pero tiene sesenta esquinas y noventa bor­ des, porque está hecha de doce pentágonos y veinte hexágonos. Entonces, la afirmación de que una pelota no tiene esquinas es falsa. ¿O no? Por otro lado, Hum e se mostró escéptico ante las leyes de la causalidad. Las leyes de la causalidad se refieren a la causa y al efecto. Por ejemplo: cuando hay sol, hace calor. O si levantas este libro y lo sueltas, caerá al piso. ¡Cuidado!, diría Hume. Aunque nunca lo hayas visto, cabe la posibilidad de que el libro de pron­ to se detenga en el aire. Evidentemente sabemos que no por el hecho de soltar el libro éste se cae al piso, sino por la gravedad. Pero aun así, esta ley también se anularía si el prim er libro se mantuviera en el aire. (Si quieres hacer la prueba, por favor hazla con una piedra. Sería una lástima por el libro.) El escepticismo de H um e ante la lógica y la razón fue tan exagerado, que se negó a creer que el ser humano podría encon­ trar mediante la razón reglas para una conducta adecuada en la vida. Lo bueno y lo malo no se entienden, sino se perciben.Y no estaba tan equivocado. ¿Por qué no debes pegarle a un compa­ ñero? Porque le duele.Y tú ya lo has sentido. ¿Por qué tus padres no quieren que uses palabras altisonantes? Porque ofendes a las personas. Entonces la ética, el conjunto de normas morales que rigen la conducta humana, tiene mucho que ver con los senti­ mientos. Y como hemos experimentado estos sentimientos, será razonable dejarnos guiar por ellos.

David Hume fue el precursor del utilitarismo (doctrina de la utilidad como principio de la moral, véase p. 107). Para un utilitarista, lo correcto desde el punto de vista moral es aquello que a la mayoría de las personas les trae felicidad. Por lo tanto, la guerra sería amoral, porque causa sufrimiento a muchos, a menos que le trajera la felicidad a un mayor número de personas.

¿Cabeza o estómago?

Todo se aclara. ¿Qué hace que el hombre sea hombre?

«¿Por cuál materia opcional me de­ cidiré: arte o latín?» Antes tus pa­ dres no decidían por ti únicamente asuntos escolares. Ahora te dicen: «tienes que decidirlo tú. Ya tienes la edad y madurez suficientes para esto».

Lo mismo, sobre el hombre, lo pensaron los filósofos de la Ilus­ tración en los siglos x v ii y x v i i i . Sapere aude, dijo Immanuel Kant (1724-1804 véase p. 92 y ss), el pensador más grande de esta época. La frase en latín quiere decir: «¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento!» Los precursores de este periodo fueron los empiristas Locke, H um e y Berkeley (véanse p. 79 y ss.). Ellos cavilaron sobre qué significa el entendim iento, cómo lo adquiere el hom bre y para qué sirve. Los filósofos de la Ilus­ tración, en cambio, dijeron que independientem ente de cómo funcione el entendimiento, éste es el que hace que el hombre sea hombre, y que sea diferente al animal. El entendimiento es algo que tienen en com ún todos los seres humanos y eso los hace iguales. Para los filósofos de la Ilustración no existían los ricos ni tampoco los pobres, de manera que se cuestionó, por primera vez, el orden social de la clase en el poder y los subyugados. Los pensadores de esta época ilustraron a los hom ­ bres diciendo: si les va mal, es porque se apartaron del derecho natural de la igualdad y la libertad. Immanuel Kant lo formuló de la siguiente manera: «la Ilustración es la salida del hom bre de su m inoría de edad. La m inoría de edad estriba en la inca­ pacidad de servirse del propio entendim iento sin la dirección de otro». Tus padres quieren lograr lo mismo cuando te alientan a for­ jar tu destino con tus propias decisiones. No quieren que por

comodidad o pereza mental dependas de alguien, ni siquiera de ellos mismos. Para los ilustrados, la libertad, la igualdad, la tolerancia y la educación eran las bases para la felicidad. Los filósofos pusieron en movimiento con estos valores un nuevo pensamiento políti­ co. Los hombres debían reconocer sus derechos civiles y no per­ mitir que ninguna autoridad tomara decisiones sobre sus vidas.

Eso afectó a los monarcas europeos y a la iglesia La Ilustración fue el suelo fértil para la revolución francesa. En 1789 el pueblo francés removió a su gobernante absolutista del trono. En Estados Unidos de Norteamérica, desde 1776, ya se habían escrito en el prólogo a la Declaración de Independencia los derechos a la vida, la libertad, la propiedad y el anhelo a la fe­ licidad. Fue la primera constitución que respetó los derechos de los ciudadanos. Hoy en día estos derechos humanos son válidos en casi todo el mundo.

Absolutista: cuando todo el poder está en manos de un sólo gobernante.

«La libertad guía al pueblo» (Eugene Delacroix, 1830).

¿El saber lleva a la desdicha? El «noble salvaje» de Jean-Jacques Rousseau

Jean-Jacques Rousseau era un romántico. Los románticos querían vivir nuevamente de manera natural. El hombre ya no debía dejarse gobernar por la razón.

La civilización es el desarrollo con base en la educación, los inventos tecnológicos y la comprensión del hombre.

Max y su hermano compraron jun­ tos una computadora. Max es el ma­ yor, tiene más dinero y contribuyó con más para el pago. Y esto se lo deja sentir a su hermano. El peque­ ño tiene que rogarle siempre para poder jugar en la computadora, y a veces, Max emplea sus astucias para jugar más rato.

Lo que hace Max es bastante sucio. Pero siente que tiene el derecho para hacerlo. La computadora ha provocado mucha dis­ cordia entre los hermanos. Las riñas term inan cuando el padre decide poner reglas estrictas. Estas cosas no suceden únicamente entre hermanos, la pelea por lo «mío» y lo «tuyo», por la ventaja frente a otros, desde siempre ha creado conflictos entre las per­ sonas y los pueblos. Dicen que el mejor hombre no puede vivir en paz si al vecino no le place. La carrera por el prim er lugar, cuando se trata del conocimiento y del adelanto técnico, puede causar injusticias y contrariedades. ¿Quién llegará primero a la Luna? ¿Quién tiene los costos de producción más bajos para ganar más dinero con sus productos? ¿Quién construirá el pri­ mer robot que pueda pensar por sí mismo? Al que advierte que el adelanto tecnológico también puede ser una maldición, a la gente le gusta llamarle alarmista. El adelanto tecnológico recibió, hace trescientos años, duran­ te la Ilustración, su primer impulso. El lema de los ilustrados era: entre más sabe el hombre, mejor le va. U n filósofo se opuso a esto. Era Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), un francés nacido en Suiza. Él partió de la idea de que el hombre es bueno por naturaleza. La civilización, el conocimiento y la cultura lo hacen malo. Rousseau dijo que Dios nos puso en el mundo con una inocencia feliz. En este estado primario éramos unos «salvajes

nobles». Nobles, porque la conciencia le dictaba al hombre ori­ ginario lo que era bueno y malo. «Todo lo que percibo como bueno, es bueno. Todo lo que percibo como malo, es malo».

La cultura destruyó esta conciencia del hombre Porque con ella surgió la propiedad. Y con esto comenzó la des­ dicha del hombre. «El primero que le puso cerca a su tierra y dijo: ¡Esto es mío!, fue el fundador del Estado y de la desigual­ dad», increpó Rousseau. C on la primera cerca, a los hombres se les olvidó que «los frutos son de todos, pero que la tierra es de nadie». Las consecuencias las sabemos: el que posee algo lo quie­ re para sí mismo, y quiere evitar que otro se lo quite. Pero aquél que no tiene nada, también quiere poseer algo. De este modo empezó, para Rousseau, el círculo vicioso de la delincuencia, el crimen y la guerra entre los hombres. La filosofía de Rousseau se puede resumir en el siguiente lema: «¡De vuelta a la natura­ leza!» El hombre debe tener presente su anterior estado natural feliz.

Jean-Jacques Rousseau (1712-1778).

¿Quién salvó la libertad? La «volonté générale» de Rousseau

«¿De vuelta a la naturaleza?» ¿Cómo es eso? A Jean-Jacques Rousseau se le ocurrió pensar cómo puede el hombre lograr nuevamente la feli­ cidad, a pesar de haber destruido su estado originario natural.

Los hombres, pensó Rousseau, a pesar del paraíso perdido, en el que todo era de todos, deben procurar obtener tanta liber­ tad como sea posible. Y esto sólo lo pueden hacer juntos. Por eso Rousseau propuso un tratado social. En francés se le dice «contrat social». El que se afilia a este contrato debe sujetarse a la volonté genérale, la voluntad general. Cuando todos respeten este tratado y sus leyes, y si cada quien tiene la misma libertad que su prójimo, entonces se puede hablar nuevamente de justicia en el mundo. Aunque la felicidad del estado originario natural (véase p. 89) se haya acabado para siempre, el hombre no debe desespe­ rarse, ya que puede componer las cosas a través de este contrato social. Con este, el hombre cambia la libertad del «noble salvaje» por la verdadera libertad del hombre civilizado. La verdadera libertad significa la igualdad de todos los hombres. Once años después de la muerte de Rousseau — falleció en 1778— , los ciudadanos de Francia demandaron a través de la Revolución Francesa de 1789 estos derechos a la libertad. En la constitución alemana se observa la huella de Rousseau. El artículo 14 dice: «La propiedad implica responsabilidad. Su uso debe ser para el bien público». Aquí se puede notar la idea principal del filósofo francés del siglo x v i i i : la propiedad pú­ blica antecede a la propiedad individual.

«Cuando el que escucha no entien­ de lo que quiere decir el que habla, y cuando el que habla no entiende lo que dice: esto es filosofía», dijo Voltaire.

¿Cuánta debe haber? Voltaire, el sarcástico, y su prueba de la existencia de Dios

Nadie, hasta ahora, había empleado tanto sarcasmo sin respetar nada ni a nadie como Fran^ois M arie Arouet. Éste era el ver­ dadero nom bre de Voltaire (1694-1778). Aunque lo que más predicaba el francés era una de las virtudes principales de la Ilustración: la tolerancia. D e él tenemos la frase: «Su opinión me parece sumamente desagradable, pero me dejaré matar para que usted pueda expresarla». Voltaire hizo bastante uso de las otras demandas de la Ilustración, como la libertad de pensamiento y de expresión, y tuvo en la mira a todos con su crítica des­ piadada. Le gustaba frecuentar los altos círculos sociales, a los que tampoco dispensó de sus burlas. Descargó su ira sobre todo contra la iglesia. A ésta le reprochó que fingía tener la única visión válida en el mundo, aunque los nobles eclesiásticos hayan provocado mucha pobreza y sufrimiento. Sólo a Dios no tocó con su sarcasmo. Era una persona con fe y además trató de de­ mostrar su existencia con la siguiente argumentación: si existe algo, entonces existe algo eterno, porque nada viene de la Nada. El hombre podía confiar en esta sapiencia. Además, como hay leyes en la naturaleza, alguien en alguna parte debió haberlas decretado. Y este alguien es Dios. Voltaire pensaba que Dios nos trajo al mundo para divertirnos, cosa que el francés hizo con profusión.

Tolerancia (del latín: tolerare = permitir, soportar), es la capacidad de aceptar las convicciones, opiniones y creencias de los demás.

«Si Dios no existiera, tendríamos que inventarlo». Voltaire

¿La razón nos lleva al precipicio? Cómo Kant nos ahorra el dolor de cabeza

Kant liberó a la filosofía del problema de tener que demostrar que Dios existe -o quizás no-. Para él la pregunta por Dios está dada a priori Depende de cada quien qué hace con ella. Por eso, el hombre tiene la libertad de creer o no en Dios.

Sin hacer preguntas no llegamos lejos. A algunas personas les basta con saber cómo funcionan las cosas a su alrededor. Otras se cuestionan toda la vida sobre el principio, el fin, el sentido y la finalidad de las cosas.

Esto fácilmente puede confundir. Algunos aterrizan con Dios, otros mejor evitan estos pensamientos. N o importa, dijo Immanuel Kant (1724-1804). Este gran ilustrado valoró la pregunta desde una perspectiva metafísica — las cosas que se encuentran fuera del mundo perceptible— como nuestro destino. Pero na­ die tiene que desesperar, nos consuela el filósofo nacido en Konigsberg. En su Crítica de la razón pura nos dijo el motivo: porque el hombre no puede aprehender «las cosas en sí». Lo que vemos está marcado por nuestra percepción, es decir, ya no es «la cosa en sí». Por ejemplo, miramos la naturaleza, pero no lo que ella representa «en sí». Sin embargo, podemos reconocer las leyes que la hacen funcionar. Kant dividió el conocimiento en dos categorías: primero vemos lo que se nos muestra a priori (desde un principio); y a posteriori (posteriormente) ponemos en orden esta imagen a través de los sentidos y la razón. Kant reconcilió de este modo al racionalismo (véase Descartes, p. 76), para el cual lo verdadero solamente se percibía con la razón, y al empirismo (p. 79), que consideraba verdadero lo que el hombre puede comprobar a través de los sentidos. Este orden de Kant es válido también para la razón, que le es dada a priori a todo ser humano. Ahora sólo depende de lo que hace cada quien con ella. Si en la escuela nunca participas, no te sorprendas cuando el maestro piense que eres un burro.

En la Crítica de la razón pura, Kant nos dice que el mundo tiene un orden preestablecido. ¿Y, con el hombre, qué pasa? ¿Tiene libertad de actuar, o está sujeto a una ley también?

Lo que no quieras para ti, no lo quieras para... ¿Qué es el imperativo categórico de Kant?

El filósofo de Konigsberg exploró el aspecto moral en otro tra­ tado que llamó Crítica de la razón práctica. Ahí se dio a la tarea de averiguar si existe una ley ética innata al hombre, que siempre ha existido, y que no fue necesario inventar. Tenemos una conciencia que nos dicta lo que es bueno y malo. Este es un tema que siempre ha preocupado a los filósofos. Kant, en su ética, nos dice que no importa si el hombre se siente cómodo o no con lo que hace. Encontró que hay una ley ética que le es innata, y la llamó imperativo categórico: «Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza». Esto suena complicado, pero en rea­ lidad no significa otra cosa que: «Lo que no quieras para ti, no lo quieras para otro». Según esto, una «buena» persona no es aquella que es condes­ cendiente con otra, porque le quiere dar gusto, porque quiere a su prójimo o se siente bien haciendo eso. Desde el punto de vis­ ta ético, actúa de manera correcta aquel que trata a otros como le gustaría que lo trataran. Tiene la libertad de decidir de otro modo, pero si trata mal a alguien no creo que le vaya bien.

El imperativo categórico es un mandato universal y necesario. Por eso la ética de Kant se llama también ética del deber. La búsqueda de Kant por las condiciones dadas del mundo se llama filosofía trascendental. Se ocupa de aquello que no puede ser percibido con los sentidos. Estas condiciones dadas para la naturaleza son materia de las ciencias; las condiciones para la voluntad del hombre pertenecen a la moral; las relativas al gusto y a la belleza a la estética.

¿Otra vez Kant? Adelante rumbo a la modernidad

Immanuel Kant, con su «imperativo categórico», no solamente puso en marcha una nueva ética, sino tam­ bién le dio un nuevo rumbo a la fi­ losofía.

Kant dividió en cuatro esferas las preguntas originarias de la hu­ manidad, que la filosofía ha mantenido hasta el día de hoy. Sus cuatro grandes preguntas son éstas: 1. ¿Qué puedo saber? 2. ¿Qué debo hacer? 3. ¿Qué puedo esperar? 4. ¿Qué es el hombre? De la primera pregunta se ocupa la metafísica, la ciencia que abarca más de lo que puede percibir el hombre y rebasa las fron­ teras de la razón humana. La pregunta «¿qué debo hacer?», la tiene que contestar la ética.

La ética busca preceptos morales que sean válidos para todos Según estos preceptos debe vivir no solamente el hombre indi­ vidual, sino todas las comunidades humanas. Este es un bocado difícil de digerir tanto para los filósofos como para los políticos. El día que la humanidad encuentre una respuesta que sea válida y reconocida por todos, habrá paz en la Tierra. La respuesta a la pregunta «¿qué puedo esperar?» la buscan las religiones. Al cabo la esperanza del hombre rebasa los confines de la vida. «¿Qué es el hombre?», finalmente, es la pregunta en la que confluyen los primeros tres campos de la filosofía. De esto se

ocupa la filosofía antropológica. La antropología es la ciencia del hombre. Hay dos tipos de antropología: la primera, la antropolo­ gía, estudia al hombre como ser vivo desde los principios de su desarrollo. La antropología filosófica, en cambio, estudia lo que la naturaleza hace del hombre, y lo que el hombre como ser que actúa hace y debe hacer de sí mismo. Estas preguntas kantianas se las sigue planteando toda perso­ na, porque cada quien indaga por sí mismo desde un principio las cosas y la humanidad se desarrolla de manera integral. Kant reconoció esto cuando dijo: «Es tan improbable que el espíritu del hombre deje de hacer sus indagaciones metafísicas, como el hecho de que deje de respirar para no inhalar aire contaminado». Dicho de otro modo: el hombre necesita la filosofía tanto como el aire que respira.

Immanuel Kant (retrato de 1780).

Hacia las alturas volátiles. El secreto del Yo

¿Dónde queda el Yo? Del impasible Kant al mundo de las ideas

Individuo quiere decir lo que no se puede dividir, algo que al ser fraccionado perdería su característica. Entendemos por individuo al hombre singular con su personalidad única.

¿Cómo te recuperas después de un día de estudiar arduamente mate­ máticas? Quizás escuchas música con tu discman, te acuestas, te ima­ ginas que estás en otro lugar y solaente piensas en ti.

Después de tanta concentración y lógica los viajes imaginarios son un alivio. Esto les pasó también a los filósofos después de Kant. Después de tanto racionalismo, los pensadores del siglo x v i i i se ocuparon del lado interior del hombre, del individuo que siente, piensa y es creativo. En la literatura a esta nueva épo­ ca se le llama Romanticismo. El ilustrado Jean-Jacques R ous­ seau (véanse p. 88 y ss) con su «de regreso a la naturaleza» fue al mismo tiempo el primer filósofo romántico. En la filosofía a esta época le llaman idealismo, porque en el centro del pensamiento se encuentran el Yo y sus ideas. ¿Cuál es el valor de este Yo entre tantas cosas de las que está hecho el mundo? ¿Qué soy yo en relación con lo que me rodea? ¿Soy uno con la naturaleza? ¿O soy el sujeto que actúa, influye y tiene poder sobre todas las cosas de mi entorno? Platón ya había debatido sobre el mundo de las ideas (véanse p. 42 y ss). Pero mientras el griego buscaba las ideas primarias fuera de este mundo, los idealistas se preguntaron si las ideas es­ tán en nosotros mismos, si representamos el mundo en nuestra imaginación, o si somos la imagen de una idea superior. N o se trata nada más de lo que el hombre puede, debe o le es perm i­ tido hacer (como con Kant), sino del hombre como individuo, como un Yo. Pero, ¿qué es este Yo? ¿Cómo se origina? ¿Y cómo se diferencia del No-Yo?

Con los idealistas nos volvemos a subir a la montaña rusa de la filo­ sofía. El conductor más atrevido fue Johann Gottlieb Fichte (1762-1814). Hizo del hombre el ser que se creó a sí mismo.

¿Existo o sólo soy un sueño? El temor de Fichte ante la libertad

Fichte llamó al conjunto de su pensamiento «sistema de liber­ tad», porque el hombre como el ser que percibe el mundo es elevado al rango de creador de las cosas. Pero para hacer eso, el hombre debe darse cuenta que existe en sí. Fichte dijo: «el Yo se afirma a sí mismo». Y lo explicó de la siguiente manera: el Yo se afirma a sí mismo cuando descubre otras cosas a su alrededor. En este momento el hombre se da cuenta de la diferencia de su pro­ pio Yo. El Yo, según Fichte, se opone al No-Yo. En otras palabras: todo lo que no eres tú, debe ser otra cosa que tu Yo. Pero, ¿qué son estas otras cosas? ¿Realmente son, o deben su existencia al hecho de que las percibes? Una idea parecida ya la tuvo el empirista George Berkeley cien años antes (véase p. 82). Fichte reflexionó sobre cómo el hombre lleva a cabo esta percepción de sí mismo. Su respuesta fue la siguiente: «El Yo contrapone en su propio Yo un No-Yo». C on esta lógica del Yo que se afirma a sí mismo y que crea todo lo demás a través de la percepción, Fichte, desde luego, se despidió de Dios. Ya no había necesidad de él. Probablemente el filósofo se llegó a marear con su «sistema de libertad», porque se preguntó con cierto temor: ¿Qué tal si el hombre sólo piensa que piensa, y su pensamiento no es otra cosa que un sueño? Entonces debe haber alguien que sueña este sueño «hombre» — conque siempre sí hay un Dios.

A los tres pasos del pensamiento («El Yo se afirma a sí mismo», «el Yo se opone al No-Yo», «el Yo contrapone en su propio Yo un No-Yo») Fichte los llamó Teoría de la ciencia, porque todo conocimiento puede ser comprobado de este modo. Hegel transformó esto en su dialéctica (véase p. 101).

¿Es todo solamente el espíritu de Dios? Schelling, el precursor de los ecologistas

¿Para qué se ha de romper la cabeza el hombre? A esto Schelling contesta: la alienación de la naturaleza obliga a filosofar.

Cuando haya sido cortado el últi­ mo árbol, envenenado el último río, pescado el último pez, se darán cuenta que el dinero no se come. ¿Te recuerda esta frase el eslogan de Greenpeace?

Si hace doscientos años hubieran existido los protectores del medio ambiente, Friedrich W ilhelm Schelling (1775-1854) pudo haber sido su precursor. Fue uno de los críticos más ar­ duos de Fichte, que en su filosofía había elevado al ser humano a la figura de creador (véase capítulo anterior). La opinión «de vuelta a la naturaleza» de Rousseau (véase p. 89) le pareció de­ masiado modesta. Schelling consideró al hombre como parte de la naturaleza, cuyo poder creativo se manifiesta de la manera más clara en su espíritu. Este espíritu, sin embargo, es la expresión de un alma universal que es visible en todas partes en la naturaleza: en las plantas, en los animales, e incluso en las cosas inanimadas, como una piedra. Esta alma universal tiene la tendencia de rea­ lizarse en Dios, porque a final de cuentas, es Dios. Y este Dios, según Schelling, se refleja en la razón humana. Esto hace que el hombre sea libre de la naturaleza. Aun así, el hombre no debe situarse en contraposición a esta naturaleza, porque depende de ella. Cuando el hombre rompe esta unión con la naturaleza, la soberbia con la que querrá ser todo y gobernar sobre todo, lo hará caer en el «no ser». Esta advertencia hoy la podemos enten­ der muy bien si pensamos en la destrucción del medio ambiente. La forma absoluta de llegar a Dios era para Schelling el arte, por­ que en la obra de arte se reconcilia el poder creador del hombre con la materia (el material de la obra).

«Se parece al papá», dice una tía. La otra contradice: «No, se parece a la mamá». Tus padres contestan sonriendo: «Tiene lo mejor de los dos». Y tú te molestas porque pien­ sas: «Yo soy yo».

¿Cómo hacemos de uno más uno, tres? La dialéctica de Hegel. Primera parte

Claro que tienes la razón. Eres una persona única e individual. Pero también es cierto que tus padres quisieron tenerte por­ que se quieren y querían un hijo juntos. En ti no solamente se fundieron sus genes, sino también vertieron toda su esperanza. Seguro que les da gusto si heredaste su inteligencia, su amabili­ dad, tal vez los ojos claros de tu madre, o el cabello oscuro de tu padre. Y si no fuera así, también te encuentran muy guapo y se sienten orgullosos de ti. De su combinación ha nacido algo nue­ vo y sorprendente. Cuando encuentres algún día a alguien que te ame, querrás tener también con esta persona un hijo que re­ ciba lo mejor de ustedes dos. Así se desarrollan las generaciones. No solamente éstas, diría Georg Friedrich Hegel (1770-1831). Él es, junto con Kant, uno de los más grandes filósofos alemanes. Hegel explicó el mundo según el lema: «Hacemos un hijo y nos procreamos». Su método se llama dialéctica y se entiende de la siguiente manera: dos opuestos — tu madre y tu padre— están frente a frente. Lo contradictorio se une — hombre y mujer— y de eso nace un hijo — tú— . De cómo el tener hijos se convierte en filosofía, podrás leerlo en el siguiente capítulo.

La dialéctica de Hegel (del griego dialegesthai = dialogar y discutir) es un sistema de pensamiento filosófico que se lleva a cabo en tres pasos: a una tesis (afirmación) se le opone una antítesis (contradicción) y de ello se saca una síntesis (conclusión).

¿La disputa nos instruye? La dialéctica de Hegel. Segunda parte

Un fenómeno es una aparición. En la fenomenología del espíritu, Hegel trató de explicar cómo le aparece el mundo al hombre, y cómo se lo puede explicar.

Si hablamos de la dialéctica de Hegel, recordamos a Fichte. De él aprendió Hegel a formular el pensa­ miento en tres pasos. Hegel explicó el mundo a través de su «fenome­ nología del espíritu».

Hegel dijo que la razón humana, el mundo e incluso Dios, pue­ den ser reconocidos, y a la vez se reconocen, a través de la dia­ léctica. Empecemos con el hombre. Recuerda la mirada en el espejo (véase p. 22). Cuando un niño se mira por primera vez en un espejo, piensa que es otra persona. Poco a poco se da cuenta «¡este soy yo!», y empieza a reflexionar sobre sí mismo. De este modo adquiere conciencia de sí mismo. Hablando en términos dialécticos: el yo frente al espejo (tesis) se encuentra con otro fuera de sí mismo (antítesis). En este extraño se reconoce, y re­ úne a «ambos» en su propio yo (síntesis). El niño ahora sabe más sobre sí mismo. El hombre, como individuo, concluye Hegel, tiende a al­ canzar la razón subjetiva. Lo mismo sucede a un nivel más alto: en la familia, en la sociedad, en el Estado. Porque, dice Hegel, no solamente el individuo tiende a obtener este conocimiento y la plenitud. Toda la historia discurre de este modo: el desa­ rrollo de la humanidad se basa en el choque de las contradic­ ciones de las que se puede concluir una síntesis razonable. En la familia, la sociedad y el Estado se refleja, en sentido hegeliano, la razón objetiva, que es superior a la subjetiva. Por eso el individuo le debe obediencia al Estado. Desde este punto de vista, hasta las guerras tienen un sentido. Para entender lo que quiere decir Hegel, imagínate una pelea con tu hermano.

Espero que no sea tan sangrienta como una guerra, aunque sus cabezas se acaloren. Cada uno de ustedes expone su opinión. Seguramente después se reconciliarán. Pero solamente habrá paz entre ustedes cuando reconozcan y acepten recíprocamen­ te sus argumentos. El nivel más alto de la razón se forja, para Hegel, en el arte, la religión y la filosofía.

La razón refleja el espíritu universal, es decir, a Dios El filósofo alemán explicó incluso a Dios con su dialéctica, y lo hizo de la siguiente manera: Dios se ha enajenado de sí mis­ mo, al enfrentarse como naturaleza y espíritu humano. Cuando el hombre observa con la razón la naturaleza, puede ver una imagen de Dios, pero al mismo tiempo se mira a sí mismo. Es así como Dios se puede reconocer en su plenitud. Le pasa lo mismo que al niño frente al espejo: Dios adquiere por sí mismo conciencia de sí.

Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) durante una conferencia (Litografía de F. Krüger).

¿Dónde queda la pasión? Kierkegaard, el primer existencialista

Para Kierkegaard, su propia vida fue un desastre. Primero tuvo tanto miedo de no poder hacer feliz a ninguna mujer, que rompió su compromiso. Luego, el sufrimiento por el amor de esta mujer lo llevó a la desesperación.

«Tener fe significa perder la razón para ganar a Dios». Soren Kierkegaard

¿Cómo se siente el hombre cuando, como en el caso de Hegel, está pa­ rado en el sótano de un edificio de pensamientos sobre el cual el mun­ do se eleva hasta Dios? Bastante pe­ queño e insignificante.

«El hombre vive en su propia vida», refutó el filósofo Soren Kierkegaard (1813-1855), a la construcción dialéctica de Hegel con sus tres peldaños de la razón (subjetiva, objetiva, absoluta). A Kierkegaard le hizo falta la pasión. Su filosofía se construyó sobre el fundamento de una emoción: la angustia. Kierkegaard era melancólico. Quizás por eso se convirtió en el prim er exis­ tencialista; medio siglo después se form ó una corriente filosófica de este corte (véase p. 116). Kierkegaard antepuso la existencia a la esencia: primero debemos reconocer que algo existe, antes de rompernos la cabeza sobre lo que significa. ¿Qué sentido tie­ ne toda esta búsqueda de la verdad absoluta, si el individuo no es capaz de encontrar la suya? «Lo que importa es cómo actúa el hombre en su interior, no la cantidad de conocimiento que adquiere», dijo Kierkegaard, y negó cualquier valor de la cien­ cia. Marcó una raya entre la fe y la razón, pero también entre la fe y la iglesia. Dios llama a las personas en lo individual, no de manera colectiva y mucho menos a través de una estructura como la de la iglesia, pensó él. El filósofo danés dividió la vida en tres etapas: en la primera, la estética, el hombre vive según sus emociones; en la segunda, la ética, decide cómo quiere vivir; y como en ninguna de las dos le encuentra un sentido a su vida, finalmente se encauza a la fe, a la etapa religiosa.

,5f '1

¿Tienes un ídolo? ¿O eres el fan de una estrella? Entonces seguramente te gustaría ser como ella, o él. Qui­ zás usas la misma ropa o tienes el mismo peinado. A las personas les gusta verse como sus ídolos.

¿Quién creó a Dios? La confianza en sí mismo de Feuerbach

En la mayoría de los casos, estos ídolos son inalcanzables para nosotros. Si tuviéramos que vivir todos los días con nuestros artistas predilectos, lo más probable sería que se les opacara muy pronto el brillo, porque finalmente ellos también sólo son seres humanos. Los adoramos porque tenemos cierta imagen de ellos. Para Ludwig Feuerbach (1804-1872), Dios no era más que un ídolo. Dijo: lo que el hombre no es, pero le gustaría ser, se lo imagina en sus dioses. Su crítica se dirigió sobre todo a la Biblia cristiana en la que se menciona que Dios creó al hombre según su imagen y semejanza. A esto Feuerbach contestó: es comple­ tamente al revés. El hombre inventó a Dios según su imagen y semejanza. En realidad ni siquiera existe. En vez de proyectar una imagen nuestra en algún lugar en el cielo, mejor deberíamos tener fe en nosotros mismos. La religión, para Feuerbach, era puro egoísmo y la fe en Dios era el anhelo a la felicidad y el in­ tento de engañar a la muerte. Porque el hombre pierde el temor a la muerte si cree en una vida después. Pero la humanidad no debe buscar a Dios en el más allá, sino en esta vida, es decir, en el hombre mismo. Solamente así el hombre será hombre. Carlos Marx (véase p. 108) y su colega Federico Engels retomaron más tarde la crítica hacia Dios de Feuerbach y llegaron a decir de la religión que «es el opio del pueblo». C on la esperanza de una vida feliz después de la muerte, los hombres soportan con más facilidad el sufrimiento en la vida.

Feuerbach se convirtió en el ídolo del feminismo (véase p. 130) porque intervino a favor de la igualdad de las mujeres.

¿Sólo existe lo que yo quiero? Schopenhauer, el pesimista

Una persona es pesimista cuando siempre espera lo peor y ya no le dan gusto ni siquiera las cosas buenas que le pasan en la vida.

Schopenhauer dijo algo parecido a Buda sobre el sufrimiento: el hombre puede liberarse de él, negando todo deseo y huir de la vida.

Qué pasa si te levantas en la maña­ na y piensas: «Éste será un mal día». Enseguida tropiezas en tu camino al baño, el maestro te sorprende co­ piando en un examen y durante la comida viertes los espaguetis sobre tu pantalón.

El que todo lo ve de color negro, vivirá su vida con poca felici­ dad. El filósofo A rthur Schopenhauer (1788-1860) era uno de estos pesimistas. Sobre la vida dijo: el hombre engañado por la esperanza, se dirige bailando hacia los brazos de la muerte. ¿Por qué habrá dicho eso? Porque para él el m undo no era real, exis­ tía únicamente en la representación del hombre. Y ésta depende de la voluntad. La voluntad, a su vez, está desprovista de razón, porque el hombre siempre trata de satisfacer sus deseos, y esto crea un descontento en él. ¿Te recuerda algo esto? Algo parecido ya lo había dicho Buda 2 300 años antes (véase p. 27). Sus ideas fueron traducidas del sánscrito por primera vez en Europa en el siglo x i x . Schopen­ hauer se había ocupado mucho de la filosofía de la India, del Nirvana y de la Nada, y difundió estas ideas en Europa, que po­ cos años después fueron llamadas nihilismo por Federico N ietzsche (véase p. 110). Schopenhauer no encontró nada bueno ni siquiera en el placer, porque el hombre, decía él, lo percibe de manera transitoria, finalmente es corto, y enseguida es sustituido por un aburrimiento devastador. Lo único bueno que encontró en el hombre fue la compasión: la capacidad de compartir el sufrimiento de otros. Ésta es la ética de Schopenhauer.

Mientras los románticos y los idea­ listas buscaron el lugar del indivi­ duo en la naturaleza y en el mundo de las ideas, en los siglos xviii y x i x sucedieron grandes cambios en el mundo real.

¿Qué es la felicidad? Sobre el utilitarismo o las ganancias de la acción humana

La revolución industrial cambió la vida de las personas y las es­ tructuras sociales. Los campesinos y artesanos se convirtieron en obreros. Antes el hombre producía las cosas con sus propias ma­ nos, y de pronto atendía máquinas que pertenecían a los dueños de las fábricas. Los obreros ya no tenían nada que ver con el pro­ ducto final de su trabajo, salvo que percibían un sueldo, que ge­ neralmente no alcanzaba para alimentarse a sí mismos y mucho menos a sus familias. Este nuevo modo de vivir obligó a nuevos planteamientos en la filosofía: ¿Con qué finalidad obraba el ser humano? ¿Cómo era esta sociedad en la que el producto de una labor ya no tenía relación con la persona que efectuó la acción? Los primeros que trataron de contestar a estas preguntas fueron los utilitaristas. Sobre todo, fueron dos pensadores ingleses los que aportaron con sus ideas: Jeremy Bentham (1748-1832) y John Stuart Mill (1773-1836). El utilitarismo no pregunta «¿por qué hago esto?», sino, «¿cuáles son mis ganancias?». Esta corrien­ te filosófica puso hincapié en la utilidad de la acción humana. La utilidad de la acción humana se debe medir, decían Bentham y Mill, según el grado de felicidad que le otorga a la persona. Y esto aquí y ahora, y no en un mundo más allá. Ellos exigieron: el máximo bienestar para el máximo número de personas.

Para John Stuart Mill, el máximo bienestar está relacionado con la máxima libertad. Por eso luchó por los derechos de las mujeres.

La palabra utilitarismo viene del latín utilitas = utilidad.

¿Soy lo que sé, o sé lo que soy? Del ser a la conciencia, o al revés

Cuando haces un trabajo manual para regalárselo a alguien quieres saber si a esta persona le agradó. ¿Tu hermana pondrá una cara feliz cuando reciba el llavero que le hi­ ciste, o lo tira en una esquina y se olvida de él?

El llavero lo hiciste con m ucho amor. Hay algo tuyo en él. El panorama, sin embargo, cambiaría, si tuvieras que hacer llave­ ros día a día en una fábrica, para ganar dinero. Tú no sabrías en manos de quién se quedarían, pero sí que el dueño de la fábrica gana buen dinero con tu trabajo. Te desligarías comple­ tamente de ellos. Carlos M arx (1818-1883) dijo que se trataba de una enajenación. Esto mismo pasó con los obreros durante la industrialización, es decir, producían la mercancía a través de máquinas. En otras palabras, si el hombre lo único que posee es su mano de obra, él mismo se convierte en mercancía pagada por otro.

Entonces, ¿en dónde queda el hombre?

«La raíz del hombre es el hombre mismo.» (Carlos Marx)

Esto les pasó a los obreros en el siglo x i x . M arx llamó a estas personas proletarios (del latín proletarius = ciudadano de la clase más baja). Marx estudió detenidamente a Hegel y a su dialéctica (véanse p. 101 y ss). Él, sin embargo, no creyó como Hegel en un espíritu universal en el que desemboca la razón conflictiva en su etapa absoluta. N o tenía ningún sentido, pensó Marx, tratar de explicar el ser con cualquier idea metafísica que se encuen­ tre fuera del mundo perceptible. Al contrario, no la conciencia (de un sentido superior) define el ser, sino al revés: el ser (la vida

ahora y aquí) es el que determina la conciencia. Marx puso de cabeza a la filosofía. Los filósofos, dijo él, sólo interpretaron de modo diferente el mundo. Y eso hay que cambiarlo. Para hacer eso, se sirvió de la dialéctica hegeliana, y la bajó del cielo a la tierra. Para Marx, el hombre no era un individuo, una persona solitaria, sino un ser social que pertenecía a diferentes clases: el proletariado, que no poseía más que su mano de obra, y los capitalistas, que eran dueños de las fábricas, la maquinaria y la tierra. Estas dos clases sociales se encontraban opuestas, como la tesis y antítesis de Hegel. La contradicción entre trabajo y capital se disolvería en el transcurso de la historia, cuando el proletariado les quite los medios de producción a los capitalis­ tas. Se establecería entonces una dictadura del proletariado, es decir, los obreros decidirían el futuro de la sociedad. Pero esta etapa sería transitoria, porque después (síntesis) se disolverían las clases sociales y todo sería de todos. Esta teoría se llama marxismo.

En el siglo xx el marxismo se convirtió en pauta política del comunismo (de communis = en común). En los países comunistas, como la ex Unión Soviética, el Estado expropió a los dueños. En el lugar del proletariado estuvo el partido comunista, que ejerció la dictadura y prescribió a las personas cómo debían de vivir. Como es sabido esto fracasó.

Taller de la firma alemana Krupp (alrededor de 1900).

Los valores, ¿tienen valor? La fe y la moral son insignificantes, declaró Nietzsche

Nietzsche fue un nihilista (del latín nihil = nada) porque negó todos los valores y dogmas de la fe.

El bien o el mal, la libertad o el de­ ber, ¿quién dice que realmente exis­ ten estas líneas divisorias? ¿Dios? ¿Y si él sólo fuera un producto de la imaginación del hombre, creado por el miedo de no perder el suelo bajo los pies?

«¡Dios ha muerto!», dijo Federico Nietzsche (1844-1900), y de­ claró nulos todos los valores y costumbres. Si todo es voluntad, como lo había dicho Schopenhauer, entonces ¿por qué tenerle miedo? Al contrario, ¿no tenía el hombre la absoluta libertad de ejercer su voluntad? La meta del hombre debía ser el «espíritu libre», según N ietzsche. Pero si se llegaba a ello, la persona fuerte obtenía el derecho de subyugar al débil. El mundo, para él, no era otra cosa que la voluntad de poder. El hombre debía llegar a ser un super­ hombre, un ser superior que no era Dios. N ingún filósofo había juzgado de manera tan radical la moral y la fe. «Todo supuesto de verdad es forzosamente falso», afirmó Nietzsche, y eliminó la metafísica. ¿Para qué romperse tanto la cabeza sobre lo que hay detrás o arriba de las cosas? ¿Ha llevado esto al desarrollo de la humanidad? ¿Ha hecho más grande o mejor al mundo? Nada tiene sentido. El mundo siempre ha navegado en la misma Nada. Así que no hay motivo para tal búsqueda. El conocimiento, la moral y la fe, ni ayudan a obtener la verdad, como tampoco contribuyen a la justicia y la paz. Para Nietzsche, la religión se aniquiló a sí misma al decretar como mentira la duda en la fe. ¿Qué más quedaba? ¡Nada!

En el Polo Norte no hay palmeras, en el desierto un pez no tiene nin­ guna oportunidad de vivir. Pues claro, porque todo ser vivo, inde­ pendientemente de si es planta o animal, sólo puede sobrevivir don­ de se adapta a la naturaleza y la na­ turaleza a él.

¿Quién es más fuerte en la lucha por la sobrevivencia? Darwin y su teoría de la evolución

Las plantas y los animales dependen de la temperatura, la hum e­ dad y la alimentación que encuentran en su hábitat. Cuando las condiciones cambian, se extinguen, a menos de que las especies ' se adapten a tiempo a las nuevas condiciones. Esto siempre ha sido así, no solamente desde que el hombre destruye el medio ambiente. La Tierra ha cambiado. Tuvieron que pasar millones de años para que tenga la forma que tiene hoy. Para algunas es­ pecies los cambios sucedieron demasiado rápido. Esto ya lo sabemos muy bien. Pero cuando Carlos Darwin (1809-1882) lo descubrió por primera vez en el siglo x i x , fue una sensación. Igual que su descubrimiento de que el hombre proviene del animal. Darwin dedujo de sus hallazgos biológicos un postulado filosófico: la teoría de la evolución. Esta teoría afirma que la vida es una lucha por la sobrevivencia, de la que sale vencedor aquel con más capacidad de adaptación (survival o f the fittest). Con su teoría sobre el origen de las especies, Darwin descartó la Biblia con su historia de la creación. Ya no podía ser cierto que Dios creó el mundo en seis días. A la vez, ¿qué otro significado tenía el hecho de que la naturaleza sólo deja sobre­ vivir al más fuerte? Se acabó el mito cristiano de la igualdad de los hombres.

Cincuenta años después, Hitler y sus partidarios tomaron como referencia las palabras de Nietzsche «la voluntad de poder» y las de Darwin survival of the fittest. Hicieron mal uso de estas teorías, al declarar como seres inferiores a judíos, gitanos, homosexuales y a cualquier persona que pensara diferente a ellos, para justificar el genocidio que llevaron a cabo. La teoría de la evolución afirma que toda vida se desarrolla de una fase inferior hacia una superior. Hablamos de darwinismo social cuando alguien mide el valor de una persona según el valor que tiene en la sociedad.

¿Quién tiene la palabra: el Ello o yo? Cómo rescata Freud el alma

Freud realizó estudios sobre la sexualidad, lo cual le trajo muchos problemas. En aquel entonces el sexo era visto como algo sucio, y él afirmó que hasta los niños pequeños podían sentir placer sexual. Cuando queremos decir una cosa y nos sale otra, se trata de un lapsus lingu». Esta locución significa error o tropiezo involuntario al hablar. Coloquialmente le decimos «meter la pata». En alemán recibió el nombre del psicoanalista vienés, y se dice: «Freud’sche Versprecher». [NT] La palabra trauma proviene del griego y se traduce como lesión. Le damos el significado de choque emocional.

¿Alguna vez has tenido un sueño muy bonito, chistoso o tal vez horri­ ble? Entonces despertaste de buen humor, o completamente confundi­ do, preguntándote: ¿qué fue eso?

¿Fuiste la estrella en una súper fiesta? Esto todavía te lo puedes explicar, es un sueño que tienes hasta cuando estás despierto. Pero, ¿qué tal la película de horror que soñaste, en la que trata­ bas de escapar, pero no podías dar un paso? El médico y filósofo Sigmund Freud (1856-1939) opinaría lo siguiente sobre esto: tu Ello te comunicó algo. Freud fue el fundador del psicoanálisis. M ediante éste se trata de averiguar qué es lo que conmueve a una persona en su interior, pero que está tan reprimido que ya no lo percibe de manera consciente. Solamente en los sueños, a veces, se abre la puerta, y si no, la persona está propicia a enfer­ marse. ¿Por qué sucede esto? Porque según Freud, el hombre no actúa nada más por lo que le dicta la razón, sino por el Ello y el Superyó. El Yo es la razón que se deja influir por el ello sin que nosotros nos demos cuenta. El Ello son los impulsos o el incons­ ciente, según Freud. Si éstos son reprimidos por el Superyó, es decir, los valores y las reglas que se nos inculcan a través de nues­ tro entorno, podemos enfermar. U n adulto con una disfunción del Ello en su infancia puede ser que le hayan ordenado a diario: «¡Debes comer todo!» Aunque después ya no se acuerde de eso, su Ello lo almacenó, y en su vida de adulto sólo comerá con asco. El psicoanálisis busca en los enfermos este tipo de traumas y los saca del subconsciente a la luz del día. De esta manera el Yo los puede procesar y, en el mejor de los casos, sanar.

Maravilloso mundo nuevo

por internet es algo tan na­ ¿Sigue siendo el ¡ Navegar tural para ti como el amanecer de hombre lo que es? ¡ todos los días. Si quisieras invitar a abuela en este viaje, ella te con­ El avance tecnológic tutestaría: «¡Deja! Esto ya no es para cambia nuestro mí». modo de pensar

Ya no nos preocupamos por el hecho de que los aparatos nos ahorran el trabajo tedioso de todos los días (¿cuándo fue la úl­ tima vez que lavaste ropa a mano?), que el mundo no tiene fronteras, porque podemos comunicarnos desde cualquier sitio, en cualquier momento y con cualquier persona en el mundo. ¿Pero qué pasa con nosotros cuando cosas nuevas cambian nues­ tra vida? Trata de acordarte de cómo era tu vida sin el celular, o de cómo te divertías antes de tener el Game Boy o Play Station. Seguramente no te iba mal, pero hoy piensas que sin estas cosas ya no sabrías qué hacer. Las nuevas posibilidades no solamente han cambiado la vida de las personas, sino al hombre mismo. Nunca antes sucedieron las cosas con la misma rapidez de hoy. N o es de extrañar que las personas de la tercera edad a veces digan: «Esto ya no es para mí.» La pregunta que formuló Carlos Marx (véase p. 108 y ss), si el ser afirma la conciencia, o la conciencia el ser, es más actual que nunca y mucho más asombrosa que en la época en que el filósofo postuló la respuesta. Los descubrimientos durante el Renacim iento (véase p. 66 y ss) ampliaron más que nada el horizonte físico de la humanidad, la vida de los individuos no cambió tan rápido ni directamente. M ucho tiempo tuvo que pasar para que el conocimiento pudie­ ra llegar, a través de la imprenta, hasta las clases bajas. Los avances

tecnológicos le han dado un giro espectacular a la vida de todas las personas desde finales del siglo x i x , todo el siglo x x y con una velocidad extraordinaria el día de hoy. Las ciencias naturales, como la física, la biología, la química, pero también la informáti­ ca, hacen posible cosas que tus padres no se hubieran imaginado ni en los sueños más atrevidos. Los resultados de la ciencia nos impactan a cada uno de nosotros. Piensa en la medicina y todo lo que es capaz de hacer hoy. Ante estos hechos los filósofos se plantean nuevas preguntas: ¿Puede y debe el pensamiento girar en torno a «las cosas en sí», alejado de la vida cotidiana, o en un espacio metafísico fuera de la experiencia humana? ¿O debe el filósofo ponerse a las órdenes de la ciencia? ¿Son la investigación y los avances tecno­ lógicos valores en sí que nadie debe o puede detener? ¿O debe la filosofía revisar la influencia que tienen sobre el hombre, la sociedad y la política? ¿Debe ponerle un alto a la ética y decirle: ¡Hasta aquí!? C on el ejemplo de la genética puedes darte cuenta qué tanto se acaloran las cabezas (véase p. 134 y s). En el siglo x x , las dos guerras mundiales demostrado cómo a través de la tecnología se puede llegar al genocidio. C on la bomba atómica es posible destruir todo el mundo.

Y aun así, cada persona vive para sí misma ¿Dónde queda el lugar del individuo en este mundo? ¿Dónde encuentra el sentido de su vida? ¿Dónde encuentra el hombre su hogar? ¿Y, adónde pertenece? De estas preguntas surgió una nueva corriente filosófica: el existencialismo (véase el siguiente capítulo).

¿Está el hombre condenado a la vida? Los existencialistas

El existencialismo era una actitud con la que simpatizaron muchos artistas, sobre todo en Francia. Se distinguían por su vestimenta negra.

Hagas lo que hagas, algunos padres tienen la costumbre de insistir siem­ pre sobre lo mismo. Posiblemente te gustaría contestarles: «Ustedes quisieron tenerme. A mí nadie me preguntó si quería estar en este mundo».

Entonces casi hubieras pronunciado una frase existencialista. El existencialismo es una escuela filosófica (véase p. 30), que no pregunta: ¿Por qué estoy en el mundo? ¿Qué tiene que ver el mundo conmigo? ¿Cuál es el papel que yo desempeño en él? ¿Qué meta tengo en mi vida? Los existencialistas limitaron al individuo a su «estar ahí». Ellos dijeron: toda cavilación sobre el hombre en sí, su relación con Dios y el mundo, es tediosa y no tiene sentido. Porque para la vida no existen las certezas y los valores, como tampoco el orden o las reglas. Lo único que el hombre puede constatar como verdadero es que existe. Esto no se puede explicar con la razón, por lo tanto, cualquier cavilación al respecto es tiempo perdido, porque no puede haber un m oti­ vo sensato y racional para la existencia del hombre. Esta existen­ cia, el hombre la percibe como una angustia de «estar arrojado al mundo». Porque por el simple hecho de estar aquí, está conde­ nado a actuar. Cuando vives, debes decidir sobre cómo quieres vivir. Y si no tomas ninguna decisión, aun así se trata de una: la no-decisión. De esto no te escapas. Ésta es una filosofía que realmente causa angustia.

¿Vivir para morir? El ser y el tiempo de Martin Heidegger

«Hoy es el primer día del resto de tu vida», reza un dicho. Si nos pone­ mos a pensar lo que realmente sig­ nifica, se nos quita la risa. Porque la muerte le pone fin a nuestra vida. Estar muerto es no ser. /

«Somos» hasta el m omento de la muerte. El filósofo alemán M artin Heidegger (1889-1976) tituló su libro El ser y el tiempo. Él se hizo la siguiente pregunta: ¿qué es este «ser» al que espera la muerte? Está determinado por el tiempo que tenemos para vivir. Como el hombre es el único que se da cuenta de esto, el ser es el ser del hombre. Pero un árbol y una piedra también «son». Desde luego, pero sólo el hombre se da cuenta de ello. Para Heidegger, el hombre es un héroe, que aguanta valiente su vida, porque sabe que finaliza con la muerte. Esta concepción del héroe hizo por un tiempo de Heidegger un simpatizante del nacional socialismo. Se unió a Adolfo Hitler, que quiso hacer de los alemanes amos de un imperio por mil años. Más tarde, H ei­ degger concibió el ser del hombre como un «ser en sí» (Sein an sich). La existencia del hombre la entendió en el sentido literal del latín ex-sistere, es decir, «estar fuera». Com o el hombre puede reflexionar su existencia, está fuera del ser. Para darse cuenta de eso no necesita a un Dios o algún espíritu que flota en esferas superiores. Puede reconocerse a sí mismo al mirarse desde su ser. Este ser lo descubre, por un lado, con la lengua, porque piensa con palabras; por el otro, porque reconoce los objetos a su al­ rededor, y finalmente, por su intervención al servirse de estos objetos.

Heidegger tituló su obra principal El ser y el tiempo, porque la muerte que le da finitud al tiempo, influye en el ser del hombre. Heidegger utilizó un lenguaje muy peculiar. De él tenemos también la frase: «La Nada anonada» («Das Nichts nichtet»).

La tecnología moderna es un camino equivocado, porque distorsiona la visión del ser y enajena al hombre de sí mismo.

¿Qué hace que el hombre sea hombre? Karl Jaspers y su «ocuparse uno de sí mismo»

El «ocuparse uno de sí mismo» también se refiere a una inquietud social. El hombre, para Jaspers, era la potencia mayor, pero a la vez, el peligro más grande para la humanidad. De este modo advierte ante la fe ciega en los avances tecnológicos que puede sumergir al hombre en el abismo de su existencia.

Cuando una persona está muy pre­ ocupada, decimos: está fuera de sí de tristeza. Pero a veces, una per­ sona también está «fuera de sí» de felicidad. Se trata de situaciones ex­ tremas, en las que pensamos inten­ samente sobre nuestra vida.

La búsqueda del sentido hace que el hombre sea hombre. Esto lo expresa en su filosofía Karl Jaspers (1883-1969), que señaló la diferencia entre el «estar ahí» (Dasein) y la existencia. La existen­ cia del hombre empieza, para Jaspers, con la reflexión consciente sobre el «estar ahí». Por eso, para él el filosofar era «ocuparse uno de sí mismo». Jaspers llegó a la filosofía a través de la medicina, sobre todo de la psiquiatría. Quiso abarcar al «hombre como un todo». La psiquiatría trata de sanar el alma de las personas que se encuentran en situaciones límites. Para Heidegger estas situa­ ciones eran la muerte o la culpa, que son provocadas por nuestra acción o la no-acción. Pero también se trata del azar, catástrofes o decepciones que son causadas por el prójimo, a las que estamos expuestos y ante las cuales nos sentimos indefensos. Según Jas­ pers, en estos momentos es cuando el hombre está más cerca de sí mismo. Al sumergirse en su alma, tiene la posibilidad de ser él mismo. No la razón, sino los sentimientos y los ánimos facilitan el camino hacia nuestro interior. Para evitar la desesperación en la que lo sumergen estas situaciones límite, el hombre debe su­ perar el «ser en sí» y llegar al «ser trascendente». A esto Jaspers le llama «la fe filosófica» en algo que la razón ya no puede abarcar, es decir: Dios. Sobre él nos dice: «Que Dios exista, es suficiente». A este salto fuera de la desesperación, del miedo a la libertad, Jaspers lo llamó: «el salto hacia mi libertad».

«Querías tener un perro. ¡Ahora cuídalo!», te regaña tu madre. Claro que querías uno. Pero nunca te ima­ ginaste que implique tanto trabajo. Por lo pronto, ya se te quitaron las ganas de tenerlo.

¿Siempre tengo la culpa yo? La «condena a la libertad» de Sartre \)

Ahora ya dudas si tu decisión fue la correcta o no. Pero si hubieras decidido no tenerlo, hubieras sentido desazón. El problema con el perro ya se resolverá. La cosa se pone fatal cuando se trata de decisiones realmente importantes. De esto se ocupó el maestro del existencialismo en Francia, Jean Paul Sartre (1905-1980). Ese asunto de tener que tomar decisiones todo el tiempo, él lo con sideró un verdadero peso en la vida. Lo formuló de la siguiente manera: «El hombre está condenado a ser libre». C on eso quiso decir que la vida nos exige tomar decisiones, pero por las conse­ cuencias no debemos culpar ni a las circunstancias, tampoco a la sociedad y menos a Dios o al mundo. Esto tiene una razón, dijo él. A diferencia de todas las demás cosas en el mundo que sim­ plemente «son para sí», el hombre debe concebirse a sí mismo, es un «ser que debe hacer-se». De todas las posibilidades que le ofrece su vida, el hombre debe escoger la más adecuada. Porque tanto la esencia, como su naturaleza, no le son innatas. Buscar un orden válido para toda la humanidad, es una empresa inútil para Sartre, porque la vida en sí no tiene sentido. El hombre goza de una libertad sin fronteras. Sin embargo, esta libertad tiene algo negativo. Algunos, decía él, buscan refugio en la ciencia o en la fe en Dios y por miedo tratan de esquivar la libertad.

De Sartre tenemos la frase: «estar arrojado al mundo».

La libertad no siempre fue un lastre para Sartre. Hizo con frecuencia uso de ella, en su relación con la filósofa Simone de Beauvoir (véase p. 130). Ambos se permitieron todo tipo de libertades, inclusive sexuales.

¿Puras habladurías? La filosofía del lenguaje de Ludwig Wittgenstein

Mientras trabajó como maestro en una escuela en Austria, Wittgenstein pudo observar cómo los niños aprenden un idioma a través de juegos.

«Mejor cállate si no sabes nada de eso», te sermonean los adultos, y te tachan de sabelotodo. Del mismo modo reprendió Wittgenstein a sus colegas los filósofos.

De Ludwig W ittgenstein (1889-1951) tenemos la frase: «De lo que no se puede hablar, m ejor callarse». Ésta es la última de sie­ te proposiciones de su obra Tractatus logico-philosophicus. En este libro reflexionó sobre el sentido de la filosofía y llegó a la con­ clusión de que «lo que se puede decir, se dice con claridad». Por eso es absurdo romperse la cabeza sobre el sentido de la vida. Sin embargo, él nunca negó la existencia de la metafísica, es decir, que existe algo fuera de nuestro razonamiento, pero esto sola­ mente lo podemos constatar, al «limitarlo desde adentro a tra­ vés de lo pensable». Todo lo demás es irreconocible y tampoco se puede decir. Únicamente se reconoce aquello que podemos expresar con palabras. El hombre retrata la realidad a través de palabras y frases, lo que se puede observar desde los jeroglíficos, la escritura pictórica de los viejos egipcios. Así como ordenamos las imágenes en frases a través de la lengua y los pensamientos, del mismo modo están ordenadas las cosas y el estado de ellas. El estado de las cosas (Sachverhalt) es una conexión entre las cosas. Sin embargo, el sentido del mundo está fuera de él, y por lo tan­ to inconcebible. En su segunda obra, Las investigaciones filosóficas, contradijo las afirmaciones del Tractatus. Esta vez declaró que los diferentes significados que pueden tener las palabras dificultan el pensamiento. Aclarar esta confusión es tarea de la filosofía.

¿Qué pasa cuando en una tarea de inglés no entiendes una palabra en una frase importante? Adivinas, buscas el sentido del contexto, o re­ nuncias.

¿Qué pasaría si ya no hubiera preguntas? La preocupación por la humanidad de Bertrand Russel

Si la frase fuera útil para el entendimiento de todo el texto, tu tarea probablemente fracasaría. Lo mismo pasa con el filosofar, dijo Bertrand Russel (1872-1970). Porque «cada frase que po­ demos entender, debe estar compuesta por partes que nos son conocidas». Esto se llama «atomismo lógico». Russel dijo que tanto en la filosofía como en las matemáticas, sólo es válido lo que puede dividirse en partes comprobables. Hasta que descu­ brió un problema matemático, que no ha podido resolver nin­ gún experto incluso el día de hoy. La paradoja de Russel suena así: U n barbero recibe la orden de rasurarles la barba a todos los hombres del poblado que no se rasuran a sí mismos, pero únicamente a éstos. Esto es fácil, piensa el barbero, y empieza su trabajo. Al final, le pregunta el parroquiano: «¿Y quién te rasuró a ti?» El barbero contesta: «Lo hice yo», y pierde de este modo su premio. Le dan otra oportunidad, y esta vez él no se rasura. De nuevo se equivoca, porque esta vez pertenece a los hombres que no se rasuran a sí mismos, es decir, tenía que haberse ra­ surado. Este dilema casi lleva a la locura al matemático Russel, pero el filósofo llegó a la conclusión: aunque la esperanza de encontrar respuestas a preguntas metafísicas es nula, debemos seguir cavilando. Así sea para mantener despierto el interés por el mundo.

Una paradoja es una afirmación que conlleva su propia contradicción. La paradoja más famosa es la del «Cretense mentiroso» del filósofo Epiménides, que vivió en el siglo vii antes de Cristo. Epiménides dijo: «Todos los cretenses son unos mentirosos». Pero él mismo era cretense. Entonces, ¿dijo una mentira o la verdad?

¡Aquí todavía falta algo!

¿Dónde quedan las mujeres? La sabiduría callada

Filosofía quiere decir «amigo de la verdad». La palabra «sophía», la sabiduría, es de género femenino. Y aun así, seguramente te has dado cuenta que las mujeres apenas si aparecen en la filosofía.

Sin embargo, sólo una mujer podía interpretar el Oráculo de Delfos (véase p. 134) en la antigua Grecia. La vidente se llamaba Pitia. Sócrates se dejó instruir en la retórica por Aspasia, en el siglo v antes de Cristo (véase p. 126). En una obra de Platón, una mujer llamada D iotim a,le ayuda al sabio Sócrates a obtener el conocimiento filosófico. En otra parte Platón, sin embargo, habla de la «maldición de los dioses de ser una mujer». Para Aristóteles, una mujer era un hombre incompleto. Severinus Boethius, en cambio, encontró mil años después en una mujer, «Filosofía», el «consuelo de la filosofía» (véase p. 55). Epicuro dio clases a mujeres; obviamente, fue una excepción. Pitágoras dejó en manos de su esposa la dirección de su academia después de su m uerte (véase p. 126). Sin embargo, sabemos muy poco sobre el pensamiento de las mujeres. Desde luego, esto tiene una explicación: no tenemos ningún texto de mujeres filósofas de la antigüedad. En la Edad Media, hasta donde sabemos, la filosofía femenina se llevaba a cabo detrás de las murallas de los claustros. Com o su filosofía es en torno a la fe en Dios, las lla­ mamos místicas (véase p. 128). Durante el siglo x i x , dos filóso­ fos hicieron gala de su mala opinión sobre las mujeres. Aunque sepas poco de Nietzsche, es probable que conozcas su frase: «¿Vas con mujeres? No olvides el látigo», que es de su libro Así habló Zarathustra. El odio de Schopenhauer hacia las mujeres fue tan exagerado, que a las muchachas las llamó «efecto de explo-

sión» de la naturaleza, porque su hermosura se disipa en cuanto logran apresar en su trampa a un hombre. N o es de extrañar, entonces, que las mujeres tuvieron pocas oportunidades de ex­ presar su opinión. Esta situación cambió en el siglo x x , cuando a las mujeres se les permitió el acceso al estudio. Dos mujeres, grandes filósofas del siglo x x , inspiraron con su pensamiento a sus colegas masculinos. M artin Heidegger (véase p. 117) con­ fesó que sin su alumna y amante Hannah Arendt (véase p. 129) no hubiera podido escribir su obra El ser y el tiempo. Y aquel que se ocupa de Jean Paul Sartre pronto se topará con su com ­ pañera Simone de Beauvoir (véase p. 130). Cuando los filósofos hablaban del hombre se referían al sexo masculino. ¿Las mujeres piensan diferente? Y si es así, ¿por qué? Bueno, si esto fuera una pregunta o una constatación, ¿qué más da? A los hombres les gusta calificar la argumentación de las mujeres como «lógica femenina». ¿Por qué tendrá esta connotación negativa, si los hombres ni siquiera la entienden?

El modo diferente de pensar de las mujeres, ¿no será una oportunidad? Al cabo, nadie sale lastimado si observamos un problema desde diferentes perspectivas. Evidentemente, las mujeres ven el m un­ do de otro ángulo. Y eso, por el simple hecho de que pueden hacer algo de lo que ningún hombre es capaz: parir hijos. Por eso, la mirada de las mujeres sobre el mundo se llama compren­ sión de la vida desde su origen. Los hombres se preocuparon, más que nada, de la muerte y de lo que sigue después. En vez de andar en esferas metafísicas, las mujeres reflexionaron sobre cómo preservar la vida en el mundo. Se plantearon la pregunta clave de todas: ¿cómo podemos y debemos vivir, para que la vida tenga futuro?

¿Contribuyeron las mujeres a la astucia de los hombres? Las primeras mujeres filósofas

«Detrás de un gran hombre hay una gran mujer». Así reza un dicho cíni­ co, del que se entiende que muchas veces las mujeres son las que detie­ nen la escalera que lleva al éxito a los hombres.

LC

No sabemos si esto es válido para los grandes filósofos de la his­ toria. La querella que tuvo Xantipe con Sócrates (véase p. 40) se debió al hecho de que ella no sabía con qué llenar la barriga de sus hijos, mientras su marido andaba filosofando por las calles de Atenas. Lo que sí es sabido, es que Sócrates aprendió el arte de la retórica de una mujer, de Aspasia de Mileto (460-401 a. C.), y que le gustaba visitarla también con sus alumnos. Ahí aprendían el análisis y la síntesis. Algunos investigadores piensan que fue Aspasia la que inventó la técnica de la argumentación filosófica. En todo caso, debió ser muy inteligente, ya que los griegos inte­ resados en filosofía se reunían con frecuencia en su casa. La primera filósofa de la historia fue Theano, y vivió en el siglo v i antes de Cristo. De ella tampoco tenemos ningún texto. Pero existe la sospecha de que algunas ideas de su marido Pitágoras provienen de ella. En un asunto hasta lo llegó a contra­ decir. Pitágoras dijo: todo está hecho de números (véase p. 31). Theano refutó: de nada no viene nada. ¿Cómo puede algo que no existe físicamente — los números— producir algo físico? La idea de los pitagóricos (véase p. 31) sobre la inmortalidad, Theano la objetó de la siguiente manera: no es posible que una mala persona después de su muerte sea recompensada todavía con la muerte de su alma.

La tercera gran mujer filósofa de la antigüedad fue Hipatia de Alejandría (370-415 d. C.). Fue tan inteligente que su padre la instruyó en física, matemáticas y astronomía. Pronto supo más que su maestro y empezó a dedicarse a la filosofía. Hipatia fue la coordinadora del M useion en Alejandría, la colección más gran­ de de libros de aquel tiempo. Dicen que Hipatia fue muy her­ mosa, pero no estaba casada y andaba por las calles de Alejandría, donde se ponía a filosofar con cualquier persona. Esto, en aquel entonces, fue considerado una enorme provocación. La toleran­ cia que ella predicaba, la llevó más tarde a la muerte, porque H ipatia aceptaba a cualquiera como alumno, independientemente de si era judío, cristiano o de cualquier otra religión. Por eso se convirtió en víctima de conflictos religiosos entre diferentes grupos. Fue terriblemente mutilada y luego quemada. Su m uer­ te es considerada la primera quema de brujas en la historia.

Sócrates y Xantipe (Pintura de Giordano)

Llegar a la sabiduría a través de visiones: ¿Nos prende el foco Dios? Abad o abadesa se le dice a un superior o una superiora de un monasterio.

Tenemos información de dos filóso­ fas de la Edad Media, probablemen­ te, porque fueron tomadas en serio por sus visiones. A los videntes se les llama místicos.

La primera filósofa de la que se preservaron en su totalidad sus textos, fue Hildegard von Bingen (1098-1179). Hoy en día se le conoce sobre todo por sus investigaciones sobre la herbolaria. Hildegard fue una de las abadesas más poderosa de la Edad M e­ dia. Fue botanista y tuvo visiones de Dios desde su infancia. Sin embargo, no caía en trance como otros místicos, sino que recibió despierta y con la mente bien despejada la sabiduría divina. C on sus investigaciones se ganó el respeto incluso del papa, la máxi­ ma autoridad de la iglesia católica, a pesar de que algunas de sus ideas contradecían las convicciones de los clérigos. Contradijo la tesis del apóstol Pablo. Éste había dicho: la mujer está hecha para el hombre. Hildegard refutó: eso también es válido para el hombre. Afirmó, asimismo, que Dios tiene un lado femenino. Causó furor con la tesis de que el cuerpo y el alma forman una sola unidad, cuyas necesidades se deben satisfacer de igual modo. Esta tesis fue muy atrevida para la Edad Media, una época que se caracterizó por ser enemiga del cuerpo. N i siquiera el tema de la sexualidad estuvo vetado para la monja devota. Llamó el matrimonio «carne en la unión del amor». M echtild von Magdeburg (1210-1282, o 1297), otra mística, partió en su filosofía de la idea de que Dios creó al hombre, pero le permitió libre albedrío al alma. Por ello, los seres humanos deben hacerse responsables de sus actos.

Cuando eras niño (o niña) tu vida gi­ raba en torno al juego. Ahora poco a poco buscas tu lugar en el mundo. Piensas hacia dónde te quieres diri­ gir en la vida, en lo que te gustaría ser, o si quieres una familia.

¿Qué hace que la vida sea vida? Hannah Arendt y su amor por el mundo

Este «lugar en el mundo» lo buscó para el ser humano Hannah Arendt (1906-1975). Era de descendencia judía y tuvo que bus­ carse concretamente un lugar para sí misma. En 1933, cuando los nacionalsocialistas tomaron el poder y empezaron la cacería de los judíos, huyó a Francia y de ahí en 1941 a Estados Unidos. La alumna y después amante de M artin Heidegger (véase p. 117) tuvo una opinión de la vida diferente a la de este sombrío filó­ sofo existencialista, para quien el «camino hacia la muerte» era la posibilidad extrema de la existencia. Para Hannah Arendt la «natividad», el hecho de haber nacido, era la condición para la conducta humana. El ser humano está ligado al mundo, porque no se puede aislar de él, y actúa todo el tiempo sobre sus coterráneos. En su Vita activa (la vida activa) Arendt describe el sentido de la vida del siguiente modo: el ser humano trabaja para poder vivir, pero con ello todavía no cum­ ple con un propósito. Solamente lo hace cuando produce, cuan­ do aporta algo al mundo. El hombre solamente puede realizarse a través de la acción, porque de este modo entra en relación con los demás, puede crear algo nuevo, algo tan singular, como él mismo, que nació como ser único en el mundo. La vida, en­ tonces, no es un devenir hacia la muerte, como decía Heidegger, sino un «ser nacido» para crear algo nuevo.

Hannah Arendt desarrolló una teoría sobre el totalitarismo, el dominio absoluto de un individuo sobre los demás. Según esta teoría, la sociedad moderna alberga el peligro de que el ser humano llegue a perder su capacidad de juicio y como consecuencia pueda ser manipulado con más facilidad.

¿Qué hace que la mujer sea mujer? La filosofía feminista de Simone de Beauvoir

Simone de Beauvoir fue la pareja de Jean Paul Sartre. Nunca se casaron y vivieron separados. No quiso tener hijos y se expresó a favor del aborto, que en aquel entonces estaba prohibido.

Seamos sinceros, ¿quién hace toda la chamba en tu casa? Cuando tu madre llega del trabajo, probable­ mente se dedica al quehacer y se queja de que nunca tiene tiempo para ella.

Si eres una muchacha, seguramente has jurado que esto a ti nunca te pasará. Si eres un muchacho, desde luego que ni te has preocupado por ello. Para la francesa Simone de Beauvoir (1908-1986), éste fue el punto de partida de su filosofía. Dijo: la teoría del existencialismo (la autorrealización es para el ser hu­ mano la libertad de crearse a sí mismo, véase p. 119) no es válida para la mujer. Al observar la vida, ella hizo una diferencia entre trascendencia e inmanencia. Los hombres, dijo Beauvoir, viven en la trascendencia, la esfera de la inteligencia y lo espiritual. Las mujeres, en cambio, están atrapadas en la inmanencia (con eso se refería a lo corporal), porque su naturaleza biológica las mantiene presas en sus actividades como madres y amas de casa. Su capacidad biológica de tener hijos hace que los hombres las subyuguen. Pero eso no es un fallo de la naturaleza. De Simone de Beauvoir tenemos la famosa frase: «No se nace sino que se deviene mujer». C on esta frase fundó la filosofía del feminis­ mo. Simone de Beauvoir exigió la emancipación de las mujeres. Con eso ella entendía el abandono de lo femenino. La mujer solamente puede ser libre si ya no depende económicamente del hombre, y recibe el mismo trato que él en la política y en la sociedad. De Beauvoir se convirtió en la madre del movimiento feminista.

¿Caída libre hacia el abismo o vuelo hacia nuevas alturas?

¿Está todo pensado? Aun así, por qué debes pensar por ti mismo

E í, - Í

■V

,

H H .fi

■/ -

J

f,

.

i é t a s m t ’í f f

f

_

-

'-“i??!-

Después de todos estos capítulos que abarcan 2 700 años de filosofía, te preguntarás ahora, al final del li­ bro, si todavía existe algo que no haya sido pensado antes. ¿Todavía puede haber filosofía?

Desde luego que sí. Hoy sabemos m ucho más que Tales de M ileto (véase p. 29). ¿Te acuerdas de él? C on él empezó la filosofía.Tales decía que todo era agua. Desde entonces, muchos pensadores han tenido ideas geniales y se ha acumulado un enorm e acervo de conocimiento. Y aun así, nadie ha podido responder con certeza a la pregunta de las preguntas: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Existe alguno? Y ¿tiene sentido hacerse esta pregunta? Algunos se ocupan de estas preguntas y luego las depositan en un cajón, muy adentro de sí mismos. Hay quien cavila sobre esto durante días, semanas, meses, años, a veces toda una vida. Otro, sin embargo, es conmovido con frecuencia por estas preguntas pero no desespera, porque llega un m om ento en el que hace las paces con ellas, sea a través de su fe en Dios, o porque construye cimientos sólidos por medio de su propia filosofía. Y aun así, 2 700 años de filosofía han creado algo maravillo­ so: hoy, afortunadamente, la mayoría coincide en que la vida de cada individuo tiene el mismo valor inamovible. El que cuestio­ ne esto o actúa en contra, ya no sale impune. Por eso, la filosofía el día de hoy significa: construir una plataforma sobre la que la vida de cada ser humano tenga un valor intocable y seguro. La humanidad llegó a este compromiso a través de muchos sende­ ros, algunos hasta equivocados, y le falta todavía bastante para

llegar a la meta. A ti te consta que en el mundo hay todavía m u­ chas injusticias, revueltas, hambre y miseria. En tu mismo salón hay algunos que se creen mucho. La filosofía del siglo x x y x x i se ha puesto como tarea encontrar argumentos y caminos para aleccionar a los obcecados. Se trata también de averiguar hasta dónde puede llegar el ser humano al utilizar la naturaleza, sin dañarla.

Hoy la filosofía debe tener un uso práctico Te has dado cuenta que nadie puede pensar por ti. Porque cada quien debe buscar el lugar que le corresponde en este mundo. Aunque sea para no ahogarse en este río de información al que tenemos acceso hoy en día, o sucumbir ante la enorm e gama de posibilidades que tenemos. Antes los hombres buscaban un pun­ to fijo que les quitara el miedo de perderse en la inmensidad del cosmos. Hoy, además, debemos tener cuidado para no perdernos en el inconmensurable ciber-espacio. Quizás lo has sentido en carne propia: después de navegar durante horas enteras en el ciber-espacio, y apagada la computadora, a veces el mundo real no te parece nada real. Por eso, reflexionar o filosofar también quiere decir: encontrar el parapente en tu propia vida, para po­ derlo utilizar a tiempo en una caída libre hacia un abismo, o un vuelo intrépido hacia alturas infinitas.

Clon & Co: ¿Qué pasa cuando el hombre reproduce al hombre?

«Gnothi seautón». Esta inscripción se encontraba en el templo del dios Apolo en Delfos. En este lugar, la vi­ dente Pitia interpretaba el oráculo. «Gnothi sautón» quiere decir: «Co­ nócete a ti mismo».

Cualquier filosofar empieza con esta invitación. La respuesta de Sócrates (véase p. 39) fue: «Sólo sé que no sé nada». Por eso el oráculo de Delfos lo llamó el más sabio de todos los griegos. Tú también te encuentras en el camino hacia ti mismo. Quieres saber quién eres. Entre más averiguas sobre ti, más crece tu au­ toestima. Este «conócete a ti mismo» adquiere otras dimensiones hoy, porque el hombre es capaz de crear al hombre según sus deseos. En la genética se tiene el conocimiento para manipular los genes con el fin de crear vida artificial. A esto se le llama clonar y ya ha sido experimentado con ratones y ovejas. Al principio, de la célula de un animal se crió otro ser, que era idéntico al animal del que provenía la célula. Pero la meta de la ciencia es crear una vida nueva sin los defectos del original. Desde hace algún tiempo ya no es ninguna utopía el hecho de que el ser humano puede crear a otro ser según sus deseos. Actualmente hay plantas que han sido cultivadas de este modo. El maíz transgénico es una realidad. Las mutaciones genéticas lo han hecho resistente a las plagas. Por lo pronto está prohibido confeccionar sobre medida a un ser humano. Para fines médicos se han hecho experimentos en embriones. Y la historia ha demostrado que la ciencia no puede resistir por mucho tiempo las tentaciones de lo factible.

Pero qué significaría para un ser humano saber que: mis pa­ dres no quisieron tenerme al azar, sino que pensaron detenida­ mente en mi aspecto y mis cualidades. ¿Me construyeron con diferentes piezas según un plan, como un muñeco de Lego? ¿Soy una persona o un robot con características humanas? ¿Qué pasa si no puedo cumplir con sus expectativas? ¿Qué puede una criatura de esta naturaleza reconocer como su «ser»? ¿Qué libertad le queda? ¿Es aplicable el gn o th i seautón? Una persona construida artificialmente también buscará el co­ nocimiento. Pero empezaría con su reflexión desde cero. Sus respuestas serían nuevas. Se formularía las mismas preguntas que Immanuel Kant (véase p. 94): ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar? ¿Qué es el ser humano?

Dolly, la oveja clonada.

Glosario

Bacon, Francis (1561-1626) fue hijo del guardián del Gran Sello y consejero más importante de la reina Isabel I de Inglaterra. Su máxima: saber es poder.

igual que Tales y Anaxímenes, de Mile­ to. Para él la materia primaria eran las contradicciones.

Beauvoir, Simone (1908-1986) fue la pareja de Jean Paul Sartre y fundadora de la filosofía feminista. Su frase más co­ nocida: «No se nace sino que se deviene mujer».

Anaxímenes (585-525 a. C.) fue

Berkeley, George (1685-1753) teólo­

Anselmo de Canterbury (1033­

Boethius, Severinus (480-524 d.C.)

Arendt, Hannah (1906-1975) fue

Buda. Su verdadero nombre fue Sidd-

Anaximandro (610-547 a. C.) era, al

alumno de Anaximandro y junto con Tales fue uno de los tres filósofos de Mileto. La materia primaria para él fue el aire. 1109) fue un noble nacido en el poblado de Aosta en Italia. Como arzobispo de Canterbury buscó pruebas de la existen­ cia de Dios.

alumna y amante de Martin Heidegger, y luego se separó de él. Fue la filósofa alemana más importante. Definió la vida desde el nacimiento.

go irlandés que quiso fundar una escuela misionera en las islas Bermudas. Para él solamente existía lo que el ser humano podía sentir.

fue descendiente de una familia romana noble. Es considerado el primer escolásti­ co. Fue el primero que se preguntó: ¿es el hombre sólo un producto de su tiempo? harta Gautama y fue hijo de un príncipe indio. Vivió en el siglo v a. C. y fundó la religión del budismo. Encontró la pleni­ tud en la Nada.

Aristóteles (384-322 a. C.) fue hijo de Darwin, Carlos (1809-1882) durante un médico de Stagira. Entró a la Acade­ un viaje de cinco años por América del mia de Platón a los 17 años, y más tarde Sur, formuló la teoría de la evolución, que sostiene que solamente sobrevive fue maestro de Alejandro Magno. aquel que mejor se adapta. Agustín de Hipona (354-430 d. C.) fue originario de Thagaste, en África del Demócrito de Abdera (460-370 norte. Llevó una vida revoltosa hasta que a. C.) fue hijo de un comerciante de la costa norte del mar Egeo. Fue el primer en 386 abandonó a su pareja. Se dejó atomista, porque dijo: todo está hecho de bautizar y se convirtió en uno de los partículas indivisibles que se ensamblan eclesiásticos más famosos. continuamente.

Descartes, René (1596-1650) nació

Hegel, Georg Wilhelm Friedrich

(1770-1831) fue hijo de un funcionario de Stuttgart. Cuando fue director de la preparatoria de Núremberg, implantó la enseñanza de la filosofía para los jóvenes. Es uno de los filósofos alemanes más renombrados. Se hizo famoso con su dialéctica (tesis, antítesis y síntesis), a tra­ Epicuro (341-270) nació en la isla de vés de la cual, según él, se puede explicar Samos. En su escuela filosófica en Atenas todo racionalmente. les daba clases a mujeres y esclavos. Fue el filósofo del placer, porque dijo: única­ Heidegger, Martin (1889-1976) na­ ció en Messkirch, en Baden. Fue uno de mente la felicidad le da paz al alma. los filósofos existencialistas alemanes más Feuerbach, Ludwig (1804-1872) apreciados, pero a la vez odiado, por el nació en Landshut y fue hijo de un pro­ apoyo que les brindó a los nacional so­ fesor que impartía derecho penal. En su cialistas. Para él la vida adquiere sentido filosofía abogó por la fe del hombre en a través de la muerte, porque invariable­ sí mismo. Para él, Dios era un concepto mente termina con ella. creado por el hombre. Heráclito (540-480 a. C.) proviene de una familia real de Efesos, la actual Fichte, Johann Gottlieb (1762­ 1814) nació en Rammenau, en Sajonia, Turquía. De él tenemos las frases: «todo hijo de un artesano pobre, y se hizo fa­ fluye» y «la guerra es la madre de todas moso de la noche a la mañana, porque su las cosas». primera obra se la atribuyeron a Kant. Él hizo del hombre el creador de sí mismo. Hildegard von Bingen (1098-1179) fue una abadesa con mucho poder en la Freud, Sigmund (1856-1939) creció Edad Media. Postuló que Dios también en Viena y fue hijo de un comerciante. tiene un lado femenino. Inventó el psicoanálisis. Éste se dedica a estudiar la búsqueda del Ello, las viven­ Hobbes, Tomás (1588-1679) viajó cias y experiencias escondidas en el Yo, y como educador de hijos de nobles por trata de reconciliarlas con el Superyó, las toda Europa. Consideró que la maldad le era innata al ser humano, por lo cual el expectativas del entorno. Estado tenía que controlarlo a través del Gorgias de Leontino (485-380 a. C.) «Leviatán». fue enviado de Sicilia, su ciudad natal, a Atenas, y empezó su carrera como orador Hume, David (1711 -1776) proviene de una familia noble de Escocia. Traba­ en fiestas. Dijo que la verdad no existe. cerca de Tours, Francia. Es el padre de la filosofía moderna. De él proviene la frase: Cogito, ergo sum, «Pienso, luego soy». En 1641, la reina Cristina de Suecia lo invitó a Estocolmo, donde murió años después de una neumonía.

jó como maestro particular, secretario particular y finalmente en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Para él, los senti­ mientos eran una guía para el proceder correcto.

Hipatia de Alejandría (370-415) fue

encargada del Museion en Alejandría, la biblioteca más grande de aquellos tiem­ pos. Murió quemada porque predicó la tolerancia y vivió según sus preceptos.

Jaspers, Karl (1883-1964) fue hijo de

un director bancario en Oldenburg. Es, junto con Heidegger, uno de los repre­ sentantes más importantes del existencialismo alemán. Como médico psiquiatra estudió al ser humano en situaciones límites. Como filósofo se dio cuenta de que el hombre se encuentra a sí mismo en estas situaciones extremas.

Juan Escoto Eriúgena (800-877

apróx.) el monje irlandés se negó a an­ teponer la fe al conocimiento, y por eso fue condenado por la iglesia.

Kant, Immanuel (1724-1804) fue

hijo de un artesano de Konigsberg y es uno de los más grandes filósofos y eru­ ditos alemanes. Formuló el imperativo categórico, que en otras palabras signifi­ ca: no le hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti.

Kierkegaard, Soren (1813-1855)

Leibniz, Gottfried Wilhelm (1646­

1716) fue hijo de un profesor que im­ partía filosofía moral en Leipzig. Fue un genio: a los seis años aprendió a leer y a escribir y a los ocho ya leía a los filósofos griegos. Creó la filosofía de las mónadas.

Locke, John (1632-1704) fue maestro, filósofo y médico. Su padre fue abogado cerca de Bristol. Locke dijo que el ser humano no nace con el entendimiento, pero sí con la capacidad de adquirirlo. Formuló la clasificación de los poderes políticos.

Maquiavelo, Nicolás (1469-1527) provenía de Florencia, gobernada enton­ ces por los Medici. Aunque sufrió bajo el mando de esta familia noble, declaró que al gobernante ideal le era permitido cualquier medio para mantenerse en el poder. Marx, Carlos (1818-1883) fue hijo

de un abogado de Trier. Por él se lla­ ma «marxismo» la ideología política que declara la dictadura del proletaria­ do. Estudió leyes y llegó a la filosofía a través de Feuerbach. Como no pudo ser maestro, trabajó como redactor. Junto con su amigo Engels, fundó en Londres el primer movimiento obrero: la Primera Internacional.

Mechtild von Magdeburg (1210­

1282 o 1297) fue una mística, igual que es el filósofo danés más conocido y el Hildegard von Bingen, y vivió en el mo­ bisabuelo del existencialismo. Opuso a la nasterio de Magdeburg. Ella creía, entre racionalidad de Hegel el mundo de los otras cosas, en la libertad del alma. sentidos. La angustia estaba en el centro de su pensamiento.

Moro, Tomás (1478-1535) en realidad

se llamaba Sir Thomas More. Fue un político y filósofo inglés que inventó el Estado ideal, «Utopía». Como defendió la libertad religiosa, cayó en desgracia y fue decapitado.

niños crecieran lo más libremente posi­ ble. Él mismo, sin embargo, metió en un orfanato a sus cinco hijos.

Russel, Bertrand (1872-1970) fue

matemático, filósofo y fundador del Tri­ bunal de Vietnam que investigó crímenes de guerra de soldados norteamericanos. Nietzsche, Federico (1844-1900) fue Dijo que aunque no haya esperanza para el primer nihilista moderno, porque dijo obtener conocimiento, el hombre debe que no existían los valores. El ser huma­ filosofar; de lo contrario, se acaba el no, según él, debe tratar de convertirse en superhombre, en vez de buscar a Dios. interés por el mundo. Jean Paul (1905-1980) creció Parménides (515-480 a. C.) provenía Sartre, como niño huérfano y se convirtió en de una familia adinerada y vivía en Elea, baluarte del existencialismo. Dijo que el hoy parte de Italia. Para él, pensar y ser ser humano «está arrojado al mundo» y eran lo mismo, y argumentó la existencia «condenado a ser libre». A pesar de que de la Nada. fue considerado un vividor, no llevó una Platón (427-347) fue un noble de Ate­ vida tan mala. nas. Ha influenciado la filosofía hasta el día de hoy, junto con Sócrates y Aristó­ Schelling, Friedrich Wilhelm teles. Su filosofía la desarrolló en diálogos Joseph von (1775-1854) fue hijo de un cura de Leonberg y enseñó filosofía ficticios de su maestro Sócrates. en Jena, Würzburg, Munich, Erlangen y Berlín. Romántico e idealista, fue el Protágoras de Abdera (483-410 primero en advertir sobre la destrucción apróx.) viajó como maestro por Grecia. de la naturaleza. Fue el primer sofista.

Schopenhauer, Arthur (1788-1860) fue hijo de un comerciante de Danzig. Compitió con Hegel como maestro de filosofía en Berlín por la simpatía de los estudiantes, quienes, finalmente, prefi­ rieron a Hegel. Schopenhauer introdujo la filosofía hindú en el pensamiento Rousseau, Jean-Jacques (1712­ 1778) originario de Ginebra, iba a ser ar­ europeo. tesano. En vez de eso, se mudó a Francia. Sócrates (470-399 a. C.) fue hijo de Su amante lo introdujo en la filosofía. un escultor y de una partera en Atenas. Sus adeptos le atribuyeron la frase: «de Su verdadero oficio fue el de cantero. Es regreso a la naturaleza». Exigió que los Pitágoras (570-495 a. C.)

nació en Samos y se estableció en Italia. En Metaponto fundó la escuela de los Pita­ góricos. Dijo que todo está hecho de números.

el fundador de la filosofía occidental. Su frase más conocida: «Sólo sé que no sé nada».

Voltaire (1694-1778) se llamó en

realidad Fran^ois Marie Arouet. Cofundador de la Ilustración, fue famoso por sus frases sarcásticas, que hasta a la cárcel lo llevaron. En su filosofía demandó tole­ rancia y libertad de pensamiento.

Spinoza, Baruch (1632-1677) fue hijo de un comerciante de Ámsterdam. Por su panteísmo («Dios es todo, todo es Dios») fue expulsado de la comunidad Wittgenstein, Ludwig (1889-1951) judía y se tuvo que ganar la vida pulien­ fue el filósofo austriaco más importante do lentes para instrumentos ópticos. del siglo x x , e inventor de la filosofía Para él, la realidad solamen­ Tales de Mileto (625-547 a. c.) fue tedeleralenguaje. aprehensible a través de la lengua. comerciante en Mileto. Es considerado el primer filósofo del mundo. Para él, la Zenón de Citio (334-263 a. C.) materia primaria era el agua, de la que se comerciante de Chipre, conoció, supues­ desarrolló todo. tamente después de un naufragio, a un librero, y a través de él la filosofía. De él Theano (siglo vi a. C.) es considerada conocemos la doctrina de la tranquilidad la primera filósofa del mundo. De ella estoica. no tenemos ningún texto escrito. Fue alumna de Pitágoras y se quedó al man­ do de su escuela filosófica después de su muerte. Tomás de Aquino (1225-1274)

creció en las cercanías de Nápoles. A los 18 años se convirtió en monje, en contra de la voluntad de sus padres, y formuló cinco pruebas para demostar la existen­ cia de Dios. Después de su muerte fue declarado santo.

Índice temático

Concreto 17 Conocimiento 15, 16, 22, 26, 28, 36, 38, 39, 50, 52, 53, 55, 56, 57, 58, 59, 60, 62, 66, 67, 70, 71, 74, 77, 79, 80, 82, 88, 92, 99, 102, 104, 110,114,124,132,134,135 Corán 60, 61 Cosmos 20, 34, 133 A posteriori 92 A priori 92 Darwin, Charles 111 Abaelard 56 Darwinismo social 111 Abstracto 17 Demócrito de Abdera 34, 48, 78 Academia 42 Derecho natural 81, 86 Agua 18, 19, 29, 32, 78, 117, 132 Derechos humanos 81, 87 Agustín 54, 55 Descartes, René 75, 76, 77, 92 Alberto Magno 59 Dialéctica 99, 101, 108 Alma 27, 32, 34, 43, 44, 48, 49, 77, 78, 80, Dios 19, 26, 52, 63, 82, 89, 91, 100, 103, 100,112,118, 126, 128 104, 105, 110, 128 Amor platónico 44 División de poderes 81 Anaximandro 30 Dogma 53 Anaxímenes 30 Anselmo de Canterbury 58 Edad Media 52, 55, 56, 59, 60, 62, 66, 70, Antítesis 101 124,128 Antropología 95 Ejecutivo 81 Apeiron 30 Ello 112 Aquino, Tomás de 59 Empirismo 70, 79, 92 Arendt, Hannah 125, 129 Epicuro 48, 49, 124 Aristóteles 13, 45 Eriúgena, Juan Escoto 57 Arouet, Marie Frangois 91 Eros 44 Atomismo 121 Escéptico 37, 83 Atomista 34 Escolástica 56, 58 Averroes 60 Escuela de Mileto 30, 34 Avicena 60 Escuela filosófica 30, 116 Esencia 31, 46, 104, 119 Estado 41, 44, 46, 68, 69, 71, 77, 81, 89, Bacon, Francis 70 102,109 Beauvoir, Simone de 119, 125, 130 Berkeley, George 79, 82, 86, 99 Estética 93, 104 Boethius Severinus 16 Estoicismo 49 Buda 27, 60, 106 Estoico 49 Ética 23, 40, 44, 50, 83, 93 Eubúlides 45 Canterbury, Anselmo de 58 Existencia 26, 37, 52, 58, 59, 63, 74, 76, Cero 22, 60, 61, 135 91,99, 104, 116, 117,118, 120,129 Cogito ergo sum 76 Conciencia 43, 55, 89, 93, 102, 103, 108, Existencialismo 115, 116, 119, 130 Existencialista 104, 116, 129 109,114

Fausto 22

Fe 26, 53, 54, 56, 57, 58, 59, 60, 62, 63, 67, 77, 91, 104, 105, 110, 118, 119, 124, 132 Feminismo 105, 130 Fenomenología 102 Feuerbach, Ludwig 105 Fichte, Johann Gottlieb 99, 100, 102 Filosofía 8, 13, 23, 26, 48, 52, 55, 59, 66, 76, 79, 89, 91, 94, 100, 104, 109, 115, 118, 124,130, 132 Filosofía del lenguaje 120 Filosofía feminista 130 Filosofía trascendental 93 Filósofos de la naturaleza 28, 36, 50 Freud, Sigmund 112 Galileo Galilei 67 Gnothi sautón 134 Gorgias de Leontino 38 Griegos 14, 39, 50, 60, 66, 126, 134 Hegel, Georg Wilhelm 99, 101, 108 Hedonista 48 Heidegger, Martin 117, 125, 129 Heráclito 32 Hildegard von Bingen 128 Hipatia de Alejandría 127 Hobbes, Tomás 71, 77 Homo homini deus est 77 Homo homini lupus 71 Humanismo 66 Hume, David 79, 82, 86 Ibn Maimon 60 Ibn Rushd 60 Ibn Sina 60 Idea 12, 23, 29, 30, 34, 42-45, 53-56, 69, 71, 78, 88, 90, 98, 99, 108, 126, 128 Idea primaria 45 Ideal 43 Idealista 82 Ídolo 22, 70, 105 Ilustración 86-88, 91 Imperativo categórico 93, 94

Índice temático

142

Jaspers, Karl 14, 118 Jesús 53, 60 Kant, Immanuel 23, 26, 58, 86, 92, 98, 101 Kierkegaard, Soren 104 Leibniz, Gottfried Wilhelm 78 Leviatán 71 Locke, John 79, 86 Lógica 45, 50, 99 Logos 32 Mahoma 60 Maimónides 60 Maquiavelo, Nicolás 68, 71 Marco Aurelio 49 Marx, Carlos 55, 105, 108, 114 Marxismo 109 Materia primaria 28-32 Materialista 29 Mayéutica 39 Mechthild von Magdeburg 128 Metafísica 63, 94, 110, 120 Mística 128 Mito 32, 111 Mito de la caverna 42, 43, 70 Mónada 78 Monadología 78 Monismo 77 Montesquieu, Charles 81 Moral 93, 110 Moro, Tomás 69 Motor Inmóvil 46, 59 Muerte 13, 14, 17, 21, 22, 28, 31, 32, 37, 41, 42, 48, 52, 55, 90, 105, 106, 117, 118, 124-127, 129 Nada 14, 17, 21, 26, 27, 33, 38, 60, 61, 75, 91, 106, 110, 117 Navaja de Ockham 63 Nietzsche, Friedrich 40, 106, 110, 124 Nihilista 110 Nirvana 27, 60, 106

Ockham Guillermo 63

Ontología 33, 45 Panta Rhei 32 Panteísmo 77 Paradoja 45, 121 Parménides 21, 33, 38 Pecado original 54 Pippi Longstocking 17 Pitágoras 31, 124, 126 Platón 39, 42-45, 47, 49, 50, 54, 56, 60, 62, 63, 68, 70, 75, 82, 98, 124 Plotino 53 Poder legislativo 81 Polis 47 Politeia 44 Presocráticos 28 Principio socrático 39 Propiedad individual 90 Propiedad pública 90 Protágoras de Abdera 37 Psicoanálisis 112 Racionalismo 74, 75, 92, 98 Racionalista 33, 75 Razón 23, 31-33, 41, 44, 47, 49, 56-60, 62, 66, 75, 79, 83, 88, 92-94, 100-104, 106,108, 112, 116, 118, 119 Renacimiento 66, 74, 114 Retórica 36, 38, 124, 126 Revolución copernicana 67 Romántico 88, 98 Rousseau, Jean-Jacques 88-90, 98, 100 Russel, Bertrand 121 Sabiduría 14, 28, 36, 44, 47, 53, 124, 128 Sapere aude 86 Sartre, Jean Paul 119, 125, 130 Schelling, Friedrich 100 Schopenhauer, Arthur 106, 110, 124 Ser 17, 27, 29, 33, 38, 45, 55, 58, 59, 74, 75, 108, 114, 117, 118 Sí mismo 14, 20, 32, 39, 57, 71, 88, 89, 95, 99 102,103,105, 117, 118, 119, 130

Siddharta Gautama 27 Silogística 45 Síntesis 101, 102, 109, 126 Sócrates 9, 16, 28, 39-43, 50, 124, 126, 127, 134 Sofista 36-38 Spinoza, Baruch 77 Stoa 49 Tabula rasa 80 Tales de Mileto 9, 16, 29, 30, 132 Teología 56, 62, 63 Teoría 19, 34, 45, 48, 67, 78, 79, 81, 109, 111,129, 130 Teoría de la evolución 111 Teoría del ser 33, 45 Tesis 101, 102, 109, 128 Theano 31, 126 Tolerancia 87, 91, 127 Trascendental 93 Tratado social 90 Trauma 112 Universal 37, 56, 93, 100, 103, 108 Universo 19, 20, 30-32, 34, 49, 54, 67 Utilitarismo 83, 107 Utopía 69, 134 Valores universales 42 Virtud 31, 39, 44, 47, 49 Virtudes cardinales 44 Volonté générale 90 Voltaire 29, 91 Wittgenstein, Ludwig 120 Xantipe 40, 126, 127 Xenofón 36 Yo 98, 99, 112 Zenón de Citio 49

Christine Schulz-Reiss nació en 1956. Después del bachillerato estudió Lenguas y Literaturas Germánicas, Política y Ciencias de la Comunicación en Erlangen y Munich. Trabajó como voluntaria en el Noticiero de Stuttgart, y luego como reportera política y redactora en el periódico Abendzeitung de M unich, donde después obtuvo el puesto de suplente en la dirección de reportajes, entrete­ nimiento y noticias. En 1991 se independizó como periodista. Escribe para diferentes revistas, generalmente sobre y para jóvenes, y recibe una gran moti­ vación por parte de su hija. En 2004 su libro Nachgefragt: Politik fue propuesto para el Gustav-Heinemann-Friedenspreis (Premio para la Libertad Gustav Heinemann). En la editorial Loewe apareció, además, otro título de Christine Schulz-Reiss: Wasglaubt die Welt? (¿Quépiensa el mundo?), en el que se descri­ ben las cinco grandes religiones. La autora vive con su familia en las cercanías de Munich. Verena Ballhaus nació en 1951 en Gemünden am Main. Desde una edad muy temprana la entusiasmó todo lo que tenía que ver con colores y formas. Por este motivo cursó, después de la educación básica, la Academia de Arte en M u­ nich, donde estudió, además de pintura y gráfica, didáctica del arte. Después de sus estudios trabajó un tiempo como pintora de escenarios, y desde hace varios años se dedica a ilustrar libros para niños. Sus trabajos han recibido varios pre­ mios, entre ellos el Jugendliteraturpreis (Premio para Literatura Juvenil). Hariet Quint nació en 1956 en Brasov, Rumania. Estudió Lenguas y Literaturas Germánicas en la Universidad de Bucarest, y obtuvo el grado de Maestra por la Universidad de Guadalajara. En 1985 fue becada por el d a a d y estudió un semestre en la Universidad de Freiburg i. Br., Alemania. Hace 25 años se naturalizó mexicana. Actualmente trabaja como profesora investigadora titular en el Departamento de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara y coordina el Taller de Traducción de este mismo departamento. El amor por la filosofía y el hecho de tener hijos en la preparatoria fueron una gran motiva­ ción para traducir este libro del alemán al español.