El poder de la economía: la imagen de los mercaderes y el comercio en el mundo hispánico de la Edad Moderna 9783954879304

Con el mercantilismo, el mercader se convirtió en uno de los tipos sociales fundamentales de la sociedad del siglo XVII.

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El poder de la economía: la imagen de los mercaderes y el comercio en el mundo hispánico de la Edad Moderna
 9783954879304

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Contenido
Prólogo. El poder de la economía: la imagen de los mercaderes y el comercio en el mundo hispánico de la Edad Moderna
Dinero, mercaderes y oficios productivos en la sátira de Quevedo
El gran mercado del mundo, expresión de la teoría económica barroca
La visión estamental de la nobleza y la imagen del rico y del mercader en la literatura del Siglo de Oro
Duques y ducados: la burocracia financiera señorial durante el Siglo de Oro. Historia y representación cultural
El mercader de libros
«Nacen, como todos, llorando, viven muriendo y mueren suspirando»: la figura del logrero en los textos del Siglo de Oro
Sobre el mercader en Aristóteles, Tomás de Mercado y Martín de Azpilcueta
Entre mercaderes anda el juego: El mercader amante de Gaspar Aguilar, Las firmezas de Isabela de Góngora y la anónima El mercader de Toledo
El mercader y su mundo en El mercader amante y Las firmezas de Isabela
El mercader y la cortesana: arte, cuerpo y comercio en El anzuelo de fenisa de Lope de Vega
El arte de negociar el iustum pretium. Mercaderes, amigos y amantes en El amigo hasta la muerte de Lope de Vega
De la mentalidad mercantil al pensamiento dominante: dos perspectivas generacionales en El amigo hasta la muerte de Lope
Lope y los mercaderes. Un viaje de ida sin vuelta desde la Italia de los novellieri
Dineros y mercaderes en los Avisos de Barrionuevo: una percepción de la decadencia de la Monarquía Hispánica
El hombre económico: la España ilustrada entre el mercader honrado y el liberalismo
La figura del mercader honrado en el contexto de la comedia sentimental española del siglo XVIII: el ejemplo de El hombre agradecido (1796) de Comella
La femina oeconomica en el teatro dieciochesco español: la comedia neoclásica La familia a la moda (1805), de María Rosa Gálvez

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Dirección de Ignacio Arellano (Universidad de Navarra, Pamplona) con la colaboración de Christoph Strosetzki (Westfälische Wilhelms-Universität, Münster) y Marc Vitse (Université de Toulouse Le Mirail/Toulouse II) Subdirección: Juan M. Escudero (Universidad de Navarra, Pamplona) Consejo asesor: Patrizia Botta Università La Sapienza, Roma José María Díez Borque Universidad Complutense, Madrid Ruth Fine The Hebrew University of Jerusalem Edward Friedman Vanderbilt University, Nashville Aurelio González El Colegio de México Joan Oleza Universidad de Valencia Felipe Pedraza Universidad de Castilla-La Mancha, Ciudad Real Antonio Sánchez Jiménez Université de Neuchâtel Juan Luis Suárez The University of Western Ontario, London Edwin Williamson University of Oxford

Biblioteca Áurea Hispánica, 123

El poder de la economía La imagen de los mercaderes y el comercio en el mundo hispánico de la Edad Moderna

Christoph Strosetzki (ed.)

Iberoamericana • Vervuert • 2018

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Cubierta: Carlos zamora

contenido

Christoph Strosetzki Prólogo. El poder de la economía: la imagen de los mercaderes y el comercio en el mundo hispánico de la Edad Moderna...................... 7 Ignacio Arellano Dinero, mercaderes y oficios productivos en la sátira de Quevedo............ 13 Ana Suárez Miramón El gran mercado del mundo, expresión de la teoría económica barroca......... 51 David García Hernán La visión estamental de la nobleza y la imagen del rico y del mercader en la literatura del Siglo de Oro.............................................................. 69 Miguel Fernando Gómez Vozmediano Duques y ducados: la burocracia financiera señorial durante el Siglo de Oro. Historia y representación cultural................................... 93 Luis Iglesias Feijoo El mercader de libros.............................................................................. 123 Jesús M. Usunáriz «Nacen, como todos, llorando, viven muriendo y mueren suspirando»: la figura del logrero en los textos del Siglo de Oro................................... 149 Christoph Strosetzki Sobre el mercader en Aristóteles, Tomás de Mercado y Martín de Azpilcueta............................................................................ 169 Teresa Ferrer Valls Entre mercaderes anda el juego: El mercader amante de Gaspar Aguilar, Las firmezas de Isabela de Góngora y la anónima El mercader de Toledo........ 181

Victoriano Roncero López El mercader y su mundo en El mercader amante y Las firmezas de Isabela.... 199 Frederick A. de Armas El mercader y la cortesana: arte, cuerpo y comercio en El anzuelo de fenisa de Lope de Vega......................................................... 229 Agnieszka Komorowska El arte de negociar el iustum pretium. Mercaderes, amigos y amantes en El amigo hasta la muerte de Lope de Vega.............................................. 247 Ysla Campbell De la mentalidad mercantil al pensamiento dominante: dos perspectivas generacionales en El amigo hasta la muerte de Lope.......... 269 Joan Oleza Lope y los mercaderes. Un viaje de ida sin vuelta desde la Italia de los novellieri........................................................................................ 287 Francisco Domínguez Matito Dineros y mercaderes en los Avisos de Barrionuevo: una percepción de la decadencia de la Monarquía Hispánica............................................ 305 Jan-Henrik Witthaus El hombre económico: la España ilustrada entre el mercader honrado y el liberalismo....................................................................................... 327 Beatrice Schuchardt La figura del mercader honrado en el contexto de la comedia sentimental española del siglo xviii: el ejemplo de El hombre agradecido (1796) de Comella.................................................... 353 Christian von Tschilschke La femina œconomica en el teatro dieciochesco español: la comedia neoclásica La familia a la moda (1805), de María Rosa Gálvez............................................................................. 373

PRÓLOGO El poder de la economía: la imagen de los mercaderes y el comercio en el mundo hispánico de la Edad moderna

El descubrimiento del Nuevo Mundo convirtió a España en potencia mundial e inauguró un nuevo capítulo en el comercio internacional, incluso si en el siglo xvii los españoles tuvieron que hacer frente a una crisis. Con el mercantilismo, el mercader se convirtió en la figura central de la sociedad. Si a partir de entonces los nobles aspiraron a ejercer el oficio de mercader, vuelto prestigioso gracias a la riqueza que conllevaba, no dejaba de ser evidente, en muchos casos, la desigualdad existente entre el honor de ambos; en efecto, ya desde los tiempos bíblicos el usurero y el logrero dañaron la imagen del mercader, que se encuentra bajo la sospecha de ser codicioso, de sacar provecho del trabajo ajeno y de vivir ociosamente en desmedro del trabajo productivo. Sin embargo, no deja de situarse en las antípodas tanto del caballero ocioso, al cual se le prohíbe trabajar, como del pobre mendigo, quien gana su dinero a través de la mendicidad y no del trabajo. En el contexto de una nueva valoración del mercader se formuló un nuevo ideal de vida, en el cual el trabajo sobrio y disciplinado se vuelve central, mientras que el afán de honor comienza a ser condenado. El comercio se constituye así en una fuerza constructiva y civilizatoria, dejando aparecer la búsqueda aristocrática de gloria militar como una actitud destructiva. Este cambio de postura respecto a la figura del mercader, que comienza a cristalizarse en la temprana Edad Moderna, funcionará como modelo de una nueva valoración del ciudadano. De ello surgen preguntas como las siguientes: ¿En qué consiste el iustum pretium del trabajo mercantil? ¿Qué ámbitos

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de conocimiento, aparte de aritmética y geografía, tiene que dominar el mercader? ¿Debe actuar según la moral, o tan solo simular hacerlo, para así poder hacer frente al engaño ajeno de manera más eficiente? La tratadística y la literatura ficcional otorgan respuestas que permiten formarse una idea de los comienzos del capitalismo. ¿Cómo se llegó de la prohibición del cobro de intereses a la marginalización de todo el estamento mercantil? Si a partir de la riqueza del mercader se obtenía un alto prestigio social, lo cual llevó también a los nobles a ejercer el oficio de comerciante, ¿por qué entonces los mercaderes ricos aspiraban a un título de nobleza? ¿Puede decirse que la moral y la eficiencia se derivaban realmente de la religiosidad, en el sentido de Max Weber, o proliferó tanto en el ámbito comercial como en el político una separación entre la eficiencia y la moral, en el sentido de Maquiavelo? ¿Qué porcentaje tienen, en la concepción y valoración del mercader y su actividad, los conceptos escolásticos de la Edad Media, y qué porcentaje tienen los conceptos capitalistas de la modernidad? Estas son las preguntas inaugurales que constituyen el trasfondo de los artículos reunidos en este volumen. En su contribución «Dinero, mercaderes y oficios productivos en la sátira de Quevedo», Ignacio Arellano muestra cómo la creciente importancia de la economía dineraria puso en peligro el sistema estamental, posibilitando que los comerciantes accedan a un estamento superior a través del dinero. Si bien Quevedo consideraba todo tipo de actividad humana como una actividad comercial, adscribe a los comerciantes características satíricas como el afán de lucro, la codicia, la usura, el interés personal y el engaño. En referencia a la situación de crisis económica del momento, Ana Suárez Miramón considera El gran mercado del mundo de Calderón como expresión de la teoría económica barroca, para lo cual se centra en reflexiones sobre el derecho de mayorazgo, sobre la representación de la vida humana como negocio, mediante la parábola bíblica de los talentos otorgados, así como sobre la función del mercado, el valor del dinero y la crítica de la mendicidad. El hecho de que el antiguo sistema estamental se encuentre en vías de disolución es visto por David García Hernán a la luz de nuevos aspectos, puestos de relieve en la imagen del «rico» y del «mercader». Así, la riqueza pasa a ser considerada como un premio a los esfuerzos del trabajo, y el mercader es visto como «productiva figura», no solo en un sentido económico, sino también en el orden de la ética social. Esto no significa, sin embargo, que las estructuras feudales hayan desaparecido, tal

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como lo muestra Miguel Fernando Gómez Vozmediano, examinando la manera en la cual las relaciones de dependencia de «señores» y «vasallos» están representadas en el romancero, en los cuentos, en las canciones populares, en los pliegos de cordel y en los romances de ciego.A diferencia del antiguo estamento del siervo, con la imprenta el mercader de libros accede a un nuevo estatuto estamental. Luis Iglesias Feijoo explicita qué pasos tenía que dar este mercader en tanto emprendedor consciente de los riesgos que tenía que asumir: desde la solicitud al Consejo de Castilla de una licencia de impresión y de un privilegio para obtener la exclusiva de edición, pasando por la aprobación eclesiástica, hasta la corrección de las pruebas y el establecimiento del precio. Una figura en la cual convergen todos los prejuicios proyectados sobre el mercader es la del logrero, quien, por ejemplo, compraba en épocas favorables grandes cantidades de cereal a bajo precio para venderlo después, en épocas de escasez generalizada de alimentos, a precios abusivos. De esta figura se ocupa en detalle Jesús M. Usunáriz, recurriendo para ello tanto a variadas historias moralizantes en las que los logreros son castigados por su comportamiento inmoral con enfermedades o incluso la muerte, como a obras teatrales en las cuales el logrero es equiparado a la figura del ladrón. Que las recriminaciones dirigidas contra el mercader tienen una tradición que se retrotrae hasta la Antigüedad, es puesto de manifiesto por Christoph Strosetzki, quien destaca, no obstante, que a esta imagen negativa de la actividad mercantil le son contrapuestas características positivas ya presentes en la idea de la justa medida de Aristóteles, mas realmente tematizadas durante el Siglo de Oro con Tomás de Mercado y Martín de Azpilcueta; la ganancia mesurada, la consideración del pretium iustum y la reconducción de la riqueza excesiva al cuidado de los pobres son algunas de ellas. Otros artículos se dedican a la representación del mercader en el teatro. Teresa Ferrer Valls presenta tres piezas teatrales: El mercader amante, de Gaspar Aguilar, Las firmezas de Isabela, de Góngora, y la obra anónima El mercader de Toledo. Mientras que en la primera pieza el mercader es caracterizado como una figura positiva, el hecho de que Góngora lo haga aparecer en una comedia —vale decir un género demasiado bajo para los señores—, dejaría conjeturar un cierto desprecio. En la tercera obra, por el contrario, el rechazo social del mercader resulta evidente. De El mercader amante, de Gaspar Aguilar, y Las firmezas de Isabela, de Góngora, también se ocupa Victoriano Roncero López, quien igualmente resalta la representación positiva del comerciante en ambas piezas. La diferencia

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reside en que, mientras Góngora solo pone en escena a comerciantes, en Aguilar el conflicto entre la nobleza y los mercaderes se manifiesta a través de la relación entre una noble y el hijo de un comerciante. El amor en la figura del mercader es analizado por Frederick A. de Armas con el ejemplo de El anzuelo de Fenisa, de Lope de Vega, señalando paralelos entre el amante y el mercader: los dos deben ser comedidos y no aspirar a lo ilimitado, incluso allí donde el amante se disfraza de mercader, para persuadir a su dama con sus mercancías. De ahí que el mercader sea una figura ambivalente, ora apreciada, ora sospechosa o peligrosa. En el marco de la colonización de América, en la cual los comerciantes lograron adquirir una riqueza tal que se volvieron un peligro para la nobleza, y del concepto del pretium iustum, con el cual se aspira a armonizar valores económicos y éticos, Agnieszka Komorowska muestra cómo en El amigo hasta la muerte, de Lope de Vega, la amistad entre Bernardo, hijo de Felisardo, un mercader rico, y Sancho, un noble empobrecido, debe hacer frente a numerosas pruebas. En su contribución sobre esta misma obra, Ysla Campbell pone de relieve que, si bien el padre, Felisardo, actúa según el nuevo ethos del mercader, su hijo, Bernardo, se orienta hacia los valores aristocráticos: «La paradoja radica en el fundamento de la nueva integración nobiliaria: a la nobleza se suman la virtud y la riqueza proveniente de los negocios». Joan Oleza constata la importancia del mercader tanto en la comedia erudita o regular italiana, ambientada en un marco urbano, como en la novella italiana, pero indica asimismo que su influencia sobre Lope de Vega es más bien limitada, puesto que en este último se representa un entorno social diferente y suelen aparecer figuras que solo están disfrazadas de comerciantes. En los Avisos de Barrionuevo, Francisco Domínguez Matito constata una atmósfera cargada de pesimismo a causa de los inmensos costes de la guerra, la alta carga impositiva y la inestabilidad de los precios. A la crítica de la monarquía, con su derroche y su indiferencia respecto a los problemas de la nación, se contrapone el mundo del dinero, de los mercaderes y de los banqueros. En el siglo xviii las circunstancias siguieron desplazándose a favor del mercader. Al respecto, Jan-Henrik Witthaus presenta tres posiciones: mientras que Juan Enrique Graef condena la búsqueda del interés particular por egoísta, considerando al mercader honrado como aquel que se ve obligado a cumplir con la exigencia del bien común, para José de Campillo y Cossío las pasiones de los individuos constituyen

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la clave del éxito económico; en Valentín de Foronda, finalmente, es el engranaje de los distintos intereses particulares lo que fomenta el bien común. Según Beatrice Schuchardt, también el teatro español del siglo xviii se encuentra bajo la influencia de la recepción literaria de la pieza teatral The London Merchant, cuyo público burgués se complace en ver representadas figuras de su propio mundo del comercio y del artesanado. De ahí que El hombre agradecido (1796), de Comella, ponga en escena a Bruno, un mercader ilustrado que, actuando de manera ejemplar con cautela y autoridad natural, le brinda ayuda a un mercader caído en desgracia. Christian von Tschilschke elige como ejemplo la obra de teatro neoclásica La familia a la moda (1805), de María Rosa Gálvez, puesto que allí el mundo se presenta como atravesado por el materialismo y por cuestionamientos económicos, aunque el marco de referencia no lo constituyan ni el mercado ni los comerciantes, sino la economía hogareña. En efecto, a la familia Pimpleas, cuyo comportamiento en materia de gastos se orienta hacia un estilo de vida aristocrático, se le contrapone doña Guiomar, quien se conduce según los nuevos valores burgueses de la racionalidad económica. Las contribuciones del presente volumen se remontan en su mayoría a un congreso que tuvo lugar los días 9 y 10 de febrero de 2017 en los Uffizi de Florencia. Se agradece muy especialmente a Ignacio Arellano y al GRISO por la organización del congreso, y a la DFG por el financiamiento de la impresión.Y ¿cómo no señalar también nuestro cordial agradecimiento a la dirección de la Galleria degli Uffizi, que con tanta gentileza nos abrió sus puertas para debatir en el mismo espacio en el que un día hablaron Dante, Petrarca y Bocaccio, y que nos permitió desarrollar nuestro congreso en un ámbito excepcional? Münster, diciembre de 2017 Christoph Strosetzki

Dinero, mercaderes y oficios productivos en la sátira de Quevedo1 Ignacio Arellano Universidad de Navarra. GRISO

Crisis y dinero. Quevedo moraliza El dinero y el afán de lucro son fuerzas de pervivencia connatural al hombre, persistentes y omnipresentes, y los satíricos han moralizado siempre en su contra2. Ningún escritor satírico con perspectiva de moralista alabará nunca el dinero ni los deseos de enriquecerse. No cabe dentro del marco de las ‘virtudes’, aunque en la práctica real todos acaten el poder del dinero. Lo mismo que sucedía en tiempos de Quevedo sucede hoy con las críticas al ‘capitalismo’ y a ‘los mercados’... El satírico don Francisco de Quevedo se encuentra por tanto con una amplia tradición en la que se inserta, aunque la situación de la España aurisecular le imponga ciertas actualizaciones y le dé un especial relieve al tema del dinero y sus anejos (mercaderes, comercio, política monetaria y financiera...). De ningún modo queda más explícita la postura de Quevedo frente a estos aspectos de la economía que revisando una antología s­ ignificativa 1  Este trabajo se enmarca en el proyecto FFI2014-52007-P, «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización», Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, Gobierno de España, Dirección General de Investigación Científica y Técnica, Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia. 2  A menudo, en distintos lugares de este trabajo, usaré materiales de Arellano, 1984.

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de sus textos con algunos comentarios añadidos, que es lo que me propongo hacer en estas páginas. La economía dineraria que caracteriza al Estado Moderno3 se apodera de las relaciones políticas y sociales quizá con vigor hasta entonces poco habitual. Los problemas económicos, especulación, medidas ineficaces de política monetaria, la inflación sobre todo, están en la base de gran parte de la sensación de caos que domina al español del Barroco4. Geisler5, en su estudio sobre el dinero en la obra de Quevedo traza un panorama general en el que destaca la crisis de una sociedad feudal que inaugura ella misma una serie de actividades económicas que sin embargo no sabe manejar adecuadamente: crisis de una sociedad feudal que aunque ella misma inaugura la era del comercio internacional, de la producción de mercancías, y la desarrollada economía monetaria gracias a la conquista de América y los metales preciosos americanos, sin embargo no adapta lo suficiente su propia estructura a las nuevas exigencias. (pp. 3-4)

El influjo de estos problemas en la vida cotidiana (y en la imagen que de ella construyen los españoles del xvii) se revela de manera muy significativa en las colecciones de noticias, como los Avisos de Barrionuevo, donde abundan las menciones de medidas monetarias, casi siempre inútiles para solucionar la grave crisis económica, y se pondera la sensación de catástrofe: «no se halla un real» es la fórmula con que Barrionuevo sintetiza a menudo la actualidad del país6. El costumbrista Remiro de Navarra en sus Peligros de Madrid se hace eco de lo mismo: no se halla un real ni hay un cuarto, y la necesidad es mucho mayor de lo que se piensa, y el mundo, como dicen los menguados, está para dar un estallido; y yo añado: está tan flaco y débil de dinero, que ni aun para estallar tiene fuerza... (p. 139)

Ver Maravall, 1972, ii, pp. 57-100. Maravall, 1980, p. 313. 5  Geisler, 2013, p. 4. 6  Ver por ejemplo el tomo ii (BAE, 222): clxiv, clxiii, clxxiv, clxxviii, clxxxiv, clxxxv, clxxxvi, cxcv, ccxiii, ccxv, ccxix, ccxxi, ccxxiv, ccxxv, cclxxxi. Para otras cuestiones económicas y monetarias: Quevedo, La hora de todos, pp. 54-58. 3  4 

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Quevedo liga sus críticas del interés, el lucro y el dinero a las circunstancias españolas y ramifica el tema en complejas vertientes7. Sobre el pensamiento estoico que subyace frecuentemente aparece la sátira tradicional, elevada hasta la denuncia política: es un amplio espectro de enfoques en torno al mismo tema. En uno de los extremos, el enfoque moral se articula sobre la oposición riqueza/pobreza, clave en el pensamiento quevediano8: La cuna y la sepultura9, Virtud militante10, Hora de todos11, y numerosos poemas morales (Poesía original, núms. 42, 43, 44, 46, 66, 68, 72, 88, 115, 117, 119, 123, 145)12 aportan textos fundamentales en este sentido, fácilmente ampliables. El dinero es un engaño, y desde el punto de vista ascético un estorbo: «¿qué otra cosa es eso que desigual carga al que aun desnudo camina cargado de sí proprio?» (La cuna y la sepultura, Prosa, p. 1332). La doctrina sobre el lucro y la riqueza que expone, por ejemplo, Santo Tomás, contempla como ilegítimo el beneficio que vaya más allá de las necesidades vitales de cada uno. Aunque reconoce que esas necesidades varían «secumdum suam conditionem» (Suma teológica, ii-ii, q. 118, 1), resulta difícil establecer los límites, y en general toda tendencia al lucro se considera al menos peligrosa. Para Quevedo precisamente el boato y la riqueza desproporcionada a la condición de alguien es uno de los objetos de sátira, ya que la ‘necesidad’ de bienes la marca la condición social. La serie de canciones (Poesía original, núms. 630-634) a los retratos de un obligado de aceite, un pastelero, un avariento, una dama cortesana y un tabernero inciden parcialmente en estas cuestiones denunciando las pretensiones y exhibiciones de riqueza impertinentes a la calidad de los sujetos: al uno «diéronle riquezas no pensadas / alcuzas y ensaladas»; en otro toda su gala es «hija de un horno y nieta de una pala»; el logrero fue «enemigo de Dios y de la gente, / amigo solamente del dinero»; la cortesana «de diamantes empedrada» «fue cotorrera / y Resulta útil la clara reseña de Alarcos, 1942.Ver Geisler, 2013 [1981]. Alarcos, 1942, pp. 4-9. 9  Ver Quevedo, Prosa, ed. Buendía, pp. 1332-1334. 10  Quevedo, Prosa, ed. Buendía, pp. 1411-1423 para la avaricia; pp. 1428-1445 para la pobreza. 11  Ver Riandière, 1979, para la equiparación de pobreza con virtud y riqueza con vicio como clave del libro. 12  Indico los números de los poemas en esta edición de Blecua para mejor localización. Pero el texto de todos los poemas incluidos en El Parnaso español lo cito por mi edición en prensa. 7  8 

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hartó de carne a Utrera»; y el tabernero indigno «pretendió en el dinero confiado / traer a Santiago sobre el pecho»... En su desempeño como agente del duque de Osuna tuvo Quevedo oportunidad de comprobar la eficacia del oro: en una carta a Osuna13 describe el efecto de sus ofrecimientos: Ándase tras mí media corte [...] que aquí los más hombres se han vuelto putas, que no las alcanza quien no da [...] para los porterillos ha sido un attolite portas, para los oídos un encanto [...] adelante ha de haber tiempo de untar estos carros para que no rechinen; que ahora están más untados que unas brujas.

Quevedo proclama constantemente este poder corruptor del dinero: en el Sueño de la Muerte el dinero desplaza a los tres enemigos del alma; él solo se basta para ser el gran y único enemigo: —¿Quién es —dije yo— aquel que está allí apartado haciéndose pedazos con estos tres, con tantas caras y figuras? —Ese es —dijo la Muerte— el Dinero, que tiene puesto pleito a los tres enemigos del alma, diciendo que quiere ahorrar de émulos, y que a donde él está no son menester, porque él solo es todos los tres enemigos. Y fúndase para decir que el dinero es el Diablo en que todos decís «diablo es el dinero», y que «lo que no hiciere el dinero no lo hará el diablo», «endiablada cosa es el dinero». Para ser el Mundo dice que vosotros decís que «no hay más mundo que el dinero», «quien no tiene dinero váyase del mundo», al que le quitan el dinero decís que le echen del mundo, y que «todo se da por el dinero». Para decir que es la Carne el dinero, dice el Dinero: «Dígalo la carne», y remítese a las putas y mujeres malas, que es lo mismo que interesadas. —No tiene mal pleito el Dinero —dije yo— según se platica por allá. (p. 331)

Famosa es la letrilla en la que concentra Quevedo esta idea del poder del dinero: ante él la muchacha se humilla como si fuera su amante y amado, quebranta cualquier fuero o ley, modifica la percepción que se 13  Quevedo, Epistolario, ed. Astrana Marín, pp. 28-29. Los ‘carros untados’ son, entre otros, nada menos que el duque de Uceda, el marqués de Siete Iglesias, el secretario Tomás de Salazar, el confesor del rey, P. Aliaga, y el mismísimo fiscal de cohechos, don Andrés Velázquez.

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tiene del rico, siempre hermoso y querido, aunque sea feo, doblega a la justicia, quiebra la estructura social rivalizando ventajosamente con la nobleza y la limpieza de sangre:

Poderoso caballero14 es don Dinero. Madre, yo al oro me humillo; él es mi amante y mi amado, pues de puro enamorado de contino anda amarillo; que pues doblón o sencillo hace todo cuanto quiero, poderoso caballero es don Dinero. Nace en las Indias honrado, donde el mundo le acompaña; viene a morir en España y es en Génova enterrado. Y pues quien le trae al lado es hermoso aunque sea fiero, poderoso caballero es don Dinero. Es galán y es como un oro, tiene quebrado el color, persona de gran valor, tan cristiano como moro. Pues que da y quita el decoro y quebranta cualquier fuero, poderoso caballero es don Dinero. Son sus padres principales y es de nobles descendiente porque en las venas de oriente todas las sangres son reales; y pues es quien hace iguales al duque y al ganadero,

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Comp. diversas formulaciones proverbiales: «El dinero es caballero» (Correas, refrán 7128); «El dinero hace al hombre entero» (Correas, refrán 7129); «El dinero hace lo malo bueno» (Correas, refrán 7131); «El dinero todo lo puede y vence; todo lo puede el dinero; el dinero lo puede todo; el dinero lo acaba todo; todo lo acaba el dinero» (Correas, refrán 7134). 14 

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poderoso caballero es don Dinero. Mas ¿a quién no maravilla ver en su gloria sin tasa que es lo menos de su casa doña Blanca de Castilla? Pero pues da al bajo silla y al cobarde hace guerrero, poderoso caballero es don Dinero. Sus escudos de armas nobles son siempre tan principales, que sin sus escudos reales no hay escudos de armas dobles, y pues a los mismos robles da codicia su minero, poderoso caballero es don Dinero. Por importar en los tratos y dar tan buenos consejos, en las casas de los viejos gatos le guardan de gatos. Y pues él rompe recatos y ablanda al juez más severo, poderoso caballero es don Dinero. Y es tanta su majestad (aunque son sus duelos hartos), que con haberle hecho cuartos no pierde su autoridad; pero pues da calidad al noble y al pordiosero, poderoso caballero es don Dinero. Nunca vi damas ingratas a su gusto y afición, que a las caras de un doblón hacen sus caras baratas, y pues las hace bravatas desde una bolsa de cuero,

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poderoso caballero es don Dinero. Más valen en cualquier tierra (¡mirad si es harto sagaz!) sus escudos en la paz que rodelas en la guerra. Y pues al pobre le entierra y hace proprio al forastero, poderoso caballero es don Dinero.

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Como apunta Geisler (2013, p. 133), si en la sociedad feudal que Quevedo considera «ortodoxa» los papeles sociales están bien definidos, en la nueva situación: Todas estas definiciones realizadas con tanto cuidado el dinero las echa por tierra de un modo manifiesto. Ahí donde penetra dentro de la sociedad, el honor se convierte en un bien mueble que el dinero regala y su falta lo quita, el conde y el ganadero, el noble e incluso el mendigo [enriquecido, se entiende] se encuentran al mismo nivel, el plebeyo consigue un puesto («silla») que le correspondería únicamente a los de estatus superior, y la religión, la raza y la procedencia ya no juegan ningún papel.

Este desafío que supone la riqueza que vaya a manos que no le corresponden (a cuyas necesidades no es pertinente, diría Santo Tomás) preocupa a Quevedo, porque atenta, según se ha visto, contra la estabilidad estamental de la nobleza. En efecto, uno de los efectos perjudiciales —según Quevedo— del dinero es facilitar la movilidad social permitiendo que mercaderes enriquecidos (incluso sin sangre limpia) compren tierras y títulos, y pasen de ese modo al estamento nobiliario15: es así un «poder diabólico que conmueve el antiguo orden estamental» (Müller, 1978, p. 236), lo cual enlaza con la sátira de la falsa nobleza y de los oficios mercantiles. Quevedo trata específicamente del poder del dinero en otras letrillas clave (Poesía original, núms. 647, 648, 649, 660).

15  Ver Maravall, 1972, ii, p. 93; Geisler, 2013 [1981], pp. 128-135. Geisler recuerda que en el reinado de Felipe IV «se añadió [sic, por «añadieron»] a la vieja nobleza 5 vizcondes, 78 condes y 209 marqueses», algunos prestamistas genoveses.

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La letrilla 647, «Toda esta vida es hurtar», formula, en palabras de Alarcos16, algo así como la conclusión a que lleva el espectáculo de la sociedad dominada por el desenfrenado apetito de dinero:

Toda esta vida es hurtar, no es el ser ladrón afrenta, que como este mundo es venta, en él es proprio el robar. (vv. 1-4)

El catálogo de ladrones que despliega la letrilla es extenso: escribanos, alguaciles, letrados, cornudos consentidos, jueces... todos roban, cada uno con su instrumento. Ya lo enseñaba Clemente Pablo a su vástago: «Quien no hurta en el mundo, no vive». El dinero confiere poder aunque se haya conseguido con malas artes:

El que si ayer se muriera misas no podía mandar, hoy, a fuerza del hurtar, mandar todo el mundo espera. (núm. 648, vv. 1-4)

y hasta puede limpiar la mancha de la sangre:

y he visto sangre judía hacerla el mucho caudal como papagayo real clara ya su vena oscura. (núm. 648, vv. 28-31)

El examen del campo léxico (metafórico en principio, muy lexicalizado en Quevedo y en todo el lenguaje del marginalismo)17 de gato ‘ladrón’ refleja la importancia del latrocinio y rapacidad en el universo satírico quevediano. La noción de rapiña concentrada en «gato» a raíz del sentido ‘animal de presa’ se ramifica en series asociativas de miz, maullar, uña, arañar, etc., que soportan innumerables juegos de palabras alusivos. A los seis ejemplos que aporta Castro (1926: tres de 16  17 

Ver Alarcos, 1942, pp. 78-86. Ver Alonso Hernández, 1977.

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mices, dos de maullar y una alusión con ratones) pudieran añadirse varias decenas, que he recogido en otro lugar (Arellano, 1984) y no repetiré aquí. El romance 750 que describe una «consultación de gatos en cuya figura también se castigan costumbres y aruños» presenta, como es lógico, la mayor cantidad de juegos de palabras sobre estos términos de toda la poesía burlesca: el gato de unos escribanos es «gato de gatos» (v. 20); un mercader es más gato que su gato (v. 67) y vive de dar gatazos (v. 68); el juez es gato real (v. 205), etc. Es también muy alta la cantidad de menciones directas de hurtar, robar, ladrón18. Frente a esa sociedad destruida por el dinero, el lujo, la molicie y los deseos de comodidad adquirida por el oro, propone Quevedo una sociedad ideal rústica, modesta, sobria, y en la que el dinero no se había convertido en amo y señor de todo, y la usura, la mohatra y la especulación no habían contaminado a los antiguos valerosos españoles de la Edad Media que evoca en la Epístola satírica y censoria: ... España con legítimos dineros, no mendigando el crédito a Liguria,19 más quiso los turbantes que los ceros. Menos fuera la pérdida y la injuria si se volvieran Muzas los asientos, 20 que esta usura es peor que aquella furia. (núm. 146, vv. 79-84)

Frente a la corrupción que implica generalmente el dinero, la pobreza, en cambio, supone beneficios apreciables: ahorra aduladores, engaños y asechanzas de ladrones: nada falta, dice en Virtud militante, al que se contenta con lo necesario (Prosa, p. 1439), y «la pobreza es hastío de todos los vicios y pecados» (Prosa, p. 1440)... En la poesía burlesca este motivo se integra en parodias del beatus ille, en las que el locutor Núms. 540, 542, 547, 586, 597, 604. Baste indicar a modo de índice que en el núm. 647, de 52 versos, incluye 8 casos de hurtar, hurtado, 5 de robar, 4 de ladrón... 19  Liguria: Génova; los banqueros y financieros genoveses son muy satirizados en el Siglo de Oro; «antecristos de las monedas de España» los llama Quevedo en el Buscón.Ver infra. 20  Muza: uno de los famosos lugartenientes de Tarik, invasor de España; asiento: ‘contrato u obligación de alguna cosa’; el asentista hacía «contrato con el rey o la república sobre las rentas reales u otras cosas, como provisiones de ejércitos, armadas, plazas y otros negociados» (Aut). 18 

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expresa las ventajas de la vida mendiga frente a la «inquietud magnífica de los poderosos» (núm. 519): Mejor me sabe en un cantón la sopa,21 y el tinto con la mosca y la zurrapa, que al rico que se engulle todo el mapa muchos años de vino en ancha copa. Bendita fue de Dios la poca ropa que no carga los hombros y los tapa; más quiero menos sastre que más capa, que hay ladrones de seda, no de estopa. Llenar, no enriquecer, quiero la tripa; lo caro trueco a lo que bien me sepa; somos Píramo y Tisbe yo y mi pipa.22 Más descansa quien mira que quien trepa; regüeldo yo cuando el dichoso hipa, él asido a Fortuna, yo a la cepa.

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En el mundo, sin embargo, muy pocos suscriben con su conducta la doctrina ascética del desprecio del oro. La letrilla 649 confronta a la pobreza con el dinero y no se acaba de decidir quién puede vencer en esa rivalidad: santa es la pobreza y levanta a los cielos su cabeza, pero los hombres en la tierra más bien parecen acostarse al lado del dinero, capaz de hacer «de piedras pan», sin ser el Dios verdadero pero convertido en ídolo de las multitudes, como los israelitas frente al becerro de oro:

Pues amarga la verdad quiero echarla de la boca, y si a l’alma su hiel toca esconderla es necedad. Sépase, pues libertad

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mejor me sabe en un cantón la sopa: alude a la vida mendiga y pícara: cantonero es el vagabundo y mendigo que anda por las esquinas; estos iban a la sopa, a recibir la sopa que solían dar en los conventos para los pobres; «ir a la sopa, acudir a la portería de los monasterios a donde dan a los pobres [...] caldo y algunos pedazos de pan con que hacen sopas» (Cov.). 22  Píramo y Tisbe: la famosa pareja de amantes cuya trágica historia narra Ovidio en las Metamorfosis. Tema muy explotado en toda la literatura europea. Góngora emplea en la letrilla «Ándeme yo caliente» una imagen parecida a la del soneto: «Sea mi Tisbe un pastel». 21 

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ha engendrado en mi pereza la pobreza. ¿Quién hace al tuerto galán y prudente al sin consejo? ¿Quién al avariento viejo le sirve de río Jordán? ¿Quién hace de piedras pan23 sin ser el Dios verdadero? El dinero. ¿Quién con su fiereza espanta el cetro y corona al rey? ¿Quién, careciendo de ley, merece nombre de santa? ¿Quién con la humildad levanta a los cielos la cabeza? La pobreza. ¿Quién los jueces con pasión, sin ser ungüento hace humanos, pues untándolos las manos los ablanda el corazón? ¿Quién gasta su opilación con oro y no con acero? El dinero. ¿Quién procura que se aleje del suelo la gloria vana? ¿Quién, siendo toda cristiana, tiene la cara de hereje? ¿Quién hace que al hombre aqueje el desprecio y la tristeza? La pobreza. ¿Quién la montaña derriba al valle, la hermosa al feo? ¿Quién podrá cuanto el deseo, aunque imposible, conciba? ¿Y quién lo de abajo arriba vuelve en el mundo ligero? El dinero.

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23  piedras pan: alusión a la tentación de Cristo en la que el demonio le propone que convierta en pan las piedras, para demostrar su poder.Ver San Mateo, 4, 3 y San Lucas, 4, 4. Puede haber cierta contaminación con el milagro de la multiplicación de los panes y los peces.

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Usura y avaricia. Mohatras y especulaciones Uno de los aspectos negativos del dinero y de su manejo es el vicio de la avaricia, la especulación y la usura, que sin producir bienes tangibles alimentan la auri sacra fames. Quevedo trata de la avaricia en Virtud militante, considerándola la cuarta peste del mundo. El retrato del avariento recuerda al todavía más caricaturesco del dómine Cabra en el Buscón: Yo conocí un avariento; perdónole el nombre porque le conocieron otros muchos. Tenía cuatro mil ducados de renta y más de treinta mil a ganancias forzosas y seguras en el logro, no en la conciencia. Su vestido era tal que antes obligaba a los que no lo conocían a darle limosna que a pedírsela. Los pobres antes le temían que le demandaban. No tenía criado ni criada ni gastaba otra luz que la del día porque el sol se la daba de balde. Acostábase de memoria; comía de lo más barato que hallaba en el público aderezado. Tenía un sobrino solo y por no sustentarle o él, amedrentado el estómago de su sustento, servía a un oficial.Vile enfermo algunas veces y no se curaba con otra cosa sino con la cuenta que hacía de lo que ahorraba en no llamar médico ni pagar barbero ni botica. (Prosa, p. 1412)

Reprende en un soneto «la continua solicitud de los usureros»: Con más vergüenza viven Euro y Noto, Licas, que en nuestra edad los usureros; sosiéganse tal vez los vientos fieros, y, ocioso, el mar no gime su alboroto. No siempre el ponto en sus orillas roto ejercita los roncos marineros; ocio tienen los golfos más severos; ocio goza el bajel, ocio el piloto. Cesa de la borrasca la milicia; nunca cesa el despojo ni la usura, ni sabe estar ociosa su codicia. No tiene paz; no sabe hallar hartura; osa llamar a su maldad justicia; arbitrio al robo, a la dolencia cura.

No sabe hallar hartura: es, como dirá en otros casos (ver infra), una «pálida sed hidrópica del oro».

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Estos avaros atesoran dinero pero no producen nada. Se dedican a la usura y a los fraudes, facilitados por las vicisitudes de la política monetaria. El capítulo v de La hora de todos se dedica a un mohatrero, prestamista sobre prendas, con «intereses argeles»: había prestado, por ejemplo, a un desgraciado, doscientos reales con ribete de cincuenta más en dos meses, es decir, aplicando un interés del 150%. El capítulo xvi se ocupa de los engaños de embusteros y tramposos, metidos en un laberinto de «letras falsas aceptadas, y con fiadores falidos, y escrituras falsas, y hipotecas ajenas y plata que habían pedido prestada para un banquete» (p. 208). Uno solicita un préstamo de tres mil reales en vellón para restituirlos en dos meses en plata, lo que significa, como explican Bourg, Dupont y Geneste en su edición (p. 56) que si se tiene en cuenta el valor de la prima en los años 1633-1635, ofrece pagar un interés del 150% (aunque en realidad no piensa pagar nada). La irritación de Quevedo lo lleva a confundir en un mismo alegato las prácticas de la usura con el comercio, cuya razón de ser para el satírico es únicamente la codicia, sin que se plantee nunca el lucro legítimo: véase el soneto Enseña a los avaros y codiciosos el más seguro modo de enriquecer mucho Si enriquecer pretendes con la usura, Cristo promete, ¡oh pálido avariento!, por uno que en el pobre le des, ciento: ¿dónde hallarás ganancia más segura? La desdicha del pobre es tu ventura, su hambre y su miseria tu sustento, su desnudez tus galas y tu aumento si socorres su afán y pena dura. Fías de la codicia del tratante y de la tierra, y en alado pino los tesoros al mar siempre inconstante, y solo dudas del poder divino, pues su misma promesa no es bastante a persuadir tu ciego desatino.

Ahí aparece un motivo crucial en este terreno: las navegaciones entendidas siempre en esta literatura moral y satírica como empresas comerciales impulsadas por el afán desmedido de riquezas.

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Comercio y navegaciones El tema de las navegaciones es tradicional en la poesía moral, pero en el Siglo de Oro responde a la realidad de las navegaciones de Indias y se relaciona con el motivo de las flotas que llegan desde el Nuevo Mundo cargadas de oro, plata y otras riquezas. La codicia ha roto las disposiciones divinas, que separaron las tierras con los mares, y pusieron a los mares el límite de las tierras. El mismo mar, con todo su poder y la violencia de sus borrascas, obedece las leyes de Dios, pero el hombre, impulsado por la codicia, las quebranta, como proclama el soneto «Comprehende la obediencia del mar y la inobediencia del codicioso en sus afectos»: La voluntad de Dios por grillos tienes, y ley de arena tu coraje humilla, y por besarla llegas a la orilla, mar obediente, a fuerza de vaivenes. Con tu soberbia undosa te detienes en la humildad bastante a resistilla; a tu saña tu cárcel maravilla, rica por nuestro mal de nuestros bienes. ¿Quién dio al robre y al haya atrevimiento de nadar, selva errante deslizada, y al lino de impedir el paso al viento? Codicia, más que el ponto desfrenada, persuadió que en el mar el avariento fuese inventor de muerte no esperada.

Los tesoros americanos constituyen un leitmotiv constante24. Los metales preciosos llegan a la Casa de la Contratación de Sevilla en grandes cantidades, pero no se invierten en actividades productivas, ni se aplican nuevas tecnologías industriales que están desarrollándose en otros lugares de Europa, y además crece la competencia comercial que rompe el monopolio español del comercio indiano: franceses, holandeses, ingleses, portugueses captan buena parte del flujo económico. Cristóbal de Villalón se entusiasma en 1542 con el desarrollo del comercio global:

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Ver Geisler, 2013 [1981], pp. 17-26 para el tema.

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ahora hay una gran comunicación y unión en las mercaderías y negocios en todos los reinos y provincias del mundo, los unos con los otros, y con mucha facilidad se comunican por vía de estas industrias y agudezas todas aquellas cosas preciadas y estimadas de los que unos abundan y faltan a los otros, así todos las poseen con menos coste y trabajo y las gozan con gran alegría y placer25.

Los tratadistas de la Escuela de Salamanca examinan con mayor racionalidad las cuestiones financieras y económicas y defienden las actividades comerciales y productivas con buenos argumentos que los satíricos y moralistas —particularmente Quevedo— tienden a menudo a ignorar al menos en sus escritos satíricos (no hay que olvidar que el género tiene sus propias convenciones). Tomás de Mercado, en el capítulo ii («Del principio, origen y antigüedad de los mercaderes») de su Suma de tratos y contratos, después de admitir de pasada que el comercio tuvo su ocasión en el pecado original —como podría decirse de todas las actividades humanas tras la expulsión del Paraíso de los primeros padres—, escribe una clara defensa del oficio y su nobleza26. Señala que Plutarco concede a los mercaderes gran reputación, y que desde antiguo hombres eminentísimos se dedicaron al comercio, como los sabios Solón y Talete, que toda su juventud fueron mercaderes «y el Solón muy poderoso príncipe y prudente gobernador». Con la autoridad del mismo Plutarco y de Hesíodo señala que en los tiempos antiguos ningún oficio «era tan estimado y tenido entre las gentes como la mercancía», que causa gran comodidad y provecho para todo el cuerpo de la república: es, pues, actividad que responde al bien común, necesaria y noble, y que no se limita solo a generar flujos de dinero, sino que permite adquirir noticias de otros lugares, gentes y costumbres, y hace a los hombres «universales, cursados y ladinos para cualquiera negocios que se les ofrezcan»: papel, pues, cultural y civilizador (parafraseo a Geisler, 2013, p. 49). González de Cellorigo, uno de los más importantes arbitristas, intenta ofrecer una serie de soluciones a los problemas de su patria en el Memorial de la política necesaria y útil restauración a la república de España (1600). Me interesa ahora subrayar dos aspectos de su memorial: uno es Cit. a través de Geisler, 2013 [1981], p. 39. Geisler, 2013 [1981], pp. 47-48 para el texto de Mercado que comento en este lugar. 25  26 

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su denuncia de la economía no productiva, basada en censos, rentas y especulaciones que huyen «de lo que naturalmente nos sustenta»: y emprender lo que destruye las repúblicas, cuando ponen su riqueza en el dinero y en la renta del que por medio de los censos se adquiere, que como peste general ha puesto estos reinos en suma miseria, por haberse inclinado todos o la mayor parte, a vivir de ellos y de los intereses que causa el dinero, sin ahondar de dónde ha de salir lo que es menester para semejante modo de vivir [...] porque atenidos a la renta se han dejado de las ocupaciones virtuosas de los oficios de los tratos de labranza y crianza y de todo aquello que sustenta los hombres naturalmente. (cit. Geisler, 2013, p. 55)

El otro es su defensa de la dignidad de los oficios económicos y productivos, protestando de las perniciosas ideas que les niegan nobleza y honra, cuando debería ser todo lo contrario: Lo que más ha distraído a los nuestros de la legítima ocupación que tanto importa a esta república, ha sido poner tanto la honra y la autoridad en el huir del trabajo, estimando en poco a los que siguen la agricultura, los tratos, los comercios y todo cualquier género de manifatura, contra toda buena política. Y llega a tanto que por las constituciones de las órdenes militares no puede tener hábito mercader ni tratante, que no parece sino que se han querido reducir estos reinos a una república de hombres encantados que vivan fuera del orden natural. (cit. Geisler, 2013, p. 67)

Mercado reflexiona racionalmente sobre los problemas de la economía de su tiempo. Quevedo, en sus obras satíricas, con una perspectiva en la que se unen su postura personal más acusada y las convenciones del género literario, no entra en absoluto en consideraciones racionales, sino en el terreno de la invectiva y la condena. Poco comentario requiere, por ejemplo, un alegato tan feroz como el que construye en el Sermón estoico de censura moral, en el que se explaya abundantemente contra las navegaciones y el comercio —sobre todo indiano—:

De metal fue el primero27 que al mar hizo guadaña de la muerte:

27  Es frecuente en la poesía moral barroca la denuncia de las navegaciones como empresas de la codicia, que es motivo tópico desde la antigüedad actualizado con las navegaciones a Indias. El pasaje de vv. 61-64 se inspira en Horacio, Odas, i, 3,

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con tres cercos de acero el corazón humano desmentía. Este, con velas cóncavas, con remos, (¡oh muerte!, ¡oh mercancía!), unió climas extremos; y, rotos de la tierra los sagrados confines,28 nos enseñó con máquinas tan fieras a juntar las riberas, y de un leño, que el céfiro se sorbe, fabricó pasadizo a todo el orbe, adiestrando el error de su camino en las señas que hace enamorada la piedra imán al Norte, de quien, amante, quiere ser consorte, sin advertir que cuando ve la estrella29 desvarían los éxtasis en ella. [...] Profanó la razón y disfamola mecánica codicia diligente,30 pues al robo de oriente destinada y al despojo precioso de occidente, [...] examinando rumbos y concetos, por saber los secretos de la primera madre31 que nos sustenta y cría,

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9-12 ‘aquel que confió al cruel mar un barco frágil tenía el pecho con triple coraza de bronce y roble’. 28  sagrados: porque, como ya se ha comentado, era voluntad divina mantener separadas las tierras por los mares, y mantener los mares encerrados en las tierras, y el hombre contraviene esta voluntad uniendo tierras lejanas con sus navegaciones. El comercio atribuido a la codicia constituye así una violación de las normas de Dios. 29  vv. 78-79 Alude al fenómeno del nordesteo de la aguja. A propósito de un pasaje de las Soledades de Góngora relativo a la brújula y a la estrella polar, Pellicer escribe en sus Lecciones solemnes a la poesía gongorina: «Cuando el norte está muy distante revoca a sí la aguja, la atrae; pero cuando se navega debajo del norte, que es estar elevada la estrella sobre la aguja misma, anda inquieta la aguja y de oriente a poniente sin cesar, que es lo que llaman nordestear los pilotos». 30  mecánica: ‘baja, innoble’, frente a las preocupaciones de la razón y el espíritu: ‘la mecánica codicia profanó la razón y la infamó, porque la anula’. 31  primera madre: la tierra.

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de ella hizo miserable anatomía.32 Despedazola el pecho, rompiole las entrañas, desangrole las venas que de estimado horror estaban llenas;33 [...] Juntas grande tesoro, y en Potosí y en Lima34 ganas jornal al cerro y a la sima. Sacas al sueño, a la quietud, desvelo;35 a la maldad consuelo; disculpa a la traición; premio a la culpa; facilidad al odio y la venganza, y, en pálido color, verde esperanza, y debajo de llave pretendes, acuñados, cerrar los dioses y guardar los hados, siendo el oro tirano de buen nombre, que siempre llega con la muerte al hombre, mas nunca, si se advierte, se llega con el hombre hasta la muerte.

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Estimado horror, tirano de buen nombre: el oro es para el poeta satírico una maldición. Las metáforas del oro Los recursos retóricos que se aplican a las menciones del oro revelan esa negativa cualidad: metáforas degradatorias y agudezas de c­ ontrariedad 32  miserable anatomía: ‘disección, despedazamiento que produce compasión’; miserable, cultismo ‘provocante a conmiseración, lamentable’; anatomía ‘disección, autopsia’. Es decir, el codicioso, con sus explotaciones mineras, despedaza el cuerpo de la madre tierra, como sigue explicando el texto. 33  estimado horror: oxímoron alusivo al oro. 34  Potosí, Lima: alusión a las riquezas de las Indias; especialmente famosas eran las minas de Potosí. 35  vv. 127-131 ‘buscando riquezas sacas desvelo del sueño —no duermes—, hallas consuelo en las maldades, disculpas las traiciones, etc.: la riqueza todo lo corrompe, y sacas al fin, en el pálido color del oro amarillo, el verde, símbolo de una corrompida esperanza de riquezas malsanas’.

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casi siempre en forma de oxímoros. En estos casos el sustantivo (lo esencial) refleja la dimensión negativa del oro y la riqueza, mientras que el adjetivo refleja la consideración en que se le tiene por parte de los codiciosos: el oro es así cárcel con blasón de muro (Poesía original, núm. 65, v. 14), peligro precioso (Poesía original, núm. 136, v. 43), pobreza disfrazada (id., v. 44), ponzoña dorada (id., v. 45), tirano (id., v. 80), rubia calamidad (núm. 61, v. 8), espléndido tirano (núm. 72, v. 8)... Es enfermedad de hidropesía (Poesía original, núm. 136, v. 26) «codicia hidrópica», que siente más sed cuanto más bebe: «pálida sed hidrópica del oro» (Poesía original, núm. 88, v. 14)...Ya explica Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española al definir esta enfermedad: enfermedad de humor aguoso que hincha todo el cuerpo [...] Algunas veces se toma por la avaricia, porque el hidrópico, por mucho que beba, nunca apaga su sed, ni el avariento por mucho que adquiera, su codicia.

Como serie de estas denominaciones injuriosas (miseria honrosa, pobreza ilustre, fatiga dulce, inquietud preciosa...) se organiza el significativo soneto «Séneca vuelve a Nerón la riqueza que le había dado»: Esta miseria, gran señor, honrosa, de la humana ambición alma dorada, esta pobreza ilustre acreditada, fatiga dulce y inquietud preciosa, este metal de la color medrosa y de la fuerza contra todo osada te vuelvo; que alta dádiva invidiada enferma la fortuna más dichosa. Recíbelo, Nerón, que en docta historia más será recibirlo que fue darlo, y más seguridad en mí el volverlo, pues juzgarán, y te será más gloria, que diste oro a quien supo despreciarlo para mostrar que supo merecerlo.

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Los oficios productivos36. El mercader La inquina de don Francisco a los oficios y actividades mercantiles se ha relacionado con su conservadurismo ideológico, enemigo de las presiones sociales o económicas que puedan desestabilizar la seguridad de la nobleza (Caminero, 1980, p. 29). En este sentido se liga estrechamente a los temas de la falsa nobleza, judíos y del poder del dinero37. Entremezcladas con esta impronta ideológica se hallan ramificaciones procedentes de la tradición literaria y folklórica (ya Marcial critica a taberneros y posaderos)38 y de la propia realidad: los abusos de algunos oficiales, la adulteración del vino o de los pasteles, son hechos cotidianos que fundamentan parte de la sátira de Quevedo. Tampoco debe olvidarse que estos personajes de ínfima categoría social son los propios del género satírico y burlesco39. La sátira de los bajos oficios es muy intensa en Quevedo, que reúne amplísimos repertorios en los Sueños y La hora de todos. Es tema que he estudiado a propósito de la poesía (Arellano, 1984) y no volveré detenidamente sobre ello, limitándome a apuntar algunos detalles. De nuevo es la codicia el rasgo que unifica todas las críticas particulares:

Y afirman, en conclusión, de los oficios que canto, que ya no hay oficio santo sino el de la Inquisición; quien no es ladrillo, es ladrón. (Poesía original, núm. 651, vv. 65-69)

La sátira más grotesca es la que afecta al pastelero: el leitmotiv satírico es siempre el de las porquerías40 que utiliza para elaborar sus pasteles: moscas, perros muertos, gatos, pieles, carne de ahorcado, caballos muertos, etc. En el poema núm. 631, écfrasis del retrato de un pastelero, ­enumera las materias con las que fabrica la masa de carne: En esta sección reutilizo materiales de Arellano, 1984. Ver Müller, 1978, pp. 236-237. 38  Ver Sánchez Alonso, 1924. 39  Ver López Pinciano, sobre el mimo, Filosofía antigua poética, t. iii, p. 243. 40  Ver Poesía original, núms. 631, vv. 10-11; 639, v. 293; 646, vv. 9-15; Sueños, pp. 116, 194; Herrero García, 1977, pp. 129-136. 36  37 

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Y sábese por cierto que en su tiempo ni hubo perro muerto, rocines, monas, gatos, moscas, pieles que no hallasen posada en sus pasteles. (vv. 9-12)

A voces persiguen en el infierno a un malaventurado pastelero que ha hecho sus pasteles con carne de los ahorcados hechos cuartos y puestos en escarmiento por los caminos (chiste que reaparece en el Buscón), que le reclaman el día del juicio sus miembros para poder recomponerse: Pero tales voces como venían tras de un malaventurado pastelero no se oyeron jamás, de hombres hechos cuartos y pidiéndole que declarase en qué les había acomodado sus carnes confesó que en los pasteles y mandaron que les fuesen restituidos sus miembros de cualquier estómago en que se hallasen. Dijéronle si quería ser juzgado y respondió que sí, a Dios y a la ventura. La primera acusación decía no sé qué de gato por liebre, tantos de güesos (y no de la misma carne, sino advenedizos), tanta de oveja y cabra, caballo y perro. Y cuando él vio que se les probaba a sus pasteles haberse hallado en ellos más animales que en el arca de Noé, porque en ella no hubo ratones ni moscas41 y en ellos sí, volvió las espaldas y dejolos con la palabra en la boca. (Sueños, p. 116)42

El sastre es otro de los oficios criticados con frecuencia, acusado de mentir y de defraudar en la medida de las telas. Muchos pasajes de la

41  ratones ni moscas: en el Arca de Noé no entraron las especies animales que no eran afectadas por la destrucción del Diluvio universal, como los peces, que viven en el agua, los híbridos, que nacerían de los conservados, o los animales que se generan sin necesidad de coito ni padres de su especie, como el ratón, que se engendra, según se creía, de la misma suciedad. Como recuerda, por ejemplo, el P. Kircher en su tratado El arca de Noé, p. 71: «cuando dice el Texto Sagrado: “De todos los animales vivientes”, hemos de entenderlo referido a todos los animales perfectos, simples y de una sola especie, nacidos de la unión natural entre el macho y la hembra, pues solamente estos debían entrar en el arca»; los insectos, entre ellos las moscas, de acuerdo con el P. Kircher, pueden nacer, según sus variedades, de las exhalaciones del vino, de la putrefacción de partes terrestres, del agua corrompida, de la putrefacción de cadáveres, etc. (id., pp. 71-72). El ratón nace también de la suciedad: «animal sucio, que suele engendrarse de la corrupción» (Covarrubias). 42  Otro pasaje muy denso contra las suciedades de los pasteles y los fraudes de los pasteleros en Sueños, p. 194.

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poesía satírica insisten en el inevitable latrocinio43. En todo caso para el locutor satírico del Sueño del infierno merecen la condena y son tan abundantes los sastres ladrones que van en escuadrones al infierno: llegaron a mis compañeros y dijeron que eran sastres; y dijo uno de los diablos: —Deben entender los sastres en el mundo que no se hizo el infierno sino para ellos, según se vienen por acá. Preguntó otro diablo cuántos eran. Respondieron que ciento, y respondió un demonio mal barbado entrecano: —¿Ciento y sastres? No pueden ser tan pocos. La menor partida que habemos recibido ha sido de mil y ochocientos. En verdad que estamos por no recibilles. Afligiéronse ellos, mas al fin entraron. Ved cuáles son los sastres, que es para ellos amenaza el no dejarlos entrar en el infierno. (Sueños, p. 183).

La crítica de los plateros del soneto 554 («Si el mundo amaneciera cuerdo un día / pobres anochecieran los plateros, / que las guijas nos venden por luceros / y en migajas de luz jigote al día») se produce de modo subsidiario, ligada al tema moral de la vanidad y lujo inútil, lo mismo que en el pasaje paralelo del Sueño del Infierno: Si Dios hiciera que el mundo amaneciera cuerdo un día, todos estos quedaran pobres, pues entonces se conociera que en el diamante, perlas, oro [...] pagamos más lo inútil [...] que lo necesario y honesto. Y advertid [...] que la cosa que más cara se os vende en el mundo es lo que menos vale, que es la vanidad que tenéis. (Sueños, p. 197)

La estructura poética de las letrillas resulta propicia para la revista de los oficios: un completo catálogo puede acumularse en este conjunto de poemas. Remito para algunos ejemplos a Poesía original: letrados, sastres (núm. 646), escribanos, letrados, jueces, venteros (núm. 647); taberneros aguadores del vino (núms. 634, 639, 651, 711, 753), bodegonero (núm. 639), pasteleros (núm. 651), mercader (núms. 668, 697, 750), buhonero (núm. 685), etc.

Poesía original, núms. 645; 646; 697; 749; 750; 786; 849. Ya en la Danza de la Muerte se le caracteriza por sus hurtos: Nolting-Hauff, 1974, pp. 118-119. 43 

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Especial interés para mis objetivos en esta ocasión es la crítica a la categoría designada en general como «mercader». ¿Cómo aparece el mercader en las numerosas menciones de pasada, más o menos desarrolladas en motivos concretos de poemas con temas variados? Rapante, interesado, codicioso, fraudulento, ladrón, con tiendas oscuras que no permiten advertir sus triquiñuelas...Veamos solo algunas citas pertinentes:

Que el mercader dé en robar con avaricia crecida, que hurte con la medida sin tenerla en el hurtar... (Poesía original, núm. 668, vv. 16-19) En los ojos trae por niñas dos mercaderes rapantes que al rico avariento cuentan en el infierno los reales. (Poesía original, núm. 874, vv. 13-16) De su castillo y león son uñas y son troneras los mercaderes que hurtan y lo oscuro de las tiendas. (Poesía original, núm. 737, vv. 45-48, se dirige a Valladolid) los ojos más escondidos que tienda de mercader (Poesía original, núm. 767, vv. 71-72)

El gato de un mercader comenta las condiciones de su dueño, más gato ‘ladrón’ que el locutor jocoso del poema «Consultación de los gatos, en cuya figura también se castigan costumbres y aruños»:

Un mercader me dio en suerte la violencia de mis astros que es más gato que yo proprio, pues vive de dar gatazos, y por la vara en que mide ha venido a trepar tanto,

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que se ha subido a las nubes para que lo lleve el diablo. Mejor gatea que yo, y regatea por ambos; a lo ajeno dice mío, que es el mi de nuestro canto. (vv. 65-75)

En los Sueños el mercader se caracteriza por el símbolo de la uña ‘robo’: Pero lo que más me espantó fue ver los cuerpos de dos o tres mercaderes que se habían calzado las almas al revés y tenían todos los cinco sentidos en las uñas de la mano derecha. (p. 97) Los mercaderes, que se condenan por vender, están con Judas. (p. 151)

En El alguacil endemoniado la crítica de los mercaderes aduce los motivos del robo, la sátira contra los genoveses, la práctica de los asientos, y la poca rentabilidad de las riquezas de Indias, que acaban en manos extranjeras: —¿Quién te mete ahora con los mercaderes?— dijo Calabrés. —Manjar es que nos tiene ya empalagados a los diablos y ahítos y aun los vomitamos. Vienen allá a millares, condenándose en castellano y en guarismo. Y habéis de saber que en España los misterios de las cuentas de los ginoveses son dolorosos para los millones que vienen de las Indias y que los cañones de sus plumas son de batería contra las bolsas, y no hay renta que si la cogen en medio el Tajo de sus plumas y el Jarama de su tinta no la ahoguen. Y en fin, han hecho entre nosotros sospechoso este nombre de asientos, que como significan otra cosa que me corro de nombrarla, no sabemos cuándo hablan a lo negociante o cuando a lo deshonesto. Hombre destos ha ido al infierno, que viendo la leña y fuego que se gasta, ha querido hacer estanque de la lumbre y otro quiso arrendar los tormentos pareciéndole que ganara con ellos mucho. Estos tenemos allá junto a los jueces que acá los permitieron.

Especial relevancia en esta visión crítica tienen los mercaderes y financieros extranjeros, a los que se acusa de sacar la plata de España. En la coyuntura de las medidas monetarias, y los conflictos de moneda de plata y de vellón, se advierte —como era de esperar— la fuga de

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la moneda más valiosa (la de plata) que en El chitón de las tarabillas (pp. 84-85) se expresa mediante la imagen agresiva de la caza en la que los extranjeros arrebatan, como aves de presa, la riqueza española: Con perdón de vuestra Excelencia, con tu licencia me atrevo a una comparación: los extranjeros han imitado al cazador, que viendo en las águilas mayor velocidad y fuerza, más presto vuelo, más larga vista, y que por esto les hacía menos la volatería, y entre las demás aves, sus halcones y neblíes cogieron águilas tiernas, enseñáronlas a cazar para sí y luego las soltaron para su mayor logro. Zurzo, y creo que poco se han de ver las puntadas.Vieron los cazadores de Francia, de Italia y Holanda que la plata y el oro nuestro eran águilas que no los dejaban cosa a vida, de cuyo precio y codicia no se escapaba ni su mercancía, ni su trabajo, ni su industria. Dieron traza de cogerlos al nacer, en el nido, tan desnudos que la primer pluma que vistiesen fuese la suya; recogiéronlos en sus alcándaras, enseñáronlos a cazar y ahora nos los sueltan para que nos arrebaten lo que nos queda. Vienen cien reales en plata o en oro volando y llévanse otros sesenta o ochenta en las uñas. Pues si la baja les quita la presa, ¿no es hacerles pagar las uñas de vacío y que pierdan sus garras al retorno?

De todos los extranjeros destacan los asentistas genoveses, que dominaban en cierto momento buena parte de los asuntos financieros de la Corona, motivo muy conocido que no requiere de muchos comentarios. Quevedo los llama en el Buscón «anticristos de las monedas de España», y en otros textos insiste en la denuncia de sus actividades financieras, como en la letrilla «Oyente, si tú me ayudas»:

Este sí que es trasquilón y desquilar peregrino, venir por el vellocino, y dejarnos el vellón. Solo hallo una invención para tener los dineros, que es no tener extranjeros, pero si va como va, ello dirá, y si no lo diré yo. Más vale para la rueda que mueve los intereses

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el bajar los ginoveses44 que no subir la moneda. No se siente, estese queda; que en los asientos que ve45 su caudal estará en pie y el nuestro se sentará. Ello dirá, y si no lo diré yo. (Poesía original, núm. 654, vv. 23-44)

Todo, sin embargo, es relativo. Frente a las abundantes acusaciones contra los genoveses (Sueños, pp. 125, 348 «los genoveses son lamparones del dinero»...), asoma alguna palabra positiva en el cuadro xxviii de La hora de todos, al preferir Génova la alianza con España a la que les propone el rey de Francia, aunque no deja de ser una alianza interesada, ya que los genoveses no se pueden despegar de los asientos que han hecho con la Corona española («habiendo entendido la propuesta del rey de Francia y queriendo ir a obedecer su mandato, se les habían pegado de suerte los asientos de España que no se podían levantar», p. 274). La opción por los financieros genoveses se le presenta a Quevedo como mal menor en las circunstancias provocadas por el apoyo de Olivares a los hombres de negocios portugueses, muchos conversos. Entre los marranos vecinos y los genoveses la elección es clara, como plantea ferozmente en la vergonzosa Execración contra los judíos46. Olivares había dado entrada a los asentistas portugueses hacia 1626 y en los años siguientes se produce un debate con posturas enemigas a las medidas del conde-duque, mezcladas también con maquinaciones de 44  ginoveses: buena parte de las finanzas del Siglo de Oro estaban en manos de banqueros y hombres de negocios genoveses, muy citados en las sátiras; ver, por ejemplo, Quevedo, Buscón: «Topamos con un ginovés, digo con uno destos antecristos de las monedas de España»; Poesía original, núm. 327, vv. 11-14: el dinero «Nace en las Indias honrado, / donde el mundo le acompaña, / viene a morir en España, / y es en Génova enterrado».Ver Pike, 1963, para la imagen de los genoveses en la literatura del Siglo de Oro. 45  asientos: todo el pasaje juega con los sentidos de sentarse, asiento, con el significado financiero de asiento ‘tipo de contrato o concesión’. 46  Para los detalles de las circunstancias económicas, la oposición a Olivares, todo este debate y el texto de la Execración ver la ed. de Cabo y Fernández Mosquera, por la que cito.

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diversas facciones políticas. Cabo y Fernández Mosquera, en su edición del opúsculo quevediano trazan las coordenadas históricas y económicas en las que nace la Execración. En los años 30 del siglo xvii se producen detenciones y autos de fe contra algunos destacados agentes financieros portugueses, acusados —como hará Quevedo— de tratos cómplices con los judíos holandeses. La mezcla de materiales ideológicos, religiosos, económicos, políticos y personales que sustenta la Execración es explosiva: Quevedo reclamará la persecución de los judíos, argumentando que sus asientos son equivalentes a las monedas de Judas, precio de sangre que merece el máximo castigo: Perezcan, señor, todos y todas sus haciendas. Escoria es su oro, hediondez su plata, peste su caudal. Jesucristo Nuestro Señor nos enseñó en naciendo a huir del oro de los judíos [...] debemos los cristianos huir, en nuestras necesidades, de acudir a las bolsas de los judíos por dinero; gente de tan encarecida iniquidad y de tan hereditaria apostasía [...] sus socorros y letras antes son espías contra las órdenes de vuestra majestad a sus enemigos que socorros. [...] dependen para toda la puntualidad y aceptación de sus letras de los que son enemigos de vuestra majestad. (pp. 118-120)

En esa coyuntura es preferible apelar a los genoveses «república cristianísima y opulenta» (p. 126). El tesoro trasladado de España a Génova, confiesa Quevedo, «ha mudado de lugar, yo lo confieso, mas no ha mudado de señor» (p. 127). Puede completarse la consideración de los asentistas judíos en el pasaje de La hora de todos relativo a los judíos y los monopantos (cuadro xxxix). Los rabinos de Europa se juntan en Salonique con los monopantos, pueblo malicioso e hipócrita gobernado por Pragas Chincollos (figura de Olivares). Son idólatras del oro: Ha considerado esta sinagoga que el oro y la plata son los verdaderos hijos de la tierra que hacen guerra al Cielo, no con cien manos solas, sino con tantas como los cavan, los funden, los acuñan, los juntan, los cuentan, los reciben y los hurtan. Son dos demonios subterráneos, empero bienquistos de todos los vivientes; dos metales, que cuanto tienen más de cuerpo, tienen más de espíritu. No hay condición que les sea desdeñosa, y si alguna ley los condena, los legistas e intérpretes della los absuelven. [...] La moneda es la Circe, que todo lo que se le llega u de ella se enamora, lo muda en varias formas: nosotros somos el verbi gratia. El dinero es un dios de rebozo, que

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en ninguna parte tiene altar público y en todas tiene adoración secreta; no tiene templo particular, porque se introduce en los templos. Es la riqueza una seta universal en que convienen los más espíritus del mundo, y la codicia, un heresiarca bienquisto de los discursos políticos y el conciliador de todas las diferencias de opiniones y humores. (Hora de todos, pp. 318-320)

Dinero: dios de rebozo, que en ninguna parte tiene altar público y en todas tiene adoración secreta. Así ve el satírico Quevedo el dominio del dinero que todo lo convierte en mercancía venal, sin respetar el honor, la religión, la dignidad o la conciencia. Desde este punto de vista toda actividad humana se presenta a los ojos indignados de Quevedo-satírico como una actividad mercantil, afectada naturalmente por todas las falencias que caracterizan su desempeño. Ni un sentimiento tan idealizado en la poesía lírica como el amor se salva. Una mercancía particular: amor mercancía, maridillos y dinero Las relaciones amorosas se convierten en puramente mercantiles de parte de la mujer y de la figura —tan quevediana— del «maridillo». Las mujeres, en efecto: Han hecho mercadería sus favores y sus cuerpos, introduciendo por ley que reciban y que demos. (Poesía original, núm. 697, vv. 85-88)

Dos estructuras binarias, una contrastiva y otra complementaria, reflejan el concepto de las relaciones sexuales (más que del amor) que desarrolla esta literatura: la primera opone a la pidona y al caballero tenaza; la segunda hace cómplices a la mujer y al cornudo paciente. Frente al interés declarado de la mujer Quevedo presenta a su anta­go­ nista, el caballero de la Tenaza, verdadera creación del poeta, ya conformado con toda precisión en las Cartas del caballero de la Tenaza (1600-1606)47.

47  Para Mas, 1957, p. 150, este es el corazón de la sátira de Quevedo; la pareja antagonista de la pedigüeña y el tenaza es «thème majeur de la satire de Quevedo» (p. 152).Ver Mas, 1957, pp 152-159.

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La venalidad y rapacidad de la mujer es omnipresente y resultaría interminable la cita de textos (Arellano, 1984, cap. 1.2., «La degradación de lo erótico y la sátira de la mujer»). Baste remitir al soneto (Poesía original, núm. 586) «diálogo de galán y dama desdeñosa», que establece un contraste paródico entre el lenguaje del galán (tópico amoroso) y las respuestas de la dama, que resultan siempre peticiones de dinero: la interpretación literal y el chiste satírico ridiculizan los tópicos amatorios del enamorado que da palabras pero no monedas (vv. 7-8, 10-14): Galán ¿Qué quieres más de un hombre? Dama Más dinero, y el oro en bolsa, y no en cabellos rojos. [...] Galán Tu vista hiere. Dama ¿Es vista puntiaguda? Galán Róbame el pecho. Dama Más valdrá una tienda. Galán ¿Por qué conmigo siempre fuiste cruda? Dama Porque no me está bien el ser cocida. Galán Muérome, pues. Dama Pues mándame tu hacienda.

Otro diálogo semejante sirve de esquema para la letrilla burlesca núm. 664, en donde a la voz de la pidona responde la voz del galán conformado ya como tenaza que prefiere guardar su dinero a los favores que la dama pueda ofrecerle. Las pretensiones de la mujer venal enfrían los ardores amorosos del galán tacaño:

Galán

Dama Galán Dama Galán Galán Dama

Si queréis alma, Leonor, daros el alma confío. ¡Jesús, qué gran desvarío! Dinero será mejor. Ya no es nada mi dolor. ¿Pues qué es eso, señor mío? Diome calentura y frío, y quitóseme el amor. [...] Y ¿es poco daros, Leonor, si toda el alma os confío? ¡Jesús, qué gran desvarío!

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Galán Dama Galán Dama Galán Dama Galán Dama Galán Dama

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Dinero fuera mejor. Dareos su pena también. Mejor será una cadena que vuestra alma, y más en pena. Con pena pago el desdén. Para una necesidad no hay alma como el dinero. Queredme vos como os quiero, por sola mi voluntad. No haremos buena amistad. ¿Por qué vuestro humor la estraga? Porque cuando un hombre paga, entonces trata verdad. ¿Qué más paga de un favor que el alma y el albedrío? ¡Jesús, que gran desvarío! Dinero será mejor.

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El caballero tenaza no considera buen negocio el cambio de su dinero por la mercancía en cuestión, y aconseja a otros incautos que sigan su misma estrategia. Los consejos «para gastar la prosa y guardar la mosca» constituyen un verdadero subgénero temático: Cartas del caballero de la Tenaza, Entremés del caballero de la Tenaza, Entremés del niño y Peralvillo de Madrid, en prosa festiva y entremeses; y en el territorio de la poesía satírica y burlesca los núms. 563 «Procura también persuadir aquí a una pedidora perdurable la doctrina del trueco de las personas», 686 «Dificultades suyas en el dar», 706 «Quejas del abuso de dar a las mujeres», 710 «Significa su amor a una dama y procura introducir la doctrina del no dar a las mujeres», 727 «Responde a la sacaliña de unas pelonas», entre otros, explayan infinitas variaciones del lema del tacaño.

Yo estoy en mi juicio y en mi seso y estimo más un cuarto que no un beso. (Poesía original, núm. 626, vv. 29-30)

La otra pareja que merece ser apuntada es la de mujer/maridillo. Nada hay aquí de preocupaciones del honor, ni disimulo alguno: el maridillo quevediano no es el tradicional marido engañado de la literatura burlesca anterior, sino un negociante que maneja su fuente de ingresos con técnicas económicas, exposición de la mercancía,

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r­ eclamos ­comerciales, habilidades de mercadeo, estudio de la clientela... Estos mercaderes pueden rentabilizar la mercancía más productiva, ya que la venden una y otra vez sin merma, esto es, pueden vender muy beneficiosamente a sus mujeres: Los siempre condenados mercaderes mujeres toman ya por granjería, como toman agujas y alfileres. Dicen que es la mejor mercadería, porque la venden y se queda en casa,48 y lo demás, vendido, se desvía. (Poesía original, núm. 639, vv. 52-57)

Lo mismo que proliferaban consejos para guardar la mosca, abundan los consejos de cornudos veteranos a los principiantes (ver el opúsculo El siglo del cuerno), animándolos a practicar con habilidad el oficio o dándoles cuenta de las dificultades del mercado, por ejemplo, por el exceso de oferta que hace bajar los precios y dificulta la competencia: ¿Y debe de pensar vuesa merced que es solo cornudo en España? Pues ha de advertir que nos damos acá con ellos, y se trata que, como a oficio, se les señale cuartel aparte y calle; como hay lencería y judería hay cornudería; no sé si se hallará sitio para todos. Dichoso vuesa merced que es solo cornudo en su lugar, donde es fuerza que todos acudan, no aquí que nos quitamos la ganancia los unos a los otros, tanto que si no se hace saca de cornudos para otra parte se ha de perder el lugar. (Prosa festiva, p. 312)

En la sección de consejos puede el lector curioso consultar los poemas de Poesía original, núms. 721 «Documentos de un marido antiguo a otro moderno», en el que dice al moderno, entre otras cosas:

48  González de Salas anota en El Parnaso español: «Marcial». Alude al epigrama 102 del libro xii, «Ad Milonem», que se elimina en ediciones modernas, pero que en las que manejó Quevedo o González de Salas se incluía: «Thura, piper, uestes, argentum, pallia, gemmas / uendere, Milo, soles, cum quibus emptor abit. / Coniugis utilior merx est, quae, uendita saepe / uendentem nunquam deserit, aut minuit» ‘incienso, pimienta, vestidos, plata, telas, joyas, sueles vender, Milo, y el comprador se lo lleva; mejor mercancía es tu mujer, la vendes muchas veces y se queda en casa’.

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¿Cómo no se corre, hermano, de andar desnudo teniendo unos ojos mercaderes y unas mejillas talegos? (vv. 37-40)

O los núms. 715 («Doctrina de marido paciente»); 716 («Marido que busca acomodo y hace relación de sus propiedades»); 760 («Alega un marido sufrido sus títulos en competencia de otro»): los epígrafes son suficientemente indicativos. Comparten el negocio con las alcahuetas, vistas también como mercaderes del apetito: sus posadas o casas son en realidad tiendas: «mandamos que nadie llame vuestras posadas casas sino tiendas, pues todas sois mercaduría» (Prosa festiva, p. 336). Otros vendedores de su conciencia Lo mismo que sucede con las mujeres y los maridillos sucede con otros oficios y cargos, que no merece la pena ahora ilustrar con más textos (que serían numerosos)49. En la corrupción provocada por el dinero y el interés están incursos, por ejemplo, todos los funcionarios de justicia, desde los escribanos a los alguaciles, jueces y letrados. Las metáforas mercantiles no faltan, como en el importante soneto «A un juez mercadería»: Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!, menos bien las estudias que las vendes; lo que te compran solamente entiendes; más que Jasón te agrada el Vellocino.50 49  Vuelvo a remitir a Arellano, 1984, donde se tratan estos oficios y su corrupción desde la perspectiva del satírico. No hago ahora un rastreo sistemático; solo doy algunos ejemplos aleatorios para completar el panorama de la ‘mercantilización’ de toda actividad humana en estos textos de Quevedo. 50  Jasón, vellocino: Jasón era el jefe de los argonautas que fueron a buscar el Vellocino de oro a la Cólquida; este juez prefiere el vellocino, por ser de oro. Hay una dilogía con el nombre de un famoso jurista, Maino, llamado Jasón; nació en 1435, hijo ilegítimo del milanés Andrea Maino. Enseñó leyes en Pavía, y tuvo actividades diversas de consejero de magnates y embajador. Fue autor de numerosas obras, como unos comentarios sobre el Digesto, un tratado De iure emphyteotico, etc. A un juez debería agradarle este Jasón, autor de textos jurídicos, pero el del soneto prefiere los cohechos.

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El humano derecho y el divino, cuando los interpretas los ofendes, y al compás que la encoges o la estiendes tu mano para el fallo se previno. No sabes escuchar ruegos baratos, y solo quien te da te quita dudas; no te gobiernan textos, sino tratos. Pues que de intento y de interés no mudas, o lávate las manos con Pilatos, o con la bolsa ahórcate con Judas.

O los médicos, solo preocupados por su ganancia, que no curan al enfermo y además lo arruinan. Es un tema muy antiguo el de la sátira de los médicos y —como los asuntos monetarios— toma nuevo impulso en el Barroco51. De nuevo la sátira quevediana se extiende en un amplio espectro52: la acerba diatriba contra la medicina y los médicos que se puede leer en Virtud Militante se inscribe en una reflexión filosófico religiosa sobre la enfermedad y la muerte, de matices estoicos. El médico es el mayor enemigo de la vida del hombre y el más caro: de ninguna enfermedad se muere sin asistencia de la medicina; pocos males son tan hábiles que sin la mano del físico sepan acabar con el hombre [...] viene a ser tan poderosa la paga que sienten que se acabe el enfermo porque se acaba la cura, no la vida. (Prosa, p. 1456)

Todo este mundo es trueco interesado En el corpus satírico de Quevedo podríamos aumentar los ejemplos mencionando otros oficios y tareas sometidos a la corrupción del «poderoso caballero» o «dios de rebozo» que todo lo domina en el mundo, pero no lo considero necesario. Hay muchos trabajos —algunos citados en estas páginas— en los que el interesado podrá ampliar datos y casos. La visión que tiene Quevedo del mundo como «trueco interesado» queda muy clara en todos los textos aducidos, pero quisiera terminar con un soneto ejemplar en este sentido, por la manipulación quevediana, que invierte el mensaje original. Me refiero al soneto núm. 560 (­Poesía 51  52 

Ver Rallo, 1979, pp. 180-193. Solo falta el motivo del médico converso: ver Glaser, 1954, p. 46.

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original), inspirado en el epigrama clx de Alciato, con el mote «Mutuum auxilium», y cuya pictura muestra a un ciego llevando en hombros a un cojo que le sirve de lazarillo, con el fin de enseñar, en palabras de su traductor, Daza Pinciano53, «que los hombres se han de favorecer unos a otros». El texto de Quevedo es: El ciego lleva a cuestas al tullido: dígola maña y caridad la niego; pues en ojos los pies le paga al ciego el cojo, solo para sí impedido. El mundo en estos dos está entendido, si a discurrir en sus astucias llego: pues yo te asisto a ti por tu talego; tú, en lo que sé, cobrar de mí has querido. Si tú me das los pies, te doy los ojos: todo este mundo es trueco interesado. (vv. 1-10)

La versión de Daza en rimas españolas es: «Juntó Fortuna a dos de enfermedad / diversa de sus cuerpos lastimados / mas tan conformes en la voluntad / que a un mismo parecer fueron llegados. / Conciértanse que el que es de ceguedad / enfermo, a el manco lleve, y concertados / van por su vía a entrambos manifiesta, / que uno la vista, el otro los pies presta». En otras versiones de la ilustración (por ejemplo, en la edición de Augsburgo, 1531) aparece un ciego apoyando su mano en el hombro de un cojo con pata de palo, pero esa ilustración es peor, porque el cojo puede andar por sí mismo, aunque apoyado en su bastón, y la lección queda menos clara. Tomo la ilustración de la ed. de Padua (1621) donde lleva el núm. clxi. 53 

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El caso que en Alciato expresa una lección de solidaridad, se convierte en pesimista constatación del egoísmo humano: si el ciego lleva a cuestas al tullido es por maña, no por caridad (v. 2); el léxico seleccionado (le paga, talego, cobrar, trueco interesado, se cambian...) implica una visión interesada de la mutua ayuda. Como apunta Geisler (2013, p. 254), para Quevedo La realidad se presenta como un mercado total, como un empeño constante por parte de los humanos para conseguir la mediación, la comunicación que se logra por medio del dinero, pero los eremitas enseñan que también puede haber vida sin esas mediaciones...

Si se quiere vivir sin dinero y sin contacto con la actividad comercial, en efecto, la única solución es irse al desierto y vivir como eremita: los que en los desiertos, sin la comunicación de la gente, vestidos de hierbas y cortezas de árboles y alimentados de legumbres y raíces y hierbas enseñan que se puede vivir en el mundo sin él [sin dinero] y que Dios hace el gasto a los suyos sin el medio del dinero y tráfago y comercio humano... (Prosa, p. 1601)

Pero que esta negación del mundo pudiera constituir una enseñanza práctica, ni el propio Quevedo podría creérselo en sus horas más estoicas, ascéticas y anticapitalistas. Bibliografía Alarcos García, Emilio, El dinero en las obras de Quevedo,Valladolid, Universidad de Valladolid, 1942. Alciato, Andrea, Emblemata, Padua, Petro Paulo Tozzi, 1621. — Emblemas, traducción en rimas españolas por Bernardino Daza, ed. Rafael Zafra, Palma de Mallorca, Olañeta, 2003. Alonso Hernández, José Luis, Léxico del marginalismo del Siglo de Oro, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1977. Arellano, Ignacio, Poesía satírico burlesca de Quevedo, Pamplona, Eunsa, 1984. Reeditado en Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2003. Aut, Diccionario de autoridades, Real Academia Española, ed. facsímil, Madrid, Gredos, 1990, 3 vols.

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— Poesía original, ed. José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta, 1981. — Prosa festiva, ed. Celsa C. García Valdés, Madrid, Cátedra, 1993. — Execración contra los judíos, ed. de Santiago Fernández Mosquera y Fernando Cabo Aseguinolaza, Barcelona, Crítica, 1994. — Los sueños, ed. Ignacio Arellano, Madrid, Cátedra, 1996. — El chitón de las tarabillas, ed. Manuel Urí, Madrid, Castalia, 1998. Rallo, Asunción, Antonio de Guevara en su contexto renacentista, Madrid, Cupsa, 1979. Remiro de Navarra, Baptista, Los peligros de Madrid, ed. Soledad Arredondo, Madrid, Castalia, 1996. Riandière de la Roche, Josette, «La satire du monde à l’envers dans la Hora de todos de Quevedo» en L’image du monde renversé et ses représentations littéraires, Paris, J.Vrin, 1979, pp. 55-71. Sánchez Alonso, Benito, «Los satíricos latinos y la sátira de Quevedo», Revista de Filología Española, 11, 1924, pp. 33-62 y 113-153.

El gran mercado del mundo, expresión de la teoría económica barroca Ana Suárez Miramón Universidad Nacional de Educación a Distancia, Madrid

Aunque la utilización de los problemas económicos por parte de Calderón no es exclusiva de este auto1, El gran mercado del mundo representa la mejor disección literaria de todos los problemas económicos que habían llevado a España a su total decadencia. El periodo de 1598 a 1635 fue tan desastroso en la economía que muchos autores de formación escolástica y teólogos preocupados por el problema pidieron la reformación de la economía y las costumbres para solucionar los graves conflictos existentes. González de Cellórigo, Cristóbal Pérez de Herrera, Mateo López Bravo, Cevallos, Martín Azpilizcueta, el padre Mariana y Sancho de Moncada2 atendieron a los diversos factores que impedían la regeneración del país: la fluctuación de la moneda, con la consiguiente pobreza, la subida exagerada de precios, los altos tributos y los fraudes derivados de un comercio exterior sin control. Si los teólogos, en principio ajenos a la economía, tuvieron que intervenir en el debate económico por las proporciones del problema y sus imbricaciones con la moral y la justicia, no es extraño que un autor como Calderón, Remitimos, para una información más completa de los autos donde aparece el tema, a nuestro estudio de El gran mercado del mundo, 2005. 2  Aunque sus obras no tenían la intención de ser tratados de teoría económica, sí exponen sus ideas económicas analizando siempre las relaciones de causas y consecuencias para determinar la equidad y la justicia que debía seguirse en todo acto mercantil que afectaba a la moral y al derecho. 1 

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v­ olcado en los problemas de su época, utilizase el tema para dramatizar las relaciones sociales derivadas del comercio. Puede afirmarse que no hay otra obra en el teatro áureo donde los problemas económicos de la época estén mejor representados que en el auto calderoniano. No solo expresa la alegoría de la existencia en términos mercantiles, sino que también nos transmite una amplia información del comercio, desde el vocabulario y los elementos jurídico-­ sociales asociados al mismo, hasta uno de los temas más importantes de la época, como el del mayorazgo, prioritario en las teorías de los teólogos y moralistas por su repercusión en la economía. El tema de la economía le permitía sintetizar todo un legado humanista, bíblico y crítico, y conectarlo de manera sencilla y natural con el inmediato mercado cotidiano y los fraudes, engaños y falta de dinero que surgían en torno a ese espacio de gran atractivo pese a todo. El punto de partida de la acción del auto, la voluntad de crear un mayorazgo por el Padre, responde a una realidad social muy problemática, y de gran interés para el dramaturgo por cuanto permitía centrar en él diversos motivos (relaciones padres-hijos, pasiones —envidia, soberbia, orgullo, avaricia—, ansia de poder y la contradicción entre riquezas y ética), por lo que no se circunscribe a un momento concreto de su obra sino que, como una constante, se reitera en fechas y géneros distintos. Con el título El Mayorazgo está desarrollado también, en versión cómica, el entremés que acompañó al auto Lo que va del hombre a Dios (1642) y referencias a este tipo de herencia aparecen en Los alimentos del hombre (1676) y en La viña del Señor (1674), donde volvió a insistir en el tema de las relaciones paterno filiales y a juzgar la justicia o injusticia de las herencias. Asimismo, en Basta callar, Guárdate del agua mansa, Antes que todo es mi dama, Dar tiempo al tiempo, Las tres justicias en una, Los cabellos de Absalón, La niña de Gómez Arias, Mañana será otro día y Cada uno para sí puede encontrarse referencias al tema como elemento generador de conflictos familiares. En El gran mercado del mundo se parte de una situación jurídica compleja respecto al mayorazgo, pues ante dos hijos iguales el Padre no sabe a quién puede corresponderle. Uno de los hijos (Buen Genio) propone una fórmula que ayude al Padre a constituirlo «sin la pena de elegir» a uno sobre otro. Este planteamiento permite enfocar el tema desde la competencia entre hermanos3, en una época en la que convivían 3 

Ver Suárez, 2017.

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distintas interpretaciones por la incidencia de la institución en los problemas económicos. Se puede resumir las numerosas controversias en dos antagónicas: en la tradicional de origen feudal, en la cual la elección del mayorazgo recaía en el mayor, «el más fuerte y más formado» de los nacidos, y en la más justa y novedosa, que trataba de dar otras soluciones más ajustadas a la ley por la «acumulación de vínculos» que generaba la institución. El estudioso del tema, Bartolomé Clavero4, destacó el interés por el tema como «característica de la edad moderna castellana» y aportó interesantes ejemplos para ilustrar su avance desde mediados del siglo xvi, que se consolidó con el tratado de Luis de Molina, De hispanorum primogeniorum origine ac natura, y se afianzó con los influyentes Comentarios sobre la nobleza y el derecho de primogenitura del francés Tiraquelo. La apologética defensa del régimen feudal por este autor se asentaba en unas afirmaciones previas: «los mejores, más hermosos y más robustos son los primogénitos; peores por más deteriorados los que nacen después»; «entre todas las gentes del universo... la naturaleza nos enseña que los primogénitos son más honrados»5. Frente a estas interpretaciones ancladas en el pasado, López Bravo, autor considerado en nuestros días como «un socialista del siglo xvii» por sus ideas igualitarias, en su obra Del rey y de la razón de gobernar (1627)6 condenó la práctica de acumulación de riquezas en una única persona por considerarla injusta y beneficiar con ello la ociosidad. Defendió el mayorazgo por el merecimiento, la virtud y el esfuerzo, y consideró que no había que extenderlo «a perpetuidad ni más allá de la cuarta generación, a menos que el propietario mereciese esa prórroga por alguna hazaña ilustre», por «un premio de alguna virtud eximia ejercitada en el bien común del Estado». Según este autor, al que Calderón sigue muy de cerca en el auto, solo así se podía evitar la proliferación de gentes desocupadas. López Bravo apuntaló su teoría en el ejemplo de Cristo, estableciendo el paralelismo laico afín al divino justificado por ser Cristo el heredero de Dios. La tesis de este pensador rompía con los abusos de la institución, muy criticados desde el siglo xvi, y sobre todo en el primer tercio

Clavero, 1974. Clavero, 1974, p. 142. 6  Mechoulan, 1977, pp. 270-271. 4  5 

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del siglo xvii7, cuando las crisis económicas alcanzaron su mayor intensidad (1618, 1621 y 1627). Ese nuevo planteamiento permitía a teólogos y moralistas analizar el sentido del mayorazgo de acuerdo con planteamientos más justos, apartados de las leyes tradicionales de Castilla, y Calderón los acepta plenamente y demuestra su preocupación por la realidad jurídica, social y moral, al tiempo que fortalece la idea de Cristo (Buen Genio del auto) como merecedor del mayorazgo de Dios (Padre en el auto) por cumplir el mandato del padre. Al ser iguales los hermanos, y plantear el Padre su dificultad para elegir a uno sobre otro, Buen Genio le propone una posible solución más justa e imparcial que su mero criterio personal, injusto para uno de los dos: Tus hijos somos los dos; nunca has querido partir la hacienda, ni darnos nuestras legítimas, por decir que has de hacer un mayorazgo en el uno, y siendo así que los dos nacimos juntos sin saber, sin advertir cuál fuese el mayor, nos tienes no declarando hasta aquí a cuál has de reprobar ni a cuál has de preferir. (vv. 96-107)8

Si el punto de partida lo constituye el mayorazgo, la prueba a la que se someten los hijos articula la estructura del auto. El Buen Genio le pide un talento al Padre para probar su capacidad en las compras y, una vez que el hermano está de acuerdo, el Padre establece las condiciones del experimento: obtendrá el mayorazgo, y además la mano de la bella Gracia, quien adquiera más bienes con el mismo «caudal»: talento igual daré a los dos, y advertid que el que mejor lo empleare 7  El peligro de la inestabilidad social y la despoblación, debidas entre otras causas al descenso demográfico, estaba en contradicción con los mayorazgos que generaban ocio, pobreza, lujo e incluso el celibato eclesiástico. 8  Citamos por nuestra edición, 2005.

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y vuelva después aquí con más adquiridos bienes, esposo será feliz de Gracia, y no solamente mi heredero. (vv. 276-283)

Tras ese primer planteamiento moderno del mayorazgo, el dramaturgo elabora un entramado de relaciones propio de la economía. Esas relaciones y sus consecuencias son las mismas que aparecen en los economistas del momento9: empobrecimiento por la devaluación de la moneda, justicia e injusticia de la riqueza, daños morales, una sociedad cuya máxima estima es el dinero10, holgazanería, falta de trabajo, etc. Desde esta perspectiva, el auto constituye una muy interesante fuente informativa de la complejidad que entrañaba aplicar la justicia en el tema económico. Calderón analiza todos los elementos que habían abordado los teólogos preocupados por el tema, desde el institucional mayorazgo al popular mercado, las ferias, el mundo picaresco, la pobreza, la holgazanería e incluso el comercio marginal de los gitanos, para ofrecernos un amplio panorama del tema y de sus consecuencias. No hay elemento de la realidad comercial que no esté presente en el auto. Es difícil encontrar otro ejemplo literario donde se pueda hallar tantas denominaciones del mundo mercantil, desde la acumulación de bienes (mayorazgo) a la relación e intercambio de mercancías (mercado, feria, plaza) y las consecuencias sociales de la práctica económica (mendigos, holgazanes, limosna, pobreza, mal vestidos). «Mercado franco», «comprar», «vender», «maravedís», «caudal», «hacienda», «partición», «herencia», «gastar», «bienes», «adquirir», «rico», «riqueza», «precio», «heredero», «ganancia», «tratar», «contratar», «costar», «dinero», «pagar», «costa», «deber», «robar», «franco», «jueves día feriado», «pobres», «puestos», «precios», «mercaderes», «mercaduría», «barato», En realidad, fueron los escolásticos españoles, como han demostrado los historiadores del pensamiento económico actual, quienes realizaron los mejores análisis.Ver Perdices de Blas, 1996 y 2000. 10  La temprana letrilla de Quevedo, «Poderoso caballero es don dinero», no era una novedad barroca. Un observador de la bancarrota de Castilla en tiempos de Felipe II (Villalba y Estaña) ya había afirmado en 1577: «veréis que la honra puesta / tiene el mundo en el dinero / ser hidalgo y caballero, / ser virtuoso no presta / que dinero es lo primero [...] veréis la honra olvidada / a trueque de la moneda». Villalba [1577], 1886, p. 284. 9 

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«barata», «tienda», «corredor de tienda», «de balde», «concertar precios», «despachar», «mercar», «a cuenta», «feriar», «trastos», «fiar», «cobrar», etc., le sirven al autor para estructurar una obra didáctica para la práctica de la economía, del mismo modo que Tomás de Mercado había proyectado en su obra Suma de tratos y contratos (1571), en cuyo prólogo ya advertía que se podía realizar negocios pero con justicia y equidad. Hay que recordar que esta obra surgió para resolver los problemas morales que planteaban los comerciantes en los confesionarios a partir de la activa circulación de oro y plata en España procedente de América. Antes de comenzar a comprar se atiende en el auto a la moneda, necesaria para efectuar la prueba. Este primer aspecto había ocupado muchas páginas entre los teólogos, especialmente en el Padre Mariana y Sancho de Moncada, por considerar injusta su devaluación. Calderón ofrece en el mismo plano las dos realidades: la mercantil y la moral. Con el «talento» remite a la moneda genérica utilizada por los antiguos y cuyo valor no se ha podido concretar, y al significado moral de dones naturales, presente en la parábola de Mateo (25: 14-30) y actualizada en la época por el interés de la Iglesia en destacar los capítulos bíblicos sobre el abuso de la riqueza y su incompatibilidad con el cristianismo (Mc 10: 23-25; Mt 6: 19-21; Lc 6: 24-26). El lenguaje comercial estaba instalado plenamente en la sociedad, sobre todo desde la primera bancarrota de Felipe II (1577), y el dinero se había convertido en auténtica obsesión. Los términos «negocio», «paga», «estipendio» se utilizaron en escritos religiosos y se podía hablar del negocio de la salvación o, siguiendo a San Pablo, de la muerte como paga por el pecado: «Porque el estipendio y paga del pecado es la muerte» (Rom, 6, 23). Como recordó Caro Baroja11, a propósito de un texto de Alonso Rodríguez, basado en las palabras de San Mateo (13, 45), se puede constatar la frecuencia del símil del negocio y la mercadería en función de la vida religiosa: «Somos negociadores del reino de los cielos; es menester que conozcamos y estimemos el precio de la mercadería en que tratamos». Por si fuera poco, envolviendo toda la representación, y a modo de leitmotiv, el mensaje de la Fama desciende desde los cielos, anunciando con su voz el mercado a todos los mortales. La canción de la Fama,

11  El ejemplo procede de Ejercicio de perfección y virtudes cristianas. En el libro de Baroja se pueden ver bastantes ejemplos que demuestran la imbricación del mundo religioso y del comercial.

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a­unque desaparece tras comunicar el mensaje, está presente durante todo el recorrido de la obra: En la gran plaza del mundo del monarca más feliz, hoy se hace un mercado franco; todos a comprar venid. (vv. 46-49)

El mensaje (pregón realista del mercado y sobrenatural de la Fe) no solo anuncia el mercado sino también la necesidad de acertar en la compra, porque «el que compra bien o mal / no lo conoce hasta el fin» (vv. 57-58), del mismo modo que en la representación de El gran teatro del mundo no se puede ensayar la función. Asimismo se advierte que es un mercado franco; es decir, exento de todo impuesto, libre y abierto a que todas las gentes, de cualquier procedencia, negocien con sus mercancías sin pagar otros impuestos locales. Además ya se advierte que «se vende de todo». Como ocurría en la realidad12, donde los mercados se instalaban en las plazas, este mercado alegórico ocupa la plaza de mundo. La fusión de la metáfora de ascendencia clásica con los elementos que preocupaban a los teólogos-economistas del momento y la cercanía de la realidad madrileña, cuyos mercados gozaban de gran actividad, permite visibilizar perfectamente la metáfora del mercado. Los términos iniciales de «feria» y «mercado» recogen todas las posibilidades de comprar y vender conocidas en la época, y el dramaturgo sigue muy de cerca la diferenciación realizada por el citado Mercado13: Feria significa cosa libre, exenta y horra y como lo que se vende en aquellos lugares a tales tiempos, es libre de alcabala, que no se paga, llamaron al mercado, y tiempo feria. Como es tributo tan general el alcabala en las ventas, y compras, concedieron los reyes de Castilla liberalísimamente

La importancia de las plazas era fundamental para las ciudades. No hay que olvidar que entre los elementos modernos que justificaban la capitalidad para Madrid, Cristóbal Pérez de Herrera ya había propuesto hacer de Madrid el «centro y escaparate del comercio», y para ello estaba de acuerdo con la construcción de «una gran plaza» rectangular entre el Colegio de Santa Isabel y la calle de Atocha, «bordeada a cada lado de ochenta tiendas». Y esa gran plaza mercantil, al estilo renacentista, obedecía al sentido de las construcciones realizadas por Juan Bautista de Toledo.Ver Cavillac, 2002. 13  Puede verse especialmente el capítulo IV dedicado a los mercaderes. 12 

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a­ lgunos tiempos, donde vendiesen sus vasallos, horro y libre, sin pagarla. Que fue gran merced.Y señalaron sucesivamente, cuatro como cuatro témporas, que decimos: las dos, señaló en Medina del Campo, don Hernando rey de Aragón, cuando era solo infante de Castilla [...]. La otra en Villalón, la postrera en Rioseco [...]. Las de Medina son el día de hoy las principales.Y suelen celebrarse, la una por Mayo, la otra por Octubre. A estas, y a las otras ocurren de toda España, así vendientes como mercantes, los unos a vender, los otros a mercar, sabiendo que no puede dejar de haber de los unos, y de los otros gran frecuencia, y de todo género de ropa, gran abundancia.

El carácter universal de las ferias, señalado por el economista («y fue el origen, ser tan universal, ir todos a mercar a la feria») es aprovechado por Calderón para iniciar su argumento a partir de ese punto de encuentro universal de todas las gentes a donde acudían para «mercar barato y sin pecho». El dramaturgo tampoco olvida los antecedentes de la metáfora del mercado de procedencia pitagórica. A Diógenes Laercio14 debemos la antigua fuente de Sosícrates donde el filósofo «comparaba la vida humana a un concurso festivo de todas gentes; pues así como unos vienen a él a luchar, otros a comprar y vender, y otros, que son los mejores, a ver, también en la vida unos nacen esclavos de la gloria; otros, cazadores de los haberes, y otros filósofos» y el antecedente clásico, Platón, para quien el comercio representaba el fundamento de la sociedad15 (idea criticada por Aristóteles). Sin embargo, esa tradición había permitido desarrollar las consecuencias morales del comercio: tensiones entre individuo y sociedad, justicia, importancia de lo material y lo espiritual. Por ello, desde antiguo resultaba un tema muy apropiado para enseñar el valor de la competencia, el juego entre apariencia y realidad, el engaño de la vista y el desengaño moral. Calderón, que conocía muy de cerca el auge mercantil en la capital, consigue transformar en alegoría sacramental todos y cada uno de los Diógenes Laercio, 1946, pp. 467-468. Sobre todo en los diálogos El político y La República. En este último llegó a afirmar: «¿No nace la sociedad de la impotencia en que de bastarse a sí mismo se encuentra cada hombre, y de la necesidad que siente de muchas cosas?» Y a propósito de la función de los comerciantes en un Estado «Pero, dentro del mismo Estado, ¿cómo se darán parte unos ciudadanos a otros del fruto de su trabajo? Porque esa es la razón primaria que les ha llevado a vivir en sociedad.- Será, evidentemente, por medio de la venta y de la compra.- Según eso, necesitaremos, además, un mercado y una moneda, signo del valor de los objetos cambiados.- Indudablemente». Ver Platón, 1979, pp. 462 y 464. 14  15 

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ingredientes vinculados al mercado. Asimismo, su interés puede verse también en forma entremesil desarrollado en La plazuela de Santa Cruz, el baile del mismo título y la loa16 correspondiente a este auto. En todos los casos, auto y piezas cómicas, el autor manifestó la ambivalente intención didáctico-moral y festiva presente en esa práctica cotidiana17, siempre ligada a la religiosidad a través del rito. En el auto, antes de aparecer el Mundo como mercado, el gracioso Inocencia se adelanta a expresar el primer gran problema de la economía, la falta de dinero18 en la época, sobre todo en Castilla, reino que soportaba los mayores impuestos. Si el Padre y el hijo se habían referido a los talentos, ahora Inocencia alude a la moneda que circulaba en la época, el maravedí, que tenía un valor muy variable según fuera de oro, plata o cobre, pero siempre estaba en relación con el vellón, cuyas alzas y bajas repercutían en el poder adquisitivo. Las fluctuaciones de su valor, que afectaron negativamente al comercio y al poder adquisitivo, fueron motivo de crítica por parte de los teólogos. Especialmente crítico se mostró el padre Mariana, quien en De rege et regis institutione (1605) y en De monetae mutatione (1609) se manifestó contra la devaluación de la moneda en tiempos de Felipe III, pero con las sucesivas pragmáticas de 1636 las consecuencias19 para la población fueron devastadoras. Por ello, las palabras de Inocencia sobre la universalidad de la pobreza, presente también en las palabras del Pobre y del Labrador de El gran teatro del mundo, y en la trayectoria del Poder y, sobre todo, en su enfrentamiento con la Pobreza, en No hay más fortuna que Dios (1647), testimonian el gran problema20 de la época. Desde una visión ingenua, Inocencia alerta de esa situación:

Aunque hay dudas sobre su autoría puede verse la loa en ando, pp. 339-344. Suárez, 1995. 18  Paralelamente a la decadencia tras la muerte de Felipe II, la pobreza se consideró cada vez más una lacra social. Los pobres eran marginados por ser improductivos y pasaron a engrosar (los auténticos y los fingidos) el mundo de la picaresca, como se registra en el Guzmán de Alfarache). La relación entre las disposiciones legislativas sobre los pobres en tiempos de Carlos V y Felipe II coincidieron con el surgimiento de la novela picaresca.Ver Cavillac, 1975. 19  Esa práctica fue condenada por los moralistas, especialmente por Mariana, quien consideraba que el rey no era dueño de los bienes de los vasallos.Ver Perdices, 2000, p. 67. 20  Ver Pedices, 1997 y 2000, y Vilar, 1973. 16  17 

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no importará que venda el Mundo cuanto haya, si no hay en todo el mundo quien tenga dos maravedís. (vv. 82-85)

Y más adelante la misma Inocencia confirma que no puede comprar nada porque “no tiene talento / que gastar” (vv. 1017-1018). López Bravo, entre otros moralistas, también se había referido a los problemas morales anejos a la actividad mercantil y, del mismo modo que Calderón, nos ofrece los peligros que acechan a los hermanos (siempre por los engaños de Culpa); el economista había consignado los males que rodeaban el ámbito comercial: «Y así sucede que con los bienes del comercio se mezclan muchos males que afectan a la religión, a las costumbres, a la paz y a la misma abundancia». Sin embargo, ni López Bravo ni Calderón condenaron el comercio. Aquel consideró necesario «hacer frente con prudencia antes de arrancar de cuajo los aspectos útiles» y el dramaturgo, igualmente, pedía actuar con prudencia. En el pregón de la Fama se anima a participar a todos en el mercado («todos a comprar venid»), pero al mismo tiempo les avisa: «pero atended y advertid / que el que compra bien o mal / no lo conoce hasta el fin». Esa prudencia la ejerce el Buen Genio mirando las tiendas antes de comprar, mientras su hermano compra cuanto le apetece sin pararse a pensar si es bueno o malo. Otro elemento coincidente en Calderón y López Bravo es la crítica de la mendicidad, de los vividores a costa «del fingimiento de la virtud», de la usura y la proliferación de jóvenes adinerados incapaces de trabajar. En el auto desfilan venteros sin escrúpulos, usureros, ladrones, mendigos (ciego y su mozo) y el propio Mal Genio, que, como heredero acompañado de Malicia, solo piensa en satisfacer «sus gustos» e incluso se atreve a despreciar a los pobres. Cuando el ciego le pide limosna, su respuesta es tajante: No quiero que mendigos y holgazanes lo sean con mi dinero. (vv. 1215-1217)

Unos años antes de la publicación de esta obra de López Bravo, Tomás de Mercado ya había intentado poner orden en el caos económico originado por la riqueza procedente de América, y en su

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obra de moral para comerciantes, Suma de tratos y contratos (1571), de reconocido valor en la historia económica, había resumido las diferentes formas de contratar y los engaños del comercio. Toda la terminología mercantil de sus páginas se encuentra resumida en el auto de Calderón. Se puede afirmar que son muy pocos los términos que no utiliza el dramaturgo. Las diferentes formas de comprar y vender que se presentan en el texto sacramental no son anecdóticas o simplemente observadas en la realidad sino que tienen un alcance mayor que ya había denunciado Mercado: la consideración de todo acto comercial implica relaciones que afectan al individuo y a la sociedad. El gran mercado del mundo penetra en los laberínticos mundos donde se organiza y se trama el engaño y se producen abusos, origen también de la pobreza. Por ello, desde otra visión más experimentada que la de Inocencia, Culpa critica su presencia en la sociedad: lleve usarced sus tratos al mercado sin baldonar los pobres y afligidos, pues que todos estamos más vestidos. (vv. 909-911)

De las sucesivas devaluaciones de la moneda, especialmente la de 1636, se hacen eco Inocencia y Culpa. Sin nombrar calles ni mercados, la ciudad donde se ubica el auto soporta todo tipo de tensiones y en ella conviven los extremos más opuestos, tal como cuentan los cronistas que sucedía en Madrid. Teniendo en cuenta el simbolismo universal que adquirió la Casa de Austria es fácil que el espejo de Madrid pudiera tomarse como icono del universo puesto que, en general, toda Europa soportó crisis económica, aunque el caso de Castilla fue el más lamentable por soportar las cargas para mantener los ejércitos. A esa pobreza había contribuido también la expulsión de los moriscos (1609-1614), cuyas consecuencias solo se vieron después y en grado menor, porque la población era poco numerosa, la expulsión de los gitanos. Desde la pragmática de 1586 en que se declaró ilegal que vendiesen productos sin certificado oficial, los gitanos fueron vistos como minorías de las que se desconfiaba sobre todo en sus ventas. En el auto, Calderón no está ajeno a las constantes voces de políticos y moralistas que pedían su expulsión, pese a la evidente admiración que causaba su forma de vida y pintoresquismo.Y en esa doble faceta también aparecen los gitanos al final de la obra como comerciantes, tratantes de

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caballos y embaucadores en las ventas21, simulando sus engaños con el atractivo de sus canciones y bailes. Esta presencia de los gitanos en el auto podría relacionarse con la pragmática de 1633 en la que la Corona, en clara oposición a los memoriales anteriores que pedían su expulsión, indicaba la conveniencia de que permaneciesen para paliar la despoblación de los reinos y la falta de mano de obra. A cambio se les obligaba a integrarse en la sociedad y se les prohibía agruparse en barrios o ejecutar danzas propias. Dicha pragmática, cercana a la composición del auto, rompía con la tradición de los numerosos Memoriales que se dictaron en la época de Felipe III, como el de Salazar de Mendoza en 1618 y el de Sancho de Moncada (incluido en la posterior Restauración política de España) un año después. Los dos mostraban la animadversión contra los gitanos, a quienes consideraban enemigos de la república y ladrones, además de traidores, supersticiosos y adivinos, y por cuya expulsión Felipe III alcanzaría «inmortal honra». En el Memorial de 1631, redactado por Juan de Quiñones («Discurso contra los gitanos»), las acusaciones habían sido incluso más graves. Se les llegó a considerar practicantes del canibalismo y capaces de las mayores atrocidades, y se pedía su expulsión por considerarlos gente «perniciosa, mala, ociosa, vagante, inútil y sin provecho para estos reinos y de muchos daños para los súbditos y vasallos»22. En esta consideración negativa tuvo mucho que ver la Mesta, que reiteradamente había denunciado a los gitanos por los robos de ganado y su nula voluntad de trabajar en la agricultura23. Sin embargo, el cambio fundamental de criterio en tan pocos años debió extrañar al propio Calderón, quien los introduce en el último momento del camino, a modo de cierre de la actividad económica, y los describe con sus características propias, danzantes, engañadores y astutos vendedores. La Gula, transformada en gitano, le vende un caballo al Buen Genio «fiado», sin cobrarle al contado para tenerle hipotecado, y trata de venderle al Mal Genio un esclavo (La Culpa):

Cervantes en la Gitanilla, en Los alcaldes de Daganzo, en los ejemplos de Cipión y Berganza, Pedro de Urdemalas y Don Quijote había reconocido también el aspecto estético de los gitanos. 22  Ver Menéndez Pidal, 1996, p. 1008. 23  Ver Sánchez Ortega, 2009. 21 

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Un caballo y un esclavo para que os volváis os vendo; el caballo es tan veloz que es el mismo pensamiento. (vv. 1396-1399)

Al esclavo no lo vende fiado. Lo vende «con tachas buenas y malas» (v. 1440) porque no admite su devolución. Para que los dos hermanos compren su mercancía los distraen con su baile y zapateado, anunciando asimismo sus habilidades ocultas: Yo soy el Placer, gitano de los sentidos, pues puedo robarlos con mis bebidas. (vv. 1389-1390)

En ese viaje de los hermanos, desde el inicial objeto de fundar un mayorazgo al último intento de los gitanos de robar a los hermanos, el mercado representa el itinerario plástico, económico y moral que mejor expresa el didactismo, además del juego entre vitalismo, sensualidad y desengaño propios de toda materia viva. Hay que recordar la tradición pictórica de la escuela holandesa en torno al espacio exterior de los mercados y a sus personajes (cambistas, vendedores, recaudadores de impuestos, bodegones, naturalezas muertas, frutas)24 y su influencia en la pintura europea coincidiendo con la crisis económica más importante en toda Europa pero más profunda en España. Precisamente por la relación entre economía y cristianismo se actualizaron también en pintura los temas bíblicos más conocidos sobre el tema, en concreto el pasaje de Cristo expulsando a los vendedores del templo, de clara intención moral (con su precedente en Giotto), presente en Miguel Ángel, El Greco, Jordaens, Bassano y G. Castiglioni, entre otros. Cuando se abre el Mundo como mercado y comienza la actividad también se muestra un mosaico de elementos pictóricos, en este caso duales. Unas tiendas ofrecen joyas, flores, luz y colores en los que se deleita el Mal Genio, olvidando que la Culpa había amenazado con introducirse «en la plaza / del Mundo» y vengarse de los hermanos, y otras ofrecen elementos sencillos, sombríos, y muy poco atractivos para el comprador pero con un valor profundo. La acción de Culpa y sus

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Remitimos a nuestro estudio preliminar del auto, 2005.

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engaños están muy próximos a los denunciados por Tomás de Mercado, quien ya había advertido lo que ocurría en toda transacción económica: Y en cualquiera destos tratos no puede dejar de haber (supuesta la malicia y la avaricia humana) algunos engaños y mil ardides tan ingeniosos, y las veces tan encubiertos, que es menester particular ingenio para entenderlos, y aún ayuda y favor de Dios, para vista la ocasión, no cometerlos y tramarlos. Y lo uno y lo otro (conviene saber) la gran contratación de estas gradas, y los negocios interésales dellas, y lo mucho que muchas veces por ignorancia, a lo que yo creo, se peca, y yerra en ello25.

Antes de entrar en las tiendas, los hermanos se enfrentan al primer ensayo comercial en la venta del camino26. Gula y Lascivia, disfrazadas de venteras, se preparan para un buen negocio («Día es hoy de forasteros; / la ganancia está segura», vv. 546-547) y dejarlos «sin dineros» porque saben de sobra que al mercado nadie «sin comer» puede pasar «a tratar y contratar / en su mercado» (vv. 560-561). El título de Tomás de Mercado se evoca de nuevo en las palabras de Gula y con este precedente en el que Mal Genio pierde una parte del talento, llegan al mercado en un «jueves feriado»27, donde el Mundo se muestra «muy adornado» y lleno de «ostentación» para ofrecer los más atractivos deleites a los sentidos28. Los vendedores colocan sus mercancías como si fuera un teatro de sensaciones y ellos mismos se exhiben con toda clase de atributos escénicos para captar al comprador. La síntesis propia de un auto obliga a elaborar una dualidad entre engaño/desengaño que funciona de forma alternativa en la entrada de los vendedores, en un contraste entre colores (materia) y sombras (desengaño) que muestran en el mismo plano la atracción de los sentidos y su verdad oculta.

25  Suma de tratos y contratos, libro ii, «Del arte y trato de mercaderes». Cito por la edición digital de Cervantes Virtual (sin paginar), que reproduce la de 1977. 26  En las ventas no solo se hospedaban los caminantes sino que compraban mercancías y generalmente se abusaba de ellos o se les robaba. El sentido alegórico de la «Venta del mundo» fue expresado por Gracián en El Criticón. 27  Con el doble significado, como todos los motivos que aparecen en el auto, del realista día de mercado tradicional y del religioso Corpus; ambos días de fiesta general. 28  En este auto, según recoge la acotación (v. 829), el Mundo representa la riqueza y poder que en sí contiene y que se repite en otras piezas. Para este personaje y su función en los autos, ver Egido, 1995, pp. 3-36.

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La primera en colocar su tenderete es la Soberbia, que ofrece «entre mil grandezas», «ricas telas y rizas plumas» (vv. 860-861) y, tras ella, los sayales pardos de la Humildad, con los «baldones y desprecios» (v. 870), dejan ver el paradero final de todo. Después, la Hermosura «con flores», «con accidentes y colores» (v. 877), da paso al Desengaño «con un espejo», quien enseña cómo los colores más hermosos se convierten en «grana de polvo» (v. 883). Sigue el Apetito ofreciendo pinturas de todo tipo («de gustos, manjares y deseos») que solo tienen asiento en la imaginación, y a esa belleza se opone la triste Penitencia ofreciendo «ayunos, disciplinas y cilicios» (v. 901). Finalmente, la Herejía monta su tienda con libros heterodoxos, a quien sigue la Fe ofreciendo la verdad. El acto de comprar va precedido por una gran animación en la que la Música tiene la misión de estimular a los compradores, así como los gritos de los vendedores ofreciendo sus productos («galas», «plumas», «flores», «deleites pintados», «contentos» y «gustos») que tienen su contrapartida en los negativos «sayales», «desengaños», «mortificaciones», «fatigas» y «penas». Caro Baroja estudió de manera ejemplar el proceso de evolución y el camino paralelo que siguieron la economía y la moral católica para adecuar sus postulados a los nuevos tiempos29. No se debe olvidar que fueron los propios comerciantes de las ciudades más poderosas (Barcelona y Sevilla, desde el siglo xii) los primeros en pedir ayuda a las jerarquías eclesiásticas para justificarse en su profesión y compaginarla con las normas de conducta ajustadas al derecho, por una parte, y a su conciencia personal, por otra. Se venía a replantear otra vez uno de los principales problemas con que se había tenido que enfrentar la doctrina cristiana desde su implantación en la sociedad. Conforme las ciudades se iban enriqueciendo, necesitaban crear sus propias reglas, tanto públicas como íntimas, o de conciencia, para poner en práctica un comportamiento ético dentro de los cauces materiales que imponía el sentir evangélico. El mismo sentido dual de vida y muerte que ofrece cualquier mercado en su apertura y cierre diario es el que recoge el auto en términos simbólicos (apariencia, realidad; comprador, vendedor; ganancia, pérdida; dinero, mercancía; ojos, oído) y por ello resulta lo más próximo al teatro. No deja de ser un pequeño teatro localizado y aceptado por todos los que a él acuden. Los compradores temen ser engañados; los vendedores tratan de ofrecer transformada su mercancía 29 

Caro Baroja, 1985.

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y esta debe aparentar toda la esplendidez que la haga ser atractiva. La tensión ­constante y el fingimiento por parte de todos favorecen el didactismo del auto. El mercado, como las pinturas holandesas sobre el tema, exhibe en primer plano la realidad llena de color para enseñar su fondo moral sombrío de alcance universal. El auto recoge así toda la tradición alegórica medieval pero expresada desde la dialéctica más íntima y compleja que supone la moderna concepción del hombre en el xvii. Sin embargo, también el auto permite revivir la situación real existente en el Madrid de la época, transmitida por los documentos y la literatura. Todos los testimonios coinciden en señalar que la capital se había convertido en un gran mercado donde las autoridades no eran capaces de controlar la proliferación de puestos, tenderetes, regatonas, comerciantes libres, revendedores, despenseros y toda clase de advenedizos de las ventas que trataban de hacer fortuna a costa de la necesidad cada vez más perentoria de víveres que tenía la capital del reino. Esta actividad servía también en otras muchas ocasiones de excusa para otros comercios de tercerías y celestinazgos. La sorprendente vitalidad del comercio madrileño30 se puede captar perfectamente en el auto. Incluso el laberinto y el bullicio del mercado parece reproducido en los continuos cambios, disfraces, entradas y salidas, encuentros, tropiezos que, incluso, enredan al lector en una primera lectura. Las tiendas, la atracción de las diversas mercancías, la diversidad y vistosidad del ambiente, las dudas de los compradores, el dinamismo que exige el propio recorrido del mercado y las voces, cantos, pregones, están muy bien representados en el texto. Incluso la estructura circular del auto, la ida y vuelta a la casa del Padre, puede representar perfectamente la apertura y cierre diarios del mercado, elevado así a símbolo eterno. Por todo ello,si la alegoría calderoniana recoge el sentido especular entre la realidad viva, el valor de lo material, el sentido moral y su trascendencia, también está presente la profunda reflexión que el tema había suscitado entre los teólogos, moralistas y primeros economistas escolásticos. Sus preocupaciones, análisis y remedios propuestos, absolutamente modernos en su mayoría, están aceptados por Calderón, quien no se contenta con trasladar alegóricamente una realidad a categoría universal sino que da a conocer mediante ejemplos y comportamientos justos, válidos para cualquier época, las tesis de los pensadores más avanzados. En este sentido, 30 

Ver Herrero, 1928 y 1963, y Deleito, 1977.

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el auto es un referente inigualable de la importancia que adquirió la economía cuando aún no se conocía la ciencia económica. Bibliografía Calderón de la Barca, Pedro, El gran mercado del mundo, ed. Ana Suárez, ­Kassel, Reichenberger, 2005. Caro Baroja, Julio, Las formas complejas de la vida religiosa (siglos xvi y xvii), Madrid, Sarpe, 1985. Cavillac, Michel, «El Madrid utópico (1597-1600) de Cristóbal Pérez de Herrera», Bulletin Hispanique, 2, décembre, 2002, pp. 627-664. Clavero, Bartolomé, Mayorazgo. Propiedad feudal en Castilla 1369-1836, Madrid, Siglo xxi, 1974. Deleito y Piñuela, José, Solo Madrid es Corte, Madrid, Espasa-Calpe, 1968. Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, traducción de J. Ortíz y Sanz, Madrid, Aguilar/Crisol, 1946. Egido, Aurora, El gran teatro de Calderón. Personajes, temas, escenografía, Kassel, Reichenberger, 1995. Herrero García, Miguel, El Madrid de Calderón, Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo, Ayuntamiento de Madrid, enero, 1928. — Madrid en el teatro, Madrid, Instituto de Estudios Madrileños, 1963. Méchoulan, Henry, Mateo López Bravo. Un socialista español del siglo xvii, en De rege et regendi ratione, traducción de Antonio Pérez Rodríguez, Madrid, Editora Nacional, 1977. Menéndez Pidal, Ramón, y otros, eds., «Gitanos en España», El siglo del Qui­ jote, i, Madrid, Espasa-Calpe, 1996, pp. 991-1015. Mercado, Tomás, Suma de tratos y contratos, Madrid, Instituto de Estudios Fiscales/Ministerio de Economía y Hacienda, 1977. Pando y Mier, Pedro, Autos sacramentales de Calderón, iv, Madrid, Imprenta de Manuel Ruiz, 1717. Perdices de Blas, Luis, La economía política de la decadencia de Castilla en el siglo xvii. Investigaciones de los arbitristas sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, Madrid, Síntesis, 1996. — «Dos comentarios sobre la teoría monetaria de los escolásticos españoles», Cuadernos de Ciencias Económicas y Empresariales, 37, 2000, pp. 65-71. Pérez de Herrera, Cristóbal, Amparo de pobres, ed. Michel Cavillac, Madrid, Espasa-Calpe, 1975. Platón, Diálogos. La república o de lo justo, México, Porrúa, 1979. Sánchez Ortega, María-Helena, «La minoría gitana en el siglo xvii. Represión, discriminación legal e intento de asentamientos e integración», Anales de Historia Contemporánea, 25, 2009, pp. 75-90.

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Suárez Miramón, Ana, «Ambivalencia de la plaza pública en Calderón», en Bajtín y la Literatura, Actas del IV Seminario Internacional de Literatura y Semiótica, Madrid,Visor, 1995, pp. 411-424. — «Competencia entre hermanos en la tragedia calderoniana», Bulletin Hispanique, 119, 1, junio, 2017, pp. 285-298. Vilar, Jean, Literatura y economía. La figura satírica del arbitrista en el Siglo de Oro, Madrid, Revista de Occidente, 1973. Villalba y Estaña, Bartolomé, El pelegrino curioso y grandezas de España [1577], ed. Pascual de Gayangos, Madrid, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1886.

La visión estamental de la nobleza y la imagen del rico y del mercader en la literatura del Siglo de Oro David García Hernán Universidad Carlos III de Madrid

Como venimos diciendo en algunos de nuestros últimos trabajos, una vía tan poco aprovechada como extraordinariamente explicativa —con los preceptivos filtros metodológicos, claro está— del imaginario colectivo de la sociedad del Siglo de Oro, es el estudio interdisciplinar de la abundante y brillante literatura de la época1. En el presente estudio incidimos en esta línea interpretativa, que ya sugería hace más de tres décadas el experto italiano en teoría y crítica teatral Marco de Marinis, en el sentido de que era posible, a partir de las pasiones teatrales, reconstruir las mentalidades de la época, profundizando en el imaginario de los espectadores2. Pues bien, de entre los temas que afectan a las mentalidades y a este imaginario colectivo, uno de los que más ha llamado siempre la atención es el de la persistencia —o no— de los valores estamentales frente al valor del dinero en la sociedad española de la alta Edad Moderna. Porque una cosa era lo que proponían los textos normativos y de la tratadística, y otra, bastante diferente en muchas más ocasiones de lo que abusivamente presuponía la historiografía de hace algunos años, la realidad social, en una relación concomitante y continua con las representaciones culturales. En este —desde luego— poco asible tema, aunque había algunos rasgos de verdad en la idea del desprecio de los españoles 1  Una muestra clara de la validez de estos principios la podemos encontrar en García Hernán y Gómez Vozmediano, 2016. 2  De Marinis, 1982.

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de esta época hacia las actividades mercantiles, y de la persistencia de la llamada dérogeance, o desprecio de los nobles a las actividades que consideraban indignas para ellos (como la inclinación hacia el «vil metal»), y que este desprecio era considerando como una especificidad del espectro social hispano3, los últimos trabajos van mostrando una realidad significativamente diferente. Las excepciones a aquellos principios que se suponían generales son ya tantas, que el esquema estamental en cuanto a su aplicación práctica tiene que ser completamente revisado por los historiadores. Por lo menos en lo que hace referencia a estos temas4. Nobleza y riqueza Claro que, más allá del consabido «poderoso caballero es don dinero» quevedesco, las actividades conducentes al aprovechamiento crematístico por encima de connotaciones estamentales estuvieron bien presentes en el horizonte económico de la sociedad española del Siglo de Oro. Si tomamos como referencia la iglesia «estamental», no hace falta bucear mucho en los archivos (más bien todo lo contrario) para encontrar una realidad muy diferente, por otra parte ya descrita por los historiadores: los clérigos eran los mayores poseedores de rentas financieras del país, estando en posesión de miles de censos redimibles o al quitar, que les reportaban no pocos réditos; además de otras operaciones en que lo religioso se mezclaba con la ganancia material (dotaciones y capellanías, fundaciones, explotaciones económicas de diverso tipo, etc.)5. En el caso de la nobleza, el otro estamento privilegiado y al que durante mucho tiempo consideró la historiografía como garante de los principios estamentales por el rechazo a comportamientos entre sus filas 3  En el difundido volumen, publicado en Francia (CNRS, 1989), si bien están presentes todavía estos planteamientos, las perspectivas ya empiezan a cambiar y se comienza a considerar que hay múltiples excepciones. 4  Siguiendo con el mismo ejemplo, en el recientemente celebrado congreso en la Casa de Velázquez de Madrid (mayo de 2017) sobre «Hidalgos e hidalguía en la Península Ibérica al final de la Edad Media», se ha puesto de manifiesto por los especialistas allí reunidos, entre otras cosas, la gran variedad de tipos de hidalgos con los que hay que contar para esta época, echando definitivamente por tierra el esquema monolítico del hidalgo pobre celoso de su condición y apartado visceralmente de la idea de la ganancia crematística. 5  Ver, entre otros trabajos, Martínez Ruiz, 2004.

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ajenos a estas premisas, es también claro en este sentido. Ya tenía constancia la historiografía, desde hace algunos años, de nobles, grandes y pequeños, dedicados a lucrativas actividades mercantiles, no despreciando, en absoluto, los buenos réditos que provenían de la «vil mercadería»6, como el conocido caso del Marqués de Santa Cruz y sus negocios con el alquiler de galeras o las aduanas y fletes del duque de Medina Sidonia7. Pero no solo en estos niveles aristócratas. Enrique Soria es quien abrió el camino de investigación de la importancia del dinero para sobreponerse al esquema estamental, haciendo incluso que este desapareciera en la práctica, por mucho que los valores culturales y las jerarquías sociales estaban ahí8. No cabe duda de que era generalmente asumido que el dinero abría muchas puertas —prácticamente todas— también en la Edad Moderna. En el plano de la historiografía ya destacaba con claridad esta situación don Antonio Domínguez Ortiz9. Y, en el plano de las representaciones culturales, uno de los testimonios más patentes en la literatura de esta realidad son determinados —contundentes— versos de Lope en La prueba de los amigos. Es cierto que, como ya ha subrayado Jaime Fernández10, en sus personales de Feliciano (rico) y Leonarda (noble) hay una tensión por el enfrentamiento de valores entre riqueza y nobleza, que Lope resuelve a favor de Leonarda —discreta— frente a Feliciano —derrochador—, expresando claramente la superioridad de los valores del espíritu (encarnados implícitamente en la idea de nobleza, con toda la aceptación en implicación estamental que esto trae consigo) y de la virtud, frente a las pasiones superficiales de la existencia. Pero tampoco deja de ser verdad que Lope nos transmite una consideración general de la sociedad hacia el dinero que no ofrece en absoluto ninguna duda. El criado de Feliciano, Galindo, es muy claro cuando dice: «¡Por Dios / que es lindo amigo el dinero»11. Aunque todavía son más contundentes los versos del personaje Ricardo: «No dudes que el dinero es todo, en todo: / es príncipe, es hidalgo, es caballero, / es alta sangre, es descendiente

Ver, entre otros, el trabajo pionero, ya un clásico, de Pike, 1978. Ver, especialmente, Salas Almela, 2008. 8  Por ejemplo, a partir de la compra —muy generalizada— no ya de ejecutorias con testigos falsos, sino de genealogías fraudulentas (Soria Mesa, 2000). 9  Domínguez Ortiz, 1973. 10  Fernández, 2003. 11  Lope de Vega, La prueba de los amigos, Acto i, vv. 339-340. 6  7 

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de godo»12. Evidentemente, estos versos están escritos con un gran tono efectista, y un cierto nivel de exageración, pero no dejan de describirnos que se estaba constatando una inclinación clara de la mentalidad social a lo que podía conseguir el dinero «tan solo» por sí mismo en una sociedad en teoría puramente estamental. Es una realidad que, abundando en la idea de Lope de la superioridad del espíritu, en los dramaturgos del Siglo de Oro es donde se ve esa supeditación de la riqueza a los valores de la virtud, y están mejor encarnados en la idea de nobleza. En el auto sacramental de Calderón El año santo de Roma, por ejemplo, el Temor habla sobre el desprecio que se debe tener a los bienes materiales: Temor:

El desprecio de los bienes, y la seguridad bella, son aquestos que del Mundo triunfan también, porque adviertas que a sus pies es polvo inútil deste mundo la riqueza, y solamente la goza seguro el que la desprecia13.

Y en la comedia del propio Calderón, La devoción de la cruz, se relaciona la riqueza con las obligaciones de los nobles, en el sentido en que estos no pueden obviar aquella puesto que son «espiritualmente» inherentes a su propia condición de noble de sangre, como expresaba el personaje Lisardo:

Lisardo:

12  13 

[...] Bien escusadas grandezas de mi padre consumieron en breve tiempo la hacienda que los suyos le dejaron; que no sabe cuánto yerra quien, por excesivos gastos, pobres a sus hijos deja. pero la necesidad, aunque ultraje la nobleza,

Lope de Vega, La prueba de los amigos, acto ii, vv. 1140-1142. Calderón de la Barca, El año santo de Roma, vv. 1815-1822.

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no excusa de obligaciones a los que nacen con ellas14.

Para poner de manifiesto, tan solo unos versos más adelante, los problemas de la nobleza sin riqueza, y la importancia de esta ante Eusebio, el pretendiente de su hermana, pobre pero noble, aludiendo a la decisión que debe tomar su padre:

Lisardo:

[...] Porque un caballero pobre, cuando en cosas como estas no puede medir iguales la calidad y la hacienda, por no deslucir su sangre con una hija doncella, hace sagrado un convento, que es delito la pobreza15.

Una quiebra social, la de las diferencias de riqueza y nobleza, que además de ser recogida con profusión en la literatura, estaba bien presente en la tratadística. Bien de una manera más o menos sistemática, dentro de la ambigüedad que incluso en estas obras rodea al concepto de nobleza: De tal manera han sido estimados en el mundo los ricos, que muchos hombres doctos afirman que la nobleza tuvo su origen en la riqueza, y el ser rico es ser noble, por oscuro que sea su linaje [...]. Pero en realidad de verdad, las riquezas por sí solas, puesto que son antiguas y de buen lustre, no dan nobleza. Porque esta tuvo su origen de solo la virtud, remunerada por el príncipe [...]. Mas no se puede negar que las riquezas, por la mayor parte, dan causa de ennoblecer a los que las tienen, por lo mucho que el dinero puede.Y esto es de hecho por la buena opinión que los ricos tienen en el mundo [...]16.

O bien con argumentos jocosos sobre las consecuencias de la desigualdad de fortuna y nobleza en los matrimonios, por ejemplo: Calderón de la Barca, La devoción de la cruz, jornada i, vv. 128-138. Calderón de la Barca, La devoción de la cruz, jornada i, vv. 175-182. 16  Moreno de Vargas, Discursos de la nobleza de España, fols. 48r.-49r. 14  15 

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La mujer elija tal hombre, y el hombre elija tal mujer, que sean ambos iguales en sangre y en estado [...] porque si en esto hay disconformidad, el que es menos vivirá descontento, y el que es más estará desesperado. La mujer del mercader que casa a su hija con caballero, y el rico labrador que consuegra con algún hidalgo, digo y afirmo que ellos metieron en su casa un pregonero de su infamia, una polilla para su hacienda, un atormentador de su fama, y un abreviador de su vida. En mal punto casó a su hija, o hijo el que tal yerno, o nuera metió en su casa, que la vergüenza de tener el suegro por padre y de llamar a la suegra señora. En los tratamientos no pueden con verdad decir que metieron en su casa yernos, sino infiernos, no nueras, sino culebras, no quien los sirviese, sino quien los ofendiese, no hijos, sino basiliscos, no quien los honrase, sino quien los infamase. Finalmente digo que el que no casa con su igual a su hija, le fuera menos mal enterrarla, que no casarla17.

Por otro lado, uno de los dramaturgos más populares de su época, por mucho que hoy no tenga la dimensión de los grandes «monstruos» del Siglo de Oro, Antonio Enríquez Gómez, afirmaba con claridad el hecho de que el dinero era lustre de la nobleza en su comedia El valiente Campuzano:

Don Pedro es rico, y me fundo en que si tiene dinero, es el blasón verdadero que hoy estima más el mundo. Si no es tan noble que pueda con mi linaje igualarse, bien puede sobrellevarse esta falta con la rueda de la fortuna, que iguala la más noble calidad con la mayor cantidad, que tal vez sirve de escala para subir a la esfera de la nobleza heredada que siempre fue la ganada segunda de la primera... El dinero, con decoro,

Guardiola, Tratado de nobleza y de los títulos y ditados que oi dia tienen los valores claros y grandes de España, fol. 21. 17 

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es lustre de los estados18, y a tres linajes pasados, lo que fue cobre ya es oro19.

El atributo de la nobleza es considerado como superior al de la riqueza en múltiples obras cuando se comparan ambas cualidades. En la obra de Tirso de Molina Don Gil de las calzas verdes se dice expresamente por el personaje don Martín:

Don Martín: Tú sabes cuán celebrado en Valladolid he sido. ¿Por más noble o bien nacido? Guzmana sangre he heredado. ¿Por más hacienda? Ocho mil ducados tengo de renta, y en la nobleza es afrenta amar el interés vil20.

Pero tampoco hay que perder de vista que estas dimensiones definitorias de la posición social de la persona van en innumerables ocasiones como cualidades complementarias en el teatro del Siglo de Oro. Precisamente Tirso, en su Don Gil, nos presenta con insistencia esta idea. En el acto i, escena v, cuando don Pedro habla con doña Inés a propósito del pretendiente que le tiene preparado, sin ella saberlo, dice:

Don Pedro:

Esposo tienes mejor [que don Juan]. Detén al deseo la rienda. No te pensaba dar cuenta tan presto de lo que trazo; pero con tal prisa intenta cumplir tu apetito el plazo (no sé si diga en tu afrenta), que, aunque mude intento quiero atajarla. Aquí ha venido

Se refiere a la opinión generalizada, expresada por las Partidas y en determinados tratados de nobleza, de que la nobleza de sangre se consigue con tres generaciones de nobleza de privilegio. 19  Enríquez Gómez, El valiente Campuzano, jornada i, pp. 571c-572a. 20  Molina, Don Gil de las calzas verdes, acto iii, escena xiii, vv. 766-774. 18 

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un bizarro caballero, muy rico y muy bien nacido, de Valladolid. Primero que le admitas, le verás. Diez mil ducados de renta hereda y espera más y corre ya por mi cuenta el sí que a Don Juan le das. Doña Inés: ¿Faltan hombres en Madrid Con cuya hacienda y apoyo Ne cases sin ese ardid? [...] Si la codicia civil que a toda vejez infama te vence, mira que es vil defeto. ¿Cómo se llama ese hombre? Don pedro: Don Gil ¿Don Gil? Doña Inés: ¿Marido de villancico? ¡Gil! ¡Jesús no me lo nombres! Ponle un cayado y pellico. No repares en los nombres Don Pedro: cuando el dueño es noble y rico. Tú lo verás y yo sé que has de volver esta noche perdida por él [...]21.

Y se insiste en los conceptos complementarios de nobleza y riqueza (significativamente, no siempre en el mismo orden) en el siguiente acto: Don Pedro:

21 

Aquí otra vez me encomienda Don Andrés la conclusión de vuestra boda, y que entienda la mucha satisfacción de vuestra sangre y hacienda. ¡El don Miguel de Cisneros

Molina, Don Gil de las calzas verdes, acto i, escena v, vv. 668-707.

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es gentil enredador! Mucho gano en conoceros. Hoy habéis de ser señor desta casa22.

Y tan solo unos versos antes, en la escena xiii de ese mismo acto ii, por parte de doña Inés se dice:

Doña Inés:

[...] Era su amigo don Miguel, y luego que supo dél, estando de partida, mi hacienda y calidad, encendió fuego el interés que la amistad olvida23.

Y también, de este mismo autor, en Los amantes de Teruel, en boca de Don Gonzalo:

Don Gonzalo: Por galán, no he de hacer nada, y en tratando casamiento, verás que mi amor le agrada, que este es el último intento de una mujer que es honrada. Mi riqueza y calidad, es muy notoria en Teruel, y digna de su beldad, (tocan una caja dentro) ¿más qué atambor es aquel?24

Y, más adelante, en la jornada ii:

Don Gonzalo: pues mi hacienda, partes y calidad, no desmerecen

Rufino:

Si al señor don Gonzalo no ayudaran las partes que conozco de nobleza,

Molina, Don Gil de las calzas verdes, acto ii, escena xiv, vv. 876-885. Molina, Don Gil de las calzas verdes, acto ii, escena xiii, vv. 789-792. 24  Molina, Los amantes de Teruel, acto iii, jornada i, fol. 92r. 22  23 

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de hacienda, asiento y discreción, bastante...25

Quizás una de las representaciones más completas de la imagen del rico en la sociedad del Siglo de Oro, en su conciso espacio, sea el papel de este mismo personaje, el rico, en el monumental auto de Calderón El gran teatro del mundo. Se nos presentan allí las dos caras de la riqueza: la de la superioridad reconocida por todos en el mundo material, y también su escasa relevancia en el mucho más importante mundo del espíritu (es el único personaje que es condenado al infierno). Pero su superioridad terrenal está fuera de toda duda. Incluso, la no existencia en la obra del personaje «Noble» (sería muy interesante profundizar en por qué, siendo el linaje tan fundamental en este escaparate que era la sociedad del Siglo de Oro, tanto en la literatura como en la vida real —presente por doquier—, no aparece en este «gran teatro del mundo», y en las razones que pudo tener Calderón para esta omisión) le otorga al Rico un papel de primer orden en su imagen de poderoso. Pero ese poder basado en la riqueza, como decimos, tiene dos caras. Ya en el comienzo del auto se ve claramente la ventura que significa ostentar la condición de rico. Autor: Rico:

Haz tú al rico, al poderoso. En fin, nazco venturoso a ver del sol la luz pura26.

Y un poco más adelante se exponen los principales atributos del rico:

Rico:

Mundo:

25  26 

Dadme riquezas a mí dichas y felicidades, pues para prosperidades hoy vengo a vivir aquí. Mis entrañas para ti a pedazos romperé; de mis senos sacaré toda la plata y el oro, que en avariento tesoro

Molina, Los amantes de Teruel, acto iii, jornada ii, fol. 102r. Calderón de la Barca, El gran teatro del mundo, vv. 336 y ss.

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Rico:

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tanto encerrado oculté. (dale joyas) Soberbio y desvanecido con tantas riquezas voy27. (Vase)

Para, más adelante, hablar también de sus principales comportamientos, respondiendo al estereotipo social de entonces: Rico:

Pues pródigamente el cielo hacienda y poder me dio, pródigamente se gaste en lo que delicias son. Nada me parezca bien que no lo apetezca yo; registre mi mesa cuanto o corre o vuela veloz. Sea mi lecho la esfera, de Venus, y en conclusión la pereza y las delicias, gula, envidia y ambición hoy mis sentidos posean28.

De entre esos comportamientos destacan dos muy importantes, especialmente por su implicación en las relaciones sociales dentro del esquema vital tremendamente jerarquizado de la España de entonces, como se ve más adelante, la ostentación (después hablaremos sobre esta significativa dimensión) y la arrogancia: Rico: Rico:

¿Que haré yo para ostentar mi riqueza? [...] ¡Cuánto siente mi ambición postrarse a nadie!29

Calderón de la Barca, El gran teatro del mundo, vv. 519 y ss. Calderón de la Barca, El gran teatro del mundo, vv. 739 y ss. 29  Calderón de la Barca, El gran teatro del mundo, vv. 805 y ss. 27  28 

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Después, como una especie de contraposición, empieza a parecer la dimensión espiritual, que se va presentando en el auto como muy superior al comportamiento material. El Rico empieza a tratar al Pobre con desprecio, y le niega una limosna30. Para más adelante presentar al Rico como un gran derrochador y partidario acérrimo del carpe diem.

Rico:

[...] ¿A quién mirar no le asombra ser esta vida una flor que nazca con el albor y fallezca con la sombra? Pues si tan breve se nombra, de nuestra vida gocemos el rato que la tenemos: dios a nuestro vientre hagamos. ¡Comamos hoy y bebamos, que mañana moriremos!31

Llega un momento en que, en esta dicotomía, el Rico y el Pobre hablan sobre sus sentimientos sobre dejar el teatro. El Rico con gran tristeza («yo ahorcado, porque dejo / en la hacienda el corazón»). Y el pobre justo con lo contrario, con alegría («no dejaba en el teatro ninguna dicha»)32. Esta misma oposición se repite algo más de cien versos más tarde. Pero lo más significativo para esta supremacía de lo espiritual (incomprendida por el Rico, que la llega a considerar casi como algo antinatural) es que, llegado el momento, se muestra la jerarquía social que pretende mantener el Rico incluso después de la representación, llamándole al Labrador villano y que no le debía preceder:

Rico:

¿Tú vas delante de mí, villano? Labrador: Deja las locas ambiciones, que ya muerto, de sol que fuiste eres sombra.

Calderón de la Barca, El gran teatro del mundo, vv. 871 y ss. Calderón de la Barca, El gran teatro del mundo, vv. 1161 y ss. 32  Calderón de la Barca, El gran teatro del mundo, vv. 1203 y ss. 30  31 

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Rico:

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No sé lo que me acobarda el ver al Autor ahora33.

Al final del auto, como una demostración palmaria y definitiva de esa superioridad de lo intelectual, después de un severo juicio, el Autor echa al Rico de su compañía, con gran padecimiento de este, quien queda envuelto en fuego y pesares (simbólicamente, en el infierno):

Rico:

Autor:

Rico:

[...] Mas es preciso llegar, pues no hay adonde me esconda de su riguroso juicio. ¡Autor! ¿Cómo así me nombras? Que aunque soy tu autor, es bien que de decirlo te corras, pues que ya en mi compañía no has de estar. De ella te arroja mi poder. Desciende adonde te atormenta tu ambiciosa condición eternamente entre penas y congojas. ¡Ay de mí! Que envuelto en fuego caigo, arrastrando mi sombra donde ya que no me vea yo a mí mismo, duras rocas sepultarán mis entrañas en tenebrosas alcobas34.

En el fondo, este desenlace, analizado desde un punto de vista social en función de la cultura ideológica imperante, refleja la insistencia en esa especie de eterna justificación de que la riqueza —desigualdad— es accidental, mientras que el ser todos iguales al final es algo «estructural» en la existencia humana, conforme con el ideal cristiano (no podía ser de otra manera). Ese viejo esquema que es manifestado bajo estas formas indirectas, pero cargadas de significación, en el teatro, pero también en la tratadística, como se puede ver, por ejemplo, en un manuscrito anónimo 33  34 

Calderón de la Barca, El gran teatro del mundo, vv. 1423 y ss. Calderón de la Barca, El gran teatro del mundo, vv. 1521 y ss.

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conservado en la Biblioteca Nacional de España, que lleva por título Sobre la manutención y premio de los nobles, fechado en 1632, y que pretende ser un estudio sistemático de las razones y ventajas de la jerarquización social y de la preeminencia en ella de la nobleza: En ninguna cosa han puesto mayor cuidado las repúblicas más políticas que en graduar sus gentes, estableciendo en ellas algún orden jerárquico, por medio de la desigualdad en la nobleza y títulos de ella. Porque si bien no puede igualarse en esto a la disposición del cielo, a donde las jerarquías de los ángeles se distinguen con sustancial y específica diferencia en sus mismas naturalezas, por lo menos le imita en cuanto puede, estableciendo en los súbditos que son de una misma especie y sustancia [entiéndase, todos hijos de Dios] tanta desigual accidental por medio de la nobleza, de las dignidades, y títulos de que ella consta, que tiene emulación con la distinción específica. Porque si se miran los grados tan diferentes de personas en que por este medio se reparte un reino o república bien gobernada, y los oficios y representación que cada uno de ellos hace en su jerarquía, parece que se diferencia por sus esencias y naturalezas35.

Con ella se quería justificar, ante una sociedad empapada de ideología cristiana (y con ella, de la cultura de la igualdad de todos los hombres), las evidentes desigualdades existentes, dejando a la vez el mensaje (que se pretende reconfortante) de que al final (recuérdense los manriqueños versos: «nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar, que es el morir / [...] allegados, son iguales / los que viven por sus manos / e los ricos»), después del Supremo Juicio, todo será diferente, porque todos seremos juzgados como iguales, dando después paso a la verdadera y mucho más importante vida que es la vida eterna. No hay nada más que ver que ahora la situación se vuelve totalmente la contraria entre el Pobre y el Rico, y el diálogo entre ellos ahora es exactamente el opuesto de los vv. 1203 y ss. Para el Rico todo es desdicha y para el Pobre alegría; y ahí, precisamente, acaba el auto36. Esta desigualdad solo accidental en algunos casos se alimenta también con la idea de lo problemático que es ser rico en la tierra. En un libro del siglo xvi que comentaba refranes, se cuenta que un rico mercader de una gran ciudad envidiaba a su vecino pobre porque era más

35  36 

BNE, Mss. 2364. Los subrayados son nuestros. Calderón de la Barca, El gran teatro del mundo, vv. 1554 y ss.

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feliz que él, siendo rico; al describir su atareada vida, con argumentos de esta guisa: el rico venía a comer a las doze del día, o a la una, y aun no podía dormir sobre la comida, porque luego estavan con él los negocios de allí bolvia a tratar, no cenava hasta medianoche, rebolviendo el libro de caxa, no tenia vagar, de leer las cartas de los negocios, de tal manera que ni el podia bivir con aquella diligencia, que se llamará desasosiego de animo, ni sin ella, porque por una parte se perdería la hazienda y el ser rico, y por otra parte yvase consumiendo37.

Pero la realidad social, examinada a través de las representaciones culturales, y, concretamente, de los ojos del teatro, nos muestra por doquier la imagen de incontestable superioridad que entrañaba la riqueza. En su concisión, pocos versos reflejen tanto esa superioridad como los de Cosme en La dama duende, de Calderón:

Cosme:

No hablaré más que un pariente pobre en la casa del rico38.

O también, uno de los argumentos principales al que recurre Pedro Crespo para que el capitán Álvaro de Ataide le restituya su honor; esto es, el caudal de su hacienda: Crespo:

37  38 

[...] Tengo muy bastante hacienda, porque no hay, gracias al cielo, otro labrador más rico en todos aquestos pueblos de la comarca; mi hija se ha crïado, a lo que pienso, con la mejor opinión, virtud y recogimiento del mundo; de tal madre tuvo, téngala Dios en el cielo. Bien pienso que bastará,

Mal Lara, La Philosophía vulgar, fol. 273r. Calderón de la Barca, La dama duende, jornada iii, vv. 265-266.

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señor, para abono desto, el ser rico, y no haber quien me murmure; ser modesto, y no haber quien me baldone39.

El propio Tirso de Molina, en El condenado por desconfiado, transmitía explícitamente la idea de que la riqueza era la mayor cualidad que se podía tener en su época:

Enrico:

Yo nací mal inclinado, como se ve en los efectos del discurso de mi vida, que referiros pretendo. Con regalos me crié en Nápoles que ya pienso que conocéis a mi padre, que aunque no fue caballero ni de sangre generosa, era muy rico y yo entiendo que es la mayor calidad el tener en este tiempo40.

El hombre de fortuna y el mercader Como hemos visto en las últimas páginas, los ricos son retratados en el Siglo de Oro con aquellos tintes negros espirituales reflejados por Calderón, pero también con el reconocimiento de su importancia social en un mundo que se pretendía teóricamente estamental. Significativamente, la imagen del indiano como hombre que ha vuelto de las Indias pero con una condición social elevada por su fortuna ha estado bien presente en la literatura, siendo un personaje muy recurrido, especialmente en algunos autores como Lope. Entre las diversas definiciones que se han dado del indiano, la que parece más acomodada con la aceptación popular es la que se incluye a finales del siglo xvi en el Tesoro de la lengua castellana de Sebastián de Covarrubias: «el que ha ido a las

39  40 

Calderón de la Barca, jornada iii, vv. 429-443. Molina, El condenado por desconfiado, jornada i, vv. 722-733.

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Indias, que de ordinario estos vuelven ricos». Luego el componente de la riqueza es en el indiano fundamental41. Como es sabido, en los últimos años se han realizado muchos estudios sobre la figura del indiano en la literatura española del Siglo de Oro42. Y, en especial, sobre esta figura teatral en las comedias de Lope de Vega43. Un Lope que, sin ser ajeno a determinada óptica de valoración del trabajo personal de determinados moralistas de su época, ofrece en determinados momentos una imagen del indiano como un individuo sufrido, que puede ser el exponente del esfuerzo personal y del mérito propio. En El premio del bien hablar dice un criado, Martín, a la indiana Leonarda: [...] tenéis fama de ser miserables por los trabajos notables que en tierra y mar padecéis44.

Incluso Ysla Campell llega a decir que el Fénix nos presenta al indiano, lejos de la opinión vertida en la literatura de personaje negativo por el origen comercial de su riqueza y por su carácter mezquino y codicioso, como un personaje simpático, en línea con la idea que manifiesta de la importancia social del dinero, respetando los cauces ideales aristocráticos y en contra de determinadas prácticas abusivas del esquema estamental para el ascenso social. En todo caso, Lope nos presenta con cierta asiduidad a indianos (el personaje del indiano lo incluyó en más de 40 comedias, entre 1588 y 1635)45 que tienen orígenes nobles y que se dedican a actividades comerciales que eran aceptadas en la época, con denominaciones como «hidalgo», «indianos» o «caballeros hidalgos», como en las piezas Servir a señor discreto, La dama boba, el ya mencionado El premio del bien hablar, La esclava de su galán, El sembrar en buena tierra,

Covarrubias Orozco, Tesoro de la lengua castellana o española. Entre otros trabajos, podemos destacar los de Urtiaga (1958 y 1981, pp. 447460), Reichenberger (1992); Spellmeyer (1986 y 1991), Villarino y Fiadino (1993, pp. 987-994), Brioso Santos (1989, pp. 424-425) y Vila Vilar (2003). 43  Entre otros trabajos,Villarino y Fiadino (1992), Martínez Tolentino (1991) y Campbell (2001). 44  Lope de Vega, El premio del bien hablar, acto ii, vv. 141-145. 45  Martínez Tolentino, 1991. 41  42 

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La noche de San Juan, De cosario a cosario, La prueba de los amigos, El amigo hasta la muerte y La moza de cántaro46. También Lope suele representar a los indianos como, en la mayoría de las ocasiones, generosos y pretendientes en la corte, y con una cierta elegancia y nivel cultural47. Asimismo, el Fénix presenta al indiano como alguien que utiliza su riqueza para conseguir sus fines, llegando al extremo de conseguir mujeres ya prometidas48. En cualquier caso, aquella prodigalidad y disposición al gasto (aunque algunas comedias, como en La villana de Getafe, de acuerdo con el prejuicio popular, se les tilde de tacaños) tiene mucho que ver con esa inversión en prestigio que hacían los poderosos y, que para el caso de los nobles, fue tratada hace ya tiempo por Ignacio Atienza Hernández49. Era una especie de gasto estatutario de ostentación, que toman los usuarios para sí (y se observa, como vemos, en la literatura), para sus propios fines de encumbramiento y mantenimiento del estatus social. Además, hay que tener muy en cuenta que esta situación de riqueza del indiano era «un imán para el acero de las damas»50. Los indianos, tenían también un importante componente mercantil y de negocios, que tenía especialmente una connotación ultramarina51. Y, como vemos por determinadas representaciones, muchas veces no eran mirados con malos ojos, sino todo lo contrario. Y esto era así porque, contrariamente a lo aportado por una historiografía de las estructuras que consideraba a lo estamental de una manera muy rígida y demasiado ceñida a la normativa, el mercader no era, ni mucho menos, un ser despreciable ni en la literatura ni en la vida del Siglo de Oro. Entre numerosos testimonios literarios que ensalzan buena parte de lo que podrían ser sus características y formas de comportamiento, el auto de Calderón La nave del mercader es bien significativo. Para empezar, se presenta al mercader como sinónimo de hombre rico:

Campbell, 2001. Spellmeyer, 1986. 48  Reichenberger, 1992. 49  Atienza Hernández, 1991. 50  Villarino y Fiadino, 1992. 51  Morínigo, 1946, p. 150. 46  47 

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Mercader:

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El mercader de esa nave soy; esto que diga basta para saber que mi hacienda es mucha.Y pues hoy te hallas con un preso pobre ¿qué haces en admitir la fianza de un mercader rico? Pues siempre es preciso que valga más un fiador abonado que un deudor falido52.

Entre otras ideas, está presente ese afán de querer más de los mercaderes. Calderón muestra que el mercader quiere conseguir a toda costa grandes riquezas, que se podrían conseguir por el camino que él aconseja que siga el personaje Hombre (que este no seguirá).Y —muy significativo— si se consiguen las riquezas, se consiguen también las honras: «quedar honrados y ricos». Mercader:

Créeme a mí y vente conmigo; verás las medras a que te llevo. Hombre: ¿Cuáles han sido? Mercader: Las que yo adquirir intento para partirlas contigo. viendo esa nave... Culpa: Atended. Mercader: ...que sobre campos de vidrio, vago pedazo es de cielo, tan segura que imagino que la nave de aquel templo fundado sobre macizos cimientos de angular piedra no es más que seguro edificio... Viendo, pues, digo esa nave pedía al autor que la hizo su gobernalle. Él, piadoso, o liberal o benigno, de mí quiso fiarla, en fee de que a granjearle me obligo 52 

Calderón de la Barca, La nave del mercader, vv. 2098 y ss.

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las soberanas riquezas de un nuevo mundo, en que he oído que entre otros muchos haberes hay un tesoro escondido, preciosa una margarita y unos frutos de infinito precio, que a ciento por uno rendirán a fuer de trigo, en cuyo empleo podremos quedar honrados y ricos53.

Además, en la alegoría el mercader hace el papel simbólico de Cristo, ya que al final redimirá al hombre de su pena al pagar su fianza. Por otro lado, otra imagen positiva del mercader la podemos ver en La prudencia de la mujer, de Tirso, donde la reina doña María [de Molina] recibe dinero de un mercader (que le ofrece sin intereses a cambio, por su lealtad) para poder pagar las soldadas, y la soberana le da su toca como prenda. En la propia obra se presenta al mercader como si fuera un auténtico héroe dechado de lealtad hacia su reina54. La posesión de riqueza era sin duda un atributo del que se podían vanagloriar los actores de la sociedad del Siglo de Oro, aunque fueran villanos, incluso con una jactancia que podía llega a ser exagerada, como decían los soldados sobre Pedro Crespo en El alcalde de Zalamea, a propósito de la casa en que se iban a aposentar: Sargento:

Capitán:

En la casa de un villano que el hombre más rico es del lugar, de quien después he oído que es el más vano hombre del mundo, y que tiene más pompa y presunción que un infante de León. ¡Bien a un villano conviene, rico, aquesa vanidad!55.

Calderón de la Barca, La nave del mercader, vv. 521 y ss. Tirso de Molina, La prudencia en la mujer. 55  Calderón de la Barca, El alcalde de Zalamea, jornada i, vv. 165 y ss. 53  54 

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Por no hablar de la famosa petición que le hace su hijo a Crespo para que con su dinero compre una ejecutoria, intentando abrir unas puertas estamentales que en algunos casos se cerraban o no se llegaban a abrir por esos criterios estamentales; pero que, en otros, como está demostrando la historiografía56, sí podían conseguir un éxito considerable en su relegación del criterio estamental: Juan: Crespo: Juan:

¿Que quieras, siendo tú rico, vivir a estos hospedajes sujeto? Pues, ¿cómo puedo excusarlos ni excusarme? Comprando una ejecutoria57.

En fin, como hemos podido ver a través de estas páginas, la idea del viejo esquema estamental proveniente de la Edad Media, y que se presuponía que continuaba en la moderna, quedaba bastante desdibujado por el cambio de los tiempos (con unas nuevas coordenadas políticas, culturales y económicas), y, entre las muchas transformaciones, se pudo asistir a una paulatina nueva consideración de la figura del rico e incluso del mercader. El estigma social de este último en realidad cada vez se nos está presentando como menos estigma —salvo en algunos sectores interesados en perpetuar esta idea y de la especie de traición que suponía la llamada dérogeance—, y la literatura, además de otras fuentes, nos ayuda a percibir estas nuevas consideraciones sociales y la imagen mental de las actividades de los individuos. A través del teatro (reflejo de la vida si se toman las necesarias prevenciones metodológicas) es claro que, si bien están presentes los arquetipos propios de la sociedad estamental, no lo están menos los nuevos criterios de ensalzamiento del mérito personal, el esfuerzo y el trabajo, la riqueza como premio a ese esfuerzo, e, incluso, la productiva figura —también en el orden de la ética social, no solo del mundo de la crematística— del mercader.

56  57 

Soria Mesa, 2007. Calderón de la Barca, El alcalde de Zalamea, jornada i, vv. 483 y ss.

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Duques y ducados: la burocracia financiera señorial durante el Siglo de Oro. Historia y representación cultural1 Miguel Fernando Gómez Vozmediano Universidad Carlos III, Madrid

cuide y sepa del orden con que en su casa se procede; la cantidad i calidad de sus rentas; quando y como se cobran i distribuyen; si están quexosos los criados (en cuya información consiste gran parte de la reputación de los señores) i su cada uno acude con cuidado y suficiencia a lo esencial de su ministerio... sabiendo disimular y perdonar el descuido2.

La aristocracia española, en calidad de señores de vasallos y de élite estamental de su tiempo, se rodeó de multitud de colaboradores, administradores, apoderados, sirvientes y criados3, muchos de los cuales tenían una nítida dimensión económico-financiera o contable. El objetivo de las siguientes páginas será desvelar el entramado de servidores de este tipo que había en las nóminas de Grandes y títulos del reino, así como vislumbrar su proyección cultural en la literatura coetánea4. 1  Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación «Del manuscrito a las pantallas: memoria, artefactos y prácticas culturales (del siglo xv a nuestros días)» [HAR2016-76550P], perteneciente al Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia, financiado por el Ministerio de Economía, Industria y Competitividad (Gobierno de España), cuyo investigador principal es Enrique Villalba Pérez. 2  López, 1626, fols. 29r-v. 3  El marco teórico y conceptual de la servidumbre en la España Moderna en Blanco, 2016. Para el caso concreto de su integración en las clientelas nobiliarias ver Carrasco, 2016. 4  Sendas aproximaciones en cierto modo complementarias a la dinámica nobiliaria durante la Modernidad en Soria, 2009, y García, 2015.

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Para adentrarnos en este juego de espejos entre realidad y ficción nos aproximaremos a los archivos, haremos una relectura de su presencia en los tratados o el refranero, terminando por espigar su presencia entre pliegos de cordel, comedias y novelas de nuestro Siglo de Oro, con el fin de perfilar las claves de su consideración social o clientelar y su papel medular a la sombra del poder nobiliario. 1. La gestión de la rentas señoriales y el control del gasto nobiliario A pesar de los prejuicios, heredados de la historiografía burguesa decimonónica, la compleja red de personal aneja a la burocracia hacendística aristocrática desdice la leyenda negra que afirmaba el proverbial desinterés de la nobleza española por la marcha de sus asuntos económicos5. Siempre desde el prisma económico, el personal al servicio de una gran Casa nobiliaria puede estructurarse en dos grandes bloques: los oficiales domésticos y los oficiales de la burocracia señorial (en su doble dimensión de administración centralizada y periférica). La mano derecha del señor era el secretario, alter ego de su amo. Despachaba a diario con el titular de la Casa. Solía ser su confidente, consejero y el principal valedor de sus negocios, y servía de enlace entre el se­ñor, sus servidores y sus vasallos. Además, se encargaba de supervisar el gobierno señorial, redactar documentos burocráticos y escribir las cartas personales de sus amos. Sus principales virtudes: fidelidad y eficacia. Si nos centramos en su plano económico puede hablarse de tres niveles: Casa, Estados y villas de su jurisdicción. Los consejos señoriales son relativamente habituales entre los Grandes y la aristocracia, quienes emulan los consejos y juntas regios, coordinando la gestión financiera del señorío6. Conforme avanza el Seiscientos, las dificultades financieras Ya lo advertía, hace más de medio siglo, el maestro de historiadores, Antonio Domínguez Ortiz: «Las acusaciones de incompetencia y despilfarro, lanzadas sobre la aristocracia, solo en parte son fundadas. Los nobles no despreciaban el dinero; el mal estado de sus haciendas les preocupaba y amargaba como a cualquier simple mortal». Domínguez, 1963, p. 234. 6  El Consejo de los duques de Alba data de 1484 y aunaba competencias de apelación de justicia, gobierno y fiscalización financiera (Calderón, 1993 y 1996, pp. 312 y 314). En el Ducado del Infantado, cuando el titular se traslada de Guadalajara a la Corte se transforma en una Junta integrada por el secretario del duque, dos o 5 

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La burocracia hacendística señorial (s. xvii)

de muchos nobles aconsejan confiar en un contador7 general el asiento de la entrada y salida de caudales, las libranzas de dinero, así como la supervisión anual de ingresos y gastos. Este contador mayor estaba auxiliado por un enjambre de oficiales, escribanos de raciones o rentas, amanuenses, contables, aprendices y meritorios que pululan alrededor de las dependencias señoriales8. tres contadores, un juez de apelaciones y los letrados contratados que se reunían periódicamente (Cuesta, 2014). 7  Contador: «se llama comúnmente el que tiene por empleo llevar la cuenta y razón de la entrada y salida de algunos caudales, haciendo el cargo a las personas que los perciben, y recibiéndoles en data lo que pagan. Llámase así regularmente el que es cabeza y jefe de alguna contaduría, a distinción de los demás que trabajan en ella, que se llaman oficiales». Aut., i, p. 543. 8  Nos referimos a la Casa de algún Grande de España o aristócrata encumbrado, pero parece obvio que los pequeños señores solían nombrar a algún alcalde mayor más o menos experimentado y algún mercader avezado para gestionar sus rentas (Carrasco, 1991). Por ejemplo, Diego López de Zúñiga y Velasco, I marqués de Baides (desde 1622) y señor de Cobeta, mayordomo de la reina doña Isabel de Borbón, entre sus oficios palaciegos y sus cuatro matrimonios no tuvo tiempo

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Supeditados a este órgano colegiado o al contador mayor estaban los altos cargos económicos de la Casa9: mayordomo mayor (a quien se rendía cuenta a diario de los ingresos, gastos, inversiones y pleitos pendientes, siendo el jefe de sus criados, y en cuyos libros se asentaban pagos y recaudaciones), tesorero (responsable de las joyas y depositario del dinero, prestando al señor en caso de necesidad)10, despensero o botiller (encargado de mantener bien provista la despensa del palacio), repostero o guardarropa (responsable de las alfombras, tapices y colgaduras) y camarero (a quien se confía la cámara del señor, su espacio más íntimo y por lo general donde guardaba sus alhajas más preciadas o preciosas, de las que hace inventario). En un nivel inferior estaban los veedores (de viandas, que supervisaban los gastos menudos de la despensa) y los contadores menores (de caballerizas, que contabilizaban los gastos de las cuadras)11. Además, en la Corte (ante los Reales Consejos)12, las más altas audiencias de justicia (Granada, Valladolid) o en las principales plazas mercantiles (Medina del Campo, Sevilla, etc.) los señores tenían agentes de negocios, abogados y banqueros apoderados para velar por los intereses de Grandes y nobles. A menudo hablamos de una tupida malla de Estados nobiliarios, más o menos dispersos según los avatares de cada Casa. Dichos Estados eran las demarcaciones por donde los dueños de vasallos extendían su jurisdicción gubernativa y derechos económicos. Cada Estado contaba de gestionar directamente su exiguo Estado alcarreño, que se confió sucesivamente a Juan de Valdés (hacia 1636), Francisco de Santo Domingo Solórzano (1646) y Juan Martínez de Collantes, abogado de la Real Chancillería de Valladolid (hacia 1682). ARCHV. Sala De Vizcaya, caja 4508, exp. 6; AHN. Consejos, leg. 28041, exp. 5 y ARCHV. Registro de Ejecutorias, caja 3016, exp. 10. 9  Hacia 1582, la nómina anual de los principales criados de la Casa de Béjar constaba de los siguientes cargos: secretario, Gaspar Ceraso de Losada (74 000 mrs.); dos contadores Juan Crespo (60 000 mrs.) y Juan Ros (60 000 mrs.); mayordomo, Antonio Botello (80 000 mrs.) y botiller, Gonzalo Morillo (6 000 mrs.). Además, a estos salarios habría que añadir los pagos en especie (cesión de vivienda, asignación de trigo, becas a hijos, pensiones a viudas, etc.) y todo lo que implicaba servir a un gran señor. Archivo Histórico de la Nobleza (en adelante AHNOB.), Osuna, caja 228, doc. 24. 10  Así, Gómez Ruiz de Mercado, contador del II conde de Monteagudo entre 1517-1547, adelantó fuertes sumas de dinero a su señor para pagar a sus acreedores. Diago Hernando, 2013, pp. 194-195. 11  Gómez, 2012. 12  Salas, 2006 y 2016.

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con un administrador y un mayordomo de rentas a quienes se les confía vertebrar el poder fuera de la capital de la Casa y supervisar la gestión comarcana de los intereses patrimoniales de su señor; tales señoríos estaban divididos a su vez en Partidos o mayordomías13, donde también puede haber arrendadores mayores, fieles y recaudadores de rentas. En la esfera local había representantes del señor que se encargan de controlar el día a día de tributos, inmuebles y censos, haciendo tratos y contratos en su nombre; muchas rentas locales se ceden a arrendadores menores y a cogedores privados que pujan por especular con las rentas señoriales, adelantando dinero a cambio de asumir su recaudación directa durante una o varias temporadas, que no siempre se corresponden con años naturales14, si bien en otras ocasiones los nobles encabezaban sus rentas con los concejos. La relación cotidiana entre la burocracia centralizada y periférica de los señoríos se garantizaba a través de una fluida correspondencia15 y la eventual visita de señores o sus servidores más cercanos. En realidad, toda la maquinaria del poder señorial colabora en el mantenimiento de sus pilares económicos. Los secretarios manteniendo una correspondencia casi diaria con la administración periférica; los alcaldes mayores o corregidores señoriales imponiendo los designios del señor a sus vasallos y haciendo cumplir sus ordenanzas; los párrocos de sus villas promoviendo el respeto a la disciplina y normas emanadas del titular de la Casa16. Hasta letrados y frailes asesoran a los nobles en casos

Como muestra, en el siglo xvii, la Casa de Velasco contaba con 18 mayordomías (Cuesta, 2014). 14  Calderón, 1993; García, 1994; Salas, 2012. 15  A título de ejemplo ver las cartas remitidas a Juan de Palacios Ballesteros, administrador del conde de Frigiliana en Granada (1674-1675); o bien la correspondencia cruzada entre María Luisa de Gante y Sarmiento, duquesa de Montellano y otros con José Turbique, mayordomo de la Casa de Montellano (1687-1691). AHNOB. Fernán Núñez, cajas 1061, doc. 9 y 1282, doc. 20. 16  En Chillón (Ciudad Real), señorío del marqués de Comares, en 1646 y a instancia del señor jurisdiccional, se convoca a los vecinos a la parroquia para escuchar el memorial escrito por un arbitrista, Jacinto Alcázar de Arriaza, sobre temas económicos. Gil y Gómez, 2016, p. 245. Otros discursos eran menos benevolentes; fray Diego de la Vega, predicaba hacia 1611: «Que tenga un duque, un conde, setenta mil, cien mil ducados de renta y que se los coma todos. Señor, ¡cuánto come fulano! Come cien mil ducados cada año, y de ahí, ¿qué reserva para los pobres? Señor, no nada, antes dice que está empeñado, que toma dineros a censo y que le tiene el rey puesto un administrador en su mayorazgo». Negredo, 2016, p. 139. 13 

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legales o de conciencia17. A cambio, la nobleza contemporiza o directamente se pliega a los requerimientos de la monarquía (colaborando mediante donativos, levas o el servicio militar directo) y colabora con la Iglesia18. Ahora bien, este esquema simplificado nos habla de la complejidad de una gestión que, demasiadas veces, hace agua, ya que el servicio a la corona, un matrimonio desafortunado o un tren de vida por encima de sus posibilidades podían dar al traste con mayorazgos y fortunas granjeadas durante generaciones. Entonces se recurría a préstamos con familiares o banqueros, o bien se solicitaban licencias para enajenar parte del mayorazgo. En casos extremos, los nobles se declaraban en quiebra y desde la corte se nombraba un administrador judicial que gestionara el secuestro de sus señoríos y el concurso de acreedores de sus bienes19. Desde luego, la casuística es enorme y no se pueden extrapolar modelos: con frecuencia los cargos se desdoblan entre un oficial mayor y varios subalternos; una misma persona podía tener varios cargos de confianza20, sobre todo los de mayordomo, tesorero y contador, o bien pasar de uno a otro. Asimismo, tampoco faltan quienes medran sirviendo a varios señores en tan altos oficios. Unos servidores de la máxima confianza que se arraciman para vivir alrededor de las residencias de los magnates, como ocurre en Guadalajara, donde los oficiales y criados viven en el barrio de Santiago, en torno al palacio del Infantado mendocino21, siendo sus familias con frecuencia vasallas suyas.

17  Por ejemplo, los padres del Colegio de la Compañía de Jesús de Oropesa (Toledo), a instancia del propio conde de Oropesa, dictaminaron que era lícito a un señor de vasallos subir los impuestos en sus Estados o que no debería tener escrúpulos para prestar dinero con interés. Gómez, 2012, p. 277. 18  Es curioso que cuando se publicaba la bula de cruzada el rey dirigía cartas expresamente al condestable de Castilla y al duque de Nájera, así como a los condes de Aguilar, Orgaz y Nieva, rogándoles que cuando llegaran los ministros de Cruzada «a vuestra tierras, proveais como sea recibida en ellas con mucha solemnidad, veneración y acatamiento como a tan santa bulla se requiere, y lo haveis acostumbrado en otras cruçadas, y favorezcais y ayudeis a los tesoreros y ministros que en ello entendieren para que libremente puedan exerçer sus cargos». Serrano y Gómez, 2013, p. 7. 19  Jago, 1982; Moreno, 1988; Yun, 2002; López, 2007; Diago Hernando, 2013. 20  Gabriel Martínez fue alcalde mayor y mayordomo del duque del Infantado en la villa de Fresno de Torote (Madrid) durante los años centrales del siglo xvii. ARCHV. Registro de Ejecutorias, caja 2754, exp. 56. 21  Muñoz, 1998.

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La cercanía al poder, el manejo de información privilegiada y el ascendiente que les otorgaba el servicio a un linaje de renombre les ­permitía participar de las ventajas y hasta las migajas socioeconómicas que les proporcionan sus patrones, beneficiándose de su amparo, generosidad e incluso amistad. No obstante, tampoco faltan criados que terminan en litigio22, despedidos o enemistados con sus señores, acusados de mala fe en el desempeño de su oficio23, ineptitud, hurtos o estafas. Por último, desfalcos, descubiertos y alcances son habituales, procediéndose contra sus gestores24, parientes cercanos25 o avalistas26. No obstante, por regla general, se trata de personas que muestran lealtad, gozan de la confianza de sus patrones y demuestran solvencia profesional. Menudean los judeoconversos27 y no faltan los moriscos28 e Ejecutoria del pleito litigado por Antonio Pedro Álvarez Osorio, marqués de Astorga, contra Juan de la Carrera, contador marquesal y vecino de Astorga (León), quien reclamaba cobrarse de los bienes nobiliarios lo que se le debía (1585). ARCHV. Registro de Ejecutorias, caja 1523, doc. 4. Ejecutoria del pleito litigado entre Benito Arias de Valencia, tesorero del duque de Feria, y Juan Velázquez, agente de negocios, vecinos de Madrid (1634). ARCHV. Registro de Ejecutorias, caja 2597, exp. 70. 23  Pleito civil instruido contra Juan Sainz de San Martín, familiar del Santo Oficio y contador del duque de Cardona, por retener en Lucena (Córdoba) provisiones y despachos, causando costas y retardando el libramiento de los alimentos (1645). AHN. Inquisición, Consejo, leg. 1838, exp. 10. 24  Ejecutoria del pleito litigado por Juana Manrique, condesa de Oñate, con Juan Ortiz de Idígoras, contador del conde de Oñate y vecino de Oñate (Guipúzcoa), a quien reclama dinero (1513). ARCHV. Registro de Ejecutorias, caja 287, exp. 18. 25  Pleito mantenido entre Antonio Alfonso Pimentel, VIII conde-duque de Benavente, y Lucía Martínez de Espinosa, viuda de Juan Cerrato, extesorero del conde (1659). AHNOB. Osuna, caja 434, docs. 52-53. 26  Hacia 1600 se encarcelan y embargan los bienes de Gregorio de Quiroga y el resto de fiadores del tesorero de Pedro de Toledo, marqués de Villafranca, que debía rendir cuentas y abonar 50 500 mrs. de las cuentas del trienio 1596-1598. ARCHV. Pleitos Civiles, Fernando Alonso (F), caja 240, exp. 2. 27  Pedro Ruiz de Alcaraz, contador del marqués de Villena desde 1523 y residente en Escalona (donde se convierte en consejero espiritual de su señor), fue investigado por el Santo Oficio al ser acusado de alumbrado; impelido a confesar su genealogía y «si es converso de partes de padre e madre, [dijo] que de parte de su padre es converso de todo, y de parte de su madre, cierta parte. Y que no sabe distinguir de manera por donde aquella parte, mas que sabe que la tiene». AHN. Inquisición, Tribunal de Toledo, leg. 106, exp. 5, fol. 4r. 28  Como Diego de Rojas, morisco alpujarreño emparentando con el líder de la revuelta, asentado en Valdepeñas (una encomienda calatrava enajenada a la corona 22 

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incluso los extranjeros (sobre todo genoveses, en Andalucía, y los marranos en la frontera portuguesa)29; también son relativamente frecuentes los aforados eclesiásticos en los señoríos más pequeños y no faltan ni militares30. Sin embargo, predominan casi siempre los pecheros: pendolistas aventajados31, bastardos de origen ilustre versados en letras y números, negociantes y contadores con iniciativa, cuyo origen estamental no empaña carreras sólidas a la sombra de los poderosos. Curiosamente, los vascos son legión entre la alta burocracia nobiliaria castellana32. No en vano, integran sus séquitos y los unen lazos de fidelidad clientelares33 que no se rompen mientras defiendan a toda costa los intereses de sus amos y mentores, heredándose tales vínculos durante generaciones. No obstante, es significativo que muchas de estas criaturas de los Grandes y la alta nobleza hispana son hombres nuevos34, letrados y contables con formación universitaria o bien con experiencia en los negocios rurales, que asumen el poder o confianza que se les otorga y toman conciencia tanto de su rol en el engranaje económico de una Casa aristocrática como de su influencia. No olvidemos que son quienes mejor conocen los entresijos del poder de un determinado linaje, hasta tal punto que algunos hacen el panegírico de la Casa a la que sirven y de la que se sirven35.

hacia 1585). Quien se dice «contador del marqués de Santa Cruz» en 1592, cuando se casa con una rica morisca aragonesa. Ansón, 2003-2007. 29  Proceso de fe de Alejandro de Acosta Tovar, contador del duque de Benavente, natural de Oporto (Portugal) y vecino de Benavente, por judaizante (1661/1669). AHN. Inquisición, leg. 130, exp. 2. 30  El capitán Francisco Sáenz de Domaica, mayordomo del marqués de Santa Cruz, tomó las cuentas de las encomiendas y rentas repartidas por el Campo de Calatrava (1612/1617). AHNOB. Santa Cruz, caja 222, doc. 7. 31  Alonso Serrano, escribano público de Camarena (Toledo), era mayordomo de Pedro de Ayala Manrique, señor de Peromoro (1623). Archivo Condal de Cedillo (en adelante ACC.) caja 27, doc. 8. 32  Cuando el secretario de la ínsula sanchopancesca se ufana de ser vizcaíno, su nuevo señor le responde que «con esa añadidura... bien podéis ser secretario del mismo Emperador». Herrero, 1966, pp. 267-270. La consideración, cada mejor, de los vascos en el marco de la Monarquía Católica en Ferrer-Chivite, 2001. 33  Carrasco, 1994. 34  Ya lo decía el cronista Fernando Díaz del Pulgar: «vemos por experiencia algunos omnes destos que iudgamos nacidos de baxa sangre forçarles su natural inclinación a dexar los oficios baxos de los padres, e aprender ciencia e ser grandes letrados» (Ruiz, 1999, p. 282, nota 19). 35  Ríos, 1738. BNE. 3/18558.

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No en vano, el servicio a algún Grande de España podía ser la mejor ­plataforma para mayores aspiraciones36. Es el caso de los Espejo. El patriarca Juan Espejo vivió en Almoguera (Alcarria), donde ya tuvo que pleitear para ver confirmada su hidalguía (1535)37. Su hijo segundón Francisco emigró a Olías, una villa agrícola próxima a la Ciudad Imperial, donde se casó con la toledana Leonor de Figueroa y se puso al servicio de Antonio Álvarez de Toledo y Luna, señor de Cedillo, de quien fue su mayordomo (al menos entre 15751587). Las posesiones de su patrón se extendían por La Sagra toledana y aumentaron con la compra de la encomienda de Moratalaz, al sur de Madrid, en un momento en que la corte precisaba abastecerse de grandes cantidades de trigo, carne y leña. En calidad de mayordomo, especuló con algunas de estas tierras y dehesas, haciendo un gran negocio en beneficio propio38. Hacia 1577 sus ínfulas le llevan a hacer una información ad perpetuam rei memoriam donde declara toda la clientela urbana del señor de Cedillo para acreditar su sangre azul. En 1601 ya acrisola ante la Chancillería de Valladolid su propia ejecutoria de hidalguía, cuya iconografía contrasta poderosamente con la de su progenitor: mientras de la de su padre, un modesto hidalgo rural, se reduce a un tosco blasón del linaje, la de su hijo desarrolla una rica iconografía donde no falta el propio don Francisco ricamente ataviado de rodillas ante una Anunciación (que bien podía representar el gozo por la buena nueva), representada sobre un enorme escudo con sus armas, rodeada toda la composición con una ostentosa orla manierista con puttis, atlantes y flores; es decir, un auténtico monumento a su éxito estamental39. Desde entonces sus descendientes logran encumbrarse en la corte de los Austrias: su hijo, Hernando de Espejo, casado con Ana María Bustos (hija de un financiero vinculado a las covachuelas) y familiar del Santo Oficio (1603), es nombrado por Lerma lugarteniente de alcalde del Alcázar de Toledo (1610), el mismo año en que compra una capilla en la iglesia de San Francisco el Grande (Madrid)40, siendo además de caballerizo y ­guardajoyas de la reina (1609-1615), caballero del hábito

Díaz, 2007. AHNOB. Fernán Núñez, caja 2070, doc. 1. 38  ACC. cajas 10, docs. 19 y 12, doc. 17. 39  ARCHV. Registro de Ejecutorias, caja 1920, exp. 90 y AHNOB. Fernán Núñez, caja 93, doc. 3. Algunos datos biográficos en García y Gómez, 2016. 40  AHNOB. Fernán Núñez, caja 385, doc. 10. 36  37 

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de Santiago (1613)41 y comendador de Torres y Cañamares (Campo de Montiel, 1616); su ambición era insaciable, fundando mayorazgo (hacia 1621) y en 1624 compra un regimiento en Toledo (el mismo año que su patrón adquiere por 24 000 ducados el título de conde de Cedillo, endeudándose hasta el punto de ser secuestrado su Estado). Muerto hacia 1651, su hijo Diego Espejo Maldonado y hermanas heredan a título de inventario. Pues bien, a lo largo de los siglos xvii y xviii sus descendientes se vincularon siempre al servicio regio: don Antonio de Espejo y de Figueroa es ayuda de Cámara de Felipe IV, recibe el hábito de Santiago (1636)42, siendo primero secretario regio (1651) y luego secretario de la Junta de Obras y Bosques (1655-1674); Diego Espejo Maldonado, también caballero santiaguista (1623) y regidor de Toledo (1624-1637), se emplea como militar en la Guerra de Cataluña ya desde 164043, defiende el Puerto de Santa María (Cádiz) frente a los ingleses (1658), logra la plaza de alguacil mayor de la casa de Contratación Sevilla (desde 1654) y termina siendo corregidor de México (1667-1668 y 1669-1676), adonde se desplaza con su mujer (perteneciente a una rica saga de mercaderes flamencos asentados en Sevilla) y toda una cohorte de criados, no en vano su salario era medio millón de maravedís anuales; enriquecida la familia por su aventura indiana, su primogénito homónimo compra el oficio de escribano mayor de rentas (1739). Los descendientes de la familia terminan entroncando con los señores de Noalejo (Jaén)44. Así pues, a través de los archivos podemos documentar sus matrimonios45, a menudo endogámicos entre el círculo clientelar en el que se mueven46; así como los pleitos de todo tipo en que se ven envueltos AHN. Órdenes Militares, Caballeros Santiago, exp. 2745. AHN. Órdenes Militares, Caballeros Santiago, exp. 2744. 43  Su relación de méritos en Archivo General de Indias, Indiferente, leg. 119, exp. 9. 44  Girón, 2016. 45  Doña Inés María Juliana de Vega de la Peña, vecina del Puerto de Santa María (Cádiz), contrajo matrimonio con su paisano Manuel de Rosales Velasco, contador del duque de Medinaceli y caballero de la orden de Santiago (1701). AHN. Órdenes Militares, Casamiento Santiago, Apend. 558. 46  Como muestra, el capitán Juan Rico de Rueda, natural y regidor de Lucena, contrajo matrimonio con doña María de Rueda, hija de Bernardo del Mármol, alcaide de Espejo y contador del marqués de Comares y alcaide de los Donceles, a caballo entre los siglos xv al xvi. La hija de ambos, Isabel de Rueda Rico, casó con su paisano Juan Ramírez de Aguilar, regidor de Lucena e hijo de Juan Ramírez, 41  42 

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en nombre de sus señores o a título individual (civiles47, criminales48, matrimoniales49, inquisitoriales50), de los que por cierto suelen salir indemnes51. Constamos que se contagian de la espiral de honores de su tiempo52. Podemos hacer un seguimiento de sus inversiones en censos53 o juros54. Sabemos que siempre que pueden compran esclavos55, se

familiar del Santo Oficio, gobernador y contador de dicho Estado nobiliario. La trayectoria de los Ramírez a la sombra de la Casa de Comares y su intrincada endogamia con sus servidores en Serrano, 2015. 47  Ejecutoria del pleito litigado por Francisca Morejón, viuda de Jerónimo de Laguna, excontador del conde de Monterrey, vecina de Valladolid, con los condes de Monterrey, por las cuentas a su cargo (1570). ARCHV. Registro de Ejecutorias, caja 1176, exp. 27. 48  Proceso criminal instruido contra un familiar del Santo Oficio en Villatobas (Toledo), denunciado por su convecino Domingo de Herrera, también familiar del Santo Oficio y mayordomo del conde de Barajas, por ofensas e injurias (1633). AHN. Inquisición, leg. 66, exp. 8. 49  La burgalesa Beatriz de Villegas reclamaba a su marido Martín de Fonseca, tesorero del conde de Miranda, dote, arras y alimentos (1517-1519). ARCHV. Pleitos Civiles, Fernando Alonso (F), caja 633, exp. 7. 50  Proceso de fe por blasfemar instruido contra Beltrán de la Peña, mayordomo del conde de Coruña (1538). AHN. INQUISICIÓN, Tribunal de Toledo, leg. 31, exp. 18b. 51  Perdón real solicitado para Gregorio López, mayordomo del conde de Casarrubios, acusado de asesinar a un hombre que cortaba leña en el soto de Arroyomolinos (Madrid, 1615-1616). AGS. Cámara de Castilla, leg. 1669, 1, 6. Testimonio del secretario del Santo Oficio toledano acreditando que Alejandro de Acosta y Tovar, regidor de Benavente (Zamora) y contador del conde-duque de Benavente, fue procesado y absuelto sin cargos por los tribunales de la Inquisición en Valladolid y Toledo (1670). AHNOB. Osuna, caja 435, doc 49. 52  A fines del Seiscientos, Pedro de Medina Sabariego, natural de Cañete de las Torres y vecino de Valenzuela (Córdoba), excirujano, era mayordomo del marqués de Valenzuela, además de alcalde ordinario de Valenzuela y pretendiente a familiar del Tribunal de la Inquisición cordobesa. AHN. Inquisición, leg. 5229, exp. 10. 53  Escritura de un censo de 125 000 mrs. de renta al año otorgada por Álvaro de Bazán a favor de Pedro Sanz de Hinestrosa, tesorero del marqués de Villena (1582). AHNOB. Santa Cruz, caja 204, doc. 1. 54  Juro a favor del tesorero del marqués de Coria (1621-1655). AGS. CME, leg. 1123, exp. 40. 55  Diego Álvarez de Córdoba, contador del marqués de Denia, compró un negro a inicios del Quinientos. AGS. RGS. leg. 151212, exp. 721. Gregorio de Vega, mayordomo de Eugenio Ponce de León y vecino de Getafe, adquiere una joven esclava blanca cristiana (1609). ACC. caja 62, doc. 10.

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­ acen enterrar en capillas familiares56 o fundan patronatos, capellanías h y mayorazgos57; no dudando algunos en patrocinar nuevos conventos58, coleccionar obras de arte59 o colocar blasones en sus mansiones60, para visualizar su riqueza. Conocemos incluso sus últimas voluntades61. Precisamente entre los testamentos de los nobles puede vislumbrarse el trato tan estrecho que habían tenido los señores con sus hombres de confianza. Así, en el testamento de María Manrique, duquesa de Terranova y viuda de Gonzalo Fernández de Córdoba, «encarga al duque su nieto y a su governador que honrasen y atendiesen mucho a Juan Franco/Francisco su contador, por los grandes y leales servcios que avia hecho al Gran Capitán su señor y por la confiança y amor que en él avian tenido»62, confiándole terminar el sepulcro familiar en la capilla mayor de los jerónimos granadinos (1527). En esta senda, en 1693, Manuel Ponce de León, VI duque de Arcos, recuerda en una manda testamentaria a Francisco de Alvear, tesorero del Estado de Maqueda y luego contador del de Arcos, a quien asegura que tuvo mortificado en su trabajo y le perdonaba los descuidos que tuvo en su labor, ofreciendo a alguna de sus hijas una dote de 800 ducados, para casarse o ingresar en el convento concepcionista de Marchena (Sevilla); en tanto que a Es el caso de Bartolomé García, contador del conde de Salinas, Ribadeo y duque de Francavilla, sepultado en la capilla de la Palma, sita en el convento de Agustinos Recoletos de Madrid, que dotó generosamente y a la cual trajo una imagen de la Virgen de la Palma, patrona de la villa de Ocio (Álava), de donde era oriundo. Moreno y Lopezosa, 1999, p. 194. 57  Así, a lo largo del Quinientos, Pedro Gutiérrez, tesorero del marqués de Villena, funda mayorazgo y patronato de legos, vinculando la mayor parte de sus bienes. ARCHV. Registro de Ejecutorias, caja 1416, exp. 3. 58  Francisco Velázquez, contador del III duque de Alba e hijo de un antiguo contador real, y su esposa promueven en 1571 la fundación teresiana del convento de carmelitas descalzas de Alba de Tornes. AHNOB. Vivero, caja 19, doc. 26. Ver Gómez, 2013; Angulo, 1981. 59  García, 2013. 60  Tal es la casona en Cigales (Valladolid), propiedad de Francisco Calderón de la Barca Cerón, mayordomo de los duques de Frías, casada con una camarera de los Velasco, que fundan mayorazgo y una capellanía en la parroquia de Santiago, donde fueron enterrados en 1531. 61  Testamentos de Alfonso de Mercado, mayordomo del conde de Benavente, y de su esposa, doña Isabel de Quiñones (1588); así como de Pablo de Tortosa, mayordomo del duque de Gandía (1623). AHNOB. Bornos, caja 321, doc. 8 y Osuna, caja 604, doc. 95, respectivamente. 62  Salazar, 1694, p. 523. 56 

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Francisco y Marcos Juárez legaba sus mejores trajes y 3 000 ducados a cada uno, además de ofrecerse a pagar las pruebas para obtener sendos hábitos militares63. Buen ejemplo de sus ínfulas y del ascenso estamental de uno de estos profesionales es la trayectoria de Antón de Azoca (1505), oriundo de Azcoitia (Guipúzcoa) y señor de Azocaechea y sus anejos, uno más de los vascos que emigran a Castilla en busca de fortuna. Se asentó en Sevilla, medrando a la sombra de su tío, Juan Sánchez de Zumeta, canónigo de la catedral hispalense; en tanto que sus hermanos hicieron fortuna en Indias. Muy joven entró al servicio del marqués de Tarifa, siendo su contador durante años, además de administrar el Hospital de las Cinco Llagas (patronato de los duques de Alcalá) al menos desde 1531. En Sevilla casó con la sevillana Francisca Gallegos (†1575), hija del jurado e hidalgo sevillano Juan Gallegos64 y de Constanza Rodríguez (que nace en el seno de una saga de comerciantes). Con el ayuntamiento hispalense pleiteó ante la Chancillería de Granada para demostrar su hidalguía; adujo vizcainía, es decir el privilegio de hidalguía universal (1536-1538)65. La gran oportunidad de su vida se dio poco después, en 1539, cuando muere su amo y protector y le deja en depósito testamentario una auténtica fortuna66. Al menos en 1552 todavía seguía siendo contador de esta linajuda Casa andaluza. Un personaje que, por cierto, nos ha dejado el relato de la ostentosa comida que celebró por la profesión de su hija en el convento de Santa María de Jesús (Sevilla); en tanto que su hijo varón, Celedonio de Azoca, doctor en Teología (†1603), fue canónigo de la catedral hispalense (desde 1599)67 y capellán mayor del Hospital de la Sangre68, donde se entierra junto con su madre. Este último fue amigo de los jesuitas (san Ignacio de Loyola había sido paisano suyo) y termina dejando mil ducados de su fortuna y su

Gutiérrez, 2007b, p. 779. Patrón de las Capillas de los Infantes en los conventos hispalenses de San Francisco y de Santa Clara (1508). AGS. RGS. leg. 150801, exp. 385. 65  Archivo de la Real Chancillería de Granada, Hidalguías, caja 5091, exp. 310. 66  Todavía hacia 1542 mantuvo una intensa correspondencia con el cardenal Tavera, arzobispo de Toledo, interesándose de la fortuna dejada por su señor para rescatar los cautivos de Fez y Gibraltar. Aranda, 1692, pp. 501 y 513. 67  Salazar, 1995, i, p. 54. 68  Espejo, 1921, ii, p. 136. 63  64 

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bien provista librería a la Universidad de Osuna69. El éxito estamental se ­había ­consumado en solo un par de generaciones. Otros corrieron peor suerte. Las personas de confianza de los validos suelen subir como la espuma mientras dura el valimiento, pero acompañan en la desgracia a su señor cuando se eclipsa su poder. Es el caso del mayordomo, secretario, tesorero y caballerizo del III duque de Osuna, represaliados con la caída en desgracia de Manuel Pedro Téllez-Girón; su secretario padeció tormento y admitió haber defraudado caudales ajenos70. 2. El espejo del oficio y su percepción social: tratados morales y manuales profesionales El prestigio social y ascenso económico de tales personajes, en ocasiones vertiginoso, despierta críticas mordaces entre sus coetáneos, pero también genera una literatura profesional en la que puede vislumbrarse el orgullo por todo lo conseguido, la necesidad de estar preparados para un trabajo ímprobo y la autoconciencia de su ascendiente sobre muchos de sus vecinos. En este sentido, el franciscano fray Antonio de Guevara, siempre cercano a Carlos V y que termina siendo obispo de Mondoñedo, escribe en una de sus obras: Quieren los señores que les loen sus oficiales, porque ellos siempre eligen por contador al más agudo, por tesorero al más fiel, por veedor al más experto, por despensero al más entremetido, por botiller al más cuidadoso, por camarero al más secreto, por secretario al más cuerdo, por capellán al más simple; y por cocinero al más curioso71.

Desde luego, producto de la envidia o de su mala fama, no faltan las soflamas más o menos soterradas a su quehacer cotidiano o su servilismo a los amos con los que trabajan y a los que se deben. A este respecto, nos parecen de lo más elocuentes las mordaces reflexiones de un tratadista coetáneo como es Cristóbal Suárez de Figueroa, jurista y polígrafo, que Gutiérrez, 2007a. Borrego, 2010, p. 184. 71  Guevara, 1539, cap. vii. 69  70 

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puso su pluma al servicio sucesivamente del duque de Feria, el marqués de Cañete y el duque de Alba72: «Al oficio pues destos mayordomos toca notar, y escribir en el libro las rentas y gastos de los dueños, en que suele correr mucha ignorancia de su parte, por ser tan malos contadores, que apenas saben salir de un ciento, o millar»73. Profundizando en esta idea, algunos autores, como Miguel Sánchez de Lima, un erudito portugués al servicio del jovencísimo Juan Gaspar Fernández Pacheco, V duque de Escalona y V marqués de Villena (que termina entroncando con la Casa de Braganza), desliza entre sus escritos referencias nítidas sobre la fama de ladrones que tenían los servidores nobiliarios; así, en su Arte Poética (1580) asegura, taxativamente, que la ignorancia en asuntos patrimoniales y el desconocimiento de las matemáticas de los titulares de las Casas permitían a sus criados defraudar cuanto pueden, de modo que los señores... son los que lo pagan, porque como no saben contar, tienen sus contadores, los cuales, en lugar de tomar cuentas a los mayordomos, se hacen a una con ellos, que juntos con veedores y despenseros se hacen todos una masa, y dice el despensero al veedor: roba tú, robaré yo, y lo mismo el veedor al mayordomo y el mayordomo al contador. De suerte que todos roban, cada uno por su parte.Y como el pobre señor es ignorante y no sabe de cuenta, vive siempre engañado74.

Unas carencias educativas que los ayos privados y, sobre todo, los jesuitas, con cada vez mayor ascendiente entre las élites hispanas, se empeñaron en paliar a través de su ratio studiorum75, toda vez que los señores de vasallos permanecieron alejados de la universidad. Eso no quiere decir que algunos nobles no fuesen aficionados a las matemáticas, la cartografía y la astronomía, como demuestran sus bibliotecas; a este respecto, Quevedo (él mismo, futuro señor de Torre de Juan Abad) escribe un socarrón soneto al duque de Lerma, por no devolverle una esfera y un estuche de instrumentos matemáticos que le había prestado76. En todo caso, en los tratados morales de la época parece imperar una visión cristiana de la actitud del señor y sus servidores hacia sus vasallos, Arce, 1983. Discurso 64 De los mayordomos en Suárez, 1615. 74  Sánchez, 1580, fols. 9v-10r. 75  Paradinas, 2012. 76  Martinengo, 1983, pp. 42-71. 72  73 

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evitando exacciones indebidas o excesivas. Una recomendación omnipresente en plena crisis del Seiscientos, cuando se redoblan impuestos y gravámenes y los gestores económicos son los ejecutores de una política hacendística agresiva.Valga como muestra la reflexión vertida en su obra por la condesa de Aranda: para saber ser un buen señor, ha de usar [este] las reglas de buen pastor, que como se tratan las ovejas se han de tratar los vasallos, estos le dan de vestir, como las ovejas con su vellocino, y con sus crías de comer, con su leche dulce bebida, así ellos con su trabajo. Pero desollándolos, como también a las ovejas, todo se pierde77.

Desde luego, son raras las ocasiones en que se explicitan, fuera de los tribunales, las disensiones entre los servidores, aunque sean cualificados, del señor y sus patrones. Es el caso del humanista y erasmista astorgano Antonio de Torquemada (†1569), criado durante más de veinte años del III conde-duque de Benavente78, y se especula con que sería ayo del heredero del aristócrata (Luis Alfonso Pimentel, nacido a fines de 1551). Dejó manuscrito un manual de escribientes (hacia 1557), además de publicar unos coloquios satíricos (1553), una novela de caballerías (1564) y un pintoresco compendio póstumo sobre asombros o prodigios (1570). Es indudable que sus relaciones con Antonio Alonso Pimentel (†1575), titular de la Casa desde 1530, fueron tormentosas79. Lo acontecido en 1542 es elocuente: hacía 7 u 8 años que Torquemada estaba al servicio vitalicio del señor «en los ofiçios que os mandare»80; a cambio recibiría 40 000 mrs. anuales, 30 cargas de pan y otros gajes menores (como parte de las penas de cámara de su audiencia) y en esas c­ondiciones estuvo otro año más, hasta que luego le rebaja su salario a 18 000 mrs. y las mismas cargas de pan, pero no los gajes que antes gozaba. Además, Padilla, p. 527. Rodríguez, 1988. 79  Cuando se publica su última obra, sus herederos se la dedican a Diego Sarmiento de Sotomayor, obispo de Astorga (su tierra natal); en 1585 su hijo, Luis de Torquemada, servía a Cristóbal de Rojas y Sandoval, arzobispo de Sevilla (15711580) futuro arzobispo primado. Curiosamente el manuscrito de la novela de caballerías le fue robada por el toledano Alonso del Castillo de Lira (un personaje vinculado al entorno del cardenal), quien parece que la mandó imprimir en Barcelona. Rodríguez, 1990. 80  AHNOB. Osuna, caja 424, doc. 36. 77  78 

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el conde-duque de Benavente estaba disgustado porque aunque había llegado a un acuerdo para dar de comer del dinero de la iglesia al hijo homónimo de su hombre de confianza, que hacía de ministril (músico) en los actos litúrgicos, en lugar de agradecérselo el joven da una cuchillada al pater. Para enrevesar más la cuestión, cuando el mayordomo de la Casa le exige que mostrase el contrato, dice haberlo perdido. Mientras tanto, el Grande pide el dictamen de un clérigo, fray Bartolomé García de Miranda, quien asegura al conde-duque que no debía tener escrúpulos para cambiar las condiciones de su acuerdo, aunque pecaba si disponía del dinero de la Iglesia para pagar a sus criados. Tranquila su conciencia, se despacha una nueva cédula el 19 de julio de 1542 reafirmando su contrato mientras viviesen ambas partes, siempre que Torquemada le sirviese bien y fielmente, pero sin estipular su sueldo81. Pues bien, cuando escribe su manual de escribientes, Torquemada declara llevar veintidós años al servicio del Conde de Benavente82, lo que lo fecharía hacia 155783. En este tratado, donde desdeña los prontuarios de cartas (un arte de moda en la época), que rechaza por inútiles, desliza una frase que evidencia la tensión que se vivía entre amo-patrón: «mandándome el Conde hazer una cédula, y replicando yo por pareçerme que podría ser dañosa, me dixo ayradamente que hiziese lo que me mandava y callase, y de ay a más de diez años reñía comigo»84. Por otra parte, para indagar cómo contemplaban sus coetáneos a tales profesiones es reveladora la obra de Gabriel Pérez del Barrio Angulo, Dirección de secretarios de señores (1613), dirigida al V marqués de Cañete, reimpresa repetidas veces (1622, 1635, 1645, 1667) y que es prologada con sonetos elogiosos de Lope de Vega, Vicente Espinel y Miguel de Cervantes. El autor se dice oriundo de Quincoces y Orduña (Vizcaya), ejerciendo de alcaide de Librilla (Murcia) y de secretario del marqués de los Vélez, siendo luego secretario de los condes de Oropesa y ayo del marqués de Flores de Ávila. Propone el uso de formularios, encarece la profesionalidad del oficio y, lejos de la autocomplacencia, propone a los criados de los Grandes alejarse de la mera lisonja. Asimismo, considera AHNOB Osuna, caja 424, docs. 37. Las aguas no llegaron al río, porque su hijo Juan de Torquemada hacia 1560 era mozo de capilla del aristócrata y se compromete a decir unas misas por el alma de una vecina de Benavente que le deja una casa en barrio de Santiago, junto a la lonja, aunque la termina vendiendo a su patrono. AHNOB. Osuna, caja 426, doc. 78. 83  Fecha que coincide con los últimos estudios sobre la obra.Ver Martín, 2009. 84  Torquemada, h. 1556-1557, fol. 78bis r. 81  82 

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a los secretarios la sombra de su señor y desgrana las cualidades, tanto profesionales como morales, que deberían tener los altos cargos de la burocracia señorial. Cuando aborda el oficio de mayordomo, aconseja que fuese hombre hidalgo, anciano y de autoridad, para que le estimen y obedezcan todos, y de discreción y prudencia, para graduar las honras y tratamientos que a los demás criados se les deben, y cuerdo para escusar las ocasiones de que le pierdan el respeto y dejen de obedecerle. A lo cual ayuda ser bien criado y cortés con todos, sin conversaciones ligeras ni parcialidad particular, y el dejar a los oficiales mayores el uso de sus cargos sin meterse en ellos85.

En cuanto al camarero asegura que es el principal criado, a quien toca el gobierno de la persona del señor, y así, debe de ser bien nacido, virtuoso y de buenas costumbres e inclinaciones, leal, verdadero y discreto, secreto y capaz, con quien el señor pueda tratar y comunicar sus negocios... tenga mucho tiento en contradecir, y para esto escuse el dar voto contrario, y si lo diere, sea muy fundado en razón; y si contradición se le hiciere, no lo porfíe: sepa callar, que es el más comedido término de contradecir86.

Sobre el contador recuerda que debe ser minucioso en sus asientos y honesto en su proceder, teniendo sumo cuidado en pagar puntualmente a los criados y criadas de la Casa «así por la gloria y alabanza del señor como por la alegría y contento de los que le sirven y por la opinión de su cuidado y ganar el amor de todos»87. También les aconseja tener cuidado en cobrar los alcances de fieles y mayordomos que permanecen demasiado tiempo en el cargo, prohibiendo a los criados y servidores del señor arrendar ninguna renta nobiliaria sin licencia expresa del señor. Todo un decálogo de lo que se esperaba de ellos.

Pérez, p. 202. Pérez, pp. 202-203. 87  Pérez, p. 260. 85  86 

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3. Su representación cultural en la literatura áurea, la paremiología y el cancionero popular Lejos de lo que podríamos pensar la pluma y al ábaco fueron compatibles y hasta algunos miembros de la burocracia hacendística aristocrática tuvieron veleidades literarias. El elenco de ministros de hacienda pertenecientes al Parnaso literario es significativa: el sevillano Mateo Alemán ejerció como recaudador de impuestos y contador, además de otros negocios88; el toledano Gaspar de Barrionuevo y Carrión (†1630), poeta y dramaturgo, antes fue contador de la armada del marqués de Santa Cruz durante la campaña de las Azores, procedía de una familia de mercaderes e hizo amistad con Lope de Vega, participando en la academia literaria del conde de Lemos (1610); Miguel de Cervantes en su Viaje del Parnaso (1613) le llamaba aún contador89. El madrileño Hernando de Soto era hijo de un contador de hacienda de Felipe II, de quien heredó el cargo, y publicó un libro de emblemas (1599) donde recoge adagios como «El dinero a lo feo haze hermoso», todo un signo de los tiempos90. El poeta Fernando de Soria Galvarro, que vivió a caballo entre los siglos xvi-xvii, era hijo de un tesorero homónimo sevillano. Blas Fernández de Mesa, fue contador municipal de Toledo a mediados del siglo xvii y autor de varias comedias nobiliarias91. No olvidemos que Miguel de Cervantes fue comisario de abastos para la Armada Invencible por tierras de Sevilla y Córdoba, dando sus huesos en la cárcel al menos en tres ocasiones. Asimismo se puede espigar algún estudio sobre la afición de algunos de ellos a la lectura y el coleccionismo de libros92. Por lo que atañe a los oficiales del patrimonio aristocrático, no son menos quienes muestran su talento creativo. Juan Jerónimo de Cáncer y Velasco (†1655), vate y dramaturgo, de joven fue despedido como secretario-contador del conde de Luna, aunque luego se puso bajo la protección del duque de Medina-Sidonia y conde de Niebla, a quien todavía dedicaba obras en 1651; sus obras tienen un tono jocoso y burlesco, aunque muere pobre93. Por otra parte, Miguel de Barrios y Valle Gómez, 2015. Madroñal, 1983. 90  Soto, 1599. 91  Fernández, 2016. 92  Prieto, 2004, i, pp. 209-216. 93  Cáncer, 2007. 88  89 

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(luego rebautizado como Miguel Daniel Leví de Barrios), nacido en la villa cordobesa de Montilla (capital del marquesado de Priego, a cuyo titular se amparan su padres emigrados desde Portugal) en 1635 y muerto en Ámsterdam en 1701; militar, poeta, historiador, dramaturgo y filósofo judeoportugués, huyendo de la Inquisición emigró a Italia y de allí marchó a Holanda; fundador de la Academia literaria de los Sitibundos (1676) y mantenedor de la de los Floridos (1685), en su exilio holandés publicó un buen número de obras94. Pero una cosa era escribir comedias y otras representarlas. Por ejemplo, el toledano Alonso de Olmedo y Tofiño, con parientes el ayuntamiento y la catedral de Toledo, además estar imbricados en la gestión financiera de la catedral y mitra primada95, pese a pertenecer a un linaje de hijosdalgos e infanzones de Aragón asentados en tierras toledanas y cuyo padre era mayordomo del conde de Oropesa, tuvo compañía teatral entre 1600-1637, pero no se reconoció su hidalguía96. Por lo que se refiere a la figura de las gentes de los dineros en poemas, comedias y novelas de los siglos xvi y xvii, el precedente más cercano es la danza la muerte, un poema alegórico anónimo castellano de inicios del siglo xv, donde se incide en una visión igualitaria del hombre ante la muerte y se critica a contadores y recaudadores de tributos97. Es más, durante toda la Alta Edad Moderna, no sin razón, se asoció a los contadores con los malquistos judeoconversos98. En otras ocasiones, se pusieron en solfa personajes importantes de la Hacienda regia; como cuando el doctor Villalobos se burla del tesorero Alonso Gutiérrez, en amores con una dama de palacio99.

Barrios, 2005. El canónigo Gaspar Yáñez Tofiño, abad de Santa Leocadia, fue contador mayor de rentas decimales del Arzobispado (1608-1609) y luego obrero mayor de la catedral primada hacia 1611. ARCHV. Registro de Ejecutorias, caja 2085, exp. 67. 96  Salvo, 2006. 97  Bermejo y Cvitanovic, 1966, pp. 379-385. 98  En la décima de Quevedo contra Manuel Cortizos, un poderoso banquero marrano y protector de sefardíes durante el valimiento de Olivares, al negarle un préstamo al poeta, le espeta en una de sus diatribas en verso: «Dime, nuevo convertido, tesorero de Israel, ¿qué leíste en mi papel?, ¿qué cara o fisonomía de Jesús tenía que diste treinta por él?». Brown, 1998, vol. ii, pp. 63-64. 99  «Bastara ser tesorero / y basta ser contador / en tiempo que no hay dinero / y bastara ser grosero / para no tratar de amor». Fradejas, 2008, p. 210. 94  95 

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Los trances económicos por los que podía pasar un señorío es el marco argumental de algunas obras.Veamos solo un par de ejemplos. En la Tercera parte de la tragicomedia de Celestina, del toledano Gaspar Gómez, el caballero Felides empeña su fortuna por hacer un matrimonio ostentoso con Polandria; el novio, eufórico, otorga mercedes y realiza tales que escandaliza a su criado100. En otras ocasiones lo que se dirime es el secuestro del Estado por parte de la corona101. La bis cómica de estos criados de escaleras arriba se refleja en autores de la talla de Tirso de Molina102, aunque tal vez sea en el Quijote donde más se incida en su vertiente carnavalesca. Así, el Ingenioso Hidalgo fue víctima de burlas en la corte ducal por parte de su mayordomo, que se hace pasar por Merlín y que es caracterizado como «muy discreto y muy gracioso» (Don Quijote de la Mancha, Segunda parte, capítulo 44). En todo caso, el personal hacendístico adscrito a las casas nobles queda muy desdibujado en la literatura áurea. Apenas son citados103 y casi siempre aparecen como meros figurantes104, en un segundo plano de sus señores, de quienes son confidentes, colaboran en sus empresas (sobre todo amoríos o enredos) y comparten sus cuitas más cotidianas. No obstante, hay algunas excepciones, En El vergonzoso en palacio (Tirso de Molina, 1624), cuando el duque de Aveiro entrevista, junto a su camarero, a un candidato para ocupar la plaza de secretario, enuncia a su criado las virtudes de alguien de tan alto rango: «Ya sabes que ­requiere aquese oficio / persona en quien concurran juntamente / «¿Qué emperador, qué rey, qué duque, qué conde, qual ningún poderoso señor de treynta cuentos de renta podía, aunque muy autorizadas fuessen sus bodas, en gastos desordenados más autorizarlas como Felides con no tener cumplidos dos cuentos?». Gómez, 1536; citado por Bermejo, 2010, p. 91. 101  García, 2017. 102  Smith, 1998. 103  En la comedia Al pasar el arroyo, ambientada en el condado de Barajas (Madrid), en una escena se consigna «que al mayordomo del conde / pediré un rico tapiz» (Vega, 1619, fol. 101v.); en tanto que Diego Jiménez de Enciso, en su obra teatral Juan Latino, otro mayordomo interviene en el contrato a un maestro para enseñar latín en Casa de los duques de Sessa y Soma: «dicen que hizo una escritura / al preceptor de gramatica / el mayordomo del duque en que al buen Juan obligava / que seis años le sirviese» (Segunda parte, 1652, fol. 62v). 104  Luis Vélez de Guevara, en su Comedia famosa La obligación a las mujeres, recrea una cena en el palacio del duque de Baviera, donde aparecen «el mayordomo de barba blanca con su bastón, maestresala con tohalla... pajes con platos cubiertos y sin sombreros, en cuerpo, y baxen poniendo la cena en la mesa» (Segunda parte, 1652, fol. 246r). 100 

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c­ alidad, discreción, presencia y pluma» (vv. 416-418). Ese mismo autor, en Amar por razón de Estado (1626), cuando se muere el mayordomo mayor, el duque se lamenta a la duquesa por haberse quedado huérfanos de «grande esperiencia y valor», buscando en su señorío (como era habitual en la vida real) un sujeto tan eficaz y discreto como el criado difunto; la duquesa propone a un mozo ingenioso de su cuerda105, a quien el duque al principio dice que le viene grande el gobierno de su casa y no le deja manejar papeles ni consultas. En otras ocasiones se dejan entrever las duras condiciones de las relaciones amo-criado, como cuando en la comedia de Lope de Vega Los donaires de Matico (h. 1589), una dama llamada Juana, disfrazada de hombre y bajo el nombre de Matico, entra el servicio del conde Barcelona y en una escena se queja a su señor porque el mayordomo de la Casa le había propinado un bofetón; un exceso que el paternal instinto del aristócrata promete castigar de inmediato106. No obstante, en pocas ocasiones tales personajes tienen un peso significativo en alguna obra coetánea. Paradigma de esta excepción es Mujeres y criados (Lope de Vega, 1613-1614), una comedia de enredo manuscrita que nos relata las aventuras y desventuras de dos hermanas que viven en Madrid y mantienen un discreto romance con un camarero y un secretario del conde Próspero; una relación que se complica cuando el aristócrata y otro rico pretendiente pretenden casarse con las protagonistas, sazonándose la trama con continuas reflexiones sobre el amor, el honor, las convenciones sociales y la jerarquía estamental107. Excepcionales también son el entremés manuscrito de Luis Quiñones de Benavente titulado El mayordomo (1651)108 y la tardía novela picaresca de Lesage L’Histoire de Gil Blas de Santillane (1715). No obstante, nos detendremos por un momento en la comedia palatina lopesca El mayordomo de la duquesa de Amalfi (1618). Está ambientada en Italia y representa la vida aristocrática. Evoca el laberinto amoroso en que se ven envueltas personas de distinto estatus estamental, al enamorarse una noble titulada de su mayordomo, un amor imposible que termina en

Está por investigar la influencia de las nobles consortes en la elección de tan altos oficios de la Casa, aunque algunas veces su complicidad se vislumbra en su correspondencia privada. 106  Vega, 1994. 107  García-Reidy, 2013. 108  Madroñal, 1996, p. 72. 105 

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tragedia, al renunciar a su título de duquesa-viuda y dejando gobernar su Estado a su hijo legítimo. Dejándose llevar por sus sentimientos, durante años mantuvo en secreto a su amante, hasta que se casó en secreto en una aldea y mandó criar a los hijos tenidos con su sirviente. Una trama en que se ve envuelto también el secretario ducal y que termina con la duquesa envenenada a instancia de uno de sus hermanos, y cuyo drama se refuerza cuando antes de caer muerta tiene la visión de las cabezas cortadas de su esposo e hijos109. Pero lo que aquí nos interesa no es tanto el argumento tan truculento como inverosímil que desarrolla sino la visión que se da de Antonio de Bologna como mayordomo, criado y hombre; un hidalgo napolitano, gentilhombre de Corte que pasa a servir a una duquesa viuda, de quien se prenda a pesar de los convencionalismos sociales. Una duquesa que pasa por encima de lo que se espera de ella y hace hablar a su corazón cuando le espeta: «No mires a mi nobleza, / habla como mi cabeza, / y no como mayordomo. / Habla como hombre» (vv. 429-432). Un diálogo teatral improbable en la vida real. En la obra también se recrean situaciones cotidianas tales como el intercambio de billetes amorosos, se mencionan los libros de cuentas (v. 1588)... y poco más; es decir un mero divertimento para corrales de comedias que al terminar mal no hace sino reforzar todas las convenciones que los amantes habían quebrantado. Desde la oralidad, la paremiología también ha colaborado en perfilar la fama de estos burócratas aristocráticos, advirtiendo sobre la necesidad de pagarles bien para evitar fraudes («No hay buen tesorero, con sueldo de portero»), evitar préstamos arriesgados («El que presta su dinero, pierde amigo y tesorero»); evocando su trato con sus paisanos («Más alegre que el sí de un tesorero»)110; recordando el modo de cobrarse las rentas señoriales, mediante administradores y mayordomos («Hacienda de señores, hacienda de menores»); criticando la avaricia de la hacen gala los arrendadores de rentas y su aventurado negocio («Arrendadorcillos, comer en plata y morir en grillos», «Si fueres arrendador, sé tú el cogedor», «Cuando arrendar, cantar, y al pagar, llorar»); recomienda ser sistemático en los asientos y libranzas a tales profesionales («Antes de contar, escribe; y antes de firmar, recibe»); aconsejando ser precavido a la hora de nombrar ministros y colaboradores («Si á alguno probar querés, dalde oficio, veréis quién es»); y que previene a los plebeyos de servir a 109  110 

Ferrer, 2011. Madroñal, 2013, p. 171.

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señores linajudos («En burlas ni en veras, con tu señor no partas peras; darte ha las duras, y comerse ha las maduras», «Sirve á señor, y sabrás qué es dolor») o todo lo contrario («Sirve al noble, aunque sea pobre, que tiempo verná en que te lo pagará»), muchos de ellos citados por Correas. Por último, tanto el romancero como los cuentos populares son permeables a recordar anécdotas o fábulas moralizantes protagonizados por estos personajes111. A veces, son mencionados en pliegos de cordel y romances de ciego112, pero en otros tienen un papel protagonista113, en un momento histórico en que se percibe a los criados como enemigos domésticos114. Hasta las canciones o coplas populares se hacen eco de unos individuos contaminados con el prestigio de sus patrones y que están perfectamente imbricados en las comunidades donde viven, medran y mueren115. En suma, tanto la cultura escrita como la cultura oral se impregnan de los valores socioeconómicos, consideración profesional y comportamientos habituales de un segmento de población mucho más importante cualitativa que cuantitativamente. Unas personas que sirven de mediadores entre señores y vasallos, con quienes tienen un trato habitual. Que son tan temidos u odiados como envidiados o respetados y que nos ayudan a entender el modo en que los vasallos asumían sus vínculos verticales de fidelidad, obediencia y dependencia hacia sus señores, así como las relaciones horizontales entre los criados de una gran casa noble. Unos aristócratas a menudo demasiado lejanos e idealizados, instalados en su papel de padres protectores de sus vasallos y preocupados de asuntos de más enjundia, erigiéndose sus hombres de confianza casi siempre en el rostro del poder y en la sombra de sus amos. 111  «De lo que le sucedió a un mayordomo de Bollullos [del Condado, Huelva] con un alcalde del mismo pueblo». Cueva, 1587, fols. 191r-195r. 112  Romance de Isabel: «En Madrid hay un palacio que le llaman de oropel / y en él vive una señora que la llaman Isabel. / No la quieren dar sus padres a ningún conde o marqués / por más dinero que cuenten tres contadores al mes». 113  Como en el Romance de don Claudio y doña Margarita (siglo xviii), que glosa La famosa comedia del nacimiento de Ursón y Valentín, reyes de Francia, de Lope de Vega, donde el mayordomo de la Casa levanta el falso testimonio de la infidelidad de la mujer, hasta que su marido castiga al criado perjuro y regresa con su esposa inocente, no faltando hasta una osa que criara en el monte a su hijo en común. 114  Flores, 2014, . 115  Algunas antiguas coplas nos recuerdan la vida acomodada de tales familias: «Pareces en el vestir hija de algún tesorero eso me parece a mí, vanidad y no dinero». Porro, 2006 p. 148, .

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El mercader de libros

Luis Iglesias Feijoo Universidad de Santiago de Compostela

A la buena memoria de Jaime Moll

La figura del editor ha sido de manera persistente la más olvidada en el proceso de difusión del libro en el Siglo de Oro1; como dijo Moll en estudio fundacional, «creemos que ha sido minusvalorado el papel que juegan los editores en todo libro»2. La atención se concentraba en los autores del texto por razones obvias, y luego en los talleres de imprenta que lo confeccionaban materialmente; esto es explicable, sin duda, pues los estudios tipográficos solo pueden basarse en las letrerías usadas por cada impresor y de esa forma cabe investigar la identificación de los volúmenes que ocultan o han perdido o nunca tuvieron datos sobre su origen, así como la existencia de falsificaciones y supercherías no poco abundantes en aquella época. Pero el papel cumplido por los editores quedaba relegado incluso entonces3, pues la Pragmática de 1588, al ­reorganizar 1  Este trabajo se elaboró en el marco del Proyecto Consolider-Ingenio CSD2009-00033, conocido como TC-12, cuyo coordinador general es Joan Oleza, de la Universitat de València, y en el de la «Axuda do Programa de consolidación e estruturación de Unidades de Investigación competitivas» (ED431B 2016/014) de la Xunta de Galicia, que reciben fondos FEDER. 2  Moll, 2011, p. 65. El artículo es de 1979. 3  Por supuesto, algunos estudiosos han prestado siempre atención a libreros y editores, empezando por Pérez Pastor, 1895, pp. 479-502, y 1891-1907, i, pp. xxxix-xlvii; en fechas más próximas, Martín Abad, 1991, i, pp. 133-158; Ruiz Fidalgo, 1994, i, pp. 125-146; Clemente San Román, 1998, i, pp. 42-56; o Moreno Garbayo (más bien Fermín de los Reyes Gómez, que es quien preparó la edición), 1999, pp. 88-114. El mejor resumen hasta ahora es, en su concisión, Cayuela, 2005,

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todo lo concerniente a la edición de libros, obligaba a indicar que en cada uno de ellos «se ponga la licencia y la tasa y privilegio, si le hubiere, y el nombre del autor y del impresor»4, y no dice nada del editor. Hoy, en este congreso sobre los mercaderes y el comercio, deseo centrarme en los libreros, es decir, los «mercaderes de libros», como con razón se los denomina. El objetivo no intenta describir su papel como difusores de la cultura escrita ni llevar a cabo un estudio sociológico acerca de los límites de la extensión del mundo de los libros, ni se esperen noticias demasiado sorprendentes extraídas de archivos. No es ese mi campo de trabajo. Libreros había muchos y de muy distinto pelaje y condición, desde los trashumantes que vendían en plazas y covachuelas su escasa o copiosa mercadería, y quizá tenían incluso un cajón en el patio del Alcázar madrileño, hasta los de grandes familias de negociantes europeos que habían enviado a España a algunos de sus cachorros y aquí se habían asentado y llegado a formar importantes dinastías. Prescindamos del hecho de que en los reinos hispanos del Antiguo Régimen las profesiones estaban tan reglamentadas como los demás órdenes de la vida, de manera que para ejercer como librero había que seguir los pasos propios de todo aspirante a formar parte de un gremio: estar como aprendiz en casa de un profesional varios años —al menos cuatro, pero podían llegar a diez—5, pasar un examen que permitía pp. 31-35.Ver asimismo Álvarez Márquez, 2007, pp. 76-116, y Pedraza Gracia, 2008, pp. 125-152. 4  Cito por el facsímil de la Pragmática sobre la impresión y libros de Felipe II, publicado en Badajoz, 1999, Unión de Bibliófilos Extremeños, con preliminar de Víctor Infantes; ver fol. Aiiv. Modernizo la ortografía y puntuación en todas las citas. El presente trabajo se relaciona con otro más general acerca de la publicación de libros en el Siglo de Oro, de próxima aparición, donde se atiende a otros aspectos que aquí se omiten. 5  En Zaragoza, las ordenanzas de 1573 establecen un periodo de aprendiz de cinco años (San Vicente, 2003, i, p. 15). Existe un asiento de 1546 en Medina del Campo por solo dos años (Pérez Pastor, 1895, p. 423). En Madrid el año de 1572 se da un asiento por diez años, pero también podían ser solo cinco o por tres años, quizás porque era para adiestrarse en ser tirador de imprenta, lo que resultaba, sin duda, tarea más sencilla; ver Pérez Pastor, 1926, pp. 201-209. Otras faenas eran más delicadas, como la de fundidor, lo que llevaba a Matías Gast a pedir uno a Plantino en 1574, «que sepa ajustar las matrices y hazer moldes» (citado por Cruickshank, 1976, pp. 5-6, y por Mano González, 1998, p. 75). Moll, 1985, cita un contrato de aprendizaje por cuatro años en 1622. En Valencia los contratos de aprendizaje para impresor o para librero varían mucho, desde un año a cinco o seis (Berger, 1987, pp. 65-66, 242-245 y 485-493). Es posible que los contratos más cortos previeran

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acceder al grado de oficial y, tras muchos años de práctica a base de trabajar de cinco de la mañana a siete de la tarde, con pausa de una hora para comer6, conseguir ser maestro. ¿Pasar un examen para vender libros? Sin duda, porque había que probar que se era perito en la labor de encuadernar, tarea fundamental del librero y con la que obtenía sus mayores ganancias. Por ejemplo, en 1574 Blas de Robles concierta con el provisor de Orense la encuadernación de 200 breviarios en becerro a 5 ¾ reales cada uno y 226 misales a 1 ducado unos y a 10 reales otros; compárese que el mismo año el monasterio de El Escorial contrata con Juan de Junta la impresión en Venecia en buen papel y tipos 60 000 breviarios a 7 reales y 21 maravedíes cada uno, sin pagar portes ni derechos. Es decir que la encuadernación se acercaba al coste de producción del libro, si no lo excedía en ocasiones. En villas como la de Madrid, donde no había gremio de libreros, según aclara Moll, las cosas no eran en esencia muy diferentes respecto a la profesionalización del trabajo. Así pues, no nos interesan aquí todos los que venden material impreso. Como ha explicado Bécares Botas en su libro sobre las librerías salmantinas del xvi, en el comercio del papel impreso podían intervenir «gentes de muy distinta laya y condición, como regatones, buhoneros (ciegos y con vista), estamperos, naiperos, bul(d)eros, cartilleros, merceros-roperos, sacristanes, los propios autores, instituciones (civiles, religiosas, universitarias), hasta llegar a los libreros mismos, que no constituían un gremio ni mucho menos homogéneo»7. Libreros podía haber docenas en las ciudades importantes de los reinos españoles de entonces. Quienes nos interesan son tan solo aquellos que poseen capital e iniciativa suficientes para financiar los costes de impresión de los libros, esto es, aquellos que asumen el papel tan olvidado de editores, o si se prefiere, costeadores, lo sean ocasionalmente, si disponen de poco capital, o se ser seguidos de otro u otros posteriores o se hicieran a mozos que ya habían aprendido antes los rudimentos. Pérez Pastor, 1926, da cuenta de una gran variedad de contratos. También Griffin, 2009, pp. 210-212, que estima de cuatro a seis años para componedor y tres o cuatro para tirador, aunque también menciona seis años para un batidor. 6  Ese es el horario que refleja un contrato zaragozano citado por San Vicente, 2003, i, p. 70. No debían de ser las cosas diferentes en otras localidades. 7  Bécares Botas, 2007, p. 13.Y no cabe olvidar que las imprentas no solo fabrican libros; como dice Infantes, 2006, p. 383, «me atrevería a confirmar que lo que menos se hace son, en realidad, libros».

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dediquen a ello de forma reiterada.Y nos limitamos al ámbito hispano, pues fuera de él existen otras aportaciones8. Nos centraremos solo en las tareas del editor de libros propiamente dicho, con olvido de lo referente a estampas, naipes, pliegos sueltos y otras menudencias, por más que muchas tuvieran que seguir idénticos trámites que los libros más voluminosos. Salvo las ediciones financiadas por sus autores, la mayor parte de quienes actuaban como editores eran precisamente los que luego habían de dedicarse a la venta del producto impreso, es decir, los mercaderes de libros. Cierto es que a veces estos podían unirse con un socio capitalista ajeno al negocio, como el Juan Díez, mercader de paños, que se asocia en 1577 con Vicente de Portonariis para editar la obra de don Diego de Covarrubias, o el Francisco de la Presa, comerciante de lanas, que se une al gran mercader de Medina del Campo, Simón Ruiz, ante la perspectiva del gran negocio que suponía la impresión de libros litúrgicos del Nuevo Rezado9, pero es un aspecto del negocio ahora irrelevante, al igual que si se trata de los grandes libreros que a la vez tenían imprenta, como los mismos Portonariis, Junta, Gast, Millis o Terranova, eso sí, todos extranjeros de origen. Por definición, un editor es quien edita un libro, propio o ajeno, es decir, quien lo financia. Por lo tanto, los casos en que un escritor decide asumir los costes de la publicación de un original escrito por él son parejos a los demás editores y nada importa ahora su condición de autor del texto, aparte de que para venderlo habrá de conectar en algún momento con los libreros. Lo mismo cabe decir si la imprenta se dedica también ocasional o regularmente a la venta de lo que ponía en molde en su taller. Lo que interesa es la función del editor, fuera cual fuese su relación con el texto, escrito, comprado o robado acaso a un autor de teatro. El propósito de estas líneas se ciñe a repasar el proceso que conducía a la publicación de un libro y plantear al paso algunas preguntas que al parecer distan de estar resueltas, aunque se adelantarán Ver, por ejemplo, Lowry, 1989. Agulló y Cobo, 1992, distingue entre libreros, mercaderes de libros y encuadernadores. Los límites son tenues, por lo general, e inoperantes para lo que aquí importa. Por supuesto que la tipología de los editores era más amplia, como recuerdan Pedraza Gracia, 1997, p. 150, y Pedraza GraciaSantos Lorite, 1999, p. 906. 9  Para el primer caso, Bécares Botas, 2007, p. 21; para el segundo, Moll, 1996, p. 39; y en Moll, 2011, p. 133. Este también es recogido por Fernández Valladares, 2005, i, pp. 217-219. Sobre editores del libro religioso, Bouza, 2014, que recuerda que también eran editores órdenes y clérigos. 8 

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ciertas ­hipótesis que pueden ayudar a aclararlas. Para ello se aprovechará no poco de lo resumido por Amezúa en su conocido «Cómo se hacía un libro en nuestro Siglo de Oro» (1946), aunque con rectificaciones de detalle, que no se anotarán a cada paso10. Una última advertencia atañe al riesgo de generalizar acerca de un periodo y un territorio muy amplios, en los que los requisitos administrativos para la edición no fueron idénticos. En aquella España que distaba de estar unificada legal y administrativamente, cada reino tenía su jurisdicción. Nuestro interés atañe a la corona de Castilla y, en cuanto al tiempo, más en concreto al periodo que se abre en 1558 con la Pragmática de Felipe II. Antes regía la de los Reyes Católicos de 1502, mucho menos detallada, aunque poseía la misma intención de regular lo tocante a la impresión y difusión del libro impreso. Los ejemplos fuera de ese lugar y periodo sirven para reforzar lo que sin duda era común a los demás. El editor en sentido moderno no existe hasta el siglo xix, como ha subrayado Moll en varios trabajos, cuyas aportaciones constituyen el fundamento de la presente11. Él atribuye precisamente a los editores la penuria del panorama bibliográfico de la época por la cortedad de miras y la falta de ambición que los caracterizaba, pues apenas trabajaron con la vista puesta más arriba de los Pirineos12. La dimensión europea de las impresiones españolas era por lo general nula, pese a que existían buen número de obras que sí interesaban fuera de los reinos hispanos, pero en ese caso eran los editores extranjeros los que asumían su impresión tras una primera edición peninsular. Al mismo tiempo, y dando la vuelta a la idea generalmente admitida acerca de la pobreza de la imprenta, sobre todo en el siglo xvii, Moll reivindica la capacidad de los talleres hispanos para elaborar obras de calidad, que no menudearon por la poquedad empresarial, aparte de por el uso de un papel de muy mala calidad, capaz de estropear la más cuidada edición. Amezúa, 1951, pp. 331-373. Aunque el autor desea emplear «un estilo llano y sencillo, casi familiar, sin adornos retóricos ni afeites literarios» (p. 332), se deja vencer por una prosa espesa y añosa, unida a un tono encomiástico del pasado imperial que resultan hoy bastante insólitos («la imprenta, generosa y maternalmente, acoge a casi todas [las obras escritas], probando la extraordinaria cultura de aquella sociedad española de nuestro Siglo de Oro», p. 354). 11  Ver Moll 1985, 1996, 1998 y 2003. Solo el segundo está recogido en Moll, 2011. 12  En ello coincide Martín Abad, 2005, p. 66. 10 

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Sea como fuere, lo que hemos de plantear son los pasos que había de seguir un texto desde que el autor lo ha concluido hasta que se convierte en producto comercial puesto a la venta. Supongamos que un quídam llamado Miguel de Cervantes acaba de terminar en Valladolid una voluminosa historia ficticia acerca de un hidalgo que se ha vuelto loco del mucho leer13. Este plumífero conocía a un librero, Francisco de Robles, cuyo padre, Blas, había editado su única obra publicada hasta ese momento, La Galatea, veinte años atrás14. Sus afanes no se ceñían precisamente a la edición de libros de divertimento que hoy calificaríamos de literatura de ficción; Robles se convenció, o se dejó convencer, de que en ese momento había buen mercado para obras de tal tipo, dado el éxito alcanzado por Mateo Alemán desde 1599 y los libros similares que se anunciaban para aparecer de inmediato15. Aunque Cervantes no era el pobre manco casi indigente que algunos insisten en presentar, es difícil que tuviera arrestos para asumir el coste de un amanuense que preparara el original en limpio a partir de la gavilla sin duda informe de folios que a lo largo de unos años había llegado a reunir. Nunca sabremos si ese original sería un manuscrito en folio a dos columnas, como sugirió Sánchez Mariana, o en cuarto, como son no pocos de los que se conservan tras haber pasado por la imprenta16. En todo caso, es verosímil que ahí se encontrara la primera partida que Robles había de desembolsar: el escribiente o copista, de forma paralela a cómo Baltasar Álamos de Barrientos señala respecto a la impresión de su Tácito que «se están trasladando los dichos libros para presentarlos en el Consejo y el coste que tiene el sacarlos de mano para el dicho efecto ha de correr por cuenta de los dichos Juan Hasrey y Luis Sánchez», es decir, editor e impresor17. Puesto de acuerdo con el escritor, insta a este a que solicite al Consejo de Castilla la licencia y el privilegio oportunos, el primero para Para lo que sigue voy tras los pasos de Rico, 2005, evidentemente. También Reyes, 2005 y, con más detalle, Reyes, 2006, se ha ocupado del proceso de edición de la obra. 14  Sobre Blas de Robles, ver Morisse, 2002, que dedica un apartado a su labor como editor. 15  Ver Moll, 2008. 16  Sánchez Mariana, 2006, p. 125; calcula que tendría de 150 a 200 folios; pocos parecen. Respecto a originales de imprenta localizados, Andrés Escapa y otros, 2000, pp. 50-64. 17  Pérez Pastor, 1891-1907, ii, p. 305. 13 

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asegurarse el permiso de impresión, el segundo para tener la exclusiva de edición por un tiempo. Pero pese a que Cervantes vive en Valladolid y allí están la corte y los Consejos, Robles, mucho menos poltrón y perezoso, y que además en esos años tiene casa tanto en Valladolid como en Madrid18, redacta él mismo el memorial de su puño y letra y contrahace la firma del escritor, que acaso se limita, cuando lo ve, a corregir la v con que ha escrito su apellido por la b que solía emplear, aunque en la primera línea se mantiene la otra forma19.Y a esperar. Desde hacía poco tiempo, acaso no más de una década, para publicar un libro se exigía también una aprobación eclesiástica que atestiguase que la obra objeto de publicación no tenía nada contra la fe y buenas costumbres, documento que a veces se presentaba ya con el original manuscrito, como ha revelado Bouza20. No está nada claro el origen de este requisito ni aparece en la legislación conocida, por lo que conviene detenerse un momento en ello. En la Pragmática de 1558 nada se dice al respecto, sino solo que nadie pueda imprimir cosa alguna «sin que primero el tal libro o obra sean presentados en nuestro Consejo y sean vistos y examinados por la persona o personas a quien los del nuestro Consejo lo cometieren»21. Entiéndase que los miembros de órdenes religiosas o los pertenecientes al clero secular podrían o deberían haber sometido antes sus textos a la aprobación del superior respectivo, pero no siempre. Por caso, el canónigo Francisco Farfán, al publicar sus Tres libros contra el pecado de la simple fornicación, Salamanca, 1585, imprime el privilegio por diez años y versos laudatorios, pero ninguna aprobación22. Lo que ­interesa Pérez Pastor, 1926, p. 195. Ver Bouza, 2012, y Bouza y Rico, 2009. Astrana, 1948-1958, v, 1953, p. 528, aclara que el 14 de julio de 1604 Robles estaba en Valladolid. La solicitud tiene entrada en la escribanía del Consejo el 20 de julio. 20  Bouza, 2012, pp. 105 y 120-126. 21  Ed. facsímil citada, fol. Aiir. Amezúa, 1951, pp. 335-336, señala que los originales eran vistos por uno o dos censores, pero no precisa desde cuándo era obligada la censura eclesiástica, sino que apunta que muchas aprobaciones eran de religiosos porque estos «suelen tener más vagar». Moreno Gallego, 1996, p. 1163, habla de la licencia eclesiástica y dice que «no era rara su ausencia», pero sin precisar desde cuándo se exige.Trato más por extenso la aprobación de libros en un artículo de próxima publicación. 22  No he visto el libro, pero tomo la referencia de la muy detallada descripción de Ruiz Fidalgo, 1994, iii, pp. 995-996. Sería indispensable consultar el mayor número posible de ediciones. A falta ello, sería oportuno revisar las descripciones de este y otros catálogos semejantes, haciendo exclusión de las obras de autores 18  19 

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ahora es que desde una fecha imprecisa de los finales del xvi se impuso la obligación de solicitar examen previo eclesiástico y fue asumida por el Consejo de Castilla sin que, al parecer, hubiera una resolución expresa. En los demás reinos parece que no regía la misma práctica. Así pues, desde finales del xvi los libros pueden llevar impresas no una (la de la persona a quien se la pide el Consejo), sino dos aprobaciones —a veces más—, siendo la nueva de una autoridad eclesiástica; en los casos de los volúmenes confeccionados en Madrid, esta era el vicario de la villa. Esto no significa, en modo alguno, que la jurisdicción aprobatoria dependiera de la Iglesia; esta función era exclusiva del poder civil, muy celoso de mantener sus prerrogativas, como comenté en otra ocasión23. El Concilio de Trento ya había ordenado que no se imprimiera libro alguno sin aprobación del ordinario, pero se refería a obras «de cosas sagradas, o pertenecientes a la religión»24. Ahora se trataba de obtener licencia para cualquier tipo de libro. Se ha sugerido que esta práctica guarda relación con la resolución adoptada en 1580 en las Constituciones Sinodales del cardenal don Gaspar de Quiroga, arzobispo de Toledo, que obligaba en su diócesis a pedir licencia eclesiástica. Pero, como indiqué en otra ocasión25, esa disposición repetía otras anteriores sin variar una letra, por ejemplo, las Constituciones sinodales del cardenal Tavera de 1536. No hay constancia de que en el siglo xvi el Consejo de Castilla hubiera comenzado entonces a exigir esa aprobación eclesiástica, o al menos no parece haber dejado rastro en los libros impresos. Además, es dudoso que la autoridad civil admitiera sin más que el Arzobispo pudiera imponer multas de diez mil maravedíes, medida de la que no parece haber quedado rastro. Solo desde 160826, parece haberse asumido

r­eligiosos, porque es la orden o el superior jerárquico quien lo determina. Claro que el hecho de que no se haya impreso no implica que no existiera; lo que importa aquí es si figuraba o no en el libro publicado. 23  Iglesias Feijoo, 2016. Péligry, 1977, pp. 259-260, habla de la multitud de aprobaciones redactadas por religiosos, pero nada dice del momento en que se impuso como obligatoria y deja suponer que se relaciona con la Pragmática de 1558. 24  Reyes Gómez, 2000, p. 123. Por ello no parece exacto relacionar la obligatoriedad de la aprobación del ordinario con Trento ni con la Pragmática de 1558, como hace Simón Díaz, 2000, pp. 36 y 156, o Marsá, 2001, pp. 23, 29-30 y 49. La autoridad civil solo a fines del xvi parece haber asumido la conveniencia de esa censura, como se indica luego. 25  Iglesias Feijoo, en prensa. 26  Iglesias Feijoo, 2016. La referencia la da Moll, 1995.

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que no se imprimiese libro alguno sin previa licencia de los prelados y ordinarios27. Esa potestad «fue delegada en Castilla de manera sistemática en el Vicario General de la diócesis»28. Con todo, durante décadas se había establecido en las licencias o privilegios que no se imprima el primer pliego hasta ser revisado y tasado y entonces se proceda a imprimirlo e incluya en él «la aprobación, tasa y erratas», tal como se dice en el privilegio del primer Quijote de 1604. Esto es, hay que subrayarlo, «la aprobación», en singular, referida a la que desde 1558 pide el propio Consejo. Pero la Pragmática de ese año no dice que se imprima esa aprobación, sino, como vimos al principio, la licencia y privilegio y la tasa. Moll ha señalado que desde «octubre de 1590 figura en el texto del privilegio real la obligación de incluir también en los preliminares la aprobación y las erratas»29. Dejemos estos procedimientos y volvamos al abandonado Francisco de Robles tras redactar el memorial en que Cervantes pide licencia y privilegio para su Quijote por veinte años. Cualquiera, menos algunos cervantistas, debía haber supuesto siempre que las aprobaciones del vicario, si es que entonces ya se exigía, y la de la persona señalada por el encomendero (el Consejero de Castilla que se ocupaba del caso), tuvieron que existir, porque de otra forma no se hubiera concedido el permiso de impresión, bien que reducido a diez años. Bouza descubrió la segunda, redactada por Antonio de Herrera; la otra, quizás presentada ya con el original, se perdió para siempre, pero ninguna de las dos fue impresa en el libro, sin duda por haberse extraviado entre Valladolid y Madrid, donde Robles decidió que pasase a molde. Ahora bien, si el privilegio solo tenía efecto en Castilla, ¿por qué no se le ocurrió al librero-editor pedirlo también para Aragón, Portugal y otras partes, como de hecho hizo a los pocos meses al ver el éxito rotundo de la empresa? Moll, al reflexionar acerca de esta falta de interés de los editores en hacerse con todos los privilegios posibles, concluye: «Ignoramos la causa de su reducido uso»30. Reyes Gómez, 2000, i, pp. 270-271. Simón Díaz, 2000, p. 36. La referencia de Simón puede resultar algo confusa: la «licencia» que el vicario otorga no es la «licencia de impresión», que sigue en manos de la autoridad civil y que suele concederse en unión del privilegio, si se ha solicitado, sino una «aprobación». 29  Moll en Cervantes, 2015, ii, p. 40. 30  Moll, 1996, p. 29, y en 2011, p. 117. En Moll, 2008, p. 44, volvía a preguntarse: «¿Es que no compensaba el tiempo y dinero empleados en esta diligencia?». 27  28 

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La razón, aparte de los enredos de la burocracia, no puede ser otra que el deseo de evitar un coste económico que habría que abonar al escribano o al Consejo, o a ambos. No se sabe de su alcance, o al menos yo lo desconozco, pero que existía se deduce de la creación de la figura del tasador de derechos del Consejo, creada en 1554, con la función de que «tase los derechos de los procesos y escrituras que hobieren de llevar los relatores y escribanos de Cámara»31. Ello explica lo referido por algunos documentos de la época. Así, por ejemplo, Pedro de Madrigal, que se inició como «componedor de letras» en la imprenta salmantina de los Terranova —fue también librero y llegó a hacerse con los materiales del taller de Portonariis, con los que se trasladó a Madrid para establecer su propia empresa, que al cabo llevaría el nombre de Juan de la Cuesta—, en una cuenta de 1579 con la viuda de Juan María de Terranova señala, entre lo que se le adeuda de los dos últimos años, esta partida: «Débeseme más de costas que pagué al Secretario y al corretor y de dos licencias que traje, 52 reales»32. Años antes, en 1547, el franciscano Alonso de Castro concertaba la edición de una obra suya con el mercader de libros Alejandro de Cánova, con la cláusula de que se compromete a «sacar el privilegio della con que sea el gasto del a vuestra costa»33. En 1578, Domingo de Portonariis recibe en Zaragoza el Orlando determinado de Martín de Bolea y Castro, con la condición de que el autor traiga el privilegio de Aragón y le dé poder para pedir el de Castilla «y lo que costare de sacarse ha de ser a cuenta del senyor don Martín»34. Ya en el xvii, en 1611, Álamos de Barrientos, para la impresión de su Tácito español, concierta con el impresor Luis Sánchez que sacará privilegio para Castilla y Aragón «en la forma ordinaria, todo a su costa»35.Y más avanzado el siglo, Aldrete, el sobrino de Quevedo, da un poder al librero Mateo de la Bastida con vistas a editar las Tres Musas últimas para que pueda pedir el privilegio, que de antemano le cede por diez años, 31 

Novísima Rec., lib. iv, tit. xxiv, ley 1.Ver Fayard, 1982, p. 28, y Dios, 1986, p.

107. 32  Bécares Botas, 2004, p. 7. Las «costas» no son las suyas, que figuran en la partida anterior por haber ido a Madrid a negociar lo que menciona y estar allí 22 días. 33  Citado por Espinosa Maeso, 1926, p. 293; se reproduce una parte en Mano González, 1998, p. 81, pero transcribe «el gasto della», lo que no hace sentido. El documento repite luego que el impresor y librero Cánova declara que «yo tengo de pagar la costa del previlegio». 34  San Vicente, ii, p. 273, y Pedraza Gracia, 2008, pp. 165. 35  Pérez Pastor, 1891-1907, ii, p. 305.

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precisando que «el coste que tuviere la impresión y saca del previlegio» irán por cuenta del librero36. ¿Se aplicaban los mismos derechos económicos o aranceles si se pedía solo licencia o aumentaban si se solicitaba también privilegio? ¿Se abonaban con la solicitud o solo en el caso de obtener resultado favorable? Nadie parece tener las respuestas, pero sin duda el coste aumentaría si se solicitase privilegio para Aragón, Portugal, Navarra, Flandes37, Indias, Nápoles... Robles decidió limitarse al territorio de Castilla, pero el éxito del libro de Cervantes le impulsó a remediar lo que en seguida se reveló como una imprudencia, al dejar que los libreros e impresores de Lisboa o Valencia pudieran legalmente sacar el libro. Por ello, el 11 de abril de 1605 Cervantes comparece en Valladolid ante el escribano y declara poseer privilegio para Portugal, Aragón, Valencia y Cataluña, cuyos derechos cede en ese acto a Robles «por concierto que con él tiene hecho, y su valor le tiene pagado»38. De manera que Robles, que ya había comprado el privilegio para Castilla, aunque la escritura no haya aparecido y por tanto ignoremos cuánto le costó, habrá dado otra cantidad, sin duda mucho menor, por los nuevos privilegios, que ya se anuncian en la portada de la segunda edición del mismo 1605, para Aragón y Portugal, aunque el primero no se imprime y es dudoso que llegara a existir. Si se deseaba asegurar la exclusiva para todos los reinos de la corona de Aragón, había que solicitarlo al Consejo de estos reinos, y, sin embargo, hay constancia de la solicitud al virrey de Valencia a 9 de febrero de 160539. No es imposible que se hubiera pedido también para Aragón y Cataluña, pero en todo caso no se han localizado. 36  Transcrito en Infantes, López y Botrel, eds., 2003, p. 84. En otro concierto de 1573 se habla del coste de la impresión a tanto la resma, más «diez reales muertos por las diligencias que han de hacer convinientes al dicho libro hasta poderse vender» (Pérez Pastor, 1891-1907, iii, p. 434). 37  Por ejemplo, Baltasar Moreto obtuvo de Felipe IV en Bruselas, 1630, privilegio para imprimir en Amberes, Emprenta Plantiniana, los tres tomos de Las obras de la S. Madre Teresa de Jesús, que salieron ese año y que fueron editadas, al menos en parte, por Olivares, como ha sugerido Bouza, 2015. 38  Astrana, 1948-1958, v, pp. 622-623. 39  Astrana, 1948-1958, v, p. 621. Lo que parece fuera de duda es que no lo solicitó al Sacro Supremo y Real Consejo de Aragón para que surtiera efecto en todo este reino, como sí hizo para las Novelas ejemplares de honestísimo entretenimiento, concedido en San Lorenzo de El Escorial el 9 de agosto de 1613 (Madurel Marimón, 1964-1965, p. 185). Por cierto que esa petición se hizo muy a última hora: el privilegio para Castilla era de noviembre de 1612, el libro está impreso y tasado

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Dejemos de lado que algunos de estos documentos de conciertos, pagos y venta de privilegios conllevaban también sus derechos que habían de ser abonados a los escribanos —no los del Consejo, sino los que ejercían una función notarial—, que no eran en todo caso muy grandes, pero que iban sumando40. Lo que ahora importa es llegar al 26 de ­septiembre de 1604 en que por fin el secretario Amézqueta firma la licencia y privilegio para imprimir el Quijote. El librero habrá pagado al escritor la cantidad que acaso estaba ya convenida desde el principio —su padre, Blas de Robles, le dio por el privilegio de La Galatea 1 336 reales en 1584—41, y él habrá cogido su «dinero con suavidad», como dijo que hizo luego con el de la edición de sus Ocho comedias. Se ha supuesto que podrían haber sido 1 400 o 1 500 reales42; nada sabemos de cierto porque no se ha conservado la escritura pertinente. Lo que importa es que al fin existía vía libre para pasar al taller y el elegido fue el de Juan de la Cuesta en Madrid, esto es, el antiguo de Pedro de Madrigal. Lo más probable es que la decisión haya sido del propio Robles, el cual quizá ya se había puesto de acuerdo con el regente respecto a las características que había de tener el libro. Es obligado detenerse en este punto. el 12 de agosto siguiente, tres días después de librado el documento para Aragón. Ver Cervantes, 2013, pp. 4-13. 40  Por ejemplo, el documento por el que el mercader de libros de Medina Diego Pérez cede en abril de 1605 a su colega de profesión, Jerónimo Obregón, el derecho a imprimir La pícara Justina que le había comprado a fray Baltasar de Navarrete, lleva al fin la indicación de que tiene un coste: «derechos dos reales» (Rojo, 2005). En 1584, la cesión del privilegio de La Galatea a Blas de Robles indica al final: «Derechos xxxiiij0.», lo que ha de interpretarse como 34 maravedíes, es decir, un real (Pérez Pastor, 1902, p. 89). La obligación de pago de Juan de la Cuesta al Paular de que se habla luego, nota 53, señala al fin: «Derechos real e medio» (Astrana, 19481958, v, p. 602). 41  Pérez Pastor, 1902, pp. 87-89. No era pequeña cantidad; Juan Rufo recibió 550 reales por el privilegio de La Austriada un año después (Pérez Pastor, 18911907, iii, p. 464). Los 1 600 reales de que habla el documento de cesión a Robles de los privilegios de Castilla y Aragón y el futuro de Portugal de las Novelas ejemplares es de 9 de septiembre de 1613 (Pérez Pastor, 1897a, pp. 178-182), cuando el libro ya estaba impreso (ver nota 39), con el nombre de Robles en la portada; es probable que existiese un compromiso anterior entre autor y editor referido a la cesión del privilegio de Castilla, de forma que acaso Cervantes obtuvo mayores ganancias por su obra. 42  La primera cantidad en Rico, 2005, p. 397; la segunda en Reyes, 2006, p. 171. Para un resumen de otros privilegios, Díez Borque, 2012, pp. 210-212.

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Cualquier editor, puesto en el trance de imprimir un libro, ha de fijar las condiciones que va a tener. Estas no deben quedar al arbitrio de la imprenta, sino que se concretan a veces hasta el mínimo detalle, lo que sin duda evitaba problemas en el futuro. De esa manera, se formaliza un contrato en el que pueden constar los siguientes extremos: –Formato o tamaño del libro. –Número de ejemplares o tirada, sin que pueda exceder de un margen para las probas y para suplir ejemplares defectuosos, esto es, las mermas, defectos, quiebras o faltas, lo que llama el perdido, para lo que se consiente que se imprima de añadidura una mano, o sea, la vigésima parte de una resma43. –Tipo de papel que se ha de usar, de no ser que lo aporte el propio editor, lo que no era infrecuente, y prescripción de que determinado número de ejemplares deben ser impresos en papel especial, por ejemplo, marquilla o de Génova. A veces se establece que el cuerpo del libro vaya en papel corriente del Paular y los preliminares del corazón44. –Tipo de letra que debe emplearse, cuerpo y exigencia a veces de fundiciones nuevas que no hayan sido usadas antes, con sus punzones y matrices nuevos. En ocasiones se incluye en el contrato una muestra extraída de otro libro impreso y firmada por las partes para servir de modelo45.

Así consta en el contrato del dominico Fernando de Ojea con la Imprenta Real en 1615; Pérez Pastor, 1891-1907, ii, pp. 348-350: «una mano más para faltas» o «a razón de a cuatro por ciento que es lo que se suele y acostumbra hacer»; en alguna ocasión: «una mano perdida en cada pliego de los que se imprimen, para las probas y pliegos que se pierden al tirar» (Infantes, 2012, p. 152). No siempre era la misma cantidad; podía ser una mano cada tres resmas, o una resma completa cada cincuenta.Ver Lorenzo Pinar, 2002, p. 422. 44  Así el Blosio de Madrid, Juan de la Cuesta, 1605, que Pérez Pastor no llegó a conocer, pero del que localizó la escritura para su impresión (1891-1907, ii, pp. 135136), preveía el papel corriente para el cuerpo y el de Génova o del corazón para preliminares. La obra ha sido recuperada hace no mucho; véase el CCPBE, donde se relacionan más de veinte ejemplares; la portada en Rico, 2005, p. 481; Péligry, 1976, p. 242, aún no la conocía. Por su parte, Pérez de Herrera concertaba la edición del Elogio a las esclarecidas virtudes... del rey N. S. Don Felipe II en Valladolid (1604) por 750 ejemplares, 500 en papel de la tierra, que llaman de Segovia, y los 250 restantes «en papel de Génova muy bueno y de la marca ordinaria que llaman del corazón» (Pérez Pastor, 1891-1907, ii, p. 147). 45  Véase muestras en Lorenzo Pinar, 2002, p. 419, y en Infantes, 2012. 43 

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–Texto a dos columnas, si se desea, con indicación de si ha de estar separado por regletas o no46. –Número de líneas por página y de letras por renglón y márgenes que debe haber47. –Uso de capitales, de grabados o de adornos, o indicación de qué taco debe usarse en portada, abriendo el grabado de nuevo48. –Fecha en que ha de comenzar la impresión y en que debe estar concluida sin entremeter otras obras y la penalización en caso de que no sea así. Condición de que trabajen muy buenos oficiales. Previsión de que trabajen una o dos prensas a la vez. –A veces, obligación de trasladar las prensas a un lugar concreto donde se llevará a cabo la impresión49. –Uso de tinta hecha con aceite de linaza, no aceite de comer50, y uso de buenas lejías para que la letra salga limpia. –Número de probas que se exigen, que pueden ser tres. 46  Un contrato establecía en 1615 que la impresión había de ser de tamaño folio «en dos columnas con regletas a las márgenes, una dentro y otra fuera, y en mitad de las columnas otras dos regletas» (Pérez Pastor, 1891-1907, ii, p. 349). 47  En 1556 se señalaba que cada plana ha de tener 43 renglones y 60 letras por renglón (Pérez Pastor, 1895, p. 138). En 1584 otro contrato especifica 24 renglones por plana sin contar titulillo ni reclamo, y cada renglón 30 letras (Pérez Pastor, 1910, p. 272). 48  Pérez Pastor, 1897b. 49  Así se prevé, por ejemplo, para una impresión en Zaragoza del cronista aragonés Jerónimo de Blancas con los impresores Lorenzo y Diego de Robles en 1587: «Item que, si el autor quisiere, se le traiga la dicha prensa a su casa y se ponga en la parte cómoda que él diere» (San Vicente, 2003, ii, p. 341); no se sabe si se llevó a efecto. También en Zaragoza, para una reedición de los Anales de Zurita en 1610, Juan de Lanaja se compromete a llevar las prensas y material correspondiente al Colegio de San Vicente Ferrer, donde el padre Losilla corrregiría cada pliego (Velasco de la Peña, 1998, pp. 43 y 135-136), pero parece que los dominicos tenían allí una imprenta. El que sí consta es el caso de Mateo Alemán para su San Antonio de Padua, pues en 1603 Juan Bautista del Rosso compromete con el impresor sevillano Clemente Hidalgo la realización de 1 750 ejemplares, «y de los hacer en una imprenta que tengo de tener armada y puesta en las casas de la morada de Mateo Alemán» (Rodríguez Marín, 1933, p. 40), el cual, como es sabido, escribía de noche lo que había de imprimirse el día siguiente, según cuenta el alférez Luis de Valdés en los preliminares del segundo Guzmán (Alemán, 2012, p. 360); el contrato preveía la impresión de un pliego por jornada, esto es, tres resmas y media, a 8 reales ½ la resma. Otro caso en Griffin, 2009, p. 213, referido a un libro de un autor también llamado Francisco de Robles 50  Péligry, 1987, p. 336.

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–Obligación de no poner a la venta ejemplar alguno antes de que los haya firmado todos el autor. –En algún caso muy raro, obligación de seguir la ortografía del original con que se trabaja, o incluso también el «comado y puntado», es decir, la puntuación. Por supuesto, no todas estas determinaciones constan en todos los contratos. Las últimas, por ejemplo, se establecen en 1584 en una capitulación para imprimir las Anales de Zurita y en un contrato de un médico en 157751. La esmerada corrección de probas, a veces las dos primeras por el taller, la tercera por el autor con obligación de leerla de noche y devolverla a la mañana siguiente para que la máquina no se detenga, se indicaba sobre todo para grandes obras jurídicas, teológicas o religiosas. Solo en estas se solía establecer que no comenzase la tirada de un pliego hasta que se hubiese corregido según el deseo del autor o editor. El que fue corrector general, Juan Vázquez del Mármol, estableció una lista de estos requisitos, que ha sido impresa modernamente52; pero no es tan detallada como los contratos existentes, según puede verse, por ejemplo, en los transcritos por el benemérito Pérez Pastor o los recogidos para la imprenta de Zaragoza por Ángel San Vicente. En el caso que nos ocupa, ignoramos si el papel del Quijote, sin duda obra del monasterio del Paular y de calidad pésima, fue comprado por Robles o por Juan de la Cuesta; en junio de 1605 el librero reconoce con el monasterio una obligación de pagar 3 750 reales por las trescientas resmas de papel de imprimir que han entregado en Madrid a Juan de la Cuesta53. Como dice Rico, dado que ni en 1604 ni el año siguiente esta imprenta hizo para Robles ningún otro libro que las dos ediciones del Quijote, es obvio que ese papel era para imprimirlo, y no forzosamente para la segunda edición, porque podía tratarse del reconocimiento de una deuda atrasada del año precedente. Además, el 7 de marzo de 1605 abona 4 000 reales a cuenta de «las 800 resmas de papel, y que son del plazo de la Navidad pasada»54, aunque no sabemos si fueron para Juan de la Cuesta. Pero en diciembre de 1604 es este 51  Una puede verse en San Vicente, 2003, ii, p. 326, y la otra en Pedraza Gracia, 2008, p. 120. 52  Vázquez del Mármol, 1983. Fue mencionada desde Gallardo, la transcribe ya Pérez Pastor, 1891-1907, iii, pp. 498-499. Acerca del personaje ver Bouza, 2002. 53  Rico, 2005, pp. 393-395, con reproducción facsimilar del documento. 54  Hidalgo Brinquis, 2006, p. 222; Jurado, 2007, p. 72, transcribe la cantidad como 4 600 reales.

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último quien se obliga a pagar al mismo monasterio 1 250 reales por cien resmas55, que acaso, en unión de otras que no nos constan hoy, tuvieron ese destino. Como fuere, librado el original en Valladolid lo más pronto el 26 de septiembre de 1604, se enviaría a Madrid con la máxima urgencia por la posta o lo llevaría el propio Robles para ultimar detalles con el taller. Había prisas por la salida del libro al público y el buen negociante que era el librero urgió sin duda a Juan de la Cuesta para que pusiera las prensas a trabajar sin pausa, de manera que el libro estaba concluido a fines de noviembre del mismo 1604. Solo así se explica que el 1 de diciembre ya pudiera expedir la fe de erratas el recién nombrado corrector Murcia de la Llana56 en la Universidad de Alcalá, donde era profesor. La función del corrector oficial no era la de asegurar que el libro estuviera libre de tachas y errores de impresión, por lo que es ingenuo que algunos cervantistas le hayan afeado su escasa atención al texto. La tarea del corrector se ceñía a comprobar que el texto impreso era el mismo presentado al Consejo y rubricado en cada una de sus planas por el escribano, en este caso Juan Gallo de Andrada. Es decir, se trataba de dar fe de que no se había producido un fraude, de manera que una vez aprobada una obra, se hubiera sustituido por otra en el proceso de impresión. Ahora bien, parece que el corrector recibía una remuneración por cada libro revisado. No hay muchos datos sobre ello, pero ya en 1565 el Consejo estableció que «los derechos que ha de llevar el corretor de libros, sea en respecto de lo impreso y no del original», lo que no puede significar otra cosa sino que cobraría a tanto el pliego impreso de cada Pérez Pastor, 1926, p. 422. El documento lo publica completo Astrana, 19481958, v, pp. 601-602 (el librero que avala es Francisco López, no Cristóbal); ver también Jurado, 2007, p. 76. En septiembre de 1605 y en enero de 1606 hay nuevas obligaciones de pago de Cuesta al Paular (Pérez Pastor, 1926, pp. 313-315, 319 y 422). El papel fue variando de precio con el tiempo, siempre al alza. En 1555 la resma costaba diez reales (Pérez Pastor, 1895, p. 138), que es el mismo precio que tenía en 1604 (Pérez Pastor, 1891-1907, ii, p. 147). En cambio, el papel de Génova podía oscilar entre 15 y 18 reales (Pérez Pastor, 1891-1907, ii, pp. 147 y 4). El papel marquilla de Francia se elevaba a 22 reales la resma y el marquilla de Génova a 28 reales (Pérez Pastor, 1891-1907, ii, p. 12). 56  La última fe de erratas de Vázquez del Mármol para libros madrileños parece ser de febrero de 1604 (Pérez Pastor, 1891-1907, ii, p. 55). Pero Murcia venía firmando ya algunas cédulas de corrección al menos desde 1601 (Pérez Pastor, 18911907, ii, pp. 16-17). 55 

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libro57. Eso explicaría el disgusto con el que el anterior corrector general, el citado Vázquez del Mármol —lo fue durante al menos 33 años, de 1571 a 1604, en que pasó a ocupar una capellanía en Granada—, recibió la autorización concedida a las universidades de Salamanca y Alcalá, y luego a las demás, para que pudieran nombrar corrector para sus libros. De igual forma, se entiende también la picaresca del corrector de Alcalá en 1588 al ocuparse no solo de los libros impresos en la villa, sino todos los que le llevaban, caso extraño de querer acumular trabajo, de no tener alguna recompensa58. Parece deducirse también de un escrito de un librero a Vázquez del Mármol la existencia de esa remuneración, pues, luego de urgirle en su tarea para que pueda pedir la tasa, le dice: «Envío los ocho reales y un cuartillo que falta para lo de Inglaterra, si más fuere quedo en la misma obligación y cuentas»59.Y en las deudas mencionadas antes a favor de Pedro de Madrigal se citaban las «costas que pagué al Secretario y al corretor». Está claro que, si había que pagar algo, era el editor el obligado a hacerlo. Con todo, no se habían terminado los trámites y no era posible aún poner el libro a la venta. Faltaba realizar otra solicitud para pedir la tasa, es decir, el documento emanado por el escribano de cámara que llevaba el trámite del libro en el Consejo y que indicaba el precio al que debía venderse «en papel», esto es, sin encuadernar, pues cada ejemplar se vestiría al gusto de cada comprador. En el oportuno memorial se podía pedir que la tasa fuera alta, como hizo Calderón de la Barca en julio de 1637 para su Segunda Parte de comedias, porque «el papel es muy caro y la impresión costosa»; pedía se tasara a 6 maravedís el pliego y no se le concedió, aunque de los cuatro maravedís de la Primera Parte del año anterior se subió a cuatro y medio60. 57  Citado en García Oro y Portela Silva, 1999, p. 472, n. 13. Que la interpretación es la correcta lo prueba que cuando los libreros sevillanos por medio de Argote de Molina pidieron más correctores, al reconocer que ello iría en detrimento económico de Vázquez del Mármol, se ofrecen a «darle por pliego lo que Vuestra Alteza mandare, aunque él no los corrija sino el corretor de Sevilla», citado en García Oro y Portela Silva, p. 86, pero lo transcribo de p. 391. 58  García Oro y Portela Silva, 1999, pp. 88 y 437, y Reyes, 2000, i, pp. 231-233. 59  Citado por Bouza, 1997, pp. 37; y de ahí lo toma Reyes, 2000, i, p. 233. 60  Debo esta noticia a Fernando Bouza, al que quedo agradecido como siempre. Para lo señalado luego, nótese que al final del documento el portero de cámara Miguel Salvo escribe: «Obligóse de dar estos libros para su majestad y señores del Consejo»: AHN Consejos suprimidos, legajo 45077.

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Con los pliegos del Quijote impresos y los preliminares también casi ultimados, Robles decidió juntar en la imprenta madrileña un número indeterminado de capillas o de pliegos sin doblar y llevárselas a Valladolid, donde residían entonces los Consejos. El primer pliego de preliminares, que a diferencia del resto es un cuarto sencillo, no conjugado, tenía en blanco el fol. 2r, destinado a incluir el texto de la tasa... cuando se obtuviera. Ello no ocurrió hasta el 20 de diciembre. Y entonces el editor, acaso de acuerdo con Cervantes, se puso en contacto con Luis Sánchez, impresor madrileño que también tenía taller entonces en Valladolid, para que en esta ciudad pusiese en molde el documento firmado por el escribano Gallo de Andrada61. El objeto era, sin duda, contar de inmediato con algunos ejemplares para repartir antes de fin de año. De esta forma, hoy hay unos pocos ejemplares de la primera edición del Quijote que portan una Tasa diferente, muy fácil de distinguir al emplear un taco de madera para la Y inicial («Yo Juan Gallo de Andrada...»); el resto de ejemplares que quedaron en el taller de Juan de la Cuesta imprimieron con calma el documento enviado desde la corte y es el que lleva la mayor parte de los volúmenes de esa edición príncipe. No es del caso formular hipótesis acerca de los motivos de esta urgencia, que de todas maneras marca todos los pasos de la obra por apresurar su salida. Lo que nos interesa es subrayar que el escribano casi seguro que recibía también una cantidad por cada documento que expedía, fuese para la administración, o para él, o una parte para cada uno. Es posible que los ocho reales y un cuartillo del documento antes citado respondieran a la necesidad de pagar no al corrector, sino al escribano por la tasa. Con todos los requisitos legales cumplidos, había que satisfacer al taller de Juan de la Cuesta el coste de la impresión, aunque no era raro que se fuese pagando por partes durante su curso. Contra lo que podría suponer un extraño a este mundo, este rubro no era el más importante; ello es fácil de comprobar, porque la medida que se solía utilizar es el precio por resma de papel impreso, lo que permite compararlo con lo que costaba el propio papel. Mientras en 1555 se concertaba un libro a 6 reales la resma impresa (es de notar que el papel para escribir era más

Lo descubrió Jaime Moll y ya lo menciona en la edición del Quijote de Rico en Cervantes, 1998, ii, p. 11; ver también Cervantes, 20, ii, pp. 40-41. 61 

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caro)62, en 1572 se hacía por 6 ¼ reales, en 1603 se elevaba a 7 reales, en 1604 otro a 7 ¼, pero en 1598 podían ser 8 ½, igual cantidad que otro en 1619, en 1604 se podía fijarse en 9 ½ reales, aunque en alguna ocasión podía llegar a 12 reales63. Todo dependería de la importancia y calidad del taller, las prisas del editor o la habilidad negociadora de los implicados. Según ahora sabemos, Juan de la Cuesta contrató la edición de Blosio en 1604 por 7 ½ reales la resma de impresión64. Eso debió de pagar también Robles por la del Quijote. No estaban rematados los trámites, aún quedaba atender otros gastos que, aunque no fueran en efectivo, sí debían tenerse en cuenta. Había que entregar un ejemplar a cada uno de los Consejeros de Castilla, práctica que no se sabe desde cuándo estaba instituida, pero de la que protestaban los libreros en un memorial de hacia 1630: «De cada libro que se imprime [...] se da un juego o libro a cada consejero todas las veces que se pide nueva licencia o nueva tasa»65. A mediados del xvii, el padre Dávila, visitador de la Inquisición, pedía que se diera un ejemplar de todo libro que se imprimiera a esta institución, «supuesto que todos los que imprimen tienen obligación de dar veinticuatro o veinticinco cuerpos

Más barato que el blanco para imprimir era el papel para bulas, y más aún el de estraza (Pérez Pastor, 1914, p. 218). 63  Pueden verse las referencias en Pérez Pastor, 1895, p. 138, y Pérez Pastor, 1891-1907, II, pp. 351, 90, 51, 45, 502, 147 y 349, sucesivamente. 64  Ver Rico, 2005, pp. 396 y 383. 65  Memorial reproducido por Blecua, 1977, p. 107, y citado por Rico, 2005, p. 406. El citado Álamos de Barrientos establecía que de su Tácito se le darían cien ejemplares, sin que entren en esa cuenta los que iban para los Consejeros: «sin que el dicho don Valtasar quede obligado a dar ninguno a los señores del Consejo ni a otra persona alguna, porque este gasto ha de correr por cuenta» de editor e impresor (Pérez Pastor, 1891-1907, ii, p. 306). En algunos casos especiales aumentaban los ejemplares de regalo, por ejemplo, en el caso de la Historia de Antonio de Herrera, cronista de Indias (1601), se establecen 60 ejemplares en papel marquilla para los Consejeros de Indias y de Castilla (Pérez Pastor, 1891-1907, ii, p. 10). O con el Filipe Segundo de Luis Cabrera de Córdoba (1619) se preveían cien ejemplares en papel marquilla para «los del Consejo y los destinados para el Reino» y 43 para los procuradores de Cortes (Pérez Pastor, 1891-1907, ii, p. 475). De los Soliloquios divinos, para los que Lope de Vega pidió en 1626, como haría luego Calderón, que se le tasase a seis maravedís el pliego, el ya citado portero Salvo señaló: «obligóse de dar los libros para su majestad, Presidente y señores del Consejo» (Bouza, 2012, pp. 137-138. Los consejeros eran 12 desde los Reyes Católicos, y Felipe II en 1588 elevó su número a 16, pero también podía haber otros supernumerarios (Fayard, 1982, pp. 6-8). 62 

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a los señores del Consejo Real...»66: total, uno más... Pero parece que también se daba otro al secretario, en este caso Juan de Amézqueta, otro al corrector67 y quizás otro al escribano; Vázquez del Mármol alude en sus condiciones a «los libros que se dan a los del Consejo y Secretario y Corrector»68. Desde luego, al menos uno iría también a manos del destinatario de la dedicatoria, el duque de Béjar. Y dos se cedían en papel a la Hermandad de Impresores, según las cuentas de otro Francisco de Robles, fundidor de letras de imprenta y mayordomo de la Hermandad, descubiertas por Pérez Pastor69, aunque en Salamanca parece que eran cinco, aparte de la costumbre de ceder a los impresores los compuestos con el papel sobrante y no inutilizado, para su venta70.Y no deben entrar en la cuenta los ejemplares que se entregan al autor del texto, porque esos estarían establecidos en el contrato primigenio. Así, por ejemplo, Robles concierta en 1616 con un jurista imprimir 1 600 cuerpos de Política y práctica judicial, de los que cien serán para el autor71. En el caso de Cervantes, los entregados de Novelas ejemplares en 1613 se limitaron a veinticuatro.

Peña Díaz, 2015, p. 60. En el contrato de fray Hernando de Ojea, ya citado (Pérez Pastor, 1891-1907, ii, p. 349), se menciona que la imprenta ha de entregar todos los ejemplares impresos, «eceto los que de derecho se deben dar a los correctores y capilla conforme a la costumbre». En 1599, Pacheco de Narváez firma la impresión de su Grandezas de la espada por 1 500 ejemplares , más «los libros que se acostumbran dar a la capilla e correctores y secretario» (Pérez Pastor, 1891-1907, iii p. 290). 68  Vázquez del Mármol, 1983. 69  Pérez Pastor, 1902, ii, pp. 561-568. Se entregaban capillas, no ejemplares encuadernados (Pérez Pastor, 1891-1907, ii, p. 474). Desde 1611 en que se funda la Cofradía de mercaderes de libros, se añadían otros dos para esa institución (Paredes Alonso, 1988, pp. 98-99 y 313; Cayuela, 2005, p. 19). 70  Ver Lorenzo Pinar, 2002, pp. 424 y 431. Los cinco ejemplares de «derecho de capilla» iban a la cofradía de impresores y al corrector, entiéndase, en este caso, el corrector del taller, no el general. A veces se establecía que los «sobrantes» se los reservaba el autor a mitad de precio de la tasa (Pérez Pastor, 1891-1907, ii, p. 502) 71  Pérez Pastor, 1897a, p. 299. El número de ejemplares que se conciertan para entregar al autor varía mucho; en 1602 se reservan 300 para fray Pedro de Vega (Pérez Pastor, 1891-1907, ii, p. 51), aunque no queda claro si ha de pagarlos; pero en 1608 es inequívoco que al traductor de De raptu Proserpinae de Claudiano, el Dr. Francisco de Faria, se le darán 200 ejemplares por ceder el privilegio a Juan Berrillo, el editor (Pérez Pastor, 1891-1907, ii, pp. 136-137). 66  67 

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En suma, se trata de una no pequeña serie de gastos que todo editor piensa amortizar con la venta de los ejemplares del libro. Rico ha hecho las cuentas de lo que pudo suponer el beneficio de Francisco de Robles, nuestro bibliopola. Y es seguro que las cosas le fueron bien con el primer Quijote, como explica la necesidad de llevar a cabo una segunda edición muy pocos meses después.Y, aunque de venta más espaciada, en 1608 realiza aún una tercera en los mismos talleres de Juan de la Cuesta. Pero las tornas habían cambiado un tanto, y las expectativas que podía haber respecto a la Segunda Parte en 1615 se vieron en gran medida defraudadas. A la muerte de Robles, en 1623, el inventario de su librería revela que de la Primera Parte aún quedan 142 cuerpos, sin duda de la tercera edición, y de la Segunda nada menos que 366. ¡Qué mucho, si de La Galatea, editada por su padre en 1585, aún quedaban casi cuarenta años después 17 ejemplares sin vender!72 En resumen, sin desatender las imprentas que llevan a cabo la tarea material de poner un libro en molde, es necesario prestar la atención que se debe a los editores, que en su mayor parte eran en el Siglo de Oro los libreros que luego los pondrían en manos del público. Estaba de moda decir pestes de sus trampas y fullerías, y a ella pagaron tributo Cervantes o Quevedo. Pero sin su empeño no conoceríamos hoy gran parte de la producción literaria de entonces. Y cabe señalar como nota final que nuestra atención se ciñe de manera preferente a los libros de nuestros escritores, como si sus obras supusieran un capítulo importante en la imprenta española de la época, cuando es exactamente todo lo contrario. Como estudiosos de las letras nos interesamos por los volúmenes de Garcilaso, Cervantes, Lope de Vega o Calderón, pero los impresos que con el más amplio margen pudiéramos considerar ‘literarios’ constituyen una ínfima parte del material impreso entonces. Cualquiera que haya repasado los inventarios de librerías o los estudios de tipobibliografía de cualquier ciudad puede verificar que la masa de obras de religión y derecho civil o eclesiástico forman una montaña que, unida a los textos o manuales universitarios y tratados más o menos científicos, convierten en minúsculo ratoncillo los libros de mero esparcimiento. Baste un botón para muestra: el primer volumen de la Bibliografía 72  Ver Laspéras, 1979. Se trataba de libros en papel. Aún hay algunos ejemplares más encuadernados. Cfr. Moll, «El éxito inicial del Quijote», en Moll, 1994, pp. 2127. Morisse, 2002, p. 310, habla en cambio de «éxito», porque se editó en Lisboa y París, pero una es de 1590 y la otra de 1611, es decir, 25 años despúes.

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­madrileña de Pérez Pastor dedica 18 páginas al índice de materias; de ellas no llegan a dos las de poesía o prosa de ficción73. Conviene, por lo tanto, situar en su preciso contexto aquello que a los estudiosos de la literatura más nos interesa, para no tergiversar los datos o confundir el panorama.Y acaso con ello podríamos apreciar más los arrestos de algunos libreros, «mercaderes de libros», que arriesgaron sus caudales para convertirse en editores y dejar para la posteridad en letras más duraderas que el bronce las obras de nuestros ingenios. Referencias bibliográficas Agulló y Cobo, Mercedes, La imprenta y el comercio de libros en Madrid (siglos xvi-xviii), Madrid, tesis doctoral, Universidad Complutense, 1992. Alemán, Mateo, Guzmán de Alfarache, ed. Luis Gómez Canseco, Madrid, Real Academia Española, 2012. Álvarez Márquez, M.ª del Carmen, La impresión y el comercio de libros en la Sevilla del Quinientos, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2007. Amezúa y Mayo, Agustín G. de, Opúsculos histórico-literarios, Madrid, CSIC, vol. I, 1951. Andrés Escapa, Pablo, y otros, «El original de imprenta», en Francisco Rico, ed., Imprenta y crítica textual en el Siglo de Oro,Valladolid, Universidad de Valladolid/Centro para la Edición de los Clásicos Españoles, 2000, pp. 29-64. Astrana Marín, Luis, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, Madrid, Instituto Editorial Reus, 1948-1958, 7 vols. Bécares Botas, Vicente, «En las viejas prensas de Pedro Madrigal», Pliegos de Bibliofilia, 27, 2004, pp. 3-14. — Librerías salmantinas del siglo xvi, [Burgos], Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua/Caja Segovia, 2007. Berger, Philippe, Libro y lectura en la Valencia del Renacimiento, Valencia, Eds. Alfons el Magnànim, 1987, 2 vols. Blecua, José Manuel, Sobre el rigor poético en España, y otros ensayos, Barcelona, Ariel, 1977. Bouza, Fernando, «Para qué imprimir. De autores, público, impresores y manuscritos en el Siglo de Oro», Cuadernos de Historia Moderna, 18, 1997, pp. 31-50.

73  Pérez Pastor, 1891-1907, i, pp. 417-434. Además, entre ellas cuentan algunas obras en latín. El caso de Alonso Pérez estudiado por Cayuela, 2005, no es significativo como patrón de editor.

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— Noticias y documentos relativos a la historia y literatura españolas, i, Madrid, 1910 (=Memorias de la Real Academia Española, x). — Noticias y documentos relativos a la historia y literatura españolas, ii, Madrid, 1914 (=Memorias de la Real Academia Española, xi) — Noticias y documentos relativos a la historia y literatura españolas, iv, Madrid, 1926 (=Memorias de la Real Academia Española, xiii). Reyes Gómez, Fermín de los, «La tasa en el libro español antiguo», Pliegos de Bibliofilia, 4, 1998, pp. 35-52. — El libro en España y América. Legislación y censura (siglos xv-xviii), Madrid, Arco, 2000, 2 vols. de paginación continuada. — «Leer los principios, saber los comienzos: el Quijote nos dice cómo se elaboró», en AA.VV., La razón de la sinrazón que a la razón se hace. Lecturas actuales del Quijote, [Burgos], Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, 2005, i, pp. 15-25. — «La censura del libro: legislación y consecuencias. La impresión del Quijote», en José Manuel Lucía Megías, ed., 2006, pp. 159-180. Rico, Francisco, El texto del «Quijote», Preliminares a una ecdótica de Siglo de Oro, Valladolid, Centro para la Edición de los Clásicos Españoles, y Barcelona, Destino, 2005. Rodríguez Marín, Francisco, Documentos referentes a Mateo Alemán y a sus deudos más cercanos (1546-1607), Madrid, 1933. Rojo, Anastasio, El autor de La pícara Justina (1605), [Burgos], Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, 2005. Ruiz Fidalgo, Lorenzo, La imprenta en Salamanca (1501-1600), Madrid, Arco, 1994, 3 vols. San Vicente, Ángel, Apuntes sobre libreros, impresores y libros localizados en Zaragoza entre 1545 y 1599, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 2003, 2 vols. Sánchez Mariana, Manuel, «La novela en manuscrito en los Siglos de Oro», en José Manuel Lucía Megías, ed., 2006, pp. 119-138. Vázquez del Mármol, Juan, Condiciones que se pueden poner cuando se da a imprimir un libro, Madrid, El Crotalón, 1983. Velasco de la Peña, Esperanza, Impresores y libreros en Zaragoza. 1600-1650, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1998.

«Nacen, como todos, llorando,viven muriendo y mueren suspirando»1: la figura del logrero en los textos del Siglo de Oro2 Jesús M. Usunáriz Universidad de Navarra, GRISO

Al que acapare el trigo el pueblo lo maldecirá; más la bendición recaerá sobre quien lo venda (Proverbios, 11, 26)

En los siglos xvi y xvii la asociación entre «mercader» y «logrero» fue habitual. Cuando los galanes don Juan y Leonardo, y el gracioso Sancho, en la obra El semejante a sí mismo de Juan Ruiz de Alarcón (1622), llegaban a las puertas de Sevilla, Sancho quiso describir las «siete maravillas nuevas» (y más) de aquella gran ciudad mercantil y entre ellas apuntaba: Es segunda maravilla un caballero en Sevilla, sin ramo de mercader... La otava es un mercader sin achaques de logrero.3

Ferrer de Valdecebro, Gobierno general, 1695, p. 227. Este trabajo se enmarca en el proyecto FFI2014-52007-P, «Autoridad y poder en el teatro del Siglo de Oro. Estrategias, géneros, imágenes en la primera globalización», Ministerio de Economía, Industria y Competitividad, Gobierno de España, Dirección General de Investigación Científica y Técnica, Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia. 3  Citado por Fernández Izquierdo, 2003, p. 89. 1  2 

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En el Tesoro de Covarrubias4 logrero es identificado con «el que tiene este ruin trato»; es decir, el logro, «la ganancia que proviene ultra de la suerte o capital». Los logreros son equiparados también con los «trapacistas», en su derivación de la voz trapaza, «un cierto modo ilícito de comprar y vender, que siempre va leso el comprador». A su vez, Covarrubias asocia al logrero con la usura: «aquella cantidad de dinero que el deudor da al acreedor, por el uso que le ha prestado, y este se llama logro, y el usurero, logrero». Otra voz próxima sería «mohatrero», «el que hace mohatras»; es decir, la «compra que se hace vendiendo el mercader a más precio del justo y teniendo otro de manga que lo vuelva a comprar con dinero contante a menos precio». Es el Diccionario de Autoridades quien recoge la definición de logrero en dos acepciones complementarias: en la primera se identifica, como en Covarrubias, con el «usurero»; mas la segunda especifica: «Dícese también del que compra o guarda y retiene los frutos para venderlos después a precio excesivo». A lo que podría añadirse otros sinónimos, como el de «atravesador» o «monopolista» (ya en el siglo xviii), u otros como «revendedor», «regatón» y «arrendadores». En el xix sería sustituido por el galicismo «acaparador». Es precisamente en esta segunda acepción, la del acaparador, en donde quisiera poner el acento, de forma que podamos reconstruir la imagen del logrero desde diferentes perspectivas, aunque todas ellas coincidentes en lo esencial, como apuntaremos en las conclusiones de este trabajo, a fin de precisar cómo se va forjando una «economía moral», amparada por las autoridades, alimentada por los eclesiásticos, aceptada por el común, hasta que comienza a entrar en crisis a mediados del siglo xviii. 1. «La codicia... raíz de todos los males». El logrero ante la justicia Desde fecha temprana el logrero fue objeto de la persecución de la legislación castellana. Si bien las leyes i-iii del libro viii, título vi, en la recopilación de 1567 se ocupaban de la prohibición del logro y de la usura por parte de judíos y moros, fue la ley iv la que se centró en «La pena en que caen los cristianos logreros». Esta ley venía a recoger la del rey Don Alfonso xi en el ordenamiento de Alcalá (1348, tit. 23, ley i y, a finales 4 

Sobre las injurias en Covarrubias, Tabernero, 2013.

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del siglo xv, la del rey don Enrique iii, tit. De poenis c. 4). Las razones que explicaban su condena eran varias, pero partían de una cuestión moral: La cobdicia, que es raíz de todos los males, en tal manera ciega los corazones de los cobdiciosos, que no temiendo a Dios, ni habiendo vergüenza a los hombres, desvergonzadamente dan a usuras, en muy gran peligro de sus ánimas y daño de nuestros pueblos.

Unas leyes en donde se contemplaba la usura en sus diferentes variantes: Y porque algunos no dan derechamente a usuras más hacen otros contractos en engaño de las usuras, tenemos por bien que si alguno vendiere a otro alguno otra cosa alguna y pusiere con el que se la volviese por el mismo precio con que rescibió hasta cierto tiempo, y que entretanto gozase de los frutos y esquilmos de la cosa vendido, que tal contracto sea entendido ser hecho en engaño de usuras.

Las penas establecidas en el ordenamiento de Alcalá (pérdida y confiscación de bienes, sobre todo) serían endurecidas por los Reyes Católicos, en la ley 93 de las Cortes de Toledo, de forma que el «usurario o logrero quede y finque inhábile e infame perpetuamente»5. No fueron las únicas disposiciones emitidas a lo largo de la Edad Moderna. El 3 de marzo 1543, en la «Nueva instrucción para los alcaldes mayores de los adelantamientos» ordenada por Carlos I, se establecía el «Castigo de las mohatras y trapazas que hacen los mercaderes a los labradores en fraude de usuras» (Libro xiii, tit. xxii, ley v, de la Novísima): Porque a causa de los muchos merchantes y renoveros que andan por adelantamientos, los labradores y miserables personas padecen mucha fatiga, porque hacen contrataciones y trapazas en que se obligan por muchas sumas de maravedís, rescibiendo mucho menos de la cantidad porque se obligan y comprando mercaderías fiadas por mucho más de lo que valen y tornándolas luego a vender al contado por el tercio menos y a las veces a personas que echan los mismos mercaderes que se las venden, [con lo que] destruyen la gente pobre6. 5  Segunda parte de las leyes del reino, 1567. El título vi se titula «De las usuras y logros». Las citadas ley iiii (fol. 157v-158r) y v (fol. 158r). 6  Novísima Recopilación de las leyes de España, 1805, p. 401.

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Esta legislación debía ser aplicada estrictamente desde los municipios. De esta forma el interrogatorio de la comisión de residencia contra el corregidor y sus tenientes debía incluir la siguiente cuestión: Si saben que haya cometido algún delito el corregidor o su teniente por sus personas y qué delito ha sido, o si han sido remisos en castigar ladrones, rufianes, vagabundos, hechiceros, adivinos, tablajeros, blasfemos, usureros, logreros y testigos falsos y otros pecados públicos. (Cap. vi. De los jueces de residencia. § iii. De la Instrucción, fol. 166v)7

La obligación de investigar en los juicios de residencia se extendía también a otros cargos municipales: Y si saben que haya sido regatones o si han vendido su pan, vino, aceite y otros mantenimientos y bastimentos a mayores precios que los ordinarios; o si han estadolos procurando que los demás vecinos no vendan; o han hecho los dichos estancos para otras personas, por amistad o interés propio8.

Estas disposiciones recogidas aquí se quedan cortas, pues habría que añadir todas aquellas ordenanzas municipales especialmente preocupadas por el abastecimiento y la regulación. ¿No lo hizo Sancho Panza como gobernador de la ínsula de Barataria? y aquella tarde la pasó Sancho en hacer algunas ordenanzas tocantes al buen gobierno de la que él imaginaba ser ínsula, y ordenó que no hubiese regatones de los bastimentos en la república9.

En efecto, tampoco habría que olvidar aquellos preceptos en defensa de los consumidores frente a intermediarios, regatones y acaparadores propuestos por los procuradores de las Cortes de Castilla10. De hecho, la primera tasa para contener el precio del trigo fue en 1502, pues según se decía en la Pragmática:

Villadiego, Instrucción, 1617. Melgarejo, Compendio, 1689. En las preguntas para veinticuatros, regidores y jurados, p. 401. 9  Cervantes, Quijote, Segunda parte, li. 10  García Sanz, 1989. 7  8 

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Todo el pan está en poder de regatones o de personas que no tienen necesidad y han guardado e guardan el dicho pan, e han dado causa que se suba a precios muy desordenados de manera que los pobres e miserables personas reciben mucha fatiga e para mantener sus mujeres e hijos, les convenía haber de vender sus haciendas, si nos en ello no mandasemos proveer.

Pragmática contra los logreros que también publicaría Felipe II en 157111. Esto pronto tuvo su efecto en los tribunales. Una cata en los procesos judiciales del Archivo General de Navarra nos ha mostrado al menos 167 pleitos contra presuntos usureros los cuales, en su mayoría, responden a la figura del logrero como acaparador de grano. Por ejemplo, en 1554, Martín de Iribas, mercader de Estella, se había hecho con el arrendamiento de las primicias de la iglesia del lugar de Mues, vendiendo a sus vecinos 100 robos de trigo a un precio que era el doble del mercado. El fiscal presentó la siguiente demanda contra él, en cuyos argumentos se establecen los principios oficiales contra los logreros: Estando vedado y pregonado públicamente en este reino que ninguno comprase pan para revender, ni lo tomasen en pago de deudas, ni lo encambrase, ni por vía de arrendación ni en otra manera, sin lo manifestar e registrar y tener cámara abierta para lo vender a quien lo quisiese comprar a como valiese en la plaza a luego pagar como más largo se contiene en los dichos vedamientos, sin embargo de los cuales, contraveniendo a ellos el dicho acusado de diez años a esta parte ha tenido e tiene muchas arrendaciones, de las cuales ha cobrado en cada uno de los dichos años mucho pan y encambrado aquel sin lo manifestar ni registrar ni tener cámara abierta para quien lo quisiese comprar, revendiendo el dicho pan en los tiempos que valía más subido prescio e dándolo en fiado en mucho mayor cantidad de como valió comúmente12.

2. «Cómo los demonios se llevaron a un avariento logrero en cuerpo y alma». El logrero y los moralistas No en vano, esta legislación estuvo estrechamente relacionada con las actitudes de los moralistas de la época. Como recalcaba Juan de ­Zabaleta 11  12 

García Sanz, 1998. AGN, Tribunales Reales. Procesos, núm. 10014.

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en sus Errores celebrados de la Antigüedad (1653), las leyes a los ricos o «los amansan o los acaban», y si no hubiera leyes estos «fueran peores que el infierno» y «si no hubiera leyes hubiera infinitos [logreros]»13. No es ajeno al tema que trataremos aquí que Covarrubias, al definir la voz alma y al equipararla a «conciencia», ponga el siguiente ejemplo: «Fulano, logrero, no tiene alma». Ciertamente no nos ocuparemos aquí de las definiciones y apreciaciones sobre los logreros que se realiza en las obras clásicas, como la de Cristóbal de Villalón, Luis de Alcalá o Luis Saravia de la Calle, quienes vienen a equiparar al cambiador y usurero con el logrero, pues este era el término, «logrero», que usaba «el vulgo por nos entender mejor»14. Ni tampoco es el lugar, pues se ha escrito sobre ello mucho y bien, en torno al concepto de «precio justo» en autores como Tomás de Mercado, Luis de Molina o Melchor Soria15, del que se derivaría la defensa de la tasa del trigo, como explicó Pedro de Valencia en su Discurso o memorial sobre el precio del pan (Zafra, 25 de julio de 1605), para evitar «la desigualdad y injusticia, y no puede haber mayor desigualdad que enriquecer unos sin trabajo, o con poco, haciendo que los que trabajan mucho no alcancen para el pan»16. Me interesan más, en esta ocasión, aquellos autores de consejos morales, menos teóricos, menos reflexivos, pero sí mucho más efectistas, más cercanos y pedagógicos para la población, en su identificación del logrero como acaparador y en su insistencia para su condena pública. Fray Cristóbal Moreno, franciscano, escribía sus Jornadas para el cielo (1606), en donde contaba la historia de un «gran logrero», quien al caer enfermo mortalmente «volvió en sí y doliéndose verdaderamente de todos sus pecados, hizo llamar un discreto abad de la orden de San Benito». A este le dijo que pues ya no tenía tiempo para disponer de su hacienda se la dejaba a él «para que restituyáis lo mal ganado antes que muera, y de lo que quedare haréis lo que fuere de justicia y razón. No quiero llevar tras mí tan grave y pesada carga». Le pidió, además, ser trasladado al monasterio para confesarse y encomendarse. El abad así lo hizo presto, más el logrero, al llegar a sus puertas, «sin tener tiempo de confesar», expiró. Cumpliendo sus últimas voluntades, el abad ordenó Zabaleta, Obras, 1672, p. 195. Villalón, Provechoso tratado, 1546, fol. ixv; Alcalá, Tratado, 1543; Saravia de la Calle, Instrución de mercaderes, 1547, (fols. lviii y ss.). 15  García Sanz, 1998, pp. 17-42. 16  Citado por Paradinas, 2016, pp. 58 y 164. 13  14 

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llevar el cuerpo al capítulo del monasterio y «restituyó lo que había mal ganado y hizo muy largas limosnas por su alma, para que Dios la librase de las penas del purgatorio si en ellas estaba detenida». Sin embargo, cuando los monjes estaban junto al cuerpo «aparecieron cuatro demonios». Los pocos frailes que allí se quedaron fueron testigos de cómo aquellos cuatro diablos hacían frente a cuatro ángeles que, finalmente, «declaradoras del abismo de la misericordia de Dios» lograron arrancar al difunto de sus garras, «cuya alma estaba ya gozando de Dios por su fuerte, grande, serviente y verdadera contrición»17. El jesuita Alonso Andrade, en su Itinerario historial (1657), dedicaba uno de sus apartados a «Cómo los demonios se llevaron a un avariento logrero en cuerpo y alma» (Grado xvi §xv). El religioso recogía un testimonio de 1563 de un «logrero codicioso, enemigo declarado de los pobres», en la ciudad italiana de Beletre (Velletri). Su maldad llegó a tanto que llegó a hurtar hasta media libra de aceite a dos capuchinos que habían ido a recoger limosna a su casa. Como consecuencia de este pecado cayó enfermo mortalmente. Llamado para asistirle un hermano capuchino, este le exigió que se confesase y que «restituyese la hacienda mal ganada». Sin embargo, nada pudo sacar de él, por lo que el confesor pidió ayuda a otros dos frailes que instaron al logrero a que pidiese perdón y a la restitución de lo esquilmado y así «sacar aquella presa de las uñas del demonio».Vano intento. Esa misma noche el capuchino fue testigo de cómo embistió la casa «un aire tan vehemente que rompió las ventanas, puertas y encerados y apagó todas las luces». Cuando volvieron a iluminar la estancia «hallaron la cama vacía y arrastrada y señales en el suelo de haberle arrastrado y llevado los demonios a arder consigo al infierno»18. No en vano, fray Andrés Ferrer de Valdecebro (1696) se referiría a los logreros de esta manera: mucho les alcanza a los logreros, que como no se desengañan en la vida les alcanza el engaño hasta la muerte. Nacen como todos llorando, viven muriendo y mueren suspirando. Cargan de sebo pegajoso de bienes, teniendo tan poco pábilo de vida y después los vemos derretirse y no alumbrar. [...]

17  Moreno, Jornadas, 1606, fol. 54v-55r. El mismo autor recoge en su obra otros ejemplos similares, fol. 66v-67r y fol. 152v. 18  Andrade, Itinerario historial, 1657, pp. 474-475.

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Las riquezas penosamente adquiridas en muchos años, se suelen acabar en un momento. Hubo entre los antiguos opinión que el que se hacía robando poderoso, se convertía en lobo después de muerto. De Phedón, logrero y rico, dijo Sócrates que murió convertido en lobo, siguiendo esta opinión que no es muy ajena a la verdad, si la alumbraran las luces de la fe, porque teniendo puesta la atención del alma en la usura y en el robo falta la vida y quédase el lobo en el alma, vase a las infernales grutas, dejando un infierno de pleitos en la tierra. No es consuelo esta desdicha, puesto que con ella ni se remedia el daño ni se solicita el remedio, que por ser tan importante se desecha. ¡Mísera España! ¡Desdichado siglo!19

Estas historias de logreros, puestos en su lecho de muerte, recalcitrantes a la confesión, reacios a la devolución de lo robado por su logro, se repiten por doquier, como en las obras de Joan Salvador Trados (1581)20, José Barcia, en su Despertador cristiano (1684)21, la traducción que se hace de la obra del predicador francés de finales del siglo xv, Jean Raulin, Libro de la muerte temporal y eterna (1596)22, Jerónimo Mondragón, Censura de la locura humana (1598)23, o Antonio Ferrer en el Arte de conocer y agradar a Jesús (1631)24, entre otros. Dos elementos clave surgen una y otra vez de las obras de estos autores al tratar de la figura del logrero: la salvación de este pecador desalmado dependía del «arrepentimiento» y la «restitución»25 (este último aspecto especialmente tratado por Martín de Azpilcueta en su Manual de confesores y penitentes)26, a la que estaba obligado aquel que impidiera «a otro la consecución de un bien»27. Esto se hacía imprescindible para restaurar la necesaria «justicia conmutativa»; es decir, «mantener a cada cual en lo que es suyo» o «ponerle en pacífica posesión de lo que tiene derecho o restituirle enteramente aquello de que está despojado»28. Ferrer de Valdecebro, Gobierno general, 1696, pp. 227-230. Trados, Hechos y dichos, 1581, fols. 313v-314v y 391r-391v. 21  Barcia y Zambrana, Compendio, 1684, p. 58. 22  Raulin, Libro de la muerte, 1596, fols. 58r-59r, fol. 127r, fol. 155v-156r y fol. 416v-417r. 23  Mondragón, Censura de la locura, 1598, fol. 51v-52r. 24  Ferrer, Arte de conocer, 1631, pp. 322-323. 25  Ver entre otros muchos trabajos González Ferrando, 2012. 26  Azpilcueta, Manual de confesores, 1557, en el cap. xvii («Del séptimo mandamiento. No hurtarás y de las restituciones») pp. 199 y ss. 27  Zapata y Sandoval, 2004, p. 409. 28  Cárceles de Gea, 1984-1985, p. 94,Ver, por ejemplo, Nelson, 1947, pp. 104-122. 19  20 

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3. El logrero en la literatura Muy acordes con los presupuestos y ejemplos descritos por los moralistas son las historias que se recogen en diferentes obras literarias de género vario. En el teatro, si bien hay diversas referencias al «logrero», utilizado las más de las ocasiones como un apelativo afrentoso hacia alguno de los personajes, solo en pocas ocasiones aparece como un protagonista de peso. Quizás una de las primeras sea la obra anónima Tragicomedia alegórica del paraíso y del infierno (1539), influida por el «Auto da barca do Inferno» de Gil Vicente29. En ella aparecen dos barcos, uno con destino al infierno y otro al cielo (el primero pilotado por el diablo y el segundo por un ángel). A un primer personaje, un hidalgo portugués, le seguirá un logrero, descrito de la siguiente forma: Tras deste, toma la vía un logrero que por el negro dinero diz que el cielo trae comprado y al fin quédase embarcado camino del Cancerbero. (vv. 101-106)

En efecto, el logrero es llamado para embarcar en el navío del diablo, a lo que se niega exhibiendo una bula, con la que afirmaba había «comprado el cielo por mi dinero», «Que una bula tomé yo / cuando me quise morir / seguro puedo partir / a la gloria donde vo» (vv. 432435). A lo que respondió el diablo: To, ro, ro, ro, ro, ro, ro; mira que tino! Cuarenta años de contino son los que robó sin cuento y agora pone en descuento una ochavilla de lino. ¡Sus, embarca, hornecino! (vv. 436-442)

El logrero respondía indignado: «¿Cómo embarca? / ¿No es del Papa aquesta marca? / ¿No vale aquí su conduta?» (vv. 443-445). A lo que 29 

Según Hendrix, 1916, pp. 669-680.

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replicaba el diablo: «Mira necio, bobarrón / ¿parécete conveniente / que andes tú a robar la gente / esperando ese perdón?» (vv. 450-453). El logrero hacía entonces un intento de embarcarse en el navío del ángel, a quien entregaba la bula como garantía y promesa del cielo. La respuesta del ángel era categórica «Desas letras no me curo / si no traes el pecho sano» (vv. 464-465). Seguía un tira y afloja, donde el logrero contaba «su vida pasada».Vivía en Carmona, casado con «una dona». Se declaraba «hombre de bien», «presté siempre de buen grado; lo que me volvíen sobrado». «Viví siempre sin malicia / arrendando las prebendas.» «Enfermé antes de ayer / y morí; no sé por qué / mi ánima no ordené», pero dejó el encargo a su mujer comprase una bula de cruzada «que fue harto aviso / para ir al paraíso» (vv. 480-512). Pero el ángel reiteró su negativa: «No harás tú, esa jornada» (v. 513) y rechazó las gracias de la bula: Anda, vete, necio frío a esotra barca que en aquesta no se embarca logrero ni olvidadizo ni el cobdicioso invernizo que la caridad no abarca; ningún hombre de tu marca entra aquí. (vv. 526-533)

El logrero, ya en la barca del diablo, intentó comprar su salvación (y también la del hidalgo portugués que le precedió), todo sin éxito. También el personaje de un logrero aparece en el Entremés dedicado a la Verdad, recogido por Ignacio Arellano y Andrés Eichmann y que es una copia de parte del texto de Francisco Santos, Los gigantones en Madrid por de fuera, en donde el personaje del «loco» busca la «Verdad», a quien ninguno del resto de los personajes (un poderoso, una dama frívola, una vellera, un pobre, un niño y, por supuesto, un logrero) conocían, salvo el pobre y el niño, tal y como denuncia el loco. En concreto el logrero era descrito de la siguiente forma: Pensión es el tener, ¡viven los cielos!, pues no faltan sustos y recelos del pobre impertinente, cansándome en mi casa eternamente,

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ancioso de mi hacienda y mi dinero: ciento por ciento es corto mensajero. A mí me he de poner muy grande enmienda: jamás he de prestar si no es la prenda de plata, oro, perlas o diamantes, dándome por el logro buenos guantes, y que las penas valgan largamente al doble que se diere del precente, ya que el mísero año tan corto ha dado el grano por mi daño pero ha de valer muy lindos reales la fanega a secenta en mis costales; doblones han de entrar si el tiempo dura; desde mañana pienso hacer cochura, que ya el pan ha subido: catorce y quince cuartos ha valido: gima el pobre su afán y estrella siga...

Una vez que desaparece de escena, se refieren a él el loco y la Verdad. Esta decía del logrero: «No me parece que jamás le he visto». A lo que responderá el loco: «Ni él te conoce a ti, por Jesucristo30. Esta divulgación de las tesis de los moralistas se hace más que evidente en los romances y relaciones que tienen como principal protagonista a un logrero. En 1678 se publicaba el «Curioso romance y verdadera relación de un maravilloso prodigio que para escarmiento de los logreros le sucedió a un labrador en un cortijo que llaman el Rubio»31. En él se narraba la historia de un rico labrador: Llenas sus trojes tenía, rebosando los graneros, las tierras muy bien sembradas, pero dañado el deseo. Este, pues, con la ocasión de lo estéril destos tiempos daba en ocultar el trigo por venderlo a mucho precio.

Arellano y Eichmann, 2005, pp. 92-93. Puede encontrarse una copia en la Biblioteca Digital de Relaciones de Sucesos (siglos xvi-xvii), Universidade da Coruña (BDRS 0005058). 30  31 

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A este labrador se acercó una pobre mujer con un niño en brazos pidiendo limosna. El labrador se negó aduciendo la escasez de grano («están los tiempos estrechos / y hay poco trigo»). Y la mujer pobre explica la razón de tal penuria: el no alcanzarlo lo causan lo que en él su logro han puesto.

Cuando la esposa del labrador convenció a su marido para que la socorriese y auxiliase, la anciana mujer se lo agradeció anunciando futuras grandes cosechas y un abaratamiento del precio del grano. Ante estas premoniciones, tan contrarias a los malvados propósitos del logrero, este, indignado, «hecho el corazón veneno» comenzó a gritar y a gesticular ante la pobre mujer. Fue en ese momento cuando su brazo quedó paralizado; solo entonces aquel labrador, reconociendo el aviso divino, dio muestras de arrepentimiento. De contenido similar, aunque más trágico, es la «Famosa jácara nueva, en que se da cuenta y declara un caso que ha sucedido en el lugar de Yebes, término de Alcalá de Henares con un mesonero, llamado Miguel Pérez, el cual, por haber comprado cantidad de trigo y cebada muy barato, juzgando que fuera el año malo, para doblar el dinero, le salió al revés»32, publicada en 1687. El mesonero era descrito como un «dechado» de virtudes: hombre de bravo despejo, en la conciencia muy ancho, en la caridad, estrecho, en el ganar, mesurado, en el guardar, avariento, en el jurar, arrojado, sin temor a Dios excelso.

Un logrero «descuidado del cielo», que aprovechando «la sequedad del tiempo» que anunciaba la subida del precio de la cebada y del trigo, comenzó a acaparar grano confiando «haría ciento por ciento». Así,

Biblioteca Digital Hispánica (VE/114/2). Sobre esta relación ver Iglesias Castellano, 2013. 32 

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Recogió grano infinito tan ansioso y tan sediento que no apagaron su sed de faraón los graneros.

Alegre por la falta de lluvia, «que descendiente de Judas / eres su retrato mesmo», no contaba con la infinita misericordia de Dios, que amparando a su pueblo envió lluvias abundantes. Pérez, contemplando los verdes campos, blasfemaba e invocaba a los diablos: llama al demonio, soberbio, que le valga, que no quiere que le socorran los cielos.

Hasta que, desesperado por su ruina, recogió una soga en su casa, marchó a su huerta en donde tenía un nogal y allí: Sacó el infame cordel y con muy grande sosiego hizo un lazo que bastaba al gusto de su maestro. Subió de pies en la yegua y acomodando el pescuezo y llamando a los demonios, quedó del nogal suspenso. Asiéronle de los pies los diablos, con tanto estruendo, que parece que crujían los ejes del firmamento.

Descolgado por sus vecinos el concejo ordenó que no le diesen sagrado y por no echarle a los perros le enterraron en el campo. Sirva a todos de escarmiento este lamentable caso

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y vivamos con acuerdo, que el que es malo mal acaba y vive bien el que es bueno, que hay infierno para el malo como gloria para el bueno.

El mismo fin le esperaba a un «avariento logrero» de la Villa del Caño en Murcia según se canta en la «Nueva relación y curioso romance en que se declara el ejemplar castigo que el Santísimo Cristo de Orense ejecutó en un avariento logrero de la Villa del Caño, reino de Murcia, quien deseando que valiesen los granos a precio subido viendo la abundancia de mieses que denotaba una feliz y abundante cosecha se desesperó y ahorcó, habiendo arrojado de sí el soberano retrato de dicho Cristo, por consejo del demonio, que salió al encuentro como lo verá el curioso»33. Imagen esta, la del logrero llevado por los demonios, que aparece fugazmente en el diálogo de la comedia Al freír de los huevos entre el Almirante y Marín: Almirante Marín

No estoy del todo perdido. Así respondió un logrero que le llevaban los diablos por el aire en alma y cuerpo, «no estoy del todo perdido, pues he ganado el infierno».34

Historias ejemplares semejantes fueron recogidas también en las diferentes obras del citado Francisco Santos como El no importa España, loco político y mudo pregonero (1667) en la «Décima hora» de la obra, en donde describe a un logrero enfermo. Más adelante vuelve a aparecer un logrero achacoso que en su momento postrero cuenta con un abogado, la Envidia, y un fiscal, la Caridad, que lo acusa de que:

Fondo Antiguo Biblioteca Universidad de Granada [BHR/ C-001-014 (28)]. . 33 

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lo que siembra es poco, pero lo que compra para revender es mucho, y en llenando sus trojes toda su ansia es desear esterilidades, para ganar trescientos por ciento.

Un logro que «es el más odioso a los ojos de la razón, por ser contra el pobre». Santos también recurrió a estas críticas contra los logreros en Las tarascas de Madrid (pp. 280-281), en la referida Los gigantones en Madrid por de fuera (pp. 355-358), o en el Discurso viii de El diablo anda suelto35. 4. El «logrero» y su consideración en la comunidad El rechazo y el desprecio hacia el logrero en la legislación, en los tratados morales y en la literatura, es evidente también entre los habitantes de ciudades y pueblos. Me limitaré en este caso a recoger algunos ejemplos del uso repetido de la injuria «logrero» como señal de afrenta en la vida cotidiana. En 1531, en la ciudad de Estella, comenzaron a discutir el mercader Diego de San Cristóbal y el clérigo Miguel de Amburz, sobre a cuál de los dos correspondía cobrar una cantidad que adeudaba un tal Pedro Metauten. En esa discusión el clérigo le dijo al mercader: «¡Sois un logrero»; y añadió «¡Vos sois usurpador de los bienes de la gente comuna»36. Juan de Amunárriz había discutido en 1571 con Juan García, porque García no había cumplido su palabra de proveer de pan y tener panadería en Mañeru. Según García, Amunárriz había dicho de él, en presencia de los miembros del concejo, «que era un logrero probado, y que el encargamiento quél quería tomar de la dicha panadería no lo hacía por provecho del lugar ni de sus vecinos, sino por andar logreando en daño dello y en provecho suyo, como logrero público»37. No faltará tampoco la asociación del «logrero» con el comportamiento propio de los judíos, al que ya hicimos referencia en otro trabajo38.

Todas las referencias en Santos, 1973. Su obra completa en Santos, 1723. AGN, Tribunales Reales. Procesos, núm. 158314. 37  AGN, Tribunales Reales. Procesos, núm. 97903. 38  Usunáriz, 2013. 35  36 

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5. Conclusiones: la construcción de una economía moral El teatro, la novela, la poesía, los tratados de moral de las diferentes órdenes religiosas, las relaciones de sucesos, las leyes y ordenanzas de las instituciones centrales y locales, el propio vocabulario injurioso y popular, sirvieron para construir la imagen de un despreciado mercader logrero, avaro y dañador de pobres, especialmente a través del acaparamiento de grano y del aprovechamiento del endeudamiento campesino. En todos ellos existe el consenso en la construcción de un determinado aspecto de una «economía moral» compartida, entendida esta, según su gran difusor, Edward P. Thompson, como el «conjunto identificable de creencias, usos y formas asociadas con la comercialización de alimentos en tiempos de escasez» y que servían como justificación o legitimación «moral» para protestar en situaciones de emergencia39. ¿Acaso no fue celebrada la predicación en Bolonia de fray Juan Vicentino cuando un día «delante de grandísimo auditorio, reprehendió la maldad de las usuras y logros con tal semblante, con tales ademanes y con tan graves y tan eficaces palabras y razones, que saliendo de la iglesia los oyentes, de común acuerdo y parecer, fueron a casa de Landulpho, logrero público y le saquearon la casa y le echaron de la ciudad a pedradas, y con este ímpetu furioso de pueblo alterado y levantado, se remediaron los logros»40. En el caso que estudiamos aquí, la avaricia, la ambición, la especulación, maldades atribuidas, por lo común, a un mercader en el ojo del huracán, son la causa y el efecto de la logrería, cuya práctica es perjudicial para el alma y para el bien común. Es a través de estos textos como se comprueba cómo se sostienen los pilares de este edificio, de los fundamentos de una economía moral que perduró durante décadas, durante siglos, y que en España comenzaría a resquebrajarse (a pesar de lo cual perduraría en el tiempo) durante el reinado de Carlos III, cuando se aprueban las leyes para la liberalización del grano, mediante la Real Pragmática del 11 de julio de 1765, provocando revueltas en toda la península. El cambio de percepción hacia esta nueva economía política fue advertido por el aragonés Tomás Anzano, quien consideraba que, tras el decreto de liberalización, estos regatones y logreros «les parece que están autorizados por la libertad últimamente declarada. Ellos en todo proceden torpemente y en asuntos de su interés 39  40 

Thompson, 1995b, p. 380.Y que recoge también en 1995a. Castillo, Primera parte, 1584, fol. 125v.

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con exceso». Estos regatones suponían que «la total libertad de contratación y comercio es una libertad absoluta, interminable, independente». «Estos son sus discursos y así forman unos planes en sus ideas que cada uno se cree una república aparte, presidida del capricho y gobernada de su interés»41. Es probable que en estos principios hubiera algo de paternalismo; pero debe interpretarse más, a mi modo de ver, como la respuesta de una sociedad sometida a los parámetros de una economía de subsistencia. Pero, sobre todo, se descubre una manera de entender el comercio, el dinero y la ganancia compartida desde diferentes posiciones y perspectivas entre las instituciones, bajo las directrices de una moral religiosa común, y en donde la población encuentra la legitimación para criticar y perseguir comportamientos ajenos a estas directrices, en una muestra más del proceso de confesionalización en los siglos xvi y xvii, también presente en la economía. Bibliografía Alcalá, Luis de, Tratado en que a la clara se ponen y determinan las materias de los préstamos que se usan entre los que tratan y negocian y de logros y compras adelantadas y ventas al fiado, Toledo, Juan de Ayala, 1543. Andrade, Alonso, Itinerario historial que debe guardar el hombre para caminar al cielo dispuestos en treinta y tres grados por los treinta y tres años de la vida de Cristo nuestro redentor y las virtudes que en ellos ejercitó, Madrid, Pablo de Val, 1657. Anzano, Tomás, Reflexiones económico políticas sobre las causas de la alteración de precios que ha padecido en estos últimos años en lo general los abastos, Zaragoza, Joseph Fort, 1768. Arellano, Ignacio y Ecihmann, Andrés, eds., Entremeses, loas y coloquios de Potosí (Colección del convento de Santa Teresa), Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/ Vervuert, 2005. Azpilcueta, Miguel de, Manual de confesores y penitentes, Amberes, Juan Steelsio, 1557. Barcia y Zambrana, José, Compendio de los sinco tomos del despertador cristiano, Lisboa, Miguel Deslandes, 1684. Cárceles de Gea, Beatriz, «La “justicia distributiva” en el siglo xvii (Aproximación político-constitucional)», Chronica Nova, 14, 1984-1985, pp. 93-122.

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Anzano, Reflexiones económico políticas, 1768, p. 141.

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Sobre el mercader en Aristóteles, Tomás de Mercado y Martín de Azpilcueta Christoph Strosetzki Universität Münster

En la España de la temprana Edad Moderna el comercio con el Nuevo Mundo condujo a una reinterpretación de la figura del mercader. En comparación con la Antigüedad, había aumentado la cantidad y amplitud geográfica del intercambio de mercancías. Es por ello que me propongo cuestionar a continuación en qué medida se replantearon en esta época conceptos antiguos. Con este fin traeré a la memoria, en primer lugar, las ideas aristotélicas sobre la relación entre la teoría económica, la doctrina de las virtudes y la estructura de la sociedad, para exponer más adelante las posturas de algunos teóricos españoles de la Edad Moderna. Aristóteles distinguía entre la adquisición y la administración de bienes. Según el filósofo, la diferencia entre ambas es comparable a la que distingue la producción de lanzaderas de la tejeduría. La comunidad estatal y doméstica precisa de una provisión abundante de bienes y la actividad remunerada vinculada a ello es algo natural, a diferencia de otro tipo de arte de adquisición, que no pone ningún tipo de límite a la riqueza y a la posesión de bienes. Si unos zapatos, por ejemplo, no se emplean para el uso sino para el intercambio, se trata de un acto natural, siempre que los objetos que se intercambien sean útiles, como sucede, por ejemplo, cuando se cambia vino por cereales. La economización de la medicina y del arte marcial, sin embargo, sí son criticables, ya que aquí la actividad destinada a alcanzar el éxito o a recuperar la salud se convierte en un recurso para sacar provecho. Esto se debe a que en el arte de la adquisición el fin primordial, favorecido por el uso de la moneda y por el saber especializado sobre dónde y cómo alcanzar

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por medio del intercambio de mercancías la mayor ganancia posible, es el deseo de aumentar el patrimonio y el dinero. «En esta forma de enriquecimiento, motivada por el afán de lucro, no hay ningún tipo de limitación»1. Es decir, todos los que se dedican a una actividad lucrativa aspiran a multiplicar su dinero infinitamente. Aristóteles critica esta falta de límites tanto aquí como en la hipertrofia de los placeres. Es preciso, por tanto, rechazar el arte de la adquisición siempre que vaya enfocado en la ganancia ilimitada. La variante más extrema y más reprochable para Aristóteles es el préstamo con intereses, porque aquí el dinero no se emplea —en correspondencia a su propósito originario—, para facilitar el intercambio de mercancías, sino que la ganancia se deriva del propio dinero: «Los intereses son producto del propio dinero. Por ello, este tipo de adquisición es el que más contradice la naturaleza»2. Aristóteles considera útil el dinero, entendido como recurso que permite que todo lo que se intercambie sea cuantitativamente equiparable, pues sirve para calcular, por ejemplo, cuántos zapatos corresponden a una casa o a una determinada cantidad de alimentos. «El uso del dinero como medida hace que todas las cosas sean conmensurables y plantea una igualdad entre ellas, ya que sin el intercambio no habría comunidad, sin igualdad no habría intercambio y sin conmensurabilidad no habría igualdad»3. El dinero, sin embargo, también es un recurso para la virtud. El generoso lo necesita para ser generoso, el justo para devolver lo recibido4. Aristóteles hace estas reflexiones observando la sociedad y las agrupa de un modo sistemático sin emitir ningún tipo de juicio. Con respecto al arte de la adquisición, dice que, en un sentido general, el conocimiento de las distintas clases de ganado puede ser ventajoso, porque permite saber qué animales resultan más rentables y producen mayores ganancias. Lo mismo vale para la agricultura, la apicultura y la producción de madera. En los negocios distingue tres tipos: el comercio, el préstamo de dinero y el trabajo retribuido. Puesto que el comercio naval a distancia implica un riesgo más alto, en él se obtienen mayores ganancias que en la puesta en venta de mercancías vernáculas. Aristóteles demuestra asimismo que también los filósofos pueden tener éxito económico, a pesar Aristoteles, Politik, p. 21. Aquí y en lo que sigue las traducciones son nuestras. Aristoteles, Politik, p. 21. 3  Aristoteles, Nikomachische Ethik, p. 114. 4  Aristoteles, Nikomachische Ethik, p. 252. 1  2 

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de no concederle ninguna importancia. Para ello recurre a Tales, quien por medio de cálculos astronómicos había pronosticado una cosecha de olivas muy abundante. Esto le permitió realizar en invierno un pago anticipado de lagares que, más tarde, en la época de la cosecha, cuando ya poseía el monopolio, alquiló a un precio elevado5. ¿Cuáles son las virtudes del mercader? Aristóteles define la virtud como hábito. Al igual que sucede con el artista, en las obras bien ejecutadas hay que evitar tanto el exceso como la escasez, y mantenerse en un punto intermedio, porque lo malo forma parte de lo ilimitado y lo bueno de lo limitado6. Esto significa que «en cuestiones económicas, tanto en el tomar como en el dar, el punto intermedio es la generosidad; el exceso y la escasez, es decir, el derroche y la avaricia, representan la exposición de ambos extremos, de un modo inverso con respecto el uno del otro. El derrochador da demasiado y no recibe lo suficiente; el tacaño, en cambio, toma demasiado y da muy poco»7. Con la progresiva satisfacción de los deseos y con el aumento de los placeres el raciocinio se inmoviliza e impide un comportamiento comedido8. Por ello, el derrochador, debido a su falta de abstinencia, parece tener numerosos vicios. La generosidad, en cambio, es la virtud correcta en el manejo de la riqueza. El que recibe agradecimientos y elogios elevados es, por tanto, el que da y no el que toma9. El uso equivocado en el dar y en el tomar conduce a la tacañería, que se caracteriza por la escasez en el dar y la demasía en el tomar. Como ejemplo de la toma excesiva Aristóteles nombra a los usureros, que prestan pequeñas cantidades con intereses demasiado altos. Sacrifican su buena reputación a favor de la codicia, que se convierte en su objetivo principal, cristalizándose además una gradación que va desde la codicia del timador o ladrón hasta la vileza del tirano, que por avaricia devasta ciudades y saquea templos10. La avidez es, por otro lado, la contrapartida de la justicia, pues Aristóteles incluye entre la fila de injustos a los infractores, a los codiciosos que se aprovechan de los otros y al enemigo de la igualdad. Lo igual es lo que se halla en el medio, entre la demasía y la escasez, entre la ventaja

Aristoteles, Politik, pp. 26-27. Aristoteles, Nikomachische Ethik, p. 35. 7  Aristoteles, Nikomachische Ethik, p. 36. 8  Aristoteles, Nikomachische Ethik, p. 72. 9  Aristoteles, Nikomachische Ethik, p. 74. 10  Aristoteles, Nikomachische Ethik, p. 79. 5  6 

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y la desventaja. Parece ser justo que no se saquen ganancias, es decir, que no se reciba más de lo que se tenía antes, y, asimismo, que no se sufran pérdidas, es decir, que no se tenga menos de lo que se poseía, sino que al concluir la compra y la venta se siga teniendo la misma cantidad11. ¿Cuál es la posición del mercader en la sociedad? En la distinción que Aristóteles hace entre los estamentos, el mercader tiene su propio puesto junto a los agricultores, artesanos, comerciantes, jornaleros y el cuerpo de defensa. Denomina comerciantes a los que se ocupan de la venta y la compra, del comercio mayorista y minorista12. Explica que antes los mercaderes eran esclavos o forasteros, motivo por el que no debían convertirse en ciudadanos con cargos estatales, pues les faltaba la independencia y el ocio necesarios13. El filósofo sitúa a los mercaderes, pues, en los márgenes de la sociedad y no en su centro. El hecho de que puedan hacerse tan ricos como los príncipes conlleva más bien consecuencias negativas, ya que la riqueza y la abundancia no favorecen un comportamiento virtuoso. Quienes no dominan la tierra y el mar también pueden actuar con honradez. Disponiendo de los recursos necesarios para ello, las personas privadas lo tienen más fácil que los príncipes. En relación con ello, cita Aristóteles a Solón, quien consideraba dichosos a aquellos que con una cantidad moderada de bienes externos desempeñaban las labores más bellas y vivían con moderación14. Otro argumento en detrimento del mercader es que su arte de la adquisición está guiado por el dinero y las mercancías y no por el pensamiento, al que Aristóteles concede el mayor valor: «La labor de Dios, que en términos de bienaventuranza lo supera todo, debe ser, pues, la actividad pensante. Es justamente por ello que entre las actividades humanas también será la más bienaventurada la que más próxima se halle a esta»15. En resumidas cuentas, cabe considerar que si bien el mercader es un elemento necesario en la teoría aristotélica de la sociedad, en muchas ocasiones aparece retratado de un modo negativo. Carece del ocio necesario para la actividad pensante. Como esclavo o forastero no forma parte de los pilares de la sociedad y, como suele ser rico, pocas veces es virtuoso. La codicia que motiva su arte de la adquisición lo convierte Aristoteles, Nikomachische Ethik, pp. 109-110. Aristoteles, Politik, p. 139. 13  Aristoteles, Politik, pp. 93, 272. 14  Aristoteles, Nikomachische Ethik, p. 254. 15  Aristoteles, Nikomachische Ethik, p. 253. 11  12 

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todo en un recurso destinado a producir ganancias. Esto vale tanto para la recaudación de intereses como para la economización de la medicina. Tanto aquí como en el goce desenfrenado de la riqueza, que se le atribuye justamente al mercader, no hay límites o una limitación consciente a una justa medida. Dominan el exceso, la escasez, el derroche y la tacañería, y no la generosidad como virtud y justa medida. La demasía en el tomar y el exceso en el dar caracterizan al usurero, que se convierte en el prototipo del mercader caracterizado negativamente. Finalmente, la supremacía del filósofo con respecto al mercader queda evidente en el hecho de que a Tales no le es difícil demostrar, por medio del éxito alcanzado en una especie de especulación con certificados de opción, que como filósofo no suele pensar en términos mercantiles, pero que posee la capacidad para ello cuando lo desea. A continuación, me propongo plantear si estas consideraciones aristotélicas todavía siguen vigentes en la España del siglo xvi o si se producen cambios en esta época. En qué medida estos cambios podrían estar condicionados también por las aportaciones escolásticas del filósofo aristotélico Tomás de Aquino, es una cuestión que trataré solo de modo marginal. En un principio me centraré en el Comentario resulutorio de cambios, de Martín de Azpilcueta, publicado en 1556 en Salamanca, y en las Suma de tratos y contratos, de Tomás de Mercado, dado a conocer también en Salamanca en 1569. Azpilcueta, que en su obra se propone defender la honra y salvación de los mercaderes, «de tal principal y honrada gente»16, fue teólogo moral y profesó asimismo el derecho canónico. Como alumno de Francisco de Vitoria formó parte de la escuela de Salamanca, de la que emergieron conocimientos fundamentales sobre el derecho natural y el derecho internacional, así como sobre la economía. También Tomás de Mercado perteneció a esta escuela. Fue dominicano, vivió en Sevilla, México y Salamanca y concibió su obra para los mercaderes, deseando que tomaran consciencia de que su actividad no era irreconciliable con la virtud y la obtención de la salvación eterna17. La falta de cumplimiento de la justa medida por autolimitación era lo que Aristóteles le reprochaba al mercader y de lo que dedujo la codicia, el afán de lucro, la tacañería, la usura y la acumulación de riquezas, siendo estas últimas las responsables de fomentar la decadencia moral. Las opiniones de Azpilcueta y Mercado que se distinguen de las 16  17 

Azpilcueta, Comentario resolutorio de cambios, p. 105. Ver Mercado, Suma de tratos y contratos, p. 50.

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c­ onsideraciones aristotélicas son las que me propongo mostrar a continuación en tres apartados: en primer lugar, mostraré el paralelismo que existe, en relación con el bien común, entre el mercader de carácter mezquino y el tirano. Después distinguiré entre la concepción teórica de la naturaleza del mercader y la realidad en la práctica. Por último, presentaré la doctrina de la virtud del pretium iustum, entendida como correctivo de posibles vicios. Como es sabido, el buen soberano se distingue del tirano por el hecho de que aquel se guía por el bien común, mientras que a este solo lo motiva su propio interés. Según Mercado, lo mismo se puede aplicar al comerciante de su época: «ya el ser mercader no es ser hombre deseoso del bien de su patria, como antes, sino muy amante de su dinero y codicioso del ajeno»18, pues son precisamente el afán de lucro y la codicia los que provocan que el mercader olvide la medida y el medio y que sacrifique el bien común en favor del interés personal. En el análisis teórico del Estado se le atribuyen al mercader funciones útiles, que lo convierten en un miembro necesario para la sociedad. Las atribuciones negativas se perfilan sobre todo en la reflexión sobre casos concretos de la vida práctica, un hecho que queda ya evidente en la presentación de los comienzos, en la que se hace referencia al sentido y a la finalidad. Mercado no sitúa el origen de la actividad mercantil como Aristóteles, en un hipotético estado originario, sino en los tiempos que siguieron al diluvio bíblico, en los que faltaron o escasearon en regiones enteras determinados objetos, situación de la que emergió el trueque y con él el dinero: «inventaron el mercar y vender por su precio, apreciando y avaluando cada cosa por sí, según que podía servir al hombre, e hicieron precio común y general de todas la plata y el oro»19. Parece ser, por tanto, que en esta época temprana el comercio se contempla todavía libre de las perversiones que se le atribuirán posteriormente en la práctica. Según Mercado, en tiempos anteriores los mercaderes habían sido personas estimadas. Recurre a Solón e Hipócrates para ejemplificar la existencia remota de comerciantes famosos cuyos viajes les permitieron adquirir conocimientos sobre otros países y sus habitantes, idiomas extranjeros y otras formas de gobierno, que tras el regreso a la patria supieron aprovechar20. Entre los fines legítimos de Mercado, Suma de tratos y contratos, p. 72. Mercado, Suma de tratos y contratos, p. 46. 20  Ver Mercado, Suma de tratos y contratos, pp. 127-129. 18  19 

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la actividad mercantil, Mercado cuenta el de proveer a la comunidad de mercancías que no están disponibles in situ. Una ganancia mesurada a modo de retribución le parece ciertamente lícita. Alude además a otros dos fines secundarios que conciernen a las ganancias: el mercader debe dar a los pobres una parte generosa y, con la otra parte, puede abastecer la casa según corresponda a su nivel social21. Cuando la actividad del mercader consiste en el abastecimiento de la comunidad con mercancías que ya existen en otra parte, queda en evidencia que este ni produce ni manufactura objetos. Aquí Mercado hace referencia a la cita de Aristóteles que he señalado al comienzo. El mercader vende las mercancías compradas sin alterarlas, en otro sitio o en otro momento, a un precio mayor22. Azpilcueta justifica en líneas generales las ganancias del mercader, ya que este no las gana por una concreta operación de trueque, sino por el trabajo entero que realiza y que en el fondo se halla tras esta actividad puntual. Del mismo modo, al juez tampoco se le remunera por dictar sentencia ni al sacerdote por pronunciar un sermón, sino por la labor entera que desempeñan23. Cabe tener presente que la actividad mercantil como tal no es reprochable, sino que, según Mercado, en la mayoría de los casos de la práctica el mercader se olvida de Dios y del más allá, y se ve así conducido a una vida disoluta24. Si ninguno de los mercaderes engaña, entonces los contratos son justos y encuentran su justificación en el derecho natural25. Según Mercado, la naturaleza mercantil como tal tiene, pues, sentido. La aparición de vicios como efectos secundarios no es necesariamente deducible de la teoría26. ¿Qué virtudes debe poseer el mercader y cómo puede evitar los vicios? Mercado provee al mercader de virtudes cardinales, que los espejos de príncipes también atribuían a los soberanos: la prudencia, la fortaleza, la moderación y la justicia. Tomás de Aquino opina que el mercader, al violar la justicia, se convierte en un estafador y usurero, y el príncipe en un tirano27.También en Mercado la justicia ocupa un puesto fundamental, ya que asegura que cada cual recibe lo que le corresponde28. Como Ver Mercado, Suma de tratos y contratos, pp. 52-53. Mercado, Suma de tratos y contratos, pp. 51-52. 23  Ver Azpilcueta, Comentario resolutorio de cambios, pp. 30-31. 24  Ver Mercado, Suma de tratos y contratos, p. 48. 25  Mercado, Suma de tratos y contratos, p. 36. 26  Ver Mercado, Suma de tratos y contratos, p. 51. 27  Goez, 1982, p. 26. 28  Mercado, Suma de tratos y contratos, p. 34. 21  22 

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justicia conmutativa repercute esta en todos los contratos comerciales, proporciona un equilibrio y evita engaños29. Mercado añade, además, otras normas prácticas de comportamiento: aconseja al mercader que actúe con modestia, porque la ostentación de la riqueza puede suscitar dudas sobre su honradez. Asimismo, recomienda a los mercaderes que se deshagan de la costumbre del juramento y de hablar en demasía. En lugar de ello, deben dar generosas limosnas, ya que estas pueden servir de correctivos cuando el afán de lucro resulta demasiado exitoso. Para compensar el hecho de que la actividad mercantil en un principio es una actividad terrenal y práctica, el mercader debe procurarse la salvación de su espíritu por medio de la lectura de libros devotos, la asistencia a misa y un buen confesor30. La avaricia puede ser compensada así por medio de la generosidad y la actividad demasiado enfocada en la práctica por medio del ejercicio intelectual, permitiendo al mercader alcanzar en el balance total un punto intermedio. Para lograr esta posición intermedia, a la que se aspira siempre en la ética, el mercader debe tomar medidas. Aristóteles lo expresa del siguiente modo: «El moderado se mantiene en estos asuntos en un punto intermedio. Los desenfrenos, que complacen sumamente al inmoderado, no son motivo de su alegría, más bien lo repugnan; luego, lo que está prohibido no le complace de ninguna manera y lo que está permitido tampoco lo deleita en exceso»31. En el caso del mercader la justa medida está vinculada al concepto de la justicia. Mercado considera fundamental que el mercader sepa lo que significa actuar con justicia en una transacción comercial. No saber en un negocio «lo que es lo justo y que es su contrario, es no entender nada de él»32.Y, finalmente, la noción de la justicia también se aplica al precio que cabe fijar para las mercancías. Es al pretium iustum al que se debe aspirar. El pretium iustum se mueve entre un precio mínimo y un límite máximo, entre el precio barato y el precio riguroso. A este precio intermedio, que se sitúa entre ambos, Mercado lo denomina precio moderado o mediano. Azpilcueta, en cambio, lo llama precio justo y lo hace depender de la valoración de gente inteligente, cuyos criterios, sin embargo, no especifica. Mercado, en cambio, convierte la utilidad de una mercancía, es decir, aquello que finalmente se conoce Ver Mercado, Suma de tratos y contratos, p. 38. Ver Mercado, Suma de tratos y contratos, p. 87. 31  Aristoteles, Nikomachische Ethik, p. 70. 32  Mercado, Suma de tratos y contratos, p. 18. 29  30 

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como valor de uso, en un criterio para la determinación del precio. En América, por ejemplo, el oro y la plata, que se empleaban menos, eran más baratos que en Europa. En relación con los alimentos básicos, la vestimenta y el alojamiento, Mercado aboga especialmente, en otro lugar, por una determinación del precio por parte del Estado. Si bien es cierto que las fijaciones de este tipo paralizan las iniciativas mercantiles, limitan la arbitrariedad y la codicia de los mercaderes y favorecen así la moral. Mercado añade que las fijaciones estatales de los precios sirven al bien común y que su ausencia, en cambio, nutre la codicia del mercader33. También Azpilcueta aboga en algunos casos por la intervención estatal. Propone el nombramiento de determinados prestamistas por el Estado, que deben atenerse a un tipo de interés fijo. De este modo, el oficio del prestamista se verá librado del vicio de la usura desenfrenada34, vicio que Azpilcueta reconoce allí donde no se respete el precio justo. Entre las partes contratantes debe reinar la igualdad, «igualdad entre lo que la una parte da o haze, y entre lo que la otra da o haze»35. Por otro lado, Azpilcueta atribuye al dinero tres funciones distintas: en primer lugar, sirve como medida para las mercancías que se compran o se venden. En segundo lugar, el dinero puede ser cambiado por otro dinero, por ejemplo, el dinero grande por calderilla o el dinero extranjero por dinero nacional. El dinero resulta menos interesante desde el punto de vista económico cuando se trata, por ejemplo, de una fianza para los acreedores, de un recurso empleado para la ostentación de la riqueza, de los adornos y accesorios de la vestimenta, o de una sustancia complementaria para la preparación de pócimas saludables. En la escasez el dinero resulta más valioso36: su valor puede disminuir, por ejemplo, al comienzo de una feria, cuando son muchos los mercaderes que lo entregan y pocos los que desean que se les pague. Cuando aumenta finalmente el valor, porque todos quieren obtener su dinero y nadie realiza ya pagos, la solución se halla, según Azpilcueta, en lo que entendemos hoy por mercado libre.

Ver: Mercado, Suma de tratos y contratos, pp. 63-65. Ver: Azpilcueta, Comentario resolutorio de cambios, pp. 29-34. 35  Azpilcueta, Comentario resolutorio de cambios, p. 41. 36  Ver Azpilcueta, Comentario resolutorio de cambios, pp. 22-23; ver Ullastres Calvo, 1965, lxxxi-lxxxvi. 33  34 

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Si el precio justo debe procurarse por medio de la intervención estatal o de la libertad de mercado, es una cuestión que ya se discutía en la Edad Media, pues en el siglo xii ya existía un comercio a distancia que, en relación con algunos productos, se extendía desde Escocia hasta el sudeste asiático, desde Portugal hasta el centro de Rusia y desde Escandinavia hasta el África negra37. Para Tomás de Aquino el precio justo se derivaba del juego entre la oferta y la demanda sin estar sometido a la manipulación de las intervenciones estatales y de los monopolios38. Explica en relación con ello que el precio justo está sometido a fluctuaciones, porque según el lugar y el tiempo también cambian los precios. Una postura opuesta la adoptan nominalistas como Johannes Gerson o Gabriel Biel, quienes se pronuncian a favor de una fijación del precio por las autoridades. Esta, sin embargo, debe tener en cuenta las necesidades generales, la cantidad total de las mercancías y asimismo la escasez de determinados productos39. La dinámica del mercado lo explica el español Domingo Bañez del siguiente modo: «Que la mercancía busque al comprador, es una de las razones por las que bajan los precios; sin embargo, cuando son los compradores los que buscan las mercancías, suben los precios»40. Así pues, a modo de conclusión, podemos constatar que Mercado y Azpilcueta tomaron tanto a los autores medievales como a Aristóteles como referencia. Allí donde, sin embargo, Aristóteles critica la violación de la moral extendida entre los mercaderes, los españoles introducen la doctrina del pretium iustum como correctivo y atribuyen al mercader, a nivel teórico, una función útil para la comunidad. El mercader debe suministrarle a esta las mercancías no disponibles in situ. Del mismo modo que, no obstante, el Estado puede sufrir la corrupción de un tirano guiado por su propio interés, también el comportamiento codicioso y desenfrenado del mercader le puede causar daños. Es por ello que para el mercader las virtudes cardinales son igual de importantes que para el príncipe. Un significado especial lo tiene la justicia que, vinculada al precio, puede inclinar al mercader hacia la moderación. Su expansión ilimitada también se puede contrarrestar por medio de generosas limosnas, la lectura y la actividad devota. Entre las distintas propuestas Goez, 1982, p. 22. Goez, 1982, p. 24. 39  Goez, 1982, p. 27. 40  Como se cita en Goez, 1982, p. 32. 37  38 

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relacionadas con la fijación del precio, figuran, en primer lugar, la consideración de la utilidad; en segundo lugar, la fijación del precio por el Estado, y, por último, el juego entre las fuerzas del mercado libre. Es un pretium iustum, que garantice la igualdad, la justicia y la virtud, al que se debe aspirar. Autores como Mercado y Azpilcueta defienden al mercader ante las acusaciones tradicionales y confirman tanto su importancia social como su dignidad moral, adjudicándole a la noción del pretium iustum, ya debatida en la Edad Media, un papel fundamental. Bibliografía Aristoteles, Nikomachische Ethik, ed. Eugen Rolfes y Günther Bien, Hamburg, Meiner, 1995. — Politik, ed. Eckart Schütrumpf, Hamburg, Meiner, 2012. Azpilcueta, Martín de, Comentario resolutorio de cambios, ed. Alberto Ullastres Calvo y Luciano Pereña, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1965. Mercado, Tomás de, Suma de tratos y contratos, ed. Nicolás Sánchez-Albornoz, Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1977. Goez, Werner, «Das Ringen um den “gerechten Preis” in Spätmittelalter und Reformationszeit», en Der «Gerechte Preis». Beiträge zur Diskussion um das «pretium iustum», ed. Johannes Herrmann, Erlangen, Univ.-Bund Erlangen-Nürnberg, 1982. Ullastres Calvo, Alberto, «Las ideas económicas de Martín de Azpilcueta», en Martín de Azpilcueta: Comentario resolutorio de cambios, ed. Alberto Ullastres Calvo y Luciano Pereña, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1965.

Entre mercaderes anda el juego: El mercader amante de Gaspar Aguilar, Las firmezas de Isabela de Góngora y la anónima El mercader de Toledo1 Teresa Ferrer Valls Universitat de València

Es difícil encontrar en el teatro del Siglo de Oro obras en las que la presencia del mercader no resulte anecdótica, y en las que ocupe un primer plano protagonista. Mi propósito es abordar tres de ellas, significativas porque comparten la circunstancia de ese protagonismo: se trata de El mercader amante, de Gaspar Aguilar2, una obra que ya había sido representada con éxito cuando la elogia Cervantes en la primera parte del Quijote (1605), Las firmezas de Isabela de Góngora, compuesta en 1610 y publicada en 16133, y El mercader de Toledo, vara de medir y acción del mejor testigo, una obra de autoría desconocida, atribuida apócrifamente a Calderón en varias sueltas sevillanas del xviii con este título, y en otra suelta del xvii, probablemente impresa en 1635, con el título de El mejor testigo4. Mi objetivo es, no tanto el análisis de estas piezas desde el punto 1  Este trabajo se beneficia de la financiación recibida de MINECO y FEDER, con ref. FFI2015-65197-C3-1-P. 2  Se publicó en Norte de la poesía española, ilustrado del sol de doce comedias (que forman segunda parte) de laureados poetas valencianos,Valencia, Felipe Mey, 1616. 3  Ver Jammes, 1967, p. 469. Fue publicada en Cuatro comedias de diversos autores [...] recopiladas por Antonio Sánchez, Córdoba, Francisco de Cea, 1613. 4  Esta suelta del siglo xvii, sin fecha, lugar, ni imprenta, fue localizada en la BNE, signatura T-55360-56, por Vega García-Luengos, 1994, p. 63, quien posteriormente, a partir del análisis de sus características tipográficas, sitúa su impresión en los talleres de Francisco de Lyra, hacia 1635: ver Vega García-Luengos, 2001, pp. 367-384. Agradezco a Germán Vega su orientación sobre las impresiones de esta obra, así como que me haya facilitado la digitalización de esta suelta, por la que citaré. Hay

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de vista teatral, sino en cuanto al diferente tratamiento de la figura del mercader que aporta cada una de ellas. En El mercader amante de Aguilar dos damas «ajenas de interés», según dice uno de los criados (afirmación que el desarrollo de la acción convertirá en irónica, en el caso de una de ellas), desean casar con un mercader, Belisario, quien duda a su vez sobre cuál de las dos damas le conviene, pues ambas reúnen iguales calidades de linaje, discreción y riqueza. Para decidirse por una de las dos damas, Belisario idea, con la ayuda de su amigo y criado Astolfo, fingirse pobre, haciendo creer que ha sufrido varios reveses de fortuna, y traspasando en secreto todo su patrimonio a Astolfo, su aliado en este engaño: «porque de suerte ha de ser, / que vengas a enriquecer / al paso que yo empobrezca»5. Astolfo le advierte que pone en peligro su honra: «porque bien debes saber / que ya el ser pobre es deshonra, / y que muchos suele haber / que, como el tener es honra, / dan la honra por tener»6. Aguilar aprovecha, así, para denunciar la consideración social de la honra en relación al dinero, denuncia que recuerda reflexiones contemporáneas, si bien es cierto que mucho más profundas y densas, como las del pícaro Guzmán, en la obra de Mateo Alemán, cuya primera parte Aguilar pudo conocer, reflexiones que apuntan al mismo blanco, como esta, que podemos leer en la primera parte del Guzmán: «Dime, ¿quién les da honra a los unos que a los otros quita? El más o el menos tener». O como esta otra, que encontramos en boca del pícaro en la segunda parte: «Que ninguno se afrenta de tener por pariente a un rico, aunque sea vicioso, y todos huyen del virtuoso, si hiede a pobre»7. El mercader Belisario es descrito en boca de los criados como «el más rico del lugar», alguien «que en tesoro excede al propio Fúcar», dedicado al comercio con las Indias, y cuyas naves traen importantes cargamentos de América. A ello alude el escudero Loaisa, cuando concluye: que advertir que esta comedia es distinta de la publicada bajo el título El mejor testigo es Dios, también con atribución a Calderón, ver Vega García-Luengos, 1994, p. 67 y 2002, p. 894. La obra fue adaptada para su representación en el siglo xix: sobre esta adaptación, ver Gutiérrez y Rodríguez, 2016, pp. 171-203. 5  Aguilar, El mercader amante, p. 127. 6  Aguilar, El mercader amante, p. 128. 7  Ver Guzmán de Alfarache, i, p. 290, y ii, p. 275. Como he recordado al comienzo, Cervantes citó la obra de Aguilar en la primera parte de El Quijote (1605). La primera parte del Guzmán se publicó en 1599 y la segunda en 1604. Para la relación de la obra de Mateo Alemán con una naciente mentalidad burguesa, ver Cavillac, 1994.

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«y sin su cierto tesoro, / le traen siempre barras de oro / por la barra de Sanlúcar»8. Si la profesión de Belisario resulta clara, la condición social de origen resulta ambigua. El criado de Belisario le atribuye «hacienda», pero también «linaje»9. Sin embargo, más adelante, don García, un caballero noble que pretende a una de las damas, Labinia, por la que es reiteradamente rechazado, lo describirá despechado, de este modo: ¿Posible es que a Belisario quieres rendir tu belleza, que es, con toda su riqueza, un mercader ordinario, un hombre que solo entiende de los cambios el lenguaje, y tan pobre de linaje que de sí mismo desciende?10

Que son los celos los que le mueven a dar esta visión del mercader Belisario, y que su visión no coincide con la consideración que de él se tiene en la ciudad, lo ponen de relieve sus propias palabras, en las que se destaca el aprecio que la nobleza de Valencia siente por Belisario: ¿Es por verle de la gente tan respetado y querido, y porque el Marqués y el Conde le hacen muchos favores, y porque con los señores se cartea y corresponde?11

Una valoración positiva que Labinia comparte, y que cuestiona la visión interesada y partidista que ofrece el noble don García ante el espectador. Labinia ama a Belisario cuando es rico, y también cuando cree que es pobre, y lo prefiere al noble y fatuo don García. Es evidente que Aguilar quiere ofrecer una imagen positiva del mercader que protagoniza su obra. Labinia argumenta en defensa del mercader, y en contra del punto de vista manifestado por el noble, en este interesante pasaje: Aguilar, El mercader amante, p. 126. Aguilar, El mercader amante, p. 127. 10  Aguilar, El mercader amante, p. 129. 11  Aguilar, El mercader amante, p. 129. 8  9 

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Déjame sola, señor, y del mercader no trates, que excede en muchos quilates al oro de tu valor, pues si es rico, siendo honrado, no por eso vale menos; que la riqueza en los buenos es como el oro esmaltado. Dices que suele tomar y dar a cambio su hacienda, y no dices que sin prenda la suele a todos prestar, y que en las calamidades, que pa[d]ecen sus intentos, toma a cambio pensamientos y da a cambio voluntades12.

Por debajo de las palabras de Labinia se esconde la condena del mal mercader, el logrero, el usurero, el especulador, y la valoración del buen mercader, que representa Belisario. Desde mi punto de vista, Aguilar ofrece una visión favorable de esta actividad, pero discriminando, aunque se trate de un mero apunte, entre el buen y el mal mercader, a la manera de Mateo Alemán, y en la estela de algunos de los tratadistas reformistas de la época, estudiados por Michel Cavillac en relación con la interpretación de esta monumental obra13. Cuando en conversación con Labinia, esta pregunte a Belisario cómo, siendo mercader, conoce tan bien el trato amoroso, él se apresurará a establecer la comparación positiva entre el «trato» amoroso y el «trato» de los mercaderes, refiriéndose sin complejos a su propio oficio: «Porque es comprar y vender, / que es mi verdadero trato»14. Como analizó Cavillac a la hora de contextualizar la obra y figura de Mateo Alemán, «en el primer cuarto de siglo asistimos a una sensible promoción estética del mercader que denota una voluntad de rehabilitación ética de su función»15. En este marco se entiende mejor una obra como El mercader amante. Recordaré, por otro lado, que algunos Aguilar, El mercader amante, p. 129. Cavillac, 1994. 14  Aguilar, El mercader amante, p. 130. 15  Cavillac, 1994, p. 198, y ver también p. 196. 12  13 

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investigadores, como Sánchez Escobar, han detectado en la producción dramática del valenciano la existencia de ciertos elementos ideológicos heterodoxos y han señalado su origen humilde (era hijo de un comerciante en pasamanería) como una circunstancia que puede explicar alguno de sus planteamientos ideológicos divergentes16. El propio padre de Labinia tiene al mercader Belisario en gran consideración y confiesa a don García no haberle elegido solo por rico: «que yo sé que de tan buenos / parientes como yo viene, / y si alguna falta tiene / es haber venido a menos»17. Es cierto que la pobreza en que más tarde cree sumido a Belisario le hará rechazarlo ya como marido de su hija, pero aun así reconocerá: «La hidalguía y la nobleza / que en este hombre he descubierto, / gallardamente, por cierto, / campean en la pobreza»18. La prueba que pretende hacer Belisario, fingiendo haberse arruinado súbitamente, subraya la fortuna con la que cuenta, y muestra un modo ejemplar de enfrentarse un buen mercader a las adversidades. El primer fingido revés tiene que ver con el hundimiento de cinco naves de su propiedad, con todo su cargamento, «las de más peso y estima» que venían de América con la flota española, víctimas de un temporal. Belisario, ante el asombro de Labinia, quien escucha junta a él la terrible noticia, reacciona con serenidad, como un mercader cuyo oficio le tiene acostumbrado a los riesgos y a los vaivenes de fortuna: «¿No es mejor dar a entender / que en mi pecho hay fortaleza / para ganar y perder?». Recordemos el contexto de fondo, que permite conectar las palabras de Belisario con un convulso paso de siglo, que Aguilar conoció de primera mano, y en el que se sucedieron, entre 1596 y 1607, dos bancarrotas de Estado, con la consiguiente suspensión de pagos, que dio lugar a una avalancha de quiebras, no solo en España sino también en Europa19, aun cuando en el Reino de Valencia la sacudida tuviese menor impacto. Sánchez Escobar, 1996, pp. 134-146.Ver también Campbell, 1996. Estoy más cerca del punto de vista de Cavillac respecto a la obra, que del expresado por Jammes, quien a pesar de destacar su originalidad, concluía: «La pièce d’Aguilar relève, en partie au moins, du préjugé antibourgeois», Jammes, 1967, pp. 499-500. Poner en relación las tres obras que trato en este trabajo permite apreciar mejor las distancias y matices entre los diferentes enfoques. La anónima, que trataré en último lugar, revela el prejuicio antiburgués en estado puro. 17  Aguilar, El mercader amante, p. 134. 18  Aguilar, El mercader amante, p. 146. 19  Panorama que de manera sintética describe Cavillac, 1994, pp. 225-230. 16 

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El segundo revés que finge sufrir Belisario tiene que ver con el pago pendiente de cien mil ducados a «unos mercaderes de León de Francia», es decir de Lyon, «con quien sueles tener correspondencia», según le anuncia un falso mensajero. Estos supuestos mercaderes le exigen, justo en el peor momento, tras el fingido desastre del hundimiento de sus naves, nada menos que cien mil ducados que Belisario supuestamente les debe entregar20. El falso mensajero le aconseja ponerse a salvo para evitar el pago: «y pues ya de la cédula el protesto / pasó, ponte en cobro»21. De nuevo, dentro de la imagen favorable del mercader que quiere ofrecer Aguilar, hay que entender la respuesta de Belisario, un mercader dispuesto a ejercer su oficio sin trampas: «Hermano mío, / hacienda tengo yo para pagallo; / y aunque no la tuviera, no soy hombre / que he de ponerme en cobro por tal cosa»22. En definitiva, Belisario es un gran hombre de negocios, que tiene tratos con mercaderes extranjeros, y que se muestra dispuesto a pagar sus deudas. Nada tiene que ver con la imagen de los mercaderes genoveses, parientes de Guzmán, que se levantan con haciendas ajenas con malas artes, descritos por Mateo Alemán a través de las andanzas de su pícaro protagonista. Belisario, tal y como lo presenta Aguilar, está más cerca de la imagen ideal del honrado mercader barcelonés, elogiado por boca de Guzmán: Lo que de Barcelona supe la primera vez que allí estuve y agora de vuelta de Italia en estos dos días, es que ser uno mercader es dignidad, y ninguno puede tener tal título sin haberse primero presentado ante el Prior y Cónsules, donde lo abonan para el trato que pone.Y en Castilla, donde se contrata la máquina del mundo, sin hacienda, sin fianza ni abonos, más de con solo buena maña para saber engañar a los que se fían de ellos, toman tratos para los que sería necesario en otras partes mucho caudal. Y si después falta el suceso a su imaginación con el remedio de las contraescrituras quedan más bien puestos y ricos que lo estaban antes23.

20  Aguilar, El mercader amante, p. 133. Protesto. Entre los hombres de negocios es un requerimiento, que se hace ante escribano, al que no quiere aceptar o pagar alguna letra, protestando recobrar su importe del dador de ella, con más los gastos, cambios y recambios, y otros cualesquiera daños que se causaren, Aut. iii, p. 413. 21  Aguilar, El mercader amante, p. 133. 22  Aguilar, El mercader amante, p. 133. 23  Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, ii, pp. 374-375.

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Como apunta Cavillac, es probable que a fines del siglo xvi la ciudad de Barcelona (y por extensión ciudades de la antigua Corona de Aragón como Zaragoza o Valencia) representará en el imaginario de los reformadores mercantilistas un modelo de gobierno ideal: «¿No ofrecía Barcelona una imagen de una “república” donde tanto la nobleza como los ciutadans honrats sabían enaltecer el arte mercantil al aceptar que negociantes y artesanos participaran en la gestión de los asuntos municipales?»24. Pero volvamos a la obra de Aguilar. El intento de difundir en Valencia la noticia de su ruina lleva a Belisario a fingir la almoneda de los bienes de su casa, a la que asisten impresionados algunos testigos, y cuya descripción pone de relieve su gran fortuna: alhajas, esclavos, carrozas, mobiliario, tapices y muchas cosas de valor «curiosas». En algún momento se cierne sobre Belisario la posibilidad de que tenga sangre conversa, pero esta se disolverá rápidamente. Es como si Aguilar quisiera salir al paso de un tópico automatismo mental, que haría asociar en la imaginación del público la actividad de Belisario con su condición racial, para neutralizarlo, interesado en ofrecer una imagen positiva del personaje. La situación la provoca el criado del mercader al invitar a los criados de las damas, unos viejos escuderos cómicos, a merendar «sendas lonjas de tocino» en casa de Belisario25. Uno de los criados contará de regreso a casa de su ama que en casa del mercader le ofrecieron «unas lonjas de tocino por no comérselas él». No hay duda sobre la interpretación, pues la dama recrimina de inmediato al criado por su «lengua malvada» con enfado: «¿Eso vomitas ahora / de ese pecho, donde mora la malicia requemada?». La censura esconde una especie de recriminación, por boca de la dama, al público que pudiera establecer esa misma asociación mental entre el oficio de mercader y la condición conversa: Pero no hay de qué me asombre que ser rico es aparejo para ser cristiano un hombre, y ser rico no es buen nombre para ser cristiano viejo. Pues si el rico ha de cobrar alguna deuda notoria

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Cavillac, 1994, p. 221. Aguilar, El mercader amante, p. 126.

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y el pobre la ha de pagar, en viéndose ejecutar le niega la ejecutoria. Lo cual Belisario tiene como sabes en su abono»26.

Los versos ponen el dedo en la llaga de la cuestión racial, dirigiendo la atención hacia las falsas acusaciones a las que se podía ver sometido alguien, en este caso un mercader, por enemistades injustamente ganadas en el ejercicio honesto de su profesión.Y de paso se insiste una vez más en que Belisario tiene linaje, pues posee ejecutoria de nobleza. Belisario puede ser hidalgo, pero sobre todo se define, y lo definen, como un rico mercader, y la imagen que nos ofrece Aguilar de su personaje resulta favorable al oficio que representa. Desde esta perspectiva hidalguía y actividad mercantil no están reñidas. Probablemente, esta imagen favorable en relación con la actividad mercantil tiene que ver con la circunstancia social de la Valencia de la segunda mitad del siglo xvi, que contaba todavía con una destacada estructura artesanal y mercantil, como estudiaron J. Reglà y E. Salvador, quienes señalaron un periodo de expansión económica que abarcaría desde 1568 y hasta 1609, el año de la expulsión de los moriscos27. Es posible, como han supuesto R. Jammes y L. Dolfi, que Góngora tuviera en cuenta la comedia de Aguilar a la hora de escribir Las firmezas de Isabela: «Fue posiblemente —escribe Dolfi— El mercader amante de Gaspar Aguilar el texto que le sugirió a Góngora la idea de elegir como protagonista a un mercader, y de relacionar este tema con la averiguación de la sinceridad amorosa; aunque en Las firmezas de Isabela ambos elementos (esa identidad insólita y el deseo de poner a prueba la sinceridad femenina) llegan a niveles hiperbólicos»28. La influencia se ciñe, en todo caso, a la elección de protagonistas mercaderes y a la prueba que uno de ellos, Lelio, hijo de un rico mercader de Granada, quiere hacer para comprobar la firmeza en el amor de su prometida Aguilar, El mercader amante, p. 132. Salvador, 1972, p. 64, Reglà et al. 1975, p. 47. Ver también Furió, 1995, pp. 270-271. 28  Dolfi, 2012, p. 141.Ver, para el conjunto del teatro de Góngora, Jammes, 1967, pp. 467-531, y Dolfi, 2011, en donde se reúnen algunos trabajos anteriores de la autora. Para las huellas de otras obras en la de Góngora, ver especialmente el capítulo 5, «Reflexiones sobre unas fuentes», pp. 197-254. 26  27 

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Isabela, comprobación que le llevará a fingir ante ella y su padre, quienes desconocen su identidad, llamarse Camilo, convirtiéndose en cajero29 de Octavio, el rico mercader toledano, padre de Isabel. Esta ficción va llevando a otras, que implican a otros jóvenes, siempre mercaderes. La situación provoca un enredo delirante, hiperbólico, como indica Dolfi, que se resuelve en un final divertidísimo, en que el gusto por la ficción se manifiesta desatado: «Disfraces, embustes y negaciones se amontonan construyendo una “hipérbole” de engaños que se desarrolla por fin ante el espectador de manera clara»30. En el desenlace asistimos a la multiplicación de las mentiras y de las burlas, que implican a los viejos mercaderes. Galeazo, el padre de Lelio, se encuentra ante un joven que finge ser su hijo, mientras su hijo finge ser otro. El que no lo es le llama padre, y el que lo es, le niega como tal.Y otro tanto le sucede al viejo mercader Emilio con su hijo Marcelo. Es cierto que Góngora pudo encontrar inspiración en la obra de Aguilar para su trama, pero si nos fijamos en el tratamiento de la figura del mercader, su interés es de distinta naturaleza y carece del carácter casi reivindicativo que ofrece el diseño del personaje de Belisario como buen mercader.Y esto que en la comedia de Góngora encontramos no uno, sino varios mercaderes: dos viejos mercaderes y sus respectivos hijos, y un tercer mercader y su hermana. Ni un solo caballero, ni damas que exhiban su nobleza, con quienes enfrentar al mercader. Solo los mercaderes y sus criados. Mercaderes que se refieren en alguna ocasión a su honra, como si fueran caballeros de comedia, pero que en ningún momento, ni vagamente, ni con firmeza, aluden a antepasados godos, ni a su sangre, ni a ejecutorias de nobleza. Eso sí, son víctimas gustosas del mismo inmovilismo de clase que puedan padecer los hidalgos de la comedia: a los viejos mercaderes les horrorizan lo matrimonios desiguales. De manera extremadamente cómica lo manifiesta el viejo Galeazo, el padre de Lelio (por otro nombre Camilo), cuando Isabela le hace creer, disfrazada de labradora, que su hijo la ha gozado y viene a exigirle matrimonio: «El centro se abra antes, / permítalo Dios»; «¿Yo nuera labradora?»31. Con horror reaccionará también el viejo Octavio, cuando Cajero. En las tesorerías y casas de hombres de negocios se llama la persona que está destinada para hacerse cargo del dinero que entra en ellas, y pagar lo que se le manda, Aut. I, p. 243. 30  Dolfi, 2011, p. 18. 31  Góngora, Las firmezas de Isabela, pp. 218 y 220. 29 

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le hagan creer que su hija Isabel se ha fugado nada más y nada menos que con un representante32. La comedia de Góngora enfoca su atención en las tramas amorosas sucedidas a estos ricos mercaderes, construidas a partir de un ritmo frenético de enredos. Laura Dolfi, al tratar el breve teatro de Góngora en su conjunto, señalaba como una de las claves para su interpretación su carácter de contestación a la propuesta del teatro Lopesco, y en el mismo sentido se había pronunciado ya antes Jammes, quien destacaba la preocupación de Góngora por respetar las reglas aristotélicas, una decisión cuyo carácter polémico respecto a Lope ya apuntaba el investigador francés: «Il apparaît aussi que ce respect si ponctuel des règles aristotéliciennes prend chez Gongora une valeur polémique»33. Por su parte, Dolfi insiste: «Esta elección de escribir un teatro complejo en cuanto a la estructura y al estilo [...] se explica sobre todo por la actitud de competición constante que Góngora tuvo con Lope de Vega y que lo empujaría a intentar ofrecer a sus contemporáneos otro, opuesto, arte nuevo de hacer comedias»34. Dolfi relaciona con este intento el respeto de Góngora a las unidades de tiempo y lugar o, en el aspecto que a mí más me interesa ahora, «la identidad insólita de sus protagonistas, no nobles ni villanos, sino más bien cazadores, mercaderes y no definidos burgueses»35. Recordemos que en 1609 se publica el Arte Nuevo y que Las firmezas de Isabela se compone en 1610. Creo que es posible, como plantean Jammes y Dolfi, que Góngora quisiera contestar a Lope en la práctica y mostrar que era posible escribir comedia respetando las reglas clásicas. Resulta significativo que en el desenlace de Las firmezas de Isabela, el viejo Octavio pondere la cadena de sin sentidos y ficciones que se acumulan al final mencionando como dramaturgos hábiles en los enredos de comedia Góngora, Las firmezas de Isabela, p. 229. Jammes, 1967, p. 487. El investigador francés analizó el seguimiento de las unidades de tiempo y lugar en la obra para concluir: «L’effort que Gongora a fait pour conserver l’unité de lieu et l’unité de temps est visible d’un bout a l’autre de la pièce», p. 483. 34  Dolfi, 2011, pp. 7-8. 35  Dolfi, 2011, p. 8. Alude aquí la investigadora a los tipos de personajes que aparecen no solo en La firmeza de Isabela (mercaderes), sino en las otras dos piezas inacabadas que completan el corpus dramático gongorino: El doctor Carlino (2015 versos), que tiene una curiosa dimensión burlesca, constituyendo casi una especie de entremés convertido en comedia, y la Comedia venatoria (355 vv), que enlaza con la tradición mitológico-pastoral. 32  33 

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a Lope de Rueda, a Torres Naharro y a Navarro, o evoque a Plauto, a quien Lope de Vega en su Arte Nuevo declaraba «sacar» de su estudio cuando tenía que escribir una comedia36. Ni una mención al propio Lope, a cuya fórmula dramática, sin embargo, Góngora parece querer dar respuesta con su comedia. Jammes destacaba la originalidad de Las firmezas de Isabela al llevar a primer plano el protagonismo de los mercaderes: «Celle de Góngora est la plus originale par le contenu: elle est la seule à ne mettre en scène que des marchands [...] pour une fois la bourgeoisie apparaît sans complexes dans la littérature du Siècle d’Or»37. Es cierto que Góngora nos muestra en su obra a mercaderes que actúan, sin ser juzgados o despreciados por su oficio, y sin que intervengan en la acción dramática otros personajes de estamento superior a los que enfrentarlos. Pero también es cierto, desde mi punto de vista, que Góngora implícitamente revela un conformismo, un prejuicio de clase de raigambre clásica, al aceptar que los mercaderes pertenecen al ámbito de la comedia, en el que no da cabida a personajes vinculados a la nobleza. Esta opción de Góngora no es fortuita, ni creo que nazca de un deseo de enaltecimiento de la figura del mercader, sobre todo si la interpretamos en el marco, establecido por Jammes y Dolfi: el de la apuesta por un tipo de comedia alternativo al de Lope y de inspiración clásica. Esa voluntad de selección de determinado tipo de personajes, más propios de la comedia desde el punto de vista del autor, se ve más clara si ponemos en relación Las firmezas de Isabela con su otra comedia urbana inacabada, El doctor Carlino, escrita en 1613, y en la que encontramos personajes a los que Dolfi se ha referido como «no definidos burgueses», sin que ninguno de ellos sea noble: un falso doctor, un charlatán que ha usurpado el título a su hermano fallecido, varios hombres ricos, sin oficio ni posición definidos, y mujeres de costumbres ligeras, todos implicados en una trama de adulterios y engaños múltiples38. Personajes y enredos de carácter entremesil se trasladan, así, al ámbito de la comedia, tal y como la entiende Góngora. Para Dolfi es en esta comedia, más aun que en Las firmezas, donde Góngora «ofrece 36  Las firmezas de Isabela, pp. 217, 224, 226. Recordemos los versos de Lope: «Y, cuando he de escribir una comedia, / encierro los preceptos con seis llaves; / saco a Terencio y Plauto de mi estudio, / para que no me den voces», Rozas, 1976, p. 182. 37  Jammes, p. 500. 38  Escribe Dolfi, 2011, p. 48: «Es significativo [...] que Góngora elija como protagonistas a unos verdaderos antihéroes: personajes innobles, inconstantes, sin escrúpulos, y a menudo hasta canallescos», Dolfi, 2011, p. 48.

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su sorprendente contestación “alternativa” a las piezas del Fénix»39. No es de extrañar que de nuevo asome entre los versos de los parlamentos el Góngora polemista, para declarar su indiferencia hacia el «vulgo» ignorante, y la condena de la «necedad», en abierta discusión con el Lope que había escrito en su Arte nuevo su célebre aforismo: «como las paga el vulgo, / es justo hablarle en necio para darle gusto»40. La última obra que quiero abordar es El mejor testigo, también impresa, como indiqué al comienzo del artículo, con el título más extenso de El mercader de Toledo, vara de medir y acción del mejor testigo. En ella se dramatiza la historia de una dama, Teodora, cuyo noble padre se ha arruinado por su afición al juego y su inclinación a malgastar en lujos su fortuna. El padre lamenta ahora que, a causa de su ruina, no haya hidalgo que pretenda a Teodora, a pesar de su hermosura y discreción. Por otro lado, Teodora es víctima de Guiomar, una mujer casada, que le reprocha mantener trato con su esposo, don Pedro, y con su hermano don Juan, quien pretende a Teodora y con la que, según Guiomar, gasta su fortuna. Guiomar, con insolencia, exige a Teodora que deje en paz a su esposo y que se conforme con su hermano don Juan, amenazándola con hacer que la destierren de Toledo por conducta escandalosa. Este es el planteamiento de la acción. A partir de aquí la comedia enfrenta a dos grupos de personajes: por un lado, los hidalgos, estamento al que pertenecen don Pedro, el marido de Guiomar, y Teodora y su padre, en cuya casa, como explica con orgullo Teodora, se exhiben «muchos escudos soberbios / que a los huéspedes informan / el estirpe de quien vengo»41; en el otro grupo se encuentran Guiomar y su hermano don Juan, pretendiente de Teodora, ambos ricos hijos de un mercader de Toledo. A través de Teodora se verbaliza el reproche a una hidalguía que no ha sabido conservar su hacienda, como explica la dama al referirse a la ruina de su padre, al que la comedia presenta como el responsable último de la situación en que se encuentra Teodora: «Qué pródigo de su hacienda / cuanto heredó de mi abuelo / o lo ha jugado a los naipes, / o en cañas, justas torneos»42.Y más adelante insiste ante su criada, con moraleja incluida: «Mi padre tiene la culpa, / pues con sus gastos y excesos, / a sus descendientes deja / a estas miserias expuestos. / Mal lo Dolfi, 2011, p. 43.Ver también Jammes, p. 528. Dolfi, 2011, pp. 22-23. 41  El mejor testigo, p. 2v. 42  El mejor testigo, p. 2v. 39  40 

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mira el hijodalgo, / mal lo hace el caballero, / que deja a sus hijos pobres / con tan míseros ejemplos»43. Con desdén Teodora recuerda a Guiomar la época en que el padre de esta, un rico mercader, acudía a casa del noble padre de Teodora para vender sus mercancías. Vale la pena leer el pasaje, a pesar de que es un poco extenso, porque hace patente la perspectiva adoptada en la comedia frente a la figura del mercader: Y me acuerdo que tu padre, que no ha Guiomar mucho tiempo, cuando era el mío el galán de las fiestas de Toledo, ricas telas le vendía, y para entrar aquí dentro, dos horas en el portal esperaba sin sombrero. Sin discursos de la vida, gastó su hacienda en efeto, y con semejantes hombres fue tu padre enriqueciendo, y el que vino ayer desnudo de las montañas de Oviedo, con sesenta mil ducados compró generoso yerno. Murió y dejote casada, y a don Juan, tu hermano, puestos tres mil ducados de renta, en casas, juros y censos. Los parientes que adquiristes con tan noble casamiento, el agrado de don Juan, la dicha de forasteros, os introdujo a los dos, donde merecéis asiento: tú, Guiomar, entre señoras; tu hermano entre caballeros44.

43  44 

El mejor testigo, pp. 3-3v. El mejor testigo, pp. 2v-3.

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La escena que enfrenta a Teodora y a Guiomar moviliza todos los tópicos prejuicios de clase. Teodora ama al hermano de Guiomar, no, según dice, por su riqueza, «que en mi sangre no vendemos / al oro la voluntad»45. Sin embargo reprocha a Guiomar su afición al oro, que justifica por su bajo nacimiento: «Tú conforme la costumbre / de tu humilde nacimiento / puedes inclinar al oro / tu apetito y tus deseos»46. Guiomar, por su parte, trata de defenderse, argumentando que sus abuelos pelearon contra moros en la Vega de Granada, argumento al que responde con ironía Teodora: «Jesús, Guiomar, yo lo creo / si la vara de medir / fue la pica de dos hierros»47. En alguna de las intervenciones queda en el aire un vago origen montañés de la familia del mercader, que sus hijos defienden, pero que se ve manchado, desde la perspectiva de la protagonista, por su dedicación al dinero y al comercio, y sus propias acciones, perspectiva completamente opuesta a la adoptada por Aguilar en El mercader amante. Por otro lado, Teodora es presentada como víctima, perseguida por los celos de Guiomar injustamente. Significativamente, el noble marido de Guiomar, don Pedro, tomará partido de clase, a favor de Teodora, y en contra de su propia esposa, a la que reprocha: «injusta y necia, no afrentes / a quien en virtud te iguala / y en sangre antigua te excede»48. Don Pedro se convertirá en defensor de Teodora, incluso enfrentándose en duelo, a riesgo de su vida.Teodora también se presenta como víctima de don Juan, el hermano de Guiomar, al que ama, y al que da palabra de matrimonio en la catedral de Toledo, ante la imagen de un cristo crucificado, y que después de gozarla la abandona. Con un discurso licencioso, salpimentado con las groserías del criado (que alude a Teodora como una oveja que bala por las caricias de don Juan y que ha quedado almagrada tras ser gozada), don Juan relata ante Guiomar la facilidad con la que ha hecho suya a Teodora. Después niega ante Teodora haberle dado palabra de matrimonio. De nuevo la duda sobre el origen de don Juan y de su hermana sobrevuela la escena en la que Teodora le recrimina: «¿Así un bien nacido miente? / Mas no lo debe de ser / quien engaña a una mujer / y su sangre lo consiente»49. Guiomar, por su parte, El mejor testigo, p. 3. El mejor testigo, p. 3. 47  El mejor testigo, p. 3. 48  El mejor testigo, p. 5v. 49  El mejor testigo, p. 12v. 45  46 

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sabedora del ultraje que ha cometido su hermano, consiente en encubrirlo y aprovecha la situación para ironizar ante Teodora cuando esta reclama a don Juan el cumplimiento de su palabra de matrimonio: «que una tan noble mujer, / de alta opinión y apellido, / no es bien tenga por marido / un hijo de un mercader»50. Teodora está a punto de suicidarse lanzándose al Tajo, cuando interviene el noble don Pedro. Reunidos todos en escena en el final de la comedia, en la misma capilla en donde don Juan dio a Teodora palabra de matrimonio, don Pedro defenderá a Teodora de nuevo, amenazando a su propia esposa, Guiomar, incluso con matarla: «no hables, / si no quieres que esta daga / tu pecho atrevido pase»51. Desde la perspectiva del noble don Pedro, las mujeres nobles, como Teodora, «ni engañar ni mentir saben»52, a diferencia de su propia esposa, hija de un mercader, a la que desprecia. Un milagro hace que el Cristo de la capilla mueva su brazo para servir de testigo de la promesa matrimonial y resuelve felizmente el conflicto de Teodora. En la mente del espectador que pudo asistir a la representación de esta comedia debía quedar la idea clara de que el comportamiento de estos hijos de mercaderes no resultaba ejemplar, y que eso algo tenía que ver con su origen oscuro y la profesión de su padre. Pero también la crítica a una nobleza derrochadora (representada por el padre de Teodora), cuya ligereza administrando su patrimonio conducía directamente al desastre a sus descendientes, a la par que desestabilizaba un ideal de sociedad cuyo equilibrio se fundaba en el inmovilismo y en la perpetuación de privilegios. Un inmovilismo del que forma parte la defensa de un matrimonio entre iguales. De acuerdo con esta idea, al final de la comedia descubrimos que el noble don Pedro y la noble Teodora estaban destinados al matrimonio, pero la pobreza de sus casas empujó a don Pedro a casar con Guiomar, la hija del mercader, como ahora a Teodora a casar con su hermano, don Juan. La honra y la deshonra en el modo de actuar y comportarse se reparten en esta comedia entre los dos grupos de personajes, siendo claramente presentado de manera negativa el de los mercaderes. Llegamos al final. No es el del teatro un ámbito ciertamente en el que abunde la imagen del mercader, ni que se preste, como género, a El mejor testigo, p. 13. El mejor testigo, p. 14v. 52  El mejor testigo, p. 15. 50  51 

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que se profundice en la reflexión sobre su función. Sin embargo, las tres obras que he tratado aportan tres modos diferentes de afrontarlo. Aguilar representa, desde mi punto de vista, la posición más insólita, la de la defensa del mercader, del buen mercader, e incluso la fugaz, por lo brevemente que se apunta, condena del malo. Góngora no desprecia al mercader, en tanto no hay en su comedia expresiones ideológicas contrarias a su oficio, su gesto más ideológico consiste en imaginar una comedia en la que los nobles no tienen cabida, si ha de ceñirse a la consideración de esta como género bajo, pero en la que sí tienen cabida los mercaderes. La tercera comedia representa, como he señalado, el punto de vista más común en el ámbito del teatro de la época, y arrastra consigo toda la carga ideológica de desprecio hacia la profesión de mercader, enfocada como un todo, en el que no existen matices, ni buenos ni malos, ni útiles ni perniciosos, y que no entra, por supuesto, en distinciones entre sus diferentes funciones sociales. Bibliografía citada Aut., Diccionario de Autoridades, Madrid, Gredos, 1984, 3 vols. Aguilar, Gaspar, La famosa comedia de El mercader amante, en Poetas dramáticos valencianos, tomo ii, ed. Eduardo Juliá Martínez, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, 1929, pp. 123-161. Alemán, Mateo, Guzmán de Alfarache, ed. José María Micó, Madrid, Cátedra, 1987, 2 vols. Calderón, Pedro, El mejor testigo, s.l., s.i., s.a., BNE, signatura T-55360-56. Campbell,Ysla, «El mercader amante de Gaspar de Aguilar: la imagen dramática del cambio», en El escritor y la escena. Actas del IV Congreso de la Asociación Internacional de Teatro Español y Novohispano de los Siglos de Oro (8-11 de marzo de 1995, Ciudad Juárez), Ciudad Juárez, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1996, pp. 27-35. Cavillac, Michel, Picaros y mercaderes en el Guzmán de Alfarache, Granada, Universidad de Granada, 1994 (primera edición en francés, 1983). Dolfi, Laura, Luis de Góngora. Cómo escribir teatro, Renacimiento, Sevilla, 2011. — «El teatro de Luis de Góngora», en Góngora. La estrella inextinguible. Magnitud estética y universo contemporáneo, Exposición Virtual, BNE, 2012, pp. 139-145, . Furió, Antonio, Història del País Valencià,València, Edicions Alfons el Magnànim, 1995. Góngora, Luis de, Las firmezas de Isabela, en Teatro completo, ed. Laura Dolfi, Madrid, Cátedra, 1993, pp. 59-232.

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El mercader y su mundo en El mercader amante y Las firmezas de Isabela Victoriano Roncero López Stony Brook University

La definición ciceroniana de la comedia como «imitatio vitae, speculum consuetudinis, imago veritatis» fue recogida por nuestros dramaturgos áureos, que traspusieron a los escenarios de los corrales de comedias la realidad de la sociedad española del siglo xvii. Lope, Calderón, Tirso de Molina, Gaspar Aguilar o Luis de Góngora, reflejaron en sus comedias y dramas los distintos aspectos de la España de los Austrias menores. Sin lugar a dudas, uno de los elementos fundamentales en la conformación de la sociedad barroca europea fue el desarrollo económico. Ciertos historiadores y estudiosos de nuestro teatro han escrito sobre el carácter propagandístico de reformas económicas en ciertos textos dramáticos1. En otro lugar he hablado ya de la aparición del dinero en varias comedias de Lope de Vega (Roncero, 2016) como testimonio de una época «abrumada por el peso del poder del dinero» (Maravall, 1987, p. 116). La obsesión monetaria de nuestros dramaturgos, pues los ducados aparecen incluso en dramas como El caballero de Olmedo o El burlador de Sevilla, parece obviar en la mayoría de los casos la figura de los mercaderes, personajes que rara vez se asoman a los escenarios ejercitando su oficio. Esta escasa presencia no significa su no aparición en textos escritos anteriores al Siglo de Oro, pues, como ejemplo, ya en el siglo xiv El teatro propagandístico presenta una «simple exposición de una realidad económica sin carga crítica alguna —circunstancia que se da sobre todo en las comedias de costumbres—, pasando por la sutil censura del poder casi siempre, aunque no con exclusividad, en boca de “graciosos” y legando también a la propaganda directa de ciertas reformas económicas impulsadas desde la monarquía, que... se encuentran sobre todo en los autos sacramentales» (Sanz Ayán, 2001, pp. 61-62). 1 

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se mencionan; tal es el caso de don Juan Manuel que en su Libro de los estados alude a ellos: «Ca en diziendo omne rrico entiéndese cualquier omne que aya riqueza, tanbién ruano commo mercadero» (p. 183). El aristócrata castellano asimila los dos conceptos, riqueza y mercader, que, como vamos a ver, se repiten en los escasos textos dramáticos áureos en que aparecen estos personajes. Ciertamente, en ocasiones las referencias al poder ennoblecedor del dinero, que otorga la nobleza al rico burgués, vienen revestidas por una crítica moral, tal y como se puede apreciar en las palabras de Leucino, personaje de El Infamador, de Juan de la Cueva: Al que más le conviene por decencia ilustre, si le falta el dinero casi no es caballero; si lo tiene un villano es de gran lustre porque con la riqueza hoy se adquiere la gloria y la nobleza. (vv. 20-26)

La ausencia casi total de los mercaderes de los escenarios puede deberse a varias causas: en primer lugar, a que «hartas veces sospechosos de ascendencia judeoconversa, eran víctimas de tenaces prejuicios éticos y religiosos» (Cavillac, 2014, p. 41) en la España de los siglos xvi y xvii2, pues hemos de recordar que mercader era sinónimo de avaricia y judaísmo3, aunque eso no impide que nos encontremos con personajes como Hipólito en Virtud, pobreza y mujer, de Lope de Vega, retratado positivamente como un individuo rico y «liberal»4, en el sentido clásico de «generoso», que ayuda en la liberación de don Carlos de su cautiverio en Orán, o el encarecido elogio de doña María de Molina en La prudencia en la mujer a los leales mercaderes segovianos que se ofrecen a darle el dinero necesario para pagar a los soldados:

2  Cavillac (2014, p. 46) recuerda que un sobrino de Simón Ruiz, uno de los grandes banqueros castellanos del siglo xvi, afirmaba en 1572 que no quería ser comerciante, «pues no quiere ser mercader, sino caballero». 3  Kallendorf (2013, pp. 64-73) recoge muchos ejemplos de textos, sobre todo teatrales, en los que se refleja esa equivalencia. 4  Hipólito comenta sobre su patrimonio: «Valdrá en Sevilla mi hacienda, / sin las naves que a la India / navegan, y que Dios vuelva, / cien mil ducados y más» (Lope, Virtud, pobreza y mujer, p. 215).

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En Segovia ya yo sé que hay mercaderes leales, de tanto caudal y fe que hacen edificios reales, como en sus templos se ve. Vuestras limosnas le han dado una catedral iglesia, que el nombre y fama ha borrado con que la máquina efesia su memoria ha celebrado. Y siendo esto así, no hay duda que quien a su Dios y ley con tanta largueza ayuda, al servicio de su rey y honra de su patria acuda. (vv. 1577-1591)

En segundo lugar, a que si en el siglo xvi el comercio castellano había conocido una fase de gran dinamismo, en el siglo xvii había caído en una espiral de declive, debido a varias causas: guerras europeas; diferencias en la coyuntura económica; competencia de Flandes, Francia, Génova o Venecia; el excesivo fiscalismo castellano, y, por último, «la pérdida de interés de los comerciantes por seguir invirtiendo en actividades que socialmente no tenían reconocimiento» (Alonso García, 2016, p. 177). En este mismo sentido se ha sugerido la influencia del platonismo que consideraba que el trabajo perjudica la virtud y «la marcada inclinación del pueblo español a la contemplación» (Vigo, 1997, p. 19). Sin embargo, no todos los historiadores coinciden con este análisis, pues Domínguez Ortiz (1946, p. 51) apunta que los nobles sevillanos, influidos por los mercaderes genoveses y holandeses que habitaban la ciudad en el siglo xvi, no consideraron deshonroso continuar con las actividades comerciales5. Ramón Carande (2000, p. 125) afirma que:

Una importante aportación sobre este tema es la de Pike, 1972, pp. 22-52. Conviene recordar aquí que la polémica sobre la incompatibilidad entre nobleza y el oficio de mercader se da también en Italia: «Es bien verdad que sustenta Baldo perder los nobles su nativa nobleza, intrincándose en la mercaduría. Por eso hubo ley (según Blondo) entre romanos que los senadores no se ocupasen demasiado en negocios mercantiles» (Suárez de Figueroa, ii, 2006, p. 708). 5 

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A quienes directamente no llegaron a traficar, entre los altos dignatarios de la corte y de la iglesia, no les detendrían grandes reparos para solicitar o aceptar dádivas, e incluso servirían, por su cuenta y razón, a calificados agentes del comercio, y, en muchas ocasiones, a los mismos oficiales de la casa de contratación.

Sea como fuere, el caso es que en nuestro teatro áureo sí existen comedias con el amor como tema básico en las que aparecen mercaderes vistos desde una perspectiva positiva: el ya citado Hipólito de la comedia lopesca constituye un buen ejemplo. Además nos encontramos con dos textos dramáticos protagonizados por hombres de negocios retratados como personajes modélicos: El mercader amante, de Gaspar Aguilar, y Las firmezas de Isabela, de Góngora. Curiosamente, las dos obras fueron escritas en la primera década del siglo xvii: la comedia de Aguilar antes de 1605 y la de don Luis en 1610, fecha recogida en el manuscrito Chacón. Ciertos estudiosos de Góngora piensan, incluso, que el éxito de la obra del valenciano animó a don Luis a situar a mercaderes como protagonistas de su obra (Dolfi, 2011, p. 198). A pesar de esa posible influencia, las dos comedias de enredo tuvieron una fortuna dispar: la de Gaspar Aguilar parece haber sido representada con cierto éxito (Jammes, 1984, p. 23), mientras que se discute si la de don Luis fue llevada a las tablas, y aún más si es representable6. El primer punto que destaca en estas obras es la ciudad en la que tiene lugar la acción. Ambos dramaturgos eran conscientes de que la trama no podía desarrollarse en Madrid, ciudad en la que predominaba el grupo nobiliario que rodeaba al monarca, por lo tanto había que buscar escenarios más adecuados a la temática y, sobre todo, a los personajes que protagonizaban ambas comedias. Ya hemos mencionado cómo en el siglo xvii el comercio castellano se hallaba en situación de decadencia que se había iniciado a finales de la centuria anterior, pero todavía El propio Robert Jammes mantuvo posturas encontradas a este respecto; en 1987, p. 405, afirmaba que era «absolutamente inconcebible que esta comedia haya sido representada ante un público ordinario... es evidente que fue escrita para ser leída primero», mientras que en 1984, pp. 27-28, abogaba por su representación. María Cristina Quintero (1991, p. 49) reafirmaba la idea de que nunca fue representada en los corrales, «he may have meant the play to be a kind of lesedrama experienced orally by a select audience». También Dolfi (2011, p. 7) considera que la comedia gongorina iba dirigida a un público selecto (palaciego) y no al vulgo de los corrales. 6 

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existían núcleos urbanos en los que los mercaderes constituían un sector importante e influyente de la población. Gaspar Aguilar no tuvo ningún problema a la hora de elegir la ciudad en la que se movían sus personajes: su Valencia natal. Pedro de Medina, en su descripción de la ciudad, la consideraba como «una de las principales de España.Viven contino en ella muchos caballeros generosos; hay muy ricos mercaderes» y continuaba refiriendo sus «muchos y muy ricos paños, que se llaman valencias, y granas muy finas» (1944, p. 201). En esta época era importante el comercio con Castilla, a pesar de la difícil orografía, pero la actividad marítima tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico conoció una tendencia al alza interrumpida «bruscamente en 1605» (Giménez, 1986-1987, p. 196). La ciudad se hallaba, pues, en una época de apogeo en el momento de escritura de la comedia y en ella convivían, como mencionaba Medina, caballeros «generosos» y mercaderes «muy ricos»7. A este último grupo pertenecería Belisario, el mercader protagonista de la comedia, sobre el que no se dan demasiados detalles acerca de su fortuna, aunque se informa al espectador que es un mercader, que es el más rico del lugar; que en tesoro excede al próspero Fúcar, y sin su cierto tesoro, le traen siempre barras de oro por la barra de Sanlúcar. (p. 126)

Encontramos en estos versos una referencia a la llegada del oro americano del que se beneficiaba este «Fúcar» valenciano, que entraba en la península por Sanlúcar de Barrameda. El comercio marítimo como origen de la fortuna de Belisario es aludido en otra ocasión en la que el mencionado Belisario finge su descalabro económico y ordena a Astolfo:

Sobre el espíritu comercial de la ciudad comenta Carande: «El solar reunía medios propicios y el espíritu de los habitantes supo multiplicarlos. La ciudad misma, su gobierno, sentía el orgullo profesional del comerciante. En la lonja nueva, terminada en 1495, se escribió: “Mercator sic agens divitiis redundabit et tamen vita fruetur aeterna”» (2000, p. 119). 7 

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es que una fama levantes de unas naves que [he] perdido, y de ciertos mercadantes que con mi hacienda se han ido; porque ansí suele perderse alguno, por más que tenga. (p. 128)

Pero no se hace más referencia a los negocios o tratos con que se había enriquecido ni al tipo de productos con los que negociaban los mercaderes valencianos. De hecho, podemos afirmar que la acción de la comedia podría haberse situado en cualquier otra ciudad española con significativa actividad mercantil: Toledo, Sevilla, Burgos, Segovia, Barcelona, Granada. Las firmezas de Isabela se diferencia de El mercader amante en que sí se concede gran importancia a las ciudades en las que se desarrollaba esta actividad mercantil; Góngora sí pretendía acercarse más a la realidad económica de las ciudades en las que ambientaba su comedia, un rasgo más de esa cercanía a la realidad de la que habla Laura Dolfi (2005). Pero también influye, como veremos más adelante, el hecho de que se trata de una «comedia burguesa» (Jammes, 1984, p. 22), y, por tanto, era necesaria una mayor concretización geográfica, que comienza con las palabras de Fabio en las que comenta su participación en la feria de Palma: Partime para la feria, que se celebraba a donde los dos ríos, los dos reyes de la Andalucía corren a besar el pie a una Palma, porque ella siempre corone las siempre gloriosas sienes del que es palma de los Condes. Despaché cuanto era mío. (vv. 464-472)

En estas palabras de Fabio se introduce la realidad de los negocios de los mercaderes que acudían a estas ferias que se habían constituido en centros financieros en los que, como afirma Covarrubias (s.v.) «tratan en grueso, y en ellas hacen sus pagas y cobran sus letras de cambio»8.

8 

Ver Alonso García, 2016, pp. 23-28, y Ladero Quesada, 1994.

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Con esta alusión se nos introduce en el mundo de los grandes mercaderes castellanos de principios del siglo xvii, al que pertenecen todos los personajes de la comedia. La primera urbe mercantil de la que son oriundos los personajes de la comedia gongorina, concretamente Emilio y Marcelo, es la ciudad de Granada, que, aunque no recibe la misma atención que Sevilla y Toledo, sí tenía fama de ser una ciudad rica por su producción de seda9, como recordaba Pedro de Medina (1944, p. 191): Críase en esta ciudad y lábrase tanta seda en ella y en su reino que se pagan al rey de sus derechos cincuenta mil ducados. Es tanto el trato de la seda que en esta ciudad hay, que casi toda la gente común della vive por la seda. Hay en esta ciudad ordinariamente mil telares y más, donde se tejen y labran todas maneras y suertes de sedas. Hay más de trescientos tornos donde la seda se coge. Es cosa de ver que un hombre con un torno que trae hace andar apriesa juntamente más de quinientos husos de hierro y que, a un solo movimiento que el torno trae unos cogen seda y otros descogen.

La segunda de las ciudades importantes en Las firmezas de Isabela es Sevilla, la patria de Lelio/Camilo. La acción nunca transcurre en la ciudad bética, pero esta sí es trascendental porque se trata del gran centro comercial del reino de Castilla durante los siglos xvi y xvii, tal y como afirmaba Tomás de Mercado en 1569: Es la puerta y puerto principal de toda España, a do se descarga lo que viene de Flandes, Francia, Inglaterra, Italia y Venecia; y por el consiguiente de donde se provee todo el reino destas cosas que de fuera se traen... Los mercaderes desta ciudad se han augmentado en número y en sus haciendas y caudales han crescido sin número. Hase ennoblecido y mejorado su estado. (f. A2)

Los historiadores y arbitristas españoles de la época, como Pedro de Medina, mencionaban la Casa de Contratación y las Gradas «donde es la lonja o lugar donde concurren los mercaderes, que en esta ciudad hay muchos y muy ricos y de grandes tratos» (p. 75). Otros escritores de la época refieren también la abundante presencia de estos personajes: «Abunda de tratantes ricos, cuerdo no poco en los gastos, teniendo por locura el desperdicio de lo que se gana con riesgo» (Suárez de Figueroa,

9 

Sobre las rentas que producía la seda ver Carande, 2000, pp. 268-280.

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1988, p. 540). La trascendencia financiera de la ciudad en la economía castellana, en particular, y europea, en general, se había visto relanzada a partir de 1580, momento en el que se produjo la «mayor pujanza del mundo atlántico» (Alonso, 2016, p. 88). Pero el crecimiento de Sevilla se había iniciado en 1540, cuando se sintieron los efectos del descubrimiento, con una población de 65 000 habitantes y culminó en 1588, cuando llegó a los 150 000 (Domínguez Ortiz, 1963, p. 140), convirtiéndola junto con Madrid en las dos grandes metrópolis del Imperio. Sevilla se halla siempre presente en la obra a través del personaje de Lelio y de su padre, Galeazo, que aparece en escena al comienzo del «Acto tercero». La presencia de la ciudad se hace patente con el elogio que le dedica Fabio al principio de la obra: Partimos juntos a ver aquella Fénix del orbe, que debajo de sus alas tantos leños hoy recoge: gran Babilonia de España, mapa de todas naciones, donde el Flamenco a su Gante, y el Inglés halla su Londres; escala del Nuevo Mundo, cuyos ricos escalones, enladrillados de plata, son navíos de alto borde. (vv. 484-495)

Fabio ha visitado la ciudad hispalense acompañado de su amigo Marcelo, mercader granadino, y la describe concentrando su mirada en el mundo comercial, iniciando su descripción con la metáfora del ave fénix y la metonimia de los leños en referencias a los barcos que atracaban en el puerto. Continúa con la perífrasis «gran Babilonia de España, / mapa de todas naciones», en el que utiliza a la ciudad de la Antigüedad para referirse a su carácter cosmopolita, imagen muy usada en la época, tal y como recuerda Covarrubias (s.v.): «Al lugar de gran población y de mucho trato, adonde concurren diversas naciones, decimos, por encarecer el tráfago grande que hay y la confusión, que es una Babilonia, especialmente si con esto concurren vicios y pecados que no se castigan». Ciertamente el contenido moralizante de la última frase del gran lexicólogo está ausente en el texto gongorino, pues nuestro autor

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alaba esa abundancia de comerciantes y mercaderes de muchos países que hacen negocios en la ciudad de Sevilla, destacando a los de origen flamenco e inglés, que parecen hallarse en sus ciudades originarias por el gran número de conciudadanos con los que conviven a las orillas del Guadalquivir. Los últimos cuatro versos aluden a su estatus como puerto de entrada de los barcos que proceden de las Indias, con la dilogía del vocablo «escala», ‘lugar al que llega el barco’ y ‘escalera’, significado que atrae a los ‘escalones’ del verso siguiente, que están «enladrillados» con la plata que transportan los galeones, «navíos de alto borde». La ciudad en la que se desarrolla la acción de la comedia es la imperial Toledo, ciudad que conoció un gran esplendor durante el reinado del emperador Carlos V y que inició su declive con la elección de Madrid como sede de la Corte por parte de Felipe II. Su auge se debió no solo a la presencia de nobles y religiosos, sino a que se asentaba también en ella una importante industria textil10, tal y como ponía de manifiesto Cristóbal de Villalón en El crótalon (1982, p. 213): Pues tú sabrás que yo fue hija de un pobre peraire en aquella ciudad de Toledo, que ganaba de comer pobremente con el trabajo contino de unas cardas y peines; que ya sabes que se hacen en aquella ciudad muchos paños y bonetes.Y mi madre por el consiguiente vivía hilando lana, y otras veces lavando paños en casa de hombres ricos mercaderes y otros ciudadanos.

Pedro de Medina en 1548, cuando afirmaba que «esta ciudad es muy rica, de mucho trato; viven en ella más de diez mil personas con la labor de lana y seda; hácense en ella más bonetes y gorras y otras cosas de lana, más que en ninguna parte de España» (p. 120). Sin embargo, a partir de 1590 la ciudad entró en un período de decadencia con una pérdida paulatina de mercaderes, tal y como reflejan los memoriales que a principios del siglo xvii escribieron Ceballos, García de Herrera, Sancho de Moncada, Belluga y Damián de Olivares. Domínguez Ortiz (1963, p. 137) resume perfectamente este proceso de declinación: La transformación de lo que había sido brillante corte de Carlos V, llena de heterogénea e industriosa población, donde continuamente se escuchaba el rumor de las fiestas caballerescas a la vez que el zumbar de los tornos Moncada, 1974, p. 122, ponía como ejemplo de las «mercaderías» labradas en España las jerguillas y medias de Toledo.Ver Rodríguez de Gracia, 2002. 10 

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y telares, en una urbe recoleta, monástica, depauperada y solitaria, aunque saturada de hondos valores espirituales y artísticos, compendia con intensidad inigualable lo que podríamos llamar muerte y transfiguración de la vieja Castilla.

Por tanto, cuando Góngora escribió su comedia en 1610 ese proceso de depauperación del que habla Domínguez Ortiz ya se había iniciado, pero ninguna alusión a esta transformación encontraremos en Las firmezas de Isabela; el dramaturgo cordobés parece haber querido escribir un auténtico «homenaje a Toledo» (Jammes, 1984, p. 22), recordando sus estancias en dicha ciudad11. La imagen de la ciudad imperial nos la presenta en su máximo esplendor con prósperos mercaderes representados por Octavio y el joven Fabio, como veremos más adelante. Al igual que había elogiado a Sevilla al inicio de la comedia, al principio del tercer acto se hace una laus de la ciudad de Toledo, puesta en boca de Emilio, mercader granadino, y de Galeazo, sevillano. Nos encontramos ante una laus de tradición clásica12 en la que ambos personajes se detienen, sobre todo, a describir las maravillas arquitectónicas de la ciudad, incluido el artificio de Juanelo Turriano, que tanto maravillaba a los extranjeros que lo contemplaban. Pero en medio de estas alabanzas artísticas, nos encontramos con alusiones a su riqueza: las famosas arenas auríferas del Tajo ya mencionadas por Plinio: Esa montaña que, precipitante, ha tantos siglos que se viene abajo, ese monte murado, ese turbante de labor africana, a quien el Tajo su blanca toca es listada de oro, ciñó las sienes de uno y otro moro. Esa con majestad y señorío corona imperïal que, al cielo grata, en las perlas comienza de este río, y en la cruz de aquel templo se remata; ese cerro gentil, al voto mío, segundo Potosí fuera de plata, si la plata no fuera fugitiva, 11  Dolfi, 2005, p. 234, afirma que el elogio de Toledo presenta «ecos evidentes de la memoria personal del autor y de sus sucesivos viajes». 12  Para el tema de las laudes clásicas ver Curtius, i, 1976, pp. 228-229.

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o alguna vena desatara arriba. Ese obelisco de edificios claro, que con tanto esplendor, con gloria tanta, menospreciando mármoles de Paro, sobre aquellos cristales se levanta, urna es sagrada de artificio raro, de una y otra ya ceniza santa, prenda de aquellos, si no son abonos, que fueron hijos, y ya son patronos. Esa, pues, o turbante sea, o montaña, segundo Potosí, imperial corona, sacro obelisco de grandeza extraña, Toledo es, claro honor de nuestra zona. (vv. 2148-2173)

Góngora exalta la monumentalidad de la ciudad, la riqueza de sus edificios con las referencias al oro y a la plata, culminadas con las perífrasis de «segundo Potosí» (vv. 2159 y 2171), recordatorios de la excelencia artística de la ciudad del Tajo, tan bien representadas en el famoso cuadro del Greco. A continuación se individualizan los elogios a la catedral (vv. 2186-2209), aludiendo incluso al arzobispo: Oro el cayado, púrpura el vestido, insignias son de su pastor, y en ellas, digo en las señas rojas, su apellido nos dice, cuando no en las cinco estrellas. (vv. 2202-2205)

Alusión clara y laudatoria a don Bernardo de Sandoval y Rojas, tío del duque de Lerma, valido de Felipe III, al que elogiará en posteriores composiciones poéticas13. A continuación describe brevemente el Alcázar, edificio «que admira al cielo» (v. 2210), el Tajo con el artificio de Juanelo (vv. 2214-2217) y termina con el castillo de San Cervantes que, por salvar la ciudad, «sus muros sacrifica» (vv. 2220-2223).

Incluso dedicó en 1616 un soneto a la capilla donde está enterrado el cardenal, cuyos dos tercetos rezan: «Generosa piedad urna hoy bellas / con majestad vincula, con decoro, / a las heroicas ya cenizas santas // de los que, a un campo de oro cinco estrellas / dejando azules, con mejores plantas / en campo azul estrellas pisan de oro» (Góngora, Sonetos, p. 221). 13 

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Me parece curiosa la ausencia de referencias a la industria textil de Toledo, lo que parece concordar con la imagen de declive que nos ­presentaba Domínguez Ortiz, y que, consciente de ese proceso, don Luis prefirió centrar sus alabanzas en los edificios, testimonios de una grandeza pasada que se estaba desvaneciendo por la crisis económica. Sin embargo, sí encontramos una interesante referencia a la riqueza agrícola de Octavio: tierras de regadío que producen berenjenas, muy famosas y apreciadas en la época14, y membrillos en abundancia: Y más a quien le dio Dios media ribera del Tajo, que con el poco trabajo de una azudilla, o de dos, cada año le hacen de escudos una bolsa, que él bien ata, la berenjena, zocata, y los membrillos, con nudos. (vv. 2598-2605)

Los protagonistas de las dos comedias pertenecen a la burguesía mercantil, y en ambas son presentados como modelos de comportamiento. La imagen positiva que se presenta de los mercaderes refleja una conciencia burguesa por parte de los dos dramaturgos, aunque, como vamos a ver, esta se halla más acentuada en Las firmezas de Isabela, pues los principales personajes no solo pertenecen a este mundo, sino que hacen alarde de ello sin que ningún otro personaje ponga en cuestionamiento su estatus social, algo que sí sucede en El mercader amante, en el que el noble don García recuerda a Belisario su bajo nacimiento. El tratamiento positivo de estos mercaderes burgueses refleja un intento de hacerlos respetables al público que presenció la representación o que leyó las obras, y podemos insertarlo en toda una literatura que los quiere «rescatar» moralmente; tal es el caso de la mencionada obra de Mercado que afirma en el prólogo que «mi intento principal es instruir cumplidamente a un mercader... para que supiese el camino derecho de su arte, y evitase y declinase los pasos peligrosos della» (1569, f. 3r). Hay que re-

14  Recordemos que, entre las conservas azucaradas que guardaba el arcón de Monseñor en el Guzmán de Alfarache, se encontraba la «berenjena de Toledo» (p. 303).

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cordar que en la sociedad española del siglo xvii existía una ­conciencia antimercantil, aunque habría que matizar las ideas preestablecidas, pues esta «sociedad era mucho más abierta y flexible de lo que se ha venido creyendo» (Soria, 2007, p. 34) y se produjeron muchos casos de ascenso social, bien por la compra de hidalguías o bien por matrimonios hipogámicos. El mercader amante y Las firmezas de Isabela testimonian perfectamente la existencia de una corriente de pensamiento que valoraba positivamente la figura del mercader; arbitristas como Sancho de Moncada aconsejaron al monarca que recuperara los «herreros, tejedores, tintoreros, mercaderes, laborantes... porque teniendo sus oficios, comercio y labores corrientes cobrarán otros sus rentas, alquilarán sus casas y se gastarán los frutos» (1974, p. 138), y otros como González de Cellorigo los equipararon a los nobles15. Belisario, el protagonista de El mercader amante, es presentado como un acaudalado mercader al que, como hemos visto, se considera más rico que Fúcar, cuya fortuna procede del oro americano, pues entra «por la barra de Sanlúcar» (p. 126). Gaspar Aguilar no profundiza en los negocios de su protagonista ni tampoco presenta otros personajes que pertenezcan al grupo de los burgueses o mercaderes valencianos. La obra enseguida deriva en una temática amorosa, como cualquier comedia de enredo, y se centra en la trama urdida por Belisario para discernir cuál de las dos mujeres (Labinia o Lidora) es merecedora de casarse con él, aunque el mercader valenciano establece la equivalencia trato amoroso / trato mercantil: «Porque es comprar y vender, / ques mi verdadero trato» (p. 130) y continúa usando el vocabulario mercantil para reflejar la relación amorosa16. Pero lo que sí lleva a cabo el dramaturgo valenciano es la contraposición de la nobleza y de la burguesía, aunque no me atrevería a afirmar taxativamente, como ha hecho Ysla Campbell, que «la hacienda tiene el mismo nivel de importancia que el «Pues por su industria y buen trato viven ricos y honrados y, ilustrando su República, la hacen abundante de todo lo necesario... (y son merecedores) de todas las dignidades, hábitos y demás cosas que se adquieren por nobleza en estos reinos» (1991, pp. 85-86). 16  «Cuando miro / la imagen por quien suspiro, / ques de mi gloria el retrato, / sin que ella me lo resista / por su vida me paseo, / y a costa de mi deseo / compro un rato de su vista. / Luego con la voluntad, / que cobro en la cosa amada, / le vendo el alma fiada/ con buena seguridad; / y ejecutando fianzas, / vengo a cobrar mis dineros / e disgustos verdaderos / y en fingidas esperanzas, / como las cobro de ti, / en pago de una alma triste / que te fie» (p. 130). 15 

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linaje, la discreción y la bondad» (1996, p. 31), opinión no compartida por Robert Jammes, quien piensa que la obra contrapone amor y riqueza «en la línea del prejuicio antiburgués» (1987, p. 420). Es necesario matizar ambas afirmaciones desde el contexto de la época en la que tanto nobleza como mercaderes burgueses se asimilan al concepto de la «amable» riqueza, Belisario dixit (p. 127), al que se opone por encima de todo el de la pobreza, pues como afirma el mismo Belisario, pobre fingido, no lo olvidemos: Ya con industria he llegado al extremo de pobreza que porque tiene firmeza se puede llamar estado; ............................ y volverme, si es posible, a mi estado natural; porque la pobreza es tal, que aun burlando es insufrible. (p. 136)

Pero es que además el desprecio de la pobreza en determinados ambientes de la España del siglo xvii lleva a asimilar este concepto al de la deshonra, tal y como le recuerda Astolfo a su amo Belisario: porque bien debes saber que ya el ser pobre es deshonra, y que muchos suele haber que, como el tener es honra, dan la honra por tener, y hacen cosas que jamás, sino porque el bien les sobre, hicieran. (p. 128)

Interesante afirmación del criado, porque ciertos escritores españoles habían reflejado con anterioridad la relación conflictiva entre honra y dinero, pero con una significación opuesta; así fray Domingo de Soto había escrito que «son los españoles de tal condición que premian más la honra que la vida, y terminan mejor por padecer hambre que publicarla» (1965, p. 98). La obra presenta el conflicto entre la nobleza de origen y la burguesía rica, representada por don García, por un lado, y Belisario, por otro.

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El prejuicio antiburgués en la obra aparece perfectamente resumido en las siguientes palabras del noble, cuando afirma sobre su contendiente, pues recordemos que también quiere casarse con Labinia, que sin embargo está enamorada del mercader: ¿Posible es que a Belisario quieres rendir tu belleza, ques, con toda su riqueza, un mercader ordinario, un hombre que solo entiende de los cambios el lenguaje, y tan pobre de linaje que de sí mismo deciende; un loquillo, un cascabel. (p. 129)

Estos versos recogen el desprecio que siente don García por su rival amoroso. Sin duda, expresa la opinión de ciertos elementos de la sociedad española que veían con rencor a estos ricos que pretendían subvertir el orden establecido, animadversión que será recogida en otros textos teatrales17. Don García no puede entender, desde su prejuicio de clase, que Labinia prefiera un mercader, aunque adinerado, a un noble; y por ello manifiesta hacia Belisario un sentimiento de desprecio, de animadversión, recurrente en los siglos xvi y xvii en España y que trasciende a los textos literarios, como, por ejemplo, La pícara Justina18. La descripción se inicia con la mención a su fortuna pero inmediatamente se rebaja su estatus con el adjetivo «ordinario». El rebajamiento se expande a su educación, puesto que lo acusa de que sus conocimientos se reducen al campo de los cambios, insulto que se fundamenta en la baja consideración social de los cambistas y hombres de negocios. Pero el ataque más contundente se produce en los dos versos siguientes, en los que se hace

Recuérdense las palabras con las que don Mendo caracteriza a Pedro Crespo en El alcalde de Zalamea: «villano malicioso» (v. 409). Pedro Crespo también reciprocaba la antipatía al hidalgo al que denomina despectivamente «hidalgote» (v. 405). 18  «que ya se sabe que es natural la enemiga los villanos a los hijos de algo, que para dibujar los antiguos un villano, pintaban un montón de tierra, y para pintar un noble, dibujaban un sol... Y allí fingió la fábula que riñeron los hidalgos y villanos animales y publicaron sangrienta guerra. Mas salió de concierto que dos, por ambos campos, las hubiesen. En nombre de los hidalgos fue nombrada el águila, y de los villanos, el dragón» (López de Úbeda, pp. 726-727). 17 

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referencia a la bajeza de su origen; no es hidalgo, ‘hijo de algo’, sino que desciende de sí mismo, descalificación grave en la sociedad estamental del siglo xvii, que será contestada por Astolfo, el criado de Belisario, al mismo don García en la Jornada Tercera19. El último verso termina con un ataque personal al mercader al que menosprecia tildándolo de «cascabel», vocablo que Covarrubias define: «Al que tiene poco juicio y es liviano y habladorcillo, decimos ser un cascabel, por ser vacío y hueco en el hablar» (s.v.). El ataque del noble continúa con una referencia a una realidad socioeconómica que se había iniciado en el siglo xvi; el hidalgo le pregunta a Labinia si se ha rendido a Belisario y si lo ha hecho: ¿Es por verle de la gente tan respetado y querido, y porque el Marqués y el Conde le hacen muchos favores, y porque con los señores se cartea y corresponde? (p. 129)

Gaspar Aguilar alude en estos versos a las relaciones que mantenían miembros de la nobleza con los mercaderes ricos a los que pedían préstamos para poder saldar las inmensas deudas que contraían, y que se transmitían de padres a hijos, para poder mantener su estatus en la Corte (Domínguez Ortiz, i, 1963, pp. 234-252). El resentimiento de don García reproduce, sin duda, la desconfianza que los hidalgos y caballeros sentían hacia estos individuos que sin la ejecutoria nobiliaria de la que ellos alardeaban tenían acceso a los miembros de las grandes casas de la nobleza. En el fondo de este odio a Belisario se encuentra la frustración que siente por el rechazo de Labinia, que prefiere casarse con el mercader, en contra del deseo de su padre20, siguiendo una práctica habitual en la época, tal y como reconoce Mercado (1569, f. A2): «porque los caballeros por codicia o necesidad del dinero han bajado (ya que no a tratar) a emparentar con tratantes; y los mercaderes con apetito «Aunque vos tengáis valor, / no penséis que yo no valgo; / que si es bueno el hijodalgo, / el padre de algo es mejor: / quel padre engendra la fama / de toda la decendencia, / y al fin mayor preminencia / tiene el tronco que la rama, / y pues yo de mi linaje / pretendo ser el primero, / en ninguna cosa quiero / que nadie se me aventaje» (p. 158). 20  Cañas Murillo (1989, p. 11) ve en él un modelo negativo de padre. 19 

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de nobleza y hidalguía han trabajado de subir, estableciendo y fundando buenos mayorazgos». Hecho que critica don García cuando le recuerda al padre de la dama que los hombres honrados: cuando tratan de casar sus hijas suelen dejar los duques por los ducados. Busquen, busquen caballeros que, invidiosos de alabanza, traten en cuentos de lanzas y no en cuentos de dineros... Mas todo a perder se viene, pues la de mayor decoro se casa con el tesoro, y no con el que le tiene. Y si el tesoro se aleja y con el tiempo se pasa, puede decir que se casa con el marido que la deja. Toda aquesta perdición pasa una mujer honrada, y es la condición malvada de su padre la ocasión; porque los padres tiranos, con sus vejeces prolijas, por hacer ricas las hijas hacen los nietos villanos. (p. 134)

La respuesta de Labinia a don García supone una apasionada defensa de los mercaderes y de la importancia de la acumulación de riqueza para la sociedad: Pues si es rico, siendo honrado, no por eso vale menos; que la riqueza en los buenos es como el oro esmaltado. Dices que suele tomar y dar a cambio su hacienda, y no dices que sin prenda la suele a todos prestar, y que en las calamidades,

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que parecen sus intentos, toma a cambio pensamientos y da a cambio voluntades. (p. 129)

El elogio que dedica la enamorada Labinia a su desgraciado Belisario, que ha fingido caer en la pobreza para probar la verdad del amor de la dama, se inicia con la declaración de igualdad entre los nobles y los hombres ricos, banqueros y mercaderes, lo que constituye una prueba del carácter burgués de la obra y también de esas relaciones cada vez más estrechas entre ambos grupos. Las siguientes cualidades que se destacan en estos versos tienen que ver con ciertas visiones negativas de estos personajes: la usura y la codicia. Tomás Mercado advertía en su tratado a los mercaderes que debían evitar ambos vicios y que debían recibir «moderado interés por estipendio» (1569, f. 10v). Belisario, según su enamorada, presta su dinero sin exigir prendas, por lo que suponemos que no cobraba interés o, si lo hacía, era muy bajo, a los necesitados que acudían a él. Pero también se refiere a su generosidad en la que se incluiría dar limosna a los pobres, siguiendo, de nuevo, el consejo de Mercado, que les amonestaba que debían «ser muy limosneros» (1569, f. 13v). La liberalidad del mercader vuelve a ponerse de manifiesto cuando en la escena final promete dar parte de su hacienda a su criado Astolfo por los servicios prestados. Las firmezas de Isabela ofrece mucho más protagonismo al mundo mercantil que el que le había dado su antecesor; si en la obra de Aguilar nos encontramos con un solo mercader, en la de Góngora prácticamente todos los personajes masculinos pertenecen a ese grupo. No creo que sea cierto, como supone Dolfi (2011, p. 98), que el éxito de El mercader amante influyera en el hecho de que don Luis hubiera elegido a los miembros de este grupo como protagonistas de la obra; el autor cordobés parece haber preferido que sus comedias (Las firmezas... y El doctor Carlino) reflejaran mundos alejados del ambiente nobiliario y se ubicaran, sobre todo en la comedia que analizamos, en el mundo de la burguesía mercantil. Quizás la explicación la podamos encontrar en su propia vida, pues ya Robert Jammes (1987, pp. 421-425) señaló los elementos autobiográficos que encontró en la comedia: lugares por los que había transitado el poeta cordobés (Granada, Sevilla, Toledo), o sucesos como el matrimonio de su sobrina Leonor con Francisco Luis de Cárcamo, hijo de Francisca Gelder, descendiente de Johannes Jedler, cajero de Johannes van Juren. Esta proximidad convierte esta comedia

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en un interesante retrato de un grupo por el que don Luis parece haber sentido especial simpatía y constituye, quizás, la causa por la que decidió situar la acción de su obra en este ambiente. El origen geográfico de los mercaderes gongorinos se corresponde con las ciudades conocidas por el dramaturgo, pero también representan los centros económicos más importantes del reino de Castilla y se dividen en tres grupos: Sevilla, representada por Galeazo y Lelio/Camilo; Granada, por Emilio y Marcelo, y, finalmente, Toledo, por Octavio y Fabio. Góngora ha decidido poner encima del escenario a los padres y a los hijos para demostrar la continuidad familiar en la actividad mercantil: en los primeros momentos de la obra se nos informa que el toledano Fabio hizo negocios en la feria de Palma, donde se encontró con «el caudaloso / granadino gentilhombre» (vv. 476-477) Marcelo, con el que, una vez finalizados los negocios, marchó a Granada, donde cayó enfermo y se enamoró de Cintia, hermana del dicho Marcelo, y donde fue tratado con gran regalo: Convalescí en pocos días y aun granjeé fuerzas dobles, porque registró mi mesa cuanto vuela y cuanto corre: si de paces las Canarias tributaban sus pipotes, de guerra tocaban cajas las islas de los Azores. (vv. 576-583)

Las referencias a las conservas de dulces procedentes de las islas Canarias o de las Azores, presentes también en la despensa del cardenal romano del Guzmán de Alfarache21, demuestran el estatus económico de la familia granadina de Marcelo y su padre, que podían competir en riqueza y ostentación con sus amigos mercaderes sevillanos y toledanos. Por otra parte tenemos a Lelio, hijo del riquísimo mercader sevillano Galeazo, que se presenta en Toledo, asumiendo la identidad de Camilo, para asegurarse de la firmeza de Isabela, hija de Octavio, con quien debe casarse por un acuerdo alcanzado entre los progenitores de ambos

«Era monseñor aficionado a unos pipotillos de conservas almibaradas, que suelen traerse de Canaria o de las islas de la Tercera» (p. 311). 21 

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con un pacto firmado como corresponde a importantes hombres de ­negocios22: Deseando, pues, los viejos como prudentes personas, el trato hacerlo deudo y vincular sus memorias, por cartas se convinieron, porque entre esta gente toda no solo efecto las firmas, mas las palabras son obras. (vv. 742-749)

Góngora es consciente de cómo los mercaderes «utilizaban la unión de sus hijos e hijas con fines de ascenso social» para lo que, en ocasiones, los desposaban con miembros de su mismo grupo (Alonso, 2016, pp. 238-239); en este caso, Octavio y Galeazo han decidido que Lelio e Isabela contraigan matrimonio. Don Luis sigue aquí una vía distinta a la de Aguilar, pero creo que sigue la lógica de limitar el mundo de su comedia al ambiente burgués. Como nota curiosa, y que ahonda en esa conciencia de la importancia del matrimonio entre iguales, hemos de recordar que Galeazo se opone rotundamente a la boda de su hijo con la labradora Belisa, disfraz de Isabela: ¿Yo nuera labradora? (v. 3295) ¡Lienzo! Para su mortaja solamente se la diera. ¿Yo labradora por nuera? ¿Yo a Sevilla tal alhaja? (vv. 3314-3317)

Más adelante, incluso, llega a amenazarla de muerte: ¡Oh traidora, gitana, y no labradora! Quintero (1991) ha analizado la relación entre esta obra y la novela El curioso impertinente, insertada en la primera parte del Quijote. 22 

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Rompa esta daga tu pecho. (vv. 3471-3473)

La última de las parejas burguesas la componen Fabio y Cintia, la hermana de Marcelo, que no aparece en la comedia, pero cuya mano le concede su padre Emilio en la última escena: Con una arenga prolija os quisiera agradecer el aceptar por mujer, Fabio señor, a mi hija. Si mi honra y mi caudal bastan, en dote os lo doy. (vv. 3534-3539)

Las referencias en los dos últimos versos a la honra y al patrimonio se insertan a la perfección en los pactos matrimoniales de la época, tal y como se refleja en muchas comedias, pero aquí su aparición es más pertinente, pues nos encontramos en un mundo de relaciones mercantiles en el que ambos conceptos se hacen imprescindibles. Ambas familias pertenecen al grupo de los mercaderes honestos que quiere presentar Góngora como representantes ideales. Dentro de esa «positive representation» (Bultman, 2003, p. 51) de la clase mercantil, el dramaturgo quiere hacer partícipe a sus personajes de los mismos sentimientos y de los mismos conceptos amorosos del resto de las obras teatrales de su época en las que aparecen miembros de la nobleza y les crea el mismo final feliz de las comedias de enredo. Los personajes de Las firmezas de Isabela reflejan de una manera más convincente la idiosincrasia de los mercaderes españoles del siglo xvii que el Belisario de El mercader amante de Gaspar Aguilar. Desde un primer momento el espectador es trasladado al mundo de la opulencia en la que vivían estos ricos burgueses, que es comparado al de los grandes señores y sus palacios en su ceremonia y aseo (vv. 40-42); por las delicadas aves ingeridas, «el tierno francolín / el faisán nuevo», en «plata» y «los generosos vinos» bebidos en «cristales» (vv. 49-51); y por los tapices flamencos que «el Turco vio, ni el Moro», las «ricas telas, brocados peregrinos», que cuelgan de las «blancas paredes» o ilustran «lechos en columnas de oro» (vv. 52-57). De esta manera, Góngora testimonia la riqueza y la ostentación de que hacían gala estos mercaderes que ­emulaban y superaban

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a la alta nobleza, aunque los moralistas como Mercado les advertían que esto podía ser contraproducente23. Lo mismo sucede con las referencias a las grandes cantidades de dinero que mueven estos mercaderes; así, se nos informa al principio que Camilo es hijo de un mercader que valen bien sus salvados veinte o treinta mil ducados: la artesa quisiera ser. (vv. 258-261).

Es importante establecer el estatus del personaje con la referencia a la riqueza que posee para hacer ver que su situación económica es comparable a la de Marcelo. Ciertamente la referencia al dinero y, más concretamente, a grandes sumas de dinero es característica de la comedia española del siglo xvii, incluso en obras de ambiente aristocrático como El caballero de Olmedo, de Lope de Vega24. Por tanto era obligatorio que el dramaturgo cordobés incluyera referencias a las grandes fortunas monetarias de sus personajes, por lo que no creo que se trate de una práctica «ligada indirectamente» a su obsesión por cifras y rentas en su epistolario (Dolfi, 2005, p. 236). El mismo efecto de demostración de gran poderío económico tienen los versos en los que Isabela denomina a Lelio: «un Fúcar alemán eres, / un ginovés Lomelín» (vv. 2380-2381), poderosas familias de banqueros alemanes y mercaderes genoveses con amplios intereses en España desde la época del Emperador25. La misma comparación con otros mercaderes reconocidos por su gran fortuna aparecen cuando Tadeo, criado de Fabio, califica a su patrón como: A mí, pues, me acomodó por amigo y patrïota, el Corzo de Toledo, «No tenga gran casa ni costosa, ansí en edificios, alhajas, piezas, joyas, atento a que como todo lo ganan vendiendo a los ciudadanos, si les ven gastar mucho, sospechan luego que les han engañado en mucho» (1569, f. 13r). 24  Sobre este tema ver Roncero, 2016. 25  Alfonso V de Aragón concedió en el siglo xv a Marco Lomellini el monopolio del comercio del corcho en todo el reino. La familia de los Lomellino participó en asientos en el reinado de Carlos V con el banquero castellano Rodrigo de Dueñas; ver Carande, 2000, pp. 460-461. Para su presencia de España en el reinado de Felipe IV ver Domínguez Ortiz, 1983. 23 

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porque a Fabio así le nombran por las riquezas que tiene en tratos, en muebles y en joyas. (vv. 806-811)

La referencia a «Corzo», popular mercader genovés que se enriqueció en Sevilla gracias al comercio marítimo, une los dos centros económicos de Toledo, patria de Fabio, y Sevilla, ciudad de la que son originarios Lelio/Camilo y su padre, Galeazo. La mención de este famoso mercader, tan renombrado que su historia aparece recogida en el refranero de Correas26, establece la relación entre este gran centro del comercio mundial y la familia del protagonista masculino de la comedia. Góngora se ajusta a la realidad económica del momento, por lo que la mayor parte de las alusiones a la fortuna de los distintos personajes tienen como protagonista al sevillano Galeazo; así, en un primer momento, Tadeo refiere cómo No pisó un tiempo las Gradas, ni ahora pisa la Lonja, mercader de más caudal, ciudadano de más honra que Galeazo en Sevilla. (vv. 722-726)

Es de notar que el escritor cordobés conoce muy bien la historia económica de Sevilla, pues cita los dos lugares en los que se reunían los mercaderes sevillanos: hasta 1598 en las Gradas, en ese año se inauguró la Lonja y, por tanto, en 1610, fecha en que se escribió la comedia, las reuniones tenían lugar en esa nueva ubicación. Pero si leemos con atención estos versos hemos de notar que no solo es admirado por su «caudal», sino que además es reconocido por ser ciudadano «honrado», con lo que se demuestra el gran prestigio que gozaban entre sus paisanos los mercaderes de la ciudad hispalense, prestigio que también les reconocía el propio don Luis.

Correas, p. 111, en la explicación al refrán «El tiempo, tela vende» escribe: «También “El Corzo” hace refrán para decir que uno es muy rico: “Es un Corzo de Sevilla”; “Es más rico que el Corzo”. Alcanzó este tal Corzo y dejó mucha hacienda y fama de muy bueno por sus buenas y pías obras; fue natural de Córcega, y en Sevilla enriqueció mucho con embarcaciones a Indias, sin perdérsele cosa jamás en el mar». 26 

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Las actividades comerciales y las posesiones de este rico comerciante sevillano se enumeran en el tercer acto: Tus casas son principales en la calle de Bayona. De renta sobre la almona tienes quince mil reales; dos casas en Caldescobas, adonde de aceite haces dos almacenes capaces de catorce mil arrobas; gran trato con Marcelino en Cazalla y en Jerez de donde cargas tal vez seis mil botijas de vino. No envió flota el Perú con razonables sucesos, que de cuarenta mil pesos no los descargastes tú. Correspondencia en Sanlúcar tienes con Julio asentada, y con Grimaldo en Granada, de las sedas y el azúcar. Aquí en Toledo, treinta años con el padre de mi novia, y con Laurencio en Segovia de todas suertes de paños. (vv. 2966-2989)

Como podemos apreciar, las posesiones y negocios propiedad de Galeazo comprenden todos los ámbitos de producción de riqueza en la España del siglo xvii. Posee varias casas y almacenes de aceites, patrimonio visible que proporcionaba estatus social y económico (Alonso, 2016, pp. 240-241); también se beneficiaba de rentas sobre la almona sevillana, que podría ser una fábrica de jabón o un almacén público; como buen hombre de negocios sevillano, comerciaba con productos provenientes de las Indias; tenía correspondencia en el estratégico puerto de Sanlúcar de Barrameda, con productores de seda en Granada, principal industria de la ciudad (Medina, 1944, p. 191), de los renombrados vinos de Cazalla de la Sierra y de Jerez, y con los industriales de paños de Toledo y Segovia. Todo este alarde de riqueza sirve para presentarnos al padre de

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Lelio como el ideal del mercader español del siglo xvii: rico y honrado, en el sentido que recoge Covarrubias: «el que está bien reputado y merece que por su virtud y buenas partes se le haga honra y reverencia» (s.v. honra). Curiosamente las referencias a los medios de fortuna de Octavio son escasas, debido quizás a la decadencia en que se hallaba inmersa la ciudad imperial a principios del siglo xvii. Ya hemos visto que se destacan los productos de sus tierras de la ribera del Tajo, pero no hay más alusiones concretas. Las citas de su poder económico se reducen a dos comentarios: en el primero de ellos, en el momento en el que se elogia la riqueza de Galeazo, Tadeo nos informa que el rico sevillano: Muchos años ha que tiene correspondencias muy hondas con Octavio, aquí en Toledo, persona bien caudalosa. (vv. 730-733)

Octavio estaba bien conectado en sus tratos comerciales, pues mantenía correspondencia, bien en dinero, bien en mercancías, desde hacía muchos años, con su futuro consuegro. Estas relaciones comerciales «muy hondas» reflejan el poder económico del toledano, confirmado por el último verso en el que se resume su estatus como «persona bien caudalosa». El segundo comentario refuerza esa consideración de riqueza, pero, de nuevo, sin una especificación sobre el origen de esa fortuna; Camilo describe su llegada a Toledo: Busqué la casa de Octavio, e informeme por allí de sus dueños, y hallé cuanto pudiera pedir: de Octavio, lo que de Cosme me dijera un florentín. (vv. 2266-2271)

Es tópica la alusión a un rico personaje de origen mediterráneo, recordemos al Corso y su comparación con Galeazo; en este caso se trata de un florentino que, por cierto, también tiene presencia en el refranero castellano: «Más rico que Cosme de Médicis» (Correas, p. 544). Si Galeazo era comparado a un corso, Octavio lo es a un poderoso y potentado gobernante florentino, con lo que se establece la gran fortuna que

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debía poseer el mercader toledano, lo que justifica el hecho de que su hija vaya a contraer matrimonio con el hijo de su corresponsal sevillano, reforzando de esta manera la alianza económica de ambas familias. He analizado dos comedias de la primera década del siglo xvii en las que sus autores eligieron como protagonistas a un grupo de mercaderes del reino de Castilla y de Valencia, presentándolos como ciudadanos modélicos y virtuosos que personificaban parte de las soluciones que arbitristas como Moncada o González de Cellorigo proponían para rescatar al Imperio de la decadencia económica y social en la que se hallaba inmerso, siguiendo el consejo de Botero (Diez libros, 1593, f. 122v) de que «debe el príncipe de procurar con mucho cuidado que sus vasallos se den mucho a labrar la tierra y al ejercicio de las artes mecánicas». Gaspar Aguilar y Luis de Góngora crearon unos burgueses sin complejos, contentos y orgullosos de su menester que, en el caso de Las firmezas..., eligen el matrimonio con otros miembros de su grupo como alianza para reforzar su posición económica. Belisario, Lelio, Fabio, Marcelo, Galeazo, Octavio, prósperos mercaderes y virtuosos ciudadanos, reflejan el modelo del perfecto homo novus/economicus que reúne los valores aristocráticos del honor y el amor con los conceptos burgueses de industria y riqueza como señas de identidad de una nueva época y de una emergente mentalidad. Bibliografía Aguilar, Gaspar, La famosa comedia de El mercader amante, en Poetas dramáticos valencianos. Tomo segundo, ed. Eduardo Juliá Martínez, Madrid, RAE, 1929, pp. 122-161, (Biblioteca Selecta de Clásicos Españoles). Alemán, Mateo, Guzmán de Alfarache, ed. Luis Gómez Canseco, Madrid, RAE, 2012. Alonso García, David, Mercados y mercaderes en los siglos xvi y xvii, Madrid, Síntesis, 2016. Botero, Juan, Diez libros de la razón de Estado, trad. de Antonio de Herrera, Madrid, Luis Sánchez, 1593. Bultman, Dana, «Scripted Oralities circa 1607-1610: Language and Intention in Góngora’s Las firmezas de Isabela and Lope’s Lo fingido verdadero», Bulletin of the Comediantes, 55, 1, 2003, pp. 47-67. Calderón de la Barca, Pedro, El alcalde de Zalamea, ed. José María Díez Borque, Madrid, Castalia, 1979.

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El mercader y la cortesana: arte, cuerpo y comercio en El anzuelo de fenisa de lope de vega Frederick A. de Armas University of Chicago

La figura del mercader aparece en contados momentos en el teatro del Siglo de Oro, con diversos quehaceres. Podemos pasar desde el más conocedor y acaudalado, dedicado al Gran Comercio a través del mundo, a los odiados logreros y usureros, a los más modestos mercaderes de tiendas o incluso a los más pobres, los ambulantes. Pero aun los que surcan por el mundo, desplazándose a Italia o a los países bajos, o hasta América, pueden considerar que su oficio es peligroso ya que en cualquier momento pueden perderlo todo en tormentas marinas, en asaltos de piratas; o pueden quebrar de mil maneras1. Si se les precia por sus muchos productos, su figura también representa el engaño, el gran mercado del mundo, donde todo objeto deseado deleita solo brevemente. Ya hace más de medio siglo que Arco y Garay se refirió a la «sordidez de los mercaderes» en la obra de Lope de Vega2. Dada su ambivalencia, tras su mención en comedias lopescas, frecuentemente le sigue un adjetivo, tal como «mercader honrado» o «discreto mercader»3. Estos mercaderes honrados ejercían un oficio considerado como sospechoso ya que muchos judíos conversos lo practicaban, como bien refleja la conocida 1  En Virtud, pobreza y mujer el criado Julio le desea mal a un personaje: «que caiga como albañir / quiebre como mercader» (Arco y Garay, 1941, p. 778). 2  Arco y Garay, 1941, p. 777. Para el mercader la hacienda equivale a la honra, como explica un mercader en La orden de Redención y Virgen de los Remedios: «que si vuelvo con dinero / muy honrado volveré. / Pero volviendo robado / ¿qué honra puedo tener?» (Arco y Garay, 1941, p. 778). 3  Ver Lope de Vega, El sembrar en buena tierra y Juan de Dios y Antón Martín.

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anécdota de Benito Remigio Noydens4. Añadimos a esto que el personaje hasta puede ser peligroso en la sociedad de la época pues puede comprarlo todo con su dinero5. Y este todo puede muy bien incluir la nobleza, un alto matrimonio y el cuerpo femenino. En algunas comedias el galán se disfraza de mercader para persuadir a la dama, siendo los perfumes, las telas que vende, u otra mercadería, regalo y tentación6. Encontramos también en Lope mercaderes amantes y mujeres que se precian de sus mercancías. De allí que los símiles y paralelos entre amante y mercader sean frecuentes, ya que ambos, el galán y el mercader, truecan sus mercancías por los favores de la dama7. Pero la dama que va más allá de la discreción y comienza a intuir que el amor es mercadería, pasa de ser honrada a cortesana8. Recordemos cómo Dorotea acepta todas las joyas de don Juan en La niña de plata, fingiendo melindres: «Y aunque siento / que es liviandad de mi intento

4  Benito Remigio Noydens narra: «Un hidalgo fue a visitar a un amigo suyo, gran letrado; y hallándose ocupado en una junta de muchos negociantes... les saludó risueña y amigablemente diciendo “Ave Rabbi”» (Castro, 1961, p. 174). Los descendientes de mercaderes conversos a veces pasaban a ser médicos (Peña Barroso, 2012, p. 400). 5  Claude Chauchadis estudia dos obras (no de Lope), Fray Diablo y el diablo predicador y El diablo predicador y más contrario amigo, y en ambas el diablo disfrazado de franciscano tiene gran éxito en mendigar: «Solo fracasa ante la avaricia de un rico mercader» (Chauchadis, 1978, p. 4). Añade que: «En cambio en la obra posterior, el mercader llega a ser un hombre peligroso frente a la clase aristocrática: con su dinero, lo puede comprar todo: el amor, el linaje de su mujer, y hasta el poder del gobernador» (Chauchadis, 1978, p. 16). 6  Natalia Fernández Rodríguez explica que en algunas comedias de santos: «un hombre virtuoso se hace pasar por mercader de joyas para intentar convertir a los pecadores o infieles» (Fernández Rodríguez, 2016, p. 108). Añade que «la ambivalencia de las joyas y las riquezas se unía a su visualismo y eso le permitía al dramaturgo crear sugestivos y espectaculares cuadros dramáticos» (Fernández Rodríguez, 2016, p. 108). Entre otras obras, estudia El serafín humano de Lope de Vega. 7  En El acero de Madrid, por ejemplo, el amante se vuelve mercader. Se nos dice que: «Riselo quiere bien a su beata, / y es mercader...» (vv. 1533-1534). Floriso replica: «Pues yo pienso con prendas semejantes / hallar, Gerardo, a mi remedio el modo» (vv. 1537-1538). Más adelante describe las mercancías que dará a su dama para conseguir su amor: “Catorce o quince varas / del mejor terciopelo de Toledo, / y un corte de Milán de flores raras / o de rica labor, si hallarle puedo...” (vv. 1543-1546). 8  «Era corriente en la época de Lope que una mujer recibiese joyas y vestidos de su galán. De entre las joyas eran famosos los agnus o firmezas» (Penas Ibáñez, 2003, p. 116).

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/ tomar joyas de un galán / tan recién venido a verme»9; y en La prueba de los amigos, el protagonista pierde todos sus bienes regalando a otra Dorotea cortesana. Como bien ha explicado José María Díez Borque, el poder del dinero (sea de nobles o de mercaderes) y la influencia del interés muchas veces se contraponen en el teatro al amor o al deseo y se mide el poder de ambos10. En este sentido, joyas y vestidos representan ese dinero que se contrapone al amor o al deseo. Hay varias comedias tempranas de Lope de Vega en donde la pintura es parte del comercio del amor11. Entre ellas, se destaca El anzuelo de Fenisa (1604-1606) donde una cortesana exhibe el arte de la pintura y el arte de la mercadería y la seducción. Al principio de la obra, dos jóvenes discurren sobre el amor. Albano afirma: «amor no es honra ni es mercadería»12; y al mismo tiempo niega que ame a un objeto de arte: «Si yo quisiera un bronce, una pintura, /... cosa diferente / de mi naturaleza, era locura»13. Pero Camilo piensa que es desatinado desear a una mujer conocida por sus «tretas»14 y por sus «...escuadrones / de tantos hombres...»15 que la persiguen a pesar de todos sus desdenes. Albano quiere ganarle a sus competidores, pero la única manera de hacerlo, le explica la misma dama, no tiene que ver con el amor sino con las riquezas: «mientras no viese provecho, / todo era cosa de risa»16.Ya desde un principio constatamos que la obra trata de intercambios comerciales, donde objetos y seres humanos cuyo valor se escruta, circulan, ­canjeándose uno por Lope de Vega, La niña de plata, vv. 763-767. Explica Díez Borque: «La comedia de Lope de Vega proclama, repetidamente, el valor supremo del amor, su poder absoluto, por encima incluso del rey, su no limitación de clase social» (Díez Borque, 2014, p. 16); y al mismo tiempo añade que: «también se podría traer a colación otros pasajes en los que se afirma el valor del matrimonio como hecho económico y la importancia de la dote» (Díez Borque, 2014, p. 17). 11  Por ejemplo, en La prueba de los amigos, el padre de Leonarda es mercader, aunque ella lo niegue, mientras que su hijo despilfarra la fortuna y regala los cuadros. El padre tiene: «un conocimiento experiencial del valor del dinero; y la misma explica, en cierto sentido, por reacción psicológica, esa avaricia de la que habla Feliciano, quien por su parte mostrará no haber heredado en absoluto el espíritu de honradez y trabajo del padre» (Fernández, 1986-1988, p. 115). En La viuda valenciana uno de los galanes se disfraza de mercader de lienzos, mostrándoselos a la dama. 12  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, v. 56. 13  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, vv. 61-63. 14  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, v. 89. 15  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, vv. 28-29. 16  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, vv. 225-226. 9 

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otro. Al tener como protagonista masculino a un mercader, la comedia de Lope realza la importancia del comercio sexual y del comercio de objetos.Tanto el mercader como la cortesana buscan su ganancia. Como bien explica Jacques Lezra: «En aquella época, según la queremos entender, los objetos o productos culturales se confunden con otros productos y se juntan, todos ellos en la cartera abarcadora y generosa, aunque desorganizada de los objetos comerciables, transportables y traducibles que hoy denominaríamos, en sentido estricto, mercancías»17. Y es este comercio el que ayuda a forjar la identidad de la persona. Enrique García Santo-Tomás subraya esta relación: «entre la naturaleza del objeto... y los procesos de formación identitaria que permiten su uso... su capacidad de establecer o cimentar relaciones sociales»18. Veremos entonces una autofiguración a través de los objetos. Analicemos con más detalle esta comedia para resaltar las relaciones analógicas y antagónicas entre mercader y cortesana. Veremos también el poder seductor del arte sea a través de hermosas pinturas o de adornos y manejos de una dama. Constataremos entonces la circulación del arte, de la mercancía, de la mujer como mercancía, en esta comedia donde los tratos y burlas de una cortesana se asemejan a los negocios de un mercader. El anzuelo de Fenisa es una de varias comedias tempranas de Lope basadas en el Decamerón de Boccaccio, obra censurada por la Inquisición19. Para Gómez Canseco se trata de una «comedia urbana» cuyas raíces pueden hallarse en la Celestina20. Juan Oleza, por su parte, la incluye entre las «comedias picarescas», obras en las que abundan cortesanas, mercaderes foráneos, y situaciones escabrosas21. Podríamos Lezra, 2016, p. 323. García-Santo Tomás, 2009, p. 24. 19  Estas comedias, escritas entre 1595 y 1608, incluyen La boda entre dos maridos, La discreta enamorada, El ejemplo de casadas, El halcón de Federico, El llegar en la ocasión, El ruiseñor de Sevilla y El servir con mala estrella. Ver Arce (1982), D’Antuono (1983) y Navarro Durán (2001). D’Antuono declara que es imposible determinar si, en El anzuelo de Fenisa, Lope utiliza ediciones italianas tempranas o ediciones italianas o españolas censuradas o ‘castigadas’ que comienzan a aparecer en 1573. Añade: «The expurgated text of 1582 suppresses two words ‘in paradiso’, which describe the hero’s reaction to bathing with the courtesan, but does not eliminate the episode. Lope, understandably, discards the scene» (D’Antuono, 1983, p. 26). 20  Gómez Canseco, 2009, p. 169. 21  Entre estas obras se encuentran: El caballero del milagro, El rufián Castrucho y El caballero de Illescas. Este tipo de obra se escribió entre 1593 y 1606.Ver Oleza, 1991 y 2001. 17  18 

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t­ambién incluirla en un pequeño grupo de comedias que según Anita Stoll muestran «a spirit of freedom»22, obras que cuestionan las costumbres y la moralidad de la época23. Para imaginar este espacio de libertad, Lope sitúa su obra en Palermo, puerto muy conocido por su tráfico mercantil y también de comercio sexual. Sicilia, colonia, o sea, virreinato español en esa época, está suficientemente apartada del centro del imperio para así exhibir costumbres más relajadas y que pueden relacionarse con el arte italiano. La comedia entreteje dos tramas. En la secundaria, Dinarda viene a Palermo disfrazada de hombre en busca de su amado Albano, a quien halla enamorado de una cortesana. En la acción principal, Fenisa, habiendo sido burlada por un galán, se convierte en cortesana y utiliza su belleza y sus mañas para engañar a los hombres y despojarles de su fortuna: «que de uno que me burló / en los demás me vengué»24. Se convierte en una vengadora de mujeres que acecha el puerto en busca de víctimas25. Ya desde el principio del primer acto Fenisa muestra su poder ante la palabra y ante el hombre. Utiliza imágenes petrarquistas transformando sus significados. Se autofigura, metamorfoseándose en pescadora cuyos anzuelos atrapan a los hombres: «Tiendo la red en la mar, / que es la estrella en que nací»26. Muy conocida es la imagen de los cabellos de la mujer transformados en anzuelos que pescan al hombre. Esta imagen, ya tan gastada, es satirizada, por ejemplo, en una novela francesa de la época, donde el pastor Lysis, enamorado de la ya alegorizada Charité, la describe a un pintor llamado Anselmo. Cuando este dibuja su imagen, no parece ser mujer sino colección de adjetivos petrarquistas que la describen: cabellos con redes y anzuelos, ojos como soles, la faz con

Stoll, 1991, p. 256. Gómez Canseco hace eco de lo dicho por Stoll: «Italia es, pues, un espacio propicio para romper las ataduras sociales y para vivir con libertad moral» (Gómez Canseco, 2009, p. 171). La obra se publica en la Parte VIII de las comedias de Lope en 1617. Para D’Antuono el nombre de Lucindo recuerda el de Camila Lucinda, la amada de Lope. La comedia entonces presenta «a justification by Lope for that illicit passion» (D’Antuono, 1983, p. 113). 24  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, vv. 125-126. 25  En la «Introducción» a su edición de esta comedia, David Gitlitz, explica que en realidad Fenisa pertenece a un subgrupo de prostituta, la buscona: «who does not charge directly for sex but who uses her sexuality and her wits to separate her client-victim from his possessions» (Gitlitz, 1988, p. xviii). 26  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, vv. 200-201. 22  23 

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lirios y rosas, etcétera27. Para Lope no se trata de una dama desinteresada cuya belleza atrae a todos los hombres pescándolos con su red y anzuelo, sino de una cortesana que va al puerto a pescar mercaderes. Hallamos también la imagen de una cortesana pescando hombres en La prueba de los amigos28; mientras que este anzuelo se aparta del petrarquismo pues se convierte en símbolo de la estafa, como lo vemos en el título de una novela de Castillo Solórzano, La garduña de Sevilla y anzuelo de las bolsas. David Gitlitz traduce El anzuelo de Fenisa como Fenisa’s Hook, y «hook» (gancho o anzuelo) juega con la palabra «hooker» o prostituta. Y, al aludir al mar, la comedia también apunta al espacio donde nace Venus, diosa de la belleza. Fenisa no es ya la Venus de Botticelli, sino una figura del deseo. Con sus antiguas magias pesca y despoja al hombre de sus riquezas. La comedia, entonces, va a crear todo un subtexto de imágenes paganas para adornar y potenciar la acción. No solo es Fenisa una nueva Venus sino también una Circe29, hechicera que rige a todo hombre que llega a su isla, transformándolo en animal. Deshaciéndose de Albano a quien le recuerda que su amor solo se consigue con regalos valiosos, busca nueva presa y acecha a un rico mercader que acaba de llegar al puerto de Palermo con valiosa mercancía que tiene que vender para llevar de regreso a Valencia el trigo de Sicilia30. Este intercambio mercantil no debe sorprendernos ya que en el Siglo de Oro: «Un mismo mercader igual comerciaba con diamantes que con sal, solía ser, a la vez, importador y exportador»31. Lucindo se muestra más alerta en el puerto que en alta mar ya que recela de las mujeres, y sobre todo las que se pasean por tal sitio. Al igual que en la comedia El premio del bien hablar (1624), se utilizan en esta obra una serie de analogías basada

Foster, 1969, pp. xi-xii; Borin, 1993, p. 214. Se trata de la novela de Charles Sorel, Le berger extravagant (1627). Sor Juana Inés de la Cruz también ridiculiza las imágenes petrarquistas cuando dice de la faz de Lisarda: «aunque parecen rosa, / lo cierto es que son carne y no otra cosa». Frederick Luciani enlaza estas palabras con la imagen de Sorel (Luciani, 2004, p. 37). 28  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, vv. 997-1007. «dale cuerda, que ha llegado / como pez simple a tu cebo; / déjale que entre en las redes / a este pájaro inocente; / que si Ricardo lo siente / picar a Ricardo puedes. / Nunca trata el mercader / sólo un género, que quiere / ganar, si en aquél perdiere; / y así ha de hacer la mujer. / Entra y comienza a pelalle. (vv. 997-1007) 29  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, v. 155. 30  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, v. 288. 31  Rivero Gracia, 2005, p. 5. 27 

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en la navegación32. Lucindo no quiere dejarse llevar por «el mar de sus placeres... / porque no hay seguridad, / en la mujer más perfecta»33. Sus analogías entre la mujer y el mar llegan a un clímax cuando advierte: «ni hay pirata que despoje / como una hermosa mujer / que entre los brazos le coge»34. De allí que teme más a la mujer en el puerto que a un pirata en el mar. Ambos, Lucindo y Fenisa, muestran una actitud antagónica hacia el sexo opuesto; y ambos utilizan la mar para resaltar sus inquietudes o deseos. Pero es Lucindo el que va a perder, enamorándose de Fenisa, ya que piensa que solo ha venido al puerto en busca de «Nuevas de un perdido hermano»35. Es entonces que ella asume el rol de una Circe que lo hechiza. Podríamos decir que Sicilia se convierte en la isla de esta maga, sitio dominado por Fenisa en cuyo «palacio» todo hombre hace lo que ella les indica. Como mujer busca vengarse de aquellos que la han burlado, burladora de mercaderes quienes a veces buscan ganancias a través de engaños. El hecho de estar en Sicilia, virreinato de España, transforma el sitio, feminizándolo como isla de Circe, sitio tan bello que retiene a los mercaderes, Lucindo convirtiéndose en un nuevo Ulises36. 32  En El premio del bien hablar (1624), una dama, Ángela, compara su amor con las peripecias de un mercader. Se trata, como explica Ysla Campbell de «la penetración del discurso mercantil en otros ámbitos de significación» (Campbell, 2001, p. 73): «Pasa la mar el mercader que aspira / a enriquecer, y por la extraña tierra / de su querida patria se destierra; / ni el frío teme, ni el calor admira. / Del bien gozoso que su gloria mira / en alta nave su riqueza encierra, / y sin temer del elemento guerra / las ondas rompe, por llegar suspira. / Mas, cuando ya la patria se la daba, / corre tormenta en el vecino puerto, / y halló la muerte cuando no pensaba. / Así por este mar del mundo incierto, / contenta mi esperanza navegaba; / perdonola la mar, matola el puerto» (vv. 447-460). 33  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, vv. 271, 274-275. 34  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, vv. 299-301. 35  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, v. 378. 36  Sicilia aparece una y otra vez en el teatro del Siglo de Oro. Explica C. George Peal: El rey en su imaginación forma parte de «un corpus de obras que durante la segunda y tercera década del siglo xvii constituyó un subgénero de la Comedia Nueva...[comedias] que teatralizaron situaciones relacionadas de una manera u otra con la sucesión de la realeza siciliana... [e. g.], La firmeza en la desdicha, El despertar a quien duerme y El poder en el discreto, todas de Lope; El palacio confuso, No hay reinar como vivir, Examinarse de rey y Amor, ingenio y mujer de Mira de Amescua; Celos, amor y venganza... de Vélez de Guevara» (Peale, 1998, p. 648). Recordemos también la importancia de Sicilia, de Circe y de su palacio en la fiesta cortesana de Calderón El mayor encanto, amor (De Armas, 2016, pp. 236-251).

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Veremos entonces como muestra una falta de límites, y se dedica a esa «adquisición ilimitada» que critica Aristóteles, así como lo demuestra Christoph Strosetzki en un ensayo en esta colección. Ambos, Lucindo y Fenisa, se convierten en mercaderes dedicados a la adquisición ilimitada. Ella quiere adquirir todas las riquezas de Lucindo: «Una nave cargada / de paños, medias y rasos»37. No solo eso sino que quiere la venganza: «El cuerpo en cueros dejalle / y el alma con mataduras»38. Lucindo por su parte quiere el cuerpo y corazón de la dama, pero no sabe todavía que tendrá que comprarlo y que el precio será su ruina, pues no va a regirse por la justa medida aristotélica. Para completar su seducción, Fenisa lleva a Lucindo a su ‘palacio’, donde le muestra su gran colección de arte. Allí se hallan lienzos que captan figuras muy diferentes: Cleopatra, Narciso, Porcia, Adonis y Elena de Troya. Podríamos concluir que cada una de estas pinturas dice mucho cómo la cortesana quiere autofigurarse. Para nuestro propósito, las más importantes son las de tres mujeres de la antigüedad. Cleopatra representa la mujer de gran poderío, alguien que utiliza su belleza y su inteligencia para seducir y conquistar, sea a César o a Marco Antonio. Elena es también mujer deseada por su belleza sin rival, tal que da comienzo a la guerra de Troya. Fenisa se pinta a sí misma como bella, seductora y poderosa. Pero también esconde dentro de esta caracterización su identidad como cortesana. Kay Stanton explica: «For centuries, in Roman writings the historical Cleopatra was routinely —and disparagingly— called regina meretrix, Latin for the ‘prostitute Queen’»39. Siendo reina cortesana, se le consideraba también la mujer más experta en sus tiempos en perfumes, peinados y ungüentos. Con estas cualidades casi celestinescas había podido seducir a Marco Antonio40. Si añadimos a esto que Elena de Troya a veces se representaba como cortesana en el teatro, tenemos entonces casi un decir sin decir. Las pinturas apuntaban no solo a la belleza y poder de esta dama siciliana, sino a sus cualidades de cortesana, algo que no quiere comprender Lucindo. Estas cualidades entonces nos hacen regresar a la idea de Fenisa como una nueva Venus. Recordemos que puede muy bien referirse a la Venus Erycina, a quien las rameras romanas

Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, vv. 432-433. Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, vv. 445-446. 39  Stanton, 2014, p. 69. 40  Pomeroy, 1984, pp. 27-28. 37  38 

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adoraban, haciéndole ofrendas. Una Venus ramera se representaba en la poesía erótica del Siglo de Oro41. Entre Cleopatra y Elena, Fenisa incluye a Porcia, la esposa del más famoso de los asesinos de Julio César, Marco Bruto. Cuando no quiere confiarse de ella y revelarle el complot contra César, ella muestra su firmeza y fidelidad, hiriendo su propio muslo para mostrar que tenía control sobre su cuerpo y su lengua. Al mismo tiempo, encontramos una curiosa equivalencia entre Porcia y prostituta en Julius Caesar de Shakespeare. Ella misma, irritada de que su esposo no comparta con ella sus quehaceres políticos y que solo quiere solazarse con ella, exclama: «Of your good pleasure? If it be no more, / Portia is Brutus’ harlot, not his wife»42. No sabemos si esta frase deriva de otros textos renacentistas. Pero parece que el lienzo de Fenisa la retrata en el momento de su suicidio, tragándose brasas de carbón ardiente al escuchar que su esposo había sido derrotado por Marco Antonio y Octaviano (líderes del segundo triunvirato) en la famosa batalla de Filipo en Macedonia: ... que las brasas, los enojos, con que muere, de amor loca, si le entraron por la boca, me entran a mí por los ojos43.

Por un lado, la presencia de Porcia indica la firmeza, la fidelidad y el sacrificio, cualidades que no coinciden en la caracterización de Fenisa pero que sí ayudan a crear un retrato ficticio de sus cualidades, y por otro lado, el fuego con que muere Porcia le da licencia a Fenisa para hablar del fuego de amor que entra por sus ojos, o sea le permite hablar de su (falsa) pasión por Lucindo. Es así que la colección de obras de arte le ayuda a la cortesana a establecer una falsa figuración, en la que ella es mujer poderosa y seductora pero también leal amante y sumisa.Y en un decir sin decir esconde que es cortesana. Lo que no llega a comprender Fenisa es que sus tres modelos fueron mujeres desgraciadas: Elena sufrió ante el cerco de Troya; Porcia no llegó a disfrutar el poder que deseaba su esposo; y Cleopatra no pudo resguardar a Egipto del poderío de Roma. Al igual que Porcia, se suicida. La comedia, entonces, exhibe el Alzieu, 2000, pp. 4-64. Shakespeare, Julius Caesar, vv. 2.1.275-276. 43  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, vv. 704-707. 41  42 

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poder de la mujer, pero muestra su lado ominoso. En un mundo regido por el hombre, puede que ni la inteligencia ni la belleza femenina puedan sobreponerse. Mientras que se apunta a tres mujeres, solo dos hombres aparecen en las pinturas de Fenisa. Los dos son símbolos de la hermosura masculina. Fenisa puede muy bien imaginarse una nueva Venus adorando o siendo adorada por su ‘joven’ Adonis44. Écfrasis de pinturas de Adonis reaparecen con frecuencia en el teatro de Lope durante este periodo. Tenemos así La viuda valenciana (circa 1600), La quinta de Florencia (circa 1600)45, La prueba de los amigos (1604), y Adonis y Venus (1597-1603)46. Puede que Lope haya podido contemplar la famosa pintura de Tiziano que se exhibía en los palacios de Madrid, o al menos una estampa de ella. El público de los corrales conocería de oídas este lienzo, y así puede subir aún más el capital cultural de Fenisa. Ahora bien, ella sabe que muchos de sus Adonis a veces solo se aman a sí mismos (intentando ser los adorados ante la tropa de hombres que va tras la cortesana), y de allí que Narciso aparezca entre sus pinturas. Al igual que las tres mujeres, estos dos jóvenes tendrán un fin trágico. Es como si la obra nos estuviese planteando las consecuencias de la extrema belleza o hermosura. Aunque en los mitos de la antigüedad tendríamos fines verdaderamente trágicos, tales tragedias adquieren un viso cómico en la comedia de Lope, ya que parte de la belleza de Fenisa se basa en sus adornos, y no hay nada en Lucindo que en realidad lo asemeje ni a Narciso ni a Adonis. Pero nada de esto se apunta en el diálogo. Fenisa alaba a Lucindo, asegurándole que es más Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, vv. 708-714. Morley y Bruerton fechan esta comedia entre 1598 y 1603, añadiendo: «probablemente hacia 1600» (Morley y Brueton, 1968, p. 255). 46  En la primera de estas comedias, uno de los galanes que sirven a Leonarda le trae estampas de cuatro pinturas famosas: Venus y Adonis de Tiziano, el Triunfo de Galatea de Rafael e imágenes de Martín de Vos y Federico Zuccaro. En La quinta de Florencia, César, medio dormido en su quinta en las afueras de Florencia, observa una pintura de Venus y Adonis. Decide que tal mujer tiene que existir en el mundo real y va en su busca. Encuentra a una Laura labradora (De Armas, 2008, pp. 176177). En Adonis y Venus (1597-1603), aunque no hay una écfrasis en sí, podríamos considerar parte de la tercera jornada como una écfrasis dramática que representa el cuadro en el tablado. En La prueba de los amigos, Feliciano, al heredar una fortuna, se olvida de su amada Leandra y se enamora de la cortesana Dorotea. Al mismo tiempo regala sus mejores pinturas a falsos amigos, una Lucrecia y una Venus y Adonis (Lope de Vega, La prueba de los amigos, vv. 1125-1130). Así lo pierde todo y se da cuenta de la falsedad de su amada y de sus presuntos amigos. 44  45 

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hermoso que Narciso; y, apuntando a Elena, lo incita a que la robe al igual que Paris había poseído a la bella griega47. Según Chandra Mukerji, la pintura de esta temprana modernidad mostraba signos iconográficos del nuevo sistema económico48. Pero lo que nos interesa aquí es que esta comedia de Lope presenta la circulación de mercancías y cómo estas pueden afectar la identidad. Al mercader no parece interesarle las mercancías que trae a Palermo, pero sí le atraen a Fenisa, ya que sabe mucho de paños, medias y rasos, y puede muy bien utilizarlos no solo para embellecerse sino también para aumentar su fortuna. A la cortesana le importa la pintura porque la eleva como conocedora de la cultura y opaca sus deseos mercantiles. Como bien explica Jonathan Brown: «The mastery of this lore of painting not only became a prerequisite for ladies and gentlemen, but it even acquired a political dimension in the courts of collector-princes»49. Al interpretar junto con Lucindo las obras de arte en su breve palacio, ambos intentan mostrar su cultura, y hasta imaginarse uno de esos príncipes coleccionistas. Los objetos circulan tras sus palabras, estableciendo nuevos valores e identidades. Y no debe de sorprendernos que todas estas pinturas se encuentren en Sicilia, pues era sitio renombrado por su arte. Al querer comparar a su bella cortesana, ¿desea Lucindo hacerse también dueño de las pinturas? Sabemos, por ejemplo, que cuando Francisco Fernández de la Cueva, octavo duque de Albuquerque, partió del palacio virreinal y de la isla en 1670, llevó consigo una gran colección de arte, robándole a Sicilia mucho de su riqueza cultural. ¿Podríamos pensar en nuestra Circe como personificación de la isla, y a Lucindo como el mercader del imperio que la despoja de sus riquezas? Pero falta una pintura en la colección de Fenisa. Intentando convencer a Lucindo de su sinceridad, exclama en un aparte la cortesana: «Circe, tu deidad imploro»50. Lucindo todavía no llega a comprar lo que vende Fenisa y hasta intenta dejar de comer y beber en su palacio pues ella muy bien puede ser una nueva Circe que ofrece brebajes que transforman a los hombres en animales51. Pero tras darle tantos regalos, guantes, incienso, medias y mucho más, sobre todo palabras, Lucindo ya Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, vv. 715-716. Mukerji, 1983, p. 15; Lezra, 2016, p. 324. 49  Brown, 1995, p. 244. 50  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, v. 750. 51  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, vv. 854-880. 47  48 

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se deja convencer. Fenisa se muestra tan liberal como Alejandro Magno, pero se trata de una falsa generosidad. También con palabras él intenta amarla, convirtiendo su nave en verdadero tesoro, nave de oro, corredor de diamantes, techo pintado por el «...mejor pincel de Europa»52. De nuevo, vemos el creciente valor cultural y comercial del arte, con un techo dentro del bajel decorado por el mejor pincel, sea Rafael, Miguel Ángel, Tiziano u otro de los muchos que aunque de diferentes fechas coexistían como parte del imaginario artístico de la época. Después de más dádivas hasta el criado gracioso, Tristán, se muestra convencido: «pues he visto una mujer / enemiga del dinero»53.Y mientras que Lucindo es poco a poco atrapado en los brazos de esta nueva Circe, la acción secundaria no carece de écfrasis. Dinarda llega a la isla vestida de mujer (don Juan). Albano, por su parte, sospecha que este don Juan es en realidad su amada, que abandonó en Sevilla. La compara con Elena de Troya pintada por Zeuxis54. Mientras que Dinarda solo necesita de una pintura, sabemos que cinco son necesarias para la autofiguración de Fenisa. Puede que no sea coincidencia que Zeuxis necesitó de cinco mujeres para pintar a Juno en Crotona al sur de Italia o en Agrigento en Sicilia55. Puede que la obra indique que Dinarda es más bella que una cortesana que parece regir en Sicilia. Fenisa se enamora de este don Juan/Dinarda, un hombre más bello que Elena de Troya. Albano ha venido a Sicilia a servir al Nuevo virrey, Lorenzo Suárez de Figueroa y Córdoba, segundo Duque de Feria (1559-1607), quien sirvió en este puesto entre 1602-1606. La comedia parece crear una distinción de clases. Mientras que el noble Albano intenta desvelar los engaños que surgen a través de disfraces, el mercader se deja engañar por el disfraz de la cortesana. La obra comienza presentándonos el triunfo de Fenisa, una nueva Circe que controla la isla y sus habitantes con sus magias verbales, sus trazas y decorados. Es mercader de sí misma. Tiene una Elena entre sus pinturas, para rememorar que con su belleza ella siempre triunfa. Lo curioso es que se deja vencer por otra Elena, o sea Dinarda disfrazada de Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, v. 955. Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, vv. 1231-1232. 54  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, v. 1289. 55  Cicerón localiza la pintura en Crotona, aunque Plinio propone que se hizo para el templo en Agrigento. Los dos escritores clásicos coinciden en que se pintó para el templo de Hero/Juno. Cicerón revela que el sujeto es Elena de Troya (Mansfield, 2007, p. 20). 52  53 

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don Juan. Dinarda hasta utiliza una segunda imagen que proviene de la colección de Fenisa. Enamorándola, le dice: «fuesen tus ojos la fuente, / y yo tu loco Narciso»56. Las pinturas se rebelan contra Felicia, los objetos con que se autofigura son mejor utilizados por otro. Aunque burla a Lucindo, el cual le había prestado dos mil ducados para que salve a un hermano condenado a muerte (historia fingida), el mercader regresa en la tercera jornada para convertirla en una burladora burlada. Apuntando a los «paños y sedas de Valencia / y cien pipas de aceite registradas»57. Lucindo está seguro de que puede contar con la codicia de la cortesana para burlarla58. Al final, nada le queda a Fenisa, ni amante ni riquezas. Es como si representando un antiguo poder siciliano, ella haya querido vencer a los españoles que llegan a su tierra. Pero ha perdido la batalla: el trigo de Sicilia sigue alimentando al imperio. El anzuelo de Fenisa es una curiosa comedia que trata del mundo mercantil del Mediterráneo, donde Sicilia siempre recuerda la isla de Circe, un sitio que encanta. Allí, Fenisa intenta reinar, transformando mercaderes en súbditos. Pero ella misma cae en su propia trampa. No es la única que puede utilizar objetos y mercancías para adquirir una nueva identidad. El mercader sabe cómo revestirse de falsas riquezas para burlarla. La obra acaba con el triunfo del mercader, el cual ha podido vencer el arte y las trazas de una cortesana. Rosa Navarro Durán intuye el éxito popular en la caída de la cortesana: «El aplauso del público al ver a la que engaña engañada, a la avariciosa castigada, a la cortesana sin escrúpulos, sin dinero y sin amor»59. Pienso que la obra es más sutil y equilibrada. Al final, Lucindo se precia de su anzuelo y de haber logrado un «dorado gato», desmitificando al Jasón del vellocino de oro60. La relación antagónica entre estos dos puede que muestre no solo las cualidades positivas de Lucindo, sino también su posición analógica frente a Fenisa. Ambos se dejan llevar por la codicia y falta de límites; ambos caen en la adquisición ilimitada y cuentan con la circulación de objetos de belleza, con el engaño o al menos las tretas de los negocios. Ni siquiera el arte parece cumplir una función didáctica, pues como todo objeto puede interpretarse de diversas maneras y servir diferentes Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, vv. 1435-1436. Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, vv. 2733-2734. 58  Navarro Durán, 2011, p. 34. 59  Navarro Durán, 2013, p. 35. 60  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa, v. 2960. 56  57 

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propósitos, desde la seducción al desengaño. Y estas pinturas se hallan dentro de una obra de teatro, donde el engaño escénico, en su aspecto metateatral, refleja un mundo de engañosas apariencias, donde el mercader se deleita en exhibir las mercancías en el gran mercado del mundo61. La cortesana y el mercader invitan a que se compren sus mercancías, a que circulen; a que los espectadores se deleiten con la festiva y desengañada trama de Lope de Vega, quien como poeta apunta a su rol como nuevo mercader de un gran teatro del mundo. Bibliografía Textos citados y consultados Arco y Garay, Ricardo, La sociedad española en las obras dramáticas de Lope de Vega, Madrid, Escelicer, 1941. Arce, Joaquín, Literaturas española e italiana frente a frente, Madrid, Espasa-Calpe, 1982. Alzieu, Pierre, Jammes, Robert y Lissorgues, Yvan, Poesía erótica del Siglo de Oro, Barcelona, Crítica, 2000. Blondell, Ruby, Helen of Troy: Beauty, Myth, Devastation, Oxford, Oxford University Press, 2013. Borin, Françoise, «Judging by Images», en A History of Women in the West: iii. Renaissance and Enlightenment Paradoxes, ed. Natalie Zemon Davies y Arlette Farge, Cambridge, The Belknap Press of Harvard University Press, 1993, pp. 187-253. Brown, Jonathan, Kings and Connoisseurs. Collecting Art in Seventeenth-Century Europe, Princeton, Princeton University Press, 1995. Calderón de la Barca, Pedro, El gran mercado del mundo, ed. Ana Suárez Miramón, Pamplona/Kassel, Universidad de Navarra/Reichenberger, 2003. Campbell, Ysla, «La otra imagen del indiano en algunas comedias de Lope de Vega», Teatro: Revista de Estudios Culturales/A Journal of Cultural Studies, 15, 2001, pp. 69-81. 61  Esta visión del mundo recuerda los dos autos de Calderón, El gran mercado del mundo (entre 1635 y 1640) y El gran teatro del mundo (escrito en la década de 1630). En el mercado, la Soberbia vende «las ricas telas y rizas plumas» (v. 861); la Humildad vende «Sayales, / hábitos de las penas y los males» (vv. 868-870); mientras que la Lascivia «Breves flores, / que soy toda accidentes y colores» (vv. 876-787). Hay aquí, al igual que en la comedia de Lope, un paralelo con la pintura. La Gula (Apetito) vende «Pinturas, que pintadas / todas mis glorias son imaginadas» (vv. 892-893).

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El arte de negociar el iustum pretium. Mercaderes, amigos y amantes en El amigo hasta la muerte de Lope de Vega Agnieszka Komorowska Universität Mannheim

Introducción La amistad ideal, según Aristóteles, es una relación desinteresada entre dos hombres iguales en la posición social y sobre todo iguales en la virtud1. Las comedias del Siglo de Oro están pobladas por jóvenes galanes defendiendo a sus amigos ‘hasta la muerte’2, pero estas amistades no vienen sin conflictos de intereses3, los cuales cuestionan la posibilidad de cumplir con el ideal de la vera amicitia4. Si muchos de estos conflictos están relacionados con asuntos de amor, no pocos giran alrededor de preocupaciones económicas5.

Ver Aristóteles, 2006. Así el título de nuestra obra de Lope, El amigo hasta la muerte, que será el centro de este artículo. Para una introducción al tema de la amistad en el teatro del Siglo de Oro, ver Zugasti; 2001, para un estudio del tema en el teatro de Lope de Vega, ver González-Barrera, 2008. 3  Ver Gil Osle, 2013. Para otros estudios interesantes sobre el tema de la amistad, ver Münchberg y Riedenbach, 2012; Liuzzo Scorpo, 2014; Langer, 1994; y Classen y Sandidge, 2010. 4  Para una descripción de la amistad en la cultura grecolatina, ver Stern-Gillet, 2014; para el motivo en España, sigue siendo importante Avalle-Arce, 1957. 5  Para un estudio de asuntos económicos en el teatro del Siglo de Oro, ver Schuchardt y Urban, 2014; Alloza Aparicio y Cárceles de Gea, 2009; y Pedraza Jiménez, González Cañal y Marcello, 2016. 1  2 

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Escuchamos las palabras del gracioso Guzmán en la comedia lopesca El amigo hasta la muerte (1610-1612)6, cuando describe en términos de un negocio ruinoso la amistad entre su amo, don Bernardo, hijo de un rico mercader sevillano, y don Sancho, un caballero noble pero pauperizado:

El hierro en oro nuestra edad convierte por el valor de dos amigos tales, pues quieren ser en la lealtad iguales, pagándose el amor hasta la muerte. Sirena es la amistad que mata y llora, el amigo más cándido murmura, la fama quita y el honor desdora. Prestar y confiar es gran locura, que en amigotes de los que hay agora, ni deuda ni mujer está segura7.

En vista de una amistad excesiva, que gasta energía y amenaza el orden establecido, no es casualidad que el lamento de Guzmán esté inspirado por la semántica mercantil de pagar, prestar y tener deudas. En El amigo hasta la muerte el mundo de los mercaderes sirve de escenario para un conflicto entre el valor ético de la amistad y los valores económicos, representados sobre todo por los mercaderes indianos en Sevilla. Lope de Vega trata el tema de la amistad en varias de sus comedias: la amistad aparece en el título de La amistad pagada, El amigo por fuerza, Amistad y obligación, y cobra también protagonismo en la comedia La boda entre dos amigos. Sin embargo, la comedia El amigo hasta la muerte destaca en este corpus por dos razones. Primero, porque extiende el ambiente de la comedia urbana a una trama situada en la cautividad morisca en Tetuán8. Segundo, señala su importancia para el tema de esta publicación: El amigo hasta la muerte forma parte de las comedias 6 

Datos de la redacción de la comedia según Morely y Brueton, 1968, pp. 278-

279. Lope de Vega, El amigo hasta la muerte, p. 161, vv. 3250-3259. En lo que sigue, citado en el texto con numero de página y de verso según la edición de Badía Herrera, 2012. 8  En su edición crítica, Badía Herrera la clasifica diciendo «[...] a la estructura englobante propia de una comedia urbana se subordinan secuencias de drama historial de frontera morisca», Badía Herrera, 2012, p. 3. 7 

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indianas del Fénix9 con el enfoque en Sevilla como el sitio de acción de ricos mercaderes. La comedia trata de la amistad perfecta entre los dos galanes ya mencionados, viviendo en Sevilla en los tiempos de Felipe II: don Sancho, un joven caballero de línea noble, pero pauperizado, y don Bernardo, hijo de don Felisardo, mercader indiano rico. Felisardo, el pater familias, y principal del oikos en el sentido aristotélico, tiene dos hijos más: el hijo calculador y egoísta, don Federico, mercader como su padre, y la hija doña Ángela, a quien el padre quiere casar con don Otavio, un rico mercader extranjero. Don Sancho decide renunciar al amor de su dama, Ángela, para evitar a su amigo un conflicto entre amistad, voluntad paternal e interés económico. Siendo demasiado pobre para poder pretender el matrimonio con la hija del mercader rico Felisardo, don Sancho parte a Lisboa sin despedirse de su amigo Bernardo. Este noble desistimiento por amistad será imitado por Bernardo quien, por su parte, renuncia a la boda secreta con su dama Julia —a quien su padre quiere casar con el mismo Otavio, quien parece cambiar sus preferencias y por tanto representa al mercader inconstante y decadente10—. La renuncia de don Bernardo se completa cuando él se entera por su hermano Federico (quien también está enamorado de Julia, despreciando las leyes de las obligaciones fraternales) de que Sancho es cautivo del moro Salí Jafer en Argel. Junto con el gracioso Guzmán, Bernardo parte a la búsqueda de su amigo y le encuentra en Tetuán. Se suceden muchas situaciones más: para evitar que Otavio se case con la dama de su amigo, don Sancho, después de su feliz liberación por Bernardo, quien queda cautivo en Tetuán en su lugar, pretende amarla, con lo que provoca la desconfianza de su amigo. Cuando el malentendido se resuelve, Lope de Vega pone en escena una variante del motivo del cuento de los dos amigos11: para ayudar a Bernardo en una cita nocturna con su dama, Sancho mata, sin saberlo, a Federico, el hermano de su amigo. Acto seguido, Bernardo se acusa del asesinato de su propio hermano y quiere ir a la cárcel en lugar de su amigo Sancho. Al final, las bodas felices se llevan a cabo con la intervención ex machina del rey Felipe II: el rey se entera de la lealtad de los dos amigos y los perdona y, así mismo, enternecido por el ejemplo, el rico mercader Otavio renuncia a Julia y a Ángela, y cada amigo se puede casar con su dama. Ver Campell, 2001, y Cornejo, 2001. Ver Badía Herrera, 2012, p. 11. 11  Para un estudio del motivo de los dos amigos ver Avalle-Arce, 1957. 9 

10 

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Si, al principio, puede parecer que se tratara de una oposición evidente entre mercaderes interesados y amigos nobles, cabe mostrar que la oposición entre valores éticos y valores mercantiles es mucho más compleja. En El amigo hasta la muerte, el discurso de la amistad está contagiado por el discurso mercantil. En lo siguiente, se trata de demostrar que la búsqueda excesiva e interminable de los dos amigos de igualarse en la amistad amenaza el orden social y la economía de afectos: en analogía al insaciable apetito de dinero de los mercaderes, en El amigo hasta la muerte, el deseo de satisfacer al amigo es señal de un desorden en el oikos, lo cual —y eso será el segundo punto del argumento— solamente una negociación del precio justo puede resolver. Este pretium justum es la mesura del justo medio y de la justa igualdad, y permite a unir los valores mercantiles y los éticos porque sirve como balanza entre los dos mundos, intentado regular la fluidez de los afectos y de los negocios. En aguas movidas: los mercaderes sevillanos y la economía de afectos Ambientando la acción de la comedia en Sevilla, Lope la localiza en el eje central del comercio español de su tiempo. Esta localización permitiera al Fénix una puesta en escena de su saber económico y, al mismo tiempo, una elaboración del imaginario de la bella capital andaluza para dar un color local a su comedia12. Proponemos contextualizar este saber económico en términos de una economía de afectos cristalizada en la metáfora de la fluidez del agua y de las corrientes13. A través de esta metáfora, una comparación entre el imaginario sevillano del Fénix y del escolástico Tomás de Mercado, uno de los primeros teóricos economistas españoles, nos permitirá analizar la imagen de los mercaderes en el Siglo de Oro14. El famoso puerto de Sevilla, que obtuvo por la Real Cédula del 14 de enero de 1503 el monopolio del comercio con las Indias15, y el río 12  Para un estudio de Sevilla como lugar de los indianos en las comedias de Lope de Vega, ver Cornejo, 2001. 13  Para el vínculo entre la metáfora del mar y sus corrientes y el comercio con las Indias, ver Yun, 2004. 14  Para un estudio de la imagen del mercader en la obra de Tomás de Mercado ver Strosetzki, 2016. 15  Cornejo, 2001, p. 98.

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Guadalquivir, que pasa por la ciudad, tienen un papel importante en el imaginario de las riquezas. Así, dice don Sancho en un elogio, en la comedia lopesca:

Claro, cristalino río, ansí tus ondas celebren los ingenios milagrosos que nacen donde tú mueres; así del árbol de Palas corones tus blancas sienes entre perlas y corales que las dos Indias te ofrecen; ansí tus espaldas blancas doradas barras sujeten, que a tu gran señor Felipe rindas de seis a seis meses; así, Sevilla y Trïana engasten eternamente el diamante de tus aguas, anillo de tantos reyes; así, a la Torre del Oro tus barcos de plata besen y truequen flamencas urcas sus holandas a tu nieve; que a Sanlúcar me lleves a ver aquel mi amigo hasta la muerte. (pp. 115-117, vv. 2170-2191)

Sevilla está figurada en su importancia para todo el reinado, simbolizada por las riquezas, la plata y el oro, que entran en España por su puerto de las Indias, nutriendo al país. Es por el comercio con las Indias que el padre Felisardo ha ganado su fortuna, igualmente que su hijo Federico y el rico mercader italiano Otavio, pretendiente de doña Ángela. No es coincidencia que uno de los más importantes tratados del siglo xvi sobre los mercaderes, la Suma de tratos y contratos de Tomás de Mercado (publicada en 1569 en Salamanca y reeditada en Sevilla, en 1571), trazara una imagen semejante de la rica ciudad. Escrita durante la estancia sevillana del catedrático, y producto de su experiencia cotidiana con los mercaderes sevillanos, la obra, redactada con la intención de aconsejar y de instruir a los mercaderes, presenta a la ciudad como sede de los mercaderes:

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Lo uno, como es puerto de mar Océano por el río de Guadalquivir, tan celebrado entre todos los autores antiguos, aun extranjeros, que llega desde Sanlúcar hasta ella, por donde se entra y sale a tantos reinos cercanos y remotísimos, es la puerta y puerto principal de toda España, a do se descarga lo que viene de Flandes, Francia, Inglaterra, Italia y Venecia, y, por el consiguiente, de do se provee todo el reino de estas cosas que de fuera se traen. A esta causa siempre hubo en ella grandes, ricos y gruesos mercaderes y fue tenida por lugar de negociantes16.

Sevilla está marcada por el imaginario del río, de sus corrientes, simbolizando así un mundo en continuo movimiento económico y social. Gracias a sus riquezas ganadas en el Nuevo Mundo, los mercaderes tienen un capital económico tan importante que se impone en la sociedad urbana y cortesana y entra en competencia con el capital simbólico de los nobles. La descripción del río como pasante de riquezas permite a Tomás de Mercado constituir una valorización de los mercaderes: Así, de este tiempo acá, los mercaderes de esta ciudad se han aumentado en número, y en sus haciendas y caudales han crecido sin número. Hase ennoblecido y mejorado su estado, que hay muchos entre ellos personas de reputación y honra en el pueblo, de quienes con razón se hace y debe hacer gran cuenta, porque los caballeros por codicia o necesidad del dinero han bajado, ya que no a tratar, a emparentar con tratantes, y los mercaderes con apetito de nobleza e hidalguía han trabajo de subir, estableciendo y fundando buenos mayorazgos17.

Esta valorización positiva del mercader, la encontramos igualmente en la comedia de Lope18. Según Badía Herrera, son sobre todo las «resonancias históricas que focalizan la atención sobre la figura de Alonso Pérez de Guzmán, VII duque de Medina Sidonia»19, que permiten a Lope una alabanza del mundo de negocios. En El amigo hasta la muerte podemos seguir al noble y generoso comportamiento del duque de Medina, personaje de la comedia que ayuda a los dos amigos y se muestra comprensivo en cuanto a sus valores: Mercado, 1977, p. 62. Mercado, 1977, p. 63. 18  Para el estudio de la imagen positiva de los mercaderes indianos en la obra de Lope, ver Campbell, 2001. 19  Badía Herrera, 2012, p. 3. 16  17 

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[...] el duque de Medina Sidonia representa a aquel sector de la nobleza que valoraba la importancia del comercio y la valía humana. Un posicionamiento ideológico que determina el devenir de la acción dramática y permite inferir que es precisamente esta la óptica desde la que está escribiendo el dramaturgo20.

Sigue Badía Herrera: [...] la insistencia en todo relacionado con «Guzmán» a lo largo de la comedia obedecería a la aspiración por parte del dramaturgo de obtener su mecenazgo. Quizá Lope estaba utilizando a su trasunto en la ficción para mostrar una aspiración a obtener, en la realidad, el patrocino del duque de Medina Sidonia21.

El duque, al ser una persona muy importante en la Sevilla de aquellos tiempos, es descrito por Lope como un hombre noble abierto a la lógica del mundo de negocios, operando así una revalorización de los mercaderes, cuya influencia era cortejada no solo por nobles pauperizados, sino también por poetas en búsqueda de un mecenas. A pesar de estos enlaces provechosos, los flujos de capital económico y simbólico entre los grupos sociales conllevan una desregulación de las posiciones sociales. Con la importancia de los mercaderes en las ciudades, su ascenso social amenaza la posición de los nobles. Lo vemos en el caso de don Sancho, quien, siendo el único personaje central con descendencia noble22, será marginalizado por los mercaderes: rechazado por el rico indiano Felisardo (quien no lo quiere como yerno), aventajado por Otavio, rico mercader también, y huido de su amigo Bernardo y su dama Ángela, por ser ellos demasiado ricos para que Sancho pueda pretender entrar en su familia. Así, no es por casualidad que la huida de don Sancho se haga por el río Guadalquivir, y que parta —pasando por Lisboa— a buscar, por su lado, la suerte en las Indias. La imagen de los mercaderes tiene doble cara en la obra de Lope23 y en la teoría de Tomás de Mercado. Otra vez es a través de la imagen de las corrientes del mar que el escolástico desarrolla sus ideas. Esta vez Badía Herrera, 2012, p. 7. Badía Herrera, 2012, p. 9. 22  Fuera del duque de Medina Sidonia y del rey, por supuesto. 23  Cornejo demuestra que muchas de las comedias sevillanas e indianas del Fénix están caracterizadas por una desvalorización y un desprecio de los mercaderes: 20  21 

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se trata de describir con esta metáfora el flujo de las pasiones descontroladas. Tomás de Mercado toma el lado peligroso del mar como ejemplo de un apetito desmesurado de los mercaderes24. En el capítulo xxiii, «Del pasaje de Europa a las Indias Orientales y Occidentales», escribe: «En otros tiempos, y en los nuestros también, do moderan las gentes sus pasiones, por gran hazaña se tuviera navegar en invierno y por medio milagro llegar en salvo do van»25. Según el teólogo, la moderación de las pasiones hace falta en los comercios navales y domina la desmesura de los mercaderes, quienes «tratando por la mar» traspasan la buena medida y «no tienen cuenta con el tiempo»: Por lo cual este navegar a todos tiempos non temiendo cosa tan temerosa, este tomarse a brazos unos hombres con el cielo y dos elementos tan horribles, muestra estar dados a su codicia, que aun de lo natural que tienen antes los ojos se descuidan, cuanto más de lo divino y espiritual26.

La conclusión de Tomás de Mercado conlleva una reflexión filosófica: No entiende esta gente cuán verdadera y general es la sentencia de Hesíodo, autor griego, que dice «Solo el necio ignora que la mitad es más que el todo», regla que más la enseña la experiencia que las palabras, pero, no obstante la contrariedad de vocablos, es una doctrina admirable, dicha con sutileza e ingenio. [...] Si los mercaderes pretendiesen ganar poco, seríales esto poco más que el mucho que ahora desean; cargarían de contado; partirían a buen tiempo, serían allá muy mejor recibidos y con tales medios habría muy raras pérdidas. Mas, cuando no hay moderación en el desear, no hay modo en el negociar, y el negocio desaforado no puede no precipitar al tratante en el profundo de la pobreza, porque para todos, para mercaderes y merchantes, cambiadores y banqueros, aseguradores y almojarifes, es muy provechosa la regla de Hesíodo [...]27.

dejando a sus pretendientes ricos, las damas eligen a galanes nobles y las finales felices se hacen sin los mercaderes indianos. Cornejo, 2001, p. 115. 24  Para una interpretación del fracaso marítimo como metáfora del mundo mercantil ver Wolf, 2013. 25  Mercado, 1977, p. 247. 26  Mercado, 1977, p. 249. 27  Mercado, 1977, pp. 248-249.

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Según el escolástico, la economía afectiva de los mercaderes es tan tormentosa y desreglada como las aguas movidas del mar, así ellos, deslumbrados por su codicia y su deseo insaturable de dinero, ya no las temen. La referencia a la sentencia de Hesíodo sirve de remedio y de cura sui en el sentido de la filosofía griega28. El aprecio del justo medio es igualmente central para la ética de Aristóteles, tan importante en el pensamiento del Siglo de Oro. Basta acordarnos de su definición en la Ética a Nicómaco: Es, por consiguiente, la virtud un estado electivo que se encuentra en la condición media relativa a nosotros, el cual se define con la definición con que lo definiría un hombre sensato.Y es una mediedad entre dos vicios: el uno por exceso, el otro por defecto29.

La desregulación concierne también al mundo afectivo en la comedia El amigo hasta la muerte de Lope, porque el apetito de los mercaderes indianos parece ser —en varios puntos— desmesurado. Federico, mercader como su padre, Felisardo, está caracterizado por su apetito hacia Julia, la dama de su hermano, y su insistencia en perseguirla no conoce límites. Cuando Julia le recuerda que debería guardar más «decoro» por su hermano y renunciar a cortejarla, Federico ignora las leyes del honor y del amor fraterno e inscribe su cortejo en las palabras de competencia mercantil: «Donde hay competencia igual, / que venza el que más pudiere. / ¿Qué calidad, qué riqueza / tiene, mientras no heredó, / don Bernardo más que yo?» (pp. 27-28, vv. 55-59). En su deseo hacia Julia, Federico intenta a alejar a su hermano de Sevilla y lo expone a los peligros de un viaje por el mar hacia Tetuán. Federico se destaca como homo œconomicus avant la lettre30. Por un lado racionaliza su deseo, calculando gastos y ofreciéndole joyas para obtener su corazón, por otro lado su deseo por la prometida de su hermano es desmesurado, como lo es el apetito de los mercaderes por la acumulación de las riquezas. El fracaso de Federico en el mar de sus pasiones es completo: acechando a Julia bajo su ventana, será descubierto por Sancho y al insistir en su derecho de cortejar a la dama ajena, encontrará la muerte. Si Sancho se a­ rrepiente 28 

Para una reflexión teórica de la cura sui en la filosofía griega, ver Foucault,

1984. 29  30 

Aristóteles, 2016, libro II, 61106b-1107a, p. 100. Para una discusión de los rasgos del homo œconomicus, ver Vogl, 2002.

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del asesinato cuando descubre que el ofensor ha sido el hermano de su amigo, el veredicto en la teleología de la comedia queda claro. Otro ejemplo del apetito desmesurado es el del rico mercader Otavio, el «señor italïano» (p. 61, v. 902), quien vacila entre las dos damas, Ángela y Julia. «No sé si es condición o si es deseo / de mejorar las bodas que he tratado» (p. 100, vv. 1787-1788), suspira Otavio cuando se da cuenta de que desea a ambas damas. En sus cálculos para saber cuál matrimonio le será más provechoso, Otavio, a quien ni el honor ni las promesas pueden parar en su inconstancia, pone dos casas en competencia. Ambos padres, don Felisardo y don Ricardo, no pueden sustraerse a la influencia del dinero del posible yerno. Cuando Felisardo, preparando la boda de su hija, Ángela, con el mercader italiano, se entera de que este ha cambiado de opinión y prefiere casarse con Julia, aconseja al padre de la nueva novia. Ricardo considera rechazar a Otavio para no hacer agravio al honor de Felisardo: «Sin haceros la salva que debía, / con mucha cortesía, no le diera / mi hija, aunque supiera que heredaba / las Indias, pues bastaba haber tratado / con vos lo que ha pasado» (p. 91, vv. 1559-1563). Felisardo, por su parte, le contesta de manera racional: «Que más discreto ha sido, no os lo niego. / Y así, Ricardo, os ruego hagáis su gusto» (p. 91, vv. 1574-1575). En este trato, Felisardo, el tercer mercader de la comedia, destaca por su comportamiento racional. No obstante, las aguas movedizas de las pasiones mercantiles también agitan a este pater familias. Al contrario de los dos mercaderes jóvenes, Felisardo, siendo uno de los personajes más complejos de la obra, destaca por la búsqueda del justo medio. Es a través de la polémica entre Felisardo y sus hijos, Bernardo y doña Ángela, que la comedia reflexiona sobre cómo armonizar los afectos y restablecer el equilibrio. Lo hace introduciendo la idea del precio justo para poner mesura, lo que cabe analizar en la siguiente parte de este trabajo. Los mercaderes: negociando el precio justo No basta que en la representación de una Sevilla de negocios y de sus negociantes famosos, como el duque de Medina Sidonia, Lope sepa presentar su saber sobre los acontecimientos económicos de su época. La comedia El amigo hasta la muerte representa también una discusión de las teorías económicas de los siglos xvi y xvii, en particular del debate del precio justo, tan importante para el pensamiento económico

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y ético de la escuela de Salamanca31. Este debate intenta, entre otras cosas, responder a los cambios en la estructura social que conllevaba la colonización de América y el flujo de personas y bienes entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Se trataba de proponer une teoría aristotélica de la justa medida a un mundo con apetitos y cambios desmesurados. Se está estableciendo un nuevo orden, donde las posiciones sociales pueden cambiar de manera radical, lo que demuestra el trato y, sobre todo, el comercio con personas prácticamente desconocidas. Basta recordar a los mercaderes, banqueros y cambiadores que pueblan la bolsa y las ferias, instaurando un modo de relación que parece desordenado comparado con los intercambios basados en las relaciones personales y familiares. Para confrontar estos cambios se trata de establecer una justa medida. La idea del precio justo es regular los precios y las relaciones sociales bajo el concepto de igualdad. Así lo dice Tomás de Mercado: Mas es digno de saber cómo viviendo y tratando con muchos en ventas y compras, préstamos y cambios, podrá la persona no agraviar a nadie: ciertamente, dando a cada uno, como dicen, lo suyo, esto es lo que le pertenece y conviene, ora sea hacienda, ora sea honra —porque no solo posee cada uno su hacienda particular y se le debe dar, sino también la reverencia y obediencia que su estado y el nuestro pide—. A esto, conviene a saber, dar a cada uno lo que le conviene y viene de derecho, llaman los teólogos hacer igualdad. Dice Santo Tomás, que es nuestro príncipe: Propio es de la justicia hacer igualdad en los contratos humanos. E igualdad es ajustar dos cosas disímiles, como un caballo y cien ducados, en la esencia diferentes, vienen a ser iguales en la estima si los vale. [...] De arte que el contrato para ser justo pide igualdad, no en las personas que contratan, que esas pueden y suelen ser muy diferentes, sino en las cosas que se contratan, y estas no en la naturaleza, sino solamente en el valor y estima32.

En la comedia El amigo hasta la muerte las negociaciones entre valores morales, sociales y económicos se hacen mediante el precio justo de la mano de doña Ángela. Según Ángela y su hermano Bernardo, el deseo de su padre de casar a la hija con un rico mercader surge de su interés desmesurado hacia la riqueza. A la voluntad paternal le responde Ángela: «no será casarme a mí, / sino a ti con su riqueza» (p. 58, vv. 82531  Para una introducción al pensamiento económico de la escuela de Salamanca sigue siendo una referencia clave la monografía de Grice-Hutchinson, 2005. 32  Mercado, 1977, pp. 49-50.

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826). Intentando convencer al padre de desistir de la boda, Bernardo le reprocha: «Haces a tu honor agravio» (p. 122, v. 2292). Cuando Ángela se desahoga con su hermano del proyecto paternal, ella rechaza al pretendiente con las palabras siguientes: «Es rico y no es a mi gusto. / Y, sin gusto, no hay riqueza / porque la naturaleza / se contenta con lo justo» (p. 46, vv. 530-533). Bernardo le responde, aludiendo al concepto de valor del iustum pretium:

Mal mi padre considera el peligro a que te pone. No me diga que le abone la esperiencia con la edad, que hacienda sin calidad mucho el valor descompone. Lo que a ti bien te estuviera era un noble caballero, a quien diera su dinero y él su calidad te diera; que, cuando muy pobre fuera, fuera muy rico a tu gusto; que casarte con este rico extranjero es venderte por dinero, y no por el precio justo. Un hombre, al parecer mío, como don Sancho era bueno. De tantas virtudes lleno y de tan gallardo brío, cuya nobleza te fío como quien tan bien la sabe: blando, apacible, süave, cuerdo, discreto, animoso; entre humildes, amoroso, y, con soberbios, grave. (pp. 47-48, vv. 536-561)

En analogía con la teoría de Tomás de Mercado, según la cual se trata de «dar a cada uno lo que le conviene y viene de derecho»33 para establecer igualdad, Bernardo intenta definir el valor de la mano de su hermana.

33 

Mercado, 1977, p. 49.

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Ostensiblemente, se trata, para Bernardo, de una desvalorización de la riqueza sin nobleza, y de la revalorización de una nobleza de cuna y de alma. Por consiguiente, hace hincapié en las «tantas virtudes» de don Sancho, en su discreción, cordura y amor. Pero, detrás de sus alabanzas y de la insistencia en el valor personal de su amigo, podemos divisar un cálculo digno de su herencia mercantil. Según los cálculos de Bernardo, un matrimonio con el rico mercader Otavio sería solamente una acumulación de «hacienda sin calidad» porque al italiano le falta lo que necesita Ángela para poder ascender en su posición social: la nobleza. Casándose con el noble pero pobre caballero don Sancho, ambos ganarán en el negocio: «a quien diera su dinero / y él su calidad te diera». Cabe repetir las palabras ya citadas de Tomás de Mercado para enfatizar que se trata de un caso de igualdad en el sentido económico: «De arte que el contrato para ser justo pide igualdad, no en las personas que contratan, que esas pueden y suelen ser muy diferentes, sino en las cosas que se contratan, y estas no en la naturaleza, sino solamente en el valor y estima»34. Desde esta perspectiva, la oposición de don Bernardo y doña Ángela a su padre no resiste una lectura crítica. Lo que parece ser una oposición fundamental, es decir, lógica mercantil versus lógica ética basada en la virtud personal, no lo es, por lo tanto. Cuando don Bernardo pregunta al padre por qué no le permite a doña Ángela la boda con el noble Sancho, siendo él mismo rico, Felisardo le contesta: Felisardo comprueba ser un pater familias preocupado por el orden de su oikos. Le ruega a Bernardo quedarse en el margen del orden establecido de su clase social y seguir el ejemplo de la carrera mercantil del padre y del hermano, Federico. Bernardo, por su parte, insiste en traspasar el oikos paternal con su ambición de ascenso social y le contesta: «¿Y con eso te ennoblece, / padre y señor, Federico?» (p. 122, vv. 2328-2329). La respuesta del padre es impositiva:

34 

Bástame a mí ser hidalgo. ¿Qué me puedes tú aumentar con don Sancho, que ha de dar fin a cuanto soy y valgo? ¡Lindo consejo me has dado! Aunque tu amor significa

Mercado, 1977, p. 50.

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que meta en mi casa rica un yerno necesitado. ¡Deja de ser caballero, trata como yo! (pp. 122-123, vv. 2310-2319)

Ambos, padre e hijo, insisten en sus valores. Sin embargo, a pesar de la crítica de sus hijos ‘modernos’, Bernardo y Ángela, y de sus deseos transgresivos35, Felisardo no está solamente deseoso de acumular dinero. Es un personaje más complejo, que vacila entre una economía mesurada y la crematística desmesurada según los conceptos de Aristóteles36. Recordemos la división de Aristóteles entre la oikonomía, es decir, los esfuerzos del jefe de la casa para mantener al oikos, a la familia y la hacienda, y la crematística, a acumulación del dinero, el tratar y hacer negocios para enriquecerse. Si la primera es parte del comportamiento del pater familias virtuoso, porque actúa según el ya mencionado justo medio, la segunda es condenada por ser desmesurada.Tomás de Mercado lo repite en el capítulo iv, «Del fin e intención que debe tener el mercader en sus tratos», de su Suma de tratos y contratos: Do es muy de advertir que no es lo mismo querer ganar de comer y querer enriquecer, que la una voluntad es buena y recta, la otra viciosa y perniciosa. El apetito de sustentarse a sí y a su familia es natural, más el deseo de las riquezas es abominable37.

Si intentamos localizar a Felisardo dentro de este margen, lo vemos preocupado por el bien de la familia, pero, al mismo tiempo, actuando como mercader que quiere acumular más capital:

Amor me tiene fuera de mí. Deseo a mis hijos dar, mientas vivo, algún descanso

Cabe recordar que la oposición al poder paternal y social es un rasgo típico de la comedia de capa y espada según Ignacio Arellano.Ver Arellano, 1999, pp. 37-72. 36  Para un análisis del pensamiento económico de Aristóteles y su recepción en el Siglo de Oro ver Strosetzki, 2016. 37  Mercado, 1977, p. 82. 35 

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y en procuralle me canso, para poder descansar. Federico ya procura negociar, que yo he ganado, con industria y con cuidado, hacienda y renta segura. Y él sigue mi inclinación. Don Bernardo, por la senda de caballero, encomienda su misma imaginación: da en andar acompañado de nobles, gasta, pasea... no digo que mal se emplea, pero que me trae cansado. (pp. 55-56, vv. 746-763)

Tanto como el padre Goriot en la novela de Balzac, Felisardo gasta su energía intentando proveer a sus hijos y garantizando la riqueza continua en su casa. La frontera entre oikonomia y crematística es muy permeable y es difícil decidir dónde acaba la preocupación por el bienestar de su familia y dónde empieza el deseo por el dinero. No obstante, las palabras del padre arrojan nueva luz sobre el comportamiento de Bernardo, el amigo perfecto de la comedia. Desde la perspectiva de las quejas del padre, su insistencia en los valores nobles, como la virtud y la discreción, parecen ser un deseo de nobleza. En su rechazo de los valores mercantiles, Bernardo sigue la lógica económica, como cabe demostrar en el siguiente apartado de este trabajo, contagiando el valor desinteresado de la amistad con el apetito desmesurado de los mercaderes. El valor de la amistad Si desde la antigüedad todos los filósofos y autores insisten en que la amistad es uno de los valores más nobles, al mismo tiempo hacen hincapié en la escasez de los verdaderos amigos. Aristóteles, en la Ética a Nicómaco, discrimina tres formas de amistad. Por un lado, la amistad por interés y la amistad por placer. Por otro lado, la verdadera amistad, que es la única que perdura y la única que merece este nombre. No es casualidad que su rasgo central sea la ya mencionada igualdad:

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Pero la amistad perfecta es la de los hombres buenos e iguales en virtud; porque estos quieren el bien el uno del otro en cuanto son buenos, y son buenos en sí mismos; y los quieren el bien de sus amigos por causa de estos, son los mejores amigos, puesto que es por su propia índole por lo que tienen esos sentimientos y no por accidente; de modo que su amistad permanece mientras son buenos, y la virtud es una cosa permanente. [...] Es natural, sin embargo, que tales amistades sean raras, porque los hombres así son pocos38.

Los dos amigos de la comedia El amigo hasta la muerte parecen responder a este ideal tomándolo ellos mismos como punto de referencia. Así dice Bernardo de su amigo Sancho:

el que es mitad de mi alma, el Pílades deste Orestes, el Euríalo de Niso, el Hefestïón valiente del más dichoso Alejandro, aunque dos mundos sujete; el Acates de este Eneas, y el Cástor resplandeciente de este Pólux desdichado, que ausente de su luz muere. (pp. 68-69, vv. 1075-1084)

De esta manera, Bernardo inscribe su amistad en el ilustre linaje de la mitología griega. Su comportamiento comprueba sus palabras. La acción de la comedia está motivada por las frecuentes pruebas de amistad, culminando en la insistencia de ambos amigos en querer recibir la pena de muerte al lugar del otro. Hasta el duque de Medina Sidonia y el rey mismo se muestran impresionados y enternecidos por la amistad infalible entre Sancho y Bernardo: «De amigos tan leales, / dice el gran rey que le cuenten / por tercero en su amistad» (p. 170, vv. 3458-3460). No obstante, la amistad carece de la igualdad social, conditio sine qua no en el modelo grecolatino de la amistad39. La amistad entre Bernardo, rico en capital económico pero sin título de nobleza, y Sancho, rico en capital simbólico por su nobleza pero pobre en capital económico, se 38  39 

Aristóteles, 2006, pp. 12-13. Ver Stern-Gillet, 2014.

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destaca por su diferencia social y económica. Es justamente esta desigualdad que provoca la huida de Sancho y los malentendidos y confusiones tan típicos de la comedia de enredo. Cuando Bernardo decide liberar a don Sancho de la cautividad, arriesgando de esta manera su vida por recuperar a su amigo, el gracioso Guzmán subraya la singularidad de su sentimiento amistoso: Guzmán: Bernardo: Guzmán:

Honrado eres. ¿Por qué? Porque a un amigo pobre quieres, que, en esta edad, se buscan los amigos, o poderosos ricos o jüeces, que presten y conviden muchas veces. (pp. 53-54, vv. 710-716)

De hecho, el contraste entre amistad virtuosa y amistad interesada marca el compás en el desarrollo de la acción. Más aún, el contraste sirve para diferenciar la amistad de Sancho y Bernardo de las amistades con interés económico, que suelen dominar, como insiste Guzmán: «Amigo hubiera / que, no digo por treinta mil ducados, / pero por liviandad de un vil deleite, / comiera con su amigo y le vendiera» (p. 53, vv. 694-697). Si al principio la amistad entre el hijo del rico mercader y el noble pauperizado está fuera de sospecha, los enredos y planes discretos conllevan un cuestionamiento de su valor. Cuando Sancho finge ser el amante de doña Julia, la dama de su amigo, para impedir que ella se case con Otavio, su dama y su amigo engañados ponen en tela de juicio el valor de Sancho. La supuesta pérdida de valor se hace en referencia al mundo mercantil, justamente el mundo con el cual Sancho no tiene ningún vínculo. Furiosa, dice doña Ángela: «¡Es traidor!, / ¡es mercader de su talle!: / vende burlas, gana amor» (p. 105, vv. 1906-1909), y sigue: «¡Espera, noble fingido! / ¡Oye, amigo desleal!» (p. 107, vv. 1971-1973). Y del mismo modo se lamenta Bernardo: «No hay en el mundo amistad. / Todo es traición y interés» (p. 114, vv. 2139-2140). No solamente la amistad genera sospechas de interés, aún más, el discurso amical está contagiado por la economía de afectos mercantiles de forma subliminal. Fuera de los enredos y falsas sospechas entre los amigos, las cuales don Sancho sabe disolver en una escena de ­intimidad

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y confianza amical40, el justo medio entre los amigos está perdido. Viviendo en un mundo de negocios, los afectos amistosos terminan contagiados por este ámbito. De hecho, la amistad ideal se transforma en una amistad desmesurada. Motivados por la intención de superar la desigualdad social entre ellos, los amigos entran en una competencia para comprobar cuál de los dos será el mejor amigo. Cuando Bernardo busca rescatar a Sancho de la cautivad de la bella mora Arlaja, propone a su amigo quedarse en su lugar en Tetuán, para que Sancho pueda volver a Sevilla y casarse con Ángela. Pero Sancho protesta: «no has de quedar tú cautivo / por darme a mí libertad, / siendo menos amistad / la que en dejarte recibo, / pues si te quedas por mí, / más me agravias que me honras» (p. 80, vv. 1305-1313). Para evaluar al valor de la amistad, Sancho se sirve de un cálculo basado en la igualdad y la reciprocidad. Para que la amistad entre ambos hombres sea justa, tiene que respetar el justo medio del buen «trato y contrato». Este cálculo por parte de Sancho demuestra que la amistad forma parte de un sistema de valorización y autovaloración más amplio en el cual la honra sigue siendo una escala de valor y posición social. A lo largo de la comedia, Bernardo traspasa este justo medio. Si en el caso de la trocada cautividad Sancho se deja convencer por su amigo, posteriormente la balanza pierde el equilibro y las pruebas de la amistad tornan al exceso. Los amigos se sobrepasan en su intento de ser el mejor amigo y la pregunta surge en cuanto a las razones de esta desmesura. ¿Se trata efectivamente del intento de hacer igualdad? ¿O es más el deseo de sobrepasar al amigo para ganar el honor de ser el amigo más virtuoso? Cuando Bernardo quiere posibilitar la boda de Sancho con doña Ángela pide al duque de Medina Sidonia que le ayude mediante un pequeño engaño, gracias al cual Sancho será rico y, así, digno de la mano de doña Ángela según los valores de su padre: Bernardo pide al duque de Medina Sidonia que finja ser un pariente de Sancho, utilizando esta falsa excusa para darle una renta de dos mil ducados a Sancho, pagados por Bernardo mismo. Con esta propuesta Bernardo gana la estima del duque, quien, para igualarse al capital simbólico de este amigo generoso, añadía de su parte cuatro mil ducados más a esta renta. Lo explica a Bernardo así: 40  En lugar de defenderse con largos discursos de las sospechas, Sancho pide a Bernardo que le dé los brazos y que le muestre su confianza incondicional, pp. 119-120.

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Bernardo: Duque:

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Escucha. No fue olvido, sino ley de una envidia generosa, ver que intentas una cosa digna de un príncipe o rey. Tú le darás los dos mil, yo los cuatro daré. Aun responderte no sé, más si nacieras gentil, en tu imagen te adorara. Y yo en la de tu amistad. (pp. 127-128, vv. 2245-2455)

De este acto de amistad, Bernardo logra, al menos al nivel simbólico, lo que desea para su hermana: un ennoblecimiento (en este caso solamente simbólico) de su estado. Es justamente la amistad que le permite este trato, que se demuestra provechoso. No obstante, en la dinámica de la obra, el deseo desmesurado de Bernardo de ser el mejor amigo amenaza el orden social cuando insiste que fue él quien había matado a Federico, su propio hermano. Otra vez es el padre quien intenta llamar a su hijo al orden del justo medio y le pide frenar esta amistad desmesurada: «Hijo, repórtate un poco, / que, si no has muerto a tu hermano, / serás de amistades monstruo, / quitándome a mí la vida, / que soy tu padre y te adoro (p. 157, vv. 3131-3175). Y más adelante: «Bernardo por un amigo / es de sí proprio enemigo» (163). Desde esta perspectiva, la amistad de los dos amigos es tan desmesurada como el apetito mercantil.Y, en la argumentación del padre, además, forma parte de estos deseos ilimitados de ganar capital económico y simbólico: «Tú diste a mi vida fin / cuando, porque hacienda hallaste, / ser caballero intentaste» (p. 154, vv. 3086-3088). Por culpa de las pruebas excesivas de amistad, la acción de la comedia amenaza con terminar en una calle ciega: a las quejas de Felisardo, el pater familias, quien pierde la autoridad sobre su hijo Bernardo por la amistad monstruosa, se juntan las quejas de las dos damas, doña Ángela y doña Julia, quienes pierden a sus amantes por ser ellos demasiado amigos (p. 165, vv. 3354-3361). Lo resume el duque en su llamada al rey Felipe II para resolver este caso extraño:

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Porque el jüicio profundo de un pleito que, en confusión, vence a cuantos tiene el mundo, como nuevo Salomón, juzgue Felipe Segundo. Porque casos tan estraños, solo de su entendimiento tendrán remedio. (pp. 163-164, vv. 3317-3323)

En la comedia El amigo hasta la muerte, Lope de Vega pone en escena un mundo de deseos y afectos desmesurados en ambos ámbitos y discursos: las relaciones y los valores amistosos y mercantiles. Contextualizando los afectos mercantiles con las aguas movidas del Guadalquivir, Lope se refiere a un imaginario semejante a las descripciones de Tomás de Mercado en su Suma de tratos y contratos. Parecido al escolástico, Lope representa la búsqueda de armonizar los afectos mediante el justo medio aristotélico. Al nivel ideológico de la comedia, el elogio del duque de Medina Sidonia lo presenta como buen ejemplo de la armonía y del equilibrio justo entre la nobleza y el mundo de los mercaderes. Al nivel de enredo dramático, la búsqueda de los jóvenes galanes a ganar no solamente el corazón de sus damas recíprocas, sino sobre todo de ganar el premio de ser el mejor amigo hasta la muerte, permite al público disfrutar de las aguas movidas de los afectos. Bibliografía Alloza Aparicio, Ángel y Cárceles de Gea, Beatriz, eds., Comercio y riqueza en el siglo xvii. Estudios sobre cultura, política y pensamiento económico, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2009. Arellano, Ignacio, Convención y recepción: estudios sobre el teatro del Siglo de Oro, Madrid, Gredos, 1999. Aristóteles, Ética a Nicómaco, introducción, traducción y notas de José Luis Calvo Martínez, Madrid, Alianza, 2016. — Sobre la amistad (Ética a Nicómaco. Libros vii y ix), Barcelona, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Folio, 2006. Avalle-Arce, Juan Bautista, «Una tradición literaria. El cuento de los dos amigos», Nueva Revista de Filología Hispanica, xi, 1, 1957, pp. 1-35.

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De la mentalidad mercantil al pensamiento dominante: dos perspectivas generacionales en El amigo hasta la muerte de Lope Ysla Campbell Universidad Autónoma de Ciudad Juárez

El amigo hasta la muerte1 se incluye en la segunda lista de El peregrino y fue publicada en la Onzena Parte (Madrid, 1618). Su composición se data hacia 1606-1612 y se estima como terminus a quo 16102. Justo García Soriano la define como tragicomedia3; yo la considero tal también desde otra perspectiva: aquella que entraña el trasfondo económico. La obra se ubica en Sevilla. En consonancia con el título el tema es la amistad, y se prueba bajo diferentes circunstancias azarosas: libertad, amor y muerte. Tres situaciones extremas ante las cuales dos amigos, Bernardo y don Sancho, responden con mutua lealtad pese a las consecuencias: ser cautivos, perder el amor de sus damas, culparse por el mismo homicidio. El dramaturgo no da lugar a duda alguna sobre la virtud de ambos personajes durante el desarrollo de la comedia. En el desenlace, la solución sobre la sentencia que merecen los amigos la otorga, por intercesión ante Felipe II, quien visita la ciudad, don Guzmán el Bueno, duque de Medina Sidonia4. 1 

Lope de Vega, El amigo hasta la muerte. Todas las citas corresponden a esta edi-

ción. Morley y Bruerton, 1968, p. 279. García Soriano, 1929, p. xxii. 4  Guzmán el Bueno I (1256-1309), señor de Sanlúcar, fundó la casa de Medina Sidonia. En la comedia se trata de Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, nacido y muerto en Sanlúcar de Barrameda (1550-1615), de donde fue el XII señor; desde 1558 heredó el título de VII duque de Medina Sidonia por la muerte de su ­abuelo, Juan Alonso Pérez de Guzmán. Es importante notar que Jerónimo Sánchez de Ca2  3 

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Dicha alusión al soberano enmarca históricamente los sucesos en 15705. El emblemático tema —símbolo de la virtud— se presenta entre situaciones causales y peripecias. Entre sus dramatis personae unos representan la mentalidad del nuevo orden económico y otros los valores tradicionales: mientras que el viejo Felisardo actúa conforme a las exigencias mercantiles, su hijo Bernardo se mueve en consonancia con el ethos aristocrático. En la estructura de la obra las manifestaciones de ambas concepciones se desarrollan conjuntamente: los negocios, la importancia del dinero o el problema de «la traición de la burguesía»6, por un lado; y por otro, los valores nobiliarios: la amistad virtuosa7, la estimación del linaje, el heroísmo, el honor. Las ideas y los comportamientos de los personajes permiten observar desde las costumbres e intereses sociales de la época debidos a la monetarización de la vida cotidiana, pasando por las exigencias del oficio mercantil, hasta la continuidad del pensamiento dominante, lo que posibilita observar el cambio ideológico generacional que se dio en el siglo xvii, o si se quiere, la vuelta al ámbito caballeresco, pero con una evidente apertura estamental8. Como sabemos, la antítesis entre la nobleza y los negocios es un tópico de la historia económica que rebasa los límites de España. El desdén nobiliario hacia las actividades de los hombres de negocios salrranza, también sevillano, estuvo a su servicio y publicó Filosofía de las armas y de su destreza y la agresión y defensa cristiana en 1592 —reducida y perfeccionada por Luis Pacheco de Narváez con el título de Verdadera destreza—, dado que en la obra hay una referencia a dicho texto cuando el gracioso Guzmán pregunta a su amo Bernardo en la cárcel: «¿Anduvo la destreza de Carranza?» (p. 358b). 5  Cabrera de Córdoba señala que Felipe II estuvo en Sevilla solo en 1570, donde visitó la ciudad y liberó a los presos (ver 1998, p. 556). Su visita obedeció a un levantamiento de moros que eran vasallos del duque de Medina Sidonia, quien, de acuerdo con Morales Padrón, «se mostró condescendiente con ellos, quizás buscando compensaciones administrativas» (ver Recio Mir, 1999, p. 316). 6  Maravall prefiere hablar de «derrota de la burguesía», ya que en España fue aniquilada muy pronto (1975, pp. 86-87). 7  Si bien hablar de amistad virtuosa parece una obviedad, recordemos que también existen las denominadas «amistades oportunistas». 8  Esta apreciación obviamente se distancia de las consideraciones de Maravall y Díez Borque respecto a la función promotora de la nobleza del teatro lopeano. El primero define al Fénix como «agente propagandístico de la arcaizante sociedad monárquico-señorial» (Maravall, 1972, n. 161, p. 580), y expresa ideas similares en Teatro y literatura en la sociedad barroca (1990, pp. 19-24); el segundo opina que «La comedia de Lope será una defensa de los intereses de la nobleza...» (1978, p. 97).

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ta a la vista en un sinnúmero de testimonios documentales basados, generalmente, en argumentos morales religiosos. Po ejemplo, en 1572 Francisco Núñez publica su Retrato del pecador dormido, donde aconseja a los tratantes y cambios que se sosieguen «Dejando los tratos ilícitos que entienden les son ocasión de pecar y ansí vuelvan a su Dios que hace de veras ricos a los que le sirven»9. En la última década del siglo xvi fray Juan Benito Guardiola afirma que cuando se legisló la expulsión de los judíos muchos optaron por el falso bautizo y decidieron que sus hijos estudiaran y otros fuesen mercaderes para que con sus usuras, cambios y tratos ilícitos se apoderasen de las haciendas y bienes de buenos y católicos españoles. Y que esto sea así es cosa clara y manifiesta, pues que la experiencia nos lo enseña y castigos de la Inquisición a los descendientes de judíos10.

Una visión negativa también se encuentra en textos literarios del periodo compuestos en distintos géneros. Entre las obras dramáticas de Lope —que asimismo proporciona un enfoque positivo—, aparece un rico indiano grosero y miserable (p. 1014ab) que intenta forzar a la protagonista, María (pp. 1021b-1022a), en La moza de cántaro11. El descrédito social era tal que incluso los mismos personajes dedicados al comercio reconocen su valor estamental inferior, como ocurre en El anzuelo de Fenisa12, donde dice el mercader burlado:

Habéisme honrado en no haberme despreciado por la humildad de mi nombre; que siendo, don Félix vos caballero sevillano, yo mercader valenciano,

Núñez, Retrato del pecador dormido, fol. 69. Guardiola, Trato de nobleza de los títulos y dictados que hoy día tienen los varones claros y grandes de España, fols. 20r-20v. Dicha relación de los sefarditas con los negocios es un lugar común que va más allá de los límites ibéricos. 11  Lope de Vega, La moza de cántaro. 12  Lope de Vega, El anzuelo de Fenisa. En la novela recordemos las palabras de Quevedo en El Buscón: “conciencia en mercader es como virgo en cantonera, que se vende sin haberte. Casi nadie tiene conciencia de todos los de este trato” (1990, p. 161). 9 

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tan desiguales los dos, debo estimar con razón que me tratéis como amigo. (p. 914a)

Por otro lado, también hubo pensadores y economistas —la famosa escuela de Salamanca13— que se opusieron al rechazo reconociendo la necesidad del intercambio comercial, del proteccionismo, y precisaron la licitud de los préstamos con intereses regulados14. Asimismo, hay caracterizaciones positivas de personajes dedicados a los negocios15 y al trabajo manual, como el mercader de Las flores de don Juan o el protagonista, entre otras muchas comedias del Fénix. Respecto al mundo de las finanzas en El genovés liberal, a pesar de la mala reputación de los asentistas «usureros»16, indeseables después de la segunda bancarrota del reino español en 157517, pues habían llevado al declive a España —según se lee en las Actas de las Cortes de Castilla18— el Fénix ofrece una visión ennoblecedora de linajes específicos. El protagonista, Otavio Grimaldi, es generoso, y su amada, Alejandra Gentil (p. 134b)19, es fiel y casta. Cabe recordar que en su período de apogeo —el llamado «siglo de los genoveses» (1528 a 1627)20— «le

Por ejemplo, Martín de Azpilcueta, Tomás de Mercado, Luis Ortiz. Lo que no impedía que hubiera constantes quejas sobre las prácticas mercantiles dañinas y la usura. 15  Ver mi artículo «El comercio y las finanzas en el teatro de Lope de Vega», 1996, pp. 111-122. 16  Pablos dice: «Topamos con un ginovés, digo con uno destos Antecristos de las monedas de España». Quevedo, El Buscón, p. 160. 17  Ver Braudel, 1953, p. 419. 18  El 7 de junio de 1602 se lanza una queja hacia el monarca por no cumplir el acuerdo de no firmar asientos.Ver Actas de las Cortes de Castilla (1906, t. xx, p. 528). En Actas de 28 de enero de 1612 se insiste en que los genoveses, instalados en la Corte «so color de desempeños tratan de acomodar sus asientos, haciéndose pago de lo más bien parado con gran menoscabo de la hacienda real y de particulares» (t. xxvii, 1906, p. 137). Años después (14 de octubre de 1617) se señalan como causa de la pobreza del reino: «los asientos que S. M. ha mandado tomar con los hombres de negocios extranjeros, por los grandes intereses que llevan y porque se les permite licencia de saca...» (t. xxx, 1909, p. 456). 19  Por ejemplo, hay dos asientos firmados en 1558, entre Felipe II y los banqueros genoveses, Nicolo Grimaldi y Gentili.Ver Braudel, 1953, p. 407. 20  Expresión de Braudel que retoma Ruiz Martin, 1965, p. xxix. 13  14 

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milieu particulier de la finance passe sous la coupe des Grimaldi, des Gentile, des Centurione...»21. Ahora bien, a pesar de la divergencia ideológica es conocido que en España algunos títulos realizaron actividades comerciales y que mercaderes enriquecidos ascendieron al estamento dominante. De acuerdo con Pere Molas, la oposición entre miles y mercator dio origen a una respuesta social doble: la nobleza ejerció de hecho algunas funciones empresariales más o menos relacionadas con la explotación de sus dominios, y por otra parte el comerciante enriquecido se convertía progresivamente en propietario rural, se retiraba de los negocios, procuraba vivir de rentas «more nobilium», y en cuanto podía ingresaba a la nobleza22.

Recordemos el repetido testimonio —publicado en 1569 y en 1571 la segunda edición— del confesor de mercaderes fray Tomás de Mercado cuando señala que el descubrimiento de las Indias ofreció la oportunidad de adquirir tan grandes riquezas «que convidó y atrajo a algunos de los principales a ser mercaderes, viendo en ello cuantísima ganancia». Luego especifica sobre Sevilla: Así deste tiempo acá los mercaderes desta ciudad se han aumentado en número, y en sus haciendas y caudales han crecido sin número. Hase ennoblecido y mejorado su estado: que hay muchos entre ellos personas de reputación y honra en el pueblo. Porque los caballeros por codicia, o necesidad del dinero han bajado (ya que no a tratar) a emparentar con tratantes: y los mercaderes con apetito de nobleza, e hidalguía, han trabajado en subir, estableciendo y fundando buenos mayorazgos23.

Ruiz Martin, 1965, p. xxix. Molas, 1985, p. 114. 23  Mercado, Suma de tratos y contratos, l. ii, 83, 84, pp. 124, 125, respectivamente. Cito la segunda edición de 1571. La distinción de los mercaderes implicaba considerar jerarquías sobre dicha actividad como escribe Cellorigo en su famoso Memorial, entre otros: «si el trato es calificado y lo más dél fuera del reino [...] y la cantidad es copiosa, y en diferentes tratos, sin estar atenida a uno solo, no hay ley que diga que el que esto siguiere, deje de ser noble, y muy honrado, digno de todos los cargos honrosos de la república, y merecedor de autoridad en ella, tanta cuanta se debe al que es más ilustre, y más aventajado». González de Cellorigo, Memorial de la política necesaria, fol. 28. 21  22 

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Sea como fuere, la acendrada inclinación por el «oficio» mercantil en Sevilla no excluye que había una sociedad estamental donde el grupo dominante ocupaba el escalón más alto, y a cuya mentalidad y modus vivendi aspiraban muchos comerciantes en grueso24 o sus descendientes —lo que no implica ignorar el poderío que tuvieron tanto en Andalucía como en otras zonas del interior de la península—. Con acierto afirma Pere Molas que se daba un «proceso de aristocratización generacional de los comerciantes»25, mismo que Lope de Vega lleva al escenario en esta comedia. Si bien existieron diversos núcleos de negociantes en España26, dada la ubicación geográfica de la obra, me interesa el caso de la Baja Andalucía, en concreto su centro de contratación con las Indias, Sevilla, del cual su zona complementaria por naturaleza fue Cádiz. El texto ofrece una elocuente perspectiva del espacio, a cuyo río Betis27 se refiere el noble empobrecido don Sancho Osorio y Guzmán en un apóstrofe:

Claro, cristalino río, [...] así del árbol de Palas corones tus blancas sienes, entre perlas y corales que las dos Indias te ofrecen; ansí [sic] tus espaldas blancas doradas barras sujeten, que a tu gran señor Felipe rindas de seis a seis meses; [...] así a la Torre del Oro tus barcos de plata besen y truequen flamencas urcas

24  Nada más lejano de mi intención que abordar el asunto del «aburguesamiento de la nobleza», pues me resulta irrelevante en este momento. García BaqueroGonzález trata el tema, aunque desafortunadamente sin fuentes a la vista (1993, pp. 123-136). 25  Molas, 1985, p. 131. 26  Ver los valiosos estudios de Basas Fernández sobre mercaderes y banqueros burgaleses (1954, 1958, 1959a, 1959b y 1960), ni que decir los trabajos de Lapeyre (1955) sobre el caudaloso Simón Ruiz o las magníficas obras de Ruiz Martin (1970) sobre el mundo financiero. 27  El personaje se niega a darle al río el nombre de Guadalquivir por ser de origen africano (p. 348a).

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sus holandas a tu nieve, que a Sanlúcar me lleves a ver aquel mi amigo hasta la muerte. (pp. 347b-348a)

El endecasílabo asonante divide el romance en dos breves partes, cuyos versos finales son casi idénticos (en el segundo caso, «que a Gibraltar me lleves / a ver aquel mi amigo hasta la muerte»). El estribillo con el título de la comedia enfatiza el amor y la angustia del personaje por ver a su apreciado Bernardo, lo que nos permite valorar la trascendencia de los símiles empleados. Si bien los versos de don Sancho responden a la añorada idea de la virtud aristocrática, ello no impide que los metales americanos, las piedras preciosas y el comercio europeo se conviertan en lo más preciado para clamar con vehemencia lírica por encontrar al compañero. Sobre el contenido de los versos poco hay que detenernos en la referencia a los dos viajes anuales de las flotas y la importación textil a cambio de plata, factor fundamental en el decaimiento de la industria de paños que, con cierta excepción en Segovia28, atacó a los otros reinos29, lo que es uno de los signos de la descaminada política económica española30. Ahora bien, en primer término es preciso reconocer que el contexto espaciotemporal en que se desarrolla la comedia se relaciona con la intervención del duque de Medina Sidonia, quien, como señalé, se hallaba en Sevilla con el rey. Resulta revelador que Domínguez Ortiz se refiera a su linaje entre los aristócratas andaluces que se dedicaron al comercio a gran escala «sin decaer de su nobleza»: 28  El estímulo indiano fue efectivo. Segovia, por ejemplo, llegó a contar con treinta mil obreros y, de tres mil paños que elaboraban antes de 1550, pasó a más de trece mil entre 1579 y 1581 (ver Ruiz Martin, 1965, p. cix); Lecea y García calcula alrededor de treintaicuatro mil obreros y veinticinco mil la cantidad de paños anuales en los reinados de Carlos V y Felipe II (1987, p. 37). No debemos olvidar la perspectiva literaria optimista de la fábrica textil segoviana en la novela picaresca de Gerónimo de Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos o El donado hablador. 29  Ver, por ejemplo, Real Pragmática... [a] Don Felip Tercer. 30  Se multiplican los documentos de la época que solicitan la prohibición, infructuosa cuando se determinó, de importar productos manufacturados para impulsar la industria ibérica. Por ejemplo, se solicita que se prohíba entrar seda y se importe (Actas, t. xxix, p. 155); que se saque lana y se introduzcan productos manufacturados (Actas, t. xxx, p. 201); entre muchos géneros de paños, en 1617 se habla de «holandas» como telas finas que no son necesarias, pues en España se labran mejores (Actas, t. xxxi, p. 78).

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así hicieron incluso los duques de Arcos; y los de Medina Sidonia, si no comerciaron directamente, se beneficiaron indirectamente de las transacciones no siempre legales que se efectuaban en su ciudad de Sanlúcar de Barrameda; conducta imitada por los de Medinaceli en El Puerto de Santa María. Con mayor razón siguieron este camino muchos simples hidalgos y caballeros31.

En la comedia Felisardo pertenece a este último grupo, un viejo hidalgo mercader opulento que hizo su fortuna en las Indias y se asienta en Sevilla, desde donde continúa con sus actividades mercantiles. De sus tres hijos32, Ángela, Bernardo y Federico, solo este desea seguir su ejemplo —su caracterización es negativa—. De inicio es necesario considerar que la muestra de la cuantiosa hacienda del comerciante radica en que su forma de vida corresponde a la nobleza, aunque no comparta su mentalidad: además de sus negocios posee rentas (p. 329b); en cuanto a distinciones, sus hijos llevan los apreciados «doña» y «don»33. Entre los aspectos referentes al lujo34, tienen caballerizas en su casa: además de que Bernardo regala un caballo alazán de casta a Sancho (pp. 324a, 326b) poseen caballos andaluces (p. 347b), lo cual es también indicador de sus costosas aficiones; Ángela disfruta de valiosas joyas (333b) que entrega para el rescate de Sancho, en tanto que Bernardo lleva telas finas (damascos, brocados, granas y perlas, p. 335b); la dote de la dama, desde la perspectiva de Guzmán, asciende a treinta mil ducados (p. 324b); Bernardo otorga a don Sancho, a través del Duque, dos mil ducados de renta anuales para sacarlo de la pobreza (p. 350a) y pueda contraer nupcias con su hermana. Entre sus costumbres, conforme al uso, Federico corteja a Julia con obsequios: le ofrece tomar «de esta platería / joya o cadena, y cadena [...] // ¡Ea!, llegad; que allí veo / arracadas de diamantes...» (p. 321a). Como vemos, Lope repite la idea común de considerar las Indias como sinónimo de enriquecimiento, lo que a su vez otorgaba la ­posibilidad de vivir de rentas, comprar títulos o concertar matrimonios convenientes Domínguez Ortiz, 1980, p. 147. Probablemente nacieron en América, lo que se deduce de los versos de Guzmán sobre el primero: «Su padre, de mi señor, / estuvo en Indias, y allí / quieren decir que nací, / aunque de alemán color. // Vine a Sevilla con ellos...» (p. 339). El pronombre no deja claro a quiénes se refiere, pero no hay otra indicación textual sobre su lugar de origen. 33  Ver en el caso de Ángela, acot. p. 322a; y de Bernardo, acot. p. 323b. 34  Ver Vila Vilar, 1991. 31  32 

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para ascender estamentalmente. No obstante, a pesar de su gran fortuna y contra la conducta generalizada, Felisardo no pretende, ni a través de sus descendientes, añadir blasones a su riqueza. Por el contrario, aplaude que su hijo Federico haya decidido seguir su ocupación, aunque tiene clara la distinción entre los negocios y la caballería. Expresa la concepción antitética de la vida de sus hijos varones:

Federico ya procura negociar, que yo he ganado, con industria y con cuidado, hacienda y renta segura, y él sigue mi inclinación. Don Bernardo, por la senda de caballero encomienda su misma imaginación: da en andar acompañado de nobles; gasta, pasea; no digo que mal se emplea, pero que me trae cansado; que aunque son nuestros espejos los hijos, quitan mil gozos si vemos que gastan, mozos, lo que ha de faltarles viejos. (p. 329b; énfasis mío)

Así pues, la elevada posición económica del personaje presenta dos alternativas a sus herederos: seguir su oficio o vivir en el ocio nobiliario. Sin negar valor al ascenso estamental, Feliciano tiene una visión que responde a la racionalización de la economía: el ahorro y el cálculo entre ingresos y egresos, que vemos subrayados en el empleo de un mismo campo semántico referido a pérdidas. Esto de ninguna manera se traduce en la censurada práctica negativa de los negociantes: frente a la mezquindad se le considera «liberal» (p. 329a) y rechaza tajantemente las transacciones ilícitas: «mohatras / usuras, cambios y logros» (p. 360b). Conocedor de las tendencias de sus hijos, Felisardo vela por el futuro de Ángela y concierta su boda con el mercader italiano Octavio, a quien describe: «Él tiene mediana edad, / de talle muy prevenido35, / 35  Me parece que la puntuación, corriendo el riesgo de equivocarme, no permite comprender los versos. Considero que la idea es «prevenido a condición de marido». Es decir, preparado para ser consorte, lo cual no define su aspecto.

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a condición de marido, / que es la mayor calidad. // Humilde traje, y mirado / por las cosas de su hacienda...» (p. 330a). Es decir, se trata de un hombre mayor, tacaño y de aspecto poco afortunado. Empero, su caracterización no es lineal: aunque desea romper el concierto, es mudable y afecto a las fiestas36, se comporta como caballero al saber que Julia está comprometida y luego apoya las bodas de las damas pese a quedar como galán suelto37. Al inicio del tercer acto, se reitera la concepción paterna en un diálogo sobre la objeción de Bernardo a su padre por la boda concertada con Octavio que, no obstante ser largo, es necesario transcribir in extenso: Bernardo Felisardo

Haces a tu honor agravio. Soy en mis palabras firme. Fuera de eso, aunque muy noble, don Sancho es pobre en extremo. Bernardo ¿No eres tú rico? Felisardo Eso temo, porque es en mi daño al doble. Que si tu amigo se casa con doña Ángela, es traer la destruición que ha de ser de mi hacienda y de mi casa. Deja esas caballerías, [...]. Federico ha de ser rico: negocia; en fin, me parece... Bernardo ¿Y con eso te ennoblece, padre y señor, Federico? Felisardo Bástame a mí ser hidalgo: ¿qué me puedes tú aumentar con don Sancho, que ha de dar fin a cuanto soy y valgo? ¡Lindo consejo me has dado: aunque tu amor significa que meta en mi casa rica un yerno necesitado! 36  Felisardo se dice «cansado de este Octavio, u octavario, / que nunca acaba de salir de fiestas, / sin conclusión de cosa que procure» (p. 356a). 37  Ha funcionado como obstructor de la acción con su mudanza amorosa, pero también como motor de ella.Ver sobre el tema Serralta, 1988.

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Deja de ser caballero: trata como yo. (p. 349ab)

De nuevo Lope presenta dos formas de pensar: para el padre indiano el enlace matrimonial con un noble empobrecido significa solo mermas, hecho inaceptable desde su mentalidad económica. Incluso lamenta que su hijo minimice la importancia de la relación entre ingresos y egresos, y prefiera acceder a la nobleza. Para el mercader es suficiente la sangre limpia de Octavio, símbolo de su cristiandad, dado que tiene dinero. Si la aristocracia había cedido a la atracción de la ganancia mercantil, el indiano, que no pretende un ascenso estamental per se, ni siquiera invertir en un dote para lograrlo, solo busca proteger el dinero ganado con su trabajo. Su hijo Bernardo, por el contrario, se comporta de acuerdo con la ideología nobiliaria (sin que eso signifique desconocer su afecto por don Sancho). De tal forma, manifiesta la vigencia de los valores dominantes y considera que la riqueza obtenida por su padre hidalgo mediante el trabajo mercantil es deshonrosa, lo que se opone a la reputación del progenitor y más aún la consideración de que su hacienda es suficiente para aceptar la pobreza de su amigo, quien explica su linaje: «Dióme Castilla / ser caballero notorio, / aunque del Betis la orilla, // por conquistas de mi abuelo, / tengo por mi patrio suelo» (334b). De ahí que Bernardo lo considere «de los ínclitos varones, / que por hecho tan notorio / celebran tantas naciones» (p. 347a). Aunque posea dicha genealogía, consciente de su precaria situación económica y para no traicionar a su amigo por el declarado amor de su hermana Ángela, don Sancho parte a Sanlúcar de Barrameda38 con destino a Portugal. Es de sobra conocido que durante los siglos xvi y xvii muchos cronistas solicitaban ayuda económica al rey con base en su participación directa o de sus ancestros en expediciones y conquistas americanas. Lope va más allá, reúne la gloria militar heredada de don Sancho con un valor intrínseco: la virtud. Pese a ello es evidente que la ponderación de la milicia no coincide con la mentalidad económica y moral mercantiles de Felisardo. De tal forma, ennoblecerse y conservar la hacienda

38  Sancho se va de Sevilla a Sanlúcar en un barco con una explicable rapidez: «Casi diariamente parte una barca de Sevilla con dirección a Sanlúcar, mientras que otra llega, procedente del ante-puerto». Chaunu, 1983, p. 34.

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son antitéticos en esta comedia, lo que da como resultado un contraste generacional entre padre e hijos. Tanto Bernardo como su hermana Ángela, enamorada del noble empobrecido, estiman como venta el matrimonio con Octavio39, de ahí que consideren que su padre realizó el concierto movido por su óptica mercantil y lo desdeñen. El protagonista dice a su hermana desde la perspectiva ideológica nobiliaria:

...hacienda sin calidad mucho el valor descompone. Lo que a ti bien te estuviera era un noble caballero a quien diera su dinero y él su calidad le diera. (326b)

Como vemos, el personaje no tiene conciencia de que adquiriría la nobleza con la hacienda paterna, es decir, a través de una transacción, un acto de compra-venta que ha censurado. En la misma línea de pensamiento responde Ángela:

porque yo más me acomodo a nobleza que a riqueza. La bien nacida pobreza hacienda puede buscar; mas no la hacienda comprar la verdad de la nobleza. (p. 327a)

La nobleza verdadera de este par de personajes se basa en su hidalguía venida a más por el trabajo comercial del padre, lo cual parecen olvidar como si poseyeran una gran prosapia. Así, con toda la virtud que entraña la lealtad al amigo, el Fénix deja ver su relación cuasi periférica con el estamento dominante en la forma en que Bernardo se presenta ante el duque de Medina Sidonia40:

Llama la atención que la dama, a pesar de sus ideas negativas sobre el mercader italiano, al enterarse de los fingidos amores de don Sancho, se disponga y planeé contraer el matrimonio concertado por su padre. 40  El inventado parentesco de don Sancho Osorio y Guzmán con el duque, dado sus linajes, es verosímil. 39 

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De mí no hay, señor, para qué intente haceros más relación de que soy un hijodalgo, que lo que en Sevilla valgo merece mi condición: De [sic] Felisardo soy hijo, hombre rico en tierra y mar por esto del negociar, si ya la fama os lo dijo. (p. 350a; énfasis mío)

Sin ambages y bajo el supuesto de que el Duque debiera estar enterado de su estatus por la reputación de su progenitor —lo que nos recuerda las ganancias mercantiles de los miembros de la casa de Medina Sidonia—, el personaje se limita a llamarse un «hidalgo» cuyo valor social, además, depende de la conocida riqueza del padre negociante. Las connotaciones de términos como «hidalgo» / «valgo», «mar» / «negociar» son conceptos claves de la época con rimas que resuenan en el espectador. Sin embargo, si bien es cierto que el protagonista se apropia del pensamiento dominante, también lo es que supera con su virtud al común de la nobleza, lo que evidencia la añoranza —o demanda— del ethos aristocrático que se presenta en la comedia. La razón de que el criado considere «honrado» a su amo es muy reveladora:

Porque a un amigo pobre quieres; que en esta edad se buscan los amigos o poderosos, ricos o jüeces, que presten y conviden muchas veces. (p. 329a)

En efecto, la mentalidad tiende a variar en valores y comportamientos nacidos de la situación económica distinta que se representa en El amigo, como en otros muchos casos, a través del generalizado interés monetario, los puestos, el poder, el cortejo con regalos, la amistad oportunista, la exigencia social de que el noble posea hacienda. El gracioso Guzmán habla del matrimonio provechoso; pregunta a don Sancho sobre Ángela: «Si esta ganó para ti / un millón en el Pirú, // ¿no es perdello necedad?» (p. 325a). Posteriormente revela los valores de la época sobre los «amigos» en los tercetos de un soneto:

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Sirena es la amistad que mata y llora; el amigo más cándido murmura, la fama quita y el honor desdora. Prestar y confiar es gran locura; que en amigotes de los que hay agora ni deuda ni mujer está segura. (p. 361a)

Mientras que la idea de Bernardo es que la amistad es «divina, / del armonía celestial retrato» (p. 337a), la caracterización del mercader en ciernes, Federico, es obviamente contrastante. A pesar de conocer la relación amorosa de su hermano y Julia, también la corteja. De hecho, la comedia inicia con su viaje a Cádiz por negocios del padre y su obstinación en que Julia se destape. A pesar de que ella le confirma el amor que la une con Bernardo, acto seguido planea intrigar con su progenitor contra este diciéndole que desea casarse sin su aprobación. El objetivo del personaje es explícito: desea que lo envíe lejos para poder continuar su galanteo sin obstáculos. Federico es impertinente, insidioso y desleal al hermano. En el tercer acto, insistente y amparado en la oscuridad de la noche, suplanta la identidad de Bernardo y habla con Julia en la ventana. Don Sancho lo confunde con Octavio y, en defensa del amor de su amigo, lo mata. De tal forma la traición y porfía culminan con la muerte del personaje, justicia poética que aplaude el espectador, aunque haya dado líricas muestras de su enamoramiento y penas. En cuanto a don Sancho, como hemos visto, a pesar de su abolengo, al carecer de hacienda no es un buen partido. Por ello, en el último acto Bernardo solicita al Duque que se finja su deudo y le otorgue una renta de dos mil ducados anuales —ganados por el padre indiano— que él proporcionará. Falsedad a la que el insigne personaje no solo accede, sino que generosamente triplica la cantidad, le añade un título y remata con la recompensa de proporcionarle la alcaldía de Sevilla. Solo así se vuelve factible su casamiento, pues con la ínclita alcurnia solamente no era candidato para la hermana, de ahí que Bernardo exclame: «¡Vaya fuera la tristeza! / pues Ángela está segura / para don Sancho, Guzmán, / teniendo seis mil ducados / de renta» (p. 351b). De tal forma, como podemos observar, Lope crea la situación ideal de acuerdo con el pensamiento dominante: la nobleza virtuosa del personaje es incrementada con un hábito y la hacienda necesaria para ser aceptado por los grandes sevillanos. Paradójicamente el primero que debe aprobarlo como yerno es el mercader, quien siempre velando por su economía, ya

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que don Sancho es galardonado por el Duque, interviene para que sea cónyuge de su hija. Debido a su elevada moralidad con el amigo, el hijo del mercader también es recompensado con otro hábito y el puesto de veinticuatro de Sevilla. Ahora bien, resulta sumamente interesante que el Duque valore como una gran virtud la amistad, y que sea esta el móvil para que, pese a la procedencia mercantil de la riqueza de Bernardo, su extracción social y las múltiples expresiones públicas negativas contemporáneas sobre los negociantes, el dramaturgo lo lleve a la acción de otorgar como distinciones dos hábitos y sendos puestos en el gobierno de la insigne ciudad. No hay que olvidar la queja de Cellorigo: ...por las constituciones de las órdenes militares, no puede tener hábito mercader ni tratante: que no parece sino que se han querido reducir estos reinos, a una república de hombres encantados, que vivan fuera del orden natural41.

O expresa el mercader toledano Damián de Olivares en una carta a Felipe IV respecto a que la razón de las causas que dañan el comercio «es desestimarle en España, deshonrándose con él, y despreciando a los que le usan, para cargos honrosos, hábitos y otros oficios»42. Especifica sobre las leyes de las Partidas de la Recopilación Bernabé Moreno de Vargas: se colige que los hijosdalgo que usaren de oficios viles, y mecánicos, no solo no serán armados de Caballería de Espuela dorada, mas tampoco podrán tener hábitos de las Órdenes Militares, ni podrán ser criados del Rey, ni Alcaldes, Jueces, ni Regidores, ni tener otros oficios honrosos, y de calidad lo cual no es por defe[c]to de hidalguía, ni porque por usar de dichos oficios viles la hayan perdido, como algunos mal han entendido, sino porque a los tales hidalgos, por la falta de lustre, y valor, que no tienen sus personas, o no los tuvieron sus padres, y abuelos, les está, o por derecho, o por los estatutos particulares prohibido tener semejantes dignidades, y oficios honrosos43.

También resulta muy significativo que la presencia del rey y del Duque se deba a un levantamiento de moros y que la princesa Arlaja tenga en gran estimación la virtud de los españoles amigos y los trate

González de Cellorigo, Memorial de la política necesaria, fol. 25. Olivares, Carta a Felipe IV, fol. 4. 43  Moreno de Vargas, Discursos de la nobleza de España, fol. 60v. 41  42 

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con deferencia a pesar de su cautiverio. No obstante, hay que recordar los estudios de Morales Padrón sobre las relaciones del Duque con sus trabajadores moros, ya señalados. Asimismo considero una ironía que el gracioso y un caballo se denominen Guzmán, conforme al apellido del duque de Medina Sidonia, circunstancia que se explicita en la comedia y que requeriría un estudio aparte. Podríamos concluir que el homicidio de Federico evidencia la interrupción de los negocios del padre, desdeñados por Ángela, que contrae matrimonio con un noble, y Bernardo, quien sigue la caballería. Sin embargo, también podríamos afirmar, de acuerdo con los datos de Domínguez Ortiz, que el progenitor negociante obtiene lo que algunos otros habían buscado ex profeso, aun sin proponérselo, cuando afirma: Incluso se dio en Sevilla un fenómeno muy poco corriente; el de los ricos mercaderes que buscaban el ennoblecimiento no, como era usual, para abandonar los negocios, sino para mejorar su posición comercial desde los puestos de mando del concejo hispalense, a los que sólo se podía llegar previa información de nobleza44.

Sin el menor empeño, el mercader en grueso Felisardo llega a dicha posición, pues la comedia finaliza con la obtención de hábitos por su hijo y yerno, quienes son colocados en cargos gubernamentales que podían facilitar sus negocios y quizás los del suegro Ricardo, quien estuvo en Italia y es el mejor amigo del mercader Octavio. En la comedia no hay una visión negativa de los negociantes. Sin embargo, el Fénix parece concluir con la solución de continuidad del oficio paterno por sus herederos al morir quien lo prolongaría. En ese sentido podemos ver la asimilación mercantil a la nobleza, la famosa «traición de la burguesía»45, inclusive en el espacio sevillano. Lope evidencia la ruptura generacional y el ascenso de los hijos del negociante a la nobleza, ya sea con hábitos o consortes, y los puestos reservados a esta. Empero, al dejar el cabo suelto del oficio de Ricardo, podría considerarse que la obra es un guiño magistral de Lope —con toda la ironía dramática que implica— que concibe una tragicomedia económica para el imperio. La paradoja radica en el fundamento de la nueva integración nobiliaria: a la nobleza se suman la virtud y la riqueza proveniente de los negocios. 44  45 

Domínguez Ortiz, 1980, p. 147. Ver Braudel, 1953, p. 13, quien acuña la expresión.

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Lope y los mercaderes. Un viaje de ida sin vuelta desde la Italia de los novellieri Joan Oleza Universidad de Valencia

La Cassaria se estrenó el 5 de marzo de 1508 en la sala-teatro del palacio ducal de Ferrara. Ariosto iniciaba con ella la andadura de la nueva comedia regolare italiana, en prosa y en toscano, que a su vez vendría a ser el primer modelo cómico de un teatro clásico europeo. Y era bien consciente de esta novedad, como alardeaba en el Prólogo: Nuova commedia v’appresento, piena di varî giuochi; che nè mai latine, nè greche lingue recitarno in scena1.

Y desde este primer momento la concibió no en el ámbito nobiliario y cortesano del que formaba parte, sino en un ámbito urbano impregnado de razones económicas, entre mercaderes. El protagonista de la pieza, Erofilo, es hijo del «più ricco uomo di Metellino», un mercader del que se dice que ha almacenado grano en su casa, desde hace dos y tres años, junto con sedas, lanas y otras mercancías, «di che la casa è piena». Al comenzar la intriga, se nos informa que ha partido hoy mismo hacia la isla de Negroponte, en el Egeo, para sus negocios, y que hace un año estuvo en el Cairo durante más de dos meses por el mismo motivo. Su hijo está encendidamente enamorado de Eulalia, una joven pupila esclavizada en poder del rufián Lucrano. Ella describe así su situación, compartida con Corisca: 1 

Las citas de La Cassaria (en prosa) proceden de Ariosto, 1857.

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Noi siamo schiave; la qual condizione pur tollerare si potrebbe, quando fussimo di alcuno che avesse umanitade e ragione in sè. Ma fra tutti li ruffiani del mondo, non si potrebbe scegliere il più avaro, il più crudele, il più furioso, il più bestiale di questo, a cui la pessima sorte ci ha dato in soggezione.

Pero Erofilo no puede aspirar a liberarla, como espera ella, porque Lucrano, sabiendo que es hijo de un mercader muy rico, le pide un precio excesivo, de manera que «Erofilo ed tutti gli amici che ha, non ne potrebbe trovare la metade». En esta tesitura, Volpino, el astuto servidor de Erofilo, propone un plan de acción capaz de liberar a Eulalia y llevarla a sus brazos. El plan consiste en disfrazar de rico mercader2 a otro siervo, un apicarado Trappola, a quien nadie conoce en la ciudad por ser forastero y estar de paso, y presentarlo a Lucrano, el rufián, acompañado de un arca (una cassa, de ahí el título de la comedia) llena de ropas bordadas en oro y telas de gran precio (no bastarían 2 000 ducados para comprarla), que previamente Volpino y su amo habrán sacado de la casa del padre, Crisobolo, donde la había dejado en depósito otro mercader, Aristandro. Trappola, el falso mercader, dejará en prenda el arca al rufián a cambio de la libertad de la joven, mientras —dice— reúne el dinero para pagar su precio. Cuando le exponen el plan, Erofilo se resiste a aceptarlo, sobre todo por el riesgo económico que comporta, y por las pérdidas que puede ocasionar a su padre, que tiene el arca en depósito. Además, desde el punto de vista económico, no hay comparación posible entre el precio de una esclava y el de esa arca, muchísimo más valiosa, como hace constar Volpino3. El apasionado enamorado se muestra notablemente cauto y calculador a la hora de ponderar beneficios y riesgos. Pero Volpino lo convence de que Lucrano aceptará la transacción creyendo ganar mucho con ella, y que una vez tengan en su poder a su amada se dirigirán ambos a Bassam, el justicia, para denunciar que el arca ha sido robada de su casa y sospechan que ha sido un rufián vecino suyo. La inspección enviada por el justicia encontrará el arca en casa de Lucrano, y nadie creerá su historia de que le ha sido dejada en prenda por un mercader, dada su fama, por lo que será conducido a prisión y condenado. La ­acción se complica con incidentes que no vamos a seguir, por conocidos, pero «Mercatante di gran trafico». «Chi vorrà credere che per cosa che val cinquanta appena, si lasci la valuta di più di mille assai?». 2  3 

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f­inalmente desemboca donde debía: Erofilo y su amigo Casidoro podrán gozar de sus respectivas amantes liberadas. Es así como la comedia erudita o regular italiana se constituye en un ámbito de mercaderes, tratos económicos y padres de hijos enamorados, con la frecuente aparición de proxenetas y rufianes, que tratan con mujeres pero también con otras mercancías . Un ámbito de mercaderes que hacen de sus mercancías objetos determinantes de la acción, como esa arca de ricas telas de La Cassaria. Que viajan por razón de sus negocios, por lo que sus barcos a veces naufragan con terribles pérdidas económicas. y otras no pueden partir o llegar a su destino, o sufren los ataques del corso. Que pierden a sus hijos en el mar o en tierras lejanas, para reconocerlos y recuperarlos muchos años después. Un ámbito, también, en el que es muy frecuente que los criados se disfracen de mercaderes o de personas que no son, para llevar a cabo sus intrigas y sus engaños. Antes del estreno de La Cassaria, en 1503, se representó en Mantova, ante Isabella d’Este, una comedia del joven Publio Filippo Mantovano, titulada Formicone, y basada en El asno de Oro de Apuleyo, que la crítica ha consagrado como el principal antecedente de La Cassaria. También en ella nos encontramos a un uomo richissimo, Barbaro, de Ancona, que trata de viajar por cuestión de negocios, pero que también ve interrumpido su viaje, como Crisobolo en La Cassaria, y tiene que volver inopinadamente a casa, y encontramos a un siervo, de nombre Formicone, que acepta el soborno de un joven amante a fin de poder pagar la libertad de su amada, que ha sido comprada por un mercader. En otras comedias de Ariosto volvemos a encontrarnos a estos mercaderes, en I suppositi (1509), por ejemplo, encontraremos al rico mercader siciliano Filogono de Catania, padre del protagonista Erostrato, que movido por el amor intercambia papeles con su criado, Dulippo, pasando él a disfrazarse de criado y su criado a hacer de estudiante, en sustitución de su joven amo. En Il Negromante (1520), el joven Cintio, casado secretamente con Lavinia, es hijo del rico ciudadano de Cremona, Massimo, quien ha acordado con otro rico ciudadano, Abondio, el matrimonio de sus respectivos hijos.Y en La Lena (1528) hacen su aparición una rufiana, con sus tratos económicos, y un judío prestamista, además del consabido criado que mueve todos los hilos. Pero también en muchas otras comedias aparecen los motivos característicos de una intriga de mercaderes. Así en La Clizia (1525), de Machiavelli, protagonizada en buena medida por el mercader florentino Nicomaco, o en Il Filosofo (1546), del ­Aretino, donde encontramos al mercader de joyas Boccaccio. En la Talanta (1542), del

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propio Aretino, el rico veneciano Messer Vergolo compite por el amor de la cortesana Talanta, y a su vez es padre de dos jóvenes enamorados, Marmilia y Marchetto, y amo de dos esclavos sarracenos, una hembra y un varón, que no son lo que parecen. En L’Anconitana, de fecha incierta, compuesta por Angelo Beolco, un mercader veneciano rescata a tres jóvenes del poder de los turcos y los lleva a Venecia, donde acuerda con ellos la forma de devolverle su rescate. Uno de ellos, Gismondo, que en realidad es una doncella, es objeto del apasionado amor de una dama casada, l’Anconitana, que persuade a su marido, el rico mercader Sier Tomao, precursor del célebre Pantaleone, archipersonaje de la comedia del arte, para que pague el rescate. En esta comedia, el propio Ruzzante aparece como siervo de Sier Tomao, marido cercano a nuestros consentidos y perseguidor de la cortesana Doralice. En otras comedias del Ruzzante aparecerán también personajes y motivos de estas tramas de mercaderes, como en la Piovana (1532) o la Vaccaria. No insistiremos más, y cerraré este breve repaso con la evocación de una de las comedias italianas que más influyeron en España, Gl’Ingannati (1531), obra colectiva de la Academia de los Intronati, de Siena, y de la que Lope de Rueda haría una versión a su medida. La scena i, del atto i, se abre con la conversación de dos mercaderes,Virginio y Gherardo.Virginio se encuentra sumido en problemas financieros desde hace cuatro años, cuando el Sacco de Roma le hizo perder su fortuna4, y Gherardo, próspero en cambio, aspira a casarse con la hija de aquel, Lelia. Esta primera escena representa la negociación de los dos viejos, en la que Gherardo ofrece hacerse cargo de todos los gastos, con tal de acelerar la boda, e incluso propone cifras, pues está dispuesto a «spendere un dieci scudi piú, ché, per grazia di Dio, so dove sono». Pero, para Virginio, su principal apuro no es de dinero, pues, a pesar del sacco, «mi è rimaso ancor tanto di patrimonio ch’io spero poter vestire e far le nozze di mia figliuola senza gravare alcun che mi sovegna», sino convencer a la propia hija. En todo caso, él se ratifica en su palabra de casarla con Gherardo, «che ben sai tu che non sta bene a mercatanti mancar di quello ch’una volta promettono». A lo que contesta Gherardo, con pesimismo: «Cotesta è una cosa,Virginio, che piú si sente in parole che non si truova in fatti fra’ mercatanti de’ nostri tempi». De momento, no obstante, su hija no está con él, pues Virginio la ha enviado al convento de San C ­ rescenzio, «Ché ben so che’l tutto perdesti nel misserabil sacco di Roma». Las citas de Gl’Ingannati proceden de Commedie del Cinquecento, 1975. 4 

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para no dejarla sola, porque él debe salir de viaje hacia Bologna «per saldar la ragione d’un traffico», esto es, de un negocio, que tiene allí con otro mercader. Esta escena i, del acto i, nos sitúa de lleno en el ámbito urbano, en este caso de Modena, y en el entorno social de una burguesía comerciante, que será el marco idóneo para el desenvolvimiento de las intrigas propias de la comedia, que contemplan desde sus asientos unos espectadores palaciegos: «una commedia cittadina per un pubblico di corte», como resume Doglio5. Los dramaturgos de la comedia erudita italiana reclamarán una y otra vez su carácter «moderno», y esa es la palabra que repiten, frente al modelo clásico, pero la crítica ha mostrado hasta la saciedad lo mucho que esta comedia debe a Plauto y a Terencio. La traza argumental y, en buena medida, el esquema de archipersonajes, proceden de la comedia clásica, pero lo nuevo, lo moderno, además de la lengua, era la incorporación a ese esquema de las costumbres contemporáneas, de las referencias satíricas a la actualidad, de los modos de vida en las ciudades y entre las clases urbanas, incluso de los usos idiomáticos y dialectales. Y para esa incorporación fue necesaria la contribución de otro género, la novella, con esas inagotables colecciones que pueblan el mercado lector italiano a partir del siglo xiv. En el caso de La Cassaria, lo resume así Douglas Radcliff-Umstead: «Despite the strong influence of the Roman Comedy, the spirit of the Cassaria comes from the world [...] exalted in Boccacio’s Decameron»6. Si la comparamos con la comedia española, con la Comedia Nueva, esta muestra desde el primer momento una mucho mayor distancia del modelo clásico, tanto en sus argumentos como en sus personajes, así como la invención y cultivo de subgéneros desconocidos por el mundo clásico tanto como por el italiano; en cambio, muestra igual dependencia, al menos en sus etapas iniciales, con respecto al mundo de la novella italiana y del género recién asimilado en España, la novela corta. Según Juan Ramón Muñoz7, uno de los mejores conocedores del impacto de la novella italiana, «los años 80 fueron la década de oro de los novellieri» en España. Una década que comienza con la publicación en dos partes (1580 y 1581) de la traducción emprendida por Francisco Truchado de Le piacevoli notti, de Gianfrancesco Straparola, bajo el título Doglio, 1988, p. 47. Radcliff-Umstead, 1969, p. 69. 7  Muñoz, 2013a, pp. 132-136. 5  6 

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de Honesto y agradable entretenimiento de damas y galanes. Su éxito fue tal que la primera parte se reimprimió tres años más tarde (en 1583), la segunda dos veces en los años inmediatos (1582 y 1583) y, de nuevo, se reimprimieron en 1598 (reunidas las dos partes) y en 1612 (de nuevo por separado). Un momento determinante de la expansión del género sobreviene con la autorización, por el Índice inquisitorial de 1583, del hasta entonces prohibido Decameron8 en sus versiones italianas expurgadas9. Después vendrán las traducciones de L’hore de recreatione, de Ludovico Guicciardini (1586), La Prima, La Seconda, La Terza, La Quarta parte de le novelle de Bandello (las primeras tres, en 1554; la cuarta, en 1577, póstuma), aunque retraducidas a través de la infiel versión francesa de Pierre Boistuau y François de Belleforest10, o los Hecatommithi de Giraldi Cinzio (1590), traducciones todas ellas con diversas salidas al mercado. De manera que «a lo largo de la década de 1580-1590 se realizaron, por consiguiente, todas las traslaciones castellanas de los novellieri del Cinquecento». La última, la de las dos partes de Straparola ya bien editadas y reeditadas, en 1612, es casi contemporánea de la colección que sellará la implantación del género en España, las Novelas ejemplares, de Cervantes (1613), un género que había tenido sus primeras manifestaciones en las colecciones de Joan Timoneda, Sobremesa y alivio de caminantes (1563), Buen aviso y portacuentos (1564) y El Patrañuelo (1567). Y el universo que la novella de estirpe boccacciana elabora es un universo urbano que protagoniza una clase burguesa y comerciante11. Había sido incluido en los Índices de libros prohibidos romano (por Paulo IV) y español (por el inquisidor Valdés) en 1559. El levantamiento de la prohibición, siempre que su texto fuera expurgado y autorizado, se produjo en 1571, en el Índice de Pío V. No obstante, en España hubo de esperar hasta el Índice de Gaspar Quiroga, en 1583. 9  La realizada por los Deputati, encabezados por Vincenzo Borghini (Firenze, 1573), o las posteriores de Leonardo Salviati, la más difundida (Firenze, 1582) y de Luigi Grotto (Venezia, 1588). Véase la minuciosa discusión sobre la versión o versiones, expurgadas o no, que pudo manejar Lope en Muñoz, 2011, pp. 92-105. 10  XVIII histoires tragiques, extraictes des oeuvres italiennes de Bandel et mises en langue françoise, les six premières, par Pierre Boisteau, surnommé Launay,... les douze suivans, par Franc. de Belle-Forest, 7 vols., éd. divers, lieux divers, 1568-1616. Hubo una traducción española parcial, de solo 14 novelas, de esta serie: Historias trágicas ejemplares, sacadas del Bandello veronés. Nuevamente traducidas de las que en lengua francesa adornaron Pierre Bouistau [sic] y Francisco de Belleforest, Salamanca, Pedro Lasso, 1589. 11  Otra cosa será el universo de las novelas de Giraldi o de Bandello, sobre todo las de este último, de índole trágica. 8 

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Como resume Vittore Branca en su edición12, Boccaccio elige «la nuova classe dirigente —quella dei mercatanti—, quale vera protagonista del Decameron». Amplía esta misma idea Juan R. Muñoz: El universo de la novella, tal cual lo fija Boccaccio, es eminentemente urbano y, un elevado número de ellas, tiene como protagonistas precisamente a mercaderes, a cuyo grupo social pertenecía la familia de Boccaccio y en el cual él se había educado en Nápoles. Es más, fueron los propios mercaderes, cuya idiosincrasia consigna ideológica y estéticamente, los responsables de la formidable circulación manuscrita del Decamerón por toda Europa. En todas las jornadas hay varios textos que reproducen o reflejan, completa o parcialmente, el universo que se delinea en la comedias italianas, en especial en la jornada segunda, como por ejemplo la de los hermanos florentinos Lamberto, Tedaldo y Agolante (la ii, 3), que tienen intereses comerciales en Londres; la del mercader pirata Landolfo Rufolo (la ii, 4); la de Andreuccio da Perugia (la ii, 5), que es una suerte de novella picaresca en la que el joven es desplumado por una cortesana, Fiordaliso, en una noche en Nápoles; la novella de Alatiel (la ii, 7), es una novela bizantina en la que ella es vendida y ultrajada una y mil veces en distintas plazas mediterráneas; la de doña Zinevra (la ii, 9), que le sirve de base a Lope para Los embustes de Celauro y El juez de su causa, la cual empieza con una reunión de mercaderes en París en la que se lleva a cabo la apuesta sobre la fidelidad de doña Zinevra, mujer de uno de ellos, Bernabò da Genova13.

Y la novella italiana, en su conjunto, tuvo un impacto considerable sobre la Comedia Nueva, y muy especialmente sobre la de Lope de Vega.Tras un cuidadoso repaso de la bibliografía sobre el tema, y a modo de estado actualizado de la cuestión, Juan R. Muñoz llega a la siguiente conclusión: el catálogo de «dramas y comedias de fuente novelesca» consta por lo menos de cuarenta y cuatro títulos seguros: diecisiete de Boccaccio, once de Giraldi Cinzio, y diecisiete de Bandello; lo cual supone, aproximadamente, un diez por ciento del dilatado corpus teatral de Lope, que no es poco [...]. Entre ellos se cuentan algunos de sus textos más representativos, como El castigo sin venganza, El villano en su rincón, El anzuelo de Fenisa, La viuda valenciana, La discreta enamorada, El mayordomo de la duquesa de Amalfi o El perro del Citado por Fernández Rodríguez, 2016, p. 255, n. 60. Correo personal, recibido el 22 de enero de 2017, en respuesta a una consulta mía sobre el Decamerón y el protagonismo de los mercaderes. 12  13 

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hortelano. A los que cabría agregar nada menos que Peribáñez y el comendador de Ocaña [...] y quizá La dama boba [...]. Sigue sin examinarse su más que probable confluencia con otros autores, como Guicciardini, Straparola o Masuccio [...]. Entre estos dos polos, 1590 y 1613, compuso Lope de Vega el grueso de sus «dramas y comedias conocidas de fuente novelesca». Después, su inspiración, salvo en contadas ocasiones y en las Novelas a Marcia Leonarda, buscó otros semilleros14.

En un trabajo de ese mismo año, centrado en la relación entre el Decamerón y el teatro de Lope de Vega15, Juan R. Muñoz amplia a veintiuna las comedias que derivan, directa o indirectamente, completa o parcialmente, del Decamerón, de las cuales veinte son de autoría fiable y solo una, La reina Doña María, de dudosa atribución. «Ello convierte a Boccaccio en el novellieri más frecuentado por el dramaturgo madrileño». La aportación más novedosa de este trabajo, valioso por su discusión pormenorizada de la filiación o filiaciones de cada una de las comedias, es su observación de los géneros de comedia en que Lope invierte los motivos y asuntos bocaccianos. Muñoz advierte que hay jornadas enteras del Decamerón de las que Lope no toma en consideración ninguna novella, como las jornadas i, vi y ix, de lo que deduce que Lope se orientó más hacia las novelle serias que hacia las cómicas, pese a lo cual invirtió esos asuntos mucho más en el género de las comedias, y sobre todo de las comedias urbanas (trece), aunque también hay alguna palatina (dos), que en el género de los dramas, casi todos ellos dramas historiales de hechos privados (cinco), salvo uno, de hechos famosos públicos. El período de influencia comienza alrededor de 1593-1594, con La difunta pleiteada y El maestro de danzar, y culmina hacia 1613-1615, con La dama boba y El perro del hortelano, «siendo la etapa más fructífera la década de 1600 a 1610, en la que compuso doce piezas». Por su parte, Daniel Fernández Rodríguez, en su reciente tesis de doctorado sobre la comedia bizantina de Lope de Vega16, y tomando en consideración una bibliografía diversificada y sus propias indagaciones, amplía las deudas de Lope con los novellieri a Masuccio Palermitano17, Firenzuola y Parabosco, y destaca el papel jugado por la antología ­Cento

Muñoz, 2013a, pp. 132-135. Muñoz, 2013b, pp. 181-182. 16  Fernández Rodríguez, 2016, p. 257. 17  Para Masuccio, Fernández Rodríguez se apoya en Berruezo, 2014. 14  15 

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Novelle scelte da i piú nobili scrittori (1561), compuesta por Francesco Sansovino, «que fue muy conocida en España» y que, además de ofrecer una selección de novelle de Bandello o Giraldi, bien degustados ya en sus propios libros, facilitó el acceso a novellieri como Firenzuola o Parabosco, menos conocidos por sus colecciones particulares, y cuya presencia en Lope de Vega y otros dramaturgos trata de perseguir Fernández Rodríguez: la de Firenzuola, además de la de Giraldi, en Viuda, casada y doncella, y la de Parabosco en Los muertos vivos. En su revisión de los distintos casos de influencia, Fernández consigna hasta seis comedias no consideradas por Muñoz, como La francesilla, El mejor alcalde, el rey, Virtud, pobreza y mujer o El galán Castrucho, en las que detecta huellas de las novelle de Masuccio Salernitano18, Los esclavos libres, en estrecha relación con una novella de Parabosco, además de algunos casos de comedias que parecen remitir a esquemas y motivos compartidos por diferentes novelle de Boccaccio, Firenzuola, Giraldi, Masuccio o Parabosco, como Los tres diamantes, Los esclavos libres o Virtud, pobreza y mujer. Caso especial, por su complejidad, es el de Viuda, casada y doncella, en cuyo análisis se demora especialmente19. Entre un cómputo y otro nos situamos, pues, en unas cincuenta y cinco comedias en las que se han detectado huellas de asuntos y motivos novelescos italianos (veintiuna de Boccaccio, diecisiete de Bandello, once de Giraldi y seis de diversos novellieri). Debería esperarse, por consiguiente, una relevante presencia de esa «nuova classe dirigente —quella dei mercatanti—» que según V. Branca era la «vera protagonista del Decameron». A primera vista no faltan mercaderes y comerciantes en las comedias de Lope. Un rastreo en la base de datos de Artelope permite detectar hasta treinta comedias con personajes de mercaderes o comerciantes, y hasta trece obras con universos sociales de mercaderes o comerciantes, además de tres de pequeños comerciantes. Pero ya esta primera revisión nos indica que son bastantes menos, casi la mitad, las comedias con mercaderes que las comedias con asuntos o motivos novelescos, y que, por otra parte, solo la mitad de las comedias con personajes mercaderes llegan a constituir, en el universo humano de su comedia, un grupo socialmente significativo de mercaderes. Una razón de bastante peso para ex18  Además de en La viuda valenciana, en la que se había registrado la huella del Decamerón, y El llegar en ocasión, la de Giraldi. 19  Véanse Fernández Rodríguez, 2016, pp. 249-301 y 375-377.

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plicar por qué los personajes de mercaderes de determinadas comedias no llegan a constituir en ellas un universo social propio y significativo, es que en buena parte de ellas, once, los personajes de mercaderes no son tales, sino personajes disfrazados de mercader20. Hay en ello un aspecto que valdrá la pena recuperar en algún momento, por su significación: la condición de mercader es una máscara, un disfraz, que sirve a los personajes que se encubren con ella, para lograr sus objetivos. El caso del desenlace de El perro del hortelano es tan conocido como representativo, pero no son menos representativos, aunque mucho más desconocidos, casos como los de El amor desatinado, La doncella Teodor o Pedro de Urdemalas. Otra razón de peso es el número, casi igual, de comedias en las que el personaje de mercader es un mero comparsa, sin un rol específico, y a menudo sin nombre propio: siete comedias presentan personajes únicamente mercaderes de este tipo. En suma, de las treinta comedias con algún personaje calificado de mercader, hay diez en las que se trata únicamente de falsos mercaderes y siete únicamente de mercaderes comparsa. Entre las obras restantes, la mayoría aportan personajes con mayor o menor interés, pero secundarios, como La doncella Teodor, Las flores de Don Juan, Los mártires de Madrid, La octava maravilla, Pedro de Urdemalas, Los Porceles de Murcia, El serafín humano o Servir a señor discreto. En una comedia como El leal criado no se trata propiamente de mercaderes o comerciantes, sino de pequeños comerciantes o tenderos21, mientras que en Sembrar en buena tierra, una de las obras más notables por lo que se refiere a la vida económica reflejada en la Comedia Nueva, más que de mercaderes propiamente dichos el protagonismo corre a cargo del hijo de un indiano rico, que ha hecho su fortuna probablemente a partir del comercio con las Indias, y que es un tipo de personaje que se da en otras obras ya citadas, como Servir a señor discreto. En resumen, las comedias de Lope de Vega en las que los mercaderes como tales juegan un papel relevante se reducen a unas pocas: El anzuelo de Fenisa, la única con un mercader galán y protagonista; Virtud, pobreza y mujer, en que el mercader es coprotagonista, en el papel de rival del protagonista al principio y de protector-ayudante de la protagonista, Solo en una de estas once comedias se da, a la vez, algún personaje genuino de mercader y algunos falsos, disfrazados. Es el caso de La doncella Teodor. 21  Hay otras comedias con pequeños comerciantes o tenderos, como Las ferias de Madrid, La francesilla, Barláan y Josafat, o el muy notable caso de presencia de miembros de los gremios en El genovés liberal. 20 

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después; y El hijo de los leones, con su mercader padre de la protagonista y abuelo del protagonista, aunque en este caso, todo hay que decirlo, el argumento no se desarrolla en un marco urbano contemporáneo sino en la Alejandría clásica. Y, por otra parte, hay una escasa correspondencia entre las novelle italianas y las comedias con mercaderes. Únicamente cinco de las treinta comedias con mercaderes acogen argumentos novelescos, tres de ellas con un rol genuino de mercader (El anzuelo de Fenisa, Servir a señor discreto y Virtud, pobreza y mujer), y las otras dos con un rol fingido (El llegar en ocasión y El perro del hortelano). Dicho de otro modo, todavía más contundente, de las cincuenta y cinco comedias con argumentos o motivos novelescos relevantes, solo cinco han trasladado mercaderes fingidos o verdaderos al mundo de la comedia de Lope. Dos de las comedias se inspiran en novelas de Boccaccio, El anzuelo de Fenisa, y El perro del hortelano, una en una novela de Giraldi Cintio, Servir a señor discreto, y otras dos presentan motivos de diversas novelas, El llegar en ocasión (Boccaccio y Masuccio Salernitano) y Virtud, pobreza y mujer (Boccaccio, Firenzuola, Giraldi, Masuccio y Parabosco)22. Ello nos conduce a la conclusión de que Lope, y probablemente muchos otros dramaturgos, fueron a buscar en las novelas italianas más la anécdota que el ambiente urbano, y más los motivos que los personajes. Una buena muestra de ello es el borrado del entorno social burgués y de los personajes de mercaderes que Lope ejecuta en sus comedias inspiradas en novelas italianas. No pondremos más que un solo ejemplo, aunque muy representativo del modo de operar de Lope con la materia prima que le proporcionaron los novellieri, el de Los embustes de Celauro, que la crítica ha relacionado con la novena novela de la segunda jornada (ii,9) del Decamerón. En ambos casos el argumento narra las mentiras y enredos de un personaje para hacer creer a otro, supuestamente su amigo, que su mujer le es infiel. Pero en el caso de la novella de Boccaccio todo surge como una apuesta entre mercaderes: Estando en París, en una posada, algunos grandes mercaderes italianos, unos por una causa y otros por otra, y habiendo una noche todos alegremente cenado, comenzaron de diversas cosas a razonar, y de un tema a otro 22  Para la correspondencia entre las novelas de Boccaccio y las comedias, ver véase J. R. Muñoz, 2013b, pp. 166-180. Para la que se da en las dos últimas comedias citadas, ver Fernández Rodríguez, 2016, pp. 249-301 y 375-378.

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pasaron y vinieron a tratar y decir de sus mujeres, las cuales en sus casas dejado habían23.

Uno de los mercaderes alardea de que cuando a mano le viene disfrutar de una jovencita, se olvida de su mujer, y procura su propio placer. Otros comentan que también se procuran su propio placer, pues imaginan que sus mujeres harán lo mismo. Pero entonces toma la palabra Bernabó de Génova, y hace una encendida defensa de la belleza, las virtudes y destrezas de su mujer, que la hacen inigualable en toda Italia, como su honestidad y su lealtad. Uno de los presentes, el joven Ambruogiuolo, se echa a reír ostentosamente. Cuando por fin se decide a hablar le espeta todo un discurso sobre la condición tornadiza de las mujeres y la facilidad de conseguirlas, a lo que Bernabó, a su vez, contesta: «yo soy mercader, y no filósofo, y como mercader te contestaré», y se ratifica en que hay mujeres no solo tan constantes como los hombres, sino más, y que de esta clase es su mujer. La disputa desemboca en una apuesta: 5 000 florines de Bernabó contra 1 000 de Ambruogiuolo, si este último consigue lo que anuncia, esto es, «ir a Génova, y dentro de tres meses del día que yo me hubiese partido de aquí, de haber hecho de tu mujer a mi voluntad, y por señal, traer conmigo de sus cosas que ella tiene en más precio, y tales y tan grandes indicios que tú dirás que ello es verdad». Lope cambia radicalmente la situación de partida, a pesar de que mantiene la acción en Italia. La tertulia licenciosa de unos baqueteados mercaderes, entre los efluvios de una buena digestión, se transforma en la recriminación y el adoctrinamiento de un padre a un hijo, en un ambiente familiar hidalgo, por haberse casado con una mujer de inferior condición social, cosa que el hijo niega aun siendo verdad, y que le llena de temor por el peligro para su herencia. Una situación típica de la comedia, no de la novella. Tampoco hay apuesta. Lo que hay es un galán rival, Celauro, rabiosamente enamorado de la mujer casada, Fulgencia, que se hace pasar por el mejor amigo de nuestro galán, Lupercio, y que está dispuesto a conseguir a cualquier precio a Fulgencia. Su estrategia, mucho más complicada en Lope que en Boccaccio, como era de ­esperar, implica aun a otra pareja de enamorados, y pasa por una doble fase, primero hacer creer a Fulgencia que su marido la engaña y después hacer creer a Lupercio que su mujer le es infiel. Tanto en la comedia 23 

Cito por Boccaccio, 1992, p. 125. Las citas siguientes siguen este texto.

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como en la novella, la ruptura entre marido y mujer se acaba produciendo como consecuencia de los embustes del intrigante, pero en el de la novella la cosa acaba con la dama disfrazada de varón aventurándose muy novelescamente por todo el Mediterráneo, hasta desembarcar en Alejandría, donde se reúnen todos y se provoca, ante el sultán, la anagnórisis final y la reconciliación de los esposos. En la comedia, en cambio, Fulgencia acaba en una aldea, en tierras del padre de Lupercio, en la que se preparan las bodas villanas de Belardo, y en las que juega su papel el acostumbrado novillo que irrumpe furioso.Vestida de serrana, Fulgencia entra a servir en casa del padre, que desconoce su identidad, y que tras aficionarse a ella le ofrecerá casamiento, un casamiento que, cuando está a punto de verificarse, es interrumpido por la aparición de Lupercio, la anagnórisis general y la reconciliación de los esposos ahora es aceptada por el padre. Entre las estrategias que en la novella y la comedia sigue el intrigante para engañar al marido el único punto en común es el uso que hace de su descubrimiento de un lunar, con unos pelillos, bajo el pecho izquierdo de la dama, descubrimiento que ha obtenido fraudulentamente24 pero que hace creer al marido que ha conseguido gracias a haber gozado de ella. Este es el verdadero núcleo de conexión entre ambos textos. Como en muchos otros casos, Lope entresaca un motivo, un elemento argumental, de sorprendente, ocurrente, chocante o sugestivo efecto y lo traslada a una intriga y un entorno completamente distintos. El mundo de los mercaderes ha desaparecido en ese trayecto. Y es que Lope traduce, muy habitualmente, el universo urbano y burgués de los mercaderes por el de una clase media, que no burguesa, de damas y caballeros de las ciudades españolas. Los caballeros, como Lupercio25 y su padre, «formaban una clase media urbana —según A. Domínguez Ortiz— con rentas suficientes para permitirles vivir ­noblemente, o sea, sin trabajar por sus manos; casi todos eran propietarios rurales, y algunos incluso tenían el señorío de una villa o aldea, pero con frecuencia redondeaban sus ingresos con la posesión de oficios municipales. El disfrute de rentas perpetuas, en forma de juros y censos, 24  Este mismo motivo es el que se encuentra en el centro de la intriga de la Eufemia, de Lope de Rueda, solo que en la obra de Rueda el lunar está en el hombro izquierdo y el pelo es de tal envergadura que Paulo, el calumniador, lo lleva de adorno en su sombrero. 25  Lupercio es designado, en el elenco, como «gentilhombre», pero no en el sentido técnico que podría tener un «gentilhombre de boca», o un «gentilhombre de cámara», etc., sino en el de miembro genérico de la nobleza.

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era común a la nobleza alta y baja»26. En muchas ocasiones y en muy diversos lugares he repetido que es esta clase media, la caballería urbana, la verdadera protagonista de las comedias y dramas de nuestro teatro clásico, y muy especialmente del género de la comedia urbana, concebida por y para ella, como era también el sector dominante del público de los corrales y casas de comedias. Desde el punto de vista de clase, su papel histórico es antagónico al de los mercaderes. Si los mercaderes representan, junto con los banqueros, los asentistas, los arrendatarios de impuestos, y paralelamente con los grandes labradores propietarios, o con los letrados formados en las universidades para la administración de los nuevos estados centrales de la monarquía; si todos ellos constituyen, digo, los grupos sociales que promovieron el tránsito a una burguesía capitalista, los caballeros son la capa media de la nobleza, una capa social plenamente representativa de una sociedad feudal, que no se incorpora a una economía productiva más que en situaciones excepcionales, y cuyo estatuto social se sostiene sobre la renta feudal de la tierra, sobre los cargos y prebendas otorgadas por el estado cortesano, o sobre las rentas de juros y censales, y justifica su posición social no por su estatus económico sino por la condición del linaje. Ideológicamente, esta clase social se caracterizó, además, por su desdén hacia las actividades productivas y las ocupaciones económicas, casi al mismo nivel que por su rechazo de los oficios mecánicos. Pero esta clase fue la que dio vida a nuestras ciudades, convertidas en buena medida en concentraciones de propietarios y rentistas, y la que asumió el conjunto de valores éticos, estéticos y políticos modernos que generó el Renacimiento. Aunque falta por estudiar la vida económica, sus fundamentos, sus actividades, sus agentes y sus conflictos, tal como fue representada por la Comedia Nueva y, en general, por el teatro clásico europeo, parece posible afirmar, a día de hoy, que Lope fue capaz de captar ciertos aspectos de esta, tales como el ambiente de algunos de los puertos más activos, como captó las ferias y mercados locales, y en su teatro está presente el entramado de rutas entre las grandes ciudades, con sus mesones y posadas, pero también con la amenaza de un bandolerismo capaz de arruinar por si solo buena parte de la actividad económica del país. Lope vio, en algunos casos, la conversión de las ciudades —y especialmente de Madrid— en grandes centros de consumo de objetos de lujo —sedas, joyas, libros, perfumes...— y de ostentación social, con sus fiestas al aire libre y 26 

Domínguez Ortiz, 1978 [1973], p. 111.

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sus exhibiciones de carruajes, pero también con sus tiendas y tenderos, y hasta con bastantes de los oficios que constituyeron los gremios y el trabajo artesanal, o preindustrial, organizado. Pero apenas vio otros muchos aspectos, algunos de ellos fundamentales para la vida económica del país, como la circulación de mercancías tanto por las vías terrestres como marítimas, la difícil consolidación de una industria en ciudades como Segovia, el papel jugado por las materias primas como los minerales, tan abundantes en el país, o por las manufacturas del textil, o por las atarazanas y astilleros que generó el gran comercio marítimo, sobre todo con las Indias, o por las incipientes fábricas de armas y las fundiciones, o por el suministro de equipamiento militar, o por las construcciones y fortificaciones que impulsaron las guerras y las colonizaciones del Imperio. Tampoco se interesó por la fabricación andaluza del jabón bajo el monopolio de los duques de Medinaceli, de las cerámicas de Talavera, de las sedas de Granada,Toledo o Valencia, de las primeras manufacturas de tabacos, de la acuñación y transporte de moneda... Ni parece Lope haber parado su atención sobre los asentistas de las ciudades y de la administración central o sobre los arrendatarios de impuestos. Y en cuanto al gran comercio, sí es habitual en el teatro de Lope contemplar el intercambio desde los puertos mediterráneos con Italia y el norte de África, con una muy especial consideración del corso y de la actividad económica que se movilizó en torno a las incursiones y secuestros de los piratas, el apresamiento de barcos, la venta de esclavos en los mercados magrebíes, y su rescate por mercaderes y órdenes religiosas. Mucho menor es la atención prestada al comercio desde los puertos cantábricos con el norte de Europa, con Flandes y las ciudades hanseáticas, y a la terrible crisis para este comercio que supusieron las guerras europeas del siglo xvii y la piratería inglesa. En cuanto al intercambio con las Indias, frecuente en las comedias de Lope, pocas veces se contempla desde el punto de vista económico, con instituciones como la Casa de Contratación, o con el potente consulado de Sevilla, que concentraba mercaderes vascos y castellanos, pero también flamencos, franceses, ingleses, alemanes y, sobre todo, portugueses e italianos; ese comercio que fue capaz de atraerse a grandes títulos de la nobleza, como los duques de Arcos, los de Medina Sidonia o los de Medinaceli, caso probablemente único en la España de la época; ese comercio que hacía girar los ojos de toda Europa hacia Sevilla, hacia las noticias que rodeaban de ansiedad la llegada de las flotas de Indias, con sus cargas de

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metales preciosos, noticias capaces de precipitar en la ruina o de exaltar hasta la euforia al dinero de toda Europa, aterrorizado por los naufragios o apresamientos que podían sufrir en la travesía, pero expectante por los grandes beneficios que se derivaban de su llegada a puerto. Los principales beneficiarios de este comercio fueron los mercaderes y banqueros genoveses, agentes de uno de los procesos de acumulación primitiva de capital más notables del Antiguo Régimen, como es bien sabido, pero hasta en este aspecto resulta inevitablemente sintomático que una obra de Lope como El genovés liberal centrara su interés en la clase nobiliaria y en sus conflictos con un pueblo encabezado por sus oficios gremiales y dirigido por un tintorero, que se alza en armas contra sus señores, destituye al senado, arrasa y saquea las propiedades patricias, obligándolos al exilio y constituyendo un gobierno de república popular. Un Lope que tiene la audacia de llevar a escena una auténtica revolución popular, liderada por los oficios, como la que en la corona de Castilla protagonizaron las Comunidades y en la de Aragón las Germanías, deja fuera de representación a los mercaderes y banqueros genoveses, tan famosos y tan satirizados en España, quién sabe si por no ser capaz de imaginar su papel o por no llegar o querer llegar a verlo. En todo caso, y al acabar nuestra exposición, queda en pie una pregunta: si Lope, que lo vio casi todo, no fue capaz de captar la complejidad de la vida económica del Imperio, en su diversidad, ¿quién pudo captarla en Europa? ¿Acaso lo hicieron Ariosto, Macchiavelli, Shakespeare, Ben Jonson, Corneille, Molière, Racine, Calderón? L’Eliana, febrero de 2017.

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Bibliografía Ariosto, Ludovico, La Cassaria, en Opere minori in verso e in prosa. Tomo II, ed. Filippo Luigi Polidori, Firenze, Felice Le Monnier, 1857, . Berruezo, Diana, «Il Novellino» de Masuccio Salernitano y su influencia en la literatura española de la Edad de Oro, Barcelona, Universitat de Barcelona, 2014. Boccaccio, Giovanni, Decamerón, ed. Francisco J. Alcántara, versión castellana de 1496 actualizada por Marcial Olivar, Barcelona, Planeta, 1992. Doglio, Federico, Teatro in Europa. Storia e documenti. Vol. 2, Milano, Garzanti Editore, 1988. Domínguez Ortiz, Antonio, El Antiguo Régimen: los Reyes Católicos y los Austrias, Madrid, Alianza, 1978 [1973]. Fernández Rodríguez, Daniel, Las comedias bizantinas de Lope de Vega: caracterización genérica, tradición y trascendencia, Barcelona, Universitat Autònoma de Barcelona, 2016. Gl’Ingannati, en Commedie del Cinquecento.Volume primo, ed. Maria Luisa Doglio, Roma-Bari, Gius, Laterza & Figli, 1975, pp. 311-397. Muñoz, Juan Ramón, «“Escribía / después de haber los libros consultado”: a propósito de Lope y los novellieri, un estado de la cuestión (con especial atención a la relación con Giovanni Boccaccio). Parte i», Anuario Lope de Vega.Texto, literatura, cultura, xvii, 2011, pp. 85-106. — «“Escribía / después de haber los libros consultado”»: a propósito de Lope y los novellieri, un estado de la cuestión (con especial atención a la relación con Giovanni Boccaccio), Parte ii», Anuario Lope de Vega. Texto, literatura, cultura, xix, 2013a, pp. 116-149. — «“Yo he pensado que tienen las novelas los mismos preceptos que las comedias” de Boccaccio a Lope de Vega», en Estelas del «Decamerón» en Cervantes y la literatura del Siglo de Oro, coord. Isabel Colón Calderón y David González Ramírez, Analecta Malacitana, Anejo xcv, Málaga, Universidad de Málaga, 2013b, pp. 163-188. Radcliff-Umstead, Douglas, The Birth of Modern Comedy in Renaissance Italy, Chicago & London, The University of Chicago Press, 1969.

Dineros y mercaderes en los Avisos de Barrionuevo: una percepción de la decadencia de la Monarquía Hispánica Francisco Domínguez Matito Universidad de La Rioja

Las Cartas escritas a un Sr. Deán de Zaragoza con noticias de la Corte de Madrid y de todas partes, especialmente de los dominios españoles, desde 1º de agosto de 1654 hasta 24 de julio de 16581, conocidas como Avisos de don Jerónimo de Barrionuevo2 son, como sabemos, una recopilación noticiosa de todo cuanto sucedía (o se comentaba sobre lo que sucedía) en la Corte madrileña, cuando ya el largo reinado de Felipe IV se acercaba a su final, en los años en que el rey había confiado de nuevo el gobierno de la Monarquía al pseudovalido (un primer ministro en realidad), don Luis de Haro; recopilación noticiosa de este tesorero de la catedral de Sigüenza, que por los años de sus Avisos debía de residir en Madrid, y que respondía a su espíritu extraordinariamente observador y comunicativo, como él mismo confiesa en sus cartas: Madrid, Señor, es la vena del arca, donde acude toda la sangre del hombre.Yo soy curioso y tengo muchos amigos que con particular cuidado me advierten todo lo que pasa. Aquí vienen a parar las nuevas de todo el mundo; con que no es mucho que, habiéndome dado Dios un poco de talento, me eche a volar a todas partes en servicio de Vm., que guarde Dios, como

BNE, Mss/2397. Avisos de Don Jerónimo de Barrionuevo (1654-1658), ed. de Antonio Paz y Mélia, Madrid,Tello, 1892-1893, 3 tomos, por la que cito. Existe también una selección de los Avisos en edición de José María Díez Borque (1996). 1  2 

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puede, deseo y le suplico. Madrid y octubre 21 de 1654 años. Besa la mano a Vm. su mayor servidor, D. Jerónimo de Barrionuevo3. Cada día que vengo de Palacio traigo recogidas todas las novedades que hay, escribiéndolas luego; con que al cabo de la semana vengo a hallarme con la carta escrita para Vm., y se me pasan pocas cosas por alto, que tengo muchos caballeros amigos inclinados a saber4.

Los Avisos pertenecen a esa variada paraliteratura autorial que va, por una parte, desde El pasajero (1617) de Suárez de Figueroa; Guía y aviso de forasteros que vienen a la Corte (1623) de Liñán y Verdugo; Día y noche de Madrid (1663) de Francisco Santos; o el Día de fiesta por la mañana (1654) y el Día de fiesta por la tarde (1659) de Zabaleta, estos últimos estrictos coetáneos de los Avisos; pero, por otra, se encuentra en la órbita más amplia de las diversas manifestaciones —literarias o no, autoriales o anónimas— con que daba comienzo el «periodismo», ya fuera en forma de «avisos históricos», como los de Pellicer; de diarios, como los del conde de Pötting5; de poemas satíricos y burlescos, de cartas secretas y pasquines6; de relatos noticiosos fruto de experiencias singulares difícilmente clasificables, como el «Apéndice de justiciables» inserto en el Compendio del padre Pedro de León7, etc., donde se daba cuenta de la historia menuda y testimonio de lo que no formaba parte de las crónicas o de los relatos históricos oficiales. Los Avisos de Barrionuevo, como toda esta literatura o paraliteratura noticiera, nos ofrecen, pues, una visión de las cosas que traduce los estados de opinión, ya fueran de carácter particular o de lo que podríamos llamar una incipiente «opinión pública» más o menos informada, que complementan o se sitúan frente a las informaciones o noticias de carácter propagandístico. Las cartas de Barrionuevo contienen un arsenal de noticias resumibles en tres ejes fundamentales: los asuntos políticos nacionales (e internacionales en tanto en cuanto afectaban a la monarquía); las vicisitudes y consecuencias de la guerra, fenómeno omnipresente en la vida ­hispánica; y la economía, directamente vinculada con los dos ­temas

Avisos..., i, p. 101. Avisos..., i, p. 294 (24 de abril de 1655). 5  Ver Nieto Nuño, 1990-1993. 6  Ver Aichinger, 2016, pp. 17-49. 7  Ver Domínguez Ortiz, 1989, pp. 11-71. 3  4 

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a­ nteriores8. Nada más natural, en consecuencia, que el dinero y sus agentes e intermediarios (mercaderes y banqueros) constituyan motivos omnipresentes, pues el nuevo material de cambio y los comerciantes y financieros, de creciente importancia en la estructura histórica, habían dado lugar a una época de profundas transformaciones en todos los órdenes de la vida (familiar, social, moral, político, etc.)9. Si estos motivos circulan tanto por la correspondencia de Barrionuevo, es porque circulaban en la calle y en los corrillos. Y ningún género tan «democráticamente» revelador de lo que «acontecía en la rúa», es decir, de las preocupaciones o del universo mental de la sociedad que la literatura gacetillera o el teatro, donde el dinero constituye también un motivo transversal10. Además de sus Avisos, a lo largo de su vida Jerónimo de Barrionuevo había ido coleccionando, en una especie de cajón de sastre, una producción literaria que contenía unos 900 poemas de variados géneros y unas cuantas obras de teatro11. No disponemos de una edición completa de tan heterogénea obra literaria, pero en la selección de sus poesías con que Paz y Mélia encabeza la edición de los Avisos incluye un poema autobiográfico titulado «Romance a la vida del autor», en el que aparecen ya dos de los temas que en sus cartas serán una recurrencia permanente: el dinero y los mercaderes, motivos en los que me detendré más adelante. Refiere Barrionuevo que, habiendo embarcado en el Grao con dirección a Italia, y ya en Génova, Tomamos la tierra en breve, y buscando un mercader que una letra me pagase, al punto encontré con él.

8  Abigarrados en estos ejes, se vertebran en los Avisos las noticias, rumores, cotilleos y comentarios sobre la Corte y el Gobierno, las informaciones de todo tipo de sucesos cotidianos y, en general, sobre la mentalidad social y los muy diversos aspectos (religioso, cultural, etc.) que caracterizaban el discurrir de la vida española durante aquellos años centrales del siglo xvii. Ver «Estudio preliminar» de Díez Borque, 1996, pp. 29-34. 9  Ver Maravall, 1981, pp. 55-128. 10  Sobre la presencia del dinero en el teatro del Siglo de Oro, ver, por ejemplo, Martínez Berbel, 2016, pp. 59-80, y Escudero Baztán, 2016, pp. 115-146. 11  BNE, Mss/3736.Ver Fernández de Cano, 1993, pp. 347-355, y también «Estudio preliminar» de Díez Borque, 1996, pp. 16-19.

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Pareciome no tenía, vestido a lo portugués, talle de tener un cuarto, y así se lo dije a él. Llevome a casa consigo, donde tanta plata hallé, que todo lo de Castilla me pareció un oropel. Aquesta riqueza, dijo, toda, hijo, la gané en vuestra patria pasando lo mejor de mi niñez. [...] No tengo en mi casa gasto, y con esto conservé lo que gané cuando mozo para ahora a la vejez. Vosotros como caballos aquesto hacéis al revés: en la mocedad lozanos y en un molino después. Abriome mucho los ojos para llegar a entender que calidad sin dinero es barahúnda y tropel12.

Joven todavía por aquellos años, el encuentro con el mercader debió de servirle a Don Jerónimo, como a Lázaro de Tormes la lección del ciego, para despertar «de la simpleza en que, como niño, dormido estaba», y aprender que le cumplía «avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer»13. La recurrencia temática al tema del dinero y su correcta administración debió de estar motivada no solo por la observación de la realidad sociopolítica y las circunstancias de la vida cotidiana sino también por su propia experiencia vital, pues aunque no contamos con una biografía detallada de su vida, sí alcanzamos a saber las graves desavenencias que tuvo con su hermano mayor, don Bernardino Barrionuevo de Peralta, marqués de Cusano14, contra quien carga Paz y Mélia, «Poesías de Barrionuevo», en Avisos..., i, pp. xxxii-xxxvi. Lazarillo de Tormes, p. 23. 14  Paz y Mélia, «Noticia del autor y de sus obras», en Avisos..., i, pp. vii-xxviii.

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duramente en la poesía, también de corte autobiográfico, «A un disgusto que tuve con mi hermano el mayor», en la que se despacha, mezclando el resentimiento personal con una actitud estoica, contra la institución del mayorazgo15. Nuestro segundón Barrionuevo no debió de sentirse bien tratado por su hermano el marqués, a juzgar por el tono y las formidables acusaciones que le dirige:

Yo, pues, nací segundo sin segundo, como si acaso por nacer primero tenga más el primero que el segundo de virtud y valor que el que es postrero. [...] Si la hacienda entre todos se partiera, si la hacienda entre todos se gastara, si su poquito a cada cual cupiera, para todos hubiera y aun sobrara, y con aquesto cada cual viviera y contento y alegre se casara. [...] Miente quien dice que yo tengo hermano, porque si hermano acaso yo tuviera, es sin duda ninguna caso llano que en mi favor a todos se opusiera; pero dejarme a mí por un villano, ¿qué monstruo troglodita aquesto hiciera? [...] Por mí he ganado lo que tengo ahora, siendo el autor de mi mediana suerte; y mientras la fortuna se mejora, a Dios temo no más, si bien se advierte, que pues todo lo sabe y no lo ignora, en el último trance de la muerte al rico, al pobre, al alto, al abatido, todos vienen a ser de un apellido16.

15  Para un estudio general sobre la institución del mayorazgo y su pervivencia desde la Edad Media hasta el siglo xix, ver Clavero Salvador, 1989. 16  Paz y Mélia, «Poesías de Barrionuevo», en Avisos..., i, pp. xlviii-lvi.

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Por la misma herida debía de sangrar también en algunas de sus comedias —La venganza del hermano y valiente Barrionuevo, El Judas de Fuentes—, pues los motivos que tratan y la utilización que hace de episodios de carácter autobiográfico dejan entrever el mismo resentimiento familiar del segundón que se siente injustamente tratado17. Ahora bien, las tribulaciones de Barrionuevo no ponían de manifiesto una mera cuestión de infortunio particular: era frecuente que en la aplicación de las leyes hereditarias el mayorazgo se comportara indebidamente con los segundones. La perspectiva moral ante este controvertido arcaísmo legal, que es en la que se sitúa Barrionuevo, no estaba fuera de lugar puesto que se trataba de una institución de carácter económico-teológico, contra cuya permanencia y sus desastrosas consecuencias económicas y sociales los arbitristas, juristas y moralistas contemporáneos (González de Cellorigo, Fernández de Navarrete, López Bravo, Quevedo) se emplearon ampliamente. Que la institución del mayorazgo era una cuestión social palpitante, más allá del ámbito de lo jurídico-político, da cuenta su constante y numerosa presencia en el teatro del Siglo de Oro, tanto en las comedias de carácter serio como en las de tipo cómico, que pone sobre las tablas los deletéreos efectos de la institución en el entramado familiar, en las relaciones sociales y en las ambiciones políticas. Aunque podrían citarse casos del conflicto hereditario (familiar o social) a causa del mayorazgo en todos los dramaturgos, desde Lope de Vega a Tirso de Molina, Rojas Zorrilla o Cubillo de Aragón, es quizá en el teatro de Calderón de la Barca donde aparece más recurrentemente, bien de forma episódica o bien como eje dramático de toda una obra; y es en este dramaturgo, estricto contemporáneo de Barrionuevo, donde se trata el tema no solo por su potencialidad dramática sino como ocasión para alinearse teóricamente del lado de los partidarios de la reforma de la institución18. A la relativa penuria con la que viviría, o a la falta de largueza con la que al tesorero de Sigüenza le hubiera gustado vivir, parecen aludir estos otros versos del poema «El vino, el dinero y el amor, todos andan a un mismo son». Paz y Mélia, «Noticia del autor y de sus obras», en Avisos..., i, pp. xiii-xix. A título de ejemplo, pueden citarse Antes que todo es mi dama, Dar tiempo al tiempo, Las tres justicias en una, Mañana será otro día, La niña de Gómez Arias, Cada uno para sí, El gran mercado del mundo, Los alimentos del hombre, Lo que va del hombre a Dios, El mayorazgo, Basta callar, etc.Ver Suárez Miramón, 2016, pp. 135-150. 17  18 

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El vicio dormido, el dinero escondido, en carnes el Amor, que es compasión, todos andan a un mismo son. [...] El dinero anda escondido que yo no le [a]cierto a hallar, y aunque le voy a buscar, es lo mismo que al perdido; no tiene casa ni nido, y aunque anda siempre rodando, apenas le tengo cuando se marchita como flor19.

Por las cartas de Jerónimo de Barrionuevo fluyen continuamente las referencias al dinero, como no podía ser de otra manera en unos años —toda una época en realidad— de grandes desequilibrios económicos y ruina general, causados fundamentalmente por los inmensos gastos de «toda la guerra a cuestas», según la emblemática expresión con que Felipe IV se refería a las congojas de la monarquía en su correspondencia con sor María de Ágreda20. Las referencias, pues, al dinero que discurren a lo largo de la correspondencia de Jerónimo de Barrionuevo eran sobre esa «moneda de duende, que ni luce ni parece»21 por las arcas del Estado, incapaz de atender unas responsabilidades que lo desbordaban: «A todos sacan el dinero que pueden, y todo es poco para lo que se necesita de aprestos en todas partes. Dios nos dé paz»22; necesidades financieras para las que no eran suficientes las remesas de las posesiones allende las fronteras, sobre lo cual el avisador comenta con ironía: «Mucho entra cada día en España; pero todo se deshace luego, que parece que es tesoro de duende»23. Tan conciso como elocuente es también, por ejemplo, el comentario que hace a propósito del ofrecimiento de 5 000 000 que la duquesa de Braganza

Paz y Mélia, «Poesías de Barrionuevo», en Avisos..., i, pp. lxxv-lxxvi. Ver Domínguez Ortiz, 1989, p. 158, y también Lynch, 1988, pp. 177-277; Stradling, 1989, pp. 195-350; Elliott, 1990, pp. 489-581. 21  Avisos..., ii, p. 37 (24 de julio de 1655). 22  Avisos..., ii, p. 313 (4 de marzo de 1656). 23  Avisos..., ii, p. 306 (27 de febrero de 1656). 19  20 

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ofreció al francés para que se casara con una hija suya: «Gran dinero, por cierto, en el tiempo presente, donde no hay un real»24. A cada paso, entremezclados entre las noticias de muy variada naturaleza, aparecen pormenores sobre la situación económica, de carácter asistemático como propio de quien tiene todas las antenas puestas a lo que circula por los corrillos de la Corte sin formar parte del gobierno, pero que reflejan, aun dentro de la misma sociedad cortesana, la percepción cotidiana de la decadencia y penuria económicas. Así, la correspondencia de Barrionuevo resulta un permanente recordatorio de los excesivos impuestos necesarios para la guerra («Todo es por acá hacer juntas sin provecho, donde no hay dinero, al paso que nos están quitando las capas»)25; de las fluctuaciones en el valor y la depreciación de la moneda; de las dificultades de la monarquía para financiarse y para soportar los elevados intereses de la deuda; de las dificultades en el avituallamiento y en los flujos comerciales; de los apuros para los reclutamientos militares o de los obstáculos para hacer llegar a los tercios la necesaria financiación; en fin, todo ello fruto de la observación de alguien que dispone de buena información pero también es testigo —y víctima, como todo el mundo en mayor o menor medida— de la conjunción de factores, decisiones y circunstancias que no contribuían precisamente a una vida segura ni a una perspectiva optimista de la realidad. De ahí que, de cuando en cuando, la relación de hechos vaya acompañada de esas pequeñas apostillas que traducen una impresión generalizada de decadencia, melancolía y desconcierto tan típicamente característicos del siglo barroco26: «Es una locura lo que pasa»27; «Está Madrid muy al uso del tiempo, que cada instante se muda y vuelve al revés»28; «Todo anda desta manera, sin pies ni cabeza»29; «En todas partes se encuentran los peligros, ya en la mar, ya en la tierra»30; «Esta vida toda es guerra»31. Se trata, como vemos, de los viejos tópicos de la mutabilidad de la fortuna, la locura del mundo y su correlato del mundo al revés, de la vida del hombre como milicia, revitalizados con fuerza en Avisos..., i, p. 144 (29 de noviembre de 1654). Avisos..., iii, p. 282 (21 de noviembre de 1657). 26  Ver Maravall, 1981, pp. 309-335 y 357-418. 27  Avisos..., i, p. 108 (28 de octubre de 1654). 28  Avisos..., i, p. 246 (13 de marzo de 1655). 29  Avisos..., i, pp. 334-335 (9 de junio de 1655). 30  Avisos..., ii, p. 311 (4 de marzo de 1656). 31  Avisos..., i, p. 207 (16 de enero de 1655). 24  25 

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la experiencia ­individual durante el siglo xvii; tópicos, justificados por el contexto histórico, en los que la percepción y sensibilidad de Barrionuevo coinciden con los análisis de los arbitristas y, por supuesto, con las denuncias de la literatura satírica y moralista de los Quevedo, Gracián, Góngora, Mateo Alemán, etc. Son precisamente esas observaciones, pequeñas glosas o apostillas —más abundantes en las primeras cartas que conforme avanza la correspondencia— lo que más nos atrae de los Avisos de Barrionuevo, que a sus dotes de corresponsal minucioso sumaba la ironía y capacidad para la caricatura. Veamos ahora algunas sobre el valor del dinero como factor de la vida individual y colectiva, que transmiten tanto la propia mentalidad y el carácter del corresponsal del Deán de Zaragoza como los comportamientos y la mentalidad de su época.Ya pudimos reparar en la variante de la locución proverbial «Dineros son calidad» («que calidad sin dinero / es barahúnda y tropel»), que hace en el «Romance a la vida del autor» citado más arriba, quizá reminiscencia de la famosa letrilla gongorina y que sirvió de título también a varias comedias áureas (¿Lope?, ¿Cáncer?, ¿Claramonte?); y aún pueden citarse otras, más relacionadas con la letrilla satírica de Quevedo «Poderoso caballero es don Dinero»32. Así, por ejemplo, a propósito de la manía de los madrileños por los coches, comenta: «La verdad es que en parte tienen razón se pasen con su salpimienta, porque no hay hombre, por humilde que sea, ni de más bajo trato, que no ande encochado, porque tiene dinero, que es el todopoderoso»33; y acerca de la alianza entre ingleses y portugueses, apostilla: «El amigo es el dinero»34. El dinero todo lo puede comprar, hasta la belleza, como en el caso del duque Eugenio de Saboya, que por 2 000 000 logró casarse con la sobrina de Mazarino, a lo que comenta Barrionuevo: «Mucho puede el dinero, hermosura y favor. Lo cierto es que se dice

Quevedo, Poemas escogidos, pp. 229-232.Ver, a este propósito, Geisler, 2013. Avisos..., ii, pp. 56-57 (11 de agosto de 1655). La obsesión por los coches como signo de ostentación y jactancia fue motivo de críticas entre los escritores moralistas y satíricos (Quevedo, Vélez de Guevara) y para los dramaturgos (Tirso, Calderón). En este mismo sentido, el propio Barrionuevo llega a comparar el coche del espía mayor del rey, don Juan de Valencia, con el aparatoso carro en que se trasportaba la ‘tarasca’ en las procesiones del Corpus Christi (Avisos..., ii, p. 167, 13 de octubre de 1655).Ver Deleito y Piñuela, 1966, pp. 248-274; Herrero García, 1966, pp. 321-348; Maravall, 1981, pp. 453-498; Fernández Oblanca, 1991-1992, pp. 105-124. 34  Avisos..., ii, p. 449 (5 de julio de 1656). 32  33 

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que es la dama más hermosa de Europa»35. Los logreros, emprendedores y negociantes disponen de circunstancias favorables no solo para hacerse ricos sino también para cambiar de estatus comprando títulos y oficios, como es el caso de un mercader de drogas, que, valiendo el oficio de Chanciller de la Cruzada 3 000 ducados de plata, lo adquirió por 24 000. Al tal Ontiveros, que logró también casarse con la viuda de un mercader cuya renta era de 80 000 ducados, se le suponía una fortuna de 200 000 ducados. «El que tiene en Madrid inteligencia y trato es el que vale, y a cada paso dobla el caudal», comenta Barrionuevo, augurándole una buena herencia a sus descendientes, que serán también títulos, pues «con el dinero se alcanza»36. A parecida sentencia recurre al transmitirle a su corresponsal la noticia de que el conde de Oñate se estaba construyendo en la calle Mayor una casa cuyos portales eran «como los de Palacio, con dos puertas, para que por la una entren los coches y salgan por la otra, ocupando en esto más de cien pies de largo. Quien tiene dinero todo lo puede, todo lo hace y todo lo tiene»37. Aunque los historiadores de la situación económica del siglo xvii tienen claro que los presupuestos ordinarios de la Corte no eran la causa fundamental de los desequilibrios económicos de la monarquía, el significativo incremento que tuvieron en los tiempos de Felipe III y Felipe IV (a pesar de las reformas acometidas por Olivares) motivaron las quejas de los procuradores en Cortes y, en tanto se visualizaban en dispendios y derroches por la afición del rey y de los principales cortesanos al lujo ostentoso, crearon un estado de opinión negativo y malestar social38. Jerónimo de Barrionuevo se hace eco en sus Avisos de tal ambiente, relatando con minuciosos detalles las fiestas de Palacio y algunos otros sucesos significativos de aquella ostentación de riqueza, que resultaba obscena en medio de las circunstancias por las que atravesaba la nación. Sin duda, Barrionuevo participaba de esta opinión, según se desprende de la insistencia y curiosidad con que relata los sucesos y comportamientos al respecto, así como, sobre todo, por sus habituales comentarios cargados de una sutil y amarga ironía. En este sentido, la crítica al poder la concretó en el rey, o por mejor decir en el mal ejemplo del rey y, sobre todo, en su pseudovalido don Luis de Haro, a quien Avisos..., i, p. 32 (23 de agosto de 1654). Avisos..., i, p. 75 (3 de octubre de 1654). 37  Avisos..., i, p. 194 (2 de enero de 1655). 38  Ver Domínguez Ortiz, 1989, pp. 75-96. 35  36 

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Barrionuevo no tenía en ninguna estima39, lo cual permite presumir que sus opiniones sobre el cargo de valido se situarían más bien del lado de aquellos que, más que atacar la institución del valimiento, arremetían contra las personas que se comportaban inadecuadamente en el ejercicio del puesto40. Al sucesor de Olivares en el valimiento de Felipe IV se le quemó la casa a principios de diciembre de 1654, y para su reparación, que debía de estar concluida para Pascua de Resurrección, se emplearon, descontando los maestros de obras, 450 personas de los distintos oficios y 50 caballerías. El coste de las obras se estimaba en más de 150 000 ducados, y en opinión de Barrionuevo, que se interesó de los detalles de construcción preguntando a los maestros, se trataba de un verdadero palacio, cuya «riqueza de alhajas, pinturas, escritorios, espejos, colgaduras es indecible, y que el rey no tiene la tercera parte, y que le han presentado un sin número de cosas cien veces más de lo que se le perdió»41. Para tales obras, don Luis de Haro recibió donativos del rey y de otros particulares por valor de 200 000 ducados. En la carta de 17 de abril de 1655, Barrionuevo termina su relación con esta apostilla providencialista: «El dinero todo lo puede, el amor todo lo alcanza, la muerte todo lo acaba. Si los hombres fueran eternos, me parecería mejor, pero el consuelo de dure lo que durare, como cuchara de pan, es grande. Admirable es Dios en sus obras»42. Quizá quepa interpretar desde la misma ironía providencialista la carta del 9 de diciembre de 1654 sobre el mismo asunto: Desde que se quemó la casa de D. Luis de Haro se han rompido las cataratas del cielo, derramando tan continuas lluvias, que de día ni de noche no cesan un punto de llover a cántaros, pareciendo lo quiere arrasar todo, llevándolo a fuego y a agua; con que cada uno está en su agujero metido como el conejo, cesando la comunicación. Confieso que es su tiempo; pero es muy malo, y si así va, nos volveremos todos ranas de este gran charco43.

Pues lo cierto es que la reconstrucción de la casa de Haro fue motivo de chismorreos en los mentideros madrileños, donde ya desde principios

Avisos..., i, p. 194 (2 de enero de 1655). Ver Tomás y Valiente, 1990, pp. 117-154. 41  Avisos..., i, p. 206 (16 de enero de 1655). 42  Avisos..., i, p. 280 (17 de abril de 1655). 43  Avisos..., i, pp. 160-161 (9 de diciembre de 1654). 39  40 

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de enero de 1655 circulaba un soneto burlesco sobre el asunto. Con la misma mordacidad atribuye Barrionuevo las cuartanas que agarró don Luis a principios del mismo enero a su proximidad a la persona del rey «que algo se le había de pegar de estar tan cerca del león de España»44. Por lo que se refiere a los faustos y ostentaciones de la Corte, unos pocos ejemplos bastarán para conocer el sentir de Barrionuevo —y por tanto la recepción que tales dispendios tenían en los círculos de opinión madrileños—, manifestado, como siempre, en esas pequeñas glosas mordaces o burlonas, bien significativas no solo de su propia opinión sino también de la de extensos círculos de opinión madrileños sobre la manifestación de frivolidad y despreocupación de la Monarquía por los graves asuntos de estado y la situación general de sus súbditos. Así, tras dar noticia de que para el 30 de enero de 1655 se estaba preparando una comedia de tramoyas en Palacio por un precio exorbitado —50  000 ducados, quizá exagerado, pero lo que importa es que esto es lo que se decía—, comenta Barrionuevo al Deán de provincias «que por acá no se trata sino de pasar alegremente esta pobre vida, dé donde diere y quede lo que quedare»45. Lo que, en la opinión del corresponsal, estos derroches significaban en cuanto a la actitud del rey con respecto a las cosas del gobierno, queda de manifiesto en la glosa a la noticia muy detallada sobre la ostentosa fiesta teatral que se hizo en el Buen Retiro el día de san Juan de 1655. La fiesta consistió en la representación de la comedia burlesca de Monteser, Solís y Silva La restauración de España (por otro título, La renegada de Valladolid), con sus loas, bailes y entremeses, en la que participaron 70 mujeres y hasta el mismísimo Juan Rana46. Este detalle da idea del impresionante aparato escénico que se preparó para la ocasión: «La Romerilla salió en una jaca a decir la loa, y en un entremés donde se remedaba lo que pasa en el Prado aquella noche, entró un cochecillo pequeño en el salón alto donde se hacía con cuatro mujeres en él y dos mulas que le tiraban, siendo otra mujer el cochero que le guiaba, subiéndole con una tramoya por las escaleras, como si lo hiciera en una de las calles del Prado». El comentario que tal acontecimiento suscita en Barrionuevo es el siguiente: «Para que el gusano de seda no se muera al Avisos..., i, p. 206 (16 de enero de 1655). Avisos..., i, p. 213 (23 de enero de 1655). 46  En la fiesta el famoso actor desempeñó el papel de «rey» y de «hombre» en la comedia burlesca y también el de «alcalde» en el entremés de Cáncer La noche de San Juan y Juan Rana en el Prado con escribano y alguacil.Ver Lobato, 1999, pp. 96-97. 44  45 

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encapotarse el cielo y echar bravatas, así de truenos como de los rayos que arroja, el remedio único es tocar guitarras, sonar adufes, repicar sonajas y usar de todos los instrumentos alegres que usan los hombres para entretenerse. Esto acontece con el rey, que en los mayores aprietos solo se trata de festines. [...] El dinero todo lo puede; el ingenio todo lo alcanza, y el poder todo lo acaba»47.Y sin solución de continuidad, dice «Vamos ahora a las veras, que es lo que importa», pues lo que importaba era la presencia de la enemiga flota inglesa en el cabo de San Vicente. Igualmente expresivo del sentir general es la glosa al capricho del rey de que se ingeniasen hachas que no se apagasen con la lluvia para que don Luis de Haro pudiese ir a verlo por las noches en su retiro de El Pardo: «En esto gastan su tiempo, al paso que nuestros enemigos refinan la pólvora de su enojo para volarnos»48. Con la misma prodigalidad en la administración de los bienes públicos se comportaba también la nobleza, como don Francisco Fernández de la Cueva y Enríquez de Cabrera, duque de Alburquerque y virrey de Nueva España, que se permitió remitir desde las Indias una remesa de chocolate como regalo para el rey, la reina, don Luis de Haro y los miembros de los Consejos por valor de 50 000 reales. La glosa de Barrionuevo, con su habitual estilo irónico, apenas puede disimular el severo juicio que le merece el detalle del virrey: Brava locura arrojar un señor 50 000 reales de a 8 como si fuera un puñado de arena. [...] Y estará por otra parte desollando allá los ricos y acabando por acá con sus pobres vasallos. No están todos los locos en Zaragoza, ni de los cuerdos se hace el caso que fuera razón; con que todo anda al revés, y el que hurta más, por eminente en su oficio, le excusa la ley y está reservado de ella49.

En tal ambiente de corrupción en el gobierno no es extraño, como siempre ocurre, que se produjeran también en segundos o terceros niveles de la administración hechos como el que sucedió en el mes de mayo de 1655, cuando de los seis correos que salieron de Madrid para Cataluña, llevando cada uno 4 000 doblones, el último fue desvalijado cerca de Guadalajara por seis enmascarados «de buen hábito». A dos de ellos los Avisos..., i, pp. 368-369 (26 de junio de 1655). Avisos..., i, p. 202 (13 de enero de 1655). 49  Avisos..., i, pp. 126-127 (7 de noviembre de 1654). 47  48 

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prendió el Corregidor, al parecer sin suficientes pruebas, y, como suele suceder en estos casos, «lo que es el dinero hasta ahora no parece»50. Si las noticias sobre los dineros y su administración (en el gobierno y en el ámbito de lo privado) constituyen una referencia permanente y objeto de comentarios en la correspondencia de los Avisos, menudean también en ellos las noticias sobre los mercaderes, bien consciente Barrionuevo de su importancia en la vida económica de la nación, sometida a crisis constante por factores diversos: el desorden y los vaivenes monetarios, la inestabilidad de precios, la inflación, las cargas impositivas, el crédito para la guerra, el flujo de importaciones y exportaciones, la competencia internacional; en definitiva, la adaptación de la economía española a una modernidad en la que la Monarquía tenía responsabilidades imperiales y necesidades imposibles de cubrir por una nación de insuficientes recursos, estructuras anticuadas y en conflicto permanente con sus poderosos enemigos51. Naturalmente, Barrionuevo no disponía de formación económica ni tampoco formaba parte del círculo de los arbitristas, por lo que sus noticias y comentarios sobre mercaderes hay que situarlas en el mismo plano de observación que aplica al resto de las variadísimas y heterogéneas noticias que componen sus Avisos. Ahora bien, se trataba en todo caso de un observador curioso e inteligente al que no se le escapaba nada que intuyera significativo.Veamos algunas de sus noticias y correspondientes apostillas. En su carta de 23 de junio de 1655 informa sobre un mercader de drogas, de apellido Ontiveros, que había comprado el oficio de Chanciller de la Cruzada. Debía de tratarse de un hombre de suficiente fama o de interés particular para el Deán de Zaragoza (y sus amigos) pues Barrionuevo consideró necesario referirse de nuevo a él para comunicarle al clérigo zaragozano la noticia de su muerte, ocurrida hacia el mes de junio de 1655. Ontiveros, que es mercader de drogas en la calle de las Postas, ha comprado el oficio de Chanciller de la Cruzada. Vale 3 000 ducados de plata. Ha dado 24 000 de plata por él. Tenía Brito este oficio, y se lo ha vendido la Inquisición, que lo tiene preso. Cásase con otra mujer, viuda de un mercader rico, con 80 000 ducados. Ha comprado unas casas a Leganitos, que eran de Juan Pérez de Hita, en 30 000 ducados. Cosa grande. Deja en

50  51 

Avisos..., i, pp. 323-324 (29 de mayo de 1655). Ver Domínguez Ortiz, 1983 y, más reciente, Alonso García, 2016.

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su tienda una sobrina suya casada. Dícese tiene 200 000 ducados y más de hacienda. El que tiene en Madrid inteligencia y trato es el que vale, y a cada paso dobla el caudal. Tiene un hijo, canónigo de Cuenca, y más 3 000 ducados de beneficio simples. Mañana sus descendientes serán títulos, que con el dinero se alcanza52.

A la fecha de su muerte, los 200 000 ducados de fortuna que se le calculaba unos meses antes habían subido hasta los 700  000, y es de notar, entre otros detalles, la atribución que hace Barrionuevo, con su habitual socarronería, de la muerte del mercader: Murió Ontiveros, mercader de drogas: ha dejado 700 000 ducados y un hijo, dignidad en Cuenca, con 6 000 de renta, habiendo entrado en Madrid con solos 6 reales, muchacho bozal de las montañas. Deja sucesión. Casó con una mujer de buen parecer. No era niño, y acabole en seis meses. Más le valiera estarse viudo para vivir más53.

No son muy abundantes en los Avisos los mercaderes de quienes se haga referencia particular, pero junto al Ontiveros de la calle de Postas, Barrionuevo considera de interés del Deán conocer el fallecimiento, hacia el mes de junio de 1658, de otro importante mercader madrileño, César Buenvecino, del que no dice más que era de origen extranjero y que vivía en la calle Carretas54. Como he advertido, las noticias singulares referidas a mercaderes no tienen para Barrionuevo una motivación distinta que la que le suscitan otros sucesos sorprendentes o extravagantes, propios de la pura alcahuetería y del cotilleo cortesano o provinciano. Así el caso del mercader de paños Alonso Carpintero, que se volvió loco por no haber conseguido el monopolio de las libreas para el parto de la reina, noticia a la que sigue inmediatamente la de don José Calderón, abogado de la Cárcel de Corte, que también perdió el juicio «diciendo que cómo ha de poder defender tanto puto como cada día se va descubriendo»55. Por la misma razón le interesa el mercader Agustín de la Paz, a quien

Avisos..., i, p. 73 (3 de octubre de 1654). Avisos..., i, p. 363 (23 de junio de 1655). 54  Avisos..., iv, p. 198 (19 de junio de 1658). 55  Avisos..., ii, p. 226 (27 de noviembre de 1655). 52  53 

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azotaron por puto, para que se fuese a cumplir el destierro. Faltábanle algunas cosas que acomodar tocantes a la hacienda. Recogiose en el ínterin que las ajustaba en casa del embajador de Venecia, que le recibió con gusto.

El embajador debía de ser de las mismas inclinaciones, pues salió la mañana de san Juan [...] a ver el festejo del Prado en su coche; y apenas le vieron las mujeres que había en él, que no eran pocas, cuando le comenzaron a gritar diciendo: “Bellaco, bellaco, que destierras putas y persigues mujeres, y recoges putos y los agasajas”56.

También recoge Barrionuevo la muerte del mercader holandés Guillermo Lambué, asesinado de un carabinazo por su cajero, al que había despedido por haberle acusado de hereje ante la Inquisición después de robarle 10 000 ducados57. De mayor significación desde el punto de vista de la picaresca económica es el caso del mercader toledano Juan Álvarez Maldonado, al que le dieron tormento por haber alterado el precio de las mercancías por valor de 200 000 ducados58. Por los Avisos de Barrionuevo pululan, considerados en general, los mercaderes ingleses, a veces en alianza con los portugueses para perjudicar los intereses españoles, sobre todo en las costas de Cádiz y en el Puerto de Santa María; aunque aquellos, en ocasiones renegando de la política de Cromwell, en alianza con los españoles y contra los genoveses o los holandeses, e intentando siempre impedir el comercio con La Habana o apresar las remesas procedentes de las Indias. Los holandeses, por su parte, y en menor medida los franceses, son también motivos de noticias constantes por sus alianzas cambiantes, que unas veces favorecen y las más de ellas perjudican los intereses de la economía española. Interesantes son las noticias referidas al tráfico comercial que servía de excusa para que entre los mercaderes, y haciéndose pasar por tales, se introdujeran agentes al servicio de otras potencias extranjeras, como ocurrió entre mayo y junio de 1655, cuando fueron apresados en San Sebastián unos mercaderes franceses que estaban en tratos con el duque de Guisa (de Guise) para favorecer la toma de la plaza, y otros mercaderes de Lorena, en tratos con los duques de Lorena, Francia y otros Avisos..., ii, p. 450 (5 de julio de 1656). Avisos..., iv, pp. 123 y 128 (1 de mayo de 1658). 58  Avisos..., ii, p. 215 (20 de noviembre de 1655). 56  57 

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potentados de Italia y Alemania por el mismo motivo, hechos que le hacían concluir al bueno de Barrionuevo: «estamos rodeados por todas partes de enemigos que tenemos dentro de casa»59. Entre todos los mercaderes extranjeros60, quienes más ocupan la atención de los Avisos son los portugueses, por los que Barrionuevo, que no oculta en general sus sentimientos xenófobos, sentía verdadera antipatía61, sentimiento en aquellas circunstancias perfectamente explicable dada la guerra permanente entre España y Portugal desde su reciente secesión de la corona hispánica, y que se manifestaba en las continuas escaramuzas en los territorios fronterizos (Galicia, Extremadura) de las que decenas de cartas se hacen eco puntual. Como sabemos, la vuelta de los banqueros y comerciantes portugueses de origen judío había sido favorecida por la política de Olivares para contrarrestar la dependencia de los financieros genoveses, no sin la oposición de buena parte de la sociedad, que nunca llegó a aceptar la presencia de los «marranos» portugueses en la tierra de la que habían sido expulsados62. Barrionuevo, desde luego, estaba alineado con los detractores de esta política del conde-duque, como dejan en evidencia sus comentarios a algunas de las noticias de apresamiento de judaizantes portugueses. Así, cuando informa del apresamiento por la Inquisición de cuatro mercaderes portugueses «riquísimos» en Sevilla, a primeros de abril de 1655, añade con aparente regocijo: «No quieren acabar de escarmentar hasta que vienen a caer en la red»63. O cuando da la noticia de un apresamiento masivo en Madrid en septiembre de 1655: Desde el sábado pasado, 11 de este, ha preso la Inquisición en esta Corte 17 familias de portugueses y 4 hombres solteros más por el Judica me Deus.Y en la calle de los Peromoscenses, o del Almirante, que todo es uno, al entrar por la Plazuela de Santo Domingo, a mano derecha, se fabrica muy aprisa una cárcel de propósito, muy capaz para tanta gente como cada día cae en

Avisos..., i, pp. 317 y 352 (15 de mayo y 16 de junio de 1655). Para una panorámica pormenorizada de la extranjería mercantil en la península, ver Villar García y Pezzi Cristóbal, 2003. 61  Ver Arellano, 1992, pp. 268-271. 62  Ver Kamen, 1972, pp. 234-238; Domínguez Ortiz, 1988, pp. 59-75, y 1993, pp. 85-97; Elliott, 1990, pp. 134-136, 305-309; Caro Baroja, 2000, pp. 481-495. Para una panorámica general sobre los negocios de los judíos sefarditas, ver López Belinchón, 2001. 63  Avisos..., i, p. 278 (17 de abril de 1655). 59  60 

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la ratonera. Tiénese por cierto que no hay portugués alto ni bajo que no judaíce en Madrid64.

No es de extrañar que en este ambiente de vida y actividades bajo sospecha, ya desde 1654 comenzara una especia de desbandada general de los comerciantes portugueses a tierras más seguras: Ya no se halla en Madrid un pliego de papel de Génova, ni letra que se dé... para ninguna parte, particularmente para Italia. De portugueses no se fían, que cada día quiebran y se van huyendo de la Inquisición; y después del Auto de Cuenca, me aseguran se han ido de Madrid más de 200 casas con toda su familia a la deshilada, de la noche a la mañana.Todo esto puede el miedo65.

La mayor parte de las noticias relacionadas con los mercaderes procedentes de Portugal, pues, se refieren a los problemas de esta minoría con la Inquisición. Bien cierto era, desde luego, que la presencia de los comerciantes conversos resultaba demasiado visible para lo que estarían dispuestas a soportar ciertas mentalidades, pues habían llegado a instalarse no solo en Andalucía y otros territorios sino en la misma Corte, donde acaparaban el comercio de tabaco en la Cuesta de Santo Domingo, la Red de San Luis, la calle de Toledo, la Plaza Mayor, la Puerta del Sol y hasta en las inmediaciones de Palacio. No queda tendero de tabaco en Madrid que no le prenda la Inquisición. Estos días han llevado dos familias enteras, padres e hijos, y otras muchas escurren la bola a Francia66.

De entre las numerosísimas cartas sobre el mismo asunto de la persecución inquisitorial contra los «marranos» portugueses, citaré un ejemplo significativo de las consecuencias que acarreó la hostilidad hacia un colectivo cuya presencia suscitaba viejas controversias de intolerancia y rechazo, aun a costa de los beneficios que pudiera reportar a la hacienda pública y a la corona, como pusieron de manifiesto los mismos

Avisos..., ii, pp. 121-122 (18 de septiembre de 1655). Avisos..., i, p. 23 (22 de agosto de 1654). 66  Avisos..., ii, p. 181 (23 de octubre de 1655). 64  65 

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comerciantes cristianos nuevos en un memorándum al rey67. Se refiere a la suerte de dos banqueros portugueses, Francisco Díaz Méndez Brito, que ya fue perseguido y encarcelado por la Inquisición en Cuenca en 1651; y Fernando de Montesinos Téllez, encarcelado en 1654 a la edad de 66 años por la Inquisición de Cuenca junto con su esposa, y cuya fortuna ascendía a 567 256 ducados, parte de ellos ya depositados en Ámsterdam68. Hubo auto en Cuenca. Juró Brito de vehementi; echáronle sambenito y destierro del reino, y 6 000 ducados. Montesinos corrió la misma fortuna; pero el dinero fue más: 10 000 ducados. Blandón, media aspa, 4 000 ducados. El Pelado 3 000, y el que estaba preso por el robo de las Formas, que no se le probó sino torpezas en los templos, 200 azotes y diez años de galeras. Todos estos eran de aquí, o por lo menos residían años había en la corte; hombres muy ricos69. Montesinos, un portugués muy rico que salió en Cuenca con sambenito y habiendo jurado de vehementi y 8 000 ducados de pena, se ha ido a Ámsterdam a vivir a sus anchuras, temeroso no le quemen si le vuelven a prender. Dejó a sus hijos mancipados, habiéndoles dado en vida toda su hacienda. Créese la irán pasando allá poco a poco y que otro día harán lo mesmo que él70.

De la persecución inquisitorial tampoco se libró otro riquísimo portugués, García de Illán, que emigró a Flandes y de cuya posición y actividades allí da idea el hecho de que en su casa se hospedara la reina Cristina de Suecia a su paso por Amberes camino de Roma: Llegó la Reina de Suecia a Amberes, vestida de hombre, a caballo, con gran séquito de los suyos. Fuese a posar en casa de García de Illán, portugués riquísimo que años ha se huyó de Madrid con toda su hacienda por temor de la Inquisición. Fuese allí por ser su factor en aquellos estados, donde ha sido servida y festejada de todo el país con grande estimación71.

Ver Kamen, 1972, p. 233. Ver Kamen, 1972, p. 237. 69  Avisos..., ii, p. 260 (8 de enero de 1856). 70  Avisos..., iii, p. 80 (22 de noviembre de 1656).Ver Puyol Buil, 1993, pp. 508509; Cañas Pelayo, 2013, pp. 23-40. 71  Avisos..., i, p. 55 (9 de septiembre de 1654). 67  68 

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Los Avisos de Jerónimo de Barrionuevo no es la obra de un arbitrista como los González de Cellorigo, Sancho de Moncada, Fernández Navarrete o Martínez de la Mata. Se trata de la correspondencia de un clérigo extraordinariamente curioso en la que recopila, «para que se doble en mí el contento del pasatiempo»72, todo lo que ve y de lo que le informan, dejando caer al paso las impresiones que le producen los acontecimientos. La forma epistolar y los destinatarios de sus noticias sin duda condicionaron el abigarramiento de su informe pero, por otra parte, ese abigarramiento formal era la expresión de un mundo percibido como caos, como una contienda universal, a los que le resultaba difícil encontrar un sentido. La conciencia de estar viviendo una época de decadencia sin remedio la confirmaba en la diversidad de los aspectos que atraían su curiosidad, pero la crítica al poder la disfrazaba cautelosamente con una visión de carácter moralista. El valor del dinero y los mercaderes con sus actividades comerciales o financieras —aunque no solo estos aspectos de la vida— le ofrecían campo abierto para un juicio general melancólico y desesperanzado de la vida humana y de la restauración de su país atribulado. Una noticia sobre los sucesos ocurridos en Palacio entre los últimos días de abril y primeros de mayo de 1658 bien puede servir de síntesis sobre los sentimientos que en Jerónimo de Barrionuevo proyectaba cuanto vivió y llegó a conocer de la realidad de su tiempo. En las estancias de Palacio se oían por la noche, unas veces pausada y otras apresuradamente, unos golpes tan misteriosos que infundían grandes miedos. Las damas, desveladas, se juntaban en las cuadras para protegerse en compañía, el rey mismo estaba preocupado y se reforzaron las guardias. Dios sabe lo que es. Lo cierto es que todo cuanto aquí refiero es la misma verdad —dice don Joaquín—. [...] Desde que nació el Príncipe [Felipe Próspero] se oyen los golpes en Palacio, y aunque más lo han querido ocultar, en efecto son golpes que hacen ruido, y el miedo de las damas los ha sacado a plaza, y se continúan todavía, siendo las monjas de la Encarnación las primeras que los oyeron.

Ante todo lo cual, concluye: «Si con esto despertásemos y España recordara del sueño en que está, sería gran cosa»73. 72  73 

Avisos..., i, p. 294 (24 de abril de 1655). Avisos..., iv, pp. 108, 116 y 120-121 (24 de abril y 1 de mayo de 1658).

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El hombre económico: la España ilustrada entre el mercader honrado y el liberalismo1 Jan-Henrik Witthaus Universität Kassel

Desde hace unas décadas la crítica a la globalización y a la expansión económica se hace patente y podría pensarse que esta crítica coincide con, o bien refleja, estos mismos procesos económicos. Sin embargo, no cabe duda de que este contradiscurso cobra cierto auge desde las crisis económicas y monetarias, a partir del año 2007. En este contexto obtuvo cierta popularidad un artículo de Giorgio Agamben en el que se opone la hegemonía económica de Alemania al «imperio latino», concepto adaptado de Alejandro Kojève: Une Europe qui prétend exister sur une base strictement économique, en abandonnant toutes les parentés réelles entre les formes de vie, de culture et de religion, n’a pas cessé de montrer toute sa fragilité, et avant tout sur le plan économique2.

En esta enunciación de Agamben observamos la oposición entre lo que se denomina generalmente la economía y lo que sería la vida, término no menos general. A partir de ahí se puede formular la cuestión de si las formas de vida, la cultura, la religión, etcétera, se deben considerar como algo que realmente se pueda separar de la economía. Asimismo se Este artículo es una traducción libre y una versión ligeramente cambiada de mi publicación «Homo oeconomicus, Kaufmannsethos und Liberalismus im Spanien des aufgeklärten Absolutismus», en Zwischen Bescheidenheit und Risiko. Der Ehrbare Kaufmann im Fokus der Kulturen, ed. Christoph Lütge y Christoph Strosetzki, Wiesbaden, Springer 2017. 2  Agamben, 2013a. 1 

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puede preguntar si no existen diferentes formas culturales de economía (un aspecto que ya hace tiempo defendieron antropólogos y filósofos como Marcel Mauss, Georges Bataille y Pierre Klossowski). Por tanto, cabe plantear la cuestión de si no sería aconsejable tratar de economías distintas, que se deberían tematizar, al tener en cuenta las diferentes tradiciones y contextos culturales3. Así, pues, debería revisarse también el concepto del hombre económico, con el que queda aislado un solo aspecto de un completo tejido cultural en que nos encontramos diariamente los individuos. La necesidad de diferenciar este concepto se impone de un modo contundente, al prestar atención a otra etapa de la historia española del siglo xx. Aludimos a la época de la apertura económica y del auge del turismo durante la dictadura de Franco. Recordamos un texto de Juan Goytisolo en el que se pone en tela de juicio la adaptación de los españoles a las estructuras económicas europeas y en el que se aboga por una integración europea, la cual debería adaptarse a su vez a las identidades culturales españolas. Toda una línea del pensamiento español, desde Quevedo hasta Unamuno y Menéndez Pidal, había decretado que los españoles, por el mero hecho de serlo, poseían un destino particular y privilegiado, ajeno a las leyes sociales y económicas del mundo moderno. Fundándose en una concepción metafísica del hombre, pretendían elaborar una imagen del español distinta de la de los demás seres humanos: la de un ser sediento de absoluto, preocupado ante todo por la muerte. El hecho de que, a lo largo del siglo xix, las regiones más dinámicas de la periferia (Cataluña,Vascongadas, Asturias) se hubiesen plegado sucesivamente al modelo europeo no conmovía a estos escritores, contagiados del inmovilismo fascinador de la meseta castellana y de su proverbial impermeabilidad histórica. Para ellos, y para muchos españoles y europeos, el homo hispanicus no era ni podría devenir nunca el homo economicus4.

Según esto, la distancia del hombre hispano frente a la economía se inscribe en genealogías que se remontan a la Edad Media. Para Goytisolo, el medievalista Américo Castro figura como un punto de referencia transcendental5. Sin embargo, al poner de relieve esta tradición se deja Ver Schoepp, 2015. Goytisolo, 1979, p. 190. 5  En España en su historia (1938), de Américo Castro, ya se hallan algunos datos históricos relacionados con una supuesta tradición antieconómica.Ver Castro, 2001, 3  4 

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a un lado forzosamente aquellos capítulos de la historia española en los que sí hubo representantes significativos del pensamiento económico. No obstante, es imprescindible tener en consideración los contextos culturales en que se manifestaron los autores que se dedicaron a la economía política. Así, por ejemplo, cabe mencionar las primeras décadas después del descubrimiento de América, que fundamentan una serie de desarrollos que posteriormente llevan a la publicación de los tratados del neoescolástico Tomás de Mercado6. Dejando de lado la literatura de los arbitristas del siglo xvi, la literatura del siglo xviii parece ser muy relevante para emprender una reconstrucción del discurso económico en España. En este sentido es preciso recordar la política del reformismo borbónico, cuyos representantes fomentaron la reflexión sobre los procesos económicos por parte de los intelectuales. Se plantea la cuestión de cómo el pensamiento económico se adaptó a los contextos culturales de la monarquía católica, representada en último término por los reyes borbones (contexto en el que hay que tener en consideración, ciertamente, el regalismo que se despliega en la segunda mitad del siglo). Es cierto que nos hemos acostumbrado a poner en relación el pensamiento económico con el protestantismo, que fue, según Max Weber, un movimiento religioso que preparó el campo para la secularización y el liberalismo7. No obstante, una hojeada a los textos españoles del siglo xviii demuestra que existía una abundante producción de textos económicos que no necesariamente están conectados con la cultura protestante y que se adapta a las exigencias discursivas de aquel momento histórico. Es más, cuando leemos el Elogio de Carlos III, de Gaspar Melchor de Jovellanos, se puede pensar que durante la Ilustración presenciamos un auténtico renacimiento del pensamiento económico en España: Renace entonces el estudio de esta ciencia [la economía pública], que ya por aquel tiempo se llevaba en Europa la principal atención de la filosofía. España lee sus más célebres escritores, examina sus principios, analiza

p. 28, donde se cita a Alonso Cartagena (1384-1456), lo que comenta Castro con las siguientes palabras: «El espíritu nobiliario unido al desdén por las actividades comerciales marcan ya el abismo que separará a España de la Europa capitalista: para este judío archiespañol, Cosme de Médicis no era sino un vil mercader». 6  Ver Geisler, 2013, pp. 18 y ss.; Haebler, 1888. 7  Ver Hirschmann, 1980; Pocock, 1993, pp. 60-96.

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sus obras; se habla, se disputa, se escribe, y la nación empieza a tener economistas8.

Ciertamente hay que abordar la cuestión de qué significa exactamente el concepto de la economía pública en el contexto del reformismo borbónico; es decir, ¿cómo debe determinarse la noción de economía que se inicia y se fomenta en el siglo xviii? ¿Cuál es la antropología que sirve como base discursiva para el renacimiento del pensamiento económico durante las Luces? Reformas económicas basadas en una antropología cristiana Es difícil relacionar los tratados económicos con las medidas político-económicas concretas de los reyes borbones; en todo caso, cabe afirmar que las pocas relaciones entre teoría y práctica están desfasadas. Por lo demás, es preciso advertir, citando a Jaume Vincens Vives, que las reformas y las disposiciones legales por parte de la corona están determinadas por sucesos históricos y por imperativos de la política exterior: «la actitud gubernamental está menos influida por los economistas (ninguno de los cuales alcanzaría talla para imponer su criterio personal) que por las contingencias de los tratados de comercio o de las guerras internacionales»9. Es también Vicens Vives quien pone de manifiesto que la política económica de los reyes borbones puede caracterizarse por una oscilación entre el proteccionismo y la liberalización del comercio en el marco del contexto peninsular o colonial10. Respecto a la liberalización, leemos en el estudio ya clásico de Antonio Elorza: «La política comercial tendrá, pues, como criterio eliminar los obstáculos que se oponen a la libertad de comercio interior»11.Y asimismo:

8  Jovellanos, 1987, p. 188. Existe ya una abundante bibliografía sobre la obra económica de Jovellanos. Mencionamos, entre otros, Sánchez Corredera, 2004, pp. 684-695; Ocampo Suárez-Valdés, 2010; Álvarez-Valdés y Valdés, 2012, pp. 657-721. 9  Vicens Vives, 1974, p. 165.Ver además los aportes fundamentales de Cremades Griñán, 1988, y Molas Ribalta, 1996. 10  Ver Vicens Vives, 1974, p. 164. 11  Elorza, 1970, p. 34, cursiva en el original.

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En su inmensa mayoría, acordes con la política del gobierno de Carlos III, los ilustrados españoles serán proteccionistas en cuanto al comercio exterior […], acudiendo una y otra vez a la argumentación de la decadencia económica de España por la importación de productos manufacturados y la situación de la inferioridad vigente ante los países más avanzados12.

Al tener en consideración este marco político, una hojeada a la literatura económica de aquella época puede parecer casi superflua. Sin embargo, al asumir esta perspectiva, el historiógrafo dejaría al margen la cuestión de las diferentes culturas económicas y sus bases antropológicas, que se reflejan únicamente en los tratados económicos y que a su vez pueden haber influido en el intervencionismo de los borbones. Entre las pericias político-económicas más importantes de la época se encuentra el tratado Theórica y práctica de comercio y de marina (1724), del erudito y político vasco Gerónimo de Uztáriz. En 1742 se publica una segunda edición. Obtiene un éxito considerable, no solo en tierras españolas. Salen a luz traducciones al inglés, francés e italiano. Dicho tratado puede relacionarse con el reformismo de los Borbones, lo cual puede invitar a poner en duda la observación de Vicens Vives, citada más arriba. Los reyes Borbones, como vencedores de la Guerra de Sucesión, tenían como intención el llevar adelante la recuperación y la centralización del país, al igual que el refuerzo de las estructuras económicas y el incremento de los ingresos de la corona. En Theórica y práctica se tematizan, grosso modo, teorías mercantilistas, las cuales, no obstante, se adaptan a los problemas españoles y, por tanto, entre otras cosas, también al comercio americano, entonces bastante defectuoso. Cobra importancia su tesis de que en el pasado se han desatendido demasiado la producción de bienes en España, la exportación y la balanza económica. Influyó, entre otros factores, la importación de los metales preciosos provenientes de tierras americanas. Según Uztáriz, la verdadera riqueza consiste en la abundante circulación de bienes. El autor aboga, pues, por la rehabilitación del comercio. Contrariamente a lo que hemos citado en Goytisolo, Uztáriz pone de manifiesto que las actividades comerciales están profundamente arraigadas en la tradición española y que se remontan a la época de los Reyes Católicos, al igual que se cuentan entre las prioridades gubernamentales de Carlos I y Felipe II. 12 

Elorza, 1970, p. 34.

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No obstante, más importante que estas genealogías resulta ser un argumento universal, que reza que la preponderancia del comercio se corresponde con la razón humana: «Comprehendiendo todo Hombre racional la importancia del Comercio»13. Este argumento es tomado, en último término, del derecho natural. El ser humano participa en el orden divino como ente racional, mas para Uztáriz el pensamiento económico forma parte imprescindible de la razón humana en general. En el Nuevo sistema de gobierno económico para la América (1743), que normalmente se atribuye a José Campillo y Cossío y al que volveremos posteriormente, se articula este argumento de un modo más claro: Las máximas del buen Gobierno, como fundadas en la razón natural, son claras, y llevan consigo la recomendación necesaria para ser bien admitidas su establecimiento. […] El comercio no es ningún misterio. La luz natural, que es común a todos, nos descubre los principios en que se funda para establecerle y aumentarle14.

Cabe preguntarse cómo pueden relacionarse estas ponderaciones con el derecho natural. La evidencia de la necesidad del comercio o bien del pensamiento económico surge de la transcendencia fundamental del trabajo humano como base de toda sociedad. En Uztáriz encontramos una doble argumentación. En primer lugar se explica la necesidad de trabajar, refiriéndose al pecado original: Carga precisa es al afán, pena heredad de nuestro primer Padre, y que, como impuesta por la Divina Justicia a la vida humana, comprehende también a todos los Individuos del Estado, aunque no exerzan Ministerio público, obligando a cada uno, según el talento, y aptitud, que la Naturaleza, y la suerte le huvieren repartido15.

Así, los descendientes de Adán, por justicia divina, se ven obligados a contribuir y poner a disposición sus diferentes talentos para el beneficio de la sociedad. Es decir, en segundo lugar, aparte del argumento escatológico, los lectores encontramos otro argumento extraído del derecho Uztáriz, 1757, p. 1. Campillo y Cossío, 1789, pp. 68 y ss. 15  Uztáriz, 1757. Cito el prólogo, que no está paginado. La referencia al pecado original se encuentra en numerosas fuentes de la historia económica, por ejemplo en Tomás de Mercado, ver Geisler, 2013, p. 47. 13  14 

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natural: la reciprocidad de la cooperación humana se fundamenta en las contribuciones de los individuos dotados de aptitudes muy distintas, por lo cual se concluye una obligación mutua que a su vez supone una interrelación fundamental en la comunidad humana. Es cierto que en la tradición católica la pereza es un pecado. No obstante, Uztáriz en este lugar se toma el tiempo para explicarla de otro modo: La noble Ley del agradecimiento nos prescribe también la assistencia recíproca, trabajando los unos para los otros. Con la respectiva tarea de cada uno se ha de labrar la proporcionada convenencia de todos: iniquidad sería, que se sustentassen ociosos los unos, usurpando a los otros el fruto de sus fatigas16.

En este párrafo pueden relacionarse dos nociones clave con el pensamiento político de Tomás de Aquino: en primer lugar, la «tarea de cada uno» y, en segundo lugar, «la convenencia de todos»; es decir, la división del trabajo y el bien común. En De regno ad regem Cypri Tomás de Aquino explica la división de trabajo de forma análoga, refiriéndose al cuerpo humano y a la diversificación de sus órganos17. Asimismo la división laboral surge de la premisa aristotélica del animal social18. Estos conceptos son fundamentales para la representación de la justicia social que encontramos en Tomás de Aquino y que a su vez se relaciona con las argumentaciones en la Suma teológica, «donde se conecta el derecho humano con el derecho natural, cuya norma tiene su base en la ley eterna divina»19. En el inicio de Theórica y práctica hallamos, pues, una serie de referencias al pensamiento político escolástico. El comercio, es decir, el intercambio de bienes y servicios, surge de la variedad de actividades profesionales y de talentos. En el contexto de nuestra argumentación es sumamente relevante la noción del bien común, que tiene raíces Uztáriz, 1757, p. 1. Ver Tomás de Aquino, 1954: «sicut et corpus hominis et cuiuslibet animalis deflueret, nisi esset aliqua vis regitiva communis in corpore, quae ad bonum commune omnium membrorum intenderet». En cuanto a la escolástica y su relación con Alfonso X, ver Marey, 2014.Ver, asimismo, Pedro Fernández de Navarrete, Conservación de monarquías y discursos políticos, 1626, y Geisler, 2014, p. 61. 18  Ver Tomás de Aquino, 1954: «Nam unus homo per se sufficienter vitam transigere non posset. Est igitur homini naturale quod in societate multorum vivat». 19  Mensching, 2007, p. 83, la traducción es mía. 16  17 

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e­ scolásticas y que resulta ser un concepto dominante en el marco del pensamiento económico del siglo xviii; es decir, un término que bloquea la teoría de los intereses personales. Es cierto que ya en Tomás de Mercado se encuentran párrafos en los que se subraya el importante significado económico del beneficio individual, así por ejemplo en Suma de tratos y contratos (1569), donde leemos: «Digo que en las mercadurías necesarias se ha de tener respeto principalmente al bien común y también, secundariamente, a la ganancia de los mercaderes, para que, con el cebo de interés y gusto, insistan y trabajen mejor en proveer la ciudad»20. Particularmente el sintagma del «cebo de interés» resulta instructivo, si tenemos en consideración el futuro de este concepto. No obstante, la cita revela la preponderancia del bien común, al menos en el contexto de bienes que son imprescindibles para la base de la vida. Si retomamos las citas sacadas de Uztáriz y de Campillo, observamos que dilatan las bases antropológicas que los representantes de la escolástica aprendieron de Aristóteles y que resultan ser compatibles con las nociones del derecho natural cristiano. Uztáriz, al menos, nos habla de la justicia divina y de leyes. Su rehabilitación del ser humano comerciante tiene bases iusnaturalistas. El bien común, la denuncia de la pereza y la división del trabajo marcan el punto de partida de las reflexiones económicas que son expuestas posteriormente. El mercader honrado en los Discursos mercuriales de Juan Enrique Graef El mercantilismo que se percibe como telón de fondo en el tratado de Uztáriz puede ser considerado, de acuerdo con los estudios clásicos de la historia de la economía, como elemento del concepto de la razón de Estado. Con el fomento del comercio deben incrementarse los ingresos de la arqueta del monarca y, del mismo modo, debe aumentarse el espacio de maniobra en cuanto a sus empresas gubernamentales y guerreras, al igual que se necesitan medidas financieras para la representación de la Corona: palacios, fiestas, teatro, arte, etcétera. No obstante, la base de tal incremento resulta ser la prosperidad del pueblo. La lectura del prefacio de Theórica y práctica de comercio y de marina revela la relación entre la razón de Estado y el mercantilismo. El caso 20 

Mercado, 1977, texto no paginado [Cap.VII].Ver Geisler, 2013, p. 45.

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específico de España se caracteriza por la problemática del comercio mantenido con las colonias en ultramar y por el misterio de cómo fue posible que el descubrimiento de metales preciosos no contribuyera al bienestar de la economía española, sino a su deterioro. Es preciso destacar que Uztáriz puede beneficiarse de los tratados de autores políticos del siglo anterior, no solo de Diego Saavedra Fajardo, sino también de los arbitristas, que anticipan los consejos ofrecidos posteriormente por los representantes del mercantilismo francés bajo Colbert, consejos que conllevan el freno de exportaciones, el fomento de las manufacturas nacionales, etcétera21. A lo largo del siglo xviii el saber económico se presenta cada vez más como un complejo científico autónomo; es decir, se testimonia su emancipación frente al pensamiento político y al discurso de la razón de Estado. Debe considerarse como una etapa transcendental de tal emancipación un proyecto periodístico que se realiza a mediados del siglo xviii y que ha llamado la atención de recientes estudios sobre la Ilustración española: los Discursos mercuriales de un autor de origen flamenco, Juan Enrique Graef, entonces residente en Madrid22. Igual que los escritores mercantilistas, Graef aboga por un incremento de la producción de bienes en España, y como contemporáneo de la Enciclopedia francesa este autor se compromete a defender y justificar las artes mecánicas que, particularmente en el marco de la tradición española, carecían de reputación. No obstante, pretende establecer una disciplina científico económica cuyos portavoces, según su opinión, deben ingresar en los gremios gubernamentales para asesorar las medidas políticas del rey. «Es el comercio una ciencia, que como las demás, tiene principios, reglas, axiomas y postulados»23. El comercio de una nación es tan complejo que es preciso tener en consideración todos los casos posibles relacionados con las medidas económicas de un gobierno. Como resultado, la ciencia económica representa una auténtica casuística que se aplica a una serie de máximas y reglas: «Hay casos en que una regla o precepto será acomodado y verdadero y con la mutación de la más leve circunstancia se hará en su observancia dudoso y quizás dañoso»24.

Véase Geisler, 2013, pp. 53-70. Ver Sánchez-Blanco, 1990; Witthaus, 2014, pp. 265-316. 23  Graef, 1996, p. 191. 24  Graef, 1996, p. 213. 21  22 

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Sin embargo, Graef está lejos de postular la independencia del comercio en cuanto a las intervenciones de la corona. Al contrario, el gobierno representa metafóricamente al padre que lleva el timón, mientras que al comercio se lo imagina como madre que debe nutrir a la nación. Por eso las actividades comerciales están subordinadas al poder soberano del monarca, lo cual no impide a Graef reivindicar la preponderancia del saber económico en el contexto de la discusión sobre el bien común y el avance de la nación española. Los asesores económicos deberían ser las personas más importantes en los gremios gubernamentales de la Corona. La argumentación de Graef está basada en una antropología cristiana. El comercio, dice, siempre ayudó a preceder y preparar las misiones de los pueblos gentiles, residentes en otras partes del mundo. Asimismo, Dios creó el mundo de tal modo que se dispersaron los bienes naturales sobre la faz de la tierra y que se repartieron a los territorios según las diferentes geografías y climas. Por tanto, el comercio resulta ser una necesidad casi primordial. Este argumento puede considerarse como fisicoteológico; en último término, se descubre en el conjunto de la creación un orden divino y la posición de la criatura humana en él. No obstante, Graef pone más énfasis en otro argumento; de acuerdo con este, el ser humano solo adquiere el estado de libertad cuando escapa de la pobreza; es decir, cuando se ve libre de todas las necesidades básicas. Si no alcanza esta libertad permanece en un estado de hombre-máquina, según la formulación del autor, aludiendo de un modo crítico al tratado L’homme machine, publicado por el médico francés La Mettrie en 1748: «La pobreza convierte a los hombres en máquinas que solo se mueven a voluntad e impulso ajeno. Los pueblos, esclavos de su miseria, no conocen la libertad que les dio la naturaleza»25. Solo el comercio, al satisfacer las necesidades primarias de los hombres, posibilita la libertad como dote natural de la especie humana: la libertad de tomar decisiones, de obrar bien o de influir el destino individual, lo cual a su vez posibilita la capacidad de culpabilidad. Este argumento, relacionado con el pensamiento católico y con el derecho natural cristiano26, no puede identificarse sin más con las máximas propagadas posteriormente Graef, 1996, p. 191. Ver Isidoro de Sevilla, 1911, edición no paginada, (v, 4): «ut viri et feminae coniunctio, liberorum sucessio et educatio, communis omnium possessio, et omnium una libertas, adquisitio eorum quae caelo, terra, marique capiuntur». 25  26 

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por el liberalismo económico, como veremos. El juego de los intereses comerciales particulares no puede realizarse sin la intervención del gobierno, que se encarga de mediar entre los actores sociales del comercio, de la Corona y del bien común: «El gobierno que sabe unir constante e inseparablemente los intereses del pueblo con los de la Corona obliga a que este le sea favorable en cualquier suceso y se ofrezca para ejecutar las cosas más arduas en beneficio de todos»27. De estas precondiciones se concluye una especie de altruismo por parte del comerciante, que se ve obligado a cumplir con la exigencia general del bien común. En cambio, se considera el interés particular como algo dañoso que fácilmente puede convertirse en egoísmo económico, el cual es denunciado severamente por Graef como maquiavelismo: «Bien sé que tal vez me dirán que […] la comodidad y bien particular es el único objeto que debe desvelar a los hombres. ¡Bella moral! Los maquiavelistas teóricos la enseñan; los maquiavelistas prácticos la demuestran en su modo de vivir y de acumular riquezas»28. En estas opiniones propugnadas por Graef se descubre la influencia de la poderosa tradición del concepto del bien común, noción central en el sistema de valores que se remonta a Aristóteles, la Edad Media y la escolástica. Este concepto bloquea una mentalidad económica que se basa en el interés individual económico y la acumulación de riquezas, los cuales representan ideas centrales en el contexto tanto de la llamada «ética protestante» (Max Weber) como del liberalismo incipiente. Al identificar el interés individual con el maquiavelismo, Graef despliega una retórica que sirve para enfatizar el significado preponderante del bien común en el marco general de la Ilustración económica. Las ideas relacionadas con el mercader honrado, que se encuentran en los Discursos mercuriales, se deducen directamente de las reflexiones citadas anteriormente. En un párrafo central de sus artículos económicos el autor asocia las actividades comerciales con un catálogo de demandas que se exigen al comerciante como imperativos morales. El mercader debe ser una persona dotada de una erudición casi enciclopédica; no obstante, es preciso que todos sus conocimientos estén relacionados con sus negocios. Debe ser geógrafo, historiógrafo, jurista, científico, matemático, pero únicamente debe ejercer estos papeles desde un punto de vista económico. 27  28 

Graef, 1996, p. 207. Graef, 1996, p. 203 (cursiva en el original).

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El saber económico que se integra en dichos campos científicos le sirve al mercader honrado para procurar al bien común de la patria y su pueblo: Ya toda esta ciencia no la debe tener el comerciante para hacer únicamente su propia fortuna, sino para repartirla con todos por medio de las ganancias que hace en socorrer las públicas necesidades, previendo la falta de cosechas y ocupando una multitud de personas en las fábricas y maniobras29.

Debe prevalecer en el comerciante, pues, la abnegación y el altruismo, los cuales se superponen al interés monetario personal. En los Discursos mercuriales los actores del comercio se conciben como sujetos patrióticos, la dinámica del afán de lucro puede desplegarse solo dentro de un marco de actividades armonizado con el gobierno del monarca. Al tematizar la honradez del comerciante, Graef se sitúa en la tradición antimaquiavelista, sumamente dominante tanto en el contexto de la Ilustración europea como en la tradición española30. Así, el editor de los Discursos mercuriales remite a aquellos párrafos siniestros del mal reputado tratado de Maquiavelo titulado El Príncipe, en el que se dice que los príncipes podrían romper contratos y olvidarse de promesas si la conservación del poder lo exige31. Nunca debe el comerciante firmar, ni prometer aquello que sabe no poder o no querer cumplir. Su palabra debe tener fuerza y exactitud de ley, y así la falta de cumplirla causa siempre perjuicios y desorden en los negocios de los que creyeron y se arreglaban por ella32.

Así, el comerciante se convierte en una persona importantísima dentro del panorama social del reino. Garantiza la honradez de la sociedad entera y, a la inversa, la honradez se convierte en un aglutinador social que se ejemplifica por excelencia a través de la figura del comerciante.

Graef, 1996, p. 202. Ver Maravall, 2001; Jacobs, 2015. 31  Ver Machiavelli, 1986, p. 136: «Non può, pertanto, uno signore prudente, né debbe, osservare la fede, quando tale osservianza li tornio contro e che sono spente le cagioni che la feciono promettere». 32  Graef, 1996, p. 205. 29  30 

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Aquel dicho memorable, de que si se perdiera la fe en el mundo, debiera encontrarse en la boca de los reyes, se puede aplicar a los comerciantes con igual justicia, pues en ellos debe residir esta estimable virtud y carácter. Su verdad debe ser tan grande y decisiva que en todos los tribunales haga probanza su palabra33.

La regulación de las pasiones y los intereses: la «policía» en Campillo y Cossío Se observa que en los Discursos mercuriales el ideal del mercader honrado, su obligación para con el bien común de la sociedad y su estado moral están estrechamente ligados al gobierno ejercido por la Corona. En la tradición escolástica el monarca gobierna la nación según las exigencias del bien común, si no, corre peligro de acercarse a lo que antiguamente se denominaba tiranía34 o, posteriormente, a lo que se condenaba como maquiavelismo. En la teoría, Graef separa la erudición económica del saber político general. En realidad, no obstante, el comerciante se compromete a servir al bienestar de la sociedad, siguiendo el ejemplo del mercader honrado y, por analogía, del monarca mismo. Si bien el pensamiento económico de los Discursos mercuriales se mueve dentro del paradigma mercantilista, no llega a atravesar el marco ideológico de una benigna razón de Estado35 (si tenemos en cuenta que la razón de Estado puede ser considerada como el campo conceptual del mercantilismo en general)36. En cambio, en el transcurso del siglo xviii se hace patente un nuevo modo de analizar el campo de la política, que consiste básicamente en conceptualizar la población de un reino como objeto principal de la regulación gobernante. Se trata de aumentar y de explotar la población a través de la mejora de su calidad de vida; es decir, se procura el incremento tanto de la fuerza productiva del pueblo como de sus necesidades básicas y de su potencial de consumo. La estadística como feedback y nueva tecnología cultural posibilita observar el desarrollo de la población, su reparto, sus profesiones, sus diferentes grados de densidad, etcétera.Todo este conjunto de estrategias gubernamentales, tecnologías Graef, 1996, p. 205. Ver Marey, 2014, pp. 235-238. 35  Nos referimos al padre jesuita Pedro de Ribadeneira.Ver Maravall, 2001, p. 58. 36  Ver Heckscher, 1932, t. 2, pp. 3-20. 33  34 

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culturales, instituciones, se denominaba entonces «policía»37. Al hojear el Nuevo sistema moderno de gobierno para la América, un tratado atribuido generalmente al político José Campillo y Cossío38, llama la atención el uso de este nuevo concepto de «policía». En este tratado económico el autor se ocupa de preconizar la liberalización del comercio con las colonias. En Indias, como en otras partes, se debe considerar en punto de Gobierno, el Político, y el Económico. Por Gobierno Económico se entiende la buena policía, el arreglo del comercio, el modo de emplear civilmente los hombres, el de cultivar las tierras, mejorar sus frutos, y en fin, todo aquello que conduce a sacar el mayor beneficio y utilidad de un país39.

Según esta perspectiva, deben reformarse particularmente las posesiones en ultramar. El objetivo principal de este proyecto económico consiste en «emplear civilmente los hombres», esto significa concretamente activar la fuerza productiva de los pueblos indígenas, al igual que incrementar su valor adquisitivo; es decir, aumentar el mercado de consumo en las colonias para fomentar las industrias en la metrópoli. Este proyecto es complementado con una descripción de los pueblos aborígenes40, la cual nos parece sumamente reveladora en cuanto a las implicaciones antropológicas del discurso económico del siglo xviii. Resulta central la idea de que la propiedad inmueble y las cosechas obtenidas de las propias tierras representan un incentivo decisivo para que los labradores aumenten la productividad de sus agriculturas. Antes, el autor pone de manifiesto que los individuos pertenecientes a los pueblos indígenas son seres razonables, lo cual habían puesto en duda algunos de los cronistas de Indias a comienzos de la colonización, por un lado, y habían defendido otros numerosos autores, particularmente En cuanto al concepto de la «policía», ver Witthaus, 2011, pp. 213-219. Se discute tanto la autoría del Nuevo sistema (ver Navarro García, 1983), que fue publicado de modo póstumo en 1789, como el presunto plagio de Bernado Ward en su tratado Proyecto económico (la parte sobre las Indias es idéntica al texto del Nuevo sistema). En esta ocasión no puedo aportar nada nuevo a esta discusión, si bien, desde mi punto de vista, la problemática de la «policía» indica una redacción posterior a la muerte de Campillo en 1743. 39  Campillo, 1789, p. 3. 40  Ver Campillo, 1789, pp. 89-93. En la obra de Ward, 1779, p. 257, este apartado se titula «Sobre los Indios». 37  38 

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Francisco de Vitoria de la escuela de Salamanca, por el otro. Es cierto que posteriormente en el Nuevo sistema se subestima la capacidad de la inteligencia indígena, además a esta alegación se añade la observación de que la inteligencia limitada de los súbditos puede tener ventajas para los gobernantes. Sin embargo, las reflexiones básicas relacionadas con el raciocinio de los individuos provenientes de América tienen un valor argumentativo importante, ya que solo de este modo es posible describirlos como sujetos económicos capaces de ser influidos por medidas tomadas por los representantes de «la policía». Estas consideraciones económicas expuestas en la obra de Campillo giran alrededor de una medida muy concreta que puede caracterizarse como «la investidura del indígena». Se les concede una serie de derechos básicos como vasallos del virreinato, entre ellos el derecho a vestir el traje español. En otras palabras, debe efectuarse una especie de equiparación entre criollos, españoles e indígenas como vasallos de la Corona. Así, a los individuos de los pueblos americanos se les conceptualiza como sujetos económicos, que deben ser gobernados teniendo en consideración sus demandas, necesidades y pasiones. Se apuesta por el afán del ser humano (supuestamente innato) de adquirir joyas, artículos de lujo y bienes que favorecen la comodidad de la vida. La ambición que en todos es casi natural de tener conveniencias y lucir, es la madre de la industria; y no habiendo otro medio de logralo que trabajando, será el atractivo mas poderoso para inclinarlos al trabajo el de la permision en el uso de todas clases de telas para sus adornos y compusturas41.

Asimismo el autor pone de manifiesto que los individuos indígenas se caracterizan por su vanidad y su naturaleza pretenciosa. La actividad de gobernar a los seres humanos se convierte en una regulación que mediante concretas medidas y ofertas se dirige a sus supuestos factores hereditarios, que según esto determinan su modo de ser y su comportamiento económico. El verdadero político no se dexará llevar de impresiones tan vulgares, ni de la cruel máxima de aniquilar las Naciones. Para tenerlas sujetas hallaría otros medios más nobles, más christianos y más humanos, que nunca faltan a quien sabe pensar, y entiende el grande arte de gobernar a los hombres, 41 

Campillo, 1789, p. 131.

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pues en sus mismo genios y afectos descubren ellos mismo el modo de manejarlos y de corregirlos42.

Estas reflexiones sobre los pueblos indígenas y su potencial económico, que se comparan asimismo con las situaciones comerciales en otros países europeos, resultan ser una auténtica especulación sobre las bases antropológicas de todas las actividades económicas, que en el célebre estudio de Albert Hirschman son asociadas con la búsqueda del hombre «como es en realidad»43. Contrariamente al pensamiento del liberalismo clásico, en Campillo no se confía en el dinamismo propio de las pasiones, más bien los afectos representan el objeto de la regulación económica, al «manejarlos» y «corregirlos». Es digno de mención, además, que el lector del Nuevo sistema puede seguir el cambio cultural descrito en el estudio de Hirschman, según el cual el léxico de las pasiones se transforma en todo un campo semántico de los intereses personales: Y como ningún estímulo es más poderoso que el interés y el honor, se podrá proponer algún premio o distinción al que cultive la mayor cantidad y de mejor calidad de los principales de estos frutos, particularmente de aquellos que están más abrazados en el comercio44.

Los representantes del temprano liberalismo en España: Valentín de Foronda, Jovellanos y el «sagrado interés» Se ha descrito frecuentemente la índole tecnocrática del reformismo borbónico, el cual, a pesar de no imponerse en cada momento del siglo xviii y de provocar la resistencia de oponentes poderosos, representa la tendencia política y cultural omnipotente durante las Luces en España. En este contexto, el reinado de Carlos III, de 1759 a 1788, suele caracterizarse como un momento culminante de la Ilustración gracias a una serie de fenómenos históricos que indican un dinamismo particular del discurso ilustrado: por ejemplo, la expansión de la prensa periódica o la fundación de las sociedades económicas.

Campillo, 1789, p. 134. Ver Hirschman, 1997, p. 12. 44  Campillo, 1789, p. 150. 42  43 

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Es cierto que se censuran y suprimen los Discursos mercuriales de Juan Enrique Graef (1756); sin embargo, con esta publicación se obtendrá en adelante un punto de referencia relevante para el pensamiento económico del futuro inmediato. Así, en el contexto del periodismo económico se conciben otros proyectos como el Semanario económico (1765-1767) o las Memorias instructivas y curiosas (1778-1791). Asimismo, en los periódicos enciclopédicos se acumulan los artículos relacionados con asuntos económicos. Entre los ejemplos más célebres de aquellas revistas enciclopédicas se encuentra, sin duda, el Espíritu de los mejores diarios literarios que se publican en Europa, es editado por Cristóbal Cladera entre 1787 y 1791. En este periódico se combinan, por una parte, los artículos extraídos y traducidos de la prensa internacional, como indica ya el título del proyecto y, por otra parte, las cartas y los tratados redactados por autores provenientes de España. En el contexto de esta publicación periódica se descubren numerosos documentos que abogan por una política orientada por los principios del liberalismo o del comercio libre. Así, por ejemplo, llama la atención un discurso traducido del francés que representa una respuesta a la convocatoria publicada por la Academia de Dijon, impulsada por el abate Raynal, convocatoria que plantea la cuestión de si el descubrimiento de América fue o no fue útil para Europa45. El autor afirma que las consecuencias de aquel acontecimiento histórico fueron todas positivas. O, para poner otro ejemplo, Cladera introduce un artículo traducido del Spectator, en el que se celebra el intercambio mundial de mercancía, cuyo centro según esto es Londres: La naturaleza parece puso especial cuidado en sembrar sus dones sobre las diferentes regiones del mundo, con la mira de este mutuo tráfico, y comercio de los hombres, para que los naturales de ciertas partes del Globo dependieran de los de otras, y para que estuvieran todos unidos por su común interés46.

Este argumento teleológico podía leerse ya en los Discursos mercuriales, como hemos visto. Este y otros apartados recuerdan la descripción de la bolsa londinense en las Cartas filosóficas de Voltaire, en que los 45  46 

Ver Cladera, 1987, pp. 458-461 y 475-479; Lüsebrink/Mussard, 1994, pp. 71-95. Cladera, 1788, p. 865.

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a­ gentes se olvidan de sus diferencias religiosas para hacer buenos negocios, puesto que los reúne el «común interés», como reza la formulación en este artículo. La contribuición más insigne al pensamiento liberalista español, que se inserta en el Espíritu, la representan las Cartas económicas, de Valentín de Foronda47. En estas cartas el remitente se dirige a un príncipe imaginario para facilitarle una serie de consejos que han de advertirse en todas las actividades gubernamentales. Como en los ejemplos citados anteriormente, también en las Cartas de Foronda los argumentos extraídos del derecho natural saltan a la vista. Los tres pilares fundamentales de su pensamiento político se identifican con los principios de libertad, propiedad y seguridad (obviamente se trata de una leve modificación de los conceptos básicos en la teoría política de John Locke)48. Estos principios son todos dependientes unos de otros y representan la dote que proporcionó el Creador divino a sus criaturas. En estos principios está cifrado el acierto de los gobiernos, ellos son los elementos de las leyes, el Monarca de la naturaleza los ha escrito sobre el hombre, sobre sus órganos, y sobre su entendimiento, y no sobre débiles pergaminos que pueden ser depedazados por el furor de la superstición o de la tiranía49.

Según estas palabras, el ser humano resulta ser el portador natural de sus leyes y derechos. Son tan intocables como él mismo y deben ser protegidos del derecho positivo, de los manuales jurídicos, de las administraciones y de los picapleitos, puesto que están escritos sobre su cuerpo, o gravados en su corazón, como Foronda lo formula posteriormente, al referirse a un lugar común del derecho natural cristiano: «¿No están [estas verdades] gravadas en los corazones de todos los hombres?»50. Al hojear las Cartas de Foronda observamos que, con respecto a los Discursos mercuriales de Juan Enrique Graef, unos elementos centrales del discurso económico han cambiado. Si en el periódico de Graef el concepto del interés particular es denunciado severamente como c­ omportamiento

Ver Elorza, 1970, p. 131. En Locke estos derechos derivan del decálogo, que a su vez es relacionado con la razón humana.Ver Waldron, 2002, p. 97. 49  Foronda es citado por la fuente original en el Espíritu (Cladera, 1788, p. 593). 50  Cladera, 1788, p. 593.Ver 2 Cor. 3, 3. 47  48 

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maquiavelista, en Foronda se convierte en un derecho inalienable del ser humano. Según esto, el monarca no debe limitar ni el afán de enriquecimiento ni la persecución del propio provecho. La felicidad de la sociedad depende de los derechos básicos de sus individuos. Es decir, el individuo no debe a la comunidad nada más que pagar sus impuestos y obedecer las leyes que protegen la seguridad y la propiedad de los demás51. Si un monarca pone en duda estos derechos se hace culpable de «tiranía». Bajo estas precondiciones se critica la noción del bien común como «pretexto» que sirve para restringir el espacio de maniobra comercial. De ningún modo exija Vm. de sus vasallos que empleen sus caudales de este o de aquel modo, baxo el especioso pretexto del bien público, pues en este caso ya no son dueños absolutos de sus haveres sino unos administradores espuestos al arbitrio de otro52.

Esta afirmación es sumamente significativa. Con ella Foronda se enfrenta a la preponderancia poderosa que desde la escolástica ha ido adquiriendo la noción del bien común en contextos políticos, concepto que en la perspectiva del liberalismo se convierte en una coartada que oculta las decisiones arbitrarias o tiránicas. Estas son las bases en que Foronda fundamenta su crítica dedicada a los desarrollos defectuosos en el ámbito económico: la creciente regulación del comercio, los monopolios y privilegios, la cortapisa de la libertad de movimientos de los vasallos, la fijación de los precios que ignora la existencia de un juez mucho más imparcial: la competencia que se realiza en el contexto del mercado. Al denunciar todos estos errores, Foronda defiende el interés particular y reivindica su valor social y económico, contraponiéndolo al dogma del bien común, puesto que, según el autor, este surge de aquel. En el Informe sobre la ley agraria (1795), de Gaspar Melchor de Jovellanos, se manifiesta la prevalencia del interés particular de un modo aún más contundente. Este dictamen es leído en la Real Sociedad Económica Matritense para dar un impulso a la reforma agraria, la cual se iba haciendo cada vez más urgente debido a las hambrunas y sublevaciones en el curso del último tercio del siglo xviii. El autor cita La riqueza de

51  52 

Ver Cladera, 1788, p. 565. Cladera, 1788, p. 593.

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las naciones, de Adam Smith53. En nuestro contexto resulta revelador el modo en que Jovellanos justifica el significado de los intereses privados. En un párrafo transcendental de la introducción puede descubrirse que la argumentación se orienta en los primeros capítulos de la Biblia, haciéndo hincapié, particularmente, en la transmisión patrimonial de la tierra de manos divinas a la propiedad del hombre, transmisión que se efectúa después del pecado original. De esto se concluye no solo el derecho, sino también la obligación de asegurar el fundamento de la existencia privada. En este contexto Jovellanos habla del «sagrado interés», el cual puede relacionarse con el interés particular que se condenó severamente como maquiavelismo en los Discursos mercuriales y que, sin embargo, ahora se manifiesta como instinto de conservación y como condición previa para el desarrollo de toda civilización. A este sagrado interés debe el hombre su conservación, y el mundo su cultura. Él solo limpió y rompió los campos, descuajó los montes, secó los lagos, sujetó los ríos, mitigó los climas, domesticó los brutos, escogió y perfeccionó las semillas y aseguró en su cultivo y reproducción una portentosa multiplicación a la especie humana54.

Aquí el lector se encuentra con una narrativa diferente, que se aparta de la tradición escolástica, pretendiendo que el adelantamiento de la sociedad se basa en la libertad de sus individuos. Con ello, las historias cultural y económica resultan ser interdependientes. Si se adopta esta perspectiva, el bien común aparenta ser un puro obstáculo: En esta dirección no se propusieron por objeto la utilidad particular sino el bien común, y desde entonces las leyes empezaron a pugnar con el interés personal, y la acción de ese interés fue tanto menos viva, diligente e ingeniosa cuanto menos libre en la elección de sus fines y en la ejecución de los medios que conducían a ello55.

Como Foronda, ahora Jovellanos pone en evidencia la abundancia dañosa de las leyes que acosan al individuo y sus intereses privados. Naturalmente, debe limitarse el exceso de estos intereses «protegiendo Ver Polt, 1964. Jovellanos, 1998, p. 243. 55  Jovellanos, 1998, p. 244. 53  54 

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la libre acción del interés privado mientras se contenga en los límites señalados por la justicia, solo debe salirle al paso cuando empiece a traspasarlos»56. Sin embargo, el ideal del mercader honrado, como lo encontramos en los Discuros mercuriales de Graef, es reemplazado por otros ideales: «El comerciante nunca se mueve por un principio de caridad: lo mueven la ganancia y el interés»57. Conclusión Proponemos resumir las opciones dieciochescas de vincular el homo hispanicus con el homo economicus mediante una serie de conceptos clave que pueden resultar útiles a la hora de reconstruir el discurso económico del siglo xviii, lo cual sigue siendo una tarea para futuras investigaciones. Bien común. Cabe destacar la transcendencia de esta noción tanto en el contexto del reformismo borbónico como en la tradición del derecho natural escolástico. Existen opiniones muy diferentes sobre las vías más adecuadas para lograr el bien común. Todos los autores citados parecen estar conformes con que solo mediante el fomento del comercio, de la artesanía y de la agricultra se consigue el bienestar de la sociedad. Una lectura concienzuda de los Discursos mercuriales de Graef resulta suficiente para convencernos de que el homo hispanicus es señalado y despedido ya a mediados del siglo xviii. Es un mito que este ideal ejerza su influencia firmemente desde los Habsburgo hasta el siglo xx. No obstante, existen opiniones muy distintas en cuanto al papel que deben desempeñar los intereses particulares. Graef las pone en evidencia como egoísmo que debe limitarse. Según su punto de vista, los consejeros económicos se convierten en los asesores principales de la Corona, la cual nunca deja arrebatarse el timón del gobierno. Campillo y Cossío relaciona el gobierno económico directamente con las pasiones y los afectos de los humanos, de los cuales provienen los impulsos necesarios para la producción de riquezas de la sociedad. Solo Foronda y Jovellanos, ambos lectores de Adam Smith, prestan atención a la importancia del interés privado y a la necesidad de que se le conceda suficiente espacio de maniobra para que pueda funcionar como mecanismo de fomento 56  57 

Jovellanos, 1998, p. 245. Jovellanos, 2012, p.175.Ver Möller, 2017, pp. 229 y ss.

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económico. Resulta revelador que en este contexto se comprenda el argumento del bien común como fuerza oponente, como obstáculo o cadena que ata «la mano invisible». Derecho natural. El pensamiento económico se presenta y se afirma como un conocimiento universal y, asimismo, se basa en una antropología cristiana. Es cierto que a partir de mediados del siglo xviii, en periódicos como el de Graef, el saber económico es descrito como una disciplina científica que posee sus propias reglas y axiomas. Sin embargo, se trata de un conocimiento que parece emanar directamente de la razón universal, la cual fue dada al ser humano por Dios. Así, en los tratados se describen comunidades económicas cuyos individuos son construidos como sujetos jurídicos, no tanto como sujetos económicos, lo cual se consigue mediante argumentaciones iusnaturalistas o fisicoteológicas. Según ellas, el bien común y la responsabilidad de cada uno para con su prójimo están estrechamente relacionados con la sociabilidad del ser humano. Solo a partir del último tercio del siglo xviii es posible describir el bien común como consecuencia de la interrelación de los intereses particulares. No obstante, en el contexto del liberalismo, las argumentaciones igualmente se derivan del derecho natural. En este sentido se contrapone al aluvión de leyes, decretos y pleitos una austeridad legislativa, que se concentra en los derechos y demandas básicos del ser humano, que según esto le son naturales. Como leemos en Foronda, no son necesarias las leyes ya que están escritas sobre el cuerpo del hombre o le fueron inscritas en su corazón. La honra del mercader. En los Discursos mercuriales esta honra se comprende como una obligación social; es decir, una obligación que sirve de ejemplo para la sociedad en que viven los comerciantes. Representa un medio de garantía de la cohesión social, pues la honra de la sociedad se manifiesta mayormente en los contratos y las promesas que se cumplen. Haciendo referencia a los términos comúnmente conocidos de Pierre Bourdieu se podría formular que en este concepto introducido por Graef prevalece la confianza que se concede al capital simbólico, lo cual parece notable en un autor que, por otra parte, pone en evidencia la vanidad y la pereza de la nobleza. En primer lugar «libertad» significa, para Graef, la participación de los individuos en el bien común que se fomenta por las actividades de los mercaderes. El antónimo de libertad sería entonces la pobreza. Virtud y honradez, por una parte, y el interés particular, por la otra, son principios difíciles de compaginar. Posiblemente el recelo hacia el interés particular tendrá que ver con

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la tradición antimaquiavelista, bastante influyente en España. Lo que queda por investigar, no obstante, sería, entre otros temas, un sector totalmente distinto del patrimonio literario, en el cual sí despempeña un papel preponderante el interés privado y que en este contexto ha sido comentado recientemente: la literatura picaresca58. Bibliografía Agamben, Giorgio, «Que l’Empire latin contre-attaque!», en Libération, 24 de marzo de 2013, [consultado el 18 de septiembre de 2015]. Álvarez-Valdés y Valdés, Manuel, Jovellanos: vida y pensamiento, Oviedo, Ediciones Nobel, 2012. Campillo y Cossío, José de, Nuevo sistema moderno de gobierno para la América. Madrid, Benito Cano, 1789. Castro, Américo, España en su historia: cristianos, moros y judíos, Barcelona, Crítica, 2001. Cladera, Cristóbal, Espíritu de los mejores diarios literarios que se publican en Europa [Nr. 47, 48], Madrid, Espinosa, 1787. — Espíritu de los mejores diarios literarios que se publican en Europa [Nr. 96, 155], Madrid, Espinosa, 1788. Cremades Griñán, Carmen María, ed., La economía de la Ilustración, Murcia, Universidad de Murcia, 1988. Elorza, Antonio, La ideología liberal en la Ilustración española, Madrid, Tecnos, 1970. Foucault, Michel, Sécurité,Territoire, Population. Cours au Collège de France. 19771978, Paris, Gallimard, 2004. Geisler, Eberhard, El dinero en la obra de Quevedo. La crisis de identidad en la sociedad feudal española a principios del siglo xvii, Kassel, Reichenberger, 2013. — «Reziprozität und Gabe im spanischen Theater des Siglo de Oro», en Handel, Handlung, Verhandlung. Theater und Ökonomie in der Frühen Neuzeit in Spanien, ed. Beatrice Schuchardt/Urs Urban, Bielefeld, transcript, 2014, pp. 59-93. Gipper, Andreas, Wunderbare Wissenschaft. Literarische Strategien naturwissenschaftlicher Vulgarisierung in Frankreich, München, Fink, 2002. Goytisolo, Juan, España y los españoles, Barcelona, Lumen, 1979.

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La figura del mercader honrado en el contexto de la comedia sentimental española del siglo XVIII: el ejemplo de El hombre agradecido (1796) de Comella Beatrice Schuchardt Universität Siegen

El mercader y la comedia sentimental: procesos de recepción desde Inglaterra, pasando por Francia, hasta España En la historia del teatro de Europa, la figura del mercader está estrechamente asociada al género sentimental1: George Lillo, con The London Merchant or The History of George Barnwell (1731), compone una «bourgeois tragedy»2 que, con sus diversas adaptaciones en Francia y España, cimenta la temática del mercader en los escenarios de todo el continente. Deirdre McCloskey llega incluso a afirmar que The London Merchant de Lillo sirve, un cuarto de siglo después, como modelo para el bürgerliches Trauerspiel alemán y el drame bourgeois francés3. No obstante, tal como ponen de manifiesto los estudios de Yvonne Fuentes (1999) y María García Garrosa (1990), el recorrido de la recepción literaria entre Inglaterra, Francia, Alemania y España resulta más diverso y complejo4, tanto que resulta difícil atribuir el desarrollo del género teatral sentimental, anclado en la burguesía, a una única obra. El proceso de Este concepto general, que incluye varios subgéneros del teatro sentimental, lo encontramos en García Garrosa, 1990, p. 45, así como en García Garrosa, 1991. 2  McCloskey, 2016, p. 267. 3  Ver McCloskey, 2016, p. 267. 4  Ver García Garrosa, 1990, y Fuentes, 1999. 1 

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recepción de The London Merchant dentro de Europa se produce en primer lugar en Francia, donde se publican las primeras traducciones hacia mediados del siglo xviii5. A esto hay que añadir las adaptaciones Jenneval, ou le Barnevelt français (1769), de Louis-Sébastien Mercier, Les deux amis, ou le négociant de Lyon (1770), de Pierre-Agustin Caron de Beaumarchais, y Le Fabricant de Londres (1771), de Charles-Georges Fenouillot de Falbaire de Quingeys6.Yvonne Fuentes, en su trabajo sobre los procesos de recepción del teatro sentimental entre Inglaterra, Francia y España, que ella define como «triángulo sentimental», distingue más obras. Así pues, identifica también como traducción directa del texto original inglés a Le Marchand de Londres, ou l’Histoire de George Barnwell (1751), de Pierre-Clément de Genève, una pieza teatral que Genève amplió con dos escenas en el patíbulo, mientras que las referencias del original en inglés relativas a la reina y a la religión fueron suprimidas en la versión francesa7. Ivy McClelland atribuye la buena acogida de las adaptaciones francesas en España a una proclamación de Carlos III referente a la honorabilidad del comercio, y a la prensa, gracias a la cual los temas sociales y económicos encuentran su sitio en la escena teatral española, especialmente en el transcurso del último cuarto del siglo xviii8. Para explicar la creciente popularidad de los protagonistas del mundo del comercio entre los dramaturgos españoles, sin duda no se debe pasar por alto la contribución de los abundantes textos en el marco del discurso de la reforma económica del despotismo ilustrado, en los que autores ilustrados, como Jovellanos y Foronda, colocan al comerciante y su contribución al bien común —junto con la industria, el comercio y la empresa— en el centro de sus reflexiones9. Las vías por las cuales accede al teatro la imagen del comerciante difundida en estas obras pueden considerarse como el resultado de una serie de cruces discursivos, en los que la influencia de la Corona desempeña seguramente un papel. También son proporcionalmente numerosas las adaptaciones españolas, que no llegan por primera vez a través de Lillo, sino ya desde Ver McClelland, 2009, p. 175. Ver McClelland, 2009, p. 175. 7  Ver Fuentes, 1999, p. 225. 8  Ver McClelland, 2009, p. 175. Se trata de la Real Cédula de 1783.Ver García Garrosa, 1993, p. 675. 9  Ver Foronda, 1984, citado en Tietz (2017), pp. 115-116, y Jovellanos (1998), citado en Witthaus (2017) y Möller (en prensa). 5  6 

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la célebre figura del mercader de Shakespeare. McClelland considera como obras inspiradas en las adaptaciones francesas de The London Merchant de Lillo a Las ceguedades del vicio y peligros del rigor (1776)10, de Manuel de Ascagorta, y las comedias de Antonio Valladares de Sotomayor Los perfectos comerciantes (1782) y El fabricante de paños o el comerciante inglés (1783)11, estando esta última, según McClelland —al igual que la obra anónima y publicada sin fecha El comerciante de Burdeos— basada en la versión de Falbaire de Quingey. Además, McClelland sostiene que las obras El buen criado (1775), de José Concha, y El triunfo de amor y la amistad, Jenwal y Faustina, de Gaspar Zavala y Zamora, son adaptaciones españolas inspiradas en las versiones francesas de The London Merchant12. La autora identifica al Jenneval de Mercier como el modelo de El triunfo de amor y la amistad, que es de todas las ramificaciones españolas la que más se asemeja al texto original de Lillo. Se encuentran paralelismos entre el Merchant de Lillo y el Jenwal español, principalmente en el papel central que desempeña la amistad en ambos dramas: la del aprendiz George Barnwell con Trueman (en Lillo), y la de Jenwal con Smirn (en Zavala y Zamora), así como en la construcción de las tramas amorosas y en la constelación de personajes en torno al mercader adinerado, sus trabajadores (sin recursos) y la hija del comerciante. Las semejanzas entre el resto de adaptaciones españolas de la temática del comerciante antes citadas y el modelo inglés se reducen a que en todas ellas el mercader es el protagonista. De los subgéneros de la comedia existentes, es sobre todo el sentimental el que presenta una especial afinidad hacia la representación del cosmos mercantil. Un posible motivo que explicaría esta afinidad es la misión moralista y social del género, que hace las veces de «escuela del pueblo»13. Este aspecto se remonta a la Inglaterra de la Restauración, con la obra Love’s Last Shift (1696), de Colley Cibber, quien también Esta obra lleva el subtítulo de El joven Carlos. Ver a este respecto Fuentes, 1999, p. 228. McClelland, sin embargo, presenta El joven Carlos como obra de teatro independiente. Hay que dar la razón en este caso a Fuentes, quien demuestra, gracias a unos comentarios hallados al respecto en el Diario de Madrid, que la obra fue estrenada tres veces consecutivas en 1803 en el Teatro de los Caños. 11  Fuentes, 1999, p. 212, hace referencia en su ensayo sobre el género lacrimógeno a una reseña correspondiente del Comerciante inglés, publicada en el Memorial Literario madrileño, que se remonta al año 1785. 12  Ver McClelland, 2009, pp. 176-177. 13  Ver a este respecto, también, Llanos Mardones, 1989. 10 

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e­ scribió el prólogo de The London Merchant de Lillo14. En la Francia ilustrada el género se asocia a nombres como el de Diderot con el drame bourgeois, así como Phillippe Néricault Destouches y Pierre-Claude Nivelle de la Chaussée con la comédie larmoyante15. En las lecciones morales de las en realidad poco cómicas comedias sentimentales, que se antojan más bien trágicas, el sistema de valores y la imagen de la familia de la burguesía se manifiestan como una nueva fuerza social16. Por consiguiente, no sorprende mucho el hecho de que los protagonistas de la vida económica, y entre ellos el comerciante y el fabricante, sirvan como modelos de un comportamiento responsable y ejemplar en el nivel social y económico también en las escenas a fines del siglo xviii español. Antonio Maravall constata en esta época una nueva orientación moral de tipo secular17, que se diferencia de los esquemas de valores religiosos y sociales tradicionales, y que se refleja en un ethos comercial, así como en el concepto familiar del hombre de negocios18. La introducción de la comedia sentimental, en primer lugar en Inglaterra y en Francia y posteriormente en España, va acompañada del cambio en las estructuras sociales de los respectivos países. El género responde a un público teatral cada vez más burgués, que desea ver representadas en el escenario sus propias aflicciones laborales y familiares19. Por eso encontramos, en comedias inglesas desde el siglo xvii y en las Ver Fuentes, 1999, p. 29. Ver Fuentes, 1999, pp. 58-60, y García Garrosa, 1990, pp. 15-17. André Lagarde y Michel Michard diferencian este género aún más, al distinguir entre la comédie de caractères y la comédie attendrissante et moralisante. Ver Lagarde/Michard, 2003, pp. 32-33. La comédie attendrissante et moralisante se encuentra en Stackelberg, 1992, pp. 43-48, también bajo el concepto de comédie sérieuse. 16  Ver también a este respecto, y con relación a España, Maravall, 1979, y Maravall, 1991, pp. 245-267, así como —en relación con Inglaterra— Rommel, 2006, p. 8: «El comerciante como hombre de negocios y empresario se distanció de los círculos aristocráticos, y al mismo tiempo se esforzaba por lograr, mediante el cambio de valores, también un cambio social», traducción propia. Con el término «cambio de valores» se entiende aquí la medida en la que «las ideas relacionadas con el interés propio como sinónimo de egoísmo derivaron en un afán natural, fácilmente legitimado desde el punto de vista económico y moral, y por ende provechoso para la sociedad», traducción propia. Rommel, 2006, p. 14. Precisamente a este cambio de valores se dedica Rommel en su análisis de textos económicos, filosóficos, políticos y literarios de Inglaterra. 17  Ver Maravall, 1979, p. 302, con referencia a E. G. Barber, 1975, pp. 19-20. 18  Ver Maravall, 1979, p. 302. 19  Ver Angulo Egea, 2006, p. 328. 14  15 

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españolas desde fines del siglo xviii, un desplazamiento en el diálogo en verso hacia el diálogo en prosa20. Joan Pataky-Kosove21 constata también dicho desplazamiento en la obra El viejo y la niña (1786), de Moratín, que en la literatura crítica recibe la denominación genérica de «comedia lacrimosa»22 o «comedia de costumbres»23. Aunque a menudo los investigadores han considerado a los autores Moratín y Comella como adversarios24, representando el primero la variante neoclásica del teatro bajo la influencia de la Corte, y el segundo una variante más bien cercana al pueblo25, los une el hecho de que ambos reflejan en sus obras el ideario ilustrado26. En opinión de Angulo Egea, la diferencia entre ambos radica en que Moratín se dirigía al estrato de burgueses-comerciantes, mientras que Comella, con las llamadas «masas populares» trabajadoras, tenía en mente a la «masa laboriosa» como un público más amplio27. Resulta interesante la importancia central que se atribuye a los sentimientos en ambos autores. Maravall considera este sentimentalismo un rasgo característico de la «mentalidad burguesa»28 de la Ilustración española29. Este rasgo aparece también en obras que ponen en escena 20  Ver Fuentes, 1999, p. 37: «El uso de la prosa será una constante en los dramas sentimentales ingleses, pues entienden que, si para llegar al público es menester representar las penas de personajes de su misma clase social, estos han de hablar el mismo lenguaje y en la misma forma. Comprendieron los dramaturgos sentimentales [ingleses] que no se puede conmover a un comerciante mostrando las penas de un rey lejano». 21  Ver Pataky-Kosove, 1979, p. 379. 22  Ver Dowling, 1993, p. 67. 23  Ver Dowling, 1993, p. 67. 24  Esto se debe en gran parte a la mordaz crítica de la obra de Moratín El viejo y la niña, publicada por Comella bajo un seudónimo, a raíz de la cual entraron en una verdadera disputa.Ver Angulo Egea, 2006, p. 67. 25  En este contexto habla Angulo Egea, 2006, p. 68, de la «reiterada separación dramática del siglo xviii entre “populares” y “neoclásicos”». La diferencia entre ambos la ve en el hecho de «[que] [l]os populares entendían el teatro como espectáculo, mientras que los neoclásicos lo concebían más como una manifestación literaria centrada en el texto, la palabra». 26  Ver Angulo Egea, 2006, p. 67. 27  Ver Angulo Egea, 2006, p. 64. 28  Ver Maravall, 1979, p. 299. Más que como una «clase» social con conciencia de «clase propia», Maravall concibe a la burguesía como un «grupo de ciudadanos» que se caracterizan por una mentalidad propia común. 29  Maravall, 1979, pp. 269-270.

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otra figura central de la vida económica, la del fabricante o empresario, como es el caso, por ejemplo, en La señorita malcriada (1788), de Tomás de Iriarte, en El fabricante de paños o el comerciante inglés (1783), de Antonio Valladares de Sotomayor, o en La industriosa madrileña y el fabricante de Olot (1789), de Francisco Durán30. Las comedias que giran en torno al tema económico, en las que actúan como protagonistas comerciantes y empresarios, pero también artesanos y trabajadores, y donde los antagonistas son pródigos petimetres31 e impostores codiciosos32, sitúan el centro de interés en el ámbito del trabajo burgués, mientras que el horizonte sentimental se orienta hacia lo privado. El hombre agradecido (1796), de Luciano Comella: el mercader, el lapso de tiempo y la «trusted chain of correspondents» Como explica Daniel Fulda en relación con The Merchant of Venice (1600), de Shakespeare, la creciente importancia de lo que se conoce como «lapso de tiempo« («Zeitschere») para el comercio en la Europa del siglo xvii está asociada a su vez con la aparición de un nuevo tipo de comerciante33. El tipo del Merchant Adventurer, que acompañaba personalmente a su mercancía durante el trayecto, se verá relevado por el empresario que espera la llegada de su mercancía en su despacho34. Este lapso de tiempo, cuyo significado para el comercio del siglo xviii también Gervais pone de relieve35, hace que el empresario no pueda «ya

30  Ver en relación con la comedia de Durán, Gies, 1996, y Schuchardt, 2015, y Schuchardt, en prensa. 31  Sobre la figura del petimetre, ver, con carácter introductorio, Álvarez Barrientos, 2005, pp. 235-240. Para profundizar más, ver los estudios de Haidt, 2003, 1999, 1998, y de Hontanilla, 2003, así como Schuchardt, 2014, donde se trata en detalle sobre el petimetre en los dramas de la Ilustración española. 32  Ver a este respecto mi trabajo de investigación para cátedra, actualmente en proceso, La economía en las comedias españolas de finales del siglo xviii: Discursos — Personajes — Género, Universität Siegen, 2017. 33  Ver Fulda, 2005, p. 82. 34  North, 2008, p. 28. Según él, este cambio se da ya entre los comerciantes italianos del siglo xiii: «El mercader que comerciaba con el exterior ya no tenía que ir él mismo a las ferias acompañando sus mercancías en caravana o barco, sino que dirigía los negocios de su empresa desde su oficina en Génova, Florencia o Pisa». 35  Gervais, 2008, p. 467, habla literalmente de un «time lag».

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enfrentarse a peligros inesperados que entren en escena»36. La importancia del lapso de tiempo en el día a día empresarial se hace patente ya desde el comienzo de El hombre agradecido, de Comella, cuando en las acotaciones sobre la escenografía se indica como lugar de trabajo del comerciante un escritorio, sobre el que hay un reloj que a continuación dará comienzo a la acción: La escena es en Madrid en la sala de una casa perfectamente puesta. El Teatro representa una pieza de una alhajada con sus espejos de vestir naturales, y sus mesas, cornucopias, arañas de cristal en medio, taburetes decentes, mesa a un lado con su recado de escribir y una papelera. En el fondo de la pieza habrá una puerta, que introduce a un quarto decente. Encima de la mesa habrá un reloj. Sale afanada Doña Antonia, y mira qué hora es37.

El posicionamiento central del reloj en la habitación no solo nos muestra que el empresario que lleva por nombre don Lorenzo, como figura central de la obra, representa un nuevo modelo de empresario. Además, la pomposa decoración del espacio doméstico, con sus lámparas de araña, sus espejos iluminados y tocadores, frente al escritorio situado «tan solo» de lado, al igual que el armario archivador que se encuentra en la esquina, ilustran desde ese momento el dilema que hará avanzar la trama: que los ingresos del comerciante que aquí vive no se corresponden con sus gastos; el hogar, tanto a nivel privado como económico, está en desequilibrio, ya que el «debe» es superior al «haber». Esta desproporción se manifiesta también en el primer acto, cuando doña Antonia38, la hermana de Lorenzo, echa un vistazo al reloj. En la Fulda, 2005, p. 82, traducción propia. Comella, El hombre agradecido, p. 1. 38  El parentesco entre los nombres Antonia y Antonio, comerciante de la obra de Shakespeare El mercader de Venecia (1600), seguro que no es casualidad, puesto que tanto Antonia como Antonio representan virtudes comerciales: Ella es prudente y se la presenta en la dramatis personae como «joven juiciosa». Ver Comella, El hombre agradecido, p. 1. Como tal, conoce sus derechos de ciudadana y sabe parar los pies de forma correspondiente a un arrogante empleado. También sabe apreciar la virtud de la templanza e insta al empleado y a su cuñada a ponerla en práctica. Aboga por el respeto a los superiores y pide a la descarada servidora de su cuñada que se comporte respetando a su señora. Aparte de ello, Antonia apela —aunque en vano— a la modestia de Lorenzo. Ver todo el acto i. En consecuencia, critica a su hermano por casarse con una noble, lo cual no es adecuado para el gremio de los comerciantes: «Que estos / sonrojos [de espejos de vestir con sus adornos de talla dorados] al 36  37 

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siguiente intervención este personaje comenta el retraso de la llegada de la señora de la casa, pues en vista de la situación que amenaza la economía del hogar de forma tan grave habría que tomar medidas inmediatas, lo que requeriría la presencia de la señora. Como se revela en el siguiente diálogo, el señor de la casa (Lorenzo) está en la cárcel debido a una bancarrota y las consiguientes deudas, mientras que la señora de la casa, que responde al nombre de doña Blasa39, se divierte en un baile y dilata el regreso a su casa, pese a estar al tanto de la situación40. Esto es particularmente llamativo pues ha sido justamente ella, una mujer sin recursos y proveniente de una nobleza venida a menos, quien ha provocado la precaria situación debido a sus gastos exorbitantes con el zapatero, la vendedora de telas francesa, el joyero y en juegos de azar41. Blasa, en cambio, no hace ningún tipo de aportación al hogar42. La circunstancia de que precisamente la mujer del mercader, que es pilar fundamental Comerciante malgastador e indiscreto / no corrijan? ¡Ay hermano! / tu condecente genio con tu mujer, en qué abismo / te ha anegado de tormentos? / Por su vanidad y lujo / te ves en la cárcel preso, / sin amigos, sin apoyo, / sin caudales ni conceptos: / los desiguales enlaces / jamás acertados fueron / en el Comerciante». Comella, El hombre agradecido, p. 2. 39  El nombre «Blasa», derivado de «blasón», quiere decir «inflada» o «engreída» y pone en relación estas cualidades con el estatus social de Blasa como persona de la nobleza. 40  Antonia, según se ha podido saber en el primer epílogo, le había hecho llegar varias notas relacionadas con ello. 41  La razón por la cual Blasa malgasta tantísimo dinero se llega a conocer en el transcurso de la trama. En primer lugar, no está dispuesta a sacrificar sus numerosos vestidos ni sus joyas por sacar a su marido de la cárcel.Ver Comella, El hombre agradecido, p. 3. Cuando inesperadamente obtiene una cantidad de dinero que en realidad estaba destinada a sanear el presupuesto comercial, la gasta inmediatamente: «Mil reales al Zapatero. Separa dinero. / Cuatro mil a la francesa / de las gasas. Otros cuatro / para el que bailar me enseña / y para un reloj de moda / doce onzas. Aun me queda / mucho dinero, bien puedo / echarme en la faldriquera. [...] para el juego de esta noche / otras diez». Comella, El hombre agradecido, pp. 5-6. 42  Blasa, por su parte, lo justifica con su ascendencia de nobles, lo que esclarece las críticas a la nobleza en esta obra de teatro: «de las tertulias, compuestas / todas de mujeres y hombres, / que en nada jamás se emplean, / porque son nobles». Ver Comella, El hombre agradecido, p. 13. Sobre la crítica a la nobleza en el siglo xviii ver también Krauss, 1973, pp. 87-88: «las críticas a la nobleza están a la orden del día». Como ejemplos célebres de critica a la nobleza, tan extendida entonces, pone Krauss entre otros las cartas del Conde de Cabarrús y las contribuciones de Cañuelo en la revista El Censor, en las que se quejan de la ociosidad e inutilidad de la aristocracia.

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del hogar mercantil y responsable de la servidumbre —es decir, una persona que representa un «bien» valioso43— llegue con retraso, y que esa tardanza traiga consigo perjuicios, funciona como un sujeto simbólico del lapso temporal. La constelación de personajes y la estructura de la trama aquí planteada son un ejemplo de las piezas teatrales que tratan temas económicos con el típico argumento dieciochesco español: un hogar burgués, y con él el negocio del mercader, se encuentra en una situación de desorden. Se llega a esta situación a causa de un comportamiento imprudente, derrochador, egocéntrico e irresponsable en lo económico de un tipo de personaje que destaca en el teatro de la época: el del petimetre44 o petimetra45, que aquí se encarna en la figura de Blasa. Este tipo de personaje tiene en el del señor de la casa un contrapunto débil, quien ante las circunstancias se halla impotente, o bien totalmente ausente por haber fallecido o estar de viaje; un señor de la casa que, al no asumir sus obligaciones como autoridad del hogar, configura un «vacío en el orden». Sin embargo, la salvación llega a través de un personaje que instaura el orden, que está en condiciones de ocupar ese vacío y que representa en general a una figura de autoridad, como, por ejemplo, un tío o un amigo de la familia con experiencia de la vida. Con frecuencia este último también hace las veces de «casamentero», recordando al

43  Así se refiere Comella en su obra al papel de la mujer del mercader como persona que trae beneficios a la economía familiar.Ver la réplica de Bruno, en la que habla del potencial sin explotar de Blasa en cuanto que esposa rentable: «Tu mujer, / que será esta según creo, / si como tiene donaire [sic], / tiene discurso y talento, / te puede ser para todo / de utilidad y provecho». Comella, El hombre agradecido, p. 10. 44  En adelante emplearé la forma masculina para referirme a ambos sexos. 45  Blasa está caracterizada con los mismos atributos del petimetre, que también vemos representados en la Jerónima de La petimetra, de Nicolás Fernández de Moratín, y en el Mariano de El señorito mimado o la mala educación, de Tomás de Iriarte (1787).Ver también, a este respecto, Schuchardt, 2014. Blasa es egocéntrica y vanidosa, es decir, que antepone las apariencias a la realidad, con el resultado de que no solo engaña a los demás, sino que también se sobreestima a sí misma.Ver Comella, El hombre agradecido, p. 13, donde Blasa posteriormente exige una «recompensa» por haberse casado con Lorenzo. Además, exagera en cuanto a sus gastos en objetos de lujo franceses y calcula mal, no solo el valor de los bienes que consume, sino el suyo propio, considerándose a sí misma una «ecónoma perfecta». Comella, El hombre agradecido, p. 16. Ella es una carga para la familia y sus gustos son viciosos, puesto que se entrega a los juegos de azar. En esta cualidad se corresponde con la figura de Mariano en El señorito mimado de Iriarte.

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señor de la casa sus obligaciones u ocupando su lugar, y en ocasiones encarrilando al petimetre o expulsándolo del hogar46. El instaurador del orden ayuda a los miembros del hogar que proceden de forma virtuosa47 y sensata (normalmente se trata de un soltero trabajador48, diametralmente opuesto al petimetre), en la búsqueda de matrimonio, algo que no estaba en las perspectivas en vista de las dificultades económicas de la familia. Él mismo se convierte en un «buen partido» porque no solo ayuda económicamente al hogar, sino que también lo enriquece en el plano moral. Como se muestra en el caso de la obra de Comella, este partido ventajoso puede darse también en la propia figura del que viene a instaurar el orden. Esta función de instaurador del orden la ocupa, en El hombre agradecido, don Bruno. Él no es solo un mercader honesto, sino también sumamente exitoso en el comercio de ultramar, que además se comporta con responsabilidad social. Aquí se da una analogía con el comerciante Thorowgood del London Merchant49, de George Lillo, donde «en el escenario se esboza la imagen de un comerciante que está por encima de cualquier duda»50. De forma similar a la figura del capitán Lievens en El hombre singular o Isabel Primera de Rusia (1795), de Francisco Comella, Bruno representa el tipo de personaje bienhechor, hábil en los asuntos económicos y filántropo ilustrado51. Habiendo amasado

46  Esto puede ocurrir por medio de consecuencias legales —como la detención o el exilio— o por el hecho de que el petimetre se vea obligado a contraer un matrimonio desventajoso para él.Ver también Schuchardt, 2014, p. 280. 47  El comportamiento virtuoso se define en Wegmann/Zeibig/Zilkens tomando como referencia la enseñanza del mesótes de Aristoteles, es decir, como la manera de actuar con mesura, en el sentido de «punto de equilibrio entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto, los cuales deben evitarse. [...] El punto medio tiene que calcularse de nuevo una y otra vez. Con ello el punto medio se adapta siempre a la persona y a cada situación».Wegmann/Zeibig/Zilkens, 2009, pp. 13-14, traducción propia. 48  Este concepto se usa también aquí en lugar de la variante femenina. 49  Ver Rommel, 2006, p. 184: «La obra de George Lillo, The London Merchant, or The History of George Barnwell, de 1731, sitúa en el primer plano de la acción a los empresarios responsables que actúan con responsabilidad social por medio de la figura del comerciante Thorowgood», traducción propia. 50  Rommel, 2006, p. 22. 51  Ver Huerta, 1991, p. 187. Los papeles atribuidos por Fernando Huerta al capitán Lievens en el texto original son «bienhechor, [...] enemigo del lujo» y «verdadero modelo de humanitarismo ilustrado».

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una ­considerable fortuna en Jamaica52 y estando perfectamente familiarizado con las prácticas comerciales inglesas gracias a su estancia en esta colonia53, Bruno, el hombre versado en comercio exterior, está predestinado a ser el instaurador del orden. Así, no solo está en posición de sanear el negocio en bancarrota de Lorenzo, sino que, mediante reiteradas entregas de dinero al matrimonio de comerciantes endeudado, logra finalmente también encarrilar a la obstinada petimetra Blasa. En el curso del necesario enlace matrimonial que debe celebrarse en el final de la trama de la comedia, don Bruno es capaz de conseguir la mano de Antonia, que es alguien que procede y piensa con buen juicio en sentido económico y civil. El hecho de que ambos se complementen de forma tan ideal y puedan, por tanto, aumentar su capital moral y económico —también esto es una constante en los argumentos de temática económica de las comedias neoclásicas del siglo xviii español—54, se refleja en que la sensata Antonia sabe apreciar el sentido de Bruno para los negocios, que ella misma califica como una «sabia economía»55. El ethos comercial de Bruno se distingue por la precaución, la moderación, la razón56 y, finalmente, por la honradez. Así pues, entre sus principios comerciales se cuenta el pagar las deudas con celeridad, salvaguardar la honestidad en las transacciones comerciales, evitar caer él mismo en cualquier intento de engaño57, así como realizar únicamente inversiones de las que se espere obtener un beneficio58. Después de que En la obra, Bruno afirma «que en quince años poco menos / he adquirido saneados / cuatro millones de pesos». Comella, El hombre agradecido, p. 6. 53  Ver Comella, El hombre agradecido, p. 6. 54  Ver Schuchardt (2014) y Schuchardt (en prensa). 55  Ver Comella, El hombre agradecido, p. 24. 56  Así pide también Bruno a Lorenzo que, con respecto a su mujer, tenga «precaución» y que modere su tendencia a la fastuosidad.Ver Comella, El hombre agradecido, p. 11. Esta llamada a la moderación de Blasa ya había sido formulada anteriormente por Antonia, ya que también se había sentido provocada por Blasa: «modera el porte y el fausto, / vive conforme al empleo / o destino de mi hermano». Comella, El hombre agradecido, p. 5. 57  Ver Comella, El hombre agradecido, p. 18: «El bribón del Mayoral / me engañaba en dos pesetas; / pero le cogí, y le eché una valiente pendencia». 58  Wegmann/Zeibig/Zilkens, 2009, p. 13, definen, a su vez, la figura del comerciante honrado de tal manera que «en todas y cada una de sus actividades [...] sabe actuar con la medida correcta donde la honestidad, la confianza, la diligencia en el trabajo, la veracidad, el respeto y la credibilidad [...] no excluyen beneficio», traducción propia. Ello significa que el comerciante, por supuesto, y a pesar de su 52 

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Blasa, con su típica prodigalidad de petimetre, haya despilfarrado el dinero del monedero que Bruno pone a disposición para el saneamiento del hogar, y de que Antonia haya tenido que pedirle reiteradamente ayuda a instancias de su hermano, Bruno les reprende por las «pérdidas en el negocio moral», ya que el dinero estaba pensado para restablecer el orden del deshecho hogar comercial:

Yo lo di [el dinero] bajo el supuesto, de que el dinero que daba había de ser el móvil de la dicha de esta casa; y así, puesto que otra ruina mi dinero le prepara, no quiero darlo59.

En su función de consejero e instaurador del orden, Bruno le recomienda luego a Lorenzo que en adelante cambie su estrategia comercial de un negocio pasivo a uno activo. En ese contexto, Comella incluye en su obra la distinción entre «comercio activo» y «comercio pasivo», un concepto económico muy popular en el siglo xviii español que ya se encuentra en el Testamento político (1745) del ministro José de Carvajal y Lancaster60, en funciones bajo el mando de Felipe V. Según la terminología de Carvajal, lo que aconseja Bruno es una forma de comercio que, siendo «pasiva en la sustancia», pues se basa en materias primas como la lana, el hierro y la seda, es «activa en la forma» siempre que el transporte de la mercancía se efectúe con recursos propios61. En cambio, con su actual gestión pasiva del comercio, Lorenzo perjudica a la economía española:

honestidad, siempre tiene en cuenta su beneficio, lo cual —como ilustra el ejemplo de Bruno— implica el grado correcto de precaución y desconfianza. 59  Ver también la réplica siguiente de Bruno en Comella, El hombre agradecido, p. 24. 60  Ver Artola, 1969, p. 68. 61  Artola, 1969, p. 68, traducción propia. Según Artola, en la distinción entre comercio activo y pasivo se refleja el interés de Carvajal por promocionar el comercio marítimo español, para que las mercancías —no solo las que provenían de las colonias españolas en el extranjero, sino también las de otros países, por ejemplo, de Asia— fueran transportados especialmente por los barcos españoles para así compensar el déficit comercial de España.Ver Artola, 1969, p. 69.

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Vosotros, por falta de inteligencia, con el comercio pasivo os contentáis, cuya senda os conduce al monopolio, á la ruindad y bajeza, por no daros las ganancias suficientes; y quisiera que tú y otros adoptarais el activo, y refundierais en favor de la nación lo que gana la francesa. Las gasas, plumas, relojes, cintas y medias de seda, que nos trueca por dinero, si el comercio activo hicierais, las trocaríais por lana, por lino, por hierro y seda, y se quedara en España el dinero que se llevan los franceses62.

La réplica citada pone de manifiesto que el hogar aquejado por turbulencias económicas a causa del petimetre y su deseo de lujos extranjeros funciona como un pars pro toto del estado económico nacional de España. Así, el discurso sobre el petimetre se conecta con el espíritu reformista patriótico de la Ilustración española que aspira a activar el comercio nacional63. Al mismo tiempo, la réplica hace explícita la necesidad de una estrategia comercial como fundamento para una actividad mercantil de éxito. Con respecto a la red comercial dieciochesca, Pierre Gervais remite en su estudio sobre las relaciones mercantiles transatlánticas de la época a la importancia de dichas estrategias para el resultado comercial: «Esas redes dependían en gran medida de estrategias profesionales, y se veían estrictamente limitadas por las necesidades vinculadas al mantenimiento de dichas estrategias»64. No obstante, la funcionalidad de estas Comella, El hombre agradecido, p. 12. Sobre el significado de la economía doméstica puesto en peligro por el petimetre como pars pro toto de la nación española, ver también Haidt, 2003, pp. 151-153, y Hontanilla, 2003, pp. 52-55. 64  Gervais, 2008, p. 471, traducción propia. 62  63 

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redes se basa no solo en estrategias, sino también y sobre todo en la formalidad y la honradez de sus miembros. Por ello Bruno proclama la importancia de la honradez, que aporta al individuo más nobleza que un título comprado, como al que aspira Lorenzo a instancias de su esposa, que ya pertenece a la nobleza: «La verdadera / nobleza es la honradez»65. Bruno siente un compromiso con la honradez en la actividad comercial, tanto en la esfera privada como en la pública66, y esta virtud forja también la estructura de las relaciones comerciales del siglo xviii. Pierre Gervais describe estas relaciones como una «trusted chain of correspondents»67, con miembros individuales que son de fiar (en el sentido de que son personas dignas de confianza) y forman un grupo de comerciantes que confían mutuamente unos en otros. Esta cadena de socios comerciales basada en la confianza y la experiencia, que además son considerados especialmente competentes en su sector, posibilita a los comerciantes individuales el outsourcing de conocimientos a la vista de la abrumadora diversidad de bienes comerciales68. Pero también hace posible que el comerciante supere los intervalos de tiempo entre pedidos, entregas y pagos, puesto que la mayoría de las transacciones comerciales no se realizaba con pagos en efectivo, sino mediante una compensación

Comella, El hombre agradecido, p. 11. Aquí se hace ya palpable la sustitución del concepto central de honor en el teatro barroco según se escenificaba en el género de los dramas de honor, por el valor burgués de honradez, el cual va ganando cada vez más importancia para el teatro de la Ilustración. Este, a su vez, va unido a la concepción burguesa de la virtud. En el par de conceptos honor y virtud se refleja, según Angulo Egea, 2006, p. 118, la contradicción de dos modelos de sociedad: el orden «nuevo» —burgués— y el «antiguo» —feudal—, donde ya resuena la temática de «las dos Españas»: «Dos palabras claves enfrentan dos formas diferentes de entender el mundo: honor y virtud. Los modernos principios ilustrados, tratando de dignificar la posición y los trabajos de las nuevas clases acomodadas, de la clase media adinerada, dedicada a los negocios, la industria y el comercio, difundieron ideas que establecían la calidad y la posición de los hombres acuerdo a su conducta, no a los títulos heredados de sus antepasados. La virtud de los individuos era determinante, y no el honor hereditario». Angulo Egea hace referencia aquí a una réplica de una obra de teatro de Comella, El pueblo feliz, p. 3. 66  Ver la siguiente réplica de Bruno, en el tercer acto de la comedia, donde acaba accediendo a hacerse cargo de los negocios de Lorenzo, a instancias de la convincente mujer de este: «de gobernar se encarga / mi honradez vuestro comercio». Comella, El hombre agradecido, p. 31. 67  Gervais, 2008, p. 265. 68  Gervais, 2008, p. 264. 65 

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entre deudas y facturas69. De estas prácticas del comercio transatlántico del siglo xviii resulta, además, una cadena de socios comerciales70 y un entramado de personas conectadas entre sí a través de unos servicios ya prestados y unas contraprestaciones todavía pendientes. Conclusión En lo referente al tipo de mercader esbozado en El hombre agradecido de Comella, se trata en el caso del comerciante Bruno de un personaje ilustrado y al mismo tiempo patriarcal, que mediante gestos patrióticos y al mismo tiempo filantrópicos actúa de forma ejemplar dentro del microcosmos de su propio radio de acción. De este modo, este tipo de mercader ejemplar esbozado por Comella se parece al comerciante Thorowgood de Lillo, figura teatral que había influida tanto el teatro francés como —según he señalado antes— sus traducciones y adaptaciones españolas. Como comerciante prudente, Bruno logra al final sanear el hogar en bancarrota de un tipo de mercader contrario a su propia ejemplaridad. Se trata del comerciante caído en desgracia por su falta de autoridad y razón en el ámbito privado y comercial, tipo representado por la figura de don Lorenzo. Gracias al efecto positivo de las acciones del bienhechor Bruno a pequeña escala, este comerciante sencillo actúa en el microcosmos de su radio de acción de una forma provechosa, tanto a nivel moral como económico, lo que —a larga escala— redunda en el bien común en el macrocosmos de la nación. Comella destaca la interrelación entre el proceder moralmente correcto y el proceder patriótico a través de la figura del comerciante honrado Bruno y sus principios de negocio guiados por la razón como valor ilustrado. En su comedia El hombre agradecido, el Por medio del ejemplo del comerciante de Boston Green y su socio londinense Lane, ilustra Gervais «[that] little cash changed hands: Green, for instance, almost never sent any cash to Lane, but “remitted” his debts by sending “bills”». Gervais, 2008, p. 468. 70  Gervais, 2008, p. 466 habla en su ensayo también de redes, pero aboga por la cadena como modelo de realidad comercial cada vez más justa. También hace referencia a la importancia de las relaciones de parentesco, por ejemplo en los socios que ya conocía el padre, así como también a la importancia de la buena fama: «reputation was a decisive element, and it included non-economic ties». Gervais, 2008, p. 468. 69 

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microcosmos del hogar del mercader Lorenzo, que el comerciante honrado Bruno reencauzará, sirve para simbolizar el macrocosmos nacional español, cuyo patriarca supremo es el monarca. Es precisamente la figura del monarca, que originalmente era el símbolo del orden feudal, la que ahora, en su papel de reformista ilustrado, introduce en escena el capital simbólico que el comerciante obtiene como recompensa de sus logros, más allá del dinero, el amor y el éxito: el prestigio social, simbolizado en la comedia aquí analizada por los agradecimientos de Lorenzo, de su esposa y de su hermana Antonia. Este prestigio, como valor «nuevo» de una sociedad cada vez más aburguesada, viene a ocupar el lugar que antes ostentaba el título nobiliario. Este último se ve confrontado en El hombre agradecido a una severa crítica que se transmite por medio del personaje doña Blasa, noble empobrecida y petimetra malgastadora. Bibliografía Álvarez Barrientos, Joaquín, Ilustración y Neoclasicismo en las letras españolas, Madrid, Síntesis, 2005. Angulo Egea, María, Luciano Francisco Comella (1751-1812). Otra cara del teatro de la Ilustración, San Vicente, Universidad de Alicante, 2006. Artola, Miguel, «América en el pensamiento español del siglo xviii», Revista de Indias, 29, 1969, pp. 51-77. Barber, Elinor G., La burguesía en la Francia del siglo xviii, Madrid, Biblioteca de la Revista de Occidente, 1975. Bourdieu, Pierre, Praktische Vernunft. Zur Theorie des Handelns, Frankfurt, Suhrkamp, 1998. Cabarrús, conde Francisco de, Cartas sobre los obstáculos que la naturaleza, la opinión y las leyes oponen a la felicidad pública, Madrid, Imprenta de Collado, 1813. Carvajal y Lancaster, José de, Testamento político o idea de un gobierno católico [1745], ed. José Miguel Delgado, Córdoba, Universidad de Córdoba, 1999. Comella, Luciano Francisco, El pueblo feliz. Madrid, s. e., 1789. Fuente: , [acceso: 30 de abril de 2017]. — El hombre singular o Isabel Primera de Rusia, Madrid, Librería de Cerro, 1795. Fuente: , [acce­ so: 18 de mayo de 2015]. — El hombre agradecido, España, Ministerio de Cultura, 2009. Fuente: , [acceso: 12 de marzo de 2016]. Cruz, Ramon de la, La falsa devota,Valencia, José Ferrer de Orga, 1813. Fuente: , [acceso: 28 de febrero de 2016]. Diderot, Denis, «Entretiens sur Le Fils naturel (1757)», en Diderot et le théâtre: le drame. Entretiens sur Les Fils naturel (Dorval et moi) suivi de Discours sur la poésie dramatique, ed. Alain Ménil, Paris, Agora, 2005a, pp. 59-148. — Des genres dramatiques (1758), en Le père de famille, ed. Gerhardt Stenger, Paris, Editions Espaces, 2005b, pp. 139-150. Dowling, John, «La génesis de El viejo y la niña de Moratín», Hispanic Review, 44, 2, 1976, pp. 113-125. — «El comerciante gaditano: el don Roque de Moratín», Dieciocho: Hispanic Enlightenment, 16, 1-2, 1993, pp. 67-76. Durán, Francisco de la, La industriosa madrileña, y el fabricante de Olot, España, s. e., s. f. Fuente: Fondos digitalizados de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla, en , [acceso: 1 de marzo de 2016]. Foronda, Valentín, «Disertación sobre lo honrosa que es la profesión del comercio, leída en las Juntas Generales que celebró la Sociedad Bascongada en Vilbao el año de 1778», en Valentín de Foronda. Los sueños de la razón, ed. M. Benavides y C. Rollán, Madrid, Editora Nacional, 1984, pp. 587-602. Fothergill-Payne, Louise y Peter, eds., Parallel Lives. Spanish and English National Drama 1580-1680, Lewisburg, Bucknell University Press, 1991. Fuentes, Yvonne, El triángulo sentimental en el drama del Dieciocho (Inglaterra, Francia, España), Kassel, Reichenberger, 1999. Fulda, Daniel, Schau-Spiele des Geldes. Die Komödie und die Entstehung der Marktgesellschaft von Shakespeare bis Lessing, Tübingen, Niemeyer 2005. García Garrosa, María Jesús, La retórica de las lágrimas. La comedia sentimental española, 1751-1802,Valladolid, Universidad de Valladolid, 1990. — «“El comerciante inglés y El fabricante de paños”: de la traducción a la adaptación», Anales de Literatura Española, 7, 1991, pp. 85-95. — «La Real Cédula de 1783 y el teatro de la Ilustración», Bulletin Hispanique 95, 2, 1993, pp. 673-692. Gervais, Pierre, «Neither Imperial, nor Atlantic. A Merchant Perspective on International Trade in the Eighteenth Century», History of European Ideas, 34, 4, 2008, pp. 465-473.

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La femina œconomica en el teatro dieciochesco español: la comedia neoclásica La familia a la moda (1805), de María Rosa Gálvez Christian von Tschilschke Universität Siegen

Introducción: la economía y el teatro A lo largo del siglo xviii, el interés por las cuestiones económicas se convierte en España, igual que en otros países europeos, en un tema dominante en la teoría y la práctica. Ya a comienzos del siglo aparecen «los primeros intentos de una ciencia de la economía política»1. Mientras que en tiempos de Felipe V (1700-1746) dominaban todavía las ideas mercantilistas, las exigencias de una liberalización del comercio y de los mercados llegan a tener, en la segunda mitad del siglo, cada vez más impacto junto con las ideas fisiocráticas. El omnipresente problema de la economía llega a producir no solo cantidades de teorías y tratados sino que determina, también, la agenda de las sociedades económicas de amigos del país que emergen, en todo el territorio, desde la década de 1760, principalmente con fines prácticos. Una de estas sociedades regionales fue, justamente, el orígen de la primera Cátedra de Economía Política (Economía Civil y Comercio) en Zaragoza, en octubre de 17842. Finalmente, el famoso reformador Gaspar Melchor de Jovellanos subrayaba expresamente en su «Elogio de Carlos III» (el 8 de noviembre de 1788 ante la Real Sociedad Económica de Amigos del País de ­Madrid)

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Krauss, 1973, p. 418. Todas las citas traducidas por el autor. Ver García Pérez, 1974, pp. 197-241.

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la importancia de la «ciencia económica»3 para el gobierno como esencia de los grandes pasos de la Ilustración en España. En esta ocasión resumía con satisfacción: «la nación empieza a tener economistas»4. Entre los diversos géneros literarios de aquella época es el teatro, justamente, el que se dedica desde una perspectiva primordialmente moral y didáctica, según su propia tradición, a los problemas provenientes de la práctica económica. La mayoría de los dramas trata la cuestión de los motivos de, por ejemplo, el trabajo y el ocio, la moda y el lujo, la avaricia y el despilfarro, la herencia y la dote, la adicción a los juegos y el endeudamiento. La nueva importancia social de la artesanía, del comercio y de la agricultura, sin embargo, son tematizados más bien de modo ocasional. Como tema estaban reservados, principalmente, a las piezas teatrales breves (sainetes), no teniendo en cuenta excepciones importantes e impregnadas por la comédie bourgeoise, como la comedia artesanal Los menestrales (1784), de Cándido María Triguero, y La industriosa madrileña y fabricante de Olot (1790), de Francisco Durán. O se trata ya directamente de adaptaciones francesas como, por ejemplo, el caso de El fabricante de paños o el comerciante inglés (1784), de Antonio Valladares y Sotomayor, que se basa en el drama prosaico Le fabricant de Londres (1771), de Charles-Georges Fenouillot de Falbaire. La relación entre la economía y el teatro en el siglo xviii abarca, en principio, tres dimensiones diferentes. En primer lugar, habría que mencionar la «cuestión de lo económico»5, es decir, la puesta en escena de lo económico en el teatro. Esto incluye todo el repertorio correspondiente de temas y motivos hasta la economía entendida como un posible modelo funcional y de reflexión en cuanto a los procesos y las relaciones sociales. Además de este ‘teatro de la economía’ habría que tener en cuenta también, en todo caso, la asociación con la economía de los medios estéticos, o sea con el economizar de la puesta en escena. En el contexto de la estética neoclásica y su lucha contra la tradición del teatro barroco, esta economía de los medios estéticos puede darse

Jovellanos, 1993, p. 306. Jovellanos, 1993, p. 306. Con respecto al discurso sobre la economía en España durante el siglo xviii ver Elorza, 1970; García Pérez, 1974; Anes, 1981; Lope, 1992; Molas Ribalta, 1996, pp. 919-925 y pp. 929-951 y, en particular, sobre el papel decisivo de la revista Discursos mercuriales (1752-1756) de Juan Enrique Graef ver, además, Witthaus, 2012, pp. 265-316. 5  Nonnenmacher y Blaschke, 2005, p. 3. 3  4 

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i­ncluso como primera cuestión en algunos momentos. Queda, por ultimo, diferenciar como tercer aspecto las biografías económicas de los autores y las bases económicas de la industria del teatro que se convierten, justamente en el siglo xviii, en el objeto de los amplios esfuerzos de reforma6. Sobre la base del ejemplo de la comedia en tres actos La familia a la moda, de María Rosa Gálvez de Cabrera (1768-1806), que estilísticamente concuerda con los dramas neoclásicos de Leandro Fernández de Moratín y Tomás de Iriarte, el presente estudio discutirá la pregunta sobre si en el contexto de la estética neoclásica y de la ideología ilustrada, conforme con el gobierno en la España de finales del siglo xviii, se puede observar, efectivamente, una ‘nueva economía del teatro’ tal y como se ha explicado en cuanto a su sentido múltiple. Tras haber sido prohibida durante algún tiempo por la censura, por ‘amoral’, la obra de esta dramaturga, que hasta hoy en día es la más conocida y más exitosa del siglo xviii, se estrenó el 14 de abril de 1805 en Madrid7. Dado que el presente estudio no se dedica tanto a las condiciones socioeconómicas del teatro y de su autora sino más bien a las pistas de una nueva antropología y poetología de lo económico, habría que mencionar con respecto a la situación material de María Rosa Gálvez el hecho de que lograra —bajo referencias estratégicas continuas a la singularidad de su autoría femenina— que el rey Carlos IV no solo hiciera posible la edición de sus Obras poéticas en tres tomos en 1804, en la Imprenta Real, sino también que la financiara incluso transfiriéndole todas las ganancias de la venta8. 6  En cuanto a los aspectos materiales del teatro pueden consultarse, en particular, los trabajos de Andioc, 1987; 1995; 2001, pp. 56-67; 2005, pp. 569-674. 7  En lo que sigue, se cita la edición de René Andioc de esta obra que, mientras vivía Gálvez, no se ha publicado sino hasta 1995: Gálvez, 2001. La primera cifra entre paréntesis se refiere al acto y la segunda al verso. 8  Gálvez utiliza, en su petición al rey, la siguiente formulación, con la cual intencionalmente hace referencia al prestigio nacional y la rivalidad entre España y Francia: «A esto puede agregarse el deseo de hacer público un trabajo que en ninguna otra mujer, ni en nación alguna tiene ejemplar, puesto que las más celebradas francesas solo se han limitado a traducir, o cuando más han dado a luz una composición dramática; mas ninguna ha presentado una colección de Tragedias originales como la Exponente» (citado en Doménech, 1995, p. 13). Véase con respecto a esta estrategia eficaz de publicar Smith, 2006, pp. 124-127, y en cuanto a la conciencia de autoría femenina de Gálvez, Gronemann, 2006. Por parte de los muchos envidiosos, sin embargo, el enorme éxito de Gálvez fue atribuido sobre todo a su

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Hay tres razones, sobre todo, que permiten considerar a la obra La familia a la moda como paradigmática a pesar de sus extravagancias. Estas razones implican, al mismo tiempo, los principales elementos de hipótesis y de estructura en las que se basa el presente estudio: en primer lugar, La familia a la moda contiene toda una enciclopedia de temas y motivos directamente relevantes para la economía que se precisan como imagen de un mundo completamente penetrado y dominado por lo económico. En segundo lugar, Gálvez sustituye el papel del protagonista masculino, normalmente ocupado por un hombre que transmite la intención del autor, por el de una mujer, lo cual llama mucho la atención y puede considerarse como único. Justamente esta femina œconomica, como figura y portavoz ideológico principal de la obra representa, aún más, el enorme cambio de la época en cuanto a las estructuras de saber que se experimentaba en España debido a la economía9. En tercer lugar, el drama está caracterizado por un ‘materialismo’ particular y sin rodeos, es decir, una irritante sobriedad frente a todo tipo de emociones que penetra, de un modo muy considerable, no solo en las figuras sino también en la estética y la dimensión teatral de la obra10.

relación directa —y posible historia de amor— con el hombre más poderoso del Estado, Manuel Godoy. 9  El término exclusivo en cuanto al género femina œconomica se utiliza, en lo que sigue, de forma análoga a la definición del concepto tradicional homo œconomicus, de Bernd Blaschke, que engaña en cuanto a su neutralidad de género. Blaschke entiende como ‘hombre económico’ un modelo «de individuo que aprovecha sus recursos limitados, en las respectivas circunstancias con las que se encuentra, de un modo calculado para conseguir los objetivos que le interesan» (Blaschke, 2001, p. 20). Es decir que se refiere no solo al comportamiento «en el ámbito de los objetos de posible adquisición [...] sino a todo actuar humano también más allá de la esfera del dinero» (Blaschke, 2001, pp. 18-19). Con respecto al auge del ‘hombre económico’ desde la perspectiva del análisis histórico de discursos, ver Vogl, 2002, pp. 289-351. 10  Ver, en cuanto al contexto histórico de María Rosa Gálvez como dramaturga, Kahiluoto Rudat, 1986; Bordiga Grinstein, 2003; Lewis, 2004, pp. 97-152; Establier Pérez, 2006, y Díaz-Marcos, 2009. Gálvez hace referencia también a cuestiones económicas en su tragedia crítica al colonialismo, Zinda (1801), cuya historia está ubicada en el Congo, argumentando en contra de la explotación y la esclavitud para exigir, siguiendo a Montesquieu, un incremento de las relaciones comerciales con las colonias (ver Doménech, 1995, pp. 29-34).

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El teatro de la economía En La familia a la moda, al igual que en muchas otras obras de teatro del siglo xviii español, el modelo económico de referencia no es el mercado, el comerciante o el comercio. De modo general y muy típico para esta forma de literatura, el problema de lo económico se limita más bien «al círculo del hogar y de la familia, es decir, a la zona de actuación más importante de la comedia»11. En el momento en el que arranca la actuación en La familia a la moda, la familia noble de Pimpleas se encuentra en un estado pésimo, de decadencia moral y material: el padre de familia, vago y sin responsabilidad alguna, don Canuto de Pimpleas, es un adicto a los juegos de azar. Su esposa, madama de Pimpleas, es una típica petimetra que se gasta el dinero en viajes a Francia y en ropa de moda y otros artículos de lujo. Al mismo tiempo, deja que la corteje no solo el marqués de Altopunto, tan pobre como presumido por su título de nobleza, sino también el profesor de canto Trapachino. La hija de la casa, doña Inés, sin embargo, se encuentra en un monasterio, tal y como era el deseo de la madre, para casarse cuanto antes con al mismo marqués de Altopunto. El hijo de la casa, Faustino, vive el día a día divirtiéndose con el personal del servicio de la casa. En esta situación, el abogado relacionado con la familia, don Facundo, pide ayuda a la hermana de don Canuto, la viuda doña Guiomar, por considerarla la única capaz de evitar, en último momento, la decaída y ruina total de la familia de Pimpleas. Mientras que los miembros de la familia están esperando con impaciencia que doña Guiomar traspase testamentalmente su patrimonio para que puedan continuar con su vida de placeres viciosos, Guiomar propone como condición previa para cualquier concesión de apoyo financiero un cambio fundamental del comportamiento de toda la familia. Resulta que con esta estrategia logrará, finalmente, el objetivo deseado tras haber eliminado, paso a paso, todos los obstáculos que impedían la realización de su intención. Lo que salta a la vista en este guion esquemático, que no puede considerarse de otro modo sino como «muy sencillo»12, es la completa economización de todas las relaciones, es decir, la máxima concreción de las dependencias económicas entre las figuras. En La familia a la moda, el dinero y las obligaciones financieras mutuas se convierten justamente 11  12 

Fulda, 2005, p. 236. Andioc, 2001, p. 94.

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—según la famosa precisión de Norbert Elias— en la «encarnación del tejido social»13. Esta característica se plasma, ante todo, en un determinado campo semántico que penetra, como un hilo rojo, todo el texto entero y está compuesto por una tensa red de lexemas14. El ir y venir de las obligaciones se concreta del siguiente modo: la madama de Pimpleas, que ha hipotecado los latifundios que poseía como mayorazgo, debe el salario a una costurera y quiere prestar dinero con intereses a don Facundo. Su hijo, Faustino, tiene deudas con el cochero y vende su reloj al profesor de canto, Trapachino, quien, por su parte, no ha recibido desde meses su salario de clases de canto y consigue que doña Guiomar recompre el reloj de Faustino por un precio exagerado. Al final, doña Guiomar debe correr con la obligación de pagar las deudas de todos, aportar la dote para su hija Inés, pasar testamentalmente su patrimonio a Faustino y financiarle una carrera en Francia. La misma lógica puede aplicarse para las demás figuras. Lo que, de este modo, se demuestra de forma muy clara a lo largo de toda la obra es cómo y en qué medida las fronteras entre las capas sociales se convierten en algo cada vez más permeable, en ambas direcciones, debido a las relaciones de intercambio facilitadas por el dinero: desde arriba hacia abajo y viceversa. Así, por ejemplo, el Marqués de Altopunto expresa con toda franqueza y cinismo lo que, según su opinión, es el único y verdadero propósito del matrimonio previsto de Inés: ella consigue el título de una marquesa y él puede afrontar mediante la dote sus deudas: «el matrimonio [...] / es una negociación / en que no hay otra pasión / que hacer cierta granjería. / [...] con mi enlace / yo a doña Inés puedo honrar, / y ella lo puede lograr / si mis deudas satisface» (ii, vv. 124-132)15.Tampoco el modo de proceder del abogado burgués, don Facundo, se puede calificar del todo desinteresado cuando facilita a la familia un préstamo sin intereses porque calcula que, de este modo y a cambio, puede darse el permiso a su hijo, el capitán don Carlos, para casarse con la noble Inés. Elias, 1997 [1939], p. 70. Entre ellos los siguientes: ‘acreedor’, ‘apuradillo’, ‘atraso’, ‘avaro’, ‘bienes’, ‘caudal’, ‘compra’, ‘cuentas’, ‘contrato’, ‘deber’, ‘deudas’, ‘dejar’, ‘derrochar’, ‘dinero’, ‘dote’, ‘empeñar’, ‘exceso’, ‘gastar’, ‘generoso’, ‘herencia’, ‘heredero’, ‘malgastador’, ‘mayorazgo’, ‘millión’, ‘negocio’, ‘onzas’, ‘oro’, ‘pagar’, ‘patrimonio’, ‘peseta’, ‘pobreza’, ‘prenda’, ‘prestar’, ‘reales’, ‘rentas’, ‘riquezas’, ‘ruina’, ‘talegas’, ‘testamento’, ‘trampas’, ‘usurero’, etcétera. 15  «[G]ranjería» es una expresión vulgar para la ganancia (ver Gálvez, 1995, p. 182). 13  14 

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Habría que enfatizar, además, que ni el comportamiento aparentemente no-económico de la madama de Pimpleas, que gasta su dinero en ropa de moda y otros objetos de lujo, ni la pasión por los juegos de azar de su marido, don Canuto, se presentan como adicciones patológicas sino, también, en términos de cierta racionalidad calculadora. Obviamente se trata de una racionalidad ‘aneconómica’, de tipo aristocrático y cortesano, de un consumo ostentoso del placer y de la extravagancia contradictoria a la actitud protoburguesa e ilustrada de doña Guiomar que representa, al mismo tiempo, la intención autorial de la obra16.Tanto la madama de Pimpleas como don Canuto, no obstante, saben formular perfectamente lo que esperan a cambio de sus gastos e inversiones financieras: prestigio y reconocimiento social de parte de los círculos sociales más altos, es decir, acceso a la «bella sociedad» (ii, vv. 458) y a la corte. Lo sorprendente de las medidas que toma doña Guiomar para evitar la ruina de la familia Pimpleas consiste en que a diferencia de, por ejemplo, las obras dramáticas de Leandro Fernández de Moratín, ni siquiera intenta llegar a un acuerdo racional y consentido con los implicados. Esto es sorprendente, justamente porque podría haberse referido sin más a una antropología ilustrada de tipo cartesiana o sensualista. Desde el simple poderío de su superioridad económica —a la cual se refiere ya en el primer acto con cifras exactas: «Pues, Canuto, / sábete que mis caudales / llegan a un millón de reales» (i, vv. 483-485)— ofrece un negocio de mutuo beneficio que el matrimonio Pimpleas no puede rechazar por su situación de emergencia: tanto el pago de la deuda como la herencia de Faustino y la dote de Inés solo se realizarán si Guiomar decide sobre la educación de Faustino y si los padres firman el contrato de matrimonio que legaliza la unión deseada por Guiomar entre Inés y don Carlos, el hijo de don Facundo. De lo contrario, Guiomar amenaza con volver a casarse ella misma, con lo cual la familia Pimpleas perdería la posible herencia. Simultáneamente, Guiomar provoca y asegura un proceso extraordinario de legalización del negocio mediante las escrituras del testamento y del contrato de matrimonio como base general de procedimiento. Además, hay otro paso en el proceso de disciplina económica al cual la 16  Para la teoría no económica del don o del regalo concebido como modelo de alternativa al homo œconomicus ver Blaschke, 2001, pp. 100-106, y, en el sentido de históricamente característico para el Ancien Régime, Gerhardi, 1983, pp. 159-165.

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familia Pimpleas se tiene que someter por el dictado de doña Guiomar: aparte de un inventario del patrimonio entero, exige de madama de Pimpleas, don Canuto y Faustino, que redacten «una lista» (ii, v. 558) de las deudas en la que figuren, con todo detalle, tanto el nombre del deudor como la cantidad exacta. Cualquier usurero queda eliminado de un posible reembolso. Mediante esta aplicación autoritaria de medidas ‘modernas’ de contabilidad racional, doña Guiomar introduce, aparentemente, una ética económica mercantil en el modo de mantener la casa de la familia Pimpleas. La topología de lo económico Con una topología de lo económico se quiere indicar que la temática económica en La familia a la moda conlleva una importante dimensión espacial imprescindible de analizar. En el centro de la actuación de la obra está el oikos, es decir, el conjunto de la casa tal y como estaba estructurado en la antigua Grecia. En este sentido, según la Política y Ética de Aristóteles, la ‘economía’ era la doctrina de la organización práctica correcta y adecuada de la casa a diferencia de la ‘crematística’ como arte de ganar dinero mediante los mercados y el comercio17. Está claro que, en este contexto, la casa y la familia figuran no solo en un sentido metonímico como ‘germen del Estado’, sino también como alegoría para el Estado mismo: en este caso para el Antiguo Régimen, la monarquía absoluta y la nación española respecto a la necesidad urgente de reforma18. Por eso, uno de los motivos centrales en La familia a la moda consiste en el ‘buen orden’ de la casa y su ‘organización práctica correcta’, que se basa en la promoción y la preservación del bien común frente al interés egoísta propio de cada uno de sus miembros. Haciendo referencia a la máxima «la prenda más preciosa / de una casa es el buen orden» (i, vv. 381-382), don Facundo lamenta, al comienzo de la obra y de cara 17  Sobre la base de la distinción aristotélica entre economía y crematística se podría desarrollar toda una tipología de la representación de los procesos económicos en el teatro dependiendo, de si sigue a la economía de la casa como modelo de lo económico o si al respecto dominan el mercado y el comercio. 18  Ver con respecto a la historia y el significado de la doctrina económica ‘premoderna’ del oikos en el sentido de la ‘casa o familia’ Brunner, 1968, y Richarz, 1991; en relación con el tipo de literatura de la comedia europea, además, Fulda, 2005, pp. 235-237, pp. 312-319, y Schomacher, 2007.

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al «desorden / de su familia y su esposa» (i, vv. 379-380), el hecho de que don Canuto no esté cumpliendo con su papel como pater familias. También hay quejas por parte del personal de servicio sobre la falta de «gobierno» (ii, v. 90) en la casa, lo cual se refiere a la ausencia de un poder masculino como si fuera algo natural, innecesario de mencionar y exclusivo del varón. Como es típico de la comedia, en La familia a la moda se asocia el ‘desorden de la casa’ con la inversión del orden tradicional entre los géneros siguiendo, de este modo, la idea de que la crisis del orden social y político se expresa primordialmente como crisis de la masculinidad19. El cuadro que de este modo se presenta al espectador es parecido al de la descripción de Agostino sobre la domus perversa, donde el varón (en este caso don Canuto) cede su papel como jefe de familia a la mujer (aquí madama de Pimpleas), desembocando en una situación anárquica en la cual ‘cada uno hace lo que le da la gana’20. En esta situación, doña Guiomar asume un papel de comisario que toma el mando de la casa temporalmente, hasta que se haya podido reestablecer el estado original, es decir, hasta que el varón vuelva a ocupar el puesto de poder del ‘padre de familia’ y guardián del bien común. Por eso, el negocio de intercambio acordado entre doña Guiomar y su hermano se presenta según lo que es el cierre del drama siendo, al mismo tiempo, un final feliz y de comedia, de la manera siguiente: «Yo, a pagar lo que tú debas, / hermano, y tú a gobernar / tu casa sin malgastar» (iii, vv. 778-780). Es cierto que, en La familia a la moda, la topología de lo económico no se agota en el motivo tradicional de la casa, sino que contiene a la vez toda una serie de aspectos geográficos igualmente connotados con un sentido económico muy preciso.Tres lugares en concreto constituyen el mapa de economía imaginario en La familia a la moda: se trata, por un lado, de la América colonial como lugar en el cual, según las circunstancias históricas, es posible generar riquezas. Es América en donde el marido fallecido de Guiomar, aparentemente por haber tenido un alto cargo administrativo como «presidente / en Lima» (ii, vv. 593-594), ha conseguido una fortuna, igualmente como el caso del hermano don Ver Tschilschke, 2011, p. 99; 2012, p. 187. Ver Augustino In evangelium Ioannis tractatus (pp. 406-430), ii, 14: «Nam ubi caro imperat, et spiritus servit, perversa domus est. Quid peius domo, ubi femina habet imperium super virum? Recta autem domus, ubi vir imperat, femina obtemperat» (citado en Cescutti, 2001, p. 36). 19  20 

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Canuto antes de perderlo todo21. Francia, en cambio, es el lugar donde madama de Pimpleas gasta su dinero, mejor dicho donde se producen los artículos de moda y lujo a cuya compra dedica sumas excesivas. «[L]a Montaña» (i, v. 102), finalmente, es el nombre repetido como leitmotiv para aquella región de origen de la familia Pimpleas indicando las montañas de Asturias y Cantabria. Así se menciona expresamente que Guiomar había llegado viajando desde una ciudad situada en la costa cantábrica «Laredo» (i, v. 655), que existe también en realidad. La elección del norte de España no es casual: se trata de la zona donde los así llamados indianos, es decir, los que regresaron de las colonias tras haber hecho una fortuna, se instalaron primordialmente. Desde esta zona se había iniciado la reconquista de España contra los musulmanes durante el siglo viii y, además, la mayoría de los ilustrados procedían de esta zona como, por ejemplo, Jovellanos, al cual María Rosa Gálvez debe haber conocido personalmente porque él la menciona en sus diarios a partir 179022. Mediante esta referencia permanente a los orígenes de Guiomar y de su familia se establece, cuidadosamente, una relación de legitimidad entre la prosperidad y las ideas reformistas, por un lado, y los fundamentos españoles tradicionales y la fe cristiana, por otro lado, con el fin de servir como arsenal en contra de la decadencia de una familia como la de La familia a la moda. Así, por ejemplo, se extraña Guiomar frente a su hermano por no tener un santo colgado encima de la cama de invitados. Frente a la pregunta de él, de por qué lo echa en falta si ni siquiera está de moda, responde Guiomar simplemente: «Con todo, haz que se me ponga / la Virgen de Covadonga, / patrona de las Montañas» (i, vv. 452-454). Doña Guiomar como femina œconomica Doña Guiomar está concebida, sin ninguna duda, como femina œconomica, es decir, como encarnación femenina de la máxima contemporánea y orientada hacia valores burgueses del homo œconomicus: su modo 21  No hay duda de que, al respecto, María Rosa Gálvez está trabajando con aspectos autobiográficos: el hermano (José de Gálvez) de su padrastro (Antonio de Gálvez) era inspector general del Virreinato de la Nueva España y, más tarde, secretario de ‘Las Indias’. Otro hermano, Matías de Gálvez, era Virrey de la Nueva España. Parece que su matrimonio con el oficial José de Cabrera y Ramírez fue disuelto por su pasión a los juegos de azar (ver Doménech, 1995, pp. 9-17). 22  Ver Doménech, 1995, p. 9.

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de actuar está guiado, estrictamente, por una racionalidad de los fines que no permite ser alterada por emociones, simpatías o relaciones familiares para perseguir su objetivo. Los valores que defiende son el trabajo, el sentido económico, el orden y la disciplina, lo cual se demuestra, por ejemplo, en que a diferencia de los miembros de la familia Pimpleas suele levantarse temprano. Añadiendo a todo esto su talento económico, su carácter calculador y de contable, su insistencia en determinada moral de los negocios, su honestidad, su cumplimiento con lo acordado y su sólida formación, doña Guiomar aparece en muchos aspectos ya como encarnación del tipo de hombre económico moderno y de las virtudes burguesas, tal y como lo han descrito en el marco del concepto de tipo ideal Max Weber y Werner Sombart, aunque carezca de aspectos constitutivos del ‘espíritu del capitalismo’, como el afán de ganancia y la codicia, al ser heredera de una gran fortuna y posiblemente muy enraizada en la fe católica23. El mensaje político que sostiene esta construcción está muy claro y no se diferencia de otras comedias neoclásicas: se trata de un llamamiento dirigido hacia la nobleza a participar más en el hábito de la burguesía en auge, para aliarse con las nuevas élites funcionales tal y como se expresa de forma simbólica, por ejemplo, en la alianza entre doña Guiomar, el abogado don Facundo y su hijo, el capitán don Carlos24. Lo particular en este caso es, por un lado, que doña Guiomar dispone no solo de las informaciones racionales decisivas sino, también, del poder de imponerlas. Es obvio que sus actos, desde esta posición, habrían de ser considerados como representación del monarca ilustrado-absolutista y católico. Prueba de ello es la misma necesidad de un momento providencial que insinúa un deus ex machina, materializado en la orden de embargo del rey contra la familia Pimpleas, para neutralizar la resistencia de madama de Pimpleas contra el matrimonio de su hija con don Carlos, para que todo finalmente llegue a buen puerto (ver iii, vv. 710-713). De esta forma, el papel de Guiomar se distingue 23  Ver Sombart, 1923 [1913], y Weber, 1988 [1905]. No obstante, el cuadro completo del carácter de doña Guiomar no está uniforme del todo, teniendo en cuenta que, a pesar de su virtud económica, también posee rasgos típicos de avaricia (ii, v. 37; ii, v. 308; ii, v. 589) y un enorme apetito (I, v. 680). Además, se viste caro (ii, instrucciones para la escena) y lleva joyas de mucho valor lo cual, sin embargo, está pensado para presentarle como ‘española tradicional’, inmune a las influencias de la moda francesa. 24  Ver Doménech, 1995, p. 39.

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del ­típico raisonneur ilustrado en que es capaz de hacer transparente cualquier situación, pero se mantiene impotente ante los hechos. En lo que se refiere a la temática de la economía más estrictamente, es obvio el paralelismo entre la firmeza con la cual doña Guiomar actúa en la casa de la familia Pimpleas y las prácticas de intervención de la política económica del mercantilismo. Ante el trasfondo de este poderío de Guiomar, su segundo aspecto característico es aún más llamativo. Se trata de que la tarea de reestablecer el orden económico de la casa se encuentre, en contra de toda convención, en manos de una mujer. Llama la atención, además, que la lucha por el poder en la casa se esté llevando a cabo, efectivamente, entre dos mujeres dominantes, es decir, dos femmes fortes o, mejor dicho, encarnaciones del tipo de mujer varonil, para utilizar un término de aquella época. La figura que, de hecho, más se resiste hasta el final es la cuñada de Guiomar, madama de Pimpleas, incluso más allá de su esposo don Canuto, que se rinde enseguida: «no; nadie ha de gobernar / a mi familia ni a mí» (iii, vv. 594-595). El hecho de que el orden patriarcal de la casa se reestablezca, justamente, por medio de una mujer, representa, sin duda, un argumento fuerte a favor de la igualdad entre los géneros y puede considerarse incluso como prueba de la superioridad de un liderazgo femenino. En este contexto, las ideas tradicionales de lo femenino empiezan a transcender definitivamente cuando las prácticas de una buena organización económica se convierten en el paradigma del buen gobierno, es decir, en el garante del orden social tal y como, aparentemente, se da el caso en La familia a la moda. Uno puede suponer que la autora, María Rosa Gálvez, intentaba formular —al menos en el marco de una ficción teatral— las consecuencias prácticas de los planteamientos teóricos, por ejemplo, de Benito Jerónimo Feijoo o de Josefa Amar y Borbón. Feijoo, por su parte, había subrayado expresamente en su ensayo Defensa de las mujeres del primer tomo de su Teatro crítico universal que «las mujeres son iguales a los hombres en la aptitud para las artes, para las ciencias, para el gobierno político, y económico»25. Y Josefa Amar y Borbón insistía, en su escrito polémico Discurso en defensa del talento de las mugeres, y de su aptitud para el gobierno, y otros cargos en que se emplean los hombres (1786), con fuerte ímpetu, apoyando la admisión de mujeres en la Sociedad Económica de Madrid. Al convertir el homo œconomicus en una femina 25 

Feijoo, 1778 [1726], sin paginación (§ 23).

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œconomica, María Rosa Gálvez no está fomentando, en primer lugar, un discurso singular de lo femenino sino que subraya, de un modo más eficaz todavía, la universalidad de la nueva visión de una sociedad burguesa e ilustrada. Economía del teatro Tanto el carácter particularmente errático de doña Guiomar como el modo de definición superficial y poco psicológico de las demás figuras, que provocan cierta tendencia hacia lo grotesco casi esperpento en toda la obra, y además la muy simple estructura de los acontecimientos, requieren que se profundice, finalmente, en una crítica de la economía del teatro, es decir, de la economización de la puesta en escena. En cuanto a la economía del lenguaje, esa misma estética dramatúrgica nueva se convierte, al menos una vez, en un aspecto temático de la misma obra, siguiendo el modo usual de aquella época de una caricatura a modo de pastiche del estilo barroco. El profesor de canto, Trapachino, que persigue, al igual que los demás, el dinero de Guiomar, le lanza una exageradísima declaración de amor cuya falsedad es tan obvia para Guiomar que lo comenta enseguida: «pienso que estoy oyendo / a un galán de Calderón» (iii, vv. 369-370). Según ha comentado Ulrich Schulz-Buschhaus con respecto al metadrama La comedia nueva (1792), de Leandro Fernández de Moratín, las antologías cortas de estilo barroco son «una parte esencial de la poetología y del horizonte ideológico de la comedia ilustrada»26. Aquí, el uso demostrativo de una retórica exuberante, egoísta y permanentemente sospechable del engaño, contrasta con un uso del lenguaje a modo comunicativo, estrictamente funcional, eficiente y, además, honesto, hasta tal grado que carece de toda cortesía. En La familia a la moda, esta posición la ocupa naturalmente doña Guiomar, cuya retórica clara y consecuente es valorada, en un momento, con las palabras de madama de Pimpleas que «manda cuando aconseja» (iii, v. 12).

26  Schulz-Buschhaus, 1988, p. 231. Una buena prueba para el grado de familiaridad de Gálvez con La comedia nueva de Moratín es su propia obra, Los figurones literarios (1804), que puede considerarse como una respuesta al drama de Moratín desde una perspectiva femenina (ver Whitaker, 1988).

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Al mismo tiempo, parece que la claridad y economía de la retórica defendida en este contexto se extiende a todos los demás medios dramatúrgicos aplicados a lo largo de la obra, incluso más allá de lo que se propagaba en la obra poetológica básica La poética o reglas de la poesía en general y de sus principales especies (1737-1789), de Ignacio de Luzán, como analogía entre contenido y forma, tan característica generalmente para la idea didáctica explícita del teatro neoclásico. En La familia a la moda, la intención didáctica hacia una identidad sin contradicción entre contenido y forma, entre la dimensión temática y la dimensión teatral, entre la economía representada y la economía de la representación, parece que quiere llegar hasta tal extremo de poner en duda todo el carácter de la escena, es decir, la vitalidad y sensualidad del teatro, o sea, la misma teatralidad, como si se tratara solamente de lujo pragmático y sin función o de un ornamento innecesario que desvía la atención del verdadero mensaje. ¿Cómo se explica, si no, que las figuras estén dibujadas de un modo tan esquemático y que la actuación sea tan lineal y previsible —sin ningún tipo de giro o retraso dramatúrgico eficiente— y que lo cómico esté suprimido, básicamente, hacia un tono serio e incluso rígido?27 Naturalmente, existen también en La familia a la moda pasajes teatrales muy fuertes. Junto con la declaración de amor fingida de Trapachino a doña Guiomar existe, por ejemplo, la escena número once del segundo acto, emblemática también respecto al tema general, en la cual el hijo Faustino está ejerciendo sus lecciones de baile con una silla mientras que el padre don Canuto, sobre la mesa, está redactando con ímpetu su lista de gastos.Visto como un conjunto, no obstante, es cierto

27  Ver Doménech, 1995, p. 41, quien tampoco responsabiliza la incapacidad creativa de la autora sino su intención ilustrada: «el mayor reproche que se le puede hacer es su falta de lances cómicos, su sencillez que llega a la monotonía. La autora ha planteado una situación, ha dibujado a sus personajes y los ha dejado llegar a la conclusión más esperada sin ningún tropiezo, sin ningún efecto de teatro. Que María Rosa Gálvez sabía inventar incidentes, dar vuelta a las situaciones y crear expectativas en el espectador es algo que se puede comprobar en otras obras suyas. Si no lo hace en esta es con un propósito deliberado. Sin duda quiso hacer una “comedia seria”, un ejemplo moral y cívico sin condiciones a la galería, y escribió una pieza lineal, sin incidentes, y por ello excesivamente rígida. Es una comedia a la que le sobra severidad y le falta alegría. Una lección demasiado seca de ideología ilustrada».

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que la obra, con su estilo más bien de ejemplo, no tiene esa naturalidad que caracteriza las comedias de Iriarte o de Moratín28. Esta falta de equilibrio, justamente, entre el prodesse y el delectare convierte a La familia a la moda, de María Rosa Gálvez, en un caso ejemplar, más allá de la mera pregunta por las intenciones y los talentos de su autora, porque en el prisma de lo económico se desenvuelve algo fundamental: la distancia frente a la teatralidad y el carácter engañoso del teatro es, simplemente, consecuencia lógica del escepticismo que el reformismo ilustrado muestra prácticamente a todas las formas de actuar simbólicos, especialmente en su variante española, decididamente pragmática y utilitarista. Los propios ilustrados españoles habían identificado como una de las causas principales para la decadencia de España el hecho de que el país se encuentre acomodado en una realidad ilusoria del pasado, alimentada por el continuo flujo de ingreso de oro y plata desde las colonias. Se trataba de un mundo compuesto por signos y símbolos que alejaba a los españoles sucesivamente de la realidad material y de la disponibilidad a cambiarla29. Por otro lado, la obra de María Rosa Gálvez también demuestra, de modo ejemplar, cómo y qué fácil una actitud estrictamente económica puede dar el giro hacia una postura radicalmente en contra del teatro y del arte lo cual, no por casualidad, hace recordar el veredicto de Platón en el libro diez de La República en contra de la poesía, fundamentado ética y epistemológicamente30. Resumen: teatro y economía En la comedia La familia a la moda, de María Rosa Gálvez, la casa y la familia, como hemos visto, son los paradigmas centrales para las 28  Fundamental al respecto es, también, Fulda, 2005, p. 61: «A lo largo del siglo xviii, la ascética como exageración de la avaricia se convierte, sucesivamente, en un factor de la estética de la comedia: lo cómico y, en general, la sensualidad de la representación teatral, se identifican con un reformismo ilustrado y se suprimen hasta tal punto que la comedia, como tipo de literatura, corre peligro de desaparecer. Los problemas presentados a nivel de la actuación alcanzan, de este modo, una dimensión genérica y teatral». 29  Ver Tschilschke, 2009, p. 206. 30  Platón condena a la poesía, en último instante también, por razones utilitaristas, porque quiere desterrar del Estado todo lo que no tenga relación directa con la preocupación inmediata por la comunidad (ver al respecto Gadamer, 1934).

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r­ elaciones sociales y el actuar económico. No obstante, el enfoque sobre el orden manejable del oikos limita la obra en su significación económica. En comparación con el discurso progresista de aquella época en torno a la economía, que alrededor del cambio del siglo incluso en España estaba favoreciendo ideas de una economía de mercado mucho más liberal31, puede que el modelo holístico poco complejo de la economía y organización de la casa resulte anacrónico. Lo mismo podría decirse, al menos en parte, sobre los paralelismos detectables en la obra de Gálvez con respecto a ciertas prácticas y teorías económicas del mercantilismo. A pesar del simple hecho de que tanto la casa como la familia favorecen, en un principio, lo que es el drama dado su tendencia hacia la concentración espacial y de personas, tampoco debería olvidarse que, en el marco de la ideología política del absolutismo ilustrado perseguido en la obra, es lógico tematizar un uso racional, responsable y guiado por el bien común de los recursos existentes, en lugar de enfocar los tipos de comportamientos comerciales capitalistas de ganar dinero y maximizar ganancias tendencialmente orientados hacia objetivos egoístas y, según la historia cultural, más bien asociados con el protestantismo o el judaísmo. Además, no debe olvidarse finalmente que en La familia a la moda se trata, tal y como en la comedia neoclásica ilustrada en general, no tanto de la representación de los procesos económicos sino de la ilustración, políticamente oportuna y moralmente sancionada, de actuar según virtudes y de gobernar con ejemplaridad. Parece como si en la sombra de esta intención, sin embargo, La familia a la moda demuestre también el grado y el alcance de las relaciones de negocio entre las figuras, más allá de las fronteras y diferencias sociales, y cuyo medio principal es el dinero. El hecho de que incluso el comportamiento no-económico de madama de Pimpleas y de don Canuto parece seguir cierta racionalidad, es justamente el condicionante para un proceso de disciplinización según un ideal del ‘hombre económico’, tal y como doña Guiomar encarna de forma ejemplar. Los efectos de poder y de coacción, que proceden del nuevo modo burgués ilustrado de concebir lo económico, se dramatizan aún más dado que el papel principal del drama está ocupado, también para sorpresa de los espectadores, por una femina œconomica. En este contexto, el modo de actuar según una economía racional tiene prioridad sobre las tradiciones del género. Pero la relación de esta mentalidad económica con el teatro sigue siendo 31 

Ver Molas Ribalta, 1996, pp. 942-949.

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