Estudios sobre Renacimiento y Barroco
 8437623022, 9788437623023

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Domingo Ynduráin

Estudios sobre Renacimiento y Barroco Edición al cuidado de Consolación Baranda, M.a Luisa Cerrón, Inés Fernández-Ordóñez, Jesús Gómez y Ana Vian

CÁTEDRA CRÍTICA Y ESTUDIOS LITERARIOS

1.a edición, 2006 Ilustración de cubierta: San Jerónimo en su escritorio (Maestro del Parral)

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© María del Perpetuo Socorro Pardo de Santayana, 2006 © Ediciones Cátedra (Grupo Anaya, S. A.), 2006 Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid Depósito legal: M. 13.422-2006 I.S.B.N.: 84-376-2302-2 Printed in Spain Impreso en Lavel, S. A. Humanes de Madrid (Madrid)

índice Presentación........................................................................................

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B io -Bib lio g r a f Ia ...................................................................................

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e n t r e m é s a n o v e l a ................................

23

notas sobre el «tractado tercero» del L a z a r il l o d e Torm es..................................................................................................

35

Rin c o n e 7e

y

C ortadillo . D e

Algunas C uento

risible, folklore y literatura en el S iglo de

O ro ........

49

de una lengua clásica (Literatura vulgar y Re­ nacimiento en España) .....................................................................

81

La invención Un

a sp e c t o d e

L a Ce lestin a .............................................................

107

La

vid a e s sueño : d o c t r in a y m it o ...................................................

129

El

castig o s in v e n g a n za c o m o g é n e r o l it e r a r io ............................

157

L a s c a r t a s e n p r o sa .............................................................................

179

La vida como En

libro ................................................................................

torno al Ex a m e n d e in g e n io s de

H istoria y

H uarte de San J uan ..........

213 239

ficción en el siglo x v ........................................................

285

d iá l o g o s e n p r o sa r o m a n c e .........................................................

333

descubrimiento de la literatura en el Renacimiento e s ­ pañol .......................................................................................................

377

Los El

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Presentación

Se publica en este volumen una selección de trabajos represen­ tativos de la obra de Domingo Ynduráin, uno de los filólogos más singulares dentro del hispanismo actual. La originalidad de su pen­ samiento sobresale en todos los ámbitos de la Literatura Española a los que ha dedicado atención. De entre sus publicaciones, se edi­ tan ahora algunos artículos y discursos de especial relevancia en los que aborda el análisis de obras y de autores de los Siglos de Oro, comprendidos desde finales del siglo xv hasta el siglo xvn. Los trece estudios aquí reunidos aparecen editados de acuerdo con el orden previo de publicación, y abarcan un arco cronológico de casi cuarenta años (1966-2002). Sólo hay una leve alteración de este criterio, ya que se ha pospuesto el discurso de ingreso en la Real Academia Española, no sólo por la relevancia de la ocasión para la que fue redactado, sino también por el significado de las ideas lite­ rarias que plantea. En cada uno de los trabajos se contienen análi­ sis insustituibles de obras no siempre bien conocidas por el lector actual. Sin embargo, en su mayoría, versan sobre los grandes clási­ cos: desde el artículo sobre L a Celestina, hasta los que analizan el L azarillo de Tormes, E lcastigo sin venganza de Lope de Vega y L a vida es sueño de Calderón, junto a Cervantes. Hay, además, considera­ ciones menos particulares sobre corrientes ideológicas y genéricas, ya que Domingo Ynduráin poseía la rara habilidad de descubrir pa­ noramas esenciales y poco transitados de la historia literaria, como hace en las páginas que dedica a «La invención de una lengua clá­ 11

sica», anticipo de su magnum opus; el volumen Humanism oy Rena­ cimiento en España, publicado doce años después. Como comple­ mento de esta monografía, se edita también el artículo sobre «His­ toria y ficción en el siglo xv», publicado con posterioridad al discurso de ingreso en la Academia y muy relacionado con éste. Además de esa caracterización innovadora de la cultura rena­ centista, otro de los artículos seleccionados explora el alcance de la metáfora afortunada que le sirve de título: «La vida como libro», sig­ nificativa para la historia literaria de las ideas. También hay reflexio­ nes sobre los géneros, una de las cuestiones metodológicas que qui­ zás más le preocuparon, y tema recurrente en su bibliografía. Así, reflexiona sobre la concepción áurea de la tragedia, a propósito de E lcastigo sin venganza de Lope de Vega; o bien sobre la categoría del «cuento risible», en un artículo-reseña que va mucho más allá de lo habitual en este tipo de publicaciones. Hay también visiones de con­ junto en torno a los géneros epistolar y dialógico, a los que dedica sendos artículos. Cuando en 1984 pronuncia la versión oral del tra­ bajo sobre «Las cartas en prosa», publicado sólo cuatro años des­ pués, el conocimiento de la tradición epistolar renacentista era to­ davía limitado en el ámbito del hispanismo; por ello, destaca aún más la abundancia de datos y la originalidad de la exposición, to­ davía plenamente vigente. AÍgo parecido cabe decir de la versión oral, pronunciada en 1985, del artículo sobre «Los diálogos en pro­ sa romance», cuya redacción definitiva, por una serie de avatares edi­ toriales, no vio la luz hasta el año 2000. Los artículos reproducen la redacción original sin añadidos ni correcciones, más allá de las erratas evidentes que también pervivían en aquellos, de la restitución entre corchetes de trabajos que se ci­ taban como «en prensa» en el momento de la redacción, o de la uni­ ficación tipográfica exigible en una publicación unitaria. Los hábitos de cita bibliográfica, y los más peculiares del autor, han variado en el tiempo; en la medida en que ha sido posible, los editores han unificado las referencias, además de adaptarlas a los cri­ terios de Ediciones Cátedra. Se ha renunciado a unificar gráfica­ mente los fragmentos de los textos citados, respetando el original y por tanto los criterios gráficos de cada editor de los mismos. La pro­ cedencia de cada trabajo, con su fecha original, consta en nota al pie al inicio de cada apartado. Sin duda, no están todos los que son. Especialmente difícil ha sido la renuncia a incluir otros muchos trabajos dispersos. Los lec­ tores de los estudios de Domingo Ynduráin echarán en falta auto­ 12

res del Renacimiento y Barroco como San Juan de la Cruz y Quevedo, Juan del Encina y Juan Ginés de Sepúlveda, a los que ha de­ dicado también páginas fundamentales. Lo mismo sucede con otros géneros literarios de la época, como los que destina a la llamada «no­ vela sentimental» de los siglos xv y xvi, o a los autos sacramenta­ les; tampoco ellos han tenido cabida en esta antología por inevita­ bles limitaciones de espacio. Por el momento, este volumen reúne algunos de los estudios más significativos y trascendentes del autor, a juicio del criterio particular, y también del gusto, de los cinco pro­ fesores de tres Universidades distintas (Universidad Autónoma de Madrid, Universidad Complutense de Madrid, Università La Sa­ pienza de Roma) que se reunieron para hacer posible esta iniciativa, a la que ha querido sumarse también el profesor Francisco Rico. Quienes recuerdan al profesor saben hasta qué punto sus clases estaban llenas de incitaciones y obligaban a cuestionarse lo que se daba por sabido. Quienes recuerdan al colega comunicativo y eter­ namente disponible, al investigador y al crítico, conocen su estatu­ ra moral, su pasión contagiosa por la Literatura, su elegancia y la li­ bertad intelectual con la que siempre trabajó. En cualquier caso, todos los que repasen con detenimiento las páginas de esta colectánea, podrán apreciar hasta qué punto sus trabajos fueron escritos por un lector insaciable, generoso con su saber, capaz de introducir en todos los temas puntos de vista singulares, susceptibles de suge­ rir siempre, en buena mayéutica, múltiples vías de investigación. Sea un homenaje de gratitud a la figura del profesor inolvidable y del filólogo cabal, cuya sabiduría y amistad tuvimos el privilegio de dis­ frutar. Los editores quieren también agradecer a Mariola Pardo de Santayana y a toda la familia de Domingo Ynduráin la buena acogida de esta iniciativa, secundada de manera feliz por Ediciones Cá­ tedra, en especial por la eficaz y generosa disposición de Josune García. A todos ellos, desde el recuerdo compartido y entrañable de Domingo Ynduráin, muchas gracias.

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Bio-Bibliografía

Domingo Ynduráin Muñoz (Zaragoza, 29-10-1943; Madrid, 28-3-2003), Licenciado en Filología Románica (Universidad Com ­ plutense, 1964), Doctor en Filología Románica (Universidad Complutense, 1970). Fue Lector de español en la Universidad de Zu­ rich (1966-1972); Profesor extraordinario en la Universidad de Lau­ sanne (1970-1972) y en la de Lovaina (1970-1972). Profesor ayudan­ te en la Universidad Autónoma de Madrid (1972-1975) y Profesor Agregado en la Universidad Complutense (1975-1981); Catedrático de Literatura Española en la Universidad Autónoma de Madrid (1982-2003). Durante el año 1991, Profesor visitante en la Univer­ sity o f Southern California (Los Angeles). Formó parte del Consejo Editor de la colección «Letras Hispá­ nicas» de Ediciones Cátedra. Fue director literario de la Biblioteca Castro y miembro del Consejo de Redacción de las revistas Insula y Epos. Ocupó los cargos de Vicerrector y Secretario General de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (1986-1991), asesor en el Consejo de Teatro del Ministerio de Cultura y miembro del Con­ sejo de Universidades. El día 20 de abril de 1997, leyó su discurso de ingreso en la Real Academia Española, de la que fue nombrado Secretario dos años después. A continuación se reseñan sus publicaciones fundamentales, agrupadas en cuatro apartados. En primer lugar, los libros que con­ tienen estudios monográficos sobre obras o autores españoles. En segundo lugar, las ediciones, en su mayoría de autores clásicos es­ 15

pañoles. Cabe destacar en este apartado la labor editorial de Do­ mingo Ynduráin como director literario de la Biblioteca Castro, bajo cuya supervisión se publican, desde 1993, alrededor de cien volú­ menes. En tercer lugar, los artículos aparecidos en revistas especia­ lizadas, generalmente de ámbito universitario y académico. Se in­ cluyen también en este apartado las contribuciones del autor a libros de carácter colectivo, Actas de Congresos y Homenajes. En último lugar, se incluyen las reseñas, cuyo alcance desborda nume­ rosas veces la convención que el lector espera encontrar en este tipo de publicaciones.

L ib r o s

A nálisisform al de la poesía de Espronceda, Madrid, Taurus, 1971. Prólogo de Ra­ fael Lapesa. Ideas recurrentes en Antonio M achado, Madrid, Turner, 1975. Prólogo de Aurora de Albornoz. Introducción a la metodología literaria, Madrid, SGEL, 1979. Prólogo de Fernando Lázaro Carreter. Aproxim ación a San Ju an de la Cruz, Madrid, Cátedra, 1990. Humanismoy Renacimiento en España, Madrid, Cátedra, 1994. Eldescubrimiento de la literatura en elRenacimiento español. Discurso leído ante la R eal A cadem ia Española, Madrid, Real Academia Española, 1997. D elclasicism o a l 98, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000. L as querellas delBuen Amor. Lectura deJuan Ruiz, Salamanca, SEMYR, 2001.

E d ic io n e s

Antonio Machado, Los complementarios, Madrid, Taurus, 1972, 2 vols. Pedro Calderón de la Barca, E l Gran Teatro delMundo, Madrid, Istmo, 1974. Francisco de Quevedo, H istoria de la vida delBuscón, prólogo de Domingo Yndu­ ráin, Madrid, Espasa-Calpe, Austral, 1977 (y sucesivas reediciones). Francisco de Quevedo, E l Buscón, Madrid, Cátedra, 1980 (y sucesivas ediciones, 20.a ed. en 2005). Pedro Calderón de la Barca, E l Gran Teatro delMundo, Madrid, Alhambra, 1981. San Juan de la Cruz, Poesía, Madrid, Cátedra, 1983; edición ampliada en 1985 (y sucesivas reediciones, 14.a ed. en 2006). L as mejores novelas de la Literatura Universal. Siglo x ix , voi. 10: PepitaJim enez. Sotileza. L a Regenta, Madrid, Cupsa, 1983. L as mejores novelas de la Literatura Universal. Sigb x ix , vol. 11 : La m ariposa. Los trabajos de Pío Cid, Madrid, Cupsa, 1983.

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A ntología de la poesía española, 1, Barcelona, Planeta, 1985. Braulio Foz, Vida de Pedro Saputo, en colaboración con Francisco Ynduráin, Ma­ drid, Cátedra, 1986. Pedro Calderón de la Barca, E l alcalde de Zalam ea, Madrid, Alianza, «El Libro de Bolsillo», 1989. Pedro Calderón de la Barca, L a vida es sueño, Madrid, Alianza, «El Libro de Bolsi­ llo», 1989 (1.a reimp. 1997; 1.a ed. en «Arte de conocimiento: Literatura», 2002). José de Espronceda, E lD iablo Mundo. E l Pelayo. Poesías, Madrid, Cátedra, 1992 (3.a ed. en 2003). Jerónimo de Urrea, D iálogo de la verdadera honra m ilitar, Madrid, Ministerio de Defensa, 1992. Pedro Manuel Ximénez de Urrea, Penitencia de amor, Madrid, Akal, 1996. Pedro Calderón de la Barca, E l Gran Teatro delMundo, ed. y estudio preliminar de John J. Allen y Domingo Ynduráin, Barcelona, Crítica, 1997. San Juan de la Cruz, Cántico espiritualy poesía completa, ed. P. Elia y M. J. Man­ cho, estudio preliminar de Domingo Ynduráin, Barcelona, Crítica, 2002. Miguel de Cervantes, Obras completas, Madrid, Biblioteca Castro, 1993, 4. vols. Benito Pérez Galdós, Obras completas. N ovelas contemporáneas, vols. I-VIII, Ma­ drid, Biblioteca Castro, 1993-2003. Pedro Calderón de la Barca, L a vida es sueño, Madrid, Biblioteca Nueva, 2004.

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«Correas y el Refranero aragonés, I y II», Diputación Provincialde Zaragoza {Ì9M y 1969), págs. 149-155 y 635-641. «Sobre un cuento de Pedro Antonio de Alarcón en E. Goncourt», Filología M o­ derna, 19-20 (1965), págs. 247-250. «Rinconetey Cortadillo. De entremés a novela», Boletín de la R ealAcadem ia Espa­ ñola, 46 (1966), págs. 321-333. «Tres símbolos en la poesía de Antonio Machado», Cuadernos Hispanoam erica­ nos, 223 (1968), págs. 117-149. «Dos poemas autógrafos de Zorrilla», Boletín de la R ealAcadem ia Española, 49 (1969), págs. 141-151, «Teoría de la novela en Baroja», Cuadernos Hispanoamericanos, 233 (1969), pági­ nas 355-389. «Nuevos manuscritos de Zorrilla», Revista de Literatura, XXXVII (1970), pági­ nas 149-173. «De verdes sauces hay una espesura. Anteposición de complemento con de», Vox Romanica, 30-31 (1971), págs. 98-105. «El Gran Teatro de Calderón y el Mundo del xvn», Segismundo, X (1975), pági­ nas 17-71. «Algunas notas sobre el “Tractado tercero” del Lazarillo de Tormes», Studia H is­ pan ica in honorem R . Lapesa, Madrid, Gredos/Cátedra-Seminario Menéndez Pidal, 1972, vol. Ili, págs. 507-517.

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«Persona] e y abstracción», en E lpersonaje dramático. VIIJom adas de teatro clásico espa­ ñol(Almagro, 1983), ed. L. García Lorenzo, Madrid, Taurus, 1985, págs. 27-37. «L a vida es sueño: Doctrina y mito», Segismundo, 41-42 (1985), págs. 99-126. «Enamorase de oídas», en Serta Philologica F. Lázaro Carreler, Madrid, Cátedra, 1983, vol. II, págs. 589-603. «Espronceda novelista: Sancho Saldada», en Entrepuebloy corona: Larra, Espronceday la novela histórica delRomanticismo. A ctas de lasJom adas de la Sociedad Su iza de Estudios H ispánicos (Zurich, noviembre de 1984) eds. G. Güntert y J. L. Varela, Madrid, Universidad Complutense, 1986, páginas 111-127. «El ensayo (1936-1975)», en AA. W ., Literatura contemporánea en C astillay León, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1986, págs. 467-82. «Los apócrifos de Antonio Machado (1902-1939)», A nuario de Estudios Filológi­ cos. Homenaje a Ju an M anuelRozas, IX (1986), págs. 349-62. «El Quevedo del Buscón», Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, LXII (1986), págs. 77-136. «E lalcalde de Z alam ea: Historia, ideología, literatura», E d ad de Oro, V (1986), pá­ ginas 299-311. «Sobre el Processo de cartas de amores de Juan de Segura», en Philologica H ispaniensia in honorem M anuelA lvar, Madrid, Gredos, 1987, vol. III, págs. 585-600. «E l castigo sin venganza como género literario», en «E l castigo sin venganza»y el teatro de Lope de Vega, ed. R. Domenech, Madrid, Cátedra/Teatro Español, 1987, págs. 141-163. ^ «El teatro y la realidad», ínsula, 493 (1987), págs. 1 y 4. «¿Nuestra realidad ausente?», República de las letras. Ultim as tendencias de la litera­ tura española, I, 18 (1987), págs. 69-74. «Galdós y el 98», Eutopías. Teorías/H istoria/D iscurso, III (1987), págs. 67-78. «Galdós and thè generation o f 1898», The C risis o f LnstitutionalizedLiterature in Spain, ed. W. Godzich, N. Spadaccini, Minneapolis, Prisma Institut, 1988. «L as bicicletas sonp ara e l verano», «Bajarse a l moro», en AA. W ., Seis dram aturgos españoles del siglo x x , LL. Teatro en democracia, Madrid, Primer Acto/Girol Books, 1988, págs. 103-107 y 241-246. «Las cartas en prosa», en Literatura en la época delEmperador. Academ ia Literaria Renacentista V VIL, ed. V. García de la Concha, Salamanca, Academia Lite­ raria Renacentista, 1988, págs. 53-81. «Las cartas de amores», en Homenaje a Eugenio Asensio, Madrid, Gredos, 1988, págs. 487-495. «La autobiografía y el Lazarillo», en IIpicaro nella cultura europea, ed. I. M. Battafarano y P. Taravacci, Trento, Luigi Reverdito, 1989, págs. 37-51. «Cultura y literatura», RepúbEca de las letras. M edio siglo de Literatura Española, 1939-1989, 24 (1989), págs. 156-159. «La crisis del texto en el teatro», Página, 20 (1989), págs. 116-119. «Machado: Manuel o Antonio», ínsula, 506-507 (1989), págs. 79-80. «Las voces apócrifas de Antonio Machado», en Antonio M achado boy. A ctas del Congreso Internacionalconmemorativo delcincuentenario de la muerte de Antonio M achado, ed. J. Urrutia, Sevilla, Alfar, 1990, págs. 121-136.

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R e s e ñ a s y a r t íc u l o s -r e s e ñ a

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Rinconetey C ortadillo. De entremés a novela Leyendo las doce novelas ejemplares de Cervantes nos sorpren­ de una de ellas, no sólo por la perfección, que indudablemente tie­ ne, sino por la particular estructura que la hace singularizarse entre las once restantes. El rasgo diferencial de esta novela consiste, como trataré de mostrar, en que parece, en buena parte de su acción, ha­ ber sido concebida para la escena, en ser su estructura, más que no­ velesca, dramática, teatral. No es posible resolver si fue un arreglo de Cervantes o se trata de una aplicación de la forma dramática a la novela; ni creo que pueda llegarse a una conclusión enteramen­ te satisfactoria. De cualquiera forma que esto sea, lo cierto es que los elementos dramáticos desempeñan un importante papel en la es­ tructura de Rinconetey Cortadillo. Si aceptamos la definición clásica de teatro, veremos que el episo­ dio de las andanzas de Rincón y Cortado, contenido en la obra, es mucho más una presentación o representación que una narración. A mi juicio, la particularidad de esta novela ejemplar no estriba tanto en la utilización de recursos teatrales como en que la concepción de la obra parece haber sido teatral o, concretando más, entremesil; aun­ que posteriormente a la concepción haya sido vertida en el molde de «novela». Y no se trata solamente de una impresión o de un am­ biente teatral el que se percibe en Rinconetey Cortadillo, sino que creo * Publicado con el mismo título en Boletín de la Real Academia Española, 46 (1966), págs. 321-333.

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encontrar en la obrita elementos concretos en los que poder apoyar la interpretación que acabo de apuntar. Una vez expuesta la finalidad de este estudio, paso a desarrollar el tema, mostrando las razones que me han llevado a dicha conclusión y que creo pueden, si no probar absolutamente, sí al menos aportar daros indicios que lleven a la con­ clusión de que Rinconetey Cortadillo es un entremés anovelado. Que la «novela» en cuestión tiene un marcado influjo de las for­ mas teatrales no ofrece duda, y así ha sido ya notado y admitido en múltiples ocasiones. Dicha influencia la ha sostenido Joaquín Casalduero, el cual, en su libro Sentido y form a de las N ovelas ejem pla­ resh al hablar de las repetidas llamadas a la puerta del patio de M o­ nipodio, afirma: «En esta división tan señalada hay, sin duda, una influencia de la técnica teatral»12; y más adelante vuelve a insistir en lo mismo cuando compara el fin de una «escena» (así en Casalduero), en la que disputan Chiquiznaque y Maniferro, con otro pa­ saje, el de «las vecinas», perteneciente al entremés E lviejo celoso; com­ paración que sirve a Casalduero para acentuar la «virtud dramática» del episodio de la novela cervantina3. Efectivamente, lo que este crí­ tico ha señalado como mero influjo y referido al patio de Monipo­ dio solamente, me parece indudable; sin embargo, creo que, como ya dije, lo teatral de la obra no es únicamente un influjo y que, por otra parte, lo que se afirma del patio de ladrones debería ser am­ pliado al conjunto de la obra. Rinconetey Cortadillo es una de las dos novelas ejemplares de las cuales conocemos, con bastante aproximación, las fechas en que fue­ ron escritas. A pesar de no haber sido publicada hasta el año 1613, junto con las demás novelas, sabemos que Rinconete había sido ya concluida en 1606. En el transcurso de estos siete años nuestra no­ vela sufre, entre otras, una modificación muy significativa; en el primer manuscrito conocido, la copia de Porras de la Cámara, en­ contramos la historia de una moza de partido, historia que nos es contada por el narrador, y no presentada o dialogada como la de los dos protagonistas, por ejemplo; pues bien, este pasaje ha sido suprimido en la edición (sólo queda en ésta un pequeño esbozo de dicha historia) y lo encontramos trasladado a E lcoloquio de losperros. Me parece evidente que Cervantes, al revisar la obra con intención de publicarla, advirtió que con la estructura dialogada y directa de 1 Madrid, Gredos, 1962. 2 Op. cit., pág. 110. 3 Casalduero, op. cit., nota 1 a la pág. 112.

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la novela no ajustaba una historia contada, narrada. En la forma de­ finitiva de la «novela», la que fue impresa, encontramos que la re­ dacción escueta y directa ha sufrido modificaciones importantes: la forma es más literaria y han sido añadidas frases o palabras para que el sentido fuera más claro al lector o para hacerlo más ameno; creo que esto indica que si en la forma primitiva de la obra el sentido de lo expresado o el interés del público estaba completado por la si­ tuación o el movimiento —al menos en la mente cervantina— , en la segunda, la novelada, al faltar estos apoyos era necesario que fueran sustituidos por la palabra escrita. Estas modificaciones pue­ den verse con toda claridad en la edición que con las dos versiones hizo R Rodríguez Marín de Rinconetey Cortadillo (Madrid, 1920), pá­ ginas 236, 237, 238, 242, 243, 244, 246, etc. Por otra parte, también en la versión manuscrita de Porras de la Cámara aparece, encabe­ zando el pasaje donde se describe el patio en el cual tiene su corte Monipodio, el significativo epígrafe aclaratorio: «Casa de Monipo­ dio, padre de ladrones de Sevilla»; esta frase, escrita a manera de tí­ tulo, que tiene como característica esencial la brevedad y que se li­ mita a indicar una situación general, me lleva a no considerarla como tal título, sino como acotación teatral, completada al describir el pa­ tio a la manera de indicativo para el montador de la obra. Sin em­ bargo, Cervantes en la edición de 1613 suprime la frase, lo cual no contradice en nada lo expuesto hasta ahora; por el contrario, incluso lo refuerza, ya que es lógico que, al reconsiderar lo que va a ser pu­ blicado bajo el título de novela, advierta que en esta forma era in­ necesaria la acotación. Cabe dentro de lo posible, y aun de lo pro­ bable, que el título no se deba a Cervantes, sino que fuera añadido por el copista, lo que no haría más que indicar que Porras de la Cá­ mara también veía la obra como teatral4. Una vez analizadas, en lo que nos es útil, las variantes entre el manuscrito y la edición, po­ demos pasar al estudio de la «novela» para tratar de encontrar en ellas los rasgos teatrales caracterizadores que sirvan de apoyo a mi teoría. Para ello creo que en primer lugar es necesario fijar en lo po­ sible las características del teatro y del entremés. Rafael Lapesa, en un útil y claro manual5, ha resumido las ba­ ses del teatro: «el autor no revela directamente su manera de sentir y pensar, que no debe torcer la marcha natural del conflicto plan4 Sobre estas interpolaciones, véase el artículo de M. Criado de Val en Anales cervantinos, t. II, 1952, pigs. 231-248. 5 Introducción a los estudios literarios, Salamanca, Manuales Anaya, 1964, pág. 148.

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teado en la obra ni hacer que los personajes dejen de responder en sus actos y palabras a los caracteres que se les atribuyen». Efectivamente, en los breves lugares donde Cervantes no hace dialogar a sus personajes, sino que él toma el lugar de éstos y «cuen­ ta» lo sucedido (por ejemplo en la partida de naipes entre los apren­ dices de ladrón y los arrieros), se limita a describir acciones que o bien son irrepresentables o bien sirven para abreviar un diálogo, como en la plática en que Cortado roba el pañuelo al sacristán; sin embargo, Cervantes nunca nos da directamente su forma de pensar, a no ser en el final de la obra, donde la intervención tiene un sen­ tido específico, como veremos. Por otra parte, es evidente, durante toda la obra, la adecuación de los actos de las «figuras» con su per­ sonalidad. En cuanto a la actualización del conflicto a cargo de los personajes, sin la intervención del autor, notaremos que Cervantes limita su actuación a indicaciones del tipo de «dijo el mayor», «res­ pondió el mediano», «preguntó el grande», combinación de tres pa­ labras que se repiten, sin más elementos, hasta la saciedad en lo que podríamos llamar primera escena — hasta el comienzo del juego de naipes— , en la segunda —trabajo de esportilleros en Sevilla— o en la tercera —patio de Monipodio— , si bien en estas dos últimas en­ contramos por toda variación: «respondió el sacristán», «dijo el mozo», «replicó Monipodio»; por otra parte, en la versión de Porras faltan muchas veces estas indicaciones. Sin embargo, algunas veces llega a describir, con mayor o menor extensión, según el caso lo re­ quiere, la situación de los personajes o el medio ambiente en que éstos van a moverse; añadamos que las descripciones son de una concisión y esencialidad extraordinarias, la construcción directa es simplici sima, apenas encontramos adjetivos y en cualquier lugar pre­ dominan los verbos que expresan movimiento. Al margen de las ca­ racterísticas que acabo de señalar, y sin que desaparezcan, podemos dividir las intervenciones de autor en dos tipos claramente delimi­ tados, de un lado las notas breves, verdaderas acotaciones, comple­ tamente desligadas del diálogo y que no sirven más que para situarlo; citaremos como ejemplo el pasaje: «Saliéronse los dos a sestear en un portal o cobertizo que delante de la venta se hace, y sentándo­ se frontero el uno del otro, el que parecía de más edad dijo al más pequeño»6. El segundo tipo está formado por los relatos extensos que no acompañan o enmarcan la acción, sino que sustituyen la 6 Pág. 210 de la edición de A. Bonilla (Madrid, 1922), a la cual me remito al ci­ tar en lo sucesivo, de no advertir otra cosa.

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representación; pero, aunque estos fragmentos no pertenecen a la téc­ nica teatral, Cervantes no busca la expresión de su propia persona­ lidad; por el contrario, presenta los hechos actualizados, como si es­ tuvieran desarrollándose directamente ante los ojos del lector, y esto está construido así a pesar de no decirlo los personajes, ya que son hechos, acciones, lo que en ellos se cuenta. Esta intención visualizadora llega a estar explícita en el texto: así vemos: «Y habiéndosela ya dado secretamente (la bolsa), veis aq u ído vuelve el estudiante tra­ sudado y turbado de muerte, y viendo a Cortado les dijo...». La ex­ presión «veis aquí» es de tipo narrativo presentativo por excelencia. Hace pensar en la manera de narrar teatral que usa Cervantes en sus «retablos»: véase, por ejemplo, el capítulo XXVI de la 2.a parte del Q uijote, especialmente en las explicaciones del trujamán, montadas sobre la fórmula «veis» o «ved», que supone un auditorio o especta­ dores. El mismo juego se da en el Retablo de las m aravillas. En último término es el «veríedes» narrativo-dramático que aparece en los mo­ mentos más vivos del C antar de M io C id: «veriedes tantas lanças pre­ mer e alçar, / tanta adágara foradar e passar» (v. 726), donde el reci­ tador cuenta con un público, como parece que en la novela ejemplar contaba Cervantes, al menos in mente. Vemos la estrecha afinidad es­ tructural entre esta técnica y la teatral; el fácil paso de una a otra lo podemos apreciar experimentalmente si recordamos la aguda «cola­ boración» que con Cervantes ha hecho Francisco Maldonado al ca­ pítulo X, Io, 3o del Pensiles, publicada en los A nales cervantinos1. Naturalmente los entremeses poseen rasgos específicos que los caracterizan frente a las obras dramáticas mayores; y es precisa­ mente a estos rasgos entremesiles, más que a cualquier otro tipo de teatro, a los que se ajusta la novela. Es sabido que Lope de Rueda, de quien Cervantes conservaba un recuerdo muy vivo, fue el primer autor de pasos o entremeses que utiliza la prosa para este tipo de obras; a partir de él se generaliza la forma haciéndose habitual. Por otra parte, es también habitual en el entremés que los rasgos físicos, el atuendo, el aspecto en general contribuya a la caracterización de los personajes; a esto respondería, si se acepta mi hipótesis, la mi­ nuciosa descripción del traje de Monipodio o el aspecto y señas de Rincón y Cortado antes de comenzar a actuar; la presentación de estos dos personajes tiene lugar al principio de la obra, inmediata­ mente después de describir el lugar donde va a desarrollarse la ac-7 7 F. Maldonado de Guevara, «Poética, poesía y personaje», Anales cervantinos, t. IX (1961-1962), págs. 45-72.

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ción; esta descripción inicial es mucho más concisa que la de cual­ quiera otra novela ejemplar, reduciéndose a un mero apunte. Por otra parte, es un recurso generalizado en los entremeses la caracte­ rización de los tipos por su habla, recurso que también encontra­ mos aquí en los discursos del esportillero, Monipodio, etc.: «entrar en lo guisado», «tener vaca en la dehesa», «entrevar», «murcio», «el fi­ nibus terrae», «el guro» «gurullada», «levas», «cica», «trainel», «a boca de sorna», «bajamanero», «quapátaro», etc. Palabras y expresiones to­ das típicas del habla de germanía. El tema y el ambiente de la obrita cervantina coincide plena­ mente con los asuntos que generalmente trata el entremés: esto es, aspectos de las capas inferiores de la sociedad, presentados con rea­ lismo por medio de un lenguaje no preciosista que intenta reflejar lo conversacional. Por otra parte, la visión cómica del tema con­ vierte, tanto en nuestra obra como en los entremeses, la antisocial actuación de los personajes en una representación jocosa; efecto que se consigue por medio de la deformación burlesca de los tipos hu­ manos y de su comportamiento, lo cual por contraste produce re­ gocijo en el espectador, que se considera superior a los personajes. Eugenio Asensio, en el excelente libro Itinerario delentrem és*, pre­ senta como características esenciales del auto o paso, por una parte «el bullicio que acaba en danza y canto, naturales complementos de la orientación mímica del entremés» (pág. 40), que es exactamente el mismo desarrollo que encontramos en la novela ejemplar, donde la disputa entre los «bravos», originada por las desavenencias entre la Cariharta y Repolito, se resuelve con las canciones de la Escalanta, la Gananciosa, Monipodio y la misma Cariharta en un cuadro lle­ no de color y plasticidad, que tendría su plenitud en el movimien­ to teatral únicamente. Otro de los artificios entremesiles es — según Asensio— la «secuencia de incidentes encadenados y escalonados que desembocan en un final animado o desfile de interlocutores en presencia de un glosador que con sus comentarios fabrica el marco, alejándolas y presentándoles la unidad del punto de vista» (pág. 32): artificio que también encontramos en Rinconetey Cortadillo, y que nos explica la intervención final de Cervantes. Si al comenzar el es­ tudio no pudimos encuadrarla en la form a teatral, ahora se nos re­ vela no como narración novelística, sino como comentario del glo­ sador — en este caso el mismo autor— que encuadra y pone *

Madrid, Gredos, 1965, núm. 82.

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perspectiva final al bullicioso término de la historia, que de otra for­ ma hubiera quedado inconclusa, en el aire; esta técnica había sido empleada ya en historias picarescas, pero el teatro no la había ad­ quirido todavía. Considerada la novela ejemplar desde esta nueva perspectiva, po­ demos volver a plantear la interpretación de algunos de sus ele­ mentos que ahora parecen claros y que, a su vez, contribuyen a que sea aceptada mi hipótesis sobre la teatralidad de la obra. Rincón y Cortado han sido considerados tradicionalmente —con todas las salvedades necesarias— como picaros, y la novela como picaresca. Sin embargo, no me parece que esto sea rigurosamente exacto y creo — sin teorizar ahora sobre los caracteres del picaro— que la concepción de este personaje (desdoblado en dos, como vere­ mos), está mucho más cerca de la figura del donaire que de la del picaro. En efecto, ya desde el primer momento, en el diálogo de Rincón y Cortado, vemos que la retórica y elevados conceptos de uno son contrastados por la intervención llana y realista del otro, reflejando la verdad de la situación que aquél no quería o no podía admitir. Veamos una de las intervenciones. «Eso se borre —dijo Rin­ cón— ; y pues ya nos conocemos, no hay para qué aquesas grande­ zas ni altiveces: confesemos llanamente que no teníamos blanca, ni aun zapatos» (pág. 220). A partir del momento en que nuestros personajes penetran en el marco de una sociedad — los arrieros, escudilleros, etc.— , pier­ den su individualidad y, en la estructura interna de la obra, funcio­ nan exactamente igual uno que otro. Buena prueba de ello es la con­ fusión del propio Cervantes, que da el sobrenombre de «Bueno» a Rinconete en una ocasión, aunque al que le correspondía, según el designio de Monipodio, era a su compañero Cortado9. Así, en el diálogo del «mozo de la esportilla» con los hasta entonces protago­ nistas, las réplicas son atribuidas indistintamente a cualquiera de los dos nombres, respuestas que no son sino medios para hacer resal­ tar lo absurdo de las proposiciones presentadas por el esportillero, ya que nunca las contradicen, limitándose a repetirlas de forma que resulte más evidente al público la incongruencia: «Sí — respondió él (el escudillero)— , para servir a Dios y a las buenas gentes...», y Cortado: «— Cosa nueva es para mí que haya ladrones en el mun­ do para servir a Dios y a la buena gente»10. De esta manera, Corta­ 9 Descuido cervantino señalado por Casalduero, op. cit., pág. 108. 10 Ed. cit., pág. 242.

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do o, en la siguiente intervención, Rincón sirven de mediadores en­ tre el mundo literario y el de los espectadores. Más adelante, RincónCortado resalta con su discurso tanto las barbaridades léxicas del ya citado escudillero como las de Monipodio, si bien con una dife­ rencia fundamental en la forma, que consiste en que con el escudi­ llen) el resalte es «corrección»: «Sodomita querrá decir vuesa mer­ ced— respondió Rincón»11; mientras que frente al padre de ladrones de Sevilla se limitan al «subrayado» (repetición) irónico. En otras ocasiones la actuación del o de los «graciosos» trata de estimular di­ rectamente la atención del público, al mismo tiempo que explican una acción que podía no ser muy clara para éste: «— Eso creo yo muy bien — respondió Rinconete— ; pero escuchemos lo que quie­ ren cantar»1112'13. Añádase a lo expuesto el papel que por último tie­ ne Rinconete — inmediatamente antes de la intervención de Cer­ vantes— como «conciencia»; es decir, como expresión de los recelos y remordimientos de la sociedad a la cual sirve, y aun de los suyos propios. Como vemos, la pareja reúne los elementos característicos de la «figura del donaire»: actúan de un lado frente al amo, y del otro frente al público, y sirven de contrapunto a la acción desarrollada en la escena. Sin embargo, la «figura del donaire» se considera como tal en función del contraste con las figuras heroicas; y es evidente que en la obra no hay ningún «héroe», pero sí lo que se ha dado por llamar anti-héroes (Monipodio, Chiquiznaque, etc.), con quie­ nes contrastan los dos muchachos. De todas formas lo que me interesa señalar es una estructura de comportamiento, no las cualidades psicológicas o morales específi­ cas de un tipo ya definido. Reparemos ahora en los recursos arguméntales de que Cervan­ tes se ha servido para dar cuerpo a su historia. Inmediatamente salta a la vista, en el fondo antimoral y antisocial en el que se mueven los personajes, el interés que todos ellos tienen por guardar las re­ glas del juego rufianesco de manera simétrica a como un caballero, un «héroe», debería guardar su honor, y digo simétrica porque es una verdadera cuestión de honor la que se les plantea a estos anti-héroes. Naturalmente es en esta flagrante inversión de valores donde reside 11 Ed. cit., pág. 240. 12 A la misma estructura responde el espanto de Rincón y Cortado, que da pie a Maniferro para explicar la música hecha con la escoba. 13 Ed. cit., pág. 300.

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la fuerza y la comicidad de la obra. No deja de ser significativo que el primer lugar donde encontremos esta moral a la inversa sea en una obra teatral, la Tragicom edia de C alixto y M elibea, donde Celesti­ na vive «manteniendo honra» y aun se queja de las dificultades para lograrlo. Según Rodríguez Marín, el hecho de «ir a registrarse a la aduana del seor Monipodio», parece ser reminiscencia de la comedia Eufem ia de Lope de Rueda14. Por otra parte, la escena en que se avisa la lle­ gada del aguacil, que por fin sigue calle adelante sin enterarse de la existencia de la cofradía rufianesca, la encontramos en el entremés de E lrufián viudo, así como también la inversión de valores, la «hon­ ra» rufianesca1516.El tema de las cuchilladas a precio se halla, aunque en distinta forma, en el entremés de Timoneda, Los habladores10', y es también en otro entremés donde encontramos un personaje inca­ paz de pronunciar a derechas una sola palabra, personaje que es corregido continuamente por otro: me refiero a L a elección de los alcal­ des de D aganzo. Naturalmente, con estos casos no se limita, ni mucho menos, el campo de posibles antecedentes de la novela cervantina; mi intención es hacer ver cómo los temas empleados en Rinconetey Cortadillo se encuentran con abundancia en temas teatrales. A la mis­ ma característica respondería el que los recursos cómicos estén ba­ sados en juegos de palabras, en chistes verbales, que obtienen todo su efecto al decirlos. Lo mismo ocurre con el continuo movimiento de personajes, que nos parece mucho más apropiado para ser visto que para ser contado. Las coincidencias entre Rinconetey Cortadillo y los entremeses no se limitan a escenas sueltas o a recursos cómi­ cos o burlescos. Si comparamos la novela ejemplar con los entre­ meses de E lru fán viudo, o E lru fán dichoso, advertiremos que no sólo reflejan la misma capa social, sino que también sus estructuras argu­ méntales siguen la misma línea. En efecto, en E lrufián viudo llam a­ do Tram pagos, la acción comienza en el patio de una casa que, como en la «novela», va llenándose de villanos y villanas. Estas, al hablar entre sí, descubren sus vidas y producen el ambiente en el que van

14 R. Marín, op. cit., pág. 324, nota 27. 15 A dicho recurso responde el relato de Trampagos, en el que cuenta la firmeza de Pericona frente a las pláticas religiosas y lo que suponían estos esfuerzos para ella: «¡Plegue al cielo, / Trampagos mío, que en descuentos venga / Mis pecados lo que aquí yo paso / Por tí, dulce bien mío!» (pág. 34 de la ed. de Madrid, Clásicos Cas­ tellanos, núm. 135, 1962). 16 R. Marín, op. cit., pág. 300.

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a moverse. Una vez en escena todos los personajes, surge el con­ flicto: las tres mozas disputan por una cuestión «amorosa», y cuan­ do van a llegar a las manos son interrumpidas por el paso de la jus­ ticia; suceso que alborota a todos los presentes menos a Trampagos, pero el aguacil «la calle abajo cuela». Por fin el mismo Trampagos resuelve la querella actuando de árbitro. Inmediatamente hacen su aparición los músicos, y en este ambiente de euforia entra el cele­ bérrimo rufián, tan del gusto de Quevedo, lo que acaba de provocar la explosión final: la danza y el canto con que se celebra tanto la aparición de Escarramán como la boda de Trampagos con Repulida. Creo que es evidente la similitud del desarrollo argumentai en­ tre las dos obras; como también lo es la división de dicho argumento en cuadros separados por medio de intensificaciones repentinas de la acción. >V

>' elgénero de la historiafingida, Madrid, Porrúa Turanzas, 1982.

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se de manera definitiva, o casi definitiva, pues, andando el tiempo, volverán a aproximarse, aunque ya de otra manera. La ruptura, a mi entender, se produce, en lo que respecta a la literatura, cuando los poetas no sólo renuncian de manera programática a la verdad de los hechos narrados, sino cuando también prescinden, en la prácti­ ca, de la función doctrinal y ejemplar de sus escritos, momento en el cual rompen también con las fábulas, del tipo que sean. A l mis­ mo tiempo, la historia, que había acogido en su seno elementos no­ velísticos de toda laya y condición, los elimina, reduciendo su pa­ pel al de espejo de la realidad verificable, a fin de conseguir el provecho de la fama y poder ser guía segura en la vida de los hom­ bres; hecho que lleva aparejada una reducción del campo. Sólo fue­ ra del ámbito cultural y temporal aquí considerado, recuperará la historia su antigua amplitud. Más tarde todavía, aparecerá la histo­ ria objetiva e impasible. Uno de los puntos de partida posibles al estudiar este asunto pue­ de ser el arranque de Generacionesy sem blanzas de Fernán Pérez de Guzmán: M uchas vezes acaesçe que las coránicas e estorias que fablan de los poderosos reyes e notables prinçipes e grandes çibdades son avidas por sospechosas e inçiertas e les es dada poca fe e abtoridad, lo qual entre otras cabsas acaeçe e viene por dos: la prime­ ra, porque algunos que se entremeten de escrivir e notar las anti­ güedades son onbres de poca vergüeña e más les plaze relatar cosas estrañas e maravillosas que verdaderas e çiertas, creyendo que no será avida por notable la estoria que non contare cosas m uy gran­ des e graves de creer, ansí que sean más dignas de maravilla que de fe, com o en otros nuestros tienpos fizo un liviano e presuntooso onbre llam ado Pedro de Coral en una que se llamó C o rá­ nica Sarrazina, otros la llamavan del Rey Rodrigo, que más pro­ piamente se puede llamar trufa o mentira paladina. Por lo qual, si al presente tienpo se platicase en Castilla aquel m uy notable e útil ofiçio que en el tienpo antiguo que Rom a usava de grant poliçia e çivilidad, el quai se llamava çensoria, que avía poder de esa­ minar e corrigir las costumbres de los çibdadanos, él fuera bien digno de áspero castigo. C a si por falsar un contrato de pequeña contía de m oneda meresce el escrivano grant pena, ¡quánto más el coronista que falsifica los notables e memorables fechos, dan­ do fama e renombre a los que lo non meresçieron e tirándola a los que con grandes peligros de sus presonas e espensas de sus faziendas, en defensión de su ley e servigio de su rey e utilidat de su república e onor de su linaje, fizieron notables abtos! D e los

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quales ovo m uchos que más lo fizieron por que su fama e nonbre quedase claro e glorioso en las estorias que non por la utili­ dad e provecho que dello se les podía siguir, aunque grande fue­ se. E ansí lo fallará quien las romanas estorias leyere; que ovo m uchos prinçipes rom anos que de sus grandes e notables fechos no demandaron premio nin galardón de riquezas salvo el renonbre o título de aquella provinçia que vençian e conquistavan, así com o tres Ç ipiones e dos Mételos e otros muchos. Pues tales com o éstos que non querían sinon fama, la qual se conserva e guarda en las letras, si estas letras son mintirosas e falsas, ¿qué apro­ vechó a aquellos nobles e valientes onbres todo su trabajo, pues quedaron frustados e vazíos de su buen deseo e privados del fru­ to de sus mereçimientos que es fama? El segundo defeto de las estorias es porque los que las corónicas escriven es por m andado de los reyes e príncipes. Por los conplazer e lisonjar o por temor de los enojar, escriven más lo que les mandan, o lo que creen que les agradará, que la verdat del fecho com o pasó. E a mi ver para las estorias se fazer bien e derechamente son neçesarias tres cosas: la primera, que el estoriador sea discreto e sabio e aya buena retórica para poner la estoria en ferm oso e alto estilo, porque la buena form a onra e guarneçe la materia. La se­ gunda, que él sea presente a los prinçipales e notables abtos de guerra e de paz, e porque serie inposible ser él en todos los fe­ chos, a lo m enos que él fuese así descreto que non reçibiese in­ fo rm aro n sinon de presonas dignas de fe e que oviesen seído pre­ sentes a los fechos. E esto guardado sin error de vergüeña puede el coronista usar de informaçiôn ajena. C a nunca huvo nin ave­ rá actos de tanta manifiçençia e santidad com o el nasçimiento, la vida, la pasión e resureçiôn del nuestro Salvador Jhesu Christo; pero de quatro estoriadores suyos, los dos non fueron presentes a ello, mas escrivieron por relaçiôn de otros. La terçera es que la estoria que non sea publicada biviendo el rey o príncipe en cuyo tienpo e señorío se hordena, por quel estoriador sea libre para escrivir la verdad sin temor [...]. E por esto yo no en form a e manera de estoria, que, aunque quisiese, non sabría, e si supiese no esto ansí instrituido nin en­ form ado de los fechos com o era nesçesario a tal acto, pensé de escrivir com o en manera de registro o memorial de dos reyes que en m i tienpo fueron en Castilla, la generaçiôn dellos e los senblantes e costunbres dellos, e por consiguiente, los linajes e façiones e condiçiones de algunos grandes señores, perlados e cavalleros que en este tienpo fueron. E si por aventura en esta relaçiôn fueren enbueltos algunos fechos, pocos e brevemente contados que en este tienpo en Castilla acaeçieron, será de nesçesidad e porque la materia ansí lo requirió.

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Yo tomé esta invençiôn de G uido de Colupna, aquel que tras­ ladó la Estoria Troyana de griego en latín, el qual, en la primera parte della escrivió los gestos e obras de los griegos e troyanos que en la conquista e defensión della se acaesçieron2.

Puesto que la historia es narración de hechos verdaderos, cuan­ do falta la verdad no habrá historia, sino otra cosa, sea la que fue­ re. Ya lo había señalado Alfonso X, refiriéndose, por supuesto a la grande histoire, en la que tiene cabida toda clase de hechos, no sólo los de armas, y toda clase de comportamientos, esto es, ejemplos positivos y negativos: Et fizieron desto m uchos libros, que son llamados estorias e gestas, en que contaron délos fechos de Dios, e délos prophetas, e délos sanctos, et otrosí délos reyes, e délos altos omnes, e délas cauallerías, e délos pueblos; e dixieron la uerdat de todas las co­ sas e non quisieron nada encobrir, tan bien délos que fueron bue­ nos com o délos que fueron malos. Et esto fizieron, por que dé­ los fechos délos buenos tom assen los om nes exemplo pora fazer bien, et délos fechos délos m alos que resçibiessen castigo por se saber guardar délo non fazer3.

A pesar de que esto parece evidente, hay libros que pretendien­ do contar sucesos verdaderos lo que dan — afirma Pérez de Guzmán— son invenciones increíbles; lo cual sucede por varias causas. La primera, porque el autor de la obra, para conseguir que su tra­ bajo sea apreciado, introduce episodios desmesurados y maravillo­ sos. La segunda, porque el autor trata de lisonjear a quienes le han encargado el trabajo, de manera que oculta, deforma o magnifica determinados hechos para engrandecer a los protagonistas de la his­ toria. En ambos casos, puesto que la verdad está ausente, no se ob­

2 Ed. de R. B. Tate, Londres, Tamesis, 1965, págs. 1-4. 3 Del prólogo de la GeneralEstoria, editado por Benito Brancaforte en Alfonso el Sabio, Prosa histórica, Madrid, Cátedra, 1984, págs. 103-104. El Canciller don Pero López de Ayala sigue la doctrina del Rey Sabio, pero restringe los contenidos de la historia, pues sólo da entrada a los príncipes y caballeros, excluyendo, pues, a los le­ trados: «E por ende fue después usado e mandado por los príncipes e reyes que fue­ sen fechos libros, que son llamados crónicas e estorias, do se escribiesen las caballe­ rías, e otras cualesquier cosas que los príncipes antiguos ficieron, porque los que después dellos viniesen, leyéndolas, tomasen mejor e mayor esfuerzo de facer bien, e de se guardar de facer mal» (Crónicas, Barcelona, Planeta, 1991, pág. 3).

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tiene el provecho deseado, que es la fama del autor y la de los ac­ tores de los hechos. Ahora bien, dado que una colección de datos sea verdadera, esto no basta para construir una historia, porque la historia es la relación organizada de los hechos, de los motores de la historia, se podría hoy decir. Otra cosa muy diferente es el regis­ tro, memorial o anales de los sucesos pormenorizados y particula­ res, es decir, desgajados de las grandes corrientes que producen y son la Historia. Entre las varias posibilidades que ofrece este géne­ ro menor, una es la colección de retratos, como la que figura — re­ cuerda Pérez de Guzmán— en la primera parte de la E storia Troyan a de Guido de Colupna. En una palabra, el premio de la virtud es la fama, pero poca fama podrá conseguir aquel cuyas hazañas pasan por fábula y patraña. Sin embargo, la verdad no basta para escribir la historia, ni la organización de los hechos, pues — como manda Salustio (De coniuratione C atilinae, III, 2)— para bien escribir la historia se debe po­ seer, en primer lugar, un buen estilo; sobre esto, es necesario con­ tar sólo la verdad y, en consecuencia, relatar sólo lo que el autor ha visto, u oído de primera mano. Esta historia sólo cuenta los hechos, a los que da mayor importancia que a las personas que los llevaron a cabo o intervinieron en ellos. Para escribir de este tipo de histo­ ria, Pérez de Guzmán no se considera preparado; por ello va a es­ cribir de los individuos concretos, es decir, no va a elaborar una his­ toria, sino una galería de retratos. Por otra parte, entre los contemporáneos de Guzmán, cabe ci­ tar la Crónica de Don Pero N iño (ca. 1446), la H istoria trqyana de Be­ nito de Saint-Maure y las versiones medievales de la historia de Alejandro. Quizá Pérez de Guzmán no sólo apunte contra la Cró­ n ica Sarrazin a, sino contra todo ese tipo de crónicas fantásticas re­ dactadas por servidores, cuando rechaza las fantasías que hacen in­ creíbles las historias y, en consecuencia, hurtan la fama que de otra manera habrían recibido los actores de los hechos. Por ello, Pérez de Guzmán se mantiene dentro de los límites de lo cotidiano, de lo posible. Y no cabe duda de que, con ello, pretende dotar con el be­ neficio intangible de la fama a la reciente nobleza castellana de su tiempo: está creando una tradición; una tradición y unos valores en­ tre los cuales no es el menos importante la fuerza y el empeño de quienes nuevamente alcanzaron, por sus propios méritos, el poder y la gloria no heredada de remotos antepasados. En este sentido, está creando una tradición y, eventualmente, una historia. Como se­ ñala Fogelquist: 289

A partir de A lfonso X los cronistas castellanos de la Edad M e­ dia reconocen la relación entre la vitalidad de una sociedad y su conciencia de una tradición histórica. Por ejemplo, según la P ri­ m era C rónica G eneral, los m oros lograron conquistar a España, pre­ cisamente, porque los godos perdieron toda conciencia de su tra­ dición histórica. Antes de la invasión de los moros, entre los sabios godos «reinaba pereza de em botamiento». Por eso, durante los años que precedieron a la invasión mora, los godos abandonaron el estudio de la historia y, de resultas, se hicieron débiles por fal­ ta de inspiración de los grandes hechos de los antepasados. D os siglos más tarde, Diego Enriquez del Castillo sigue culpando a los godos por no haber escrito libros de historia, razón por la cual quedaron en el olvido4.

En este contexto, no corresponden las referencias a la historia romana, ni siquiera a la historia reciente, más que dudosa; sí es opor­ tuno, por el contrario, incluir en esa galería no sólo a «reyes e gran­ des señores», sino también a «perlados e cavalleros que en este tiem­ po fueron», incluso a los de linaje hebreo: todos ellos comparten una misma inmediatez. Se puede comparar esta actitud con la de Pedro de Esquivias cuando, en la Relación defechos del Condestable M i­ gu el Lucas de Iranzo, cuenta cómo este hombre «levantado del es­ tiércol» llega a las más altas magistraturas. En otro orden de cosas hay que situar las reflexiones que Pérez de Guzmán esboza sobre la naturaleza de la Historia. Su definición proviene directamente, si no me equivoco, de San Isidoro: Historia est narratio rei gestae, per quam ea, quae in praeteri­ to facta sunt, dinoscuntur. Dicta autem Graece historia arcò xou icrcopéïu, id est a videre ved cognoscere. Apud veteres enim nemo conscribebat historiam, nisi is qui interfuisset, et ea quae cons­ cribenda essent vidisset. Melius enim oculis quae fiunt depre­ hendimus, quam quae auditione colligimus. Quae enim videntur, sine m endacio proferuntur. Haec disciplina ad Gramm aticam per­ tinet [cfr. San Agustín, D e ordine, 2, 12], quia quidquid dignum m emoria est litteris mandatur. Historiae autem ideo m onum enta dicuntur, eo quod m emoriam tribuant rerum gestarum. Series autem dicta per traslationem a sertis florum invicem com prehen­ surum (Etym ologiae, I, 40, ed. W. M. Lindsay, Oxford, Claren­ don, 1911).

4 Op. cit,;, págs. 20-21.

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Así pues, puesto que la Historia pertenece a la gramática, lo pri­ mero que exige, en efecto, es la buena retórica y estilo, como dice Pérez de Guzmán. Como serta entrelazada, los retratos sueltos no pertenecen estrictamente a la Historia; y en lo que respecta a la épo­ ca, tampoco al género de los Anales, según distingue San Isidoro: 1 Genus historiae triplex est... 4 Historia autem multorum an­ norum vel tem porum est, cuius diligentia annui commentarii in libris delati sunt. Inter historiam autem et annales hoc interest, quod historia est eorum tem porum quae vidimus, annales vero sunt eorum annorum quos aetas nostra non novit. Unde Sallus­ tius ex historia; Livius, Eusebius et Hieronymus ex annalibus et historia constant (Etym ologiae, I, 44).

San Isidoro, a su vez, depende de Servio5, que deriva de Aulo Gelio6. El ejemplo de Guido de Colonna, en consecuencia, no es el úni­ co modelo utilizado por Pérez de Guzmán, pues sin duda — como señala Tate— hay además recuerdos del M are historiarum , «ecos de las descripciones de Sila, César, Antonino Pío, Zenobia y Carlomagno. Aparecen idénticas referencias a la familia y al linaje, y lo mismo sucede en la selección de características físicas, en el análisis del porte moral, en la interpretación de comentarios sobre la fortu­ na, en la coexistencia en una misma persona del vicio y de la vir­ tud» (pág. xv). Y a esto probablemente hay que añadir la influencia de Suetonio, señalada ya por Carlos Clavería, tanto de los Doce Ce­ sares como por las vidas de gramáticos y letrados, sean o no sean de 5 «Historia est eorum temporum quae vel vidimus vel videre potuimus, dicta ornò toù iaxopéìu, id est videre; annales vero...» (adNzi%., Aen., lib. I, 373). 6 Noctes, V, XVIII: «An quid et quantum differat historiado annalibus... 1 Histo­ riam ab annalibus quidam differre eo putant, quod cum utrumque sit rerum gestarum narratio, earum tamen proprie rerum sit historia, quibus rebus gerendis interfuerit is qui narret; 2 eamque esse opinionem quorundam, Verrius Flaccus refert in libro De significatu verborum quarto. Ac se quidem dubitare super ea re dicit, posse autem vi­ deri putat nonnihil esse rationis in ea opinione, quod Graece significet rerum cogni­ tionem praesentium. 3 Sed nos audire solili sumus annales omnino id esse quod his­ toria sint; 4 historias non omnino esse id quod annales sint: [...] 9 Paulo post idem Asellio in eodem libro: «Nam neque alacriores, inquit, ad rempublicam defendundam, neque segniores ad rem perperam faciundam annales libricommovere quicquam pos­ sunt». Scribere autem bellum initum quo consule et quo confectum sit et quis trium­ phans introierit ex eo, et eo libro in quae in bello gesta sint non praedicare aut inte­ rea consiliis ea gesta sint iterare: id fabulas pueris est narrare, non historias scribere.»

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Suetonio. Y — creo— se debería traer a colación también la Cróni­ ca de los Conqueridores, de Fernández de Heredia, pues si esta obra, como resume Luis López Molina7, en la primera parte trata de los emperadores, reyes y héroes orientales: Nino, Hércules, Bruto, Ar­ baces, Ciro, Artajerjes, Filipo, Alejandro, Atila, Pirro, Aníbal, los Escipiones, Sila, Pompeyo, César, y en la segunda trata de las figuras occidentales: Antonio, Augusto, Tiberio, Trajano, Constantino, Teo­ dosio, Carlos Martel, Carlomagno, Vespasiano, Táric, Muza, San Fer­ nando, Jaime I el Conquistador, resalta con sentido crítico los vi­ cios y virtudes de los héroes. Se inspira en Plutarco, Trogo Pompeyo, Livio, Suetonio, Orosio y Godofredo de Montmouth. Copia capí­ tulos íntegros de la G rant Crónica de Espanya. En conjunto resulta monòtona por la abundancia de disquisiciones religiosas y jurídi­ cas. Cabe apuntar también su relación con el M ar de H istorias, tra­ ducido por Fernán Pérez de Guzmán. Sin duda todo esto es así, pero Pérez de Guzmán no cita ni se refiere en ningún momento a esos antecedentes. Es más, no hay nin­ gún personaje ni referencia a la Antigüedad; el único modelo ex­ plícitamente declarado es la E storia Troyana, obra que habían tra­ bajado Fernández de Heredia y el Canciller Ayala. En todo esto, en el nacimiento y la concepción de este particular subgénero históri­ co, interesa señalar tanto lo que se cita como lo que se elude, lo que se acepta como lo que se rechaza. Pérez de Guzmán cita la prime­ ra parte de la E storia Troyanay, efectivamente, sólo utiliza la primera parte; no cita los antecedentes señalados por R. B. Tate y por Car­ los Clavería, pero tampoco cita el De v iris illustribus ni las demás co­ lecciones de hombres o mujeres ejemplares que florecieron en la An­ tigüedad. Sí cita, pero para rechazarla, la Coránica Sarrazin a de Pedro del Corral, obra que, sin embargo, muestra rastros muy claros de la leyenda medieval de Alejandro y de la misma E storia Troyana. Así, frente a los italianos, Pérez de Guzmán no se interesa por los per­ sonajes de la Antigüedad clásica, sino por aquellos otros de los que tiene noticia directa, como había hecho Suetonio en su propio tiem­ po, por ejemplo. Todo lo cual parece revelar una cierta desconfian­ za por parte de Fernán Pérez de Guzmán respecto a la veracidad de todo lo escrito (salvas las Escrituras), sean tales escritos latinos o romances.

7 pág. 27.

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Luis López Molina, Tucidides romanceado, Madrid, Anejo 5 del BRAE, 1960,

Es el final de un proceso que ha sido claramente expuesto por Diego Catalán; es el paso de una historiografía científica a otra no­ velada y fabulosa: En cam bio, al desaparecer el m ecenazgo alfonsi, la decaden­ cia del rigor científico permitió a la historiografía castellana de las últimas décadas del siglo xm y primeras del xiv ensayar nuevas formas de historiar, en que el retoricismo, la oratoria, la novelación, el anecdotism o tienen creciente cabida [...]. Aunque la Cró­ n ica gen eralde E spañ a seguiría autorizándose invariablemente con el nombre de A lfonso X, la obra sufre una profunda renovación en su estructura. Las nuevas redacciones tienden a transformar la com pilación alfonsi en una historia novelesca [...]. La nueva ge­ neración de cronistas refundidores de la C rónica G en eral\\t