De Viena a Londres y Nueva York : emigración de psicoanalistas durante el nazismos 9789506024529, 9506024529

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De Viena a Londres y Nueva York : emigración de psicoanalistas durante el nazismos
 9789506024529, 9506024529

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Riccardo Steiner

D e V il üna a L o n d r e s y N ueva Y ork E m ig r a c ió n de p sic o a n a l ist a s D UR A NTE EL NAZISMO

Ediciones Nueva Visión Buenos Aires

304.82 ST E

Steiner, Riccardo De Viena a Londres y Nuevas York. Emigración cío psicoanalistas durante el nazismo - 1" ed. - Buenos Aires: Nueva Visión, 2003. 224 p,, 19x13 cm - (Claves. Mayor) Traducción de Horacio Pons I.S.B.N. 950-602-452-9 I. Titulo - 1. Emigración

Título

del oi'ifíiiuil om íü(']('íí:

"Ií ¡s a nnw kitul of diasporn". lixploratituw in llic .•u,y t am bién so leyó en el IPTAK [Instituto for Psychoanalytic Training and Research] de N ueva York en noviembre (le HXS7. Aprovecho esta oportunidad para expresar mi a^radi-enniento a Pearl King, (piien, cuando comencé las investigación."- para este trabajo, era archivista honoraria di1 la British Psyeho-Analvtieal Society; a M. Molnar, del Freud M useum do Londres, y a los Sigmund Freud Copyrights de Colchester, por su asistencia y el permiso que me concedieron para citar las cartas utilizadas en esto libro Debo a Andrew P ask au sk as algo m á s que una cita extrem ada m ente útil de The Complete Corresjnnuienee of Sigm u n d Freud a n d Ernest Jones 1908-19,19 ( 1993). T ambién estoy particularmente1 agradecido con la difunta Use Hollinan y con la doctora -Josephine Stross por su ayuda. Querría asim ism o agradecer a Jill D tincan, archivista ejecutiva de la British Psycho-Analvtical Society; a Adriana Poyser. con quien tengo una especial deuda de gratitud por la paciencia y la inteligencia que consagró a la revisión del manuscrito, v a Klara y Eric King, por su destreza y tolerancia en el proceso de produc­ ción del libro. C e s a r e S a c e r d o ti a n h e l a b a esto libro o hizo p osib le su publica-

ción: sabe que su afecto me conmueve particularmente. Y ambos sabemos qué significó la diáspora para nosotros y nuestros parien­ tes.

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PR E FA C IO

Como parte de una investigación más amplia sobre los efectos culturales de la “nueva diáspora" en Gran Bretaña y otros países en lo concerniente al psicoanálisis, este libro describe algunos aspec­ tos de la política de la emigración de psicoanalistas alemanes y austríacos durante la persecución nazi. Dado el papel fundamental desempeñado por Ernest Jones en esa singular serie de circunstancias, y visto que él y Anna Freud eran individuos muy interesantes, tanto en su dimensión intelec­ tual como “institucional” (podríamos llamarla así, considerando el rol que jugaron en el desarrollo del psicoanálisis), la correspon­ dencia entre ambos durante ese período es, a mi juicio, una fuente de excepcional importancia para quien desee entender la signifi­ cación de lo que en este libro denomino “política de la emigración”. La correspondencia entre Ernest Jones y Anna Freud es un extenso intercambio de cartas, iniciado a fines de la década de 1920 y proseguido hasta la muerte de Jones en 1958. De estas cartas, alrededor de doscientas veinte fueron escritas entre 1933 y 1939; este período concluye con un mensaje de Anna Freud a Jones fechado el 20 de enero de 1939 y enviado desde su casa en 20 Maresfield Gardens, Londres NW3, donde ella había encontra­ do refugio junto con su padre y su familia algunos meses antes. Freud moriría en septiembre de 1939 en esa misma casa, y ésta seguiría siendo el hogar londinense de Anna hasta su fallecimien­ to en 1982. Las restricciones de espacio no dejan aquí margen a prolonga­ das digresiones metodológicas. Sin embargo, debo recordar al lector que este libro no puede ser sino una resolución parcial de los 7

problemas en discusión. Una de las principales limitaciones es que sólo pude contar con el material disponible en Londres. Sobre la base de la correspondencia entre Anna Freud y Ernest Jones y la intercambiada entre Jones y A. Brill, Sigmund Freud y otros, así como otros documentos, todos conservados en los archivos de la British Psycho-Analytical Society, el libro se concentra particu­ larmente en la emigración de analistas judíos alemanes y austría­ cos a Inglaterra, aunque los materiales usados permiten al lector tener un panorama muy claro de los complejos problemas relacio­ nados con la misma emigración a los Estados Unidos y otros países durante la década de 1930. La correspondencia preservada en los archivos de la British Psycho-Analytical Society no es en modo alguno completa. En realidad, faltan muchas de las cartas, tanto deJones como de Anna Freud, así como de otros corresponsales. Es más que probable que éstos y otros materiales concernientes a los problemas analizados aquí se encuentren entre las numerosas cartas pertenecientes a Anna Freud y otros que, junto con los originales de los mensajes enviados por Jones a Anna después de 1945, terminaron en la Biblioteca del Congreso en Washington, DC, así como en otras bibliotecas norteamericanas. Es igualmente probable quo quienes tengan acceso a estos materiales puedan sacar a la luz datos adicionales. No obstante, sin pretender parecer abiertamente presuntuoso, confío en haber conseguido dar una primera idea aproximada de la política de la emigración tal como se concibió y puso en práctica en Londres durante los años en cuestión. No querría suscitar ninguna perplejidad metodológica, pero no creo que el descubrimiento de otros documentos modifique de manera radical mi reconstrucción de los hechos, al menos en lo que se refiere a Jones. Dicho esto, es indudable que, de hallarse nuevas pruebas, éstas contribuirían a completar el cuadro.

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“E S UNA N UEVA CLA SE D E D IÁ SPO R A '

Articular históricamente el pasado no significa reconocerlo “tal como realmente fue" (Rankc). Significa apoderarse de un recuerdo cuando destella en un momento de peligro. Walter Benjamín, “Thesea on the philosophy ofhistory”, 1970, p. 247

1 IN TRO D UCCIÓ N

En este libro me gustaría llamar la atención sobre lo que somos capaces de exhumar cuando estudiamos las cartas entre A nna Freud y Ernest Jones, en particular las escritas entre 1933 y 1939, centradas en los problemas generados por la persecución de los judíos y la emigración obligada de los psicoanalistas alemanes y austríacos durante la época nazi. En un inicio, esas cartas comen­ tan los problemas con que tropezaban los psicoanalistas que vivían en Berlín a principios de la década de 1930; consideran luego los apuros de los residentes en Austria, quienes, luego del A nschluss, comprobaron que su ya precaria situación se había vuelto completamente insostenible. Gracias a esas cartas podemos conocer las tácticas que Be adoptaban y la habilidad con la que se manejaban los problemas en psicoanálisis en un nivel más general. Sin embargo, estas “estratagem as” también deben verse a la luz del modo particular de conducción de las instituciones psicoanalíticas pertinentesylas características que éstas asumieron a raíz de la persecución racial emprendida por el establishm ent nazi contra los psicoanalistas judíos que por entonces vivían en Berlín y Viena. Todos estos problemas se ponen de manifiesto en la correspondencia entre Ernest Jones y Anna Freud, ya que ambos enfrentaban la difícil y a menudo dolorosa tarea de interceder en nombre de sus amigos y colegas, y también de contribuir a verificar los canales de emigración más viables y apropiados para quienes empezaban a convertirse en víctimas de unas persecuciones en constante au­ mento. Esto resulta aun más evidente cuando comparamos sus cartas 11

con algunas de las otras series de correspondencia citadas en este libro. Al atraer la atención del lector hacia lo que en un principio pueden parecer los detalles insignificantes de la vida personal de los individuos mencionados en esta correspondencia, espero echar luz sobre algunos de los factores que dieron a esta “nueva clase de diáspora” -para citar las palabras bíblicas recordadas por Anna Freud en una carta inédita del 6 de marzo de 1934 destinada a Ernest Jo n es-las características que asumió. En algunos aspec­ tos, todos estos elementos tendrían un profundo efecto sobre la historia del movimiento psicoanalítico, en todos y cada uno de los países donde hoy se practica el psicoanálisis. Y hasta cierto punto so comprobará que las observaciones antes planteadas con respec­ to a la correspondencia entre Jones y Anna Freud son válidas para las demás cartas citadas en este libro. Al margen de las restricciones más obvias concernientes a la disposición y disponibilidad de la correspondencia, según se des­ criben en el prefacio -restricciones que pueden calificarse como “objetivas”-, deseo que el lector considere brevemente un proble­ ma mucho más general. La naturaleza limitada de este libro también se debe a una serie de factores mucho más complejos, el más importante de los cuales es el de los límites impuestos por cualquier colección de cartas. Éstas son testimonio de un período específico pero limitado, y su contenido no puede considerarse en modo alguno como objetivo o neutral. En consecuencia, es preciso interpretarlas y reinterpretarlas constantemente, lo cual nos obliga a concluir que, como en otros terrenos, una interpretación histórica definitiva de esa correspondencia no es del todo posible. Por otra parte, la historia no se basa sólo en documentos escritos, y esto es especialmente cierto en la historia del psicoanálisis. Tal vez haya lectores que estimen bastante ingenuo e incluso ridículo que alguien como yo-un psicoanalista, y además un tanto independiente- comience citando a Bloch, Febvre o quienes si­ guieron sus pasos. Sin embargo, permítanme rendir homenaje a un historiador que pagaría con su vida la devoción a su profesión; a un hombre que, como judío y demócrata convencido, sufriría como resultado directo de la persecución nazi. A mi juicio, la famosa obra de Bloch es uno de los documentos humanos más importantes de la historiografía del siglo xx. De su Métier d ’h istorien (1954) cito a continuación un pasaje que habla de la forma de considerar los documentos históricos: 12

Pese a lo que parecen haber creído los primeros críticos, los documentos históricos no surgen aquí y allá a ln luz del din como resullado de quién sabe qué deseo inescrutable de los dioses. Su presencia o su ausencia en los archivos de una oficina de registros o una biblioteca depende de factores humanos que en manera alguna son impenetrables al análisis [...] lo que se pone enjuego es, ni más ni menos, el paso de la memoria a través de las sucesivas generaciones.

Por muchas razones, coincido por completo con esta posición. Pero volveré a ella un poco más adelante. Por el momento, permítanme citar también las afirmaciones de G. Le Goff, el mcdievaüsta y sagaz teórico de la metodología historiográfica contemporánea, que hace una sutil distinción entre monumentos y documentos y aborda el antiguo debate sobre su significación, para concluir que el documento histórico os un monumento que debe soineterso de manera incesante a reinterpretaciones juiciosas. Ningún documento es inocente. Todo documento es un monumento que es preciso saber desarmar y desmantelar. El historiador no sólo debo saber discernir la falsedad de un documento o evaluar credibilidad, también debe saber desmitificarlo. [...1 El documento es el resultado de todo un montaje, tanto consciente como incons­ ciente, de la historia correspondiente a una época específica y de la sociedad que lo ha producido. El documento es el resultado de fuerzas ejercidas por las sociedades históricas precedentes, a sabiendas o inadvertidamente, para producir y transmitir cierta imagen dada de sí mismas. [Le GofTy Nora, 1974.1

su

Quería mencionar estos puntos de vista, aunque fuera breve­ mente y de pasada, porque sólo si tomamos en consideración estos aspectos teóricos fundamentales podemos empezar a tener alguna comprensión del “monumento y documento” que representa la correspondencia entre Ernest Jones y Anna Freud; y lo mismo podría decirse de las demás cartas a las que me refiero. Sin embargo, existe otra dificultad que debe ser tenida en cuenta, en particular por quienes tienen que enfrentar problemas como los directamente asociados a la historia del psicoanálisis, sus institu­ ciones y sus personalidades protagónicas, y, al mismo tiempo, también necesitan entender, aunque sea en parte, la interacción entre su historia y los acontecimientos producidos dentro de una esfera histórica mucho más vasta. No hay más que pensar en la clase de problemas que, en este aspecto, plantea la corresponden­ cia entre Jones y Anna Freud. Es innecesario decir que mi 13

comentario es igualmente válido, de una u otra manera, para todo el material presentado en este libro. Debo señalar ahora mismo que esta correspondencia suscita sin duda toda una serie de preguntas extremadamente interesantes, aun en el nivel de la investigación tradicional sobre la historia de las ideas, si es lícito referirse de este modo a ella. Consideremos, por ejemplo, el discurso narrativo, lo que la correspondencia relata y cómo lo hace, y todas las cuestiones que pueden plantearse al respecto. Como us natural, no podemos decir que las cartas de Anna Freud estaban específicamente situadas en una tradición establecida, y tampoco las de Jones, dicho sea de paso. Pero para quienes se interesan en esos pormenores podría ser de importancia señalar que las cartas de Anna fueron a veces escritas en inglés y dactilografiadas y que en otras ocasiones lo fueron en alemán, en papel de carta con membrete o bien con su nombre impreso en la parte de arriba de la página. En otras oportunidades, sin embargo, estaban escritas a mano en páginas arrancadas de un cuaderno, a veces rayadas y a veces lisas. En general, esto era lo que sucedía cuando ella estaba fuera de su casa, acompañando a su padre en una de las muchas visitas al hospital a causa de las varias operaciones quirúrgicas-scriasy no tan serias- sufridas por él a causa del cáncer de boca; y es indudable que este paso de la máquina de escribir al manuscrito debía prestar a veces, no siempre, un tono más familiar y directo a su escritura, especialmente en ln primavera de 1938, d u ran te los últimos e imposibles meses de la familia Freud en Viena. Sin embargo, al margen de estos detalles menores, también debemos preguntarnos cuáles eran las probabilidades de que Ernest, Anna y sus colegas escribieran con un ojo puesto en el público o con vistas a la publicación en alguna fecha futura. Esto plantea otra pregunta que ya no podemos dejar de formu­ lar, sobre todo cuando consideramos la estrecha relación filial y la colaboración intelectual y profesional entre Sigmund Freud y su hija y los importantes frutos de una asociación tan prolongada, y tenemos en cuenta, además, el papel desempeñado por Jones y su relación tanto con uno como con la otra: ¿hasta qué punto él y Anna escribieron y dijeron intencionalmente lo que escribieron y dije­ ron? ¿Qué deseaban dejar documentado como sobrentendido y qué problemas evitaban mencionar de m anera deliberada o daban por conocidos de una forma conscientemente camuflada e inevitable­ mente distorsionada? Para parafrasear con cierta liviandad el 14

título de un interesante ensayo de Umberto Eco (1979), en este punto también debemos considerar los problemas asociados a lo que podríamos definir no tanto como el “lector in fabula” y el pa­ pel que ello implica, cuanto como e\“lector in fabula epistolarii”o el lector-yo mismo, en este caso-en Ia7a6u/a”de una correspondencia reunida, y el rol que asume cuando tiene acceso a la suma de las diversas partes y las numerosas combinaciones de roles que este ti­ po de narración de la historia del psicoanálisis pone a su disposición. Empujados a los límites por la persecución racial y todas las restricciones legales impuestas a sus personas, incluyendo la confiscación de bienes y ahorros y otras medidas similares, el con­ junto de los miembros del círculo de Freud enfrentó el mismo destino. Desde los integrantes de su familia nuclear instalada en Viena hasta su “familia” psicoanalítica con residencia en Berlín, Budapest, Praga, Holanda, Suecia, Italia y Francia, e incluso quienes vivían en Gran Bretaña y los Estados Unidos, todos se verían súbitam ente en medio de un colosal torbellino institucio­ nal, personal, psíquico y emocional. Cada una de estas familias o subgrupos psicoanalíticos ya podía contar su propia historia, de diferencias culturales e históricas y diferentes tradiciones y ense­ ñanzas; y a veces las disparidades eran muy considerables. La diáspora sometió a todos y cada uno a los padecimientos de la emigración, el despojo cultural, la fragmentación, la desorienta­ ción y una aculturación más o menos forzosa (siguiendo a Wachtol, 1974, utilizo este último término con cierta cautela, dado que cada caso tiene sus propias particularidades). Por una diversidad de razones, todas las cuales tienen una importancia central para este libro, no todos los que abandonaron Viena, Berlín, Budapest y las otras ciudades del Reich emigraron a Londres o Nueva York. Muchos de estos refugiados terminarían en países como Palestina, Sudáfrica, Australia, Nueva Zelandia y hasta Ceilán. Podríamos decir que, como si se hubiera ajustado a alguna fórmula geométri­ ca, la diáspora hizo que las distancias se multiplicaran trágica­ mente a través de toda la superficie de la tierra. Empero, al margen de estos problemas y los interrogantes que suscitan, hay otro “elemento específico” al cual debo volver ahora porque es virtualm ente imposible de ignorar, visto que se trata de un aspecto esencial del estudio del psicoanálisis. Me refiero al papel desempeñado por el inconsciente en quienes se vieron envueltos en la política de la emigración y el rol jugado por sus motivaciones personales conscientes e inconscientes. Es extrema­ 15

damente difícil, si no imposible, escribir sobre este tema desdo un punto de vista histórico. No obstante, y de manera paradójica, el inconsciente es parte de esta historia y es preciso tomarlo siempre en cuenta, sobre todo cuando se consideran los problemas especí­ ficamente asociados a lo que Granoff (1975), en Francia, llamó con acierto “filiation”, esto es, los lazos o rivalidades emocionales especiales que crean los análisis, las escuelas, etc. Debe recordar­ se, sin embargo, que en el estudio de esta correspondencia no nos enfrentamos simplemente a un conjunto dé“filiations”sino, antes bien, a múltiples filiaciones. La complejidad de esta cuestión resulta evidente cuando re­ flexionamos sobre el hecho de que, si tomamos en consideración a los propios refugiados y a las personas que los ayudaron, los afectados fueron varios cientos de psicoanalistas. Y se hace aun más notoria al ponderar los enormes problemas inconscientes intrínsecos a una operación de salvamento del tipo que se puso en marcha para salvar a Freud y su “familia” psicoanalítica y salva­ guardar los intereses de las distintas instituciones, las sociedades psicoanalíticas nacionales y locales y en particular la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA).’1' Estos problemas eran espe­ cíficos de un grupo de élite, por decirlo así, sobre todo cuando se los compara con la totalidad del fenómeno de emigración masiva de los judíos durante esos años. Si pensamos en lo que llegaría a ser una de las consecuencias más conocidas de estos acontecimientos - a saber, la emigración obligada a Inglaterra de Freud, su familia y sus colegas-, no hay más que considerar la movilización de las angustias conscientes e inconscientes de Anna Freud, especial­ mente en lo concerniente a los miembros de los círculos vieneses y berlineses que estaban asociados a ellay su padre. También sería deseable imaginar las angustias movilizadas en Melanie Klein y muchos de los integrantes de los círculos psicoanalíticos británicos ante la necesidad de aceptar la perspectiva de cohabitar dentro de la British Psycho-Analytical Society (volveré a ello más adelante). Lo mismo podría decirse de todos los analistas que emigraron de Europa central a América del Norte y del Sur, a Australia, etc.; piénsese simplemente en las implicaciones de esta mudanza sobre los acontecimientos y hechos futuros. * Por razones de claridad, luego de osta primera mención todas las referencias a la Internationale Psychoannlytische Vereinigiing aparecen como IPA (International Psycho-Analytical Association), aunque en la época los germanoparlantes solían aludir a ella como IPV.

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También estamos obligados a admitir que el factor de la “filia tion” es un elemento presente en la psique y la obra de quienes estudian documentos como éstos. No quiero excluirme de los efectos asociados a esa "filiution”, no sólo en mi papel de historia­ dor sino, de manera más significativa, también en mi trabajo como psicoanalista, hasta la fecha muy influenciado por las enseñanzas de Melanio Klein y su escuela de pensamiento. Deseo mencionar estos hechos porque debo reiterar la necesidad de tener presente en todo momento que, por su naturaleza misma, este tipo de investigación es necesariamente “abierta” y “aproximada”. La propia investigación comenzó en un momento preciso, en un “aquí y ahora” que no es otra cosa que el establecimiento de un signo de interrogación personal sobre el pasado y el futuro. Ya he mencionado la gran cantidad de cartas y otros documen­ tos a los cuales tendré que referirme. Sin embargo, es preciso estar advertidos de que sería poco menos que imposible abordar cuestio­ nes como las vinculadas a la emigración de psicoanalistas del “viejo continente”' sí no tomáramos en cuenta, junto con sus características específicas y elitistas, el contexto más general en el cual se produjo ese desplazamiento y los numerosísimos proble­ mas generados como consecuencia de que los judíos emigraran de Alemnnia, Europa del este, Austria y los países centroeuropeos en general a Gran Bretaña y los Estados Unidos. Como no soy un especialista en este sector de la investigación histórica, me vi en Ja obvia necesidad de fundar la mayor parte de mis observaciones -al margen de las informaciones ocasionales que yo mismo pude exhum ar- en fuentes secundarias o en mate­ riales preexistentes; así sucedió sobre todo en el caso de la inmigración de judíos a Gran Bretaña y los Estados Unidos. Por otra parte, no me fue posible abordar el complejo problema relacionado con la historiografía angloamericana oficial sobre el Holocausto. Este terreno fue investigado con mucha eficiencia por Dawidowicz (1975, 1981), quien tuvo la capacidad de demostrar hasta qué punto el Holocausto ha sido virtualmente ignorado por dicha historiografía. Tampoco tocaré el problema referido a la llamada historiografía revisionista, que tra ta de negar lisa y llanamente la existencia de ese Holocausto. En rigor de verdad, como es muy poco lo que puede espigarse de las fuentes historiográficas oficiales, opté por recurrir a las fuentes que son el producto de investigaciones llevadas a cabo sobre todo por histo­ riadores judíos. En este libro trazaré un breve esbozode la historia 17

social y política alemana y austríaca desde 1933 hasta 1938, relacionándola estrechamente con la emigración de los judíos. Si bien no pretendo explorar el antisemitismo y sus causas sociales y psicológicas en los países germanoparlantos y en Europa orien­ tal (Bunzl y Marin, 1983; Friedlfinder, 1993; Goldhagen, 1996; ^ Hilberg, 1985; Spira, 1981), deberé referirme a la cuestión del antisemitismo en Gran Bretaña y, al hacerlo, tendré que ponderar el problema tal como surgió en los Estados Unidos. Es importante tener presentes ciertas fechas y estadísticas, dado que su efecto se refleja con toda evidencia en la corresponden­ cia entre Jones y Anna Freud y entre aquél y sus colegas. Por razones de brevedad, sólo me referiré de m anera muy fugaz a la evaluación, constante ponderación y análisis que tanto Anna Freud como Jones hicieron de esos acontecimientos históricos, sobre todo los diversos episodios que llevaron al ascenso de Hitler al poder, sus consecuencias y los hechos provocados por el Anschluss con Austria (Carsten, 1986; Pauley, 1981). Habría que escribir otro libro si nuestra pretensión fuera hacer un estudio detallado de las reacciones de aquéllos a los sucesos que se producían y a sus derivaciones, en especial si comparamos los comentarios de Anna Freud y Jones con las observaciones sobre esos mismos asuntos en la correspondenciá m antenida por Freud durante ese período con el propio Jones, M. Bonaparte, M. Eitingon, A. Brill y S. Zweig, entre otros. Pese a las limitaciones de espacio, aún vale la pena intentar entender cómo reaccionaron algunos de los principales protago­ nistas del psicoanálisis -entre ellos, además del propio Freud, Jones, Anna Freud, Eitingon, J. H. W. van Ophuijsen, Brill y O. Fenichel- al enfrentarse al salvajismo de la M acht y la Realpolitik áeY'Hitlerei" -p a ra usarlos términos empleados por Freud en una carta a Jones del 14 de abril de 1932 (Freud, 1993)- o a lo que yo llamaría la manifestación de la pulsión de muerte en el trans­ curso de esos acontecimientos sociohistóricos. La interpretacióa que dieron de los sucesos y sus consecuencias determinaron los consejos brindados sobre la coordinación de los esfuerzos emigra­ torios, impulsaron el llamado a una acción urgente cuando la situación así lo exigió e influyeron en la escala temporal de la emigración. A despecho de las características específicas del movimiento psicoanalítico durante esos años, y si se tienen en cuenta todos los trabajos académicos que acabo de mencionar, mi opinión es que, 18

en lo concerniente al problema de la emigración judía, hay un paralelo directo entre los acontecimientos tal como los narran las fuentes históricas y la mayoría de los autores dignos de crédito dedicados a ese período, y la crónica que podemos rastrear en las cartas reunidas de Jones y la hija de Freud, así como en los otros materiales de archivo ya citados. Entre las obras históricas se cuentan Britain and the Jews of Europe (1979, 1999), de Wasserstein, el conocido estudio de Sherman titulado Jsland Refuge (1973) y más recientemente el trabajo de London (2002).2 Sobre la emigración de judíos a los Estados Unidos debería destacarse el importante aporte de Neuringer, American Jewry and United States Im m igration Policy, 1881-1953 (1980), así como American Rcfugee Policy and European Jewry (1933-1945) (1987), de Breitman y Kraut. Otra obra que merece considerarse es The Abandonm ent o f the Jews, de Wyman (1984). Estos trabajos pintan un panorama muy claro de la escala temporal del problema emigra­ torio y dan pormenores sobre las tres grandes oleadas de la emigración, con datos específicos sobre la cantidad de personas que dejaron Alemania y Austria durante cada una de las tres fases. Neuringer (1980) hace una comparación estadística entre las pri­ meras partidas de Alemania en 1933-1934 y 1935-1936 y las partidas masivas de Austria en 1938 y 1939. Todas estas estadís­ ticas tienen una relación directa con los acontecimientos descriptos y comentados en su correspondencia por Anna Freud, Jones y sus colegas. Para entender la escala temporal en cuestión y algunos de los razonamientos objetivos subyacentes al hecho de que un psicoana­ lista buscara refugio en un lugar determinado de exilioy no en otro -es decir, qué llevó a una persona a optar por Gran Bretaña y no por los Estados Unidos o algún otro lugar del planeta-, es preciso tener en cuenta ciertos datos básicos: que Hitler llegó al poder en 1933; que ese mismo año se promulgaron las leyes de Nuremberg (que definían al “judío” y sistematizaban y reglamentaban la persecución y la discriminación: todos los judíos fueron despojados de sus derechos civiles y se prohibieron bajo pena de prisión los ca­ samientos y las relaciones sexuales extraconyugales entre ellos y los alemanes), y que en 1935 el gobierno nazi sancionó medidas aun más draconianas para el tratamiento de la población judía en Alemania. También es necesario tener presente la incierta situa­ ción de Austria en esos días, que los acontecimientos se generali­ zaban a causa de la acción de turbulentas facciones sociales y 19

políticas violentamente enfrentadas entre sí y que esto condujo al levantamiento de Viena en 1934, la derrota de los socialdemócrntas austríacos (Glaser, 1981), el asesinato de Dollfuss (Botz, 1980; Carsten, 1986; G ardnery Stevens, 1992; Jelavich, 1987) y, para terminar, el triunfo del austrofascismo. El efímero gobierno de éste fue inmediatamente seguido por el Anschluss de marzo de 1938, en parte como consecuencia de la decisión de Mussolini de dejar de proteger a Austria y concertar una nueva alianza con Hitler. Con el Anschluss, las leyes de Nuremberg, al margen de que hasta la fecha se hubieran aplicado o no al pie dé la letra (Walk, 1981), entraron en vigor para la población judía austríaca (Gedye, 1947; Moser, 1975). Alrededor de ciento ochenta mil judíos de esa nacionalidad se encontraban ahora bajo el dominio directo de Hitler. Según los datos del estudio de Sherman (1973), podemos decir que aproximadamente ciento cuarenta mil de ellos dejaron el país entre 1933y 1939 (véase también Tartakower, 1967). Durante este mismo período emigraron casi doscientos treinta mil judíos alemanes. También debe recordarse que la Alemania nazi había sanciona­ do leyes sobre la emigración y la inmigración (Lacina, 1982) y que una legislación similar se aplicaba en Austria, en un comienzo durante el régimen austrofascista y, luego del Anschluss, con los nazis (Botz, 1980; Schwager, 1984). Estos regímenes también exigían un precio muy alto en términos monetarios por el derecho a tener una visa de salida y un permiso de emigración. Sin embargo, no hay que olvidar que tanto Gran Bretaña como los Estados Unidos también tenían leyes sobre inmigración y emigra­ ción (Breitman y Kraut, 1987; London, 2000; Neuringer, 1980; Strauss, 1983; Wasserstein, 1979, 1999). No comentaré aquí la situación de la legislación en otros países, dado que la gran mayoría de los psicoanalistas esperaba encontrar refugio en Gran Bretaña o los Estados Unidos. También es muy importante ser consciente de las presiones que sobre los gobiernos de esos dos países ejercían la opinión pública y, en no menor medida, las diversas asociaciones judías existentes en ellos durante esos días. En este aspecto, basta con considerar la poderosa influencia de organizaciones como la Comunidad Anglojudía y el Comité para los Refugiados, y sus esfuerzos para lograr el aumento de los cupos de inmigración judía cuando la ya precaria situación de sus comunidades en Austria y Alemania se tornó completamente insostenible. 20

Hay otro factor, tal vez menos obviamente tangible y por oso mucho más difícil de documentar, poro de enorme importancia futura. Cada uno de los posibles lugares de refugio tenía sus peculiaridades, sus infraestructuras institucionales y un clima cultural específico. También había diferencias en lo concerniente al psicoanálisis, aun entre Gran Bretaña y los Estados Unidos, determinadas por la cultura específica de cada país y sus distintas concepciones de la disciplina. Por otra parte, pese al hecho de que quizás hubiera una comprensión común de la naturaleza del inconsciente, el modo de desarrollo del psicoanálisis en Gran Bretaña y los Estados Unidos no era un reflejo exacto del psicoa­ nálisis tal como se concebía en Viena o Berlín (Coser, 1984; Fermi, 1968; Fleming y Bailyn, 1969; Gardner y Stevens, 1992; Hale, 1978; Jahoda, 1969; Mühlleitner, 1992; M ühlleitnery Reichmayr, 1995, 1998; Steiner, 1985). En este contexto, y en lo que se refiere a Gran Bretaña, remitiré al lector al contenido de un artículo publicndo por Anderson en 1968. A pesar de sus excesos dogmáticos, se trata de un trabajo de considerable interés, sobre todo en lo concerniente al psicoanáli­ sis. En él, el autor hace un estudio comparativo de los rasgos culturales distintivos respectivamente originarios de las socieda­ des británica y norteamericana. Anderson señala que una cultura tan profundamente tradicional y basada en perdurables institu­ ciones académicas y científicas como la de Gran Bretaña, con sus tendencias positivista tardía y empirista, tenía un notable atrac­ tivo para cierta categoría de refugiados intelectuales, como Mannheim, Popper e incluso Wittgenstein. Por otro lado, los refugiados potenciales que tenían un elevado compromiso político o prove­ nían de un medio m arxista-de la Alemania de Brecht o la Escuela de Francfort de Fromm, Adorno, Horkheimer y M arcuse- habían apuntado a los Estados Unidos como su destino previsto. Sin embargo, el análisis de Anderson no explica la suerte que corre­ rían esos mismos refugiados luego de su llegada a Norteamérica ni considera los efectos posteriores sobre el psicoanálisis o sobre personas como Reich, Fenichel y varios otros de similares antece­ dentes culturales (véanse Jacoby, 1983; Mühlleitner y Reichmayr, 1995, 1998). En rigor, la correspondencia que cito en este libro podría proporcionarnos incluso información adicional y arrojar más luz sobre estas cuestiones. Volveré a estos temas más adelante, ya que los juzgo merecedo­ res de una mayor profundización. Lo que el lector -psicoanalista 21

o no- debe tener presente son los aspectos más o menos incons­ cientes de algunas diferencias ideológicas y sus efectos. Al respec­ to, lo remitiré a la investigación de Cohn sobre los “protocolos de los sabios de Sión”( 1967) o al estudio más reciente y notablemente interesante acerca de la historia ideológica del antisemitismo escrito por Gilman (1985), que examina las tendencias antisemi­ tas históricas más o menos latentes en los países que habían aceptado la presencia de inmigrantes judíos dentro de sus límites nacionales. En general, las fuentes históricas coinciden on que, al margen de la existencia de un partido fascista en esos momentos, Gran Bretaña fue de hecho un país donde la inmigración judía fue relativamente tolerada y los inmigrantes recibieron un trato más o menos generoso, pese a las graves dificultades sociales y econó­ micas provocadas por la Gran Depresión y el muy elevado desem­ pleo que la siguió. No obstante, Wasserstein (1979, 1999) es muy crítico de ese país y lo acusa de haber sido antisemita. En un libro de reciente publicación, London (2000) presenta el estudio más exhaustivo hasta hoy sobre las complejas políticas de la inmigra­ ción de los judíos a Gran Bretaña en la década de 1930, y aun él indica que el antisemitismo tenía bastante difusión en el país. La situación socioeconómica de esa década hizo que el gobierno británico impusiera varias restricciones en materia de políticas inmigratorias, vigentes de m anera generalizada e independiente­ mente del estatus social y de que el individuo solicitante fuera o no judío. Aunque en una escala diferente, problemas similares afec­ tarían a los judíos que emigraron a los Estados Unidos, como lo veremos más adelante. Por otra parte, además de las distintas presiones instituciona­ les y culturales con las cuales tenían que luchar los psicoanalistas refugiados, es preciso recordar que esta categoría específica de re­ fugiados pertenecía a las profesiones liberales, y las leyes inmigra­ torias con respecto a estas personas eran aun más rigurosas. Esto era especialmente cierto en el caso de la profesión médica; las posibilidades para los profesionales inmigrantes que desearan ejercer la medicina en Gran Bretaña eran muy limitadas, aun cuando los interesados hubiesen satisfecho la exigencia de dar todos los exámenes de reválida necesarios para obtener el permiso de ejercer en su campo específico. En los Estados Unidos y otros países la situación no era muy diferente. Más adelante volveré a tocar el tema, cuando examine las controversias dentro de la Asociación Psicoanalítica Internacional sobre estos mismos asun­ 22

tos y las dificultades enfrentadas por Jones, Anna Freud y otros para contrarrestar el ostracismo sufrido por los analistas que, tras haber emigrado a los Estados Unidos, por ejemplo, 110 contaban con un título médico reconocido para ejercer. También estudiaré las dificultades encontradas por los analistas inmigrantes a Gran Bretaña, que no sólo se vieron en similares circunstancias, sino que además tuvieron que luchar contra la falta de pacientes. Naturalm ente, todo esto no hizo más que empeorar la ya difícil situación del profesional emigrado. Si nos limitamos a Gran Bretaña, no parece mucha casualidad que en su trabajo sobre la inmigración de judíos a ese país, Sherman (1973) ponga gran énfasis en dirigir la atención del lector hacia la inquietud angustiada de la British Medical Association, preocupada por las posibles consecuencias de la repentina llegada a suelo británico de un vasto número de médicos plenamente calificados procedentes de Alemania, Austria u otros países. Se­ gún lo expresa el autor: Cuando Lord Dawson, presidente del Royal College of Physicians [Colegio Real de Médicos], visitó al ministro del interioren noviembre de 1934, por ejemplo, adm itió que en Grnn Bretaña quizás hubiera lugar para algunos médicos refugiados especial­ mente distinguidos “pero”, como él mismo agregó, “la cantidad de los que podrían ser asimilados con utilidad o considerados capaces de enseñarnos algo podía contarse con los dedos de una m ano”, [p. 124.]

De acuerdo con la doctora J. Stross3 -la pediatra que, en lugar de M, Schur, acom pañó a Freud en su viaje desde Viena hacia el exilio en Londres (comunicación personal; Jones, 1953-1957; Schur, 1972)-, no fueron por cierto más de cien los refugiadosjudíos con formación médica a quienes la British Medical Association aceptó entre 1933 y 1939 como calificados para ejercer en Gran Bretaña. También deben tomarse en cuenta otros factores que, aunque aparentem ente de menor importancia, contribuyen, no obstante, a completar el panorama global de la situación de la emigración por entonces. Por ejemplo, en Berlín, Budapest, Viena y otros lugares había considerables dificultades para conseguir la famosa “visa” o “permiso de trabajo” que, entre otras cosas, también implicaba esperas interminables e intermitentes en los pasillos y oficinas de la Gestapo y de varios consulados y embajadas. El trám ite fue muy bien descripto por la propia Anna Freud al 23

comentar el calvario de los psicoanalistas residentes en Viena que aspiraban a em igrar por esos años (véase el capítulo seis). Anna trazó un cuadro particularmente intenso y conmovedor de estos acontecimientos cuando, en oportunidad del centenario del naci­ miento de Jones, habló en Londres en 1979. Con referencia a los receptáculos flotantes de miseria hum ana anclados en radas y a los miles de refugiados vietnamitas que por esa época sitiaban los puertos de la costa de su país con la esperanza de abordar un barco o conseguir un permiso de embarque, Anna Freud hizo instintiva­ mente una comparación con la situación muy similar de los refugiadosjudíos durante la persecución nazi, todos a la búsqueda desesperada de permisos de salida y visas de entrada a los Estados Unidos o los distintos países de la Europa libre; como puntualizó con claridad, para muchos de ellos no obtener esos documentos equivalía a una sentencia de muerte. No debe olvidarse, sin embargo, la ayuda ofrecida por las comunidades judías de Gran Bretaña (London, 2000; Sherman, 1973; Wasserstein, 1979,1999) y los Estados Unidos (Neuringer, 1980; Strauss, 1983) para garantizar el sustento y el bienestar de los refugiadosjudíos en ambos países.4 En efecto, como también me lo señaló la doctora Stross, los refugiados tenían prohibido llevar consigo dinero o artículos de valor como joyas, aunque hasta 1939 todavía se les permitía irse con las pertenencias domésticas de sus casas de Alemania y Austria; así sucedió con Freud y su familia, según veremos. Únicamente si se tienen presentes estos pormenores, aquí muy condensados, será posible entender, al menos en parte, las cartas intercambiadas entre Anna Freud, Jones y sus colegas desde 1933 hasta 1939. Y sólo se cumplirá nuestra expectativa de esclarecer estas complejas cuestiones si consideramos la interacción entre todos esos factores, esto es, si tenemos en cuenta los problemas específicos relacionados con la historia interna del psicoanálisis y la expresión misma del inconsciente en las tensiones, rivalidades y diferencias teóricas entre las organizaciones psicoanalíticas de Berlín, Viena y Londres, así como de Nueva York y otras ciudades norteamericanas donde se había establecido una institución psi­ coanalítica local, sobre todo entre los psicoanalistas que ocupan un • lugar protagónico en la correspondencia. Mediante esta línea específica de investigación, mi esperanza es que el lector se convenza de lo que dije antes sobre la existencia de un claro paralelo entre los problemas generales en torno de la 24

emigración forzosa de los judíos en esos años y los problemas experimentados durante el desplazamiento obligado de quienes eran principalmente psicoanalistas judíos. Con una importante diferencia, no obstante: al contrario de la mayoría de las víctimas del Holocausto, muy pocos psicoanalistas, comparativamente hablando, encontraron la muerte en un campo de concentración. En este aspecto podríamos aventurarnos a decir que su conciencia de los peligros de una prolongada indecisión (aunque la situación de los Freud en Viena llegó a ser efectivamente muy incierta en un momento),junto con laayuday lasolidaridad que lesofrecieron en esos espantosos años sus colegas de Gran Bretaña, los Estados Unidos y otros países, es uno de los más conmovedores ejemplos de la fuerza de la vida contra la pulsión de muerte, ¡al menos en lo que se refiere al psicoanálisis! Ahora, tras haber trazado un paralelo entre los grandes facto­ res que rodearon la emigración de los judíos y los hechos en torno de la emigración de los psicoanalistas durante el mismo período, podemos imaginar con mayor claridad la9 circunstancias en las cuales, tras el ascenso de Hitler al poder y la serie de acontecimien­ tos que lo siguieron de m anera inmediata, Anna Freud, Jonesy sus colegas comenzaron a discutir la apremiante situación del psicoa­ nálisis en Berlín. Las leyes de Nuremberg acababan de entrar en vigor. Algunos meses después, esas mismas leyes convencerían a Eitingon de marcharse a Palestina. Una de las consecuencias de su partida fue que Boehm quedó a cargo del Instituto Psicoanalí­ tico de Berlín, lo cual significaba, en sustancia, que de allí en más sería imposible que un psicoanalista judío tuviera un puesto oficial dentro de la organización (Brecht, 1993; Cocks, 1985; Lockot, 1985, 1994). Esta situación, a su turno, provocó la renun­ cia de algunos de los miembros judíos del instituto e impulsó a muchos de ellos a marcharse a lugares desconocidos; y, como si esto fuera una señal, los psicoanalistas judíos que luego formarían parte de la primera oleada emigratoria de Alemania, iniciada en los últimos días de marzo y proseguida a lo largo de abril y mayo de 1933, comenzaron a ser mencionados en la correspondencia entre Anna Freud y Ernest Jones. Sus nombres también empeza­ ron a aparecer en las cartas que Jones intercambiaba con Van Ophuijsen, Brill, Eitingon, Freud, etc. Asimismo, debemos recor­ dar que en mayo de 1933 se produjo en Berlín la quema oficial de las obras de Freud. 25

2 LA OLEADA EMIGRATORIA INICIAL (1933-1935) Y LOS PRIMEROS “SORGENKINDER ” Incertidum bre y confusión en Europa y los Estados Unidos

J o n e s , A n n a F r e u d , B r il l v V an O rH uiJSEN SE ESFUERZAN POR AYUDAR

Pnrn tenor unn comprensión más plonn do los problemas quo crearía esta oleada emigratoria y las proporciones que asumiría (y n la cual, unos pocos meses después, en una carta a Jones fechada el 6 de marzo de 1934, Annn Freud se referiría como “unn nueva clase de di.lsporn”, parn agregnr que “con seguridad usted sabe quó significa la palabra: la dispersión de los judíos por el mundo luego de la destrucción del Templo de Jerusalén”), debemos recor­ dar que numerosos nnnlistns de Berlín y Viena habínn visitado Gran Bretañay los Estados Unidosy algunosyn habían emigrado a esos países. Entre los analistas inmigrantes en Gran Bretaña la más famosa era, con mucho, Melanie Klein, que había llegado a Londres procedente de Berlín a mediados de la década del treinta (Meisel y Kendrick, 1986).1 Debido a la complejidad de las cosas, creo imperativo describir el efecto que esta primera y tem prana oleada de inmigrantes, compuesta principalmente por analistas berlineses, tuvo sobre sus pares norteamericanos. Freud, Ju n g y S. Ferenczi habían visitado los Estados Unidos en 1909, y el último volvió en compañía de O. Rank y varios más algún tiempo después. Otros, como S. Lorand, habían emigrado a ese país en la década de 1920; F. Alexander y S. Rado, que se habían formado en Budapest y luego trabajaron en Berlín durante esa misma década, se trasladaron a los Estados Unidos alrededor de 1930. Ambos, junto con H. Nunberg, K. Horney, el analista lego H. Sachs -que cumpliría un importante 27

papel en la ayuda a los analistas legos en los Estados Unidos- y otros inmigrantes de Berlín, comenzaron a asumir un rol muy destacadoen el psicoanálisis norteamericano (Coser, 1984; Eisolcl, 1998; Fermi, 1968; Hale, 1978; Jahoda, 1969; Kurzweil, 1995; Roazen y Swerdloff, 1995). No hay duda de que estos primeros inmigrantes tuvieron parte considerable en la creación de proble­ mas, tensiones y conflictos de poder en un nivel local, y en cierto momento sus actos condujeron a la formación de extrañas alianzas y el establecimiento de grupos constituidos por antiguos inmi­ grantes del continente y refugiados judíos recién llegados de Alemania, Hungría y Austria, que provocaron el desencadena­ miento de las hostilidades entre ellos y los miembros autóctonos de las varias asociaciones e instituciones psicoanalíticas locales estadounidenses, como veremos, en particular, en los capítulos cuatro y seis. En el New York Psychoanalytic Instituto y la New York Society, sin embargo, algunos de los refugiados recién arri­ bados estrecharon filas con ciertos miembros del país y, junto con algunos integrantes de la anterior generación de psicoanalistas emigrados, intentaron poner freno a las tendencias rebeldes o innovadoras de quienes, como Rado, habían adquirido enorme poder y control sobre el New York Instituto a principios de los años treinta y más adelante (Kirsner, 2000; Roazen y Swerdloff, 1995). Por lo tanto, la historia de esta primera emigración a los Estados Unidos es de gran importancia, y sólo si entendemos muchos de los problemas que surgieron n partir de 1933 podremos apreciar mejor las razones por las cuales el psicoanálisis y sus diversas institucio­ nes locales sufrieron una agitación tan constante, sobre todo cuan­ do se compara su situación con la relativa estabilidad de la British Psycho-Analytical Society, por entonces bajo el riguroso control de Jonesy sus fundadores. También comprenderemos de manera más adecuada los motivos por los que siguieron teniendo una estructura bastante débil. En rigor de verdad, entre 1930 y 1933, Rado, instalado en Nueva York, comenzó a distanciarse gradualmente de la ortodoxia vienesa. Esto lo llevó luego a dejar la New York Society y fundar el Columbia Psychoanalytic Group (Eisold, 1998; Roazen y Swerdloff, 1995). Sin embargo, las circunstancias que rodeaban este caso sólo salieron a la luz en los años siguientes. Es imposible presentar aquí un relato completo de lo que sucedió en el caso de Rado o lo que ocurrió con Alexander y los demás, ya que eso escapa al alcance de este libro, pero un breve estudio de la correspondencia entre Jones, Brill y otros sobre Rado 28

y la New York Psychoanalytic Society-que traté de resumir en la nota 2- deberá dar úna idea aproximada de los acontecimientos y el clima do esos años.2 Concentremos ahora nuestra atención en algunos de los deta­ lles de la primera oleada emigratoria germano judía. Como señalé antes, sus signos iniciales comenzaron a advertirse en marzo y abril de 1933 cuando, en efecto, empiezan a aparecer por primera voz los nombres de ciertos individuos y los pormenores de sus vicisitudes en la correspondencia de Anna Freud y Ernest Jones, así como en muchas otras cartas. En una carta fechada el 5 de junio de 1933, Anna se refiere a la difícil situación de E. Simmel y K. Landauer, que atravesaban graves problemas económicos. Al hablar de ellos, Anna los califica de "Sorgenkinder": “niños con necesidad de cuidado y causantes de preocupaciones”. Esta expre­ sión se recoge muchas veces en sus cartas, al menos hasta su partida de Viena hacia Londres unos cinco años después de iniciado este intercambio epistolar. Su empleo de la expresión parece tener una significación particulary es preciso no ignorarlo, en especial si tenemos presentes los comentarios que ya he hecho al respecto, porque suscita la impresión de una familia extensa compuesta por criaturas, niños, hermanos y herm anas mayores y padres cuyo deber es ponerlos bajo su ala. A decir verdad, la elección de las palabras de la hija de Freud resulta mucho más significativa cuando recordamos que las personas a quienes so refería en esos términos no eran sino psicoanalistas adultos quo, al encontrarse en circunstancias muy precarias, se veían obliga­ dos a volver, por así decirlo, a una situación de dependencia de Anna, Jones y los norteamericanos.3 Dejemos de lado por el momento las numerosas connotaciones posibles del término “Kinder” para concentrarnos en las implica­ ciones del vocablo "Sorge”, que simboliza no sólo las muchas angustias sufridas por los refugiados sino también las preocupa­ ciones de las personas que estaban en condiciones de ayudarlos a encontrar un lugar de refugio, todas las cuales eran miembros, y por lo tanto parte constituyente, de la “familia” psicoanalítica. La cantidad de información contenida en las cartas intercambiadas entre Anna Freud y Ernest Jones y en las cursadas entre este último y otros corresponsales, conservadas en los archivos de la British Psycho-Analytical Society, podría llevarnos con facilidad a interminables discusiones sobre el tema, aun cuando nos limitá­ ramos a citar los nombres de las personas mencionadas o no 29

hiciéramos más que seguir el desarrollo de su vida personal durante las muchas oportunidades en que esos refugiados se vieron obligados a m udarse de un lugar a otro. De manera similar, preferiría acallar por ahora una cuestión que se plantea espontá­ neamente: si en uno u otro momento el mismo Ernest Jones no llegó a considerar a Sigmund Freud, su hija y su círculo de amigos y conocidos como sus propios “Sorgenkinder” (véanse los capítulos siete y ocho). Como sabrá cualquiera que haya emprendido este tipo do investigación, el sentido y el significado de los tiempos en que vivieron y se movieron estas personas no sólo se entienden estu­ diando la crónica de las personalidades más destacadas partici­ pantes en esta triste historia, sino que a menudo pueden nprccinrse mejor mediante el examen de las vicisitudes de los numerosos personajes menores que también atravesaron esa misma expe­ riencia. De no haber sido por las circunstancias do la época, los nombres de algunos de estos analistas habrían permanecido en una completa oscuridad, excepto por el hecho de que figuraban en los registros de las diversas sociedades psicoanalíticas de Berlín, Viena, Budapest, etc. En la correspondencia entre Anna Freud y Ernest Jones a partir de abril de 1933, y en las cartas que Jones escribió a Brill, P. Federn, Eitingon, van Ophuijsen y otros para informarles del desarrollo de los acontecimientos, nos topa­ mos con nombres tan conocidos como los de W. Reich, R. Spitz, E. Fromm, F. Fromm-Reichmann, B. Lantos, Landauer, T. Reik y R. Benedek (véanse, por ejemplo, Jones a A. Freud, 20 de abril de 1933; Jones a Brill, 2 de mayo de 1933; Jones a Eitingon, 20 de mayo de 1933; Jones a Federn, 20 de octubre de 1933). Pero en estas mismas cartas también tropezamos con los nombres de F. Perls, F. Cohn y S. H. Fuchs (que luego convirtió su apellido en Foulkes) en Londres (véase Jones a Eitingon, 20 de mayo de 1933) y los de F. Lowitzky, R. Oppenheim, L. Jekels (véase Jones a A. Freud, 20 de abril de 1933) y los muchos otros que se habían refugiado en París o pasaban por esta ciudad en esos momentos. En una carta a Jones fechada el 23 de agosto de 1933, Anna le envía información sobre quienes habían tratado de emigrar a Francia y las dificultades con que se encontraron, y dice lo siguiente: Aus París hore ich, dass in der allernachsten Zeit ein Gesotz gegen jede Einwanderung durchgebracht werden solí. Die Prinzcssin ist jetzt übrigens auch hier und berichtet, dass die Pnriser Gruppe

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sich gegen dic vicr eingewanderten Analytiker gut hcnimmt. [Me informan desdo París que muy pronto se sancionará una ley contra toda inmigración. Por otro lado, la princesa [M. Bonnparte] también está aquí y nos dice que el grupo de París se porta bien con los cuatro psicoanalistas que emigraron allí.]

No obstante, en beneficio de la exactitud histórica habría que señalar asimismo que algunos meses después, tanto en París como en muchos otros lugares las cosas no pintaban tan bien para los refugiados. Considérese simplemente una carta como la siguiente de Anna Freud a Jones, en la cual ella compara lo que sucedía en París con lo que ocurría en Londres e incluso en Viena. Londres parecía haber aceptado de inmediato a algunos de los refugiados nlcmnncs (Anna a Jones, 27 de noviembre de 1933): También recibí una carta do la princesa M. Bonnparte acerca do la reciente organización del nuevo grupo francés. [...J Me parece que su comportamiento con los emigrados alemanes es muy decepcio­ nante. ¿Cómo puede ser que n usted lo resultara posible dar tan pronto a los inmigrantes su lugar en la Sociedad, mientras que ellos consideran necesario mantenerlos a prudente distancia? La princesa escribe que no pueden aceptar a los médicos como miem­ bros porque no tienen ia matrícula francesa. Dice que podrían recibir con facilidad a los legos, pero prefieren esperar un poco. Después de todo, sin embargo, Rado, Alexander, Harnik, etc., eran miembros de Berlín sin matrícula alemana; tampoco le pedimos a Frau Lampl-de Groot su matrícula austríaca (tenía una holan­ desa).

Todo ello, de acuerdo con Anna, parece señalar la misma actitud de “distancia con respecto a la IPA y falta de contacto con ella”. AI invitar a Jones a mediar con el fin de ayudar a los refugiados alemanes, Anna agrega: “¿Y la principal característica de una asociación internacional no es acaso la existencia de un lazo internacional por añadidura al sentimiento nacional?” El 2 de diciembre de 1933 Jones contestó para expresar su pleno acuerdo con Anna en lo concerniente a la falta de compromiso de los franceses con la IPA, pero también destacó-en lo que sería uno de sus motivos constantes de preocupación durante esos años- la necesidad de una organización y un liderazgo fuertes que permi­ tieran tratar de diferente manera esas delicadas cuestiones. Los franceses estaban bastante desorganizados a causa de la falta de una conducción fuerte. Sería más satisfactorio, concluía Jones con 31

cierto tono irónico, “que la princesa pudiera ser a la voz presidente y directora de la Revue [Jones se refería a la Revue Fran algunas do las afirmaciones contenidas en la cofTímpondencin entro Janes, Hrill y Oberndorf durante los primeros nños do la década de 1930, así como lo que decía Alexander en sus cartas a Joños de abril y mayo de 1938) y mantener la enseñanza del análisis en manos de nuestros institutos docentes reconocidos.

blada»

comunidades aún no superpo­

11. A pesar de todos los problemas, Alexander siguió asegurando a Jones que había muchas oportunidades para los refugiados que emigra­ ran a los Estados Unidos. Por ejemplo, en su carta del 10 de mayo de 1938 le dijo que mantenía un contacto permanente con Kubie y el Comité de Asistencia. También lo informaba que, por recomen­ dación do O. Ptitzl y el doctor Bibring, había encontrado un buen puesto para el doctor G. Pisk, un joven postulante médico de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, en el Elgin State Hospital, cuyo director era el doctor A. Read, y agregaba: “Estoy seguro de que en este país existen muchas posibilidades semejantes para hombres jóvenes con buena formación médica, pero hay que conocerlas. Estoy haciendo todo lo posible para conseguir información sobre ellas”. 12. Kubie terminaba su carta con la noticia de quo ol doctor Rubinstein, un analista vienés, le había escrito con la idea de emigrar, y decía sentirse aliviado por haber recibido información sobre los Wíilder, que ahora se encontraban en Ginebra y a quienes pronto escribiría para ayudarlos a emigrar a los Estados Unidos. Alexander, presidente de la American Psychoanalytic Association, era mucho más flexible que Kubie. Valgan como ejemplo sus intentos de distanciarse personalmente y de distanciar a la Chica­ go Psycho-Analytic Society de Nueva York. En esta últim a ciudad había “demasiada emoción”, decía a Jones cuando le escribió el 28 de mayo de 1938 a fin de felicitarlo por sus esfuerzos para ayudar a los Freud a salir de Viena. “A decir verdad, no só qué pasaría con muchos de los refugiados vieneses sin su ayuda”, agregaba. Sin

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embargo, también era muy claro al decir que le habría gustado ser más útil pero, “ (la bastardilla es mía). 13. De hecho, luego de varios intentos infructuosos de snlvarla, la Sociedad Vienesa dejó de existir y fue formalmente absorbida por la Sociedad Alemana el 1“ de octubre de 1938. (En Mühllcitner y Reichmayr, 1995, pp. 105-111, se encontrará un relato completo de los acontecimientos.) 14. Müller-Braunschweig viajó a Viena para firmar el documento. También lo firmaron A. Freud, E. Jones, H. Hartmann, M. Bonaparte, E. Hitschmann, R. Walder y otros, por supuesto que con el acuerdo de Freud. Una copia fotográfica del documento, firmada y fechada el 20 de marzo de 1938, se publicó en el 19, 1938, p. 374. 15. También vale la pena mencionar la conmovedora carta que Freud escribió a Jones el 28 de abril de 1938, pocos días después del envío de Anna:

"como usted sabe, aquí la cuestión de los legos nos ata las manos en una medida considerable

Journal o f Psycho-Analysis,

International

A veces me perturba la idea de que usted pueda suponer en nosotros la convicción de que simplemente está haciendo su deber, sin valorar el profundo y honesto afecto expresado en su actividad. Le aseguro que no es así: reconocemos su amistad, confiamos en ella y la correspondemos plenamente. Ésta es una rura expresión de sentimiento de mi parte, porque entre amigos queridos mucho debe darBe por descontado y callarse. (Freud, 1993, p. 772.] 16. En una carta a Jones del 28 de abril de 1938, Freud también había comentado su propuesta emigración a Gran Bretaña y expresado su preocupación por el riesgo de que la partida se demorara varios meses, ya que aún era necesario ordenar los asuntos financieros y relacionados con las propiedades. Y luego agregaba: En general hay que ser paciente y esperar aun semanas y quizá meses. Por el momento no se da ningún curso a las solicitudes de emigración. A Kris le devolvieron la suya sin tram itar luego de cuatro semanas. Nuestra solicitud no podría presentarse hasta el lunes (25). [Freud, 1993, p. 772.) 17. Tras ir a Liverpool y comprobar que la situación allí era muy difícil, los Isakower emigraron a los EstadoB Unidos. Véase la carta de O. Isakower a S. Payne fechada el 13 de abril de 1940. En Kirsner (2000) se encontrarán detalles sobre el papel que iba a desempeñar en los Estados Unidos. 18. En una cálida carta del 23 de abril de 1938, Freud también había mencionado el nombre de Steiner a Jones: “Entre los muchos que acudieron a usted con referencia a la entrada a Inglaterra también

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está el doctor Maxim Steiner. Le ruego quo se encargue de su caso. No puedo afirmar que sea importante como analista”, agregaba Freud; explicaba, no obstartte, que Steiner era especialista en dermatología y “un viejo y especial amigo mío [...] en verdad, uno de los más viejos, esto es, uno de los primeros miembros de la (Freud, 1993, p. 7(51). 19. Langery GifTord (1978) informan que, al pedírsele que auspiciara las declaraciones juradas para los colegas vieneses, el presidente de la New York Psychoanalytic Society se negó, diciendo “qué diablos haríamos con todos esos analistas de más” (p. 42; véase también Kirsner, 2000). 20. La correspondencia entre la IPA y los estadounidenses nos permito hacernos alguna idea de lo ocurrido. De mayo a julio -vale decir, en los meses inmediatamente anteriores al congreso de París- los norteamericanos mostraron al parecer un estado de ánimo muy combativo y, como dije antes, esto obstaculizó, al menos en parte, las iniciativns destinadas a encontrar un nuevo hogar para los refugiados on los Estados Unidos. Es interesante señalar que Alexander, quien antes había sabido mantener su objetividad con referencia a las disputas entre los neoyorquinos, la IPA y los europeos, escribió n Jones el 12 de julio de 1938 para decirle que, pese a las diferencias, coincidía con los colegas que consideraban la Comisión Internacional de Formación, según funcionaba enton­ ces, como una “institución de papel”. Alexander recordaba a .loaos que en los Estados Unidos el psicoanálisis se asociaba cada vez más a la profesión médica y que los jóvenes analistas norteameri­ canos ya no se sentían vinculados a la IPA. Existía un fuerte deseo de autonomía local en lo relacionado con la formación, aunque nadie quería cuestionar la autoridad de la IPA como tal. No obstante, el problema surgía del hecho de que la Asociación Internacional hubiera otorgado la “afiliación libre” a los refugiados alemanes en primer lugar, y ahora a los austríacos. Alexander había comprobado “en algunos casos” que esa afiliación libre “sólo era aquí una fuente de problemas y disidencias”. Los analistas didácticos y los analistas europeos debían afiliarse a las sociedades norteamericanas locales si querían ejercer. Por otra parte, la buena voluntad de los estadounidenses hacia cualquier analista médico europeo con formación adecuada implicaba no sólo que la afiliación libre era innecesaria, sino que su otorgamiento repre­ sentaba una intromisión de los europeos y la IPA en la actividad formativa norteamericana. Alexander, sin embargo, admitía quo los analistas legos constituían un problema. En realidad eran pocos, pero necesitaban toda la ayuda que pudiera dárseles, por­ que estaban mucho más expuestos que los inmigrantes con capa­ citación médica. En consecuencia, su afiliación libre no era una garantía en los Estados Unidos, donde el psicoa-

Vereinigung"

Ademán, las regulaciones estadounidenses les vedaban el ejercicio de la profesión.

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híIIíhíh como práctica sólo podía sobrevivir y desarrollarse “como una especialidad médica”. Alexander ofrecía dar tanta ayuda como

lo fuera posible para encontrar “puestos académicos y de investi­ gación en los diferentes campos del psicoanálisis aplicado” para los analistas legos refugiados de Austria y otros países que llegaran a los listados Unidos. Pero, insistía, “no podemos, sin embargo, autorizar oficialmente su trabajo terapéutico”. U na muy extensa carta de Kubie a Alexander y Jones, fechada el 15 de julio de 1938, presenta argumentos similares pero revela un afán aun más grande de ayudar. En principio, Kubie estaba de acuerdo con la decisión tomada por la asociación norteamericana con respecto a su autonomía. Sin embargo, quería asegurarse do que las decisiones de Nueva York no se interpretaran como una iniciativa urdida por Rado en persona. Kubie introducía el proble­ ma de los analistas legos europeos sugiriendo que, como había pocos y en su mayoría eran personalidades prominentes, tal vez podrín considerárselos huéspedes honorarios de las distintas so* ciedades estadounidenses. Quería evitar quo, en caso do ser exclui­ dos por éstas, constituyeran por sí mismos un grupo y

crearan su propia asociación, lo cual aumentaría la cantidad de analistas legos capacitados mucho más que “si trabajaran con nosotros dentro de la estructura general de nuestra organización ”. Otra do

las propuestas de Kubie consistía en mantener con vida la Socie­ dad Vicncsa, pese a la dispersión de b u s miembros por todo el planeta; esto daría a los norteamericanos más tiempo a fin de encontrar una solución más adecuada para los analistas legos. Kubie destacaba quesería una locura dejar a éstos fuera de la IPA, pero deseaba aclarar que, a su entender, muchaB de las decisiones sobre el análisis lego en los Estados Unidos debían tomarse al margen de los problemas relacionados con la emigración de analis­ tas alemanes, austríacos y centroeuropeos, porque en aquel país ese tipo de análisis era en esencia un asunto interno. Es imposible, desde luego, entrar en los detalles de esta volumino­ sa correspondencia, pero debemos volver a referirnos a algunas de las cartas. Por ejemplo, hay un mensaje de Kubie a Jones fechado el ‘20 de julio de 1938, en el cual el primero explica sus puntos de vista sobre las mejores soluciones posibles a nlgunos de los proble­ mas relacionados con los analistas legoB europeos. En esta carta no hace ningún intento de disim ular su malestar con algunos de los aspectos de esa tormentosa cuestión, que describe como “la inhos­ pitalidad de la acción formal de nuestras sociedades norteamerica­ nas hacia los analistas legos extranjeros anteriormente estableci­ dos”. Kubie insiste en que esto se debe a la Umagnitud de la oleada de inquietud que afligió a parte de nuestros miembros cuando contemplaron la posibilidad de que en la escena norteamericana se produjera una enorme afluencia de hordas innumerables de ana­ listas legos continentales”. Según su parecer, algunos de los pro­

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blemas no se originaban tanto en Rado como en Nunberg y su comportamiento, que había contribuido a complicar aun más el tema de la inmigración y la relación entre la sociedad neoyorquina y Viena y los europeos (Kubie a Jones, 20 de julio de 1938). Otra carta muy reveladora es la enviada por Alexander a Kubie el 25 de julio de 1938. En ella el autor expresa su esperanza de que "en el otoño, una vez que se aquieten las pasiones”, encontrarán una solución adecuada al problema del análisis lego. Pero insiste en que en los Estados Unidos el psicoanálisis está estrictamente vinculado a la profesión médica, y señala que

"es a la vez afortuna­ do e inevitable que aquí la terapia psicoanalítica se convierta en una especialidad médica" (la bastardilla es mía). Esto es sobre todo la

consecuencia de un conocimiento creciento de las enfermedades psicosomáticas, que destaca la necesidad de integrar psicoanálisis y medicina. En algún momento futuro quizá sea posible crear una sociedad no médica, dedicada al psicoanálisis aplicado: “El hecho que debemos enfrentar es que el análisis lego tuvo sus orígenes en las primeras etapas del psicoanálisis”. Pero Alexander reitera que debe­ rían tratar de ayudar en la mayor medida posible a “nuestros colegas más ancianos que consagraron su vida a la terapia psicoanalítica”. A decir verdad, en noviembre de 1938 la situación parecía haber mejorado. En su carta a Jones del 21 de noviembre, por ejemplo, Alexander le informa que las pasiones se han aquietado y la independencia administrativa de la asociación norteamericana se toma hoy “como un hecho cierto”; están muy deseosos de ayudar a los refugiados. Luego le da noticias de Kubie, le hr