Don Enrique de Villena: Retrato de un Perdedor
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1992. La Cocina de la Abuela Hilda Pérez Cao. Amparo Robledano de Andrés. Pedro Pardo Domingo 1993. Iniesta 1900. Recuerdos y retratos de un pasado Hilda Pérez Cao. Amparo Robledano de Andrés. Pedro Pardo Domingo 1993. Confirmación de Privilegios a la Villa de Iniesta por los Reyes Católicos Jesús Herminio Pareja Pérez. Pedro Joaquín García Moratalla 1994. El Paloteo. Ensayo sobre las danzas rituales de la Villa de Iniesta (Cuenca) Javier Cuéllar Tórtola 1995. Tauromaquia en La Manchuela: Iniesta Matías Gómez Armero 1996. La Custodia de Iniesta. Ambientación histórica y significado teológico Dimas Pérez Ramírez 1997. Historia del Fútbol en Iniesta Martín Sáiz Toledo 1997. Retazos históricos de la Villa de Iniesta 1840-1893 David García Triviño 1998. Guía de Iniesta Javier Cuéllar Tórtola. Pedro Pardo Domingo 1998. Guía del Sitio de Consolación Javier Cuéllar Tórtola. Pedro Pardo Domingo 1998. Función General de Moros y Cristianos de Iniesta Recopilación, análisis y estudio por: Javier Cuéllar Tórtola. Pedro Pardo Domingo 1998. Minglanilla. Vida, tradición y costumbre Javier Cuéllar Tórtola. Pedro Pardo Domingo 1999. Imagen de un hombre libre. Homenaje a Miguel Giménez Igualada José Muñoz Cota 2000. El Juego Tradicional en Iniesta. Recopilación de juegos y entretenimientos populares Martín Sáiz Toledo. Felipe Ángel Orozco Gómez 2001. Iniesta. Retratos y Retinas 1870-1929 Javier Cuéllar Tórtola. Pedro Pardo Domingo 2002. Iniesta. Historia fotográfica del siglo XX Javier Cuéllar Tórtola. Pedro Pardo Domingo 2003. El Habla de La Manchuela. Léxico dialectal del sureste conquense Dolores Prieto Soriano 2004. La Cocina Tradicional de La Manchuela. Patrimonio gastronómico del sureste conquense Javier Cuéllar Tórtola. Pedro Pardo Domingo 2005. Refranes y Dichos en La Manchuela. Paremias, frases y modismos de tradición oral Javier Cuéllar Tórtola. Pedro Pardo Domingo 2006. Agricultura tradicional en La Manchuela Javier Cuéllar Tórtola. Pedro Pardo Domingo 2007. Pastoreo tradicional en La Manchuela Javier Cuéllar Tórtola. Pedro Pardo Domingo

EDITA

2008. Función General de Reyes Magos de Iniesta Recopilación, análisis y estudio por: Javier Cuéllar Tórtola. Pedro Pardo Domingo 2010. Relatos de vida en la memoria. Iniesta siglo XX Javier Cuéllar Tórtola. Pedro Pardo Domingo 2011. Mateo López. Vida y obra de un arquitecto de Iniesta Amelia López-Yarto Elizalde 2012. Relatos de vida en la memoria -2- . Iniesta siglo XX Javier Cuéllar Tórtola. Pedro Pardo Domingo 2013. Calles y Plazas de Iniesta. Historia, recuerdos y curiosidades Francisco Javier Picazo Cócera 2014. Iniesta, repertorio heráldico José Miguel Cutillas de Mora

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AURELIO PRETEL MARÍN

1991. Fiestas y Costumbres Religiosas de Iniesta (19001936) Hilda Pérez Cao. Amparo Robledano de Andrés. Pedro Pardo Domingo

Don Enrique de Villena: retrato de un perdedor AURELIO PRETEL MARÍN

Aurelio Pretel Marín Nacido en Albacete en 1950. Se doctoró en Historia por la Universidad de Murcia en 1976. Profesor de Enseñanza Secundaria durante 38 años, lo ha sido también de Historia Medieval y de Paleografía y Diplomática del Centro Asociado de la UNED de Albacete y de la Facultad de Humanidades de la UCLM. Miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia y de la Sociedad Española de Estudios Medievales, fue miembro fundador y director durante nueve años del Instituto de Estudios Albacetenses, cuya sección de Historia presidió hasta 2006. Autor de una treintena de libros monográficos y medio centenar de colaboraciones en revistas y obras colectivas, ha coordinado varias jornadas y congresos sobre Arte e Historia local y provincial, participando en otras e impartiendo distintas conferencias en la misma provincia de Albacete y en diferentes puntos de Jaén, Murcia, Alicante, Cuenca y Ciudad Real. Don Enrique de Villena: retrato de un perdedor es un excelente estudio biográfico de uno de los personajes más importantes de la historia iniestense, y constituye una extraordinaria aportación a la labor del Centro de Estudios de La Manchuela por difundir la historia y el patrimonio cultural de Iniesta y su comarca.

© Aurelio Pretel Marín Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la distribución, la comunicación pública, la transformación y la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático. Todos los derechos reservados.

COLABORA Ayuntamiento de Iniesta Diputación Provincial de Cuenca AUTOR Aurelio Pretel Marín DISEÑO PORTADA Clemente Miranda Mora Foto portada: La rueda de Fortuna (detalle). Ilustración de una edición francesa de “De casibus virorum illustrium” (París, 1467), de Giovanni Boccaccio

IMPRESIÓN Gráficas Iniesta S.L. Avda. Constitución, 48 - 16235 Iniesta (Cuenca) 1ª edición: abril 2015 500 ejemplares

EDITA ISBN: 978-84-943950-0-0 Depósito legal: CU-72-2015 Impreso en España

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AURELIO PRETEL MARÍN

EDICIÓN y © © Centro de Estudios de La Manchuela –C.E.M. Calle Carrión, nº 1 16235 Iniesta (Cuenca) Telf.: 678 72 27 78 E-mail: [email protected]

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TÍTULO Don Enrique de Villena: retrato de un perdedor

AURELIO PRETEL MARÍN

Don Enrique de Villena: retrato de un perdedor

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ÍNDICE

Prólogo.................................................................................................... 7 Introducción........................................................................................... 11 Veinte años atrás: los abuelos y el título de marqués de Villena.............. 17 Un natalicio en casa del primer caballero de Castilla.............................. 31 La tormenta perfecta en formación: hacia la colisión con la Corona...... 53 El hundimiento: embargo real del marquesado....................................... 69 El plato de lentejas: el condado de Cangas y el maestrazgo ................... 85 Días de vino y rosas (o de juegos florales): la corte de Fernando I de Aragón............................................................. 105 El regreso a Castilla. Las estancias en Cuenca y en la Corte................... 119 Las tristes soledades de Torralba e Iniesta............................................... 131 La vida de la fama (la buena y mala fama).............................................. 147 Selección documental............................................................................. 161 Bibliografía............................................................................................. 197

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PRÓLOGO

l período histórico conocido en España como Edad Media es un ciclo o espacio de tiempo caracterizado por numerosos cambios políticos, sociales, religiosos, una época convulsa de choque de civilizaciones y religiones, de luchas de reconquista y repoblación de territorios, de feudalismo, servidumbre y vasallaje, de señoríos, linajes, nobles y monarcas, campesinos, artesanos y clérigos, de arte y estilos artísticos identificativos (románico, gótico, islámico...), de guerras, represión, persecución, herejías... Muchos siglos, muchas gentes, que conformaron el principio y el fin de un tiempo histórico de peso específico en la propia evolución de los siglos futuros de la España moderna. La Baja Edad Media, último tramo cronológico del Medievo, suele acotarse entre los siglos XIII y XV, siglos en los que se vive un período de decadencia y crisis, caracterizados por el agotamiento de los sistemas y estructuras medievales frente a la modernidad más inmediata que impondría el “renacimiento” de un nuevo tiempo y una nueva historia con sus vicisitudes y avatares. Y es, precisamente, a finales y a principios de los dos últimos siglos bajomedievales cuando transcurre la vida de una de las más importantes figuras históricas de la villa de Iniesta: Don Enrique de Villena, conocido también, por su linaje, como Don Enrique de Aragón. Desde el Centro de Estudios de La Manchuela –CEM, hace ya mucho tiempo que contemplábamos la difícil tarea de acometer una investigación amplia y esclarecedora sobre Don Enrique de Villena y su tiempo, conocedores de la importancia del personaje en cuestión y de la intrínseca historia local y comarcal. Fue gracias a contactar con el prolífico historiador albacetense Aurelio Pretel Marín cuando los obstáculos en el camino que nos acer-

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Prólogo

caba al conocimiento del noble iniestense se fueron poco a poco disipando y abriendo una gran brecha de paso a la esperanza de descubrir y averiguar la interesante vida que le tocó vivir a uno de los más insignes moradores de la histórica villa de Iniesta. Aurelio Pretel Marín es historiador, medievalista, experto conocedor del Marquesado de Villena, en general, y del personaje de Enrique de Villena, en particular. Es escritor de numerosos libros, estudios históricos y artículos en publicaciones especializadas, su último libro, Don Enrique de Villena: retrato de un perdedor, realizado por encargo del CEM y a quien agradecemos su profesionalidad, su entusiasmo, su dedicación y su amistad, sabedores de que nunca podremos agradecer suficiente y meritoriamente el excelente trabajo llevado a cabo, supone una extraordinaria aportación al conocimiento biográfico de esta insigne figura medieval y un acercamiento a la historia con mayúsculas, por medio de una escrupulosa labor investigadora, una personal visión crítica y una verdadera intención didáctica. Datos, referencias, textos y documentos completan este magnífico estudio histórico. Don Enrique de Villena, señor de Iniesta, nace en el año 1384, no se sabe con certeza el lugar, pudo ser Alarcón, Garcimuñoz o Villena, de la más alta alcurnia y noble linaje. Fue su padre Pedro de Aragón (II marqués de Villena), su madre Juana de Castilla (hija ilegítima del rey Enrique II de Castilla) y su abuelo paterno Alfonso de Aragón y Foix (nieto del rey Jaime II de Aragón, conde de Denia y Ribagorza, I marqués de Villena y persona influyente y fundamental en la vida de Don Enrique). Se casó con María de Albornoz de la que se separó a los pocos años sin haber conseguido descendencia. Fue heredero del título de marqués de Villena en su adolescencia pero tuvo que renunciar a él y le fue arrebatado injusta e ilegalmente por el rey Enrique III, quien, a modo de compensación, le otorgó el condado de Cangas de Tineo, merced y título que luego se lo “cambiaría” por el de Maestre de la Orden de Calatrava, honor y cargo este que sólo disfrutaría durante tres años. Por todo lo perdido, a finales de 1417 y principios de 1418, Don Enrique visita a la reina regente, Catalina de Lancaster, y a su hijo, Juan II, para pedirles algún tipo de compensación, principalmente por la pérdida del marquesado, y es entonces cuando le dieron Iniesta. El nuevo señor de Iniesta tuvo fama de excéntrico, de extravagante, de mago, de alquimista, de adivinador, de nigromante, de profesar el ocultismo, de amigo del diablo, personaje claramente mitificado ya en su tiempo y más aún en épocas posteriores. Hasta el mismísimo rey Juan II mandó requisar todos los libros de la extraordinaria biblioteca que don Enrique tenía en Iniesta

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(cuentan que se llevaron dos carretas llenas de libros) y ordenó al obispo Lope de Barrientos que los examinara al detalle y destruyera aquellos que tratasen de ciencias prohibidas. Junto a esa fama de extravagancias varias, nuestro personaje alcanzó, con justicia, su celebridad y admiración por parte de muchos coetáneos y otras figuras de la historia y la literatura española. Y eso fue debido, principalmente, a su obra literaria, su saber y su conocimiento. Algunas de sus obras fueron: Los doce trabajos de Hércules, Ars Cisoria, Arte de trovar, Libro de la peste, Tratado de la lepra, Tratado de la consolación, Tratado de la alquimia, Tratado de la fascinación o del aojamiento... No en vano estamos, sin lugar a dudas, ante una de las personas más sabias y cultivadas de su tiempo, un “ilustrado”, un adelantado a su época. De hecho, está considerado por muchos como introductor del Renacimiento en nuestro país. Fue políglota y conocedor de varias lenguas (latín, catalán, francés, castellano...), traductor de Dante, Virgilio, Cicerón..., amante y coleccionista de obras literarias, estudioso de la medicina y la astronomía, gran conocedor de la sociedad de su época, miembro activo de la nobleza y experto en ceremonias y protocolos de su linaje (algunas de sus obras son buena muestra de ello), etc., y, pensamos, quizás de manera muy interesada y algo chovinista, que muchas de esas obras, muchos de sus tratados, muchas cartas de su amplio epistolario, fueron concebidas y escritas en su villa de Iniesta, ya que es, justamente, cuando le conceden el señorío iniestense, cuando Don Enrique desarrolla su máxima creatividad y producción literaria, además de que muchos de sus escritos están firmados y fechados con la frase: “Datum apud villam meam de Ginesta”. Tras la mala suerte y desgraciada fortuna que le tocó vivir en su niñez, adolescencia y juventud (su padre murió siendo él un niño, su madre fue apartada y se casó después con Dinis de Portugal y no quiso saber de él, pudo ser marqués de Villena y se lo arrebataron, fue conde pero más a título honorífico que real, tuvo el maestrazgo calatravo pero por tan solo tres años, se casó con una mujer a la que no quería y se descasó al poco tiempo, anulando su matrimonio el mismísimo rey, de quien se decía que era amante de su esposa, incluso la herencia de su mujer la heredó Álvaro de Luna y no él, y todo eso poseyendo un linaje sanguíneo y nobiliario emparentado con los mismísimos reyes de Castilla, los de Aragón, los de Navarra...), sin embargo, como señor de Iniesta vivió su retiro en paz, dedicado a escribir, a traducir a los clásicos y a buscar mecenazgo para poder llevar a cabo sus trabajos como una forma de vida muy personal, por medio de nombrar a sus benefactores en sus libros, con la venta de sus traducciones, dedicando libros (a Íñigo López de Mendo-

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za, marqués de Santillana, le dedicó su Arte de trovar), escribiendo cartas de consejos amatorios, etc. En el libro Don Enrique de Villena: retrato de un perdedor, Aurelio Pretel Marín, retrata a un hombre de cuero curtido con sus heridas y cicatrices provocadas por las embestidas históricas de su acontecer en el tiempo; lo retrata en su familia, de egregia cuna, de pose insigne, de perfil solemne; retrata también su esencia humanista, mitificada en múltiples epítetos ocultistas, y lo desmitifica; retrata, por fin, a un “perdedor” vilipendiado por la historia real y la legendaria, aquel que pudo tener un marquesado y que solo tuvo un pueblo. Ahora que, gracias al autor de este libro, tenemos una nueva y más amplia perspectiva del personaje histórico, nosotros no nos resistimos a compartir con el autor todas sus doctas conclusiones pero, al mismo tiempo, nos agarramos, con más fuerza si cabe, a esa parte de su vida vivida en Iniesta, su “Ginesta”, con su biblioteca, con su obra literaria, y con su halo misterioso y enigmático, sabiendo que fue poseedor de una enorme sabiduría y profundos conocimientos en muchos ámbitos del saber de su época. Nos quedamos, por ende, con ese personaje afamado, admirado, celebrado por muchos, con el que vivir intensamente las más variopintas leyendas y tradiciones orales, y atreviéndonos a pensar, románticamente, sí, que en el castillo de Iniesta, su posesión definitiva, auténtica y verdadera, pudo, al fin, encontrar la alquimia de su felicidad. JAVIER CUÉLLAR TÓRTOLA PEDRO PARDO DOMINGO Centro de Estudios de La Manchuela –C.E.M. Iniesta, marzo de 2015

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INTRODUCCIÓN

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i en la Baja Edad Media existe un personaje con fama de infeliz, cenizo y fracasado, entre otras mejores y peores, es el que se conoce con nombre de Enrique de Villena o Enrique de Aragón, igualmente llamado “don Enrique el Astrólogo”, “Enrique el Nigromante” o “el Marqués de Villena”, título que en justicia debiera haber llevado hasta su adolescencia, aunque su mala suerte y su inhabilidad le hicieran renunciar, como podremos ver. Un hombre de alta cuna, nieto del rey Enrique II de Castilla, rebisnieto de Jaime II de Aragón, y heredero del gran estado de Villena, como nieto que era del marqués don Alfonso, pero que no llegó a sucederle en él, aunque estuvo jurado para hacerlo; ni tampoco, obviamente, en los de Ribagorza, Denia, Gandía, Arenós, Guadalest y los valles de Ayora, Cortes y Gallinera, que también tuvo aquel bajo soberanía aragonesa, pero de los que nunca fue jurado heredero. Como compensación del marquesado que le fue arrebatado de manera ilegal por Enrique III, este le dio el condado de Cangas de Tineo, suponemos que a título sobre todo honorífico y quizá de adelanto de algo más importante, aunque se lo cambió por el maestrazgo de la caballería calatrava; pero tuvo muy poca autoridad en esta orden y duró poco tiempo. De entonces adelante, su patética vida fue la del pedigüeño e incómodo pariente de los reyes de ambas monarquías, y al final de la misma hubo de conformarse con la villa de Iniesta, solo una de las muchas que le correspondía heredar en Castilla, y con la admiración de sus contemporáneos, o de algunos de ellos, por sus dotes científicas y su vasta cultura; admiración lejana y puede que no exenta de una cierta ironía en algunos ambientes, que estimaban ridícula y absurda esta dedicación y tenían por fatuo y sospechoso, además de pedante, al personaje: él mismo reconoce que sus actividades tenían poco público –“pocos fallo que de las mías se paguen obras”– y no eran muy bien vistas en alguien de su alcurnia.

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Para muchos, Enrique de Villena es un renovador de la lengua española, sistematizador de su prosodia y de su ortografía y clasificador de las letras antiguas1 (ahora, Paleografía, nombre que a buen seguro le hubiera entusiasmado), y de las escrituras (ahora, Diplomática2), además de estudioso, traductor pionero de los clásicos y de Dante y Petrarca e introductor de España en el Renacimiento. Todo ello es verdad, aunque en cierta manera y hasta cierto punto; y la moneda tiene una cruz bien distinta, sobre todo en aspectos propiamente biográficos, pero también científicos, literarios y humanos. A nuestro parecer fue mucho más exacta, aunque mucho más vieja, la calificación de Menéndez Pelayo, para quien: “su vida no justifica en rigor su leyenda, pero ofrece el más cómico y lamentable contraste entre la grandeza de sus estudios y aspiraciones y la flaqueza y poquedad de su carácter. No fue D. Enrique un hombre puramente intelectual, como ahora dicen, ni vivió absorto siempre en sus exóticas lucubraciones: al contrario, fue ambicioso, altanero, despilfarrador y un tanto epicúreo; pero el resorte de la acción constante y viril le faltó siempre; la molicie de su carácter, acrecentada por sus hábitos sedentarios y estudiosos y por la ingénita aversión que sentía a las artes de la guerra, le tornó incapaz de resistir las condiciones de la vida de su tiempo, le hizo caer rendido y maltrecho en la lucha, le convirtió en objeto de compasión desdeñosa, y acabó por condenarle, en el vigor de su edad, a la pobreza, al aislamiento y aun a cierto género de capitis diminutio o de menos valer dentro de la clase privilegiada a que pertenecía. No hubo cosa en que pusiese mano, que no le resultase mal: cualquiera diría que alguno de aquellos espíritus traviesos y burlones que él evocaba según la leyenda, se complacía en enredar los hilos de la trama de su vida, haciéndola degenerar en farsa grotesca”. Y de la misma forma, añadimos nosotros, él se complacerá en retorcer su prosa, haciendo experimentos, raramente acertados, con los que acaso quiere abrir nuevos caminos a la expresión escrita, o más bien epatar a sus contemporáneos, pero con resultados a menudo ridículos; lo cual no significa que no tuviera méritos como cultivador –o curioso, más bien– de diferentes ciencias, casi siempre mezcladas con las supercherías propias de aquel momento, ni que haya que negarle el de ser “mediador entre las 1 B. Casado Quintanilla, “Nuevas anotaciones sobre la ‘letra cortesana’, nombre dado a este tipo de gráfico por la corte de Castilla”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie III, Hª Medieval, t. 27 (2014), p. 193–210, p. 195–200. 2 Véase el comentario de Pedro M. Cátedra y Derek C. Carr, Epistolario de Enrique de Villena, Queen Mary University, London, 2001, pp. 10–11, sobre su aceptación retórica y formal, con cierta innovación sobre los dictatores, de las clásicas partes de la carta: salutación, exordio, narración o expositio, petición, y conclusión.

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literaturas de la España Oriental y de la Central; como cumplía a quien llevaba el apellido de la real casa de Aragón y se afanaba de ser descendiente directo del rey don Jaime II […] y uno de los más activos precursores de la futura unidad intelectual de la Península, ya preparada desde principios del siglo XV por relaciones de muy varia índole”, como don Marcelino reconoce también3. Como ya señalaba el ilustre polígrafo, su vida exige un libro que aún no ha sido escrito. Más de un siglo después, Pedro Cátedra dice que “está por escribir” el verdadero retrato de Villena. Y nosotros pensamos que muy probablemente nunca se escribirá, porque si bien es cierto que aún pueden dormir en los trillados archivos de Castilla y en los de la Corona de Aragón y el Reino de Valencia algunos documentos que podrían dar más luz –quizá no demasiados, vistos los que han salido durante esa centuria– nunca serán bastantes como para aclarar completamente su personalidad, con la mezcla de luces y de sombras que ofrece; y porque, a nuestro juicio, tal vez tampoco sea tan digna de atención. Después de los estudios de Elena Gascón Vera, Derek Carr, Pedro Cátedra, y el de Castillo Sáinz no tanto sobre él como sobre su entorno familiar, que amplían los antiguos de Cotarelo, Hartzenbusch, Rubió i Lluch y Martín de Riquer, y los que desde entonces han venido agregando perspectivas y datos diferentes, o insistiendo en los mismos de forma rutinaria, o extrayendo de ellos más especulaciones, no siempre bien fundadas, sabemos mucho más, pero es muy difícil añadir algo nuevo respecto a la figura de Enrique de Villena. Aun así, como apunta el mismo Pedro Cátedra, merece ser objeto de una revisión desmitificadora que le salve no solo de los cuentos absurdos que se han acumulado en torno a su figura (nigromante, ocultista, discípulo del diablo), sino de sambenitos más o menos creíbles, como los derivados de su extraña relación con su esposa, sin ocultar por ello sus puntos más oscuros y sus debilidades; pero mucho tememos que esta sea una empresa para plumas mejores que la nuestra. ¿Por qué, entonces, ponernos a escribir estas páginas, si tampoco podemos añadir demasiado –solamente detalles y alguna observación de cierta relevancia– y estamos retirados de la investigación? Pues, en primer lugar –y advertimos que no es recurso literario ni cobramos por esta referencia, como probablemente hacía nuestro autor– porque es un encargo que nos hace el 3 La visión de Menéndez Pelayo, publicada en su Antología de poetas líricos castellanos, Madrid, 1890–1908, es hoy más accesible en otras ediciones, como la de la Colección Austral, que es la que manejamos: M. Menéndez Pelayo, Poetas de la corte de Juan II, Madrid, Espasa–Calpe, 1959, pp. 39–63, p. 40.

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amigo Pedro Pardo (que no es, lógicamente, el mosén Pere Pardo que según don Enrique de Villena le pidió que escribiera sus Dotze treballs d‘Hercules) en nombre de ese Centro de Estudios de La Manchuela que él y Javier Cuéllar mantienen en Iniesta, ejemplo de la auténtica cultura popular, no exenta de rigor ni de profundidad, al cual agradecemos esta publicación. En segundo lugar, porque creemos que la divulgación no es menos importante que la investigación; sobre todo si se hace con una visión crítica y una intención didáctica, huyendo de los tópicos e intentando explicar a la gran mayoría las cuestiones que son motivo de debate de los especialistas, a veces en la jerga científico-pedante propia de la academia. En tercero, porque aún puede quedar un hueco, o una perspectiva un poco diferente desde la que mirar al personaje: la del entorno histórico del viejo señorío que desde niño estuvo llamado a heredar y del que solamente llegó a tener un pueblo. Por lo tanto, abordamos una vez más la empresa desde una perspectiva desmitificadora y pegada al terreno y a los documentos, más que a especulaciones de orden académico, que nos conducirá a unas conclusiones –otro “nuevo retrato”– bastante semejantes a las que ya ofrecían hace más de cien años Marcelino Menéndez Pelayo y su discípulo Emilio Cotarelo, con quienes nos mostramos de acuerdo en casi todo, a pesar de su fama de poco progresistas. Pero, además, lo haremos ponderando cuestiones no siempre contempladas, porque a nuestro entender no se han valorado en su justa medida el impacto brutal que tendrían en la psicología del joven don Enrique la muerte de su padre, la carencia de madre y muy probablemente de afectos familiares en su primera infancia, ni los condicionantes jurídico–políticos del embargo ilegal del marquesado que le correspondía por herencia y por ley, con la gran frustración que sin duda produjo, no solamente en él, sino en todo el linaje, aunque en un niño el trauma es, sin duda, mayor. La verdad es que fue una víctima más de la denominada Rueda de la Fortuna, tan cantada en la literatura medieval, que a su abuelo, soldado de fortuna, y nunca mejor dicho, le dio sus señoríos, aunque tuvo después alternativas, acarreó a su padre un trágico destino, y para él, tragicómico; pero también, sin duda, de sus propios defectos de carácter y su “inhabilidad”, que es de suponer vengan en gran medida de los tiempos oscuros de su infancia. Todo esto requiere mayor explicación del ambiente y el mundo en el que se movió, y remontarse incluso a algunos años antes de que él viniera al mundo; y quién sabe si ello no nos acercará a una visión más crítica de su particular conducta posterior, que a nuestro juicio tiene algo de patológica.

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Con la misma intención añadiremos algunos documentos, en su gran mayoría publicados por distintos autores, pero que pueden ser de cierta utilidad para entender momentos concretos de la vida de Enrique de Aragón. Los primeros, inéditos, y anteriores a esta, serán el privilegio que concedió su abuelo, Enrique de Trastámara, al otro, don Alfonso, y los del homenaje que los procuradores y alcaides de los pueblos del viejo señorío hicieron de tener por marqués a su nieto a la muerte de este; documentos que bien pudieron haber sido el origen de una biografía brillante y exitosa, pero que solo fueron el principio de una frustración en la que se resume casi toda la vida de Enrique “de Villena”. El cuarto es el traslado de la confirmación de aquella gran merced por Enrique III y su mujer, Catalina de Lancaster; garantía que parece suficiente para que aquella herencia llegara a don Enrique sin mayor contratiempo… Pero el quinto y el sexto son ya las peticiones del rey de Aragón y el propio don Alfonso para que les devuelvan las tierras y derechos que les han secuestrado, haciendo, al propio tiempo, un resumen del pleito y los defectos de aquella decisión desde el punto de vista jurídico y moral. De repente se ha hundido la soberbia del marqués de Villena, y con ella la herencia de su nieto, quien aún aumentará con sus propias torpezas sus posibilidades de recuperación, que nunca fueron muchas. El resto de las cartas que hemos seleccionado ya han sido publicadas, pero marcan los hitos de la vida mendicante y patética de quien pudo haber sido uno de los mayores ricoshombres de España, y acabó recluido en su villa de Iniesta, trabajando de forma vergonzante para algunos bibliófilos mecenas como Íñigo López de Mendoza (el famoso marqués de Santillana), prácticamente inválido, despreciado por muchos y con fama de sabio extravagante, que no era buena fama para sus coetáneos, en el mejor y más piadoso de los casos.

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VEINTE AÑOS ATRÁS: LOS ABUELOS Y EL TÍTULO DE MARQUÉS DE VILLENA

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nos veinte años antes de que viniera al mundo Enrique de Villena, sus abuelos materno y paterno, Enrique de Trastámara y Alfonso de Aragón, estaban enzarzados en una guerra a muerte contra el mismo adversario: el rey Pedro I de Castilla y León, que había dado el título de señor de Villena a su hijo don Sancho, tras matar a la hija de Fernando Manuel, Blanca Manuel, la nieta de don Juan y biznieta del infante don Manuel, fundadores de este señorío4, “por heredar las sus tierras”, según López de Ayala. Alfonso de Aragón, conde de Ribagorza, y señor de Gandía y de Denia en Valencia, capitán general aragonés en este mismo reino, rechazó al castellano, se alió con Navarra y estableció “una estrecha amistad y confederación” con don Enrique, el conde de Trastámara, uno de los hermanos bastardos de don Pedro y aspirante a su trono5. Ambos habían firmado en Burriana, el 10 de junio de 1363, un acuerdo que incluía la ayuda militar del primero al segundo para que conquistara el trono de Castilla, y la boda de Jaime de Aragón6, hijo de Alfonso, con Leonor de Trastámara, hija de don Enrique y de Juana Manuel, la última heredera de don Juan, verdadero creador de aquel gran señorío de Villena, que sería la herencia de este matrimonio y de sus descendientes7. Sobre la creación y evolución de este señorío, ver A. Pretel Marín y M. Rodríguez Llopis, El señorío de Villena en el siglo XIV, Albacete, IEA, 1998. 4

5 Sobre este conflicto regional en concreto, que es parte de la guerras civiles de Castilla y Aragón y entre ambas, ver A. Pretel Marín, “El cambio dinástico y la crisis de mediados del siglo XIV en el señorío de Villena”, Congreso de Historia del Señorío de Villena, Albacete, IEA, 1987, pp. 305–332. Obras más generales: M. Lafuente Gómez, Un reino en armas: la guerra de los dos Pedros en Aragón (1356–66), Zaragoza, 2013; y desde el punto de vista levantino, J. V. Cabezuelo Pliego, La guerra de los dos Pedros en tierras alicantinas, Alicante, IC Juan Gil Albert, 1991. 6 J. Zurita, Anales de la Corona de Aragón, IX–LII. Dice que este don Jaime moriría después, todavía joven, pero no relaciona esta muerte con la cautividad que sufrirá más tarde. 7 Acuerdo confirmado en Morvedre (Sagunto), el 12 de junio de 1365. J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell, duc reial de Gandía, Ed. Digital, Gandía, 2012, p. 76.

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Poco después, los dos se librarían de otro competidor peligroso para ambos, el infante Fernando de Aragón, que podía aspirar al trono de Castilla, pues su madre era hermana de Alfonso el Justiciero, y al de Aragón, como hijo de Alfonso el Benigno y medio hermano del rey Pedro IV. Inducido por ellos, este último le hizo detener en Burriana, acusado de haber robado su tesoro y de una posible e inconcreta traición, y al resistirse fue muerto por servidores de Enrique de Trastámara, como Pedro Carrillo (el mismo que años antes sacó a Juana Manuel de poder de don Pedro y la llevó hasta Asturias, donde estaba su esposo, encubiertos los dos con máscaras de cuero, en una novelesca operación sorpresa). Mientras tanto, el apoyo de Alfonso de Aragón –quien había recibido el valle de Ayora, que antes fue del difunto don Fernando8– se tradujo en la puesta al servicio del conde de Trastámara de numerosas lanzas, que en enero de 1366 entrarían con él y con las compañías mercenarias de Beltrán du Guesclin y Hugo Calveley, en tierras de Castilla. Con esta ayuda, Enrique se proclamaba rey, en Calahorra el día 16 de marzo, en presencia de aquellos capitanes. Pedro I huyó y ordenó abandonar el reino de Valencia, incendiando las villas y castillos que conservaba en él, mientras que su rival convocaba sus cortes en la ciudad de Burgos, cabeza de Castilla, donde se coronó y empezó a repartir numerosas mercedes, a menudo atendiendo a compromisos previos; entre ellas, el título de marqués de Villena –el primer marquesado que se daba en el reino– a Alfonso de Aragón9, y el ahora vacante de señor de Vizcaya al bastardo don Tello. Numerosas ciudades, como Villarreal, Madrid o Cuenca, y muchos caballeros procedentes del campo enemigo, le ofrecieron entonces vasallaje; entre ellos, don Pedro González de Mendoza y su tío, don Íñigo López de Orozco, al que Juana Manuel, que regresó a Castilla aquel mismo verano, concedió Santa Olalla, que ya tuvo su padre en administración bajo don Juan Manuel. De esta forma, linajes que habían sido petristas se mezclaron con otros de antigua tradición trastamarista, como el de Álvar García de Albornoz o el de Pedro Carrillo, y para casi todos habrá alguna merced de don Enrique cuando el “tirano” escape a Bayona y Burdeos, buscando a toda costa la ayuda de Inglaterra.

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J. Zurita, Anales de Aragón, Zaragoza, 1978–80, IX, LV. El 22 de mayo de 1364.

“...e dio a don Alfonso, conde de Denia, del regno de Aragón, que venía con él, la tierra que fuera de don Juan, fijo del infante don Manuel; maguer pertenescia a la reyna doña Juana, su muger del dicho rey don Enrique, que era fija legítima del dicho don Juan Manuel; e mandó que le llamasen marqués de Villena” (P. López de Ayala, Crónica del rey don Pedro, p. 541).

Don Enrique de Villena: retrato de un perdedor

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La merced del citado señorío de Villena, la “tierra de don Juan”, a Alfonso de Aragón, por servicios que este le prestó, “mayormente en el conquerimiento de los nuestros regnos”, respondía, obviamente, al compromiso previo, pero también a un deudo de auténtica amistad entre el nuevo monarca y el aventurero. Se plasmó en un solemne y generoso privilegio rodado, mucho más detallado de lo que es habitual, dado en Burgos, a 5 de febrero de 136710, por el rey don Enrique y su mujer, doña Juana Manuel –que declara no obrar inducida por fuerza o por miedo11– y su hijo don Juan, para que no quedaran dudas de la renuncia de estos a la tierra que fue de su linaje. El nuevo marquesado comprendía la “tierra de don Juan”, que era mucho mayor que la que este heredó de don Manuel, incluyendo el alfoz de Alarcón, el Infantado y villas anexadas por aquel gran señor. Se extendía por seis provincias actuales: “las villas e castiellos de los lugares que se siguen: Villena, Sax, Yecla, Almansa, Fellín, Touarra, Libriella, Chinchiella, Alcalá, Xorquera, Ves, Alarcón, el Castiello de Garcimuñoz, Belmonte, Montaluo, Çafra, Villar de Saz, Buenache, La Robda, El Prouençio, La Puebla de Almenara, Villanueua, Yniesta, El Congosto, Çifuentes, Salmerón, Valdoliuas, Alcoçer, Azeñon, Palaçuelos, Escalona, Aldeanueua, Daça”; las cuales le serían concedidas en juro de heredad no revocable, “con todos los omnes e mugeres asy cristianos como jodíos e moros moradores e los que adelante vinieren morar”, con sus términos, aguas hierbas, montes, pesqueras, salinas, dehesas, piedras, montañas, y pechos y derechos: el almojarifazgo, portazgos, ferias, tiendas, varas, martiniegas, marzadgas, caloñas y yantares, escribanías, cabezas de pecho de judíos y moros, fonsaderas, servicios, pedidos y monedas, peajes, molinos, hornos, hueste y cabalgada, con mero mixto imperio, y señorío alto y bajo… Incluyendo también cualquier otro derecho o posesión que en su día tuviera la familia Manuel, la que se conocía por “casa de Villena”. El marqués, por su parte, se obligaba en el mismo documento –que parece un contrato, más que un privilegio– a servir al monarca y a sus herederos en cualquier circunstancia, recibirle en sus villas y castillos, hacer guerra o paz según sus mandamientos y acudir a sus emplaza­mientos, no vender ni trocar el marquesado ni parte alguna de él sin licencia real… Y dejarlo en herencia tras su muerte a su hijo don Jaime, que habría de casar con la infanta Leonor, hija de don Enrique y de Juana Manuel, lo que permitiría, en cierto 10 11

p. 26.

Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, Fols. 108–110. Ya lo hacía notar E. Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena, su vida y obras, Madrid, 1896,

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modo12, mantener el sistema de “apanage” –señorío vinculado a un infante real– que tuvo con la casa anterior “de Villena”. De esta forma, una hija del monarca, y luego un nieto suyo –que sería biznieto de don Juan– vendrían a gobernar este gran territorio castellano, que estaría sometido al mismo titular que los de Ribagorza, Denia, Gandía y Ayora, en tierras de Aragón. Se trata, en cualquier caso, de un viejo señorío, ahora renovado, situado en frontera y unido por la sangre a las dos monarquías; pero aunque don Alfonso comienza ya a ejercer sus derechos sobre él, es bastante probable que una buena parte siguiera todavía en manos enemigas. Además, la contienda dio un vuelco inesperado cuando Pedro I cruzó los Pirineos con Eduardo de Woodstock, el Príncipe de Gales –el que luego será más conocido como “Príncipe Negro”– y el día 3 de abril de 1367 aplastó a las fuerzas enriqueñas en Nájera, haciendo prisioneros, entre otros, a don Pedro González de Mendoza, a don Álvar García de Albornoz (rescatado muy pronto por su tío, el cardenal don Gil), y al marqués de Villena, don Alfonso, que quedó en poder de los ingleses durante cinco años.

Batalla de Nájera. Crónicas de Froissart J.L. Pastor Zapata, “Un ejemplo de “apanage” hispánico: el señorío de Villena (1250–1445)”, Revista del Instituto de Estudios Alicantinos, vol. 31, pp. 15–40. Lo habitual, sin embargo, es que estos “apanages” se entreguen a un infante varón de la familia. 12

Don Enrique de Villena: retrato de un perdedor

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Y aunque el efecto de esta fulgurante victoria, que hizo escapar Juana y a Enrique de Castilla, no fue muy duradero (las crueles venganzas de don Pedro y el impago de deudas al inglés le enajenaron pronto el apoyo de este), para el nuevo marqués, y para el marquesado, pareció decisivo. Cuando Eduardo de Gales entra en conversaciones con el rey de Aragón se plantean distintas soluciones, casi todas las cuales tienen como prenda de paz y moneda de cambio al señorío que fue de los Manuel, que pudo haber pasado con el reino de Murcia, Cuenca, Requena y otras villas de la frontera, a la soberanía aragonesa13. Al final el inglés decidió retirarse. En septiembre volvía Enrique de Trastámara con nuevas compañías mercenarias francesas, cruzaba Ribagorza, donde fue abastecido y acogido por el padre de Alfonso de Aragón, y era recibido en Castilla por numerosos pueblos, ciudades y señores; entre ellos, los Mendoza, que ocuparon la tierra de Alarcón, el partido del norte de la antigua tierra de los Manuel. A lo largo de 1368 el cerco de Toledo, el apoyo del maestre de Santiago a los trastamaristas y los golpes de mano y luchas banderizas en el reino de Murcia convirtieron La Mancha en campo de batalla, pero cuando a principios de 1369 vuelven las compañías con Bertrand du Guesclin, la balanza se inclina definitivamente en contra de don Pedro, que será derrotado y muerto en Montiel el 14 de marzo. Los últimos petristas de esta zona se verán obligados a rendirse, como ocurre en el caso de Alcaraz, aunque esta decisión permitiera a su aldea de Las Peñas hacerse independiente defendiendo la causa del “tirano” difunto por un corto período14. En cuanto al señorío de Villena, la villa de Chinchilla, la más fuerte del partido del sur (obispado de Murcia–Cartagena), había sido ocupada por los trastamaristas en los últimos tiempos de la guerra, aunque el resto –Almansa, Hellín, Yecla; y Villena y Sax, devueltas estas últimas a la soberanía castellana tras la pasada lucha con Aragón– parecen seguir fieles a don Pedro hasta el fin; pero cuando después de la batalla, y aún desde Montiel, el nuevo rey envía al conde de Carrión don Juan Sánchez Manuel, primo de doña Juana, al frente de un ejército, para que sometiera a estos y otros lugares todavía rebeldes en el reino de Murcia, la resistencia es mínima. Al pasar ocupó el castillo de Peñas de San Pedro (aunque sin devolverlo a Alcaraz) y el 11 de abril se reunía en Hellín con los procuradores de las villas citadas, que aceptaron la nueva dinastía, pero a condición de tener por señora solamente a la esposa del 13

Zurita, Anales…, IX.LXI y X.III.

A. Pretel Marín, El castillo de Peñas de San Pedro, del encastillamiento al villazgo, Albacete, IEA, 2005, pp. 81–98. 14

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rey doña Juana Manuel, “por quanto es fija de don Iohan, nuestro sennor que fue, que Dios perdone... y ...heredera de la casa de Villena”15, y advirtiendo que nunca aceptarían a ninguna persona “del regno e sennorío de Castiella nin de otros regnos, synon aquellos que deçiendan de la linea derecha de la casa de Villena” (una clara alusión a don Alfonso, al que el rey las había concedido, aunque seguía aún prisionero en Gascuña). Además, los concejos pedían una amnistía para cualquier delito cometido hasta entonces y la confirmación de todas sus franquezas, más la exención de pechos por diez años como compensación de los daños sufridos a manos de los aragoneses durante la contienda “en esta tribulación deste tienpo malo que es pasado”. .

Juana Manuel, la última heredera del linaje Manuel, la “casa de Villena” 15 J.M. Soler García, La relación de Villena de 1575, Instituto de Estudios Alicantinos, Alicante, 1974, Doc. 15.

Don Enrique de Villena: retrato de un perdedor

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Durante mucho tiempo, el nuevo rey dudó si debía hacer honor a la palabra que en las Cortes de Burgos había dado al marqués, ahora prisionero, o cumplir lo que el conde de Carrión había prometido en su nombre a los pueblos: tener a doña Juana como única señora. Ni siquiera sabía cómo llamar a estos: llamarles “marquesado” sería dar por buena aquella donación, y hablar de señorío de Villena implicaba vincular el estado a su esposa, la última Manuel. Por eso, en 1370 se habla solamente de la tierra que fue de don Iohan, fijo del infante don Manuel”, y el gobierno de este territorio aparece confiado a un “alcalle e alguazil mayor”, Ferrand López de Orozco, que ostentaba al propio tiempo el oficio de repostero mayor del infante don Juan, hijo y heredero del rey Enrique y de Juana Manuel (después, López de Orozco sería relevado por don Pedro González de Mendoza, mayordomo mayor del mismo infante, “al cual la dicha tierra fue encomendada e las fortalezas della”). ¿Acaso don Enrique pensaba conceder a su hijo don Juan, la tierra de su tío y su abuelo materno; y por ello entregaba su gobierno a dicho repostero? Desde luego, la idea era muy adecuada desde el punto de vista dinástico y político, pues se respetaría la voluntad expresada por los pueblos del mismo, ya que el príncipe era nieto de Alfonso XI y de don Juan Manuel y heredero de ambos. Era la solución que se adoptó, con argumentos mucho más discutibles, como opina Moxó16, en el caso de otros señoríos, como el de Vizcaya y el de Lara, vacantes por la muerte reciente de don Tello y entregados al mismo don Juan17, cuando su madre solo era sobrina del titular de aquellos, don Juan Núñez de Lara18. La mayor diferencia entre los casos de Vizcaya y Lara y el de Villena era, precisamente, la promesa otorgada a Alfonso de Aragón, todavía prisionero, en quien la misma Juana había renunciado. Un compromiso que ahora pesaba sobre el rey como una hipoteca, aunque, acaso pudiera entenderse aflojado por haber muerto ya don Jaime, heredero del marqués. Pero, en tanto, la esposa de este último, Violante de Arenós, y su 16 S. Moxó, “De la nobleza vieja a la nobleza nueva”, Cuadernos de Historia. Anexos de Hispania, vol. 3 (Madrid, 1969) p. 192.

“....e dio el rey el sennorío de Lara e de Vizcaya a su fijo el infante don Juan, que era primero heredero del regno, por quanto non dexo fijo legítimo don Tello; e otrosi porque estos dos sennoríos pertenescían por herencia a la reyna doña Juana, su mujer, madre del dicho ynfante” (P. López de Ayala, Crónica del rey don Enrique II, Ed. BAE, Madrid, 1953, pp. 7–8) 17

18 A este respecto es curioso observar la argumentación que en 1373 hace María de Lara, cuando reclama los señoríos de Lara y Vizcaya, y justifica su postura diciendo que con la misma razón hereda Juana Manuel el señorío de don Juan Manuel, por ser más cercana de linaje, siendo tía de doña Blanca, y no el rey Fernando de Portugal, su sobrino, hijo de Constanza (P. López de Ayala, Crónica de Enrique II, p. 19).

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procurador general Pere March, que también había estado prisionero como él, aunque ya estaba libre tras haber abonado su rescate, intentaban reunir al menos una parte de las 150.000 doblas que les pedían para la libertad de su marido solicitando avales a amigos y parientes19. Al final fue preciso pagar un primer plazo y dejar en rehenes por el resto a sus hijos, pero estos negocios llevaron algún tiempo. Parte del marquesado estaba administrada, desde que la ocuparon al final de la guerra, por ciertos caballeros como Álvar García de Albornoz, al que el nuevo monarca había recompensado con su mayordomía mayor y con el señorío de Utiel, y don Pedro González de Mendoza, mayordomo del infante don Juan, que mandaban las tropas reales que en todo este sector combatían a las fuerzas valencianas en torno a la disputada plaza de Requena, en la que rechazaron a los aragoneses20. El Mendoza tenía en su poder bastantes fortalezas (luego aprovechará sus buenas relaciones para hacerse con un notable patrimonio en tierras alcarreñas21) y el Albornoz, que acaso había sometido varias localidades en el partido norte y en sus alrededores, mantendría contactos con el marqués cautivo, Alfonso de Aragón, o sus representantes, para comprarle algunos pueblos del Infantado, sin renunciar por ello a casar a su hijo, micer Gómez, con Constanza Manuel, la última descendiente de la rama bastarda de don Juan y heredera de aquellos pequeños señoríos del partido del sur –Carcelén, Montealegre– que el “tirano” don Pedro entregó como aldeas a Jorquera y Chinchilla. Viendo que el señorío que le habían otorgado estaba en el alero, el marqués don Alfonso aceleró sus tratos y pidió a su pariente Gastón de Bearne y Foix que abonara por él la mayor parte de lo que aún debía pagar a los ingleses, poniendo en su poder, a manera de fianza, a su hijo don Pedro, aunque él mismo sería retenido también por mayor garantía. Mientras tanto, enviaba desde Orthez a sus vasallos Francesc de Vilarasa, Rodrigo de Cervera y Pere de Orriols su autorización para vender por él parte de aquellas villas que en 19

J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell, duc reial de Gandía, Gandía, 2012, pp. 89–90, 95–96.

20

P. López de Ayala, Crónica de Enrique II, p. 2. Zurita, Anales…, X.VII.

Bien pronto, en 1375, el marqués le cedería gratuitamente Aldeanueva, Deza y Palazuelos, para que pudiera incluirlos en su mayorazgo. Después, a partir de 1379, sus primas, las hijas de Íñigo López de Orozco, le venderían muchos otros lugares (Argecilla, Tamajón, Robredarcas, Cutamilla, Carabias, etc.), pueblos que en su mayor parte habían estado ya, como los citados del señorío de Villena, bajo la administración provisional de Pedro González de Mendoza. En 1380, este fundaba el mayorazgo de Hita, que también había sido de Íñigo López. A. Franco Silva, “El adelantado de Cazorla, don Pedro Hurtado de Mendoza, Gades, 11 (1983), pp. 135–160, pp. 146 y sigs. 21

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Castilla le habían concedido. Álvar García, en nombre de su hijo micer Gómez García de Albornoz, le compró Valdeolivas, Salmerón y Alcocer, previa autorización de la marquesa Violante de Arenós y de Enrique II, por documento dado en la ciudad de Cuenca el día 13 de junio de 1371. Un par de años después todavía entregará a su amigo y vasallo Rodrigo de Cervera, por los muchos servicios que le hizo en su ausencia (y puede que también a cambio de dinero, aunque esto no consta por escrito), la Puebla de Almenara, pequeño señorío al norte de Alarcón22. Pero aún no estaba claro si algún día pudiera ser puesta en cuestión la legitimidad del vendedor para hacer estos tratos, por lo que Álvar García Albornoz solicitó y obtuvo, el 22 de septiembre de 1371, en las Cortes de Toro, la aprobación del rey y de Juana Manuel, “como reina y señora, y así como heredera de los bienes de don Juan, mi padre, que Dios perdone, cuyos fueron los dichos lugares”. Algo muy semejante harán los herederos de Diego Fernández de Cuenca al hacerse confirmar otra vez, el 7 de septiembre, no ya solo su villa de Minaya, sino los añadidos de justicia y mero mixto imperio, que antiguamente correspondió a los señores de Villena23. Incluso algún concejo, como el de Chinchilla, conseguirá, con fecha 22 de septiembre, que el rey le ratifique todos sus privilegios otorgados por sus antecesores y por don Juan Manuel, don Fernando y doña Blanca Manuel, “cuya fue la dicha villa”, sin citar para nada a don Alfonso ni al derecho que él o doña Juana tuvieran al respecto24. Señal de que el dominio de Alfonso de Aragón sobre este territorio todavía no estaba asegurado. Por entonces, en un cuaderno de alcabalas fechado el 25 de septiembre de 1371 en las Cortes de Toro, el rey enumeraba varias necesidades, y entre ellas la de armar nuevas galeras para ayudar a Francia, recuperar las villas y castillos que tenía ocupadas el rey de Navarra, las bodas de su hija Leonor…, y el rescate de su hijo don Alfonso y el Marqués de Villena, “que fueron preEl 15 de marzo de 1373, desde Ayora, el marqués don Alfonso, reconociendo los ser­vicios de Rodrigo de Cervera, caballero de su casa, “señaladamente en la entrada la qual con nos en vno feziestes en Castiella”, otorga en dona­ción perpetua no revocable para él y sus sucesores, la villa de Almenara, o Puebla de La Almenara, con sus hombres, mujeres, térmi­nos, tierras, aguas, moli­nos, hornos, montes, bosques, herbajes y demás derechos, como él la recibió con el resto del marquesado del rey Enrique II. Retiene, sin embargo, la justicia criminal “por la qual se sigue muerte o cortamiento de miembros” y la capacidad de exigir pedidos o demandas, los servicios de hueste y cabalgada, el derecho de ser acogido en la villa de día o de noche, y la obligación de Cervera de hacerle homenaje como señor y hacer guerra y paz por su mandato. AHN, Osuna, Leg. 2048, nº 3; Publ. A. Pretel Marín, “El cambio dinástico..., pp. 331–332. 22

23

D. Torrente Pérez, Documentos para la Historia de San Clemente, vol. I, p. 23.

24

A. Pretel Marín, “La crisis dinástica...” p. 331, doc. 4.

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sos por nuestro seruiçio en la pelea que ouiemos con el prínçipe de Gales”25. Por lo tanto, parece que ya daba por buena la renuncia a la herencia paterna de su esposa en beneficio del noble aragonés, que recuperaría sus derechos cuando se viera libre; pero tampoco esto debía de estar claro: el 8 de octubre, el judío Samuel Abravalla del Castillo, arrendador de tercias, se dirige a todo el reino de Murcia y obispado de Cartagena diciendo que Haym de Haro las iba a recaudar, pero habla de “las villas e lugares que don Juan fijo del infante don Manuel auia en el dicho regno de Murcia”26, y a fines de diciembre, cuando el rey ordena desde Burgos a todos los concejos de este mismo reino que consientan pacer libremente en sus términos a los ganados de Villena, como hacían en tiempos de don Juan Manuel27, cita a este, pero no al marqués ni a otro señor alguno. Sin embargo, después de pagar la mayor parte de su propio rescate, don Alfonso salió de su prisión en Foix, a finales de marzo de 1372, y regresó a Castilla con su hijo don Pedro28. El 8 de agosto de este año, desde Burgos, el rey y su mujer, revalidando la merced otorgada cinco años atrás en las Cortes de Burgos, ordenaban a Pedro González de Mendoza, mayordomo del infante don Juan y administrador del territorio que fue de los Manuel, que pusiera al marqués de Villena en posesión del mismo29, y a todos sus concejos y alcaides de castillos que le hicieran el pleito homenaje debido. No parece que hubiera resistencia, aunque sin duda alguna tampoco hubo entusiasmo entre sus nuevos súbditos, y en las juntas de los representantes de los pueblos que tuvieron lugar en El Castillo –el de Garcimuñoz– el 13 de septiembre de 1372, para hacer homenaje a don Alfonso, siguiendo la costumbre de tiempos manuelinos, hay algunos detalles muy significativos: faltan varios concejos, y los procuradores de Villena han “olvidado” el sello de su villa, con lo que lograrán que el marqués vaya a jurar en ella, como cabeza histórica de todo el señorío.

25 Recaudarán estos impuestos el judío Zag el Leví de Alcaraz, morador en el castillo de Garcimuñoz, y Zag Abenaex de Murcia. L. Pascual Martínez, Documentos de Enrique II, (CODOM VIII), Academia Alfonso X, Murcia, 1983, p. 117. 26

p. 10. 27

F. Veas Arteseros, Documentos del siglo XIV, CODOM, X, Academia Alfonso X, Murcia, 1985, J.M. Soler García, La relación... doc. XIX.

Las cuentas de lo recaudado para la liberación del marqués don Alfonso y del viaje de su hijo don Pedro a Orthez (en marzo de 1372) en Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9607. 28

29

Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, Fols. 110v–111.­

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Al pasar parará en Chinchilla30, Tobarra31 y Almansa32, prometiendo en cada una mantener los derechos, usos y libertades que tenían de los reyes pasados y “de el infante don Manuel e de don Iohan Manuel e de don Ferrando su fijo, vuestros sennores que fueron, que Dios perdone”33. Parecía evidente que el marqués se vería obligado a vivir con la sombra brillante de sus antecesores, mucho más respetados que él por sus vasallos, que los idealizaban como los creadores de su prosperidad y de sus peculiares usos y privilegios. No logrará el aprecio de que aquellos gozaron, pero maniobrará inteligentemente y se presentará como continuador de su obra de gobierno, lo que probablemente hubiera conseguido de no ser por el lastre de la deuda adquirida por su liberación. Don Jaime de Aragón, el hijo del marqués destinado a casar con la

Garcimuñoz. Restos del monasterio de San Agustín en el que fue jurado el marqués de Villena, Alfonso de Aragón, en 1372

infanta Leonor y heredar en su día el marquesado, había muerto mucho antes, en la villa de Orthez, parece que de un tiro de flecha en la cabeza, cuando iba con su hermano a quedarse en rehenes por su padre (de hecho, doña Leonor 30

A. Pretel Marín, “El cambio dinástico…”, p. 331.

H.V. Navarro Pascual, Tobarra en el tránsito de la Edad Media a la Moderna a través de sus ordenanzas, Ayto. de Tobarra, Albacete, 1991, p. 227. 31

32

A. Pretel Marín, Almansa medieval, Ayto. de Almansa, Albacete, 1981, p. 206.

33

J.M. Soler García, La relación de Villena…, pp. 254–256.

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fue ofrecida a los príncipes y reyes de Aragón, Portugal34… y terminó casándose con Carlos de Navarra algún tiempo después). Aunque Martí Eximénez, que enumera por orden a los hijos, dice que don Alfonso, nacido en 1362, fue el primero de todos, seguido por don Jaime, don Pedro, Leonor, Violante y Juana, y aunque Castillo Sáinz, que tiene sus reservas, no acabe de afirmarlo35, creemos evidente que el mayor debió de ser don Jaime. Por lo tanto, los dos hijos cautivos en un primer momento fueron Jaime y Alfonso, los mayores, y no Pedro y Alfonso, como dice Zurita36; aunque Pedro, con 7 u 8 años, también fue conducido a Orthez, y recogido nueve meses después por el fiel Pere March, que se encargó de las negociaciones con Inglaterra y Foix37. La muerte de don Jaime exigió, en todo caso, revisar los acuerdos entre el rey –que ya le había donado 90.000 florines para aquellos rescates– y el marqués de Villena, sustituyendo aquel matrimonio pactado del difunto con la infanta Leonor por los de dos bastardas de Enrique de Trastámara con los dos hijos vivos del Alfonso de Aragón, don Alfonso y don Pedro38. Las bastardas no eran descendientes del linaje Manuel, como Leonor, por lo que se rompía 34

J. Zurita, Anales…, X.VII y X.X.

J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, pp. 49–50. Habla de lo que dice Zurita de que Jaime era el hijo mayor, y plantea sus dudas respecto al testimonio de Martí Eximénes. 35

36 Adiciones a la Crónica de Enrique III, Ed. BAE, 1953, p, 256. Dice que el rey le dio 50.000 florines y le prestó 60.000 doblas para pagar el rescate de sus hijos don Pedro, que estaba en poder del conde de Foix, y don Alfonso, que estaba en las del Príncipe de Gales, y que por esta causa se concertó el matrimonio de ambos con Juana y Leonor, las bastardas del rey.

Como podremos ver en documentación que incluimos en nuestra selección al final de este libro, cuando el rey de Aragón escriba al de Castilla a favor del marqués, y a su dictado, unos años después, dirá que don Alfonso fue preso en la de Nájera, “e preso esta bien por v anyos, e por exir de la preson hauie a possar sus fillos en reenas, el vno de los quales hy mory, e el otro, yes a saber el comde, hi yes estado preso xxii anyos, por la preson del qual ha espendidas grandes quantias de moneda; e subseguiente mente morie su fillo don Pedro en seruiçio del rey vuestro padre en la batalla de Portogal”. Por lo tanto, el que muere en cautiverio es el mayor, don Jaime, y el que queda en rehenes, don Alfonso. Don Pedro solo estuvo nueve meses por rehén, y no de los ingleses, sino de su pariente, Gastón, conde de Foix, que avalaba a su padre. Desde 1371 en adelante se conservan bastantes documentos de la correspondencia entre el marqués y sus representantes con el conde de Foix, el rey de Aragón, conde de Urgel y otras personas, al efecto del pago del rescate y cuestiones pendientes tras la liberación del señor de Villena y de su hijo Alfonso; y sobre un proyecto de matrimonio de este con la infanta María de Navarra (Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional y Varia). Desmenuza estos datos con detalle J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, pp. 95 y sigs. 37

38 P. López de Ayala, Crónica de Enrique III, p. 256 y J. Zurita, Anales..., X–LIV. El rey cita este doble compromiso matrimonial en su testamento de 1374, cuando se preveía una compensación de 20.000 doblas a Leonor si no se produjera su boda con Alfonso, y la entrega de Urueña a doña Juana si no llegara a término la que había contraído con don Pedro (Crónica…, p. 41). Pero ya se habla de él en documento de 23 de agosto de 1372, en Burgos. J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 124–125.

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ese importante lazo con la casa de Villena anterior; pero el marquesado ya estaba concedido, de forma que no había que hacer innovación, salvo garantizar por vía diferente la unión con el monarca, y de paso arreglar el problema de este de casar a sus hijas ilegítimas –a las cuales dotó con 30.000 doblas a cada una– y el de la libertad de aquellos dos muchachos. Según lo concertado, la boda del primero con Leonor la bastarda (que no con su hermanastra de ese mismo nombre39) debería celebrarse a los dos años de su liberación; la del segundo, en cuatro, porque era más joven; pero a cambio el marqués de Villena se obligaría a entregar a don Pedro el marquesado, que se convertiría en mayorazgo, reservándose solo el usufructo en vida40. Como luego veremos, la de Alfonso y Leonor no se celebrará, pero la de don Pedro con Juana la bastarda tendrá lugar en Burgos a principios de 137841, y de ellos nacerán unos años después Enrique y Alfonso, los dos hijos varones, que habrían de heredar el título y las tierras del marqués de Villena cuando este y su padre fallecieran, según el compromiso al que habían llegado los abuelos. Estos son los derechos de donde viene el título de Enrique “de Villena”, que fue el hijo mayor, aunque aún faltan años para su nacimiento.

El puente de Orthez, donde murió don Jaime y quedaron en rehenes el marqués y don Pedro

Creemos que Castillo las confunde, al decir que Leonor es la que antes se prometió a don Jaime (J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 50). En realidad aquella es Leonor, la legítima, que después de la muerte de don Jaime estuvo prometida a Fernando I de Portugal, y acabó como reina de Navarra. 39

40

J. Zurita, Anales…, X–LIV.

41

P. López de Ayala, Crónica de Enrique II, p. 32.

31

UN NATALICIO EN CASA DEL PRIMER CABALLERO DE CASTILLA

S

iguieron unos años de buenas relaciones con ambas monarquías. El marqués de Villena y su hermano, el de Prades, llegaron a mediar entre ellas en el breve período de guerra de mediados de los años setenta42. Las paces, que el marqués firma en primer lugar con otros cortesanos, incluyeron la boda del infante heredero de Castilla, don Juan, con Leonor de Aragón. Castilla pagaría 80.000 florines, tanto por los gastos del viaje de la novia como por compensar a los aragoneses los gastos que habían hecho en Molina, Requena, Utiel y Moya, que habría de devolver; dinero que pagaron disciplinadamente y por repartimiento los pueblos del marqués, junto al reino de Murcia, aunque con cierto atraso debido a la escasez de moneda de oro, a su recaudador, el judío don Samuel Abravalla43. Don Alfonso, al que vemos todavía en Ayora al comenzar abril de 137544, asistía en mayo y junio, como amigo y pariente de los padres de ambos contrayentes, a las brillantes fiestas que reunieron en Soria a la mejor nobleza de Aragón y Castilla con motivo de las lujosas bodas del infante heredero con la hija del rey de Aragón y su hermana Leonor y el heredero del reino de Navarra; bodas que clausuraban un período de guerras entre todos los reinos españoles. Poco después juraba, como representante de Castilla, junto En esos años, tanto don Alfonso como sus hermanos, el conde de Prades y el obispo de Valencia tenían un gran ascendiente sobre el rey de Aragón. Poco tiempo después, ambos conseguirían que el aragonés, inclinado a la guerra con Castilla por el asunto del desafío de Juan Ramírez de Arellano y el conde de Rueda, diera el brazo a torcer (P. López de Ayala, Crónica de Enrique II, p. 30). Consúltese también J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 145. 42

L. Pascual Martínez, (ed.) Documentos de Enrique II, Academia Alfonso X, Murcia, 1983, pp. 299–301. 43

44

CODOM X, p. 90.

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a Pedro González de Mendoza y el conde de Carrión, los acuerdos de paz establecidos, mientras por Aragón lo hacían sus hermanos, el arzobispo de Valencia y el conde de Prades45. La familia era ya de las más influyentes en ambas monarquías, y el propio don Alfonso estrechaba sus lazos con la nueva nobleza castellana: en mayo de este año concedía a don Pedro González de Mendoza las villas de Aldeanueva, Palazuelos y Deza, “por uos dar galardón, por quanto touistes en encomienda esta mi tierra del mi marquesado e me la touistes bien guardada fasta que me la entregastes”46 (aunque es de pensar que quizá recibiera algún pago por ellas), y con la aragonesa (en julio de 1377 casaría a su hija doña Juana con el hijo mayor del conde de Cardona47). Con estas relaciones, y con sus señoríos fronterizos, estratégicamente situados en ambas monarquías y dotados de gran inmunidad, vasallo de las dos, pero prácticamente independiente, el marqués era casi otro rey más de España, a falta de corona. A pesar de sus graves problemas económicos, a pesar del rechazo de sus súbditos y de ser de un linaje diferente, casi puede decirse que estaba consiguiendo restaurar con ventaja el poder y el prestigio de la “Casa de Villena” genuina, la de don Juan Manuel, cuyo nombre y emblemas empezó a utilizar añadiendo a su escudo aragonés el ala y el león de aquella gran familia, que se identificaban no ya tanto con ella como con el estado que había gobernado (de hecho, muchos pueblos las habían adoptado también como armas propias48), y cuyo proceder tratará de imitar manteniendo las juntas de los procuradores de los pueblos para solemnizar momentos trascendentes y tomar decisiones de gobierno, y renovando otras instituciones suyas.

Escudos de las casas de Manuel y Aragón de Villena y supuesto retrato de don Juan Manuel 45

J. Zurita, Anales..., X–XIX.

46

Real Academia de la Historia, Col. Salazar, 47654.

47

Zurita, Anales, X–XXI.

Pretel Marín, A., “Las armas de los Manuel en la heráldica municipal de la provincia de Albacete”. Al–Basit, Revista de Estudios Albacetenses, Nº 11 (1982) pp. 5–26. 48

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Todavía quedaban, sin embargo, diferencias pendientes con otros caballeros. A las bodas de Soria también había acudido, por ejemplo, micer Gómez García de Albornoz, sobrino del famoso cardenal Albornoz (que le había dejado los lugares de Uña, Cañizares, El Hoyo, Aldehuela, Valdemeca, Casas de la Dehesa, y Villar de Salobre, que añadió a los comprados al marqués), y esposo de Constanza Manuel, heredera de todos los derechos de esta rama bastarda sobre los señoríos de Montealegre y Carcelén. Como duque de Tusculi, conde de Asculi y conde de la marca de Ancona, capitán de las tropas pontificias y senador de Roma, llegó con gran boato, con un acompañamiento de 600 caballos, vajilla de oro y plata y aderezos de joyas y divisas, y produjo una gran impresión en la corte49, donde será nombrado mayordomo mayor por el monarca. Los efectos serían inmediatos: el 18 de junio el rey ordenaría devolver lo embargado a Constanza Manuel por Pedro I, como eran Montealegre y Carcelén, ahora aldeas de Jorquera y Chinchilla, villas de don Alfonso. Pero, como don Gómez ya no volvió a Castilla (se quedará en Italia, donde fue capitán del Papa y luego general de la reina de Nápoles50), don Alfonso fue dando largas al asunto y favoreciendo los intereses de Chinchilla y Jorquera, a pesar de otra nueva sentencia favorable a Constanza en 1377, hasta mucho después51. Lo anotamos aquí únicamente porque una de sus nietas se casará después con Diego Hurtado de Mendoza, y la otra con el nieto del marqués de Villena, nuestro biografiado Enrique de Aragón, que por este conducto pudo haber gobernado –aunque nunca lo hizo– Valdeolivas, Salmerón y Alcocer, los pueblos que su abuelo vendió a micer Gómez. Pese a la carestía propia de la posguerra y de las exacciones del propio don Alfonso, todavía agobiado por las deudas, no tardó el marquesado en renacer. Mejoró sobre todo el comercio de lanas y ganados, casi siempre volcado al reino de Valencia, y a menudo ilegal, y junto a él las ferias de Albacete –que compró su villazgo al señor, en perjuicio evidente de Chinchilla– y de Garcimuñoz, entre otras poblaciones; y también las aljamas de judíos, asentadas en varios pueblos del señorío (aunque hay claros indicios de antisemitismo, sobre todo en Chinchilla, Tobarra e Iniesta, derivados sin duda

49

P. López de Ayala, Crónica de Enrique II, p. 28.

La crónica fecha su muerte muy pronto, inmediatamente después de salir de Castilla. Sin embargo, lo papeles familiares señalan que Micer Gómez murió en Roma en 1382, y sus restos fueron traídos a España. Dejó un hijo, Juan de Albornoz, que llegaría a ser copero mayor de Juan I, y que también murió pronto, en 1389. La hija de este, María, sería la mujer de Enrique de Villena. 50

51

J. Torres Fontes, “El señorío de los Manuel en Montealegre”, p. 89.

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de la propagandística de la pasada guerra)52. Todo ello alivió, aunque no por completo, la situación penosa en que estaban las arcas del marqués, asistidas aún por concesiones de su amigo, el monarca, junto al cual celebró la boda de su hijo don Pedro de Aragón con la bastarda Juana, a principios de 1378, coincidiendo con otra entre doña Isabel de Portugal y el bastardo del rey, Alfonso Enríquez, conde de Noreña y Gijón53. Tras la boda, el marqués se retiró a su tierra. En mayo de 1378 le vemos en Iniesta54, pero con la invasión de ingleses y navarros, el rey pidió su ayuda, y él no se hizo rogar. Durante aquel verano y parte del otoño colaboró con Pedro González de Mendoza y otros caballeros en el cerco de Viana, bajo el mando supremo del infante don Juan, al cual aportaría más de 200 lanzas55 (400 caballos), entre las que encontramos a su gobernador del marquesado, Luis de Calatayud, a su alcaide de Hellín, Arnau Sánchez (o Sanz), y a otros vasallos suyos56. En ese mismo año será recompensado con una donación durante quince años de las tercias reales de su tierra, que podían valer unos treinta o treinta y cinco mil maravedíes anuales, como compensación de Peñafiel y Santa Olalla, que debían ser parte de la herencia de Juana Manuel, pero nunca llegaron a sus manos. Una fuente de ingresos que explotó, como otras, más de lo razonable, exprimiendo a sus pueblos y a sus recaudadores para incrementar sus beneficios, aun cuando ello implicara quebrantar su palabra57. Y es 52

A. Pretel Marín y M. Rodríguez Llopis, El señorío de Villena en el siglo XIV, pp. 174 y sigs.

53

P. López de Ayala, Crónica de Enrique II, p. 31–32.

Desde aquí concedía 500 maravedís anuales al convento de monjas de Cifuentes. F. Layna, Historia de Cifuentes, Guadalajara, 1979, pp. 79–80 54

55 Respecto a este y otros esfuerzos militares, véase J. Sáiz, “Una clientela militar entre la corona de Aragón y Castilla a finales del siglo XIV”, En la España Medieval, 29 (2006), pp. 97–134, p. 125. 56 P. López de Ayala, Crónica de Enrique II, p. 34. La participación de las tropas del marquesado en esta campaña, que culminó con la toma de Viana, queda documentada en las cuentas señoriales del año siguiente, que precisan pagos por un caballo que se le murió a Arnau Sánchez (vecino de Villena que sería alcaide de Hellín) en “la guerra de Nauarra”; y otros a cierto mensajero que la mujer del gobernador del marquesado (Luis de Calatayud) envió a este cuando estaba en aquella misma guerra (Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610. Cuentas de la fiscalía del marqués).

En 1396, entre otros agravios, Pere Orriols, arcediano de Moya, tesorero y vasallo del marqués y prisionero con él en la de Nájera, se quejaba de lo siguiente: El marqués le pidió que arrendara estas tercias por sí mismo, pero unos días después, en Ayora, le preguntó por qué no arrendaba los 15 años al tiempo. El tesorero dijo que era muy arriesgado, pero él le prometió que si no le iba bien siempre podría dejar su compromiso al comenzar cada año. Al final arrendó por 1.000 doblas o 38.000 maravedís al año todas las rentas del señorío, excepto Escalona y Cifuentes, de lo cual se hizo carta y contrato sellado. Entonces, Orriols puso en orden la renta y comenzó a ganar “per la bona ordenaçio e regla quel dit tresorer hauie mesa en els dits terts”, sacando mucho más de lo que nunca había producido, “de que tot hom staua marauillat”, por lo que los judíos don Samuel Abravalla, don Haym Abolex y don Çulema 57

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que su hijo Alfonso todavía estaba prisionero, y tanto su rescate como algunas gestiones que estaba realizando para intentar un canje con cautivos ingleses y gascones, como Juan Arpaden y el señor de Lesparra, capturado en el mar por barcos vizcaínos, le exigían constantes desembolsos. La muerte, el 29 de mayo de 1379, de su amigo y antiguo compañero de armas, Enrique de Trastámara, no afectará al buen trato que tenía en la corte el marqués de Villena. Juan I, recién llegado al trono, le confirmó en las Cortes de Burgos, el 15 de agosto, las mercedes del padre, afirmando que haría lo posible para sacar a su hijo Alfonso de prisión y para que tuviera efecto el matrimonio de este con su hermana bastarda, Leonor. Todo ello será aprobado igualmente por su esposa, Leonor de Portugal, y por su madre, doña Juana Manuel58, en atención a los muchos servicios del marqués, y muy en especial, a “que estudiestes en poder del rey de Inglaterra e del prínçipe su fijo, e avn esta agora preso don Alfonso vuestro fijo por la dicha razon en poder del dicho rey de Inglaterra”). Pero el joven aún tendría que esperar: el señor de Lesparra, en vez de liberarlo, como había prometido, le condujo a Burdeos, y después a Tudela y Magallón, donde le presionaron para pactar su boda con María de Navarra y firmar documentos onerosos59. Unos años más tarde, en el verano de 1382, cuando el rey determine invadir Portugal, nombrará a don Alfonso condestable60, cargo nuevo en Castilla, con plena autoridad sobre los mariscales (Fernán Álvarez de Toledo y Pedro Ruiz Sarmiento) también instituidos en aquella ocasión, para el reclutamiento y mando militar de la hueste real. Poco después hacía vitalicia la anterior conAbravalla le ofrecieron 500 florines más al año, con lo que les traspasó la renta por 5 años, lo cual autorizó el señor con carta sellada y firmada. Sin embargo, pensando que aún podría obtener mayor ganancia, le retiró la renta, provocándole un daño que evaluaba en 15.000 florines en esos 15 años. Tampoco el marqués salió muy beneficiado, pues desde entonces muchos se abstenían de arrendarle las rentas (Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, Cuentas del tesorero, Fols. 44–45). 58

Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, Fols. 111–112.

59

J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 99 y sigs.

El 6 de julio de 1382, desde el real de Ciudad de Rodrigo, Juan I, queriendo seguir los ejemplos de sus antecesores y mejorar la administración del reino valiéndose de servidores y consejeros valientes y leales, muy necesarios en la guerra actual con Portugal y los ingleses, hace condestable a su pariente y vasallo el marqués don Alfonso de Aragón, por su experiencia y capaci­dad, demostradas ya en servicio de su padre, “para los fechos de las guerras e de las armas, e para regimiento e buen ordenamiento de la gente de armas”. Manda a todas las gentes de guerra, alcaides y concejos, que lo tengan por condestable y le den la honra debida, según un cuaderno aparte, en el que se contienen todas las competencias propias de este oficio (P. López de Ayala, Crónica de Juan I, pp. 77 y 147). Consúltese también F. P. Cañas Gálvez, “La casa de Juan I de Castilla: aspectos domésticos y ámbitos privados de la realeza castellana a finales del siglo XIV”, En la España Medieval, 34, 2011, pp. 133–180. 60

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cesión temporal de las tercias reales de su tierra61, y en el año siguiente, cuando ya ha fallecido el rey de Portugal y el castellano exige su trono reclamando los derechos de su esposa Leonor, dejará en Castilla una regencia compuesta por don Pedro González de Mendoza, el arzobispo de Toledo y el marqués de Villena, con todos los poderes para hacer nuevas levas, solicitar subsidios y convocar las Cortes en caso necesario. Don Alfonso responde como el mejor vasallo y el primer caballero de su reino: en 1384, mientras él pone a su hijo don Pedro a la cabeza de las fuerzas reales que se están preparando a invadir Portugal, los concejos de todo el marquesado pagan con disciplina las monedas votadas por las Cortes62 y ayudan lealmente a las autoridades del adelantamiento de Murcia en la custodia de las fronteras de este frente a los musulmanes63. Se supone que en este mismo año nacería nuestro biografiado, Enrique de Aragón, el hijo de don Pedro y nieto del marqués de Villena, conde de Ribagorza y Denia y señor de Gandía y de los valles de Ayora y Gallinera en Aragón. Los cronistas apuntan que tenía cincuenta cuando muere a finales de 1434, lo cual nos lleva a este 1384, aunque Cátedra y Carr64 dan por seguro que tendría alguno más, suponiendo tal vez que aquel pudiera ser un dato aproximado, lo que no nos parece un disparate, pero tampoco está probado en absoluto. Pero lo que interesa, año arriba o abajo, es que llega en un 61 El 12 de septiembre de 1382, desde Madrid, Juan I recuerda que su padre había dado al marqués don Alfonso en Illescas, en 1378, la tercias del marquesado por 15 años, en enmienda de Peñafiel y Santa Olalla. Ahora, reconociendo sus servicios, especialmente en la guerra con Portugal y los ingleses, y por satisfacerle “en alguna cosa”, se las da para él y sus sucesores “segund que a nos e a los nuestros pertenesçen por nuestro sennor el Papa”. 62

El 30 de enero de 1384, los contadores mayores escriben a todos los concejos del obispado de Cartagena, dando relación de lo que les correspondía pagar en las dos monedas últimas de este año. Entre ellos se cita al concejo de Chinchilla 4.378 maravedís, Almansa 684 maravedís y 10 sueldos, Albacete 1261 y 10 sueldos, Yecla 705 y tercio, Hellín 906 y 10 sueldos, aljama de moros de Hellín 421 maravedís y aljama judíos de Hellín 129 maravedís, concejo de Tobarra 560 maravedís, Jorquera 963 maravedís y 1 dinero, Alcalá 425 maravedís y 10 sueldos y Ves 281 maravedís. Ordenan que los paguen a su recaudador, Alfonso del Castillo, o a quien los hubiera de recaudar por él. F. Veas Arteseros (ed.), Documentos del siglo XIV–3, Academia Alfonso X, Murcia, 1990, pp. 235–237. En adelante, CODOM XII. 63

En febrero de 1384, Pedro Gómez de Dávalos, lugarteniente de adelantado por Alonso Yáñez Fajardo, y el concejo de Murcia, escriben a Hellín, Chinchilla, Tobarra, Val de Ricote, y otros, sobre los atajadores que se han puesto en Lorca y en otros lugares para prevenir los muchos daños que hacen los granadinos, y para seguir el rastro a los moros que entren en estas comarcas. Les piden que acepten pagar la parte que les correspon­da, que será repartida por el adelantado, y que envíen cada uno un representante para hacer el repartimiento. Veas Arteseros, CODOM XII, pp. 206 y 237–238. 64

P. M. Cátedra y D. C. Carr, Epistolario…, p. 13.

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tiempo de esplendor familiar, cuando su joven padre y su abuelo alcanzaban su mayor valimiento y honorabilidad. Como dice Menéndez Pelayo, viene al mundo “en las gradas de un trono” –el de Aragón, ya que del de Castilla descendía por línea femenina y bastarda– y parece llamado a heredar por lo menos algunos de los títulos que el viejo don Alfonso había conseguido en sus años de guerra y aventura. De poco tiempo acá, se dice que nació en la aldea conquense de Torralba, pero probablemente es la última leyenda que la literatura ha volcado sobre él65, lo que no impedirá que tenga tanto éxito como otras no menos infundadas. A nuestro parecer, no hay ningún documento que respalde este aserto, y creemos difícil que su madre estuviera en un lugar que por entonces era del copero real, Juan de Albornoz, ajeno a su familia. Parece que nació en tierras de Castilla, puesto que él mismo alude en su dedicatoria a la primera traducción de la Eneida a la “materna lengua castellana”, como señala Carr. Por entonces su padre estaba en este reino, preparando la gran invasión de Portugal, y el abuelo moviéndose entre Ayora, Villena y Albacete, entre otras villas suyas, sin excluir tampoco la tierra de Alarcón y de Garcimuñoz, y algún posible viaje a ver a Juan I. La madre no sabemos dónde pudiera estar, pero es de creer que, embarazada, se encontrara en alguna de las villas más grandes del mismo marquesado, donde pudiera haber ciertas comodidades y tal vez algún médico; quién sabe si en Villena, capital oficial del señorío, situada en la misma frontera de Aragón, donde al parecer buscaban a su abuelo emisarios de Murcia en agosto de 138466 y donde es muy posible que el mismo don Enrique se encontrara un par de años después; o en tierra de Alarcón, donde también parece que pudiera vivir quien lo crió, como podremos ver; o en Garcimuñoz, villa que los Manuel habían convertido en su sede habitual y donde por entonces se seguía ampliando el alcázar que empezó a edificar esta familia, pues hay muchas noticias de gastos en la obra. Pero de todo esto hablaremos después, cuando tratemos de su primera infancia. Don Pedro “de Villena”, que podría tener algo más de 20 años y era uno de los grandes del reino de Castilla, recibiría al niño que iba a ser su herede 65

Luis E. de Villena y J. A. González Iglesias. Don Enrique de Villena en la Cueva famosa de Salamanca, U. de Salamanca, 2008, p, 11. 66 El 11 de agosto, desde Lorca, el adelantado Alonso Yáñez Fajardo pide a Murcia que se extreme la vigilancia, pues desde Caravaca le han dicho que los moros se concentran en Huéscar y Vélez, preparándose un ataque, y al tiempo solicita “que lo fagades saber al marqués, que dizen que es en Villena, o do quier que fuere”. F. Veas Arteseros, CODOM XII, p. 266.

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ro, al que se impuso el nombre de su abuelo materno y protector de toda la familia, con la satisfacción que es de suponer, y es de creer que ordenara las fiestas y alegrías propias de aquellos tiempos; pero ni tan siquiera nos consta que estuviera con la madre en el parto, ya que estaba ocupado preparando la hueste, pues su padre le había traspasado la condestabilía (al menos, su ejercicio, de forma temporal). Como podremos ver, parece que también le cedió el marquesado, reservándose solo el usufructo, conforme a lo pactado con Enrique II, pero mientras que sí los hay de otros muchos señores, incluidos su padre y su hijo, no hay ningún documento que atestigüe que fuera jurado como tal, ni como heredero, por los procuradores de los pueblos integrados en él. Quizá la ceremonia no llegó a producirse porque las relaciones entre él y don Alfonso eran tan buenas que él no le pidiera nada, sobre todo, sabiendo que no habría de heredarle hasta su muerte. En cualquier caso, el niño ahora recién nacido podría aspirar en su día no solo al marquesado, sino también a otros títulos del abuelo –y más aún si su tío don Alfonso muriera en cautiverio, al igual que don Jaime– e incluso a las coronas de Aragón y Sicilia (el abuelo sería candidato a la primera de ellas mucho tiempo después, como podremos ver, y algunos años antes pretendía la segunda, aunque se lo quitó de la cabeza Pedro el Ceremonioso67). Ciertamente, estos dos posibles objetivos eran sueños utópicos, pero en aquellos tiempos en que tanto giraba la rueda de Fortuna, otros peor situados –incluyendo el bastardo Enrique de Trastámara, y más tarde el infante Fernando de Antequera, que era hijo de la tercera hija del tercer matrimonio del rey Pedro IV– consiguieron hacerse con un trono con el que no soñaban en sus primeros años. Ni el mejor astrólogo lo hubiera descartado al levantar su horóscopo, que, por cierto, ya daba por segura su predisposición para las ciencias, como él mismo declara: “Esto dize por cuanto en su nasçimiento estaba el sol en Aries, que es casa de Mares. E, segund es escripto en los juicios de astrología, cuando esto ansí acaece el nasçido es enclinado naturalmente a sciençia e fáçilmente la puede alcançar. E Iohannes Ispalensis en sus Isagogas ha fecho desto espeçial mençion. E por esto el dicho don Enrique naturalmente era mucho enclinado a las çientificas cosas, e darse al trabajo dellas por aquella influençia solar en su nasçimiento resçebida”68. Lástima que no diga lo que su carta astral le había deparado en otros muchos aspectos de su vida,

67

J. Zurita, Anales…, XI.VIII.

En las glosas a su traducción de la Eneida. Enrique de Villena, Obras completas, II, Madrid, 1994, pp. 11. 68

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El zodiaco y los astros en el Tratado de Astrología, falsamente atribuido a Enrique de Villena

ni si estaban previstas en la luna las tornas caprichosas de la Rota Fortunae69, que muy pronto le iban a llevar de las alturas a las profundidades. Mientras tanto, el abuelo, Alfonso de Aragón, uno de los mayores señores de Castilla, usaba y abusaba de los plenos poderes que el rey le había dado para aumentar su fuerza no ya solo en su tierra, sino en Murcia y su reino, donde recaudará los subsidios de guerra y obtendrá con presiones su propio beneficio y el de sus vasallos: en julio de ese año, y en presencia de un grupo de caballeros suyos70, firmará en Albacete un convenio con aquella ciudad resolviendo anteriores desacuerdos sobre la percepción de montazgo y portazgo en Hellín, Chinchilla y otros puertos, en los que los murcianos decían ser exentos, pero al fin aceptaron abonar sus derechos. En los meses siguientes enviará caballeros de linaje y de nómina, ballesteros y peones71, al mando de 69 C. Sánchez Márquez, “Fortuna velut luna’: iconografía de la Rueda de la Fortuna en la Edad Media y el Renacimiento”, eHumanista, Vol. XVII (2011), pp. 230–253. 70 Testigos del acuerdo de Albacete: Pere Orriols tesorero, Martín Ruiz de Alarcón, hijo de Fernán Ruiz de Alarcón, Alfonso Ferrández Baylente hijo de Juan Ferrández Baylente y Alvar Ruiz Darques, vasallos del marqués, y Juan Martínez del Castillo, notario público del Rey (CODOM XII, pp. 252–255). 71 Por ejemplo, el día 10 de enero de 1385, desde Talavera, se ordena el repartimiento de ballesteros y lanceros para la guerra con Portu­gal en el reino de Murcia. Murcia aportará 60 y 60, Chinchilla 20 y 20, Cartagena, Mula y Caravaca 6 y 6, Hellín, Jorquera y Albacete 3 y 3, Cieza y Jumilla 2 y 2, Tobarra, Yecla y Alcalá del Júcar 1 y 1. Transcrito en Adiciones a la Crónica de Juan I, p. 151. También, M. LL. Martínez Carrillo, “La población albaceteña en la segunda mitad del siglo XIV”, Congreso de Historia

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su hijo, don Pedro de Aragón, padre de don Enrique, en quien, como dijimos, había delegado la condestabilía traspasándole toda la quitación anual de los 40.000 maravedíes que por ella tenía del monarca, y otros 60.000 del pedido que había recaudado en su tierra para esta campaña contra los portugueses72. A finales de mayo de 1385, tras haber saqueado e incendiado Viseu, la primera avanzada castellana, con unos 400 caballeros pesados y 200 ligeros más unos centenares de peones lanceros y ballesteros, bajo el mando de Pedro Suárez de Quiñones y de Álvar García de Albornoz el Mozo, que murió en el combate, era desbaratada en Trancoso por otra portuguesa en la que se integraban Martín Vázquez de Cunha y Gil Vázquez de Cunha, Egas Coelho, Juan Fernández Pacheco y otros caballeros que más tarde tendrán un papel en Castilla. El castellano tuvo que levantar el sitio que había puesto a Elvas e iniciar el repliegue, pero aún en Portugal, en su real de Cellorico da Beira, y en presencia, entre otros, de Pedro de Aragón, el hijo del marqués, dictará testamento el 21 de julio nombrando por regentes, si algo le sucediera, a su fiel condestable, Alfonso de Aragón (que sería sucedido por su hijo en el caso de muerte o incapacidad), al alférez mayor Juan Hurtado de Mendoza y al conde de Niebla, junto a los arzobispos de Toledo y Santiago, el maestre de Calatrava y los procuradores de Burgos, Toledo, León, Sevilla, Córdoba y Murcia73. Parece que quería reanudar la campaña, pero el día 14 de agosto, cerca de Aljubarrota, se produjo el desastre en que los castellanos no solamente fueron vencidos en combate, sino tan castigados por los arcos ingleses y por la infantería lusitana que ya no hubo manera de intentar de nuevo la invasión74. Allí murió la flor de su caballería: los mariscales Pedro González de Mendoza y Pedro González Carrillo, Diego Gómez Manrique, el almirante Fernández de Tovar… Y Pedro de Aragón, el hijo del marqués, que pereció con veintipocos años (quizá unos 22), junto con numerosos peones reclutados en todo el marquesado, y muchos caballeros, cuyas viudas e hijos cobrarían después sus indemnizaciones de la tesorería señorial. Y además, este golpe tendría otra de Albacete, vol. II: Edad Media, pp. 114–115. 72 Así lo declarará más tarde, en 1396, Pere Orriols, arcediano de Moya y tesorero del marqués, al rendir cuentas. Dice también que don Pedro tenía su propio tesorero, llamado en Fenollet, que llevaba las cuentas de la condestabilía, pues su padre le había dado este dinero. Probablemente se trate de Ramón o de Esteve Pons de Fenollet, que sería merino y alcaide de Escalona. 73 Testamento transcrito en la Crónica de Enrique III, de P. López de Ayala, p. 188 y 194. Lo analiza Isabel Montes Romero–Camacho, “La polémica del testamento de Juan I y sus implicaciones sevillanas”, p. 437–438. 74

Crónica de Juan II, Ed. BAE, Madrid, 1953, p. 105.

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Batalla de Aljubarrota, miniatura en la crónica de Froissart

secuela: el hijo de don Pedro, don Enrique, con un año de edad –acaso alguno más, según Pedro M. Cátedra– quedaba como nuevo dueño del marquesado, conforme a lo previsto cuando se concertó la boda de sus padres, aunque el marqués, su abuelo, tuviera el usufructo hasta el fin de sus días. Si el desastre de Nájera marcó toda la vida del marqués don Alfonso desde el punto de vista familiar y económico, Aljubarrota fue todavía peor, porque acabó de golpe con un hijo ejemplar75, que nunca pidió nada por respeto a su padre, y con las esperanzas de una sucesión “normal” en el linaje, aunque sus consecuencias tardarán algún tiempo en hacerse visibles. Al volver a Castilla, todavía en el mismo 1385, Juan I creó en Valladolid el Consejo Real, con doce miembros: los obispos de Burgos, Santiago, Sevilla y Toledo, cuatro buenos juristas en representación de las grandes ciudades y cuatro ricoshombres: el marqués de Villena, don Juan Hurtado de Mendoza (hermano de don Pedro González de Mendoza, muerto en Aljubarrota), Pedro Suárez de Quiñones y Alfonso Fernández de Montemayor. Por lo tanto, el marqués sigue estando en su cenit, pero en una tremenda soledad, pues su hijo, don Alfonso, seguía prisionero, y los hijos de Pedro eran aún muy niños. Por supuesto, se hizo cargo de su crianza, sobre todo de Enrique, el heredero, aunque, seguramente por sus ocupaciones, delegó esta función en algunas 75

J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 203.

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personas de confianza, apartando a la madre, con la que nunca estuvo en buenas relaciones, tal vez al acabar de darles de mamar; y ello, probablemente, debido a los prejuicios que en la época había respecto a los señores que eran amamantados por mujeres “rafeces” o de inferior estado (recordemos el Libro de Alexandre, o el de los Estados, que hizo don Juan Manuel). Desde luego, entre otros apuntes de gastos realizados por la contaduría del marqués, “de sa terra e de don Enrich son net”, en el año 1386, se anotan 19.800 maravedís “del manteniment de don Enrich, son net, abatut ço que mana dar a dona Iohana”, de donde se deduce que a la madre se le dio el finiquito antes de que acabara de criar a su hijo. Pero, además, las cuentas de los acostamientos y los mantenimientos que pagaba el señor “en l´any present MCCClxxxvi”, dan noticia de un pago de 1.500 maravedís a la mujer Fernán Álvarez, “la que cría don Enrich”, y sabemos también que en el año siguiente, el 7 de septiembre de 1387 –aunque pudiera ser un abono atrasado– se dan otros 2.000 a la viuda de Francisco –¿Fernán?– Gómez de la Solana, por la crianza “que feu de don Enrrich, son net”76. Por otra parte hay un tal Pedro Carrillo que se ocupa de su mayordomía (las cuentas del señor reflejan un abono “de Pero Carriello, per la carta de la mayordomía de don Enrich, mandato domini”77). Suponemos que sea el caballero de ese mismo nombre que cinco años antes era juez de Alarcón, el que por esos años figura algunas veces en los acostamientos del marqués cobrando entre 6.000 y 7.500 maravedís de sueldo, y quizá el mencionado en 1388, como “Pedro Carrillo, de Murcia”, que percibe 2.000 por merced del señor78 (si fuera este, tal vez pudiera ser un nieto del señor de Cotillas, Fernán Pérez Calvillo, y quizá algún pariente cercano de l segundo señor de Priego, Hernán Carrillo, muerto en Aljubarrota, porque no es de creer que fuera su hijo Pedro, el futuro halconero y cronista del rey Juan II, que sería pocos años mayor que don Enrique).

Archivo del Reino de Valencia, Varia, 96, Fol. 17, Maestre Racional, 9610, fol. 32 v. Cuentas de acostamientos de 1386. Puede que Fernán Álvarez sea el mismo Ferrand Álvarez de Montoya al que vemos algunos años antes entre los caballeros del marqués, o Fernán Álvarez de Alarcón, que acaso sea el mismo, el que actúa como representante de esta villa en la junta celebrada en Villena en enero de 1394 bajo la presidencia del mismo don Alfonso. Y hay otro caballero llamado Fernán Gómez de La Solana en los acostamientos del marqués de 1381. 76

213.

77

Archivo del Reino de Valencia, Varia, 96, Fol. 17, y Maestre Racional, Ms. 9610, fol. 85 v.

78

A. Pretel Marín y M. Rodríguez Llopis, El señorío de Villena en el siglo XIV, p. 184, 185, 207,

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“Acostaments e manteniments” de 1386. En quinto lugar vemos a “la muller de Ferrán Aluarez, la que cria a don Enrich”, y en el séptimo a Pedro Carrillo. ARV, Maestre Racional, 9610, Fol. 32 v.

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Alarcón y Villena, lugares de posible nacimiento y crianza del niño don Enrique

Don Enrique de Villena: retrato de un perdedor

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Por lo tanto, parece razonable pensar que don Enrique naciera o, cuando menos, estuviera sus dos primeros años en tierra de Alarcón, donde creemos vivían tanto Pedro Carrillo, fuera este quien fuera, como el tal Fernán Álvarez; o en Garcimuñoz, la nueva cabecera comarcal, donde por esas fechas hay numerosos gastos de obras en el alcázar que hizo don Juan Manuel. Sin embargo, en las cuentas que ofrece J. Castillo Sáinz79, relativas al mismo 1386, le vemos ya al cuidado de un “nodrizo” (“nodriç”), Bonafonat –¿Bonanat?– Celma, y de un capellán, Berthomeu Martí, los cuales continúan todavía a su cargo unos años después, creemos que en Villena, pues allí les abonan algunos albaranes para ropa del niño80 (aunque los dos Solano81, sin indicar su fuente, añaden otro nombre, el del ama Beatriz Fernández, y aseguran que este se encontraba en Gandía, quizá porque lo dicen numerosos autores a título de hipótesis). Nos parece difícil de creer que el heredero de tan gran señorío castellano se estuviera educando en otro reino, aunque fuera en la corte de su abuelo; pero tampoco está completamente claro si –como suponemos– comenzó su crianza en Alarcón y luego le llevaron desde aquí a Villena, o si pudo pasar de Alarcón a Villena, la capital histórica y solar de la “casa de Villena”, y tal vez a Gandía algunas temporadas. El tal Bonaffonat Celma parece ser el mismo Bonanat Celma que servía de escudero82 en casa 79

J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 126.

Copiamos textualmente la nota 282 del libro de Castillo, en la que se refiere a estos pagos de 1386, 1392 y 1393: “…tresorer, man–vos que donets a·n Bonaffonat Celma, nodriç de mon nét don Anrich per quitació sua…”, “…tresorer man vós que donets a·n Berthomeu Martí, capellà de mon nét don Anrich…”; ARV, MR 9.619, fols. 4v–5r (comptabilitat de l’any 1386). El 8 de febrer de 1395, Alfons adreçava a Pere Martorell una lletra per tal que fera efectius uns certs pagaments: “...a·n Berthomeu Martí, prever e mestre de don Enrich nostre nét, hun albarà de CC sous a ell deguts per son vestir del any mil CCC XC dos. Item a.n Bonafonat Celma, ayo del dit don Enrich altre albarà de CC sous a ell deguts de son vestir del dit any... los quals dos albarans foren fets en la nostra vila de Villena a X dies de juliol del any mil CCC XC tres...” (ARV, CR 675, ff. 18rv.) 80

C. Solano Oropesa y J. C. Solano Herranz, María de Albornoz y Enrique de Villena, su relación con Cuenca. Cuenca, 2014, p. 154. 81

82 En la época, escudero no es forzosamente el muchacho que lleva su escudo a un caballero, aunque pueda tener funciones de servicio en casa de un señor, sino el que tiene escudo –es decir, un hidalgo– y se distingue así de la caballería villana o de cuantía. En algunas ciudades castellanas vemos enfrentamientos por los oficios públicos o por otras cuestiones entre los caballeros y estos escuderos, que son o dicen ser de familias más nobles. En el caso concreto de nuestro señorío de Villena, a veces no resulta sencillo distinguir entre los caballeros, escuderos y “criados” u “hombres de criazón”, que por lo general son hijos de villanos que se “crían” en casa del señor y comparten servicio y ejercicio de armas con aquellos hidalgos. A veces les veremos al servicio de alguno de los hijos u oficiales del mismo, como Sancho Manuel, del que son escuderos –quizá porque llevaran las armas de su casa– Alfonso de Llantada, García de Paredes o Juan Fernández de Cadahalso. Ver A. Pretel Marín, Don Juan Manuel, señor de la Llanura, Albacete, 1982, p. 133, 177, 180, 274; y A. Pretel Marín y M. Rodríguez Llopis,

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del marqués, parece que en Gandía, algunos años antes83, y Berthomeu Martí, el capellán, debió de ser no solo el que guiara su mano en las primeras letras, sino probablemente el que le introdujera en el latín, pues seguía con él cuando ya había cumplido nueve años, si no alguno más. A juzgar por sus nombres, ninguno de los dos parece castellano, pero esto tampoco significa que estuvieran criándole en Gandía, sino que nos parece bastante más probable que fuera en Villena, que estaba por entonces bajo soberanía castellana, pero había sido antes del reino de Valencia durante medio siglo y tenía bastante población valenciana, por lo que era bilingüe habitualmente, como seguramente lo sería don Enrique desde el primer momento. Si, como suponemos, el niño don Enrique se encontraba en Villena entre los dos y los ocho o nueve años, parece, en todo caso, que no fue conducido de inmediato a Gandía, como cree Pedro Cátedra84, o bien a Cataluña, como opina Gascón85; pero eso no quita para que se educara predominantemente en catalán, que era lengua hablada en casa de su abuelo, y por muchos vecinos de la villa, o quizá en catalán y castellano. Lo que sí está claro, es que se criaría sin su madre, que se desposaría con el infante Dinís de Portugal, señor de Alba de Tormes y aspirante frustrado al trono lusitano, y hasta reclamará posteriormente, con su hermana Leonor, la dote que el marqués había percibido por ambos matrimonios, como luego veremos. Por supuesto, el abuelo se ocupó de los nietos con el cariño lógico, y más siendo los hijos del heroico Pedro, aunque dudamos mucho de su dedicación personal a los niños (se movía demasiado entre sus posesiones y tenía otras mil preocupaciones), y aunque no les faltaran atenciones y mimos, aún es más dudoso que en su infancia gozaran de un ambiente afectuoso, como opina Castillo86. Es de creer que esta fuera bastante parecida a la que en el siglo anterior tuvo don Juan Manuel, que se crió igualmente sin padre, aunque con madre hasta los ocho años, y al cuidado de Juan Sánchez de Ayala, mayordomo, y de Gómez Ferrández, su ayo “que me criaua e non se partíe de mi”, si bien le educarían de manera espartana87. Pero en esto se agota cualquier comparación entre las dos figuras. El Señorío de Villena en el siglo XIV, pp. 75, 78, 109, 115, 117, 178, 182, 215 y 247. 83

J. Sáiz, “Una clientela militar…,” p. 128.

84

P. M. Cátedra, Sobre la vida y obra de Enrique de Villena, Tesis doctoral, UAB, Barcelona, 1981,

p. 7.

85 E. Gascón Vera, Enrique de Villena, ¿castellano o catalán?, Actas del X Congreso de la Asociación Nacional de Hispanistas, Barcelona, PPU, 1992, pp. 195–206, p. 195. 86

J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 51. Sobre su “itinerancia”, p. 92.

87

A. Pretel Marín, Don Juan Manuel, señor de la Llanura, Albacete, 1982, pp. 36

y sigs.

Don Enrique de Villena: retrato de un perdedor

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Pensando en el futuro, tras la muerte de su hijo88, el marqués de Villena comenzó a concertar la boda del pequeño don Enrique con María de Albornoz, la hija del copero real Juan de Albornoz y de doña Constanza de Castilla, de quienes “heredó esta doña María los lugares de Alcocer, Valdolivas, Salmerón, Torralba, Albornoz y Carcelén, y el derecho de Moya y su tierra y de Otiel y otros lugares que fueron de don Juan de Albornoz su padre, que era hijo de micer Gómez de Albornoz, muy notable caballero y gran señor, que fue senador de Roma, y de doña Constanza de Villena, hija de Sancho de Villena y nieta de don Juan Manuel”. Un enlace que acaso pudiera reintegrar al viejo señorío Valdeolivas, Salmerón Alcocer y otras posesiones que don Alfonso había tenido que vender en su día, por 30.000 florines, a don Gómez García de Albornoz, sin contar los derechos en Torralba y Beteta, o los heredamientos que el linaje tenía todavía en Moya y Utiel, cuya jurisdicción enajenó Constanza en nombre de sus nietas a mediados de 1390 para pagar las deudas que le dejó el marido89. Con suerte, si muriera su hermana Beatriz, o si toda la herencia recayera en María por ley de mayorazgo90, el marqués no tendría siquiera que cumplir la sentencia que había condenado a Jorquera y Chinchilla a devolver a Constanza Manuel Carcelén y Montealegre, desde la que pasaron los derechos a las hijas de Juan de Albornoz, aunque los heredó la hija menor, Beatriz91. En cuanto al marquesado, para garantizar la sucesión sin traumas, cumpliendo con los pactos hechos con el monarca, que exigían dejar el señorío al hijo de don Pedro, pero sin renunciar a su usufructo ni consentir que nadie salvo él tutelara a su nieto, el marqués de Villena convocó una de aquellas juntas de los representantes de sus pueblos, que venían celebrándose desde tiempos de sus predecesores, la familia Manuel92, para solemnizar los actos trascendentes. Esta tuvo lugar en la iglesia de San Juan de Almansa –que no 88

J. Zurita, Anales…, X.LIV.

Sobre este linaje y este señorío, ver el clásico estudio de Moxó, o el mucho más reciente de P. Martín Prieto, “De los Albornoz a los Mendoza: la transmisión del Estado señorial del Infantado de Huete en la Baja Edad Media”, En la España Medieval, Vol. 34 (2011), pp. 229–247. 89

Véase esta cuestión en S. de Moxó, Incorporación de señoríos a la Corona, Valladolid, 1959, pp. 84 y sigs, y en C. Solano Oropesa y J. C. Solano Herranz, María de Albornoz y Enrique de Villena, Cuenca, 2014, p. 16. 90

91 J. I. Ortega Cervigón, “Nobleza y poder en la tierra de Cuenca: nuevos datos sobre el linaje Albornoz”, Miscelánea Medieval Murciana, XXXIII (2009), pp. 143–173, 148–149.

Véase, por ejemplo, el homenaje hecho a Fernando Manuel en Villena, en 1331. A. Pretel Marín, Don Juan Manuel, señor de la Llanura, Albacete, 1982, Doc. 26. J. M. Soler, La relación…, Doc. XIII. O el que se realiza veinte años después a su hija doña Blanca (J. M. Soler, La relación…, Doc. XIV). 92

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Comienzo del traslado del acta de la junta de Almansa que juró heredero a don Enrique el 16 de marzo de 1386. ARV, Maestre Racional, 9610, Fol. 114.

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en Garcimuñoz, como asegura Cátedra93– el 16 de marzo de 1386. En ella, y en presencia de varios caballeros y oficiales de casa del marqués, como el gobernador Luis de Calatayud, mosén Lluc de Bonastre, Pere Orriols, y Gonzalo González de Palomares, los alcaides de Almansa, Villena, Montalvo, Cifuentes, Chinchilla, Yecla, Villena, Sax, Cañavate, Escalona, Belmonte, Zafra y Hellín, al menos, que lo juran también por separado, muchos procuradores de concejos de todo el señorío, que presentan sus cartas de poder para ello, hacen pleito homenaje de tener por señor a don Enrique cuando muera el marqués: “cada vno destos procuradores, desque ouieron presentado las dichas procuraçiones fizieron jura en poder del dicho sennor marques sobre la cruz e los quatro sanctos euangelios corporal mente con sus manos tannidos, et pleito e homenaje en nonbre e en boz de los dichos caualleros e escuderos de Alarcón e de los dichos conçeios de las dichas villas e logares del dicho su marquesado, por el poder conpli­do a ellos dado, el qual se contiene en las dichas procuraçiones espeçial mente para esto, que despues de sus dias el dicho sennor marques, que aueran e obedesçeran por su sennor a don Enrrique nieto del dicho sennor marques con las condiçiones et en la manera mesma que el dicho sennor marques lo tiene jurado; et en caso que el dicho don Enrrique fallesçie­ se, lo que Dios no quiera, sin auer fijos varones e legítimos, que aueran e obedesçe­ran por su sennor a don Alfonso, nieto eso mesmo del dicho sennor marques, hermano el dicho don Enrrique. Pero que sea entendido el dicho don Enrrique o el dicho don Alfonso veniendo en possesion de las dichas villas e logares, que sea tenudo de jurar e los guardar sus fueros e preuilegios e libertades e buenos vsos e costunbres”94. ¿Significaba esto que don Enrique era el señor de Villena y su abuelo un simple usufructuario, como luego dirá el mismo marqués y sostienen autores como Elena Gascón95? Del texto de la jura no se desprende eso, pero creemos que sí, porque la herencia no era una decisión nacida de la libre voluntad del abuelo, sino que ya venía vinculada a los hijos y los nietos desde la fundación del mayorazgo y su refundación tras la muerte de Jaime, el primero de ellos96. 93

En su introducción a las Obras Completas de Enrique de Villena, Vol. I, Madrid, 1994, p. XII.

94

Véase el homenaje en nuestra selección documental, al final de este libro.

E. Gascón Vera, “Nuevo retrato histórico de Enrique de Villena (1384–1434)”, BRAH, CLXXV, Cuad. I, Madrid, 1978, p. 110. 95

96 Como podremos ver, las condiciones pactadas cuando Pedro y Juana se casaron son las mismas que antes se acordaron cuando se concretó el enlace fallido de Jaime y Leonor y se creó el marquesado:

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Zurita97 ya apuntaba que cuando se acordó la boda de don Pedro con Juana de Castilla y don Alfonso con su hermana Leonor, el marqués de Villena “dio a don Pedro, que era entonces de nueve años, todo el marquesado de Villena reservándose el usufructo en su vida; y ofrecióle el rey de Castilla –en contemplación de estos matrimonios– sesenta mil doblas que se habían de dar al príncipe de Gales por su rescate, por el cual quedaba en rehenes don Alonso”; y añade que después se casaron don Pedro y doña Juana y tuvieron dos hijos y una hija, el mayor de los cuales “se llamó don Enrique”, y que por el derecho que tuvo al marquesado “se llamó don Enrique de Villena”. Es decir, que don Pedro fue primero el nudo propietario, aunque nunca ejerciera como tal, y después don Enrique, como correspondía a un mayorazgo, aunque el viejo siguiera gobernando como usufructuario y tutor del muchacho, percibiendo las rentas, pero sin poseer capacidad legal para enajenarlo ni alterar su valor sin permiso del dueño (que tampoco podría disfrutar de lo suyo mientras no hubiera muerto el abuelo). Esto encaja bastante con la forma en que luego se gestiona y con el desarrollo de acontecimientos posteriores, empezando tal vez por la expulsión de Juana, madre de los menores, que podría haber puesto en peligro el control del viejo don Alfonso sobre dicha heredad; y puede que por ello, al tratar de las malas relaciones entre ambos, Cotarelo sospecha que el marqués hubiera revocado la cesión a su hijo tras la muerte de este98; porque lo cierto es que en la jura del nieto no se habla de usufructo. Sin embargo, en los años que siguen a la muerte de Pedro vemos que don Alfonso ha asociado a su nieto al marquesado, traspasándole al menos una parte de la tierra y los acostamientos que tenía del rey, aunque lógicamente bajo tutela suya, pues aún era un niño. El tesorero Orriols consignará en sus cuentas pagos para el mantenimiento de sus lanzas a 34 “vasalls de don Enrich que tenen terra e acostaments dell”, algunos de los cuales son vasallos al tiempo del nieto y el abuelo, lo que Sáiz interpreta como muestra de que este preparaba la herencia de aquel99, pero puede entenderse como un condominio “…E de toda la dicha tierra e marquesado vos seades tenudo de heredar despues de vuestros dias a vuestro fijo don Jayme, conpliendose el matrimonio que es firmado del dicho don Jayme con la infanta doña Leonor mi fiia, e avn eso mesmo queremos e ordenamos despues de los dias del dicho don Jayme el dicho marquesado sea mayoradgo segund que por fuero e vso de Castiella se deue fazer e es acostunbrado”. La diferencia está en que Enrique II no hubiera permitido que a su hija Leonor le arrebataran la tutela del hijo que pudiera tener de este matrimonio, que no se celebró. 97

Adiciones a la Crónica de Enrique III, p. 256. Anales…, X–LIV.

98

E. Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena…, p. 22.

99

J. Sáiz, “Una clientela militar…,” p. 121.

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o un dominio del nieto bajo el usufructo del abuelo. Además hay algunas referencias a los acostamientos del marqués “de sa terra e de don Enrich son net”, o a “la terra quel senyor marques e don Enrich son net han del rey l´any present” 100, lo que abunda en la misma dirección. Esto, la posterior pretensión del muchacho de recibir el título en vida del marqués, y un párrafo en que este reconoce que él tan solo tenía el “vso fructo”101, indican que, en efecto, don Pedro y su hijo ostentaron la nuda propiedad de las tierras y el título, sin duda a consecuencia de los pactos hechos con la corona, aunque ninguno de ellos llegaría a tomar posesión ni a jurar a sus pueblos, como era preceptivo, mantenerles sus usos y costumbres. Como ya hemos visto, en la junta de Almansa los concejos y alcaides han jurado que “despues de sus dias del dicho señor marques” tendrán como señor a Enrique o a su hermano, si este falleciera, conforme a lo que antes había jurado aquel; y aunque no especifican qué es lo que este juró, él mismo dirá luego, en sus quejas al rey de Aragón, que a tenor de los pactos “que fueron feytos en el casamiento de don Pedro fijo del dito marques e de la dita doña Iohanna filla del dito rey don Enrich fue firmado e jurado entre el dito rey don Enrich e el dito marques que despues de sus días del dito marques el dito don Pedro e sus fillos heredasen el dito marquesado”. Por lo tanto, está claro que ya era el propietario, aunque solo podría disponer de su tierra tras la muerte del viejo don Alfonso. No creemos que el marqués hubiera revocado la herencia de su hijo (ni siquiera podía, pues este era heredero a tenor del acuerdo con el rey); pero sí que intentó, y consiguió sin duda, tras quitarse de encima a doña Juana, que quizá reclamara para sí la tutela, confundir en su propio beneficio el papel de tutor con el de usufructuario, gobernando de forma autoritaria la tierra de su nieto y manteniendo el título.

Almansa, donde tuvo lugar la jura a don Enrique como nuevo heredero 100

Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, Fol. 33.

101

Ver nuestra selección documental, Nº 5.

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LA TORMENTA PERFECTA EN FORMACIÓN: HACIA LA COLISIÓN CON LA CORONA

C

on toda su influencia y poder en Castilla, Alfonso de Villena se veía agobiado por problemas de orden económico. Debía grandes sumas, tanto por su rescate y el de su hijo Alfonso como por lo gastado en Portugal, que el rey no devolvía, aunque había prometido reembolsarlo, y las compensaciones a viudas y herederos de sus propios vasallos fallecidos allí. Además, la amenaza de invasión portuguesa e inglesa –que llevó a Juan I a confiarle, junto al adelantado Alfonso Yáñez, la defensa del reino de Murcia102– y la necesidad de rehacer su mesnada con nuevos caballeros, en parte aragoneses, le traerá nuevos gastos, aunque muchos de ellos sean pagados en tierra por él o por el rey103. Probablemente tuvo que vender a sus pueblos –como había hecho antes, El 7 de octubre de 1386, desde Valladolid, Juan I comunica las medidas defensivas adoptadas en su reino ante la invasión de los ingleses. Dice que “otrosi en la comarca del Regno de Murçia estan el marqués de Villena nuestro condestable, e asimismo Alfonso Yáñez Faxardo nuestro adelantado mayor del dicho regno…” P. López de Ayala, Crónica de Juan I, BAE, p. 153. 102

103 Nómina de personas a quienes el marqués don Alfonso da tierras y acosta­mientos en 1386: al gobernador Luis de Calatayud 15000 maravedís; a Mosén Gonzalo Forcén (alcaide en Villena) 6000; a mosén Sancho Díez 6000; a Rodrigo Cervera 6000; a En Fenollet 6000; a Pero Carrillo 7500; a Pero Suárez de Piédrola 9000; a Juan Ruiz de Alarcón 6000; a Pero Agudo 6000; a Martín Ruiz de Alarcón 6000; a mosén Rodrigo Rodríguez de Avilés 6000; a Juan de Ortega de Avilés 4500; a Esteban Rangel 4500; a Gómez García de Guatla, 4500; a Ferrán Zapata 4500; a Sancho Sánchez de Banyoles 4500; a García Forcén 4500; a Pedro Sánchez de Ricles e a son fil 4500; a Pedro Sánchez de Sotos 3000; a Día Gómez de Vilanova 3000; a su yerno 3000; a Pedro Garcés 3000; a Pascual Sánchez del Cañavate 2000; al yerno de Día Sánchez 2000; a Iohana Delarich 3000; a Iohan Martínez del Castillo 3000; a Bernat Marín (alcaide de Sax) 2000; a Arnau Sánchez (alcaide de Hellín) 2000; a Guerau de Castellvert 2000; a Lope Ferrández de Alarcón 7500; a Gonzalo González de Palomares (alcaide de Zafra y teniente del gobernador Calatayud) 3000; a Ferrant García de Burgos (alcaide del alcázar de Belmonte) 3000; a Juan García de Perelles 2000; a Gonzalo Martínez 1500; al hermano de en Fenollet 3000. Total en tierras 160000 maravedís A ello hay que añadir otros 2000 maravedís en tierra que dio posteriormente a Juan González de Cadalso (Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610. Fol.31–32).

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en momentos de apuro– supuestos privilegios, como el de villazgo de Albacete, que en realidad no eran sino contrapartida por algún “donativo” encubierto. Por ejemplo, en octubre de 1386, estando en Gandía, ordenaba a Villena dar a Elda el sobrante del agua de la Fuente del Chopo104, lo cual, seguramente, no le haría demasiado popular entre los villeneros, que se habían resistido a este trasvase, pero estimularía la generosidad de los eldenses. De la misma manera, estando aún en Gandía, el 5 de enero de 1387, don Alfonso, llamándose todavía condestable, concedía el despoblado de Rus a San Clemente; lo que parece ser otra venta encubierta, como ya sospechaba Diego Torrente Pérez105. Desde luego, sabemos que dio a su tesorero, Pere Orriols, instrucciones para cobrar cuanto antes, aunque fuera en moneda nueva devaluada y perdiendo en el cambio, las deudas atrasadas, así como los pechos de cristianos, judíos y moros de Alarcón y Chinchilla, y sin duda del resto de sus pueblos106. La amenaza de una posible invasión luso-inglesa, que le hizo enviar caballeros al reino de León107 y asumir la defensa del de Murcia, significó, no obstante, una oportunidad para aumentar su propio poder sobre su tierra e incluso proyectarlo sobre esta región. Gracias al gran impulso que las Cortes de Segovia habían dado a la creación de hermandades defensivas, don Alfonso convocó una nueva junta de los procuradores de sus pueblos, esta vez en Villena, donde el 23 de octubre de 1386, ante el mismo marqués y algunos consejeros, como Pere Orriols, el arcediano de Moya y tesorero, el teniente de su gobernador, Gonzalo González de Palomares, y Gonzalo Forcén, alcaide de Villena, se creó una hermandad del marquesado108 que más tarde admitió a J.M. Soler, “Del archivo villenense: Un registro de escrituras realizado en 1593”, Congreso de Historia del Señorío de Villena, p. 395. Y, del mismo autor, La relación de Villena..., pp. 99 y 264–265. El 20 de noviembre de 1386 el marqués ordenaba, desde Villena, descontar 400 maravedíes a los de Sax, del pedido de 1387 por la costa que “hauien de affer en adobar la aygua que va a la uall D’ Etla” (Archivo del Reino de Valencia, Varia, 107, fol. 72v). 104

105

D. Torrente Pérez, Documentos para la historia de San Clemente, vol. I, 11–12 y 79–80.

106

Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, Fols. 38–42.

Parece que uno de ellos, Garcí Ruiz de Alarcón, se distinguió en el breve cerco de Benavente de 1377, aunque es sospechoso que tarde 18 años en pedir recompensa y que la obtenga solo cuando el marqués ya ha sido despojado de todo su poder. El 15 de diciembre de 1395, Enrique III concedería a Garcí Ruiz la aldea de Villanueva, cerca del Júcar, a una legua de Buenache, “por la grand fazaña que fezistes cabo Benavente rindiendo en el canpo a Enrique, inglés” (P. López de Ayala, Crónica de Enrique III, p.257) 107

108 Procuradores presentes en la constitución de la hermandad, Domingo Busaldón y Gonzalo García de Almodóvar, de Villena; Alonso de Melinas, de Sax; Pedro Azorín y Pascual Cerezo, de Yecla; Pedro García Escribano y Pascual Martínez Toledano, de Hellín; Juan de Huete y Martín González, de Tobarra; Diego García de Otazo y Esteban Sánchez de Rozalén, de Chinchilla; Miguel Sánchez Clavero,

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algunas poblaciones de Murcia y a Alcaraz. El documento fundacional estipula, entre otras condiciones, la ayuda entre concejos, la posibilidad de refugiar los ganados de unos en los términos de otros, y la creación de un cuerpo armado pagado y dirigido por los mismos concejos y mandado por un acalde de Alarcón y otro de Chinchilla. La hermandad, que no es en este caso una organización de resistencia al poder señorial, como algunos suponen, se hace “avenidamente e sin premia e sin fuerza e sin otro mandamiento de ningún señor e señora, e a consentimiento del dicho señor marqués”, con la intención expresa de luchar sobre todo contra los salteadores y otros delincuentes; pero al tiempo podría dotar al señorío, en caso necesario, de un sistema flexible de defensa no solo frente a aquellos, sino a las amenazas exteriores y quién sabe si no frente a los delegados y alcaldes de las sacas nombrados por el rey, que venían ejerciendo presiones sobre él; un asunto en el cual los intereses del señor coincidían con los de sus vasallos. Pero además los pueblos podrían obtener, si el convenio se ampliara, otras muchas ventajas, como facilidad de obtener suministros y subordinación de los murcianos a su propio interés. El día 24 de octubre, don Alfonso escribía a la ciudad de Murcia pidiendo que dejaran a Chinchilla sacar trigo de allí… “por razon del grand menester de pan que han por la seca e la langosta e otras pestilençias que nuestro sennor Dios enbia en la tierra”109, y el 25, estando todavía en Villena, explicaba al concejo que estaba reclutando mucha gente de armas para auxiliar a Murcia si fuera necesario, y al tiempo lo invitaba a unirse a la hermandad para mejor defensa de mutuos intereses y del servicio del rey110. Y creemos que algo semejante pediría a Alcaraz, que pocos días después, en noviembre, recibía licencia del monarca para sumarse a ella, en respuesta a las cartas que la villa envió a las Cortes reunidas en Segovia111. Terminando ya el año, en diciembre, Murcia escribe

de Albacete; Jaime de Ayerbe y Alvar Ximénez de Pina, de Almansa; Pascual García, de Jorquera; Benito Sánchez de Cuenca, de Mahora; Alonso González, de Alcalá; Pedro Ochando y Domingo Pérez, de Ves; el merino Juan Martínez y Juan Muñoz, de Iniesta; Ibáñez García, de La Roda; Garcí Martínez y Ferrand García de la Calcerrada, de Garcimuñoz: Juan Martínez de Juan Heles, de Alarcón; y otros de Belmonte (J. Torres Fontes, “La hermandad del marquesado de Villena”, Villena, nº 23 (Alicante, 1973) pp. 1–4. Y E. Mitre, “Señorío y frontera. El marquesado de Villena entre 1386 y 1402”, Murgetana, vol. 30 (Murcia, 1969) p.59). 109

Veas Arteseros, P., CODOM XII, p. 315.

110

Veas Arteseros, P., CODOM XII, p. 315–316.

111 A. Pretel Marín, Una ciudad castellana en los siglos XIV y XV (Alcaraz, 1300–1475), IEA, Albacete, 1978, pp. 40, 57, y 256.

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a Villena sobre sus condiciones de adhesión y las de de Alcaraz112, y el 13 de enero de 1387, Alcaraz, Murcia, Lorca, Molina, Cartagena y Jumilla firmarán en Hellín su entrada en la hermandad113. En tanto, los registros de la tesorería del marqués dan cuenta del esfuerzo por mantener la “nómina” –caballería villana que el señor mantenía en distintos concejos mediante subvención– y por incentivar la participación de sus vasallos en la defensa, dándoles como premio lo que cada uno de ellos pudiera arrebatar a los merodeadores y almogávares que solían infiltrarse en la frontera: “que cascun hagues ço que pren­gues dels almu­gauers”. Igualmente reflejan derechos recibidos “del consell de Villena per segellar els capitols de la hermandat, e per la carta dels homens a cauall que deu tenre”; así como de “XII cartes de XII llocs o consells del marquesat de les prouisions e ordenacions dels homens a cauall que deuen tenre”114. Pero al tiempo el señor abusaba de sus atribuciones recaudando en los pueblos de realengo de Murcia subsidios que después no justificaría, lo cual dará lugar a las primeras tensiones con el rey. Ya en Segovia, en las Cortes de 1387, se escucharon protestas al respecto, y muy pronto el monarca comenzó a echarle en cara esta actitud en un momento crítico, “con los angleses eren en son regne”, y a pedirle el reintegro de los 200.000 florines recaudados de forma irregular. Al no obtener respuesta, reforzó a Alfonso Yáñez como su adelantado y capitán real y –por primera vez– amenazó al marqués con cobrarse en sus bienes y en los de sus vasallos. Puede que buena parte del enojo real respondiera también a otras actividades no menos ilegales: la salida del reino de grandes cantidades de moneda de oro y plata, e incluso blancas viejas, que eran enviadas a Gandía por Villena y Almansa (donde las manejaban Domingo Busaldón y Álvar Ximénez115), 112 J.M. Soler García, “Aportación documental a la historia albacetense de los siglos XIV y XV”, Congreso de Historia de Albacete, p. 226 y, del mismo autor, “Del archivo villenense...”, p. 396. 113 Veas Arteseros, CODOM XII, pp. 329–334; y F. Veas Arteseros, “La Hermandad de 1387”, Congreso de Historia del señorío de Villena, pp. 417–418. 114

Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, Fols. 84–92.

Domingo Busaldón es uno de los personajes más representativos del concejo de Villena, del que suele ejercer como procurador. En 1369 fue uno de los enviados a firmar la capitulación de Hellín. En 1372 acude a Garcimuñoz a realizar el homenaje al marqués don Alfonso, y en adelante suele ser el portavoz municipal en las juntas de 1386 y en las mensajerías municipales ante otros municipios. Alvar Ximénez de Pina es, sin duda, junto con Jaime de Ayerbe, señor de la antiquísima torre de Burriharón, uno de los más ricos vecinos de Almansa, a la que representa en las juntas de 1386. En ese mismo año consta que el marqués le dirige alguna carta, y desde luego, colabora con él en los negocios de exportación de moneda. 115

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para adquirir productos del reino de Valencia con los que comerciar. También compraba lana y otras mercancías de Castilla en los pueblos del mismo señorío, como Garcimuñoz y Albacete, a través de judíos o de su tesorero, motivando el desabastecimiento y empeorando, si cabe, el caos monetario que cundía en Castilla y en el marquesado (el tesorero dice que “moneda d’or ni d’argent nos trobaua ne’s podie auer; e encara que la tinguessen les gens no la donaren per los dits blanches”)116. A principios de 1378 don Alfonso se fue a Barcelona y se llevó con él al tesorero Orriols, que desde allí mandaba recaudar los impuestos con urgencia, aunque fuera en moneda depreciada, pues había tenido que adelantar su importe, “car axi li era manat per lo dit senyor”, y sacar a Valencia “molts e diuerses mercaderies, axi com lana, grana, comins, xergues…”, vendiéndolas allí a los precios que pudo para seguir comprando moneda de oro y plata. Este será el comienzo de la desafección entre el rey y el marqués, que además comenzó a desentenderse de sus obligaciones en Castilla y a pasar en Valencia o Cataluña gran parte de su tiempo. Pero Enrique, con tres o cuatro años, no pudo ser consciente de esta situación que a la larga sería terrible para él. Aunque ya hemos dicho que parece residir en Villena, es bastante probable que su abuelo lo llevara a pasar temporadas en Gandía, donde había empezado a construir un palacio, y donde acaso pudo llegar a conocer a Francesc Eiximenis, nada menos, que sabemos ofrece a don Portada del Regiment de la cosa pública, Alfonso su Dotzè del Cristià, en de Francesc Eiximenis el que trata sobre la formación del joven gobernante, entre otros asuntos117. También, al humanista fray Antoni Canals, el traductor de Séneca, quien dedica al abuelo su obra Raonament 116

Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, Fols. 38–41.

117

Obras Completas de Enrique de Villena, Vol. I, p. XIII.

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entre Scipió e Annibal, que es una versión muy libre de Petrarca, y al famoso poeta Pere March, el padre de Ausias March, que cayó prisionero en la de Nájera junto con el marqués Alfonso de Aragón y fue procurador general de su casa, además de su hombre de confianza y amigo personal (le dedica su obra L´arnés del cavaller, y más tarde, en Lo compte final se dolerá de haber sido pospuesto en su servicio por otros arribistas como el escribano Juan de Luna118). Sin embargo, el influjo de estos intelectuales sobre un niño de ocho o nueve años tampoco pudo ser demasiado importante; quizá fuera mayor en el último lustro de este siglo, cuando, entre los doce y los catorce o quince, sí estaría en Gandía de forma más estable. Pero cuanto pudiéramos decir a este respecto serían poco más que especulaciones. Sin duda fueron años decisivos para la formación del joven don Enrique, que creemos sería en no poca medida valenciana, “siquiera catalana”, como diría él, pues era aquel idioma el hablado en la corte de su abuelo por este y por la gente de su mayor confianza (Pere March, Pere Orriols o Guillém Martorell, entre otros oficiales); incluso los papeles de la cancillería y la tesorería de su castellanísimo estado de Villena están en dicha lengua, y los nombres de Berthomeu Martí y Bonafonat, su preceptor y su ayo, dejan poco lugar para la duda. Pero no hay más noticias, excepto las de Cátedra119 sobre una invitación de Violante de Bar, mujer de Juan I, para que convenciera a don Alfonso de que le permitiera viajar a Barcelona y pasar junto a ella alguna temporada. Si esto fue en 1387, como él nos indica, más bien hay que creer fuera una petición a su abuelo, el marqués, para que le mandara a educarse en la corte catalana, por entonces brillante y culta como pocas, cosa que a nuestro juicio no puede descartarse, pero no es muy probable, pues era el heredero de un estado feudal bajo soberanía castellana, y ya hemos señalado que cinco años después aún seguía a cargo de Celma y Martí, creemos que en Villena. Con todo, es de creer que el joven don Enrique comenzara bien pronto a dar señales de su poca afición a la caballería –lo que sin duda alguna no sería del agrado de un guerrero de fama como era el abuelo– y de su extraño gusto por el aprendizaje de otras disciplinas, peor vistas algunas en nobles de su alcurnia. En sus Generaciones y semblanzas, Pérez de Guzmán dice que “non aviendo maestro para ello, nin alguno lo constriñendo a aprender, antes defendiendogelo el marques su avuelo, que lo quisiera para caballero, el en su niñez, cuando los niños suelen ser por fuerça llevados a las escuelas, el, 118

J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 165.

119

En su introducción a las Obras Completas de Enrique de Villena, Madrid, 1994, p. XIII.

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contra voluntad de todos, se dispuso a aprender”120, y él mismo nos declara que su disposición para las ciencias ya venía dictada por los astros desde su nacimiento. No nos sorprendería que fuera autodidacta en alguna medida, teniendo tan a mano los libros del abuelo y quizá los de algunas personas de su corte; pero hay que advertir que estas lecturas, probablemente anárquicas, y esta vocación, con los conocimientos que pudiera adquirir en la primera infancia y la adolescencia, solo producen frutos mucho tiempo después, cuando, ya treintañero, don Enrique se ve obligado a apartarse, contra su voluntad, de las fiestas brillantes y las actividades cortesanas. Algo que nos parece digno de reseñar, por cuanto hace dudar de lo que él y otros dicen respecto a su temprana vocación por las ciencias. Mientras tanto, se iba preparando en Castilla la tormenta perfecta que muy pronto caería sobre el niño y su abuelo, en gran parte por culpa del orgullo de este. A finales de 1388, mientras que don Alfonso estaba todavía en tierras valencianas121, oficiales reales habían comenzado a hacer ejecuciones dentro del marquesado en bienes de sus súbditos y en los suyos propios. El tesorero Orriols, que entonces se encontraba enfermo en Albacete, tuvo que retirarse, todavía “fort flach”, a una villa mejor fortificada, la de Garcimuñoz, desde donde escribió suplicando al monarca que cesasen dichas ejecuciones en consideración a los muchos servicios del marqués. Este le respondió que no las detendría mien­tras no recibiera todo lo que le había usurpado en años anteriores, lo que Orriols, asustado, transmitió de inmediato a su señor. Este le ordenó que fuera a ver al rey y evitara el embargo a toda costa, de manera que “lo dit treso­rer, veent que tota la terra se perdia, ab tota sa flaquea de la dita malaltia, ana al rey de Castella ab gran messio, la qual scusar non podia, car los fets lo requerien, et troba lo rey en Briuiescha, e parla ab el tan alta ment e ab tan grosses paraules que ell s’ en met a fort gran risch, car altre remey non hauie; tant, que el rey li respos molt lejament et ab fortes paraules del dit senyor marques, e de ço que fet li hauie con los angleses eren en son regne, los quales aci diu lo dit tresorer que non li cal rentar, pero si lo dit senyor los volra saber ell lo li dira”. Es decir, que del clima de amistad y consideración que el de Villena había disfrutado en la corte hasta el momento se iba pasando ya al de las amenazas, e incluso los insultos.

120

F. Pérez de Guzmán, Generaciones y semblanzas, Madrid, Espasa Calpe, 1965, p. 100–101.

Desde Gandía escribe el 5 de septiembre de 1388 al alguacil y merino de Villena, prohibiendo que se cobre carcelaje a los presos que no resultaran culpables (J.M. Soler, La relación..., pp. 266–267). 121

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Con mucha diplomacia, el tesorero “feu tornar al rey de la mala intencio en que estaua e del gran enfit que tenía”, humillándose ante él y prometiendo, delante del doctor Pedro Sánchez del Castillo y el canciller Juan Martínez, que el marqués pagaría todo lo que debía, e iniciando una negociación con la contaduría del monarca, que quería cobrarle los florines a razón de 50 maravedís cada uno, y no a 46 como él pretendía. De esta forma, logró conjurar el peligro, porque de lo contrario –dirá él mismo más tarde– su señor “haguera perdut tot lo marquesat, o lo rey lo haguera tot destruit, e les gens se foren dades a diables”122. Pero los desajustes del valor nominal y real de la moneda, que hacían muy difícil a los recaudadores judíos, don Ossua y don Simón Afet, conseguir lo preciso para pagar salarios y atender los trabajos de fortificación de distintos castillos, llevarían al señor a exigir que la gente pagara en blancas viejas123, y luego a prohibir que en su tierra corriera la moneda habitual del resto de Castilla, lo cual acarreó las represalias que eran de esperar: ya desde 1389 los contadores del rey no le pagaron la quitación de la condestabilía, ni tampoco la suma que le solían dar para mantenimiento del joven don Enrique124. Y cuando el tesorero comparezca en Segovia reclamando esta deuda y “el sou de Portogal” –el dinero que aún se le adeudaba por los gastos de aquella malhadada campaña en que murió don Pedro– solo recibirá nuevas reclamaciones de lo que todavía adeudaban al rey el almojarifazgo del señor y sus arrendadores. Su ausencia de la corte no pasó inadvertida, para colmo, para los enemigos que tenía en la misma, que muy pronto empezaron decir que era un extranjero no solamente ajeno, sino muy peligroso, para los intereses de Castilla. En las Cortes de Guadalajara de 1390, presididas aún por Juan I, poco antes de su muerte accidental, y en la que al parecer llegó a tratar con el arzobispo de Toledo sobre la conveniencia de quitar al marqués la condestabilía, ciertos procuradores, incitados tal vez por algún influyente cortesano, y quizá por las cartas de algunos descontentos que su autoritarismo fomentaba en los 122 Esta es, al menos, la versión del tesorero, que muchos años después, en 1396, se defendía así de las acusaciones que el marqués le hacía de haber malversado sus fondos, y hacía resaltar sus servicios en esta importante misión. Según él, estuvo junto al rey 7 meses de “molts treballs e molts angoxes”, y estuvo “malalt a la mort per raho de la dita anada” (Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, Fols. 45–46) 123 En Villena, a fines de 1390, el tesorero recibió noticia de don Ossua que los pechos del año 88 de “les cristians juius e moros del Castell, e juius de Xinxella” –judíos de Chinchilla– los habían pagado en la moneda vieja; y así lo anotó y lo notificó a Simón Afet (Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, Fols. 41–42). 124

Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, fol. 37.

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pueblos de su gran señorío, se quejaron al rey abiertamente de que “algunos señores”, por haber recibido de Enrique II señoríos con mero mixto imperio, “non querían responder de ningund conosçimiento de sennorío al rey, por la qual cosa el su sennorío soberano, que auía ante todo, se perdía e se enagenaba”. En concreto se alude a don Alfonso, el señor de “la tierra que dizen de don Juan” –obsérvese que ahora se desempolva el nombre que tuvo anteriormente y se evita aludir a su señor actual– y “natural del regno de Aragón” –se hace hincapié en su condición de extranjero– que “no consentía que ninguna apelación de su tierra fuese al rey nin a la su audiencia, nin consentía que carta del rey fuera en su tierra conplida” 125. Se llegó a sugerir que era merecedor de que se le quitara el señorío, y que no convenía que un estado tan grande y fronterizo estuviera en poder de un noble vinculado a la casa real aragonesa y a sus intereses en esta monarquía. Pero el rey, de momento, no quiso ir tan lejos: solamente ordenó que de allí en adelante, y después del recurso de justicia ordinaria y alzada ante el marqués, tuvieran sus vasallos el derecho de apelar ante él. En esas mismas Cortes el rey concederá a su hijo don Fernando los títulos feudales de Peñafiel y Lara, que se supone eran herencia de su madre, doña Juana Manuel126; decisión que tal vez pudiera interpretarse como aviso de que se proponía mantener en el seno de su propia familia los estados mayores de su reino, y como otra amenaza a don Alfonso; pero, por el momento, se limitó a ordenarle venir a su presencia para hablar de la condestabilía y de otras cuestiones todavía pendientes. No se trata, en su caso, por lo tanto, de una marginación, como la que se dice emprendió Juan I y prosiguió su hijo contra otros parientes y nobles revoltosos127; más bien cabría hablar de automarginación, que se irá acentuando en los años siguientes, por razones que no comprendemos del todo, aunque pueden tener que ver con su autoestima herida, su exceso de confianza, la falta de motivos para tomar partido entre el rey y sus tíos, y quizá la nostalgia de su patria natal aragonesa, donde además tenía asuntos que arreglar. El hecho es que no quiso regresar a Castilla y se quedó en la corte de Juan el Cazador, donde por esas fechas se veía enfrentado a la amante del rey, doña Carroza, “àvol e malvada fembra”128, y a su grupo de nobles, que llegaron a convencer aquel de que estaba de acuerdo con 125

P. López de Ayala, Crónica de Juan I, Ed. BAE, 1953, p. 141.

126

Ibídem, p. 130.

127

L. Suárez Fernández, Nobleza y monarquía, Valladolid, 1975, p. 67 y sigs.

128

J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 152.

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la invasión francesa del conde de Armañac, aunque en marzo y abril de 1390, una vez despejado el panorama con la caída en desgracia de la dama, lucharía contra este en tierras catalanas. En octubre, al saber que el de Castilla había fallecido de forma accidental, solicitó y obtuvo licencia para ir a ver a su heredero, pero aunque el de Aragón le animó a no perder “día ni hora”, pues él era el primer interesado en tener a su tío en la regencia129, don Alfonso se dio muy poca prisa por llegar a Madrid, donde el nuevo monarca, que tenía once años, le había requerido. Recelaba, tal vez, del Arzobispo y de otros cortesanos, que estaban muy revueltos (estuvieron a punto de quemar el testamento del monarca difunto), y aunque el mismo Tenorio insistió en que se cumpliera la última voluntad de Juan I, que hacía al de Villena miembro del Consejo de Regencia, este aún decidió mantenerse alejado. No es que estuviera lejos, pues a principios de año el marqués da una carta a favor del concejo y vecinos de Iniesta desde Garcimuñoz130, pero solo responde a las invitaciones de que vaya a la corte a rendir vasallaje enviando emisarios y pidiendo, ante todo, confirmación de todos sus viejos privilegios y de la dignidad de condestable (quizá se haya enterado de que de nuevo se habla de quitarle este oficio131), exigiendo además que lo juren así el monarca y la reina Catalina, su esposa, de la que bien pudiera tener algún recelo. Un recelo infundado, pues con fecha 22 de febrero de 1391, desde las mismas Cortes que tenía en Madrid, no solamente el rey, sino también la reina y los miembros presentes del Consejo Real, confirmaban la condestabilía y el propio marquesado, recordando los múltiples servicios que don Alfonso hizo a su padre y su abuelo, y ofreciéndose al tiempo a realizar gestiones junto al rey de Inglaterra y el duque de Lancaster para que liberaran a su hijo don Alfonso132. Aunque puede ser cierto que la inglesa tuviera sus reservas frente a los servidores de los reyes Trastámara pasados133, no cabía esperar mayores garantías ni más cordialidad de los nuevos monarcas. Incluso repusieron al marqués de Villena como miembro del nuevo Consejo de Regencia, conforme a lo previsto por el difunto rey, a pesar de la clara oposición de algunos cortesanos; pero

129

J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 148.

El 2 de enero de 1391, desde Garcimuñoz, don Alfonso ordena a todos sus súbditos del marquesado que respeten la exención de portazgo de los vecinos de Iniesta. Inserta en carta de 1489. Archivo General de Simancas, RGS, 1489– III, fol. 1. 130

131

P. López de Ayala, Crónica de Enrique III, p. 11.

132

Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, fol. 115 v–116.

133

P. M. Cátedra, Sobre la vida y obra…, p. 12.

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ni aun así quiso ver a los reyes (solamente envió a dos caballeros a llevar su mensaje de obediencia), lo que quizá influyó para que en el Consejo decidieran quitarle la condestabilía y confiarla al conde don Pedro de Trastámara134. Inexplicablemente, tampoco acudiría el marqués de Villena a las Cortes de Burgos, en 1392, aunque algunos concejos de su tierra sí las aprovecharon para obtener del rey sendas confirmaciones de antiguos privilegios, puenteando al señor135, y algunos caballeros hacendados de antiguo dentro del señorío, como Ruiz de Alarcón, que verá confirmado su control de Valverde y Talayuelas, herencia de su padre, o Francisca Alfonso, señora de Minaya tras la muerte de su hermano Juan Alfonso, harían otro tanto respecto a sus derechos. Incluso su vasallo y alcaide de Almansa, Rodrigo de Cervera, que debía al marqués su señorío de Puebla de Almenara, gestionó en este año la aceptación real de su cesión a Jaime de Cervera, su sobrino, vecino de Segorbe; un indicio evidente de que ya se entreveía la posibilidad de cambios inminentes y era más importante el seguro del rey que el del mismo marqués. Pero, precisamente mientras todos los grandes disputaban por los puestos de mayor influencia, don Alfonso seguía ausente de la corte: no se consideraba miembro de los Trastámara, no tenía razones para apoyar al rey, ni tampoco quería sumarse a los “epígonos” (la reina de Navarra, el conde de Trastámara y el de Benavente, que se habían reunido a conspirar en Burgos136). Su nombre aparecía en todos los corrillos, y se le requirió en varias ocasiones; incluso el arzobispo de Toledo, no sabemos muy bien si con buena intención, intentó convencer a don Fadrique, duque de Benavente, de que no se casara con la hija del maestre de Avís, que era enemigo, y sí lo hiciera, en cambio, con la hija del marqués de Villena137, como ya se le había propuesto anteriormente. Pero él no respondió, y cuando lo hizo fue de manera fría y negativamente. La razón, o más bien una de las razones, de esta rara conducta, que ya extrañaba a Mitre y de entonces acá nadie ha explicado satisfactoriamente, puede ser el regreso de su hijo don Alfonso, convertido en un hombre de casi 30 años, tras pasar 22 en cautiverio, sin hablar catalán ni castellano, y tal 134

P. López de Ayala, Crónica de Enrique III, pp. 162, 165, 167, 168 y 178.

El 20 de febrero de 1392, en las Cortes de Burgos, Enrique III confirmaba los privilegios que Chinchilla tenía de los reyes pasados y de los Manuel, sus anteriores señores (Archivo Histórico Provincial de Albacete, Municipios, Libro de copia de privilegios de Chinchilla, Fols. 107–108) 135

L. Suárez Fernández, Nobleza y monarquía, p.67. L. Suárez Fernández, Monarquía hispana y revolución Trastámara, Madrid, 1994, p. 171. 136

137

P. López de Ayala, Crónica de Enrique III, pp. 199.

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vez resentido con su padre por no haberlo librado con más celeridad. Este le traspasó el condado de Denia –únicamente el título, pues la administración y las recaudaciones siguieron en sus manos– tan pronto como supo que estaba en libertad138, pero nunca llegaron a entenderse muy bien. El problema, no obstante, es que ahora se negaba a contraer la boda concertada con Leonor de Castilla139, que en estas fechas, ya un poco entrada en años, y quizá no muy lista, no era plato de gusto, pues además tenía fama de poco honesta, si bien esto pudiera ser tan solo una excusa, no sabemos muy bien si del hijo, del padre, o de los dos. La señora le puso un pleito ante la Audiencia, reclamando las 30.000 doblas que el marqués recibió tiempo atrás por su dote, y su hermana, la viuda de don Pedro, madre del heredero don Enrique, secundó su actitud, reclamando otras tantas. Tal vez por ello, en parte, el señor de Villena rehusaba ir a la corte, donde los consejeros del rey le exigirían el reembolso de aquellas cantidades; pero no rompió amarras: quizá porque le viera las orejas al lobo, seguía proclamándose servidor del monarca y miembro del Consejo de Regencia del mismo –y también condestable de Castilla, como si no le hubieran quitado dicho oficio– y ofreciendo su influencia junto al rey de Aragón para lograr su ayuda si los moros rompieran guerra por la frontera. Pero ya era muy tarde para las medias tintas: cuando Enrique III llegó a la mayoría revocó en las Cortes de Madrid todas las decisiones que tomó su Consejo de Regencia y, resuelto a librarse del grupo de parientes que habían manejado los asuntos del reino en tiempos anteriores, exigió a don Alfonso su presencia en la corte y un compromiso claro de aceptar en su tierra la moneda que corría Castilla. También le retiró definitivamente el oficio de condestabilía, y los acostamientos que tenía del rey, puesto que las ciudades habían protestado del gasto que los grandes hacían con pretexto de defender el reino, y se había ordenado a éstos que vinieran ante los contadores a revisar las cuentas. Reclamaba igualmente el cumplimiento de la nueva sentencia que le había condenado a devolver la dote de sus tías140, cosa que don Alfonso declinaba diciendo que doña Juana, al menos, se casó con don Pedro e incluso tuvo hijos, y que doña Leonor lo había hecho imposible porque era conocida 138

J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 104.

Don Alfonso debía casar con Leonor en el plazo de dos años desde que saliera de prisión, plazo que concluía el 26–27 de enero de 1394. (J. Zurita, Anales..., X–LIV). J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 103–104. 139

En Burgos, el 4 agosto de 1393, doña Leonor había otorgado poderes a su procurador para comparecer ante don Alfonso de Aragón y pedirle el cumplimiento de esta sentencia, más el pago de las costas del proceso. 140

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su “deshonesta vida e inhabilidad141” (término este último que tal vez pudiera referirse a discapacidad intelectual, acaso vinculada a conductas promiscuas y poco responsables). No sabemos si el rey estaba ya planeando acabar con su incómodo pariente, como con otros nobles, como el de Benavente y el conde de Trastámara. Desde luego, contaba con respaldo de Mendozas, Ayalas, Dávalos y Guzmanes, entre otros linajes segundones de la nueva “nobleza de servicio”; con el adelantado de Murcia, Alfonso Yáñez (que en años anteriores tenía acostamiento del marqués de Villena), e incluso con apoyos dentro del territorio de los grandes señores a los cuales pensaba castigar. En el caso concreto del que ahora nos ocupa, debía de tener contactos con hidalgos en los alrededores del mismo marquesado, como mosén Enrique Cribel (un bretón mercenario que no llegó a tener título de nobleza, que sepamos, pero sí dominaba por completo Alcaraz), e incluso en su interior, donde estaba Martín Ruiz de Alarcón, así como con ciertos dignatarios reales: el doctor Pedro Sánchez del Castillo y el canciller Juan Martínez del Castillo, procedentes del mismo y altamente influyentes en sus pueblos142. Incluso pudo haber algún discreto acuerdo con personas concretas de Chinchilla143, Villena144 y algún otro concejo, a los que hacía poco había confirmado todos sus privilegios sin hacer la menor mención a don Alfonso. 141

Zurita, Anales…, X.LIV.

De hecho, al comienzo de su carrera, cuando todavía era solo bachiller, Pedro Sánchez del Castillo había estado a sueldo del marqués de Villena y había recibido favores económicos. Hacia 1379, en las cuentas del señor se registra un pago a este bachiller “daquellos M maravedís que el senyor marques le fizo merçed, e ay carta del gouernador de mandamiento”. Más difícil, por lo común de su nombre, es identificar el historial pasado de Juan Martínez del Castillo. No obstante, sabemos que un personaje así llamado, era ya vecino distinguido de Garcimuñoz en 1375, cuando comparece como testigo en un traslado del documento real que encomienda la recaudación de rentas al judío Samuel Abravalla. Otro de ese nombre aparece en 1379 como socio de un grupo de arrendadores de servicio y montazgo. Pudiera ser el Juan Martínez, hijo de Pedro Yáñez del Castillo, de quien el marqués tomaba 50 florines (1.000 maravedíes) en ese mismo año. Más tarde, en 1384, firma como “notario público del rey”, los acuerdos de Albacete entre el marqués y Murcia; y hacia 1378 ejercía el cargo de fiscal del señor (responsable de las penas impuestas a los vasallos). Quizá por entonces diera el salto a la corte, aunque todavía en 1386 figura entre la nómina de acostamiento del marqués un Juan Martínez del Castillo –que tal vez no sea el mismo– favorecido con una renta de 3.000 maravedíes anuales. Al mismo personaje remite el señor, en ese año, varias cartas, y entre ellas una concediéndole una merced en tierra. Quizás este sea ya otro caballero, que acompaña al marqués en los años noventa y aparece junto a otros vasallos destacados (Gonzalo González de Palomares, el gobernador Calatayud) en la junta de Villena de 1394. 142

143

A. Pretel Marín, Chinchilla medieval, IEA, Albacete, 1992, pp.. 134–135.

144

J.M. Soler García, La relación..., pp. 269–271.

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Sin embargo, el marqués no vio venir el golpe: confiado en su buena relación con el rey de Aragón, que envió embajadores –mosén Lluc de Bonastre, su vasallo y señor de Laguar, y Domingo Mascó, señor de Burjassot– a pedir que le fuera reintegrada la condestabilía y que se le guardara el respeto debido145, no tomó precauciones hasta que ya era tarde, a principios de 1394. Por entonces habían comenzado de nuevo los embargos y las ejecuciones judiciales de los bienes de algunos mercaderes que venían de su tierra a la del rey, hasta el punto de hacer que muchos de ellos no quisieran salir y el comercio quedara colapsado146. Aunque tal vez aún no se sintió en peligro, don Alfonso debió de comprender que las contemplaciones se estaban terminando, porque a fines de enero dejó Garcimuñoz y se asentó en Villena, cerca de la frontera, donde había convocado una junta solemne de los procuradores de su tierra y de sus principales caballeros y alcaides. El último de enero se reunía con ellos en la iglesia parroquial de Santiago, ordenaba leer el viejo privilegio en que Enrique II le había concedido el marquesado de forma irrevocable, veintisiete años antes, y se comprometía a pagar a Leonor, la tía del monarca, 30.000 doblas de oro por su dote, más las costas del juicio, que su procurador, Juan García, le había reclamado (con María, la madre de sus nietos, ya tenía un acuerdo, que él mismo explicó al rey, aunque ya no llegó respuesta alguna). Es decir, se humillaba, esperando calmar la ira del monarca y dar tiempo a que hicieran efecto las gestiones que los aragoneses hacían en su favor. Mientras tanto, el 21 de febrero, y ante diferentes oficiales de casa del marqués, Juan Martínez de Luna, su escribano, sacaba un traslado de aquellos privilegios en que Enrique II, Juan I, y monarca reinante habían confirmado la merced que le hizo el primero de ellos, la condestabilía, las tercias de su tierra, y el resto de derechos que le habían otorgado147. El día 25, ante su mayordomo, Andreu Castellá, ordenaba sacar otra copia del pleito homenaje que los procuradores de distintos concejos le hicieron en su día –veintidós años antes– en el monasterio de San Agustín de Garcimuñoz148. Puede que estos traslados respondan al temor de que se produjera un alzamiento de sus propios vasallos con apoyo del rey, que entre tanto seguía comprando voluntades

145

P. López Ayala, Crónica de Enrique III, p. 256.

146

J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell, p. 188.

Testigos: mosén Andreu Castellá, mayordomo mayor del marqués; don Guillén Martorell, su despense­ro; y don Francesc, fiscal, su escribano (Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, fol. 116 v) 147

148

Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, fol. 118.

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en los alrededores, donde confirmará los derechos de Alfonso Yáñez Fajardo sobre Alhama y Librilla149 y mandará librar 3.000 maravedís a su recién nombrado corregidor de Murcia, Ruy Méndez de Sotomayor, sobrino de la esposa de Enrique Cribel, su hombre en Alcaraz. Sin duda, don Alfonso pensó que todavía podría aprovechar los apuros del rey en la frontera, donde el maestre de Alcántara había muerto en combate con los moros, y su necesidad de encontrar aliados contra el de Benavente, cada vez más rebelde. Solicitó un seguro, como si se temiera ser preso o maltratado, y se plantó en Illescas, donde estaba la corte, con cien lanzas del reino de Valencia. Allí se entrevistó con el joven monarca150, se excusó de no haber venido anteriormente por no verse seguro en las intrigas que hubo en su minoría, y pidió, como cosa de justicia y sin darle demasiada importancia, la condestabilía, pues “entendía que el oficio era mas onrrado por le tener él, que non él por tener el oficio”, y que no le siguieran apremiando con las famosas dotes, pues quería resolver la cuestión por justicia151. Pero el rey, a su vez, quiso sacar partido de su debilidad y atraerlo la alianza que estaba preparando contra el de Benavente con don Pedro Tenorio, el maestre de Santiago, Ruy López de Dávalos y otros nobles adictos, cosa que él aceptó pensando que con ello no se comprometía. Admitió sus excusas, y en lo referente a las reclamaciones de sus tías dijo “que le plazia que viesen doctores estos pleytos e fiziesen justicia a él e a ellas”; pero a continuación le pidió que marchara junto a él contra su tío Fadrique. El marqués se excusó diciendo que no había venido preparado y que solo traía caballeros del reino de Valencia, los cuales no debían actuar en Castilla sin licencia del rey de Aragón, y que su puesto estaba más bien en la frontera (de hecho, solicitó permiso al de Aragón para ir contra Granada con Enrique III152, aunque probablemente era un brindis al sol). Resultado: el monarca “quedó muy descontento; y no solo no entendió en restituirle el ofiçio de condestable, pero buscóse forma cómo le quitase el marquesado de Villena que el rey don Enrique su agüelo le había dado por sus señalados servicios”. Pero no dijo nada y dejó que siguiera confiándose.

A. Franco Silva, “El patrimonio señorial de los adelantados de Murcia en la Edad Media”, Gades, 7 (1981), pp. 47–78, pp. 48–50. 149

150

P. López de Ayala, Crónica de Enrique III, p. 224.

151

Crónica de Enrique III, p. 224.

152

E. Gascón Vera, “Nuevo retrato…” p. 111.

69

EL HUNDIMIENTO: EMBARGO REAL DEL MARQUESADO

A

mediados de 1394 el rey comenzaría a meter en vereda a sus tíos, los llamados “epígonos” Trastámara153, que habían sido pilares pero ahora eran peligros para la dinastía. El conde de Trastámara huyó en el mes julio y se unió a la reina de Navarra, Leonor, que vivía en Castilla sin querer regresar con su real esposo, Carlos III el Noble, al que acusaba de haberla maltratado. Los dos se encastillaron en la villa de Roa en actitud rebelde; pero Enrique III mandó prender a don Fadrique, duque de Benavente y envió a los vasallos de los conspiradores cartas en que pedía que se alzaran contra ellos154. Él mismo, acompañado por Ruy López Dávalos, Hurtado de Mendoza y otros capitanes, se presentó ante Roa y apresó a su tía Leonor, que será remitida bajo escolta a Navarra, y pronto sitiará al conde de Noreña en su villa asturiana de Gijón, que será destruida en castigo a su breve resistencia, quitándole su título. Un serio precedente, el impulsar la rebelión urbana contra los grandes nobles, que debió de alertar al marqués de Villena, que en agosto buscaba una salida digna al problema creado por el incumplimiento de la boda de su hijo. La mejor solución quizá fuera otra boda con Elfa de Cardona, hermana de su yerno, Juan Ramón de Cardona155, que estaría dispuesto a aportar 30.000 florines en concepto de dote, que pudieran servir para pagar a aquella un plazo de la deuda. A cambio, don Alfonso se comprometería a nombrar a su hijo heredero de todos sus estados, salvo del marquesado de Villena, que ya había 153

L. Suárez Fernández, Nobleza y monarquía, Valladolid, 1975, pp.67, 82 y sigs.

Ibídem, p. 229. Y A. González Ruiz–Zorrilla, “La resistencia al dominio señorial: Sepúlveda bajo los Trastámara”, Cuadernos de Historia, Anexos de HISPANIA, 3, 1969. pp. 307 y s.s. 154

155

J. Castillo Sáinz, Alfons el vell…, p. 132. Zurita, Anales…, X–XXI.

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jurado a don Enrique; a ponerle una casa en el mismo palacio de Gandía o en cualquier otro punto de su tierra, y asignarle una renta de 6.000 florines anuales mientras se producía el matrimonio156. Pero el conde de Denia había apalabrado por su cuenta otra boda, con María, la hermana del rey Carlos III de Navarra, de manera que aquella solución tampoco fue posible; y aunque lo hubiera sido, tampoco habrían cambiado demasiado las cosas, porque lo de la dote solo era un pretexto. En septiembre de 1394 el marqués se encontraba en Albacete, junto a Vidal de Blanes y Rodrigo Rodríguez de Avilés, Juan de Perea y su corregidor en esta población y en la de Chinchilla, Garcí Sánchez, dando su visto bueno, como antes hizo el rey, a la cesión a Jaime de Cervera de la villa de Puebla de La Almenara, por parte de su tío, Rodrigo de Cervera157. Durante el mes de octubre le veremos con su gobernador Luis de Calatayud y otros vasallos suyos junto a Garcimuñoz (Santa María del Campo), desde donde enviará a Pedro Sánchez y Gonzalo González para hacer en su nombre juramento de obediencia al monarca y asegurar que hará paz y guerra por él, irá a sus llamamientos cuando sea requerido y le honrará por todos los días de su vida “que plega a Dios que sean muchos”. Así lo harían estos en Burgos, en diciembre, en presencia de Juan Martínez, canciller, el mayordomo Juan Hurtado de Mendoza, el mariscal Diego Fernández y Ruy López Dávalos, los nuevos hombres fuertes del servicio del rey; pero Enrique III se limitó a decir que recibía este pleito homenaje, sin dar señal alguna de aprecio o amistad. En realidad tenía su decisión tomada: se iba a desatar la tormenta que había venido incubándose desde hacía unos años y que ya oscurecía el horizonte en los últimos meses. En efecto, en enero de 1395 el rey ordenará secretamente a su adelantado en el reino de Murcia, Alfonso Yáñez, a Enrique Cribel y Garcí Méndez, Martín Ruiz de Alarcón, el doctor Pedro Sánchez y el canciller Martínez ocupar en su nombre todas las fortalezas y villas del marqués, confiscando los bienes de cualquiera que quisiera impedirlo; y sin duda otras cartas semejantes salieron para algunos concejos y personas notables, previamente captados, ordenándoles que tomaran su voz, y a merinos y alcaides, como Arnau Sanz o Sánchez, el alcaide de Hellín, o pequeños señores como Jaime de Ayerbe, en Almansa, que después recibió algunas mercedes para repoblación de su vieja alquería de Burriharón, anulando sus pleitos homenajes para que se volvieran 156

J. Castillo Sáinz, Alfons el vell…, p. 134.

157

Archivo Histórico Nacional, Osuna, Leg. 2084, nº 3.

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contra la autoridad que les había nombrado. Entre estos pudiera estar incluso Rodrigo de Cervera y hasta el gobernador y alcaide de Alarcón, Luis de Calatayud, que también mantendrán sus señoríos (aunque algo recortado el del primero de ellos, contra el que sus vasallos se alzaron por el rey, pretendiendo matarle158); o Rodrigo Rodríguez de Avilés, que unos años después recibirá en agradecimiento el lugar de Santiago de la Torre159. Había comenzado la “operación despojo”. De inmediato el monarca decretó, sin esperar siquiera la deliberación del Consejo Real y saltándose varias prescripciones legales, el secuestro de bienes del marqués para la ejecución de las 60.000 doblas que importaba la dote de sus tías, y él mismo los compró “por quanto no fue fallado quien mas diese”. En realidad, la deuda era un simple pretexto: como intuía Mitre hace ya muchos años, era una operación mucho menos fundada en la legalidad que en motivos políticos160. Y desde luego estaba preparada en detalle: conforme al plan previsto, Martín Ruiz de Alarcón se apoderó no solo de esta villa de la que toma nombre, sino de la vecina Garcimuñoz, cabecera de facto del partido del norte, donde el día 23 de febrero ya estaban el doctor Pedro Sánchez y el canciller Martínez, a los que el rey designa como representantes, sacando testimonios del poder que tenían para la ocupación.

Garcimuñoz, centro de operaciones para la ocupación del marquesado

158

J. L. Pastor Zapata, “Un ejemplo de apanage…” p. 36.

159

A. Pretel Marín y M. Rodríguez Llopis, El señorío de Villena en el siglo XIV, p. 262.

160

E. Mitre, Señorío y frontera…, p.62.

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Testimonios que pronto llegarían a los últimos rincones del vasto señorío de Villena, con cartas en que el rey alzaba a los concejos el pleito homenaje que habían hecho al marqués y a sus nietos, al tiempo que ordenaba “que tomasedes mi boz, e que vos quería para mi corona real, e que no obedeciesedes de aquí adelante a don Alfonso, segund más largamente en la dicha mi carta contenido”. Con esto comenzó una larga cadena de alzamientos en el partido sur: el primero, en Chinchilla, donde una asamblea popular, el 14 Chinchilla, la mayor villa del marquesado de marzo161, no solamente acata la carta del monarca, sino que le remite a sus representantes pidiendo que confirme todos sus privilegios y prometa que ya no volverá a ser de señorío. El 21 de marzo, en Alcalá de Henares, estos procuradores le hacen homenaje de tenerle “por señor inmediato” y reciben de él respuesta favorable a todas sus demandas. El señor intentó frenar la rebelión perdonando a sus pueblos del partido del sur el pedido que estaba recaudando, “pensant e creent que per allò los detendría, que no se alçarian ni rebellarian”162; pero ya era muy tarde: el primero de abril conseguían los mismos privilegios que Chinchilla, Alcalá del Río Júcar y Belmonte –en cuyas peticiones se percibe un patente tono antiseñorial– y seguirán Iniesta, Jorquera, y otros pueblos, que obtienen igualmente la promesa de ser mantenidos bajo dominio real163. En poco más de un mes el marqués perderá los castillos del partido del norte u obispado de Cuenca (Alarcón, Belmonte, Iniesta, Garcimuñoz, Puebla de La Almenara) y una buena parte de los de Cartagena (Chinchilla, Jorquera, Alcalá). Es decir, casi todo, pues Hellín, Tobarra o Albacete no hubieran podido resistir, por lo 161 El acta de la reunión ha sido publicada por A. Pretel, “La revuelta antiseñorial de 1395 en el marquesado de Villena”, Congreso de Historia de Albacete, vol. II: Edad Media, IEA, Albacete, 1984, pp. 145–148. 162

J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 192.

163

E. Mitre, “Señorío y frontera...”, p. 160.

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que es de creer que se alzaran también. Martín Ruiz de Alarcón era nombrado alcaide y guarda de Alarcón y de Iniesta, con las prerrogativas de los de Huete y Cuenca164, y sin duda otras plazas serían guarnecidas por Enrique Cribel y Garcí Méndez165. Solamente seguían fieles a su señor, y no por mucho tiempo, Villena, Sax y Almansa, donde el marqués tenía guarniciones del reino de Valencia, sin contar con que estaban más expuestas a las fuerzas que al otro lado de la frontera, en Ayora y Biar, reunía don Alfonso “con publicación de que se quería ir a despidir del rey de Castilla, y que aquella cerimonia se había de hacer dentro de sus reinos, pero esto obró más en la fama que en el efecto”166. Si hubo resistencia, no sería muy fuerte, aunque no hay que excluir que hubiera alguna, pues luego se dirá que el rey hizo “escalar, conbater e prender las ditas fortalezas”167, sin especificar a cuáles se refiere. Viendo que don Alfonso no intentaba ya nada, Villena y Sax se alzaron hacia fines de abril y enviaron al rey a sus procuradores a hacer pleito homenaje “segund que me lo auian fecho los de Chinchilla e los de las otras villas e logares del dicho marquesado”, aunque sus fortalezas siguieron resistiendo bajo el mando de Francisco Forcén y de Bernat Marín. El día 4 de mayo, el mismo en que confirma todos sus privilegios a Chinchilla y Jorquera, ya ordenaba Enrique III a su recaudador del obispado de Cartagena respetar a “mi villa de Villena” todas sus libertades (sobre todo de orden económico, heredadas del tiempo en que era de Aragón). El día 8, desde el monasterio Santa María de Pelayos, cerca de San Martín de Valdeiglesias, el monarca, que ya en cartas anteriores había prometido no enajenar jamás aquellas poblaciones, contestaba a Villena y Sax, reafirmando lo dicho y asegurando a la última, “que es en frontera de Aragón, e que es muy mal poblada”, las mismas exenciones que gozaba el concejo de Villena. 164 P. López de Ayala, Crónica de Enrique III, p. 234. E. Mitre añade también a Alarcón e Iniesta la plaza de Jorquera, pero nosotros no lo hemos encontrado en la fuente que cita (E. Mitre, “Señorío y frontera...”, p 60). 165 Algún historiador de la orden dominica señala que el monarca nombró a Enrique Cribel su capitán de Alcaraz y Chinchilla, y sabemos también que en su testamento ordenará pagar su deuda con algunos ballesteros “que fueron conmigo a Chinchilla”. En un muro del claustro de la iglesia de esta última aparece grabado el nombre de Garcí Méndez, sobrino de su esposa, y la fecha de 1404, que sin duda se debe a otra visita nueve años posterior. C. Ayllón Gutiérrez, “Enrique Cribel, semblanza de un caballero medieval, en Al–Basit, 46, Albacete 2002, pp. 5–41 A. Pretel Marín, El señorío de Villena en el siglo XV, pp. 25 y 68. J. Torres Fontes, “La problemática del marquesado de Villena en 1395”, Congreso de Historia del Señorío de Villena, IEA, Albacete, 1987, pp. 407–412. 166

Zurita, Anales, X–LVI.

167

Véase el documento en nuestra selección documental, al final de este libro.

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Un detalle importante: este mismo concejo de Villena había solicitado que el rey tomara el título de marqués de Villena, de la misma manera –y más justificada– que ostentaba los de Vizcaya y Lara, que podrían venirle de su abuela, doña Juana Manuel168. Propuesta interesante por diversos conceptos, ya que garantizaba que sus pueblos ya no retornarían al dominio feudal –y a Villena el prurito de capitalidad– y al tiempo pretendía reducir las facultades reales a las de un señor sometido a pactar con sus vasallos, y no a las de un monarca soberano absoluto. Hasta pudiera hablarse de un legitimismo sucesorio encarnado en el rey, pues venía “de la linea derecha de la casa de Villena”, como se dijo ya veintisiete años antes, cuando capitularon en Hellín la aceptación de Juana Manuel como heredera de aquella dinastía169. Pero Enrique III dará largas a esta petición, remitiéndola a una reunión de su Consejo, y al final no la tuvo en consideración, primero porque el título no era enajenable ni podía embargarlo ni comprarlo como hizo con las tierras –así se lo dirá en el año siguiente el rey de Aragón– y después porque no le convenía: para él era más cómodo gobernar como rey, sin aceptar ninguna condición de partida, salvo las habituales nuevas confirmaciones de antiguos privilegios, algunos de los cuales no serán respetados. Ya a finales de junio debió de producirse el tardío alzamiento de la villa de Almansa, la única que seguía en poder del marqués en todo el señorío, cuyos procuradores alcanzaban al rey en la ciudad de León el día 4 de julio. Allí le informarán de que la población ha tomado su voz y solicitarán una confirmación de privilegios reales y señoriales, el juramento de que nunca serán devueltos al señor, y diversas mercedes, que incluyen la aplicación a

Almansa y Ayora, dos villas enfrentadas por la expropiación del marquesado 168

A, Pretel Marín, “La revuelta...”, p. 149.

169

J.M. Soler García, La Relación de Villena, Alicante, 1974, Doc. 15.

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obras de interés concejil de las rentas feudales de hornos y molinos, así como un aumento del sueldo que venían percibiendo los llamados caballeros de nómina y algunos ballesteros desde don Juan Manuel170, aduciendo el peligro fronterizo de moros y almogávares, y el hecho de que Almansa estaba frente a Ayora, donde el marqués seguía concentrando sus tropas. Pero, tal vez molesto porque la villa había tardado demasiado, y sin duda no tan necesitado de apoyo como antes, el monarca accedió únicamente a algunas peticiones y dio largas al resto171. El marqués se mantuvo en Ayora durante aquel verano del año 1395, sin atender siquiera los ruegos del consejo de defensa de Valencia, que temía una entrada granadina por tierra y por mar y le pedía que fuera a defender el reino (el 16 de agosto les dice que no ve gran peligro de guerra con los moros, sino contra Castilla, en todo caso). Un mes después, el día 17 de septiembre, escribe desde Biar al condado de Denia pidiendo que le envíen, para el 10 de octubre, 500 ballesteros y lanceros cristianos y moros de la zona, pues está preparando gente de pie y caballo para ir a despedirse del que fue su señor, el rey de Castilla, al cual no reconoce de ahora en adelante. Sin embargo, antes de esto, el 2 de octubre, ya había renunciado a toda resistencia: con tal fecha escribía a Francisco Forcén, su alcaide de Villena, y al de Sax, mandándoles cumplir los mandamientos de Enrique III, “sian justs o injusts”, y rendir sus castillos a Alfonso Yáñez Fajardo, adelantado en el reino de Murcia. Todavía desde Ayora, en octubre, y siguiendo la antigua costumbre que existía en su tierra castellana ya desde los Manuel, convocaba a los representantes de sus pueblos del reino de Valencia para una reunión, a fines de noviembre, en la que iba a pedirles su ayuda contra “aquesta tan gran injusticia”, que quería a denunciar ante cualquier otra instancia que le fuera posible, incluida la del papa172. Pero ya se trataba de una ayuda económica. Si tuvo alguna vez voluntad de cobrar por medios militares lo que le habían quitado, ya la había olvidado. El poder del marqués –“marqués que solía ser”, como le llamarán de ahora en adelante algunos documentos– quedaba liquidado. Don Enrique, con 170 Una petición similar habían hecho Villena y Sax, que conseguirían una carta de Enrique III, que hace merced de los 20 de caballo (nómina); y de la villa de Sax, que es privilegiada como Villena. (J.M. Soler, La relación..., p. 302). 171 A. Pretel Marín, “En torno a la incorporación del marquesado a la corona castellana en 1395”, Al–Basit, 6 (1979) pp.172–174. Transcripción de este interesante documento, que contiene las reivindicaciones de Almansa y la respuesta del rey. 172

Todas estas noticias en J. Castillo Sáinz, Alfons el vell…, p. 97, 155, 185, 189.

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diez o doce años, perdía de esta forma la posibilidad de llegar a heredar el señorío (para Zurita173 “fue desheredado del don Enrique, su nieto, a quien pertenecía legítimamente”), aunque también es cierto que podía tener una esperanza, ya que Enrique III no consintió en tomar, como había pedido la villa de Villena, título de marqués, según ya queda dicho, porque pertenecía a don Enrique de acuerdo con las leyes de Castilla y el pacto establecido por los abuelos de ambos cuando se concedió el marquesado. Quién sabe si por ello, siempre quiso llamarse “Enrique de Villena”, como ha señalado Pedro Cátedra174, en reivindicación de un derecho que nunca habría de ejercer, pero que era legítimo. Para un niño criado como huérfano de padre y de madre, y sin duda con graves carencias afectivas; para alguien que ha pasado su infancia oyendo hablar de la gran importancia de su casa y de los sacrificios que hizo por la corona, y a partir de los once o doce años escucha solamente lamentos y querellas por la gran injusticia cometida con él, una agresión tan rápida, violenta y radical, tuvo que ser un trauma y una humillación que le desbordarían y dejarían huella en su débil espíritu. Desde luego, el muchacho sentiría como agravio la pérdida ilegal de su gran señorío y la pasividad con que el marqués parecía resignarse al despojo, y esto pudo afectar a medio y largo plazo a su particular psicología, complejos y ansiedades, tanto o más que su físico rechoncho y desgarbado, haciéndole alejarse de la caballería y dedicarse más al estudio y las ciencias. Ciencias que, cultivadas en forma desigual y nada sistemática, acabarían siendo su refugio respecto al qué dirán de unos contemporáneos “vanos” y equivocados, que no le comprendían y hasta le despreciaban, aunque, lógicamente, él achaca su empeño a unas fuerzas astrales contra las que era inútil tratar de resistirse, por más que lo intentara: “visto que los de su tiempo por la mayor parte non se pagavan de sçiençia ne avian por bien que los grandes señores e personas de estado curasen de las çiençias e se diesen al trabajo d´ellas, fue causa por esto que se detenía cuanto posible era de entender en ello, por satisfacer a las comunes voluntades e dezires vanos, pero non podie tanto abstenerse que la celestial fuerça alguna muestra non fiziese”175. Ya hemos señalado que Pérez de Guzmán dice que a la edad en 173

J. Zurita, Anales…, X.LVI.

174

En su introducción a las Obras Completas de Enrique de Villena, Vol. I, p. XII.

Glosas a la Eneida. Enrique de Villena, Obras completas, II, p. 11. Por cierto, que parece que Pérez de Guzmán ha leído estos párrafos de Enrique de Villena. Aunque cambia la fuerza de los astros por la naturaleza, en sus Generaciones y semblanzas (Madrid, Espasa–Calpe 1965, p 100) dice que “Tan sotil e alto engenio auia que ligeramente aprendía qualquier çiençia e arte a que se daua, ansi 175

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que otros muchachos tienen que ser llevados por la fuerza a la escuela, él se daba al estudio, incluso “defendiéndogelo el marques su avuelo, que lo quisiera para caballero”; lo cual, lógicamente, no podía complacer a un antiguo soldado de fortuna como fue don Alfonso, que tanto había ganado y perdido en la guerra; no porque despreciara aquellas inquietudes, que también eran parte de la educación del caballero, sino porque restaban aptitudes y tiempo a otros aprendizajes, como el de las armas, la caza y el gobierno, mucho más apropiadas a un futuro señor (recordemos el plan que ya recomendó don Juan Manuel para los hijos de los grandes señores176). Aunque, como dijimos, tardará mucho tiempo en dedicarse a estas actividades. Una vez descartada la defensa militar de su tierra, el marqués de Villena solamente podía confiar en la legalidad: como ya señaló Suárez Fernández, a partir de las Cortes de Briviesca el rey era tenido por vicario de Dios, pero por eso mismo sometido a sus leyes y a las normas morales vigentes en el reino, que ponían un freno al “poderío absoluto” que solo usaría de forma excepcional; y para asegurarlas frente a la “tiranía” se incorporan al Consejo Real doctores en derecho cuyo asenso sería necesario para dar validez a las cartas reales177. De ahí la apelación de don Alfonso al recién elegido Papa Luna y el envío a Juan I de Aragón de unos borradores con todas sus razones, para que los firmara y se los devolviera, que él los haría llegar al de Castilla y a los de su Consejo mediante un caballero y un doctor en leyes178. Ya el 28 de febrero de 1396 decía el aragonés, que estaba en Perpiñán, que había conocido la inque bien pareçia que lo auia a natura. Çiertamente natura ha grant poder e es muy difícil e graue la resistencia a ella sin graçia especial de Dios”. Manuel, don Juan, Libro de los estados, Ed. Blecua, Madrid, 1982, pp. 323–327. M. C. García Herrero, “La educación de los nobles en la obra de don Juan Manuel”, Semana de Estudios Medievales de Nájera, 11 (2000), pp. 39–92. 176

177

L. Suárez Fernández, Monarquía hispana y revolución Trastámara, p. 103 y 134–135.

En Gandía, el 27 de enero de 1396, “lo homill sotmis et seruidor vostre, marqués de Villena” se dirigía al aragonés diciendo que las Cortes recientemente celebradas en Madrid habían reprochado a Enrique III su proceder al “pendre e deseretar los de son linatge e grans de son regne e pujar los homnes de baix stament” lo cual era más propio “del rey don Pedro son predecessor”, por lo cual – decía– le suplicaron que reconsiderara su decisión, teniendo en cuenta el gran deudo de sangre que él y sus nietos tenían con el padre y el abuelo del monarca, y los grandes servicios hechos a la monarquía. Añade que posee cartas en su favor de los obispos de Cuenca y Murcia y de otros amigos y servidores suyos, y pide al aragonés que interceda por él para que se le devuelva su marquesado, autorizando el envío de una carta, que él mismo ha preparado, en que se pide justicia, o al menos un seguro para que él y su nieto puedan ir a la corte castellana... “car yo sper en deus que a ma vostra yo cobrare mon marquesat”. El mensaje, con otras instrucciones verbales, las llevaría al rey de Aragón, mosén Lluc de Bonastre (RAH, Col. Salazar y Castro, A–4, F. 198 vº). 178

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justa ejecución que habían hecho a su “caro cormano”, que estimaba ilegal y desproporcionada, pues según las razones que este le escribió, primeramente las leyes de Castilla no permitían a ningún oficial adquirir para sí bienes objeto de venta judicial; tanto más cuando se hizo sin comunicación previa al interesado y con título falso, ya que únicamente la bastarda Leonor requería el embargo, pero no doña Juana, que había llegado ya a un acuerdo económico –acaso la cesión de Escalona y Cifuentes, que eran del marquesado y pasaron a ser de esta señora179– e incluso protestaba de medida tan drástica, que iba a perjudicar más que a nadie a sus hijos. Argumentos jurídicos, mucho más que políticos, que muestran cuál sería su línea de defensa. Continuaba arguyendo el de Aragón, siguiendo las razones del propio don Alfonso, que el castellano había confiscado una prenda de valor superior a 400.000 doblas de oro para satisfacer solo 60.000 que importaba la deuda, que podría ser pagada solo con el producto de tres años de renta; que ni siquiera había convocado al Consejo, como era preceptivo, y que había faltado a la palabra que dio al confirmar las mercedes de sus antecesores; todo ello sin motivo y a pesar de la carta de confederación y amistad que en Illescas hicieron a favor del marqués el maestre de Santiago, el arzobispo y otros consejeros garantizando la honra y estado que gozaba. Incluso parecía querer quitarle el título, cosa que ni siquiera el tirano don Pedro –una comparación cargada de intención jurídica y moral– hizo a aquellas personas a las que declaró culpables de traición y confiscó sus bienes. También había incumplido su palabra a levantar el pleito homenaje hecho por los alcaides, cuando estaba acordado que estos jurarían lealtad a su heredero, como en efecto hicieron. Por último –decía– aún en el caso de que el marqués hubiera faltado a su deber y merecido perder su señorío, era injusto privar de su herencia a sus nietos, que tenían la nuda propiedad, pues el abuelo solo tenía el usufructo180. Argumento aplastante, ya que este derecho venía del privilegio fundacional del mismo, confirmado y jurado varias veces por Enrique II, Juan I e incluso por el rey que lo había quebrantado. Por lo tanto, y teniendo en cuenta que el marqués se avenía a pagar a doña Leonor lo que fuera preciso, el rey aragonés pedía a su sobrino que se restituyera a don Alfonso y sus nietos el título y la tierra que les había quitado, tanto por ser cuestión de evidente justicia como en contemplación de los lazos 179

p. 155. 180

I. M. García de Pina et alii, Leonor Telez, uma mulher de poder, Universidade de Lisboa, 2008, Véase el documento en nuestra selección documental, Nº 5.

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Traslado de la carta del rey de Aragón al de Castilla sobre la ejecución del marquesado ARV, Maestre Racional, 9610, Fol. 20

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de sangre y los servicios que tenían con él y su casa. En especial, recuerda que ayudó a don Enrique de Trastámara a conquistar su reino, que entró en él a su lado con su gran compañía de soldados y que “el día que el dicho vuestro aguelo puso titol de rey dio a el titol de marques”; que cayó preso en Nájera y por su libertad dio dos hijos en rehenes, de los que uno murió en cautividad y el otro (don Alfonso) pasó 22 años en manos enemigas, lo que le acarreó un importante gasto. Igualmente recuerda cómo murió don Pedro en la de Aljubarrota, “en las quales ditas dos batallas de Najara e de Portogal morieron assaç grant nonbre de caualleros et escuderos suyos”, entre otros servicios; y como consecuencia le pide “tan cordialmente como podemos” que atienda su consejo, y se ofrece por si algo quisiera de su reino181. Una gestión que aún sería reforzada enviando al caballero Joan de Vilarasa (¿pariente de Francesc de Vilarasa, que fue amigo y vasallo del marqués?) con nuevas instrucciones para hablar en privado con el rey de Castilla y con varios prelados y señores, a los que llevaría su carta y las del papa. En la última de estas instrucciones, por cierto, se traslucía bien la estrategia legal de don Alfonso: dice que si le ofrecen devolver a su nieto o a él el marquesado si van a ver al rey, que responda que no, porque no hará tal cosa, ni le permitirá al niño que la haga, si no son recibidos con título y honores propios de tal marqués182. Es decir, que no van a renunciar a este, porque están convencidos de que, tarde o temprano, las leyes de Castilla les darán la razón y el monarca dará su brazo a torcer si no quiere quedar como un tirano. También fue portador Joan de Vilarasa de las reclamaciones económicas del marqués a su antiguo tesorero, Pere Orriols, a quien pedía cuentas de algunas cantidades que no había liquidado; y de otras misivas, fechadas en Gandía el día 6 de abril, que el mismo don Alfonso y sus nietos enviaban al rey y a sus

181

Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, Fols. 20–22.

Instrucciones que lleva Juan de Vilarasa al rey de Castilla: 1º/ Que cuando llegue a Almansa haga inscribir las bestias que lleva y diga a los oficiales de allí que va a ver al rey, con cartas del de Aragón y del Papa, sobre el asunto del Marqués. 2º/ Que vaya derecho ante el rey de Castilla y le diga unas palabras que se ponen por escrito. 3º Que vaya al maestre de Santiago y le dé la carta del marqués, pidiéndole que diga al rey que lea a su Consejo. 4º Que entregue a los obispos de Ávila y Albi y la carta del marqués y la del Papa, y si ellos no estuvieran, que él mismo entregue al rey la carta del Pontífice. 5º Que pida la respuesta, y se vuelva en enseguida. 6º/ Si alguien pregunta sobre lo del marqués, que no discu­ta, y que diga tan solo que en la carta del rey de Aragón está todo explicado. 7º Si alguien le asegura que el rey devolverá su señorío al marqués o a su nieto si vinieran a verle, que diga que el marqués nunca lo hará, ni permi­tirá hacerlo a don Enrique, si no es en calidad y con el título de marqués de Villena (Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, Fols. 25–26). 182

Don Enrique de Villena: retrato de un perdedor

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consejeros183. En ellas les pedía, en tono muy humilde, que tuvieran presen­ tes sus servicios a su padre y su abuelo y que le devolviera el marquesado, “el qual ha seydo muy caramente conprado por mi e por mis fijos e por mis nietos”. Además, se ofrecía a cumplir la avenencia que hizo con doña Juana, como ya había escrito al rey y al Consejo, y dice estar dispuesto a asignar a Leonor todo el monto de las rentas de dicho señorío, excepto lo que importen las tenencias de todos sus castillos, hasta que sea pagada de aquellas 30.000 doblas que le debía. En todo caso, dice que quiere ir a la corte a mostrar su justicia, si le diera otra carta de seguro como la que le dio cuando fue a verle a Illescas, para que él y su nieto don Enrique compa­rezcan ante él, el Consejo y la Audiencia184 (aunque ya hemos visto que en las instrucciones de Juan de Vilarasa pone por condición ser convocado con el título de marqués de Villena, lo que haría al rey caer en la contradicción). Por su parte, los nietos, Enrique y Alfonso, escribían al rey, llamándose sus primos, insistiendo en su doble parentesco con él, y haciendo hincapié en su inocencia, puesto que a ellos nunca les fue puesta demanda. Al tiempo, señalaban que su madre, doña Juana, apoya su derecho; y de nuevo recuerdan la muerte de su padre en la de Aljubarrota y los muchos servicios que hizo a la dinastía. El mismo 6 de abril envían otra carta a los “muy reuerendos e nobles e honrados” señores del Consejo pidiendo que intercedan por ellos ante el rey, pues “en ello, señores, faredes lo que deuedes e sodes tenidos de fazer”; y unos días después, el 12, desde Ayora, su abuelo se dirige al papa relatando sus múltiples servicios al padre y el abuelo del rey de Castilla, y diciéndole que este, “a consell del arquebisbe de Toledo” y de manera injusta, le ha quitado y le está quitando cada día “lo meu marquesat de Villena”, por lo que le suplica interceda ante el dicho arzobispo, el cardenal de España y los maestres de órdenes militares, a fin de que estos hagan lo que puedan por él y por sus nietos185. Pero estas gestiones tuvieron el mismo éxito que las de don Alfonso. La suerte estaba echada. En adelante, tanto el marqués don Alfonso como su joven nieto, Enrique de Villena, y los hermanos de este, don Alfonso (que no tardaría en morir),

Todas están fechadas en Gandía, a 6 de abril de 1396. Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610. Fols. 22 y 23. Pub. P. M. Cátedra y D. C. Carr, Epistolario…, pp. 21–22. Las hemos incluido en nuestra selección, al final de este libro. 183

184

Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610. fol. 20.

185

J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, Gandía, 2012, p. 196.

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Aurelio Pretel Marín

Traslado de las cartas de Enrique y su hermano al rey de Castilla y a los de su Consejo. Gandía, 6 de abril de 1396. ARV, Maestre Racional, 9610, Fols. 22-23

Don Enrique de Villena: retrato de un perdedor

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Leonor (que andando el tiempo casaría con Antonio de Cardona186) y el bastardo Galván (un nombre artúrico, de los que era frecuente imponer a hijos ilegítimos187), habrán de resignarse a vivir exiliados, mendigando favores a los reyes e infantes de Aragón, sirviéndoles en todo e intentando cobrar parte de lo perdido, en medio de un ambiente frío y enrarecido por unas relaciones familiares extrañas (don Alfonso y Violante Jiménez de Arenós, los abuelos, no estaban en buena sintonía con su hijo don Alfonso, que al rehusar casarse había provocado uno de los motivos del embargo final del marquesado, y aún provocará, como dice Zurita, “tan gran disensión y pendencia, que de ella resultó mucha infamia a toda aquella casa188”). Y al morir Juan I, para colmo, desaparecería su mayor valedor, pues Martín el Humano, que sucede en el trono desde 1396, bajó mucho el perfil de sus intercesiones ante el rey de Castilla, si bien mantuvo aún su apoyo al abuelo, que luchó junto a él contra la invasión del conde de Armañac, más que a don Enrique, del que nadie se acuerda, porque solo era un niño, aunque el viejo le estaba utilizando para recuperar el señorío con la excusa de que este era ya el titular, pues le habían jurado. Don Alfonso, en efecto, siguió siendo importante con Martín el Humano. Participó en las Cortes que tuvieron lugar en Zaragoza en 1398, y en la coronación solemne del monarca, en octubre de 1399, la familia tendría un papel destacado. Zurita nos relata cómo “iban por su orden de dos en dos los que en el día de la coronación se habían de armar caballeros, y el postrero de todos iba el marqués de Villena, a quien el rey había de dar el título de duque de Gandía. Y delante de él llevaba su nieto don Alonso un chapeo muy adornado de piedras y perlas, que era la insignia de aquella dignidad que había de recibir, y detrás seguía don Enrique, su nieto, que llevaba la bandera de sus armas”189. El monarca en persona le hizo entrega de ella al tiempo que le daba el título ducal y ponía el chapeo en su cabeza; y unos días después (25 de abril) confirmó la merced mediante privilegio. El mismo don Alfonso, su hermano Juan de Prades y su hijo don Alfonso, con don Jaime de Urgel y don Juan de Cardona, entre otros, llevaron los vestidos con que fue coronado el

186

J. Castillo Sáinz, Alfons el vell…, p. 129.

C. Ayllón Gutiérrez, “Lectura de caballerías y usos familiares en el siglo XV”, Miscelánea Medieval Murciana, XXIX–XXX (2005–2006); pp. 39–56 187

188

Zurita, Anales… XI.VIII.

189

Zurita, Anales…, X.LXX.

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soberano190. Por lo tanto, el linaje seguía manteniendo su lugar preeminente en esta corte y sus miembros seguían disfrutando de todos los honores y de rentas bastantes para pagarse el lujo a que estaba obligada… Excepto don Enrique, que a sus quince años seguía sin ningún medio de vida propio y sin mejor función que la de hacer de paje y llevar la bandera del abuelo en estas ceremonias.

La Seo de Zaragoza, donde fue coronado el rey Martín I 190

Zurita, Anales…, X.LXX.

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EL PLATO DE LENTEJAS: EL CONDADO DE CANGAS Y EL MAESTRAZGO

C

omo hemos podido comprobar, a finales del siglo XIV la familia del duque de Gandía y marqués de Villena despojado aparece en la corte aragonesa aparentando unión y buenas relaciones. Creemos con Castillo que serían sus últimos momentos de esplendor, que pronto dejarían paso a los de dolor y graves decepciones191. La primera llegó hacia 1400, cuando el nieto mayor, con dieciséis años aproximadamente (tal vez un poco más, según calcula Cátedra), e instigado muy verosímilmente por su madre, siempre mal avenida con el que fue su suegro, como ha señalado el mismo Cátedra192, removió la cuestión del marquesado estropeando no solo los planes del abuelo y su estrategia frente al rey de Castilla sino las relaciones familiares. Puesto que don Alfonso había declarado en tono lastimero que los perjudicados del embargo habían sido sus nietos, más que él, que solo era usufructuario, y puesto que el abuelo ya tenía en Valencia su título de duque, que era superior, y además efectivo, el aún adolescente don Enrique debió de suponer que no se iba a oponer a que él recibiera el de Villena; por lo menos, el título, que no había sido aún formalmente expropiado. Como ya estaba claro que el rey de Castilla no iba a devolvérselo al antiguo marqués, era cuestión de usar una nueva estrategia, que en cierto modo ya anticipaba este en sus cartas de años anteriores: “a los ditos sus nietos jamás no fue feyta alguna demanda por las ditas doña Elionor e doña Iohana ni vos mandastes vender algun dreyto de los ditos sus nietos”. Es decir, que si el viejo pudo ser más o menos cul-

191

J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 197.

Pedro M. Cátedra García, “Para la biografía de Enrique de Villena”, Estudi General, I, Nº 2 (Gerona, 1981), pp.29–33, p. 32. 192

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pable o responsable, don Enrique y su hermano, que eran inocentes, habían sido privados de su herencia legal sin consideración ni garantía alguna, pero no habían perdido sus derechos, lo cual permitiría otra reclamación, desde un punto de vista diferente, que sin duda obtendría el respaldo del rey de Aragón. Por lo tanto, a través de una nueva misiva que llevó el caballero Pedro Sánchez de Sotos, un antiguo vasallo del marqués, que al parecer ahora estaba a su servicio, don Enrique pidió a Martín I que escribiese a Castilla interesándose por la restitución del señorío no a su abuelo, sino a él; un ruego al que se unió, mediante otro escrito, el infante Dinís de Portugal, marido de su madre, que pedía, de paso, moviera su influencia para acelerar la boda pactada de su hijastro con María de Albornoz. Pero se equivocaba si creía que el viejo iba a darle vía libre, y menos permitirle actuar a sus espaldas y arrebatarle en vida lo que había recibido de Enrique de Trastámara. Cuando el rey de Aragón le consultó al respecto, respondió que, aunque Enrique ya había sido jurado, solo le heredaría “a fin de días suyos”, y que se tomaría como una grave ofensa cualquier intercesión que hiciera en tal sentido. Por lo tanto, el monarca hubo de responder, el 30 de noviembre de 1400, diciendo que ya había pedido ese favor para el viejo marqués, y que no era propio de un rey cambiar de idea por amor del muchacho, ni sería para este de provecho ninguno, puesto que don Alfonso quería que abogara solo en su beneficio, y no en el de su nieto. La jugada no solo no había resultado; probablemente hizo que se trocara en odio la escasa simpatía que el adolescente despertaba en su abuelo por su poca afición a la caballería. En la misma respuesta de 30 de noviembre añadía, eso sí, el aragonés que ya había pedido al castellano que diera a don Enrique un estado honorable (es decir, algún medio de vida decoroso) mediante el matrimonio con María de Albornoz, concertado mucho antes, pero aún no celebrado: “que las bodas se fagan prestamente e que vos sostenga en vuestro stado honorable”193. Y en efecto, con esa misma fecha escribía a su sobrino para “quel matrimonio tractado e firmado por paraulas de present entre nuestro muy caro nieto don Henric e nuestra muyt cara nieta doña Maria d’Albornoz sea acabado e consumado en paz de santa madre Esglesia por cópula carnal, segund se conuiene […] querades dar obra con acabamiento que dicho matrimonio de continent se complescha e sustener el dicho don Henric e su casa en su gra-

193 Pedro M. Cátedra García, “Para la biografía de Enrique de Villena”, p. 31. E. Gascón Vera, “Nuevo retrato histórico…,” p. 114.

Don Enrique de Villena: retrato de un perdedor

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do honorable, segund se pertenesce”194. Es decir, una boda de interés –como todas entonces, aunque puede que algo menos disimulada– que le permitiría regresar a Castilla sin depender de nadie…, excepto de su esposa. Pero Enrique III, sin duda asesorado por su corte de obispos y legistas, que no estaban tranquilos con la ilegalidad cometida por él, cogió al vuelo la idea e incluso la adornó con la promesa de un título condal, quizá como señal de una merced mayor. Todo ello, sin duda, con una condición; precisamente aquella que el abuelo jamás quiso aceptar confiando en que las leyes le dieran la razón: presentarse ante él sin reclamar el título de marqués de Villena, e incluso renunciando a su derecho al mismo. Un anzuelo que el mozo, desesperado ya por tener algo suyo, morderá de inmediato. El título ofrecido fue el de conde de Cangas de Tineo, señorío que había sido de los Quiñones (Álvar Pérez y Pedro Suárez de Quiñones, los hijos de don Suero, que murió en la de Nájera) y ahora estaba vacante por falta de heredero varón en la familia195, aunque reivindicado por un sobrino suyo, el merino don Diego Fernández de Aller, mucho más influyente en aquella comarca y en la corte, por lo que no era fácil que llegara a poseerlo definitivamente. Por eso, y por lo poco que habría de durarle, sospechamos que fuera un entretenimiento, o un primer anticipo de una merced mayor que le sería otorgada cuando fuera posible. De esta forma podría casarse con María con cierta dignidad, poseyendo algo suyo, y gobernar al menos algunos de los pueblos que su abuelo vendió al de ella, micer Gómez García de Albornoz; pero es de suponer que todavía esperase algo más, porque de lo contrario no se comprendería su renuncia a heredar un marquesado que pudiera valer unas 300.000 o 400.000 doblas de oro a cambio de un condado remoto y problemático, por más que Cotarelo diga que, al no lograr que le fuera devuelto aquel estado, el de Cangas Cangas del Narcea, llamada “de Tineo” hasta el siglo pasado

194

Ver nuestra selección documental, Doc. 9, al final de este libro.

195

Crónica de Juan II, Ed. BAE, Madrid, 1953, p. 517.

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“debió de ser motivo bastante para que por entonces renunciase a las demás aspiraciones”196. Triste compensación, en todo caso: un plato de lentejas, y quizá una promesa no muy clara, a cambio del derecho de primogenitura de su padre y su abuelo; pero compensación, al fin y al cabo, que el mozo aceptaría pensando que mejor era pájaro en mano que un centenar volando. Por desgracia, ignoramos cómo fueron las capitulaciones de este matrimonio y los posibles pactos entre Enrique y el rey, así como si aquel tuvo que renunciar previamente al derecho que pudiera tener al marquesado, como pensaba Hartzenbusch197; pero es llamativo que María y Enrique se casen en el año 1401, mediante intervención e inducción del monarca198, y las Cortes reunidas en Toledo el día 6 de enero de 1402, al jurar a la infanta María de Castilla heredera del reino, lo hagan como futura “reina e señora en estos reinos de Castilla e de León e de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, del Algarve, de Algeciras, e de los señoríos de Vizcaya e de Villena e de Molina e de todos los otros señoríos que pertenecen a la corona de Castilla e de León”199. Es la única vez, que nosotros sepamos, en la que el señorío de Villena aparece entre los de Vizcaya y Molina, vinculados los dos a la Corona, y sabemos que el rey se había resistido hasta este momento a tomar dicho título, que no pudo embargar al tiempo que las tierras, ni adquirir, por lo tanto, en la almoneda. Desde luego, resulta al menos sospechoso que esta declaración se produzca precisamente ahora, cuando se está tratando la boda y el regreso del último heredero de la casa de Alfonso de Aragón, que podría allanar con su renuncia los problemas legales derivados de la confiscación; y conviene anotar que don Enrique se presenta en la corte en adelante como conde o como hijo de don Pedro, pero no con el título de marqués o de nieto del marqués de Villena. Otros datos que pueden ser significativos, aunque acaso no estén en relación directa con lo que estamos viendo: en ese mismo año, 1402, renacen los problemas fronterizos entre Almansa, del reino de Castilla, y la villa de Ayora, del duque de Gandía y exmarqués de Villena, lo que obliga a Martín 196

Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena…, p. 26.

J. E. Hartzenbusch, “Trozos del retrato histórico de don Enrique de Aragón”, Museo Mexicano, Segunda Época, Nº 1, México, 1845, p. 54. 197

198

P. Martín Prieto, “De los Albornoz a los Mendoza…”, p. 235.

Véase el folleto Forma de las antiguas Cortes de Castilla, con algunas observaciones sobre ellas, Trabajos extraordinarios del restaurador, Cuaderno Octavo, Madrid, 1823, pp. 207–211. Y E. Mitre, “Señorío y frontera…”, p. 61. 199

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el Humano, que se hallaba en Valencia en el mes de septiembre, a escribir al sobrino de Castilla200 para pacificar aquellas amenazas, que a ninguno de ellos convenían. En octubre es el duque de Gandía quien concede a su nieto don Galván, que celebra también su boda por entonces (costeada por aquel, desde el banquete al vestido y la espada de gala), los señoríos de Cortes y Xirel, en el valle de Ayora201. Distinguir al bastardo era una manera de castigar al hijo, don Alfonso, el de Denia, desobediente y díscolo; pero probablemente también a don Enrique, que había pretendido sustituirle en vida y ahora habría renunciado neciamente a su herencia, por lo que al parecer quedaría borrado hasta de su memoria, en tanto que Galván y el otro nieto, Hugo, sí serán recordados para favorecerlos. Y, de paso, podría apagar los rescoldos del brote de violencia que unos años atrás enfrentó a sus vasallos de aquellas poblaciones, cerrando así un capítulo que jamás en su vida volvería a mirar, porque ni el marquesado era ya cosa suya, ni estaría dispuesto a pelear por alguien que le había traicionado, aunque acepta su título y le llama “el comte don Enrich”. Se ha dicho que la boda de Enrique con María se pudo retrasar por los tan conocidos como no demostrados amores de la novia con Enrique III, pero a nuestro entender no hubo tanto retraso, y si lo hubo sería por las incertidumbres y las negociaciones de la compensación que debía ofrecerse a don Enrique, sin excluir tampoco alguna reticencia del linaje Albornoz sobre la conveniencia de casar a María con “un desheredado”, como le llama Cátedra202; reticencia que acaso desaparecería si, además del condado de Cangas y Tineo, hubiera otra promesa por parte del monarca. Desde luego, el muchacho no era un novio como para perder la cabeza por él: a tenor del retrato de Pérez de Guzmán203, “fue pequeño de cuerpo e grueso, el rostro blanco e colorado, e, segunt lo que la esperiençia en el mostro, naturalmente fue inclinado a las çiençias e artes mas que a la caualleria a aun a los negoçios çeuiles nin curiales”. No sabemos si entonces ya sería conocido por su glotonería y su rijosidad –“comía mucho e era muy inclinado al amor de las mugeres”– pero sí lo sería por su inutilidad: “era este don Enrique ageno e remoto non solamente a la cauallería, mas aun a los negoçios del mundo, e al rigimiento de su casa e facienda era tanto inabile e inabto que era gran maravilla, y porque entre las otras çiençias y artes se dio mucho a la astrología, algunos 200

E. Mitre, “Señorío y frontera…”, p. 61.

201

J. Castillo Sáinz, Alfons el vell…, p. 130.

202

P. M. Cátedra, “Para la biografía…”, p. 32. Sobre la vida y obra…, p. 9.

203

F. Pérez de Guzmán, Generaciones y semblanzas, Madrid, Espasa Calpe, 1965, p. 100–101.

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burlando dezían que sabía mucho en el cielo e poco en la tierra”. Y aunque para Cátedra204 esta inhabilidad puede ser “criatura” de adversarios como el mismo cronista mencionado –que le acusa además de ser aficionado a “viles e raheces artes de adeuinar” impropias de su estado– o el obispo don Lope Barrientos, no creemos que estos exageraran mucho, si bien, probablemente, se dejaran llevar por su fama tardía de sabio extravagante. De hecho, el mismo autor, en posterior trabajo, piensa que su carácter inhábil y pasivo debía ser manifiesto ya por aquellas fechas, y hasta que pudo haber servido de acicate a su afán por las letras y la especulación de carácter científico205; y a nuestro parecer ni siquiera se debe descartar que esta “inhabilidad” pueda tener que ver con el concepto actual de incapacidad o discapacidad. El hecho es que el muchacho regresó a Castilla, se casó con María de Albornoz –de hecho, pues de derecho ya estaban desposados “por paraulas de present”– y es de creer que tomara posesión del condado de Cangas206, pues aunque ni siquiera consta que hiciera el viaje (el señorío era reivindicado por el merino Diego Fernández de Aller, o de Quiñones, sobrino de Arias Pérez y de Pedro Suárez, que cambió su apellido para poder tener derecho al mayorazgo, lo que daba ventaja a esta familia, mucho más influyente), las crónicas y algunos documentos valencianos de los años siguientes le titulan “el comte don Enrich”. Según Cátedra207, vuelve en octubre de 1403, pero Hartzenbusch208 dice que ya estaban casados en agosto de ese año, en el que suponía le dieron el condado, y ya hemos señalado que tanto el matrimonio como la concesión del título de conde se remontan al año 1401209, lo que puede indicar que por entonces se hubiera producido la renuncia de Enrique al señorío que gobernó su abuelo y que ya figuraba junto a los de Vizcaya y Molina, entre los de los reyes de Castilla en enero de 1402, como hemos apuntado. Todo ello apadrinado y orquestado, obviamente, por Enrique III, que se aprovecharía del ansia del muchacho por tener algo propio y puede 204

P. M. Cátedra, Sobre la vida y obra…, p. 8.

205

Obras Completas de Enrique de Villena, Vol. I, p. XV y XIX.

206

E. Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena, p. 26.

P. M. Cátedra, Sobre la vida y obra de Enrique de Villena, p. 9. Dice que previamente estuvo en Aragón ocupado en asuntos personales, como la legitimación de su hermano Galván y tal vez realizar consultas con su abuelo. La verdad, no creemos que en aquellas fechas existiera una buena relación entre el duque y su nieto, aunque en marzo de 1404 le vemos en Ayora. 207

J. E. Hartzenbusch, “Trozos del retrato histórico de don Enrique de Aragón”, Museo Mexicano, Segunda Época, Nº 1, México, 1845, p. 54. 208

209

P. Martín Prieto, “De los Albornoz a los Mendoza…”, p. 235.

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que le hubiera prometido mayor compensación cuando fuera posible. En todo caso, el rey actúa por entonces como nuevo señor del marquesado: confirma concesiones en tierra de Alarcón que poco antes hizo de manera ilegal a los Ruiz de Alarcón y a algunos portugueses que se habían pasado a su servicio (Juan Fernández Pacheco, el señor de Belmonte, los Coello, los Téllez, y hasta el prior de Crato, a quien había dado Alarcón y La Alberca “después que yo compré el marquesado aca”210). Pero lo que es aún más significativo es que en el mismo año 1402 responde a peticiones conjuntas de Villena y el resto de los pueblos del viejo marquesado, en lo que presumimos pudiera ser la jura que solían hacerles los señores al comenzar a serlo211, aunque no conocemos el texto de la carta212. Si, como dice Hartzenbusch213, “el título y la boda fueron la recompensa de la renuncia hecha por don Enrique al marquesado de Villena”, sería él quien se habría conformado y dado validez a una decisión hasta ahora irregular, permitiendo al monarca legalizar así lo que hasta aquel momento era una usurpación. Por tanto, esta sería, la auténtica razón por la que don Enrique perdió todo el derecho al uso de su título de marqués de Villena; no solamente el suyo, sino el de don Alfonso, que ya no volverá a pleitear por él, y el de toda la casa de Villena. El viejo vivirá todavía unos años en Gandía, amargado según dice Zurita, entre otros problemas familiares, por el distanciamiento entre su esposa, Violante de Arenós, y su hijo don Alfonso, que entre tanto se iba convirtiendo en todo un personaje de la corte de Martín el Humano (tanto que en 1402 fue nombrado lugarteniente suyo para poner sosiego en las luchas de bandos que asolaban el reino, un cargo que sería bastante discutido y al fin revocado, pero que él ejerció durante un año). También es de creer que guardara rencor al nieto que le quiso sustituir en vida y estropeó su estrategia para recuperar lo que fue de su casa. No sabemos si esto, o la entrega de Cortes y Xirel a Galván, tendrían algo que ver con la reyerta que tuvo don Enrique con algunos vecinos de Ayora el día de la Virgen de marzo de 1404, en 210 A. Pretel Marín, El señorío de Villena en el siglo XIV, p. 270 y sigs. El señorío de Villena en el siglo XV, p. 32 y sigs. 211 Véase, por ejemplo, el juramento que hacen a la infanta María, duquesa de Villena, pocos años después (23 de diciembre de 1409, en Valladolid). J. M. Soler, La relación de Villena…, pp. 286–290. 212 J. M. Soler, La relación de Villena…· p. 480. Por desgracia, se trata de una simple mención del documento, del que desconocemos todo su contenido, excepto que Villena es citada el lugar de preferencia entre los otros pueblos –una causa frecuente de fricción en las juntas de sus procuradores- y la fecha en el año 1402. 213

J. E. Hartzenbusch, “Trozos del retrato histórico”, p. 54.

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la que recibió una buena pedrada en el rostro. El abuelo mandó investigarlo y castigó con multas a quienes agredieron “al comte don Enrich, nostre net”, pero allí quedó todo214. Desde luego, creemos que no hay razón alguna que autorice la idea, propagada por Rades y Andrada y seguida después por Cotarelo215 y por muchos autores, de que este matrimonio, que al parecer ya estaba pactado tiempo atrás, fuera una artimaña del monarca para dar respetabilidad a su supuesta amante, María de Albornoz. Dice Elena Gascón216 que “en este matrimonio con la amante del rey la situación de Villena debía ser insostenible y vejatoria”, lo que explica, para ella, su espantada de 1404 en busca de aventuras; y Torres Alcalá dice que el castellano accedió al matrimonio de Villena con María, “liviana y manceba del monarca”, “si no por sus remordimientos de conciencia –de haberle arrebatado el marquesado de Villena– al menos por salvaguardar el honor de la corte”217. Pero lo cierto es que sus contemporáneos nada dicen de ello, y no hay motivo alguno para afirmar tal cosa, como señala Cátedra218; aunque Enrique III, que nunca había pensado devolver aquel gran señorío, que gobernaba de hecho autoritariamente, con castigos severos y medidas de fuerza cuando fue necesario219, estaría satisfecho con la boda y con la solución: a cambio de un condado de no mucho valor, había conseguido cobertura legal para la expropiación irregular de un estado feudal bastante rico y estratégicamente situado en la frontera del reino de Valencia, liquidando de paso el contrabando endémico de moneda, ganado y mercancías que marqués don Alfonso y muchos de sus súbditos habían practicado en años anteriores. Sin embargo, su título de conde, fuera efectivo o no, y el mismo matrimonio, durarían muy poco a don Enrique. Hacia 1404, en lo que es de pensar se debiera a una pose, más que a un posible ataque de dignidad ofendida (que hubiera requerido algo de dignidad), decidió irse de España, en busca de aventuras y quizá de fortuna, sin pedir tan siquiera la licencia del rey. Ya no 214 Cartas de don Alfonso a su alguacil y a la villa de Ayora, 3 y 7 de junio de 1404. J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, pp. 127–128.

E. Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena, su vida y obras, Madrid, 1896, p. 27: “…la liviana conducta de su esposa, doña María, cuyos amores con el rey parecen declarados por la Historia, aunque algunos, como Mr. Ticknor y Hartzenbusch traten de negarlo…” 215

216

E. Gascón, “Nuevo retrato…”, p. 114.

217

A. Torres Alcalá, Don Enrique de Villena: un mago al dintel del Renacimiento, Madrid, 1983,

p. 26. 218

En su introducción a las Obras Completas de Enrique de Villena, Vol. I, pp. XIV–XV.

219

A. Pretel Marín y M. Rodríguez Llopis, El señorío de Villena en el siglo XIV, pp. 254–255.

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era ningún niño, y no creemos que él, precisamente él, hubiera sucumbido a las caballerescas tentaciones de otros contemporáneos, como los que quisieron conquistar las Canarias pocos años atrás, o los embajadores Pay Gómez de Sotomayor y Fernán Gómez de Palazuelos, que volvieron poco antes de ver a Tamerlán; o como Ruy González de Clavijo, que emprendió su camino a Samarcanda en ese mismo año. Aunque con la llegada de Angelina y María de Grecia o de Hungría, prisioneras primero de los turcos y después del mismo Tamerlán, que las mandó a Castilla con los embajadores mencionados como un obsequio más para Enrique III, la corte estaba llena de noticias exóticas de tan lejanas tierras y de aquellas princesas, como muestran los versos de Francisco Imperial220, no creemos que Enrique de Villena se sintiera impulsado a tan penoso viaje. Más bien es de pensar en la rabieta de un joven inmaduro que se siente engañado o mal tratado; tal vez, en un intento de atraer las miradas de los reyes, como esos muchachos que amenazan con irse de sus casas –con la boca pequeña– para hacer que los padres atiendan sus deseos. Quién sabe si buscaba “doblegar un poquito la voluntad real y obtener más gracias”, como sugiere Cátedra221, o una compensación mayor por su renuncia al viejo marquesado, agitando el señuelo del escándalo que supondría un miembro de ambas casas reales convertido en un simple aventurero; o tocar la conciencia del monarca, que sería consciente de haber obrado mal no solo al despojarle, sino al darle tan ruin compensación. Lo cierto es que parece que logró atraer la atención de sus parientes, los reyes de Castilla y Aragón, que impidieron aquella chifladura. El primero le había enviado una carta, al parecer sin éxito; el segundo le escribe otra desde Valencia, el 12 de mayo de 1404, diciendo que el Doliente estaba descontento –“despagat”– de que, sin su permiso, hubiera decidido “anar e descorrer per lo mon lla on la sort o fortuna vos port”, cosa que no era propia de alguien de su linaje y podría acarrearle importantes peligros, por lo que le rogaba que reconsiderara su absurda posición y regresara junto a Enrique III, de quien dependería gran parte de su bien. Con ello –le advertía– se pondría a resguardo de “vergonyoses casos” y podría obtener “gran profit e honor”, pues “com aixi vos sabets, gran part de vostre be esta en ell e vos lo debets granmente reverenciar e onorar”222 (es decir, que su bien –creemos que el arreglo de sus 220

J. Contreras, Doña Angelina de Grecia, Madrid, 1913.

221

En su introducción a las Obras Completas de Enrique de Villena, Vol. I, p. XIV.

A. Rubió i Lluch, Documents per l´Historia de la cultura catalana mig–eval, Barcelona, 1921, pp. 371–372. 222

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reclamaciones– dependía del rey, al que le convenía no enojar demasiado). En su línea, Gascón223 interpreta esta huida, y este oscuro consejo de volver a la corte, como una alusión a diferencias con Enrique III, que tendrían que ver con los amores de este y María de Albornoz; pero seguramente tenga más relación con alguna promesa no cumplida, que ahora sí pudiera hacerse realidad. En cualquier caso, pronto se resolvió el problema, pues el fallecimiento del maestre don Gonzalo Núñez de Guzmán a mediados de 1404 permitió al monarca ofrecer al marido de María el maestrazgo de la rica orden de Calatrava; un puesto que, por fin, sería equiparable en importancia y brillo al de su marquesado, pero con la ventaja de que nunca sería hereditario. No sería sencillo, pues Enrique, además de sus pocas dotes de caballero y su “inhabilidad”, no cumplía ningún requisito al respecto: ni era freire, ni célibe, como exigirían la reglas cistercienses a las que respondía la orden de Calatrava, y además era conde de Cangas de Tineo, señorío que la orden habría de heredar si ingresara en la misma; pero nada se opuso a los deseos del rey, que ordenó posponer la elección de maestre hasta que él estuviera presente en Calatrava, y entre tanto apremió a los comendadores –que no estaban dispuestos a aceptarlo– mientras se procuraba un divorcio, o una nulidad, con el pretexto de que aquel matrimonio no se había consumado, dado que don Enrique se prestaba a admitir que era impotente. Un papel poco airoso, pero quien algo quiere… La Crónica editada por Lorenzo Galíndez de Carvajal dice que el rey Enrique le había dado el maestrazgo, “habiendo traído maneras con doña María de Albornoz, hija de don Juan de Albornoz, su mujer, a la qual hizo que dixese que don Enrique era impotente, e por eso se quería meter monja; e que después de maestre él habría dispensación del Santo Padre para casar e la sacaría del monasterio de Santa Clara de Guadalajara, donde la llevó a meter monja el ministro fray Juan Enríquez; e por esto renunció el condado de Cangas de Tineo y el derecho que había al marquesado”224; de donde infieren muchos que había relaciones ilícitas entre ambos. En cambio, Pedro Cátedra225 opone a esta lectura, con toda la razón, la de la original de Álvar García, según la cual, “el conde truxo maneras con su muger que entrase monja, diciendo que abria el maestrazgo e que abria dispensación del papa para que pudiese tornar a sy a su muger a ser casado como los maestres de Santiago; e entonces fueron a poner a su muger monja, e llevaronla a Guadalajara, e 223

E. Gascón Vera, “Nuevo retrato histórico…”, p. 114–116.

224

Crónica de Juan II, Ed. BAE, p. 279.

225

P. M. Cátedra, “Para la biografía de Enrique de Villena”, p. 30.

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llevola el ministro fray Juan Anriques. Si fue su placer o no, la ystoria no lo afirma. El fue eslegido por maestre segund que ya avedes oydo, e renunçio al condado y al derecho que avia al marquesado, de lo qual plugo mucho al rey”226. Es decir: no fue el rey, sino el propio marido, el que “trajo maneras” y convenció a su esposa de meterse al convento, lo que deja sin base la conocida tesis del amancebamiento. Más cauto, el Halconero dice que que “en vida deste rey don Enrrique touose manera con doña María su muger fuese puesta en monasterio, e don Enrrique fue maestre de Calatraua…227”, lo que acaso podría interpretarse como conformidad de la señora en el falso divorcio (de hecho, Rades dirá que “despues de tener el habito de Calatraua auia tenido en su casa y a su mesa a la dicha doña María y tratadola maridablemente”). Pero lo que está claro es que los dos Enriques concertaron toda la operación, incluida la excusa de impotencia, y que a doña María le dijeron que sería posible un cambio de estatutos de la caballería calatrava, que les permitiría, pasado un cierto tiempo, seguir viviendo juntos. Con razón dice Cátedra que Enrique “de Villena” era “un tanto villano”228. Como ya señalamos, muchos autores siguen pensando que María fue la amante del rey. Incluso hay quien afirma, como Layna Serrano229, que pudiera ser ella la que llevó a la tumba a un Enrique III enfermizo para quien, dice, ella “era mucha mujer”, y hasta la hace después maltratadora de su pobre marido; pero estas historias son tan poco fundadas como la que la hace amante de Macías, el famoso poeta enamorado230, en peculiar variante de la leyenda clásica del trovador gallego víctima de su amor por la mujer de un vasallo suyo. Aun así, es evidente que el esposo dio su consentimiento al papel deslucido que el monarca le había deparado, con tal de conseguir un puesto relevante: renunció a su condado y a todos los derechos que pudieran quedarle al marquesado (de los que suponemos ya había desistido al recibir aquel). El rey quedó contento, pues podía retener el señorío sin mancharse las manos, con toda la apariencia de un acuerdo aceptado –que no legal ni público– con su heredero último, y encima controlaba la orden de Calatrava a través de un 226

63–64.

Álvar García de Santa María, Crónica del rey Juan II, Ed. de J. M. Carriazo, Madrid, 1982, pp.

227

P. Carrillo de Huete, Crónica del Halconero de Juan II, Ed. Carriazo, Madrid, 1946, p. 181.

228

P. M. Cátedra, “Para la biografía de Enrique de Villena”, p. 33.

F. Layna Serrano, Historia de los conventos de Guadalajara, Madrid, 1943, p. 88. Historia de la villa de Cifuentes, Guadalajara, 1997. 229

230 C. Solano Oropesa y J. C. Solano Herranz, María de Albornoz y Enrique de Villena…, pp. 248–252.

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privado sin carácter. Y puede que María se alegrara también de verse libre de aguantar a un marido a quien al parecer nunca amó demasiado (si lo hizo, debió de enfriarse bastante cuando él aceptó separarse de ella), manteniendo además, el control de los pueblos heredados de don Juan de Albornoz. Cuando Fray Juan Enríquez la llevó hasta Guadalajara, al monasterio de las monjas clarisas, debió de respirar, a pesar del engaño y el agravio que le habían infligido, al quitarse de encima a semejante joya (y más si, como dice Emilio Cotarelo231, siguiendo la opinión de Nicolás Antonio, solo estuvo enclaustrada “algunos días, sin ser sujeta a religión”). En cuanto a don Enrique, lo que a él le importaba era obtener el cargo de maestre de una orden brillante y poderosa, y gracias al monarca y a sus fuertes presiones sobre los electores –aunque algunos de ellos se ausentaron para no estar presentes– fue elegido primero en Toledo y luego en el Convento (Calatrava la Nueva), según era obligado, de manera que “hecha la segunda elección, el maestre tomó su posesión, assentándose en la silla magistral, que está en el choro, y haciendo otros actos acostumbrados”232.Pero tampoco habría de durarle el maestrazgo: algunos caballeros importantes de la orden

Calatrava la Nueva. La iglesia en la que fue electo don Enrique

231

E. Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena, p. 29.

F. Rades y Andrada, Crónica de las tres órdenes y Caballerías de Santiago, Calatraua y Alcántara… Toledo, 1572, pp.– 65–67. 232

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eligieron por maestre a don Luis González de Guzmán, comendador mayor, que se había exiliado en Aragón, desde donde interpuso sus quejas ante el Papa, originando un cisma, al que contribuyó probablemente la torpeza del propio don Enrique y sus desaguisados y agravios a los freires. Al morir el monarca en diciembre de 1406 se pondría de hecho al frente de la orden, pues el clavero y varios comendadores más le dieron su obediencia y se fortificaron en la Peña de Martos y en el Sacro Convento. Don Enrique fue a ver al infante Fernando y a la reina, los tutores del rey, que estaban en Segovia, pero allí le alcanzó Ruy Díaz, representante de la parte contraria, y ante tal controversia los tutores del rey se desentenderían: “fue fallado por ellos que el pleito pertenesçia de librar al Papa, e no a ellos”233. Desde luego, la reina Catalina no se sentía obligada a cumplir los acuerdos de su difunto esposo, y el cuñado tampoco tenía mucho empeño. Como maestre, no fue nada del otro mundo, ni hizo grandes hazañas, ni alcanzó buena fama entre los caballeros; aunque, eso sí, mantuvo unas reglas estrictas y un gran protagonismo, que necesariamente le hizo ser antipático:“tomó mayor estado que solían tomar los maestres, preciándose mucho más de lo que debía, faziendo poca mención de grandes caballeros legos e de los de su orden, tanto que lo aborreçieron; e otrosi dezia a los comendadores e caualleros de su orden que debían vsar no saliendo de las reglas de su orden e que deuian dexar las mançebas que tenían, e otras muchas premias que nunca ouieron los tales comendadores”234. Desde el punto de vista militar, se limitó a guardar parte de la frontera del reino de Jaén, apoyando al alcaide de esta plaza cuando solicitaba dinero a la corona para las guarniciones, escuchas y atalayas que debía poner contra los granadinos. Mientras tanto, sacaba el provecho posible de su cargo, empeñando el mercurio de Almadén, propiedad calatrava, a especuladores italianos235, solicitando rentas como las de las multas que en mismo Jaén y su obispado se imponían a aquellos caballeros villanos que dejaban de mantener caballo mientras que sus mujeres se adornaban con joyas de oro y plata236, pidiendo incrementar las 233

Álvar García de Santa María, Crónica del rey Juan II, pp. 64–65.

234

Álvar García de Santa María, Crónica del rey Juan II, pp. 64–65.

235

Obras Completas de Enrique de Villena, Vol. I, p. XV.

Creemos que P. Cátedra (Obras Completas, I, p. 387; Epistolario…, p. 25) se equivoca al pensar que don Enrique solicita del rey la concesión del transporte del oro y la plata en la carta que envía pidiendo que le otorgue “las penas de los que han de mantener cavallos por las quantías e por el traer el oro e la plata de sus mujeres del obispado de Jahén, para fazer merçed dellas a algun mi criado que pusiese recabdo en ello, porque el vuestro ordenamiento fuese guardado e los cavallos se acrecentasen 236

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subvenciones para tener más gente dispuesta a combatir, y administrando en forma bastante sospechosa los bienes embargados al anterior maestre (lo que le costaría una reconvención). Pero cuando los moros intentan por dos veces tomar Benamejí (1406) se limita a pedir instrucciones respecto a lo que debe hacer en casos semejantes237, lo que indica la poca iniciativa de quien tiene a su cargo la defensa de todo ese sector y aún aspirará, postulándose él mismo de forma descarada, al adelantamiento mayor de esta frontera, que ocupaba hasta entonces el famoso Per Afán de Ribera. Luego reforzará los castillos de la orden, pero no exactamente contra los nazaríes, sino “para que no se apoderase dellas don Luys de Guzmán”, como señala Rades238. Mientras tanto, hizo todo lo posible por “tornar a su maestradgo” –dice Álvar García239, quien parece que ya lo da por despojado de esta dignidad– y se citó en Segovia, donde estaba el infante don Fernando preparando la guerra contra los musulmanes, con “el abad de Marimonte, que es su mayor de su orden, después del Papa”, ante el cual exhibió sus escrituras de cómo fue elegido y aceptado por los comendadores, y se justificó diciendo que los freires se le habían rebelado “porque los falló muy disolutos e que no mantenían la regla, e porque él los apremiaua que la guardasen”, con lo cual, y con mucho apoyo del regente, consiguió que el abad del famoso convento cisterciense le diera su respaldo: “confirmole el dicho maestradgo en treze dias de abril del año de la naçençia de mil e quatroçientos e siete años, lo uno porque veía que hera derecho, segund la relaçion que le fazía, e lo otro por el gran deudo que avia con el infante”. Pero una cosa era ser maestre oficialmente y otra ejercer el cargo: de entonces adelante será don Luis González de Guzmán el que mande las tropas calatravas en todas las batallas y el que tenga el apoyo de la gran mayoría de los comendadores, y Enrique de Villena no tardará en quedarse, como podremos ver, “sin el maestrazgo y sin el condado e marquesado”, y con una mujer con la que nunca tuvo mucho que ver: “e hubose para vuestro seruiçio, por quanto fasta oy el dicho vuestro ordenamiento non se guardava…” En realidad se trata de explotar el “eterno femenino” con fines militares: alude a ordenamientos que prohíben, bajo pena de multa, llevar estos adornos a mujeres de aquellos caballeros que pretextan no poder mantener caballo y armas, con el fin de forzarles a tenerlos. Sin duda son los mismos que inspiran ordenanzas locales semejantes en Murcia (J. Torres Fontes, “Murcia Medieval, testimonio documental. La Mujer”. Murgetana, 54, Murcia, 1978), y en Chinchilla (A. Pretel Marín, Chinchilla medieval, Albacete, 1992, p. 230), donde, además de joyas de oro, plata y aljófar, se prohíben los vestidos de seda o adornados de perlas y las pieles preciosas, salvo “de corderinas, raposo o conejuno”. 237

Enrique de Villena, Obras Completas, I, Madrid, 1994, Docs. 3–8. Epistolario…, p. 25–31.

238

Rades y Andrada, Chrónica… p. 67.

239

Álvar García de Santa María, Crónica del rey Juan II, p. 92.

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de tornar a doña María su muger, que era señora de Alcocer e Val de Olivas e Salmerón, e Torralba e Beteta, en la qual nunca tuvo hijos, e quanto en uno duraron siempre vivieron mal avenidos”240. Pero esto sería algún tiempo después. Se dice que el maestre Enrique de Villena, que salió de Toledo para Córdoba con el brillante ejército que el infante Fernando llevó contra Granada, participó con él en el no muy brillante cerco de Setenil241 (1407), aunque nosotros solo hemos podido verle poco antes en Sevilla, cuando el infante hace su entrada en la ciudad entre brillantes fiestas el 22 de julio242, junto con personajes como Enrique Cribel, Ruy López Dávalos o el adelantado Per Afán de Ribera y Garcí Méndez, el héroe de Teba y Casarabonela, y nunca en los combates en que estos toman parte, y otros hijosdalgo, como Pedro Carrillo, armado caballero por el propio infante don Fernando, se ganan sus espuelas. Tampoco le veremos en las operaciones anteriores de este año, ni con el mismo infante ni en las huestes del mariscal Fernán García de Herrera, que tomarían Lorca, pero fueron derrotadas en Húrtal243, donde cayeron presos, entre otros, su concuñado, Diego Hurtado de Mendoza –casado cinco años atrás con Beatriz de Albornoz– y Rodrigo Rodríguez de Avilés (un antiguo vasallo del marqués de Villena y señor de Santiago de La Torre). Solamente sabemos que estando él en Morón vino un moro diciendo que se había convertido y podía mostrarles cómo ocupar la villa y castillo de Pruna; pero su desconfianza le hizo dejar la hazaña y gloria subsiguiente a un comendador de la orden de Alcántara, quien tomó por escala la estratégica plaza, que “hera muy conplidera para guarda de la tierra de los cristianos”244. Otra ocasión perdida de hacer algo notable que pudiera pasar a la posteridad. Desde luego, no tiene un papel muy lucido en aquellas campañas, en las que hay noticias de otros caballeros, del maestre de Santiago y del de Alcántara, pero apenas se cita a don Enrique. Las crónicas le llaman unas veces “maestre” (la de Álvar García), pero otras “el maestre que fue de Calatrava” y otras le dan aún el título de conde de Cangas de Tineo, que ya no poseía. Por supuesto no pudo obtener el respaldo del infante frente a los seguidores de 240

Crónica de Juan II, Ed. BAE, p. 279.

241

E. Gascón Vera, “Nuevo retrato…”, p. 120.

Crónica de Juan II, Ed. BAE, p. 288. Álvar García de Santamaría, Crónica de Juan II de Castilla, p. 102. 242

243

Álvar García de Santamaría, Crónica de Juan II de Castilla, p. 97.

244

Álvar García de Santamaría, Crónica de Juan II de Castilla, pp. 100–101.

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don Luis de Guzmán, que por aquellas fechas dirigía las tropas calatravas en las mismas campañas, llamándose maestre, pues le habían elegido como tal en el Sacro Convento tan pronto como fue conocida la muerte del Doliente. Según Rades y Andrada245, “juntaronse El Sacro Convento de Calatrava la Nueva a capítulo general en el Conuento, estando el maestre en la corte, y ante todas cosas (por consejo de don Luys de Guzmán, que pretendía el maestrazgo), proueyeron la fortaleza del Convento de prouisiones e bastimentos. Luego se propuso en Capítulo que todos estauan descomulgados por auer dado el abito e maestrazgo a don Enrique, siendo como era casado, y que la sentencia de diuorcio que se dio para acerle libre y suelto del matrimonio que auia contraydo con doña María de Albornoz fue contra todo derecho, dexandose el condenar por impotente para quedar libre por cobdicia del maestrazgo; en confirmación desto dezian que después de la sentencia ella non se auia casado con otro ni entrado en religión como lo suelen hazer las que piden diuorcio y alcançan sentencia a su fauor. Otrosi dezian que el maestre despues de tener el habito de Calatraua auia tenido en su casa y a su mesa a la dicha doña María y tratadola maridablemente, lo qual era indicio muy manifiesto de que la impotencia se auia probado con testigos falsos, y por consiguiente no pudo recebir el hábito...” Por tanto, don Enrique mandó poner recaudo en los pocos castillos y villas de la orden que aún le obedecían, y comenzó una etapa de división en ella y un pleito de seis años. Acaso por recelo hacia la reina inglesa, nieta del rey don Pedro y sobrina del príncipe de Gales, y por tanto muy poco partidaria de apoyar a linajes y personas que sirvieron en tiempos a Enrique de Trastámara, y que además se hacía aconsejar por personas afectas a don Luis González de Guzmán, Enrique se pegó como una garrapata al infante Fernando, que estaba cada vez más distanciado de ella y se dejó querer porque le convenía mantenerle al frente de la orden, pero nunca llegó a comprometerse demasiado con él. Mientras 245

Rades y Andrada, Chrónica… p. 67.

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tanto, los freires calatravos enviaron a Benedicto XIII, el papa de Aviñón, a su comendador de Villarrubia con su lista de agravios y razones de la deposición de un maestre elegido “por premia, e no con orden”. Don Enrique lo supo, y “fue luego a la corte del Papa, e puso sus capítulos e razones contra los capítulos que le heran puestos; e como los comendadores sopieron que el maestre don Enrique yva a la corte del Papa, enbiaron luego en pos del a Juan Rodríguez, comendador de las casas de Seuilla, para defender la razón de los comendadores”. El papa aragonés pidió que cada parte nombrara un provisor para administrar la orden y sus bienes, y entre tanto ordenó que dieran de sus rentas al depuesto maestre don Enrique hasta 8.000 florines del cuño de Aragón “para su mantenimiento” mientras seguía el pleito; pero este, no conforme, revocó a sus procuradores, quedando solamente el chantre de Jaén por la parte contraria246. En tanto, don Enrique estuvo recabando apoyos en la corte real de Barcelona y ocupando un papel muy destacado en ella a lo largo del año 1408. En febrero asistía, y hasta participaba, en octavo lugar, después del rey, las reinas y el representante de Blanca de Navarra, a la colocación, junto al palacio real, de las primeras piedras del convento de frailes celestinos247. Sin duda asistiría también a las sesiones y a los actos poéticos del recién restau- Complejo del Palacio Real de Barcelona rado Consistorio –el de la Gaya Ciencia– que intentaba imitar al de Tolosa y a las competiciones de la trovadoresca provenzal occitana (aunque hay ciertas dudas de si la descripción de estas ceremonias que realiza en su Arte de Trovar se refiere al reinado del Humano o al de su sucesor248). Es de creer que en palacio tuviera algún contacto con 246

Álvar García de Santa María, Crónica de Juan II de Castilla, pp. 284–285.

M. de Riquer, “Don Enrique de Villena en la corte de Martín I”, Miscelánea en homenaje a Monseñor Higinio Anglés, Vol. II, Barcelona, 1953–1961, p, 719. 247

248 M. de Riquer, “Don Enrique de Villena…”, pp.720 –721. E. Gascón Vera, “Nuevo retrato histórico…”, p. 123. El mismo don Enrique, en su Arte de Trovar, nos recuerda la historia de este consistorio durante los reinados de Juan el Cazador y Martín el Humano: “A este fin el rey don Joan de Aragón, primero d’este nombre, fijo del rey don Pedro segundo, fizo solepne embaxada al rey de Françia, pidiéndole mandase al collegio de los trobadores que viniesen a plantar en su reino el estudio

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personas de clara valía intelectual, como el humanista Bernat Metge, rehabilitado ahora, tras su estancia en prisión, y secretario de la cancillería, traductor de Petrarca y Ovidio, y autor de Medicina apropiada a tot Mal y de Lo Somni, que será su obra cumbre, cuyo ejemplo tal vez tuviera su influencia en ciertas inquietudes que Enrique manifiesta en los años siguientes. Precisamente Metge será el “Bernardo Medici” que escribirá por orden de Martín el Humano las cartas dirigidas al infante Fernando de Castilla y a distintas personas importantes –incluidas la propia madre de don Enrique, a la que llama “reina de Portugal” por cuanto su marido reivindicaba el trono, y Leonor de Trastámara, la reina de Navarra– pidiendo que se sumen a las gestiones que él está llevando a cabo ante el rey de Castilla y Benedicto XIII para que se reponga en su cargo al maestre y sean castigados los freires calatravos que no le obedecían. Pero ni estos escritos, enviados en julio de 1409249, ni las mismas gestiones, podían evitar lo que era inevitable: que perdiera el maestrazgo y quedara en la ruina. Comprendiendo que ya tenía pocas bazas, y que apenas quedaban a su lado un puñado de freires calatravos, se le ocurrió cambiar su maestrazgo por otro, el de Santiago, vacante por la muerte de Lorenzo Suárez de Figueroa, y como de costumbre pidió a Martín I que abogara por él. Seguramente, este ya estaría cansado de tantas peticiones (y tan disparatadas), pero no le costaba escribir otra carta a su primo, el infante Fernando de Castilla, rogando que a su vez él instara ante el Papa que “el venerable frayre Henric, maestre de Calatrava, cosin vuestro e nuestro”, fuera “transportado” de una orden a otra250. Pero el destinatario tenía otras prioridades, como hacer elegir maestre de Santiago a su hijo don Enrique –el otro don Enrique, al que a veces se suele confundir con el nuestro251– como hizo, en efecto, en este mismo año, 1409. de la gaya sciençia e obtóvolo. E fundaron estudio d’ello en la çibdat de Barcelona dos mantenedores que vinieron de Tolosa para esto, ordenándolo d’esta manera: que uviese en el estudio e consistorio d’esta sciençia en Barçelona cuatro mantenedores, el uno cavallero, el otro maestro en theología, el otro en leyes, el otro honrado cibdadano, e cuando alguno d’éstos falleçiese, fuese otro de su condiçión elegido por el collegio de los trobadores e confirmado por el Rey. En tiempo del rey don Martín su hermano fueron mas previllejados e acrecentada las rentas del consistorio… E fiziéronse en este tiempo muy señaladas obras, que fueron dinas de la Corona…” Y prosigue después con el del rey Fernando I de Trastámara, como luego veremos. Véase el texto en las Obras completas de Enrique de Villena, I, pp. 356–358. Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena, pp. 18–19. M. de Riquer “Don Enrique de Villena…”, pp. 716–721, pp.716–717. 249

Publicada en principio por Martín de Riquer, de quien lo toma Elena Gascón Vera, “Nuevo retrato…” p. 121. 250

251

Sobre este personaje pueden verse los clásicos estudios de E. Benito Ruano. Más recientes, los

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Todavía en diciembre, don Enrique volvía a importunar a Martín el Humano pidiendo que rogara al joven Juan II, nuevo rey de Castilla, que obligara a los freires rebeldes de su orden a pagarle las rentas que debían, para que él a su vez abonara las deudas contraídas como maestre que era252. Y aún, en otra misiva sin fecha ni lugar, él mismo solicita que le haga merced del adelantamiento mayor de la frontera que, según sus noticias, iba a ser entregado a su comendador mayor de Calatrava, “e sabe vuestra merçed que vos lo yo ove pedido, entendiendo por muchas razones que era vuestro servicio en lo tener yo mas que otro”, al tiempo que le pide el apoyo real en el pleito entablado contra él por el recaudador del anterior maestre, a cuyo hijo había quitado su encomienda253. Don Enrique buscaba desesperadamente ser alguien en la vida, a través de los cargos que sus regios parientes de Aragón y Castilla pudieran depararle; pero es obvio que no consiguió su propósito, y es de creer que ambos estuvieran muy hartos de semejante pelma. No solamente de él, sino de la familia en general, que obligaba a Martín I a intervenir en asuntos que no le concernían. Muy en particular, de su tío el de Denia, díscolo, resentido y enfrentado abiertamente al padre, que le daba el dinero gota a gota, le trataba como a un irresponsable y estaba repartiendo pedazos de su herencia entre Hugo de Cardona y Galván de Villena, sus sobrinos; pero además quería controlar sus acciones y no le permitía ni pasar por sus feudos (el viejo consiguió que Martín el Humano le prohibiera acceder sin su permiso a cualquier villa suya, y le pidió que hiciera detener al caballero mosén Lluc de Bonastre y a otros vasallos suyos que seguían al conde). Incluso llegaría a desafiar y declarar la guerra a su cuñado, Juan Ramón de Cardona, quien se burló de él diciendo que si no tenía dinero suficiente para ello, él se lo prestaría. El consell de Valencia tratará de mediar, y el rey impedirá que el duque desherede al conde en testamento de 1408 y nombre su heredero a Martín de Sicilia. Al fin, la mediación de las hijas de aquel, la abadesa Violante y Juana de Aragón, mujer del de Cardona, conseguirá una tregua entre los dos cuñados; pero las diferencias con el duque distaban de arreglarse: una noche del año 1409 don Alfonso asaltó con ochenta hombres de armas el pade V. A. Álvarez Palenzuela, “Enrique, infante de Aragón, maestre de Santiago”, Medievalismo, 12 (2002), A. Pretel Marín, Enrique de Aragón, maestre de Santiago y duque de Villena, Revista de las Órdenes Militares, 7 (2013), pp. 137–150, y A. Madrid Medina, Don Enrique de Aragón y de Sicilia, un infante cuestionado, un maestre imprescindible, Madrid, 2013. 252 Todas estas noticias, sacadas, entre otras, de Martín de Riquer, en Elena Gascón, “Nuevo retrato…”, pp. 121–123. 253

P. M. Cátedra y D. C. Carr, Epistolario…, IX, p. 31.

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lacio paterno de Gandía, diciendo que su padre ya no estaba en su juicio y que allí solamente mandaba el despensero Juan Martínez de Luna, que le había hechizado y tenía relaciones con la madre, según las malas lenguas; pero el viejo, gotoso y con una cadera dislocada, se levantó del lecho, salió al patio llevando una espada en la mano, y logró que el de Denia y los suyos huyeran a acogerse en la iglesia. Y las cosas aún irían a peor, como podremos ver254. Mientras tanto, en Castilla, y en el mismo 1409, el que fue marquesado de Villena había sido entregado, con título ducal, a la infanta El patio del palacio del duque de Gandía, reformado después María de Castilla en dote de su boda con su primo Alfonso, el mayor de los hijos del infante por la familia Borja Fernando, corregente del reino junto con su cuñada, Catalina de Lancaster. El 22 de abril el joven Juan II y sus tutores, Catalina y Fernando, anunciaban la boda, concertada tiempo antes por Enrique III255, y “visto el mandamiento de los dichos reyna e infante, los procuradores se juntaron e fueron presentes a ver retificar el desposorio de la Infanta doña María e don Alonso; e fueles luego puesta casa, e dieron a la infanta el marquesado de Villena e Aranda e Portillo, e diole el infante en arras treinta mil doblas, e fueronle puestos oficiales según pertenecía a tan grandes señores”256. En diciembre del mismo 1409, en el curso de una junta de los representantes de todos sus concejos, que para ello fueron hasta Valladolid (cosa bastante insólita), la infanta era aceptada como tal y a su vez les juraba guardar “los previllejos e franquezas e libertades que tienen e de que vsaron en tiempo de los otros sennores que fasta aquí an seydo de la dicha tierra, et espeçialmente en tiempo de don Juan Manuel” 257 (como se ve, se evita la menor referencia al marqués de Villena y su familia). De hecho, será la reina la que gobierne en nombre de la nueva duquesa, pero parece claro que la corona ya dispone de este título como de cosa propia, y puede enajenarlo, aunque siempre en un miembro de la casa real. 254

J. Castillo Sáinz, Alfons el vell…, pp. 200–220.

255

Álvar García de Santa María, Crónica de Juan II, pp. 286–287.

256

Crónica de Juan II, Ed. BAE, p. 315.

257

J. M. Soler, La relación de Villena de 1575, Alicante, 1974, pp. 286–290.

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DÍAS DE VINO Y ROSAS (O DE JUEGOS FLORALES): LA CORTE DE FERNANDO I DE ARAGÓN

L

a muerte de Martín I de Aragón, que privó a don Enrique de su paño de lágrimas, y la candidatura a su trono vacante del infante Fernando de Castilla, quien tal vez le utiliza, como supone Cátedra258, por sus conocimientos de personas y ambientes de aquella monarquía, y le tiene a su lado con frecuencia en los años siguientes, abriéndole su bolsa con generosidad259, pudo representar otra oportunidad para el desheredado. Sin duda era consciente de que el castellano, sobrino del difunto, podía ser el próximo monarca de Aragón, por lo que no tardó en volver a Castilla y ponerse a su sombra. Aunque no le encontramos entre los caballeros que luchan junto a él en aquella campaña, sí aparece en Sevilla, en octubre de 1410, sirviendo como “damo de compañía” a la infanta Leonor, “la Ricahembra”260, mujer de don Fernando, junto a la cual salió a recibirle en triunfo, con las autoridades del concejo y el obispo hispalense, al volver de su gran victoria de Antequera, de la que luego habrá de tomar sobrenombre261. Desde luego, las fiestas se le daban mejor que las batallas, pues siempre le veremos “luchando” en retaguardia. Sin embargo, no pudo mantener su maestrazgo, ni siquiera después de apoyar al infante –que quería este cargo para su hijo don Sancho, ya maestre de Alcántara262– en su candidatura al trono aragonés. 258

En su introducción a las Obras Completas de Enrique de Villena, p. XVI.

259

E, Gascón Vera, Nuevo retrato…”, p. 130.

260

E. Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena, p. 33.

Álvar García de Santa María, Crónica del rey Juan II, pp. 398–399. Entre los que salieron a recibir en triunfo a don Fernando dice que se encontraba “el conde don Enrique, su tío, que estaua a la sazón con la Ynfanta Leonor en Seuilla”. 261

262 Fernando de Antequera no aceptaba por maestre a don Luis González de Guzmán, pero no por respeto a Enrique de Villena, sino “por lo aver él para su hijo don Sancho, para lo juntar con el maestrazgo de Alcántara”; y fue precisamente cuando vio que Fernando le iba a retirar el apoyo del reino de Aragón cuando envió la bula que don Luis venía reclamando. Ver, Los doce trabajos de Hércules, Edición de P, M. Cátedra y P. Cherchi, Santander, 2007, p. 104.

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Compromiso de Caspe, por Salvador Viniegra

Esta candidatura, interesadamente respaldada por la reina Catalina de Lancaster, que quería quitarse de encima a su cuñado, provocó divisiones y luchas en Valencia, igual que en Cataluña y el reino de Aragón. Pero a la vez ahondó, si aún era posible, las malas relaciones dentro de la familia del marqués de Villena, que también presentó sus derechos al trono como nieto que era por línea masculina del rey Jaime II. Su hijo don Alfonso –distanciado de él desde hacía varios años porque el viejo le daba el dinero contado y en cambio permitía al antiguo escribano Juan de Luna gobernar su palacio– se mantendría al pairo; su nieto don Enrique, que no esperaba nada del viejo rencoroso, apoyó al infante castellano, y el bastardo Galván –que en el parlamento de Alcañiz aparece con los Vilaragut y otros urgelistas263– a don Jaime de Urgel, junto a cuyos secuaces pudo participar en la batalla del Grao de Murviedro, en la que no murió, como dice Zurita, aunque tal vez le dieran por desaparecido264. 263

J. A. Balbás, El libro de la provincia de Castellón, Castellón, 1892, p. 129.

Crónica de Juan II, p. 342. Anales…, XL. 30. Muchos años después de esta batalla le veremos aún como señor de Ayora y como capitán del rey de Aragón: O. Esquerdo, Nobiliario valenciano, Biblioteca Valenciana Digital, 2001, p. 24. P. Guardiola y Spuche, Apuntes históricos y genealógicos de la villa de Villa de Ves. Valencia, 1983, pp. 22 y 44, dice que de Galván, que se casó con una Vilarasa, nacería también Catalina de Villena y Vilarasa, que casará más tarde con Juan Ruiz de Corella, conde de Cocentaina. J. V. Poveda Mora, en su Historia del Valle de Ayora–Cofrentes, Valencia 2001, pp. 166 y sigs., apunta que a la muerte del viejo don Alfonso hubo pleito entre su hijo, “el Duque Real moço” y su sobrina Catalina de Villena, casada con Antonio de Cardona, y que a este matrimonio le sería entregado el señorío de Jalance, Jarafuel, Teresa, Zarra y Palazuelos en 1414 y 1417; todo ello con renuncia de 264

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Alfonso de Aragón, viejo, enfermo de gota y casi sin poder levantarse del lecho, seguirá enemistado con su propia mujer265 –de la que se decía le había “fet cornut” con Juan de Luna266– hasta la muerte de esta (mayo de 1411); y más aún con su hijo267, contra el que hubo de ir, llevado en unas andas, con un pequeño ejército de cincuenta jinetes y unos 2.000 peones, para echarle de Denia, que aquel había tomado, tras un serio combate en el que se empleó fuego de artillería268. En sus últimos días, entre febrero y marzo de 1412, le desheredará mediante un testamento en que solo le deja dos insultantes sueldos, a modo de limosna, y aunque algunas personas tratarán de mediar pidiendo al duque el perdón del mal hijo, este se negaría, llamándole traidor y “paraules molt greus” 269. Falleció en Gandía, el día 5 de marzo de 1412, y su candidatura al trono aragonés fue recogida por su hermano el de Prades. Enrique de Villena a posibles derechos que pudieran quedarle, a favor de su “carísima hermana”, lo que hace difícil que esta fuera la hija de Galván de Villena, sino más bien la hermana de este y de don Enrique. Pero otros documentos manejados por A. Rubio Vela, dicen que Catalina de Villena, la futura mujer de Juan Ruiz de Corella, era hija de Galván y de Yolanda o Violante de Vilaragut. Véase A. Rubio Vela, “Motivos y circunstancias de un desafío caballeresco. Nueva lectura de las cartas de batalla cruzadas entre Iohan de Vilanova y Joan Jeroni de Vilaragut, eHumanista IVITRA IV (2013) pp. 394–413, pp. 396, 398. Parece, en todo caso, que Galván falleció hacia 1424 (J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 142). Zurita, Anales, XI. XLVIII. Dice que la condesa Sancha Jiménez de Prades, que se divorciaría de su esposo, don Juan, “estaba tan desavenida de su marido como doña Violante de Arenós, duquesa de Gandía, su prima hermana, lo estaba del duque don Alonso, que era hermano del conde de Prades; de donde resultó tanta infamia a dos señores tan grandes de la casa real”. Sin decirlo de forma categórica, da a entender que el motivo, o uno de los motivos, fue el apoyo que la familia de ambas daba al conde de Urgel, pero seguramente ya era viejo el conflicto y tenía motivos más domésticos, sin contar los que luego se descubren. Luego vuelve a insistir (Anales…, XI–LXXXI) en que la ancianidad de don Alfonso le impidió defender sus pretensiones al trono de Aragón, “y en las de su propia casa tuvo harta necesidad de las puertas adentro de quien la gobernase y reformase, estando muy desavenido de la duquesa Violante de Arenós, su mujer, que tuvo muy poca cuenta con el honor de aquella casa y suyo”. Y añade que su hijo, una vez muerto él, envió a fray Juan de Monzón y a varios caballeros y doctores a mostrar su derecho al trono de Aragón. Al final fue su hermano, don Juan, conde de Prades el que recogería esta candidatura, aunque ninguno de ellos tenía nada que hacer. 265

Cuando ella dejó en su testamento al antiguo escribano y despensero la baronía de Arenós, el hijo reaccionó violentamente y después recurrió ante los tribunales. El viejo don Alfonso, hundido moralmente, reconoció que ahora “no poran als dir sinó que so cornut e quel dit Johan de Luna m·a fet cornut”, al tiempo que afirmaba “que si ell podia haver lo dit en Johan de Luna, que ell degollaría aquell dit en Johan de Luna de ses mans” J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 335 y 200. 266

Siempre hubo diferencias, pero últimamente habían aumentado por la pasividad de su padre ante los desvaríos de la duquesa y porque el viejo había acogido en su casa y entregado algunas de sus tierras a Hugo de Cardona, el hijo que su hermana doña Juana tuvo con Juan Ramón Folch, lo que el conde de Denia consideraba injusto. J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 139. 267

268

J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 217–218.

269

Sobre estos escándalos, J. Castillo Sáinz, Alfons el vell…, pp. 214–220.

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Don Alfonso, a pesar de estar desheredado, conseguirá heredar Gandía y su ducado, aunque su mayorazgo estaba recortado por donaciones hechas por el padre a Galván y a Hugo de Cardona, sus sobrinos. El que no obtuvo nada fue Enrique de Villena, de quien nadie se acuerda ni para pleitear, quizá porque ya estaba marginado desde hacía doce años por el tenaz abuelo. Pero, además, Enrique perderá en ese año, con la definitiva sentencia pontificia, su teórico maestrazgo; y sin poder, encima, puesto que previamente había renunciado, reclamar su derecho sucesorio al estado en el que fue jurado heredero veinticinco años antes. Ya solo le quedaba una oportunidad: pegarse a su pariente, Fernando de Antequera, que verosímilmente podría ser el próximo monarca de Aragón, e intentar explotarlo como antes había hecho con Martín el Humano. Ya figura en su séquito en 1411, cuando estaba en Mondéjar, con tropas castellanas, preparado a pasar la frontera y defender su causa frente a Jaime de Urgel, y recibía allí a los parlamentarios catalanes que venían a pedirle no lo hiciera; y es de pensar que aún siguiera acompañándole en el año siguiente, cuando se sabe en Cuenca la enfermedad mortal de su abuelo en Gandía270. Luego le acompañó en su viaje a los reinos de Aragón y en su proclamación, el 28 de julio de 1412, recibiendo de él frecuentes subvenciones. Comenzaba “la única época dorada de su vida”, como ha señalado Cotarelo271; “días de vino y rosas”, pudiéramos llamarla, recordando el clásico de Edwards, cuya protagonista se dejará arrastrar a unas adicciones que acaban destruyéndola, de la misma manera que el joven don Enrique se acostumbrará al brillo de una corte que no iba a ser eterna y a unos refinamientos que jamás se podría costear, lo que, en nuestra opinión, le haría, en adelante, buscar otros caminos para sobresalir. A lo largo de 1413, don Enrique figura entre los cortesanos de Fernando I. Asiste con su tío, el nuevo duque Alfonso de Aragón, y otros nobles afectos, al cerco en Balaguer de los condes de Urgel, que no habían aceptado la decisión de Caspe. Allí, sin combatir, logra hacer el ridículo: presumiendo de sus conocimientos en trigonometría, dijo que las escalas que estaban preparadas para pasar la cava y asaltar la muralla no eran bastante largas; midió con su astrolabio e insistió en alargarlas, pero el mariscal, hombre mucho más práctico, disparó a la torre una flecha con una cuerda atada y concluyó que era suficiente la altura, lo que animó al monarca a decirle con sorna: “echad vuestro

270

Zurita, Anales… XI.LIII.

271

E. Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena…, p. 47.

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astrolabio en remojo, pues tan mal sacó la medida”272. Después será enviado a decir a la esposa del conde de Urgel que podía salir de la villa cercada, pero que con don Jaime no habría ningún trato273, aunque cuando se rinden el que ocupe el lugar principal será su tío, el duque de Gandía, capitán general de la campaña; y cuando se les juzga, a fines de noviembre, Enrique es uno más, y no de los primeros, entre los caballeros que acompañan al rey. Eso sí, en los registros de la contaduría del monarca hay bastantes menciones de pagos a su primo, a lo largo de este año y el siguiente, “per raho de donacio e graciosa concesio”, incluso algún encargo de su hijo mayor, el infante don Alfonso (futuro Alfonso V), a un experto abogado que vivía en Barcelona, para que defendiera a don Enrique frente a sus acreedores. Desde luego, parece que estaba en la indigencia, como el mismo monarca dice a su tesorero: “ya veets la miseria en que es posat” 274. Lo suyo eran las fiestas, por lo menos mientras pagara otro. A la coronación de Fernando I en Zaragoza –donde también contrajo matrimonio su hermana Leonor con un hermano del conde de Cardona275– don Enrique asistió junto a su tío, el duque de Gandía, que calzó las espuelas y armó al rey caballero, y con todos los hijos – los famosos “infantes de Aragón”– del flamante monarca: don Alfonso, el mayor; don Juan, duque de Peñafiel; don Enrique, maestre de Santiago; don Sancho, maestre de Alcántara, y don Pedro, el duque de Alburquerque, los cuales le trataban como a un pariente pobre, pero de la familia. También asistirían algunos caballeros del reino de Castilla que seguirían siendo fieles al mismo don Fernando, como Íñigo López de Mendoza –que luego será amigo, o mecenas, al menos, de Enrique de Villena– y el adelantado Gómez de Sandoval, el almirante Enríquez y el condestable Dávalos. Don Enrique, entre ellos, parece uno más; y dada su afición a los ceremoniales, será considerado experto en protocolo. Hasta tiene un papel protagonista, si hemos de creer lo que él mismo nos dice, tanto en las procesiones y paseos del rey como en la Aljafería, donde hubo banquetes, entremeses y juegos literarios. Obviamente, también en otras fiestas de este mismo reinado y en la restauración en Barcelona, algún tiempo después, del Consistorio de

272

E. Gascón Vera, “Nuevo retrato…”, p. 125.

273

Crónica de Juan II, p. 23. Zurita, Anales… XII.XXIX.

274

Todas estas noticias, sacadas de Rubió y de la CODOIN, en E. Gascón Vera, “Nuevo retrato…”,

p. 130. 275

J. Zurita, Anales…, XII.XXXIV.

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Patios y dependencias palaciegas de la Aljafería, donde fueron los fastos de la coronación de Fernando I

la Gaya Ciencia. En su Arte del Trovar276, él mismo nos describe con infantil orgullo, poseído del papel que allí desempeñaba, tanto la historia previa de esta institución, desde su instauración por el rey Juan I, como el ceremonial de sus actos poéticos que llegó a presidir en esta nueva etapa: “Después de muerto el rey don Martín, por los debates que fueron en el reino de Aragón sobre la succesión ovieron de partir algunos de los mantenedores e los principales del consistorio para Tortosa y cesó lo del collegio de Barçelona [...] Fue después elegido el rey don Fernando, en cuyo servicio vino [don Enrique de Villena, el cual procuró] la reformaçión del consistorio y señaláronle por el principal d’ellos [...] Las materias que se proponían en Barçelona estando allí  [don Enrique]:  algunas vezes loores de santa María, otras de armas, otras de amores e de buenas costumbres [...] E llegado el día prefijado, congregávanse los mantenedores e trovadores en el palacio donde yo estaba; e d’ allí partíamos ordenadamente con los vergueros delant, e los libros del arte que traían, e el registro de los mantenedores. E llegados al dicho Capitol, que ya estaba aparejado e emparamentado de paños de pared alrededor e fecho un asiento de frente con gradas, en donde estaba don Enrique en medio e los mantenedores de cada parte, e a nuestros pies los escribanos del Consistorio, e los vergueros más baxo, e el suelo cubierto de tapicería e fechos dos circuitos de asientos donde estavan los Trovadores, e en medio un bastimento quadrado, tan alto como un altar, cobierto de paños de oro, e encima puestos los libros del Arte e la Joya; e a la man derecha estava la silla alta para el Rey, que las veces era presente, e otra mucha gente que se ende allegava. E. Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena, pp. 34–37. M. Menéndez Pelayo, Obras Completas, T. I. Historia de las ideas estéticas en España, CSIC, Madrid, 1962, Apéndice I, pp. 457 y 483–487. Obras completas de Enrique de Villena, I, pp. 356–358. 276

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E fecho silencio, levantávase el Maestro en Teología, que era uno de los mantenedores, e facía una presuposición con su tema e sus alegaciones e loores de la gaya sciencia, e de aquella materia que se avía de tractar en aquel consistorio, e tornávase a asentar. E luego uno de los vergueros decía que los trovadores allí congregados espandiesen e publicasen las obras que tenían fechas de la materia a ellos asinada; e luego levantávase cada uno, e leía la obra que tenía fecha en voz inteligible, e traíanlas escriptas en papeles damasquinos de diversos colores, con letras de oro e de plata e illuminaduras preciosas, lo mejor que cada uno podía, e desque todas eran publicadas, cada uno la presentava al escribano del Consistorio. Teníanse después dos Consistorios, uno secreto e otro público. En el secreto facían todos juramento de juzgar derechamente, sin parcialidad alguna, según las reglas del arte, cuál era mejor de las obras allí examinadas e leídas puntualmente por el escrivano. Cada uno dellos apuntava los vicios en ella contenidos, e señalávanse en las márgenes de fuera. E todas asy requeridas, a la que era hallada sin vicios o a la que tenía menos era juzgada la Joya por votos del Consistorio. En el público congregávanse los mantenedores e trovadores en el palacio: e D. Enrique partía dende con ellos, como está dicho, para el capítulo de los fraires predicadores, e colocados e fecho silencio, yo les facía una Presuposición loando las obras que ellos havian fecho, e declarando en especial qual dellas merescia la Joya, e aquella trahía ya el escrivano del Consistorio en pergamino, bien illuminada, e encima puesta la corona de oro, e firmávanlo D. Enrique al pie, e luego los mantenedores, e sellávanla el escribano con el sello pendiente del Consistorio, e trahia la Joya ante D. Enrique, e llamado el que fizo aquella obra, entregávale la Joya e la obra coronada por memoria, la qual era asentada en el Registro del Consistorio, dando autoridad e licencia para que se pudiese cantar e en público decir. E, acabado esto, tornávamos dallí al Palacio en ordenanza, e yva entre dos Mantenedores el que ganó la Joya, e llevávale un mozo delante la Joya con ministriles e trompetas, e llegados a Palacio facíales dar confites e vino, e luego partían dende los mantenedores e trovadores con los ministriles e Joya, acompañando al que la ganó fasta su posada, e mostrávase aquel aventaje que Dios e natura ficieron entre los claros ingenios e los obscuros: e non se atrevían los ediothas”.

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Sobre el momento exacto al que alude esta rica descripción hay cierta controversia: Elena Gascón Vera, siguiendo el parecer de Martín de Riquer277, lo sitúa en el tiempo de la estancia de Enrique de Villena en la corte de Martín el Humano, aunque él mismo –si no es una interpolación– parece referirlo al momento en que vino al servicio de Fernando I, que le había distinguido como el principal de los mantenedores cuando se reformó el Consistorio. Suponemos probable que aluda a ambos reinados, pues estuvo presente en las coronaciones de los dos soberanos y en sus actos solemnes, aunque será Fernando, que quizá no supiera muy bien qué hacer con él, quien le pusiera al frente de este negociado de fastos y saraos, una dedicación que era inofensiva y a él le entusiasmaba. Ya en su coronación llevaba la dalmática con que este fue investido con un ceremonial que recuerda a la corte bizantina: “e luego venía el duque de Gandía e don Enrique de Villena, que traya el almatica, la qual hera vna banda de oro y syrgo e con mangas anchas según que acostunbra de llevar el diácono quando dize el evangelio e hera senbrada de piedras preçiosas con aljofar en los onbros”. En el banquete actuó de trinchante en su mesa, sirviendo su comida con la misma etiqueta que más tarde describe en su Arte Cisoria; y se dice que pudo ser autor de los versos que distintas figuras alegóricas de la Paz, la Justicia, la Verdad y la Misericordia declamaron al paso del cortejo real (por más que Cotarelo se muestra reticente a aceptar su autoría, y Gascón los encuentra demasiado mediocres para ser de un poeta de prestigio, y añade que no hay testimonio que se los atribuya)278.

Iglesia de Morella

Sin duda disfrutó de su protagonismo y sus grandes pasiones, el lujo y la etiqueta, como también lo hará poco tiempo después, el 18 de julio de 1414, cuando vaya a Morella con la corte a la dura entrevista con Benedicto XIII y Vicente Ferrer en que el rey pretendía terminar con el penoso cisma que sufría la Iglesia. Don Enrique y

277 M. de Riquer, “Don Enrique de Villena en la corte de Martín I”, pp. 720 –721. E. Gascón Vera, “Nuevo retrato histórico…”, p. 123. 278 E. Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena, pp. 34 37. También, E. Gascón Vera, “Nuevo Retrato…” p. 127–128.

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el propio soberano, con su hijo don Sancho, el almirante Enríquez, el conde de Trastámara y el conde de Cardona, llevarían las varas del palio pontificio, y en el banquete estuvo sentado, tras don Sancho, en el segundo puesto a la izquierda del rey279.Sin duda, en esos días se trató también de su maestrazgo, pero las pretensiones de Enrique de Villena frente a Luis de Guzmán tuvieron poco eco: el monarca aceptaba el fallo del capítulo, que había declarado ilegal su divorcio y proclamado maestre a don Luis de Guzmán, cuando, desde Morella, se dirige a principios de septiembre a María de Albornoz diciendo que su esposo, “por no ofender a Dios e satisfer a la honor mundial, desea e ha en firmo propósito retornar con vos e tractar vos con toda conyugal amor e dilección, de que en gran carga vuestra e suya, e por vuestra mengua, e mayor de todos aquellos que y an prestado causa, es estado por algunt tiempo segregado”280. Como se puede ver, el rey dice que Enrique reconoce su error y quiere deshacerlo volviendo con su esposa, cosa un tanto dudosa, puesto que aún se resiste durante otros dos años a esta solución, aunque en la recargada prosa de la misiva parece percibirse su inconfundible estilo, más que el del rey firmante o el de sus escribanos. Con prosa bien distinta, lacónica y medida, y en carta protegida por el sello secreto del monarca, estos escribirán, unos días después, desde Alcañiz281, a la abuela, la madre y a la propia María, “caras tías e prima dona Constança de Villena, dona Constanza hija del conde don Tello, e dona María de Albornoz”, diciendo que el rey manda a García de Albornoz (creemos que Garcí Álvarez, bastardo de don Gómez282), para que hable con ellas al respecto, intentando sin duda reparar el maltrecho matrimonio, o al menos que acogieran al pobre don Enrique, a quien nadie quería ya a su lado. Por otra parte, el párrafo es significativo de que se reconoce que el divorcio ilegal no solamente había sido culpa de los dos divorciados, sino de “aquellos que y han prestado causa”, creemos que en alusión al difunto Enrique III de Castilla, que fue el gran muñidor de aquella operación. Y, desde luego, deja entrever claramente que el peso del exconde, exmaestre y ex–poso iba disminuyendo, puesto que el rey quería devolverle a Castilla, y

279

Crónica de Juan II, pp. 360–361. Zurita, Anales…, XII.XLI.

C. Solano Oropesa y J. C. Solano Herranz, María de Albornoz y Enrique de Villena…, pp. 228–233. 280

C. Solano Oropesa y J. C. Solano Herranz, María de Albornoz y Enrique de Villena…, pp. 234–235. 281

282

J. I. Ortega Cervigón, “Nobleza y poder en la tierra de Cuenca…”, p. 146.

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si entre este y el papa todavía quedaban diferencias respecto su maestrazgo, ya no se referían a él, ni a su matrimonio, que era nulo por orden pontificia, sino a Luis de Guzmán, cuya confirmación dependía de unas negociaciones completamente ajenas al asunto en cuestión. De hecho, Cátedra283 piensa que la resolución del papa en este pleito, que privó a don Enrique de su última esperanza, no fue tanto contra él, sino una represalia contra el rey de Aragón, que quería negarle su obediencia. En cualquier caso, creemos que su opinión ya no contaba para nada, ni siquiera en un tema tan íntimo como este. A pesar del desaire –¿qué remedio?– don Enrique siguió junto al monarca, que le daba concesiones graciosas y pagaba sus deudas. En diciembre de 1414 le encontramos con él en el palacio del obispo de Lérida, donde tiene lugar el proceso a la madre del conde de Urgel, Margarita de Monferrato, acusada de haber querido asesinar a Fernando I y de ser el cerebro de las conspiraciones en favor de su hijo284. Luego, en marzo de 1415, le acompañará en su viaje a Valencia, donde habrían de tener lugar los esponsales de su hijo, el inRecreación del Palacio del Obispo fante don Alfonso, príncipe de Gerona, con de Lérida en pintura de María de Castilla, duquesa de Villena. Mejor D. E. Garsaball dicho, exduquesa, pues antes de salir del reino de su hermano, y a cambio de la suma de 200.000 doblas castellanas, la señora renuncia al título en Requena –donde fue recibida por el rey en persona– el día 4 de junio de 1415. El primero de junio285, tres días antes, el novio, que esperaba en la ciudad del Turia, había dado licencia y su consentimiento para dicha renuncia en documento público… Y entre los testigos citados en el mismo encontramos, en lugar preferente, a Enrique de Villena, que asistirá encantado a las bodas, los fastos que tuvieron lugar en presencia del papa y el rey, y es de suponer que con mayor nostalgia a la vuelta a dominio de realengo –esta vez, previo pago– del que fuera solar de su familia.

283

P. M. Cátedra, Sobre la vida y la obra…, p. 12.

284

E. Gascón Vera, “Nuevo retrato…”, p. 130.

Pub. A. Pretel Marín, “Algunas acciones militares de Albacete y su comarca en las luchas de los Infantes de Aragón, Al–Basit , 10 (1981), pp. 56–57. Lo reproduciremos en nuestra selección documental, al final de estas páginas. 285

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En efecto, “la tierra” o “el ducado, que solía ser marquesado”, como suele llamarlo la documentación, para no referirse a don Alfonso (cuando lo hacen, le dicen “marqués que solía ser”), volvía a ser posesión de la corona, pues la reina y las Cortes de Castilla no podían permitir que semejante estado, extenso y fronterizo, quedara en posesión del heredero del trono aragonés. Era bastante rico, pues venía conociendo en los últimos años una cierta mejora en lo económico, solamente enturbiada por el bandolerismo, aunque más sometida que antes al control de las autoridades que enviaban la reina y su hija, la duquesa, gobernada por ella. Aún conservaba intacta su organización regional y local; incluso la hermandad creada por el marqués y mantenida en tiempos de Enrique el Doliente, que se había perdido tras la muerte de este, fue restaurada en nombre de su hija María por la misma Catalina de Lancaster, a fin de perseguir a aquellos delincuentes, “e non allende nin en otra manera”, como dice la reina, trasluciendo cierta preocupación por la existencia de esta institución armada. En el partido sur todos los términos forman “un solo suelo” y se mantiene la colaboración entre los municipios, sin que existan apenas señoríos menores, excepto Montealegre y Carcelén, ahora posesión de Beatriz de Albornoz hermana de María y cuñada de Enrique de Villena, casada con don Diego Hurtado de Mendoza, guarda mayor del rey en la ciudad de Cuenca. En el partido norte –la tierra de Alarcón, con Iniesta añadida– hay ya varios concejos (Garcimuñoz, Belmonte, Montalvo, Alarcón), algunos de los cuales han caído en poder de caballeros de origen lusitano (Juan Fernández Pacheco, los Coelho), que han venido a añadir sus señoríos a otros más antiguos, como los de El Provencio y Puebla de Almenara, procedentes de tiempos del marqués don Alfonso o entregados también por Enrique III286. Este era el señorío que Enrique de Villena pudo haber heredado, pero nunca heredó; ni siquiera después de que doña María dejara libre el título. Como dice Menéndez Pelayo, en realidad ya nadie volvió a tomarle en serio después de su renuncia al señorío que le había jurado heredero cuando aún era un niño, al condado de Cangas de Tineo y a su esposa, y después al maestrazgo, sin dejar de alternar con quienes le privaron de aquellas posesiones. Pero además estaba en la más pura ruina: pese a los donativos de su regio pariente aragonés, sus deudas eran tales que Fernando I tuvo que dar vía libre a un embargo de “illos pannos de ras egregii Enrici de Villena” para pagar las deudas 286 Para mayor detalle, véase nuestro libro El señorío de Villena en el siglo XV, Albacete, IEA, 2011, pp. 25–45.

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Aviñón, el Palacio de los Papas

que seguía teniendo en Barcelona. Desde entonces “se iría despeñando por el camino de la incertidumbre y el fracaso político, sin parar hasta el fin de sus días”, como señala Cátedra, aunque en cierta manera le salvaron aún su afición a la pluma, las “relaciones públicas” y el ceremonial; cualidades, sin duda, que hicieron al monarca recurrir otra vez a él para llevarle a las vistas que iba a mantener con el emperador Segismundo de Hungría y Benedicto XIII, a quien era preciso convencer para que renunciara al trono pontificio y poner fin así al Cisma de Occidente. En efecto, el 14 de agosto de 1415, don Fernando mandaba pagar a don Enrique 400 florines “per raho de les messions que le convendrá fer en anar e aconpanyar-nos de la ciutat de Valencia fins a les vistes… amb lo molt ilustre Rey de Romans per los fets de l´unio de Santa Mare Eglesia”287. Y sabemos que estuvo en Perpiñán a finales de año y en enero siguiente acompañando al rey, ya seriamente enfermo, que intentaba meter un poco de cordura en la dura cabeza del papa aragonés288; un asunto que ya estaba decidido, pues tanto él como Juan II de Castilla iban a retirar su obediencia al pontífice (lo cual determinó la sentencia papal que consagró a don Luis de Guzmán como maestre legal de Calatrava). En noviembre de 1415 aún será enviado por el rey a Aviñón, en compañía de sus embajadores, tal vez en relación con las negociaciones con parte de la curia, que votó contra Pedro de Luna y le depuso del solio pontificio cuando este salió –el 13 de noviembre– con destino a Peñíscola, donde habría de morir como antipapa, aunque mucho después. 287 Enrique de Villena, Los doce trabajos de Hércules, Ed. de P. M. Cátedra y P. Cherchi, Santander, 2007, p. 103. 288

p. 104.

E. Gascón Vera, “Nuevo retrato…”, pp. 131. Enrique de Villena, Los doce trabajos de Hércules,

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El hecho es que en enero de 1416 Enrique de Villena cobrará todavía alguna cantidad “per son manteniment”289 y en agosto percibe otros 50 florines por lo que trabajó en la unión de la Iglesia290. Pero ya no será su primo don Fernando quien le libre este sueldo, sino el nuevo monarca, Alfonso V, pues el padre había muerto en Igualada el día 2 de abril. Enrique de Villena no estaba con Fernando I de Aragón el día en que murió, el 2 de abril de 1416. Alguien debió apartarlo del séquito real, como sugiere Cátedra291, y se quedó en Gerona, por orden del infante –ahora, rey– don Alfonso, haciendo rogativas y sirviendo, otra vez, de acompañante, a la reina María, la que fuera duquesa de Villena. Desde Gerona escribe, el 9 de abril, quejándose al monarca de su marginación y pidiendo dinero, una vez más; y sin tanto artificio literario, por cierto, como luego le vemos emplear (dice, directamente, “que yo sia per vostra altea subvengut”)292. Desde allí fue a Valencia, sin duda preparando su salida del reino, porque ya no podía esperar demasiado del nuevo soberano, que ni siquiera había respondido a sus cartas. Aunque aún hay testimonios de ayudas económicas por parte del “Magnánimo” hasta fines de mayo, seguramente este ya no estaba dispuesto a mantener parásitos (de hecho escribe a Castilla pidiendo que aseguren la vida –y permanencia– del ilustre gorrón en este reino, y ordena la almoneda de unos tapices suyos para pagar las deudas que dejaba en Valencia293). La única esperanza de Enrique de Villena –tan remota que ya ni siquiera contaba– era heredar los títulos y tierras de su tío, el duque de Gandía, cuando este muriera; pero, como veremos, Alfonso el Magnánimo tenía otros proyectos para este señorío y él tenía poco tiempo para reivindicarlo, porque le perseguían las deudas adquiridas. En abril de 1417 don Enrique nos dice que termina en Valencia sus Dotze treballs d‘Hercules, apresuradamente, pues él mismo declara que “no avia temps per ocupar–me en tan diffusa obra”, y culpa de sus faltas a “les curials e familiars ocupacions que obsten y les adversitats de la movible fortuna, qui no donen repós a la mia pença” (es decir, a los pleitos, problemas familiares, y su caída en desgracia, que inquietaban

289

Enrique de Villena, Los doce trabajos de Hércules, 2007, p. 104.

290

E. Gascón Vera, “Nuevo retrato histórico…” p. 191.

291

Enrique de Villena, Los doce trabajos de Hércules, p. 105.

Enrique de Villena, Los doce trabajos de Hércules, Ed. de P. M. Cátedra y P. Cherchi, Santander, 2007, p. 105–106. Epistolario…, p. 40. 292

293

Obras Completas de Enrique de Villena, Vol. I, p. XVIII.

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su ánimo). Como sugiere Cátedra294, probablemente, cobra por hacer este libro, que dedica a mosén Pere Pardo (suponemos que el mismo que años antes había contraído matrimonio con Carroza, la antigua favorita del rey Juan I, señora de Corbera, Carrícola y Albaida, y enemiga mortal del duque de Gandía), al que llama “honorable y virtuoso caballero”, aunque no le conoce, excepto por la fama de sus La Valencia que pudo conocer muchas virtudes y porque le ha expredon Enrique sado su deseo de saber “los fets del antics y gloriosos cavallers, dels quals los poetas i istorials han en ses obres comendat, perpetuant lurs recordacions”. Una dedicatoria lisonjera para un libro que acaso ya tendría acabado con anterioridad y que ahora vende a un noble deseoso de ver su nombre escrito al comienzo del mismo y comparado nada menos que a Hércules: “no solament imitar les proheses del antics, mas que siau exenplar de virtuts als presents y venidors cavallers, qui actual y moralment cerqueran exemple” 295. A finales de junio todavía parece que se encuentra en Valencia, pues las actas de Cortes citan a “Enrico, filio incliti domni Petri, filii ducis Gandíe296”; pero no alargará su estancia en la ciudad: él mismo dice luego que había llegado a ella “considerando que avia de estar poco en Valencia, e dende entendía tomar mi camino para Castilla, e tenía liados mis libros que para ello oviera menester”. Y, como señalamos, perseguido por sus obligaciones “curiales”, que es de pensar sean pleitos, pues la corte quedaba ya muy lejos, y “las adversidades de la móvil fortuna”. Por lo tanto, acabó de empaquetar sus cosas y cruzó la frontera, resignado a vivir con su esposa –y de ella– el resto de su vida, si es que no pudiera conseguir otra cosa del joven Juan II y de su madre, Catalina de Lancaster.

294 Enrique de Villena, Los doce trabajos de Hércules, Ed. de P. M. Cátedra y P. Cherchi, Santander, 2007, p. 105–163. 295

P. M. Cátedra y Derek C. Carr, Epistolario…, XIV, p. 41. Obras completas, I, p. 5

296

D. D. Carr, Tratado de la Consolación, Madrid, 1976, p. XXII.

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EL REGRESO A CASTILLA. LAS ESTANCIAS EN CUENCA Y EN LA CORTE

P

or supuesto, el Magnánimo apoyó, interesadamente, el regreso de Enrique de Villena, escribiendo a su madre, la reina Leonor, y a su primo, don Juan II de Castilla, para que le acogieran, pues quería ir a arreglar “çiertos negoçios suyos”297; pero seguramente era para tenerle lo más lejos posible y traspasar a otro el disfrute de aquella sanguijuela, que ya no estaba lejos de los cuarenta años y seguía sin tener beneficio ni oficio. En septiembre de 1417 le vemos ya en Torralba, villa de su mujer (aunque él dice que es suya), donde acaba su autotraducción al castellano de Los Doce trabajos de Hércules, que hace, según dice “a suplicaçion de Johan Fernández de Valera el Moço, su escribano en la su casa e notario publico de todas las villas e lugares de su tierra, deseoso de saber las declaraçiones destos trabajos d´Ercules”298. Como se puede ver, ahora es Juan Fernández el que quiere saber de las hazañas de Hércules, como antes Pere Pardo, pero lo que interesa es que a este le llama su escribano y “notario público de todas las villas y lugares de su tierra”; tierra que, en realidad, era la su esposa, donde él no pinta nada, como demostrará doña María cuando haga testamento sin pedir su opinión. El ego del autor –o su autopromoción– sigue muy por encima de su estado económico y social. Pero el hombre que vuelve ya no es el cortesano de las fiestas brillantes, ni siquiera el famoso intelectual que muchos ven en él, sino un fracasado que buscará en las letras la fama que la vida se empeñaba en negarle y una ocupación para llenar el tiempo que le iba a sobrar de entonces adelante. 297

E. Gascón Vera, “Nuevo retrato histórico…”, pp. 132–133.

Enrique de Villena, Los doce trabajos de Hércules, p. 3. P. M. Cátedra y D. C. Carr, Epistolario, XV, p. 43–45. 298

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Aun así, este primer trabajo en castellano, traducción del que antes escribió en catalán, es más interesante, en opinión de Menéndez Pelayo, y posee un estilo “mucho más fácil, suelto y ameno que el de sus libros posteriores, y dista mucho de llegar a los excesos de aquella ridícula y bárbara sintaxis con que más tarde se empeñó en descoyuntar nuestra lengua, por temeraria imitación del hipérbaton latino”. Desde luego es más claro que los que seguirán, y en él se pueden ver fecundas influencias del quehacer literario y las preocupaciones didácticas de Lulio y de don Juan Manuel, quizá más medievales, pero más comprensibles; al tiempo que los ecos de Dante y de Petrarca y una erudición clásica y mitológica ciertamente inusual, aunque traída a menudo por los pelos e insertada en el texto sin venir muy a cuento. Con razón lo compara Cotarelo con el mucho más llano Libro de los Estados, que sin duda le inspira (aunque él multiplica innecesariamente y complica su número), y lo encuentra inconexo, repetitivo, oscuro, frente a la majestuosa sencillez de la prosa de don Juan de Villena299. A finales de 1417 y principios de 1418 don Enrique visita a la regente Catalina de Lancaster y a su hijo, Juan II, pidiendo alguna dádiva como compensación de todo lo perdido:“soplicó al rey don Johan, fijo del rey don Enrique, pidiéndole por merced que le diese para que viviese; e el rey, acatando el debdo que tenía con él, e acatando más cómo este don Enrique de derecho era suyo el marquesado, por quanto avía sydo del marqués de Villena su abuelo, el qual él renunció, diéronle por su vida la villa de Yniesta e ciento cinquenta mil maravedís para su mantenimiento” 300. Un párrafo que indica que en la corte existía una clara conciencia de la ilegalidad que se había cometido al quitarle su herencia (“de derecho era suyo el marquesado”), pero también que nadie pensaba en reparar semejante injusticia –al fin y al cabo, él había renunciado– salvo con la limosna de esa modesta suma y la villa de Iniesta, que era una de las muchas que integraron aquella, en posesión tan solo vitalicia (aunque, no teniendo hijos, ni esperando tenerlos, esto importaba poco). El marquesado era un bocado muy grande y demasiado rico para el ser mendicante y lastimero en el que don Enrique se había convertido. Pronto despertará las ambiciones de los siguientes hijos del difunto Fernando de Antequera, los famosos Infantes de Aragón301. 299

E. Cotarelo y Mori, Don Enrique…, p. 57.

300

P. Carrillo de Huete, Crónica del Halconero de Juan II, Ed. Carriazo, Madrid, 1946, p. 181.

Véanse nuestros trabajos “Las tierras albacetenses en la política castellana de mediados del siglo XV (1448–1453)”. Anales del Centro Asociado de la UNED de Albacete, Nº 5, 1983, y El Señorío de 301

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Iniesta, posesión cedida a don Enrique como compensación de todo lo perdido

Por entonces, Iniesta era una población de mediana importancia, más bien tirando a grande, que se había integrado hacía más de un siglo al gran señorío de Villena, aunque siempre mantuvo algunas diferencias debidas a su historia. No era insignificante, aunque es muy dudoso que tuviera los 500 vecinos que se le atribuyen pocos años después, cuando en 1439 el monarca la entrega a Ruy Díaz de Mendoza (el que había ganado la batalla del Grao de Murviedro, y luego derrotado en Araviana a don Íñigo López de Mendoza) “con todos sus términos e destritos e territorios, e con la justicia a jurediçion çevil e criminal alta e baxa e mero misto ynperio, e rentas e pechos e derechos e penas e calupnias, e con la fortaleza e con todas las cosas e cada vna dellas pertenesçientes al sennorio de la dicha villa, segund que lo poseya don Enrrique de Villena al tiempo que era suya”. Sin embargo, entre el pecho de un buen número de vasallos –a mediados de siglo son 370 cabezas de familia, por lo que rondaría las 1.500 almas– y otras rentas del término, el portazgo, las penas, y la mina de sal de Minglanilla, que también “pertenesçe al sennorío de la dicha villa”302, sería suficiente para el mantenimiento de una existencia digna, aunque no con el tren de vida que mantuvo en la corte de Aragón. Mientras tanto, mantiene don Enrique alguna relación –aunque sea a distancia y por intermediarios– con Alfonso el Magnánimo, que a mediados de 1418 todavía le envía al poeta converso Pedro de Santa Fe solicitando en Villena en el siglo XV, pp. 80–120. 302 P. J. García Moratalla, Iniesta en el siglo XV, Ayuntamiento de Iniesta, Albacete, 1999, pp. 72–112 y 346-352.

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préstamo el ejemplar que tiene de “un llibre apellat Istories Trogii Ponpei” (que sería el famoso Epitome Historiarum philippicarum Pompei Trogi); pero dudamos mucho que las halagadoras palabras que al respecto le envía en su carta del día 10 de julio signifiquen que le considerara tan sabio como piensa Elena Gascón Vera, ni que forzosamente sus casas de Torralba e Iniesta fueran un distinguido círculo de estudiosos y amigos de las letras, como lo fue más tarde la de Íñigo López de Mendoza303. En cambio, sí parece que en estas poblaciones, lejos del mundanal y cortesano ruido, desarrolla a partir de estos momentos la gran actividad que le ha hecho pasar a la Historia de la Literatura; y que seguramente ya tenía cierta fama de amante de los libros, quizá por los volúmenes que habría conseguido no solo en Barcelona, sino en Aviñón, Perpiñán y Valencia. En adelante apenas le vemos en la corte, y Cotarelo304 piensa que quizá le ahuyentaron los escándalos que se dieron en ella en los años siguientes; pero seguramente su problema sería que nadie le aguantaba ni le daba una blanca para sobrevivir, salvo tal vez algunos mecenas y bibliófilos305 como el propio marqués de Santillana, para el que traduce la Divina Comedia y la Eneida y dedica su Arte del Trovar306. En Torralba se hallaba todavía don Enrique en octubre de 1417, cuando le requerían el guarda y el concejo de la ciudad de Cuenca pidiéndole que fuera a intentar sosegar los alborotos que venían produciendo los principales bandos que había en la ciudad: el que encabezaba el regidor Lope Vázquez de Acuña y el de su concuñado, Diego Hurtado de Mendoza. La razón, obviamente, puede ser su prestigio como negociador, acaso acrecentado por su propia tendencia al autobombo: un pariente del rey, que se había codeado con los representantes del Papa Benedicto y del Emperador, en asunto tan serio como el final del Cisma, no tendría problemas en calmar a unos nobles de segunda en una población pequeña como esta, y menos si abordaba el difícil empeño con el ceremonial típico de su estilo. La discordia, común en esos tiempos en todas las ciudades, incluso en las villas del cercano señorío de Villena307, no 303

E. Gascón Vera, “Nuevo retrato…”, p. 133–134.

304

E. Cotarelo y Mori, Don Enrique…, p. 64.

Sobre esta faceta bibliofílica de don Íñigo López de Mendoza y del propio Villena, ver F. Crosas López, De enanos y gigantes. Tradición clásica en la cultura medieval hispánica, Madrid, 2010,p.73. 305

306 Los doce trabajos de Hércules, Edición de P, M. Cátedra y P. Cherchi, Santander, 2007, p. 97. Insiste en esta idea del trabajo al servicio del rey Juan de Navarra o del propio marqués de Santillana en su Introducción a las Obras Completas de Enrique de Villena, Vol. I, p. XXV, y Vol. II, p. XVI. 307 A. Pretel Marín, “Los bandos del Marquesado”, Congreso de Historia del Señorío de Villena, Albacete, 1987, pp. 333–348. A. Mackay, Anatomía de una revuelta urbana: Alcaraz en 1458, Albacete,

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La catedral y el castillo de Cuenca

es nada extraordinaria; lo raro es el recurso al arbitraje de alguien que carece de poder efectivo308, esa solemnidad puramente teatral de su comparecencia, el día 19, en la que pide a todos que acaten su manera de abordar la pesquisa y arreglar la cuestión, y su reiteración innecesaria solo dos días después, con una ceremonia que a nosotros nos trae a la memoria esas solemnes firmas de “convenios”, perfectamente inútiles, en que nuestros políticos, rectores y gestores de cualquier fundación social o cultural, se hacen fotografías para sus egotecas y para figurar en los medios de comunicación. No sabemos en qué consistirían las gestiones de Enrique de Villena. Parece que empezó una investigación y a escribir una especie de ordenanza, pero no tardó mucho en aburrirse, o en caer en la cuenta de lo difícil que es amansar a las fieras sin taburete y látigo. Después de “muchos días” –apenas dos semanas– de averiguaciones y de sabios consejos, dijo que ya quería regresar a Torralba, por lo que Garcí Álvarez, guarda mayor de Cuenca y al parecer bastardo de don Gómez García de Albornoz309 (y, por lo tanto, tío de María de Albornoz, aunque no se menciona el parentesco), solicitó “de parte de la dicha ciudad al dicho don Enrique que esté aquí en la dicha ciudad fasta tanto que estos fechos sean sosegados e cumpla de fazer las ordenanzas e vías e mandamientos que tiene comenzados a ordenar y fazer, por quanto entienden que son cumplideros al servicio del rey y pro de la ciudad y de los

IEA, 1985. 308 Algunos años antes, hacia 1401, don Alfonso, su abuelo, había sido nombrado delegado del rey de Aragón para solazar los bandos de Valencia entre los Vilaragut y los Centellas; pero este tenía poderes absolutos, que hicieron protestar hasta al mismo consell, que también le requiere para acabar con otros de menor importancia. J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 149. 309

J. I. Ortega Cervigón, “Nobleza y poder en la tierra de Cuenca…”, p. 146.

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que en ella viven”310. Ignoramos también en qué paró aquella mediación; pero sí que sabemos que tuvo poco fruto, pues los bandos no cesan durante mucho tiempo, con participación incluso de los clérigos y una gran división entre los regidores, que obligará al monarca a intervenir en ello. Cinco años después Juan II decía: “entre los otros males e dannos que yo en esta çibdat fallo, principalmente son tres, de los quales se podía recoger otros muchos. El primero es que yo non fallo aquí en esta çibdat quien sostenga la vos del rey; la segunda, que por mayor pro todos los vecinos e moradores desta dicha çibdat son de vandos, unos de la parte de Diego Furtado, e los otros de la parte de Lope Vázquez, por lo qual cada uno quiere sostener la opinión de su sennor; la tercera por que yo fallo que la república desta çibdat se a perdido e pierde por non aver quien la defienda ni quien cure della”311. Y en las siguientes décadas, con las luchas políticas del reino, los bandos se complican y dan lugar a auténticas batallas callejeras y ataques al castillo, defendido por Diego Hurtado de Mendoza unas veces, y otras por el obispo312. Por lo tanto, parece que el autoproclamado “tío del rey e uno del su Consejo” tampoco tuvo éxito en este nuevo oficio de pacificador, aunque, por una vez, no fuera culpa suya. La muerte de la reina Catalina de Lancaster (2 de junio de 1418) y la gran influencia que tuvieron de entonces adelante los hijos de Fernando I de Aragón, aún pudieron brindarle otra oportunidad de volver a codearse con los grandes. En las Cortes reunidas en Madrid para marzo de 1419, en las que Juan II llegó a la mayoría, aparece su nombre junto al de los citados Infantes de Aragón y otros dignatarios, como los arzobispos de Toledo, Santiago y Sevilla, el famoso don Pablo de Burgos, canciller, el obispo de Cuenca, el almirante Enríquez y el que fue su rival, Luis de Guzmán, maestre de Calatrava313; pero el de don Enrique, situado entre estos últimos, no tiene cargo alguno ni justificación: está como el que se ha colado en una boda, y de allí en adelante no vuelve a figurar. Cotarelo supone que quizá le ahuyentaran los escándalos traídos por “aquellos infantes de Aragón y azotes de Castilla”314 en los primeros años de este nuevo reinado, y que se refugiara “en brazos de las ciencias

310

C. Solano Oropesa y J. C. Solano Herranz, María de Albornoz…, pp. 172–173.

J. I. Ortega Cervigón, “Lazos clientelares y bandos nobiliarios conquenses durante el siglo XV”, en Espacio, tiempo y forma, Serie III, Historia Medieval, T. 19 (2007) 218–219. 311

312

A. Pretel Marín, El señorío de Villena en el siglo XV, pp. 185–201.

313

Crónica de Juan II, p. 375.

314

E. Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena, p. 64.

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y las letras, que nunca reciben mal a quien las busca”315. Sin embargo, es posible que todavía sintiera alguna pasajera tentación de volver a meterse a cortesano, con tan escaso éxito como era de esperar en semejante inepto. En efecto, el señor de Iniesta apostaría, en el peor momento, por quien le parecía que tendría un futuro más risueño: su homónimo, el infante–maestre Enrique de Aragón, que a raíz del compromiso de su hermano don Juan con Blanca de Navarra ambicionaba ser el dueño de Castilla mientras este y Alfonso dominaban Navarra y Aragón. Cuando el maestre dio el paso de secuestrar al rey, en el famoso “Atraco de Tordesillas”, y exigirle la mano de su hermana, la infanta Catalina, y en dote el marquesado de Villena con título ducal (hasta pretendería convertir los dominios de su orden de Santiago en señorío propio, “e que estas tierras no tuviesen nombre de maestrazgo, mas que se llamasen ducado de cualquier parte que el infante don Enrique más quisiese”), el otro don Enrique, el nieto del marqués y duque de Gandía Alfonso de Aragón, se puso de su parte, pensando que ya estaba decidida su suerte. No fue protagonista, pero cuando el monarca huyó de Talavera a fines de noviembre, con el joven don Álvaro de Luna, y se enCastillo de Montalbán (Toledo) castilló en Montalbán, en donde fue cercado por los conspiradores, Enrique de Villena vino con el infante y con otros parciales, como Ruy López Dávalos, Pedro Manrique y don Íñigo López de Mendoza, señor de Hita y Buitrago, a impedir la llegada de viandas al castillo, lo cual obligaría a los cercados a matar y comerse dos caballos316. Detalle que después no olvidará don Álvaro ni, por supuesto, el rey, que no perdonaría su participación, por pequeña que fuera, en el golpe de estado. Lo que no imaginaba es que el joven don Álvaro iba a sacar partido de la rivalidad entre los hijos de Fernando I de Aragón para salvar al rey, que le 315 “Vida literaria de don Enrique de Villena”, en La España Moderna, Revista de España, LXIX, 1894, p. 31. 316 P. Carrillo de Huete, Crónica del Halconero de Juan II, p. 5. Obras Completas de Enrique de Villena, I, p. XIX.

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había nombrado condestable, ni que este anularía el título de duques de Villena que había concedido a su hermana y cuñado. Aunque muchos concejos ya les habían hecho su pleito homenaje en enero de 1421, en la villa de Ocaña, y tenían de su parte a Egas Coello, Juan Fernández Pacheco y otros caballeros dentro del marquesado, otros, como Chinchilla y Alarcón, los más fortificados, se habían resistido, ayudados por Diego Hurtado de Mendoza (el concuñado de Enrique de Villena, que jugó un gran papel recuperando parte de él para el monarca), Martín Ruiz de Alarcón y Ruy López Dávalos, que cambió de partido y ocupó algunos pueblos que él mismo había entregado a doña Catalina. Esta llegó a Albacete y puso su real para cercar Chinchilla, pero ya no tenía demasiado que hacer: tras una breve guerra en el verano de 1421 y unas negociaciones a prudente distancia, don Enrique pidió perdón al rey a mediados de 1422, pero fue encarcelado de inmediato, acusado de varios delitos de traición, e incluso de tener acuerdos con los moros, y doña Catalina, refugiada en Segura de la Sierra, fue sacada de allí y llevada a Valencia por Ruy López Dávalos, mientras sus partidarios se exiliaban también o pedían clemencia317. Por si acaso, Enrique de Villena volvería también a tierras de Aragón, aunque ya no sabemos a qué punto en concreto. Para Elena Gascón pudo estar en Gandía, o en La Muela, un castillo donde su tío Alfonso acogió a la exiliada Catalina, que se vio rechazada por la reina María y por el consistorio de Valencia; pero a nuestro entender no hay documentación que permita afirmarlo, y es bastante dudoso que el duque de Gandía, que siete años antes había contraído un nuevo matrimonio “per intençio de procrear fills”318, pero aún no tenía heredero legítimo, y se había enfrentado a Galván de Villena y Hugo de Cardona ante los tribunales, permitiera siquiera acercarse a su casa a otro sobrino más; sobre todo a un sobrino descendiente por línea masculina del viejo don Alfonso, que a él le desheredó, y que acaso pudiera reclamarle su herencia319. Solamente sabemos que salió de Castilla durante algunos meses porque en una misiva de diciembre de 1422, que sirve de prefacio a su Trata317

A. Pretel Marín, El señorío de Villena en el siglo XV, pp. 80–93.

318

J. Castillo Sáinz, Alfons el Vell…, p. 133.

Poco tiempo después al morir don Alfonso, y en la carta que sirve de proemio a su versión de la Eneida, argumenta que “era el dicho don Enrique fijo de don Pedro, condestable primero de Castilla, nieto de don Alfonso, duque de Gandía e conde de Ribagorça e de Denia e señor de los valles de Ayora e de Gallinea e de las montañas de Ensarria en los regnos de Aragón. E muerto el dicho don Pedro por defensión del bien propinco de Castilla, el dicho don Alfonso heredo todo lo suyo nombrando don Alfonso su fijo, hermano del dicho don Pedro. E fallesçido el dicho don Alfonso sin fijos venie toda la dicha heredad derechamente al dicho don Enrique…” (Enrique de Villena, Obras completas, II, pp. 11–12). Aunque ya señalamos que al final de su vida el duque de Gandía desheredó a su hijo. 319

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do de la Consolación, su criado y discípulo Juan Fernández de Valera se disculpa de no haberle escrito antes “porque lo más aveys estado en Aragón”320. El Tratado de la Consolación, escrito a petición del mencionado Juan Fernández de Valera, que ha perdido gran parte de su familia en Cuenca con la peste de 1422 y le suplica “alguna verdadera y fructuosa consolación de los vuestros melifluos, profundos y maravillosos tesoros y científicos decires”, viene a ser, para Cátedra321, “un tratado filosófico, si se quiere una de las primeras formulaciones estoicas en romance, que tanto éxito iban a tener en la generación posterior de escritores”. Sin embargo, también es una obra “en extremo retórica, pedantesca y archilatinizada”, en opinión de Menéndez Pelayo, para quien este y otros trabajos de estos años “no añaden muchos quilates a la fama de don Enrique, aunque prueben el mucho estudio que había hecho de las Sagradas Escrituras, de sus expositores y de los filósofos moralistas”. Emilio Cotarelo322, por su parte, se burla de las “extravagancias” y de alguna que otra “jerigonza astrológica” que contiene en sus páginas, y no digamos nada del consuelo que ofrece a Juan Fernández para alguna desgracia, como el fallecimiento de su hija Leonor, de corta edad: así –dice– se evita que algún día pudiera violarla algún mancebo vestido de mujer y dejarla preñada, como ocurrió a Diadamia, hija del rey Licomedes. Y es que a partir de ahora don Enrique recarga y exagera su prosa, que antes era legible, aunque a veces un poco redicha y bizantina, haciéndola prolija, logorréica, llena de digresiones no siempre afortunadas, hermética y oscura; no sabemos muy bien si pretendiendo imitar a los clásicos a los que traducía y a los innovadores del lenguaje en Italia…, o quizá solamente presumir de sus conocimientos y sus muchas lecturas. Es de creer que le hubiera gustado codearse con aquellos “galanes” que traerían de Nápoles “invenciones” espléndidas, de las que hace mención Jorge Manrique; pero no tardará en volver a Castilla, donde aún explotará, aunque bastante menos, su condición de tío del monarca y de miembro del Consejo Real (cosa que no nos consta, ni parece probable a estas alturas) y esa fama de sabio y de hombre ocupado que él mismo se adjudica. No sabemos si estaba en Aragón –puede que aún no hubiera salido de Castilla– cuando, autotitulándose “tío de nuestro señor el rey e uno de los del su Consejo”, don Enrique escribía a Torralba pidiendo que esta villa nombrara a unos junteros para ir a amojonar los linderos oscuros con la ciudad de 320

E. Gascón Vera, “Nuevo retrato histórico…” p. 135.

321

Obras Completas de Enrique de Villena, I, p. XXIII.

322

E. Cotarelo y Mori, Don Enrique…, pp. 72–73.

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Cuenca y arreglar los problemas surgidos al respecto. Todo ello respondía a las ya antiguas quejas contra “vasallos” suyos de esta población –que era de su esposa– que cambiaban mojones y entraban a labrar en la sierra conquense. El día 9 de marzo de 1422 se reunía el concejo de Torralba y elegía a su representante, Miguel Díaz Verdejo; pero poco después el de Cuenca remite a don Enrique, con Juan Fernández de Valera, otra carta pidiendo la justificación de daños semejantes hechos por sus vasallos de Beteta y Tragacete, entre otros, a fin de dar ejemplo323. Y es que parece ser que, como era frecuente en casos semejantes324, la pequeña nobleza local y los señores de los pueblos vecinos, como Diego Hurtado de Mendoza y su hijo, la orden de Santiago, Lope Vázquez de Acuña y Sancho de Jaraba, señor de Valdecabras, permitían a los suyos invadir las tierras del concejo, cambiando los mojones, labrando las cañadas y apropiándose espacios comunales. Por lo tanto, no era un caso excepcional, pero quizá él no fuera don Enrique el más autorizado para arreglar las cosas.

Cuenca y la hoz del Huécar

323

P. M. Cátedra y D. C. Carr, Epistolario…, XVI, pp. 46–47.

Por ejemplo, la orden de Santiago y Rodrigo Manrique, por no hablar de personas con poder e influencia el propio concejo, abusan de Alcaraz con todo un repertorio de irregularidades. Véase A. Pretel Marín, Una ciudad castellana…, Albacete, 1976, pp. 60, 79–84; y “Despoblados y pueblas medievales en las sierras de Riópar, El Pozo y Alcaraz”, Homenaje a Miguel Rodríguez Llopis, IEA, Albacete, 2003, pp. 233–284. 324

Don Enrique de Villena: retrato de un perdedor

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Viendo que los abusos distaban de acabar, sin duda por la falta de autoridad efectiva de Enrique de Villena, que parece, además, ausente de Castilla hasta fines de 1422, Cuenca escribe al monarca sobre estas intrusiones. Al tiempo se dirige a don Enrique, el día 15 de julio de 1423, lamentando que no haya respondido a cartas anteriores por estar ocupado en “otros altos e arduos negoçios” –no sabemos si no hay en esta frase un punto de ironía– y pidiendo reciba y dé creencia, y una respuesta escrita, a sendos emisarios que van a hablar con él. Don Enrique contesta 23 de julio, ya desde “la mi villa de Torralba”, diciendo que no sabe ni cree que sus vasallos hayan hecho labranzas ni rozado en la sierra de Cuenca, como los mensajeros le han significado, a pesar de lo cual aceptaría someterse a arbitraje como demostración de buena voluntad, nombrando para ello a un procurador que debía reunirse con el de Diego Hurtado de Mendoza, que tenía sus mismos intereses, y los de la ciudad por la parte contraria325. En realidad creemos que el problema sería que don Enrique –que quizá confiaba en que su concuñado, hombre fuerte en la nueva situación, le resolviera un pleito en que él no tenía mucho que ventilar ni medios para hacerlo– pintaba en Tragacete, Beteta y Torralba lo mismo que en la corte (o sea, nada de nada), puesto que era su esposa, y no él, la señora, y no parece que ella le pidiera opinión ni que le permitiera gobernar a sus súbditos.

Cuenca desde la Hoz del Júcar, camino de las sierras de Torralba y Beteta 325 P. M. Cátedra y D. C. Carr, Epistolario…, XVII, pp. 48–49.

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LAS TRISTES SOLEDADES DE TORRALBA E INIESTA

C

omo ya queda dicho, a mediados de 1423 Enrique está en Castilla, pero seguramente dispuesto a no mezclarse en asuntos políticos y a quedarse en “las tristes soledades” –dice don Marcelino– de las villas herencia de su esposa, y cada día más en la suya de Iniesta, donde apenas llegaban los ecos de la corte. Su relación con esta no parece ser mucha: él se limitaría a cobrar sus derechos y algunas regalías propias del señorío de la única villa que pudo llamar suya; pero no es de pensar que mantuviera demasiado contacto con los pocos hidalgos y personas más o menos notables que vivieran en ella –los Correa, los Pardo, los Cubas, los Muñoz, los Garrido, los Parra, los Serrano– y menos todavía con la gran mayoría campesina. Para un hombre tan culto y exquisito como él, estas gentes tendrían poca conversación (si acaso, algún hidalgo, como Juan de Ludeña, que ha comprado poco antes el pequeño señorío de Minaya, aunque vive en Iniesta, al parecer, y Juan Sánchez de Moya, un bachiller que parece abogado), aunque puede que fueran ellos los que le huyeran, hastiados de su plática hinchada y sabihonda. Y es de creer que la villa tampoco le acogiera con los brazos abiertos: unos años después, cuando el rey la concede a Ruy Díaz de Mendoza con todos sus derechos, “segund que lo poseya don Enrrique de Villena al tiempo que era suya”, el concejo protesta diciendo que era parte del viejo marquesado, “el qual, segund los dichos preuillejos non puede ser dado saluo a persona de la casa real, non dividiendo nin apartando vn lugar de otro, segund dicho es, lo qual esta jurado de guardar por el dicho señor rey326”. Es de pensar que antes los mismos iniestenses se hubieran resistido de idéntica manera al dominio feudal de don Enrique, y hasta puede que halla326

P. J. García Moratalla, Iniesta en el siglo XV, pp. 92-93.

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ran apoyo en otras villas, pues era fácil ver que la de Iniesta sería solamente la primera de las segregaciones que unos años después dividieron el viejo marquesado en varios señoríos a menudo enfrentados entre sí por causa de intereses completamente ajenos. Pero, como sentencia el refrán medieval, “allá van leyes do quieren reyes”, y ni en uno ni en otro momento los villanos podrían oponerse al “señorío absoluto” del monarca, que argumenta a favor de su derecho Ruy Díaz de Mendoza (invocando, además, el precedente de su predecesor, Enrique de Villena, que tampoco era miembro de la casa real), aunque sí demostrar su hostilidad, tanto a uno como al otro. La diferencia es que Ruy Díaz de Mendoza no vivirá en Iniesta, mientras que don Enrique apenas salió de ella en sus últimos años; y sin embargo aquel pudo dejar su nombre, más o menos patente o transformado, en el puente llamado de “Ruiz Díaz”327, sobre la antigua acequia que reabrieron o abrieron los Manuel328, mientras que don Enrique no dejó ni el recuerdo. Lo más probable es que viviera apartado, tal vez en el castillo o en algún caserón convertido en palacio, y que no interviniera ni siquiera en la elección de oficios, que parece ser cosa de un grupo de hombres buenos que reparte los cargos de alcaldes, alguacil, regidores y fieles de las rentas mediante cooptación. Si no le preocupaba administrar su casa, como dicen algunos coetáneos, menos aún lo haría la villa que el destino le había deparado. Es posible que hiciera cortos viajes a Cuenca, aunque sus relaciones en la ciudad del Huécar parecen reducirse a Sancho de Jaraba –que vivía en la corte– y al linaje de Juan Fernández de Valera; pero es de pensar que su salud ya no fuera muy buena y su bolsa tampoco permitiera dispendios, por lo que no saldría demasiado de Iniesta, donde es bien sabido que tenía sus libros. En cuanto a su mujer, se dice que estaban distanciados, pero no si volvieron a verse alguna vez, cosa que nos parece cada vez más dudosa, porque nunca la vemos junto a él en ningún documento. La documentación sobre el señor de Iniesta no es muy abundante en su última década, que es la más productiva, sin embargo, desde el punto de vista literario. Desde 1423–24 comenzará a escribir, a petición de Juan Fernández de Valera “el Mozo” –nieto del regidor Juan Fernández, “el Viejo”, muerto de pestilencia– que quería volver a su servicio tras dejar el de Alfonso Álvarez de Toledo (seguramente el mismo cuya esposa también era otra Valera329), su Exposición del salmo Quoniam videbo caelos… Una obra, por cierto 327

F. J. Picazo Cócera, Calles y plazas de Iniesta, CEM, Iniesta, 2013, pp. 119–120.

328

A. Pretel Marín y M. Rodríguez Llopis, El señorío de Villena en el siglo XIV, p. 94.

329

J. A. Jara Fuente, Concejo, poder y elites: la clase dominante de Cuenca en el siglo XV, Madrid,

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que, a pesar de su título, no es tanto religiosa como mezcla de escritos místicos, esotéricos, científicos y herméticos, como señala Carr330, y no exenta de ciertos “desatinos y pasajes de credulidad astrológica”, que no impiden a Emilio Cotarelo valorar sus nociones de astronomía y física que por entonces eran dominio de muy pocos. La termina después, “en mi villa de Iniesta, veintiocho días de noviembre, año del nasçimiento de Nuestro Salvador Jesucristo de mil quatroçientos veinte e quatro años”, porque parece que antes se había dedicado a ordenar ciertas cartas, y acaso el testamento, del maestro Alfon (que es Alfonso Chirino), pariente de Valera, a petición de este; un trabajo difícil de entender por culpa de la prosa revuelta del autor, que habla de “la ordinación testamental que me enviastes a fin de que juzgase que la ordenación que fize en las epístolas de maestro Alfon venía bien y propia en la materia” 331. También acabará en aquel intervalo, en “mi villa de Torralva, lunes seys días de setiembre, año del nascimiento de Nuestro Salvador Jesu Cristo de mill e quatroçientos e veynte e tres años”, su Arte Cisoria, un libro que dedica a Sancho de Jaraba, el trinchante del Servidores en un banquete medieval rey, señor de Valdecabras y conocido suyo. Se trata de un curioso compendio de cocina, urbanidad y etiqueta en la mesa, con ribetes de higiene y medicina, inspirada, sin duda, en el ceremonial de las cortes que había conocido, y de la de su abuelo, que tenía también algunos escuderos a cargo del servicio en su mesa: “servei de coltell”, o “de copa”, o “del aygua a la taula”, además del “servei de sobrecoq”332. Lo que hace don Enrique es convertir en ciencia todo lo que rodea a este ceremonial333, pues no en balde CSIC, 2001, p. 383. 330

D. E. Carr, Enrique de Villena, Tratado de la Consolación, Madrid, 1976, pp. LI–LIII.

331

E. Cotarelo y Mori, Don Enrique…, p. 74.

332

J. Sáiz, “Una clientela militar…,” p. 158.

E. Gascón Vera: “La ceremonia como ciencia: el Arte Cisoria de Enrique de Villena”, Actas del VIII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas (1983), pp. 587–595, p. 595. 333

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para él la cocina y el corte de alimentos, que han de ser reducidos a pedazos pequeños antes de su ingestión, son parte del proceso, y tan fundamentales para nuestra salud como la digestión en el estómago; una idea que ya venía de Galeno y aparece de forma algo más coherente en médicos franceses del siglo anterior y en Alfonso Chirino334, el físico del rey, a quien Villena acaso pudo haber conocido en la corte o en Cuenca, aunque probablemente le conociera más por su criado Juan Fernández de Valera. Que Villena dedique sus obras a Chirino, o presuma de que este le hubiera consultado, no significaría, a nuestro parecer, que tuviera un contacto habitual con el médico ni con otras personas más o menos ilustres; ni que se convirtiera durante aquellos años “en un corresponsal cualificado de algunos aficionados –a las letras– en la corte de Castilla”, como supone Cátedra335. Es bastante frecuente, y últimamente más, el patético tipo de arribista ilustrado que presume de estar en relación con personas famosas o importantes, con las cuales procura salir en los retratos, lo que no significa que sean sus amigas. Desde luego, conviene reseñar que Enrique de Villena dedica sus trabajos a notables de Cuenca –con los que sí tendría alguna relación– y a otros, como el marqués de Santillana, que quizá es su mecenas y que luego lamenta la pérdida de su obra de carácter científico, aunque seguramente no la hubiera leído; pero también a algún personaje “de moda”, a quien sin duda nunca llegaría a tratar, como sería el caso de Suero de Quiñones, del que hablaremos luego. Y que ninguno de ellos, a excepción de Valera, su adulador criado, y el citado marqués de Santillana, por razones que luego veremos de explicar, le devuelve el cumplido. En la misma Torralba concluirá don Enrique, hacia 1425, y a petición de Juan Fernández de Valera, su Tratado de Fascinación, o aojamiento, que había interrumpido para acabar aquellos. Este último es un libro, como mucho, curioso; verdadero compendio de la superstición, que comienza citando a San Bernardo y Aurelio Casiodoro, a modo de disculpa, sigue con Aben Ruis (que es Ibn Rushd, o Averroes) y otros autores árabes; continúa con Virgilio y Felipe Elefante, pasa por las costumbres judías y moriscas de poner amuletos a los niños, las purificaciones de San Alberto Magno, los mágicos conjuros de Rabí Aser de Toledo, los supuestos remedios de Marsilio de Padua, las exóticas curas de Rabí Zag Israelí, y acaba mencionando, sin venir muy a cuento, las obras de Aristóteles y San Gregorio Magno, incluso San Jerónimo, de 334

E. Gascón Vera: “La ceremonia como ciencia…”, p. 592.

335

En su introducción a las Obras Completas de Enrique de Villena, Vol. I, p. XXI.

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quien saca el consejo de que es necesario estudiar estas cosas “en soledumbre e consorcio de pocos”, y eso sí, rehuyendo la compañía de los malos336. En suma, un ejercicio de erudición anárquica, menos comprometido de lo que esperaríamos de un experto ocultista, pero mucho más crédulo y acrítico de lo que hubiera hecho un científico auténtico (incluso se permite censurar a los médicos por no estudiar a fondo esta curiosa ciencia por pensar que era cosa más propia de mujeres337), aunque hay que decir que ni el Tostado, el mayor erudito de aquel siglo, se libró de creer en el mal de ojo338. También es de justicia decir en su favor que su lenguaje aquí es menos complicado y harto más agradable que el de otros escritos de estos mismos años –lo que induce a pensar que pudiera estar hecho con anterioridad– y que Cátedra opina que “tiene la estructura de un tratado o una cuestión médica, y los materiales de acarreo literario contribuyen a enriquecer el texto y darle soporte con autoridades fiables”339. De su vida en Iniesta y Torralba apenas hay noticias. Sin duda es uno más de los pequeños nobles –y burgueses aspirantes a serlo– que tienen posesiones en la tierra de Cuenca (la única ciudad en quince o veinte leguas), como Diego Hurtado de Mendoza, Lope Vázquez de Acuña o Sancho de Jaraba, y mayor o menor influencia en la corte; pero no es un guerrero, como los dos primeros, ni ejerce regimiento del concejo de Cuenca ni oficio junto al rey, como sí hace el último. Ni siquiera son suyas, sino de su mujer, las aldeas de Torralba y Beteta, y aunque Iniesta le diera una renta de cierta dignidad, no parece que nade en la abundancia. Mantiene relaciones con el mismo Jaraba, el trinchante del rey; con el citado Juan Fernández de Valera y, a través ambos, con el famoso médico maestre Alonso Chirino, que debía de ser pariente suyo, pues su primera esposa fue María de Valera340, y su hijo o hijastro el famoso escritor y cronista mosén Diego de Valera. Precisamente este, que se criaba en Cuenca por esos mismos años, pudo ser influido en su forma de ser por la pedantería de Enrique de Villena (Juan de Valdés le llama “gran hablistán y parabolano”, es decir, parlanchín y mentiroso); pero no hay paVéanse estos trabajos en las Obras Completas de Enrique de Villena, Ed. P. M. Cátedra, Vol. I, Madrid, 1994. 336

337

E. Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena…, p. 84–85.

J. Sanz Hermida, “La literatura de fascinación española en el siglo XVI”, AISO, Actas, II (1990), pp. 957–965. 338

339

En su introducción a las Obras Completas de Enrique de Villena, Vol. I, p. XXIII.

340

P. 125.J. A. Jara Fuentes, Concejo, poder y elites…, p. 125.

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rangón posible entre los dos, porque Diego, además de fanfarrón, es todo un caballero de valor demostrado en muchas aventuras desde Francia a Borgoña, embajador en Francia, Borgoña y Dinamarca, excelente escritor, de prosa llana y fácil en crónicas y epístolas, incluso de poemas satíricos y eróticos341; y por añadidura, incapaz de lisonja y de mentira, aun en casos de grave peligro para él, pues –dice– las heridas “no se curan con blandas melezinas, nin se debe dexar de dezir la verdad por temor de ninguna pena…” Chirino, que también fue regidor de Cuenca, aunque por estos años está más en la corte, era un judío converso, autor del Menor daño de medicina, obra en que recomienda recurrir a los médicos solamente cuando sea imprescindible y dejar actuar a la naturaleza, en esa línea escéptica que venía de Bacon y Arnau de Vilanova. Un verdadero sabio –dentro de lo que cabe en aquellos momentos en que la erudición y la superstición se estaban deslindando342– al tiempo que modesto (“entre los profesores de medicina, el menor”, se presenta a sí mismo343), a pesar de ser físico de dos reyes y alcalde real o examinador mayor de cirujanos y médicos del reino; un hombre que no usa jerga profesional y vulgariza al máximo, en castellano claro, lo que quiere expresar, al contrario que Enrique de Villena. No podemos creer que fueran muy amigos dos hombres tan distintos, pero sí es muy posible que fueran conocidos, a través de Fernández de Valera, que envió a don Enrique algunas cartas suyas, no sabemos muy bien si por su encargo; incluso que le hubiera tratado como médico, pues nos dice que sabe por experiencia propia de su sabiduría344. Parece, en cualquier caso –al menos, eso dice– que le había preguntado por un sueño que tuvo, lo cual sirve a Villena, aficionado a esta y otras ciencias ocultas, para hacer su Tratado de la Lepra, que comienza diciendo: “Esta es una methafora o semejança que escriuio e enbio maestre Alfonso de Cuenca al muy sabio e entendido señor don Enrique de Villena, el qual la declaró muy sotilmente e le dio muy claro entendimiento”345. Consulta 341

M. Menéndez Pelayo, Poetas de la corte de don Juan II, pp. 266–288.

L. Chirinos, “El pensamiento médico en Castilla en los siglos XIV y XV, ¿superstición o ciencia?”, Actas XXXIII Congreso AEP (Soria, 1998), pp. 21–38. 342

343 L. Chirinos, “Alfonso Chirino, médico de Enrique III de Trastámara y de Juan II, pedagogo innovador, Actas XXXVIII Congreso AEP (Madrid, 2003), pp. 158–174. 344

E. de Villena, Obras completas, Vol. I, p. 218.

A. Chirino, Menor daño de la medicina. Espejo de la medicina. Ed. de González Palencia y Luis Contreras Poza, Madrid, 1944, pp. 615–618. Los editores piensan (p. 24), que esto es una muestra de la mutua amistad y consideración que ambos se profesaban, pero a nuestro entender esto no se deduce de la obra de Villena. 345

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a la que él responde con un libro que comienza alabándose a sí mismo y que a nuestro entender tiene poco que ver con el asunto, aunque pueda tener algún interés médico y epidemiológico, como sugiere Cátedra, y “alega autoridades médicas relativamente modernas o fuentes de carácter talmúdico” 346. A nuestro parecer, menos autorizado, el Tratado parece una amalgama de sus propias lecturas y de conversaciones con cirujanos, médicos y algún aficionado, adobado con ciertas ocurrencias de su propia cosecha, como la pintoresca de que “el plomo fue oro en su composición, y que por lepra quedó así, oscuro e inmundo”, o la de que el orín es Portada de Menor daño de medicina, de Alonso Chirino la lepra del hierro. Incluso se permite contradecir al médico, que encontraba improbable que esta enfermedad pudiera transmitirse por ropas y paredes, diciendo que esta última se contagia en el polvo de los muros; y da el toque moral diciendo que también hay otra lepra peor, que es la del alma347. Dice que maestre Alfonso le había preguntado sobre un sueño que tuvo en el que una mujer muy vieja le pedía que escribiera a don Enrique, que la había enviado, sobre algo que no se entiende bien –entre otras razones porque está entretejido con citas de Moisés, el Talmud y los Salmos– relativo a las causas del contagio; a lo cual él responde que la vieja es la Ley de Moisés, que abandonó de niño, y a continuación entra ya en la materia citando a numerosos estudiosos judíos, musulmanes y griegos, además de cristianos, que sin duda Chirino conocía bastante mejor que él. Nos parece posible, como mucho (si es que no es un simple recurso literario), que el físico del rey le hubiera preguntado sobre el significado de su sueño, pero no es de creer que precisara de su asesoramiento en materia científica. Más bien, sería al contrario: en septiembre de 1423, cuando desde Torralba envía su Arte Cisoria a Sancho de Jaraba, le pide que la muestre, antes de divulgarla, a maestre Alfonso de Cuenca (o sea, 346

En su introducción a las Obras Completas de Enrique de Villena, Vol. I, p. XXII.

347

E. Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena…, pp. 60–61.

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Alfonso Chirino), “que al presente sigue en la corte”348, para que la critique si lo ve conveniente, o la apruebe según su “complido saber”, del que tiene experiencia, quizá porque ya entonces padeciera de gota y otras enfermedades y hubiera recurrido a sus servicios médicos. La influencia de Enrique de Villena en la corte y en Cuenca, donde su alineación con los famosos Infantes de Aragón no le haría simpático, cada vez es menor: al contrario que ocurre con Alfonso Chirino, disminuye a la par que su literatura crece en prolijidad y exageración. Cuando en mayo de 1427 escribe desde Iniesta al cabildo de la iglesia conquense intercediendo por algunos vasallos –creemos que de esta villa– que han sido excomulgados por no pagar los diezmos, debe de suponer que los clérigos son personas cultivadas que apreciarán su estilo, y les manda un escrito verborréico, retorcido y oscuro, lleno de circunloquios, hipérbatos y anástrofes, perífrasis, pleonasmos, citas innecesarias, vocablos inventados so capa de cultismos, que de hecho resulta casi ininteligible, además de pedante, a nuestro juicio. Como muestra, un botón, la despedida: “… por cuya manutençion más arduas faría cosas, segund ofreçido tengo a vuestra congregación venerable, el bien de la qual la deydat traçendente conserve e aucmente, cubicando de virtud en virtudes la escubaçión de su basílica por que, transmigrados de la mundana noche al çelisio día, fruyendo su beatífica visión, podays prevenir. Datum apud villam meam de Ginesta, IX Kalendas junii, anno XVII”349. Ahí va eso, ¡en una carta que habla de dinero y problemas jurídicos! Para los estudiosos académicos puede ser un meritorio intento de innovar el lenguaje o una extravagancia de genio incomprendido, pero para nosotros este culteranismo avant la lettre no es que resulte culto, como sin duda quiere, sino tan campanudo, bizantino y ridículo, que nos recuerda el verso del Parto de los Montes de don Félix María Samaniego y nos da que pensar respecto a la salud mental de quien escribe. Leyendo esta misiva casi oímos las risas con las que los canónigos de la sede conquense hubieron de acogerla. A nosotros pluguiera, desde luego, dejarnos impeler por la humanal pulsión de la erínida furia y, citadas las musas a res348 “E antes que lo publiqués, si quiere divulgués, vos plega mostrarlo a maestre Alfonso de Cuenca, que al presente sigue en la corte sirviendo al dicho señor rey, e dizilde que lo vea e con rreposado estudio aquel discurra. E sy asy visto consejare que lo publiqués, fazedlo, e sy viere en algunos pasos adobar se debe, como cuido ser en asaz menester partes, que lo señale, e me lo enbiedes a dezir por que lo repare e reduga…” E. de Villena, Obras Completas, I, p. 218.

P. M. Cátedra y D. C. Carr, Epistolario…, XVIII, pp. 51–57. C. Solano Oropesa y J. C. Solano Herranz, María de Albornoz y Enrique de Villena…, p. 152, pp. 184–188. La copiamos completa, con el número 20, en nuestra selección documental, al final de estas páginas. 349

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ponsivo cónclave, disciplinar al fatuo latiniparlo prócer a su plúmbeo papiro refutando con el congruo flagelo de una símil epístola. La muerte de su tío, el duque de Gandía, que no dejó herederos, llevará a don Enrique, hacia 1424, a reclamar su herencia, ya que era el pariente más cercano (y el último varón de la casa real de Barcelona), y según su opinión heredero forzoso no solo del difunto, sino de los estados que su abuelo debería haber dejado a su padre. Pero el rey de Aragón pensaba que el ducado debería revertir a su corona, al no haber herederos de la línea directa, e incluso había previsto entregarlo a su hermano, el de Navarra350. El consell de Gandía parecía mirar con buenos ojos la posibilidad de que heredara Enrique, nieto de Alfons el Vell, y llegó a protestar contra el gobernador, claramente volcado a la parte contraria351, pero su señorío no tardaría mucho en venir a las manos del infante don Juan, rey de Navarra y hermano del Magnánimo, sin que se hiciera caso de las reclamaciones del pariente llorón, cuya capacidad de reivindicación era muy limitada y cuya dignidad estaba bajo mínimos. Precisamente al rey de Navarra dedica, desde 1427, su traducción de la Eneida de Virgilio; una versión acaso un poco atropellada, pero que muestra un buen dominio del latín, aunque al fin la estropea con interpolaciones que no son necesarias, glosas en las que trae el agua a su molino, y una prosa hinchada que pretende emular los versos virgilianos, pero que a Menéndez Pelayo le recuerda la historia de la rana hinchando los carrillos para imitar al buey. En el texto y las glosas de la dedicatoria a don Juan de Navarra, don Enrique se muestra suplicante y servil, recordando su doble parentesco, explicando que, muerto el duque de Gandía, él tenía que ser el único heredero de toda su heredad, que “tomó e ocupó non debidamente el dicho rey de Navarra”, y diciendo que si ahora, cuando no es tratado con justicia y humanidad por él, se apresura a atender su petición de traducir la Eneida, a pesar de los muchos trabajos que le ocupan, “qué faré cuando miráredes de catadura piadosa cumpliendo aquella satisfaçión a que soes tenudo”. Y al tiempo le promete que, si es atendido, “cantará mi lengua grandes loores e fará resonar vuestro nombre, e cuanto Calíope graciosamente otorgarme quiso enfundiré en la recordaçión de vuestra graçiosa fama”352. ¡Como si al de Navarra, que entonces manejaba los hilos de los tres tronos de la Península, le hicieran mucha falta los halagos melifluos del fantasma de Iniesta! Parece que este busca un 350

Zurita, Anales…, XIII.XXVI.

351

J. Castillo, Alfons el vell…, p. 128.

352

E. de Villena, Obras completas, Vol. 2, pp. 6, 11 y 12.

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trato generoso por parte de los hijos de su primo Fernando, al que recuerda intencionadamente, o una compensación en tierras castellanas, ahora que los Infantes se han reconciliado y obligado a su primo, Juan II, a ordenar el destierro de don Álvaro, y gobiernan Castilla en su lugar (el maestre don Enrique recibirá, por cierto, 200.000 florines y las villas de Alcaraz y Trujillo, con sus 6.000 pecheros, a cambio del supuesto derecho al marquesado que tenía su esposa). Sin embargo, otra vez equivocó el momento: el regreso a la corte de don Álvaro, en febrero de 1428, la expulsión de don Juan y el envío del inquieto maestre don Enrique a la frontera del reino de Granada provocaron primero la tensión, y muy pronto la guerra, pues Alfonso el Magnánimo no podía consentir que se diera ese trato a sus hermanos. La guerra afectará muy en particular a la frontera del reino de Valencia con el viejo señorío de Villena, donde Almansa y Villena, por un lado, y Caudete, Mogente, Biar y Fuentelahiguera por el otro, sufrieron graves daños353. Enrique de Villena tendría que aplazar la entrega del trabajo al rey de Navarra, y mientras se ocupó de traducir también la Divina Comedia, a ruegos, según dice, de don Íñigo López de Mendoza, capitán de las tropas castellanas en aquella contienda. Sin embargo, es posible –aunque difícil, en tales circunstancias– que antes de que las treguas de Majano dieran fin al conflicto en el verano de 1430, echando de Castilla a los infantes don Juan y don Enrique, nuestro señor de Iniesta visitara Valencia, pues se dice que tuvo una hija natural, Leonor de Villena, conocida más bien por Isabel (la que luego sería abadesa en Valencia y autora, en catalán, de una Vita Christi), que nació en ese año y que será criada por la reina María de Castilla, mujer de Alfonso V354. Una paternidad que le adjudicaría Hipólito Samper a finales del siglo XVII y que fue divulgada en el siguiente por el libro de Fray Josef Rodríguez355 (advirtiendo, eso sí, que “ignórase su patria”), de manera que hoy nadie la pone en duda, aunque no hay constancia de que el supuesto padre –que tendría por lo menos 45 años y estaría ya enfermo de la gota que pronto habría de matarle– cruzara una frontera en estado de guerra para ir a un país enemigo en momentos tan críticos, y tampoco se sabe quién pudo ser la madre. A mediados del siglo XIX Hartzenbusch ya decía que no hallaba razones para creer que Leonor –ni Beatriz de Villena, mencionada igualmente como hija– lo fuera en

353

A. Pretel Marín, El señorío de Villena en el siglo XV, pp. 100–107.

354

E. E. Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena…, p. 105.

355

J. Rodríguez, Biblioteca Valentina, Valencia, MDCCXLVII, pp. 41–42.

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realidad356. Y si, como él señala, y como luego dicen numerosos autores (por ejemplo, Albiñana, en su introducción a su obra Vita Christi), Isabel se llamó antes de profesar Leonor Manuel de Villena, parece razonable mantener su “sospecha vehementísima” de que no descendiera de la casa del marqués don Alfonso, sino de los Manuel, que les antecedieron en el gran señorío de Villena. En el último estudio que hemos conocido, asegura Rosanna Cantavella357 que esta paternidad “parece confirmarse por la heráldica y registros familiares indirectos”. A nuestro parecer sigue sin estar claro, aunque ahora no vamos a ponernos a investigar el tema, que apenas roza el nuestro. Si es que estuvo en Valencia, Enrique de Villena volvió pronto a Castilla, aunque ya no sabemos si lo hizo con su esposa, María de Albornoz (el Halconero dice que “tornó a su muger”, pero nunca la vemos a su lado en ningún documento). Más bien es de pensar, como creía Hartzenbusch, que aceptara asilarse junto a ella, o más bien en sus tierras, “para no tener que pedir un bocado de pan de puerta en puerta, y por esto dio el cronista Alvar García a entender que vivieron algún tiempo juntos”; pero aquel matrimonio estaba liquidado, y el hecho de que él viviera en sus dominios –cosa tampoco clara en sus últimos años– no significaría que lo hiciera con ella. De hecho, en 1432, sin pedir beneplácito ni opinión al marido, como ya destacaba el mismo Hartzenbusch358, legó sus señoríos de Alcocer, Salmerón, Valdeolivas, San Pedro de Palmiches, Beteta y Torralba, y la casa de Ribagorda (otra aldea conquense, y no la Ribagorza que supone Gascón359), más lo recuperado tras la temprana muerte de su hermana Beatriz y del hijo de esta, Luis Hurtado, a su primo, don Álvaro de Luna, que aceptó reformar su mayorazgo para que el apellido Albornoz persistiera360. Ella se reservó el usufructo en vida, y siguió J. E. Hartzenbusch, “Trozos del retrato histórico…”, p. 55–56. Argumenta al respecto el silencio de los contemporáneos (Álvar García, Mena y Pérez de Guzmán), y el de los calatravos, que no hubieran dejado escapar la ocasión de demostrar que don Enrique podía tener hijos (aunque Isabel nació mucho después de que él dejara su maestrazgo). 356

357 R. Cantavella, “Intellectual, Contemplative, Administrator: Isabel de Villena and the vindication of women”, en X. de Ros y G, Hazbun (eds), A companion to Spanish women Studies, Tamesis, Woodbridge, 2011, pp. 97–108, p. 106. 358 J. E. Hartzembusch, “Trozos del retrato histórico…”, p. 57. Se podría objetar que eran herencia suya y no necesitaba permiso del marido, pero no es lo habitual en esta época. De hecho, hemos visto cómo doña María, duquesa de Villena, recibe el beneplácito de su esposo, el infante Alfonso de Aragón, al vender su ducado de Villena. 359

E. Gascón Vera, “Nuevo retrato histórico…”, p. 139.

L. Salazar y Castro, Historia genealógica de la Casa de Lara, Vol. XVI, Madrid, 1697, p. 384. P. CALDERÓN ORTEGA, Álvaro de Luna, pp. 185–186. 360

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gobernándolos de forma personal y sin intervención de Enrique de Villena, como se puede ver en varios documentos361, hasta el fin de sus días, ocho años después. Él, sin duda, se fue a su villa de Iniesta, en la que al parecer tuvo todos sus libros hasta el día de su muerte, a pasar esos últimos años de su existencia entre su biblioteca y sus achaques (sobre todo, la gota, enfermedad típica de los nobles, que sería tal vez, paradójicamente, la única posible herencia de su abuelo). Allí consumiría sus años de aislamiento –¿quizá de aburrimiento?– estudiando, leyendo, traduciendo…, y quizá presumiendo de su sabiduría en estas y otras artes, sin excluir siquiera algunas poco lícitas, en las cuales él mismo, con su habitual modestia, “se dezia ser vno de los mayores sabios del mundo362”; aunque no es de creer que poseyera laboratorio alquímico ni que se dedicara a hacer experimentos, y menos todavía rituales nigrománticos, como quieren algunas leyendas esotéricas. Al final de su vida, sin embargo, pudo ir a la corte en alguna ocasión, quizá para no estar tan lejos de los médicos, o para mendigar las últimas mercedes y sablear amigos, aunque puede que esto lo hiciera ya por carta. Hacia 1433 dedicaba a Íñigo López de Mendoza su Arte de Trovar, del que apenas si queda algún retazo salvado por Mayans en sus Orígenes de la lengua española363; y también le ofreció, sin duda previo pago, la versión de la Eneida que había realizado para el rey P. Martín Prieto, “De los Albornoz a los Mendoza…” pp. 238–239. J. I. Ortega Cervigón, “Nobleza y poder…,” p. 150. 361

362

Crónica del Halconero de Juan II, Capítulo CLXXVII, p. 182.

Marcelino Menéndez Pelayo, que reproduce el texto en su Historia de las ideas estéticas, dice que “Al parecer, todavía existía en el siglo XVII, y le poseyó el gran D. Francisco de Quevedo, que se refiere a él en su prólogo a las Poesías de Fr. Luis de León. Las reliquias que hoy tenemos no bastan para adivinar el plan y contenido del tratado, pero sí para determinar su genuino carácter de imitación de las poéticas provenzales y catalanas, que comienzan en Ramón Vidal de Besalú, y de las cuales hace D. Enrique una especie de enumeración no exenta de errores cronológicos. Considerado como preceptista, D. Enrique es un eco del Consistorio de Tolosa. Lo más interesante que esos fragmentos contienen es el trozo histórico ya citado, en que se describe el aparato de las justas poéticas de Barcelona, y ciertas curiosísimas observaciones sobre la pronunciación y escritura de las letras, importantes por los fenómenos fonéticos de que nos dan testimonio, y doblemente venerables por ser, sin duda, el primer ensayo de una prosodia y de una ortografía castellanas. Allí aprendemos, verbigracia, que la ç se pronunciaba con los dientes apretados sisilando; que la c, puesta entre vocales se consideraba como de agro son, y que por templarla la sustituían con una t, pronunciándola como c con muelle son; que la h se aspiraba fuertemente (facía aspiración abundosa) en la oquedad del paladar, pero era muda en los nombres propios cuando la precedía una c; que la x en principio de dicción «retraía el son de s, pero le facía más lleno»; y otras curiosidades por el mismo orden, aunque desgraciadamente no nos dan toda la luz que quisiéramos, por lo incompleto de estos fragmentos y por las libertades que seguramente se permitió Mayans al imprimirlos. Así y todo, cada letra de este pequeño retazo merece ser pesada y considerada atentamente”. 363

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de Navarra, a quien seguramente no la entregó siquiera364. Sin duda, el de Mendoza, a quien ya conocía de su estancia en la corte de Aragón, fue uno de sus clientes, y es de creer que amigo, aunque no muy cercano. En cambio, no creemos que hubiera conocido a Suero de Quiñones, el hombre del momento, del que todos hablaban en la corte por su famosa hazaña en el puente del Órbigo. Él mismo reconoce El Marqués de Santillana, que supo de sus cuitas amorosas a un mecenas de Enrique de Villena través de Sancho de Jaraba, el regidor de Cuenca y oficial del cuchillo o trinchante del rey; pero fue suficiente oír hablar de él para que le ofreciera su conocida Epístola con consejos e historias de amoríos famosos. Probablemente, Suero (descendiente, por cierto, del linaje que tuvo el señorío de Cangas de Tineo) sería el paradigma de caballero andante que don Enrique nunca pudo ser en su vida, por lo que es muy dudoso que a él le interesara, pero su mal de amores servirá de pretexto –dice que no se pudo contener y esperar a que Suero pidiera su consejo para tomar la pluma– para justificar una obra que sin duda ya había escrito antes, pero que ahora tendría mucho más interés por la persona a quien va dedicada365. Una obra en la que mezcla historias de la Biblia –la de Tamar y Amnón– con 364

P. M. Cátedra, Introducción al vol. II de las Obras Completas de Enrique de Villena, p. XIX.

P. M. Cátedra y D. C. Carr, Epistolario de Enrique de Villena, XIX, pp. 58–68. No está clara la fecha en que escribe la Epístola, que concluye diciendo: “de Iniesta, mi villa, el dia quinceno del mes terçero”, aunque no dice el año. Sin embargo, es difícil que hubiera oído hablar de Suero de Quiñones, mucho más joven que él, hasta que se produce el “Paso Honroso”, que le hace famoso en todo el reino, en julio y agosto de 1434; es decir, meses antes de morir don Enrique. Al principio de la obra, dice que ha conocido por Sancho de Jaraba la ansiedad que acuciaba al leonés en su empeño (creemos que se refiere al mismo “Paso Honroso”), pero no halla el motivo por el que no es amado con el mismo fervor con que él amaba. Y ya no le menciona en el resto del libro, que es pura erudición más menos centrada en los casos de amantes desgraciados, hasta que al final retoma el hilo y recomienda diferentes remedios de herboristería y compuestos de piedras y miembros de animales, y más aún la oración, pues Dios puede ayudarle a vencer al destino, o consolarle. Tenemos la impresión de que ya estaba escrita con anterioridad, en Iniesta y antes de la hazaña de Suero de Quiñones –un día 15 de marzo, cuando aquella fue en julio y agosto– y que aprovechó el eco de la misma, comentada tal vez por Sancho de Jaraba, para adaptar la obra y hacerla más “actual”. 365

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otras mitológicas, de la Metamorfosis de Ovidio y de las fuentes clásicas, de la Historia Troyana de Guido de Columnis (manejada también por Santillana) o de la Sarracina de Pedro del Corral, pasando por autores como San Isidoro (cogido por los pelos) y algún que otro astrólogo o científico árabe, como Alí ben Ragel o Ibn Ishaq Al–Kindi, para acabar diciendo que el remedio infalible a los males de amor es rezar en demanda del “divinal auxilio” (con lo cual deja clara su religiosidad hasta en su última obra, y pone en evidencia –dicho sea de paso– a quienes han hablado de sus heterodoxias y pactos con el diablo). En cualquier caso, escribe la Epístola en Iniesta, un día 15 de marzo, se supone que el último año de su vida, lo que puede indicar que fuera en esta villa en la que recibiera las noticias de Suero de Quiñones y su amorosa empresa, antes de ir a la corte. A finales de 1434, coincidiendo quizá con el gran temporal de nieve y lluvia que conoció Castilla en noviembre y diciembre, don Enrique se trasladó a Madrid, donde estaba la corte. Apenas unos días antes de que muriera, el 6 de diciembre, ya le vemos en ella acompañando al rey, al condestable don Álvaro de Luna y a otros cortesanos cuando estos reciben a los embajadores que enviaba el de Francia para pedir su ayuda contra en enemigo común de Inglaterra366; pero no está alojado en el alcázar ni en ningún palacio, sino en el monasterio de frailes franciscanos (donde hoy está la iglesia de San Francisco el Grande), que “le abian dado por posada”, según el Halconero, aunque ya no nos dice si fue a petición del propio soberano o como caridad. Hasta cabe pensar que Juan II, alarmado por las habladurías que sin duda existían sobre sus aficiones a las ciencias ocultas, le hubiera requerido con la excusa de aquella recepción y le hubiera metido en el convento con el fin de apartarle de aquella mala fama, que él mismo propagaba de manera inconsciente. Aunque, lógicamente, esto no es demostrable, sí parece evidente que en la corte se hablaba de sus inclinaciones y de su presunción no con preocupación, pero sí con disgusto. Eso, al menos, parece desprenderse del párrafo en que Pedro Carrillo, el Halconero, entonces muy privado del rey Juan II, interpreta su muerte en la pobreza casi como un castigo por su dedicación a las artes de alquimia y nigromancia y por vanagloriarse de ser experto en ellas. Y si bien no es de creer, por razones de edad, que este Pedro Carrillo sea el del mismo nombre que fue su mayordomo en su primera infancia, sí creemos que pudo conocer a Enrique de Villena no solo de la corte, sino por la probable vinculación antigua entre ambas familias. 366

P. Carrillo de Huete, Crónica del Halconero de Juan II, 170.

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En Madrid, desde luego, estaba don Enrique cuando el 10 de diciembre cayó enfermo, y cinco días después, el 15 de diciembre, cuando vino la muerte a liberarle de sus enfermedades, si no de la indigencia (dice el mismo Halconero367, que estaba en la miseria, “e gotoso de los pies e de las manos, tanto que no podía beber con sus manos ni menearse de los pies, que sus escuderos lo cavalgavan e descavalgavan, e vino a tanto menester que de todo quanto estado tenía desçendio a tener diez caualgaduras muy pobres”, y la Refundición añade que a su muerte “non se falló en su cámara con lo que le pudiesen enterrar”), y de sus frustraciones. La última hubiera sido, pocos años después, ver a Juan de Navarra, su sobrino, dueño del señorío de Villena, la herencia que él hubiera debido recibir, pero no llegó a verlo, por suerte o por desgracia. El otro, el de Castilla, le pagará el entierro –“mandó allí hacer honorablemente sus obsequias”– pero al tiempo pidió que trajeran de Iniesta los libros que tenía y encargó al obispo y maestro del príncipe de Asturias, don Lope de Barrientos, que los examinase por ver si había algunos de ciencias prohibidas, “e el maestro, como era derecho seruidor del rey, apartó cerca de çinquenta volumes de libros de malas artes vanas e defendidas, e dio por consejo al rey que los mandase quemar, e dio el rey cargo dello al dicho maestro; e luego lo puso en execuçion368”. En la Refundición se dice que ninguno se salvó de la quema: “e pusolo en execuçion, e todos ellos fueron quemados369”, aunque según la Crónica “fray Lope los miró e hizo quemar algunos, e los otros quedaron en su poder”370. El famoso escrutinio sería, en todo caso, una medida drástica que pudiera tener muchas explicaciones, sin excluir siquiera la de un uso plagiario por parte del obispo, como ya señalaba Menéndez Pelayo371 y como dan a entender los sospechosos títulos de algunas obras suyas, tales como el Tratado de Adevinança e sus especies o el Tratado de dormir o despertar e del soñar de las adevinanças e agüeros e profecías, por no hablar de su propia 367

P. Carrillo de Huete, Crónica del Halconero de Juan II, p. 182.

368

P. Carrillo de Huete, Crónica del Halconero de Juan II, p. 182.

369

L. de Barrientos, Refundición de la Crónica del Halconero. Ed. J. M. Carriazo, 1946, pp. 170–

370

Crónica de Juan II, p. 519.

171.

Según don Marcelino, en los tratados de Lope de Barrientos De las especies de adevinanza, del caso et fortuna, del dormir et despertar et del soñar, “se puede inducir mucho de lo que pensó y escribió D. Enrique sobre las artes mágicas et non conplideras de leer: es más, creemos que dichos libros fueron compaginados a expensas de los suyos, aunque dándoles distinto o más bien opuesto sentido, para que fuesen como refutación tácita de ellos”. 371

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declaración tardía de que puede ser bueno conservar este tipo de libros “en guarda e poder de buenas personas fiables, tales que no usasen dellos sino que los guardasen, que en algunt tienpo podrían aprouechar los sabios los tales libros para defension de la fe e de la religion chistiana e para confusion de los ydolatras e nigrománticos”372. No parece tan claro que aquella biblioteca, que sin duda tendría manuscritos sobre artes más o menos prohibidas, no necesariamente obra de don Enrique, fuera tan importante; pero aunque solo fuera por el curioso efecto de propaganda inversa (“censúrame si quieres que la gente me lea”), la quema fue El obispo don Lope de Barrientos, en gran parte, paradójicamente, estatua orante conservada en el Museo la causa del prestigio científico de las Ferias de Medina del Campo que ya desde esos tiempos mantendrá el personaje; incluso de la fama de mago y nigromante que él mismo se labró para darse importancia y que aún crecerá cuando venga a ser pasto de la literatura, haciéndole, sin duda, mucho más conocido que por su propia vida.

372

p. 24.

A. Martínez Casado, Lope de Barrientos, un intelectual en la corte de Juan II, Salamanca, 1994,

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LA VIDA DE LA FAMA (LA BUENA Y MALA FAMA)

P

ara un caballero medieval, la vida de la fama, que es la más perdurable, siempre es más deseable que la perecedera (don Juan Manuel decía: “después que nos muriéremos, nunca muera la fama de nuestros buenos fechos”, o bien, “murió el hombre mas no su nombre”); y aunque hay famas mejores y peores, para algunas personas esto no importa mucho. Don Enrique no pudo ser marqués, pues su abuelo perdió su marquesado cuando solo era un niño, y él renunció después a los derechos que pudieran quedarle; ni conde, ni maestre –solamente lo fue de forma pasajera– ni alcanzar nombradía por sus hechos de armas. En cambio, conoció la refinada corte del rey Juan I, el “Amador de Toda Gentileza”, y Martín el Humano, y después –aunque siempre de prestado– fue hasta protagonista de las fiestas de la coronación y de algunos certámenes poéticos, que nunca olvidará, en la de su pariente, don Fernando I de Aragón; incluso conoció a Benedicto XIII, a muchos cardenales y a los embajadores que diversos países europeos enviaban al famoso Concilio de Constanza. Allí descubriría su vocación auténtica: la del ceremonial, los fastos cortesanos y las actividades culturales en las que destacó; pero pronto tendría que volver a Castilla, al lado de una esposa que sin duda tendría una ruin opinión de su persona; desheredado, pobre, mal visto por algunos e ignorado por muchos, condenado a encerrarse en su villa de Iniesta –lejos de todas partes– o en las de su mujer, donde era recibido solo por cortesía. Es difícil saber si él mismo fue consciente, pero a nuestro entender no tenía otro remedio, si quería descollar en un mundo tan poco adecuado para él, que meterse a un convento a criar fama de santo (y le gustaban mucho las mujeres, el lujo y la comida), o aprovechar el brillo de aquellas experien-

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cias, al tiempo que sus buenas dotes intelectuales –y la poca afición de sus contemporáneos a estas disciplinas– para hacerse un prestigio como sabio, científico y experto en artes exquisitas, mejor cuanto más raras y alejadas de las preocupaciones del común de las gentes, muy en particular entre los papanatas que nunca escasearon en los alrededores del mundo literario y en los ricos salones de la corte. Unas actividades que le permitirían, además, cultivar la amistad o la benevolencia, casi siempre a distancia, de algunos coetáneos, como Íñigo López de Mendoza o Juan de Mena, que le rinden tributo en sus escritos. Un tributo que Cátedra373 interpreta como indicio “del mérito y la fama que adquirió entre muchos de sus contemporáneos”, pues “todos lo recuerdan como un maestro polifacético, un mentor que poseía claves científicas de nuevo cuño, entre ellas las literarias, pues eran tiempos en que la poesía también era una ciencia o una teología”; aunque advierte igualmente que otros miembros de la “cultura oficial”, como El Tostado o Lope de Barrientos, ceñudos aristócratas como Fernán Pérez de Guzmán, y rimadores de la vieja escuela, tenían sus reservas sobre la variopinta dedicación intelectual de Enrique de Villena. Pero no era preciso ser muy conservador para juzgar de forma bastante negativa a quien al parecer presumía de ser uno de los más sabios nigromantes y alquimistas del mundo. Ya muchos años antes de que ellos nacieran, don Juan Manuel se reía, en el famoso cuento del pícaro que dijo que sabía hacer oro y en el de don Illán, el mago de Toledo, de quienes se dejaban embaucar por tales charlatanes. Sin embargo, es verdad que a su muerte le alaban el famoso marqués de Santillana (que le llama “mayor de los sabios del mundo presente”, le compara a Virgilio, Salustio, Cicerón y otros clásicos, y llora por la pérdida de “tan rico tesoro” como fueron sus obras374), y el poeta Juan de Mena, que generosamente le da, por otra parte, el equívoco título de “señor de Villena”, que no le corresponde, puesto que renunció a él en su mocedad, a la vez que le expresa su admiración científica, literaria y poética, y lamenta la quema de aquellos mismos libros, a los que califica de “thesoro”, aunque también nos dice que no eran “conosçidos”:

373

P. M. Cátedra, Introducción a las Obras Completas de Enrique de Villena, Vol. I, p. XI.

I. López de Mendoza, marqués de Santillana, Comedieta de Ponza, sonetos, serranillas y otras obras, Barcelona, 1997. 374

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“Aquel que tú vees estar contemplando el movimiento de tantas estrellas, la obra, la fuerça, la orden de aquellas, que mide los cursos de cómo e de quándo, e ovo notiçia philosofando del move dor e de los comovidos, de lumbres e rayos e son de tronidos, e supo las causas del mundo velando Aquel claro padre, aquel dulçe fuente, aquel que en el Cástalo monte resuena, es don Enrique, señor de Villena, honrra de España e del siglo presente». ¡O ínclito sabio, autor muy sçiente, otra y aún otra vegada yo lloro porque Castilla perdió tal thesoro, non conosçido delante la gente! Perdió los tus libros sin ser conosçidos, e cómo en esequia te fueron ya luego unos metidos al ávido fuego, otros sin orden non bien repartidos…”375 También Pedro Carrillo alaba al personaje: “fue sabio a maravilla, así en astrología como en otras ciencias todas, e muy sotil en todo, e sabía dezir bien lo que quería”; pero no es de creer que ni este ni otros “admiradores” suyos le hayan leído mucho, aunque algunos tuvieran noticias a través de sus dedicatorias y de la nombradía de científico experto que él mismo se arrogaba. Hablando de su muerte en la mayor miseria, el mismo Halconero –que pudo conocerle, aunque nunca sería muy seguidor de su obra- dice: “¡Este es Dios Nuestro Señor, que faze maravillas porque las gentes conozcan quánto aprouechan las çiençias e artes de Astrología ni de Alquimia ni de Nygrumançia, de las quales este se dezia ser vno de los mayores sabios del mundo” 376 . Es decir, que la fama de sabio y nigromante se la daba el propio don Enrique, dejándose llevar de manera imprudente por sus ansias de reconocimiento, como también se daba la de cultivador aventajado del resto de las ciencias, incluyendo la Gaya. El “se dezía ser”, escrito por Carrillo, que sin duda 375

J. de Mena, Laberinto de la Fortuna y otros poemas, Barcelona, 1994, estrofas 126–128.

376

P. Carrillo de Huete, Crónica del Halconero de Juan II, Capítulo CLXXVII, p. 182.

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debía conocerle, pero ante todo sabe la opinión de la corte, indica reticencia, si no un cierto desprecio por esa presunción -peligrosa, además, siendo conocimientos cuando menos mal vistos- por parte del “ilustre” confinado en Iniesta. Y quizá en este párrafo esté la verdadera clave de su notoriedad como científico, acrecentada luego por el fin en la hoguera de aquella gran riqueza que todos suponían contenida en sus libros, quemados a escondidas y “sin ser conosçidos”. En efecto, Menéndez Pelayo sugería que el obispo Barrientos y el monarca hicieron un favor a Enrique de Villena con el famoso expurgo, y si lo que quería era ser inmortal –añadimos nosotros– mejor lo consiguió gracias a aquella quema que a sus conocimientos de las ciencias ocultas o de cualquiera otra. La ciencia estaba entonces tan mezclada con la superstición, que apenas hay alguno de sus contemporáneos que se libre de ella, pero el señor de Iniesta, como dijo Menéndez Pelayo, era “tan nimiamente crédulo, tan puerilmente curioso, tan ávido de todo lo sobrenatural, y por decirlo todo en una palabra, tan indisciplinado y vagabundo, que forzosamente habían de tener en él un adepto fervoroso todas las ciencias ocultas, en cuya estéril indagación consumió gran parte de sus vigilias”; lo cual no significa que alcanzara el prestigio de Jabir ibn Hayyan, Gerberto de Aurillac, Bacon, Llull y otros tantos (de hecho, él los cita a todos, aunque nadie, después, le Quema de libros por Santo Domingo cite a él en asuntos concretos, salvo de Guzmán (detalle), Pedro Berruguete para alabarle de manera poética). Lo que ocurre es que existe una tendencia humana a solidarizarse, independientemente de sus posibles méritos, con cualquiera que sea víctima de censura o represión injusta (recordemos el caso actual de Charlie Hebdo); y en el caso concreto que estudiamos parece que, en efecto, hubo cierta reacción corporativa de los intelectuales coetáneos frente a aquel escrutinio y quema de los libros de Enrique de Villena, que para algunos es una de las primeras muestras de intolerancia y pensamiento único de la Historia de España377 (aunque Santo Domingo de Guzmán y Arnaldo Amalarico ya sabían 377

F. García Rubio: El diablo y el mercado: problemáticas ideológicas de la prosa postridentina

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algo de eso). Una reacción que acaso hizo más por su fama que el reconocimiento que verdaderamente pudiera alcanzar por su literatura o por su obra científica, que se han magnificado por la fuerza de la repetición acrítica del tópico de su sabiduría, incluyendo tratados como el de Astrología, que ya le atribuían pocos años después de su fallecimiento378, aunque hoy nadie piensa que pudiera ser suyo, si bien pudo encontrarse en sus estanterías379. Desde luego, si hemos de juzgar por los escasos libros de estas características que han llegado a nosotros, como es el Tractado de aojamiento o fascinología, se ha perdido muy poco de ciencia positiva, aunque probablemente sí pudieran tener alguna utilidad para estudios de antropología, etnología y botánica. Lo decimos así porque así lo sentimos, aunque quizá no sea lo académicamente correcto en estos tiempos. Al fin y al cabo, somos como el negro del Libro del Conde Lucanor –una obra, esta sí, escrita llanamente y con muchos valores literarios– que no tenía nada que ganar ni perder al declarar que el rey iba como su madre lo puso en este mundo. Pero esto no quita para que respetemos todas las opiniones, sobre todo las más expertas y eruditas de Cátedra y Carr, de quienes no se puede decir que no le hayan leído ni que hablen de oídas. En su introducción al Epistolario de Enrique de Villena Cátedra y Carr defienden la coherencia de las cartas y obras de nuestro biografiado encuadrándolas dentro de la pugna entre renovadores laicos y humanistas y el gremio escribanil al que acusaba de usar “gruesas e rudas palabras” y mantenerse ayuno de la tan necesaria y nutritiva “leche retorical”. Valoran igualmente su minuciosidad y preocupación por el estilo y por la ortografía, y su intención de crear un modelo de prosa no solamente culta, artística y reglada, como la que en Valencia evoluciona desde Antoni Canals a Joan Rois de Corella, aunque también concluyen en que el camino elegido no fue el más adecuado ni el que habría de seguir la evolución natural de la lengua (y citan a Nebrija, que le descalifica por su incapacidad para entender las posibilidades del romance vulgar) 380. Elena Gascón Vera, por su parte, lo ve como “uno más de esos insignes enajenados que, de cuando en cuando, surgen en la cultura hispánica; aquellos que al existir construyen a la par que consumen sus propios moldes” y como “una figura heterodoxa, ecléctica, cuyo discurso literario y filosófico no se ajusta a las leyes ni a las tradiciones de su momento histórico”; o como (1554–1614), Ann Arbor, University of Connecticut, 2008, pp. 115–119. 378

D. C. Carr, Tratado de Consolación, Madrid, 1976, p. LVI.

379

Obras Completas de Enrique de Villena, Vol. I, p. XIV.

380

P. M. Cátedra y D. C. Carr, Epistolario…, pp. 7–12.

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“un personaje subversivo y único en la historia de la literatura hispánica” 381. Pero nuestra visión, que no es tan académica, aunque sí la del simple lector al que se entiende se dirige cualquier trabajo escrito, es menos comprensiva: dejando a los psiquiatras otras valoraciones, el principio de Ockham nos dice que, si actúa de forma extravagante, habla como un pedante y nadie lo comprende, lo normal es que sea pedante, extravagante y quizá incomprensible, más que incomprendido, aunque a veces también manifieste ideas lúcidas. Y creemos que lo mismo pudieron opinar contemporáneos suyos –no necesariamente antiguos o arcaizantes– y los conservadores, pero nada ignorantes, Marcelino Menéndez Pelayo y Emilio Cotarelo. Comparando su prosa, por ejemplo, con la fina ironía, la elegancia y la clara sobriedad, deliberadamente buscada en sus escritos, con que don Juan Manuel nos deleita en sus libros, la del señor de Iniesta nos causa, desde luego, irremediablemente, irritación y hastío. Otro contemporáneo de Enrique de Villena, el poeta y biógrafo Fernán Pérez de Guzmán, creador de una prosa castellana tan sobria como lúcida, sobrino del cronista Pedro López de Ayala y tío del citado marqués de Santillana, se muestra más severo que Mena y Mendoza, aunque sea solamente por razones morales, como Pedro Carrillo. En sus Generaciones y Semblanzas dice que el de Villena se entregó al estudio de las artes y ciencias, “e ansí, este amor de las escrituras nos se deteniendo en las çiençias notables e católicas, dexose correr en algunas viles e raheces artes de adivinar e intrepetar sueños e estornudos e señales e otras cosas tales que nin a Prinçipe real e menos a católico cristiano convenían; e por esto fue avido en pequeña reputaçion de los reyes de su tiempo e en poca reuerençia de los caualleros, todavía fue muy sotil en poesía e grant estoriador e muy copioso e mezclado en diuersas çiençias; sabía fablar muchas lenguas, comía mucho e era muy inclinado al amor de las mugeres”382. La verdad, no creemos que fuera para tanto, ni como historiador (como mucho, sería un narrador de historias, aunque hay que concederle que rescata y potencia las ideas de Lucrecio sobre el uso de armas e instrumentos en época prehistórica383), ni como tal poeta (Cotarelo nos dice

381

E. Gascón Vera: “La ceremonia como ciencia…”, pp. 587–595, p. 595.

382

F. Pérez de Guzmán, Generaciones y semblanzas, Madrid, Espasa Calpe, 1965, p. 100–101.

P. Wernet, “Un pionner medieval de la Prehistoire”, Societe Prehistorique Française, pp. 65–68. J. Mª Soler García, “Enrique de Villena, precursor en Europa de los estudios prehistóricos”, en Villena, Prehistoria, Historia, Monumentos, Alicante, 1976, pp. 93–98. 383

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que su genio “era el menos poético del mundo”384). Desde luego, no consta que en ningún cancionero se conserven sus versos, aunque Íñigo López de Mendoza y el propio Fernán Pérez de Guzmán los alaben, sin leerlos, como también alaban su pericia científica, que tampoco conocen, y Menéndez Pelayo piense que pudo hacerlos, aunque no cree que fuese “muy fecundo ni aplaudido poeta”. En lo que se refiere al resto de las ciencias, aunque las cultivó (o las curioseó, porque no se le puede negar su curiositas385, pero tampoco fue un experto en ninguna), Enrique de Villena lo hizo de manera tan poco sistemática, tan mezclada con la superstición típica del momento, que a nuestro juicio tiene poco de aprovechable y no admite siquiera parangón con Alfonso Chirino y otros contemporáneos, aunque nadie está libre de contaminación. Sí parece que fue más o menos políglota; por lo menos, bilingüe catalán/castellano, y con conocimientos de provenzal, toscano (pues traduce la Divina Comedia), quién sabe si francés (le vemos recibiendo a los embajadores) y bastante latín, si bien es más dudoso que manejara el griego y el hebreo de que suele hacer gala en ciertas obras. Pero sí que creemos que ese comentario de Pérez de Guzmán relativo a las “viles e raheces artes de adivinar”, y el de Pedro Carrillo de que él mismo “se dezia ser vno de los mayores sabios del mundo” en las de astrología, alquimia y nigromancia, pueden ser el origen de toda la leyenda –mala fama– de mago y nigromante, que es lo que más perdura de Enrique de Villena (hasta el siglo XVIII apenas se sabía otra cosa de él). Fama que, al parecer, comenzó a darse él mismo, con su afán de buscar notoriedad, y que dudamos mucho responda a la verdad. En lo que sí fue experto, según nuestra opinión, es en vender el humo del incienso que suele prodigar a sus obras y el dudoso valor de sus lisonjas, como hace al ofrecerse a pregonar la fama del rey de Navarra si este le devuelve su derecho al ducado de Gandía386. No hay prólogo en que él no sea protagonista, y su alto concepto de sí mismo –que quizá es otra pose, puesto que no es posible que alguien se engañe tanto– se ve aun en los momentos en que, por dirigirse a personas de más categoría, pretende ser modesto: en la dedicatoria de su Arte de Trovar a un autor del prestigio de don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, dice que este, “por mengua de la gaya dotrina”, no puede transmitir debidamente los frutos de su ingenio, por lo 384

E. Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena…, p. 185.

385

P. M. Cátedra y D. C. Carr, Epistolario…, p. 7.

386

Enrique de Villena, Obras completas, II, p. 12.

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que él le ofrece su experiencia al respecto, a fin de que, “informado por el dicho tratado, seays originidat donde tomen lunbre y dotrina todos los otros del regno que se dizen trovadores, para que lo sean verdaderamente”387. Solo hemos conocido un caso semejante de inmodestia egocéntrica: el de un profesor albacetense que dice haber resuelto “la más extraordinaria problemática de autor de toda la Historia de la Filosofía y de la Ciencia universales” y le dedica un libro prolijo y bizantino, de 400 páginas, que él mismo publicita como definitivo, en el que contradice sus propios documentos388; pero, según nos dicen, estas patologías y este ansia inmoderada de reconocimiento son bastante comunes en personas sensibles que arrastran frustraciones, carencias afectivas y complejos antiguos, a menudo infantiles, y buscan destacar en las actividades donde nadie les pueda hacer la competencia, aunque el protagonismo y el afán de hacer cosas diferentes a menudo les hagan caer en el ridículo. Desde luego, parece que Enrique de Villena consiguió no ya solo la atención de sus contemporáneos, sino de muchos otros, que al correr de los siglos extendieron su fama, buena y mala, en la gran mayoría de los casos sin leer sus escritos. Probablemente el Libro de las grandezas y cosas memorables de España, publicado a mediados del siglo XVI por Pedro de Medina389, el famoso cosmógrafo, matemático y geógrafo, que hace de don Enrique de Villena no ya solo estudioso, sino “claro varón” conocedor “de que el verdadero linaje y hazienda raramente se alcança sin letras”, y por ello inclinado a las ciencias, poesía, astrología, filosofía…, “mas también en el arte de la mágica, tanto que del se cuentan grandes cosas”, sea el primer panegírico moderno de tantos como luego aumentan su leyenda añadiendo opiniones y algún que otro dato, más o menos fiable, a los que hemos citado. Incluso historiadores serios, como Zurita, que escribe sus Anales algún tiempo después, resumen con acierto la visión favorable de sus contemporáneos y divulgan su fama de erudito, aunque más ponderada: “Este es aquel famoso y notable caballero don Enrique de Villena, tan celebrado por la doctrina de las artes liberales en que empleó desde su primera edad todo su estudio, que fue muy enseñado en el arte de la elocuencia y en los secretos de la filosofía y de las otras 387

Enrique de Villena, Obras completas, I, p. 355.

Véase nuestro artículo “El enigma Sabuco, el parto de los montes”, Cultural Albacete, 12–13 (2008), pp. 10–26. 388

Medina, Pedro de, Libro de grandezas y cosas memorables de España… Sevilla 1548. Véase también C. Sánchez Alonso, Impresos de los siglos XVI y XVII de temática madrileña, CSIC, Madrid, 1981, p. 4: 389

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disciplinas, y quedó más conocido por esto entre las gentes que por suceder de la línea legítima de la casa real de Aragón y ser nieto del rey don Enrique II de Castilla”390. Y no digamos nada del famoso Centón Epistolario391, probadamente falso, aunque aún fue aceptado por Felipe Benicio Navarro y Lasso de la Vega392, en el que una supuesta carta del bachiller Fernán Gómez Ciudad Real al poeta Juan de Mena no solamente elogia al sabio personaje y le exculpa de toda mala fama, sino que aprovecha para cargar las tintas en cuanto a los volúmenes quemados en la hoguera y para hacer del obispo Barrientos un indocto plagiario y un calumniador digno de ir de cabeza al purgatorio:“No bastó a don Enrique de Villena su saber para no morirse, ni tampoco le bastó ser tío del rey para no ser llamado encantador. Ha venido al rey el tanto de su muerte, e la conclusión que os puedo dar es que asaz don Enrique El Centón Epistolario era sabio en lo que a otros cumplía e 390

J. Zurita, Anales de Aragón, X.LV.

Centón epistolario del bachiller Fernán Gómez de Ciudad Real, y Generaciones y semblanzas del noble caballero Fernán Pérez de Guzmán, Madrid, 1790, pp. 153–154. Igualmente transcrita por Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena…, p. 113–115. Ya antes, Fernán Gómez exculpaba a Barrientos y, tras la conocida referencia a la virtud que tuvo a través de las letras y a la erudición, decía que los libros fueron quemados “no por sentencia de don Lope de Barrientos, como algunos falsamente piensan, sino por mandato del rey don Juan, y quemólos en el sobredicho lugar don Lope de Barrientos, obispo de Cuenca, fraile de la Orden de los predicadores, maestro del príncipe don Enrique; lo cual ser así como yo digo demuestra el mismo don Lope de Barrientos en un tratado de las especies de adevinança que copiló por mandamiento del rey don Juan” Véase C. Codoñer, “El comentario de Hernán Núñez de Guzmán a Las Trescientas de Juan de Mena: un comentario del siglo XV”, en J. M. Maestre y otros (eds.), Humanismo y pervivencia del mundo clásico, IV.2, Alcañiz– Madrid, 2008. M. Marcos Celestino, “El marqués de Villena y la Cueva de Salamanca. Entre literatura, historia y leyenda”, Estudios Humanísticos, V. 26 (2004), pp. 155–186. Y S. Muñoz Calvo, Inquisición y Ciencia en la España moderna, Madrid, 1977. 391

A. Lasso de la Vega, “Don Enrique de Aragón, marqués de Villena”, La Ilustración Española y Americana, Nº. XXXVII, Madrid, 8 de octubre de 1890. F. B. Navarro, Arte Cisoria, Madrid– Barcelona, 1879, p. XXXVIII 392

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nada supo en lo que le cumplía a él. Dos carretas son cargadas de los libros que dejó, que al rey le han traído, e porque diz que son mágicos e de artes no cumplideras de leer el rey mandó que a la posada de fray Lope de Barrientos fuesen llevados, e fray Lope, que más se cura de andar del príncipe que de ser revisor de nigromancias, fizo quemar más de cien libros, que no los vio él más que el rey de Marroecos, ni más los entiende que el deán de Cidarrodrigo, ca son muchos los que en este tiempo se fan dotos faciendo a otros insipientes e magos […] Muchos otros libros quedaron a fray Lope que no serán quemados ni tornados. Si vuestra merced me manda una epístola para que yo pida a Su Señoría algunos de los libros de don Enrique para vos, sacaremos de pecado la ánima de fray Lope, e el ánima de don Enrique aura gloria, que no sea su eredero aquel que le a metido fama de brujo e nigromante…” Sin embargo, si antiguos son los panegiristas, no lo es menos la pléyade que incluye a don Enrique en la menos científica y honrosa nómina de agoreros, discípulos del diablo, brujos y nigromantes; cosa perfectamente comprensible sabiendo que él mismo presumía de sus conocimientos en aquellas materias, según Pedro Carrillo. No sabemos muy bien a quién atribuir esa Refundición de la Crónica del Halconero que adjudicó Carriazo a Lope de Barrientos393; pero fuera quien fuese, carga también las tintas –dice que no quedó un solo libro suyo– y añade que Villena no solo era un experto en medicina, historia, astronomía e incluso teología, sino en nigromancia (es decir, magia negra, brujería e invocación de muertos) y alquimia (mescolanza de elementos de química y farmacia con otros filosóficos, herméticos y oscuros como son los que buscan la elaboración de pociones, venenos y la célebre piedra filosofal). Pero esto sería solamente el comienzo: como apunta Menéndez Pelayo, “pocos años después de la muerte del Señor de Iniesta, ya comenzaron a apoderarse de su nombre los alquimistas y otros iluminados o embau393 “Este don Enrique fue muy grant sabio en todas çiençias, en especial en la Theologia e Nigromançia e aun fue grant alquimista. E con todo esto vino a tan grant menester que al tiempo que fallesçio non se fallo en su camara con que le pudiesen enterrar. E fue cosa de Nuestro Señor, porque las gentes conoscan quanto aprouechan las semejantes çiençias. E despues que el fallesçio, el Rey mando traer a su camara todos los libros que este don Enrique tenia en Yniesta, e mando a fray Lope de Barrientos, maestro del Pinçipe, que catase si auia bien çinquenta volumenes de libros de malas artes. E dio por consejo del rey que los mandase quemar. El Rey dio cargo dello al dicho maestro, e el pusolo luego en execuçion, todos ellos fueron quemados”. J. M. Carriazo (ed.) Lope de Barrientos, Refundición de la Crónica del Halconero, Madrid, 1946, pp. 170.171. Aunque otros autores (A. Martínez Casado, Lope de Barrientos. Un intelectual de la corte de Juan II, Salamanca, 1994, pp. 117–123) cuestionan la autoría del obispo Barrientos, Gómez Redondo y otros, como R. Beltrán, en su introducción a la última edición de la Crónica del Halconero, Granada, 2006, pp. LII-LV, apuestan todavía por don Lope como continuador de la obra de Carrillo.

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cadores, y a inventar libros apócrifos o que se suponían hallados entre los de su famosa biblioteca. Uno de éstos fue el libro del Tesoro o del Candado, que por otra falsedad todavía mayor se quiso achacar a la gloriosa memoria de Alfonso el Sabio. Pero aun es más curiosa y significativa en este respecto la carta que se supone escrita por los veinte sabios cordobeses a D. Enrique de Villena. En tan estupendo documento se le atribuyen, entre otras facultades maravillosas, la de embermejecer el sol con la piedra heliotropia, adivinar lo porvenir por medio de la chelonites, hacerse invisible con la ayuda de la hierba andrómena, hacer tronar y llover a su guisa con el baxillo de arambre, y congelar en forma esférica el aire, valiéndose para ello de la hierba yelopia. En la respuesta, D. Enrique refiere a sus discípulos un sueño alegórico, en que se le aparece Hermes Trimegisto, maestro universal de las ciencias, montado sobre un pavón, para comunicarle una pluma, una tabla con figuras geométricas, la llave de su encantado palacio, y, finalmente, el arqueta de las cuatro llaves, donde se encerraba el gran misterio alquímico”. Continúa el polígrafo cántabro analizando cómo semejantes patrañas, que atribuyen al pobre confinado de Iniesta pactos con Lucifer (recordemos aquella que le hace invitar a Suero de Quiñones a una cena servida por el diablo en persona), llegarán a calar incluso en los trabajos de historiadores serios, como Rades y Andrada, para quien “fue grandísimo letrado en sciencias de humanidad, es a saber: en las artes liberales, astrología, astronomía, geometría, aritmética y otras semejantes”, y “de la judiciaria y necromancia supo tanto, que se dizen y leen cosas maravillosas que hazía, con tanta admiración de las gentes, que juzgaron tener pacto con el demonio: compuso muchos libros destas sciencias, en las quales, aunque avía muchas cosas de gran ingenio y artificio útiles a la república, avía otras de mal exemplo y sospechosas de que su autor tenía el dicho pacto”. Y a continuación pasa a las necedades del siglo XVII, cuando aparece el cuento de la sombra perdida con que engañó al maligno, o el de la famosa Cueva de Salamanca, convirtiéndole en mito literario del que sacan partido Ruiz de Alarcón, Quevedo, Rojas Zorrilla y otros, por no hablar de la obra, muy posterior, de Hartzenbusch, que al menos diferencia la figura literaria del mago que se hizo meter en la famosa Redoma encantada del personaje histórico, del que trata, y muy bien, en otras obras. Cotarelo también recuerda estas leyendas, que aún se extienden más con Larra y los románticos394. Y si todo esto viene de su propia tendencia al autobombo y de aquella reacción de sus contemporáneos frente a la injusta 394

E. Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena…, pp. 133–134.

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quema de unos libros que nadie conocía, no le faltaba al pobre –añadimos nosotros– más que esa otra fama de marido cornudo y consentido, propiciada también por él en cierto modo, al admitir su propia condición de impotente y meter a su esposa en un convento, aunque luego aumentada por Galíndez y Rades y Andrada, que interpretan de forma equivocada lo que Álvar González decía del divorcio de María de Albornoz; y después por autores que han pretendido hurgar en un asunto morboso y “divertido”, como si los secretos de alcoba de una dama fueran tan accesibles a los historiadores. Y es que, como muy bien decía don Marcelino, Enrique de Villena se ha convertido en símbolo, en un Fausto español al que solo le falta el Goethe que lo cante; personificación del sabio y curioso científico capaz de vender su alma para adquirir las claves de las artes ocultas. Para otros es la imagen de la degradación de quien pierde su honor por conseguir honores; y para otros, en fin, del mártir de la ciencia y el intelectual incomprendido por sus contemporáneos. Personaje flotante entre historia y leyenda, “lo fabuloso en él importa tanto o más que lo verdadero”. Hoy en día, su imagen debe bastante más a la literatura, y a esos esoteristas que han poblado de espíritus y lores sin cabeza las mansiones de Escocia e Inglaterra, que a la verdad histórica. Por eso no es extraño que en la villa de Iniesta, donde vivió apartado y rodeado de libros en sus últimos años, convirtiendo su estilo literario en un galimatías difícil de entender y aumentando su fama de excéntrico estudioso con fanfarronerías respecto a su dominio de las ciencias oscuras, persistan las leyendas sobre un tesoro oculto en un laboratorio instalado en la cueva que se supone existe debajo del castillo395; que Ricardo del Val396, que ha intentado encontrar su rastro en el archivo, tenga que contentarse con perseguir la sombra del “marqués de Villena” por el que considera sería su palacio de la Plaza Mayor; incluso que se hable de un aparecido que sale por las noches del viejo torreón que es el postrer vestigio de aquella fortaleza. Creemos que, en efecto, puede ser el espectro del pobre don Enrique, marqués sin marquesado, marido sin mujer, maestre sin caballeros, poeta sin poemas, escritor sin lectores, científico sin método, pero al fin inmortal, como él quería; el espectro de alguien que, muerto, es una sombra de perfiles difusos, pero ya en los cincuenta años de su existencia fue bastante fantasma. 395 F. Delpech, “Libros y tesoros en la cultura española del siglo de oro. Aspectos de una contaminación simbólica”, en L’Ecrit dans l´Espagne du Siècle d´Or, Dir. P. M. Cátedra, L. López Vidriero y A. Redondo, Salamanca, 1999, p. 100. 396

R. del Val, Vida Andariega, 1950, pp. 107–115.

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SELECCIÓN DOCUMENTAL

1 1367, febrero, 5, Burgos. PRIVILEGIO RODADO DE ENRIQUE II Y SU ESPOSA, DOÑA JUANA MANUEL, CONFIRMANDO AL MARQUÉS DE VILLENA, ALFONSO DE ARAGÓN, LA TIERRA QUE ANTES FUE DE DON JUAN Y FERNANDO MANUEL. Contenido en traslado posterior. Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, Fols. 108r–110v. En el nonbre de Dios Padre e Fiio e Spiritu Santo que son tres personas e vn dios uerdadero que biue e regna por syenpre jamás, e de la bien aventurada Virgen gloriosa Santa Maria su madre a quien nos tenemos por señora e por abogada en todos nuestros fechos, e a honrra e a seruiçio de todos los santos de la corte çelestial, porque todo omne que en este mundo bien faze quiere que gelo lieuen adelante e que non se oluide nin se pierda, e como quier que canse e mengüe el curso de la vida deste mundo, aquello es lo que finca en remenbrança por el al mundo e este bien es guiador de su anima ante Dios, e por no caer en el oluido lo mandaron los reyes poner en sus preuillegios porque los otros que regnasen despues dellos e touiesen el su lugar fuesen tenudos de lo leuar adelante confirmando por sus priuilegios; por ende queremos que sepan por este nuestro priuilegio los que agora son o serán de aquí adelante commo nos don Enrique por la graçia de Dios rey de Castiella, de Toledo, de Leon, de Gallizia, de Seuilla, de Cordoua, de Murçia, de Jahen, del Algarue, de Algezira e señor de Molina, e presente la reyna doña Iohana mi muger e el infante don Iohan nuestro fiio primero heredero de los nuestros regnos de

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Castiella e de Leon, conosçiendo vos nuestro ¿vasallo? [ilegible por debilidad de la tinta] don Alfonso fiio del infante don Pedro de Aragon, marques de Villena e conde de Ribagorça e ¿de Denia? auer auidos muchos afanes e muchos trabajos por nos e en seruiçio nuestro, e auer uos auido ¿espera? nos de vuestra buena voluntad, asy en fecho de armas como en otra manera a nos conçejar en acreçentamiento e ensalçamiento de nuestro estado real, e auer seydo nuestro conpañero en los nuestros menesteres en los tienpos pasados, mayor mente en el conquerimiento de los nuestros regnos, por los quales nos auer e cobrar vos sodes a mi muy noble mente, et veyendo nos ser a uos muy tenido de uos fazer muy mayor merçed, no tan solo por graçia real, mas avn por razon natural, la qual ynduze e obliga a los prinçipes gualardonar entendiendo ser conuenible e muy neçesaria cosa a los prinçipes e reyes gualardonar a los sus seruidores e dar aquellos dignos gualardones e satisffacçion de sus seruiçios, por que no tan solamente los buenos seruidores syruan continuamente, mas avn porque sea exenplo e induçimiento de los otros, agradable mente e de çierta çiençia, queriendo vos gualardonar e satisfacer de los vuestros afanes e trabaios que por luengos tienpos auedes auido por nos e por conseguimiento de nuestro estado real, asi en vuestra persona como en vuestros bienes, çertificados conplida mente de todo nuestro derecho, por nos e por los nuestros, por siempre jamás, damos e otorgamos a uos e a los vuestros a todas las vuestras voluntades de aquello fazederas, a saber, las villas e castiellos de los lugares que se siguen: Villena, Sax, Yecla, Almansa, Fellin, Touarra, Libriella, Chinchiella, Alcala, Xorquera, Ves, Alarcon, el Castiello de Garçi Muñoz, Belmonte, Montaluo, Çafra, Villar de Saz, Buenache, La Robda, El Prouençio, La Puebla de Almenara, Villanueua, Yniesta, El Congosto, Çifuentes, Salmerón, Valdoliuas, Alcoçer, Azeñon, Palaçuelos, Escalona, Aldeanueua, Daça; las quales dichas villas e castiellos e lugares vos damos e otorgamos por juro de heredad con todos los omnes e mujeres asy xristianos commo jodios e moros moradores e los que daqui adelante vinieren morar en las dichas villas e castillos e lugares, e todos los otros moradores en todos los terminos e pertenençias de aquellos con todos sus terminos e tierras asy yermas commo plantadas, con todas aguas, yeruas, montes, fustas, pesqueras, salinas, defesas, piedras, montañas, e con todos los pechos e derechos e tributos, almojarifadgos, montadgos, ferias, tiendas, varas, martiniegas, marçadgas, calonnas, auenturas, yantares, escriuanias, caueças de pecho de judíos e moros, fonsaderas, seruiçios, pedidos, monedas, peages, molinos, fornos, e con hueste e caualgada e rendiçion de aquella, e con toda general e espeçial jurediçion de mero e mixto imperio sinple e mediana e mayor, e con todo

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señorio alto e baxo, vso posesion eserçiçio de aquella, e con todos vniversos e sendos derechos quales quier pertenesçientes o pertenecer pudientes e deuientes acostunbrados pertenesçientes o non en los tienpos pasados a todos e a cada vnos señores de las dichas villas e castillos e lugares e aldeas e poblados de aquellos, los quales dichos queremos en esta presente donaçion, asi commo si nonbradamente en ella fuesen declaradas, puesto que sean mayores o menores de los desuso espeçificados, e avn eso mesmo uos damos toda otra tierra e heredamiento o otros quales quier bienes e derechos los quales don Iohan fiio del infante don Manuel e don Fernando su fiio ouieron e touieron en los nuestros regnos e señoríos de Castiella, prometiendo a vos e a los vuestros la dicha donaçion e transportaçion por nos nin por los nuestros en algunos tienpos non contestar, reuocar, contradezir, anullar; ante faremos auer e tener a uos e a los uestros paçifica mente e vos e los vuestros seer en verdadera e paçifica posesion de las dichas villas e castiellos e lugares e sus terminos e otros quales quier derechos segund dicho es; e prometemos aquellos por nos e por los nuestros por sienpre saluar a vos e a los vuestros contra quales quier personas asi eclesiásticas commo seglares e a uos parar con nuestras propias misiones a saluamiento e defension de aquellos antes de daño reçebido e so obligaçion de los nuestros bienes, renunçiando a toda exepçion e defension que a nos pertesçe e pertenesçer pudiese contra las dichas cosas e contra esta presente donaçion e gualardon, de non vsar dellas en ningunt tienpo. E prometemos e juramos a Dios e a los sus Santos Euangelios por nuestras manos tañidos e a la su Santa Cruz en algund tienpo esta presente donaçion e gualardonamiento non reuocar contradezir o anullar en todo o en alguna partida por alguna manera o razon. Pero saluamos e retenemos desta presente donaçion e gualardonamiento a nos e a los nuestros para siempre que vos e los vuestros seades tenudos a nos acoger e resçebir toda via e ora que a nos plazera e bien visto a nos sea personal mente en todas las dichas fortalezas, yrado o pagado, de dia o de noche, poderosamente o en aquella manera que bien visto nos sea, e de aquellas e de cada vna dellas ayades e seades tenudos vos e los vuestros fazer guerra e paz por nuestro mandado por tienpo que a nos ploguyere e por nos fuere mandado, e despues de nuestros dias con estas condiçiones mismas que seades tenudo al infante don Iohan mio fiio primero heredero, e despues de los dias del dicho infante al que nos dexaremos por heredero en nuestro testamento, e eso mesmo que seades tenudo de venir a nuestros llamamientos e enplazamientos todos tienpos quando vos enbiaremos llamar o enplazar e fazer todas otras cosas commo nuestro natural; e eso mesmo retenemos para nos e a los que de nos vinieren la moneda forera que es de siete en siete años,

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e mineras de oro e de plata si las y ouiere. E eso mesmo retenemos que del marquesado vos non podades vender nin trocar nin enagenar ninguna cosa sin nuestra voluntad e sin nuestro mandado. E de toda la dicha tierra e marquesado vos seades tenudo de heredar despues de vuestros dias a vuestro fijo don Jayme, conpliendose el matrimonio que es firmado del dicho don Jayme con la infanta doña Leonor mi fiia, e avn eso mesmo queremos e ordenamos despues de los dias del dicho don Jayme el dicho marquesado sea mayoradgo segund que por fuero e vso de Castiella se deue fazer e es acostunbrado. E yo la dicha doña Iohana fiia que fuy del dicho don Iohan e hermana del dicho don Ferrando, conosçiendo la dicha donaçion e gualardonamiento de las dichas villas e castillos e lugares e terminos e pertenençias de aquellas con todas las dichas cosas e derechos contenidas e declaradas prometidas por vos muy alto señor don Enrrique por la graçia de Dios rey de Castilla e de Leon, señor e marido mio, a uos al dicho marques de Villena ser muy necesarias e prouechosas a mi e a bien e a prouecho de uos nuestro señor rey e de vuestro señorio e mio e del dicho infante don Iohan, e yo ser a uos el dicho señor marques en mucho mayor gualardon tenuda por los dichos vuestros afanes e trebaios por el dicho señor rey e por mi sostenidos, los quales non çesades continuar e sofrir, e por el dicho vuestro seruiçio çertificada de todo mio derecho, non ynduzida por fuerça nin por miedo nin por algun engaño o manera sotil, agradable mente y de çierta sçiençia loo e consiento e confirmo a vos el dicho marques e a lo vuestros para sienpre a todas vuestras voluntades la suso dicha donaçion e gualardonamiento de las dichas villas e castiellos e lugares e poblados de aquellos e con todos sus terminos e con todos sus derechos e pertenençias de aquellos e con todas las cosas desuso contenidas que a mi e a los mios en aquellos e en cada vno dellos pertenesçer pueden o deuen, e de aquellos e cada vno dellos fago a vos el dicho marques e a los vuestros pura e no reuocable donaçion e otorgamiento en toda aquella manera e forma que por fuero derecho ley e razon mejor puede ser conprendido leydo o escripto a prouecho vuestro e de los vuestros, segunt que mas conplidamente vos puede pertenesçer, prometiendo e jurando a vos e a los Santos Euangelios corporalmente por mi tañidos e a la verdadera Cruz, e a vos e a los vuestros, la presente donaçion e gualardon con todas las cosas en ella contenidas por mi e por los mios para siempre jamás tengan que conplir e en alguna cosa de aquello non contravenir o contestar, antes aquella vos faremos auer e defender e saluar a uos e a los vuestros para siempre contra todos e quales quier personas so obligaçion de mis bienes.

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E nos el sobre dicho rey don Enrrique de nuestra voluntad, con grand efecçion de tener e conplir e mandar guardar a vos el dicho marques e a los que de vos deçendieren e lo ovieren de auer e de heredar commo dicho es esta dicha donaçion de los dichos lugares en la manera que dicha es, prometemos como rey e fiio del rey don Alfon a quien Dios de santo paraíso de uos guardar e mantener esta donaçion que vos fazemos, e que nos nin otrie por nos nin por nuestro mandado vos la non tiremos nin quebrantemos nin minguemos nin mandemos quebrantar nin menguar en todo nin en parte nin en alguna cosa dello. E despues de los nuestros dias so la nuestra bendiçion defendemos al dicho infante don Iohan nuestro fiio primero heredero de los nuestros regnos de Castiella e de Leon e a los que de nos e del desçendieren que los nuestros regnos ouieren de auer e de heredar que guarden e tengan e cunplan e confirmen este nuestro preuillegio e vos acreçienten mas en ello porque para sienpre jamás sea valedero e guarden a vos el dicho marques e a los vuestros herederos esta dicha donaçion como dicho es, e defendemos e mandamos firme mente por este nuestro priuilegio a los que agora son o sean de aquí adelante que alguno nin algunos non sean osados de yr nin pasar contra este priuilegio e donaçion que nos vos fazemos nin contra parte del en ningún tienpo ni por alguna manera, que qual quier o quales quier que lo fiziesen auryan la mia yra e demás pechar nos yan en pena mill doblas de oro castellanas de treinta e quatro maravedís cada vna a todos vno por vno, e a vos el dicho marques o a quien vuestra vos touiese todos los dannos e menoscabos que por ende resçibiesedes doblados. E yo el dicho don Alfonso marques, resçibiendo de uos los dichos señores rey y reyna la presente donaçion e gualardon, por mi e por los mios resçibiemos a uos los dichos señores rey e reyna por señores mios e de los mios por las dichas villas e castillos e lugares, prometo a buena fe sin mal enganno auerlos en boz sennores rey e reyna e a los vuestros sienpre acoger a uos el dicho sennor en la manera que dicha es desuso contenida en las dichas fortalezas e en cada vna dellas todo tienpo que vos quisieredes e por bien touieredes, yrado o pagado, de noche o de dia, con pocos o con muchos, e fazer guerra e paz por vos de aquellas e de cada vna dellas todo tiempo que por vos me fuere mandado, e tener por vos e por los vuestros las dichas villas e castillos e lugares en la manera suso contenida. E juro a Dios e a los sus Santos Euangelios por mi corporal mente tañidos, e a la su santa Cruz, e fago pleito homenaje a vos el dicho señor rey yo e los mios para sienpre jamás conplir las dichas cosas e cada vna dellas en este priuilegio contenidas so obligaçion de la mia persona e de todos mis bienes.

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Dado en las Cortes de la muy noble çibdad de Burgos, cinco dias de febrero, era de mill e quatroçientos e cinco años. Yo el rey, yo la reyna. [Una página entera, con los nombres de muchos confirmantes, ilegible por la debilidad de la tinta en la copia hemos manejado397] La eglesia de Mondoñedo vaga, don Iohan obispo de Tuy confirma. Don Frey Alfonso obispo de Lugo confirma. Don Adelantado mayor de Castilla confirma. Don Iohan Sanchez de Ayala adelantado mayor del regno de Murçia confirma. Don Pedro fiio del noble don Fadrique maestre de Santiago confirma. Don Iohan su hermano confirma. Don Pedro Ponçe de Leon confirma. Don Iohan Alfonso de Guzman confirma. Don Alfonso Perez de Guzman confirma. Don Martin Ferrandez de Guzman confirma. Don Lope Diaz de Baeza confirma. Suer Perez de Quiñones merino mayor de tierra de León e de Asturias confirma. Iohan Nuñez de Vilasan justicia mayor de casa del rey confirma. Don Egidio Boca Negra almirante mayor de la mar confirma. Diago Lopez Pacheco notario mayor de Castiella confirma. Diego Gomez de Toledo notario mayor de Toledo. Ferrand Aluarez de Toledo notario mayor del reyno de Leon. 2 1386, marzo, 16, Almansa. JURAMENTO Y PLEITO HOMENAJE DE LOS PROCURADORES DE DISTINTOS CONCEJOS SU TIERRA DE TENER A LOS NIÑOS ENRIQUE Y ALFONSO, NIETOS DE DON ALFONSO, EL MARQUÉS DE VILLENA, POR SUCESORES DE ESTE “DESPUÉS DE SUS DÍAS”. Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, Fols. 113 v – 115. Este es traslado bien e fielmente sacado de vna carta publica escripta en pargamino de cuero e signada en dos lugares del signo de Pedro Ferrandez notario publico en los regnos de Castilla, el tenor de la qual es este que se sigue: Viernes diez e seys dias de março del año de Nuestro Saluador Ihesu Xpo de mill e trezientos e ochenta e seys annos, este dia estando en la villa de Almansa, en la iglesia de Sant Iohan de la dicha villa, el muy alto e poderoso No obstante, todavía puede leerse algún nombre, como el de don Gómez, arzobispo de Toledo y canciller mayor, el marqués de Villena y conde de Ribagorza y Denia don Alfonso, el alguacil mayor de Sevilla Gómez de Castañeda, y los obispos o arzobispos de Sevilla, León, Zamora y Coria, entre otros. 397

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señor don Alfonso fijo del infante don Pedro que Dios perdone, marques de Villena e conde de Ribagorça e de Denia, condestable de Castilla, estando presentes ante el dicho señor marques Lope Ferrandez de Alarcon, procurador de los caualleros e escuderos de la dicha villa de Alarcon, e de los procuradores de las sus villas e lugares del su marquesado que por su mandado vinieron a la villa de Almansa con procuraciones bastantes de los dichos caualleros e escuderos e de las dichas villas e lugares cada vno donde eran, e conplido poder que les dieron para que en su nonbre fiziesen e dixiesen e jurasen las cosas deyuso escriptas, los quales procuradores contenidos en las dichas procuraçiones son estos que aquí diran: Primeramente el dicho Lope Ferrandez procurador de los dichos caualleros e escuderos de Alarcon presento ante el dicho señor vna procuraçion que es signada del signo de Iohan Martinez escriuano publico de la dicha villa de Alarcon que fue fecha en la dicha villa a veynte e siete días de febrero del año e calendario desuso dicho. Iten Gonçalo Garçia de Almodouar e Domingo Busaldon presentaron ante el dicho señor vna procuraçion que les fizieron el conçeio de la dicha de Villena que fue fecha por Sancho Lopez notario publico del dicho marquesado que fue fecha en la dicha de Villena a doze días deste mes de marzo del año e calendario suso dicho. Iten Fernan Garçia fijo de Iohan Garçia procurador de la villa del Castillo presento otra procuraçion ante el dicho señor que le fizieron el dicho conçeio de la dicha villa del Castillo, que es signada del signo de Martin Sanchez escriuano publico de la dicha villa del Castillo e fue fecha en la dicha villa a honze deste mes de março del año e calendario suso dicho. Iten Fernando Dias alcalde de Escalona, procurador de la dicha villa de Escalona e su tierra, presento procuraçion que es signada del signo de Diego Garçia escriuano publico de la dicha villa de Escalona e que fue fecha a veynte e ocho días de febrero del año e calendario suso dicho. Iten Iohan Martinez de Sauastian Perez procurador de la villa de Çifuentes presento otra procuración que es signada del signo de Pedro Sanchez escriuano publico del conçeio de la dicha villa de Çifuentes e fue fecha en la dicha villa de Çifuentes a çinco días de febrero del año e calendario suso dicho. Iten Iohan Gomez del Canpo e Fernan Martinez de Valdeganga procuradores de la villa de Chinchilla presentaron otra procuraçion que es firmada del signo de Pedro Nauarro escriuano publico de la dicha villa de Chinchilla e fue fecha en la dicha villa de Chinchilla a catorze dias deste dicho mes de março del año e calendario suso dicho. Iten Fernan Martinez Marco procurador del conçeio de Azeñon presento otra carta de procuraçion que es signada del signo de Martin Martinez escriuano publico en la dicha villa de Azeñon e fue fecha en la dicha villa a

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seys dias de março del año e calendario suso dicho. Iten Jayme de Ayerue e Aluar Perez procuradores de la villa de Almansa presentaron otra procuraçion que es signada del signo de Pedro Ximenez escriuano publico de la dicha villa de Almansa e fue fecha en la dicha villa domingo diziocho dias de febrero del año e calendario suso dicho. Iten Iohan Martinez merino e Anton Sanchez procuradores del conçeio de Yniesta presentaron otra procuraçion que es signada del signo de Ruy Perez del Espinar escriuano publico de la dicha villa de Yniesta e fue fecha viernes ocho dias deste dicho mes de março del año e calendario suso dicho. Iten Anton Garçia e Pedro Diaz procuradores del conçejo de Montaluo presentaron otra procuraçion que es signada del signo de Fernan Martinez escriuano publico de la dicha villa de Montaluo. Iten Pedro Mañez e Iohan Diaz del Campo procuradores de la villa de Belmonte presentaron otra procuraçion que es signada del signo de Domingo Ferrandez de Bernesca escriuano publico en la dicha villa de Belmonte e fue fecha en la dicha villa a honze dias de março del año e calendario suso dicho. Iten Benito Gil procurador del conçeio de Alarcon presento otra procuraçion que es signada del signo de Iohan Martinez escriuano publico en la dicha villa de Alarcon e fue fecha en la dicha villa a quatro dias de março del mes e calendario suso dicho. Iten Gorgorio Martinez de Santa Maria del Canpo e Garçi Lopez de Villalgordo procuradores de los omes buenos del comun de tierra de Alarcon presentaron otra procuraçion que es signada del signo de Miguel Sanchez escriuano publico de Alcañauate e fue fecha en el dicho lugar de Alcañauate a veynte e vn dias de febrero del año e calendario suso dicho. Iten Alfonso Rodriguez de Monuera procurador del conçeio de la villa de Hellin presento otra procuraçion que es signada del signo de Pedro Garçia escriuano publico en la dicha villa de Hellin e fue fecha en la dicha villa a honze dias de março del mes e calendario suso dicho. Iten Iohan Gomez e Iohan Yañez procuradores del conçeio de Xorquera presentaron otra procuraçion que es signada del signo de Domingo Ferrandez de Finojosa escriuano publico en la dicha villa de Xorquera e fue fecha en la dicha villa a catorze dias de março del mes e calendario suso dicho. Iten Pedro Martinez procurador de la villa de Alcala presento otra procuraçion que es signada del signo de Alonso Gonzalez de Madrit escriuano publico en la dicha villa de Alcala e fue fecha en la dicha villa a catorze dias de março del mes e calendario suso dicho. Iten Iohan Sanchez del Vicario procurador del conçeio de Aluaçete presento otra procuraçion que es signada del signo de Pedro Gonçalez escriuano publico en la dicha villa de Aluaçete e fue fecha en la dicha villa a honze dias de março del mes e calendario suso dicho. Iten Iohan Garçia Don Lazaro procurador

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del conçeio de Touarra presento otra procuraçion que es signada del signo de Miguel Benito escriuano publico en la dicha villa de Touarra e fue fecha en la dicha villa a catorze dias de março del mes e calendario suso dicho. Iten Iohan Sanchez del Vicario procurador del conçeio de Aluaçete presento otra procuraçion que es signada del signo de Pedro Gonçalez escriuano publico en la dicha villa de Aluaçete e fue fecha en la dicha villa a honze dias de março del mes e calendario suso dicho. Iten Miguel Sanchez procurador del conçeio de La Robda presento otra procuraçion que es signada del signo de Fernan Martinez escriuano publico en la dicha villa e fue fecha en la dicha villa a honze dias de março del mes e calendario suso dicho. Iten Miguel Sanchez procurador del conçeio de La Robda presento otra procuraçion que es signada del signo de Fernan Martinez escriuano publico en la dicha villa e fue fecha en la dicha villa a honze dias de março del mes e calendario suso dicho. Iten Pedro Açorin e Domingo Esteuan procuradores del conçeio de Yecla presentaron otra procuraçion que es signada del signo de Fernan Martinez escriuano publico en la dicha villa e fue fecha en la dicha villa a honze dias de março del mes e calendario suso dicho. Iten Pedro Martinez e Garçi Gomez procuradores del conçeio de Saix presentaron otra procuraçion que es signada del signo de Alfon Rodriguez escriuano publico del dicho lugar e fue fecha en el dicho lugar a honze dias de março del mes e calendario suso dicho. Iten Iohan de Tornos procurador del conçeio de Ves presento otra procuraçion que es signada del signo de Alfonso Gonçalez de Madrit escriuano publico en el dicho lugar de Ves e fue fecha a diez dias de março del mes e calendario suso dicho. Cada vno destos dichos procuradores desque ouieron presentadas las dichas procuraciones fizieron jura en poder del dicho sennor marques sobre la cruz e los quatro sanctos euangelios corporal mente con sus manos tañidos, e plito e homenage en nonbre e en boz de los dichos caualleros e escuderos de Alarcon e de los dichos conçeios de las dichas villas e logares del dicho su marquesado, por el poder conplido a ellos dado, el qual se contiene en las dichas procuraciones especialmente para esto, que despues de sus dias del dicho señor marques que aueran e obedesçeran por su señor a don Enrrique nieto del dicho señor marques con las condiciones e en la manera mesma que el dicho señor marques lo tiene jurado, e en caso de que el dicho don Enrique fallesçiese, lo que Dios non quiera, sin auer fijos legitimos, que aueran e obedesçeran por su señor a don Alfonso, nieto eso mesmo del dicho señor marques, hermano del dicho don Enrique; pero que sea entendido que el dicho don Enrrique e el dicho don Alfonso, veniendo en possesion de las dichas villas e logares, que sea tenudo de jurar de les guardar sus fueros e preuilegios

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e libertades e buenos vsos e costumbres segund que el dicho señor marques gelo tiene jurado. Testigos a todo esto fueron presentes mosen ¿? e mosen Lluc de Bonastre caualleros de casa del dicho señor marques, e el arçediano de Moya tesorero del dicho señor, e Gonçalo Gonçalez de Palomares. Fecha fue esta carta en la dicha villa de Almansa, dia, mes e año e calendario sobre dicho. E yo Pedro Ferrandez notario publico de nuestro señor el rey en la su corte e en todos los sus regnos, que fuy presente a todo lo que dicho es con los dichos testigos e otorgamiento de los dichos procuradores escriui esta publica carta e puse en ella este mi sig + no en testimonio de verdad. 3 1386, marzo, 16, Almansa. JURAMENTO Y PLEITO HOMENAJE DE DISTINTOS ALCAIDES DEL MARQUÉS DE VILLENA, DE TENER A SUS NIETOS, ENRIQUE Y ALFONSO, COMO SUS SUCESORES CUANDO ESTE FALLEZCA. Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, Fols. 115–115 v. Viernes diez e seys dias de março del anyo del Nuestro Saluador Ihesu Xpo mill e trezientos e ochenta e seys años, este dia estando en la villa de Almansa, en la iglesia de Sant Iohan de la dicha villa, el muy alto e poderoso señor don Alfonso, fijo del infante don Pedro de Aragon que Dios perdone, marques de Villena e conde de Ribagorça e de Denia e conestable de Castilla, el dicho señor marques tomo pleito e homenage a don Loys de Calatayud alcayde de su castillo de Alarcon con Alarconcillo e a mosen Gonçalo Forçen alcayde del su castillo de Villena, e a Rodrigo Çeruera alcayde del su castillo de Almansa, e a Esteuan Rangel alcayde del su castillo de Montaluo, e a Sancho Diaz de Marañon alcayde de su castillo de Çifuentes, e a Garçi Vizcarra alcayde de su castillo de Chinchiella, e a Iohan Gonçalez de Cadahalso alcayde de su castillo de Yecla, e a Iohan? Garçía alcayde del su castillo de Alcañauate, e a Bernat Marin alcayde del su castillo de Sax, e a Gonçalo Gonçalez de Palomares alcayde del su castillo de Çafra, e a Esteuan Ponçe de Fenollet alcayde del su alcaçar de Escalona, e a Fernan Garçia de Burgos alcayde del su alcaçar de Belmonte, e a Arnao Sanchez alcaide del su castillo de Hellin, que despues de los dias del dicho sennor marques, que todo estos que dichos son tendran cada vno el dicho castillo e alcaçar do agora es alcayde por don Enrrique nieto del dicho señor marques, e en caso que el dicho don Enrrique fallesçiese, lo que Dios no quiera, sin auer fijos varones e legitimos, que lo terna por don Alfonso, eso mesmo nieto del dicho sennor marques, hermano

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del dicho don Enrrique, con las condiciones e en la manera mesma que por el dicho sennor marques lo tiene. E los sobredichos fizieron el dicho pleito e homenaje en la mano que dicha es. Testigos, mosen ¿? e mosen Lluc de Bonastre caualleros de casa del dicho señor marques, e el arçediano de Moya, tesorero del dicho señor marques, e Gonçalo Gonçalez de Palomares. Fecha fue esta carta en la dicha villa de Almansa, dia e mes e año e calendario sobre dicho. E yo Pedro Ferrandez escriuano publico de nuestro señor el rey en la su corte e en todos los sus regnos, que fuy presente a todo lo que dicho es con los dichos testigos, e a otorgamiento de los sobre dichos alcaydes, escreui esta publica carta de puse en ella este mi sig + no en testimonio de verdad. 4 1391, febrero, 22, Madrid. ENRIQUE III Y CATALINA DE LANCASTER CONFIRMAN AL MARQUÉS DE VILLENA LA MERCED QUE SU ABUELO HIZO DEL MARQUESADO, Y PROMETEN GUARDAR LA HONRA Y LOS DERECHOS DE SU HIJO DON ALFONSO (TODAVÍA PRISIONERO) Y DE SUS NIETOS ENRIQUE Y ALFONSO. Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, Fols. 115 v–116. Sepan quantos esta carta vieren commo yo don Enrrique por la graçia de Dios rey de Castiella, de Leon, de Toledo, de Gallizia, de Seuilla, de Cordoua, de Murçia, de Jahen, del Algarbe, de Algezira, e señor de Vizcaya e de Molina, considerando e menbrandoseme de los muy grandes e sañalados seruiçios que vos don Alfonso fiio del infante don Pedro de Aragon, marques de Villena, mi tio e mi vasallo e mi conestable, fiziestes al rey don Enrique mi abuelo e al rey don Iohan mi padre a quien Dios de santo paraiso, e otrosi los seruiçios que espero resçebir de uos de aquí en adelante, e sabiendo los grandes afanes e trebaios e perdidas que vos resçebistes por seruiçio de los dichos reyes mi abuelo e mi padre, espeçialmente en la presión vuestra e de vuestros fiios, que estudiestes en poder del rey de Inglaterra e del prinçipe su fiio, e avn esta preso don Alfonso vuestro fiio; e otrosi menbrandoseme en commo don Pedro vuestro fiio murio al seruiçio del rey nuestro padre en la batalla que ouo con los portogaleses; e porque voluntad de Dios fue de leuar deste mundo a los dichos reyes mi abuelo e mi padre e yo finque por subçesor e heredero en los sobredichos regnos de Castiella e de Leon, por ende, acordándome de las dichas razones e de otras muchas que a esto me enduzen, e por fazer bien e merçed a uos el dicho marques, confirmo vos el dicho vuestro marquesado de

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Villena con todas sus villas e logares e castiellos e fortalezas segund que el dicho rey mio avuelo vos lo dio e vos fizo merçed dello e el dicho rey mi padre vos lo confirmo; e otrosi vos confirmo todas las graçias e merçedes e franquezas e libertades e emiendas e satisfaçiones e ofiçio de conestable que el dicho rey mi padre vos dio, e a vuestra tierra que vos tenedes preuillegios e cartas de los dichos reyes mi avuelo e mi padre; e juro por Dios e por los quatro Santos Euangelios corporal mente tañidos por mis manos, e prometo en mi buena fe de rey de tener e guardar e tener e obseruar todas las cosas sobredichas e cada vna dellas, e de non venir nin fazer venir contra ellas nin contra parte dellas agora nin en algun tiempo, a buena fe sin mal engaño, segunt que vos fueron guardadas fasta que el dicho rey mi padre fino; e otrosi sobre la dicha jura e promision sobre dicha prometo e juro por esta dicha mi carta de guardar la vida e la onrra de vos el dicho marques e de don Alfonso vuestro fiio e de don Enrrique e don Alfonso mis primos vuestros nietos, e otrosi de fazer todo mi real poder dando mis cartas de ruego para el rey de Inglaterra e para el duc de Lencastre o para quales quier otros que le cunplieren en esta razon de la delibrança de don Alfonso vuestro fiio por que el salga de la prision en que esta. E por tener e guardar e conplir todas estas cosas sobre dichas e cada vna dellas mande vos dar esta mi carta firmada de mi nonbre e sellada con mi sello pendiente e firmada de los nombres de los del mi Consejo que aqui son. E yo doña Catalina reina de Castiella e de Leon, muger del dicho rey don Enrrique mi marido e mi señor, vista esta dicha carta, loo e aprueuo esta dicha carta en todo e por todo segund que en ella se contiene, e juro por Dios e por los quatro Santos Euangelios corporalmente con mis manos tañidos, e prometo en mi buena fe de reyna que agora nin en algunt tiempo non verne nin contra venir fare contra lo en esta dicha carta es contenido nin contra parte dello, a buena fe sin mal engaño, e porque esto es mi voluntad mande esto escreuir en esta carta e fírmela de mi nonbre e mandela sellar con mi sello pendiente. Dada en la villa de Madrit, veynte e dos dias de febrero, año del Nasçimiento del Nuestro Señor Ihesu Xpo de mill e trezientos e nouenta e vn años. E yo Iohan Martinez, chançeller del rey la fiz escreuir por su mandado e por el de su Consejo. Yo el rey. Yo la Reyna. Yo el duque, Archiepiscopus Conpostelanus. Nos el maestre. Diego Furtado. Pero López, Per Afan. Ferrant Sanchez. Pedro Martinez, vista.

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5 1396, Febrero, 28, Perpiñán. CARTA DE JUAN I DE ARAGÓN A SU SOBRINO, ENRIQUE III DE CASTILLA, PIDIENDO RECTIFIQUE SOBRE LA OCUPACIÓN ILEGAL DEL SEÑORÍO AL MARQUÉS DE VILLENA Y A SUS NIETOS. Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9602, Fols. 20r–22r. Rey muyto caro sobrino: Nos el rey d´Aragon uos enuiamos muyto saludar commo aquel que muyto amamos e por qui querríamos que diese Dios tanta salut e onrra commo vos mesmo cobdiçiades. Entendido auemos, sobrino muyto caro, la exsecuçion que auedes mandada fazer del marquesado de Villena por las sixanta mill doblas que nuestro caro cormano don Alfonso marques de Villena era condepnado pagar a doña Elionor e a doña Iohana vuestras tías, la qual execuçion nos desplaze por vuestro amor e honrra, la qual me prende lesion ser assi y es estada feyta injustamente commo nos somos estados informado, e encara nos desplaze por el daño e descreçimiento de la onrra del dicho marques que a nuestra información nos a enuiado dezir por su letra sobre este feyto lo que se sigue: Primera mente dize que por pagar las ditas lx mill doblas vos mandastes vender todas las rendas e dereytos que el auia en el su marquesado, e que aquellas vos fiziestes sacar pora uos, e que ley yes de vuestro regno que algun señor, ofiçial o jueç no puede comprar la cosa que faze vender judicialmente, e que la dita venta fue feyta sens yntimar o notificarla a el o a procurador suyo, lo que de dereyto se debía fazer. Semblantment que la dita venta de las dichas rendas e dereytos suyos vos fiziestes fazer a sola suplicaçion e requerimiento de doña Elionor, e no de la dita doña Iohana, antes dize que aquella me suplico e protesto entendiendo que la dita venta era danyo e perdiçion de sus fijos e nietos del dito marques, los quales despues días de aquel son heredados del dito marquesado. Senblantmente dize que quando el rey don Anrich uestro aguelo li dio el dito marquesado en su preuilegio e donaçion fizo mayoradgo del dito marquesado, e que ley yes del vuestro regno que por algund deudo la propiedat e señorio de mayoradgo no puede ser vendida sino tan solamente las rendas e dereytos anuales de aquel. Senblantemente dize que por la dita vendida vos no fiziestes vender sy non las rentas e dereytos que el auia en el dito marquesado, et que por aquella vendida non se vendio el su titol ni el señorio e propiedat que el auia en el dito marquesado, e que en la ocupaçion lo auiedes todo preso por que dize que la ocupaçion yes estada mayor de lo que vos mandastes vender e se vendio. Semblantemente dize que

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antes que uos mandasedes prender el dito marquesado el por sus cartas escriuio a vos e a los del vuestro Conssejo faziendo uos saber commo el era avenido con la dita doña Iohanna de lo que ella le demandaua, e que era presto de pagar en dineros contados a doña Elionor, e que a esto vos no querriestes dar logar, respondiéndole por vuestra letra que vos lo veriades con la dita doña Iohanna e despues que l´en fariades respuesta, la qual jamás non le fiziestes. Semblantemente que el yes presto de prouar que el dito marquesado de justo preçio vale cccc. doblas, e mas que las rendas e dereytos de aquel de iii años eran bastantes a pagar las ditas lx. doblas, e dize que por tan poca quantia commo son las ditas lx. doblas no le deuia ser presa tan grant heredat, e que en esto manifiestamente se muestra el enganyo de muyto mas de la meytat del justo preçio, la qual cosa yes muy defendida por dreyto e por ley del vuestro regno. Semblantemente dize que luego que vos regnastes vos e la reyna vuestra muller confirmastes con vuestro preuillegio al dito marques e a sos nietos del dito marquesado e avn todas otras donaciones e graçias que el rey don Enrich vuestro aguelo e el rey don Iohan vuestro padre las auian feytas, e les prometiestes e jurastes de les guardar las vidas e las honrras e todo lo suyo. Senblablemente dize que çiertos procuradores suyos en su nombre vos fizieron jura e pleito e vos besaron la mano asy commo a su rey e senyor e otorgaron el dito marques seyer vuestro leal e buen vasallo e de acollir vos yrado o pagado en todas las fortalezas del dito marquesado e de fazer guerra e paz por vuestro mandado e todas otras cosas que bueno e leal vasallo deue fazer a su rey e senyor segunt vso e costumbre del vuestro regno, la qual jura e pleyto confirmo en vuestras manos quando fue a uos fazer reuerençia en Illescas, la copia de las quales cartas de confirmaçion e de juras e pleytos enuiada a nos por el dito marques hauemos vista. E dize el dito marques que sens el auer errado quentra uos en alguna cosa de dito ni de feito e sens auer algund mandamiento vuestro vos a sus vasallos mismos les fiziestes escalar, combatir e prender las ditas fortalezas de que el uos auia feyta la dita jura e pleyto. Semblantemente viemos copia enuiada a nos por el dito marques de la carta de amistança que con vuestra voluntat el arçeuispo de Toledo e el maestre de Santiago e otros del vuestro consello fizieron al dito marques en Yllescas, e la jura e pleyto que le fizieron de guardar su vida e su honrra e su estado e su tierra asy commo leales e verdaderos amigos. Semblantemente viemos la copia de la carta de la jura e pleyto que cada un alcayde que tenia cada una fortaleza por el dito marques le fazia, por el qual pleyto e jura prometia de acoller vos yrado o pagado en las ditas fortalezas. Semblantemente dize que sense uos fazer algun proceso quentra el dito marques ni sense absoluerlo de

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las juras e pleytos que feytos vos auia commo a vuestro vasallo, vos auedes absueltos los alcaydes e vasallos del dito marquesado de las juras e pleytos que feytas le auian asy commo a su senyor diciendo en las ditas vuestras cartas que les enbiauades que esto faziades de vuestro real poder ordenando, e avn si necesario era, de poder absoluto, la qual absoluçion dize el dito marques que non se puede fazer de dreyto. Semblantemente dize que jamás fue visto ni hoydo en vuestro regno que por deudo que algunt grant hombre deuiese aquel fuese desentitulado e deseredado e quitado del regno asy commo yes estado el dicho marques, e aun dize que el rey don Pedro e otros reyes de Castiella vuestros predeçesores dieron algunos grandes del vuestro regno por traydores e les prendieron todo lo suyo, los quales eran intitulados, e jamás no les tiraron el su titol, quanto menos deuia seuer a este tirado que algun yerro non auia feyto, e esta auenido con la dita doña Johanna e quería pagar a la dita dona Elionor segunt dito yes. Semblantemente dize que por los pactos que fueron feytos en el casamiento de don Pedro fijo del dito marques e de la dita doña Iohanna filla del dito rey don Enrich fue firmado e jurado entre el dito rey don Enrich e el dito marques que despues de sus días del dito marques el dito don Pedro e sus fillos heredasen el dito marquesado, et que muerto el dito don Pedro en seruiçio del rey vuestro padre en la batalla que auia con los portogaleses, todos los alcaydes, consellos e vasallos del dito marquesado juraron de auer por sus señores despues días del dito marques a los dichos sus nietos, asi que el dito marques no auia en el dicho marquesado mas que el vso fructo de su vida. Senblantemente dize que a los ditos sus nietos jamás no fue feyta alguna demanda por las ditas doña Elionor e doña Iohana ni vos mandastes vender algun dreyto de los ditos sus nietos que aquellos ouiesen en el dito marquesado, antes dize que la dita donna Iohana madre de los ditos sus nietos en la venda que uos mandauades fazer de las rendas e dreytos del dito marquesado suplico e protesto por el dreyto de los ditos sus fillos diciendo que non consentía por alguna manera en la dita venda; et que no contrastando el sobre dito heredamiento e juras e pleitos feitos a los dichos sus nietos por los alcaydes e vasallos vos por vuestras cartas de vuestro real poder ordenando e avn si nesçesario yes absoluto hauedes absueltos todos los ditos alcaydes e vasallos del dito marquesado sense alguna razon. Sembantemente dize que ordenaçion y es de la vuestra corte e de la vuestra Audiençia que alguna carta de justiçia non sea sellada en la vuestra cançelleria mientre primera mente fuese vista e signada de mano de vuestro cancillero mayor e de su logarteniente e de çiertos doctores oidores de la dita vuestra audiencia, e sy tal carta sallia de la dicha vuestra corte sense las ditas solemnidades hauedes mandado

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e ordenado que non valga, mas que sea obedeçida e non conplida, la qual ordenaçion yes muy buena e justa; e dize que algunas de las cartas que son e estan dadas cuentra el e sus nietos e sus alcaydes e vasallos sobre la ocupaçion del dito marquesado jamás yes estada vista ni firmada de algunos de los nombres de los sobre ditos ni sellada con el vuestro sello mayor, antes todas son estadas firmadas de vuestro nombre solo e seelladas con el siello de la poridat, e algunas dellas sense seello, por la qual cosa dizen que aquellas son estadas dadas e conplidas contra justicia e cuentra la dita vuestra ordenaçion. Por que uos rogamos, muyto caro sobrino, que sy las cosas sobre ditas son verdaderas segunt que desuso son espresadas, yes a saber que la dita exsecuçion sya estada feyta contra dreyto e razon, querades restituyr e tornar al dito marques su titol e el dito marquesado entregramente por contenplaçion nuestra e por deudo de justiçia al qual somos obligados vos e nos e los otros prinçipes e reyes del mundo, e aquesto es su propio ofiçio; e si verdaderas no son o otras cosas repugnauan o contrastauan por razon e justicia a la restituçion sobre dita, encara auient vos enta el misericordiosamente e benegna querades aquella fazer asy por esguart daquestas nuestras rogarías, las quales parte exen de coraçon, commo de los grandes deudos de sangre que el marques ha por parte de padre e de madre con uos e uestra casa e de los notables e buenos seruiçios dignos de memoria e de grant retribuçion que ha feytos a los reyes vuestro aguelo e vuestro padre que Dios aya e a vuestra casa real, car bien sabedes o podedes e deuedes saber, sobrino muyto caro, que antes que el dito vuestro aguelo fuese en estamiento reyal el marques le fizo luengamente buena companya e fue e perseuero entre ellyos grant e amor, e con grant companya entro con el en Castiella quando la guanyo e lo hi seruie muyto bien, e el dia que el dito vuestro aguelo puso titol de rey dio a el el titol de marques; fue apres en la batalla de Najara en la qual fue preso, e preso esta bien por v anyos, e por exir de la preson hauie a possar sus fillos en reenas, el vno de los quales hy mory, e el otro, yes a saber el comde, hi yes estado preso xxii anyos, por la preson del qual ha espendidas grandes quantias de moneda; e subseguiente mente morie su fillo don Pedro en seruiçio del rey vuestro padre en la batalla de Portogal, entre las quales ditas dos batallas de Najara e de Portogal morieron assaç grant nonbre de caualleros e escuderos suyos; e en todos otros aferes seruie de todo su poder loablemente e muyto bien a los ditos aguelo e padre vuestros, e no sabemos que jamás deseruis a ellos nin a vos en res, antes en vuestra neçesidat e honor vos seruiria segunt que a los ditos aguelo e padre vuestro hay bien acostumbrado. Las quales cosas e las quales perduas e danyos que ende ha sostenidos uos deuen mouer razonablemente, muy caro so-

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brino, e vos rogamos otra vegada tan cordialmente commo podemos vos mueuan, a exandar (¿excuchar?) aquestas nuestras rogarías e satisfaredes me a vuestra honor daredes segund bien sabedes loable exemplo de uos mismo a todos animaredes a bien seruir vuestros seruidores, onde faredes a nos plazer speçial que muyto uos agradesremos ajustando a las ditas nuestras rrogarias, que sy el marques querra enta vos yr por aquesta razon o otra querades otorgar a el e a sus nietos e a todos aquellos que con el yran vuestro salconduyt e guiaje. E sy uos plaze alguna cosa de las partes d`aca, sobrino muyto caro, enuiat nos los a dezir e conplir los hemos de grado. Dada en Perpinyan a xxviii días de febrero del anyo M CCC XCVI. Rey Joan. 6 1396, abril, 6, Gandía. CARTA DE DON ALFONSO, MARQUÉS DE VILLENA, AL REY DE CASTILLA, PARA QUE LE DEVUELVA EL SEÑORÍO QUE LE HA CONFISCADO, OFRECIENDO CUMPLIR EL ACUERDO FIRMADO CON SU NUERA MARÍA Y PONER EN PODER DE DOÑA CATALINA LAS RENTAS DE SU TIERRA HASTA QUE HAYA COBRADO LAS DOBLAS DE SU DOTE; Y PIDIENDO QUE LE MANDE UNA CARTA DE SEGURO CON JUAN DE VILARASA PARA QUE ÉL Y SU NIETO DON ENRIQUE PUEDAN IR A LA CORTE A DEFENDERSE. Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, Fol. 22. A mi señor el rey de Castilla. Señor, yo el marques de Villena vuestro vasallo beso vuestras manos e me encomiendo en la vuestra graçia e merçed. Señor, sepa la vuestra señoría que a suplicaçion mia nuestro señor el Papa y el señor rey d´Aragon uos escriuen por sus cartas sobre la ocupaçion que uos, señor, auedes mandado fazer del mi marquesado de Villena e sobre la mi justicia e de mis nietos, la qual el dicho señor rey d´Aragon por su merçed vos enbia dezir largamente por la dicha su carta, las quales cartas, señor, uos lieua mosen Iohan de Vilarasa, cauallero de casa del dicho señor rey. Eso mesmo uos enbia dezir los seruiçios afanes e trabajos e perdidas que yo e mi casa auemos sostenidos e auidos por seruiçio de los reyes uestro auuelo e uestro padre a los quales Dios perdone, las quales cosas, señor, estan en verdad e son notorios e manifiestos. Por que, señor, uos suplico que en estos fechos mios e de mis nietos vos señor querades auer Dios delante vuestros ojos e catar vuestra onrra e buen seruiçio e tornarme

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el dicho mi marquesado, el qual a seydo muy caramente comprado por mi e por mis fijos e por los dichos mis nietos. E en esto, señor, faredes justicia e lo que a la vuestra señoría pertenesçe de fazer, e a mi e a los dichos mis nietos, que son heredados del despues de los mis días, segund que la vuestra señoria sabe, grand merçed. Ca, señor, tornándome uos el dicho marquesado, yo so presto e aparejado de tener la abenençia que fue fecha entre doña Iohana e mi, de la qual cosa, señor, yo escreui a la vuestra señoria e a los de vuestro Consejo antes de la ocupaçion del dicho mi marquesado, e oue dello, señor, vna carta en que me enbiastes dezir que lo veriades con la dicha doña Iohana e me çertificariades dello, de lo qual, señor, despues non me escriuiestes. Eso mesmo señor de asignar todos mis rentas e derechos del dicho mi marquesado, abatido lo que montan las tenençias de los castillos, a doña Leonor, e que los aya en tenga tanto e atan largamente fasta que sea pagada de las treynta mill doblas; e en esto señor entiendo que digo grand razon, la qual, señor, uos non me deuedes denegar; e pues yo, señor, satisfago a amas las partes, uos, señor, non deuedes tomar lo mio e de los dichos mis nietos, que vale mucho mas. E sy esto, señor, a la vuestra señoría non plaze de fazer, suplico uos, señor, que me querades dar vna carta de seguro atal commo el dicho mosen Iohan vos mostrará, por tal que yo e don Enrrique mi nieto podamos mostrar a uos, señor, al vuestro Consejo e a la vuestra Audiençia la dicha nuestra justicia, la qual, señor, es bien clara e manifiesta e me ofrezco a la prouar, el qual seguro, señor, yo he fecho sacar de dos cartas de seguro que me mandastes dar quando fuy a uos, señor, a Yllescas. So, señor, a seruiçio e mandamiento vuestro. Fecha en la mi villa de Gandía, a seys dias de abril, año del Nasçimiento de Nuestro Señor Ihesu Xpo de mill e trezientos e nouenta e seys años.

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7 1396, abril, 6, Gandía. CARTA DE DON ENRIQUE Y DON ALFONSO, LOS NIETOS DEL MARQUÉS DE VILLENA, EN QUE PIDEN A ENRIQUE III DE CASTILLA QUE NO LES PERJUDIQUE, COMO ACABA DE HACER AL PONER EN SECUESTRO EL MARQUESADO. Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, fol. 23. Pub. P. M. Cátedra, Obras completas de Enrique de Villena, I, pp. 383–384, y P. M. Cátedra y D. C. Carr, Epistolario…, I, p. 21. Al muy alto e poderoso príncipe e señor nuestro señor el rey de Castilla. Muy alto e poderoso prínçipe e señor, Nos, don Enrrique e don Alfonso, vuestros primos e vasallos, besamos vuestras manos e nos encomendamos muy vmilmente en la vuestra graçia e merçed. Señor, nuestro señor el Papa e el señor Rey d’Aragón vos escriven por sus cartas sobre la ocupaçión que vos, señor, avedes mandado fazer del marquesado de Villena, del qual, señor, nosotros somos heredados e devemos poseyer después de los días del marqués, nuestro avuelo, segunt, señor, esto la vuestra señoría sabe. Eso mesmo, señor, la vuestra señoría sabe en cómo a nosotros nin al nuestro derecho jamás nunca fue fecha alguna demanda, antes nuestra madre doña Johanna siempre protestó de nuestro derecho. Porque, señor, con umil reverençia vos suplicamos que querades aver enestos fechos a Dios delante vuestros ojos et querades catar vuestra onrra e seruiçio et querades vos menbrar de la muerte de don Pedro, nuestro padre, que Dios perdone, el qual murió en serviçio del rey don Johan, vuestro padre, a quien Dios de santo parayso; eso mesmo, querades guardar el grand debdo de sangre que con la vuestra señoría avemos, así de parte del dicho nuestro padre commo de parte de nuestra madre, ca, señor, sy heredad alguna non oviésemos, a vós, señor, la yríamos demandar más que a ningunt otro rey del mundo por las razones susodichas, asy como a grand rey e prinçipe que vos sodes. Et en esto, señor, faredes justiçia e lo que a la vuestra señoría pertenesçe de fazer, e nosotros, señor, tener vos lo hemos a grand graçia e merçed. Somos, señor, a seruiçio e mandamiento vuestro. Fecha en la villa de Gandía, a seys dias de abril, año de nouenta e seys.

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8 1396, abril, 6, Gandía. CARTA DE DON ENRIQUE Y DON ALFONSO, LOS NIETOS DEL MARQUÉS DE VILLENA, A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO DE ENRIQUE III DE CASTILLA, PIDIENDO QUE INTERCEDAN POR ELLOS ANTE EL REY PARA QUE HAGA JUSTICIA EN LO DEL MARQUESADO. Archivo del Reino de Valencia, Maestre Racional, 9610, fol. 23 v. Pub. P. M. Cátedra, Obras completas de Enrique de Villena, I, 2, pp. 384–385, y P. M. Cátedra y D. C. Carr, Epistolario…, II, p. 22. A los muy reuerendos señores et nobles e onrrados los del Conseio de nuestro señor el rey de Castiella. Muy reuerendos señores e nobles e onrrados los del Consejo de nuestro señor el rey de Castiella: Nos don Enrrique e don Alfonso nietos del señor marques de Villena nos enbiamos encomendar e mucho saludar como aquellos para quien querríamos que diese Dios tanta vida e onrra commo vosotros mesmos cobdiçiades. Fazemos vos saber que sobre razon de nuestra justicia nosotros enbiamos vna carta al dicho señor rey de la qual es su tenor atal: Muy alto e poderoso prínçipe e señor: Nos don Enrrique e don Alfonso vuestros primos e vasallos eçetera (esta carta está escripta desuso) Por que, señores, rogamos a vos quanto podemos, e dello encargamos vuestras onrras e conçiençias, que vosotros querades consejar al dicho señor rey quel por la su merçed nos quiera fazer justicia en estos fechos, e en ello, señores, faredes lo que deuedes e sodes tenidos de fazer, et será cosa por la qual nosotros para siempre vos seremos tenudos e obligados. Et sy algunas cosas, señores, uos plaze que nos podamos fazer, enviad nos lo decir, ca nos las faremos de grand coraçon e de muy buena voluntad. Fecha en la villa de Gandía, a seys días de abril, año de nouenta e seys.

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9 1400, Noviembre, 30, Barcelona. MARTÍN EL HUMANO PIDE A ENRIQUE III DE CASTILLA QUE HAGA LO POSIBLE POR QUE SE LLEVE A CABO EL MATRIMONIO PREVIAMENTE PACTADO, DE ENRIQUE DE ARAGÓN Y MARÍA DE ALBORNOZ, DE MANERA QUE AQUEL SE PUEDA SUSTENTAR DE MANERA HONORABLE. Archivo de la Corona de Aragón, Reg. 2243, Fol. 167, Publicado en P. M. Cátedra García, “Para la biografía de Enrique de Villena”, p. 31. Rey muyt caro e muyt amado sobrino: Nos, el rey d’Aragón, vos enuiamos muyto a saludar assin como aquell que muyto amamos e pora quien querríamos tanto bien e buena ventura quanta vos mismo deseades. Rey muyt caro e muyt amado sobrino, hauientes muyto a corazón quel matrimonio tractado e firmado por paraulas de present entre nuestro muy caro nieto don Henric e nuestra muyt cara nieta doña Maria d’Albornoz sea acabado e consumado en paz de santa madre Esglesia por cópula carnal, segúnd se conuiene, rogamosuos tan efectuosament como podemos que por honor nuestra e por el deudo de sangre que ha el dicho don Henrrique con vuestra casa e con la nuestra querades dar obra con acabamiento que dicho matrimonio de continent se complescha e sustener el dicho don Henric e su casa en su grado honorable, segund se pertenesce, e en todas otras cosas hauer aquell e sus aferes en singular recomendación. E será cosa de la qual nos faredes muyt gran plazer, el qual muyto vos agradesceremos. E si algunas cosas, rey muyt caro e muyt amado sobrino, son a vós placientes de nuestros regnos e tierras escriuitnos, car nos las conpliremos de buena voluntad. E sea todos tiempos vuestra guarda la santa Trinidat. Dada en Barcelona, dius nostro sello secreto, a XXX de Nouiembre del anyo de la Natividat de Nostre Senyor MCCCC. Rex Martinus.

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10 1400, Noviembre, 30, Barcelona. EL REY MARTÍN I DE ARAGÓN RESPONDE A DON DINÍS DE PORTUGAL, QUE LE HABÍA ROGADO QUE ESCRIBIERA A ENRIQUE III DE CASTILLA PARA QUE DEVOLVIERA EL MARQUESADO A SU HIJASTRO, ENRIQUE DE VILLENA. ACA, Reg. 2243, fot. 1 67r–v. Publicada en P. M. Cátedra García, “Para la biografía de Enrique de Villena”, p. 31. Rey muyt caro hermano e amigo: Nos, el rey d’Aragón vos enuiamos muyto a saludar assin como aquell pora quien querríamos toda honor e buena ventura. Vuestra letra hauemos reçebida por don Pero Sánchez de Sotos, cauallero, rogándonos que nos quessiessemos screuir a nuestro muyt caro sobrino el rey de Castiella sobre la restitución del marquesado fazedera a nuestro muyt caro nieto don Henric, fillastro vuestro, a la qual vos respondemos que, atendido, nos daquesto hauíamos scripto al dicho nuestro sobrino el rey en fauor de nuestro muyt caro tío el duc de Gandia, del qual razonablemente es el dicho marquesado; hauemosle scripto agora çaguerament, segund sabe el dicho Pero Sánchez de Sotos, notificándole cómo hauíamos recebidas vuestras letras, e que si a ell era plaziente nos scriuiríamos al dicho rey de Castiella en fauor del dicho don Henric, nieto suyo, e el dicho duc ha respuesto a nos que jassia el dicho marquesado a fin de días suyos se pertanga al dicho don Enric, qui yes ya jurado por senyor, empero que nos ruega e suplica que no scriuamos sino en fauor suya, como si scriuíamos en fauor del dicho don Henric ementado al dicho duc seria’l ende fecha grand desonor. E pues que assi yes no entendemos screuir al dicho nuestro sobrino el rey de Castiella sino en fauor del dicho duque e por aquell continuar nuestras rogarias, car no seria de rey, pues que por ell hauíamos començado screuir, que mudasemos escreuir en fauor del dicho don Henric. Maiorment que no entendemos a ell seyer prouecho alguno, como ell por los dias del dicho duc sea ya jurado en senyor e marqués. E quanto yes al fecho de las bodas que assin mismo el dicho don Pero Sánchez de Sotos no ha suplicado, nos scriuimos al dicho rey de Castiella por nuestras letras muyt affectuosament. Si algunas otras cosas, rey muyt caro amigo, son a vos plazientes de nuestros regnos e tierras, scriuitnos, en car nos las conpliremos de buena voluntad. E sea todos tiempos vuestra guarda la santa Trinitat. Dada en Barcelona, dius nostro siello secreto a XXX de Nouiembre del anyo de la Natividat de nostro señor MCCCC. Rex Martinus. Dirigitur regi Portugal.

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11 1404, Mayo, 12, Valencia. MARTÍN I EL HUMANO PIDE AL JOVEN ENRIQUE DE VILLENA QUE DESISTA DE IRSE POR EL MUNDO EN BUSCA DE AVENTURAS Y VUELVA JUNTO AL REY DE CASTILLA, A QUIEN HA DISGUSTADO, PUESTO QUE DE ÉL DEPENDE SU PROVECHO Y HONOR. Archivo de la Corona de Aragón, Reg. 22 47, fol. 85v. Pub. A. Rubió i Lluch, Documents per l´Historia de la cultura catalana mig–eval, Barcelona, 1921, pp. 371–372. E. Gascón Vera, “Nuevo retrato…”, p. 115. Lo rei d´Arago, Don Henrich: sabut havem per letres de nostre molt car nebot lo rey de Castella e en altre manera que vos, sens licencia e voler seu, vos sots partit d´ell e avets deliberat anar e descorrer per lo mon lla on la sort o fortuna vos port, de la qual cosa som estats e som maravellats a par que´l dit rey de Castella ne sia stat e sia granment despagat; e com de semblant persona que vos sot no´s pertanga anar per lo mon, maiorment en partides stranyes don ne puxats encorrer perills grans e segons requir vostre stat vos no enets sens vostra confusio e vergonya, pregam vos tan affectuosament com podem que per complaure´n al dit rey de Castella e a nos e squivar perills de vostra persona e fugir a vergonyoses casos qui por esta rao vos son aparellats seguir, vos en vullats tornar al dit rey de Castella segons el vos scriu e fa saber per sa letra, e per res non li´n desplagats ne´l agraugets, com aixi vos sabets gran part de vostre be esta en ell e vos lo debets granmente reverenciar e onorar, e sera cosa de que farets al dit rey e a nos singular plaer e a vos matex gran profit e honor. Dada en Valencia sots nostre segell secret, a XII dies de maig del any mcccciiii. Rex Martinus. A nostre molt car nebot don Henrich de Villena. Dominus rex mandavit mihi Guillelmo Poncii.

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12 ¿1406?398, mayo, 23, S. L. DON ENRIQUE, MAESTRE DE CALATRAVA, SOLICITA INSTRUCCIONES PARA EL CASO DE QUE LOS MOROS VUELVAN A ATACAR OTRA VEZ BENAMEJÍ, COMO HAN HECHO DOS VECES EN DÍAS ANTERIORES. Archivo General de Simancas, Castilla, Estado, i–l, fol. 1117, Pub. P. M. Cátedra y D. C. Carr, Epistolario…, VI, p. 26. Muy estrenuo e esclaresçido señor: Con humil e devida a vuestra çelsitud reverençia e besamiento de manos, el vuestro maestre de Calatrava me vos recomiendo. A cuya serenidat significo que el conçejo e corregidor de la vuestra çibdad de Cordova me enbiaron una su carta e un traslado de una carta que enbio el alcaide de Benamexí, en el qual se contiene en como los moros le combatieron el castillo dos vezes un dia en pos de otro, el qual dicho traslado enbio en esta mi carta para que la vuestra merçet lo vea. Por que vos pido por merçet, señor, que a la vuestra merçet plega de me enbiar mandar lo que faga quando tales cosas como estas acaesçieren, por que yo pueda sienpre conplazer a la vuestra merçet e el vuestro serviçio sea guardado. Soy presto con todas mis fuerças al vuestro servicio e mandado. Aya vos en su guarda la graçia del Espirito Santo. Fecha veynte e tres dias de mayo. Enricus Calatrave Magister.

398 No se indica el año, y Cátedra y Carr, en el Epistolario de Enrique de Villena, suponen pueda ser 1405 o el año anterior, pero creemos que es 1406, porque en mayo de este año se habla de dos ataques en un plazo muy corto contra Benamejí por parte de dos tropas de 500 y 1.000 jinetes granadinos, sin que hubiera socorro de los cristianos próximos. D. Rodríguez Blanco, “Las órdenes militares en el reino de Sevilla en la Edad Media, HID, 39 (2012), p. 316.

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13 S. F., S. L. ENRIQUE DE VILLENA SOLICITA AL MONARCA EL ADELANTAMIENTO MAYOR DE LA FRONTERA, QUE SEGÚN SUS NOTICIAS IBA A SER RETIRADO A PER AFÁN DE RIBERA Y ENTREGADO AL COMENDADOR MAYOR DE CALATRAVA, ADEMÁS DE SU APOYO EN LA QUERELLA ENTABLADA CONTRA ÉL POR EL RECAUDADOR DEL ANTERIOR MAESTRE. Pub. P. M. Cátedra y D. C. Carr, Epistolario…, IX, p. 31. Señor, después que la presente escribí, llegaron algunos de la vuestra corte que contaban que se dizía aí que vuestra merçed avia talante de proveer al comendador mayor de Calatrava del Adelantamiento de la Frontera que Per Afán tiene. E sabe vuestra merçed que yo vos lo ove pedido, entendiendo por muchas razones que era vuestro servicio en lo yo tener más que otro. E por ende vos suplico que si entendedes al dicho Per Afan remover dello, que proveades a mi porque mejor os pueda servir; cuanto más, que el dicho comendador non podría vsar del dicho ofiçio sin mi liçençia. E terner vos lo he en aseñalada merçed. Demas desto se dizia que Alvar Nuñez, que solía ser recabdador del Maestre mi antecesor, era venido aí e se vos avia quexado de la encomienda que yo, con Dios e con orden, quite a su fijo, suplicando vos me escriviesedes dello, a quien vuestra merçed non quiera oyr. E demás desto que vos prometíe de dar cinco mill doblas porque le diésedes carta que non le podiese tomar cuenta; e esto sería muy grand deseruiçio vuestro, ca segund muchos dizen él es tenido a la Orden de muy grandes contías. E si asi es, vuestra merçed non debe enpachar que lo yo cobre, antes vos suplico me dedes carta para el dicho Álvar Núñes en que le mandedes dé cuenta con pago de los bienes que de la orden ha malbaratado, ca los tales disipadores e devastadores de los bienes de la Eglesia non deven ser por la mano real defendidos, antes punidos e perseguidos, mostrándose defensores de la Eglesia de quien todos los prínçipes cathólicos son fijos.

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14 1409, julio, 22, Barcelona. MARTÍN I ESCRIBE A SU “CARA CORMANA”, DOÑA JUANA, “REYNA” DE PORTUGAL, MADRE DE DON ENRIQUE, MAESTRE DE CALATRAVA, PIDIENDO QUE SE SUME A SUS GESTIONES JUNTO AL REY DE CASTILLA Y EL PAPA, PARA QUE SE REPONGA A AQUEL EN SU MAESTRAZGO Y SEAN CASTIGADOS LOS REBELDES AL MISMO. Archivo de la Corona de Aragón, Reg. 2188, fol. 82. Pub. Martín de Riquer, “Don Enrique de Villena en la corte de Martín I”, p. 719. Reyna muy cara e muy amada cormana. Nos el rey d´Aragón vos enviamos muyto a saludar, asin como aquella que mutxo amamamos e pora qui querríamos que diese Dios mucha salud e honra. Reyna muy cara e muy amada cormana: una de las cosas que más deseamos e avemos muyto a coraçon es que el maestre de Calatrava vuestro fillo, caro sobrino nuestro, posediese paçifica ment su maestrado, e que los rebelles a éll fuesen bien punidos e retornasen aquellos que partidos ne son a su obediençia e devoción. E por esto escrivimos con nuestras letras al rey de Castiella, nuestro muy caro e muy amado sobrino, rogando que quiera sobre aquesto de algun remedio provehir, car nos e el rey de Siçilia, nuestro muy caro primogénito, que aquesto ha sobiranament a coraçon, hi entendemos ayudar assín con el Padre Santo como en otra manera en todo lo que posible sea. Por que vos rogamos, reyna muy cara e muy amada cormana, que vos en aquesto por amor de nos querades trebellar assín e instar al dito rey nuestro sobrino, como en otra manera que posible vos sea, a fin que nos, que aquesto avemos singularment a coraçon, mediant vuestra intervençión, podamos nuestros deseos obtener. E sía, reyna muy cara e muy amada cormana, la Santa Trinidat vuestra continua protección. Dada en Barchinona, dius nostro siello secreto, a XXII díes de julio del anyo de la nativitat de Nuestro Senyor MCCCC VIIIIº. Rex Martinus. A la reyna doenya Johana de Portogal, nuestra muy cara e muy amada cormana. Dominus Rex mandaui mihi Bernardo Medici.

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15 1415, junio, 1, Valencia. CONSENTIMIENTO EXPRESO DE ALFONSO DE ARAGÓN, PRÍNCIPE DE GIRONA, EN PRESENCIA, ENTRE OTROS, DE ENRIQUE DE VILLENA, A LA RENUNCIA DE SU ESPOSA MARÍA DE CASTILLA AL DUCADO DE VILLENA Y AL RESTO DE SU DOTE. Archivo General de Simancas, Diversos de Castilla, Leg. 11, Nº 1. Pub. A. Pretel Marín, “Algunas acciones militares de Albacete y su comarca en las luchas de los Infantes de Aragón, Al–Basit, 10 (1981), pp. 56–57. Sepan quantos este publico ynstrumento vieren commo nos don Alfonso, prinçipe de Girona, hijo primo genito del muy alto e muy poderoso señor don Hernando, rrey de Aragon e de Seçilia, mi padre e mi sennor, que Dios dexe beuir e reynar por luengos tienpos e buenos, con liçençia e avtoridad e espreso consentimiento que el dicho sennor rrey mi padre nos da e otorga para fazer e otorgar lo deyuso escrito en este publico ynstrumento contenido, otorgamos e conosçemos por la presente que por quanto nos somos çertificado que la constituçion hecha a vos la ynfanta donna Maria mi esposa, hija del sennor rey don Enrrique de esclareçida memoria nuestro tio e vuestro sennor e padre, del ducado de Villena, que solia ser marquesado, et de las villas e fortalezas e lugares del con sus aldeas e terminos e vasallos e fueros e derechos e pechos e jurisdiçion çeuil e criminal e mero e misto imperio dellas e de cada vna dellas e de todas las otras cosas en el inclusas e a el pertenesçientes, e de las villas de Aranda e de Portillo con todos sus lugares e términos e jurisdiçiones e pertenençias e justiçia çeuil e criminal e mero e misto ynperio, e con sus vasallos e fueros e pechos e derechos, non era a vos segura por ser defendido en algunas clausulas del testamento del dicho sennor rey don Enrique nuestro tio e vuestro padre que non se enajenen villas e lugares del rreyno, et que por esto e por otras razones evidentes vos era mas segura dote de dozientas mill doblas de oro castellanas que el rrey don Juan nuestro primo vuestro sennor hermano vos da en dote para vuestro casamiento en emienda del dicho ducado de Villena e villas e lugares de Aranda e Portillo e de todo lo sobre dicho, que damos e otorgamos de nuestra propia voluntad a vos la dicha infanta donna Maria mi esposa absente, asi commo sy fuerades presente, liçençia e avtoridad despreso consentimiento en la mejor manera e forma que de derecho constituçion o fuero mejor valer puede o podrá, para que podades rrenunçiar e çeder e dar e rrenunçiedes e çedades e dedes e fagades traspasamiento e traspasedes en el dicho sennor rrey don Juan nuestro primo vuestro sennor hermano todo el de-

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recho que vos avedes e vos pertenesçe en qual quier manera e por qual quier rrazon en el dicho ducado de Villena e en las dichas villas de Portillo e Aranda con todo lo sobre dicho a vos pertenesçientes ay commo duquesa e sennora del dicho ducado, segund que mejor e mas conplida mente vos pertenesçio e pertenesçer puede de fecho e de derecho, para otorgar sobre ello quales quier contrato o contratos, juramento o juramentos, con quales quier obligaciones penales e firmezas e rrenunçiaçiones de derechos e sometimientos de jurisdiçiones que en qual quier manera por parte del dicho rrey don Juan nuestro primo vuestro sennor hermano vos sean demandadas, avn que sean tales que requieran ser espeçial mente nonbradas. E por que esto sea firme otorgamos este publico ynstrumento ante Alfonso Gonçalez de Guadalfajara escriuano de camara del dicho rey nuestro primo, al qual mandamos que lo escriuiese e fiziese escriuir e lo signase de su sygno, e a los presentes que fuesen dello testigos. Fecho e otorgado fue el dicho ynstrumento en la çibdad de Valençia, a primero dia de junio, anno del Nasçimiento del nuestro Saluador Ihesu Xpo de mill e quatroçiento e quinze annos. Testigos que fueron presentes, llamados e rogados espeçial mente para lo que dicho es, don Enrrique de Villena primo del dicho sennor rey de Aragon, e don Berenguel de Berdaxi, e mosén Diego Hernandez de Vadillo del consejo del dicho señor rey, e mosen Juan Hernandez de Heredia, camarlengo del dicho sennor prinçipe, el dotor Fernan Gonçalez oydor de la Abdiençia del dicho sennor rey don Juan e chançiller mayor del ynfante don Enrrique, maestre de Santiago, e mosen Giulio de Vintimilia, e mosen Luis de Vilarasa ¿Vsxerx? del dicho sennor rey. E yo Alfonso Gonçalez de Guadalfajara, escriuano e notario publico sobre dicho, a todo lo sobre dicho presente fui en vno con los dichos testigos e vi commo el dicho sennor rey de Aragon que presente estaua dio e otorgo en mi presencia e de los testigos suso dichos al dicho sennor don Alfonso la dicha liçençia e avtoridad e espreso consentimiento para otorgar todo lo sobre dicho e cada cosa e parte dello, e de mandamiento del dicho sennor prinçipe este publico ynstrumento escreui e puse aquí mi signo en testimonio de verdad. Alfonso Gonçalez.

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16 1416, abril, 9, Gerona. ENRIQUE DE VILLENA ESCRIBE A ALFONSO V DE ARAGÓN, SU SOBRINO, PIDIÉNDOLE UNA AYUDA, PUES SE ENCUENTRA EN GRAN NECESIDAD, Y QUE RESPONDA A CARTAS QUE NO LE HA CONTESTADO. Archivo de la Corona de Aragón, Cartas reales de Alfonso V, Documento suelto. Pub. P. M. Cátedra y D. C. Carr, Epistolario…, XIII, p. 40. Al molt alt et molt poderos princep e senyor monsenyor lo senyor rey. Molt alt et molt poderos princep, rey e senyor: Ab humil e quanta puch reverencia besant vostres mans me[n]coma[n] en vostra mercé, yo don Enrich, honcle vostre, significant volgra mes esser ab vostra senyoria que ací, e a vostra senyoria plau sia romas ab la senyora reyna. Per conplir vostre manament ho he soportat ab prou nesesitat, pus que placia a vostra senyoria, pus volets spere fins que la dita senyora partesca e vaja a vos, que jo sia per vostra altea subvengut, en manera que pusca estar e partir quant manarets. Diverses letres vos he escrit, senyor, e encara n´he aüt resposta. Placia a vostra altea respondre a aquesta e a les altres graciosamet, segons de vostra magnificencia confiu. E si algunes coses, senyor molt alt, vostra celsitut mana sia faedor, ab gran cor dure en acabament. E tinga–us en da guarda la Sancta Trinitat. Scrita en Girona a viiii d’abril.

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17 1417, octubre, 19 y 21, Cuenca. ACTA MUNICIPAL DEL CONCEJO DE CUENCA EN LA QUE SE RECOGE UNA COMPARECENCIA DE ENRIQUE DE VILLENA, ÁRBITRO ENTRE LOS BANDOS DE DIEGO HURTADO DE MENDOZA Y LOPE VÁZQUEZ DE ACUÑA. Archivo Municipal de Cuenca, Leg. 185, Exp. 1, Fols, 28–29. Pub. C. Solano Oropesa y C. Solano Herranz, María de Albornoz y Enrique de Villena…, pp. 168–170. En la çibdat de Cuenca, martes diez e nueve dias del mes de otubre , año del nasçimiento del Nuestro Saluador Ihesu Xpo de mill e quatro çientos e diez e siete annos, en las casas de los ayuntamientos, e estando presentes el magnifico señor don Enrique, fijo de don Pedro e nieto del alto señor don Enrique, que Dios de santo Paraiso, e los honrrados Garçi Aluarez de Albornoz, guarda mayor de la dicha çibdad e su tierra por nuestro señor el rey… et Iohan Ferrandez de Valera… El dicho sennor don Enrrique dixo e propuso muchas razones buenas entre las quales dixo que por razon que en esta dicha çibdad agora nueua mente auian acaesçido debates e mouimientos entre omnes de Diego Furtado e Lope Vazquez, sobre lo qual la guarda e los ofiçiales de la dicha ciudad avian enviado por el, que estaua en la su villa de Torralua porque con ellos mejor pudiesen remediar e sosegar dichos mouimientos e debates, por tal qu´el seruiçio del dicho sennor rey fuese guardado e los vezinos desta çibdad biuiesen en paz e concordia, et por ende que el deseaua e cobdiçiaua que estos fechos sosegasen e el seruiçio del dicho señor rey fuese guardado, e para ello que luego de presente le paresçia que era bien que fuese fecha inquisiçion e pesquisa sobre los dichos mouimientos para que se sopiese el fecho de la verdat e de los culpantes fuese fecha justicia e derecho, e porque los de otras partes non ouiesen sospecha en los alcaldes o en algunos dellos, que el se quería açercar a fazer la dicha pesquisa e inquisiçion con el dicho Garçi Aluarez de Albornoz asi como guarda, e acompañados con los dichos alcaldes, por que se fiziese bien e deligentemente sin vanderia alguna e sin afecçion de otra persona alguna. Por ende, que preguntaua e pregunto al dicho conçejo e omnes buenos si entendían e querían que ello se fiziese asi segunt que el dezia e luego todos a una voluntad dixieron que a ellos les plazia mucho que la dicha inquisiçion e pesquisa se fiziese en la forma e manera que el dicho don Enrrique dizia que devia ser fecha, et que le pidian por merçet que luego lo mandasen por obra, porque era peligro en la tardança, en lo qual faria seruiçio a Dios e al rey e a esta dicha çibdat e vezinos e moradores della mucho bien, e los quitaría de muchos roydos e mouimientos e escándalos.

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E despues desto en la dicha çibdat de Cuenca, jueves veynte e hun dias del dicho mes de otubre del sobre dicho año del Señor de mill e quatroçientos e diez e siete años, en las casas de los ayuntamientos… El dicho conçejo dixeron que por razon que el martes que agora paso el magnifico don Enrique, tio de nuestro señor el rey, por su merçet e por fazer bien e ayuda avia tomado cargo de se açercar al fazer de la pesquisa e ynquisiçion con los dichos alcaldes hordinarios e con Garçi Aluarez sobre razon de los mouimientos e alborotos que acaesçieron entre omnes de Diego Furtado e de Lope Vazquez, e al dicho conçejo plazia mucho dello e gelo tenían en merçet. Por ende dixieron que otra vegada les plazia dello e gelo tenian en merçet e lo retificauan e consintian e auian por grato e rato e firme e valedero todo lo que el dicho sennor don Enrique e el dicho Garçi Aluarez con los dichos quatro alcaldes fiziesen en la dicha pesquisa e inquisiçion, por quanto esto era en seruiçio del dicho señor rey e cunplia mucho a bien e poblamiento e paz e sosiego de la dicha çibdat. 18 1423, julio, 15, Cuenca. EL CONCEJO DE CUENCA SE DIRIGE A ENRIQUE DE VILLENA PIDIÉNDOLE QUE EVITE LAS LABRANZAS Y ROZAS QUE HACEN LOS VECINOS DE BETETA Y TRAGACETE EN LA SIERRA CONQUENSE. Archivo Municipal de Cuenca, Leg. 187, Exp. 2, Fol. 17 v. Pub. C. Solano Oropesa y J. C Solano Herranz, María de Albornoz y Enrique de Villena…, pp. 179–180. Para don Enrrique, sobre la sierra. Señor, el conçejo e corregidor, guarda, caualleros, escuderos, ofiçiales e omnes buenos de la çibdat de Cuenca nos vos enbiamos encomendar como aquel a cuya honrra somos bien prestos. Bien sabedes como los vuestros vasallos de Beteta e de sus alcarias e de Tragazete han entrado en la nuestra sierra a labrar e roçar syn razon e syn derecho contra nuestra voluntad, non lo podiendo nin deuiendo fazer, presomiendo de nos perturbar en la nuestra posesyon paçifica que tenemos, sobre lo qual esta dicha çibdad, auiendo sentimiento dello, vos han escripto requiriendo la vuestra nobleza e señoría que vos ploguiese de remediar en este negoçio, et vos, señor, con otros altos e arduos negoçios, bien tenemos que non pudiestes atender nin insistir çerca deste fecho, de lo qual a esta çibdad e su tierra de cada dia se acreçienta mayor verguença; et agora, señor, de poco tiempo aca nos escriviestes que vos

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queriades justificar acerca de lo asy asentado por los dichos vuestros vasallos, e sobre lo qual, porque venga ha dyfiniçion, nos enbiamos a vuestra alta señoria a Alfonso Paez de Eçija e a Diego Garçia de Molina nuestros vezinos, con los quales fablamos largamente sobre este fecho. Plega a la vuestra merçed de los creer de lo que vos dixeren de nuestra parte e de nos mandar escriure vuestra respuesta o de nos la enbiar con ellos por que nos fagamos lo que entendamos que cunple a seruiçio de nuestro señor el rey e a conseruaçion del derecho desta dicha çibdad e de su tierra; et para presentar esta carta, e dello tomar testimonio damos poder conplido a los dichos Alfonso Paez e Diego Garçia o a qualquiera de ellos. Nuestro señor Dios acreçiente vuestra vida e honrra e estado. Fecha quinze dias de jullio año del nasçimiento del Nuestro Señor Ihu Xpo de mill e quatro çientos e veynte e tres años. 19 1423, julio, 22, Torralba. CARTA DE DON ENRIQUE EN RESPUESTA A LAS QUEJAS DEL CONCEJO DE CUENCA SOBRE LAS INVASIONES DE SU SIERRA POR PARTE DE VECINOS DE BETETA Y SU TIERRA Y TRAGACETE. Archivo Municipal de Cuenca, Leg. 187, Exp. 2, Fol. 21 r. y v. Pub. P. M. Cátedra y D. C. Carr, Epistolario…, XVII, pp. 48–49, y C. Solano Oropesa y J. C Solano Herranz, María de Albornoz y Enrique de Villena…, pp. 179–183. Carta de don Enrrique sobre la sierra para la çibdat: Mucho honrrado conçejo, corregidor, guarda, caualleros, escuderos, ofiçiales e omnes buenos de la çibdat de Cuenca: Yo don Enrrique, tio de nuestro señor el rey e vno de los del su consejo, vos enbio mucho saludar como aquellos por quien faria las cosas a vuestra honrra conplideras. Sabed como Alfonso Paez de Eçija e Diego Garçia de Molina vuestros vezinos vinieron aquí a mi de vuestra parte con una carta abierta sellada con vuestro sello e firmada de vuestro escribano, en la qual se contenía mis vasallos de las mis villas de Beteta con sus aldeas e Tragacete avien entrado a labrar e roçar en vuestra syerra syn derecho e contra vuestra voluntad, e que desto me requerierades antes de agora en ello remediase, e que por otras ocupaçiones no auia entendido en el remediar dello; e despues, poco tienpo ha, vos escriuiera notificando me plazia estar en esto a lo que justo fuese, sobre que enbiauades a mi a los dichos porque este fecho breue tomase a deuida conclusión, e aquellos informastes conplidamente de lo que a esto conplia pidiendo me los

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creyese en lo que asy de la vuestra parte me dixesen e vos enbiase respuesta con ellos de todo lo que asy dixesen porque vos otros fiziesedes lo que a la conseruaçion del seruiçio del señor rey e derecho desa çibdat fuese conplidero, dando les a los dichos vuestros mensajeros poder de tomar lectura e espusyçion de creençia testimonio. A lo qual vos respondo que maguer la arduidad e intrincadura deste fecho requiere mayor dilaçion en su espedir e mayor deliberaçion en su responder, mostrando la presente sana e buena voluntad a mi justificada que yo cuido aver en este fecho e todas las cosas que a honrra e bien desa çibdad cumpliesen, luego oy viernes respondi a los vuestros mensajeros que non sabia nin creya que los dichos mis vasallo ouiesen contra derecho labrado nin roçado en vuestra syerra, e para lo declarar e conosçer que a mi plazia amigablemente asignar por mi parte al bachiller Juan Alfonso de Huepte como juez aceptado e señalado por partes, el qual se juntase con el que Diego Furtado para esto señalare e nonbrare, porqu’el derecho de amos es fundado por vna manera, e aquestos con los que a vosotros pluguiere de asignar asy como juezes diputados e asignados en contradia por las partes, auientes llenero poder para oyr e determinar este fecho e fazer en el todas e sendas cosas que a ello fueren conplideras, necesarias e oportunas, inybiendo, llamando, terminos asignando e aquellos prorrogando, penas poniendo, sy e quanto e como menester fuere, a la determinaçion de los quales no se podria buenamente termino poner sy non enpliçitamente quanto mas breue pudiere ser visto e determinado, para que mas libre e justamente el derecho de cada parte sea e pueda ser mostrado e por los dichos vuestros mensajeros podades çertificados ser de lo que por palabra en la platica deste fecho con ellos fable e quanto es mi voluntad aparejada a la brevedad deste fecho e a la honrra desa çibdat cumpliesen. E porque conste desta mi respuesta asy como la vuestra requisiçion, fize la leer ante los dichos mensajeros e escriuano que con ellos vinia e vos la enbio abierta e firmada de mi nonbre e sellada con mi sello. Fecha veynte e tres dias del mes de jullio en la mi villa de Torralua, año del nasçimiento del Nuestro Saluador Ihesu Xpo de mill e quatro çientos e veynte e tres.

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20 1427, junio, 6, Iniesta. ENRIQUE DE VILLENA SE DIRIGE AL DEÁN Y CABILDO DE LA IGLESIA DE CUENCA EN DEFENSA DE ALGUNOS VASALLOS SUYOS EXCOMULGADOS POR IMPAGO DE DIEZMOS ECLESIÁSTICOS. Pub. P. M. Cátedra y D. C. Carr, Epistolario…, IX, p. 51–57. Reverente deán e venerable cabildo de la iglesia de Cuenca: Yo, don Enrique de Villena, tío de nuestro señor el rey e uno de los del su Consejo, vos enbio mucho saludar como aquellos por vuestra contenplaçion faria las cosas en vuestra paçibilidat honesta e hutilidad fructuosa reducibles. Significando despues que ya con vuestro mensajero escrevi, en los pasados dias ove ynformaçion quantos e quales de mis vasallos e súbditos se ynnodaran obligativamente a la solución de los refectoriales emolumentos a vuestra capitular mesa pertenesçientes, et sy por Perçeval Martinez como prinçipal arrendador en preçio determinado la renta dello resçibiese, e otros como fiadores suyos por común obligaçion con él fuesen hunidos a términos prefixos, sometiéndose al rigor eclesiástico contra los defendimientos reales que expresamente han ynibido al laico pueblo que a la çensura eclesiástica non se obliguen e a los reales escribanos que tales no resçiban contractos; e allegándose el término de la primera e fazedera paga fueles dada fiuza por algunos amigos suyos desa cibdat vezinos les obtendrían de vuestra venerable grey capitular prorrogaçion expectativa de algund más tiempo porque más sin lision de sus haciendas pudiesen solver la debda pactizada segund sus obedientes deseavan voluntades. E pendiente la breve expectación conçedida, fulminastes vuestras denunçiatorias cartas contra ellos syn otra muniçion precedente que por acto espeçifico se demuestre, e antes que sobre esto pudiesen requerir vos, recurriendo a vuestros justificados remedios, corruscastes las flaminieras de partiçipantes contra ellos letras e, poco yntervalo fecho, las de anatema con egeccion deste pueblo al tiempo que los diuinales çelebrastes ofiçios; e avn se dize que por vn mensajero e de vn camino vinieron las memoradas cartas, maguer en diversos días publicadas fuesen, e por esta razon afirman que fueron ynpedidos a la soluçión por ellos deseada, non aviendo con quien nin a quien vendiesen sus faziendas, abdicándoles la partiçipaçión que en la comunicación de las cosas es neçesaria, nin pudiendo cobrar çiertas a ellos justificadamente debdas pertenesçientes por non los oyr en el tribunal juyzio. Con todo esto fueron a otras partes, desamparando sus propias casas e la cultura de sus heredades en grand dispendio e minuyçión de sus faziendas

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e molestaçion anxiativa de sus personas, vendiendo por preçios desiguales con la cruxiativa quexa, e tienen ya çierta partida para fazer pago e por lo residuo buscan de cada día quanto las leyes de posybilidat consienten cómo ante de los postrimeros términos acaben la fazendera paga, et non creen ante Dios ser maculados de ynobediençia nin fedados de rebelión arrogante, nin se tienen por vilipensores de los eclesiásticos mandamientos, pues que con todas sus fuerças se disponen a conplir lo a ellos mandado, aunque las piadosas reglas canónicamente sançidas non les ayan seydo guardadas con desaforado proceso, enpachándoles por una parte lo que les mandaban fazer por otra, implicando contradiçion en la factibilidat evidente. E avn dizen que por ellos nin por su presencia non fue detenido el divinal ofiçio, sallendo luego quando les mandaban e todo el pueblo presente e a el non tornando hasta que el sol al meridiano çírculo juncto fuese, quando creýan asaz espacio discurso despues del conplimiento de las canónicas oras, e eso mesmo en la tarde, porque las vesperiales e conplectorias solepnidades se conpliesen, non tornando a sus abitaçiones fasta aquel solar rayo el abitable emisperio desamparase; syno que dubdan que les non resçibirades parte de paga, luego vos llevarían eso que agregado tienen. Por ende, en vuestras discreciones con humildat tratable en el peso de razon consideren sy es de fazer exsecuçión en los tenporales bienes por laical çensura a los que por sý en sý mesmos e en sus propias sustancias fazen exsecuçion de hecho, non esperados términos jurídicos nin en públicas almonedas, queriendo preçios razonables con férvido deseo de sallir del labyrinto en que son vinculados, con fiel temor que durante la tenporal diligençia non consuman el curso de la vida del eclesiástico expellidos gremio, fuera del qual salud non es fallada. E porque se pueda fallar algunt medio a la razón e al derecho conforme, envio vos a Alfonso Rodriguez de Fez, mi recabdador, que destas cosas más llenamente vos podrá ynformar por alternadas locuçiones aperitivas de toda duda e ynventivas de los expedientes, el qual vos plega oyr e con aquel desta materia comunicar buscando tal vía que al derecho e provisión dese venerable cabildo se guarde, e a estos vasallos mios así obligados, como es prelibado, se dé posible vía a conplir lo a ellos ynjuncto, pues que non maliçiosa mente nin perversa, segunt a entender vos fue dado, non cunplieron al tienpo definido la soluçión contenida. Et usareys de aquella piedat que se predica de la eclesiástica madre e seréis conformes a las yntençiones de los primeros e fundadores padres de vuestra çensura, e aun la via jurídica [letras ilegibles] no podrá más breves términos traer.

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E de lo que con el dicho Alfonso Rodríguez concluyéredes vos plega de me resçebir con fiyuza , que la parte por vos elegida e avida por convenible e mejor yo mandaré seguir a los dichos mis súbditos por vos conplazer e vuestros derechos conservar, por cuya manutençion más arduas faría cosas segund ofreçido tengo a vuestra congregaçion venerable, el bien de la qual la deydat trasçendente conserve e aucmente, cubicando de virtudes la excubaçión de su basílica, porque transmigrados de la mundana noche al çelífico día, fruyendo su beatífica visión, podays prevenir. Datum apud villam meam de Ginesta, ivª kalendas junii anno xxvii. Don Enrrique.

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Este libro se terminó de componer en los talleres de Gráficas Iniesta, s.l. el día 19 de marzo de 2015, festividad de San José