¿Y si me opero? (Spanish Edition)
 9788416429813

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¿Y si me opero? La cirugía plástica: mucho más que una cuestión estética Dr. Agustín Blanch

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Primera edición en esta colección: octubre de 2015 © Agustín Blanch, 2015 © de la presente edición, Plataforma Editorial, 2015 Plataforma Editorial c/ Muntaner, 269, entlo. 1ª – 08021 Barcelona Tel.: (+34) 93 494 79 99 – Fax: (+34) 93 419 23 14 www.plataformaeditorial.com [email protected] Depósito legal: B. 22170-2015 ISBN: 978-84-16429-81-3 Diseño de cubierta y composición: Grafime Reservados todos los derechos. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).

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Este libro se lo dedico a Montse, mi mujer, y a mis hijos, Ali, Agus y Sandra, quienes con su apoyo y cariño incondicional me han permitido dedicar el tiempo necesario para que pueda consagrarme a mi trabajo y a escribir este manuscrito, y quienes con su estímulo me han ayudado a convertir los sueños de mi vida en una realidad; juntos, venerando la vida, hemos logrado ser una familia llena de respeto, amor y confianza.

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Índice 1. 1. A modo de prólogo, por Sílvia Soler 2. Una tarjeta de presentación, por Sílvia Soler 2. 1. 1. Encontrar el sentido de mi trabajo 2. 2. El poder de los sentidos. Reflexiones sobre el aumento mamario 1. Sobre la mamoplastia de aumento 2. No me hubiese importado «un poco más» 3. Cuando mucho es demasiado. La reducción mamaria 3. 3. La rinoplastia 1. Observar al paciente 2. Encontrar el momento adecuado 3. Quiero la nariz de Scarlett Johansson 4. Del preoperatorio al postoperatorio 4. 4. La otoplastia y la blefaroplastia 1. Otoplastia. Corregir las orejas de soplillo 2. Blefaroplastia. El párpado caído entristece la mirada 5. 5. Algunas palabras sobre la liposucción 1. Cuidar del paciente 2. … y no olvidar qué siente realmente la persona 6. 6. Algunas ideas que me gustaría que quedasen 1. La experiencia que no tiene el doctor Google 2. La formación básica 3. Mi padre 4. La ciencia de la mente y el cuerpo 5. Una formación en Milán 6. No podemos olvidar el lado humano 7. A vueltas con la imagen que proyectan y la realidad 8. Las alegrías y los miedos 9. Los pacientes y sus acompañantes 10. ¿Cuánto cuesta una intervención quirúrgica? 11. Un equipo 360º 12. Casting 5

7. 7. Las 20 preguntas que siempre quiso hacer y nunca se atrevió a preguntar 8. 8. Tratamientos no invasivos. Otras formas de cuidar la imagen 3. 1. A modo de epílogo 2. Agradecimientos

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A modo de prólogo

«Sempre a les teves mans.» SÍLVIA SOLER

¿Qué sensación os produciría entrar por primera vez en el despacho de un cirujano plástico y encontrar, colgado en la pared, un retrato de la madre Teresa de Calcuta en actitud de recogimiento y con un libro abierto? Personalmente, pensé que no me había equivocado. Me encontraba delante de un profesional que conocía su trabajo a la perfección, un hombre honesto, sencillo, con la cabeza sobre los hombros y los pies arraigados. En la sociedad frívola y mercantilista en la que vivimos, aún hay detalles que nos sorprenden. ¡Qué sensación más mágica, la de una sorpresa! La educación, el respeto, la excelencia, la humildad, el honor, la dignidad, la sinceridad, la búsqueda continuada de la calidad… No se imparten clases sobre estas cualidades en las universidades. Los valores se heredan de los padres, se cultivan en las escuelas, maduran como el vino en las sobremesas con los amigos y la familia y, a veces, si alguien le pone voluntad, perviven entre cuatro hojas de papel ordenadas para que la esencia y la experiencia de una vida y una profesión perduren en el tiempo y den coraje a las nuevas generaciones para trabajar y vivir entre los acordes de la ilusión, el carácter emprendedor y la superación constante. Como un navegante, atento siempre a los contratiempos del mar, a los cambios repentinos del viento. Solo los escogidos cruzan el cabo de Hornos. La cirugía plástica y reparadora es una disciplina de la medicina que no tiene entre sus objetivos principales curar. En estas páginas intentaremos demostrar que la cirugía plástica puede y debe actuar como un motor de cuatro tiempos en nuestra psique. La Declaración de la Organización Mundial de la Salud (OMS) define salud como el conjunto del estado óptimo de todos los órganos vitales, lo que incluye conseguir el mejor estado de la persona para que se sienta bien con ella misma y tenga la máxima

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calidad de vida posible. Sentirse bien con uno mismo, afrontar con seguridad nuestras relaciones y quererse forman parte de un concepto extraño que mantiene al ser humano, aunque parezca una paradoja, en una eterna contradicción: entre el yo más egoísta —que nos transforma en personas más seguras, más valientes— y la generosidad y la responsabilidad del individuo socializado —que pertenece a una familia que lo mantiene, hoy en día, en un estado permanente de dedicación a los demás—. En otras palabras, tiempo para el «yo» y tiempo para «los otros»; la eterna lucha. Algunas de las experiencias que describiremos en los próximos capítulos nos ayudarán a descubrir que, más allá de la visión simplista, comercial y superficial de la cirugía plástica y reparadora, hay algo más: hay personas, ilusiones, ganas de sentirse mejor y reconciliaciones con uno mismo. Esta es la esencia de la cirugía plástica para este médico que parece dirigir una orquesta con sus manos prodigiosas, para que de ella salgan las notas de una sinfonía beethoveniana. En el momento actual, en esta sociedad presa de la dictadura de la belleza, los cirujanos plásticos y estéticos tienen que definir muy bien el camino que quieren seguir: la coherencia y la seriedad con el trabajo que realizan es una máxima que no pueden perder de vista. Hay intervenciones posibles; otras que nunca deberían haberse imaginado, sugerido ni alentado. Y esta actitud, responsable y meticulosa, tendría que ser la pauta que debería seguir la cirugía plástica y reparadora en el futuro. El miedo, la incertidumbre, la vergüenza o los dimes y diretes nos paralizan y, a veces, incluso nos detienen o nos hacen postergar acciones de nuestra vida que tendrían que haberse materializado. ¿Cuántas veces hemos dejado de decir «no» cuando era el momento de hacerlo? ¿En cuántas ocasiones no nos hemos atrevido a conocer a alguien que nos interesaba, o no hemos saltado al vacío por miedo a lo desconocido? No siempre nos sentimos bien. A menudo, y a medida que el tiempo transcurre y los agentes externos —el exceso de sol, la contaminación, el paso del tiempo— manchan o envejecen nuestra piel, deseamos rejuvenecer nuestro aspecto. Quién sabe, incluso mejorar aquellas grandes orejas que fueron el hazmerreír de los compañeros de clase o una nariz aguileña, reducir unos pechos desmesurados o satisfacer el anhelo de poder usar dos tallas más de sujetador, tener unos labios carnosos, lucir unos abdominales perfectos o reducir el exceso de grasa mediante una intervención son deseos íntimos, anhelos postergados o un runrún de fondo de nuestra existencia que, a veces, puede solucionarse con una simple intervención. El peeling químico, la otoplastia, la rinoplastia

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y el aumento o la reducción mamaria son intervenciones y tratamientos que tenemos a nuestro alcance, no solo para aplacar el paso del tiempo, sino, a veces, simplemente para sentirnos mejor con nosotros mismos. Quizás ha llegado la hora de romper tabúes y dejar atrás los complejos adolescentes que tanto daño nos han causado; nos merecemos reconciliarnos con el yo más personal, el más íntimo.

En estas páginas trataremos de atenuar los miedos y dar respuesta a inquietudes e incertidumbres que nos acechan. También desvelaremos secretos e intríngulis de las intervenciones, con la esperanza de que, una vez vencidos el miedo y la vergüenza, decidamos, desde la serenidad, si nos damos la oportunidad de sentirnos mejor. Esperemos que estas páginas contribuyan a mediar en esta batalla constante que mantienen la «psique» y el «soma» —el alma y el cuerpo— y animen al lector, a la lectora, a reconciliarse consigo mismo. Agradezco sinceramente al doctor Agustín Blanch la oportunidad que me ha brindado. Ayudarlo a escribir estas páginas ha sido, para qué nos vamos a engañar, un reto difícil, pero compartido. Hemos ordenado las ideas y los pensamientos que existen hoy en día acerca de la cirugía plástica e intentaremos romper los tabúes que han perjudicado —¡y mucho!— esta disciplina de la medicina que, como las otras, tiene su única razón de ser al servicio de las personas. Desde la responsabilidad de trabajar con un equipo humano bien preparado y cohesionado, con la premisa constante de la formación y la innovación continua, las manos del doctor Agustín Blanch parecen las de un pianista. Las notas, la armonía de ese lenguaje universal, impregnan sus manos. Está claro que, ocasionalmente, las cosas no salen como nosotros desearíamos: los problemas también están presentes en las intervenciones; sin embargo, si el trabajo es riguroso, tenemos bien definidos los inconvenientes que puedan surgir y no dejamos nada en manos del azar, el impacto es menor. También quiero agradecer a Mª Carmen de Fez y a Sílvia Oros, que me han ayudado en este proceso de recogida de datos. A Mª Carmen, por ser la memoria histórica de todos los pacientes que han visitado la consulta del doctor, y a Sílvia, por ser la partitura en la que el doctor lee las notas; sin ellas tampoco hubiéramos podido escribir este libro. El resto del equipo está presente en cada uno de los pentagramas de las melodías que interpreta el doctor Agustín Blanch.

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SÍLVIA SOLER

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Una tarjeta de presentación

«Las honestas palabras nos dan un claro indicio de la honestidad del que las pronuncia o las escribe.» MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

¿Qué diríais de un cirujano que en su escritorio conserva, enmarcada, una litografía de los Juegos Olímpicos de Barcelona dedicada por el presidente del Comité Olímpico Internacional? La pasión por el deporte ha hecho mella en él. Es un extraordinario preparador de los discípulos que acoge en su instituto en el marco de una colaboración con la Universidad de Milán y un excelente capitán del equipo que colabora con él. A la meta solo se llega tras una larga trayectoria de aprendizaje y de esfuerzo: eso lo sabe bien. Y, a menudo, la victoria es compartida: los maestros, los compañeros y la familia tienen un papel primordial en el largo camino hacia la exquisitez y la profesionalidad; esa es su divisa. La excelencia y la exigencia han sido dos palabras clave latentes en nuestras conversaciones, cocinando este libro. Del mismo modo, ha habido espacio para el recuerdo y la gratitud a todos aquellos que han dejado una huella de conocimiento en su forma de trabajar y de ser: a su padre, el doctor Francesc Blanch, del cual heredó la pasión por el ejercicio de la medicina; a todos y cada uno de los pacientes que ha operado, y a sus maestros, porque la práctica de la medicina solo se aprende desde la maestría. La realidad nos muestra que no todos los problemas se resuelven con la cirugía, pero sí que es una buena solución para muchos de ellos. Además, no todo es blanco o negro en cirugía plástica y reparadora; hay un abanico de grises que no podemos olvidar y debemos tener siempre presentes. Este es el tipo de detalles que enseña el ejercicio consciente de la medicina, y es en buena parte lo que quiere transmitir este libro.

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El doctor Agustín Blanch Rubió es licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Barcelona. Consiguió, no sin esfuerzo, el primer puesto en el concurso oposición para aprender la especialidad de Cirugía Plástica, Estética y Reparadora en la Universidad de Milán con una beca del Ministerio de las Universidades italiano. Fue el primer miembro de la Comunidad Económica Europea no italiano que lo consiguió. Su tesis de especialidad, que defendió en la Universidad de Milán, llevaba por título: «Interventi Chirurgici tendenti alla rianimazione del volto in casi recenti ed inveterati nella paralisi del nervo faciale» y fue dirigida por el profesor Alberto Azzolini y correlatada por el doctor Maurizio Petrolati. Durante los años de formación, fue cirujano asistente del Departamento de Cirugía General del Hospital Clínic de Barcelona. Posteriormente, durante cuatro años ejerció como cirujano en el Departamento de Cirugía Plástica y Reconstructora del Ospedale Universitario de San Donato y en el servicio de cirugía plástica y de la mano del Ospedale Civile di Legnano, ambos de Milán. A finales de la década de 1990 se instaló en Pensilvania, donde colaboró con el profesor Ernest K. Manders en el Hospital Universitario de Hershey en la investigación y el desarrollo de la expansión cutánea. Asimismo, fue cirujano en el equipo del servicio de cirugía estética del doctor Antoni Tapia en Barcelona durante más de diez años. Actualmente, dirige el Instituto Doctor Agustí Blanch Cirugía Plástica y Medicina Estética en Barcelona, que cuenta con un equipo de profesionales médicos que trabajan para conseguir el objetivo prioritario de este profesional: «Cualquier técnica médico-quirúrgica es buena siempre que logre alcanzar algo tan importante como que todos podamos sentirnos mejor». SÍLVIA SOLER

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1. Encontrar el sentido de mi trabajo

«Busco el prestigio, no la fama.» ANÓNIMO

Me apasiona mi profesión. Me gusta comunicar, me gusta explicar los detalles de mi trabajo para que todo el mundo los entienda y me parece especialmente importante hacerlo con los pacientes que acuden por primera vez a mi consulta y desean encontrar una respuesta a sus anhelos. Los tecnicismos no sirven cuando necesitamos soluciones; hay que reservarlos para los colegas de profesión, para los congresos y las conferencias. En mi consulta, defiendo el mensaje claro, huyo de los monólogos infructuosos que no consiguen la transferencia y el intercambio de información que necesitamos el médico y el paciente para llegar a lo más íntimo del deseo que mueve a las personas a acudir a mi clínica. Mi reto es conseguir que los pacientes salgan de la primera visita, en la que exponen su anhelo, con una serie de mensajes claros y directos. En primer lugar, si aquello que desean es posible o no lo es; en segundo lugar, poner a su disposición los instrumentos necesarios para que los pacientes puedan valorar las ventajas y los inconvenientes de la intervención y, en tercer lugar, determinar la mejor técnica para realizar la operación. Mi intención recala en que las personas salgan de la primera visita con la idea de que su caso está bien encuadrado y que solo queda definir el marco. Cada lienzo necesita un marco diferente. Las intervenciones y los pacientes también. Escuchar me ayuda a conocer los deseos más íntimos de las personas y me ayuda a satisfacer sus expectativas y a evitar la frustración. A veces, el paciente llega y dice: «Verá, doctor, es que de pequeño me rompí la nariz…». Escuchándolo, dirigiendo sus preguntas, consigo que salga a la luz el motivo real de su visita. Crear la atmósfera necesaria para que el paciente reconozca el verdadero porqué es imprescindible. El paciente acaba reconociendo lo que realmente

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piensa: «Mire, doctor, en realidad no me gusta mi nariz, es gorda y grande, y quisiera tenerla más pequeña». Y es en ese momento cuando te das cuenta, como cuando navegas, de que el viento ha cambiado y empieza a ser favorable; la conversación comienza a fluir: «Nunca me ha gustado salir en las fotos, incluso trato de esconderme, o no ponerme de perfil». Este punto es clave; es aquí donde empieza a dibujarse la línea de confianza entre el médico y el paciente, la relación de empatía que deseo y que ayuda a poner sobre la mesa los aspectos que hay que tratar abiertamente antes de que una persona entre en el quirófano. Y puestos a mostrar las cartas y jugar esta partida sin hacer trampas, tengo que reconocer que, además de tratar de explicar qué es la cirugía estética de una manera clara y transparente, con este libro me gustaría cambiar definitivamente la idea preconcebida que se tiene sobre mi especialidad y los cirujanos plásticos en general. Para mucha gente, un cirujano plástico es un médico ligón, guaperas, frívolo, que atiende a pacientes adineradas, dueño de un deportivo último modelo que aparca frente a su consulta y que con una varita mágica puede solucionarlo todo. ¡Nada más alejado de la realidad! La cirugía plástica es una especialidad médica que, en muchas ocasiones, se sirve de una intervención quirúrgica. Es importante tenerlo presente porque el riesgo no es nulo; a veces —por suerte, muy pocas veces—, el paciente presenta una complicación, que eventualmente puede ser grave. La diferencia esencial entre la cirugía plástica y el resto de las especialidades médicas es que en nuestro caso el paciente está sano y acude a nosotros, simplemente, para sentirse mejor; en estas situaciones, un contratiempo en la cirugía tiene un impacto todavía mayor. Para entendernos, un paciente con una apendicitis requiere una intervención quirúrgica de urgencia porque, de no hacerla, podría morir; tras la operación, el rastro de una pequeña cicatriz no tiene importancia porque le hemos salvado la vida. Sin embargo, el punto de partida del cirujano plástico es muy distinto: el paciente se encuentra bien, pero quiere estar mejor; precisamente porque la persona está sana, el principio médico clásico del primum non noccere (primero, no hacerle daño) cobra un protagonismo absoluto. En otras palabras, no puede hacerse cualquier cosa que el paciente desee y, por este motivo, mi objetivo no es solo tener un resultado óptimo, sino buscar la excelencia, algo que no es fácil y requiere una dedicación total, un trabajo efectivo y, por encima de todo, honestidad. El hecho de que el paciente esté sano y quiera sentirse mejor nos obliga de algún modo a hacer que quede satisfecho, que esté contento. A veces, cuando realizo la

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valoración del resultado de alguna cirugía, pienso: «Desde el punto de vista técnico, podría haber quedado mejor»; sin embargo, si el paciente se siente cómodo con el resultado, considero que ya hemos alcanzado el objetivo principal, lo que ambos andábamos buscando. Lo importante es que el paciente se encuentre a gusto, se sienta bien. Los cuatro puntos cardinales de la cirugía plástica son: el vacío que existe entre el riesgo cero y el mínimo riesgo aceptado, la premisa de que la cirugía plástica y reparadora solo debe realizarse por cirujanos especialistas en la materia, una correcta planificación minimiza los riesgos y consigue el mejor resultado posible, y por último el paciente debe estar sano para poder realizar la intervención. Sin saber adónde vamos es muy difícil llegar a buen puerto. Puestos a desmontar mitos, otro aspecto que me gustaría destacar es la tendencia a pensar que la cirugía plástica es algo solo para las mujeres. Es rotundamente falso porque son muchos los hombres que acuden a nuestra consulta. La diferencia es que los hombres no suelen hablar de ello, nunca dicen nada. ¡No lo explican ni a su pareja! El paciente masculino que suele visitarnos es un hombre de mediana edad que quiere sentirse mejor y busca la excusa perfecta para poder realizarse la cirugía sin que nadie sepa nada. Los congresos o los viajes de negocios son el pretexto más utilizado. Alguna vez les he preguntado: «Pero ¿por qué no lo dices?», y la respuesta suele ser: «No quiero que se metan» o «Es algo personal y prefiero no comentarlo con nadie, ni con mi pareja». Las mujeres, en cambio, son mucho más abiertas en este aspecto; no les cuesta explicarlo y compartirlo con sus amigas. No esconden su decisión. En las páginas siguientes trataré de romper una lanza en favor de la cirugía que practico para intentar que el lector pueda forjarse una opinión certera desde dentro de la especialidad y tenga una visión real de mi profesión, que posiblemente contrastará con la idea preconcebida que se haya formado y que, a menudo, surge de series televisivas estadounidenses que desvirtúan la realidad. Me refiero a la serie Nip/Tuck. Dos cirujanos plásticos poseen una clínica en Miami y en ella hacen y deshacen a su libre albedrío. Tienen en su poder la varita mágica que todo lo transforma y modifica. Esta serie es ficción y como tal hemos de interpretarla. Poco tiene que ver con la práctica real de la cirugía: todos los casos son extremadamente exagerados y alejados de la realidad. Las secuencias que se emiten son inverosímiles. Es poco probable, por no decir imposible, que un cirujano después de practicar una sesión de pesas pueda realizar una operación

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delicada; el cansancio muscular de los brazos tras un sesión en el gimnasio es incompatible con la relajación que precisa el cirujano para poder operar. En definitiva, los cirujanos plásticos somos personas de carne y hueso, humanos como los demás, y nos equivocamos como cualquier otra persona en su trabajo. Hago hincapié en la prudencia, pero sobre todo en la relación médico-paciente. Por esta razón he empezado hablando de comunicación. Mi lema es no abandonar nunca al paciente; frente a la incidencia la persona se siente acompañada y la reconforta saber que no la abandonas. Trataré de explicar, a través de las historias y reflexiones que presento en las siguientes páginas, que la empatía, la comunicación y la honestidad son las bases para que el cirujano pueda saber qué quiere el paciente y el paciente pueda saber sin tapujos si aquello que desea podrá realizarse. El último punto, lógicamente, es el económico. El coste de la cirugía estética es otra falacia en nuestra especialidad, hasta el punto de que parece que solo pueden operarse las actrices de Hollywood y las personas con un alto poder adquisitivo. Nada más lejos de la realidad. Se opera quien quiere operarse. Nosotros practicamos intervenciones a personas de todas las condiciones sociales, desde cajeras de supermercado, que ahorran durante un tiempo hasta reunir la cantidad necesaria de dinero para poder realizarse la intervención que desean, hasta personas que tienen una posición social y económica desahogada. ¿Es dinero? ¡Claro que sí! Sin embargo, no podemos olvidar que todo lo que está relacionado con la medicina, sobre todo si se trata de una intervención quirúrgica, tiene un coste elevado. El material que se utiliza, el instrumental, el quirófano, el equipo auxiliar, los profesionales de alta especialización, etcétera. Todo tiene un precio, pero la cirugía estética está a nuestro alcance si estamos motivados, si tenemos un reto. Lo que resulta caro es pagar por algo que no se usa. Y antes de abrir las puertas de mi consulta para relatar algunos casos ilustrativos, incluyo un breve diccionario para que podáis familiarizaros con los términos que utilizamos y así facilitar la comprensión de todas las técnicas y los procesos.

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Pequeño diccionario de la cirugía plástica y estética Ácido hialurónico: Compuesto sintético o artificial que sirve para rellenar las arrugas. Posee una característica hidrófila que absorbe el agua de la célula, se hincha y rellena las arrugas. Blefaroplastia: Cirugía de los párpados que consiste en eliminar la piel del párpado superior que cubre el ojo y la grasa del párpado inferior que da aspecto de vista cansada. Bótox: Toxina botulínica infiltrada que disminuye la contractura muscular. En cirugía estética sirve para mejorar el aspecto de la mirada, el entrecejo, la frente y las patas de gallo. Celulitis: Piel de naranja debida a la retracción cutánea. Cicatriz hipertrófica: Aumento de la anchura de la cicatriz (cicatriz plana). Drenaje linfático: Maniobra manual terapéutica para eliminar la acumulación de líquido linfático en la zona operada. Esclerosis venosa: Infiltración de las varices superficiales de las piernas. Fotografías: Estampa previa a la intervención y que sirve para comparar con el resultado final. Imprescindible en toda cirugía de estética. Hipertrofia: Término que se utiliza para definir el aumento excesivo de una parte del cuerpo. Por ejemplo, hipertrofia mamaria (pechos grandes). Hilos faciales: Hilos tensores barbados que tensan la piel del rostro temporalmente. Implante mamario: Prótesis de gel de silicona, poliuretano o suero fisiológico que se utiliza para el aumento definitivo del pecho. Lifting facial: Técnica para recuperar el aspecto facial. Se realiza en quirófano y sirve para rejuvenecer el aspecto facial. LPG: Nombre comercial de la endermologie donde se utiliza un cabezal aspirativo y mecanizado. Mesoterapia: Tratamiento no invasivo con medicamentos homeopáticos. Lipoaspiración: Método quirúrgico utilizado para eliminar acumulaciones de grasa localizadas. No sirve para tratamientos de obesidad generalizada.

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Lipoláser: Liposucción asociada simultáneamente a una sonda de láser para disolver la grasa. Se recomienda cuando hay un exceso de flacidez de la piel. Liposucción: Sinónimo de lipoaspiración. Otoplastia: Cirugía para corregir la deformidad del pabellón auricular (orejas de soplillo). Peeling: Término inglés que sirve para definir la descamación de la piel. Puede ser químico o mecánico. Mejora las pequeñas arrugas, secuelas de acné, estrías y regenera la piel. Preoperatorio: Todas las pruebas imprescindibles y previas a una intervención quirúrgica dependiendo de cada paciente: análisis de sangre con pruebas de coagulación, radiografía de tórax y electrocardiograma. Hay intervenciones que requieren pruebas complementarias. Aumento y reducción de mamas: ecografía mamaria; abdominoplastia: ecografía abdominal; rinoplastia: resonancia magnética. PRP: Plasma rico en plaquetas. Suero autólogo del mismo paciente con elevadas dosis de proteínas para activar el riego sanguíneo, el colágeno y la elastina. Postoperatorio: período de recuperación después de una intervención quirúrgica. Se recomienda seguir las pautas marcadas por el cirujano. Las complicaciones en este período de recuperación suelen ser más graves. Queloide: Cicatriz sobreelevada después de una intervención (cicatriz reborde). Radiofrecuencia: Tratamiento no invasivo y ambulatorio que mejora la flacidez cutánea y la acumulación de grasa localizada. Reducción mamaria: Procedimiento quirúrgico para eliminar el exceso de tejido mamario y la piel sobrante. Retirar suturas: Procedimiento para sacar los puntos de la sutura realizada en la intervención. En general, no suele ser doloroso. Retoque: Término usado por el cirujano para definir una mejora del resultado estético después de la intervención. Rinoplastia: Procedimiento quirúrgico utilizado para mejorar estéticamente la nariz, para disminuir la nariz aguileña o el tabique desviado. Técnica quirúrgica: Maniobra técnica personalizada en cada paciente. Ultrasonidos:

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Ondas cortas que sirven para relajar los músculos y disminuir la inflamación. Se utiliza en casos de celulitis y en períodos de postoperatorio. Vitaminas: Cóctel de medicamentos para mejorar el aspecto cutáneo: antioxidantes, aminoácidos, minerales y activadores del colágeno y la elastina.

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2. El poder de los sentidos. Reflexiones sobre el aumento mamario

Mi secretaria llamó a la puerta como suele hacer siempre que llega un paciente. En la consulta no tenemos intercomunicador. Me gusta el contacto directo con el paciente, pero también con las personas que colaboran conmigo. Quizá porque es importante que la cara visible de un centro como el que dirijo sea una persona amable, que sonríe permanentemente y transmite confianza y complicidad.

Aquel día, cuando entró en mi despacho, retiró una de las sillas que había delante de mi escritorio y me comentó que la paciente iba en silla de ruedas. A veces nuestro cerebro nos juega una mala pasada y se adelanta a la realidad; a menudo suele traicionarnos. Al escuchar su comentario, pensé que la paciente venía a verme para que le practicara una reconstrucción de glúteos. La paraplejía ata a una persona de por vida a una silla de ruedas, castiga las nalgas y produce unas úlceras muy molestas por la presión que soportan los glúteos en contacto permanente con la silla. ¡Me equivoqué por completo! Cuando Marta entró en el despacho pensé en lo injusta que es la vida, cómo reparte indiscriminadamente las adversidades. Nadie se merece quedar relegado a una silla de ruedas, nadie. Pero menos todavía si es joven y está llena de energía. A Marta la acompañaba Pedro, su pareja; un joven invidente que, con la ayuda de un bastón y de la silla de Marta, acercó a mi paciente hasta el espacio que había dejado vacío para que se acomodaran. Marta era una mujer muy bella, rubia, con los ojos azules. Del azul que luce en el Ampurdán un día de tramontana, intenso y limpio. Pedro me pareció un hombre cargado de fortaleza, de esa seguridad y determinación que, a veces, las personas que rediseñan su camino encuentran tras salir de los infiernos en los que habían estado. Pedro era ciego desde la infancia; un glaucoma había afectado sus ojos y no recordaba la luz. De todos

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modos, por su forma de hablar y de actuar, no parecía que Pedro viviese amenazado por la sombra: la potente luz que emanaba de su interior eran sus ojos. Su historia me conmovió, empezando por la capacidad de Marta de sobrellevar su paraplejía y cómo su vida marchaba sobre ruedas al lado de Pedro. Frecuentaban un grupo de amigos en la ONCE y, en las reuniones, Marta era el centro de atención de todas las conversaciones. El éxito de su mujer despertaba en Pedro unos celos sanos, de esos que ayudan a alimentar la admiración profunda que sientes por la persona que amas. Ansiaba saber en qué podía ayudarlos y, después de una larga charla, me contaron el motivo de la visita. Formaban una pareja muy vital y su capacidad de reconstruir sus vidas me cautivó de inmediato. Marta quería que la aconsejara sobre la posibilidad de realizarse un aumento mamario: deseaba «unos pechos más generosos». Pedro añadió que le gustaría que ese fuese el hecho diferencial, y no otro, de su mujer; Marta me contó que la motivaba mucho satisfacer la imaginación de su marido, que siempre había fantaseado con un pecho más grande. Esta vez suspiré yo. ¡Cómo dejamos que los prejuicios se apoderen de nosotros! «Te equivocaste, doc», me dije, no sin pensar que la decisión que habían tomado era inteligente: ambos se beneficiarían de un aumento mamario. Ella podía realzar una de las partes más visibles de su figura, ya que al ir en silla de ruedas, solo podía mejorar dos aspectos de su cuerpo: el rostro, que ya era bello, y sus pechos. Además, Pedro podría por fin disfrutar de la fantasía que siempre había imaginado entre penumbras. A veces, y aunque parezca que la cirugía no puede ayudarnos a ser felices, es un magnífico instrumento para conseguirla, aunque no el único, por supuesto. Como dijo François Mauriac en Le Mal: «La felicidad es rodearse de pequeños deseos, escuchar cómo rompen las ramas alrededor del cuerpo». Hacer el pecho mayor, lo que técnicamente llamamos mamoplastia de aumento, es un procedimiento quirúrgico para mejorar el tamaño y la forma del pecho de la mujer. Justamente era lo que Marta necesitaba: mejorar sus senos. Tenía el convencimiento de que sus pechos eran demasiado pequeños y de que podía sacar partido a la parte más visible de su anatomía; su rostro era demasiado bello para modificarlo. Podíamos aumentar el tamaño de su pecho, pero teniendo en cuenta sus características físicas y la postura en que estaba obligada a pasar gran parte del tiempo, era inevitable valorar y examinar la factibilidad de llevar a cabo esa intervención.

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El proceso de exploración es el mismo que realizo a todas y cada una de las pacientes que acuden a la consulta: valorar su tórax para que los implantes estén armónicamente relacionados teniendo en cuenta la distancia de los hombros y el ancho del tórax. Sin embargo, en el caso de Marta, además había que tener en cuenta su estado de forma general y no podía dejar de pensar en el futuro. El hecho de que tuviera una paraplejía accidental influía en la decisión de no poner unos implantes demasiado pesados porque, con el paso del tiempo, un exceso de peso podía dañar todavía más su dorso, que era el punto más frágil de Marta. Sufría una desviación de espalda debido a la debilidad de su musculatura al verse obligada a pasar gran parte del tiempo inactiva. Este es el tipo de reflexiones que hay que hacer cuando atiendes a un paciente. No valen los automatismos, porque cada persona es distinta y sus particularidades pueden condicionar la respuesta a un tratamiento, a la anestesia o a un abordaje quirúrgico determinado. Por este motivo, le recomendé colocar el implante «más grande» que podía permitir su espalda, aunque quizá no fuese tanto como ella hubiese querido. Se trataba de un pecho más abundante, pero que no podía sobrepasar la talla 95 para compaginar su futuro estado de salud con el cambio de aspecto. El equilibrio entre el querer y el poder, entre aquello que es posible y lo que nunca debe aconsejarse a una paciente en las circunstancias de Marta. Un seno generoso es algo más que una talla 95. El pecho de una mujer empieza en la axila y termina en la zona media del tórax; en el esternón, para ser más precisos. En las intervenciones de aumento mamario, el objetivo es lógicamente agrandar el seno con el fin de que este sea más voluminoso y la mujer pueda lucir un escote que añada belleza a su físico. Un escote bonito realza, sin duda, la presencia de los pechos. Ahora bien, debemos tener en cuenta que los implantes mamarios pesan y, a la larga, un exceso de peso tiene consecuencias nefastas sobre la espalda. En el caso de Marta, había una dificultad añadida. Su estado general era bueno, pero la decisión final no estaba en mis manos; la última palabra para seguir adelante con su propósito no la tenía yo. El equipo de anestesistas debía valorar, más a conciencia de lo que es habitual, el tipo de narcosis a practicar. Y fueron ellos, los anestesiólogos, quienes, finalmente, dieron el pistoletazo de salida. Empezaba la carrera. Suelo reflexionar sobre el poder que tienen la publicidad y la televisión en mi especialidad y la influencia que ejerce para cambiar, según la moda del momento, los cánones de belleza. A menudo, la gente confunde hermosura con extravagancia,

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profesionalidad con mediocridad y efectividad con un resultado mínimamente aceptable. Con demasiada frecuencia, la cirugía plástica se asocia a la frivolidad, y me molesta bastante. Hoy en día no es fácil ejercer la cirugía plástica desde la profesionalidad sin estar sometido a todo tipo de presiones externas: los comentarios poco contrastados en foros de internet y la mala prensa de algunas intervenciones han mellado el buen nombre de un gran grupo de profesionales. No es justo que paguen siempre justos por pecadores; no lo es. Resalto este aspecto en relación con la historia de Marta para insistir en que, frente a cualquier paciente, todos los detalles son importantes, por sencilla que sea la intervención. Siempre hay que tener en cuenta el protocolo, valorar la praxis, la madurez del paciente, la sinceridad del cirujano, la planificación de la operación y el postoperatorio. Lo más importante es el «sí» del paciente que accede a ponerse en manos del profesional y el «no» del cirujano ante una acción que pueda ser contraproducente para la persona.

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Sobre la mamoplastia de aumento Aumentarle el pecho a una mujer puede ocasionarle, a veces, más perjuicios que beneficios si el material de los implantes no es el adecuado o si el tamaño de los pechos es superior al que su tórax es capaz de soportar. Marta se convenció de que podía salir de la intervención con unos senos más grandes de los que tenía en aquel momento, aunque con el tamaño conveniente, el que su cuerpo fuese capaz de tolerar. Así es o debería ser siempre, aunque a veces no se produce el «no» del cirujano ante una petición desproporcionada por parte de la paciente. Entre las preguntas habituales que me formulan los pacientes, tarde o temprano siempre aparece la duda de si los implantes, como se dice coloquialmente, pueden explotar en un avión. Los comentarios infundados, las medias verdades o el morbo y la mala prensa en algunos casos han empañado la realidad. Es rotundamente falso que después de una mamoplastia de aumento no se pueda volver a volar en avión. Es más, al revisar mi vida profesional y los centenares de intervenciones que he realizado, veo que una buena par- te de las pacientes a quienes he atendido son azafatas, pilotos, alpinistas o monitoras de aeróbic. Todas ellas han continuado viajando, escalando o realizando actividades aeróbicas sin ningún tipo de problema. Además, la cabina del avión está presurizada y mantiene la presión atmosférica normal independientemente de cuál sea la presión exterior.

¿Cuáles eran las incertidumbres de Marta? Más o menos las mismas que suelen inquietar a cualquier paciente frente a este tipo de intervención. En el ranking de dudas y dilemas, el dolor sigue siendo el rey. Joan Margarit, poeta y arquitecto, dice: «El dolor es la parte más dura de la vida y no podemos gestionarlo, solo soportarlo». Normalmente, después de la operación suele prescribirse una pauta analgésica. Pero el dolor es subjetivo y no todo el mundo lo tolera del mismo modo; no es fácil determinar o definir el malestar de cada uno. Cada paciente lo siente de distinta forma. Así, si el paciente lo necesita, podemos aumentar la dosis de analgésico, siempre en función de su resistencia a este. Cada paciente tiene un umbral de dolor particular y diferente. Esa es la magia de mi profesión, y también el reto que debo superar día a día.

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El aumento mamario debe realizarse siempre en un quirófano porque es una intervención que debe practicarse con anestesia total; eso no admite demasiada discusión. Lo que sí que hay que pensar bien, cuando planificas la intervención, es el lugar donde practicar la incisión: en la aureola del pecho, en el surco bajo de seno o en la axila. Este es un factor decisivo. La anatomía de la paciente influye en la decisión del cirujano plástico. En cualquier caso, el corte se diseña para que la cicatriz resulte casi invisible y, a través de él, se levanta el tejido mamario y se crea una especie de «bolsillo» para poder colocar la prótesis en su interior. Durante la operación también se colocan unos tubos de drenaje que se retirarán al cabo de unos días y un vendaje o un apósito sobre las mamas. La paciente suele estar entre una o dos horas en quirófano. Con Marta todo quedó claro en la primera consulta. Intento que siempre sea así, porque el éxito de la intervención depende en gran parte de la sinceridad de ese primer día de contacto. Marta expuso todas las expectativas, e incluso Pedro añadió las suyas. La franqueza, la confianza, dejar atrás los miedos para poder ser uno mismo y poder explicar al cirujano lo que la persona realmente desea son aspectos fundamentales. Y no cabe duda de que, por mi parte, debo corresponder con las mismas cartas a la paciente. Mi responsabilidad no es algo que empiece y termine entre las cuatro paredes del quirófano, sino que empieza en el mismo momento que en escucho los intereses de la paciente y le respondo, con claridad y sin engaños, si podré cumplir cada uno de sus deseos. Finaliza cuando ya está plenamente recuperada y con esos deseos satisfechos. Creo que lo más importante para la intervención es prepararse bien. ¿Cómo nos preparamos para una maratón? Una intervención es como una carrera de fondo: un buen entreno sirve para mejorar los resultados. Todo suma: la alimentación, los entrenos, el descanso y la relajación. Para una operación también debemos prepararnos: tomar o suprimir algunos alimentos, aumentar el consumo de líquidos y dejar el tabaco unos días antes para favorecer la cicatrización de las heridas. Normalmente recomiendo unos suplementos vitamínicos o de hierro antes de la operación. Si el cuerpo está preparado para una agresión, se sobrepone antes y la recuperación es mucho más rápida. Pedro se sentía algo inquieto por el postoperatorio. Por su condición de invidente, temía no poder ofrecer a su esposa los cuidados que necesitaría después de la intervención. Conseguí sosegarlo al explicarle que, tras la cirugía, Marta podía sentirse un poco más cansada de lo habitual, pero que al cabo de cuarenta y ocho horas conseguiría hacer vida normal. Las molestias postoperatorias se controlan bien con la

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medicación analgésica, y los vendajes y los apósitos se retiran a los pocos días. Todavía recuerdo la emoción de Marta cuando le retiré las vendas. No podía contener la emoción; estaba satisfecha con el tamaño de sus pechos. Le recordé que le había puesto un implante redondo de gel de silicona cohesivo, más resistente a la rotura, y eso hacía que las mamas estuvieran más hinchadas de lo habitual. En tres semanas recuperarían la forma y el tamaño definitivos. Sucede a menudo que las mujeres suelen estar satisfechas con el tamaño del seno con el que salen de la intervención. Sin embargo, al poco tiempo disminuye la inflamación y recuperan la forma. A veces me han dicho: «Prefería el tamaño con el que salí del quirófano». De este tema hablaré un poco más adelante. Marta se recuperó de maravilla, no hubo ninguna complicación después de salir del quirófano; solo las molestias habituales. En cualquier operación hay, sin duda, complicaciones y riesgos asociados, y si no lo advirtiera, no sería un buen médico. No existen pruebas de que los implantes afecten a la fertilidad, el embarazo o la lactancia. Tampoco de que produzcan cáncer de mama o cualquier enfermedad del tejido conectivo. Por otro lado, resulta infrecuente que la prótesis pueda romperse y, si eso ocurre, el contenido del implante no sale fuera de su cápsula. Tras un aumento mamario los resultados son muy gratos para la paciente. Marta estaba encantada. Pero me di cuenta, cuando le retiré los vendajes, de que también lo estaba Pedro. Conseguí que pusiera primero los dedos sobre los senos de su mujer, y sus ojos, sin ver, expresaron emoción y cariño.

Ayudar a la gente a ser un poco más feliz me reconforta. En momentos difíciles, pensar en todas aquellas personas que sonríen después de los resultados de una intervención me hace recuperar la sonrisa.

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No me hubiese importado «un poco más» «El que tiene mucho desea más, lo cual demuestra que no tiene bastante, pero el que tiene bastante ha llegado a un punto al que el rico no llega jamás.» SÉNECA

Llegados a este punto, creo que vale la pena hablar sobre el volumen de las mamas y sus consecuencias. Una de las frases que más me repiten en la consulta es: «Doctor, quiero un pecho grande, pero que no se note». De entrada, cuando oigo esta frase, que se repite a menudo, pienso que es contradictoria, porque si un pecho es grande, se nota. Pero mi interés en plasmar estas palabras aquí se debe a que es la manera como muchas mujeres que acuden a mi consulta y que desean hacerse un aumento mamario expresan su deseo. Y si no discutimos y profundizamos en lo que realmente quiere la mujer y en cuál será la apariencia final de sus pechos, esto puede conllevar dos finales: el descontento con el resultado o la desconfianza en el cirujano. Suelo trabajar primero la frase: «Que no se note»; a menudo, es una forma de decir: «No quiero que se me vea pechugona». Trato de aclarar este concepto, incluso poniendo ejemplos de personajes conocidos. Luego, hablo sobre cómo influye la manera de vestir en el aspecto de cualquier persona: un pecho grande se ve siempre, lógicamente, pero si se resalta con un determinado tipo de escote o algunos modelos de sujetador que lo realcen, parecerá todavía mayor —y es entonces cuando suele producirse el efecto que la mujer quiere evitar—; en cambio, con un jersey de cuello alto se consigue el efecto contrario. De todos modos, también quiero aclarar que, por más grande que hayamos puesto el pecho, seis meses más tarde, cuando regresan a la consulta para hacer la visita de seguimiento, les pregunto cómo se sienten y todas coinciden en que no les hubiese importado haber escogido un implante mayor. Siempre se repite la misma conversación: —¿Cómo se siente? —Estoy encantada, doctor, pero si me hubiese puesto un poco más, no me habría importado. En toda mi carrera solo me he encontrado con una paciente joven que me dijo lo contrario, que hubiese preferido un implante algo menor. Sin embargo, hablo de un caso

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entre mil intervenciones realizadas a lo largo de varias décadas. No es, por tanto, un problema del implante o del volumen, sino del hecho de haberse acostumbrado al tamaño de los pechos. Una vez que se acostumbran a su nueva imagen, la idea con la que habían convivido durante años, «tengo el pecho pequeño», vuelve a aparecer. Uno de los aspectos positivos de la cirugía estética es que te permite, con relativa rapidez, olvidarte de cómo eras. Tengo por costumbre hacer una fotografía antes y otra después de la intervención de cada paciente y, cuando se la muestro, la sorpresa es mayúscula: «¿Así era yo, doctor? ¿Tan poco pecho tenía?». Precisamente por este motivo incluyo las fotografías en la historia clínica de los pacientes, porque el cerebro olvida muy pronto la propia imagen. Si comparamos el antes y el después, es posible apreciar mejor el resultado final de cada operación y no entrar en la espiral del «quiero más» que nunca termina. De todos modos, hay un fenómeno social que no debemos pasar por alto. Cuando empecé a operar, a finales de la década de 1980, poníamos implantes con un volumen que oscilaba entre 180 y 200 centímetros cúbicos, una medida que, en la época, se consideraba grande. Hoy en día, en 2015, suelo poner unos implantes de 300 centímetros cúbicos. Lo que era mucho, grande y correcto en ese entonces ahora se considera pequeño, desfasado e inapreciable. En la actualidad ya no coloco ningún implante de 200 centímetros cúbicos. Lo habitual, lo más normal ¡son 300! Algo ha cambiado en estos veinticinco años. Por tanto, en general, a la mujer no le importa tener el pecho grande. Y es aquí donde el concepto de la relatividad del tamaño desempeña un papel importante: el volumen mamario tiene que ver con la altura de la paciente; por ejemplo, para una mujer de 1,75 metros y buena caja torácica, 200 centímetros cúbicos puede ser poco, pero si la mujer mide 1,60 y tiene poco diámetro torácico, el mismo volumen mamario parecerá mayor. Lo esencial es saber lograr una buena proporción, una armonía entre el cuerpo y las partes. Es esencial, poder hablar de ello antes de realizar la intervención, para poder evitar falsas expectativas y desilusiones.

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Cuando mucho es demasiado. La reducción mamaria Un día acudieron a mi consulta una madre y sus dos hijas de diecinueve años, dos chicas estupendas, gemelas y muy parecidas. Aunque pueda parecer una obviedad, a veces hay gemelas que se parecen poco, pero Ana y Rosa eran como dos gotas de agua. El motivo de su visita era que, desde su adolescencia, las niñas no iban a la playa en verano, a pesar de vivir en una localidad de la costa de Tarragona cerca del mar. Empezamos a hablar, y después de escucharlas con atención comprendí de inmediato por qué no les gustaba ir a la playa en verano: se encontraban a disgusto con el enorme tamaño de sus pechos, algo que les impedía realizar una vida normal de adolescentes. Odiaban vestir cierto tipo de ropa entallada porque era incompatible con el tamaño del pe- cho. Deseaban poder vestir como las demás jóvenes de su edad, pero el volumen de sus senos las obligaba a utilizar siempre blusones y camisetas más grandes de lo que les correspondería. Además, se encontraban gordas, a pesar de que su índice de masa corporal era el adecuado; sin embargo, el hecho de tener una talla 105 de sujetador y una altura de 1,52 metros les daba esta apariencia. La situación había llegado al límite el verano anterior: se negaban a bajar a la playa y no querían ni siquiera ponerse un bañador entero para poder ir a la playa a tomar el sol. No se encontraban a gusto, y su situación preocupaba a sus padres. No vivían con normalidad lo que otras chicas de su edad solían disfrutar. Todos estos detalles que fueron capaces de verbalizar las habían llevado a un círculo vicioso. Como el pez que se muerde la cola, no se aceptaban debido al volumen de los senos, se sentían insatisfechas y no disfrutaban de su juventud: de las tardes eternas en la playa con su grupo de amigos, del deporte y del agua del mar. Se estaban perdiendo una época de la vida difícil de recuperar. Además, el tamaño del pecho les producía erosiones en el surco submamario —la zona que queda debajo del pecho— y, a menudo, en verano, llegaban a ulcerarse debido al peso de los pechos y al calor; la herida aparecía a pesar de llevar el sujetador apropiado, y les dolía. El resultado final era que evitaban relacionarse con compañeros porque se avergonzaban de sí mismas. Por suerte, su madre, que conocía bien el problema, tomó cartas en el asunto y decidió acudir a un profesional para saber cómo ayudar a sus hijas y solucionar el tema.

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Las dos gemelas se animaban entre ellas a explicarme sin tapujos los motivos de su tristeza. Escuchar con atención y en actitud asertiva es uno de los procesos más importantes del acto médico; fomenta, como he dicho anteriormente, la comunicación y ayuda a diagnosticar el trasfondo del problema. Después de escuchar y hacer algunas preguntas dirigidas, los médicos debemos explorar al paciente. Tenemos la vista y las manos entrenadas para identificar los signos, las señales, que contribuyen a afinar el diagnóstico en el caso de que haya una enfermedad, o a decidir el tipo de abordaje quirúrgico más adecuado en el caso de la cirugía estética. ¡No se puede diagnosticar sentado detrás de la mesa del consultorio! Explorar al paciente constituye una parte esencial de la primera visita. En el caso que nos ocupa, una consulta relacionada con las mamas, valoramos el tórax de la mujer, medimos la distancia entre la zona media de la clavícula y el pezón de ambos lados; esta distancia varía en función de la morfología de cada persona, pero suele estar alrededor de los 18 o 19 centímetros. En el caso de las dos gemelas, la distancia era de 36 centímetros en el lado derecho y 34 centímetros en el izquierdo; estamos hablando de más de 17 centímetros de diferencia en relación con las medidas habituales (el doble, casi), de modo que el complejo areola-pezón llegaba prácticamente hasta el ombligo. Por otra parte, también medimos la anchura de cada pecho; en el caso que nos ocupa, desde el nacimiento de la mama —en la axila— hasta el otro extremo —cerca del esternón o zona media del tórax— era de 24 centímetros, un palmo. Todas estas medidas las tomo para valorar dos cosas: la posición de ambas areolas en relación con lo que consideramos unos pechos estándar y decidir el tipo de cirugía de reducción mamaria que debo practicar. Esta técnica, bien aplicada, permite que la mujer recupere la forma y el volumen de ambos senos de una manera sencilla y cómoda; además, con ello aseguramos que el resultado final sea excelente desde el punto de vista visual. Uno de los aspectos fundamentales para asegurar el éxito de cada intervención en mi especialidad es la individualización de cada caso; me permite escoger la mejor técnica conocida hasta el momento y, de este modo, asegurar el mejor resultado posible. Y, además, no olvidemos que estamos hablando de cirugía plástica y estética, y que toda cirugía deja una cicatriz. En mi especialidad, es esencial realizar la menor cicatriz para la intervención que debemos efectuar y, además, que sea lo más invisible posible. En definitiva, una fórmula complicada de resolver, pero precisamente estos escollos son lo que proporcionan una gran motivación en mi trabajo.

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En el caso particular de las gemelas que deseaban —y necesitaban para recuperar la alegría y la juventud— una reducción mamaria, el objetivo final era lograr el volumen adecuado y una forma del pecho que les permitiese llevar una vida socialmente activa y poder participar de las actividades propias de su edad. Una vez valorada la situación y después de comentarles mi análisis, les expliqué las ventajas y los inconvenientes de este tipo de cirugía reductora. Como ya he apuntado varias veces, cualquier tipo de intervención quirúrgica tiene ventajas y desventajas; honestamente, hay que ponerlas todas sobre la mesa y valorarlas con conocimiento de causa. Entre las desventajas comunes a cualquier intervención quirúrgica está el hecho de que muchas de ellas requieren anestesia, y esto supone un ingreso hospitalario como mínimo de veinticuatro horas. Además, hay un aspecto común a cualquier tipo de cirugía y siempre insisto en ello: el «riesgo cero» no existe; mi trabajo es, precisamente, intentar por todos los medios minimizar dicho riesgo. Para conseguirlo, debemos solicitar con suficiente antelación unas analíticas preoperatorias completas; a pesar de que tratamos con personas sanas y, en muchos casos, pacientes jóvenes, un análisis de sangre, un electrocardiograma, una mamografía y una ecografía mamaria permiten, además de descartar algunas enfermedades silentes o posibles riesgos ocultos, identificar también alguna posible disfunción mamaria. En el caso de las gemelas, todos los valores estaban dentro del rango de la normalidad, y nuestro objetivo inmediato era lograr unos senos armónicos con la morfología de las pacientes que les permitieran ser unas jóvenes felices y vestir como ellas quisieran. Unas chicas sin límites impuestos por la apariencia. Las operé un lunes y a las dos el mismo día. Al terminar las dos intervenciones, como siempre suelo hacer, llamé personalmente a la madre de las muchachas, que aguardaba pacientemente en la habitación. Tengo la costumbre de hacerlo; la incertidumbre de la espera es dura para los familiares. Le expliqué cómo había ido todo, lo contento que estaba de las operaciones y la tranquilicé porque aún estaban en la sala de reanimación. Al día siguiente, les di el alta en la clínica y siguieron el postoperatorio disciplinadamente en su casa. Me gustaría resaltar la palabra disciplina, porque está íntimamente relacionada con cualquier postoperatorio. Durante la primera semana después de una intervención quirúrgica es muy importante no cometer excesos. En el caso de la reducción mamaria, aconsejo no levantar pesos (no hacer nada en la cocina, no arreglar armarios ni realizar

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otros trabajos domésticos), ni levantar el codo por encima del hombro. También recomiendo vestir ropa holgada, blusas o chaquetas que se abrochen por delante para evitar movimientos innecesarios con los brazos. Si se siguen estos simples consejos a rajatabla, seguro que todo irá por el buen camino y el resultado positivo de la cirugía se evidenciará en breve. Pocas semanas después, las gemelas empezaron a vestir camisetas que nunca antes se hubieran atrevido a llevar; además, cuando llegaron a la primera consulta de seguimiento se las veía contentas y satisfechas porque se habían reconciliado consigo mismas. El resultado tras esta intervención me dejó realmente satisfecho porque, más allá de los parámetros puramente quirúrgicos, había un aspecto muy difícil de medir: lo que recuperan los pacientes después de una operación y que, para mí, no podemos separar de la especialidad en la que trabajo; la reducción mamaria les había devuelto la juventud que se estaban perdiendo. Su personalidad quizá no cambió, pero sí su autoestima y sus relaciones sociales, hasta entonces casi inexistentes. Ellas podrían ser el ejemplo perfecto del win-win de una cirugía. A los pocos años de haber realizado la reducción mamaria a las dos gemelas, recibí una carta inesperada, pero que me hizo mucha ilusión: era una invitación a la boda de una de las hermanas gemelas. Alguien puede pensar que fue un gesto simbólico, pero para mí, que me hizo tremendamente feliz recibir aquella invitación, era más que una anécdota: más allá de haber logrado con creces el objetivo a largo plazo que habíamos trazado el día que llegaron a mi consulta con su madre, habían confiado plenamente en mí, habíamos encontrado la solución al problema y, además, se acordaban de mí.

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3. La rinoplastia

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Observar al paciente Hace unos años, vino a mi consulta una pareja que llevaba treinta y cinco años casada. Eran dos personas que habían compartido toda su vida y ambos acudieron a verme. Solo con verlos cruzar el umbral de la puerta, cogidos de la mano, pude intuir enseguida la complicidad que los unía y el respeto que se profesaban; diría, incluso, que era posible visualizar el afecto que los mantenía juntos. Sin embargo, a pesar de todo, algo había condicionado a María a retrasar su visita a un cirujano plástico más de cuarenta años. ¿Qué se escondía detrás de esa historia? ¿Qué había motivado a María a consultarme? Cuando un paciente entra en mi despacho, lo primero que hago es observarlo. La observación es una técnica que aprendí de mi padre y que sigo practicando a rajatabla. Miro con atención el rostro, el cuerpo, la postura que adopta al sentarse, cómo camina, cómo es su pelo, sus manos y cómo me saluda, la forma de hablar, el tono de su voz, cómo se mueve… Cualquier detalle puede resultarme valioso para conocer más en profundidad a las personas y ayudarme en el análisis de su problema y en la elección de la solución. Todo me interesa y trato de estar atento desde el primer minuto de la entrevista. La armonía es a la cirugía lo que los cimientos son a una casa, y escuchar atentamente al paciente que tengo delante siempre me sirve para conseguir los mejores resultados. En el campo de la cirugía estética y reparadora, la armonía es uno de los principios elementales: armonía es proporción, pero no solo eso. Hemos de aplicar el concepto en cada uno de los pacientes que atendemos y realizar la composición del posible resultado. Hemos de tener en cuenta los parámetros morfológicos del cuerpo del paciente y buscar, constantemente, cómo conseguir el resultado óptimo. El efecto más armónico es, sin duda alguna, el que se aleja de la estridencia, el que no resulta excesivamente evidente, de tal modo que el cirujano debe hallar el equilibrio entre la razón y el deseo, entre lo natural y lo artificioso, con el fin de conseguir que no señalen al paciente con el dedo cuando camine por la calle. Debemos alcanzar la elegancia, que nuestra intervención sintonice con el resto del cuerpo.

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Encontrar el momento adecuado «Mientras encuentras lo que buscas, sé feliz con lo que tienes.» ANÓNIMO

A los pocos minutos de estar en mi consulta, María se sinceró y me contó el motivo de su visita: a los sesenta años quería regalarse una rinoplastia. Era una mujer con las ideas muy claras y me explicó por qué había esperado tanto tiempo para ver realizado su sueño. Se casó muy joven, a los dieciocho años, siguiendo los cánones de la época. Luego, dedicó la mayor parte de su vida a acompañar al marido en su día a día, a criar y educar a los hijos, a verlos crecer. Un trabajo duro, de mucha responsabilidad y habitualmente poco valorado. No olvidemos que estamos hablando de la década de 1960, en la que el papel de la mujer,en la sociedad de hace cincuenta años , era bastante distinto al de la mujer del siglo XXI: antes, las madres, las esposas y las hijas dedicaban toda su jornada a vivir por y para la familia; por fortuna, hoy en día, con la incorporación de la mujer al mundo laboral, con cargos de responsabilidad en las empresas y ante la necesidad de que los dos miembros de la pareja contribuyan a la economía familiar, el estilo de vida femenino ha cambiado por completo. Hoy, la mujer dispone de momentos para ella; contempla la posibilidad de compaginar su dedicación a los hijos y a la pareja con momentos para su uso y disfrute. Sin embargo, unas cuantas décadas atrás era difícil que una mujer pudiese pensar en una mejora médico-estética. Durante años, María, mi paciente, se había dedicado exclusivamente a la familia; ahora bien, esto no quitaba que albergase un sueño, una ilusión que había conservado a lo largo de de su vida. Durante mucho tiempo mantuvo su anhelo en silencio, hibernando, a la espera del momento propicio para despertar. Y así fue como un buen día, sin saber cómo, María se levantó de la cama y se dio cuenta de que los hijos no solo habían crecido, sino que habían abandonado el nido. Mientras tanto, los padres, que habían envejecido, pasaron aquel período en el que requieren más atenciones y, finalmente, fallecieron. Luego, la pareja empezó a trabajar a otro ritmo, olvidando el frenesí de la juventud, y pasaba más tiempo en casa. En estas condiciones llega el momento en el que los espacios y los tiempos necesitan una revisión, redefinirse poco a

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poco, y es entonces cuando vuelven a recuperarse las decisiones aplazadas y los deseos olvidados. Siempre regresan. Y este era el misterio que escondía María, simplemente porque desde los dieciocho años ni un solo minuto fue para ella. De algún modo, la elección que había tomado al casarse la había arrastrado a aplazar su deseo.

Aquella tarde en la consulta, María me explicó que hacía cuarenta y siete años que deseaba sentirse bien con ella misma. Eran casi cinco décadas esperando algo que deseaba, casi cinco décadas en las que lo había dado todo por su familia, por los demás. Hacía años que había tomado una decisión, que iba aplazando simplemente por generosidad y dedicación hacia quienes la rodeaban. «Ahora creo que puedo hacerme un regalo a mí misma», me decía mientras yo no podía dejar de pensar que ella sí que era un regalo, un valioso tesoro. Su esposo la miraba complacido, sin quitarle la mirada amable de encima, al tiempo que iba asintiendo. Yo también la escuchaba atentamente, hasta cierto punto emocionado al comprender cómo es, a veces, la vida de las personas, los recovecos que tiene y los secretos que alberga. María tenía muy claro lo que quería: no le gustaba su nariz, siempre la había hecho sentir incómoda y acababa de llegar el esperado momento de cambiarla. Empecé a contarle en qué consistía la operación que llamamos técnicamente rinoplastia. Se trata de una intervención que nos permite remodelar la nariz con la finalidad de conseguir una forma más anatómica y acorde con el rosto de la persona, con su fisonomía. María se acercaba a los sesenta años. La edad per se no es un inconveniente para realizar una intervención de este tipo, aunque sí que es un aspecto más que tener en cuenta a la hora de planificar la operación. En realidad, una rinoplastia pasados los cuarenta rejuvenece muchísimo el aspecto facial de la persona. Pongamos por caso: una nariz desviada, con una punta grande y un caballete pronunciado es susceptible de ser intervenida para darle una forma y una estética más adecuadas al semblante del paciente. Esto es lo que se consigue con la rinoplastia. María era una paciente sana, pero, sobre todo, era una mujer, como se dice coloquialmente, con la cabeza bien amueblada, y esto también es importante, porque reforzaba que no había tomado la decisión al tuntún.

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La rinoplastia es una intervención que puede realizarse mediante distintas técnicas, aunque estas pueden resumirse en dos procedimientos: la rinoplastia abierta y la rinoplastia cerrada. En el primer caso, se practica una incisión en la base de la nariz que separa los dos orificios nasales (llamada columnela nasal) con el fin de acceder con más facilidad a las diferentes estructuras de la nariz. En el segundo caso, la rinoplastia cerrada, se practica la incisión en el vestíbulo nasal; en otras palabras, se realiza toda la cirugía desde dentro de los orificios nasales. La rinoplastia ayuda a dulcificar el rostro y a rejuvenecer el aspecto. En la cara hay dos apéndices que deben pasar inadvertidos: la nariz y las orejas. Cuando cualquiera de ellos es demasiado protagonista, el resultado visual es que «se come» la cara de la persona y su aspecto pasa a un segundo plano. A veces, incluso, llega a esconder unos ojos y una mirada bonitos o unos labios bien formados. María deseaba hacerse una rinoplastia por motivos estéticos. La rinoplastia también puede realizarse con el fin de reparar algún defecto provocado por un traumatismo importante que impida respirar con normalidad. Quizás al leer la frase anterior habéis pensado: «Qué tontería»; sin embargo, no es así. A veces hay que someterse a una rinoplastia, ya que sufrir trastornos respiratorios a causa de una malformación nasal puede limitar o condicionar el modo de vida de una persona: un individuo con problemas respiratorios no puede practicar deporte con normalidad, se cansa antes de lo habitual, se resfría mucho más, puede sufrir alteraciones del sueño e, incluso, ver perjudicadas las relaciones de pareja. Todos los órganos del cuerpo humano están pensados para que funcionen correctamente y si alguno de ellos no lo hace, puede afectar al resto del organismo. En realidad, el cuerpo humano es la suma de cada una de sus partes, y el correcto funcionamiento de todas ellas nos garantiza un estado saludable. María sonreía mientras su marido permanecía en silencio y escuchaba atento todo lo que íbamos comentando en la consulta. Parecía que María seguía tranquila tras la charla y con la misma ilusión que al principio. En parte, esta es mi misión: ofrecer serenidad y seguridad al paciente; esto lo consigo escuchándolo con atención, aconsejándolo y detallando todos los entresijos de la intervención. La experiencia me ha demostrado que esa actitud aporta confianza a la persona y afianza más su decisión. Hay autores que hablan del valor terapéutico de la empatía; sin duda, es un valor al alza en las relaciones humanas. En la clínica, sabemos bien que esto ayuda a que el paciente tenga una actitud

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positiva y proactiva frente a la enfermedad, lo que aumenta exponencialmente el efecto terapéutico del tratamiento. La respuesta a la cirugía estética no es ajena a este efecto positivo.

En algún momento de la primera visita, siempre le llega el turno al silencio. «¿Será que pasa un ángel?», me pregunto a menudo. La aparición del silencio coincide con los instantes posteriores a mi explicación detallada de la intervención, y no es nada extraño. El paciente intenta procesar toda la información que le he facilitado y su cerebro necesita asimilar los datos y reaccionar. ¡Daría lo que fuera para poder saber lo que piensan en ese momento! Al silencio, suele seguirle un suspiro o una palabra inconexa, mientras el cerebro y el cuerpo se relajan después de la tensión acumulada. La visita de María no fue ninguna excepción. Tras digerir todos los pormenores, María tenía preparada su particular batería de preguntas, como cualquier persona que llega a la consulta. Suele ocurrir que, a veces por prudencia y otras por necesidad, las primeras que salen a escena son las dudas urgentes, y es justo después de salir por la puerta del despacho o ya en el ascensor cuando les asaltan otras preguntas que formular… Hay cosas que no han preguntado y que consideran importantes; se quedaron en el buche. Una de mis preocupaciones en las visitas es que no quiero que ninguno de mis pacientes traspase el umbral de la puerta con sensación de desamparo, porque eso produce vacío y soledad. Por este motivo, acostumbro a recomendar a todos los pacientes que, cuando lleguen a su casa, cuando las dudas empiecen a bailar en sus cabezas, anoten todo aquello que les ha quedado por preguntar y vuelvan a ponerse en contacto conmigo o me llamen por teléfono antes que tratar de resolver sus dudas buscando en internet. Gran parte de la información que encontramos en la red no está contrastada y, lejos de aportar más luz a nuestras penumbras, añade confusión y desconcierto; además, las opiniones dispares confunden, y tendemos a creernos lo que cuadra con nuestra lógica (lo que no significa que sea lógico desde el punto de vista médico, porque a veces nos falta conocimiento para comprender los motivos). Mi máxima es ofrecer al paciente la oportunidad de resolver todos sus miedos, todos los que buenamente puedo resolver. Tengo muy claro que la reflexión nos despoja de miedos y nos convierte en valientes, y eso se nota a la hora de entrar en el quirófano: el paciente que sabe acostumbra a llegar más tranquilo al quirófano. Sin embargo, para ello es

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imprescindible el contacto con ellos. Cuando uno se siente solo, es fácil dejarse llevar por el miedo, por esas voces anónimas que cuentan historias que han oído de la amiga de una amiga que conoce a su hermana, que… ¡Consultad! ¡Preguntad! No dejéis que la duda paralice vuestra decisión, y no solo en cirugía plástica, sino en cualquier aspecto de la vida. María me observaba. Esperaba inquieta su turno abierto de preguntas y aclaraciones. La primera cuestión siempre suele estar relacionada con el dolor, porque el paciente no está dispuesto a padecerlo si no es realmente necesario. No debemos olvidar que una intervención de cirugía plástica estética se realiza con la única finalidad de modificar alguna parte del cuerpo que no gusta al individuo; no es una operación imprescindible, aunque sí necesaria, por lo menos para la persona y su bienestar emocional. En contraposición, la cirugía plástica reparadora parte de unas premisas y tiene un campo de trabajo diferente: intenta disimular o reparar los efectos destructores de un accidente o de un trauma, los defectos de malformaciones congénitas o los efectos de una resección tumoral u oncológica. Comento esto porque el margen del malestar que un paciente es capaz de soportar puede ser ligeramente distinto en un caso u otro, y la predisposición de la persona también puede influir sobre su umbral de dolor, sobre el momento a partir del cual siente dolor. Sea como sea, lo importante es mitigar esa sensación de malestar, y para ello está toda la batería de fármacos analgésicos. Y sí, ¿cómo no?, María también me interrogó sobre el dolor. La rinoplastia no es una intervención especialmente dolorosa porque la nariz es un apéndice que carece de movimiento y, al estar quieta, no duele. No sucede lo mismo con las articulaciones; por este motivo debemos bloquearlas, por ejemplo, con yeso, porque si están rotas, duelen, y ¡mucho! Al realizar una rinoplastia, manipulamos las partes blandas de la nariz y tenemos que fracturar el hueso; lógicamente, esto produce cierta molestia postoperatoria, pero, puesto que luego no se mueve, el dolor tiende a desparecer. Con una dosis suave de analgésicos, desaparece por completo. Desde el punto de vista práctico, colocamos una férula en el dorso de la nariz con la finalidad de evitar que se hinche demasiado y, al mismo tiempo, de protegerla frente a algún golpe fortuito, que sí sería doloroso. Relaja saber que no sufrirás dolor, ¿verdad? Descartado el dolor, el segundo aspecto que más inquieta a los pacientes es saber si podré modificar su nariz tal como ellos desean.

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Quiero la nariz de Scarlett Johansson Uno tiene su propia imagen de sí mismo. Cuando alguien se plantea una rinoplastia, puede imaginar un cambio y proyectar en su mente una nueva nariz para su rostro y, para ello, normalmente, las personas suelen recurrir a personas famosas o modelos conocidos. La pregunta que suelen hacerme es: «¿Cómo quedará la nueva nariz en mi rostro?». No es nada raro que las personas lleguen a la consulta diciéndome: «Doctor, quiero una nariz como la de Scarlett Johansson» (o como la de cualquier actor o actriz de moda). Sin embargo, la rinoplastia no funciona de acuerdo con los parámetros del deseo. Los cirujanos plásticos conocemos bien las estructuras morfológicas y las referencias anatómicas, y estas no pueden alargarse o reducirse a gusto del consumidor. Si se puede, adaptamos la nariz al rostro de la persona, pero hay que tener en cuenta que la nariz no es moldeable como la plastilina con la que juegan los niños. Intentamos dulcificar una nariz para que parezca menos agresiva y sea más natural. Tratamos de otorgarle el papel que se merece en la armonía del rostro, de modo que con la rinoplastia la nariz pierda el protagonismo y pase a ser un simple actor de reparto. A menudo, el apéndice nasal enmascara los detalles más bellos del semblante de un paciente, así que la rinoplastia permite potenciar la mirada y la forma de la boca, junto con los labios. Este es el efecto que quiero conseguir cuando practico una rinoplastia; es el sello que quiero dar en cada una de las intervenciones que realizo. Hemos de realzar la mirada, el contorno de los ojos, las cejas y los labios. Incluso el mentón desempeña un papel importante. El problema aparece cuando la nariz se apodera de la totalidad del semblante; en este momento se pierde la armonía y tenemos la sensación de que algo desentona. En un rostro, las orejas y la nariz tendrían que pasar desapercibidas; no deberíamos notarlas, porque la preponderancia de la nariz puede deslucir un mentón perfecto, unos labios preciosos o una intensa mirada. Para mí, la rinoplastia es la cirugía más complicada (lo que no significa que sea la más difícil de realizar). Me obliga a tener presente, en todo momento, las múltiples modificaciones posibles y a pensar en abstracto. Suelo utilizar una imagen para explicar por qué es así: la nariz se compor- ta como una bolsa llena de nueces: cuando intentas coger una nuez de la bolsa, todas las demás se mueven y se recolocan. Pues bien, nuestro apéndice nasal actúa exactamente igual: cuando quitamos una pequeña porción de la

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punta nasal, la nariz se adapta y se mueve de forma natural a un conjunto completo; de modo que no solo se adapta el vértice, sino también el resto de la nariz. Y, claro, la nariz de Scarlett Johansson le queda perfecta a esa actriz, pero de ahí a que sea la que necesiten el rostro de María o de Laura hay un abismo. Por otro lado, sí que es posible encontrar un tipo de nariz que quede perfecta para la estructura de cada uno de los rostros que vienen a verme a la consulta. Cada rostro requiere una nariz diferente. Es una falacia pensar que saldremos de la consulta de un cirujano plástico y estético siendo otra persona completamente diferente. La distorsión de la realidad que algunos programas de televisión han potenciado, y han trasladado a muchos hogares de nuestro país, ha perjudicado seriamente la razón de ser de nuestra profesión. La persona que acude a mi consulta sale siendo la misma persona, ¡faltaría más! Con los mismos valores, los mismos temores a equivocarse y las mismas ilusiones. Eso sí, se siente mejor porque hemos conseguido cambiar o modificar alguna parte de su cuerpo que no le gustaba, y eso puede influir directamente en su seguridad o en su estado de ánimo. Es importante que los pacientes no se dejen influenciar por dimes y diretes, por las voces carcomidas por la envidia, muy a menudo, que le dirán que pensaban verla o verlo mejor. Son voces crispadas que enmudecen; a veces se convierten en un eco constante y repetitivo que suele dar al traste con un buen resultado. No siempre puedo ofrecer a los pacientes todo lo que me piden. La solución no solo está en mis manos; es la morfología, la genética particular y variable de cada uno de nosotros, la que representa un papel decisivo en todo el proceso.

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Del preoperatorio al postoperatorio «No quiero ser un hombre de éxito, sino un hombre de valores.» A. BLANCH RUBIÓ

Los pacientes no suelen preguntarme el método que utilizaré en su intervención. Me gustaría hacer una descripción muy llana para que la mayoría de las personas consigan quedarse tranquilas con ella. Normalmente, la rinoplastia se realiza con anestesia general, porque le permite al paciente estar tranquilo y relajado; así también controlamos mejor la operación desde el punto de vista médico. Los riesgos que debemos prever son los habituales en cualquier tipo de intervención: el sangrado, los problemas derivados de la anestesia, la infección postoperatoria o los problemas de cicatrización. No debemos olvidar que cada piel es diferente y se comporta de manera desigual en el proceso de cicatrización. Lo más importante después de la intervención es la adaptación del paciente a su nueva fisonomía. Durante los primeros días, toda la zona afectada se encuentra inflamada, pero, poco a poco, las facciones se recuperan a medida que el edema y la inflamación ceden. El valor más importante en un postoperatorio es el tiempo; solo él nos proporcionará el resultado definitivo. Tras una rinoplastia, aconsejo a mis pacientes que se hagan un cambio de imagen: un corte de pelo nuevo y diferente, que se lo tiñan de otro color, que cambien su forma de vestir… Es decir, que añadan a la intervención su toque personal y, así, el cambio de look permite que el resultado de la cirugía pase desapercibido. Mi consejo busca esta frase: «Te veo mejor y no sé qué es…». El paciente puede escoger entre buscar una excusa del cambio de look o explicar, si realmente le apetece, la operación a la que se ha sometido.

Después de un largo espacio de preguntas y respuestas, María se marchó segura de que la decisión que finalmente había tomado era la correcta. No siempre sucede. Incluso su marido me agradeció, con sus tímidas palabras, la sinceridad de la charla. Mientras sus siluetas desaparecían tras el umbral de la puerta, pensé que María era feliz con el

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obsequio que su marido le había regalado. Ella no sabe que por la noche, mientras regresaba a casa después de un largo día, pensé en ella: María tenía un don, era un regalo de mujer y un regalo de persona. No cabe duda de que la felicidad es un excelente remedio contra el envejecimiento. La intervención de María fue muy bien, el postoperatorio se desarrolló sin consecuencias y, lo más importante, ella quedó muy satisfecha con el resultado.

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4. La otoplastia y la blefaroplastia

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Otoplastia. Corregir las orejas de soplillo «Las orejas de Dumbo tienen solución. La otoplastia.»

Cuando Carlos entró por la puerta con su madre me vino a la mente un anuncio televisivo. El niño, vestido con mucho gusto, parecía salido del castillo del Príncipe de Beukelaer. ¿Lo recuerdan? El príncipe de las galletas de chocolate, con la misma melena corta y rubia que llevaba el príncipe en televisión. Parecía el paje del rey Melchor. Miré la ficha que mi secretaria, había dejado encima de mi mesa: «Orejas de soplillo». El chaval, que sonreía ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor, parecía un niño feliz. Sin problema alguno. Me fijé en su melena, porque era el peinado habitual de un niño de seis años. Y Carlos era más mayor. Estaba convencido de que el corte de pelo que llevaba no lo había escogido él. Son normalmente las madres o las abuelas quienes intentan esconder las orejas grandes en un niño. Visité a Carlos. Cuando llega un muchacho a mi despacho con unas orejas de soplillo o de Dumbo, intento que juegue a despeinarse y cambiar de forma natural el corte de pelo delante de un espejo. Sin que se dé cuenta trato de estudiarlo y comprobar la forma de sus orejas. Carlos no intuyó en ningún momento que con aquel juego estábamos intentando programar su intervención. La dismorfia del pabellón auricular es un problema muy frecuente en los niños. Pero es muy habitual que practique este tipo de cirugías a niños que aún no han empezado su vida escolar, o a jóvenes adolescentes que han sufrido durante años burlas constantes de sus compañeros de colegio. Cuando Carlos acabó de despeinarse como quiso, le ofrecí un nuevo juego. En mi despacho tengo un molde de una oreja. Al ser de silicona, nos permite mostrar a los padres cómo quedarían las orejas de su hijo después de la intervención sin marear ni molestar al niño. Los dos aspectos más importantes que debe resolver una otoplastia son: que las orejas pasen desapercibidas y que tengan una forma totalmente natural. Es básico poder disminuir el ángulo de abertura del pabellón auricular; las orejas, cuanto más pegadas a la cabeza, mejor, porque resultan más armónicas y naturales.

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Cuando el chico tiene menos de seis años no es consciente de la forma de sus orejas, sino que son los padres quienes se dan cuenta de que sus orejas no son normales. En cambio, en la preadolescencia son los jóvenes quienes demuestran su rechazo a la forma de sus orejas (cambiándose el peinado, llevando el pelo largo o muy largo, usando gorra constantemente); además, no les gusta bañarse en la piscina. Los chavales que quieren operarse porque están a disgusto suelen colaborar más en el preoperatorio, en la intervención y en el postoperatorio. El objetivo principal de la otoplastia es disminuir el protagonismo de las orejas en el rostro de una persona. Recuerdo que, en las largas conversaciones con mi padre, siempre me contaba alguna anécdota sobre la multitud de remedios que, madres y abuelas, aplicaban a sus hijos y nietos con la excusa de que a alguien le había funcionado o que la vecina del tercero se lo había contado. Para corregir las orejas de soplillo, normalmente, aplicaban a los pocos días de nacer el crío un esparadrapo detrás del pabellón auricular siguiendo las pautas de una persona que no era médico. Las orejas con el remedio de la abuela o la vecina seguían creciendo. El cartílago del pabellón auricular tiene una memoria que no se modifica ni con cientos de metros de esparadrapo. Una vez que retiramos la tira de esparadrapo, la oreja vuelve a recuperar su posición inicial. Carlos seguía jugando con ese aire de niño feliz, ajeno a todo lo que le contaba su madre. La operación se realiza con anestesia local y sedación. La cirugía se realiza por la parte posterior de la oreja, por lo que la cicatriz nunca es visible: queda una línea imperceptible en la parte posterior de la oreja, que con el paso del tiempo va desapareciendo. Fue entonces cuando entre su madre y yo empezamos a contarle a Carlos lo bien que podría sentirse si intentábamos corregir sus orejas. Prestó atención y poco a poco le fuimos explicando en qué consistía y que, posiblemente, después de la intervención estaría bien que cambiara su corte de pelo. —Doctor, casi que me lo cortaré un poco antes de operarme. Me da mucho calor y no estoy cómodo con él. Carlos dijo que sí. Entendía que si pensábamos que era una buena solución para él, ¡avanti a toda máquina! En una intervención es imprescindible tener al paciente predispuesto. Les conté que durante las primeras veinticuatro horas debería llevar un

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vendaje tipo turbante, que es cómodo e imprescindible. Sirve para proteger las orejas durante el sueño y no desmontar la corrección que hemos hecho durante la otoplastia. Día y hora. Quirófano listo. Los padres de Carlos esperando en la habitación. Los llamé para decirles que habíamos terminado y que todo había ido según lo previsto. Sin complicaciones; Carlos llevaba el vendaje y pronto podrían abrazarlo. ¡Con cuidado, eso sí! Lo increíble ocurrió cuando Carlos vino a retirarse el vendaje que le puse para protegerse mientras dormía. Siempre hago que el paciente se mire al espejo también después de operarse. Hay que tener en cuenta que, con la inflamación habitual de la cirugía, por pequeña que sea, el resultado que vemos al retirar la venda no es el definitivo. Pero no podré olvidar nunca la cara de Carlos, con los ojos como platos, delante del espejo. Estaba realmente satisfecho. Dos semanas después vino a verme y parecía un auténtico marine. Se había cortado el pelo muy corto. Las orejas dejaron de ser las protagonistas de su vida. Los pacientes suelen preguntarme a qué edad recomiendo practicar una otoplastia. Pues es aconsejable hacerlo antes de que los niños empiecen la escuela obligatoria. Todos sabemos que cuando somos unos chavales somos muy crueles. Si podemos evitar que los compañeros de colegio se burlen de las orejas de Dumbo de nuestro hijo, le ahorraremos más de un disgusto. Y es mejor hacerlo a finales de agosto o primeros de septiembre, con el tiempo suficiente para que el crío pueda recuperarse bien antes de acudir a la escuela. Hay distintos casos. Cada persona tiene un motivo y un momento para hacerlo. Hay quienes lo hacen en la madurez, porque se han separado o porque sencillamente no le han dado importancia hasta ese momento. Otros que han tenido unos padres que no han entendido sus necesidades, y cuando pueden y son adultos se operan. Las personas que lo hacen pasados los dieciocho, deben tener un motivo: el suyo propio. Quizás hayan priorizado otras cosas, o no han tenido tiempo de fijarse en el tamaño o la forma de sus orejas. Hay mucha gente que vive con este problema y no se opera nunca. Conocí a una bailaora de flamenco que usaba los mechones del pelo —los más largos — para engancharse las orejas y hacerse el moño bajo. Y es que las mujeres siempre tienen un motón de recursos sorprendentes. ¡Hábil estrategia, la de nuestra bailaora! Normalmente, las mujeres tienen más recursos. El día a día es más fácil de llevar. Suelen venir cuando se dan cuenta de que se despeinan al salir de la piscina o del mar, y

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entonces les aparecen las orejas, como si las vieran por primera vez. Nunca antes le habían dado importancia a la forma. Un consejo, no dejéis que nadie se ría de vosotros, nunca. Reíros juntos.

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Blefaroplastia. El párpado caído entristece la mirada «El saber popular advierte que la cara es el espejo del alma, pero sobre todo es la mirada la que revela nuestro estado de ánimo. Dentro de la gramática facial, los ojos son el adjetivo calificativo, pues nos advierten de la felicidad o de la tristeza, de la sorpresa o del miedo.» MÀRIUS CAROL,

director de La Vanguardia

La historia de Lidia estremece. Pone los pelos de punta a la gente que aún conserva, entre sus valores, la sensibilidad. Parece imposible comprender el siglo XXI sin la necesidad de algunas personas de vivir permanentemente fastidiando al prójimo. Lidia acudió a mi consulta después de darse cuenta de que en su rostro había algo que la molestaba. Estaba acomplejada y ella misma había hecho el paso de reconocerlo. Durante la charla que mantuvimos, en esa primera consulta donde intento esclarecer el motivo de la visita, lo repitió más de una vez. Es importante encontrar el punto de partida: un complejo, un deseo, una lesión, un sueño. Es importante para el paciente, pero también lo es para mí. Mi paciente, una mujer de unos cincuenta y tantos, me contaba sin tapujos que la primera vez que se fijó en la asimetría de su rostro fue mientras observaba una fotografía suya que conservaba de una estancia en un balneario. Realizaba, o al menos para eso había acudido, una cura antiestrés, una estancia para el descanso. Después de unos días de reposo, su rostro no era lo que esperaba: ni parecía relajado ni rejuvenecido. ¿Qué vio Lidia en aquella fotografía que la hizo reaccionar? Su cara mantenía una expresión apagada, un párpado caído —el izquierdo— y su rostro permanecía triste y cansado. Se sorprendió. Un espejo no sirve de nada si no somos capaces de afrontar la realidad que nos muestra. Comprendió mediante una simple fotografía que ese párpado caído desencajaba su cara. La blefaroplastia es la cirugía de los párpados. Es una intervención breve que, si no hay contratiempos, suele durar aproximadamente una hora y media y que se practica con anestesia local y sedación. La sedación es un procedimiento anestésico que permite

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suministrar un medicamento que relaja al paciente mediante una vía; de ese modo puedo aplicar la anestesia en los párpados sin dolor. La sedación tiene la particularidad de que borra cualquier sensación desagradable de la cirugía. La blefaroplastia nos permite corregir las bolsas inferiores y los párpados superiores para mejorar el aspecto cansado y envejecido y que puede afectar, incluso, a la visión de alguno de los ojos. Desde que Lidia descubrió su párpado caído en aquella fotografía nunca más pudo separarse de él. Empezó a formar parte de su vida diaria, no podía deshacerse de él. Dejaron de importarle los michelines, la cintura ancha y la cadera estrecha. La expresión de tristeza que le daba la caída del párpado la persiguió, minuto a minuto, hasta que conseguí convencerla de que lo mejor que podía hacer era ponerse en mis manos. Podíamos hacer algo para ayudarla y borrar para siempre la tristeza de su cara. Hablé con Lidia durante horas. Me apetecía convencerla de que era lo mejor para ella. Los amigos, los compañeros de trabajo y los familiares empezaron a darse cuenta de que en su rostro pasaba algo, algo no iba bien. «¿Se te ha caído el ojo, Lidia?», exclamaban con sorpresa. Lidia iba trampeando los comentarios que recibía como podía, como sabía. Mi paciente dudó mucho antes de acudir a mi consulta. Pidió presupuesto a otro colega de profesión y empezó a darle vueltas a la idea de someterse a una intervención de blefaroplastia. Después de la primera consulta la acecharon todas las dudas. No debemos tener miedo cuando tomamos una decisión. Cuesta, pero una vez que la hemos tomado, tenemos que seguir adelante. Lidia comenzó a pedir opinión a su entorno más próximo. Y, como suele suceder, algunas personas la animaban a hacerlo; otras, en cambio, le aconsejaban que no lo hiciera. Se tropezó con opiniones diversas, opuestas. Incluso un pariente cercano, cirujano plástico como yo, le aconsejó que no lo hiciera. «Tienes que aprender a envejecer con dignidad y a quererte con tus arrugas.» Se dejó convencer, se dejó llevar por la incertidumbre, por el miedo. El miedo nos paraliza, no nos deja avanzar. Nos succiona la voluntad como el más terrible de los tornados. Nos aleja de la esperanza, de nuestros sueños. El miedo nos separa de la vida. Lidia me confesó que no tenía miedo a la intervención. Lo que realmente la aterraba era su fobia a los médicos y a los hospitales. Tampoco era un problema económico… Sencillamente, ponerse en manos de un médico la aterrorizaba. Pero hay un momento en nuestra vida en que algo sucede y nos empuja a cambiar. Parece mentira que en los tiempos que corren la gente aún no sea capaz de tratar a las personas con respeto. A menudo, cuando escucho según qué historias, me avergüenzo de

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pertenecer a la condición humana. En demasiadas ocasiones deja mucho que desear. No todas las personas somos iguales. En eso estamos todos de acuerdo. A Lidia aún le dolía explicar el incidente que la hizo cambiar de opinión y venir a mi consulta para informarse sobre la blefaroplastia y operarse. Me contó que un día, mientras paseaba con una amiga por la Rambla de Catalunya, en Barcelona, tropezó sin querer con una pareja. Lidia se disculpó al momento. Pero lo que recibió por parte del hombre fue una sarta de insultos que la dejaron sin habla, literalmente muda. Siguieron con el paseo mientras Lidia comentaba con su amiga el tropiezo, porque fue un simple traspié, y la agresividad y la poca humanidad que algunas personas acumulaban. Decidieron entrar en una famosa zapatería de la Rambla de Catalunya y, sin darse cuenta, mi paciente tropezó de nuevo con un hombre. «Horror», exclamó Lidia. Era el mismo con el que se había topado poco antes. No le dio tiempo a disculparse, porque el hombre empezó a insultarla de nuevo, con tono agresivo y palabras que no hace falta reproducir. Intentó apaciguarlo con sus disculpas, hacerle comprender que había sido un accidente, pero no hubo manera. Gritó e insulto hasta saciar su rabia. La acusó de amargada por la expresión de su rostro. Inmediatamente, pensó que su párpado caído era el responsable de aquel desmesurado ataque. Más tarde, cuando pudo calmar su disgusto, se enteró de que el sujeto que la había insultado era hermano de un importante político catalán. La educación, las formas y el respeto tendrían que ser un valor al alza en la vida pública; también entre los políticos. A Lidia le daba igual quién fuera. Me contó, con lágrimas en los ojos, que lloró y lloró de rabia, impotencia y tristeza. Lloró por encima de sus posibilidades antes de darse cuenta de que no lloraba por un desalmado y desaprensivo sujeto, sino por ella, por su párpado caído y por no poder cambiar esa expresión de amargura y fealdad. Seis años tardó Lidia desde aquel incidente en acudir a mi consulta. Cada día que pasaba se encontraba más deformada, y un día, sin vacilar, tomó la decisión de cambiar. Nos conocimos de casualidad fuera de la consulta. Le habían hablado bien de mí y vino a verme. Había conseguido vencer la cicatriz del miedo, aquella que más cuesta de cicatrizar. En la cirugía de la blefaroplastia, la recuperación suele ser rápida. Cuando nos miramos al espejo, el párpado siempre queda recogido. En el párpado superior, la cicatriz se esconde en el pliegue. La vía de acceso en el párpado inferior es diferente, al

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ser una incisión transconjuntival, la cicatriz no se ve y permite corregir las bolsas de grasa del ojo cansado y envejecido. En el caso de Lidia, conseguimos decidir la fecha y la hora de la intervención en la primera visita. No siempre es así. Los pacientes suelen necesitar un tiempo prudencial para tomar sus decisiones y combinar su trabajo con los días de recuperación. Después de una blefaroplastia, el paciente sale por su propio pie del hospital y dos semanas después de la intervención los resultados son visibles. A veces parece que intento convenceros. Os quiero dejar, con el permiso de la paciente, las frases finales de la carta que me hizo llegar para poder escribir este capítulo. La verdad es que me lo pintó tan fácil que en esa primera visita salí ya con fecha y hora de la operación. Tres semanas más tarde, y tras dos horas escasas de intervención, salí del quirófano por mi propio pie, muy contenta, y consciente de que me había quitado un gran peso de encima. La recuperación fue excelente y hoy, un mes y una semana después, estoy encantada de haberme operado; y sí, tengo que darle la razón a mi pariente cirujano… mi expresión ha cambiado: la tristeza que emanaba de mi mirada se ha convertido en luz. Mi rostro es ahora simétrico y mis ojos reflejan un brillo que hacía muchos años que había perdido. Me siento muy bien conmigo misma y, sobre todo, ahora miro a la gente de frente, sin miedo. Gracias, doctor Blanch.

Para mí siempre es un placer y un privilegio ayudar a las personas a conseguir su sueño, a vencer sus miedos, a sentirse mejor con ellas mismas. Siempre.

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5. Algunas palabras sobre la liposucción

La liposucción es uno de esos procedimientos sobre los que hay muchas ideas imprecisas. Genera demasiada confusión. Una gran parte de la población asocia la liposucción a la pérdida de peso. Pero este concepto es totalmente erróneo; la liposucción es una intervención que permite perder volumen, que no es exactamente sinónimo de perder peso; la grasa, en sí, pesa muy poco. En mi consultorio, dentro de una caja de madera en la que guardo mis gafas de microcirugía, tengo un pisapapeles. Este pisapapeles es un disco de acero asociado a una larga historia: me lo regalaron durante una visita privada al palacio de Buckingham, en Londres, hace ya algún tiempo. Bien, cuando tengo delante a un paciente y abordamos el tema de la liposucción, le pido que sospese los dos elementos: el disco de acero — pequeño y pesado— y la caja de madera —grande, pero ligera—; y acaba entendiendo la reflexión que siempre hago: el disco es peso, la caja es volumen. La liposucción nos permite reducir volumen, pero como la grasa pesa poco, no se pierde peso. Para perder peso lo correcto es seguir una dieta, practicar ejercicio y apostar por una correcta nutrición; para perder volumen, podemos recurrir a la liposucción. Si explicamos correctamente el concepto, podremos evitar que, tras la intervención, el paciente afirme sin conocimiento de causa: «Es que solo me ha sacado cuatro litros», porque, si hablamos de volumen, esto es como adelgazarse ocho o diez kilos. Estos conceptos van relacionados con la concepción equivocada que las personas tienen del cuerpo y de su funcionamiento, una idea que a menudo no se ajusta a la realidad; diría más: es completamente errónea. No quiero ni creo exagerar si digo que cinco de cada diez personas a quienes practico una liposucción bromean de forma similar en algún momento del proceso: «Doctor, ojalá pudiera ponerme el aspirador en el dedo e ir vaciándome…». Resulta casi imposible pensarlo, porque el cuerpo humano está formado por compartimentos; no es como un globo que inflamos y desinflamos a nuestro gusto.

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La liposucción es, sin duda, la cirugía que más practicamos. El único hándicap que tiene es que suele malinterpretarse: si no se explica correctamente para qué utilizamos esta técnica, puede llevar a malos entendidos. Si acude a mi consulta un hombre o una mujer con sobrepeso importante y me pide una liposucción, me veré obligado, no sin antes explicar el motivo de mi respuesta, a decirle que no es posible. Hay pacientes que han hecho dietas estrictas siempre, no recuerdan cuál de ellas fue la primera; en algunos casos, cuando eren adolescentes. Y me cuentan que lo han probado todo, todos los tratamientos: la dieta de la alcachofa, la de la piña… ¡todas! Algunas de ellas han dado resultados parciales, otras, no; en cualquier caso, nunca han mejorado. Cuando nos encontramos delante de una situación así, el paciente necesita un empujón para verse bien, a corto plazo y durante un período continuado, para creer que es posible. Así, y solo así, podrá hacer frente a una dieta estricta, a unas pautas de ejercicio cardiovascular y a tomar el timón de su vida con una correcta nutrición. En estos momentos, los pacientes necesitan un rayo de luz al final del túnel para lograr finalmente su objetivo. En algunos casos, decido hacer una lipoaspiración o una lipoescultura antes de iniciar una pauta estricta de ayuno, sobre todo en pacientes que llevan a sus espaldas un largo historial de intentos infructuosos de adelgazamiento. Muchas personas asocian la dieta al fracaso. En estos casos, si sugiero que empiecen de nuevo con un régimen, lo más probable es que lo abandonen; sin embargo, si esta nueva dieta va precedida de un cambio de imagen, una lipoescultura, es mucho más probable que consigan seguirla con éxito después de la intervención. Naturalmente, en medicina hay pocas intervenciones que sirvan para cualquier paciente; cada enfermo, cada persona es una particularidad que debe ser tratada, hay que individualizar, y buena parte del éxito de la operación reside en saber hacerlo, en tomar las decisiones más apropiadas en cada caso. Hace un tiempo visité a un alto cargo diplomático que estaba destinado a un país asiático. Cuando lo conocí, era un hombre obeso, que había vivido en distintos países, que viajaba muchísimo y que, por trabajo, participaba en múltiples recepciones. Llevaba una vida profundamente desorganizada en el plano nutricional; su día a día no le permitía seguir una dieta a rajatabla. En su último destino, un país en permanente conflicto, no podía salir de la embajada con facilidad, de modo que tampoco podía practicar demasiado deporte; aunque en el consulado tenía un gimnasio, le era imposible

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salir a andar o a correr por la ciudad. Recuerdo, como si fuera ahora, sus palabras cuando nos conocimos: «Siempre debo ir a la sección de tallas grandes para comprarme los trajes. Y no quiero seguir así. Mi ilusión es poder comprarme un traje de una talla normal». En este caso, no practiqué una liposucción, sino una abdominoplastia, porque el paciente tenía lo que llamamos un doble faldón, una doble barriga. La abdominoplastia es un procedimiento quirúrgico cuya finalidad es extirpar el exceso de piel y grasa del abdomen. Esto puede reducir drásticamente el aspecto abombado de la tripa y hacer que el paciente recupere una barriga plana. Tras la intervención, nuestro diplomático logró comprar y vestir los trajes que deseaba, porque siempre encontraba su talla. Se sentía feliz consigo mismo. Me mandó unas fotos de un acto oficial en las que se lo veía asistiendo a un relevo militar en su destino. Sonreía. Me contó que sus amigos no dejaban de alabar el buen aspecto que tenía. A fin de poder someterse a la operación, solicitó un permiso especial de cuarenta y cinco días para poder recuperarse sin tener que asistir a actos oficiales y recepciones. Se sintió cuidado de cerca.

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Cuidar del paciente En medicina es importante estar cerca del paciente y que perciba, que capte a través de los sentidos, que su médico está siempre a su lado. En cirugía estética, las intervenciones que realizamos normalmente son de bajo riesgo. Además, la persona está sana o no tiene patología crónica alguna. Pero a pesar de eso, se trata de una intervención quirúrgica y hablamos de medicina; y ¡eso nunca podemos olvidarlo! En alguna ocasión pueden surgir complicaciones y perder de vista la cara amable de la cirugía estética. Alguna vez los resultados no son los que queríamos, ni los que habíamos planificado; la herida puede infectarse, la cicatriz puede hacer un queloide, etcétera. La medicina es así: la última palabra siempre la tiene el cuerpo humano. Siempre. En estos casos, hago lo que llamo el tratamiento «enzimático», o sea, estar encima del paciente, pendiente de él y de su evolución, hablarle con franqueza y acompañarlo. Que no se sienta solo delante del contratiempo. Si acudimos a la consulta de un profesional y algo no va bien, la culpa no es necesariamente del médico. Pueden influir distintos agentes externos a la planificación de la intervención, factores personales o ambientales que nada tienen que ver con las manos del cirujano. Ahora bien, si el paciente se da cuenta de que el médico se interesa por él, lo visita a menudo, hace el seguimiento en su casa, se interesa por la recuperación, lo convoca a la consulta para hacer los seguimientos oportunos, etcétera, el paciente tolera o comprende mejor el problema. La reacción es distinta si el médico nos manda a casa con los puntos infectados, un tratamiento antibiótico y la cita un mes después de la intervención. Hace unos años le hice un tratamiento reconstructivo a un paciente que pertenecía a la orden de la masonería. Aprendí muchas cosas de esta orden. No todos los masones son ateos: los que pertenecen a la rama francófila de la masonería son creyentes. Mi paciente tenía cuarenta y cinco años y había empezado a practicar skating; se cayó, como cualquier principiante en este deporte. Solo que, a esa edad, ya no tenía la flexibilidad de la adolescencia y la caída le provocó una fractura importante. El traumatólogo le practicó una cirugía de tibia y peroné en el hospital de su ciudad, y la intervención se desarrolló correctamente. Sin embargo, durante el postoperatorio sufrió una infección de uno de los clavos reductores de la fractura, con tal mala fortuna que desarrolló una úlcera de unos 8

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x 5 centímetros que llegaba hasta exponer la cresta de la tibia, en la parte anterior de la pierna. Este tipo de heridas son de difícil tratamiento y cuesta bastante que se cierren. Pasados dos meses, el traumatólogo me llamó para consultarme si con cirugía plástica o reparadora podríamos cerrar la herida. Lo visité y vi que sí, que era posible solucionarlo. La técnica consiste, de manera simplificada, en utilizar uno de los dos gemelos (los músculos que están situados en la parte posterior de la pierna) y trasladarlo hacia la parte delantera de la pierna, como si se tratase de una bufanda para la tibia. La herida quedó cubierta y le coloqué, además, un injerto de piel. En este caso, lo importante, más que el aspecto final, era cerrar la herida, cubrir el hueso y protegerlo de una nueva infección. Durante procesos como estos, largos y continuados, llega un momento en que estableces una relación de confianza con el paciente. Había observado, después de muchas visitas, que en la mesita de noche del hospital tenía una virgen y una santa. Su madre (una persona que lo trataba como si todavía fuese un adolescente), no dejaba de preguntarme un par de veces al día: «Doctor Blanch, ¿cree que mi hijo se curará?». Se lo había contado después de la intervención y se lo fui repitiendo, pacientemente, cada vez que me hacía la pregunta. Un día, cuando ya me marchaba, me siguió y, fuera de la habitación, como si fuera una gran confidencia, me explicó quién era su hijo, me habló de su profesión como catedrático en la Facultad de Bellas Artes y de que ostentaba un alto cargo en una de las logias masónicas. Aún no sé si me lo contó para que lo tratásemos mejor; si era su intención, se equivocó, porque tratamos a todos los pacientes por igual, de la mejor manera que sabemos, independientemente de quiénes sean o a qué se dediquen. Sin embargo, la confianza que me había demostrado el paciente y la confidencia de su madre, me permitieron preguntarle sobre el ateísmo en la masonería. Al día siguiente, mi paciente me respondió todas mis dudas mientras pasaba visita. Todavía nos escribimos de vez en cuando y comentamos los temas de actualidad. Se establece una relación médico-paciente intensa, durante un corto período de tiempo y en una situación no habitual para el paciente: en la preparación para realizar la intervención y en el postoperatorio; esta complicidad, a menudo, perdura en el tiempo, y es algo que valoro muchísimo.

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… y no olvidar qué siente realmente la persona Laura es una mujer de cuarenta años, abogada, bien posicionada profesionalmente, casada desde hace años y que tiene dos hijos. Se siente realizada tanto desde el punto de vista personal como del familiar. Cuando llegó a la consulta y tras explicarme los detalles de su vida, me confesó: —Hay algo que me pone de muy mal humor, doctor Blanch. —Y ¿qué es? —le pregunté. —El día que salgo a comprarme ropa es un drama, no me gusta nada y vuelvo a casa disgustada. Y cuando llego y me preguntan: “¿Qué te has comprado?”, pierdo los nervios. Y a partir de ahí, sale todo: nada me queda bien, no encuentro ropa que me guste, estoy desanimada y me siento un desastre. Laura tuvo mellizos, y en el parto se le rompieron los músculos rectos del abdomen. Era una mujer con una constitución normal, no era una persona obesa, pero no tenía pared abdominal. Su barriga era flácida y prominente. Decidió operarse y en una de las visitas de control, un tiempo después, me transmitió cómo se sentía: —¡Ahora sí soy feliz! No solo salgo a comprar y regreso de buen humor, sino que, además, ¡me siento bien conmigo misma! Me ha cambiado el humor, las relaciones con mi marido, mi autoestima. Realmente, doctor, me siento tremendamente bien. Al contrario de lo que sucede en las consultas de otras especialidades, la mayoría de los pacientes que acuden a un cirujano plástico para tratar de mejorar su estética son personas que no padecen, normalmente, una enfermedad. No sienten dolor ni síntomas de una patología que puedan preocuparlos y a los que, como médicos, debamos poner remedio. La mayoría son personas como Laura, cuyo dolor no es físico, sino más bien un sufrimiento, silencioso e íntimo, que los hace sentir mal y les influye negativamente en su forma de vivir y en su entorno más cercano. La insatisfacción personal es, también, un síntoma silente que podemos tratar. Y debemos comprometernos a hacerlo.

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6. Algunas ideas que me gustaría que quedasen

Estas páginas no pretenden ser más que la confluencia de elementos diversos: las vivencias más cercanas, la voluntad de informar y esclarecer algunos pormenores de mi especialidad —la cirugía plástica y estética— de una forma sencilla y sin pretensiones científicas; acercarla a la gente y romper una lanza a favor del lado más humano de mi especialidad. Desmontar los estereotipos de frivolidad que se han construido alrededor de ella no es fácil. Los buitres acechan y la presa es fácil. Transmitir y ejercer la medicina como la aprendí de mi padre: cercana, amable, exquisita y rigurosa en lo científico, y extremadamente respetuosa con el paciente. Es un privilegio para mí que sigas con este libro en tus manos. En los capítulos anteriores he descrito las principales intervenciones que practicamos en cirugía plástica y estética, y hemos acompañado a Marta en su mamoplastia y a María en su merecida y esperada rinoplastia. Ambas son mujeres y no es por casualidad; ellas representan el 70 % de los pacientes que atiendo en mi consulta. Además, una gran parte de estas mujeres han cruzado ya la barrera de los cuarenta. Muchas de ellas acuden a verme con la sensación de que están haciendo algo malo, algo que en realidad no tendrían por qué hacer. Esta idea se fundamenta probablemente en la educación que han recibido, porque en mujeres más jóvenes este componente de culpabilidad no existe. Al contrario, acuden a aumentar el tamaño de su pecho como una opción natural, decidida y totalmente asumida. El trato que se prodiga a la cirugía plástica y a la medicina estética que practico suele ser superficial y frívolo en exceso; incluso en algunas situaciones puedo afirmar que roza el mal gusto. La moral es vivir con dignidad, usar correctamente la libertad para saber distinguir entre el bien y el mal. Como he comentado anteriormente, no quiero encallarme en la mediocridad que diversos programas y series de televisión quieren ofrecer de la cirugía plástica: hombres y mujeres inmaduros, a medio hacer, que no son nadie sin un mito que seguir, personas simples y vacías. Es un gran error creer en todo lo

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que vemos en la televisión; la información que transmite suele estar amañada, preparada y falseada. Su objetivo principal y único, legítimo por su parte, es entretener y lograr un buen nivel de audiencia, más que cuidar el rigor médico o los aspectos psicológicos de la condición humana. Pero mi deber, como profesional de la cirugía, es, precisamente, alertar sobre estas falsedades y explicar desde el punto de vista médico las ideas basilares que me gustaría que conocierais. La realidad, el día a día de la cirugía plástica, es diametralmente opuesta a todo lo que vemos reflejado en la pequeña pantalla: mis pacientes y la mayoría de mis colegas son personas normales, trabajadoras y con diversas responsabilidades familiares y profesionales; personas maduras en su toma de decisiones y sin complejos aparentes. En veinticinco años de profesión, todavía no he encontrado a nadie que alegue extraños motivos para querer sentirse mejor. Además, entre mis pacientes, nadie se opera sin saber lo que vamos a hacerle, ninguno de ellos se ha sometido nunca a una intervención sin haber recibido la información precisa y objetiva sobre los detalles y las consecuencias que se podrían derivar de una operación de cirugía plástica. Siempre recalco estas palabras entre los residentes que se forman conmigo: «Hablamos de personas que nos confían su salud, de modo que tenemos que respetarlas». Lo primero que les exijo a los profesionales de mi equipo es el trato exquisito con los pacientes, el máximo respeto, tanto personal como profesional: respetar los horarios, las citas y la dedicación. Por otra parte, también les aconsejo la honradez. A veces, los pacientes reclaman unos resultados técnicamente imposibles; en estos casos, es primordial ser francos y explicarles que la intervención no es posible, que no debe realizarse. Desde la sinceridad, desde el máximo respeto y de acuerdo con el mejor criterio profesional, es técnicamente imposible. Detallar los motivos por los que los resultados no serían los esperados, por mucho insistan en ello, ayuda a convencer al paciente para que desista de su idea. Si no pensara así, no podría ejercer mi actividad médica. Viviría permanentemente en una contradicción y traicionaría los valores que aprendí de mi padre y en la universidad. Soy plenamente consciente de que mi especialidad no salva vidas, pero sí aporta calidad de vida, algo que no es ni frívolo ni superficial. Es un aspecto que ya he apuntado en páginas anteriores, pero en el que insisto porque es la base de nuestro trabajo. Ofrecer una vida mejor, de más calidad, es una tarea realmente complicada, porque detrás de cada paciente hay un motivo distinto, pero suficientemente importante

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para la persona, una razón de peso que lo empuja a hacerse una cirugía. Siempre luchamos para conseguir el diez o una mención de honor; un simple aprobado no nos sirve en nuestra especialidad. Conseguir hacerlo bien es un nuestro reto continuo. O debería serlo. Cuando participo en una conferencia sobre cirugía plástica, suelo resaltar la poca información de que dispone la sociedad en general sobre la cirugía plástica y reparadora. Si nos duele el estómago, acudimos a un digestólogo; cuando padecemos del corazón, pedimos cita con el cardiólogo sin dudarlo ni un momento; cuando nos duele todo un poco, hablamos con nuestro médico de cabecera, el médico de familia, para que o bien nos cure o nos remita al especialista que crea oportuno. ¡No se nos ocurre ir al traumatólogo para que nos aconseje sobre una erupción cutánea persistente! Sin embargo, cuando deseamos una mejora estética facial o corporal no tenemos ni idea de adónde ir, por dónde empezar. Y como desconocemos el lugar adecuado, solemos acudir al primer centro que nos recomienda una amiga, sin conocimiento de causa, haciendo uso solamente de la opinión de dicha amiga. Y visitamos al médico de mi amiga sin saber nada acerca de él o del centro de estética que tenemos cerca de casa. ¡Sí, no curamos, es cierto! Lo asumo, pero no debo perder de vista ni un momento la responsabilidad que tomo con cada uno de mis pacientes. Y me gustaría aprovechar estas páginas para reivindicar la figura del cirujano plástico, que es, como tu médico de cabecera, la persona de confianza y, sobre todo, el profesional que antepone el bienestar del paciente a los intereses económicos, que no trabaja para lucrarse, sino para ennoblecer la profesión. La ventaja que posee el especialista plástico es que puede dar viabilidad al tratamiento estético a 360º. En cirugía plástica no todo empieza o termina en un quirófano; hay otros procedimientos médico-estéticos que no requieren ningún tipo de cirugía. Hay quien asocia, de manera indivisible, una visita al cirujano plástico con una operación. Muchas personas no desean una cirugía, más de las que pensamos. Y es entonces cuando aparece el dilema: si no vamos a un plástico, ¿adónde vamos? El paciente se confunde y empieza su errante periplo; de centro a centro, y tiro porque me toca, de un lado a otro sin conseguir la solución a sus problemas. Estas empresas, con todos mis respetos, solo persiguen su propio beneficio económico sin tener claro lo esencial: respetar a los pacientes como se merecen. Y lo escribo así, negro sobre blanco, sin tapujos, para que se me entienda alto y claro; me refiero a todas aquellas empresas que en nombre de la

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cirugía plástica han hecho verdaderas barbaridades y han intentado banalizar la cirugía con anuncios televisivos de dudosa calidad profesional. Mi deseo es que encuentren su espacio y dejen de profanar mi especialidad, mi trabajo y mi profesión.

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La experiencia que no tiene el doctor Google «En la escuela de la experiencia, las lecciones cuestan caras, pero solamente en ellas se corrigen los insensatos.» BENJAMIN FRANKLIN

En muchos casos, cuando no sabemos dónde acudir para mejorar nuestra imagen, recurrimos a nuestro amigo y consejero doctor Google. El motor de Google, a priori, nos propone en primer o segundo lugar la empresa estética más cercana a nuestro punto de partida. Y no tiene por qué ser ni la mejor ni la más económica. Si picamos el anzuelo de la publicidad engañosa de estos centros, probablemente —casi seguro— nos visitará la comercial más guapa, más rubia y con los pechos operados más perfectos del mercado. Seguramente nos venderá una lista de cirugías posibles, un menú —plásticoestético— con la garantía asegurada de que no existe riesgo alguno ni complicaciones posibles, argumentará que lo que deseamos es muy fácil, y que pronto y con financiamiento puede realizar su sueño, operarse y en un par de días incorporarse a la vida normal como si nada hubiera pasado. Y es que… no tiene vergüenza alguna. Mis maestros me enseñaron que hay dos palabras prohibidas en medicina: nunca (en el contexto: «Nunca pasa nada») y siempre (en el contexto: «Todo va siempre bien»). Es fácil de entender, si partimos de la base de que en la vida el riesgo cero no existe. Y menos frente a una intervención quirúrgica; por más precauciones que tomes, la posibilidad de que se produzca alguna complicación está presente; de modo que sí, a veces pasan cosas y todo va bien casi siempre. Y cuando aparecen problemas o complicaciones en el entorno de las empresas de estética que comentamos, nos damos cuenta de que no sabemos ni quién nos realizó la intervención. Y la persona que intenta afrontar el problema no es la misma que nos operó. Y, de repente, no sabemos cómo, la misma comercial, rubia y atractiva, que nos visitó el primer día, se justifica culpando al paciente. Llegan las mentiras, y el paciente se enfurece con ellas. A lo largo de mi dilatada carrera —y por suerte o por desgracia—, me ha sucedido de todo; hemos conseguido excelentes resultados en la mayoría de las ocasiones, pero, en algunos casos (afortunadamente, pocos) no hemos podido lograrlo. Ahora bien, puedo

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afirmar con contundencia que nunca, jamás, ningún paciente ha puesto en tela de juicio mi profesionalidad, nunca he abandonado a un paciente, siempre he estado a su lado, lo he tratado con respeto y he intentado buscar la mejor solución para él. He podido equivocarme, pero nunca he engañado a nadie.

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La formación básica «La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo.» NELSON MANDELA

La formación que se requiere para ser especialista en cirugía plástica, reconstructiva y estética es la licenciatura en Medicina (seis cursos académicos) más cinco años de especialización en un centro hospital universitario. Sin esta formación, no es posible obtener el título de especialista en cirugía plástica. Por este motivo, siempre insisto en lo mismo: la cirugía estética es para los cirujanos plásticos, profesionales debidamente formados y cualificados con preparación quirúrgica para realizar intervenciones y con un amplio conocimiento de la estética del cuerpo humano. Hoy en día, en la era de los eufemismos, existen palabras que pueden confundirnos. Por ejemplo, cirujano estético o cosmético. Si a mí, que hace más de veinticinco años que me dedico a esta profesión, me asaltan las dudas, ¿cómo no va a dudar la sociedad en general? Soy terriblemente respetuoso y prudente con mis colegas de profesión que se dedican a la medicina estética, grandes profesionales con un alto grado de formación, que respetan y tratan al paciente como se merece. Los compañeros de especialidad solemos colaborar, y la medicina estética y la cirugía estética van de la mano; forman un binomio indisoluble porque no podemos entender el buen resultado estético de una operación si no se acompaña de un tratamiento postquirúrgico médico-estético adecuado. Los pacientes también deben saber, por ejemplo, que un cirujano plástico está habilitado y capacitado para pinchar bótox en los músculos faciales oportunos que merecen tratamiento. Para que entendernos, raso y llano, es el facultativo que se ha preparado, entre otras cosas, para hacerlo. Si hay que inyectar toxina botulínica (bótox) en una zona determinada, quien mejor conoce el mapa anatómico humano es el cirujano plástico porque se ha especializado en ello y, además, cuenta con el título oficial que acredita dicha formación; las mismas premisas sirven para realizar un peeling facial con garantías, un tratamiento de relleno con ácido hialurónico o una mesoterapia corporal. Igualmente, el profesional está avalado por el Colegio de Médicos y los representantes

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de su especialidad para poder practicar un aumento mamario o cualquiera de las intervenciones plásticas y estéticas que requiera el paciente. La medicina y la cirugía estética son dos actividades médicas complementarias; no pueden imaginarse por separado, se complementan. Es difícil imaginar un lifting facial quirúrgico sin un buen drenaje facial para recuperar cuanto antes la piel y el aspecto del paciente. La moda, las pautas que siguen los vaivenes de lo último y abandonan por completo el espíritu crítico y el criterio científico, van en sentido contrario a la excelencia clínica. Sucede que, en la sociedad hedonista en que vivimos, se ha puesto de moda la idea de que podemos conseguirlo todo o casi todo sin esfuerzo. Muchos de los lemas publicitarios de hoy en día están dirigidos a restar valor a las cosas: intervenciones estéticas a cualquier precio, aprender inglés sin estudiar, comprar un coche sin pagarlo al momento o viajar a los lugares más maravillosos a crédito. Esta política comercial que falsea la realidad no favorece en nada la cultura del sacrificio, y cuando el tema es la cirugía estética, puede tener graves consecuencias. Actualmente todo es mini, light o low-cost, pero en cirugía plástica y estética, hablar de miniintervenciones puede ser peligroso: una minilipoescultura y una minicirugía conllevarán, seguro, un resultado mini. Debo insistir de nuevo, y lo haré hasta la saciedad, en que los tratamientos, las operaciones, requieren su tiempo y un grado mínimo de profesionalidad demostrable para asegurar un éxito razonable. Estas ideas son las que aprendí de mi padre; es lo que he visto hacer desde que nací.

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Mi padre «Comienza haciendo lo que es necesario; después, lo que es posible, y de repente estarás haciendo lo imposible.» SAN FRANCISCO DE ASÍS

Mi padre era médico. Escribí muchas de estas páginas en su biblioteca, un espacio privilegiado que me ha acompañado a lo largo de mi vida estudiantil. Un lugar repleto de libros; también de fotografías donde aparece mi padre con personajes emblemáticos y representativos de la sociedad barcelonesa de su época. Un piso donde mi padre ejercía de médico y que también era nuestro hogar. A medida que la consulta creció y aumentó el número de pacientes, la trasladó un par de calles más allá y convirtió este piso del ensanche de la ciudad, en el triángulo de la avenida Diagonal, el paseo de Gracia y la Rambla de Catalunya, en la vivienda familiar. En el centro de la biblioteca hay una mesa de madera maciza, grande y robusta, como aquellas que podíamos encontrar en los comedores de las masías. Y en ella he pasado horas y horas estudiando medicina con mi hermano. Es mi rincón de tranquilidad, un espacio que siempre he asociado a la concentración y al recogimiento. Quizá por la serenidad que siento en la biblioteca de mi padre, escogí ese lugar para escribir este libro. Recuerdo a mi padre como una persona cercana, ponderada y tranquila. La imagen perfecta de un médico de cabecera, que era como solían llamarlos entonces. Mi hermano se parece bastante a él, pero yo soy algo distinto. Estudié medicina porque me gustaba muchísimo —si no hubiera sido así, me habría costado horrores—, pero también porque quería ser cirujano por encima de todo. La carrera de cirugía no existe como tal; cualquier cirujano tiene que ser, antes que nada, médico para poder especializarse después. En mi caso, dejé mis codos en la mesa de la biblioteca familiar, porque es una carrera difícil. Aún recuerdo cuando preparaba los exámenes de Anatomía; escribía los nombres de los músculos y los huesos, los nervios y las arterias en folios que pegaba con cinta adhesiva en la puerta de mi biblioteca. Así, y por decisión propia, me impuse

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leerlos cada vez que saliera de allí. Fue así como, poco a poco, los fui memorizando uno a uno. Mi consulta viene a ser una prolongación de ese rincón donde tan bien me siento. Prevalece la nobleza en la madera, la sabiduría en los libros y el recuerdo en las fotografías que decoran mi despacho. Aunque con líneas más modernas, intenté construir un lugar para los pacientes, para mi equipo y para mí donde la honradez, la calidez, la sabiduría y el buen hacer fueran los protagonistas. Creo que lo he conseguido. Quiero hablar de mi padre en este momento, porque si alguien me hizo comprender la indisoluble relación entre la mente y el cuerpo, ese fue mi padre. Sin duda alguna. A lo largo de las páginas anteriores me he referido, con frecuencia, a aspectos emocionales y psicológicos en torno a la cirugía estética. Esta visión y la preocupación constante por el binomio mente y cuerpo es la herencia que él me dejó. Las enseñanzas y el saber de mi padre son un valor añadido a mi profesión, pero, sobre todo, me han ayudado a ser mejor persona.

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La ciencia de la mente y el cuerpo La mente es algo extraordinario; dispone de mecanismos de adaptación que nos permiten vivir mejor. Esto explica, por ejemplo, que olvidemos nuestra propia imagen una vez que se ha modificado. El tipo de cirugía más frecuente entre los hombres es la blefaroplastia, la intervención que permite reparar y mejorar el aspecto de la mirada triste. Tras la intervención, los pacientes se sienten muy bien, pero, al mostrarles la fotografía que siempre hago antes de la operación, se sorprenden muchísimo. No son capaces de recordarse o reconocerse en la imagen que les muestro. Algo parecido sucede en la rinoplastia. Llegan a preguntarme directamente: «¿Estos párpados eran míos, doctor?». En estos casos, pongo de ejemplo lo que sucede cuando acudimos al dentista con una caries y nos ponen un empaste. Durante las primeras horas, o quizá los primeros días, la lengua topa constantemente con el empaste y hace que seamos conscientes de un fragmento nuevo o distinto en nuestro organismo. Sin embargo, pasado un tiempo, lo incorporamos y lo olvidamos por completo. Es el mismo mecanismo que desplegamos ante las experiencias desagradables que nos suceden; es un artilugio que nos ayuda a vivir. En el caso de la cirugía estética, logramos borrar la imagen que provocó que nos sometiéramos a una intervención quirúrgica para mejorarla. La imagen primaria, unos meses después, sorprende al propio paciente. Es porque ya había logrado olvidarla. Esto contribuye a la satisfacción del paciente con la intervención, mi principal objetivo. Lógicamente, no debemos olvidar que tratamos con personas. Y aunque la gran mayoría se siente contenta con el resultado de la intervención y la valoran positivamente, unos pocos no se sienten satisfechos con el resultado final. En el campo científico, esta teoría se conoce como distribución normal o campana de Gauss, según la cual un 95 % de la muestra recogida siempre se sitúa en una posición central y el 5 % restante se reparte entre ambos extremos, los que están muy descontentos y los extremadamente satisfechos. Esto me lleva a una reflexión. Mi padre me repetía siempre una premisa: nunca debemos olvidar que las personas son cuerpo y mente, y que no podemos cerrar los ojos a esa intensa interrelación. «Muchas enfermedades —decía— aparecen porque el

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paciente no se encuentra a gusto con algo y lo somatiza», palabra que viene del griego σωματικóς (somático, del cuerpo). En la época en que mi padre estudió Medicina, se hablaba de enfermedad, de diagnóstico y de tratamiento, pero todo lo relativo a la mente quedaba relegado a un segundo plano. Era una visión pragmática y simplista de la medicina. Sin embargo, mi padre incorporó el buen hacer de su práctica médica, el concepto de medicina psicosomática y me inculcó su pasión por un concepto que actualmente predomina en buena parte de la praxis médica. Mi padre procedía de una formación francesa. En 1948, el doctor Agustí Pedro Pons, eminente catedrático de Medicina Interna del Hospital Clínic de Barcelona, le dio una beca y se fue a profundizar en el campo de la reumatología a Aix-les-Bains, cuando en España era una especialidad poco conocida. Una vez introducido en la especialidad de la reumatología, logró ir al Hospital Lariboisière, en París, donde pudo conocer a uno de los precursores de la medicina reumatológica, un médico que se dedicaba, básicamente, a escuchar a los pacientes. Y cuando regresó a Barcelona, aplicó las técnicas y los métodos con sus pacientes enfermos. Alguna vez me contaba: «Esta señora no está enferma, no tiene nada… le duele la espalda porque está hasta las narices de su marido» o «Este señor tiene problemas intestinales porque ya no puede soportar más su situación en el trabajo…». Un compañero de profesión, el doctor Santiago Moix, le pidió a mi padre que escribiera el prólogo de un libro de medicina psicosomática que él publicó. La medicina psicosomática en la práctica diaria fue una auténtica revolución. Y ¿por qué os cuento esto? Porque en aquella época, aunque era joven y no le prestaba demasiada atención a esta nueva forma de tratar a los pacientes, ya iba escuchando estas disquisiciones y me iba calando su manera de pensar. Aún estaba lejos el momento de atender a mis propios pacientes. Sin embargo, las experiencias que vivimos en nuestra juventud dejan poso en nuestra manera de pensar. Al empezar la práctica clínica, pronto me di cuenta de cuánta razón tenía mi padre, y descubrí la importancia que tenía su forma de ver la ciencia médica. Me inculcó esa forma de ver y tratar a los pacientes. Le estoy eternamente agradecido. En cualquier tipo de relación médico-paciente, es esencial conocer lo que ahora se llama el background del paciente —o sea, sus antecedentes, su situación y su entorno— tanto como sea posible. Ahora bien, en mi especialidad, eso es todavía más importante por lo que el paciente espera de nosotros. Soy el cirujano de chapa y pintura, porque

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solo modelo o reparo el chasis de la persona. En mi especialidad no salvamos vidas, como el cirujano que opera una peritonitis o implanta un estent a una persona con problemas coronarios. Reivindico, en este espacio que ocupamos los cirujanos plásticos y estéticos, encontrar el equilibrio entre la psique y el soma. Contribuyo a que las personas que acuden a mi consulta se vean mejor y mejoren su autoestima.

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Una formación en Milán «In ogni attività, la passione toglie gran parte della difficoltà». ERASMO DE ROTTERDARM

Me formé en Milán; inicialmente, conseguí una beca de un año, pero cuando terminé, me quedé trabajando allí durante cinco años. Casualidades de la vida. Un amigo y compañero en Milán, algo mayor que yo, me convenció para que aceptara el puesto. El catedrático con el que trabajaba falleció a causa de una leucemia a los sesenta y cinco años y su plaza quedó vacante. Mi colega, con cuarenta y ocho años, empezó a ejercer las funciones del catedrático y, como teníamos buena relación, me pidió que me quedara con él como profesor asociado. Hace años que estuve allí, pero cada curso académico me contrata para que dé unas clases de cirugía estética en la Universidad de Milán. Como sucede en España, la medicina pública italiana no incluye la medicina estética. También colaboro con él en la formación de residentes en esta especialidad, de modo que cada año mi colega manda a un médico residente a mi clínica para que complete su formación durante un período de entre seis meses y un año. La formación de residentes, la docencia, es una de las parcelas más gratificantes en la vida de un profesional médico. Durante un tiempo, la relación permanente con médicos más jóvenes (de entre veintinueve y treinta y cuatro años) que siguen el día a día, observando cómo trabajamos, cómo tratamos a los pacientes, cómo abordamos los problemas y la solución que les damos en quirófano, añade valor a mi profesión: compartir conocimiento nos enrique a ambos. El contacto directo con médicos tan jóvenes me obliga y me estimula a mantenerme al día, porque los jóvenes que desean aprender preguntan y preguntan. Las respuestas a sus inquietudes requieren, a menudo, estar al día en todo, leer muchísimo, pensar y repensar la propia actividad. Si no fuera así, los cirujanos plásticos podríamos tender a cierta rutina profesional, porque las técnicas quirúrgicas, una vez aprendidas, se realizan de forma automatizada. Siempre hay pequeñas variaciones, pero el fondo no cambia demasiado. Ejercer de docente es apasionante porque, además de convivir con la

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inquietud de las personas jóvenes, te obliga a estar siempre activo y a actualizar los conocimientos día a día para afrontar nuevos retos. Al plus formativo, tengo que añadir la riqueza personal que representa la colaboración con otro país, gentes de otra cultura y una visión distinta de entender y practicar la medicina estética. La cooperación con la Universidad de Milán me abre puertas a un nuevo mundo del que puedo aprender y con el que enriquecer mi experiencia profesional. Hay ciertas diferencias entre ambos enfoques y esto me permite conocerlas y poder valorar las que puedo aplicar a mi técnica quirúrgica. Es cierto que ambos países son mediterráneos y que en muchos aspectos nos parecemos demasiado. Hemos de tener en cuenta el respeto absoluto que tiene el paciente italiano hacia su médico. No tiene nada que ver con la veneración que sobre el año 1950 los españoles tenían por los médicos españoles, pero hoy en día el médico o cirujano italiano merece por parte de los pacientes mucha más consideración que aquí en España. Y esta manera de respetar al médico tiene implicaciones terapéuticas. El efecto placebo es proporcional a la confianza que el paciente o enfermo deposita en su médico. Este componente mejora sustancialmente la prescripción de cualquier tratamiento. Sin embargo, más allá del trato o de aspectos más psicosomáticos, los italianos son mucho más modernos y avanzados técnicamente. Los avances técnicos de Estados Unidos llegan antes a Italia que a Alemania o Francia, básicamente por las relaciones que existen entre ambos países. Aunque no podemos en estos momentos comparar los dos países. Recuerdo cuando, trabajando en el Hospital de Milán, en 1992, llegó el tac tridimensional y en color, mientras que en España seguíamos con el tradicional. Y llegó sin que ningún técnico en radiología supiera cómo funcionaba. No había nadie en todo el país que supiera utilizarlo; el técnico de la casa fabricante aún no había impartido los cursos de formación. En Italia, en aquella época, me impactó el profundo respeto que merecían los catedráticos. A modo de anécdota, para poder mostrar alguna diferencia significativa en la manera de actuar y considerar a los médicos, he visto besar la mano de un cirujano, mientras la persona decía: «Baccio questi mani che anno così salvato tante vite». Han pasado más de veinte años y el mundo ha cambiado bastante; hoy en día esto no sucede, pero conservan, todavía, esa forma particular de tratar con un excelso respeto al profesor, al catedrático, al médico… Se conserva un gran respeto hacia todos ellos.

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Estoy un poco sensibilizado con el trato que se dispensa a los médicos en nuestro país. Colaboro esporádicamente con la sección de Responsabilidad Civil del Colegio de Médicos de Barcelona, que valora las agresiones que padecen. Un compañero de carrera, el doctor Arimany, que coordina esta sección, me lo pidió hace ya unos años. La violencia que sufren algunos de ellos está por encima de cualquier razón, sea la que sea. A veces, los peritajes que realizo me ponen los pelos de punta: navajazos, agresiones físicas, ataques con mobiliario, etcétera; en estos años he oído de todo y… un poco más. Nada justifica la violencia. Nada. Actualmente, aún ejerzo de profesor en la universidad. Cada tres meses me desplazo a Milán para dar las clases que me corresponden, que se concentran en dos días. También sigo colaborando formando médicos residentes que hacen su período de rotación en mi clínica. Lógicamente, todo esto es un esfuerzo adicional, un más a más que se suma a la intensidad de quirófanos casi diarios y a la atención de pacientes en mi instituto; pero la docencia es una actividad que me resulta muy gratificante y que me obliga a mantenerme permanentemente en reciclaje y al día de las novedades y los avances.

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No podemos olvidar el lado humano «Aunque tengas todos los medios a tu alcance, no puedes disfrutar de la vida si al mirarte en el espejo ves algo que no te gusta. Estar bien con uno mismo es la clave de la felicidad.» MÀRIUS CAROL,

director de La Vanguardia

Creo que ya he incidido bastante en el cuidado del lado humano de los pacientes en mi especialidad; eso es lo que he intentado presentar con las historias de María, Marta y las hermanas gemelas. Sin embargo, a veces detallar la anécdota nos hace dar un paso adelante. Todos tenemos anhelos, pasiones y secretos que nos convierten, irreversiblemente, en seres humanos. Sentimos y pensamos. La historia de Carlota es una historia singular. Carlota era una paciente acomodada que se presentó a mi consulta hace ya bastantes años. Deseaba que le practicase un aumento mamario. Acudió a la primera visita acompañada. Nada me llamó la atención porque muchos pacientes vienen a verme con un acompañante. Me lo presentó: —Doctor, le presento a Alfredo. —Mucho gusto. Siéntense, por favor. En una primera visita, explico las ventajas y los inconvenientes que presenta la intervención para que el paciente pueda decidir libremente y con conocimiento de causa si decide operarse o no. Suelo dar pequeñas pinceladas sobre la técnica que utilizamos en cada caso, y sigo a rajatabla el protocolo habitual. A continuación, prescribo las pruebas preoperatorias (analíticas, placa de tórax, tac mamario y electrocardiograma) pertinentes en cada intervención, buscamos día y hora para quirófano y el engranaje está listo para realizar la intervención. Tengo la costumbre de llamar a la habitación del paciente cuando he finalizado la cirugía para tranquilizar a los familiares y contarles que todo ha ido bien. Más tarde, cuando el paciente ha salido de quirófano y se encuentra ya recuperándose de la anestesia en la sala de reanimación, visito a los familiares personalmente en la habitación. Allí les cuento todos los detalles para que puedan relajarse y serenarse

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mientras esperan que suban al paciente. La espera, en momentos de incertidumbre, se hace larga y angustiosa. «Quien espera desespera», dice el refrán. Me gusta cuidar, también, a los acompañantes. En aquella ocasión, llamé a la habitación de Carlota y hablé con la persona que atendió el teléfono. —Era solo para comentarles que Carlota está bien y que la intervención ha transcurrido según lo previsto. No hemos tenido ningún problema. Los llamo solo para avisarlos de que ya la he visto y que ahora pasará a la sala de reanimación; subiré personalmente cuando termine la sesión clínica, al final de la mañana. Al terminar la mañana de quirófano, subí a las habitaciones y entré, también, en la de Carlota. La esperaba un caballero, que no me pareció el mismo Alfredo que me ha- bía presentado en la consulta el primer día. De todos modos, no hice demasiado caso a mi primera impresión; solo lo había visto de una manera fugaz unas semanas atrás y, además, lo que realmente me importa es prestar atención al paciente. Al día siguiente, tras pasar visita y comprobar que el postoperatorio era óptimo, le di el alta a la paciente tal como había previsto. Al despedirme de Carlota y desearle un buen retorno a casa, me presentó a su acompañante. El día anterior, bajo los efectos de la anestesia, no lo había hecho. —Doctor Blanch, le presento a Fernando. Mi marido. Lo saludé e intercambiamos cuatro palabras sobre la excelente respuesta de Carlota a la intervención, los acompañé hasta la puerta de la clínica y quedamos en vernos en la próxima visita de seguimiento. Al cabo de un par de meses, cuando Carlota ya había acudido a un par de visitas de seguimiento y tenía más confianza conmigo, me dijo: —Doctor Blanch, déjeme que le cuente una cosa: con la cirugía, he ganado más que usted. No sabía por dónde iba. No entendía a qué se refería con aquella afirmación. —¿Ah, sí? Intenté buscar en mi cerebro los conceptos y las metáforas habituales que utilizan los pacientes para explicar cómo se sienten después de la intervención cuando han cumplido su sueño o su deseo: «satisfacción», «sentirse mejor», «encontrarse mejor», etcétera. —Me alegro mucho por ti —le dije antes de que Carlota respondiera. Ella me cortó:

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—No, doctor, no me comprende. Lo que quiero decir es que he ganado dinero con esta operación… Me quedé atónito. —Necesito explicárselo. ¿Recuerda que el primer día vine con Alfredo? —Sí. —¿Y recuerda que en la clínica le presenté a mi marido? —Sí. —Pues bien, les enseñé su factura a los dos, y los dos me la pagaron. Una parte sirvió para pagarle a usted y la otra me la he quedado. Si me pinchan en ese momento, no me sacan sangre. Me quedé absolutamente descolocado y sin poder articular palabra. Entre otras cosas, porque si decides hacer una trampa así, no se lo cuentas a nadie. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué me lo contó? Quizá porque no podía contárselo a nadie más, y no quería llevarse ese secreto a la tumba. Quizá.

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A vueltas con la imagen que proyectan y la realidad Me he referido ampliamente a la diferencia que existe entre realidad y ficción en cirugía plástica. Retorno al tema para introducir el concepto del riesgo, un aspecto que me parece de extrema importancia, como ya he apuntado en capítulos anteriores y que está presente en toda intervención. El riesgo no se minimiza negándolo repetidas veces; solo si lo abordamos abiertamente, lo aceptamos y procuramos planificar con excelencia la operación reduciremos su impacto. Algunas veces, cuando estoy en casa, veo un programa de televisión que se llama Dr. 09210. Es una serie televisiva que narra los episodios de Robert Rey, un cirujano plástico del lujoso barrio de Beverly Hills, en California. A caballo entre la ficción y un reality-show, se muestran los distintos casos que atiende este médico, así como los preoperatorios y los postoperatorios de los pacientes. Me interesa hablar de la imagen de la cirugía estética que proporciona este tipo de programas, porque tienen mucha audiencia y llegan a muchos hogares. A menudo, los conceptos falsos y las ideas manipuladas son los que quedan en la mente de las personas. Unos conceptos que se alejan bastante de la realidad, rozan la exageración, son imprecisos y se ajustan muy poco a la realidad clínica. En el fondo, estas series son productos de un guion y persiguen la necesidad que tienen los guionistas de que su historia funcione, que atrape a los televidentes. La necesidad imperiosa de los medios de comunicación, que viven sometidos a la tiranía de las audiencias, provoca que estos programas releguen a un segundo plano los aspectos realmente importantes. No pongo en tela de juicio la legitimidad de su objetivo; el problema principal es que se tratan los casos con tal realismo que el público que no conozca la cirugía plástica puede llegar a confundir la realidad con la ficción. En la serie, el cirujano plástico viste un pijama negro y sin mangas, algo que no es demasiado ortodoxo para la praxis médica. Hay otros detalles que alejan aún más la producción televisa de la realidad cotidiana de la vida de un cirujano. No conozco ningún colega de profesión que antes de entrar en el quirófano realice una sesión de pesas tan dura como las del protagonista de la serie. Visto desde fuera, sin conocer los intríngulis de una intervención, parece nor- mal que el médico se mantenga en forma. Pero si supieran la fuerza muscular que debemos utilizar los cirujanos en una

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intervención, la precisión de movimientos que estos músculos necesitan, comprenderían que es impensable forzar la musculatura antes de entrar en el quirófano. ¡Precisamente lo que necesitamos hacer es relajar los músculos, no tensarlos! En uno de los episodios que pude ver, el cirujano plástico comentaba con otro colega, en tono jocoso, que tenía que operar a tres amigas de un aumento mamario. Según contaba, la noche antes de la intervención habían alquilado una limusina para ir a cenar con la tres y montar una fiesta. Estos episodios son totalmente inverosímiles y no caben en la mente de un cirujano, y espero, de verdad, que tampoco en la cabeza de las personas con sentido común. No es compatible salir de fiesta si a la mañana siguiente tienes que operar, es una sandez; como tampoco lo es pegarse una fiesta desmesurada la noche antes de una intervención. Las personas que tratamos en mi consulta son de carne y hueso, como vosotros y como yo, y no se parecen en nada a los pacientes surrealistas y desequilibrados que aparecen en televisión. Desdramatizar la situación de una operación me parece muy bien; hay que hacerlo. Sin embargo, una intervención quirúrgica no deja de ser una agresión al cuerpo, aunque la persona esté clínicamente bien y por más joven que sea. Una cosa es tratar de tomarse las cosas sin miedo y otra muy distinta tomárselo a cachondeo, sin respeto alguno. Podemos desmitificar los miedos y relajar las tensiones, pero sin olvidar que la posibilidad de que algo no salga como habíamos previsto existe. Además, aunque ponemos todos los medios al alcance para que el paciente no sienta dolor, le representará una cierta incomodidad que no podemos evitar durante las horas o los días posteriores a la intervención.

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Las alegrías y los miedos «El pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie, el realista ajusta las velas.» WILLIAM GEORGE WARD

La práctica clínica me sorprende a diario. He perdido la cuenta de las operaciones que he realizado, pero no fue hasta hace pocas semanas cuando una paciente que vino a la consulta de seguimiento postoperatorio me dijo: —Doctor, ¡ahora me siento mujer! Esto me hizo feliz, porque mi trabajo, que desde fuera puede parecer muy comercial y frívolo, no lo es. Produce altas dosis de satisfacción personal, y la principal es el reconocimiento del paciente. Pero más allá de la satisfacción personal, este tipo de comentarios me llevan a reflexionar sobre aspectos relacionados con el entorno del paciente. Una gran mayoría de los familiares de los pacientes no entiende el motivo por el cual su amigo, su hermana o su mujer acude a la consulta de un cirujano plástico para operarse. «Pero ¡si ya estás bien!», dicen; «Te veo guapísima», «Lo que tú tienes son muchas manías»… El leitmotiv de la persona que quiere hacerse una intervención para mejorar su aspecto no son los otros. Es ella misma. Porque no se gusta, porque no se siente bien…, qué más da el motivo. El motivo es suyo como suya es la decisión de llevar a cabo su sueño o su deseo. Detrás de un anhelo no tiene por qué haber un problema psicológico. Simplemente, desde que era adolescente no le ha gustado el tipo de pecho que tiene o ha sido el hazmerreír en el patio de la escuela por la orejas de soplillo. Así de simple, así de fácil. Todavía me emociono cada vez que un paciente me muestra su satisfacción o su alivio cuando comprueba cómo la cirugía plástica le ha permitido conseguir aquello que ha anhelado toda su vida. Algunos pacientes verbalizaban sus deseos; otros han convivido siempre con el secreto a cuestas. Emocionarme aún hace que me sienta una persona afortunada e impide que mi trabajo se convierta en algo automático y rutinario. Mi profesión requiere un esfuerzo, un esfuerzo físico durante la intervención y un esfuerzo

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mental y de concentración cuando la preparo, cuando pongo los cinco sentidos en el quirófano y mientras presto la atención personalizada que el paciente se merece. Acompañar al paciente también significa tratar de reducir o racionalizar su miedo. Cuando nos enfrentamos a algo por primera vez, solemos tener miedo, especialmente si se tra- ta de procedimientos médicos que, per se, están rodeados de esa aura de misterio y desconocimiento que esconde una intervención. Al miedo, a la duda razonable, debemos sumarle, también, la incertidumbre. Es en este momento crucial cuando los médicos desempeñamos un papel esencial; el mismo que tienen los padres cuando enseñan por primera vez a su hijo a ir en bici o a tirarse a la piscina de cabeza: «Si lo haces así, seguro que no te pasará nada, ¡lánzate!». Pero solo la persona puede y debe gestionar sus temores y sus dudas. Nuestro papel como médicos es ofrecerles confianza y seguridad. Somos mediadores de un proceso personal e individual del paciente y debemos convencerlo de manera positiva, no sin antes valorar muy bien la intervención que necesita y si la cirugía es la mejor manera de solucionar su problema. Cuando tengo delante pacientes como Adelina, no dejo de pensar en lo maravilloso que es aportar un poco de felicidad y autoestima a las personas. Hace pocos días, después de una abdominoplastia, cuando aún no hacía ni cuarenta y ocho horas de la intervención, le pregunté: —Adelina, ¿por qué no se ha operado antes? Me contestó con un brillo diferente en sus ojos: —Doctor, no me operé antes porque antes no lo conocía a usted.

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Los pacientes y sus acompañantes «No debemos permitir que alguien se aleje de nuestra presencia sin sentirse mejor y más feliz.» SANTA TERESA DE CALCULTA

En el proceso de una intervención, debemos acompañar siempre a los pacientes. Seamos realistas y no olvidemos que, en muchas ocasiones, el único apoyo que recibirán por parte sus familiares o amigos es un escueto y tibio: «Bueno, si quieres hacértelo…, háztelo», que acompañan con un desagradable: «Lo haces porque tú has querido, y si sale mal, es tu problema». Aconsejo que nunca le digáis a un amigo «y si sale mal», porque ni la cirugía ni la medicina son ciencias exactas. Esto es lo que intento explicar día a día, consulta tras consulta. Y si tengo que ser sincero, literalmente me agota, consume mucha de mi energía. Ahora bien, lo hago con mucho gusto, porque percibo cómo mi mensaje llega a la persona que tengo delante en mi despacho, que confía en mí y viene en busca de un consejo, pero, sobre todo, de una solución. Es cierto que, a menudo, el paciente que llega a la consulta por primera vez lo hace acompañado de su pareja o de su madre; es como si quisieran tutelar sin que se note las voluntades del paciente: «A ver dónde te metes…», o «Déjame comprobar si el médico parece serio». De todos modos, en la mayoría de casos no percibo una actitud proactiva, sino todo al contrario. No es la misma actitud de: «Vamos, te acompaño a comprarte una chaqueta, que igual veo algo para mí…». Esta desconfianza viene alimentada, básicamente, por las críticas veladas que recibe mi especialidad, tanto en la calle como en algunos medios de comunicación. Se supone que, de base, los cirujanos plásticos partimos de –10 y debemos sobrepasar el cero hasta conseguir una opinión positiva. El trabajo de persuasión y tranquilidad debe ser mucho más potente, y el esfuerzo, mayor. Por eso, cuando escucho palabras de agradecimiento y satisfacción, cuando el paciente percibe el resultado, es doblemente reconfortante. Practiqué una reducción de pecho a una mujer que trabajaba en una mutua y tenía un pecho bastante considerable. Un año después de haberla operado, vino a visitarme y le

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mostré las fotos que siempre hago antes de la intervención. Se quedó sorprendida. —Doctor, ¡no es posible! ¿Cómo podía estar así? —Por esto viniste a operarte. Si algo tengo claro es que si no hubieses estado así, no habrías venido a verme. La mente tiene una gran facilidad para permitirnos olvidar aquello que no nos gusta; en definitiva, nuestra mente es sabia y nos permite seguir viviendo, apartando los hechos que no disgustan o nos desagradan. Afortunadamente, ¡olvidamos! O, quizá, para ser más precisos, guardamos los recuerdos que no nos gustan en los compartimentos más profundos de la memoria. En la historia clínica de los pacientes incluyo una fotografía del «antes» y otra del «después»; solemos hacerlo todos los cirujanos plásticos para valorar el resultado de la intervención junto con el equipo, pero sirve, también, para que el paciente tenga elementos comparativos para afianzar su satisfacción.

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¿Cuánto cuesta una intervención quirúrgica? «El sol acepta pasar por pequeñas ventanas.» FREDERIK VAN EEDEN

Me gustaría abordar ahora el aspecto económico. Nadie se detiene a pensar que requiere una intervención quirúrgica que se realice con todas las garantías necesarias, con un bajo riesgo de complicaciones, con un resultado satisfactorio de la operación y con una atención personalizada y de calidad. Nadie. Detrás de estas de premisas hay un cirujano plástico debidamente formado y en permanente reciclaje; un quirófano que, más allá de cumplir los requisitos mínimos, cuenta con instalaciones modernas y seguras; un anestesista que suministra la anestesia adecuada y monitoriza las funciones vitales en la sedación. Además, el cirujano no actúa solo; requiere de un equipo de personas formadas adecuadamente que durante la operación ejercerán los papeles esenciales para que el cirujano disponga de todo el instrumental necesario para realizar la cirugía. El material de quirófano es invisible a ojos del paciente porque, cuando llega, normalmente ya está dormido. Esto y un montón de cosas más se tienen en cuenta cuando realizamos la valoración económica de una intervención quirúrgica; los gastos de material y de personal también están incluidos en el coste. Tendemos a ver solo el resultado final de la factura, sin tener en cuenta los costes añadidos a las manos del cirujano. Ahora bien, no debemos olvidar que, en nuestra especialidad, también hay cirujanos que consideran que existe el cirujano que ve la cirugía estética como un negocio o filón para enriquecerse. A mí me gusta llamarlos «el grupo de inversores». Su razonamiento es simple y llano, y lo comprenderéis al momento. «Aquí hay pasta, de manera que vamos a meternos en plástica. Sacamos todo lo que podamos, y cuando pase la moda de la estética, nosotros ya habremos ganado el dinero y nos largaremos a otro negocio.» Son las personas que entran o invaden sectores que no son los propios y suelen traernos, a los cirujanos plásticos, problemas y mala fama. Estas personas son médicos, sí. Son especialistas, sí. Y no podemos hablar, en ningún caso, de intrusismo profesional, porque no lo es. Este tema está muy bien regulado por

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los colegios oficiales de médicos provinciales que velan para que no haya intrusismo. Sin embargo, esto no significa que tengan los mismos objetivos que otros profesionales que compartimos una visión de la cirugía estética totalmente distinta. Obviamente, nos ganamos la vida ejerciendo nuestra profesión, porque el trabajo dignifica las personas, pero nuestro objetivo principal no es el dinero. En estos centros de medicina estética, la técnica quirúrgica que utilizan es correcta; sin embargo, el proceso postoperatorio sí es distinto; a menudo quien visita al paciente después de la intervención no es el cirujano que lo operó, sino «alguien de su equipo». Este es el detalle más importante: la única razón es que a la empresa no le interesa que el paciente empatice con el médico, porque de ser así, es más fácil que, en un futuro, si el cirujano abandona el centro, el paciente lo siga y pierda un cliente. Interesa, en estos casos, un paciente fiel al grupo y a la marca publici- taria, no al trabajo del cirujano. Desde el punto de vista empresarial, tiene su lógica: invierten en publicidad cantidades importantes, de modo que deben eliminar las personalidades médicas e impedir que un médico fidelice a los pacientes. En un encarte publicitario que apareció en el periódico, un domingo cercano a la Navidad, una cadena de tiendas de productos electrónicos anunciaba en un recuadro el cirujano que había intervenido a un personaje televisivo muy popular en la época. El texto era algo así: «Usted puede acudir a la consulta de este famoso cirujano recogiendo el boleto de invitación para obtener un descuento de un tanto por ciento». Estas actitudes y banalidades son las que me sacan de mis casillas. Si lo pensamos fríamente, ¿acudiríamos a un centro estético que utiliza las mismas técnicas publicitarias que un establecimiento hotelero o una tienda de compra-venta de oro? ¿Dónde quedan la esencia, la medicina y el trato al paciente en este tipo de publicidad? La frivolidad ha perjudicado mucho nuestra especialidad, y creo que, en estos momentos, debemos hacerle frente. Desde mi punto de vista, los mínimos de calidad en la atención al paciente deben ser altos, aunque, lógicamente, conlleve un incremento del coste de las intervenciones; pero en cirugía plástica no podemos ir de rebajas, porque es algo demasiado serio. Hemos de defender un estándar de calidad indiscutible y, si alguien quiere, que opte por dar opciones por encima de ese estándar. Haciendo una comparación, poco científica —lo reconozco—, en un hotel podemos elegir, lícitamente, alojarnos en una suite o, incluso, en la suite presidencial; ahora bien, las habitaciones estándar deben ser igual de limpias e igual de dignas que las demás.

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La toxina botulínica, popularmente conocida por la marca comercial Botox®, se utiliza para las arrugas frontales, entrecejo, patas de gallo, etcétera. Una unidad de bótox cuesta cierto precio, de modo que si cobramos por debajo de ese precio, significa que estamos poniendo dinero de nuestro bolsillo, o no utilizamos lo que decimos que estamos utilizando; si no, no salen las cuentas. Había un anuncio que me dejó sin palabras: «Liposucción de una zona por 450 euros»; sí, claro, pero ¿qué zona? ¿La cara interna del muslo derecho? Y me pregunto: ¿qué pasa entonces con el muslo izquierdo: no entra o tengo que pagar el doble? Algunas de estas campañas son una trampa para que caigamos en sus redes y, una vez que estamos en la consulta, vemos que nada de lo que han prometido es cierto y la publicidad que ofrecían era engañosa. Todos tenemos que ganarnos la vida, pero no estoy de acuerdo en que se haga mercenariamente, porque creo que nos perjudica a todos: a los pacientes, por supuesto, y a corto o medio plazo también a los cirujanos plásticos.

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Un equipo 360° «¡Atención! No hemos de ser los primeros, hemos ser los mejores.» Lema de A. BLANCH RUBIÓ

Cuando quise montar mi propio equipo, pensé en el concepto 360º. Representa atender desde los aspectos puramente cosméticos hasta la parte de aparatología para los tratamientos no invasivos y, por supuesto, la parte quirúrgica. Así, nuestros pacientes tienen en sus manos un abanico completo de opciones; si la cirugía es necesaria, la aconsejamos y la indicamos, pero si el problema tiene otras soluciones posibles, no quirúrgicas, podemos abordarlo con fórmulas menos agresivas. Me gusta remarcar esta visión 360º, más amplia, como un hecho diferencial de mi consulta en relación con otros centros en los que la posibilidad de realizar una intervención quirúrgica no se contempla. En estos casos, cabe pensar que el centro tratará de hacer lo imposible antes de derivar al paciente a un centro especializado donde puedan realizarle la operación. Esto significa «perder» al cliente. A mí no me cabe en la cabeza «perder» un paciente. Son dos conceptos totalmente distintos. En algunas ocasiones, nos llegan pacientes desesperados buscando soluciones inmediatas porque han sido sometidos a un tortuoso periplo de tratamientos que no ha solucionado su problema. Quizá, y solo puedo decir quizá, sin estudiar los casos en particular, una intervención a tiempo le hubiera ahorrado tiempo y dinero. Y quizá, solo quizá, no se encontrarían inmersos en el pozo del desánimo y la desesperación. Otra cosa bien distinta, y que en nuestro instituto respetamos al máximo, es la decisión de una persona que parte de la base de que no quiere someterse a una intervención quirúrgica, aun cuando sería la solución adecuada. En este caso podemos encontrar soluciones alternativas que no pasan por el quirófano, aunque, lógicamente, los resultados no serán los mismos. Incluso en estas situaciones, en las que el paciente se niega de entrada a una cirugía, es imprescindible que conozca todas las opciones, para que pueda valorarlas y reafirmar su decisión con la información completa. Si el paciente está bien informado, no se decepcionará.

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Los tratamientos no invasivos me permiten desaconsejar la cirugía en muchas ocasiones, sencillamente porque constato, como médico, que no es lo que necesita el paciente para resolver su problema. Una tarde vino a visitarme Rosa, una muchacha de veinticuatro años que había terminado la carrera de Administración de Empresas hacía poco tiempo. Además, sorprendentemente en esta época de crisis económica y desempleo, tenía trabajo cerca de su casa, de modo que solía ir andando cada día. Además, presentaba un excelente estado salud y su aspecto era realmente saludable a primer golpe de vista. Sin embargo, vino a verme porque no acababa de sentirse satisfecha; es más, se veía gorda o muy gorda dependiendo del día, e insistió una y otra vez en que quería operarse. Rosa padecía un problema de dismorfia, un rechazo a la propia imagen que tiene un origen psicológico. Cuando después de conversar con Rosa un buen rato llegué a esta conclusión, le aconsejé que, primero, visitase a un psicólogo —en nuestro centro disponemos de asesoramiento— y le expliqué que no podíamos solucionar su problema quirúrgicamente. Antes de nada, Rosa debía abordar la causa principal que no la dejaba sentirse bien consigo misma. La dismorfia de Rosa la había llevado, en más de una ocasión, a no acudir al trabajo para que sus compañeros no la viesen «de aquel modo». Naturalmente, en el caso de Rosa, lo primero es buscar la causa del sentimiento de repudio hacia ella misma y tratarlo. Una vez solucionado el problema de base, es posible valorar si el paciente requiere una dieta o si lo ayudaría algún tipo de intervención estética. Antes hubiéramos entrado en un círculo vicioso difícil de romper.

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Casting «Las cosas no son como tú las dices, sino como el otro las percibe.» LLUÍS BASSAT

Soy un hombre de relojes y no de cronómetros. Me gusta sentir cómo transcurre el tiempo en el pulso de mi muñeca, no cómo me apresan las milésimas de segundos en cualquiera de las cosas que hago. Tampoco me gusta medir el tiempo en la primera cita con mis pacientes. ¡Me encanta la sensación que siento cuando me valoran los pacientes en la primera entrevista! Parte de mi trabajo es escuchar y ofrecer soluciones sin caer en definiciones excesivamente técnicas. Técnicas no quiere decir simples. Encontrar el término medio siempre es la mejor opción. Convencer sin obligar, para que el paciente pueda escoger a su libre albedrio. Y ¿cómo lo hago? Ofreciendo al paciente toda la información que puedo: con claridad, concisión y determinación. A partir de ese momento mis pacientes tienen en su poder todos los datos suficientes para decidir con absoluta libertad. El saber y el conocimiento nos aportan libertad. Una vez que disponen de la información, solo necesitan digerirla para poder tomar una decisión. Detesto todos los centros que informan únicamente de las ventajas de los tratamientos y nunca se atreven a explicar las desventajas que existen —que, aunque sean pocas, las hay— para que el paciente las coloque en una misma balanza y pueda comprobar en qué lado de la balanza pone el fiel. Esta es mi obligación y también mi responsabilidad: que regresen a casa con los todos datos y detalles para que puedan afrontar la decisión sin tapujos, sea la que sea, y comentar los pormenores con la familia y los amigos. Agradezco enormemente que los pacientes vengan acompañados: el amigo o el compañero puede prestar atención a algunos detalles que se le escapen al paciente. Entre los dos, fuera de la consulta, pueden construir la historia correcta. Según un anestesista de mi equipo, el doctor Marcos Sánchez, hay estudios que demuestran que, en una primera entrevista, de todas las explicaciones que se realizan al paciente, este solo retiene un 20 % del total. Como lo sé, intento condensar en ese 20 % lo más importante; y eso, queridos amigos lectores, requiere un gran esfuerzo por mi

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parte. Cada paciente es un mundo y una realidad particular, cada persona teme o le preocupan cosas distintas: para algunos es importante el dolor que puedan sentir después de la cirugía; para otros, saber cuándo notarán el resultado de su intervención. Una persona, un caso; no puede ser de otra forma. Existen un sinfín de 20 % y mi trabajo consiste también en poder aportar este 20 % a cada paciente para que le ayude a tomar su decisión. Cada vez que me siento delante de un nuevo paciente, tengo la sensación de que me va a entrevistar, que estoy a punto de pasar un nuevo test de valoración de mis capacidades. Actualmente, los pacientes vienen muy informados, pero con datos que han encontrado en internet. «Google + arrugas + frente + tratamiento.» Las búsquedas en internet son un peligro: abrir la gran ventana de conocimiento que representa internet sin llegar a contrastar la información, sin discernir entre lo cierto y lo falso, es una arma de doble filo. Después de consultar en Google, los pacientes se sienten asustados y desconfiados y llegan a mi consulta con una doble necesidad: contrastar la información que han conseguido en la red y conocer de primera mano los detalles relativos a una cirugía o a un tratamiento médico-estético para mejorar su aspecto físico. Mejorar nuestro físico hace que nos sintamos mejor. ¿Por qué hablo de casting? Pues me gusta utilizar esta palabra para definir cómo me siento como cirujano ante una nueva visita: necesito convencer, encontrar la complicidad con el paciente, en definitiva, transmitir la experiencia en la profesión que ejerzo para que el paciente no dude de mí y tenga la seguridad de que en mis manos, en mi consulta, no se sentirá engañado. Puedo equivocarme, pero nunca engaño a nadie. El casting empieza cuando los pacientes llaman a la consulta. Si encuentran una respuesta servicial, que no servil, los pacientes que contactan con nosotros suelen ejercer su primera elección en el primer contacto por teléfono. Si mi secretaria encaja mi agenda con la necesidad del paciente y facilita que a la persona le sea fácil y cómodo venir a visitarme, el primer paso está dado. Es una de las pruebas de la selección más importante: calidez, amabilidad, servicio y educación. Las cuatro claves para atender a un futuro paciente. No lo entiendo de otra forma. El espacio también es un aspecto importante en el casting. La consulta, la localización, la accesibilidad al centro médico. Cuando trasladé mi consulta al lugar en el que actualmente paso visita, pensé cómo me gustaría sentirme si fuera a visitar a un colega para consultarlo. Un espacio cálido, sin pretensiones, cómodo, donde el mínimo

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tiempo de espera se compense con una buena lectura (revista actuales y especializadas) y una atención personalizada. Un espacio donde uno pueda sentirse como en casa. Un espacio de trabajo donde mis colaboradores y los pacientes se sientan a gusto. Sin pretensiones, sin frivolidades y, sobre todo, en un ambiente relajado, cálido y tranquilo. El tercer aspecto fundamental que creo que los futuros pacientes tienen en cuenta es la información. La web y el blog tienen que estar en perfecta sintonía con el proyecto que dirijo. Gestionar la información no es fácil, pero ponerla a disposición de las personas para que puedan hacer uso de ella y entender en una primera fase todos los tratamientos quirúrgicos, ambulatorios o no invasivos requiere un esfuerzo que merece la pena tratar con responsabilidad y con mucha delicadeza. En estos espacios mostramos la realidad de la cirugía estética de forma generalizada. También la de nuestros proyectos. Las particularidades se estudian en la consulta: las dudas, los miedos, las ventajas y los inconvenientes de un tratamiento u otro. Y para mí, el precio de las intervenciones tendría que ser el último punto por valorar en la selección. El precio no tiene que ser un impedimento para poder realizar un tratamiento. Hay pacientes que vienen de otros centros, de escuchar a otros profesionales y otros baremos económicos cuando llegan a mi consulta. Probablemente, si un paciente llega a descartarme como cirujano por el precio, es porque no soy el cirujano que busca.

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7. Las 20 preguntas que siempre quiso hacer y nunca se atrevió a preguntar

Me inquieta que los pacientes salgan de una primera visita sin haber resuelto al cien por cien sus dudas. La prudencia siempre nos coarta y nos impide preguntar todo aquello que necesitamos saber para estar tranquilos. Y la necesidad de un paciente no tiene por qué coincidir con la necesidad de otro. Las únicas preguntas sin sentido son aquellas que no nos atrevemos a realizar. 1. ¿Cuándo podré ducharme? Después de una operación de cirugía plástica aconsejo hacerlo a partir de las 72 horas de la intervención. La única precaución que recomiendo es no retirar el vendaje. En una cirugía facial podrán ducharse el mismo día aunque sin lavarse la cabeza. 2. ¿Después de una cirugía facial debo llevar alguna venda de aquellas que llamamos «tipo monja»? No es necesario. Tan solo se debe llevar una protección para dormir y evitar que los puntos rocen con las sába- nas. En casa, es mejor ir sin vendaje y dejar la herida al aire. 3. ¿Cuándo puedo hacer el amor? Esto es muy relativo. Y también lo es la respuesta: sencillamente cuando se encuentre bien. En los casos de un implante mamario no es aconsejable antes de los diez días. En los casos de una liposucción o un implante de glúteos suelo recomendar lo mismo. 4. ¿Cuándo puedo tomar el sol?

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Esta es una de las preguntas más frecuentes que suelen hacerme, pero que en muchas ocasiones siempre se olvidan de preguntar. Después de una cirugía facial, el sol debe evitarse durante el primer mes. El calor del sol aumenta la inflamación, por lo tanto, se aconseja evitarlo o bien utilizar una pamela como protección, además de un buen filtro solar de alta protección. Si la cirugía se ha practicado en cualquier parte del cuerpo, se puede ir a la playa pasadas dos o tres semanas. Siempre recomiendo tomar baños de mar, pero evitar la exposición continuada al sol. Aplicar una toalla mojada sobre la zona de inflamación sirve para refrescarla, evitando así un aumento de la hinchazón debido al exceso de calor. Los baños de mar deben ser de corta duración, de dos a tres minutos. 5. ¿Podré ir sin sujetador? En una mamoplastia de aumento, puede prescindirse del sujetador a partir del mes de realizada la intervención; aunque no es recomendable no llevarlo, ya que la piel cede con el peso del implante. Lo que sí puede hacerse después de la intervención es dormir sin sujetador. 6. Después de una cirugía facial, ¿cuándo podré maquillarme? Si no hay ninguna complicación, a las 24 horas de la intervención. Incluso pueden utilizarse algunos maquillajes que sirven para ocultar los hematomas postoperatorios. 7. ¿Qué puedo comer? Se puede comer lo que apetezca, de manera absolutamente normal. Aconsejo evitar las comidas copiosas y excesivas, los picantes y las grasas. Es aconsejable comer poco y más a menudo durante los primeros días y, sobre todo, beber mucha agua y líquidos isotónicos. 8. ¿Puedo seguir tomando anticonceptivos? A partir de las 24 horas de la intervención, puede reanudarse la pauta que se llevaba antes de la operación. 9. ¿Puedo viajar en avión?

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Sí y sin ningún problema. Es recomendable esperar entre 24 y 48 horas para volar después de la intervención. Es una medida de precaución y básicamente se aconseja por los cambios de presión que se producen en el avión debido a la altura. También por el cansancio que suelen producir los viajes más largos y para evitar que se hinchen los pies y las manos. 10. ¿Necesito hacerme algunas pruebas antes de la operación? Sin duda alguna. Cualquier intervención quirúrgica requiere un análisis de sangre, un electrocardiograma y una radiografía de tórax. Estas pruebas son la garantía para que, durante la intervención, no surja ninguna complicación inesperada. 11. ¿Qué hacer si surge alguna duda después de la intervención y de haber dejado la clínica? Ante cualquier duda, siempre debe consultarse con el médico. Aunque nos parezca una pregunta estúpida, la mayor estupidez es no hacer esa llamada. La duda de un paciente nunca debería molestar al médico. 12. Después de someterse a una cirugía facial, ¿es recomendable hacer algún cambio de imagen? Es muy recomendable hacerlo, ya que el cambio que se observa es global y, en muchas ocasiones, la intervención quirúrgica que se ha realizado pasa desapercibida. 13. Doctor, lo que va a hacerme ¿duele? Esta también es una pregunta bastante habitual. La respuesta es que los pacientes no tienen por qué pasarlo mal por el dolor, pero las personas tienen una tolerancia al dolor muy diferente. En algunos casos hay cirugías incómodas básicamente por el lugar del cuerpo en que se realizan. Es el caso de la cirugía de los glúteos. No son cirugías dolorosas porque no tocamos órganos vitales. Son mucho menos traumáticas, muchísimo menos, que en cualquier otro tipo de operación, porque los órganos vitales no se ven afectados, tan solo actuamos sobre la piel y la grasa. La mayoría de las intervenciones se practican con anestesia local, con lo cual el paciente se recupera más rápidamente.

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14. ¿Después de un aumento mamario podré amamantar a mis hijos? Sí, ya que los implantes mamarios no alteran la lactancia. 15. Después de un aumento de mamas, ¿me caerá el pecho con la edad? ¿Cuándo tendré que volver a operarme? El pecho irá cayendo lentamente porque es su proceso natural. Los implantes mamarios no tienen fecha de caducidad, aunque los estudios científicos recomiendan que a partir de los diez o quince años valoremos el estado del implante con una ecografía mamaria o una resonancia magnética, en caso de que haya signos de rotura que obliguen a una sustitución del implante. 16. ¿Se puede conducir después de una operación? No es aconsejable hacerlo en las 24 horas posteriores a la intervención, sea cual sea el tipo de operación. Y está desaconsejado por completo después de una cirugía de aumento o reducción mamaria porque disminuyen los movimientos de los brazos. En otras cirugías, si el paciente se encuentra bien, puede hacerlo transcurridos dos o tres días. 17. ¿Se puede hacer deporte e ir al gimnasio? Transcurrida una semana desde la intervención de un aumento mamario, ya se pueden ir haciendo ejercicios cardiovasculares de cintura para abajo. Es recomendable no tener prisa y que, al menos, pasen tres semanas hasta la reincorporación plena a la práctica deportiva, ya que durante ella y en el gimnasio la presión arterial aumenta, lo que podría originar un aumento del sangrado. 18. ¿Cuándo se retiran los puntos? Actualmente, se utilizan puntos muy pequeños que se retiran pasados tres o cuatro días, y suturas continuas que se retiran a las dos semanas. Algunos puntos son reabsorbidos y eliminados por el propio cuerpo del paciente, pero hay otros que hay que retirar sin que ello suponga dolor alguno. 19. ¿Me verá usted, doctor? ¿Lo veré a usted? Siempre. Antes de comenzar la operación veo siempre al paciente. También después. No delego ninguna de mis intervenciones en otra persona. Opero siempre a

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mis pacientes yo mismo. La cirugía plástica es una especialidad que se basa en la confianza entre médico y paciente y, en estos casos, la complicidad entre uno y otro es indispensable. 20. ¿Tengo que hacer caso de toda la publicidad relacionada con la cirugía estética? La cirugía plástica y reparadora es una especialidad que debe fundamentarse en tres pilares: la profesionalidad, la honestidad y la experiencia. No toda la publicidad que se vende sobre tratamientos estéticos reúne estas tres características. Siempre me escucharán decir que frente a una necesidad de mejora estética, facial o corporal, deben acudir a un cirujano.

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8. Tratamientos no invasivos. Otras formas de cuidar la imagen

«La honestidad de una persona es lo que hizo en cada momento, lo que su buen juicio le dictaba.» INDRO MONTANELLI

Hoy en día y con la multitud de técnicas que hay en el mercado de la medicina estética es posible cuidar la imagen sin cirugía. Y no sería honesto por mi parte, aunque mi profesión es la de cirujano plástico, no incluir este tipo de cirugía en este libro. En la mayoría de los casos, la mejoría del rostro y buena parte de nuestros cuerpos son tributarios de tratamiento estético sin acudir al quirófano. Y es un tipo de tratamiento que puede aplicarse en multitud de casos porque sirve tanto para personas obesas como delgadas, altas o atléticas. Siempre comparo el organismo con el cuidado que debe recibir un coche de alta gama. El automóvil necesita el aceite que nos recomienda el fabricante, el combustible adecuado al motor y las revisiones periódicas sin saltarse ninguna. Pues nuestro cuerpo y nuestro rostro siguen unas pautas similares. La piel necesita de los mismos cuidados que ese coche. Si partimos de la base de que nuestra piel es un bien natural, deberíamos cuidarla con esmero y atención, con todo el cuidado que merece un bien natural, porque solo con constancia y perseverancia podríamos mantenerla en un estado óptimo. Pero, desgraciadamente, nuestro día a día y las obligaciones laborales y sociales no nos permiten cuidar más la piel y el cuerpo. Normalmente no hacemos nada para mejorar o man- tener nuestra piel: la maltratamos con el sol del verano y dejamos que el frío del invierno la reseque en exceso. Los contrastes térmicos no favorecen la deshidratación. Los factores que más perjudican la

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expresión son la deshidratación cutánea y las arrugas. Las personas que suelen estar más expuestas al sol, porque trabajan al aire libre, tienen más arrugas. Cuidar bien nuestra piel es cuidar bien nuestra imagen. El 70 % de los tratamientos estéticos son faciales, y el 30 % restantes, corporales. Todos nos preocupamos por nuestra imagen, la que deseamos reflejar. «El rostro es el reflejo del alma.» Necesitamos aparentar un rostro más joven y más terso, y los diferentes avances científicos nos ayudan a mejorar el aspecto. Se han realizado adelantos muy importantes en tratamientos para recuperar el colágeno y la elastina, dos de las proteínas más importantes para calidad de la piel. Se ha trabajado intensamente durante años para poder conseguir medicamentos infiltrados o de uso tópico que sirven para activar, mejorar o suplantar estas proteínas. A menudo no es necesaria una intervención quirúrgica para mejorar nuestro aspecto físico con el trastorno que conlleva: buscar una fecha, pedir días de vacaciones, etcétera. La medicina médico-estética nos permite mejorar el aspecto y retrasar una posible operación en un futuro. Sin duda, siempre aconsejo que para cualquier tratamiento estético el paciente se dirija a un profesional, un cirujano plástico y estético. El médico especialista puede analizar al paciente en 360º y aconsejarle bien el tratamiento que debe seguir. Solo un cirujano puede tratar la estética sin cirugía. Por eso defiendo a capa y espada la estética que practicamos los cirujanos plásticos. De tratamientos hay muchos, pero no todos sirven para cuidar o mejorar todas las partes de la cara. Bótox: El bótox es el tratamiento que más ha salido perjudicado por las leyendas urbanas. Malas praxis y excesos de relleno han afectado su buen nombre. Pero la toxina botulínica bien aplicada nos garantiza una calidad excepcional en la mirada que no ofrece ninguna de las ciru- gías conocidas. El bótox es el método estrella y, bien aplicado, en la zona del entrecejo, la frente y las patas de gallo, es la mejor respuesta a las arrugas. Sé de buena tinta que se utiliza para rellenar las mejillas, el mentón y el labio superior sin éxito. PRP (plasma rico en plaquetas): La bioestimulación con plasma rico en plaquetas es un conjunto de procedimientos para activar, básicamente, la producción de colágeno, la elastina y el ácido hialurónico. En condiciones normales, las células de la piel son

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estimuladas por unos mediadores químicos llamados factores de crecimiento epidérmico (FCE). Con el envejecimiento, las células de nuestra piel disminuyen la fabricación de estos factores, y aparecen los malvados signos de degeneración: adelgazamiento de la piel, disminución de la cantidad de colágeno, deshidratación, flacidez, arrugas y disminución de la vascularización. Si bien con el envejecimiento los factores FCE desaparecen de nuestra piel, se encuentran escondidos en elevadas cantidades en el interior de las plaquetas de la sangre. Se ha comprobado que la aplicación tópica (suero) o la infiltración subcutánea de estos factores de crecimiento producen un cambio importante en la calidad y la textura de la piel: restauran la vitalidad cutánea, aumentan su grosor, recuperan la elasticidad, estimulan las secreciones, atenúan las arrugas, disminuyen los efectos nocivos de la oxidación celular y estimulan la vascularización de los tejidos. El tratamiento consiste en extraer sangre al paciente que se centrifuga para poder separar la proteína de la sangre. El resultado es el suero (proteína pura) y se aplica de forma localizada de forma subcutánea en todo el rostro y el cuello. Es altamente recomendado en los casos de deficiencia de circulación sanguínea en la piel de la zona facial, porque esta falta de riego sanguíneo disminuye el intercambio de oxígeno que necesita la piel para estar más hidratada, y mejorar el color y la textura. En definitiva, en todos los casos de disminución celular en la piel facial. El PRP mejora la hidratación, la elasticidad y las estrías, y consigue frenar la caída del cabello. Se ha comprobado que restaura la vitalidad cutánea y estimula la mayor afluencia vascular a los tejidos del cuero cabelludo, mejorando también la calidad del folículo piloso y disminuyendo la caída del pelo. Mesoterapia facial: Este tratamiento consiste en la aplicación de infiltraciones de vitaminas. Ayuda a mejorar la calidad de la piel, que pierde luminosidad debido a la exposición solar, al frío o a los contrastes térmicos. En estos momentos hay en el mercado de la medicina estética un abanico muy amplio de tratamientos en los que se utilizan distintos aparatos para corregir imperfecciones. Hay tantos productos, mecanismos y aparatos distintos que realizan tantos y tantos «milagros» que tras un largo estudio de las diferentes marcas y modelos por mi parte y solo después de realizar varias pruebas, comprobé que el mejor material o tratamiento resulta de una mezcla de diferentes activadores faciales; no hay uno que sea el mejor, pero del conjunto de ellos, al elegir —igual que hace un

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gran chef en la cocina con todos los ingredientes, los cuales mezclas a su criterio para obtener el mejor sabor—, y como hago yo en este tipo de tratamientos, preparo el cóctel Blanch, adaptado a las necesidades del tratamiento LPG-Endermologie: Es un tratamiento no invasivo e indoloro que deben practicar solo profesionales de la salud y la belleza debidamente formados y exclusivamente equipados con el Cellu M6 Keymodule. La alta tecnología de Cellu M6 Keymodule permite al profesional realizar una mecanización tisular óptima, especialmente en las células hipodérmicas, en aquellas zonas del cuerpo en las que se acumulan las grasas localizadas, características de la celulitis. Esta gimnasia cutánea reactiva la circulación sanguínea y linfática, y favorece la eliminación de los desechos metabólicos. Las sesiones, de unos 35 minutos, una o dos veces por semana, se realizan sobre los pacientes vestidos con una prenda especial, el LPG Bodywear. Endermologie es especialmente eficaz contra los efectos del paso del tiempo. Con los años, los problemas circulatorios tienden a agravarse, el aspecto celulítico se asienta y la piel pierde su firmeza y su elasticidad. Reactivando la circulación local se reactivan los intercambios celulares, y mejora el aspecto de la piel y la tonicidad de los tejidos. Los resultados que se obtienen sobre la celulitis suelen durar al menos seis meses. Los resultados de la técnica LPG están avalados por numerosos estudios científicos, realizados en colaboración con equipos hospitalarios y universitarios norteamericanos y europeos. Relleno facial: Este tratamiento consiste en infiltrar ácido hialurónico. Es un producto natural elaborado en el laboratorio. Es un elemento que tenemos en nuestro cuerpo y nos permite restituir el ácido perdido por los años y mejorar esas arrugas faciales que tanto nos molestan y nos desagradan. Hilos tensores: Los tensores dérmicos son una nueva técnica que basa su éxito en la sencillez del procedimiento, que se realiza con anestesia local. Una de las ventajas es que no produce un cambio drástico en las facciones y puede complementarse con otras técnicas tradicionales de la cirugía estética. Los hilos están hechos del material utilizado en muchas suturas, son estériles, biocompatibles y de gran resistencia. Es un tratamiento de rejuvenecimiento dérmico aplicable a personas a partir de los treinta años, con flacidez tisular, en personas diabéticas e hipertensas, y a todo tipo de color de piel. No deja ninguna cicatriz. Su

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utilización más frecuente es en la zona temporal, para elevar las cejas, los pómulos, la zona mandibular y la zona del cuello. No suelo recomendarlo en pacientes con excesiva flacidez. Puede ser utilizado como complemento de un lifting tradicional o en puntos específicos del rostro o en pacientes a los que les haría falta un retoque porque presentan nuevos signos de flaccidez. La cantidad de tensores dérmicos depende de las necesidades de cada paciente y de la flacidez que presenten. El procedimiento no dura más de una hora y se realiza con un poco de anestesia local, no es doloroso y no deja cicatrices, y el paciente puede incorporarse a la vida cotidiana de forma inmediata. No tiene contraindicaciones y la duración del efecto es aproximadamente de unos cinco o seis años. Radiofrecuencia Indiba: Es un sistema de rejuvenecimiento facial sin cirugía. A través de un sofisticado sistema electrónico se consigue comunicar calor en profundidad sin que se vea afectada la epidermis. Indiba es un nuevo y revolucionario sistema de rejuvenecimiento facial sin cirugía, sin anestesia y sin postoperatorio. Las ondas de radiofrecuencia comunican calor a la dermis sin afectar a la epidermis, lo cual activa la síntesis de colágeno y elastina, con la consiguiente mejora de las arrugas y la flacidez. En definitiva, una piel más tersa y rejuvenecida. También existe una versión con luz azul para el tratamiento del acné. Los mejores resultados se logran en el óvalo de la cara, la zona que rodea los ojos, levantando ligeramente las cejas y haciendo que la mirada tenga un aspecto más fresco. También puede aplicarse en mejillas, cuello, piernas y senos. El proceso no es doloroso, solo se experimenta una ligera sensación de calor. Los pacientes pueden retomar sus actividades de forma inmediata. Láser Quick Shift: Es una luz que no podemos ver, pero que se utiliza a menudo en medicina, en muchas especialidades y para patologías distintas. Cada tratamiento necesita de un láser diferente: para la piel, para las cicatrices, para los tatuajes y para los ojos. Cada uno es distinto y está indicado para una cirugía determinada. No podemos decir que «cualquier láser sirve para cualquier cosa» porque no es cierto y engañaríamos al paciente. Puedo afirmar que mejoramos muchas lesiones con este tipo de aparato. La depilación láser se realiza con un aparato Alexandrita y diodo, y con ella se reparan muchas heridas faciales, la cuperiosis, lesiones pigmentadas benignas en cualquier parte del cuerpo y, sobre todo, tatuajes y varices.

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VelaShape III: Es aparatología de nueva generación, a la vanguardia de la innovación que nos ofrece óptimos resultados a la hora de remodelar la figura. Es el excelente complemento de la lipoescultura y la característica principal del tratamiento es el resultado: es de acción inmediata. Cuenta con el distintivo de la Unión Europea para la remodelación de la figura y está aprobado por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) para la reducción del contorno de abdomen y muslos. Se combinan los infrarrojos, la radiofrecuencia bipolar y el masaje de absorción para calentar los tejidos de forma precisa hasta 3 mm y 15 mm, respectivamente. Con esta combinación se produce el calentamiento intensivo de las células grasas y los tabiques fibrosos circundantes. La radiofrecuencia favorece la circulación, el drenaje linfático, el metabolismo celular y la acumulación de colágeno, además de estimular la actividad fibroblástica. Mi experiencia personal me hace confiar en estos equipos y no en otros. Los resultados son evidentes. Tengo que afirmar que estoy totalmente en contra de todos los tratamientos estéticos que no realizan profesionales médicos. Suelen prometer resultados excepcionales y, normalmente, solo retrasan el problema del paciente.

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A modo de epílogo

Empecé este libro con un saludo; no me gustaría terminarlo sin despedirme.

Una cità a passo di uomo: Barcelona Os cuento un secreto. Y ¡espero que sepáis guardarlo bien! Ahora que ya que nos conocemos un poco más, os contaré que muchas de las reflexiones de este libro son fruto de mis carreras por la ciudad. Es cuando corro por Barcelona cuando me asaltan las ideas. Son mis momentos de máxima tranquilidad, cuando mi mente se disocia del día a día, de la realidad cotidiana, y el tiempo es mío. Pienso y reflexiono sobre mi profesión. Sin móvil, sin conexión con el mundo real, sin prisas. He llegado a pensar que las endorfinas que se generan con la práctica del deporte me estimulan a organizarme los pensamiento que quiero transmitir. ¡Me funciona! Antes de preparar un texto o una conferencia, siempre salgo a correr el asfalto de la ciudad: es mi laboratorio de ideas.

Frivolidad/Felicidad La frivolidad, como he intentado reiteradamente exponer en estas páginas, no tiene cabida en mi profesión. Tampoco en mi clínica. Es el pulso que debo vencer cada día. La ciencia es académica y está íntimamente reñida con la trivialidad. Se confunde mi especialidad con la imagen y la publicidad que sale en la prensa y en los medios de comunicación. Y todo lo contrario, la cirugía estética es ciencia, estudio, habilidad y concentración. De los buenos resultados que se consiguen hoy en día en cirugía estética

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se habla poco o casi nada. De los malos, se cuenta hasta el último detalle, se critica el resultado obtenido y se pone como ejemplo peyorativo. Qué lejos está la frivolidad de mi objetivo principal en cirugía estética: lo que deseo, ante todo y por encima de todo, es que el paciente se sienta satisfecho, se sienta mejor. ¿Podemos asociar la cirugía plástica a la felicidad? No tengo respuesta a esta pregunta. Antes tendríamos que preguntarnos qué es la felicidad para cada uno de nosotros. ¿Cuál es el estándar de felicidad? Lo que puedo asegurar es que aportamos satisfacción a los pacientes porque se sienten mejor después de una intervención y que añadimos unas gotas de felicidad a su vida. «La felicidad es lo único que sí compartimos con los demás.» R. GENÉ

Enseñar/Compartir Mi objetivo ha sido y es madurar profesionalmente al lado de excelentes colegas, es un privilegio. Como también lo es compartir mi conocimiento y aprender de las aportaciones que a menudo suelen hacerme los alumnos. Cuando realizo una clase o imparto una conferencia lo que más me motiva es la idea de compartir conocimiento. ¿No sirve de algo el pensamiento si no lo compartimos? Creo que no, que en el siglo XXI no podemos almacenar ideas para aislarlas después en nuestra isla particular. Si yo gano, ellos también lo hacen, y eso nos permite, creo yo, dotar de verdadero sentido y razón nuestra profesión. ¿Sabéis cuál es el secreto de una buena cirugía? Un buen diagnóstico y practicar una acertada técnica quirúrgica. Este binomio es indestructible. «En cuestiones de cultura y saber, no se pierde lo que se guarda; solo se gana lo que se da.» A. MACHADO

Hace tiempo, hablando con el profesor Jaime Planas sobre nuestra especialidad, sobre la formación de nuevos cirujanos en nuevas técnicas, me regaló una frase que llevo grabada en la mente: «No estoy en contra de la competencia; estoy en contra de los

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incompetentes». Lo mejor es enseñar a otros a hacerlo bien, para que luego se pueda ampliar el número de pacientes que se beneficien de unos buenos resultados. Por tanto, y siguiendo al pie de la letra esta frase, me gusta enseñar bien a las personas que, como yo, han decidido ser cirujanos plásticos. Si ellos, después de estar a mi lado, aprenden a hacer la metodología de una buena cirugía, todos hemos ganado, porque un paciente contento es posible que consiga convencer a otro, pero uno que no lo está trasladará a su entorno de influencia una percepción negativa. El efecto de descontento de un paciente con el resultado nos cierra muchas puertas. Por eso disfruto enseñando. Transferir excelentes métodos de trabajo a los demás asegura al máximo una buena cirugía y repercute directamente en el paciente.

Optimismo/Sentido común La profesión que escogí, la medicina, está atada por un cordón umbilical al sentido común. Palabras como empatía y optimismo ayudan al enfermo a abrazar la esperanza de curarse pronto. La cirugía plástica y estética nunca puede perder de vista el sentido común. Delante de un paciente que me pide unos resultados imposibles —que los hay, y son muchos— no puedo ceder a sus deseos y decir que sí. Es la regla que nunca rompo. Y para todos aquellos que después de leer este libro vengáis a mi consulta, quiero deciros de antemano que no pienso romper esta norma jamás. Porque si lo hago, estaré traicionado la premisa que me empuja a seguir buscando la excelencia en mi trabajo: «Puedo equivocarme, pero jamás engañaré a un paciente». Es imprescindible vestir nuestras cirugías de razón: explicaremos la verdad, seremos honestos con el paciente y dotaremos nuestra especialidad de la calidad y la excelencia que se merece.

Calidad/Respeto Si un paciente confía su salud y sus ilusiones en mis manos, lo mínimo que puedo hacer por él es respetarlo. El respeto es el valor que más aprecio. Tiene su base en la dignidad

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de la persona, en la dignidad de igual a igual. Es un concepto que va más allá de las formas. El respeto nos lleva a reconocer los derechos y la dignidad de las personas. El respeto es consideración, atención o deferencia a una persona. ¿Qué mejor forma de respetar a un paciente que poniendo a su disposición todas mis capacidades en una cirugía? Nunca he pretendido ser el primero. Solo puedo llegar a la meta siendo el mejor. La calidad, la exigencia y la excelencia son los tres pilares de mi forma de entender la cirugía plástica. Ofrecer el máximo y estar cerca del paciente. Es mi forma de entender esta apasionante profesión que escogí cuando era joven y que intento ejercer con la misma ilusión que tenía cuando empecé.

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Agradecimientos

Este apartado es para mí el más importante, porque me permite, de una manera sencilla, dar las gracias a todas las personas que han contribuido de una forma directa —o, a veces, sin darse cuenta— en este libro o en parte de mi vida, lo que me ha permitido avanzar en mi actividad y formación diarias. Para mí, la medicina es ciencia y arte; evolucionar en las dos disciplinas requiere esfuerzo y estudio, ambos unidos al arte de interpretar lo que nuestros sentidos nos dicen. Si no interpretamos estos detalles, no conseguiremos solucionar los problemas que se nos presentan cada día en la consulta. No quisiera dejar por fuera a nadie en estos agradecimientos, y esto puede ser difícil. De algún modo quisiera agradecer a cada una de las personas que han influido en mi carrera profesional. No podría empezar sin recordar a mis padres, Francisco y Nuria, ejemplos de virtud a imitar, y entre ellos quisiera destacar a mi padre, que siempre fue mi mayor apoyo pues creyó en mí y me enseñó a valorar las cosas pequeñas, las que hacen de cada día lo mejor; su trato humano y profesional hacia sus amigos y pacientes da para un tratado de inteligencia emocional. Agradezco a mi hermano Josep, gran reumatólogo, quien es también un gran amigo, de aquellos que escogerías para estar junto a ti. A mi mujer Montse, sobre todo por su apoyo, y quien a través de su ilusión ha sido incondicional en cada una de mis iniciativas, y sin cortapisas me ha permitido llevar a cabo los proyectos profesionales; amiga, compañera y confidente. A nuestros tres hijos, quienes me han estimulado y de quienes día a día he aprendido. Agradezco a mi suegro, el Dr. E. Vendrell, un gran profesional que siempre confió en mí. En el ámbito profesional, nada hubiera sido igual sin la inestimable ayuda de mi mentor, el Dr. Antonio Tapia, cirujano plástico de altísimo prestigio en España —y sobre todo en Barcelona—, quien confió en mí, me enseñó el ABC de la cirugía estética y —

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sin darse cuenta— una forma de práctica excepcional en el quirófano. Muchas veces basta solo con mirar cómo los grandes cirujanos mueven sus manos, pues estos pequeños detalles son los que marcan la diferencia; hay que ser muy observador para darse cuenta de ello, pues generalmente estos pormenores no suelen explicarse. Agradezco al Dr. Bartolomé J. Ferreira, gran amigo y extraordinario cirujano, del que he aprendido la perfecta cadencia entre velocidad y economía de movimientos en las cirugías de las manos, microcirugías y cirugías estéticas. El Dr. Tapia y el Dr. Ferreira me dieron una gran oportunidad de conocer los detalles de la cirugía estética y me dieron la posibilidad de ampliar mi formación en Italia, gracias a un gran amigo suyo, el Dr. Piero L. Raimondi, un príncipe de la cirugía, en definitiva, un caballero que me permitió abrir las puertas de mi dualidad profesional, la española y la italiana; sin duda, con mi formación en Italia hubo un antes y un después. Agradezco al profesor Alberto Azzolini, catedrático de Cirugía Plástica de la Universidad de Milán, en cuya cátedra me especialicé. Al profesor Luca Vaienti, catedrático de Cirugía Plástica de la misma universidad, un amigo con gran recorrido, y quien ha confiado en mí para participar como profesor en el claustro de su cátedra. Al Dr. Paolo Tavilla, con quien compartí maestros en España e Italia. Agradezco y extraño a mis amigos de Italia, todos ellos cirujanos plásticos de prestigio; Domenico de Fazio, Mario Gazzabin, Alberto Fumagalli, Peircamilo Parodi y Dorianno Otttavian. Agradezco a mis residentes, con quienes día a día he compartido durante su estancia en mi equipo, y con cuyo entusiasmo me han animado a seguir aprendiendo sobre nuestra especialidad; Ricardo Bosco, Domenico Ventura (Mimmo), Ilenia J. Lonigro, Maria Chiara Nava, Victoria Rivero, Matteo Benedet, Fiorella Albonico, Susana Bianco, Alessia Buscarini, Guillermo Nozzi, Daniel Bordoni, me siento orgulloso de sus éxitos profesionales. Agradezco al profesor Alfonso Rodríguez Baeza, catedrático de Anatomía Humana en la Facultat de Medicina de la Universitat Autònoma de Barcelona, quien me abrió las puertas de su instituto para realizar los Cursos Europeos de Disección Anatómica durante diez años. Agradezco a mi equipo médico —con el que inicié y al que ahora me acompaña—, entre quienes está el Dr. Ángel Suárez, quien ha confiado en mí desde el principio, y al

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Dr. Alberto Samper, al Dr. Carlos Cano, a la Dra. Azucena Fernández, a Graciela Traba, psicóloga, una persona generosa y, desde siempre, gran amiga. Agradezco también a la Dra. Susana Gálvez, médica experta en nutrición, y a la Dra. Rosana Negre, la mejor médica en esclerosis venosa; las dos son grandes amigas. A Leonor Moro, dietista y amiga. A Eduardo Cano, experto en audiovisuales, cuyo apoyo incondicional ha hecho que los cursos que he organizado hayan sido un éxito. A Albert Pérez, siempre presente. A Maika Cabau, cosmetóloga que pone el lazo de presentación a mis resultados estéticos. Agradezco a las enfermeras del quirófano. A la incombustible MariCruz Sánchez, quien ha sido el enlace con mis residentes. A Carmen Valldosera, Cristina Griego y Silvia Orós, otro de mis puntales en el quirófano y en la consulta, por su generosidad y capacidad de aprendizaje. Su apoyo diario ha sido de gran ayuda. Me siento muy orgulloso de todas ellas. Agradezco al equipo de anestesia. A Manuel Velaure, experto y profesional, ciclista pro y amigo. A Marcos Sánchez, amigo y confidente, y quien está siempre al día con los avances en el campo de la anestesia. Agradezco al Dr. Luis García-Ibáñez, con quien he sido amigo desde hace años, y con quien comparto la búsqueda de la excelencia. Cada uno lo hace desde su especialidad — él, desde el Instituto García-Ibáñez de ORL, instituto fundado por su abuelo, y que su padre, don Emilio, amplió internacionalmente—. Agradezco al Dr. Miquel Prats, quien ha sido continuador del Instituto de Patología Mamaria fundado por su padre, pionero en patología mamaria en España. Al Dr. Prats le agradezco que me haya dejado compartir el conocimiento de la ciencia y la experticia en el tratamiento de la reconstrucción mamaria, y que me haya permitido formar parte de un equipo multidisciplinar de alto nivel. Agradezco a mis colaboradores en las intervenciones de rinoplastia: el Dr. Gonzalo Martínez-Monche y el Dr. Maurizio Levorato, con quienes día a día me supero. No puedo olvidarme de mis amigos médico-odontólogos, como los Drs. Julián López Jiménez y José Luis Maldonado, a quienes agradezco su amistad y confianza profesional. A los Drs. Carlos Carreras-Candi y Carlos Ruiz Lapuente, amigos y oftalmólogos de prestigio, quienes siempre han confiado en mí.

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Agradezco al Dr. David Ponce, quien con su estímulo y generosidad me impulsó a escribir este libro. Doy mi más sincero agradecimiento a Sílvia Soler por su ayuda y su inestimable paciencia al poner en negro sobre blanco todas mis ideas para este libro. Quiero transmitir mi más profundo y sincero agradecimiento a Carmen Defez, mi secretaria desde antes de que fuera médico; en ese entonces trabajaba junto con mi padre, ha estado siempre conmigo y con mi familia. Es un honor tenerla siempre cerca. Dejo para el final un agradecimiento a mis pacientes, quienes han confiado en mí, y quienes me permiten continuar trabajando con ilusión y me estimulan a esforzarme cada día para obtener la excelencia profesional.

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Su opinión es importante. En futuras ediciones, estaremos encantados de recoger sus comentarios sobre este libro. Por favor, háganoslos llegar a través de nuestra web: www.plataformaeditorial.com

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El cerebro del niño explicado a los padres Bilbao, Álvaro 9788416429578 296 Páginas

Cómpralo y empieza a leer Cómo ayudar a tu hijo a desarrollar su potencial intelectual y emocional. Durante los seis primeros años de vida el cerebro infantil tiene un potencial que no volverá a tener. Esto no quiere decir que debamos intentar convertir a los niños en pequeños genios, porque además de resultar imposible, un cerebro que se desarrolla bajo presión puede perder por el camino parte de su esencia. Este libro es un manual práctico que sintetiza los conocimientos que la neurociencia ofrece a los padres y educadores, con el fin de que puedan ayudar a los niños a alcanzar un desarrollo intelectual y emocional pleno. "Indispensable. Una herramienta fundamental para que los padres conozcan y fomenten un desarrollo cerebral equilibrado y para que los profesionales apoyemos nuestra labor de asesoramiento parental."LUCÍA ZUMÁRRAGA, neuropsicóloga infantil, directora de NeuroPed "Imprescindible. Un libro que ayuda a entender a nuestros hijos y proporciona herramientas prácticas para guiarnos en el gran reto de ser padres. Todo con una gran base científica pero explicado de forma amena y accesible."ISHTAR ESPEJO, directora de la Fundación Aladina y madre de dos niños "Un libro claro, profundo y entrañable que todos los adultos deberían leer."JAVIER ORTIGOSA PEROCHENA, psicoterapeuta y fundador del Instituto de Interacción "100% recomendable. El mejor regalo que un padre puede hacer a sus hijos."ANA AZKOITIA, psicopedagoga, maestra y madre de dos niñas

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Cómpralo y empieza a leer

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Reinventarse Alonso Puig, Dr. Mario 9788415577744 192 Páginas

Cómpralo y empieza a leer El Dr. Mario Alonso Puig nos ofrece un mapa con el que conocernos mejor a nosotros mismos. Poco a poco irá desvelando el secreto de cómo las personas creamos los ojos a través de los cuales observamos y percibimos el mundo.

Cómpralo y empieza a leer

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Vivir la vida con sentido Küppers, Victor 9788415750109 246 Páginas

Cómpralo y empieza a leer Este libro pretende hacerte pensar, de forma amena y clara, para ordenar ideas, para priorizar, para ayudarte a tomar decisiones. Con un enfoque muy sencillo, cercano y práctico, este libro te quiere hacer reflexionar sobre la importancia de vivir una vida con sentido. Valoramos a las personas por su manera de ser, por sus actitudes, no por sus conocimientos, sus títulos o su experiencia. Todas las personas fantásticas tienen una manera de ser fantástica, y todas las personas mediocres tienen una manera de ser mediocre. No nos aprecian por lo que tenemos, nos aprecian por cómo somos. Vivir la vida con sentido te ayudará a darte cuenta de que lo más importante en la vida es que lo más importante sea lo más importante, de la necesidad de centrarnos en luchar y no en llorar, de hacer y no de quejarte, de cómo desarrollar la alegría y el entusiasmo, de recuperar valores como la amabilidad, el agradecimiento, la generosidad, la perseverancia o la integridad. En definitiva, un libro sobre valores, virtudes y actitudes para ir por la vida, porque ser grande es una manera de ser.

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Vender como cracks Küppers, Victor 9788417002565 208 Páginas

Cómpralo y empieza a leer La venta es una profesión maravillosa, absolutamente fantástica. Difícil, complicada, con frustraciones, solitaria, pero llena también de alegrías y satisfacciones que compensan sobradamente esa parte menos bonita. Este libro intenta ayudar a motivar, a ilusionar, a disfrutar con el trabajo comercial. Es un ámbito en el que hay dos tipos de profesionales: los cracks y los chusqueros; los que tienen metodología, los que se preparan, los que se preocupan por ayudar a sus clientes, por un lado, y los maleantes, los colocadores y los enchufadores, por otro. He pretendido escribir un libro que sea muy práctico, útil, aplicable, simple, nada complejo y con un poco de humor, y explico sin guardarme nada todas aquellas técnicas y metodologías de venta que he visto que funcionan, que dan resultado. No es un libro teórico ni con filosofadas, es un libro que va al grano, que pretende darte ideas que puedas utilizar inmediatamente. Ideas que están ordenadas fase a fase, paso a paso.

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Vivir con abundancia Fernández, Sergio 9788416256471 237 Páginas

Cómpralo y empieza a leer Por qué algunas personas consiguen lo que se proponen y otras no. Algunas personas materializan todo aquello que desean sin esfuerzo; otras parecen condenadas a una vida de resignación y sufrimiento. Vivir con abundancia no es un libro: es una revolución que te permitirá pasar a formar parte –y para siempre– del primer grupo. La vida es un juego que tiene sus propias reglas. Comprenderlas e interiorizarlas te permitirá manifestar la abundancia de manera natural. En esta obra práctica y optimista, Sergio Fernández te ofrece las diez leyes para cristalizar tus sueños, así como las treinta claves prácticas para incorporarlas. "Un mapa para cristalizar nuestros sueños a través de una lectura inspiradora y muy necesaria", Pilar Jericó. "Aprecio a Sergio, respeto su trabajo y admiro su frescura. Es un ejemplo de lo que escribe", Raimon Samsó. "Me ha encantado su lectura. Es necesario e imprescindible", Juan Haro. "Sergio es libre, sabio, eficaz y generoso y lo que predica les da estupendos resultados a quienes siguen sus métodos", José Luis Montes. "Sergio Fernández es definitivamente el referente del desarrollo personal en España", Fabián González. "Gracias, Sergio, una vez más, por ayudarnos a crear el mundo que soñamos", Ana Moreno. "Vivir con abundancia se ha convertido en uno de mis libros de cabecera. Imprescindible", Josepe García.

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Índice Portada Créditos Índice A modo de prólogo, por Sílvia Soler Una tarjeta de presentación, por Sílvia Soler 1. Encontrar el sentido de mi trabajo 2. El poder de los sentidos. Reflexiones sobre el aumento mamario Sobre la mamoplastia de aumento No me hubiese importado «un poco más» Cuando mucho es demasiado. La reducción mamaria

3. La rinoplastia

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Observar al paciente Encontrar el momento adecuado Quiero la nariz de Scarlett Johansson Del preoperatorio al postoperatorio

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4. La otoplastia y la blefaroplastia

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Otoplastia. Corregir las orejas de soplillo Blefaroplastia. El párpado caído entristece la mirada

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5. Algunas palabras sobre la liposucción

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Cuidar del paciente … y no olvidar qué siente realmente la persona

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6. Algunas ideas que me gustaría que quedasen

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La experiencia que no tiene el doctor Google La formación básica Mi padre La ciencia de la mente y el cuerpo Una formación en Milán No podemos olvidar el lado humano A vueltas con la imagen que proyectan y la realidad Las alegrías y los miedos Los pacientes y sus acompañantes

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¿Cuánto cuesta una intervención quirúrgica? Un equipo 360° Casting

7. Las 20 preguntas que siempre quiso hacer y nunca se atrevió a preguntar 8. Tratamientos no invasivos. Otras formas de cuidar la imagen A modo de epílogo Agradecimientos Colofón

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