Los lambayecanos no son mochicas : Aporte en torno a la homomuchicalización del norte peruano

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D. SAMYR BAZÁN DÍAZ

Aporte en torno a la Homomuchicalización del norte peruano

Los Lambayecanos no son Mochicas

Los lambayecanos no son Mochicas

LOS LAMBAYECANOS NO SON MOCHICAS Samyr Bazán Díaz

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Ensayo

© D. Samyr Bazán Díaz © Los Lambayecanos no son Mochicas Imagen portada: Fotografía de Hans H. Brüning Fotografías incluidas: Internet. Ilustración de mapas: D. Samyr Bazán Díaz. Fondo Editorial Digital Autogestionado sin Fines de Lucro - F.E.D.A.L. Correo: [email protected] Primera edición: 2023 Este texto es de distribución libre y gratuita.

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Mujer morropana, Túcume 1906. Foto tomada por H. Brüning

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Introducción

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Muchos de los lambayecanos actuales, no cabe duda, son o podrían ser descendientes genéticos de viejos grupos étnicos asentados en este pequeño territorio al norte del Perú, desde los umbrales menos conocidos de nuestra historia. Pero eso sí, en una amalgama de viejas cosmovisiones (otras más actuales) y cuyo todo-uno se proyecta hacía un futuro que miramos cegados por una luz de conocimientos que no se han vuelto a revisar. Una revisión que serviría para mantenerlos o el ir depurandolos. La costa nor-peruana, y en especial Lambayeque, ha sido habitada por importantes grupos civilizadores a lo largo de las eras, los cuales han dejado vestigios monumentales de su paso por el territorio. Ejemplo de ello son los restos encontrados en cerro Ventarrón1, los cuales datan del Formativo Inicial (2900 a 1700 a.C)2; y así en una sucesión ininterrumpida de sociedades complejas, como Cupisniques, Mochicas, Waris, Lambayeques, Chimús, Incas, considerando además la influencia Caxamarca. Todo esto hasta llegar al contacto brutal con las huestes pizarristas (de pensamientos aún medievales) allá por el lejano año de 1532. Curiosamente estos más de 2000 años de desarrollo cultural e interacción étnica entre los diferentes grupos indígenas, pareciera haber quedado actualmente silenciado por ciertas voces —algunas de 1 El centro poblado de Ventarrón está ubicado en el distrito chiclayano de Pomalca, y muy cerca de aquel se eleva tal montaña. 2 Alva Meneses; 2013:7.

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mayor alcance que otras— que ven únicamente en lo Mochica, aquel “estandarte” con el cual interpretar y reinterpretar el pasado y el devenir de los pueblos de esta parte del país. Esto quizá se deba a que, los que llamaremos en adelante Mochicas arqueológicos, fueron y siguen siendo la sociedad indígena nor-costeña que más se ha estudiado, y una de las más antiguas o la de mayor antigüedad en recibir una denominación arqueológica en el norte. Así como también de su importancia mediática, a consecuencia de los grandes descubrimientos que de ella se han hecho. Evidencias materiales que demuestran su alto grado de desarrollo, complejidad y violencia; en especial en su fina cerámica retratista, cuyo realismo compite de igual a igual con los mejores trabajos del mundo helenístico. Esta última característica es, tal vez, la razón por la que los promotores de este “merchandising identitario” «lo Muchik», ven en ella un símil con el mundo griego clásico. Los Mochicas arqueológicos bien podrían ser la civilización que llevó a su máximo exponente las artes plásticas y metalúrgicas. Así como no menos sobresaliente resultan ser las soberbias construcciones piramidales que hasta hoy inundan los valles de esta parte del país; marcando un antes y un después con el resto de las civilizaciones que la antecedieron, así como con todas aquellas que la han precedido. Este ensayo no parte por la idea de negar el legado de la civilización Mochica (100 – 700 d.C) a la cual nos referiremos en adelante (y como ya hemos dicho líneas arriba) cultura arqueológica y al fenó-6-

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meno que la mercantiliza como “Lo Muchik” con “K”. Este texto busca reconocer y/o, sobre todo, el visibilizar las herencias sucesivas y las compartidas con otros grupos para, así, no caer de un esencialismo a otro. De tal manera que los Mochicas arqueológicos formen, sí, una parte significativa en todo este proceso, pero no con una mayor relevancia frente a otros grupos culturales posteriores. Sobre todo cuando se trata de entender la historia actual y sus procesos históricos desde la lectura que tienen los propios promotores de lo neo-Muchik; apelando en su caso, casi en exclusividad, a esta portentosa sociedad. Lo que se busca es, escapar de esta confusión respecto a este tema, lo cual parece ir acrecentándose con los años y/o por el ferviente deseo de una identidad que crece agrietada desde su concepción. Se intentará manifestar la idea de que en realidad muchos de los actuales habitantes rurales (y urbanos menos) de Lambayeque (muchos no son todos, ni mucho menos una determinada población) estarían más emparentados étnica y culturalmente con la civilización homónima a la región que hoy ocupan —aunque no únicamente con ellos—, y, de igual manera, con el idioma muchic (idioma emblema para quienes defienden la identidad arqueológica Mochica en su ya conocido discurso neo-Muchik), lengua que en realidad correspondería, como veremos más adelante, al habla de los Lambayeque. En este texto no se plantea una diferencia “racial”, porque hablar de razas en este momento nos ha-7-

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ría retroceder casi un siglo (sin negar por ello que hay poblaciones racializadas, pero no razas). Ya los conceptos de “razas” sabemos resultaron ser creaciones artificiales, maquinadas por una academia eurocéntrica, racista y colonial con el fin de justificar la supremacía de una parte de la población mundial (Europa Occidental), y el expolio liderado por sus elites/monarquías en desmedro de un sinfín de pueblos. Por lo demás el texto sí plantea una diferencia cultural e idiomática Lambayeque frente a otras sociedades precolombinas, así como su relación directa con los pueblos indígena que encontraron los primeros europeos que entraron al Imperio del Tahuantinsuyo, y como sería esta (y no la Mochica arqueológica) la cimiente que ha dado su herencia inmediata a los pueblos que hoy consideramos “milenarios” en la Región.

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Huacos Retratos - Museo de América

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La Homomuchicalización del norte y Lambayeque

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Decir que las poblaciones actuales de la costa norte del Perú, y en especial en el caso lambayecano, son descendientes directos de los Mochicas arqueológicos (100 – 700 d.C.), pareciera un discurso inofensivo, que elevan los espíritus de quienes buscan una nueva identidad, o simplemente una, la que sea. Pero tal discurso termina por generar un vacío en la historia regional (al menos en la cotidianidad del discurso) y en el aún débil proyecto de construir una identidad nacional; provocando una suerte de “eslabón perdido” casi aposta, pues con este accionar se estaría invisibilizando a sociedades precolombinas como los Lambayeque (700 – 1375/1400 d.C.), entre muchos otros grupos. Esta “negación por omisión” es compleja y diferente. Las ciencias arqueológicas e históricas reconocen y tienen bien identificados a los grupos humanos que habitaron la costa norte del Perú, es así como hay libros, programas de televisión y hasta museos que recogen información y/o se especializan en las muestras materiales de cada grupo. Por tal razón no podríamos hablar de una negación como tal, ya que existe el material físico para su estudio. Pero extrañamente en la cotidianidad y gracias, en buena medida, a un grupo de arqueólogos locales y nacionales (antes que a la arqueología misma), se ha generado un excesivo uso de un “todo-englobador” y cuya alforja de ciego sería el movimiento Muchik o neo-Muchik que parece - 11 -

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alimentarse de todos los procesos culturales (hasta los que no son indígenas) presentándolo como de origen, sobre todo cultural inmaterial, Mochica arqueológico. Este discurso “identitario”, lo neo-Muchik (etnocéntrico macro-regional: Lambayeque – La Libertad), responde a muchos factores, algunos de ellos políticos; y hoy también comerciales, acaso ¿exotización de un grupo en específico? Quizás. Alrededor del cual se han construido cuestionables interpretaciones. Repitiéndole a todo receptor (poblaciones rurales o urbanas nor costeñas), casi como un adoctrinamiento (letanía que una y otra vez deben oír estas comunidades a través de eventos, ferias, programas, el colegio, etc.) de: “lo que es/son” o “lo que deberían ser y/o considerarse”. Según la defensa constante y repetitiva de estos personajes relevantes y locales, en donde algunos se autodenominan como mochicas vivientes (¿estamos acaso ante un tipo de neocolonialismo de las mentes bastante recurrente en sociedades como la peruana que, habiendo conseguido su Independencia del poder colonial, no ha conseguido aún descolonizar sus pensamientos y reflexiones, sobre todo la de imponer sus ideas a poblaciones vulnerables/marginales. O esa absurda necesidad paternalista de decirle a alguien o a un grupo lo que se es, y/o el explicar desde afuera las dinámicas internas. ¿Esa seudo-protección de lo mío?). - 12 -

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Se termina generando así una comercialización/ creación un tanto artificiosa de una identidad, sobre todo, “arqueológica”, engrandecida a raíz del descubrimiento del Señor de Sipán (en 1987), un poderoso personaje perteneciente a la élite de la cultura arqueológica Mochica. El descubrimiento de las tumbas reales en Huaca Rajada (Sipán – Zaña) acarreó consigo una importante ola de publicaciones que alcanzaron gran relevancia por el contexto histórico local de esos años. Y aunque ya había, era aún poca la bibliografía existente sobre el tema indígena, ya que luego de los trabajos de Larco Hoyle y Brüning a comienzos del siglo XX, no “volvería” a haber un despertar tan importante como el que se generó a finales de los años 80’ del siglo pasado. Así tenemos, “La Etnografía Muchik en las fotos de H. Brüning” en 1988 y poco después el libro “Documentos fotográficos del norte del Perú de Hans Heinrich Brüning” por Corinna Raddatz en 1990; o “La lengua de Naymlap” de Cerrón Palomino publicada en 1995. Como también, y de un carácter quizás más local, apareció la reimpresión completa de los cuatro libros de Brüning para 1989, sus ya clásicos “Estudios Monográficos del Departamento de Lambayeque”; así como el libro de Rodríguez Suy Suy, gran impulsor de la “etnicidad Muchik” quien en 1997 publicaría “Los Pueblos Muchik en el Mundo Andino de Ayer y Siempre”. - 13 -

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Sin duda el boom de Sipán sirvió para que un grupo de investigadores volviera a mirar hacia el norte del país, un área que había sido abandonada por los estudios científicos. Estudios que se habían centrado en la sierra sur. El Señor de Sipán serviría para generar la inquietud de académicos y, por ende, el de conocer la historia (desde todas sus aristas) del territorio en el que fue encontrado tal personaje que competía en riqueza con cualquier tumba del antiguo Egipto. Había que estudiar el norte del Perú e intentar reconstruir su pasado. Todas estas publicaciones aparecieron en un lapso no mayor de 9 años y sirvieron para sustentar las ideas de los seguidores del loable profesor Suy Suy, quien a su vez había mamado de las reflexiones de otro importante antropólogo, el doctor R. P. Schaedale. Tras estos trabajos que levantaron interés de propios y extraños a finales del siglo XX (y que de alguna manera revivieron los viejos postulados de Hoyle); parece haberse quedado estancado este movimiento, publicándose únicamente y en adelante, los muy relevantes descubrimientos arqueológicos en centros pertenecientes a la cultura arqueológica Mochica. Descubrimientos llegados de la mano de, por entonces, jóvenes arqueólogos formados en Trujillo, área dominada por las novedosas teorías e importantes inversiones provenientes de universidades o entidades privadas del extranjero (sobre todo de EE. UU), de cara a proyectos de investi- 14 -

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gación en complejos arquitectónicos precolombinos, en donde los investigadores principales (y sus postulados) estaban revolucionando la forma de entender a las civilizaciones del pasado. Todo esto fue posible gracias al fuerte capital económico para hacer arqueología —con financiación y entidades de peso mundial como la National Geographic— que llegaba desde fuera del país en los años 70, 80 y 90 del siglo pasado. Una arqueología, por cierto, a la cual se le ha acusado de ser extractivista, no por el conocimiento aprendido por medio de sus excavaciones o en los contextos fúnebres de las mismas. La queja ha partido por, digámoslo así, el efecto publicaciones (en inglés) y sin el retorno inmediato de ese conocimiento en el idioma local hacia los lugares/población. Otra reclamación en estas últimas décadas ha recaído en el gran beneficio que se obtuvo de personajes con conocimiento local, conocimiento de todo tipo, y de los cuales no tenemos registro más allá de saber que existieron3.

3 Un procedimiento tristemente común en esos años. Las propias universidades peruanas, en este caso privadas en Lima, muchas veces realizaban trabajos de campo en las provincias, pero sin generar por ello un compromiso real con la comunidad que visitaban. Iban, tomaban la información y todo el material obtenido era luego encerrado en sus centros de investigación. Es recién por iniciativas individuales que estos materiales han podido escapar de estas universidades capitalinas que no parecen haber tenido la intención de masificar el conocimiento.

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Tanto las teorías como los teóricos fueron ajenos al país en cuyo territorio se encontraban los restos prehispánicos que estudiaban, construyendo interpretaciones (propias de los hombres de su tiempo), lo cual sirvió de base para los arqueólogos nacionales que vendrían después y que, poco a poco, se abrirían camino; algunos afirmando los postulados de sus maestros u amigos, y otros revolucionando por completo el panorama local y su entendimiento de las sociedades indígenas que hasta entonces habían sido entendidas desde la propia mirada occidental, blanca y heteropatriarcal. Estos primeros estudios científicos sobre el complejo mundo arqueológico Mochica, fueron el caldo de cultivo (consciente o inconsciente) para el movimiento identitario Muchik, y del que hoy oímos en arqueólogos peruanos de renombre (formados entre los 70 y finales de los 80); quienes a través de restos materiales han comenzado a construir y/o propulsar una relación directa entre lo Mochica arqueológico y los registros lingüísticos del muchic, así como el crear/dar nombres indígenas (en muchic) a seres o figuras antropomorfas descubiertas en sitios monumentales arqueológicos Mochicas (como Aiapaec). Un procedimiento que fuerza a dar un “sentido de unidad y continuidad” que no tiene tanto sustento científico como el que se cree. Este fenómeno neo-Muchik parte por generar un todo único, reconstruible y recuperable. - 16 -

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Alimentándose en buena medida de las opiniones de investigadores, todos ellos influenciados por esta corriente de pensamiento en pro de —lo que hemos optado por llamar— la homomochicalización del norte del Perú. Al estancarse o dejar de “interesarse” los antropólogos nacionales por las poblaciones indígenas y su relación con los constructores de los monumentos del pasado, o el de la lengua(s) que hablaron (a raíz de que la costa norte fuera “desindianizada”)4, sería la arqueología la ciencia que tomaría esa suerte de espacio abandonado, alimentándose de aquel primer discurso hoyliano, con su prototipo racial que, por cierto, apareció en el libro “Los Mochicas Tomo I - La Raza”. Relacionando por error lo Mochica con los muchic, en un momento en el que recién se comenzaba a repensar el pasado norteño. Siempre con el poco y confuso material con el que hasta entonces se contaba. Las figuras claves en este “movimiento” fueron alimentándose y re-alimentándose hasta el cansancio en mayor o menor medida por todo esto. Repitiendo deseos y discursos bien concebidos (en la 4 Esto lo podemos ver claramente en las actas de bautismo en casi todos los pueblos de Lambayeque. Personas que al nacer se les asignó el titulo registral de indígena, pasaron pocos años después a perderlo como si con eso desapareciera la esencia de estos pueblos, y forzar así a sus habitantes a desligarse de su pasado. De un momento a otro los cientos y miles de indígenas de Lambayeque desaparecieron sobre el papel, pero nunca en la vida real.

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intención), aunque con limitaciones de lo que se conocía del pasado, de un pasado que aún se sigue repensando por parte de académicos y estudiosos. Así como mal enfocados en el presente. No asumiendo las nuevas evidencias que contradicen lo hasta entonces aceptado. No tomándola en cuenta, o lo poco que de ella utilizan es con el fin de afianzar este discurso homomuchicalizador, generando así un “totum revolutum cultural”. Este fenómeno como vemos viene ocurriendo a lo largo y ancho de la costa norte, y así ha sucedido últimamente con los nombres de las ciudadelas amuralladas dentro del complejo urbano de Chan Chan de origen Chimú (900 - 1470 d.C.), al cual se le ha cambiado los nombres que tenía por otros, otros con palabras obtenidas de los vocabularios en lengua muchic registrados en Lambayeque. Este es un cambio que suprime una identidad de por sí ya postiza por otra igual de artificial. Y lo que antes fue conocido (por muchas décadas) como: Gran Chimú, Squier, Velarde, Tello, Bandelier, Tschudi, etc, ha sido rebautizado (negando así la identidad quingnam de sus constructores y a la cual podrían haber apelado), con nombres en una lengua aún más norteña: Utzh An, Fochic An, Ñing An, Ñain An, Tsuts An, etc. Esta imaginación e inventiva de nombres recae sobre quienes están permitiendo o fomentando la homomuchicalización del norte del país. Y aunque en este caso se empleara la len- 18 -

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gua muchic (cuyo uso como idioma materno asociamos actualmente a los Lambayeque históricos, una sociedad que habitó los valles más al norte), se sigue presentando aquí y en todas partes, por estudiosos e investigadores, como de partida arqueológica Mochica, al muchic (un error). Vemos como se homomuchicaliza con palabras del muchic (de Lambayeque), pero no del Mochica arqueológico (ya que no hay registros), aunque quienes lo usen piensen que es lo mismo. Inclusive por algunos de los lingüistas más respetados del país.

Fragmento de la página 23 del libro “Chan Chan - Esplendor y Legado”. Carlos Regifo 2020

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Cerrón Palomino en un interesante artículo sobre el origen serrano de la palabra Chan Chan y no costeño. Contradice involuntariamente la implementación de estas palabras en muchic para la urbe de barro más grande de Sur América. Se posiciona afirmando que el origen de la voz Chan Chan que actualmente usamos todos (no del pueblo que la construyó) no sería ni muchic ni quingnam, sino más bien una suerte de quechumara, y cuya voz primigenia en la lengua de sus constructores habría sido cambiada. Su actual significado sería algo así como cerco o recinto. Desarmando así el supuesto origen muchic de la palabra Chan Chan (que sería lo que nos importa) la cual es relacionada con la voz Xllang Xllang (“Sol Sol” del muchic al castellano). [... ‹Chanchan›, como sería el ofrecido por Vázquez de Espinosa ([1630] 1994), según el autor (142, nota 4)…podemos estar seguros de que dicho cronista, o alguien a quien él copió, modificó ortográficamente el nombre, escribiendo ‹Chanchan› en lugar de ‹Canchán›, tornando oscura la etimología con el consiguiente extravío posterior de quienes intentaron dar con ella]5.

5 Cerrón-Palomino; 2020: 301 – 316.

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Estas iniciativas buenas, aunque no necesariamente correctas, terminan por desconocer, así, a la propia lengua quingnam en la que fuera su área medular (el valle de Santa Catalina o Moche). Esta acción cambia su pasado, un pasado que se intenta reconstruir. Generando así una alteración identitaria al monumento, promoviendo de esta forma una afinidad a lo foráneo en la zona y con sus habitantes. Fray Antonio de la Calancha dejó por escrito el nombre de la lengua que reinaba allí. Un área que él recorrió y a cuyos hablantes escuchó. [... su lengua natural, que es la que hoy se habla en los valles de Trujillo, era la quingnam propia de este reyezuelo…]6. Una de las últimas contribuciones respecto a este tema, vendría de la mano de otros académicos, ajenos al territorio nor-costeño, lo cual despertaría nuevamente y de manera involuntaria el “movimiento Muchik o neo-Muchik”, teniendo este discurso esta vez mayores alcances, proliferando gracias a los medios digitales con que ahora contamos. Trabajos como los de José Antonio Salas con su “Diccionario Mochica - Castellano” (2002); así como la publicación en 2004 del diccionario de Brüning, el “Mochica Wörterbuch” por el mismo Salas; de igual manera, Chalena Vásquez con Virginia Yep, musicólogas que viajaron hasta Alemania para conocer 6 De la Calancha; 1653:550.

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el archivo sonoro del mencionado alemán. Entre otros más recientes (2017), presentados al mundo gracias a Rita Eloranta y Mathias Urban. No está, aquí, en tela de juicio la justa y particular necesidad de conocimiento con miras a forjar una identificación, —propia o local que les fue arrebatada en el largo proceso colonizador europeo—, al interior de una mucho mayor. Aquí se cuestionan ciertos fundamentos de esta “sub-identidad”, que tiene bases muy inestables, tanto histórica como lingüísticamente hablando, y que conviene llevarlos a una sana discusión.

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Fotografía de H. Brüning. Fecha desconocida

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El Problema Arqueológico

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Réplica de la tumba del Señor de Sipán

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Como para seguir aclarando este intrincado panorama vamos a continuar deshilvanando estos viejos conceptos sobre lo Lambayeque (700 – 1375/1400 d.C) y lo Mochica arqueológico (100 – 700 d.C), esperando con ello avanzar en el entendimiento de lo que: se quiere que sea y no se es. No al menos como se sigue planteando. Debemos saber, antes que cualquier otra cosa, que la ciencia arqueológica contemporánea ha tratado de dar respuestas al pasado prehispánico de la costa nor-peruana (lo mejor que ha podido), sin embargo, en estos últimos años, tales respuestas se han convertido hoy –por grupos que ya hemos mencionado–, en discursos hegemónicos, los cuales representan opiniones de un sector empoderado con ansias de forjar una identidad particular (al parecer hoy, además, con fines políticos). Sin embargo, hay que advertir que las identidades manejadas o encaminadas en discursos de poder étnico/ racial y por discursantes políticos, tarde o temprano pueden generar fricciones entre los diferentes grupos humanos asentados en un mismo territorio, haciendo a lo exclusivo excluyente, y pudiendo fomentar falsos nacionalismos independentistas que, únicamente, esconden las ansias de poder político y económico de sus promotores. Quizás la confusión de homogeneizar a diferentes grupos étnicos, habitantes de un mismo hábitat, no - 26 -

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nació con la llegada de los españoles al “no nuevo mundo”, no al menos como lo entendían ellos. Esto (bajo sus propias particularidades) ya se venía arrastrando desde que los Incas invadieron la región, englobando a toda su población con el término de “yungas”, palabra que responde a una cuestión al parecer medioambiental, puesto que yunga o yunca significaría “valle cálido”. Sin embargo, en el empleo de tal denominación, no serían los únicos en recibirla puesto que a algunos pueblos bolivianos también se les conocía así. La ciencia arqueológica a comienzos y mediados del siglo pasado trató de reconstruir un corpus muy confuso y enmarañado, y para ir entendiendo las diferencias materiales que encontraba en el camino, fue denominando de tal o cual manera a los grupos humanos desarrollados en determinado tiempo y área geográfica que compartían ciertas características. Es así como antes de los trabajos pioneros de Max Uhle y C. Tello, todos los pueblos originarios de esta zona eran simplemente llamados como indígenas o indios a los que, por comodidad y especificación, se les sumaba también el nombre del pueblo de su origen. De topónimos a gentilicios después, tales como indígenas: morropanos, sechuranos, huambos, etc. Otros recibían la designación de la lengua que hablaban (asociada de igual manera a un lugar o área geográfica o viceversa): quechuas, olmos, mochica (y más últimamente - 27 -

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Eten). Todo esto desde antes del desarrollo de la ciencia arqueológica; razón —una, no única— por la cual se han dado tantas confusiones y dolores de cabeza no solo para los historiadores sino, y, sobre todo, a los lingüistas. Sin embargo, no podemos negar que, gracias al gran esfuerzo de la arqueología, hoy podemos proponer estas nuevas discusiones y/o discursos con miras a afinar mejor nuestro entendimiento de las sociedades prehispánicas. Recordemos que los cronistas y buena parte de los viajeros del siglo XVIII y XIX, no eran expertos en las modernas ciencias que estudian las lenguas humanas o al individuo en sociedad como tal; por lo mismo no estaban exentos de cometer los errores que hoy intentamos no seguir. Para entenderlo, muchas veces se llegó a asociar el nombre de una lengua al pueblo o al valle donde — quienes la registraron—, la oyeron por vez primera, generalizando así su uso, abarcando también a las poblaciones vecinas en donde seguramente fue medio de comunicación ya sea como idioma único o idioma compartido. Así tenemos las ya mencionadas: lengua de olmos, la lengua de Eten y, la más confusa aún, la lengua pescadora (algunas veces relacionada con el quingnam) que posiblemente haría alusión a los hablantes, no de una, sino de varias lenguas o variantes habladas por los pueblos pesqueros del norte; englobando en algunos casos - 28 -

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(por error), también a los muchic parlantes ya que estos se encontraban cercanos al litoral (Eten). O la lengua yunga. Denominación por antonomasia al territorio y a las poblaciones diversas conocidas como tal desde los tiempos del incanato. José Antonio Salas en su última publicación, “Historia de las Lenguas del Antiguo Obispado de Trujillo”, parece dejarlo ya aclarado de la siguiente manera: [Una de las dificultades para estudiar la historia de la lengua mochica reside en la confusión terminológica entre Moche, mochica y chimú. Los discursos de la Historia, la Arqueología y la Lingüística no siempre tratan estos vocablos de manera univoca. Antes del descubrimiento arqueológico de Moche (Uhle 1913: 79), todo era chimú. El mismo Uhle denominó a su hallazgo protochimú. Tello (1938: VII) empezó a utilizar el término Muchik que emplea De la Calancha (1638) como Muchic y luego Middendorf (1892) con la de Muchik. La propuesta de Tello alternó con Moche por el topónimo, donde Uhle hizo sus excavaciones. En la obra Los Mochicas, Larco (1939) llama Mochica —voz de las crónicas para un pueblo coetáneo de los españoles— a la cultura florecida en Moche (siglos antes - 29 -

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del arribo hispano), que él investigaba en Chicama. Para mayor confusión, en Los Mochicas, Larco comenta el Arte de Fernando de la Carrera (1644), cura de Reque, recogiendo incluso léxico en Eten y Monsefú (Lambayeque), como si estuviese ya probado que esa era le lengua de la cultura moche. Espinoza Soriano (1975: 248) señala: «Y no hay que nombrar Mochica a la cultura clásica de la costa norte que floreció del siglo III a.C. al VI d.C. entre el departamento de Lambayeque y el valle de Huarmey (Provincia de Casma). Etnohistóricamente es, pues, un desacierto, porque no es nada atinado dar el nombre de un pueblo protohistórico e histórico a otro de una remota antigüedad prehistórica». En 1948, el panorama se torna más complejo: Larco descubre el estilo cerámico Lambayeque distinto a Moche. Así, lo que en el siglo XIX era Chimú, ahora se distinguía de las culturas de Moche y Lambayeque. Los mochicas históricos hablaban un mochica similar a aquel del Arte (Carrera 1644) y pertenecían a la cultura Lambayeque (identificada por Larco). Eso se puede inferir analizando los nombres - 30 -

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de la narración de Ñaimlap y cotejando las referencias en dicha narración mítica con la contraparte de los restos materiales de Lambayeque. Si bien la lengua de la cultura moche perfectamente puede haber sido el mochica, primero habría que probarlo]7. Similar caos se generó en el arte textil, la alfarería, la orfebrería y los restos monumentales (huacas), en lo cual, no con menos esfuerzo se ha logrado dilucidar casi por completo sus etapas y pueblos constructores, quedando como último problema la variedad idiomática indígena. Para esto habría que entender que el panorama que encontraron los primeros investigadores, sobre todo arqueólogos, era un caos. Todos eran indígenas, “todos eran lo mismo” y si algo había que los distinguiera con claridad era el confuso abanico idiomático que hoy ha desaparecido, y con su extinción las respuestas a muchas de estas preguntas. Es así como, para poner algún nombre, con el único fin de ir organizando esto, fue que el investigador Rafael Larco Hoyle en su libro “Los Mochicas” (1938), denomina por primera vez como Mochica o Mochicas a una antigua civilización indígena, cuyos monumentos más sobresalientes (Huacas del Sol y de la Luna) precisamente estaban ubicados en un 7 Salas García; 2023:130.

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valle cuyo nombre era Moche. El río Moche cuyo nombre suponemos pasó al valle y este a sus tan famosas construcciones piramidales, aunque, también, pudo haber existido una población prehispánica asentada muy cerca a este río, compartiendo su nombre al cauce y así sucesivamente. Este es un topónimo que ha servido para afianzar aún más los fundamentos del movimiento neo-Muchik, viendo en su nombre y área una suerte de capital centralista y emanadora de esta “raza” y su cultura. Pero este nombre, bien pudo haberse debido a poblaciones migrantes o migradas a la fuerza provenientes de comunidades muchic ubicadas mucho más al norte. Movidas hasta allá por intereses políticos y económicos durante el incario (como veremos más adelante al encontrar el nombre Moche, Mochica o Muchic en territorios distantes de lo que hoy es la Región Lambayeque). Lo que hoy conocemos como Moche, por dar un ejemplo burdo pero aclaratorio, también pudo haberse llamado Túcume o Chiclayo (lo Mochica fue un topónimo hasta cierto punto fortuito que utilizó un investigador para llamar a toda una cultura, como la pudo haber llamado con el nombre de algún otro lugar cercano), y en todo caso hoy estaríamos hablando no de la cultura arqueológica Mochica, sino de la cultura Túcume o Chiclayo como la gran artífice de los huacos sexuales. Identificando para esta sociedad un estilo de cerámica - 32 -

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recurrente y característico en diferentes puntos del norte peruano. Lo cual permitiría reconstruir su área de influencia. Pero este avance en la arqueología no significó nunca (o al menos no debió serlo), que los hoy Mochicas arqueológicos fueran precisamente los hablantes del muchic que hasta hace no mucho se había extinguido en su totalidad en la Villa de Eten. Craso error fue esta asociación mantenida en el tiempo. Y así también podemos suponer que los mochicas que dieron nombre al río y valle (y más recientemente a las Huacas) podrían haber pertenecido a ese grupo étnico norteño (Lambayeque), no teniendo relación con sus homónimos arqueológicos. Salas respecto a este punto nos da la razón al afirmar que efectivamente hubo población muchic o mochica viviendo en el valle del Chimo. No eran Chimús, pero estaban allí y con ellos su idioma. Una población minoritaria que fue desapareciendo poco a poco. Dice él: [El testimonio comprueba lo afirmado por Fernández de Oviedo: había «Muchicas» asentados «en la huaca grande que está en Trugillo, que los naturales llaman Chimo». Los hechos referidos en esta relación deben corresponder al momento previo al arribo hispano, cuando la religión local se practicaba abierta- 33 -

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mente. De ahí que se hable de «costumbres antiguas». El pueblo histórico mochica se asentaba en Trujillo o Chimo. En el caso de la relación anónima, no existe confusión posible entre la cultura Moche con los «muchicas», porque ese descubrimiento arqueológico recién se hará en el siglo XX. Los mochicas estuvieron en Trujillo y eran tan visibles que se les destaca entre los pueblos que poseen a uno de los principales prelados del Perú. Es probable que el descenso demográfico (por guerras, desplazamientos y enfermedades) afectase a los mochicas de Trujillo]8. Recordemos, además, que las Huacas de Moche o El Sol y La Luna, no siempre fueron conocidas de esa manera. Con otro nombre igual de antiguo fueron denominadas mucho antes. Uno en una lengua totalmente ajena al norte y la cual parece no perduró en el tiempo. De haberse sobreimpuesto al que ya tenía el valle, tal vez estaríamos hablando en lugar de Cultura Arqueológica Mochica, de la Cultura Pachacamac o Pachamama. Rocío Delibes a través de documentos coloniales encontró estos nombres y la confusión para llamarla.

8 Salas García; 2023: 140.

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[…la llamada hoy en día Huaca del Sol, la más grande del complejo de huacas de Moche, era llamada también Pachacamac y Huaca Grande del Río]9. Si bien gracias al aporte de Larco se dejó de lado el precario término de Proto-Chimú utilizado por Max Uhle. La confusión era aún latente, puesto que había otro tipo de cerámica (huaco rey) y piezas en oro y plata bastante recurrentes en el norte, sobre todo en el departamento de Lambayeque (al norte de la Libertad), que por su particularidad artística no guardaba relación con lo que hoy conocemos como de estilo arqueológico Mochica. Y esa separación con unos y confusión con otros, muchas veces se repetiría hasta en el arte textil. Por tal razón, y durante largo tiempo, se confundió lo Lambayeque con lo Chimú. La famosa chimuización del territorio. Ahora bien, sería el mismo Larco quien propondría el término de Lambayeque para un tipo de cerámica totalmente distinta a la hallada en el valle de Moche y muy frecuente en los valles de Lambayeque, por una cuestión netamente epónima. Esto aparece en su libro “Cronología arqueológica del norte del Perú” (de 1948). Luego quien impulsaría el término “Lambayeque”, enfocado ya como una civilización (con ciertas diferencias a Larco), sería el doctor Jorge 9 Delibes Mateos; 2012: 72.

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Zevallos Quiñones. De esta manera se pone nombre a otra sociedad indígena del pasado, y de la cual hasta entonces poco se sabía. Anteriormente no tenían la denominación que ahora todos conocemos.

Rafael Larco Hoyle junto a un grupo de personas. Fuente: Runa Chay (Historia Peruana)

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Los estudiosos conocían a los indígenas actuales (del s. XIX y comienzos del s. XX), pero la ciencia a la cual ellos representaban, cargada de pensamientos colonialistas, veía aún con desprecio a los naturales de ese tiempo. Así que se podría decir que se les “invisibilizó” por muchos años hasta la llegada de Brüning, quien con toda y su visión europea fue capaz de estudiar a los herederos de un pueblo cuyos materiales eran objeto de estudio y discusión. Contradictoriamente, ya que, si bien las grandes obras del pasado indígena eran vistas con ojos de admiración por hombres blancos. Estos a su vez miraban con el más visceral desprecio a los herederos de cuyas obras y restos se maravillaban y saqueaban. Luego del distinguido alemán, vendrían otros dos importantes intentos, tanto el de Larco, primero, así como el de R. Schaedel muchas décadas después. Ahora bien, la denominación Lambayeque (y no Sicán) tampoco significa que sea “la correcta” para la última gran civilización que floreció en la región homónima (solo que era y sigue siendo necesaria). Y, quizás, su nombre a diferencia del Mochica arqueológico, tenga mayor peso histórico, en vista que una vieja leyenda (recopilada por Cabello Valboa en el Túcume de 1586 y de labios de un viejo gobernante local), nos hable de un fundador mítico que consigo trajo un ídolo llamado Yampallec, voz en lengua muchic de la cual devino el nombre de - 37 -

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la ciudad de Lambayeque primero, y luego pasó a toda la región. Pero esto tampoco significa que la última gran civilización constructora de pirámides se llamara así en su conjunto, recordemos que también estaban otros importantes señoríos o filcados. La leyenda también nos proporciona uno de los registros más antiguos de una palabra muy similar a muchic, en el nombre de uno de los oficiales de Naymlap, Xum Muchec. […otro tenía cuidado de las unciones y color con que el señor adornaba su rostro, a este llamaban Xum Muchec…]10. En 1782 el clérigo Modesto de Rubiños presenta otra versión algo similar, casi unos doscientos años después, en su obra “Sucesión chronológica: O serie Historial de los curas de Morrope y Pacora en la Provincia de Lambayeque”. Dándonos, además, el área geográfica de los habitantes del muchic que él conoció (desde Pacasmayo a Motupe). En ella se dice: [Se establecieron estos en aquel sitio, donde tuvo su principio, y aumentó la larga posteridad, que se derivó de ellos para la población de todos estos valles desde el partido de Pacasmayo, hasta el de Motupe, y Olmos, cuya semilla trascendió después hasta Tumbes, aunque adulterada en mucha parte la lengua de 10 Cabello Valboa; 2011:394.

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estos yungas de aquel natural, y primitivo dialecto de su origen]11. Se podría llegar a especular, no con pocos cuestionamientos, que lo que hoy conocemos como Estado o Estados Lambayeque o Filcados, en realidad fuera conocido y/o nombrado (en su época de autonomía) como una etnia compuesta por filcados fuertemente vinculados, los Muchic. Dentro de los cuales estaban los Lambayeque, los Xinto, los Coyque, Túcume, Xayanca, etc. Todos pertenecientes a un grupo cultural que tenía como idioma madre el muchic, lengua que daba nombre a su grupo étnico o viceversa. Veamos lo que dice el cronista Agustín de Zárate en 1555. En donde aparece una de las primeras referencias documentales a los mochicas o lambayeques históricos. Este vallisoletano parece consignar en un orden extraño o alterado la secuencia correcta de las lenguas más importantes de la costa norte, mencionando al final la que corresponde a Lambayeque. Primero indica al yunga que haría referencia, en este caso, no a todos los habitantes de esta franja costera del actual Perú, sino a una extensión dominada por el quingnam; segundo, la lengua tallán que abarcaría Piura y sus cercanías; y, finalmente, la lengua intermedia al final de su lista: el muchic.

11 Ruviños y Andrade; 1782 [1936]: 362.

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[Divídense en tres géneros todos los indios destos llanos, porque a unos llaman yungas, y a otros tallanes y a otros mochicas; a cada provincia hay diferente lenguaje]12. ¿Habrán sido los Lambayeque que hoy conocemos por la arqueología, los muchic o mochica idiomáticos que aparecen en los primeros textos castellanos? ¿Acaso esta civilización se llamó Mochic u Muchic, o se les conoció como tal por su idioma? ¿Serían estos muchic (“Lambayeque”) a quienes conquistaron los Chimú y luego los Incas? Si aceptamos esta premisa, entre los Mochicas arqueológicos y los Muchic históricos (Lambayeque arqueológicos antes del contacto con los hispanos e históricos tras el contacto) no habría ninguna relación directa e ininterrumpida, sino más bien la herencia de determinados rasgos que debieron dar paso a una identidad propia. Parte de esta herencia o continuidad no lineal —en el caso de los Lambayeque— sería el asumir el control de gran parte de un territorio ocupado previamente por los Mochicas arqueológicos del norte. Los Lambayeque además terminarían asimilando aspectos de las sociedades vecinas a ellos, y con las cuales interactuaron por mucho más tiempo que con una vieja civilización (M.A)13 cuya estructura 12 Zárate; 1555 [2022]: 90 – 91. 13 M.A: Mochicas Arqueológicos.

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política-religiosa ya había desaparecido antes de que los adoradores de Yampallec dominaran con su culto al hombre-ave, la zona que va de los ríos Jequetepeque al Motupe. Sin embargo, las palabras “mochic” y “moche”, sirven hoy en día para mantener aquel discurso racial y etnocéntrico que aún defienden algunos personajes, los cuales creen ver en los rostros de los actuales habitantes de la región ese eslabón que les hacía falta para conectarlos con los individuos representados en los “huacos retratos”; haciendo de esto y, para ellos, la prueba irrefutable de que los Mochicas arqueológicos están aún vivos (lo veremos más adelante). Suponemos que los verdaderos Muchic (o la voz mochic.a la cual parece estar castellanizada, por la “a” al final) a los que la arqueología ha denominado Lambayeque son efectivamente aquellos que vieron los conquistadores en su paso a Caxamarca. Son aquellos a los cuales los sucesivos Sapa Incas, en una brutal táctica de debilitamiento de las fuerzas militares sobre el “Estado” o Señorío conquistado, desarraigaron gran parte de su población de origen, para así convertirlos en mitimaes (desterrados). Ya sea por su belicosidad o por intereses que actualmente desconocemos, llevándolos a lugares tan distantes, quizás, como Balsas del Marañón. Esto último, sin embargo, no es para nada una opi- 41 -

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nión definitiva y deberá ser, a futuro, un trabajo multidisciplinario el que aclare todo, puesto que para dilucidar tales temas se necesita la opinión de antropólogos, lingüistas y etnohistoriadores, etc. A raíz de lo que vamos viendo, es imposible no preguntarnos nuevamente ¿Son realmente los Lambayeque arqueológicos, los Muchic históricos? ¿Son los actuales descendientes étnicos (de los pueblos considerados como ancestrales en la región), los herederos de estos muchic (Lambayeque), o lo son de la civilización arqueológica Mochica? La evidencia nos hace pensar que los Lambayeque, que actualmente conocemos por la arqueología, son los Muchic históricos de los que hablaron y vieron los invasores. Son, como parece ser, este grupo étnico los ancestros indígenas (pero no los únicos) más directos de muchas de las poblaciones actuales de la región Lambayeque. No así con los Mochicas arqueológicos, con los cuales hay más de 1700 años de distancia en el tiempo. El doctor Waldemar Espinoza a través de la lectura minuciosa que hiciera al documento sobre la Visita al Valle de Jayanca de 1540 llegaría a la misma y obvia conclusión. […llamar cultura Mochica a los moldeadores de los muy ponderados huacos retratos es tan erróneo como si hoy - 42 -

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quisiéramos llamar “cultura Aimara” al pueblo que construyó Chavín. El que bautizó como “Mochicas” a los constructores de las huacas del Sol y la Luna fue Julio C. Tello, quien según parece se apoyó para ello en que estas huacas, pertenecientes a aquel antiquisimo período cultural del Perú, se hallaban cerca del pueblo de Moche, aledaño a la ciudad de Trujillo, donde solo existía una insignificante agrupación de mitimaes Mochicas (Uhle, 1900:95. Uhle, 1915: 57 – 71. Tello, 1924:vii)]14 [...La palabra Mochica o Muchic que Fernando de la Carrera empleó para llamar al idioma hablado por la gente de los valles comprendidos en el actual departamento de Lambayeque y provincia de Pacasmayo, es en rigor lo genuino por cuanto ese era el lenguaje que manejaban los pobladores de aquel país que tenía la misma denominación (La Carrera 1646)]15.

14 Espinoza Soriano; 1975:248. 15 Espinoza Soriano; 1975: 245

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La Cerámica como Imaginario Racial y Componente de “Identidad”

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Racialización de individuos. Imagen tomada del libro “Los Mochicas - Tomo I (2001:126)” de Rafael Larco Hoyle

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Podríamos explicar actualmente que parte de la base con que se sustenta el movimiento “neo–muchik”, y su discurso sobre una supuesta supervivencia no sólo del tipo humano sino también de su cultura e idioma (defendida por algunos investigadores norteños y otros enfocados en la costa norte), se encamina en la simple y muy racializada relación entre el “huaco retrato” con el así llamado “cholo(a)”, sobre todo si este último está ligado a las poblaciones cercanas al litoral (comercializadas como bastiones del Mochica arqueológico) Podemos pensar que el instrumento más potente y frágil (en relación a lo físico) que tiene a su favor este discurso es la relación facial-anatómica que se ha hecho o han hecho desde los tiempos de Larco o Brüning (comienzos del siglo XX) y aún mucho después, entre los habitantes contemporáneos del norte peruano con los indígenas del pasado prehispánico. Únicamente por la similitud de ciertos rasgos latentes en ellos y representados en la cerámica precolombina, por cierto, con inigualable maestría. Es tan importante para los discursantes del neo-Muchik que esta “similitud” resultaría estar por encima de lo que verdaderamente es una herencia o continuidad cultural de, en este caso, la civilización arqueológica Mochica con los actuales lambayecanos. Pareciera que lo racial (apariencia) es la prueba irrebatible de tal discurso, lo cual es un error. - 46 -

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Y aunque es innegable la herencia genética que por siglos han compartido los pueblos del norte peruano, y en ello radica la similitud entre lo retratado por los ceramistas mochicas (hace más de 1700 años) con algunos habitantes actuales de la costa norte, sin embargo, esto no significa que lo que entendemos por cultura, civilización y grado de complejidad o el idioma mismo, haya pasado inalterado a través de los siglos y menos por vía sanguínea. Y aunque sin duda ha habido cierta herencia cultural que se transmite con mayor o menor fortuna cuando los Estados desaparecen; entendemos que: son las poblaciones, con sus ideas y/o cosmovisiones las que se mantienen por mucho más tiempo, dando su saber y asimilando la de otros. Pero de ninguna forma se replica una copia exacta de la anterior a la siguiente. De la que desaparece a la que florece. R. Schaedel manifestaba —hablando del prototipo físico-facial— además, cierto grado de endogamia, sobre todo en las sociedades rurales de Lambayeque. Generando esto poca variabilidad genética (pero no que no la hubiera) en sus habitantes. Y si consideramos ahora que hasta hace menos de un siglo algunas poblaciones que preferimos denominar Lambayeque-muchic, no se habían abierto masivamente al mestizaje con grupos de la sirra o de otras partes del país; queda claro que sigamos viendo esos rostros, esos ojos, esa talla. Pero de ninguna manera se trata de un mochica arqueológi- 47 -

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co de los tiempos del Señor de Sipán. Los patrones que vienen determinados por los genes son visibles a través de “los rasgos físicos comunes”, pero estos no transmiten el grado de cultura y/o de civilización de un grupo humano a otro y menos el idioma que, sobre todo, es tema de discusión en el medio académico del norte del país. Podríamos entender en parte, que, al no tener mejores representantes escultóricos en el Perú ágrafo, que los Mochicas arqueológicos, se partiera de allí para entretejer una confusa relación de componente racial y racista con los habitantes de determinados pueblos dentro del departamento: “cara de huaco”. Sin tener en cuenta el intercambio genético con otros grupos (europeos, africanos, asiáticos), o el de la influencia cultural de otras sociedades a lo largo de tantos siglos. Hoy podemos entender que parte del desprecio hacia el indio y el cholo (sobre todo en la República), partió fortalecida por la discriminatoria relación que hacían de ello los blancos y mestizos (mestizos que se creían más cercanos a los blancos como cultura y “raza”), basados en un imaginario de huacos retratos (el rostro de los vencidos). Mal herencia de un fenómeno colonial nacido en Europa para separar castas y grupos humanos, apoyados en “ciertas diferencias físicas” y superficiales de unos frente a otros; lo cual afianzaría discursos de superioridad - 48 -

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racial. Pero también y más recientemente ha servido a quienes buscan afirmar una vigencia en el tiempo de la “raza mochica”, de su “pureza”, razón por la cual se ha tomado como modelo (para estatuas movibles o bustos de dignatarios(as) indígenas del pasado prehispánico), los rostros de hombres, mujeres y niños de pueblos considerados cien por ciento Mochicas arqueológicos como Mórrope. A los cuales en su discurso se les asigna no una herencia identitaria lambayeque; no, es la mochica arqueológica la que vale para ellos. Nosotros sin embargo al decir lambayeques hablamos claro está de los muchic históricos, y de sus ahora mestizas poblaciones, cuya pureza no es real, no una pureza desde los planteamientos de lo neo-Muchik. Los neomuchikologos han pensado a sus pueblos y distritos (como Mórrope, Eten, Monsefú, etc), como centros de inalterable condición indígena. Lo cual a su vez ha servido para fortalecer otros discursos –en especial el de su movimiento– sobre todo, no solo el de una herencia genética compartida y pura, sino que además el de toda una cosmovisión y cultura que ha sobrevivido por dos mil años, casi milagrosamente inamovible, inalterable. Razón por la cual actualmente vemos levantarse voces que hacen relación a una reivindicación de este pueblo, aludiendo a la identidad y unidad racial y étnica. Pero creer que los Mochicas arqueológicos están - 49 -

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vivos porque hombres y mujeres en pueblos como Eten, Monsefú o Mórrope nos recuerdan los rasgos que con tanta destreza perennizaron los ceramistas preincas de dicha civilización, es un error. Aunque no tenemos rostros tan bien conseguidos en otras culturas anteriores a la ocupación hispana, de igual manera podríamos afirmar que guardan relación genética los actuales habitantes de esta Región con los Cupisnique, y los Lambayeque arqueológicos con los Mochicas A. y Waris, y todos estos con los indígenas de las tres Américas, por compartir secuencias genéticas que sí son hereditarias, manifestadas estas externamente en el color de ojos y piel, cabello, etc. Basar una identidad cultural a través de un discurso racial es un error, un error que llevó a su máximo terrible la Alemania nazi. Esto de decir que todos los mestizos —con más o menos rasgos americanos— son todos iguales a los huacos retratos, y, por ende, sus “descendientes directos de los pasados” suena absurdo, tan absurdo como cuando los europeos españoles suponen que todos los latinos o hispanos americanos hablan igual (acento), que comen lo mismo, y por lo tanto serían uno. O el de la garrafal ignorancia en los Estados Unidos de creer que por hablar castellano todos son mexicanos, incluyendo en esto a los españoles. - 50 -

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Fotografía original en b/n de H. Brüning. Trabajo de coloración por el autor

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Esto nos regresa nuevamente al punto de partida, no puede haber una relación firme (ni cultural, ni de pureza genética) entre los “huacos retratos” con las fotos de Brüning, y menos con los actuales habitantes de la región. Si bien creemos que hay cierta herencia, no creemos que se mantuviera pura e inamovible. Esta confusión ha partido desde comienzos del siglo XX, no con malas intenciones, pero si mal repensado en la actualidad y al parecer sin ánimos de deconstruir un conocimiento hoy obsoleto. La gravedad de este problema es que se sigue aceptando y no se refuta, o al menos se evita cuestionarlo. Si bien los lambayecanos actuales tendrían más parentesco genético con los Lambayeque prehispánicos (en porcentajes que desconocemos), esto también nos llevaría a errar si nos enfocamos en la “pureza” de un grupo y su inamovilidad en el tiempo. Los lambayecanos actuales están en proceso de mestizaje y lo seguirán estando, como así lo está el mundo entero, con mayor o menor rapidez en las diferentes partes del globo. Volviendo al tema, está claro que muchos de los actuales habitantes de la región tengan un vínculo genético con los antiguos pueblos indígenas, quizás más cercanos a la antes mencionada civilización Lambayeque, y estos a su vez con los grupos humanos que los antecedieron; pero los nuevos lam- 52 -

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bayecanos también son herederos de otros pueblos de diferentes partes del mundo, y hacer la relación entre estos y la cerámica escultórica de los Mochica A., como prueba de su inalterada condición en el tiempo o (usando sus propias palabras), al decir que «los mochicas (arqueológicos) siguen vivos», es un error. Si bien hay un componente genético compartidos, vuelvo a repetir, ni la cultura, ni el idioma se heredan de manera biológica, eso es el trabajo de una construcción cultural. Y la cultura de los actuales lambayecanos sigue un proceso que no se ha detenido en ningún momento, por lo tanto, son el resultado de transformaciones e interacciones humanas que se remontan a miles de años atrás, mucho antes de que la civilización Lambayeque construyera Pomac o que se levantara Huaca Rajada.

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La Lengua Dispersa y en Disputa

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Área de la lengua muchic según el informe de Fernando de la Carrera (1644).

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La arqueología nos muestra que entre los siglos I y VIII d.C., se estableció en la zona norte del Perú una civilización bautizada, por esta disciplina como Mochica (Arqueológicos); la cual, desde Loma Negra en Piura, hasta Pañamarca en Ancash se extendió y floreció por más de seis siglos. Esta magnífica cultura por sus condiciones parece haber estado dividida en dos grupos importantes, los del Sur y los del Norte (según lo propuesto por el arqueólogo Luis Jaime Castillo y el antropólogo Christopher B. Donnan, en base a su interpretación de las evidencias). De los antiguos mochicas arqueológicos no sabemos más que aquello que nos proporcionan los restos monumentales, pero de su misterioso idioma nada sabemos con seguridad, aunque hoy se considere hablaron el “muchic”. Si aceptamos este supuesto, “como cierto”, implicaría que su idioma fue la lengua no solo más hablada en esta zona del Perú, sino también la más antigua, la cual, tras el desmoronamiento de su Estado(s), iría perdiendo territorio e importancia frente a los demás idiomas existentes. Pero la verdad es que no hay pruebas reales de que efectivamente la sociedad indígena bautizada con el nombre de un valle, por el que cruza un río, en el cual se levantan dos importantes monumentos piramidales (el Sol y la Luna) hablase a ciencia cier- 56 -

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ta la lengua que hoy es sinónimo de orgullo, estudio y disputa. Pero ciertamente, tampoco podemos negar a raja tabla esta oscura y cada vez menos probable posibilidad. O en todo caso no como la conocieron quienes dejaron registro de ella a comienzos del siglo XVII en adelante. Pues la que fue registrada por los primeros curas doctrinero se vio rodeada e influenciada por otras lenguas relevantes, de grupos cercanos como los Chimú, los Caxamarca, los Incas, etc. Y si esto no fuera suficiente, entre la lengua que hablaron los Mochicas arqueológicos (muchic o no), con el muchic que oyeron los españoles existió una evolución de 1500 años. Todo esto si aceptamos que el muchic de la colonia tuvo su origen en lo que, por darle un nombre, llamaremos proto-muchic (de los Mochicas arqueológicos). De este proto-muchic, si es que alguna vez existió, nada se sabe. Y sería tal vez tan distinto de aquel que hiciera registro el cura Fernando de la Carrera, que sonaría como otra lengua. Entendamos que luego del ocaso de los Mochicas arqueológicos aparecen los llamados Segundos Desarrollos Regionales; durante este tiempo se consolidan dos importantes culturas: los Chimús al sur y los Lambayeque al norte. De esta última civilización sabemos con seguridad hablaron el idioma muchic en un territorio que iba desde los valles de Motupe hasta el valle de Jequetepeque; y aunque su influencia era mucho mayor en los valles centrales - 57 -

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(lo que hoy es Lambayeque), al sur parece haber ido poco a poco compartiendo un territorio “franco” con el idioma quingnam, el cual avanzó desde Chicama para posteriormente asentarse en la zona de Pacasmayo, área sobre la que iría perdiendo importancia, agravándose esto luego de la derrota que sufrió el Estado o los Señoríos de Lambayeque por parte de los Chimú en 1375 d.C. Fray Antonio de la Calancha nos da pruebas del mestizaje entre los muchic (lambayeques históricos) y chimús y, por ende, el de la convergencia de ambas lenguas en un mismo territorio, quizás, bilingüe. [...El año de 1619 vivía en nuestro Guadalupe una india llamada Isabel Efyoc, casada con Pedro Alchunamu indio; ambos naturales de Xequetepeque…]16. El fraile menciona a una pareja de esposos que por sus apellidos delatan la procedencia de sus grupos étnicos e idiomáticos. La mujer, Efyo (ef +llo.c / ef+io) cuya afinidad estaría ligada a la lengua muchic, en donde el prefijo “Ef ” significa “padre”. Su marido, Alchunamu (al.chu + namú) por el sufijo que lo acompaña “namú” o “namo” estaría emparentado con el quingnam, en donde tal vocablo podría significar curiosamente también “padre”. Alfredo Torero diría lo siguiente: 16 De la Calancha; 1653:600.

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[En la zona trujillana, y no en Lambayeque, los antropónimos acabados en el segmento “namo” son frecuentes, desde el legendario Tacaynamo, fundador de la dinastía Chimú. Es probable que namo (namu) sea vocablo quingnam con el significado de “padre” y/o “señor”, al estar por la afirmación de Antonio de la Calancha, según el cual el valle de Pacasmayo fue ganado para los reyes chimúes (y para la lengua quingnam) por un capitán que, luego de su victoría, fue designado en ese valle con el nombre de Pacatnamu, que en aquella lengua quiere decir: padre común o padre de todos]17. Ahora bien, ¿Por qué encontramos presencia de población muchic hablante en otras partes del país? Los registros que tenemos en donde se hace referencia a asentamientos de habla muchic en lugares ubicados en la serranía tanto de Piura como de Cajamarca, y a los cuales asociamos con territorios de habla quechua (¿o tal vez culle?), es algo que nos ha inquietado y en lo que al principio no pudimos dar una respuesta a cabalidad del por qué, no solo de topónimos que están relacionados con este idioma propio de la costa norte del Perú, como: Nan-choc; Toc-moche; o el término Acunta, dado a una meseta en la provincia de Chota. Recorde17 Torero Fernández; 2002:223.

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mos que “Acunta” fue el nombre dado al penúltimo soberano del Estado Teocrático Lambayeque, siendo su sucesor el desafortunado Fempellec (acaso Fem-paxll.aec). Chot-a (capital de una provincia y ciudad en Cajamarca), aunque parezca forzado, también, nos recuerda el nombre del primer templo-palacio construido por quienes arribaron con Naymlap, edificación a la cual llamaron Chot (la vocal al final, quizás, refleja la falta de competencia en el idioma, y para facilitar su pronunciación añadieron la “a” u alguna otra vocal). Todo esto, además, sumado a las inquietantes noticias que llegan a nosotros gracias al cura Carrera (1644) quien afirmó que no solo en pueblos de la sierra como San Miguel, San Pablo, Santa Cruz (en el actual Cajamarca), Huancabamba y Frías (actual Piura) había poblaciones enteras que manejaban esta lengua, sino también algunas próximas al oriente amazónico, como es el caso de Balsas, cercano al río marañón. Entonces ¿Qué llevó a que en tales lugares se hablara el muchic? ¿Por qué había poblaciones enteras que hablaban un idioma costeño en territorios tan distantes? Algunos investigadores han manifestado que tal realidad se ha debido al hecho de que, durante las avanzadas del ejército Inca a la zona y la posterior dominación de estos, los soberanos del Cuzco tomaron la decisión de desterrar a grandes grupos - 60 -

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humanos (de sus naciones de origen, llevándolos a la serranía), ejemplo de ello los habitantes nor costeños, poblaciones muy belicosas para los Incas. De esta forma se aseguraban la tranquilidad del área recientemente conquistada. Esto explicaría el origen de algunas poblaciones, sobre todo las más distantes (geográficamente hablando), pero no el de todas. Es precisamente el cura Fernando de la Carrera quien manifiesta esta realidad, tratando de dar una explicación al porqué de la presencia de estos grupos foráneos. Dice Carrera: [La razón por que en la sierra hablan esta lengua, teniendo los serranos, la suya natural, que es la llaman general del Inca, es porque cuando el dicho Inca bajó a conquistar estos valles, viendo la ferocidad de sus naturales, por la resistencia que le hicieron, sacó de todos los pueblos, cantidad de familias y las llevó a la sierra]18. Recordemos, además, que los Incas llevaban a cabo el secuestro de poblaciones numerosas, y no únicamente de grupos especializados (orfebres, etc.), como así intuye María Rostworowski en la siguiente cita: 18 Carrera y Daza;1939 [1644]:7-9.

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[A nuestro entender, es recién después de esta conquista [los chimú] que los Incas adquirieron toda la magnificencia que los españoles admiraron de ellos. Es posible que tomaran del Chimo Capac y de su corte, el lujo y la suntuosidad que existió posteriormente en la élite cuzqueña. Antes del contacto con las macroetnias norteñas, los Incas eran solo guerreros un tanto rústicos...]19. Contingente humano el cual era llevado hasta el Cuzco para que elaborasen piezas en oro y plata; obras preciosas las cuales seguramente serían colocadas al interior de sus templos, palacios y adoratorios. Otra realidad y, tal vez, la más antigua del porqué de la presencia de este idioma en otras latitudes se debía a que el Estado Lambayeque tenía lejos de su núcleo de poder, a poblaciones especializadas, principalmente en la serranía, como fue el caso del indígena Cabani, un vasallo de los señores de Jayanca. Maeda Asencio en su artículo “Cicán en la documentación Colonial Temprana”, cita a la historiadora Susana Ramírez. En su texto ella dice que, un principal de Facollape conocido como “cabani” tenía más de 200 indios (tributarios) los cuales pagaban nue19 Rostworowski Tovar; 2013:126.

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ve platos de plata cada tres lunas; este principal se encontraba en la región de Guambos, jurisdicción de la actual Cajamarca, el cual era súbdito de un señor de la costa. Estos naturales habían radicado en la zona de Guambos o Huambos (zona minera) que por aquel entonces pertenecía al cacicazgo de Túcume. Ramírez también nos dice que en el mismo pueblo serrano había indios de Copiz (Olmos), quienes habían sido enviados hasta allá por su señor. [Declaro que Anton Caballero que conoce a un principal de Facollape que se dice Labami que tiene más de doscientos indios e que cada tres lunas dan nueve platos de plata. E quel dicho principal está en guambos e se sirve de él el encomendero Lorenzo de Veloa, vecino de Truxillo]20. Esta realidad poco estudiada nos haría pensar que los asentamientos de poblaciones muchic hablantes aún vigentes para el tiempo de La Carrera (sobre todo en la sierra), se debía a, no solo como él lo explica: “por una cuestión meramente de desarraigo estratégico que los Incas llevaron a cabo con estas poblaciones”. Sino y, además, por un asunto económico-comercial practicado con anterioridad a su llegada por las sociedades existentes ya en el 20 Maeda Ascencio; S/f: 58-69.

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territorio. La presencia de pequeños pero importantes grupos indígenas de la costa en la sierra y selva norte del Perú (que posiblemente establecieron asentamientos de larga duración o por temporadas cíclicas), siguieron “funcionando” hasta la llegada de los españoles, quienes no tardarían en modificar todo el panorama político y administrativo del Tahuantinsuyo. Un sistema que, sobre todo, se vio severamente desarticulado con la llegada y establecimiento del quinto virrey, Francisco Alvares de Toledo (en 1569), quien promulgó entre muchas otras cosas la creación de Reducciones Indígenas, dando cabida al centralismo y abandono de cientos de pueblos. Lo que no nos dice Carrera era que estos pequeños grupos salidos de la costa por órdenes de poderosos señores locales (los cuales tenían a su cargo poblaciones no muy numerosas en diferentes pisos ecológicos), eran quienes les suministraban de productos y/o bienes necesarios a sus señores en las tierras bajas. El sistema político administrativo indígena de estos grupos para 1644 de seguro ya había desaparecido casi por completo de la esfera local, quedando únicamente asentados en dichos emplazamientos los hijos y nietos de los viejos tributarios. Como vemos, Carrera, enterado de su presencia los menciona en su muy conocida obra, El Arte de la Lengua. María Rostworowski también da cuenta de ello en su libro “Las visitas a Cajamarca - 64 -

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1571-72/1578”, al encontrar en la zona de San Miguel de Catamuche (actual Pallaques) patronímicos pertenecientes a grupos “foráneos”, emparentados con la lengua muchic de Lambayeque. Manifestando, además, que muchos de ellos seguramente habían estado ocupando el área mucho antes de que los Incas la conquistaran. Algunos de los nombres registrados en dicha visita fueron: nafcol, falseque, falxeque, exfen, efelchop, chufel, cusfil, zipan, fempen, etc. El profesor Ayasta Vallejos haciendo una relevante pregunta, manifestó la presencia de cierto grupo de mitimaes en Arequipa, apostando a que esto podría ser una prueba irrefutable de la supervivencia en el tiempo de la civilización arqueológica Mochica. Pero ciertamente en el mismo texto sobre el cual se basa, “La visita de Acari de 1593”, la estudiosa peruana, María Rostworowski, descubre lo que optó por llamar “territorialidad discontinua” (como muy posiblemente ocurrió en el norte prehispánico) y pone como ejemplo de ello el curacazgo de Acarí con la presencia de estos grupos étnicos. Pero, en este caso particular, nos inclinamos a pensar que la presencia de los muchic en el área arequipeña no se deba a tal fenómeno, sino a lo ya indicado por Carrera, únicamente por la enorme distancia —más de 1770 km— que hay entre las actuales Regiones de Lambayeque y Arequipa. - 65 -

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En la imagen se puede leer Villa El Milagro, acentamiento cercano a Cascajales y Huaca El Taco (área donde posiblemente vivieron los últimos muchic hablantes.)

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Waldemar Espinoza al analizar la Visita a Jayanca reitera: [Tupac Inca, como audaz medida política, después de aniquilar el imperio Chimor, fragmentó en señoríos autónomos a los pueblos y valles que lo habían conformado, poniendo a todos ellos bajo la dependencia y dominación del Cuzco [...] A partir de esa fecha los Mochicas tuvieron que cumplir sus mitas estatales no solamente en sus valles sino también en la sierra de Guambos y de Caxamarca. Gran parte de su material humano fue desterrado o mitimado por diferentes puntos del Tahuantinsuyo, primordialmente fueron deportados a Guambos, Trujillo, Caxamarca, Chincha, Huayacondo, Tallán, Tanquigua, Cuzco, Huamachuco, Huacho, Copacabana, etc]21. En el referido texto “La visita de Acari de 1593”, citando a María Rostworowski, y mencionado por Ayasta Vallejos se dice lo siguiente: […los grupos asentados en las cercanías de las lomas y del mar, para luego terminar en el valle de Yauca con el ayllu Yaucalla Muchíc]22. 21 Espinoza Soriano; 1975: 256. 22 Rostworowski Tovar; 1982: 230.

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Más adelante termina diciendo: [En el mapa de la Sociedad Geográfica de Lima de 1921 y en el Diccionario de Stiglich (1922) hay mención de una aldea llamada Mochica sobre la margen derecha del río, entre Yauca y Jaquí. En el mapa de la cuenca del río Yauca existen dos bocatomas nombradas Mochica Alta y Mochica Baja (ONERN. Sistema de Riego-mapa Nº 27, Vol. 111, Mayo 1975).]23 Ante los pocos datos históricos que tenemos sobre esto, podríamos dejarlo como uno de los tantos asuntos para los que, por ahora, no habría respuesta o no la habría nunca. Más sin embargo la presencia de este grupo, como el de otros grupos muchic en otras partes del país no debería extrañarnos por la misma política de desarraigo que llevaban a cabo los señores del Cuzco, y de la cual ya hemos hablado líneas arriba. A pesar de ello, y apelando al idioma quechua; este nos podría dar algunas luces al respecto. En la lengua general, Yauca parece derivar de la voz «yaw» que quiere decir «oye», y «ca» sería «acá», entendiendo esto como: «acá [se] oye muchic». Esta conjetura que es peligrosa sirve para ejemplificar el punto del que se viene hablando: la presencia del grupo idiomático muchic, no el de la sociedad arqueológica Mochica. 23 Rostworowski Tovar; 1982: 247.

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Sin embargo, lo más seguro es que estos grupos foráneos muchic (Lambayeque) en latitudes geográficas distintas (hablando ya de la zona serrana y del nor-oriente), sea la consecuencia de colonias fijas o estacionarias. Esto nos recuerda la postura tanto de Remy y Rostworowski, o si se quiere la de John Murra respecto a lo que él identificó como un antiquísimo patrón andino al que ha llamado “el control vertical de un máximo de pisos ecológicos...” o “archipiélagos verticales”24. Una lógica andina para administrar el territorio o los pisos ecológicos, no por una sola nación o grupo indígena, sino por muchos grupos étnicos del antiguo Perú, algunos muy distantes geográficamente. Parafraseando a Murra diremos: “En ciertas partes de los andes se puede combinar la productividad de un área geográfica con otra muy distinta a ella” (Decía Murra). Descubriendo, así, las poblaciones indígenas un método tecnológico, económico y hasta religioso, para unir todas estas productividades potenciales en un solo sistema económico. Murra pone como ejemplo de ello al reino Lupaca (habitantes del altiplano), quienes tenían colonias dispersas en los valles cercanos al litoral del Pacífico; y cuyos grupos salpicados no trataban de 24 Murra; 1975.

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controlar todo el territorio, únicamente producían o extraían recursos (inexistentes en su territorio de origen), los cuales eran llevados hasta sus centros de control a más de tres mil metros de altura. Murra (similar, no igual a como diría Rostworowski), afirmó que los territorios eran dispersos y discontinuos, siendo una unidad política distinta a la del mundo europeo. O al menos como la entendemos hoy en día. No limitando el territorio a las fronteras que lo aglutinan”25. Pero esta forma de control de un espacio tenía resultado en las alianzas entre los diferentes grupos culturales, pues para beneficiarse de los productos costeños, se debía de dejar pasar también los productos andinos y viceversa. La paz y desarrollo estaba garantizado a través de un antiguo sistema de libre flujo e intercambio de productos entre los diferentes reinos, por donde pasaban los bienes de otros señores. Toda esta logística que les facilitaba el alimentar a su población, indica una alta capacidad productiva y de intercambio comercial con otros pueblos. Esto nos haría pensar qué: los lazos comerciales o de libre tránsito de la producción, 25 Iletrado Oficial. Presencia Cultural. 29 de septiembre de 2020. John Murra sobre los pisos ecológicos. JOHN MURRA SOBRE LOS PISOS ECOLÓGICOS - YouTube

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terminó por generar vínculos aún más fuertes en el tiempo, quizás, hasta con uniones matrimoniales o de espiritualidad entre los gobernantes de diversos grupos étnicos para, de alguna manera, establecer la paz y la cooperación a través de uniones. Los lugares mencionados (con presencia muchic en la sierra norte) fueron habitados por poblaciones especializadas que cumplían una función determinada (agricultura, arrieraje, metalurgia, control del agua, etc.) a favor de los señores de la costa en tiempos anteriores a la conquista europea, subsistiendo sus grupos humanos hasta poco después del colapso del Tahuantinsuyo. Esta hipótesis adquiere mayor fuerza si consideramos que (ahora y en el pasado), en territorios como la provincia cajamarquina de Santa Cruz, hay lugares e individuos con nombres y apellidos claramente identificables con la familia lingüística muchic, como: llempén, epquén, llotép, limo (esta última voz tal vez sea quingnam), etc. De igual forma no descartamos el desarraigo estratégico y bajo represalias que llevaban a cabo los soberanos Incas en contra de las poblaciones de la costa, a las cuales ellos consideraban altamente conflictivas, obviamente por su alto grado de desarrollo y poder militar. Muy posiblemente alguno de estos grupos humanos se formaría así, los cuales luego de la guerra civil entre Huáscar y Atahualpa, y la posterior - 71 -

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dominación española, no tuvieran más remedio que radicar definitivamente en tales asentamientos, sin poder regresar muchos de ellos nunca a sus lugares de origen.

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La Oralidad: Naylamp se Impone al dios Colmilludo

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Los mitos como sabemos son creaciones maravillosas, de una narración y desarrollo atemporal, en donde participan figuras o personajes de carácter heroico, así como divino. Su, ahora, presencia mestiza en el mundo rural lambayecano, explica como veremos en este caso, el encuentro real entre distintas etnias (desde una retórica mítica o fantástica) pero que no por ello deja de expresar un pensamiento ancestral. Adecuando al tiempo presente sus escenarios y personajes, pero manteniendo en lo profundo el contenido originario. Quizás, estemos pues, ante una saga incompleta. Razón por la cual es necesario re-entender la tradición oral, no únicamente bajo su sentido más estricto, sino también, como un episodio “histórico”; pues las luchas divinas o entre fuerzas sobrenaturales, no hace sino expresar las guerras o conflictos entre diferentes grupos étnicos; por lo tanto, las narraciones orales en la región podrían ayudarnos a comprender, no la discusión en torno al idioma (al no haberse conservado los nombres indígenas de sus personajes, salvo el extraño caso del Chicacá o “cabeza” en castellano), pero sí a la no secuencia “lineal cultural” que se intenta esgrimir actualmente. [Bien analizados los mitos y leyendas se ve que la vida y hechos de los dioses no hacía otra cosa que reproducir la vida y acciones de los grupos étnicos. Las guerras entre seres sobrenaturales - 74 -

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simbolizan el enfrentamiento de diversos grupos étnicos, los unos invasores y los otros invadidos. De manera que a base del estudio de los mitos que relatan avances y/o retrocesos de dioses se puede establecer la cronología histórica de las etnias, exhumando sus éxitos y reveses]26. A continuación, una narración de carácter fantástico, registrada en el pueblo de Mórrope (de herencia étnica indígena, aunque esta esté presentada en un formato contemporáneo y más cercano a nuestro tiempo) por el autor: [Dicen que, un señor de esos antiguos, vestido con su poncho se iba pa’ su chacra y en el camino este oía que lloraba una criatura. Dice que él decía, que se pregunta: «esta criatura de dónde gritará». Hasta que lo encontró botado, tiradito por el monte al bebé. Él mismo se decía: «Qué madre desnaturalizada es la que ha hecho esto». Como lo vio botadito por ahí decidió llevárselo consigo, pues, para criarlo como suyo. Lo agarró y lo tapó con su poncho, y así lo subió al caballo. Pero resulta que, al poco tiempo de subir al bebé, el caballo no quería 26 Espinoza Soriano, 2014: 107-137.

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avanzar, no se movía para nada. Fue entonces cuando el bebito que había recogido comenzó a crecer cada vez más, y más grande. Fue allí que le habló la criatura y esta le dijo: «taita mírame las muelas». Las muelas las tenía grandes, como las de un coche ¡Huy! el hombre se dio un tremendo susto, pues. Era el diablo el que tenía en brazos. El hombre se puso mal al ver cómo crecía, y cómo le hablaba. Ya dicen que al poco rato murió. Me dijo. Finalizando con un certero aviso: «Tiene que tener cuidado joven, esas cosas existen]. Esta tradición oral de inmediato nos puede hacer evocar las narraciones en donde aparece involucrado un ser espiritual–malvado conocido simplemente como “el niño dientón”. Por lo general su relato discurre en el viaje de una persona que escucha llorar a una criatura a la medianoche, en un camino solitario. Este por buena voluntad lo recoge y lleva consigo en brazos. Mientras prosigue en su recorrido, se va haciendo más pesado el niño, el incauto comienza a sentirse mal (sin fuerzas, comienza a tener miedo, frío, se le escarapela el cuerpo). Finalmente descubre el peligro en que está inmerso al ver el rostro del bebé, o cuando este le ha hablado: «papá, papá mira mis dientes» los cuales han aumentado su tamaño, semejantes a los de un cerdo, - 76 -

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o como colmillos (según algunos otros). El hombre aterrado trata de soltarse de este ser-demonio, pero no puede, las fuerzas le traicionan, y cada vez es más complicado desprenderse de la criatura, del influjo. Algo peculiar, no en está, pero si en otras historias, es que la personificación del héroe no es un ser humano, sino un ave, en este caso un gallo que, al dejar oír su canto por tres veces lo libera del influjo diabólico en el que ha caído. Por lo que el llamado “niño dientón” lo deja forzosamente libre, haciendo hincapié, antes o durante su desaparición, que agradezca al gallo, pues de no ser por él, ya se lo habría llevado consigo. En la tradición lambayecana, el poder de esta ave no solo actúa en este caso, sino también en contra de espíritus y sombras malignas (según el folclor actual) las cuales se manifiestan en la oscuridad de la noche, a veces antes de que raye el alba, pues la luz del nuevo día disipa las fuerzas de las tinieblas. Así también el canto del gallo, del que se ha documentado su intervención en lugares como Túcume, Mórrope, y hasta en Oyotún. Recordemos, además, la onda tradición oral respecto a otras aves, que, dentro del imaginario popular, juegan un papel muy importante para la cotidianidad de los hombres y mujeres de esta Región. - 77 -

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Tumi de Lambayeque, con representación de dios-ave o Naymalp

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Su presencia no solo se restringe a fábulas de carácter regional o creencias y augurios de mala o buena suerte; sino que, además, lo llevan impreso en los apellidos originarios de muchas familias: Capu.ñay, Farro.ñay/ñan, Uca.ñay/ñan; en donde el sufijo “ñay” o “ñan” significarían ave o pájaro. La arqueología, además, ha contribuido a entender un poco más este fenómeno, identificando la aparición recurrente, tanto en la cerámica como en la orfebrería precolombina y textiles, de un personaje de rasgos inequívocos de ave. Estamos pues ante lo que Alfredo Narváez denominó como una “Ornitomanía Lambayecana”, no únicamente desde la postura arqueológica, pues esto iría aún más allá, y no se limita a los vestigios materiales encontrados en las sociedades precristianas, sino que se extiende y mantiene en la cosmovisión actual de cientos de pobladores. Al respecto, él, en su interesante artículo diría: [Estas manifestaciones indican que, de alguna forma, el ave mítica lambayecana, aún es parte del subconsciente ideológico de un pueblo campesino que no ha perdido lo básico y ancestral de su identidad]27.

27 Narváez Vargas; s/f: 122.

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Huaco Rey - Cultura Lambayeque

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La aparición del personaje “ave”, guarda en esencia referencias al mundo precolombino. Si bien este ovíparo no es oriundo de Lambayeque, parece tener relación con el mundo indígena por ser ave (alas/ hacer el ademán de volar/canto), esto de inmediato nos lleva a relacionarlo con el llamado numen tutelar de Lambayeque (propuesto por Zevallos), con el dios Ave o Ñañ, a manera de una divinidad salvadora y protectora de los viajantes, viajantes como lo fue él según reza su leyenda. Ejercitando su poder a través del ave doméstica (según lo que podría ser un pensamiento rural actual, entendido únicamente bajo el prisma del sincretismo). Así al sentir la presencia del demonio niño-animal-colmilludo28 deja salir su canto, sonido que tiene el poder suficiente para ahuyentarlo. La lingüista Rita Eloranta, manifiesta en su trabajo, Onomástica mochica:Naimlap y Lambayeque (por ahora inédito) la siguiente posible traducción para la palabra Ñampaxllaec, voz correcta para el ídolo Yampallec. En su interesante propuesta, ella, concluye lo siguiente: [En relación con el término , consideramos de particular importancia presentar un tercer término que puede contribuir con la elucidación de …. podemos concluir que el 28 Los colmillos felinos son muy recurrentes en el arte Mochica (señor de Sipán) y en civilizaciones anteriores como la Chavín.

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verbo en (2) está en imperativo, y puede significar ‘volver’, ‘tornar’, ‘retornar’, ‘voltear’, ‘dar la vuelta’, ‘regresar’, ‘dirigirse hacia’ (Lewis & Short ([1879] 1958, p. 464)…Después de combinar el primer segmento ‘ave’ con ‘el que (se) vuelve, el que (se) torna’, sugerimos que el significado de Lambayeque puede ser ‘el que (se) vuelve/el que (se) torna ave]29. Vemos así que el ave que “vuelve” o “se vuelve” ave, se termina convirtiendo (en la tradición hablada del norte), en un salvador de otros viajeros o peregrinos, quienes al igual que él, anhelan llegar a su destino con bien; como así lo deseó el padre Naymlap o Ñamlap en su odisea por el océano, hasta que arribó a las costas del actual distrito de San José. O posteriormente, al tomar alas y volar, razón por la que un número indeterminado se volvió/dispersó en su búsqueda. Muchos campesinos al relatar la historia se expresaban así: «si no fuera porque cantó el gallo me llevaba», reconociendo cierta virtud en este ovíparo. Es en esta clase de relatos, en donde podría atreverme a insinuar que, aparece oscuramente el pensamiento Lambayeque sobre el Mochica arqueológico, cubierto y muy bien disimulado por el idioma 29 Eloranta Barrera-Virhuez; s/f: 1 - 13

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castellano (facilitado por la pérdida de los nombres antiguos de quienes protagonizan la fábula original). Se ve entre las sombras como el discurso de una nueva divinidad o culto sacro se abre camino frente a otro; y en donde la deidad foránea encabezada por su líder Naylamp (¿ave o gallina de agua?) se sobrepone al pensamiento religioso ya existente en la costa norte.

Imagen de un ser sobrenatural en la Huaca de la Luna (Trujillo), mostrando colmillos. Los arqueologos lo han llamado Aiapaec (“Hacedor” en lengua muchic.)

Con esto podemos hallar reminiscencias del pensamiento indígena primitivo, el cual ha sobrevivido dentro de las narraciones modernas que reemplazaron a las ya existentes. La idea indígena llevada y adecuada al pensamiento y narrativa contemporánea, en lo que se denomina sincretismo. Las alas del nuevo dios se imponen así ante la ferocidad colmilluda de un Estado en decadencia que daría paso a una nueva identidad, lo Lambayeque. - 83 -

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¿Es una continuidad? No del todo. Pues seguramente toma para sí algunos aspectos de una vieja civilización y descarta otros con procedimientos, seguramente, no menos abruptos, no menos dramáticos. Esto marca el fin de un pensamiento y el comienzo de otro, otro que no solo se nutre del anterior. Así que nuevamente no podemos aceptar a ciegas la supuesta supervivencia milagrosa en el tiempo de los Mochicas arqueológicos, pues hasta los mitos muestran rupturas entre uno y otro grupo.

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Conclusiones ¿Por qué los lambayecanos no serián Mochicas A.?

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Quizás los orígenes de esta confusión yacen en las pruebas y material limitado con que hasta entonces contaban estos primeros interesados o estudiosos de la costa norte del país (a raíz de las limitaciones de su época), carencias que hemos seguido arrastrando hasta nuestros días, y en buena medida esto ha ido cambiando gracias a las novedosas teorías y reinterpretaciones de lo que se daba por zanjado. Nuestra postura manifiesta que los lambayecanos radicados en los pueblos “originarios” (sean Eten, Monsefú, Mórrope, Túcume, etc); no son “hijos” directos de la civilización arqueológica Mochica la cual desapareció de la costa unos 800 años antes de la llegada de las huestes de Pizarro (en 1532), y unos 1300 años antes de nuestro tiempo. Los naturales de estos y otros pueblos son los “sucesores étnicos” de una sociedad más cercana a los tiempos de la conquista, la cual sin duda fue en parte heredera de aquel grupo anterior. Así como lo serían los Chimú (en el sur). Ambos grupos a su vez fueron influenciados en mayor o menor medida por otras poblaciones —principalmente serranas—, durante su proceso de consolidación (Caxamarcas, Waris), o de dominación (Incas). Los Lambayeque (700 – 1375/1400 d.C.) son a todas luces el único pueblo del que se podría asegurar habló o tuvo como lengua madre al muchic. La civilización Mochica es, como ya he mencionado, - 85 -

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por sobre todo una cultura arqueológica, y tanto su complejidad social y religiosa, su producción y extracción de recursos, así como de su desarrollo científico, nada se sabe a ciencia cierta; únicamente la hemos intentado entender e interpretar, basados en las opiniones de los arqueólogos que estudian sus restos sean estos: textiles, óseos, de cerámica y monumentales, etc. Ni siquiera se podría asegurar que ellos hablaron realmente el muchic. Ahora bien ¿los lambayecanos actuales son mochicas? Sí y no. Aquel grupo manifiesta hasta cierto punto una continuidad con los que ocuparon el territorio previamente. Sería una continuidad que se iría bifurcando en el tiempo y conforme interactuaba con otras sociedades igual de complejas; sintetizando, además, algunos motivos artísticos ya sea proveniente de lo Wari o lo que quedara en pie de lo Mochica arqueológico. Hasta formar una identidad particular. En realidad, los lambayecanos actuales, serían con todo y el mestizaje, descendientes en buena medida de los últimos muchic hablantes, indígenas que pertenecieron al grupo étnico muchic de Lambayeque; y no como se podría pensar, a la civilización arqueológica Mochica. La cultura Lambayeque a su vez es y/o podrían haber sido el resultado del encuentro de dos importantes sociedades anteriores a los llamados Se- 86 -

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gundos Desarrollos Regionales: los arqueológicos Mochicas y los Wari. Posterior a ello vendrían los intercambios e influencias compartidas con los Caxamarcas. Fenómenos, todos estos, que los habrían encaminado para así formar una identidad propia, apropiándose de lo ya existente e innovando en su originalidad. Una muestra de ello es “El Huaco Rey” figura que rompe y se impone a la tradición alfarera existente. El “hombre pájaro de agua” llegó para quedarse, transformando así los estilos decorativos y simbólicos ya establecidos. Sin duda esto, solo sería la punta del iceberg, de toda una revolución en su tiempo, incluido el culto religioso con la dupla: Yampallec–Naylamp (las dos caras de un mismo dios, acaso ¿un Inter religioso primitivo?). Este trabajo busca aclarar, los vacíos en los que cae el movimiento “neo-Muchik”, pues para dicha corriente, nadie es heredero de la cultura Lambayeque, aquí todos son Mochicas. Quizás suene un poco o mucho a imposición; pero sobre todo acarrea el surgimiento incipiente de unidades sub-culturales, en este caso con un carácter indigenista que para subsistir olvida la herencia compartida. Y no ve a los otros grupos que conforman su sociedad (por ser distintos); llevando su discurso casi hasta el dogmatismo de quienes se adentran en él. Esta es una peligrosa retórica que se esconde en los argumentos de lo que para algunos es identi- 87 -

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dad; y como “la identidad es sagrada” es mejor no cuestionarla, pero ¿hasta qué punto es genuino su, ahora, producto? ¿Hasta qué punto no es una “construcción neo-artificial” que toma de todos los pueblos de la costa norte del país (a los cuales no reconoce) y los presenta mal envuelto, como un todo, como un arroz con mango? Para terminar, no se sabe y quizás nunca se sepa, si los Mochicas arqueológicos hablaron el muchic, lo que sí está claro, es que los Lambayeque lo hicieron; fueron estos y no los primeros a quienes conocieron los españoles y de los cuales aprendió Fernando de la Carrera para confeccionar su «Arte de la lengua» en 1644. Fue realmente a esta población (a lo largo de los siglos), a quienes se les preguntó por el idioma antiguo. Desde Carrera a Brüning se puede decir que los informantes de estos fueron Lambayecanos–muchic; descendientes de los constructores de los centros urbanos de Pomac y Túcume, y últimos hablantes de la lengua a comienzos del siglo XX en la Villa de Eten. Y ahora, tal vez, cuando nos encontremos en alguna parte esa recurrente oración: “Somos mochicas seguimos vivos”; la podríamos analizar más a fondo, cuestionarla: ¿Verdaderamente somos mochicas arqueológicos? ¿Es un tipo de publicidad engañosa? ¿Acaso mochicas y el muchic son sinónimos? ¿Dónde quedan los Lambayeque? Y todo - 88 -

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esto sin tomar en cuenta el mestizaje propiciado desde la Colonia, pasando por la República hasta nuestros días. Lo cual lleva a otro nivel estas preguntas y nuestras propias reflexiones. Los primeros “nombres” asignados por la arqueología a determinada civilización indígena prehispánica, fue algo necesario para encaminar el complejo panorama precolombino del país. Fueron estos primeros nombres los que nos permitieron estructurar nuestro pasado más remoto; pero ahora que se conocen las diferencias entre tal o cual grupo ¿sería necesario una nueva terminología? Quizá no, puesto estas cumplen su función, lo necesario sería aclarar las confusiones, en este caso, respecto a los Mochica, los Lambayeque y lo muchic. Para finalizar diremos que Mochic o Muchic, hace referencia a un grupo étnico y a una lengua la cual guarda sobre todo una estrecha relación con la civilización que hoy conocemos como Lambayeque; y que, de la civilización arqueológica Mochica, únicamente sabemos lo que nos proporcionan las evidencias arqueológicas, descartando de ella el material lingüístico con el que se le ha querido asociar hasta el cansancio.

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Dejamos al final un pequeño cuadro aclaratorio. Cultura Lambayeque: 1) lambayeques arqueológicos = Muchic antes de la llegada hispana 2) lambayeques históricos / muchic históricos = Muchic durante y después de la llegada hispana. Cultura Mochica: 1) mochica = mochicas arqueológicos, antes del surgimiento de lo Lambayeque.

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Compendio de las Constituciones, y Breves, Decretos, Concilios, y Synodales, Cédulas, y Leyes, Que al Gobierno Espiritual, y Político de Ambos Pueblos; por el Orden Alfabético, Que Va al Fin de Cada Uno de Estos Artículos. Hecho por el Liz. D. Justo Modesto de Ruviños y Andrade Cura de Dhos. Pueblos. Año de 1782”. En: Revista Histórica, Órgano del Instituto histórico del Perú. Lima,1936, Tomo X, Entrega III, pp. 289-363. Rita Eloranta Barrera-Virhuez. s/f. Onomástica mochica: Naimlap y Lambayeque. Fernando de la Carrera y Daza. 1644 [1939]. El Arte de la lengua Yunga o Mochica. María Rostworowski de Diez Canseco. 1982. Comentarios a la visita de Acarí de 1593. 1992. Las visitas a Cajamarca 1571-72/1578. 2013. Historia del Tahuantinsuyo. 2005. Redes económicas del Estado Inca, “el ruego” y la “dadiva”. José Maeda Ascencio. S/f. Cicán en la documentación colonial temprana: un análisis contextual para la elucidación de la cosmovisión religiosa de la cultura arqueológica. Waldemar Espinoza Soriano. 1975. El valle de Jayanca y el reino Mochica: una visita inédita de 1540 para la etnohistoria andina. 2014. Los Incas. - 92 -

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