El quechua en debate : Ideología, normalización y enseñanza. Parte II: Problemas de la normalización [2]

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JUAN CARLOS GODENZZI (Editor) 1992. EL QUECHUA EN DEBATE Ideología, normalización y enseñanza. Cuzco: CBC

Segunda P

arte

Problem as de la Norm alización

“CUZQUEÑISTAS” Y “FORÁNEOS”: LAS RESISTENCIAS A LA NORMALIZACIÓN DE LA ESCRITURA DEL QUECHUA César Itier IFEA, Lima

El debate acerca de la normalización del quechua se remonta en el Perú a la época de Velasco y a los problemas concretos surgidos a raíz de la oficialización de esta lengua. ¿Qué variedad oficializar? En la época se propuso establecer seis normas regionales, que correspon­ derían a seis áreas dialectales que parecían irreductibles. Desde en­ tonces la reflexión y la experiencia se han enriquecido notablemente, lográndose incluso un consenso a nivel nacional y, con el caso reciente de Bolivia, internacional: es posible lograr un mismo estándar escrito para todas las hablas quechuas, por lo menos dentro del grupo mayoritario de dialectos del tipo 1. Sin embargo, en el Cuzco, donde existe una antigua tradición de cultivo del quechua, los planteamien­

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tos de lingüistas y educadores han chocado contra la resistencia de muchos quechuistas tradicionales. Nos ha tocado ser testigos, a lo largo de todo el año 1991 transcurrido en esa ciudad, de una difícil polémica sobre este tema, desencadenada a raíz de un artículo de Juan Carlos Godenzzi en el semanario regional Sur, que se atrevía a discutir algunos puntos de la reciente ley de oficialización del quechua en la Región Inka [sic], A pesar de la falta de seriedad de los argumentos esgrimidos por los académicos de la lengua quechua que respaldaron esa ley, intentaremos dar cuenta del desenvolvimiento de ese debate y de ubicar los argumentos de los sectores tradicionales en un contexto ideológico y social mayor que ayude a entender esta resistencia. Es evidente que muchos factores, en particular de orden político, contri­ buyeron a malograr una discusión que prometía ser fecunda. No nos adentraremos en ellos. Pero es necesario recordar y entender episo­ dios de la polémica: nos hacen ver claramente que a través de ella se oponen dos tipos de proyectos para la sociedad regional. Y éstos son realmente los que deberían ser objetos de una discusión. 1.

E l d esen v o lv im ien to d e la p o lé m ic a

La polémica que se desencadenó en 1991 no es nueva. Uno de sus antecedentes fue el seminario-taller sobre “programas curriculares para educación bilingüe” que se realizó en el Cuzco en noviembre de 1986. Una sesión se dedicó al uso de las tres vocales y en ella participaron los lingüistas Rodolfo Cerrón-Palomino y Norma Meneses Tutaya y los académicos de la lengua quechua René Farfán Barrios y Segundo Villasante Ortiz. El diálogo en el fondo tropezó contra dos obstáculos: por una parte los académicos de la lengua quechua no entendían lo que es un fonema, y por lo tanto no podían darse cuenta de que en quechua existen tres fonemas vocálicos, y por otra sus objetivos al proponer normas escriturarias se revelaron en esencia distintos de los de los lingüistas y educadores. Aunque dependientes el uno del otro, el primero es de orden más intelectual y el otro más ideológico. Estas dos vertientes fundamentales de la resistencia que los quechuistas tradicionales del Cuzco ofrecen a las propuestas de normalización de la escritura y a la aprobación de un alfabeto trivocálico, son las que se vuelven a encontrar en toda la polémica de 1991. Como lo veremos, lo más probable es que lo ideológico sea en gran parte lo que obtaculiza la comprensión intelectual. N o volveremos sobre los detalles de la (s) propuesta (s) de nor­ malización escrituraria del quechua. Recordaremos solamente que se elaboraron de acuerdo a dos principios y propósitos fundamentales y

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estrechamente vinculados uno al otro: - Criterios etimológicos y pandialectales que permitan una comuni­ cación por escrito entre el mayor número posible de quechua-ha­ blantes (es decir de hablantes del mayor número posible de varieda­ des). - Lealtad a las estructuras fonológicas propias de la lengua. El debate de 1991 se inició cuando, en un artículo publicado el 22 de febrero en el semanario regional Sur, el lingüista Juan Carlos Godenzzi, al mismo tiempo que celebraba la iniciativa que consistía en oficializar el quechua en la Región Inka [sic], criticaba algunos aspectos de la ley propuesta por la municipalidad del Cuzco y que aprobaría la Asamblea Regional: - oficialización del sociolecto de algunos “mistis” urbanos pomposa­ mente llamado “Quechua Imperial del Cusco [sic]”. - oficialización de un alfabeto con cinco vocales. - sustitución, en los documentos del Gobierno Regional y de todas las demás instituciones públicas y privadas de la región (redactados en castellano), de los vocablos españoles inca y Cusco por Inka y Qosqo. Esta discusión fue desarrollada en sucesivos artículos por el mismo autor, lo que dio lugar a que se iniciara, en las páginas mismas de Sur, una interesante polémica en la que participaron defensores de ambas posiciones procedentes de distintos horizontes. Despertó un interés inesperado en la población cuzqueña, mucho más allá de los círculos directamente implicados. Muchas personas, de todas las clases sociales, opinaron en favor de una u otra parte, hasta que, después de tres meses, se tuvo que cerrar el debate debido a presiones sobre las que volveremos. Las discusiones se centraron en dos puntos: el problema del cambio de nombre de la ciudad, que no comentaremos aquí, y el del número de vocales que debería tener la escritura del quechua. Desgraciadamente muy poco se han tocado en este debate otros aspectos de la normalización, como la restitución en la escritura de formas etimológicas conservadas en la mayoría de las hablas quechuas pero de las cuales en una época reciente, el siglo X VIII, se apartó el dialecto cuzqueño que, contrariamente a lo que se cree, es particularmente innovador: debilitamiento de las consonantes sílabofinales (por ejemplo ch, p, t) etc.. Es cierto que estas evoluciones recientes del cuzqueño escapan a los “académicos” que no lo son de la lengua quechua sino de la única variedad que manejan y les interesa, el dialecto cuzqueño, desconociendo además los textos antiguos. A fines del mes de abril, el Centro de Investigaciones en Lin­ güística y Literatura Andina (ILLA , UNSAAC) y el Centro de Estudios

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Regionales Andinos “Bartolomé de Las Casas” organiza un debate pú­ blico sobre la ley de oficialización del quechua en la región, al que i fueron invitados a participar todos los que desde sus tareas particulai res -maestros, profesionales del Ministerio de Educación, docentes de ' la Universidad, académicos de la lengua quechua, representantes campesinos etc.- tenían algo que decir sobre dicha ley. Se dedicó una sesión a la normalización, desgraciadamente sin lograr acercamiento de las partes. Al contrario, el hecho de que un público numeroso acudiera a presenciarla incitó a los miembros de la Academia Mayor de la Lengua Quechua a que aprovecharan la oportunidad para tratar de manipular al auditorio. Así, por ejemplo, se vio subir a la escena a un representante de la Federación Campesina que no regateó sus insultos a algunos de los participantes. Este no entendía en efecto por qué extraños motivos (alguien llegó a hablar de “oscuros designios”) habían surgido “foráneos” que pretendían que los campesinos dejaran de decir q’opa por “basura” y dijeran k’upa que significa “crespo”... Volviendo a asuntos más “serios”, los argumentos de los “pentavocalistas” fueron explicados en varias oportunidades por el padre Juan Antonio Manya y el señor David Samanez, ambos miembros de la Academia Mayor de la Lengua Quechua.

Resumiremos estos argumentos tales como se presentan en diversas publicaciones (1): 1- Los cronistas y autores coloniales de material catequístico usaron siempre cinco vocales. 2-Varios congresos indigenistas y resoluciones ministeriales han aprobado alfabetos pentavocalistas. 3Existiría una “imperiosa ley de la costumbre” para escribir a s í(2). 4- “La escritura debe ser la representación más exacta de los sonidos de la palabra hablada, a fin de no desfigurarla”®. 5- Como pruebas lingüísticas, se nos presenta con la más absoluta falta de honestidad intelectual pares mínimos del tipo de q’upa / k’upa y tiqti / tikti. Como se ve, de cinco argumentos fundamentales, tres son de autoridad (la costumbre, las resoluciones ministeriales, los congresos, sin contar los conceptos oscuros, rimbombantes y no asimilados y las referencias a decenas de lingüistas que no vienen al caso y con cuyos nombres se busca impresionar). Los dos últimos pretenden ser de “razón”. No nos toca argumentar contra un axioma absurdo y pares mínimos que obviamente no lo son. Estos “argumentos” reflejan en realidad un mismo hecho: dichas personas no han desarrollado una

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conciencia metalingüística suficiente como para darse cuenta de que las supuestas cinco vocales del quechua no son sino un espejismo de castellano hablantes. Creemos que el núcleo del problema -aparte de resistencias ideológicas, como lo veremos- está en la dificultad que experimentan los bilingües urbanos para escapar de la referencia a la lengua dominante en el momento de reflexionar sobre las estructuras propias de la lengua dominada. Insistiremos sobre este punto con un ejemplo que ilustra el punto de vista -colonial en su esencia- de muchas de las personas que, sin pertenecer a la Academia ni ser cultores del que­ chua, se expresaron sin embargo a favor de una escritura con cinco vocales. En un artículo aparecido en la Revista Municipal (“runa simiq qelqaynin”, 1991, 3, p. 82), el ingeniero Oscar Blanco fundamenta su posición de manera sencilla: “es innegable que, por lo menos en esta región, fonéticamente se usa cinco vocales en el runa simi. Veamos los ejemplos: la a en qhata (ladera), la e en weqe (lágrima) la i en piki (pulga); la o en osqollo (gato silvestre); y la u en ukuku (oso)”. Parece llano y rotundo. Pero nada más falso. Quien escribe estas líneas es francés y tiene 14 vocales en la variedad que maneja. Si el señor Blanco fuera francófono en vez de hispanohablante, es decir si mis antepasados en vez de los suyos hubieran conquistado el Perú, hubiera escrito sin ninguna duda algo como: “es innegable que, por lo menos en esta región, fonéticamente se usa ocho vocales en el runa simi. Veamos los ejemplos: la á y la a en qháta, la é y la é en wéqé, la i en piki, la ó y la o en osqollo-, y la ou en oukoukou” (la traducción del francés al castellano es nuestra). Los argumentos esgrimidos por los académicos fueron rebati­ dos reiteradamente y punto por punto, en varios artículos e interven­ ciones públicas, por Jaime Pantigozo, Juan Carlos Godenzzi, Julio Galdo, Washington Latorre, Elvio Miranda y muchos otros. Y a sin argumentos el padre Manya contestaba solamente, en el mismo semanario, el 22 de marzo, que “es de extrañar que personas ajenas y foráneas a nuestra tierra propicien un enfrentamiento cultu­ ral entre instituciones y personas, atentando contra nuestra cultura propia y aborigen” . Se llegó a oponer un “pentavocalismo tradicional” a un “trivocalismo foráneo” y “también “esnobista [sic] i [sic] re­ ciente”00. Era una manera de ahogar un debate que había despertado el interés de la población en general. Se rechazaba el intercambio de argumentos y se trataba de descalificar al adversario echándole en cara que no había nacido en el Cuzco. Nada más falso: la mayoría de quienes tomaron parte en el debate a favor de las tres vocales eran cuzqueños.

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2.

Medios distintos para objetivos distintos

Como se sabe, una campaña ideológica llevada a cabo por los in­ telectuales hegemónicos de los sectores dominantes de algunas pro­ vincias del Perú de principios del siglo logró imponer a nivel regional y difundir a nivel nacional el mito de que la “esencia de la nacionali­ dad” peruana estaba en la sierra, en entidades que según las épocas recibieron los distintos nombres de “lo incaico”, “lo indio” y “lo andino”. Todas estas nociones remitían, y remiten, a una concepción spenceriana de las culturas como “organismos” que conservarían su integridad fuera de la historia y de la sociedad. El Cuzco, por motivos que no nos toca abordar aquí pero que tienen que ver sin duda con la búsqueda de algún tipo de legitimidad de parte de provincianos instruidos pero dotados de escasas perspectivas de promoción y de un gran complejo de inferioridad frente a “los limeños”, fue sin duda el foco más activo de difusión de estas ideas. Por lo tanto no es de sorprender que en una ciudad tan poco próspera se siga sintiendo el peso de tan importante tradición ideológica. De la época “gloriosa” de este indigenismo se mantienen casi intactas todas la concepciones en tomo a la lengua y a la cultura, algunas heredadas de la época colonial y todas profunda­ mente marcadas por el positivismo en auge a principios del siglo. Constituyen interesantes divagaciones cuyos principios podemos re­ sumir así: 1- La nacionalidad peruana tiene sus raíces en la sierra (“Lim a no es el Perú, es “extranjerizante”, se habla del “Perú profundo” o del “verdadero Perú”). 2- Existen todavía la cultura andina, aunque disminuida, y los “indí­ genas” (“Kachkaniraqmi”...). 3- De la misma manera como hay “gente culta” (y por ende “cholos”) existen grandes civilizaciones y “lenguas más evolucionadas” (con­ siderandos de la Resolución n° 01-90-p-AMIQ para la oficialización del quechua en la Región Inka [sic].} La cultura incaica representa la culminación de un proceso prehispánico de progreso hacia la ci­ vilización, seguido desde la Conquista por una larga decadencia. Los incas representarían lo más valioso de esa “cultura andina”. 4- Hablar la lengua de los incas y vivir en el lugar mismo donde éstos tuvieron su capital justifican que uno se sienta particularmente “identificado” con “lo andino”. La conclusión (por supuesto nunca explícita pero siempre evi­ dente) es que el Cuzco, su clase media y sus intelectuales están legítimamente llamados a representar la supuesta cultura andina y, por ende, la nación. Como se ve, el tema idiomático es una de las vigas

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maestras de un edificio ideológico que tiene por objetivo encumbrar simbólicamente a una ciudad. En este contexto, no sorprenderá la violencia de las reaccio­ nes de un sector de la intelligentsia local a las propuestas supuesta­ mente “foráneas” y “recientes” de los lingüistas y educadores.. Más que posturas académicas se estaban enfrentando dos proyectos distintos: para éstos el problema de la normalización debe tratarse en la perspectiva de una educación bilingüe v del acceso del quechua a los medios modernos de comunicación. Ambas cosas* seínscnb irían dentro 3e~~un proceso de~'Hesarrollo no sólo local sino nacional y pánandino. Estos objetivos, planteados por profesionales tanto cuz­ queños como “foráneos”, no coinciden con los de otros intelectuales más vinculados con las estructuras locales de poder. Para éstos, los “cuzqueñistas”, se trata antes que todo de dotarse a ellos mismos y a su grupo social de normas para la escritura del quechua. Lo expresó claramente y en un lenguaje no exento de racismo el señor René Farfán Barrios, miembro de la Academia: “Cuando se habla del quechua-hablante no hay que pensar en el indio que está en la puna, o en el indígena, el nativo, como se quiera llamar. Es el mestizo, a ellos hay que dirigirnos. Lo que nosotros estamos defendien­ do, tal vez, y reflexionando, es el quechua mestizo, real­ mente cómo queremos nosotros escribir, porque somos bilingües más o menos coordinados, algunos más bien subordinados, nosotros los mestizos, que desde la cuna hablamos el quechua como el castellano, no quisiéramos que se nos quite la e ni la o, estamos acostumbrados totalmente a ellas” (5). En esta perspectiva la reciente preocupación de los “académi­ cos” por una educación bilingüe es circunstancial, superficial y secun­ daria. Su desinterés por los principios y propósitos que dan su sentido a la idea misma de normalización y que hemos enunciado más arriba se explica por la diferencia radical que separa su motivación quechuis­ ta de la de los educadores y lingüistas: tratando de dotarse de normas escriturarias a ellos mismos y a su grupo social de bilingües coordina­ dos, poco les importa la posibilidad de una comunicación escrita en quechua a lo largo de todos los Andes ni la independización de la referencia a la fonología del castellano. Escribir el quechua o, más bien, el “quechua imperial”, es antes que todo reivindicar al Cuzco, se inscribe dentro de “un proceso de reafirmación cultural, de consolida­ ción nacional regional” í6) y de formación de “un micronacionalismo”., J y

mana munanichu nispa niwaqtin hampuni

me ha dicho que vendrá ‘vendré estaba diciendo yo’ = pensaba venir ‘no quiero diciendo al decirme me he venido’ = he venido porque me dijo que no quería.

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En todos estos casos el uso del verbo niy ‘decir’ suele equivaler al uso de comillas. A su vez, una buena traducción castellana tendrá que evitar probablemente la cita literal que es parte de la forma estilísticamente más correcta en quechua. El uso de comillas entonces quedaría reducido a casos mucho más puntuales; por ejemplo, la necesidad de dar énfasis a una determinada palabra o cita.

Conclusión ¿Por qué resulta tan difícil lograr consenso en estos asuntos? Por una parte, porque rara vez se combinan los diversos criterios analizados a lo largo del texto. O sólo se piensa en los lingüísticos, o en los sociales, o en los pedagógicos. ...O más frecuentemente en ninguno de ellos, sino sólo en la práctica empírica a la que, con o sin razón, se ha acostumbrado cada autor. Entonces se defiende un alfabeto fundamentalmente “porque es el mío”, y porque es más cómodo no cambiar la rutina adquirida. Más grave aún, el alfabeto se convierte entonces en un casus belli, lleno de cargas afectivas para cada lado. Unos se aferrarán a un alfabeto porque lo han inventado ellos o su grupo de referencia; otros porque ya han leído mucho en él; otros porque existe uno u otro decreto oficial; unos serán tildados de “imperialistas”, otros de “racistas”, otros de “q’aras”. Pero pocos se sentarán serenamente, y sin posiciones previamente tomadas, para ver con todo detalle el peso de cada pro y cada contra. Ciertamente seguir produciendo material escrito en cualquier alfabeto, es mejor que discutir eternamente sobre este tema, tan propicio a polémicas emotivas, sin producir nada escrito. Pero quizás ya conocemos bastante para intentar llegar por fin a un acuerdo del que sólo pueden beneficiarse la valoración de nuestras lenguas y culturas andinas. A su vez, avanzar en esta lucha reivindicativa valorativa es importante y urgente; para lograrlo vale la pena dejar de lado las emociones y los personalismos.

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C r it e r io s f u n d a m e n t a l e s

NOTAS (1) Las únicas diferencias estructurales entre el aymara y el quechua bolivi­ ano es que el primero tiene el fonema/x/y el alargamiento vocálico/-/; el segundo tiene [x], el fonema /sh/, y una mayor permeabilidad a la fonología del castellano. (2) Para el Perú ver las numerosas matizaciones dialectales que se incluyen en la Resolución Ministerial 4023-75-ED del 18-X-1975 en que se estable­ ce un “alfabeto básico general del quechua” (en Boletín Informativo de la U.N.M. San Marcos, n. 110, 1976, p. 1-24). Para el Ecuador ver Montaluisa (1980) y el excelente diccionario quichua inter-dialectal preparado por unas 50 personas del CIEI (1982) (3) Aguiló (1985) pidió a diversos campesinos quechuas-hablantes que escri­ bieran un texto libre sobre cualquier tema. Se trataba de gente expuesta exclusivamente a la rudimentaria alfabetización en las escuelas rurales. El autor después hizo estadísticas relativamente elaboradas de lo que, según su criterio, eran “aciertos” y “errores” de escritura en quechua. Ob­ viamente sus resultados sólo muestran cuáles son los principales contras­ tes entre el sistema fonológico quechua y castellano, subrayando de paso lo absurdo que es alfabetizar en castellano a monolingües quechuas. Este es el mejor aporte del estudio. Pero el método y contenido no permite llegar más allá de cara a un alfabeto óptimo. El autor plantea otras hipótesis poco sostenibles como las de que los idiomas de las tierras altas tienden a tener menos vocales que los de las tierras bajas: ¡El guaraní del Chaco llega a tener 12 vocales! (4) El CIEI del Ecuador, bajo la dirección de la lingüista Consuelo Yáñez (1980) ha propuesto para la ortografía inter-dialectal de las variantes ecuatorianas la eliminación de w, y como una simplificación padagógica. Al menos en Bolivia no funcionaría, pues debe distinguirse en casos como uywa ‘animal doméstico’ y wiwa ‘viva’ (cast.). El alfabeto finalmente adoptado para los dialectos ecuatorianos aceptóy; pero prefirió hu- en vez de w, optado por el máximo acercamiento al castellano. En el Ecuador, donde no existe la serie postvelar, nadie ha planteado la necesidad de incluirlas vocales e, o (Montaluisa 1980). Por lo mismo allí en castellano siempre se dice “quichua”, de /kichwa/, y no “quechua*,'de /qhishwa/.

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BIBLIOGRAFIA AGUILO, Federico 1984 La escritura quechua. Problemática y perspectivas. La Paz-Cochabamba: Los Amigos del Libro. ALBO, Xavier 1980 Lengua y sociedad en Bolivia, 1976. La Paz: Instituto Nacional de Estadística. C IEI 1982

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YA Ñ E Z C., Consuelo 1980 “Sistema ortográfico para alfabetización en la lengua quichua”. Revista de la Universidad Católica (Quito) 8.25: 17-30. Y A P IT A M., Juan de Dios 1973 “Alfabeto fonémico del aymara”. Gainsville: Univ. de Florida, Aymara Project.

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SOBRE EL USO DEL ALFABETO OFICIAL QUECHUA-AIMARA* Rodolfo Cerrón-Palomino UNMSM, Lima

“Como [el alfabeto quichua-aymará] no es una niña mimada, sino al contrario una india criada en el infortunio y abrevada de ultrajes, no está poseída del capricho o de la vanidad de tener m ás lujo que necesidades, esto es más signos que sonidos, porque aunque infeliz ignorante, sin estudios ni cultura, ha comprendido muy bien con su lógica natural, que de tenerlos, su ortografía resultaría em brollada y sobrecargada de reglas y esepciones: tampoco tendrá menos signos que sonidos, porque tal indigencia la presen­ taría pálida, desaliñada y repugnante, siendo a sí que un día por su hermosura, su aseo y su lim pieza fue objeto de las caricias y de las complacencias de sus reyes y sus am autas ”. BELTRAN, Carlos Felipe 1870: Ortología de los idiom as quichua y aim ará. Oruro: Imprenta Boliviana, p. 21. *

Agradezco a FOM CIENCIAS y a su director ejecutivo, el Dr. Luis Soberón, por habernos autorizado a reproducir este artículo aparecido en Madeleine Zúñiga, Inés Pozzi-Escoty Luis E. López (editores), Educación B ilin gü e Intercultural. R eflexiones y desafíos. FOMCIENCIAS, Lima, 1991, pp. 79-120. La versión que ofrecemos ahora ha sido ligeramente corregida y actualizada por el autor [Nota del editor].

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C e b h ó n - P a lo m ino

ANTECEDENTES La ruptura de la unidad ortográfica quechua-aimara que había sido conseguida gracias a los esfuerzos normalizadores del Tercer Concilio Limense ([1584] 1984), ocurrida a mediados del siglo XVII, constituyó el inicio de la proliferación de prácticas ortográficas libra­ das a la iniciativa personal de los escribientes. Desde entonces, que­ chuistas y aimaristas elaboraron sus propios alfabetos, al par que los escribientes aficionados resolvían sus problemas ortográficos de manera intuitiva, en ambos casos recurriendo a transferencias y acomoda­ mientos predeciblemente asistemáticos del abecedario castellano. En todo este largo período, que abarca hasta las primeras décadas del presente siglo, no aparece ninguna entidad privada u oficial, religiosa o secular, que se preocupe por nivelar el caos ortográfico. La mejor prueba de semejante desorden nos la proporciona el mismo nombre de una de las lenguas: según Albó (1974:125), se registran por lo menos 83 maneras diferentes de escribir la palabra quechua. Los antecedentes más tempranos de la preocupación por en­ cauzar la práctica ortográfica de las lenguas nativas a partir de una gestión de corte institucional, estatal o no, datan de 1931. En efecto, en noviembre de dicho año la Dirección de Educación Indígena del Ministerio de Instrucción nombra una “Comisión encargada de formu­ lar el alfabeto de las lenguas indígenas del Perú”, la misma que es reconocida por los organismos de gobierno mediante Resolución Su­ prema N 2 1593 del 5 de diciembre del mismo año. Dicha Comisión estaba integrada por investigadores y profesionales vinculados con el mundo andino, entre quienes destacaban Julio C. Tello, Luis E. Valcárcel, Horacio H. Urteaga, Carlos A. Romero, Saturnino Vara Cadillo, Atilio Sivirichi, Toribio Mejía Xesspe, José Jiménez Borja y Alejandro Franco Inojosa. Luego de un estudio concienzudo, admira­ ble para la época, la Comisión formuló el alfabeto que se le había solicitado (cf. M IP 1932). A pesar del título -“Alfabeto de las lenguas aborígenes”-, dicho sistema ortográfico había sido concebido única­ mente para las lenguas quechua y aimara, representadas por sus variedades más conocidas. Sin embargo, debe destacarse, en este con­ texto, el afán por incorporar dentro de las preocupaciones ortográficas la suerte de los dialectos llamados “chinchaisuyo” así como la del jacaru-cauqui. Hay, además, otra nota de interés: el alfabeto se reclama “científico”, pues busca basarse en el criterio fonético (“cada letra debe representar un solo sonido, cada sonido debe estar represen­ tado por una sola letra”), que a su turno se respalda en los conocimien­ tos de la ciencia fonética de entonces. No se hará aquí una evaluación

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S obre e l u so d e l alfa b e to

del mismo, por obvias razones, y sólo señalaremos que, no obstante su respaldo oficial, tal parece que dicho alfabeto estuvo condenado al olvido desde el mismo instante de su promulgación. Un segundo intento por sistematizar la escritura quechuaaimara fue la propuesta alcanzada al seno del X X V II Congreso Internacional de Americanistas, reunido en Lima en setiembre de 1939, la misma que había sido formulada por un equipo de estudiosos y cultores de las lenguas -algunos de ellos cuestionadores del alfabeto de 1931-, dirigido por el conocido indigenista cuzqueño José Angel Escalante e integrado por José María Benigno Farfán, Alejandro Franco Inojosa, J. Ritche y José Félix Silva. Esta agrupación, que en procura de un asesoramiento científico recurrió incluso a la Escuela de Estudios Orientales de Londres, consiguió que el Congreso menciona­ do recomendara a los gobiernos de los países andinos su oficialización, hecho que en el Perú se efectuó en virtud de la R.M. del 29 de octubre de 1946, siendo ministro de Educación el Dr. Luis E. Valcárcel (cf. Rivet y Créqui-Montfort 1951-56, Vol. 4:265; Franco Inojosa 1966). A diferencia del alfabeto de 1931, aquél sólo buscaba atender a los reque­ rimientos de las variedades más consagradas de las lenguas involu­ cradas: el quechua cuzqueño y el aimara. Finalmente, en el seno del III Congreso Indigenista Interamericano, realizado en La Paz entre el 12 y el 16 de agosto de 1954, se aprueba el “Alfabeto Fonético para las lenguas quechua y aymara”, que, salvo ligerísimas variantes, constituye el mismo recomendado por el X V II Congreso Internacional antes mencionado. En efecto, la di­ ferencia radica en la representación de la fricativa postvelar, propia del aimara: la es reemplazada ahora por (cf. I L A 1962:42-45). Quedará consagrado en adelante no sólo el empleo de las grafías sino también el recurso a la y al apostrofe (“virgulilla”) para representar las oclusivas aspiradas y glotalizadas de ambas lenguas (en realidad, el segundo recurso ya había sido propuesto igualmente en 1931). En cuanto a su empleo, que sepamos, tampoco este alfabeto y el anterior fueron objeto de aplicación, habiendo quedado como una propuesta puramente académica para sumarse, en calidad de mera curiosidad, a las variadas prácticas ortográficas existentes a la fecha.

EL ALFABETO DE 1975 Como una de las medidas destinadas a la implementación del Decreto-Ley N 2 21156, que oficializaba el quechua, el Ministerio de Educación nombró una Comisión de Alto N ivel con el objeto de que

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elaborara el alfabeto general respectivo. Dicha Comisión estuvo inte­ grada por especialistas en lingüística quechua (de la Universidad de San Marcos), científicos sociales, escritores y cultores de la lengua. Era la primera vez que una comisión semejante incluia en su seno a quechuistas de formación lingüística. Para entonces, como se sabe, la quechuística había alcanzado un desarrollo inusitado, particularmen­ te en el campo de la dialectología y de la reconstrucción histórica (cf. Cerrón-Palomino 1985). Se estaba, pues, teóricamente, en condicio­ nes de formular una propuesta ortográfica racional, sistemática y co­ herente. La experiencia demostraría que esto se iba a lograr sólo parcialmente. Luego de muchas sesiones de intenso trabajo por espacio de algunos meses, en las que inevitablemente se llegaron a tomar posicio­ nes encontradas sobre ciertos aspectos específicos (como el de las vocales), la Comisión proponía un Alfabeto Básico General del Que­ chua, el mismo que sería oficializado por R.M. N g 4023-75-ED del 16 de octubre de 1975. Dicho alfabeto, que se sustentaba en dos criterios fundamentales -fonológico y práctico-, había sido concebido a manera de un inventario de 21 grafías comunes a seis variedades suprarregionales (Cuzco-Collao, Ayacucho-Chanca, Junín-Huanca, AncashHuailas, Cajamarca-Cañaris y San Martín), a las que debían añadir­ se otras específicas a los supralectos mencionados. Gracias a la adición de estas grafías supletorias, según las necesidades particula­ res de cada variedad, podía estarse en condiciones de escribir cual­ quier dialecto quechua, incluyendo la variedad amazónica. De hecho, aunque la Comisión había sido encargada de preparar un alfabeto para el quechua (se trataba de implementar la oficialización de esta lengua), se sugería que el mismo inventario de grafías, específicamen­ te el válido para el supralecto cuzqueño-collavino, podía servir para el aimara, con la sola adición de una nueva grafía: (cf. COM IM P 1975). Aun cuando el alfabeto se reclama original, sobre todo por haber tomado en cuenta la realidad dialectal del quechua, lo cierto es que aquí tampoco había nada nuevo bajo el sol. En efecto, por un lado, la sensibilidad por el mosaico dialectal quechua ya había sido demos­ trada, si bien parcialmente dado el estado de los conocimientos, por la Comisión de 1931; y, por el otro, su inspiración de corte fonológico sólo venía a recapitular el mismo celo que habían tenido los propugnadores del alfabeto de 1946, con la ventaja de que éste valía también para el aimara. Comparados, pues, los tres alfabetos, son muchas las coinci­ dencias y pocas las diferencias. Una de tales coincidencias es la

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solución a favor de un sistema de cinco vocales, asunto éste que había sido aprobado en el seno de la Comisión de 1975 recurriendo a la votación de sus miembros: dura lección que teníamos que aprender quienes queríamos hacer prevalecer por todos los medios posibles criterios estrictamente técnico-científicos como si el problema a resol­ verse tuviera una salida puramente académica. Con todo, el alfabeto no dejaba de ser descriptivista antes que prescriptivista, como debiera. El solo hecho de haber sido presentado en un cuadro fonémico, con las definiciones empleadas en la caracte­ rización de los fonemas, es evidencia de ello. En tal sentido, no se trataba de un alfabeto o de un abecedario, strictu sensu, sino de una tabla fonológica. A diferencia del alfabeto aprobado en La Paz, ni siquiera se proporcionaba la nomenclatura (el deletreo) de las grafías. Pero al igual que aquél, así como al de 1931, la propuesta no iba más allá del listado de letras y de su ejemplificación, distando lejos de ser ejemplos de codificación ortográfica. En efecto, aparte de las reglas de “adecuación” de las grafías para los supralectos considerados, el alfabeto de 1975 se esmeraba, sobre todo, en proporcionar claves para la pronunciación de determi­ nadas letras correspondientes a cada uno de aquéllos y sólo de pasada incluía también una norma destinada a la escritura de los préstamos castellanos de reciente incorporación. Con respecto a las “reglas de pronunciación”, muy parecidas a las formuladas por los proponentes del alfabeto de 1931, cabe señalar que ellas denuncian de por sí el carácter del alfabeto propuesto: se trata de un sistema ideado para el uso de los castellanohablantes o de los bilingües y no de los grupos au­ ténticamente vernáculohablantes. De otro modo no se entiende cómo se pueden formular “reglas” que guíen la pronunciación de quienes manejan espontáneamente su propia lengua. Consciente o incons­ cientemente se estaba formulando un alfabeto pensado “desde fuera” y para “afuera”, respondiendo a una postura típicamente asimilacionista, sin haber comprendido los alcances de una auténtica codifica­ ción, pensada a partir de la lengua misma y “hacia adentro”. En efecto, tales “reglas” estaban destinadas a la lectura e interpretación de los caracteres por parte de los desconocedores de la lengua. Y en cuanto a la escritura de los neologismos de origen castellano, la recomenda­ ción tomada se inscribía asimismo dentro de una orientación de corte asimilacionista: se pretendía, en un sistema ortográfico destinado al quechua, respetar las reglas ortográficas de una lengua ajena, violan­ do la autonomía que deben observar, en lo posible, los sistemas ortográficos respectivos.

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aquél se advierte un total desconocimiento del mismo en su aplicación: son los textos de Avendaño (1988) y Montalvo de Maldonado (1988), siendo ambos materiales de carácter léxico, cuzqueño el primero y pandialectal el segundo (Cuzco, Ancash, Huánuco y Huancayo). Sobra decir que en este caso el corpus ha sido totalmente descartado. La discusión que sigue ha sido ordenada en función de los problemas típicos y recurrentes encontrados en el material revisado. Como se verá, son muy pocos los textos que llegan a superar en su conjunto a todas las dificultades encontradas. 1.2.1 Variación vocálica. En todos los textos, exceptuando dos de ellos (uno cuzqueño y otro ayacuchano), hay una gran variación en el empleo de las vocales y en contacto directo y/o indirecto con una consonante postvelar. La vacilación en el uso de las mismas llega a una completa anarquía cuando una misma forma o palabra se escribe no sólo de distinta manera a lo largo del texto sino incluso dentro de una misma línea. La mayor o menor fluctuación, sin embargo, es sensible tanto a la naturaleza intra o extramorfémica de las vocales como a la posición que éstas ocupan respecto de la conso­ nante abridora. Así, la vacilación es mayor a nivel extramorfémico que intramorfémico (por ejemplo se dan más frecuentemente cuando aparecen al interior de morfema que cuando lo hacen transmorfémicamente); luego la variación se advierte en mayor grado en los casos de contacto indirecto antes que en los de vecindad directa; y, finalmen­ te, la fluctuación es mayor cuando la vocal aparece delante de la postvelar antes que luego de ésta. Dicho en otros términos, las vocales medias ocurren con más frecuencia: (1) a nivel intramorfémico, (2) en contacto directo con la postvelar, y (3), en este último contexto, en posición subsecuente a aquélla. En las demás situaciones la fluctuación es a favor de las altas . Estas son apenas algunas de las tendencias más acentuadas, pues, de otro lado, hemos encontrado hasta tres casos que escapan a dicha propensión: concretamente los de Hurtado de Mendoza (1977,1980), Gow y Condori (1976) y Lara Irala (1981). En el primero, aparecen, de manera sistemática, sólo al interior de raíz (ni siquiera a nivel intramorfémico, que pudiera ser el caso del sufijo -yuq, por ejemplo), y aquí únicamente después de las postvelar. En los dos restantes las vocales medias no aparecen del todo, o si lo hacen solamente se dan en los préstamos del castellano o en los quechuismos incorporados en esta lengua (como en los topónimos, por ejemplo). Del material examinado se puede inferir que: (1) hay una gran fluctuación tanto articuladora como perceptual en el timbre de las

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vocales en contacto mediato o inmediato con una consonante postvelar; (2) siendo tal la variación, es prácticamente imposible formular una regla práctica que guíe la escritura de las vocales y ; y (3) como resultado de ello, es comprensible la anarquía ortográfica encontrada. Contrastan con esta situación los textos de Gow y Condori así como los de Lara Irala, y, en menor medida, los de Hurtado de Mendoza: la ausencia de vacilaciones en la escritura de las vocales en los dos primeros casos, así como la sistematización en el empleo de en el segundo, se deben, respectivamente, al empleo único de y al contexto restringido en que se dan las vocales abiertas. Como esto último es, en verdad, un hecho aislado y único, no pudiéndose a partir de ello extraer una regla general, queda el otro caso -el de la solución trivocálica- como una alternativa racional y práctica que permita definitivamente la superación del caps ortográ­ fico estudiado. Este caos, además, se ve agravado por el empleo indis­ criminado de las vocales críticas en posiciones que nada tienen que ver con su contexto natural: son muchos los que emplean también en final de palabra. Por todo ello asombra constatar que una solución en los términos señalados haya sido llevada a la práctica, de manera in­ tuitiva (?), por Gow y Condori, adelantándose a la reforma del alfabeto. Ello es doblemente significativo en la medida en que el texto en cuestión corresponde al de un dialecto auténticamente cuzqueño, que, a diferencia de los dialectos huanca y oriental, registra fonéticamente los alófonos vocálicos [e,o]. 1.2.2 Tratamiento de los diptongos. Si por diptongo entende­ mos la pronunciación de dos vocales en una sola sílaba, es evidente que el quechua (o el aimara) no registra dicho fenómeno: como se sabe, la / estructura silábica de la lengua prohibe la coocurrencia de vocales, de manera que los mal llamados diptongos del quechua no son sino sílabas cuyo margen está formado por las semiconsonantes . Pues bien, se advierte con mucha frecuencia (cf. Payne 1984, Beyersdorff 1986, 1988, Macutela 1986, Alvarez Quispe 1988 y Taipe 1988) la escritura de las secuencias /aw/, /ay/o /ya/, /yu/, etc. como , , y , respectivamente: tal los casos, por ejemplo, de ‘anterior’, ‘viento’, ‘tomar’, ‘peón, ‘pus’, etc. (cf. también la tendencia a escribir el durativo -chka como ). De hecho la mayor confusión se da en la escritura de /aw/. Es evidente que dicho fenómeno obedece a una influencia proveniente de los hábitos escriturarios del castellano. La regla que permitiría evitar dicho error es como se ve, sencilla: no hay en quechua (ni en aimara) secuencia de vocales. 1.2.3 Tratamiento de las consonantes en fin al de sílaba. Como i se sabe, el quechua cuzqueño-puneño se diferencia del resto de lasl

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Tales son, a grandes rasgos, las características generales del alfabeto de 1975. En lo que sigue intentaremos ofrecer una evaluación de su empleo a través del examen de los materiales que hemos podido recabar.

1.1 Su empleo. Luego de ser oficializado, el alfabeto tuvo su es­ paldarazo al año siguiente, en que fue empleado sistemáticamente en las seis gramáticas referenciales y sus respectivos diccionarios de con­ sulta correspondientes a los seis supralectos quechuas considerados por la comisión de redacción de tales textos. Asimismo, los programas de educación bilingüe en marcha comenzaron a aplicarlo en sus mate­ riales de enseñanza y en los de reforzamiento y apoyo. Igualmente, el Instituto Lingüístico de Verano lo empleó en la producción de materia­ les diversos, aunque fundamentalmente de divulgación religiosa. La Academia Peruana de la Lengua Quechua, por su parte, se mantuvo en una posición expectaticia, doblegada por la práctica escrituraria heterogénea de sus miembros, aunque al final pareció inclinarse a aceptar el nuevo alfabeto, con algunas ligeras modificaciones. Como se ve, aparte del acatamiento tácito al dispositivo legal por parte de tales programas e instituciones, a las que podrían agregarse los departamentos de lingüística o de lengua y literatura de algunas universidades estatales, podía advertirse también, sobre todo en los programas de educación bilingüe, una voluntad generalizada por difundir el empleo del alfabeto en cuestión. Fuera de tales contextos, la necesidad de emplear el alfabeto también encontró eco en el seno de algunos institutos y centros de in­ vestigación privados, gracias al interés asumido por parte de sus propios investigadores, por lo general vinculados a los programas de educación bilingüe o a los estudiosos de la lengua quechua. Más allá de tales organismos e instituciones, el manejo del alfabeto sólo com­ prometió a algunas personalidades aisladas, básicamente profesores de lengua quechua y/o escritores. Por lo demás, persistió, como hasta ahora, la práctica escrituraria de los quechuistas tradicionales y/o es­ pontáneos, quienes o se aferraban a viejos esquemas ortográficos o simplemente recurrían a la adecuación desordenada y asistemática del abecedario castellano, con algunos retoques “modernizantes” consistentes en la inclusión de algunas grafías de los alfabetos que­ chuas contemporáneos. Para los últimos la promulgación oficial del alfabeto no pasaba de ser una medida intrascendente, y en el mejor de los casos se la vinculaba con una gestión directa de la Universidad de San Marcos, y, dentro de ésta, de sus especialistas en lengua quechua. Como una justificación de tal actitud se echaba mano del argumento consabido según el cual no siendo la mayoría de los integrantes de la

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Comisión quechuahablantes (léase cuzqueños, según el prejuicio común), mal podían “entrometerse” en asuntos relativos a la lengua. En lo que sigue ofreceremos una evaluación del empleo del alfabeto por parte de individuos vinculados a determinados centros de investigación como por aquellos comprometidos con dicho cometido a título personal. Los materiales revisados corresponden básicamente a las variedades sureñas del quechua: la ayacuchana y la cuzqueñopuneña. El empleo del alfabeto en otras variedades ha sido, que sepamos, muy esporádico: ello se debe, sin duda alguna, a la ausencia de tradición en el uso escrito del quechua. Por lo demás, debemos advertir que la presente evaluación no toma en cuenta el empleo en cuestión por parte de los programas de educación bilingüe, puesto que, por ser éstos los verdaderos impulsores de la implementación, no resulta extraño el celo con el que observaron el cumplimiento de las nuevas disposiciones. Lo que no quita, sin embargo, que su aplicación no haya tropezado con una serie de problemas comunes a los afronta­ dos por el resto de los practicantes. En su momento se hará alusión a ellos. 1.2 Evaluación. El material evaluado está formado por los textos cuyos autores son Gow y Condori (1976), Valderrama y Escalan­ te (1977), Hurtado de Mendoza (1977, 1980), Payne (1984), BeyersdorfF (1984, 1986, 1988), Macutela (1986), y Alvarez Quispe (1988), para el dialecto cuzqueño. En relación con el ayacuchano se tomaron en cuenta Lara Irala (1981), Meneses Morales (1986, 1987) y Taipe (1988). Los materiales corresponden a distintos géneros de discurso: relatos míticos y costumbristas, autobiografías, narraciones, dramas, poemarios en verso y prosa, textos y cánticos religiosos y manuales de enseñanza gramatical. Asimismo, en unos casos se trata de una simple transcripción del material oral al escrito; en otros estamos frente a verdaderas creaciones altamente elaboradas; y, finalmente, hay también textos de carácter filológico en los que el material documental ha sido “modernizado” siguiendo el sistema del alfabeto oficial. En todos ellos se pone de manifiesto, a veces explícitamente, el compromi­ so de usar el alfabeto, hecho que es ejecutado, en líneas generales, de manera coherente. Hay, sin embargo, otros materiales que, debido a su índole antológica, ofrecen textos ortográficamente heterogéneos: aquí, al lado del empleo del alfabeto oficial, pululan también otras prácticas escriturarias. Tal es el caso de Romualdo (1984), Quijada Jara (1985), Mujica (1987) y Vásquez y Vergara (1988). Obviamente, la evaluación de éstos se hará sólo en relación con el material escrito siguiendo los dictados del alfabeto oficial. Finalmente, hay por lo menos dos casos en los cuales no obstante hacer mención al empleo de

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hablas por haber gastado sus consonantes en posición implosiva, tornándolas fricativas. La consecuencia de dicho cambio es que el mencionado dialecto no registra, salvo raras excepciones (sobre todo en algunas zonas periféricas), oclusivas en final de sílaba. Tampoco admite, en el mencionado contexto, la nasal bilabial, que devino alveolar (perdiéndose la oposición entre kamcha ‘maíz tostado’ y kancha ‘cerco’). Ahora bien, es un hecho consumado -al menos para las hablas no periféricas- el que las consonantes /t, c/fueron interpretadas pftliscife, como /s/ y /s/, respectivamente, en dicho contexto (así, por ejemplo, utqhay ‘rápido’ y uchpa ‘ceniza’ dieron, respectivamente, usqhay y ushpha ~uspha); no ocurre lo propio sin embargo con las consonantes /p,k,q/, que aún parecen interpretarse como tales, aunque realizándo­ se por lo general como [0, x> x l» respectivamente (así rapra ‘hoja’, wakcha ‘pobre’ y waqra ‘cuerno’ se realizan como [racpra], [wa%ca] y [waxra]). Es en estos casos que ios textos revisados presentan, sin excepción, grandes vacilaciones, hecho que se advertía ya en el propio Cusihuamán (1976), a propósito de la /p/final (cf., por ejemplo, la “nor­ malización” de lexemas como hapt’ay ‘puñado’ o hapq’iy ‘desenterrar’ bajo la forma de hawkt’ay y hawqq’ey, respectivamente, con clara violación de la regla de estructura silábica que prohibe la concurrencia de tres consonantes en posición intervocálica). A consecuencia de ello surge la necesidad de recurrir a nuevas grafías, como la para la /p/ y la indistintamente para la P&I y /q/ (así por ejemplo, , , ). En el último caso, como se podrá advertir, esta­ mos frente a la neutralización de dos fonemas diferentes: velar y postvelar, fenómeno que es mucho más frecuente tras la vocal /a/, pues cuando ocurren después de /i,u/aún cabe la posibilidad de que puedan distinguirse por su conducta abridora o no (compárense [cexciy] ‘reírse’ versus [cixciy] ‘granizar; es decir chiqchiy y chikchiy, respecti­ vamente). De igual manera, sin embargo, la [a] ante /q/ es más “profunda” que la [a] ante fkl, pero la percepción de esta diferencia ya requiere de un mayor entrenamiento. Frente a dicho problema, sobre todo a la confusión de y (que muchas veces da lugar, por hipercorrección, a formas aberrantes del tipo ‘chacra’ o ‘vomitar’, en lugar de chakra y wikch’uy), surge la necesidad de preguntamos acerca de si habría o no una regla práctica que permita superarlo. La “prueba vocálica” a la que se hizo alusión no deja de tener sus propias dificultades: en el caso de no olvidemos que en posición prepostvelar la apertura es menor, y, en muchos casos, ni se la percibe; y tratándose de , lo dijimos ya, la distinción entre una realización anterior y otra “más (profunda” resulta difícil. En vista de tal situación se nos ocurre que la única manera de controlar efectivamente dichas consonantes sería

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mediante su fijación a través de la “memoria visual”, para cuyo efecto se necesita contar, obviamente, con un diccionario normalizado (por esta razón un cuzqueño que pronuncia habitualmente [afto] y [a%to] escribe sin embargo y , sin ninguna vacilación). Para terminar con este punto, resta señalar que lo dicho hasta acá demues­ tra claramente que la sola dotación de un inventario de grafías no garantiza la recta escritura de las palabras. 1.2.4 Polimorfismo léxico y gramatical. Como resultado del fenómeno descrito en la sección anterior proliferan en la mayoría de los textos dobletes lexemáticos del tipo , cupyay ~ uhay>, , , etc., hecho que es frecuente también en Cusihuamán (1976), con la agravante de que aquí se da como forma “normal” o básica la que muestra el desgaste y como variante la forma genuina. De otro lado, el polimorfismo afecta igualmente a ciertos morfemas que muestran variación libre, entre ellos -rqu ~ -ru, -yku ~ -yu ~ -y, -sya ~ -sha —sa, -rqa ~ -ra, etc. Lo propio ocurre con la -n ‘tercera persona’, que se escribe delante de

. El polimorfismo mencionado resulta en una situación caótica desde el momento en que un mismo autor emplea indistintamente una y otra forma, delatando la ausencia total de una conciencia de norma. Pero adviértase que aquí ya se está tocando otro punto: el de la codificación gramatical y léxica. Por consiguiente, como en el caso anterior, en este aspecto igualmente la única forma de superar el caos es mediante la normalización de las formas involucradas; para ello pueden tomarse como “norma” las variantes más conservadas, que, además, garanti­ zan un empleo que va más allá del ámbito dialectal local. 1.2.5 Tratamiento de las palabras compuestas. Otro de los problemas que recurre en la mayoría de los textos es la escritura de las palabras compuestas: ellas aparecen, indistintamente, de tres mane­ ras: o separadas, o entreguionadas o, finalmente, fusionadas. N o hay un tratamiento sistemático de ellas y un mismo autor puede optar por las tres soluciones para un mismo compuesto a lo largo del texto. La solución parece estar librada a los caprichos del momento. Ello no debiera extrañar, pues la Comisión que preparó el alfabeto de 1975 ni siquiera entrevio semejante problema: de hecho no parece haber asomado en ella la necesidad de desarrollar escriturariamente la lengua, y, en cambio, adoptaba así una postura transicionalista (hacia el castellano). Al margen del problema de anarquía señalado, vale la pena preguntarse si se está en condiciones o no de formular una regla práctica que resuelva, o al menos reduzca, la anarquía imperante. La-

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mentablemente, debe señalarse que no existen aún trabajos dedicados a los procesos de composición en quechua, con ser éste uno de los recursos socorridos en lalexematización de conceptos nuevos. Ante tal carencia, creemos que, provisionalmente, podrían sugerirse las mis­ mas reglas invocadas en la escritura de los compuestos castellanos: (a) emplear juntos los elementos de la palabra compuesta siempre y cuando, semánticamente, la suma de sus significados se haya fusiona­ do para dar lugar a una nueva idea; y (b) separarlos por medio de un guión cuando la fusión no sea total. Indicios de tipo morfo-sintáctico (inserción o no de sufijos independientes) y fonológico (autonomía acentual o no, o procesos de contracción, a los que es muy propenso el aimara, por ejemplo) pueden ayudar a zanjar los casos de duda. De esta manera, por ejemplo, los topónimos deberían escribirse en forma fusionada, sin entreguionados, y mucho menos separando sus elementos: Paqaritampu, Muruqucha, Paqayqasa, etc.; en cambio, otros compuestos como mama-tayta ~ tayta-mama ‘padre y madre’, qayna-p’unchaw ‘ayer’, para-m it’a ‘época de lluvias’, etc. debieran escribirse en forma entreguionada. 1.2.6 Tratamiento de los préstamos. La escritura de los térmi­ nos de origen castellano es otro punto en el cual los textos muestran una gran asistematicidad. Las soluciones empleadas pueden resumir­ se en las siguientes: (a) la escritura a la castellana simple y llanamen­ te; (b) la adaptación fonética parcial de los vocablos, pero respetando la ortografía de la lengua-fuente; y (c) la adaptación total de los mismos a la pronunciación y ortografía nativas. Bueno fuera, sin embargo, que tales opciones se tomaran de manera consistente: el hecho es que, en un mismo autor, ellas se entrecruzan de manera caprichosa. Ahora bien, como se dijo, una de las pocas normas que establecía el alfabeto de 1975 contemplaba precisamente el tratamiento de los préstamos “no asimilados completamente” : se estipulaba allí que tales neologis­ mos debían escribirse “de la manera usual en español”. De modo que, por lo menos en relación con la primera alternativa, podía invocarse la norma. Sin embargo, como se ve, también en la segunda podía hablarse de un acatamiento tácito a la misma, toda vez que ésta no decía nada respecto de la adaptación fonética de los préstamos. Frente a tal vaguedad, lo menos que podía esperarse era la situación caótica descrita. El problema planteado, después de todo, no es de fácil solución. Comenzando por el hecho de que la misma distinción entre préstamos consolidados y recientes no es nada nítida, descartando por cierto casos extremos como el de los castellanismos tempranos (tipo waka, kawallu, alkalti, etc.) o de los incorporados deliberadamente en el afán

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por elaborar léxicamente la lengua (como, por ejemplo, el vocabulario " químico o matemático). A medio camino entre ambos están aquellos préstamos que no parecen haber logrado aún mimetizarse completa­ mente dentro del corpus léxico nativo, y que, por lo mismo, pueden muchas veces ser identificados como foráneos por los propios hablan­ tes. ¿Qué hacer en tales condiciones? A l respecto, hay dos posiciones extremas que pueden permitir superar el problema mencionado y nos atreveríamos a señalar que cada una responde, a su tumo, a una postura ideológica precisa. Por un lado, está la solución a la castellana, y, por el otro, la decisión a la nativa: la primera se inscribe dentro de una corriente ideológica asimilacionista y la segunda responde a una actitud de defensa idiomá­ tica. Esta, más acorde con el anhelo de desarrollar un sistema ortográ­ fico autónomo para las lenguas andinas, si bien podría salvar el problema desde el punto de vista formal-ortográfico, todavía tendría que encarar el asunto, igualmente espinoso, de la adaptación fonética. Lo que nos muestran los textos examinados es precisamente que, en este aspecto particular, no siempre es fácil ponerse de acuerdo (son comunes vacilaciones del tipo maystru ~ mayisturu, kunsinsya ~kunsinsiya, e incluso en la escritura de los préstamos consolidados del tipo wayta ~wayita, turyay ~ turiyay, etc.). Aquí también la solución que podría ofrecer el lingüista no siempre es fácil de ser seguida por el común de los escribientes. Además, la adecuación en cuestión está sujeta al grado de dominio que tenga del castellano el escribiente; pero, de otro lado, depende igualmente del grado de influencia que tenga la lengua dominante respecto de la dominada (mientras que un présta­ mo como wartiya sería natural en el quechua sureño, chocaría sin embargo en el central, donde wardiya es la forma común). Pero, en este último caso, ni siquiera es necesario comparar dos dialectos geográficamente separados: bastaría con cotejar, por ejemplo, el quechua de los alrededores del Cuzco con aquel propio del campo. De manera que la opción (c), mencionada al principio, tampoco es garan­ tía plena de uniformización escrituraria, a falta de una decidida normalización del tratamiento de los préstamos. 1.2.7 Empleo de los signos de puntuación. Mayormente los textos acusan un desconocimiento generalizado del manejo de los signos de puntuación. Lo que se advierte es una transferencia del uso inseguro de éstos adquirido en castellano y aplicado luego a la lengua andina. Como la práctica escrita en ésta fue siempre esporádica (des­ contando los monumentos literarios de la colonia, que además se guiaban por patrones ortográficos diferentes) no debe extrañar que este aspecto de la ortografía no haya sido ni siquiera entrevisto como

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asunto digno de atención, salvo rarísimas excepciones, como la del gramático boliviano Berríos (1904). Una vez más, la Comisión que elaboró el alfabeto de 1975 era igualmente ajena a tales preocupacio­ nes, pues implícitamente nada estaba lejos de su cometido que el pensar en un eventual desarrollo escriturario de la lengua andina. O, a lo sumo, se pensaba que tales asuntos serían contemplados en una etapa posterior, a medida que se lograra un verdadero despegue en la práctica escrita. No deja de haber aquí, sin embargo, un círculo vicioso: no se dan normas de puntuación por no haber suficientes muestras de textos; pero, a la vez, no hay suficiente corpus -o el que existe resulta precario- debido a que no se precisan las reglas que podrían orientar no sólo en la creatividad variada y rica de textos sino también en la mejora de la calidad de los mismos. Aquí se está tratando ciertamente uno de los aspectos centrales de todo desarrollo escriturario: la elaboración estilística, que a su vez conlleva la intelectualización de la lengua, para cuyo efecto son inevitables, en el nivel : escrito, los signos de puntuación.

EL ALFABETO OFICIAL DE 1985 Conforme se señaló en la sección 1.1, sólo en los programas de educación bilingüe se dio lo que podríamos llamar un empleo masivo y consistente del alfabeto de 1975. Ello ocurrió, en efecto, en los programas de Ayacucho, primeramente, en el fallido del Cuzco des­ pués, en el del Alto Ñapo luego, y finalmente en el de Puno. Pero ha sido en la elaboración de materiales, así como en la enseñanza de la lengua que comenzaron a surgir la mayoría de los problemas descritos en las secciones precedentes. El más urticante era, sin duda alguna, el relacionado con la escritura de las vocales: frente a la gran inesta­ bilidad de las mismas resultaba difícil, si no imposible, dar reglas sencillas y prácticas que indicaran cuándo emplear y . Pero igualmente se daban las otras vacilaciones, para las cuales hacía falta Icontar con un conjunto de normas, es decir, urgía la necesidad de codificar la escritura quechua. Mas no sólo la de ésta, sino también la del aimara, que juntamente con la quechua pasó a ser vehículo y objeto de enseñanza en el programa de Puno, “prestándose” para ello el mismo inventario alfabético que, como se dijo, con la adición de una sola grafía, se adecuaba perfectamente a la nueva lengua. Así, pues, la acumulación de tales problemas, surgidos en la instrumentación efectiva del alfabeto, y no como producto de refinamientos puramen­ te académicos, clamaba por una evaluación, y eventualmente una reforma.

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La iniciativa en esa dirección la tomó la Universidad de San Marcos, a través de su Programa de Educación Bilingüe, en coordina­ ción con el Departamento de Lengua y Literatura de la Universidad de San Cristóbal de Huamanga. En efecto, en virtud de la gestión de tales entidades, se convocó en 1983, es decir al cabo de ocho años de práctica escrituraria, el Primer Taller de Escritura en Quechua y Aimara. Dicho evento se realizó en el viejo local de San Marcos, entre el 12 y el 15 de octubre de dicho año, y contó con el concurso de un crecido número de delegaciones de diferentes universidades (Arequipa, Tru­ jillo y Huancayo), programas de educación bilingüe, institutos, centros de investigación y organizaciones indígenas, además de la participa­ ción de la Academia de la Lengua Quechua y del Instituto Lingüístico de Verano. Se había puesto especial énfasis en la concurrencia de un número variado y representativo de quechua-aimarahablantes de distintas áreas dialectales. Luego de la exposición de temas generales, se organizaron sesiones de trabajo en torno a cuatro puntos concretos: (a) la revisión del alfabeto de 1975; (b) las reglas de ortografía; (c) el tratamiento de los préstamos; y (d) el empleo de los signos de puntua­ ción. Fuera de ellos, se organizó otro grupo especial encargado de tratar sobre el alfabeto aimara. Tras arduos y prolongados debates (con el consabido batiburrillo de las vocales), la sesión plenaria acordó un conjunto de disposiciones, a manera de Conclusiones Generales, relativas a los temas específicamente mencionados. Finalmente, los participantes acordaron en forma unánime nombrar una Comisión Permanente con el encargo específico de gestionar ante las esferas gubernamentales pertinentes la oficialización de los acuerdos toma­ dos (para un recuento de todo ello, ver Zúñiga 1987). Entre los que formaban parte de dicha Comisión se encontraba el delegado de la Academia cuzqueña, que poco después defeccionaría, aduciendo que la mencionada institución desconocía los acuerdos tomados en el Taller. Posteriormente, el ILV mostraría igualmente su desacuerdo con los mismos. No obstante ello, la Comisión siguió en su empeño, y, tras largas y penosas antesalas, pudo finalmente conseguir, gracias al apoyo decidido del entonces viceministro de Educación, la oficializa­ ción de las Conclusiones mediante RM N e 1218-85-ED del 18 de noviembre de 1985, es decir al cabo de dos años de realizado el Taller. Conviene ahora referirse a los acuerdos tomados en el Taller. Con respecto al primer tema -el de la revisión del alfabeto-, la decisión más drástica fue la supresión de las vocales , con el objeto de acabar de una vez por todas con una fuente segura de dudas y vacilaciones. En adelante el alfabeto, que comenzó a designarse panalfabeto, sería trivocálico. En relación con las reglas de ortografía sólo se daban tres normas, que tenían que ver con la variación alomórfica,

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el uso de la tilde y el empleo de las letras mayúsculas. La primera de ellas apuntaba hacia una escritura que buscaba la uniformidad de los distintos alomorfos de un mismo morfema (como el de -yki ~ -ki o el de -rqa ~ -ra), y si bien no se precisaba cuál de los alomorfos elegir como morfema básico, se asumía que sería la variante conservadSC Con respecto a los préstamos -asunto que rebasa, como vimos, el problema meramente escriturario-, se acordaba su representación a la manera quechua y a partir de su acomodación fonética en labios de los monolingües quechua-aimaras. En relación con el cuarto tema, el referido a la puntuación, simplemente se señalaba que las normas que debían regirla serían las mismas admitidas “universalmente en las formas escritas de las lenguas”, con el añadido específico de que los signos de interrogación y de exclamación fueran empleados a la manera castellana, es decir, con la apertura de los mismos. Finalmen­ te, con respecto al alfabeto aimara, se lo adecuaba a partir del panalfabeto, con la inclusión de dos grafías y un diacrítico: y para los fonemas /%/ y /x/, respectivamente, y el empleo de la diéresis para marcar el alargamiento vocálico. De esta manera, sin que se midieran bien las consecuencias, se “apartaban” entre sí los alfabetos quechua y aimara, pues ahora sumaban a tres las grafías discrepantes (a diferencia del alfabeto del 1975, que mostraba una sola distinción). Se había descartado la en lugar de la y para la sugerida en el alfabeto anterior se echaba mano de la exótica proveniente del arsenal de los lingüistas. Además, lejos de emplearse, como en los dialectos centrales del quechua, el doblamiento vocálico para repre­ sentar la cantidad, se optó por la cremilla o diéresis (elemento recurrente, sin embargo, en los alfabetos mencionados previamente al de 1975), con ser a todas luces poco práctica. El escaso o nulo conocimiento del aimara que teníamos por entonces los lingüistas del Taller determinó que sucumbiéramos ante los argumentos impresio­ nistas de los aimarahablantes, quienes objetaban, entre otras cosas, el empleo de o de aduciendo que, con ellas, sólo se conseguía agravar el hacinamiento consonántico, de por sí asombroso de la lengua, y/o el alargamiento innecesario de sus palabras frecuente­ mente “kilométricas”. Tales argumentos son ciertamente débiles y responden no solamente a consideraciones de orden subjetivo sino también a una preconcepción escrituraria que se nutre del desconoci­ miento de las reglas fonológico-sintácticas del aimara. Con los atributos mencionados, el alfabeto de 1985 y su cuerpo normativo resultaba a todas luces mejor que el anterior. Para comen­ zar, el panalfabeto ya no era presentado a manera de un cuadro fonológico sino como debía haber sido: un abecedario seguido de su nomenclatura (=deletreo) respectiva; asimismo, su formulación no

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terminaba en el mero inventario (ni se detenía en la consideración de reglas hechas más bien para el hispanohablante), sino que contempla­ ba también, aunque sólo parcialmente, las necesarias normas de ortografía y puntuación. Algunas de éstas sólo eran asumidas como consabidas, a partir de la experiencia escrituraria de occidente, mas no lo suficientemente desglosadas y detalladas. De los problemas recurrentes que pudimos detectar, los relacionados con los diptongos y las palabras compuestas no fueron contemplados. Como tampoco lo fueron otros muchos, aunque esta vez de naturaleza más bien localdialectal antes que general (por ejemplo, las consonantes finales del cuzqueño-puneño, o la confusión de y en el ayacuchano). Todo ello, obviamente, no podía haber sido tratado en un taller de tres días de duración y con temas que inevitablemente se tornaron obsesivos, como el de las vocales. De allí que, con las limitaciones del caso, i podemos señalar que el de 1985 es un paso mucho más decisivo en el esfuerzo por llegar a una verdadera codificación del quechua y del aimara. En el lapso de los diez años que van desde la formulación del alfabeto básico general de 1975 a la del panalfabeto de 1985 los lingüistas peruanos habíamos comenzado, finalmente, a distinguir entre transcripción y ortografía y, más importantemente, entre des­ cripción y prescripción (entendida ésta como codificación). 2.1 Su empleo. Uno de los compromisos asumidos solemne­ mente en la clausura del Taller fue que, de allí en adelante, todos los participantes, a título personal o en representación de sus institucio­ nes, se encargarían de llevar a la práctica los acuerdos tomados. Ello no revestía mayores problemas para quienes no estaban involucrados en la producción de materiales en lengua indígena (para algunos, en el terreno individual, apenas significaba el control pasajero de reajus­ tes mínimos). En cambio, la medida resultaba hasta cierto punto enojosa -y onerosa también- para los programas de educación bilingüe, que habían invertido una enorme cantidad de energía y de dinero en la elaboración de textos y de otros materiales de enseñanza en aplicación del alfabeto de 1975. En tales condiciones, asumir el compromiso mencionado significaba rehacer todo ese material, adap­ tándolo formalmente al nuevo alfabeto: tal fue, en efecto, lo que se hizo en Puno y Ayacucho (la medida no afectaba en absoluto al quechua del Oriente). Pero no solamente implicaba reajustar textos y materiales de enseñanza; también involucraba desplegar tiempo y energía en el reentrenamiento de profesores, así como en la reestructuración de programas curriculares, todo ello tendiente a evitar los traumas derivados del paso de un sistema ortográfico a otro. Lo que no fue obstáculo, sin embargo, para llevar adelante las reformas de 1983.

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Así, pues, a partir de entonces comenzó a entrar en vigencia el panalfabeto. Fuera de los programas de educación bilingüe, sin em­ bargo, su empleo no pareció trascender a otras esferas. Contribuía en parte á ello, sin duda, el hecho de que el nuevo sistema ortográfico no tuviera un reconocimiento oficial sino hacia fines de 1985. En vista de ello, muchos seguían escribiendo de acuerdo con los cánones del alfabeto anterior (Beyersdorff 1986, 1987; Meneses Morales, 1986, 1987; Macutela 1986; Alvarez Quispe 1988, Taipe 1988), caracteriza­ do fundamentalmente por el empleo de las cinco vocales. Pero, afor­ tunadamente, tampoco faltaron espíritus inquietos que, siguiendo de cerca el debate ortográfico, optaron por aquello que creían más conve­ niente y desapasionado: los alcances del nuevo alfabeto. Ciertamen­ te, tales individuos estaban igualmente vinculados estrechamente al trabajo de los programas de educación bilingüe, cuando no seguían de cerca los trabajos de los quechuistas de formación lingüística. Entre aquéllos mencionaremos los casos de Montoya et al. (1987), Itier (1987), Meneses Lazón (1988), Cadillo (1987), Vegas (1989), e incluso Ayala (1986), para el aimara. Los libros de Montoya y Vegas son de naturaleza antológica y recogen textos de distintas variedades que­ chuas; el trabajo de Itier es el estudio fonológico de un poema quechua del s. XVI con una actualización del mismo según el alfabeto vigente (cf. Beyersdorff, 1986, que estudia el mismo poema y lo actualiza según el alfabeto anterior); el de Meneses es un poemario escrito en la variedad ayacuchana y el de Cadillo es una excelente aplicación del alfabeto al quechua ancashino; finalmente, el de Ayala es un poemario bilingüe castellano-aimara. Como se ve, a excepción de los tres últimos, el empleo del nuevo alfabeto no parece trascender aún el nivel de la práctica académica. ,

En cuanto a su evaluación, aun cuando el material examinado

i es corto, éste, unido al producido por los programas de educación

bilingüe, en especial por el de Puno, que cuenta con un corpus escriturario realmente excelente, variado y en muchos casos inaugu­ ral (cf. Cerrón-Palomino 1988), nos permite señalar que si bien se ha logrado superar uno de los más grandes escollos: el de la fluctuación vocálica (y también, aunque esto sobre todo en los materiales didácti­ cos mencionados, la escritura de los diptongos y la de los préstamos), todavía persisten los demás problemas, a saber: el polimorfismo gramatical y léxico, la escritura de las palabras compuestas y el empleo de los signos de puntuación. El control efectivo del primero de ellos depende ciertamente del dialecto involucrado. Así, el ayacuchano tiene una morfofonémica mucho más sencilla que la del cuzqueñopuneño; por consiguiente es de esperar que en este dialecto haya más problemas que en la escritura de aquél. Los otros dos escollos, por el

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contrario, afectan por igual a casi todos los textos examinados. Como se ve, por un lado, el cuerpo normativo del nuevo sistema ortográfico no contempla el tratamiento de las formas compuestas y, de otro lado, en relación con el manejo de los signos de puntuación, se requiere ob­ viamente de la formulación de reglas mucho más explícitas. 2.2 Tendencias disruptivas. La práctica incipiente del sistema ortográfico de 1985 estaba agravada por el hecho de que, conforme se adelantó, tanto la Academia como el IL V no sólo desconocieron los acuerdos del Taller sino que, una vez oficializados, se negaron a reconocerlos como tales. Es más, las mencionadas instituciones comenzaron a realizar una labor sistemática de sabotaje, en forma abierta en el caso de la Academia, y veladamente en el otro. Incluso se llegó a montar en 1988 un Congreso “internacional” de academias de quechua (esta vez contando ya con cinco filiales regionales en distintos lugares del país), donde ante la orfandad de criterios para im­ pugnar el nuevo alfabeto, apenas apoyados en extraña alianza por el IL V y por las filiales de academias cuyos miembros habían sido designados por la sede cuzqueña de acuerdo previo con la institución foránea, se llegó a boicotear la participación de los demás delegados y representantes con el objeto de hacer prevalecer la consabida postura en pro de las cinco vocales. Paradójicamente, la delegación de la propia universidad cuzqueña y de las filiales de Puno y Ayacucho rechazaban públicamente dicha maniobra. Desde entonces a la fecha la academia cuzqueña ha hecho todo lo posible por conseguirla derogación de la RM que oficializa el empleo de las tres vocales. El ILV, por su parte, en claro desacato del dispositivo legal sigue empeñado en la producción de materiales didácticos y proselitistas al margen de todo esfuerzo normativo, y peor aún, buscando socavar los acuerdos relativos a la reforma ortográfica/0 2.2.1 E l caos académico. La práctica escrituraria de los miembros de la academia, a juzgar por los textos que aparecen en su órgano oficial Inka Rimay, del cual ha aparecido sólo el primer número (1985), delata no sólo un desconocimiento galopante de la historia de la lengua y de la gramática de la misma sino también constituye una muestra patente del verdadero caos ortográfico en el que andan sumidos sus escribientes. En efecto, basta una rápida ojeada para per­ catarse que allí cada quien escribe a su manera, y, por cierto, no es que un escribiente sea consistente con su propia “signografía” -tal el término empleado a menudo en lugar de alfabeto-: nada más lejos que esto, pues la regla es que el mismo autor escriba de manera diferente incluso en un mismo renglón. De manera que los errores-tipo que en­ contramos en relación con el empleo del alfabeto de 1975 aparecen

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multiplicados. Asombran, sobre todo, las vacilaciones en la escritura de las consonantes en final de sílaba así como en la representación de los diptongos, para no mencionar la total anarquía en el empleo de las vocales. Ahora bien, ¿cuál es el sistema ortográfico abogado “oficial­ mente” por dicha entidad? En realidad se trata del alfabeto de 1946, también aprobado por el III Congreso Indigenista (1954), y, con la diferencia de una sola grafía, coincidente igualmente con el de 1975. En efecto, la “signografía” de la Academia (cf. p. 128) parece discrepar con éste únicamente en el registro de en lugar de , que es considerada sólo como un diacrítico de las consonantes aspiradas. Sin embargo, como el asunto no es cuestión de simple inventario, mayores diferencias surgen cuando nos fijamos en el empleo del alfabeto. En­ tonces se ve que la no solamente reemplaza a la sino que es usada igualmente para representar, indistintamente, a las consonan­ tes /k/ y /q/ en posición final de sílaba, con la agravante de que ello se hace de manera incoherente, ya que la alterna en dicho contexto con y sin “orden ni concierto” (como en el caso de ñujñu ~ñukñu ‘dulce’). Fuera de ello, también la es empleada para escribir la [h] derivada por desgaste de /k h/ o /q h/en posición intervo­ cálica, como en puju ‘manantial’ o aja ‘chicha’, provenientes depukyu y aqha respectivamente, y que todavía alternan con las formas que muestran desgaste. De otro lado, como se sabe, ninguno de los alfabe­ tos contempla la grafía y, sin embargo, los académicos no vacilan en echar mano de ella para representar la realización de la /p/en final de sílaba (así en rafra ‘ala’, tafya ‘aciago’, en lugar de rapra y tapya, respectivamente), aunque a veces se valen también de la para lo mismo, violando la distribución de esta consonante, que jamás aparece en final de sílaba. En fin, el caos ortográfico que reina en los textos de Inka Rimay apenas es superado por Avendaño (1988), quien, no obstante invocar el alfabeto de 1975, simplemente demuestra no saber cómo emplearlo*®. Para terminar con este punto, resta mencionar que la posición de intransigencia asumida por la Academia no refleja evidentemente la de todos los quechuistas cuzqueños, como se pretende hacer creer. De hecho, uno de sus presidentes hasta por dos períodos, el poeta Ale­ jandro Alencastre (K ilku Warak’a), tenía marcada preferencia por el empleo de tres vocales, como se puede ver en sus poemarios (cf., por ejemplo, Alencastre I960?); asimismo, uno de sus miembros de núme­ ro, ahora m arginado completamente, el presbítero M ariano Atayupanqui,es partidario ardoroso de las tres vocales, aunque, de otro lado, se haya autoexcluido del debate ortográfico al haber desarro-

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liado un alfabeto sui géneris, de naturaleza más bien criptográfica (cf. Ata-Yupanqui 1980)(3). Y a se dijo, también, cómo los profesores de quechua de la Universidad de San Antonio Abad han optado por el sistema trivocálico (cf. por ejemplo, Pantigozo y Cáceres 1990). Final­ mente, una muestra patente de que los académicos no parecen haber entendido un ápice del problema vocálico es el hecho que en el mismo órgano oficial mencionado aparece el artículo titulado “El uso de las cinco vocales en los idiomas quechua, aymara i dialectos” del miembro de número Uriel Montúfar (1985). Como lo decimos en otro lugar (cf. Cerrón-Palomino 1992), los materiales cuidadosamente seleccionados por el autor en prueba de su argumentación demuestran, de manera contundente, que el quechua -no importa qué dialecto- sólo registra tres vocales funcionales. 2.2.2 La atomización ortográfica. Como se dijo, el IL V y la Academia fueron las entidades que, no obstante haber empeñado su palabra en favor de las conclusiones del Taller, se declararon en guerra contra ellas poco tiempo después. Y cuando, tras larga gestión, se logró finalmente la promulgación de la RM que las oficializaba, el rechazo fue mayor. De la comunión de intereses (no sólo coincidente por azar sino procurada) salían beneficiados ciertamente los académicos de la lengua, que de “lezenciasnos” -para emplear un término dilecto a Guamán Poma- adquirían ahora un barniz “científico”. Cuando posteriormente se crean las sedes regionales en Puno, Ayacucho, Huancayo, Huaraz y Cajamarca, el IL V coordinará con los cuzqueños para proveerles de quechuistas “entrenados” y de asesores, pero, menos mal, solamente allí donde operaban (de este modo Puno y Ayacucho se les escapaban de las manos). La alianza tácita le confería al ILV una mayor capacidad de control de las actividades relacionadas con el empleo del alfabeto oficial. En efecto, además de seguir asesorando a las diferentes Direcciones Departamentales de Educación, -muchas de ellas empe­ ñadas en la conducción de programas de alfabetización-, y de conti­ nuar con sus actividades .normales de investigación en distintas zonas de habla quechua, ahora asumían también la orientacián de algunas de las sedes regionales de la Academia. De esta manera, en coordina­ ción con las Direcciones Departamentales y las academias regionales, desplegaría una sistemática campaña contra el alfabeto. Dicha acción se realizaría, con efectos multiplicadores, a través de los talleres de “escritura” que se comenzaron a organizar: en todos ellos se preacondicionaba a los participantes. Así pues, contando con tales medios en su favor, no le fue difícil a la institución mencionada hacer que su rechazo al alfabeto fuera ca­

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nalizado a través de lab dependencias estatales. Mediante sendas Resoluciones, las Direcciones Departamentales formulaban su propio alfabeto, sobre la base del oficial ciertamente. Ahora bien, ¿cuál era la razón fundamental que se aducía para ello? Aunque las resolucio­ nes no la mencionen, sin embargo, a través de documentos de circula­ ción interna (informes), pero también en discusiones públicas sosteni­ das con los miembros de la institución, ella parece ser, según se dice, •el rechazo de los propios quechuahablantes al empleo de ciertas lgrafías, que ellos consideran inadecuadas para el dialecto que hablan. lLa inadecuación es mayor, según ellos, en cuanto más se apartan las lgrafías de las del castellano, que serían el ideal. Con dicho criterio [“pedagógico”) comenzaron a cuestionarse tales grafías, y proponerse atras en su lugar, de acuerdo con la preferencia de los impugnadores y buscando resolver problemas de manera local, es decir al margen de toda preocupación por tender hacia una unidad ortográfica. De esta manera se alentaban soluciones localistas, exacerbando las diferen­ cias dialectales y perdiendo de vista sus similitudes. De otro lado, ¿quiénes eran los quechuistas que se oponían al alfabeto general y preferían otro que se pareciera al del castellano? Por cierto que no sólo se trataba de bilingües, prejuiciados ya por toda una formación estricta en castellano y alienados por un sistema educativo empeñado en borrar la cultura ancestral; esa gente, además, estaba siendo entrenada por el ILV! Como puede advertirse, lo que dicha institución hace en suma no es sino reforzar los prejuicios del bilingüe, los mismos que se inscriben dentro de una ideología eminentemente asimilacionista. El círculo vicioso no podía ser más perfecto: los propios hablantes recha­ zan el alfabeto oficial, pero tales hablantes son entrenados por la misma institución. Resulta muy clara entonces la opción elegida por ésta: se trata de elaborar alfabetos para el bilingüe prejuiciado y en función del castellano, mas no para el quechuahablante y a partir del quechua. Del mismo modo los académicos dirán que su preocupación fundamental no es el quechua de los “indígenas” sino el de los “mestizos” (cf. INID E 1986: 160-180). Quisiéramos caracterizar ahora, en forma breve, la práctica es­ crituraria alentada por el ILV. Para ello nos basamos en algunos materiales que pudimos consultar, entre ellos el texto de la Declara­ ción de los Derechos Humanos vertido a seis dialectos quechuas y al aimara. Las variedades quechuas son las de Arequipa, Ayacucho y Cajamarca (Q II) y Ancash, Huánuco y Junín (QI). Pues bien, del examen de los mismos surgen las siguientes constantes: (a) su afán diferenciador; (b) su transcripcionismo; (c) su inconsistencia transcripcionista; y (d) su carencia de normalización.

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En relación con el primer punto, el IL V se empeña en “distan­ ciar” deliberadamente y al máximo a unos dialectos frente a otros, pro­ porcionándoles distinta fisonomía ortográfica, cuando el sentido común aconseja que, por lo menos para un mismo segmento y/o para un mismo grupo dialectal, se opte por una representación uniforme. En prueba de lo dicho señalamos: - el empleo de (Junín) y de (Cajamarca) para el fonema africado retroflejo /c/. - el uso de (Ayacucho y Cotahuasi) y de (Junín, Huánuco y Ancash) para la fricativa glotal /h/; - el empleo de la vocal doblada < w > (Junín) y el de la vocal con diéresis (Huánuco, Ancash y también el aimara) para la vocal larga. Además llama la atención el hecho de que se empleen las vocales medias en el ayacuchano y en el aimara, cuando se sabe que en ningún momento han surgido voces discrepantes que reclama­ ran el uso de dichas grafías en tales hablas (incluyendo las academias respectivas). En cuanto a la segunda característica -su transcripcionismo-, es obvio que lo que el IL V fomenta es reproducir más o menos fielmente lo que se “dice” y “oye”. Este principio, si bien válido para la dialectología y los estudios descriptivos en general, no constituye ninguna pauta escrituraria excluyente en ningún sistema ortográfico del mundo, no al menos al pie de la letra, como se quiere emplearla en la escritura del quechua. Su invocación implícita en un contexto de profunda diversidad dialectal resulta atentatoria contra las aspiracio­ nes más elementales de unificación idiomática por vía escrita. Pero no sólo se consigue con ello la exacerbación de las diferencias dialectales, sino también ocurre que en el interior de un mismo dialecto proliferan los casos de polimorfismo. Así, -cho ~ -cho (en Huánuco), oponiéndose también al -chow de Ancash; o las formas -pis - -bis, -kuna ~ -guna, etc. (en Cajamarca). En relación con su inconsistencia, debemos señalar que, aun aceptando la multiplicidad de propuestas ortográficas (se afirma con jactancia que para el área de Huánuco pueden formularse hasta siete alfabetos distintos!), se advierten incoherencias en el empleo de las mismas al interior de cada una de ellas. Tal ocurre, por ejemplo: - en las vacilaciones en el uso de y en el quechua huanuqueño; - en la escritura de las aspiradas y glotalizadas del cotahuasino (una misma palabra aparece con y sin aspiración o glotalización); - en el tratamiento de los diptongos del aimara, donde se encuentran representaciones aberrantes de y .

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Finalmente, con respecto a cuestiones normativas, lo señalado en (b) y (c) delata una ausencia total en cuanto a la adopción de normas que pauten el empleo uniforme de las grafías propuestas, así como de la escritura de ciertos morfemas. En este último caso, el polimorfismo es asunto que no parece preocupar a los lingüistas del ILV: ello va acorde, por lo demás, con su noción estrecha de escritura, que, bien mi­ rada, no es tal sino más bien pura transcripción. Mención aparte merece la postura de esa institución con res­ pecto a la representación de los préstamos. En los materiales revisa­ dos la escritura de los castellanismos varía no sólo de un dialecto a otro sino también al interior de una misma variedad. Todo ello como resultado de la ausencia de una norma, pues la invocada por sus miem­ bros, consistente en escribirlos “libremente” (es decir, según el criterio de los alfabetizados) no podía desembocar sino en un caos, como era previsible. Naturalmente que la ortografía preferida sería la de la lengua-fuente. Por lo demás, no nos detendremos aquí en la discusión de las grafías propuestas en reemplazo de las oficiales. Baste con señalar que los argumentos en los cuales buscan sustentarse han sido rebati­ dos oportunamente por los especialistas peruanos tanto en eventos na­ cionales como internacionales, así como en diferentes publicaciones (cf. por ejemplo, Cerrón-Palomino 1988b, para una crítica de los ma­ teriales elaborados en quechua huanca).

NUEVAS TENDENCIAS Una de las aspiraciones implícitas del alfabeto de 1975, así como la de su nueva versión (1985), es la dé su tendencia hacia una unidad ortográfica pandialectal. En virtud de ésta se busca represen­ tar unívocamente los fonemas de la lengua con una misma grafía no importa cuál sea su realización fonética concreta en los diferentes dialectos. Así, por ejemplo, el fonema/q/ tiene diferentes actualizacio­ nes no sólo interdialectamente sino incluso al interior de una misma variedad. En efecto, además de su realización normal, lo encontramos como: (a) una fricativa postvelar [x], (b) como una fricativa uvular sonora [g], (c) como una aspirada glotal [h], y (d) como una simple oclusión glotálica [?]. Para todos estos casos el alfabeto general postula uniformemente la letra . De manera que una palabra como waqaq ‘el que llora’ se escribe de la misma forma en el Cuzco, en Ayacucho, Junín, Ancash, Huánuco y Cajamarca. De la misma mane-

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ra, aun cuando los diptongos /ay/, /aw/ y /uy/ se pronuncien [e:], [o:] e [i:], respectivamente, en Huaraz, se los representa uniformemente como , y , pues las reglas de monoptogación son automáticamente controlables por los hablantes de dicha variedad. Gracias a ello, palabras como wayna, ñawpa y tukuy tendrán una misma representación en todo el territorio quechua. En cambio, de optarse por una solución más bien fonetista —que es la asumida por los lingüistas del IL V —, no podría llegarse a esa solución unificadora. Es precisamente por ello que un mismo fonema como /q/recibe diferentes grafías, según la zona: , , , además de la propia . La palabra maqaq ‘golpeador’ se escribiría de distintas maneras: maqaq, majaj, magag, mahah, o simplemente maa. De igual forma, en la zona de Huaraz, wayna, ñawpa y tukuy se escribirían , y o , y , según la convención adoptada. Se ve entonces cómo, con esta segunda alternativa, se tiende hacia la dispersión ortográfica, creando barreras visuales entre los hablantes de diferentes dialectos quechuas. Ahora bien, la opción unificadora ha sido cuestionada por el IL V achacándosela de querer respaldarse no en la realidad sincrónica de la lengua sino en una etapa arcaica de la misma. ¿Qué hay de cierto en ello? Obviamente no es así, puesto que si el criterio fundamental del alfabeto panquechua fuera el etimológico entonces nada habría im­ pedido que se postulara un inventario único de grafías sin letras supletorias o ad hoc para los supradialectos reconocidos, que, como se recordará, suman seis. Aun admitiendo que la formulación de un alfabeto único no es una idea del todo imposible (a pesar de las profundas fisuras dialectales de la lengua), es obvio que el alfabeto panquechua vigente responde a una realidad sincrónica y no histórica como se pretende. Lo que ocurre es que se parte de una noción muy j estrecha de los hechos sincrónicos y se asume que los hablantes viven I como aprisionados dentro de sus propios idiolectos sin posibilidades de l “reformular” su gramática en forma permanente a través del contacto 1 interétnico. La realidad es sin duda diferente, pues todo hablante 1 desarrolla, a lo largo de su ciclo vital, una competencia comunicativa / que trasciende el saber lingüístico de campanario. Según esto es fácil constatar cómo el hablante huaracino sabe que sus vocales [e:, o:] corresponden a /ay, aw/, respectivamente, en boca de los conchucanos, y viceversa. Es precisamente dicha noción de competencia comunicativa pandialectal la que posibilita una postulación tendiente hacia el logro de una mayor unificación ortográfica. Así, por ejemplo, si partimos del hecho de que los ayacuchanos y los cuzqueños se entienden unos a

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otros no obstante las diferencias fonológicas y léxicogramaticales que separan sus respectivas variedades, entonces resulta legítimo pre­ guntarse si no sería posible ensayar una unificación pandialectal de tipo sureño a través de la escritura. De hecho, en el nivel fonológico, sólo hay dos isoglosas fundamentales que separan a ambas varieda­ des: (a) el desgaste y la neutralización de las consonantes en posición final de sílaba, y (b) el registro de las consonantes aspiradas y glotalizadas. Tales fenómenos separan, en efecto, al cuzqueño del ayacuchano. Las diferencias léxicogramaticales son mínimas y no causan mayor problema. Pues bien, en relación con el primer punto -el desgaste consonántico- creemos que hay razones de orden sincró­ nico que facultan la restitución en el nivel ortográfico de las consonan­ tes oclusivas. Dicha recomposición permite que el cuzqueño se aproxime ortográficamente al ayacuchano: voces que se pronuncian [■rafra], [usqhay], [pisqa], [ca^ra], [alqo] y [kinsa] se escribirían, respec­ tivamente , , , , y . Lo propio ocurriría con la escritura de ciertos morfemas que sufrieron un desarrollo idiosincrático: el plural [-cis], el alomorfo genitivo [-x], el subordinador [-xti], el durativo [-sa] y el alomorfo del validador [-n] se escribirían -chik, -p, -pti, -chka y -m, respectivamen­ te; es decir, como en el ayacuchano. Nótese, de paso, que la restitución de la /ch/ en final de sílaba nos ahorra la grafía incorporada con la sola finalidad de representar al durativo [-sa]! En relación con la segunda isoglosa -la existencia de aspiradas y glotalizadas- cabrían dos posibilidades de solución. La más drástica sería no registrarlas por escrito, y para ello habría un fundamento de tipo objetivo: si bien hay un corpus léxico común al cuzqueño-puneño que invariablemente registra dichas modificaciones, también es cierto que hay una gran variación en su registro no sólo interdialectalmente, por ejemplo entre el cuzqueño y el puneño, sino incluso al interior de una misma variedad (así, en el Cuzco fluctúan allpa ~hallp’a, irqi ~hirqfi, etc.). Esto naturalmente trae como consecuencia el que no se pueda unificar la ortografía (a la forma cuzqueña pisqa le correspondería la puneña phisqa o incluso phishqa). La otra alternativa, menos drástica, sería representarlas, pero entonces ellas tendrían para los ayacuchanos un estatuto similar al de las letras ociosas (aunque sólo parcialmente). A cambio de ello, sin embargo, se evitaría el “trauma” emocional que le causaría al cuzqueño la sola idea de pasar por alto -en la escritura, se entiende- sus aspiradas y glotalizadasf En cualquier caso, no está demás insistir, se trata de unificar la escritura, mas no la pronuncia­ ción, tarea esta última ajena a toda planificación lingüística. Ahora bien, la decisión asumida por los organismos oficiales, particularmente por la Dirección General de Educación Bilingüe, de

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impulsar la educación bilingüe a zonas cada vez más amplias tropieza, como es de suponerse, con el problema de la diversidad dialectal. En efecto, y para referirnos sólo al aspecto formal, dadas las diferencias de tipo fonológico y léxicogramatical que separan al cuzqueño del ayacuchano, por ejemplo, sería imposible, -de manejarse distintos siste­ mas ortográficos-, emplear los mismos materiales de enseñanza. No habría más remedio que elaborarlos por separado, atendiendo a las diferentes realidades dialectales, con la consiguiente duplicación de esfuerzos y de recursos humanos y financieros. Comprendiendo esta situación, la DIGEBIL, en coordinación con el INIDE, ha decidido emplear, previo reajuste ortográfico y de contenido, los materiales del PEB de Puno en todo el trapecio andino. Los reajustes formales, en el plano de la ortografía, responden precisamente a los planteamientos formulados previamente: la restitución de las consonantes finales en el cuzqueño-puneño, y, por ahora, la representación para ambas zonas dialectales de las aspiradas y glotalizadas(4). De esta manera la solución a la diversidad tiene un carácter más bien “compositional” o “mixto”. Según ella, el hablante de quechua ayacuchano tendrá que familiarizarse con el empleo opcional de las consonantes aspiradas y glotalizadas, en tanto que el cuzqueño deberá asociar sus consonantes finales, en la actualidad desgastadas, con normas de pronunciación más conservadoras. Después de todo, como se dijo, el hablante bilingüe y alfabetizado sabe que, aunque pronuncia [afto] o [a%toj, debe escribir apto y acto, respectivamente. Pues bien, es siguiendo dicho criterio que el Proyecto PERU-BIRF II realizó la adaptación del primer libro de lectura Kusi, previamente validado por el PEB de Puno, para ser empleado en los departamentos de Arequipa, Apurímac, Cuzco y eventualmente Moquegua. Como puede advertirse, un proyecto de unificación ortográfica semejante supone, entre otras cosas, no sólo la producción de abun­ dante material escrito sino, sobre todo, el entrenamiento sostenido de los profesores involucrados en él. Sabemos, sin embargo, que éstos no solamente están corrientemente prejuiciados por sus hábitos escritu­ rarios provenientes del castellano sino que también son propensos a la simple transcripción (se parte del prejuicio, muy natural, consistente en creer que el quechua o el aimara simplemente no tienen gramática), es decir, a escribir la lengua nativa tal como la pronuncian o la perciben. Como la escritura unificada es ligeramente abstracta, su manejo requiere de la consulta de textos y manuales de carácter normativo, como son diccionarios y gramáticas. Los existentes, como se sabe, son de carácter más bien local antes que pan dialectal (salvo algunas excepciones, como los de Ancash y Junín, dentro de la serie publicada por el Ministerio). De allí la necesidad urgente de cubrir

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tales vacíos. Es en tal sentido que se orientan algunos esfuerzos como la reedición (a falta de un diccionario general) del Vocabulario políglo­ ta incaico, bajo la coordinación de la DIGEBIL y gracias al apoyo financiero de la UNESCO, así como también la publicación de nuestro Diccionario unificado del quechua sureño, que aparecerá formando parte de la Colección Biblioteca Peruana. El paso siguiente debería ser la elaboración de una gramática unificada, válida para el trapecio andino. De otro lado, tampoco se ha descuidado la capacitación de los promotores de educación bilingüe, si bien no con la intensidad y el reforzamiento necesarios. N o es fácil erradicar viejos prejuicios en el término de algunas sesiones de trabajo ni tampoco es posible entrever los tipos de problemas con los que se enfrentará el profesor de aula. Todo ello constituye, como se ve, un reto. Que la unificación escrita es posible, por encima de la diversidad dialectal, y al menos a nivel regional, nos lo prueba la experiencia hecha con el quichua ecuatoria­ no, obviamente mucho más fragmentado que el sureño peruano®.

CONCLUSIONES A lo largo de nuestra exposición se han podido advertir proble­ mas tanto de carácter técnico como táctico en el empleo de los alfabetos de 1975 y 1985. Ahora bien, los problemas del primer tipo, que tienen que ver con el uso correcto del alfabeto y de sus reglas de ortografía, requieren igualmente de un tratamiento técnico, en el presente caso de un mayor entrenamiento así como de una práctica escrita más decidida, para cuyo efecto se hace urgente, en primer término, la preparación de un verdadero manual de ortografía y redacción, así como a través de la creación de talleres de escritura. Los problemas de tipo táctico, por el contrario, responden a razones de orden político y estratégico. Señalaremos aquí aquellos que, a nuestro modo de ver, deben ser encarados de modo de lograr una mayor difusión del alfabeto y su eventual familiarización entre los quechua-aimarahablantes. En primer lugar debe remarcarse que el empleo del alfabeto se resiente aún de un carácter eminentemente académico. En efecto, como se pudo apreciar, fuera de los ámbitos institucionales (principalmente programas de educación bilingüe), su uso apenas ha trascendido, a nivel individual, entre algunos pocos escritores y estudiosos del quechua. Más allá del empleo individual de escritores y quechuistas, persiste el recurso a los alfabetos tradiciona­

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les tanto para el quechua como el aimara. Incluso entre aquéllos los hay todavía quienes no parecen haberse enterado de la existencia del nuevo sistema ortográfico. Ello se debe, sin duda alguna, a la poca o nula campaña que se ha hecho para su difusión. Debemos reconocer, por ejemplo, el descuido en que incurrimos al no gestionar ante el CONCYTEC, que viene apoyando la publicación de libros sobre quechua y aimara, la exigencia consistente en el uso obligatorio del alfabeto en tales publicaciones. Aunque, de otro lado, medidas de este tipo pueden ser igualmente negativas por su carácter inhibidor: no olvidemos que el fetichismo de la letra es natural entre los que tenemos cultura escrita. Recordemos aquí una anécdota ilustrativa: el P. Lira prefirió retirar del INC los originales de su libro sobre medicina andina antes de que su “signografía” quechua fuera reajustada en términos del alfabeto de 1975, según lo habíamos sugerido (el libro fue editado luego, como él lo quiso, en el Centro Las Casas; cf. Lira 1985). Ahora bien, la falta de difusión del alfabeto y de su práctica se ve agravada, conforme vimos, por la campaña en contra desplegada en forma orquestada por la Academia y el ILV. Todo ello ante la actitud vacilante y por momentos pasmosamente tolerante de los organismos estatales que no asumen una posición firme en hacer cumplir los dispositivos legales emanados de su propio seno. Paradójicamente, la resolución de oficialización del alfabeto de 1985 es prácticamente ignorada por el propio Ministerio de Educación. Es más, el ILV, organismo asesor, puede darse el lujo de desacatar abiertamente la medida. Ello es el resultado sin duda de la confluencia de una serie de factores de orden institucional, político e ideológico. No debe extrañar en este contexto el hecho de que quienes venimos desarrollando una campaña en pro del alfabeto hayamos sido acusados de “subversivos” : hasta dicho extremo ha llegado el apasionamiento en tomo al pseudoproblema de las vocales. Con todo, quisiéramos destacar aquí, como una excepción, el apoyo de la DIGEBIL en favor del alfabeto, en medio de los conflictos y las contradicciones interinstitucionales explicables. Tenemos en­ tendido que las seis versiones quechuas de los Derechos Humanos pu­ blicadas por el IL V serán reescritas y reeditadas siguiendo los cánones del alfabeto oficial vigente, gracias a la supervisión de dicha dependen­ cia y a sólo cuatro pisos de los bastiones de la institución foránea men­ cionada. Como se ve, en última instancia la lucha por la defensa, difusión y aceptación del alfabeto se resuelve en una cuestión de poder.

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NOTAS (1)

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En los últimos años se ha hecho más patente el contubernio ILVAcademia: los miembros de ésta, que andaban descaminados como siempre en materia de su propia lengua, cuentan ahora con el asesoramiento “científico” de los seguidores de la palabra de Dios. Estos se han dedicado celosamente a manipular (tal es la palabra exacta) los datos lingüísticos en función de su postura abiertamente neocolonialista. No otra cosa es lo que hace Weber (1991), en su reciente alegato de corte a la vez dogmático y bilioso en el que ataca a quienes hemos adoptado una postura descolonizadora en materia lingüística. En la ponencia mencio­ nada, que tal vez respondamos en algún momento, el autor se da el lujo de refutar “científicamente”, previa caricaturización, argumentos (“fala­ cias”, los llama él) atribuidos a quienes hemos optado, a nivel panandino (Ecuador, Perú y Bolivia), por la unificación ortográfica del quechua. Lo que el quechuista del ILV nunca llegará a entender (por la estrechez de sus concepciones lingüísticas) es que una cosa es ser descriptor de una lengua y otra -muy otra- ser codificador de ella. En el plano descriptivo hasta podemos estar plenamente de acuerdo con nuestro adversario, y entonces resultan verdades de perogrullo sus “contrargumentaciones”; pero en el nivel de política idiomática estaremos siempre en diferentes orillas. No extraña, pues, que en este punto Weber se guíe de un eximio representante del descriptivismo exotista, “descubridor” de lenguas “salvajes”. Naturalmente, con lenguas “sin historia” uno podría identi­ ficar los planos del análisis descriptivo con el del normativo. Lo que Weber quiere tapar con un dedo es que el quechua no es una lengua “sin historia” (de hecho, ninguna lengua lo es). Para dar una muestra: si­ guiendo los argumentos de Weber, el castellano peruano tendría dos fonemas más: la /sJ y la /J/, puesto que tales segmentos ocurren en palabras como /ankaS/ y /fujimori/! Ahora bien, dice Weber que la posición asumida por él es puramente personal y no institucional. Sin embargo, como a todos consta, la práctica ejercida por el quechuista mencionado es coherente con la del ILV no sólo en el país sino en todo el mundo. Por todas partes escuchamos siempre la misma queja: que el ILV, lejos de unir, pulveri­ za. Resulta, pues, curioso advertir que justamente allí donde la institu­ ción ha dejado de operar la ansiada unificación ortográfica viene siendo una realidad: los casos de Ecuador y Bolivia son demostraciones patentes de ello. De donde resulta claro el afán bloqueador de la mencionada institución en el país, ayudada por los felipillos y yanaconas de siempre. Como en toda agrupación hay, sin embargo, voces disiden­ tes. En este sentido no tenemos ningún empacho en reconocer pública­ mente la adhesión tácita de Nancy Black (1990) a nuestra práctica escrituraria: su texto constituye una muestra limpia y elegante del em­ pleo del alfabeto oficial. Tal parece ser que ella es la única persona que ha entendido que la labor del ILV en el Ministerio de Educación, según el convenio establecido, es la de respaldar las acciones tomadas por dicho

SOBBE EL USO DEL ALFABETO

organismo y no la de socavarlas. Después de todo, seamos los peruanos quienes decidamos sobre lo nuestro y no los extranjeros. (2)

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Señalemos, de paso, que este autor, que se permite criticar a todo el mundo (llegando incluso a negar campantemente la existencia de una lingüista quechua!), entre ellos a sus paisanos de la academia, simple­ mente demuestra no saber cómo emplear el alfabeto que propone (al margen de las aberraciones implícitas del mismo), pues no de otro modo nos explicamos representaciones del tipo ñuqch'u, Uiqlla, chuqcha, musqhiy, etc., porfiukch'u, lliklla, chukchay muskhiy, respectiva­ mente, donde se empica en lugar de ; o de chank'ay, k'allu, etc., en vez de ch'amqay y qallu, respectivamente, en las que ocurre lo contrario (se emplea en lugar de ; o, en fin, de ch'ach'ay, ch'oqch'oy, thoq'ay-thok'ay, etc., por ch’achay, ch'uqchuy y thuqay, respectivamente, en los que se viola la regla según la cual el quechua aimarizado (cuzqueño-boliviano) no puede llevar sino una laringalizada (es decir, aspirada o glotalizada) por raíz. Como se ve, los académicos del Cuzco resultan siendo mucho más coherentes y “siste­ máticos” que las celebridades de aldea. Sobra decir que tales demostra­ ciones, lejos de hacerle un bien al quechua cuzqueño y sus cultores, le ocasionan un enorme daño. Véase, ahora, Atayupanqui Chamorro (1991). Es de lamentar que el autor no haya prestado oídos a nuestra sugerencia consistente en editar el vocabulario en dos versiones ortográficas: la suya y la del alfabeto oficial. De esta manera habría matado dos pájaros de un solo tiro. Con todo, quisiéramos rescatar del texto mencionado el gesto espontáneo de escribir tres vocales únicamente, hecho que resulta muy significativo desde el momento en que su autor es alguien a quien no se le puede negar su condición de auténtico quechuahablante cuzqueño. La restitución de las consonantes en posición implosiva es ya un hecho en el quechua boliviano, afín al cuzqueño-puneño, gracias a la acción normalizadora emprendida por los quechuistas del Proyecto de Educa­ ción Intercultural Bilingüe y de la Comisión Episcopal de Educación, según lo prueban los materiales producidos hasta la fecha. Ver, por ejemplo, el boletín Willana, de la segunda de las instituciones men­ cionadas, que habitualmente trae discusiones sobre el tema redactadas en quechua. La experiencia ecuatoriana es, en efecto, única en el mundo andino. Gracias al esfuerzo de los quichuistas, respaldados por las organi­ zaciones indígenas de base agrupadas en la CONAIE, el empleo de un sistema ortográfico único para todas las variedades quichuas, tanto serranas como selváticas, es una realidad. Las fisuras internas que afectan al quechua ecuatoriano en todos los niveles (fonológico, gramati­ cal y léxico), y que, como se dijo, son mayores que las que alteran al sureño en su conjunto, no han sido obstáculo cuando de por medio está la ansiada unidad del pueblo quichuahablante. Curiosamente, hace mucho tiempo que el ILV dejó de operar en el vecino país norteño.

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il l q a y k u n a m a n t a

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Ñawpapachamanta qhichwa parlaqkunaqa -waq anti-simikuna parlaq hinallataq- mana qillqakunata riqsirqankuchu. Paykunaqa parlaspallakawsakuq kanku. W akin llaqtakunaqa siq'ikunata apaykachaq kanku, wakinkunataq awaykunapi imaymana w araw ata, parlaykunata ruwaq kanku. Inkap pachanpipas khipu ñisqata apaykachaq kanku. Wakinqa “chay qhichwapqillqan” ñispa ñinku; wakintaq “mana, chay khipukunaqa manaqunqanallapaq, yuyarinallapaq” ñinku. Hinamanta qhichwa parlaqkunaqa mana qillqayta t’ikarichinkuchu. Hinamanta qhichwapi qillqaqkunaqa kastilla simi pari aqkuna, kastilla simipi qillqayta yachaqkunalla. Chaywanpis qhichwa parlaqkunaqa 8.000.000 (pusaq hunu) kaspa, may imaymanata llaqtamanta llaqta, suyumanta suyu, kitimanta kiti rimanku. Chayraykutaqmari, qhichwa qillqaykunaqa imaymana rikhurin. Nawpaqta Ispañakuna qhichwataqa kastilla simiman rikch’achispa qillqaq kanku. Chaymantaiskay simi parlaqkunaqa kunan pachakunakama kas­ tilla simi qhawa-rispalla qhichwataqa qillqanku. Wakinkunataq umankumanta may imaymana qillqata hurqhuspa qillqallankutaq. Hina, qhichwa qillqaykunaqa imaymana. Chaytaqmari mana allinchu. Tukuypas huk ñiy qillqayllata apaykachananchik.; Hinamanta kay Bolivia llaqtapi, 1984 watamantaña H U K K’ATA Q ILLQA ñisqata apaykachachkanchik. Chay K’A T A Q ILLQ AK U N ATA apaykachanapaqtaqmari wakin qillqa k’askaykuna ñisqata wakichinanchik, chaytataq yachaqananchik. Chaykunamanta ñawpaq W ILLA N A K U N A P I ña rimanchikña. Yuyarinapaq: achkhamanta parlanapaq -chik ñisqata qillqananchik. Hinallataq -chka ñisqata qillqananchik rimaykuna chay kikin pachapi ruwakunanpaq. Ama imaymana­ ta: ruwa-sa-ni, ruwa-sha-ni ñispa qillqanapaq. Tukuy kaykunata qhawarispa kay p’unchaykuna E cu ad o r llaqtapi; tapunakuchkanku qhichwa simita huk K’ATANIQLLATA qillqanapaq. Chay willayta kayqhipa laphipi rikuchinchik, qan kikiyki ñawirinaykípaq; chay hawataq allin yuyayman chayananchikpaq.

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Tomado de W illa na, Boldin mensual publicado por el Proyecto de Educación Intercultural Bilingüe de la Comisión Episcopal de Educación PEIB-CEE, Año 2, Nro. 6, : Junio 1991, pág. 2, La Paz, Bolivia. Nos hornos permitido algunas pequeñas modifica­ ciones en la transcripción alfabética: por ejemplo, reemplazar la j del texto boliviano por la h, a fin de alcanzar mejor el cometido de la normalización de la escritura.

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PROBLEMAS DE LA CODIFICACION DEL QUECHUA EN SU CONDICION DE LENGUA DOMINADA* Eva Gugenberger Universidad de Viena La presente exposición tiene como objetivo plantear algunos de los logros y problemas en el planeamiento lingüístico del quechua en el Perú, lo cual se está llevando a cabo con mayor énfasis en las últimas décadas. Se esbozarán los intentos de codificación del quechua desde la Colonia, comentando especialmente los acontecimientos en tomo a la oficialización del quechua en los años 70, hecho que hasta ahora no tiene otro ejemplo en toda América Latina. Se presentarán algunos problemas elegidos en el proceso de estandarización y las posturas de * Este trabajo fue expuesto en el I Seminario Internacional sobre Planificación Lingüística, Santiago de Compostela, 25-28 Setiembre 1991. Aparecerá también en las Actas de dicho evento fNota del editor]

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diferentes instituciones envueltas en la reivindicación de las lenguas vernáculas frente a estos problemas que desencadenaron debates candentes que van más allá de la discusión lingüística.

1.

Antecedentes

En primer lugar me parece indispensable insistir en el carácter multiglósico de la sociedad peruana que se caracteriza por la relación jerárquica entre el castellano, lengua impuesta por los españoles, y las lenguas vernáculas que se encuentran en posición de dominación, que viene a ser el resultado de un proceso histórico marcado por la colonización. En la jerarquización de las lenguas se manifiesta una política neocolonialista que sirve para mantener las relaciones de poder entre los grupos criollos y la población indígena. La política lingüística estatal en el Perú juega un papel importante en la destruc­ ción de identidades culturales, fomentando el desplazamiento lingüís­ tico hacia el castellano. Las siguientes cifras muestran con claridad el proceso de sus­ titución: Según datos censales, a nivel nacional, en el año 1940 hubo un 48.7% de monolingües en castellano y un 31.1% de monolingües en quechua. En 1981 el primer porcentaje había subido a un 73.6% y el segundo había descendido a un 7.6%, mientras que el porcentaje de los bilingües se mantuvo relativamente estable (de 15.6% en 1940 a 14.2% en 1981). Cabe mencionar que la cifra de vernáculo-hablantes varía mucho según la región, alcanzando entre un 80 - 90% en la sierra sur andina, que incluye los departamentos de Huancavelica, Ayacucho, Apurímac, Cuzco y Puno y que es denominada despectivamente “mancha india”. Un estudio de caso realizado en Arequipa, ciudad que cuenta con uno de los más fuertes flujos migratorios de las zonas andinas en el Perú, revela que, de un total de 387 personas el 67.4% de la generación de padres (que son migrantes en el 86% y el resto hijos de migrantes) son bilingües quechua-castellano, el 7.0% no hablan pero comprenden el quechua, el 15.3% son castellano-monolingües y el 6.3% son aimaristas. De los hijos mayores de 13 años, el 27.3% son bilingües , el 13.6% comprenden el quechua y el 48.5% son monolin­ gües de habla castellana. De los hijos menores de 14 años, sólo el 2.3% son bilingües, el 7.3% comprenden quechua y el 81.9% son monolin­ gües de castellano. Esto significa que ya no hay comunicación posible entre esta última generación y sus abuelos que, en su mayoría, sólo hablan quechua (Gugenberger 1990:185). Estas cifras muestran, por un lado, la importancia y vigencia de la cuestión lingüística peruana, Í y, por otro lado, la urgencia de un planeamiento cuidadoso que frene el rápido desplazamiento y que vele por la normalización del quechua.

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P r o b l e m a s d e l a c o d if ic a c ió n d e l q u e c h u a

Debido al carácter del quechua de lengua vernácula mayoritaria, hablada aproximadamente por cinco millones de peruanos (según estimaciones del M inisterio de Educación; cf. Zúñiga 1987a: 133) y por 8.5 millones de personas en total en los países andinos (CerrónPalomino 1987a: 76), me referiré principalmente a los intentos de codificar y unificar el quechua. No obstante es importante señalar que el panorama lingüístico abarca más de 60 lenguas y sus correspon­ dientes etnias que están en situaciones similares o aún más precarias que el quechua. Aunque la demarcación de las fronteras entre las diferentes culturas no son claras, Ortiz y Ossio propusieron una división a grandes rasgos en tres horizontes socio-culturales que se identifican como el andino, el amazónico y el criollo (López et al. 1984: 23). Lingüísticamente, el primero engloba a aquellas poblaciones cuyas lenguas son el quechua y el aimara; el segundo incorpora las familias lingüísticas de la Amazonia Peruana, que constituyen un 13% de la población total de esa región; y el tercero corresponde a los sectores costeños de habla castellana. Sin hacerle caso al carácter pluricultural del Perú, estos últimos tienden a visualizar al país como una realidad socio-cultural homogénea. A l plantearse el debate acerca de la codificación del quechua, conviene reflexionar sobre la cuestión de la oralidad versus la litera­ lidad en sociedades eminentemente ágrafas que disponen de una producción literaria oral muy rica que constituye un valor caracterís­ tico de sus manifestaciones culturales. En el concepto euro-centrista la literatura oral se considera simplemente como una literatura sin escritura. La ausencia de un sistema escriturario se ve como una deficiencia, sin reconocer la riqueza de sus recursos estilísticos pro­ pios. Si bien es cierto que no se debe menospreciar la producción literaria oral y sus valores intrínsecos, también hay que destacar la necesidad de la escritura para cualquier lengua que quiera cumplir funciones socio-políticas en la sociedad actual y no sólo mantener la herencia de los antepasados. Como bien señala Cerrón-Palomino (1983: 51), “la lengua escrita, manifestada no sólo en la poesía sino también en el ensayo científico-filosófico e incluso perio­ dístico, posibilita, además de la intelectualización de la lengua en tanto estructura contenida en sí misma, una mayor y más compleja capacidad acumulativa y enriquecedora de la cultura, en la medida en que supera los límites de la “memoria como biblioteca”y de los mecanis­ mos restringidos de la transmisión cultural generacio­ nal.”

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La escritura, requisito del castellano, siempre sirvió y sirve todavía hoy en día para justificar la superioridad de la cultura occidental. La existencia o ausencia de una escritura es un factor importante en la valoración de una lengua. En el mundo andino “no saber leer y escribir equivale a no tener ojos o estar con los ojos cerrados”, anota Montoya (1990: 92). En quechua se hace referencia a los analfabetos como personas “mana ñawiyuq - sin ojos”. Según el diccionario de Cusihuamán, “ñawiyuq - el que tiene ojos” es el letrado, instruido, y “qhaway” significa mirar y leer al mismo tiempo. El desarrollo de la escritura, instrumento hasta ahora monopolizado por los grupos de poder, constituye un paso importante hacia la normali­ zación del quechua, vista como parte de la lucha por las reivindicacio­ nes socio-económicas, políticas y culturales de la población andina.

2.

Los intentos de codificación

El quechua ya se expandió por grandes áreas del mundo andino antes del Incanato. Fue declarado idioma oficial del Imperio Incaico en el que sirvió como “lingua franca” en la administración de todo el territorio, así que por primera vez se dio una unificación del mundo andino a través de la lengua. Durante la Colonia, la política hacia las lenguas y culturas vernáculas propugnó su conservación como tales, pero “bajo el control de la sociedad dominante”(1). Los misioneros, al plantearse el problema idiomático en la evangelización de las pobla­ ciones indígenas, en un primer momento se decidieron a favor del empleo de las lenguas vencidas, y entre ellas mayormente del que­ chua, como instrumento de indoctrination de la fe cristiana, de manera que el quechua fue expandido, en plena colonia ya, en regiones de otras variedades lingüísticas que fueron desplazadas. En la “Doc­ trina Christiana”, aprobada por el Tercer Concilio Limense (1582 1583), se recomendó el uso de un alfabeto único para escribir las diferentes variantes (Zúñiga 1987b:470). Lamentablemente este pri­ mer intento de unificar el quechua a nivel escrito no tuvo éxito. Se creó una cátedra de quechua en la Universidad de San Marcos, fundada en 1579, donde los misioneros fueron instruidos en esta lengua. La nobleza indígena fue formada en colegios especiales en Lima y Cuzco en quechua y en castellano, convirtiéndose así en agentes de aculturación e intermediarios de la administración colonial (Cerrón-Palomi­ no 1987b: 29). Pero con el fracaso de la rebelión de Túpac Amaru en 1780, se liquidó la nobleza incaica y se prohibió el quechua para quebrar la conciencia de unidad de todos los quechuas que empezó a formarse en los rebeldes refugiados (Zubritski 1979: 116).

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En la República, se pretendió asimilar a las poblaciones indí­ genas a fin de formar una sola nación. La política asimilacionista ignoró la presencia de las múltiples etnias fomentando la castellanizacdón. Hasta las primeras décadas del presente siglo no hubo esfuerzos por encauzar el caos en la práctica ortográfica diversificada que se manifiesta en los diccionarios y otros documentos históricos. Cada quién escribía como le parecía, tratando de reproducir los sonidos escuchados, en algunos casos ajenos al castellano, lo que llevó a confusiones hasta en obras de un mismo autorC2). Recién en el año 1931, la Dirección de Educación Indígena del Ministerio de Instrucción nombró una “Comisión encargada de formu­ lar el alfabeto de las lenguas indígenas del Perú”, cuyo resultado fue la elaboración de un alfabeto fonético que no tuvo trascendencia ninguna en la realidad (Cerrón-Palomino 1989: 81). La primera vez que se consiguió la oficialización de un alfabeto quechua en el Perú, fue en 1946, en el cual a diferencia del alfabeto de 1931, sólo se tomó en cuenta la variedad cuzqueña (ibidem: 81). Uno de los alfabetos más difundidos de este siglo es el del padre Lira (1941), que se caracteriza por su simplificación en comparación a propuestas anteriores. A partir del Tercer Congreso Indigenista Interamericano, realizado en La Paz en 1954, se impuso, en base al Alfabeto Fonético Internacional, el empleo de las grafías en vez de , la para presentar las consonantes aspiradas () y el apostrofe para las glotalizadas, siendo estas últimas una característica de las varian­ tes sur-peruanas y bolivianas. Pero ninguno de los alfabetos mencio­ nados se impuso realmente en la práctica escrituraria, quedando siempre como una propuesta meramente académica (ibidem: 82). Esto se explica por la actitud contradictoria del Estado que, de un lado, pretende dictar normas supuestamente igualitarias para los pueblos indígenas, y de otro lado, los explota y exige su asimilación e integra­ ción a la sociedad nacional, lo que se manifiesta en la política lingüís­ tica durante todo el siglo 20. En el “Informe del Plan Nacional de Integración de la Población Aborigen” del Ministerio de Trabajo y Asuntos Indígenas (1964) se afirma la siguiente posición: “Tenemos la cultura y la sociedad nacionales y la cultura y sociedad indígena: ésta se muevñ hacia la primera, en movi­ miento de aculturación o transculturacián, fenómeno que llamamos cholización. En esta dicotomía está la raíz del llamado problema indígena y a la canalización, orientación y racionalización del proceso de cholización, los llamamos integración nacional.” (citado por Pozzi-Escot 1988: 41).

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G ugem berger

Los años 70 marcaron un hito importante en la política frente a los indígenas. Se replantea el problema del indigenismo criticando la forma de integración que lleva a la destrucción étnica. Se postula una verdadera pluralidad cultural que no pone en peligro la existencia de un estado nacional. Las culturas indígenas deben gozar de cierta autonomía en su relación con la cultura nacional para mantenerse como tales sin perder su identidad, así lo propone la Declaración de Barbados de 1971 (ibidem: 42). En el Perú, bajo el gobierno militar reformista del general Velasco Alvarado, se anunció un “Programa Re­ volucionario Antiimperialista” que contenía, entre otras, una amplia reforma educativa. Por primera vez se reconoció al Perú como país multilingüe y pluricultural y en mayo de 1975 se declaró el quechua lengua oficial del Perú junto al castellano. Además se autorizó el uso de las lenguas vernáculas como instrumento de educación a partir del año 1976 en todos los niveles escolares. Poco después, se aprobó el “Alfabeto Básico General del Que­ chua” que había sido elaborado por una comisión integrada por dife­ rentes especialistas y entre ellos por primera vez lingüistas (CerrónPalomino 1989: 83). Este alfabeto, que se basa en criterios de índole fonológica y práctica (3), contiene 21 grafías utilizables en todas las variedades. Adicionalmente se incluye grafías particulares para cinco de las seis variantes suprarregionales definidas (Cuzco-Collao, Ayacucho-Chanca, Junín-Huanca, Ancash-Huailas, Cajamarca-Cañaris, San Martín). Según las necesidades, cada hablante puede recurrir a las grafías correspondientes a su variedad particular. El alfabeto de 1975 constituyó un intento de normativizar las grafías, estableciendo un marco que da cierta libertad a las diversas variantes, pero sin pretender la unificación de la lengua a nivel oral, es decir, sin proponer una norma referential general, unpanquechua. Se redactaron gramá­ ticas y diccionarios para las seis grandes variedades mencionadas. El nuevo alfabeto, que en realidad no difiere mucho de las anteriores propuestas, se aplicó en algunos programas de educación bilingüe en marcha y otros materiales de algunas instituciones priva­ das, como en la producción de textos, fundamentalmente religiosos, del Instituto Lingüístico de Verano. Paralelamente siguió la práctica escrituraria arbitraria y desordenada de escritores y quechuistas tradicionales, lo que Cerrón-Palomino demuestra muy bien en una evaluación de diferentes producciones en quechua qué siguen siendo escasas hasta hoy día (Cerrón-Palomino 1989). En la práctica se manifestó la contradicción entre los dispositivos legales y la realidad. Todavía en los años 70, como consecuencia de un cambio de gobierno, quedaron desbaratadas las reformas antes de ponerlas realmente en

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P r o b l e m a s d e l a c o d if ic a c ió n d e l q u e c h u a

marcha. En la Constitución Política del año 1979, se estableció nuevamente la jerarquizarión de las lenguas. En el Artículo 83 se define: “E l castellano es el idioma oficial de la República. También son de uso oficial el quechua y el aimara en las zonas y en la forma que la ley establece. Las demás lenguas aborígenes integran asimismo el patrimonio cultural de la Nación.” En ningún otro artículo de la Constitución se define las zonas de “uso oficial” para el quechua y el aimara. La anulación de la oficia-1 lización del quechua significó un paso atrás en cuanto a la revaloriza-1 ción de las culturas y lenguas indígenas. ' En el período gubernamental de 1980 -1985 de Belaúnde Terry 1 se acentuó el desinterés del Estado concibiendo las lenguas vemácu- I las como un simple puente a la castellanización en el sector educativo. | No obstante, gracias a los esfuerzos de varios lingüistas comprometi­ dos en la causa de las lenguas vernáculas, persistió la preocupación por la codificación del quechua y por la implementation de una educación bilingüe e intercultural en el país. A fin de evaluar el alfabeto oficial las Universidades Nacional Mayor de San Marcos y San Cristóbal de Huamanga convocaron al “Primer Taller de Escritu­ ra en Quechua y Aimara”, que se realizó en 1983, con la participación de diversas entidades estatales, universidades e instituciones como la Academia de la Lengua Quechua del Cuzco y el Instituto Lingüístico de Verano, entre otras. De los puntos tratados, el más polémico fue el referente al número de vocales que debía incluir el alfabeto, debate que hasta ahora desencadena ardientes discusiones entre los represen­ tantes de diferentes instituciones. En dicho taller se acordó el empleo de tres en vez de cinco vocales, única modificación con respecto al alfabeto oficial de 1975. Dos años después, en 1985, se logró el reco­ nocimiento legal del alfabeto aprobado en el taller con la emisión de una resolución ministerial que oficializó el llamado “Panalfabeto Que­ chua”. Los programas experimentales de educación bilingüe en Puno y Ayacucho cambiaron su material didáctico de acuerdo con las modi­ ficaciones, destacando el de Puno, un proyecto auspiciado por un organismo de Alemania, por el alto tiraje de sus publicaciones. La Academia de la Lengua Quechua, en cambio, no aceptó el nuevo alfabeto puesto en vigor y siguió aplicando las cinco vocales en la escritura. Su insistencia oposicional se refleja en el lanzamiento de

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G ugenbergeh

una ley regional para la región Inca (que incluye los departamentos de Cuzco, Apurímac y Madre de Dios), en febrero de 1991, en la cual se declaró el quechua “idioma oficial de dicha región, siendo obligatoria su enseñanza, junto con el castellano, en todos los centros educativos desde el nivel inicial hasta el superior”, en base al alfabeto que incluye cinco vocales (“El Comercio” del 24/2/91). Hasta este momento no se puede comentar nada acerca de la implementación de esta ley. Dema­ siadas veces en la historia peruana se ha demostrado que la legalidad y la realidad son dos cosas muy distintas. Un paso urgente por dar en la codificación del quechua es la ela­ boración de un diccionario panquechua que intente proponer una norma referential y una gramática unificada, utilizando el Panalfabeto Quechua. Es en tal sentido que se orientan algunos esfuerzos como el “Diccionario Unificado: Quechua Sureño” de Cerrón-Palomino, que está por aparecer (Cerrón-Palomino 1989:118). También la Academia de la Lengua Quechua, según afirmación de sus propios representan­ tes, está desarrollando un diccionario, cuya fecha de publicación es todavía incierta, dado el ritmo de su producción escrita (de su órgano oficial “Inka Rimay” sólo han aparecido dos números desde el año 1959 hasta ahora). Según la tendencia regionalista de la Academia cuzque­ ña no se puede esperar una contribución a una solución suprarregional encaminada a la unificación de todas las variantes quechuas, pero sí podría ser una labor valiosa en cuanto a los rescates de palabras en desuso.

3.

Algunos problemas elegidos en el proceso de estan­ darización

3.1.

La selección de una norma referencial

Como se señaló anteriormente, una de las variantes quechuas (“chinchay”) sirvió como “lingua franca” en el Imperio Incaico. El proceso de unificación lingüística se interrumpió con la llegada de los españoles y las variedades locales recuperaron terreno e importancia. Debido a su condición de lengua dominada durante varios siglos y sus consecuencias, como la falta de una tradición escrita y la sustitución por el castellano como lengua de comunicación interregional, el que­ chua ha sufrido una alta fragmentación dialectal haciendo difícil la intercomprensión entre hablantes de variantes distantes. A grandes rasgos, se puede hablar de dos bloques dentro de la familia lingüísti­ ca quechua (Torero 1972). El primer bloque (Q I) comprende los departamentos de la sierra central (Ancash, Huánuco, Lima, Pasco y Junín), al segundo bloque (Q II) corresponden todas la otras variantes,

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P roblem as

d e l a c o d if ic a c ió n d e l q u e c h u a

desde el sur de Colombia hasta el norte del Perú y a partir de Huan­ cavelica hasta el norte de Argentina y Chile. Las variedades sureñas muestran una relativa homogeneidad y no causan mayores problemas de inteligibilidad. Referente al argumento de la imposibilidad de comprensión entre un hablante de QI y otro de QII, utilizado con frecuencia, hay que señalar que mucho depende de la voluntad de los dos quechua-hablantes de tratar de entenderse en su lengua, en vez de recurrir al castellano. Los lingüistas peruanos participantes en el Taller de 1983 asu-1 mieron una postura que tiende hacia una unidad ortográfica pandia-1 lectal. Así, por ejemplo, propusieron la grafía para el fonema /q/1 que tiene diferentes realizaciones, no sólo según la variedad geográfi­ ca, sino incluso dentro de una misma variante según su posición: [q], [x], Eg], [h], I?] (Cerrón-Palomino 1989:110). En cuanto a los diptongos /ay/, /aw/ y /uy/, que se pronuncian [e:], [o:] e [i:], respectivamente, en Ancash, propusieron las grafías , y para todas las variantes regionales. Todas estas propuestas fueron incluidas en el Panalfabeto Quechua de 1985. El quechua sureño (de Cuzco, Puno y Bolivia) se caracteriza por la existencia de las consonantes aspiradas y glotalizadas chh, ch’, kh, k’, ph, p’, qh, q’, th, t’, fenómeno que constituye una de las pocas diferencias importantes entre el cuzqueño y el ayacuchano C4). Respecto a este problema, Cerrón-Palomino propone la solución “mixta” para incluir el ayacuchano en el quechua sureño. Según ésta, los ayacuchanos deberían escribir las consonan­ tes aspiradas y glotalizadas aunque no las pronuncien, mientras que los cuzqueños deberían asociar sus consonantes finales, en la actuali­ dad desgastadas, con las normas de pronunciación más conservado­ ras, o sea como en el ayacuchano. Por ejemplo, los alomorfos [-fis], [-q], [-xti], [-n] y [-sa] se escribirían , , , y , respectivamente (ibidem: 112). Bqu>ca •—» Bqu=ca —»

Bca>qu —í> Mea

Es decir, el monolingüismo en quechua es, con frecuencia, seguido por un bilingüismo en quechua y castellano donde el quechua es la lengua que se domina mejor, seguido por un ambilingüismo donde las dos lenguas son manejadas casi por igual, cambiando luego a un bi­ lingüismo donde el castellano cobra mayor dominio y, finalmente, a un monolingüismo en español y al exterminio del quechua. El hecho que este desarrollo se ha llevado a cabo en muchas comunidades e indivi­ duos, especialmente durante la segunda mitad de este siglo, acelerado por (y en correlación con) la creciente urbanización, es claramente co­ rroborado por los datos lingüísticos de los censos del Perú (cf. Wólck 1990: 37ss. y von Gleich 1982: 27), presentados a continuación en la forma de una sinopsis gráfica:

O TU □ BIL + .................. Castellano

TR

O MQ

A TQ XMC V ________ _Q uechua

TC

Leyenda: TU = Total Urbana; BIL = Bilingüe; TR = Total Rural; MQ = Monolingüe Quechua; TQ = Total Quechua-hablantes; MC = Monolingüe Castellano; T C = Total de Castellano-hablantes

188

La

e s tan d ar iz ac ió n

del q i ; kc iu ; a

Es de imaginar, con grandes probabilidades de certitud, que el quechua ha sobrevivido bastante bien hasta hace poco debido a la es­ tabilidad funcional del bilingüismo peruano, reservando más bien roles separados a las dos lenguas en útil y espontánea complementa­ tion para muchas situaciones comunicativas distintas. Los intentos de reformas políticas durante el gobierno populista de Velasco en favor del quechua (la Ley de Educación Bilingüe de 1972 y la efímera oficia­ lización del quechua en 1975) parecen haber elevado el estatus del quechua lo suficiente como para detener su caída. Se advierte en el gráfico que la curva para el monolingüismo quechua permaneció estable en los años setenta, y que el bilingüismo y, en consecuencia, todas las curvas concernientes al quechua sólo ascienden muy leve­ mente. A pesar de estos poco efectivos gestos legislativos, el quechua prácticamente se ha mantenido hasta ahora como un medio estable de comunicación cotidiana oral cara-a-cara. Si esta lengua alguna vez hubiera logrado la estandarización, es decir si se hubiera codificado y normalizado en un medio escrito, entonces habría tenido que competir en el mismo nivel funcional con el castellano, una lengua que sólo sigue al inglés en su expansión a través del mundo y probablemente aun más fuerte que el inglés en su creciente rol como lingua fra n ca en todo el continente americano. De haberse sometido a esta prueba, es dudoso que el quechua hubiera salido de ella más fuerte que antes. Los argumentos en favor de la estandarización son mejor cono­ cidos, al menos los tres principales, necesitando repetirlos aquí sólo de una manera suscinta: a) la estandarización eleva el estatus de una va­ riedad o un conjunto de variedades que de otro modo sólo habrían sido habladas y se llega a una lengua “verdadera”, contribuyendo así a una mejor identidad del grupo (minoritario); b) la estandarización es vir­ tualmente necesaria para la implementation de programas de educa­ ción (bilingüe) formal, utilizando la lengua no sólo como contenido sino también como instrumento de instruction12’; c) la estandarización parece ayudar a la sobrevivencia de la lengua, principalmente a través de la preservación de un corpus de literatura, una vez que ésta ha sido creada. Como contribución a un simposio sobre la estandarización de la lengua, los siguientes comentarios considerarán de ahora en adelan­ te la creación de un estándar común para el quechua como su fin y su deseabilidad como algo evidente en sí mismo.

189

W üLC K

1.2.

Algunas características de una lengua estándar

Antes de discutir algunos de los problemas de la estandariza­ ción del quechua, es útil recordar las características principales y los criterios de una lengua estándar tal como aparecen en la literatura. Nuestras fuentes son, en orden cronológico, Kloss (1952), Garvin y Mathiot (1956-1960), Ferguson y Gumperz (1960), Ray (1963), Hau­ gen (1969), Kloss y McConnell (1978), Garvin (1989) y Ammon (1989). Aun en el caso que usasen términos diferentes, todos estos colegas parecen estar de acuerdo en las siguientes nociones básicas: Una lengua estándar tiene que estar codificada y normalizada a fin de desempeñar la función unificadora para su constitutiva comunidad de habla. Esto incluye la selección de normas de referencia y la codifica­ ción de formas de la gramática y el diccionario. Uno de los requisitos más difíciles de esta norma de referencia es el que ésta no sólo sea estable sino también flexible de modo que se pueda acomodar y ajustar a las nuevas necesidades y cambios (Garvin 1989: 18). A fin de desempeñar las funciones de una moderna comunicación científica, tecnológica, administrativa y educativa, una lengua estándar tiene que estar intelectualizada. Términos casi sinónimos a la “intelectualización” de Garvin (1989: 22), usados entre los autores citados arriba, son su propio término anterior “urbanización” (1960), “moderniza­ ción” (Haugen 1969) y “culturalización” (cultivation ) (Kloss 1978; Ammon 1989), el cual, como el de “urbanización”, se refiere especial­ mente a la elaboración de dominios léxicos y la propagación de funciones hasta ahora mayormente rurales dentro de contextos más urbanos. Esta terminología es considerada como necesario correlato lingüístico del logro de la modernización de una sociedad. La mayor parte de los autores aceptan, y varios de ellos lo afirman explícitamente, que el desarrollo de una norma escrita es una parte necesaria del proceso de estandarización. Ray (1963) considera a la escritura como “primaria” y al habla como “secundaria”, Ferguson y Gumperz (1960) consideran al medio escrito como criterio de defini­ ción de una lengua, y en nuestros estudios y encuestas (cf. Wólck 1978) encontramos que la diferencia escritura/oralidad es el más extendido criterio de distinción entre una lengua y un dialecto(:,). A todo esto, podríamos añadir, por consiguiente, como requisitos adicionales de una lengua estándar, la grafización (el desarrollo de alguna ortogra­ fía) y la literalización (la referencia a aquellas características estructural-funcionales de la comunicación escrita más allá de la mera re­ presentación gráfica).

190

La

2.

k stand ak izacíón

okl íjukcih .a

E l actu al estatus d el q u e c h u a

Siguiendo a Kloss (1978), Ammon (1989: 80ss.) ha propuesto un conjunto de criterios para medir el grado de “culturalización” y co­ dificación de las lenguas. Uno de estos hace referencia a los tipos de textos producidos en la lengua. Estos son, en creciente orden de importancia, los siguientes: 1. Traducciones de textos claves (por ejemplo, la Biblia, El Capital de Marx); 2. poesía y prosa de ficción impresas 3. prosa de no-ficción en los medios de comunicación oral y en el habla formal; 4. escritura de no-ficción (ensayo). Exceptuando la Biblia, la cual ha sido traducida por misione­ ros a lo largo de los siglos, ahora último mayormente por prosélitos pro­ testantes, casi no hay ninguna traducción al quechua de algunos de los textos claves de la literatura universal. Hay una buena cantidad de poesía impresa, muy poca prosa de ficción1,1’. La mayor muestra del quechua se encuentra probablemente en la tercera categoría, es decir en el uso oral en los medios de comunicación, especialmente por parte de las estaciones radiales locales rural-andínas. En la última catego­ ría, la de mayor peso, el quechua es muy débil; más débil ahora, de hecho, que durante la época temprana de la colonia, durante la cual se hacía aparentemente mayor uso del quechua en la escritura ensayística. En esta escala de “culturalización” , el quechua incluso no se sitúa tan alto (o bajo) como los dialectos del bajo alemán del norte de Alemania, y probablemente más bajo que los dialectos suizo-alemanes (“Schwyzertütsch” ), es decir que esta todavía en la mitad más baja de la escala de “culturalización”. Una gradación por tópicos y dominios distingue entre: 1. tópicos culturales que se relacionan a los hablantes mismos 2. otros tópicos en las humanidades 3. la ciencia natural y la tecnología. Al interior de cada uno de éstos pueden ser identificados tres niveles de sofisticación: popular, avanzado y académico. El uso del quechua se encuentra prácticamente restringido al primer tópico y, definitivamente, sólo en el nivel popular. La escala de Ammon (1989: 89) para la medición y codificación de una lengua presenta los siguientes pasos: existencia de 1.-hablan­ tes modelo; 2.-escritores modelo; 3.-reglas ortográficas; 4.-un dicciona­

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W OLCK

rio de definiciones (lexicón); 5.-reglas de pronunciación; 6.-una gramá­ tica prescriptiva; 7.-un código estilístico. La codificación del quechua en el Perú ha llegado apenas a definir las reglas de ortografía, mientras que en el Ecuador, si bien se ha logrado cumplir con esta etapa, no se ha avanzado mucho más. 3.

U n ific a c ió n y n o rm a liz a c ió n

Antes de que se realice cualquier codificación, es necesario seleccionar o elaborar una forma más unificada de la lengua. Con respecto a esta tarea, los dos países, Perú y Ecuador, tienen pre­ condiciones que difieren mucho. 3.1.

Laberinto dialectal del Perú

El quechua del Perú está dividido en una multitud de posibili­ dades dialectales, tan divergentes que casi no llegan a ser mutuamen­ te inteligibles. El número de dialectos depende del criterio de sus analistas; algunos fonólogos estructuralistas extremadamente parti­ cularistas han postulado que el número llega a centenas -para la frustración máxima de aun los más dedicados políticos que apoyan la oficialización del quechua. Más moderados que éstos, algunos lingüis­ tas juiciosos están de acuerdo en que existen al menos seis principa­ les y muy distintas variedades peruanas (cf. Escobar et al. 1976), para algunas de las cuales se han desarrollado alfabetos semi-oficiales en 1975 y 1985 (Resoluciones Ministeriales Nros. 4023-75 y 1218-85). La pregunta frecuentemente planteada es: ¿cuál de estos dia­ lectos sería un candidato conveniente para su adopción nacional? Hay dos candidatos principales: el dialecto del Cuzco, capital arqueológica de América del sur y último centro del Perú incaico, cuya Academia Mayor de la Lengua Quechua pretende representar a todas las variedades del quechua; o el dialecto de Ayacucho, hablado por la mayor parte de la población en el sur de los Andes centrales, mutua­ mente inteligible con los dialectos del Cuzco, Bolivia y aun posible­ mente con los del Ecuador. Aquí tenemos un caso en que el criterio de la historia se opone al de la cantidad de hablantes: qué dilema! O tal vez fuera una buena idea el reelaborar el “quechua general” codificado en 1583 en el Tercer Concilio de Lima en los tiempos coloniales, tal como ha sido sugerido por Taylor (ver el artículo de Taylor en este mismo volumen); o reconstruir alguna suerte de que­ chua “original” del periodo incaico, tal como la Academia Mayor de la

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L a estandahízación d e l quechua

Lengua Quechua lo solía hacer para producir las declamaciones rituales del Inti Raymi, la fiesta que celebra el solsticio de invierno, re­ presentado en el magnífico escenario de la fortaleza de Sacsayhuaman cerca del Cuzco, mayormente para el gozo de turistas extranjeros que pueden pagar el costo de sus asientos en la tribuna de honor. Mientras tanto, los oriundos del lugar suelen permanecer en cuclillas sobre el suelo mirando el espectáculo desde lejos. Cuando pregunté a éstos si habían disfrutado de la ceremonia representada en su propio idioma, se lamentaban de no haberla entendido, pensando más bien que se había desarrollado en inglés en atención a los turistas. Al buscar la mejor variedad contemporánea o histórica, es bueno recordar que ninguna de las principales lenguas estandariza­ das en el mundo se basa mayor o enteramente en uno de sus dialectos (históricos) constitutivos. Bien se sabe que el inglés, alemán o italiano estándares, por ejemplo, se han desarrollado gradualmente en un proceso de amalgamación de rasgos a partir de varios dialectos diferentes (para el alemán, cf. Goossens 1977). 3.2.

Un nuevo quechua general

A principios de los años setenta hice una visita a Huaraz y Huaylas, en la cual conseguí hacerme entender exitosamente con mi más bien rudimentario conocimiento de una variedad entre el cuzque­ ño y el ayacuchano. Desde ese momento he desconfiado de los fuertes argumentos acerca de las extensas diferencias de los dialectos del quechua. En 1974 Torero ya había postulado que existían similaridades estructurales fundamentales entre los variados dialectos que­ chuas, los cuales estarían configurando una lengua común, sin entrar en mayores detalles. Sobre la base de unas grabaciones en cassette, hice unas pruebas informales de inteligibilidad a partir de diferentes dialectos del quechua; esto me condujo a postular las características de “cohe­ sión interna” entre cada una de ellos y de “diferenciación externa” en relación con las lenguas vecinas al quechua, lengua todavía no estan­ darizada (Wólck 1978 & 1987). Dispuse de una excelente base para hacer una comparación más sistemática entre las variedades perua­ nas del quechua luego de la publicación de las seis gramáticas y diccionarios (Escobar et al. 1976). Los resultados fueron sorprenden­ tes, aunque no completamente inesperados, y proporcionaron más fundamento para el impreciso criterio de la “cohesión interna” postu­ lado anteriormente: resulta que los seis dialectos comparten la misma estructura semántica cognitiva. Poseen exactamente las mismas ca­

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tegorías y, tanto como puede ser establecido, la misma jerarquía rele­ vante entre ellas. Estas similitudes estructurales no deberían ser confundidas con algunas estructuras “profundas” abstractas en el sentido de la Gramática Transformational Generativa en su fase inicial. Algunas de ellas, como los procesos fonológicos, alcanzan también a la “super­ ficie”. Incluso en el nivel léxico hay aparentemente menos divergencia de lo que con frecuencia se pretende (cf. la lista de Soto 1990: 209). Ahora que las diferencias parecen reducirse, se podría elaborar un ver­ dadero Quechua General, tomando como punto de partida las obvias similitudes anteriormente mencionadas. Tal esfuerzo, de todos modos, no es tan fantasioso como podría parecer. Existe al menos un famoso precedente históricot5): el pionero trabajo de estandarización del noruego moderno (N yn orsk ) realizado por Ivar Aasen (1836 y 1853; cf. también Haugen 1965). En vez de seleccionar una de las muchas variedades posibles, más o menos dialectalizadas, decidió basarse en lo que vino a llamar un “punto medio” estructural alrededor del cual todos los dialectos girarían, y sobre la base de ese punto medio elaboró su propuesta de variedad estándar (Aasen 1853-1985:83ss.). Tal variedad estándar, así, sacaría provecho de la riqueza estructural de todas sus variedades constitutivas. Todas las variedades estándares que conozco son estructuralmente diferen­ tes de (y usualmente más complejas que) cualquiera de sus constitu­ tivas variedades dialectales orales con las cuales estoy familiarizado, aun en el caso de dejar de lado las diferencias que son debidas a las propiedades funcionales de una lengua escrita. 3.3.

La k oin é ecuatoriana

El caso del Ecuador es muy diferente al del Perú. En primer lugar, parece que su quechua fue impuesto sobre otras lenguas autóctonas durante la expansión imperial incaica y, luego, aún más establecido como lin g u a fran ca por los comerciantes del sur. Esto podría explicar el relativo menor grado de diferenciación dialectal. A pesar de los arduos esfuerzos de Fauchois (1988: 46-74) por hacer aparecerías diferencias especialmente en el nivel fonológico, éstas son demasiado pequeñas como para producir verdaderos problemas de co­ municación. Esta circunstancia, junto con el fuerte grado de movilización política de la población indígena ecuatoriana, ha dado recientemente a la lengua quechua del Ecuador un poder y un estatus creciente, es­

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L a esta n d arización d e l quechua

pecialmente en el sector de la educación primaria. La tarea de la unificación fue, por consiguiente, relativamente fácil y al menos ha conducido a la adopción semi-ofícial de un “alfabeto único” desde hace ya algunos años. El problema del Ecuador es de diferente naturaleza y hasta ahora no bastante reconocido: su quechua está estructural­ mente “pauperizado” , según Cerrón-Palomino (1987:344), a través de siglos de nivelamiento interno y pidginización con el castellano. La diferencia en la primera vocal de su nombre, quichua, con respecto a la forma del sur, quechua, es un indicio de este proceso, aun en su manifestación más superficial, según el cual la distinción sureña entre /k/ y /q/ desapareció en el Ecuador, acercándose las vocales más al punto de articulación velar. La distinción entre plural exclusivo e inclusivo no sólo ha desaparecido del quechua ecuatoriano, sino que también toda su estructura morfosintáctica está en proceso de cambio desde su tipo aglutinante polisintético original hacia uno más bien analítico. Así, por ejemplo, para decir ‘nuestro cuy’ en el sur (digamos en Ayacucho) tendríamos la forma qu w in ch ik si incluye al oyente, o qu w iyk u si lo excluye. En cambio, en el Ecuador, ambas formas quedan recubiertas por ñucanchic cuicu (como en el título de la Lección 13 en Cotacachi et al. 1988: 143) el cual, traducido literal­ mente ya sea al castellano o inglés, correspondería a ‘nosotros cuy’ o ‘we guinea pig’, pero no a ‘nuestro cuy’ o ‘our guinea pig’(6). 3.4.

Grafización o la locura del alfabeto

Tal como Soto (1990:199-202) lo ha señalado correctamente en una de las discusiones sobre los problemas de decisión sobre la ortografía del quechua, un sistema escrito estandarizado no es sólo un medio fundamental en el proceso de unificación de la lengua sino igualmente algo necesario para su modernización. Con todo el debido respeto a la importancia de esta tarea, pienso que por ahora demasia­ do tiempo, tinta y papel han sido gastados o echados a perder en este cometido a costa de descuidar muchos otros problemas igualmente im­ portantes. Desgraciadamente la cantidad y el fervor de la discusión de este asunto no se complementan con un igual análisis de alta calidad. Frecuentemente se advierten dos equívocos en la mayoría de los análisis, los cuales generalmente prohíben cualquier solución satis­ factoria y rápida. El primero es el “mito fonemicista”, el asumir que un sistema de escritura tiene que ser “fonémico”, el cual retrotrae al más o menos desafortunado subtítulo del merecidamente famoso libro de K.L. Pike

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Phonemics: A Technique for Reducing Languages to W riting (1947). N o hay una única ortografía para una lengua estándar estable­ cida que yo conozca que cumpla con este criterio, aunque el deletreo a menudo preserva la estructura morfofonémica. Además, hay tantas teorías fonológicas viejas y nuevas que sería imposible decidir, por ejemplo, cuán “profunda” podría ser tal fonemización. No tengo nada en contra de “reducir” el quechua a tres vocales a fin de preservar su carácter típico o único, pero deletrear el ecuatoriano [cUmbl] como chunpi y [zambU] como zanpu lleva la aplicación de las reglas fono­ lógicas demasiado lejos dentro del sistema escrito. Entre los estudiantes en escuelas bilingües, ya existe una nueva manera de recitar oralmente, así como una nueva modalidad de lectura del quechua ecuatoriano, el llamado “quichua escolar” que ha producido, sin embargo, algunas pronunciaciones de deletreo muy ex­ travagantes. Se puede admitir que, en general, cada sistema de deletreo ha producido especiales pronunciaciones en la lectura, siendo un ejemplo bien conocido el estándar recomendado por Siebs (1957) para el alto alemán. El segundo equívoco es pensar que una vez que un sistema alfabético ideal ha sido elaborado, propuesto y posiblemente legislado, pueda ser enseñado a muchas personas, quienes entonces producirían una riqueza de materiales en quechua literario. Es evidente que buena parte de la valiosa literatura universal fue producida mucho antes de que cualquier proceso de estandarización formal haya ocurrido para sus lenguas, así como la escolarización formal ocurrió bastante antes que la estandarización ortográfica. Hasta fines del siglo pasado, cuando Konrad Duden publicó su diccionario ortográfico (1880), el alemán no tuvo una ortografía uniforme. Las casas editoriales tenían sus propias convenciones ortográficas y las escuelas debían tener especiales reuniones de profesores para llegar a ponerse de acuerdo sobre la ortografía. En 1862, fue necesario un decreto ministerial de Prusia para garantizar que no más de una ortografía sería enseñada en una misma escuela (cf. Drosdowski 1980: 2). Esto quiere decir que las ortografías crecen de un modo natural y gradual y se desarrollan a través del uso. Por supuesto, sería reco­ mendable que hubiera alguna orientación profesional, la cual condu­ ciría a una recomendación o adopción oficial y evitaría con toda seguridad la propuesta de seis alfabetos para la misma lengua. Lo que se requiere urgentemente es alguna resolución. Cualquiera que sea ésta, es preferible a que no haya ninguna; la lengua y sus usuarios a pesar de todo escogerán su propio camino tal como el ejemplo ecuato­

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L a esta n d arización d e l quechua

riano parece mostrar, el cual podría ser seguido por el Perú, aun con­ siderando que sus condiciones son menos favorables. 4.

L a u r b a n iz a c ió n d e l q u e c h u a

La modernización de una lengua no escrita (cuya estructura está al servicio de la función primaria de la comunicación oral cara-acara, mayormente en ambientes rurales) y su conversión en un instrumento más despersonalizado de comunicación supra-regional y en un vehículo para el avance tecnológico, requiere mucho más que la elaboración de una ortografía viable. 4.1.

Lexicalización

El único aspecto de esta modernización que hasta el momento ha recibido amplia atención es el de los necesarios cambios o innova­ ciones léxicas. Nuevamente, algunos de los esfuerzos de los cuales tenemos noticia son exagerados como, por ejemplo, los intentos hechos por autores de libros de escuelas del Ecuador (Cotacachi et al. 1988) para crear una terminología gramatical para el tercer y cuarto grados, aunque en sí se trata de una labor loable y meritoria. Algunas de sus acuñaciones son shuti para‘nombre’, im ac para sujeto, im achic para verbo o im ashca para predicado. Estas son propuestas razonables y bastante cercanas en su asociación semántica a sus denotaciones originales (por ejemplo, ‘nombre’ y ‘quién-qué’ para las dos primeras, aunque las dos últimas formas son denominativas y, por consiguiente, elecciones menos afortunadas). ¿Qué justificación lingüística o peda­ gógica podrían ofrecernos tales conceptos como ‘nominalización’, ‘mor­ fema’ o ‘núcleo’ en un texto escolar para el cuarto grado?; más aún, ¿qué decir de sus pintorescas neo-correspondencias en quechua, respectivamente: shutiyay ‘hacer un nombre’; shim icu ‘boca peque­ ña’ y shuncu ‘corazón’ ? (cf. también von Gleich 1989b para una mayor discusión de la terminología quechua). Pienso que ahora es tiempo para refrenar la imaginación semántica de algunos planificadores del lenguaje en ciernes, aunque tengan las mejores intenciones, a fin de orientar mejor su entusiasmo hacia canales más productivos. Algunos términos nativos, especialmente para unidades es­ tructurales básicas y simples, podrían resultar útiles para facilitar las representaciones cognitivas de los niños de la estructura de su lengua, como lo fueron términos como ‘Tu-Wort’ (“do-word”) para el verbo o ‘Ding-Wort’ (“thing-word”) para el nombre en el segundo grado de mi escuela elemental en Alemania. Conceptos como nominalización,

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W ói-C K

morfemas o núcleo silábico, sin embargo, pertenecen a la terminología técnica avanzada de una comunidad internacional de lingüistas pro­ fesionales, identificados como tales a través de sus formas grecolatinas clásicas, a pesar de los esfuerzos de algunos transformacionalistas iconoclastas que quieren reemplazarlos por un atrayente inglés básico. 4.2.

Gramaticalización

El que exista todo un juego de problemas complementarios a ser resueltos en el camino de la liberalización del quechua es mostrado de un modo muy convincente por mi ejemplo favorito, ese incidente no del todo divertido que ocurrió durante mi visita a una de las escuelas primarias bilingües cerca a Quito, hace ya algunos años, y ya expuesto en dos artículos anteriores (Wólck 1990a y 1990b). Una profesora estaba reprimiendo severamente a sus estudiantes por omitir el -mi en las lecturas del siguiente enunciado de su texto escolar (Machi Achic 1987: 114): “Huihuacunacachacra pachapi-mi mirarin” [ganado campo encina de (sé o veo) copular] ‘(Sé, veo que) el ganado se reproduce en el campo’ Aunque esta descripción pudiera reflejar innegablemente los acontecimientos de la vida agrícola, el hecho de que no hayan sido pre­ senciados por los alumnos impide que ellos puedan testimoniarlo y aseverarlo con el sufijo validador -mi. Sin embargo, este relato bastante divertido contiene un mensaje más profundo: En una lengua sin escritura como el quechua, hay caracterís­ ticas y categorías necesarias y apropiadas, incluso diría obligatorias a fin de poder cumplir su función en la interacción cara-a-cara, las cuales no tienen ningún sentido en descripciones objetivas y desper­ sonalizadas. En la gramática del quechua (hablado), las marcas de la cohesión discursiva, los validadores o las marcas del acto de habla son elementos esenciales, es decir que constituyen el nivel más obligatorio de su estructura lingüística cognitiva. Por otra parte, la tercera persona, es decir la marca del agente no-persona, y los procesos de la pasivización y relativización depen­ dientes de él, aún carecen de estatus propio en el quechua (monolingüe) (cf. Wólck 1987:80-94) y tendrían que ser más desarrollados para servir al propósito y la función de una “objetiva” prosa escrita de carácter ensayístico. Igual sucedería con las marcas de época y tiempo,

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L a es ta n d arización d e l quechua

las que han jugado hasta ahora sólo un papel secundario en esta lengua pre-industrializada (cf. Wolck 1991). Hasta ahora, estos problemas sólo han sido advertidos por otros dos investigadores interesados en la modernización del quechua (Fauchois 1988 y von Gleich 1989a y 1989b), aunque algunas insinua­ ciones a este problema aparecen en discusiones sobre la “normaliza­ ción” del quechua para propósitos educativos, como lo hacen por ejemplo Cerrón-Palomino y Sichra (cf. Normalización 1989:49)