Balance historiográfico chileno: el orden del discurso y el giro crítico actual
 9567757070, 9789567757077

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Colección Re-visiones

Balance Historiográfico Chileno El orden del discurso y el giro critico actual Luis G. de Mussy R. (Editor)

Alfredo Jocelyn-Holt Cristián Gazmuri Gabriel Salazar Miguel Valderrama

U

Universidad Finís Terrae

Ediciones Universidad Finís Terrae Escuela de Historia-CIDOC

2007

Registro de Propiedad Intelectual N° 167.075 ISBN 978-956-7757-07-7 Ediciones Universidad Finís Terrae Av. Pedro de Valdivia 1509, Providencia Teléfono: (56-2) 420 7100 www.uft.cl Diseño y diagramación: Paloma Castillo Mora Corrección de pruebas: María Teresa Letelíer Impresión: Salesianos Impresores S.A. Santiago de Chile, 2007

Índice

7

Agradecimientos

El orden del discurso y el giro crítico actual Luis G. de Mussy

11

Balance historiográfico y

una primera aproximación al canon Alfredo Jocelyn-Holt

31

Influencias sobre la historiografía chilena: 1842-1970

Cristián Gazmuri

75

Historiografía chilena siglo XXI: transformación,

responsabilidad, proyección

Gabriel Salazar

35

¿Hay un texto en la historiografía?

Miguel Valderrama

169

Indice Onomástico

201

Los Autores

213

Agradecimientos

Merecido y habitual en un proyecto como este, es el momento y lugar de reconocer las deudas. La primera es,

sin duda, con los cuatro conferencistas: Gabriel Salazar, Al­ fredo Jocelyn-Hok, Cristián Gazmuri y Miguel Valderra-

ma por la generosidad del debate intelectual y por la cerca­ na conversación. A Paloma Castillo por la paciencia y el

respeto en los ritmos de trabajo que involucran una com­ prometida entrega. A Alejandra Castillo y Aldo Yávar por el constante diálogo como por el permanente estímulo a ir y saber qué hay más allá de la letra impresa.

Agradezco también al Rector de la Universidad Finis Terraey Roberto Guerrero del Río por su constante apoyo e

interés en el posicionamiento de la Escuela de Historia y el CIDOC como espacios de debate en torno a los temas con­

temporáneos sobre teoría y métodos como también sobre documentación y trabajo heurístico. A Francisco Bulnes por

la confianza y el honesto respeto. A Sergio Anabalón por el

interés y toda la ayuda. Así también, vaya todo este esfuerzo a mi familia; en especial a María Teresa, Isabella y Luis que permiten que el

día a día sea una historia abierta. 7

Por todo lo anterior, celebremos el inicio de la Colec­

ción Re-visiones y su intento por identificar las firmas invi­ sibles que delimitan el ejercicio/juego con que hacemos funcionar cualquiera que sean nuestras ideas.

Luis G. de Mussy Ph D (c) London

Director de Investigación y Extensión Escuela de Historia-CIDOC

Universidad Finis Terrae

“La transición y las transformaciones de la comprensión históri­ ca requieren el esfuerzo continuo de pensar aquellos problemas que afectan nuestra propia concepción de la relación entre pre­ sente y pasado en lo atinente a posibles futuros. La forma de escritura que acaso mejor se adapta a estos encuentros cercanos, comprometidos y flexibles con una serie de problemas es el ensayo. A continuación, presentaré un conjunto interactivo de ensayos acerca de determinados problemas: notablemente, con respecto a la experiencia, la identidad, la normatividad, el acon­ tecimiento extremo o límite y la interacción entre historia y teoría crítica”. Dominick LaCapra, Historia en Tránsito

El orden

del discurso

Y EL GIRO CRÍTICO ACTUAL

Luis G. de Mussy Universidad Finís Terrae

“... Más allá de las diferencias que las separan o las oponen, esas obras enuncian una pregunta fundamental: ¿cómo pen­ sar las relaciones que mantienen las producciones discursivas y las prácticas sociales? Hacer inteligibles las prácticas que las leyes de formación de los discursos no gobiernan es una em­ presa difícil, inestable, situada “al borde del acantilado”, como escribe Michel de Certeau”. Roger Chartier

1. Una pregunta y una respuesta. He ahí las claves

para seguir este prólogo. La pregunta, la misma que se hacía Roger Chartier hace un tiempo en la introduc­

ción de su libro Escribir las prácticas “¿cómo pensar las relaciones que mantienen las producciones discursivas y las prácticas sociales?”1. La respuesta: transitando

—con los ojos vendados— por el acantilado de pro­ puestas que limitan la posibilidad de hacer inteligibles

“las prácticas que las leyes de la formación de los dis­ cursos no gobiernan”. Es así como desde esta discusión,*

’ Roger Chartier, Escribir las prácticas. Foucault, de Certeau, Marin, Argenti­ na, Manantial, 2001.

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Balance historiográfico chileno

el Balance historiográfico chileno. El orden del discurso y el giro

critico actual recopila cuatro conferencias leídas en la Univer­ sidad Finis Terrae y tiene también las preocupaciones del epígrafe en cuestión: establecer un diálogo que haga visible algunas prácticas historiográficas del Chile actual. Por de pron­

to: la historia social, teórica y popular del Premio Nacional de Historia 2006, Gabriel Salazar; la historia político cultural de

Alfredo Jocelyn-Holt; la posmoderna y deconstructiva de Mi­ guel Valderrama y la postura reconstructivista (genealogista

y prosopográfica) de Cristián Gazmuri. Una aclaración: cuando hablamos de prácticas historiográficas, no pretendemos cubrir todo el espectro disciplinar sino, exclusivamente..las pro-

puestas que se enmarcan en lo que podría ser una suerte -de

revisión de campo a niveles de teoría, método, aplicación o_a recuentos metahistóricos. Si se quiere, una suerte de historia

intelectual de la historiografía chilena. Desde esa premisa,

durante la organización del seminario, el editor como los participantes quisieron discutir públicamente las variantes que hoy hacen de la historiografía chilena una disciplina en

pleno y sostenido estado de revisión2.

2 Más allá de las variantes —sea historia social, cultural, económica, inte­ lectual, política, oral, de los conceptos, de la mujer, de la vida privada, del medioambiente o de la misma historiografía— todas ellas han ido retinan­ do en forma exponencial sus aparatos teóricos en pos de un recuento que esté consiente de la mayor cantidad de variables que se puedan traducir en un control eficiente, una exposición estimulante y un manejo adecuado de la operación de escritura historiográfica. Y esto, en cualquiera sea su forma­ to: libro, ensayo, artículo (ISI, Scielo) prensa, crónica, documental, inter­ net, etc. Valga la pena precisar que este giro crítico de la disciplina no significa que genéricamente los historiadores chilenos estén perfeccionan­ do sus técnicas de trabajo, sino que hay un interés —aún no mayoritario y disperso, pero constante y expansivo— por reflexionar filosófica y teórica­ mente el oficio antes de ejercitar la práctica de éste.

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El orden del discurso y el giro crítico actual/ Luis G. de Mussy

Develar esas relaciones que “mantienen y permiten las producciones discursivas y las prácticas sociales” haría posible la

identificación parcial de los contornos del “orden del discur­ so” de la historiografía chilena actual. Es decir, al querer rea­

lizar un balance, estamos intentando construir una platafor­

ma intergeneracional desde donde sitiar y visualizar algunos ejemplos de sistemas de representación, categorías intelec­ tuales, formas retóricas y aparatos teóricos que permitan su­

jetar el andamiaje de cualquier intento de reconstitución del pasado. En el fondo, estamos hablamos de cómo diferenciar los límites que le ponemos al vacío exterior, y no a la expe­

riencia que posteriormente es posible de ser archivada, traba­ jada, interpretada y, más aún, en no pocos casos, manipula­

da. Así también, es imposible negar que esta iniciativa cons­

tituye una vía estratégica para sobrepasar la “violencia sim­

bólica” del ordenamiento discursivo y así poder reconocer las lógicas que permiten diferenciar cómo opera la distancia en­ tre la “construcción discursiva del mundo social” y la “cons­ trucción social de los discursos”3. Por otra parte, también es

oportuno sugerir que esta identificación de las fronteras es­

tructurales —tanto interiores como exteriores— de la disci­ plina, permiten evaluar una arista clave de la “potencia dis­ cursiva de cada comunidad” que ha vivido una experiencia

histórica (varias según Salazar) que la amarra(n) antinómica­ mente al pasado.

3 “Supongo que en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedi­ mientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad... En una sociedad como la nuestra son bien conocidos los procedimientos de exclusión. El más evidente, y el más familiar también, es lo prohibido. Se

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Balance historiográfico chileno

En síntesis, hoy, a comienzos del siglo XXI, el histo­

riador debe dar cuenta de la construcción misma de su dis­ curso dentro del orden dominante, de cómo ejerce su prác­

tica (académica, individual o colectivamente) y de cómo

entiende las limitantes de representación que asedian su ejercicio de acercamiento al pasado. Acercamiento que si­ guiendo la metáfora con que Roger Chartier asume el tra­

bajo de Michel de Certeau, se sitúa al borde del acantilado que circunda toda ilusión comunitaria. De ahí que hoy en

día resulte casi imposible pensar un historiador, al menos en Chile, que no incorpore una fuerte carga de reflexión sobre la naturaleza de su oficio y de las particulares condi­

ciones que enmarcan el precipicio desde donde se sujeta el pensamiento que permite cualquier escritura —operación—

historiográfica. Y esto, creo, se está irradiando a las nuevas

generaciones a pesar de las permanentes amenazas de los conservadurismos e intolerancias de siempre y de todo or­ den: sociales, económicas, religiosas, de derecha, de izquier­

da, del mundo académico, de los profesores matones (inte­

lectual e institucionalmente), de las editoriales, etc. En cuanto a las conferencias en sí, a cada expositor se le solicitó presentar, en lo posible, una interpretación de la historiografía chilena de los siglos XIX y XX ó, en su defec­ sabe que no se tiene derecho a decirlo todo, que no se puede hablar de todo en cualquier circunstancia, que cualquiera, en fin, no puede hablar de cualquier cosa. Tabú del objeto, ritual de la circunstancia, derecho exclusi­ vo o privilegiado del sujeto que habla: he ahí el juego de tres tipos de prohibiciones que se cruzan, se refuerzan o se compensan, formando una compleja malla que no cesa de modificarse....”. Michel Foucault, El orden deldiscurso, Argentina, Tusquets Ediciones, 1992, pp. 11-12. Ver también Frank Ankersmit, Sublime Historiad Experience, California, Stanford University Press, 2005.

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El orden

del discurso y el giro crítico actual/

Luis G.

de Mussy

to, algún caso de estudio que considerara tópicos como:

figuras y/o autores claves de la historia chilena (en cuanto disciplina de estudio), generaciones de historiadores, in­

fluencias y genealogías intelectuales, escuelas y tradiciones,

debates historiográficos y obras significativas, entre otros. El resultado, como se verá, es bastante ecléctico, dinámico, y tan paradojal como lúcido e, incluso, contradictorio en

varias de las posturas que se manifiestan. Estimulante en el debate, bien escrito y exigente a ratos —entre otras parti­ cularidades— este libro consta de cuatro voces de corte y

pluma muy diversa. Tres son consagradas y con una am­

plia, reconocida y justificada trayectoria en el medio nacio­ nal. La cuarta voz corresponde a una que, de un tiempo a esta parte, ha logrado hacer valer su opinión al ir refinando

la fronteras y complejidades como también las variables teó­

rico críticas del análisis histórico. 2. El texto de Alfredo Jocelyn-Holt, “Balance histo-

riográfico y una primera aproximación al canon”, consti­

tuye —sin lugar a dudas— un trabajo tan lúdico como incisivo sobre algunos de los autores, las obras y discusio­ nes que pueden dar la pauta a la hora de examinar una

posible identidad disciplinaria. Logrando una síntesis re­

flexiva de largo aliento desde la colonia hasta nuestros días, este autor desarrolla temas tan variados como el asombro

humano frente a las vertiginosas —y más de una vez no gratas— posibilidades del conocer histórico, las relacio­

nes entre imaginación y verdad, las expresiones coloniales del recuento del tiempo, las primeras síntesis generales y

los desafíos permanentes del oficio de historiador. Con una hipótesis en que la poesía y el mito —y no tanto la

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BaIANCE HISTORI OGRÁFICO CHILENO

historia— aparecen como el verdadero hilo conductor del

canon histórico-imaginativo nacional, y donde la valori­

zación de la “historiografía liberal decimonónica” y la de corte profesional sólo tendrían un rol secundario en una

posible selección ideal o sustrato irreductible de la me­

moria nacional. Depósito de recuerdos que debe exigir al oficio historiográfico —y asediar, si es necesario— la efi­

ciente superación de la mayor cantidad de barreras epis­

temológicas y socio culturales. Sólo a costa de perdernos

en nosotros mismos, habremos de encontrar alguna salida a nuestra imbunchada nacionalidad.

Como es habitual en su obra, Jocelyn-Holt enfati­ za la capacidad de ver más allá de lo evidente. No gratis el juego de contradicciones y develamientos comienza

desde los epígrafes de Leopold V. Ranke y Aguste Cero­

te hablando como si fueran dos críticos del historicismo, paradigma que, por el contrario, caracterizó su trabajo.

Dividido en dos partes, este trabajo cubre, en primer lugar, una síntesis de la historia de la historiografía chi­

lena desde la colonia hasta hoy para después cruzar el

análisis, con el criterio canon y así proponer cuáles se­ rían las voces, las obras y los debates claves de la historia

chilena. En esta línea, otro de los aciertos de este ensayo es el trabajo que se la da a la cita del libro de Eduardo Solar Correa, Semblanzas literarias de la colonia, y que le permite establecer al autor un dispositivo crítico eficiente

a la hora de aplicar el ejercicio de descarte: “Cuando uno recorre ese largo trayecto que va desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del siglo XX, por supuesto que llaman la atención los historiadores. Son efectivamente mu­

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El orden del discurso y el giro crítico actual/ Luis G.

de

Mussy

chos; quizá, demasiados. Coincido con Eduardo Solar Correa: ‘En Chile lo que ha sobrado siempre ha sido historiadores y eruditos, y lo que nunca ha sobrado ha sido poetas y artistas’”4.

Auto-declarado (enfáticamente) como un liberal con­

servador que pretende revisar la escuela historiográfica con­

servadora, Jocelyn-Holt se vuelca también sobre la supera­ ción que habría logrado el trío conservador: Edwards, En­ cina y Eyzaguirre, sobre el trabajo de los historiadores libe­

rales del siglo XIX5. Argumentación que se sostiene al seña­ lar que una de las debilidades liberales es que no fueron historiadores profesionales sino más bien figuras políticas o intelectuales. A diferencia de las “tres E”, que habrían lo­

grado autonomizar la historiografía de las prácticas políti­

cas y de ahí erigir a la historia (y su estudio) a la dimensión

de una “filosofía moral” capaz de retomar el esquema en que son los historiadores quienes pautean a los políticos y

no a la inversa como sucedía en el periodo decimonónico. En cuanto a Mario Góngora, a quien también lo ubica den­ tro de la escuela conservadora, la caracterización es contun­

dente y precisa: desarrolló un “giro notable” en la discipli­

na. Analiza también, eso sí de forma breve y sin mayor profundidad, las escuelas marxista y estructuralista, a las cuales no reconoce mayores méritos.

La segunda parte del ensayo cubre la reflexión sobre el uso del concepto canon como el eje de una operación de

4 Alfredo Jocelyn-Holt L., “Balance historiográfico y una primera aproxi­ mación al canon” (p. 47) citando a Eduardo Solar Correa, Semblanzas literarias de la colonia, Buenos Aires, Editorial Francisco de Aguirre, 1970, p. 114. 5 A. Jocelyn-Holt, op. cit., p. 47-53.

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Balance historjográfico chileno

descarte cualitativo6. Apoyado en la idea de que los histo­ riadores son pésimos para diferenciar lo central de lo anexo

y, menos, a la hora de realizar una selección estricta de dis­ criminación valorativa, la propuesta de Jocelyn-Holt mez­ cla tanto obras como figuras y temáticas: La Araucana, La

Fronda..., La Historia de Chile desde la prehistoria..., Fiso­ nomía histórica de Chile, las monografías y ensayos de Ma­ rio Góngora, el Poema de Chile de la Mistral, Altazor y el

Balance Patriótico de Huidobro, Nuestra loca geografía de Benjamín Subercaseaux, las crónicas de Edwards Bello y

González Vera, la poesía de Pablo de Rokha, Gonzalo Ro­ jas, Nicanor Parra, Enrique Lihn, Jorge Tellier y Gonzalo Millán.

“De eso es lo que estamos hablando: de aquellos historiadores u obras que no sobreviven una selección estricta, y por qué otros, sin embargo, no pueden faltar. Por cierto, podríamos diseñar distintos tipos de canon y de esa manera no dejarlos fuera: un canon de obras insufribles, un canon de estudios que no sirven de nada, un canon de publicaciones ISI, un canon de fondecyts no publicados, un canon de lo que pasa por historia hoy en nuestros departamentos universitarios. De hecho, los hay cuan­ tas maneras diferentes de discriminación se puede llegar a obser­ var. Pero esta generosidad canónica sería probablemente excesiva. Si todo es o puede ser canon, ¿de qué nos sirve la categoría?...”7.

Quizás una forma de poder entender cómo cuidarse

del acantilado del que hablaba Chartier en un comienzo,

6 Debo agradecer especialmente la generosidad de Alfredo Jocelyn-Holt, al querer explayarse en el trabajo de un tema de mi propio rango e interés investigativo. Favor que gentilmente atendió y que debe ser mencionado ya que facilitó de sobremanera el avance mi investigación doctoral. 7 A. Jocelyn-Holt, op. cit., pp. 56-60.

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El orden del discurso y el giro crítico actual/ Luis G. de Mussy

sea el ¡r encontrando algunas piezas claves del canon que permitan apuntalar una suerte de armazón de elementos

que acerquen al mito y la potencia del vidente. Es así como Jocelyn-Holt piensa que el historiador logra trascender y volverse poeta asumiendo y siendo parte —a la vez— del

mito que permite la conjunción intuitiva que da cual­

quier acuerdo previo a toda “comunidad de sentido”. A su vez, es clave asumir que según este autor sólo es posible

acceder a los distintos contornos, permanentemente va­ riables, del canon8.

3. Por su parte, Cristian Gazmuri en su ensayo “In­

fluencias sobre la Historiografía chilena: 1842-1970”, de­

sarrolla un interesante recuento, suerte de genealogía de las influencias, de las corrientes doctrinarias y metodoló­

gicas como también de los autores que estarían tras las tres fases que el autor reconoce como los espacios caracte­

rísticos de la disciplina entre las fechas señaladas. Creo que en este caso podríamos hablar de constructivismo his-

toriográfico con cierta orientación hacia una historia con­ ceptual. Por la cantidad de publicaciones dedicadas al

tema, Gazmuri es el más cercano a lo que se denomina un historiógrafo. Dividido en tres partes, que a su vez calzan

con las tres fases que cubre el análisis, el autor discute detenidamente sobre los avances críticos que lograron Andrés Bello, Alberto Edwards y de cómo el “niño genio”

de Francisco A. Encina fue capaz de sobrepasar el peso de

una tradición liberal que se levantaba desde un pasado

8 Ver Luis G. de Mussy R., El canon historiográfico chileno. Teoría, escenas y voces fuertes del SXX, Santiago, Palinodia, 2008. (En preparación).

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Balance historiográfico chileno

decimonónico glorioso aunque decadente, pasando por la

corrupción del parlamentarismo del cambio de siglo, para

desembocar en una planificación conservadora que recu­ pera la hoja de ruta extraviada en 1810. “Y aquí está el ^«¿/del problema de la influencia de Spengler en Edwards. Este último tomó del pensador germano lo que le servía para apoyar sus ideas autoritarias y conser­ vadoras previas.. .Una última pregunta: ¿Hasta qué punto tienen valor las adaptaciones de la doctrina spengleriana que hace Edwards en su libro?... Encina y depués otros historiadores conservadores como Jaime Eyzaguirre y sus discípulos también recogieron en parte la herencia spen­ gleriana. Inclusive Mario Góngora... Esta estrecha conexión entre las visiones históricas de Edwards, Encina e Eyzagui­ rre es reconocida por uno de los más aventajados discípu­ los del último, Arturo Fontaine Aldunate. Dice Fontaine: ‘El otro nacionalismo —mucho menos llamativo— se diri­ ge, bajo la conducción de Jaime Eyzaguirre, a explorar el pasado chileno y encontrar lo que hemos llamado la conti­ nuidad de Chile. El historiador Alberto Edwards Vives había definido la obra portaliana en su Fronda aristocráti­ ca y, a través de ese libro genial y del resto de su obra de historiador, rompió con los prejuicios heredados de Barros Arana’. Por cierto que la idea de la historia de Chile propia de Jaime Eyzaguirre no venía sólo de la influencia de Al­ berto Edwards. Ardiente católico e hispanista, su admira­ ción por el modelo portaliano basado en los moldes colo­ niales y monárquicos hispanos, sin duda estaba también muy marcada por los hispanistas peninsulares y algunos americanos: Ramiro de Maeztu, Vásquez de Mella, en par­ ticular Menéndez Pelayo, Manuel Jiménez Fernández en­ tre los españoles, y quizá por Eduardo Solar Correa entre los chilenos. Pero Jaime Eyzaguirre, a mi parecer, más que un buen historiador fue un ensayista enormemente carismático e influyente. Su mensaje hispanista y su idea de la historia de Chile ha sido repetida, una y otra vez, por sus discípulos; Arturo Fontaine, Cristián Zegers, Fernando Silva

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El orden del discurso y el giro crítico actual/ Luis G. de Mussy

y, en particular, Gonzalo Vial, quien viene publicando, desde 1981 su Historia de Chile en varios tomos”9.

4. La propuesta de Gabriel Salazar, en su artículo “His­ toriografía Chilena siglo XXI: Transformación, Responsabi­

lidad, Proyección”, plantea, como siempre, certeros desafíos a quien quiera entender el estado de la cuestión a niveles generales como específicamente disciplinares. Con una re­

flexión que cada día se hace más fuerte, válida y vigente, su

análisis engarza en una posta permanente pasado-presentefuturo, donde la posibilidad de hacer de la historia una he­

rramienta cognoscitiva y esencialmente política, sigue sien­ do una realidad. No gratis, su concepción de la historia im­

plica el entendimiento y especialmente la producción de he­ chos históricos como una cualidad individual propia e inhe­ rente a todo quién logre demandarla para sí. Además, y para­ petado en lo que sin duda ha sido una de las grandes aporta­

ciones a la disciplina: la revolución epistemológica de los años

80, es desde donde se entiende —y extiende— el trabajo de la historia social como una nueva forma de perfilar comple­

mentariamente la realidad nacional.

Conceptualmente, el texto de Salazar es abrumador y sólido. Con un marco teórico que se apoya en la evolución y

en las falencias de las ciencias sociales durante la segunda mi­ tad del siglo XX, este autor va desgranando cómo el desarrollo de la vida política contingente fue siempre más radical que las

’Cristián Gazmuri, “Influencias sobre la historiografía chilena: 1842-1970”, pp. 92-94. En relación a la historia académica de gran parte del siglo XX, este trabajo se deriva de lo aparecido en su libro La Historiografía Chilena 1842 - 1970, Santiago, Editorial Taurus, 2006.

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Baiance historiográfico chileno

respuestas que las ciencias sociales y humanas podían intentar.

Presentado en un formato que incluye cuatro partes con desa­

rrollos analíticos independientes y a la vez conectados en tor­ no a la repetida hipótesis de que Chile es un país muy mal

estudiado y con problemas de largo arrastre, este autor recu­

pera varias discusiones trabajadas desde los años 80s: las ca­

rencias teóricas, la poca capacidad de vincular praxis y reflexión, y las nuevas propuestas epistemológicas desde fines de la déca-

da hasta el día de hoy, por nombrar algunas.

En la primera parte, titulada “Responsabilidad so­ cial e histórica de las ciencias Humanas y Sociales”, Salazar argumenta cómo la coyuntura presente exige de los pro­ fesionales del pasado el cumplimiento no sólo de un re­

cuento de lo que fue, sino también, de una ‘función so­ cial’ de la historia y de la labor de los historiadores, tanto

en la academia como en la vida pública. Desde el punto de vista comunitario, sería la sociedad la que le cursa cua­

tro “encargos” a los historiadores: a) memoria de sí mismas b) explicaciones adecuadas^ c) decisiones históricas y d) ejecu­ ción y producción de hechos históricos. Preocupación que

los especialistas en el pasado deben periódicamente ser capaces de sustentar en un análisis contemporáneo y crí­

tico de las variables que suponen la continuidad de la so­ ciedad y de la disciplina que la estudia. Entonces, el énfa­

sis por el tiempo presente y por el rol que los historiado­

res deben tener en el debate académico y, por sobre todo, en la esfera ciudadana, es que se levanta la mayor crítica y apuesta de Salazar10. Por consiguiente, este autor no se

10 Gabriel Salazar, op. cit., pp. 99-113.

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El orden del discurso y el giro crítico actual/ Luis G.

de Mussy

cansa de resaltar la saturación de historicidad que contie­

ne todo presente que logra cierto grado de autoconciencia histórica y autonomía sobre su temporalidad. Situación que implicaría una modificación radical en los códigos

historiográficos tradicionales y un fuerte cuestionamiento a la supuesta autonomía, autarquía y autosuficiencia in-

vestigativa sobre el pasado. De hecho, si seguimos esta

argumentación, podríamos proponer que al estudiar el

presente como espacio de una acción histórica potencial esto no implicaría una relativización disciplinar sino una

preferencia por lo intersubjetivo o dialógico. Poder inte­

lectual real de los individuos que se expresa en la capaci­ dad de cualquier conglomerado de sujetos cognoscentes —o de sujetos soberanos— de producir hechos y proce­

sos históricos que den curso a una verdadera representa­

ción social amplia e históricamente ajustada. En el segundo apartado de su ensayo, “Conflicto Social

y debate teórico. El caso de la doble demanda. Balance en

retrospectiva”, Salazar, guiándose por el excelente libro de

Julio Pinto y María Luna Argudín (comp.) Cien años de pro­

puestas y combates. La historiografía chilena del siglo XX, esta­ blece cinco problemas históricos de arrastre de la sociedad

chilena y —a su vez— ordena en cinco los recuentos fallidos que se han intentado de éstos11.

Así también, es muy útil el análisis que hace Salazar11 11 En relación a “El contexto sociológico actual de la ciencia histórica Universitaria”, nos parece sugerente rescatar la siguiente cita-provocación, “es evidente que, mientras mayor y más urgente ha sido la demanda social por conocimientos históricos pertinentes, más notorio (o grave) ha sido el descompromiso de la Historia Académica Tradicional con respecto a la coyuntura presente... A la Historia académica le pesa, algo en exceso, su

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Balance historiográfico chileno

de la actual realidad académica en, “La revolución episte­

mológica de los 80’: el caso de la historia social”, donde reconoce dos paradigmas cognitivos vigentes: “el consultorial y el de la cultura social”. En una escena historiográfica

constituida originalmente por la ‘Generación de refunda­ dores’, y ampliada por las nuevas camadas de historiadores que han entrado al ruedo —la de los 80’, 90’, 2000— son

éstas últimas las que ahora deben cumplir y saber llevar la renovación disciplinar al siguiente paso (o segunda etapa

de renovación epistemológica). En otras palabras, lo que hemos sugerido como giro critico. A todas luces, este nota­

ble balance de área se levanta como una suerte de gesto mesiánico mezclado con un estado de la cuestión sobre la historia académica actual. Gesto que no cabe duda, hace

frente a la carencia de difusión y de reflexión sobre las ver­ daderas fronteras del quehacer de los profesionales de la historia. No por casualidad, y a tal grado llega la sistemati­

zación de los argumentos en la retórica salazariana, que esta voz fuerte de la disciplina se da el espacio de proponer un “decálogo” de estrategias que permitirían implementar el

institucionalización, y esto va en desmedro de su metabolismo social e histó­ rico efectivo con la sociedad chilena actual”. “Se trata de un sobrepeso que está recayendo, sobre todo, encima de los historiadores jóvenes que están entrando ai ‘mercado universitario’ con más expectativas que siempre (una gran número de ellos llegó a la cima de la jerarquía de los grados y postgra­ dos, pero están comprimidos en los niveles bajos de la carrera académica y del prestigio público), pero con menos espacio disponible en lo inmediato para ellos. De esta compresión competitiva pueden derivarse diversos sentimientos (o resentimientos), divergentes escapes laterales, complejas situaciones síqui­ cas y sociológicas y, tal vez, no pocas seudo-polémicas ‘intelectuales’. Lo cual, sin duda, afecta el desarrollo armónico de una ciencia histórica con responsa­ bilidad social”. Gabriel Salazar, op. cit., pp. 141-154.

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El orden del discurso y el giro crítico actual/ Luis G. de Mussy

“paradigma cognitivo de la ‘cultura social’Enfatizando el

presente de los sujetos sociales y su proyección de futuros, todas las posibilidades de crítica deben ser incluidas, rede­

finiendo la disciplina y privilegiando la actualidad, como tiempo de acción e intercambio de saberes o competencias autoeducativas. Ahora bien, queda preguntarse ¿porqué se­

guir excluyendo a otros sectores —no populares o estereo­ tipadamente subordinados— en el proyecto comunitario

de un ciudadano soberano amplio y, a la vez, dueño de sus posibilidades de futuro en comunidad?

5. El encuadre desde los desafíos que plantea la catástro­ fe histórico-epistemológica, se levanta como el objetivo central

en la propuesta de Miguel Valderrama, “¿Hay un texto en la historiografía?”. En este ensayo, el autor pasa revista a las posi­

bilidades (tensiones mediante) del acto crítico-historiográfico aplicando una serie de variables conceptuales y técnicas que

hacen posible pensar en una nueva variable de historia intelec­ tual chilena. A partir de una discusión a cerca de lo que es un

marco (o parergon} en historiografía, este historiador traza un

asedio permanente sobre las exigencias básicas de encuadre y continuidad en cualquier ejercicio de separación y entendi­ miento del pasado12 13. Continuando la línea de análisis de Pos­

thistoria. Historiografía y comunidad y Heródoto y lo insepulto, Valderrama quiere hacer aparecer las aporías que delimitan el

12 Gabriel Salazar, op. cit., p. 167. El énfais y las comillas simples son del autor. 13 Miguel Valderrama, “¿Hay un texto en la historiografía?”, p. 178. Ver también Frank Ankersmít, “Statements, Texts and Pictures”, Frank Ankersmit y Hans Kellner (eds.),Z New Philosophy ofHistory, Chicago, The University of Chicago Press, 1995, pp. 212-240.

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Balance historjográfico chileno

actual contexto de época y las variadas epistemologías que se

disputan el poder dar cuenta de esta contingencia y de los pasados que la hacen posible. “El problema principal que se presenta así a cualquier episte­ mología de la investigación histórica, no es tanto el de afirmar o rechazar la posibilidad o imposibilidad de una aproximación científica al estudio del pasado, como el de explicar el creciente interés que el texto histórico tiene en ios análisis metahistoriográficos de la disciplina” H.

Planteadas como “salidas de marco” o “saltos fuera del jarrón”, las crisis histórico-epistemológicas responderían en

Valderrama, a lo que Salazar denominó en su momento

—hace dos décadas— como “nuevo piso histórico”. Varia­ ble que este historiador de la generación del cambio de siglo y milenio, retoma y vuelve a revisar desde una pers­

pectiva que re-considera y expande las nociones de equiva­ lencia entre texto y contexto planteadas inicialmente du­

rante el Encuentro de Historiadores de 1985 y que, hoy, evidencian ese creciente interés por el debate en torno al

escrito histórico como objeto de un análisis teórico.

“Las transformaciones en la disciplina podrían ser vistas, de este modo, como «salidas de marco», como «saltos fuera del jarrón», si hemos de tomar prestada una imagen borgeana-foucaultiana. Estas salidas de marco, estos saltos fuera del jarrón implica­ rían quiebres y fracturas en los sistemas de referencia con que los historiadores y las historiadoras se representan el mundo”14 15. A su vez, esta propuesta analítica reflexiona sobre lo

14 Miguel Valderrama, op. cit., p. 178. 15 Ibid., p. 181.

26

El orden del discurso y el giro crítico actual/ Luis G. de Mussy

que implica la “ruptura instauradora” de la Nueva Historia

—en sus variables Pontificia Universidad Católica y Uni­ versidad de Chile— dando varias claves a la hora de enten­

der estos primeros nuevos comienzos de la historiografía chi­ lena actual. Inicios que son vistos también como el resulta­ do último de una serie de sucesivos procesos de moderniza­

ciones que se perciben en la disciplina a lo largo de gran parte del siglo XX y que son correlacionados con las discu­

siones en las artes visuales del periodo. En síntesis, estamos frente a un ensayo clave para comprender tanto las posibi­

lidades epistémicas de la escena historiográfica vigente y de cómo su carácter revisionista se define por un énfasis crítico

tan disperso como permanente y expansivo. Casi como una suerte de conciencia o política de la sospecha inmunitaria sobre lo que podría implicar un verdadero proyecto —o

encuadre— de comunidad nacional con básicos acuerdos

sobre un pasado en común, una identidad compartida y ciertas posibilidades de futuro16.

6. Por último, algunas consideraciones. La primera es que este es el tercer balance historiográfico que se publica

después de los trabajos de Luis Moulián (1999) y Gabriel Salazar (1985)17. A su vez, celebrando el cuestionamiento y

el desenfado como virtudes esenciales para un desempeño

crítico-historiográfico, creemos que la obra de estos autores revitaliza de sobremanera la conciencia a cerca de la propia 16 Miguel Valderrama, op. cit., p.199. 17 Gabriel Salazar, “Historiografía chilena: Balance y perspectivas. Actas de un seminario de historia de Chile”, Sur, julio-noviembre, 1985. Publicado en Proposiciones, N°16, Santiago, 1986; Luis Moulian, “Balance historiográfico chileno sobre los últimos 30 años de la historia de Chile”, en Luis Vítale y otros, Para recuperar la memoria histórica, Santiago, Cesoc, 1999.

27

Balance historiográfico chileno

disciplina y de la culpable complacencia de que otros —

incluso fuera de Chile— piensen por nosotros mismos cuá­ les son los problemas de nuestro oficio. De ahí que pro­ pongamos a estas cuatro voces en conjunto con sus pregun­ tas y contradicciones como algunas de las hebras del tejido

que constituye el orden del discurso y el giro critico de la

historiografía chilena actual. Por otra parte, pero en esta misma línea, también resulta muy sugerente la idea de que

los cuatro historiadores en cuestión pueden ser incluidos dentro de un mismo encuadre, o como señala Valderrama, todos funcionan dentro de límites post históricos o de su­

peración crítica. Marco que sería, a su vez, el determinante final a la hora de hacer/escribir historiografía y de recupe­

rar el pasado en cuanto memorias que deben disputar del trazo que recuerda la imagen en fuga. Imagen nacional,

institucional o individual que, si seguimos a Salazar, debe­ ríamos estar en constante construcción. Ojalá, eso sí, que la

capacidad de representación fuera un poco más abiertamen­ te subalterna y/o autónoma.

Así también, obligatorio resulta referirse a la discusión que hoy hace frente —con todo lo que eso significa— al desa­ fio del giro lingüístico y el debate postmoderno. Y con esto no

estamos adscribiendo a su conocido totalitarismo subjetivista, sino constatando que ya no se puede ser tan ingenuo para

seguir dándole la espalda a los avances de la teoría crítica y

literaria, a la filosofía del lenguaje, a los progresos en visua­ lidad, a los estudios culturales y a cuanta disciplina es ca­

paz —hoy, ya avanzada la primera década del siglo XXI—

de fortalecer el malabarismo histórico-gráfico. En pocas pa­

labras, apreciamos que estas cuatro formas de entender, hacer,

28

El orden del discurso y el giro crítico actual/ Luis G. de Mussy

escribir y practicar la historia, demuestran el alto grado de profesionalismo —posible aunque no general— en la discipli­

na. Nivel técnico que motiva pensar, además, en la posibilidad de estar frente a una especial variante o umbral en lo que se conoce como historia intelectual. Variante que puede funcio­

nar, además, paralelamente al estudio aplicado de cualquier

historiografía chilena. Esquema que permite también pensar en cómo funcionan las relaciones que mantienen las produc­ ciones discursivas y las consiguientes prácticas sociales.

Otra clave de lectura de esta compilación de ensayos es

la noción de ‘revisionismo’ como un requerimiento clave a la

hora de asumir y reconocer las capacidades como las limitan­ tes del “orden del discurso” historiográfico chileno actual,

ímpetu o “política de la sospecha” urgente a la hora de legi­

timar una narración o reconstitución de escena; el concepto

se deriva de lo discutido por Jacques Ranciere en su libro Los

nombre de la historia. Puntualmente, entendemos este revi­ sionismo historiográfico chileno, como la clave de lectura del orden simbólico donde se pueden hacer inteligibles algunas

prácticas que las leyes de formación de los discursos no han

logrado gobernar. A su vez, es posible definir esta particular

versión de revisionismo de forma ecléctica y funcional, aún a riesgo de considerar figuras opuestas ideológicamente como miembros de un mismo conjunto; incluso como un total

cero o esencia critica neutra de la historiografía nacional18. 18 “El revisionismo en historia no es la consecuencia de los prejuicios políticos o del gusto intelectual por la paradoja. Es el término de esta política de la sospecha mediante el cual las ciencias sociales deben exhibir su pertenencia a la ciencia con tanta más fuerza cuanto mas discutida resulta”. Jacques Ranciére, Los nombres de la historia. Una poética del saber, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1993. Ver también Julio

29

Balance historiográfico chileno

Y para terminar, dos preguntas para seguir pensando

y una breve reflexión. ¿Cuál es la comunidad de sentido que podemos reclamar como proyecto social incluyente a

nivel nacional? ¿Cuál (es), o son, las distintas historias e historiografías que configuran el marco-orden-balance de la actual situación disciplinar? La reflexión: es urgente iden­

tificar qué es lo que realmente hace-ser lo que se designa como pasado en común o futuro compartido. En esta línea,

y siguiendo a Michel Foucault, quizás lo básico sea siempre

cuestionar el estatus epistemológico de la disciplina y así

entender —en parte— los distintos niveles y articulacio­ nes, como también las suturas del orden que constituye

cualquier intento de realizar un recuento historiográfico19. Esto, en el caso chileno, se explica por la necesidad perma­ nente de catapultar la coherencia de la reflexión que si bien

se vio interrumpida brutalmente, hoy parece haber apren­ dido —nuevamente— a levantar los párpados.

Retamal Faverau, “Aspectos del revisionismo histórico”, Intus Legere, N° 6, Vol. I. 2003, pp. 69-7; Luis G. de Mussy R., “Historiografías comparadas. El total cero de la historiografía chilena actual”, en Catherine Boyle, Explo­ ración y proceso. Estudiando la cultura hispánica, King’s College, University of London, Biblioteca de Valencia, Generalitat Valenciana, España, 2007. Este trabajo también fue publicado en versión ampliada potArbor Ciencia, Pensamiento y Cultura, CLXXXIII 724 marzo-abril (2007) pp. 189-201, España. 19 “El discurso, por más que en apariencia sea poca cosa, las prohibiciones que recaen sobre él, revelan muy pronto, rápidamente, su vinculación con el deseo y con el poder. Y esto no tiene nada de extraño: ya que el discurso —el psicoanálisis nos lo ha demostrado— no es simplemente lo que mani­ fiesta (o encubre) el deseo; es también lo que es el objeto del deseo; y ya que —esto la historia no deja de enseñárnoslo— el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse”. Michel Foucault, op.cit., p. 12.

30

Balance historiográfico y UNA PRIMERA APROXIMACIÓN AL CANON

Alfredo Jocelyn-Holt Letelier Universidad de Chile

La ciencia y la exposición históricas son una misión que sólo puede compararse con la del sacerdote, por muy terrenales que sean los temas sobre que verse... Sobre todo flota el orden divi­ no de las cosas, muy difícil por cierto de demostrar, pero que siempre se puede intuir... El método histórico, que sólo busca lo auténtico y verdadero, entra así en contacto directo con los más altos problemas del género humano... Leopold von Ranke, 1873

Importa, pues, mucho percatarse de que el verdadero espíritu positivo no está menos lejos, en el fondo, del empirismo que del misticismo... la verdadera ciencia, lejos de estar formada de meras observaciones, tiende siempre a dispensar, en cuanto es posible, de la exploración directa, sustituyéndola por aquella previsión racional, que constituye, por todos aspectos, el princi­ pal carácter del espíritu positivo... Una previsión tal, conse­ cuencia necesaria de las relaciones constantes descubiertas entre los fenómenos, no permitirá nunca confundir la ciencia con esa vana erudición que acumula hechos maquinalmente sin aspirar a deducirlos unos de otros.

Auguste Comte, 1844

Agradezco la gentil invitación que me han extendido a fin de hablar sobre la historiografía chilena a la luz de mi

31

Balance historiográfico chileno

propio trabajo. Hace años que no me pedían algo semejante

de una instancia universitaria formal, no puramente estu­

diantil. Ninguna de nuestras dos principales universidades

—ni la Universidad de Chile (la casa de estudios a la cual

estoy asociado aunque no adscrito al Departamento de His­ toria) ni la Universidad Católica— me han solicitado pro­

nunciarme sobre estos temas. No lo digo porque esté moles­

to. Uno habla sólo cuando se le invita y yo no me hago invi­ tar; además, no me faltan espacios donde pronunciarme y ante gente que quiere escuchar lo que mala o buenamente tengo que decir. Sólo constato el hecho y me pregunto si no

es cierta falta de coraje reflexivo, ciertos frenos o impoten­ cias, lo que nos está impidiendo reflexionar sobre nuestro propio quehacer. Razón, además, por qué la producción en

nuestra disciplina es tan pobre, tan poco profunda y de tan

poca gravitación intelectual. Volveré a estas deficiencias más

adelante. Si entiendo bien el emplazamiento que nos ha hecho

Luis G. de Mussy, cabe preguntarse en qué sentidos la his­ toriografía chilena es algo más que un oficio académico. O

bien, en qué medida nuestra historiografía ha hecho una contribución sustantiva, irremplazable, para pensar y pen­

sarnos en este país, a tal punto que, sin la cual, no nos entenderíamos como sociedad. Es un cliché sostener que

Chile es un país de historiadores. A la invitación que se nos

convoca, sin embargo, la entiendo más bien como una opor­ tunidad para poner en tela de juicio semejante aseveración.

32

Balance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Letelier

En primer lugar, quisiera partir sugiriendo que este

auto cuestionamiento sólo puede ser válido si nos atene­ mos a la totalidad de nuestra historia. Limitar la historio­

grafía únicamente a su variante republicana nacional o, peor,

a su trayectoria más contemporánea, peca de reduccionis­

ta. Hay todo un trasfondo histórico, previo a la constitu­

ción formal de la disciplina como ejercicio profesional que no se puede olvidar. De ahí que no corresponda hacerla partir de mediados del siglo XIX, o confinarla a una inda­ gación puramente cientificista atrasando aún más su apari­

ción. Trasfondo que marca, por así decirlo, los límites y, también, el terreno cultural condicionante en que nuestra disciplina se inserta. Disponemos de “historias generales”, escritas en Hispanoamérica, desde antes de que se intente

colonizar Chile, y concretamente hablando de nuestro país, desde el siglo XVII con Diego de Rosales, como para des­

cartar sin más este surgimiento previo. Por cierto, al inicio, a la partida por así decirlo, nues­

tra labor se restringe a una producción de crónica y registro. Cartas de relación, de petición, de carácter más bien ' - •_ oficialistas’rémitidas'Xia metrópoli a fin de documentar,

testimoniar e informar sobre las virtudes de estos territo­ rios y los avances-frustrados de la guerra. Al final de cuen­

tas, un trabajo cartográfico muy básico, análogo a lo que

podría ser un levantamiento de terreno. Evidentemente,

disponemos de textos valiosos, muy informativos de esta índole, pero que, al estar tan enfocados en las secuencias diacrónicas y todavía deslumbrados por la novedad que pro­

33

Balance historiográfico chileno

vee nuestra América, sus pretensiones y resultados resultan modestos. Ni el epistolario de Valdivia, ni las crónicas, in­

formes o “historias” de Vivar, Góngora y Marmolejo, de Mariño de Lobera, o de González de Nájera, por sólo men­

cionar a los más destacados —aunque complejos maestros

del género en que se mueven— ninguno de ellos ofrece una visión de conjunto, un primer sentido omnicomprensivo

sobre Chile. Sentido que, sí, en cambio, nos proporciona la obra de Ercilla, concretamente al relatar la guerra que nues­

tro poeta narra épicamente. Entre los tantos méritos de Ercilla, cabe resaltar una serie de aciertos en este plano. Desde luego, su capacidad

de individualizar a un sujeto en particular —el guerrero araucano, el pueblo mapuche en tanto tipo ideal. Su insight clave: haber centrado la “trama” en torno al choque bélico entre iguales con lo cual eleva la trascendencia de la guerra

en Chile. Su buen criterio de que toda narración supone temporalidades y éstas encuadran la trama; cuestión que, por cierto, Ercilla no resuelve, la guerra sigue intermina­

blemente, y a nuestro autor no le cabe más remedio que

acabar con su poema y publicarlo sin disponer de una cul­ minación épica. Y, por último, su efecto: haber ubicado a

Chile en un mapa a escala mayor y noble, si se me permite así calificarlo, habiendo escrito el último gran poema épico

de la lengua castellana. Ninguna contribución de parte de

los cronistas, anteriores o posteriores a Ercilla, se compara con el acierto_ intuitivo que lo lleva a desentrañar lo clave_erj.

Chile tal como lo evidencia La Araucana. La posteridad avala el punto y, también, muchos de estos mismos cronis­

tas quienes, como es bien sabido, admiten que su labor se

34

Balance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Leteuer

ve reducida a tan sólo poner en prosa lo que Ercilla tan viva

y genialmente consignó en verso. Alonso de Ovalle, de he­ cho, prosificó pasajes enteros redactados originalmente en

octavas reales1.

La mención de Ovalle, sin embargo, me lleva a destacar a éste como, quizá, la única excepción que confirma la regla sentada por Ercilla, puntualmente, que entre nosotros la poesía épica?, más que los textos calificados como “históri­

cos”, -al inicio, proporcionaron un sentido profundo, inelu♦ *w dible, respecto a este país. Un sentido que lo distingue y diferencia amén de proyectarlo en una pantalla más gigante,

el de la cultura occidental. Ercilla captó relaciones entre Chile y España y de allí dedujo una serie de ideas fundacionales

gracias a las cuales todavía nos ubicamos. Ovalle —sobre quien he estado trabajando y me de­ tendré largamente en el próximo Tomo III de la Historia

General—, si bien se atiene a la intuición acertada que pro­ viene de Ercilla, agregó nuevas coordenadas. Lo que él hizo

fue dar con un problema singular, el del sujeto cultural­ mente ajeno a este nuevo entorno geográfico-natural ame­

ricano, pero ante el cual “siente” y descubre afectos nuevos habiendo nacido aquí, o como en su caso específico, te­

niendo que ir a Europa con pasaje de retorno. Ovalle, des­

de el momento mismo en que encara su “Historia”, allá, a lo lejos, en la Roma de 1646, sumido en una profunda e

inédita nostalgia (es nuestro primer desterrado), describe y1

1 Me detengo largamente en Ercilla en mi Historia General de Chile. El Retomo de los Dioses, Tomo I, Buenos Aires, Planeta, 2000; Santiago, Sud­ americana, 2004; y en la misma Historia... Los Césares Perdidos, Tomo II, Santiago, Sudamericana, 2004.

35

Balance historiográfico chileno

relata el país de acá, a sabiendas de que volverá (sabemos

que no alcanzó a llegar pero eso es un detalle), dando de este modo con la situación ambigua del criollo, la de ser, o

más preciso aún, volverse un personaje tan de aquí como de allá. Condición, no tan ontológica como situacional, por lo

mismo, histórica.

Antes de Ovalle no se tenía plena conciencia de esta posibilidad. Ovalle, para todos los efectos es tan español como

Ercilla; pero a diferencia del primero, no es, en cambio, un

conquistador que viene y se va. Ovalle literalmente se “en­

cuentra” entre dos mundos, ambos igualmente propios. No hay que saber mucho de física para apreciar que la experien­ cia espacial suele ser doble, tanto existencial como temporal. Quien sabe manejarse en dos ámbitos físicos distintos es pro­

bablemente más diestro, también, a la hora de funcionar a dos tiempos. Su destreza consiste en saber “situarse”.

En resumidas cuentas, Ovalle es nuestro primer his­

toriador propiamente tal por lo mismo que su obra versa, literalmente hablando, sobre una “histórica relación”. Es

decir, lo que él hace es bastante más que consignar datos dispersos, ordenarlos y relatarlos cronológicamente. Ovalle localiza a Chile en una espacialidad cosmovisual más ambi­

ciosa, que abarca tanto Europa como América, no tanto temática como referencialmente sentida y rememorada a la

distancia. Describe como nadie el Valle Central, pero en paralelo proyecta y consagra ideales europeos, clásico-barrocos, o si se quiere clásico-renacentistas, desde este “lugar fuera de lugar” en que se instala a fin de escribir sobre Chi­

le desde Roma. Recordemos su imagen idealizada de San­

tiago que tiene más que ver con Roma, donde escribe su

36

Baiance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Leteuer

obra, que con nuestra capital, pero que es, a la vez, una

imagen mental, muy aterrizada, tan así que todavía, hoy, la

identificamos como propia, no foránea. Su mapa con da­

mero extendido sigue siendo una suerte de resumen visual de la ciudad (a pesar que la viñeta superior que lo preside la pinta como si fuese una ciudad italiana si es que no Roma

misma); un resumen, por tanto, lejos de exacto, pero sí simbólico y emblemático, similar en eso al mapa del Underground de Londres. Lo vemos o imaginamos, y decimos: “sí, estamos en el centro de Santiago; si hubiese vivido en el

Santiago del XVII, por ahí he caminado, esa esquina, la he visto”. Una experiencia espacio-temporal muy vivida, real y

concreta, pero que nuestro lenguaje, incapaz de manejar dos tiempos verbales a la vez en una misma frase, impide

describirla adecuadamente. Ovalle es el primero en aproxi­ marse a estas complejidades. Espacios distintos a un mis­ mo tiempo, distintos tiempos en un mismo espacio: estas

coordenadas resumen, en su esencia, la totalidad de la his-

toria europea-americana, la nistoria “criolla”. Le debemos a Ovalle haber dado con estos dos grandes ejes. Agreguemos a esto el hecho de que el texto de Ovalle, notable por sus descripciones y magistral en su uso del cas­

tellano, le merecerá figurar entre las primeras autoridades de la lengua. Un notable logro (no compartido con nadie más en Chile) que lo equipara a Ercilla en cuanto a contri­

bución literaria, allá, en Europa donde este tipo de asuntos culturales por aquel entonces contaban, aunque, por cier­ to, en un plano o género muy distinto al del poeta épico.

En el caso del jesuita más inclinado hacia lo descriptivo e

histórico propiamente tal.

37

Balance historiográfico chileno

Mi exaltación de Ovalle, y el hecho que no me de­

tenga con igual énfasis en otros posibles historiadores muy dignos —por ejemplo, su coetáneo Rosales, y más tarde, el abate Molina—, podrán, quizá, llamarles la

atención. Por cierto, Rosales y Molina, comparados con

Ovalle, son mucho más exactos, “científicos”, objetivos

yjjrácticos, y sus obras, amén de cronísticas, más esme­ radas en querer dar sustento documental a su exposi­ ción. Así y todo, no veo en el enciclopedismo erudito de

Molina ni en el registro más tipo fáctico de Rosales (so­ bre quien Mario Góngora dice: “estamos frente a un cro­ nista que busca en los archivos gubernamentales”2), nada

que equivalga a esa capacidad en Ovalle dirigida a captar un orden armónico y proporcional en el escenario natu­

ral y espacial donde ha de desenvolverse la historia de

este país, en ese entonces y después. En palabras de Eduardo Solar Correa, “Ovalle es, en su esencia, un poe­

ta, y por sobre la verdad, atrae en su obra la belleza. Antes que como historiador ha de estudiársele como

poeta —acaso el más insigne poeta en prosa nacido en Chile”3. A ello agrega: su Histórica Relación es “uno de

los mayores intentos de historia artística que se haya rea­ lizado en nuestro país”4. Jaime Eyzaguirre lo calificó, aca­ so, mejor: “llevaba dentro de sí un estro poético que se

volcó creador e intuitivo en las páginas de su libro, el 2 Mario Góngora, “Prefacio a la Segunda Edición”, en Diego de Rosales, Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano, Santiago, Andrés Bello, 1989, tomo I, p. xvi. 3 Eduardo Solar Correa, Semblanzas Literarias de la Colonia (1933), Buenos Aires, Editorial Francisco de Aguirre, 1970, p. 74. 4 Solar Correa (1970), op. cit., p. 75-

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Balance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Leteijer

más bello salido de pluma chilena en los tres primeros siglos de la vida nacional”5.

De aceptarse mi provocación —el que Ovalle sea tanto más lúcido como historiador cuanto más poética es su manera

de tratar e intuir su objeto de estudio asombroso—, pienso que debiera aceptárseme, a modo de corolario, también, que la historia, al menos durante nuestra primera etapa formativa o colonial, es subsidiaria a la poesía. Es la poesía la que nos ubica, sitúa, en nuestros dos mundos —el americano y euro­

peo— con todas las complejidades espacio-culturales que ello

implica como se deduce del texto de Ovalle. Esto es, pues,

localismo cum, no versus, universalidad; cosmopolitismo cul­ tural adquirido el nuestro, por lo mismo que europeos despla­ zados a otro lugar de un mapa en proceso de diseñarse, capaz

de abarcar nuestra desubicación/ubicación histórica; en fin, un intento, el primero, por definir nuestra condición de crio­ llos desplazados geográficamente —europeos nacidos en Amé­

rica— antes bien que sumidos en un falso dilema hamletiano

de corte “identitario” como gusta tanto al academicismo en boga últimamente.

( La poesía, además de situarnos nos eleva literariamente por sobre el detalle, la minucia, el hecho puntual./Nos pueI

de proveer un sentido épico, como en Ercilla, o bien, nos puede hacer “ver” y fijar la vista para siempre como en Ova­

lle. Soy un convencido de que, así, como cuando Neruda afirma que Chile es una “invención” de Ercilla6, o bien como 5 Jaime Eyzaguirre, Historia de Chile: Génesis de la nacionalidad, Santiago, Zig-Zag, 1964, p. 201. 6 Pablo Neruda, “El Mensajero” en José Román-Lagunas, ed., Don Alonso de Ercilla, Inventor de Chile, Santiago, Ediciones Nueva Universidad, Uni­ versidad Católica y Editorial Pomaire, 1970, p. 12.

39

Balance historiográfico chileno

señala Solar Correa, “en Chile respiramos a Ercilla y no lo

sabemos”7, nosotros “vemos” ciertos espacios —las monta­ ñas, el discurrir de las aguas, el valle de Santiago— a la luz

de lo dicho por Ovalle. El, el primero en sensibilizarse y

sensibilizarnos. Como señalara Solar Correa: “Él [Ovalle] nos enseñó a ver el paisaje”8. I

El punto que he estado argumentando a favor de la

poesía cobra un matiz histórico-cultural preciso que vale

destacar cuando llegamos al siglo XVIII y nos extendemos a lo largo del siglo XIX. ^Ocurre que, durante estos dos siglos, la poesía se bate en retirada. La volveremos a presen­

ciar, de nuevo en gloria y majestad en el siglo XX, pero en el entretanto simplemente se sumerge si es que no se esfu­ ma. Por cierto, no se me escapa que el fenómeno puede

estar sucediendo no sólo en Chile, con todo, nunca he en­ contrado una respuesta satisfactoria al problema. Llevo años

incentivando a mis mejores alumnos de Derecho que reco­

jan el guante, y me expliquen por qué Andrés Bello cuando llega a Chile, no escribe poesía. Puede que “mejore” a Víc­

tor Hugo (“La oración por todos”), haga sesudos estudios

gramaticales o indague sobre la épica española, amén de dictar y codificar normas, pero simplemente renuncia a ser poeta y eso que se inició en las letras como tal. Insisto y

dejo tirada la inquietud. Intuyo, en todo caso, que sólo una persona que sabe Derecho (no leyes) puede responder a este dilema; el Derecho, después de todo, es más “univer­

sal” que las leyes, las cuales son siempre temporales, pro­ pias del lugar donde se legislan y ejecutan. 7 Solar Correa (1970), op. cit., p. 32. 8 Solar Correa (1970), op. cit-, p. 110.

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Balance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Letelier

Pero volvamos a lo nuestro. Si desaparece la poesía, ¿cómo se las arregla la disciplina histórica hasta ahora sub­

sidiaria a ésta? Una respuesta, la más obvia y por tanto pro­

bablemente la menos convincente, es que ahora la historia se puede emancipar del imán poético y llenar el vacío con­

siguiente. Y, he ahí que Bello y su generación —la del 42— polemicen y procedan a institucionalizar la disciplina al

interior de la Universidad. La enorme y significativa pro­

ducción historiográfica, la aparición de grandes figuras de historiadores (Vicuña Mackenna, Barros Arana y Miguel Luis Amunátegui), la creación de un público lector de li­ bros de historia, la centralidad de la historia en el currículo

nacional, la fuerte dependencia de la novela embrionaria con la historia (pensemos en Blest Gana), la constitución

de lógicas o ejes conmemorativos que planifican la ciudad y el mobiliario urbano decimonónicos, en definitiva, el historicismo con que asociamos fundamentalmente el siglo XIX, parecieran ratificar cierta hegemonía de la historia.

Vale, la historia es muy importante en el siglo XIX,

pero eso no nos dice nada nuevo. Este seminario versa so­ bre historiografía, es decir, la historia del oficio de la histo­ ria. En otras palabras, debe necesariamente remitirnos a

una secuencia de cambio que la disciplina va experimen­ tando en su camino de definición y consolidación, si es que no descalcificación, conforme a los nuevos parámetros ilus­

trados tardíos que se van imponiendo y que no habría que

perderles la pista. No creo que se llegara, pues, a esa su­ puesta cima que sería la Historia con mayúsculas, tal como aparece en medallones y frisos en los templos del saber de­

cimonónicos, que ésta se sentara en sus laureles y presidiera

41

Balance historiográfico chileno

el conjunto de las otras disciplinas, resolviéndose, así, para

siempre el asunto. (^Este entronizamiento de la historia es un delirio con que suele querer enmarcarse el positivismo hacia fines del siglo XIX, enviciando, de paso, a la discipli­

na y esclerotizándola hasta nuestros días. La soberbia del positivismo, sin embargo, no se compadece con el hecho

indiscutible de que su modelo de ciencia newtoniano hace rato que se descartó o, para ser más exactos, se “relativizó”. Es más, la disciplina histórica hace rato que dejó de poseer el prestigio que tuvo alguna vez. De modo que hagamos un

poco de historia y relativicemos el supuesto ^predominio

de la historia y su sitial indiscutido en el panteón deci­ monónico.

Mi impresión es que la disciplina histórica, a lo largo del siglo XIX, fue altamente significativa pero no esencial. Se corre siempre el riesgo de confundir la historia, en tanto

acontecer objeto de estudio, con la producción historiográfica misma. Pero no nos apresuremos. Por de pronto, una

cosa es la reflexión que se hace sobre el pasado, y otra muy

distinta la que se hace a partir de una supuesta “ciencia”

histórica. Tiendo a pensar que, al volverse cientificista la historiografía, ésta paradójicamente se resta a la hora de querer reflexionar más a concho sobre y a partir del pasado.

El pasado como tema de indagación, pensamiento o re­

flexión, es infinitamente más amplio, rico y complejo que su constitución en objeto de estudio parcial enfocado por

métodos estrictos científico-positivistas y eventualmente científico-sociales. El cientificismo, historiográficamente ha­ blando, nunca se la ha podido con el mito, por ejemplo, y

eso que sabemos que la historiografía permanentemente crea

42

Balance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Leteuer

mitos o repite mitos anteriores, al punto que se podría sos­

tener que el mito sigue siendo, para el caso chileno, nuestra

principal fuente. Si eso es así, y yo lo creo firmemente, el cientificismo con que paulatinamente se impregna nuestra historiografía decimonónica termina por reducir su alcan­

ce. El cientificismo, me atrevería a sostener, convirtió á la

disciplina histórica en un mero mecanismo operativo, auxi­ liar, de registro, subsidiario al más complejo asunto que

sigue y seguirá siendo la reflexión a partir de y sobre el pasado. Los historiadores al irse volviendo más “científi­

cos”, se tendieron a encasillar a sí mismos en un supuesta­ mente único esquema posible de trabajo. De ahí que con­ fundieran y restringieran la historia jTün^método de ¡nves-

tigaciórbo bien, sólo repararan en sus soportes o en el puro examen de la documentación disponible en archivos. Que *

7*-_Tn *

se hayan empantanado en ello no es sorprendente. Con­

fundieron el continente con el contenido, lo accesorio y probatorio con lo sustancial. La (reflexión sobre y a partir del pasado, que es lo que a

mi juicio importa, pasó a estar cada vez más radicada en lo que sí marcó al siglo XIX, mucho más que la historiografía.

Me refiero a la ilustración dieciochesca tardía, al republica­ nismo y al liberalismo. En otras palabras, un • paquete ideoló> ■■ ■ I I. ■ • * gico potentísimo que nos volvió “políticos , nos institucio­

nalizó como sociedad, y permitió irnos modernizando con­

forme a nociones de progreso, civilización, y creciente liber­ tad para quienes entraban a funcionar dentro de estos pará­

metros. Ahora bien, sucede que este paquete ideológico lleva "¿■¿■I — implícito un diagnóstico sobre el paso del tiempo, admite la posibilidad de movernos revolucionaria o gradualmente des­

43

Balance historiográfico chileno

de sociedades tradicionales a modernas, valora el cambio y la libertad como agentes deja historia. Es decir, esta ideología

supone una fijpsofíah istórica^que es el rasgo más propia­ mente “histórico” de algunos de nuestros políticos-historiadores. Figuras éstas con sentido histórico profundo, pero no

tanto porque hacen investigaciones históricas sino porque piensan y actúan políticamente conforme a sentidos tempo­

rales o históricos evolutivos. En efecto, nuestros principales historiadores decimonónicos (Vicuña Mackenna, Barros Ara­

na y Amunátegui) son, antes que historiadores, políticos y, además, de inconfundible cepa liberal.) Por consiguiente, no nos confundamos. Lo fundamental aquí, en tanto valoración

del pasado y su posible transformación en el presente y en el

futuro, está dado por esta adhesión a la Ilustración diecio­ chesca, al republicanismo y al liberalismo en primera instan­

cia —su dimensión “filosófica histórica”—, y sólo subsidia­

ria o adjetivalmente por el hecho de que se trataría de histo­

riadores, en tanto operadores del nuevo “método” histórico que se impone.

No necesito ahondar en la calidad de políticos de es­

tos prominentes tres historiadores liberales. Se trata de gran­ dísimas figuras parlamentarias, edilicias, ministeriales, edu­ cacionales y diplomáticas. Su servicio al país se ha hecho historia en una serie de instituciones y monumentos toda­

vía vivos. He ahí la Universidad de Chile, la extensión de la educación pública, la primera y principal planificación de

Santiago, la paz con Argentina. Su labor como historiado­ res, sin embargo, si se me permite cierta licencia metafóri­

ca, en cambio, se ha terminado por monumentalizar en sentido más que nada estatuario. Algo similar nos ha ocu­

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Balance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Letelier

rrido en círculos afines al Derecho con ese apóstata de la

poesía en Chile que fue Andrés Bello, inmortalizado, sin duda, pero a riesgo de vaciarlo al bronce y convertirlo al

mármol. Quiero aconsejar con esto cierta sana cautela. El

haberlos vuelto estatuas, endiosándolos y elevándolos a es­ tatura monumental, es más patente entre nosotros los his­ toriadores que en otros ámbitos, por ejemplo el derecho.

Nadie sostendría, hoy, que el Código Civil es inmodificable; no estoy tan seguro, en cambio, que lo mismo lo quie­

ran decir, o se atreverían a confesar, algunos historiadores

respecto a la obra de Barros Arana. Celebramos ceremoniosamente a la historiografía liberal más que la ponemos a duraprueba crítica, y con ello le hacemos un flaquísimo favor. Estoy plenamente consciente que esta triada de his­

toriadores no es pareja a la hora de recibir los inciensos y

ofrendas florales. Vicuña Mackenna y Amunátegui no con­ citan la misma obnubilación admirativa que, digamos, Ba­

rros Arana o Sotomayor Valdés por mencionar a algún otro de esta notable camada. Les he escuchado o leído a Simón Collier, a Villalobos Rivera y a Leonardo León, que Barros

Arana es “insuperable”9. La simplificación grosera que en­ traña este afán obsequioso es delatadora. Aunque ellos lo ignoren, hace rato que hemos “superado” a Barros Arana.

Que estos “sacristanes” de un positivismo trasnochado de

ahora último no se hayan percatado, es prueba fehaciente de que al gran Barros Arana se le llevan flores más que lo

9 Afirman Simón Collier y William E Sater en el ensayo bibliográfico final de su libro, A History ofChile, 1808-1994, Cambridge, Cambridge Uníversicy Press, 1996, p. 400, que la Historia general ele Chile es “the undisputed masterpiece ofChilean historiography ofits own or any otherage”.

45

Balance historiográfico chileno

que se le lee. Barros Arana es competente, sintético, riguro­ so, masivo e informativo, pero también plano, chato, odio­ so, prejuiciado, y el bodrio —a mi juicio— más sobrevalo­ rado de nuestra disciplina.

Hay en la historiografía decimonónica, por lo de­ más, una suerte de incontinencia que hace que se diluya.

Muchos escritos, muchos tomos, conferencias y artículos

de ocasión, muchas recopilaciones de documentos, archi­ vos interminables. No tanto un (excesó desmedido —eso

no se los reprocho— como que no podemos encontrar ningún texto único, emblemático (y eso que eran unos plumíferos infatigables) que resuma y sirva a fin de aqui­

latar la sabiduría alcanzada por esta escuela. Me cuesta individualizar un libro, de hecho no lo encuentro, que

condense el pensamiento de Vicuña Mackenna, o un en­ sayo que encapsule la visión de Amunátegui, dos autores que estimo mucho, pero que en este punto, me vuelven más difícil su defensa. Con Barros Arana soy más duro. Es

tal la recopilación de datos y documentos en casi cuaren­

ta tomos de Barros Arana que, a veces, dudo incluso si alguna vez pensó una idea y la llevó sistemáticamente ha­ cia su cristalización. Cuarenta tomos para no llenar si­

quiera uno lo suficientemente memorable que contenga algo más que minucia bien ordenada y relatada, es nota­

ble. Para qué decir los José Toribio Medina, Matta Vial o Guillermo Feliú Cruz. Los tres, “hombres-archivos”, eru­ ditos enciclopédicos capaces de precisar siempre la fecha exacta y el dato puntual, suerte de averiguadores univer­ sales, pero en ningún caso pensadores o autores reflexivos.

¿Alguien recuerda algún argumento original de Feliú Cruz,

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Balance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Leteljer

una idea de Marta Vial, o una reflexión honda de Medi­

na? Cuando uno recorre ese largo trayecto que va desde mediados del siglo XVIII hasta mediados del siglo XX, por supuesto que llaman la atención los historiadores. Son

efectivamente muchos; quizá, demasiados. Coincido con Eduardo Solar Correa: “En Chile lo que ha sobrado siem­

pre ha sido historiadores y eruditos, y lo que nunca ha

sobrado ha sido poetas y artistas”10. La falta de poesía en Chile en esos también doscientos o más años fue, en parte, compensada_por la política. Por eso nuestra historiografía sirvió de leal acompañante, si bien, se­ gundo violín, altoparlante, a la praxis gubernamental y el desarrollo institucional. Fue un aporte considerable el de la

dúsfóriógrafía fíBefaF^técimonónica, pero más de tipo corifeo

o sinfónico que verdaderamente autónomo. Fuerte percu­

sión en paralelo pero que no siempre nos hace oír la melodía

madre. Es precisamente esta debilidad, no política pero sí

pensante, no tanto filosófica-política como filosófica-historiográfica (son eximías-figuras públicas, notables oradores, pero a lo sumo repetidores^ difusor^ de un ideario y de un

métodoJústórico elaborado no por ellos), que invita y hace posible el giro notable que va a experimentar la historiografía cuando aparece la escuela conservadora en las primeras déca­

das del siglo XX; siglo que, de ahí en adelante, esta escuela

hará suyo desplazando, o mejor dicho, dejando atrás a los liberales.

Debo señalar, en todo caso, que mi propia aprecia­

ción de la historiografía conservadora (Edwards, Enci­

10 Solar Correa (1970), op. cit., p. 114.

47

Balance historiográfico chileno

na, Eyzaguirre y Mario Góngora) ha sido lenta. Cuando comencé a trabajar en mi tesis doctoral, o incluso antes, mi intención original era falsear sistemáticamente cada

una de sus tesis y reivindicar la línea liberal que la antecedía. Hay que recordar el uso abusivo que hacía, en aque^ lia época, la dictadura militar de las tesis conservadoras. Desde entonces he continuado argumentando contra esta

escuela, y seguramente lo seguiré haciendo con igual in­ tensidad en el futuro (mucho de la dictadura sigue en pie), con todo, no termina por sorprenderme el estímu­

lo intelectual que significan estos otros autores posterio­

res —incomparables frente a lo previsible que resultan casi siempre los historiadores liberales. Conservadores

ciertamente más autoritarios, pero, a la vez, más profun­

dos y sensibles.

La escuela conservadora, he sostenido, no es del todo ajena a la liberal anterior11. Se desprende de esta última,

en parte, porque le es antitética. Siempre he sospechado que si uno quiere entender bien a Alberto Edwards Vives

hay que visualizarlo como un apóstata liberal. Alguien que alguna vez creyó en más o menos los mismos principios de

las generaciones anteriores, pero, en algún momento, se

desencantó de ellos y debió acudir a otras vertientes. Ab­

sorbió, por tanto, pensamientos de punta, vanguardistas, contestarios y críticos del liberalismo que provenían de Europa, y giró valóricamente su discurso sin perjuicio que

mantuvo más o menos la misma lógica, ciertamente, los11

11 Ver el capítulo X de mi tesis doctoral, La Independencia de Chile: Tradi­ ción, modernización y mito, Madrid, Editorial Mapfre, 1992 y Santiago,

Planeta/Ariel, 1999.

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Balance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Letelier

mismos hitos, incluso la misma preferencia hacia el sujeto elitario como eje central de su argumentación. Comparto,

en todo caso, la duda de Edwards frente a lo que terminó volviéndose un liberalismo acartonado y de salón, y aprecio la inquietud revisionista que inspira su reflexión, más aún

al entroncarse con las nuevas corrientes de pensamiento con­ temporáneo. No en un sentido mimético como quiere con­ vencer Cristián Gazmuri cuando insiste hasta la saciedad

de que Edwards es poco menos que una caja de resonancia

de conceptos spenglerianos, hipótesis que se queda dema­ siado corta como para ser de alguna utilidad12. (¿El valor de la escuela conservadora reside fundamen­ talmente, en mi opinión, en que fue capaz de articular un discurso críticó^uera del ejercicio del poder gubernamen­ tal. En cambio, la escuela liberal “vivía de”, se nutría, no

concebía nada fuera de ese tráfico político que, con el tiem­ po, le hizo perder al liberalismo su ímpetu utópico inicial

hasta volverlo rutinario y escénico si es que no burgués y “aguatonado”^En el fondo, estoy apuntando a que la es­ cuela conservadora ¿mtonomizq a la historiografía de \aj>raxis

política s[ bien siguió pensándose en términos ideológicopolíticos. [‘Esto último fue lo que le permitió ser una alter FíTSli

.político. justo en el momento, ade­

12 Conforme, Edwards leyó a Spengler, se dejó influir por él, lo toma a veces, otras no, ¿y qué? ¿Más allá de un “informe de lectura”, algo escolar, que hace Gazmuri, qué prueba, a qué se apunta con esto? Cf. Cristián Gazmuri, “La influencia de O. Spengler en el pensamiento histórico de Alberto Edwards V.” en Ignacia Alamos etal, Perspectiva de Alberto Edwards, Santiago, Editorial Aconcagua, 1975, y de nuevo en su libro Tres hombres, tres obras, Santiago, Sudamericana y Centro de Investigaciones Diego Ba­ rros Arana, 2004, donde vuelve a repetir lo mismo.

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Balance historiográfico chileno

más, en que dicho liberalismo comenzó a desintegrarse en sus meras “funciones”: los políticos en los clubes, cenácu­

los, ministerios y Parlamento; los historiadores liberales en sus sombríos archivos, gabinetes e interminables y somní­

feros multivolúmenes. Obviamente se les puede reprochar a los conservado­

res que hayan sido autoritarios pero, así y todo, me parece que esta “afinidad”, en un plano estrictamente de diagnós­

tico histórico, les permitió sintonizar mejor con el orden elitario señorial de corte tradicional que siempre fue auto­

ritario, aunque no se agotara puramente en ello, posición

en que me aparto de Edwards y Encina13. Volver a sintoni­ zar con ese orden tradicional, el “peso de la noche”, les

significó, por tanto, a estos conservadores reorientarse ha­ cia lo que seguía siendo sustancial. Los liberales, en cam­ bio, se fueron creyendo su propio cuento. Se autoconven-

cieron erróneamente de que a ese orden autoritario se le

había “superado”, esto último en sentido positivista comtia-

no ascendente porque, supuestamente se habría logrado lle­ gar a una fase civilizatoria y progresista que volvía el autori­ tarismo anacrónico. Es posible que en el plano político, educacional y artístico ello fuese así, pero claramente no en

el ámbito social. De ahí, pues, que al liberalismo se le refu­

tara desde los dos nuevos polos ideológicos: el conservador y el socialista, subrayándose sus notorias “falencias” socia­ les. Ojo, no tanto porque el orden liberal se despreocupara

del “pueblo”, sino que la sociedad, al seguir siendo tan igual-

13 Sobre mi posición respecto al orden señorial tradicional, véase: El Peso de la Noche: Nuestrafrágilfortaleza histórica, Buenos Aires, Planeta/Ariel, 1997.

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Balance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Letelier

mente tradicional y señorial, terminaba por desmentir las

pretensiones optimistas, “positivas”, y modernizantes de un

supuesto liberalismo en todo orden de cosas. Los historiadores conservadores merecidamente des­

plazaron a la historiografía liberal. Les ganaron en su pro­ pio terreno, el publicista, pero además su impacto se hizo sentir en dirección inversa a los historiadores liberales,

desde la historiografía a la política (de ahora en adelante

los historiadores pautearán a los políticos), con lo cual hicieron reviyir^el^oder autónomo de la disciplina. Que, adicionalmente, algunos^de estos conservadores hayan sido

defensores del orden tradicional, sin por ello tener que volverse tradicionalistas o meramente reaccionarios —es­

toy pensando de nuevo en Edwards y Encina— les per­

mitió plantearse en términos modernos y seculares amén de sortear la tacha de anacrónicos desfasados. Admiro, tam­

bién, su capacidad de seducción e impacto en los grupos pensantes y dirigentes de este país, desde la derecha hasta la izquierda más extrema, todos críticos del liberalismo. En definitiva, valga la paradoja: los conservadores, no los

liberales agotados, nos condujeron de pleno al siglo XX. La escuela historiográfica conservadora llevó hasta sus

últimas consecuencias el propósito de erigir la historia en una suerte de filosofía moral. No olvidemos sus contribucio­

nes —por muy erradas que sean, no por ello menos nota­ bles— sobre el origen y naturaleza del Estado14. Explicacio­

nes reivindicadas posteriormente por la Falange, y luego por

14 Argumento en contra de las posiciones de Edwards sobre el Estado que él denomina “portaliano” en El Peso de la Noche, ibid., 1997.

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Balance historiográfico chileno

los militares al punto que las tesis de Edwards y Encina sir­

vieron de justificación y legitimación para el golpe de Estado el 73 y lo que vino después. De nuevo, no se me malentien-

da, no es que yo comparta esta predisposición autoritaria o dictatorial (más bien defiendo todo lo contrario) si no que

considero que lo que han hecho, pensado, e impactado es digno de admiración intelectual. Al enemigo no hay que nun­ ca despreciarlo. Algo similar me pasa con Jaime Eyzaguirre.

Obviamente no comparto su angustia frente a un mundo moderno que supuestamente minaría nuestras raíces hispá­

nicas; con todo, no deja de impresionarme cómo habla, es­ cribe y convence. Admiración que extiendo, por cierto, a Encina y Edwards, ambos magníficos narradores y escritores

capaces de llegar a un público ilustrado profesional que man­ da y pesa. En fin, los conservadores son inusuales escritores y ensayistas además de notables opositores con quienes se pue­

de seguir discutiendo. Me merecen el más profundo respeto.

| ^Conste, sí, que no hago extensiva esta alta estima a sus segui­ dores, sus acólitos autoungidos, o para qué decir, sus respec­ tivas escuelas. Una cosa son Edwards, Encina y Eyzaguirre,

% otra muy distinta, Gonzalo Vial, Bernardino Bravo Lira, Ri­

cardo Krebs Wilckens, el Instituto de Historia de la Univer­ sidad Católica... Al igual que con los marxistas, prefiero el

^original a la copia. Hay también en estos conservadores un vitalismo de

corte romántico alemán que, entre nosotros, ha sido muy fructífero intelectualmente. En mi caso, el historiador chi­

leno que más me ha influido es Mario Góngora (tuve la suerte de ser su alumno), y quien me introdujera en esta

línea historicista (en el sentido de Friedrich Meinecke) y

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Balance historjográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Letelier

que todavía comparto15. Esto no ha significado para nada

que yo haya dejado de ser un liberal pro-parlamentarista,

anti-presidencialista, anti-Estado y anti-nacionalista. En eso ni Góngora ni Edwards me han terminado por convencer. Simplemente, a lo que voy es que esta diferencia valórica o

ideológica no entorpece afinidades con ellos en el plano estrictamente historiográfico. De hecho, no me importaría que alguien, el día de mañana, me catalogara como un ex­

ponente revisionista de la escuela conservadora, aunque pre­ feriría que se dijera que soy un liberal-conservador, en ese

orden, liberal primero y conservaiorJespiiés.

Insisto, esta escuelajiberó la reflexión historiográfica de la praxis polític&^Autonomizó, por ende, a la historiografía y

volvió a poner el aceñto^donde verdaderamente vale: el pen­ sarnos como una sociedad o comunidad enraizada en estos territorios con todas las dificultades que ello entraña —po­ breza del territorio, distancia de los centros dinamizadores tanto políticos, económicos como culturales—, ello sin per­

juicio de que podemos compartir un destino común más allá de nuestras diferencias ideológicas, religiosas o de clase. Destino que, en mi modesto parecer, se expresa, a menudo

iluminadamente, en utopías y mitos, casi siempre en poesía, cuando la hay.

Volvemos, pues, a lo mismo. Es precisamente este

vitalismo en que se funda dicha reflexión que hermana a esta escuela, la conservadora, con la poesía. Nada de ex­

15 Góngora en una suerte de curso-tutoría que hice con él, en la U. Católica el año 1983 u 84, no recuerdo bien, me hizo leer el libro de Friedrich Meinecke, El historicismo y su génesis, 1936, México, Fondo de Cultura Económica, 1943, cuya lectura me impactó sobremanera.

53

Balance historiográfico chileno

traño, por tanto, que el éxito de esta escuela en el siglo XX corra en paralelo con la vuelta de la 4>oestaT~presumo

y espero que para quedarse por buen rato como habla

honda y elocuente sobre este país. En el Chile de hoy lo que más se publica es poesía. La lista de poetas que nos

han acompañado estos últimos 50 años es extraordina­ ria; de ahí que no me extrañaría tampoco que la poesía

sea lo que más se lee en la actualidad. La enorme y persistente influencia que ha ejercido la escuela historiográfíca conservadora me permite sobrevo­

lar otras posibles escuelas y aportes durante el siglo XX. Lo he hecho antes. En mi libro sobre la Independencia

omití conscientemente a la escuela marxista; tampoco me he detenido mucho en la escuela estructuralista. Vamos por partes. Paradójicamente, la escuela marxista (Hernán

Ramírez Necochea, Marcelo Segall, Julio César Jobet,

Aníbal Pinto, Luis Vítale, Luis Moulian) siempre me ha

parecido similar a la conservadora en cuanto enfatiza es­

tructuras profundas —en un caso la fuerza del pasado, el molde cultural hispánico; en el otro, el determinismo pro­ ducido por los medios de producción y la dialéctica. Los nexos que pueden producirse entre marxistas, como Aní­

bal Pinto y un historiador como Encina, concordancia obvia si uno se detiene en la lectura permanente que hace

el primero del segundo, me ahorran ahondar más en estas

afinidades algo extrañas aunque evidentes16. Otro punto

de confluencia es la incapacidad de ambos, conservadores

16 CE Aníbal Pinto Santa-Cruz, Chile, un caso de desarrollofrustrado, Santia­ go, Universitaria, 1959.

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Balance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Letelier

y marxistas, de concebir el papel que pueden jugar el azar y las consecuencias no intencionadas17.

En cuanto a la escuela estructuralista (Alvaro Jara y Rolando Mellafe principalmente), me pasa que le encuen­ tro poco sustento. Produjo poco. El fracaso de Jara en hacer

una historia serial de dimensiones continentales es una cons­

tatación fehaciente de que no hay mucho ahí qué mostrar.

A ningún estructuralista, por cierto, le ha cabido en la mente siquiera que el personaje histórico individual sea digno, por

si sólo, de ser historiado o reflexionado. Sus aportes en materia política, por tanto, son nulos. Tanto Jara como

Mellafe escribieron dos grandes y notables libros, pero la­ mentablemente fueron sus primeras obras, y ahí como que

se quedaron en tanto producción de calidad trascenden­

te18. Góngora, quien coqueteó con el estructuralismo —escribió para la revista Annales y produjo dos grandes

libros sobre propiedad agraria— abandonó esa línea y deri­ vó hacía otras (preferentemente la historia de las ideas), sin

duda que más querida y afín a sus talentos y rigor19. A Ser­

gio Villalobos Rivera lo menciono sólo porque su omisión podría parecer mezquina de mi parte, pero la verdad es que

Villalobos Rivera no me impresiona. Cuando incursiona

17 Esta crítica, en verdad, se le podría hacer también a la historiografía liberal, y en general a toda línea ideológica; suelen éstas posturas entrañar un guión histórico preconcebido que impide cualquier “sorpresa” histórica posterior. 18 Me refiero, obviamente, a Alvaro Jara, Guerra y sociedad en Chile: la transformación de la guerra de Arauco y la esclavitud de los indios (1961), y a Rolando Mellafe, La introducción de la esclavitud negra en Chile (1959). 19 Consúltese: Mario Góngora y Jean Borde, Evolución de la propiedad rural en el Valle delPuangue(\956), y Mario Góngora, Origendelos inquilinosde

Chile Central (1960).

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Balance historiográfico chileno

en materias políticas, como en su libro de Portales o en

Tradición y reforma en 1810, hace refritos de la escuela libe­ ral decimonónica. No tan distinto en eso a su mentor,

Guillermo Feliú Cruz, con quien comparte muchas defi­

ciencias y manías atrabiliarias aunque sin su gracia y des­ parpajo. De Feliú hay unas cuantas anécdotas divertidas, una cantidad enorme de recopilaciones bibliográficas

—Feliú fue discípulo a su vez de Medina— y varios libros que presumiblemente redactó en calidad de autor fantas­ ma. Nada, pues, muy sobresaliente. En el fondo, Villalo­ bos Rivera podrá citar a Braudel o haber querido emularlo

a nivel muy local (estoy pensando en esa “Historia” suya

estancada o que, al parecer, abandonó, la del “pueblo chile­ no”), pero que si uno se sienta y la analiza, me temo que va

a llegar a la conclusión de que no es más que un positivista trasnochado, un nacionalista histérico (contrario a perua­

nos, bolivianos y mapuches), no un estructuralista de fus­

te. Comparen a Villalobos Rivera con su contemporáneo

generacional Tulio Halperín Donghi y constatarán la dis­ tancia entre excelencia y mera difusión manualística.

En un punto sí recalcaría la importancia de los estructuralistas locales. Concretamente su capacidad para

convencernos, erradamente sin embargo, que la historia es

una ciencia social y requiere un tipo de investigación con

respaldo institucional universitario. Me podría explayar lar­ gamente sobre este punto. Trataré de ser breve. Pienso que la generación de los 50 es importante porque coincide y anima, en parte, la Reforma Universitaria. Ahora bien, sa­

bemos que ésta tuvo consecuencias bastante nefastas. So-

ciologizó, economizó e ideologizó en demasía a las antiguas

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Baiance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Letelier

humanidades, siguiendo en esto padrones internacionales poderosísimos por aquella época (los años 60 y 70). Des­ virtuó gran parte del edificio secular de la universidad na­ cional, lo cual contribuyó, a su vez, que después entraran los bulldozers y en eso todavía están. Internacionalizó la la­

bor histórica académica, y con eso se pavimentó el camino a la actual globalización o mejor dicho norteamericanización. ¡Los congresos de LASA, muy concurridos por el establishment historiográfico actual se han llevado a cabo hasta

en Las Vegas!20 La escuela estructuralista fue nuestra pri­ mera experta en conseguir fondos concursables. ¡Vaya acier­ to! Su empuje profesionalizante ha permitido que, hoy en

día, algunos vivamos de un sueldo mensual aunque éste sea

cada vez más miserable. Es todo lo que tengo que decir sobre esta escuela en esta ocasión.

A continuación, junto con referirme a lo que está ocu­ rriendo hoy en día quisiera detenerme sobre el asunto que

intriga a Luis de Mussy y que pone en perspectiva esta sem­ blanza que he estado haciendo de la trayectoria historiográfica chilena: la cuestión del canon.

20 Efectivamente, las sesiones del año 2004 de la Latín American Studies Assocíation (LASA), esa suerte de OEA academicista ampliada, se llevaron a cabo en Las Vegas, Nevada. Presumo dos cosas: o se trataba de erigir la ciudad casino como modelo tragamoneda para nuestro continente sudaca o se ha perdido todo norte. No creo que reconocerse unos y otros en medio de una de las vulgaridades más emblemáticas del mundo actual haya eleva­ do ni un ápice la dignidad de los estudios latinoamericanos.

57

Balance historiográfico chileno

II

Hasta ahora, he estado intentando una operación de

descarte sistemático, aislando algunas figuras y escuelas historiográficas, midiéndolas a la luz de ciertos criterios que

yo valoro, pero que, en una de éstas, ustedes no comparten

ni tienen por qué coincidir conmigo. Mis estimaciones, en todo caso, no pretenden ser una voladura enteramente sub­

jetiva. Por supuesto que tengo preferencias y prejuicios muy personales y ustedes, otros. Eso es obvio, pero ¿qué saca­ mos intercambiándonos meras apreciaciones? Si he sido es­ tricto es porque sé que la historia retrospectivamente lo es

siempre, cuando no cruel. Recordemos el juicio de Solar Correa: disponemos de un exceso de historiadores y erudi­

tos, pero los poetas y artistas no nos sobran. Eso quiere decir que gran parte de la producción historiográfica pasa­

da probablemente haya dejado de leerse, se haya archiva­ do, y, con toda probabilidad, la historia futura va a ser in­

cluso hasta más cruel con nuestros antecesores y con noso­ tros mismos. Ello porque se trata de una producción que

no es sentida como vital. He ahí el punto clave de este

asunto. Mientras redactaba el recuento y balance anterior

mantuve siempre en mente, como criterio base, por tanto, la valoración pretérita que se ha hecho de algunas obras

consideradas imprescindibles en este país, o lo que es lo

mismo, contribuciones en que nos debiera resultar difícil no concordar. Obras que, además, pueden compartir estra­ do y anaquel con muchas otras no necesariamente historio-

gráficas.

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Balance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Letelier

Ahora bien, nosotros los historiadores, por lo general,

somos muy malos evaluadores a la hora de discriminar en­

tre lo que verdaderamente vale y lo que meramente sirve o nos es útil. En la biblioteca que hemos ido formando con

Sofía Correa, disponemos de más de 12 mil publicaciones.

Evidentemente no todas imprescindibles. Simplemente ocurre que nosotros los historiadores adolecemos de reten­

ción anal, guardamos todo porque cualquier papel puede llegar a sernos de valor eventual. Por eso no he leído todos estos libros que hemos comprado, y seguramente no los

voy a leer, sí consultar, y ojalá muchos de ellos no tendré que releer. Para ser franco, envidio a los filósofos y a los

estudiosos de la literatura (estos últimos antes de que se

convirtieran al multiculturalismo y otras vainas). Poseen y

leen menos libros pero mejores. En cambio, nosotros los historiadores tenemos que adquirir y soportar una cuantía

gigante de material que muchas veces uno quisiera saltárse­ lo: los libros de mis enemigos, desde luego, pero que igual reviso y a veces me veo en la necesidad de comprar. A me­

nudo contienen información, especialmente si frecuentan

los archivos y me hacen más fácil la pega. Evidentemente, estos últimos no van a figurar en el canon,yno en el mío al menos. De eso es lo que estamos

hablando: de aquellos historiadores u obras que no sobreviven una selección estricta, y por qué otros, sin embargo, no pueden faltar. Por cierto, podríamos diseñar distintos tipos

de canon y de esa manera no dejarlos fuera: un canon de

obras insufribles, un canon de estudios que no sirven de nada, un canon de publicaciones ISI, un canon de Fonde-

cyts no publicados, un canon de lo que pasa por historia

59

Balance historiográfico chileno

hoy en nuestros departamentos universitarios. De hecho,

los hay cuantas maneras diferentes de discriminación se puede llegar a observar. Pero esta generosidad canónica se­ ría probablemente excesiva. Si todo es o puede ser canon,

¿de qué nos sirve la categoría?

Pensando esta ponencia, se me ocurrió —después de bastante reflexión— que había que hacer una distinción

especial. No me es evidente que el canon, sobre el cual estamos hablando y tratando de definir, tenga que necesa­

riamente ser historiográfico, sin perjuicio que obras historiográficas singulares puedan, igual, alimentar dicho canon. En cuyo caso, entre nosotros, intuyo, el canon sería prefe­

rentemente literario o cultural, así de general, y no estric­ tamente historiográfico. Si se acepta esta propuesta, el asun­ to es más fácil de dilucidar, y se explica por qué insisto

tanto en la poesía, en Ovalle, y luego me termine saltando,

en parte, el siglo XIX para culminar subrayando y valoran­ do la obra de los historiadores conservadores. Al proceder

así, más que en autores, estoy pensando en libros específi­

cos. El de Ovalle, ciertamente, no así en cambio la obra t

prolífica aunque un tanto indiferenciada de los liberales, y, por cierto, la ensayística conservadora.

Claro que al proceder de esta forma —se me podrá decir—, uno se va demasiado a la segura. Es cierto. No

cuesta mucho ubicar en los más destacados lugares a la Histórica Relación, a La Araucana, a La fronda aristocrática,

a la Historia de Chile desde la prehistoria hasta 1891 de En­

cina, a la Fisonomía histórica de Chile, a las monografías y

ensayos de Góngora. Todas, obras indiscutidas, canónica­ mente aceptadas, al igual que la obra poética de la Mistral

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Balance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Letelier

(el Poema de Chile desde luego), Huidobro (Altazor e inclu­

so su línea contestataria como en el “Balance patriótico”) y Neruda (las Residencias y el Canto General}, aunque tam­

bién, Nuestra loca geografía de Benjamín Subercaseaux, la obra cronística de Joaquín Edwards Bello, González Vera y

la producción de Pablo de Rokha, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Teillier, Lihn y Millán. Repito, todas obras indiscu­

tidas, nunca ausentes de los listados de las producciones más sobresalientes e influyentes de este país. Por supuesto,

he omitido muchos otros textos. Estas referencias hay que

asumirlas como meramente ilustrativas. No pretendo, en esta ocasión, confeccionar y singularizar el canon mismo,

obra por obra, si no su sentido, su /valide^ en cuanto refe-

Pero vamos al grano: ¿qué es lo canónico más allá de lo

estrictamente académico a la luz de una cierta valoración

filosófica-histórica que es el lado por el que me inclino? Mi impresión es que, de existir un canon, éste opera parecido al mito. Vale decir, nosotros los historiadores nos enfrentamos, una y otra vez, ante “sentidos” muy potentes, a

veces muy elocuentes, que no podemos obviar o descartar. Una suerte de insigbt, intuición o iluminación límite, irre­

ducible, que la crítica histórica, tanto de fuente, o bien, como

operación desmitificadora, simplemente no es capaz de fal­ sear. Por ejemplo, los mitos de origen (e.g el Tren-Tren en la cosmología mapuche) que coinciden sorprendentemente con

mitos equivalentes en otras latitudes (Mesopotamia, regio­

nes próximas a los Himalaya), desconexos unos con otros,

pero que —cosa bien notable— han terminado por ser ava­ lados por estudios posteriores estrictamente “científicos”.

61

Balance historiográfico chileno

Existe concordancia hoy, entre diversos estudiosos, entre ellos geólogos, de que hubo una suerte de “diluvio”, que es lo que

trata el mito del Tren-Tren, y eso que su único antecedente cultural consta en la memoria oral sobreviviente y transmiti­

da desde no se sabe cuando. En sentido estricto, sin embar­ go, no hay evidencia histórica concreta; no hay fuentes escri­ tas que avalen dicho recuerdo inmemorial. Por eso, nuestros

métodos históricos resultan inservibles. Así y todo, en este tipo de casos, los historiadores nos encontramos con una in­

formación irreductible, indesmentible, irrefutable. Cuando esto ocurre a la historiografía sólo le cabe re­

conocer sus límites racionales, y atender seriamente al “sen­ tido” ahí contenido recurriendo a formas de análisis e in­ terpretación cercanas a la literatura o a la antropología. Al

mito, en estos casos, hay que tratarlo como una fuente pri­

vilegiada, y ello condiciona y altera las metodologías de trabajo más convencionales. Obviamente, no se puede abor­

dar este material mítico como abordamos documentos que

permitieron el desarrollo del método positivista (e.g. docu­ mentos oficiales, censales, de matrimonio, nacimiento o tes­ tamentarios, o que versan sobre flujos económicos, etc.).

Por eso sólo cabe reconocer que el positivismo tiene una validez metódica, a lo sumo restringida. Si hasta los positi­

vistas supuestamente más radicales no lo fueron nunca tan­

to; reconocieron hasta dónde podían llegar, y nunca descar­

taron que lo primordial escapara a la mera erudición empíri­ ca como se desprende de las dos citas, las de Ranke y Comte, que he seleccionado como epígrafes de esta ponencia.

Por cierto, estoy consciente que hay escuelas semioló-

gicas y deconstructivistas, muy en boga de un tiempo a

62

Balance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Letelier

esta parte, que estiman que cualquier tipo de información

documental, en sentido amplio, es concebible como un “tex­ to” o un “discurso”, pero el argumento, si bien teóricamen­

te válido, es débil toda vez que en la práctica sabemos que

ciertos tipos de fuentes condicionan el análisis y la meto­

dología correspondientes. Desde una perspectiva historicista estricta no cabe, pues, aplicar cualquier lógica retros­

pectiva o método so riesgo de caer en anacronismos. Es aconsejable, por tanto, emplear criterios interpretativos con

asidero temporal concordante en cuanto al período especí­

fico que está produciendo ese tipo de información. El ma­ trimonio en sociedades industriales puede ser abordado po-

sitivísticamente, no así el matrimonio en sociedades triba­

les. Ranke tenía toda la razón cuando sostenía, en un apar­

tado evidentemente historicista: “La misión del historiador consiste en comprender y hacer que los demás compren­ dan el sentido de la época por la época misma”21. Los estu­ dios de índole deconstructivistas, al final de cuentas, nos

remiten siempre a una discusión sobre la naturaleza atem­

poral de todos o cualquier discurso o “texto” en sentido más bien filosófico o teórico, pero poco o nada nos dicen

sobre tiempos pasados, sensibilidades pasadas, o incluso, pervivencias tozudas, subyacentes, subliminales a veces, des­

de ese pasado hasta el presente. Lo que ocurre es que, a menudo, uno da con el mito,

es decir, aquello que es irreducible y no puede no ser así. Un sentido que no se puede desmenuzar, falsear, refutar o

21 Leopold Von Ranke, “Carta de Ranke a su hijo”, en la recopilación del mismo autor, Pueblos y Estados en la historia moderna, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 525.

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Balance historiográfico chileno

deconstruir. Un sentido atendible pero de manera no ente­

ramente racional, o que guarda todavía mucha información

enigmática e indescifrable pero que, igual, “hace sentido”, se percibe o siente, tiene apariencias potentísimas de senti­ do, aunque se apunte a algo, en gran medida, todavía in­

sondable.

Que el mito se valga de, o sea parecido, análogo, próxi­ mo a la poesía por lo mismo que metafórico, o dependa de

estas intuiciones, insights o iluminaciones (visiones que re­ velan en, a veces, un solo instante una totalidad irrefuta­

ble), permite tomar conciencia de que existe esta frontera, este límite, infranqueable al historiador a la vez que, más allá de esa línea, se le está ofreciendo, con frecuencia, un

haz portentoso, preñado de sentidos. El historiador, cuan­ do ello ocurre, trasciende: se vuelve un poco poeta, asume

y se suma a la fuerza del mito, o lo que es lo mismo, aborda

el sentido recurriendo a su sensibilidad e imaginación (que

son formas de inteligencia con ingredientes intuitivo racio­ nales fortísimos aunque no siempre lógicos puros) casi de manera artística, mediante la narrativa y ciertas “licencias

poéticas”, o bien, asume que está frente a una fuente privi­ legiada que exige un tratamiento distinto, más cercano al

análisis literario o antropológico. Es esto lo que permite la conjunción que se produce entre historia, en tanto insight o intuición respecto al pasa­

do (que bien puede ser todavía presente), y poesía o mito.

Conjunción que, además, permite una comunidad de sen­

tidos que sólo algunos, muy pocos, logran compartir. Es lo que veo, por ejemplo, en Ercilla, Ovalle y Pineda y Bascuñán cuando abordan temáticas comunes (v. gr. la nobleza

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Balance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Letelier

del indio), o en Benjamín Subercaseaux y la Mistral (sobre el condicionamiento de la geografía); en Edwards Bello y el

Huidobro del “Balance patriótico” (cuando despotrican en contra de su propia clase), o entre Huidobro y Mario Gón­

gora, o si no ¿por qué Góngora rescata ese texto de Huido­

bro y lo reimprime tan destacadamente en su Ensayo histó­

rico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIXy XX (1981)? En, quizá también, los textos en que Vicuña Mackenna sintoniza con el mito (como cuando relata a La Quintrala, no así cuando la convierte en apéndice documental

positivista) o cuando Blest Gana o Edwards Bello, igual de desterrados que Ovalle pero en París, describen a los chile­

nos y sus lugares y costumbres, y “vemos” lo que ellos vie­

ron. En Vicuña Mackenna y el Francisco Bilbao girondino (cuando hablan de revolución). En Jaime Eyzaguirre, la Mis­

tral o Neruda, o incluso Miguel Serrano, cuando se plan­

tean telúricamente a nivel continental. Cuando ciertos pa­ sajes de Gonzalo Rojas parecieran remitirlo a uno a Baldo­

mcro Lillo, o cuando ciertos efectos lumínicos o atmosféri­ cos que se vislumbran del texto de Alonso Ovalle los volve­ mos a ver en ciertas obras plásticas de la escuela impresio­ nista chilena: Juan Francisco González, Valenzuela Puel-

ma, Pedro Lira, Pablo Burchard y también el Alhué de Gon­

zález Vera. Cuando Jaime Eyzaguirre pareciera coincidir con fray Pedro Subercaseaux para el período de la Independen­

cia. Cuando confluyen Neruda y ese gran fotógrafo dedica­

do a meditar allá en Elqui ahora último, Sergio Larraín Echenique, a la hora de retratar las casas en las arenas del Pacífico sur. Cuando coinciden Mario Góngora y sus ami­

gos arquitectos, medio mesiánicos, de la Universidad Cató­

65

Balance historiográfico chileno

lica de Valparaíso, los fundadores de la comunidad de Ritoque. Cuando Gabriel Salazar (no el de la “ciencia política popular”), narra algo parecido al Miguel Littin del El Cha­ cal de Nahueltoro, o retrata algo similar al documentalista Patricio Guzmán, o bien, suena parecido a Violeta Parra, a

los Quilapayún, a Víctor Jara o a Los Prisioneros. He con­ versado con Gabriel sobre su afición a la música —ángulo

de su obra que por cierto supera la claque salazarina, menos

fina, por supuesto, que el maestro (la copia es siempre de­ cepcionante)—, por eso lo digo.

En todos estos casos, insisto, la convergencia se pro­

duce porque están dando con lo mismo. Y habiendo dos o más que coinciden y nos convencen, ¿quién se atrevería si­

quiera a dudar de lo que dicen, rescatan o retratan y eso

que se trata de algo no siempre reproducible con toda exac­

titud? Parecido a cuando los pintores impresionistas opta­ ron por no calcar lo que tenían en frente (para eso se podía

encargar la fotografía más “exacta”), y, sin embargo, termi­ naban bosquejando, vaga y acertadamente, más o menos lo

mismo que veían. Ocurre con frecuencia que no se puede distinguir con facilidad entre un Monet o un Renoir, simi­

lar a lo que también ocurre con cubistas como Picasso y Braque, y no porque se “copiaran” unos a los otros sino, qué

duda cabe, porque miraban y “veían” lo mismo.

En efecto, el canon también puede, suele, involu­ crar expresiones plásticas. Estamos hablando de “poetas”,

así en general, que emplean la paleta completa de géneros a su disposición —verso, épica, lírica, novela, pintura, fo­

tografía, música, arquitectura, ensayo histórico. Artistas a quienes no cabe ya calificar de profesionales de su oficio

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Balance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Letelier

puesto que se han elevado a una estatura más universal, la

del poeta sin adjetivos, sin profesión. Historiadores hay demasiados en Chile decía Solar Correa. He ahí Mariana Aylwin, Carlos Bascuñán, Lucía Santa Cruz, Hernán Ro­

dríguez Villegas, Francisco Vidal, Luis Riveros, los miem­ bros de la Academia de la Historia y de la Sociedad Chile­

na de la Historia, de los círculos carrerinos y o’higginianos, y una caterva de profesores “nn”, que publican tarde mal y nunca, no leen nada, y sin embargo atascan nuestros departamentos de historia, enseñan pésimo, no dejan

hueco y matan la vocación de jóvenes talentosos, los pla­

gian, ¿o los forman para que se roben los libros de la bi­ blioteca y los quemen? (es una pregunta). Todos ellos “his­ toriadores” o pasan por tales, o hacen galas de haber estu­

diado Historia alguna vez, o peor, cuestionan livianamen­ te a otros por no ser historiadores, porque no asisten a las

jornadas periódicas a las que hay que inscribirse y pagar para hablar, no van a LASA en Las Vegas, a los asados del “gremio”, o les importa un bledo que se les ningunee en

la revista Historia^ no concursan por fondos de Fondecyt

y, peor aún, no frecuentan los archivos (pecado imperdo­ nable para estos catones y mediocres). Si ellos, los graves,

los “serios”, reclaman el carácter de historiadores “de sí y para sí”, pues, que se queden con el mote. Insisto: en Chile, quienes verdaderamente han hecho una contribución al canon, superaron con creces, una y otra vez, los límites

estrechos de la historiografía profesionalizante.

El canon, en otro paralelo que se puede hacer, siempre nos remite a una melodía, una y casi siempre la misma que

se repite, como en el famoso “Canon” de Pachelbel, o en el

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Balance historiográfico chileno

“Jesús bleibet meine Freude” de la Cantata 147 de J. S. Bach, el “Frére Jacques”22, o más complejo aún, en el caso de las

catorce “Variations on an original theme for orchestra, opus 36, Enigma” de Sir Edward Elgar en que, según el composi­

tor, se aludiría a un mismo “tema” original, nunca tocado,

nunca explícito, pero que está ahí, escondido y se le “oye”. El canon lo encontramos, también, en las demás artes, particularmente en la arquitectura clásica. Ciertas formas “per­ fectas”, ideales, que recogen algunos tratadistas —Vitruvio, Alberti, Serlio, Vignola, Le Corbusier— y se desprenderían de

la naturaleza o de algunas proporciones matemáticas (v, gr.

“La Proporción Áurea”), o servirían de modelo al que se vuelve una y otra y otra vez, claramente en el Renacimiento, el Neoclá­ sico, o en distintos momentos o variantes modernistas. Retor­

no a una o más formas originales que, sin embargo, impiden

dar un paso más atrás. No se puede ir más allá de la orden dórica, salvo quizás a un árbol al que se le percibe estilizado, o

más allá de la choza original, como sostiene el tratadista ilus­

trado francés Laugier, un conjunto de ramas atadas de una simplicidad minimalista máxima23. Vale decir, un origen irre­

ducible a la vez que inmemorial al que, por lo mismo, sólo cabe repetir interminablemente, proporcionando de este modo,

de esta “forma”, cierta quietud necesaria, en virtud de la cual todo es lo que debe ser, o está donde debe estar.

22 La estructura repetitiva del canon musical es evidente en la letra de esta popular canción, de las cuales hay equivalentes en casi todas las lenguas: “Frére Jacques, Frére Jacques, Dormez-vous?, Dormez-vous?, Soneez les mati­ nes. Sonnez les matines, Ding ding dong. Ding ding dong . 23 Cf Marc-Antoine Laugier, Essaisurl\Architecture(\753), hay traducción al español: Marc-Antoine Laugier, Ensayo sobre la arquitectura, Madrid, Akal, 1999.

68

Baiance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Leteuer

Los historiadores enfrentamos permanentemente fe­ nómenos análogos. Sucede algo de esta índole cada vez que

nos encontramos con hechos irreductibles difíciles o impo­ sibles de refutar o negar; cuando voces, actitudes, lideraz­

gos políticos o sociales estallan o se producen al unísono;

cuando nos reconocemos como una unidad, una colectivi­ dad o comunidad de sentimientos, un “destino manifiesto” dicen los norteamericanos; cuando en ciertos momentos se genera una confluencia en torno a una utopía o algún pro­ yecto de país; o cuando nos visualizamos como ante un

espejo y nos vemos retratados en ciertas obras de extraordi­

naria lucidez, incuestionables, de valor universal o de sig­

nificado colectivo. Cuando esto pasa es que hemos dado con un sentido o trascendencia de jerarquía mayor; ocasio­

nalmente, de tarde en tarde, un “orden”, una situación que no podría no ser, no podría no ser así. Quien percibe o da

con ese “orden” —no cualquiera, es cuestión de suma sen­

sibilidad o genialidad poética—, pasa a ser parte del mis­ mo orden. Su intuición puede servir de medio para que otros vislumbren aquello trascendental. En fin, da con, o

—quién sabe por qué fuerza misteriosa— se le remite a ese

orden compartido que no es otro que el canon.

Este canon opera siempre como un referente retros­ pectivo al que se vuelve y vuelve. Este orden necesaria­

mente existe en el pasado. Puede que también persista o se le rastree en el presente, pero lo más probable es que no

sea tan evidente aún mientras no interceda la visión me­ diada por dicho genio. Por eso he insistido tanto en esta ponencia sobre el acto de volver al pasado que no es exac­

tamente lo mismo que hacer historia, ciertamente no es lo

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Balance historiográfico chileno

mismo que hacer historia a la manera academicista que

solemos practicar. Se me podrá objetar que el canon siem­ pre nos revierte a cierto academicismo. Por supuesto que ello ocurre. Existen los falsos cánones, los falsos mitos (los

mitos falseables), los “órdenes” que enmascaran otra cosa,

su exacto opuesto: el sinsentido a veces también perfecto en su género imperfecto. Por eso, también, he subrayado la idea de que hay un criterio poderosísimo que no hay

que desatender: el valor poético, el genio intuitivo, el insight aquél que nos lleva a algo que no puede si no ser asi.

Esto no se enseña en una escuela, en una academia, en un

gremio corporativo que gusta juntarse a pelar a los “cole­ gas” o en una tienda ideológica. Sólo se le puede cultivar o anticipar si se logra poseer la genialidad correspondien­ te, vale decir, esa eximia sensibilidad (privilegio de unos

pocos) para ver lo que otros no ven.

Ahora bien, alguien también me podría objetar di­ ciendo que ese orden no es tal, no hay tal, o no podemos dar con él. Quienes sostienen esta postura, en el fondo, no entran a discutir seriamente. Parten de la premisa errada

que no hay sentido posible. Gente así jamás habría creído posible el rescate de un trasfondo humano, humanista que “descubriera” en su momento el Renacimiento yendo atrás

a la Antigüedad, remitiéndose a los clásicos, y que nos per­ mitió renovarnos, darnos nuevos sentidos secularizantes después de poner en tela de juicio los sentidos heredados

del Medioevo cristiano. No se puede discutir con los nihi­

listas, sólo cabe combatirlos, y si se llega a traspasar su ce­ rrazón mental, quizá, persuadirlos.

Cristián Warnken, en una columna de El Mercurio, lo

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Bamnce historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Leteuer

dice elocuentemente: “De la polarización reductiva y as­ fixiante de los 70 pasamos a la gran jalea posmoderna del siglo XXI. Nuestros hijos navegan en un mar de informa­

ción disponible donde todo empata (el hambre en África con la anorexia de las modelos europeas), en una democra­

cia virtual sin quilla ni norte, en la que terminaremos por naufragar, clamando por alguien que ponga las cosas en su lugar, que se la juegue por un canon, por una certeza, por

un orden, cualquiera éste sea”24. Concuerdo con Warnken aunque advierto el peligro. No puede ser cualquier orden.

Hay demasiados falsos órdenes que ofrece el mercadeo post­ modernista. Aquellos “órdenes” que fetichizan el pasado

transformándolo en bien de consumo; por ejemplo, cuan­ do se prefiere hablar de “patrimonio” en vez de cultura,

lenguaje tan caro a los neoconservadores y a un cuanto hay de “conservadores” museológicos que sólo se dedican a “amononar” el fetiche y se desviven calculando cuánto van a ga­ nar en el gift shop, en la cafetería, o vendiendo abonos “en

verde” para la próxima temporada musical. Para qué decir

aquellos otros “órdenes” que presumen cierta univocidad —los que reclaman cierta “verdad” histórica oficialista o ideológica estrecha—, o bien sostienen que la historia fue

tajantemente así y exigen para dichos efectos un acto de fe

inclaudicable de parte del resto de nosotros. La historia como disciplina instrumental, interpretativa-crítica, sigue siendo imprescindible. No todo vale.

¿Cómo es posible de que tengamos una historia del espiri­

tismo —¡del espiritismo!— y no de la clase media? Es pre­

24 En El Mercurio, Santiago, 30 diciembre de 2006, p. A3.

71

Balance historiográfico chileno

ciso jerarquizar prioridades. No basta con producir para

vender y traficar. Hace rato que vivimos en un mundo es­ céptico, “cooF, no comprometido, que se vanagloria de no tener un trasfondo sustancial, pero dejémonos de cuentos,

hasta el escepticismo no tiene por qué ser terminal. Puede sernos una plataforma o arma útil para dar con certezas.

Una falange de mentes preclaras, lúcidas y geniales a lo largo de la historia de la cultura —nuestro pasado aún vivo

y elocuente—, han recurrido muchas veces al escepticis­ mo para hacernos ver y convencer, amén de deslumbrar­ nos con sus brillantes intuiciones que tienen mucho que

decir. Nietzsche desde luego. ¿Pero el escepticismo debie­ ra llevarnos a acoger lo que, hoy por hoy, se ofrece como

tal, las más de las veces, pura materialidad transmisible

sin nada sustancial detrás? Es cierto que vivimos rodeados, o mejor dicho bombardeados, de imágenes fetichistas, pero

de ahí a suponer que ésa es la realidad que nos basta, me parece ¡cónicamente idiota. Una secuencia de imágenes

transmitidas por soportes livianos como la televisión en que la carga material, el significante, prevalece por sobre el sig­

nificado, no asegura sentido alguno. Lo dijo y explicó, al­ guna vez Erwin Panofsky, al denominar “iconología” la con­ junción de idea e imagen que, sí, en cambio, puede servir­

nos para entender y comprender25. Pienso, pues, que estamos más necesitados de revisio­ nismo historiográfico que nunca. Pero un revisionismo crí­

tico de sí mismo, capaz de captar que éste también tiene

25 Cf. Erwin Panofsky, “Iconography and Iconology: An Introducción to the Study of Renaissance Art” en Meaningin the VisualArts: Papers in andonArt History(\955).

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Baiance historiográfico y una primera aproximación al canon/ Alfredo Jocelyn-Holt Letelier

límites, que los actos deconstructivistas de demolición de

sentido no nos pueden privar de todo sentido, de cualquier sentido. No porque en el pasado se hayan producido injus­

ticias debemos tirar todo al tacho, a la papelera de reciclaje, al basural de la historia, para así ser más plenamente “modemos ,

revolucionarios > vanguardistas , puros y re-

novados”, “eficientes”, “multiculturales”, etc., y ahora sí que lo podemos hacer “más mejor”. Hacer hablar a los “sin voz”

es muy legítimo, devela vacíos y lagunas, pero hacer hablar a los “sin voz” para, de ese modo, acallar a los que han sido,

hasta ahora, elocuentes, es simplemente totalitarismo. Con­ fundir memoria con historia, porque supuestamente la pri­

mera sería más “verídica” e impoluta que la segunda, apun­ ta peligrosamente, también, a un revisionismo sectario.

Precisamos, pues, de un revisionismo, pero de un re­

visionismo histórico que “combata” —como diría Lucien Febvre— a quienes se han apoderado de la historia y de ese espacio canónico por excelencia: la universidad. Un revisio­

nismo que le devuelva el carácter de “humanidades” a la

historia, o lo que es lo mismo, que el centro del asunto por abordar vuelvan a ser los individuos y sus singularidades, y no esas meras constantes cifrables, indexables, con que se

suele pretender hacer “Ciencia Social” entre nosotros. Un revisionismo que no se limite únicamente a recoger lo que está “de moda” teórica o metodológicamente ahora último; más bien, un revisionismo que renueve la disciplina para, así, volver a leer el pasado con toda su oferta de estímulos y

sentidos que, si se rescataran debidamente, podrían suplir, con creces, la siempre presente necesidad de novedad. En

fin, un revisionismo que le devuelva la historia a su histo-

73

Balance historiográfico chileno

ría, y sirva para poner a raya a “bárbaros” ya no ad portas sino dentro, infiltrados o in perfore, hace rato entre noso­

tros. Los consabidos: los mismos, los de siempre, los que se contentan con el dogma de última hora antes bien que con el asombro.

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Influencias sobre la historiografía chilena: 1842-1970

Cristian Gazmuri

Pontificia Universidad Católica

Voy a referirme a las corrientes doctrinarias y meto­ dológicas así como a los autores que han estado tras las tres

etapas que creo que son aquellas en se puede dividir la his­ toriografía del Chile republicano entre 1842, año de fun­

dación de la Universidad de Chile, y 1970.

I

La primera etapa de la historiografía chilena pienso que fue desde 1842 a 1900 aproximadamente, y donde sus

características son haber estado marcada ideológicamente

por el liberalismo y metodológicamente por el positivismo. Su mayor exponente teórico (aunque no hizo historiogra­

fía) fue Andrés Bello, de quien se obtuvo la idea sobre el

deber ser de la historiografía como disciplina.

Creemos que fue en la investigación minuciosa del origen de los antiguos poemas épicos en lengua romance,

verdaderas proezas de trabajo erudito, donde Bello entró

en contacto con la historiografía como una disciplina de gran rigor metódico. De ahí partió su admiración por el

método crítico filológico, siendo dos los estudios literarios 75

Balance historiográfico chileno

de esta especie que realizó en su larga estadía en Londres.

El primero, dedicado a la aparición de las primeras edicio­

nes del Poema del Cid y la relación entre esta pieza literaria con la llamada Crónica del Cid, y el segundo, dedicado a la

Crónica de Turpin. En ambos hizo gala de una capacidad

heurística y hermenéutica que en palabras de Amunátegui “honraría a un benedictino”1.

Por otra parte, también tomó como ejemplo a historia­

dores del Viejo y Nuevo Continente. Ya sea porque sus obras se encontraban en su biblioteca o porque los menciona en

alguna ocasión (a casi todos en más de alguna, a decir verdad) sabemos que conoció a: Niebuhr, Barante, Sismondi, Robert-

son, Michelet, Thierry, Thiers, Gibbon, Prescott, Tocqueville, Villemain, Guizot y Carlyle. Sin embargo, demostró su prefe­ rencia, citándolos y comentándolos a vía de ejemplo, por los historiadores de la llamada Escuela Romántica Francesa: Ba­

rante, Sismondi y Thierry (en “Modo de escribir la historia”,

1848, principalmente). En cambio, se muestra en desacuer­ do o previene al lector y potencial historiador, de dejarse llevar por el método de historiadores liberales como Guizot y otros historiadores (del siglo XVIII) que destacaban el

carácter analítico, generalizador y en mayor o menor gra­ do, utilitario, de la historiografía.

Los historiadores de la Escuela Romántica Francesa: Michelet, Barante, Sismondi, Thierry, Guizot, etc., influi­ dos por Walter Scott y Chateaubriand, rompiendo con la tradición del Iluminismo, eran partidarios de rescatar el

'Miguel Luis Amunátegui, Vida de don Andrés Bello, Santiago, Pub. Emba­ jada de Venezuela en Santiago, 1962, p. 119.

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Influencias sobre la historiografía chilena 1842-1970/ Cristián Gazmuri

“color local” y hacer del relato fiel, rico en matices, la base

de la aproximación histórica a cada época. La idea de com-1,

prender los fenómenos históricos “en su época” como for-

ma de tener una visión verdadera y “simpática” de ésta, fue

determinante para los historiadores románticos franceses. Adaptando lo central de la idea de cómo aproximarse al

pasado (propia del romanticismo literario), le dieron ade­ más el signo de rigurosidad que significaba la adopción del

método crítico-filológico, tomado principalmente de Niebuhr, él mismo un romántico.

I

Eduard Fueter en su Historia de la historiografía mo­ derna, en los capítulos correspondientes al siglo XIX se re­

fiere a “La reacción contra el iluminismo bajo la influencia

de la Revolución Francesa y la Escuela Romántica”2. Entre los historiadores que adscriben a esta tendencia se encuen­

tran Niebuhr (quien no era francés), Michelet, Thierry,

Carlyle (inglés) y Barante, entre los de más nombre. A Sis-

mondi (suizo) lo considera un ilustrado tardío. Los historiadores románticos citados a vía de ejemplo por Bello, publicaron sus obras más representativas antes de 1830 y sin duda las leyó en Londres. A saber, Barante: Histo­ ria de los Duques de Borgoña (1824-1828); Sismondi: Histo­ ria de las repúblicas italianas de la Edad Media (1818); Thie­

rry: Historia de la conquista de Inglaterra por los normandos (1825); Guizot: Historia de la civilización europea (1828).

El método defendido por Bello se transformó en el de

los principales historiadores chilenos del período, como

2 Eduard Fueter, Historia de la historiografía moderna, Buenos Aires, Edito­ rial Nova, 1953, p. 112.

77

Balance historiográfico chileno

Diego Barros Arana, Benjamín Vicuña Mackenna, los her­ manos Amunáregui Aldunate (Miguel Luis y Gregorio),

Ramón Sotomayor Valdés, Gonzalo Bulnes Pinto —posi­

blemente por influencia de Bello, aunque sin duda leyeron personalmente también a los románticos franceses.

En tanto, en lo puramente metodológico, positivista fue asismismo José Toribio Medina ad nauseam, pero tam­ bién Enrique Matta Vial, los hermanos Thayer Ojeda (Luis

y Tomás), y otros. Sin importar cuál fuese la doctrina políti­

ca a la cual se sentían cercanos, todos eran estrictamente po­

sitivistas; lo que importaba era el hecho, el dato, las fuentes bien investigadas y con una acuciosa compulsa de pruebas.

Fue muy buena historiografía pero no ocultaba —en

algunos casos— cómo los Amunátegui o Barros Arana, que

'transmitían un mensaje político. Este consistía en una opot

I sición al clericalismo y a la religión católica, los cuales eran

1 vistos como una superstición colonial que ponía en entredi­ cho a la razón como instrumento para llegar a la verdad. Por

otra parte, expresaban fundamentalmente una defensa del liberalismo en el plano político, y, algo menor en el econó­ mico, eso sí, con una confianza absoluta en “el progreso”,

como camino para construir la felicidad del hombre. Sin embargo, por la misma época en que estaban ha­

ciendo historiografía Barros, Vicuña, los Amunátegui y otras grandes figuras, en Europa nuevas corrientes intelectuales,

en algunos casos todavía en gestación, estaban minando la confianza ciega en el positivismo (ir al hecho), racionalismo

y el liberalismo tal como lo entendían estos. En lo puramen­

te historiográfico, la investigación positivista de los hechos

en base al método crítico-filológico comenzó a ser revisada,

78

Influencias sobre la historiografía chilena 1842-1970/ Cristian Gazmuri

pues estrictamente, según el método positivista desarrollado por Comte, no podía ser objeto de estudio “científico” pues i I no admitía el método experimental —no hay revoluciones de laboratorio por ejemplo— ni conducir a leyes o fórmulas

inmutables. De modo que en historiografía el positivismo significaba sólo el apego al “hecho”, pero nada más. ¿No tenía valor como forma de conocimiento serio y

estructurado (episteme) la historiografía?

II

Es efectivo que más avanzado el siglo XIX esta condena

intelectual a la historiografía fue cambiando y la disciplina

alcanzó un respeto intelectual mayor después de la obra de

Wilhelm Dilthey Introducción a la ciencias del espíritu’ y otros

trabajos (de Wilhelm Windelband, Georg Simmel y Heinrich Rickert) en los que si bien reconocían la legitimidad que en­

tregaba el conocimiento científico-experimental que condu­ cía leyes cuando era posible, en las ciencias duras (“Naturwissenschafterí'Y, sostenían que existía otro método que consis­

tía en la aprehensión directa de la verdad en las ciencias que estudiaban lo “único e irrepetible” como la historia y en ge­

neral las disciplinas que tiene que ver con la cultura y el espíritu (“ Geisteswissenschafien”'). El camino científico y ra­ cional no era el único hacia la verdad. 3 Wilhelm Dilthey, Introducción a las ciencias del espíritu, México, FCE, 1944, pássim. 4 Cfr. H.A. Hodges, The Philosophy ofWilhelm Dilthey, London, Rouledge & Kegan, 1952 y Hajo Holborn, “Wilhelm Dilthey and the Critique of Histórica! Reason”, en Journal of the History of Ideas, XI, January 1950.

79

Balance historiográfico chileno

Pero, ¿cuáles fueron las ideas y autores europeos que

estuvieron tras esta etapa que se inició en las últimas déca­ das del siglo XIX y que influyeron en otros historiadores

chilenos, que publicaron en la primera mitad del siglo XX? Fueron varias las corrientes e intelectuales que viraron

en esa dirección: destacan George Sorel y su apología de la violencia como forma de acción social y política por parte de los sectores postergados, fundamentalmente en cuanto “terapia moral” para una Francia que había quedado mar­

cada con el signo de la corrupción por el Affaire Dreyfus. Al

mismo tiempo que atacaba al pretendido “marxismo cien­ tífico”, el que consideraba pura “poesía social”5. En lo sociológico Wilfredo Pareto y Gaetano Mosca,

en su defensa del derecho a gobernar de las elites y su des­ precio por la voluntad de las mayorías por motivos que nada

tenían que ver con lo racional (la existencia de “residuos” culturales). Un hecho constatado, en una perspectiva algo diferente, también por Robert Michels6. Max Weber, por

su parte, legitimaba las formas de poder político tradicio­ nales o carismáticas, la antítesis de la democracia racional contractualista del siglo XIX7. Por su parte, Freud y la escuela sicoanalítica también

mostraban que al hombre, individual y colectivamente, lo gobernaban fuerzas irracionales (instintos, traumas) y no la razón. Poniendo en duda la causalidad racional como ori­

gen del comportamiento humano. 5 George Sorel, Reflexiones sobre la violencia (el texto original en francés es de 1908), Buenos Aires, Ediciones, Sur, 1971. 6 Robert Michels, cfr., Stuart-Hughes, pp. 250-259. 7 Max Weber, Economía y sociedad, México, FCE, 1974, Cap. IX, -VI, N°s 3-1.2.3.

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Influencias sobre la historiografía chilena 1842-1970/ Cristian Gazmuri

A su vez, el fracaso del marxismo “científico” como 1 camino hacia la revolución y la utopía final, parecía algo patente hacia comienzos del siglo XX. Esto llevó a que al­

gunos de los discípulos de Marx, desde perspectivas no or­ todoxas, muy diferentes, mostraran cómo llegar a la revolu­

ción triunfante mediante un voluntarismo. Lenin, que re­ cibió la influencia de Sorel, Von Clausewitz y posiblemen­ te Nietzsche; y, en el extremo opuesto, Eduard Bernstein,

quien defendía la posibilidad de conseguir la redención pro­

letaria por métodos evolutivos sin pasar por la revolución,

tenían poco que ver con el racionalismo científico, profético y fatal de Marx, que defendía la revolución futura coma consecuencia necesaria de un proceso histórico racional y!

científico (tomado este término como equivalente a dialéc­

tico). Lenin y Bernstein diferían radicalmente en su cami-j no hacia la redención del proletariado, pero, tácitamente, estaban de acuerdo en una sola cosa: que el marxismo cien-

tífico-dialéctico tal cual había sido predicado por el maes­ tro y profeta, no llegaría a ese fin.

En lo social cobró fuerza el pensamiento de los social darwinistas, en especial Spencer, que si bien no renegaban

del método científico, concordaban con la idea del natural derecho a imponerse del pueblo (o grupo) más apto o más

fuerte. El hecho es que el anti racionalismo era el signo de los

tiempos hacia fines del siglo XIX europeo. Como veremos, el carácter anti racional del proceso histórico, supuestamente movido por la fatalidad y el sino y no por la causalidad

científica fue central en el pensamiento de Oswald Spen-

gler, cuya influencia sobre Alberto Edwards fue enorme.

81

;

Balance historiográfico chileno

Hacia 1903, cuando Edwards escribió su Bosquejo his-

I

tórico de los partidos políticos chilenos, ¿pudo conocer ya este ■nuevo viraje del pensamiento europeo? Es muy posible que I hubiera leído a algunos darwinistas-sociales y sus primos I hermanos, los racistas, también muy en boga en la época.

! Palacios ya lo había hecho en 19048. Aunque no lo men­ ciona, puede haber conocido por comentaristas, el pensa­ miento de Nietzsche o algunos aspectos de éste. El presun­ to niño genio Encina, dice haber conocido mucho pensa­

miento europeo por ese entonces. Ricardo Donoso lo pone

en duda, pero más de algo puede haber conocido, especial­ mente en el caso de los darwinistas-sociales. Pero no me parece que haya leído a Pareto, Mosca, Michels, Sorel (des­

de luego no antes de 1907) y ciertamente no a Freud. Tam­

bién es posible que Alberto Edwards haya leído a Burke y Taine antes de 1903 (por algo ya se le conocía como “el

ultimo pelucón”), pero el esquema ya esbozado en el Bos­

quejo... y que luego desarrollaría latamente en La fronda aristocrática en Chile, parece haber sido tomado sólo indi­

rectamente.

Por eso creo que Alberto Edwards (hacia 1903, cuan­

do no conocía a quien sería su gran maestro, Oswald Spen­ gler, ya había desarrollado el esbozo de su interpretación

de la historia de Chile) es verdaderamente genial, aunque sus vacíos sean también muy notorios. Con todo, posible­

mente su admiración por el método intuitivo, por los hom­ bres y gobiernos fuertes, por la jerarquía y el orden, le ha-

8 Cfr., Nicolás Palacios, Raza chilena, Santiago, Editorial Chilena, 1908 (la primera edición es de 19047 pássim.

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Influencias sobre la historiografía chilena 1842-1970/ Cristian Gazmuri

yan venido, fundamentalmente, de la contemplación de la realidad del Chile y el mundo en que vivía, del parlamen­

tarismo chileno, ahogado en su frivolidad, empantanado

en sus sutilezas politiqueras, decadente en su abulia y hasta corrupto, en un mundo en que los ricos y poderosos se imponían socialmente y las naciones ricas y fuertes se im­ ponían internacionalmente.

Pero si Edwards no hubiese sido directamente influen­ ciado por los autores europeos anti cientificistas, anti racio­

nalistas y anti positivistas que he mencionado más atrás, el

clima intelectual que estos crearon y que llegó a Chile a comienzos del siglo XX, sí ayudó a que las obras de Alberto Edwards y de su principal discípulo, Francisco Antonio Encina, tuvieran un enorme éxito y llegaran a conformar la

idea de la historia de Chile que tuvo el chileno medio, al menos hasta la década de 19809.

La influencia del alemán Spengler sobre el chileno

Edwards, hacia 1927 como este escribió La fronda..., alu­

cinado por la obra de Spengler La decadencia de Occidente (1918-1923) dependiendo del caso, varía considerablemen­

te. Algunos conceptos o categorías que utiliza Edwards son de indudable paternidad spengleriana, en tanto otros, en los que el chileno y el germano coinciden, o bien son fruto

de la reflexión de Edwards o bien responden a una influen­ cia que no es la de Spengler. Entre uno y otro extremo se da

9 Encina agregó (a lo que tomó de Edwards) el racismo que tomó de Nicolás Palacios y posiblemente de los europeos Gobineau, Vacher de Lapouge, Ludwig Gumplowics y Houston Stuart Chamberlain. La influen­ cia sobre la conciencia de la historia patria que tuvo el hombre común culto chileno del siglo XX fue enorme, incontrarrestable casi hasta el presente.

83

Balance historiográfico chileno

el caso más frecuente: la influencia del pensador alemán

habría venido a reafirmar y clarificar algo que el chileno ya intuía más o menos vagamente. Los principales conceptos, categorías o ideas spenglerianas creo que son las siguientes:

a) Alma cultural (social, nacional, histórica, colectiva, en Edwards); b) Estar en forma (Estado en forma, en Edwards);

c) Fronda; d) La idea de la historia como proceso que sigue

una secuencia necesaria y fatal; e) El sino como motor de la

historia; f) Los sujetos de la historia (culturas para Spengler; sociedades, naciones, para Edwards) y g) Decadencia.

Alberto Edwards más que un historiador fue un ensa­ yista histórico ultraconservador y autoritario. Su única obra propiamente de historiografía es Historia del gobierno de don

Manuel Montt, que es un libro que no aporta mucho en relación a otras obras que ya existían10. Su enorme impor­ tancia para la historiografía chilena son las ideas contenidas

en sus ensayos interpretativos, las que en su último y fun­

damental libro La fronda aristocrática se transforman en una visión de la historia de Chile republicano que ha tenido una influencia difícilmente mensurable sobre toda la his­

toriografía política chilena del siglo XX.

Edwards es el legítimo padre del mito portaliano; aun| que Sotomayor Valdés y el mismo Vicuña Mackenna ya ha' bían hecho del ministro de Prieto la figura clave de la histo-

■ ria política de Chile republicano. Pero su tipificación mítica I ] es obra de Edwards. Ya la insinúa en el Bosquejo histórico de

los partidos políticos chilenos (1903), la desarrolla aún más

en La organización política de Chile (1912), para coronarla

10 Alberto Edwards Vives, Historia del Gobierno de don ManuelMontt.

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Influencias sobre la historiografía chilena 1842-1970/ Cristian Gazmuri

con brillo en La fronda aristocrática (1927). Portales habría

representado los valores esenciales del “alma nacional” (va- • lores que ciertamente eran los del propio Edwards). Habría; ¡ sido el fundador “Estado en forma”, el que constituye el ’

paradigma histórico-político que da la clave de la historia del Chile republicano: El orden, el respeto a las jerarquías, el poder impersonal y el principio de autoridad encarnados

en una figura presidencial fuerte, la fidelidad a los elemen­

tos culturales tradicionales, el rechazo a las ideologías, a la uniformidad democratizante y al sistema representativo

pluralista en general, etc. Valores siempre amenazados a lo

largo de nuestra historia por un atávico espíritu de “fronda” también propio de la oligarquía chilena gobernante en el siglo XIX (y después de las clases medias en el siglo XX) las

que habrían tomado también elementos del liberalismo y otros cuerpos doctrinarios en su lucha contra el poder pre­

sidencial, encarnación del principio de autoridad.

Así, la historia política de Chile sería la de una lucha entre dos elementos contrapuestos existentes en la sicolo­

gía colectiva de la elite gobernante, uno conservador y au­

toritario que se ha impuesto en los momentos de crisis cuan­ do su hegemonía ha estado amenazada y otro disgregador

que renace cuando el peligro ha pasado. En las primeras décadas del siglo XX habría predominado abiertamente este último.

Naturalmente, el transformar los decenios pelucones y autoritarios en paradigma histórico para Chile llevó a

Edwards a considerar el resto de la historia del país como un proceso de “decadencia” que pasó por el triunfo del liberalis­ mo en las últimas décadas del siglo XIX, para concluir con el

85

Balance historiográfico chileno

triunfo político de la clase media con Arturo Alessandri en

1920, algo aún más peligrosamente negativo. La solución de los males de Chile está en el retorno al sistema portaliano.

Consecuente con su tesis historiográfica, Edwards prestó su

colaboración al dictador Ibáñez, hombre fuerte en quien pa­ rece ver una “figura magna” a lo Spengler. Sin embargo, como buen representante de la cultura burguesa del Valparaíso del

siglo XIX, el anti liberalismo de Edwards se reduce a lo po­ lítico y no alcanza lo económico.

Para Edwards, cuya mirada se limitaba al estrecho

horizonte de la actitud política de la oligarquía gober­ nante en Chile, la decadencia se dio sólo a partir de 1891, “Una vez derrotado el poder presidencial, la oligarquía

pudo dominar en paz y entregarse, sin temor a ser per­

turbada, a sus queridos juegos de diletantismo políti­

co”11. Las etapas anteriores de nuestra “República en for­ ma”, concepto que también toma de Spengler, las consi­

dera muy positivamente, particularmente la que fue de

1831 a 1861. Y aquí está el quid del problema de la influencia de

Spengler en Edwards. Este último tomó del pensador ger­ mano lo que le servía para apoyar sus ideas autoritarias y conservadoras previas. En “su” versión de nuestra decaden­

cia, Chile habría derivado en muy corto tiempo (60, o si se quiere, 90 años) desde un notable florecimiento nacional,

consecuencia de que la realidad respondía a los impulsos

positivos de su “alma” (amor al orden, jerarquía, la sensatez y disciplina etc., a uno en que respondía a los negativos “un

11 Op. cit., p. 199.

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Influencias sobre la historiografía chilena 1842-1970/ Cristian Gazmuri

espíritu casi selvático de libertad y fronda”. Ahí está para

Edwards la explicación de la decadencia de Chile. Una última pregunta: ¿Hasta qué punto tienen valor las adaptaciones de la doctrina spengleriana que hace Ed­

wards en su libro? A mi juicio, el mayor valor que tuvo la

influencia de Spengler sobre Edwards, consistió en que —como el propio chileno lo reconoce— le permitió acla­

rar “objetos [referidos a la historia de Chile] que antes sólo veía confusamente”. En cambio, todo aquello especí­

ficamente spengleriano que Edwards introduce en La fron­ da..., como, por ejemplo, la periodificación de la evolu­

ción reciente del “alma de la cultura europea” que hace en el capítulo XXI de La fronda..., resulta fuera de lugar y pretenciosa. Encina y después otros historiadores conser­

vadores como Jaime Eyzaguirre y sus discípulos, también

recogieron en parte la herencia spengleriana. Inclusive Mario Góngora.

Jaime Eyzaguirre fue vastamente difundido e influ­ yente y comulgaba con las ideas de Edwards y Encina.

Esta estrecha conexión entre las visiones históricas de Ed­ wards, Encina e Eyzaguirre (como ya lo ha afirmado en

otra parte) es reconocida por uno de los más aventajados

discípulos del último, Arturo Fontaine Aldunate. Dice Fontaine: “El otro nacionalismo —mucho menos llama­ tivo— se dirige, bajo la conducción de Jaime Eyzaguirre,

a explorar el pasado chileno y encontrar lo que hemos

llamado la continuidad de Chile. El historiador Alberto Edwards Vives había definido la obra portaliana en La

fronda aristocrática y, a través de ese libro genial y del

resto de su obra de historiador, rompió con los prejuicios

87

Balance historiográfico chileno

heredados de Barros Arana”12. Por cierto que la idea de la

historia de Chile propia de Jaime Eyzaguirre no venía sólo

de la influencia de Alberto Edwards. Ardiente católico e hispanista, su admiración por el modelo portaliano basa­

do en los moldes coloniales y monárquicos hispanos, sin

duda estaba también muy marcada por los hispanistas peninsulares y algunos americanos: Ramiro de Maeztu,

Vásquez de Mella, en particular Menéndez Pelayo, Ma­

nuel Jiménez Fernández entre los españoles, y por Eduar­ do Solar Correa entre los chilenos. Pero Jaime Eyzaguirre, a mi parecer, más que un buen historiador fue un ensayis­ ta enormemente carismático e influyente. Su mensaje his­

panista y su idea de la historia de Chile ha sido repetida, una y otra vez, por sus discípulos: Arturo Fontaine, Cristián Zegers, Fernando Silva y, en particular, Gonzalo Vial,

quien viene publicando, desde 1981 su Historia de Chile en varios tomos13.

III Una tercera etapa, posterior, de la historiografía chile­ na es la que recoge otras tendencias y autores europeos de los siglos siglo XIX y XX, casi hasta el presente. Voy a refe­

rirme sólo a dos tendencias, pero son muchas más, como,

por ejemplo, el desarrollo del concepto de “frontera”, to­

12 Arturo Fontaine Aldunate, “Ideas nacionalistas chilenas”, en: Pensamien­ to nacionalista, Santiago, Editorial Gabriela Mistral, 1974, pp. 245 y 246. 13 Gonzalo Vial, Historia de Chile 1891-1973, vol I, Santiago, Santillana, 1981, p. 33.

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Influencias sobre la historiografía chilena 1842-1970/ Cristián Gazmuri

mado principalmente del norteamericano Turner, el nacio­

nalismo (incluso en su versión fascista) y el hispanismo ya

mencionado, etc. a) El marxismo y el leninismo. Todos conocemos las

ideas centrales de la concepción de la historia marxista y las

modificaciones a ésta que introdujo Lenin. Pero recordémolos sumariamente. Para Marx y Engels la historia se muev^ < en forma dialéctica por las contradicciones económicas quq se van dando según evolucionan los modos de producción] que oponen a dos clases sociales, en lo principal: esclavos y

amos, señores y siervos, capitalistas y proletarios, toda eta­

pa de la historia esta determinada por esta dualidad, las demás manifestaciones de una época, políticas, religiosas, filosóficas o artísticas, son superestructura. Esto sería cien-j

tífico y fatalmente habría de terminar en una revolución después de la cual vendría la dictadura del proletariado y

finalmente la Parusía. De ahí en adelante, se acabaría la lucha de clases y la calidad de vida de los hombres sería

óptima pues desaparecería la opresión. Como ya dijimos, Lenin, al ver hacia comienzos del siglo XX que la revolución no se producía, y que por el contrario, el proletariado se aburguesaba, crea la idea de

una vanguardia consciente formada por profesionales de la revolución que conduciría al proletariado hacia ésta.

Ambos pensamientos, el de Marx y el de Lenin, llega­ ron a Chile, primero el marxismo, que está tras el libro de

Recabarren Cien años de Independencia. Ricos y pobres. Pero Recabarren no era un historiador ni un intelectual, y su apre­

hensión del marxismo es un tanto tosca. Dudo que haya

leído El Capital, creo que su marxismo viene del Manifiesto

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Balance historiográfico chileno

comunista o posiblemente del Anti Duhring. Pero, avanzando

el siglo XX, encontramos otros historiadores discípulos es­

trechos de Marx y de Lenin. Los más importantes, hasta

1970, son a mi juicio Hernán Ramírez Necochea un gran investigador comunista stalinista, Julio Cesar Jobet, Marcelo Segall y Luis Vítale. Ramírez Necochea está muy marcado por la teoría del imperialismo elaborado por Lenin en 1916 El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916), en Bal'

maceda y la contrarrevolución de 1891 e Historia del imperia­ lismo en Chile. Julio Cesar Jobet socialista, era marxista y acep­

taba algunos elementos del leninismo; el stalinismo lo re­

chaza decididamente. ¿Tuvo este último, influencia de Eduard Bernstein (padre del pensamiento socialista europeo y des­

pués social demócrata)? Si la tuvo no me parece que haya sido importante, en todo caso Jobet nunca fue un social de­

mócrata. Escribió varios libros bien logrados especialmente Desarrollo económico de Chile. Ensayo critico y una Historia del

Partido Socialista de Chile que tiene mucha información pero con débil elaboración. Por de pronto, en su primer libro, que a su vez fue su tesis de grado, publicada en 1942, Santiago

Arcos Arleguiy la sociedad de la Igualdad: un socialista utopista chileno, Jobet sostiene numerosos errores. De partida, que

Santiago Arcos haya sido un socialista utópico. Si hubiera consultado su libro, La contribución y la recaudación, impre­ so en Valparaíso en 1850, habría podido comprobar que en

el último capítulo va destruyendo uno por uno a socialistas utópicos y se muestra claramente liberal. Jobet olvidó que en

1850, año en que Arcos forma la Sociedad de la Igualdad, ser liberal era ser revolucionario como queda en claro del estu­ dio de las revoluciones “liberales” de 1848. Tiene también

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Influencias sobre la historiografía chilena 1842-1970/ Cristian Gazmuri

otros errores. Los escritos de Segall contienen aún más y Luis

Vitale ha publicado una larga Historia de Chile sobre la base casi exclusiva de fuentes secundarias donde no faltan los gran­ des historiadores liberales y conservadores chilenos. Pero su veta central es marxista trotskysta y tiene el mérito que va

comparando la historia de Chile con la del contexto de His­

panoamérica.

b) La escuela y revista de los Annales. Fundada (la escuela) por Lucien Febvre y Marc Bloch en el período en que ambos vivían en Estrasburgo, ellos fueron las figuras

centrales de la que ha sido llamada la primera generación de los Annales^ pero que comprendía a varios otros historia­

dores antropólogos, paleógrafos, etc. La revista fue fundada

en enero de 1929, aunque sus ideas del deber ser de la historiografía Bloch y Febvre las tenían ya antes. ¿Qué ele­ mentos metodológicos y de fondo incorporó a la historio­

grafía esta primera generación? Yendo primero a lo relacio-]' nado con el método, defendían la necesidad de la integra-J

ción a la historiografía de elementos tomados de las cien-i cias sociales, antropología, sociología, sicología, demogra-l fía (en especial los postulados de Durkheim), las aproxima­ ciones seriales que después perfeccionaría Ernst Labrousse,

y especialmente en el caso de Bloch en Los reyes taumaturgosy un primer esbozo de la historia de las mentalidades.

En materias de fondo se oponían a la historiografía narratí-»

va y sostenían que ésta se debía centrar en el estudio de problemas, más que en relatar los hechos individuales. Re­

chazaban, además, que la historiografía fuese fundamental­ mente política olvidando o menospreciando las estructuras económicas y culturales.

91

Balance historiográfico chileno

¿Pero en qué historiadores chilenos del siglo XX in­

fluyó esta primera generación de la Escuela de los Annales* En primer lugar yo nombraría a algunos de los historiado­

res del llamado Grupo del Pedagógico que estudiaron allí en los años 1940 y comienzos de los 50. Mario Góngora, que no sólo comulgaba con la idea de la metodología interdisciplinaria, sino también y especial­

mente con que la historiografía más que narración debe girar

entorno al estudio de problemas. Allí están su Encomenderos y estancieros y Origen de los inquilinos en Chile Central. Pero más influencia que Góngora recibió Rolando

Mellafe, quien también, más que relatar, se preocupó de problemas, como La introducción de la esclavitud negra en Chile, trófico y rutas. Obra de juventud. Después entró de lleno en la historia demográfica y serial, campo en que lle­

gó a ser el principal historiador de Chile, pero también

incursionaría en mentalidades como su conocido artículo “El acontecer infausto en el carácter chileno: una proposi­

ción de historia de las mentalidades”. Alvaro Jara, amigo de Fernand Braudel, se preocupó

de la sociedad fronteriza como en Guerra y sociedad en Chi­ le: la transformación de la Guerra de Arauco y la esclavitud de

los indios, traducida al francés. Pero más que otra cosa fue un gran historiador de la economía y en especial de la eco­

nomía minera. En este Grupo del Pedagógico está también Sergio

Villalobos. Villalobos se formó en la escuela erudita de

Guillermo Feliú Cruz, pero después recibió la influencia

de la nueva historia francesa y los Annales. Esto se nota

principalmente en la introducción a la Historia del pueblo

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Influencias sobre la historiografía chilena 1842-1970/ Cristian Gazmuri

chileno, donde nos habla de “los grandes procesos”, con lo

cual no reniega de historiografía narrativa pero sí recoge ■ hasta cierto punto la periodificación de Braudel, las estruc­

turas y la larga duración14. La idea de ir fundamentalmente a temas y problemas más que a la historia narrativa, político militar y combinar

temáticas y metodologías la encontramos también en Eu­ genio Pereira Salas.

Lo curioso (dicho sea de paso) es que muchos aportes

de los Annales ya los encontramos “avant la lettre” en Ben­ jamín Vicuña Mackenna: el clima, en Ensayo histórico sobre el clima en Chile", historia de la vida cotidiana en La calle de

las Monjitas de la ciudad de Santiago", temas trabajados mu­ cho después por Le Roy Ladurie; las costumbres, en Médi­ cos de antaño-, sicohistoria, en Los Lisperguer y la Quintrala.

Historia de sectores marginales como Foucault, quien des­

pués va estar en la periferia de la tercera generación de los Annales, en Memoria sobre el sistema penitenciario. En cuanto a la segunda generación de la Escuela de ¡

los Annales y su influencia en Chile, ésta gira alrededor de

la figura rutilante de Fernand Braudel quien reemplazó a

Febvre después de su muerte. Sin embargo, Braudel ha te­ nido gran influencia en Chile sólo hace unos treinta años. Y los conceptos de “larga duración, geohistoria, estructu­

ras”, sólo han entrado en la literatura nacional en las últi­ mas décadas. Menor aún es la irradiación de la generación actual de los Annales, excepto el concepto de “fiesta”, que

14 También en el borde entre el marxismo y la Escuela de los Annales están algunos trabajos de Ramírez Necochea, aunque no los principales.

93

Balance historiográfico chileno

ha sido trabajado por Isabel Cruz, de “sociabilidad” creado por Maurice Agulhon y trabajado por Sol Serrano, quien

escribe estas líneas, y, en menor medida, por otros.

Para terminar, tenemos posiblemente una cuarta etapa

de la historiografía chilena posterior a 1970. Pero ha sido

poco estudiada (al menos por mi persona) y no me siento con autoridad para sugerir aquí cuáles podrían haber sido o

ser los historiadores y pensadores que están tras ésta.

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Historiografía chilena siglo XXI: TRANSFORMACIÓN, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN

Gabriel Salazar K

Universidad de Chile

1. Responsabilidad social e histórica de las Ciencias Humanas y Sociales Durante algún tiempo se pensó que la ciencia se debía sólo a sí misma (“ciencia por la ciencia”), lo mismo que el arte (“arte por el arte”), lo que implicaba dotarlos (a ambos)

de una majestad algo absolutista, algo infalible y no poco irresponsable. Era el principio del Rey Sol aplicado al saber.

Tal definición conducía —y condujo de hecho— a configu­ rar la producción de conocimiento científico como un proce­ so social privado, auto-suficiente y en cierto modo esotérico,

de modo que su inserción en la masa ciudadana no pudo ser sino vertical, autoritario y casi dogmático. Eso situó los servi­

cios educativos que ‘transmitían’ tales conocimientos (“la le­

tra con sangre entra”) y también, por supuesto, los servicios superiores que los ‘producían’ (la Universidad, con “autono­ mía inviolable”) en una posición no sólo hegemónica, sino, además, en muchos aspectos, de funcionamiento autorita­

rio. Lo cual tuvo como resultado inevitable en el ámbito del

conocimiento, la subordinación escolástica pasiva y depen­ diente de la gran masa social.

95

Balance historiográfico chileno

En ese contexto, el saber científico tendió a formular­

se como un conjunto de ‘leyes generales’ de la realidad,

independientes del tráfico cognitivo cotidiano de los hom­ bres y mujeres de carne y hueso (que incluía e incluye su

agitada memoria natural), o bien como un conjunto de

preceptos normativos que debían ser memorizados por los jóvenes, los profanos, los neófitos y las masas incultas. Se

validaba tácitamente con ello la suposición de que, en prin­ cipio, todos los no-científicos o no-iniciados eran, de suyo,

ignorantes; razón por la que era un deber ético y político

de la sociedad educarlos, conducirlos y ‘formarlos’. Natu­ ralmente esa suposición tendía a estratificar la sociedad entre educadores y educandos, conductores y conducidos, cultos

e incultos. La educación era, por tanto, una actividad que

permitía ascender en la escala social, pues el conocimiento terminó constituyéndose como un bien social escaso y, aun, como una fuente de poder1. Como si fuera, en lo esencial,

un factor de promoción en la escala de roles y prestigios de la sociedad. De este modo, la ciencia terminó convertida

en uno de los factores centrales del sistema de dominación vigente en cada sociedad1 2.

Tal concepción comenzó a ser cuestionada desde fines del siglo XIX, sobre todo por algunos autores del llamado “historicismo alemán” (caso, por ejemplo de Wilhem Dil­

they), pero de manera masiva y determinante desde me­ 1 Hasta el día de hoy el ‘nivel educacional’ se asume como un ítem que mide estratificación social. 2 Para Peter Drucker el conocimiento es hoy la principal fuente del poder, en tanto constituye el componente central de las decisiones públicas y de mercado. Ver: La sociedadposcapitalista, Buenos Aires, Editorial Sudameri­

cana, 1993.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

diados del siglo XX por parte de los científicos sociales que reaccionaron críticamente (en el contexto de la Guerra Fría)

ante el peso mecánico de las teorías inherentes al modo fordista de acumulación, modo y contexto que entraron en

crisis hacia 19823. Como se sabe, desde 1960, aproxima­

damente —época en que muchos pueblos del Tercer Mun­ do se estaban comprometiendo en procesos revolucionarios

que prometían destruir el capitalismo, al tiempo que las po­

tencias del Primer y Segundo Mundo se enredaban en una

posible conflagración termonuclear que amenazaba con des­ truir la humanidad— se hizo imposible continuar operan­ do con conceptos y prácticas cognitivas que, por privilegiar

los ‘sistemas’, actuaban con irresponsabilidad social e his­ tórica frente a los pueblos y los hombres comunes y co­

rrientes4. Fue esa situación y las exigencias de las mismas

masas sociales afectadas por ella lo que ha centralizado el problema ‘ético’ (o político) de la responsabilidad estraté­

gica de los científicos humanistas y sociales ante su propio

tiempo y ante los riesgos que eventualmente afronte la hu­ manidad. Y fue precisamente esa exigencia —que llegó a plan­

tearse con ribetes dramáticos— la que convirtió el Materia­

lismo Histórico de Karl Marx en una propuesta epistemo­ lógica y teórica pertinente a los tiempos, y en un instru­

3 Ver de Paul Baran, “Responsabilidad social de los intelectuales” en su Excedente económico e irracionalidad capitalista, Buenos Aires, Amorrortu, 1968. Los debates de Raymond Aron en El opio de los intelectuales, Buenos Aires, Ediciones Leviatán, 1957, y las precisiones de Lous Bodin en Los intelectuales, Buenos Aires, Eudeba, 1962, entre otros. 4 Son especialmente explícitas en este sentido las encíclicas del papa Juan XXIII.

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Balance historiográfico chileno

mentó cognitivo que, por lo mismo, fue masivamente adop­

tado por estudiantes y trabajadores. El marxismo de Karl Marx —que intentó ser una propuesta científica multidis-

ciplinaria— se había formulado en términos de compro­ miso efectivo con los problemas del presente, y esta cuali­ dad no la tenía por entonces ninguna otra propuesta aca­

démica’ (o religiosa). La catástrofe inminente que enfrentó

toda la humanidad en las décadas de 1950 y 1960 generó una demanda urgente por un saber con eficacia social e his­

tórica tanto en lo estructural como en lo humano cotidiano, y esta necesidad no sólo centralizó el marxismo, sino tam­

bién, en general, las ‘ideologías’. Tanto así, que el mismo Materialismo Histórico también resultó ‘ideologizado’5.

La deficiencia de la ciencia académica formal en cuan­ to a responder ‘socialmente’ a los problemas coyunturales

de las sociedades modernas generó un enorme déficit en lo

que podría llamarse ciencia humana y social aplicada. Has­ ta 1960, más o menos, las ciencias sociales y humanas se

habían encerrado, o bien en la mera reconstitución del pa­ sado lejano, o bien en la descripción estadística de la reali­ dad social, o en la teoría general y abstracta sobre las cultu­

ras, las sociedades o los sistemas. La demanda por ciencia social aplicada superó, por eso, a la oferta académica real existente, y el resultado fue una serie de respuestas de emer­

gencia, que unieron precipitadamente los conocimientos 5 Sobre este punto, ver de Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental, Madrid, Siglo XXI, 1979 y Tras las huellas del materialismo histó­ rico, Madrid, Siglo XXI, 1986. Jürgen Habermas, La reconstrucción del materialismo histórico, Madrid, Taurus, 1981, y de Leszek Kolakowski, Las principales corrientes del marxismo, Madrid, Alianza Editorial, 1980, tres volúmenes.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

generales que podían estimarse científicos (historia de “he­

chos”, economía política, filosofía y teoría pura) con las cru­ ciales demandas sociales cognitivas planteadas en la coyun­

tura. El resultado fue la aparición de las llamadas “ideolo­ gías”, cuerpos de naturaleza cognitiva constituidos en su mayor parte por ‘respuestas’ calibradas para la gran masa, con más fuerza normativa que explicativa frente a la coyun­

tura, y no por conocimientos rigurosamente construidos a partir de las ‘preguntas’ sociales reales surgidas de la mis­

ma. Como se sabe, se ha criticado de modo despiadado a

las ideologías por haber sido cuerpos cognitivos de medio pelo, más comprometidos con la política activa que con la ciencia pura6. Pero debe recordarse que, si esos cuerpos cog­

nitivos surgieron, coparon y dominaron el firmamento cul­ tural de mediados del siglo XX, eso ocurrió, en gran medi­

da, por la irresponsabilidad social e histórica implicada en el tipo de ciencia humana y social que había predominado hasta entonces, sin contrapeso, en el mundo académico.

La década de 1970, por tanto, se caracterizó, en un

sentido epistemológico, por la creciente percepción de que se debía responder a un doble desafío: de un lado, dotar de responsabilidad social e histórica a las ciencias humanas y

sociales insertas en el aparato académico, y de otro, superar el episodio dramático de las ideologías (su ascenso, apogeo y fracaso) en el plano concreto de las masas sociales que

creyeron en ellas. El primer desafío condujo y conduce inevitablemente

6 Ver de Jean Maynaud, Problemas ideológicos del siglo XX (el destino de las ideologías), Barcelona, Ariel, 1964 y de Gonzalo Fernández Mora, El crepús­ culo de las ideologías, Santiago, Zig-Zag, 1968.

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Balance historiográfico chileno

a plantear la siguiente pregunta: ¿cuál es, en sentido real, la

funcionalidad social e histórica de las ciencias del área huma­

na y social? El segundo, en cambio, conduce a la siguiente cues­

tión: ¿puede construirse ciencia válida a partir de la coyun­ tura presente y, además, con los sujetos de carne y hueso?

El análisis del primer problema, si se reduce —en ra­ zón de que es el objetivo específico de este trabajo— al caso

de la Ciencia Histórica, permite constatar de inmediato que la producción de conocimiento histórico formal es una

empresa social institucionalizada, con normas, estatutos, je­

rarquías, financiamiento y procedimientos de evaluación, selección y promoción (Departamentos de Historia). En suma, se trata de una ‘función social’ especializada, que

opera normalmente al interior de una institución madre que es la Universidad. Dado que éste es un hecho indiscu­

tible, puede decirse entonces que la sociedad ha sido y es quien ‘encarga a los historiadores llevar a cabo ciertas ta­

reas y funciones. ¿Qué encargos? Desde el punto de vista público de la sociedad (no

desde el punto de vista privado de cada historiador) aqué­ llos no pueden ser otros que:

a) conservar y organizar los testimonios, restos y hue­ llas del pasado, a efectos de que la sociedad pueda

-

tener y mantener una adecuada memoria de si misma',

b) sistematizar el conocimiento de ese pasado en tér­

minos de construir una explicación adecuada de los

procesos históricos, los hechos relevantes y del propio presente; c) proporcionar la información pertinente y la orien­

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

tación adecuada para que los actores sociales puedan

fundamentar cognitivamente, de modo eficaz, sus de­

cisiones históricas sobre el presente y/o el futuro, y d) participar auto-educativa y solidariamente, junto con los actores sociales y la ciudadanía, en la ejecución

de lo que la voluntad histórica (soberana) de la socie­

dad (o la parte mayor de ella) decida realizar en sí misma para el tiempo presente-futuro (producción de hechos históricos). Si se examinan los ‘encargos’ en su conjunto, se con­ cluye que la tarea de la empresa social llamada ‘Ciencia

Histórica’ no se limita a archivar y clasificar restos y hue­ llas, ni a sistematizar la memoria del pasado. Hacer esto como algo exclusivo puede ser la opción legítima de ‘un’

historiador, pero no constituye ‘la función de la Historia como empresa social. Lo mismo puede decirse de la opción por reconstituir y describir los ‘hechos’ del proceso históri­

co, sin aventurarse a dar una explicación de los ‘procesos globales’ o de las coyunturas cruciales (por ejemplo, con­

centrarse en describir o exaltar el orden portaliano sin expli­ car el colapso total en que terminó7). La ‘explicación’ (de

los procesos) es una actividad interpretativa (hermenéuti­ ca) tanto o más importante que la ‘reconstitución (de los hechos), razón por la que la llamada “historia interpretati­

va” —o al menos el “ensayo histórico”— es igualmente ne­ cesaria dentro de la función social global que debería des­

empeñar la Ciencia Histórica.

7 Es lo que han hecho la mayoría de los historiadores conservadores chile­ nos: Ramón Sotomayor Valdés, Francisco Antonio Encina, Jaime Eyzaguirre y el propio Simón Collier.

101

Balance historiográfico chileno

Con todo, las tareas encomendadas a esta ciencia no

se cumplen a cabalidad si los historiadores no alimentan

de modo funcional y eficiente las ‘decisiones históricas’ que los actores sociales deben tomar sobre su propio pre­ sente, principalmente cuando el presente tiene rasgos de

crisis estructural. La sociedad es histórica no sólo porque tiene un pasado lejano ya ‘cosificado’, sino también, y sobre

todo, porque tiene un presente saturado de historicidad,

pues el presente no está constituido como tal por ‘hechos’ consumados, sino por ‘decisiones’ que deben producir he­

chos. La historicidad es, por esto, una dimensión central y constante de la vida misma de la sociedad, razón por la

que no puede afirmarse que aquélla es ‘sólo’ pasado (por­ que así lo exige la lógica epistémica de los historiadores

que trabajan para los encargos ‘a’ y ‘b’), sino también —y sobre todo— presente y futuro (porque así lo necesitan

para vivir los sujetos históricos). La tendencia tradicional

de los historiadores ha sido, sin embargo, concentrar su atención de modo casi exclusivo en el pasado, cediendo el presente a otras ciencias (la Sociología, la Economía y la Ciencia Política) y adoptando, por tanto, una actitud de

irresponsabilidad frente a la historicidad del presente8. De este modo, se cercena el propio objeto’ de estudio,

renunciando a un segmento que es nada más y nada me­

nos que la esencia misma (en tanto que vida) de la histo­

8 Este punto lo tratamos en “El movimiento teórico sobre desarrollo y dependencia en Chile, 1950-1975”, en Nueva Historia 1:2, Londres, 1982. En una columna reciente publicada en La Segunda, el historiador Gonzalo Vial reafirma la idea de que intentar hacer historia del presente es hacer sociología.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

ricidad, aceptando en este punto una cómoda división

del trabajo con otras disciplinas respecto a un encargo que la sociedad hace de hecho a la Ciencia Histórica como globalidad. Eso equivale también a hacerse cómplice del

hecho por el cual la interpretación del presente deben ha­ cerlo de modo exclusivo las ciencias teoréticas’ (estructu-

ralistas o nomotéticas, filosóficas o estéticas) y no las que operan en conformidad con los parámetros propios de la

historicidad. Esa complicidad fue la que, entre otros fac­

tores, coadyuvó de modo decisivo a la emergencia y pre­

dominio de las ‘ideologías’, como se señaló más arriba. La mayoría de los historiadores tradicionalistas desconocen,

de hecho, el rango histórico del presente, al punto de que niegan la calidad de ‘historiador’ a los investigadores que

se aventuran en él, a los que llaman, algo despectivamen­ te, ‘sociólogos’9.

El encargo ‘c’ tiene características que obligan a mo­

dificar en buena medida el código historiográfico que se aplica específicamente al estudio del pasado. No sólo por­

que se incluye en el análisis una perspectiva temporal de ‘corta’ duración que disminuye el grado hipotético de ob­

jetividad y cosificación de los hechos, aumentando a cam­ bio el eventual impacto de la subjetividad, sino también porque, al estudiar el presente, resulta muy difícil la auto­

nomía, autarquía y autosuficiencia individualistas de la in­

vestigación histórica propia del pasado. Quien estudia el

presente —que está radicalmente constituido por procesos sociales abiertos— no puede escuchar sólo su propia voz. La 9 Es un apelativo que se ha endilgado con alguna frecuencia al autor de estas líneas.

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Balance historiográfico chileno

investigación de procesos que se están desenvolviendo a toda

marcha no puede ser un soliloquio, puesto que los ‘hechos’ que van a resultar de todo ello no los garantiza la investiga­

ción privada y silenciosa del historiador, sino los grupos y colectivos sociales que van a producirlos. La investigación his­ tórica del presente requiere dialogar con los actores sociales que están construyendo el presente y el futuro10. Requiere

sumarse a la construcción colectiva de los conocimientos que determinarán la acción histórica y el futuro. La investi­

gación histórica del presente necesita abandonar el indivi­ dualismo científico y sumergirse en una metodología de

socialización de los procesos productores de conocimiento útil para la construcción colectiva de la realidad presente y

futura.

No hay duda que las exigencias técnicas del encargo

‘c’ sobrepasan la sabiduría epistemológica y metodológica acumulada en la respuesta funcional a los encargos a’ y ‘b’,

ponen en cuestión la ciencia autonomista (el Rey Sol), el carácter individualista de la investigación y el rango ‘teóri­

co’ (de verdad urbi et orbi) de que se suele revestir a los productos de la investigación clásica del pasado. No es ex­

traño que los historiadores demasiado identificados con los

encargos primarios a’ y ‘b’ se resistan, no sólo a reconocer

como historiadores a los que estudian históricamente el presente, sino también —lo que es más grave— el carácter 10 Estudiar el presente no implica aumentar la incidencia de lo subjetivo, sino, más bien de lo inter-subjetivo. En este caso, la sacrosanta objetividad’ que, según se cree, permite hacer ciencia de los hechos pasados, es reempla­ zada por la validez consensual de lo ‘ínter-subjetivo’. Si la objetividad mata de manera inmisericorde la historicidad del sujeto historiador, la inter­ subjetividad la revive al interior del proceso cognitivo social.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

histórico permanente de la sociedad, la historicidad crucial de las coyunturas del presente y, en particular, el poder cog-

nitivo real de los ciudadanos vivos comunes y corrientes11. El encargo tipo ‘c comparte una misma epistemolo­ gía con el encargo tipo ‘d’. Ambos encargos (que configu­ ran un caso más complejo, secundario y más evolucionado)

presuponen que la sociedad no es sólo una demandante (ignorante) o un cliente (comprador) de los conocimientos que la ciencia pueda o quiera ofrecer, sino también un con­

glomerado de sujetos cognoscentes que también pueden

producir conocimientos, particularmente en las coyunturas regidas por la urgencia, y, sobre todo, capacitados legíti­

mamente también para producir hechos y procesos históri­ cos. Ambos encargos no asumen la sociedad como un ob­ jeto’ de estudio, sino como un ‘sujeto’ que, ante todo, es un

sujeto histórico en todo el sentido de la palabra. Es nada más y nada menos que el ‘dueño’ de la historia. ‘Es’ la his­

toria misma. De modo que el historiador —en tanto fun­

cionario social que trabaja ‘para’ la sociedad— no puede, tratándose del presente, sino dialogar con él, asociarse a él y convertir su ciencia en una complicidad trabajada con la misma rigurosidad de siempre, pero con otra responsabili­ dad social y otras metodologías.

Con todo, el encargo tipo ‘d’ tiene su propia especifi­

cidad. Pues, si el encargo ‘c’ se caracteriza por la necesidad

de producir socialmente (en complicidad’) conocimiento

histórico útil eficaz para tomar decisiones relativas a la co-11

11 El profesor Villalobos le negó la calidad de “sujeto cognoscente” a los actores populares. Ver la sección “Debate” en Cuadernos de Historia^0 19, Santiago, Universidad de Chile, 1999, pp. 265-290.

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Balance historiográfico chileno

yuntura (que necesita estar sujeto de todos modos a exi­

gencias de verdad y/o productividad), el encargo ‘d’ se ca­ racteriza porque ayuda directamente a producir los hechos que la voluntad histórica de la sociedad (o de una parte de

ella) determina producir. En este caso, la historicidad se

convierte en una tarea social que necesita utilizar, coordina­

da y simultáneamente, la investigación, la planificación, la acción y la auto-educación, todo en términos de un proce­

so abierto y en movimiento. El ejercicio práctico-construc­ tivo de la soberanía ciudadana, junto con ser por excelencia

un ejercicio histórico, es también un ejercicio cognitivo que implica investigación, metodología, teoría, auto-educación y, sobre todo, acción (esto último como producción efectiva

de ‘hechos históricos’). El encargo ‘d’, en suma, demanda que el historiador,

sin dejar de ser historiador, opere también, al mismo tiempo y con plena responsabilidad social, profesional e histórica,

como un ciudadano soberano que actúa en acuerdo con la ‘memoria’ de la sociedad y también con la ‘voluntad históri­

ca’ de la misma. La sociedad no puede actuar con responsa­ bilidad histórica si no respeta la memoria de sí misma, ni los ciudadanos pueden hacer historia con plena responsabilidad

social si no actúan en acuerdo con la voluntad histórica de la comunidad en que viven. El encargo ‘d’ exige integridad éti­ ca, histórica y política, no sólo a la sociedad, sino también al

sujeto histórico común y corriente, y con mayor razón al historiador, que queda cogido entre ambos imperativos.

Ahora bien, es posible que la situación de una socie­

dad sea tal (por ejemplo, que no esté o ya no esté viviendo

un momento de crisis estructural o radical) que no necesita

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

formular o plantear una demanda urgente o dramática por

conocimientos históricos capacitados para tomar decisio­

nes de emergencia y eficientes. En tal caso, los encargos

tipo ‘c’ o ‘d’ se debilitan o eclipsan de la escena cultural,

dejando espacio libre para que se consoliden y legitimen los encargos primarios y pasivos tipo ‘a’ y ‘b’. Puede darse

el caso, por tanto, de una sociedad satisfecha consigo misma, con lo que ha logrado construir a lo largo de su historia y,

por tanto, puede estar orientada a contemplar su pasado con orgullo, con un sesgo mítico, o como un ejercicio esté­

tico (caso de varias sociedades europeas, sobre todo de aque­ llas que en el pasado construyeron imperios). Pero también

se da el caso, con mucha frecuencia, de sociedades que no han culminado su desarrollo, que están —por decirlo así—

en el tercer día de su creación, que viven arrastrando graves problemas no resueltos, o que viven desgarradas interior­

mente por un conflicto más o menos endémico (es el caso

de la mayoría de las sociedades latinoamericanas, y entre ellas, la chilena). En ellas, sin lugar a dudas, la necesidad y la demanda por un conocimiento histórico-social apropia­ do y pertinente es no sólo mayor, sino también urgente y

estratégica. La demanda de conocimiento pertinente puede, por lo tanto, ser mayor o menor y también implícita o explíci­

ta, todo lo cual depende, por un lado, de la gravedad de los

problemas que se vivan y, de otro, del grado de conciencia que tenga la población de la necesidad de producir conoci­

mientos aplicables a la resolución de sus problemas. De

donde resulta que una sociedad puede estar bien o mal estu­ diada, y puede estar expuesta en mayor o menor grado a

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Badknce historiográfico chileno

que se den respuestas irracionales o irreflexivas a sus proble­ mas históricos.

Puede darse el caso, por tanto, que una sociedad con­ flictiva o poco desarrollada esté mal estudiada por el hecho de que su demanda (tácita o manifiesta) por conocimientos pertinentes (tipo ‘c’ y ‘d’) para resolver sus problemas his­ tóricos supere de lejos la oferta pertinente de conocimien­

tos académicos, aunque la investigación académica según la lógica 'a' y 'b' sea abundante y prestigiosa. En este caso, la

institucionalidad académica, pese a sus logros aparentes (en

‘a’ y ‘b’), puede estar inmersa en un fracaso rotundo en términos de su responsabilidad social e histórica. Y en tal

caso, lo más probable es que los problemas históricos de fondo de la sociedad involucrada continúen reproducién­

dose indefinidamente, de un modo u otro, pero sin solu­

ción real. Esto lleva a plantear la siguiente pregunta: ¿ha sido la chilena una sociedad ‘bien estudiada en términos de sus

problemas medulares? Y en el día de hoy ¿lo está? ¿Y cuál ha sido el comportamiento de la Historia de Chile, como ciencia con funcionalidad social e histórica, en este senti­

do? ¿Y cómo puede caracterizarse, analítica y tipológica­ mente, el fracaso de esta ciencia, de haberlo?

El sociólogo norteamericano Kalman Silvert plantea­ ba a comienzo de los años 60 que Chile era “un país mal estudiado”12. Siendo por entonces un país con graves pro­ blemas de desarrollo económico, con un movimiento po­

pular de manifiesta orientación hacia el cambio social y la

12 Ver de G. Salazar, “El movimiento teórico...”, loe. cit.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

revolución, con una masa social con bajos índices de ilus­

tración moderna y una polarización política que se arras­ traba por casi un siglo, sus Ciencias Humanas y Sociales

estaban aun en un estadio larvario de desarrollo: la Histo­

ria de Chile, por ejemplo, recién se estaba planteando re­ visar la visión tradicional (oligárquica) del siglo XIX sin

atreverse a entrar de lleno en el siglo XX, la Sociología estaba en proceso de fundación como ciencia formal, lo

mismo que la Economía y la Ciencia Política, de modo que las únicas disciplinas a las que las clases políticas civil y militar y la ciudadanía podían echar mano eran: a) el

Derecho (centrado en el Derecho Romano y en las Cons­ tituciones Políticas del Estado), b) la Economía Política,

dividida en dos corrientes de renovación teórica de muy reciente aparición: la monetarista del Fondo Monetario

Internacional y la estructuralista de Lord Keynes y la Co­

misión Económica para América Latina, c) el Materialis­ mo Histórico, en su versión moscovita y, d) en el caso de

los militares, el arte del ‘Golpe de Estado Anti-comunista aprendido en Panamá y en otros centros de estudio sobre la “guerra sucia”.

Demasiado poco —como se puede apreciar— para promover una salida democrática, racional y civilizada a la crisis estructural que se veía venir. Pues nada o casi nada

se había investigado con seriedad científica sobre la histo­

ria global de Chile del siglo XX (sólo existían “memorias” y “ensayos generales”), acerca de la naturaleza sociológica y política del Estado (no sólo su estructura normativa se­ gún la última Constitución Política), acerca de la natura­

leza y proyección histórica de las clases medias, sobre la

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Balance historiográfico chileno

composición social e histórica de las clases políticas civil y militar, sobre el empresariado industrial chileno, acerca

del papel histórico real que podían desempeñar en Chile el campesinado y los pobladores, sobre cómo orientar la

educación formal y no formal para que contribuyeran a

resolver los problemas de fondo de la sociedad, etc. La ausencia de investigaciones pertinentes en torno a los pro­ blemas históricos estratégicos que enfrentaba el país hacia

1960 era tal, que el vacío existente comenzó a ser llenado

por lo que Simón Collier llamó la “gran industria norte­ americana de los Ph. D’s” (decenas de tesis doctorales nor­

teamericanas, entre 1960 y 1978, se concentraron en in­

vestigar los problemas reseñados más arriba en este mis­ mo párrafo)13.

Como todos sabemos, la resolución histórica a la cri­

sis chilena de mediados del siglo XX no fue democrática, ni

racional, ni civilizada. Las clases políticas civiles no logra­ ron hallar un lenguaje teórico común, manteniéndose has­

ta el final detrás de actitudes partisanas puramente afecti­ vas, valóricas o ideológicas. Los militares, por su lado, ha­ ciendo uso de su indesafiable ‘ventaja comparativa, no ri­

gieron su conducta por ninguna proposición científicamente

construida en Chile, sino por instintos políticos tan primi­ tivos que ni siquiera puede decirse que tuvieron algo de civismo o de una mínima cultura ciudadana. Su anticomu­

13 Ver de G. Salazar, “Historiografía chilena 1955-1985- Balance y perspec­ tivas”, en La historia desde abajo y desde dentro, Santiago, U. de Chile, 8a. sesión, 2003, pp. 71-77. De Simón Collier, “The Historiography of the Portalian Períod (1830-1891) in Chile”, en Híspante America Historical Review 57:4, 1977.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

nismo no sólo era obvio, unilateral, visceral y enfermizo, sino que se expresaba como ejercicio bárbaro, pre-moderno

e incivilizado14. Que hayan aceptado aplicar en Chile las

fórmulas económicas que Milton Friedman y sus colegas de la Universidad de Chicago diseñaron como ‘modelo de laboratorio* a aplicar en otra’ parte, no significa que los

militares hayan seguido una conducta racional o científica,

pues ese modelo lo aplicaron dictatorialmente, no sólo sin consulta a la masa ciudadana, sino también sin consulta efectiva a los centros académicos chilenos que no eran dis­

cípulos de Chicago (la mayoría de los economistas nacio­

nales eran, en la década del 60 y aun en la del 70, de un modo u otro, keynesianos). Y es un hecho notable (o es­ candaloso, si se prefiere) que los economistas neoliberales y

otros académicos se hayan sumado después de 1985 in­ condicionalmente a la acción militar, en una actitud que no se condice con la propia de un científico o intelectual, sino con la que es propia de un mero seguidor, secuaz o

prosélito15.

El triunfo del modelo neoliberal en Chile fue y es una victoria militar (dictatorial), no fue ni es el triunfo de las

Ciencias Sociales y Humanas chilenas. Por tanto, la pregunta de Kalman Silvert se puede seguir planteando: ¿ha sido y es Chile un país bien estudiado? O, dicho de otro modo: la

victoria aplastante de los militares en la aplicación de la 14 Basta con citar que la Caravana de la Muerte usó los corvos para sacarles los ojos a sus prisioneros. 15 Todos los ministros de Augusto Pinochet negaron sus aportes históricos para atribuirlos en su totalidad al “General”. El tema se trabaja en el Tercer Manifiesto de Historiadores, “Sobre la Dictadura, el General Pinochet y el Juicio de la Historia” (en prensa), marzo de 2007.

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Balance historiográfico chileno

‘receta’ económica, social y política fabricada en el labora­ torio de la Universidad de Chicago y refrendada por el FMI

y el Consenso de Washington, ¿anula o agudiza la respon­

sabilidad social e histórica de las Ciencias Sociales y Hu­ manas en Chile? ¿Ha anonadado la demanda social (y ciu­

dadana) por conocimientos pertinentes a sus problemas

reales?, o al revés, ¿la ha potenciado? ¿Y en qué modo? Pretender que Chile, con el golpe de Estado de 1973,

la consiguiente refrendación del modelo en 1990 y la apa­

rente bonanza actual de sus parámetros macroeconómicos,

ha alcanzado un grado de satisfacción consigo mismo tal que puede darse el lujo de contemplar su pasado mezclan­

do una actitud estética con otra mítica y a final de cuentas conservadora (es lo que harán todos los canales de TV en sus programaciones históricas de 2007, mirando al Bicen-

tenario), y prescindir de investigaciones y debates científi­ cos profundos sobre su situación real de hoy, es, sin lugar a

duda, más un escapismo conformista que una actitud similar a la de los ingleses respecto de su pasado (imperial).

La hipótesis que se maneja en este estudio es que Chi­ le, pese a todo, sigue siendo un país mal estudiado, lo que

conlleva riesgos tan importantes como los que se vivieron hacia los años 1960, cuando Chile era ya un país mal estu­ diado. Las páginas que siguen revisan este problema desde

distintas perspectivas16.

16 En este texto se estima que la Ciencia Histórica es humanista y, a la vez., social. Lo primero porque estudia al ser humano en su dimensión existen­ cia!: su historicidad. Lo segundo, porque tiene, como todas las demás ciencias, un campo de estudio, una función y una responsabilidad social que son absolutamente imprescindibles e ineludibles para ella.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

2. Conflicto social y debate teórico: el caso de la doble demanda (balance en retrospectiva) Las sociedades hispanoamericanas —incluyendo la chilena, por supuesto— son casos de sociedades derivadas

de procesos de colonización, que han acumulado complejos problemas históricos de arrastre17. En razón de esto han

sido, típicamente, sociedades configuradas en buena medi­

da por un conflicto interno entre dos o más sectores socia­ les que, con cierta periodicidad, se agudiza hasta convertir­

se, en algunos casos, en una situación de guerra civil o de subversión interna. Los principales problemas históricos de

arrastre en el caso de Chile son: a) es una sociedad que ha sido producto de un proce­

so de conquista y colonización violento, lo que se tra­ dujo en una drástica estratificación vertical entre ven­ cedores y vencidos, entre la etnia conquistadora y las

etnias conquistadas y subordinadas (en particular las etnias indígenas del Valle Central);

b) es una sociedad que, al independizarse del Impe­ rio Español que la fundó y, sobre todo, al establecer

en 1830 el Estado ‘nacional’, reprodujo no sólo la estratificación vertical de la conquista, sino también,

en cierto modo, los métodos de conquista (uso políti­ co de la fuerza armada y no el diálogo racional entre

17 El tema de los “problemas históricos de arrastre” se desarrolla in extenso en el trabajo que hemos realizado con el profesor Julio Pinto Vallejos en Historia contemporánea de Chile, Santiago, LOM, cinco vo­ lúmenes, 1999-2003.

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Balance historiográfico chileno

conciudadanos por parte de Diego Portales y los ge­ nerales que dieron el golpe de Estado en ese año), dando como resultado real, no una sociedad inte­

grada sobre sí misma sino estratificada políticamen­ te entre vencedores (pelucones) y vencidos (pipió­ los), con clases sociales fuertemente polarizadas (oli­

garquía versus peonaje); lo cual se ha reflejado en la

permanencia de un sistema político fuertemente cen­

tralizado, electoralista pero, en lo sustancial, social­ mente no-participativo; c) siendo la sociedad chilena producto de un proceso mercantil violento de conquista y colonización y de

una operación mercantil igualmente violenta de ins­

tauración del Estado ‘nacional’ (que dejó a la oligar­ quía comercial portaliana del siglo XIX en una posi­

ción de hegemonía mucho más vertical y excluyente que la oligarquía mercantil colonial), las políticas eco­

nómicas impuestas por el Estado instaurado en 1830

siguieron la misma línea colonial-librecambista de los reyes Borbones: de puertas abiertas a la matriz impe­

rial, sólo que en este caso las puertas se abrieron co­ mercialmente para las grandes potencias industriales

anglosajonas, razón por la cual la clase dominante del siglo XIX (1830-1930) no intentó promover en Chi­

le ninguna revolución industrial, gestando así el estan­

camiento productivo moderno del país, el cual se pro­ longó a lo largo del siglo XX y aun del XXI; d) siendo las clases bajas chilenas descendientes di­ rectas de las castas conquistadas (indígenas y mesti­

zos), el desarrollo pleno de su soberanía ciudadana y

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

de su condición socio-económica ha sido y es un pro­

ceso lento (esto incluye un alto índice de empleo pre­ cario e informal), lo que ha redundado en la acumula­

ción de desigualdades extremas, por decenios y aun siglos. Cada vez más conscientes de esto, las clases

populares se han movido regularmente proponiendo o apoyando cambios radicales (revolucionarios) en las

estructuras centrales de la sociedad; e) dado los factores anotados más arriba, la sociedad

chilena ha arrastrado diversos problemas históricos de tipo estratégico: débil industrialización y poco desa­ rrollo económico real, escaso desarrollo social y cívico

de las clases populares, mínima democratización sus­ tantiva de sus aparatos estatales y, sobre todo, baja integración como comunidad. No ha sido menor, en

este sentido, el papel desempeñado por las Fuerzas Armadas, que han intervenido siempre como una fuer­ za (decisiva) no-democrática y no-industrializadora, manteniendo el statu quo y profundizando la división

social y política al apoyar siempre a las oligarquías

librecambistas y reprimir (y/o masacrar), al mismo

tiempo, a los activistas políticos del movimiento po­ pular.

En una sociedad así estratificada, con un conflicto socio-político latente como el resumido más arriba, la demanda social por conocimientos pertinentes a la reso­

lución de esos problemas no se ha configurado como una demanda nacional unificada., sino como una demanda

social dividida o dual, entre un sector dominante (la oli­ garquía liberal y sus socios externos) que necesita justifi­

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Balance historiográfico chileno

car su dominación y establecer de algún modo paráme­ tros culturales y políticos de gobernabilidad (los vence­ dores), y un masivo sector popular que necesita criticar el sistema social vigente, cambiarlo en los hechos e ins­

talar revolucionariamente otro distinto que resuelva los problemas de fondo (los perdedores). Existiendo, pues,

una demanda cognitiva dividida, los intentos de respuesta

científica para los problemas del país han reflejado la

polarización existente, razón por la cual el movimiento intelectual de respuesta a la demanda no se ha caracteri­ zado por la convergencia, sino por la divergencia y el de­

bate antagónico. Lo anterior lo expresa nítidamente la historia social’

de la Historia de Chile y de las Ciencias Sociales chilenas, que no ha sido ni es otra cosa que el reflejo intelectual del

conflicto de fondo que ha atravesado los casi dos siglos de vida independiente de la nación. En general, todos los ana­

listas que han examinado y evaluado la historiografía chilena concuerdan en este punto18. La Historia de Chile y las Cien­ cias Sociales chilenas han sido, por esto, ciencias dialécticas,

en el sentido de que se han caracterizado por su dualidad,

debates y contraposiciones, y no como ciencias que trabajan

18 Ver artículo citado de Simón Collier. También Francisco Antonio En­ cina, La literatura histórica chilena y el concepto actual de la historia, Santia­ go, Nascimento, 1935, donde define el debate como de “banderías polí­ ticas”, y él mismo ve una oposición entre los que tienen imaginación (Vicuña Mackenna, por ejemplo) y los que no la tienen (Barros Arana). Son de interés también, en este sentido, los artículos de S. Stein & S. Hunt, “Principal Currents in the Economic Historiography of Latin America”, en Journal ofEconomic History 31:1, 1971, pp. 222-253 y de Julio César Jobet, “Notas sobre la historiografía chilena”, en Atenea 26:95, 1948, pp. 345-377.

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unificadas para destacar el pasado (único) de la nación y

proyectar esos logros de consumo hacia el futuro. En espe­ cial, la Historia de Chile ha sido una disciplina que, de un

lado, se ha desarrollado como ciencia oficial legitimadora

de los vencedores, y de otro, como ciencia crítica, extra­ oficial, de los perdedores19.

En ese proceso dialéctico cabe distinguir al menos cuatro fases principales (siguiendo en este punto la perio-

dificación propuesta por el profesor Julio Pinto Vallejos20),

según la naturaleza del conflicto central y el tipo de debate que se dio entre los historiadores y otros intelectuales.

Primera fase (1842-1891) La primera fase se definió, en lo medular, por la forma

en que se instaló y perduró el tipo de Estado impuesto,

mediante un sangriento golpe de Estado, por la oligarquía mercantil encabezada por Diego Portales. Siendo ese Esta­

do un aparato de poder autoritario, hiper-centralizado y socialmente excluyente, la Historiografía chilena no pudo

menos que nacer realizando un doble trabajo de legitima­ ción: en lo inmediato, exaltando el patriotismo en la inde­ pendencia de España y, en lo estratégico, legitimando y/o deslegitimando la instauración del régimen estatal mercantil

19 G.Salazar, “Función perversa de la memoria oficial, función histórica de la memoria social”, en ídem: La historia desde abajo..., op. cit., pp. 433-476. 20 Julio Pinto Vallejos: “Cien años de propuestas y combates. La histo­ riografía chilena durante el siglo XX”, en J. Pinto & M. Argudín (comp.),G>» años de propuestas y combates. La historiografía chilena del siglo XX, México, 2006.

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Balance historiográfico chileno

en 1830. No es extraño que el punto de quiebre y de aper­ tura del proceso dialéctico haya sido el debate en torno a la figura y el papel desempeñado por Diego Portales en esa instauración. Debe tenerse presente que Portales aplastó y

excluyó la mayoría liberal-pipióla que había controlado el gobierno entre 1823 y 1829. La tarea, por tanto, de legiti­

mar el Estado formalizado en 1833 pasaba por criticar y

desprestigiar lo hecho y lo que pretendía hacer esa mayoría antes de 1830, y exaltar, por el contrario, el “orden autori­

tario” que siguió después. La tarea fue llevada a cabo, en lo historiográfico, por Diego Barros Arana. Debe tenerse presente que este histo­

riador era hijo de Diego Antonio Barros, gran mercader

asociado al grupo estanquero de Diego Portales y miembro del ‘Congreso Constituyente’ que redactó la Constitución

de 1833. La Historia de Chile escrita por Barros Arana es sin duda una obra sólida y monumental y es la primera Histo­ ria General del país, pero la objetividad’ del autor no es la

misma cuando estudia el período anterior a 1823 que cuan­ do estudia el período posterior a ese año. Es notable su

imparcialidad para el período colonial y el de la Indepen­ dencia, pero es sorprendente su parcialidad para el período

posterior a 1823 (inicio de la hegemonía liberal-pipióla),

pues aquí descalifica a liberales y pipiólos, califica el perío­ do de la hegemonía liberal como “anárquico” y desprestigia ladinamente a figuras relevantes, como la del general Ra­ món Freire21. Barros Arana ha sido llamado ‘liberal’ (se le

21 G.Salazar: Construcción de Estado en Chile (1800-1837) Democracia de los pueblos. Militarismo ciudadano. Golpismo oligárquico (Santiago, 2006. Edi­ torial Sudamericana), capítulo 1.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

incluye inadecuadamente en el grupo formado por Benja­

mín Vicuña Mackenna, Federico Errázuriz y los Amunáte-

gui), pero debe tenerse presente que su liberalismo consis­ tió, en lo esencial, en su laicismo y en su admiración irres­

tricta a la ilustración francesa e inglesa, pues, en lo que dice relación a lo político interno, demuestra en su obra haber sido partidario de la postura oligárquica y autoritaria de

Diego Portales, por lo que su responsabilidad social como historiador fue en la misma línea. En los hechos, ha sido el

primer y principal artífice de los mitos históricos relativos a ese personaje y al “orden político” establecido por él. La

solidez del resto de su obra contribuyó no poco a que esos mitos no sólo se consolidaran, sino que también constitu­

yeran los fundamentos originarios de la aparición en Chile de la Historia (o Memoria) Oficial: la de los vencedores (en este caso, de los vencedores en la batalla de Lircay, que hun­ dió el régimen liberal).

No es extraño, por tanto, que su interpretación del período liberal (1823-1830) y del pelucón (1830-1860) haya sido contrapuesta más tarde por una serie de libros y

folletos que plantearon una versión menos mítica (incluso anti-heroica) de la figura de Diego Portales y del propio

régimen que él instaló. La producción historiográfica de Benjamín Vicuña Mackenna, Federico Errázuriz, José Vic­ torino Lastarria, Isidoro Errázuriz y Domingo Santa María (la mayoría de los cuales vivió en carne propia el carácter

represivo del régimen portaliano) e incluso la de los herma­ nos Amunátegui, configuró una memoria histórica (de per­ dedores) alternativa a la oficial, aunque con poca efectivi­

dad, dado que no llegó a sustituirla, pese a su actitud mili­

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Balance historiográfico chileno

tante contra el gobierno autoritario y ultra-portaliano de

Manuel Montt. Cabe destacar, en todo caso, que el ensayo crítico, económico y social del liberal “rojo” Pedro Félix

Vicuña, superó de lejos en profundidad analítica y proyec­

ción teórica no sólo a sus correligionarios, sino también a Barros Arana (cuya capacidad teórica, como se sabe, era nula). Este trabajo —algo así como la versión chilena de El

Capital— que fue concebido a fines de la década de 1840 y

publicado en la década siguiente, no ha sido muy comen­ tado por los analistas de ese período22. Por lo dicho, la ‘in­ terpretación’ de Barros Arana se constituyó en la espina

dorsal de la ‘memoria oficial’ chilena para el siglo XIX, y como tal fue reforzada más tarde por los estudios de Ra­ món Sotomayor Valdés, Francisco Antonio Encina, Jaime

Eyzaguirre, Alberto Edwards y Gonzalo Vial, entre otros,

sin considerar la mayor parte de los textos escolares sobre Historia de Chile.

Segunda fase (1873-1932) La segunda fase del ‘desarrollo’ del debate histórico en

Chile ya no tuvo que ver con la exaltación (mitificación) o noexaltación (desmitificación) del orden portaliano’, sino con el

22 Pedro Félix Vicuña, Elporvenir del hombre, o relación íntima entre la justa apreciación del trabajo y la democracia, Valparaíso, Imprenta del Comer­ cio, 1858. Es de interés la compilación de textos históricos críticos al orden portaliano realizada por Benjamín Vicuña Mackenna, que él mis­ mo editó bajo el nombre de Historia Jeneral de la República de Chile desde su independencia hasta nuestros días, Santiago, Imprenta Nacional, 1868, cinco volúmenes.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SaIAZARV.

análisis de la naturaleza y las consecuencias de su crisis estructural, la que ocurrió, escalonadamente, entre 1873 y 1932.

El primer hito de esa crisis fue el colapso de las ex­ portaciones de cobre y plata y la escisión del sistema mo­

netario, que ocurrieron entre 1873 y 1878. Este hito de­ terminó la aparición de las investigaciones fundadoras de la historia económica nacional (ver las obras de Agustín

Ross, Julio Zegers, Luis Aldunate, Daniel Martner, Mi­

guel Angel Cruchaga, Roberto Espinoza, Guillermo Subercaseaux, Marcial González, Frank W. Fetter y el pro­

pio Francisco Encina, entre otros), las cuales, como es na­ tural, se polarizaron entre los partidarios del librecambis-

mo mercantil (los “oreros”, grupo que encabezó el ban­

quero Agustín Ross) y los partidarios del proteccionismo industrial (los “papeleros”, encabezados por Luis Alduna­ te). El debate se resolvió en los hechos-, triunfo a mediano plazo de los “papeleros” debido a las políticas económicas

‘de acomodo’ aplicadas durante el período liberal parlamentarista (1878-1925), y victorias episódicas, de corto plazo, de los “oreros”, en las reformas monetarias impues­

tas en 1894 durante el gobierno de Jorge Montt (siguien­ do las pautas librecambistas del economista francés Leroy Beaulieu) y en las reformas introducidas por Arturo Ales-

sandri en 1925 (siguiendo las pautas librecambistas de la Misión Kemmerer, grupo de economistas liberal-monetaristas de la Universidad de Princeton, Estados Unidos)23.

23 Sobre el debate entre “oreros” y “papeleros"G.Salazar, “El movimiento teórico...”, en loc.cit., y Peter Conoboy, “The ‘Papeleros’ or Greenbackers in Chile, 1891-1925”, Tesis Doctoral, Universidad de Southampton, 1973. Por lo común, este debate no se incluye en los estudios sobre Historia

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Balance historiográfico chileno

El segundo hito de la crisis fue la guerra civil de 1891, que opuso a los congresistas afectados por la crisis económi­

ca de 1873-1878 a los miembros del Poder Ejecutivo que

controlaban los ingentes recursos devengados por el im­

puesto a las exportaciones de salitre. Sintomáticamente, tras el triunfo de los congresistas (y tras el equitativo reparto

intra-oligárquico de los recursos salitreros que manejaba el Gobierno) no hubo debate político de rango teórico o académi­ co. Los historiadores han tendido a caracterizar este hito como un conflicto técnico-político entre el Presidente y el

Congreso, o entre presidencialismo y parlamentarismo. Sin

embargo, como no hubo entonces un debate específico en ese sentido (del mismo nivel, por ejemplo, del que se estaba

dando entre “oreros” y “papeleros”), cabe suponer que la ver­

dadera naturaleza de la guerra civil de 1891 no fue ni era, en sí, política, sino, más bien, el estallido retardado de la

crisis económica de los años 70 en el seno de la propia oligarquía (que debió luchar consigo misma para acceder

expeditamente a los recursos del Estado, puesto que ya no

podía obtenerlos, en igual volumen y calidad —en oro— de sus transacciones privadas en el mercado internacional)24. El tercer hito de la crisis del régimen portaliano tuvo un dramático cariz ‘social’ (de hecho se le llamó “la cues­

tión social”), que se convirtió en un tema público a partir de la masacre obrera de Iquique, en 1907, y desde el mo-

Económica en Chile. Ver de W. P. Me Greevery: “Recent Research on the Economic Hístory of Latín America”, en Latín America Research Review?>‘.2, 1967, pp. 89-117. 24 Ver de G. Salazar & J. Pinto, Historia Contemporánea de Chile..., op.cit., vols. I y III.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

mentó en que los problemas sumados de los conventillos,

el alcoholismo, la delincuencia y las huelgas devino en un escándalo nacional. Sin embargo, pese a esa notoriedad, en relación a la “cuestión social” tampoco hubo un debate cien­ tífico e intelectual del mismo tipo y nivel del económico.

Más bien, hubo denuncias e intentos por explicar (o justi­ ficar) el fenómeno. Con todo, las ‘denuncias’ (efectuadas sobre todo por voceros del movimiento popular, por la ac­

ción periodística de las sociedades obreras y estudiantiles y por la opinión versada de los profesionales que tenían con­ tacto directo con la realidad de los pobres como los médi­ cos y las “visitadoras”) tendieron a predominar sobre las

explicaciones’ o ‘condenaciones’ (dadas sobre todo por el Gobierno y la Iglesia). Como se dijo, la proliferación de

denuncias y comentarios no llegó a constituir una tribuna

de debate científico, pero sí un abigarrado y denso memo­ rándum (memoria social), que operó, sobre todo, como ele­ mento sinérgico en los procesos auto-educativos del movi­

miento popular25. Lo que sí se dio con cierta fuerza ‘ideoló­ gica fue —por parte de diversos sectores integrados al esta-

blishment— una crítica parlamentaria descalificadora del incipiente proyecto político popular, por considerarlo de “disolución social”. Esta crítica se tradujo, de modo casi

automático, en la represión judicial, policial y militar a los

cabecillas del movimiento socialista y anarquista, la que se llevó a cabo tanto masiva como selectivamente. Es decir: la “cuestión social” no produjo un debate académico o teóri­

25 Ver las recopilaciones realizadas por el profesor Eduardo Devés acerca de los orígenes espontáneos del “pensamiento socialista” chileno, en particu­ lar, de Luis Emilio Recabarren.

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Balance historiográfico chileno

co, sino manifestaciones ideológicas y culturales que incen­ tivaron la politización del conflicto social que, a esa altura,

ya no era entre facciones oligárquicas, sino entre la oligar­

quía conjunta (dueña del Estado y del Mercado) y el emer­ gente movimiento popular (en vía de adueñarse de las ca­ lles, las ciudades y del sufragio universal)26. El cuarto hito de la crisis portaliana tuvo, entre 1924 y 1932, ribetes de crisis terminal. Primero, por el fracaso

estrepitoso del primer gobierno liberal-parlamentario de Arturo Alessandri Palma; luego, por la convergencia de

todos los movimientos sociales en dirección a proponer una Constitución Política no-liberal y, tercero, por la gran

crisis comercial (mundial) de 1930, que remeció hasta sus cimientos el centenario modelo librecambista chile­

no, vigente, formal e informalmente, desde 1830. De nuevo, en esta oportunidad no hubo debate teórico-político

entre proyectos económicos, políticos y sociales distintos.

El grueso de la literatura que se escribió entonces y des­

pués sobre esta crucial coyuntura está constituido por las

memorias escritas de los que participaron como protago­ nistas de ella y por los libros que se escribieron para apo­

yar a uno u otro de los “caudillos” que, supuestamente, dirigieron todo el proceso en ese período: Arturo Alessan­

dri Palma y Carlos Ibáñez del Campo. La personalización y caudillización de los procesos históricos predominó en

la literatura coyuntural referida a ese período. Sólo acadé­ micos extranjeros han examinado el período desde pers­

26 Este conflicto fue estudiado originalmente por autores como James Morris y Jorge Barría, y está siendo profundizado de modo integral ahora por los historiadores Julio Pinto, Sergio Grez y Pablo Artaza.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

pectivas sociológicas, políticas y económicas de mayor densidad científica27.

Es un hecho notable que la compleja y dramática cri­ sis del sistema portaliano no haya sido abordada como tal

por los historiadores profesionales de ese período. El estu­ dio, denuncia y/o crítica de ese proceso fue realizado por

improvisados economistas, latifundistas, publicistas, indus­ triales, banqueros, políticos, médicos, emergentes “visita­ doras sociales”, profesores, por estudiantes y trabajadores, e

incluso por intelectuales extranjeros28. Los historiadores pro­

piamente académicos se volcaron a la archivística, a la ge­

nealogía y a reponer, ahora de modo ensayístico’, el mismo viejo mito del orden portaliano. Muchos interpretaron la

crisis de ese orden como las secuelas o consecuencias (im­ perdonables) del liberalismo interno que se desarrolló en

Chile a partir de 1860 (se culpó al economista francés Courcelle-Seneuil de haber introducido ese liberalismo cuando

diseñó la Ley de Bancos que quebró el monopolio total que los mercaderes tenían sobre el crédito público), del socia­

lismo y el anarquismo que florecían entre los trabajadores y

otros actores sociales, de la cultura política “frondista” de la aristocracia chilena, del ubicuo e inasible “peso de la no­

27 Los libros claves para este período son los de Ricardo Donoso y Carlos Vicuña, que están notoriamente abanderizados, lo mismo que las memo­ rias de Arturo Alessandri Palma. De mayor penetración y perspectiva socio­ lógica o económica son, en cambio, los escritos por observadores y/o aca­ démicos extranjeros sobre el mismo período crítico: Paul Ellsworth, Ri­ chard Pike, Frank Whitson Fetter, John Reese Stevenson, Paul Reinsch, James Morris, George Me Bride, etc. 28 Para este período son de mayor importancia los artículos de revistas, los periódicos y los folletos que los libros de lo que podría llamarse la literatura académica coetánea.

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Balance historiográfico chileno

che” que acosaba a Diego Portales, de la “crisis moral de la República” descubierta por Enrique Mac-Iver en 1901, e

incluso de la decadencia de la “raza chilena” denunciada por Nicolás Palacios y Francisco Encina. Puede decirse que, cuando se produjo el colapso histórico del orden portalia­ no, los historiadores y otros intelectuales chilenos abando­

naron el estudio positivista delpasado inmediato (periodo 1873-

1930) suscribiendo, a cambio, interpretaciones ‘teóricas’ (en rigor, impresionistas e ideológicas) elaboradas sin mu­

cho rigor científico pero con mucho espíritu pontifical. Barros Arana debió revolverse en su tumba en tanto histo­

riador positivista, pero debió regocijarse del sentido políti­ co que encubría ese tipo de ensayismo.

Tercera fase (1932-1973) En estricto rigor, la salida que ‘encontró’ la crisis del

orden portaliano hacia 1930 no consistió en el estableci­

miento de un orden dialécticamente distinto, sino en la

reimposición de ese mismo orden, sólo que adaptado a la nueva diplomacia y cultura internacional y a la presión ya

insoslayable del movimiento popular. Pues, de hecho, el

Estado de 1925 fue una copia ligeramente democratizada del Estado de 1833 (ya no autoritario-despótico sino pre-

sidencialista-liberal), mientras la oligarquía mercantil co-

lapsada de 1900 dio paso a su heredera: la clase política liberal-parlamentaria que asumió como empresariado de

Estado el manejo de los recursos económicos del país (lo

mismo que en 1900, pero ahora con mayor ingerencia

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

empresarial ‘planificadora’ por parte del Poder Ejecutivo y ‘fiscalizadora’ por parte del Congreso), con el apoyo

dubitativo de las Fuerzas Armadas. La misma clase políti­ ca civil se hizo cargo, en calidad de Estado Social Benefac­

tor y Estado Docente, de la “cuestión social” que había estallado hacia 1910 y continuaba sin resolver hacia 1938,

bajo una lógica democrático-electoral y populista2930 . En ese contexto, el problema histórico central de la

sociedad chilena fue reconocido como el del ‘desarrollo económico’ (industrialización) atado al de la ‘justicia so­

cial’, asumiéndose que la democratización del Estado es­ taba resuelta al afianzarse el sufragio universal, razón por

la cual los partidos de Centro-Izquierda (hegemónicos) juzgaron conveniente no asumir la naturaleza y estructu­

ra del Estado como un problema histórico, sino como un instrumento en cierto modo ya acabado, de suerte que se

podía usar (incluso para hacer una revolución), pero no modificad. Como se ve, el problema central era más o

menos el mismo que había llevado el orden portaliano a su colapso histórico.

No es extraño, por tanto, que el debate se diera, de 29 La constitución de esta poderosa clase política civil (controló un Estado Empresario, un Estado Docente y un Estado Social-Benefactor simultá­ neamente, desde 1938 a 1973) configuró un cuadro que acercó a Chile más a las potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón), que estaban organizadas en torno a un corporativismo de Estado, que a las de los Aliados (Inglaterra, Estados Unidos, Francia), que suscribían el liberalismo interno y externo. Esto determinó el escaso apoyo de Estados Unidos al ‘desarrollismo’ chile­ no. Ver G. Salazar, Violencia política popular en las graneles alamedas (Santiago de Chile, 1947-1987), Santiago, LOM, 2006, además el estudio “La clase política civil chilena, 1947-1987”, informes no publicados de proyectos de investigación FONDECYT y de la Fundación Ford, 1989-1993. 30 G. Salazar & J. Pinto: Historia contemporánea de Chile..., op.cit., vol. I.

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Balance historiográfico chileno

nuevo, en torno a cómo definir la política económica, y que la vieja polémica entre “oreros” y “papeleros” reapareciera esta

vez como un debate altamente sofisticado entre los técni­

cos liberal-monetaristas del Fondo Monetario Internacio­

nal y los “desarrollistas” (economistas keynesianos de la CEPAL asociados a los de orientación neo-marxista)31. El

triunfo ‘político’ aplastante de los desarrollistas (durante

los gobiernos de Frei Montalva y Allende Gossens) dejó en segundo plano las recetas “dictatoriales” del FMI y en total

anonimato a los economistas de la Universidad Católica que preparaba pacientemente la Universidad de Chicago. Los

Chicago Boys nunca participaron abiertamente en el debate

económico del período que aquí se examina. Respecto del problema social, diversos historiadores y cientistas sociales de Centro y de Izquierda (sobre todo la primera promoción de sociólogos y cientistas políticos) hi­

cieron avances significativos en el sentido de desarrollar la historia de la clase trabajadora, la teoría de la dependencia económica y la llamada “sociología del desarrollo”. En este ámbito fue importante el aporte del padre Roger Vekemans

en relación al caso de los “pobres de la ciudad”, y de los planificadores de la Reforma Agraria respecto de los “po­ bres del campo” (Jacques Chonchol y Solon Barraclough,

sobre todo). Sin lugar a dudas, el aporte más influyente en

31 Hay una profusa bibliografía al respecto. El debate se centró en torno a las revistas Panorama Económico (Chile) y Trimestre Económico (México). Es de sumo interés la perspectiva externa sobre este debate. Ver, entre muchos otros, Albert Hirschman (ed.), Latin American Issues: Essaysand Comments, New York, 1969. También el importante artículo de R. Ayres: “Economic Stagnation and the Emergence of the Political Ideology of Chilean Underdevelopment”, en WorldPolitics 25:1, New York, 1972.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

este período fue el de las Ciencias Sociales, y consistió en

proponer una teoría explicativa y propositiva, general y polí­ tica (con un alto contenido ‘ideológico’) acerca del “cam­

bio estructural”32. Cabe destacar el hecho de que ni la teo­ ría de la dependencia ni las teorías del cambio estructural tuvieron contestación de parte de académicos de Derecha,

de modo que, en torno a esto, no hubo debate. En todo caso, el tipo de intervención militar que dio una salida for­ zada a los problemas históricos de este período tornó inúti­

les todos los simulacros de debate que se estaban dando.

Como era de esperar, los historiadores tampoco partici­ paron ‘académicamente’ en la resolución cognitiva de los

problemas centrales de esta coyuntura. Hubo debate, sí, pero, sobre todo, de parte de historiadores universitarios que criti­ caron el carácter ideológico y el marxismo adoptado por his­

toriadores como Hernán Ramírez y Luis Vitale, polémica que, en todo caso, no se refirió a los problemas de la fase que

aquí se examina, sino al siglo XIX3334 . Los historiadores tradicionalistas (casos de Encina y Eyzaguirre) se limitaron a re­

plantear, por enésima vez, el mito portaliano y a considerar

toda la historia de Chile posterior a 1860 como una larga y lamentable decadencia54. La mayoría de los investigadores optó por trabajar el paradigma historiográfico que se centra­

ba positivistamente en los ‘hechos’ (documentados), en los

32 Un amplío desarrollo de estas teorías en G. Salazar, “El movimiento teórico...”, en loc.cit. 33 El profesor Sergio Villalobos criticó la historiografía marxista de Hernán Ramírez Necochea en su El comercio y la crisis colonial, Santiago, Universi­ dad de Chile, 1968, pp. 264-273. 34 Ver observaciones del profesor Cristián Gazmuri en G. Salazar: “Histo­ riografía chilena 1955-1985...”, en locxit., III sesión, pp. 43-46.

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Balance historiográfico chileno

orígenes’ (de cualquier cosa) y en el ‘pasado’ (remoto), que

era el modelo que por entonces presidió oficialmente el que­

hacer de los Departamentos de Historia en el país. Los más progresistas intentaron replicar en Chile las escuelas historiográficas europeas (escuela de los Annales, el historicismo alemán) que, “combatiendo por la Historia”, eludían en lo

académico el conflicto que se vivía entonces como “lucha de clases” y como “guerra fría”. Fue el período en que la Historia

de Chile se adaptó al contexto sociológico institucional de

las universidades. Sólo la escuela marxista clásica trabajó con cierta independencia de ese contexto35.

Tanto en la fase 2 como en la 3 de la historia de la Histo­ ria de Chile (y de las ciencias sociales conexas), por tanto, el

conflicto interno de la sociedad chilena (que pasó en la fase 2 por la crisis terminal de un orden político y en la 3 por una

coyuntura claramente pre-revolucionaria) se expresó, en el plano

académico, como un debate por políticas económicas (en la fase 3 el debate fue presidido, además, por dos instituciones exter­ nas: el FMI y la CEPAL) y, en el plano más político de la fase

3, por la agria polémica ideológica entre marxismo y anti­ marxismo (conflicto de Este contra el Oeste, o Guerra Fría), o

entre imperialismo y latinoamericanismo36.

35 Un importante análisis de este período en el artículo citado del profesor Julio Pinto Vallejos. Ver también de Luis Moulian, “Marx y la historiogra­ fía chilena”, documento inédito y Marcelo Schilling, “Hacia una crítica de la interpretación histórica de la Izquierda en Chile”, en R. Alvayay et al. (eds.), Temas Socialistas N° 2, Santiago, 1983, pp. 25-43. 36 A modo de ejemplo: Alvaro Bardón, Jorge Cauas, et. al., Política económi­ ca y transición al socialismo: itinerario de una crisis, Santiago, Ed.del Pacífico, 1972, y J. Petras & M. Zeitlin (eds.), América Latina: ¿reforma o revolución?, Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo, 1968., 2 vols.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V

Cabe señalar, por último, que la auto-marginación de la Historia Académica del debate teórico sobre esta crucial

fase histórica de la sociedad chilena fue más que notoria, y

acaso por ello mismo, autores hubo que consideraron el análisis histórico como un “fardo inútil”37. Cuando los cen­

tros donde se discutían teóricamente los problemas de la “transición al socialismo” (Centro de Estudios Socioeconó­

micos de la Universidad de Chile, CESO, y Centro de Es­ tudios de la Realidad Nacional de la Universidad Católica,

CEREN) invitaron a participar en el proceso a insignes his­

toriadores académicos, los estudios realizados por estos no pudieron integrarse a la producción teórica dirigida a re­ solver los problemas de esa transición. Se dio, de hecho,

una incompatibilidad teórica, epistemológica y de actitud38. En verdad, la Historia de Chile necesitaba aun más tiempo

de trabajo, desarrollo y reflexión para estar en condiciones de intervenir de modo adecuado en la construcción de un pensamiento científico para el presente histórico del país.

37 Afirmación de Sergio Ramos en Chile ¿una economía de transición?, La Habana, Casa de las Américas, 1972. 38 Fue el caso de los historiadores Mario Góngora y Gonzalo Izquierdo, con respecto al CESO, donde no continuaron trabajando. En cambio, el Departamento de Historia Económica y Social del Instituto de Historia de la Universidad Católica (DHES-UC), donde participaban Armando de Ramón, Carlos Sempat Assadourian, Carmen Castillo y el que escribe, optó por trabajar una línea nueva de Historia que requería de más tiempo para su eclosión teórico-política, razón por la que colaboró con el CEREN sólo en cursos y seminarios y se restó del debate político general.

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Balance historiográfico chileno

Cuarta fase (1973-2006) Si tras la imposición del ‘orden dictatorial portaliano*

pasaron casi 30 años antes que apareciera una historiografía

liberal crítica (que acompañó a la recuperación de los parti­

dos Liberal y Radical), no cabe extrañarse de que, tras la imposición dictatorial del ‘orden neoliberal’ en 1973, ha­

yan pasado ya tres décadas sin que aparezca una sólida pro­ puesta histórica, científico-social y política alternativa a ese orden. De lo que sí cabe sorprenderse en la coyuntura ac­

tual (2000 et seq.) es del silencio critico de los economistas, sociólogos y politólogos tras el triunfo aplastante de la salida

neoliberal, pero también, y sobre todo, de la irrupción de

numerosos historiadores en el debate del presente chileno, lo que viene a quebrar un silencio de casi un siglo en que la

Historia estuvo encerrada en un “magnífico aislamiento”. A la inversa de otras coyunturas, en esta fase los pro­

blemas históricos del país no se han debatido como un pro­ blema de política económica (al parecer, por el triunfo aplas­

tante de los “oreros-monetaristas-neoliberales” sobre los

“papeleros-desarrollistas-...?...”). El hecho es que se ha pro­ ducido entre los economistas una curiosa comunión teóri­ ca en torno a la doctrina neoliberal, lo que ha cancelado

aquí todo posible debate estratégico. Los economistas críti­ cos del modelo —los hay, y buenos— no han propuesto,

sin embargo, un modelo alternativo (nadie es hoy abierta­ mente cepaliano, o desarrollista, o marxista)39. Un fenóme-

39 Se hace referencia a los trabajos de Hugo Fazio, Orlando Caputo, Rafael Agacino y Marcel Claude, en especial.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

no similar se ha producido entre los sociólogos y cientistas

políticos: la mayoría de ello_s_apnrtó pn la dorada de los 80 y aún está aportando de modo sustantivo a la formulación

de la ‘teoría legitimadora ~dé la transición (de la dictadura neoliberal a la democracia neoliberal) y, hoy, a la formula-

ctóff de una ‘cultura política ad hoc para el Mercado y la Globalización40. En la actualidad domina una ‘ciencia ofi­ cial’ que no sólo ha legitimado teóricamente la obra de la

dictadura, sino que, al mismo tiempo, ha tornado difícil la legitimación de posturas intelectuales alternativas41. En

cuanto a la Historia marxista —que intentó re-interpretar

en clave proletaria la historia de Chile en las décadas de 1950 y 1960—, la derrota de 1973, la caída del muro de I Berlín y la reconversión de la Unión Soviética hacia el mundo liberal en 1989, la han afectado seriamente, obligándola a f

una reflexión y revisión de sus postulados ideológicos y j

métodos de trabajo, proceso que aún continúa. De modo que también se ha silenciado42.

---------

La Ciencia Histórica universitaria, por el contrario, res­

pecto a la coyuntura del presente, ha recobrado el espíritu crítico y también el habla. Un viento de renovación (o “revi­

sión”) recorre no sólo las filas de los historiadores críticos

40 Se hace referencia a los sociólogos Eugenio Tironi, Javier Martínez, Enrique Campero, Cristián Cox, Eduardo Valenzuela, Enrique Correa, Carlos Vergara e incluso José Joaquín Brunner. 41 Durante el período de transición se realizaron numerosos seminarios tendientes a destruir cualquiera postura que no fuera la de la “transición pactada”. Un ejemplo en Proposiciones N° 20, Santiago, Ediciones Sur, 1990, pp. 287-299. 42 Salvo los estudios y esfuerzos de Luis Moulian, no se registra ningún intento sistemático por reconstruir el materialismo histórico ortodoxo en Chile. Los que lo suscriben, no lo desarrollan.

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Balance historiográfico chileno

(“perdedores” en 1973) sino también las de los historiadores conformistas (“vencedores” en igual fecha). No hay duda que

la memoria social de los chilenos quedó densamente recarga­

da con los conatos revolucionarios, golpes de Estado y tran­ siciones que cayeron sobre ella entre 1964 y 2000, cancelan­ do de golpe varios mitos seculares y abriendo de golpe nue­

vas necesidades cognitivas. La aparición de esta potente me­ moria social ha instalado un tercer ‘contendiente’ entre los dos clásicos pugilistas de la Historia de Chile (tradicionalis-

tas y revisionistas), que por casi un siglo lucharon por dispu­

tar la interpretación del pasado portaliano. El tercer conten­

diente (un virtual “convidado de piedra”), al revés de esos pugilistas, entró en escena apostando fuerte a un debate so­ bre el presente histórico (sobre las últimas tres décadas y las tensiones de la coyuntura actual, en especial) y no sobre los orígenes decimonónicos de nada, con la salvedad que el én­

fasis no está puesto tanto sobre el problema de la política

económica, como sobre el problema del desarrollo social y hu­

mano. Como tal, planteó una fuerte demanda cognitiva que, al no invocar las teorías clásicas del pasado, se ha hecho sentir concretamente en los talleres, encuentros, jornadas y eventos

que tienen lugar profusamente hoy en comunas, poblacio­

nes, centros culturales juveniles, talleres de mujeres y en los departamentos municipales encargados del desarrollo social y la participación ciudadana, demanda que ha obligado al

mundo municipal y académico a dar una respuesta ‘rápida’ a

las inquietudes que surgen allí43.

43 Esto se originó en las intensas reflexiones realizadas en los campos de concentración, en el exilio y en los espacios domésticos bajo dictadura.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

Esta nueva demanda no gira como cuenta corriente contra los acervos de conocimiento tradicional (no hay una demanda específica por el marxismo o el social-cristianis-

mo, por ejemplo), sino contra la capacidad de todos para

construir un conocimiento nuevo (o una cultura social nue­

va) desde la misma base social. Esta inquietud ha sido reco­

gida y sistematizada —en parte— por los profesionales que realizan en terreno algún tipo de trabajo social, razón por la cual las disciplinas que han colaborado en la búsqueda de

una respuesta a la dicha demanda han sido, sobre todo, la

Psicología Social y Comunitaria, el Trabajo Social, la Edu­

cación Popular y los sociólogos que laboran en los munici­ pios, FOSIS, MIDEPLAN, etc.44. Ha sido este ámbito so­

cial interdisciplinario donde la ‘nueva’ Historia Social ha encontrado uno de sus nidos (o matrices) principales para su desarrollo como disciplina con responsabilidad social e

histórica45. Con todo, si bien es cierto que la producción intelec­

tual, social, cultural y municipal sobre el problema del desarrollo social es significativa y con fuerte raigambre en

G. Salazar, Los pobres, los intelectuales y el poder, Santiago, PAS, 1995, también, “Las avenidas del espacio público y el avance de la educa­ ción ciudadana”, en Documento de Trabajo, N° 8, Santiago, Universi­ dad ARCIS, 1996. 44 La sistematización oficial’ de estos esfuerzos se realiza periódicamente en los informes bianuales del PNUD sobre “desarrollo humano” en Chile (desde 1996). Una sistematización no-oficial en G. Salazar, Los pobres, los intelectuales..., op.cit. y en “La larga y angosta historia de la solidaridad social bajo régimen liberal. Chile, siglos XIX y XX”, en Cuadernos de Historia N° 23, Santiago, U. de Chile, 2005, pp. 91-121. 45 Es el caso especial del grupo dirigido por el historiador Mario Garcés. En todo caso, el análisis de esta disciplina se hará en otro apartado de este trabajo.

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Balance historiográfico chileno

el mismo mundo social, hasta ahora no ha configurado una propuesta consistente (en términos de un nuevo proyecto

histórico de la ciudadanía), como tampoco ha generado en torno suyo un debate público de connotación política su-

per-estructural. El movimiento intelectual contestatario ha existido y existe, sin duda, empujado por una crítica más o

menos marginal pero insistente contra el modelo neolibe­ ral, y como discusión académico-comunal en torno a cier­

tos conceptos claves (“capital social”, por ejemplo). Se trata de un ‘debate’ de nuevo tipo que, por lo dicho, tiende a instalarse más como una nueva cultura social emergente que

como un debate académico en sí, y como tal, se extiende

soterradamente, en aparente dispersión, pero a la vez como

un sinérgico e invasivo archipiélago Gulag46. La ausencia de debate abierto tiene que ver también,

en parte, con la tendencia ‘progresista de los historiadores ‘vencedores’, que procuran articular una fórmula más sofisti­

cada y actualizada de legitimación académica del modelo neoliberal, al cual, en el fondo de su corazón, defienden. La

razón de este (súbito) vuelco no es otra que el modelo neo­

liberal post 1973, a la inversa del viejo liberalismo conserva­ dor del siglo XIX, no es ni puede ser nacionalista, sino libre­

cambista y globalizante en grado extremo. Esto hace difícil

mantener el mito de ‘la Patria’ —tan querido para los viejos conservadores— y el correlativo mito patriótico del ‘orden

interno’ (basado en el concepto de “alma nacional” tomado

46 Es importante, dentro de ese archipiélago, la acción cultural de los grupos juveniles. Ver los estudios de Claudio Duarte, Raúl Zarzuri, Mario Sandoval, Rodrigo Gante y el grupo que edita Ultima Década, de Viña del Mar.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

de Oswald Spengler y defendido por Alberto Edwards y Jai­

me Eyzaguirre). Es decir: deben reemplazar el tradicional mito del orden portaliano’ centrado en la figura de Diego

Portales por el mito del orden globalizado’ centrado en la

figura del general Augusto Pinochet47. Ahora bien, como la figura de Pinochet no es mitificable (perpetró robos “ordina­

rios”), necesitan entonces mitificar el modelo por sí mismo, y el único modo de des-pinochetizar el modelo es exaltando sus bondades estructurales intrínsecas, no sólo económicas,

sino, sobre todo sociales y culturales (por ser justo su lado débil). De esto se colige que el revisionismo historiográfico

de los “vencedores” necesita asumir un más bien ostentoso

sesgo populista, posibilidad que está favorecida por el hecho

de que el modelo está siendo administrado con gran maes­ tría económica (liberal), no por sus fundadores y verdaderos

dueños, sino por la Concertación de Partidos por la Demo­

cracia (que es la que absorbe el costo político del lado débil

del modelo). Los vencedores del golpe pero perdedores en las urnas pueden darse el lujo de hacer oposición populista,

a sabiendas de que ‘su modelo no sólo está intacto, sino

además legitimado y perfeccionado por quienes debían ser sus opositores. Haciendo uso de esta paradójica ventaja com­

parativa, los historiadores ‘conformistas’ pueden participar activamente en el debate sobre las complicaciones sociales y culturales que tiene el modelo haciendo planteamientos crí­

ticos a las políticas de la Concertación (no a la estructura del

modelo) y oportunas propuestas globales relativas a la Educa­

ción, la Salud y a la modernización del Estado en su cara

47 Consultar a este respecto el III Manifiesto de Historiadores, 2007.

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Balance historiográfico chileno

interior. El sesgo populista que ha tomado el revisionismo historiográfico conservador torna difícil debatir con ellos en

términos antagónicos, pues están situados en una posición oblicua (o bien obtusa). Cierto es también que los más inte­ resados en defender el modelo neoliberal tal como está hoy

no son ellos, sino los prohombres del bloque político gober­

nante, pues de su buen desempeño neoliberal (y buena ima­ gen neoliberal) depende su permanencia en la cúpula del

sistema vigente.

Los desafíos de la Historia ‘conformista’ son, por eso,

varios, atractivos y de obvio interés académico, razón por la que, por primera vez durante mucho tiempo, se ha conglo­

merado un importante ‘destacamento’ de historiadores de Derecha: Gonzalo Vial, Alfredo Jocelyn-Holt, Manuel Vi­

cuña, Patricia Arancibia, Joaquín Fermandois, Alejandro San Francisco y otros. Todos ellos son activos polemistas y su voz aparece continuamente en los medios de comunicación

de masa. Hasta cierto punto, son los académicos que más

figuran como historiadores oficiales y a la vez como críticos

del Gobierno (lo que puede hacerlos aparecer como críticos del modelo), más aun que los verdaderos críticos del modelo

(que otros resienten como críticos del Gobierno). Pero en lo esencial, este destacamento se ha hecho fuerte por varias

razones: a) son trabajadores, activistas, creativos y disponen de

numerosas tribunas académicas, corporativas y me­ diáticas para expresar su pensamiento, como también

de recursos para emprender diversos proyectos de in­

vestigación y/o difusión;

b) la mayoría escribe, además, con maestría y elegancia;

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

c) varios de ellos combinan la investigación dura con

el ensayo histórico y político;

d) la mayoría ha rescatado, a su modo, los problemas

sociales de la clase popular o, cuando menos, la vida social general, privada y cotidiana;

e) algunos critican abiertamente la dictadura de Pi-

nochet (en particular, Jocelyn-Holt) y todos a la Con-

certación;

f) varios de ellos están utilizando categorías generales como, por ejemplo, “modernización” (que es una ca­

tegoría más dinámica y dialéctica que las viejas y acar­

tonadas ideas-fuerza vinculadas al “orden interior”) y

métodos que antiguamente estaban vedados al histo­ riador positivista (historia oral, por ejemplo, en el caso de Patricia Arancibia), y g) todos ellos tienen acceso privado y personal a fuen­ tes de información sobre la coyuntura actual a las que

no tienen acceso otros historiadores académicos.

No cabe duda que el destacamento de historiadores

conformistas, aunque no constituye propiamente una ‘es­ cuela historiográfica, sí configura un *poder culturar en

marcha, no de poca monta. Tienen los contactos, los recur­ sos y las capacidades necesarias para, tal vez, no ganar un

debate académico abierto, pero sí para incidir directamen­ te en los centros de decisión del modelo vigente (conside­ rar, por ejemplo, la influencia que en el actual modelo tie­ nen centros de investigación de filiación conservadora-neo­

liberal, como el Centro de Estudios Públicos, Paz Ciuda­ dana y Libertad y Desarrollo, y el peso específico de uni­

versidades como la Diego Portales, Adolfo Ibáñez, la Ma­

139

Balance historiográfico chileno

yor, Finis Terrae, Andrés Bello y otras). Además, su coinci­ dencia teórica y política con los dentistas sociales de la Concertación (que trabajan ahora para instalar en todos los

ámbitos la Cultura del Mercado y la Globalización) confi­ gura un poderoso bloque intelectual que, por ser de hecho el

centro de la Memoria Oficial (el Gobierno carece de un

conglomerado académico similar al que respalda a los his­

toriadores conformistas), no necesita enfrascarse en un gran debate público con otros académicos. Domina e influye,

punto. Si llegan a involucrarse en algún debate, lo hacen con la tranquilidad y elegancia de aquel que, al debatir, no

está poniendo en juego ningún futuro, ni siquiera arries­ gando el presente. Pues no se mueven en el nervioso ámbi­ to de ‘posibilidad’ de las ideas, sino en el ámbito más bien

superfluo de ideas que ya son ‘realidad’. Dentro de este destacamento, la figura prototípica es,

sin duda, el historiador Alfredo Jocelyn-Holt. Inteligente, culto, sensitivo, agudo polemista y mejor pluma, está si­

tuado en la línea de choque de esta corriente historiográfica. No en vano es el más invitado a seminarios, coloquios y debates. Su revisión de la Historia General de Chile, realiza­

da bajo criterios culturales y modernistas, constituye una notable superación de la vieja, terca y adusta historiografía conservadora. Podría ser, sin duda, un buen intelectual de Izquierda. Pero no lo es ni lo será jamás porque, cuando el

debate toca fondo, más allá de los artilugios escolásticos o estéticos de la discusión, entonces no tiene más que develar

su premisa fundamental: la historia no la hacen ni los po­ bres, ni los explotados, ni las masas, sino las elites (o la aris­

tocracia de algo). Es una lástima. Es precisamente por esta

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

premisa profunda por la que es necesario matricularlo en el

destacamento historiográfico de Derecha, que aquí se ha

descrito en rasgos generales.

3. El contexto sociológico actual de la Ciencia Histórica Universitaria Es evidente que, mientras mayor y más urgente ha sido

la demanda social por conocimientos históricos pertinentes,

más notorio (o grave) ha sido el descompromiso de la Histo­

ria Académica Tradicional con respecto a la coyuntura pre­ sente. Y más relieve alcanzan sus tensiones, rivalidades y pro­

blemas domésticos que han ocurrido y ocurren dentro del

ámbito institucional en que se encuentra inserta. La investigación científica debería —en principio—

regirse exclusivamente por la lógica de la investigación (me­ todología, sistematización de datos, informe, comunicación, debate, etc.) y por su responsabilidad social e histórica en

tanto actividad con sentido público. Podría decirse que un

investigador debería, óptimamente, actuar como un profe­ sional libre, ajeno a presiones que no fueren las inherentes

a su trabajo científico. De hecho, determinados tipos de investigación (aplicada y pragmática) operan hoy, aproxi­

madamente, en esos términos, como es el caso de las “con-

sultorías”. Con todo, tal libertad discurre estando los con­ sultores sujetos a la demanda, contrato y pago por parte de

clientes particulares. Por esta razón, los estudios e investiga­

ciones ‘consultoriales’ no salen del circuito cerrado propio de los contratos privados. En cambio, la investigación que

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Balance historiográfico chileno

se hace cargo de las demandas cognitivas de ‘la’ sociedad (o de una gran parte de ella) no puede, por su propia natura­ leza, enclaustrarse en circuitos cerrados, sino abiertos y

públicos. El cliente es, en este caso, toda la sociedad o una parte importante de ella. En virtud de esto, el científico social y el historiador, en tanto intelectuales públicos, han sido contratados por la sociedad para cumplir una función

estable y abierta, de donde resulta que su compromiso de

trabajo no se regula mediante contratos ‘por obra’ con clien­ tes privados (caso del consultor), sino por un contrato ins­

titucional estdAe que se rige por un ‘salario’, no por la venta

de un producto. Son, por tanto, empleados a sueldo den­

tro de un régimen institucional específico, sujetos a evalua­

ciones periódicas, bajo la dirección de jefes de servicio (di­ rectores, decanos, etc.), y enrielados dentro de una carrera académica y funcionaría, sobre la cual se agrega una infor­ mal y competitiva carrera de prestigio público48.

Es indudable que el contexto sociológico de la investiga­

ción institucionalizada incide de modo notable en la autopercepción (o identidad real) del historiador universitario, en la forma en que encara su línea de investigación, su res­

ponsabilidad social, su posición en los debates públicos, su perfil político e incluso en sus relaciones personales con otros académicos. Cabe caracterizar algunas de las situaciones que

constituyen ese contexto: a) De no tener un contrato por tiempo completo y un salario adecuado, el historiador necesita trabajar (dis­

48 Un mayor desarrollo de esto en G. Salazar, Los pobres, los intelectuales..., op.cít, también dej. J. Brunneret. al., Paradigmas de conocimiento ypráctica social en Chile, Santiago, FLACSO, 1993, sobre todo la “Introducción”.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

persándose) en varias universidades o instituciones aca­

démicas para redondear el ingreso que necesita. Esto se traduce —aparte del problema temporal que im­

plica la dispersión— en la aparición de una impor­ tante línea de conducta paralela a la de investigación, que puede ser dominante o subordinada, pero que en

todo caso está regida por intereses laborales, gremia­

les o sociales que, como se sabe, en tanto configuran una ‘campaña’ para buscar empleo o un mejor em­

pleo, conlleva la tendencia a relacionarse con aquellos grupos o instituciones que efectivamente pueden pro­

porcionar las oportunidades adecuadas, sin importar

decisivamente la línea de investigación u opción polí­

tica que esos grupos sostengan. Es obvio que esta lí­ nea paralela de conducta puede alcanzar grados com­ pulsivos tales que, de hecho, puede constituir un fac­

tor sociológico no-académico que interfiere, modifica, morigera o frustra su auténtica línea personal de inves­

tigación y orientación política (de haberla); b) La institución en la que se trabaja (universidad,

instituto profesional o colegio) suele tener a menudo una identidad teórica o política determinada, la que se

hace sentir al investigador, presionándolo, inhibién­ dolo (lo induce a no arriesgarse cultivando opciones

temáticas o epistemológicas que pueden ser cuestio­ nadas, para no perder el empleo) o bien despidiéndo­

lo, lo cual, sin duda, no sólo limita su libertad de investigación y su responsabilidad social, sino que la

puede hacer abortar. Las instituciones donde se reali­ za trabajo académico no son, en Chile, políticamente

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Balance historiográfico chileno

neutras. Puede incluso darse el caso de que, aunque sean neutras (caso, por ejemplo, de la Universidad de

Chile), dentro de ellas pueden constituirse ‘grupos de presión (o redes políticas), que tienden a actuar, o con nepotismo (o partidismo), o pasando a llevar al­ gunas reglas de convivencia, o impidiendo la libertad

de acción o el ascenso de los académicos que piensan distinto o no pertenecen a ese grupo, etc.; c) La lógica institucional —en términos del funciona­ miento administrativo y del proyecto funcional— puede convertirse en un hegemónico ‘fin en sí mis­

mo’, sobre todo si opera mecánicamente, o presiona­

da por problemas financieros. De aquí resulta la apa­ rición y expansión de una específica política intra-uni-

versitaria, que puede devenir (o no) en una lucha sor­ da por el poder (interno), en una fuente de prestigios

académicos’ de segunda naturaleza, y/o en una línea de desarrollo profesional paralela (también) a la línea propiamente científica. No son raros los académicos

que optan por embarcarse con dedicación casi exclu­ siva en la política intra-universitaria y en el escala­

miento de la jerarquía académico-administrativa, res­

tando un tiempo y una energía considerables a su tra­ bajo propiamente científico. Esta segunda línea para­

lela de acción académica puede ser, también, un fac­

tor de distracción o de bifurcación de la responsabili­

dad social e histórica del intelectual. No hay duda que la institución académica necesita, como todas, ser

administrada por personal idóneo; la cuestión es por

qué sus administradores tienen que ser los mismos

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SaDKZARV.

académicos (no debe confundirse, en todo caso, lo que

es la administración universitaria’, que es de natura­ leza puramente funcional, con lo que es el ‘gobierno

universitario’, que apunta a la vigilancia, precisamen­ te, de la responsabilidad social e histórica de la cien­ cia). El resultado de ello puede ser que una fracción

importante de la capacidad académica ‘instalada de la universidad quede ‘ociosa’, en tanto esté ocupada

en roles administrativos. Esto puede redundar en el

deterioro de los niveles de calidad y excelencia, en la permanencia dentro de la planta profesional de ‘in­

vestigadores’ que no investigan o investigan menos de lo que debieran, lo cual genera diversas tensiones in­

ternas que, en realidad, no son necesarias a nada, etc. d) La labor del historiador y de los científicos sociales está organizada en la mayor parte de las universidades

tradicionales como una carrera académica institucional

basada en una doble escala jerárquica (en dirección ascendente: licenciatura, maestría, doctorado, post­ doctorado, y luego: ayudante, instructor, profesor asis­

tente, profesor asociado, profesor titular, etc.) donde cada grado o escalón representa años de estudio e in­ vestigación, producción intelectual, docencia y pres­

tigio general logrado. En principio, esto hace justicia a la trayectoria efectiva de los académicos. En la prácti­ ca, aparte de esa justicia, esta ‘carrera’ induce en algu­

nos intelectuales la tendencia a entender los grados

como ‘derechos’ (y por tanto como ‘obligaciones’ para la institución) y no como expresión del peso académi­

co específico y real de su obra. Las expectativas que

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Balance historiográfico chileno

se despiertan al tener por delante una jerarquía dual pueden eventualmente transformarse en expectativas

por alcanzar un ‘mayor grado’ algo desmesuradas o

algo prematuras, y en la tendencia concomitante a ‘inflar’ el curriculum vitae (C.V., en adelante). La ‘in­

flación del C.V. es, sin duda, un ejercicio ingenuo y,

en cierto modo, legítimo en una sociedad competiti­

va. El problema es que de esa ingenuidad se despren­ de el afán de introducir en el C.V. una cantidad de entradas’ innecesarias y, a veces, inexistentes (lo que induce a las comisiones calificadoras a no confiar ple­

namente en este tipo de documentos) y también el

afán de asistir a todos los seminarios, publicar traba­

jos a como dé lugar, a debatir en ellos audazmente con razón o sin ella, a registrar todo lo que aumente el

puntaje en cualquiera evaluación (las veces que se es citado por otros autores, las invitaciones que se reci­

ben para asistir a lanzamientos de libros, eventos, se­ minarios, etc.). La gimnasia curricular da cuenta de

una ‘sicología académica, que termina manifestándo­ se como una tercera línea de acción ‘paralela a la de investigación, y en el modo más subjetivo de cómo la

competencia de mercado puede incidir en la autopercepción de identidad de los intelectuales;

e) Aparte de la carrera académica (funcionaría), el his­

toriador y el científico social universitario están en­ vueltos, en mayor o menor medida, en una carrera de

prestigio público. En este caso, el prestigio público con­ siste en participar en un gran número de eventos aca­

démicos y/o públicos; en trabajar en una universidad

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Historiografía chilena siglo XXL- Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

del Consejo de Rectores (ojalá en Santiago); en ser

citado favorablemente por diversos autores; en tener alguna presencia mediática; en tener un cierto núme­

ro de discípulos, adeptos y seguidores; en moverse en los medios académicos internacionales; en tener una

posición política conocida y respetada; en agruparse con otros intelectuales de prestigio; en haber recibido

algún reconocimiento público y oficial por su trayec­ toria, etc. Si la carrera académica institucional está —bien o mal— reglamentada, la carrera por el presti­

gio público no lo está de ningún modo, aunque puede haber consenso tácito acerca de en qué consiste. Pue­

de decirse, por tanto, que, aunque el prestigio real se

logra normalmente en base a la producción intelec­ tual efectivamente realizada, esto no excluye la posi­

bilidad de que en esta carrera se dé, sicológica y socio­ lógicamente, la competencia pura (o la lucha libre) y,

por tanto, la posibilidad de recurrir a todos los recur­ sos que sea necesario para alcanzar la cima*. Esto se ha

manifestado, entre otras situaciones, en torno al Pre­ mio Nacional de Historia. De cualquier modo, la competitividad que se da en este plano puede, eventual­

mente, engendrar resentimientos y rivalidades que in­

terfieren y, a veces, quiebran las relaciones de conver­ gencia y colaboración que se deberían dar entre gru­ pos de intelectuales que están compelidos a dar cuen­

ta de una misma responsabilidad social e histórica ante la sociedad. Esto incluye el problema, por cierto, de

que los que de hecho alcanzan el prestigio público (oficial o extra-oficialmente) pueden, también, en oca­

147

Balance historiográfico chileno

siones, incurrir en incómodas actitudes de individua­

lismo, elitismo o aislamiento, lo cual también dificul­ ta la consumación de los procesos de convergencia y

colaboración intelectual que reclama la sociedad; f) La universidad, como estructura institucional, tie­ ne su propia identidad global, su prestigio público y

su orden interno. En este sentido, tiene también his­ toria propia, con sus propios ritmos de desarrollo y

sus propios conflictos. El cuidado y la administración

de todo eso constituye una economía política de su­ pervivencia y desarrollo (que algunos llamarían, filo­ sóficamente, ethos universitario), la cual, en los he­ chos, actúa como un proceso o marco externo para la

investigación científica, tanto en los períodos de ‘esta­

bilidad* como en los de cambio’ institucionales. Cons­

tituye una cáscara’, con la cual las actividades de in­ vestigación no siempre pueden moverse sincopada y consonantemente. Esta arritmia, que puede ser ma­

yor o menor según la universidad de que se trate, sue­ le, sin embargo, determinar en la práctica el concepto

de ciencia que se practica en ella, acelerando, retar­ dando o distorsionando los cambios de esa práctica y, por tanto, el tiempo de vigencia de la misma. Las lla­

madas “revoluciones científicas” pueden (y debieran)

derivarse del curso histórico libre de las investigacio­ nes en marcha, pero pueden también estar determi­

nadas (aceleradas o frenadas) por la economía políti­ ca’ dominante en las universidades respectivas. Por

ejemplo, es un hecho conocido que durante los años 80 se vivió una significativa transformación epistemo­

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

lógica a nivel mundial, que, entre otras cosas, centra­ lizó la Historia Social, el estudio del presente, los

métodos orales y, por tanto, revolucionó la Ciencia Histórica tradicional49. Sin embargo, es un hecho co­ nocido también que la reforma de las universidades

no se está rigiendo por la revolución científica impli­ cada en dicha transformación, sino por criterios de la más cruda economía política’: se apunta a acortar los

estudios de pre-grado, eliminar las tesis y exámenes de licenciatura, inflar los post-grados, llamar a retiro a los académicos de más de 65 años, multiplicar los

contratos part-timey concentrar los recursos para la in­ vestigación en entidades externas a la universidad (que

operan como administradoras de la competencia cien­ tífica) y como un ejercicio de mercado separado del contrato académico propiamente tal, etc. Orientada la economía política universitaria en esta dirección, los

conceptos de ciencia que se aplican en el trabajo aca­

démico (sobre todo en el caso de la Historia) tienden a ser los mismos de hace un siglo atrás, pues la aten­

ción y la preocupación no están centradas en la actua­ lización de la ciencia, sino en la reducción de los cos­

tos financieros de la empresa universitaria. Lo cual tiene que ver también con el hecho de que la actualización

de la ciencia’ se ha entendido siempre en Chile, insti­ tucionalmente, como el esfuerzo mecánico (de bajo costo) por imitar y aplicar lo que se hace en las uni­

versidades norteamericanas o europeas, y no como un

49 Este punco se desarrollará más adelante.

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Balance historiográfico chileno

esfuerzo compartido por desarrollar el concepto de ciencia que Chile realmente necesita. A menudo la eco­ nomía política universitaria ha amparado una defini­

ción puramente normativa y conservadora de lo que

‘debe’ entenderse por ciencia. Esta misma ortodoxia, aplicada a cada ciencia y a cada departamento univer­ sitario, ha dividido la investigación social y humanís­

tica en asignaturas y escuelas, en chovinismos depar­ tamentales y, a menudo, en una absurda rivalidad o

guerrilla entre disciplinas que tienen, en el fondo, una misma función y una responsabilidad social compar­ tida. El nervioso chovinismo de los historiadores fren­ te a la Sociología u otras ciencias sociales, por ejem­ plo, es una consecuencia notoria de esto, lo mismo que la constitución mono-disciplinaria y unilateral de

las mallas curriculares y la formación por tanto in­

completa y deficitaria de los estudiantes de Historia. Los masivos y nómadas cursos de “formación general” no sustituyen las ventajas de una malla curricular es­

pecializada, pero solidaria con las otras ciencias; g) El peso propio de lo institucional se manifiesta tam­ bién como un fenómeno de entropía: la actividad cog-

nitiva tiende a girar hacia sí misma al interior del recin­ to universitario, enclaustrándose, y perdiendo, por tan­

to, su conexión orgánica con la comunidad en la que está inserta. La imagen de ‘claustro’ refleja bien el tipo

de ciencia (e Historia) que se practica, y que lleva a considerar el conocimiento como un producto defini­

tivo que no necesita ni acepta ser dialogado con la co­ munidad. Es como si la tarea de la universidad se redu­

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

jera a producir el dato’, y una vez producido, a dejarlo

en libre disposición para el que quiera usarlo, lo use y

consuma’ según el destino que él mismo quiera darle. Como si la responsabilidad y compromiso social de la ciencia llegara sólo hasta la publicación y divulgación del dato, y nada más. Esto tiene que ver, indudable­

mente, con el tema de la responsabilidad social de la que se habló más arriba. Las actividades denominadas

de “extensión” (que de hecho son de ‘divulgación’) no llenan plenamente las actividades que implicaría una

adecuada definición práctica de esa responsabilidad. La mayoría de los historiadores y científicos sociales asis­

ten a seminarios, jornadas y congresos de académicos

(dan puntos para su C.V.), donde, habitualmente, se leen los unos a los otros los respectivos informes de in­

vestigación (con escasa discusión concreta o de traba­ jo), se realizan contactos necesarios para la carrera aca­

démica y/o de prestigio, y se lleva a cabo una atractiva vida social. Pero muy pocos de ellos asisten a ‘eventos’

de reflexión y discusión no-académicos, de carácter político, gremial, barrial o comunal. Y de hacerlo, por

lo común se hace manteniendo en ese evento el rango académico (de hecho, casi siempre son invitados preci­

samente en función de ese rango), no para participar

paritaria y dialógicamente en un proceso de trabajo lo­ cal de reflexión en torno a problemas concretos. El re­ sultado de esta baja inserción en los procesos sociales e históricos reales es que gran parte de los libros y revistas que publica la universidad no tienen recepción en la

gran masa lectora, y algunos de ellos, incluso, ni siquie­

151

Balance historiográfico chileno

ra en la masa de estudiantes. En parte esto se debe,

también, a que las publicaciones académicas no tienen sistemas de distribución nacional, de modo que mu­ chos de esos textos quedan almacenados en los pasillos y oficinas del mismo Departamento que los editó, sin salida al público. Por esta misma razón, pueden darse

casos en que algunos C.V. contengan largas listas de publicaciones, donde pocas de ellas son efectivamente

leídas, conocidas e integradas en la reflexión social o

ciudadana.

La Historia universitaria, por tanto, no está totalmen­ te centrada en la investigación libre ni, por lo mismo, orien­

tada a cumplir con la máxima libertad y eficiencia la fun­

ción social e histórica que se espera de ella. Interfiere en ello, como se dijo, el sobrepeso del aspecto laboral y del aparato institucional, la competitividad lateral por las je­ rarquías y prestigios, la rigidez en los procesos de renova­

ción científica y la escasa integración orgánica con la comu­ nidad y los problemas de la coyuntura. A ello habría que

agregar que, con el advenimiento del modelo neoliberal, se

ha yuxtapuesto la mercantilización excesiva de los procesos de investigación y educación. Se ha introducido la compe­

titividad y la concursabilidad con lógicas de mercado (con­

troladas generalmente por instituciones externas a la uni­

versidad), pero sobre la base, a menudo, de incentivar la capacidad para elaborar C.V. ‘ganadores’, proyectos con­

vincentes y redes de relaciones influyentes, en desmedro de la ética de compromiso del intelectual consigo mismo y con la sociedad en la que vive. Es cierto que la calidad y la

eficiencia deben ser criterios centrales en la asignación de

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

recursos (son criterios propios de la economía política del trabajo intelectual), pero eso no debiera interferir ni susti­

tuir la ética profunda del auténtico trabajo científico. Y

aquélla no se desarrolla necesariamente potenciando la ca­

pacidad para competir, acumular puntos y dejar derrota­ dos en el camino a un cierto número de colegas. Con todo, es un hecho que la Historia universitaria,

en comparación al período anterior a 1973, ha experimen­

tado un desarrollo notable en cuanto a número de publica­ ciones, número de departamentos de Historia, número de

historiadores con estudios de post-grado, número de alum­ nos matriculados y número de eventos académicos por año. Se trata de un crecimiento cuantitativo que no puede cali­

ficarse sino como espectacular. Sin embargo, esto ocurre cuando en Chile se está leyendo menos que nunca (el año

2005 sobre 60% de los chilenos no leyó ningún libro), se está entendiendo menos que nunca lo que se lee (es el caso

del 45% de los chilenos) y cuando los libros están más caros que siempre. En tanto la producción historiográfica

es en un altísimo porcentaje una producción escrita, el enor­ me crecimiento cuantitativo de esta ciencia no tiene una llegada proporcional a la gran masa social, pues no tiene

—al momento— otros conductos que no sea aquél para llegar a ésa. De modo que aunque exista un mayor número

de historiadores de alta calidad (en el pasado se contaban con los dedos de la mano), no implica que la Historia aca­

démica esté realizando de mejor modo que en el pasado su función y responsabilidad sociales. Sus numerosas publica­

ciones, coloquios y debates, por tanto, pueden tener menos peso en la coyuntura actual que el que tuvieron los pocos

153

Balance historiográfico chileno

historiadores del siglo XIX (cuando la Historia era ‘la’ ciencia

social) y la producción historiográfica del siglo XX (cuan­ do los “ensayos históricos” y el materialismo histórico die­ ron bastante que hablar, aunque fueron menos influyentes

a final de cuentas que la producción teórica de las Ciencias Sociales). De ahí que algunas corrientes historiográficas,

aunque tienen mucho soporte y prestigio entre los mismos académicos, tienen escasa o ninguna repercusión en la masa

ciudadana y en el mundo popular (caso de las corrientes post-modernistas, por ejemplo) y en el mundo municipal o político.

A la Historia académica le pesa, algo en exceso, su institucionalización, y esto va en desmedro de su metabo­ lismo social e histórico efectivo con la sociedad chilena ac­

tual. Se trata de un sobrepeso que está recayendo, sobre todo, encima de los historiadores jóvenes que están entrando al

‘mercado universitario’ con más expectativas que siempre (una gran número de ellos ya llegó a la cima de la jerarquía

de los grados y postgrados, pero están comprimidos en los niveles bajos de la carrera académica y del prestigio públi­

co), pero con menos espacio disponible en lo inmediato para ellos. De esta compresión competitiva pueden derivar­ se diversos sentimientos (o resentimientos), divergentes es­

capes laterales, complejas situaciones síquicas y sociológi­

cas y, tal vez, no pocas seudo polémicas ‘intelectuales’. Lo cual, sin duda, afecta el desarrollo armónico de una ciencia

histórica con responsabilidad social.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

4. La revolución epistemológica de los 80 y el caso de la Historia Social Como resultado de la crisis mundial del modo de acu­ mulación fordista en 1982 y del abrupto advenimiento del modelo de acumulación neoliberal se produjo una signifi­ cativa transformación en los paradigmas cognitivos, deter­

minada, sobre todo, por el categórico descarte de las pro­ yectos históricos de mediano y largo plazo (crisis de la cate­

goría política del ‘sentido histórico’), de la planificación central, de las ideologías y de las teorías sociológicas expli­

cativas, de diagnóstico y pronóstico. Pese a su complejidad, esa transformación se la conoce por una expresión unilate­

ral: “crisis de los grandes relatos”50. Dando por sentado que los “grandes relatos” que trabajaban el ‘sentido de la histo­

ria’ antes de 1982 tuvieron un colapso irreversible, un cier­ to número de intelectuales chilenos han asumido en pleno

las expresiones intelectuales que no se preocupan del senti­ do de la historia, sino de la historia sin sentido, asumiendo

a este efecto la mayoría de las múltiples posturas “post­

modernistas” (análisis de discursos, semiología, seducción hermenéutica, gramática universal, manejo comunicativo

de imágenes y símbolos, micro-filosofía de la fragmenta­ ción, predominio de la estética, historia privada de la vida cotidiana, el lenguaje del cuerpo, etc.), dando por irreversi­ ble el colapso terminal, sobre todo, de las teorías del cambio social (tipo Raúl Prebisch), del materialismo histórico (tipo

50 Son claves en ese diagnóstico los libros de Jean F. Lyotard, La condición postmodema, Madrid, Cátedra, 1989, y de J. Baudrillard, La ilusión delfin. La huelga de los acontecimientos, Barcelona, Anagrama, 1993, entre otros.

155

Balance historiográfico chileno

Karl Marx) y de la educación popular (tipo Paulo Freire). Algunos de ellos han adoptado el impresionismo post-modernista como una suerte de fe estética (los post-modernos no

explican: describen y seducen), o como un modo de estar al

día en sus respectivas ciencias* (institucionales)51. El fenómeno, sin embargo, es más complejo que la oportunista adopción de un nuevo estilo intelectual*. Pues, si bien la crisis erosionó seriamente el más optimista de los

paradigmas académicos (el de las teorías vinculadas a la pla­

nificación central de los cambios estructurales) y también la clásica idea de que ‘la’ universidad pensaba el país y la

humanidad, no debe desconocerse el hecho de que, tras la

retirada de ese paradigma y de esa idea, al menos dos para­ digmas cognitivos adicionales entraron con fuerza apoderán­

dose de gran parte del espacio público: el consultorialy el de la cultura social, los cuales crecieron y se desarrollaron fuera

de la universidad y en paralelo, por tanto, al volátil para­ digma post-modernista (que requiere de lo institucional

para existir). El paradigma consultorial responde, en lo fundamen­ tal, a las necesidades y a la lógica del modelo neoliberal, pues está adaptado para responder a las demandas cognitivas de las agencias públicas y privadas que pagan (generosamente)

para obtener respuestas específicas a sus problemas específi­ cos; en lo esencial, para competir con ventaja y pleno éxito en

el mercado mundial. En este mercado, como se sabe, no com­

piten sólo empresas, sino también países, y dentro de éstos,

51 Han sido notablemente influyentes, en este sentido, los libros de Michel Foucault, La arqueología del saber, Madrid, Siglo XXI, 1991, y Las palabras y Lis cosas, Madrid, Siglo XXI, 1996.

156

Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

sus gobiernos, sus sistemas educacionales, su grado de go-

bernabilidad, su seguridad ciudadana, el nivel de expedición

de los trámites burocráticos, etc. Por tanto, toda agencia fun­

cional, pública o privada, toda empresa u organización debe

planificar hoy cuidadosamente sus pasos, su organización, sus costos, la eficiencia y productividad neta de sus acciones,

además de sus inversiones e imagen pública, todo lo cual

requiere de frecuentes y continuos estudios de apoyo técnico —ojalá externo—, de evaluaciones periódicas del impacto

en el mercado, y para realizar todo eso de un modo especia­ lizado están las consultoras y los consultores. La consultora

trabaja, pues, por encargo, investiga en función de esos en­ cargos (o “proyectos”) con la máxima rigurosidad (hace cien­

cia), y lo hace para una clientela que necesita moverse exito­

samente en el mercado económico, político, social, cultural, etc. De la seriedad de sus estudios e informes (es decir: de su capacidad para trabajar científicamente’) depende, además,

su propio prestigio, su capacidad para conformar clientelas de elite y su propio poder competitivo en las licitaciones y concursos propios del mercado “informático”. Se trata de un

paradigma, pues, que investiga los problemas estratégicos de todos los niveles del mercado (desde los que enfrentan las

compañías transnacionales y los bloques de Estados, hasta las locales empresas PYME, pasando por los inquietos muni­

cipios), lo que lleva a cabo con impecable rigurosidad profe­

sional, pero cuya producción cognitiva (informes de ciencia aplicada) no se entrega por la vía clásica de la docencia a los alumnos universitarios, ni a través de las editoriales a la masa

lectora, ni se debate en seminarios públicos y abiertos. Oca­ sionalmente, sus informes se filtran a la prensa (son ímpor-

157

Balance historiográfico chileno

cantes, por ejemplo, los comunicados de las consultoras in­

ternacionales que evalúan el grado de competitividad de los

países y de sus gobiernos que, ocasionalmente, publica El Mercurio). Y no está de más agregar que los ingresos medios del ‘consultor’ son muy superiores al salario medio del pro­ fesor universitario, que, además, se relaciona con agencias

influyentes y que su prestigio depende más de sus red de

relaciones y de su clientela que de algún laborioso C.V.

preparado en una oficina central (por ejemplo, en el edificio del World Trade Center, en Santiago) y, en lugar de discípu­ los, tiene clientes, socios, investigadores a sueldo, contactos y secretarias, y en lugar de libros, complejos sistemas computacionales y de comunicación. Es éste el paradigma cogni-

tivo que está desempeñando hoy un papel estratégico en la marcha del modelo neoliberal y de la globalización. Es el alma cognitiva del ancho, profundo pero difuso mundo (o

mercado) de la subcontratación, que órbita desde debajo en

torno a las agencias estatales y empresariales, configurando un área de poder informal que, a menudo, da lugar a nego­ ciaciones privadas de dudosa ética pública52. Ante este para­

digma, la corriente post-modemista (que sólo habita en las

universidades) aparenta ser sólo un paradigma lúdico, dis­ tractor y, por lo mismo, útil para encubrir de algún modo el

anchuroso ‘lado oscuro’ del modelo neoliberal. El segundo paradigma que entró con fuerza en la es­

cena pública en la década de los 80 es el de la ‘cultura social’, en particular, de los sectores populares. Desde el

52 Este problema está más desarrollado en G. Salazar, “Ricardo Lagos, 2000-2005: perfil histórico, trasfondo popular”, en Hugo Fazio et. al., Gobierno de Lagos, balance critico, Santiago, LOM, 2006, pp.71-100.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SaMZAR V.

momento en que la memoria social fue sobrecargada con

hechos y experiencias límites en un corto lapso de tiempo (1964-2000), se convirtió —gústase o no a los académi­

cos— en un altamente confiable ‘criterio de verdad’ (con mayor credibilidad que lo que ‘dicen los medios, la clase

política y la misma universidad). Y justo por ello, los ciu­

dadanos comunes y corrientes comenzaron a valorar cognitivamente más su experiencia, sus propios recuerdos, lo que

han visto que les ha ocurrido a sus vecinos y/o compañeros

y, sobre todo, su opinión y sus propias creaciones. El traba­ jo de las ONGs durante los años 80, el de la Educación

Popular desde entonces hasta ahora y, en alguna medida,

los ejercicios de participación ciudadana promovidos por los municipios y otras agencias del Gobierno, han fortale­ cido este paradigma, sacándolo de su tradicional relegación

y marginalidad53. La multiplicación y centralización de los

llamados “métodos cualitativos” (grupos de discusión, focus

groups, talleres, historia oral, técnicas de educación popu­ lar, etc.) ha contribuido también, no sólo a convertir la

memoria social (local, vecinal, comunal, etc.) en una insos­ layable categoría cognitiva, sino también a centralizar la

importancia histórica y política de la oralidad y la creación

multicultural. La juventud popular, en especial, desarrolla sus identidades al interior de prácticas culturales en las que

53 Ha sido un crecimiento infeccioso de lo que Michel Foucault llamó “el saber marginal”. El tema está más desarrollado en G. Salazar: “Las avenidas del espacio público...”, en loe. cit., y en Los pobres, los intelectuales..., op.cit. Es de sumo interés el artículo de M.Hopenhayn, “El humanismo crítico como campo de saberes sociales en Chile”, en J.J.Brunner et, al., Paradigmas de conocimiento..., op.cit., pp.203-277.

159

Balance historiográfico chileno

se integran todos esos rasgos54. No es, sin duda, un para­

digma con las formalidades técnicas e institucionales carac­ terísticas del académico o del consultorial (que se ciñen de

algún modo al viejo concepto neokantiano de ciencia y al

weberiano de burocracia), sino uno sui generis, que se nutre con las informalidades propias de la espontaneidad social,

la acción grupal, la cultura identitaria de los sujetos, las certezas que impone la misma (invasora) realidad en la que

se vive, la memoria del pasado reciente (la Dictadura) y del presente (el Mercado) y, sobre todo, la realidad que efectiva­

mente construyen los mismos sujetos (que a menudo no es más ni menos que su propia cultura identitaria y contestataria). La

sinergia social de este paradigma es suficientemente evidente

para sus actores, al grado que la cultura formal (occidental y neoliberal) que les ofrece el modelo y el sistema formal de educación, carece a menudo para ellos de suficiente atractivo

(debe buscarse también por aquí el nivel de fracaso escolar en las pruebas SIMCE y PSU). En este ámbito cognitivo reina la

interacción, la intersubjetividad y la auto educación (el saber

social se vuelca en acciones, y éstas, según resulten, retroalimentan el circuito cognitivo), lo que constituye una legitimi­ dad viva que se valida a sí misma, independientemente de los

resultados históricos concretos que sea capaz de producir (has­ ta ahora) y de su más bien pobre superestructura’ institucio­

nal. Podría decirse que es el paradigma cognitivo de un movi­ miento social en formación y desarrollo.

54 Ver de R. Zarzuri & R. Ganter, Culturasjuveniles: narrativas minoritarias y estéticas del descontento, Santiago, UCCSH, 2002, y R. Zarzuri & R. Ganter, Jóvenes: la diferencia como consigna. Ensayos sobre la diversidad cultu­ raljuvenil, Santiago, CESC, 2005.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

Si el paradigma consultorial se ha extendido por todo

el mundo dondequiera que haya empresas y agencias com­

pitiendo en una lid que es sólo para “vencedores”, el de la cultura social (que es a la vez el paradigma cognitivo de “los perdedores”) se ha extendido también por todo el mundo,

dondequiera que haya movimientos populares construyen­ do a pulso su propio proyecto histórico, en contraposición

al sistema dominante. Las “cumbres sociales” son, al día de hoy, un movimiento mundial (globalizado también) que

se nutre de este paradigma más que de cualquier otro55. Ha sido en relación directa con esta revolución episte­

mológica y la aparición del paradigma cultural de perde­ dores que la Historia Social ha encontrado su ‘oportuni­ dad’ coyuntura! y su ámbito principal de proyección cien­

tífica. La Historia Social académica no forma parte orgánica

de ese paradigma; sin embargo, por el hecho de tener codimensionalidad con él (la memoria, el sujeto social y la historicidad del presente), puede operar como una disci­

plina colaboradora (en conjunto con las otras disciplinas que realizan trabajo social). En todo caso, es la disciplina académica que más necesita tejer relaciones metabólicas con

los movimientos sociales y de ciudadanos que se rigen por el paradigma cultural y la historicidad presente-futuro. No sólo en razón de la dicha co-dimensionalidad, sino tam­

bién por el imperativo de su responsabilidad social e histó­ rica, que, como se dijo, configura una ética y una sociología

cognitiva distintas a las de la competencia. En Chile, la Historia Social, aunque nació de la pre­ 55 A este respecto, Naomi Klein, No Space, No Chotee, No Jobs, No Logo. TakingAim at the BrandBullies, London, Flamingo, 2000.

161

Balance historiográfico chileno

ocupación de los historiadores marxistas por el desarrollo

del movimiento obrero, y de la de algunos historiadores universitarios por la institucionalidad que rodeó a ciertos

actores populares del período colonial (Mario Góngora y Alvaro Jara, por ejemplo), sólo en la década de 1980 tendió a definir un perfil propio, trabajando fundamentalmente fuera de la institucionalidad universitaria oficial56. Con

posterioridad se instaló también en el establishment univer­

sitario, logrando cierto nivel de reconocimiento. Puede de­

cirse que el grupo de historiadores que refundó esta disci­ plina en los años 80 constituyó una primera generación de

un movimiento intelectual que, sin duda, se mueve en rit­ mos de mediano y largo plazo. Actualmente está en desa­

rrollo una segunda generación (del 2000, podría decirse) y

se percibe la emergencia de una tercera (probablemente

para el Bicentenario). Su consolidación como disciplina reconocida formal e informalmente es ya un hecho consu­

mado. El problema que enfrenta hoy, entre otros, es hacer un balance profundo de lo realizado hasta ahora, evaluar con qué impacto social efectivo lo ha realizado y, sobre todo,

plantear cuáles son las tareas mayores que debe enfrentar hoy y a futuro en términos de su responsabilidad social e

histórica. Por sus características, los cultores de esta disci­

56 Ver artículo citado del profesor Julio Pinto Vallejos. También de María Angélica Illanes, “La historiografía popular: una epistemología de mujer. Chile, década de 1980”, en Solar (eds.), Estudios Latinoamericanos, Santiago, Imp. Universitaria, 1994; Miguel Valderrama, “Renovación socialista y reno­ vación historiográfica”, en Documento de Trabajo N° 5, Santiago, U. de Chile, Facultad de Cs. Sociales, PREDES, 2001, y de Luis G. de Mussy, “Historio­ grafías comparadas. El ‘total cero’ de la historiografía chilena actual” en, Exploración y proceso, London, King’s College, Biblioteca de Valencia, 2007.

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Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

plina (y del compromiso respectivo) deben asumir su desa­

rrollo, virtualmente, como un proyecto académico, pero

con una fuerte y creciente connotación social y política y, por tanto, también histórica. Pues, a final de cuentas, es

una actividad de ciudadanos.

No hay duda que la generación refundadora (de los 80) logró llenar varios vacíos existentes en la Ciencia Histó­ rica chilena (análisis social y cultural del movimiento po­ pular, relevamiento de grupos marginales, desarrollo de la

historia local y poblacional, centralización de la categoría

de movimiento social y ciudadano, examen ‘desde abajo’ de la política nacional, historia de la mujer y los niños, de

los pueblos indígenas, etc.), iniciando al mismo tiempo la conexión directa de la disciplina con los procesos locales de desarrollo social (a través de la Educación Popular, princi­ palmente) y la participación activa en el debate nacional

son los únicos historiadores que debaten en público con el ‘destacamento’ historiográfico de la Derecha chilena y los

que, en coyunturas críticas, han salido a la luz pública con

significativos Manifiestos de Historiadores. El hecho de que la disciplina se haya integrado en las mallas curriculares de la mayoría de los Departamentos de Historia en las univer­

sidades chilenas es, también, un logro atribuible a la pri­

mera generación. Sin embargo, pese a la existencia de un

‘grupo de iniciativa que promueve la divulgación de ‘ma­ nifiestos’, no ha logrado alcanzar plena homogeneidad con­ sigo mismo (¿es necesario alcanzarla?), ni converger en un

mismo discurso propositivo (de responsabilidad social) para enfrentar de modo sistemático al poderoso ‘bloque intelec­ tual’ de Centro-Derecha, ni proponer a los actores sociales

163

Balance historiográfico chileno

y populares al menos un bosquejo de proyecto histórico-

político alternativo, ni construir un referente institucional del tipo y peso de los tanques pensantes de la Derecha (Paz

Ciudadana, Libertad y Desarrollo, Centro de Estudios Pú­ blicos, etc.)57. La falta de logros en estos aspectos ha sido

planteada y discutida, en parte, por los historiadores jóve­ nes de la segunda y tercera generaciones58. Con todo, existe conciencia de que la vida e historia

de esta disciplina no concluye ni culmina con el reconoci­ miento público que ha alcanzado. Que, por lo mismo, debe desarrollar una segunda etapa, más próxima al cumplimien­ to de su responsabilidad social e histórica que a la mera

mantención de los nichos y prestigios alcanzados dentro y en torno a la institucionalidad universitaria. Sin duda, hay

personal de sobra (sobre todo de recambio), y también ca­ pacidad y oportunidad para desarrollar esa segunda etapa. Lo que no hay es claridad acerca de cómo seguir, esta vez

caminando por senderos más comunitarios y con mayor definición política (no sólo académica), y recabando y or­

ganizando los recursos necesarios (institucionales y no insti­ tucionales, universitarios y de otro tipo) para realizar una acción socio-cultural más continua, incisiva y de mayor inci­

dencia orgánica en la formación y desarrollo del movimien­ 57 El esfuerzo por montar una Escuela de Historia orientada en esta línea (en la Universidad ARCIS) y que concentrara a los historiadores y científi­ cos sociales afines a ella, pese al éxito alcanzado en sus primeros años (2001-2006), concluyó en dispersión en el 2006, debido a las viejas contra­ dicciones de la Izquierda tradicional que estallaron dentro de esa universi­ dad. 58 Sobre todo en los tres masivos seminarios nacionales de Historia Social organizados por los estudiantes de Historia de la Universidad de Chile desde 2004.

164

Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

to social de alternativa. Se tiene acceso natural y ocasional a

tribunas importantes (revistas, diarios, TV, eventos comu­ nitarios y públicos, etc.), pero no se cuenta con ‘medios’

propios ni con una identidad clara de referencia para los interesados en la historicidad del presente. ¿Es necesario moverse con medios propios? Es una materia a discutir y

decidir59. De cualquier modo, la Historia Social va a conti­ nuar siendo uno de los principales actores ‘científicos’ en condición de oponerse al ‘bloque intelectual’ oficialista, y

de colaborar históricamente (en teoría y en los hechos) con

los proyectos que se fraguan al interior del movimiento popular, tanto más si, por de pronto, no hay partidos polí­

ticos realmente populares y de Izquierda que colaboren tam­

bién en ello. Cabe ahora, para terminar, exponer (a modo de decálo­

go) las prácticas cognitivas que caracterizan esta disciplina: a) Centraliza el presente de los sujetos sociales y su proyec­

ción a futuro como eje central de su epistemología y

hermenéutica históricas, sin perjuicio de estudiar el pasado en términos de su continuidad con el presente;

b) Dada la complejidad de las coyunturas del presen­ te, debe examinar todas las variables en juego y, por

59 Es notoria y a la vez lamentable la ausencia de centros y redes asociativas que concentren la producción cultural e intelectual de la masa popular y ciudadana, que permitan entrar en debate público y abierto con la podero­ sa ‘alianza intelectual’ (tácita) de la Derecha y la Concertación, generar amplios y masivos procesos auto-educativos y promover un proyecto histó­ rico y político alternativo al modelo neoliberal. Se requiere montar, al menos, uno o varios ‘campamentos’ de reflexión y producción cognitiva alternativa y reconocible para la ciudadanía. Y se requiere intentar de nuevo la construcción de, al menos, un nuevo nicho universitario’ propio para organizar acciones historiográficas de interés social.

165

Balance historiográfico chileno

tanto, utilizar todos los métodos a su alcance para dar

cuenta de la globalidad del fenómeno que se estudia (y sobre el cual se actúa), razón por la cual necesita trabajar asociadamente con otras ciencias, en una re­ lación de colaboración interdisciplinaria-,

c) Constituye sus datos básicos no sólo a partir de la

documentación escrita conservada en archivos públi­

cos, sino también a partir de la memoria viva latente en los sujetos vivos de carne y hueso, y de sus flujos

orales; d) Tiende a situarse —como expresión de su respon­

sabilidad social e histórica— en el lugar y la perspecti­ va de los perdedores, dado que éstos necesitan construir

futuro con mucha más legitimidad y urgencia que los vencedores, a efectos de desenvolver plenamente su condición de seres humanos viviendo en una sociedad

moderna; e) Entiende el conocimiento válido no sólo como las

conclusiones de una investigación académica, sino tam­ bién como una cultura socialmente construida para

modelar la identidad y la acción histórica, la que nor­ malmente desarrollan los perdedores en función de

su ineludible tarea de humanización; f) Se realiza no sólo en la producción de una historio­

grafía escrita, sino también como un flujo de intercam­ bios orales entre los actores con los que se compromete

y también con los que no se compromete, pues es a

partir de ese flujo que la mayor parte de los actores produce socialmente los hechos históricos relevantes;

g) Su objetivo no es tanto publicar verdades narrati­

166

Historiografía chilena siglo XXI: Transformación, RESPONSABILIDAD, PROYECCIÓN/ GABRIEL SALAZAR V.

vas o explicativas, sino, más bien, colaborar en la cons­

trucción de un poder social y cultural (popular o ciuda­ dano) con la capacidad necesaria no sólo para desha­

cerse del modelo de sociedad que domina, sino tam­

bién para proponer otro modelo, y además para insta­ larlo (o sea: para construir su propia verdad histórica);

h) Sus métodos no apuntan sólo a producir certezas científicas o teóricas de tipo general, sino más bien capacidades (o poderes) específicas para construir, de

hecho la realidad que se quiere; en este sentido, todos sus métodos tienden a ser, respecto a los actores de

referencia, auto-educativos', i) No es la ética de la competencia o del objetivismo puro la que preside su responsabilidad social e histó­

rica, sino la ética de la inter-subjetivación solidaria, por­ que dialoga con los actores que ‘estudia*, comparte con ellos el proceso de investigación y de acción, y

apunta a la construcción de una comunidad humana plenamente integrada; j) Se asume, como tal, formando parte estratégica del

paradigma cognitivo de la 'cultura social’, aunque puede habitar institucionalmente el paradigma universitario, y entrar en debate ocasional con el paradigma consultorial; lo que implica participar desde diversos planos

en los procesos abiertos de la historicidad popular.

167

¿Hay un

texto en la historiografía?

Miguel Valderrama Universidad ARCIS

Atendiendo al modo de producción de los discursos

sociales, y al hilo sin fin de sus determinaciones, cabría

interrogar el lugar que ocupan las escrituras postraumáticas de la historia en la economía nacional de los discursos críti­ cos. Y, de un modo más preciso, cabría interrogar la voz que estas escrituras articulan al interior de lo que genérica­

mente se ha dado en llamar la querella de la crítica y de la

representación histórica. Pues, como bien es sabido, es en

torno a esta querella, y al sinnúmero de cuestiones que en ella se agitan, que ha girado gran parte del debate intelec­

tual en las últimas décadas. Debate que se ha desarrollado principalmente a partir de una interrogación mayor por los

límites de la representación histórica y por la propia posi­ bilidad de la actividad crítica. Así, y desde ya hace algunos

anos, expresiones como escritura , critica y representa­

ción” constituyen términos claves de un vocabulario que

organiza y jerarquiza los léxicos de las ciencias sociales y las artes en Chile. Es a partir de estas expresiones, como bien

señala Nelly Richard, que se ha planteado una tensión en­

tre saberes irregulares y saberes regulares, entre bordes de 169

Balance historiográfico chileno

experimentación y fuerzas de demostración, entre desbor­ des de géneros y contenciones disciplinarias1.

La tensión que Nelly Richard observa entre saberes re­ gulares y saberes irregulares, entre la cita académica y sus otros, puede ser presentada, de igual manera, como un cam­

po de fuerzas que estructura cada una de las formaciones de

saber señaladas en el espacio de inscripción metafórico de las

instituciones y sus márgenes. Y, de un modo más amplio,

puede advertirse, incluso, que este campo de fuerzas prefi­ gura el texto crítico que las escrituras postraumáticas de la

historia elaboran durante los últimos años de la dictadura y los primeros años de la postdictadura. Texto heterogéneo,

abierto, múltiple, que obliga a leer la producción de estas escrituras bajo la autoridad de la sentencia “no hay nada fue­

ra del texto” (II ríy a pas de hors-texte)1. La frase en cuestión, contra lo que podría pensarse, advierte de la inexistencia de un extra-texto absoluto capaz de organizar el proceso de sig­

nificación en una totalidad de sentido. Las referencias a la

historia, la cultura, la política o la economía, por nombrar sólo cuatro contextos maestros de significación comunes al análisis historiográfico, quedan aquí suspendidas en la trama

de indicios de una lectura que refiere interminablemente la

escritura a algo distinto de sí misma, a la monstruosidad sin medida de una referencia que asedia y desestabiliza el parasi­

tismo de toda escritura y actividad crítica.1 2

1 Nelly Richard, “Saberes clasificados y desordenes culturales”, W. AA., Crisis de los saberesy espacio universitario en el debate contemporáneo, Santiago, Universidad ARCIS/LOM, 1995, pp. 26-34. 2 Jacques Derrida, “...Ce dangereux supplément...”, en De lagrammatologie, París, Minuit, 1967, p. 227.

170

¿Hay un texto en la historiografía?/ Miguel Valderrama

“No hay nada fuera del texto”. La reiteración de la

frase de Jacques Derrida tiene por objeto desarrollar una pregunta y una insistencia necesaria sobre los límites y po­

sibilidades del acto crítico. Pues, es únicamente a partir de esta interrogación que puede comenzar a examinarse con

algún detenimiento las relaciones entre texto y contexto en

el arte, la literatura y la historiografía nacional. Es más,

siempre se podría insistir, a propósito de los debates en curso sobre el golpe y la Escena de Avanzada, que es preci­

samente la relación entre crítica e historia la que demanda hoy mayor atención y análisis. Al menos, eso se podría afir­

mar del riesgo y la aventura de una tarea que reclamara

para sí el desafío de desestabilizar el juego de intercambios que organiza las relaciones entre crítica e historia, entre texto

y contexto, entre obra e inscripción. Quizás, por ello, esta

tarea no tendría hoy otro deber que el de pensar esa zona

intermedia donde la historia (no) es (más que) su propia

representación y la crítica (no) es (más que) una metáfora del acto de lectura. Dicho en otras palabras, texto y contexto, crítica e

historia, constituyen índices de referencia sinonímica de

un pensamiento que es imperioso revisar urgentemente. Y ello al menos por dos razones. La primera razón, y tal vez la más estructural, atiende a los propios problemas derivados

de la inscripción de toda obra o texto en una superficie o

contexto de época. Es necesario discutir con algún deteni­ miento aquella suposición que observa que el arte, la litera­ tura y la historiografía son la expresión o el reflejo de una

“realidad dada”, el simple resultado de condicionantes so­ ciales e históricas. Y es necesario discutir este supuesto por

171

Balance historiográfico chileno

la creencia previa que subyace al conjunto de sus operacio­

nes epistemológicas. A saber, la creencia de que es posible distinguir entre la realidad y las diversas formas de su ma­ nifestación. Es justamente esta creencia en la conmensura­

bilidad de diferentes representaciones sociales la que ha hecho posible tratar a la historia, la literatura y el arte como formas narrativas que pueden ser individualmente aprecia­ das como contribuciones parciales al conocimiento de la

realidad social. La supervivencia de esta creencia ha impe­ dido avanzar en una interrogación más detenida y atenta

de los presupuestos que subyacen a una concepción suple­

mentaria o accesoria del texto histórico, en cuyo seno el texto se presenta como una entidad poseedora de una soli­ dez y una concreción indiscutidas.

La segunda razón que obliga a revisar las dependen­

cias y correspondencias entre texto y contexto, entre crítica e historia, entre obra e inscripción, es fundamentalmente historiográfica. Quizás pertenezca a Pablo Oyarzún el mé­

rito de haberla enunciado bajo la forma de una pista de investigación. La intuición busca ser iluminadora, indica­ tiva de una cierta identidad de conocimiento. En su for­

mulación más general, constituye una proposición narrati­ va que organiza la historia de las artes visuales en Chile. Proposición delicada, es cierto, siempre sometida a opera­

ciones de transformación y desdibujamiento. Y, sin embar­ go, en tanto principio de inteligibilidad de las obras, en

tanto contexto maestro de inscripción de su presentación y precedencia, esta proposición tiene la estabilidad de una

sentencia, la naturalidad soberana de un estado del arte. La proposición es simple, y puede ser resumida a través de la

172

¿Hay un texto en la historiografía?/ Miguel Valderrama

siguiente declaración: La evolución del arte en Chile, desde

fines de los años cincuenta del siglo pasado, puede ser des­ crita como una serie de modernizaciones3. Introducida como una hipótesis de trabajo, la proposición modula un princi­

pio de lectura de las obras y las vanguardias. Así enunciada, constituye un contexto de significación maestro que en­

marca y remarca la historia de la producción de un campo. En otras palabras, la modernización deviene aquí metalen-

guaje de las artes visuales, significado último al cual remitir

todos los significados presentes en las obras.

Ahora bien, qué sucede cuando este principio de signi­ ficación se aplica a la lectura del arte, la historia y la literatu­

ra. Qué sucede cuando se intenta leer las escrituras postrau­ máticas que surgen en dictadura bajo la enseña de este con­ texto mayor. ¿Es posible, acaso, representar las rupturas lle­

vadas a cabo en la historiografía, la literatura y las artes

visuales del período, como consumaciones póstumas de la voluntad de ruptura del golpe de Estado de 1973?4. Y más allá, en el borde, ¿cómo interpretar esta sentencia cuando la

propia diferencia entre texto y contexto hoy se ha proble-

matizado al punto de volverse “indecidible”?5. 3 “La evolución del arte en Chile, desde fines de los 50, puede ser descrita como una serie de modernizaciones”. Esta hipótesis sustenta un influyente informe que Pablo Oyarzún elaboró a fines de los años ochenta sobre la producción de las artes visuales en Chile. Al respecto, Pablo Oyarzún, “Arte en Chile de veinte, treinta años”, Georgia Series on Hispanic Thought, N° 2225, University of Georgia, 1988, pp. 291-324. 4 Willy Thayer, “El golpe como consumación de la vanguardia”, Extremoccidente, N° 2, Universidad ARCIS, Santiago, 2003, pp. 54-58. 5 Hayden White, “The Context in the Text: Method and Ideology in Intellectual History”, The Contení of the Form. Narraríve Discourse and Historical Representarían, Baltimore, The Johns Hopkins University Press,

1990, p. 186.

173

Balance historiográfico chileno

Responder a estas preguntas, comenzar a interrogar y

a interrogarse a propósito de ellas, es comenzar a examinar la relación entre texto y contexto en la historiografía nacio­

nal. Es, de otro modo, comenzar a pensar la genealogía estructurada de los conceptos de la disciplina, de la manera más fiel, más interior, pero al mismo tiempo, más exterior,

más extraña e incalificable a ella.

En síntesis, y para conjugar una metáfora pictórica, responder a estas preguntas es ensayar una escritura de lo

parergonal, de lo que no está ni afuera ni adentro, y que se

organiza como relación indecidible con el lugar, con el lí­ mite y la ilimitación, con lo propio y lo impropio, con el margen y el centro. Quizás por esta razón, por la fidelidad a una escritura

de lo parergonal, convendría aquí señalar de una vez aque­ llo que constituye el marco de la problemática esbozada, el cuadro dentro del cual se dibujan y exponen los problemas

principales de la crítica y la historia. Y para hacerlo, para señalar ese marco, para delimitar los efectos de realidad que

en su espacio se recrean, nada mejor que concentrar la aten­

ción precisamente en el marco, en aquello que en la opera­ ción historiográfica constituye un decorado, el ornamento

mismo de la investigación histórica. Es decir, aquello que no pertenece intrínsecamente a la representación del obje­

to sino solamente como un agregado exterior, como un adorno, y cuyo fin último no es otro que el de aumentar el

placer de la lectura. En el orden del saber de la tradición historiográfica moderna, este agregado exterior es la escri­

tura, y más ampliamente el texto. Ahora bien, y en atención a la doble estructura parer-

174

¿Hay un texto en la historiografía?/ Miguel Valderrama

gonal de la problemática del marco, habría que advertir que un texto se define tanto por aquello que incluye dentro

del campo de su representación, como por aquello que ex­ cluye de ese mismo campo. Por esta razón, habría que ob­ servar igualmente que toda discusión sobre el marco en his­

toriografía debe necesariamente organizarse a partir de una

discusión mayor sobre el texto y la representación historia­

dora, y más ampliamente aún sobre las relaciones existen­ tes entre representación pictórica y representación históri­

ca. Al menos, eso parecería reclamar hoy todo análisis que atendiera a la doble problemática del marco en el texto

historiográfico. Genéricamente, se trataría de aprehender no sólo los esfuerzos que en la actualidad se realizan por

establecer la naturaleza del texto histórico, por fijar sus lí­ mites y propiedades, sino que, además, se trataría de adver­

tir las marcas y remarcas que organizan el espacio semiótico de la representación historiadora, las fuerzas que en su seno

conforman un determinado régimen de visibilidad y de

enunciación histórica. Pues, es en el cruce de texto y repre­ sentación donde se hace visible en toda su complejidad la

problemática del marco en historiografía, es ahí precisa­ mente donde la pregunta por aquello que atañe intrínseca­

mente al valor de la narración historiadora y aquello que sigue siendo exterior a ese valor inmanente se plantea más seriamente. Esta exigencia de distinción, de un saber de qué se habla, presupone un discurso sobre el límite entre el

adentro y el afuera de la representación historiadora, pre­ supone en otras palabras un discurso sobre la diferencia entre historia e historiografía, y sobre las relaciones y deter­

minaciones que organizan aquello que es interior a la ínves-

175

Balance historiográfico chileno

tigación histórica y aquello que es exterior a ella. Buscando establecer el juego de determinaciones a que

da lugar la pregunta por el marco en historiografía, podría observarse con Meyer Schapiro que si en pintura elementos

no miméticos como la forma rectangular y el marco cum­ plen una función fundamental al organizar el espacio semió-

tico de la representación pictórica6, en historiografía el lugar de esta función no mimética de organización del espacio se-

miótico de la representación historiadora parecen ocuparlo la escritura y el texto histórico. Al igual que el marco y la

forma rectangular han sido en pintura tradicionalmente con­ siderados elementos exteriores a la obra, formas que no afec­

tan el contenido de la misma, en historiografía se ha tendido a considerar predominantemente a la escritura y al texto his­

tórico como componentes secundarios de la representación historiadora, suplementos o paramentos necesarios pero ac­

cesorios a la producción de la misma. Elementos fuera de-la-

obra, para ser más precisos, y que apelando a la autoridad de la lengua griega pueden ser nombrados con la voz parergon.

Vocablo que designa todos aquellos elementos que no sólo se

ubican al lado, al borde, junto o contra la obra

sino

que además no siendo interiores al trabajo de la obra, coope­ ran con ella desde cierto afuera, que no es propiamente ha­ blando ni simplemente afuera, ni simplemente adentro7.

Parergon, en otras palabras, no es sencillamente aquel ele­ 6 Meyer Schapiro, “On Some Problems in the Semiótica of Visual Art: Field and Vehicle in Image-Signs”, Theory andPhilosophy ofArt: Style, Artist, andSociety, London, George Braziller, 1998, pp. 1-32. 7 Por supuesto, para toda la problemática del marco, del parergon y del suplemento, tal y como ella es aquí elaborada, véase, Jacques Derrida, La véritéenpeinture, París, Flammarion, 1978: “Le parergon”. La bibliografía

176

¿Hay un texto en la historiografía?/ Miguel Valderrama

mentó excedente, accesorio o externo a la obra, sino aquel

elemento que compartiendo estas propiedades excedentarias comparte, además, con la obra un vínculo estructural inter­

no que lo une a la falta que hace obra en el interior de la obra.

Sin esta falta, ha observado Jacques Derrida, el ergon no ne­ cesitaría parergon. Ahora bien, si en pintura el marco es una

forma que tiene por determinación tradicional no destacarse sino desaparecer en el instante en que la representación pic­

tórica se expone a la mirada del espectador, en historiografía

igualmente la escritura y el texto tienen por misión principal ocultarse o retraerse en el momento mismo en que la repre­ sentación historiadora entra en escena. Si lo que esta dentro

del marco refleja realmente lo que está afuera, entonces, en realidad no hay ningún marco, y si lo que se representa en el texto histórico corresponde a la realidad del pasado, enton­

ces, propiamente hablando, no hay ningún texto. Única­ mente la presunción de que el contenido de la obra o el

contenido del texto derivan del mundo de afuera en la forma de una correspondencia uno a uno, hace posible pensar que el marco es tan sólo un marco, y el texto es tan sólo un texto,

es decir, estructuras insustanciales que se desvanecen en la insignificancia para permitir que tenga lugar un comercio

automático entre el adentro y el afuera de la representación

pictórica o de la representación historiadora.

Intentando cuestionar los derechos que esta presun­ sobre el marco en pintura es ya extensa, remito aquí a dos obras que considero fundamentales: Victor Stoichita, La invención del cuadro. Arte, artífices y artificios en los orígenes de la pintura europea, trad. Anna María Coderch, Barcelona, Ediciones del Serbal, 2000; y Hans Belting, Image et cuite. Une histoire de l’image avant l’époque de l’art, trad. Frank Muller, Paris, Les Éditions du Cerf, 1998.

177

Balance historiográfico chileno

ción tiene al interior de la epistemología historiográfica, Hayden White ha observado que se debe reconocer el “he­ cho innegable de que los discursos inconfundiblemente históricos dan lugar a interpretaciones típicamente narrati­ vas de sus temas de estudio. La traducción de estos discur­ sos en una forma escrita produce un objeto distintivo, el

texto historiográfico”8. El problema principal que se pre­ senta así a cualquier epistemología de la investigación his­

tórica, no es tanto el de afirmar o rechazar la posibilidad o imposibilidad de una aproximación científica al estudio del

pasado, como el de explicar el creciente interés que el texto

histórico tiene en los análisis metahistoriográficos de la dis­ ciplina. Hay aquí, podría decirse, un problema con el mar­

co de la representación historiadora. Pues, si el marco en pintura se destaca a la vez de la obra y del medio, lo hace

sólo para fundirse de nuevo con aquello que abre y cierra el espacio de la representación, con los dos fondos que son

siempre la obra y el fuera de obra. En historiografía, de

igual manera, aun cuando se debe cuidar de no quitarle a la ciencia su “parte de poesía”, el “trabajo serio” sólo comienza

una vez que el texto y la escritura se destacan para desapa­

recer inmediatamente en la exposición verdadera de los acon­ tecimientos pasados9. La atención cada vez mayor que el 8 Hayden White, “Literary Theory and Histórica! Writing”, Figural Realism. Studies in the Mimesis Effect, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1999, pp. 1-26 [ref. cit. p. 3]. 9 Las frases entrecomilladas pertenecen, por lo demás, al excelente ensayo de Mate Bloch sobre el oficio’ historiográfico. Escrito en la clandestinidad, durante los años del régimen de Vichy, este texto-testamento constituyó, sin duda, una de las más influyentes introducciones teórico-metodológicas a la disciplina histórica durante el siglo XX. Al respecto, Marc Bloch, Apologie pour l’histoire ou métier ¿'historien, Paris, A. Colin, 1960: “Introduction”.

178

¿Hay un texto en la historiografía?/ Miguel Valderrama

texto histórico tiene en la reflexión historiográfica viene, de este modo, a cuestionar el conjunto de certezas epistemo­

lógicas que organizan la problemática de la representación historiadora, el discurso sobre el límite del que esta proble­ mática es parasitaria. En este sentido, no sería errado afir­

mar que la crisis de la epistemología de la historia es ante todo una crisis del discurso sobre el marco en la disciplina, sobre aquello que es interior y exterior a la representación

histórica, necesario o accidental a su conocimiento. Así definido entonces, el problema principal de la re­

presentación historiadora no es otro que saber distinguir lo

intrínseco de lo extrínseco, lo esencial de lo inesencial, el texto del contexto. Y, complicación de complicaciones, sa­

ber además distinguir lo que se incluye y lo que se excluye cada vez como marco y como fuera-de-marco, como texto y como fuera-de-texto. Y, en el borde, en la advertencia de que manteniendo el adentro adentro y el afuera afuera el

marco es inevitablemente doble, saber por añadidura con­

tar con el marco en historiografía, saber que en la represen­

tación historiadora hay que contar el marco, sobre todo cuando el marco es uno y más de uno a la vez.

Todas estas distinciones, que asedian interminable­

mente el trabajo historiográfico, obligan a preguntar nue­ vamente: ¿qué es un marco en historiografía? Sin pretender agotar las posibles respuestas a esta pregunta, convendría retener al menos dos elaboraciones sobre la cuestión que han sido consideradas dominantes en la reflexión de la dis­

ciplina.

La primera de ellas, representada fundamentalmente por Frank Ankersmit, señala que el marco en historiografía

179

Balance historiográfico chileno

es la suposición de una diferencia entre la realidad del pa­ sado y la realidad del presente. En History and Tropology., Ankersmit observa que en el texto histórico debe haber algo

análogo al marco, pues, igual que una pintura, un texto histórico representa una parte del mundo dentro de un

espacio definido por la representación1011 . Este algo análogo entre el texto histórico y la pintura no sería otra cosa que

aquello que delimita el espacio semántico de la investiga­

ción histórica, la frontera invisible que organiza y estabiliza el campo de visibilidad de la representación historiadora. Si podemos decir, anota Ankersmit, advirtiendo las opera­

ciones de enmarcamiento de la operación historiografía, que conocemos la realidad del pasado sólo en las representacio­ nes del pasado y mediante ellas, y si, más aún, la suposi­

ción de una diferencia entre la realidad del pasado y la rea­ lidad del presente es una condición para todo escrito histó­

rico, entonces todo escrito histórico debe contenerse en un marco11. El mismo hecho de que los historiadores y las his­

toriadoras tiendan a olvidar el marco, en la medida en que indica los límites entre pasado y presente, demuestra su

necesidad estructural. Pues, si la representación es sobre todo una cuestión de demarcar contornos, de indicar dón­

de “termina” un objeto y donde “comienza” otro, la repre­

sentación no sólo aborda el contraste entre el primer plano y el fondo, entre lo importante y lo secundario, sino que,

10 Frank Ankersmit, History and Tropology: The Rise and Fall of Metaphor, Berkeley, University of California Press, 1994. 11 Frank Ankersmit, “Statements, Texts and Pictures”, Frank Ankersmit y Hans Kellner (eds.), A New Philosophy ofHistory, Chicago, The University of Chicago Press, 1995, pp. 212-240.

180

¿Hay un texto en la historiografía?/ Miguel Valderrama

además, ella misma viene a constituirse a partir de una re­

lación invisible y necesaria entre el campo de lo visible y el

campo de lo invisible. De acuerdo a ello, el marco es aque­ llo que en toda fase dada de la investigación histórica se

tiene por cuasinatural. Principio figurativo, este orden de

significación cuasinatural de la investigación no es otra cosa que la referencia a lo real. Es precisamente esta referencia, y

el control de la producción de su representación, la que

organiza la voluntad de verdad y el juego de identidad de la profesión historiadora. Así, y para avanzar una proposición sin duda polémi­

ca, podría afirmarse que las transformaciones en el orden del discurso de la disciplina constituyen desplazamientos o

rupturas en un determinado sistema de clasificación y re­ presentación histórica. Estas rupturas o desplazamientos

buscarían redefinir el régimen de visibilidad de la repre­ sentación historiadora, la política de interpretación del texto

historiográfico. Las transformaciones en la disciplina po­ drían ser vistas, de este modo, como “salidas de marco”, como “saltos fuera del jarrón”, si hemos de tomar prestada una imagen borgeana-foucaultiana. Estas salidas de marco,

estos saltos fuera del jarrón implicarían quiebres y fracturas en los sistemas de referencia con que los historiadores y las historiadoras se representan el mundo. Por su naturaleza,

estas operaciones de desencuadramiento y reencuadramiento

de la representación historiadora serían esencialmente po­ líticas. Al menos, si por política se está de acuerdo en reco­

nocer aquella actividad encargada de la distribución y re­ distribución de los lugares y de las identidades, de la parti­

ción y repartición de los espacios y los tiempos, de lo visi­

181

Balance historiográfico chileno

ble y lo invisible. En otras palabras, si tal como sugiere Jacques Ranciére la política consiste en reconfigurar la divi­

sión de lo sensible que define lo común de la comunidad,

en introducir sujetos y objetos nuevos, en hacer visible aque­ llo que no lo es12, entonces, la política de la representación

historiadora consistiría menos en la prescripción de lo que se debe hacer que en la exclusión o proscripción de ciertas

formas de imaginar la realidad del pasado. Estas formas de imaginación histórica constituirían ordenes de exclusión que disciplinarían el pensamiento historiográfico, conforman­

do un determinado régimen de visibilidad, un orden indi­ viso de representación. Comentando los efectos epistemo­

lógicos derivados de la relación entre estética de la repre­

sentación historiadora y política de la interpretación histó­ rica, Hayden White ha observado que los ordenes de exclu­ sión derivados de estos regímenes de representación e in­

terpretación ponen efectivamente límites a las reglas de descripción conforme a las cuales hay que considerar un “hecho” como un “acontecimiento sujeto a descripción”, y, por tanto, estas exclusiones constituirían lo que en deter­

minado momento de la investigación puede contar como

un hecho específicamente histórico13. La analogía que Ankersmit observa entre el texto his­ 12 Jacques Ranciére, “L’esthétique comme politique”, Malaise dans l’esthétique, París, Éditions Galilée, 2004, pp. 31-63. Soy consciente que así definida la política de la representación historiadora parece tener más afinidad con la definición de “policía” que ofrece Ranciére en La Mésenteme que con la definición de “política” que da título al mismo libro. ’3 Hayden White, “The Politics of Historical Interpretation: Discipline and De-Sublimation”, The Contení of the Form: Narrative Discourse and Historical Representaron, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1990, pp. 58-82 [ref. cit. p. 66].

182

¿Hay un texto en la historiografía?/ Miguel Valderrama

tórico y la pintura, entre la representación historiadora y representación pictórica, depende, sin embargo, de un en-

cuadramiento inicial, de un cierto trabajo del marco que

de algún modo es ya anterior al marco mismo de la repre­ sentación. Este marco que remarca el marco de la represen­ tación no es otro que la significación del texto. En un es­

fuerzo por desarrollar un análisis del texto como totalidad

de sentido, como imagen de mundo, Ankersmit propone

examinar el texto historiográfico desde la perspectiva de las artes visuales, diferenciando así el análisis pictórico del tex­

to historiográfico de un análisis literario centrado en las

estructuras de significación de la narración historiadora. Para

ello, distingue el significado “integral” del texto del signifi­ cado parcial de cada una de sus oraciones o estructuras ver­

bales. De acuerdo a esta distinción, el significado integral de la narración constituiría la “sustancia narrativa” del tex­ to historiográfico, esta sustancia vendría a ser un analogon

de significación de la pintura1415 . En palabras de Ankersmit, “ya que la sustancia narrativa como un signo de (una parte

de) la realidad histórica es expresada sólo en el texto histó­

rico total, la pregunta por la ‘densidad’ del sistema signo

histórico no es una pregunta por la relación entre distintos elementos de un y un mismo texto histórico, sino una pre­ gunta por el universo narrativo del texto. El equivalente historiográfico de los signos pictóricos que componen la

pintura es formado por los textos históricos integrales”^. La historia de la pintura sería, de este modo, indicati­

14 Frank Ankersmit, “Statements, Texts and Pictures”, Frank Ankersmit y Hans Kellner (eds.), A New Philosophy of History, op. cit., pp. 214 y ss. 15 Ibid., p. 224.

183

Balance historjográfico chileno

va de la historia de la historiografía. Y más aún, el mismo cuestionamiento del cuadro como esquema productivo de

la representación pictórica podría señalarse aquí como in­ dicativo de un cuestionamiento similar de la noción de tex­

to comúnmente asociada a la lógica de la representación

historiadora.

Una segunda respuesta a la pregunta por el marco en historiografía es la que se encuentra elaborada en la reflexión

de Arthur Danto sobre la historia del arte. Sin pretender desarrollar en extenso esta posición, cabría señalar que para esta filosofía posthistórica del arte el marco en historiogra­

fía es la propia narración histórica, es el trabajo de figura­

ción e interpretación que se despliega en el sucesivo enca­ denamiento de “oraciones relatos”. El marco, en otras pala­

bras, es la estructura de significación de la narración. Avan­

zar en la aclaración de esta afirmación exige necesariamente

detenerse un momento en la descripción de lo que Danto denominó el período postnarrativo del arte contemporá­ neo. La descripción de este período supone una tesis esen­

cial sobre la historia del arte, y más específicamente sobre el desarrollo de las artes visuales.

Para Arthur Danto después de la exposición de la fa­ mosa Caja Brillo de Andy Warhol el arte habría llegado a

su fin16. La Caja Brillo demostraría que la respuesta a la pregunta de qué es una obra de arte no puede darse ense­

ñando ejemplos de obras de arte, sino que, por el contrario,

16 La Caja Brillo de Warhol es una réplica en madera de la caja de cartón que servía para transportar las virutillas Brillo a los almacenes y supermer­ cados estadounidenses. Las esculturas Caja Brillo fueron exhibidas por primera vez en la Galería Stable de Manhattan, en abril de 1964.

184

¿Hay un texto en la historiografía?/ Miguel Valderrama

ella demandaría un ejercicio de argumentación propio al mundo del arte1718 . Este ejercicio de argumentación tendría la forma de una narración histórica, en cuyo seno se deter­

minaría aquello que pertenecería al reino del arte y aquello que no. De acuerdo a este razonamiento el fin del arte no

significaría que no habría en adelante más obras de arte, sino que aquello que constituye el significado propio de

una obra de arte se habría vuelto indiscernible^. Decir que la historia del arte ha llegado a su fin es decir que ya no existe un relato legitimador del progreso del arte. La mis­

ma historia de la pintura tal y como ella es contada por críticos neoyorkinos como Clement Greenberg o historia­ dores berlineses como Peter Bürger, sería la historia de unas

estructuras históricas de significación dentro de las cuales,

por así decirlo, estaban organizadas a través del tiempo las obras de arte. Estas estructuras de significación no sólo ha­

cían posible una historia de las obras, sino que además eran determinantes al momento de realizar un juicio estético sobre las mismas. Ahora bien, si se observa con Greenberg que el cambio desde el arte premodernista al arte del mo­

dernismo fue en realidad una transición desde la pintura

mimética a la pintura no mimética, desde los límites de la representación a un más allá de esos límites, lo central en el

17 Es bien conocida la Generalidad que la obra de Warhol tiene en la re­ flexión filosófica de Danto. Interpretado de mil maneras (basta recordar las lecturas de Hal Foster o de Thomas Crow), Danto tampoco resiste la tentación de dar una interpretación del artista neoyorkino. Véase, Arthur C. Danto, “The Philosopher as Andy Warhol”, PhilosophizingArt. Selected Essays, Los Angeles, University of California Press, 1999, pp. 61 -83. 18 Arthur C. Danto, The Transfigurarían ofthe Commonplace, Cambridge, Cambridge University Press, 1983: especialmente capítulos I y VI.

185

Balance historiográfico chileno

modernismo pasa a ser la propia exploración de la noción

de obra que esos límites enmarcaban y definían. Esta mis­

ma exploración, junto con volver imposible una narrativa

histórica organizada en torno al valor de las obras de arte,

termina con producir también el colapso de la estética moderna. Pues si, como afirma Danto, estética es cualquier

teoría capaz de distinguir el arte del no-arte en virtud de

alguna respuesta distintiva que se supone derivada del as­ pecto de la obra, en un mundo de arte posthistórico donde ya no es posible distinguir visualmente una obra de arte de

un simple objeto, y donde la desauratización del arte bien

puede ser entendida como una auratización de lo cotidia­ no, la estética y la historia del arte terminan por revelar su

común pertenencia a un determinado régimen de pensa­ miento del arte, a una configuración específica de obra y

narración, de parerga y ergon. Dicho en otras palabras, la sentencia sobre el fin del

arte advertiría de la caducidad de una cierta forma de con­ tar la historia del arte como una historia de descubrimien­

tos y de rupturas progresivas. Esta historia lineal y evoluti­ va enmarcaba y daba sentido a una historia unitaria del

arte que hoy habría llegado a su término con el pluralismo de las artes visuales contemporáneas. Expuestas estas dos teorías del marco historiográfico,

cabría ahora retomar los problemas que el parergon parece

introducir en una historia del arte y en una historia de la historiografía, suponiendo que sea posible distinguir una

historiografía de otra, y que ambas no sean sino dos nom­ bres posibles de la operación crítica. Pues, al presentar las

posiciones de Ankersmit y Danto como las variantes domi­

186

¿Hay un texto en la historiografía?/ Miguel Valderrama

nantes de la discusión contemporánea, lo que en realidad se esta introduciendo es la complicación que un examen

atento de esta cuestión tendría necesariamente para la re­

presentación historiadora en general. En otras palabras, y para retomar una de las tantas variantes de la sentencia que ha servido de marco a esta indagación, “no hay fuera de­

texto” y sólo “hay fuera de-texto”. La paradoja de esta doble

afirmación, el contrasentido que ella expresa, delinea ya toda la problemática que es posible reconocer hoy en las escritu­

ras postraumáticas de la historia. Al menos, en aquellas que de un modo u otro se han planteado seriamente el proble­ ma del marco en el campo de la representación histórica.

A modo de introducción de estos problemas, y en ra­ zón del tiempo de exposición, me limitaré sólo a presentar

dos momentos en donde es posible percibir las huellas de

esta problemática en los debates en curso en la historiogra­

fía nacional. El primer momento, fuertemente asociado al surgi­

miento de las artes visuales en Chile, se organiza básica­ mente en torno a la Escena de Avanzada y la historiografía

crítica que le sirve de parergon. En ocasión de la publica­

ción de Márgenes e instituciones de Nelly Richard19, se rea­ lizó en las dependencias de Flacso Chile, en agosto de 1986,

un seminario sobre las tesis principales del libro. Participa­ ron en este seminario, sociólogos, cientistas políticos, filó­ sofos, artistas visuales y críticos de arte. De entre todas las

discusiones del libro de Nelly Richard me interesa particu­

larmente la de Pablo Oyarzún, pues, en pocas palabras, 19 Nelly Richard, Margins and Institutions. Art in Chile Since 1973, Melbourne, Art & Text, 1986.

187

Balance historiográfico chileno

supo advertir los problemas del marco que afectan a la ope­

ración crítica en tanto operación historiográfica. Es impor­

tante destacar que esos problemas persisten todavía hoy en lo que se conoce como la discusión sobre el golpe y la van­

guardia, y atraviesan, por ello mismo, al conjunto de las proposiciones elaboradas en el campo de la historiografía

de las artes visuales20. Comentando las aventuras de constitución de una nueva

escena crítica de arte, Oyarzún advertía una suerte de “des­

ajuste” o, por lo menos, “incongruencia” entre la voluntad de rescatar para la historia la producción de la Avanzada en nombre de una otra temporalidad histórica y la adhesión que esa misma voluntad manifestaba a los patrones de lectu­

ra de la historia nacional fijados por la investigación social.

Este desajuste interpretativo era observado por el filósofo como una concesión hermenéutica excesiva que la nueva crítica hacía

a la narrativa histórica elaborada por las ciencias sociales del

período21. Es, precisamente, esta concesión excesiva la que hacía visible el problema crucial que afectaba a la crítica cada

vez que ésta intentaba establecer la economía de su puesta

en situación. En otras palabras, tan pronto como se trataba

de historizar la Avanzada, tan pronto como se cedía a las exigencias del marco y de la totalización general, aparecía el problema de la inscripción del texto de la Avanzada en el

20 Una mirada reciente a estos debates puede encontrarse en Pablo Oyar­ zún, Nelly Richard, Claudia Zaldívar (eds.), Arte y política, Santiago, Uni­ versidad ARCIS, 2005. 21 Pablo Oyarzún, “Crítica, historia”, Nelly Richard (coord.), Arte en Chile desde 1973. Escena de Avanzada y sociedad, Flacso, Nq 46, Santiago, 1987, pp. 43-51.

188

¿Hay un texto en la historiografía?/ Miguel Valderrama

contexto de época de la dictadura22. Así formulada la sos­ pecha era radical, y de ella tampoco parecía escapar del todo el trabajo histórico crítico de Oyarzún. Introducien­

do la relación entre obras e inscripción Nelly Richard ad­ vertía con singular precisión los problemas asociados a la estructura parergonal de la actividad crítica en el período.

Justificando la operación historiográfica que organizaba

Márgenes e instituciones escribía: “El movimiento de obras sobre el cual reflexiona este texto pertenece al campo no oficial de la producción artística chilena gestada bajo el régimen militar. Ese campo es aquí referido en una de sus tantas dimensiones: la configuradora de una escena llamada ‘de avanzada’ que se ha caracterizado por haber extre­ mado su pregunta en torno al significado del arte y a las condi­ ciones-límites de su práctica en el marco de una sociedad fuer­ temente represiva”23.

El programa de escritura que esta declaración prefi­

guraba terminaba por convertir a la Escena de Avanzada

en un cuadro de experimentación artística que se cons­ truía en la distancia que sus propias prácticas articulaban

entre la historia oficial de la dictadura y la contrahistoria

de la izquierda tradicional. Esta distancia, cabe advertir­

lo, era una distancia frente a las narrativas históricas maes­ tras que parecían compartir el régimen militar y la iz­

quierda opositora. La elaboración de esta distancia reque­ ría, sin embargo, un trabajo previo de encuadramiento. La nueva práctica del discurso sobre el arte —de la que

Richard es, sin duda, su principal figura— se justificaba 22 Ibid., p. 48. 23 Nelly Richard, “Introducción”, Margins and Institutions, op. cit, p. 119.

189

Balance historiográfico chileno

asimisma apelando justamente a la necesidad del marco, a la urgencia de enmarcar la nueva producción artística24.

Esta operación de inscripción o de encuadramiento de las

obras se organiza a través de una articulación singular entre texto y contexto, entre crítica e historia, entre obra e ins­ cripción. Quizás por ello, por la necesidad de justificar e

interrogar esta práctica crítica parergonal, práctica que

imponía al arte una relación problemática con la literatu­ ra y la lingüística25, no ha de extrañar del todo que dos años antes de la publicación de Márgenes e instituciones,

Pablo Oyarzún haya declarado en un coloquio sobre lite­ ratura chilena que la tarea principal de la crítica no era

otra que la de reabrir la pregunta por el texto. En sus palabras, de lo que se trataba era de reabrir la pregunta por la relación de historia y texto, de impedir que ella se

cerrara sobre lo implícito de una respuesta que borrara la

problemática ahí depositada. En tal reapertura, pensaba Oyarzún, la significación estratégica crucial le correspon­

día a las producciones y programas de la llamada “nueva vanguardia” o “nueva escena de escritura”, en la medida

24 Ibid., p. 134. 25 Comentando algunos de los rasgos que caracterizan la nueva práctica del discurso sobre arte que surge a mediados de los años setenta, Nelly Richard señala: “La misma ausencia de figuras capaces —dentro del ámbito de la crítica socialmente instituida— de readecuar sus instrumentos de conoci­ miento a las nuevas problemáticas abordadas por las obras o de poner en ejercicio un corpus de referencias suficientemente actualizado para enmar­ carlas, vuelve necesaria la incorporación de nuevos productores de textos que —en su mayoría— provienen de la literatura. Es ahí donde se dispone de un instrumental teórico más complejo y donde un contacto más soste­ nido con la lingüística ha ido marcando un paradigma de cientificidad inexistente en las artes visuales”. Ibid., p. 134.

190

¿Hay un texto en la historiografía?/ Miguel Valderrama

que ellas permitían (...) “mantener abierta, insistente, la pregunta por la relación de historia y texto”26. Es justamente el examen de esta relación la que lleva a

Pablo Oyarzún a elaborar una resistencia contra la inter­

pretación historiográfica dominante de la sociología. Inter­ pretación que lee los textos y las obras a partir de su rela­

ción con una narrativa maestra de la historia. Es, igual­ mente, esta imposibilidad de elaborar un marco de inter­

pretación alternativo a la historiografía de las ciencias so­

ciales aquello que el filósofo parece reclamarle con más ve­ hemencia a Nelly Richard. Más aún cuando, piensa Oyar­ zún, habría ya disponible en las propias prácticas de la Avan­

zada, en la textualidad de sus “escenas de escritura”, una

cierta demora, una singular restancia de las obras desde donde elaborar “el sello de una situación histórica inédita”

capaz de mostrar “que el estado de excepción era —es— la regla de nuestra historia”27. La evocación de Walter Benjamín a que el pasaje invi­

ta tiene por objeto neutralizar, sin lugar a dudas, una com­ prensión de la historia como linealidad homogénea y di-

reccionalidad unívoca. Contra esta comprensión de la His­ toria, la nueva crítica buscó elaborar una inscripción de la

Avanzada bajo los signos de lo efímero, de la restancia y del 26 La ponencia fue leída el 14 de diciembre de 1984, en la sesión de clausura del Coloquio de Literatura Chilena patrocinado por el Instituto Superior de Artes y Ciencias Sociales (ARCIS) y la Sociedad de Escritores de Chile. Virtualmente inédita, la ponencia fue recogida por Oyarzún en su recopi­ lación de ensayos críticos. Al respecto, Pablo Oyarzún, “Coda para un Coloquio de Literatura Chilena”, El rabo del ojo. Ejercicios y conatos de critica., Santiago, Editorial ARCIS, 2003, pp. 207-209 [ref. cit. p. 209]. 27 Pablo Oyarzún, “Parpadeo y piedad”, Arte, visualidade historia, Santiago, Editorial La Blanca Montaña, 1999, p. 257.

191

Balance historiográfico chileno

acontecimiento28. Sin embargo, parergon dividido en dos, esta inscripción necesariamente se organizaba a partir de la

materialidad de las obras, a partir de un cierto trabajo de

configuración de las mismas, donde las obras y los límites que las configuraban, ya fueran estos producto de diseños institucionales o de prácticas de resistencia o de transgre­ sión a dichos diseños, aparecían definidas de algún modo

por la propia economía del texto crítico, por las operacio­

nes de inscripción que definían precisamente aquello que las obras significaban. Al final la operación historiográfica

de la nueva escena de Avanzada no podrá organizar la eco­ nomía de su inscripción sino es a través de una economía

de sus obras, de una singular clausura de su significación. Con ello, podría decirse, la cuestión del marco ya está en­

cuadrada, y la pregunta por el texto, por la apertura del

texto, será olvidada o reprimida en la pregunta que intenta dejar que “el texto sea el que pregunte por la historia”29.

El segundo momento que parece ejemplar a un análi­ sis de la representación historiadora está íntimamente vin­

culado a la escena de constitución de la llamada Nueva His­ toria. En este sentido, podría decirse que se trata de una

escena que trabaja en enmarcar el propio marco de su re­ presentación. Extremando el análisis, cabría observar en estos

esfuerzos de crítica historiográfica las huellas de una segun­

da fundación de la historia social y popular; fundación que

bajo la lógica de una “ruptura instauradora” busca justifi­

28 Nelly Richard, “Historia y memorias”, Margins and Institutions, op. cit., p. 162. 29 Pablo Oyarzún, “Coda para un Coloquio de Literatura Chilena”, El rabo del ojo, op. cit., p. 209.

192

¿Hay un texto en la historiografía?/ Miguel Valderrama

car la actividad de una nueva escritura histórica en el con­

texto de la dictadura. Impulsados por la retórica del marco, y bajo el pre­

texto de llevar adelante una necesaria y urgente revisión de

las narrativas históricas del pasado nacional, los nuevos his­ toriadores sociales organizan entre julio y noviembre de 1985 un encuentro para debatir el estado actual de la disciplina.

El encuentro adquiere la forma de un seminario de histo­

riografía y se realiza en Santiago. Patrocinado por la con­ sultora SUR Profesionales, el Seminario lleva el título de

Historiografía chilena: Balance y perspectivas. En el encuen­ tro participan sociólogos, historiadores, cientistas políticos y estudiantes de historia y ciencias sociales de universida­ des de Santiago y Valparaíso30. Pese a la marcada adscrip­

ción académica de los participantes del Seminario, se trata de un encuentro que reúne principalmente a historiadores y cientistas sociales que trabajan fuera del establishment

universitario. Desde un principio, podría decirse, el Seminario pa­ rece estar dominado por el problema del marco, por una

necesidad de encuadrar las prácticas de escritura de la nue­

30 Para una síntesis de las discusiones del seminario, véase, Gabriel Salazar, “Historiografía chilena: Balance y perspectivas. Actas del seminario de historia de Chile (Sur, julio-noviembre de 1985)”, Proposiciones, N° 12, Santiago, 1986, pp. 157-170. Para un análisis crítico del seminario, Miguel Valderrama, “La cuestión del humanismo historiográfico en la nueva histo­ ria popular de Chile: historiografía marxista y nueva historia”, Alamedas, N° 3, Santiago, 1997, pp. 63-88. Una dura respuesta de Gabriel Salazar a estas y otras críticas puede leerse en su “Prefacio a la segunda edición: respon­ diendo las críticas”, La violencia política popular en las “Grandes Alamedas11. La violencia en Chile 1947-1987(Una perspectiva histórico popular), Santia­ go, LOM, 2006, pp. 5-24.

193

Balance historiográfico chileno

va historia social en el contexto político de la dictadura. Así, en palabras de Gabriel Salazar, una de las principales

figuras del seminario, y encargado de abrir la primera se­ sión del balance historiográfico:

“Es indudable que, en los últimos 12 ó 15 años, Chile ha ingresado en un período que podría denominarse de ruptura histórica. Un cierto número de tendencias económicas, políti­ cas, sociales y culturales, que se habían estructurado en lapsos de mediana y larga duración, han sufrido quiebres y alteracio­ nes significativas. A consecuencias de ello, los actores sociales se hallan sobre un nuevo piso histórico^ situación que les ha obliga­ do a retomar conciencia de su posición y a readecuar la direc­ ción de sus movimientos particulares. En este contexto, la con­ ciencia histórica se ha intensificado, y con ello, el interés por la observación historiográfica. De aquí ha resultado el desarrollo de un cierto número de líneas de investigación que, en conjun­ to, parecen haber echado las bases de un nuevo movimiento historiográfico”31.

A partir del cambio de terreno que las tesis de la rup­ tura presuponen, la Nueva Historia intenta tomar distancia de aquellas narrativas históricas adscritas a un marxismo estructural, al mismo tiempo que busca establecer un pro­

grama de renovación historiográfica fundado en la existen­ cia de un sujeto popular redescubierto tras la experiencia

del golpe militar.

Esta toma de distancia se lleva a cabo a

través de una retórica de la ruptura de raíz revolucionaria.

Tal como advirtió la discusión francesa sobre el estructuralismo de los años sesenta del siglo pasado, la no­

31 Gabriel Salazar, “La búsqueda de una nueva historiografía”, en “Histo­ riografía chilena: Balance y perspectivas. Actas del seminario de Historia de Chile”, Proposiciones) op. cit., p. 157.

194

¿Hay un texto en la historiografía?/ Miguel Valderrama

ción de ruptura (ya se le llame histórica o epistemológica) carga en sí la idea de una transformación radical, de un giro

copernicano. Ahora bien, en tanto el Seminario intenta ex-

plicitar los vínculos entre ruptura histórica y ruptura his­ toriográfica, es posible afirmar que él busca constituirse en el hito fundacional de la nueva historiografía social. Con

tal objetivo, las exposiciones se esfuerzan en señalar clara­ mente los vínculos de interioridad y dependencia que el

nuevo marco histórico tiene con la nueva historiografía so­ cial. Pues, si el marco es ante todo un sistema de memoria,

es también ante todo un sistema de olvido. Por esta razón cabe destacar en el Seminario dos esfuerzos complementa­ rios por (re)marcar y borrar los vínculos entre la nueva his­

toriografía social y la historiografía marxista.

El primer esfuerzo de demarcación consiste en afir­ mar una ruptura con la historiografía marxista clásica chi­

lena32. Con esta finalidad, la historiografía marxista es re­ ducida a las pobres expresiones de un marxismo en uso,

caracterizado por labores de ilustración y divulgación ideo­ lógica. En cita de Simón Collier, la historiografía del marxis­

mo chileno es presentada como una versión cruda y simplis­ ta de las doctrinas históricas del comunismo internacional.

Tras esta denegación del marxismo historiográfico, lo que subyace en realidad es un esfuerzo por reprimir las pregun­ tas y problemáticas que articulaban y dominaban la reflexión

historiográfica de la izquierda marxista tradicional. Des­

plazados y descargados de toda significación contemporá-

32 Para un tratamiento de la historiografía marxista, véase, Luis Moulian, “Marx y la historiografía chilena”, Encuentro XXI, N° 8, Santiago, 1997, pp. 132-143.

195

Balance historiográfico chileno

nea, quedan así los llamados de la historiografía marxista clásica a estudiar los problemas del desarrollo capitalista o

a caracterizar los modos de producción y sus fases de tran­

sición33. Un segundo esfuerzo de demarcación puede observar­

se en la ceguera que organiza el conjunto de las operaciones epistemológicas del Seminario. Pues, en su trabajo de rup­

tura la nueva crítica historiográfica parece no advertir que la renuncia al campo de problemáticas de la historiografía

marxista clásica se produce justo en el momento en que se impone la necesidad de un análisis complejo de las formas

de transición capitalista en curso bajo la dictadura. La pro­ pia lectura de la “ruptura”, su diagnóstico epocal, supone

necesariamente un análisis histórico como el reclamado por la historiografía marxista clásica.

Ahora bien, si me he detenido con cierta demora en la

discusión de estos dos momentos, si he señalado con algu­

na insistencia las antinomias que dominan estas escenas de escritura de la historia, es por la figura del marco ahí ex­

puesta. En otras palabras, es justamente cuando el marco se hace visible cuando se deja ver la dinámica de desestabi­

lización que afecta a toda representación historiadora. Es esta misma dinámica de desestabilización de las narrativas maestras del relato histórico la que termina por hacer visi­ ble el sistema de marcos de la representación historiadora, su parerga.

Más allá de estas indicaciones sumarias sobre el mar­

33 Las sesiones 4, 5 y 6 del Seminario, estuvieron dedicadas al marxismo. La exposición de María Eugenia Horvitz se realizó en la sesión 5, que llevó por título: “Historiografía marxista y teoría de la dependencia”.

196

¿Hay un texto en la historiografía?/ Miguel Valderrama

co en historiografía, cabría ahora retomar las preguntas por el texto en la disciplina. Y sobre todo, retomarlas a partir

de la frase que ha servido de hilo conductor de esta presen­ tación. “No hay nada fuera de texto” y “sólo hay fuera de

texto”. Esta doble afirmación, y la lógica de exclusiones que la constituye, viene a reclamar aquí un esfuerzo de lectura

capaz de revelar aquellas represiones sobre las cuales se ha constituido la escritura de la historia. Estas represiones obligan a un trabajo ininterrumpido de desciframiento que

en su ejercicio pone en suspenso texto y contexto, marco y representación, o, al menos, intiman a preguntar nueva­

mente, a riesgo de la extenuación, ¿qué es un texto en his­

toriografía?, ¿dónde comienza y dónde termina el borde de un texto?

A comenzar a responder a estas preguntas parece abo­ cado el actual debate historiográfico. Tal vez, por ello, el debate reciente en torno al pasado

nacional ha tendido a organizarse predominantemente como un debate epistemológico, como una reflexión metahistoriográfica en torno a la disciplina. De hecho, y de acuerdo

a Luis G. de Mussy, en los últimos años la reflexión teórica

ha alcanzado niveles de producción inéditos en la discipli­ na34 . De ahí que bien pueda caracterizarse el período ac­

tual de la historiografía chilena a partir de un cierto “giro crítico” que no ha hecho otra cosa que reabrir cuestiones ya

presentes en el debate filosófico de instalación de la histo­

riografía en la universidad del siglo diecinueve. La expre­ sión “giro crítico” tiene así el mérito de evocar la discusión 34 Luis G. de Mussy, El canon historiográfico chileno. Teoría, escenas, y voces fiiertes, Santiago, Editorial Palinodia, 2008.

197

Balance historiográfico chileno

sobre “la escritura de la historia” que en los inicios de la

vida republicana enfrentó a Andrés Bello con José Victori­ no Lastarria. La expresión, de igual modo, da cuenta de un “malestar en la historiografía”, pues, bien se sabe, los histo­

riadores e historiadoras prefieren siempre la seguridad del

archivo, la inmediatez del texto y el registro, a las especula­

ciones de la crítica y la teoría. Ahora bien, ¿qué significa este “giro crítico” en la disci­ plina? Pues, sin duda, este giro no sólo es indicativo de un momento reflexivo en el oficio, él no sólo da cuenta de un

cierto estado de autorreflexión de la profesión. Por el contra­

rio, lo que parece emerger con cierta insistencia, aquí y allá, es una discusión del texto histórico, de la escritura de la his­

toria, y de la propia función de la representación historiado­ ra. Discusión sin duda ornamental, accesoria, pero que, por

ello mismo, advierte de una crisis y una complicación, de una determinada imposibilidad para distinguir esencia y ac­ cidente, contenido y forma, texto y contexto. Pues, es esto

precisamente lo que está en discusión en el debate de los

historiadores. Cualquiera que haya leído las reacciones que

siguieron a la publicación del Manifiesto de Historiadores55, habrá advertido que uno de los problemas fundamentales que organiza la discusión es, precisamente, la delimitación

del contexto, la ordenación de un espacio semántico común

de argumentación y disputa. Subyace, en efecto, tras las pre­

guntas por las causas del golpe de Estado de 1973, una pre­ gunta mayor por la inscripción de los acontecimientos.*

35 Sergio Grez y Gabriel Salazar (comp.), Manifiesto de historiadores, Santia­ go, LOM, 1999.

198

¿Hay un texto en la historiografía?/ Miguel Valderrama

En otras palabras, preguntas como dónde situar las causas

de la violencia política, cómo elaborar el acontecimiento trau­ mático del golpe de Estado, de la violencia estatal, y de la

desaparición de personas, quedan aquí suspendidas al que­ dar suspendido el contexto de significación del texto históri­

co, o, si se prefiere, al volverse “visible” el marco que encuadra la representación de la historia nacional. Quizás, por está razón, habría que leer el golpe como catástrofe, habría que observar que el golpe como catástrofe

de la representación pone fin a ese espacio de identificación mayor que hacia posible a discursos contradictorios referir­

se a una cosa común, hablar en un mismo lenguaje y en un mismo nivel, desplegar en su semejanza múltiples figuras de pensamiento, hacer la síntesis de lo no idéntico. Así, y más allá de cierto tono apocalíptico propio a todo discurso

del fin del fin del sentido, la interrupción de la historia que el golpe nombra anuncia una cierta autocancelación de la

comunidad, en tanto superficie de inscripción mayor de la idea moderna de emancipación social36. Y, sin embargo, siempre se podría observar, se siguen escribiendo historias nacionales, se siguen fabricando “me­ tafísicas compendiadas” de un tiempo y de un ser en co­

mún37. Sin discutir aquí las estrategias narrativas que orga­ nizan la representación historiadora en estas historias en pro­

greso, cabría si plantear una duda sobre la capacidad que

36 Para un mayor desarrollo de esta tesis, véase, Miguel Valderrama, Posthis­ toria. Historiografía y comunidad, Santiago, Editorial Palinodia, 2005. 37 La expresión es del filósofo chileno Humberto Giannini. Al respecto, H. Giannini, “El nacionalismo como texto”, Revista defilosofía, Vol. XIX, N° 1, Universidad de Chile, Santiago, 1981, pp. 37-45.

199

Balance historiográfico chileno

estas narraciones tendrían para cuestionar los efectos de

institución en que ellas se inscriben, pues, estos efectos son

ya siempre también efectos de marco de la representación historiadora. Dar forma a esta duda es invitar a examinar el

lugar de enunciación que sería propio de estas narrativas, es

exhortar a un análisis del trabajo de elaboración postraumática a que estas re-escrituras necesariamente se deben.

Para terminar, quisiera recordar el título que enmarca está comunicación. El título es una pregunta: ¿hay un tex­

to en la historiografía? La pregunta tiene algo de parodia y

algo de cita, pues, como ya se habrá advertido, traduce, es decir, lee y adultera, el título del famoso artículo de Stan­

ley Fish Is There a Text in This Class?^. La justificación de este ejercicio paródico no es otra que la de invitar a reflexio­ nar sobre la existencia de una comunidad de interpretación institucional en la disciplina. Es, justamente, en esa direc­

ción que buscaron encaminarse las reflexiones aquí presen­ tadas sobre el texto y el marco en la historiografía de las artes y de la historia nacional.

38 Stanley Fish, “Is There aText inThis Class?”, Is Therea Textin This Class?, Cambridge, Harvard University Press, 1976, pp. 303-321.

200

Indice Onomástico

Agacino, Rafael: 132. Agulhon, Maurice: 94.

Alberti, Rafael: 68. Aldunate, Luis: 121. Allende Gossens, Salvador: 128.

Alesandri Palma, Arturo: 86, 12, 124, 125.

Alvayay, Rodrigo: 130. Amunátegui (hermanos): 78, 119. Amunátegui, Gregorio: 78. Amunátegui, Miguel Luis: 41, 44, 45, 46, 47, 75, 78. Anabalón, Sergio: 7.

Anderson, Perry: 98.

Ankersmit, Frank: 14, 25, 177-183, 186.

Arancibia, Patricia: 138 Argudín, M.: 23, 117.

Aron, Raymond: 97. Artaza, Pablo: 124. Aylwin, Mariana: 67. Ayres, R.: 128.

201

Balance historiográfico chileno

Bach, Johan Sebastian: 68. Batan, Paul: 97.

Bátante, Prosper Bugiere: 76-77. Bardón, Alvaro: 130.

Barraclough, Solon: 128. Barría, Jorge: 124. Barros Arana, Diego: 41, 44-46, 49, 78, 88, 116, 118, 120.

Barros, Diego Antonio (padre de Barros Arana): 118. Bascuñán, Carlos: 67. Baudrillard, Jean: 155. Beaulieu, Leroy: 121.

Bello, Andrés: 40, 41, 44, 45, 77. Benjamín, Walter: 191. Bernstein, Edward: 80, 90.

Bilbao, Francisco: 65.

Blest Gana, Alberto: 40, 65. Bloch, Marc: 178.

Bodin, Louis: 97. Borde, Jean: 55.

Boyle, Catherine: 30, 162. Braque, George: 66.

Braudel, Fernand: 56, 92-93. Bravo, Bernardino: 52. Brunner, José Joaquín: 142, 148, 165.

Bulnes S., Francisco: 7. Bulnes, Gonzalo: 78. Burchard, Pablo: 65.

Bürger, Peter: 185. Burke, Edmund: 82.

202

Campero, Enrique: 132.

Caputo, Orlando: 132. Carlyle, Thomas: 76, 77.

Castillo, Alejandra: 7. Castillo, Carmen: 109.

Castillo, Paloma: 7. Cauas, Jorge: 130.

Chartier, Roger: 11, 14. Chateaubriand, Fran^ois Rene de: 76. Chonchol, Jacques: 128.

Claude, Marcel: 132. Coderch, Ana María: 177.

Collier, Simón: 45, 101, 110, 116, 195.

Comte, Auguste: 16, 31, 62, 79.

Conoboy, Meter: 121.

Correa, Enrique: 133. Correa, Sofía: 59.

Courcelle-Seneuil, Jean Gustav: 125. Cox, Cristián: 133.

Crow, Thomas: 185. Cruchaga, Miguel Angel: 121.

Cruz, Isabel: 94.

Danto, Arthur: 184-186.

De Certeau, Michel: 11, 14. De Ramón, Armando: 131. Derrida, Jacques: 170-177. Dilthey, Wilhelm: 79, 96.

Donoso, Ricardo: 82, 125. Drucker, Peter: 96.

203

Balance historiográfico chileno

Duarte, Claudio: 136.

Edwards Bello, Joaquín: 18, 61, 65. Edwards, Alberto: 17, 19, 47-53, 81, 82-84, 86-88.

Elgar, Edward: 68. Ellsworth, Paul: 125. Encina, Francisco Antonio: 14, 17, 18, 20, 47, 50-52, 56-

58, 60, 66, 83, 87, 93, 107, 122, 126-127, 132, 199.

Engels, Friedrich: 89.

Ercilla, Alonso de: 39, 40-43, 45, 64, 70.

Errázuriz, Federico: 119.

Errázuriz, Isidoro: 119. Espinoza, Roberto: 121.

Eyzaguirre, Jaime: 14, 18, 20, 38, 39, 44-45, 48, 52, 58,

65, 82, 87, 88, 93-94, 107, 126, 129, 145.

Fazio, Hugo: 132, 159.

Febvre, Lucien: 73. Feliú Cruz, Guillermo: 45, 56.

Fermandois, Joaquín; 138.

Fetter, Frank: 121, 125-

Fish, Stanley: 200. Fontaine, Arturo: 20, 88. Foster, Hal: 185.

Foucault, Michel: 14, 30, 159.

Frei Montalva, Eduardo: 128. Freire, Paulo: 156.

Freire, Ramón: 118. Freud, Sigmund: 80-82.

Friedman, Milton: 111.

204

Gante, Rodrigo: 136, 160. Garcés, Mario: 135. Gazmuri, Cristián: 7, 12, 19, 21, 27, 49, 107.

Giannini, Humberto: 199.

Gibbon, Edward: 76. Góngora y Marmolejo, Alonso de: 34. Góngora del Campo, Mario: 38, 48, 55, 65, 87, 92.

González Vera, José Santos: 65. González, Juan Francisco: 65, 71.

González, Marcial: 121. Guerrero del Río, Roberto: 7.

Greenberg, Clement: 185. Grez, Sergio: 124.

Gueneau de Mussy, Luis: 8, 11, 19, 30, 32, 57, 162, 197. Guizot, Fran^ois: 76-77. Guzmán, Patricio: 66.

Habermas, Jürgen: 98. Halperín, Tulio: 56. Hirschman, Albert: 128.

Hopenhayn, Martín: 159.

Horvitz, María Eugenia: 196. Hugo, Víctor: 40.

Huidobro, Vicente: 18, 61, 65. Hunt, S.: 116.

Ibáñez del Campo, Carlos: 86, 124.

Illanes, María Angélica: 162. Izquierdo, Gonzalo: 131.

205

Balance historiográfico chileno

Jara, Alvaro: 61, 72, 98, 168. Jiménez Fernández, Manuel: 88. Jobet, Julio César: 65, 116. Jocelyn-Holt, Alfredo: 7, 10, 12, 13, 15, 16, 17, 18, 19,

30, 32, 35, 144-146. Juan XXIII: 97.

Jara, Víctor: 131.

Kellner, Hans: 25, 183.

Keynes, John Maynard: 109.

Klein, Naomi: 161.

Kolakowski, Leszeck: 93.

Krebs, Ricardo: 52.

Labrousse, Ernst: 91.

LaCapra, Dominick: 10.

Larraín, Sergio: 65. Lastarria, José Victorino: 119. Laugier, Marc-Antoine: 68.

Le Corbusier (Charles Edouard Jeanneret-Gris): 68. Le Roy Ladurie, Emmanuel: 93.

Lenin, Vladimir Ilich: 81, 89-90. León, Leonardo: 45.

Lihn, Enrique: 18, 61.

Lillo, Baldomcro: 65. Lira, Pedro: 65.

Littin, Miguel: 66.

Lobera, Pedro Mariño de: 34. Lyotard, Jean Fron^ois: 155.

206

Mac-Iver, Enrique: 126.

Maetzu, Ramiro de: 88. Martínez, Javier: 133. Marx, Karl: 87, 95-96, 103-104, 136, 162, 201.

Marta Vial, Enrique: 46, 47, 78. Maynaud, Jean: 99. Me Bride, George: 125.

Me Greevery, W. P.: 122.

Medina, José Toribio: 46, 47, 56, 78.

Meinecke, Friedrich: 52-53. Mellafe, Rolando: 55, 92. Menéndez Pelayo, Marcelino: 20, 88. Michelet, Jules: 76-77.

Michels, Robert: 80, 82. Millán, Gonzalo: 18, 61. Mistral, Gabriela: 18, 60, 65. Monet, Claude: 66.

Montt, Jorge: 121.

Montt, Manuel: 120. Morris, James: 124-125. Mosca, Gaetano: 80, 82. Moulian, Luis: 27, 54, 130.

Muller, Frank: 177.

Neruda, Pablo: 39, 65.

Nájera, Alonso González de: 34. Niebuhr, Reinhold: 76-77.

Nietzsche, Friedrich: 72, 81, 82. Ovalle, Alonso de: 39, 40, 65. Oyarzún, Pablo: 172, 173, 187, 191.

207

Balance historiográfico chileno

Pachelbel, Johann: 67. Panofsky, Erwin: 72.

Pareto, Wilfredo: 80.

Parra, Nicanor: 18, 61. Parra, Violeta: 66.

Petras, James: 130. Picasso, Pablo: 66.

Pike, Richard: 125.

Pineda y Bascuñán, Francisco Núñez de: 64. Pinochet, Augusto: 117, 143, 145.

Pinto, Aníbal: 54. Pinto, Julio: 23, 124, 130, 139.

Portales, Diego: 62, 91, 120, 123-125, 132, 143, 145.

Prebisch, Raúl: 155Prescott, James: 76. Prieto, José Joaquín: 84.

Ramírez Necochea, Hernán: 54, 90, 129. Ramos, Sergio: 131.

Ranciére, Jacques: 29, 182. Recabarren, Luis Emilio: 95, 129.

Reese Stevenson, George: 125.

Reinsch, Paul: 125. Renoir, Jean: 66.

Richard, Nelly: 169-175, 187-193. Rickert, Heinrich: 79. Riveros, Luis: 67.

Robertson, William: 76. Rokha, Pablo de: 18, 61. Rodríguez, Hernán: 67.

208

Rojas, Gonzalo: 18, 61, 65. Rosales, Diego de: 33, 38.

Ross, Agustín: 121.

Salazar, Gabriel: 7, 10-11, 12, 13, 21, 28» 26, 29-30, 35, 66, 71, 194, 198, 204.

San Francisco, Alejandro: 138.

Sandoval, Mario: 136.

Santa Cruz, Lucía: 67. Santa María, Domingo: 119.

Sater, William: 45.

Schapiro, Meyer: 176. Schilling, Marcelo: 130.

Scott, Walter: 76. Segall, Marcelo: 54, 90-91.

Sempat, Carlos: 131. Serlio, Sebastiano: 68. Serrano, Miguel: 65.

Serrano, Sol: 94.

Silva, Fernando: 20, 88. Silvert, Kalman: 108, 111.

Simmel, Georg: 79. Sismondi, Leonard de: 76-77’.

Solar Correa, Eduardo: 14, 16, 17, 18, 20, 38, 39, 44-46, 47, 53, 57, 58, 64, 73, 88, 94. Sorel, Georg: 80-82.

Sotomayor Valdés: 45, 78.

Spencer, Herbert: 81. Spengler, Oswald: 55, 81, 89-90, 92-93, 143.

Stein, S.: 116.

209

Balance historiográfico chileno

Stoichita, Víctor: 177.

Subercaseaux, Benjamín: 16, 65, 70-71. Subercaseaux, Guillermo: 121.

Taine, Hypolite: 82.

Teillier, Jorge: 18, 61. Thayer Ojeda (hermanos): 78.

Thayer, Willy: 173. Thierry, Jacques: 76-77. Thiers, Adolphe: 76.

Tironi, Eugenio: 133. Tocqueville, Alexis de: 76.

Turner: 89.

Valderrama, Miguel: 7, 12, 25, 26, 28.

Valenzuela Puelma, Alfredo: 65. Valenzuela, Eduardo: 133.

Vázquez de Mella, Juan: 20, 88. Vekemans, Roger: 128.

Vergara, Carlos: 133. Vial, Gonzalo: 19, 21, 52, 58, 88, 94, 108, 120, 126,

138, 144.

Vicuña Mackenna, Benjamín: 41, 44, 45, 46, 65, 78, 116.

Vicuña, Carlos: 125. Vicuña U., Manuel: 138. Vicuña, Pedro Félix: 120.

Vidal, Francisco: 67. Vignola, Jacobo: 168.

Villalobos Rivera, Sergio: 45, 56, 125. Villemain, Abel Fran^ois: 76.

210

Vítale, Luis: 129. Vitruvio, Marco: 68.

Vivar, Jerónimo de: 134.

Von Clausewitz, Cari: 81.

Von Ranke, Leopold: 14, 16, 62, 63, 68-69, 97.

Warhol, Andy: 184-185. Warnken, Cristian: 70-71.

Weber, Max: 80.

Windelband, Wilhelm: 78. White, Hayden: 173, 178, 182.

Yávar M., Aldo: 7.

Zaldívar, Claudia: 183. Zarzuri, Raúl: 136, 160. Zegers, Cristián: 20, 88. Zegers, Julio: 121. Zeitlin, M.: 130.

211

LOS AUTORES

Gabriel Salazar V. (1936) Premio Nacional de Histo­ ria 2006. Estudió Filosofía, Historia y Sociología en la Uni­

versidad de Chile. Es Ph. D. en Historia Social y Económi­ ca por la Universidad de Hull (UK). Entre sus publicacio­

nes destacan: Labradores, peones y proletarios, Sur, (1985); Violencia Popular en las “Grandes Alamedas”, Sur, (1990);

Historia Contemporánea de Chile, Lom, (1999, en coauto­

ría con Julio Pinto V.); Manifiesto de Historiadores, Lom, (1999, co-editor con Sergio Grez T); La historia desde aba­ jo y desde dentro, Universidad de Chile, (2003); La construc­

ción de Estado en Chile, Sudamericana, (2006). En la actua­

lidad es director de la Escuela de Historia de la Universi­ dad Bolivariana y profesor en la Universidad de Chile.

Cristian Gazmuri R. (1946) Abogado, PUC; Master en Historia, Universidad de California-Berkeley; Doctor en

Historia, Universidad de Paris I; miembro de la Academia Chilena de la Historia. Ha publicado: Chile 1900-1925, testimonios de una crisis', Chile en el siglo XX', El “48 ” chileno,

igualitarios, reformistas, radicales, masones y bomberos', Eduardo

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Balance historiográfico chileno

Freí Montalva y su época, Aguilar, (2000); Tres hombres, tres obras, Sudamericana (2000); La Historiografía chilena 1842-

1970, Taurus, (2006). Actualmente es profesor titular del Instituto de Historia de la PUC.

Alfredo Jocelyn Holt L. (1955) Licenciado en His­ toria del Arte y Master en Estudios Humanísticos por la

Johns Hopkins University; Ph. D. en Historia por la Uni­

versidad de Oxford. Entre sus publicaciones se destacan: La Independencia de Chile. Modernización, tradición y mito, Sudamericana (1992); El peso de la noche. Nuestra frágil

fortaleza histórica, Ariel (1997); El Chile perplejo. Del avan­ zar sin tranzar al tranzar sin parar, Sudamericana (1998); Espejo retrovisor. Ensayos político históricos, Planeta (2000);

Historia General de Chile. Tomos I y II, Planeta y Sud­ americana (2000 y 2004). Es coautor de Historia del siglo

XX chileno: Balance paradojal, Sudamericana, (2001); Do­ cumentos para la historia del siglo XX chileno, Sudamerica­ na, (2003). Actualmente es columnista en el diario La Tercera y se desempeña como docente de la Universidad

de Chile.

Miguel Valderrama (1971) Doctor (c) en Historia por la Universidad de Chile. Autor de Renovación socialista

y renovación historiográfica, Universidad de Chile (2001); Posthistoria. Historiografía y comunidad, Palinodia, (2004); Heródoto y lo insepulto, Palinodia, (2006). Actualmente se

desempeña como investigador y docente en la Universidad ARCIS.

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Luis G. de Mussy R. (1974) Historiador UFT (2000). Master y Ph. D. (c) en Español y Estudios Culturales por

el Kings College, Universidad de Londres. Ha publicado Mandragora. La raíz de la protesta o el refugio inconluso,

Editorial Oasis Oaxaca, UFT, México, 2001; (en coauto­ ría) Teófilo Cid, Soy Leyenda. Obras Completas, Vol. 1, UFT,

Diario La Nación, Editorial Cuarto Propio, Consejo Na­

cional del Llibro y la Lectura, 2004; Cáceres. El mediodía eterno y la tira de pruebas, UFT, Centro de Investigaciones

Barros Arana, Editorial Cuarto Propio, 2005; (en coauto­

ría) Enrique Goméz Corra, Sociología de la locura, Consejo Nacional de Libro .y la Lectura, Editorial Cuarto Propio,

2005. En la actualidad es Director de Investigación y Ex­ tensión del CIDOC y en la Escuela de Historia de la Uni­

versidad Finis Terrae. También se desempeña como profe­ sor en las universidades de Chile y Diego Portales.