Argentina Brasil 1850

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Argentina Brasil 1850

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F E R N A N D O D E V O T O - B O R IS FA USTO

Argentina-Brasil 1850-2000

Un ensayo de historia comparada Traducción de

A L FR E D O G R IE C O Y BAVIO

EDITORIAL SUDAMERICANA BUENOS AIRES

Fernando Devoto Argentina - Brasil : 1850-2000 i Fernando Devoto y Boris Fausto - I a ed. - Buenos Aires : Sudamericana, 2008. 496 p .; 23x16 cm. (Historia argentina y americana) Traducido por: Alfredo Grieco y Bavio ISBN 978-950-07-2905-5 1. Historia Argentina. 2. Historia Brasilera. I. Fausto, Boris II. Grieco y Bavio, Alfredo, trad. III.Título CD D 981:982

IMPRESO EN LA ARGENTINA Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723. © 2008, Editorial Sudamericana S.A® Humberto I 531, Buenos Aires.

www.sudamericanalibros.com.ar ISBN: 978.-950-07-2905-5 © Boris Fausto e Fernando Devoto, 2004 Título del original en portugués:

Brasil e Argentina. Um ensaio de historia comparada (1850-2002) Los mapas incluidos en esta publicación se ajustan a la cartografía oficial establecida por el PEN a través del 1GM y corresponden al expediente núm ero GG07 1461/5 de septiembre de 2007.

IN TR O D U C C IÓ N

La historia comparada ha sido una de las grandes promesas incumpli­ das de la historiografía occidental durante el siglo XX. Aunque propues­ ta como un campo pleno de posibilidades para renovar las visiones del pasado hizo, durante mucho tiempo, pocos y sectoriales progresos. Lo que ocurrió en la historiografía occidental en general también pasó en el caso sudamericano. Quizás en la búsqueda de individualizar un campo en el que los estudios comparados hicieron más progresos debería seña­ larse el de la política: desde los estudios sobre varguismo y peronismo, sea desde la ciencia política o desde la historia (Weffort, Skidmore), hasta aquellos sobre las derechas en ambos países (McGee Deutsch, Senkman, Benedicho Bereid), un filón se abrió en ese terreno. Los limitados avances en la comparación entre la Argentina y Brasil son algo sorprendentes si se piensa que muchos, entre ellos Gino Germani en los años sesenta, habían llamado la atención sobre las potencia­ lidades de las investigaciones comparativas entre los dos países. Ello es más sorprendente si se toma en consideración que se trata de dos socie­ dades cercanas en el espacio y cuyos procesos históricos como tales se desarrollan en el mismo cuadro temporal. Es decir que cumplen perfec­ tamente bien con aquellos dos requisitos exigidos por Marc Bloch para la validez de la comparación entre los historiadores. Además, pese a la diversidad espacial, al menos en una parte del proceso, sus tamaños, si se mide el espacio efectivamente ocupado, las estructuras de ambos Estados y el PBI de las respectivas economías, ambos tenían dimensiones equi­ valentes, lo que elimina el riesgo de comparar naciones que en esas dife­ rencias encuentran un obstáculo mayor para hacerlo, como ha sido pues­ to de relieve muchas veces. En tercer lugar, pese a esa cercanía en el 7

espado y en el tiempo, el riesgo de no poder escindir lo específico de lo que es producto de orígenes comunes e influencias recíprocas es bastan­ te reducido. Ello es así ya que ambos países, más allá de las rivalidades y los enfrentamientos abiertos, se percibieron a lo largo de casi toda su his­ toria (o al menos sus elites lo percibieron) como muy diferentes. Por otra parte esas mismas historias estuvieron mucho más ligadas respectivamen­ te con los centros políticos y económicos de Occidente que entre sí. Su procedencia de potencias coloniales distintas, la diferente lengua, su de­ sarrollo económico hacia afuera primero, la autarquía después, la poca o ninguna integración de las vías de comunicación (los ferrocarriles son un ejemplo), fueron factores que contribuyeron a esa relativa independen­ cia de un país del otro. Desde luego ello no busca minimizar las dimen­ siones de intercambio humano, cultural y económico en las zonas de frontera (como una vez fuera recordado, la frontera, a la vez que divide, unifica), solo que ésta no es tan extensa si se toma en consideración la tota­ lidad de las de cada nación. Aquí la presencia de Uruguay entre ambos, en buena parte de la misma, también operó como un amortiguador. U n modo de verlo es el de los intercambios comerciales. Como observó Braudel, por los mismos caminos por los que circulan las mer­ cancías circulan también las ideas y los hombres. Excluyendo las épocas recientes, los intercambios de Brasil y la Argentina estaban mucho más orientados hacia los centros del norte (Europa, los Estados Unidos) que lo que lo estaban entre sí.También lo estaban, si se mira en el largo plazo, los mundos políticos, culturales y científicos, más allá de momentos y situaciones específicas. U n elenco de las cantidades de tesis realizadas por estudiantes de un país en el otro, en los años comprendidos entre 1900 y 1975, podría ser un adecuado indicador de esa poca interacción. Una interacción que no puede ser evaluada rastreando los casos de los inter­ cambios efectivamente producidos sino colocándola en el contexto de cuáles eran los intercambios potenciales y evaluándolos en términos comparativos con los producidos con otras naciones. El balance es así escaso, pero esa escasez ayuda a los propósitos comparativos. Como es evidente, todas esas consideraciones no valen para la nueva situación surgida en los tiempos recientes. Más aún, son casi un contras­ te con lo que ahora está ocurriendo. El impulso político dado por las transiciones democráticas y los requerimientos de las visibles complementariedades en el terreno económico, cultural y académico generarán 8

muchos más intercambios y una mayor colaboración, de los cuales el Mercosur es el emblema más visible. Así, sobre todo por iniciativa brasi­ leña, numerosos coloquios tuvieron lugar en los últimos años, exhibien­ do la curiosidad por el otro y proponiendo intentos más sistemáticos de comparación entre ambos países. Algunos de esos coloquios han sido recientemente editados y han hecho un balance de la situación sobre numerosas cuestiones. Los esfuerzos son admirables aunque, con excep­ ciones, no se trata de un comparativismo que repose sobre un conoci­ miento equivalente de ambos casos sino más bien de trabajos de expertos en aspectos de su propia historia nacional que esbozan una perspectiva general sobre el otro caso. El presente libro se enmarca en este último conjunto de iniciativas y ha buscado resolver el requisito esencial de realizar la comparación en un mismo plano de profundidad a través de la colaboración entre dos his­ toriadores que proceden uno de Brasil y el otro de la Argentina. Los pro­ blemas no son igualmente menores. Ante todo, por la amplitud del tema. Es difícil dominar con el mismo rigor, con el mismo nivel de erudición, un período tan largo de tiempo, ciento cincuenta años, aun en relación con el propio caso de estudio. En segundo lugar, Brasil y la Argentina son dos realidades muy diferenciadas dentro de ellas mismas y no siempre es posible abarcar ni contener, dentro de una indagación a nivel nacional, esas diversidades. Desde luego podría preguntarse por qué se ha elegido un tema tan vasto y por qué se lo ha hecho sobre escala nacional si se considera que, durante mucho tiempo, la idea de comparaciones entre Brasil y la Argentina giró o sobre dimensiones acotadas en el tiempo y sectoriales o sobre una comparación entre realidades regionales o loca­ les (Buenos Aires y San Pablo, por ejemplo). Los autores han creído, sin embargo, que era necesario un cuadro de conjunto que sirviera más que como punto de llegada como punto de partida para nuevas investigacio­ nes más específicas. En segundo lugar, los autores consideran que, con los límites que tiene cualquier escala de observación de un fenómeno, la dimensión nacional permite iluminar algunos problemas centrales del análisis del pasado. Por cierto esa escala otorga, implícitamente, un papel explicativo predominante a las dimensiones públicas, políticas y estatales en el análisis histórico. Con todos los límites que la escala nacional pre­ senta, puede afirmar un punto a su favor: es evidente que un elemento unificador de experiencias es la interacción de los individuos, los grupos, 9

las instituciones con un mismo centro que es el Estado nacional. Las experiencias en el ámbito de la. sociedad civil son inevitablemente muy heterogéneas y solo una historia poco atenta a los matices, poco intere­ sada en las experiencias concretas de las personas, puede postular homo­ geneidades donde hay tantos ilimitados itinerarios diversos. Una historia verdaderamente social solo es factible en la escala pequeña, es ahí donde pueden indagarse específicamente los hombres en sus acciones, creen­ cias, comportamientos concretos. La dimensión regional es también un buen instrumento para indagar perspectivas que pueden ser comunes, si esa región no es delimitada según fronteras administrativas sino buscan­ do zonas de coherencia, donde existan rasgos comunes derivados del pasado o de formas sociales o económicas. Como señalara alguna vez Giovanni Levi, la región es el punto de llegada de una investigación más que el punto de partida. Poniendo un ejemplo del juego de escalas, si queremos indagar la his­ toria económica, la escala pequeña nos permite observar las estrategias de los individuos o las familias, en suma, la lógica de su acción no guia­ da siempre por móviles puramente económicos o utilitaristas. Un uso clásico es el de la historia de una empresa. Si observamos los problemas en escala regional, podremos ver allí el papel de la concreta dotación de factores, de la estructura familiar, de un específico entramado cultural, de los hábitos de trabajo, de la interrelación entre los distintos actores eco­ nómicos. Es decir que buscamos una explicación del desarrollo econó­ mico que contiene pero va más allá de los factores estrictamente econó­ micos y de la acción del Estado. Los estudios sobre los llamados “distritos industriales” son un buen ejemplo de ello. Si miramos el problema a escala nacional nos vemos obligados a prestar una importancia crucial a los datos macroagregados que eliminan en el promedio las enormes dis­ paridades, nos orientamos a otorgar un rol preponderante en la explica­ ción a las políticas públicas, en su operar para favorecer directa o indi­ rectamente el desarrollo económico y a tomar en consideración relevante la calidad y el funcionamiento de las instituciones. Como se ve, cada esca­ la contiene un ángulo de observación que ilumina ciertas dimensiones del pasado y deja en sombra otras. Los autores de este libro han elegido la escala nacional intentando contemplar en la argumentación las diversidades regionales de cada país. Es una elección que puede fundamentarse de muchos modos. No se 10

trata, desde luego, de afirmar a la nación como un ámbito provisto de sentido, como una comunidad de pasado, presente y porvenir, como el eje portante del análisis histórico, a la manera de la historiografía tradi­ cional. Se trata más bien de partir de la consideración de que en ambos casos, países con territorios inmensos, con poblaciones dispersas, con éli­ tes casi inexistentes, el Estado nacional desempeñó un rol más o menos central en la construcción de los mismos. Además, una comparación a nivel de Brasil y la Argentina como naciones permite discutir un tipo de lectura y un peligro implícito en los estudios históricos en ambos países. La lectura es la de la explicación autosuficiente y endógena del desarro­ llo de ambas naciones y /o de la búsqueda de la originalidad de cada de­ sarrollo histórico que convertiría a ese caso en “excepcional” dentro del contexto latinoamericano. El peligro es el del nacionalismo historiográfico. Pongamos un ejemplo. Más allá de mayores optimismos o pesimismos en cada uno de los dos países sobre su respectivo futuro, sus elites diri­ gentes y sus intelectuales, como los de cualquier país (recuérdense aquí las agudas observaciones de Stanislav Ossowski), tendieron a dar general­ mente visiones autocomplacientes de su propia historia, en especial si se los comparaba con las de otros países. Los argentinos vieron a su propio país, a lo largo del siglo XX, como una sociedad mucho más abierta e igualitaria que casi cualquier otra y en especial en confrontación con los Estados Unidos. El mito del “crisol de razas” aludía a ello, insistiendo sobre cuánto mejor les había ido a los inmigrantes europeos en el país sudamericano, cuánto más integrada y menos conflictiva étnicamente habría sido esta sociedad. En Brasil ocurrirá un fenómeno semejante con relación al negro. También aquí intelectuales y elites insistieron con fuer­ za desde la segunda posguerra en la mayor apertura y menor discrimi­ nación existente en este país en una relación comparativa también con los Estados Unidos. Allí un mundo dominado por la segregación; en Brasil, en cambio, permeado por relaciones “más humanas”. Lo que ocu­ rrió en la mirada hacia los Estados Unidos (que de todos modos era más compleja que solo la cuestión racial o la cuestión inmigratoria) también ocurrió en las comparaciones recíprocas entre la Argentina y Brasil. Aquí hubo, a nivel de sus elites políticas e intelectuales, una historia de des­ confianzas y de competencia que poco ayudó no solo a comprender desapasionadamente los procesos históricos sino que incentivó lecturas 11

nacional-céntricas que reforzaron aquellas inclinaciones. El otro país era, a la vez, a menudo, un contramodelo negativo y un adversario. En el siglo XIX las elites imperiales brasileñas percibían de ese modo a las “bárbaras” repúblicas sudamericanas donde todo parecía ser desor­ den, anarquía y' guerra, ausencia de clase dirigente y de un verdadero refinamiento social como el de la Corte Imperial. Por el contrario, en la región platense, desde una democracia y un igualitarismo social, arraiga­ do en la retórica y en menor medida en la práctica, se miraba despecti­ vamente al Imperio y, aunque con muchos matices, a la sociedad escla­ vista o quizás mejor a una sociedad que por ello era poco europea, como trataría de serlo plenamente la argentina, en el diseño de muchos, a par­ tir de la masiva inmigración europea. Con todo, ello no impedía que los viajeros argentinos a R ío de Janeiro no dejasen de percibir el mayor nivel de civilización que, en buena parte del siglo XIX, parecía emerger de esa urbe. Con el correr de los años, la transformación argentina, desde la segunda parte del siglo XIX, no dejó de suscitar cambios en las mutuas percepciones.Tulio Halperín Donghi ha indicado que un momento cru­ cial en ese proceso, para las elites argentinas, fue la guerra del Paraguay y la imagen negativa que suscitó la presencia del ejército brasileño en Buenos Aires. Pero yendo más acá en el tiempo, al momento del impre­ sionante desarrollo argentino, en el tránsito entre los siglos XIX y XX, éste generó, sobre todo en Brasil, un juego de comparaciones y compe­ tencias. Por ejemplo, como observó Gilberto Freyre, entre el progreso material de las dos capitales. Más allá, provocó a la vez un reforzamien­ to de la identidad de las elites argentinas en su creencia en un “destino manifiesto” excepcional y único dentro del contexto latinoamericano (las historias de Bartolomé Mitre fueron en esto emblemáticas), así como un despertar de ciertas inquietudes en las elites brasileñas. La bella anéc­ dota, recordada por Rohloff de Mattos, acerca de la recomendación dada por el presidente de Brasil, Epitácio Pessoa, de que no se incluyese en el seleccionado de fútbol de Brasil, que en 1921 debía disputar un amisto­ so en Buenos Aires, a mulatos y menos a negros es muy reveladora de ese clima en el entonces nuevo siglo. Luego el péndulo volvió a girar y el crecientemente exitoso desarro­ llo brasileño empezó a contrastar con el retraso relativo de la Argentina. Eran ahora nuevamente las elites brasileñas las que volvían a mirar con 12

cierta condescendencia a la Argentina y a reivindicar en la riqueza de la variedad de su pasado, incluida la herencia africana, una feliz excepcionalidad. Lectura que tan bien expresará la obra de Freyre, aun si la mayo­ ría de los intelectuales progresistas brasileños seguiría, por mucho tiem­ po, deslumbrada por la “Atenas” o la “Polis” del Plata como, entre otros, la llamó una vez Fernando Henrique Cardoso. En la Argentina, entre­ tanto, el espejo estaba invertido. Tecnócratas (Alejandro Bunge entre los primeros) y políticos miraban, a la vez, con mayor atención y aprehen­ sión a Brasil, en paralelo con unos intelectuales en los que emergían melancólicas reflexiones sobre la “decadencia” argentina, aun si ello no impedía que estos últimos fuesen los más resistentes y reticentes, hasta muy tarde, a tener alguna admiración por Brasil, su sociedad y su cultu­ ra. Empero dejemos aquí este breve excursus sobre la visión del otro, uti­ lizada apenas para argumentar acerca de distancias que fueron iguales si no superiores a influencias recíprocas. Lo que este libro propone es un ejercicio comparado. ¿Qué tipo de comparación? En primer lugar hay que advertir que el enfoque es idiográfico y la solución narrativa. Es decir que no se propone una indaga­ ción sistemática de un conjunto de variables previamente elegidas y cuantificables, aun si la cuantiflcación allí donde está disponible (demo­ grafía, economía, sistema político) ha sido empleada por todo lo ilumi­ nador que ella tiene y no como un fetiche metodológico. La solución comprensiva y narrativa es un enfoque enteramente pertinente también en la historia comparada y tiene ilustres predecesores. En cuanto a las distintas tipologías de comparaciones posibles, este libro se inclina por aquella defendida por Marc Bloch como más lícita para los historiado­ res: estudiar sociedades cercanas en el espacio y en el tiempo y buscar, a la vez, semejanzas y diferencias. Dentro de las variedades propuestas por Charles Tilly, es una comparación más individualizadora que generalizadora. Ello es así ya que no propone una conclusión general válida que pueda deducirse del estudio de ambos países. Los autores creen que, más allá de todo, a lo que el estudio comparado los ha ayudado es a repensar sus propios casos, a rediseñar las preguntas y a esbozar algunas nuevas hipótesis de respuesta para las mismas. Ciertamente también los ha ayu­ dado a percibir rasgos comunes que Brasil y la Argentina comparten entre sí y probablemente con otros casos sudamericanos, aunque esto ya ha sido explorado por otros autores y, desde luego, así como no hay en 13

este libro una historia de dos “vidas paralelas” tampoco hay el postulado de un necesario destino común. El mismo podrá ser el resultado de la voluntad política tanto o más que de las necesidades económicas. A su modo, este libro hace suya la argumentación poco compleja pero muy sensata de John Stuart Mili en su Lógica cuando hablaba de concordancias y diferencias para poder explicar la causalidad. Trata de apoyarse en la sensatez del historiador más que en las sofisticadas teorías de las vecinas ciencias sociales. Ello indica que se han utilizado de mane­ ra flexible los análisis provistos por ellas, sin la aspiración de precisión, de certidumbre y exactitud que suele embargarlos. El oficio del historiador es llamar la atención sobre la complejidad mucho más que descubrir ver­ dades generales. Dicho esto, es evidente que miradas en el largo plazo las historias de la Argentina y Brasil muestran un zig-zag que la atención exclusiva al tiempo corto contemporáneo no permite percibir con cla­ ridad. Si imaginamos dos carreras de obstáculos paralelas, la velocidad de los corredores no fue uniforme en los distintos períodos. Brasil arrancó con más fuerzas pero la Argentina lo alcanzó y lo superó, en casi todas las dimensiones que se puedan cuantificar, en sus años dorados anteriores a la Primera Guerra Mundial. Luego de ello, en especial después de 1930, Brasil tomó una velocidad sistemáticamente mayor que la Argentina. Si algo enseñan esas fluctuaciones del pasado, en este punto, es que el futuro es inescrutable. Con todo, los logros cuantificables no constituyen por sí un indica­ dor suficiente. Deben ser puestos en relación con otras dimensiones más inasibles y con las expectativas que tenían las personas que, desde distin­ tos lugares sociales, vivieron y construyeron a su modo esa rica trama de experiencias que es el pasado de un país. Como tantas veces ha sido recordado, si las personas creen que algo es real, es real en sus consecuen­ cias y, como R obert M erton solía recordar, las nociones de éxito o fra­ caso dependen no de datos objetivos en sí, sino del grupo de referencia que se escoja para compararse. En este punto es difícil no argumentar que, con las variaciones antes apuntadas en los distintos períodos, los bra­ sileños contemporáneos han tenido una mucho mayor sensación de haber logrado superar los desafíos y de haber desarrollado una trayecto­ ria nacional más exitosa que la que paralelamente tuvieron los argenti­ nos. Ciertamente estas afirmaciones no valen para todas y a veces ni siquiera para la mayoría de las personas sino para una no precisada opi­ 14

nión pública. En aquellos poco o nada integrados a la sociedad la pers­ pectiva puede ser diferente, y las demandas sociales insatisfechas son omnipresentes en Brasil, solo que remiten más hacia un futuro que debe ser alcanzado que hacia un pasado en el que hubieran existido. Los argentinos, en cambio, han estado mucho más dominados, en el último medio siglo, por una lectura de sí mismos a la manera de Hesíodo. Es decir, una noción de que la edad de oro estaba atrás y muchos de los malestares e insatisfacciones han estado ligados no solo a condiciones objetivas sino a esa exasperación ante la imposibilidad de volver a la feliz situación que habría existido en el pasado, fuese en los comienzos de siglo, en el primer peronismo, en- los años sesenta, según cada cual. Todo ello orientó a los argentinos más intensamente a la búsqueda del culpa­ ble que impidió cumplir aquel desmesurado destino de grandeza en el que habían sido educados. En esa búsqueda, los intelectuales y las elites argentinas encontraron a veces en Brasil algunos modelos que suponían envidiables: los empresarios paulistas, supuestamente schumpeterianos, la clase política, la diplomacia de Itamaraty o, desde otro ángulo ideológi­ co, la mayor disciplina y orden social, antigua nostalgia de las elites rioplatenses surgida ya en los tiempos posindependentistas. Desde luego que hubo también contraimágenes del tipo el “jardín de mi vecino es más verde”. Simpatizantes brasileños de Vargas lamentaban su timidez ante la mayor radicalidad del peronismo o se entusiasmaban ante la combatividad más elevada del movimiento sindical del país platense. Argentinos de tradición antiperonista, por su parte, no dejaban de valorar mucho más aVargas y su obra que a la del más plebeyo régimen de Perón. Muchos brasileños miraban en el pasado a la izquierda argen­ tina como muy superior a la propia — como el padre de uno de los dos autores solía recordar: ese país donde había un partido como el Socialista y dirigentes como Dickmann o Repetto— , pero con los años, otros, en lo que quedaba de la izquierda argentina, comenzaron a admirar a Lula y al PT. Las derechas argentinas se entusiasmaban con el régimen militar brasileño mucho más que con los regímenes militares propios e, inversa­ mente, la transición democrática argentina fue vista con ojos más favo­ rables por muchos brasileños que la suya. En años más recientes las cla­ ses medias instruidas preferían én ambos países el modelo del intelectual Cardoso sobre el del pintoresco Menem. Por otra parte, intelectuales brasileños habían añorado en el pasado el refinamiento de la vida inte­ 15

lectual y cultural porteña mientras que otros argentinos envidiaban la creatividad y originalidad de la cultura brasileña, que habría sido menos imitadora de lo europeo que la propia. Los ejemplos contrapuestos podrían extenderse hasta el infinito. ¿Que ocurrirá en el futuro? Ambas naciones tuvieron oportunidades derivadas de su inserción en una economía mundial, y más allá del acierto mayor o menor de las polí­ ticas, esas posibilidades fijaban techos y pisos que solían estar por sobre la voluntad política y de los actores sociales locales. Ambos países enfren­ taron desafíos semejantes y los resolvieron muchas veces de manera dife­ rente. Aunque en ambos países el Estado fue central, es difícil no perci­ bir comparativamente cuánto más influyente fue en Brasil que en la Argentina. Una vez más, mirado el problema en el largo plazo, el Estado brasileño y las elites que lo controlaron en sus sucesivas fases parecieron adaptarse mejor a los desafíos de la modernidad, tal como Max Weber los había concebido (burocratización, racionalidad). Si en Brasil lo pri­ mero que vemos es el Estado, en la Argentina, en cambio, lo primero que vemos es la sociedad. Aquí, con todos los desfallecimientos recientes, en el proceso histórico se construyó una sociedad más integrada (más entra­ mada si se quiere) que la brasileña, y aunque el Estado jugó un rol en ello también hubo otros mecanismos sociales autónomos del mismo. No deberíamos olvidar aquí tampoco el problema del espacio y de la natu­ raleza, con sus obstáculos y con sus posibilidades para construir una sociedad densa, sin por ello caer en lecturas ingenuas y prejuiciosas. Dada la amplitud del tema elegido, no se examinan todos los campos del pasado sino que se seleccionan algunos que, por las investigaciones ya existentes o por la pertinencia para la comparación, han parecido a los autores más relevantes. No se busque pues una historia comparada inte­ gral de la Argentina y de Brasil; mucho deberá hacerse antes de ello. Búsquese mejor una introducción a ese tema tan vasto. La amplitud temática hace asimismo que la investigación repose, hasta donde ha sido posible, sobre la más amplia consulta de las fuentes secundarias disponi­ bles. La escala nacional elegida nos ha orientado en sí misma, como argu­ mentamos, a dar prioridad a las dimensiones de la macroeconomía, a la acción de los respectivos Estados, a la política y a algunos fenómenos sociales organizados. Se han incluido pantallazos de otros temas, como la historia de las ideas o las creencias, pero son solo vistas sumarias que tra­ tan de enriquecer o iluminar lateralmente a las otras dimensiones. Tres 16

últimas observaciones son necesarias. La primera es que el presente volu­ men es una versión resumida de la que fue publicada en San Pablo en 2003. La segunda es que, aunque en el marco de una colaboración per­ manente entre ambos autores, la responsabilidad por lo escrito en los capítulos 2 y 4 corresponde a Fausto y en la introducción y los capítu­ los 1 y 3 a Devoto. La tercera es que a lo largo del proceso numerosas personas ayudaron de distintos modos a los autores: Jorge Caldeira.fue importante en el soporte institucional del proyecto; María Inés Barbero, Sergio Fausto y Juan Carlos Torre leyeron partes del manuscrito realizan­ do valiosas sugerencias; Alicia Bernasconi, Francisco Doratioto, Gilberto Dupas y Bolívar Laumonier colaboraron también en distintas formas. Todos ellos están eximidos, desde luego, de cualquier responsabilidad sobre lo escrito. Es bueno detenernos aquí. Esta introducción no pretende ser una guía oficiosa para el lector sino apenas exponer algunos puntos de vista de los autores. El lector podrá construir a través de la lectura su propia imagen de los procesos en ambos países. Esperemos que los colegas encuentren algunos nuevos puntos de reflexión o al menos algunos luga­ res diferentes desde donde mirar los problemas de sus respectivas nacio­ nes y que aquellos que actúan en esferas de decisión puedan encontrar en ese pasado otros motivos para una colaboración más estrecha entre ambas naciones. En suma, como propuesta ha tratado de ser la de una obra abierta e interlocutoria, como lo fue la colaboración entre los dos historiadores que la han escrito. Habent sua fata libelli (tienen su destino los libros), decían los antiguos, el mismo no corresponde a quienes los escribieron. F e r n a n d o D e v o t o - B o r is F a u s t o

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CAPÍTULO 1

La herencia del pasado y la construcción nacional Territorio, unidad, disgregación

La actual Argentina y Brasil tenían en el pasado semejanzas y diferen­ cias en las que es útil detenerse antes de comenzar nuestra historia. Ambos eran enormes espacios, subpoblados y subocupados. Sin embar­ go, en sus dimensiones, Brasil era tres veces mayor que la futura Argentina (8,5 millones de km2 contra 2,8 millones de km2). Esa dife­ rencia tenía que ver con los respectivos legados coloniales y con el pro­ ceso de independencia. En realidad, desde el punto de vista de las unidades territoriales, ambas naciones procedían de construcciones jurídicas tardías. El territo­ rio heredado de Brasil deriva del tratado de Madrid de 1750 y el de la futura Argentina de la creación del Virreinato del R ío de la Plata en 1778. Ambos procesos tenían sin embargo características muy diferentes. El Tratado de Madrid había ampliado el territorio reconocido como portugués hacia zonas que en general (con excepción del sur) eran muy poco pobladas, no dominadas y en las que no existía una ocupación efec­ tiva precedente por parte de otras potencias coloniales. El Virreinato, en cambio, se creaba a través de una reorganización de jurisdicciones pre­ existentes del Imperio español y era una unidad nueva que se superpo­ nía en parte a territorios densos y ya desde antes cohesionados adminis­ trativamente (como el Alto Perú o Paraguay) que o habían actuado con bastante autonomía o habían dependido de otros centros del poder espa­ 19

ñol. Ello hacía que la nueva jurisdicción fuese en los hechos más super­ ficial y en las percepciones más artificial. En este sentido, Brasil podía verse como legítimo continuador de la dominación portuguesa, sin rival que se la disputase, mientras que la nueva unidad que sería luego la nación argentina carecía de iguales ventajas. Con todo, el nuevo Virreinato del R ío de la Plata parecía contar con una ventaja sustancial y ésta era el criterio de racionalidad que presidía su creación: todos los territorios que lo integraban tenían su puerto de salida natural (para la época) en el de Buenos Aires (o mejor en el eje Buenos AiresMontevideo), mientras que Brasil tenía un sistema de distintos puertos que organizaban alternativamente sus respectivos hinterlands (Belén, Recife, Salvador, R ío de Janeiro) y que, con la misma lógica, podían haber sido elementos de disgregación. El antiguo Virreinato del R ío de la Plata del que procedería la futu­ ra Argentina tenía, en 1810, 5 millones de km2. La pregunta de por qué Brasil conservó su unidad territorial y la Argentina no ha suscitado muchas opiniones en las respectivas historiografías. Desde luego en nin­ guno de los dos países existía, en un primer momento, una idea de “identidad”, de pertenencia a una entidad común. Pero tampoco la había en los países europeos, donde las monarquías del antiguo- régimen se ocupaban poco de construir una conciencia de pertenencia y mucho más de una simple aceptación del orden social y de reconocimiento del poder político. En la futura Argentina, al igual que en el resto de las pose­ siones españolas, si alguna identidad existía ésta era por una parte “ame­ ricana” y, por la otra, local. Esto no es extraño ya que una identidad comúnmente se define en el plano simbólico ante un “otro” — y el otro eran los dominadores coloniales— , o se articula en el plano de las rela­ ciones sociales primarias, cara a cara. No parece que la situación haya sido diferente en Brasil. ¿Por qué entonces dos resultados disímiles? Además de lo dicho en un párrafo precedente acerca de las percepciones, se pueden agregar otras consideraciones. Se ha atribuido una gran importancia al hecho de que la Independencia de Brasil se realizó de un modo más ordenado, breve y menos cruento que en la América española. Se ha señalado tam­ bién el papel cohesionante sucesivo de la monarquía lusitana (que había sido una idea de los mismos revolucionarios argentinos con el mismo fin) y el de un sistema social, la esclavitud, que favorecía la unificación 20

en tanto generaba una aprehensión mayor en las elites económicas y sociales, temerosas de las consecuencias de la anarquía social (el temor existía también en el Río de la Plata aunque en menor grado) y, a la vez, de la abolición de la misma. En términos comparativos el primer proce­ so es más importante que el segundo o el tercero. La llamada balcanización de la América española tuvo lugar en el período de las guerras de Independencia. El Virreinato se desmembró en esos años y casi desde el comienzo. Luego de las guerras de Independencia no hubo sucesivas desmembraciones, aunque ni en éste ni en otros casos hubo fuerza para intentar reunificaciones. Ello es bastante lógico ya que las tensiones sobre los Estados se hacen más intensas cuando existe un conflicto exterior importante y perdurable. La excepción es la segregación de Uruguay, pero ahí, desde tiempos coloniales, existía a la vez una continuidad terri­ torial de las campañas y un conflicto de intereses muy fuertes en la lucha económica entre los puertos de Buenos Aires y Montevideo (que las hacía ciudades alternativas y no complementarias). Si a ello se agregan los conflictos entre las elites porteñas y las orientales, el interés de Brasil y la mediación inglesa, se explica muy bien la excepcionalidad de la emancipación de Uruguay. En este sentido, el elemento de la forma de gobierno, luego de la emancipación brasileña, como explicación para el problema de la unidad territorial puede ser menos relevante. Parece mostrarlo el caso de la actual Argentina, luego de 1820. Ésta, como dijimos, conservará a la larga la unidad territorial subsistente en ese momento, al igual que Brasil cen­ tralizado y monárquico, pese a la disolución del poder central, las conti­ nuas guerras civiles, las iniciativas segregacionistas, conviviendo por casi treinta años con un sistema de plenos poderes de cada una de las provin­ cias, a todos los efectos autónomas, que solo delegaban a una de ellas, la provincia de Buenos Aires, el manejo de las relaciones exteriores. Este sistema expresaba tanto la voluntad de autonomía y de ejercer plenos poderes en su territorio por parte de las elites regionales como su nega­ tiva (o su imposibilidad) de constituirse (o incluso de pensarse sistemá­ ticamente) como Estados independientes, donde la unidad era vista por casi todos como una posibilidad, aunque fuese pospuesta para tiempos futuros. En realidad ambos países sufrieron muchos impulsos secesionistas (más intensos en Brasil en las- décadas de 1830 y 1840), pero el Estado 21

central o la voluntad de unidad pudieron superarlas. Visto desde la Argentina, hay que atribuir gran importancia a un elemento: los recur­ sos financieros de una de las provincias, Buenos Aires, gracias al control de los recursos de la aduana. De este modo, el fracaso de las restantes elites provinciales para independizarse (hasta donde deseasen hacerlo y no simplemente redefinir las relaciones entre las regiones) derivaba menos de la fórmula política que se adoptase que de la percepción de la inviabilidad de esos mismos Estados provinciales, para las elites loca­ les respectivas. Ello porque, como en Brasil, el problema de los conflic­ tos regionales se planteaba en el terreno de los grupos de poder más que en el de la población toda. Aunque esta población fuese movilizable detrás de distintas banderas, en la Argentina probablemente seguían más a sus jefes que otra cosa. En Brasil, en cambio, esos conflictos en el seno de la elite parecen haberse derramado hacia abajo en muchos casos (una excepción es la revolución Farroupilha, en la cual la parti­ cipación popular encuadrada en las fuerzas militares no adquirió auto­ nomía) dando lugar a fenómenos sociales que se independizaban de las elites. Con todo, aquellas carencias estructurales de los poderes regio­ nales quizás puedan ser una buena explicación para la solución nego­ ciada de las distintas revueltas secesionistas brasileñas como ocurrió en la más fuerte y duradera, la de los farrapos en el sur. Muchos de esos grupos dirigentes regionales percibían también allí que era más venta­ josa la unidad que cualquier otra alternativa y buscaban ante todo redefinir los poderes políticos y las competencias fiscales. Al menos eso es evidente en el caso argentino. No era tanto la idea de patria como los intereses en juego lo que mantenía a esos conglomerados hetero­ géneos unidos o divididos. Ciertamente, también puede argumentarse acerca del papel de las políticas de los gobiernos. Se ha afirmado que el Imperio tuvo mejor percepción de sus intereses exteriores y ello lo llevó a una política más consecuente hacia la defensa de su territorio que la Argentina. Esto es en sus grandes líneas correcto. La mayoría de los gobiernos argentinos que ejercieron por sí o por delegación las relaciones exteriores tuvieron polí­ ticas bastante erráticas, aunque su situación era objetivamente más difí­ cil. Tuvieron permanentemente que confrontarse en distintos frentes, internos y exteriores, y en ese marco era difícil decidir cuál era el más urgente, más allá de las intenciones. 22

M a p a 1 . Áreas de la actual Argentina ocupadas por el poder de origen español a comienzos del siglo XIX

Fuente: E. Chiozza, 1971.

En realidad, cuando hablamos del territorio de un Estado debemos prestar atención también a los elementos que lo cohesionan. Aquí las diferencias son muy significativas entre ambos países. Veamos en primer lugar la ocupación efectiva del espacio. Ninguno de los dos Estados ejer­ cía plenamente su soberanía sobre los territorios que jurídicamente le pertenecían, más allá del hecho, más bien formal, de que hubieran sido demarcados. En el momento de la Independencia (ver mapa l),las Pro­ 23

vincias Unidas del R ío de la Plata dominaban apenas algo más de un ter­ cio de su territorio futuro y Brasil alrededor de la mitad. Hacia media­ dos de siglo, la Confederación Argentina había hecho pocos progresos y aún alrededor de la mitad de su territorio estaba en manos de indígenas belicosos. En el caso de Brasil ese porcentaje se reducía quizás solo a un tercio, pero ocupados por grupos indígenas menos articulados aún con la civi­ lización iberoamericana que lo que ocurría en la frontera plena de inter­ cambios del sudoeste argentino.Veámoslo del siguiente modo. Con rela­ ción al territorio no dominado, la actual Argentina tenía dos fronteras porosas pero conflictivas con los indios, que solían llegar en “malones” hasta las proximidades de las ciudades de Buenos Aires, en el sur, y de Santa Fe en el norte, aún hasta 1870. Brasil, en cambio, tenía con rela­ ción a sus territorios no efectivamente controlados una situación no solo menos conflictiva, sino mucho más lejana en el espacio. Desde luego que existían indios más cercanos, por ejemplo en el interior de San Pablo, que solo desaparecerían con la expansión del ferrocarril, pero estaban muy sedentarizados. Sin embargo, los indios menos asimilables y más numerosos se encontraban muy lejos de sus principales centros poblados, y entre ellos y las zonas productivas había amplias áreas de colchón que se habían generado en los avances hacia el interior. Así, por su ubicación y número, no constituían una amenaza endémica como en el país plati­ no, donde las constantes incursiones de los “malones” indígenas creaban una situación de frontera belicosa recurrente. Todo ello se vinculaba también con las formas respectivas de ocupa­ ción del espacio. Brasil había sido poblado desde la costa hacia el inte­ rior y esa penetración había dado a la civilización brasileña una inserción predominantemente litoral y una cierta continuidad espacial que la futu­ ra Argentina no tenía (ver mapa 2). Por supuesto que ello se vinculaba también con la ubicación de las sucesivas economías de exportación que se desarrollaron, azúcar, oro (que penetró más hacia el interior), luego café y más secundariamente algodón, arroz y la actividad pecuaria, en el noreste y en el sur. Estas, aunque destinaban su producción para el abas­ tecimiento de las áreas dinámicas, constituían, al menos en el último caso (donde en realidad la habían precedido), también economías de expor­ tación (cuero, luego tasajo). La actual Argentina, en cambio, había sido ocupada desde sus dos extremos, el norte y el R ío de la Plata (para mejor 24

M apa 2. Brasil en 1830

decir el R ío de la Plata y el Paraguay, que colonizado desde el sur revir­ tió desde allí luego hacia las zonas del litoral) y secundariamente desde el este (Chile). El mapa 1 muestra en qué medida esas dos zonas estaban unidas por una delgada línea y ello hacía a esa Argentina, pronto eman­ cipada, algo más heterogénea espacialmente que Brasil. Situación agrava­ da porque en cuarenta años de vida independiente todo había cambiado muy poco. 25

Por supuesto que además de la continuidad espacial hay que tener en cuenta las vías de comunicación y esos ámbitos articuladores del espacio, como afirmaba Braudel, que son las ciudades. Dado el desastroso estado de las carreteras, lo que articulaba el territorio eran las vías marítimas y flu­ viales que lo°surcaban. La situación es aquí nuevamente muy diferente. La actual Argentina tenía un eje fluvial en torno a los ríos del Plata, Paraná y Uruguay que le daba bastante cohesión a una de las dos zonas, la del lito­ ral, que era la de la economía más dinámica (aunque subir por el Paraná contra la corriente podía demorar tanto o más que por tierra). En cambio, carecía de buenas vías terrestres que la uniesen con la otra zona, la del inte­ rior. La mejor, la más transitada, era la antigua carretera al Potosí, muy pre­ caria, aunque con un buen sistema de postas. Empero, más allá de ellas, había una enorme carencia que impedía vincular a las distintas subzonas entre sí. La presencia de indios belicosos, por su parte, se sumaba a la total ausencia de trabajos públicos para hacer más seguras y transitables otras vías de comunicación, como la que unía a Buenos Aires con la zona de Cuyo. Una segunda diferencia es que la futura Argentina tenía una ciudad que sobresalía mucho sobre las otras en 1810, y era además la llave de comunicación hacia el exterior para toda la Argentina, ya que se trataba del único puerto disponible. Aunque debe recordarse que Buenos Aires no era un buen puerto natural y que, como muestran los testigos de la época, la tarea de desembarco de personas y mercaderías era muy peno­ sa y debía hacerse trasladándolas de las naves en chalupas, vista la impo­ sibilidad de aquéllas de atracar en la costa. Buenos Aires, por lo demás, era la ciudad más poblada, con alrededor de 50 mil habitantes. La segun­ da ciudad, Córdoba, que tenía tradición administrativa y educativa, era el nexo entre las dos zonas señaladas. En este sentido, la geografía urbana prenunciaba un elemento de unificación forzosa, aunque la falta de un buen sistema de comunicaciones hiciera a esa hegemonía más geopolí­ tica que económica, ya que las dos zonas estaban demasiado lejos como para complementarse. La del interior no podía abastecer a la del litoral ya que para ésta le era más fácil y económico hacerlo desde el exterior. La del litoral podía ser (y era) un punto de penetración de mercaderías importadas para las zonas mediterráneas más que de provisión de su pro­ pia producción. Nada había cambiado mucho para 1850. Brasil no tenía algo comparable al eje fluvial del litoral. Desde luego estaba el Amazonas, que sería una importante vía de comunicación en el 26

norte, sobre todo desde que fue abierto a la navegación internacional en 1866. Otras vías fluviales que hubieran sido importantes para una conexión norte-sur, como los ríos San- Francisco o Araguayá, eran de difícil navegación natural y el Estado imperial poco haría para mejorar­ los. De este modo, como ha sostenido Nogueira de Matos, Brasil, pese a poseer una red hidrográfica muy extensa, hacía muy poco uso de ella. Disponía en cambio de un sistema de puertos que permitía, al menos teóricamente, una comunicación interregional mejor que la argentina, aunque potencialmente empujara menos hacia la unificación ya que, en un contexto en el que lo único dinámico en el terreno económico era la producción hacia el exterior, ésta podía hacerse desde varios lugares reduciendo la centralidad de cualquiera de ellos. Esa situación genera­ ría tensiones y competencias entre los mismos y desde allí promovería intereses regionales contrapuestos. Con todo, ese sistema de puertos no abarcaba todo el litoral: la zona de R io Grande do Sul carecerá de un buen puerto hasta 1912. Brasil tenía asimismo un sistema de carreteras terrestres mejor que el de la Argentina, sobre todo en la zona central y en el sur. En la primera, el eje era el llamado Caminho Novo, que unía Minas Gerais con R ío de Janeiro, que procedía del siglo XVIII y vin­ culaba dos de las zonas más pobladas del país. Nuevamente una excep­ ción era el litoral de R io Grande do Sul, mal y poco conectado con su interior. Sin embargo, en la primera mitad del siglo XIX, el Estado portugués primero y el brasileño después hicieron mucho más que el o los argen­ tinos, consumidos en las guerras de Independencia y civiles, para mejo­ rar las comunicaciones terrestres, en especial en el área de R io de Janeiro. Desde la construcción del Caminho do Comércio o Caminho da Serra que comenzó a pavimentarse en 1814, que partiendo de R ío se vincu­ laba con el interior de la provincia e implicaba una variante muy mejo­ rada hacia Minas, hasta la más ambiciosa de las iniciativas, la ruta “Uniao e Industria” que unía Petrópolis con Juiz de Fora. Más allá de esa área, los progresos fueron más lentos, con excepción de la zona pecuaria del sur, donde una red de comunicación surgió al amparo de la expansión económica y el poblamiento que la acompañó y, más tarde, en la zona paulista que, aunque constituía un excelente nudo de comunicaciones potencial, tuvo que esperar hasta la expansión del café para disponer de un razonable sistema de vías terrestres. 27

Brasil disponía asimismo de un sistema de ciudades algo más equili­ brado y extendido a principios del siglo XIX (las dos mayores, Salvador y Río, tenían dimensiones equivalentes a Buenos Aires) que nuevamen­ te integraba mejor las regiones y las conectaba con el exterior pero no favorecía la emergencia de un centro unificador. Sin embargo, si segui­ mos en este punto a Sergio Buarque de Holanda, la vida urbana era en Brasil aun más raquítica que en las ciudades coloniales americanas, dada la tendencia acentuada de los grandes propietarios a vivir en sus fincas rurales. En este terreno sería útil tener datos sobre las pequeñas villas más que sobre las grandes, terreno en el cual es posible que la Argentina estu­ viera mejor dotada (al menos, los datos para 1869-1872 de ambos países, si reflejasen una tendencia de largo plazo, parecerían revelarlo). Con rela­ ción a este tema, la Corte puede haber favorecido mucho, con su capa­ cidad de gasto y su burocracia, la expansión de una ciudad, R ío de Janeiro, por sobre las otras. Si se piensa que solo la llegada de la Corte significó el arribo inmediato de mil personas (como parte de un movi­ miento más amplio que superó las 10 mil), puede calcularse el impacto que implicó para una ciudad que superaba por poco, a principios del siglo XIX, los 50 mil habitantes. Población y sociedad

Un aspecto central para pensar comparativamente el problema de la cohesión espacial es el de la población. Como señalamos, ambos países estaban enormemente subpoblados. En 1850 la población de Brasil, cuyo territorio era tres veces el de la Argentina, era siete veces mayor (7,6 millones contra 1,1 millones). Esa relación había sido menor a principios del siglo XIX, cuando la entonces futura Argentina tenía en torno a 700 mil habitantes hacia 1819 y Brasil 3,6 millones para la misma fecha (5 a 1). Aquí influyen las diferencias en la inmigración libre o forzada (escla­ vos), las tasas ordinarias de natalidad de cada país y las guerras, con su efecto directo sobre la mortalidad e indirecto sobre la fecundidad (por la ausencia prolongada de los hombres). Este último factor fue bastante relevante en la Argentina de la primera mitad del siglo XIX. Desigual fue el impacto de la inmigración europea, aunque no dis­ pongamos de cifras confiables para este período. Ambos países establecie­ 28

ron la libertad de inmigración en momentos coincidentes que tuvieron que ver con la autonomización de los centros de poder en Europa (sea tras la instalación de JoáoVI en Brasil a'principios de 1808 o sea la crea­ ción de la Junta Independiente en 1810 en Buenos Aires), y ese proceso era paralelo también a la apertura de los puertos a las naciones amigas y a la sucesiva libertad de comercio con el exterior. Empero, Brasil siguió una política más activa de colonización para atraer sobre todo a alema­ nes, una de las regiones europeas que tenían en esos años un flujo mayor de emigrantes hacia el exterior, en especial hacia los Estados del sur. Las mismas comenzaron ya antes de la proclamación del Imperio, pero se expandirían con fuerza en los años veinte y treinta. La creación de colo­ nias parece haber estado más vinculada a razones de poblamiento con propósitos estratégicos, en el área donde Brasil tenía la frontera más con­ flictiva, aunque la inmigración respondía también a idearios civilizado­ res, diferentes pero equivalentes, a los de la Argentina. Era una migración centralizada, organizada y subsidiada por el Estado. Por mucho que se haya criticado la falta de visión económica del gobierno imperial y las difíciles condiciones de los inmigrantes (reflejada, por ejemplo, en la prohibición de Prusia de emigrar a Brasil, en 1859, que anticiparía otras), las colonias finalmente arraigaron. La provincia de Buenos Aires, a principios de la década de 1820, y luego el efímero gobierno nacional de 1826, fomentaron también un pro­ ceso de colonización, a través de acuerdos con agentes intermediarios y ofreciendo concesiones en tierras y créditos. Las distintas colonias que se formaron •—-escocesas, alemanas, inglesas— fueron teselas ellas un fracaso. A ello concurrieron tanto las dificultades económicas que tuvieron que soportar vinculadas a la inexistencia de circuitos de comercialización, al tipo de tierras, a los lugares de instalación y al tamaño de las unidades de explo­ tación, como a las guerras civiles. Ninguna perduró. Más éxito tuvo en la Argentina una emigración espontánea, que también ocurrió en Brasil, sobre todo de portugueses. Como señalamos, la Primera Junta de gobierno había concedido la libertad de inmigración en 1810 y ello posibilitó sobre todo el arribo inicial de comerciantes europeos (ingleses y franceses) que se beneficiaban de las libertades comerciales tras el fin del monopolio español. Se beneficiaban también del hecho de que los negociantes españoles domi­ nantes en la época colonial habían pasado a ser considerados enemigos y por tanto sujetos a deportaciones y requisiciones. Un proceso semejante 29

tenía lugar en Brasil, solo que en este caso eran los comerciantes prove­ nientes de la ex metrópoli los que ganaban más espacio. En la Argentina será durante la década de 1830 cuando la inmigra­ ción europea comenzará a llegar al R ío de la Plata en números más sig­ nificativos. La favorecía el vacío demográfico que en el litoral habían dejado las guerras de Independencia y civiles. Irlandeses, genoveses, vas­ cos y de otras regiones de España, así como franceses comenzaron a poblar las ciudades y villas del litoral y algunas áreas rurales (sobre todo hacia el sur de Buenos Aires). Era, sin embargo, una inmigración más de sustitución de población fallante que un impulso demográfico nuevo. Carecemos de números al respecto, pero el censo de la ciudad de Buenos Aires de 1855 muestra el impacto del proceso. Ya por entonces los extranjeros constituían el 30% de la población. En Brasil se dio un pro­ ceso semejante, en especial en R ío de Janeiro, con la inmigración de portugueses desde los años 1840, aunque algo más lento. Al menos en 1872, los extranjeros constituían en R ío el 30% de la población y en Buenos Aires, para 1869, eran ya el 50%. La distribución espacial de la población se había mantenido bastante estable en ambos países en la primera mitad del siglo XIX. Las regiones luego destinadas a declinar seguían siendo las relativamente más pobla­ das. En la Argentina la relación de la población entre las dos macrorregiones se había mantenido casi estable (60% de los habitantes vivía en el interior y 40% en el litoral) entre 1810 y 1850, y en el caso de Brasil se producía un fenómeno semejante. Los ocho estados del nordeste reunían un tercio de la población en 1819 y el mismo porcentaje en 1872, y el estado más poblado, Bahía, reunía en ambas fechas un 13% de la pobla­ ción total. Sin embargo, dentro del sur del país se había producido una redistribución a favor de ciertas regiones, como San Pablo. Otros dos factores a considerar son la esclavitud y la composición étnica. La primera alcanzaba en Brasil, en 1819, al 38% del total de la población, mientras que en la actual Argentina era bastante menor. Aunque los datos son fragmentarios, para fines del siglo XVIII oscilaba entre un 25% de la población en Buenos Aires, un 20% en Córdoba y Salta y un 1% en Corrientes. Por otra parte, si bien la población esclava brasileña disminuyó en ese período, por los obstáculos ingleses al tráfico y por las crecientes manumisiones, en las Provincias Unidas lo hizo aun más rápidamente tanto por la libertad de vientres que se decretó en 1813 30

como por su subsidiariedad en el sistema productivo. Aquí el proceso recién se completó hacia 1854, con la liberación de todos los esclavos (el tráfico intermitente había subsistido en la región platense hasta 1839). Para la misma época se decretó la supresión de la servidumbre indígena remanente. En Brasil, en cambio, el tráfico de esclavos creció en la déca­ da de 1820, e incluso se mantuvo elevado en la siguiente, pese a la ley de prohibición de 1831 que, adoptada por presión inglesa, fue sobre todo una disposición en el papel. El proceso de emancipación se aceleró recién a partir de 1850 cuando se decretó la abolición definitiva del trá­ fico, aunque la libertad de vientres deberá esperar hasta 1871 y la aboli­ ción definitiva de la esclavitud hasta 1888. Otra cuestión de difícil evaluación es la de la composición étnica de la población. En ambos países, la coexistencia de distintos grupos origi­ narios y de mezclas era relevante, aunque en ambos las diferencias regio­ nales eran muy marcadas. En la actual Argentina, mientras en la región del litoral los considerados blancos llegaban al 70% de la población en el momento de la Independencia, en el interior las llamadas “castas” suma­ das a los indígenas eran mayoritarias, y los blancos oscilaban entre un ter­ cio y la mitad de la población según las provincias. También había dife­ rencias significativas entre las regiones de Brasil, y a medida que se descendía hacia el sur, a principios del siglo XIX, la esclavitud disminuía (en las regiones del sur los esclavos eran alrededor de un cuarto de la población). En forma de balance, con las debidas precauciones acerca de la exactitud de las cifras, puede estimarse que la población de la actual Argentina era blanca en alrededor de un 50% en el momento de la Independencia, y en Brasil ese porcentaje era poco m enor al 30%. Desde luego que en ambas sociedades el grupo hegemónico era el blanco. Dado que las diferencias étnicas constituían un obstáculo para la integra­ ción y la cohesión social podemos colegir que en la Argentina la articu­ lación social era mayor. La sociedad argentina en su conjunto aparece más cohesionada y m e­ nos conflictiva que la brasileña. Ciertamente las guerras civiles argenti­ nas pueden leerse, como ha sido hecho, como una manifestación de una conflictividad social ligada a un empeoramiento del nivel de vida de las clases populares como consecuencia del alza de precios y del mayor con­ trol sobre los bienes mostrencos. Sin embargo, rebeliones que se formu­ laran como abiertamente sociales y lideradas por grupos alternativos son 31

casi inexistentes. Esa relativamente baja conflictividad social argentina puede atribuirse, sobre todo en el litoral, a la dispersión de la población y al costo de los alimentos básicos, que seguía siendo comparativamen­ te moderado y estaba al alcance de la mayoría. Por otra parte ese costo se vinculaba, además de a la disponibilidad casi ilimitada de carne, a medidas públicas que, al menos en el veintenio rosista — que seguía prácticas tardocoloniales y de la primera Independencia— , aseguraban en la ciudad de Buenos Aires el precio bajo de otros alimentos como el pan. En cambio, en Brasil existió un extenso primer ciclo de numerosas rebeliones populares entre 1831 y 1835 que involucraban conjuntamen­ te a sectores populares urbanos y a tropas de línea del ejército (en Rio, Recife y Salvador), además de una importante rebelión de esclavos y libertos, en especial de religión musulmana (Males), en Salvador en 1835. Los motines urbanos eran, en especial en Bahía, movimientos agi­ tados por el encarecimiento del costo de vida ligados a la desvalorización de la moneda (en Río la conflictividad era comparativamente algo menor por una mezcla de acción paternalista que combinaba cooptación y represión). Dado que esas revueltas, al modo de las del antiguo régi­ men europeo, focalizaban su ira contra los comerciantes — y éstos eran en su mayoría portugueses— , se ha señalado que las mismas tenían tam­ bién un tinte político “nativista”. Economía

Desde el punto de vista económico, la evolución de la Argentina y Brasil en el largo plazo presenta algunas coincidencias y varias semejan­ zas. Las dos áreas más dinámicas en el siglo XVIII, ambas relacionadas con la minería, el oro en el Brasil colonial y la plata del Potosí en el Virreinato del R ío de la Plata, están en declinación al comenzar el siglo XIX. Aunque en este último caso la región involucrada se escindió, no dejó de tener influencia en el interior argentino, cuya economía giraba en torno a la subsistencia y al aprovisionamiento del mercado potosino. Esta zona norte no encontrará nuevas vías (salvo Cuyo por su vinculación con Chile) y permanecerá en un pronunciado estancamiento. Simultánea­ mente el área del litoral, ligada al cuero y al tasajo, no crecía lo suficiente­ 32

mente rápido por el efecto de las guerras civiles, por la incapacidad para extender la frontera y por un problema de mercados externos. La economía brasileña estaba mucho más diversificada. A ello había contribuido el descenso del precio del azúcar, tras el fugaz momento de principios de siglo, que favoreció una paulatina expansión de otros cul­ tivos, como lo muestran las estadísticas del comercio exterior. Esa diver­ sificación tenía otro aspecto positivo: permitía compensar las fluctuacio­ nes importantes de precios en los mercados internacionales. Estas fluctuaciones se dieron, sin embargo, en un contexto global de deterioro de los términos de intercambio para los productos de Brasil. Si en la década, de 1820 el azúcar generaba el 30% del valor de las expor­ taciones, el algodón el 21%, el café el 18% y los cueros y pieles el 14%, dos décadas más tarde el café generaba el 42%, el azúcar el 27%, los cue­ ros y pieles el 9% y el algodón el 8%. En realidad esto reflejaba una dife­ rencia de velocidad relativa de cada sector ya que, en conjunto, las expor­ taciones brasileñas en valor nominal se habían triplicado. En cambio, medido en libras esterlinas, habían crecido un 40% entre la década de 1820 y la de 1840, y en volumen se habían duplicado. En lo que seríala Argentina todo giraba en torno a la economía del vacuno (cuero, sebo y tasajo) y solo hacia la década de 1840 aparece la lana con porcentajes en torno al 10% del total del valor de las exportaciones. En cualquier caso, en términos comparativos, las exportaciones brasileñas eran tres veces las de la Confederación Argentina en 1850 (cálculos de Bulmer Thomas). Empero, el nivel de las mismas, per cápita, era mucho mayor en el caso platense. En términos internacionales más amplios, el valor de las expor­ taciones de Brasil era el más alto dentro de América Latina, mientras que la Argentina ocupaba el cuarto lugar. Medido per cápita, el PBI de Brasil estaba en la media latinoamericana y la Argentina la duplicaba. Si en vez del comercio nos fijamos en los sistemas productivos, ambos países habían introducido innovaciones tecnológicas en las áreas de sus economías de exportación, pero no en las destinadas al mercado inter­ no. Desde luego que en contextos de economías que producen para mercados exteriores y por ende no pueden fijar los precios y además son obligadas por ello a ofrecer un tipo y calidad de producto y siendo la mano de obra escasa y cara, la innovación tecnológica es obligada. En el litoral argentino, para el ciclo del vacuno, el segundo factor parece haber sido el más importante. En el caso del lanar, cuyas razas empezaron a refi33

narse desde la década de 1840, los requerimientos del mercado interna­ cional fueron más importantes. En el caso de Brasil el mismo tipo de fac­ tores (requerimientos externos) y también los precios declinantes, que obligaban a incrementar los volúmenes exportables, parecen haber sido los más influyentes. Al menos mientras hubo oferta de mano de obra esclava en abundancia, ya que otro factor a considerar era la posibilidad de crecimiento extensivo. Cuando la frontera agrícola, por ejemplo en el nordeste, se agotó y la esclavitud declinó, la innovación tecnológica era la única opción, aunque ese proceso modernizador se redujo a los inge­ nios centrales. Los sectores que producían para el mercado interno, en cambio, te­ nían otros problemas. Ante todo, las enormes distancias y la falta de vías de comunicación que hacían que sus productos pudieran operar solo sobre las regiones vecinas, dados los costos de transporte e incluso los impuestos interprovinciales al tránsito de mercaderías, paradójicamente existentes tanto en el Brasil monárquico y centralizado como en la Argentina confederal. Más lejos aún del litoral, existía en Brasil una trashumante agricultura de roza que se basaba exclusivamente en la mano de obra de los productores y que comerciaba localmente, que no puede compararse con las zonas más periféricas del noreste argentino, ya que allí la población era bastante sedentaria y no había esa reserva de tie­ rras. Una diferencia importante entre Brasil y la Argentina concernía a la producción del tasajo. En la región platense casi toda la producción se dirigía hacia el mercado exterior y en Brasil hacia mercados regionales, en buena parte por los problemas para comunicar las zonas productoras con un área de salida, a lo que ya aludimos cuando hablamos de los sis­ temas de comunicación. Por su parte las actividades económicas urbanas tenían demasiados límites para expandirse, más allá de la discusión pos­ terior (tan intensa en la Argentina) de si el librecambio dominante no había impedido un mayor crecimiento de las mismas. Esos límites esta­ ban no solo en la competencia de los productos importados sino, sobre todo, en la ausencia de tecnología, en la estrechez del mercado de con­ sumidores y en la ausencia de crédito. En realidad, este último tema nos lleva al problema de la política financiera de Brasil y de una o muchas provincias de la actual Argentina. Ambos tenían problemas semejantes, sus ingresos eran insuficientes y dependían casi exclusivamente de los ingresos derivados de las tarifas 34

aplicadas al comercio exterior. Desde luego que pueden criticarse las políticas de los distintos gobiernos en ambos lugares, pero el punto de partida es que sus recursos eran muy insuficientes. En caso de gastos extraordinarios, producidos por guerras o revoluciones internas (y éstas no eran extraordinarias, sino bastante ordinarias), había que recurrir a la emisión de deuda interna o a los empréstitos externos. Brasil colocó cinco antes de 1850 y la Argentina (Buenos Aires) solo uno (lo que pro­ bablemente haya que atribuir al hecho de que aquél daba más garantías a los inversores). En la heterogeneidad de estados más o menos independientes que constituían las Provincias Unidas del Río de la Plata existía una realidad dual. En la provincia de Buenos Aires había un sistema bimonetario, desde la creación de un banco de descuentos en 1822, autorizado a emi­ tir. La guerra con Brasil llevó a la insolvencia al banco en 1826 y el Estado decretó la inconvertibilidad de sus billetes. Luego se creó el Banco Nacional, cuyo destino no fue mejor que el anterior, pero subsis­ tió una Caja de Amortización de billetes de banco. El resultado concre­ to es que, en esa provincia, la gente se acostumbró a aceptar los billetes papel que la Tesorería de la provincia siguió emitiendo para cubrir défi­ cit. En el interior solo eran aceptadas las monedas, en general de plata boliviana o extranjeras, y no se emitía papel ni era aceptado el que pro­ venía de Buenos Aires. Por supuesto que parte de la diversidad de com­ portamientos se explica no solo por el hábito de utilizar moneda fidu­ ciaria sino porque Buenos Aires disponía de una fuente de ingresos segura, como las rentas de la aduana, y las provincias del interior no. El interior vivía así, todavía en 1850, en una situación de asfixia de circu­ lante, mientras que en Buenos Aires la toma de pesos papel u otras letras resolvía el primer problema, aunque no parece haber sido destinado al cré­ dito sino esencialmente a operaciones especulativas que dejaban grandes ganancias. En Brasil la situación parece haber sido mucho mejor, sobre todo por la mayor aceptación de moneda fiduciaria en todo el territorio. La pri­ mera iniciativa tardocolonial (1809), el Banco de Brasil, en parte había acostumbrado a la aceptación de papel más allá de R io ya que había abierto varias filiales en otras ciudades. Aunque el banco fue liquidado en 1829, fue sustituido por un intenso movimiento de creación de ban­ cos privados en las décadas de 1830 y 1840 en-muchas ciudades de Brasil 35

(Río, Bahía, Belén, San Luis, Pernambuco). Ello no quiere decir que la situación del crédito fuese mucho mejor en Brasil que en la Argentina, sea porque la incertidumbre sobre los títulos de propiedad era alta para constituir hipotecas (o no había simplemente títulos de propiedad), sea porque la máyoría de las operaciones se hacía a corto plazo. Ciertamente, los Estados disponían de otra fuente de recursos, la venta de tierra pública. Sin embargo, se usó poco en la Argentina antes de 1850, salvo las ventas, inferiores de todos modos a las donaciones, en la época de Rosas, en la provincia de Buenos Aires. Se usó poco también en Brasil (aunque aquí había muchas donaciones y algunos proyectos de coloniza­ ción). En términos comparativos, sin embargo, los estados provinciales argentinos, al menos en el litoral donde había mucha tierra libre, parecen haber sido a la postre más firmes en este punto que el gobierno imperial brasileño, dado el enorme poder de presión de los señores de la tierra que lograrían en lo jurídico y sobre todo en la práctica legalizar a un costo mucho menor la apropiación de tierras sin ningún título. En cualquier caso la economía de Brasil estuvo sustancialmente estan­ cada y el nivel de vida descendió en la primera mitad del siglo XIX. En la Confederación Argentina no fue muy diferente. Aquí hay que contar no solo el estancamiento de la economía sino el saqueo y la destrucción de bienes (además de vidas) que provocaban las sangrientas y permanentes guerras civiles, cuya ferocidad había ido en aumento desde la Inde­ pendencia hasta el periodo rosista. Por razones tal vez diferentes, ambos países en el mejor de los casos habían crecido muy lentamente o estaban estancados en la primera mitad del siglo XIX. Sin embargo, retomando una observación de Furtado, la Argentina y Brasil tuvieron una muy buena performance comparativa en términos europeos y americanos, a partir de 1850, solo que su punto de partida era en ambos casos demasiado bajo. Estructuras estatales

La debilidad económica y las dificultades fiscales nos remiten a otra realidad: el papel del Estado. Las estructuras estatales eran raquíticas en ambos casos y muchas de sus políticas debían quedar en el papel por falta de recursos. Con todo, y aquí cuenta desde luego la diferencia de recur­ sos a favor de Brasil, éste fue más eficaz en la creación de un conjunto 36

de instituciones estatales. El análisis hecho por Uricoechea de los gastos públicos, a partir de 1831, fecha desde la que se dispone de una serie continua de los presupuestos, muestra cómo en el veintenio que va hasta 1850 el Estado pudo construir una burocracia central aunque la pene­ tración de la misma fuese todavía muy limitada en las provincias, con excepción de aquellas, como R io Grande do Sul, que exigieron mayo­ res esfuerzos por la posición estratégica en que estaban ubicadas y, en el caso aludido, por la larga revuelta independentista. Aunque los gastos en el rubro defensa fueron muy altos, en especial en el decenio 1842-1843 a 1851-1852, en el conjunto del veintenio fueron inferiores a aquéllos en el sector justicia y en el sector Imperio. U n punto particular es el sector educativo. El análisis debe hacerse en varios planos. Comencemos por el de la enseñanza universitaria y supe­ rior. En el mundo colonial el futuro Brasil se encontraba bastante por detrás de las posesiones españolas en Hispanoamérica. Ello era el resul­ tado de los obstáculos que Portugal puso para crear cualquier institución universitaria, lo que obligaba a ir a estudiar a Coimbra. Sin embargo, en términos comparativos con la futura Argentina y no con México, la situación no era tan diferente. Existían en el Virreinato del Río de la Plata la Universidad de Charcas, en la actual Bolivia, que se perdió con la desmembración, y la Universidad de Córdoba, más antigua, pero modesta. En 1822 el gobierno porteño creó la Universidad de Buenos Aires. Sin embargo, en la Argentina la situación posrevolucionaria gene­ ró un fuerte deterioro ulterior de la Universidad de Córdoba y la de Buenos Aires tuvo muchos altibajos, llegando a ser arancelada, como toda la educación pública, durante la época de Rosas. Concedía títulos de abo­ gado y médico, en proporciones equivalentes. En Córdoba, cuya U ni­ versidad dependía de las finanzas provinciales, las dos carreras existentes eran Derecho y Teología. En Brasil, en cambio, se crearían en 1827 cursos de Derecho en San Pablo y Olinda (convertidos en facultades en 1854) y facultades de Medicina en Bahía y R ío de Janeiro en 1832, a partir de dos cátedras preexistentes de Cirugía y Anatomía. Un punto de diferenciación importante es que estos ámbitos universitarios estaban arancelados m ien­ tras que en la Argentina ello ocurrió episódicamente. U n resultado de la creación de estas instituciones superiores en Brasil fue que favoreció, en especial los cursos de Derecho, un proceso de cohe­ 37

sión formativa de las elites imperiales. Con todo, según Sergio Adorno, a partir de su estudio del caso de San Pablo, la formación que se impartía era, en términos académicos en general y jurídicos en particular, muy modesta. Predominaba ampliamente el autodidactismo y los estudios no implicaban una verdadera profesionalización. Contribuía principalmente a formar los cuadros de una burocracia con orientación humanística y lite­ raria, buena parte de cuyas experiencias intelectuales se hacía en el perio­ dismo y en el ensayismo, lo que les daba una orientación más estética que técnica. En cambio, era muy significativa la creación de redes de solidari­ dad, en especial a través de las sociedades secretas de estudiantes, que luego brindaban las verdaderas posibilidades de acceso, a través de esos lazos interpersonales, a la burocracia imperial. Por otro lado, a partir de 1835 comenzaron a funcionar, en forma precaria, varias escuelas normales. El proceso de formación de las elites no era tan diferente en Buenos Aires durante el período de Rosas, aunque aquí no existiese, o existiese muy parcialmente, la instancia formativa de la enseñanza superior común y los autodidactas fuesen ampliamente predominantes. Aquí la forja de lazos se hacía a través de formas de asociacionismo literario y luego de la experiencia política en el exilio. Los mecanismos formativos también tenían que ver con el periodismo y el panfletismo político, y las redes de solidaridad y reciprocidad se creaban a través de la militancia política abierta o de la masonería. En Brasil existían, además, la Academia Naval y la Academia Real Militar (en 1851 se creó una segunda en R io Grande do Sul). Asimismo, en 1855 se trasladaron las actividades prácticas de la Academia Militar de R ío a PraiaVermelha. La parte teórica fue en cambio concentrada en el centro de la ciudad, admitiendo un número creciente de estudiantes civiles. Esa escuela central, conocida más tarde como Escuela Politécnica, fue la única que formaba ingenieros en Brasil hasta la República. En el área agrícola había una Escuela de Agricultura, que se sumaba a un conjunto de jardines botánicos que revelaban el interés por el sec­ tor y una idea estatal más sofisticada que la de la Argentina. Existía ade­ más en R ío una Biblioteca Nacional creada a partir de la Biblioteca Real transportada por Joáo VI. Poco había de comparable en la Argentina en estos terrenos. En el área de la enseñanza primaria, las cosas pueden haber sido dife­ rentes. La Constitución imperial de 1824 garantizaba, en su artículo 179, 38

la instrucción primaria gratuita a todos los ciudadanos; sin embargo, poco se hizo en ese campo. Como ha observado Maria Ligia Prado, sor­ prende el escaso relieve de la discusión sobre la enseñanza primaria e incluso la superior en los debates parlamentarios brasileños aun de la década de 1850. En la Argentina, en cambio, ése sería luego de 1852 un tema relevante en la proyectualidad política de la elite liberal. Fue emble­ mático que Sarmiento, su gran propulsor, haya sido nombrado rápida­ mente director de Escuelas de la provincia de Buenos Aires. La enseñanza pública había decaído enormemente en la futura Argentina luego de la revolución ante la incapacidad de las provincias de financiarla conjugada a un cierto desinterés. En compensación surgieron numerosas escuelas privadas, religiosas y sobre todo laicas, algunas en relación con el público de las comunidades extranjeras instaladas en Buenos Aires, otras creadas por maestros particulares (sobre todo muje­ res), para educar a los hijos de la elite local. Los datos de Carlos Newland señalan la existencia de unas 27 escuelas estatales en todo el país en 1820 y 71 privadas o particulares, número que creció a 84 en 1830 (130 par­ ticulares) y 130 en 1850. La mayor cantidad de ellas se encontraba en las provincias del litoral y, en la última fecha, en las de Entre Ríos y Corrientes. Luego de la caída de Rosas la educación pública creció ace­ leradamente. Ya en 1860 llegaron a ser 317, superando a las particulares que habían aumentado a 276. Si tomamos los datos más' confiables de los censos de 1872 para Brasil y de 1869 para la Argentina, es posible suge­ rir que ésta tenía una mejor posición de partida y había hecho más avan­ ces en ese terreno, pese a las dificultades evidentes que todo el sistema educativo padeció. En el terreno de la escuela secundaria, existían en la Argentina dos colegios que procedían de creaciones jesuíticas: el Colegio de Buenos Aires y el Colegio Montserrat de Córdoba, que eran los únicos que teó­ ricamente habilitaban para ingresar a la universidad. El de Buenos Aires jugó un cierto papel en generar cohesión intelectual y sociabilidad a los hombres de la llamada generación del 37 (Alberdi,Echeverría, Gutiérrez), que pasaron por sus aulas en la década de 1820. La llegada de Rosas sig­ nificó la virtual privatización del Colegio ya que lo entregó a los jesuítas, y luego de la expulsión de éstos a otros sacerdotes que lo dirigieron hasta 1860, cuando renacería como espacio de formación de las nuevas elites argentinas. El Colegio de Montserrat, por su parte, compartía espacios y 39

profesores con la Universidad. En Brasil existía el Colegio Pedro II, de creación imperial y destinado a la elite aristocrática, y otros veinte liceos oficiales. Sin embargo, en este terreno también la enseñanza privada era predominante, y los alumnos que cursaban en las mismas superaban en una relación de entre 2 a 1 y 7 a 1, según las provincias o los munici­ pios, a los que lo hacían en establecimientos públicos. Desde un punto de vista institucional y jurídico, las ventajas de la situación brasileña, miradas desde 1850, son evidentes. El país no solo tenía una burocracia, sino que tenía un ordenamiento institucional. La Constitución de 1824, aunque reorientada reiteradas veces en sentidos opuestos (primero más hacia una apertura federal, luego inversamente hacia una marcada centralización), proveía algún tipo de organización del poder: el emperador como jefe del Ejecutivo y como Poder Moderador, un Consejo de Estado asesor, con miembros vitalicios desig­ nados por el emperador, dos cámaras, una (diputados) electiva bajo una forma censitaria y otra (senadores) vitalicia a elección imperial sobre una terna electiva. En 1847 fue introducido un símil de parlamentarismo con la creación del cargo de presidente el Consejo de ministros nombrado por el emperador, pasando el gabinete a ejercer el Poder Ejecutivo. Los problemas de obsolescencia y de contradictoriedad institucional que contenía el diseño brasileño se harían más notorios hacia el final de la monarquía, pero no entonces. En la Argentina los dos ensayos constitucionales unitarios (1819 y 1826) habían fracasado y se había llegado a una situación de hecho bajo una fórmula extraña: cada provincia era independiente pero delegaba en el gobernador de la provincia de Buenos Aires el manejo de las relacio­ nes exteriores (y según algunos también ciertas atribuciones judiciales, relacionadas con delitos políticos, y existía una disputa en torno al dere­ cho de patronato). Este sistema, que se instauró durante el período de Rosas, no aseguró ninguna pacificación, ya que las guerras civiles conti­ nuaron, pero estableció un modus vivendi entre las distintas provincias bajo la tutela de la más rica. Cada provincia era en los hechos soberana y tenía en sí misma todos los atributos que corresponden a un Estado: legislativos, incluyendo los impositivos,judiciales y militares. Algunos lla­ maron a esa modalidad una confederación empírica, aunque más bien se trató de una forma de pacto entre distintos caudillos federales que pro­ longaría el statu quo durante diecisiete años. Ciertamente, nadie hablaba 40

de independizarse, y las invocaciones a la unidad eran frecuentes entre amigos y adversarios del régimen; pero todo permanecía inmóvil. Empero, hasta cierto punto comenzó a generarse un hábito que impli­ caba, a la vez, la necesaria unidad y la preeminencia de Buenos Aires por sobre el interior. El hecho de que el pronunciamiento de Urquiza, en 1851, fuese hecho por un caudillo provincial federal y se hiciese en nombre del cumplimiento de pactos suscriptos y bajo la bandera de la organización del país revela que la opinión estaba avanzando en el cami­ no de una solución unificada. En ese mismo lapso el Imperio de Brasil hizo una fuerte apuesta por la centralización y a su vez por la delimitación de competencias entre el Estado central y las provincias, con ventajas para el primero. La Cons­ titución de 1824 ya garantizaba esa supremacía reservando implícita­ mente al emperador la designación de los jefes provinciales y limitando las competencias legislativas de los consejos provinciales. La centraliza­ ción crecería más desde 1850, cuando todos los puestos de oficial de la Guardia Nacional antes electivos pasarían a ser designados por el gobier­ no imperial. El proceso de centralización abarcó también al Poder Judicial y al Código de Proceso Criminal. Como resultado de todo ello Brasil parece presentar una paradoja: si el Estado es mucho más fuerte y centralizado en las formas, en la práctica la privatización de las institu­ ciones también es mayor. Sin embargo, el país había logrado de hecho una cierta cohesión. Había resuelto el segundo largo ciclo de revueltas que a diferencia de las primeras involucraban a la vez cuestiones sociales y cuestiones de dispu­ tas entre las elites regionales y el poder central y tenían fuertes impulsos secesionistas. Esa solución se encontró no cuando el gobierno imperial buscó alentar la descentralización y formas federalistas, a partir de 1831 durante la regencia, sino cuando durante el segundo reinado volvió a una lógica de centralización acentuada a la que hemos aludido. Más allá de las estrategias políticas, el fracaso de las revueltas revelaba (lo haría tam ­ bién en la Argentina) la fuerza del poder central para domesticar las rebe­ liones sectoriales. Desde aquella que proclamó la independencia de Pará en 1835, pasando por la otra que fue la más fuerte de todas, la revolu­ ción Farroupilha, que duró diez años, entre 1835 y 1845, y generó durante un tiempo la República Independiente de Piratini, hasta la revo­ lución Praieira de Pernambuco de 1848, que expresó quizás el ideario 41

político más avanzado de todas, en especial debido al papel de Borges da Fonseca, con su mezcla de nacionalismo antiportugués, federalismo, republicanismo y voto universal. Desde luego que el fracaso de las revueltas se ligaba a la imposibilidad (al igual que en la Argentina) de las unidades territoriales de constituir Estados que funcionasen mínima­ mente, según ya anotamos. Empero, también era consecuencia de las ventajas que la monarquía garantizaba a las elites locales, decididas a resignar una parte de prerrogativas políticas a cambio de una estabilidad y de un orden social que pusiese límites a la amenaza de guerra social que había surcado los dos ciclos de revueltas que signaron a Brasil entre 1831 y 1848. Mucho más aún porque el segundo ciclo de revueltas, aun­ que iniciado en el seno de ellas, también había llevado a involucrarse a los sectores populares que en algunos casos habían terminado por radi­ calizar y liderar las revueltas, como en el caso de los cabanos en Pará, la Balaiada en el Maranháo o la Sabinada en Bahía. En la futura Argentina existía un caos jurídico (no había siquiera un Código Comercial como el sancionado en Brasil en 1850) y la adminis­ tración judicial se había desorganizado totalmente luego del fin del orden colonial y de la supresión u ocaso de los cabildos.También en ella, al igual que en Brasil, estaba el omnímodo juez de paz, pero que depen­ día estrechamente del gobernador de la provincia, y más allá de ello había tribunales de justicia nominales y legislaturas raquíticas. Todo se concentraba en las manos del gobernador-caudillo, dominante no solo porque era terrateniente rural sino por ser jefe militar exitoso. Las bases de una nueva época

Como vimos, el punto de partida de 1850, en muchos terrenos, no era muy alentador en ninguno de los dos países que, sin embargo, habían ido consolidando por caminos diferentes una situación de unidad. Había un reconocimiento de un poder estatal visible en Brasil y un acostumbramiento a una situación de hecho, esa especie de confederación tute­ lada por Buenos Aires, en la Argentina. En el momento en que empieza una nueva época, en términos com­ parativos Brasil parecía estar en mejores condiciones de partida. Había resuelto los problemas de los dos ciclos de conflictividad, tenía un orden 42

político estable en sus instituciones a lo largo de todo el Segundo Reinado, una elite de poder bastante homogénea, una estructura admi­ nistrativa y un nuevo sector económico muy dinámico, la cafeicultura, que sería la locomotora del crecimiento de todo el período. En especial el poder imperial, tanto la dinastía imperial como la burocracia a él liga­ da, consolidada tras la larga fase de disputas internas, parecía echar raíces fuertes en la sociedad a través de una alianza de intereses, aunque no siempre armónica, con los sectores que contaban en la misma: los gran­ des propietarios, en especial de la cafeicultura fluminense, y los grandes comerciantes. Disponía asimismo de algunos instrumentós de legitima­ ción ritual. Por ejemplo, la estrategia de ennoblecer a muchos grandes propietarios, en la acentuada exageración de honores que caracterizó al Segundo Reinado, era quizás un mecanismo compensatorio ante políti­ cas no populares entre los mismos, pero era también la voluntad de asen­ tar en bases más amplias una gestualidad imperial. En Brasil, esa política de crear un consenso en torno a la monarquía no se limitaba a las elites sociales, también se orientaba hacia otros gru­ pos con estrategias paternalistas como las dirigidas hacia los ex esclavos (y algunos esclavos), como la guardia imperial negra compuesta por libertos. Empero, no se trataba solo de pura liturgia o de los beneficios que pro­ porcionaba el orden imperial sino del cumplimiento de la construcción de una administración que hacía que ese Estado fuera concretamente visi­ ble para sus habitantes. Nada de esto estaba disponible en la Argentina, donde el poder tenía muy poco de “sagrado” (más allá de los esfuerzos de Rosas) y no existía una administración nacional, ni funcionarios, ni prác­ ticas administrativas, ni siquiera edificios públicos que lo simbolizasen. Aunque este tipo de esquema tiene algo de abstracto, en el caso bra­ sileño parece haberse realizado una articulación o “bloque de poder”, no sin contradicciones, pero con bastante solidez y estabilidad. Los precios a pagar por ello, sin embargo, no eran desdeñables y exhibían, a la vez, el consenso y la debilidad del poder central. Por ejemplo, si la capacidad de un Estado puede medirse a partir de las posibilidades y los límites para aplicar políticas públicas que fueran al menos parcialmente contra el interés de grupos como los grandes propietarios, las debilidades del sóli­ do edificio imperial se perciben mejor. La Argentina no tenía al comienzo ninguno de los logros aludidos para el caso brasileño. Recién en 1853 se dictaría una Constitución y la 43

misma sería aceptada por trece de las provincias, las que crearían la Confederación Argentina y nombrarían presidente a Urquiza, goberna­ dor de Entre Ríos, que había liderado la coalición contra Rosas. Sin embargo, el nuevo orden institucional no sería aceptado por la provincia principal, Buenos Aires, la que actuaría como un Estado independiente. La efectiva unidad se produciría en el papel en 1859 y en los hechos solo en 1862. Luego de ello, el nuevo gobierno central no tendría una capi­ tal hasta 1880 e incluso carecería de una institución financiera y de algo tan inherente a la soberanía como la facultad de emitir moneda. Las eli­ tes argentinas eran, por otra parte, mucho más heterogéneas por su extracción, aunque la ausencia de un espacio formativo común tuviese otros mecanismos compensatorios; los conflictos internos interregiona­ les subsistirían por dos décadas y media (hasta 1874) y el único sector dinámico de la economía era el lanar de la provincia de Buenos Aires. Veamos, sin embargo, el punto de llegada. La Constitución argentina de 1853 reformada en 1860 subsistiría inmutada por un siglo. Aunque fuese violada reiteradamente, será siempre una referencia o, si se quiere, un pacto o contrato compartido. Las instituciones subsistirían, pese a muchos sobresaltos, hasta 1930. Los años 1889-1890 no significarían en la Argentina el fin de una clase dirigente como en Brasil y de un siste­ ma político, sino su consolidación hasta 1916. Por muy sólidas que fue­ sen o pareciesen las instituciones brasileñas y el enraizamiento de la monarquía en Brasil, durante el Segundo Reinado, cuando se desplomó, se desplomaron íntegramente y no dejarían muchos nostálgicos de aquel orden con influencia. En la Argentina, la “república consolidada”, como la llamaría Alberdi en 1880, se afirmaría en torno a una fórmula política formalmente federal que no suscitaría grandes disensos hasta hoy. Por otra parte, la expansión económica sería mucho más notable que la de Brasil. Indiquemos unos pocos datos: la población argentina hacia 1890 era de 3,4 millones y la de Brasil de 14,4 millones es decir que la dife­ rencia se había achicado a poco más de 1 a 4 (de casi 1 a 7). Las expor­ taciones eran de 109 millones de dólares y las de Brasil de 137 millones. Es decir que la relación de 1 a 3 de 1850 se había reducido a 1 a 1,3. El producto bruto interno había crecido con mucha más rapidez en la Argentina: en 1870 superaba por poco los 2000 millones de dólares (en valores de 1990, según cálculos de Angus Maddison ciertamente discu­ tibles), mientras que Brasil superaba los 7000 millones. Veinte años des44

pues, en 1890, el PBI argentino superaba los 7000 millones y el.de Brasil llegaba a 11.000 millones. Y si nos acercamos un poco más acá, perci­ biendo la tendencia de más largo plazo que se abre en 1850, en 1913 el PBI de la Argentina superaba netamente al de Brasil: 29.000 millones contra 20.000 millones. Los resultados son semejantes si se mide el PBI per cápita. Entre 1870 y 1890 el argentino crecía de 1300 dólares a 2150 (siempre en dólares de 1990) y el de Brasil se mantenía casi estacionado: de 740 pasaba a 770. Por otra parte, si la performance de la Argentina no tenía casi comparación en América Latina, la de Brasil no solo era muy inferior a la de la Argentina sino incluso a la de México, cuyo PBI se había casi duplicado entre 1870 y 1890. Por supuesto que estos datos son siempre discutibles para el siglo XIX pero, en cualquier caso, muestran una línea de tendencia que no puede ser subestimada. ¿Qué había ocurrido? Veamos el punto de partida más de cerca. Características y funcionamiento de los sistemas políticos

En el caso de Brasil, lo señalamos ya, había un sistema estatal mucho más eficaz y extendido, una elite política más homogénea, partidos que tenían continuidad y, originalmente, un consenso ideológico general amplio en torno a las propuestas del llamado “liberalismo doctrinario” , la tradición de pensamiento político moderado francés que había hecho esfuerzos por separar al liberalismo del “peligro” democrático y por enfa­ tizar las libertades civiles por sobre las libertades políticas. Empero, el sis­ tema centralizado y rígido era poco compatible con la diversidad regio­ nal, económica y política del país. Más allá del período llamado de la “conciliación”, en la década de 1850, que garantizaba un cierto reparto de influencia entre los dos partidos, conservador y liberal, en términos de la expresión de la diversidad ésta solo podía ejercitarse promoviendo desde arriba una alternancia ya que las elecciones en cada distrito eran muy a menudo digitadas desde el centro (en cambio en la Argentina lo eran desde cada poder provincial). La carta constitucional brasileña de 1824 daba demasiados poderes al emperador: prorrogar o hasta disolver en ciertos casos las cámaras, elegir a los senadores de una terna, destituir al gabinete, y elegir a los miem­ bros del Consejo de Estado asesor. Todo ello hacía de Brasil algo muy 45

distinto de una monarquía parlamentaria. La incongruencia de una situa­ ción de tanto poder, con una realidad muy diversificada, con los poderes económicos y sociales de las oligarquías regionales, con las enormes dis­ tancias y con un Estado que era demasiado débil para ejercer plenamen­ te sus competencias, debía llevar a poner en contradicción ese esquema con su práctica. La existencia del Poder Moderador era una buena solución en lo for­ mal y el uso equilibrado que hizo de él Pedro II durante el Segundo Reinado, sobre todo a partir de 1870, parecía refirmarlo y en los hechos convertía al monarca más en un árbitro que en un déspota. Incluso, como revelan los estudios sobre su correspondencia, Pedro II aparecía sincera­ mente preocupado por impulsar las reformas que mejorasen la calidad de las elecciones y de la representación. Empero, más allá de los factores per­ sonales, ello revelaba una idea incongruente: que se pueden resolver los problemas de una nación moderna sin decidir el lugar de la soberanía y la noción de ciudadanía. Como cualquier reforma parcial podía poner en riesgo la existencia de la misma monarquía, la vía elegida era realizar­ las en la práctica. Por ejemplo, el modo de expresar la pluralidad de hecho que existía en Brasil y que el sistema electoral no podía expresar, pese a sus sucesivas reformas, era sustituyendo reiteradamente los gabi­ netes o disolviendo las cámaras para dar cabida a los dinámicos equili­ brios entre facciones regionales y partidos. Dado que los cambios en los gabinetes de Brasil traían consigo cambios en las clientelas y tenían influencia no solo sobre las jerarquías de la burocracia imperial, inclui­ dos sus representantes ante el extranjero, sino incluso sobre funcionarios menores como jueces de paz o agentes de policía, esa realidad debió haber sido un factor de primer orden en generar inestabilidad en la implementación de las políticas. La Argentina, más allá de las divisiones y de las luchas políticas, en­ contró en la Constitución de 1853 una fórmula política que reflejaba bastante bien la divergencia de intereses entre las elites regionales y, a la vez que consagraba una presidencia fuerte, dejaba a través del Senado un amplio espacio para la acción de los intereses provinciales. Incluso la Cámara de Diputados, que elegía a sus miembros por provincias, en pro­ porción a la población, daba amplio espacio para esas oligarquías perifé­ ricas ya que establecía una sobrerrepresentación de las provincias más chicas al poner un mínimo de diputados por cada provincia (dos) inde­ 46

pendientemente de sus habitantes. Por lo demás, para la composición de la primera Legislatura — y hasta luego de que estuvieron disponibles los datos del censo de 1869— , la Cámara de Diputados estaba integrada por doce representantes de la provincia de Buenos Aires (incluyendo por entonces la ciudad) y por 38 de las restantes provincias. A modo de ejem­ plo, sumadas las provincias de Córdoba, Santiago del Estero y Catamarca, reunían ellas solas trece representantes. Dado que la Cámara de Se­ nadores (a diferencia de la de Brasil) era de integración igualitaria entre las distintas provincias y que los electores para designar presidente y vice­ presidente de la nación eran elegidos en cada provincia en un número que era doble del total de diputados y senadores (Buenos Aires tenía así, hasta 1874, 28 electores y el conjunto de las restantes trece provincias, 128), el papel político de Buenos Aires tenía que ser necesariamente redimensionado. El requisito de residencia en el distrito en el que se era elegido (al menos en teoría) favorecía además esa representación de los intereses provinciales, mientras que en Brasil, al menos para el Senado, no ocurría lo mismo. Además, como vimos, la distribución de la pobla­ ción en la Argentina todavía seguía siendo favorable al interior, dándole una superioridad en la representación en la misma que sería decrecien­ te en el tiempo. Las elites provinciales, además, conservaban en la Argentina amplio espacio en sus respectivos distritos para hacer y deshacer, siempre que no se enfrentasen abiertamente con el poder central. En ese contexto, las rebeliones provinciales de los años sesenta y setenta respondían a grupos desplazados o a regiones muy marginales (Catamarca, La Rioja) y tenían más un carácter testimonial que otra cosa. La excepción eran aquellas de la provincia de Entre Ríos, donde existían rivalidades y antagonismos con Buenos Aires, los que eran geográficos y económicos, en tanto el tipo de producción pecuaria de la de Entre Ríos era competidora de la de Buenos Aires y sus posibilidades de vinculación con el exterior potencialmente alternativas (la idea de una confederación mesopotámica que incluyese las provincias del litoral y Uruguay fue en varios momentos una posibilidad). Aunque la historiografía ha concedido una gran importancia a esas revueltas provinciales (sobre todo el revisionismo), fuerdn políticamente menos relevantes que las de la provincia de Buenos Aires. En el nuevo equilibrio de poder conseguido luego de la caída de Rosas, esta provin47

da, la más rica y que además había disfrutado de la mayor fuente de ingreso, la aduana, fue la que más se resistió a la fórmula adoptada. No solo estuvo escindida hasta 1859, sino que luego impuso reformas en la Constitución que buscaban hacerla aun menos centralizada y posterior­ mente en ella surgieron los principales levantamientos (1874,1880) con­ tra el nuevo presidente electo. Por otra parte, allí se originaban los movi­ mientos que reivindicaban la autonomía de la provincia y la posesión de la ciudad, que luego sería desguazada de la misma para ser convertida en la capital de la nación. Con todo, existía un balance de poder, una especie de empate, que explica la consolidación de la unidad. Ese empate ocurría entre el terri­ torio donde estaba el poder económico y donde estaba buena parte del poder político, pero era también un empate en términos de poder militar. Si la provincia separatista tenía los recursos, incluidos los monetarios ya que su banco tenía en los hechos el monopolio de la emisión y del crédito, el interior tenía, en las condiciones de la época, el mejor ejérci­ to. Luego de 1852, la lucha entre el ejército mejor armado de Buenos Aires cuya arma principal era la infantería con la caballería del litoral (en especial la entrerriana), que era el núcleo de las trece provincias confede­ radas, siempre se resolvió a favor de esta última (hasta la aparición de nueva tecnología bélica hacia 1870). Incluso la batalla de Pavón de 1861, que sella la unidad, no fue una derrota militar de las provincias confede­ radas, aunque Urquiza se retirase del campo de batalla. En la emblemáti­ ca retirada de Urquiza hay que ver el fracaso político del Estado que había contribuido a gestar, es decir, la Confederación Argentina nacida de un pacto en 1852 de la unión de todas las provincias (y de la que se retiraría Buenos Aires ese mismo año) y cuya inviabilidad geográfica, económica y financiera era evidente. Por otra parte esa solución política, aunque tenía su talón de Aquiles en el problema de la sucesión presidencial, obje­ to siempre de conflictos armados, garantizaba durante los seis años que iban de un presidente a otro una estabilidad de las instituciones. En Brasil, los cambios en las dinámicas regionales y lás continuidades de los vínculos políticos con el poder imperial habían producido desfases agravados por la legislación y la práctica centralista. Adicionalmente algu­ nas regiones estaban sobrerrepresentadas en el Senado, el Consejo de Estado y los gabinetes, en especial Bahía y en menor medida Pernambuco, y otras subrepresentadas: Minas Gerais, San Pablo y R io Grande do Sul. Si 48

nos limitamos a considerar las presidencias del Consejo y la integración de los gabinetes, los sobrerrepresentados eran ante todo Bahía y luego Minas Gerais, Rio y Pernambuco, en ese orden. Entre 1840 y 1889, Bahía ten­ dría el mayor número de ministros y de presidentes del Consejo de Ministros (más del 30% de éstos desde su creación en 1847). Ello podía relacionarse con distintos hechos: sea con el predominio conservador en la política brasileña o con que las diferencias más marcadas entre ambos par­ tidos estuviesen en el plano regional más que en el plano social o profe­ sional. En realidad, como ha observado Sérgio Buarque, la representación en gabinetes y entre los presidentes del Consejo de Ministros no se con­ decía con la representación en la Cámara de Diputados. Así, las provincias que tenían más número de miembros de gabinete y de jefes de gobierno ¡ como Bahía, no eran las que tenían más representantes, e inversamente otras que tenían el mayor número de representantes, como Minas, tenían menos miembros relativamente en los gabinetes. Aunque no hay estudios sobre ese punto en la Argentina, la situación parece haber sido semejante. Es probable que el interior, que estaba sobrerrepresentado en el Parlamento, estuviese en cambio subrepresentado en los gabinetes (al menos hasta 1880). Ciertamente Buenos Aires podía considerarse muy subrepresentada en la elección indirecta que consagraba al presidente de la nación, como vimos, y ello también está en la base de los conflictos que se generaban en cada sucesión. Sin em­ bargo, para sus grupos económicos dinámicos el problema era sobre todo la paz y la seguridad para prosperar, y mientras el sector terrateniente de Buenos Aires podía acceder a los créditos baratos y abundantes del Banco de la Provincia de Buenos Aires evitando que la principal y por momentos casi única institución financiera cayera en manos del gobier­ no nacional, todo ello brindaba suficientes compensaciones. El activismo político sería pues algo casi exclusivo de los grupos urbanos de la ciu­ dad-puerto. En efecto, aunque los políticos de Buenos Aires se quejaban, la provincia y la ciudad mantenían por distintos medios el predominio económico y político, ya que la capital estaba allí, y además oportunos acuerdos con las elites del interior le permitían seguir ejerciendo una influencia decisiva. Por otra parte, la distinción entre porteños y provin­ cianos aparecía opacada por lazos comunes en el pasado, como el unita­ rismo o el exilio de los antirrosistas, y muchas figuras eran difíciles de clasificar solo según su origen territorial (por ejemplo Sarmiento). 49

En Brasil las diferencias en la representación de las regiones se agra­ vaban porque existía también una diferencia importante en cuanto al desarrollo económico. La expansión de la economía del café generaba un desplazamiento del eje del poder económico hacia el sur y ello produ­ cía alteraciones en el equilibrio político. Las dos provincias que estaban creciendo más aceleradamente, sobre todo desde 1870, San Pablo y R io Grande do Sul, y en las que un discurso separatista solía emerger (y que en el último caso podía apelar a la tradición farroupilha), estaban o se sentían subrepresentadas pese a que en la conformación de los gabinetes se buscaba compensarlas. En la Argentina, en cambio, la región dinámi­ ca seguiría siendo la misma antes y después de 1850. Quizás haya que incluir también una diferencia entre Brasil y la Argentina en el terreno fiscal. En la Argentina el centro político, Buenos Aires, era el que generaba más recursos y desde la unidad de 1862 se veri­ ficaba un flujo desde allí hacia las restantes provincias. Por ejemplo, en 1871, la provincia de San Luis recibió un subsidio que era igual al total de sus recursos propios y la provincia de La Rioja recibió el doble de lo que recaudaba. En Brasil el proceso no era tan diferente. Desde el punto de vista fiscal, el Imperio recaudaba el 80% del total de los recursos mien­ tras que las provincias contribuían solo con el 20% (datos para 1856 y 1885-1886) y luego de 1850 las inversiones del Estado central en las pro­ vincias iban en aumento. Sin embargo, existe una diferencia muy impor­ tante. La Argentina percibía la mayor parte de sus ingresos en Buenos Aires, ya que allí estaban el puerto y la mayor aduana (solo muy limita­ damente contribuía el puerto de Rosario, que la Confederación había intentado vigorizar en el período de la secesión entre 1853 y 1859). En cambio, el Imperio recaudaba en los distintos puertos. De este modo las quejas, por ejemplo del periodismo de Pernambuco, acerca de que el norte contribuía más al Imperio que lo que éste redistribuía hacia las pro­ vincias (y que era una cuestión general del norte brasileño), reflejaban la idea de que había un drenaje de fondos de la periferia hacia el centro, esto es, hacia el sudeste donde también se localizaba la Corte. Por otra parte, es probable que esa redistribución territorial fuese destinada a fortalecer el poder del aparato central. Ello puede estar en la base de la creciente discusión del centralismo en Brasil y del consenso acerca de un sistema federal desde el punto de vista político pero no desde el eco­ nómico en la Argentina. Aquí los subsidios estatales iban a engordar a 50

las alicaídas finanzas provinciales y a ser manejados por las elites locales. En Brasil iban de las provincias periféricas, sobre todo del nordeste, hacia el centro. En todo sistema político existen además otras cuestiones que es nece­ sario analizar para caracterizar su funcionamiento. Señalemos algunas: la representación de las minorías, la alternancia en el poder, la estabilidad. El primer punto fue un tema importante en la agenda política de Brasil y orientó muchas de las reformas de la legislación electoral en busca de una razonable representación parlamentaria para las mismas. Ésta era más necesaria en tanto que los partidos políticos eran allí más estables. De todas las reformas, la del voto distrital de tres candidatos de 1861 fue la que permitió que la minoría alcanzase a superar el 20% d e .la representación parlamentaria. Un relativo fracaso fue, en cambio, la introducción del sistema de lista incompleta de dos tercios en la refor­ ma de 1875. Habría que esperar hasta la reforma restrictiva de 1881, que reintrodujo el voto uninominal con doble turno por distrito com ­ binado con el voto directo y con la reforma restrictiva del sufragio, para que las minorías llegasen a niveles del 40%. Ello sugiere que el problema de las minorías se relacionaba con la búsqueda de un con­ senso en las elites y no con una m ejor representación del conjunto social, ya que ello coincidió con una cerrazón del sistema político y no con una mayor apertura. Veamos ahora la cuestión de la estabilidad y la de la alternancia. Ya señalamos cuán comprometida estaba en Brasil la estabilidad por la nece­ sidad de forzar la alternancia, aunque desde un punto de vista estricta­ mente institucional el sistema brasileño podía considerarse altamente estable vista la ausencia de sacudimientos políticos fuertes, revueltas o revoluciones, cuando ellas se producían. Como ha observado Viotti da Costa, el emperador disolvió las cámaras anticipadamente once veces entre 1840 y 1889 y en siete ocasiones llegaron a sú término. Lo que implicaba una cierta continuidad no muy distinta de la Argentina, donde la Cámara de Diputados se renovaba por mitades cada cuatro años. Sin embargo, modificó al jefe de gabinete (figura creada en 1847) treinta veces en cuarenta y nueve años. Es decir, un promedio de un nuevo pri­ mer ministro cada año y medio. En cuanto a la alternancia, ésta no emer­ gía del libre juego de las fuerzas políticas sino que era promovida desde arriba por el Poder Moderador de manera forzada y formal. 51

El caso argentino es decididamente diferente. Los gobiernos naciona­ les, tras la batalla de Pavón, fueron bastante estables y todos los presiden­ tes culminaron sus mandatos salvo el último, Juárez Celrnan, en 1890. Empero en este caso la solución institucional fue impecable ya que asu­ mió el vicepresidente. En la Argentina hubo luego de Pavón siete presi­ dentes en treinta y ocho años (promedio 5,2 años). Cinco de ellos, a su vez, terminaron regularmente su mandato de seis años. Sin embargo, la cuestión de la estabilidad presentaba una situación ambigua. Los gobier­ nos en el poder tuvieron que soportar revoluciones y desde un punto de vista estrictamente formal podría decirse que la Argentina seguía consti­ tuyendo un típico ejemplo de inestabilidad latinoamericana. Por otra parte, la debilidad de todo el sistema era el traspaso de poder de un gobierno a otro, momento en el que los vencidos en elecciones siempre dudosas se alzaban en armas. Sin embargo, no solo los presidentes culmi­ naban sus mandatos sino que todas aquellas revoluciones fracasaron, lo que sugiere que en Brasil el funcionamiento del sistema era estable pero los gobiernos no lo eran, mientras que en la Argentina los gobiernos centrales eran estables pero el funcionamiento del sistema (hasta 1880) lo era menos. Retornemos ahora al problema de las minorías. La discusión sobre su representación parece haber sido menos relevante en los debates y en la proyectualidad política de la Argentina en los años sucesivos a la batalla de Caseros, aunque se convertiría en un tema mayor de la agenda polí­ tica cuando se consolidara el Partido Autonomista Nacional (PAN) co­ mo movimiento absolutamente hegemónico luego de 1880. No había una verdadera discusión sobre las minorías ya que las mayorías era ines­ tables y efímeras, lo que de algún modo daba oportunidades a través de alianzas de coyuntura para casi todos los que estaban en el juego, y aque­ llos que no lo estaban escogían la vía armada. En cuanto a la cuestión de la alternancia, al no existir dos partidos sino más bien dos grupos de inte­ reses que se habían ido consolidando en torno al interior y a Buenos Aires, la cuestión no podía ponerse en los mismos términos que en Brasil. Si el problema de la alternancia se mira desde la capacidad o no de los gobiernos nacionales salientes (en especial del presidente) de digitar a su sucesor, la respuesta adquiere otro sentido. La dinámica de la acción política impedía a nivel nacional lo que posibilitaba a nivel pro7 vincial: que fuese invariablemente el gobierno el elector de su sucesor. 52

Dado que los gobiernos nacionales eran ellos mismos resultado de alian­ zas inestables entre personalidades, dentro del mismo existían varios can­ didatos. La posibilidad de un partido hégemónico murió cuando Mitre fue incapaz de imponer a su sucesor y los presidentes restantes, salvo Roca, carecerían también de la fuerza para hacer elegir a un delfín, aun­ que pudiesen arbitrar o influir en mayor o menor medida en la solución elegida. Pero todo esto nos lleva a mirar más detenidamente a las elites políticas y a los partidos. Elites políticas y partidos

Desde el punto de vista de las elites políticas, había diferencias sig­ nificativas entre los dos países. La Argentina tenia menos cohesión de formación en sus elites políticas que Brasil, pero tenía dos elementos unificadores: eran un mito político y un consenso muy extendido en torno a la forma de gobierno. El mito político nacía de la demonización del pasado y de un enemigo, el rosismo, en el cual todos se reco­ nocían (incluso los que habían sido en su momento partidarios del dic­ tador). Más problemático es, en cambio, el tema del m ito de los orígenes que servia para articular a las elites de muchos Estados occidentales en la segunda mitad del siglo XIX. Aunque existe una sincronía en la cons­ trucción de dos ficciones históricas orientadoras muy diferentes entre sí, la de Varnhagen en Brasil (1854-1856) y la de Mitre en la Argentina (1857-1858), es difícil saber cuán extendidos estaban esos míticos pasa­ dos en las percepciones de los grupos dirigentes de los dos países. En este punto, al margen, Brasil disponía, ya desde 1838, de un Instituto Histórico y Geográfico Brasileño y, durante el Segundo Reinado, de un Archivo Nacional, clásicos “lugares de memoria”, y la Argentina no tenía nada semejante (la solitaria obra de Pedro de Angelis o el. instituto crea­ do por Mitre en 1857 no pueden comparársele, y el Archivo Nacional debería esperar hasta el siglo XX). Sin embargo, la existencia de un pasa­ do a condenar, desde el mundo colonial hasta el rosismo, algo así como un “Antiguo Régim en” contra el cual venía a construirse la nación nue­ va, hacía a la generación de intelectuales argentinos post Caseros porta­ dora de un relato negativo que podía ser tanto o más fuerte que una narración heroica de los orígenes o que cualquier “lugar de memoria”. 53

Otro elemento diferenciador merece destacarse. La relación entre cla­ ses propietarias y elites políticas era muy fuerte en Brasil, y Warren Dean ha llegado a sostener que la clase política era casi un todo con las elites económicas. Desde luego que esa afirmación taxativa podría relativizarse observando el predominio bahiano en la política central y las quejas de la opinión pública de la misma región ante su transferencia de ingre­ sos hacia el centro. Sin embargo, si se prescinde de los intereses regiona­ les y aun si se admite que los gobiernos brasileños no eran simplemente el gobierno de los barones del café, es difícil no percibir la estrechísima relación de los gobiernos con las elites económicas rurales y urbanas. En la Argentina en la segunda mitad del siglo XIX lo que se produ­ ce es una escisión, al menos funcional, entre ambos. La caída del rosismo había abierto la posibilidad de acceder a planos relevantes en la política a intelectuales o profesionales que procedían del exilio y que no perte­ necían a familias tradicionales ni enriquecidas y, a su vez, la prosperidad económica favorecía una menor necesidad de éstas del control del Estado. Existía además un consenso básico, al menos hasta principios de la década de 1870, acerca del modelo de país en lo económico (libre­ cambio y apertura al exterior) más allá de voces aisladas o de debates importantes pero ocasionales. También había bastante consenso acerca del modelo social e incluso del político hasta mucho más tarde, con esa idea en dos tiempos para la evolución política argentina: una república “posible” ahora, y una república “verdadera”, es decir, en la que se ejer­ ciese plenamente y en forma más transparente el sufragio universal, des­ pués. Por supuesto que existían luchas facciosas y conflictos entre lide­ razgos (y ellos eran muy intensos sobre todo en Buenos Aires), pero no iban mucho más allá de ese plano, salvo en lo que tenía que ver con la cuestión de la capital y en el fondo del tipo de acuerdo a sellar entre Buenos Aires y las provincias. En Brasil también había una lucha políti­ ca en la que los recambios de clientelas eran más importantes que las diferencias programáticas, pero esa diferencia programática era, de todos modos, más fuerte. En la Argentina, el consenso acerca de la forma de gobierno los unía a todos. En la tradición republicana y a la gran mayoría, sobre todo luego de 1860, en torno a la Constitución federal. En Brasil, en cambio, la agenda política era mucho más amplia. Ante todo existía un debate acer­ ca de la cuestión del federalismo que era mucho más extendido, y luego 54

se agregaría otro acerca de la forma de gobierno (la república), que iría creciendo con los años. El tema del federalismo estaba vinculado a cues­ tiones que ya señalamos pero también a las formas de representación desde una perspectiva regional. Si la Cámara de Diputados era elegida periódicamente en relación con la población, la de Senadores era elegi­ da de por vida por el emperador del tercio de la lista vencedora, en una proporción equivalente a la mitad de los diputados que elegía cada pro­ vincia. Lógicamente esta segunda Cámara debería reflejar bastante lenta­ mente los cambios relativos de posición de las distintas provincias. Existía también, desde 1870, con la aparición del llamado nuevo Partido Liberal del que participaban antiguos conservadores como Nabuco de Araújo y Zacarías de Góis, un programa que defendía una reforma constitucional bastante profunda que incluía el voto directo en las ciudades mayores, la reconversión del Senado en temporario, la reducción del papel del Consejo de Estado, la garantía de las libertades civiles y el fin de la escla­ vitud. Un programa cuya amplitud renovadora no tenía equivalentes en la Argentina. Quizás era el resultado de que en la Argentina la Cons­ titución había cerrado muchos de los debates acerca del modelo de país y del sistema político, aunque subsistía el de la cuestión de la capital. Las muchas polémicas que existían concernían más a la mala práctica políti­ ca que al modelo. Quizás la diferencia más relevante era que en Brasil existía un tema social central en las propuestas políticas: el de la esclavitud y su supre­ sión, que dominaría el debate político por tres décadas dándole un tono y una articulación entre política, sociedad y economía que no había en la Argentina. Finalmente, lo que hacía dificultoso el caso brasileño, en este tema, es que todo ello se articulaba con el plano de los intereses eco­ nómicos que no eran homogéneos y que, al ser diversos y no sentirse adecuadamente representados en el sistema político, abría, desde ese plano, también cuestiones en debate. Es por ello que en Brasil, pese a todas las semejanzas en cuanto a la extracción social que puedan señalarse en las elites políticas de los dis­ tintos partidos, las diferencias de programa eran mucho más marcadas que en la Argentina. Asimismo, los partidos eran comparativamente más fuertes en Brasil y tuvieron una continuidad mayor que en la Argentina. Conservadores y liberales procedían de los años treinta y habían dismi­ nuido mucho en sus diferencias en 1850. Ese hecho, combinado con una ¡55

agenda cada vez más extendida, llevó a que surgiera, en 1864, de una escisión del Partido Conservador unido al Partido Liberal, la Liga Progresista que proponía una amplia campaña de reformas desde la crí­ tica a la centralización, al sistema parlamentario y a las normas electora­ les. La aparición, en 1870, del Manifiesto Republicano que antecedió a un partido con ese nombre llevaba incluso la cuestión más allá, plan­ teando la modificación de todo el sistema político. Por otra parte, los historiadores brasileños han debatido acerca de la representación social que contenían los principales partidos. Para unos existía cierta coherencia de intereses en el seno de los principales parti­ dos, Conservador y Liberal, para otros articulaban coaliciones sociales diferentes. Según Murilo de Carvalho, si el Partido Conservador era la alianza de la burocracia imperial con el gran comercio y la gran propie­ dad orientada a la exportación, el Partido Liberal era, en cambio, la alian­ za de profesionales liberales urbanos con los agricultores de las zonas nuevas de colonización y con aquellos que orientaban su producción hacia el mercado interno. Estos esquemas han sido discutidos por aque­ llos que, como Richard Graham, ven más el común background social de las elites de ambos partidos, la inestabilidad que los caracterizaba, las leal­ tades personales que articulaban las bases de poder locales. Muchos de los mismos protagonistas de la época habían sostenido que incluso ideo­ lógicamente los partidos no eran tan contrastantes. Como afirmaba el liberal Holanda Cavalcanti (que era un rico terrateniente azucarero), nada se parecía más a un “saquarema” (conservador) que u n “luzia” (libe­ ral) en el poder. Esta lectura puede tener mucho de verdad; sin embargo, en términos comparativos, los partidos parecen más articulados en Brasil y eran, al menos, más permanentes que en la Argentina, y su agenda ideológica más contrastante. En cierto sentido liberales y conservadores, salvo en el pe­ ríodo llamado de la “conciliación” en la década de 1850, se parecen más a lo que habían sido — y con los límites con que lo habían sido— unita­ rios y federales en la Argentina en el período precedente. Por otra parte, ambos partidos tenían marcadas diferencias regionales. La mayor fuerza de los conservadores estaba en el norte, en Bahía y Pernambuco, y la de los liberales en el centro-sud: Minas, San Pablo y R io Grande do Sul. En la Argentina la tradición federal y la unitaria habían expresado en el país proyectos que podían leerse como alternativos — y al menos lo 56

eran desde el punto de vista de los modelos políticos, de las retóricas ideológicas y de sus apoyos sociales— . Sin embargo, el colapso de Rosas y la conversión de Urquiza a la solución constitucional liberal y al mode­ lo de país abierto al exterior y a la modernización desdibujó bastante esta oposición. Todo ello llevó al debilitamiento ideológico, a sucesivas esci­ siones y a la destrucción, en Buenos Aires, de los federales. Por otra parte, aquellos sectores del federalismo que se oponían al camino emprendido luego de Caseros fueron sucesivamente derrotados y destruidos como fuerza política en las décadas de 1860 y 1870. Existía el Partido Federal nominalmente en el interior, pero era poco más que una coalición de gobernadores que luego emergería como una pura coalición electoral en 1874 en torno al llamado Partido Nacional. Los nuevos partidos que sur­ girían en Buenos Aires en la década de 1860 del partido liberal porteño, el Nacionalista y el Autonomista, expresaban el debate remanente, esto es, el problema del tipo de articulación de la capital con las provincias y, por debajo de ello, el de los recursos y el patrimonio de la misma. En una tendencia de más largo plazo, podría indicarse que mientras en Brasil los partidos evolucionaban en el sentido de una mayor definición de su perfil ideológico, en la Argentina ocurría todo lo contrario. La culmina­ ción de ese proceso, en este último país, fue la creación del Partido Autonomista Nacional que fundía a las oligarquías del interior con uno de los partidos de Buenos Aires. La larga hegemonía posterior de ese par­ tido, que era a la vez una máquina política y una reunión de notables, que decidía con bastante prescindencia de esa máquina, muestra hasta qué punto la política en la Argentina se desideologizaba y a la vez se per­ sonalizaba, ya que era en el torneo de personalidades en el que se diri­ mían las posiciones de poder y las presidencias, arbitradas por Roca. Desde luego que, por menos ideologizados que fueran los partidos argentinos, o mejor aún las coaliciones que se integraban en laxos gran­ des partidos, expresaban intereses regionales. N o habiendo grandes dis­ cusiones ni sobre el modelo político ni sobre el modelo social, siendo secundario el debate ideológico puro (lo más importante era la división en la elite entre los mayoritarios anticlericales y los minoritarios católi­ cos), la expresión era puramente de intereses que eran en parte perso­ nales y siempre regionales, ya que de lo que se trataba era de asegurar la base política local con los recursos que se podían extraer del Estado central. 57

Formas de representación

El sistema político puede verse también desde otros ángulos. Por ejemplo, su capacidad de integración en el mismo de distintos sectores sociales y s“u capacidad de realizar políticas más allá de los intereses sec­ toriales de aquellos que constituyen su base de apoyo. Es decir, la cues­ tión del Estado como instrumento con capacidad de autonomía, o al menos de diferenciación, de los intereses sociales a los que representa y sobre los que reposa. La primera cuestión remite a las formas de repre­ sentación y a la participación de los ciudadanos dentro de ellas. La segunda, a la relación entre los proyectos políticos, las leyes sancionadas y la aplicación de las mismas, de lo que hablaremos luego. En Brasil, el sistema de representación parece haber ido, en lo formal, restringiéndose crecientemente. Al menos la noción misma de ciudada­ nía (entendida como el espacio de ejercicio de derechos políticos) pare­ ce haber ido excluyendo con el tiempo a un mayor número de habitan­ tes. Si las elecciones para la Constitución de las Cortes, en 1821, fueron hechas en base a un sufragio casi universal masculino adulto (inspirada como estaba en la Constitución liberal española de Cádiz de 1812), las sucesivas para la Constituyente ya excluían a los asalariados y a los extranjeros. La misma Constitución de 1824 elevaba la edad mínima para votar a veinticinco años (con excepción de los casados jefes de familia), excluía a los criados e introducía un principio censitario para poder sufragar. La ley de 1846 excluyó a los soldados rasos y aumentó el nivel de renta exigido. Aunque ese aumento de 100 mil a 200 mil reis era menor que la inflación habida en veinte años y quizás menor o igual a la evolución de los ingresos (baste pensar que el valor del reis se había depreciado frente a la libra esterlina en un 100% solo entre 1822 y 1830). Otra disposición de 1875, además de crear registros de votantes perma­ nentes, obligó a la presentación de pruebas positivas de la renta de cada aspirante a inscribirse, lo que era una traba más importante. Finalmente, la ley de 1881 impulsada por los liberales en el gobierno estableció el voto directo para la Cámara de Diputados, prohibió el voto de los anal­ fabetos, suprimió el voto obligatorio y aumentó ulteriormente los requi­ sitos para verificar el nivel de renta mínimo exigido. Como observó con elegancia R ui Barbosa, en el debate parlamentario que precedió a la san­ ción de la ley se superponía un “censo literario” a un “censo pecunia58

rio”. De este modo la modificación de la ley electoral era un giro con­ servador u oligárquico que combinaba la búsqueda de una mejor calidad de la representación al costo de suprimir casi al electorado. Según esti­ maciones de M urilo de Carvalho, el número de votantes descendió abruptamente, en especial luego de la última de las modificaciones: se pasó de un 11% de la población total (13% si solo se consideran los hom­ bres libres y se excluye a los esclavos) a un 1% en 1886. La participación electoral había sido en Brasil de todos modos inicial­ mente muy alta, en relación con la Argentina (y con algunos ejemplos europeos), lo que se sumaba al hecho de que el universo potencial de electores era mucho más amplio. Un estudio de Richard Graham sobre la media de participación en base a la cantidad de personas registradas . para votar, comparadas con los datos de la población del censo de 1872, muestra que ese porcentaje alcanzaba para todo Brasil al 51% del univer­ so de hombres libres mayores de veintiún años (porcentaje que en algu­ nos casos como Maranhao o Pernambuco trepaba hasta más del 80%).Y según estudios sobre la ocupación de los registrados su número mayor eran artesanos, obreros, empleados de comercio, labradores y una impre­ cisa categoría de empleados rurales. Ello sugiere que los criterios de renta exigidos para votar eran bastante ligeros. No era así, en cambio, para ser elector o elegido, donde se necesitaba según la Constitución de 1824 el cuádruple de renta, y menos aún para ser senadores, donde se necesitaba un mínimo de ocho veces la renta del votante. En este senti­ do, el principal elemento de exclusión, posterior a la reforma de 1881, será la prohibición del voto de los analfabetos. En cuanto al sistema de elección, en Brasil se pasó de considerar a las provincias como distritos únicos electorales (en las que aquel que obtenía la mayoría se llevaba al conjunto de elegidos del distrito) a una representación por circunscrip­ ciones electorales, en 1856. Luego, en busca de ampliar la representación de las minorías, se pasó, en 1860, de la elección de un diputado por dis­ trito a la elección de tres y sucesivamente, en la reforma de 1875, a la elección por lista incompleta (dos tercios para la mayoría y uno para la minoría). Finalmente la reforma de 1881 que excluyó a los analfabetos volvió a la elección uninominal por distrito. Es evidente que el sistema electoral en Brasil se apoyaba no en una libre participación del ciudadano sino en las máquinas políticas que en especial los grandes propietarios construían y mantenían para controlar 59

el voto en la provincia o en el distrito (circunscripción). Los agregados o dependientes, que solían entrar en la ciudad en columnas cerradas con los líderes al frente y vivando consignas partidarias, eran en ocasiones tra­ tados como ganado y aislados en corrales para evitar influencias de los adversarios políticos, lo que da un adecuado indicador del severo grado de control de las clientelas pero también de que nada estaba del todo decidido. Los potenciales choques con columnas de opositores en oca­ siones solían degenerar en violencia. Es evidente también que el gobierno central, como ya señalamos, tenía mecanismos de influencia decisivos para asegurarse el resultado electoral por encima de los poderes locales. Durante el Segundo R ei­ nado ninguna de las mayorías gubernamentales perdió una elección y, con una sola excepción en 1881, ningún ministro del gabinete fue nunca derrotado. Tomando un ejemplo regional, los liberales, que tenían el completo control político en la provincia de R io Grande do Sul desde 1872, donde controlaban desde la Legislatura provincial y la mayoría de los municipios hasta la guardia nacional, perdieron sin embargo allí elec­ ciones nacionales, por la enorme capacidad del centro de hacer las elec­ ciones (terreno en el que los conservadores parecen haber sido más efi­ caces, al menos hacia el final del Imperio). Los mecanismos de control del voto, que han sido estudiados con detalle por Graham, no presentan innovaciones sustanciales con respec­ to a lo conocido en otros lugares, incluida la Argentina. La designación de un cargo clave como los presidentes de provincia decidía casi la suer­ te electoral ya que éstos eran nombrados en provincias diferentes de las de donde procedían y eran rotados muy rápidamente (los cálculos de Uricoechea señalan que en los sesenta y cinco años de dominación im­ perial la duración promedio de cada uno era de unos quince meses), por lo que tenían pocos vínculos previos y poco tiempo para desarrollar nue­ vos. La designación de un presidente provincial, a su vez, facilitaba la nominación o el reemplazo del personal estatal que tenía injerencia en la cuestión electoral, desde los delegados responsables locales de los comicios hasta los jueces de paz (aunque esos cargos fuesen formalmen­ te electivos), de los jueces de distrito a los jefes de policía, pasando por los puestos jerárquicos en la guardia nacional. Un momento importante fue la llamada ley de interpretación de 1841, que quitó jurisdicción a los jueces de paz en materia criminal y de policía, las que pasaron a los jue­ 60

ces municipales nombrados por el poder central y al juez de derecho y al delegado policial, que tampoco sería ya electivo. Aquellos mecanismos de control del proceso electoral se combinaban con patronazgos basados en designaciones en cargos públicos, con otros de control del registro de votantes (que iban desde impedir el registro de opositores hasta incluir personas no habilitadas, los llamados “fósforos”) e incluso en ciertos casos el fraude en los resultados y la violencia explícita o implícita (el voto era público) en el mismo lugar de la votación que era, como en la Argentina, el atrio de las parroquias. La figura del capanga en Brasil, persona a sueldo de los líderes locales para ejercer violencia sobre los opositores, era bien conocida, del mismo modo que en la Argentina, aunque se los denomina­ se con otros nombres. Todo ese proceso se había incentivado con la cen­ tralización política promovida durante el llamado “Regresso”. Desde luego que también se planteaban niveles de conflicto entre los poderes locales y sus clientelas y las decisiones del centro, sobre todo cuando había una sustitución de un gabinete de un signo por el de otro, pero, en términos generales, había vínculos y niveles de consenso que derivaban de la fuerza y capacidad del centro por sobre la del poder local, que difícilmente podía tener éxito sin negociar o teniendo la opo­ sición frontal de aquél. Así, los elegidos representantes eran, en general, los dirigentes políticos o los funcionarios del gobierno central (en espe­ cial judiciales) o de los gobiernos provinciales. Esa proporción que era de casi el 50% de los electos descendería, vía leyes de incompatibilidad, a apenas el 8% en la última Legislatura del Imperio. Esto era uno de los resultados de un conjunto de medidas que buscaban insistentemente, y con poco éxito, mejorar la calidad del sistema electoral y garantizar una más libre expresión del sufragio, aunque a la vez, como señalamos, muchos de esos mismos defensores insistían en reducir el universo de votantes en la creencia de que el voto de los pobres y analfabetos distor­ sionaba la significación de los comicios. En la Argentina la situación formal era diferente de la de Brasil, las prácticas semejantes y los resultados contrapuestos. La relación con el tema del sufragio y el universo de inclusión presentó, durante la prim e­ ra mitad del siglo XIX, realidades muy diferentes. Ellas oscilaron entre el sufragio universal masculino adulto, que estableció la ley sancionada en la provincia de Buenos Aires en 1821, hasta experiencias censitarias en otras provincias (y en el fallido intento de la Constitución unitaria de 61

1819). Sobre esa base, la Constitución de 1853 se cuidó de establecer referencias explícitas al sufragio universal, aunque podía sostenerse que al no haber limitaciones establecidas estaba implícito el voto universal, y eso fue argumentado por el Congreso Nacional para vetar los proyectos de algunas Constituciones provinciales sucesivas de volver a implantar el voto calificado. Lo más avanzado que la Constitución contenía (y que era una excepción en la América hispánica) era la elección directa de la Cámara de Diputados (en contraste con Brasil hasta 1881) combinada con una elección indirecta para los senadores y para el presidente y el vicepresidente. A partir de allí, el vacío normativo de la Constitución fue cubierto por la ley sancionada por el gobierno de la Confederación en 1857 que establecía, para las elecciones nacionales, el sufragio universal masculino adulto (para mayores de veintiún años) que podían votar, al igual que en Brasil, si se inscribían en el registro cívico. El voto era públi­ co y oral y el mecanismo de control del acto eleccionario estaba en manos de la Junta de Representantes (la denominación de una suerte de Cámara de Diputados de cada provincia). Esa ley fue refrendada por otra, en 1863, que disponía la apertura anual del registro cívico, bajaba la edad para votar a dieciocho años y creaba un tribunal que presidía el acto eleccionario en cada provincia integrado por un miembro de la Legislatura, un juez de primera instancia y un juez de paz. A partir de allí se produjeron numerosas modificaciones que buscaban sin éxito, en un sentido semejante al de Brasil, garantizar algo más de libertad y de segu­ ridad para el votante y para los resultados de la elección. Es innecesario detenerse en todas esas modificaciones, de las que la más importante fue la nueva ley de 1873 que cambió la periodización del registro cívico (cada cuatro años), bajó la edad para el ejercicio del voto a diecisiete años, adoptó el sufragio escrito que se depositaba en la urna (instrumen­ to que hacía su debut a partir de esa ley), permitía el control del acto comicial por fiscales de cada partido y creaba una Junta Electoral por dis­ trito (de la que desaparecía el juez de paz y en la que se incorporaba al presidente del Tribunal Superior de Justicia). En realidad, el sentido de las modificaciones ya sugiere el tipo de pro­ blemas existentes. Ellos no eran diferentes, en sustancia, de los de Brasil. El acto electoral estaba viciado de todo tipo de anomalías, fraudes y vio­ lencias que iban desde la manipulación del registro cívico hasta la vul­ neración de los resultados en las actas, pasando por verdaderas batallas 62

campales para controlar el atrio y la mesa electoral y dejar participar allí a los amigos e impedir que lo hicieran los enemigos. U n dato distintivo, que hacía que la situación fuera diferente de la de Brasil, era la capaci­ dad que tenían los poderes provinciales para controlar a su gusto las elec­ ciones y sus resultados, fuera a través de las fuerzas militares provinciales (que solo serían definitivamente disueltas en 1880), fuera a través de la Legislatura o del Poder Judicial. Estas instituciones tenían además en casi todas las provincias escasa o nula autonomía respecto del gobernador. Todo tipo de arbitrariedades se llevaban a cabo, como encarcelar a los votantes presumiblemente opositores en los días previos a la elección o en ese mismo día. En Catamarca, por ejemplo, en 1885, fueron deteni­ dos 1500 votantes, que era un número enorme dado el volumen de par­ ticipantes en el acto electoral. En provincias como Salta, dos denuncias, en 1866 y 1876, muestran que el procedimiento era aun más sencillo: la utilización de fuerzas militares o de guardias nacionales por parte de las autoridades provinciales o por un jefe militar del lugar para amedrentar o simplemente evitar que los opositores llegasen al lugar de la votación. Lamentablemente poco sabemos del funcionamiento de las eleccio­ nes en las remotas provincias y los mejores estudios se concentran sobre el caso de la provincia y la ciudad de Buenos Aires. Aquí la encarnizada disputa electoral llevaba a que la lucha fuera más áspera y a que la vio­ lencia ejercida en el acto mismo del comicio fuera mucho más decisiva que los mecanismos más indirectos que parecen predominar en distintos lugares de Brasil, como efecto de la capacidad del poder central de con­ trolar el proceso antes del acto del voto. ¿Cómo influía todo ello en la participación electoral? Si bien el sis­ tema argentino era formalmente más abierto, el nivel de participación efectiva era más bajo que en Brasil y también, cuando podemos compa­ rar en el tiempo — como en Buenos Aires— , más bajo que en el mismo lugar en las décadas precedentes. Los datos disponibles conciernen solo a la ciudad de Buenos Aires pero, con los límites que impone un caso sui generis, pueden compararse con los de Brasil. El número de votantes era decididamente más bajo. Las estimaciones de Hilda Sabato señalan que para las elecciones presidenciales de 1874 y 1880, que fueron las que congregaron a un mayor número de ciudadanos, ellas superaban apenas el 3% del total de la población en el primer caso y no llegaban al 2% en el segundo. Es decir, datos equiparables más con la situación en Brasil 63

luego de la reforma de 1881 pero muy inferiores a las precedentes. Estos datos eran bastante inferiores en Buenos Aires a los existentes en las décadas de 1820 y 1830, que alcanzaban al 7% del total de la población, porcentaje probablemente superado en la época de Rosas, aunque aquí había candidatos únicos y una enorme presión política para regimentar desde arriba una participación favorable al régimen. Sin embargo, las cifras deben manejarse con prudencia dado el porcentaje de población extranjera existente en Buenos Aires en la década del setenta, que era de alrededor del 50%, lo que significa más bien un nivel estable de votantes sobre los habilitados legalmente para sufragar. Lo mismo ocurría con el número de inscriptos en el Registro Cívico, que en Buenos Aires era aproximadamente el doble de dichas cifras. Es decir que la relación inscriptos/votantes para la muestra hecha sobre nueve parroquias de Buenos Aires, en 1867 y 1878, era equivalente a la de Brasil en su conjunto, pero su número absoluto y su porcentaje sobre la población total eran tan inferiores como el de los votantes. En cuan­ to a la estructura ocupacional de los inscriptos, la misma revela la pre­ sencia de todo tipo de profesiones y sectores sociales, siendo la diferen­ cia más significativa con el caso de Brasil el alto número de jornaleros y peones, que para 1867 eran casi el 40% del total y que, al menos nomi­ nalmente, debían estar durante el Imperio excluidos según los criterios de renta. La situación en la Argentina evolucionó en términos más complejos en los años ochenta. Si hemos de tomar como representativa la elección de 1886, en la ciudad de Buenos Aires, el número de inscriptos en el registro cívico, que llegó a 18 mil, muestra un notable incremento que duplicaba el número más alto de los datos disponibles para el decenio precedente. El largo incidente del año 1885 promovido por la oposición para depurar los padrones indicaba que había 8 mil nombres falsos. Cifra seguramente exagerada pero que sugiere en qué medida los mecanismos de control de la oposición iban siendo crecientemente el registro cívico y el falseamiento de los resultados electorales en las actas. Desde el punto de vista de la movilización de los votantes los meca­ nismos en la Argentina eran plenamente clientelares, y verdaderas má­ quinas políticas se esforzaban en empadronar y movilizar a los votantes que solían ir en grupos hasta el atrio de las iglesias donde tenía lugar el proceso. Aunque el proceso era muy personalista (de hecho los dos par­ 64

tidos de Buenos Aires eran llamados alternativamente nacionalista y autonomista o mitrista y alsinista, por los apellidos de sus principales líderes), existía una instancia de mediación que eran los clubes políticos, muy importantes en Buenos Aires y en algunas otras ciudades del inte­ rior para los que hay estudios, como Mendoza. Aunque estos clubes, que fueron una característica de la vida política posterior a Caseros, se mani­ festaban en torno a ideas o principios, en los hechos su objetivo concre­ to era plenamente electoral e instrumental a esos fines. Ello no quita que esa mediación diera una tónica diferenciada a la política argentina y que impidiera, en ocasiones, que el grupo gobernante triunfase en las elec­ ciones. Sin embargo, en el interior, sobre todo en el noroeste argentino, la realidad era diferente, y además de un personalismo casi sin mediacio­ nes era prácticamente imposible que el grupo gobernante perdiera las elecciones. Por supuesto que el grupo en el gobierno nacional tenía ins­ trumentos legales y extralegales para intervenir. Los segundos eran sim­ plemente el envío del ejército nacional, los primeros eran las interven­ ciones que preveía la misma Constitución. Sin embargo, el hecho de que esas intervenciones tuviesen que ser realizadas con acuerdo del Senado de la nación (salvo en los períodos en que el Congreso estaba en receso), donde el Poder Ejecutivo no siempre tenía mayoría y donde a menudo estaban representados ex gobernadores, limitaba la capacidad de decisión del poder central. Por otra parte, el Estado central tenía en la Argentina una desusada capacidad de presión a través de los subsidios que enviaba regularmente a las provincias, acerca de los que ya nos referimos. A modo de balance puede concluirse que la representación y movi­ lización de la ciudadanía a través de las elecciones era bastante más fuer­ te en Brasil, sea en cuanto al número así como al involucramiento (al menos de las elites) en los mismos, sea en cuanto a los recursos que se movilizaban. En compensación a esa debilidad de los partidos políticos, nuevas lecturas, entre otras la de Pilar González, enfatizan que existía en la Argentina posterior a Caseros un mecanismo participativo alternativo e informal que era el de una sociedad muy movilizada. Los ejemplos pre­ sentados conciernen a Buenos Aires y muy puntualmente a algunas ciu­ dades del interior como Mendoza. Esa movilización tenía tres núcleos. El primero eran los clubes políticos ya aludidos, que eran parte de un florecer del asociacionismo que respondía a una cuestión formal (la libertad de asociación establecida por la Constitución) y a otra sustan­ 65

cial, la necesidad de expresión de grupos medios urbanos amordazados durante la larga dictadura rosista. Al lado de ellos un rol importante le correspondía a la masonería, cuyas logias florecieron en esas décadas. En tercer lugar, surgió una prensa militante que era muy numerosa y bas­ tante efímera y otra que, nacida en los años sesenta, estaría destinada a perdurar. Sin embargo, esa vitalidad iba acompañada por una excesiva fragmentación que hacía que como instrumento de presión política fuese menos eficaz, ya que daba lugar a coaliciones ocasionales que se agregaban y disgregaban y, como se señaló, terminarían por convertirse en simples mecanismos para las elecciones. Finalmente, dado que esas formas de movilización coincidían a me­ nudo con los clubes políticos, en realidad las personas involucradas no iban mucho más allá de las registradas para votar o de los mismos votan­ tes, y no necesariamente englobaban a muchos más individuos, salvo que se dilate el concepto de participación política hasta el punto de incluir en ella cualquier forma de asociacionismo, cualquier manifestación o petición o cualquier reunión de personas. Pero puesto en estos términos el problema deviene inasible y ciertamente muy poco útil para un ejer­ cicio comparativo. En conclusión, podría indicarse que el sistema político argentino, más allá de su inestabilidad relativa, por ser más tardío era más plenamente liberal, y por ende más funcional a una fase de desarrollo capitalista como la que se abría en la segunda mitad del siglo XIX. El de Brasil, hecho de sucesivas adiciones, con muchas rémoras de la época precedente, lo era mucho menos. En cierto sentido lo que había dado ventajas a Brasil en la época precedente — conservar la unidad territorial, imponer un cier­ to dominio del Estado central sobre el territorio—• era ahora su princi­ pal obstáculo. Lo mismo ocurría en el terreno social: aquella deplorable institución que sirvió para el desarrollo en las épocas precedentes (la esclavitud) ahora se revelaba no solo un lastre sino una cuestión que acentuaba los enfrentamientos sociales y políticos. Por eso el punto de partida en 1850 era mucho más impresionante en Brasil, si se lo analiza en relación con el medio siglo precedente, y mucho menos si se lo mira en relación con el medio siglo por venir. Sin embargo, siempre puede discutirse cuánto influyen la arquitectura institucional y el sistema polí­ tico en países que son tan dependientes del exterior para su progreso económico y si los cambios no vienen simplemente a través de esa vía. 66

Por otra parte, ¿cuál era la relación entre las formas institucionales, los partidos y las prácticas políticas con relación a las capacidades y la fuer­ za del Estado de llevar a cabo proyectos concretos, no solo de sancionar leyes sino de cumplirlas, de ejercer el monopolio de la violencia legíti­ ma y tantas otras cuestiones? Veamos, pues, sucesivamente, las diferencias en otro plano: el de los dos Estados y el de la economía. E l papel del Estado

Comencemos con un ejemplo. En Bahía un propietario de tierras, un cierto Militao, controló al menos por seis años consecutivos (de 1843 a 1848) dos de los distritos centrales de la provincia, cometiendo todo tipo de fechorías, que incluían asesinatos de figuras prominentes del ámbito local: el vicario, un médico, un teniente coronel de la guardia nacional y ataques a pueblos vecinos a su esfera de dominio. La voluntad del presi­ dente de la provincia de juzgarlo chocaba contra los poderes del señor terrateniente que por medio de la cooptación de funcionarios encarga­ dos de aprehenderlo, por la posesión de un ejército personal o por sus influencias en la Legislatura provincial evitaba toda interferencia del Estado en su territorio. El envío de un fuerte contingente militar de algunos centenares de hombres no consiguió mejores resultados. ¿Cuántos Militao existían? Probablemente muchos en las zonas periféri­ cas del Imperio. La vendetta privada, por ejemplo, parece haber estado muy extendida en casi todas las provincias, lo que muestra que aquella potestad del Estado era eludida o simplemente ignorada. En ese contex­ to hablar de burocratización y centralización requiere hablar también de sus límites. Ciertamente, como observa Uricoechea (que es quien reconstruyó el episodio precedente en base a papeles de archivo), el Estado imperial se expande en la segunda mitad del siglo XIX del centro hacia la periferia. Esa expansión es revelada por el incremento de los gastos estatales en las provincias, sobre todo Minas y San Pablo, que crecen a un ritmo muy rápido, en especial en el rubro “Justicia” y en general en todos los ramos de gobierno. Se ha dicho que recién entonces nace el Estado burocráti­ co brasileño moderno. Ello iba acompañado por una cierta profesio­ nalización o especialización que comenzaba a reemplazar al diletantismo 67

precedente. Sin embargo, ese mismo Estado debía, en el plano territo­ rial, llegar a todo tipo de componendas con los poderes locales que limi­ taban o distorsionaban su capacidad de imponer un ordenamiento legal. Esas mismas componendas, que como vimos tenían implicancias electo­ rales, impedían a menudo la necesaria profesionalización de la burocra­ cia dada la necesidad de recompensar a aliados y clientes con cargos públicos. Por otra parte, por mucho que el aparato burocrático creciese, siempre era insuficiente dadas las dimensiones del territorio y la disper­ sión de la población. Una orden o una disposición legal no llegaban a menudo a todo el territorio materialmente, es decir que no se disponían de ejemplares de la misma — como observaba un comandante superior en la provincia de Bahía en 1854— y, si llegaba, a menudo no se dispo­ nía de la fuerza pública para hacerla cumplir. Por otra parte, la estructu­ ra centralizada iba acompañada de un celoso respeto de las jerarquías y de un minucioso formulismo que, sin duda, agravaba los problemas de eficiencia de las decisiones (el ejército en la guerra del Paraguay puede ser un buen ejemplo de ello). Veamos ahora la situación en la Argentina, no en 1850 sino doce años después, en 1862, cuando asume Mitre como primer presidente recono­ cido por todas las provincias. Ciertamente es mucho peor. N o se trata de hacer cumplir la ley sino de tener leyes y de tener funcionarios que intenten aplicarlas. No existía un cuadro jurídico unificado, ni una tradi­ ción administrativa, ni siquiera un mínimo rudimento de aparato estatal. Pongamos unos pocos ejemplos. La Constitución brindaba un marco general pero eran necesarios códigos que sustituyeran al antiguo derecho español de Indias, arcaico y caído en progresivo desuso. Recién en 1858 la provincia de Buenos Aires sancionaría un Código de Comercio que luego el gobierno nacional adoptaría en 1862; por su parte el Código Civil debió esperar hasta 1871 para entrar en vigencia.Tampoco existían instrumentos monetarios, como luego veremos; incluso la posibilidad de acuñar moneda nacional, el peso oro, debería esperar hasta 1881. Veamos el problema de las estructuras estatales. En el momento de consolidarse el Estado nacional, la Argentina carecía de todo aparato estatal. No tenía edificios propios ni funcionarios. No tenía organizado el Poder Judicial nacional ni jueces federales ni la Suprema Corte de Justicia, ni una Contaduría nacional, ni siquiera la Tesorería. Desde luego que en este contexto carecía también de funcionarios. Un ejemplo 68

emblemático era la oficina de la presidencia de la República, que conta­ ba al principio con solo cuatro empleados: un secretario privado, un secretario, un portero y un ordenanza. La única rama de empleados públicos que tenía un cierto desarrollo en los primeros años del Estado nacional era el ejército nacional, que se había construido en base al ejército de la provincia de Buenos Aires y que contaba con 6 mil hombres. Todo estaba pues por hacerse. Sin embargo, en pocos años todo cambió. Según los cálculos de Oszlak, en 1876 existían casi 13 mil funcionarios públicos. Ese dato es bastante equivalente al de la burocracia imperial que, para 1877-1878, tenía poco más de 54 mil. Ello daba en Brasil 5,4 funcionarios por cada mil habi­ tantes y en la Argentina 6,5 funcionarios por cada mil habitantes. Sin. embargo, los números absolutos son algo engañosos ya que, de los fun­ cionarios imperiales, un 50% eran civiles mientras que en la Argentina un 70% eran militares. En ese punto, medidos los empleados civiles, Brasil tenía 3,2 por cada mil habitantes y la Argentina 2 por cada mil. Las distancias entre ambos países, enormes al principio, atenuadas bastante en los años setenta, continuarían acortándose y en 1890 la Argentina tenía 33 mil funcionarios (de los cuales ahora solo un 38% eran militares) y Brasil en 1895,77 mil. Esto daba en este último país 4,9 funcionarios por cada mil habitantes (es decir, una burocracia ya estabilizada) y en la Argentina 9,8 funcionarios por cada mil habitantes. Por cierto, se podrá discutir largamente sobre la calidad de ambas burocracias. Sergio Adorno había señalado los límites formativos de los graduados en jurisprudencia en Brasil pero en la Argentina, más allá de que la calidad no debía ser mejor, existía además un problema cuantita­ tivo. Eduardo Zimmermann, que ha estudiado la organización de la jus­ ticia federal, ha indicado qué un primer problema era simplemente la falta de graduados en leyes para ocupar los cargos disponibles. Según el censo de 1869 existían en la Argentina solo 439 abogados, de los cuales la mitad estaba en Buenos Aires. Otro modo de mirar el problema es desde los resultados que produ­ cían las respectivas burocracias. Deberían hacerse estudios en ese sentido. En un rubro muy sectorial para ser considerado representativo, la estadís­ tica, las ventajas argentinas son manifiestas. La calidad y la cantidad de los datos de los censos nacionales de 1868 y 1895 son muy superiores a las de los brasileños de 1872 y 1890. Aquí, como en otros rubros, al menos 69

en la Argentina, la eficacia derivaba de extranjeros que habían ido a ins­ talarse en el país más que de los especialistas locales. En oposición, como veremos luego, en la gestión de un tema mucho más importante como la política fiscal, la burocracia imperial parece haber sido mucho más efi­ ciente y sistemática que la argentina. Aunque aquí, con relación a ambos ejemplos, quizás haya que introducir el verdadero problema. ¿La calidad de los resultados era producto de la mayor o menor competencia técni­ ca de los funcionarios o de las dificultades objetivas? En el terreno esta­ dístico al menos, Brasil tenía un territorio mucho más extenso, un siste­ ma de transportes que lo atravesaba mucho menos en su totalidad y con zonas alejadas de casi todo control estatal.Tomando en cuenta las dificul­ tades geográficas, es posible que las diferencias sean menos técnicas que de naturaleza física. En cualquier caso, ello argumenta también en torno a una necesaria desconfianza hacia las aproximaciones meramente cuan­ titativas. Probablemente la burocracia imperial, más allá de su número, podía cubrir peor el territorio que la argentina. Inversamente esa buro­ cracia imperial, más antigua y por ello más eficiente en la práctica, podía desempeñar con mucha más competencia la rutina administrativa que la argentina, introduciendo un elemento de conservación inherente a la lógica de las burocracias. Veamos ahora otro problema vinculado con el precedente: la capaci­ dad de hacer cumplir la ley. Murilo ha planteado dos ejemplos para ana­ lizar el poder de ese Estado brasileño y su relación con los poderes en la sociedad civil: las leyes de tierras y de abolición de la esclavitud. En la primera, como vimos, el Estado tuvo prácticamente que abdicar de casi todos sus objetivos, en la segunda los impuso con enormes dificultades y tras mucho tiempo y finalmente ello coincidió con el final del régimen. Nos detendremos comparativamente en la primera ya que, resuelto el problema de la esclavitud en la Argentina bastante rápidamente, la cues­ tión no ofrece dimensiones comparativas. La voluntad del Estado imperial de regular la situación de la tierra en Brasil comenzó en 1842 cuando el Consejo de Estado fue encargado de formular un proyecto que contemplase el problema de las donaciones y, a la vez, la cuestión de la colonización. Aunque inicialmente el mismo estaba más orientado a resolver el problema de cómo crear una mano de obra libre con la inmigración, para lo cual había que obstaculizar que los migrantes se volvieran propietarios y no proveyesen los brazos necesa­ '70

rios para el trabajo en las grandes propiedades y, a la vez, obtener los recursos para financiar el traslado de más inmigrantes, pronto se mezcla­ ron otras cuestiones. Las más importantes, introducidas en el proyecto presentado por el ministro de marina, Rodrigues Torres, en 1843, eran resolver el problema de la ocupación ilegal de las tierras públicas (las que según el proyecto debían ser devueltas, salvo en la parte cultivada más un plus) y de la revalidación de las antiguas donaciones subsistentes a través de un pago. Limitaba la posibilidad de donaciones a las zonas de fronte­ ra, desconocía, en la versión inicial, el derecho de ocupación inferior a veinte años y obligaba a registrar y medir las tierras ocupadas. Esto últi­ mo era muy importante ya que era la base para una sustancial adición un poco posterior, debida a una propuesta de Bernardo Pereira de Vas­ concelos, que formulaba el establecimiento de un impuesto territorial. Los propietarios que no pagasen los impuestos por tres años seguidos o alternados deberían devolver sus tierras a la Corona. Luego las condicio­ nes se fueron haciendo más laxas en versiones sucesivas (reducción del monto del impuesto territorial, reconocimiento de las ocupaciones pací­ ficas de más de veinte años), salvo en la exigencia de registrar las tierras (lo que implicaba desde luego medirlas) en un plazo breve so pena de ser confiscadas. De este modo, el proyecto contemplaba tres dimensiones: el tema de la colonización y la inmigración, el problema de los derechos del Estado sobre las tierras públicas y el grave problema fiscal que aquejaba a un imperio con recurrentes déficit. Por supuesto que hubo mucho debate, salvo con relación al primer punto, que estaba inspirado en las ideas con­ cebidas porWakefield para poblar Australia. El debate expresaba opinio­ nes regionales encontradas. Por ejemplo, diputados de Minas Gerais y San Pablo señalaban los perjuicios ya que en esas provincias — y en gene­ ral en el sur— al menos dos tercios de las tierras ocupadas (decían) eran posesiones. Las divergencias en torno al proyecto partían también de la convicción de que los principales beneficiarios eran los grandes propie­ tarios de Río. También existían intereses divergentes entre aquellos que ocupaban (ilegalmente) la tierra y aquellos que habían recibido donacio­ nes. Lo que unía a la mayoría era la hostilidad a toda regulación por parte del Estado en un tema en el que había existido casi siempre plena liber­ tad para que las personas con poder realizasen lo que deseaban. Ello llevó a una larga demora para aprobar el proyecto. Finalmente, con el retorno 71

de los conservadores al gabinete y la consecuente mayoría legislativa, el proyecto fue aprobado en 1850. En la aprobación no solo se aban­ donó el modelo de Wakefield, lo que permitía a los colonos la adqui­ sición de pequeños lotes, sino, lo que es mucho más importante, se suprimió el punto del impuesto territorial y el de la confiscación de las tierras a quienes no las registrasen (reemplazada por una multa). Sin embargo, pese a esas concesiones, la posibilidad de actuación de la ley se postergó hasta 1854, cuando fue creada la repartición de tierras públicas. Con todo, aun una ley tan lavada fue de muy difícil aplicación no solo hacia el pasado sino hacia el futuro. El Estado no podía siquiera con­ trolar que las personas registrasen sus tierras. En 1871 se admitían las difi­ cultades y el fracaso para medir las tierras y, un año antes, en 1870, el pre­ sidente de la provincia de Minas Gerais reconocía que la administración provincial también carecía de medios y de la fuerza militar suficiente para evitar que la ocupación ilegal de las tierras de la nación se siguiese produciendo en gran escala. Y se trataba de una provincia no marginal dentro del Imperio. Nuevas iniciativas parlamentarias, a partir de 1878, no tuvieron mejor suerte y no llegaron a aprobarse. En especial el proyecto contenido en el programa del Partido Liberal, que retomó al poder en 1878, de estable­ cer un impuesto a la propiedad territorial con el propósito de obligar a poner en cultivo o vender las tierras improductivas, y que fuera reitera­ do seis años después por el ministerio encabezado por Souza Dantas. Tampoco tuvieron apoyo las voces que por esos años sugerían facilitar la creación de una clase media rural inmigrante según el modelo nortea­ mericano. En cambio se aprobó en 1879 una legislación para obligar a los trabajadores libres inmigrantes a “honrar” sus contratos de trabajo, lo que era una forma de fijarlos a las fazendas. La última de las iniciativas parlamentarias sobre la tierra esperaba todavía tratamiento parlamentario en 1889. De este modo el Imperio cayó y seguía vigente la incumplida ley de 1850. En lo que a nosotros interesa, esta pequeña historia mues­ tra los límites que tenía el poder imperial para tratar de aplicar disposi­ ciones que aunque apuntasen a beneficiar al Estado, o si se prefiere al “bien común”, o simplemente fuesen medidas de sentido común e inherentes a cualquier Estado moderno, contaban con la hostilidad de los poderosos señores de la tierra. 72

Veamos ahora el mismo problema en la Argentina. La situación posrevolucionaria había sido bastante caótica y en ella habían imperado decisiones de ocasión que donaban tierras a cambio de servicios presta­ dos o las vendían por razones fiscales y, en el caos reinante, las ocupacio­ nes ilegales eran la marca distintiva. Será recién en 1822 cuando, por ini­ ciativa de Rivadavia, el gobierno de la provincia de Buenos Aires intentará diseñar un programa hacia la tierra pública muy ambicioso. Ese programa, conocido por el nombre de la institución que era el eje, la enftteusis, tuvo alguna imitación en otra provincia como Corrientes (aunque con características diferentes) y luego, recreado por el efímero poder nacional unitario en 1826, fue fugazmente ley para toda la nación. El propósito de una ley que otorgaba la tierra por un plazo de veinte años, renovable a un canon que variaba entre el 4 y el 8% anual era, por una parte, fiscal ya que las tierras públicas habían sido puestas como garantía del primer empréstito Baring, pero por la otra también aspiraba a pro­ mover el poblamiento de la campaña. Finalmente era un intento del Estado, que creó una oficina topográfica para mensurar, de poner bajo su órbita toda una esfera en manos del dominio privado exigiendo que los ocupantes ilegales tuvieran que convertirse en enfiteutas. Generó además una gran especulación en torno a la tierra. Aunque muchos enfiteutas perduraron hasta la organización nacio­ nal, casi treinta años después, los cambios políticos con el advenimiento del Partido Federal en la provincia de Buenos Aires llevaron a una deca­ dencia de la institución y a una disminución del control del Estado ya que entre otras cosas se bajaron los cánones y se hicieron más laxos los controles, por presión de los terratenientes ahora oficialistas. El período sucesivo de larga hegemonía de Rosas generó una situación ambigua. Mientras se abandonó la enfiteusis, obligando a los tenedores a comprar las tierras o a pagar un canon mayor, se impulsó en gran escala la dona­ ción de tierras a los amigos políticos y por servicios militares, en espe­ cial en la línea de frontera, y por otro lado se vendieron numerosas tie­ rras a pagar con los billetes de la Tesorería (como modo de sostener su circulación). A su vez, se anunciaban medidas draconianas hacia aquellos que no cumpliesen con las estipulaciones y se confiscaban abundante­ mente propiedades o contratos de enfiteusis de enemigos políticos, pero se respetaban los de los amigos, los neutrales y, lo que es más importan­ te, los de los extranjeros. 73

Pese a todo ello, aunque fuese contradictorio, se afirmaron dos prin­ cipios: el de un orden plenamente capitalista en el campo y el principio de autoridad del Estado sobre la cuestión. Solo que este Estado no se basaba en principios de universalidad jurídica sino simplemente en una lógica facciosa. Dejaba correr las ocupaciones ilegales de los federales y tendía a privar de derechos a los “salvajes unitarios”. Sin embargo, el principio de iniciativa del Estado, con esos límites, se arraigó. Para la misma época, en el interior y sobre todo en el litoral, predominaban los poseedores ilegales de tierras públicas y los intrusos en propiedades aje­ nas. Aunque se crearon algunos departamentos topográficos y registros de la propiedad, poco se avanzó. Se imitaba el criterio político de Bue­ nos Aires: amigo/enemigo. Tras la caída de Rosas y la organización nacional, el tema volvió a plantearse, sobre todo en Buenos Aires, y numerosos problemas emergie­ ron, entre ellos el del deslinde de las tierras públicas nacionales y provin­ ciales y el de reglar el galimatías de las sucesivas modificaciones legales y de los derechos de propiedad sobrepuestos por las confiscaciones (a las que se agregaron nuevas, en especial, de las tierras del gobernante depues­ to). Los debates fueron intensos acerca del sistema a adoptar y se decidió abandonar la idea del retorno de la enfiteusis, instaurando el principio de la división de la tierra pública y su venta para favorecer plenamente el desarrollo de la iniciativa individual, esto es, el capitalismo. El comprador adquiría el título de propiedad con el pago de la primera cuota. U n punto que aparecía claro ideológicamente entre los intelectuales de la organización nacional, en primer lugar Sarmiento — y que era opuesto en el caso brasileño— , era la necesidad de convertir a los inmi­ grantes en colonos agricultores como instrumento de civilización, ya que era el “desierto” el que imposibilitaba el nacimiento de cualquier sociabilidad, base de aquélla. La idea favorable a la inmigración también estaba en Brasil, pero formulada bajo la forma de blanquear y europei­ zar a la población (una idea algo más cercana a la de Alberdi, en la Argentina). Esa idea de arraigar a los inmigrantes en la tierra, según el modelo del farmer norteamericano, que predominaba en una parte de la elite argentina, sobre todo intelectual, era contrapuesta a la de las elites fluminenses de traer mano de obra que permaneciese como tal a dispo­ sición de los grandes propietarios y con ello evitar que se convirtiera rápidamente en propietaria. En la Argentina, dado que la producción en 74

expansión era pecuaria y extensiva, los grandes propietarios o los ricos comerciantes con capitales disponibles no tenían motivos de quejas hacia aquel ideario mientras hubiera tierra libre que ellos pudieran adquirir. Sin embargo, pronto los intereses de los que tenían dinero se unirían a la necesidad de recursos fiscales del Estado (primero provincial y luego nacional) de hacerse de dinero rápido para cubrir los recurrentes déficit públicos, lo cual no favorecería la ambición colonizadora. No nos detendremos en las sucesivas leyes, primero provinciales y luego nacionales, que fueron revelando cierta incoherencia y a su vez las dificultades y la tensión entre aquellos objetivos. Baste señalar que entre el principio de la venta y el de la colonización, en Buenos Aires, triun­ fó el primero. Al mismo se adosó el sistema de arrendamiento que ampliaba el número de interesados. Señalemos también que la ley de 1876 de inmigración y colonización, que planeaba la venta de tierras fraccionadas y medidas para los que llegaran de afuera, fue falseada por la posibilidad de que empresas particulares adquirieran tierras en gran­ des extensiones para luego ellas mismas fraccionarlas. Por su parte, el pro­ blema de la concentración de la propiedad se agravó con las leyes de 1878 y de 1882, anterior y posterior a la conquista del desierto. La pri­ mera daba el derecho prioritario a los suscriptores de títulos públicos (que servían para financiar la empresa) de tener la posibilidad de cam­ biarlos por lotes y, la segunda simplemente realizaba una venta en rema­ te público de las nuevas tierras. Ciertamente todo ello, además de favo­ recer a la gran propiedad, consolidó un especulativo mercado capitalista de la tierra, y aquellas adquiridas cambiaban fre cu ente me nte de dueño por compra-venta. ¿Qué conclusión se puede sacar de la comparación de las dos políti­ cas de tierra? La primera es que la de la Argentina fue mucho más errá­ tica, producto de los sucesivos cambios de gobierno. La segunda es que pese a que el Estado argentino era más débil, logró imponer mucho más que el brasileño el principio de regular la cuestión de la tierra y final­ mente obtuvo muchos más recursos fiscales que éste. De todo ello no necesariamente hay que concluir que en conjunto la capacidad del Estado argentino fuese mayor. En realidad, lo que se busca señalar aquí es que más allá de la legislación, de los aparatos burocráticos, de las for­ mas visibles de un Estado, la cuestión es mucho más compleja. Esa com ­ plejidad sugiere que el desorden político y el caos administrativo argen­ 75

tinos no estaban abismalmente lejos, en sus acciones concretas, de la envidiada estabilidad y articulación del Estado imperial. Una segunda forma de mirar el problema del Estado es desde sus recursos, que son los que indican en gran parte lo que éste puede hacer y lo que no.‘La primera comprobación es que el orden de .magnitud del gasto público, medido en relación con el PBI o con las exportaciones, no fue muy diferente en los dos países. Hacia el final del período anali­ zado en este capítulo, en 1890 —y recordando siempre la imprecisión de los datos para ese período— , el gobierno de la Argentina gastaba un equivalente entre el 12 y el 14% de su PBI mientras que para la misma época el gasto público de Brasil equivalía al 9% de su PBI. Esos datos estaban en línea con ejemplos europeos como Italia (10%), pero eran muy superiores a los de los Estados Unidos, donde en el marco de un Estado plenamente federal, el gasto nacional solo alcanzaba al 3% del PBI. Aunque los datos marcan, para el final de este período, un peso mayor del gasto estatal en la Argentina, acorde entre otras cosas con el número de empleados por habitante, debe tenerse en cuenta que a mediados de siglo la situación era muy diferente. En realidad el gasto público creció mucho en los dos países como consecuencia del aumento de las exportaciones y las importaciones, que era de donde ambos Estados recaudaban, y el mayor crecimiento del argentino está en relación con la también mayor velocidad de crecimien­ to de sus exportaciones. Algunos cálculos indican que los recursos del Estado central se habían duplicado en Brasil entre principios de la déca­ da de 1840 y de 1850 y esa tendencia, aunque atenuada, continuó luego. Entre 1850 y 1889 los gastos estatales presupuestados, medidos en con­ tos (unidades de cuenta), crecieron casi cinco veces. Por elevado que parezca ese crecimiento, se ha observado que en la perspectiva del siglo XIX la tasa de crecimiento de los ingresos y gastos del Estado creció, en proporción, en forma equivalente en Brasil y en los Estados Unidos en el siglo XIX. En la Argentina, por su parte, los gastos crecieron cuatro veces, medi­ dos en pesos oro corregidos por el tipo de cambio promedio, entre 1864 y 1882. En el caso de Brasil, si tomamos el mismo período, medido en contos, el gasto solo se duplicó.Todo ello sugiere que el crecimiento del gasto en la Argentina fue mucho más rápido que en Brasil, aunque como ya señalamos el punto de partida era muchísimo más bajo dada la casi 76

inexistencia de una estructura administrativa. Por ello es quizás intere­ sante comparar un período algo posterior para percibir mejor las dife­ rencias. En la década del ochenta, por ejemplo, el gasto estatal creció en Brasil en unidades de cuenta un 30% entre 1882-1883 y 1889, y en la Argentina un 50% (nuevamente cálculo corregido por el tipo de cam­ bio promedio) entre 1883 y 1889. De este modo, y en consonancia con lo que muestran otros indicadores como el número de empleados, la ten­ dencia general era a un mayor gasto público en la Argentina que en Brasil hasta 1890, y ello estaba también en consonancia con la mayor velocidad de crecimiento del PBI y de las exportaciones y con una polí­ tica menos responsable. Con todo, debe señalarse que estos cálculos son solo indicativos, ya que existían diferencias (al menos en la Argentina) entre los gastos presupuestados, en base a los que están hechos los cálcu­ los, y el gasto ejecutado, que en ciertos años presentaba diferencias de magnitud. Una segunda consideración es que el momento de corte, 1890, es el de una enorme crisis en la Argentina vinculada en buena parte con el desenfrenado aumento del gasto público y del endeudamiento. ¿Cómo y dónde recaudaban la Argentina y Brasil? Comparativa­ mente existían muchas semejanzas. Ambos países dependían de los ingre­ sos que podían extraerse del sector externo de la economía, a través de tasas a las exportaciones y a las importaciones. En la mayor parte de dicho período la Argentina dependía más de ellas que Brasil, si se consi­ dera que en este último país entre 1859-1860 y 1880-1881 el total de las rentas producidas por la aduana oscilaron entre un mínimo del 68% del total y un máximo del 74% del total de ingresos estatales. En la Argentina, las rentas de la aduana en el mismo período oscilaron entre un mínimo del 72% y un máximo del 94%, medidas sobre el total de ingresos del Estado y no solo sobre los ingresos estrictamente tributarios. En ambos casos, el papel del comercio de importación-exportación como fuente de recursos era decreciente pero descendía algo más rápi­ do en la Argentina. De esos ingresos provenientes del comercio con el exterior, la Argentina recaudaba inicialmente algo más en tributos sobre las expor­ taciones, 29% en 1865, pero ello declinaría rápidamente a niveles en torno al 15% entre 1870 y 1880 hasta desaparecer ese rubro en la segun­ da mitad de la década de 1880. En Brasil, en cambio, en períodos seme­ jantes la recaudación sobre las exportaciones fue más estable, oscilando 77

entre el 17% del total en 1865-1866 y el 10% del total en 1889. Desde luego que, por las razones que señalamos, la Argentina, luego de la cam­ paña del desierto, recaudó mucho con la masiva venta de tierras públi­ cas, rubro casi inexistente en Brasil. No es innecesario recordar cuán regresiva era la estructura tributaria de ambos países que, al reposar sobre impuestos a las importaciones, gra­ vaba (aunque hubiera tasas diferenciales para productos como la harina, al menos en la Argentina) sobre el conjunto de los consumidores; aun­ que la Argentina, en ciertos períodos como el gobierno de Mitre, había hecho descender la tasa ad valorem (lo que redundó sin embargo en un incremento de la recaudación como consecuencia del incremento del consumo) e incluso la había suprimido en productos alimenticios de consumo popular como la harina. En Brasil, un aspecto importante de la recaudación eran los impues­ tos a la propiedad inmueble urbana, los que, sumados a los restantes que integraban el rubro “interior” (impuestos internos a la transmisión de bienes, sellos o impuestos en cierto período como la guerra del Paraguay, a la renta, esto es, al salario de los empleados públicos), llegaron a equi­ valer al 26% de los ingresos estatales, por ejemplo en 1888. La Argentina recaudaba bastante menos con tributos internos. Entre los rubros más significativos argentinos estaban los sellos, las contribuciones directas y los correos, ya que algunos de los impuestos internos eran recaudados en los ámbitos de cada provincia, como la contribución territorial. En este sentido, emergen nuevamente diferencias entre un Estado federal y otro que no lo era. Por ello no es casual que una de las mutaciones que trae­ rá la república en Brasil será el pasaje de impuestos, como la contribu­ ción territorial urbana e incluso el impuesto a las exportaciones, del gobierno central al ámbito de los Estados. Aunque por supuesto esa dife­ rencia es solo relativa ya que, como señalamos, ambos Estados centrales recaudaban ante todo de los impuestos al comercio exterior. Una fuente de recursos adicional para ambos países sería, a partir de la década de 1870, la provista por las tasas que debían pagar las concesio­ nes ferroviarias. La Argentina tenía además el aludido recurso extraordi­ nario que era la venta de tierras públicas. En ambos casos también, más allá de las diferencias de grado apuntadas en relación con las recaudacio­ nes del centro y de la periferia, la Argentina y Brasil tenían más seme­ janzas que diferencias en la recaudación. Ambos países se parecían, sobre 78

todo si se los compara con el caso muy diferente de los Estados Unidos, ya que la recaudación era hecha por el Estado central y no por las pro­ vincias, con las diferencias que apuntamos, lo que daba desde el punto de vista fiscal y por ende desde el del poder político una enorme fuerza al centro por sobre las periferias, cualquiera fuese la forma constitucio­ nal o la capacidad de presión de los grupos sectoriales regionales. Otras dos diferencias deben subrayarse. Una ya fue señalada: en la Argentina la mayoría de las rentas no solo eran recaudadas por el Estado central sino en la capital, mientras que en Brasil la existencia de distin­ tos puertos hacía que el Estado central recaudase en las provincias y que esto pudiese ser considerado por aquellas en las que estaba instalado el ente recaudador, rentas provinciales usurpadas por el Estado central o transferidas a él. Así se ha podido afirmar que en el norte el Imperio invertía solo un tercio de lo que recaudaba mientras que en el sur era la situación inversa. En segundo lugar, en Brasil, pese a la centralización o mostrando sus límites, se cobraban tasas interprovinciales. Ellas gravaban no solo la pro­ ducción externa que había pagado ya su impuesto en el lugar de desem­ barco (por ejemplo R ío o Recife), bajo la forma de impuestos al con­ sumo que incluían, al menos en Pernambuco en la década de 1870, productos de consumo popular como el tasajo o el bacalao, sino también la producción de otras provincias. Estos impuestos eran enormes si se observa, de nuevo en el caso de Pernambuco, que alcanzaban el 30% para aquellos bienes, fuesen manufacturados o no, cuya producción provincial se intentase proteger de la competencia de otras provincias. Así, por ejemplo, Bahía y Pernambuco protegían su industria textil. Pero el mismo poder imperial llegó a establecer en 1877 un impuesto general del 5% sobre los productos extranjeros que se reexportasen de un puer­ to a otro del Imperio. Evaldo Cabral de Mello ha dicho que la cuestión impositiva mostraba las falencias de la monarquía para una descentraliza­ ción auténtica en Brasil. En términos comparativos con la Argentina, un Estado federal, podría sostenerse exactamente lo contrario. La Argentina federal abolió en la Constitución de 1853 las aduanas interiores, Brasil centralizado no lo hizo. En ambos países, los Estados centrales tenían recurrentes déficit que eran cubiertos con empréstitos externos e internos. Dado que los ingre­ sos de los mismos dependían de los precios internacionales de los pro­ 79

ductos de exportación (ya que posibilitaban paralelamente más importa­ ciones y más recaudación) y los empréstitos del flujo internacional de capitales y de la confianza que inspiraba el país respectivo en un momen­ to dado, ellos eran irregulares (en especial en la Argentina) y condicio­ naban fuerfemente las políticas públicas. El hecho es que, en los dos casos, esos Estados centrales continuaban endeudándose en la segunda mitad del siglo XIX. Brasil lentamente había ido resolviendo el proble­ ma originario de la deuda de guerra de Portugal asumida por Pedro I en 1825 y tenía hacia mediados de siglo una situación manejable (los servi­ cios de la deuda interna y externa equivalían a un 23% de los gastos esta­ tales). En la segunda mitad del siglo continuaría endeudándose, favoreci­ do por su más fácil acceso a los mercados de crédito internacionales. Inicialmente lo hacía a un ritmo mayor al de la Argentina, y seis nuevos empréstitos se obtuvieron entre 1852 y 1865. Sin embargo, el fin del ciclo de revueltas interiores favoreció inicialmente una política de con­ tención de la deuda que para 1860 había descendido al 14% de los gas­ tos estatales presupuestados considerando solo la deuda externa al 7%. La década del sesenta significó un abandono de esa política de contención del endeudamiento, lo que se vincula con las enormes erogaciones gene­ radas por la guerra del Paraguay. De este modo, para 1870 la deuda había vuelto a subir, más rápidamente la interna que la externa, pero ambas lle­ gaban ahora al 25% del gasto presupuestado. Esa tendencia al crecimien­ to más rápido de la deuda interna se verificaría en la década siguiente, y para 1880, momento en que la deuda total alcanzaba a un 32% (34% si se corrige la externa por el tipo de cambio), duplicaba en sus servicios a la externa. En cuanto a los servicios de esta última, no eran demasiado altos medidos en relación con las exportaciones, con la balanza comer­ cial superavitaria y con otros casos contemporáneos. Empero, su carácter persistente y su tendencia a crecer daban como resultado una balanza de pagos crónicamente negativa y significaban una carga pesada para el pre­ supuesto estatal y por ende para las políticas públicas que se quisieran ejecutar. De todos modos, como los ingresos fiscales crecían también rápido, el porcentaje del gasto estatal presupuestado dedicado a los ser­ vicios de la deuda externa se mantendría en niveles en torno al 10% entre 1850 y 1880, con el descenso señalado a comienzos de la década de 1860 (en ese año 7%). Sin embargo, arribando a la década de 1880 la deuda comenzó a subir significativamente, primero la interna y luego la

externa, acercándose los servicios totales de la misma al 30% del presu­ puesto. Solamente los servicios de la, deuda externa, que oscilaban en torno al 10% en 1850, habían alcanzado al 18% del presupuesto en 1888. En un cuadro de conjunto, en Brasil, más allá de la sangría de la guerra del Paraguay, de la que hablaremos más adelante, es probable que al tener que hacer funcionar un Estado más extendido y con una burocracia más numerosa, estaba obligado a tener que drenar muchos recursos hacia ella. Finalmente los gastos de la administración pública eran del orden del 80% del total ya en la década de 1850. En la Argentina el problema de la deuda pública sería mucho más grave en magnitud pero, a diferencia de Brasil, será muy mayoritariamente interna. En el período en consideración, solo se contrataron dos nuevos empréstitos externos: en 1866 (para financiar la guerra del Paraguay) y en 1871. Ello reflejaba, en parte, la mayor dificultad argenti­ na para obtener financiamiento externo, y en parte una insospechada disponibilidad de recursos internos facilitada por la dinámica económi­ ca. El surgimiento definitivo del gobierno nacional argentino obligó a éste a tomar a su cargo las numerosas y en algún caso antiguas deudas (a partir del empréstito Baring de 1824) de los dos Estados preexistentes a 1862, de modo que en los primeros años de la administración central el monto total de esas obligaciones equivalía a la mitad de los ingresos públicos. Ello llevó a la consolidación de las deudas paralelamente a la organización del crédito público nacional. Aunque la administración Mitre se esforzó por poner en orden las cuentas públicas y logró una duplicación de los ingresos, gracias al aumento dé la recaudación adua­ nera (en especial los derechos de importación se duplicaron por el efec­ to combinado de la ya aludida baja de la tasa y del aumento del consu­ mo), acontecimientos exteriores como la guerra del Paraguay e interiores, como las sublevaciones provinciales, acentuaron el déficit y obligaron al gobierno a tomar más deuda, fuera interna (ante bancos o colocando bonos compulsivamente entre sus acreedores) o externamen­ te. A ello hay que sumar que en la Argentina estaba todo por hacerse y eso elevaba los requerimientos de financiación del Estado por encima de sus ingresos, y por ende la deuda. El desbalance entre ingresos y egresos del Estado argentino adquirió proporciones enormes hacia fines de los años sesenta y comienzos de la década siguiente (durante la presidencia de Sarmiento), cuando el desfa­ 81

se de las cuentas públicas alcanzó un promedio del 30% en la relación déficit/gastos. A medida que sus gastos crecían y del mismo modo lo hacían los déficit, el recurso del endeudamiento externo — que se había cuadruplicado en quince años— , y sobre todo interno, se hacía más sig­ nificativo y los servicios del mismo también. De este modo, en 1870 los servicios totales de la deuda pública equivalieron al 50% de los egresos presupuestados, cifra que duplicaba los servicios totales (deuda interna y externa) de Brasil en el mismo año, que era del 25% del total del presu­ puesto (o 27% corregido por las variaciones en el tipo de cambio). Una situación así no podía mantenerse en el tiempo, y la observación realizada por el ministro de Hacienda argentino en 1876 de que el servi­ cio de la deuda pública alcanzaría en ese año nuevamente a casi la mitad del presupuesto votado llevaría a una política de severo ajuste del gasto público de fines de los años setenta, luego de que en ese mismo año el déficit en relación con los gastos estatales alcanzase la impresionante cifra (para entonces) del 72%. La política de austeridad subsiguiente permitirá a la Argentina mantener el pago de los servicios de la deuda, que insumía casi la mitad del presupuesto en 1878-1879 y será todavía del 36% de los ingresos presupuestados en 1880, año en el que la situación de las cuen­ tas públicas volvió a agravarse (el déficit pasó del 22% a casi el 37%) como consecuencia de los gastos extraordinarios que generó la revolución del 80. La reducción del gasto y consecuentemente del déficit y la obtención durante tres años de superávit operativos habían sido, además, solo un intermedio hacia una nueva fase expansiva del gasto público, favorecida por el fácil acceso al crédito que tendría la Argentina, tras su fama de buen pagador que se granjeó en los difíciles años de fines de la década de 1870. La deuda externa y la interna nacional crecieron casi cuatro veces entre 1880 y 1890, pero además ahora también se habían endeudado con el exterior varias provincias argentinas. De este modo reaparecerá y se agra­ vará la tendencia a generar déficit y endeudarse que se expresa en el hecho de que en 1889, un año antes de la crisis, el déficit público había vuelto a crecer por sobre el 30% (relación ingresos/gastos) mientras los servicios de la deuda pública equivalían al 20% del presupuesto, pero al 31% de los ingresos fiscales tributarios, pese a la gran expansión de la eco­ nomía y por ende de los recursos fiscales en la década precedente. En síntesis, ambos Estados tenían recurrentes déficit en sus cuentas públicas, lo que los obligaba a endeudarse, y el impacto del endeuda­ 82

miento aumentaba más rápido que el crecimiento de los ingresos fisca­ les. Sin embargo, existe una diferencia fundamental: el gobierno impe­ rial realizó, al menos hasta 1880, una política mucho más prudente, coherente y estable que la mayoría de los gobiernos argentinos, que ten­ dieron a una política descontrolada y errática en el gasto público y que solo realizaban ajustes cuando la situación se volvía dramática. Esto daba a los ingresos y gastos argentinos una secuencia de stop and go que pro­ vocaba la alternancia de períodos de expansión excesiva y otros de aus­ teridad. En la Argentina tenemos dos presidencias austeras o austeras en una parte de su período (Mitre y Avellaneda), y tres expansivas del gasto (Sarmiento, Roca y Juárez Celman), lo que desembocó en el serio ajus­ te de la crisis del 90. En cuanto a la estructura del gasto público, en ambos países estuvo bastante condicionado hasta 1880 por dos rubros: los servicios de la deuda y el gasto militar. Este último tendía a bajar más rápidamente en Brasil que en la Argentina, donde la inestabilidad institucional obligaba a mantener un ejército relativamente más grande. Incluso durante la pre­ sidencia de Avellaneda, sin conflictos internos y externos pero con nuba­ rrones en el horizonte, el presupuesto militar siguió siendo cercano a la mitad de los gastos estatales, excluidos los servicios de la deuda. En Brasil el rubro militar era crecientemente irrelevante. En muchos casos, por ejemplo hacia fines de la guerra del Paraguay, la Argentina se vio obliga­ da a mayores gastos extraordinarios en defensa para sofocar rebeliones internas que para la misma guerra. Otro rubro a considerar es el educativo. John Schulz ha señalado la poquísima importancia concedida por el Estado y las elites imperiales a este tema, observó que, salvo en lo que respecta a las facultades de Derecho y Medicina (aunque esta tendencia a privilegiar la educación superior en la inversión educativa parece un rasgo de largo plazo en Brasil, a diferencia de la Argentina), el gasto en enseñanza primaria y secundaria fue muy bajo. El Ministerio de Imperio, en el cual estaba incluida la instrucción pública, nunca llegó a superar el 7% del presu­ puesto. Todavía en 1882, R ui Barbosa señalaba críticamente que los gastos en educación en el presupuesto de ese año no superaban el 2% del presupuesto total. Esa incuria resulta bastante contradictoria con la idea existente en las elites políticas brasileñas de que la mejora en la calidad del sistema político solo podía obtenerse mediante la educa­ 83

ción del pueblo y en la misma preocupación de Pedro II con el argu­ mento. Como vimos, en el caso argentino existió una retórica entre intelec­ tuales y políticos mucho más favorable al papel estratégico de la instruc­ ción pública. La obra de Sarmiento, antes y durante su gestión como pre­ sidente, había hecho mucho en ese sentido y la promoción de una educación pública y gratuita que alcanzase a todos los habitantes era un tema recurrente en las manifestaciones de los grupos dirigentes argentinos. No disponemos, con todo, de datos cuantitativos comparables, salvo en lo que concierne al número de alfabetizados, y ahí las ventajas argentinas son manifiestas entre nativos pero también entre la población extranjera, pues la que llegaba a la Argentina era más alfabetizada que la que arribaba a Brasil. Desde el punto de vista del presupuesto de ambos Estados, las com­ paraciones son muy indirectas. La educación en la Argentina estaba englo­ bada junto con Justicia en un mismo ministerio, y es imposible saber si el porcentaje que le correspondía dentro de los gastos era mayor o menor que al mismo rubro dentro de los gastos del Ministerio de Imperio. A títu­ lo indicativo, sin embargo, puede señalarse que el gasto del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública argentino insumió en conjunto porcentajes no mucho más relevantes que aquel en Brasil. Osciló entre el 4 y el 7% del total de los gastos presupuestados, que para ciertos años era bastante menos que lo ejecutado. Si bien después de 1888 el gasto de ese Ministerio de Justicia e Instrucción Pública trepó hasta un 10% del gasto total presupues­ tado y ejecutado, hay que señalar que para el bienio 1890-1891 el recién creado Ministerio de Instrucción Pública en Brasil dedicó al mismo entre el 11 y el 14% del presupuesto total (aunque estaba incluido allí Correos y Telégrafos). En cualquier caso, hasta que dispongamos de datos mejores puede concluirse que lo que invertía el Estado en educación en ambos países no era tan diferente como las distintas actitudes de las elites políti­ cas parecen sugerirlo. Aunque no corresponda a este capítulo, puede agre­ garse que probablemente la educación privada era más importante en la Argentina que en Brasil. Así lo revelaría un ejemplo con todo demasiado puntual para ser generalizado: las escuelas de las sociedades italianas en la Argentina, que adquirieron un gran desarrollo entre 1870 y 1890, eran mucho más numerosas que las que existían en Brasil. Otra característica común de ambos países es que la expansión del gasto público nacional parece haberse dirigido crecientemente hacia las 84

provincias, a desmedro de la zona capital y de la burocracia allí instalada. Para Brasil se dispone de cálculos bastante más precisos, acerca de los que ya hemos hablado. Para la Argentina, sin embargo, si tomamos como aproximación al problema el lugar donde residían los funcionarios, ello muestra que la dislocación territorial de los mismos era muy marcada. En 1877, según datos presentados por Oszlak, 2000 funcionarios residían en la ciudad de Buenos Aires y 11 mil en el interior. Ello era válido para el ejército, como es lógico, pero también para los funcionarios civiles (2800 contra 1100), en especial para los dependientes del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública. L a expansión económica

En el terreno económico merecen una consideración especial los dos sectores más dinámicos de las respectivas economías entre 1850 y 1870: el lanar y el cafetalero. Ambos sectores son los que crecen más rápido, aunque el cafetalero lo viene haciendo desde antes y el lanar es muy reciente, y ambos proveen alrededor del 40-45% del valor de las expor­ taciones en la década de 1860. En Brasil, las exportaciones de café han superado plenamente, ya desde la década de 1830, a las del azúcar. En la Argentina el ciclo del lanar (incluidos los cueros de oveja) ha equipara­ do para 1860 a las exportaciones que provee el vacuno (tasajo, sebo y, en valor sobre todo, cueros). Si bien la posición relativa de ambos sectores oscila, el lanar, con márgenes de beneficio mayores y más sensible a las coyunturas internacionales, era la verdadera novedad de la época. Con todo, antes de considerar semejanzas y diferencias, debe volver­ se a insistir sobre un aspecto. Brasil, más allá del valor producido por el sector más dinámico, sigue disponiendo de una base de productos expor­ tables más amplia que la Argentina y la declinación del azúcar encuen­ tra algunas vías de escape en otras producciones, sobre todo el algodón, que halla una coyuntura muy favorable en la década de 1860, como con­ secuencia de la guerra civil norteamericana. Pero más allá de su signifi­ cación escasa en el comercio exterior, otros productos como el cacao, la yerba mate o el tabaco actúan como vías alternativas. En la Argentina los diversos productos del lanar y del vacuno representan casi la totalidad de las exportaciones hasta los años setenta. El problema tiene una importan­ 85

cia en su impacto regional. Ambas producciones están situadas en el lito­ ral argentino y sobre todo en la provincia de Buenos Aires, lo que le da a esta provincia una posición de preeminencia notable. En Brasil, la diversidad regional es mucho más marcada. El nordeste no solo conser­ va un papel exportador sino que en parte encuentra temporariamente un alivio en la expansión del algodón. Y en Bahía, eran el tabaco y el cacao los que retenían mano de obra tras el colapso del azúcar para la exportación. Veamos ahora, comparativamente, ambas economías dinámicas. El lanar era una actividad que requería escasa inversión de capital y de mano de obra. Su factor de producción más importante era la tierra y la provincia de Buenos Aires vendió, sobre todo con propósitos fiscales, como vimos, mucha tierra pública entre 1857 y 1878, hasta agotarla. Dados los altos precios internacionales y el bajo costo de producción, el crédito ocupaba aquí un papel no tan relevante y el apoyo del Estado no era imprescindible. También la favorecía que su zona de producción esta­ ba muy cerca del puerto de Buenos Aires y ello no hacía necesarias las inversiones en sistemas de transportes. Era una economía que se desarro­ llaba bastante autónomamente. En el terreno en el que esta burguesía del lanar requería mayor apoyo del Estado, que era consolidar la frontera con los indios y eventualmente expandirla, éste hizo bastante poco. Como observó una vez Juan Alvarez, el bien más preciado era la seguridad y el enemigo las guerras civiles con su secuela de saqueos y para obtenerlo hubo que esperar a la década de 1880. En Brasil, en cambio, el proceso era muy diferente. Había mucha tie­ rra disponible pero la inversión de capital requerida era mucho más importante, y más aún la necesidad de mano de obra. Esa necesidad de capital explica el pasaje de fortunas acumuladas en el comercio a la acti­ vidad del café y la prolongada discusión acerca del problema de la escla­ vitud y de la inmigración. Todo ello ponía en mayores dificultades ob­ jetivas a los empresarios brasileños que, más allá de los altos precios internacionales, requerían de políticas que los favoreciesen. Ello articu­ laba la discusión sobre la abolición de la esclavitud y el problema del cré­ dito. Algunas dificultades parecían prácticamente insolubles en el corto plazo. La mano de obra que podía ser provista por la inmigración euro­ pea era difícil no tanto de conseguir sino de retener. Dada la escasez de la misma, se intentaba sujetarla por todos los medios, lo que hacía su

condición muy difícil y su voluntad de emanciparse muy grande. Así, los hacendados cafetaleros debían apelar a todo tipo de subsidios para traer inmigrantes, y el trabajo deVerena Stolcke reconoce indirectamente có­ mo ellos eran insuficientes para conseguir el reembolso de las deudas por el traslado e incluso la fijación en la tierra. Ello debía llevar a la coacción como instrumento más fácil de utilizar. En cualquier caso, el sistema de aparcería fracasó y el flujo de inmigrantes suizos y alemanes se detuvo, y cuando el proceso se renovó, dados los malos antecedentes, el principal instrumento para hacer venir a los trabajadores europeos era la inmigra­ ción subsidiada. En Buenos Aires también se había utilizado la coacción, con la sanción del Código Rural en la década de 1850, para fijar a los gauchos trashumantes, pero el impacto de la medida, además de ser una decisión estatal de coacción más que un ejercicio privado de la misma, era mucho menos relevante y necesario para los productores. En Brasil, finalmente, la expansión de la economía cafetalera del valle de Paraíba al oeste paulista requería de grandes inversiones en transpor­ te para que pudiese ser rentable, y este problema, junto con el de la mano de obra, fuese esclava o europea subsidiada, obligaba a una disponibilidad de capital y de crédito mucho mayor que lo que podía requerir el lanar en la Argentina. N o hay dudas de que aquellos problemas de la econom ía cafeta­ lera — pero que también se producían en la economía nordestina del azúcar, en especial el de la mano de obra, que explica la tecnificación del sector, a partir de la década de 1870— requerían un tipo de empresario mucho más dinámico que el existente en el momento precedente y pro­ bablemente que el argentino de la misma época. Todo este dinamismo contribuye a dar esa imagen de empresa plenamente capitalista, subraya­ do por Furtado, entre otros en contraposición con la existente para otras economías de exportación precedentes en Brasil. Quizás también influ­ ye la proveniencia del sector comercial de muchos de los nuevos empre­ sarios. Contribuye también a la creación de una nueva figura empresa­ rial a contraponer con el patriarca tradicional inmóvil en la casa grande. Aunque el proceso no debe exagerarse ni generalizarse, empresarios del oeste paulista se orientaron, a la vez, a la innovación tecnológica (la introducción del arado y del “despulpador”) y a requerir crecientemen­ te del apoyo del Estado. Ello da mucha coherencia al irresistible ascenso de la burguesía paulista en un proceso en varias etapas que irían de la 87

conquista de la provincia de San Pablo a principios de la década de 1870 a la hegemonía sobre el Estado central dos décadas más tarde. En la Argentina la explotación del lanar abrió posibilidades a una gran concentración de la propiedad y dio un lugar a los terratenientes, anteriormente ganaderos, en ella. Pero también posibilitó que ciertos grupos de inmigrantes recientes, en especial irlandeses, como mostraron Korol y Sabato, se insertaran en ella. La baja inversión inicial y el cono­ cimiento del oficio (aprendido como peón o pastor primero y como pequeño propietario de majadas después) les daban altas posibilidades de rápida movilidad social. En ambos países alcanzó un buen desarrollo, en paralelo, el proceso de creación de colonias agrícolas. Ello ocurrió en las provincias de Entre Ríos y Santa Fe en la Argentina, y en Brasil sobre todo en la región de R io Grande do Sul. En ambos casos se trataba de programas inicialmen­ te estatales que implicaban distintos tipos de apoyo público, a partir de la concesión de tierras, y el papel preponderante recaía crecientemente en los italianos en la Argentina mientras seguía siendo de los alemanes, hasta 1870, en Brasil. Los programas de colonización merecen un análisis más detallado, pero parece haber algunas diferencias sustanciales. La política de poblamiento en Brasil definida por el Imperio seguía pautas más organizadas que en la Argentina y sus objetivos eran más estratégicos que económicos. Desde 1860, el Ministerio de Agricultura, Comercio y Obras Públicas aspiraba a fiscalizar todas las etapas del proceso que era instrumentado por compañías privadas. Compensaba en parte el costo del transporte, proveía de alojamiento, facilitaba el arribo al lugar final de destino, ofrecía pagar tierras públicas, semillas y cabezas de ganado (al menos en el papel). En la Argentina, las llamadas colonias públicas eran ante todo provinciales y no nacionales, y el carácter de público lo daba el hecho de que las provincias cedían tierra para las mismas pero casi toda la operación (con alguna excepción), en todas sus fases, era manejada por agentes especuladores privados. En ambos países la colonización ayudó a poblar regiones semidesérticas y significó, en el mediano plazo, un gran factor de desarrollo. En cierta medida su posibilidad de expansión se encontraba en la vitalidad demográfica, ya que el factor clave seguía sien­ do la cantidad de brazos de que una familia podía disponer, dado que la autosubsistencia de la misma estaba bastante asegurada por el tamaño de las unidades de explotación (sobre todo en comparación con las que 88

existían en Europa). Sin embargo, en las décadas del cincuenta y sesen­ ta, en ambos países dichas colonias se encontraban en condiciones pro­ blemáticas tanto económicas como sociales y se centraban en la subsis­ tencia y la autorreproducción que proveía limitadamente de productos para mercados regionales. Las dificultades en la vida de los colonos tenían causas comunes en ambos países. Se vinculaban con la inseguridad, con la arbitrariedad de los poderes públicos y con la falta de circuitos de comercialización. Habrá que esperar a la llegada del ferrocarril para lograr que se inicie el despegue, al conectarse con mercados regionales más amplios y con mer­ cados externos, al menos para el caso argentino. La pregunta de por qué la economía agrícola de colonización del litoral argentino se pudo inser­ tar en los mercados mundiales posteriormente con mucha más eficacia que la riograndense es un tema de interés a dilucidar. Una línea de exploración puede vincularse con la consolidación de la propiedad gana­ dera en ambas regiones. El caso riograndense parece asemejarse más al de la campaña uruguaya donde, en la década de 1870, como mostraron Barrán y Nahum, se consolida la gran estancia ganadera que no deja tie­ rras libres para la explotación agrícola. En especial en la provincia de Santa Fe, la amplísima cantidad de tierras públicas disponibles (recordar que una parte estaba bajo ocupación o amenaza indígena) y una bastan­ te eficaz red de transportes que combinará el río Paraná con el ferroca­ rril pueden marcar la diferencia. Más allá de esas áreas, en el resto de la Argentina, con excepción de Cuyo que vivirá una temporaria prosperidad con el descubrimiento de oro en California por su vinculación con los circuitos comerciales del Pacífico, todo parece haber seguido estancado, más allá de momentos ocasionales como la demanda que significó la guerra del Paraguay. En Brasil, en cambio, la expansión del sector cafetalero parece haber influi­ do benéficamente en el sector de subsistencia a él ligado', que era el de Minas Gerais, y quizás algo semejante ocurrió más al sur. ¿Cómo ayudó el Estado al desarrollo económico en ambos países? En la percepción de los contemporáneos, las quejas parecen haber sido más intensas en Brasil que en la Argentina. Por ejemplo, el principal hombre de negocios de Brasil del período, el barón de Mauá, dejó una imagen negativa al respecto. Del mismo modo, en el congreso de productores de café convocado en 1878 por iniciativa del primer ministro Sinimbu, las 89

quejas hacia las políticas económicas del gobierno fueron intensas. En especial era reiterada la crítica al excesivo gasto público y sus déficit cró­ nicos, que al hacer que el Estado absorbiese recursos de la economía impedía que existiese crédito para el sector rural. Como ha señalado Schulz, los grandes propietarios parecían concebir un Estado mínimo siempre que éste no se dirigiese a apoyarlos específicamente a ellos, de ahí las críticas al gasto militar y a las garantías a las construcciones ferro­ viarias, aunque ellas beneficiasen mucho a los productores. Pero eso es una característica bastante común de las burguesías en muchas partes. Con todo, es evidente que el principal obstáculo para que fluyese el cré­ dito al sector rural no estaba en la deuda del Estado sino en la misma situación social y jurídica brasileña. Derivaba del casi nulo valor de la tie­ rra en las zonas marginales, de lo impreciso de los títulos de propiedad (por las razones que ya señalamos) y de la ley brasileña de hipotecas, hecha para defender a los grandes propietarios, que hacía prácticamente inejecutables u onerosos los préstamos al sector privado si querían recu­ perarse, mientras que la otra garantía posible, los esclavos, era muy pre­ caria, atada como estaba a la suerte de un ser humano que podía morir o simplemente escapar. En la Argentina los debates fueron menos intensos aunque, como señaló Chiaramonte, en la segunda mitad de la década del setenta, en el medio de la mayor crisis del período, sectores nucleados en el Club Industrial, que representaba a pocos industriales y a muchos artesanos, hicieron oír sus quejas a favor de una política más proteccionista para las industrias nacionales. El debate en el Parlamento en 1876 llevó a algu­ nos de los participantes a defender la idea de la necesidad de exportar productos con valor agregado para poder equilibrar la balanza comercial y aumentar la riqueza. El gobierno, sin embargo, aunque elevó sustan­ cialmente los derechos de aduana lo hizo con propósitos fiscales y no como instrumento de política económica. Visto en perspectiva, parece que el Estado brasileño fue bastante más activo que el argentino, fuera en su legislación o en sus políticas de sub­ sidios a los sectores productores, en especial a aquellos estratégicos liga­ dos a la exportación, aunque la cuestión es diferente si se analizan reali­ dades regionales (por ejemplo la provincia de Buenos Aires). El Estado brasileño también fue muy activo para paliar efectos de las crisis abiertas por los precios de los productos de exportación o los efectos climáticos. 90

La gran sequía de 1878 en el nordeste llevó al Parlamento brasileño a aprobar un gasto extraordinario de ayuda — que equivalía a la mitad del gasto público de ese año— que el gobierno imperial encabezado por Sinimbu empleó no solo en alimentos sino en la construcción de ferrovías en esa región. Schulz ha considerado que ese momento significó una inflexión decisiva en la intervención del Estado brasileño en la eco­ nomía. Desde luego que, como ya señalamos, los dos Estados carecían de recursos suficientes para todo lo que tenían por hacer. Luego del pago del servicio de la deuda, que era inelástico, y de los gastos de guerra, lo que quedaba podía dirigirse a inversiones en obras públicas o subsidios directos o indirectos a la actividad económica. En este punto, el Mi­ nisterio de Agricultura, Comercio y Obras Públicas, creado en Brasil en 1862, recibió crecientemente más recursos, aunque fluctuantes por el drenaje que provocaban fenómenos como la guerra del Paraguay. En la Argentina el peso mayor de la deuda, la inestabilidad política interior y las necesidades de expandir más rápido la inexistente estructura adminis­ trativa reducían aun más las posibilidades de dedicar recursos a la cons­ trucción de la infraestructura. Otro instrumento potencial del Estado para fomentar la actividad económica era la política monetaria y crediticia. Aquí la situación de base de ambos países era muy diferente en muchos planos, a partir de las características del sistema monetario, que no analizaremos aquí por razo­ nes de espacio de esta edición. Baste observar que el Estado imperial dis­ ponía de más y mejores instrumentos para hacer política monetaria y para orientar el crédito que la Argentina, ante todo porque la aceptación de moneda fiduciaria era más antigua y estaba más extendida. Asimismo porque desarrolló una política bancaria más activa. En 1857 se creó el Banco de Brasil (que absorbía el banco privado del barón de Mauá que tenía el mismo nombre) con el objetivo de centralizar la emisión y pro­ mover el crédito a través de su casa central y de sus filiales en otros luga­ res. Existían además otros bancos privados, como el Souto, que se con­ vertiría en la mayor casa bancaria privada hasta su bancarrota en 1864, y en la década de 1860 aparecerían varios bancos extranjeros. En general, el crédito de los bancos en Brasil tendía a canalizarse muy desigualmen­ te en términos regionales y sectoriales. Se orientaba más hacia el comer­ cio y los negocios especulativos (incluida la Bolsa de Río) que al sector 91

rural. En todo caso, los recursos no se dirigían mayoritariamente a los propietarios sino a intermediarios, los llamados “comisarios”, agentes comerciales que financiaban sobre todo en el corto plazo a los produc­ tores. En la Argentina, la escisión entre Buenos Aires y la Confederación muestra, hasta 1862, dos situaciones muy diferentes. La Confederación tenía muy pocos recursos y su intento de emitir moneda para paliarlo, fuera a través de la creación de un ente público o de la concesión a ban­ queros brasileños (los más dinámicos de ellos fueron el barón de Mauá y José Buschental) para crear bancos con facultad de emitir, también fra­ casaron ya que los particulares no aceptaban el papel. Buenos Aires, en cambio, respaldada por los recursos de su aduana, creó un banco destina­ do a perdurar hasta hoy, el de la Provincia de Buenos Aires. Luego de la unificación del país la situación no cambió sustancialmente por bastante tiempo. Aunque existieron otros pequeños bancos de capital nacional y desde 1862 estaba instalado el Banco de Londres, la política de crédito al igual que la política monetaria seguían regidas en la práctica por el Banco de la Provincia de Buenos Aires, con todos los límites que ello implicaba. Aun así, la política de crédito a la producción del Banco de la Provincia parece haber sido más activa que la de las entidades brasile­ ñas. Dado que en su directorio estaban representados los productores rurales, esa política tendía a beneficiarlos, al igual que a los comerciantes y a especuladores que operaban en torno a la relación tasa de interés/incremento del precio de la tierra.Todo era posible también dada la liberalidad de la legislación que, por un lado, permitía prestar a sola firma y, por el otro, no exigía nada en cuanto a los encajes requeridos a la institución. Así, en la principal provincia existía — al costo de una polí­ tica muy expansiva que combinada con déficit públicos crónicos de­ bían llevar a inevitables crisis— bastante crédito a las actividades econó­ micas. En cambio, en el resto de la Argentina la situación era muy diferente. Recién en 1872 existió suficiente poder político como para que el gobierno federal pudiese crear un banco nacional, tras haber fra­ casado los intentos de nacionalizar el Banco de la Provincia (la autoriza­ ción para emitir moneda, en cambio, debería esperar hasta 1881). La estructura del mismo era en parte semejante a la del Banco de Brasil, aunque existía mayor intervención del Estado, que suscribió parte del capital original. Pese a un auspicioso debut, la crisis de 1875 agravará la 92

situación del Banco Nacional, que deberá ser reorganizado dos años des­ pués retrasando ulteriormente los potenciales efectos benéficos sobre la producción en el interior de la Argentina. Otro rubro hacia el cual se canalizó en los dos países el crédito inter­ no y externo fueron los proyectos de concesiones ferroviarias que habían empezado a formularse en Brasil desde la década de 1840 y se concreta­ ron en las dos siguientes. La operatoria se hizo a través de garantías esta­ tales aunque con capital privado y, al menos en un caso, vital para la eco­ nomía del café, que unía el valle de Paraíba con el oeste de San Pablo, además del apoyo de bancos como el Mauá y el Souto, que quedaron bastante comprometidos en la operación, se completó con el apoyo de fondos del gobierno central. Los progresos ferroviarios no fueron dema­ siado rápidos pero Brasil tenía, hacia 1870, mil kilómetros de vías férreas. Un último tema que tendía a consolidar el proceso de unidad fue la ins­ talación de líneas telegráficas, que en Brasil fueron hechas por el Estado desde 1852, aunque su expansión fue lenta y en 1864 alcanzaban solo unos doscientos kilómetros. En la Argentina, el gobierno central tenía instrumentos fiscales pero no financieros, con lo cual su intervención sobre la actividad económi­ ca se reducía al uso que hiciera de aquéllos. Por ello, y dado que el pre­ supuesto militar consumía buena parte del mismo, no podían encararse muchas de las tareas pendientes, como los ferrocarriles, la extensión de la línea de fronteras con los indios o la construcción de un puerto. Otra, como vimos, era la situación de la provincia de Buenos Aires, por lo que fue este estado y no el central el que primero encaró la construcción de vías férreas. El gobierno nacional tardó más y recurrió al endeudamien­ to exterior. U no de los destinos de los fondos del mayor empréstito con­ traído, el de 1871, era la construcción de un ferrocarril entre Córdoba y Tucumán que unía el centro y el norte del país. También los gobiernos de la provincia y de la nación apoyaron políticas de concesiones priva­ das y garantías semejantes a las de Brasil, aunque también en un caso — el primero, la línea del oeste encarada por la provincia de Buenos Aires— hubo financiación estatal para terminarla y luego una provincialización de ésta. La Argentina tenía hacia 1870 una red ferroviaria ligeramente infe­ rior a la del país vecino (700 kilómetros), pero que comparativamente expresaba algo más que la de aquél, medida en relación con las distan­ 93

cias y con la población existente. De estas líneas, una, la del sur, servía para la producción del lanar y otra, la que unía Córdoba y Rosario, vin­ culaba el interior con el litoral y sería el punto de partida de la acelera­ da expansión de la agricultura. En cuanto a los telégrafos, también en el R ío de 1» Plata el proceso empieza algo más tarde, a principios de los años sesenta, tiene un desarrollo lento y es hecho por el Estado. Haciendo un balance, es probable que el Estado central brasileño, con todas sus insuficiencias, haya sido más eficaz que el argentino en promo­ ver el desarrollo económico en estos años. Ello podía ser el resultado de esa alianza entre la burocracia imperial y los propietarios terratenientes que consolidaría a la monarquía en Brasil en el tercer cuarto del siglo XIX, pero también de tener más instrumentos, mayores recursos y menos conflictos que la Argentina. L a guerra de la Triple A lia n z a , los ejércitos, la política

Entre fines de 1864 y 1870,1a Argentina y Brasil se embarcaron como aliados en una guerra, llamada de la Triple Alianza, contra el Paraguay. En términos puramente económicos la guerra era un absurdo total, ya que en vez de atender requerimientos urgentes de la economía o, simple­ mente, hacer tareas que eran imprescindibles para afirmar su autoridad sobre el territorio, se decidió invertir cuantiosas sumas en sostener un esfuerzo militar en una zona que era relativamente marginal (sobre todo para Brasil). Para percibir la magnitud del esfuerzo, no solo hay que indi­ car que los gobiernos de ambos países se endeudaron ulteriormente sino que ese esfuerzo era gigantesco en relación con sus ingresos estatales. Baste señalar que en 1869 y 1870, en la Argentina, los gastos ocasiona­ dos por la guerra externa y por la interior se llevaban el 30% del total de ingresos públicos.Y esos años no eran los del mayor esfuerzo bélico. Para la Argentina la guerra significó la casi paralización de la actividad estatal en el sector de construcción de la infraestructura y aun en las tareas imprescindibles de ocupación y seguridad del territorio. Para Brasil, el esfuerzo era aun mayor. Las erogaciones del Estado en el rubro militar (ejército y marina), que en 1859-1860 representaban el 43% del total, ascendieron al 66% del total en 1865-1866. Dado que la recaudación era insuficiente, debían contraerse empréstitos externos y ellos grava­ 94

rían sobre los presupuestos futuros. Según los datos de Murilo, los gas­ tos estatales destinados a atender los servicios de la deuda externa cre­ cieron de un 4,6% en 1865-1866 a un 12,2% en 1875-1876. Las respuestas acerca de las razones de la guerra son múltiples. Desde luego ellas tienen que ver con la política y no con la economía, como han sugerido algunos autores. La tesis de una conspiración regenteada por Inglaterra para destruir el desarrollo independiente paraguayo y asentar la hegemonía económica británica, sobre todo en la región platense, carece de adecuada documentación de soporte. Aunque es indudable el papel que la City de Londres desempeñó en financiar ese proceso y que aquellos coaligados contra Solano López compartían una visión librecambista y favorable al capital extranjero (que por entonces quería decir capital inglés). Para el Paraguay el problema estaba en gran medida en el aislamien­ to de su situación geográfica, ligado a su vez a la posición de debilidad entre dos países más poderosos. La búsqueda de una modificación de la organización territorial que le permitiese no depender de la llave de Buenos Aires estaba dentro de sus expectativas, tanto como la idea de amenaza que pendía sobre el Paraguay de López y que lo llevó tam­ bién a un inicio “preventivo” de las hostilidades. Para la Argentina y Brasil el problema se vinculaba con una cuestión nunca cerrada del todo, la del R ío de la Plata y de Uruguay. Ni la independencia de Uruguay en 1828, ni la batalla de Caseros que terminó con el régimen de Rosas y con la ocupación de Uruguay con el apoyo de la facción uruguaya que le era adicta, ni la libre navegación' de los ríos decretada luego de su caída estabilizaron la región. Uruguay continuaba siendo un país inestable, dividido entre blancos y colorados, y en el cual la intervención de potencias extranjeras era siempre bienvenida por los bandos en pugna. Sin duda, entre los factores desencadenantes de la guerra hay que colocar la invasión de Uruguay por parte de Venancio Flores, con el apoyo del entonces presidente Mitre para derrocar al legítimo gobierno blanco de Bernardo Berro. No se trataba solo de la tradicional alianza entre los “colorados” y los antiguos exiliados porte­ ños en Montevideo, sino de la inversa afinidad entre los “blancos” uru­ guayos y los federales del litoral argentino. El gobierno “blanco” en Uruguay proyectaba una sombra amenazante sobre la frágil consolidación del Estado argentino, donde las intenciones de 95

Urquiza, el líder entrerriano que había sido vencido pero no derrotado en Pavón, seguían siendo un misterio en lo que se refiere a aceptar plena­ mente el liderazgo de Buenos Aires, consagrado en aquella batalla. De este modo la situación política de Uruguay se proyectaba sobre el lito­ ral argentino. La presencia de Urquiza en la primera y la existencia de tendencias federales antiporteñas históricamente muy fuertes en la otra sugerían la posibilidad de un eje anti-Buenos Aires que incluyese a los uruguayos. Ello explica bastante bien la intervención del gobierno de Mitre en el conflicto ante el tem or del desequilibrio del orden terri­ torial y de la fórmula política apenas consolidada. En el caso de Brasil, país que como dijimos tenía una política exterior más coherente y de largo plazo, las razones parecen haber estado vinculadas a motivos geoestratégicos que tenían que ver, desde el período colonial, con las pre­ ocupaciones de consolidar definitivamente la frontera sur. Sin embargo, como causa inmediata debe señalarse la política de regular la zona de frontera con Brasil por parte del gobierno “blanco” de Berro, en áreas donde los brasileños riograndenses eran alrededor del 10% de la población y poseían el 30% de las tierras. El deslinde de las fronteras gravaba la circulación de bienes a ambos lados de la misma y afectaba el derecho de los estancieros brasileños a poseer esclavos, lo que generaba reclamos de los afectados ante un gobierno imperial domina­ do por “liberales” más sensibles a las demandas del sur. Ello llevaría a una intervención militar en la Banda Oriental. El requerimiento de ayuda externa por parte del gobierno legítimo uruguayo era su única carta, y el único potencialmente disponible era Paraguay. Que el gobierno para­ guayo decidiese intervenir, en cambio, responde a las razones propias apuntadas más arriba y parece o efecto de miopía política y militar o un error de cálculo, según el cual la Argentina y Brasil, tradicionales rivales, no iban a coaligarse contra ese país. Idea que hubiera sido factible de no mediar la invasión por parte de las tropas de López de la provincia de Corrientes, ya que eso podría haber asegurado la neutralidad argentina, no amenazada una vez que el gobierno “blanco” había sido depuesto en Uruguay. Ello era muy plausible dadas las raíces hispánicas comunes con Paraguay, la fragilidad interna y la siempre latente hostilidad hacia Brasil. En este punto, si las elites imperiales miraban como bárbaras a las repú­ blicas sudamericanas, este sentimiento era recíproco en el Plata en igua­ les términos hacia una monarquía esclavócrata. 96

Por otra parte, puede parecer paradójico que la alianza entre la Argentina, Brasil y Uruguay se produjese cuando estos tres países tenían gobiernos que se denominaban confusamente “liberales” y que eso per­ mitiese hablar de una guerra en nombre de la “civilización” contra el dictador paraguayo. Ciertamente aquí había diferencias importantes. Para Uruguay, envuelto en conflictos internos de significación y que casi no participó de la fase bélica, la guerra no era parte principal de la agenda política e ideológica. Para la Argentina, la impopularidad y la creencia en la innecesariedad de la guerra hicieron que los partidarios de la misma estuvieran casi siempre a la defensiva y el argumento “civilizatorio” (recuperado luego por parte de la historiografía) fuese menos importan­ te que el de presentar a la misma como respuesta defensiva a una agre­ sión paraguaya. Será en Brasil, en cambio, donde ese argumento sería más fuerte dando lugar a obras como las de Machado de Assis que enfatiza­ ban en forma nacionalista la asociación entre la guerra, el progreso y la modernidad. Por otra parte, como ha observado Francisco Doratioto, la posibilidad de una entente entre la Argentina y Brasil era posible dada la nueva idea de Mitre de un cambio de alianzas de la Argentina en una nueva con­ cepción de colaboración estratégica con Brasil. Del lado brasileño, eran también los liberales en el poder los que más abiertos estaban hacia esa idea, mientras que los conservadores artífices de la política de influencia en el Plata, para evitar la construcción de una república sudamericana más grande en el sur, se oponían fuertemente a la Triple Alianza. Aunque los factores de coyuntura sean suficientes para explicar la guerra, si el problema es colocado en una perspectiva de más largo plazo no puede soslayarse que la finalización de la fase de disensiones internas en Brasil y su intervención en la caída de Rosas volvieron a alentar una estrategia más activa, financiera, política y eventualmente militar del mismo en la zona platense, hacia la cual había dedicado esfuerzos en las décadas sucesivas a la independencia de las naciones hispanoamericanas. Inversamente, era ahora la Argentina la que estaba envuelta en disensio­ nes internas aun mayores que las de la época de Rosas, y ello ciertamen­ te evitaba (además de consideraciones ideológicas) una política más directamente intervencionista en Uruguay o con proyecciones en el sur de Brasil. Finalmente, aunque Paraguay haya podido actuar en la coyun­ tura con una estrategia preventiva, no es irrazonable suponer que los 97

López alentasen objetivos más ambiciosos de hegemonía e incluso de expansión territorial sobre el litoral argentino y el sur brasileño. Como los años sucesivos probarían, la guerra nunca sería popular en la Argentina, y tampoco en la gran mayoría de la población de Brasil, salvo en el momento inicial cuando se alistaron unos diez mil volunta­ rios. Empero, las cosas cambiaron cuando se percibió que la guerra iba a ser larga. En Brasil, en especial aquellos que iban a ser reclutados busca­ ban eludirla por muchos medios, que iban desde el matrimonio pasando por el pago de cauciones hasta el abandono de las villas para refugiarse en los campos cercanos. Aun en las zonas de conflicto como el Mato Grosso (según la imagen dejada por el vizconde de Taunay) o en la veci­ na R io Grande do Sul, en el mejor de los casos generaba indiferencia. Sin embargo, las áreas principales de Brasil por población, poder políti­ co y medios formadores de opinión pública estaban más lejos del teatro de los acontecimientos y ello, sumado a la mayor cohesión de las elites, tendía a generar apatía o tibio apoyo. U n ejemplo es el caso de R ío de Janeiro, que fue el lugar donde hubo más exteriorizaciones de apoyo popular a la guerra. La guerra fue aun más unánimemente impopular en la Argentina no solo por la mayor cercanía del teatro de operaciones sino por la presen­ cia visual recurrente de la misma en Buenos Aires, centro de las operacio­ nes logísticas, y en el eje fluvial del Paraná, testigo de un intenso movi­ miento de tropas. En el Plata, la prolongación de la guerra solo podía agravar el descontento. Desde luego que había insatisfacción en las tropas de ambos ejércitos, por la forma de reclutamiento, por las condiciones de vida material, alimentaria y sanitaria (incluida la epidemia de cólera que se desató allí y se trasladó luego a Buenos Aires) y por la ferocidad de la guerra. El descontento ante la leva militar era por otra parte endémico y había precedido a la guerra, como lo retrató José Hernández en el Martín Fierro. Nada hay de sorprendente: la guerra, o simplemente la forzada leva militar, es siempre una catástrofe para aquellos que son obligados a pe­ learla y lo es más si tienen oficios, bienes o familia. Para cubrir los déficit numéricos de sus ejércitos regulares, ambos paí­ ses recurrían a los mismos procedimientos: enganche forzado de perso­ nas, incluidos “vagos” y “delincuentes”, movilización de las guardias nacionales respectivas, lo que incluía desde agricultores hasta artesanos y pequeños comerciantes, batallones de voluntarios (que lo eran en míni­

ma parte) y, en el caso de Brasil, de esclavos (y en el de la Argentina de muchos negros manumitidos hacía tiempo). En la Argentina muchos de los contingentes reclutados en las provincias se rebelaron y desbandaron, incluidos dos en la provincia de Entre Ríos. U n factor específico de irri­ tación eran los centenares de kilómetros que las tropas reclutadas debían recorrer a pie para acercarse al teatro de los acontecimientos. En el caso brasileño la disciplina parece haber funcionado mejor una vez hecha la redada de “voluntarios” . Por otra parte, a esa protesta del hombre común, gente siempre víctima de las guerras, se sumaba en la Argentina la de los caudillos provinciales del interior que se oponían a la guerra, y en la ciudad de Buenos Aires la de muchos opositores al gobierno. En el contexto de una política facciosa y de una sociedad urbana mucho más movilizada, como la de Buenos Aires, era bastante sencillo utilizar el argumento de una guerra larga, costosa y hasta cierto punto fratricida para atacar al gobierno. No faltaron los que, como Juan Bautista Alberdi, tradicional enemigo de Mitre, escribieron remarcables panfletos como E l crimen de la guerra que constituían un elogio del pacifismo, requisito de la civilización y de la economía. Por otra parte, si bien Brasil soportó el mayor peso numérico y finan­ ciero de la guerra, sobre todo a medida que ésta avanzaba, los datos abso­ lutos dicen poco. Mirados en relación con la población de uno y otro país, la guerra afectó mucho más en los primeros tiempos (en el sentido de mayor número de reclutados sobre el número de reclutables) a la Argentina que a Brasil. Probablemente la Argentina y Brasil subestimaron la capacidad de López y previeron una guerra más corta. Probablemente también, la pro­ longación y el desgaste en vidas humanas que generó un conflicto de ferocidad inusitada (en especial de parte de los aliados) no ayudó a su popularidad, sobre todo en la nación platense. Esa duración tuvo que ver con varios factores: la impericia del comando aliado de la guerra, las disensiones en el seno del mismo entre los aliados, la mediocridad de las infanterías brasileña y argentina, que nunca habían dado gran prueba de su capacidad en las guerras interiores, la imposibilidad de usar decisiva­ mente la caballería, que era la mejor arma argentina, y en menor medi­ da brasileña, la ineficiencia de los aprovisionamientos y de la logística de los aliados, todo ello, combinado con el factor del terreno, hizo los avan­ ces lentos y costosos para el bando atacante. 99

U n punto importante es la estrategia de los aliados de tomar por asal­ to linealmente al enemigo, lo que facilitaba la labor defensiva. Era una estrategia de aproximación “directa”, cuya ineficacia pudo comprobarse en la batalla de Curupaytí y en la desgastante y lenta toma de Humaitá. Pero también inversamente en Tuyutí, donde los paraguayos llevaron la ofensiva. Con todo, en general la estrategia global de López, aunque per­ didosa, era mucho más imaginativa e “indirecta”, como prueban sus incursiones hacia territorio brasileño en el Mato Grosso y en Rio Grande do Sul y la misma audaz invasión de Corrientes. Para los aliados la cuestión parecía resumirse en imponer su superioridad militar, que era ante todo demográfica y económica. Sin embargo esos límites, para ofensivas menos previsibles, también estaban dados por las dificultades logísticas de transporte y por las dificultades de vías de comunicación en un terreno cenagoso, lo que obligaba a los aliados a permanecer cerca del eje Paraná-Uruguay. En cualquier caso, los resultados fueron magros. La expansión terri­ torial de Brasil, si bien fue importante, ya que pasaba bajo su soberanía a un tercio del territorio paraguayo o reclamado por él, no compensaba los esfuerzos financieros, que fueron mayores que los argentinos. La ambición de un protectorado sobre Paraguay o incluso de una eventual anexión, que más allá de que estuviera o no en los planes del Imperio sí lo estaba en la percepción que los paraguayos y parte de los dirigentes argentinos tenían, no pudieron realizarse. En este punto debe haber pesa­ do la completa hostilidad del pueblo paraguayo y sus elites hacia los bra­ sileños. Probablemente la habilidad diplomática del vizconde de Rio Branco, que se expresó en el tratado bilateral de finalización de la gue­ rra — y en oponerse a las pretensiones argentinas— , exhibió una eficaz diplomacia anticuada que no tomó debidamente en cuenta los factores de la opinión pública en el vencido (y en especial ese fenómeno tan moderno del patriotismo, muy extendido en el Paraguay de Francia y los López) ni los costos políticos que necesariamente cualquier guerra tiene para los vencedores. Por otra parte, los excesos brasileños en la última etapa del conflicto, tras la caída de Asunción y la sustitución del marqués de Caxias, inutilizaron en gran medida las ventajas geopolíticas y la per­ durabilidad del “protectorado” brasileño.También la crisis financiera que afectó a Brasil al igual que a la Argentina luego de 1873 impedía ir más allá en la realización de esfuerzos ulteriores que implicasen hombres o 100

recursos materiales. Aunque la guerra parece haber favorecido en Brasil cierto desarrollo de industrias vinculadas a la misma, es difícil pensar que eso fuese una compensación suficiente en términos económicos. Final­ mente, es necesario observar que en buena parte de Hispanoamérica las simpatías estaban por la causa paraguaya y los resultados de la guerra no hicieron más que aumentar la aprehensión hacia el posible expansionis­ mo brasileño. Desde el punto de vista interno de Brasil, como observó Joaquim Nabuco, la guerra significó a la vez el apogeo y la declinación del Im­ perio. En el mediano plazo, se consolidaba un ejército profesional con intereses propios, con una ideología modernizadora entre los jóvenes oficiales (antiesclavista y alfabetizadora), con resentimientos que revela­ ban cierta incongruencia de estatus, que sería un factor importante en la evolución política futura, en especial en la caída del Segundo Imperio. Con todo, debe recordarse que aquí también la guerra puede haber ace­ lerado un proceso ya en curso. Al menos, la compulsa realizada por Schulz de un periódico surgido en el ámbito militar de Puo en 1854, O Militar, muestra ya ahí un programa modernizador que incluía la aboli­ ción de la esclavitud, el proteccionismo, la promoción de la inmigración, la construcción de ferrocarriles y la reforma electoral. La novedad esta­ ría más en la combinación de esos motivos con la emergencia de un espíritu corporativo y a la vez ciudadano que convertía al ejército en un actor político. Además, como en cualquier guerra que no se desarrolla según las expectativas, debía nacer un resentimiento hacia los “civiles” que la conducían. Por otra parte, los cambios en la composición social de los oficiales con el aumento de personas orientadas a las fuerzas armadas como profesión (y por ende ligadas a un salario) y no como parte de linajes familiares, procesos de más largo plazo que atraviesan los últimos cuarenta años del Imperio, pueden haberse acentuado a partir de la guerra. La sincronía entre la guerra y la libertad de vientres decretada en 1871 sugiere además que la misma reveló aun más la incompatibilidad entre un Estado moderno (y un ejército moderno) y una institución como la esclavitud, según ha sostenido Fernando Nováis. Del mismo modo, puede establecerse al menos una correlación temporal entre la guerra, la crisis del gabinete liberal y el surgimiento de la oposición republicana en 1869 (Clube da Reforma) y en 1870 (Manifestó Republicano). 101

Por lo demás, aun si la guerra obró como un instrumento para el despertar de una conciencia nacional moderna (y un héroe para la misma, el marqués de Caxias), como pensaría la historiografía celebratoria de la misma en la primera república, ese mismo hecho ponía en tensión al Estado patrimonial existente con un Estado-nación moderno que final­ mente debería sucederle. La misma creación de cuerpos de “voluntarios de la patria” revelaba la modernidad no solo discursiva del problema, del mismo modo que la existencia de capas de jóvenes de clase media urba­ na que acudieron al llamado para alistarse o de que hubiera particulares que hiciesen donaciones para el esfuerzo de la guerra. La Argentina obtuvo mucho menos territorialmente pero, paradóji­ camente, algo más desde el punto de vista político. La inclinación más pro argentina que pro brasileña de los sucesivos dirigentes paraguayos en el poder, tras la muerte de Solano López, era inevitable para balancear la omnipresencia militar brasileña en su territorio y el protectorado que ejercía. Por otra parte, por lazos históricos, culturales, comerciales (Paraguay siempre debió pasar por el eje platense, antes y después de la guerra, para su comercio exterior), y por la menor distancia de los cen­ tros de poder respectivos, el resentimiento paraguayo era menor hacia una Argentina menos comprometida en el exterminio y la devastación paraguaya que compensaba o balanceaba la influencia política directa brasileña. Bien puede decirse que el Paraguay siguió orbitando en la esfe­ ra platense mucho más de lo que la victoria militar y la ocupación ini­ cial brasileña tras la guerra hiciesen suponer. La Argentina gestionó bastante mal la fase diplomática sucesiva a la guerra. Dominada como había estado por disensiones internas y dividi­ da en cuanto a la necesidad de la guerra, ese faccionalismo se proyectó a la hora de negociar la paz. La tesis del ministro de Relaciones Exteriores argentino, Mariano Varela, de que “la victoria no da derechos” era menos un gesto de altruismo que un modo de atacar a Mitre. Lo que ha sido visto como parte de la suma de torpezas de una diplomacia argentina poco preocupada por defender los intereses territoriales de la nación, y que se revelaría en el escaso logro de obtener la frontera del río Pilcomayo y en la pérdida sucesiva en los arbitrajes de la que sería llamada Villa Hayes (en 1876) y más tardíamente del Chaco Boreal, que el trata­ do secreto de la Triple Alianza asignaba a la Argentina — y que el laudo del presidente norteamericano Cleveland concedería veinticinco años 102

después al Paraguay— , fue menos el producto de la por otra parte cier­ tamente inexistente coherencia de la política exterior argentina que de la combinación de la lucha política interna y de la presión brasileña. En la Argentina, los efectos parecen haber sido, en el terreno políti­ co, más beneficiosos pero no concluyentes. Por más que se haya conso­ lidado el poder central, la guerra no terminó definitivamente con los levantamientos del litoral (hubo que esperar hasta 1874), y si incluimos a la provincia de Buenos Aires como una más dentro de la ciialéctica Estado central-estados provinciales, la solución de las tensiones debería esperar hasta 1880. En este sentido, la guerra fue más un jalón en la con­ solidación del poder central que su definitiva resolución. Aunque algu­ nos sectores económicos pudieron beneficiarse con el aprovisiona­ miento del ejército aliado (ello generó un pequeño verano para algunas economías del interior y ganancias para comerciantes porteños), se de­ satendieron todas las tareas urgentes e incluso los indios se volvieron más osados en sus incursiones en el territorio. En cualquier caso, para la Argentina no significó grandes ni rápidos cambios en un ejército que no era profesional en el sentido de Brasil, ni antes ni inmediatamente después. Por último, las profundas reformas bra­ sileñas, en el sentido de la profesionalización, procedían de la década de 1850, con la reorganización del cuerpo de oficiales (dando preferencia a aquellos que tuvieran formación en la Academia Militar), con la creación de una nueva Academia en R io Grande do Sul, y con la instauración de una especialización a través de la creación del curso de Ingeniería en PraiaVermelha. Ciertamente, deben ponerse en relación con la guerra la creación durante la presidencia de Sarmiento del Colegio Militar (y de la inspectoría General del Ejército) y de la Academia Naval, que repre­ sentaban un paso en la profesionalización, no solo por la creación de un cuerpo de oficiales de carrera sino por la incorporación a través de pro­ fesores militares extranjeros y de un director húngaro, en el Colegio Militar, de nuevas concepciones acerca de táctica, estrategia y disciplina. En cuanto a los cambios en la composición social del ejército poco se sabe, y también aquí se trata de un proceso de más largo plazo ligado a la creación de aquellas instituciones que parece haber acercado a las mis­ mas, a partir del mayor prestigio de la profesión, tanto a miembros de familias tradicionales como a hijos de inmigrantes que buscaban allí una vía de legitimación del ascenso social. 103

En términos militares, la consecuencia más evidente de la guerra en la Argentina será la generación de un ejército nacional regular más numeroso y mejor armado ante el que poco podrían hacer las legenda­ rias caballerías del litoral e incluso un ejército provincial, como el de Buenos Aires, pese a que también contase con tecnología armamentística igualmente moderna. Por otra parte, también muchos de los oficiales argentinos (fuesen militares o civiles) que participaron en la guerra gene­ raron allí lazos de amistad o de sociabilidad que influirían en la política venidera. Empero, en los años sucesivos lo que generó principalmente fue una nueva oleada de veteranos que eran prácticos de la guerra y entre los que todavía había muchos oficiales extranjeros. Finalmente, debe observarse que la guerra devoró en ambos países a los grupos dirigentes que la iniciaron. En Brasil, las quejas que la guerra suscitaba en el ejército y la presión del militar más prestigioso, el mar­ qués de Caxias, junto con la presión de la prensa conservadora ante la lentitud con la que se progresaba en la misma, fueron un motivo central en la caída del gabinete liberal de Zacarías de Góis e Vasconcelos en 1868. En la Argentina el mitrismo (o los nacionalistas, como se los lla­ maba) perdió buena parte de su capital político tanto en el escenario nacional como en el de la provincia de Buenos Aires, y ello influiría en las elecciones sucesivas. El mismo ministro de Relaciones Exteriores, fidelísimo de Mitre, Rufino de Elizalde, sería vencido en las elecciones de 1868 a manos de Sarmiento, opositor a la política de Mitre y con sig­ nificativo consenso en el ejército en operaciones. Cierto que la explica­ ción de la declinación relativa de Mitre y el mitrismo no debe buscarse solo en la impopularidad de la guerra sino en la ausencia del mismo pre­ sidente del teatro político de Buenos Aires por su presencia en el teatro militar de operaciones. El resultado del largo conflicto para Paraguay fue su destrucción plena territorial y la devastación demográfica. Para las relaciones entre la Argentina y Brasil, las disensiones en la guerra (que del lado argentino no concernían solamente a las relaciones con los brasileños sino a las relaciones entre porteños y provincianos) se sumaron a las disensiones en la paz. Ello generó muchas desconfianzas mutuas y globalmente los dos vencedores parecían más preocupados por limitar y obstaculizar los pro­ pósitos del aliado que por imponer una política común al vencido. Lo revela el hecho de que se firmasen tratados bilaterales de paz entre Brasil 104

y Paraguay (en 1872) y entre Paraguay y la Argentina (en 1876) y que cada uno de ellos fuese mal recibido por los grupos dirigentes del tercer país no incluido en él. Por lo demás, no faltaron momentos de tensión y algunos moderados aprestos militares luego de la derrota paraguaya que revelaban las desconfianzas de los vencedores entre sí. Afortunadamente la crisis económica mundial impedía a ambos países cualquier tipo de política de ambición, y a las disensiones en las elites argentinas se suma­ ban ahora aquellas en Brasil, con la paulatina expansión del movimiento republicano nacido en 1870, que hacían prudente dedicar los esfuerzos a las cuestiones internas más que a las exteriores. Haciendo un balance, bien podrían llamarse esos años un quinquenio perdido. Quien mejor expresó la futilidad de la guerra, más allá de que efectivamente Paraguay fue el que proveyó el casus belli, fue Juan Bautista Alberdi. Aunque lo expresaba en relación con la Argentina y lo hacía con propósitos de política interna, su conclusión podía aplicarse también a Brasil. En dos enormes países atrasados y sobre todo despoblados, las pequeñas ganancias territoriales eran un desatino, cuando existían enor­ mes territorios vacíos no solo sin explotar sino también sin ocupar. En ese marco, agregaríamos, las adquisiciones territoriales eran pura ilusión o pura retórica. Luego, a comienzos de los setenta, finalizada la guerra, en ambos países todo renace, pero una crisis económica mundial gene­ raría nuevos obstáculos. Con todo, se podría decir que finalmente la guerra y las paces respec­ tivas terminaron con la “cuestión platense” y no habría ya más disputas violentas ni en torno a Uruguay ni en torno a Paraguay. Sin embargo, puede ponerse en duda que la resolución de las competencias por la hegemonía (sobre todo en el caso uruguayo, eje de todo el problema) haya sido resultado de la guerra. Igualmente podría afirmarse que sería el avance tecnológico que representó el ferrocarril el que definitivamente unificó los Estados nacionales en torno a sus puertos, y en el caso que nos ocupa fue la articulación del territorio uruguayo con Montevideo y del territorio mesopotámico con Buenos Aires la que zanjó las disputas acerca de nuevas configuraciones territoriales. Esa nueva configuración rediseñó el mapa de la circulación económica acabando con la excluyente centralidad del eje fluvial.

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L a Iglesia, el E stado y el ordenam iento institucional

Luego de terminada la guerra del Paraguay, el Imperio de Brasil se vio sacudido por un conflicto con la Iglesia Católica que llevó, luego de disputas oratorias y juzgamientos, a la prisión de dos obispos, de Olinda y Pará, en 1873 y 1874. El episodio puede servir para una comparación más detenida acerca de las relaciones entre el catolicismo y los dos Estados nacionales, ya que en la Argentina también existieron conflictos, antes y después. Puede servir también para testear el ordenamiento jurí­ dico de ambas naciones mirado desde un problema específico como lo es el de las relaciones con la Iglesia. Es bien conocido el proceso a través del cual la Iglesia Católica bajo el pontificado de Pío IX formuló una política más agresiva e integrista que buscaba confrontar con el mundo moderno y, a la vez, sanear y reor­ ganizar a la institución. Desde la encíclica Quanta cura y el Syllabus hasta el Concilio Vaticano I, la Iglesia definió una posición mucho más cen­ tralista (que ha sido llamada “romanización”) en torno al Vaticano, a la superioridad del Papa sobre los concilios (la infalibilidad papal), doctri­ nariamente mucho más dogmática y negadora de las corrientes intelec­ tuales de la modernidad y, en el terreno religioso, mucho más celosa de establecer una ortodoxia lejana de laxismos y posibilismos. Defendía además la primacía del poder espiritual sobre el poder temporal y nega­ ba la fórmula de una “Iglesia libre en un Estado libre”. Esa política la lle­ vaba al encuentro de conflictos con las nuevas naciones ya que im­ plicaba en los hechos la posibilidad de la existencia de un Estado internacional dentro de Estados nacionales (la posibilidad de la suprema­ cía del Papa sobre los poderes temporales era, en cambio, pura retórica ya), los que se esforzaban por definir celosamente sus competencias y su dominación exclusiva sobre los habitantes de sus territorios. Ello llevó a varias décadas de escaramuzas entre el Vaticano y los nuevos Estados, lo que fue particularmente evidente en las recientes naciones sudame­ ricanas. En el caso de la Argentina y Brasil, la cuestión puede plantearse en distintos planos. El primero es el de la verdadera fortaleza de la Iglesia Católica en ambas naciones. Por razones diferentes, la Iglesia no era, en ambos casos, ni institucionalmente ni ideológicamente fuerte. En Brasil se combinaba el regalismo acentuado de la monarquía portuguesa (ma­ 106

yor aún que el de la española) y el hecho de que la transición sin fisuras del orden colonial al orden independiente favoreció que los derechos denominados genéricamente de patronato pasasen sin mengua a la nueva nación. Estos derechos, en lo que tenían de contenciosos, se referían a la provisión de los obispos y al pase o exequátur necesario para que todo documento papal tuviera vigencia en el respectivo territorio nacional. En la Argentina — y en las demás naciones hispanoamericanas— emer­ gía la discusión sobre si el patronato regio de la monarquía española pasaba o no a las nuevas autoridades surgidas de la revolución. Por otra parte, en el caso argentino, la reasunción de la soberanía por las provin­ cias tras el año 1820 generaba también una tensión entre el derecho a ejercer el patronato al que aspiraba Buenos Aires, en tanto encargada de las relaciones exteriores del conjunto, y cada provincia en particular, que podía aspirar a ejercerlo en su propio ámbito. Estas y aquellas posiciones se enraizaban en la región platense con las disputas políticas entre el libe­ ralismo extremo de los unitarios y el tradicionalismo de buena parte de los llamados federales. La relación entre la Iglesia y el nuevo orden posrevolucionario estará así plagada de pequeños incidentes en las antiguas colonias his­ panoamericanas en la primera mitad del siglo XIX. A ello contribuía también que el clero había ocupado un lugar relevante entre los re­ volucionarios y bien podía aspirar a considerarse heredero del nuevo orden, o de una de las varias tradiciones que remitirían a él. Simplificadamente, en el R ío de la Plata, se pasó de activas posiciones defensoras de la potestad del nuevo Estado y tibiamente laicizadoras (como las de Rivadavia) a otras que aunque hablaban en nombre del catolicismo contra los “impíos” (la “Santa Federación”, o el “religión o muerte”) buscaban en realidad subordinar el poder religioso al político y usarlo como instrumento de ampliación del consenso. Las relaciones de Rosas con los jesuítas, a quienes trajo a la Argentina, terminaron abruptamente cuando éste los forzaba a colocar en el altar un retrato del “Restaurador de las Leyes”. Aparte de las relaciones institucionales, ¿cuál era el control que los eclesiásticos tenían sobre las clases populares en ambos países, en el terre­ no político y en el religioso? Para Brasil se ha sostenido que éste era muy débil. En primer lugar, el clero parece haber tenido mucha mayor auto­ nomía del poder político (el legado revolucionario) en la Argentina que 107

en Brasil. Aquí, tanto las jerarquías eclesiásticas como el bajo clero se encontraban plenamente alineados con la posición regalista de la Corona y, aun en materias dogmáticas como el celibato, miembros del orden eclesial defendieron en algunos casos (Feijó) posiciones heterodoxas que las acercaban, por una u otra razón (autonomía plena de la Iglesia nacional y libertad de dogma), a lo que ha sido denominado un “protestantismo” virtual. No faltaron tampoco en la Constituyente de 1823 eclesiásticos que defendieran la libertad de cultos y la separación de la Iglesia y el Estado. Sin embargo, era sobre todo la completa alineación de la Iglesia Católica con el Estado imperial lo que caracterizaba la situación brasile­ ña y lo que evitaba que surgieran verdaderos conflictos dentro de Brasil. En la base de las disputas más visibles, existía una realidad muy com­ pleja de la que emergerían distintos planos de conflicto a mediados del siglo XIX. Unos concernían a la faz institucional, otros a las formas reli­ giosas. En el marco de un orden esclavista, la Iglesia entregaba al señor la responsabilidad del bautismo y la catequesis de sus esclavos, y esa prácti­ ca de control de la esfera religiosa por parte de los grandes propietarios intentará perdurar, con muchas resistencias, sobre la nueva mano de obra inmigrante de origen europeo. Al margen de la gran propiedad, entre los colonos, en especial en el sur, surgiría una forma de respuesta que sería un elemento muy distintivo aunque no exclusivo del catolicismo brasi­ leño, que era el de los “padres-legos”. Es decir, la elección de los líderes religiosos por parte de los mismos inmigrantes, fuesen ellos católicos o protestantes. Más allá de esos fenómenos ligados a la inmigración exis­ tían fuertes sincretismos que caracterizaban al catolicismo luso-brasileño y, al margen del mismo, muchas franjas de la población estaban domina­ das por creencias animistas o politeístas. Como ha sostenido Beozzo, un verdadero conflicto se instauró entre las antiguas formas de piedad, cen­ tradas en las devociones a los santos y bastante sincréticas (la Iglesia premigratoria de “muita reza e pouco padre, muito santo e pouca missa”), a la vez, con las nuevas orientaciones romanas (esto es, europeas), más centradas en el dogma y la liturgia, y con las prácticas más cercanas a éstas traídas por los inmigrantes europeos que se reconocían poco en las exis­ tentes en Brasil. En la proyección política de la situación religiosa de las clases populares, al menos una de las revueltas del primer ciclo, aquella de los “cabanos” en Pernambuco entre 1832 y 1835, se hizo bajo el lema de luchar por el retorno de Pedro I y por la religión católica. 108

En la Argentina la realidad era bastante diferente. Ante todo no exis­ tía nada semejante al orden religioso característico de la gran propiedad esclavista y tampoco un fenómeno de reacción del tipo de una Iglesia autogestionada por los fieles. Ello sugiere que, más allá de que los lími­ tes en la penetración de la Iglesia en el territorio argentino fuesen equi­ parables a los brasileños, el grado de presencia de la misma fuese mayor (aunque su influencia ante el poder político fuese en cambio menor). En cualquier caso, en la Argentina parece haber existido a mediados del siglo XIX una realidad dual. En el despoblado y disperso litoral, la presencia del cura era casi inexistente (en Santa Fe había en 1853 doce religiosos entre regulares y seculares en toda la provincia) y las creencias de los gau­ chos estaban lejos de toda doctrina, de una Iglesia corpórea y de una sociabilidad cultural que la incluyese. En el más densamente poblado interior, la presencia religiosa y política de la Iglesia fue mucho mayor. Ello no significa que en ambos casos, litoral e interior, las estructuras eclesiásticas, seculares y regulares no estuviesen en completa decadencia, de personal y de medios, a mediados del siglo XIX, con la excepción de la provincia de Córdoba, sino que esa declinación operaba sobre una situación previa muy diferente. En la Argentina, la paulatina aparición de los inmigrantes, aunque tam­ poco dejó de suscitar conflictos y tensiones con la Iglesia local y sus prác­ ticas, éstas tuvieron menos amplitud que en Brasil ya que la distancia entre las formas de piedad premigratorias y las posteriores eran menos marcadas. Desde luego que el problema lingüístico existía en ambos lugares y los “graznidos de gansos” con que un inmigrante en Brasil denominaba a la lengua portuguesa usada en las ceremonias religiosas tenían la misma caracterización, con otras palabras, en la Argentina. En ambos países la solución vendría a través de la creciente presencia de clero europeo, que se convertiría en dominante y en Brasil prácticamente sustituiría totalmente al clero nativo. Nuevas órdenes religiosas, a veces destinadas a atender a específicos grupos de inmigrantes, y un clero secular inmigratorio, prime­ ro espontáneo y errante — en la Argentina visto con muy malos ojos por la jerarquía eclesiástica que hablaba despectivamente de los curas “napoli­ tanos” que solo buscaban ganar dinero y tenían malas costumbres y pocos conocimientos— , luego llegarían a ambos países con intensidad creciente. Si el problema de la influencia religiosa debe ser colocado en relación con la densidad de instituciones y eclesiásticos en el territorio, los datos 109

cuantitativos sirven para medir aproximadamente la capilaridad y conje­ turar acerca de su posible influencia social. Desde este punto de vista, el censo de Brasil de 1872 permite observar que había un pequeño núme­ ro de religiosos en todo el país (cerca de 400) y un mucho más elevado número de sacerdotes regulares (algo más de 2200), costeados en tanto tales por el Estado. Los datos muestran un promedio de un padre cada 4000 habitantes pero muy mal distribuidos geográficamente, de modo que en Río había un padre cada 1300 habitantes, en San Pablo, uno cada 3000 y en Goiás uno cada casi 10 mil. Si se considera la dispersión de la población más allá de los centros urbanos, en vastísimos territorios vacíos, se comprende que esa presencia era muy limitada. En la Argentina había, según el censo de 1869, algo más de 800 sacerdotes (se supone que englo­ ba seculares y regulares); es decir, uno cada 2300 habitantes, una propor­ ción semejante a la de Brasil. También había distribuciones desiguales pero mucho menos marcadas que en Brasil y de diferente naturaleza. Comparativamente la periferia antigua tenía más sacerdotes que el litoral (exceptuando la ciudad de Buenos Aires). En Salta había un sacerdote cada 1300 habitantes, en el conjunto de la provincia de Buenos Aires uno cada 1800 habitantes, en Entre Ríos uno cada 3700. Mirando el problema desde otra perspectiva, la presencia del tema del catolicismo en el seno de las elites, la situación no era en ambos países muy diferente. En ambos existía una división entre católicos, deístas y anticlericales. Tanto los primeros como los últimos parecen haber sido más numerosos en la Argentina, quizás porque el tema se articulaba con los conflictos políticos. En cualquier caso, en ambos países crecía acele­ radamente, en la segunda mitad del siglo, el anticlericalismo. La expan­ sión del liberalismo, del positivismo, del darwinismo, en general del cien­ tificismo, emblemas de la “modernidad”, auspiciaba ese proceso. La inmigración europea planteaba asimismo nuevos temas con la aparición de otras confesiones, señaladamente el protestantismo y entre los emi­ grantes y exiliados italianos de la primera época, garibaldinos y mazzinianos, una mezcla de deísmo y extremo anticlericalismo. Por otra parte la masonería, ya presente abundantemente en la primera mitad del siglo XIX, se extendía notablemente en la segunda. Aunque, como muchos en Brasil sostenían, la pertenencia a logias masónicas no debía ser incompa­ tible con la adhesión formal o real al culto católico, ese terreno se hacía particularmente incompatible con la condena terminante de Pío IX a la 110

misma. En la Argentina todo parecía revestido de mucha mayor simula­ ción y la adscripción a logias masónicas o a posiciones simplemente ateas o anticatólicas en temas dogmáticos iba acompañada de una representa­ ción de la ritualidad católica con fines meramente instrumentales. En Brasil, será finalmente la aparición del republicanismo lo que dará fuer­ za al liberalismo radical en materia religiosa, que sostenía la necesidad de separar Iglesia y Estado. Lógicamente, en ese y en otros planos, los conflictos con aquel cato­ licismo crecientemente integrista solo podían intensificarse ya que no se trataba simplemente de una disputa diplomática o doctrinaria sino de una invasión de eclesiásticos imbuidos de las nuevas ideas, fieles ya no a la autoridad política sino a la autoridad papal. Ello explica la propuesta de ley de 1869 de “libertad de enseñanza” de Souza Dantas, que, al con­ trario de lo que ocurría en el contexto francés donde ella buscaba garan­ tizar la libertad de enseñanza a los católicos, trataba de reservar un espa­ cio para la educación laica sustrayéndola de la enseñanza oficial que estaba en manos de la “religión de Estado”. En una perspectiva cronológica, los mayores conflictos del Estado con la Iglesia en Brasil se colocan entre dos fases conflictivas en la Ar­ gentina. En ésta, luego de la caída de Rosas, llegaba al poder una gene­ ración liberal muy mayoritariamente imbuida de anticlericalismo, con fuertes pertenencias masónicas, aunque con una formal aquiescencia o prudente silencio ante el dogma católico. Sin embargo, la prudencia con que se manejaban los nuevos grupos dirigentes, tanto en Buenos Aires como en Paraná (la capital de la Confederación), su voluntad de llegar a algún concordato con el Vaticano a través de sucesivas misiones, el arre­ glo oficioso de un acuerdo que en las formas preservaba los derechos de ambas partes para el nombramiento de los obispos, sugiere varias cosas: el deseo de eludir conflictos en ese plano, una idea volteriana de la uti­ lidad de la religión como mecanismo de control social y, a la vez, el temor ante la efectiva capacidad de movilización de la Iglesia nativa. Desde el punto de vista eclesiástico, la Iglesia se percibía a la defensiva ante la progresiva expansión de núcleos anticlericales en los ámbitos urbanos. De este modo, como ha sido señalado por Di Stefano, si la reli­ gión católica encontraba su ámbito en la vida urbana y el mundo rural era a la vez bárbaro e impío, ahora esa Iglesia buscaría progresivamente en ese mundo rural (y a la vez en el interior) el espacio de la catolici­ 111

dad. En cualquier caso, será fuera de Buenos Aires donde se desaten los mayores conflictos que revelan un poder no desdeñable del mundo católico. Por ejemplo, así ocurriría en provincias como San Juan y Santa Fe, en las décadas de 1850 y 1860. Ellos girarían, en los dos casos, en torno a la subordinación del poder religioso al poder político, y en el segundo se agregaba además la voluntad del gobernador Nicasio Oroño de laicizar el estado provincial, secularizando los cementerios y el matrimonio (primera ley de matrimonio civil de 1867). Ambos conflic­ tos terminaron en forma favorable para la Iglesia. El provisor y gober­ nador eclesiástico de Cuyo, puesto en prisión, fue liberado, y el gober­ nador Díaz, de San Juan, depuesto. Lo mismo ocurriría luego con el gobernador de Santa Fe, Nicasio Oroño. El argumento religioso (“abajo los masones”) fue utilizado ampliamente por los revoltosos en el último caso. En la década siguiente hubo también niveles agudos de conflicto, en especial en Buenos Aires, donde un anticlericalismo más popular culminó en el incendio del Colegio de los Jesuítas en 1872. De este modo, aunque la tendencia hacia la secularización pueda ser semejante en la Argentina y Brasil, las coyunturas fueron a menudo dife­ rentes o inversas. Nada equiparable a ese anticlericalismo extendido en los sectores medios y aun populares parece existir en esa década del setenta en Brasil e, inversamente, ningún conflicto institucional de la fuerza del que existió en ese país ocurrió en la Argentina. Es que en el plano institucional, a partir del modus vivendi alcanzado en 1865 con rela­ ción a la designación de los obispos, los enfrentamientos se atenuaron y, en especial durante la presidencia de un católico moderado como Nicolás Avellaneda, surgirían incluso iniciativas de colaboración entre el Estado nacional y los obispos, como la que culminó con la importación de los salesianos para cristianizar a indios y a inmigrantes italianos en 1877 (en Brasil se instalarían seis años más tarde). Sin embargo, el hecho de que no se trataba centralmente de la orientación religiosa del presi­ dente de turno sino de una actitud bastante instrumental del conjunto de la elite liberal argentina, que creía en la utilidad del papel religioso (y su influencia social), lo revela que sería al final de la presidencia de Sarmiento, ajeno a toda simpatía clerical, cuando el Estado decidiera subsidiar el presupuesto de tres seminarios diocesanos en la Argentina para tener un clero más instruido y “nacional”. Las razones para que esta convivencia fuera posible estaban tanto en la voluntad política de las eli— 112

tes argentinas como en el marco provisto por la Constitución de 1853 que, como veremos, brindaba un marco flexible para resolver el proble­ ma. Los conflictos se volverían a desatar en la década del ochenta cuan­ do un Estado nacional consolidado decidiría avanzar más en acotar las dimensiones civiles de la influencia de la Iglesia. En Brasil, el incidente que llevó a la prisión de los obispos de Pará (don Vital) y Olinda (don Macedo Costa) exhibiría en los años setenta, en cambio, la creciente inadecuación del ordenamiento institucional brasileño y la originalidad ideológica de la situación allí imperante. Que el Manifiesto de la Masonería de 1870 declarase la compatibilidad entre ella y el catolicismo (no con el “jesuitismo ultramontano”) sugería, a la vez, cuánta razón tenían los liberales brasileños en afirmar que eran dife­ rentes de los europeos (argumento en la negociación con el Vaticano) y cuántos límites ponía el ordenamiento jurídico para un más pleno de­ sarrollo del debate de ideas. La explosión del enfrentamiento revelaba la creciente incompatibilidad entre masonería y catolicismo y la voluntad de los nuevos obispos integristas de aplicar la doctrina vaticana al respec­ to. Se trataba ahora, por otra parte, de una nueva leva de obispos que habían estudiado en el Colegio Pío Latinoamericano en Rom a (funda­ do en 1858) y que reflejaban muy estrechamente los nuevos climas del pontificado de Pío IX. El incidente reflejaba también, más allá de la dimensión ideológica, la tensión entre la nueva estrategia católica de romanizar a la Iglesia brasileña y el inevitable conflicto que ello suscita­ ba con aquellas estructuras que habían sido la base portante de la misma, esto es, las hermandades y las órdenes terceras que controlaban hasta entonces a buena parte de la Iglesia y las capillas de Brasil. Ahora, éstas iban a ser consignadas a la administración de religiosos o convertidas en parroquias en manos de un clero secular designado y alineado con sus respectivos obispos. Tras largos debates doctrinarios y jurídicos y fracasadas las mediacio­ nes intentadas por el gobierno brasileño ante el Vaticano, el Consejo de Estado decidió, como legalmente era evidente, la negación de los dere­ chos de los obispos y sucesivamente su prisión por rebeldía. Y luego su juzgamiento y condena por los tribunales competentes. Sin embargo esa solución era, llevada a sus extremos lógicos, incompatible con el funda­ mento mismo del orden absolutista y patrimonial del Imperio y con su tradición regalista. Ello explica por qué, finalmente, el emperador Pedro II, 113

contra sus deseos, según emerge de la correspondencia analizada por Spencer M. De Barros, se vio obligado a transigir y amnistiar a los obis­ pos en 1875. La resolución del incidente dejaba, empero, subsistentes las posiciones de los dos^bandos, el Vaticano y el Imperio, en el punto de partida, ya que no resolvía la cuestión que le había dado lugar, la precedencia entre los dos poderes, ni el dilema jurídico que la sustentaba: las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Es que, en el fondo, las relaciones entre el Imperio y la Iglesia Católica solo podían funcionar a.1 precio de la subordinación del poder religioso al poder temporal o de la separación de uno y otro. Pero esto último era imposible dado que la soberanía del emperador se vinculaba con ese catolicismo “religión de Estado” y en cuyo nombre se ejercía su potestad de legislar. Como establecía la Constitución imperial de 1824, el juramento del heredero del trono al cumplir los catorce años era “mantener la religión católica, observar la Constitución política de la nación brasileña”, en ese orden. Finalmente la misma Constitución, con­ cedida por el emperador a sus súbditos, era dada, como indica la frase de apertura, “en nombre de la Santísima Trinidad”. Desde luego hubo cam­ bios desde entonces. Aun en el contexto de la subsistente “religión de Estado”, fueron dadas disposiciones que flexibilizaban la situación, como el decreto de 1863 que autorizaba y daba validez legal al casamiento de los protestantes ante su pastor (aunque un decreto de 1865 ponía lími­ tes a la apertura al obligar que los hijos de matrimonios mixtos debiesen ser educados en la fe católica), o como la ley de enseñanza libre que dis­ pensaba de todo juramento religioso al personal docente, o finalmente la ley Saraiva de 1881 que les permitía a los no católicos participar plena­ mente en la actividad política. La Argentina había resuelto el problema de otro modo. En los deba­ tes para la sanción de la Constitución de 1853, los partidarios de mante­ ner al catolicismo como “religión de Estado” se habían enfrentado con aquellos deseosos de escindir Iglesia y Estado. Éstos habían triunfado, pero a partir de una fórmula ambigua discursivamente por la cual el Estado argentino fomentaba la religión católica. Empero, todos los dere­ chos de patronato pasaban a los nuevos poderes constituidos. El Senado proponía la terna para los obispados de la que el presidente elegía uno y el exequátur era decidido por el Ejecutivo previa consulta a la Corte Suprema. Se declaraba asimismo la libertad de cultos y solo el presiden­ 114

te y el vicepresidente tenían que pertenecer a la religión “católica, apos­ tólica y romana”. La misma sanción de la Constitución había “invocado la protección de Dios” pero desde la soberanía del pueblo ejercida por sus representantes. Eran “Nos, los representantes del pueblo” los que san­ cionaban ese conjunto de normas para vigencia de todos los argentinos. Que la solución no implicaba unanimidad entre las elites lo revela que la mayoría de las nuevas constituciones provinciales sancionadas luego de 1853 seguían declarando al catolicismo “religión de Estado” (es decir, religión de la provincia). U n importante hito sería la Constitución de la provincia de Buenos Aires de 1873, que se apoyaría en el principio de la separación entre la Iglesia y el Estado que sería seguida de ahí en más bajo distintas fórmulas, muchas de las cuales remitían a la ambigua empleada en la Constitución de 1853. De todos modos, la Iglesia tendió a acatar, no sin algunas resistencias, la Constitución de 1853 (en especial el derecho de patronato que el Estado se atribuía) y a acomodarse a ella. En cualquier caso, en el problema de la designación de obispos un acuer­ do implícito que reservaba las prerrogativas de ambos bandos se instau­ raría en 1865, en ocasión de la designación del obispo del litoral, y ten­ dría vigencia por un siglo. En Brasil, en cambio, la Constitución de 1824 no solo avalaba el prin­ cipio de la “religión de Estado” sino que en tanto tal excluía de una parte de los derechos políticos de la ciudadanía a los no católicos. En efecto, aunque todos pudieran ser electores, no podían ser elegidos para ciertos cargos (Senado, Cámara de Representantes, ministerios, Consejo de Estado) los no católicos, disposición que se mantendría, como dijimos, hasta la ley Saraiva de 1881 que reformó el sistema electoral y la supri­ mió. Incluso para graduarse en las facultades los profesionales liberales tenían que ser católicos y jurar defender el culto católico. Semejante incongruencia revela bastante bien la progresiva inadecuación del orde­ namiento imperial a los nuevos tiempos, más allá de las disposiciones alu­ didas que buscaban flexibilizarlo. Revela quizás también hasta qué punto, pese a que la idea de un Estado laico ganaba progresivamente a la opi­ nión pública, ese poder imperial seguía siendo funcional a las elites pro­ pietarias, vistas como mejor garantía para mantener un orden social, y ésa, no su forma jurídica, era la razón de su supervivencia. En la década de 1880, consolidado el poder central en la Argentina y sin modificaciones sustanciales en las relaciones formales entre el Estado 115

y la Iglesia (Roca siempre se esforzó por cultivar buenas relaciones per­ sonales y ceremoniales con los dignatarios eclesiásticos), la Argentina dio nuevos pasos decisivos para afianzar las potestades laicas. La ley 1420 de educación pública, gratuita y obligatoria, sancionada en 1884, consolida­ ba el papel del Estado en ese campo y, aunque no ponía obstáculos a la educación privada (laica o religiosa), en los hechos colocaba el peso del sistema educativo en sus manos. Incluso el incidente que llevó a la expul­ sión del nuncio papal, Matera, ante el reclamo de éste por la contrata­ ción de maestras protestantes norteamericanas para la dirección de algu­ nas escuelas públicas en Córdoba, reflejaba bien la importancia que ese tema tenía y tendría para la jerarquía vaticana. Era, sin embargo, una Iglesia bastante debilitada en su capacidad de influencia sobre el poder político, que no tendría capacidad para oponer resistencias a las otras medidas laicizadoras: la ley de creación del registro civil y la de matri­ monio civil de 1888. La ruptura de relaciones con la Santa Sede poco afectará de hecho el funcionamiento de la Iglesia en el país y finalmen­ te se llegará a una normalización en 1899 que, sin embargo, será hecha siempre sobre la base del modus vivendi y de aquella ambigua fórmula de que el Estado “sostiene” a la Iglesia Católica, que con los años revelará su carácter inadecuado. En Brasil, en cambio, la definitiva resolución de la cuestión religiosa se dará con la Constitución republicana que, aunque más tardía (o por­ que más tardía), fue mucho más límpida. La separación entre Iglesia y Estado y la correlativa abolición del patronato fueron sancionadas a prin­ cipios de 1890. Luego, el proyecto más radical de la nueva Constitución formulado el mismo año implicaba la laicización de la enseñanza pú­ blica, la obligatoriedad del matrimonio civil, la secularización de los cementerios, la prohibición de subvenciones a comunidades religiosas, la imposibilidad de instalar otras más allá de las existentes, la sujeción de los bienes de la Iglesia a la ley de “mano muerta” y la inelegibilidad de clé­ rigos y religiosos para el Congreso. Si bien luego el proyecto que se aprobó en el texto constitucional de 1891 sería más moderado — man­ tenía las tres primeras cláusulas, suprimía las tres siguientes y creaba una fórmula intermedia para la última (los clérigos podían ser elegidos, los religiosos no)— , era un paso adelante bastante más radical que el dado por la Argentina en los años ochenta. Finalmente, las elites de ambos paí­ ses habían perseguido objetivos comunes en aras de una modernización 116

que implicaba la reducción del espacio de la Iglesia Católica, la creación de un nuevo tipo de Estado laico y de una sociedad que también lo fuera. Por ello este tema se vinculaba con otro, que era el de la inmigra­ ción como modo de crear las bases de una sociedad más europea, y de ahí la importancia que tuvieron en ambos países las colonias de inmi­ grantes de religión protestante. Solo que en los dos países, también, los límites del proceso se encontraban en la misma voluntad de las elites de combinar ese proceso con la idea de la utilidad de la Iglesia como meca­ nismo de control y consenso social. D e la crisis a la expansión

A mediados de la década de 1870, ambos países fueron afectados por una crisis de una magnitud sin precedentes. A ella concurrían distintas causas. En el caso de la Argentina la expansión del gasto público, el endeudamiento interno y también ahora externo coincidían con una caída de los ingresos estatales. Estos disminuían por el forzado descenso de las importaciones (principal fuente de los mismos) ya que, en los años precedentes, éstas habían crecido a un ritmo mayor que las exportacio­ nes agropecuarias, y además los precios de estas últimas habían descen­ dido en el mercado internacional. De este modo se combinaban tres fac­ tores que expresaban la vulnerabilidad argentina: su dependencia de los precios internacionales, sobre los que no podía intervenir, el déficit comercial que agravaba la situación de la balanza de pagos (creciente­ mente negativa dado el endeudamiento externo) y el déficit de las cuen­ tas públicas. El impacto de la crisis se hizo sentir ya en la economía en 1875, exhibido en la brusca caída del número de inmigrantes, que en ese año descendió a la mitad tras dos décadas de continua expansión (los ingresos de 1873 solo se superarían en 1883). Los efectos se hicieron dra­ máticamente visibles en 1876. En ese año, las importaciones cayeron a la mitad con relación a tres años antes y los ingresos del Estado descendie­ ron en un 50% pese a que se aumentaron las tarifas y se establecieron nuevos gravámenes al consumo. El gobierno tuvo que pedir prestado al Banco de la Provincia, que había visto disminuir sus depósitos por la des­ confianza del público. Cayeron entonces drásticamente las reservas en metálico de la Oficina de Cambios.Todo culminó con nuevas emisiones 117

de notas metálicas, reducción de encajes e inconvertibilidad de los bille­ tes del Banco Provincia y con una fuerte disminución del gasto público nacional. En el caso de Brasil, la situación no era tan diferente. Aunque la cri­ sis de la economía mundial había comenzado en 1873, mientras los pre­ cios internacionales del café se mantuvieron altos, sus efectos no se hicie­ ron sentir. Aunque en 1874 aparecen síntomas en las finanzas del Estado y las importaciones, que habían crecido demasiado, encuentran dificul­ tades para ser colocadas, todavía a principios de 1875 el gobierno consi­ guió un nuevo empréstito en Londres. La situación pronto se haría ines­ table. Cuando los precios del café comenzaron a caer la crisis impactó de lleno en Brasil y coincidió con otra crisis bancaria de proporciones que afectó a varias instituciones financieras de la que la mayor era la de Mauá. El gobierno brasileño carejcía de muchos de los instrumentos necesarios para salir de la crisis. Siendo la deuda inflexible a la baja, se trataba de ajustar los gastos públicos. El proceso fue iniciado en el ministerio de R io Braneo y continua­ do por los gobiernos en el poder, primero conservadores y desde 1878 liberales. Todos siguieron una política monetaria y fiscal prudente, solo que, así como habían sido más controlados en los gastos que los argen­ tinos en la época precedente, ahora fueron también menos drásticos en reducir más rápidamente el déficit y salir de la crisis. Pronto los go­ biernos brasileños quedarían atrapados en una tenaza. La excepcional sequía del nordeste, que afectaría esa región por un trienio a partir de 1877 —y de cuya magnitud da una idea el hecho de que provocó más muertes de brasileños que la guerra del Paraguay— , obligaría a generar gastos extraordinarios que complicarían mucho la situación, además por estar cerrado el recurso a nuevos endeudamientos externos y por la falta de voluntad política para gravar a los sectores poderosos. La decisión de imponer nuevas contribuciones que recaían sobre toda la población, para aumentar los ingresos, desencadenó una resistencia generalizada. La creación de un impuesto al transporte en tranvía y en ferrocarril, inclui­ do en el presupuesto votado en 1879, generó una gran revuelta popular en Río, la mayor del período: la Revolta do Vintém. La excepcional situación había llevado a su vez a una nueva masiva emisión de billetes que ahora sí aceleraron la desvalorización del reis que perdió en los años subsiguientes un 25% de su valor con respecto a la paridad histórica de 118

27 pences, en torno a la que había oscilado, aunque no sin amplitud, durante casi cuarenta años hasta 1875. Y descendería todavía más, per­ diendo casi un 30% de su valor antes de su recuperación a partir de 1885. Los efectos económicos de esta desvalorización significaron un incremento de las ganancias de los exportadores y un empeoramiento de las de los consumidores, de donde los productores cafetaleros podían compensar por medio de ella la caída de los precios internacionales. Los efectos políticos son, sin embargo, contradictorios, en la medida en que las elites brasileñas tomaban como síntoma de la situación económica el valor de la moneda y ello no dejaba de producir pronósticos y conse­ cuencias negativos. Con todo, para Brasil el problema no era solo fiscal, monetario o de expectativas. El verdadero problema se encontraba en otra parte: la situa­ ción de la locomotora que era la economía cafetalera. Esta estaba afecta­ da por diferentes inconvenientes. Ante todo el precio internacional del café, que se mantendría deprimido hasta 1885. En segundo lugar, las difi­ cultades para aumentar la producción, ya que a la decadencia de antiguas zonas como el valle de Paraíba se sumaban los problemas para aumentar la producción de las nuevas zonas paulistas por los costos de producción y en especial por la mano de obra. La esclavitud estaba en completa de­ cadencia por la abolición del tráfico, la libertad de vientres y la fuga masiva de los esclavos de las plantaciones, y el recurso de los yacimien­ tos del nordeste se estaba agotando. Por otra parte, la mano de obra des­ tinada a sustituirla, la inmigración europea, en especial la italiana, no cre­ cía lo suficientemente rápido pese a que el ,Estado paulista había comenzado a subsidiarla. De este modo, aunque los ferrocarriles se habían ido extendiendo en la zona cafetalera, en especial con la construcción de la ferrovía Paulista (en 1883 llegaban a Ribeiráo Preto),la producción no se elevaba lo sufi­ ciente como para compensar los precios internacionales o éstos no jus­ tificaban, dados los costos de producción, la expansión más allá del oeste de San Pablo. Ciertamente, otras economías regionales que habían podi­ do beneficiarse de los desplazamientos forzados de población que gene­ ró la sequía en el nordeste llevarían a una penetración en la Amazonia que generaría la expansión del caucho, que duplicaría sus exportaciones en la década del ochenta con relación a la precedente. Empero, tenía demasiada poca significación todavía en las exportaciones como para 119

compensar el estancamiento del café. Como jeñaló Sérgio Buarque, Brasil parecía encontrarse en un plano inclinado que contrastaba con la situación argentina. La recuperación vendría de la mano del aumento del precio del café, de la solución del problema de la mano de obra con el incremento de la inmigración subsidiada y de una política monetaria expansiva. Pero ese proceso, que abriría un largo ciclo de expansión de la economía brasile­ ña, comenzaría recién en 1886 y tendría en el medio una crisis política que acabaría con el régimen monárquico y una nueva crisis financiera, de efectos con todo bastante menores que la argentina de 1890. En la Argentina el proceso de la crisis tuvo como desencadenante — como ha señalado Cortés Conde— el déficit público. Ello era el resultado de la política menos responsable del Estado argentino con relación a su homólogo brasileño. El gobierno de Avellaneda decidió llevar a cabo una drástica reducción del gasto y honrar la deuda del Estado argentino indicando que la misma se pagaría con “el hambre y la sed de los argentinos”. Los gastos estatales bajaron un 30% entre 1875 y 1877 y la inconvertibilidad generó una devaluación del 30% que mejoró la competitividad del sector externo, equilibrando el défi­ cit comercial. Sin embargo, también se buscaron políticas más agresi­ vas, por ejemplo para incentivar la llegada de inmigrantes, y así en 1876 se sancionó una ley de inmigración y colonización que, más allá de sus reducidos efectos prácticos sobre el volumen de arribados y sobre la ocupación de tierras, indicaba la voluntad política de operar activa­ mente sobre el proceso. Algo semejante ocurrió con el tema tan pos­ tergado de la frontera con los indios, donde distintas iniciativas tendie­ ron a consolidar la línea de frontera. Por otro lado, más allá de la situación del gobierno central, la economía no dejó de crecer y sobre todo en algunas provincias, como Santa Fe, los programas de coloniza­ ción privados siguieron expandiéndose. Ciertamente, la Argentina se recuperó más rápido y la década de 1880 sería de una notable expansión. Concurrieron a ello muchas causas: el alza de los precios internacionales de los productos agropecuarios, la apa­ rición de una nueva tecnología para la exportación de carne, el retorno al acceso a los mercados internacionales de capitales, la conquista del lla­ mado “desierto”, que permitió la incorporación masiva de tierras en manos de los indios en el centro-sur y en el noreste del país, la solución 120

de la cuestión de la capital y el fin de las guerras interiores. Baste seña­ lar que la expansión de la frontera agropecuaria permitió la puesta en producción de millones de hectáreas (por ejemplo, de 200 mil hectáreas sembradas con trigo y maíz en 1872 se pasó a 1,6 millones en 1888), que fue acompañada por un crecimiento de la red ferroviaria que pasó de algo más de 2000 kilómetros en 1880 a más de 9000 en 1890. El Estado con recursos crecientes, dada la expansión de la economía y del comer­ cio exterior, podía encarar obras largamente demoradas como la cons­ trucción de los puertos de Buenos Aires, cuyas tareas empiezan en 1887, La Plata en 1886, e Ingeniero W hite en 1882. Desde un punto de vista político, la agenda brasileña de los años ochenta era mucho más complicada que la argentina. Aquí, resuelto el conflicto de la capital con la federalización de la ciudad de Buenos Aires y el desarme definitivo de las milicias provinciales, se consolidaba una coalición política en torno a la figura de Roca, la llamada “Liga de Gobernadores”. Esta se mostró más fuerte electoral y militarmente que los porteños siempre divididos en facciones. Así, existía y existiría en la Argentina un partido claramente hegemónico, el Partido Autonomista Nacional o PAN, que operaba a nivel de alianzas entre las oligarquías provinciales y operativamente a través de reuniones de notables que digitaban las soluciones políticas. El tema principal era asegurar la suce­ sión presidencial, que había sido el punto más débil de la construcción política posterior a la unidad. Ello quería decir que el gobierno saliente se asegurase la elección de su sucesor.Y así funcionaría hasta 1916. Se lo llamó el sistema de los “gobiernos electores” . Todo el sistema tenía un árbitro, el tucumano militar y político Julio Argentino Roca, héroe de la campaña del desierto, a través de una extraordinaria habilidad de construir alianzas y desbaratar las de sus adversarios, cooptándolos o marginándolos, por más de dos décadas. En cierto modo el roquismo constituirá el perno y la estabilidad de ese sis­ tema, mucho más que el Partido Autonomista Nacional, lo que se haría evidente cuando se produjo el conflicto entre el liderazgo informal de Roca y el formal de su cuñado elegido presidente en 1896, el cordobés Miguel Juárez Celman, que había reunido en su figura la mayor carga del Estado con la presidencia del partido (el llamado unicato).Todo termi­ nó con la derrota de este último y su renuncia a la presidencia en 1890. Ciertamente existían fuerzas disidentes importantes que irían creciendo 121

con el correr de la década del ochenta, desde los católicos hasta los mitristas y los jóvenes de los que surgiría luego la Unión Cívica Radical, pero su peso significativo estaba en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires. Ciertamente, esa suma de sectores disidentes coaligada por un momento, y aprovechando las disensiones en el grupo dominante y la fenomenal crisis económica, pudo hacer una revolución en 1890 que puso en riesgo al poder constituido. Empero, aun en esas circunstancias tan favorables, a las que había que sumar el origen provinciano del pre­ sidente y las numerosas denuncias de corrupción, fueron vencidos. Y aunque el gobierno caerá sucesivamente, lo será para asegurar, mediante la asunción del vicepresidente Pellegrini, la continuidad de la hegemo­ nía del PAN sobre la política argentina. Se trataba por lo demás de un sistema político que en la práctica se había ido cerrando a negociaciones de cúpula y en el que el papel del electorado, en parte indiferente, en parte extranjero (por lo tanto exclui­ do de votar), en parte manipulado a través de caudillos locales, en parte presionado por todo tipo de fraudes y violencias, contaba bastante poco. Además, el reducido electorado no elegía al presidente directamente sino a electores que no estaban obligados a votar a uno u otro candidato, con lo que la voluntad del elector se diluía aun más. Ese espacio intermedia­ rio daba lugar a todo tipo de componendas que se realizaban fuera del Colegio Electoral pero se proyectaban luego en él. En este Colegio Electoral la ciudad y la provincia de Buenos Aires seguían en notoria minoría (para 1886 ambas reunían apenas 58 del total de 232 electores). Para medir el grado de hegemonía y su consolidación, Natalio Botana ha señalado que en 1879 Roca obtuvo el 69% del total de electores, en 1886, Juárez Celman el 79% y en 1892, Luis Sáenz Peña (un candidato débil digitado por Roca) el 95%. La prosperidad creciente parecía bastar para cubrirlo todo, y aunque se alzaban voces para resolver el problema no eran mucho más que tes­ timoniales. Ciertamente algunos pensaban que conceder el voto a los extranjeros, nacionalizándolos compulsivamente, era la vía para mejorar el sistema político y resolver lo que Sarmiento llamaba la funesta esci­ sión entre productores y ciudadanos. Aunque varias iniciativas parlamen­ tarias se presentaron en la década de 1880 en ese sentido, nada se hizo. Muchos también se quejaban de cómo iban las cosas; el Sarmiento cre­ puscular estaba entre ellos. Pero la década de los ochenta, años de domi­ 122

nio del positivismo en el seno de las elites, estaba también dominada intelectualmente por la figura de su rival, Alberdi, y nunca como enton­ ces fue una convicción tan firme la idea suya de los dos tiempos nece­ sarios en la evolución política argentina: la república posible inmediata­ mente, la república verdadera después. La fórmula sería, como lo ha recordado Botana, la combinación de conservadurismo político con liberalismo cultural y económico, libertad política para pocos y liberta­ des civiles para todos. El elector de cada nuevo gobierno sería el gobier­ no precedente y no los electores. Brasil, por su parte, enfrentaba la década con un sistema político cada vez más complejo y fragmentado. Sin dudas parecía haber resuelto mu­ chos de los problemas tras la ley de 1881, entre otros el de la represen­ tación de las minorías. En el fondo, sin embargo, el sistema estaba dejan­ do de funcionar. Muchas cuestiones se abrían allí. En primer lugar, el giro oligárquico de 1881 no había acallado a los partidarios del sufragio universal y las bondades del nuevo sistema no eran aceptadas por todos. En segundo lugar y más importante, el centro del sistema, el Poder Moderador de la monarquía, estaba mostrando cada vez más no solo sus debilidades sino su ineficacia. Aquí se reúnen dos elementos: el tema de la esclavitud y el del orden y la funcionalidad. Si, como algunos historia­ dores han sostenido, la existencia de un sistema esclavista era lo que hacía necesario un orden social que solo la monarquía podía asegurar, era evi­ dente que ya no ocurría lo mismo. Por una parte, las tendencias de la monarquía se inclinaban a abolir la esclavitud (y más intensas aún que en don Pedro II en su hija Isabel). Por la otra, los sectojres poderosos ligados a la esclavitud, en especial los productores del valle de Paraíba, habían ido perdiendo peso económico y peso político como para seguir siendo una base de apoyo suficiente para la casa imperial. La pregunta acerca de si el sistema monárquico hubiera sobrevivido sin la abolición de la esclavitud en 1888 es de difícil respuesta. Con todo, es evidente que.si la abolición dejó sin apoyos a la monarquía ya que los productores esclavistas no encontraban ninguna razón para seguir apoyando al régimen, el mante­ nimiento de la misma en una realidad social y económica tan dinámica y con tantos cambios en los sectores de poder económico probablemente hubiera llevado al mismo resultado poco más tarde. La definición acerca del orden político y la funcionalidad, que presen­ taba al Brasil monárquico como un modelo de estabilidad en contraste 123

con las repúblicas sudamericanas, también había cambiado. En /dos mo­ mentos de la década, al menos, se vio que el sistema ya no funcionaba y existían dificultades para nombrar jefes del Consejo que consiguieran mayorías parlamentarias. Se observaron ya sus síntomas en 1884-1885 cuando tres gobiernos liberales, aunque ese partido disponía de mayoría parlamentaria, no pudieron gobernar, en buena medida por la imposibi­ lidad de hacer aprobar una ley que abolía la esclavitud sin compensacio­ nes a los propietarios. La crisis obligó al emperador a llamar a un conser­ vador, Cotegipe, quien tras disolver las cámaras y manipular fuertemente las elecciones pudo formar gobierno. Empero, la crisis más grave ocurrió en 1888, tras la abolición de la esclavitud, cuando a la monarquía le costó elegir a un sucesor de Joáo Alfredo y los intentos de tres líderes conser­ vadores y un liberal fracasaron o rechazaron el encargo, antes de que otro liberal, el vizconde de Ouro Preto, lograse conformar un gobierno. Más allá de todo ello estaban las tensiones, a las que antes aludimos, entre un Estado patrimonial y un Estado moderno que hacían casi imposible que la misma monarquía gestionase el paso definitivo de uno a otro sin poner, en ese tránsito, en serio riesgo su propia legitimidad y su propio poder. Como observó Tocqueville, el momento más peligroso para un régimen es cuando intenta reformarse a sí mismo. Ello es así más aún cuando intenta hacerlo en un momento de debilidad. Y en ese punto se encontraba la monarquía brasileña. El tema más complicado de la agenda política era, sin embargo, el del federalismo. Las tendencias centrífugas se habían ido incrementando con los años y en especial en San Pablo y R io Grande do Sul. El lema centralización-desmembramiento, descentralización-unidad, retomado por los republicanos riograndenses en 1882, expresaba bien la situación. Aunque el tema de la separación no fue introducido en la plataforma del Partido Republicano, cuya convención fundacional se reunió ese año, muchas voces existían allí que hablaban de esa posibilidad y la ligaban idealmente con la república Farroupilha. También en San Pablo las fuer­ zas centrífugas eran muy fuertes detrás de un federalismo político y fis­ cal. Incluso en algunas zonas del oeste existían impulsos secesionistas que no prosperaron. En todo ese debate, la ahora próspera Argentina apare­ cía como un modelo positivo. Esta parecía mostrar, como observara Manuel Campos Salles, la compatibilidad entre república, federalismo y progreso. Pero ¿de qué federalismo se trataba? Era ciertamente político 124

pero también — y sobre todo— fiscal: elección de los gobernadores, con­ trol de las tierras públicas por las provincias y redistribución de impues­ tos a favor de las provincias donde más se recaudaban. Había también objetivos ideológicos, como la separación entre la Iglesia y el Estado requerida, sobre todo, por los positivistas republicanos riograndenses. Otra corriente republicana estaba focalizada en el ejército, entre cuyos oficiales campeaba la crítica al sistema esclavista y a los políticos profesionales junto con una defensa de la industrialización y una percep­ ción de la monarquía como un factor de atraso. También influían los temores que suscitaba el Tercer Reinado en puertas por la enfermedad y la vejez de Pedro II. Causas de coyuntura, quizás. Tal vez el problema se encontraba en lugares más profundos: las diferencias regionales, los ritmos desiguales de crecimiento de la economía y los problemas de la solución institucional. En la Argentina también había muy distintas velocidades regionales pero el sistema político, estabilizado y cada vez más hegemónico en torno a una elite de poder, parecía actuar como un contrapeso de las mismas. Aunque el último gobierno del Imperio, encabezado por Ouro Preto, intentó satisfacer, hasta donde era posible, a los sectores descontentos, ello no produjo efectos en descomprimir la situación. Por el contrario, exhi­ bió la debilidad del poder central y además puso en riesgo la situación financiera en busca de satisfacer las demandas regionales. En este punto, tras un retorno a un programa financiero moderado, se pasó, vía reduc­ ción de los encajes necesarios para las notas que emitían los bancos, a una situación que muchos no dejaron de comparar cqn la peligrosidad que justamente intuían existía en la Argentina, a partir de la gran emisión que provocó la ley de Bancos Garantidos de 1887. Una vez más la Argentina era un espejo donde mirarse. En este caso, para no imitarla. Así se llega al término de nuestro capítulo, con dos crisis de propor­ ciones: sobre todo política en Brasil y sobre todo económica en la Argentina. Ambas fueron, sin embargo, pese a los cambios que traían, bastante indoloras, comparadas con otras posteriores. La monarquía bra­ sileña cayó sin estrépito y sin resistencias, la crisis política argentina se resolvió constitucionalmente y de la crisis económica (que fue sobre todo financiera) se saldría bastante rápido. La república vieja en Brasil sería una nueva realidad estable por cuarenta años. La Argentina retoma­ ría pronto el crecimiento, acelerado hasta 1914, más lento luego. 125

La Argentina, más atrás que Brasil en 1850, estaba más adelañte en 1890. Cambios de velocidades relativas que surcarían toda esta historia común. Algo que ninguno de los dos países, exportadores de commbdíties, controlaba, los precios internacionales de sus productos, marcaba el ritmo. También lo harían la disponibilidad de mano de obra y, en menor medida, la de capitales.Visto el problema más allá de los términos com­ parativos y mudables en el tiempo, podía concluirse, en conjunto, que había sido, en ambas naciones, medio siglo de difícil pero sostenido pro­ greso.

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CAPÍTULO 2

Entre dos crisis (1890-1930)

Con la proclamación de la República en Brasil (1889), este país y la Argentina pasaban a adoptar el mismo sistema político — vale decir, el de una república federal— , inspirado en el modelo norteamericano. De esta manera, Brasil se ponía al compás de los restantes países latinoamerica­ nos y dejaba de ser una monarquía, flor exótica entre las repúblicas. La comparación de los respectivos textos constitucionales revela las seme­ janzas del modelo institucional de los dos países, aunque medien treinta y siete años entre la promulgación de una y otra Constitución: la de 1853, en el caso argentino, y la de 1891, en el brasileño. Ambas adopta­ ron el sistema presidencialista, establecieron la división entre los poderes de la República, fijaron las relaciones y las respectivas competencias de la Unión (Estado federal, en el caso argentino) y de los estados (provin­ cias, en el caso brasileño), las hipótesis de intervención federal, etc. A partir de esta estructura básica semejante compartida por ambos países, existen diferencias importantes derivadas de los textos constitu­ cionales y de la legislación posterior. Así, la distribución de las compe­ tencias entre la Unión y los estados indica una mayor preeminencia de la primera sobre los segundos en el caso argentino, si se lo compara con el brasileño. Parte de esta preeminencia, que el proceso histórico refor­ zaría, deriva de la federalización de Buenos Aires, aprobada en 1880. Tal como los autonomistas contrarios a la medida habían señalado en aquel entonces, la federalización acentuó la preponderancia de la ciudad, al declararla capital de la República y establecer que el Estado federal se 127

haría cargo del presupuesto de la policía, de la justicia y, por algún tiem­ po, del sistema escolar. En la misma línea de razonamiento, el sistema tributario establecido en la Constitución argentina de 1853 confirió competencia al Estado central para recaudar impuestos tanto de exportación como de importa­ ción, mientras que el texto constitucional brasileño atribuyó la recauda­ ción de los impuestos de exportación a los estados. Hay que conceder que esta atribución solo resultó significativa para los ingresos de los esta­ dos mayores, empezando por San Pablo. Los estados pequeños poco o nada se beneficiaban con los impuestos de exportación, y habían recla­ mado inútilmente, a lo largo de los debates de la Constituyente de 1890, que se les destinara una parte de los impuestos de importación recauda­ dos por la Unión. Las condiciones sociohistóricas verían enfatizar el predominio de la ciudad de Buenos Aires y de la respectiva provincia. La ciudad se bene­ fició con el impresionante desarrollo económico que tuvo como marco inicial la última década del siglo XIX. Si se toman como referencia los años 1895 y 1914, en los que se realizaron censos nacionales, y 1929, verificamos que Buenos Aires tenía cerca de 664 mil habitantes en 1895, para pasar en 1914 a 1,6 millones y a casi 2,3 millones en 1929. La pobla­ ción se volvió socialmente compleja, y abarcó nuevos cuadros de elite y amplios sectores de trabajadores y de una clase media concentrada en los servicios, entre los que se destacan los empleos en el Estado, sobre todo a partir de la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen (1916-1922). Por lo demás, la metrópoli se benefició con el avance socioeconómico de la región que la rodea, en especial de la provincia de Buenos Aires. La capi­ tal y la provincia representaban de este modo un polo que no conocía paralelo en otras ciudades o provincias, aun si se admite la importancia relativa de centros urbanos como Córdoba, Mendoza, Rosario y de las áreas en las que están insertos. El mayor grado de dependencia de las provincias con relación al Estado federal, en términos comparativos, derivó también de la defini­ ción del monopolio de la violencia. La Constitución brasileña de 1891 no vedó la creación de fuerzas militares,estaduales, lo que permitió la creación de verdaderos ejércitos en los estados. Las grandes unidades estaduales — en particular, el estado de San Pablo— gozaron así de un gran poder disuasivo ante las amenazas de intervención federal por parte de la Unión, cuando ocurrían desajustes en el pacto oligárquico. En 128

cambio, las milicias provinciales habían sido suprimidas definitivamente en la Argentina en 1880, y las provincias contaban tan solo con sus res­ pectivas policías. Desde entonces, creció el poder del gobierno central para intervenir o dejar de intervenir en las provincias, o para dirimir disputas entre facciones políticas rivales. En este plano, una de las prin­ cipales razones de disparidad entre los dos países parece consistir en las huellas que dejaron los enfrentamientos militares entre el gobierno fede­ ral argentino y las provincias a lo largo de las décadas del sesenta y del setenta del siglo XIX. En Brasil, las relaciones entre la Unión y los estados, durante los años 1890-1930, resultaron de este modo menos jerárquicas que en la Ar­ gentina. Desde el punto de vista político, las elites habían instituido en Brasil un pacto oligárquico, y el control de la Unión, por regla general, residía en un acuerdo entre los estados de mayor peso — San Pablo, Minas Gerais y, progresivamente, Rio Grande do Sul— . Por su parte, el centro donde se realiza la “gran política”, la ciudad de R ío de Janeiro, a pesar de gozar de la posición de única metrópoli brasileña, no tenía el mismo peso que Buenos Aires desde el punto de vista social y menos aún desde el económico, frente a un país de proporciones inmensas y laxa­ mente articulado. Conviene destacar, entretanto, que el menor peso político de las provincias, en el caso argentino, no significa que éste no existiera. U n pacto oligárquico a la brasileña, pero basado sobre un partido nacional de notables — el Partido Autonomista Nacional (PAN)— , se consolidó entre 1880 y 1900. A partir de esta última fecha, el sistema oligárquico se mantiene, pero empieza a verse sujeto a crisis y a depender de un acuerdo entre dos grandes figuras —Roca y Pellegrini— , que final­ mente no se mantuvo. Los pactos entre políticos provinciales habían sido fundamentales para la designación de candidatos a la presidencia de la República hasta 1916. Resulta también significativo que ningún gobernador de la provincia de Buenos Aires lograra ascender a la pre­ sidencia, a pesar de influir considerablemente en la selección de los candidatos. La elite política de las otras regiones del país temía que, al poder que la provincia ya poseía, se sumara un acrecentamiento toda­ vía mayor una vez elegido para el gobierno federal, por ejemplo, su gobernador. Otra distinción institucional importante entre los dos países es la que se establece respecto de las delimitaciones entre la Iglesia y el Estado, tal 129

cual se observó en el capítulo anterior, aun cuando las diferencias fuesen más formales que verificadas en la práctica, según veremos más adelante. Por último, el sistema electoral es otro ejemplo de las diferencias institu­ cionales entre Brasil y la Argentina que merece un tratamiento específi­ co. También hay que recordar que las normas que habían garantizado la supremacía de las oligarquías tuvieron vigencia en Brasil hasta 1930, mientras que en la Argentina, a partir de la ley Sáenz Peña, la reforma electoral abrió el camino para una mayor participación política y para lo que en la época se llamaba la “verdad de la representación”. La economía: semejanzas y diferencias

En el período considerado, la Argentina se define como un país en franco desarrollo, cuya producción, condiciones climáticas y nivel de renta la acercan a Australia, Canadá o Nueva Zelanda antes que a la América Latina “tropical”. Como revela el gráfico 1, elaborado sobre la base de los datos de Angus Maddison, y que abarca los años 1900-1992, el PBI per cápita de la Argentina superaba ampliamente al de Brasil. Si se consideran otros cinco países (Chile, Colombia, México, Perú y Venezuela), y si nos valemos de la misma fuente, es posible verificar lo siguiente. Cuando existen datos para cada uno de esos países en los años 1900,1910,1925,1935, tomados como referencia, el PBI per cápita bra­ sileño es inferior a todos ellos, y la superioridad de Chile y Venezuela es notoria (cuadro 1). Sin embargo, hay que destacar la tendencia al creci­ miento del PBI per cápita brasileño a lo largo de gran parte del siglo XX, que solo se vio interrumpida a partir de 1980: un 1,3% anual para el período 1900-1920; un 2,9% en 1920-1940; un 3,8% en 1940-1960 y un 4,6% en 1960-1980. Esto se verifica a pesar de una acentuada fluc­ tuación del crecimiento si se consideran períodos de tiempo más cortos, tal como lo indican los porcentajes. A su vez, el PBI brasileño, en térmi­ nos absolutos — sin referencia al per cápita— , en los años indicados supra, se hallaba en segunda posición solo con respecto a México y la Argentina en 1900 y 1910, y ocupó la segunda posición, después de la Argentina, en 1925. Entretanto, la Argentina sería superada recién en 1950 (cuadro 2). 130

Gráfico 1. La Argentina y Brasil: PBI per cápita (1900-1992)

——— Argentina

— - — Brasil

Fuente: Angus M addison, La economía m undial Í8 2 0 -Í9 9 2 . Análisis y estadísticas, O C D E , 1997.

Cuadro 1. PBI

per cápita en siete países de América Latina seleccionados)

(1900-1935, años

1900 1910 1925 1935

Argentina 2756 3822 3919 3950

Brasil 704 795 980 1164

Chile Colombia México 1949 973 1157 2472 1435 2876 1255 1616 2987 1677 1406

Perú Venezuela 821 817 886 1157 2081 1772 3181

En dólares Geary-Khamis de 1990. Fuente: Angus M addison, La economía m undial 1 8 20 -1 992 . Análisis y estadísticas, O C D E , 1997.

C uadro 2. PBI en¡ siete países de América Latina (1900-1935, años seleccionados) Argentina Brasil

1900 1910 1925 1935

12.932 26.125 40.597 51.524

Chile Colombia México

12.668 5798 3891 17.672 8317 29.724 11.753 8860 43.226 14.050 14.080

Perú Venezuela

15.744 3096 2087 21.519 2484 25.625 5782 6481 26.415 10.291 11.021

En millones de dólares Geary-Khamis de 1990. Fuente: Angus M addison, La economía m undial 18 2 0 -1 9 9 2 . Análisis y estadísticas, O C D E , 1997.

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La expansión del comercio exterior argentino fue muy significativa, especialmente en los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial. Si se piensa por ejemplo en 1903, el valor de ese comercio era aproxi­ madamente equivalente al de Brasil. Mientras que, ya en 1909, la Argentina superaba con nitidez a Brasil, y su comercio exterior per cápita era casi seis veces el del promedio de América Latina en la antevíspe­ ra de la Primera Guerra Mundial. En aquellos años, el PBI per cápita de la Argentina era comparable al de Alemania y al de Holanda, y quedaba por delante del de varios países de Europa, como España, Italia, Suiza y Suecia. Algunos indicadores sociales específicos señalan una neta superioridad argentina con respecto a Brasil. Es el caso del índice de expectativa de vida al nacer, según lo muestra el gráfico 2. Lo mismo puede decirse en rela­ ción con las tasas de analfabetismo, si se considera la población de quince años de edad o mayor (gráfico 3). En un panorama amplio, el índice rela­ tivo del nivel de vida revela durante décadas las grandes diferencias entre los dos países, para el período que estamos considerando (gráfico 4). G rá fic o

2. La Argentina y Brasil: expectativa de vida al nacer (1900-1995)

20------------------:-----------------------------------------------------------10--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

-------19201-------19301-------i ------- 1------- 1------- 1------- 1------- 1------01900 -I-------1 1910 1940 1950 1960 1970 1980 1990 1995 — — Argentina

- - - Brasil

Fuente: Rosem ary Thorp, Progreso, pobreza y exclusión: una historia económica de América Latina en el siglo XX, W ashington, BID/Unión Europea, 1998.

132

G r á f i c o 3. La Argentina y Brasil: tasa de analfabetismo (1900-1995)

Brasil

Argentina

Fuente: Rosem ary Thorp, Progreso, pobreza y exclusión: una historia económica de América Latina en el siglo XX, Washington, BID/Unión Europea, 1998.

G rá fic o

4. La Argentina y Brasil: índice relativo del nivel de vida (1900-1995)

1910

1920

1930

1940

——— A rg entin a

1950

1960 -

1970

1980

1990

1995

Brasil

Fuente: Rosem ary Thorp, Progreso, pobreza y exclusión: una historia económica de América Latina en el siglo XX, Washington, B ID /U nión Europea, 1998.

Todo esto no presupone que debamos ignorar la desigualdad regio­ nal del desarrollo, un fenómeno bien reconocible que caracterizó tanto a Brasil cuanto a la Argentina, aunque fuera más acentuado en Brasil. En el caso brasileño, las regiones del norte, y en especial las del nordeste, que ya habían experimentado una visible decadencia a lo largo del siglo 133

XIX, quedaron en una situación de un atraso aun mayor, debido al impulso de la economía cafetalera en el centro y en el sur, y a la diversificación de las actividades económicas en el sur. En la Argentina, como resultado de una expansión económica que había encontrado su apoyo en la revolución de los transportes, el decli­ nar se sintió en las antiguas provincias del noroeste, tradicionalmente vinculadas a los mercados del Alto Perú. También se resintieron, en tér­ minos generales, ante la mencionada implantación de los ferrocarriles, algunas áreas mesopotámicas que habían gozado de los beneficios del transporte fluvial. Los núcleos dinámicos se concentraron en dos regiones. En primer lugar, en una extensa área dedicada a la cría de ganado y a la producción de cereales, en la que se destacó, en este último caso, la “pampa gringa” — Santa Fe, centro y sudoeste de Córdoba, La Pampa, parte de la provin­ cia de Buenos Aires— que abarcaba, tal como lo indica la denominación, un gran contingente de inmigrantes. Similar situación era la de un área formada por las provincias de Mendoza, San Juan y San Luis, dedicada esencialmente al comercio con Chile, aunque menos importante en tér­ minos espaciales y de significación económica. La periferia fue represen­ tada por las provincias situadas en la franja norte del país, como es el caso de Jujuy, Salta, Formosa y Corrientes. Las desigualdades entre las diferen­ tes áreas son nítidas, tal como lo marcan los datos de mortalidad infantil y de analfabetismo. Las desigualdades regionales de Brasil — como es sabido— son un fenómeno constante en toda su historia, que persiste hasta el día de hoy. En las últimas décadas del siglo XIX y a lo largo de las tres primeras del siglo XX, se afirmó el modelo de desarrollo “hacia afuera”, tanto en la Argentina como en Brasil. La adopción de este modelo refleja la divi­ sión internacional del trabajo, irradiada a partir de los centros hegemónicos y fundamentada en la tesis de las ventajas comparativas. Según esta tesis, cada país debería optar de preferencia por aquellos bienes que podrían ser producidos con menor costo, en términos comparativos, una vez considerados sus recursos disponibles — en particular los naturales, teniendo en cuenta la calidad del suelo, la disponibilidad energética, el clima, etc.— . La tesis de las ventajas comparativas justificó, en el mundo periférico, la división de las industrias en naturales y artificiales. Las primeras serían 134

aquellas que dependían para su instalación y funcionamiento de los recursos de la naturaleza y de la mano de obra abundante, en forma tal que pudieran competir con los bienes importados; las restantes, cuya ins­ talación se consideraba negativa, eran las industrias que se encontraban en la situación opuesta, incapaces de competir en precio y calidad con los productos importados. Las actividades agropecuarias en la Argentina y las agrícolas en Brasil, destinadas a la exportación, fueron el m otor de la economía hasta la cri­ sis iniciada en 1930. En el ámbito del modelo de desarrollo “hacia afue­ ra”, la Argentina y Brasil habían tenido, respectivamente, inserciones específicas en el mercado internacional. La economía brasileña era mucho menos abierta que la argentina. Por ejemplo, el valor de las ex­ portaciones brasileñas per cápita en 1913 estaba cercano al promedio de las exportaciones de la América Latina “tropical”, es decir, de América Latina sin incluir la Argentina, Uruguay y Chile. En este mismo año, las exportaciones per cápita argentinas más que triplicaban las brasileñas. Entre 1913 y 1928, las exportaciones de la Argentina representaban del 40% al 43% de las exportaciones totales de Sudamérica, mientras que las de Brasil oscilaron entre un 27%, en el año excepcional de 1913, y un 20% de ese total, en 1927. Por otra parte, dada la naturaleza de los bienes exportados, la Ar­ gentina tuvo en Inglaterra al principal destinatario de sus exportaciones — 29,6% del total entre 1927-1929, seguida por Alemania con un 13,5%— y la principal fuente de financiación y de inversiones externas. En el caso brasileño, si tenemos en cuenta la imposibilidad de modificar los hábitos de consumo de té, esta coincidencia no se dio, y fueron dife­ rentes el principal país importador —los Estados Unidos— y el mayor responsable de la financiación y las inversiones externas — Inglaterra— . En lo que respecta a las importaciones de bienes, tanto en la Argentina como en Brasil se verificó un pasaje del mayor predominio de Inglaterra al de los Estados Unidos.Tal como lo muestra Carlos Díaz Alejandro, en el quinquenio 1910-1914 correspondía al Reino Unido el 31,2% de las importaciones argentinas, seguido por Alemania con el 16,8% y los Estados Unidos con un 14,4%. Si se considera el quinquenio 1925-1929, los Estados Unidos habían pasado al frente con un 24,6% de las impor­ taciones, mientras que el Reino Unido pasó al segundo lugar (19,6%) y Alemania al tercero (11,5%). En el caso brasileño, según las estimaciones 135

de Victor Valla, en el quinquenio 1910-1914, Inglaterra ocupaba el pri­ mer lugar en las importaciones brasileñas, seguida por los Estados Unidos y en tercer lugar por Alemania. Con la eclosión de la Primera Guerra Mundial, las importaciones de Alemania se vuelven irrelevantes y los Estados Unidos ocupan el primer lugar a partir de 1915. Ese año, Brasil importó mercaderías provenientes de los Estados Unidos por un valor de 9,7 millones de libras esterlinas y mercaderías de procedencia inglesa en torno a 6,6 millones. De ahí en adelante, después de un efímero equili­ brio entre Inglaterra y los Estados Unidos, en los años 1922 y 1923 la tendencia al predominio norteamericano sería cada vez más creciente. La única excepción es la recuperación de Alemania, aunque muy inferior al crecimiento norteamericano, en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial y en los que siguieron a la ascensión de Hitler al poder. Si se consideran los cuatro países que eran el principal destino de las exportaciones brasileñas — Gran Bretaña, Alemania, los Estados Unidos y Francia— , a los Estados Unidos les correspondían un 18,5% del total; hacia 1928, las estimaciones fijaban la proporción en un 40%. Mientras tanto, en el caso argentino, las exportaciones siguieron siendo absorbidas en gran medida por Inglaterra. Así, en los años 1927-1929, el 29,5% de las exportaciones se destinaban a ese país, seguido por Alemania (13,5%) y Holanda (10,6%); los Estados Unidos llegaban recién en quinto lugar, con un 8,8%. Las inversiones extranjeras ocuparon un papel relevante en la Ar­ gentina, especialmente en el período que precedió a la Primera Guerra Mundial, e Inglaterra gozó de una nítida primacía. En 1913, por ejem­ plo, en vísperas del conflicto, se estima que cerca del 67% de los capita­ les extranjeros provenían de ese país. Los años que precedieron a la gue­ rra revelaron un acelerado aumento en las inversiones, y el flujo se interrumpió, a partir de la eclosión del conflicto, hasta 1923. A pesar de la recuperación, las tasas de las nuevas inversiones extranjeras no habían alcanzado los niveles de la preguerra. En los treinta años que habían pre­ cedido a 1914, el ingreso anual de capitales per cápita alcanzó casi hasta los 20 pesos-oro, contra solo 3 pesos-oro entre 1918 y 1928. En el caso brasileño, se estima que entre 1913 y 1915 la mitad de las inversiones extranjeras provenía de Inglaterra y que la participación de los capitales norteamericanos era muy reducida. El valor de stock del capital inglés (directo y de cartera) alcanzaba en 1913 la cifra de 514 millones de libras, 136

lo que representaba cerca del 30% del total de América Latina, y el 5,4% del total mundial. Después del conflicto, fue notable el avance de las inversiones norte­ americanas, que acabaron por ser proporcionalmente mayores que las británicas. Pero en 1929, si se sumaban las inversiones inglesas y nortea­ mericanas, las primeras todavía representaban dos tercios del conjunto, tanto en la Argentina como en Brasil. La comparación entre los movimientos de crecimiento y de recesión revela semejanzas estructurales y, en determinados períodos, semejanzas de coyuntura. Como señaló Cortés Conde para el caso argentino, cada periodo de expansión requería un significativo aumento de las importa­ ciones, en especial de bienes de capital, que se pagaban, cuando era posi­ ble, con el saldo de las exportaciones y por medio de créditos externos. Las crisis se producían cuando el valor de las exportaciones decrecía, lo que tenía como consecuencia la restricción de las importaciones, que a su vez se reflejaba en la tasa de formación de capital. Al mismo tiempo, se volvía más problemático honrar los servicios de la deuda, que depen­ día de la contratación de nuevos empréstitos en el exterior. Los datos comparativos del crecimiento del PBI en la Argentina y en Brasil constituyen el indicador más importante de las coyunturas econó­ micas en cada uno de los dos países. Las tendencias generales acusan una semejanza entre los dos casos. No obstante, la Argentina presenta una línea de ascensión mucho más prolongada, que va desde los años ochen­ ta del siglo XIX hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial, a pesar de que vivió coyunturas adversas en el corto plazo, como es el caso de la crisis financiera de 1890. Brasil atraviesa un período complicado durante toda la década del noventa, marcado por la crisis que siguió al Encilhamento* y por las rebeliones federalista y de la armada. A partir de 1901, retoma el creci­ miento que venía de décadas anteriores, pero a un ritmo mucho menor al de la Argentina y presentando muchas fluctuaciones. En algunos años, y muy notablemente en los que coincidieron con la presidencia de Rodrigues Alves (1902-1906), se aceleró la formación de capital en la * Movimiento desusado de especulación en la Bolsa que ocurrió durante el comien­ zo de la República (N. delT).

137

industria, se realizó un esfuerzo de reacondicionamiento del sistema de transportes, a través de grandes obras portuarias y ferroviarias, al tiempo que por otro lado se mantenía una relativa estabilidad de precios. Sobre la base de esa expansión, se dio el rápido aunque efímero crecimiento de las exportaciones de caucho y el comienzo del boom de las inversiones europeas en países de la periferia mundial, que, como tendencia, duraría hasta las vísperas de la Primera Guerra Mundial. La conflagración tuvo como resultado que tanto la Argentina como Brasil atravesaran dificulta­ des parecidas, aunque mayores en el primer caso, a pesar de que hubo algunas excepciones. Por ejemplo, la matanza de ganado para la expor­ tación se duplicó en la Argentina entre 1914 y 1918, para atender a la demanda de carne — especialmente enlatada y congelada— que se des­ tinaba a alimentar a los ejércitos inglés y norteamericano. De cualquier forma, carece de sustento el punto de vista, muy difundido hace algunas décadas, bajo la influencia de los defensores del modelo de sustitución de importaciones, según el cual el primer gran conflicto mundial del siglo XX representó un claro ejemplo de incentivo, aunque involuntario, para el mercado interno, basado esencialmente en el crecimiento de la pro­ ducción industrial. En realidad, la guerra provocó un profundo trastorno en el comercio internacional, restringiendo no solo la exportación de productos agríco­ las, sino también la importación de los capitales necesarios para la infraestructura y de insumos de los que se beneficiaba la industria. En­ tretanto, es necesario no limitarse a invertir la antigua visión positiva de los efectos de la guerra para la industrialización, transformándola en visión negativa, dado que, aparentemente, resultaron favorecidas las industrias que disponían de capacidad ociosa y que no dependían, o dependían menos, de insumos extranjeros. En la Argentina, entre fines de 1917 y 1921, se produjo la recupera­ ción del crecimiento económico, seguida de tres años marcados por pro­ blemas derivados de la reconversión de la posguerra y de una breve rece­ sión mundial. En términos de tendencias, el curso brasileño fue semejante, y en el quinquenio 1919-1923 registró índices de crecimien­ to muy acentuados ya que la tasa media de crecimiento del PBI se ubicó en aproximadamente un 7,7% anual. Entretanto, Brasil presentaba algu­ nas características vinculadas con lo que en el lenguaje de hoy se llama­ ría su vulnerabilidad externa. De este modo, la adopción de medidas 138

monetarias ortodoxas por el presidente Bernardes, hacia fines de 1924, tuvo un impacto bastante negativo en los niveles de actividad económi­ ca, sobre todo en la industria. Pero el programa deflacionario funcionó y, a partir de 1927, Brasil volvió a recuperarse, acompañando a la Argentina en un sueño dorado de crecimiento que la crisis mundial, ini­ ciada a fines de 1929, vendría a interrumpir. En una visión más abarcadora, si se considera el período 1901-1930, constatamos que, según los cálculos de Agnus .Maddison, el PBI per cápi­ ta de la Argentina creció alrededor de un 47% (2756 dólares en 1900 y 4080 dólares en 1930). En el mismo período, el crecimiento brasileño fue un poco mayor, y correspondió a una cifra que lo acercaba al 51% (respectivamente, 704 y 1061 dólares). Los “años dorados” de la Ar­ gentina, como ya resulta evidente, se situaron entre principios de siglo y 1913, hasta tal punto que, si se atiende solo al período 1913-1930, el cre­ cimiento total del PBI per cápita argentino correspondió a solo un 8%. El impacto de la Primera Guerra fue sensible y solo en 1923 el país supe­ ró, y aun así ligeramente, el PBI de 1913. Considerados los mismos años, en el caso brasileño constatamos que el crecimiento total fue de cerca del 27%, porque el país había atravesado los años de conflicto de forma menos negativa que la Argentina. Si un panorama, trazado en grandes líneas, nos autoriza a hablar de un modelo de desarrollo económico “hacia afuera” en el período consi­ derado, un análisis focalizado permite localizar elementos distintivos que una caracterización genérica tiende a ignorar, como es el caso de los ítem producidos en cada uno de los países. La producción brasileña para el mercado externo, al contrario de la argentina, se caracterizó esencialmente por la concentración en un único producto exportable, el café. ^Contribuyó a ello la decadencia del culti­ vo de la caña de azúcar, que venía desde mitad del siglo XIX, como con­ secuencia especialmente de la sustitución del azúcar de caña por el de remolacha en los grandes centros consumidores de Europa. Unicamen­ te la producción de caucho en el norte de Brasil llegó a tener un peso significativo entre los productos de exportación. El boom del caucho amazónico empezó en torno de 1880, para alcanzar su punto máximo entre 1898-1910. En este período correspondió al 25,7% de las expor­ taciones, siendo superada solo por el café (52,7%). Pero éste fue un fenó­ meno efímero, pues a partir de 1910 se produjo una crisis irreversible, 139

debido a la competencia internacional y a las plagas que contaminaron las plantaciones brasileñas. A su vez, la producción argentina fue mucho más diversificada, teniendo en las carnes, en el trigo, en la lana y en el maíz sus principa­ les ítem. Ocurrió también un cambio de posiciones al cabo del tiempo, con la vertiginosa expansión del trigo y de la carne. U n caso claro es el de la cría del ganado ovino y de su principal producto derivado: la lana. En 1899, la lana era el principal ítem de las exportaciones argentinas, con un porcentaje correspondiente al 39% del total; veinte años después, en 1919, el porcentaje correspondía al 14%, por debajo de las carnes y de los cereales. La decadencia de la lana transcurrió durante un largo período de baja de precios en el mercado internacional, entre 1875 y 1910, que alcanzó no solo a la Argentina sino también, en menor grado, a Australia. La expansión de la ganadería vacuna fue impulsada, entre otros fac­ tores, por el avance tecnológico que posibilitó el lanzamiento de la carne enfriada, de la congelada y en lata. Esta última, destinada a los comba­ tientes, tuvo una gran expansión en los años finales de la Primera Guerra Mundial, permitiendo reducir así los desequilibrios comerciales provo­ cados por el conflicto. El avance de la industria de carnes fue posibilitado también por la instalación de grandes frigoríficos extranjeros, sobre todo a partir de principios del siglo XX, aunque en sus primeros tiempos aquéllos die­ ran preferencia a la carne ovina. En el mercado interno, el consumo de carne vacuna superó a la de carnero, en una expansión que duró muchas décadas y tornó famoso el pueblo argentino — en especial el porteño— como “pueblo carnívoro”. Dígase de paso que si el mercado externo fue de lejos el más lucrativo, el interno fue siempre mayor, cuando se consi­ dera el volumen. Ejemplificando con dos años: en 1915, el 61,3% de la carne faenada se destinaba al consumo interno y el 38,7% al consumo externo. En 1935, los porcentajes correspondían, respectivamente, al 72,4% y al 27,6%. El principal mercado de la carne argentina era Gran Bretaña, eviden­ ciándose una ampliación notable de ese mercado en los primeros años del siglo XX; así, en 1900, el 20% de las importaciones de carne de Gran Bretaña provenían de la Argentina, porcentaje que llegó al 44% en 1906. La expansión de la actividad agropecuaria, destinada principal pero no exclusivamente a la exportación, ocurrió en la Argentina entre 1870 140

y 1880, con la ocupación de “inmensos espacios vacíos” en forma dis­ persa por las poblaciones indígenas, sometidas o exterminadas en la campaña de la “conquista del desierto”. Al contrario de lo sucedido en otros países, el avance de la frontera no tuvo como causa la presión de la población o la demanda de tierras por campesinos. En la base de ese movimiento había preocupaciones de orden militar y consideraciones de orden económico. Con relación al primer aspecto, la presencia del ejército argentino en territorios del sur del país era un elemento impor­ tante para disuadir a Chile de sus pretensiones con relación a la Patagonia; en cuanto al segundo, la expansión territorial estuvo ligada a la cría de ganado en gran escala, sobre todo en la provincia de Buenos Aires. La expansión de la agricultura de exportación argentina, en la última década del siglo XIX, giró, esencialmente, en torno del trigo. El boom del trigo comenzó en la provincia de Santa Fe y, a partir de 1895, se expandió por la provincia de Buenos Aires. Un factor esencial para que eso se verificase fue la expansión de la red ferroviaria, que permitió la rápida conexión de esas provincias con los puertos y los mercados urba­ nos. En la provincia de Santa Fe, en sus primeros tiempos, la producción se dio en el marco de un esquema de fundación de colonias, con la atrac­ ción de inmigrantes por parte del Estado provincial y más a menudo por empresarios privados. Aunque las familias de colonos no siempre tuvie­ sen acceso inmediato a la propiedad de la tierra, los programas de colo­ nización, sustituidos más tarde por los contratos de arrendamiento, cuan­ do no eran demasiado cortos abrían esa posibilidad y, por lo tanto, las vías de la ascensión social, que dependían de tres factores básicos: 1) los pre­ cios internacionales de los productos agrícolas de exportación; 2) el pre­ cio pagado por el arrendamiento; 3) las condiciones climáticas favora­ bles. Cabe notar que, cuando la oferta de inmigrantes crecía, subía el precio de los arrendamientos y muchos de ellos se mudaban a regiones nuevas, principalmente al ampliarse las conexiones ferroviarias. De esto se desprende que el arrendamiento representó una posibilidad de pros­ perar, en determinados períodos y en determinadas regiones, en particu­ lar en las más nuevas, dependiendo de la alta productividad de la tierra y del precio internacional de los bienes producidos. Además, autores como Cortés Conde sugieren que, en la condición de arrendatario, el agricultor obtenía mejores rendimientos porque la 141

escala de la producción era mayor, y era posible también proporcionar pleno empleo a toda la familia. Sin embargo, conviene no atribuir una imagen idílica a la condición de arrendatario. Si ella proporcionaba oportunidades, dejaba al productor en situación aflictiva en épocas de fuerte baja de precios, generando insatisfacciones agudas que desembo­ caron en movimientos como el Grito de Alcorta (1912), que se exten­ dió a varias zonas de Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires, exigiendo la revisión de cláusulas de contratos firmados con los propietarios, especial­ mente en lo referente al plazo y reivindicando créditos más baratos. En la provincia de Buenos Aires — donde hubo poca fundación de colonias— , las relaciones de producción predominantes tomaron la forma del arrendamiento. En muchos casos, las tierras arrendadas eran parte de grandes propiedades que diversificaron sus actividades, combi­ nando parcelas destinadas a la cría de ganado con otras destinadas al cul­ tivo del trigo. De un modo general, a lo largo de los años, el arren­ damiento se tornó más significativo también en otras regiones. Por ejemplo, en 1895, el 40,6% de las unidades agrícolas de la provincia de Buenos Aires estaba en manos de arrendatarios, porcentaje que se eleva­ ría al 56,5% en 1914. En la provincia de Santa Fe, en las mismas fechas, los porcentajes del cultivo de la tierra por no-propietarios fueron del 37,5% al 69%. Idéntico proceso ocurrió en las provincias de Entre Ríos y Córdoba. El pasaje relativamente rápido del régimen de propiedad al de arrendamiento y la mediería tiene que ver con dos coyunturas histó­ ricas diversas. La primera, cuando aún predominaba la propiedad de la tierra por el cultivador, se caracterizó por una gran oferta de tierras, gra­ cias sobre todo a la extensión de la red ferroviaria, combinada con esca­ sez de mano de obra. La segunda, cuando el arrendamiento se torna mayoritario, corresponde a un cuadro de disminución de nuevas tierras destinadas al cultivo y de mayor oferta de brazos. Debemos incluir, en este último factor, la presencia de los golondrinas — inmigrantes tempo­ rarios que se desplazaban de Europa y de países vecinos para la Argentina, en la época de la cosecha del trigo, atraídos por los salarios, elevados en términos comparativos— . En el caso brasileño, dos formas de propiedad fueron dominantes en los focos dinámicos de la economía, a saber, en el centro-sur y el sur del país. En San Pablo, el eje del mundo rural estaba representado por la gran hacienda productora de café, en la cual predominaban las relaciones 142

sociales definidas como “colonato”. En el sur, especialmente en los esta­ dos de Rio Grande do Sul y de Santa Catarina, se instaló una produc­ ción agropecuaria con rasgos nítidamente distintivos, incluso geográfi­ cos. De un lado, la pequeña propiedad familiar, en manos de inmigrantes y sus descendientes, destinada al cultivo de verduras y frutas, a partir de la cual se desarrolló la artesanía y la industria. De otro, la gran propiedad dirigida a la cría de ganado, en las zonas próximas a Uruguay y la Argentina, en manos de estancieros de origen portugués. Las estancias produjeron la carne destinada a la exportación, luego de la introducción del congelamiento por los frigoríficos, así como la carne seca — o char­ que— , que alimentó a la población pobre de los centros urbanos. En el resto del país — que desde el punto de vista geográfico consti­ tuía su mayor parte— imperaron, con raras excepciones (Espirito Santo, parte del estado de Minas Gerais), relaciones de dependencia bajo for­ mas variadas, pero con un punto en común: la extrema subordinación de los llamados moradores a los dueños de la tierra, en una relación verti­ cal, aunque, en ciertos casos, suavizada por el paternalismo. La producción de café estuvo en condiciones de trazar una curva de tendencia ascendente, beneficiada por la disponibilidad y calidad de las tierras, especialmente en el estado de San Pablo, por la expansión del mercado consumidor norteamericano y por la situación de casi m ono­ polio de la oferta. Agréguese a esos factores la disponibilidad de mano de obra barata, proporcionada por los inmigrantes, que ingresaron en gran número en aquel estado. Una comparación entre la economía de los dos principales productos destinados a la exportación en la Argentina y en Brasil — respectivamen­ te el trigo y el café— revela algunas características semejantes: la expan­ sión se basó en la disponibilidad de tierras, en la introducción de inmi­ grantes y, principalmente, en la extensión de la red ferroviaria. En el caso de San Pablo, las vías ferroviarias permitieron el avance dél cultivo de café en la dirección oeste del estado, hasta llegar, gradualmente, a la frontera de Mato Grosso, ya en los años treinta y cuarenta del siglo pasado. La com­ pañía Sao Paulo Railway, de capital inglés, que empezó a funcionar en 1866, garantizó el transporte de café desde la ciudad de San Pablo hasta el puerto de Santos, superando,la difícil barrera de la Serra do Mar. Pero, al mismo tiempo, son nítidas las diferencias entre ambas econo­ mías, siendo el elemento más relevante el de las relaciones de producción. 143

El cultivo del trigo, en unidades más reducidas que las del café, se hizo, como vimos, bajo la forma de la pequeña propiedad y del arrendamien­ to. De un modo general, el sistema contribuyó a posibilitar una ascensión comparativamente más rápida de los inmigrantes productores y un grado de dependencia menor con relación a los grandes propietarios. En el caso del café, las tierras fueron tomadas por una extensa camada social de hacendados nacionales que contaron con mano de obra dependiente, bajo la forma del llamado “colonato”. Se trataba de un sis­ tema de agricultura familiar en que las familias eran ubicadas en las haciendas, con la obligación principal de atender los cafetales y realizar la cosecha. Por esas tareas, que se extendían a lo largo del año, la familia de colonos recibía un pequeño pago en dinero. La supervivencia coti­ diana era asegurada por la utilización de reducidas parcelas para plantío y crianza de animales, y sobre todo cuando existían los llamados “con­ tratos de formación”. Éstos se destinaban al sembrado y cuidado de los cafetales nuevos antes que empezaran a producir — lo que lleva aproxi­ madamente cuatro años— . Durante ese período, los colonos eran auto­ rizados a efectuar el sembrado rotativo de especies alimenticias, lo que parece haber generado algún excedente destinado a la venta en los cen­ tros urbanos. Pero el cuadro general de la inmigración rural en el estado de San Pablo fue de penuria en las últimas décadas del siglo XIX y por lo menos hasta la Primera Guerra Mundial, lo que se reflejó en la migra­ ción rural-urbana, en las mudanzas de una hacienda a otra o en las que­ jas ante las autoridades consulares. Todo indica que el acceso de los colonos a la propiedad y su ascen­ so social fueron más lentos que en el caso argentino, aunque hayan aca­ bado por concretarse a lo largo del tiempo. En ese sentido, la crisis iniciada en 1929 parece haber representado un estímulo para la con­ versión en propietarios de colonos y sobre todo de pequeños y me­ dianos comerciantes urbanos de origen extranjero. La crisis forzó a muchos estancieros a vender a bajo precio tierras que, aunque no fue­ ran de la mejor calidad, permitieron la ampliación del acceso de inmi­ grantes y sus descendientes a la condición de propietarios. El Censo Agrícola de San Pablo de 1934 reveló, por ejemplo, que el 42% de los cafetales se encontraban en manos de extranjeros. Entretanto, en dicho año, las grandes haciendas — con 500 alqueires [alqueire: medida de superficie agraria, equivalente en San Pablo a 2,42 hectáreas. N . del T.] 144

o más— continuaban en manos de nacionales, que retenían el 80% de esas unidades. La expansión del cultivo de trigo fue uno de los factores más signi­ ficativos en cuanto a producir grandes saldos en la balanza comercial argentina, a partir de la última década del siglo XIX, haciendo viable así la recuperación económica que siguió a la crisis de principios de la década de 1890. Las exportaciones de lana, que constituían el ítem más importante del conjunto hasta principios del siglo XX, describieron una curva descendente, representando el 27,7% del total de las expor­ taciones, entre 1893 y 1894, y apenas el 8,2% en 1925-1929. Mientras, el trigo alcanzaría su auge en 1893-1894, con el 25,9%, y mantendría un lugar destacado en los años siguientes, al punto de convertirse en el principal producto de exportación, a partir de 1910 y en las décadas siguientes. Desde el punto de vista de la estructura productiva, del procesamien­ to y de la exportación de los productos, algunas semejanzas y diferencias entre Brasil y la Argentina deben ser resaltadas. Tomando el caso del café y de la carne, hay similitudes en la instalación de nacionales y empresas extranjeras en fases específicas de la cadena productiva y de la comercia­ lización. En ambos países, la producción estuvo mayoritariamente en manos de nacionales, abarcando la expresión los nacidos en la tierra o aquellos inmigrantes instalados en ella. Los grandes inversionistas extran­ jeros, con algunas excepciones, se desinteresaron de la propiedad de la tierra, prefiriendo concentrarse en las otras áreas del complejo produc­ tor-exportador. En cuanto al procesamiento de los productos, las exigencias tecnoló­ gicas dieron origen a diferenciaciones. El café, que abarcaba, después de la cosecha, el procesamiento y la composición de tipos de bebida, favo­ reció la concentración de esas actividades en manos de estancieros y de comerciantes de escala media, aunque la composición de los tipos dependiera de las exigencias de los mercados importadores. En el caso de la carne, su conservación exigía el empleo de técnicas sofisticadas (enfriamiento, congelamiento, carne enlatada), y era necesa­ rio efectuar inversiones de importancia en unidades de procesamiento. Los frigoríficos constituyeron el área privilegiada del capital extranjero desde la fundación, en 1882, del primer frigorífico del país, la empresa inglesa River Píate Fresh Meat Company. Los norteamericanos llegaron 145

décadas después, a partir de 1907, año en que la Swift compró un gigan­ tesco frigorífico. En lo que se refiere a la producción de trigo, debemos destacar el hecho de que, hasta alrededor de 1880, esa producción tenía proporcio­ nes reducidas, destinadas al mercado interno. Después de la cosecha el producto era llevado a los molinos de Buenos Aires o de Rosario tan rápidamente como fuera posible, pues las condiciones de almacenamien­ to eran precarias. La demanda de trigo en el comercio internacional trajo profundas transformaciones en la comercialización del producto. De un lado, con excepción de Brasil y unos pocos países más, que siempre adquirieron harina de trigo, el producto era exportado a Europa y los Estados Unidos in natura. De otro, la expansión de los negocios atrajo la presencia o la formación de grandes empresas exportadoras que, por la vía de créditos concedidos a productores y comerciantes, pasaron a tener la última pala­ bra en el circuito productivo y de distribución. En los puertos se esta­ bleció una estructura oligopólica de esas empresas — las llamadas “cuatro grandes”: Bunge & Born, Dreyfus,Weil Brothers y Huni & Wormser— estrechamente vinculadas al mercado mundial. Por otro lado debemos destacar, como diferencia importante entre las economías exportadoras de la Argentina y de Brasil, que la argenti­ na estuvo, comparativamente, menos sujeta a crisis. Esto se debe sobre todo al hecho de que sus exportaciones eran menos dependientes de un único ítem, con el agravante, en el caso brasileño, de que el café, al contrario de la carne o del trigo, no pasaba de ser un producto de sobremesa. En lo relacionado con la industria, una revisión sucinta de la histo­ riografía es un buen punto de partida para un análisis comparativo del tema. Tanto en Brasil como en la Argentina, sobre todo en los años cin­ cuenta y sesenta del siglo pasado, la historiografía trató de demostrar la irrelevancia de la industria, en el período considerado, enfatizando tam­ bién la incompatibilidad entre los sectores agrario e industrial. Los argu­ mentos para demostrar esa afirmación son semejantes en ambos países. Entre otros factores se destaca la dominación política de los intereses agrario-latifundistas, la dificultad de los industriales de origen inmigran­ te en tener acceso al sistema político, con el resultado final de una insu­ ficiente protección al sector industrial naciente. 146

La crítica a esas concepciones, sin negar algunos aspectos atendibles, demostró que la tesis de la incompatibilidad de intereses agrarios e industriales no se sustenta, aunque eso no signifique la inexistencia de fricciones y roces, especialmente en coyunturas de crisis. Tomando los casos más significativos del café y del trigo, comprobaremos que la acti­ vidad en esos sectores dio origen a una intensa dinamización de la eco­ nomía, propiciando el crecimiento de las ciudades y el surgimiento de las condiciones básicas para la formación de un mercado interno. El procesamiento de la producción rural para consumo interno y externo — este último en el caso de la carne— abrió camino para el crecimien­ to de la industria de la alimentación. Asimismo una industria metalúrgi­ ca bastante artesanal surgió a partir de la reparación de máquinas y herra­ mientas empleadas por el sector rural. Sin duda, el sector agrario-exportador fue el líder de la economía, pero esa constatación no es inconciliable con su papel como propagador de un proceso de expansión para otros ramos de actividad, entre ellos la industria. Autores como Ezequiel Gallo para el caso argentino y Warren Dean para el caso brasileño mostraron que existió, a lo largo de los años 1880-1930, una similitud entre el crecimiento de las exportaciones y el crecimiento industrial. Además, como señala Ezequiel Gallo, esa analogía no se limita a los dos países en estudio, sino que se advierte también en otros, con los cuales la Argentina es frecuentemente comparada: Aus­ tralia, Canadá y el oeste de los Estados Unidos. Recordemos, al mismo tiempo, los límites del crecimiento industrial que, en gran medida, debi­ do a la fuerte dependencia del sector exportador, no llegó a dar origen a un desarrollo sustentable, centrándose en bienes de consumo perece­ deros y semiperecederos, alimentación, bebidas y, en menor medida, tex­ tiles y vestuario. A partir de ese cuadro general bastante similar, surgen algunas dife­ rencias, que muestran la mayor relevancia del sector industrial argentino en el conjunto de las actividades económicas, si se lo compara con el caso brasileño. Según el censo de 1920, la población brasileña ocupada en la industria representaba un 13,8% del total de la población ocupada. En el caso argentino, considerados los años 1895 y 1914, los porcentajes corresponden, respectivamente, al 21,9% y al 22,4%. En la relevancia de esos porcentajes incidían las actividades en el área de la construcción civil, vinculadas a la urbanización argentina en general y, en particular, a 147

la urbanización de Buenos Aires, sobre todo en los años del siglo XX que anteceden a la Primera Guerra Mundial. Las finanzas públicas y la moneda

Tanto en la Argentina como en Brasil, el equilibrio financiero depen­ dió de factores externos, destacándose entre ellos los saldos de la balan­ za comercial, el volumen de las inversiones extranjeras y el acceso a cré­ ditos internacionales. En el balance de pagos pesaron fuertemente las obligaciones de la deuda externa, factor importante al manifestarse las crisis financieras, aunque no se pueda afirmar que los créditos obtenidos hayan sido mal­ gastados, pues al menos parte de ellos fue destinada a obras de infraes­ tructura, sobre todo a la construcción de ferrovías. Tomando el ejemplo brasileño, recordemos, como dice Marcelo de Paiva Abreu, que en el viraje del siglo XIX Brasil se encontraba en la situación de un país moderadamente endeudado, con una razón deuda bruta/exportaciones inferior al 2,0.Tendencialmente, esa razón creció, aproximándose al 3,0 en 1928 y llegando al 5,0 en el período de la Gran Depresión. Según Vilella y Suzigan, entre 1890 y 1933 el servicio de la deuda consumió, en promedio, el 75% de los saldos comerciales, y su total en circulación y el correspondiente servicio eran, en 1933, casi diez veces más elevados que en los primeros años de la República. En los dos países, la vulnerabilidad externa fue un componente sig­ nificativo de las crisis financieras. Claro ejemplo de ello son dos crisis, ocurridas en rápida sucesión, primero en la Argentina y luego en Brasil. La primera es la llamada crisis de la Casa Baring, que estalló en la Ar­ gentina en octubre de 1890; la segunda surgió en Brasil, a partir de 1891, luego de la euforia del Encilhamento. Ambos fenómenos presentan semejanzas que exceden lo meramente cronológico, aunque surjan de coyunturas sociopolíticas diferentes. La crisis argentina, que dio lugar a la caída del presidente Juárez Celman, tuvo como uno de sus motivos centrales el auge del desequilibrio de las cuentas externas. Entre 1880 y 1890 hubo una gran ampliación de los préstamos para el financiamiento de la infraestructura de un país en expansión y para atender al servicio de la deuda. Tales préstamos se veían 148

estimulados tanto por la disponibilidad de capitales en Europa como por los altos retornos proporcionados por su,aplicación en la Argentina, país considerado de bajo riesgo. Cuando el desequilibrio del balance de pagos se tornó agudo, las reservas de oro declinaron y el precio del metal subió. Ante la fuerte devaluación del papel moneda, hubo una corrida bancaria, de forma que el temor de la devaluación llevó a la bancarrota, arrastrando a la principal casa bancaria londinense acreedora de la Argentina — la Baring Brothers— . Esta no consiguió colocar en el mer­ cado los títulos de un préstamo que había concedido para reformar el servicio de abastecimiento de agua de Buenos Aires. Después de una serie de entendimientos, a fines de 1891 el Banco de Inglaterra conce­ dió a la Argentina un préstamo de 15 millones de libras para consolidar préstamos anteriores y fue declarada una moratoria que comprendía capital e intereses. La crisis brasileña ocurrió en un período más largo, teniendo parte de su origen en la euforia del período del Encilhamento (1891), cuando ocurrió una fuerte expansión monetaria, con la proliferación de los ban­ cos emisores, y una especulación generalizada, que abarcó el incipiente mercado de acciones. Como destaca Gustavo Franco, sería erróneo atri­ buir únicamente a esos factores la crisis que siguió al Encilhamento. Es necesario tener en cuenta el deterioro del balance de pagos, resultante del creciente servicio de la deuda, acompañado de la devaluación del “mil-réis” y de una contracción de los precios internacionales del café. La crisis argentina contribuyó a acentuar las dificultades de Brasil. Respondiendo a una consulta del gobierno brasileñb sobre la posibili­ dad de sustentación de la tasa de cambio, la Casa Rothschild — principal acreedora de Brasil— afirmó que “el desafortunado estado de cosas que recientemente se ha observado en la República Argentina ha tenido un efecto deplorable sobre todos los papeles y sobre todas las cuestiones financieras relacionadas con los Estados sudamericanos”. Pocos meses después, los Rothschild afirmaban que, “por lo que todo indica, no pare­ ce haber ninguna perspectiva de mejores cotizaciones o negocios más activos con títulos brasileños por algún tiempo. La confianza del público se halla todavía muy insegura dados los acontecimientos de los últimos ocho o diez meses y, además, se sabe que muchas grandes casas tienen la totalidad de su capital inmovilizado en papeles argentinos y otras inver­ siones igualmente invendibles”. 149

Finalmente, después de varios años de dificultades crecientes, Brasil firmó con la Casa Rothschild el funding loan de 1898, por el cual recibió un crédito de 10 millones de libras y suspendió el pago de la deuda a cambio de medidas severas de saneamiento fiscal y monetario. Garantías especiales aseguraron el cumplimiento del funding loan: entre ellas se des­ tacó la hipoteca sobre lo recaudado en moneda fuerte por la aduana de R ío de Janeiro. La Argentina y Brasil buscaron seguir las reglas internacionalmente vigentes del patrón oro, que presuponía la conversión de la moneda. Ese objetivo no siempre fue alcanzado — se reveló excepcional en el caso brasileño— y la fijación de la proporcionalidad entre la moneda nacio­ nal y la libra inglesa, como equivalente al oro, fue objeto de frecuentes discusiones. La rápida recuperación de la economía argentina posterior a la crisis de 1890, propiciada sobre todo por la expansión agrícola, permi­ tió al gobierno el retorno al patrón oro en 1899. De ahí en adelante, el régimen de patrón oro estuvo vigente hasta 1914 — no por casualidad, año del inicio de la Primera Guerra Mundial-— y fue restaurado breve­ mente entre 1927 y 1929. Las tentativas del gobierno brasileño en el sen­ tido de adherirse al patrón oro tuvieron corta existencia. El primer pe­ ríodo, en el que funcionó la Caja de Conversión, se extendió de 1906 a 1914, año en que fue cerrada, tal como en la Argentina, como conse­ cuencia del inicio de la Primera Guerra Mundial. El período siguiente comenzó en 1926, con la Caja de Estabilización instituida por el presi­ dente Washington Luís, y abatida por el impacto de la Gran Depresión, iniciada en 1929. Tanto en Brasil como en la Argentina el mecanismo para la adhesión al patrón oro fueron las Cajas de Conversión, que emitían moneda con respaldo en oro. La Caja de Conversión argentina, creada en 1899, pre­ cedió a la brasileña; su éxito sirvió como incentivo para la adopción de idéntico instrumento en Brasil, en 1906, estrictamente unido al esque­ ma de valorización del café. Los incrementos demográficos y el impacto de la inmigración

Con poco más de 14 millones de habitantes en 1890 y 27,5 millones en 1920, Brasil era un país con una población cerca de tres veces y media 150

mayor que la de la Argentina, cuyas cifras correspondían a 4,6 millones de habitantes en 1900 y a 8,8 millones ,en 1920. Asumiendo un margen de imprecisión, en dos períodos de cerca de treinta años, la población brasileña llega casi a duplicarse: entre 1872 y 1900 pasa de 10,1 millones a unos 18,2 millones de habitantes; entre 1890 y 1920, pasa de 14,3 a 27,5 millones. Conviene mencionar que, desde la segunda mitad del siglo, se produjo una explosión demográfica en Brasil que distanció cla­ ramente a este país de la Argentina (gráfico 5). Si se consideran las tasas medias de crecimiento de los primeros decenios del siglo XX, se requie­ ren ciertas distinciones. Las tasas fueron muy elevadas en los dos prime­ ros decenios (2,91% anual), para decaer en las dos décadas siguientes a un nivel que fue el menor en todo el siglo (1,49% anual). La caída parece ser el resultado, principalmente, del menor influjo de la inmigración internacional, sobre todo después de 1930. G rá fic o

5. La Argentina y Brasil, población censada (1869-2001)

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2000 2001

Fuentes: Argentina: i n d e c , Censo Nacional de la Población, Hogares y Viviendas, 2001. Brasil: IBGE, Censo 2000 e Dados Históricos dos Censos, 2003.

Si tomamos el año de 1920 como referencia, verificaremos que la den­ sidad demográfica de ambos países era muy semejante. Como el territorio brasileño abarca aproximadamente 8,5 millones de km2 y el de la Argentina 2,7 millones, la densidad demográfica se situaba en torno de 3,2 habitantes por km2 en Brasil, siendo apenas un poco superior en la Argentina. Eso demuestra que la noción de sentido común de que la 151

Argentina era un país densamente poblado ya en las tres primeras décadas del siglo pasado no se ve confirmada por los datos, y resulta inviable iden­ tificar la concentración demográfica en el litoral con el país como un todo. Los datos de los censos nacionales de 1914 para la Argentina y de 1920 para Brasil revelan, en líneas muy generales, el acentuado grado de con­ centración regional de la población en los dos países. Las regiones del centro-sur y del sur de Brasil abarcaban el 58,4% de la población brasile­ ña, mientras que el norte contenía apenas un 3,6% y el centro-oeste el 3% de la población. A su vez, en la Argentina la región pampeana (Capital Federal y provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, La Pampa) comprendía el 73,6% de la población. Contrastaba con el Noreste (provincia de Corrientes y territorios nacionales del Chaco, Formosa y Misiones), donde solo habitaba el 5,9%,y más aún con la Patagonia (terri­ torios nacionales de R ío Negro, Chubut, Santa Cruz, Neuquén, Tierra del Fuego), que albergaba apenas al 1,4% de la población. En el período considerado, las transformaciones sociodemográficas de Brasil se explican por varios factores. Si se excluye su impacto en el cen­ tro-sur del país, el fenómeno inmigratorio desempeña un papel sobresa­ liente, pero no tan determinante como en el caso argentino. Al mismo tiempo, en ambos países el fenómeno de la inmigración en masa contri­ buyó a acentuar las desigualdades regionales. No obstante las imprecisio­ nes de los datos censitarios, apuntados por Villanova y Suzigan, estos autores observan que entre 1890 y 1920 hay una clara inflexión ascen­ dente de la población.Vinculan este hecho no solo a la inmigración, sino a un crecimiento vegetativo — excedente de la natalidad sobre la morta­ lidad— que explican por la elevación de las condiciones sanitarias, en particular en la última década del siglo XIX. Considerados los indicado­ res de censos más confiables de la población brasileña, se constata un aumento demográfico que casi triplica la población entre 1890 y 1940: en otras palabras, pasa de 14,3 a 41,2 millones de habitantes. Estas cifras generales difieren algo de las presentadas por la Argentina, donde la población se expandió más, pasando de 4,6 millones en 1900 a 14,1 millones en 1940. En los últimos decenios del siglo XIX y particularmente en los pri­ meros del siglo XX, la población y la sociedad argentinas atravesaron por grandes transformaciones. De 1,7 millones de habitantes en 1869, el país pasó a contar con 3,9 millones en 1895 y con 7,8 millones en 1914, 152

sobre todo gracias al caudal de la inmigración extranjera. Los extranje­ ros, que representaban el 12,1% de la población en 1869, pasaron a cons­ tituir un 25,5% en 1895 y un 30,3% en 1914. En el ciclo de la emigración de masas que caracterizó el mundo atlántico, aproximadamente entre 1870 y 1930, cuyas razones son relati­ vamente conocidas, la Argentina ocupó una destacada posición. Después de los Estados Unidos, fue el país que atrajo el mayor número de inmi­ grantes hacia las Américas en el período 1890-1930, superando a Canadá y a Brasil. Un estudio realizado por Giorgio Mortara concluyó que, pro­ porcionalmente, los inmigrantes y sus descendientes contribuyeron, entre 1840 y 1940, con el 58% del crecimiento poblacíonal de la Ar­ gentina, el 44% en los Estados Unidos, el 22% en Canadá y el 15% en Brasil, en un cálculo conservador que presupone crecimiento vegetativo idéntico de poblaciones nativas e inmigrantes. En la comparación entre la Argentina y Brasil, debe resaltarse un aspecto cualitativo, o sea, el hecho de que la emigración subsidiada tuvo un papel muy relevante en Brasil, aunque tendiera a declinar a lo largo de los años. En la última década del siglo XIX, ella representó aproximadamente el 85% del total de los emigrantes en el estado de San Pablo y solamente el 40% en el período 1914-1927, al cesar, en este último año, la política de subsidios. En el caso argentino, el subsidio fue excepcional, limitándose al trienio 1888-1890. Entre los factores que contribuyeron a la preferencia por la Argentina en el continente sudamericano debemos destacar las imágenes contras­ tantes formadas en los países d e' emigración de Europa, muchas veces con fundamento en la realidad, especialmente en la comparación entre la Argentina y Brasil. En primer lugar, las informaciones que circulaban en los centros de emigración indicaban las mejores condiciones de sala­ rios y también de oportunidades en el caso argentino. Además de este factor, hay que mencionar la calidad del clima, más compatible con el europeo, el temor ante las enfermedades contagiosas y la presencia del negro, que incidía sobre el prejuicio y el recelo de que los trabajadores inmigrantes fueran tratados como esclavos — una alusión común en las quejas de los colonos en las haciendas paulistas— . El hecho de que la Argentina haya prescindido de los subsidios no significa afirmar la inexistencia de una política de atracción de inmigran­ tes para el país, ni la despreocupación ante los países que competían por 153

captarlos, en especial Brasil. Las disputas en torno de la captación de inmigrantes dejaron huellas a lo largo del período que estamos conside­ rando. Por ejemplo, en 1890 Assis Brasil —jefe de la legación brasileña en Buenos Aires— informaba al ministro de Relaciones Exteriores la publicación de noticias en los diarios La Prensa y La Nación, tendientes a perjudicar la inmigración europea para Brasil. U no de los argumentos más utilizados en esas disputas se refería al clima insalubre del país. A su vez, una enciclopedia publicada en Madrid, en 1910, por mencionar solo un ejemplo, destacaba la similitud del clima entre Buenos Aires y el sur de España, subrayando la excelente salubridad y el medio ambiente, y la baja tasa de mortalidad. Dadas las características de la población inmigrante, el cuadro demo­ gráfico se alteró en la Argentina, con la mayor presencia de jóvenes adul­ tos del sexo masculino. En 1869 había 1054 hombres por cada 1000 mujeres, y la tasa de masculinidad pasó de 1124 en 1895 a 1165 en 1914. Desde el punto de vista de la distribución espacial, se comprueba también una concentración del crecimiento poblacional en las zonas de atracción de inmigrantes. Entre 1895 y 1914 se produce un crecimiento mayor de la Capital y de la provincia de Buenos Aires, en comparación con el lito­ ral, alterando la tendencia del período 1869-1895. Entre esta última fecha y 1914, el aumento de la población y del número de extranjeros en la provincia de Córdoba indica el proceso de “litoralización” de la provin­ cia y su integración a la “pampa gringa”. Concomitantemente, como resultado de la mudanza de extranjeros para otras regiones, cae la pobla­ ción de las provincias mediterráneas de Entre Ríos y Corrientes, mien­ tras se acelera la declinación de provincias no afectadas por las corrientes migratorias, como es el caso del extremo noroeste del país. En lo que se refiere a la estratificación social, es importante señalar las transformaciones resultantes de los rumbos de la economía, de los flujos migratorios y de la urbanización. El dato más impresionante, con conse­ cuencias significativas en el plano sociopolítico, es el del crecimiento de los estratos medios que, a partir de un porcentaje del orden del 11,1% de la población en 1869, pasan a representar el 25,9% en 1895 y el 29,9% en 1914. Los datos referentes a Brasil son más imprecisos. Los más confiables son los del censo de 1920, que indican la siguiente distribución de la población laboralmente activa, en números aproximados: 69,7% en la 154

agricultura (6,3 millones); 13,8% en la industria (1,2 millones) y 16,5% en el sector servicios (1,6 millones). No obstante, no es posible determi­ nar cuál es el porcentaje de empleos de clase media, representados por la pequeña industria o por el sector servicios, si se tiene también en cuen­ ta que este último abarca otras categorías de trabajadores (transportes, portuarios, etc.) y además el servicio doméstico. A lo largo de los años 1890-1930, la inmigración continuó represen­ tando un fenómeno demográfico-social significativo tanto en la Ar­ gentina como en Brasil, con las especificidades ya señaladas. Admitida la precariedad de las estadísticas, los datos revelan que entre 1881 y 1930 la inmigración neta para la Argentina sumó cerca de 3,8 millones de per­ sonas, mientras que en el caso brasileño no superó los 1,8 millones. Las líneas generales del ingreso de inmigrantes siguen, en ambos paí­ ses, idéntica tendencia: expansión en las últimas décadas del siglo hasta la Primera Guerra Mundial, fuerte declinación de los ingresos como con­ secuencia del conflicto y reinicio de la expansión en la década del vein­ te (gráfico 6). A partir de esa tendencia básica, cabe señalar algunas dife­ rencias sensibles. En el quinquenio 1891-1895 hay en la Argentina una retracción de las entradas, debida a la crisis financiera de 1890; ésta hizo que hubiera en 1891 un saldo negativo entre entradas y salidas, en torno de 50 mil personas, las cuales se dirigieron, en parte, a los Estados Unidos y a Brasil. En Brasil, y en especial en el estado de San Pablo, ocurre en el mismo período (1891-1895) la mayor inmigración neta de toda la his­ toria del país, que llegó a alcanzar cerca de 600 mil personas. Esto demuestra dos cosas: por un lado, el impacto muy relativo de la crisis pos-Encilhamento; por el otro, la gran expansión de la producción y de los negocios cafetaleros. Mientras en la Argentina el período 1900-1913 fue de ingresos cre­ cientes de población, representando el quinquenio 1906-1910 un pico histórico y en 1912 su año máximo, Brasil tuvo algunas caídas importan­ tes, en los primeros años del siglo, y su pico histórico se situó en el quin­ quenio 1891-1895. Esa discrepancia tiene mucho que ver con el cuadro económico en cada uno de los países, pero no exclusivamente. La Argentina conoció una gran expansión, mientras la economía cafetalera en Brasil presentó algunas coyunturas de crisis. Al mismo tiempo, la in­ migración italiana fue afectada, durante algunos años, por el llamado Decreto Prinetti (1902), que prohibió la emigración subsidiada con Brasil 155

como destino, en atención a las quejas de maltratos, presentadas princi­ palmente por colonos de las haciendas de café. GRÁFICO 6. La Argentina y Brasil. Inmigración de ultramar (1872-1959) 350.000

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