El área septentrional andina: Arqueología y etnohistoria 2821844859, 9782821844858

En este volumen se recogen la mayor parte de las ponencias que fueron presentadas en el Simposio El Área Ecuatorial Andi

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El área septentrional andina: Arqueología y etnohistoria
 2821844859, 9782821844858

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Mercedes Guinea (Com piladora) • • •

_ 1Área Septentrional Andina

Arqueología y etnohistoria

El área septentrional andina Arqueología y etnohistotia Mercedes Guinea (ed.)

DOI: 1 0 .4 0 0 0 /b o o k s .ife a .3 3 5 1 E ditor: In s titu t fra n g a is d 'é tu d e s a n d in e s , A bya-Y a la L u g a r de e d ic ió n : Q uito A ño de e d ic ió n : 19 98 P u b lic a c ió n en O p e n E d itio n B ooks: 21 m a rz o 2 0 1 7 C o le c c ió n : T ra v a u x de l'IFEA ISBN e le c tró n ic o : 9 7 8 2 8 2 1 8 4 4 8 5 8

h ttp ://b o o k s .o p e n e d itio n .o rg

Edición impresa N ú m e ro de p á g in a s : 35 9

Referencia electrónica GUINEA, M e rc e d e s (dir.). El área s e p te n trio n a l andina: A rqueología y e tnohistoria. N ueva e d ic ió n [en línea]. Q uito : In s titu t fra n g a is d 'é tu d e s a n d in e s , 19 9 8 (g e n e ra d o el 18 ju ille t 2 0 1 9 ). D is p o n ib le en In te rn e t: < h ttp ://b o o k s .o p e n e d itio n .o rg /ife a /3 3 5 1 >. ISBN: 9 7 8 2 8 2 1 8 4 4 8 5 8 . DOI: 1 0 .4 0 0 0 / bo o k s .ife a .3 3 5 1 .

Este d o c u m e n to fu e g e n e ra d o a u to m á tic a m e n te el 18 ju lio 2 0 1 9 . E stá d e riv a d o de una d ig ita liz a c ió n p o r un re c o n o c im ie n to ó p tic o de c a ra c te re s . © In s titu t fra n g a is d 'é tu d e s a n d in e s , 19 98 C o n d ic io n e s de uso: h ttp ://w w w .o p e n e d itio n .o rg /6 5 4 0

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En este volumen se recogen la mayor parte de las ponencias que fueron presentadas en el Simposio El Área Ecuatorial Andina: Regionalización, periodización e intercambio, que tuvo lugar dentro del 49 Congreso Internacional de Americanistas, (Julio de 1997 en la ciudad de Quito). La biodiversidad del Área Ecuatorial Andina generó formas precoces de organización social, diferentes adaptaciones medio ambientales y varias redes de intercambio entre distintas regiones y con otras sociedades de Andinoamérica y Mesoamérica. En consecuencia, las ponencias que siguen, presentan una gran variedad temática, que puede afectar, en cierta medida a la coherencia del presente volumen, pero que ofrece a cambio la ventaja de mostrar una visión de conjunto de las actuaciones que se están Ilevando a cabo con toda su complejidad, poniendo las zonas en blanco y los temas olvidados, e invitando a la reflexión a cerca de las necesidades a cubrir en futuras investigaciones.

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ÍNDICE Presentación M erce des Guinea

Minas De Oro " Santa Bárbara" en los Cañaris Angel Riesco Terrero

INTRODUCCIÓN

Tumaco - La Tolita: Un Litoral de Intercambio en el Período Prehispánico J.F. Bouchard

INTERCAMBIOS Y TRAFICOS EN EL MARCO GEOGRAFICO Y CRONOCULTURAL

Sociedades Complejas en Tumaco: Asentamiento, Subsistencia e Intercambio D iógenes P a tiño

1. La Investigación en Tumaco 2. El Area de Estudio: Localización y Ambiente 3. Fases Arqueológicas en Tumaco 4. Al Rescate de las Evidencias 5. Hipótesis de los Cacicazgos Costeros

Ambientes húmedos de la costa pacífica ecuatorial (Colombia y Ecuador) y uso antrópico: geodinámica y aportes de los sensores remotos Jean -P ierre T ih a y y Pierre U s se lm ann

1. Geodinámica del litoral pacífico ecuatorial y medio ambiente 2. El hombre y el establecimiento de camellones 3. Los aportes de los sensores remotos

La metalurgia del cobre en la costa norte del Ecuador durante el período de integración M erce des Guinea

1. Objetos de metal recuperados en las excavaciones de Atacames 2. OBJETOS RELACIONADOS CON LA FUNDICIÓN Y CONFORMACIÓN DE LOS METALES 3. CONCLUSIONES

Evidencias líticas de los procesos de apropiación y procesamiento en la actividad de subsistencia de la cultura Atacames, Asmeraldas, Ecuador J o s é R am ón Iglesias Aliaga y A n dré s G utiérrez U sillos

1. INTRODUCCIÓN 2. EVIDENCIAS ARQUEOLÓGICAS DE LA PESCA 3. INSTRUMENTOS LÍTICOS DE MOLIENDA Y UTENSILIOS DE LABRANZA EN ATACAMES CONCLUSIONES

Patrones de asentamiento en el piemonte andino, en la alta cuenca del río Guayas: Proyecto La Cadena-Quevedo-La Maná, Ecuador N icola s G uillaum e-G e ntil

Problemática de las tolas Problemática del Proyecto La Cadena-Quevedo-La Maná Prospección Segunda campaña de prospección Otras excavaciones Comentarios Conclusión

Intercambio y Producción de Cerámica durante el período Guangala Temprano en la Cordillera Colonche-Chongón, Ecuador Karen E. S to th e rt, A m elia S á nchez M osquera y César V e in tim illa

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Transferencias ideológicas en la sierra norte (Ecuador) M aría del C arm en M o le s tin a Z a ld u m b id e

Análisis de las ocarinas CONCLUSIONES

El mercado prehispánico y la sobreposición ideológica del siglo

x v i,

en el Valle de Quito

Dra. Paulina G. Terán

Estudio Arqueológico BIBLIOGRAFÍA

El estilo Chorrera y su influencia en los Andes septentrionales J o h n F. S c o tt

Texto BIBLIOGRAFÍA

A Reassessment o f the Chronology o f the Ecuadorian Formative Jo rg e G. M arco s

INTRODUCTION THE COAST MANUFACTURE SPECIALIZATION BIBLIOGRAFÍA

14C and TL chronology fo r the Ecuadorian formative Jo rg e G. M a rco s y B o g o m il O belic

Universitat Autónoma de Barcelona, Departement de Geologia, 08193 Bellaterra, Spain BIBLIOGRAFÍA

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Presentación M ercedes Guinea

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En este volum en se recogen la m ayor parte de las ponencias que fu eron presentadas en el Simposio El Á rea Ecuatorial Andina: Regionalización, Periodización e Intercam bio, que tu vo lugar dentro del 49 Congreso Internacional de Am ericanistas, del 7-9 de Julio de 1997, en la ciudad de Quito. El objetivo p rioritario de la reunión fue la de brindar un marco para la difusión y común discusión de las últimas investigaciones realizadas en el área, con el fin de avanzar en la definición de las características que la individualizan dentro de la M acroárea Andina.

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La biodiversidad del Á rea Ecuatorial A ndina gen eró form as precoces de organización social, diferentes adaptaciones m edio am bientales y varias redes de intercanbio entre distintas

regiones y

con

otras sociedades

de Andinoam érica y

M esoam érica.

En

consecuencia, las ponencias que siguen, presentan una gran variedad tem ática, que puede afectar, en cierta m edida a la coherencia del presente volum en, pero que ofrece a cambio la ven taja de m ostrar una visión de conjunto de las actuaciones que se están llevando a cabo con toda su com plejidad, poniendo de m anifiesto las dificultades de cum plir el objetivo propuesto, las zonas en blanco y los tem as olvidados, e invitando a la reflexión a cerca de las necesidades a cubrir en futuras investigaciones. 3

De los dos grandes apartados, A rqu eología y Etnohistoria, este últim o ha quedado en esta ocasión en franca m inoría. Solo una ponencia aborda el conocim ento de las sociedades ecuatorianas andinas a partir de la docum entación hispánica: un detallado estudio de la m ineria Cañari (Rodicio-Riesco). El resto quedan dentro del cam po de la Arqueología, prim ando los tem as sobre patrones de asentam iento y distintos aspectos económ icos y de explotación territoria l de las diferentes culturas, seguidos por los temas cronológicos e ideológicos.

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Respecto a la localización geográfica de los trabajos presentados, un rápido vistazo al índice, nos muestra que la Costa N o rte es el área que más atención recibe, seguida del Guayas y la Sierra Norte. Sobre la cultura La Tolita-Tum aco, en este orden para (Bouchard) y Tum aco-Tolita para (P a tiñ o) los autores citados nos hablan p referen tem en te de su sistema de intercam bio, el prim ero, y el segundo de los mecanismos em pleados por esta sociedad com pleja para subsistir en un am biente tan difícil. Las técnicas de teledetección

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(Thihay-Usselm ann) ayudan a la identificación

de cóm o estos grupos resolvían sus

problem as adaptativos. Más al sur mi aportación (Guinea) continua en la línea de anteriores Congresos de Am ericanistas de dar a conocer los m ateriales recuperados en las excavaciones de Atacames, en este caso los m etales, los objetos im plicados en su elaboración y su papel en el com ercio costero. (iglesias-G utierrez) extraen del m aterial lítico la inform ación sobre diferentes actividades de subsistencia en el m ismo poblado. 5

Los investigadores del Proyecto La Cadena-Quevedo-La Maná presentan patrones de asentam iento (G uillaum e-G entil) de esta zona del pie-dem onte andino al norte del río Guayas. A l suroeste, en la cordillera Chongo-Colonche, la ponencia de (Stothert, Sánchez y V ein tim illa ), nos inform a sobre datos económ icos y patrón de asentam iento en la cultura

Guangala. En la Sierra N orte, el análisis de los ajuares funerarios, en un caso (M olestina) y el espacial, en otro (Terá n ) llevan a sus autoras por el intrincado cam ino de las trasferencias y superposiciones ideológicas. 6

Solo dos de los autores se han anim ado con tem as más globales. El horizonte estilístico del Form ativo Tardio (S cott), los problem as cronológicos del Form ativo Tem prano (M arcos).

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Finalmente, ju n to con los otros dos coordinadores del sim posio quiero agradecer la confianza y colaboración de todos los participantes y espero que el lector, tanto el que busque un dato preciso com o el que quiera docum entarse en general sobre el Á rea encuentre el tex to de utilidad. N o desearía term in ar sin destacar m uy especialm ente la insustituible y reconocida ayuda de M aría del Carmen M olestina en la edición de este volum en

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Minas De Oro “Santa Bárbara” en los Cañaris Angel Riesco Terrero

INTRODUCCIÓN 1

El rasgo que al estudiar la cultura de los Cañaris todos sus investigadores destacan, es la abundancia del oro u tilizado com o m aterial o com o ornam entación en los objetos que de ella nos han llegado: coronas o tiaras, pendientes, lentejuelas y adornos diversos, jarras, hachas incluso, cascos o capacetes para cubrir la cabeza, petos sobre el pecho, bastones y aun lanzadardos con incrustaciones o revestim iento de oro. Se ha ponderado sus técnicas m etalúrgicas de lam inado, soldadura y ju ntu ra de oro y plata; en cuanto al peso en oro de los tesoros auríferos recobrados en tumbas del área cañari decía M ax Uhle: “ Algunas contenían m uy poco, pero de otras se habían sacado cantidades inmensas. Una tum ba de Sigsig contenía cuarenta y cuatro libras y otra, más de dos quintales. De una tum ba de Ucur se recogieron más de cuatrocientas libras de metal precioso; y se habla de otras en las cuales se encontraron centenares de libras de o ro ” 1.

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Entre esas otras aludidas en colina de Chordeleg, donde

ú ltim o lugar hay que destacar las tumbas exploradas en la González Suárez, precisam ente p o r la riqueza y notable

núm ero de tumbas supone que “ hubo un tem p lo y las sepulturas de los régulos de toda una com arca estaban alrededor del santuario” 2. Y el mism o gran historiador del Ecuador en su “ A tlas” nos da una descripción geográfica detallada según la cual Chordeleg está rodeado por sus cuatro costados por agua que fluye de los tres ríos que la circundan, pues el m ayor de ellos, el Gualaceo “ llam ado antes -nos dice-río de Santa Bárbara, pasa por la base de la colina yen d o de sur a N o rte ” y a que desciende de la cordillera oriental y “ cuando llega a la lom a de Chordeleg tuerce su curso form ando un arco m ediante el cual baña dos lados de la colina” 3. A sí por fin, las minas de oro de Santa Bárbara quedan localizadas y nuestro tem a contextualizado, aún cuando lo uno y lo otro exijan u lterior y más rigurosa precisión. Puede venirnos ésta por la indudable conexión entre el río y las lagunas, varias, que aun teniendo cada una su nom bre propio ( “ San A n ton io” , “ Lim pia Concepción de Nuestra Señora” )

se conjuntan en los docum entos bajo la común

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denom inación de lagunas de Santa Bárbara, a “ más de 50 leguas de Quito” 4, “ once leguas de la ciudad de Cuenca” -entiéndase donde luego, en 1557, fundaron esta ciudad-y sólo “ cuatro del pueblo de Cice” 5; “ el río de Santa Bárbara hizo aquestas lagunas” dice expresam ente en su presentación este últim o docum ento y todavía en 1639 se ju stifica el desagüe de las lagunas porque “ en el m ismo río de Santa V árvara está labrando un aventadero de o ro ” 6. 3

En efecto, se ha de señalar que sólo a las minas de Santa Bárbara nos vam os a re fe rir y no a tantas otras de las existentes en te rrito rio de los Ca-ñaris -actuales provincias de Cañar y Azuay-; tam bién que ni aun respecto de las de Santa Bárbara pretendem os agotar la docum entación que pueda conservarse, sino sólo añadir a la y a publicada por M. Jiménez de la Espada y

el Instituto Ecuatoriano de M inería, otra hallada en docum entos

conservados en el A rch ivo General de Indias que se rem onta hasta 1545, sólo un año después del señalado por Cieza de León al descubrim iento de las “ grandes y ricas minas” de que -dice- “ se sacaron los vecinos de la ciudad de Quito más de ochocientos m il pesos de oro. Y era tanta la cantidad de este metal, que muchos sacaban en la batea más oro que tierra. Lo cual afirm o porque pasó así y hablé y o con quien en una batea sacó más de setecientos pesos oro. Y sin lo que los españoles hubieron, sacaron los indios lo que no sabemos” 7. 4

En cuanto a la fecha señalada por Cieza se ha de notar que, aunque otra cosa pudiera parecer, debe referirse sólo a esas determ inadas minas por él referenciadas, que sin duda no fueron las prim eras explotadas p or los españoles y a que en el libro de los Cabildos de Quito se habla de cuadrillas dedicadas a “ coger” oro en las minas de Zangorim a (Santa Bárbara) desde principios de 1539, y el 20 de enero “ eligieron Alcalde de Minas y de las gentes que en ellas estuvieren ... o residieren” , para resolver “ diferencias sobre el tom ar o estacar las minas y sobre otras cosas criminales...” 8 Hay otro nom bram iento el 19 de Junio de 1540, y el 21 de enero de 1541 se extiende la ju risdicción de Zangorim a a San Andrés. Esto últim o nos perm ite suponer que la denom inación de Santa Bárbara llegó a designar una circunscripción en que se agruparon incluso minas extrañas al río o las lagunas de tal nom bre propio.

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Tam bién en otros puntos conviene m ayor precisión. Notem os p rim ero que la referencia docum ental a “ minas” debe entenderse genéricam ente -com o en el tex to citado de Ciezade suerte que aún la explotación de los “ placeres” auríferos de los ríos son referenciados con tal denom inación, lo cual increm entará el interés por ad vertir si en algún caso estarem os ante una mina en sentido estricto. Todavía la H istoria N atural y M ora l de las Indias p or el P. José Acosta reune inicialm ente las “ tres maneras” en que “ yo, a lo menos -

dice-, lo he visto:... oro en pepita y oro en polvo y oro en piedra” 9, pasando a detallar luego cada una de ellas; en la tercera m anera cita “ las minas de Zaruma en la Gobernación de Salinas” . Pero nota que la m ayor cantidad que se saca es en polvo, de los ríos. 6

En segundo lugar, que la referen cia a C hordeleg introducida en la anterior para contextualizar el tem a, a la que podríam os añadir Sigsig, Ca-ñaribamba y Zaruma com o principales centros m ineros antes de la llegada de los españoles, va a concretarse en casi dos decenas de lugares nombrados por los docum entos que aportam os de acuerdo con el uso de Santa Bárbara com o circunscripción y a antes apuntada. En cuanto al conocim iento y explotación, por los Incas, de Santa Bárbara, puede ser significativo que en los docum entos se la denom ine Bárbola, posible nom bre indígena que habría dado origen al español Bárbara; por otra parte un inform e de 1587 consta que “ y a en el tiem p o del Inca

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se las conocía y dicen que el mucho oro que de ahí se sacaba fue la causa de la guerra de Atahualpa y Huascar” 10

I. Un acopio de oro en 1545 7

Así contextualizada y precisada nuestra aportación, presentam os prim eram ente un bloque de docum entos que tien en la particular recom endación de poder ser insertos dentro

de la narración detallada que los Historiadores P rim itivos de Indias nos

transm iten sobre la com pleja sucesión de hechos que Cieza de León denom inó Guerra de Q uito; y ello, no com o inferencia más o menos legítim a, sino por expresa noticia que uno

de ellos recoge -Agustín de Zárate-. 8

Se conoce la abierta oposición, hábilm ente aprovechada por Gonzalo Pizarro, con que fue recibido el nom bram iento en 1543 de Blasco Nu-ñez de V ela para V irre y de la Provincia del Perú ; su bien conocida severidad, que todos esperaban habría de em plear en la aplicación de las Leyes Nuevas de 1542, restrictivas para los encom enderos, previno contra él los ánimos de muchos aun antes de que iniciara su gestión, incluso fue secuestrado y encarcelado, aunque no faltó quien trató de ju stificar esto com o un ardid para que con m ayor autoridad los oidores pudieran ordenar a Gonzalo Pizarra la disolución de las fuerzas armadas que en torn o a él se habían ido agrupando. Liberado el V irrey, reúne en Quito su ejército; Gonzalo le sigue a más de cien leguas y se asienta en el mismo Quito m ientras el V irre y se retira hacia la provincia de Benalcázar; tal es el m om ento de los hechos apuntados en estos docum entos y que Agustín de Zárate describe así “ sacaba cada día gran cantidad de oro; tanto, que sólo los indios del tesorero Rodrigo Nuñez de Bonilla sacó en ocho meses cerca de cuarenta mil pesos de oro, con haber otros muy m ejores, y ten er en su cabeza más de vein te repartim ientos tan buenos com o él; y allende de esto, se apoderó de todos los quintos y dineros pertenecientes a su majestad, y robó las cajas de los difuntos” 11.

9

El m encionado tesorero v a a ser figu ra central en los docum entos que presentarem os a continuación; la apuntada recepción (evitem os decir apropiación) por Gonzalo Pizarra de “ los quintos o dineros pertenecientes a su majestad” es lo que consta en estos prim eros, expedidos en las minas de oro de Santa Bárbara el 2 de enero de 1.546. Y a en esta fecha alcanza alto va lo r y alcance significativo al percatarnos de que sólo unos días después se da la batalla de Quito o de Anaquito, en la que el V irre y es ven cido y decapitado; la fecha exacta fija Cieza de León en “ lunes 10” , Agustín Zárate en “ sabado 16”y Diego Fernández el 18, de acuerdo en los tres casos con lo que en estos docum entos declara un testigo cóm o se le había entregado a Gonzalo Pizarra “ tod o el oro de las minas antes que se diese la batalla” 12.

10

Llegam os así al punto central, el oro que en tal ocasión y de tal procedencia se recauda, de acuerdo a la provisión que en septiem bre del año anterior G. Pizarra había dado al Alcalde Ordinario de Quito Juan de Padilla para que, utilizando los servicios del Capitán Zaballos, Alcalde M ayor, quien tien e a su cargo las minas vinculadas a esta ciudad, recoja “ tod o el oro que cada quadrilla oviere sacado por quenta y razón e ante el escri-vano de las dichas mynas dexando cada uno para sy lo que le pertenesce de su salario para que el dicho Alcalde M ayor lo dé y entregue al dicho Juan de Padilla por quenta y razón para que lo trayga ante m y com o dicho es, que con carta de pago de lo que el dicho capitán ^avallos resciviere mando que se le tom en en quenta a los dichos m yneros tod o lo que dieren e ansí m ismo al dicho Capitán ^avallos” 13.

9

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Cerca de cuatro meses tarda Zaballos en reunir las declaraciones de todas las cuadrillas, 22 situadas a notable distancia unas de otras com o verem os, y el 1 de enero de 1.546 hace entrega del oro y de la consiguiente detallada relación de lo sacado por cada cuadrilla, de lo gastado o reservado por distintos conceptos, de lo que en consecuencia es entregado a Juan de Padilla. Éste a su v e z declara recibirlo y al día siguiente, com o sabemos, lo pone a disposición de Gonzalo Pizarro: en total, 34.583 pesos en polvo según la suma consignada en el m ismo documento.

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Hemos sintetizado en el cuadro adjunto los m últiples datos consignados en la escritura que, antes “ escribano de su M agestad” , hace Juan de Padilla en reconocim iento por haber recibido las partidas de oro detalladas en la relación de H. Caballos. Entre ellos destacamos la im portancia de la localización geográfica de los lugares en que operan las diversas cuadrillas; se añaden los nom bres del propietario y el del capataz que tien e a su cargo cada cuadrilla. En distintas columnas recogem os el rendim iento total de cada “ mina” y -así se las llama-; las cantidades que de él se extraen por diversos conceptos ; la cuantía del “ sesmo” o sexta parte a que cuando no se ha convenido otra cosa ascienden los derechos de explotación, cuyo detalle se com plica porque sólo una parte de ello se retien e m ientras otra parte se consigna com o descuento que se ha de hacer “ del prim er oro que se caque” ; vien e al fin la cantidad que cada cuadrilla entrega. Localizar en un m apa cada una de esas “ minas” hubiera sido lo conveniente, y en efecto hemos conseguido hacerlo con algunas de ellas en las hojas del M apa Catastral M inero; pero, al no conseguirlo con todas, entendem os que hacerlo debe dejarse para el trabajo de campo a que no hem os podido hacerlo. M INAS DE ORO DE SANTA BÁRBARA Y SU RENDIMIENTO según legajo de 28 /IX / 1 545

Cuadrillas

Cañares Cañares Cañares Cañares Aransicho Tacunga Tacunga e Quina X Eslimbo Eniba Qarahole Ipopnallata Chimbo Chillo-Caucacoto Tiqui^anbe y Tomabela Pan^aleo Mulaalo Teneinchi (^icho Mondragón Angamarca y Tiqui^anbe Pallatanga

Del dueño

A cargo de

Rendimiento

Sr. Gobernador Sr. Gobernador Gonzalo Díaz Sr. Gobernador Juan de la Puente Lone Dono El Tesorero Paria Diego.... Martín de la Calle Diego de Torres El Tesorero X El Contador

Alonso Camacho Martín Sánchez Gonzalo Alvarez Gonzálo Alvarez JuamAgraz Alonso Camacho Alvaro de Paz Cibrián de... Pedro Sánchez Pero Domínguez Salvador Tirado Alonso de Trujillo D.Andrada, Isásaga Juan de Biana

1.833 ps. 3.435“ 1.450“ 700“ 3.000 “ 3.100“ 1.800“ 1.450“ 3.000“ 2.100“ 800“ 938“ 2.380“ 700“

Sarmiento Santiago Carrera Diego de Campo X Sarmiento X

Martín de la Ylla Bonifazio de Herrera Frqncisco Maibudo Pedro de Fruto Juan Gómez Ruy Pérez

1.290“ 3.000 “ 1.190“ 416“ 133 “ 300 “

Sarmiento Gunarra

Gonzalo de Oyón Diego Galbache

Entrega Sesmo Cobrado /A cobrar 194 567

(540) 300 300 100 500 100 133 156 397 100 215 230 [252]

250 “ 2.400 “

Suma total de la entregas.....

306

216 262 250

1.833 3.435 1.450 700 3.000 2.800 1.800 1.350 3.000 2.000 800 938 2.380 600 1.290 2.770 1.190 164 133 300 250 2.400 34.583

10

II. La Probanza de su recaudador. Apunte a Gonzalo Pizarro 13

Gonzalo Pizarro perm aneció en Quito hasta Julio, “ en fiestas y regocijos y banquetes, y com etiéronse feos casos” algunos de ellos relacionados con la entrega en Quito de “ la cuenta del oro que estaba sacado” en alguna m ina cuyo nom bre no se nos da14. Juan De Padilla tu vo la suerte de no caer en desgracia y precisam ente por esos días Gonzalo Pizarro le en tregó recibos de los 34.583 pesos, fraccionados en dos : uno por 27.165 el 25 de enero, otro por 7.418 el 13 de febrero, separando la cantidad m enor procedente de las tres cuadrillas que en los Cañares dice G. Pizarro ser suyas - “ mis tres quadrillas de los cañares” 15-.

14

Mas lo extraño es “ el p leito” -así denom inado expresam ente en los documentos- que apenas dos meses después prom ueve contra Padilla el tesorero R odrigo Nuñez de Bonilla. A parte de este cargo con que por estas fechas nos lo presentan Agustín de Zárate y Rodrigo Núñez de Bonilla: era una personalidad destacada, fundador del Quito español y su Regidor en 1.534; beneficiario de repartim ientos y encom iendas diversas com o la que tu vo en Coxqui de los Quijos, hasta que se la traspasaron al célebre Don Sancho de Velasco hacia 1.56216; había cum plido notables funciones com o Capitán al servicio del V irre y Blasco Nuñez de Vela; form ó parte de la trop a de Gonzalo Pizarro para la batalla de Quito, aunque según rum ores que nos trasm ite Cieza de León “ huyo feam ente” 17. Según Agustín de Zárate, Gonzalo Pizarro acabó desterrándolo a “ Chili, que era más de mil leguas” 18. ¿Qué sentido tiene, pues, su p leito contra Padilla? ¿trata con él de congraciarse con Gonzalo Pizarro proporcionándole la ocasión para que la sospecha de apropiación indebida recaiga sobre Juan de Padilla? ó, por el contrario, ¿de enfrentar a Gonzalo Pizarro con la responsabilidad de sus propios hechos im posibilitando su posible posterior tergiversación? o, lo que no es im posible, ¿trata de protegerse a sí m ismo para la eventual posibilidad de que otro ven ga a desplazar a Gonzalo Pizarro en las altas funciones que se ha atribuido?. Quedémonos con lo m ejor : R odrigo Núñez de Bonilla trata sim plem ente de cum plir con su deber, pero de m odo que nadie obtenga indebido p rovecho de ellos, ni puedan ser injustamente alegados contra nadie.Protegiéndose a sí mismo, a la ve z protege a Juan de Padilla contra quien prom ueve el pleito, que se reduce a com probar su nula responsabilidad por el hecho de que los 34.583 pesos no hayan sido contabilizados aún por Gonzalo Pizarro en los asientos de la Hacienda del Monarca. Este es el hecho notable que con seguridad se in fiere de la documentación.

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El p leito pues se reduce, p or una parte, a la probanza que Juan de Padilla presenta de haber entregado a Gonzalo Pizarro la cantidad de oro recibida en las minas de Santa Bárbara, p or otra, a los dos recibos que presenta y cuya autenticidad es tam bién m ateria de Probanza. Son siete o más testigos que, en los tam bién seis folios que nos han llegado tras la pérdida de uno o quizá más, responden al in terrogatorio previam ente convenido ante el ju e z por Rodrigo Núñez de Bonilla y los dos Procuradores de Juan Padilla. No tenem os las preguntas, inferibles de las respuestas a todos de cinco de ellos y a algunas de uno más.

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Sin duda los testigos más notables son Alonso de X erez, que a sus cuarenta años dice hace quince que conoce a todos los intervinientes en la causa, y Francisco Campos que declara ser uno de los vecinos desterrado a las minas durante seis o siete meses “ hasta que fue m uerto el V iso rrey ” 19 P ero todos ellos son testigos calificados que tien en algo im portante que testim oniar.

11

17

Y es la segunda pregunta, a la que Francisco Campos responde con el y a notado detalle, la que nos introduce a un clim a de tiranía y crim en difícil de adm itir si su triste realidad no nos constara por las crónicas de los historiadores coetáneos. Dice el prim ero, Duarte de Andrade: “ Estando Gonzalo Pi^arro en esta $ibdad -Quito- bido y r a las minas de Santa Barbola algunos vezin os desta $ibdad pero que no sabe sy yban desterrados, entre los quales v y ó que fue el dicho Juan de Padilla al qual oyó desir este testigo que se tem ía no lo mandase allá aorcar Pi^arro; y esto le oyó desir en las dichas minas y que se dezía en las dichas minas que los abía ynbiado el dicho Gonzalo Pi^arro a los dichos vezin os a las minas porque se tem ía de ellos” 20. Aclara Juan Valenciano que Gonzalo Pizarro enviaba a las minas a vecinos que tem ía lo traicionaran dando “ abiso al dicho señor Bisorrey que dezían estava en Pasto” 21. Y Salvador Grado, “ estando este testigo en las minas de Santa Bárbola en el tiem p o que dize la pregunta, v ió que fueron a las dichas minas algunos vezin os desta zibdad y entre ellos el dicho Juan de Padilla; y dezian que yban por el oro e que oyó de-zir que los quería m atar en las minas p or causa de sus m ujeres” 22; se estaba haciendo eco de los rum ores que por Quito corrieron sobre el caso y a aludido de V icencio Pablo detallado en la “ Historia del Perú” por Diego Fernández23.

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La tercera pregunta la responde ejem plarm ente Duarte de Andrada, quien, estando en las minas a cargo de la cuadrilla de Chimbo, “ bido que el dicho Hernando Caballos era Alcalde M ayor en las dichas minas e cobraba e recibía tod o el oro de los m ineros que estaban en las dichas minas que él tenía a cargo, que heran de las quadrillas de yndios de los que andaban con el Bisorrey e servía a su magestad; e que no bido que otra persona ninguna cobrase el dicho oro syno el dicho Caballos, alcalde de Gonzalo Pi^arro” 24.

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Y de quien elegim os la respuesta a la cuarta pregunta, la decisiva en el pleito: “ Bido este testigo que un día, presente este testigo, el dicho Hernando de Caballos, alcalde de Pi$ arro, después de aver recibido el oro de los m ineros en las dichas minas estubo pesándolo e haziendo una m em oria; e lo dio e en tregó a Juan de Padilla ante un escrivano de las minas para que lo entregase al dicho Gonzalo Pi^arro, y no se acuerda la cantidad que hera ni otra cosa” 25 Juan Valenciano oyó en la misma casa de G. Pizarro “ decir públicam ente”

el m andam iento dado a Hernando Caballos26. Tam bién testim onian

haberlo visto o estado presentes Salvador Grado, Alonso de X erez y Francisco Campos; éste últim o detalla: V io “ el peso que pesaron el dicho oro con un marco de quatro^ientos pesos por mandado del dicho Hernando de Caballos e pesaron el dicho oro y lo dió (borrada la últim a línea)... y este dicho testigo se quedó en las dichas minas y bino con el dicho oro el dicho Juan de Padilla e Xuarez, difunto, barbero, para lo tra er a Gonzalo Pi^arro” 27. “Juan Valenciano es quien sabe que Juan de Padilla dio a Gonzalo Pi^arro todo el oro que tru xo de las dichas minas, porque luego por la mañana del día antes le bido este testigo al dicho Juan de Padilla con el dicho Gonzalo Pi^arro y oyó d ezir ally este testigo com o le abía entregado tod o el oro de las minas antes que se diese la batalla, y que las firm as de las dichas cartas de pago conoce este testigo que son suyas” 28. Alonso de X erez así se lo oyó decir a Hernando de Caballo. 20

El testim onio que Alonso de X erez da en respuesta al in terrogatotio es el siguiente “ Que p or tem or que tenían de Gonzalo Pi^arro m uy grande no se osaron detener ni parar el dicho Juan de Padilla y este testigo en ninguna parte del cam ino por las cartas que el dicho Gonzalo Pi^arro les escribió al cam ino de amenazas; y que bido que yn b ió sus corredores a v e r sy benía el dicho Juan de Padilla y los que con él venían” 29. Francisco Campo da una respuesta no menos contundente y aun de m ayor alcance por atreverse a encuadrar el caso concreto en una visión general : “ Sabe quel dicho Gonzalo Pizarro tenía

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tyranizada esta tierra el tiem po que en ella estubo y aun después, asta que se reduxo al servicio de su magestad, e que bydo que antes que se diese la batalla el dicho Gonzalo Pizarro yn bió a las minas con mucha prisa por tod o el oro que abyan sacado las quadrillas y mandando que se lo llebasen luego; y que lo demás [lo] oyó desir este testigo y que es asy que siem pre traya corredores por los caminos” 30. Tam bién Salvador Grado dice que Gonzalo Pizarro “ ten ía tiranizada esta tierra ” . 21

Gonzalo López se muestra experto en el reconocim iento de las letras: “ Que le parece que las firm as de las dichas cartas de pago, que son de mano y letra del dicho Gonzalo Pizarro, porque ha bisto otras muchas y le parecen ser asy; e que tam bién le parece que la letra de las dichas dos cartas de pago es de mano de Pedro de Balverde, escrivano público y del Consejo de esta zibdad” 31.

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En fin, hay un séptim o testigo, Pedro Gutiérrez de Logroño, que conoce a Juan de Padilla desde hace quince años y tam bién a Rodrigo Nuñez de Bonilla y al difunto Diego Juárez, p or prim era v ez m encionado en estos docum entos sin que sepamos por qué ni para que, indicio claro de lo que a nosotros no ha llegado. A qu í se acaba el últim o fo lio sin que sepamos siquiera si hubo más testigos.

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Este es el m om ento de apuntar un detalle cuyo alcance antes no abríamos podido advertir : los folios en que consta la inform ación sobre las cantidades de oro entregadas por cada cuadrilla a Hernando Caballos y pasadas por éste a Juan de Padilla, son una copia hecha el 12 de m arzo 1549 del original presentado por el mism o Caballos. Sin poderlo evita r los tres años transcurridos hasta la copia que en tal fecha se dem anda nos hace pensar en la diversa situación surgida cuando, tras la derrota de Gonzalo Pizarro en Xaquiscaguana (9 de abril 1548) y su decapitación, Pedro de la Gasca establece el nuevo orden y revisa las anteriores responsabilidades.

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Se refu erza tal sospecha cuando, volvien d o sobre el fo lio 6 recto y vu elto antes pasado por alto, la difícil lectura de algún tro zo y líneas sueltas nos perm iten ad vertir que aquí es Diego Sánchez, Procurador de Juan de Padilla, quien meses más tarde (el 15 de Diciem bre de 1549) pide copia de lo m ismo insistiendo en que “ el escrivano saque un traslado por cada año de los dichos procesos... y que en cada uno de los dichos procesos se ponga un traslado de los dichos derechos de las rentas autorizado, en m anera que haga fe e ” 32; tam bién cópianse luego los dos recibos firm ados por

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Gonzalo Pizarro que y a hem os visto al fren te de la probanza pedida por Juan de Padilla, cooperando el uno con el otro y que están protegiéndose contra cualquier investigación que sobre ellos pudiere iniciarse en la nueva situación; y alguno más, com o el mismo Rodrigo Nuñez de Bonilla, que aparece com o testigo en alguno de estos traslados33, indirectam ente tam bién salen beneficiados en esta documentación.

III. La posterior historia de las minas de Santa Bárbara y el desagüe de sus lagunas 26

Presentado y

aun aclarado así el contenido de la prim era serie de documentos,

resumamos ahora b revem en te la azarosa historia de las minas de Santa Bárbara en los siguientes ochenta años in ferida de otros docum entos y a publicados para luego introducir con sentido los más de trein ta folios referen tes a proyectos sobre las lagunas de Santa Bárbara recogidos en los m em oriales y cartas de sus prom otores, las intervenciones del Real y Supremo Consejo de las Indias e incluso del Rey, entre noviem bre de 1629 y

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noviem bre de 1639. Si y a vim os que fueron conocidas y explotadas en algunos m om entos p or los Incas, en 1539 y a las han redescubierto los españoles y se nom bra a uno de los m ineros, Juan Cosa, Alcalde de Minas. En 1541 ha cesado la explotación al menos de una de las minas, Sangarina, “ y sus m ineros se han mandado a las minas de San A ndrés34. 27

En 1552 el V irre y Don A n ton io de M endoza mandó despoblar estas minas, orden que tal v e z por su tem prana m uerte aquel m ismo año, o no se cumplió, o no se aplicó y se m antuvo con rigor; pues el sucesor Don Andrés Hurtado de M endoza en el p rim er año de su virrein a to y antes de que Gil Ram írez Dávalos funde (1557) en aquella misma región la ciudad de Cuenca, hizo abandonar una ve z

más las minas de Santa Bárbara. El

descubrim iento en 1545 de las riquísimas minas de plata en Potosí, cuya im portancia se increm entó cuando desde 1571 se consiguió la obtención de su plata con el azogue de las no lejanas minas de Guancavelica35, atrajo a la población tanto española com o india que antes buscaba m edro en Santa Bárbara y al fin sentía el rechazo de las condiciones insalubles del trabajo en este río. 28

El oid or Francisco de Aucim bay en 1585 da por vanos posteriores intentos de beneficiar las minas de Santa Bárbara y los Quijos ; sólo el cerro de Zaruma puede a su ju icio aliviar la pobreza de la región si se traslada a sus cercanías de dos mil a tres mil indios. Y detalla cóm o “ la labor del río de Santa Bárbara se hacía” incluso con eviden te riesgo de la vida; es docum ento publicado en Investigación H istórica de la M in ería en el Ecuador36.

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Pero y a de nuevo en 1603 se pide perm iso y vein te indios “ para catear en el contorno de esta ciudad” de Cuenca donde Lázaro de Lugo pretende poder señalar lugares con “ vetas de azogue, oro bajo, plata y oro subido” 37

30

Llegam os con la apuntada segunda serie de docum entos aportados por esta ponencia. El proyecto en ellos esbozado aspira últim am ente a disecar las lagunas de Santa Bárbara para explotar su y a com probada riqueza en oro. A nosotros e incluso a quienes la p royectaron nos recuerda otro intento - por cierto fracasado - de la desecación o desagüe en 1557 de la laguna Orcos, seis leguas al sur de Cuzco, recogida por los cronistas de aquella misma época38. Los casos, distintos eran pues m ientras en Orcos lo que se pretendía era recuperar los tesoros a ella arrojados por los indios al llegar los españoles, en Santa Bárbara se buscaban los placeres y hasta una supuesta v e ta de oro en las rocas del fondo; pero para el idéntico fin de abrir vías para las aguas de la laguna por la parte lim ítrofe situada en el nivel in ferio r a su fondo, en Orcos escavaron una cueva hasta “ top ar con una peña” que y a no pudieron taladrar con los instrum entos de la época, y en Santa Bárbara evitaron tal riesgo “ abriendo el desguadero a tajo abierto desde lo alto” 39.

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La com plejidad de los docum entos em itidos, com o y a indicamos, a lo largo de una década y

que no acaban en un fracaso reconocido sino en un acicate para proseguir la

investigación; aconsejan detallar el desarrollo del proceso aunque sea con la obligada brevedad. Francisco de Fuentes Dá-vila, cateador en mina de su Majestad, avencindado en Cirse cerca de Cuenca, en la provincia de Quito, pretende ser el “ descubridor” y autor de un p royecto para el desagüe y posterior explotación m inera de las lagunas de Santa Bárbara, cuya costosa realización le m ueve a “ sentar capitulaciones” ante el escribano del Cabildo de Cuenca y testigos para que la sociedad que y a en la ciudad de los Reyes y ante el V irre y M arqués de Guadalcázar tenía establecida con Luis de Narváez, se am plíe y em piece a ser operativa. Se reproducen las condiciones establecidas en el contrato an terior y se las confirm a con la variante de que cada uno de los dos socios fundadores pueda com partir sus derechos y sus cargos con otros nuevos consocios allí mencionados,

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reconociéndosele a Francisco Fuentes, com o fundador y por sólo “ asistir con su persona e industria al desagüe” , ciertas ventajas. “ Se ha de com en tar el desagüe por la laguna pequeña llam ada San Antonio; es condición que, si desaguada la dicha laguna no tubiere aprovecham iento y fuere tan poco o tantos [los inconvenientes] que los com pañeros no quieran proseguir en la labor de la otra laguna m ayor -la Lim pia Concepción de Nuestra Señora- puedan librem ente salirse desta dicha com pañía y los que quedaren proseguir en ella com o fuere su voluntad” 40 Para satisfacer los gastos que y a ha hecho Luis de Narváez e iniciar los trabajos se fija que respetando la exención de Francisco Fuentes, cada uno de los otros cuatro consocios “ aya de entrar y entre con cien patacones de a ocho reales cada uno para el gasto que se fuere haciendo y, gastados éstos, an de contribuir de nuevo con la cantidad de pesos que fuere nezesario y asta el fin de la dicha labor” 41. Y siguen estableciéndose más condiciones jurídicas en otros cuatro folios. 32

En 6 de M ayo 1635 Francisco Fuentes envía al Soberano un m em orial que, y a en M adrid el 20 de Febrero 1636, pasa al Consejo de Indias con la siguiente recom endación: “ habiendo mandado v e r los papeles inclusos..., y o he resuelto rem itirlos al Consejo de Indias... y se me consulte lo que se ofreciere y pareciere” 42. Veam os pues qué es lo que interesa a Felipe IV.

33

Francisco Fuentes em pieza aludiendo a una Real Cédula de Carlos V y a otra de Felipe II que tratan de que se desagüen las lagunas de Santa Bárbara, así com o a los “ nueve m illones de quintos que este río dio según los libros antiguos de los Oficiales Reales” 43. Desde que en 1618 esto supo, dice Francisco Fuentes que visitó las lagunas y fue madurando un p royecto que pese a intentos anteriores de desagüe, a nadie se le había ocurrido; pide para realizarlo “ trein ta yndios por el tiem p o que durase el desagüe y labor pagándoles con su trabaxo y más vein te y quatro quintales de p ólvora y el hierro y a^ero que huviese m enester de los reales alama^enes ; tod o esto, al costo que en ellos está a vuestra m agestad para sus reales fábricas” 44.

34

La capitulación más detallada y con m ayores beneficios para la Real Hacienda a la que se cedía el cincuenta por ciento de las ganancias, llegó a M adrid en manos del C orregidor de Cuenca Sancho Fernández de M iranda, quien la presentó -dice Francisco Fuentes- “ en nom bre suio dejándom e a m í fuera” 45. Para luchar contra tal despojo precisam ente buscó la ayuda de Luis Narváez y form ó con él la Sociedad que y a conocem os; pero “ después según pares^ió este dicho Luis de N arváez no tiró a más de hacer su negocio, porque llevó tres mil novillos a ven d er a dicha ciudad de Lima, a donde se entretu vo tres años” 46 sin aportar el capital que había prom etido para la em presa de Santa Bárbara y entre otras artimañas, entretiene a Francisco Fuentes durante cinco años haciendo im posible gozar “ de la m erced que vuestra m agestad me ha$e de los trein ta yndios; que , si los huviera, mucho tiem p o [h]a que esta laguna se huviera desaguado, antes [h]a consentido que se aian dado Provisiones contra m í para que no se me de je n te ” 47.

35

Incluso el que se com enzara por la laguna pequeña, “ siendo la más costosa de rom per y sacar arenas por la mucha que tien e den tro” , ahora reconoce Francisco Fuentes que fue una im posición de Luis Narváez, fru to de la ignorancia y no de mala intención; y prosigue el detalle de otros agravios. A pesar de todo “y o -dice Francisco Fuentes- com encé un corte de nueve varas de hondura y vein te y quatro varas de largo, tod o peña biba y por partes un diam ante en dureza, que es la que [h]a asombrado a todos los que an entrado a qu erella desaguar, y ninguno cortó esta peña m edia vara de hondo. Este corte que di salió alto y bolbí de nuevo a dar otro más largo y más bajo por el mism o corte otras ocho varas más hondo; en el p rim er corte que di alcancé a v e r oro aunque poca cantidad, mas

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prem icias de aver grande riqueza; estas últimas ocho varas van y a cerca de enparejar con lo más hondo con que con brevedad se verá el desengaño y, porque es opinión de muchos m ineros de oro y mía com o persona que los ay por la experiencia que ten go de trein ta años de labores de minas de oro y aguardo a descubrir la m aior riqueza que se [h]a descubierto en este reyn o” 48. La codicia de sus antiguos consocios y de otros, incluso de algunas autoridades, se ha desatado en torn o a la laguna y Francisco Fuentes hace al Rey diversas y m uy concretas peticiones para protegerse contra unos y otros, además de la encom ienda de trein ta indios. 36

El Consejo de Indias dispone el 14 de M arzo que “ se entreguen estos papeles al Oydor de Quito... y se llam e a Francisco Fuentes” , e incluso el Soberano le escribe al Oidor de Quito, A lonso de Castillo y Herrera, que “ es cosa considerable...; le asistireís en lo que fuere necesario...” 49. E insiste el Consejo en 26 de Agosto al mism o oid or en que “ nom bre escrivano y alguacil y los demás m inistros que sean necesarios” 50.

37

Hemos insistido en señalar al Oidor de Quito Alonso de Castillo y H errera, quien se va a convertir, no se sabe si p or cortos alcances o m ala fe, en antagonista de Francisco Fuentes. Tal ve z por no haber recibido la P rovisión últim am ente citada del 26 de Agosto, lo llam a a Quito y el 9 de Febrero siguiente acaba por mandar a £i$e tres em isarios que lo conducen a su presencia com o si lo apresaran y diciendo o al menos dando pie a los más deshonrosos rumores: “ que me llevaban a ajusticiar..., que si no hay oro en las lagunas será bueno el darme ga rro te” , inform a él en otro m em orial que envía al rey el 24 de m arzo de 1638. M ientras lo retienen en Quito se suspenden los trasbajos y luego y a no le será fácil reunir una cuadrilla que quiera trabajar con él.

38

Añádase a lo anterior otro m otivo, los indios “ siem pre han ten id o las lagunas de Santa Bárbara por abuso, porque dicen : si no lluebe y se pierden las comidas de sus sementeras por seca, dicen que no lluebe porque se desaguan las lagunas; y si lluebe muncho, que la muncha agua les ha$e daño; dicen lo mismo que por desaguar las lagunas lluebe; y si ay m ortandad en algún pueblo di^en que aquello es causado de desaguar las lagunas de Santa Bárbara. Y, aunque no fuera más que por quitarles este abuso y el que [h ]a ten ido siem pre de ten er por oráculo estas lagunas los yndios, se hace servicio a Dios de ronpellas y quitallos de este abuso” 51. E insiste el m em orial en “ el tem or que los indios tien en de sus antepasados, de que si las lagunas de Sancta Bárbara se desaguan que se an de acabar los yndios, y que se an de m orir todos; y así es tanto su barbarismo que no ba yn d io a trabajar a las lagunas que quando sale no lleba una piedra a su pueblo de las que sacan en el corte, y esto para ten erla en su casa, que dicen que con aquélla, aunque se desagüen las lagunas de Sancta Bárbara y se m ueran todos, que él no se [h ]a de m orir por ten er aquella piedra en su casa52.

39

Hemos y a de pasar p or alto los obstáculos que algunos fam iliares de Luis N arváez bien situados entre la clase d irectiva de Cuenca tratan de poner a la prosecución de los trabajos; los enredos ju ríd icos que el propio Luis N arváez prom ueve para ser él el beneficiario y hasta su pretensión de que “ las lagunas de Santa Bárbara no son minas sino guacas” 53; la orden aprem iante de Alonso de Castillo para que “ y o -dice Francisco Fuentessaliese de ellas quedando tod o perdido” 54, sólo suspendida luego por los inform es del R elator de la Audiencia Pedro Ortiz de Avila, única autoridad favorable a Francisco Fuentes pues incluso hay un nuevo oid or que, tras la m uerte de Alojos de Castillo, a los diez meses de estar en Quito dice que sólo si “ le ynbiasen dos m ill ducados” 55 había de v e n ir a Santa Bárbara.

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40

Pedro Ortiz concedió a Francisco Fuentes los diez indios que entonces necesitaba y, “ por auto le ordenó proseguir los trabajos hasta su fin y Francisco Fuentes entiende que el de su labor debe fijarse de acuerdo -dice en m em orial a Felipe IV- con “ la ordenanza del Señor Emperador de gloriosa m em oria, bisaguelo de vuestra Magestad, que el m inero de m ina de río que no tom are la peña, que se ten ga por ynutil, p or ser yn form ado que en el firm am ento de la peña se tien e de hallar la fu erza del oro; y aun se platica entre m ineros que esta ordenanza se dió por la muncha riqueza del río de Santa Bárbara” 56.

41

Todavía aparecerán nuevas com plicaciones y m otivos de lam entación en los folios que preceden al últim o, dedicado todo él a un elocuente canto al m inero dificilm ente superable en fu erza ni aun por un escritor de renom bre y aún quedan otros varios documentos; en Quito con fechas 28 de A bril 1638 y 9 de Diciem bre 1639, en M adrid con fechas 21 de Octubre y 26 de N oviem bre 1639 e incluso en 24 de A bril 1640, hay autoridades que siguen ocupándose del desagüe de las lagunas de Santa Bárbara y de Francisco Fuentes, para quien al fin en todos esos docum entos hay concesiones: “ Dar todos los indios que para ello fu eren necesarios y el fabor y ayuda que obiere m enester pues de su parte no pide otra cosa” 57; que la Audiencia de Quito “ nom bre persona de toda satisfacción que asista a Francisco de Fuentes para el desagüe de la laguna de Santa Bárbara y v e a qué útil le puede suponer de ella, y le haga dar lo necesario, com o no sea la Real Caxa, pagando a los yndios sus xornales” 58.

42

Esta es la últim a palabra, en 1640; y tam bién la nuestra, pues a más no llegan los docum entos encontrados en el A rch ivo General de Indias; acicate sin duda a proseguir hasta el final, hasta -en el lenguaje de estos docum entos- “ v e r el desengaño” , que si hoy para nosotros es sólo el trasunto negativo de una esperanza fallida, entonces con generalidad era el paso, no sólo por fallo sino tam bién por cum plim iento, de una esperanza a una certidum bre.

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Lamina 1. Vista aérea de las lagunas de Santa Bárbara

NOTAS 1. MARTIN, Ricardo y otros:_Arte precolombino en Ecuador. De Salvat Ecuatoriana, Quito. 1985, p. 25 2. GONZALEZ SUAREZ, Federico:Historia General de la Re-pública del Ecuador.- Atlas Arqueológico. De Publicaciones Educativas “ Ariel” , Guayaquil-Quito (Ecuador). 1891, p. 103; ver pp. 93 s. 3. Ibid. P. 52 4. Archivo General de Indias (A.G.I.). Sección Quito, legajo 79 (29 de Agosto de 1536) 5. A.G.I. Sección Quito, legajo 86 (6 de Mayo de 1536) 6. Ibidem 7. CIEZA DE LEÓN, Pedro: La Crónica del Perú, en Historiadores Primitivos de Indias II (tomo XXVI, B.A.E.) Madrid 1947, p. 398 8. NAVARRO CÁRDENAS, Maximina: Investigación histórica de la Minería en el Ecuador, 3 volúmenes; tomo II, p. 8. De Instituto Ecuatoriano de Minería, Quito 1986. 9. ACOSTA, José de: H istoria N atural y M ora l de las Indias. Libro IV, cap.4, p. 146.- De F.C.E. México, 1985 10. NAVARRO CÁRDENAS, M.: Ob. Cit, tomo I, p. 111

18

11. ZÁRATE, Agustín: Descubrimiento y Conquista de la Provincia del Perú y de las Guerras y cosas señaladas en ella. En Historiadores Primitivos de Indias II (tomo XXVI de la B.A. E.) p. 533; Madrid

1947. 12. A.G.I. Sección Quito, legajo 86, f. 9 v. 13. A.G.I. Sección Quito, legajo 79, f. 1 r. 14. HERNÁNDEZ, Diego: Historia del Perú. En Crónicas del Perú I (tomo CLXIV de B.A.E.) pp.115 y 116; Madrid 1963 15. A.G.I. Sección Quito, legajo 86, f. 7 r. 16. RODICIO GARCÍA, Sara: “La ayuda indígena en la conquista española del Norte del Ecuador” . En Miscelánea Antropológica Ecuatoriana 6 (1986) p.223, y OBEREM, Udo: Los Quijos, 2 volúmenes. De. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Complutense, Madrid (Memorias del Departamento de Antopología y Etnología de América), Tomo I, p. 66 , Madrid 1971. 17. CIEZA DE LEÓN, P.: Ob. Cit. p. 340 18. ZÁRATE, A.: Ob. Cit., p. 340 19. A.G.I. Sección Quito, legajo 86, f. 127 20. Ibid., f. 8 r. y v. 21. Ibid., 9 r. 22. Ibid., 10 v. 23. FERNÁNDEZ, Diego: Ob. Cit. Pp. 115,116. 24. A. G. I. Sección Quito, legajo 86, f. 8 v. 25. Ibidem. 26. Ibid. f. 9 r. 27. Ibid. f. 12 v. 28. Ibid. f. 9 v. 29. Ibid.f. 11 v. 30. Ibid. f. 12 v. 31. Ibid.f. 10 r. 32. A. G. I. Sección Quito legajo 79, f. 6 r. 33. Ibidem. 34. NAVARRO CÁRDENAS; M.: Ob. Cit. Tomo II, p. 9. Ver BAYLE, P. Constantino: Los Cabildos Seculares en la américa Española pp. 520 - 522, De Sapientia, Madid 1952.

35. ACOSTA, José de: Ob. Cit.pp. 149 - 165 36. NAVARRO CÁRDENAS, M.: Ob. Cit. Tomo I, p. 111.- BEDOYA MARURI, Nicanor: La Arqueología en la Región Interandina de Ecuador, p. 17. E. Casa de la Cultura Ecuatoriana. Quito 1978

37. NAVARRO CÁRDENAS; M.: Ob. Cit. P. 135 38. Ver GARCILASO DE LA VEGA, Inca: Comentarios Reales, tomo II, libro III, cap. 25; p. 119 E.Atlas, Madrid 1963. 39. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo: H istoria General y N atural de las Indias:En su libro VI, cap. V III habla de “ agotar la laguna y otros m odos de explotar el o ro ” ( v e r tom o I, p. 162 de ediciones Atlas) M adrid 1959. 40. A. G. I. Sección Quito, legajo 81, f. 4 r. 41. Ibidem. 42. Ibid.: f. 9 r. 43. Ibid.f. 11 r. 44. Ibid. f. 11 v. 45. Ibidem. 46. Ibid. f. 12 r. 47. Ibid. f. 12. 48. Ibid. f. 14 r.

19

49. Ibid.. f. 9 r. 50. Ibid. f. 10 r. 51. A. G. I. Sección Quito 83, f. 2 r. 52. Ibidem. 53. Véase allí el por qué. Y en el Inca Garcilaso, una posible justificación de que entre los indios llegaran a llamarla “ huaca” en el sentido de “ admirable, cosa digna de admiración” (GARCILASO, Inca: Ob. Cit. Libro VIII, cap. 24; en tomo II, p. 328. 54. A.G.I. Sección Quito83, f. 3 v. 55. Ibid. f. 6 r. 56. Ibid. f. 6 v. 57. A. G. I. Sección Quito 91, f. 1 v. 58. Ibidem.

RESÚMENES La documentación que presentamos, existente en el Archivo General de Indias, sobre las minas de oro de Santa Bárbara, interesa, tanto para documentar su temprano establecimiento (anterior a 1545) y gran rendimiento (más de 34,000 pesos de oro en ese año), cuanto para esclarecer algunos datos sobre el gobierno de Gonzalo Pizarro por aquel tiempo. Hay documentos de un siglo después referentes al mismo río Santa Bárbara (hoy Gualaceo) que nos ponen en contacto con el territorio Cañari.

AUTOR A N G E L RIESCO TERRER O

Universidad Complutense de Madrid

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Tumaco - La Tolita: Un Litoral de Intercambio en el Período Prehispánico J.F. Bouchard

1

Desde los años 70, se ha ido recopilando una serie de datos crono-culturales que han p erm itido in tegrar la arqueología del litoral Tumaco-La T olita dentro de la prehistoria del área andina ecuatorial. En esta ponencia, se analizan los datos recientes que pueden apoyar la tesis de intercam bio en el litoral, antes, durante y después de la fam osa hegem onía de Tumaco-La Tolita. Luego, se enfoca este mism o tem a por m edio de los últim os resultados de excavación en el sitio El M o rro (Tum aco, N ariño) estudiado en 1978 y en 1996 por la M isión A rqu eológica Francesa en Tumaco

INTERCAMBIOS Y TRAFICOS EN EL MARCO GEOGRAFICO Y CRONOCULTURAL 2

En los últim os 20 años, una decena de program as arqueológicos han perm itido revisar en sus aspectos más im portantes la prehistoria del litoral norecuatorial entre Esmeraldas (Ecuador) y Buenaventura (Colom bia). Rapidamente, quiero recordar que se reem plazó la tesis de m igraciones venidas desde M esoam érica (aportando a esas costas su propia cultura) por la de un origen "andino ecuatorial", que aparece desde el final del Período Form ativo Tardío.

3

El estilo Tachina, definido por prim era ve z por Stirling, (Stirling, 1963) constituye la referen cia de base para lo que, luego, se ha llam ado tam bién "C horreroide de la costa n orecuatorial" al descubrirse varias otras evidencias en toda esa costa (Bouchard, 1982-1983). Según (Guinea, 1986), se puede distinguir un Tachina antiguo y un Tachina más reciente y parece que es a partir del Tachina reciente que se realizó (tal v e z bajo presiones de varias índoles) una evolución o una m utación que llegó a producir alrededor de 500 ac la fase cultural com unm ente denom inada "Tum aco-LaTolita". Tam bién se em plean a veces otras denom inaciones que pueden indicar cierto grado de variación local

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(p o r ejem plo: Selva A legre o Tiaone). Sin em bargo, creo que todos coincidim os en reconocer que durante el P eríodo de los Desarrollos Regionales existio la presencia de un sistema socio-cultural y p olítico que controla esta costa. Este tu vo su sede principal funcionando com o centro hegem ónico en La Tolita, isla de la desembocadura del río Santiago con el papel de m etrópoli y de necrópolis para los individuos más im portantes de esta cultura (Bouchard, 1989). 4

Esta tradición se difundió hacia el N orte, con características en cerámicas m uy notables, m ediante un eficien te sistema de navegación m arítim a en canoas. Esto se evidencia en el arte de figurinas encontradas en los sitios arqueológicos a través de la representación frecuente de canoas y de rem eros .

5

Evidentem ente, gran parte de esta difusión llegó al litoral Pacífico del sur de Colom bia y la podem os considerar com o una verdadera "colon ización " de tierras que no parecen haber sido previam ente habitadas. En las regiones de Buenaventura y

de Guapi,

ocupaciones "Tum aco-LaTolita" han sido descubiertas p or investigaciones modernas (Salgado y Stemper, 1995; Patiño Castaño, 1987, 1988). Más cerca de Tumaco, además del trabajo de J.C. Cubillos y del estudio de G.Reichel D olm atoff y A. Dussan de Reichel, (Cubillos, 1955, Reichel Dolm atoff, 1965, 1987), se ha puesto en evidencia una m uy densa ocupación "Tum aco-La T olita " en toda la parte del litoral sur de la ensenada de Tumaco (Bouchard, 1982-1983, Patiño Castaño, 1994). Más adelante, propondré mi interpretación personal de esta colonización. 6

En cuanto a la cronología regional, para estar conform e con la distinción todavía vigen te entre el Form ativo final y los Desarrollos Regionales, p refiero llam ar "P re-T olita " a la más antigua ocupación, inclusive en La Tolita. En efecto, no tenem os ninguna seguridad de que se trata de una cultura nacida en La Tolita, por el contrario es m uy probable que este "C horreroide de la costa n orte" no sea origin ario de La Tolita. Tien do a pensar que en este entonces, La T olita no era el foco de difusión ni el centro poderoso que llegó a ser algunos siglos después; por lo tanto, no creo que sea m uy válid o llam ar "T o lita antiguo" a esta ocupación del Form ativo tardío en toda el área nor ecuatorial, sobre tod o si se considera que la difusión vien e desde más al sur (regió n de Esmeraldas) y llega probablem ent mucho más al norte del río Mataje. Para las siguientes ocupaciones que llam o "Tum aco-La T olita " (o "La Tolita-Tu m aco") conservo la subdivisión "clásico" y "ta rd ío " que bien parece reflejarse para la parte más reciente en un decaim iento estilístico.

7

Desde luego en estos tiem pos, hubo un tráfico im portante a lo largo de la costa y tam bién hacia el interior, com o lo muestra el trabajo reciente de DeBoer en la región del m edio Santiago-Cayapas (De Boer, 1996).

8

Tam bién existió un intercam bio, o por lo menos un tráfico, más allá de los lím ites internos de este te rrito rio llegando hasta la Sierra y hasta tierras aún más lejanas. Lo m uestra prim ero la presencia de obsidiana en casi todos los sitios de la costa y sabemos que ésta se encuentra solo en flujos volcánicos de altura. P o r otra parte, existen tam bién hallazgos de figurinas de estilo Tum aco La T olita en sitios apartados de esta costa com o la Sierra de Quito en el sitio Jardín del Este (Buys, 1989) o en la región Que-vedo, en el sitio La Cadena (Guillaume Gentil, 1996). Finalmente, dos figurinas de oro, halladas en el Angel (Carchi) y en Frias (Perú) plantean tam bién el tem a de la difusión de la orfeb rería Tumaco La T olita fuera de los estrictos "lím ites territoria les" de la costa norecuatorial.

9

Hacia 300 DC, podem os observar, que el decaim iento de "Tum aco La T olita " llega hasta el ocaso de La T o lita y ambos parecen repercu tir en toda la costa. En La Tolita, no se ha

22

descubierto huella de ocupación p osterior a esa fecha. En la m ayor parte de tod o el litoral, para los siglos inm ediatam ente posteriores a 300 D.C., existe un vacio cultural o bien aparecen escasas evidencias de ocupación com o la fase M orro en Tum aco (Bouchard, 1982-1983) y la fase Guadual en el m edio Santiago (De Boer, 1994). 10

Ambas m e parecen alejadas estilísticam ente de la fase "Tum aco - La Tolita". Hasta ahora no existe un consenso sobre estas fases y no queda m uy claro si se trata de una evolución cultural a partir de la cultura "Tum aco-LaTolita" o si se trata por el contrario de una tradición nueva que vien e a reem plazar esta cultura anterior. Esto se debe a la com pleta falta de indicios ciertos sobre el final de la cultura "Tum aco-La T olita " que aparentem ente se "desvaneció" en todo el litoral sin dejar ninguna herencia. En otras palabras, no sabemos porque desapareció esta cultura ni si desaparecieron al m ismo tiem p o las poblaciones costeras por una u otra razón que aún desconocemos.

11

Es precisam ente en este m om ento que esta área se desvincula del esquema de cronología cultural clásica: al parecer, en la costa norecuatorial, en v e z de pasar a una "in tegración " se presenta allí una verdadera "desintegración". En los siglos que siguen inm ediatam ente los excepcionales m om entos de auge cultural, salvo en algunos sitios, una com pleta ausencia humana substituye a los numerosos asentam ientos costeros, evocando un despoblam iento total de un día para el otro. Además, hasta la llegada de las expediciones de Pizarro, quien llegó precisam ente fren te a Tum aco en la fam osa Isla del Gallo, se conocen otras fases que m uestran grandes diferencias de desarrollo y densidad de ocupación desde Atacam es hacia el norte.

12

Sin em bargo, quedan algunos testim onios esencialm ente etnohistóricos, que indican vestigios de intercam bios. Por ejem plo, vale la pena recordar que se m enciona que varios grupos étnicos de la época de la Conquista com erciaban en la costa aportando al puerto llam ado Ciscalá sus productos para intercam biarlos. Se desconoce la localización de Ciscalá, pero hay indicios que estaba en esta costa norecuatorial, posiblem ente en el área Tum aco-La Tolita. (Alcina, 1979).

13

Otra inform ación im portante vien e de Cabello de Balboa que escribe: Entre la bahía de San Mateo y Ancón de Sardinas, hay un pequeño río, el cual, los caribes de aquellas riveras tienen por adoratorio y santuario, y traen oro en polvo de la tierra adentro metido en sus canastillos delgados y haciendo sus oraciones, cuales ellos son, lo derraman en él; en aquella parte están de guarnición cien indios o más, sustentados por los de la Provincia, y estos se mudan a tiempo y defienden bien su partido". (Cabello de Balboa,

1583). 14

Parece m uy probable que Cabello de Balboa se refiere a La T olita y que nos relata que en la época de la Conquista sobrevivía entre los grupos indígenas una especie de ritual (posiblem ente funerario), a pesar de haber pasado más de un m ilenio después del final de la cultura Tum aco La Tolita. M antener una guarnición de más de 100 personas y ven ir a derram ar oro en polvo com o ofrendas significa que para ellos el sitio era todavía m otivo de tráfico con fines altam ente culturales.

15

Finalm ente no debem os olvidarnos, de un hecho sobre el cual se ha trabajado m uy poco: Esmeraldas-Atacames es una zona de m ayor producción natural de uno de los más preciados objetos de com ercio precolom bino: el Spondylus. No hay suficientes datos hasta ahora para poder afirm ar que fue una de las regiones de extracción dentro de la red de com ercio pero, com o lo ha señalado M arcos en muchas ocasiones, la dem anda de esta preciada concha era tan im portante que los pescadores y traficantes de Spondylus no

23

debían ignorar esta fuente. (Sobre este tema, v e r la ponencia presentada p o r M. Guinea en este m ism o sim posio) 16

Tod o esto muestra que en buena parte se había restablecido un sistema de intercam bio y tráfico en la región norecuatorial.

El Morro en el contexto de trafico e intercam bios 17

En 1978, realizam os y a cateos que nos perm itieron establecer la pre-cencia de dos niveles culturales en el sitio El M orro - C.C.C.P. (Isla del M orro- Tum aco). El sitio ocupa un am plio espacio al borde de la playa que se encuentra entre el p rom on torio del faro y los muelles del puerto m oderno de Tum aco (Bouchard, 1982-1983).

18

En Octubre de 1996, gracias a la autorización otorgada por el Centro de Control de Contam inación del Pacífico (C.C.C.P.) de la Arm ada Nacional de Colom bia adelantamos excavaciones en este mismo sitio según el program a aprobado en 1995 por el Instituto Colom biano de A n trop ología (ICAN).

19

La ocupación más antigua se encontró a una profundidad de 0.5 m en prom edio. El análisis p erm itió iden tificar el m aterial cerám ico com o perteneciente a la fase cultural Tum aco-La Tolita. Además, presentó rasgos decorativos derivados de una tradición "ch o rrero id e", tal com o los que hem os identificado en el corpus de cerám ica del nivel Inguapi 1 del sitio In-guapi (Bouchard 19X2 1983).

20

La segunda ocupación fue detectada cerca de la playa y del pequeño m anglar que la antecede. Se trata de un basurero con gran concentración de m aterial, principalm ente cerám ico. Debajo, no aparecieron otros niveles y se encontró solam ente una pequeña cantidad de tiestos pertenecientes al m ismo nivel cultural. Este m aterial pertenece a la fase M orro. A esta fase corresponde un análisis con radiocarbónico de 430 A.D. realizado en 1979 Se obtuvó otro fecham iento más reciente dando una fecha de 1470 +- 95 BP, o sea 405 AD (cal) (G if 10808). Las dos fechas indican p or lo tanto que se trata de una ocupación del sitio después de la hegem onía cultural de La Tolita, lo que se confirm a a través del análisis del m aterial de este nivel arqueológico.

21

P o r lo tanto, son evidencias de dos ocupaciones prehispánicas hechas directam ente en el terren o litoral que presenta la m ayor protección en la isla, puesto que se encuentra en la costa abrigada del oleaje y de las corrientes marinas del océano, por su localización en la misma rada de Tum aco y no en la fachada m arítim a de la isla. Por su propia ubicación a orillas del m ar y en la bahía protegida, se trata de un sitio apto para recibir un tráfico de em barcaciones, com o las canoas usadas por los grupos precolom binos. Hacia el sur, en dirección al actual aeropuerto y de la isla de Tumaco, existía una am plia zon a de manglares y pantanos, no-aptos para un asentam iento humano.

22

Hemos podido observar solam ente una m ínim a parte del sitio pre-hispánico, que fue preservada de las destrucciones ocasionadas por la creación del m uelle actual en los años 1940-50 (Cubillos, 1955). Además, el extrem o sur del sitio fue afectado después del m arem oto de 1979 por barrios de invasión m odernos. Sólo en los terren os del C.C.C.P. y en algunas parcelas privadas quedan bien conservados los niveles prehispanicos de este asentam iento portuario.

24

La ocupación Tum aco La Tolita 23

N o hay fechas de carbono 14 asociadas pero, basándose en diversos rasgos de la cerám ica podem os proponer una fecha entre 500 AC - 300 AD. Se destacan características del Form ativo tardío com o las incisiones horizontales debajo de los labios.

24

En form a global, esta cerám ica es equiparable a la cerám ica encontrada en varios sitios de este p eríodo en la costa Sur de Colom bia y N orte del Ecuador.

25

Se nota la frecuencia relativam ente alta del tip o Inciso Geom étrico, característico de ollas carenadas, con la carena marcada y los m otivos geom étricos localizados entre el labio y la carena. Probablem ente son ollas con soportes trípodes. Otra form a bastante frecuente es la de escudillas trípodes. Ambas form as son m uy características de la fase Tum aco - La Tolita.

26

Tam bién hay fragm entos de figu rilla o elem entos particulares de recipientes que son típicos. Entre otros los soportes de vasijas polípodas de los cuales hay una im portante cantidad de gran tam año (más de 12 cm). Uno m uy peculiar es cónico y term in a en triángulo puntiagudo representando una cara de serpiente con dos ojos redondos sobre la parte superior. Esto confirm a la atribución a la tradición cerám ica Tum aco - La Tolita.

27

Como lo dem uestra la cerámica, este grupo se relaciona con la fase Tum aco - La Tolita. P o r lo tanto, la interpretación que podem os p ropon er para El M o rro es que el sitio tuvo un papel im portante dentro del sistema socio-cultural que lo gró unificar este litoral norecuatorial entre 600 AC y 300 DC, si tom am os las fechas que se han obtenido para ambos extrem os del p eríodo de hegem onía. En otras oporturnidades, em itim os la tesis de una difusión hacia el norte, especialm ente por la v ía acuática (m ar y ríos) debido a razones precisas: la necesidad, creada por los ritos de ofrenda funeraria con los enterram ientos de La Tolita, de conseguir oro de aluviones auríferos para responder a la dem anda perm anente de m ateria prim a necesaria para los orfebres. Pudimos com probar en un mapa de prospección geológica en las cuencas del M ira y Rosario que la llanura aluvial más cerca a Tum aco presenta muchas deposiciones auríferas a m uy poca distancia de la costa y de los manglares. Por lo tanto, podem os considerar que, en la región com prendida entre la parte sur de la bahía de Tum aco y la fron tera actual form ada por el río M ataje (costa y, sobre todo, llanura aluvial del litoral), la gran concentración de sitios arqueológicos cerca de las localidades de M onte A lto, Bucheli-Inguapi o Dos Quebradas no es fortu ita y se debe principalm ente a la presencia cercana de im portantes disposiciones auríferas aluviales: ellas fueron el m otivo principal de la colonización densa en la época prehispánica en

esa llanura. Así podem os explicar la presencia

de tantos sitios

arqueológicos, com o los encontrados por varios arqueológos (Cubillos, Reichel Dolm atoff, Patiño Castaño y Bouchard) sin olvid ar todos los que se han detectado (y destruido) sea p or actividades de guaquería, de desm onte para agricultura o de excavación de picinas de acuacultura. Tam bién se sabe que la costa desde Tum aco hasta Buenaventura tien e muchas cuencas fluviales con ricas disposiciones aluviales auríferas. El sitio El M orro, que controla la entrada sur de la ensenada de Tumaco, pudó ser una especie de term inal m arítim o (tal com o lo es actualm ente) que form aba la puerta de entrada a esta rica región aluvial, siendo ella más facilm ente accesible por m ar que por tierra desde la costa norte del Ecuador. 28

Las mismas características que favorecieron el desarrollo del actual puerto debieron ser aprovechadas por los m arineros precolom binos para establecer allí una base a partir de la

25

cual podían seguir navegando hacía los ríos que desembocan en la bahía y tam bién, hacia el norte rumbo a la región de Guapi y de Buenaventura, donde se han encontrado otros asentamientos de esta fase (Patiño Castaño, 1988, 1993; Salgado y Stemper, 1991, 1995). Adem ás de estos descubrim ientos hechos por profesionales, se han reportado varios hallazgos de sitios por parte de viajeros en esta zona, lo que confirm a una ocupación probablem ente m ayor. Desde luego, la relativa uniform idad de los hallazgos tiende a indicar que existía una conexión entre la m etrópoli y estos sitios. Dentro de ésta, la localización estratégica de El M orro, nos perm ite sugerir que pudo servir de escala en las rutas m arítim as de los navegantes precolom binos. 29

N o sabemos com o term in ó esta prim era ocupación en El M orro, pero sin lugar a duda, tien e que v e r con el fin de la hegem onía La T o lita que repercutió en tod o el área donde se habían asentado sus "colonias".

La ocupación de El Morro 30

En la cerámica, perteneciente a este n ivel se reconocen form as que consideram os diagnósticas según nuestra clasificación p revia (Bouchard, 1982-1983), sobre tod o las etapas con un pedestal acampanado, identificadas por la parte superior (de silueta sencilla o compuesta) o por la parte in ferio r (el pedestal acampanado). Estas copas son frecuentes en la costa ecuatoriana donde las llam an "com poteras" y pueden ten er varios tam años (m ediano y grande). En El M orro, nunca se presentan ejem plares de gran tamaño. Nos parece que en este nivel las copas con pedestal reem plazan las escudillas trípodes, una de las form as más características de la fase Tu-m aco-La Tolita. Es preciso señalar que de m anera casi simultánea en la costa norte del Ecuador, en la región del m edio Cayapas-Santiago no m uy alejada de La Tolita, la fase Guadual tam bién presenta el m ismo cambio de soportes m últiples a soportes únicos acampanados, cuando esta reem plaza a la fase Selva A legre que podem os equipararla con fase Tum aco-La T olita (DeBoer, 1995).

31

Otro elem ento clave de este nivel son las bases planas, circulares y gruesas que parecen destinadas a form ar bases m uy estables de recipientes para guardar alim entos o líquidos. Es probable que este nuevo tip o de recipiente reem plaze a las ollas trípodes o multipodes, de gran tamaño, tan frecuentes en la fase anterior.

32

Si las form as de los recipientes que considero clave para la cerám ica El M o rro no parecen derivarse

de las form as típicas de Tum aco-La Tolita, tam poco las clasificaciones

tipológicas que hem os realizado perm iten p ropon er sem ejante hipótesis: la pasta y la decoración de los 2 corpus presentan más bien grandes diferencias. 33

Además, varios elem entos cerám icos aportan inform ación en este sentido.

34

1 cuello de vasija con cara antropom orfa

35

1 fragm en to de olla pequeña con dos argollas externas debajo del labio

36

1 fragm en to de asa plana

37

1 fragm en to de asa m aciza cilíndrica

38

Todos estos elem entos no se encuentran en los corpus Tum aco-La Tolita.

39

Como lo hem os dicho al principio, entre 300 DC y 500 o 600 DC, solo se conocen las fases M orro en Tum aco y Guadual en Ecuador (Bouchard, 1982 1983; Patiño Castaño 1988; De Boer, 1995). Ambas se caracterizan por un cambio drástico en la m orfología de los

26

recipientes: el paso de los soportes m últiples a un pedestal único, de form a acampanada. Esta clase de vasija ("c o m p o te ra ") tam bién existe en otras fases culturales del Ecuador: p or ejem plo, se la conoce en el com plejo Muchique, en la costa norte de Manabí, un poco al sur de Esmeraldas (Zeidler, 1994). Estas fases Guadual y Muchique son las más cercanas a El M orro tanto en la cron ología com o en el espacio. Sería prem aturo equipararlas pero p or lo m enos nos da la im presión que la evolución de la cerám ica va en la misma dirección. Esto puede significar que al haber desaparecido la fu erte influencia de la cultura Tumaco-La Tolita, se abrió campo libre para que puedan llega r ideas u otras influencias foráneas. Desde luego, esto significaría que las fases que vien en después de la fase Tum aco-La T o lita produjeron vestigios cerám icos independientes de todas las normas que regían antes a la producción, sea p or la desaparición de éstas o por un debilitam iento que p erm itió dar paso a otras expresiones culturales. 40

P o r otra parte, m erecen un com entario tam bién otros hechos. Prim ero, dos esquirlas de obsidiana de este nivel indican claram ente que en la fase El M o rro persiste el tráfico o intercam bio entre la Costa y la Sierra, puesto que las fuentes conocidas de obsidiana se ubican en la Sierra. Sobre los eventuales nexos entre Tumaco-La T olita y El M orro, es necesario preguntarse si hay continuidad o discontinuidad. En espera de más datos y hallazgos sobre el tem a, es interesante notar un im portante detalle tecnológico. Para la fase El M orro, no se conoce aún una orfeb rería a través de vestigios de metal. Sin em bargo, la cara humana que decora un cuello de vasija presenta una nariguera, lo que puede ser indicio de su existencia. El estilo de la nariguera parece tardío y distinto al clásico estilo de la orfeb rería Tumaco-La Tolita, lo que nos puede indicar una nueva tradición orfebre, al igual que los cambios m orfológicos de la cerám ica parecen indicar una nueva tradición alfarera.

41

P o r otra parte, los campos drenados y cam ellones de cultivo descubiertos tanto en el área cerca

de

Tum aco

com o

en

los

alrededores

de

La Tolita,

parecen

relacionados

exclusivam ente con la fase Tum aco-La Tolita. 42

Esto indicaría que y a no se cultivaban en el m om ento de la fase El M orro, significando una im portante pérdida tecnológica. Esto puede ser tam bién un indicio de desvinculación entre las dos fases Tumaco-La T o lita y El M orro.

43

Para concluir, las evidencias de intercam bio y tráfico nos revelan una dinámica que contrasta con la im agen de un aislam ento casi com pleto que prevalecía hace unos pocos decenios. Esto es uno de los m ayores cambios aportados por los proyectos arqueológicos m odernos que reem plazan los obsoletos conceptos que existían antes sobre esta región.

BIBLIOGRAFÍA

27

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28

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ANEXOS ANEXO CLASIFICACION DE LA CERÁMICA DE EL MORRO A) Repartición de los tipos cerámicos en el nivel superior

TIPO CERÁMICO Morro Ordinario Morro Zonas Rojas Morro Bicolor Morro Marrón Morro Negro Morro Muescas

Unidades de recipiente 504 10 65 19 7 16

% 47.45 % 0.94 % 6.12 % 1.78% 0.65 % 1.50%

29

B) Repartición de los tipos cerámicos en el nivel inferior

TIPO CERAMICO Bicolor Inciso Roj o Ordinario Arenoso Inciso Geométrico Zonas Rojas Bandas Rojas Estampado

AUTOR J.F. BO UCHAR D

Arqueólogo, U.P.R. 312 - C.N.R.S.

Unidades de recipientes 4 23 31 118 16 11 12 35 2

% 1.58 % 9.12 % 12.30 % 46.82 % 6.34 % 4.36 % 4.76 % 13.88 % 0.79 %

30

Sociedades Complejas en Tumaco: Asentamiento, Subsistencia e Intercambio Diógenes Patiño

1. La Investigación en Tumaco 1

El p royecto Tum aco iniciado en 1995 consiste en un estudio regional costero orientado hacia la problem ática de la arqueología de esta zona. Tum aco y La Tolita, en la región de fon tera entre Colom bia y Ecuador, han sido dos centros prehispánicos de alta influencia cultural a lo largo de la costa Pacífica del norte de Sur A m érica (Figura 1). Tum aco a pesar de ser un centro cultural im portante que refleja características de sociedades complejas en el pasado, ha sido objeto de pocos estudios arqueológicos en las últimas décadas (Bouchard 1982-83; Patiño 1993). Esta área cultural se destaca por innum erables restos arqueológicos en arcilla, metales, concha, piedra, etc. La gran cantidad de sitios de interés arqueológico en la zona ha conducido al saqueo desmesurado del patrim onio lo que constituye uno de los m ayores problem as para la región y para la investigación de las culturas costeras.

2

Para el presente estudio se realizaron prospecciones sistemáticas, sondeos y excavaciones durante una prolongada tem porada de campo a com ienzos de 1995. Se recuperó abundante inform ación sobre la distribución de los asentamientos, centros poblados con m ontículos, campos agrícolas prehispánicos y evidencias de la cultura; m aterial que reflejan niveles de com plejidad tal que nos conduce a plantear que form aciones cacicales im portantes se desarrollaron en estas tierras húmedas costeras.

2. El Area de Estudio: Localización y Am biente 3

El área de estudio en Tum aco se localiza entre los 1°- 30' and 1° 50' Latitud Norte. La tem peratura anual prom edio es de 26°C con una plu-viosidad anual entre 4000 y 6000 mm.

31

Su vegetación es clasificada com o bosque tropical m uy húmedo (bm h-T). Durante el año, el "vera n o " se presenta entre los meses de enero, febrero, ju lio y agosto; el invierno en los meses restantes (Cortés 1981; IGAC 1985). La región costera se caracteriza por ten er una llanura aluvial plana disecada por muchas corrientes de agua (e.g., Patía, M ira, Rosario) y por ten er colinas que ganan altura hacia las estribaciones occidentales de los Andes que alcanza los 3000 m.s.n.m. La parte baja del litoral Pacífico esta form ado por una extensa y rica franja de manglares, afectada por las mareas y cruzada p or ríos y esteros que facilitan la navegación, desde tiem pos prehispánicos, entre los poblados y caceríos del área (Figuras 1 y 2).

3. Fases Arqueológicas en Tumaco 4

En la región no se han observado evidencias de grupos precerám i-cos, ni tam poco ha existido un claro proceso form ativo de culturas conocedoras de la agricultura o de la industria cerámica. Estos fenóm enos culturales ocurren con m ayor significación al sur de la provincia de Esmeraldas, Ecuador (Guinea 1986). Entre Colom bia y Ecuador, por el contrario, las evidencias de restos arqueológicos apuntan a sociedades com plejas cuyo m ayor grado cultural fue alcanzado por los cacicazgos del área Tum aco (Fase Inguapí II) (Patiño 1997) y La T o lita (etapa Clásica) (V aldez 1987:17).

5

Para los análisis de m ateriales del p royecto nos basamos en los trabajos realizados por J. F. Bouchard (1982-83). La clasificación de m ateriales fue a su ve z encam inada hacia un análisis de seriación que ju n to con fechas de C-14 determ inaron posiciones cronológicas para una secuencia de 4 fases arqueológicas en la región de Tumaco: Inguapí I (500-350 a.C); Inguapí II (350 a.C.-350 d.C); El M o rro (350-600 d.C.) y Bucheli-Caunapí (700-1500 d.C). En realidad pocos sitios m ostraron evidencias del período colonial.

4. Al Rescate de las Evidencias 6

Los trabajos de campo en Tum aco fu eron adelantados en un área de 25 km que com prende las regiones del bajo río Rosario y Caunapí, zona costera de Tum aco y la zona plana

interfluvial

(v ía

Tum aco)

(Figura

1).

De

acuerdo

con

nuestros

propósitos

investigativos, la región fue dividida en tres zonas fisiográficas claram ente definidas como: (1) zona de manglares, (2) zona interfluvial y (3) zona fluvial (Figura 2). En el terren o el trabajo de investigación tu vo dos secciones im portantes, una encaminada a elaborar un registro de las pautas de asentam iento costero y su relación con los ecosistemas, y otra, a realizar excavaciones en sitios arqueológicos que aportaran evidencias culturales relevantes sobre las sociedades prehispáni-cas. 7

P a tro n e s d e A sen ta m ien to . En el terren o, la prospección sistemática se realizó en un trayecto de 40 km. que va de Espriella a Tumaco. En este tran-secto se rastreó una franja de 600 m etros de ancho lo que sumó casi el 50% del total de sitios arqueológicos en la región de estudio. El otro 50% fue detectado en las zonas de m anglar y en los ríos in teriores m ediante prospecciones al azar que, aunque poco sistemática debido a las dificultades en áreas de bosque húmedo, arrojó im portantes resultados para nuestro estudio. La prospección total en las zonas fisiográficas arrojó un total de 97 sitios arqueológicos (Figura 2). Estos fu eron ocupados bien por una o dos viviendas en espacios de menos de 1 ha. com o por un conjunto de viviendas o poblados con m ontículos

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artificiales (tolas) más com plejo en espacios de 8 a 20 ha (Figura 3 y 4). Otros sitios en zonas planas alcanzan más de 100 hectáreas, donde se com binan campos de cultivo y áreas de vivien d a con m ontículos (Figura 5) (Foto 1 y 2). De los sitios habitados se analizaron construcciones de m ontículos artificiales, los cuales se usaron para vivienda, posibles talleres y

enterram ientos funerarios. Tam bién son comunes las áreas de

ocupación con altas concentraciones de basuras prehis-pánicas. De acuerdo con las zonas fisiográficas tres son los patrones de asentam iento en Tumaco: (1) ocupación en zonas de m anglares con viviendas probablem ente levantadas del suelo para evitar la humedad; tam bién existe el uso de m ontículos artificiales de varios tamaños. Según los restos arqueológicos, los m oradores estuvieron m uy relacionados con los recursos de estuarios, bocanas y m ar abierto. Sitios típicos de esta zona fu eron San Luís (S02), Tam billo (S04) y N erete (S03); (2) asentam ientos en las tierras planas fértiles de la llanura aluvial colindante con la zona de manglares. Estos centros poblados tienden a ser los más grandes en la

región

con

concentraciones de m ontículos, campos de

cultivos y

abundantes restos culturales diseminados en la superficie. Como ejem plo im portante de este patrón tenem os la zona de Chilví e Inguapí con sitios com o La M agnolia (S14), La Catedral (S19) e Inguapí (S13) y los campos de cultivo de Piñal Salado (S06) (Foto 1), Las Marías (S12) (Foto 2) y La Tirsa (S59); (3) ocupación de áreas de colinas y zonas aluviales in teriores caracterizada por suelos poco fértiles. Los sitios generalm ente se com ponen de 1 o 2 m ontículos pequeños y dispersos, así com o de sitios sin montículos, com o los hallados en los ríos Caunapí y Rosario: La R em igia (S53), La Esperanza (S58) y La Cortadura (S65). Tam bién existió asentam iento con m ontículos en la isla de El M orro, sitios Exporcol (S01) en las cercanías de la Capitanía del Puerto; sin em bargo, el patrón de asentam iento en zonas de playas arenosas no fue m uy común. 8

Con la ayuda de Sistemas de Inform ación G eográfica (SIG) (Idrisi) y el uso de la base de datos del proyecto, se generaron mapas analíticos que com binan las fases arqueológicas, sitios y las diferentes zonas fisiográficas de las tierras bajas de Tum aco (A lien et. al. 1992). En los mapas los sitios distribuidos por las fases arqueológicas revelan concentración o dispersión de acuerdo a pautas de asentam iento en diferentes m om entos tem porales. Es eviden te que durante la ocupación más densa en Tumaco, fase Inguapí II, se observa una m ayor concentración de sitios en los ecosistemas de manglares, ricos en pesca y la llanura aluvial plana de suelos fértiles. Esta pauta contrasta con los asentamientos tardíos de la fase Bucheli-Caunapí los cuales tienden a concentrarse en los am bientes fluviales y de colinas donde los suelos ácidos son poco fértiles y la pesca es limitada. Para la fase El M orro, la distribución de sitios muestra la ocupación de diferentes am bientes tanto en la costa com o en el in terior de la llanura aluvial, aunque su patrón de asentam iento no es m uy claro. Es im portante anotar que a partir del 600 d.C. al parecer, el área costera es abandonada y las zonas de estuarios y m anglares lentam ente dejan de ser explotadas. Los registros arqueológicos tardíos m uestran patrones de asentam iento más o menos sim ilares a aquellos observados en grupos del Chocó y am azónicos contem poráneos con una subsistencia basada en la agricultura y suple-mentada con la pesca y caza en zonas in teriores ribereñas (M eggers 1971; Vargas 1993).

9

P a tro n e s d e Su bsistencia. A portes para el estudio de la subsistencia provien en del análisis del polen de campos de cultivo e inferencias a partir de restos materiales. El maíz (Zea mays) se ratifica com o uno de los principales alim entos en la dieta de las sociedades

costeras. En la actualidad parece aceptarse la correlación entre la intensificación de la agricultura del m aíz com o principal producto y la em ergencia de sociedades com plejas en

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las zonas tropicales del N uevo Mundo (Drennan 1995:306; Raym ond et. al. 1993). Sin em bargo, la agricultura de la yuca (M a n ih o c esculenta) al parecer fue determ inante com o producto básico entre grupos humanos del tróp ico húm edo (DeBoer 1975; Lathrap 1970:47-57; Sanoja 1981). La agricultura entre las sociedades Tum aco-La T olita fue intensam ente desarrollada. En nuestra área de estudio, por prim era v e z se reportan extensos campos de cultivo prehispánicos (Foto 1 y 2). Hasta el m om ento este tip o de tecn ología agraria sólo se había observado en las regiones inundables del río Guayas y en algunos sectores de Esmeraldas, Ecuador (Buys and Muse 1987; Denevan and M athewson 1983; M ontaño 1991; Parsons 1973; Parsons y Schlemon 1982; Stem per 1993; T ih ay y Usellman 1995). Este tip o de rasgos fué observado tanto en el terren o com o en fotografías aéreas de buena resolución (escala 1:13.700). Los campos de cultivo están principalm ente basados en cam ellones paralelos y largas zanjas de más de 1 km. de largo. El com plejo sistema tien e canales que oscilan entre los 4 y 9 m etros de ancho y cam ellones entre los 4 y 20 m etros de ancho levantados 50 ó 60 cm. de la superficie actual. En algunos casos los canales v ierten las aguas directam ente en esteros com o en el sitio de Piñal Salado (S06) (Figura 5). En el estero de este sitio se observan antiguos cursos o madres viejas donde desaguan varios canales paralelos. En zonas donde h oy existe pastoreo los canales han perdido parte de la estructura original a causa de la erosión y com pactación del suelo. La geom etría de los canales tiende a form ar "haches" ó se asemejan a un "p ein e" con varios canales cortos de 100 y 250 metros. 10

En Tum aco los campos de cultivo en muchos casos sólo estan parcialm ente descubiertos, lo que indica que sus áreas pueden ser mayores. Los sitios más destacados son: (1) Piñal Salado (S06) (Foto 1) a 4 m.s.n.m. se localiza al noroeste del pueblo El Piñal, en una zona interm edia entre la llanura aluvial y la selva de manglares. Una extensa área de unas 100 hectáreas está cubierta por largos canales con cam ellones paralelos que drenan las aguas en el estero del m ismo nom bre; (2) Las Tres Marías (S12) (Foto 2) (Bucheli) a 5 m.s.n.m. en esta finca los campos de cultivo aparecen asociados a m ontículos que han sido destruidos para la fabricación de ladrillo en el sector de El Esfuerzo (S09), cerca al cacerío Guayabal. Los campos para cultivos se basan en dos grandes zanjas que drenan m últiples canales paralelos en una área aproxim ada de 50 hectáreas; (3) La Tirsa (S59) a 15 m.s.n.m. en el área de Chilví, cerca del sitio La Catedral (S19) (Figura 3), se encuentran los campos de dos tipos: uno en zanjas y cam ellones en áreas pequeñas despejadas y otros en campos con largos canales paralelos de más de 1 km. cortados por la v ía que va de Pasto a Tumaco. Este sistema parcialm ente despejado ocupa aproxim adam ente unas 50 hectáreas; (4) Inguapí del Carmen (S11), parches despejados de selva dejan observar campos de cultivo consistentes en patrones de líneas paralelas en predios fren te a M aragrícola S.A., en dirección al río M ira. Su extensión puede abarcar unos 50 a 60 hectáreas en las áreas despejadas; (5) Finca de Teodulinda Carabalí, localizada a 6 km. de Chilví, en dirección al río M ira. Este sitio fue observado en fotos aéreas y reviste especial interés debido a que los campos elevados son curvos y rectilíneos que ocupan una extensión de 5 a 7 hectáreas en zonas despejadas; (6) Sitio El Gran Cebú (S50) a 50 m.s.n.m., localizados en el km. 35 de la v ía Pasto-Tumaco, se observan largas zanjas y canales erosionados por el pastoreo actual en una área de unas 50 hectáreas. Otros sitios que contienen canales y zanjas se hallan en pequeñas parcelas de propietarios de fincas que están siendo desmontadas del bosque natural. Con seguridad éstos son secciones de campos de cultivo antiguos que apenas estan siendo descubiertos en la zona.

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11

En los sitios Las T res Marías (S12) y La Tirsa (S59) se realizaron excavaciones de cam ellones y canales. En ambos sitios se rescataron pocos m ateriales culturales (e.g. cerámicas con soportes m am iform es) de filiación Tumaco-La T olita (Fase Inguapí II) y algunos restos botánicos. En Las Tres Marías el nivel freático aparece a los l0cm. de excavación en la parte del canal y se puede decir que el sistema prehispánico de canales aún funciona para drenar los terren os de pastoreo. A l parecer los cam ellones eran más altos con respecto al n ivel actual y el canal más profundo. Esto se deduce a partir de la acción de la erosión y sedim entación causada desde el m om ento de abandono del sistema. En la capa B grís clara arcillo-arenosa se hallaron varias semillas de palma Tagua (Phytelephas seem annii) y polen de especies arbóreas y esporas de heléchos hasta los 30cm.

de profundidad. En el sedim ento oscurecido por descom posición orgánica, Capa C, se hallaron semillas de palm a Chunga (Astrocaryum standleyanum) hasta los 43 cm. asociadas a polen de las mismas especies de humedales arriba anotadas. Las especies de palmas m encionadas son am pliam ente usadas en la costa para estructuras y techos de las viviendas. De otro lado, no existe polen de especies cultivadas en esta excavación, aunque se esperan los análisis de fitolitos. En la excavación de La Tirsa (S59) se observan más o m enos las mismas características del sitio anterior, allí los cam ellones estan m ejor conservados. Sólo en la capa gris clara arcillosa, Capa B, oxidada por las fluctuaciones del n ivel freático, se halló polen de m aíz (Zea mays) y de especies arbóreas. Otras plantas cultivadas com o la calabaza ó ahuyama (C urcubita sp.) fueron m otivo de representación en form as cerámicas, com o la excavada en el sitio La Magnolia. 12

Otras fuentes de subsistencia son identificadas a partir de los m ateriales cerám icos y líticos. Los típicos ralladores de arcilla con incrustaciones en piedra parecen haber sido utilizados para varios fines, especialm ente en la preparación de peces y probablem ente en el rallado de tubérculos com o la yuca (M an ih oc esculenta). Este producto asociado al maíz, fue reconocido a través de muestras de polen del sitio La Cocotera (Patio 1988a, 1995). En el m ar abierto y los estuarios la pesca y recolección de mariscos fu eron actividades im portantes para la dieta de estas sociedades. Innumerables pesas de red líticas son recolectadas en sitios de m anglares y ríos interiores. Pocos restos óseos y de conchas se hallaron en el sitio La M agnolia (S14) en estratos profundos de un m ontículo ocupado durante la fase Inguapí II. Estudios sobre este tem a aún son incom pletos e inexistentes especialm ente debido a la alta descom posión de los m ateriales orgánicos en los sitios. Igualm ente podem os decir de la fauna selvática, algunas de las especies de aves, reptiles y m am íferos sólo se reconocen a través de la plástica cerám ica Tumaco-La Tolita.

13

R ed es d e In terca m b io . A un nivel más am plio podem os destacar la im portancia del intercam bio

regional m arítim o y

terrestre

m antenido por los principales centros

Tum aco-La Tolita. Existen evidencias en el registro arqueológico que sugieren la existencia de rutas m arítim as que conectaban puertos de com ercio desde el sur de Esmeraldas a la bahía de Tum aco y de allí hasta Buenaventura (Bouchard 1992; Casas 1991; Patiño 1988a, 1988b; Salgado y Stem per 1995). En la parte continental productos costeros aparecen en el in terior de las tierras altas andinas (e.g., conchas, caracoles, cerámicas, etc.) y viceversa productos de los Andes en la costa (Figura 1). 14

Las sociedades Tumaco-La T olita incluyeron dentro de sus bienes suntuarios piezas de obsidiana, gracias a las posibilidades de un intercam bio a larga distancia. En Tumaco varios sitios arqueológicos reportan obsidianas que se distribuyen tanto en la zona de m anglares com o en la planicie aluvial. En total se han hallado 28 fragm entos de obsidiana, incluidos 4 fragm entos hallados con anterioridad por Bouchard (1982-83:218; Fig. 20). Este

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tip o de m ateriales exóticos se hallan m ezclados con cerámicas de las fases Inguapí II y El M orro. En nuestro p royecto las obsidianas que se asocian a m ateriales de la fase Inguapí II suman en total 23 fragm entos encontrados en bajas cantidades de 1 a 4 p or sitio y en cantidad de 11 fragm entos en un sólo sitio, com o es el caso de La M iranda (S97) a orillas del río M ira. Estos m ateriales se asocian a m ontículos artificiales y a basureros. Para la fase El M o rro sólo contam os con un fragm ento hallado en un basurero del sitio Exporcol (S01) en la isla de El M orro. En Tum aco las zonas de m ayor concentración de fragm entos de obsidiana son los alrededores de Inguapí, el área de La M agnolia cerca a los manglares y el área de La M iranda (S97) en el río M ira, a unos 40 km. de su desembocadura en el mar. La obsidiana tam bién se halla asociada a fragm entos de figurinas Tum aco-La T o lita en m ontículos que han sido ocupados para viviendas y entierros secundarios. Este es el caso del sitio La Rem igia (S53), río Caunapí, donde se excavaron 4 fragm entos de obsidiana asociados a una urna funeraria y a un piso de vivien d a en un m ontículo que data en 60 A 120 a.C. (Patiño 1997). La m ayoría de las piezas de obsidiana son fragm entos pequeños y medianos entre 1 y 4 cm. que corresponden a lascas, núcleos corticales, desechos de núcleo y a posibles navajas y raspadores con huellas de uso. De acuerdo a Salazar (1992:126), se cree que debido a la restringida diversidad tip ológica de estos im plem entos en la costa, estos no fueron usados en tareas dom ésticas diarias, sino más bien para uso prim ordial-m ente ritual, lo cual generaba una dem anda especial de estos m ateriales. Por ejem plo, espejos de obsidiana tallada y pulida recuperados en la región de Esmeraldas se los ha interpretado com o objetos de poder ritual entre chamanes (Burger et. al. 1994:246; Salazar 1992:126; Uhle 1927:248; V aldez 1987:72). 15

A nivel local, la industria m etalurgica fue im portante en Tumaco. Nuevas evidencias sobre estas actividades son reportadas en esta región. En el sitio La M agnolia (S14) (C hilví) constituido por dos grandes m ontículos de más o menos 40 m. de largo por 20 m. de ancho y alturas entre los 2 y 2.5 m etros, se excavaron pequeñas muestras orfebres. El sitio se encuentra inscrito dentro de una extensa área de campos de cultivo prehispánicos de la región de Inguapí y Chilví (Figura 4).

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En la T ola 1, Tr-2 se excavaron estratos y rellenos con m ateriales culturales de las fases Inguapí I y II. El hallazgo de pequeños vestigios orfebres se realizó en los niveles más antiguos. En el nivel 200-210 cm. dos fragm entos de láminas repujadas y diminutos alambres de oro fueron fechados en 470 ± 90 a.C. (Beta 82931). En el n ivel 310-320 cm. sólo alambres de oro fu eron excavados en asociación con m ateriales carbonizados fechados en 370 ± 60 a.C. (Beta 82930)1 (Figura 4). Aunque las fechas aparecen invertidas por causa de los depósitos de rellenos, estas resultan contem poráneas para el m om ento inicial de la ocupación del sitio donde se aprecia un patrón de asentam iento sobre el terren o original y luego durante los prim eros rellenos del m ontículo. De acuerdo con las excavaciones las muestras orfebres fu eron recuperadas en suelos antropogénicos asociados a huellas de postes, figurillas clásicas, fragm entos de vasijas y pocos restos de conchas y peces. Estos rasgos en su conjunto sugieren áreas de actividad, donde labores artesanales com o la orfeb rería pudieron desarrollarse. Las pequeñas piezas en sí se consideran com o desperdicios de talleres ubicados en las mismas tolas, pues los m ateriales hallados no tien en asociaciones con enterram ientos. Técnicam ente, las dos pequeñas láminas de oro de aluvión fueron fundidas y repujadas, una de ellas contiene com ponentes de plata y cobre en pequeñas cantidades. Los alambres de oro, observados bajo el m icroscopio tien e secciones rectangulares lo que indica que estos fu eron elaborados intencionalm ente. Scott

(1991:73-74)

anota

que

existen

dificultades

para reconstruir la técnica

de

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elaboración de estos hilos y sugiere que este tip o de alambres pudieron ser fabricados m ediante el corte de tiras de láminas de oro martilladas; sin em bargo, aún es com plicado explicar la delicadeza y regularidad de los mismos. 17

Desde el punto de vista cronológico, las fechas obtenidas para las piezas orfebres de La M agnolia son una evidencia más de la antiguedad del uso de los m etales en la costa, rem ontándose al siglo V a.C. Este mism o tip o de m ateriales, hilos y lam inillas de oro han sido reportados en excavaciones tanto de Tum aco y La T olita com o en la costa caucana. En Inguapí, M ontículo 5, en estratos sim ilares a los de La M agnolia, se obtu vieron hilos de oro fechados en 325 a.C. (Bouchard 1982-83:221; Scott y Bouchard 1988:7); m ientras que en La T olita una muestra de pequeñas piezas laminadas del sitio Cancha se ubican en el 90 d.C. (Ibid:5).

5. Hipótesis de los Cacicazgos Costeros 18

En los últim os años la teo ría del surgim iento y desarrollo de los cacicazgos (chiefdom s) en A m érica ha sido alim entada paulatinamente tanto por nuevos enfoques com o por nuevas evidencias arqueológicas y etnográficas. Los nuevos enfoques basados en registros arqueológicos y

en casos respaldados por la etnografía, exam inan los procesos e

instancias del control socio- político y económ ico desarrollado por aquellas sociedades que se definen com o cacicales. De igual manera, las sociedades com plejas pueden ser conocidas a través de procesos a largo plazo, y a que estas form an parte de sistemas am plios de relaciones sociales y económ icas (Dren-nan y Quattrin 1995; Early 1991; Gilman 1991; Steponaitis 1991). 19

En las zonas tropicales de Am érica, se han analizado m odelos de cacicazgos com o expresiones de com plejidad cultural (Drennan 1995; Drennan y Uribe 1987; Langebaek y Cárdenas 1996). Dentro de estos m odelos se tien en en cuenta diferentes form as de control p or parte de las élites, donde las relaciones de poder m uestran diferentes actividades com o la producción de alimentos, intercam bios a corta y larga distancia, distribución de asentamientos, uso de la tierra, m ovilidad, manufactura de bienes, m ercados y guerras. Con estos elem entos se da una m ayor profundidad a la interpretación y dinám ica de estas sociedades las cuales no fueron igualitarias relativam ente simples ni tam poco su com plejidad alcanzó la m agnitud organizativa y coercitiva de los estados (Drennan 1992; Earle 1991; Johnson y Earle 1987; Langebaek y Cárdenas 1996; Patterson y Gayle 1987).

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En la costa Pacífica colom bo-ecuatoriana estudios recientes (Stem -per 1993; Z eidler y Pearsall 1995) han subrayado la existencia de sociedades cacicales de carácter regional com o entidades culturales con niveles de com plejidad variada. Aunque no se han realizado trabajos com pletos e integrados de estos procesos, se observa que evidencias de estas sociedades aparecen desde el Form ativo, se consolidan en los Desarrollos Regionales y persisten en el p eríodo de In tegración no sólo en la costa sino tam bién en los valles y altiplanos andinos (Athens 1980; Echeverría 1988; Uribe 1986). En varias regiones, com o en Tum aco y La Tolita, el desarrollo de estas sociedades perduró p or largos períodos tem porales pero nunca llegaron a constituirse en sociedades estatales (M arcos 1986; Stem per 1993:4-16; Zeidler y Pearsall 1994:2).

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En la costa uno de los tópicos que más llam a la atención de los investigadores ha sido aquel de los sistemas de intercam bio debido al hallazgo y persistencia de objetos suntuarios o "bienes de élite", tales com o cuentas, conchas Spondylus sp., obsidianas y

37

objetos de metal en diferentes sitios arqueológicos, lo que ha indicado la variabilidad de acceso a los recursos y materias primas. Estos item s pudieron haber sido usados com o bienes de prestigio por las élites de estas sociedades, lo cual se constituye en una característica im portante de las sociedades de rango (Currie 1995; De-boer 1996; Drennan 1995; Fried 1967; Gnecco 1996; M arcos 1986; M ester 1985; Zeidler 1994). Feldman (1987:13) es enfático en asegurar que los m iem bros de la élite tien en los m edios para adquirir bienes especiales que sirven a la v e z com o sím bolo de su status. La demanda p or aquellos bienes

de uso

suntuario

estim ula la

producción

artesanal

de

especialistas y

su

intercam bio. 22

La investigación en la costa tam bién resalta la constitución de poblados y centros cerem oniales que en la m ayoría de los casos, ocuparon aquellas tierras de m ejor productividad. Varias zonas de las tierras bajas costeras con altos niveles de humedad, fu eron adaptadas para la agricultura extensiva m ediante grandes obras de infraestructura -e.g., zanjas, canales, cam ellones y diques- que regularon los excesos de agua. Este es el caso de las áreas bajas costeras de las regiones del Guayas, La T olita y Tum aco (Buys y Muse 1987; Denevan y M athewson 1983; Parsons y Schlemon 1982; Patiño 1993; Stemper 1993). Por otro lado los ríos, bocanas y m ar abierto, además de proveer recursos de subsistencia, interconectaron diferentes zonas fisiográficas haciendo posible la m ovilidad e intercam bio de productos entre estas sociedades. Figura 1. Distribución de sitios arqueológicos en la Costa Pacífica de Colombia y Ecuador

38

Figura 3. Sitio La Catedral (S19). Montículo Central y Satélites en las Orillas del Río Chilví. Tumaco

39

Figura 4. Sitio La Magnolia (S14) Montículo 1 estratigrafía

Figura 5. Sitio Piñal Salado (S 06) campos de cultivo Prehispánicos

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Foto 1. Campos de cultivo prehispánicos en el sitio Piñal Salado (S 06). Tumaco. Colombia Aerofono escala Aprox. 1=25000

Foto 2. Campos de cultivo prehispánicos en el sitio Las Tres Marías (S12).Tum aco. Colombia aerofono, escala 1:6000

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NOTAS 1. Estas nuevas muestras de carbono 14 fueron enviadas por el Museo del Oro (Santafé de Bogotá) al laboratorio Beta, Miami, FL. su importancia estriba en una mayor antiguedad para la orfebreria costera del sur de Colombia, la que se remonta a más de 500 a.C.

RESÚMENES En la costa Pacífica de Colombia y Ecuador las sociedades complejas Tumaco-La Tolita (ca. 350 a.C.-350 d.C) se caracterizan por conjuntos de montículos, campos de cultivo, sofisticada industria orfebre y cerámica, intercambio a larga distancia y por una economía de subsistencia basada en la agricultura y recursos marinos. Este trabajo busca explicar cómo estas sociedades lograron florecer por cerca de 700 años en un ambiente tropical extremadamente húmedo (4000-6000 mm/año). Reconocimientos sistemáticos, excavaciones y análisis espaciales son usados para determinar: (1) asentamientos y patrones de subsistencia; (2) interrelaciones culturales; (3) redes de intercambio y (4) para proveer una cronología más refinada de la región. In the Pacific coast o f Colombia and Ecuador the complex societies o f Tumaco-La Tolita (ca. 350a.C-350 d.C.) are characterized by mounds, rised fields, sophisticated metallurgy and ceramic industry, long distance exchange, and by an economy o f subsistence based on agriculture and marine resources. This work seeks for explaining how these societies flourished for almost 700

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years in a very humid tropical area (4000-6000 mm/year). Systematic survey, excavations, and spacial analysis are used to determine ( 1 ) settlement patterns and subsistence, ( 2 ) cultural in terrelations, ( 3 ) exchange circulation, and ( 4 ) to provide a fine chronology in the area.

ÍNDICE P a la b ra s claves: Sociedades Complejas, Asentamiento, Subsistencia, Cultura Material, Costa

Pacífica, Colombia, Ecuador K eyw ords: Complex Societies, Settlement, Subsistence, Cultural Material, Pacific Coast,

Colombia, Ecuador

AUTOR D IÓ G ENES PATIÑO

Dept. de Antropología Universidad del Cauca, Popayán, Col. Dept. o f Anthropology, Temple University, Philadelphia, USA. FIAN, Bogotá, Col.

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Ambientes húmedos de la costa pacífica ecuatorial (Colombia y Ecuador) y uso antrópico: geodinámica y aportes de los sensores remotos Jean-Pierre Tihay y Pierre Usselm ann

1

El litoral pacífico ecuatorial am ericano se caracteriza por costas bajas, tem pladas y húmedas, con sedim entos en gran parte finos, y una cobertura im portante de m anglares y bosques pantanosos. P o r lo demás, este litoral se m odifica frecuentem ente y de manera im portante por la propia dinám ica de las corrientes marinas y de los ríos, así com o a consecuencia de los numerosos sismos que siguen afectando esta costa. Sin em bargo, este m edio difícil ha sido ocupado por el hom bre desde al menos 2500 años BP, que supo desarrollar la técnica de los cam ellones para m ejorar un drenaje deficiente o totalm ente nulo.

1. Geodinámica del litoral pacífico ecuatorial y medio am biente 2

(n o hem os incluido ningún mapa en este texto, por lo cual pedim os a los lectores consultar a T ih ay y al. 1995)

3

Bien descrita de m anera general (Tih ay y al.1995, Correa 1996), la geodinám ica de este litoral indica la sucesión esquemática, y la variada im bricación, desde el in terior hasta la linea costera, de los siguientes conjuntos: piam onte de la C ordillera occidental; llanura litoral de acumulación con, eventualm ente, terrazas fluviales y

antiguos depósitos

deltáicos, flechas y cordones litorales m arinos fósiles, antiguas entalladuras o acantilados marinos; finalm ente deltas actuales y diques aluviales o esteros de marea, pantanos y lagunas litorales, flechas, cordones arenosos e islas-barrera. Los sedim entos son en

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general m uy finos, desde lodo hasta arena. Afectados por la marea, son a m enudo bañados por aguas saladas o salobres; a lo largo de los ríos que bajan de la cordillera, y algo retirado del litoral, la sal puede desaparecer totalm ente. Sin em bargo, es generalm ente m uy difícil delim itar en este m edio acuático un sector de otro, siendo todos los lím ites transiciones entre m edios distintos. 4

El hom bre

se estableció

en la proxim idad de la línea costera (Bouchard

1995),

seguram ente por el hecho de que circulaba más facilm ente por el litoral que por el interior, e igualm ente quizás por la necesidad de navegar y alim entarse con productos del mar. P o r lo tanto, lo que nos interesa aquí es la franja litoral, de unos cuantos kilóm etros de ancho, marcada por las mareas y las corrientes costeras pero tam bién por las crecidas de los ríos. 5

Las tem peraturas medias se ubican alrededor de 26° C, con am plitudes m uy reducidas de unos 2° C. Las precipitaciones son más elevadas en el in terior que en la costa, pero a la altura de Tum aco alcanzan un prom edio anual de 2000 mm en 250 días y van dism inuyendo rápidam ente hacia el Sur. La altura de estas tierras litorales es baja: entre 1 y 1,5 m por encim a del nivel de las mareas altas, que presentan un prom edio de 2 m de altura, con prom edios m áxim os de hasta 5 m. La capa freática, a m enudo salobre a esta distancia de la línea costera, se ubica a menos de 2 m de profundidad y en ocasiones en mucho menos. Los flujos de las dos mareas diarias penetran profundam ente tierra adentro, provocando el bloqueo tem poral y periódico de las aguas continentales (C orrea y al. 1992). De ahí que sea un litoral m uy húmedo, mal drenado y salado, con grandes extensiones de pantanos de manglares. Cuando la m area baja se observan, delante de los manglares, grandes superficies de acumulaciones de lodo y arena totalm ente recubiertas p or el agua durante las mareas altas.

6

La costa en su conjunto parece estar m odelada más que nada por la acción de las mareas y de las corrientes marinas litorales. Sin em bargo, tien en su im portancia los aportes continentales, particularm ente en la desembocadura del Río Mira. Hacia el Sur, el estuario del Río M ataje com prueba la im portancia del m odelado m arino, m ientras que la desem bocadura del Río Cayapas - Santiago ilustra aportes continentales más im portantes. El exam en de la franja litoral muestra la im portancia y la velocidad de los cambios observados en el transcurso de los últim os m ilenios así com o en los años más recientes. Como no contam os con un estudio exhaustivo de este conjunto, nos lim itarem os a indicar algunos resultados de las observaciones. La posición de la línea de costa se ha m odificado am pliam ente a lo largo de los años, lo que se traduce en la existencia, a veces espectacular, de restos de varios cordones litorales sucesivos en la llanura litoral. Estos cordones, a veces una decena o más, pueden observarse en varios kilóm etros de la costa hacia el interior; llegan a ten er tam bién varios kilóm etros de largo, con anchuras de varios centenares de metros. Los únicos fecham ien-tos absolutos, efectuados en los alrededores del sitio La T olita en Ecuador, han arrojado fechas desde 970 +/- 70 hasta 5400 +/- 90 años BP (Tih ay por publicar, T ih ay et al. 1995) y enseñan cóm o en 4000 años, han progresado las acumulaciones del Rio Cayapas - Santiago m ar adentro hasta en unos quince kilóm etros. En ese m ismo tiem po, la cercana Laguna de la Ciudad estaba separada del océano, lo que p erm itió a los hom bres instalarse en este am biente no salado hacia los 1000 años AC (2500 años BP) (Valdez, Tih ay por publicar, M ontaño, T ih ay y al.). Sin ten er fechas absolutas, Correa (1996), observó la presencia de cordones en 14 kilóm etros de profundidad a la altura de Tum aco en Colombia, más al N orte, una distancia com parable con las observaciones hechas en La Tolita. En épocas mucho más recientes, se ha podido

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observar nítidas e im portantes progresiones de la línea de costa, a veces cuantificadas com o lo dem ostró Correa (1996). Observó por ejem plo una agradación de la costa en 2 kilóm etros de ancho cerca de la desembocadura del Río M icay (n orte de Tum aco) durante los últim os 150 años, a partir de la com paración entre un mapa m arino de 1848 y la situación actual. Cerca de Salahonda (directam ente al norte de la bahía de Tum aco), observó un aum ento de la línea de costa de unos 500 metros, entre 1848 y 1962. 7

Una característica de este litoral corresponde a los m ovim ientos de subsidencia que se observan después de los sismos particularm ente frecuentes. En la costa al N orte de Tumaco, Correa indica un hundim iento general de unos 30 centím etros después del sismo del 26/9/70, m ientras que al mismo tiem p o se observaron levantam ientos locales. Durante el fu erte sismo del 12/12/79, en la región de Tumaco, se estim ó en 50 centím etros la subsidencia del conjunto del delta del Río Patia, cubriendo esta subsidencia más de 200 kilóm etros de costa entre Guapi y la fron tera con Ecuador, con hundimientos evaluados entre 15 centím etros al sur y más de 1 m etro al norte. Toda la llanura deltáica del Río M ira habría sido tam bién afectada. La isla del Guano, inm ediatam ente mar adentro fren te a Turnaco, desapareció en esta oportunidad. Correa (1996) señala que esa isla no existía en 1848, y que los altos fondos de la época se transform aron luego en la isla. Todos esos m ovim ientos son m uy com plejos, com o los que afectaron en 1979 la "isla" de Salamanca al suroeste de Tumaco. Los datos de los m arégrafos dem uestran que una subsidencia de 28 m ilím etros se desarrolló en Buenaventura entre 1941 y 1969, m ientras que se observó en Tum aco un levantam iento de 33,6 m ilím etros entre 1953 y 1968. Los sismos producen en algunos sitios la liquefacción de los suelos y se han observado grietas hasta 50 kilóm etros tie rra adentro después del sismo de 1979. Por lo demás, tsunamis afectan las costas durante esos m ovim ientos que pueden vo lverse catastróficos com o el del sismo de 1906, sobre todo cuando el fenóm eno coincide con la m area alta.

8

P o r últim o, aunque no tien e vinculación alguna con los sismos, el conjunto de la costa ha sido

afectado

por

los

efectos

del

fenóm eno

El

Niño,

traduciéndose,

cuando

el

acontecim iento aparece fuerte, en un nítido levantam iento del nivel del océano, por ejem plo 40 centím etros en Tum aco en 1983 (Correa 1996).

2. El hombre y el establecim iento de cam ellones 9

Se conoce la presencia de cam ellones para cultivos y hábitat desde hace varios años en los sectores

bajos,

húmedos

y

marcados

por

todos

los

fenóm enos

anteriorm ente

mencionados. En los alrededores de Guayaquil, Buys et al. estudiaron las prácticas de los agricultores destinadas al drenaje de las tierras y a su recuperación en la m ayor superficie p or encim a del nivel del agua; la extensión de estos sistemas de cam ellones se estim a en unas 50000 hectáreas en la cuenca del Río Guayas y su fecha de construcción desde 2000 a 600 años BP. 10

En 1988 y en 1990 (publicaciones de 1991), M ontaño indica y m apea cam ellones ubicados al suroeste de La T olita (Laguna de la Ciudad), atribuyéndoles una función de producción intensiva de "recursos com o el m aíz" o de "productos propios del bosque tropical, com o la yuca", tam bién frijol, maní y algodón. Esos camellones, de una extensión de 12 kilóm etros cuadrados, se ubican en un sector ocupado por varios cordones litorales antiguos que, después de aislar a la Laguna de la Ciudad del océano, han hecho de este conjunto un m edio pantanoso sin sal, ideal para una valoración intensiva (T ih ay por publicar, M ontaño). Los restos de cordones litorales pudieron soportar los prim eros

49

cam ellones por su ubicación más elevada, m ientras que los canales favorecían el drenaje y la circulación del agua, abasteciendo tam bién en lodo y lim o periódicam ente acumulados en la parte superior de los cam ellones (M ontano); las prim eras construcciones de esos cam ellones em pezarían hacia 300 - 400 años AC y su papel habría sido fundam ental para abastecer a la población im portante del centro cerem onial de La Tolita. El conjunto de esos cam ellones se m enciona tam bién en las publicaciones de Marcos, Bouchard y Tih ay y al. en 1995. En la región de Tumaco, aparecen restos de cam ellones en sectores desm ontados al sur de la ciudad donde los hemos observado con J-E Bouchard. 11

En otros contextos, pero siem pre en un am biente m uy acuático, se conocen otras construcciones im portantes de cam ellones en Sudamérica: es el caso de los m árgenes del Lago Titicaca a 3800 m de altura y , tam bién pero en alturas bajas, en el valle del Río San Jorge en Colom bia (cuenca del Río Sinu). En estos casos, la ausencia de una cubierta vegetal tupida y la gran extensión de esas form as perm iten ubicarlas con precisión en fotografías aéreas. A qu í surge la pregunta de si los sensores rem otos, a partir de imágenes de satélite, perm iten exam inar tales form as, sobre tod o en un am biente boscoso donde d ifícilm ente se nota a nivel del suelo cualquier irregularidad. Siendo particularm ente d ifícil la penetración física de este m edio pantanoso y boscoso, una ayuda de este tip o sería m uy eficaz para el conjunto del litoral pacífico ecuatorial.

3. Los aportes de los sensores remotos 12

El uso de las im ágenes de satélite paralem ente a los mosaicos de fotografías aéreas puede apoyar la prospección arqueológica a pesar de los factores lim itantes com o son la densa cobertura vegetal y la resolución de las im ágenes que van de 10 m etros para el m odo pancrom ático y 20 m etros para el m odo multiespectral. Los ejem plos presentados a continuación demuestran que no existe un m étodo único de análisis y que el uso de tratam ientos num éricos accesibles en los program as de oficina suelen contribuir a m ejorar la búsqueda de las obras prehispánicas. Los docum entos que han sido utilizados son: • dos imágenes SPOT multiespectrales del 22 de marzo de 1994 que abarcan una zona comprendida entre los ríos Cayapas-Santiago y Mira • un mosaico de fotografías áereas infrarrojas de alta calidad que permiten un estudio comparativo. Desafortunadamente no se pudo adquirir imágenes pancromáticas de más alta resolución.

13

Los tratam ientos num éricos em pleados fu eron aquellos disponibles en los program as de retoques de im ágenes en P.A.O., siendo el program a PHOTOSHOP el estándar en este campo. Esto perm ite a cualquier investigador u tilizar estas técnicas, sin m ayor costo.

14

El estudio com parativo ha sido llevado a cabo sobre dos sectores: la desembocadura del Río M ira en Colombia, y el sistema fluvio-deltáico de los ríos Cayapas-Santiago, objeto de un reconocim iento de campo por J.P. TIH A Y en el m arco pluridisciplinario del program a de prospección dirigido por el arqueólogo J.F. BOUCHARD.

15

De acuerdo con lo esperado, los resultados deben ser presentados a dos escalas diferentes:

16

a. A p eq u eñ a esca la (1/50000° - 1/250 000 ) las im ágenes satelitales tien en una gran ven taja sobre los demás docum entos y facilitan el análisis eco-geom orfológico de las zonas litorales. Las am pliaciones fotográficas de tip o "com posición coloreada falso-color" suministradas con los datos num éricos de las escenas revelaron ser una herram ienta

50

indispensable para esbozar los grandes rasgos geodinám icos y ecológicos (TIH AY, USSELM ANN, 1994). La com paración entre mosaicos de fotografías áereas infrarrojas y la im ágen de satélite del sistema de los ríos Cayapas-Santiago es significativa. Tres unidades geom orfoecológicas aparecen nitidam ente: • la tierra firme limitada hacia el mar por un escarpe que corresponde al acantilado de la transgresión "flandriana" (+ o - 5000 BP). • una serie de cordones litorales discontinuos fechados entre - 5000 BP y - 2000 BP totalmente aislados del mar. • un segundo conjunto de cordones de acreción más regulares y continuos de - 2000 BP al actual. Se trata en este caso preciso de un tipo de sistema fluvio-deltáico caracterizado por aportes aluviales finos removidos en forma de barras litorales. 17

Más al norte de la zona estudiada, entre la T o lita y la desembocadura del Río Mira, surge una costa clásica con m anglares y restos m uy lim itados de barras litorales parcialm ente sumergidos. En este caso la im agen de satélite perm ite una localización m uy precisa de los cordones que constituyen los lugares privilegiados de los antiguos establecim ientos prehispánicos.

18

Más al norte aún, de la desembocadura del Río M ira a la ciudad de Tumaco, dom inan las edificaciones aluviales, localizándose los m anglares cerca de la desem bocadura de los ríos. La reciente evolución del río M ira se caracteriza p or una sucesión de dos sistemas deltaicos sobrepuestos. El más antiguo subsiste bajo la form a de cordones litorales que fu eron

destruidos

al

cam biar la

desembocadura del

río.

En ambos lados

de la

desem bocadura actual, se construyen flechas litorales que presentan una geom etría muy sim ilar a la del sistema de los ríos Cayapas-Santiago. Estas flechas perm itieron el aislam iento y el cierre de la laguna de la ciudad. El ejem plo de estos dos sistemas muestra que despues de la línea más alta de estacionam iento del mar, la construcción de la baja llanura litoral (-5000 BP) ha sido el resultado de dos procesos interactivos: una sedim entación de tip o aluvial en relación con el aporte de sedim entos de los ríos y la acción de la m arejada cuya am plitud ha variado a lo largo del tiem po. Estas condiciones m uy cambiantes han influido en el establecim iento de los prim eros pobladores. Los cambios en el trazado de costa son m ayores en la desembocaduras de ríos que reciben grandes aportes de sedimentos. La com paración entre un mosaico de RADAR del año 1975 y la im agen de satélite de 1994 perm ite detectar zonas de acreción m uy rápida pero tam bién sectores de erosión. En el caso del río M ira estos cambios pueden alcanzar un k ilóm etro en 20 años. 19

Además, la im agen de satélite p rovee elem entos más precisos y aprovechables que los obtenidos en las fotografías tom adas a baja altura. Las fotografías tom adas en 1995 por el arqueólogo J.F. BOUCHARD en la región de Tumaco, muestran claram ente las recientes transform aciones en las bajas llanuras aluviales y las franjas de manglares: desm onte y creación de camaroneras. La im agen m ultiespectral perm ite localizar los mismos elem entos con mas confiabilidad: la proyección casi ortogonal de la im agen hace que el docum ento pueda ser aprovechado com o si fuera un m apa top ográfico (cálculo de superficies y posibilidad de sobreposición de docum entos diferentes registrados en distintas estaciones).

20

b. a g ra n escala, los datos de satélite deben ser tratados en form a adecuada por su insuficiente resolución, para poder detectar rasgos geom étricos susceptibles de localizar los antiguos establecim ientos de los pobladores. De la misma manera, las fotografías

51

áereas, de calidad m ediocre, pueden beneficiar los tratam ientos num éricos que perm iten una m ejor explotación. 21

A

continuación se darán algunos ejem plos, precisando las lim itaciones de dichos

tratam ientos. 22

El objectivo p rioritario del arqueólogo es poder detectar las configuraciones geom étricas, lineam ientos de un posible origen antropogénico. Las técnicas básicas de m ejoram iento de contraste de la im agen por ensancham iento de la dinámica (stretching), podrán ser sustituidas por tod a la gam a de filtrajes de im agen, accesible en los program as de retoque de las imágenes. Se em plearán prioritariam ente los filtros directam ente m odificables por el usuario (la opción "OTROS" del program a PHOTOSHOP, por ejem plo). La técnica de filtraje basada en el concepto de frecuencia espacial es m uy frecuente en el conjunto de los tratam ientos numéricos de im ágenes (BONN, ROCHON, 1992). El principio es hacer resaltar las direcciones y

las estructuras geom étricas por m edio

de m atrices de

convolución pertenecientes al campo de la m orfología matemática. Estas m atrices se d efinen com o ventanas de dim ensión variable, de pixeles cuyos valores pueden ser m odificados por el usuario para obtener m atrices asimétricas que perm itan realzar algunas orientaciones. En el caso de la búsqueda de cam ellones hem os em pleado la categoría de los filtros direccionales de So-bel. El filtraje se aplicó en fotografías infrarrojas escaneadas con una resolución óptim a, cuyo contraste fue previam ente m ejorado en base al histogram a de los valores de los pixeles. La prim era fotogra fía (cf. fo to n°l) representa el sector de la Laguna de la Ciudad al suroeste del poblado de la Tolita. • las direcciones SO-NE en la parte noroeste de la foto traducen los lineamientos de los cordones litorales. El filtraje permite realzar las diferencias topográficas y al mismo tiempo los contrastes edafológicos entre la depresiones longitudinales pantanosas y los lomos más secos de los cordones. • lo más interesante es sin duda la aparición de direcciones ortogonales en forma de cuadrícula en el sitio El Vapor. Esta cuadrícula corresponde a unos campos de camellones cuya existencia había sido detectada en forma incompleta en 1986, comprobada y estudiada durante una misión de los investigadores del Banco Central del Ecuador. Estas direcciones, muy visibles en el sector del Vapor, se generalizan en gran parte de la ciénaga de la Ciudad y alcanzan una superficie de más de 10 Km2 (MONTANO, 1991). 23

Las mismas técnicas aplicadas a la im ágenes satelitales no pueden dar los mismos resultados debido a la resolución insuficiente del m odo multiespectral. Sin em bargo el canal XS2 de la im agen SPOT del m ismo lugar muestra restos de cuadrícula a pesar de la baja resolución. Esto confirm a que el uso de im ágenes en el m odo pancrom ático podría dar los mismos resultados que las fotografías escaneadas.

24

La misma búsqueda en el sector de Tum aco basándose en estudios recientes (PATIÑO ) ha dado resultados negativos, lo que podría explicarse p or el m edio más h om ogéneo y poco contrastado.

25

La im agen m ultiespectral, en cambio, resulta ser eficien te en el análisis ecológico previo a la prospección y sustituye ventajosam ente el mosaico fo to gra fía clásico. La com paración de la fotos oblicuas tom adas por J.F BOUCHARD en 1994 en la región de Tum aco a baja altura aportan menos elem entos de inform ación que la com posición falso color de las tres bandas de SPOT.

52

26

Estas observaciones llevan a pensar que en el caso de un m edio descubierto y con contrastes edafológicos bien marcados com o en la zonas pantanosas o de m anglares bajos, el uso conjunto de la im agen m ultiespectral y de fotografías áereas o m ejor aun del m odo pancrom ático,

puede

ayudar

a

la

detección

de

organizaciones

agrohidráulicas

prehispánicas. Esta detección será aun más fácil con la llegada dentro de m uy poco de im ágenes a más alta resolución (5 m etros). 27

Un estudio más generalizado de ambas im ágenes hace pensar que existen otros campos de cam ellones en otras áreas com o en la v e g a del Río M ira donde se aprecian vestigios de obras desarrolladas en el sistema de dique aluvial según un m odelo geom étrico bien conocido y estudiado por PEARSONS en la cuenca de Río San Jorge (Río M agdalena). Sin em bargo la com probación de campo parece necesaria para confirm ar la edad prehispánica de los camellones.

28

El estudio por m edio de los sensores rem otos en la región Cayapas-Santiago-Río M ira confirm a la generalización de un sistema antiguo de aprovecham iento hidroagrícola del espacio prehispánico, lo que perm ite explicar las concentraciones tal v ez im portantes de poblados durante varias epocas (MONTAÑO, 1991). Este estudio revela tam bién la diversidad ecológica de los campos de camellones. De manera hipotética, tres tipos de situación diferentes coexisten, del sistema más acuático al sistema más agrícola: • el sistema tal vez único de la Laguna de la Ciudad que corresponde a obras hidráulicas para facilitar el desagüe en zona pantanosa, y en menor medida un mejoramiento de las características agronómicas de los suelos, • el sistema a lo largo de un río establecido sobre los diques aluviales que permitían una agricultura sin demasiado riesgo y un drenaje eficiente como en el río Mira, • el sistema establecido en llanuras menos pantanosas, que corresponde más a técnicas agrícolas que a técnicas de drenaje (sector de la baja llanura al este de Tumaco).

29

Estos

tres

sistemas

no

significan

necesariam ente

tres

form as

diferentes

de

aprovecham iento del espacio, sino más bien tres form as integradas de respuesta técnica de la sociedad con características ecológicas variables. Sin em bargo, el va lo r productivo de cada uno ha podido ser diferente, lo que obliga en el futuro a un estudio mucho más detallado del entorno de los camellones.

53

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Proyecto arqueológico La Tolita. Fondo arqueológico del Banco Central, 91 p, Quito. Uso de filtraje en una fotografía aérea (filtro Sobel 5X5) Cienega de la ciudad, El Vapor (Sur de La Tolita) a. ancien cordon litoral b. campo de grandes camellones NO-SE y red ortogonal asociada de menor amplitud antiguo cordon litoral probablemente recortado artificialmente por canales de orientación NO-SE de ambos lados red de camellones parcialmente destruida

RESÚMENES Los paisajes costeros del Pacífico se encuentran afectados generalmente por una presencia muy importante de agua, debido a las características pluviométricas regionales y por la dinámica evolutiva de la costa (construcción de deltas, existencia de grandes lagunas). Esa gran cantidad de agua dulce, salobre o salada, ha originado un desarrollo de formaciones vegetales con características particulares. Los hombres supieron adaptarse a ese medio acuático mediante la construcción de camellones (para cultivos y hábitat) y de canales utilizados tanto para el drenaje y la circulación del agua como para movilizar embarcaciones. A pesar de la tupida vegetación actual, es posible seguir esas huellas, particularmente a través de sensores remotos. Esta técnica permite evaluar la presencia y la extensión de formas antrópicas en regiones difíciles de penetrar, constituyéndose, para los arqueólogos, en un trabajo necesario, previo a un inventario y a un reconocimiento difíciles en campo. Les paysages cotiers du Pacifique sont marqués, généralement, par une présence importante de l'eau en raison des caractéristiques pluviométriques regionales et de la dynamique d'évolution de la cote ; on y observe en effet la construction de deltas et l'existence de grandes lagunes littorales. Cette importante quantité d'eau douce, saumatre ou salée, est a l'origine du développement de formations végétales avec des caractéristiques particulieres, telles que les mangroves et autres forets humides. Les hommes ont su s'adapter a ce milieu aquatique avec la

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construction de billons et d'ados a des fins de culture et d'habitat. Dans le meme temps, étaient tracés des canaux de drainage et de circulation pour les embarcations. Malgré la dense végétation actuelle, il est possible de repérer les traces de ces constructions, particulierement par l'utillisation de la télédétection et des photographies aériennes. Cette technique permet d'évaluer la présence et la surface de ces formes anthropiques dans des régions difficiles d'acces ; elle constitue, pour les archéologues, un travail nécessaire, préalable a un inventaire et a une reconnaissance difficiles a conduire directement sur le terrain.

AUTORES JE A N -P IE R R E T IH A Y

Ambassade de France, Centre Scientifique et Technique, Liverpool, México. P IE R R E U S S E L M A N N

CNRS, GIP RECLUS y UMR ESPACE, Montpellier Francia.

57

La metalurgia del cobre en la costa norte del Ecuador durante el período de integración M ercedes Guinea

1. Objetos de metal recuperados en las excavaciones de Atacam es 1

Antes de la presentación de las piezas quiero resaltar algunos aspectos de su com posición y elaboración que pesarán en las conclusiones finales. Uno, su contenido de arsénico: 17 no contienen este m ineral, 14 tien en entre 0.08 % y 0.52 % y sólo 4 estarían, com o hemos dicho, por encim a del umbral de los cobres arsenicales, si bien ninguna de ellas llegaría al 2%. El otro, el hecho de que las láminas que cubren las piezas doradas, siem pre por depósito

electroquím ico,

presentan

todas

aleaciones A u -A g

m uy

similares

en

la

proporción de plata (2.4% - 4.3%) y con total ausencia de platino en la liga, metal que sería esperable en un oro obtenido en las cuencas fluviales de Esmeraldas. Desde el punto de vista tecn ológico, además de la técnica de dorado citada, tenem os: fundición, m artillado en frio y en caliente, recocido, soldadura en general, un n ivel sim ilar al del Perú en el Períod o Interm edio Tem prano (V -V I d.C) (Rovira,1990:884).

Utensilios 2

Dentro de esta categoría tenem os 4 herram ientas relacionadas con el trabajo del propio metal, 15 agujas y 2 anzuelos ( Lám. 1).

58

Lámina 1. Utensilios de cobre del yacim iento de Atacames: Cinceles-punzones (A) y agujas (B).

A

3

Los cinceles y punzones de Atacam es parecen pertenecer, por su form a y medidas, a lo que M ayer (1992:58) llam a "cinceles-punzones" para el trabajo de los metales. Tien en un extrem o de sección rectangular y otro biselado, con el filo en línea perpendicular al eje de la herram ienta y unas medidas similares (largo: 6.1-8.5 cms, ancho: 0.3-0.4 cms., grosor: 0.2-0.3 cms.) (Fig. 1-A), salvo una pieza más corta (largo: 3.1 cms.) (Fig. 1-B). Este tip o de piezas eran fundidas y luego forjadas en frio para endurecer el metal(Rovira,1990:822). No hay asociaciones claras. Problem a que nos vam os a encontrar a lo largo de tod o este trabajo, dado el antiguo sistema de excavación por niveles artificiales, pero un punzón, el único de cobre arsenical, se encontró en uno de los niveles que parecen representar la segunda ocupación de la to la E-69 (p o r encim a de una fecha radiocarbónica calibrada de 1180-+1-50 BP, 890 d.C). En dichos niveles se recuperaron tam bién una aguja, restos de cobre, un m artillo y un crisol. Como verem os, muchas de las piedras m uestran las incisiones de estos cinceles y uno de los fragm entos de yunque tiene unas marcas clarísimas producidas por el trabajo con estos objetos, coincidiendo estas huellas con las medidas de las piezas.

59

Figura 1. Objetos de cobre y cobre dorado del yacim iento de Atacames: Cinceles-punzones (A-B), aguja (C), alfileres (D-E), cascabel (F), cuenta (G), corchete ? (H), nariguera (I) y paleta ? (J).

4

Las agujas (Fig. 1-C) son los objetos m etálicos más frecuentes en Atacames, sustituyendo a las de hueso en uso durante el D esarrollo Regional. Son 15 y salvo una de las piezas de cobre arsenical, la m ayoría es de cobre m uy puro (98-99% Cu), lo que parece ser una característica de estos instrumentos, com o dem uestra la coincidencia en la pureza del cobre, tanto de la colección chim ú que guarda el Museo de Am érica (38 agujas), estudiada por Rovira (1990:694-95), com o de la colección procedente de La T o lita (32 agujas) que presenta Bergsoe (1982 (1938):44-46), yacim iento en el que tam bién hay agujas de oro. Las dim ensiones de nuestras piezas oscilan entre 6.2 y 2.9 cms. de largo, y su grosor es uniform e: 2 mms. en la base del ojo y 1 mm. en la punta (Lám. 1-B). Es posible que las diferencias en el tam año del largo tengan alguna relación con su funcionalidad. Aunque la muestra es pequeña, podem os ensayar una tip ología de 5,5 cms. (9, 60%), 4 cms. (4, 27%) y 3 cms. (2, 13%) de largo. Los tres tipos aparecen repartidos de form a indiferenciada por las distintas tolas y niveles. En com paración con la colección peruana citada, éstas son más pequeñas, y a que las del norte del Perú tien en una m edida m edia de 11 cms., y si lo hacemos con las doce que ilustra Bergsoe para La T olita (4 de 2.5 cms., 3 de 3 cms. 4 de 4 cms. y sólo 1 de 5 cm s.)(Bergsoe, 1982 (1938), Lám. II, fig. 16), son, en general, más grandes. No nos dice nada este últim o sobre su técnica de fabricación, pero Rovira (1990:824-25) dá com o idéntico el m étodo term o-m ecánico seguido por los chimues, los atacamenos e incluso los cañaris en la fabricación de estos instrumentos: El extrem o en el que se situará el ojo es m artillado en frio hasta con vertir el alambre en una delgada lámina. Esta se recorta en form a de tira, se dobla sobre sí misma dejando el hueco del ojo, quedando sujeta por dos pequeñas pestañas preparadas en su base. La pieza es calentada al rojo hasta recristalizar. Probablem ente de recuece antes y después de doblar la laminilla.

60

5

Ocho de las agujas aparecieron en la T ola E-71, excavada p or niveles naturales, encontrándose seis de ellas en asociación a dos ganchos y un cascabel de cobre.

6

Los dos ganchos de cobre, uno de ellos de cobre arsenical, parecen anzuelos. Su tam año es pequeño, 2 cms. de altura y un grosor de 0.2 cms. Fueron forjados en frio y luego tem plados (Rovira, 1990:826).

Adornos 7

En este apartado entran tres piezas laminares, una cuenta de collar, cuatro aros para colgantes de orejeras u otros, dos cascabeles, dos alfileres y

algunos objetos no

identificados (Láms. 2 y 3).

Lámina 2. Adornos de cobre y cobre dorado del yacim iento de Atacames: Piezas laminares: nariguera, corchete y paleta (A) y alfileres (B).

8

Las piezas lam inares son: Una nariguera semilunar de cobre dorado entera, aunque fragm entada, de 4.2 cms de largo y 0.1 cms. de espesor (Fig. 1-1), una especie de corchete tam bién de cobre dorado (2.2 cms. de largo, 0.4 cms. de ancho y 0.2 de espesor (Fig. 1-H) y un aplique o paleta de cobre extrem adam ente fina, de m edio m ilím etro de espesor (6.3 cms de largo y 3.1-0.8 cms de ancho) (Fig. 1-J). (Lám. 2_A). La placa de cobre de la nariguera fue lam inada en frio, y cubierta por una película delgada y u niform e de oro de algo más de dos micras de espesor m ediante un proceso electroquím ico, y recocida de nuevo (Rovira,1990:828-31).

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Lámina 3. Adornos de cobre y cobre dorado del yacim iento de Atacames: Cascabeles (A), cuenta (B) y arcos (C).

0

1

2

cm

g

L _ ________ ....................... i

9

En una ofrenda, relacionada con el enterram iento de un niño (tola E-101), apareció una cuenta hueca perforada de cobre con un 2.5% de oro y de 1.3 cms. de diám etro y 0.8 cms. de grosor (Fig. 1-G y Lám. 3-B). Está fabricada m ediante la soldadura por exudado de dos casquetes sem iesféricos. Cabría m encionar que las cuentas metálicas no son muy frecuentes en la arqueología de la costa ecuatoriana y ésta es única en Atacames, donde las cuentas de collar de concha y pasta cerám ica son abundantísimas. Debía de ser algo valioso, com o valiosos son el resto de los objetos que la acompañan en la ofrenda: 15 Pinctada matzalanica, 1 Sttom bus petuvianus y otras 10 caracolas, 2 manos de m etate y un

m odelo en m iniatura de uno de los tipos de copa más frecuentes en el yacim iento. 10

Solo tres de los cuatro aros recuperados en el yacim iento de Ataca-m es han sido analizados, y los tres son de cobre m uy puro y con el mismo grosor del alambre, 1 mm., variando solo en sus diám etros (0.8,1.2. y 2.1 cms.) (Lám. 3-C). El más pequeño está recubierto de una película gruesa de oro (15 mieras). La técnica de elaboración es m ediante fundición en barra, que luego se dobla para darle la form a y es sim ilar a la de la sierra sur de Ecuador (Rovira, 1990: 825). La pieza no analizada parece ser de cobre dorado y sostiene una piedra verd e cuadrada (5x5 mms.) perforada. El diám etro del aro de m etal es de 3 mms.y su grosor de 0.5 mms.

11

Dado que son solo dos los cascabeles hallados (Lám. 3-A), los hem os incluido con los adornos, aunque tam bién habrían podido ser clasificados com o instrum entos musicales. Han sido recuperados en distintas tolas pero son practicam ente idénticos en sus dim ensiones y ejecución, no así en su com posición m etalográfica. Son dos esferas bivalvas con un diám etro de 1.2 cms. y dos perforaciones (Fig. 1-F). Están elaborados a partir de una lám ina previam ente recocida y luego m artillada en frio y doblada. (Rovira, 1990:825). Ninguno de ellos contiene arsénico, pero uno tien e 1.47% de plom o en su com posición (Lám. 3-A derecha), aunque esta es una cantidad pequeña que podría form ar parte de las im purezas del m etalotecto, no deja de ser curioso que la presencia de plom o en los cascabeles encontrados en Ecuador es bastante común. De una sarta de 32 cascabeles

62

ecuatorianos estudiada p or Rovira, 18 resultaron ten er más de 1% de plom o en su composición. 12

La cabeza de uno de los dos alfileres de Atacam es es tam bién un cascabel sim ilar a los anteriores, aunque ligeram ente más pequeño, 0.9 cms. (Fig. 1-E). Ha sido ejecutada lam inando en frio el extrem o de la aguja fundida, para luego m odelar el cascabel com o los arriba citados, con la salvedad lógica de las dos perforaciones (Rovira, 1990:826). Tien e un largo de 4.3 cms. y 0.2 cms. de grosor en la base del cascabel y 0.1 cms. en la punta al igual que las agujas descritas con anterioridad (Lám. 2-B derecha). Del mism o grosor, pero un poco más corto, 3 cms., es el otro alfiler con una cabeza de 0.6 cms.(Fig. 1-D). Este está además recubierto por una lám ina de oro (Lám. 2-B izquierda).

13

Las piezas no identificadas son pequeños fragm entos. Uno de ellos de 1.6 cms de largo y 0.2 cms de grosor pudiera ser un fragm en to de aguja. Dos fragm entos de alambre de cobre dorado de 0.2 cms de grosor y 2 cms. y 1.5 cms. de largo, tien en características similares al aro dorado citado más arriba. Otro objeto, de cobre arsenical, es de más difícil interpretación. Es una lám ina abombada, de 1,5x1.3 cms., m uy corroída y con una lengueta doblada que pudo servir para enganchar algo o coserla a algún lugar, posiblem ente parte de un corchete o un botón.

14

M ención aparte requiere, y a que no es de cobre y que su consideración com o un objeto prehispánico es dudosa debido a su m aterial de fabricación, el hallazgo en el nivel 21 de la to la E-69 de una pequeñísim a cuenta perforada de hierro ferrítico lam inado, con un diám etro de 0.4 cms. y un grosor de 0.16 cms.. El nivel en el que fue recogida la pieza está a más de 3 ms. de profundidad y tien e una fecha calibrada de Carbono-14 de 1180-+50 BP, 890 d.C Evidentem ente, esto no es ningún problem a para considerarla posthispánica, y a que pudiera haber caído desde la superficie al fon do del pozo cuando éste estaba abierto, o haber llegado allí por algún otro fenóm eno bioturbador, aunque en su m om ento no se apreció ninguno. La singularidad de la pieza consiste en que no se ha encontrado en los Andes ningún objeto de h ierro fundido, pero la tecn ología del orificio central es claram ente indígena. Este se ha conseguido con un perforad or de vaivén, abordando la cuenta por ambas caras y dejando en el corte un característico p erfil en X. Podem os aventurar varias hipótesis: 1) es intrusiva, y resultado de la manipulación por un indígena de hierro colado traído por los españoles;2) N o lo es, y en ese caso o bien es un resultado azaroso, dado el uso de m inerales ferruginosos com o fundentes, ó bien vino, quién sabe cóm o, de lugares bastante lejanos.

Restos de fundición 15

N o son m uy numerosos, sólo cuatro, pero son suficientes para probar la existencia de actividad m etalúrgica en el sitio arqueológico. Tres de éllos aparecieron asociados en una zona sin tolas, cerca de un enterram iento y de huellas de postes, sin que se pueda determ inar un área de actividad. Dos son goteron es de cobre, uno de 1.1 cms. de largo, 0.5 de ancho y otro, el más claro, tien e un largo de 2.5 cms, un ancho de 1.5 y 0.3 de grosor. Este presenta una" estructura de bruto de colada, con númerosas inclusiones m inerales y escoriáceas, quizás debido a su procesam iento en un horno de bajo rendim iento. (Rovira, 1990;839). De explicación dudosa es la presencia ju n to a éste de un nodulillo de plom o, que Rovira (ibidem ) piensa pueda ser un perdigón intrusivo, aunque cita un método, descrito por Bergsoe(1938), según el cual los indígenas de Esmeraldas obtenían bolitas de plom o a partir de galena. Sin ten er problem as para considerarlo intrusivo, creo que hay

63

que ten er en cuenta las circunstancias de su hallazgo, asociado a otros restos de fundición y en un área de yacim ien to en la que en la proxim idades del enterram iento citado se han encontrado, dos yunques, un m artillo, una aguja y dos aros. 16

El últim o

resto

de fundición

es una escoria en

form a

de un

pequeño

nódulo,

aproxim adam ente de 1 cm. de diám etro, que no figu ra entre las piezas presentadas por R ovira en la publicación am pliam ente citada, por lo que extraem os los datos de un reciente inform e analítico del mism o autor. Es un m aterial ligero, poroso y de color verd e oscuro. El análisis cualitativo indica la presencia de compuestos de cobre y hierro, con pequeñas cantidades de arsénico, antim onio y plata. Su m orfología corresponde a un producto escoriáceo de la m etalurgia del cobre. Tras varias consideraciones, Rovira concluye que lo más probable es que se trate de una gota de escoria, form ada en un crisol en el que se hubiera refundido o afinado cobre metálico. Como otro dato, es interesante el hecho de que está recubierta de arena y otros m ateriales orgánicos, entre los que cabe destacar unas pequeñas astillas de carbón de leña. Esto concuerda perfectam ente con la práctica de los indígenas ecuatorianos de colocar el crisol directam ente sobre el fuego, tal y com o verem os un poco más adelante.

2. OBJETOS RELACIONADOS CON LA FUNDICIÓN Y CONFORMACIÓN DE LOS METALES 17

N o es precisam ente fácil reconocer fuera de contexto los útiles im plicados en los d iferentes procesos de fabricación de los objetos m etálicos. Tam poco son demasiados los hallazgos contextualizados en talleres, hornos de fundición o ajuares de tumbas de los que disponemos. Quizá muchos m ateriales están sin publicar, y a que el centro de la m ayor parte de las investigaciones son los objetos m etálicos en sí mismos. En Atacam es los útiles más claram ente im plicados en el trabajo m etalúrgico y m etalistero son las toberas y los yunques, pero hay algunos otros; m artillos, crisoles, moldes., etc. que presentarem os agrupados en función de su m ateria prima.

Cerámica 18

Los extrem os cerám icos de los tubos de soplado, las toberas, han podido ser facilm ente identificadas dada su sim ilitud con las recuperadas por Shimada y otros (1983:41) en Batán Grande, así com o por sus claras huellas de uso (Lám. 4).

64

Lámina 4. Toberas. Yacimiento de Atacames.

19

La función de estos tubos es avivar el fu ego insuflando en su in terior una corrien te de aire dirigida, lo que aumenta considerablem ente la tem peratura. La m ateria prim a de estos es variada, caña, cerám ica e incluso cobre. Estos instrum entos eran de uso generalizado en la

m etalurgia

descripciones

de

la A m érica

de los

prim eros

precolom bina,

com o

se

puede

cronistas. Donnan (1973:292)

com probar cita cuatro

por de

las

estas

descripciones tempranas: Cieza de León, 1553; Benzoni,1565; Raleigh,1596 y Garcilaso de la Vega, 1609, en las que se m enciona el uso de los sopladores dentro de las labores de la fundición de los m etales y hay otros más. Tom arem os com o ejem plo la narración de G irolam o Benzoni, dado que es la visión de un experto, puesto que el m ismo era platero en su país de origen: 20

"Esta provincia de Quito es de clim a tem plado...Había muchos orfebres que, pese no u tilizar ningún instrum ento de hierro, hacían, aunque de m anera rudim entaria cosas maravillosas, trabajando de la m anera que se referirá. P rim ero cuando funden el oro y la plata, los m eten en un crisol largo o redondo, hecho de un pedazo de tela embadurnada con tierra y carbón triturado. Trás dejarlo secar, lo ponen al fuego con la cantidad de m etal que cabe dentro ju n to con cinco o seís tubos de caña, unas veces más y otras menos, y soplan por ellos hasta que se vu elve líquido. Luego lo sacan, y los orfebres sentados en el suelo, con unas piedras negras expresam ente dispuestas, y ayudándose unos a otros, trabajan y hacen, o m ejor dicho, hacían en su época de prosperidad, lo que se les había encargado, es decir, estatuas vacias, vasijas, ovejas y joyas, y todos los animales conocidos" (Ben-zoni, 1985 (1547-1550): 322).

65

Figura 2. Fundición y trabajo indígena de los m etales, según un grabado de la Historia del Nuevo Mundo de Girolamo Benzoni (15 4 7 -5 0 ).

21

Los canutos del dibujo (Fig. 2) con que Benzoni ilustra esta descripción del proceso m etalúrgico en la sierra norte de Ecuador no parecen ten er una boquilla de cerám ica en su extrem o, com o tam poco se observa en otras ilustraciones tem pranas de las áreas andina o m esoaméricana, ni en las escasas representaciones prehispánicas. Por lo que se puede hipotetizar, que el tubo de soplado com puesto por una caña en cuyo extrem o se inserta una boquilla de cerámica, que perm ite acercarlo más al fuego y facilita la dirección del caudal del aire, pudo ser una aportación de la cultura Sicán, en cuyos talleres de Batán Grande se han encontrado cerca de un centenar (Shimada y otros, ibidem ). La única p erviven cia etnográfica que conocem os la docum enta O laf H olm (1968)

en varios lugares de Manabí. En la costa ecuatoriana lo más usual es avivar el fuego con un abanico, salvo en las diez localidades que él cita. Los tubos son de caña Guadua, con un largo de 35 cms. y un diám etro ex terio r de 4 cms., y es curioso que a la hora de soplar se m antiene a cierta distancia de la boca (5 cms.), lo que coincide con el dibujo de Benzoni. 22

Once son las toberas recuperadas en Atacam es todas éllas rotas, lo cual no es de extrañar dada su función. Basicamente representan un conjunto bastante hom ogéneo, con algunas pequeñas diferencias en su form a. La form a elem ental es cilindrica (Fig. 3), aunque la parte de la boquilla que queda al ex terio r puede ser apuntada (6), recta (3), ó abombada (2), y la que se encaja en la caña, recta o ligeram ente apuntada. En los casos en que se conserva la parte de la pieza correspondiente a la unión entre ambas, la presencia ó no de un escalón (5-8 mms.) entre ellas, tam bién m arca cierta diferencia form al. En cuanto al tam año, una sola de las toberas está com pleta pero representa fielm en te las cifras medias del resto (Fig. 3-B). El largo total del instrum ento es de 6 cms., correspondiendo 4.5 a la boquilla ex terio r y 1.5 al em butidor. La boquilla tien e un diám etro m edio de 2.3 cms. y el em butidor 1.7 cms. El o rificio central, por el que corre el caudal de aire, tien e un diám etro

66

de 0.6 cms. en la entrada y 0.5 en la salida. Coinciden con estas dim ensiones ocho de las piezas, las tres restantes, son algo más largas y estrechas y pudieran ser soldadores. De éstas, la única boquilla entera mide un centím etro más que las prim eras, 5.5 cms, de largo y m edio de diám etro, 1.8 cms..No tenem os datos sobre el largo de el em butidor pero su diám etro - 2 cms.- es algo mayor. El o rificio es más estrecho con un diám etro de entrada de 0.5 cms. y 0.4 cms de salida (Lám. 4-derecha). Figura 3. Tipos de Toberas del yacim iento de Atacames: Tipo apuntado (A), tipo abombado (B) y soladador decorado (C).

o 23

En cuanto al m étodo de fabricación, están modeladas a partir de un rollo de arcilla, que bien llevaría en su in terior un nucleo de algún m aterial perecedero que desapareceria con la cocción dejando un canal central, o sería perforado longitudinalm ente con algún instrum ento antes del cocido. En la m ayoría de las toberas parece que la parte que debe encajar en la caña se m odeló rebajando el rollo básico antes de cocer la pieza, pero en tres de ellas se siguió otro procedim iento: A l prim er rollo se le añadió una tira de refu erzo que constituye la boquilla. En otra se observa claram ente que el em butidor ha sido rebajado después de la cocción. La atm ósfera de cocción fue oxidante, aunque incom pleta en la m itad de las piezas.

24

La superficie presenta un estado de conservación irregular, la m ayor parte con huellas de uso en form a de quem azones, tiznes ó deform aciones de vitrificación. Las boquillas están engobadas en ocre claro y pulidas, aunque hay una fuerte variación en el grosor del engobe y en el grado de pulimento. La dureza, m edida en la escala de Mohs, es de 7 en 7 de las toberas y de 6 en 4.

25

Solo tres toberas están decoradas. Dos tienen la boquilla con un ligero facetado octogonal, teniéndola una de éllas además pintada y pulida en blanco con el em butidor pintado en rojo. La tercera presenta una decoración más profusa y es una de las que hemos apuntado

67

más arriba que su función pudiera ser la de soldar. Tien e en la punta un resalte en form a de cono truncado, con una decoración incisa y pintada en rojo y el resto de la boquilla solo pintada en rojo. El diseño inciso y el pintado son m uy similares, una com binación de puntos y líneas rojas verticales y horizontales, frecuente en las vasijas decoradas del yacim iento. Las incisiones están rellenas de una pasta blanca y los resaltes pintados en rojo (Fig. 3-C). 26

Estos extrem os cerám icos de los tubos de soplado han aparecido en casi todas las tolas excavadas y la diferencia en núm ero entre unas y otras parece estar únicam ente relacionada con el m ayor o m enor volu m en excavado, igual que en el caso de los objetos m etálicos. M ás de la m itad (7) se encontraron en la tola E-69, y a pesar de que la evidencia no es m uy grande se podría h ipotetizar que la form a de boquilla abombada y sin escalón entre ésta y el em butidor, precede a la recta con escalón. Tres aparecieron asociadas a carbón, leña quemada y pellas de barro sem icocido. En la tola E-71, se recuperaron dos que parecen ser soldadores, encontrándose en su m ismo nivel de ocupación unos yunques y m artillos de piedra para el trabajo de los m etales que describirem os más adelante, así com o la nariguera de cobre dorado a la que nos hem os referid o con anterioridad.

27

Si com param os las toberas de Atacam es con las de Batán Grande (Shimada et al,1983:41), las últimas son de un tam año m ayor "10 a 13 centím etros" y tien en el o rificio del extrem o distal más grande "0.8, más o menos 0.1 cen tím etro". Tam bién es interesante la observación de Shimada y M erkel (1991:64) de que las toberas de Sicán M edio se hacían a mano y se decoraban con simples m otivos geom étricos, m ientras que las de los períodos chim ú e inca son más grandes y muchas parecen estar hechas a molde.

28

Otro de los objetos cerám icos relacionados con la fundición de los m etales son los crisoles. Sólo

hem os

encontrado

uno

en

nuestro yacim iento.

Es un

recipiente

pequeño,

irregularm ente globular y de acabado m uy tosco. Tien e 3 cms de alto, su diám etro m áxim o es de 6 cms. y el de la em bocadora de 5 cms. El espesor m edio de las paredes es de 0.8 cms. La pasta es dura (6 en la escala de M ohs), de un color negruzco y presenta una oxidación im com pleta. Ha sido m odelado a mano y conserva las huellas de repetidas presiones con los dedos. La superficie, además de estas huellas, evidencia haber estado en contacto con el fuego. 29

Benzoni, en la cita que hemos reproducido más arriba, nos refiere la m anera que tenían de fabricar un crisol los habitantes prehispánicos de la sierra norte de Ecuador. Embadurnaban una tela con tierra y carbón triturado y la dejaban secar. Parece ser que la m ezcla de arcilla con tejid o y

con algún com ponente que acumule calor es un

procedim iento adecuado para fabricar un crisol. La preparación de barro para la fabricación de crisoles y m oldes es una tarea m uy específica para los plateros de San Pablo cerca de Cuzco. Se u tiliza un barro especial m uy rico en oligistos que se deja en rem ojo 24 horas, se m uele sobre un batán y se m ezcla con pequeños trozos de lana escarmenada. "Cuando el barro está bien preparado en el marán, revien ta con los golpes del m artillo, nuevam ente se prueba con las yem as de los dedos, en este m om ento si se asemeja a la m antequilla es cuando esta listo para ser u tilizado en la fabricación de m oldes y crisoles." (Valencia, 1978:537). Lam entablem ente, no tenem os el análisis de la com posición de la pasta de nuestro crisol, pero es de un color oscuro y m uy fina, con las huellas de los dedos que la presionaron para com probar su estado y conseguir que adquiriera suficiente solidez claram ente marcadas. Si com param os sus dim ensiones con las de los

m odelos etnográficos

de los plateros

citados, entraría

dentro

de los

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considerados de tam año mediano. P or supuesto, no sabemos si fue usado para fundir oro o cobre. 30

Con respecto a los moldes, sólo se ha recuperado un fragm ento de lo que pudo haber sido un m olde u nivalvo para dar form a a un cuchillo con m ango vertical (Lám. 5-A). Es una cerám ica m uy dura (8 M ohs), de pasta m uy negra. La superficie está totalm ente cubierta con un engobe grueso, que en algunos lugares del in terior muestra los efectos del calor. Tien e la base ligeram en te cóncava y el fondo plano, las paredes rectas y el borde perpendicular. La altura total de la pieza es de 1.3 cms. y la de la pared es de 0.8 cms. En un contexto funerario manteño en La Libertad, p rovin cia del Guayas, se encontraron tres m oldes de arcilla enteros, uno para fundir un hacha plana, otro para fundir un hacha en form a de pala y un tercero para fundir un cuchillo con m ango vertical (M ayer, 1992:69). Lámina 5. Diversos utensilios para el trabajo de los metales recuperados del montículo E-71 del yacim iento de Atacames: Fragmento de molde (A) y fragm ento de yunque, en el que se observan la huellas de uso producidas por el cincel (B).

31

La form a apariencia y dim ensiones de éste últim o (ibidem : 108) son las que nos han perm itido, de una m anera m uy tentativa, identificar nuestro fragm en to com o procedente de un m olde con esta función. Estos cuchillos parecen ser de uso común en las culturas M ilagro

Quevedo

p referen tem en te

y para

M an-teño-Huancavilca la

matanza,

el

y

"deben

de

descuartizam iento

haber y

el

sido

em pleados

sacrificio"

(M ayer,

1992:58-59). El fragm en to de m olde se localizó en una de las tolas que ha proporcionado más hallazgos de im plem entos relacionados con el trabajo de los m etales, la E-71.

Piedra 32

En Atacantes han sido recuperados siete yunques - dos enteros, cinco fragm entados - y once m artillos -siete enteros y cuatro rotos. En total, 18 utensilios de piedra relacionados con el trabajo de los metales. Hay otros ocho objetos de piedra, que quizás pudieran incluirse aquí y que habrían sido utilizados com o pulidores o alisadores, pero su uso y su relación con los m etales es difícil de precisar.

69

33

Los dos yunques enteros son las piezas con una ejecución más cuidada dentro del conjunto y aparecieron, com o única ofrenda funeraria, ju n to al cráneo de un esqueleto perteneciente a un varón senil (Lám. 6). Este enterram iento se localizó debajo de la tola E-101. El yunque de la Lámina 6-A está conform ado a partir de una piedra dura y pulida v erd e oliva, de form a irregularm ente ovoide, truncada en uno de sus extrem os por una de las tres superficies de trabajo. Tien e una altura de 14.3 cms., un ancho m áxim o de 11.5 y pesa 2.600 k.. De las tres superficies de trabajo citadas, dos se presentan en los lados largos de la pieza y una a lo ancho. Esta últim a está cuidadosamente pulida y sería usada para el lam inado fin o y las labores de acabado, las otras dos, perfectam ente definidas, presentan huellas de su utilización para el m artillado, una en plano y la otra en curvo. El yunque de la Lámina 6-B es una piedra dura y pulida, negra veteada, de aspecto ovoide truncado com o la anterior, aunque ligeram ente más corta y ancha. M ide 10.5 cms. de alto, 13.3 cms de ancho y pesa 2.260 K.. Tien e una sola superfice de trabajo, singularm ente coincidente en form a y medidas (13*8 cms.) con la de m artillado plano de la pieza anteriorm ente descrita, aunque la que ahora nos ocupa era de doble uso. En la parte central, lisa, m uy pulida y con algunas huellas del cincel se ejecutarían las labores de lam inación y acabado, m ientras que en la perim etral se llevaría a cabo el m artillado. Es posible in terpretar por su contexto que ambas fu eron suficientem ente apreciadas y valiosas para su dueño, un anciano orfeb re o m etalistero, com o para ser enterrado con ellas. Lámina 6. Dos yunques depositados como ofrendas en un entierro del montículo E-101 del yacim into de Atacames.

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R eferente al uso de estos yunques tenem os la descripción de Benzoni, citada más arriba, "los orfebres, sentados en el suelo, con unas piedras negras expresam ente dispuestas", faena que él ilustra con uno de estos orfebres sujetando el yunque entre los pies (Fig. 2). Aunque trabajar así sería posible con los yunques de Atacames, parece más adecuado a su form a y tam año la m anera en que lo ilustra Grossman (1972:525, Fig. 4), en su artículo sobre los hallazgos de Muyu M oco Waywaka, en el centro-sur de los andes peruanos, con el orfebre sujetando el yunque entre las rodillas.

35

Adem ás de estas piezas enteras hay otros cinco fragm entos de yunque, siendo fácil identificar la parte a la que corresponden dentro de una form a y tam año sim ilar a la que

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hem os descrito para los yunques enteros, generalm ente uno de los extrem os apuntados. Los cinco son piedras duras y negras extrem adam ente pulidas. Las abundantes huellas de uso son diferentes en cada caso. Respecto a éstas destaca uno de los fragm entos, localizado en la tola E-71 (Lám ina 5-B), en el m ismo n ivel que un m artillo para lam inar del que hablaremos más adelante. De sus cuatro lados uno corresponde a la rotura y los otros tres son superficies de trabajo, una lisa para lam inado y dos con huellas clarísimas de trabajo con cincel. La presión de éste ha dejado la superficie de la piedra extrem adam ente bruñida en líneas. Es posible reconstruir a partir de éllas la form a y tam año del cincel que las produjo y que, tal y com o hem os apuntado más arriba, coinciden totalm ente con los dos extrem os de uno de los cinceles biselados de nuestra colección. Otro de los fragm entos presenta hasta cinco superficies de trabajo, tres para laminado, una para m artillado y otra para cortar con el cincel. 36

Aunque no son muchos los hallazgos, quisiera hacer notar que en los basureros sólo se han encontrado yunques rotos nunca enteros. Las dos piezas com pletas aparecieron, com o hem os dicho, en un enterram iento y es posible que el resto de los yunques en uso p or los m etalisteros atacameños se encuentren enterrados acompañando a sus dueños. Nos hem os referid o más arriba a la platería tradicional cerca de Cuzco en relación a la fabricación de crisoles y moldes. Dentro del mundo m ágico y de creencias que rodea esta m etalurgia "se cree que no se deben de com prar herram ientas usadas porque llevan consigo m aldiciones y mañoserías del que las utilizó. Es preferible com prar nuevas para que se fam iliaricen con el carácter del platero" (Valencia, 1978:551). Una m entalidad sim ilar conincidiría con nuestras evidencias.

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Los m artillos son otros de los útiles de piedra con los que los atacameños trabajaban los metales (Lám. 7). Su descripción no es fácil y a que las piedras que han sido utilizadas para tal fin son irregulares y presentan m últiples facetas; no obstante fu eron seleccionadas aquellas que tenían unas ciertas form as y pesos adecuados a su función. Hay dos tipos más claros, que hemos llam ado m artillos grandes y m artillos pequeños, en los que, con un largo similar, los prim eros doblan en peso y anchura los segundos. Tam bién hay dos piezas interm edias y un m artillo discoidal.

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Lámina 7. Martillos: tipo pequeño (A), tipo grande (B) y discoidal (C).

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Tenem os dos m artillos grandes com pletos y dos fragm entos. Su form a es compuesta, ligeram en te ovoidal, tien en un extrem o troncopiram idal y otro redondeado, con unas muescas laterales en el m edio para facilitar el agarre. Son piedras negras algo pulidas, cuyas medidas típicas rondan los 10 cms. de largo, 6 de ancho y 500 grs. de peso, con la superficie de m artillado del extrem o troncopiram idal de unos 2 cms de diám etro. En los dos que conservan la parte redondeada, ésta acoge en un caso, dos superficies de trabajo curvas para lam inar, y en otro, una faceta para lam inado plano m uy pulida y otra para m artillado dependiendo del m odo de agarre del m artillo. Esta últim a pieza es bastante más pesada (722 grs.).

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El tip o pequeño tien e unas medidas aproxim adas de 9 cms. de largo 3 de ancho y 200 grs. de peso. Su form a básica es tenuem ente cónica, con corte elipsoidal, con un pequeño resalte natural p or el que se agarra fácilm ente (Lám. 7-B). Presentan facetas de trabajo en ambos extrem os, con un diám etro en torn o a 1.5 cms. Son cuatro, uno de ellos incom pleto. Tres piedras negras pulidas y una blanquecina.

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De las dos piezas interm edias destaca una que, con una form a básica sim ilar al tip o grande, es más pequeña (8 cms.de largo, 4.4*3 cms de ancho) y mucho más ligera (183 cms. de peso). Está m uy pulida y parece un instrum ento m ultifuncional, con una superficie de trabajo m uy lisa y pulida, otra poco definida para m artillar y numerosas huellas de presión y corte con el cincel. Finalmente, hay un m artillo de piedra verd e oliva pulida y de form a casi discoidal a la que le falta un pequeño segmento. El diám etro es de 6 cms, grosor de 2.8. y pesa 171 grs. La superficie de trabajo corre a lo largo del perím etro del disco, con excepción del segm ento truncado (Lám. 7-C).

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La to la E-71 es en la que aparecieron más instrum entos de piedra, dos yunques y cinco martillos, así com o varios alisadores y pulidores. La asociación más clara se encontró en el n ivel 1, entre el yunque que hemos destacado arriba p or sus claras huellas del cincel, uno de los m artillos grandes y el discoidal. Estos aparecieron ju n to con otras dos piedras pulidas fragm entadas por el calor. Hay que resaltar tam bién, que uno de los m artillos

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grandes, el más pesado y pulido apareció form ando parte de una ofrenda en el contexto de un enterram iento.

3. CONCLUSIONES 42

Los utensilios m etálicos recuperados en Atacam es estarían en uso dentro de tres actividades del poblado, m etalistería, tejid o y pesca, que están sobradam ente probadas p or otra clase de evidencias (Guinea, 1984; 1995a y 1995b). Del mismo m odo, los adornos de cobre que hemos descrito, narigueras, orejeras y cuentas de collar, form an parte de los atavíos habituales representados en las figurillas cerámicas del m ismo yacim iento (Sánchez Montañés, 1981). Nos quedaría entonces por ver, si los análisis y consideraciones que hem os presentado en los apartados anteriores nos perm iten responder a la pregunta que nos hacíamos al com ienzo de este artículo: ¿Los habitantes de Atacam es recibían de los com erciantes el metal de cobre o los objetos elaborados?. Creo que las evidencias analíticas e instrum entales prueban que, a través de las rutas com erciales procedentes del sur, llegaban a Atacam es no sólo objetos de cobre, sino tam bién metal de cobre preparado para fundir y con él las transferencias tecnológicas para hacerlo (Fig. 4).

Figura 4. Diagrama de flujo de las evidencias metalúrgicas del yacim iento de Atacames: adaptado de la figura 8 en Shimada, 1995.

Yunques, martilos. crnceles, punzones

r Objetos elaborados (utensilios,adornos)

43

La clave de esta conclusión se encuentra en las pruebas de que al menos las segunda y tercera parte del proceso de transform ación del m ineral de cobre en objetos de cobre m etálico se efectuaba en el poblado. ¿Por qué descartamos la prim era parte del proceso, la fundicón del mineral?. No hay minas de cobre en la zona. Y a dijim os que no parece lógico com erciar con el m ineral. Y no se ha detectado en el yacim ien to ningún indicio de dicha actividad. Además, hay otro dato que aboga en fa vo r de que a Atacam es llegaba el

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m ineral fundido e incluso refundido, com o es el bajo contenido en arsénico de las piezas, y a que los sucesivos afines por refundición bajan la tasa de este metal. Los productos de la m etalurgia prim aria del cobre tanto en el norte del Perú com o en Cañar tien en mucho más arsénico en su com posición, sea esto intencional o no. P o r lo tanto, se puede pensar que a Atacam es llegaban lingotes o láminas refundidas, probablem ente más de una vez, a conveniencia de los interm ediarios. 44

Los restos de fundición encontrados en el yacim iento, ju n to con las toberas, el crisol e incluso los restos de leña adheridos a una escoria, nos prueban que en Atacam es se llevaba a cabo la segunda parte del proceso m etalúrgico, es decir, la refundición y refinam iento del metal obtenido por el com ercio. A ctividad que debió de efectuarse, tal y com o hem os citado en palabras de Benzoni, colocando un crisol en fuego abierto avivado con tubos de soplado. Hemos visto que las boquillas cerámicas de estos tubos, aunque form alm ente casi idénticas, son más cortas que las encontradas en Batán Grande en un contexto de fundición de primaria. Asim ismo, el orificio es tam bién algo más estrecho. D iferencias que pueden ser debidas a que las de Atacam es se usaron precisam ente en la segunda parte del proceso

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Los estudios m etalográficos de los objetos acabados revelan, com o hem os citado, que en esta tercera y últim a etapa de trabajo, los atacameños tenían un nivel tecn ológico sim ilar al del norte de Perú. Además, tenem os una serie de instrum entos relacionados con esta tarea, com o son los cinceles, yunques y m artillos. A lo largo de esta exposición hem os ido com entando las distintas asociaciones detectadas entre los objetos m etálicos y los utensilios para su fabricación. En otro orden de cosas, m erece destacarse la presencia de los dos únicos yunques enteros, com o ofrenda en un entierro, al igual que una pieza clasificada com o m artillo, pero que tiene ciertas características: peso y form a, que indican que quizás pudiera haber funcionado ocasionalm ente com o un yunque, la cual tam bién aparece en otro contexto funerario. Y a nos hem os referid o en el texto, a la posible explicación de esta asociación dentro de un mundo de creencias, todavía vigen tes en la platería tradicional peruana, acerca de que los instrum entos de trabajo no deben de pasar de un artesano a otro.

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Quedaría por ju stificar por qué pensamos que el m etal de cobre llega del norte de Perú a través de la red com ercial Huancavilca. Dejando a un lado que la inclusión de Atacam es en esta red parece fuera de duda (Sá-mano,1844 (1525):19) y que por lo tanto no sería lógico no aprovecharla, hay una fu erte sim ilitud tecn ológica e instrum ental con los m ateriales peruanos de Sicán M edio (900-1100 d.C), cuyas fechas coinciden a la perfección con las de los niveles de aparición de las evidencias de m etalurgia en el yacim ien to (890-1000 d.C), ju n to con otras com o, por ejem plo, la sustitución de las agujas de hueso por las de cobre. Incidiendo en esta apreciación está el asunto de la procedencia del oro u tilizado en el proceso de dorado. Como hemos dicho, nuestras piezas doradas contienen plata en la liga, estando ausente el platino, lo cual es lo norm al en el oro peruano, m ientras que el p rocedente de los placeres de la zona de Esmeraldas, aunque hay alguna excepción, contiene cantidades variables de platino. P o r otro lado, los objetos de oro de la zona estudiados por Bergsoe y R ivet y Arsandaux, a los que nos hemos referid o con anterioridad, dan todos platino en sus análisis cuantitativos, habiendo sido fabricados en un p eríodo anterior a la generalización de la red com ercial. Tod o parece indicar que, ó bien los objetos dorados llegaban del sur y a acabados, ó bien para los habitantes de Atacames, en ese m om ento, era más cóm odo com prar el oro que los com erciantes sureños ofrecían ju n to con el cobre, que extraerlo directam ente de la zona.

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Agradecim ientos: Esta investigación ha sido parcialm ente financiada p or la Universidad

Complutense de M adrid y la Com isión Interm inisterial de Ciencia y T ecn ología (P royecto Tel96-1276)

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RESÚMENES Todo parece indicar que el cobre fue unos de los productos que los habitantes del norte del Perú intercambiaban con los de las costas ecuatorianas por las preciadas valvas de Spondylus. Presentamos los útiles y adornos de este metal recuperados en el yacimiento de Atacames, así como los instrumentos comprometidos en su proceso de elaboración. Parece haber un cierto consenso acerca del hecho de que los habitantes prehispánicos de las costas del Ecuador, especialmente los grupos vinculados con la cultura Manteño-Huancavilca, obtenían cobre, proveniente de la región montañosa central y norte del Perú, a cambio de las valvas rojas del preciado Spondylus. Trueque que se realizaba dentro de la red comercial que, con esta concha como artículo estrella, se movía por la costa pacífica desde Perú hasta México (Bergsoe, 1982:54; Mayers, 1992:42; Shimada, 1995:158-59 entre otros). Apoyando esta impresión, el inventario que figura en la Relación Sámano (Sámano, 1844 (1525):200) de los objetos que los comerciantes manteños llevaban en la famosa balsa de Salango para" rescatar por unas conchas de pescado de que ellos hazen quentas coloradas" incluye diferentes objetos de oro y plata y otros, tenazuelas y cascabeles, que podrían ser de cobre metal. Lo que ya no es tán fácil, es evaluar si el comercio era sólo de objetos elaborados o incluía la materia prima. No conozco ningún hallazgo en las costas ecuatorianas de mineral de cobre importado y realmente no parece lógico comerciar con algo tan pesado. Hay que pensar, como ejemplifica el caso de Batán Grande en el norte de Perú (Shimada y Merkel,1991: 63), que el mineral se fundiría cerca de su lugar de

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extracción, comerciándose con el metal en su forma más inmediata, los pequeños nódulos esféricos de cobre ("prills"), que se obtenían después de la trituración de la matriz escoriacea en la que quedaban incluidos trás el proceso de fundición, con la condensación de éstos en pequeños lingotes refundidos ó en láminas martilladas de tamaño, forma y peso uniforme (naipes), las cuales facilitarían el intercambio y su posterior conversión en diversos objetos (Shimada, 1995:158-59). Los objetos metálicos recuperados por "Proyecto Esmeraldas"(1971-75) (Alcina, 1979) en la excavaciones del yacimiento de Ataca-mes, quizás puedan arrojar alguna luz a este respecto. La bahía de Ataca-mes, que muestra evidencias de ocupación desde el período Formativo, acoge en el último período prehispánico (700-1526 d.C) un poblado semiurbano de más de 5.000 habitantes, cuya principal ocupación era la pesca y el comercio de Spondylus dentro de la red de intercambio controlada por los manteños, en el límite norte de la influencia directa de éstos (Guinea, 1984). Los materiales citados son diferentes tipos de instrumentos, adornos y restos de fundición, hasta un total de cuarenta. La mayor parte -treinta y ocho- son de cobre con ninguno o muy bajo contenido de arsénico, aunque cuatro de ellos podrían considerarse cobre arsenical (< 1% As) y cinco son de cobre dorado. Completa el conjunto un goterón de plomo y una problemática cuenta de hierro. No se han encontrado objetos de oro en las excavaciones. Con todas las reservas que merecen las piezas que no son obtenidas de este modo, tenemos noticias de algunos objetos de aleaciones AuCu-Ag con contenidos variables de platino (Bergsoe, 1982 (1937) y Rivet y Arsandaux, 1946) que se atribuyen a Atacames. Posiblemente fechables en el período anterior al que nos ocupa. Afortunadamente, disponemos de un cuidadoso estudio arqueome-talúrgico de casi la totalidad (35) de las piezas de cobre atacameñas. Salvador Rovira fue el encargado de realizar el análisis de la composición de los metales y aleaciones, así como del estudio metalográfico para determinar la tecnología de fabricación de los diversos objetos. Todos estos datos se encuentran, de forma pormenorizada, en la publicación de su Tesis Doctoral (Rovira, 1990) y a élla remitimos al lector interesado en estas cuestiones. Mi trabajo se centra en el estudio tipológico, y en el de las asociaciones, los contextos y las otras evidencias culturales relacionadas con la fundición y conformación de los metales.

AUTOR M ER C E D ES G U IN E A

Universidad Complutense de Madrid

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Evidencias líticas de los procesos de apropiación y procesamiento en la actividad de subsistencia de la cultura Atacames, Asmeraldas, Ecuador José Ramón Iglesias Aliaga y Andrés Gutiérrez Usillos

1. INTRODUCCIÓN 1

La Cultura Atacam es es la expresión más septentrional del Período de Integración en la costa del

Ecuador.

Se ubica en la provincia de

Esmeraldas, y

ha sido

definida

fundam entalm ente por las excavaciones arqueológicas de los sitios de Atacames, Balao y Tonsupa, todos en la línea costera (m apa 1), llevadas a cabo p or la M isión A rqu eológica Española en los años '70. 2

• Atacames-Castelnuovo: Es el sitio principal en el que se delim itó la cultura que comentamos. El yacim ien to ocupa unas 127 hectáreas, donde se localizaron 65 m ontículos habitacionales, aunque existen evidencias de otros muchos (Guinea 1995a:53). Está ubicado en la bahía de Atacames, a 20,5 Km. hacia el sur de la desembocadura del río Esmeraldas y tien e una extensión de 6 Km.

3

Las investigaciones en este yacim iento, han perm itido distinguir dos fases: Atacam es Tem prano (700-1100 d.C.) y Atacam es Tardío

(1100-1526 d.C.). En esta últim a se

intensifican los rasgos y a delineados en la prim era (A lcin a 1979: 122; Guinea 1995a) y se vincula con la fase Balao. 4

El asentamiento, tal y com o fue visto por los españoles en 1527, era un gran poblado con 1000 ó 1500 casas, con calles y plazas (Sámano 1985: 181; X erez 1985: 66). La zona debía estar altam ente poblada, com o se desprende del com entario de X erez (1985: 66),

78

seguram ente exagerado, cuando m enciona que, les "salieron a re cib ir más de diez m il indios de guerra".

5

• Balao (E-1): situado sobre un pequeño acantilado, ju n to al estero del m ismo nom bre, muestra un asentam iento de tip o disperso; este hecho, ju n to con la ausencia de cerám ica de lujo constituyen rasgos que lo diferencian de Atacam es (Alcina 1979: 130-139). Sin em bargo, la sim ilitud de los tipos cerám icos ordinarios con los de Atacam es sugiere que se trata de una aldea o estación dependiente, posiblem ente de pescadores que se dedicaban a capturar, ahumar y com ercializar el pescado con las poblaciones del interior, o incluso de asentam ientos costeros m ayores. Balao se ha fechado entre 860 y 1390 d.C. (Alcina 1979: 130).

6

• Tonsupa: yacim ien to investigado tam bién por la M isión Arqu eológica Española en los años 70, aportó datos de interés para d efin ir la fase Atacam es (A lcin a 1989: 53).

7

En la cuenca del mism o estero y colinas circundantes se localizaron otros yacim ientos (A lcin a 1989: 53) pertenecientes a la fase Balao: Totum o (E-18), Talam bó (E-19), Cangrejo (E-20), Arenas (E-21), El M aizal (E-22), entre otros. MAPA

2. EVIDENCIAS ARQUEOLÓGICAS DE LA PESCA 8

Las evidencias arqueológicas de las que podem os deducir las diferentes artes de pesca desarrolladas por los pobladores de Atacam es son de dos tipos, por un lado los restos zooarqueológicos y por otro los útiles líticos. El prim er aspecto ha sido un trabajo acom etido por Guinea en años anteriores (1982, 1984), por lo que nos centrarem os en el estudio y clasificación de los artefactos líticos, poniéndolos en relación con los distintos sistemas de pesca. Adem ás de las evidencias arqueológicas, el análisis de las fuentes históricas es fundam ental a la hora de in terpretar y com prender la estructuración y el funcionam iento de estas sociedades, y com o verem os, será de gran utilidad para entender los diferen tes sistemas de pesca desarrollados en la cultura Atacames.

9

El tam año de la luz de la m alla sería un indicativo fiable del tip o de capturas, o cuando menos del tam año de las mismas. En una serie de fragm entos de red analizados en varios sitios precerám icos de Ancón-Chillón, se evidenció que el 75% tenían una abertura de malla entre 0,5 y 1,5 cms. y ninguna sobrepasaba los 2,5 cms. (M oseley et al. 1988: 130). Se destinaban evidentem ente para capturar peces de pequeño tam año com o la anchoveta. An te la ausencia de restos de m alla en Atacames, tratarem os de dilucidar el tip o de red, y finalm ente de captura, a través de las pesas utilizas com o lastres.

79

2.1. Útiles Líticos para la actividad pesquera. Estudios Previos 10

La form a de estos objetos líticos es una constante: cantos de río, ovalados, con perfil aplanado y con muescas m ediales en los laterales para fijar las cuerdas o hilos con las que se atan a la relin ga in ferior de la red. El tam año oscila entre los 4,5 y 8 cms. de largo, con un ancho de 3,2 a 6 cms., y un m áxim o espesor de 1 a 2,5 cms. Se han identificado pesas de este tip o desde contextos arqueológicos del período Form ativo, tanto V ald ivia (M eggers, Evans y Estrada, 1965: 33) com o Chorrera (Estrada, 1958: 95).

11

Otros yacim ientos costeros m anifestan útiles idénticos. En las excavaciones del sitio de Inguapí, de la cultura Tum aco-Tolita, se señalan numerosas pesas de red (Labbe 1988: 30), vinculadas al período Clásico. En Esmeraldas, se identificaron similares pesos de red en el yacim ien to

de

La

Propicia

(R odríguez

Eyré,

1984:

170-171),

de

la

fase

Tiaone,

m anifestación regional tardía de la Tolita. En el período de In tegración tam bién se m antiene la utilización de este tip o de útiles, com o evidencian tanto las pesas de red recuperadas en la fase manteña del sitio Salango (N orton, Lunis et al. 1983), com o las que ahora describim os del yacim ien to de Atacames. 12

Pese a que son objetos que com o vem os se encuentran en contextos arqueológicos desde el período Form ativo Tem prano hasta el de Integración, hasta ahora no se había intentado un estudio contextualizado de los mismos, que sirviera de base para la identificación de las distintas artes de pesca. Este es el objetivo en el análisis de las numerosas pesas recuperadas en las excavaciones del poblado de Atacames.

2.2. Las Pesas Líticas de Atacam es 13

Hemos señalado anteriorm ente los distintos yacim ientos investigados por la M isión Arqu eológica Española, pero com o tam bién apuntamos, el peso de la investigación recayó en el sitio de Atacames, por lo que no es de extrañar que la m ayoría de los objetos procedan de este sitio. En la Tabla 1 ofrecem os una prim era aproxim ación a estos objetos, distinguiendo y a algunos de los tipos a los que haremos referen cia a continuación, pero atendiendo únicam ente a su distribución cuantitativa por niveles.

14

Las pesas de Atacam es están fabricadas con cantos rodados, piedras duras de origen volcánico o de origen terciario marino. García-Gelabert (1978: 93) m enciona para estas pesas, el predom inio de la arenisca arcillosa de grano fino, entre otros tipos de areniscas, así com o basalto, gabro y diorita.

15

La resistencia del m aterial em pleado, es una de las razones fundam entales de la profusión de este tip o de objetos en los yacim ientos arqueológicos costeros, pero evidentem ente, la utilización conjunta de series de pesos para conform ar los lastres de las redes, contribuye a que esta abundancia sea notoria. Debemos ten er en cuenta que, en general, no se trata de objetos independientes o aislados, sino que form an parte de un conjunto.

16

Considerando el núm ero de ejem plares recuperados, debem os destacar las tolas E-69 y E-101. En ambas, aunque de form a más evidente en la prim era de ellas, puede observarse una distribución de pesas líticas en todos los niveles (artificiales), hasta los más profundos, m ientras que en el resto de los sondeos de tolas y pozos plaza se aprecia una m ayor concentración de m aterial en los prim eros niveles.

80

2.3. Tipología de Pesas líticas en Atacam es 17

Para la clasificación de los objetos líticos que proponem os en este trabajo hemos procurado atender tanto al aspecto m orfológico com o al funcional. De esta manera, dividim os los diferentes objetos recuperados en 4 categorías 1) Pesas para anzuelo, 2) Pesas para red, 3) Pesas para buceo, y 4) Pesas discoidales con perforación central.

18

En el Gráfico 1 ofrecem os la distribución por Tolas de todas los lastres de piedra, según el peso de los mismos. Podem os v e r que existen unos ejem plares de peso m uy reducido, que corresponden a las pesas de anzuelo, un gran grupo, que ocupa casi tod o el gráfico de m anera bastante uniform e, que identificam os com o pesas para ciertos tipos de red (en tre los 15 y los 45 gram os), otro grupo, hasta los 700 gram os (pesas para redes de m ayor tam año), y tres ejem plares más que com pletan el cuadro hasta los 1600 gram os (pesas de buceo).

• Tipo 1: Pesas para Anzuelos 19

Se trata de pequeños objetos líticos, y en algún caso aislado de cerámica, cuya función es la de lastrar el anzuelo con la carnada o cebo. Dentro de este p rim er grupo distinguimos, según la m orfología, dos tipos (En la Tabla 2, presentam os las medidas y pesos de todos ellos): • Subtipo 1a: tiene la forma idéntica a las pesas para redes, ovaladas, planas y con muescas en los laterales, pero su tamaño y peso son mucho más reducidos (Figura 1b). Hemos identificado varios ejemplares en Atacames, presentes tanto en la Tola 101 (1 objeto), como en la E-69 (3 objetos) y en el Pozo Plaza 2 (6 ejemplares), probablemente asociado a los enterramientos. Se encuentran ejemplares aislados o en grupos de dos, lo que evidencia su utilización individual. • Subtipo 1b: muestra forma ahusada, con una perforación en el extremo apuntado (Figura 1c). De esta variedad hemos identificado tan sólo 3 ejemplares en Atacames, de forma idéntica, si bien uno de ellos, nunca llegó a utilizarse, pues se fragmentó en el proceso de fabricación de la perforación.

81

Figura 1. Pesas de Anzuelo

c 20

La presencia de estos pesos para el sedal del anzuelo evidencia la utilización de este arte de pesca. Sin em bargo, en Atacam es no se recuperaron anzuelos, a excepción de dos ejem plares de cobre (Guinea 1997), lo que sugiere su fabricación con m ateriales orgánicos, seguram ente vegetales.

21

En la Figura la, hemos reconstruido la posible u tilización de estos dos tipos de objetos. En el dibujo puede observarse el tip o la, un simple canto de río con muescas para atar el sedal. Esta form a de atar el peso, condiciona la disposición del mismo a cierta altura del sedal, tal com o puede observarse en algunos dibujos realizados por artistas m ochica en la costa norte del Perú (Figura 2: Rostworowski de Díez, 1970: fig. 1, pág. 156).

22

En la representación del tip o 1b, se observa cóm o en lugar de disponer el anzuelo en la extrem idad del sedal, el extrem o estaría ocupado por la pesa, lo que perm ite la utilización del propio

sedal com o

soporte para ram ificaciones de anzuelos. Este sistema es

denom inado palangre, calandra o espinel, y Esmeraldas (M itlew ski 1985: 70).

aún es utilizado por los Chachis de

82

Figura 2. Pescadores en la Costa Ecuatoriana

•Tipo 2: Pesas de Red 23

Son, con mucho, las más abundantes de tod o el registro arqueológico, puesto que hemos contabilizado

151

ejem plares1. Se

estacan

asimismo

por

m antener

una

sim ilitud

m orfológica, en todos ellos, así com o con las pesas de red que hem os m encionado para culturas anteriores, es decir, cantos de río de form a ovalada, arriñonada o redondeada con unas muescas en los laterales, más o menos profundas, realizadas para la sujeción de la cuerda que la une a la malla.

Figura 3. Pesas de Red

A

83

Pesas con red

24

El uso del sistema de redes para pescar, en la región de Atacam es queda atestiguada por el cronista T ru jillo (1985: 193) cuando com enta sorprendido a su llegada al pueblo de Cancebí, las "m ucha s redes de pescar" que tenían. A continuación verem os tam bién los d iferentes tipos de artes utilizados.

25

En la Tabla 3, se observa el gran núm ero de pesas de red recuperadas en Atacames, así com o los tam años y pesos correspondientes, ordenadas por tolas y niveles. Según estas variantes (tam año y peso) podem os distinguir dos grupos principales, por un lado aquellas que m iden entre los 3,5 y los 7 cms. y un peso que varía entre 17 y 100 gramos, que suponen la m ayor parte; por otro lado, las de m ayor tam año y peso, que alcanzan hasta 700 gramos.

26

- S u b tip o 2a: Con estas reducidas pesas seguram ente se construía redes de pequeño tam año, com o la Atarraya o Esparavel2, una red en form a de embudo, que se lanza directam ente sobre el agua desde lugares elevados, o desde la misma canoa, realizando al mismo tiem po un m ovim iento de rotación que provoca la apertura del m anto circular. Al chocar con el agua, cesa el impulso centrífugo y la misma fu erza de la gravedad hace descender y ju n ta r rápidam ente las pesas. En el vértice pende una cuerda, para elevar lentam ente la red, una ve z capturada la presa. Se utiliza en aguas de poca profundidad, o en la orilla del mar.

27

Reichel-D olm atoff (1960: 88) describe el uso de la A tarraya entre los Emberá y Noanam á del Chocó colom biano, y M itlew ski (1985) la m enciona com o arte de uso estacional, entre los indios Chachis de Esmeraldas, aunque sugiere su introducción por parte de grupos mulatos, y a que el lenguaje Chachi carece de un vocablo explícito para este arte. A esta misma conclusión llega W ilbert (1956: 103), sobre las atarrayas que se utilizan en la m ontaña peruana.

84

28

El lastre u tilizado en estos ejem plos, son piedras com o las que describimos, aunque hoy día se sustituyen por plomos. El tam año total de la red varía entre 1 y 3 m etros de diám etro y de m alla apretada pues se suelen utilizar para la captura de peces pequeños.

29

Otras redes de pequeño tamaño, aunque de m anto rectangular y no circular, fueron em pleadas en la costa ecuatoriana durante el período de Integración. En el dibujo de la balsa manteña realizado por Benzoni (1989: 314) (Figura 3), observam os las figuras de dos pescadores, sentados sobre unas balsas, construidas con tres estrechos troncos atados, y que sostienen entre ellos una red rectangular. La escena, según interpretam os, muestra en un p rim er plano a un hom bre realizando una "o fre n d a " de productos al mar, ofrenda que debem os poner en relación con la acción de pesca que se está realizando en ese m om ento, en un segundo plano. Las ofrendas al mar, seguram ente maíz y otros productos alim enticios, atraerían voraces cardúmenes de peces, que serían pescados por grupos de pequeñas em barcaciones con redes manejadas entre dos personas, o bien que serían arrastradas posteriorm ente hacia la costa por m edio de cuerdas atadas a los extrem os, em pleando para ello el tip o de red que a continuación describimos. Figura 3. Pescadores con azuelo en caballitos de Totora cerámica Mochica.

30

- S u b tip o 2b: Las pesas de m ayor tam año debieron form ar parte del lastre de dos tipos sim ilares de red de arrastre, la Jábega, y el ch in ch orro, y una de tram pa, el trasmayo. El peso de cada uno de estos objetos oscilaría entre los 100 y los 700 gram os (Tabla 4) y su colocación en la relin ga in ferio r com plem entaría o sustituiría el uso de las pesas anteriores, disponiendo dos de estas grandes pesas en los extrem os.

31

El Chinchorro es un arte de pesca utilizado en el poblado de Ataca-m es hacia 1527, según nos cuenta Gonzalo Fernández de Oviedo (1959. Cap. V , 13; o cap. IV: 122). Bernabé Cobo describe el mismo sistema, con el nom bre de Cala, para la costa peruana. Este arte im plicaría el uso de em barcaciones con las que introducir las redes en el mar, que posteriorm ente son arrastradas hacia la playa por las gentes que perm anecen en la orilla, o incluso por los mismos pescadores, a nado o en las embarcaciones. Para m antenerlas de m anera vertical durante el arrastre hacia la playa, las redes debían contar con una relinga con lastre, y otra con flotadores. Estos estarían fabricados bien de m adera de balsa (com o en la actualidad realizan los indígenas Chachis (M itlew ski 1985) o bien con calabazas, com o en la costa peruana.

32

En la actualidad se utilizan en la Península de Santa Elena (M eggers et al. 1965: 13), com o en Atacames, redes que, colocadas en aguas algo profundas próxim as a la orilla, se arrastran hacia la costa. Las capturas que se obtienen con este sistema son de pequeño tam año, puesto que los peces de grandes dim ensiones habitan en aguas profundas.

85

33

Otros tipos de redes de gran tam año son los Tfasmayos, grandes redes fijas de manto rectangular, que entre los Chachis alcanzan unos 3 m etros de ancho y hasta 30 de largo, y con una m alla m edia de unos 7 centím etros, que se destinan a la captura del sábalo (M itlew ski 1985: 65). Son redes de colocación vertical, p or lo que necesitan lastres, (realizados con piedras de cierto peso, en relación con el tam año de la m alla) y flotadores, form ados con m adera de balsa. Sirven tanto para cerrar el paso en los ríos, a los peces que han subido con la marea, y que al bajar quedan atrapados. O bien fijando un extrem o en la orilla, form a un embudo para los peces que suben río arriba.

• 34

Tipo 3: Pesas para bucear

En este caso se trata de grandes y pesados objetos líticos cuya función es la de facilitar una rápida inm ersión de los buceadores, a pleno pulm ón y la retención en el fondo durante la recolección de moluscos que, com o el Spondylus o la Pinctada mazatlánica, se encuentran a cierta profundidad en el mar. Las pesas de buceo reseñadas para otras culturas ecuatorianas tien en form a ahusada, con un rebaje alrededor de la parte central, donde se ata la soga con la que se recupera la pesa una v e z el buceador se ha desprendido de ella. En el caso de Atacames, teniendo en cuenta el tam año y peso tan sólo podem os reseñar com o pesas para buceo tres ejem plares, dos de ellos rondando los 1500 gram os y el tercero los 900 gram os (Tabla 4).

Figura 5. Pesas para Bucear

35

Si bien para Atacam es no hem os constatado en las fuentes la presencia de buceadores especializados, podem os suponer su existencia en razón a la gran cantidad de conchas de Spóndylus, cuyo hábitat se encuentra a cierta profundidad, que se recuperaron en el

yacim iento. Sabemos, por otro lado, que han existido buceadores especializados en la costa ecuatoriana, dentro de la cultura m anteña y m antenidos época en colonial, com o

86

apunta O laf H olm (1953: 79), al recordar la existencia de 15 indios buceadores en Chanduy, que desde sus balsas se lanzaban alcanzando los 25 m etros de profundidad a pleno pulmón.

• 36

Tipo 4: Pesas discoidales con perforación central

Se trata de objetos de piedra tallada en form a discoidal, aplanados, con una perforación central, y que usualmente se relacionan con el arte de la pesca (Echeverría 1981: 226-227), pero que tam bién se describen, entre otros usos, com o cabezas de macanas y contrapesos para el palo cavador

37

(Sanoja, 1981:55). En realidad no conocem os a ciencia cierta qué función desempeñaban estos objetos líticos, puesto que se encuentran de distintos tamaños y pesos, desde unos 40 gram os a más de 200. Esta variedad de tamaño descarta el uso com o macanas o com o pesas, y afianza su utilización com o contrapesos, posiblem ente relacionadas con el arte de la pesca. Figura 6. Pesas discoidales con deformación central

38 García Gelabert (1978: 98) se percató además, de que el orificio de esas pesas no estaba centrado, lo que si bien no es un obstáculo para un lastre, sí sería un inconveniente para la u tilización com o macanas. 39 Según interpretam os, a m odo de hipótesis, estos objetos discoidales perforados estarían relacionados con la utilización de nasas y trampas. Es evidente que los distintos sistemas de pesca con trampa, conocidos en la 40 A m érica andina prehispánica necesitan de unos lastres para hundir los artefactos construidos con cañas y

m ateriales vegetales. La posibilidad de variar el lastre,

introduciendo más o menos pesos en el cordel central (a través de la perforación de las

87

pesas), perm itiría controlar la altura a la que se disponen las trampas, y de esta form a acceder tanto a especies diferentes, bien sea peces que nadan librem ente o crustáceos que habitan los fondos marinos.

2.4. La fabricación de las redes a través de un rasgo característico: el tintado 41

A l revisar el m aterial lítico de Atacames, observam os en algunas de las pesas de red, la presencia de unas bandas transversales, generalm ente de color m arrón rojizo, y con un ancho constante (0,5 cms.), entre las dos muescas de las piedras. En otros casos la mancha no es una banda de color, sino que, enm arcando el mism o ancho de la m encionada banda, se observan unas manchas pardo-amarillentas.

42

Pensamos que esas "bandas de co lor" sobre la superficie de contacto de la atadura de las pesas de red, son las im prontas producidas por el astringente-colorante utilizado para curtir las redes, cuyo m aterial de fabricación debía ser algodón y/u otras fibras vegetales. En regiones más secas, com o el yacim iento de "Lo Demás" en la costa centro-sur peruana, se han conservado fragm entos de redes en los que se confirm a la utilización de taninos vegetales para este fin (Sandweiss 1992: 73, 79).

43

En sentido estricto no se trata de un teñ ido de la red, sino más bien de un curtido. Esta es una

práctica

tan

extendida

com o

la

utilización

de

las

mismas,

em pleándose

recurrentem ente semejantes tipos de astringente-colorante, los taninos, óxidos o sales de cobre, el catecú3 y el alquitrán (Lozano Cabo, 1978, T om o 2: 307). Los taninos son uno de los curtientes más abundantes en la naturaleza, y en el área de Atacames, son fácilm ente obtenidos de las raíces de manglar. 44

Los taninos no son en sí tintes, sino curtientes. Son substancias orgánicas, de origen vegetal, solubles en el agua, de carácter ácido y un fu erte poder astringente, que protegen las fibras vegetales (orgánicas) de las redes, de la corrupción que provocaría el contacto con el agua del mar. Tam bién se han em pleado para curtir cueros, y a que absorben rápidam ente el agua de las pieles o tejidos. A l mism o tiem po, proporcionan una coloración parduzca que cam uflaría las redes de algodón bajo el agua.

45

Ejemplos de la utilización de taninos en el curtido de las redes de fibra vegetal se encuentran tanto en el V iejo Mundo, (en España se seguían tiñendo redes con taninos hasta tiem pos recientes) (Rom ani, A. 1988: 94), com o en el Nuevo, tanto en M esoam érica (en el M useo Nacional de A n trop ología se exponen unas redes de pesca, procedentes de Coahuila de colores sienas, pardos y rosados, característicos de los taninos) (Roquero, 1995), o com o en el área A ndina donde tam bién se ha realizado un breve estudio sobre los colorantes en las redes recuperadas en Las Aldas y Paracas, en la costa de Perú) (Yoshitaro Am ano 1975).

46

En una de las pesas de red de Atacam es tam bién hem os constatado la presencia de una mancha espesa de color negro, que aparentem ente es brea. Southon (1986: 15) en su estudio sobre la pesca de arrastre en el poblado de Salango, m enciona la utilización de alquitrán o brea, que com o y a dijim os es de uso generalizado, para evitar que el algodón se pudra. N o creem os que en Atacam es se em pleara la brea para curtir las redes, pues es más fácil la obtención de taninos (p o r ejem plo, en las raíces de los m angles), si bien en la Península de Santa Elena los afloram ientos de brea son frecuentes, por lo que es lógico que allá se utilice p referen tem en te esta substancia. El ejem plo de Atacam es constituye un

88

caso aislado, y creem os más probable que se utilizara para asegurar y fija r el atado de h ilo a las pesas, (o incluso podría tratarse de una evidencia de im portación de redes manteñas).

3. INSTRUMENTOS LÍTICOS DE MOLIENDA Y UTENSILIOS DE LABRANZA EN ATACAMES 3.1. Introducción 47

A l igual que las pesas de red suponen una evidencia de la utilización de este arte de pesca, los m etates y otros útiles de m olienda sugieren el procesam iento de determ inados vegetales, producto de las labores agrícolas. En concreto, en los Trópicos Húmedos, com o indica Jorge M arcos (1988:147) los instrum entos para procesar las plantas alimenticias, que en regiones tem pladas pueden asociarse a la recolección, son indicadores fiables de la presencia de la agricultura.

48

En las excavaciones del yacim ien to de Atacam es se recuperaron varios tipos de evidencias del cultivo de las plantas, unas directas, com o son los propios restos de vegetales y los útiles para su producción y procesam iento, y otras indirectas, com o im prontas de textiles, torteros y agujas (Guinea 1995a: 54).

49

En cuanto a los restos vegetales recuperados en Atacames, sólo se han hallado unos granos carbonizados de m aíz dentro de un cuenco cerám ico ju n to con huesos de bagre, y una calabaza trabajada que había sido utilizada com o recipiente (Guinea 1995b:181 y 1982:139). Por lo tanto, para la com prensión de la utilización que de las plantas hacían los atacameños, debemos centrarnos en el análisis de los instrum entos líticos de m olienda y labranza, mucho más frecuentes que los restos orgánicos. Para ello clasificarem os estos objetos a partir del análisis m orfológico y funcional.

50

Los artefactos de m olienda han servido para la trituración y machacado de varios tipos de plantas, transform ando un alim ento sólido en pasta o en partículas, por m edio de acciones de presión, frotam ien to o percusión. Los útiles más frecuentes, para este tip o de procesam iento son manos, metates, m orteros y machacadores. Otros utensilios de piedra, com o las hachas, manos de am olar y azadas recuperadas en el yacim iento de Atacames, constatan la práctica de las labores agrícolas de desm onte, y labrado de la tierra.

51

Una de las características principales de los utensilios de molienda de Atacam es es que su form a final se determ inó en la m ayoría de los casos por el uso. No podem os decir que se trate de piedras seleccionadas por su form a sin m ayor m odificación que unas muescas, com o en el caso de las pesas de red, sino que fueron manufacturadas de acuerdo a un diseño m uy específico, de ahí la variedad de form as para una misma función. Entre las señales distinguim os las cicatrices y

astilladuras producidas por golpes o picado

originadas durante la manufactura de los utensilios, y las huellas de uso provocadas por la fricción. Los utensilios elaborados con una única técnica son m uy escasos, presentando en general una com binación de golpeado, picado y alisado por fricción. Así, manos, metates, m orteros y machacadores muestran en común una superficie pulida y picoteada a la vez. 52

P o r su parte, los utensilios de labranza se han em pleado en el desm onte y recolección de plantas domésticas y su form a ha sido m odelada intencionalm ente, tendiendo siem pre a u tilizar el m ismo tip o de piedra dura que hace que el utensilio sea más perdurable.

89

53

Observando la distribución de los útiles de la T ola 69 por niveles, que es la que ofrece la secuencia más extensa (Tabla 6), se pueden apreciar dos m om entos del uso de estos artefactos en la ocupación de Atacames. U n m om ento más antiguo, representado por los m ateriales de los niveles 17 al 25, que correspondería a la fase de Atacam es Tem prano, y o tro más reciente, que incluye los niveles 1 al 12, con un vacío entre los niveles 12 al 17, m om ento de reestructuración de la tola.

54

En la fase más tem prana (700-1100 d.C), se aprecia una m ayor cantidad de útiles líticos. En el nivel 22, por ejem plo, el 21,67% de los m ateriales recuperados son de piedra (García Gelabert, 1978). En el caso de las pesas de red, tam bién se ha observado esta abundancia relativa (Tabla 1). Sin em bargo, los útiles agrícolas son, proporcionalm ente, m uy escasos. Sólo se recuperó un m etate de arenisca m uy fragm entado con la superficie de trabajo muy pulida; tres fragm entos de manos de m etates con huellas de quemado; y dos manos de am olar de arenisca de grano fino, fragm entadas por la mitad, que presentan fuertes huellas de fricción. Por ultim o, destaca el ejem plar de hacha m ejor conservado y manufacturado de los recuperados en Atacames.

55

El segundo período, Atacam es Tardío (1100-1526 d.C), estaría representado por los m ateriales recuperados entre los niveles 1 y 12 (Alcina, 1979:125) y se correspondería con un tip o

de

asentam iento

semiurbano.

En estos

niveles

se

detecta

m aterial

más

especializado, y m ayor cantidad de instrum entos de m olienda y útiles agrícolas. Las manos y m etates no solo aumentan en núm ero sino que se produce una m ayor diversificación de formas. Según Guinea (1994:110) se produce un considerable aumento de población, una organización espacial diferente, una m ayor uniform idad en los m ontículos y una aceleración del cambio en el registro arqueológico con abundancia de aquellos m ateriales que reflejan com ercio y especialización. 56

Hay niveles interm edios, en la T ola 69 (del 12 al 17), en los que no se ha recuperado ningún instrum ento lítico en relación con la agricultura, lo que nos podría indicar una posible fase de transición, posiblem ente una recesión del poblam iento, seguida del repentino aum ento en la siguiente fase, correspondiente a Atacam es Tardío.

3.2. M anos de M etate 57

Son los agentes activos en la m olienda, de los que se recuperaron un total de 23 fragm entos.

Se trata de

objetos fabricados intencionalm ente,

con

sus superficies

trabajadas tanto unifacial com o bifacial o m ultifacial-m ente, por piqueteado inicialm ente y pulidas con posterioridad. El m aterial em pleado es m uy variado, incluyendo desde arenisca (arcillosa y

poligénica)

hasta basalto, conglom erado

poligénico, gabro y

m icroconglom erado poligénico (García Gelabert, 1978:116). Para la clasificación tipológica que ofrecem os a continuación, nos basaremos en la m orfología observada en la sección transversal.

90

Figura 7. Manos de M etate

D

58

A. O voidales: Se han encontrado 11 fragm entos y 2 manos com pletas en buen estado

de

conservación. Son en su m ayoría fragm entos de los extrem os de grandes manos oscilando sus dimensiones entre los 8 y 23 cms. Las superficies están pulidas y trabajadas bifacialm ente. Podem os destacar la piezas completas. Una de ellas ha sido recuperada en un contexto superficial y muestra una term inación del extrem o biselada. Posiblem ente fue usada com o batan, es decir, para m oler siguiendo un m ovim ien to de vaivén entre ambas manos. M uestra señales de reutilización con muescas para su atado y con un pequeño o rificio piqueteado en el centro de una de sus superficies. La otra presenta señales de reutilización: escotaduras laterales que posiblem ente hayan servido para su fijación a un m ango con el fin de ser utilizada com o azadón ya que los extrem os se encuentran rotos por haber efectuado alguna presión sobre ellos. En las otras se muele por desgaste. 59

B. E líp tica s : (3 fragm ento). Son piezas que han sido trabajadas bifacial-m ente.

60

C. C ircu la re s : (5 fragm entos distales). Son cilíndricas y su utilización es a m anera

de

rod illo pues presentan huellas de haber sido usadas de esta manera. Sólo han sido manufacturadas en dos tipos de rocas (arenisca arcillosa y toba areniscosa). Las dimensiones de su diám etro varía poco, m ostrando 7 cm. de diám etro en cuatro de las piezas y 11 cms. en la otra. Se les dio form a prim ero por piqueteado antes de ser pulidas, y han sido trabajadas perim etralm ente. En los extrem os redondeados aún podemos observar las huellas de piqueteado de la fabricación. Un rasgo característico de las piezas de 7 cm. de diám etro es que presentan uno o dos pequeños rehundim ientos en su superficie cerca del extrem o. La m ayor es bastante pesada lo que facilita el proceso de molienda.

91

61

D . R e cta n g u la re s: (1 fragm ento). Ha sido manufacturada con un pulido tetrafacial con las

aristas redondeadas. Presenta dos rehundim ientos en una de sus caras. 62

E. Trapezoid ales: (1 fragm en to de grandes dim ensiones). La superficie ha sido pulida por

todas sus caras. 63

F. P la n o-C onvexa s: (1 fragm ento). Ha sido utilizada unifacialm ente, es decir, las huellas de

uso se encuentran solam ente en la cara plana. La superficie de fricción está en perfecto estado de conservación. Es de arenisca, de form a ovalada y de grandes dimensiones.

3.3. M etates 64

Son los instrum entos que sirven de base o soporte para la molienda. Podem os incluir en esta categoría 34 fragm entos, cuyo estado de conservación varía según la profundidad. A m ayor profundidad los fragm entos son más pequeños y se encuentran en peor estado de conservación. Entre los m ateriales utilizados se identifican la arenisca tobacea, la arenisca poligénica y la arenisca de grano fino. Sus form as suelen ser rectangulares o circulares, con la superficie de trabajo ligeram ente cóncava por el desgaste. Podem os distinguir dos tipos:

3.3.1. Sin forma determinada 65

Aquellos en los que no existe o no puede observarse una form a final del instrumento. Son 8 bloques de piedra con la superficie de uso m uy lisa, algo áspera y pulida y con una ligera concavidad producida por la molienda. En algunos se encuentran huellas de reutilización, com o son marcas para afilado de utensilios.

3.3.2. Con forma 66

Aquellos en los que puede observarse una form a específica. Algunos ejem plares, son de excelente manufactura con superficies m uy regulares, lisas y pulidas y de base plana. En muchos casos se ve el piqueteado de la m anufactura sobre la superficie. En ellos se observan marcas del m ovim ien to longitudinal realizado en la molienda.

67

A .R ed on d ea d os: (16 fragm entos). Algunos de éstos ejem plares presentan un perfecto acabado de la superficie. Bases planas o ligeram ente convexas.

68

B. R ecta n gu la res: (9 fragm entos y 1 com pleto). Su form a es rectangular con esquinas redondeadas. Sus superficies son las m ejor trabajadas, con un pulim ento m uy fin o y con marcas de haber sido utilizadas para m oler siguiendo longitudinalm ente el eje m ayor. Dos ejem plares, uno de ellos de arenisca tobácea, presenta paredes casi verticales. Esta form a se encuentra desde V ald ivia a lo largo de todas las culturas.

69

Los m etates y las manos constituyen una evidencia indirecta de la agricultura del maíz en el yacim iento.

Son muchos los yacim ientos,

en la secuencia cronológico-cultural

ecuatoriana, donde han aparecido estos útiles en asociación con pruebas de la agricultura del m aíz com o fitolitos o granos de m aíz (Piperno, 1988:213; Lathrap 1974:129, etc). Se ha docum entado etnohistóricam ente la utilización hacia 1549, entre los indios de la A m azonia peruana, de batanes de piedra o de m adera para tritu rar el maíz (Palom ino, 1965:187). En la sierra el uso del m etate está tam bién m uy difundido com o nos inform a el A nónim o de Quito en 1573 (Ponce Leiva, 1991:198)

92

"El maíz se muele a mano con trabajo en unas piedras, y sería dificultoso entre los naturales introducir otro modo" 70

Adem ás del uso dom éstico, la utilización ritual de las piedras de m olienda es frecuente en la costa ecuatoriana. Así los túm ulos de manos y m etates rotos son indicativos de la presencia de un rito relacionado con el maíz y con la productividad agrícola (Marcos, Lathrap y Zeiler, 1976:6). Lo encontram os en V ald ivia (M arcos 1988), en Guangala (Stothert, 1993:16) y en Atacames, lo que muestra la im portancia del maíz en la cosm ovisión

en

estas culturas.

En este ú ltim o yacim ien to

la

ofrenda

de

m ayor

im portancia se localizaba en el pozo PP1b, y a en la arena de la playa, com o parte de un enterram iento cuyo cuerpo estaba en posición de cúbito supino, con los brazos cruzados y las rodillas flexionadas con orientación NW. Junto al cráneo de éste se encontró una ofrenda que constaba de m edio plato de gran tam año con cenizas adheridas, el cuello y parte del galbo de una olla, fragm entos cerám icos de diversos recipientes, seis grandes caracolas alrededor de la cerám ica y ju n to a ellas gran cantidad de pequeños churos o caracoles, y un fragm en to de m etate que sujeta parte de la cerám ica (Barriuso 1979:248). 71

Este tip o de ofrenda es común desde Valdivia, donde las ofrendas funerarias podían consistir en una piedra de m oler con su mano respectiva, un hacha de piedra, o sim plem ente un fragm en to grande de vasija y unas conchas para sim bolizar el alim ento necesario para el viaje hacia el mas allá (Crespo 1976:28). Entre los manteños el mismo ritual nos lo describe O laf Holm en el recinto cerem onial de la Loma de los Cangrejitos y apunta que entre las ofrendas se encontraban m aíz y un en tierro cuya cabeza descansaba sobre una mano de m oler (H olm 1985:32). El ritual es sim ilar en la Sierra ecuatoriana, donde el Anóm ino de Quito nos describe como: "El ajuar es una piedra de moler y ollas y tinajuelas en que hacen vino, que allá llaman azua, y nos vasos a manera de cubiletes, con que beben, que cabrán a media azumbre" (Ponce Leiva, 1991:215)

72

Estrada (1957:39) observa en la zona M anteña dos dietas básicas diferentes, puesto que en el sur (Guayas) no encuentra ralladores de yuca, al contrario que en la zona norte (M anabí). Hemos de apuntar que en Atacames, se recuperan manos de m oler pero no ralladores de yuca. P o r el contrario, en la fase an terior en la provincia de Esmeraldas, en el yacim ien to de La Propicia aparecen con más frecuencia los ralladores que los metates, lo que podría indicar que el m aíz constituía un cultivo com plem entario (Rodríguez, 1984:226). Según esto, y com o ha observado M ercedes Guinea (1995:54), en el período de Integración en Atacam es se produce una m odificación en el patrón de subsistencia respecto al período precedente. El m aíz adquiere relevancia en la dieta, observándose la sustitución de los ralladores del Desarrollo Regional por los m etates y grandes comales asociados para el consumo de la harina de m aíz en form a de tortillas. N o es un fenóm eno aislado sino que se observa en otros lugares de la costa norte. Para la doctora Guinea este cambio vien e asociado a "n u evos intereses socio-económ icos, en los que culturalm ente el m aíz 'andino', acompañado del Spondylus, sustituye a la 'am azónica' yuca" (1995:58).

3.4. M anos de Mortero o M achacadores 73

Se han conservado numerosos m achacadores tanto de piedra com o de cerámica. Nosotros sólo analizarem os las manos de piedra utilizadas para machacar, aplastar y m oler vegetales. Podem os incluir en esta categoría 3 piezas completas. Han sido manufacturadas a partir de un bloque de piedra trabajado perim etralm ente, por picoteado y pulido de la

93

superficie, hasta darle form a cilindrica. Las piedras seleccionadas son blandas (póm ez y arenisca) por lo que con el uso term inan desgastándose y m ezclándose con lo triturado. Son relativam ente cortas y gruesas, con form a acampanada y de sección transversal circular. La superficie de contacto con el m ortero está desgastada por el uso, m ostrando una form a convexa debida al m ovim iento rotatorio producido al golpear y friccionar sucesivamente durante la molienda.

Figura 8 ”B”. Machacador

3.5. M orteros 74

Se em plean para aplastar y tritu rar semillas y vegetales con una técnica d iferen te que en los metates. En la m ayoria de los m orteros su form a es sim ilar a un cuenco, siendo la superficie de trabajo circular cóncava. El ejem plar que se conserva ha sido manufacturado en piedra póm ez por piqueteado y presenta una base plana. Junto a este m ortero, en la parte central del pozo, se encontró una acumulación de caracoles y Spondylus enteros.

94

Figura 8 "C"

3.6. Hachas 75

La hacha es un útil de piedra pulimentada, generalm ente de p erfil elíptico, con un corte com únm ente en bisel simple o doble, y que puede presentar una estrangulación o acanaladura, bien principalm ente

en

para

el

centro

o

en una extrem idad.

actividades vinculadas

a labores

Las hachas se utilizaban agrícolas

puesto

que

eran

im prescindibles para el desm onte, la tala de árboles, el m ovim iento de tierra, y el trabajo sobre madera. Los ejem plares de Atacam es muestran tam bién en el talón huellas de haber sido em pleadas com o m artillo.

95

76

En los ejem plares de Atacam es la superficie presenta un pulim ento perfecto, aunque en algunos casos está m uy erosionado. Se han fabricado sobre piedras de gran dureza y muy compactas, com o el gabro y la arenisca tobacea. La m ayor pulim entación se circunscribe al extrem o cortante, estando el resto de la pieza m enos trabajado. En las más desgastadas el filo está bastante rom o, exhibiendo los negativos de las lascas. Algunas de ellas tien en a pocos centím etros del talón un surco picoteado que contornea el instrum ento, para facilitar el enm angam iento. Otras hachas no poseen esta acanaladura sino pequeñas muescas picoteadas en los bordes del artefacto para ser engastadas en madera.

77

Hachas de piedra pulimentada, con entalle ju n to al extrem o para enm angado en m adera por

m edio

de

fibras,

están

documentadas

etnográficam ente

en

muchas culturas

amazónicas com o los Japurá. Se em plean para cortar la maleza, para partir m adera para la construcción de las casas, para hacer canoas y para variadas tareas (Forde, 1966:414). El Dr. Jacob Friesen trabajó con hachas de silex lasqueado y con hachas de silex pulido para com parar su eficacia respectiva. Tardó siete m inutos para derribar un pino de 17 cm de diám etro con un hacha de piedra lasqueada, m ientras que obtuvo el mism o resultado en cinco m inutos con un hacha de piedra pulida (Tabio, 1989:56). Coles (1977:113) ha realizado tam bién pruebas para cortar árboles pequeños con este tip o de hachas, com probando igualm ente su eficacia. 78

Las hemos clasificado atendiendo a la form a del talón puesto que casi todos los ejem plares recuperados lo m antienen, m ientras que muchos han perdido el corte. Tenem os así:

3.6.1. Por la forma del talón 79

un hacha neolítica simple, de talón redondeado o truncado (es decir que no presentan ningún saliente en el talón).

96

80

A . D e T a ló n T ru n ca d o : (2 com pletos y 2 fragm entos) Se distinguen p or la form a recta de su talón, aunque los extrem os del m ismo suelen estar redondeados. La superficie y el filo muestran un pulido m uy fino, sobre tod o los filos. El talón es más estrecho que el filo y su sección transversal es rectangular u ovalada. Los talones están m uy desgastados e incluso con muescas que sugieren su reu tilizaron com o percutores o com o m artillos. En la zona de enmangue se observa un rehundim iento o acanaladura, y para enm angarla se realizaron además dos escotaduras simples medias o proxim ales. En el corte observam os señales de uso continuado.

81

El ejem plar que m ejor se conserva de Atacam es pertenece a este tipo. Éste no presenta señales de uso ni tien e escotaduras para el enmangue. Se pueden observar en el talón ciertas huellas producidas p or la fricción del útil con algo duro y pulido. García Gelabert (1978:119) piensa que estaría destinada com o hacha cerem onial o votiva. Es una pieza de gran simetría.

82

B. D e T a ló n Redondeado: (5 ejem plares). Se caracterizan por el talón de form a redondeada o convexa. Su superficie está pulida aunque en los casos que muestran escotaduras, la conservación de la superficie no es buena. Para enm angarla se realizaron dos escotaduras simples proxim ales. En los que se conserva el filo éste es de bisel doble y el talón más estrecho que el corte. La sección transversal es elíptica. Muestran señales de reu tilización com o percutores y com o pulidores o afiladores.

83

C. H a chas T ip o T : (1 fragm en to del talón). La superficie ha sido pulida. Estas hachas perm iten un m ejor enm agam iento por sus aletas, haciendo casi im posible que se desprendan o se aflojen en las tareas de corte. De las hachas en form a de T se tien e conocim iento desde Vegas para actividades de labranza com o desm onte y trabajo de la m adera (John Cole 1977:108-109). Hachas sim ilares son empleadas en tiem pos recientes para despejar el terren o para el cultivo en las selvas tropicales (Lathrap, 1975:64). Lathrap asume que proceden de la Am azonia afirm ando que dichas hachas son típicas de Valdivia. Cole, por el contrario, piensa que la form a es demasiado simple com o para no poder haber sido inventada de form a independiente (V illalba 1988:305).

3.6.2. Por el bisel o filo: 84

A . H a ch a co n b isel d oble: Incluimos en este tip o 2 ejem plares en los que no conservam os el talón. El rasgo que la define es que el corte está afilado bifacialm ente con un pulido muy fino.

3.7. Azadas 85

Tan solo contam os con un ejem plar, manufacturado en gabro o basalto, que se encuentra en buen estado de conservación. La superficie está pulida y su sección es elíptica. Su filo, de bisel simple, está m uy desgastado. Las escotaduras para fija r el m ango son simples medias. P o r su form a y filo grueso y tosco, la identificam os com o azada, y debió ser utilizada en labores agrícolas.

3.8. Estecas o m anos de am olar 86

Las estecas, manufacturadas en arenisca de grano fino, presentan la superficie solo pulida, de form a levem en te

convexa y

sección transversal lenticular fuertem ente

97

carenada. En su superficie se pueden distinguir varias sendas de alisado que form an las carenas del artefacto. N o existe explicación satisfactoria de com o se utilizaban estas estecas, aunque la selección del tip o de m ateria prim a y las sendas de alisado nos indicaría un uso com o manos de amolar, para reavivar el filo de hachas u otros instrum entos cortantes, com o sostiene Abbot (en H ilbert 1991:23).

CONCLUSIONES 87

En este trabajo hemos procurado establecer una clasificación de los artefactos líticos recuperados en Atacames, relacionados con la subsistencia, con el fin de contribuir a la com prensión de los patrones de subsistencia y de la evolución de dichas pautas dentro del yacim iento.

88

A n te la ausencia directa de mallas de red, hem os conjugado los datos etnohistóricos y zooarqueológicos con la m orfología y el criterio del tamaño/peso de las pesas de red para establecer varios tipos de artes de la pesca, unas para sedales y otras para redes o buceo. Las conclusiones que podem os obtener de esta clasificación hacen referen cia no sólo a los tipos de artes utilizados por los atacameños, com o hem os visto, sino tam bién, al sistema y los hábitos de pesca en esta fase cultural de la costa ecuatoriana.

89

De la proporción de los tipos de pesas, podem os deducir una u tilización constante de las que hemos denom inado 2a, pesas para atarraya. Estas serían habitualm ente utilizadas por los pescadores del poblado de Atacames, en el estero, el río y la bahía.

90

Con las otras artes de pesca, tanto chinchorro, red de arrastre, o el trasm ayo, red de tram pa, los habitantes del poblado de Atacam es debían practicar una pesca estacional o tem poral, probablem ente durante las m igraciones de determ inadas especies de peces, tanto a lo largo de la costa, com o en el ascenso/descenso desde el m ar río arriba.

91

Esta diferenciación entre los sistemas de pesca, pensamos que se refleja en el tip o de especies de peces identificados. En Atacam es destaca m ayoritariam ente, de entre los 14.210 restos de peces analizados p or M ercedes Guinea (1981: 224) la presencia de bagres o peces gato (A riidae). Lo más probable es que, ju n to a otros sistemas de pesca, éstos fueran capturados con atarrayas.

92

Cooke (1992: 28-29) observó en los yacim ientos de V id o r (Costa Rica) y Salango (Ecuador), una dicotom ía entre los restos de bagres y de atunes, llegando a la conclusión que existe una p roporción inversa entre esas especies: a m ayor núm ero de atúnidos, m enor número de bagres. Cooke interpretaba esta diferenciación en razón a la dedicación de la pesca en estuario (bagre) o epipelágica (atúnidos). Nosotros creem os que, además es un reflejo del arte de pesca utilizado. Las redes pequeñas com o atarrayas perm itirían la captura de bagres, m ientras que los rápidos atunes deben ser capturados por m edio de redes de cerco y arrastre. P o r otro lado, el atún es un pez m igratorio, lo que condicionaría el uso de las redes a determ inadas temporadas.

93

Las redes de arrastre, com o el Chinchorro, son de utilización comunal, y necesitan la participación de varios pescadores trabajando conjuntamente. Es m uy posible que su uso estuviera restringido y regulado de alguna manera, distribuyéndose la propiedad de estos m edios de producción según las reglas de jerarqu ización , estructuración social y parentesco. Si nos atenem os al núm ero de pesas de red de gran tam año (tip o 2b), en Atacam es no son m uy abundantes.

98

94

En el estuario, com o en el mar, se utilizarían otros artes de pesca, com o el anzuelo con sedal, arpones, etc., con los que se pescarían otras especies, com o el róbalo (Centropomus sp.). A partir del análisis de los pesos de piedra, hemos definido dos tipos de lastres para anzuelos. Según esta clasificación, observam os una concentración de las pesas para anzuelo en los prim eros niveles, estando ausentes del resto de la estratigrafía.

95

Adem ás de la pesca, la base energética alim enticia fundam ental en Atacam es es el maíz, que se com pletaría con otros vegetales com o raíces y tubérculos, habas, frijoles, calabazas, frutas, etc. La siem bra se realizaría con el tradicional sistema de desmonte, para lo que se u tilizarían las hachas, el palo cavador y los azadones.

96

Hemos visto que las hachas de Atacam es son de pequeño tam año y la m ayoría con huellas de enm ange de m enor potencia con escotaduras cercanas al talón y p or consiguiente más apropiadas para cortar materias poco consistentes com o pueden ser las cañas de plantas y para la recolección.

97

La presencia de azadas, según algunos autores (Sanoja, 1981:55), señalaría la práctica del cultivo de ciertos tipos de raíces o tubérculos. La siem bra del m aíz no precisa más que de la utilización del palo cavador, m ientras que la rem oción de tierra y extracción de tubérculos es más eficaz con la azada. En Atacam es solam ente identificam os un ejem plar, lo que confirm aría, ju n to con la ausencia de ralladores, la preponderancia del m aíz fren te al cultivo de tubérculos, si bien es una evidencia indirecta del cultivo de tubérculos en el poblado.

98

Finalmente, observam os una distribución diferencial según los niveles de la T ola 69. Como mencionam os se establecieron dos fases, Ataca-m es Tem prano y Atacam es Tardío. La escasez de artefactos agrícolas, en Atacam es Tem prano, y cierta abundancia proporcional de las pesas de red, sugiere una econom ía más orientada hacia otro tip o de subsistencia com o la pesca, y el cultivo de productos vegetales que no necesitan ser m olidos (yuca, m aíz reventón...).

99

P o r el contrario, el aum ento observado en Atacam es Tardío, nos indica que en este período se produce la intensificación de la agricultura del maíz, caracterizándose ésta por el aumento y eficacia de los instrum entos de cultivo y m olienda, sin disminución marcada de la pesca. Esta circunstancia sugiere que se ha producido un cambio cultural o, lo que es más probable, un aum ento de población, que d eriva en la especialización en una econom ía basada más en la agricultura del m aíz com o M. Guinea (1994, 1995) vien e defendiendo en los últim os años.

99

Tabla 1. Relación Tolas-Pesas de Red según niveles

Tabla 1 (Continuación). Relación Tolas-Pesas de Red según niveles

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Tabla 3. Pesas de Red tipo 2A

101

Tabla 3 (Continuación). Pesas de Red tipo 2 A

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Tabla 5. Pesas Discoidales

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Tabla 6. Distribución de útiles líticos agricolas por niveles y totales

103

Gráfico 1. Pesas de Atacam es ordenadas por totales

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NOTAS 1. - Debemos tener en cuenta que sólo se excavó parcialmente, y que no se recogieron todas las pesas de red. 2. - Esparavel: "Red r edonda para pescar, que se arroja a fuerza de brazo en los ríos y parajes de poco fondo" (Diccionario de la Lengua Española). 3. - Según el Diccionario de la Lengua Española, "Catecú" o "cato" es una substancia obtenida por decocción, de algunos frutos verdes y de partes del tronco de la acacia que "se usa industrialmente para proteger redes de pesca contra la putrefacción".

107

RESÚMENES Durante el Período de Integración en la Costa Norte del Ecuador, las principales actividades de subsistencia fueron la agricultura del maíz y la pesca. El análisis que proponemos de los diferentes artefactos líticos recuperados en el yacimiento de Atacames complementa los estudios de subsistencia, y nos permite establecer asociaciones funcionales y tipológicas que evidencian el proceso de producción y apropiación.

AUTORES JO S É R A M Ó N IG LESIAS ALIA G A

Universidad Complutense de Madrid A N D R É S G U T IÉ R R E Z U SILLO S

Universidad Complutense de Madrid

108

Patrones de asentamiento en el piemonte andino, en la alta cuenca del río Guayas: Proyecto La CadenaQuevedo-La Maná, Ecuador Nicolas Guillaum e-Gentil

Problem ática de las tolas 1

Las pirám ides y m ontículos artificiales, cuya form a, diám etro y altura varían según la región y los períodos de construcción, constituyen uno de los tem as de investigación más atractivos del m om ento, tratándose de un m onum entalism o peculiar.

2

La edificación de colinas en distintas épocas y a través de técnicas específicas, constituye un fenóm eno que se expande sorprendentem ente sobre tod o el continente americano. Desde los Estados Unidos (M ississippi, M oundsville, Kahokia, etc.) hasta A m érica del Sur (m ontículos

venezolanos,

guáyanos,

colombianos, bolivianos,

ecuatorianos, Huacas

peruanas, m ontículos chilenos, brasileños, uruguayos, etc.) pasando por A m érica Central (pirám ides y m ontículos en M éxico, Guatemala, Belize, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, etc.), este fenóm eno parece ten er un rol preem inente dentro de la organización espacial concreta de las sociedades precolom binas. Destinadas a funciones especificas según las épocas de construcción, las regiones de establecim iento y los grupos humanos que las erigieron, estas edificaciones suscitan un interés creciente en el ám bito arqueológico y antropológico. 3

En Ecuador, las tolas poseen sus características propias im plicando una problem ática extensa por encontrarse sobre la casi totalidad del te rrito rio constituido por una im presionante variedad de nichos ecológicos. La selva1, la sierra y las cuencas andinas, los flancos montañosos y los pie de m ontes andinos, así com o el litoral revelan sitios con tolas. Estos m ontículos presentan tantas variaciones de asentamientos, form as y tam año com o particularidades topográficas2 existen.

109

4

Las investigaciones que se realizan entorno a estas estructuras no se lim itan únicam ente a una definición funcional del fenóm eno y a su repartición, sino tam bién a su cron ología y adscripción cultural.

5

La m ayoría de las teorías propuestas hasta el día de h oy han asimilado este proceso arquitectural a sociedades jerarquizadas de la últim a fase preincaica (P eríod o de Integración, 500 - 1470 d. C.)3. Respecto a sus form as y a sus tam años se les asignó d iferentes roles cuya existencia procede más de la especulación que de la búsqueda y el análisis exhaustivo de las inform aciones.

Problem ática del Proyecto La Cadena-Quevedo-La M aná 6

El p royecto arqueológico La Cadena-Quevedo-La Maná se esta llevando a cabo en la cuenca norte del Río Guayas, en el pie occidental de los Andes, sobre las últimas estribaciones de aquellas, donde las altitudes oscilan entre 600 y 100 m.s.n.m. (fig. 1). De carácter m uy accidentada y atravesada por muchos ríos, la top ografía de la región presenta muchas cuencas secundarias subrayadas por barrancos m uy elevados que dom inan planicies ámplias rodeadas por ríos y riachuelos.

7

Hasta los años setenta, el te rrito rio que investigam os era considerado com o foresta prim aria de carácter tropical a tropical húmedo y la vegetación que crece h oy en día aparece menos rica que anteriorm ente - por la agricultura extensiva y la deforestación intensiva que se originaron durante la tres últimas décadas.

8

El exam en de los restos arqueológicos de la región no fue conducido con mucha insistencia antes de nuestro p royecto y

es, entre otros, por esta razón que nos

interesam os en el fenóm eno de las tolas que caracterizan esta zona, tratando de entender y reportar lo que sucedió en estas latitudes.

110

Figura 1. Mapa del Ecuador con área de investigación

9

La falta de pertinencia de muchas hipótesis em itidas sobre el poblam iento y el desarrollo de las culturas que ocuparon el N orte de la Cuenca del Guayas ju stificó la reanudación de investigaciones sobre los m ontículos artificiales, esta v e z minuciosos, m ediante estudios estratigráficos de algunos de aquellos. Aunque Porras (1983, 1987), Holm (1978) y Echerverría (1987) hayan sugerido la aparición de las tolas en tiem pos más rem otos (D esarrollo Regional, 500 a. C. - 500 d. C.) en la región de la cual hablamos, ningún trabajo profundo había verdaderam ente sido conducido verdaderam ente con el fin de averiguar la pertinencia de éstas suposiciones propiam ente intuitivas4.

10

El exam en de los cortes radiales realizados dentro de dos tolas excavadas por niveles naturales5 ha perm itido confirm ar la antigüedad de la tradición. Aunque este fenóm eno haya aparecido tardíam ente en los Andes6, es factible ahora afirm ar que éste se difundió am pliam ente en los piedem ontes occidentales poco después del Form ativo Tardío (inicio del D esarrollo Regional 500-300 a. C).

11

En las excavaciones de las tolas del V ergel (fig. 2), se observaron varios niveles de ocupación en alternancia con rellenos constitutivos de suelos preparados para aquellas. La tola 5, poco elevada y m uy extensa, descansaba sobre un substrato que contiene distintos períodos de frecuentación del lugar, antes de la construcción del montículo. Caracterizado por una capa arcillosa-arenosa oscura que revelaba numerosas intrusiones (pozos, m oldes de poste), la base de la to la coincide con la últim a ocupación humana precediendo la erección del terraplén. Separadas p or rellenos interm edios, las capas ocupacionales del m ontículo se reconocen principalm ente m ediante la yuxtaposición de fogones extensos dentro y alrededor de los cuales se recuperó alfarería fragm entada. Las capas superficiales de la colina artificial habían sido destruidas por los arados modernos.

111

12

M ejor conservada y más elevada que la estructura precedente, la to la 1, presentó tam bién una secuencia de superposiciones de ocupaciones alternando con rellenos. Algunas de éstas han sido perturbadas o destruidas por intrusiones posteriores. Constituida por algunas capas finas y compactas, la base de la to la se halla en concom itancia con una ocupación definida p or numerosos m oldes de poste que p erten ecieron probablem ente a una habitación y

sus eventuales rem odelaciones. Encima de éste nivel, las capas

ocupacionales suceden a los rellenos hasta el lím ite del humus m oderno. 13

A l igual que en la to la 5, las capas que yacen debajo de la base, contienen huellas humanas más antiguas. Figura 2. Plan del sitio del Velgel (LATINRECO S.A)

14

La secuencia cronológica prelim inar, basada en las tipologías de nuestros predecesores, m uestra una ocupación tardía cercana a la superficie y en las capas intrusivas de las tolas (M ilagro-Q uevedo, P eriodo de Integración, fig. 3). La cerám ica colectada en las capas internas de los m ontículos se asemejan más a los estilos del Desarrollo Regional. A pesar de una fu erte concentración de la cultura Guangala, conviene resaltar, según Ram írez Guillaume-Gentil (1996), Guillaume-Gentil (1995, 1996) y Guillaume-Gentil & Ram írez Guillaume-Gentil (1996, 1997), la presencia de rasgos m ateriales que proceden de grupos cerám icos distintos, probablem ente contem poráneos, especialm ente del litoral y en casos m enos frecuentes de la sierra (La Tolita, Bahía, Jambelí, Tejar-Daule, Jama-Coaque, Guayaquil, Tiaone, etc., fig. 4). La alfarería contenida en las capas existentes antes de la construcción de las tolas se refiere al estilo Chorrera por lo más tardío (Form ativo Tardío 1500-500 a. C.) y V ald ivia (H ill, 1975) por lo más antiguo (Form ativo Tem prano 3500-1500 a. C., fig. 5).

15

Las fechas de radiocarbono realizadas sobre muestras recolectadas en la base de la tola 5, indican una edad de 2430±80 BP (calibrada: 761-396 B. C). Otra fecha procede de carbones

112

p rovenientes de un fo gó n descubierto en una gran intrusión tardía y p osterior a la construcción de la to la 1, y propone una fecha de 1250±120 BP que sitúa la intrusión entre 658 y 977 A. C. Estas dos fechas están de acuerdo con la interpretación de las estratigrafías

7. 16

Los prim eros resultados de term olum inicencia obtenidos por W agner (1995) sobre tiestos recuperados en la base de la tola 1, y en los rellenos ju sto encim a de ésta corresponden a las inform aciones radicarbónicas que proceden de la base de la to la 5. Aunque menos precisas que las fechas anteriorm ente mencionadas, los datos de term olum inicencia de los fragm entos se colocan en la m itad del prim er m ilenio antes de nuestra era (2789±290 BP y 2611±430 BP).

Prospección 17 Las inform aciones colectadas durante las excavaciones de La Cadena perm iten establecer una prim era secuencia cultural y cronológica de la provincia de Los Ríos (Cantón Quevedo). Sin em bargo no ofrecen ninguna perspectiva respecto a la extensión del fenóm eno de las tolas, la organización de los sitios y la repartición de aquellos al nivel regional. P o r estas razones decidim os em pezar con una campaña extensa de prospección en los alrededores inm ediatos de la propiedad de LATINRECO, en dirección de los Andes. 18

A l disponer de un muestreo representativo de la realidad arqueológica del sector, y de la top ografía de la región, hem os lim itado el área de estudio en las últimas estribaciones de las montañas, al E. de La Maná, en el Río Lulú al W. (10 km. al E. de Quevedo), en las terrazas fluviales del S. de V alencia y hasta los Vergeles.

19 El espacio determ inado para llevar a cabo la prospección se inscribe entre la coordenadas séxagesimales: 20

S: 00°47'75" - 00°58'56"

21

W: 79°27'83" - 79°12'17"

22

Cuyas correspondencias kilom étricas según la proyección de m ercador (U TM ) son:

23

N: 9'912'000 - 99'892'00

24 E: 700'000 - 671'000 25

Los tres meses pasados en esta zona han perm itido establecer un enlace entre las planicies fluviales - y las terrazas que las dom inan -d e La Maná hasta La Cadena y realizar un prim er balance de los sitios observados.

26

En 1994, 65 yacim ientos que constan un total de 650 tolas han sido identificados. Se han estudiado solo 35 de ellos y el levantam iento top ográfico se efectuó sobre 471 estructuras.

27

En nuestro sector, la variación de las form as de las tolas no es tan rica com o en los Andes y

logram os

evidenciar siete

categorías distintas que

presentan m atices más que

verdaderas clases específicas. 1. Gran tola circular con cumbre troncónica. 2. Gran tola circular con cumbre plana. 3. Gran tola cuadrangular con cumbre plana. 4. Gran tola circular con rampa y cumbre plana (1 único ejemplar). 5. Gran tola o cordón en forma de "L" con cumbre plana. 6. Tola de altura media con cumbre troncónica.

113

7. Pequeña tola con cumbre cónica. 28

Las form as 3, 4 y 5 son raras o únicas, m ientras que las otras constituyen la norma.

29

Es la cantidad misma de los m ontículos y de los sitios descubiertos, así com o de

su

ordenam iento, lo que ofrece el aspecto espectacular y el más interesante de nuestra prospección. 30

En la m ayoría de los casos, las tolas aparecen agrupadas dentro de un espacio restringido. Raram ente in ferio r a seis, el núm ero de estructuras varía sin ten er aun bastante claro el principio que rige estas variaciones. Compuestos de tolas principales (las más altas y m enos numerosas) y secundarias (más pequeñas y frecuentes), los sitios revelan una organización concertada. Ésta últim a se resume, a veces, en un sim ple agrupam iento de tolas secundarias al rededor de una o dos tolas principales o en una concentración de grandes m ontículos cuya repartición parece aleatoria (fig. 6).

31

El arreglo más sorprendente consiste en una disposición sim étrica que evoca la aplicación de un m odelo perfectam ente predefin ido8. Estos patrones arquitecturales consisten en una fila central de lomas principales, bordeada de ambos lados por una hilera de colinas secundarias. U n grupo circular o sem icircular de tolas de pequeño tam año y una lom a artificial aislada com pletan generalm ente la configuración del sitio (fig. 7). Una ve z más, el núm ero de estructuras d ifiere de un m odelo al otro, y los criterios que deciden esta variación siguen desconocidos.

32

A l revés de los pequeños agrupam ientos que se extienden a veces sobre terrazas bajas e inundables, los sitios a m odelo regular aparecen en pares (fig. 8), sobre terrazas elevadas y vecinas, separadas por un río o un riachuelo.

33

Una sola v e z se halló un sitio a m odelo regular sobre una terraza inundable; sin em bargo, era construido sobre una plataform a cuadrangular artificial (fig. 9).

Segunda cam paña de prospección 34

Las inform aciones reunidas durante la prim era fase de prospección han perm itido elaborar una síntesis prelim inar del corpus arqueológico de la región; sin em bargo quedaban algunos sectores que investigar a fín de com pletar nuestros conocim ientos. Zonas im portantes, susceptibles de revelar muchos datos no habían sido recorridos. Así que era im prescindible v o lv e r al lugar para colm ar las lagunas que quedaban.

35

Cabe notar que algunos sectores am plios no fueron prospectado por presentar una densidad de vegetación que m antiene el lugar en una inaccesibilidad total; aunque sepamos (p or m oradores de la región ) que contienen yacim ientos arqueológicos. Tuvim os que renunciar al levantam iento top ográfico de algunos sitios por haber encontrado dueños cuya actitud fren te a la arqueología era negativa.

36

Con el fin de no dejar aparte inform aciones m uy valiosas, no renunciamos el estudiar sitios m uy destruidos, dónde se hallaban las huellas de las tolas que habían sido totalm en te arrasados por fines agrícolas. Aunque no se podía conocer la altura de los m ontículos desaparecidos, era significativo poder registrar el patrón sobrexistente para com parar con los datos y a reunidos y para evaluar el ritm o de sucesión de los sitios.

37

Se com plem entó el recorrido pedestre por una prospección y docum entación aérea completa.

114

38

Sumando los resultados de los dos meses de prospección a los tres del año anterior logram os localizar un total de 111 sitios que suman entre todos más de 1219 tolas. Se estudiaron 66 de aquellos, representando un m uestreo de 891 lom as artificiales, repartidos sobre el te rrito rio seleccionado (fig. 10).

39

En cuanto al recorrido, parece que una buena proporción de los yacim ientos ha sido localizada. Para logra r la exhaustividad, habría que v o lv e r en el sector por muchos años seguidos, para recuperar las inform aciones que no se pudieron obtener p or las razones antes mencionadas. Sin em bargo consideram os que nuestro corpus constituye una buena base de conocim iento com o para evaluar las potencialidades arqueológicas de la región en cuanto a la presencia de este fenóm eno arquitectónico.

40

A más de lo dicho hay que añadir la existencia de m ontículos de los cuales resaltan las proporciones (sitios 21, 52, 87, 92 y 95). De un diám etro superior a 80 m. y pasando los 15m. de altura, estas lom as aparecen sobre terrazas m uy elevadas que dom inan un am plio te rrito rio (fig. 11). Aisladas sobre sus prom ontorios, parecen reinar sobre un abanico de sitios repartidos sobre las terrazas vecinas y las planicies circundantes. Sus dim ensiones y su posiciones sugieren una función distinta de todos los otros asentamientos, la cual podría referirse a particularidades tales com o centros cerem oniales, observatorios, sepultura única o cem enterios, etc.)9. Las excavaciones que se preveén realizar en los sitios la y lb (fig. 7) perm itirán quizás incluir el estudio de uno de estos m ontículos dado que el que esta representado por el sitio 21 descansa en la cercanía directa de aquellos.

41

Otras inform aciones resaltantes consisten en depresiones que rodean algunos montículos. Estas se podrían asim ilar a las fosas de donde proceden los sedim entos que sirvieron al m antenim iento de las tolas o a los rellenos constitutivos de los distintos suelos. Estos "b o rro w pits" (Ford, 1969), han sido identificados en algunos sitios, tales com o los 68, 69, 70, y a m uy erosionados por actividades agrícolas. Las tolas com pletam ente arrasadas dejan observar unas manchas circulares que circunscriben el área, subrayando el contorno inicial de la lom a (fig. 12). Estas im prontas evocan la sanja dejada por sedim entos extraídos que sirvieron quizás en la rem odelación de un piso ocupacional.

42

Asociados a algunos m ontículos se hallaron cubetas extensas y a veces profundas (sitios 32, 34, 38, 68, etc.). La naturaleza m uy perm eable de los sedim entos y la ausencia de acumulación de agua, aún después de fuertes lluvias, así com o la cercanía de recursos hídricos, no perm iten atribuir estas depresiones a reservorios de agua, sino más bien, a fuentes

de

m ateria

prim a

destinada

al

levantam iento

de

una lom a, tratándose

especialm ente de los rellenos. 43

En los sitios con m odelo regular se notaron a m enudo la existencia de pequeñas tolas que se superponen a una de las principales, com o si se trataría de un elem ento añadido después o de una construcción adyacente, cuya función no se conoce todavía.

44 Otra particularidad encontrada dentro del conjunto de sitios corresponde a un m odelo regular trip le (fig. 13, sitio 99) que m atiza el esquema general que se planteaba y que propone una articulación, dentro del proceso de construcción, que podría referirse a una p rogresión dentro de la explotación del espacio. Los dos patrones regulares dispuestos octogonalm ente conform an un recinto en form a de "L " que revela probablem ente dos com plejos estructurales distintos, pero que no tien en la distancia habitual que separa a dos sitios "m ellizos". Además, a poca distancia (150 m.) se encuentra otro m odelo regular (100, fig. 13) adosado a la orilla del barranco y que no ofrece la sim etría p erfecta que se encuentran en otros patrones más estrictos, desde el punto de vista de la gestión espacial.

115

45

Aunque la recurrencia de la situación de los patrones sim étricos haya sido confirm ada (terrazas elevadas, al abrigo de los desbordam ientos de los ríos), la regularidad dentro del núm ero de m ontículos en éstos recintos varía mucho y en particular respecto al espacio disponible en la superficie donde se elevan. Se encontraron con frecuencia m odelos regulares que com portan pocas estructuras que aprovechan al m áxim o las pequeñas terrazas naturales (fig. 14). En estos sectores, las "planicies altas" son escasas y alternan con quebradas marcadas, dejando poco espacio para el cultivo, por un lado y para el asentam iento por otro lado. Es decir que las largas planicies protegidas sobre las terrazas elevadas desaparecen a penas uno llega al pie de los Andes, dónde los pliegues de las montañas se hacen más pronunciados y más frecuentes. Los pequeños m odelos regulares (75 y 76, p. e.) enseñaron el m ismo tip o de organización que en los m ayores, y perm itieron resaltar dos evidencias: en p rim er lugar, la im presión de estructuras de alturas escalonadas en las hileras de tolas secundarias fue más nítida y se notó que aparecen exactam ente en el centro de las líneas. Entonces, es probable que en los sitios con m odelo regular se encuentren dos tolas principales en el centro y

una en cada hilera,

proporcionando un patrón octogonal de manera de puntos cardinales. En fin, significaría que la articulación de un sitio a m odelo regular es aún más com pleja de lo que uno puede observar superficialm ente. Tendríam os que conform ar un te rc e r grupo de tolas que caracteriza estos m ontículos del centro de las hileras. 46

Queda la duda para los grandes sitios de saber si la variación del tam año de los m ontículos no obedece más a la intensidad de la erosión en cada sector. Es decir que una estructura rodeada por otras perderá menos sedim entos dado que poco a poco los lados se rellenan con los sedim entos que deslizan hasta que la lom a no se erosiona lateralm ente sino por los lados expuestos. Entonces, los m ontículos más expuestos a las pendientes o menos protegidos p or los demás bajarían más que los otros.

47

Es tam bién debido a la erosión que es casi im posible proceder a un estudio estadístico de correlación de módulos dentro de un mism o sitio y, luego con otros, porque es evidente que el v ecto r encontrado en un lugar no tom a en cuenta el ritm o y la intensidad de las precipitaciones ni el factor destructivo según la situación (y la orientación de cada recinto). Además, habría que conocer el espesor de los sedim entos naturales que cubren la estructuras arqueológicas para poder evidenciar un factor que ten ga un grado de precisión científicam ente aceptable. Por lo que sabemos actualm ente de la realidad que se encuentra debajo de los suelos naturales, sería un ejercicio inútil y casi especulativo de buscar estadísticam ente un factor de relación entre los montículos.

48

M ediante estas observaciones podem os in ferir que la voluntad de v e r un patrón general, u tilizado en toda una región y durante un p eríodo restringido, es difícil de demostrar. Más bien, ilustra la teo ría según la cual había muchos grupos autónom os que vivían contem poráneam ente en un área am plia y que gestionaban el espacio a partir de un concepto

global

de

una

cierta

arquitectura

o

proto

urbanización.

No

obstante,

presentaban m atices típicos de la expresión de grupos bastante independientes entre ellos y que no obedecían a una superestructura estricta. 49

Cabe anotar una característica de los sitios a m odelo irregu lar que consiste en que las terrazas sobre las cuales descansan estos últim os son frecuentem ente más bajas, siendo de todos m odos los m ontículos más elevados de los alrededores. N o se sabe aún si esta realidad es debida al relieve natural dónde se hallan los m ontículos o si se vincula con un cambio cron ológico paulatino. Respecto a las inform aciones arqueológicas del m om ento es difícil sostener una propuesta más que la otra, no obstante no parece ser una

116

coincidencia el encontrar los agrupam ientos con los m ontículos más elevados en las zonas donde la terrazas son las más bajas (p eligro del desbordam ientos de los ríos), pero es tam bién posible que algunos cambios estructurales hayan ocurrido, favorecien do el cambio en la planificación de la construcción de las tolas, tanto por el lugar donde se edifican com o por el patrón de asentam iento 50

A continuación presentam os un cuadro que resume globalm ente los resultados de las prospecciones y que indica el tip o de sitio que se puede observar sobre el mapa de repartición (fig. 10). Tipo de asentamiento

Número

Sitios correspondientes

1.

Modelo regular

13

1a, 1b, 5, 7, 8, 32a, 34, 42, 45a, 60, 99 100, 101

2.

Modelo regular parcialmente destruido

10

10, 18, 37, 38, 46, 68, 70, 72b, 94, 98

3.

M odelo regular no estudiado

12

48, 64, 66, 83, 88, 90, 91, 93, 96. 97, 104, 106.

4.

Modelo regular de extensión m ediana

2

72a, 74.

2

75, 76.

5.

Pequeño modelo regular

6.

Agrupam iento sin m odelo aparente o incompleto

(11 + 3)

Pequeño modelo, ausencia de modelo

(1 4 + 7 )

7.

8.

esbozo

u

Pequeño agrupam iento sin modelo aparente

14

21

3, 4, 12, 14, 16, 19, 24W, 27, 40, 44, 53, 57, 58, 49, 61, 62, 67, 71, 73, 77, 89.

(11 + 21)

6, 9, 11, 13, 15, 17, 22, 23, 26, 29, 32c, 35, 36, 39, 43, 47, 50, 51, 56, 59, 63, 65, 78, 80, 81, 82, 84, 85, 86, 102, 103,

32 9.

G rande tola aislada

2, 20, 25, 28, 30, 31, 32b, 33, 41, 45b, 54, 55, 69, 79.

(2 + 3)

105. 21, 52, 87,92, 95.

5 N o te 1 0 10

51

En fin, los sitios presentan casi siem pre un conjunto de estructuras de las cuales los tam años varían mucho y cuyas diferencias quedan actualmente difíciles de interpretar. A pesar de esta observación, el plan de los distintos asentam ientos revela la existencia de sociedades que tenían una organización social más elaborada de lo que hasta hoy se suponía.

52

La variación de los conjuntos constituye igualm ente un elem ento de estudio que tendrem os que profundizar, pero es posible avanzar una prim era reseña. Pensamos que el fenóm eno que estamos estudiando corresponde a comunidades pequeñas que com partían una estructura social sim ilar que se m atizaba según la localización y que cambió a lo largo de los años, de las generaciones.

53

Aunque el problem a cron ológico quede en suspenso hasta conseguir más evidencias, querem os proponer algunas interpretaciones generales en cuanto a la distribución de los distintos patrones de asentam iento mencionados, considerando que la variación espacial

117

de los patrones constituye un elem ento secundario (o superficial) en cuanto al sistema social y a sus eventuales cambios estructurales. 54

Las posibles funciones se resumen en siete eventuales puntos. En realidad, nos lim itam os a presentar las posibilidades más verosím iles, partiendo del punto de vista - aún frágil de que los sitios a m odelos regulares e irregulares son contem poráneos entre ellos. 1. Aglomeración de una familia extendida o recinto de un solo clan las estructuras centrales sugieren muchas otras funciones, tales como la de albergue de un jefe de familia o del clan. 2. Pueblo que reune familias de rangos iguales o desiguales, cuyo espacio central esta reservado a los jefes o para actividades especiales (ceremonias, ritos, reuniones, etc.) 3. Centro en el cual se desarrollan varias actividades a parte de la función habitacional. Cada casa o sector - en consecuencia grupos de tolas - correspondería a un área de actividades diferentes que obedecen a la organización general del grupo que la ocupa (artesanía, religión, agricultura (almacenamiento p. e.), reuniones "políticas"). La parte central podría consistir en una función preeminente tal como una base ceremonial, una plaza pública, un lugar para el comercio, etc.11. 4. Residencia de un cacique se podría tratar de sectores puramente habitacionales rodeados o compartidos con otros que servirían para reuniones de los grupos que dependen de este cacique y que viven en los alrededores inmediatos. En base a una cierta organización social, este dignatario cita los jefes de familia o representantes de clanes en su recinto administrativo con el fin de recibir los tributos debidos por sujetos, proceder a una eventual redistribución de los bienes y de las tareas, elaborar estrategias comerciales, y sobretodo, fortalecer su poder12. 5. Centro artesanal sinjerarquía, pero con una distribución en función de criterios prácticos (p. e. exposición a los vientos). Esta proposición explicaría la existencia de sitios sin tolas que abrigarían las áreas domesticas. 6. Centro ceremonial con actividades específicas o principales en el centro del recinto. 7. Dos tipos de recintos con funciones distintas pero concomitantes, el modelo regular consistiría en un recinto ceremonial o de encuentro de los grupos que se asientan sobre los montículos que conforman sitios a modelo irregular; es decir que el primero tendría una función pública en el cual convergen los grupos de los alrededores, mientras que el otro modelo consistiría en un espacio "privado" o doméstico, albergando una familia extensa o un clan limitado.

55 Hasta

no

hallar

más

evidencias,

la

hipótesis

de

los

m ontículos

construidos

especifícam ente con fines funerarios nos parece que debe ser descartada para esta zona.

Otras excavaciones 56 Aprovechando estratigrafías

las estructuras de

com paración

dañadas por guaqueros con los

datos

o

recolectados

por

la

erosión,

en

el

sitio

algunas

del V ergel

(LATINRECO S. A ) se efectuaron en dos sitios distintos.

Sitio 31, tola 3 57 Ubicado en un yacim iento que

queda cerca de la población de La Cadena, un p erfil

realizado en la tola 3 del sitio 31, sin m odelo aparente, pero con una agrupación de m ontículos grandes, reveló una secuencia de ocupaciones idéntica a aquellas que se efectuaron en el sitio del V ergel. A parte de estratos que aparecen debajo de la tola y que revelaron ocupaciones humanas del Form ativo Tem prano y Tardío, las capas interna del

118

m ontículo propusieron cuatro niveles de asentamientos distintos. Éstos se caracterizan p or fogones extensos que se reparten sobre suelos arcillosos com pactos y horizontales que parecen ocupar tod a la lom a (fig. 15). Cronológicam ente poco separados los unos de los otros, en cuanto al m aterial cerám ico respecto a la tip ología vigen te, las áreas con fogones dejan libre el espacio central en donde probablem ente había otra actividad aún no claram ente definida, pero que podría tratarse del hábitat mismo. Tod o el m aterial recolectado en estos horizontes corresponde al que se recuperó en las estructuras 1 y 5 del sitio LATINRECO S. A. y se asemeja al estilo Guangala por su mayoría. 58

La ocupación más tardía reveló un hallazgo m uy interesante, dado que se trata de un extenso fo gó n (fig. 15, coordenadas 28-31) en form a de cubeta m uy profunda y que contiene muchos m ateriales de diferentes tipos (cerám ica, carbones, líticos, obsidianas, etc.), que se relaciona con el h orizon te visible en la cumbre de la tola.

59

P o r la cantidad de cerám ica recuperada en esta depresión, y por su superposición, Pensábamos de que se trataba de un horno que se había derrum bado durante la fase de enfriam iento. A l analizar todo el m aterial hallado, unos fragm entos angulares de arcilla quemada propusieron una interpretación que encaja de m ejor m anera con la diversidad de los elem entos de distintas naturalezas que se evidenciaron. Los tiestos cuadrangulares y m uy espesos evocan la solera de un fo gó n dom éstico que se destruyó y cuyo fragm entos se tiraron en una fosa de deshechos. Ésta últim a tal v ez se habría excavado para recolectar m ateria prim a con el fin de com poner una nueva solera (Gallay, 1986). Esta práctica explicaría la concom itancia de la diversidad de m ateriales y la distribución m ezclada de aquellos en dicha depresión, así com o el tam año im portante de los tiestos de cerám ica

que

no

perm iten,

sin

em bargo,

reconstruir

com pletam ente

las vasijas

encontradas. En el caso de un horno, no se habrían encontrado tantos m ateriales distintos y ajenos a la cocción de la alfarería y ésta se habría podido rem odelar com pletam ente dado que se habrían encontrado todos los fragm entos que la constituyen, además de un cierto orden coherente de los materiales. 60

A partir de estas observaciones se consideró este hallazgo com o un basurero que se sitúa en la p eriferia del m ontículo. De esa m anera es posible im aginar que los m oradores procedían en rem odelaciones de sus hogares tirando en esta cubeta algunos de los elem entos y a inutilizables.

61

El interés más relevante de este descubrim iento es su posición con respecto a las d iferentes fases de ocupación de la tola, que evidencia la últim a ocupación antes del abandono del m ontículo en un contexto bien cerrado, cuyo estudio aporta inform aciones básicas y a que según Masucci (1992) y Paulsen (1970), el estilo de los m ateriales cerám icos se aparenta a lo que llam an Guangala tard ío (fig. 16).

62

P o r el cambio de organización espacial que se lo gró evidenciar en la parte superior de la to la (basurero en periferia, sin áreas de com bustión en extensión en la parte central), además de los nuevos m atices estilísticos de la alfarería, es posible pensar que estamos en presencia de una fase de transición dentro de la organización social de las comunidades que se asentaban sobre las tolas.

63

Esta observación aparece m uy significativa al com plem entarse con otro descubrim iento que se realizó en dos tolas del mism o tip o de m odelo (to la 1 LATINRECO y to la 3, sitio 31). En ambos m ontículos se presentaron intrusiones que parten de la cumbre de la tola y que atraviesan las capas anteriores hasta la base de aquella. Los elem entos recurrentes que caracterizan estas intrusiones se com ponen de acumulaciones de piedras (cuya parte

119

plana

se

halla

boca

abajo)

a la

m anera

de

pequeños

muros

tronco-cónicos

o

cuadrangulares oblicuam ente superpuestos (fig. 15 y 17). A lred ed or de éstos no se encontraron elem entos diagnósticos sino que, a la im agen de lo que Jijón y Caamaño dice para la zona de Am bato (1952 a y b), éstos señalarían la posible existencia de cámaras laterales más abajo de ellos. 64

Esta utilización posterior a la construcción de las tolas investigadas p or nosotros explicaría porqué se asignaron estas estructuras a culturas tardías, dado que las excavaciones anteriores se destinaban en el hallazgo de objetos, más que en la búsqueda de una cronoestratigrafía meticulosa. De este m odo, se encontró estructuras que revelaban m aterial entero atribuido al estilo M ilagro-Q uevedo que, por encontrarse dentro de intrusiones posteriores a la construcción de los montículos, fa voreció a la p rerrogativa de que el fenóm eno de las tolas pertenecía al Períod o de Integración.

65

M ediante nuestras investigaciones pensamos haber corregido una de las equivocaciones interpretativas de las inform aciones, lam entablem ente frágiles, de nuestros predecesores y

pusimos en evidencia la articulación de las distintas funciones que una misma

estructura pudo desem peñar a lo largo

del tiem p o (p rim ero

domésticas y

luego

funerarias) y de los eventuales cambios sociales de las distintas sociedades que explotaron los m ontículos artificiales, en el caso de los sitios con m odelo irregular por lo menos. Cabe resaltar que no negam os la posible construcción de otras estructuras m onticulares en m om entos más tardíos.

Sitio la, tola 14 66 En una estratigrafía elaborada en el sitio la dentro de la "tola-cordón 14" (fig. 7 y 18) se observó una secuencia distinta en cuanto a la lom a misma, y un proceso de ocupación más tem prano, tan evidente en las otras excavaciones, en los depósitos debajo de ésta. 67 En alternancia con depósitos naturales, debajo de la tola, se hallaron dos horizontes ocupacionales. El prim ero se encuentra asentado sobre el suelo estéril y se caracteriza por la presencia de un fogón de planta circular y de sección cóncava cuyas paredes interiores estaban com pletam ente recubiertas de láminas de piedras (traquita) destinadas a la refracción del calor (fig. 19). Junto a este hallazgo se recuperaron algunos fragm entos de cerám ica altam ente erosionados. 68 Después de un relleno de depósitos naturales se encontró una nueva capa de ocupación com puesta p or un suelo de arcilla com pactada sobre el cual se descubrieron fragm entos de cerám ica atribuibles a estilos del Form ativo Final (C horreroide) y una punta de obsidiana fragm entada. 69

Este h orizon te fue sellado por una capa natural espesa sobre la cual se depositaron tres capas de cenizas volcánicas. Éstas se dividen en una capa con granulación gruesa que corresponde a la deposición de las cenizas más pesadas cuando las dos siguientes son parecidas a polvo y proceden de las cenizas más livianas que quedaron en suspensión en el aire antes de depositarse sobre los elem entos más gruesos13.

70

La base de la to la que yace sobre la gruesa capa de depósitos volcánicos parece com portar m aterial del Guangala Tardío que se reparte sobre una am plia área de com bustión14. En cambio, la lom a no contenía ninguna capa ocupacional sino una sucesión de rellenos que la conform an (fig. 18). Es en la cumbre, en la interfasis entre el humus actual y el últim o relleno, que se halló una capa ocupacional con escasos m ateriales cerámicos. Éste obedece

120

aparentem ente a criterios estilísticos del P eriodo de Integración y más precisam ente al M ilagro-Q uevedo definido por Estrada (1957a, byc).

Comentarios 71

Respecto al área proyectada, parece que el fenóm eno de las tolas se ha difundido prodigiosam ente. Según consideram os la variación de los m odelos respecto a la sincronía o a la diacronía, esta tradición presenta constantes cambios, m odificándose en función del espacio ocupado. El análisis de éste fenóm eno se puede efectuar según tres perspectivas principales: cronológica, corológica y funcional.

72

Observando la cantidad de sitios y de m ontículos localizados, y estim ando que logram os d etectar el 50% de la totalidad real, nos aparece que, si todos han sido ocupados simultaneamente, la población del área investigada sería bastante im portante. Además, no contabilizam os todos los sectores arqueológicos que, a pesar de ser abundantes, no presentan estructuras y que, por esta misma razón, no fueron reportadas.

73

En base a estas observaciones com parativas se entabló una hipótesis que consiste en v e r la variación de la form a de los sitios m onticulados según un eje cronológico. A pesar del carácter m uy peculiar de la estratigrafía de la lom a 14, así com o de su form a, nos autorizam os esta explicación sabiendo pertinentem ente que habrá que profundizar estos datos para confirm ar esta idea.

74

La observación de las estratigrafías de los tres m ontículos procedentes de m odelos irregulares nos indica que hay una simultaneidad relativa respecto a la frecuentación de los lugares. El m aterial arqueológico recuperado en la capas ocupacionales presenta una hom ogeneidad de horizontes que parece lim itarse en el P eríodo del D esarrollo Regional, luciendo filiaciones estilísticas de varias regiones y a estudiadas y particularidades locales (Ram írez Guillaume-Gentil, 1996; Guillaume-Gentil, 1995 y 1996). A pesar de la variación cerámica, la frecuentación de los sitios a m odelo irregular parece haber persistido durante un largo tiem po, hasta la eventual transición que precede la em ergencia de las sociedades conocidas bajo el term in o del P eríodo de Integración.

75

La cantidad de sitios encontrados en la porción restringida que constituye el área de nuestras investigaciones nos da a pensar que éstos no se ocupaban de m anera totalm ente simultánea, sino, más bien, obedecían en una especie de rotación bi o trienal, a la im agen de lo que se conoce todavía en las prácticas agrícolas modernas. Para p ropon er la hipótesis según la cual, la gente se m ovía frecuentem ente, por razones de productividad de

las tierras

adyacentes

a los

sitios, nos basamos

en las

sucesivas

etapas

de

reconstrucción de las plataform as u horizontes de ocupación que caracterizan los montículos. Es decir que una fam ilia, un grupo o un clan se asentaba en un sitio m ientras explotaba los campos que quedaban en su cercanía. A l esquilmarse una porción de terren o, en ve z de recorrer una gran distancia hacía el campo, se p refería mudar de sitio y construir una nueva vivien d a cerca de los campos recién abiertos. Procediendo de esa manera, un grupo vu elve en un lugar anteriorm ente ocupado cuando las tierras y a han recuperado todas sus fuerzas. El ciclo de rotación se podría realizar sobre dos o más sitios respecto al tiem p o necesario para el descanso de las tierras com o para su agotam iento. V olvien d o a un antiguo sitio, la renovación del terraplén no lleva mucho tiem po. 76

Ésta hipótesis se basa sobre muchas evidencias observadas tales com o la fuerte tafonom ía que se observa sobre las capas ocupacionales: pocos m ateriales antrópicos aparecen en

121

buen estado de conservación y dan a pensar que la erosión fue uno de los factores más im portantes para la destrucción de aquellos. En segundo lugar, la reconstrucción o renovación de un hábitat no necesita obligatoriam ente una rem odelación drástica de una plataform a si se trata únicam ente de reconstruir un casa sobre un suelo y a existente, m ientras que después del abandono m om entáneo de un lugar, el terren o no aparece tan adaptado com o para proceder en una construcción sin una previa preparación del piso donde se opera la reocupación de un antiguo asentamiento. 77

El espacio explotable de la región que nos interesa perm ite una gran m ovilidad de las comunidades que la frecuentaron por presentar una buena extensión, lo que no costringe un grupo en m orar constantem ente en el m ismo lugar. Además, este sistema explicaría la concentración de sitios observados y dem ográficam ente corresponde más en la densidad de poblam iento que caracteriza los tróp ico húmedos en épocas rem otas15.

78

Si consideram os que la secuencia evidenciada en la "tola-cordón ", del sitio a m odelo regular, com o representativa de estos sitios, es posible concebir la posterioridad de estos m odelos con los antes citados y v e r un cambio en la gestión del espacio por comunidades que se asientan todavía sobre m ontículos artificiales explotándolos distintam ente.

79

Esta sugestión im plicaría muchas teorías (evolucionista, determ inista, estructuralista, etc.) que no querem os abordar aquí, dado que nos lim itam os en p ropon er una relación cronológica entre dos tipos de asentamientos, sin preten der al m om ento una explicación socioeconóm ica de este fenóm eno, por no disponer aún de las inform aciones suficientes.

80

Sin em bargo, por lo observado hasta ahora, pocos elem entos favorecen la adscripción de los m ontículos a m onum entos cerem oniales. Zonas de hábitat en donde se desarrollaban am plios conjuntos de actividades parecen ser más probables.

81

Apartando el va lo r sim bólico y religioso de la palabra plaza en el mundo prehispánico, es interesante reportar los com entarios escritos por Lathrap, M arcos y Z eidler (1986), respecto a la form a que los sitios cerem oniales presentaban en M esoam érica y en Perú en períodos tempranos. "La Plaza, en el nuevo mundo se define como un espacio público y sagrado delimitado por uno o más montículos de tierra o albañilería, y por construcciones secundarias. [...] Se pueden discernir dos variantes de la Plaza, la [...] Plaza tipo A se caracteriza por la presencia de un solo montículo grande del cual parten dos construcciones lineales paralelas que encierran el espacio sagrado. La secunda variante es la Plaza tipo B , tiene dos montículos macizos, uno frente al otro con un espacio rectangular abierto entre ellos [...]. La Plaza tipo A es típica de los Centros Ceremoniales del Perú [...], y [...] el más importante de todos los Centros Ceremoniales Tempranos [es] Chavín de Huantar (Tello 1960). La Plazas tipo B son típicas de Mesoamérica [...] y [...] algunos de los Centros Ceremoniales más Tempranos y más importante de Mesoamérica [...] toman la forma peruana (Drucker, Heizer and Squier, 1959)."

82

En nuestro caso es interesante notar que los m odelos irregulares, probablem ente más antiguos que los otros, evocan la form a de Plaza tipo B, sin hallar las hileras paralelas, sino presentando un m ontículo que dom ina los demás. M ientras tanto, cabe resaltar la configuración de los m odelos regulares que parecen reunir los dos tipos de plazas en un solo asentamiento.

83

De esta constatación

se podrían

in ferir

muchas teorías

en

cuanto

a influencias

septentrionales com o m eridionales respecto al lugar donde estamos; sin em bargo, correríam os el riesgo de anacronismo lanzándonos en un desarrollo teó rico respecto a

122

estas semejanzas, dado que faltan todavía muchos datos para confirm ar las inform aciones estratigráficas existentes en cuanto a nuestro proyecto. 84

Reconocem os que ir más adelante se cuestiona mucho, m ediante el corpus de datos disponibles actualmente, nos llevaría a especulaciones que querem os evitar y, por eso, p referim os

esperar los

frutos

de

próxim as

campañas

de

excavaciones,

en tolas

pertenecientes a m odelos regulares, para em pezar con una real interpretación global de lo que fue la tradición de las tolas en la alta Cuenca del Guayas.

Conclusión 85

Aunque estemos todavía procesando los datos recuperados durante las fases prelim inares de nuestra investigación y sabiendo que quedan muchas incógnitas por resolver com o para proponer una interpretación global del fenóm eno de las tolas en nuestra región, es im portante resaltar los éxitos logrados hasta la fecha.

86

En p rim er lugar, salieron a la luz los diversos tipos de asentamientos que se reparten sobre un área de 200 km.2y que cuentan con un núm ero im presionante de montículos.

87

A esta realidad se suma el interés que presenta la delim itación y ubicación precisa de los establecim ientos

prehispánicos

de

la

zona,

logrando

evidenciar

las

recurrencias

topográficas que favorecen la construcción de sitios con m odelos regulares y las que im pusieron

la

realización

de

agrupaciones

m enos

sim étricos,

pero

con

grandes

montículos. La diversidad de form as y tamaños de las tolas, así com o su repartición territo ria l conform a un paquete de inform aciones hasta ahora nunca logrado. 88

A partir de las excavaciones procesadas y de los rescates proporcionados en lugares en p eligro de total destrucción fue posible dem ostrar que la tradición de los m ontículos artificiales es más antigua de lo que nuestros predecesores suponían en cuanto al pie occidental de los Andes septentrionales. En ve z de aparecer en el P eríodo de Integración, el uso de las tolas parece em erger por lo menos durante el Período del Desarrollo Regional. Queda claro, sin em bargo, que este fenóm eno atravesó los siglos m anteniéndose con una cierta regularidad al inicio, cambiando dentro de la gestión espacial para llegar a una explotación m ejor planificada del espacio perm itiendo la aparición de patrones simétricos. Enfatizamos en el hecho que esta visión queda aceptable m ientras tanto se consideran los resultados actuales com o una generalidad, dejando abierta la perspectiva de que la "tola-cordón " no responde obligatoriam ente de los patrones sim étricos que se deben investigar más intensivam ente para confirm ar nuestra interpretación previa.

89

Si en la m ayoría de los casos se puso en evidencia la función dom éstica de las tolas durante el Desarrollo Regional, no se refuta la posibilidad del uso cerem onial en ciertos casos y es de gran interés de notar que posteriorm ente los m ontículos se reu tilizaron con fines funerarias, probablem ente durante el Períod o de Integración. Esta constatación no im plica el abandono de la construcción de las tolas en fases más tardías, sino, más bien, el aprovecham iento de estructuras y a existentes com plem entando la edificación de otros nuevos montículos.

90

En fin, reconocem os que la articulación cronológica entre los diferentes m odelos no queda todavía bien demostrada, inclusive el ritm o de crecim iento

de un mismo

asentamiento, pero, por las investigaciones y a planificadas, sabemos que dentro de poco tiem p o será posible p ropon er interpretaciones más nítidas dado que se realizarán excavaciones en sitios con m odelo regular.

123

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127

Figura 3 a. Cerámica atribuida al Período de Integración (Milagro-Quevedo), hallada en el Sitio El Vergel

Figura 3b. Cerámica atribuida al Período de Integración (Milagro-Quevedo), hallada en el Sitio El Vergel

128

Figura 5. Cerámica Valdivia hallado en el Sitio El Vergel

129

Figura 6. S itio 3 1 , m o d elo irregular

Figura 7. Sitios 1a y 1b, modelos regulares

130

Figura 8. S itio s 5 y 7, m odelos regu lares sobre dos te rra za s d istin tas

Figura 9. Sitio 60, modelo sobre plataform a artificial cuadrangular

131

Figura 10. Plan de repartición de los sitios localizados durante las prospecciones

Figura 11. Sitio/M ontículo 2 1 , con proporciones poco com unes en la región

132

Figura 12. S itio 68, m o d e lo regu lar p a rc ia lm e n te d estruid o. "Borrow p its ” visibles

Figura 13 Sitios 99 y 100, triple modelo con irregularidades

133

Figura 14. S itio 7 6 , e je m p lo de m o d e lo reducido

Figura 15. Estratigrafía de la tola 3 del sitio 31

134

Figura 16. Cerámica Guangala Tardío o transición, tola 3, sitio 31

Figura 17. Detalle de la intrusión en la estratigrafía de la tola 3, sitio 31

135

Figura 18 Estratigrafía S. de la "tola-cordón" 14, sitio la

Figura 19. Estratigrafía W. de la "tola-cordón" 14, sitio la

NOTAS 1. En el Oriente ecuatoriano, las recientes investigaciones realizadas sobre este subjeto (Netherly

& Guamán l995 y 1996; Rostain & Salazar, 1997) ya empiezan a dar numerosos resultados, a pesar de que los estudios arqueológicos en esta región corresponden al 1% de los estudios arqueológicos en Ecuador. Lathrap (1974) y Marcos (1987) - en oposición a las teorías difusionistas de Meggers, Evans y Estrada (1965) que consideran la emergencia del neolítico ecuatoriano como el resultado de una colonización por grupos de pescadores japoneses (de la cultura Jomón) -, opinan que es en la cuenca del Orinoco o en el litoral del extremo noreste del Brasil (La Mina) que empezó el proceso de neolitización de América del Sur siendo, además, un

136

desarrollo procedente de varios núcleos. Las condiciones climáticas y la sabana que cubría estos sectores al final del Pleistóceno habrían favorecido la elaboración de variados modelos sociales dentro de este marco en donde, al parecer, también podrían haberse germinado las primeras edificaciones monticulares. El principio de la construcción de tolas podría ser considerado como un reflejo de estructurales cambios socioeconómicos procedentes de estas zonas. 2. Para darse cuenta de esta diversidad, basta referirse a todos los proyectos que se han llevado a cabo o que siguen en marcha tales como los trabajos de Bouchard (Inguapi/Tumaco, 1983, 1984, 1986, 1995), Valdez y Bouchard (La Tolita, 1986,1987), Guinea (Atacames, 1984), Zeidler (San Isidro, 1994), Marcos y Muse (Peñón del Río, 1987), Marcos y Lathrap (Real Alto, 1986, 1988), Zevallos (Hacienda Isabel, (1995), 1934), Pearson (1987), Shlemon y Pearson (Cuenca del Guayas, 1982), Lippi (1980), Stemper (Cuenca baja del Guayas, 1993), Porras (Palenque, La Ponga, 1983; Sangay, 1987), Uhle (1927, 1939, etc.), Buchwald (1909, 1917, 1918, 1926) y Jijón y Caamaño (Andes y Costa, 1918, 1952a y b), Gondard y López (Andes septentrionales, 1983, 1986), Athens (ídem, 1979), Oberem et al. (Cotchasqui, 1975, 1989), Rostain y Sala-zar (Huapula, 1997) y otros más que seguramente olvidamos. 3. Insistimos en el hecho que Zeidler (San Isidro, 1994), Marcos (Real Alto, 1988) y Porras (Palenque, 1983) han evidenciado huellas más antiguas de la tradición de construcción de montículos y de camellones. 4. Para más detalles al respecto ver: Guillaume-Gentil (1996). 5. Las excavaciones de las tolas 1 y 5, así como de dos sondeos (A y B) se llevaron a cabo en el sitio El Vergel, cerca de La Cadena, en la propiedad de la compañía LATINRECO S. A. que sostuvo económicamente y logísticamente el proyecto durante las campañas de 1992 y 1993 (Reindel 1995, Reindel y Guillaume-Gentil 1994 y 1996). 6. El estado de las investigaciones en este sector esta más avanzado, sin embargo quedan muchas lagunas por falta de excavaciones en área. Además el análisis cronológico y estilístico de los hallazgos cerámicos sigue siendo muy superficial y conduce a interpretaciones abusivas. 7. Reindel 1995 y Reindel & Guillaume-Gentil 1994; 1996). 8. A éstos los llamamos "modelos regulares" en oposición a las otras agrupación cuyo ordenamiento no presenta una verdadera simetría. 9. No se sabe si algún día tendremos datos sobre estas tolas porque la labor que exige tal tipo de elevación aparece inmensa y no se puede planificar por los años siguientes. 10. Esta agrupación se encuentra asociado a una colina cuya forma evoca una tola. Sus dimensiones pasan todas las cuales que han sido medidas y corresponden más en las de los sitios con montículos naturales (32b y 64). No obstante, gruesos bloques de piedras fueron observados en los flancos de esta eminencia y la posición de aquellos evoca la acción antrópica. Quizás, entonces, se la podría relacionar con el tipo 9. 11. Nos hemos inspirado de la interpretación que hace Marcos (1988) respecto a Real Alto, según quien había este tipo de organización. 12. Es evidente que esta propuesta se inspira mucho de la teoría del "Vertical control" establecida por Murra (1972) 13. El análisis de esta tefra se esta realizando en los laboratorios de vulcanología de Quito, bajo la responsabilidad de la Dra. Mothes que nos indicó que se trata probablemente de la última erupción del Quilotoa cuya cenizas se expandieron sobre un amplio territorio alcanzando la región de la Maná, hasta quizás los alrededores de Que-vedo (Hall & Mothes, 1994). La fecha que obtuvieron por esta tefra se sitúa en el primer siglo de este milenio (785+50 y 840+50 BP, no calibrado; datos que proceden de un grueso tronco). Un tal evento queda insuficientemente fechado porque las fechas parecen fragiles por provenir de un sólo elemento. 14. Es difícil considerar esta ocupación con mucha nitidez, dado que pasaron máquinas muy pesadas en este lugar, lo que pudo mezclar los artefactos contenido en los rellenos encima de esta

137

capa. Por esta razón preferimos quedar muy prudentes con respecto a la atribución cultural de este horizonte. 15. Stemper (1993), por la zona del Guayas en el período cacical, estima la población en 22 habiantes al km2.

AUTOR N IC O LA S G U IL L A U M E -G E N T IL Université de Neuchatel Suiza

138

Intercambio y Producción de Cerámica durante el período Guangala Temprano en la Cordillera Colonche-Chongón, Ecuador Karen E. Stothert, Am elia Sánchez M osquera y César Veintim illa

1

Resumen Se presenta la evidencia de especialización artesanal encontrada en sitios del período Guangala Tem prano en la C ordillera Colonche-Chonogón, y

se utilizan evidencias

paleobotánicas y paleozoológicas para lanzar la hipótesis que durante los últim os siglos antes de nuestra era existía un patrón de intercam bio entre asentam ientos ubicados tie rra adentro y otros en la franja costera en el suroeste del Ecuador.

La Cordillera Colonche-Chongón 2

Excavaciones en la Comuna Las Balsas, en la C ordillera Colonche-Chongón, resultaron en la descripción de sitios arqueológicos en los cerros que separan la costa de la cuenca del Rio Guayas (Figura 1). Nuevos datos nos ofrecen una perspectiva más am plia sobre la interacción entre comunidades de Guangala Tem prano en la costa.

139

Figura 1 Mapa del suroeste del Ecuador

3

La m ayor parte de los antiguos asentam ientos previam ente estudiados se encuentran en la árida franja costera de la Provincia del Guayas. En cam bio, los asentam ientos de Las Balsas se ubican a una distancia lineal de unos 40 kilóm etros tierra adentro, a una altura de en trel 10 hasta 250 m etros sobre el nivel de mar, en los estribones de los cerros que alcanzan unos 600 m etros (Figura 2).

140

Fifura 2 Mapa de la costa de la provincia del Guayas

i •El azúcar i « f

Cerros de la Corillera Colonche-Chongon (de mas de 200 metros s.n.m.

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Tumaco

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i

|f¡ff 20

Esmeraldas A rch aeology has been under investigation since the beginning o f the tw en tieth century (Saville, 1909, 1914; Uhle, 1927a, 1927b; Bergsoe, 1937, 1938, Ferdon, 1940,

1941a;

D’Harcourt,

1942,

Lubensky

1991).

H ow ever

m odern,

systematic

204

archaeological

research there, began w ith the

Spanish Archaeological M ission to

Esmeraldas in 1975 (Alcina Franch, 1979; Guinea, 1986). 21

The Banco Central Archaeological Museum started a prelim in ary field research program at La T olita site and environs a fe w years before, it was d irected by Juan Cueva in the early nineteen seventies.

22

A decade and a h a lf later, Jean-Francois Bouchard carried on excavations at T o lita under an agreem ent betw een the Central Bank Museum o f Ecuador and th e C.N.R.S, France. This research planned to com plete and com pare inform ation obtained fro m excavations in Tumaco, Colom bia (Bouchard, 1987, 1992, 1995).

23

Francisco Valdez (1987, 1986, 1989) continued investigations th ere in the m iddle eighties. Shortly after that T olstoy (T ostoy and DeBoer, 1989) and DeBoer (1989, 1991, 1995) conducted an archaeological survey in the Santiago-Cayapas region, and an ongoing excavations associated w ith this project are being carried out by Kreid.

24

A ll this research has barely began to shed ligh t on the occupational darkness o f preColumbian Esmeraldas (DeBoer, 1996). Tachina (López Sebastián y Caillavet, 1979), Early Tolita, and th e Selva A legre com ponents and some associated radiocarbon dates suggest a Late Form ative occupation. H ow ever, the M afa com ponent and occasional V ald ivia 8 lookalike sherds m ay be associated, although not conclusively, w ith 14C dates sitting astride b etw een the end o f the second and the th ird m illennium BC, suggesting that term inal Early Form ative m ight be present in the region.

25

Present and future research in the area, ought to eventually make sence o f the social history o f the Esmeraldas Form ative and later periods. So far, like fo r most o f Ecuador, Museum

Collections

acquired

from

“ Hua-queros”

and

devoid

of

all

possible

archaeological contexts speak fo r a Pre Classic and a Classic pre-Columbian splendor. 26

Recent research in th e Quito V a lley by the Belgian Archaeological M ission to Ecuador (Buys and Domínguez, 1988), and in the Cadena project in Quevedo (Reindel, 1995; Reindel and Guillaume-Gentil, 1995) have shown close connections betw een the Esmeraldas Late Form ative occupation w ith those o f th e N orth ern Sierra and the U pper Guayas Basin.

Northern and Central M anabí 27

Further dow n the Coast, in Manabi, early w ork by Estrada (1957, 1962) helped to build an initial cultural ch ron ology fo r the area. H ow ever, th e interest in the antiquities o f Manabi is even old er than that o f Esmeraldas (Bollaert, 1870; Giglioli, 1891; Dorsey, 1901; Saville, 1907,1910; V erneau and R ivet 1912/1922, Uhle, 1923a, 1931; Jijón y Caamaño, 1930, 1941/46,1951).

28

As such, most o f the archaeological collections fro m that area are the product o f illegal excavation

and com m ercialization,

and little

is known

o f th eir context.

Present

interdisciplinary research in the Jama R iver V a lley (Z eid ler and Pearsall, 1994) is a w elcom e in itiative in the region that should be fo llo w ed in other areas o f N orth ern and Central Manabi, if the reconstruction o f the pre-Columbian historical process th ere is a ta rget o f national policy, as it should be.

205

TABLE 4. N O R TH E R N A N D C E N TR A L M A N A B Í

SAN ISIDRO JAMA VAU.I Y

BAHÍA CHONK

MANTA POR'rOVlIiJO

Tahuchilla 1000-350 BC

Chorrera 850-300 BC

Chorrera 850-300 BC

Machalilla 1300-850 BC

Machalilla 1300-850 BC

Valdivia 8 1800-1450 BC

Valdivia 8 1800 1450 BC

l’ujintiua 1700-15(X) BC

Valdivia 7 1950 1800 BC Valdivia 6 2100-1950 BC Valdivia 5 2250-2100 BC Valdivia 4 2400-2250 BC Valdivia 3 2800 2400 BC Valdivia 2b 3000-2800 BC

Southern M anabi and The Guayas Coast 29

In Southern Manabi and Guayas coast, the lo otin g o f archaeological sites was less severe than in the northern coast. A rch aeology in the area began in the th irties w ith the excavations o f Zevallos (1936, 1937, 1992) at th e Cerro de Animas, near Juntas on the Colonche Hills. D isselhoff (1949), Ferdon (1941b) and Bushnell (1951) contributed to the Santa Elena Peninsula archaeological sequence, defin in g the latter th e Late Form ative fo r the Area, as Engoroy.

30

Bushnell found term inal Early Form ative ceram ics at a Colonial period cem etery in La Libertad, and Huerta and Zevallos M enendez and Holm had located sim ilar m aterials at the Pam pa de Cangrejo, near San Pablo (Zevallos and Holm, 1960, 1962), but, it was Estrada (1956) w ho published the first solid evidence fo r an Early Form ative com ponent at the footh ills behind the coastal tow ns o f San Pedro and Valdivia.

31

Estrada's research, in association w ith C lifford Evans and B etty J. M eggers, produced the first sequence o f radiocarbon dates fo r the Ecuadorian Form ative. A t the tim e, M eggers, Evans and Estrada (1965) suggested that V ald ivia p ottery represented the transpacific landfall o fjo m o n ceram ics from the Japanese N eolithic, and its introduction into the N ew W orld. From the start several colleagues questioned this hypothesis (Collier, 1968; Muller, 1968; Lathrap, 1966), yet, a lon g lasting debate raged over the next fe w decades.

32

In the nineteen sixties the Columbia U niversity Survey o f the Santa Elena Peninsula under Edward Lanning (1964), refin ed the V ald ivia sequence (H ill, 1972/74), and initial research by N orton (1972) at Loma Alta, Bischof and V ite ri (1972) at V aldivia, and M arcos at Real A lto (1978), began to unearth evidence o f early V ald ivia occupation o f inland valleys,

206

away from the coastline. Since then, the autoctonous origin o f V aldivia culture has been am ply and solidly dem onstrated by archaeological survey and excavations at Lom a A lta and the V ald ivia R iver basin by the U niversity o f Calgary team (Raym ond, 1988, 1989, 1993) and by the U niversity o f Illinois research at Real A lto during the m iddle seventies (Lathrap, M arcos and Zeidler, 1977; Damp, 1988; Marcos, 1978, 1988b; Pearsall, 1977/78, 1978; Zeidler, 1984). Research at Real A lto was continued by ESPOL’s Center fo r A rchaeological and A n th ropological Studies -CEAA - (1875-1991) (M arcos, 1993), and by an interdisciplinary team from the G eology Departm ent at U niversitéat Autónom a de Barcelona, Spain; Physics Departm ent o f th e U niversity o f M ilano, Italy; and ESPOL’s CEAA (1991-1995) (Á lvarez, M arcos and Spinolo, 1995). TABLE 5 THE LITORAL PLAIN

SO U T H E R N LIM IT OF T H E SANTA ELENA PENINSULA SL Mate Real Alto Engoroy Engoroy 850-300 BC 850-300 BC Machalilla Machalilla 1350-850 BC 1350-850 BC Valdivia 8 Valdivia 8 1800-1450 BC 1800-1450 BC Valdivia 7 Valdivia 7 1950-1800 BC 1950-1800 BC Valdivia 6 Valdivia 6 2100-1950 BC 2100-1950 BC Valdivia 5 2250-2100 BC Valdivia 4 2400-2250 BC Valdivia 3 2800-2400 BC Valdivia 2b 3000-2800 BC Valdivia 2a 3300-3000 BC San Pedro 3600-3300 BC Valdivia Ib 3800-3300 BC Valdivia la 4400-3800 BC 33

N O R TH E R N LIM IT O F T H E SANTA ELENA PENINSULA Loma Alta Valdivia Engoroy Engoroy 850-300 BC 850-300 BC Machalilla Machalilla 1350-850 BC 1350-850 BC Valdivia 8 Valdivia 8 1800-1450 BC 1800-1450 BC Valdivia 7 Valdivia 7 1950-1800 BC 1950-1800 BC Valdivia 6 Valdivia 6 2100-1950 BC 2100-1950 BC Valdivia 5 Valdivia 5 2250-2100 BC 2250-2100 BC Valdivia 4 Valdivia 4 2400-2250 BC 2400-2250 BC Valdivia 3 Valdivia 3 2800-2400 BC 2800-2400 BC Valdivia 2b Valdivia 2b 3000-2800 BC 3000-2800 BC Valdivia 2a Valdivia 2a 3300-3000 BC 3300-3000 BC Valdivia Ib San Pedro 3600-330 BC 3800-3300 BC ACERAMIC

SO U T H E R N

MANABI

Salango - Machalilla Engoroy 850-300 BC Machalilla 1350-850 BC Valdivia 8 1800-1450 BC Valdivia 7 1950-1800 BC Valdivia 6 2100-1950 BC Valdivia 5 2250-2100 BC Valdivia 4 2400-2250 BC Valdivia 3 2800-2400 BC

Contributions to the know ledge o f M achalilla and Chorrera in the Santa Elena Peninsula have been by Lippi (1983; Lippi, Bird and Stem per 1989) and by Bischof (1975a, 1975b).

Guayas Basin and Gulfian Environments 34

M ax Uhle (1930), unknow ingly discovered the first Early Form ative m aterial at La Puna Island. But it was not until Porras (1973, 1980) excavated the El Encanto site that the V ald ivia presence at Puna was tru ly evidenced. The V ald ivia occupation o f th e saltflats and m agrove environm ent to the north o f the Gulf o f Guayaquil has been am ply dem onstrated at Punta Arenas, w h ere V ald ivia D [7 and 8 in Hill (1972/74) refined sequence] was defined, (M eggers, Evans and Estrada, 1965) and at Anllulla (Lu-bensky, 1974, 1981) w ith an occupation form V aldivia 4 to 8 (For understanding M angrove form ation processes see Ferdon, 1981).

207

35

South o f the Gulf o f Guayaquil, in El Oro province, Julio V ite ri located in the sixties a Valdivia10 site outside th e Jum6n village, near Santa Rosa. The Arenillas V a lley Survey (N eth erly, Holm, M arcos and Marca, 1980) came up w ith a fe w Form ative sites, o f w h ich 11 belon ged to th e Early Form ative. The largest w ere Jumón (OOSrSr-34), Laguna de Cañas (OOSrSr-16) and La Emerenciana (OOSrSr-42). Unlike the Jum6n and Laguna de Cañas sites w hich are orien ted to the riverin e flood-plain o f the lo w er Arenillas and Buena Vista rivers, La Emerenciana is a shell midden. This site is located on the edge o f th e saltflats back o f the m angrove festooned estuary channels. In this area several m angrove oriented sites have been destroyed by shrim p farm in g activity. John E. Staller (1994) chose the latter, because its unique preservation, fo r his dissertation research. The V aldivia sequence o f La Emerenciana ranges from V ald ivia 4 to 8, in the upper context Staller found slender spouted bottles, sim ilar to the ones found at San Lorenzo del M ate (M arcos and A lvarez, 1989) and by Juana Gonzalez near M ilagro (n.d.). It w ould be im portant to excavate in th e future the riverin e orien ted sites, since the on ly true shell-middens rep orted fo r Ecuador have been found in ancient m angrove environm ents.12

36

These fe w V ald ivia shell middens, from the gulfian environm ent, contrast w ith the grayish ashy-clayish-silty deposits o f the type-site, Loma Alta, Real A lto, and all other middens located along coastal and inland Ecuador, w here the scarcity o f shell is quite evident.

37

Up-stream, on th e Guayas River, across and barely north o f the m odern city o f Guayaquil, a deep deposit site is Peñón del Rio. Associated w ith a ridged field System w ith an apparent starting date o f 2400-2250 BC (Parsons and Shlemon, 1987) lasted until Spanish occupation o f th e area (Zedeño, 1991; Dominguez, 1986; Marcos, 1987, 1988a, 1905a; Muse and Quintero, 1987; Buys and Muse, 1987, M artinez, 1987; Pearsall, 1987; Biena Nobili, 1988). Further north, at Hacieda Chorrera, on th e Babahoyo River, the excavations conducted by Estrada (1958) and Evans and M eggers (1957, 1982) discovered a Late Form ative com ponent colsely resem bling the Engoroy p ottery described by Bushnell (1951).

208

TABLE 6. GUAYAS BA SIN, G ULF OF GUAYAQ UIL A N D EL ORO

Gulf of Guayaquil Puná Island & Posorja environs Engoroy 850-300BC Machalilla 1450-850BC Valdivia 8 1800-1450BC Valdivia 7 1950-1800BC Valdivia 6 2100-1950BC Valdivia 5 2250-2100BC Valdivia 4 2400-2250BC Valdivia 3 2800-2400BC

38

Lower Guayas B. Peñón del Río El Oro & Hacienda Coastal & “La Chorrera” Inland Sites Chorrera Chorrera 850-300BC 850-300BC Machalilla Machalilla 1350-850BC 1350-850BC Valdivia 8 Valdivia 8 1800-1350BC 1800-1350BC Valdivia 7 Valdivia 7 1950-1800BC 1950-1800BC Valdivia 6 Valdivia 6 2100-I950BC 2100-1950BC Valdivia 5 Valdivia 5 2250-2100BC 2250-2100BC Valdivia 4 Valdivia 4 2400-2250BC 2400-2250BC

Upper Guayas Basin Quevedo Perinao Palenque & Colimes de La Cadena Blazar Chorrera Chorrera 850-300BC 850-300BC Machalilla Machalilla 1450-850BC 1450-850BC Valdivia 8 Valdivia 8 1800-1350BC 1800-1350BC Valdivia 7 Valdivia 7 1950-1800BC 1950-1800BC Valdivia 6 Valdivia 6 2100-1950BC 2100-1950BC Valdivia 5 2250-2100BC Valdivia 4 2400-2250BC Valdivia 3 2800-2400BC Valdivia 2b 3000-2800BC Valdivia 2a 3300-3000BC Valdivia Ib (?) Valdivia la (?)

Chorrera and Peñón del Río, so far, provide the on ly inform ation available on the Form ative occupation o f the Low er Guayas Basin. The excavations conducted at Hacienda Perinao (Raym ond, M arcos and Lathrap, 1980) and at La Cadena, Quevedo, under the Auspices o f the Lichtenstein Foundation (Guillaume-Gentil, 1994; Reindel, 1995 and Reindel and Gui-llaume-Gentil, 1995) give a glim pse o f what appears to be a continuos Form ative occupation in the U pper Guayas Basin (Porras, 1983), w hich m ay have begun since the earlier V ald ivia phases. The V ald ivia 2a occupation at Hacienda Perinao, overburdened by 8.50 m eters o f stratified alluvium and human occupation deposits is a site w orth excavating in detail.

39

The Tolas at La Cadena w ere apparently built o ver a V ald ivia 6-8 occupation, overlain by M achalilla and Chorrera materials, probably the result o f early mound construction activity. A n activity that continued throughout Regional D evelopm ental and In tegration Periods.

The Northern Sierra 40

Cotocollao

(Porras, 1982, Villalba, 1988), in the Quito V alley, is the oldest known

Form ative site fo r the N orth ern Sierra, and shows stylistic sim ilarities, both w ith M achalilla and Engoroy-Chorrera pottery. The calibrated dates fo r Early Cotocollao (1800-800 BC) suggest that earliest segm ent o f this phase was contem porary w ith V aldivia 8 and the latter w ith Engoroy and Early Chorrera. 41

La Chimba (Athens, 1980, 1990) in Imbabura Province, m ight represent the northernm ost Form ative presence in the northern Sierra. Heavy volcanic activity in the area m ight have

209

precluded human occupation on a good num ber o f places o f n orthern Ecuador (See Z eidler and Isaacson, this volum e). TABLE 7. THE NORTHERN SIERRA

Cotopaxi

Tungurahua

Chimborazo

Pan ¿aleo

Pillar» 900-400 BC

Tuncahuán 800-350 BC

900-400 BC



l i i i l l i i l l

I I ...

42

l

i

l

i

l

í

...............

Carchi and Imbabura have been one area o f intense archaeological interest (González Suarez, 1910; Jijón y Caamaño, 1914, 1920, 1951; Uhle, 1923b, 1933; Francisco, 1969, 1970; Echeverría, 1981, Echeverría y Berenguer, 1981; Echeverría y Uribe, 1983, etc.) H ow ever, surface structures, like bohíos and tolas m ight have biased investigation there, against, less obvious, stratified deposits.

43

Like most areas o f Ecuador, the northern highland provinces o f are in want o f a system atic archaeological survey to define all possible settlem ent patterns. On the other hand, a deeply stratified site was excavated by Jijón y Caamaño (1927, 1941/46) in Guano, Chimborazo. W ith that inform ation in hand, he build his initial m aster sequence fo r Ecuador.

The Central Sierra 44

In the Central Sierra, Puruhá became th e focus o f attention fo r most archaeologists (Proaño, 1918a,b,c,d, 1923; Jijón y Caamaño op.cit., 1927, 1951; Haro 1953, 1954). Research by Buitrón (1942) and Collier and M urra (1943) in the early forties, resulted in the identification o f Form ative m aterial at Alausí, a Proaño site later excavated by Porras (1977). Calibrated dates fro m Alausí bracket a Form ative occupation betw een 1800 and 800 BC, rou ghly contem porary w ith V ald ivia 8, M achalilla and th e earliest Chorrera.

TABLE 8. THE CENTRAL SIERRA

210

45

In Cotopaxi, Panzaleo and in Tungurahua Pillaro, represent according to Porras (1975a), Terán (1995) and Bray (1990) the inception o f northern Oriente Late Form ative Cosanga phase in the Central and N orth ern Sierra.

The Southern Sierra 46

Tellenbach (1993), in a lucid presentation, elaborated on stylisitc com parisons betw een the Chaullabamba m aterial fro m Azuay and th e Chorrera-Engoroy ceramics o f Coastal Ecuador, show ing that Uhle’s Chaullabamba preceded the published Chorrera M aterial. Calibrated 14C dates from several excavations in Canar, Azuay and Loja provinces by the Bristish Museum archaeologists, and by Karen Bruhns (Bruhns, Burton and M iller, 1990, and M atilde Tem m e, 1982, n.d.), seem to prove Tellen-bach’s assumption correct (see table 2). Tellenbach suggestions, are based on his analysis o f excavated m aterials from Cañar and Azuay: by Uhle in Chaullabamba y Chiguilanchi (Loja), C ollier and M urra (1943) in Cerro Narrio, Bennett (1946) in Suizapala and Cucupampa, Gomis (1992; Go-mis, Idrovo and Peña, 1989) in Apangora Chaullabamba, Bruhns (Bruhns, Burton and M iller, 1990) in Pirinkay, and G uffroy (1987) in Catamayo (Loja).13

TABLE 9. THE SOUTHERN SIERRA

The Oriente 47

Porras (1987) excavations at units MS-HP-C3 and MS-HP-CH, near de Upano river have provided data fo r the defin ition o f the Pre-Upano phase. 14C dates associated w ith PreUpano are sim ilar to V ald ivia lb, and seem to antedate Upon I by th ree thousand years. Early Pastaza p ottery dates to V aldivia 3.

48

The Pastaza m idden, excavated by Porras (1975b) in the Huasaga river, clearly represents tw o occupations, separated by an undated volcanic ash deposit. The four assays, tw o charcoal samples form above the teph ra deposit (1-9157, ISGS-384) and tw o from the d eeper occupation (1-9158, ISGS-385) w ere com paratively run at Teledyn e Isotopes and at the Illinois Geological Survey 14C laboratories.

211

TABLE 10. TH E OR IEN TE

49

T he separation o f th e tw o occupations was evident in Porras’ p rofile draw ing sent to Lathrap, show ing the provenience o f each sample, each sample provenience was confirm ed by Porras (1975b) b efore the 14C assays w ere disclosed to him. The blurring o f the association b etw een Pastaza phase ceramics and radiocarbon dates, was introduced by Porras (1975b) w hen he seriated the tw o

occupations o f the Huasaga site as

uninterrupted by the teph ra layer, w hich actually separated them m ore than three m illennia. Lathrap com m ents are w orth w h ile quoting: “ The date o f the upper level is consistent w ith its p ottery content, w hich exhibit features (such as corrugation) that are widespread in protohistoric and historic tim e in the upper Am azon. The dates fo r the lo w er deposit agree w ith alignm ent betw een V aldivia V I (6) Ecuador Coast and Pastaza phase as now known..” H ow ever, calibrated-dates fo r the early Pastaza occupation, align not w ith V ald ivia 6 as origin ally proposed by Lathrap, but fall w ith in the 2800-2400 BC bracket fo r V aldivia 3 calibrated dates. 50

Los Tacos phase according to Porras (1978:228) has been dated although there are no laboratory references, he m entions that both TL dates obtained fro m potsherds and 14C fro m shells align at 1500 BC, and w ith early coastal M achalilla w ith w hich it bears some sim ilarity, sharing the stirrup spout. A t Los Tayos a Coast-Oriente relationship is im plied by the presence o f the Panam ic-Pacific th orn y oyster (Spondylus princeps, Broderip) offerings.

51

Cotocollao, in the Quito V a lley and Early Cerro N arrio and Chaullabamba in Cañar and Azuay although not directly associated w ith the O riente styles discussed above, share w ith them a tradition fo r fineness and thinness w hich is not present in Valdivia. The Sierra styles, on the oth er hand clearly share some stylistic features w ith M achalilla and Chorrera. Such stylistic puzzle speaks fo r a strong regional interaction during the

212

Ecuadorian Form ative. The construction o f m iddle and late Form ative styles seems to have been a rather com plex process w hich needs a fu rther and deeper study fo r its explanation.14

Changes in settlem ent pattern during the FormativePeriod 52

The Early Form ative o f Ecuador, as a N eolith ic process m aintained a practice com m on to all early farm in g societies the w orld over. M ore than a practice, the inherent strategy was to occupy the best lands fo r agriculture. The best land fo r agriculture any w here are the rich alluvial deposits o f the riverin e flo o d plain. Lathrap (1970) dem onstrated that this is the preferred settlem ent pattern in the Tropical Forest o f South Am erica. Sherratt (1976:558) has shown a sim ilar settlem ent pattern occurring in the European riverin e systems draining to the Baltic, and this is also true fo r oth er parts o f the w o rld like in N ew Zealand. This resulted in a dendrite pattern o f settlem ents, along riverin e systems and th eir rich flood plains. D epending on the w idth o f th e valley, and that o f the flood plain, the Form ative farm ers settled righ t on the bottom lands, o r on the surrounding bluffs, and in a fe w cases on hill sides, as so m any regional surveys have shown in Coastal Ecuador (Raym ond, 1993; Tobar, 1988; Zeidler, 1986).15

53

Som etim e ago, I proposed that changes in settlem ent pattern during the Form ative, corresponded to changes in the form s o f production and in the m ode o f liv in g (Marcos, 1988b:185-193; M arcos and García, 1988). M ore recen tly (M arcos, 1993) I suggested that these changes could be determ ined by archaeological investigation, and accordingly d ivided th e V ald ivia P eriod into fou r stages. I to o k into consideration the settlem ent pattern and excavation data from Real A lto and its satellite sites; as w ell as those from San Pablo and fro m San Lorenzo del M ate in the Santa Elena Peninsula; and from Peñón del Río and Colimes de Balzar, in the Guayas Basin. O ther sites, Loma Alta, Punta Concepción and Punta T in tin a w ere also taken into account.16

54

It was evident that during the first period, Real A lto was a small circular village, approxim ately 150 m. in diam eter. This intrasite settlem ent pattern lasted approxim ately 1400 yeas, coverin g V ald ivia Phases la to 2a (4400 BC to 3000 BC). Its 50 to 60 inhabitants apparently lived in small 3.50 m. by 2.40 m. single fam ily, elliptical plant and bent poles, thatched, huts. T o com plete the sim ilarity w ith ethnographic circular villages, the men m ight have slept in a central, la rger (8x6 m.) and m ore substantial structure (Damp, 1988; Marcos, 1993:22).

55

During the second period, that lasted some 600 years, betw een 3000 BC and 2400 BC, there w ere im portant changes in intrasite settlem ent pattern, and com m unity developm ent. During V a ldivia Phases 2b and 3, a m ajor change took place in Real Alto. The circular v illa ge gave w ay to a rectangular pre-urban settlem ent w ith a central plaza. It covered approxim ately 16 hectares. In the Plaza, fou r mounds topped by public buildings, looked dow n on the open space. The tw o largest mounds, M ound ‘A ’ o r “ Fiesta-House M ound” , and M ound ‘B’ o r “ Charnel House M ound” , faced each oth er in the northern th ird o f the open plaza. These tw o mounds and the space b etw een them , form ed “ the Cerem onial Precinct” . The tw o sm aller mounds, M ound ‘C’ on the northeast sector o f the plaza, and M ound ‘D’ on the southwestern side, appear to have been destined to m eetings and cerem onies by the “ initiated fe w ” in each one o f the village halves.

56

The size and substance o f the villa ge houses also changed (Á lvarez, 1989), from the sm aller single fam ily huts described above, to elliptical solid structures, w ith upright post

213

walls, covered w ith daub, and top p ed by large thatched roofs. The house-plan o f this structures was b etw een 10 m. and 12 m. on the lon ger axis and betw een 7 m. and 9 m. on the

shortest

one,

and

w ere

apparently

occupied

by

extended

fam ilies

(Zeidler,

1984:73-99). 57

The th ird period corresponded to the 600 years that elapsed betw een V ald ivia phases 4 and 7 (2400-1800 BC) w hen part o f the on-site population m oved fro m the central place at Real A lto to satellite hamlets along th e Río V erd e and Río Real. The size o f houses rem ained rou ghly the same as in the previous period. In the northern segm ent o f the village, houses w ere not built during this period, w hile bell-shape storage pits appeared in grater numbers.

58

During V aldivia phase 8 (1800-1450 BC) m ajor regional centers appeared in deep inland valleys, like San Isidro, in the province o f Manabí; San Lorenzo del M ate, in Guayas province; o r near the coast, like La Emerenciana, in El Oro. During this p eriod the great changes that led to th e consolidation o f the N eolith ic in the area w ere crystallized.

59

The Real A lto settlem ent pattern and sauce-political organization suggested by Zeidler conform s n icely w ith the changes in form s o f production I have shown elsew here (M arcos, 1993:19-26).

60

W hile archaeological surveys in several areas o f Ecuador have provided inform ation about differen t form s o f regional settlem ent pattern during the Form ative, and later periods, little inter-site m ode o f settlem ent is known fo r sites oth er than Valdivia. At Cotocollao, fo r instance, w here excavations w ere conducted fo r a lon g period o f tim e, salvage archaeology constrains did not perm it to fu lly visualize this lacustrine Form ative v illa ge mode o f settlem ent. Post m olds in some excavation units could be in terpreted as evidence o f a com bined part-palafitic/part-on-shore settlem ent typical o f lacustrine N eolith ic villages (see Villalba, 1988:63, Figs.34 &35).

Changes in forms of production 61

A t Real A lto, Colimes de Balzar, Peñón del Río, and at San Lorenzo del M ate, Changes in agricultural production w ere evidence by:

62

Changes in size and shape o f stone axes, stone and shell adzes.

63

Changes in settlem ent pattern.

64

Changes in num ber and size o f fo o d preparation and food storage pits.

65

The introduction public-works fo r agricultural intensification.

66

The initial V ald ivia fo rm o f production b etw een 4400-3000 BC is characterized by dooryard garden horticulture, com bined, w ith open sea fishing and rock bottom diving, estuarine and intertidal fishing and collecting, and gen eralized hunting and gathering (Damp, Pearsall y Kaplan 1981; Damp 1988; M arcos 1988a, 1993:20-22; M arcos y Garcia, 1988). Plant fo o d production at the Santa Elena Peninsula during the second period (3000 BC-2400 BC) is characterized by slash and burn agriculture, conducted at short w alking distance fro m the site. H ow ever, in the Guayas Basin during this period extensive flood plain agriculture seems to be th e norm (Lathrap, M arcos y Z eidler 1977; Lathrap y Marcos 1975; Raymond, M arcos y Lathrap, 1980; M arcos 1993:22-23).

67

Although

the

evidence

fo r

collecting,

fishing,

hunting

and

gath erin g

continues

throughout the sequence, it appears to becom e less im portant and m ore specialized w ith

214

tim e. Fishing, centers on the sm aller species o f sharks, ocean catfish, jacks, groupers, and bonito. Occasional vertebras o f big-eye or y ello w -fin tunas and large sharks show that during the m iddle and late V aldivia period open sea fishing was carried out by people handling efficien t w ater crafts and fishing arts. The presence o f deep sub-littoral shell species like Lyropecten subnudosus, Spondylus princeps, show free-d ivin g activity by specialized divers w ho could go dow n betw een 7m. to 30m. deep (M ester, 1990). The gen eralized hunting evident in Vegas and early V aldivia contexts, gave w ay to a concentration on la rger game, o f w hich the W hite tailed d eer (Odocoileus virgin ia n u s) was a favored specie. Som etim e rests o f large cats like the M ountain lion (Felis con color) and the Jaguar (Panthera onca) have been iden tified in Real A lto, and in oth er m iddle and late V ald ivia contexts. 68

Evidence fo r extensive, riverin e flood-plain agriculture appears in the Santa Elena Peninsula betw een 2400-1800 BC A t Real A lto, this is evidenced by the subsidiary occupation o f the Río V erd e and Río Real flood plains, and by the construction o f a large num ber o f storage pits at the, otherw ise unoccupied, northern end o f the site (Marcos, 1988b: 159-160; 1993:23-24).

69

Infrastructure destined to the intensification o f agriculture are found both at the V aldivia 8 occupation (1800 BC - 14500 BC) o f the San Pablo site, and at Peñón del Río (Marcos, 1987). In the first case, horseshoe shaped dirt embankments hold surface ru n -o ff rain water, w hich slow ly sipped in to enrich the aquifer. These are known locally as “ Albarradas” , and w ere translated into English by MacDougle as “ W alk-in W ells” . The stored w ater was then extracted though deep w ells fo r pot irrigation. This system was fu rther d eveloped during the Engoroy phase (850-300 BC) in the “ M uey-La Libertad area (M acDougle, MS). Stothert (1990, 1991) excavating one o f these large “ w alk-in w ells” found an Engoroy dedicatory o fferin g at the bottom o f the embankment, consisting o f Egoroy ceramics and “ Spondylus princeps” valves.

70

Engoroy, defined by Bushnell (1951) is the coastal variation o f a Guayas Basin-Manabí province ceram ic com plex named Chorrera by Estrada (1958). Although the name Engoroy precedes th e term Chorrera, the extensive use o f the latter to iden tify the ceram ic com plex o f Coastal Ecuador dating betw een 850-300 BC, generated a discussion that was fin ally settled at the Salinas Symposium in 1971. It was decided then, that the term Chorrera should iden tify the Coastal Late Form ative as a w hole, w hile Engory w ould be considered a phase o f Chorrera, and the term should on ly be used to characterize the Santa Elena Peninsula ceramics iden tified by Bushnell.

71

In Peñón del Río, the earliest on site occupation dates to Late Valdivia. On th e southern sector o f the ridged field com plex, Parsons and Schlemon (1987) 14C dated a channel o f the system, near the de Matanzas, to approxim ately 3955± 95 BP. This assay, dates calibrated to the 68% range b etw een -2847,-2088 (M id 2462 BC), con firm in g that it was built b etw een V aldivia phases 4 and 7. H ow ever, the ceram ic excavated at the bottom o f some o f the Peñón del Río test pits are phase 7 and 8, p oin tin g to the upper dates o f the calibrated range. As the Albarradas o f the Santa Elena Peninsula, ridged fields w ere in full use by Chorrera Guayas Basin farm ers (M artínez, 1987, Marcos, 1987, 1995a).

Developm ent of ceram ic m anufacture 72

Ceramic analysis o f Real A lto and San Lorenzo del M ate potsherds have shown that since phase lb V aldivia potters w ere

selecting clays, and m anipulating ceram ic fabric,

215

according to th eir intended use (A varez, Marcos and Spinolo, 1995; and oth er papers in press and in preparation). The shards w ere separated into th ree classes according to th eir function. suggested by context association, vessel shape, and surface treatm en t and finish parameters. Shard fragm ents w ere p u lverized and submitted to X-ray d iffraction analysis. For statistical calculations o f the m ineralogical results the SPSS statistical package was em ployed. The use o f this package allow ed a considerable saving o f tim e and because it is w ell tested one could be reasonably confident that th e results are correct. In the SPSS (Statistical Package fo r the Social Sciences), the procedures used are listed in order o f application: 1. Ftequencies, calculates sim ilar descriptive statistics fo r attributes measured in a nom inal or ordinal scale and produces both tubular and histogram plots; 2. Condesctiptive, w hich calculate measures o f central ten den cy and dispersion fo r attributes

m easured on an interval o r ratio scale; 3. Regfession, accom plished a v a rie ty o f m ultiple regression calculations; 4. Factor, provides several m ethods o f factor analysis, including a principal com ponent option; and 5. D iscüm inant, w hich perform s discrim inant analysis. 73

The segregation o f V ald ivia ceram ic into th ree functional groups was 99.5% validated by the SPSS statistical package applications.

74

For the manufacture o f cooking pots and fo r liquid storage vessels, th ere was a selection fo r th e feldspars-rich clays that occur naturally in the area. These clays are found in pockets, on some o f the bluffs in the riverin e valleys o f the Santa Elena Peninsula. Fired b etw een 800 and 900 °C th ey produce v e ry strong, durable utilitarian wares. H ow ever, the fabric used in cooking pot manufacture, contained a larger quantity o f quartz than those in liquid vessels, quartz being predom inant o ver feldspars. This uncom m on com bination, does not seem to occur naturally in the Peninsula, o r it is v e ry rare, suggesting that the fabric was manipulated by the addition o f quartz rich sands, com m only found in river bottom s. Natural or not, in selecting fo r a quartz- rich fabric, the therm al shock resistance o f cooking vessels was g rea tly increased. The fabric used fo r servin g and cerem onial wares was the

m ore com m on naturally decanted clays, found nearly

everyw h ere in the area. These contained on ly small and fin e fraction w ith a lesser p roportion o f feldspars and quartz. These vessels w ere fired at lo w tem perature, not reaching above 650 °C. 75

In term inal V ald ivia phases and later on in the Coastal Ecuadorian sequence, these d ifferentiations becam e m ore clear cut, by V aldivia 8 th e fancy ‘baroque’ cerem onial and fiesta wares w ere n ever fired beyond 600 °C, w hile cooking pots contained larger proportions o f quartz to feldspars, in versely to the proportions found in the paste o f vessels destined to contain liquids.

76

A n oth er characteristic aspects in vessel construction w ere surface treatm en t and surface finish. W hile cooking pots presented a rougher outer surface, th ey w ere w ell polished inside, this and the use o f quartz as tem p er made them im perm eable when hot. On the oth er hand, vessels fo r liquids w ere not polished inside the body, w hile the inside o f the neck was w ell polished and slipped all the w ay to the outer rim. The ex terio r surface o f the neck was unpolished and incised fo r easy and secure vessel handling. The outer body was w ell polished and slipped. The im perm eable outside surface o f the liquid container p erm itted the liquid to perm eate close to th e surface, producing condensation on the outside o f the vessel body, w hich as it evaporated cooled th e liquid inside, in a continuous and sim ple process o f refrigeration.

216

MANUFACTURE SPECIALIZATION 77

A t Real A lto, oth er artifacts and manufactures appear consistently in differen t sectors o f the site, showing that artisan specialization occurred through tim e (M arcos, 1992). Since V ald ivia 3, activities to make shell artifacts, ceramics, and w eavin g are not evidenced at all sectors o f the site, focalized areas o f these activities appear in d ifferen t areas and th ey seem to have consolidated in tim e, into what could be considered nuclei o f specialists. These sectors destined to a particular activity apparently concerned not on ly w ith manufacture, a concentration o f possible trade items in the northeast sector o f the site, could speak fo r a group dedicated to handle trade relationships during Late V aldivia phases (Ibid.).

78

Figurines, the V ald ivia portable art pa r exceHence, is still a p o o rly known subject that needs particular attention. Th ere is a great variance o f m aterials, sizes, shapes and styles fo r each on o f the Early V ald ivia phases. This is particularly true during phase 3, w hen d ifferen t kinds o f figurine appear togeth er, discarded on house floors o f this period. The great difference and w ide distribution o f figurines in the Santa Elena Peninsula sites at that tim e suggests a focalized manufacture o f particular form s o f figurines, that w ere w id ely exchanged throughout the area. This is a them e that calls fo r investigation. In this context, an exam ple are the fragm ents o f large figurines, around 30 cm., that appeared in M ound "B " at Real A lto during the 1975 excavation. In 1987 sim ilar figurines w ere found w h ole at the V aldivia site near Salango. This m ight be interpreted as i f the source area fo r these figurines m ight be southern Manabi. A fte r phase 4, th ere appears to be a larger d egree o f standardization, and particular changes in style can be used as chronological indicators. As this changes coincide w ith stages in w hich th ere w ere changes in production and settlem ent pattern, a fu rth er study o f the figurines as iconographic representations o f social structuring should be pursued (Garcia, 1989; M arcos and Garcia, 1988). By V ald ivia 8, changes that are g o in g to characterize M achalilla and Chorrera figurines (M arcos, 1986c) appear fo r the first tim e. Solid, flat figurines w ith applique coffee-bean eyes, as w ell as hallow flask-like figurines are found in museum collections fro m San Isidro [M anabi], and w ere excavated at San Lorenzo del M ate [Guayas] (Cruz & Holm, 1981; M arcos & A varez, 1989).

79

In the form ation o f the M achalilla style tw o differen t traditions appear to have intervened:

80

A coastal trad ition o f w ell made thick-w alled pottery, represented by Valdivia, in which incisions, excisions and oth er m anner o f surface treatm en t com bine w ith red slip and paint, and zone sm udging introduced since V ald ivia 6 (M arcos, 1988b: 89?).

81

A n oth er influence, is a thin w alled finew are, engraved or painted w ith fine red lines. This is typical o f the Sierra Form ative trad ition (C ollier and M urra, 1943; Villalba, 1988), and could have an antecedent in th e Early Pastaza ceramics o f the O riente (Porras, 1975b, 1987). The calibrated dates from the bottom levels at the Huasaga site, show that the earliest Pastaza occupation is contem porary w ith V aldivia phase 3.

82

The strongest evidence fo r this hypothesis is found at Emerenciana, the transitional V aldivia-M achalilla site located by Staller in the Arenillas A rea o f El Oro province, near the Peruvian border. A t San Lorenzo del Mate, V ald ivia 8 ceramics becom e rath er th in in section, and a slender lon g spout appears, sim ilar to the “ phallic” spout found By Juana

217

Gonzales in a V ald ivia 8 site outside o f M ilagro, and by Staller at the Emerenciana site below the V aldivia -M achalilla transitional level, w here stirrup spouts appear fo r the first tim e in th e coastal sequence. These findings, and the hypothesis th e y generated, need to be exam ined and tested by future investigation and analysis.

The form ulation of Andean rituals 83

The final day o f excavation, during the 1974-75 field season, evidence o f the ritual association “ M u llo” -“ Pututo” was found at Real A lto (M arcos, 1985; 1986a, 1986b). W e located a large le ft va lve o f Spondylus pinceps and a shell tru m pet made fro m a Strombus peruvianus conch betw een a te-trapod red-slipped bowl, and a rare trip o d one, at the foot

o f a small ram p leading to a burnt V ald ivia phase 2 cerem onial structure at the bottom o f M ound B. This

ritual association precedes by approxim ately 2500 years,

similar

form ulations found at the ‘ Sm iling God’ stelae and at the T ello Obelisk in Chavin de Huantar (Paulsen, 1974). Uhle found a similar, although m ore com plex o fferin g at a tem ple-m ound at Chiguilanchi, Loja, associated w ith Chaullabamba ceramics (Jijón y Caamaño, 1951), approxim ately dating betw een 1700 to 1500 BC, coeval w ith V aldivia Phase 8. 84

The ritual use o f Spondylus increased through tim e since V ald ivia 3, and by Phase 8, fu nerary masks and large b iconvex plaques are evidenced com m on the

museum

collections fro m San Isidro (M anabí). In th e excavation o f a 2 x 3 m. test pit (SLM-2B) at San Lorenzo del M ate, w e found tw o Spondylus fu n e ra ry masks’, as w ell as several large necklace plaques (M arcos and Á lvarez, 1989). These masks are sim ilar to those in the Banco Central collection, purchased from huaqueros fro m San Isidro, Manabí. The large bi-convex side-perforated plaques are also sim ilar to those excavated by G rieder at La Galgada, Perú (Zeidler, 1991). W ith the developm ent o f Andean rituals around “ M ullo” and “ Pututo” , a com plex n etw ork o f lon g distance exchange and trade flourished. The developm ent o f lon g distance trade was part o f a tradin g system that grew , like the w orld over, as an inherent result o f th e N eolith ic process in the area (Zeidler, 1977/78, Marcos, 1977/78).

The evolution of exchange and trade relations 85

Sherratt (1976:558-559) has shown that farm ers occupied the richest loess bottom lands w h ere stable crops could grow . “In order to make use o f these locations, however, another set o f resources is required - hard stone f o r tools, f o r example, o r supplies o f salt to offset dietary defcien cy. By and large, such resources o ccu r in different environments, and only a lim ited num ber o f a gricultu ra l settlements have d irect access to them ". During this period, a large

amount o f related villages can be appreciated in the several regional surveys carried out in the Santa Elena Peninsula, Southern M anabí and the Guayas Basin. The Form ative P eriod settlem ent pattern speaks fo r closely associated villages. A continuous exchange o f population fro m village to village helped create a netw ork o f relationships, tha t served to offset inequalities in local produ ction and provided a w ider pool o f assistance. In this manner, fo r

exam ple, San Pedro fisherm en traded fish w ith V ald ivia and Lom a A lta farm ers fo r vegetable products. A t Real A lto, this is evidenced by th e disappearance o f gen etic tares, like a large num ber o f exam ples o f teeth gro w in g inwards in th e upper m axillar and into the sinus (Uber-laker, In M arcos and García 1988). The disappearance o f these tares can

218

o n ly be explained by ren ew ed genetic flow , in volvin g regional inter village population exchange. 86

A pattern o f ‘random w alk’ am ong related villages was fo llo w ed by th e m aterials in the course o f such exchanges. H ow ever, some classes o f m aterials m ight show a general tren d o r a d rift w ithin the n etw ork as th ey m oved tow ards areas o f scarcity. A division betw een tw o modes o f exchange w ould result in these cases, one that involves villages linked d irectly w ith to the production zone by face-to-face contacts, and kinship links, and the oth er areas o f settlem ent w ithout direct access to the production zone, receivin g supplies through interm ediaries (Sherratt, 1976:558).

87

Form ative, like N eolith ic societies had a problem to face, and avoid, w hen some exten sively need m aterial m ight be unavailable because o f a lack o f item s to exchange fo r them . In ovefcom ing this, the cifcu la tion o f n on -u tilita fia n goods plays a v ita l role in m obilizing demand. In the N orth ern Andes, as in Central Europe, Spondylus shells played a central role

as a ‘fly-w h eel’ o f the econom y (Ibid: 558-560). 88

H ow ever, th ere w ere oth er items, like axes, made fro m scarce or im ported raw materials, but not o f e very day use, w hich w ere not replaced v e ry often. A n exam ple are V aldivia polished T-shape and oth er axes, w hich w ere not a com m on item at Real A lto. The only exam ples came fro m contexts associated w ith the public building on mounds ‘A ’ and ‘B’, and none fro m the excavated house holds, showing that th ey use was restricted by the govern in g few.

Early evidence for trade relationships 89

The first obvious evidence o f trade became apparent as th e excavations o f Real A lto progressed. W hile a great num ber o f the hinge sector o f Spondylus valves appeared, v e ry fe w w hole valves, still few er beads and pendants w ere found, suggesting that residents at Real A lto w ere manufacturing beads and pendants, but w ere sending them elsewhere.

90

Other item s that pointed out tow ards trade, w ere small vessels (5-7 cm. in diam eter) w ith tw o side by side holes near the rim, to pass a string through them fo r hanging. Th ere was evidence o f lim e inside these vessels, and some w ere quite full. These lim e-pots w ere found in association w ith burials fro m Structure 7 in M ound B, named by D.W. Lathrap as the Char-nel House Mound, fo r the num ber o f burials found in structure 7 at the to p o f the Mound (Lathrap, M arcos and Zeidler, 1977). M ost burials analyzed presented heavy dental calculus sim ilar to that found in coca-chew ing populations (Kleppinger, Khun and Thomas, 1977).

91

Besides “ M u llo” , “ Pututo” and Coca, raw m aterials and m anufacture appeared to have been im portant trade items. A m on g these, as w e have seen already was “ hilo de caracol” . Obsidian was a late com er into th e area, and m ore an exotic than a utilitarian raw m aterial (M arcos, 1992). Its use was lim ited due to the large outcrops o f chert found along the coast from the Santa Elena Peninsula to southern Manabí. Sherratt (1976:561-562) shows that during the European N eolith ic in areas w here th ere was not useful obsidian, but ample chert deposits existed, the use o f im ported obsidian was minimal. From the Late Form ative, onwards, the manufacture o f obsidian m irrors is eviden t in museum collections.

219

Prestige exotics at Real Alto: Obsidian blades and El Mogote ware 92

A ceram ic w are called origin ally P fotom acha lilla by Lathrap (M arcos, Lathrap and Zeidler,

1976) appeared in the excavations o f the upper levels o f the northeast sector o f Real Alto. It was thought to represent a post-Valdivia occupation o f the site (Zeidler, 1984:202-204). H ow ever, recent excavations at Real A lto have shown that this ceram ic and obsidian blades appear in seccure V ald ivia 7 contexts -house floors, storage and food preparation pits- and that is on ly found in the northeastern sector o f the site (M arcos, 1992). This thin, yellow ish -red ware, noted Zeidler, is som ewhat sim ilar to the M achalilla Incised and Punctated typ e defined by M eggers, Evans and Estrada (1965: plate 144 w -z; plate 147 e-f)

and to Porras (1977) type “ M ” Alausi Zone Punctated. H ow ever, these vessel shapes are quite differen t fro m the Real A lto sample (Zeidler, op. cit.). 93

Because th ere is no close sim ilarity betw een this th in yellow ish red w are w ith any actual M achalilla ceram ic com plex, it is felt that th e use o f P fotom achalilla to id en tify this unique Real A lto ware should be dropped in fa v o r o f another label. I have proposed elsew here (M arcos and M ichzynski, 1996) to id en tify this w are by th e geographic name fo r th e b lu ff w h ere Real A lto is located, Lom a del Mogote. R eferin g to it as M ogote wafe; calling the undecorated samples M ogote thin yellow ishfed ware, and the decorated ones M ogote Incised Zone Punctate.

94

Early Cotocollao ceramics corresponding to Formal Class I C ufvilineal Incised Punctate (Villalba, 1988: fig 87, plate 2 k, l) and Formal Class II Incised Zoned Punctate (ib id :fig 92, plate 8 a-e, j , h), are oth er sim ilarity w orth y o f note.

95

Source area analysis destined to determ ine the provenience o f the M ogote ware, and associated obsidian blades, point out to the V a lley o f Quito as th eir probable origin. Ceramic source area analysis was carried out at the Archaeological M aterials Service, G eology Departm ent, Universitat utonom a de Barcelona. W hile, obsidian blades w ere treated by G. Bigazzi at the Geochemical Isotope Laboratory, Pisa, Italy.

96

Ceramic provenience can be best determ ined by the m ineralogical com position o f the non -plastic fraction, than by the type o f clay. In Ecuador, the clay m ore com m only used is Illite, and only in a fe w focalized exam ples the use o f Kaolin has been detected, and M on tm orillon ite in fe w e r cases.

97

Starting w ith a survey the m ineralogical study o f the m aterials used in ceram ic on the Santa Elena Peninsula and the

w estern Guayas Basin, it became evident that a

discrepancy existed in the com position o f M ogote ceramics. X-ray diffraction and p olarized ligh t petrographic analysis showed that the non-plastic fraction in the M ogote samples was made up o f volcan ic m aterials - zon ed plagioclase, clean-transparent quartz, abundant basaltic hornblende and, sporadically, olivin e and granat. On the oth er hand, the size o f the non-plastic com ponent is larger in M ogote shards than in the Valdivia, M achalilla and Chorrera samples fro m the Santa Elena Peninsula. In this, M ogote ceramics resem ble the Sierra Form ative ceramics, like Cotocollao and La Mena, in th e va lley o f Quito, or th e Cerro Narrio, Chaullabamba or Pirinkay com plexes o f the southern Sierra. This is due to the erosive process, w hich is differen t in the Sierra because the shorter distance geological m aterials are transported, w hile in the Coast, m inerals travel through w h ite-w ater rivers and falls, dow n the Andes and along the coastal plain throughout the Guayas riverin e system. Further m icroscopic com parison betw een M ogote and Sierra ceram ics shows an a ffin ity in fabric w ith those from the va lley o f Quito, being quite

220

distinct fro m those o f the southern Sierra, w hich fabric is made up o f kaolin m ixed w ith small quantities o f m ontm orillonite. 98

Furtherm ore, surface treatm en t and decoration o f the th in (2.5-3 mm.), yellowishred, incised and punctated, M ogote ware (c.2000-1800 BC) resem ble the later (1500-800 BC),

thicker, brownish-red, linear incised and punctated com ponent o f th e Early Cotocollao style, suggesting that an earlier antecedent was manufactured 500 years before, som ew here in the V a lley o f Quito. 99

G. Bigazzi o f The Institute o f G eochronology and Isotopic Chemistry, National Research Council, Pisa, Italy, studied seven samples o f obsidian, fiv e w ere collected in the Chanduy area and tw o came fro m the V al-d ivia 8 levels at San Isidro, Manabi. The provenience o f the tw o samples associated w ith V aldivia 7 and M ogote ceramics fro m Real A lto according to Biggazzi is the Lom a Quiscatola flo w in the C ordillera Real.

100

Such an early evidence fo r a trade relationship b etw een the Quito V a lley people, w ith those inhabitants o f Real A lto, settling the north east sector o f th e site during V aldivia phase 7, suggest the raise o f trade specialists since late Valdivia.

101

The beginning o f the overland and m aritim e lon g distance trade that characterized the social form ations that rose and d eveloped in Ecuadorian preh istory (see Salomon, 1977/78, 1978; Zeidler; 1991; Marcos, 1995b).

102

From this synthesis o f the Form ative process it becom es abundantly clear that our know ledge o f the social history and life ways o f the V ald ivia phase has been greatly advanced through interdisciplinary research at Lom a Alta, Real A lto and en virons12. Investigations at San Isidro (M anabi), San Lorenzo del M ate and Anllulla (Guayas), La Emerenciana (El O ro)13 have enriched our understanding o f the term inal V ald ivia phase, and o f the V aldivia-M achalilla transition. Archaeological research at the Guayas Basin14 has not only shown the widespread distribution o f V ald ivia 8, but th e depth o f the V ald ivia historical process in the area (Raym ond, M arcos and Lathrap, 1980). The appearance o f a fe w V aldivia 8 sherds at R-53 on the lo w er drainage o f Estero de Mafa, up r iv e r from Borbón, in Esmeraldas (DeBoer, 1996:68-70) dem onstrates the need o f fu rther Form ative research there, as w ell as in the Guayas Basin.

103

The know ledge o f Machalilla, its chronological position, its ceram ic style, and its distribution has been contributed to by the w ork o f Bischof (1975b), Lippi (1982), Paulsen and MacDougle (1974) and Z eidler (1986). H ow ever museum collections give a w id er v ie w o f the M achalilla style than what has been o ffered by archaeological research. A good exam ple o f this can be seen in the Catalogue edited by the Field Museum o f Natural H istory fo r the Ancient Ecuador exhibit (Lathrap, Collier and Chandra, 1975:32-34, 41, 82-86).

104 This ten den cy is exacerbated during the Late Form ative Period. Although, recent archaeological research15 has provided excellent in form ation on Chorrera materials, and the Engoroy and Tachina variants, these do not com pare w ith what the great num ber o f vessel and figu rin e shapes and finishes found in national museums and museums abroad. 105 This disparate inform ation is the result o f several problem s that should be addressed to in Ecuadorian archaeology: 1. A generalized concept that National Heritage (Patrimonio Nacional) is represented by portable art and monuments, rather than the historical data encapsulated in archaeological activity areas, and contexts within archaeological sites.

221

2. Few archaeologists, on the other hand, have directed their interest to the excavation o f cemetery and ceremonial sites, directing their research mainly to archaeological middens. Although, it is important to construct o f local chronologies, and through interdisciplinary research discover the forms o f production that were present, and to reconstuct life ways, leaving the excavation o f ceremonial parefernalia and grave goods to those who supply collectors and museums leaves o ff and important aspect o f archaeological material culture out o f contextual archaeological analysis. 3. This has been exacerbated by a national museum policy that directed most funds to the acquisition o f archaeological material culture, rather than to research. This policy, supposedly directed to maintain Ecuadorian national heritage at home, resulted in the support o f illegal excavations, and destruction o f archaeological sites. 106

Here w e can on ly m ention these problem s to explain some o f the reasons that have caused a differential know ledge o f the Ecuadorian Form ative. Especially fo r a lon g period o f tim e in w hich Form ative research focused m ostly on the Coast. A w elcom e initiative by the Banco Central Archaeological Museum in Cotocollao, has served to reconstruct the early social history o f the Quito V a lley (Villalba, 1988). The survey conducted by the Belgian Archeological M ission (Buys, 1995) and the Central Bank Museums, The French M ission to the Andes, in the Central and Southern Sierra, are Also a w elcom e addenda1.

107

Finally research in the O riente is also a pending assingment, w hich is beginning to be d irected in the righ t direction in Sangay (E. Salazar, this volum e).

108

N otes:

109

“ The six artifacts analyzed here belon g to tw o distinct groups (form ation ages betw een ~ 1.5 and ~ 1.7 Ma, and ~ 0.2 Ma, respectively). These tw o groups do not exactly correspond w ith those previously recogn ized by M iller and W agner (1981) and Bigazzi et al. (1992). T he you n ger samples yield ed ages and track densities that fit w ell those determ ined on the you n ger outcrops studied by Bigazzi et al. (1992). Comparison o f FT param eters point to the M ullum ica obsidians, especially fo r tw o o f them (004 and 005). For tw o o f the older artifacts (002 and 007), a provenance fro m the Loma Quiscatola flo w seems rather likely. Finally, artifact 003 yield ed FT data - track densities, age and a surprisingly lo w (in relation w ith its age) annealing rate - which recall the Cerro Yanaurcu obsidian.”

110

“ Although exploitation o f tw o o f these potential sources is w ell docum ented (M ullum ica and Quiscatola, Asaro et al, 1981, Salazar, 1992), significant m orphological changes w ere produced by natural events and human activities in the last m illennia. T h erefore, the correlation o f artifacts w ith specific obsidian occurrences g iven above has to be regarded w ith caution. Nevertheless, attribution o f the artifacts subject o f this w ork to the volcanic district o f the C ordillera Real studied by Bigazzi et al. (1992) appears unquestionable” .

222

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NOTES 1. On leave from Centro de Estudios Arqueológicos y Antropológicos CEAA, Escuela Superior

Politécnica del Litoral ESPOL, Guayaquil, Ecuador. 2. O. Tobar and E. Navarrete, 3. G. Spinolo, M. Martini, and E. Sibilia 4. G. Bigazzi

233

5. A. Michczynski 6. A. Álvarez Pérez 7. Thais crassa is a synonym for Thais (Vasula) melones (Duclos, 1832) (Keen, 1971:550). 8. Marcos and Michczynski, 1996 (in press). 9. Supported by the EC Delegation XII 10. Valdivia phase 8b is proposed as a result o f the study o f the archaeological ceramic squence at San Lorenzo del Mate, and the TL dates for the upper levels o f Cut SLM-2B. In the upper deposit appear long slender bottle spouts and pedestal plates and compoteras, in the Valdivia 8 style. An addition to the Valdiivia 8 indicators proposed by Hill (1972/1974), but not found before in the Valdivia sequence. This is compatible with the phase Staller (1994) has defined as a Valdivia-Machalilla transitional phase. Due to the singularity o f some o f its elements it should, after further study, be considered as a distinct phase and defined as Valdivia 9. 11. All dates are based on 14C calibrations In M. Ziólkowski, M. Pazdur, A. Krzanowski & A. Michezynski. 1994, ANDES, Radiocarbon Database for Bolivia, Ecuador and Perú. WarzawaGliwice, Poland. And on the TL dates for Coastal Ecuador, by M. Matini et. al. 1995MS. 12. This research has been amply referrenced in the text above. 13. Zeidler, 1992; Jadán, 1986; Marcos and Álvarez, 1989; Staller, 1994. 14. Peñón del Río (Marcos, 1987), Milagro (Gonzalez n.d., La Cadena-Quevedo ( Reindel, 1995). 15. Zevallos 1965/66; Paulsen and MacDougle, 1981; Bischof, 1875a; Marcos, 1982; Evans and Meggers, 1982; López y Sebastián and Caillavet, 1976; Zedeño, 1991. 16. Bruhns, et. al., 1990; Gomis, 1992; Temme, n.d.; Guffroy, 1987

AUTHOR JO R G E G. M A R C O S

Pre-Columbian Fellow Dumbarton Oaks Washington, DC.

234

14C and TL chronology for the Ecuadorian formative Jorge G. M arcos and Bogomil Obelic

Universitat Autónom a de Barcelona, Departem ent de Geologia, 0 8193 Bellaterra, Spain 1

The purpose o f this presentation is to give an absolute chronological synthesis fo r the Ecuadorian Form ative. A ll 14C assays related to secure contexts w ere calibrated and com pared. W hen radiocarbon dates w ere not available, TL absolute dates w ere taken into consideration. The country was d ivided into three natural regions, and when possible, these regions w ere in turn divided into subregions. The coastal plain, betw een the Pacific Ocean and the w estern Andean Cordillera, is referred as the Coast, and is divided into northern, central and southern subregions. The Andean valleys and the paramo, named the Sierra, was divided into northern and southern subregions, w h ile the Am azonian sector o f Ecuador, referred as the Oriente, has not been divided because o f the small num ber o f data available.

2

Samples w ere divided into d ifferen t phases, each phase corresponding to a w ell defined archaeological

deposit.

Results

of

radiocarbon

measurements

made

by

various

laboratories w ere calibrated by using the program OxCal v.2.18 (Ramsey, 1995) to obtain the "p rio r" probability distributions. A fte r this calibration, com binations o f TL and calibrated

14C dates

fo r

each

phase

w ere

made

by

m ultiplying the

probability

distributions. For each com bined distribution an agreem ent index was calculated and com pared w ith the threshold corresponding to the c2 test at 5%. The application o f these agreem ent indices allow ed us to test fo r unreliable dates. 3

Radiocarbon dates that served to date V aldivia broadly defined sub-phases A, B, C and D by M eggers, Evans and Estrada (1965) have not been considered. Only dates that are referred to archaeological secure contexts at Real A lto, and Lom a A lta and to the 8 phase sequence by Hill (1975) have been taken into account.

235

4

Radiocarbon assays are not available fo r all phases. In order to com plete the absolute ch ron ology fo r th e 8 phase V ald ivia sequence, TL determ inations have been considered too.

5

Statistical treatm en t o f these dates perm itted us in some border-line cases to place some features in th eir appropriate sequence. An exam ple: tw o hearths, labeled r-1 and r-2, w ere found at Real A lto (Unit-1-1991). T h ey w ere located on the same structure-floor and under a crum bled wattle-and-daub wall. Although, th eir m icro-stratigraphic position was not clear and one's precedence o ver the oth er could not be determ ined, the statistical treatm en t o f TL dates perm itted th e assignment o f each one to th eir p roper place in the chronological sequence.

6

Dates presented in DeBoer (1996) w ere not considered fo r the Early Form ative N orthern Coast sequence since these are m ostly associated w ith a surface collection and th erefore do not provide secure association w ith archaeological events.

7

The charcoal samples w hich gave earlier dates fo r V ald ivia phase la at Real A lto came fro m the bottom o f the site under the shell deposit and o ver th e sterile stratum. These m ight actually date a non-ceram ic initial occupation o f the site. In this deposit the principal m aterial recovered w ere stone spindlewhorls and other lith ic artifacts (see Damp 1988: 58-59).

8

Late Form ative data fo r Southern Coast are presently unavailable. The data fo r Guarumal correspond to the Regional Developm ental P eriod (Jambelí phase) dating betw een 2040_120 BP (BM-1682R) and 1475_35 BP (BM-1688) (Currie 1985). Figura 1. Nortern Coast

EARLY FORMATIVE Valdivia 8a (Piquigua)

LATE FORMATIVE Phase 1 (Véliz, Tabuchilla) Phase 2 (La Tolita) Phase 3 (La Tolita)

.............

4000BC3500BC3000BC2500BC2000BC1500BC1OOOBC 500BC AD

236

Figura 2. Central Coast Calibratcd age span (% confidence, ls) E A R L Y F O R M A T IV E 4660 BC< 2.1) 4640 BC 4590 BC (66 I) 4230 BC

V a ld iv ia l a (RA) V a ld iv ia l a

Jk É c.

(L A )

V a ld iv ia I b (LA. PC . RA. S a la n g o)

3530 BC (68.2) 3370 BC



3300 BC