El punto ciego 8401375908

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Spanish Pages [363] Year 1997

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El punto ciego
 8401375908

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Goleman Daniel - El Punto Ciego.PDF (p.2-183)
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Daniel Goleman

EL PUNTO CIEGO Traducción de

David González Raga y Fernando Mora Zahonero

PLAZA & JANÉS EDITORES, S.A.

Título original: Vital Lies, Simple Truths Diseño de la portada: Dpto. Artístico de Plaza & Janés Ilustración de la portada: Pacu Daranas Primera edición: septiembre, 1997 Segunda edición: octubre, 1997 Tercera edición: octubre, 1997 Cuarta edición: noviembre, 1997

© 1985, Daniel Goleman © de la traducción, David González Raga y Fernando Mora Zahonero

© 1997, Plaza &Janés Editores, S. A.

Enrie Granados, 86-88. 08008 Barcelona

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los ti­ tulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o proce­ dimiento, comprendidos la reprografía, el tratamiento informático y la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Printed in Spain - Impreso en España ISBN: 84-01-37590-8 Depósito legal: B. 46.899 - 1997 Fotocomposición: Alfonso Lozano Impreso en A&M Gritfic, s. l. Ctra. N-152, km. 14,9 Poi. Ind. «La Florida» - Recinto Arpesa, nave 28 08130 Santa Perpetua de Mogoda (Barcelona) L 3 75 9 0 8

Para TARA «Om, Tare, Tuttare, Ture, Swaha!»

ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS PRÓLOGO A

LA

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PRESENTE EDICIÓN

19

INTRODUCCIÓN

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PRIMERA PARTE

EL DOLOR Y LA ATENCIÓN El miedo a ser devorado por un león La relación existente entre el dolor y la atención ¿Por qué la reducción de la atención es capaz de aliviar el dolor? El sufrimiento mental bloquea la cognición La ansiedad es tensión fuera de lugar La amenaza se halla donde uno la percibe La serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar .

.

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SEGUNDA PARTE

LOS MECANISMOS DE LA MENTE El modelo freudiano de la mente El filtro inteligente .

83 89

10

ÍNDICE

¿Cuánto podemos retener en la mente? El conocimiento nos llega estructurado Comprender la comprensión La conciencia no es un estadio obligatorio

97 1 07 113 121

TERCERA PARTE

LOS SECRETOS DEL YO La memoria de John Dean . Quien controla el pasado controla el futuro . El sistema del yo: «yo bueno» , «yo malo» y «no yo» . Percibir lo que no percibimos . Los secretos que nos ocultamos a nosotros mismos Olvidarnos y olvidar que nos hemos olvidado El dilema del terapeuta .

133 137 145 I5I I59 1 67 1 79

CUARTA PARTE

LA COGNICIÓN DETERMINA EL CARÁ CTER Los estilos neuróticos . El «detective» . La anatomía de la coraza psicológica Microeventos en OK Corral . Cómo crear a un paranoico .

1 87 1 93 203 207 213

QUINTA PARTE

EL YO COLECTIVO El «nosotros» El yo familiar Los rituales familiares como memoria colectiva El juego de la familia feliz Nada huele a podrido en Dinamarca . La fórmula del fracaso El «pensamiento colectivo» en el mundo empresarial

227 233 241 245 253

,

259

267

ÍNDICE

11

SEXTA PARTE

LA CONSTRUCCIÓN DE LA REALIDAD SOCIAL Construyendo la realidad por excelencia Ventajas y servidumbres de los marcos . La educación de la mirada . Ojos que no ven, corazón que no siente Cuestiones que no pueden preguntarse . El flujo de la información en una sociedad libre

275 283 29 1 305 315 325

CONCLUSIÓ N Una antigua enfermedad y su curación Las virtudes del autoengaño Mentiras vitales y verdades simples

343

NOTAS .

355

333 339

Debemos insistir, por más evidente y claro que pue­ da parecer, en que el conocimiento aislado obtenido por especialistas en un campo limitado del saber carece en sí de todo valor. Su único valor posible radica en su integra­ ción con el resto del saber y en la medida en que nos ayu­ da a responder a la más acuciante de las preguntas: ¿Quién soy yo? ERWIN ScttRODINGER

AGRADECIMIENTOS

En la primavera de 1978 tuve el placer de entrevistarme con Gregory Bateson. Y aunque respiraba fatigosamente a causa del cáncer de pulmón que pocos meses después acabaría con su vida, su ánimo era excelente y su mente estaba tan despierta como siempre. Bateson me habló de su odisea intelectual. Poco después de la Segunda Guerra Mundial había experimentado una comprensión muy profunda durante las conferencias de la Macy Foundation, en las que Norbert Wiener y su équipo desarrollaron la cibernética. « En ese momento -dijo Bateson-, supe el camino que debía em­ prender. Podía ver con claridad las propiedades de todos los siste­ mas, de las pautas de interrelación que conectan las cosas. » Entonces fue cuando Bateson renunció a las nociones en boga sobre la conducta, «las teorías sobre el ser humano que parten de su psicología más animal, más inadaptada y más enferma eviden­ ciaron entonces su incapacidad para responder a la pregunta del salmista: "¿Qué es, Señor, el hombre?" Esa misma limitación es la que nos impide discernir la pauta que conecta» . -¿Y cuál es « la pauta que conecta » ? -le pregunté. -Es una «metapauta» , una pauta de pautas que con demasiada frecuencia no llegamos siquiera a percibir. A excepción de la música, se nos ha enseñado a pensar en las pautas como cuestio-

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AGRADECIMIENTOS

nes fijas. Pero lo cierto es que la forma más adecuada de pensar en la pauta que conecta es considerarla como una danza de partes que se hallan en continua interacción, parcialmente limitadas por dis­ tintos tipos de restricciones físicas, por los hábitos y el proceso mismo de descripción de los estados y factores que la componen. La idea de que la pauta que conecta es una danza de elemen­ tos interrelacionados me impactó tan profundamente que en los años siguientes dio sentido a mi propia búsqueda. Desde hacía mucho tiempo estaba interesado por una serie de hechos y comprensiones que parecían apuntar hacia la misma pau­ ta, pero desde ángulos muy diferentes. Mi formación como psicó­ logo clínico en Harvard me había llevado a conocer a pacientes cuyos trastornos parecían protegerlos de otros más profundos. Un seminario con Erving Goffman -un sociólogo que se ha ocupado de investigar las relaciones cotidianas- me llevó a percibir la for­ ma en que las reglas que gobiernan nuestra interacción con los demás enajenan de nuestra conciencia regiones enteras de la expe­ riencia para que nos sintamos cómodos. La investigación realiza­ da en el campo de la psicobiología de la conciencia también me ha revelado que la cognición -y la experiencia- es el producto de un delicado equilibrio entre la atención y la inatención. Me sorprendió descubrir que estas comprensiones fragmenta­ rias parecían reflejar una pauta que se repetía en todos los niveles de la conducta, desde el biológico hasta el psicológico y el social. Y cuantas más evidencias acumulaba y más reflexionaba sobre el tema, esta pauta fue tornándose cada vez más clara. La pauta en cuestión constituye una danza entre la atención y la inatención, un minueto en el que trocamos nuestra atención a cambio de un aumento en la sensación de seguridad. Ésta es precisamente la pauta que he tratado de describir -del mejor modo posible- en este libro. Son muchas las personas que me han proporcionado piezas importantes para componer este rompecabezas, partes diferentes, en suma, de la misma pauta. En particular, me han resultado espe­ cialmente provechosas las conversaciones con las siguientes perso­ nas, expertas, todas ellas, en uno o varios de los campos del saber mencionados en este libro: Dennis Kelly, Solomon Snyder, Monte

AGRADECIMIENTOS

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Buchsbaum, Floyd Bloom, Richard Lazarus, R. D. Laing, Donald Norman, Emmanuel Donchin, George Mandler, Howard Shevrin, Ernest Hilgard, Carl Whitaker, Karl Pribram, Robert Rosenthal, Irving janis, Freed Bales, Anthony Marcel y Robert Zajonc. Agra­ dezco también a Aaron Beck, Matthew Erdelyi y Ulric Neisser por sus valiosos consejos sobre el manuscrito. Y si bien cada uno de ellos me ha aclarado alguna faceta de la pauta, la síntesis, sin embargo, es original, como también lo son las distorsiones y puntos ciegos que puedan advertirse en ella. Estoy particularmente en deuda con Richard Davidson, Sho­ shona Zuboff, Kathleen Speeth y Gwyn Cravens por sus concien­ zudas lecturas, sus sinceros comentarios y su estrecha amistad, y agradezco asimismo la inspiración a mis maestros y colegas, espe­ cialmente David McClelland y George Goethals. Agradezco también a A. C. Qwerty su notable paciencia, su diligencia y su comprensión en la elaboración del manuscrito, y a Alice Mayhew, que me ayudó a seguir el hilo del pensamiento con su constante visión de lo que este libro podía llegar a ser.

,PRÓLOGO A LA PRESENTE EDICIÓN

Vivimos en un tiempo especialmente peligroso, una época en la que el autoengaño se está convirtiendo en una cuestión cada vez más apremiante y nos obliga a enfrentarnos a un reto desconoci­ do hasta la fecha: la destrucción completa de nuestro planeta. Y tanto si se trata de una muerte súbita -como la que acompa­ ñaría a una guerra nuclear y a los catastróficos cambios que se­ guirían a tal eventualidad-, como de una lenta agonía ecológica -a causa de la destrucción irreversible de los bosques, las tierras de cultivo y la falta de agua potable-, la capacidad de autoengañarse del ser humano habrá tenido mucho que ver en este desenlace. Consideremos el rápido avance de los problemas que acompa­ ñan a la degradación ecológica, la erosión del suelo, la deforesta­ ción de los bosques, el proceso de desertización, la destrucción de la capa de ozono protectora de la atmósfera, la contaminación de las aguas y la sequía. Nuestros hábitos de consumo están acabando con los recursos del planeta a un ritmo desconocido hasta la fecha. La falta de aten­ ción a la relación existente entre nuestro estilo de vida y sus efec­ tos en el entorno nos está llevando a destruir el planeta que lega­ remos a nuestros nietos. Las selvas húmedas de la Amazonia, por ejemplo, están sien­ do destruidas a un ritmo acelerado a fin de crear pastos para el

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PRÓLOGO A LA PRESENTE EDICIÓN

ganado , criado fundamentalmente para saciar el hambre de carne del ser humano. ¿A cuántas hamburguesas equivale la destrucción de una hectárea de la selva virgen amazónica? No sería difícil dar con la respuesta a esta pregunta, pero da la sensación de que na­ die está interesado en conocerla. Y ése es precisamente el problema, que vivimos sin pensar en las consecuencias de nuestro estilo de vida para el planeta y para nuestra propia descendencia, e ignorantes de las relaciones que existen entre las decisiones que tomamos cotidianamente -me com­ pro esto o aquello otro, por ejernplo- y los efectos que esas deci­ siones tienen en nuestro mundo. Sería posible evaluar de modo más o menos exacto el daño ecológico concreto que implica un determinado hecho. De ese modo, podríamos establecer una unidad estándar que representa­ se el impacto ecológico que conlleva, por ejemplo, la fabricación de un automóvil o de un bote de aluminio. Tal vez conociendo ese dato asumiríamos nuestra responsabilidad en las consecuencias que provoca en el planeta nuestro estilo de vida. Pero no disponemos de ese tipo de información y hasta los más preocupados por el tema ecológico desconocen ese dato . La mayor parte de nosotros, igno­ rantes de esas relaciones, seguimos cayendo en el engaño de creer que las pequeñas y grandes decisiones de nuestra vida no tienen mayor trascendencia. ¿Qué podemos hacer para salir de esta mentira y de tantas otras en las que nos hallamos atrapados? Deberíamos comenzar comprendiendo la forma en que estamos atrapados, ya que lo cierto es que el autoengaño es el más escurri­ dizo de los hechos mentales y resulta imposible, en este sentirlo, darnos cuenta de lo que no nos damos cuenta. El autoengaño opera tanto a nivel de la mente individual como a nivel colectivo. El pre­ cio tácito de la pertenencia a cualquier grupo es el de no darnos cuenta de nuestras propias dudas e inquietudes y no cuestionarnos siquiera la forma en que el grupo hace las cosas. El grupo, por su parte, sofoca toda discrepancia, incluso la saludable. Tomemos como ejemplo el caso de la explosión de la lanzadera espacial. La noche anterior al lanzamiento dos ingenieros dijeron que los pre­ cintos de seguridad de la fase de propulsión no soportarían tempe-

PRÓLOGO A LA PRESENTE EDICIÓN

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raturas tan bajas, pero sus advertencias no llegaron a oídos de sus superiores, muchos de los cuales estaban ya al corriente del peli­ gro pero habían decidido subestimar su importancia. El lanzamien­ to ya se había visto aplazado en varias ocasiones y se comenzaba a cuestionar si la NASA estaba en condiciones de concluir con éxito el proyecto. En la investigación posterior al accidente, los dos ingenieros en cuestión fueron destituidos después de prestar declaración sobre lo ocurrido, aunque tras el escándalo público suscitado fueron reha­ bilitados a sus puestos. A pesar de todo su denumcia hubiera sido del máximo interés para el buen fin de la misión. porque, de haber sido escuchados, la tragedia no hubiera ocurrid