Zonas De Tension Dialogica
 9789875991552, 9875991554

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C l a u d ia T. M

á r sic o

Zonas de tensión dialógica Perspectivas para la enseñanza de la filosofía griega

libros del

Zorzal

Zonas de tensión dialógica : perspectivas para la enseñanza de la filosofía griega .- 1a ed. - Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2010. 128 p.; 20x14 cm.

ISBN 978-987-599-155-2 1. Enseñanza de la Filosofía. ¡.Título C D D 107

© Libros de¡ Zorzal, 2010 Buenos Aires, Argentina Prínted in Argentina Hecho el depósito que previene la ley 11.723 Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de esta obra, escrí­ banos a: < [email protected]> Asimismo, puede consultar nuestra página web: < www.delzorzal.com.ar>

XIV. 129*

11.42,129, Arisrocles, se­

(’CÍ Sobre esta línea de incerprecación, véase nuestra Introducción al Eutidemo citada previarneme» donde se explora esta posibilidad.

práctica diverge de ia platónica y corre el riesgo de trasladarle sus inconvenientes, en especial en el terreno de las críticas que recibe por su parecido con la mera refutación erística, condu­ cida con el solo propósito de vencer a otro en una discusión. A juzgar por el testimonio de las fuentes, la filosofía megárica excedía en mucho este objetivo, aunque la sim ilitud de su prác­ tica con la refutación puramente retórica permitía que se las confundiera. De una manera similar, los puntos comunes entre la dialéc­ tica megárica y la platónica también podían ser confundidos, y a ese punto se dirige probablemente el final del diálogo Eutidemo (305a), donde Platón consigna las opiniones de un asistente innominado que ridiculiza la práctica entera de la retórica sin establecer distinciones entre la actitud de Sócrates y la de Eutidemo y D ionisodoro: Si hubieras estado presente, creo que te hubieras avergonzado, y no poco, de tu amigo. ¡Era tan absurdo su propósito de querer entregarse a personas que no dan ninguna importancia a lo que dicen y que se aferran a cualquier palabra! Y pensar que esos dos, como te decía antes, están entre los más influyentes de hoy en día. Pero lo cierto es, Gritón -agregó-, que tanto el asunto mismo, como los hombres que se dedican a él son unos nulos y ridículos. En efecto, en este crítico innominado suele verse a Isócrates, a juzgar por la descripción ulterior de su ocupación, sus actitudes frente a la filosofía y sus críticas a otras líneas de pensamiento, que parecen reflejar bien los ataques esbozados en el inicio del Contra los sofistas, donde, contra el perfil que adoptó la tradición siguiendo a Platón, los sofistas son precisa­ mente los seguidores de Sócrates. Fin este sentido, el final del Eutiderno mostraría los riesgos de una cercanía entre la dialé­ ctica platónica y ia que cultivaban los megáricos, que podía

llevar a comprender erróneamente la posición de Platón, dado que la versión megárica, por su práctica de advertencia sobre la opacidad del lenguaje, podía ser interpretada como erística. Precisamente esta indiferenciación es la que Platón parece que­ rer conjurar tomando distancia de las aristas erísticas de esta variante dialéctica de otros socráticos que bien pueden ser los megáricos. La salida dialéctica de la paradoja apunta a enfatizar la posi­ bilidad de evitar los efectos indeseados del planteo y ofrecer los fundamentos que hacen plausible el conocimiento, marcando especialmente la progresión entre opinión recta y conocimien­ to. Para algunas líneas interpretativas, el principio instaurado en ei Menón no es abandonado por Platón nunca, de modo que el requerimiento de razonamiento explicativo agregado a la opinión verdadera constituye la base para su transformación en conocimiento. Vale la pena recordar que en esta concepción se ubica el surgimiento de lo que modernamente se conside­ ra como definición estándar de conocimiento, en términos de creencia verdadera justificada, lo cual revela hasta qué punto estos desarrollos han marcado a fuego la tradición posterior, sentando las bases de una zona de problemas con límites bien definidos.

3.6 Aristóteles y los megáricos en tomo de lo posible En el punto anterior analizamos un nexo entre la posición platónica y las doctrinas de cuño megárico que pueden estar aludidas en la formulación de la conocida paradoja del cono­ cimiento esbozada en el Menón. Con este contexto en mente, la filosofía megárica cobra una importancia dentro del marco de las zonas de tensión dialógica del siglo í v a. C. que excede en mucho los magros logros que se le han atribuido tradicio­ nalmente. A la vez, este enfoque conecta dos tesis de Platón y

Aristóteles que no suelen verse de una manera integrada, de un modo que subraya hasta qué punto ambos autores construyen sus teorías en un marco de alta tensión dialógica. Revisemos este ámbito m ás de cerca. En efecto, entre las nociones cen­ trales de la teoría aristotélica se encuentra la explicación del movimiento com o un paso de la potencia al acto. Con este andamiaje, Aristóteles soluciona en buena medida las aporías del movimiento de origen eleático, según ei cual es imposible explicar el paso del no ser al ser. Con la noción de potencia, el eje del planteo se modifica y el cambio se convierte en un proceso asociado con el paso del ser en potencia al ser en acto. Esta noción de potencia no pasó inadvertida en las discu­ siones del. mom ento y contamos con referencias de una inte­ resante objeción a este planteo que habría sido esgrimida por los megáricos, tal como surge directamente del tratamiento de M etafísica, IX.3, que se abre con la siguiente declaración: H ay aigunos qu e dicen, co m o los m egáricos, que só lo cuando se actúa se tiene potencia, y cuando no se actúa, no se tiene. Por ejem plo, n o puede con struir el que no está construyendo, sin o el que está construyendo, cuando construye. D el m ism o m odo sucede tam bién en los dem ás casos. N o es difícil ver las conclusiones absurdas de esto (Metafísica, IX .3 .1 0 4 ó b 2 9 ss.)

{FS, 236; SSR, ILB.15). De esto se sigue que los megáricos no admitían la diferen­ cia entre potencia y acto, ya que ponían como requisito para hablar de posibilidad la efectiva manifestación de la actividad, como se desprende del ejemplo de la construcción, en donde para decir con certeza que alguien puede construir, debe estar haciéndolo. Nótese, por un lado, que estrictamente se trata de una estrategia argumentativa similar a la que hemos visto en el punto anterior respecto de la teoría de la reminiscencia. En ese caso, una impugnación de la posibilidad de paso de ignorancia

a conocimiento era respondida con ia postulación de una base de conocimiento constante que se actualiza o permanece en segundo plano. Aquí, la imposibilidad de cambio se explica igualmente afirmando una base constante donde la variación no afecta al plano de la existencia. Por otro lado, una objeción extrema de este tipo se explica en el marco de la posición me­ gárica y su negación de certeza sobre el mundo físico. Así, la percepción de un albañil trabajando y la del mismo hombre habiendo cesado la actividad no pueden ser asociadas legíti­ mamente, de modo que del hombre que no está construyendo no puede predicarse con plena certeza que tenga potencia o capacidad {clynamis) de construir. Sin duda, como se aprecia, si recordamos el pasaje de Luciano citado en el apartado previo que menciona los argumentos llamados F.leara y Velado, estos argumentos se ubican en el plexo mayor de la ternatización acerca de la predicación y su relación con la identidad, punto nodal de numerosos tratamientos, tal como se desprende del caso de las oposiciones entre Orestes y Orestes transcurrido mucho tiempo, el padre y el padre con la cabeza cubierta, si­ milares al albañil y el albañil construyendo y asimilables al par Sócrates y Sócrates sentado, que Aristóteles menciona en Me­ tafísica, IV.2, como ejemplo de tema eminentemente filosófico, Al mismo tiempo y con más precisión, en el plano lógico, si la noción de capacidad es correlativa de la de acto (enérgeia), en los casos en que no podemos verificar este último tampoco podemos estar seguros de la presencia de la primera. En ambos casos está en juego la imposibilidad de establecer asociaciones temporales entre dos datos sensoriales o entre dos proposicio­ nes, precisamente porque la temporalidad es ajena al plano fijo, estable, perpetuo y eterno de las entidades que los megáricos sancionan como lo real. El tiempo, por tanto, es un epifenó­ meno característico de lo sensible y es afectado por los rasgos defectuosos de éste. La falta de un elemento conector entre am­

bos planos, propia de la posición megárica, deja los fenómenos de cambio en el plano de la paradoja. En efecto, detrás de la negación de la potencia testimoniada por Aristóteles está operando la misma impugnación respec­ to del cambio que notamos en el caso de la paradoja sobre el conocimiento. En ese contexto, se afirmaba que no es posible aprender, ya que no se puede pasar de la ignorancia al cono­ cimiento, y ahora vemos generalizada la tesis para impugnar el cambio en su conjunto. La estrategia aplicada por los megáricos parece ser ia de señalar la inaplicabilidad de la noción de potencia, justamente porque no hay pruebas fidedignas que indiquen que una capacidad está efectivamente presente, a no ser cuando se la está ejercitando. La conexión con la tesis de la imposibilidad de aprender puede inferirse del modo en que Aristóteles pretende rebatir esta tesis megárica. Lo que esgrime es, en buena medida, una argumentación para objetar la perspectiva total sobre el paso de ia ignorancia al conocimiento y viceversa: Si es imposible tener tales artes si no se han aprendido y ad­ quirido alguna vez, y si es imposible no tenerlas si no se han perdido (sea por olvido, por alguna afección o por el paso deí tiempo), ¿es que uno va a dejar de poseer el arte cuando cesa