Vicio, prostitución y delito: mujeres transgresoras en los siglos XIX y XX 9786070283420, 6070283422

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Vicio, prostitución y delito: mujeres transgresoras en los siglos XIX y XX
 9786070283420, 6070283422

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| IN S TITU TO | HI ST ÓR IC A S

VICIO, PROSTITUCIÓN Y DELITO MUJERES TRANSGRESORAS EN LOS SIGLOS XIX Y XX

C oord in a ción ELISA SPECKM AN GUERRA FABIOLA B AILÓ N VÁSQUEZ

Fa b io la B a iló n V ásqu ez • L au ra B en ítez B arba R o c ío C oron a A za n za • R osalin a E strada U rro z P am ela J. Fuentes • Fernanda N ú ñ ez B ecerra D iego P u lid o E steva • G ab riela P u lid o Llan o Lisette G. R ivera R eyn aldos • O dette M a ría R ojas Sosa M arth a S antillán E squeda • E lisa Speckm an Guerra

U N IV E R S ID A D N A C IO N A L A U T Ó N O M A DE M É X IC O MÉXICO 2016

Vicio, prostitución y delito : mujeres transgresoras en los siglos XIX y XX / coordinación Elisa Speckman, Fabiola Bailón Vásquez ; Diego Pulido Esteva [y otros once] 412 páginas - (Serie Historia Moderna y Contemporánea ; 68) ISBN UNAM 978-607-02-8342-0 1. Prostitución - Mujeres - México. 2. Prostitución - Mujeres. 3. Proxenetismo - M éxico - Historia. 4. Trata de personas - México. 5. Mujeres criminales. I. Speckman, Elisa. II. Bailón Vásquez, Fabiola. III. Título. IV. Serie. HQ125.M5 V53

Primera edición: 2016 D. R. O 2016, Universidad Nacional Autónoma de México I n s t it u t o

de

I n v e s t ig a c io n e s H is t ó r ic a s

Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510, Ciudad de México ISBN 978-607-02-8342-0 Portada: Ivonne Marlene Gutiérrez Cervantes Imagen de portada: "Marcelina Pérez” , Archivo Histórico Municipal de la Ciudad de Oaxaca, Registros Fotográficos, Registros de Prostitución, caja 1, registro n. 159.

Impreso y hecho en México

DR© 2017. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas Disponible en: www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/vicio/mujeres_transgresoras.html

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Vicio, prostitución y delito Mujeres transgresoras en los siglos xix y xx editado por el Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM , se terminó en impresión bajo demanda el 15 de septiembre de 2016 en Desarrollo Gráfico Editorial, Municipio Libre 175, Nave Principal, colonia Portales, 03300, Benito Juárez, Ciudad de México. Su composición y formación tipográfica, en tipo New Aster de 11:13.5, 10:11 y 9:10, estuvo a cargo de Sigma Servicios Editoriales. La edición, en papel Cultural de 90 gramos, consta de 300 ejemplares y estuvo al cuidado de Eduardo Besares Coria y Rosalba Cruz

XI ÍN D IC E

P r e s e n t a c i ó n ..........................................................................

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P r im e r a par te O f ic io s “ p e l ig r o s o s ” y bajo s f o n d o s Las m eseras en la ciudad de M éxico, 1875-1919 D iego P u lid o E s te v a ...........................................................

15

“E l bajo m u ndo del p ecad o” . V icio, crim en y bajos fondos en la ciudad de M éxico, 1929-1944 Odette M a ría R ojas S o s a ...................................................

49

Cabareteras y pachucos en Magazine de P olicía Ciudad de M éxico, 1940 Gabriela P u lid o L la n o .........................................................

85

Se g u n d a par te P r o s t it u c ió n y p r o x e n e t is m o Perd ición , enganche y seducción. Prostitu ción y lenocin io en Jalisco, 1866-1885 Laura Benítez B a rb a ...........................................................

135

L a exp lotación de la prostitu ción ajena en M éxico E l in icio de un debate y sus prim eras consecuencias legales, 1929-1956 Fabiola B a ilón V á s q u e z .....................................................

171

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VICIO, PROSTITUCIÓN Y DELITO

L a trata de blancas y su diferen te atención: Buenos Aires y Veracruz, puertos de tráfico de m ujeres francesas en las prim eras décadas del siglo x x R osalina Estrada U r r o z .....................................................

201

Burdeles, prostitu ción y gén ero a través de los procesos p o r len ocin io. Ciudad de M éxico, década de 1940 Pam ela J. F u en tes...............................................................

227

M ujeres públicas y consum idores privados Los clientes, esos desconocidos Fernanda N úñez B e c e r r a ...................................................

257

T e r c e r a parte C r im e n y d e l it o Vida nocturna, m ujeres y violen cia en la ciudad de M éxico en la década de 1940 M artha Santillán E s q u e d a .................................................

281

“H e dom inado la pasión que m e h izo delin qu ir” . M ujeres crim inales en las peticiones de indulto: Guanajuato, 1920-1930 R o c ío Corona A za n za .........................................................

309

Crim inales, crim inalizadas y delatoras. M ujeres involucradas en h om icid ios pasionales en M ichoacán, 1900-1920 Lisette G. Rivera R ey n a ld o s ..............................................

345

“D igna flo r del v ic io ” . E l caso de M aría E lena Blanco Elisa Speckman G u e r r a .....................................................

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P R E S E N T A C IÓ N

Vicio, p ro s titu ció n y delito es p rodu cto del trabajo colectivo de un gru po de in vestigadores in teresado en la h istoria sociocu ltu ral de la tran sgresión — algunos de ellos m iem b ros del S em inario Perm anente de H is to ria S ociocultu ral de la Transgresión d irigid o p o r E lisa Speckm an G uerra— , quienes en su la b o r in dividual han d esarrollado de fo rm a m ás a m p lia los tem as que tratan en los capítulos que in tegran esta obra. C om o el título lo indica, algunos capítulos abordan el p ro b le ­ m a del v ic io — el consum o de alcoh ol, los bajos fon d os y los o fi­ cios que se con sideraban p eligrosos para la m o ra l de las m u je­ res— , otros estudian la p rostitu ción — tanto la exp lo ta ció n de las m ujeres com o a las prostitutas y sus clientes— y otros m ás ah on ­ dan en la crim in alid ad fem en in a — sobre to d o las lesiones y el h o m icid io , así com o la v isió n que se ten ía de las delincuentes— ; sin em bargo, todos se cen tran en las m ujeres, en m u jeres transgresoras. E n otras palabras, presentan las experiencias de m u je­ res que tran sgred ieron las norm as m orales o las leyes penales. Así, en las páginas de esta obra figuran m ujeres que abandonaron el h o ga r o las labores fem en in as tradicion alm en te aceptadas para la b o ra r en salones de baile, cabarets, restaurantes, bares o can­ tinas; m u jeres que se d ed ica ron a la prostitución; y m ujeres que se con virtiero n en delincuentes violentas u h om icidas pasionales. L a obra se d ivid e en tres partes: “ O ficios 'peligrosos' y bajos fon d o s” , “ P rostitu ción y p ro xen etism o ” y “V io len cia y crim en ” . L o s autores de la p rim era parte retratan la v id a n octurn a en la ciudad y los m ied os en torn o a ella, esp ecíficam en te los peligros — m uchos de ellos im a gin ario s— que rod ea b a n a las m ujeres de la noche, es decir, a las que trabajaban en los cabarets y en los salones de baile y, p o r extensión, a las que servían a los clientes de los restaurantes. E n el p rim e r capítulo, D iego P u lid o Esteva m uestra cóm o entre los cam bios vivid os en la capital en el últim o

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VICIO, PROSTITUCIÓN Y DELITO

cuarto del siglo x i x se d io un rea c o m o d o lab oral que llevó a la in tro d u c c ió n d el serv ic io de m eseras. Su tra b a jo p erm ite v er cóm o las autoridades m ostra ron una férrea resistencia a aceptar a estas m u jeres — y, en con secu en cia, e jerc ie ro n p resió n para h acer pasar su p resencia co m o “in m o ra l” — m ientras que otro gru p o m o stró posturas m ed ia d ora s y paternalistas en las que subrayaba su vu ln erabilidad. E l resultado de ello, de acuerdo con el autor, fue la p ro h ib ic ió n del trabajo fem en in o nocturno. L a vid a n octurna y los llam ados “bajos fon d o s” , así com o la p resencia fem en in a en los m ism os, fu eron tem as que obsesiona­ ro n a periodistas, especialistas y autoridades no sólo a finales del siglo x ix , sino ta m b ién durante la p rim era m itad del x x . A estos tem as se d ed ica en el segundo capítulo O dette R ojas Sosa, quien m uestra có m o se con figu ró en el discurso el vín cu lo entre el con ­ sum o de alcoh ol, los llam ad os “centros de v ic io ” , la p rostitu ción y el crim en. L a autora encuentra que las represen tacion es de la vid a nocturna con tribu yeron a d ifu n d ir y gen era liza r una im agen oscura de los bajos fon d os que no estaba tan alejada de la re a li­ dad, pues la con viven cia que se creaba al in te rio r de espacios com o bares, salones de baile y sobre to d o cabarets p od ía llegar a p ro vo c a r serias fricciones. L os cabarets fueron, sin duda, los espacios que m ás caracte­ riza ro n la v id a n octurn a de la ciudad de M é x ic o en la p rim era m itad del siglo x x . A través de la prensa, esp ecíficam en te de las revistas M agazine de P o licía y Suplem ento M agazine de Policía, en el te rcer capítulo G ab riela P u lid o L la n o se sum erge en tales es­ p acios así co m o en las vidas de dos de sus personajes centrales: la cabaretera y el pachuco. Pu lid o analiza las políticas im plem entadas en 1940 con tra la p ro stitu ció n p ara c o rro b o ra r có m o la im p o sició n de este nuevo régim en llevó a las prostitutas a “m u dar sus escenarios” de la calle al cabaret, con virtien d o a éste en el sitio p rivile gia d o para el e jercicio de la prostitución. A sim ism o, la au tora da cuenta de algunas de las historias que se en tretejie­ ro n en dichos lugares y dibu ja el vín cu lo entre la p rostitu ción y su explotación , eje n od a l de la segunda parte del libro. E n ésta — la cual incluye cuatro nuevas versiones de trabajos presentados o rigin alm en te en el c olo q u io Prostitu ción , L e n o c in io y Trata de

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f PRESENTACION

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Personas con Fines de E x p lo ta ció n Sexual en la H is to ria de M é ­ xico, o rga n izad o p o r F a b io la B a iló n V ásqu ez en el In stitu to de In vestigacion es H istóricas de la U n iversidad N a cio n a l A u tón om a de M é x ic o en ju n io de 2013— , las autoras cen tran su aten ción en aquellas m u jeres que se d ed ica ro n a e jerc e r la p ro stitu ció n y en su vínculo con las autoridades, los proxenetas y los “clientes” . De igu al form a, reflexion a n sobre el fen ó m en o de la exp lotación sexual y buscan sus conexiones con el tem a de la trata de blancas. E n el p rim e r capítulo, L au ra B en ítez B arba an aliza ejem plos de denuncias con tra los explotadores de la p rostitu ción ajena así com o las prácticas que éstos u tiliza ro n para engan ch ar y seducir m ujeres en el estado de Jalisco entre 1866 y 1885. L a au tora se adentra en el tem a de la exp lo ta ció n sexual y co rro b o ra có m o si b ien algunas m ujeres en traron en el m u ndo de la p rostitu ción p o r ser ésta su único recurso, otras fu eron “ enganchadas” p o r explotadores que u tiliza ro n el en am oram ien to, la seducción, el engaño, la com p ra o la fu erza física. L a exp lo ta ció n de la p rostitu ción ajena en M éx ic o así com o el vín cu lo entre la p rostitu ción , el len o cin io y la trata de m ujeres son dos de los pendientes de la historia. E n él se adentra F abiola B a iló n V ásqu ez, qu ien en el segundo capítulo an aliza las razones que lleva ron a co lo c a r en el escen ario p ú b lico el p ro b lem a de la exp lotación de la p rostitu ción ajena y la id en tificación , la respon ­ sabilidad y el castigo de los llam ad os “p ad rotes” — o proxenetas varones— . E n un esfuerzo de largo aliento, B ailón Vásquez aborda los a n tec ed e n tes de la t ip ific a c ió n d e l d e lito de le n o c in io y su ca stigo , la to le ra n c ia re g la m e n ta ris ta h a c ia la p ro s titu c ió n y su explotación , adem ás de los cu estion am ien tos h acia dicha toleran cia derivados de las exigen cias ab olicion istas y del interés eu rop eo p o r la llam ad a “trata de blancas” . L a n egativa del g o b iern o m exica n o a aceptar la existen cia de la trata de blancas durante la p rim eras décadas del siglo x x es abordada p o r R osalin a E strada U rro z en el tercer capítulo. M e ­ diante un estudio com p a rativo, R osalin a evid en cia el escaso in ­ terés que tu vieron las autoridades m exicanas, en com p a ra ció n con las autoridades argentinas, en in corp orarse a las iniciativas in tern acionales relacionadas con la trata. P ara ello, da cuenta de

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vicio, PROSTITUCIÓN Y DELITO

la p resencia de este fen ó m en o en dos puertos: B u enos A ires y V eracruz, los cuales p resentaron tráfico de m u jeres francesas. M éx ico no reco n o ció el p rob lem a de la trata ni gen eró p o líti­ cas al respecto sino hasta m u y entrado el siglo x x , pero sí lo hizo en el caso de la prostitución sim ple. H acia 1940, la capital del país entró en una nueva etapa com o resultado de la d ero ga ció n de los reglam entos de prostitución. Las prim eras consecuencias y el im ­ pacto en el terreno judicial que esto tuvo son analizados en el cuarto capítulo p o r Pam ela J. Fuentes, quien m id e los efectos diferen cia­ dos que tuvo este proceso en el caso de la persecución de hom bres y m ujeres proxenetas y co rro b o ra có m o las m ujeres fu eron en realid ad las m ás afectadas a pesar de que el cam b io im p licó una m a yo r con sign ación de explotadores en general. L o s h om bres no sólo estu vieron ausentes en la im p a rtició n de la ju sticia y en los discursos y las p olíticas relacionadas con la prostitución , sino qu e adem ás su resp on sabilid ad fue m in im i­ zada y su im a gen protegida, tal com o lo m uestra Fernanda N ú ñ ez B ecerra en el quinto capítulo de esta parte al h ab lar sobre los “clien tes” de la prostitución . L a autora se p regu n ta p o r el papel de la m ascu lin idad y la virilid a d , p o r lo que, al en fren tar las d i­ ficultades de no con tar con registros que p erm itan apreh en der directam ente esa cara oculta de la prostitución, recurre a algunas p ercep cion es qu e se con stru yeron en to rn o a ellos. A sim ism o, recu rre a la n o vela para in ten tar d escrib ir el tip o de clien tela que acudía a los burdeles durante la etapa reglam entarista. Fin alm en te, en la tercera parte se ab ord a la crim in a lid a d fe ­ m en in a y la visió n que se ten ía de las delincuentes, algunas de las cuales eran prostitutas o m u jeres de los “bajos fon d o s” . Las autoras de los cuatro capítulos que la in tegran an alizan los d e li­ tos com etid os p o r dichas m ujeres, las características de éstas, la distancia de las m ism as — m a yo r o m e n o r según el d elito y el tipo de delin cuente— respecto del m o d elo de conducta aceptado o de los atributos considerados com o fem eninos así com o los procesos ju d iciales y las sanciones a los que se v ie ro n som etidas. E n el p rim e r capítulo, M arth a S antillán E squeda estudia la v io le n cia fem en in a en los centros nocturnos de la ciudad de M é ­ x ico en la década de 1940. A través de los expedientes judiciales,

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da cuenta de las riñas y de las palabras ofensivas — entre otras actitudes violen tas— que fo rm a ro n parte d el m u ndo de m argin ación , d el con su m o de b ebidas o drogas y de las d in ám icas sociales en las que se d esen volvieron estas m ujeres, quienes eran cabareteras, m eseras, ficheras, bailarinas, acom pañantes, engan­ chadoras, cantantes o prostitutas. P o r su parte, los dos capítulos siguientes ab ord an otras re ­ gion es del país. E l p rim ero , el de R o c ío C oron a A zan za, se ubica en G uanajuato en las décadas de 1920 y 1930. E n él, la autora an aliza las peticion es de in du lto elevadas p o r m u jeres acusadas de in fa n ticid io, adulterio, h o m icid io , em b riagu ez habitual, aban­ dono de infante y encubrim ien to de h o m icid io con el fin de lograr su excarcelación. R o c ío exam in a có m o dichas m ujeres, a con tra­ corrien te de la con ducta tran sgresora que las llevó a la cárcel, u tiliza ro n con cepcion es y discursos tradicion ales en torn o al d e­ b er ser de la m u jer así co m o su c o n d ició n de vu ln erab ilid a d para lo g ra r su p ropósito. E n el segundo capítulo, Lisette R ivera Reynaldos estudia a las mujeres crim inales del estado de M ich oacán de prin cipios del si­ glo x x , pero tam bién a las mujeres crim inalizadas y a las delatoras. A n aliza específicam ente el h om icid io de carácter pasional con el propósito de destacar aspectos de las prácticas am orosas y de las relaciones de género, así com o la form a en la que éstos in tervin ie­ ron en los procesos judiciales. A l m ism o tiem po, evidencia percep­ ciones sociales, lazos de com unidad y vivencias cotidianas. Fin alm en te, en el ú ltim o capítulo de esta parte y del libro, E lisa S peckm an G uerra aborda el caso de M a ría E len a Blanco: cabaretera, p rostitu ta, d ro gad icta, d elin cu en te y asesina “p o r a m b ició n ” ; en otras palabras, un caso extrem o de tran sgresión fem en in a que fue sum am ente célebre en el M éx ico p osrevo lu cio ­ nario. L a autora nos adentra en los detalles de este caso con el p ro p ó sito de v a lo ra r su im p acto e in flu en cia en la n ota ro ja y en la o p in ió n de los capitalinos; la fo rm a en la que se fu eron cons­ truyendo diversos preju icios, estereotipos y tem ores; y la p resión que tod o ello ejerció en la d ecisió n de los jueces. Se trata, entonces, de un lib ro que presenta trabajos d ife re n ­ tes en cuanto a tem as, épocas — los estudios se ubican entre el

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P orfiria to y la p osrevolu ción , en una ép oca o en am bas, pues la R ev o lu c ió n no representa n ecesariam en te un corte y los autores u tiliza n d elim itacion es propias de su tem a de estudio— y esce­ narios — si b ien la m a yo ría de los estudios se ubica en el D istrito Federal, unos an alizan entidades federativas co m o Guanajuato, Jalisco, M ich o a cá n y V eracruz, m ientras que otros se refieren al país en gen era l o a n aciones co m o A rgen tin a— . S in em bargo, todos los trabajos in tegran un tem a gen era l — el estudio de m u ­ jeres que tran sgred ieron las pautas m orales o las leyes penales— y com p a rten un m ism o en foqu e — un acercam ien to que no sólo es p ro p io de la h istoria social, sino ta m b ién del ám b ito cultural, ya que se ocu pa de discursos, ideas, m en talidades e im agin arios. Agradecem os a las autoras y a los autores p o r su colaboración, así co m o al In stitu to de In vestigacion es H istóricas p o r el apoyo tanto en la o rga n iza c ió n del c olo q u io co m o en la ed ic ió n d el li­ bro. D am os las gracias ta m b ién a la a n terio r d irecto ra de dicho in stitu to, la d o c to ra A lic ia M a y e r G o n zá le z, y a su secretario acad ém ico, Iv á n E scam illa, p o r el ap o yo b rin dado para lleva r a cabo todas las actividades relacionadas con el p ro yecto de p os­ d octora d o de F a b iola B a iló n V ásqu ez titulado “Cuerpos forzad os y m edidas legales: len o cin io y trata de personas con fines de ex­ p lota ció n sexual en la C iu dad de M éx ico, 1929-2007” — entre las cuales estuvo el c o lo q u io cita d o — . A sim ism o , qu erem os a g ra ­ d ec er a su actu al d irecto ra , la d o c to ra A n a C a ro lin a Ib arra, p o r el respaldo en la pu b lica ción de esta obra. P o r ú ltim o, agrad ece­ m os a los m iem bros del Sem inario Perm anente de H istoria Sociocultural de la T ran sgresión p o r el con tinu o y en riq u eced o r d iá­ lo g o que ha dado lu gar a varias colaboracion es, entre las que se encuentra la presente obra.

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PRIM E RA PARTE

OFICIOS “PELIGROSOS” Y BAJOS FONDOS

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L A S M E S E R A S E N L A C IU D A D D E M É X IC O 1875-1919 D ie g o P u l id o E ste v a Instituto Nacional de Antropología e Historia Dirección de Estudios Históricos

La "mesera"es un tipo nuevo. Nació en la épo­ ca del Progreso, quiero decir cuando el café de este nombre (ya difunto) resolvió desterrar a sus tradicionales jugadores de dominó, y atraer a los parroquianos con el aliciente del eterno femenino. Manuel Gutiérrez Nájera, 1885. Las im p resion es citadas, escritas una década después de haber sido in trod u cido el servicio de meseras, representan a éstas com o una estam pa nueva liga d a a cam bios sociales en la capital m e x i­ cana. E n el ú ltim o cuarto d el siglo x ix , la sociedad de la ciudad de M éx ic o exp erim en tó cam bios vinculados con la expansión de la traza urbana, el crecim ien to d em o gráfico y la d iversificación com ercial.1 A tod o ello d eben sumarse reacom od os laborales que tran sform a ron y, sobre tod o, ten saron las relaciones de gén ero . In scrito en la vertien te costu m brista d el M od ern ism o , el Duque Job con sign ab a con n o sta lgia la su stitu ción de la h o rch a tera — ven d ed o ra de aguas frescas— p o r la m esera, ese “tip o n u evo” que m a rca ría el servicio en establecim ientos donde se acudía a

1 Para el crecimiento físico y demográfico de la ciudad en el último cuarto del siglo X IX , véanse Dolores Morales, “La expansión de la traza de la ciudad de México en el siglo X IX . El caso de los fraccionamientos”, en Ensayos urbanos de la ciudad de México en el siglo xix, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, 2011, p. 232-255; y Mario Barbosa, "La ciudad. Creci­ miento urbano y poblacional”, en Problemas de la urbanización en el valle de México, 1810-1910. Un homenaje visual en la celebración de los centenarios, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa, 2009, p. 173-190.

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DIEGO PULIDO ESTEVA

com er, b eb er y d esp lega r distintas culturas de o cio . D ich o des­ p la za m ie n to fue asocia d o al co s m o p o litism o , p ero ta m b ién a la supuesta re la ja ció n m o ra l con sid era d a con sustan cial a los aires progresistas. A dem ás de la añ oran za de las horchateras o la vieja ciudad, en el ú ltim o cuarto del siglo x i x existió una viru len ta o p o sició n a que las m ujeres trabajaran co m o meseras. In icialm en te, dicho discurso tuvo p oca in flu en cia en las regu lacion es, p ero con el tiem p o se afirm aría hasta llega r a in flu ir m arcadam en te en los reglam en tos de expendios de bebidas em briagantes redactados después de la R evo lu ción . In spirados en la legisla ción laboral, éstos p ro h ib ie ro n el trabajo fem en in o en despachos de bebidas. Desde luego, al igu al que varias m edidas proh ib icion istas, esta n o rm a resu ltó in eficien te p ara d eten er in ercias, tra d icio n es y prácticas sociales, pero suficiente para d otar a la b u rocracia de banqueta — policías e inspectores— de herram ientas para multar, extorsion ar y con tro lar tal presencia, lo que recru d eció las rela­ ciones entre autoridades y m ujeres trabajadoras en los ám bitos de sociab ilid ad etílica. Este trabajo se ciñe a un m arco tem p o ra l que atiende el m a ­ lestar — gen eralm ente m asculino y preten d idam ente “ decente”— ocasion ad o p o r el trabajo fem en in o en espacios que se con sid e­ ra b a n p o c o ad ecu ad os p ara su sex o .2 E l p rim e r corte, 1875, o b ed ece a un d ato b ien p rec is o : se atrib u ye al C a fé P ro g re s o h aber in trod u cido p o r p rim era v ez el servicio de m eseras. S i bien las m ujeres trabajaban desde tiem p o atrás en expendios de b eb i­ das de otra ín dole, esa n oved a d es sign ificativa p orqu e se h ab la­ ba abiertam en te de las m eseras co m o la b o r fem en in a a la usan­ za francesa. E n los años siguientes, su p resencia se exten dió a otros estab lecim ien tos, d esesta b ilizan d o ciertas fron teras que buscaban separar los gén eros m asculino y fem en in o en cantinas, restaurantes, cafés y otros despachos donde se expendían bebidas 2 Es fundamental pensar la categoría de género para entender la experien­ cia laboral de las meseras y el conflicto sociocultural asequible en las represen­ taciones, los valores y los imaginarios. Para el género en este tipo de trabajo, véase Elaine J. Hall, "Waitering/Waitressing. Engendering the Work of Table Servers”, Gender and Society, v. V II , n. 3, septiembre de 1993, p. 329-346.

XI em briagantes. Aunque debe tom arse con laxitud, el segundo cor­ te corresp on d e a una regu la ció n que de m anera abierta p ro h ib ió em p lear m ujeres en despachos de bebidas alcohólicas. Tal m e d i­ da no sólo afectó a las m eseras, sino ta m b ién a una añeja y n o ­ to ria p resencia fem en in a represen tada p o r em pleadas o p ro p ie ­ tarias de giros com erciales diversos. A partir de entonces, aquellas m ujeres que trabajaban en pulquerías, fondas y figones tu vieron que n eg o c ia r tod avía m ás con las autoridades, fun dam en talm en ­ te policías e inspectores, p ara o p era r sus establecim ientos.

Trabajo fem en in o en despachos de bebidas Las m ujeres eran n otorias en el c o m erc io al m en u deo de alim en ­ tos y bebidas em briagantes en diversos giros, desde pulquerías, fondas y figon es hasta cafés, restaurantes y n everías.3 S in e m ­ b argo , las trab ajad oras fu e ro n o b je to de ataques discursivos, presiones vecinales e in jeren cias de las autoridades. Durante la d écad a re vo lu cio n a ria , algunas m a n ife sta ro n una serie de re ­ clam os, p eticio n es y n eg o c ia c io n es p ara n e u tra liza r el acoso, establecer alianzas grem iales y afirm a r la resp etab ilid ad de sus actividades. Son cop iosos los testim on ios litera rios, p erio d ístico s y p o ­ pulares que estereo tip aro n a las m eseras. Las crónicas, los ar­ tículos y la literatura p op u lar m ezcla n ju icio s y reflexion es sobre la situ a ció n la b o ra l fem en in a. C o m o pu ede con statarse en la d ocu m en ta ció n ad m in istrativa, gen erada en lo fu n dam en tal p o r el ayu n ta m ien to de la ciu d ad de M éx ic o , así c o m o en la de v e ­ cinos y com ercian tes de esta ciudad, la p r o life ra c ió n de o p in io ­ nes con trasta con la m e n o r a ten ción que re cib ie ro n las m u jeres que regenteaban , cocin ab an e, inclu so, p oseían despachos de bebidas em briagantes, sobre tod o en los que ta m b ién se ven d ían alim entos. 3 Por citar un ejemplo, la "enchiladera" fue uno de los tipos populares fo­ tografiados por Antonio Cruces y Campa desde la década de 1870. Ésta se apostaba en la puerta de las pulquerías cuya división entre interior y exterior era bastante elástica.

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E n este texto, estudio a estas m ujeres no sólo para a m p lia r el u n iverso social redu cid o p o r la estam pa realizad a en torn o a la m esera, sino tam bién , y sobre todo, p o r su interés, ya qu e los criterios sobre la p articip a ció n de las m ujeres en sitios d on de se servían bebidas em briagantes resultan sum am ente disím bolos. A pesar de su p resencia social, la m u jer en los despachos de bebidas ha sido desatendida p o r la h isto rio gra fía con p ersp ecti­ va de gén ero .4 P red o m in a una id ea que tiene sustento p ero que resulta m on ocrom á tica: la d ivisió n id ea l de esferas p ú b lica y p ri­ vada com o m undos m asculino y fem enino, respectivam ente. Pare­ ce innecesario cuestionar esa m anera de analizar históricam ente a las m ujeres para el caso que nos ocupa. Sin em bargo, se a d vier­ te una distancia insalvable entre los com en tarios vertidos en la prensa finisecular, los m anuales y las dem ás expresiones literarias de carácter prescriptivo y las prácticas sociales y los cam bios d e ­ m o g rá fic o y u rb a n o. L o s m a tices g e n era d o s p o r esa te n sió n p u e d e n en ten d erse, c o m o lo h a a d v e rtid o L u c re c ia In fa n te , d en tro d e l p ro c e s o de “ r e s ig n ific a c ió n c u ltu ra l de la d iv is ió n e s ta b le c id a entre el á m b ito de lo in te rio r o p riva d o , c o m o es­ p a c io s im b ó lic o de lo fem en in o, y lo e x terio r o p ú b lico com o p ro p io de lo m ascu lin o” .5 Antes de la a p arició n de las m eseras, la p resencia de m ujeres en pulquerías, fondas, figones y puestos de hojas de in fu sió n con a lco h ol era n otoria. Y a en el p ad rón de 1848 figu raba un p o rce n ­ taje im p ortan te de ellas.6 E ra un trabajo dign o, a veces ejercido 4Un primer acercamiento a este tema lo hice en ¡A su salud! Sociabilidades, libaciones y prácticas populares en la ciudad de México a principios del siglo xx, México, El Colegio de México [en prensa]. No obstante, varios cabos quedaron sueltos en relación con la mujer que trabajaba en despachos de bebidas y, con­ cretamente, con el caso de las meseras. 5Lucrecia Infante, "Mujeres en la ciudad. Espacio, género y cultura en el escenario urbano del México finisecular (1883-1884)", en Alicia Salmerón y Fernando Aguayo (eds.), "Instantáneas" de la ciudad de México. Un álbum de 1883-1884, t. I , México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora/ Universidad Autónoma de México-Cuajimalpa/Comité Mexicano de Ciencias Históricas/Fomento Cultural Banamex, 2013, p. 265-280. 6Para este padrón, véase María Gayón Córdova, 1848. Una ciudad de gran­ des contrastes. La vivienda en el censo de población levantado durante la ocupa­ ción militar norteamericana, México, Instituto Nacional de Antropología e His­ toria, 2013, 340 p.

XI p o r viudas o m adres solteras, en el que, d ep en d ien d o de la n a­ tu raleza y tam añ o del n eg o cio , las m u jeres oscilab an entre sub­ sistir y ser em presarias.7 E n general, era un n ich o e co n ó m ico bastante abierto que se cerraría, posiblem en te, a ra íz de las agre­ siones qu e resu ltaron de la an sied ad oca sio n a d a p o r algunos cam bios asociados a la m od ern id ad así com o al acoso m asculino. H a b ía ram os, co m o el de las fondas y los figones, en los que las m ujeres estaban lejos de considerarse transgresoras. De h e­ cho, se ten d ió sobre ellas una m irada com pren siva qu e aprobó sus actividades en la m ed id a en que con éstas sostenían fam ilias que, al no ten er o b ien h ab er p erd id o la figu ra paterna, en fren ­ taban con d icion es econ óm ica s adversas. U n a carta d irigid a al ayun tam ien to señalaba: "L a gran m a yo ría de los p rop ieta rios de nuestros n egocios son de escasos recursos y sobre to d o m ujeres, cuyos elem en tos de subsistir son de tal m o d o con ocid os en nues­ tra sociedad que no necesitam os p recisarlo s” .8 E sta con cien cia de agravio, vu ln erab ilid a d y p recaried ad nutrió el recla m o de los in tegrantes del ra m o de fondas, quienes se o rg a n iza ro n y red a c­ taron cartas así co m o un p ro yecto de regla m en to p ara le g itim a r sus m ed ios de trabajo. F irm ab an dichas p eticion es a lred ed o r de 350 personas, de las cuales la tercera parte eran m u jeres. E n ellas se exp on ía que en el ram o, en efecto, se en con traban "gran n ú m ero de m u jeres desvalidas que soste[n ían ] con m u ch a d ifi­ cultad a sus fa m ilia s” .9 Se m anifestaba, asim ism o, que en épocas an teriores su c o m erc io , líc ito y n ecesa rio p ara sosten er a sus hogares lo m ism o que “para la co m o d id a d de la clase p roletaria [...] de esta cap ital” , h abía sido ob jeto del acoso p olicial, de la extorsión y de la com peten cia desventajosa de las pulquerías, casi

7Áurea Toxqui, "Breadwinners or Entrepreneurs? Women's Involvement in the Pulquería World of Mexico City, 1850-1910”, en Gretchen Pierce y Áurea Toxqui (eds.), Alcohol in Latin America. A Social and Cultural History, Tucson, University of Arizona Press, 2014, p. 104-130. 8"Varios dueños de establecimientos del ramo piden se derogue el artículo 18 del Reglamento de Pulquerías”, México, D. F., 20 de enero de 1902, AHDF, Gobierno del Distrito Federal, Fondas y Figones, v. 1620, exp. 33, f. 7. 9Proyecto de Reglamento de Fondas presentado por Varios Comerciantes del Ramo, México, D. F., 3 de enero de 1912, AHDF, Gobierno del Distrito Federal, Fondas y Figones, v. 1628, exp. 400, f. 1.

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todas de la C om p añ ía E xp en d ed ora de Pulques, la cual d om in ó el c o m erc io al m en u d eo de d ich a b eb ida en los ú ltim os años del P orfiria to .10 P osib lem en te d eb id o a la con tra cció n eco n ó m ica y a la in es­ ta b ilid ad p o lítica que cara cterizaro n la década de 1910, las p eti­ ciones se in crem en ta ron en núm ero, ra d ica liza ro n su lenguaje y p reten d ieron apuntalarse en el c o m erc io de bebidas em b riaga n ­ tes al m enudeo. De la in cip ien te o rga n iza ció n resultaría la U n ión de C om ercian tes de Fondas y Pulques, cuyos m iem b ros in terp e­ laban a las autoridades co m o un actor colectivo d ecid id o a equ i­ p arar las con tribu cion es p o r licen cias con las pulquerías. De las m ujeres que p articip ab an en esa U nión, al m enos 21 de 79 fir­ m antes argu m en taron la legalidad, necesidad y respetabilidad de sus actividades, cerran do filas en torn o a form as de trabajo en cantinas, restaurantes y cafés.11 Las m eseras, en cam b io, se m a n tu vieron al m a rgen de las solidaridades m encionadas. Tran scu rriría una década para que éstas articularan una red de ap oyo propia. E stá claro, entonces, que los lazos entre las m ujeres vinculadas a la sociab ilid ad e tíli­ ca se fincaban m en os en identidades de gén ero que grem iales. L a p rim era asociación de m eseras, que pasaba de las 1 000 afiliadas, se fo rm ó en las m anifestaciones del D ía del Trabajo en 1925. Ésta dem andaba una jo rn ad a lab oral de och o horas diarias, un salario m ín im o de un peso así co m o un trato respetuoso p o r parte de los em p lead os.12

10Idem. Sobre las tendencias monopólicas de la industria pulquera, véase Mario Ramírez Rancaño, El rey del pulque. Ignacio Torres Adalid y la industria pulquera, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Sociales/Quinta Chilla, 2012, p. 87-120. 11"Se niega permiso a la Sociedad Unión de Comerciantes de Fondas y Pulques para que se les cambie la patente de fondas por pulquerías", México, D. F., 1913, AHDF , Gobierno del Distrito Federal, Fondas y Figones, v. 1634, exp. 812, 20 f. 12Susie S. Porter, Working Women in Mexico City. Public Discourses and Material Conditions, 1879-1931, Tucson, University of Arizona Press, 2000, p. 116.

XI Meseras, empleadores, clientes y doble m ora l L a represen tación del trabajo fem en in o en espacios de s o cia b ili­ dad con siderados com o m asculinos alentó la a firm a ció n de dis­ cursos patriarcales sobre prácticas que, bajo otras m odalidades y térm in os, h abían sido bastante consentidas desde h acía déca­ das. M adres solteras y viudas, p rin cipalm en te, eran propietarias, ad m in istradoras o em plead as — en la cocin a, la lim p ie z a o la aten ción — de esos espacios. E n 1875, el Café P ro greso in trod u jo las meseras. Se con sid e­ ró a éstas “sangre regen eradora” y se celebró que el llam ado “sexo d éb il" contaba p o r fin con nuevas form as para subsistir: "n o cabe duda que el m ás a p ro p ó sito es el servicio de esa clase de esta­ b lecim ien to s, el de las tiendas y aun el de los e s c rito rio s ” , se a p u n tó.13 Es decir, servir a los p arroq u ian os café u o tro trago — ta m b ién se despach aban bebidas a lcoh ólicas en esos estable­ c im ien to s — fue visto p o r algunos c o m o un tra b a jo que p od ía fem in iza rse sin grandes reparos. Según C lem en tin a D íaz y de O vando, el cam b io de sexo en ese servicio fue visto com o un sig­ no de ren o va ció n .14 L o cierto es que las reaccion es a la n o ved a d del C afé P ro g re ­ so estu vieron lejos de ser unívocas. E l terren o p arece h ab er sido bastante sinuoso, ya que la a p a rició n de m eseras en la ciu dad de M éx ic o o ca sio n ó d esasosiego en los vocero s de las llam adas "buenas con cien cias". A los pocos días de establecerse el servicio de m eseras en el Café P ro greso , circu ló en d iversos p e rió d ic o s un ru m o r: los m eseros, in d ig n a d o s p o r la in tro d u c c ió n de m u ­ je res , a m e n a z a ro n c o n a p e d re a r el e s ta b le c im ie n to .15 L a v er­ s ió n sería d esm en tid a , p ero la U n ió n de D epen dien tes de R es­ taurantes p resion ó esporádica p ero decidid am en te con el ánim o,

13Nataniel [Juan Pablo de los Ríos], "Mosaico", El Eco de Ambos Mundos, México, D. F., 25 de julio de 1875, citado en Clementina Díaz y de Ovando, Los cafés en México en el siglo xix, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2000, p. 75-77. 14Ibidem, p. 75-78. 15 “Los meseros y el Café del Progreso”, El Socialista, México, D. F., 25 de julio de 1875, p. 3.

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p rim ero , de lim ita r y, después, de p ro h ib ir la in cu rsión de m u ­ jeres en una fuente de trab ajo hasta entonces m o n o p o liza d a p o r h om bres. L a riv a lid a d se expresó a través de p eticio n es para su p rim ir el servicio de m eseras, pues los p ro p ieta rio s de ca n ti­ nas, restaurantes y cafés p refe ría n con tratar a éstas. Dichas im ­ presion es se exa cerb aro n hasta en co n tra r en la coyun tu ra re v o ­ lu cio n a ria el m o m e n to p ara expresarse: "L o s que su scribim os suplicam os ante usted aten tam en te que ten ga a b ien fijarse en los restaurantes, cafés y cantinas d on d e h ab ía qu ed ad o ab o lid o el servicio de m u jeres de m a la o buena nota, p o r los frecuentes escándalos que en ellos se c o m e tía n ".16 Ese re co rd a to rio a un d ecreto de 1903 alegaba que m ien tras h u b iera m eseros vacantes no d eb ían em plearse m ujeres. A l m a rgen de esta orga n ización , circu ló una h oja suelta que resum e con bastante p recisión el aparente sentir de quienes c o m ­ p etían contra esa fo rm a de trab ajo .17 "Y a la ra za m asculina / Está que le arde el copete, / De v e r que en tod o se m ete / L a falange fem en in a ", señalaban una d écim as dedicadas a las m esera s.18 E sta m a n ife sta c ió n de ansiedad, m ie d o y rep u d io m asculin os veía co m o una in va sión la p resencia de m ujeres en un ám bito que los hom bres hacían suyo llam án dolo “nuestro terreno". Éstos d efin ían de esa fo rm a una esp ecie de d espojo, ad virtien d o un proceso de fem in iza ció n de las esferas laborales: "H o y com ien zan p o r m eseras / Y ya h ay encuadernadoras, / M añ an a habrá carga­ doras / Y ta m b ién rem endon as y coch eras” .19 A dem ás de los h om bres que com p etía n en el servicio en res­ taurantes, cafés y cantinas, se ab rieron otros ataques discursivos que estigm atiza ro n a las meseras. Tal v e z d eb id o a la ap arición de voces m origeradas o a que se extendió la presencia de m ujeres en establecim ientos d on de se expendían alim en tos y bebidas, se

16 "Corporación de Dependientes de Restaurant pide se suprima el servicio de meseras”, México, D. F., 1913, AHDF , Gobierno del Distrito Federal, Fondas y Figones, v. 1632, exp. 713. 17"La Isla de San Balandrán y décimas de las meseras”, AGN , Fondo Teixidor, siglo X IX . 18Idem. 19Idem.

XI in crem en ta ron las expresiones que ten d ieron un signo n egativo sobre la m esera. Se aban don ó entonces la aceptación , con sid e­ rándose in deseable que las m u jeres se gan aran la v id a de esa form a. A esta actitud se sum ó una p osición m ediadora, postrada en la com p ren sión o con descen d en cia m asculinas — una suerte de mea cu lp a — h acia la exp lo ta ció n de la mujer. E n tal sentido, hubo reflexiones que lam en taron los presuntos rezagos de la oferta lab oral con siderada fem en in a. P reocu p ad o p o r el p ap el de las m ujeres en la sociedad m exicana, a la cual observaba sum am ente tran sform ada p o r los efectos de la m o d er­ n ización , Iren eo P a z p artió de que la m u jer carecía de bienes y fortuna. Si b ien era in correcta, su ap recia ció n desentrañó algu ­ nos problem as que resultaban de la dep en d en cia fem enina. “Im ­ puesta p o r una fatalidad a ser im p rod u ctiva , a v iv ir del trabajo del hom bre, a ser siem pre una carga en la fam ilia, cuando rep en ­ tin am en te se encuentra falta de apoyos, d ifícilm en te puede en­ con trar una solu ción que la salve” .20 De ese m o d o, P a z con sid e­ raba n ecesario in terru m p ir la in ercia que durante varios siglos de "o c io sid a d y ga zm o ñ ería ” h abía lim ita d o a las m ujeres a la d evo ció n religio sa y dom éstica. Según el d irec to r del d iario La P a tria , era deseable abrirse a las costum bres de la sociedad esta­ dounidense — suponem os que a la n eoyork in a— , d on de sin tan­ tos p rob lem as las m u jeres p od ía n ser em pleadas públicas, m e ­ seras y oficinistas. E n tal sentido, P a z pensaba que las m ujeres p od ían trab ajar en los com ercios, las im prentas, los telégrafos, los hogares y, en general, en los lugares donde, según él, "n o se necesitan v ig o r ni gran in te lige n c ia ” . In sistía en que debían ha­ cerlo para “fo rm a r su d ote” y casarse.21 C om o puede verse, ab rir el debate sobre el trabajo fem en in o distaba de desafiar roles de género. E n lu gar de em an cip a r a las m ujeres, se subrayaba su carácter com plem entario, cuando no circunstancial, ante la pér­ dida del esposo o las redes fam iliares.

20 Ireneo Paz, "El porvenir de la mujer”, La Patria, México, D. F., 11 de septiembre de 1894, p. 1. 21 Idem.

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L a m esera afirm aba ciertas ilusiones d el clien te m asculino. A l igu a l que en otros con textos, en sus lab ores diarias estaba llam ad a a con ju gar las atribucion es de cuando m enos tres este­ reotipos fem eninos: las atenciones de la esposa, el cariño servicial de la m adre y la dulzu ra de la am an te.22 Cabe pensar, en todo caso, que el M éx ic o finisecu lar no p arecía observar las c o n d ic io ­ nes necesarias p ara su aceptación. Si b ien era p revisib le que los exponentes de la prensa c a tó ­ lica — p rin cip alm en te E l Tiem po y E l País— se opu sieran a las m eseras, las voces inyectadas de trad icio n alism o se expresaron lo m ism o a través de los p erió d ico s con ten den cia liberal, com o el D ia rio del H ogar, que de los m od ern os, co m o E l Im p a rcia l. E n ellos se p rotestaba que las m eseras "cada d ía se p resen ta[b an ] con variados y lujosos trajes de fan ta sía ".23 Su p ro life ra c ió n se enten dió, entonces, en térm in os de un “ con ta gio in m o ra l” , ya que al C afé P ro gre so se su m aron estab lecim ien tos co m o el Fulch eri y la C on cord ia. E l em pu je de una fu erza de trab ajo in é d i­ ta fue visto co m o una am enaza, p ero al m ism o tiem p o co m o una d em an da de los com ercian tes p ara im p rim ir un aspecto glam oroso a sus n egocios. Es n o to rio c ó m o las p eticion es de licen cia para p e rm itir el servicio de m eseras filtra ro n los referen tes cu l­ turales id en tifica d os con el m u ndo civiliza d o , el lu jo y la m o d er­ n iza c ió n de la capital m exicana. U n restaurantero, p o r ejem p lo, p ed ía "p erm iso p ara u tiliza r los servicios de señoras en calidad 22 Dorothy S. Cobble, Dishing it Out. Waitresses and their Unions in the Twentieth Century, Urbana, University of Illinois Press, 1991, p. 3. Es posible leer en la literatura popular algunos de los rasgos mencionados: “Mi lira, qué loca es, /siente hoy ansias verdaderas /por cantar a las meseras /que sirven en los cafés; /a esas modestas muchachas /que, con gracia no fingida, /nos sirven una ‘corrida' / alegres y vivarachas. / Cariñosas, sonrientes, / dulces, cautas y sumisas, /van repartiendo sonrisas /y café, entre los clientes: /y si un piropo sangrón / al servir se las coloca, / ¡le echan a uno el rico moka / encima del pantalón [...] No hay una que no nos eche una mirada melosa, / cuando pre­ gunta mimosa /‘¿lo quiere solo o con leche?' /Y haciendo albur del café, /alguien les ha dicho ya: ‘pues yo, mire, la verdá, lo querría con usté' /‘¿Chico o grande, quiere el vaso?' /Y el hombre, ante aquel apuro, /contestó en forma risueña: / ‘grande, mas si usted se empeña, /va a ser chico, de seguro!' ". Véase "Ripios del día", El Demócrata, México, D. F., 22 de enero de 1921, p. 3. 23 "Maldito frío", El Monitor Republicano, México, D. F., 9 de enero de 1876, p. 3.

XI de m eseras co m o se efect[u a b a ] en casas sim ilares de E u rop a y E stados U n id o s” .24 Es decir, se m antuvo una im p resió n que asociaba a las m ese­ ras con el cosm o p olitism o de una m o d ern id a d anhelada, con las costu m bres observadas en las ciudades que eran vistas co m o m atrices de la civiliza ció n . Sin em bargo, los elitistas no fu eron los únicos establecim ientos en in co rp o ra r m ujeres para dedicar­ se al servicio. H a y varios in d ic io s para d ocu m en ta r el uso de m eseras en espacios de sociab ilid ad populares, el cual aum entó el cu estion am ien to sobre la resp etab ilid ad de esta form a de tra­ bajo. C on desdén, las notas sensacionalistas atribuían sin reparos los desórdenes y crím enes a los "am ores de una m esera de cafetín” o "d e un fon d u ch o ” , asociándola, de ese m o d o, al desparpajo, la in m o ra lid a d y las riñas m otivad as p o r celos.25 E squ em atizan d o, hubo dos posicion es que desvan ecerían las prim eras im p resion es en torn o a las meseras, es decir, las que celebrab an la in clu sión de m u jeres en el C afé P rogreso. Éstas fu eron la con d en atoria — que con sideraba in m o ra l la presencia fem en in a en cafés, restaurantes, fondas y cantinas— y la pater­ nalista — que subrayaba la v u ln era b ilid a d de las m u jeres que trabajaban com o meseras. Antes de que el estigm a cobrara vigor, se m in ó la resp etab ili­ dad de las m eseras apelando de m anera abierta a las tradiciones. E n 1885, apenas una década después de haberse in tro d u cid o el servicio fem en in o en cafés, M an u el G u tiérrez N á jera señaló que las m eseras h abían desplazado a las h orchateras o vendedoras de aguas frescas. E scrib ió con n ostalgia acerca de estas últim as y vilip en d ió a las prim eras especulando sobre las situaciones que las con d u jeron a ganarse la vid a de una fo rm a supuestam ente in decorosa. Así, sobre las m eseras escrib ió lo siguiente:

24 “Alfredo J. M. Ontandon pide el servicio de meseras en su Restaurante de París establecido en la Av. 16 de Septiembre, 47”, 1913, AHDF , Gobierno del Distrito Federal, Fondas y Figones, v. 1632, exp. 699, 6 f. 25 Entre otras notas, véanse “Conato de suicidio”, El País, México, D. F., 26 de mayo de 1913, p. 8; "Trabajo libre”, La Patria, México, D. F., 2 de septiem­ bre de 1903, p. 1; y "Una joven romántica”, El Popular, México, D. F., 24 de febrero de 1903, p. 4.

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Éstas son de otra casta y de otra castidad que las antiguas vende­ doras de aguas frescas. Son doncellas que dejaron el servicio por enredos con el señorito; costurerillas disgustadas del oficio, criadas de algún café cantante, de esos que deleitan todas las noches a los vecinos del Factor; indias importadas ad hoc o cosas peores. Algu­ nas tienen entrada libre al teatro Hidalgo, por haber servido antes a alguna cómica. Casi todas, tal vez por su continuo trato con el agua, tienen arraigada aversión a este precioso líquido que nos proporcionó el Diluvio Universal, y entrañable cariño a los fósforos, al catalán con anisete y al cognac [...] Los mozos de café se trans­ formaron en mozas, y no buenas. Esta innovación continúa progre­ sando en los fonduchos del Barómetro y otros.26 P o r si fuera poco, las m eseras usaban corsé, que G utiérrez Nájera consideraba “signo inequívoco de degradación física en la raza orchateril” .27 Contrapunto de la "china orchatera” — una referencia a los personajes observados p o r G uillerm o P rieto— , las palabras del Duque Job advierten una doble m oral, pues las críticas coexis­ tían con la dem anda para que las m ujeres fuesen contratadas. Una m uestra bastante con vin cen te de ello resulta la p u b lica ción de anuncios para em plear meseras.28 E n contraste, los com entarios en torn o a éstas eran, casi de m anera unívoca, negativos.

Desplazam ientos: del café a los bajos fondos E l em p leo de m ujeres detrás de la b arra y en el servicio desesta­ b ilizó fronteras espaciales que p reten d ían afirm a r la d iferen cia sexual. Su p resen cia en un esp acio que estaba pen sado co m o m asculin o planteó un p ro b le m a entre quienes sostenían que la

26Duque Job [Manuel Gutiérrez Nájera], La Patria, México, D. F., 11 de septiembre de 1894, p. 2-3. 27Ibidem, p. 3. 28Los anuncios que requerían meseras se multiplicaban. Véanse El Imparcial, México, D. F., 13 de mayo de 1901, p. 4; y El Nacional, México, D. F., 28 de mar­ zo de 1918, p. 7 (p. 68). La ocupación de la barmaid, especialmente cuando era propietaria de un bar privado, desafió toda definición de respetabilidad. En el cambio de siglo, las meseras entraron bajo escrutinio público en una forma que esculpió la definición de la ocupación en sí misma. Véase Diane E. Kirkby, Barmaids. A History of Women’s Work in Pubs, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, p. 68.

XI m u jer perten ecía a la esfera d om éstica.29 Esto estaba alim en tado p o r la im a gin a c ió n p ú b lica y las ansiedades populares sobre la re la c ió n cercan a entre la p ro stitu ció n y la expan sión de sitios donde se p od ía beber. E n La ciudad de las pasiones terribles, Judith W a lc o w itz su­ giere que en el L on d res victoria n o se form u la ro n las narrativas del “p eligro sexual” , propu esta a veces em plead a en los estudios sobre crim in alid ad y p rostitu ción fem eninas. Au nqu e en m en or m edida, las m ujeres que p articip ab an del c o m erc io y del trabajo en ám bitos de sociab ilid ad etílica fu eron parte de ese conflicto. Si b ien no se d ecía de m anera abierta, se consentía a las c o c in e ­ ras en las fondas o figones porqu e su la b o r p arecía exten der la d om esticid a d a un estab lecim ien to com ercial. E n cam b io, no se m ed ía con el m ism o rasero el servicio que p ro veía n las m eseras. De cu alqu ier m o d o, d ich a ten sión se reso lvió de m an era p oco favorab le al p roh ib irse el trabajo n octu rn o y con dicion arse, p o r la legisla ció n revolu cion aria, a la m in o ría de edad. D esconocem os el n úm ero de m ujeres em pleadas com o m ese­ ras. E n tod o caso, parece innecesario saberlo con exactitud, pues queda claro que, al m enos en la p ercep ció n com un icada p o r d i­ ferentes exponentes de la prensa capitalina, la presencia de las m eseras se in crem en tó y, sobre tod o, se exten dió a espacios de ocio que las élites consideraban m enos encom iables que el peque­ ño café burgués. C om o adelanté, en la década siguiente a su apa­ rición, las m eseras figu raban ya en cafés cantantes y en restau­ rantes, desvirtuándose así su trabajo, pues se decía que "gen te de m ala vida y regulares vicio s " concurría a esos espacios.30 L a inclusión de meseras fue polém ica, pero lo fue m ás aún a m ed id a que los despachos asociados a las clases populares se ap ropiaron de esta nueva form a de servicio. De hecho, se resignificarían m odalidades de despachar bebidas, com o el café cantan­ te, relacion a d o o rigin alm en te con la b oh em ia literaria. Es c o m ­ p licado fech ar el m o m en to en que se rein ven taron popularm en te

29 Este problema participa de un proceso general. Véase, por ejemplo, ibidem, p. 19-21. 30 “Gacetilla”, El Partido Liberal, México, D. F., 9 de junio de 1886, p. 8.

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estos espacios de sociabilidad, pero se sabe que, h acia finales del siglo x ix , el café cantante intelectual coexistía con versiones popu­ lares del m ism o — p o r ejem plo, en los bajos del H o te l Iturbide— .31 De estos sitios que se encontraban disem inados en los barrios de la ciudad, C iro B. C eballos reco rd a b a que el café pasaba a se­ gu ndo térm in o, m ientras que el canto era en realid ad un escán­ d a lo “ p r o d ig a d o p o r las ga rg a n ta s a fó n ic a s de lo s a lc o h o li­ za d o s asistentes” . E n general, se con form ab an de un salón o una galera, estaban escasam ente ilu m in a d o s, ten ían un m o s tra d o r para despachar las bebidas y un tapanco ocupado p o r los m úsicos y em pleaban meseras “ con el rostro cargado de coloretes” . Su­ puestam ente, éstas eran la atracción prin cip al de una clientela com puesta de em pleados m odestos y jóvenes. L a atm ósfera, decía Ceballos, estaba saturada “p o r los gritos de los hom bres, in terca­ lados de palabrotas, p o r atipladas voces de las m ujeres cuando hablaban [...] o reían cacareando com o cluecas pollas, y p o r los acordes 'desacordes' de los fila rm ó n ico s” .32 Así, incluso para los m odernistas boh em ios, los cafés cantan­ tes extraviab an a las m u jeres d el d eb er ser y desdib u jaban la supuesta elegancia para la cual estaba pensada su presencia, pues percib ían que en la práctica los cafés populares se asem ejaban más a cantinas de barrio. E l B aróm etro, en particular, era con cu ­ rrid o p o r "casi niños” que buscaban el con tacto con las "m esalinas” . Incluso cuando había algún agente de la p olicía reservada, se d ecía que "el tal agente e [ra ] fácil de soborn ar y disim u la[b a] las in fraccion es que allí se c o m e t[ía n ]” ; toleran cia tod avía más m arcada "con las m ujeres públicas, a cuyas caricias no e [ra ] in ­ sensible el guardián del orden” .33 Con todo, esos despachos tenían licen cia para tocar m úsica al igu al que establecim ientos com o el Salón Bach, ubicado en San Francisco; E l Jardín, en San Juan de

31 Para conocer la descripción de un café cantante en la calle de Manzana­ res, véase, por ejemplo, "México al vuelo”, El Mundo, México, D. F., 30 de oc­ tubre de 1890, p. 3. 32 Ciro B. Ceballos, Panorama mexicano, 1890-1910. Memorias, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2006, p. 241-242. 33 "La moralidad y el orden públicos”,La Patria, México, D. F., 21 de octubre de 1882, p. 1.

XI Letrán; el Teatro P rin cip al y M éx ico N u evo, en B olívar; L a P o b la ­ na, en Santa Teresa; entre otros. Inspectores, p olicías y vecinos insistieron en que d ebía lim itarse ese tip o de licencias. E l c o m i­ sario de la p rim era dem arcación , p o r ejem p lo, d escribió el a m ­ biente son oro y social de los despachos de bebidas populares: Acerca de los inconvenientes que haya para conceder esas licencias a los dueños de fondas, reposterías y cafés, debo manifestar a usted que aquéllos pueden consistir en que no siempre dichas orquestas están formadas con instrumentos de cuerda y poco sonoros, sino que, comúnmente, con instrumentos de madera y de latón que pro­ ducen sonidos agudos e intensos, con el fin de llamar la atención de los transeúntes y obtener por este medio parroquianos para su establecimiento; pero que esto no sólo se reduce a este propósito, sino que redunda en molestias para los vecinos inmediatos quienes no pueden entregarse tranquilamente a su descanso en las primeras horas de la noche.34 A dichas perturbaciones de la tranquilidad se sumaba una p re­ sencia fem en in a que solía entenderse com o antesala del com ercio sexual. Desde su aparición, ese espacio de sociabilidad fue p ro li­ jam en te descrito. Los cafés cantantes, entonces, se representaban com o sitios donde "m eseras, m esalinas y trovadores” supuesta­ m ente p rotagon izaban desmanes.35 “Un café que no es café” , decía una crónica que detallaba cóm o la m ezcla de música, meseras, bebidas em briagantes y juegos ocasionaba “escandalitos” .36 Entre los sitios de esa ín dole figuraban E l G orjeo de las Aves, en la calle de Verdeja; Los Cazadores, en la plazuela del B aratillo; E l del Tur­ co, en E stam pa de San L o ren zo , donde la "gente de trueno” se reunía atraída p o r las meseras, el b illar y las bebidas; A lfon so X II, en Puente de Tezontlale; E l C onejo Blanco, en R egina; el Café de la Joya, en la calle de ese n om bre; y otros ubicados en Am argura,

34 “Que informen los comisarios acerca de las fondas, reposterías, etc., que tengan licencia para música”, México, D. F., 25 de noviembre de 1911, AHDF, Gobierno del Distrito Federal, Fondas y Figones, v. 1627, exp. 387, 10 f. 35 Por ejemplo, en Mesones. “Escándalos mayúsculos”, Diario del Hogar, México, D. F., 3 de julio de 1886, p. 3. 36 "Un café que no es café”, El Tiempo, México, D. F., 9 de octubre de 1887, p. 4.

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Santa A n a y San Ram ón. Todos ellos organizaban bailes clandes­ tinos, contaban con m ujeres que servían y perm an ecían abiertos hasta avanzada la noche al igu al que los figones, de los cuales se decía que eran "verdaderas pulquerías nocturnas".37 E n efecto, el repertorio de expendios de bebidas em briagantes a veces contra­ ven ía las disposiciones reglam entarias. E n este sentido, estableci­ m ientos com o E l G ran Turco se representaban lo m ism o com o cafés que com o pulquerías "d isfrazada[s]": "Las m eseras de ese gran Turco son unas turcas que procu ran [...] a los parroquianos que van allí en pos del pulque, del ruido de la charanga y de la con ­ versación de las m ujeres que sirven las m esas".38 Algunas notas sensacionalistas contribuyeron de m anera deci­ dida en la represen tación negativa de las m eseras, para lo cual contaron con una incipiente estructura m elodram ática que inscri­ bía en tragedias los estilos de vida de éstas. P o r citar un caso, se relataba cóm o un jo ve n entró de m adrugada a un café cantante, donde al v er a su esposa entre las meseras se sorprendió y desen­ cadenó "una escena de celos y lágrimas". Las diferencias que habían llevado a la separación de am bos fueron insuficientes para que tal encuentro desestabilizara al m arido, quien supuestamente se vio "lastim ado al ver a su m u jer en tan triste condición". Tras recon ci­ liarse, intentaron irse juntos, pero el dueño del establecim iento se opuso y los h izo conducir a la tercera com isaría.39 Tal com o apa­ rece en ese relato, la figura perniciosa del propietario fue socorrida para red im ir a las m ujeres que trabajaban com o meseras.

Los explotadores: el abuso de la mesera “L os p rop ieta rios han optado, com o m ed id a de lucro, p o r p on er al fren te d el servicio m ujeres de no m u y buena con ducta", seña-

37 “Cafés denunciados”, El Nacional, México, D. F., 17 de febrero de 1888, p. 2. 38 “Escándalos”, El Nacional, México, D. F., 23 de mayo de 1888, p. 2. 39 “Un escándalo en un café cantante”, El Imparcial, México, D. F., 9 de octubre de 1900, p. 2; "Escena conyugal en un café cantante", El Universal, México, D. F., 10 de octubre de 1900, p. 2.

XI laba el in fo rm e del com isa rio ya citado. E l desplazam ien to de la m esera a espacios que se con sideraban prosaicos d eton ó rea c­ ciones diversas. E n su relato, el responsable de la sexta dem ar­ cación de p o lic ía señalaba que "en [esas] casas se h a [b ía ] hecho una costum bre, com o un recurso de explotación , em p lear m ese­ ras para aten der a su clien tela” . A gravab a la situación el hecho de que a llí con cu rría gen te "c o n m alas costum bres [...], con d u c­ ta inconveniente e in m oral [...] más rem arcable si para ello [eran] instigadas p o r las m eseras que las m ás [era n ] de antecedentes dudosos si no es que algunas prostitutas clandestinas o prófugas” .40 In d ep en d ien tem en te de la repu tación, se denostaban los p ercan ­ ces con los clientes. E n uno de ellos, se m en cio n a có m o unos m ilita res “ se lle va ro n ” a una m esera de un café en la calle de Jesús.41 Fue equiparable el secuestro de una jo v e n de 16 años que fue ob ligad a a subir a un coch e “y a fu erza viva [con d u cid a ] a una casa de huéspedes in m ediata a la catedral” .42 De ese m odo, el servicio fem en in o en espacios de sociabilidad p red o m in a n te m e n te m a scu lin os estaba lejos de id en tifica rse c o m o una fo rm a de trab ajo honrada. Si b ien se d esco n o ce el salario que recibían , el m o n to de éste p arecía d ep en d er d el due­ ño del establecim iento. Algun os anuncios in dicab an que se p a­ gaban d oce centavos a las cocineras, p ero nada precisaban res­ pecto a las m eseras.43 Las m enciones a fuentes de ingreso alternas ta m p oco son consistentes, p ero sí suficientes para saber que tan ­ to h om bres co m o m ujeres recib ían p rop in a.44 L o cierto es que h ab ía un dob le rasero p ara con sid era r a las m eseras. Si lab o rab an en cafés o reposterías con cu rrid os p o r personas que se con sideraban "decen tes” , se les ten ía p o r p erso ­ nas que buscaban progresar. E n cam bio, si trabajaban en expen­ dios populares, se les tild ab a de “prostitutas clandestinas” . S i­ gu ie n d o esa ten d en cia , tal p a re ce qu e la a p lic a c ió n de los

40 “Que informen los comisarios...”, f. 5. 41 “Hechos diversos”, El Foro, México, D. F., 24 de abril de 1877, p. 3. 42 “Un seductor acusado”, La Iberia, México, D. F., 1 de marzo de 1908, p. 5. 43El País, México, D. F., 5 de febrero de 1913, p. 4. 44 "Plagas del día. Los meseros”, Diario del Hogar, México, D. F., 15 de fe­ brero de 1900.

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reglam en tos ta m p oco era pareja. P o r ejem p lo, el com isa rio de la sexta d em a rc a c ió n e x ig ió a los p ro p ie ta rio s de los restaurantes L a A u ro ra y E l B osqu e que retira ra n el serv ic io de m eseras. Los dueños de estos estab lecim ien to s se d irig ie ro n al g o b e rn a d o r d el D istrito F ed era l a lega n d o que sola m en te se h ab ía e m b ria ­ g a d o una de sus em pleadas. Sus p eticio n es fu ero n atendidas, pues sólo se les am on estó.45 E n cam b io, p o r m en os que eso fu e­ ro n suprim idas las m eseras en una fonda, donde, co m o las au to­ ridades ju d iciales p robaron, el escándalo h ab ía sido ocasion ado p o r un p arroq u ian o.46 P o r su parte, la G aceta de P o lic ía , que era una de las p u b lica­ ciones interesadas en el ord en urbano, se extrañaba de verifica r supuestas inconsistencias d el g o b iern o del D istrito F ed era l rela­ tivas a lo que d en o m in aro n "la servidum bre fem en in a ” . C on cre­ tam ente, calificaba de incon gru en te, p o r un lado, p ersegu ir a las m ujeres que trabajaban en “cafés cantantes” p o r los supuestos escándalos que ocasionaban y, p o r el otro, p erm itir que trabajaran en giros dedicados casi de m anera exclusiva a la venta y consum o de bebidas em briagantes. R espon sab ilizab a de este hecho a los “cantineros desalm ados” que sustituían al m o zo u n iform ad o con “joven citas desvalidas” que no habían con clu ido “su edu cación elem en ta l” . E n la cantina H ig h L ife , u bicada en la esquina de Cinco de M a yo y San José del R eal, las meseras ganaban "m ise­ rables sueldos” p o r exponerse, según algunos testigos, “ a tod o gén ero de ultrajes, m iradas lascivas y palabras in ten cion ad as” .47 De hecho, se decía que eran focos de especulación los lugares que em pleaban “chiquillas” que ni siquiera habían concluido su educación elemental. De esas “anom alías” se responsabilizaba a

45 "Escándalos originados por las meseras de servicio en El Bosque, se previene que se le retirará la licencia en el próximo”, México, D. F., 11 de sep­ tiembre de 1903, AHDF, Gobierno del Distrito Federal, Fondas y Figones, v. 1621, exp. 83, f. 1-2. También véase "Gran escándalo en una cantina”, El Tiempo, México, D. F., 6 de septiembre de 1906, p. 4. 46 "Se manda retirar las meseras de la fonda situada en Santa Catarina”, México, D. F., 6 de junio de 1909, AHDF, Gobierno del Distrito Federal, Fondas y Figones, v. 1625, exp. 288, f. 1. 47"Explotación inicua. Una grave infracción”, Diario del Hogar, México, D. F., 1 de junio de 1884, p. 6.

XI los propietarios que supuestamente tenían am istad con el inspector de policía. Tal era el caso del café E l Turco, donde, además de em ­ plearse a menores, los parroquianos, en estado de ebriedad, acari­ ciaban y hacían "requiebros" a las meseras.48 Sim ilar a esto últim o era lo que se m encionaba sobre un café — o “cantina simulada”— denom inado L a Joya, donde se hacía beb er a las meseras con el público.49 E n una carta dirigida al gobernador, se señalaba que en los bajos del H o te l G illo w los parroquianos eran servidos p o r se­ ñoritas, entre las cuales "figu ra[ba] una que p o r su edad, más m e ­ recía estar en una escuela". Se responsabilizaba de ello a los "indi­ viduos que, no conform es con explotar el vicio del alcohol, se valían de criaturas para atraer clientela en conducta altamente inm oral” .50 Así, al relatarse episodios con siderados escandalosos, se sub­ rayaban rasgos m oralistas y sensacionalistas.51 E n éstos, se ad­ v ertía que los dueños carecía n de escrúpulos, ya que algunos incluso establecían vínculos am orosos con las m eseras.52 L a pren ­ sa p articu larizab a los casos de explotación , denunciaba los apa­ rentes con tubern ios que p ro tegía n a los em plead ores y llam aba a con d en ar al m ism o tiem p o que com p a d ecer a las m ujeres que lab orab an en despachos de beb idas.53 E sa represen tación am b i­ gua circu ló ta m b ién en expresiones populares, com o las siguien ­ tes décim as reproducidas en la prensa satírica, en las cuales se n eu tralizaban los ataques elitistas a los despachos populares: las meseras eran m on ed a corrien te en salones elegantes, cantinas de barrio, cafés y cafetines — es im p orta n te m en cio n a r que allí la m esera aparecía com o un "p o b re ser" que luchaba para ganarse la vid a “de m o d o d ign o y h o n rad o ”— :

48 "A la inspección de policía", El Universal, México, D. F., 10 de octubre de 1900. 49 "Una joya", Diario del Hogar, México, D. F., 26 de febrero de 1888, p. 3. 50 "Al señor Gobernador del Distrito. Las señoritas en las cantinas", Gaceta de Policía, México, D. F., 18 de febrero de 1906. 51 "Extravío de un cheque de $2,500 en poder de una mesera", El Tiempo, México, D. F., 4 de enero de 1906, p. 4. Al restituirse un cheque extraviado, se destacaba cómo una mesera podía ser "honesta". 52 "Escándalo en un café cantante. El dueño y una mesera golpeados", El Popular, México, D. F., 14 de febrero de 1901, p. 2. 53 "Pobres mujeres", La Patria, México, D. F., 19 de febrero de 1882, p. 3.

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La mesera lava, vende, / cobra, bebe con borrachos, / recibe inno­ bles propinas / y oye requiebros de 'guapos'. / La mesera entra al café, / a la cantina o changarro, / antes de que 'dén las siete' / en relojes 'arreglados', /y sale cuando el aura /ya intenta esparcir sus rayos /por encima de edificios /y de calles y de barrios. / La mese­ ra, pobre ser / que sólo gana su 'diario' / envuelta en una densa bruma /de cantinas y changarros; /la mesera, que se pasa /noches y noches mirando /a gentes que su dinero /pone a los pies de Baco; /este ser mal comprendido, /este ser desventurado [ . ] merece que se le aprecie, / merece que cuando vamos / en bulliciosa parvada / buscando risas y 'tragos' / no miremos en ella la pobre / sacerdoti­ sa de Baco.54 L a prensa satírica ap ortaba una sen sibilidad distinta al m u n ­ do lab oral en los despachos de bebidas. L la m a b a a pensar que detrás d el servicio fem en in o había "viudas honradas con hijos desam parados” e hijas y herm anas que d eb ían ser respetadas. E sto en nada excluía que entre las m eseras p u d iera h ab er m u je­ res "fatales” , lo que coin cid ía con el discurso elitista. P o r últim o, debe decirse que fueron exiguos los registros identificables con una p erspectiva fem enina. N o se tien e n o ticia de que a finales del siglo x ix alguna organ ización , liga o pub licación d irigid a p o r m ujeres haya in terven id o para d efen d er a las m ese­ ras en la ciudad de M éx ico. Si b ien esta situación se m antuvo al m enos hasta la década de 1920, h ay in d icios p ara sostener que esas voces apenas se d iferen ciaron del discurso m asculino, c o m ­ partien d o con éste p reju icios, argum entos y una presunta supe­ rio rid a d m oral. L a S o cied a d U n ió n y C on cord ia, p o r ejem plo, con sideró un ataque a su “ d ecen cia” el h ech o de que se m e n c io ­ nara que entre sus m iem b ros h ab ía m eseras, insinu ando en ton ­ ces que la fo rm a de vid a de éstas nada ten ía que v e r con la repu ­ ta ción intachable de sus correlig io n a ria s.55

54 "Romances callejeros. La mesera”, El Hijo del Ahuizote, México, D. F., 7 de febrero de 1914. 55 "La Sociedad Unión y Concordia de Señoras”, La Libertad, México, D. F., 28 de octubre de 1879, p. 3.

XI V icios, crim in a lid a d y pasiones Si b ien se exh ortaba a com pren derlas en ra zó n a su d eb ilid a d y exp osición a rituales m asculinos co m o beber, las m eseras fu eron inscritas en im a gin ario s m ás am plios que las relacion a ron con el p eligro sexual y con delitos com o robos, crím enes pasionales y suicidios.56 E n realidad, la p rin cip al leccion a ron que pretendían dar esas narrativas era sencilla: las m ujeres no deb ían in terven ir en los espacios de sociabilidad em inentem ente masculinos, menos aún cuando éstos entrañaban con sum o de em briagantes, despar­ pajo n octurno, ju egos de aza r y, ocasion alm en te, violen cias c o ti­ dianas. P o r e jem p lo , en el restau ran te E l M e tro p o lita n o , una m esera fue lesion ad a p o r sus com pañeras después de haberse in volu cra d o am orosam en te con uno de los p arroq u ian os.57 L a v iolen cia in terperson al m uestra ta m b ién que las m eseras en fren ­ taban abusos. E n un café cantante u bicado en la p rim era calle del Rastro, servían com o m eseras varias m ujeres que despertaron "una p asión de las edades m ás p rim itivas en el c o ra zó n ” de un parroqu ian o que "req u e b ró ” a una de ellas, la cual, al negarse, fue atacada p o r éste con un cu ch illo.58 De igu al m o d o, en una fon d a de b a rrio un m ilita r m ató al p ro p ie ta rio p orqu e am bos estaban atraídos p o r la m ism a m esera.59 C om o se señaló, la supuesta fragilid ad de las m ujeres era un tem a recu rrente en los discursos que con sideraban abusivo su em pleo com o meseras. E n ese sentido, se m encionaban violencias, insultos y decepcion es am orosas, com o la de una "p ob re in fo rtu ­ nada m u jer que [...] tuvo que pisar los antros de un cafetín de la 56Los tópicos, las formas de relatar y las sentencias morales tuvieron se­ mejanzas con los discursos sobre la prostitución y, en particular, con aquéllos relacionados con los asesinatos atribuidos a Jack el Destripador. Véase Judith R. Walcowitz, La ciudad de las pasiones terribles. Narraciones sobre peligro sexual en el Londres victoriano, trad. de María L. Rodríguez, Valencia, Universitat de Valencia, 1995, p. 17-41. 57"Escándalo en un restaurant”, El País, México, D. F., 4 de febrero de 1905, p. 2. 58"Tragedia de café cantante”, Diario del Hogar, México, D. F., 28 de agosto de 1904, p. 3. 59"Produce malos resultados flirtear de sobremesa con meseras”, El Nacio­ nal, México, D. F., 16 de marzo de 1917, p. 1.

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p eo r clase” y, tras no ser corresp on d ida p o r un parroqu ian o, in ­ tentó suicidarse.60 L a sensibilidad exacerbada, p o r ejem plo, o ca­ sionó un “ataque n ervioso a una lin da m esera que escuchaba con aten ción historias de enam orados, aparecidos y fantasm as” .61 E n los relatos p eriodísticos afloraban los estereotipos fem eninos. S o ­ bra d ec ir que las m eseras tran sgredían el m o d elo de "señorita porfirian a". C om o la h isto rio gra fía del p erio d o ha señalado, la d ivisión de espacios lo m ism o que de actividades se fun dam enta­ ba en discursos m édicos, b io ló gic o s y crim in o lóg ico s.62 Las represen tacion es de la m esera revelan, entonces, la ten ­ sión entre la presunta d eb ilid a d e m o cio n a l y física asociada a la m u jer y la transgresión o rupturas del com portam ien to prescritas a su gén ero .63 C on algunos rasgos de tram posa o em baucadora, se d en u n cia b a n los aten tad os c o n tra la p ro p ie d a d atrib u id os a las m eseras.64 S in em b a rgo, si p red o m in ó un tó p ico , ése fue el de las pasiones desbocadas. E n el caso del suicidio de un "joven de buena p resencia” , se especuló que la causa fue su en a m o ra m ien ­ to de la m esera de la fon d a E l Cisne, qu ien supuestam ente c o ­ qu eteaba con él p ero le n egab a su c a riñ o .65 E sta con d u cta la asem ejaba al estereotip o de m u jer fatal. E n el restaurante-cantina E l Suizo, situado en Salto del Agua, dos m eseras riñ ero n porqu e una de ellas, exem p leada del lugar,

60 “Los amores de una mesera”, El País, México, D. F., 5 de agosto de 1904, p. 4. 61 "Una joven romántica", El Popular, México, D. F., 24 de febrero de 1903, p. 4. 62Elisa Speckman, "Las flores del mal. Mujeres criminales en el Porfiriato", Historia Mexicana, El Colegio de México, México, v. XLVII, n. 1, julio-septiembre de 1997, p. 192. 63 Sobre los estereotipos femeninos vigentes en este periodo, véanse Franfoise Carner, “Estereotipos mexicanos en el siglo x I x ”, en Carmen Ramos Escandón (ed.), Presencia y transparencia. La mujer en la historia de México, México, El Colegio de México, 1987, p. 95-109; Carmen Ramos Escandón, "Señoritas porfirianas. Mujer e ideología en el México progresista, 1880-1910", en Presencia y transparencia..., p. 143-161; y Ana Saloma, "De la mujer ideal a la mujer real. Las contradicciones del estereotipo femenino en el siglo x i x ”, Cuicuilco, Escue­ la Nacional de Antropología e Historia, v. VII , n. 18, enero-abril de 2000, p. 1-18. 64 “Robo a un americano”, Diario del Hogar, México, D. F., 28 de abril de 1894, p. 3. 65 “Gacetilla”, Diario del Hogar, México, D. F., 15 de mayo de 1895, p. 2.

XI asistió con vario s am igos que, según la vers ió n de la víctim a, p edían con altan ería una cop a tras otra. Cuando la exem p leada de la cantina go lp eó la m esa con una copa, se le suplicó que d e­ ja ra de hacerlo, m o tiv o p o r el cual p erd ió el con tro l y sacó una navaja con la que h irió a su excom p añ era de trab ajo.66 E l ton o con d en a to rio se in crem en tó hasta el punto de exigir­ se la supresión del trabajo fem en in o. Algun os com ercian tes to ­ m a ron esa in icia tiva p o r volu n tad propia, co m o el p ro p ieta rio del kiosco u b icad o en el centro de la p laza de la Constitución, quien "p o r respeto a la m o ra l p ú b lica” d ejó de em p lear a las m u ­ chachas que trabajaban a llí en calid ad de m eseras, pues supues­ tam ente éstas no se com p ortab an “ con absoluta c o rrec c ió n ” con los clientes.67 P o r to d o ello, no resultaba extraño que E l P a ís, d ia rio in yec­ tado d el cato licism o social de su director, T rin idad S ánchez San­ tos, fu era el ariete en la “ cruzada” con tra las meseras. E l p e rió ­ d ic o c ele b ra b a varia s d is p o s ic io n e s de L a n d a y E scan d ón , entonces go b ern a d o r del D istrito Federal, encam inadas a m o ra ­ liza r la sociedad capitalina, entre las que destacaba la clausura de varios establecim ientos. Adem ás, respaldaba con p articu lar veh em en cia la supresión de las m eseras en cantinas y restauran­ tes. Unos años atrás se h abían puesto trabas al servicio realizad o p o r m ujeres, no obstante lo cual los dueños sorteaban las restric­ ciones. E l com isa rio de la tercera dem arcación , au xiliado p o r la P o lic ía R eservada, p ro ta g o n izó las prim eras redadas: Anoche a las nueve, el infatigable Ramón Castro [...] seguido de tres policías vestidos de paisanos, salió de su oficina encaminándose al café y restaurante “El Nuevo Continente” en la 1a de Santa Catarina. Sin esperarlo penetró sorprendiendo a un grupo de meseras, senta­ das a la mesa con algunos clientes, libando vasos de cerveza sin que hubiera preparativos que estuvieran cenando. Se levantó infracción, expulsando a seis meseras y ordenando clausurar fonda. Los dueños, Blanco y Mendoza, fueron notificados. Castro continuó. Llegó al

66 “Escándalo en un restaurant. Mesera que hiere a otra”, El Popular, Mé­ xico, D. F., 13 de septiembre de 1900, p. 1. 67 “Supresión de meseras”, Diario del Hogar, México, D. F., 15 de mayo de 1913, p. 7.

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restaurante "El Recreo Veracruzano” en donde encontró dos mese­ ras y un cliente con un platillo con restos de ensalada, una cerveza y dos copillas de cognac. Tomó nota de infracción, notificó de clau­ sura al dueño Antonio Arenas, expulsando otras seis meseras.68 Si bien es d ifícil com p rob ar que las infracciones, el acoso p o ­ licia l y las injerencias de las autoridades aum entaron en la p rim e­ ra década del siglo x x , lo cierto es que tales se sustentaban en el p ropósito de regular y con trolar la presencia fem en in a en los des­ pachos de bebidas. Ese repertorio de intervenciones tuvo un n o ­ torio aliciente en el estigm a contra las m eseras.69 Así, antes de la legisla ció n lab o ral p osrevolu cion aria, los discursos con rasgos paternalistas en torn o a las m ujeres que trabajaban en expendios de bebidas em briagantes tenían la m ism a fuerza que los condena­ torios, aspecto que parecería cam b iar en los albores de la p ro h i­ b ición que pretendió segregar a las m ujeres de dichos espacios.

P ro h ib ic ió n del trabajo fem en in o en las noches Cuando se d iscu tieron las leyes del trabajo fem en in o en el Cons­ tituyente de 1916, existía una estam pa con d en a toria de las d e­ pendientes en despachos de bebidas, com o se ha dem ostrado. E n Los piratas del boulevard, H e rib e rto Frías vin cu ló a una m en or de edad que trabajaba en una cervecería con la m iseria, el com er­ cio sexual y la d ep ravación social. "E n van o los pudibu ndos re ­ glam en tos del G o b ie rn o del D istrito am on ton an p roh ib icion es que tien den a desterrar a la Venus B rib o n a y al B a co S oez; y en van o ciérranse las cantinas” , señaló el escritor.70 Q ueda claro que esta p erc e p c ió n era ya un tem a de in terés en los com en ta rios sociales ven tilados en la prensa.

68 "Cruzada contra la inmoralidad”, El País, México, D. F., 4 de febrero de 1905, p. 1. 69Véase cap. 3 de Diego Pulido Esteva, ¡A su salud! Sociabilidades, libacio­ nes y prácticas populares en la ciudad de México a principios del siglo xx, México, El Colegio de México [en prensa]. 70 Heriberto Frías, Los piratas del boulevard. Desfile de zánganos y víboras sociales y políticas en México, México, Andrés Botas y Miguel, [1905], p. 85.

XI Desde esa perspectiva, las meseras form ab an parte de un p ro ­ b lem a m ás am plio. E l com pon en te m o ra l de los constituyentes parece exp licar el h ech o de que se haya desestim ado la p a rtici­ p ación de las m ujeres en los ám bitos p o lítico , social y m ilita r de la lucha arm ada. S im p lifican d o dich os debates, puede decirse que en realid ad se afirm aría una rem ascu lin iza ció n del ám bito p ú b lico, encarnada en go b iern o s que se a rro ga ro n la tarea de p ro te ger m edian te garantías a actores sociales que h abían per­ m a n ecid o al m a rgen del c ob ijo ju rídico. Los diputados con vin ieron en “p ro h ib ir las labores insalubres o p eligrosas a las m ujeres y los niños, así co m o el trabajo n o c ­ turno en establecim ientos com erciales a unas y otros” .71 E n tal sentido, p od ría pensarse que ese proceso ju ríd ic o truncó inercias de carácter em an cipatorio, una de las cuales con cern ía a las m u ­ jeres trabajadoras. S ólo dos años después, el R egla m en to de E x ­ pen dios de B ebidas p ro scrib ió que se em plearan m u jeres.72 Sin que pueda probarse una con exión directa con las nuevas disposiciones, las meseras intentaron form ar una junta de defensa, m ostrando con ello una in cipiente organ ización independiente de las organizaciones m asculinas que habían m anifestado rivalidad y abierta o p osición a la com peten cia fem en in a en el ram o.73 E n cam bio, la prensa se rego cijó de que las m ujeres no podían servir “m ás de carnaza a los especuladores de esos centros del infierno, disfrazados con los nom bres de fondas, cenadurías y res­ taurantes nocturnos y que extienden su locación desde el centro hasta extram uros de la urbe” .74 Las opiniones se d ivid iero n du­ rante la discusión en torn o a la p ro h ib ic ió n del trabajo fem en in o

71Así dictaminaron el 23 de enero de 1917 los diputados Francisco Mújica, Enrique Recio, Alberto Román y L. G. Monzón. La fracción II del artículo 123 dice: "Quedan prohibidas las labores insalubres o peligrosas para las mujeres en general y para los jóvenes menores de diez y seis años". Véase Ignacio Marván Laborde, Nueva edición del Diario de Debates del Congreso Constituyente de 1916-1917, t. III , México, Suprema Corte de Justicia de la Nación, 2006, p. 2457, 2498. 72Reglamento de Expendios de Bebidas Alcohólicas, Diario Oficial de la Federación, México, D. F., 26 de mayo de 1919, p. 385. 73El Nacional, México, D. F., 30 de agosto de 1917, p. 3. 74"Aprobada la ley del trabajo, no habrá más mujeres en las tabernas de la república", El Demócrata, México, D. F., 13 de mayo de 1919, p. 3.

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en expendios de bebidas em briagantes “ de con sum o in m ed ia to ” : unos con sid era ron que la m ed id a era m o ra liza d o ra ; otros, los m en os, que era in co n s titu c io n a l. E sta ú ltim a o p in ió n fu e ar­ gu m en tad a p o r el dipu tado Julián V illaseñ or M ejía , qu ien sostu­ vo que nadie p o d ía ser p riva d o del d erecho de trabajar, siem pre que d ich o trabajo fuese ú til a la sociedad, honesto y con cordara con la ley. P o r el con trario, los argum entos patriarcales se im p u ­ sieron vilip en d ia n d o los espacios de sociab ilid ad etílica: "N o se ha h ech o h in capié p recisam en te en que el trabajo de esas pobres m ujeres, 'carne vivien te' [...] sea útil y m o ra l".75 P ara re fo rz a r la condena, se d ijo que el "c o m e rcio in fa m e n octu rn o de alcoholes, [...] c o n trib u [ía ] tanto a la d egen eración de la raza", lo que se relacion a b a con la eugenesia. P o r ú ltim o, los cantineros fu eron el b lan co de los ataques: ¡Esos vampiros son abominables! Atraen a las mujeres, con el pre­ texto del trabajo, para explotarlas y enriquecerse a costa de su m o­ ralidad. La mujer que trabaja en una cantina es el sebo para que resbale la juventud (risas, voces: ¡ah, ah, ah!). Los que entran en esas cantinas, no lo hacen por beber: no señores; penetran a ellas porque ven la silueta de una mujer (más risas, profundas admira­ ciones y campanilla presidencial). Es inmoral que los diputados gasten su dinero en las cantinas. (Más risas, más campanilla. El ambiente se vuelve agradable). Llega a tal grado la inmoralidad de esos rufianes, propietarios de tabernas, que generalmente venden el sebo (el diputado León, desde su curul: ¡puerco!) y con el pro­ ducto de esa venta, se enriquecen.76 L a m a y o r parte de las particip acion es se opusieron, de m a ­ n era veh em en te, al em p leo fem en in o en expendios nocturnos de bebidas embriagantes. Una participación significativa fue la de José Siurob, qu ien c o m o regen te d el D istrito F ederal im p u lsaría la p ro h ib ic ió n de la p rostitu ción durante el cardenism o. Aunque debe desecharse tod a presu n ción con spiratoria, los p rin cipales ben eficiarios p arecían ser los varones d edicados al 75Idem. 76Ibidem, p. 6. En cambio, el diputado Trigo se opuso a coartar el derecho de las mujeres a trabajar donde quisieran. Concordó con la supuesta necesidad de moralizarla siempre y cuando se respetara la Constitución.

XI servicio en restaurantes y cafés. P o c o m ás de un lustro antes de que entrara en v ig o r el reglam en to de 1919, ellos h abían m a n i­ festado su m alestar al ayu n tam ien to y al go b ern a d o r del D istrito Federal. P o r ejem p lo, en una carta señalaban lo siguiente: Los que subscribimos suplicamos ante ud. atentamente que tenga a bien fijarse en los restaurantes, cafés y cantinas, [donde] había quedado abolido el servicio de mujeres de mala o buena nota, por los frecuentes escándalos que en ellos se cometían, y ahora vemos que [...] se ocupa esa clase de servidumbre, quedando vacantes va­ rios dependientes de restaurante. Por lo expuesto, suplican que libre órdenes a fin de que sean suprimidas las mujeres de buena o mala nota por creerlo así de justicia.77 D icha rivalid ad se reprodujo en las organizaciones, pues sólo los hom bres pertenecían a las uniones de dependientes de restau­ rantes. Sin em bargo, de m anera voluntaria difícilm ente se frenarían inercias sociales, m ucho m enos durante una década con bastantes transferencias culturales que harían m ás visibles a las m ujeres m odernas en la capital, proceso que no estuvo exento de violencias cotidianas.78Aunque ocurrieron a raíz del 1 de m ayo de 1925 — esto es, cinco años después d el reglam en to p ro h ib icion ista — , las m a­ nifestacion es públicas de m eseras vestidas con faldas negras y camisas rojas tuvieron entre sus orígenes la exclusión de la que éstas eran objeto p o r parte de los sindicatos, las organizaciones de trabajadores y las centrales obreras. Se presum e que fueron más de un m illa r las m ujeres que salieron a las calles y, a través de sus consignas, “reorien taron las acusaciones de in m oralid ad de la v íc ­ tim a a la d el exp lo ta d o r” y se id en tifica ro n a sí m ism as com o parte del "p ro letariad o ” , reclam ando, de ese m od o, h onorabili-

77 "Corporación de Dependientes de Restaurant pide se suprima el servicio de meseras”, México, D. F., 1913, AHDF , Gobierno del Distrito Federal, Fondas y Figones, v. 1632, exp. 713, f. 1. 78Anne Rubenstein, “La guerra contra ‘las pelonas'. Las mujeres modernas y sus enemigos. Ciudad de México, 1924”, en Gabriela Cano, Mary Kay Vaughan y Jocelyn Olcott (comps.), Género, poder y política en el México posrevoluciona­ rio, México, Fondo de Cultura Económica/Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 2009, p. 91-126.

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dad.79 De la m an o de cierta apertura, sólo al fin a liza r la década de 1920 se v o lv e ría a p resion ar para restrin gir la presen cia de m ujeres en lugares de esparcim iento donde se bebía.80

Consideraciones finales L a sep ara ción de las esferas p ú b lica — m ascu lin a— y p riva d a — fem e n in a — p erm ite e n ten d er los estereotip os, la litera tu ra p rescriptiva y en ciertos casos, las leyes. L a esp acialización del d eb er ser estableció en el discurso fronteras que se d esdibu jaron en la práctica, sobre to d o a p artir del ú ltim o cuarto del siglo x ix . L a d ivisión público-privado, debe decirse, p oco esclarece las prác­ ticas sociales, aunque es cierto que ese b in o m io sustentaba dis­ cusiones con una im p orta n te p ro y ec c ió n en la prensa. E n las crónicas, las notas y los com entarios vertidos en la pren­ sa, las m eseras fu eron tod a una novedad en el trabajo fem en in o cuando en realidad habían atendido sitios sim ilares con anterio­ ridad, particularm ente en el servicio de establecim ientos com er­ ciales que pretendían m odernizarse. Ahí, agregaban un toque cos­ m o p o lita a los hasta entonces m o rigera d o s cafés, p rovocan d o diversas reacciones. Algunos celebraron que la m odernidad, con los reflectores puestos en París, llegara a espacios de sociabilidad inform ales. Sin em bargo, la m a yo r parte afirm ó la rígid a m o ra li­ dad finisecular. Paradójicam ente, las m ujeres ven ían ejerciendo labores en pulquerías, fondas y figones así com o en puestos con hojas de in fu sión p o r lo m enos desde m ediados del siglo x ix . A p esar de la con d en a, el e m p le o de serv ic io fem e n in o se exten dió de los cafés con cu rridos p o r sectores m edios o elitistas, ubicados en las calles glam orosas, a los expendios vinculados con clases populares, d esperdigados p o r los b arrios de la ciudad. E n particular, los cafés cantantes fu eron ob jeto de denuncias m o ra ­ listas y clasistas, lo que p ro vo c ó que surgieran claras contradic79 Susie S. Porter, Working Women..., p. 114. 80Por ejemplo, las restricciones relativas al cabaret. "Supresión del servicio de meseras en los cabarets”, México, D. F., 1929, AHSSA, Salubridad Pública, Sección Servicio Jurídico, caja 18, exp. 2.

XI ciones, sobre to d o si se atiende la creciente dem anda de m eseras lo m ism o en avisos com erciales que en peticion es de licen cias al ayun tam ien to de M éx ico. L a ten sión se in crem en tó cuando los prin cipales interesados, los em pleados del ra m o de restaurantes, presion aron para p ros­ c rib ir el trabajo fem en in o en expendios de bebidas. Un decreto p rovision al en 1903 exigía licencias especiales, in dican do con ello una de las rutas que segu iría el trabajo fem en in o en espacios de sociab ilid ad etílica: la n eg o c ia c ió n d irecta con las autoridades. De m anera paralela al acoso discursivo contra las m eseras, hubo expresiones que llam aron a la com p ren sión al vincularlas con las clases desvalidas. E n general, ése era el p rin cip al argu­ m en to para ju stifica r m ora lm en te el trabajo de las m ujeres, p o r ejem p lo , en fondas y figones. In clu so en la literatu ra popular, expresada en coplas dedicadas a las meseras, se exh ib ieron de m anera sutil las con trad iccion es en la cultura m asculina, la cual estaba celosa de la resp etab ilid ad de la m u jer del h o ga r — m adre, esposa e h ija— p ero al m ism o tiem p o era afecta a una virilid a d asociada a la galantería, el cortejo o las conquistas am orosas. Tal v e z p o r ello h ubo p osicion es que con sid era ro n que los dueños de establecim ientos com erciales explotaban de m anera perversa a las m ujeres al em plearlas com o señuelo p ara atraer clientes, lo que gen eró un vín cu lo m edian am en te exp lícito entre el trabajo en despachos de bebidas y el c o m erc io sexual. Adem ás de m in a r la "resp eta b ilid ad " de la m esera, ese supuesto víncu lo n utrió la con den a contra los cantineros y los restauranteros. L a actitud p reten didam ente reden tora se afirm aría en un re ­ glam en to que p ro h ib ió el trabajo fem en in o en despachos de b e­ bidas. C om o cualquier m edida prohibicionista, ésta introdujo una cuña m ás para que la au toridad in tervin iera en el terren o de la discrecionalidad. De hecho, planteó un problem a a la tradicion al presencia fem en in a — p rin cip al m as no exclusivam ente— en el ram o de fondas y figones. Sin em bargo, el corte tem p oral de 1919 debe relativizarse o pensarse com o la filtración en reglam entos de un acoso que no era nuevo e insuficiente para in terru m p ir el tra­ bajo com o m esera y las otras ocu p a cion es de las m u jeres en los espacios de ocio. L a p ro h ib ición de 1919 entraña el com pon en te

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p atriarcal de la legislación laboral revolucionaria. Se ha dicho que además de atacar “la propiedad, la jerarqu ía social y la exclusión” , la R evolu ción fue una afrenta a “la m ora l victoriana y las reglas de represión sexual” , conduciendo a “las mujeres al espacio público” .81 Si uno revisa el trabajo fem en in o en los despachos de bebidas, éste fue, de m anera contrastante y con cam bios innegables, un reajus­ te de dicha m oral. Tal es el caso de la reglam en tación y el posterior acoso discrecion al contra las propietarias, em pleadas e, incluso, consum idoras de despachos de bebidas. Los efectos fu eron d isím ­ bolos. Las fondas, pensadas p o r las autoridades com o “pulquerías disfrazadas” , serían intervenidas de m anera continua. D ifícilm en ­ te las p roh ib icion es desarticulaban espacios ganados p o r las m u ­ jeres y con interés com ercial im portante. P o r últim o, es cierto que entender a las meseras com o transgresoras resulta exagerado e inexacto, pero tam bién lo es que su ap a­ ric ió n m o v ió la sen sibilid ad de las élites y los sectores m ed ios lo suficiente com o para frenar, regular e, incluso, proh ib ir esta fuente de trabajo, afirm ando valores tradicionales para acallar las pocas voces que d efen d ieron el trabajo fem en in o. E l silen cio de estos sectores resulta significativo, pues, lejos de ap oyar a las m eseras, ratificaron el sim ple interés de con tratar m ujeres p orqu e se con ­ sideraba que eran una atracción co m erc ia l conveniente.

F u e n t e s c o n s u lt a d a s A rch ivos Archivo General de la Nación, México ( agn ) Archivo Histórico del Distrito Federal, México ( ahdf ) Archivo Histórico de la Secretaría de Salud y Asistencia, México ( ahssa )

81 Mary Kay Vaughan, “Introducción. Pancho Villa, las hijas de María y la mujer moderna. El género en la larga Revolución mexicana”, en Género, poder y política..., p. 45.

XI H em erografía Diario del Hogar, México, D. F. Diario Oficial de la Federación, México. El Demócrata, México, D. F. E l Eco de Ambos Mundos, México, D. F. E l Foro, México, D. F. E l Hijo del Ahuizote, México, D. F. E l Imparcial, México, D. F. E l M onitor Republicano, México, D. F. E l M undo, México, D. F. E l Nacional, México, D. F. E l País, México, D. F. E l Partido Liberal, México, D. F. E l Popular, México, D. F. E l Socialista, México, D. F. E l Tiempo, México, D. F. E l Universal, México, D. F. Gaceta de Policía, México, D. F. La Iberia, México, D. F. La Libertad, México, D. F. La Patria, México, D. F.

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“E L BAJO M U N D O D E L P E C A D O ” VICIO, CRIMEN Y BAJOS FONDOS EN LA CIUDAD DE MÉXICO 1929-1944 O d e t t e M a r ía R ojas s o s a Universidad Nacional Autónoma de México

Luis R o m e ro Carrasco, ta m b ién con o cid o co m o “la fiera h u m a­ na” , era un asiduo visitante de academ ias y salones de baile. A finales de ju n io de 1929, p lan eaba irse a París y con qu istar a una “gabach ita” que lo m an tu viera para así dedicarse “nada m ás a m o v e r el d isco ” .1 S in em bargo, antes de que p u d iera ejecutar sus planes, la p olicía lo capturó luego de varias semanas de búsqueda. L a h istoria ten ía sus orígen es m eses atrás. E l 17 de ab ril de 1929, las cuatro personas que h abitaban en M ata m o ro s 27, c o lo n ia P era lvillo , h ab ían sido asesinadas. Se trataba de T ito Basurto, dueño de varias pulquerías; Jovita Velasco, su am asia; y dos em pleadas dom ésticas. N o h abía trans­ cu rrido una sem ana cuando las pesquisas p oliciales p erm itie ro n descu brir al culpable: Lu is R o m e ro Carrasco, sob rin o de Basurto. L a celerid ad y el sigilo con que se re a liza ro n las diligen cias fa c ilita ro n su aprehensión. A l p rin cip io, R o m e ro C arrasco n eg ó cualquier p articip ación en el crim en, pero ante las evidencias que se acum ulaban en su con tra a los p ocos días aceptó su cu lp ab i­ lidad, alegando que odiaba a su tío d eb id o a viejas rencillas. P os­ teriorm en te, con fesó que h ab ía ten id o cóm p lices que ro b a ro n joyas y dinero, adem ás de h ab er m atad o a las em pleadas. E n una de las diligencias, el ju e z instructor del proceso, R a m i­ ro Estrada, in te rro gó a R o m e ro Carrasco acerca de sus presuntos

1 “Escalofría el cinismo del asesino”, El Nacional, México, D. F., 8 de agosto de 1929. Citado en Patricia Ortega, Crimen, terror y páginas. Antología, México, El Nacional, 1990, p. 154.

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cóm plices. É ste resp on d ió que ign o ra b a sus apellidos, p ero que otros am igos suyos que frecu en taban la acad em ia de baile de “la H e b e ” p od ía n darle in fo rm ación . E ntonces, R o m ero p regun tó a E strada si él nunca había asistido a ese lugar. E l ju ez, de “auste­ ra v id a ” , se “ sobresaltó” ante tal cu estion am ien to y sólo atinó a contestar “no señor, qué va” .2 M ientras esperaba su ju icio, Luis R om ero fue reclu ido en la cárcel de B elem . S in em bargo, con la cola b o ra ció n de algunos guardias, lo gró escapar el 30 de junio. L a p olicía o freció re co m ­ pensa a qu ien d iera in fo rm es de su paradero, p o r lo que h izo circular carteles con sus características físicas y sus señas particu­ lares: “m asca chicle, frecuenta cabarets y le gusta m ucho bailar” .3 Después de ser reap reh en d id o el 24 de ju lio de 1929, R om ero C arrasco o fre c ió datos con cretos de sus cóm plices, con lo cual las autoridades lo ca liza ro n rápidam en te a am bos sujetos: Baldom ero T ova r y Luis M ares. L os tres se h abían con o cid o en una de las pulquerías que perten ecían al padre de Luis R o m e ro y estre­ ch ado su am istad al asistir ju n tos a cabarets y acad em ias de baile. R o m ero deseaba m a tar a su tío p o r m o tivo s personales, p ero con ven ció a M ares y T o v a r para que p articip aran en su plan con la p rom esa de obten er un cuantioso botín. “L a fiera hum ana” a d m itió en varias ocasiones su gusto p o r la m arihuana, el baile y la vida nocturna. A l ser in terrogado sobre sus m ovim ien tos posteriores al crim en, m anifestó que esa m ism a n och e b ailó y se e m b ria gó en el cabaret “C u ba” . T am b ién d ecla­ ró que visitab a de m anera asidua ese tip o de establecim ientos. Algun os diarios capitalin os subrayaron los am bientes “sórd i­ dos” en los que h abía transcurrido la vid a de R o m e ro Carrasco: pulquerías — su padre y su tío eran dueños de algunos estab leci­ m ien tos— , cabarets y academ ias y salones de baile, espacios que no eran p rop ios de personas decentes — co m o el “austero” ju e z R a m iro E strada— , sino de “h am pon es” de su calaña. In clu so un 2“Luis Romero Carrasco, el asesino, asegura haber tenido varios cómpli­ ces en su crimen”, El Universal, México, D. F., 8 de mayo de 1929, 2a. sección, p.

1

3“No se encuentran ni huellas del asesino”, Excélsior, México, D. F., 3 de julio de 1929, 3a. sección, p. 1.

XI “EL BAJO MUNDO DEL PECADO”

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e d íto r ía lís ta lo lla m ó “ d a n d y de lo s c a b a rets d e l m u n d o su bterráneo” .4 E l escándalo que suscitó el caso de “la fiera hum ana” trajo consígo un cuestíonam íento p o r parte de la prensa respecto a los salones y las academ ías de baíle e, íncluso, demandas de que éstos fueran clausurados, pues se consíderaba que casí todos ellos, p o r un lado, eran “escuelas del crím en” donde “vagos y desocupados” planeaban toda clase de delítos y, p o r el otro, p ropícíaban la perdíción de m ujeres jóvenes e “inexpertas” que, con el pretexto de tra­ bajar com o meseras o profesoras de baile, eventualm ente se pros­ tituían y contraían el vicio de la em briagu ez.5Las críticas, además, se insertaban en el contexto de la cam paña antialcohólica que el presidente E m ilio Portes G il había convocado en abril de 1929. A sí pues, el objetivo del presente trabajo es an alizar cóm o se con figu ró en el discurso de especialistas — m édicos, abogados, crim in ó logos— y de “p rofan os” 6 el víncu lo entre consum o de al­ coh ol, “centros de v íc ío ”, prostítucíón y crím en durante el períod o que va de 1929 a 1944. Estos quince años estuvieron m arcados p or la lucha que em pren d íeron los gobíern os posrevolu cíonaríos para com b a tir el alcoh olism o p o r los “graves daños” — locura, crim en, m iseria— que causaba al pueblo m exicano. A l m ism o tiem po, la prensa y otros m edíos h ícíeron vísíble el temor, tanto de autorídades com o de diversos sectores de la sociedad civil, que provocaba la existencia de cabarets y salones de baile, pues se les asociaba con la p rostitu ción y el consum o de alcohol. E sta in qu ietu d se increm entó cada v ez más hasta alcan zar su punto culm inante con la rea liza ción del Congreso contra el v ic io en feb rero de 1944. Las fuentes analizadas en el texto son publicacion es de con ­ ten ido m é d ic o y c rim in o ló g ic o , revistas policíacas y revistas de

4José Luis Velasco, “Al margen del suceso”, Excélsior, México, D. F., 7 de agosto de 1929, 1a. sección, p. 5. 5“Las meseras no beberán al trabajar”, El Universal Gráfico, México, D. F., 22 de octubre de 1929, p. 2. 6Por “profano” entiendo cualquier discurso que no tuviera objetivos “cien­ tíficos” y que se dirigiera a un público masivo. Utilizo dicho término en el sentido propuesto en Lila Caimari (comp.), La ley de los profanos. Delito, justi­ cia y cultura en Buenos Aires (1870-1940), Buenos Aires, Universidad de San Andrés/Fondo de Cultura Económica, 2007, p. 9-10 (Colección Historia).

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h istorietas — con ocidas co m o “p ep in es”— , literatu ra y cine. A través de la prensa y de expedientes ju diciales, se exam in arán los casos crim inales que ocu rrieron en expendios de bebidas em b ria­ gantes, cabarets o salones de baile. A sim ism o, a lo largo del texto se exp on drán las p rin cipales preocu p acion es que existían en la época respecto a las m ujeres que visitaban, trabajaban o d elin ­ qu ían en estos sitios.

“E l colegio de B a c o ”: expendios de bebidas, cabarets y salones de baile en la ciudad de M éxico A finales de la década de 1920, en la ciudad de M éx ico existían 4 769 establecim ientos donde se vendían bebidas em briagantes, ta­ les com o estanquillos, misceláneas, pastelerías, cantinas, pulque­ rías, cervecerías, salones de baile y cabarets. A pesar del creciente núm ero de voces que condenaban el pulque p o r sus “efectos per­ n iciosos” , los expendios de dicha bebida eran los más num erosos en la capital, p o r encim a de cantinas y cervecerías. Los salones de baile y los cabarets, en conjunto, no sumaban ni 60 establecim ien­ tos. L a m ayoría de ellos estaban ubicados en los cuarteles I I I y IV, más específicam ente en la avenida San Juan de Letrán y en las calles de Allende, L ib ertad y Ó rgano, zonas que, además, se carac­ terizaban p o r el com ercio sexual (véase cuadro 1). E n 1931, se exp id iero n nuevos reglam en tos para cervecerías, pulquerías, cabarets y salones de baile. P osteriorm en te, ta m b ién se crea ron nuevos gravám enes a los expendios de bebidas e m ­ briagantes — con excep ción de pulquerías y cervecerías— . R esul­ ta p rob a b le que a con secuen cia de estas d isposiciones así com o de las p olíticas an tialcoh ólicas que se im p u sieron a lo largo de la década de 1930, sobre tod o en el sexenio de L á z a ro Cárdenas (1934-1940), el n ú m ero de expendios de bebidas em briagantes se m antu viera a la b aja respecto de la década anterior.7 7 Si bien el número total de establecimientos se mantuvo a la baja, el rubro de las cervecerías experimentó un considerable aumento entre 1937 y 1939, pues la cerveza fue considerada como bebida no embriagante e incluso como un posible sustituto aceptable del pulque.

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CUADRO 1 NÚMERO DE CANTINAS, PULQUERÍAS, CERVECERÍAS, CABARETS, SALONES Y ACADEMIAS DE BAILE EXISTENTES e n e l D is t r it o F e d e r a l e n t r e 1930 y 1944 Año

Cantina

Pulquería

Cervecería

Cabarets, salones, academias de baile

1930

759

1 105

481

36

1931

612

861

278

40

1932

651

1 004

224

31

1933

580

919

277

24

1934

531

1 020

507

26

1935

486

1 003

254

23

1936

361

920

251

35

1937

389

889

238

24

1938

345

888

289

31

1939

341

912

509

23

1940

519

951

498

36

1941

358

955

495

68

1942

344

993

618

20

1943

334

1 001

610

19

1944

315

1 052

528

146

Fuente: Anuario estadístico de los Estados Unidos Mexicanos, años 1939, 1942 y 1943-1945.

DR© 2017. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas Disponible en: w w w .historicas.unam .m x/publicaciones/publicadigital/libros/vicio/m ujeres_transgresoras.htm l

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E l n úm ero de pulquerías y cabarets vo lv ió a elevarse a partir de 1941, sobre tod o en 1944, cuando se registró un aum ento bas­ tante considerable en el núm ero de cabarets y salones de baile. E xisten dos posibles explicaciones para esto: p o r una parte, las estadísticas p u d ieron haber con tab ilizad o o reclasificado com o cabarets n egocios que antes no se consideraban bajo ese giro; p or otra, el crecim ien to dem ográfico, el desarrollo econ óm ico, la m i­ gra ción interna — del cam po a la ciudad— , la llegada de extranje­ ros así com o el aum ento del turism o — estos dos últim os factores p rovocad os p o r la S egu n d a G u erra M u n d ia l— p u d iero n h ab er aum entado la oferta y la dem anda de diversiones en la capital. Adem ás, la a b olición en 1940 de la prostitución reglam entada dio pie a que num erosas “m adrotas” o antiguas dueñas de casas de citas y burdeles abrieran cabarets donde continuaban con sus ac­ tividades de m anera encubierta y bajo un velo de legalidad. 8

La cruzada contra el v icio Las pulquerías ten ían una h istoria añeja que se rem on tab a a la época virreinal, m ientras que las cantinas ten ían sus orígen es a m ediados del siglo x i x — con antecedentes en las antiguas taber­ nas y vinaterías— . E n cam bio, las cervecerías, los cabarets y los salones de baile eran espacios de crea ció n m u ch o m ás recien te — prim eras décadas del siglo x x . 9 D esde sus in icios, las autoridades con sideraron los salones de baile y los cabarets co m o lugares p eligrosos d on de se realiza-

8Respecto al trabajo sexual en los cabarets, véanse Carlos Medina Caracheo, El club de medianoche Waikikí. Un cabaret de época en la ciudad de México, 1935-1954, tesis de maestría en Historia, México, Universidad Nacional Autó­ noma de México, 2010, p. 45-46; Gabriela Pulido Llano, El mapa del pecado. Representaciones de la vida nocturna en la ciudad de México, 1940-1950, tesis de doctorado en Historia y Etnohistoria, México, Escuela Nacional de Antro­ pología e Historia, 2014, p. 115-120. 9 Si bien es cierto que los orígenes del cabaret y de los salones de baile pueden encontrarse en los tívolis porfirianos de las últimas décadas del siglo x i x , éstos no adquirieron sus características más particulares sino hasta prin­ cipios de la década de 1920.

XI ban diversas actividades antisociales: la p rostitu ción y el consu­ m o de a lc o h o l10 y de enervantes. Algun os “inspectores de au tori­ dad” — encargados de la vigilan cia de dichos lugares— reportaron los “excesos” y las “in m o ralid ad es” que h om bres y m ujeres c o ­ m etía n en los asientos con ocid os com o “reservados” o incluso durante el baile, co m o ocu rría con el llam ad o s h im m y , el cual fue m o tiv o de censura en 1921 a causa de los m o vim ien tos “las­ civos” que las parejas ejecutaban .11 E n 1929, el caso de R o m e ro Carrasco, aunado al discurso a n tia lc o h ó lic o gu b ern am en ta l, puso b a jo los re fle c to re s a los cabarets y a las academ ias y los salones de baile. Las autoridades an u n ciaron la a p lica ción de m edid as cuyo o b jetivo sería red u cir al m ín im o el n ú m ero de cabarets. L a m ás im p o rta n te con sistía en aumentar, de m a n era “desm esu rada” , las tarifas que se c o ­ b rab an a los dueños, de m o d o que les resultara im p o sib le pagar­ las y optaran p o r cerrar sus estab lecim ien to s.12 Sin em b a rgo, no es p osib le saber si la m e d id a se lle v ó a cabo tras la ren u n cia de José M a n u e l P u ig C asauranc a la je fa tu r a d el D ep a rta m en to del D istrito F ederal en ju lio de 1930, d eb id o a la in estabilid ad de los je fe s que lo su ced ieron durante la p resid en cia de Pascual O rtiz R u b io .13 10De acuerdo con los reglamentos de 1931 y 1944, en los cabarets podían venderse todo tipo de bebidas, mientras que en los salones de baile, sólo cerve­ za y refrescos. Asimismo, estos últimos podían contar con servicio de pastelería y repostería, pero en un local independiente al espacio donde se bailara. 11 “Se da el caso en que una mujer ande montada en una pierna de un hombre y empiece a hacer movimientos de los más inmorales y ponerse a mover los hombros y pechos macho y hembra”, México, D. F., AHDF , Fondo Ayuntamiento, Diversiones Públicas, v. 823, exp. 4-5, [s. f.]. Los inspectores de autoridad parecían contraponer la novedad del shimmy con los tradiciona­ les danzones, aunque en alguna ocasión se dijo que éstos también podían ser “lascivos”. 12“Golpe a muerte a los cabarets y academias de baile”, El Nacional, México, D. F., 13 de junio de 1930. 13El cargo de “Jefe del Departamento del Distrito Federal” fue una inno­ vación implementada gracias a la Ley Orgánica del Distrito y de los Territorios Federales del 31 de diciembre de 1928, la cual modificó el sistema político-admi­ nistrativo de la capital del país. Popularmente, a ese funcionario se le conoció como “regente”. Entre julio de 1930 y septiembre de 1932, el cargo lo desem­ peñaron siete personas por lapsos de meses e incluso semanas, por lo que puede inferirse que no lograron desarrollar una política antialcohólica propia.

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P o r su parte, el C om ité N a c io n a l de Lu ch a contra el A lc o h o ­ lism o, creado en m a yo de 1929, reco m en d ó la p ro h ib ic ió n del trabajo fem en in o en cabarets, cantinas y salones de baile p o r ser “p ú b lico y n o to rio que en estos lugares la m u jer se [en con tra b a ] sujeta a una v il exp lo ta ció n que la c o n d u [c ía ] a un fran co e jerc i­ cio del co m ercio sexual y aún del consum o de bebidas e m b ria ­ gantes, que lle g a [b a n ] a form a rle el v ic io del a lco h o lism o ” . A d e ­ más, p od ía considerarse com o un trabajo p eligroso en el sentido que establecía la C onstitución en su artículo 123, fracción II, pues aunque las m eseras no exponían la vida, tenían m a yo r p osibilidad de con traer el v ic io del alcoh olism o, que atentaba contra su salud y su “ co n d ició n m o ra l y social” .14 E ntre 1930 y 1934, la cam paña a n tialcoh ólica su frió algunos vaiven es tan to p o r la crisis e c o n ó m ic a c o m o p o r la situ a ción p o lítica d el país, hechos que im p id ie ro n su p len o desarrollo. N o obstante, en 1931 el presidente Pascual O rtiz R u b io p rom u lgó nuevos reglam en tos p ara los expendios de pulque y de cerveza. T am b ién exp id ió, p o r p rim e ra vez, la n o rm a tivid a d que debía re g ir a los “cafés-cantantes” — cabarets— y a los salones de baile para evitar “que se con vi[rtiera n ] en sitios de escándalo, de vicio o de in m o d e ra d a e x p lo ta ció n ” . E n tod os estos reglam en tos se p ro h ib ió el trabajo fem en in o en los diferentes establecim ientos y se im p u sieron restriccion es a su estancia en calid ad de p a rro ­ quianas. Las m ujeres, sin em bargo, no p erm an ecieron im pávidas ante la p o s ib ilid a d de p erd er su fuente de em pleo. M ás de un cen ten ar de “cabareteras” d ecid ió in terp on er un am paro, pues consideraban que la p ro h ib ición atentaba con tra la lib ertad de d esem peñ ar cu alqu ier em pleo, siendo éste lícito, con sagrada en el artículo 4° con stitu cion a l.15 E l recurso fue denegado.

14“Memorándum al presidente del Departamento de Salubridad, Dr. Rafael Silva, jefe del Departamento", México, D. F., 25 de julio de 1930, AHSSA, Salu­ bridad Pública, Servicio Jurídico, legajo 18, exp. 10. 15“No fueron amparadas las meseras de los cabarets”, El Nacional, México, D. F., 3 de junio de 1931, 2a. sección, p. 1. El juez cuarto de circuito consideró que el recurso se interpuso de manera “extemporánea". Las mujeres, además, argumentaban que no tenían “patrimonio alguno ni medio para vivir como no sea el que han adoptado”. Idem.

XI A finales de la década de 1920, el gusto p o r el danzón, el tango o el fo x trot rebasó el espacio de las academ ias, los salones y los cabarets. Algunas cervecerías obtuvieron licencias para in trodu cir sinfonolas con el fin de que la clien tela pudiera bailar, de m od o que se con virtiero n prácticam en te en cabarets. L o s reglam entos de 1931 p reten d ieron elim in ar este tip o de n egocios im p on ien do lin eam ientos claros respecto a los servicios que p od ían o frec er y a las m ultas que se im p o n d ría n a los n egocios in fractores. N o obstante, las cervecerías-cabarets, conocidas com o “rech im ales” , sigu ieron funcionando, p o r lo que en 1934 las autoridades d eci­ d ieron reco n o cer su existencia e integrarlas a la legalid ad — aun­ que con algunas m odificaciones en su m ob iliario— bajo el nom bre de cabarets de segunda. Un acuerdo de 1936 p erm itió que en ellos trabajaran meseras, pero sólo “en el servicio diurno de restaurant” .16 A pesar de que en la década de 1930 las estadísticas reflejaron una d ism in u ción en el n ú m ero de expendios de bebidas, de ca­ barets y de salones de b a ile ,17 la prensa no d ejó de in sistir en el p elig ro que éstos con stitu ían para la sociedad. T am b ién hubo grupos de m adres de fa m ilia y asociacion es vecinales que so lic i­ taron a las autoridades el cierre de varios establecim ientos p o r encontrarse p róxim os a escuelas o fábricas y, p o r tanto, in citar al v ic io a m en ores de edad y obreros. E l g o b ie rn o de L á z a ro C árdenas puso en p ráctica algunas m edid as p ara regu la r y d ism in u ir el n ú m ero de exp en d ios de pulqu e y de b ebidas em briagantes, aunque no se h izo énfasis particu lar en los cabarets y los salones de baile. S in em bargo, en

16 “Acuerdo que contiene las disposiciones que norman el funcionamiento de los cabarets de segunda clase”, Gaceta Oficial, 11 de marzo de 1936. Publi­ cado en Codificación de las disposiciones administrativas vigentes cuya aplicación corresponde al Departamento del Distrito Federal, t. i , México, Departamento del Distrito Federal, 1943, p. 509-512. 17Las estadísticas deben tomarse con cierta cautela, sobre todo en el caso de los cabarets, pues no siempre se utilizaron los mismos parámetros para considerar a ciertos negocios dentro de ese rubro. Además, se desconocen las fuentes que empleó la Dirección General de Estadística para realizar la esta­ dística. Al respecto, El Universal exponía en 1935 que a pesar de que el número de cabarets había aumentado a nivel nacional, en la ciudad de México éste había disminuido. Véase “Han aumentado los cabarets”, El Universal, México, D. F., 3 de octubre de 1935, 1a. sección, p. 5.

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1937 la D irección A n tialcoh ó lica — dependiente del D epartam en ­ to de Salubridad— propu so a varios propietarios de cabarets que im p id iera n la entrada de m ujeres solas a sus establecim ientos así com o la p ráctica del “fich eo ” — en la que la m u jer ganaba una co m isió n p o r cada cop a ven d id a— . L a in icia tiva no p ro sp eró .18 E n la década siguiente, el aum ento en el n ú m ero de cabarets agu dizó la p reocu p ación p o r “el in crem en to del v ic io ” . A finales de 1943, el d iario E xcélsior p u blicó una serie de notas en las que se denunciaba que la ciudad se había con vertid o en un “gigantes­ co a n tro ” .19 D iversos fu n cio n a rio s d ec la ra ro n que se estaban p on ien d o en m arch a m edidas para revertir tal situación. F in a l­ m ente, el presidente M an u el Á v ila Cam acho con vocó a la rea liza ­ ción de un “Congreso contra el v ic io ” , organizad o p o r el D eparta­ m ento del D istrito Federal, para com b a tir el “desarrollo acelerado [d e ] las actividades consagradas a la exp lotación del v ic io ” .20 A lo largo de tres días (d el 15 al 17 de feb rero de 1944), crim in ó lo go s, m édicos, sociedades de padres de fa m ilia y otros per­ sonajes d eb atieron sobre tem as relativos al alcoh olism o, las to ­ xicom an ías y la prostitución . E n las conclusiones se expresaban p ropósitos co m o alejar a los obreros del vicio ; con stru ir d ep o rti­ vos; restrin gir el n ú m ero de cantinas, pulquerías y cabarets; im ­ p ed ir que las m ujeres trabajaran en esos lugares; y dem ás p ro ­ yectos que se ven ían rep itien d o con frecu en cia desde 1929 pero que no siem pre se llevaban a la práctica o b ien se veían rebasados rápidam en te. U n o de los resultados in m ediatos del con greso fue la crea ció n de nuevos reglam en tos en m a yo de 1944. Las in n o ­ vacion es respecto a los reglam en tos an teriores fu eron escasas. S in em b a rgo, se in clu ye ro n en la “le g isla ció n de e m erg en c ia ” — c u e rp o de leyes e m itid a s p a ra la d efe n s a n a c io n a l tras la entrada de M éx ic o en la Segunda G u erra M u n d ia l— , pues era 18 “Notas de salubridad”, El Nacional, México, D. F., 14 de octubre de 1937. Al respecto, véase Eduardo Delhumeau, Los mil y un pecados, México, Omega, 1939, p. 156-157. 19“La ciudad de México es un gigantesco antro de vicio”, Excélsior, México, D. F., 30 de octubre de 1943, 1a. sección, p. 1. 20 Manuel Ávila Camacho, “Convocatoria para el Congreso” , Criminalia. Revista de Sociología Criminal, Academia Mexicana de Ciencias Penales, México, v. x, abril de 1944, p. 450.

XI n ecesario co m b a tir el v ic io “de todas las m aneras p osib les” para asegurar el d esarrollo del “plan de trabajo y p ro d u cció n " trazado p o r el go b iern o durante el estado de gu erra.21

La v is ió n de los especialistas Desde m ediados del siglo x i x , el consum o excesivo de a lcoh ol fue con siderado una enferm edad, a la que se d en om in ó alcoholism o. Los m édicos em p eza ron a in vestigar sobre los efectos nocivos del alcoh ol en el organism o, sobre todo a nivel m ental. E n pocos años se im p u so, p a rticu la rm en te en F ran cia, la te o ría “ d egen eracion ista " de B é n e d ic t M o re l, segú n la cual los d escen dien tes de alcoh ólicos pad ecían tod o tip o de taras y enferm edades — ep ilep ­ sia, im b ec ilid a d , im p o ten cia , esterilid ad — que m in a b a n a las gen eracion es sucesivas hasta el punto de la extin ción .22 L o s p os­ tulados de M o r e l se p op u la riza ro n . In clu so el ita lia n o Cesare L o m b ro s o ad optó varios de ellos para d ar fo rm a a su propuesta de an tro p o lo gía crim inal. D urante el P orfiria to, los m édicos y crim in ó lo g o s m exicanos co n o c iero n las teorías europeas sobre la crim in alid ad y, con base en ellas, escrib iero n profu sam en te acerca de los perju icios que causaba el con sum o de alcoh ol, sobre tod o el pulque, en las cla­ ses bajas. L a gen era ció n de crim in ó lo g o s — casi todos abogados y algunos m éd ico s— que surgió a finales de la década de 1920 ta m b ién ab ord ó el tem a del alco h olism o y, aunque no abandonó com pletam en te el enfoqu e biologicista, dio cabida a una perspec­ tiva más social. De tal m od o, se consideraba que factores com o la pob reza, el entorn o y los m alos ejem p los eran causantes, en buena m edida, de los hábitos etílicos de una parte con siderable de la población .

21Diario Oficial de la Federación, México, 26 de julio de 1944, 1a. sección, p. 11.

22Ricardo Campos Marín, Alcoholismo, medicina y sociedad en España, 1876-1923, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1997, p. 35-36 (Colección Estudios sobre las Ciencias, 23).

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A sim ism o, los crim in ó lo g o s p osrevolu cion arios subrayaron el vín cu lo entre crim en y alcohol, tanto al m o m en to de su ingesta com o en la descendencia de los bebedores consuetudinarios. José Á n gel C en iceros y Lu is G arrid o, en un estudio sobre el Tutelar de m enores, afirm a ron que m ás de la m ita d de los jóven es in fra c to ­ res que se encontraban internados en esa institución eran heredoalcoh ólicos, es decir, hijos de alcoh ólicos. P o r su parte, Luis Ji­ m én ez de Asúa y A lfo n so Q u iro z C uarón exam inaron, de m anera separada, la in flu en cia que ten ían la eb ried ad y el alcoh olism o cró n ico en la crim in alid ad y llega ro n a con clusiones semejantes: las bebidas em briagantes constituían un fa c to r crim in ó gen o de con sid era ción .23 D e acuerdo con in vestigacion es realizadas p o r José G ó m e z R obleda, B en jam ín A rgüelles y Q u iro z Cuarón, las estadísticas m ostraban que factores com o la ingesta de bebidas, la p rodu cción de pulque y de cerveza así com o el nú m ero de cantinas y pulqu e­ rías tenían una relación directam ente p roporcion al con los delitos de sangre.24 Sin em bargo, no se m en cion aba nada respecto a otros establecim ientos com o cabarets o salones de baile. Otros autores con sideraban que los “centros de v ic io ” en g e ­ neral resultaban peligrosos para la sociedad. R a m ó n Prida afirm ó que la m a yo ría de los delitos se fragu aban en “tabernas, cantinas, pulquerías y cabarets” .25 P o r su parte, Fran cisco V alen cia R an gel fue en fático en cuanto a los p eligros que acechaban a los jóven es que asistían a las academ ias de baile: “in divid u os m u y en cam i­ nados en el v ic io y el m a l v iv ir” los con du cían a la bebida, a la droga, a los delitos y, en el caso de las m ujeres, a la prostitu ción .26 23Véanse Luis Jiménez de Asúa, “Alcoholismo y criminalidad”, Criminalia. Revista de Sociología Criminal, Academia Mexicana de Ciencias Penales, México, año V II , abril de 1941, p. 471-479; y Alfonso Quiroz Cuarón, “Alcoholismo y delincuencia” , Criminalia. Revista de Sociología Criminal, Academia Mexica­ na de Ciencias Penales, México, año V II , n. 8, octubre de 1941, p. 485. 24Véase Alfonso Quiroz Cuarón, José Gómez Robleda y Benjamín Argüe­ lles Medina, Tendencia y ritmo de la criminalidad en México, D. F., México, Instituto de Investigaciones Estadísticas, 1939, p. 131. 25Ramón Prida, La criminalidad en México en los últimos años, México, Cultura, 1933, p. 720. 26 Francisco Valencia Rangel, El crimen, el hombre y el medio. Principios de geografía criminal para la República Mexicana, México, Cicerón, 1938, p. 211.

XI L o s c rim in ó lo g o s con sid era b a n qu e p ara dism in u ir, y a la larga erradicar, el a lcoh olism o y los vicio s era necesario m ejo ra r las con d icion es de v id a de las clases bajas, p rop orcion a rles v i­ vien d a s d ign as y c o n s tru ir b ib lio te c a s , cen tro s de cu ltu ra y d ep ortivos d on de pud ieran recrearse de m an era sana en v e z de con cu rrir a las cantinas, pulquerías y cabarets que abundaban en los b arrios populosos. C en iceros opin aba incluso que las au­ toridades debían lim ita r la apertura de “tabernas" — para su even­ tual d esaparición — y restrin gir la venta de bebidas em briagantes sólo a botellas cerradas.27 A n te el aum ento de los “centros de v ic io ” a p rin cip ios de la década de 1940, los crim in ó lo g o s o fre c ie ro n diversas ex p lic a c io ­ nes. C eniceros con sideraba que se d eb ía al “d esqu iciam ien to de la vid a m o d ern a” y al d eb ilitam ien to de los frenos m orales, situa­ c ió n que se observaba no sólo en M é x ic o sino en to d o el m u ndo a causa de la guerra. Q u iro z C u arón insistía en que las clases bajas se refu giab an en las cantinas y los cabarets deb ido a las con dicion es m iserables de su existencia, m ien tras que G ó m e z R o b le d a cuestion aba el supuesto “au ge" del vicio , pues el alcoh olism o, las toxicom an ías y la p rostitu ción siem pre h abían existido, aunque coin cid ía con Q u iro z en que buena parte del p ro b lem a se d eb ía a la necesidad de los obreros de eva d ir su dura realidad.

M ujeres citadinas, ¿tan cerca del v ic io , tan lejos de la virtu d ?: la v isión de los "p rofa n os” Un chofer patibulario Retuerce a una mesera entre los brazos, Dibujando un danzón Con cada ritmo subrayado Por los gritos de un ebrio saxofón. Luis Octavio Madero, “Cantina” 28 27 José Ángel Ceniceros, El problema social de la insalubridad, México, Botas, 1935, p. 73. 28 Luis Octavio Madero, “Cantina”, Alerta, México, D. F., año I , n. 2, mayo y junio de 1930, p. 20.

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A la p ar del discurso “ e sp ecializad o ” que preten d ía ten er un fu n ­ dam en to cien tífico basado en estadísticas e in vestigacion es m é ­ dicas, otros gru pos y actores sociales ta m b ién expresaron su v i­ sión respecto al con sum o de alcoh ol, los bajos fon d os y el vicio p o r diversas vías: publicaciones policíacas, revistas de historietas, el cine y la literatura, entre otros m edios. Las p rim eras revistas policíacas su rgieron durante el Porfiria to a in icia tiva de la p ro p ia c o rp o ra ció n p olicial, que buscaba in fo rm a r a la sociedad sobre sus actividades y o fre c e r a los u n i­ form ad os tem as que les resultaran de u tilidad para el desem peño de sus labores. D urante la R ev o lu c ió n , estas p u b lica cio n es se extinguieron, y sólo volviero n a publicarse hasta la segunda m itad de la década de 1920. Sin em bargo, no lo g ra ro n s ob revivir más allá de los p rim eros d iez o d oce núm eros. Algunas revistas editadas p o r particu lares en la d écada de 1930 — Detectives, Magazine de P o licía — go za ro n de un éxito con ­ siderable y alcan zaron tirajes bastante elevados durante casi toda esa década y la siguiente. Se cara cterizaron p o r p u b lica r im á g e ­ nes sangrientas — fotografías y grabados— , notas sobre crím enes de todas las épocas, relatos detectivescos y reportajes sobre asun­ tos de actualidad. E n las editoriales solían ju stifica r su existencia m an ifestan do que su p ro p ó sito p rin cip al era exp on er al público las “lacras” que aquejaban a la sociedad. E n los artículos que hablaban sobre los cabarets y los salones de baile, siem pre se asociaba a éstos con la p rostitu ción , riñas, escándalos, crím enes de sangre y con sum o de drogas — a tal g ra ­ do que lle gó a afirm arse “no existe cabaret sin d ro ga”— .29 C on frecuencia, las revistas denunciaban que se p erm itiera el acceso a m en ores de edad, esp ecialm en te joven cita s, pues qu edaban expuestas a la sedu cción de “tarzanes” de qu into p atio cuyo ú n i­ co o b jetivo era explotarlas. E n general, la p resencia de m ujeres com o m eseras, profesoras de baile o clientas siem pre fue objeto de duras críticas. Se decía que la m a yoría de ellas eran prostitutas disim uladas que tran sm itían enferm edades venéreas, in citaban

29 Lord Flop, “No existe cabaret sin droga”, Magazine de Policía, México, D. F., año v , n. 297, 11 de septiembre de 1944.

al a lcoh olism o a los h om bres y se en viciab an a sí m ism as a cau­ sa del sistem a de “fich e o ” .30 O tro personaje om n ipresen te en el cabaret y asociado al “c o ­ m ercio carn al” era el “cin tu rita” , con o cid o ta m b ién co m o “tarzá n ” , “ a p a ch e” , “p a d ro te ” , “ ch u lo ” o p ro xen eta. Se le ca ra cte ­ riza b a com o un sujeto “ en vaselin ado” , no n ecesariam en te b ien parecido, pero siem pre verboso, vestido con ro p a llam ativa y, p o r lo general, buen bailarín. De acuerdo con un autor, la m a yoría de los “ chulos” carecía de oficio, p ero m uchos de ellos eran — o h abían sido— ch oferes.31 E n cu alqu ier caso, el cintu rita v iv ía a costa de su m u jer y se d ed icaba a algunas otras actividades d e ­ lictivas: “siem pre es tim ador, fu llero y ra tero ” .32 Las revistas policíacas refería n que los cabarets ta m b ién eran frecuentados p o r gángsters o h am pones de tod a clase. Señalaban que dichos lugares servían co m o re fu gio y centro de operacion es lo m ism o p ara bandas crim in ales de gran escala que p ara la d ro ­ nes de p oca m onta. In clu so lle gó a señalarse que algunas e m ­ pleadas d om ésticas, habitu ales de los salones de baile, solían re ve la r a sus parejas, de m a n era in o cen te o con plen a con scien ­ cia de su c o m p lic id a d , in fo rm a c ió n ú til p ara ro b a r en las casas d on d e lab orab an .33

30Véase Rip-Rip, “El batallón femenino de la muerte”, Detectives. El Mejor Semanario de México, México, año I, n. 30, 25 de abril de 1932, p. 2. 31 Eduardo Delhumeau, “Cuarenta noches con María Magdalena”, Detec­ tives. El Mejor Semanario de México, México, año Iv, n. 196, 11 de mayo de 1936, p. 20. Ignoro la razón por la cual existían prejuicios hacia los sujetos que se desempeñaban como choferes, a quienes casi siempre se mencionaba al hablar sobre la concurrencia de los salones de baile. Un ejemplo de tales prejuicios puede hallarse en el poema citado al principio de este apartado, donde se llama al chofer “patibulario”. 32 J. F. Gutiérrez, “La carrera del cinturita”, Alerta, México, D. F., n. 528, 12 de octubre de 1942, p. 6, 14. También véase Rhub Zelaz Nog [A. González Bhur], “Siluetas de Medianoche”, Alerta, México, D. F., 2a. época, año Ix, n. 506, 4 de mayo de 1942, p. 6. 33 “Lucha contra el vicio”, Excélsior, México, D. F., 31 de octubre, 1a. sec­ ción, p. 4. Esta editorial lamentaba que cada vez existieran menos “criadas de provincia” que se acoplaban a la familia “como un miembro más”, pues habían sido sustituidas por “sirvientas” que se acicalaban y concurrían a los salones de baile “siguiendo el ejemplo [...] de muchas de sus patronas, aunque el sitio del rendez-vous sea bien distinto, sobre todo en el precio”.

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A dem ás de las revistas policíacas, en la década de 1940 g o z a ­ ro n de gran p op u la rid ad los llam ados “p ep in es” o “revistas de m o n ito s” , es decir, revistas con historietas tanto cóm icas com o dram áticas. E n un p rin cip io , estas publicacion es estaban d irig i­ das a niños y jóvenes, pero p oco a p oco se en focaron en los lecto­ res adultos. Varias de las tramas seriadas abordaron el tem a de la m uchacha inocente que daba un “m al paso” — p o r ligereza o in ge­ nuidad— , term in aba en las garras de un h om b re m alvado y se volvía cabaretera. E n una de ellas, titulada D a n cin g, se alertaba a los padres de fam ilia sobre los peligros que acechaban a sus hijos en los salones de baile, donde “la juventud m alaconsejada h a[cía] su carrera de crim en y m alvivencia” .34 A l igual que en las revistas policíacas, en los pepines las “tabernas” , las cervecerías y los billares se represen taron co m o lugares donde se reunían lo m ism o los gángsters de barrio que la “flo r y nata de los vagos y m alvivientes” .35 Las desventuras que p ad ecían las m u jeres de “ ojeras p ro fu n ­ das” ta m b ién fu e ro n recurrentes en la literatura. A pesar de que los cabarets eran sitios de esp arcim ien to, se les caracterizab a co m o lugares som bríos “ d on de se d a [b a n ] cita la calum nia, la m entira, la traición, se aten ta[ba] contra la vid a hum ana en riñas y escándalos [y ] se fragu a[b an ] d elitos” , según R o g e lio B a rriga Rivas, au tor de R ío h u m a n o .36 D escripcion es sem ejantes del ca­ b aret se encuentran en otras novelas del p erio d o , co m o Rosa de cabaret, donde se le represen ta co m o un á m b ito de p rostitu ción p ero ta m b ién c o m o un esp acio p e lig ro s o : en una m esa están sentados “tipajos de h am p on es” ; en otra, “un puñado de carne de p ared ón ” .37 E n las tram as de la novelas, las m ujeres jóven es p od ía n “p e ­ ligra r” con sólo p o n e r un p ie en el cabaret. Ya en 1927, el escritor M aria n o A zu ela ad vertía de los p eligros que acechaban a las chi34Pepín fue el nombre de la revista de historietas más popular de la épo­ ca, por lo que se adoptó como nombre genérico para ese tipo de publicaciones, tales como Chamaco, Paquín y Paquito. Pepín, México, n. 4061, 2 de mayo de 1950, p. 3. 35Pepín, México, n. 2728, 5 de septiembre de 1946, p. 12. 36 Rogelio Barriga Rivas, Río humano, México, Botas, 1949, p. 189. 37Juan Francisco Vereo Guzmán, Rosa de cabaret, México, Antorcha, [s. f.], p. 28-29.

cas provincianas. Cristina, p erson aje de La luciérnaga, com ien za a trab ajar co m o m eca n óg ra fa p ara ayudar a su fam ilia. Lu ego, ante la in su ficiencia de su sueldo, se ded ica a re a liza r pequeñas estafas en su oficina. Finalm ente, se vuelve asidua de los cabarets, se prostituye y term in a m u erta en un “ centro de p erd ic ió n ” .38 Rosa de cabaret, de Juan F ra n cisco V ereo G u zm án , es una n ovela p oco con o cid a pero interesante, pues en su tram a apare­ cen buena parte de los tóp icos que p osteriorm en te el m elo d ra m a cab aretil cin e m a to grá fic o exp lotaría. E n unas pocas líneas, el au tor sin tetizó el d ram a de R osa, la protagon ista, que fu e el de m uchos otros personajes del cine y la literatu ra de las décadas de 1930 y 1940: “huérfana, arrim ada, pob re, cuartujo vecin dero, seducción inevitable, un h om bre fatal, 'cuesta abajo en la rodada' y el cabaret, que es, en cierto m odo, la catedral de la prostitución” .39 N o obstante su “m a la v id a ” , R o s a p reserva el resto de sus virtudes. E n contra de su voluntad, se ve in volu cra d a en el cri­ m en, pues “T orru co” , su padrote, adem ás de explotarla, fo rm a parte de una b an da de ladron es. R osa tien e la p o s ib ilid a d de “regenerarse” gracias al a m o r de un h om b re bueno, pero el “h am ­ pa” no p erd on a y R osa term in a asesinada p o r el tem ib le “G o rra p rieta” , cóm p lice de su antiguo proxeneta. E n el cine, el gén ero “cab aretil” g o z ó de gran auge a p a rtir de la década de 1940. Y a en 1937, la cinta La m ancha de sangre p re ­ sentaba un v ívid o retrato del am bien te de los cabarets de barrio: m ujeres fichando, riñas circunstanciales de ebrios — y ebrias— y un p ar de ladrones que planea sus p róxim os golpes al ca lo r de las copas. Sin em bargo, a d iferen cia de lo sucedido en m uchas otras cintas, en La m ancha de sangre no se hacen explícitos los m otivos que o rilla ro n a la protagonista, Cam elia, a trabajar en el cabaret. E n cualquier caso, ella es una buena m u jer explotada p o r el p roxen eta Gastón, qu ien representa el m o d elo de p adrote per­ verso que será recurrente en películas posteriores del m ism o cor­ te — L ed o , el Tuerto, en Ustedes los ric o s ; Paco, en Salón M é x ic o ;

38 Mariano Azuela, La luciérnaga, en Obras completas, 3a. reimpr., t. I , México, Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 645. 39 Juan Francisco Vereo Guzmán, Rosa de cabaret..., p. 64.

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y R o d o lfo , en V íctim a s del p ecad o— : v iv id o r y m a fioso in vo lu ­ crado en diversos delitos, com o com praven ta de “chueco” y robos de alto calibre. De este m o d o, se advierte que las m ujeres que trabajaban en cabarets eran vistas com o “víctim as” . N o obstante, ta m b ién es posible advertir que pocas veces se analizaban todas las aristas del problem a. S olía aludirse a la m argin ación social que sufrían las mujeres que perdían su “honra” , pero no se hablaba de las desigual­ dades entre hom bres y m ujeres en el ám bito laboral, las cuales se traducían en m enores oportun idades y bajos sueldos para ellas.40 L a d o cto ra M a tild e R o d ríg u e z Cabo rep o rtab a en 1937 que el 12% de los varones que trabajaban p ercib ía un salario m ensual de 250 pesos, m ientras que sólo el 2% de las m ujeres trabajadoras recib ía esa cantidad,41 m uchas de ellas siendo el p rin cip al — o incluso ú n ico— sostén de su fam ilia. Esta situación se reflejó con tintes m elodram áticos en el cine. E n Salón M é x ico (1948), la p rotagon ista no sólo ficha, sino que ta m b ién ro b a con tal de pagar los estudios de su h erm an a en una escuela particular. A lg o sem ejante se observa en D is tin to am ane­ cer (1943), d on de la p rotagon ista debe hacerse cargo de su espo­ so enferm o y de su herm ano m en or de edad. Ella, ante los aprem ios e co n ó m ico s , d ec id e tra b a ja r en un ca b a ret tras n o c o n s eg u ir un em p leo “ d ecen te” y b ien rem u n erad o pese a con tar con estu­ dios universitarios. A pesar de la “ com p ren sión ” h acia las cabareteras, in va ria­ blem en te se les asociaba a la p rostitu ción y se criticab a su acción

40 Martha Santillán refiere que, para la década de 1940, una empleada do­ méstica “bien pagada” percibía 50 pesos mensuales, en tanto que una obrera de una fábrica de veladoras ganaba dos pesos diarios. Una prostituta podía obtener hasta diez pesos por jornada; una mesera-fichera, entre uno y tres pesos diarios. Martha Santillán Esqueda, Delincuencia femenina. Representación, prácticas y negociación judicial. Distrito Federal (1940-1954), tesis de doctorado en Historia, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2013, p. 131. 41 Citado en Susie S. Porter, “Espacios burocráticos, normas de femineidad e identidad de la clase media en México durante la década de 1930”, en María Teresa Fernández Aceves, Carmen Ramos Escandón y Susie S. Porter (coords.), Orden social e identidad de género. México, siglos xixy xx, México, Universidad de Guadalajara/Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropo­ logía Social, 2006, p. 196.

XI p ern icio sa sobre la sociedad: exh ib ían su cuerpo, con tribu ían tanto al alco h olism o de los h om bres com o a la p o b re za en los hogares de éstos y con tagiaban enferm edades que luego se trans­ m itirían a m ujeres honestas y m enores indefensos. E n ocasiones, incluso se les acusó de ro b a r a p arroqu ian os ingenuos, de sedu­ cirlos con atenciones, caricias y bebidas alcoh ólicas para luego despojarlos de sus perten en cias.42 L os proxenetas, p o r o tro lado, eran reprob ad os no tanto p o r el daño que p od ían causar a las m ujeres que explotaban, sino p o r no ser m iem b ro s p rodu ctivos de la sociedad — en virtu d de que se d ed icaban a la vagan cia o a la delincuencia. E n contraste con las m ú ltiples represen tacion es negativas de los cabarets de barriada, el cronista de la ciudad S a lva d o r N o v o o fre c ió una p erspectiva m enos estigm atizadora. N o v o con sid e­ raba que, al igu al que lo h acían los pudientes, las clases trab aja­ doras ten ían derech o a buscar esp arcim ien to a través d el baile. D e acuerdo con él, aunque era cierta la p osib ilid a d de que algu ­ nos cabarets de b arrio “ degen eraran en antros” d on de ocu rrían “excesos y crím en es” , éstos “ con stitu irían la excep ción ” .43 Si b ien cada una de las fuentes hasta aquí analizadas pudo h aber ten ido un p rop ósito d iferente — las revistas policíacas, “d e­ nunciar” ; el cine y los pepines, entretener— , sus representaciones

42Si bien las notas sobre este tipo de delitos fueron escasas en la prensa, en 1940 aparecieron dos con algunos meses de diferencia. En noviembre de 1940, El Nacional dio cuenta del asalto que sufrió un ingeniero, “que pasaba horas de efímero y peligroso placer”, en el cabaret Frontera. En dicha nota se refirió también que dos meseras del cabaret Atzimba despojaron de 1500 pesos a un cliente. “Los cabarets de barrio son peligrosos en esta metrópoli”, El Na­ cional, México, D. F., 2 de noviembre de 1940, 2a. sección, p. 1. Ocho meses antes, El Universal dio a conocer el caso de unos turistas de Querétaro que entraron al cabaret Las Canoas, en la calle Soledad, donde la cabaretera María Hernández les robó dinero. Un presunto policía secreto los hizo salir del caba­ ret para auxiliarlos, pero en vez de eso fueron nuevamente asaltados por otros hombres. Finalmente, la policía pasó por el sitio y logró aprehender a uno de los delincuentes y a la cabaretera. “Parranda que termina en asalto”, El Univer­ sal, México, D. F., 14 de marzo de 1940, 2a. sección, p. 1, 8. Se advierte que los tres cabarets eran “de barrio”. 43 Salvador Novo, Nueva grandeza mexicana, 2a. ed., México, Consejo Na­ cional para la Cultura y las Artes/Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1999, p. 48 (Colección Cien de México).

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de la vid a n octurn a con trib u yeron a d ifu n d ir y ge n era liza r una im a gen oscura de la vid a n octurn a y de los “bajos fon d o s” . Sus narrativas pueden resum irse en la sentencia que Luis M acías le espeta a Yolan da, la prostituta arrep en tida de ¿Q ué te ha dado esa m ujer?: “N a d a bueno deja la vid a de los cabarets” .44

Unos cuantos “p iq u e tito s ”: casos crim inales [...] es posible pensar que si en los cabarets ele­ gantes no se registran crímenes, ni nadie mata a nadie, sea porque —como ya lo descubrió Wilde en un doloroso De profundis desde su cárcel de Reading— "The coward does it with a kiss, the brave man with a sword”. Y a los de barrio sólo concurren los valientes. Salvador Novo, Nueva grandeza mexicana.45 Todas las vision es — especializadas o profan as— co in c id ie ro n en vin cu la r los bajos fon d os con el crim en y el vicio. P o r tal m otivo, en este apartado se an aliza una serie de casos crim in ales que o cu rriero n en cabarets, cervecerías o salones de baile. De este m od o, a través de notas period ísticas y expedientes judiciales, será p osib le co n o c er cuáles fu eron las causas de los delitos así com o algunas especificidades sobre los actores que in tervin ieron en ellos, ya fuera com o víctim as o com o victim arios. D e m anera constante, la prensa destacó los “m ales” que con ­ llevaba la existencia de “ centros de v ic io ” . E n 1929, E l G ráfico y 44 Esta cinta, a pesar de su tono ligero, muestra los prejuicios hacia las mujeres de la “vida galante”. A la prostituta Yolanda (Carmen Montejo) en di­ versas ocasiones se le llama “ave de paso”, “perdida”, “mujerzuela” y “vagabun­ da”. Ella misma se considera una “basura” por lo “bajo” que ha caído. Antes de encontrar a Pedro Chávez (Pedro Infante), frecuenta “malas compañías”, ham­ pones y “pájaros de cuenta”. Pedro decide ayudarla a “rehacer su vida” por el camino honrado y termina enamorándose de ella. Luis Macías (Luis Aguilar) intenta convencer a Pedro, su amigo, de que la olvide, porque el pasado y sus múltiples “conocidos” no les permitirían ser felices. Pedro, resignado, le con­ cede la razón: “El pasado, mal que bien, se olvida, pero los conocidos, pues ¿cuándo?”. 45 Salvador Novo, Nueva grandeza mexicana. , p. 48. La cita proviene de “La balada de la cárcel de Reading”, de Oscar Wilde.

XI E l N a c io n a l rea liza ro n una “ cam pañ a” con tra los cabarets y las academ ias de baile, esa “m e zc la de tabernas y prostíbu los” .46 E n 1940, E x c é ls io r a firm ó en una e d ito r ia l que “ en estos cabaretuchos se a lb e rg a [b a ] la h ez de nuestro p u eb lo” ,47 y a p a rtir de octubre de 1943 publicó prácticam ente todos los días alguna nota relacion a d a con el “ aum ento d el v ic io ” en la capital. E ste p e rió ­ dico, de ten den cia conservadora, se au top roclam ó “p o rta v o z del p ú b lico ” para e x ig ir a las autoridades que tom aran m edidas para refren ar tal situación.48 L a m a y o ría de los casos que se exam in an a con tin u ación fu e­ ro n “ delitos de sangre” , es decir, riñas, lesiones u h om icid ios. N o debe sorpren der este sesgo, pues en las secciones de n ota ro ja los p erió d ico s o frec ía n n oticias que llam aran la aten ción de sus le c ­ tores. Si b ien las colu m n as p rin cip ales se reservaban p ara los grandes tem as del m o m en to , las notas sobre personas a lc o h o li­ zadas que com etían un d elito — m uchas veces en cantinas, pul­ querías o cabarets— eran bastante frecuentes. E x cé ls io r lle gó a asegurar respecto a los cabarets de b arrio que “no p asa[b a] una semana, dentro de un cálculo con servador de p robabilidades, sin que [h u b iera] un hecho de sangre en estos p ros tíb u lo s ” .49 E n o ca­ siones, los d elitos p o d ía n ten er m o tivo s sim ples, al m en os en aparien cia. C on su elo P a tiñ o b eb ía en un exp en d io de cerveza cuando su am asio in ten tó llevársela, a lo que ella resp on d ió con un n avaja zo.50 E n otra cervecería, una “brava clien te” reaccion ó de m a n era sem ejan te cuando el dueño le im p id ió bailar.51 N o obstante, las notas de E x cé ls io r sólo rep rod u cen la versió n de los

46 “Se combatirá el vicio en los cabarets”, El Universal Gráfico, México, D. F., 20 de octubre de 1929, p. 2. 47 “Dos pesas y dos medidas”, Excélsior, México, D. F., 16 de agosto de 1940, 1a. sección, p. 5. 48 “Las autoridades han coordinado su campaña contra la explotación del vicio en México”, Excélsior, México, D. F., 30 de noviembre de 1943, 1a. sección, p. 1. 49Las cursivas son mías. “Dos pesas y dos medidas”, Excélsior, México, D. F., 16 de agosto de 1940, 1a. sección, p. 5. 50 “Quiso sacarla de la taberna y fue herido”, Excélsior, México, D. F., 9 de noviembre de 1943, 2a. sección, p. 12. 51 “Lo hirió porque no la dejó quebailara”, Excélsior, México, D. F., 8 de noviembre de 1943, 2a. sección, p. 1.

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ofen did os, p o r lo que se ign o ra si ésas fu eron las únicas razones de las m ujeres para herirlos. Las riñas pod ían originarse p o r m u y diversas circunstancias, aunque los diarios a veces las calificaban sim plem ente de “vulgares reyertas” entre ebrios. E n n oviem b re de 1943, E l N a cion a l reportó un h o m icid io ocu rrid o al in te rio r de una “tabern a” . De acuerdo con la declaración del acusado, An ton io C arrillo, en el lugar surgió una riña en la que p articiparon varios hom bres y mujeres. A l salir del establecim iento para continuar peleando — costum bre bastan­ te gen eralizada— , él in tercam b ió “b ofeton es” con un sujeto de n om bre Estanislao G allardo hasta que finalm ente sacó un puñal e h irió en el pech o a su contrincante, causándole la m uerte.52 L a n ota no o frece m ás detalles sobre las causas de esta riña que te rm in ó en asesinato. N u m ero s o s exp ed ien tes ju d ic ia le s abiertos p o r riñas m u estran una d in á m ica sem ejante, pues al calo r de las copas solían decirse agravios o injurias que o fen d ía n el h o n o r de otra persona, qu ien p od ía h aber sido un descon ocid o pero ta m b ién un am igo o pariente. Adem ás, los acom pañantes solían in volu crarse en la contienda, lo cual aum entaba el n ú m e­ ro de lesionados. Esa situ ación le o cu rrió a Faustino R o d ríg u e z Sada, quien intentaba pasar un rato de esparcim ien to y term in ó con un golpe en la cabeza. C om ercian te o rigin ario de M onterrey, d ecidió beb er unas copas acom p añ ad o de una m esera en el cabaret Chop Suey. L a m u jer com en zó a b a ila r con o tro sujeto; R od rígu ez, m olesto, se n egó a p aga r la cuenta hasta que ella dejara de b ailar “con ese p ad ro te” . E l alu dido lo am en azó, le d ijo una exp resión in ju riosa relativa a su m adre y lu ego le d io un b otellazo. L os acom p añ an ­ tes de R o d ríg u ez arm aron bulla, p o r lo que un m esero in tervin o para calm a r los ánim os, p ero en la con fu sión re cib ió un go lp e en la cara. E l caso no pasó a m ayores, pues el m esero qu ed ó lib re p o r falta de m éritos, m ientras que R od rígu ez Sada regresó a M o n ­ terrey y se sustrajo de la a cción de la ju sticia.53

52“Bajo la sanción de los códigos. Un muerto fue el resultado de una riña”, El Nacional, México, D. F., 10 de noviembre de 1943, 2a. sección, p. 4. 53AGN , Fondo Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, caja 2617, f. 544053. En Hasta no verte, Jesús mío, la protagonista, Jesusa Palancares,

XI E n este caso, el h o n o r de dos h om bres se v io o fen d id o. Faus­ tin o R o d ríg u e z asum ía que el h ech o de com p ra rle copas a la m esera y beberlas con ella le daba d erech o a con trolarla, de ahí que con siderara que no estaba en o b lig a c ió n de p aga r su consu­ m o cuando la m u jer in frin g ió la d in á m ica habitu al al b a ila r con otro. E l h om b re al que R o d ríg u ez llam ó “p ad ro te” no rin d ió d e­ claración , p o r lo que se ig n o ra su versió n de los hechos, p ero resulta in du dable que el ad jetivo le p areció in ju rioso, así com o la actitud de qu ien le lla m ó de tal form a. N o era extraño que dos clientes se disputaran a golpes el am or o las atenciones de una “ cabaretera” . S in em bargo, los “hechos de sangre” no siem pre o bed ecían a riñas. E n ocasiones, los “amasios” de las m eseras, en un arran qu e de celos, a g red ía n a los h om bres que b ailab an con ellas, incluso sin m ed ia r p alabra de p o r m ed io. A lfre d o C havarín b ailaba en el cabaret E l U ruguayo cuando un sujeto ap odad o “E l C h arrasqu eado” , am asio de su p areja de baile y con siderado el “te rro r del ru m b o ” , le hundió varias veces el puñal en el vientre. P robablem en te para evitar líos ju diciales, el dueño o encargado del cabaret h izo que sacaran al h erid o y lo llevaran lejos. Cuando la C ruz V erde lo reco gió , nada p od ía hacerse para curarlo y m u rió .54 Estos crím enes obedecían , m ás allá de los celos, a la p ercep ­ c ió n de la m u jer co m o p ro p ied a d del varón. E l baile p ro p iciab a la cercan ía física, lo que d eb ió despertar los celos de los agreso­ res a pesar de que las m eseras de los cabarets de segunda cate­ g o ría solían b ailar con los clientes co m o parte de sus labores. E l sim p le h ech o de v e r a la m u jer aco m p añ ad a de o tro h o m b re p od ía ser causa de serias desavenencias. A sí sucedió cuando el p o lic ía V íc to r G arcía in vitó a la m esera Josefina Zagal, con la que

relata una escena similar. Ella trabajaba como mesera en un salón de baile, donde un hombre llamado Carlos le exigía que, en cuanto lo viera llegar al es­ tablecimiento, dejara de lado sus demás ocupaciones y lo atendiera. El día que Jesusa lo ignoró y empezó a bailar con otro sujeto, Carlos sacó un cuchillo de entre sus ropas y lo amenazó, aunque el pleito no tuvo consecuencias gracias a la intervención de Jesusa. Elena Poniatowska, Hasta no verte, Jesús mío, México, Era, 2013, p. 190. 54 “Nadie sabe cómo fue herido de muerte un muchacho”, Excélsior, México, D. F., 3 de marzo de 1944, 2a. sección, p. 1.

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h abía estado b eb ien d o copas en la “cantina-cabaret” L a Lucha, a to m a r “h ojas” en un puesto cercan o ju n to con otros am igos. A l v o lv e r al cabaret, salieron dos personas. U n a de ellas era M an u el Carranza, quien abofeteó a la m u jer y golp eó a sus acompañantes. L a riñ a se h izo gen era liza d a , p o r e llo n ad ie p u d o d efin ir con exactitud qu ién go lp eó a quién. Josefina declararía que Carranza h abía sido “ su q u erid o ” y que p ara defen d erse de la agresión de éste ella le había dado “un p iq u etito ” con un lim p iaú ñ as.55 T am b ién las m ujeres eran víctim as de sus parejas sen tim en ­ tales. C uando E n riqu e Juárez v io a su am ante, Agustin a C orona, b eb ien d o copas con varios clientes, c o m en zó a discutir con uno de ellos, lle gó a las m anos con él y finalm en te sacó su navaja. C om o Agustin a se interpuso, Juárez le asestó tres puñaladas. L a n ota resaltó que no fue p o r accidente, sino de m an era “in te n cio ­ n al” p o r d efen d er al clien te.56 E n el caso de Consuelo Torres, la v io le n cia era un elem en to habitual de la re la c ió n con su am ante, un p o lic ía que la go lp ea b a constantem ente p o r celos. C ierta n o ­ che riñ ero n p o r un m o tiv o m e n o r — él se m olestó porqu e tuvo que esperarla un p o c o m ás del tiem p o acostu m brado— ; la dis­ cusión term in ó sólo hasta que él le disparó con su p istola.57 N o obstante, los h om bres no eran los únicos que p od ía n ac­ tuar “bajo el im p erio de los celos” . Josefina C ruz N a ra n jo aceptó una in v ita c ió n p ara to m a r cerveza, sin im a g in a r que p o r ello term in aría lesionada. M ientras cam inaba p o r la calle de D octor E razo, en co n tró a un a m igo que la c o n v id ó a en trar al S alón Sandino. A m b o s p id ie ro n un vaso de cerveza, p ero la m esera Francisca Claris, en lu gar de llevarles la bebida, sacó una navaja e h irió con ella a Josefina en la cara y en los brazos, d icién d ole que “ella no p erm itía que se burlaran y le quitaran a sus am antes” .

55AGN , Fondo Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, caja 2830, f. 460307. Parece que, efectivamente, la herida que le causó Josefina a Manuel Carranza debió ser mínima, pues en el expediente no se consignó que éste presentara lesiones. 56“Cabaretera herida y muerta por su hombre”, Excélsior, México, D. F., 19 de junio de 1935, 1a. sección, p. 9. 57“Otra tragedia por celos”, Excélsior, México, D. F., 18 de mayo de 1940, 2a. sección, p. 1.

XI Probablem en te Claris p ercib ió la presencia de Josefina com o una p ro vo c a c ió n y com o un agravio a su d ign id a d .58 E n una ép oca en que las “m atad oras” ocu paban las prim eras planas de los d iarios — finales de la década de 1920 y p rin cipios de la de 1930— , la m esera E stela G o n zá le z h irió con una navaja al p o lic ía E rn esto P a lom equ e a las afueras del cabaret Bism arck. E l acta con sign ó que “era un sim ple piqu etito [...] pero le penetró hasta las vísceras” . P a lo m e q u e alca n zó a d en u n ciarla c o n un gen darm e que h acía gu ardia cerca d el cabaret. Cuando éste se disp on ía a ap reh en d er a Estela, ella no opuso resistencia y con ­ fesó su culpa: “ Sí, deténgam e p orqu e he m atado al h om bre al que qu iero con tod a m i alm a” .59 L a n ota no abunda m ás en cuanto a las razon es concretas que p ro p ic ia ro n la agresión o el m o tivo de los celos de la mujer. L a con viven cia cotid ia n a que se creaba entre las m ujeres al in te rio r de los cabarets ta m b ién p od ía p ro vo c a r friccion es. C on ­ cepción Valdés y R osa H ernández, m eseras del cabaret Agua Azul, se consideraban grandes amigas. Sin em bargo, un día, m ientras se d irigía n a una cervecería a b ord o de un taxi lu ego de su jo rn ad a de trabajo, Valdés le d io un b alazo en el estóm ago a H ern án dez, qu ien lu e go d ecla ró a las au torid ad es “la N e g r a [V a ld é s] m e p e g ó ” . E x cé ls io r calificab a a la presunta culpable co m o “m u jer de p elo en p e c h o ” .60 C on frecu en cia , la p ren sa u tiliza b a este ad jetivo para d esign ar a m ujeres que no se com p ortab an con fo r­ m e a los p arám etros de lo fem e n in o que p red o m in a b a n en la época, sobre tod o a las que se veían involu cradas en riñas u otros delitos, lo que subrayaba la “v irilid a d ” de la a cción .61 Las rencillas p od ían v en ir de tiem p o atrás, p ero las riñas se desataban p o r causas en ap arien cia nim ias, co m o un em pujón,

58 “Una linda muchacha víctima de la aventura que fue trágica”, El Nacio­ nal, México, D. F., 20 de abril de 1931, 2a. sección, p. 1. 59 “Doloroso descenso. De dama a mesera”, El Universal, México, D. F., 19 de enero de 1930, 2a. sección, p. 1. 60 “Tiros entre cabareteras”, Excélsior, México, D. F., 6 de marzo de 1936, 2a. sección, p. 5. 61 Al respecto, véase Martha Santillán Esqueda, Delincuencia femenina... , p. 78.

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una m ira d a h ostil o algún com en ta rio áspero.62 C on cep ción Á v i­ la y C ristina B arrera, am bas m eseras del cabaret Clave Azul, se acusaron m utuam ente de haberse h erido durante una pelea. Cada una alegaba que la otra había in iciado la con frontación. De acuer­ do con C on cep ción , C ristina la in ju rió sin m o tiv o alguno y ella le respon dió. Am bas “ se d ijero n lo que vu lgarm ente se con oce p o r 'm entarse la m adre' ” 63 y c om en za ro n los golpes. Otras m u ­ jeres se u n ieron a la trifu lca, p rob a b lem en te para ap oyar a C on ­ cepción. L o s m eseros del lu gar las separaron y la calm a regresó, pero sólo p o r un rato, pues cuando C o n cep ció n y su com pañ era Julia salieron Cristina las esperaba para v o lv e r a pelear. E n m edio del in tercam b io de golpes, C ristina las h irió con una navaja que llevaba, aunque ella no qu edó in dem n e, pues resultó con varias contusiones y una m ord ed u ra en el dedo índice. C ristina B a rrera o fre c ió una versió n de los hechos bastante sim ilar; sin em bargo, alegó que la p ro vo c a d o ra h abía sido C on ­ cepción, quien, al verla d ep artir con un “clien te o am ante suyo” , le gritó que “ era una 'agach on a' que estaba con su q u erid o ” .64 Am bas estaban interesadas en d em ostrar que no h abían sido las causantes de la riña, pues el provocador/agresor recib ía una san­ ción m a y o r que el p rovocado/ agredido.65 Se ign o ra qué ocu rrió finalm ente, ya que el expedien te se turnó a un ju zga d o de paz d eb id o a la escasa graved ad de las lesion es.66 E n cam bio, el proceso de M a ría del C arm en H ern án d ez Cruz, m esera del cabaret Agu a Azul, duró varios años e incluso llegó a

62En la película La mancha de sangre, una cabaretera cuenta que sólo es­ peraba la ocasión propicia para pelear a golpes con otra mujer. Apenas un par de escenas después, surge la riña entre dos meseras cuando una mira a la pa­ reja de baile de la otra, aunque, por los diálogos, se infiere que tenían disputas desde tiempo atrás. 63AGN , Fondo Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, caja 3819, f. 672915, f. 1. 64Ibidem, f. 2. 65Véase el Libro II, título XIX, capítulo I, artículo 297 del Código Penal de 1931, el cual establece que “si las lesiones fueran inferidas en riña o en duelo, se impondrá al responsable hasta la mitad o hasta cinco sextos de las sanciones señaladas en los artículos que anteceden, según sea el provocado o el provocador”. 66Cuando las lesiones no excedían un plazo de diez días para su curación, los involucrados se turnaban al juzgado de paz, de modo que la sentencia era leve.

XI la Suprem a C orte de Justicia de la N ación . H ern á n d ez fue acusa­ da p o r su com p a ñ era E u la lia B ahen a de h ab erla h erid o en el rostro. E ulalia discutía con M arta Fernández p o r “un disgusto sin im p ortan cia” en el in terio r del cabaret hasta que el dueño las sacó a la calle. L a discusión siguió sin que éstas llegaran a las manos. De pronto, M a ría del Carm en se acercó y, según lo d ich o p o r E u ­ lalia, “le cortó la cara” . Ésta fue la única d eclaración en su contra, pues otros testigos no p u d ieron afirm ar con total certeza que ella hubiera sido la responsable d ebido a la gran cantidad de personas arrem olinadas en torn o a las m ujeres que discutían. L u ego de ser sentenciada a dos años de p risió n — porqu e la cica triz de E u lalia era “p erpetu am ente n otab le” , circunstancia que aum entaba la pen alid ad — , el d efen so r de M a ría d el C arm en solicitó la re vo c a c ió n de la sentencia, ya que le p arecían insufi­ cientes las pruebas para d eclararla responsable del delito, o en su d efecto con ced erle el carácter de con d icio n al a la sanción y red u cir la m u lta de 100 pesos. E n ad ición , presentó dos testim o ­ nios de su buena conducta, pues el ju e z p od ía gradu ar la pena de acuerdo con las circunstancias personales del acusado — ins­ trucción, buena conducta, situación eco n ó m ica — .67 E l ju e z p o ­ nente de la a p elación argu m en tó que los testigos presu m ían que la culpable p od ía ser M a ría del C arm en y que sólo existía una d eclara ción favorab le, la cual no d eb ía ser to m a d a en cuenta p o r p ro ve n ir de su am ante. P o r ú ltim o, con sideró que los testim on ios de buena con d u c­ ta en efecto p od ía n certificarla en el tiem p o an terio r al delito, pero no en cuanto al “m o d o h onesto de v iv ir” de la acusada, pues ésta trab ajab a c o m o “m esera de cab aret” . A p ro p ó s ito de este punto, el ju e z fo rm u ló una d iserta ción acerca de la d iferen cia entre lo “le g a l” y lo “h on esto” . A sí pues, la le y p od ía p erm itir e incluso reglam en ta r el trabajo de m esera de cabaret, pero la h o ­ nestidad no se valorab a según las norm as ju rídicas, sino “en re ­ lación con las norm as de honestidad de la colectivid ad ” . C oncluía

67 El Código Penal de 1931 establecía en el artículo 51 la capacidad de ar­ bitrio de los juzgadores.

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pues el ju e z pon en te que, de acuerdo con “las costum bres m e x i­ canas” , la m u jer que trabajaba en un cabaret era “ deshonesta” . De tal m od o, ante un con cepto — el “m o d o honesto de v iv ir”— cuya d efin ició n era un tanto difusa, el ju e z pon en te echó m ano de las “costum bres m exicanas” para im p o n er su criterio, conside­ rando que la “m esera de cabaret” realizab a actividades “desh o­ nestas” — las cuales, habrá in fe rid o el juez, ib an m ás allá de servir copas— . L os otros dos m iem b ro s de la sala vo ta ro n de m anera unánim e y la sentencia origin a l se ratificó sin p osib ilid a d de con ­ dena con dicion al. N o obstante, M aría del Carm en no se dio p o r vencida. D ecidió so licita r un am paro ante la S u p rem a C orte de Justicia de la N a ­ ción en el que exp on ía el agravio que se le h acía p o r no con ce­ derle la con den a con d icion al. E xp licó que trabajaba co m o cos­ turera en un taller, co m o lo atestiguaban dos com pañeras, pero ta m b ién d efen d ió la m o ra lid a d del em p leo que desem peñaba en el cabaret, p rim ero , p o r v iv ir “en una sociedad sin clases” y, se­ gundo, porqu e los p arroqu ian os no asistían sólo “con finalidades de ob ten er una h em bra, sino p ara un m o m en to de esp arcim ien ­ to, to m a r unas cervezas, b a ila r y deleitarse” .68 Es p robable que su a b o ga d o d efen s o r la acon sejara resp ecto a los argu m en tos que debía esgrim ir. Fin alm en te, obtu vo un nuevo revés cuando la P rim e ra S ala de la C orte a p ro b ó la actu ació n d el T rib u n al S u p erio r de Justicia del D istrito F ed era l y reiteró que “la h on es­ tid ad es un sen tim ien to vin cu la d o y depen d ien te de la m o ra l” , adem ás de que los ám bitos que abarcan la le y y la m o ra lid a d no n ecesariam en te se superponen.69 U n am paro de 1943 suscribió una postura diferente, pues los ju eces d eterm in a ro n que “ el sim p le h ec h o ” de que una m u jer

68AGN , Fondo Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, caja 3158, f. 586754, f. 16r-16v. Véase también “Resolución de la corte”, El Universal, México, D. F., 12 de marzo de 1940, 2a. sección, p. 1. 69Semanario Judicial de la Federación, 5a. época, t. L X III , p. 3006. Amparo penal directo 8013/39. Hernández Cruz María del Carmen. 9 de marzo de 1940. Unanimidad de cuatro votos. Ausente: Alonso Aznar Mendoza. La publicación no menciona el nombre del ponente. Al año siguiente, otra mujer que se des­ empeñaba como mesera de cabaret solicitó un amparo, pero recibió la misma respuesta de parte de la Suprema Corte.

XI prestara sus servicios en un cabaret no im p lica b a p o r fu erza que tu viera “m a la con d u cta” , m ás aún si se tom a b a en cuenta que “la m u jer tiene en algunas ocasiones n ecesid ad de luch ar p ara sub­ sistir” . E sto era vá lid o siem pre y cuando no se dem ostrara que en el cabaret se ejercía “vela d a m en te” la p ro stitu ció n o que la acusada realizab a actividades sexuales com o parte de su la b o r de m esera.70 D esde la década anterior, en la prensa se en fatizó el aspecto “in m o ra l” del trabajo fem en in o en los cabarets. E l Universal refi­ rió que Estela V ázqu ez, la m u jer que h irió al p olicía Palom eque, había sido una “m uchacha de buena fam ilia” que “acabó en m ese­ ra” . De acuerdo con Estela, su n om b re real era L ib rad a Pacheco — pariente del gen eral Carlos Pacheco, im p ortan te fu n cion ario del gabin ete de P o rfirio D íaz— , pero había d ecid id o usar otro n om bre para “dedicarse a la mala vida” . Incluso el título de la nota m ostraba la p ercep ción n egativa que se tenía de las m ujeres que trabajaban en cabarets: “D oloroso descenso. De dam a a m esera” .71 S in em b a rgo, co m o se ve en el caso de M a ría d el C arm en H ern án dez, no todas las m eseras de cabarets o cervecerías con ­ sideraban que su o fic io fuera in m oral, p o r lo que se resistieron a ser tom adas a p r io r i com o prostitutas. E n septiem bre de 1935, se llevó a cabo una redada con tra las “ cantoneras [...] que hacen del a m o r una exp lo ta ció n ” . P o r tal m o tivo , los agentes de la p o ­ lic ía san itaria in sp e cc io n a ro n “ calles de m a la fa m a y cen tros de v ic io ” . C u ando el agen te E n riq u e A rm en ta in gresó a la cervece­ ría Bavaria, las meseras se resistieron a ser llevadas, lo que o c a ­ sion ó que co m en za ra n los fo rce jeo s y los golp es. U n a de ellas, de n o m b re S o fía G arcía, sacó de entre sus m edias una navaja e h irió al agente.72 L a n ota de E x cé ls io r no in d ica si fue aprehen70Semanario Judicial de la Federación, t. L x x v I I , p. 3935. Amparo penal directo 2120/23. Rodríguez Hernández Ángela. 12 de agosto de 1943. Unanimi­ dad de cuatro votos. Ausente: José Rebolledo. La publicación no menciona el nombre del ponente. 71 “Doloroso descenso. De dama a mesera”, El Universal, México, D. F., 19 de enero de 1930, 2a. sección, p. 1. 72 “Agente de la policía sanitaria lesionado con un puñal dentro de una cervecería de la Merced”, Excélsior, México, D. F., 5 de septiembre de 1935, 2a. sección, p. 1, 6.

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d ida — ahora no sólo p o r ser con siderada prostituta, sino p o r ser la presunta agresora de una au toridad— o si con sigu ió escapar y v o lv e r a d esem peñ ar su trabajo en la cervecería.

Consideraciones finales D urante la década de 1920, c om en za ro n a pop u larizarse estable­ cim ien tos d on de los concurrentes p od ían b ailar y beber: los ca­ barets y los salones de baile. Fue ta m b ién en esos años cuando las autoridades em pren d ieron la lucha an tialcoh ólica com o parte del ideario de justicia social revolucionaria, situación que para 1929 derivaría en una fuerte cam paña de p ropagan da contra el consu­ m o de bebidas em briagantes. A través de con feren cias, fo lle to s y p ro gram as radiales, el E stado m exica n o e n fa tizó los m ales que sufrían los alcoh ólicos y su descendencia. De m anera especial, se subrayó el “estrech o” vín cu lo entre el con sum o de bebidas em briagantes y el crim en. P o r consiguiente, en el discurso oficial las cantinas, las pulquerías y los cabarets eran la contraparte de las escuelas, las bibliotecas y los deportivos. C on el fin de redu cir el n úm ero de establecim ientos dedicados a la ven ta de a lco h ol y de regu lar de m an era estricta su fu n cio ­ n am ien to, los go b iern o s locales y el fed era l a p licaro n diversas m ed id as: nuevos im pu estos a las bebidas, crea ció n de nuevos reglam en tos, en d u recim ien to de las n orm ativas e in crem en to a las multas p o r infracciones. P robablem en te esto contribu yó a que el n ú m ero de establecim ientos se m an tu viera a la b aja durante la década de 1930. S ólo hasta 1944 el n ú m ero total de estos n e­ go c io s alcan zó el n ive l que h ab ía ten id o en 1928 — aunque la p ob la ció n de la ciudad era con siderablem ente m a y o r a m ediados de la década de 1940. De los establecim ientos donde se vendían bebidas alcohólicas, los cabarets y los salones de baile fu ero n los que en fren taron m ayores críticas y señalam ientos, pues adem ás del con sum o de a lco h ol la presencia de m ujeres com o m eseras se asoció d irecta­ m en te con el c o m erc io sexual. A p a rtir de la década de 1930 y

XI sobre tod o durante la de 1940 — tras la supresión de la p rostitu ­ ción reglam en tada— , esos giros fu eron evaluados n egativam en ­ te de m anera casi unánim e. Autoridades, crim in ólogos y profanos co in c id ie ro n en describirlos co m o lugares donde p red om in ab an el crim en y los vicio s — alcoh olism o, d rogad icción , prostitución. L a visió n de los especialistas — crim in ólogos y m édicos— p re­ ten dió un equ ilib rio entre el enfoqu e b iolo gicista y el am bientalsocial para explicar las causas y las consecuencias del alcoholism o y el delito. Sin em bargo, los especialistas no estuvieron exentos de in tro d u cir elem entos de ín dole m o ra l en su discurso, tal com o lo h icieron otros actores sociales. E n la década de 1940, varios crim in ó logos op in a ron que la “p ro life ra c ió n del v ic io ” era el re ­ sultado de un “ descenso de la m o ra l” o de un “relajam ien to de los valores” produ cto, p o r un lado, de la m o d ern id ad que el c rec i­ m ien to de la m e tró p o li traía con sigo y, p o r el otro, de la situación de in estabilidad que había creado la guerra a n ivel m undial. Las fuentes profanas — las revistas policíacas, los pepines, la literatu ra y el cin e— o scilaron entre el ton o m elo d ra m á tico y el m oralista. P o r su p ro p ia n aturaleza — especialm en te los tres úl­ tim o s— , exp lota b a n aquellos tó p ico s que se p restaban m ás al d esarrollo de historias con tintes trágicos: m u jeres nobles que se dedicaban a la prostitu ción p o r haber perd id o su honra, padrotes m alvados y crim inales a gran escala — gángsters— que planeaban en las mesas del cabaret asaltos estratosféricos. Todas estas pu­ b licacion es preten d ían den un ciar lo que ocu rría en los bajos fo n ­ dos, p ero ta m b ién “ed ifica r” a los lectores a través de ejem plos para evitar que cayeran en el “fa n g o ” y la p erdición . E l sesgo clasista estuvo siem pre presente. Las tragedias p a­ sionales y las riñas “vulgares” entre ebrios o cu rrían en los “ cabaretu chos” de barrio, a los que con cu rrían “ obreros, choferes, [...] b ravu con es, b u sca p leito s” ;73 p ero rara v e z se h ab ló de lo que ocu rría al in te rio r de los cabarets “elegantes” . L a “cabaretera” era representada, p o r lo general, com o una víctim a de sus circunstancias y de la sociedad y prácticam en te

73 L. F. Bustamante, “El Salón México tiene clases”, Magazine de Policía, n. 17, 25 de abril de 1939.

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considerada una prostituta. N o obstante, rara v e z se h acían p ro ­ puestas concretas para que saliera de su “con d ició n ” . E n 1943, el je fe del D epartam ento de P reven ción S ocial llegó a d eclarar que la m a yoría de las “m enores [de edad] descarriadas” eran “débiles m entales, incapaces, p o r lo tanto, de d ecid ir su suerte sin el au­ x ilio de extraños [en referen cia a los proxen etas]” .74 Sin em bargo, M a ría del C arm en H ern án dez, de 18 años, se m ostró d ecidid a a d efen d er su m ed io de subsistencia — m esera de cabaret— com o un trabajo h onrado dentro de una “ sociedad sin clases” .75 L o s casos crim in ales an a lizad os dan cuenta de un a m p lio aban ico de situaciones que ib an m ás allá de los estereotipos ha­ bituales. E n la m a yoría de los casos, los protagonistas de las riñas fu eron sujetos exaltados p o r el alcohol. A pesar de ello, los “h e­ chos de sangre” no eran p rod u cto ú n icam en te de ánim os cald ea­ dos a causa de la bebida. Casi siem pre había de p o r m ed io ofensas al honor, viejas rencillas o altercados p o r el am or de algún hom bre o alguna mujer. Algunas “cabareteras” fu eron víctim as de sus am antes, m ie n ­ tras que otras h irie ro n a sus parejas p o r celos o p o r disputas. Los expedientes ju d iciales son p articu larm en te ricos en perspectivas — las de víctim as, agresores y testigos— sobre un m ism o hecho. De tal m o d o, las fuentes docum entales p erm iten m a tiza r y dar c om p lejid a d a la “estam pa funesta del M éx ic o n octu rn o” 76 y a la de los bajos fon d o s cap italin os que durante varias décadas autoridades, especialistas y p rofan os se en cargaron de con stru ir y reproducir.

74 Declaraciones del doctor Leopoldo Chávez, jefe del Departamento de Prevención Social, a Luis Spota para Excélsior. Véase “Enormes trabas encuen­ tra la campaña contra el vicio”, Excélsior, México, D. F., 5 de noviembre de 1943, 1a. sección, p. 1, 7. 75 Si bien es cierto que el abogado defensor fue, probablemente, quien redactó la solicitud de amparo, destaca el hecho de que María del Carmen haya insistido en pedir la condena condicional a pesar de lo dilatado del proceso y de que ya había transcurrido casi la mitad del tiempo de la sentencia. 76 Frase publicitaria en el cartel de la película Salón México (1948), dirigi­ da por Emilio “Indio” Fernández.

XI F u e n t e s c o n s u lt a d a s A rch ivos Archivos Económicos de la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada, México ( aebm lt ) Archivo General de la Nación, México ( agn ) Archivo Histórico del Distrito Federal, México ( ahdf ) Archivo Histórico de la Secretaría de Salud y Asistencia, México ( ahssa )

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Kf C A B A R E T E R A S Y P A C H U C O S E N M A G A Z IN E D E P O L IC ÍA Ciudad d e M é x ic o , 1940 G a b r ie l a P u l id o L l a n o Instituto Nacional de Antropología e Historia Dirección de Estudios Históricos

D urante la década de 1940, la ciudad de M éx ic o fue el escenario de la puesta en m arch a de políticas higienistas m oralizantes. Esto p erm itió c o lo c a r a la m e tró p o li co m o gu ía de las estrategias pú­ blicas encam inadas al con tro l social y, a su vez, situarla en un ro l rector, com o un “ ejem p lo a segu ir” para el resto de las grandes ciudades a lo la rgo del territo rio. L os efectos de estas p olíticas se v ie ro n en la “lim p ie z a ” de las calles, en p articu lar las de la zon a centro y el futuro Paseo de la R efo rm a . U na de las caras de dicha “lim p ie z a ” con sistió en to m a r las m edidas adm inistrativas n ece­ sarias p ara el m a n ejo de la p rostitu ción callejera, y dado que los cabarets y los salones de b aile eran escenarios id ón eos para las prácticas relacionadas con la p rostitu ción , los go b iern o s de la ciudad de M éx ic o op taron p o r ten er una v igila n c ia m ás estricta en la apertura de esta clase de estab lecim ientos. P o r otro lado, la prensa en el M éx ic o del siglo x x no fue ajena a las in ten cion es m ora lizan tes y educativas d el p ro p io Estado p osrevo lu cio n a rio . L o s m edios de com u n ica ció n fu eron las h e­ rram ientas más accesibles para enseñar a la p ob lació n los valores patrios y m odern os, siendo la prensa ro ja un m ecan ism o ideal p o r su bajo p recio y sus discursos m oralizan tes. E n este proceso y en el con texto señalado brevem en te, e m ergen las figuras del “p ach u co” y la “ cabaretera” . Durante los años estudiados, la prostitución fue objeto del es­ crutinio público de m anera constante en la m etróp oli mexicana. Legisladores, periodistas, publicistas y voces en otros m edios plas­ m aron la p olém ica que el tem a suscitó. Este asunto quedó inscrito

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en la cam paña de “higiene m oral” que fue eje del discurso de las autoridades capitalinas. Entre prohibiciones y aperturas y siguien­ do la frecuencia de la polém ica, las prostitutas debieron m udar sus escenarios. El cabaret fue uno de ellos, y fuentes de naturaleza m uy diversa ofrecen la posibilidad de rastrear sus prácticas, discursos, prejuicios y estereotipos, además de sus cambios. P o r tratarse de un colectivo en el que p revaleció el analfabetis­ m o, no hay escritos redactados p o r las cabareteras-prostitutas. Sin em bargo, sí hay testim onios que fueron recuperados de otras fuen­ tes y con diversos objetivos, p o r ejem plo, los argum entos de estas mujeres obtenidos de los relatos judiciales y los argum entos de las madames, quienes en una decen a de ocasiones se o rga n izaro n sindicalm ente para exig ir que se respetaran sus espacios de tr a ­ b a jo . L o s tex to s o fra g m e n to s s u stra íd o s de las declaraciones m inisteriales y de las proclam as sindicales crea ron relatos c o m ­ puestos, sobre tod o en la n ota ro ja de la época — partes de docu­ mentos, crónicas de periodistas y fotografías— , que se insertaron en una n arración construida, para su m a yo r eficacia, en fotorreportajes. L a n ota ro ja es, en este sentido, un recurso para recon s­ truir la historia de la trata de blancas y de la prostitución así com o la vida de las prostitutas, en adelante cabareteras. Adem ás, con frecuencia recupera episodios dram áticos de este sector. N o s he­ m os centrado en la nota roja ya que en ella se advierte tam bién una síntesis de las tensiones derivadas del ejercicio de la prostitución y del control de la m ism a, cuando el planteam iento de las au tori­ dades locales no fue precisam ente su exterm inio. N o era una n oved a d a so cia r el espacio del cabaret a la p ros­ titu ció n y la trata de blancas. D esde el P orfiria to , los cabarets p ro life ra ro n en la gran urbe m exicana, siem pre relacionados con la prostitución. S ergio G o n zá lez R od rígu ez, en su lib ro Los bajos fondos. E l antro, la b oh em ia y el café, reconstru ye las im ágenes del cabaret que dejaron las élites artísticas y literarias de fines del siglo XIX y p rin cip ios del XX. E n su in terp retació n encontram os la lín ea de la vid a n octurn a asociada al v ic io y al p ec a d o .1

1 Sergio González Rodríguez, Los bajos fondos. El antro, la bohemia y el café, México, Cal y Arena, 1988.

XI L os p rim eros cabarets fam osos su rgieron en París en la d é­ cada de 1880 y en B erlín durante la p rim era posgu erra m undial. E ran lugares redu cidos donde apenas cabía una pequeña orqu es­ ta de ja z z o un pian o; actuaban travestis o bailarinas de can-can e intérpretes de m ú sica rom ántica; y h abía pocas mesas, m edias luces y m u ch a in tim id ad . H u b o burdeles de lujo que im ita ro n esta apariencia. E n M éx ico, p rim ero se co p ió la versió n parisina del cabaret; luego, la estadounidense, que se in clin aba m ás p o r los espectáculos llam ativos y no p o r los am bientes reservados, ocultos y secretos. M ás adelante, se d istin gu iero n p o r am p lia r sus dim en siones — se llegó a c o lo c a r un m a y o r n ú m ero de mesas y hasta una tram o ya en la que se presentaban los artistas con orquestas m ás am plias.2 A l pasar los años cruentos de la R evolu ción , los espectáculos teatrales de tem ática pícara y con ten ido sexual, dirigid os espe­ cialm ente al p ú blico m asculino, que se presentaron en las carpas y los teatros de revista de la ciudad de M éx ico de 1910 a 1920 ocasion aron una crisis en la oferta cabaretil. Ésta pudo recu pe­ rarse en la década de 1930, cuando se in co rp o ra ron com binados en un m ism o ám bito la actuación, el baile y la propuesta erótica, algo sem ejante al m u sic hall ya explorado en la década de 1920 en los Estados Unidos. Pequeños o am pliados, los cabarets siem ­ pre con taron con el servicio de prostitutas en su interior, donde se recib ía a artistas, intelectuales, periodistas y la clase política. E l cabaret m exicano de la década de 1940 fue un espacio m uy ecléctico que in corp oró n ocion es de aquellos antiguos espacios, com o la atm ósfera un tanto decadente gen erada p o r las m edias luces y la presencia de prostitutas, y de los espectáculos en boga representados en teatros y carpas. E n él se dejó un espacio sufi­ ciente para que las parejas pudieran b ailar un danzón, un tango, una ru m ba o algún gén ero n orteam erican o, sin que p o r ello lle ­ gara a ten er la capacidad y la extensión de un salón de baile ni m ucho m enos la in ten ción de serlo. Es decir, las dim ensiones de 2 Para conocer más acerca del cabaret en otras latitudes así como sus cam­ bios, véanse Peter Jelavich, Berlin Cabaret, Estados Unidos de América, Harvard University Press, 1996, 152 p.; y Lisa Appignanesi, The Cabaret. Revised and Expanded Edition, New Haven, Yale University Press, 2004, 265 p.

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los locales tu vieron que adecuarse a esta propuesta. Así, ya fueran de p rim era o de tercera categoría, los cabarets fueron, p o r exce­ lencia, los territorios más célebres en las historias de la vid a n o c­ turna m etropolitana, pues los hubo para todas las clases sociales.3 Este y otros procesos, de los cuales h ablarem os con detalle m ás adelante, dejan v e r cóm o la cabaretera fue, p o r un lado, la prostituta que trabajaba al in te rio r del cabaret — y qu ien es el sujeto de análisis en este ensayo ju n to con el “p ach u co” , el p a­ d rote y v ic tim a rio de la m is m a — y, p o r el otro, la a c triz que realizab a sus representaciones artísticas en estos sitios. Las in ­ térpretes de los bailes afrocubanos y las bailarinas exóticas, qu ie­ nes o fre c ie ro n algunos de los espectáculos con m a y o r dem anda en aquella década, fueron denom inadas cabareteras p o r la prensa. H a b ía en d ich o títu lo un ton o d espectivo con el que se in dicaba que eran m u jeres que faltaban a su “d eb er ser” . S in em bargo, ta m b ién se les con sideró artistas, con lo que se les distin gu ió de las otras cabareteras, las prostitutas. A lo largo de estas líneas, u tiliza rem os el ap elativo de cabaretera, sim ple y llano, para des­ c rib ir la co n d ició n de las prostitutas en el cabaret. E n este senti­ do, vem os el espacio cab aretil co m o un lu gar de tran sgresión en el que se relacio n ó la im a gen de la m u jer con el p ecado y el vicio , co m o un lu gar que entrañaba un gran p eligro p ara las m ujeres. C om o verem os a con tinu ación, un a con tecim ien to clave en la p ercep ció n que la prensa de n ota ro ja tuvo acerca de la p rosti­ tu ción al in te rio r del cabaret fue el de la p ro h ib ic ió n de la p ros­ titu ción en la calle. C oin cid e con esta reglam en ta ció n la apertu­ ra de un n úm ero con siderable de establecim ientos d en om in ados cabarets. L a n o ció n de cabaretera para referirse a las prostitutas data de esta época y es un d isp ositivo id e o ló g ic o que nutrió el im a gin a rio urbano durante las décadas de 1940 y 1950. E n M agazine de P o lic ía y S u p lem en to M agazine de P o lic ía , en con tram os datos para c a ra cteriza r a las cabareteras y a los 3 Para ampliar esta información, véase Gabriela Pulido Llano, “El espec­ táculo ‘sicalíptico' en la ciudad de México, 1940-1950”, en Rodolfo Palma Rojo, Gabriela Pulido Llano y Emma Yanes Rizo (coords.), Rumberas, boxeadores y mártires. El ocio en el siglo xx, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2014, 92 p. (Colección Claves para la Historia del Siglo xx Mexicano).

XI pachucos, sus padrotes. M agazine de P o licía fue una revista ed i­ tada de 1934 a 1969 en la ciudad de M éx ic o co m o suplem ento de E x cé ls io r.4 Carlos M on siváis escrib ió que la revista era “un se­ m an ario discreto o, p o r lo m enos, no buscaba v io le n ta r las e m o ­ ciones del lector, ni con so lid a r el escaparate de la in fa m ia ” .5 Su director, de n o m b re D em etrio M ed in a E strella, era un p eriod ista exp erim en tad o con una carrera exitosa en el p erio d ism o m etrop olita n o . 6 P o r el p erfil de algunos de los colaboradores de M a ­ gazine, creem os que M ed in a E strella estuvo b ien relacion ado con m iem b ros del cuerpo p o lic ia c o y m andos de este sector, aunque la lín ea ed itorial se m antuvo m u y crítica hacia las prácticas de la p o lic ía tanto m etro p o lita n a co m o n acion al. 7

R e fo rm is m o y exp lota ción sexual L os relatos publicados en M agazine de P o licía — que rep ito van más allá de la n o ticia — ilustran có m o a p artir de 1934 se dio el ca m b io de escen ario de la p ro stitu c ió n de la calle al cabaret. Eventos asociados a la p rostitu ción durante estas fechas d efin ie­ ron el ru m bo de las p olíticas locales y tu vieron un im p a c to en la vid a n octurn a capitalina. A fines del sexenio cardenista, se ex p i­ dió un decreto con ocido com o la R efo rm a Cárdenas-Siurob, cuyos resultados se v ie ro n a m ediados de la década de 1940.8

4Carlos Monsiváis, Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Alianza, 1994, p. 31. 5Idem. 6Rebeca Monroy lo ubica practicando, muy joven, el periodismo de nota roja en la revista Todo. Véase Rebeca Monroy, “La revista Todo, de Félix Fulgen­ cio Palavicini y la nota roja”, en Nota roja. Lo anormal y lo criminal en la historia de México, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia [en prensa]. 7Para saber más acerca del perfil de Magazine de Policía, véase Gabriela Pulido Llano, El mapa del pecado. Representaciones de la vida nocturna en la ciudad de México, 1940-1950, tesis de doctorado en Historia y Etnohistoria, México, Escuela Nacional de Antropología e Historia, 2014, p. 97-101. 8El general José Siurob Ramírez participó en la Revolución mexicana apoyando primero a los maderistas y más tarde a los constitucionalistas. Nació en la ciudad de Querétaro en 1886. Fue electo diputado federal y gobernador de este estado y de Guanajuato. Cursó la carrera de médico en la Escuela Nacio­ nal de Medicina. Fue fundador y presidente del Partido Liberal Constituciona-

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E l 1 de agosto de 1946, M agazine de P o licía p u b licó un fotorrep ortaje titulado “ R esultado p ráctico de la R e fo rm a CárdenasS iu rob ” 9 (véase figu ra 1). L. F. Bustam ante, su autor, se p ro p u ­ so exam in ar “ con absoluta im p a rcia lid a d ” los resultados de esta reform a. R eto m ó así la exp erien cia del d o c to r E du ard o Liceaga, qu ien fu era com isio n ad o p o r P o rfirio D íaz para fu n dar el D epar­ tam en to de S alu brid ad y pu siera énfasis en la crea ció n de un departam ento encargado de p reven ir la p rop a gación de en ferm e­ dades venéreas. U n debate im p ortan te en torn o a la p rostitu ción surgió tras la propu esta del d o c to r L ic e a g a de supervisarla. M é ­ dicos com o el d o c to r Luis L a ra y P a rd o op in a ro n que el go b iern o m exicano, al igu al que otros países com o los escandinavos, no d eb ía censurar a las m ujeres que optaban p o r c o m erc ia r con su cuerpo ni m u ch o m en os exigirles el p ago de un im pu esto p o r ejercer dicha actividad. D esde entonces hubo in ten cion es de crea r reglam en tos que regu laran la p rostitu ción . Sin em b a rgo, no fue sino hasta la lle ­ gada d el gen era l José S iurob a la je fa tu ra del D epartam en to de S alu brid ad — de 1939 a 1940— durante el go b iern o de Lázaro Cárdenas que los postulados del d o c to r L ic e a g a tu vieron eco en la práctica. Siurob, quien se erigiría com o el personaje clave en la “d esaparición ” de prostíbulos y accesorias, puso “obstáculos al ro d eo y, finalm ente, dispuso que las falenas cuidasen de hallarse siem pre sanas y lim pias, a través de sus m édicos, lo que a la p os­ tre resultó un fracaso c om p leto ” . Según Bustam ante, a lred ed o r de 20 000 m u jeres dedicadas al e je rc ic io de la p ro stitu ció n acu­ dían con frecu en cia al H o sp ita l M o relo s p o r hallarse en ferm as.10 A l aplicarse la reglam en ta ción propuesta p o r Siurob, la cual ab olía la prostitución, las dueñas de las casas de citas se viero n obviam en te afectadas, lo que im pulsó la creación in m ediata de

lista. Destacó como secretario de Salubridad y Asistencia y como jefe del De­ partamento Central del Distrito Federal. Por causas de salud, se retiró de la política en 1945, cuando era director de Servicios Sociales del Ejército. Murió en la ciudad de México en 1965. 9L. F. Bustamante, “Resultado práctico de la Reforma Cárdenas-Siurob”, Magazine de Policía, México D. F., año V III , n. 396, 1 de agosto de 1946, p. 7-8. 10Idem.

XI un sindicato del cual qu edó co m o secretaria gen era l la señora L e o n o r de la Fuente, p rop ieta ria de un burdel en la calle de Querétaro, n úm ero 136. A través del sindicato, las dueñas de las casas de citas d efen d ieron sus intereses y buscaron la form a de que se derogara la L e y O rgán ica de Salubridad, n om bre real de la R efo r­ m a Cárdenas-Siurob. C om en zaron p o r gestion ar am paros para m anten er abiertos sus negocios, los cuales les fu eron negados. Para ello, relataba Bustam ante, d irigiero n un com u n icado a los diputados en el que explicaban las razones p o r las cuales p e­ dían que se derogara o suavizara la m en cion ad a ley. A p lau dieron el cierre de prostíbulos y accesorias en las zonas rojas de la ciudad — Cuauhtm otzin, Rayón, Ó rgan o y R ivero — p o r tratarse de n e­ gocios en los que se explotaba de m anera deplorable a las m ujeres y se ejercía la prostitu ción de m anera “lib era l” 11 (véase figu ra 2). L. F. Bustam ante explica el fu n cion am ien to de las accesorias: En cuanto al funcionamiento en las accesorias, he aquí cómo se hacía: prominentes familias de la ciudad de México, en su mayoría pertenecientes a lo que fue la aristocrática época del general Porfi­ rio Díaz y de los nuevos millonarios de la Revolución, eran los dueños de los edificios. Estas casas eran rentadas a unas mujeres que les llaman mayoras, las que, por un cuarto redondo, pagaban de dos a cinco pesos diarios, según la ubicación de la pieza, y de cin­ co a diez pesos por unas viviendas que contaban con un par de piezas y cocina. Se entiende sin muebles, pues el mobiliario era propiedad de la mayora, la que a su vez subarrendaba las accesorias en cinco pesos diarios a una falena que tenía derecho tan sólo a usarla durante ocho horas; por la misma suma la rentaba a otra horizontal que gozaba de igual prerrogativa por el mismo espacio de tiempo y, finalmente, en tres pesos, a otra hetaira que ocupaba la habitación de cuatro a cinco horas, las menos comerciales por cierto. En cuanto a las pequeñas viviendas, eran explotadas por las mayoras en forma de prostíbulos o bien las subarrendaban a tres o cuatro mujeres, en su mayoría extranjeras, que negociaban y vivían en ellas. [...] Las mujeres que rentaban estas accesorias tenían los turnos divididos así: de las diez de la mañana a las seis de la tarde, de esa hora a las dos de la mañana y de ésta a las diez del día si­ guiente, el turno más malo y que pagaba los más bajos alquileres,

11 L. F. Bustamante, “Volvieron las accesorias", Magazine de Policía, México, D. F., año v I I I , n. 399, 19 de agosto de 1946, p. 7-8.

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por escasear los clientes. Las falenas de las accesorias tenían que trabajar mucho, toda vez que solamente la renta del cuarto era de cinco pesos diarios y además tenían que pagar un peso al “vecino” a cambio de dejarlas en paz. Si a esto se agrega la renta de la vivienda en donde residían sus familiares o el cuarto del hotel, en defecto de aquélla, alimentos, vestidos, médico y medicinas, se llega a la con­ clusión de que sus gastos no podían ser más crecidos. Las entradas diarias cobrando dos pesos por visita y tres cuando hacía la minet, eran aproximadamente quince pesos diarios y de veinte a veinticin­ co los sábados y domingos, en que tenían que atender a diez o doce clientes y en ocasiones hasta quince o veinte.12 Sin em bargo, al p ro h ib ir p o r com pleto la prostitución, hacían v e r las dueñas de las casas de citas en su docu m en to, se dejaba a las prostitutas sin los servicios de salud o frecid o s p o r el Estado. Adem ás, señ alaron el go lp e a sus b olsillos que tal p ro h ib ic ió n con lleva ría y p rev ie ro n los graves resultados a futuro p o r el ejer­ c icio clandestino de esta p ráctica.13 B ustam ante daba algunas cifras: en el estim ado de 2 000 000 de habitantes en el Distrito Federal, se contem plaba la existencia de 60 000 prostitutas, públicas y clandestinas. De éstas, estaban re ­ gistradas 20 000, las cuales d eb ían acu dir sem analm ente al H o s ­ pital M o relo s para su revisió n y anuencia en el resp ectivo carnet de salud que d ebían p resentar para p o d e r trabajar. De éstas, a su vez, alred ed o r de 7 000 eran retiradas “ del m ercad o del am o r” e internadas p o r enferm edades diversas.14 E n un fotorreportaje anónim o, publicado en Magazine de P o ­ licía el 4 de febrero de 1946, se h izo una suerte de m o n o gra fía y descripción de las actividades del H osp ital M o relo s .15 Éste fue un

12Idem. 13Idem. 14Idem. Ahí mismo, el autor indicaba que, “siendo jefe del Departamento de Salubridad pública el general José Siurob y Presidente de la República el general Lázaro Cárdenas, se puso en vigor una ley que acabó con los prostíbu­ los, con las accesorias y con el rodeo, cuando menos en teoría. Por la época pasaban registro 22 500 falenas, de las cuales no menos de 6 000 eran halladas enfermas y el resto recibía su libreta de sanidad, especificándose que la hetaira gozaba de buena salud”. 15 “Asiladas del Hospital Morelos”, Magazine de Policía, México, D. F., 4 de febrero de 1946, p. 7.

convento de los herm anos juaninos, quienes se dedicaron a cuidar enferm os. Fue p rim ero h ospicio y después hospital, y desde m e ­ diados del siglo x ix se especializó en la atención a prostitutas. E l d octo r A lfon so O rtiz T irado asum ió la d irección de este hospital en la década de 1930, y bajo su cargo hubo una tran sform ación física del espacio: se pintaron las salas de blanco, se cam biaron los pisos y se m od ern izaron la aplicación de m edicam entos y los instrum entos de cirugía. Según el reportaje, el d octor O rtiz Tirado partía de la idea de que la m u jer se prostituía p o r no tener el con o­ cim ien to de un oficio. P o r ello, im p u lsó el estab lecim ien to de talleres — fab ricación de m edias y de m uebles de m im bre, b orda­ dos, con fección de ropas— así com o la apertura de una escuela para la instrucción en aspectos elementales. E l d octor O rtiz Tirado estuvo a cargo del hospital durante quince años. C on su salida, el hospital perdió el lustre, aunque continuaron vigentes las activida­ des en torn o a la curación de las prostitutas. B ajo su adm inistra­ ción, se calculó que el cupo era de alred ed or de 400 enfermas. E n 1946, se calculó que la p o b la c ió n d iaria del hospital, la que iba a consulta y la que se quedaba internada, era de alred ed or de 600 enferm as. Todas eran m u jeres que presentaban alguna en ferm ed a d ven érea con distinto n ivel de gravedad. In clu so lle ­ ga ron a ser frecuentes los casos de m ujeres de d oce años y m enos que presentaban alguno de estos p a d ecim ien to s.16 U n rep o rtero relató cóm o llegab an las prostitutas al hospital: A un costado del jardín que el civismo oficial dedicó al gran Morelos, en la avenida Hidalgo, se halla formando parte del rincón típi­ camente colonial el hospital Morelos, el centro donde la prostitu­ ción arroja la carne de la mujer lacerada por la concupiscencia humana, llagada por las enfermedades y vilipendiada por la sociedad entera. La carga, triste, perseguida por el desprecio social, llega durante las noches en una camioneta amarilla. La camioneta se estaciona frente a los cabarets, a las puertas de las casas de placer y recorre las calles en que las irregulares se esconden en los zaguanes obscuros, acechando el paso del hombre que le arrojará unas m o­ nedas en su mano después de simular un amor ardiente. A la me­ dianoche llega el camión al cabaret que figura de turno en la lista de

16Idem.

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la policía sanitaria. Aunque la música está tocando lo mejor de su repertorio, penetran los agentes e interrumpen la fiesta. Las muje­ res corren como si fuera el conjuro de algún fantasma o huyendo de algún grave peligro. Los agentes arrestan implacables a las que no llevan en los carnets sanitarios de que son provistas el sello de la más reciente visita en el dispensario del hospital Morelos. Aunque griten, rueguen, lloren y aun traten de ocultarse tras de algún amigo, los hombres de sanidad las conducen hasta el camión. Y estas es­ cenas se producen en todos los cabarets sin importar la categoría; a las puertas de los dancings; en las calles céntricas donde abundan las pecadoras vergonzantes, las clandestinas. Y para las primeras horas del día siguiente, el llamado depósito en el Morelos está pletórico de mujeres que llevan vestidos de recepción, trajes de baile, modestos sastres, ropas de percal, elegantes vestidos de telas cos­ tosas y calzadas con los modelos de la caprichosa moda. Alguien creería que se trataba de gente que acaba de salir de alguna mas­ carada o un baile de disfraces.17 A u n qu e la re a lid a d era d iversa y m u ch o m ás com p leja , la a socia ción entre la p rostitu ción y los cabarets, im a gen con stru i­ da p o r la prensa, era innegable. L os disfraces de la vid a nocturna ocu ltaban una verd ad que se p on ía en evid en cia al pasar el cuer­ p o p o r un exam en m édico. E l p ro ced im ien to en el H o sp ita l M o ­ relos — después de la recep ció n de las prostitutas— in icia b a con un baño a las cinco de la m añana, tras el cual quedaban todas con sus atuendos de baile, aunque sin el m aqu illaje ni los p ein a­ dos. Después del baño, pasaban a la revisió n m édica, donde se d ecid ía qu ién se qu edaba y qu ién p od ía m archarse. E l hospital fu n cion ab a com o una especie de cárcel, ya que no se p erm itía a las m ujeres retirarse sino hasta h ab er transitado paso p o r paso p o r to d o el p ro ced im ien to . S u m ado a esto, se con tab a con la ayuda de una “ c ela d o ra " que v ig ila b a que no escaparan. E ste personaje era tem id o p o r las prostitutas-cabareteras, pues con frecu en cia com etía abusos com o obligarlas a lavar baños y pisos, solicitarles d in ero para tu rn ar sus casos, etcétera. E l au tor del artículo m en cion ad o vio en las m ujeres que eran llevadas al H o sp ita l M o relo s las réplicas de S a nta, p erson aje de

17Idem.

XI Federico G am boa, aunque sin la suerte de ser heroínas de novela. Santa, [...] la mujer que perdió su virtud en Chimalistac, a manos de un oficial del ejército, y que impulsada por la vergüenza cayó en manos de un tratante de blancas, de esos que andan por pueblos y ferias en busca de corazones inquietos que anhelan otros horizontes, que se encargó de conducirla a un lugar de las calles de Aranda. La ascensión en la escala de la sexualidad, que la hizo famosa entre toreros, políticos y ricachones, para caer en lo más profundo de la sima e ir a m orir al hospital de Regina — ¿sería una alusión al M o­ relos?— seguida por la amistad que le profesaba el ciego pianista, consejero de esas pobres almas que se consumían en el vicio.18 L a pob reza, la sordidez, el dolor, los abusos y las en ferm ed a ­ des de las prostitutas tu vieron su e p ílo g o p erio d ístico en la foto que acom p añ ó al reportaje. E n ella se ve a una m u jer am arrada a una silla, tirad a y vestid a con ro p a interior. A l p ie de la fo to se lee: “V íc tim a del a m o r c o m p ra d o ” (véase figu ra 3). Según Bustam ante, con la p ro h ib ic ió n establecida p o r la R e ­ fo rm a Cárdenas-Siurob, au m entaron los niveles de exp lo ta ció n y v io le n cia en el m ercad o sexual así co m o las enferm edades. De este m o d o, la realid ad que en el terren o de la salud exp erim en ­ taban las prostitutas hacía reparar en el grave estado de vu ln era­ b ilidad de la m u jer frente al m ercad o de exp lotación sexual y la trata de blancas. B ustam ante in dicaba có m o al cerrarse las casas de citas [ . ] la explotación de las falenas continuó, no ya por las dueñas de casa, cuanto por los policías que vieron un modus vivendi en el rodeo clandestino y en la congestión de cocotas en cabarets, cabaretuchos y cervecerías. De ahí pues, si antes de la reforma el rodeo se hacía en grande escala, una vez puesta le Ley en vigor, convirtió en interminable desfile diurno y nocturno de mujeres galantes, las calles adyacentes al Correo, San Juan de Letrán, Hidalgo, 16 de sep­ tiembre, Independencia, Santa María la Redonda, Uruguay, Victoria, callecillas de la Alameda, Jardín y calles de Guerrero, etc., y las que,

18Idem.

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sanas o enfermas, pero todas aguijoneadas por el hambre, buscan hasta la fecha marchante por todo el epicentro de la ciudad.19 E n el d ocu m en to d irig id o a los dipu tados, las “m a d a m es” com en taban có m o m uchas casas con tin u aron con sus a ctivid a­ des, ven d ien d o inclu so bebidas alcoh ólicas sin los respectivos p erm isos y valién d ose de actos de corru p ció n con autoridades hacendarias y policiacas. A pesar de estos esfuerzos, a las dueñas de las casas de citas — las que no estaban b ien relacionadas, cla ­ ro — se les a p licó el r ig o r de la ley. U n a de las con secuen cias determ inantes en el espectro de la vid a n octurn a fue lo c om en ­ tado en la cita anterior. Así, los salones de baile y los cabarets alb ergaron a las prostitutas. B ustam ante h izo n o ta r cóm o, a im ita c ió n de lo ocu rrid o en Estados Unidos, los restaurant-bar se m u ltip licaron desde la G lo ­ rieta de los Insurgentes hasta el cen tro de la ciu dad de M é x ic o : [...] una dueña de casa fundó el suyo en la Glorieta de Insurgentes, el primero que existió en México; a éste siguieron dos más en la misma zona y finalmente se desparramaron por toda la ciudad. En las calles de Querétaro, por ejemplo, un prostíbulo muy conocido se convirtió en el restaurant-bar Tip Top. Ruth fundó el suyo, Las Mexicanitas, en las calles de Veracruz; otra señora muy guapa y conocida en el mundo galante metropolitano hizo su casa de citas de tres pisos, ubicada en las calles de Tampico, un palacio del amor, también con la mampara de restaurant-bar y más tarde apareció una nube de estos en las calles de Tonalá, San Luis Potosí, Guanajuato, Nuevo León y aún en las colonias del Hipódromo y Lomas de Chapultepec. Por otra parte, otras dueñas de casa fundaron las clínicas de masaje en las calles del Bajío, San Luis Potosí, Regina, etc., y para atraer clientes, unas y otras utilizaron avisos económi­ cos y hasta los de ocasión.20 A través de la descripción de Bustam ante, vem os la transfor­ m a ció n del paisaje urbano y la ap arición de nuevos com ponentes para esta historia. P a ra ob ten er la represen tación com pleta, el fotorrep ortaje estuvo acom pañ ado de seis im ágenes del fotó gra fo

19L. F. Bustamante, “Resultado práctico...”. 20Idem.

XI M alek, cuyos pies de fo to narraban la siguiente versión de la his­ toria: 1) Puerta de accesoria de C u auh tem otzin cerrada de acuer­ do con la R efo rm a Cárdenas-Siurob; 2) Calles de C u auhtem otzin en sus buenos tiem pos, estos edificios no existen ya; 3) S itio exac­ to de la ah ora calle 7a de M esones d on de estuvo en M éx ic o la p rim era m an cebía en la época del p rim e r v irre y d on A n ton io de M endoza; 4) Accesorias de las ahora calles del Órgano, cerradas al quedar p roh ib id a la p rostitu ción bajo el con trol del Estado; 5) En la edad de oro del B a rrio L atin o se veían p o r docenas, casi des­ nudas, bellezas im portadas y criollas; 6) Fu eron las francesas las que trajeron a M éxico, p o r v ez prim era, aberraciones eróticas que ya eran viejas en la época de los faraones (véase figura 1). L a continuación de este reportaje fue publicada el 12 de agosto de 1946, ilustrada tam bién con fotografías de M alek y nutrida con los resultados de la R e fo rm a Cárdenas-Siurob durante el sexenio de M an u el Á v ila C am ach o.21 Adem ás, la constancia del reportero Bustam ante p o r reseñar la tem á tica de la v id a n octurn a y de la p rostitu ción en la m e tró p o li m exican a nos sirve p ara dibu jar un plano de estas actividades a m ediados de la década de 1940. Según L. F. Bustam ante, con el presidente Á v ila C am acho a la cab eza de la nación, la con tro vertid a re fo rm a con tinu ó con tod o su vigor, elim in an do ta m b ién los burdeles de lujo — L a Casa Prado, Las D elicias, E l P a vo R ea l— y los hoteles de paso, en los que, al igu al que en las casas de huéspedes, se exigía im p erara “la m ás estricta m ora lid a d ” . Los dueños de estos establecim ientos buscaron am pararse, sin éxito alguno. Se m antuvo así la firm eza, al m enos durante algún tiem po, pues a través del soborno algunos negocios p u d ieron con tinu ar con sus actividades. R elataba Bustam ante, a m anera de crítica ten az y m oralista, cóm o los p rostí­ bulos y accesorias de las calles de Ó rgano y C u auh tem otzin con ­ tin u aron fu n cion an d o a puerta cerrada, m ientras que en otras calles com o las de R ivero y Jim énez ni siquiera sucedía esto, sino que se m anten ían sus puertas abiertas durante to d a la noche.

21 L. F. Bustamante, “Señoritas de compañía”, Magazine de Policía, México, D. F., año v I I I , n. 398, 12 de agosto de 1946, p. 15-16.

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Los periodistas de Magazine de P o licía m antu vieron vigilan cia sobre los asuntos relativos a la trata de blancas y al p ro ce d im ien ­ to segu id o p o r los c rim in a le s.22 E n lu gares de esp a rcim ien to com o los cines, d etectaron el fu n cion am ien to de grupos c rim i­ nales que hacían de estos sitios sus centros de operaciones: Leemos en nuestro colega “Excélsior” : “Existen datos para creer que en determinados salones de cine han establecido su centro de operaciones algunas tratantes de blancas que tiene en su haber varias víctimas, 16 y 17 años de edad, respectivamente. Las chiqui­ llas fueron catequizadas por una celestina, dueña de un lujoso au­ tomóvil, en el cine Edén y, hasta la fecha, no han sido localizadas ni por sus angustiosos padres ni por la policía” . “La Celestial” Este caso concreto es muy frecuente en México, como en todas las grandes ciudades, cambiando sólo, de tiempo en tiempo, la forma en que las alcahuetas conquistan a las flores del fango. La celestina que hizo famosa José Zorrilla con la Brígida de Don Juan Tenorio y que pri­ vó durante los tres siglos del virreinato, es uno de los muchos tipos idos de la gran Tenoxtitlán. En efecto, la celestina de nuestros días no es la beata de antaño que se encomendaba a todos los santos sin prejuicio de corromper a las doncellas, vestía de negro y llevaba un tápalo que la cubría de la cabeza a los talones. La celestina moder­ na es joven, bella en ocasiones, gasta automóvil, va al cine por las tardes y por la noche concurre a los cabarets; tiene un apartamento lujosamente amueblado, viste hasta la rodilla y hace uso de los avisos económicos, “para reclutar muchachas que quieran dedicar­ se al teatro o al cine” . O hablando en corto, la Brígida moderna es mucho más peligrosa que la aliada de Don Juan cuando se trató de seducir a doña Inés. He aquí el retrato vívido de una celestina ul­ tramoderna que posee un lujoso apartamento en la colonia Roma, y una vez a la semana rifa muchachitas doncellas a diez pesos el número. Lo curioso del caso es que estas chicas son rifadas cuando menos media docena de veces sin que la trampa sea descubierta por el afortunado jugador. Es que la cirugía plástica ha evolucionado que es una barbaridad. El romero y el alumbre, con la Brígida de Zorrilla, han pasado a la historia.23

22 Textos de Don Juan del Nopal y fotografías de Malek, “¿Cómo reclutan las celestinas a Las Flores del Fango?”, Magazine de Policía, México, D. F., año V III , n. 398, 12 de agosto de 1946, p. 9-10. 23Idem.

XI L o dicho hasta aquí da cuenta del m ercado sexual en un terri­ to rio d elim itad o de la ciudad de M éx ic o e in tegrado p o r zonas controvertidas del centro. Se ve tam bién la participación de distin­ tos tipos de sujetos, entre autoridades y crim inales, en cuyos per­ files, de acuerdo con la prensa, radica la com plejidad de la tem áti­ ca y la cadena de relaciones que participaron en la trata de blancas.

P ro h ib ic ió n y trata C om o ya se había m encionado antes, los cabarets y “cabaretuchos” salieron ganando con la prohibición , ya que un buen núm ero de prostitutas se ubicó al in terior de estos establecim ientos, donde se les llam ó cabareteras y se con virtieron en las protagonistas de las historias contadas en la nota roja de M agazine de P olicía : En efecto, las falenas han hallado su acomodo en el rodeo, en los cabaretuchos, en los restaurantes bar y se divierten y ganan tanto dinero como antes, pero sin control sanitario para mayor peligro de los clientes. P or otra parte, la reforma provocó una marcada intensidad en la vida de noche, pues todos estos centros de vicio cierran al rayar el sol en el horizonte y el negocio se hace en grande escala, pues se calcula que en los 4,500 centros de vicio nocturnos que existen en el D. F., hay un movimiento diario de un millón y cuatrocientos mil pesos, de los cuales viven 40,000 personas entre hetairas, empresarios, cantineros, músicos, servidumbre, etc.24

24 Idem. Acerca de las accesorias, Bustamante señaló que, “así las cosas, las mayoras venían pasando la pena negra, pues en la edad de oro del Barrio Latino, Rayón, Órgano, Rivero, Jiménez, Esperanza, Ave María, etc., quienes en realidad hacían buen dinero rentando sus destartalados cuartuchos eran los aristócratas y revolucionarios millonarios, dueños de edificios. Ahora bien, en Cuauhtemotzín, por ser una arteria comercial de mucho tránsito, los dueños de muchos de los edificios decidieron hacer casas modernas de apartamentos y comerciales y en Rayón y Órgano casi todas las accesorias fueron adquiridas por Juan Lenier, derribadas en gran parte y puestas a la venta en forma de lotes. Allí se han levantado ya modernos rascacielos en cuyos bajos abundan los co­ mercios y talleres. En cambio, las accesorias de las calles de Rivero, Esperanza, Jiménez y las que quedan aún en pie en Cuauhtemotzin, Rayón, Órgano, Dr. Ruíz y Netzahualcóyotl, las alquilan las mayoras sobornando al efecto a los “vecinos” de esos barrios, siempre listos a la mordida”. L. F. Bustamante, “Vol­ vieron las accesorias...”.

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Los policías tam bién h icieron su agosto, ya que dejaban libres a las prostitutas a cam bio de dinero. A n te ello, hubo de expedirse un d ecreto p resid en cial en el que se in d icó que sólo la p o lic ía san itaria p o d ía ap reh en d er a las m u jeres en el e jerc ic io de la prostitución . C on tod o, la v id a n octurn a con tinu ó vigen te com o recip ien te del v ic io y la corru p ción , adem ás de convertirse en un p ro ve ed o r im p ortan te de “em pleos” y un fa cilita d o r del “m o v i­ m ien to” de d inero.25 P o r ú ltim o, Bustam ante antes com en taba có m o la p rostitu ­ c ió n h abía burlado la R e fo rm a C árdenas-Siurob al h ab er c o p ia ­ do de los Estados U nidos la m o d a lid a d de las “ señoritas de c o m ­ p añ ía” , “ en la in te lige n c ia de que suelen v e n ir a M éx ic o y son recibidos p o r las más altas personalidades políticas y en sociedad, ricos norteam ericanos, que traen una señorita de com pañ ía y que presentan co m o su m u jer le g ítim a ” . Éstas eran adm inistradas p o r una agen cia que se encargaba de n eg ocia r con los clientes la “h a b ilita ció n ” o “alq u iler” de una m u jer que ten ía la o b lig a c ió n “de em briagarse, entregarse, bailar, y desvelarse con el cliente p o r vein te pesos diarios, todos los gastos pagados” . E l discurso visual que acom p añ ab a al foto rre p o rta je deja ver el m a tiz con el que se exam in ó el tem a p o r aquellos años en esta revista. L os pies de las cuatro foto gra fía s que in tegran este re ­ portaje retocan el relato: 1) Cuando un au tom ovilista desea hacer un fin de sem ana acom p añ ad o de una m u chacha guapa, acude a una agen cia esp ecializad a al p recio de vein te pesos diarios y gastos pagados; 2) L a jo v e n tien e la o b lig a c ió n de entregarse, b a ila r y em b riaga rse con su alqu ilador; 3) Es cu rioso c ó m o a m en udo son recibidas en M éx ico, en sociedad y fiestas políticas, misses de com p a ñ ía que los turistas yanquis presentan com o sus esposas; 4) Chicas com o ésta alquilan en Estados Unidos las agen ­ cias p o r d iez dólares d iarios y todos los gastos pagados.

25 Bustamante elaboró una lista de los prostíbulos, las casas de citas y las accesorias de las cuatro zonas rojas de la ciudad —Pajaritos, Rayón, Órgano y Rivero— que funcionaban antes de la aparición de la Reforma CárdenasSiurob y que, para 1946, habían dejado de existir o se habían transformado en restaurant-bars. L. F. Bustamante, “Señoritas de compañía...”.

XI O tro foto rrep o rtaje, “ M ujeres gangsters” , pu b licado el 26 de feb rero de 1945 y firm ad o p o r K -M a ra, nos habla de las cabareteras en su faceta m ás astuta, la de ejecutoras de la v iolen cia , la cual era parte de la cotid ia n id a d de la m ayoría. E n este texto se describe c ó m o 26 [e]sas mujeres de la noche han creado un grave problema para los habitantes. Antes, todo el mundo sabía cuáles eran las calles por las cuales no debían transitar las mujeres honestas, pero ahora se m ez­ clan las prostitutas con las empleadas que salen de sus oficinas, con honradas trabajadoras que se ven precisadas a caminar por las calles de San Juan de Letrán, Aquiles Serdán, Donceles, Marconi, Xicoténcatl, Condesa, Santa Veracruz, Santa María la Redonda, Órgano, Dos de Abril, Avenida Hidalgo, Guerrero, Cinco de Mayo, Madero, 16 de Septiembre, Uruguay, López, Ayuntamiento, Vizcaínas, Peredo, Mesones, Pino Suárez, Fray Servando Teresa de M ier y no continua­ mos con la lista porque no nos alcanzaría el papel. Y esas personas de buena conducta sufren bochornos sin cuento porque muchos hombres las abordan al suponer que son unas de tantas aventureras. Las escenas que vemos no son nada edificantes. La moral barre los suelos, las jovencitas de corta edad que ven a las mariposillas vestir con todo lujo, sienten envidia y muchas de ellas dan el paso fatal que las lleva, irremisiblemente, a convertirse en una de tantas.27 P rosigu e el au tor de este relato con tan do có m o eran los c ó ­ digos y la fo rm a de op era r que la p an dilla m antenía. P o r p on er un ejem plo, describe qué p od ía suceder en caso de que una m u jer de la m ism a p a n d illa in ten tara con q u istar al p ad rote de otra. C om o se sabía, “las m ariposillas entregan el d in ero que ganan con su cuerpo, a in dividuos sin escrúpulos que viven de la explo­ ta ción de su mujer. Sujetos que acuden a los cabarets, salones de baile, cantinas, etcétera, a ga star el d in ero de sus am antes. Y visten bien, pues el orgu llo de las m ujeres es traer bien trajeado a su h om bre y con m uchos pesos en la bolsa” . Si éste era sorpren ­ dido platicando con otra mujer, ella era llevada al frente de la “o rga ­ n iza ció n crim in a l” y puesta sobre aviso de represalias m ás seve­ ras en caso de continuar con dicha actitud. Tam bién com entaba 26 K-Mara, “Mujeres gangsters”, Magazine de Policía, México, D. F., año V I , n. 322, 26 de febrero de 1945, p. 5. 27Idem.

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cóm o al p rohibirse las zonas de toleran cia la p rostitu ción invadió la ciudad y la corru p ció n de los p olicías se acrecentó, pues re c i­ b ían su com isión . P ara saber cuánto d eb ía re cib ir el oficial, se con taba con una lista en la que ap arecían los n om bres de las m ujeres que o peraban en su p erím etro, aunque “ claro está que el p o lic ía crucero era cuenta aparte, pues co m o se encargaba de d a r aviso en el m o m e n to en que se a p ro x im a b a la c a m io n eta de la sob revig ila n cia p ara que las m ujeres se ocu ltaran en los hoteluchos, recib ía su d in ero aparte” .28 E l cam b io de escen ario de la calle al cabaret fue an alizad o de m anera im placable el 17 de m a rzo de 1947 en un reportaje exclu­ sivo para Magazine de P o licía escrito p o r E l D uende de B ucareli. Sus subtítulos decían lo siguiente: “L os llam ados cabarets no son más que len ocin ios disim u lados — P ésim o ejem p lo para la ju ­ ven tu d — N o se hallan a la distancia reglam en ta ria — Que se cierren centros de v icio y se abran escuelas” .29 L a tran sform ación de los espacios ju g ó un p ap el decisivo en esta historia: N o son menos de dos mil los lenocinios disfrazados de cabaret que hay en la capital, mucho en lugares céntricos y cerca de las escuelas. Hace algunos años esos lugares eran cantinas con meseras que te­ nían demasiadas libertades en su tráfico con los parroquianos. Des­ pués esos centros de vicio adquirieron “ruidolas” con lo que se inició algo de baile. Al fin, se les dio el pomposo nombre de cabaret. El ambiente de disipación, embriaguez y perversión de los sentidos, se completó con el baile, y ya con orquestas, “ruidolas” o mariachis, mujeres pintarrajeadas y hombres de pocos escrúpulos se comple­ tó el ambiente. Como en toda esa clase de lugares hay también comercio subrepticio de drogas heroicas, a ciencia y paciencia de los inspectores que los mismos dueños de los cabarets pagan por orden de las autoridades del Distrito y el que paga, manda.30 28Idem. 29El Duende de Bucareli, “La capital entre los tentáculos del vicio. Reportaje exclusivo para Policía. Los llamados cabarets no son más que lenocinios disimu­ lados”, Magazine de Policía, México, D. F., 17 de marzo de 1947, p. 3-4. Otro re­ portaje que apareció unos meses después y ahondaba en la misma problemática fue el de Enrique Félix, “Prostitución. Enemigo número 1. Urgencia de implantar en México una verdadera zona de tolerancia para evitarlo”, Suplemento Magazine de Policía, México, D. F., año III , n. 246, 24 de julio de 1947, p. 3-4. Aquí ilustramos este tipo de noticias con el fotorreportaje señalado como figura 4. 30 El Duende de Bucareli, “La capital entre los tentáculos...”.

XI Sin to m a r en cuenta la buena dosis de m o ra lism o que nos en trega este o tro p eriod ista, su n o ta ilustra la ad ap ta ció n del cabaret al escen ario social plan teado p o r la com en tada re fo rm a a la p rostitu ción así com o las consecuencias de esta ú ltim a en un corto lapso de tiem p o. Según E l D uende de B u careli y sus colegas de M agazine de P o licía , había sido un erro r a b o lir la zon a de to leran cia m etrop olitan a, ya que esto h abía ocasion ad o que las prostitutas se d isem in ara n p o r las calles, “ con fu n d ién d ose con las señoras decentes y llenan do calles céntricas” .31 P a ra dar énfasis a su relato, el D uende reto m ó el caso de una tra b a ja d o ra que se qu ejó de la in m o ra lid a d d erivad a de estos sitios. De acuerdo con la mujer, cuando su hija de 20 años volvía d el trab ajo un h o m b re in ten tó in tro d u c irla a la fu e rza en un cabaret, lo que p ro vo c ó “las risas de las m u jerzu elas” . C on tigu o a su casa, p ro segu ía la señora, “tod a la n och e, en un cab aret u bicado cerca se p rodu cen escándalos, ru idos estrepitosos, es­ pectáculos deshonestos y tod o aquello que perju dica la m o ra l y las buenas costu m bres” .32 E l D uende de B u careli se dio a la tarea de re co rrer las zonas de d on d e se h ab ían re c ib id o quejas. Su itin e ra rio in clu yó las calles de Izaza ga, G uerrero y Vizcaínas, en el centro de la capital. A h í registró un n ú m ero de escuelas p róxim as a los cabarets así co m o una súplica de los vecin os a Fern an do Casas A lem á n para que se cerraran los antros. T am b ién se entrevistó con un jurista, el licen ciad o F ran cisco del Valle, para que le exp licara — le g iti­ m ara, en otros térm in os— la p roblem ática. E l ju rista se expresó de la siguiente m anera: Este problema es quizás tan viejo como la humanidad civilizada y nunca se ha pensado en abolir la presencia de esas mujeres, sino que siempre se ha reglamentado y lo que debe abolirse es la explo­ tación de ellas por otras personas. Ahora que parece que el nuevo gobierno está rectificándose y aquilatando valores morales, sería conveniente que en lugar bastante lejano de la ciudad, se creara una zona de tolerancia y allí se concentraran todos esos cabaretuchos que no son más que centros de infección moral y física. Siempre 31 Idem. 32Idem.

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hemos creído lo mismo que afirma el señor licenciado del Valle y esperamos que las autoridades atiendan los deseos de personas honestas que son expuestos por medio de nuestro semanario.33 O b se rv a m o s la re ite ra d a a lu sió n a la h ig ie n e y la m o ra l — “ centros de in fecció n m o ra l y física”— en cada una de las notas p eriod ísticas citadas co m o parte del análisis de la exp lotación sexual. Otros tantos reportajes describieron historias particulares de crím enes com etid o s en los cabarets, historias en las que la cabaretera ju gab a siem pre un p ap el p ro ta g ó n ic o .34 E n el relato se concluía: “ esta nueva tragedia es sólo una más de las ocu rrid as en la m ism a fo r m a en otros cabaretu ch os re ­ fu g io de h am pones y m ujerzuelas desvergonzadas... de tarzanes y p olicías in m orales” . Y es que, reparaba el escritor, [l]os sórdidos cabaretuchos de barriada han sido siempre teatro de las más tenebrosas tragedias. En el interior de esos antros as­ querosos, pletóricos de miasmas y cuyo ambiente de por sí pesado se ve nublado de humo de los cigarrillos y en muchísimas ocasiones hasta de olor inconfundible de mariguana, se planean robos, asaltos, crímenes que muchas veces tienen como escenario un sucio gabi­ nete del establecimiento. Los cantineros o encargados de estos cen­ tros de vicio son en su mayoría gente sin escrúpulos, individuos con los más sangrientos antecedentes que ya tienen en su “debe” muchas vidas. Estos sujetos casi siempre son delincuentes, ex pre­ sidiarios o matones que huyen de su pueblo natal y han encontrado refugio en esta capital que les escuda y les protege con su turbia vida nocturna.35 Las cabareteras d evin iero n en “m ujerzuelas arrastradas p o r sus vicios, hem bras del arroyo que lo m ism o b ailan con un h o m ­ b re y le b rin d a n sus c a ricia s en un h o te l b a ra to , asesin an a tra ic ió n al am igo , d irigid a s o acon sejadas p o r sus pich is o tar­ zanes; tal v e z p o r lo re tira d o de su u b icación , casi n unca les m olestan las autoridades p oliciacas” .36 Sin em bargo, la im a gen 33Idem. 34 Tenebario, “Crimen en un cabaretucho”, Magazine de Policía, México, D. F., año X I , n. 430, 24 de marzo de 1947, p. 2. 35Idem. 36Idem.

XI se queda corta si no se m en cio n a al “im p erio del h am p a” , el cual está con stituido p o r [...] hampones, ebrios consuetudinarios, chulos y asesinos bravu­ cones, y de mujeres cuya vergüenza ha descendido al más bajo de los niveles, si es que el vicio puede catalogarse por etapas, reina la ley del hampa. Ahí se juegan la vida los hombres y mujeres por igual sin que haya o pueda haber quien delate al que segó una vida con el filo de un cuchillo, de un balazo o de un golpe de botella. En muchas veces las hembras se rajan la cara unas a otras, corre la sangre, se golpean, se asesinan y los detalles de todo eso jamás llegan a saberlo en las delegaciones, pues cuando no se oculta todo entre esa gente, se cuenta en su mayoría de casos con la complicidad de la policía, quiero decir con los gendarmes de los cruceros, casi siempre sobornados o pagados por el mismo tabernero.37 L a im a gen con ten ía tam bién, com o ya se m en cion ó antes, a los policías que acudían a las cantinas a recib ir su cuota de m anos de cantineros y cabareteras. C oludidos con estos últim os, sonsa­ caban a los borrachos y, com o en la h istoria anterior, la noche term in aba en sangre. E n ocasiones ellos m ism os eran los encar­ gados de sacar el cadáver para no p ro vo c a r la clausura del antro. A las restriccion es en los espectáculos y a la ap licación de la re fo rm a que p ersegu ía a b o lir la p rostitu ción , se sum ó una “ cam ­ paña m o ra liza d o ra ” plan teada p o r Fern an do Casas A lem án, Jefe del D epartam en to del D istrito F ederal (1946-1951), y ejecutada p o r el gen eral L ob a to, je fe de la Policía. Estas ideas se expusieron en la crónica titulada “Clausurado un teatro pornográfico. Au m en ­ tó 'E l R o d e o ' ” , pub licada el 1 de ju lio de 1948.38 Según el p e rio ­ dista Bustam ante, la cam paña [...] dispuso que el rodeo fuese suspendido en toda la ciudad y ce­ rradas las accesorias, bien bastan los cabaretuchos para cumplir la misión que la falena tiene ante la sociedad civilizada de occidente. En el fondo, lo que el general Lobato fue buscando, fue evitar la

37Idem. 38L. F. Bustamante, “Clausurado un teatro pornográfico. Aumentó 'El Ro­ deo'”, Suplemento Magazine de Policía, México, D. F., año III , n. 295, 1 de julio de 1948, p. 14.

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bárbara mordida que algunos de sus subordinados daban a las falenas y a las dueñas de las casas de lenocinio. Sólo que, apenas nos estábamos acostumbrando a ver las calles libres de mariposillas del amor y cerradas las accesorias del Órgano, Rivero, Jiménez, Meave, etc., y abiertos día y noche los hoteluchos de cuartos por media hora de San Juan de Letrán, Bolívar, Donceles, Allende, etc., cuando el comercio ilícito de carne blanca fue reanudado en gran­ de escala. Con profundo disgusto del general Lobato, que no puede pelear con todo mundo, sobre todo cuando, de por medio hay gran­ des intereses de influyentes. Ahora bien, como el licenciado Casas Alemán, la autoridad máxima del Distrito federal, ha declarado que es autor y seguirá hasta concluir su campaña moralizadora, pese a quien pese, tiene la palabra.39 E n el m on taje represen tado en este foto rrep o rtaje, se puso énfasis en las propuestas escénicas m edian te las que se exh ib ie­ ro n la in d ecen cia de caderas y cuerpos con fo to g ra fía s de las actrices exóticas, de acuerdo con las líneas trazadas p o r la cam ­ paña de “h igien e m o ra l” .40

Pa ch ucos desalmados E n una caricatura de M an u el M o rá n p u b licada en la revista Vea, vem os la im a gen del m igran te m exican o que, según un sector, se “c o rro m p ía ” durante su estancia m ig ra to ria en los Estados U n i­ dos y se v o lv ía “p ach u co” . E n otra caricatura del m ism o M orán , v em o s en un salón de b a ile m e x ica n o a un in d iv id u o que no tiene o fic io ni b en eficio, b aila m u y bien, exp lota a las m ujeres y v iv e en una p o c ilga . E ste ú ltim o se id en tific a con el pachu co n orteam erican o nada m ás p o r el atuendo.41 S obre el “p ach u co” oscilaban signos de x en o fo b ia y rech azo. Su figu ra se p ercib ía co m o una p érd id a de la supuesta esencia de lo m exica n o frente

39Idem. 40Idem. 41 Caricatura de Manuel Morán, “Bracerías”, Vea, México, D. F., 20 de abril de 1945, p. 10; y Manuel Morán, “Apuntes callejeros”, Vea, México, D. F., 2 de marzo de 1945, p. 10. Véanse figuras 5 y 6.

XI al h ib rid ism o chicano, lo que la h acía corru p tora de la sociedad y de la m u jer m exicana. Ya vim os que en las historias de la v id a n octurn a el p ro ta g o ­ nista m ascu lin o p o r excelen cia era el “p ach u co” o “cin tu rita” , ta m b ién c o n o c id o co m o p adrote. P a ra la prensa m ex ica n a de nota roja, “ se trata [b a ] de in divid u os de m ala conducta que ha­ b ien d o en co n tra d o un m é to d o fá c il p ara v iv ir sin tra b a ja r se d ed ica [b a n ] a exp lotar a joven citas in expertas que c a [ía n ] en sus m an os” .42 T am b ién se h acía referen cia a ellos d icien d o que, [...] en los billares de Santa María la Redonda, Gabriel Leyva, Peralvillo, San Miguel, Guerrero, etcétera, abunda[ban] tipos de esta especie, que son verdaderos figurines y se distinguen por su exótica manera de vestir. En su mayoría lucen grandes copetes; aun cuando ya lo han abolido los “pachucos” profesionales y solamente se dis­ tinguen por sus zapatos blancos y corbatas de chillantes colores.43 E n la prensa se iden tificó al padrote, al “cinturita” , con el “p a­ chuco” , p o r ello se le dibujó de esta form a en las historietas. E l m en cion ad o vestuario fue u tilizado p o r los actores en las fotos tom adas para las fotohistorias. A sí se le v io tam bién en su carac­ terización com o estereotipo de la cultura pop u lar m etropolitana: sin m uchos de los com ponentes id eológicos — m antuvo el vestua­ rio y el spanglish— que este personaje sugería acerca de la p rob le­ m ática en la frontera norte m exicana. E n Magazine de P o lic ía , el “pachuco” estuvo relacionado con el entorno del vicio p o r ser tam ­ bién in term ediario y p roveed or de drogas y alcoh ol en los antros. L os “ cinturitas” o “pachu cos” tu vieron en su en torn o d om és­ tico un p rim e r n ú cleo de a c c ió n al ded icarse a la exp lo ta ció n sexual de m ujeres a través del len ocin io. Algunas de las historias más repetidas en la n ota ro ja fu eron aquéllas que d escribieron , o b ien las go lp iza s y los h o m icid io s p erp etrados en con tra de m ujeres p o r no h ab er ob ten id o las ganancias esperadas p o r su explotador, o bien los crím enes que estas m u jeres term in aban com etien d o ante tales abusos. 42 Sergio Enrique Fernández, “Insaciables ‘pachucos'”, Magazine de Policía, México, D. F., año III , n. 261, 13 de noviembre de 1947, p. 11-12. 43Idem.

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L a siguiente h istorieta cuenta un relato m u y frecuente. Id e n ­ tificada con la c o n d ició n vuln erable de la m u jer y su situación ante la exp lo ta ció n del m a rid o o am ante durante aquellos años, sirvió para re fo rz a r la p ropagan d a del m ie d o a la vid a nocturna en la ciudad de M éx ico. L a historieta, p u b licada el 19 de agosto de 1948, lleva p o r títu lo “E xp lota b a a la m u jer” . Su c o m p o s ició n nos p erm ite subrayar algunos detalles de la represen tación del pachuquism o. E n p rim e r lu gar estaba el ám bito d om éstico y la rela ció n de vio le n cia en la pareja así co m o la aparente im p o s ib i­ lid ad de la m u jer de desem peñ ar o tro trabajo. Esto es lo que se con sideraba com o el trágico sino de las cabareteras. E l relato con taba có m o el señ or T rin idad G o n zá le z de A nda “tuvo la suerte de en con trar una m in a de o ro en la p erson a de la jo v e n R osa M a rtín e z L ó p e z. L os dos sim p a tiza ro n y R osita fue m a n d ad a a la calle de Ó rga n o, p ara que se c o n v irtie ra en v e n ­ d ed o ra de caricias. L a m u ch ach a aceptó y c o m en zó su v id a de d ep ravación ” . G o n zá le z de A n d a se qu edaba en casa a cu id ar del n iñ o de la jo v e n m ien tra s ésta trab ajab a; al fin a l d el d ía ella llegab a con las ganancias de la jorn ad a. Sin em b a rgo, p ron to c o m en za ro n los golp es y abusos h acia M a rtín e z L ó p e z p orqu e no lleva b a suficiente d in ero, así que ésta se dispuso a d eja r a G o n zá lez de Anda. L o abandonó con la id ea de in scrib ir a su h ijo en un in tern ado “con lo que ganaba en el c o m erc io v il en que se había m e tid o ” . Él, p o r su parte, la buscó, en con tró y am en azó de m u erte con un puñal. A n te esto, ella lo denunció, p o r lo que se le acusó del d elito de len o cin io ,44 el cual estuvo tip ificad o com o tal en el C ó d ig o P en al de 193 145 (véase figu ra 7). L o s dibujos m uestran, bajo la ó p tica del “realism o a la m exican a” , la lib era ­ ción de la m u jer no sólo de la c o n d ició n de abuso, sino tam b ién de la co n d ició n de prostituta.46 E n el p rim e r cuadro se ve el ros-

44M. Aviña Jr., “Explotaba a la mujer”, Magazine de Policía, México, D. F., año III , n. 302, 19 de agosto de 1948, p. 13. 45Código Penal Federal, Talleres Gráficos de la Nación/Tolsa y Enrico Mar­ tínez, 1931, p. 43. 46“realismo a la mexicana” es un término acuñado por Juan Manuel Aurrecoechea y Armando Bartra, Puros cuentos II. Historia de la historieta en México, 1934-1950, México, Grijalbo/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1993, p. 192.

XI tro fe liz del explotador. C o n fo rm e avanza el relato, se ven caras sin expresión, el m o v im ien to del b razo del abusador al darle un g olp e a la m u jer y la som bra de ésta y su h ijo al ab rir la puerta y salir a la gran ciudad. Fin alm en te, en el ú ltim o cuadro se ve la actitud del exp lo ta d o r ante la llegad a de la policía. L a h istorieta “ Salvaje g o lp iza le p ro p in ó un ab om in ab le cin ­ tu rita” , p u b licada el 18 de ab ril de 1849, con taba la h istoria de una gu apa m u jer de n om b re M a ría Guadalupe C. H ern á n d ez y del “p ach u co” E n riqu e C am argo P iñ a47 (véase figu ra 8). Este úl­ tim o, m u y con o cid o en “todos los cabaretuchos de m ala m u erte” , la con qu istó u tiliza n d o “frases aprendidas entre 'pachucos', ra ­ m eras, etcétera” , y la h izo su am ante, pues veía en ella “su fu tu ­ ro m odus viven d i” . L a n arración continúa: Fotografía 4. Cansada al fin de trato tan brutal, ya que a pesar de ser ella una ramera, no le soportaba, un buen día decidió abando­ narlo; el pobre “cinturita”, sintiéndose solo y desamparado en este mísero mundo, acompañándose de dos amigotes de él, José Luis Pomar y Ángel Contreras Ramírez, se puso a buscar a la infiel y desnaturalizada María que así lo había dejado. Fotografía 5. Quiso la mala suerte de María que los tres hombres la encontraran en el “Centro Piñero”, antro que no sólo es centro de reunión de rufianes, sino un verdadero foco vergonzante de toda clase de delincuencia. Ahí trabajaba María y se encontraba bailando con un cliente cuando entró Enrique y sin decirle agua va, la empren­ dió a botellazos con ella. Dos policías que de vez en cuando arries­ gaban un ojo, vieron lo que sucedía y cargaron con los tres al bote.48 Las im ágen es revelan los hechos a través de los claroscuros en el dibujo, lo que da d ram atism o a la circunstancia humana. E l rostro de la m u jer es, p o r ejem p lo, de absoluto terror. Estas ilustraciones m ostraban al “p ach u co” en el acto de g o lp ea r en la cara a la m u jer y al p olicía adelantándose para detenerlo. Llam an la aten ción los com en tarios acerca de la mujer, qu ien se cansó

47 “Salvaje golpiza le propinó abominable cinturita”, Magazine de Policía, México, D. F., año II , n. 537, 18 de abril de 1949, p. 7. 48Idem.

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del m altrato “a p esar de ser ra m era” , y del antro, “fo c o v e rg o n ­ zante de tod a clase de delin cu en cia” .49 E n la fo to h is to ria de N ic o M e d in a y A d riá n D evars Jr. titu ­ lada “E l ‘P ich i' se ven gó de la n iñ a” y p u b licada el 20 de sep tiem ­ bre de 1948, la ca ra cteriza ció n del “ cin tu rita” co m o un p och o recién llegad o a la capital y persegu id o p o r la p o lic ía refu erza la im a gen estereotipada del “pachu co” : Fotografía 1. Peter Paches es un pocho que acaba de llegar de Uni­ ted Estates, donde vivía a costa de las mujeres. Lo persiguió la policía de allá y tuvo que refugiarse en su país natal, México, donde comenzó de nuevo en las andadas buscando alguna incauta cabaretera para que lo mantuviera y viviera sabrosamente. Fotografía 2. Pero tropezó Manuela Bacatete, cabaretera de tercera categoría en el ramo respectivo y ya estaba muy quemada de los “pichis” barrioteros. Peter Paches, le habló en pocho y le dijo: M i quererte y llevarte en “my car” todos los días. Iremos a ver el “show” y luego a los dancings. Tú ganar mucho money for mi. ¿Like? M a­ nuela no aceptó. Fotografía 3. La muchacha salió a la calle, pero Peter Paches la siguió instándola a que aceptara sus proposiciones. “M ira darling” le decía para agregar: “Yo hacerte ‘very' happy” . Yo quererte con todo “my heart” . La joven siguió impertérrita su camino sin hacer caso al pocho que de todas maneras quería que Manuela le corres­ pondiera. Fotografía 4. Como Manuela era molestada por Peter se cambió de cabaret y fue a “La Falena Inquietante”, donde bailaba “Kosentina”, una vedette rusa que nadie entendía. Solamente que tenía un cuerpo bien formado y se movía como un gusarapo dentro del agua pútrida. Manuela encontró allí a su hombre y se puso a bailar un danzón. Fotografía 5. Peter Paches indignado por haber sido rechazado por Manuela, se lo fue a contar a Eduviges Cantalauva, que era enemi­ ga irreconciliable de Manuela y entre los dos maduraron un plan para realizar una terrible “vendetta” . Le cortarían la cara. Primera­ mente le buscarían camorra cuando se encontrase en la barra del cabaretucho.

49Idem.

XI Fotografía 6. Ya puestos de acuerdo se dirigieron a “La Falena In ­ quietante” y encontraron a Manuela en la barra apurando un anís, integrado con agua y azúcar. Un insulto de Eduviges fue la chispa para el pleito. Peter agarró a Manuela para que no le fuera a pegar a su cómplice. No podemos publicar los insultos que se dijeron ambas cabareteras. N o se pudieron agarrar de lleno porque Peter lo impidió. Fotografía 7. Pero la cuestión no paró allí, pues las dos enemigas se citaron para un duelo a muerte en los llanos de la Escuela de Tiro. Hasta allí fueron y cada una se puso en guardia, teniendo en ristre sus correspondientes navajas. Brincaron una alrededor de otra pero no se acercaban ni de relajo. Fotografía 8. En esos momentos llegó Peter Paches y agarró a M a­ nuela. Cosa que aprovechó Eduviges para rayarle la cara a la pobre maniatada. Luego fue secundada por el pocho que también quiso marcar a la mujer que no había aceptado sus amores. Fue una escena truculenta, puesto que Manuela sangraba mucho por las dos mejillas. Fotografía 9. La víctima de estos dos desalmados fue recogida por la Cruz Roja y conducida al edificio de Durango donde fue curada. Tenía varias heridas en la cara que le dejarán cicatrices perpetuas. En tanto la policía busca a Peter, el pocho y a su cómplice para que respondan a este grave delito50 (véase figura 9). Las claves, co m o m arcas de la represen tación de la vida n o c ­ turna, tien en en este relato un ap o yo ic o n o g rá fic o n o to rio . L a secuencia de fotos p erm ite ap recia r a un in d ivid u o m u y galán, con un g o rro de m a rin ero , saco y cam iseta p o lo , tratan do de con ven cer a la m uchacha, qu ien lo rech aza en tres escenas con diversos gestos con la m an o y adelantando el paso. E n la siguien ­ te secuencia, vem os a la m u ch ach a b ailan d o “d an zón ” con un h om b re ta m b ién con atuendo de m arin ero, lo que u bica la im a ­ gen del h om b re fro n terizo enfren tán dose a su “ en em iga” en el p lan descrito. L a ú ltim a secuencia m uestra a las m ujeres con sus abrigos y bolsos peleando afuera del antro y a la víctim a recibien50 Textos de Nico Medina y fotografías de Adrián Devars Jr. (o Devarson), “El ‘pichi' se vengó de la niña”, Magazine de Policía, México, D. F., año IX , n. 507, 20 de septiembre de 1948, contraportada. Se conservó la ortografía original.

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do los n avajazos en el rostro y siendo atendida p o r la C ruz Roja. Otros elem en tos m en cion ad os en los textos dejan v e r la c o m p o ­ sición de este im a gin ario: las frases en spanglish; el n o m b re del tugurio: 'L a Falen a In qu ietan te' — es decir, la p rostituta am en a­ zadora, en térm in os eró ticos— ; la p resen cia de la vedette rusa K osentin a, “que tien e un cuerpo b ien fo rm a d o y cuando se m u e­ ve parece un gusarapo en agua pú trida” — p rim era v ez que en ­ con tram os m en cion ad a a la exótica— ; el danzón; y las m arcas de navaja en la cara. E n la p rim era parte de este trabajo, h ab ía­ m os visto cóm o se fue presentando el “cinturita” com o p erson a­ je de la vida nocturna. Ahora, en esta segunda parte, estamos fren­ te a la estiliza ció n de un m o d o de actuar que la prensa d en om in ó pachu qu ism o y que m ostraba el im p acto de la p ráctica en la vida urbana, en particu lar en las zonas m argin ales.51 Es interesante cóm o se reitera el señ alam iento al extranjero. L a fo to h is to ria titu lada “'P a ch u co' c a vern a rio ” , p u b lica d a el 25 de octu b re de 1948, añade otros elem en tos, c o m o la m u ch a­ cha p rovin cian a, qu ien v ive tran qu ila y cuida de su h erm an ito, y el tip o clásico d el “p ach u co b a ra to ” , “p ach u co c a v ern a rio ” , qu ien la con ven ce de segu irlo a la capital para lu ego explotarla aplicando su “arte” . Este viaje es el de la in gen u idad a la sordid ez de la vid a nocturna. L a im a gen de la ciudad de M éx ic o com o foco o entraña d el v ic io estuvo nutrida p o r estos viajes de la p ro vin cia al centro del país. M irey a G u tiérrez v ia jó a la cap ital con E du ar­ do d el R ío, quien, p ara gran jearse la con fian za de la chica, h izo m igas con el h erm a n ito de ésta, a qu ien p ro m e tió v o lv e r con juguetes y dulces; “ el n iñ o lo veía com o su h erm an o m a yo r” . Una v e z en la capital, el h o m b re lle vó a la m u ch ach a a los centros nocturnos y le dio de b eb er licores adulterados “ que ven d [ía n ] en esos antros de v ic io ” sin que ella sospech ara sus in ten cion es: “ M ire y a to m a b a c o n gu sto, p o rq u e estaba lo que se lla m a b a en a m o rad a de su h o m b re, sin im a g in a r la tram p a que Eduard ito le estaba ten d ien d o con aquellas in vita c io n e s ” . C u ando el “p a c h u c o ” n o tu vo d in e ro p a ra p a g a r la d ro ga, le p id ió a la m uchacha que lo ayudara bailan do con h om bres que le pagarían 51Idem.

XI p o r h acerlo. E sto le p e rm itió o b ten e r buenas ganan cias. L os m altratos brutales — la go lp ea b a con un fierro “ de grandes d i­ m en sion es”— c o m en za ro n cuando ella no llegab a con la can ti­ dad de d in ero esperada: “ entonces el en a m orad o ga lán que ella c o n o c ió en G u adalajara se tran sform a b a en ira scib le sujeto d is­ puesto a to d o ” . C uando la v id a se v o lv ió in so p o rta b le p ara la chica, y tras h a b er re c ib id o varias am en azas de m u erte, ésta acudió a la p olicía. E l sujeto fue d eten id o y en viad o a la c á rcel52 (véase figu ra 10). L a secuencia fo to grá fic a m uestra a un in d ivid u o con un saco y so m b re ro de ala ancha ab ra zan d o a una m u ch ach a con un delantal; a este sujeto con sin tiendo al h erm an ito de la chica; la parte trasera de un autobús, su girien do la salida; a los amantes beb ien d o en un antro en p osición de brindar; al tip o am enazante, con un ciga rrillo en la m an o y de pie, solicitan do a la m uchacha que le ayude a con segu ir dinero; al tip o sentado en un cóm od o sofá con tan do los billetes, con la ch ica sentada en el b razo del m ueble y llevando un abrigo y la cabeza cubierta; al sujeto jalán do­ la del cabello y golpeándola con un tubo; al “pachuco” en la m ism a actitud am enazante y a la m u jer denunciando los hechos frente a la policía. H a y tod a una estética narrativa. L os com pon en tes de esta fotoh istoria subrayan la p ropagan da del pachuquism o com o una p ráctica “depravada” y ligada a la trata de blancas que con ­ ducía a las m ujeres al m altrato y la violencia, pero tam bién subra­ yan la im a gen de la ciudad com o un territorio que o frec ía en sus m árgenes sociales espacios para el desarrollo de dichas acciones consideradas crim inales. L a in ten ción didáctica y la m ora leja son im pecables. E n esta fotohistoria, encontram os la n ota roja narra­ da en ton o de ficción , volcad a en una n arración visual evidente que la acerca al te rrito rio de las foton ovelas. E n ella se sintetiza la m o ra leja y se d irige un m ensaje visual de golpe. L a prensa registró de m an era cotid ia n a la v io le n cia d om ésti­ ca com etid a con tra las cabareteras p o r parte de los “pachu cos” .

52 Textos de Nico Medina y fotografías de Adrián Devars Jr. (o Devarson), “Pachuco cavernario”, Magazine de Policía, México, D. F., año IX , n. 512, 25 de octubre de 1948, contraportada.

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Las historietas, co m o hem os visto, re fo rz a ro n a través de la fic ­ ción del dibu jo la vero s im ilitu d de la fo to g ra fía en estos relatos visuales actuados. L a h isto rieta “L e h u n d ió un p ica h ie lo a su ‘p ich i'” , pu blicada el 23 de agosto de 1948 en M agazine de P o licía , con taba la h istoria de una m u jer que h irió a su exp lo ta d o r hun­ d ién d ole un p ica h ielo después de una fuerte discusión y de las am enazas de m u erte que éste le p ro fe ría en estado de eb ried ad 53 (véase figu ra 11). Expuestas con estos m edios que oscilan entre la realid ad de la fo to g ra fía posada y la ficc ió n de los dibujos, las h istorias aqu í contadas co m p leta n un p rim e r p a rá m etro p ara ap recia r el c om p o rta m ien to social de los explotadores de m u je­ res, ya sean “pachu cos” o “ cinturitas” , los cuales estaban m u y lejos, p o r supuesto, de los esencialism os en la id en tid ad m e x ica ­ na que le atrib u iría O ctavio P a z al person aje.54 Ya m en cion am os cóm o, de acuerdo con la n ota roja, los m ú ­ sicos que tocab an en los centros nocturnos y salones de baile ejercían ta m b ién co m o “pachu cos” 55 (véase figura 12). Su actua­ ción estaba registrada dentro del perím etro del centro de la m e ­ tró p o li — en el que h em os in sistido tan to— , el cual id en tifica a la p ob reza y la m a rgin alid ad urbana con los cabarets m ás sórdidos: Hay datos precisos que permiten asegurar que la mayoría de los mú­ sicos que trabajan en cabarets de tercera o cuarta clase son los principales instigadores de hechos delictuosos que son conocidos por las delegaciones policiacas de esta capital. Los músicos que son controlados por el sindicato X que por cierto tiene sus tétricas ofi­ cinas en la calle de Pensador Mexicano y cuenta con la dirección de un líder profesional y, por consiguiente, peligroso chantajista, de apellido Flores, van a los cabarets de la calle del Molino Rojo, Pal­ mitas, Agua Azul, Trianón Palace, Agua Roja, etc., con la idea muy adentrada de conseguir pronto un “barco” y obligar a la chica que 53 M. Aviña Jr., “Le hundió un picahielo a su ‘pichi'”, Magazine de Policía, México, D. F., año X I , n. 503, 23 de agosto de 1948, p. 7. 54 Octavio Paz, “El pachuco y otros extremos”, en El laberinto de la soledad, México, Fondo de Cultura Económica, 1950. Hay una construcción de un per­ fil social elaborado por la prensa. Algo similar al del pachuco, en ese sentido, fue el de los “apaches” en el París de la segunda mitad del siglo X IX . 55Enrique Félix Enciso, “Músicos pachucos”, Magazine de Policía, México, D. F., año III , n. 311, 21 de octubre de 1948, p. 7-8. Se ilustra esto con el fotorreportaje de Sergio Enrique Fernández, “Insaciables ‘pachucos'...”.

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merece ese nombre a que le pase hasta cincuenta pesos diarios. Cuando la mariposilla no accede tiene que pagar cara su negativa, porque recibe una paliza de órdago y pobre de ella si va a quejarse a la delegación [...] N o hay explicación posible, pero es el caso que los músicos de cabarets o de salón de baile, tienen tanto atractivo para las mujeres, como los hombres que visten uniforme.56 E n riqu e F élix E nciso, el p erio d ista que escrib ió lo anterior, aseguraba h aber realizad o “una re co p ila c ió n con datos p recisos” sobre cóm o actuaban los m úsicos “pachu cos” en los cabarets de segunda, tercera y cuarta categorías. P on ía de ejem p lo lugares co m o R ío Rosa, Tabares, W aikikí, Bagdad, B rem en y M acao, a los cuales d escribía “llenos de m ú sicos que tien en el in stru m en ­ to co m o un pretexto y que no son otra cosa que “pachu cos” des­ carados que no pud ien d o p erm an ecer tod a la noch e en el centro de v ic io en d on d e tra b a ja n re cu rre n a ese s u b te rfu g io ” .57 L a prensa d escribe bajo el signo de la condena. R esu lta casi im p o ­ sible restitu ir la m ira d a desde abajo. L a im a gen presentada en la m a y o ría de los fotorrep ortajes de n ota ro ja resulta lap id aria y concluyente. M úsicos con trayecto ria y form ad os en escuelas aseguraron a F élix E nciso que estos “m úsicos de cabaret” no eran sino adve­ n ed izos que ap ren dían cu alqu ier in strum en to de m an era líric a y sin consistencia profesion al. P o r lo general, se trataba de jóven es que no pasaban de los 25 años de edad y que acudían al centro n octurno a e x ig ir que se les pagara con bebida. E l m odus operand i, según el rep ortero, era el siguiente: [...] el jefe del grupo lanza al espacio un estentóreo: “Hey familia, el danzón 'Negra Consentida' y el chotis 'Madrid' serán dedicados a don Fulanito, que está en la mesa 5, acompañado de la distingui­ da damita, señorita Tecla Gutiérrez, de la mejor sociedad de México, D. F. El aludido se pavonea y se siente orgulloso. Y no nota que su acompañante, una morena de no malos bigotes, voltea y hace un guiño significativo al jefe del grupo que está trepado en el tapanco en donde los músicos rascan los metales de su instrumento.58 56Idem. 57Idem. 58Idem.

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Esta crón ica p reten d ía apegarse a los hechos concretos, que señalaban a los músicos “pachucos” com o individuos que, además de p e r c ib ir su su eld o en los cab arets “ de la zo n a ga la n te de M é x ic o ” , v ivía n con lujo gracias a las ganancias obtenidas p o r cabareteras. Las denuncias p o r ro b o fu eron las m ás frecuentes y sirvieron com o m a teria p rim a p ara los periodistas. E n tre ellas está el caso de ro b o a un m ecá n ico que h ab ía estado tom an do cervezas y fich an do con una ch iqu illa de quince años en el caba­ ret B oh em ia, “un antro de v ic io tétrico a donde acuden rufianes de la p e o r esp ecie” . L a m u chacha lo llevó después al A gu a Azul con la in ten ción , según ella, de m olestar a su “p ach u co” . E n va­ len to n a d o p o r las copas y m ostran d o el d in ero y la navaja, el m ecá n ico le d ijo que fueran a ese cabaret, d on de la pareja de la m u chacha era trom bon ista. S igu ien do la práctica, el “p ach u co” y el m ecán ico se liaron en una discusión que d ecid ieron terminar. L a m uchacha los con ven ció de irse a un lugar m ás apartado, para lo cual se su bieron a un coche. E l m ecá n ico resultó go lp ea d o y robado. N o fue p osib le d ar con el m ú sico, ya que los m úsicos “pachucos” se habían con vertido en unos “influyentazos” .59 Dicha form a de d irim ir las diferencias entre individuos fo rm ó parte de la sociab ilid ad p op u la r en diferentes periodos. Adem ás de los p rocedim ien tos tradicionales, los m úsicos “pachucos” am en azaban a los dueños de los establecim ientos con m o n ta r huelgas si no se les p e rm itía re g e n tea r a m ás de una cabaretera. A sí pudo verifica rlo F élix E n ciso en los cabarets de Calzada del N iñ o P erd id o, B o líva r y Santa M a ría de la Ribera. E nciso tam bién denunció las corruptelas de diversas delegaciones policiacas, donde no les pasaba nada a estos personajes d ebido a que sabían historias sobre los policías. Pod ían c om eter abusos graves o g o lp ea r salvajem ente a las m u jeres y segu ir “tocan d o swings y d an zon es” sin que nadie se atreviera a m olestarlos. P o r su parte, los m úsicos de P era lvillo — tam b ién los m úsicos tenían sus territo rios— se h abían tran sform a d o en “cinturitas” . De este m od o, el rep o rtero con sign ó la v io le n cia de un saxofon ista hacia una cabaretera, a qu ien go lp eó , to rc ió del b razo y p egó con una 59Idem.

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b otella en la cabeza p o r no entregarle el dinero que había ganado com p la cien d o a un m ilitar. O tro caso registró el abuso y trata de blancas p o r parte de un pianista que trabajó en un cabaret cer­ cano al Teatro L írico . O tro caso m ás hablaba de la o rga n iza c ió n de m úsicos en una banda crim in a l que iba m ás allá de la práctica lo ca l e individual. S e trataba de [...] un grupo de rufianes que han sembrado el pavor en los centros nocturnos, porque son peligrosos cinturitas e insaciables “pachucos”, que se solazan en golpear rudamente a las jovencitas que no les dan el dinero que ellos piden por “sus amoríos exclusivos” . Tal cosa cons­ tituye una lacra más que agregar a las ya muchas que tienen los músicos de esta capital, muchos de ellos acaparadores de chambas en radioemisoras y cabarets, sin que dejen nada, ni una “paloma”, siquiera para los verdaderos artistas: músicos que han estudiado en el Conservatorio o en la Escuela Libre de Música, obteniendo los conocimientos suficientes para figurar en cualquier grupo organiza­ do. Ojalá que este reportaje de policia , fundado en hechos concretos, merezca alguna atención y se ordene una investigación que se tra­ duzca en la captura y encarcelamiento de los músicos-“pachucos” .60 D esde el in icio de la crónica, descu brim os las pretensiones de v ero sim ilitu d del rep o rtero y la exp ectativa de que los hechos concretos valieran no sólo para h acer propaganda del m iedo, sino ta m b ién para que pu d iera ejercerse la autoridad. E l discurso grá fico d escribió, de fo rm a paralela en una fo to ­ g ra fía en la que no se ven los m úsicos ni m u ch o m en os a qu ién están m iran do, una escena en la que un supuesto saxofon ista no p erd ía de vista la activid ad de su mujer. E sto respalda la n arra­ c ió n en cuanto a la in ven ció n de una p ráctica recurrente, que puede observarse si se m ira el cuadro con deten im ien to. L a im a ­ gen, se d ecía en el p ie de foto, era la “clásica escena n octurn a” en la que una m u chacha “ in defen sa” atiende a sus clientes para o b ten er d inero, m ism o que entregará al “p ach u co” . E n otra foto, se m uestra a un in divid u o del que destacan sus cualidades físicas. Una últim a es la tom a de una pareja que espera en una delegación

60Idem.

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de policía. E l texto puso énfasis en que “la m u jer tem e encontrarse con su 'm ú sico'” .61 E l m on taje y la c o m p o s ició n de este fotorreportaje subraya la m isión propagan dística de Magazine de Policía: p ro p ic ia r el te m o r a la v id a nocturna. Las fotos p o r sí m ism as no revelan los “hechos con cretos” descritos en la crón ica p erio d ís ­ tica. H a y un relato p aralelo al texto lleva d o al lím ite en la foto. L a p rim era foto — no posada— m uestra el am bien te festivo del baile en p len o al in te rio r de un cen tro n octurno, con las p a­ rejas b a ila n d o y los m ú sicos in terp reta n d o. L a segu n da fo to m uestra a un h om bre com ien d o, m ientras que la tercera m uestra a una p areja abrazada; el rep o rtero o frece la exp licación de a m ­ bas. L a cuarta fo to es de una m u jer que son ríe y m u estra las piernas; de acuerdo con el rep ortero, lo hace para in crem en tar la ganan cia de su m ú sico “p ach u co” . P o r ú ltim o, se encuentran las im ágen es del terror: en una de ellas se ven las piernas de una m u jer sobresalien do de un hueco, lo que in d ica que está siendo enterrada p o r su asesino, m ien tras que en la otra se ve a una p areja tras las rejas.62 De nuevo, nos encon tram os ante el ju ego entre la realid ad y la ficción , el cual m uestra el aspecto m ás d ra­ m á tico de estas historias hasta llega r al terror. C om o dijim os al in icio, en Magazine de P o licía se caracterizó a la cabaretera-prostituta, a quien se distinguió de la cabareteraactriz, y al “pachu co” , así com o su relació n con las tensiones so­ ciales derivadas de las cam pañas de “h igien e m o ra l” en la ciudad de M éxico, en particu lar con la tem ática de la trata de blancas. A lo largo de estas páginas, se v io que a la im a gen de la cabareteraprostituta se le asignó com o o rigen la coyuntura de la R e fo rm a Cárdenas-Siurob, la cual se extendió a lo largo de tres décadas. A l m o stra r la exp lo ta ció n sexual que sufrían las m u jeres a m anos de sus m aridos o parejas, vim o s ta m b ién que la v iolen cia era gen eralizada en los ám bitos d om éstico y público. L a n ota roja denunciaba los p ro ced im ien to s de los “pachu cos” así com o de las bandas crim in ales con respecto a la trata de blancas. A través de dichas denuncias, especialm en te las que estaban presentes en

61 Idem. 62Idem.

XI los m edios visuales de las historietas y las fotoh istorias, se buscó a leccion ar al p ú b lico acerca de la am en aza cotid ia n a que niñas, joven citas y m ujeres adultas pod ían su frir si entraban en con tac­ to con algún elem en to de estos grupos de delincuentes: la m o ­ derna celestina, el n o vio agrin gado, el futuro esposo servicial, los m úsicos de cabaret, hasta las m ism as cabareteras y, p o r supuesto, los dueños de los cabarets, las “m adam es” y los policías. L a d e­ n uncia a través de las páginas de M agazine de P o licía sirvió ta m ­ b ién para plasm ar las posicion es m oralistas y m oralizan tes de los articulistas y del m ism o suplem ento. Sin em bargo, para lo que aquí atañe, esta lectura desde la m en talid ad acentúa las ca­ racterísticas de los relatos p oliciacos, en los que se aprecian las altas dosis de v iolen cia padecidas p o r un sector de la p ob lación , la vu ln erab ilidad de la m u jer en el ám bito d om éstico y el riesgo perm an en te de caer en las tram pas perversas de los tratantes, sobre tod o en los espacios de ocio. Asuntos tan im p o rta n tes c o m o la tra n sic ió n de la calle al cab aret de los escenarios p ara el e jerc ic io de la p rostitu ción ; la re la c ió n de las cabareteras con el ham pa, lo sórd id o y lo urbano acentuada en la v id a nocturna; las expresiones m ora lizan tes ver­ tidas en M agazine de P o lic ía ; y los relatos com p u estos en los fo to rrep o rta jes de d ich a revista nos colo can fren te a una te m á ­ tica que h ay que v a lo ra r desde diversos ángulos y enfoqu es, y ante la cual h ay que en co n tra r la m e jo r m a n era de en trecru za r estas aristas.

F u e n t e s c o n s u lt a d a s H em erografía Magazine de Policía, México, D. F., 1946-1948. Suplemento Magazine de Policía, México, D. F., 1946-1948.

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B ibliografía Appignanesi, Lisa, The Cabaret. Revised and Expanded Edition, New Haven, Yale University Press, 2004, 265 p. G o n zález R od rígu ez, Sergio, Los bajos fondos. E l antro, la bohemia y el café, México, Cal y Arena, 1988, 152 p. Jelavtch, Peter, Berlin Cabaret, Estados Unidos de América, Harvard University Press, 1996, 336 p. M on ro y, Rebeca, “La revista Todo, de Félix Fulgencio Palavicini y la nota roja” , en Nota roja. Lo anormal y lo criminal en la historia de México, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia [en prensa]. Monsiváis, Carlos, Los m il y un velorios. Crónica de la nota roja, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Alianza, 1994, 96 p. Paz, Octavio, “El pachuco y otros extremos” , en E l laberinto de la sole­ dad, M éxico, Fondo de Cultura Económica, 1950. P u lid o Llan o, Gabriela, “El espectáculo 'sicalíptico' en la ciudad de México, 1940-1950” , en Rodolfo Palma Rojo, Gabriela Pulido Llano y Emma Yanes Rizo (coords.), Rumberas, boxeadores y mártires. El ocio en el siglo xx, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2014, 92 p. (Colección Claves para la Historia del Siglo xx Mexicano). ________, E l mapa del pecado. Representaciones de la vida nocturna en la ciudad de México, 1940-1950, tesis de doctorado en Historia y Etnohistoria, México, Escuela Nacional de Antropología e Historia, 2014.

Figura 1. L. F. Bustamante, “Resultado práctico de la Reforma Cárdenas-Siurob” , Magazine de Policía, México, D. F., año xviii, n. 396, 1 de agosto de 1946, p. 7-8. Hemeroteca Nacional de México

Figura 2. L. F. Bustamante, “Volvieron las accesorias” , Magazine de Policía, México, D. F., año xviii, n. 399, 19 de agosto de 1946, p. 7-8. Hemeroteca Nacional de México

I HOSPITAL

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morelos.

Figura 3. Anónimo, “Asiladas del Hospital Morelos” , Magazine de Policía, México, D. F., año xvii, n. 371, 4 de febrero de 1946, p. 7. Hemeroteca Nacional de México

Figura 4. Sergio Fernández, “Cabarets: ¡prostitución a gran escala!” , Magazine de Policía, México, D. F., año iii, n. 286, 29 de abril de 1948, p. 3-4. Hemeroteca Nacional de México

Figura 5. Manuel Morán G., “Bracerías” , Vea, México, D. F., 20 de abril de 1945, p. 10. Hemeroteca Nacional de México

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Figura 6. Manuel Morán, “Apuntes callejeros” , Vea, México, D. F., 2 de marzo de 1945, p. 10. Hemeroteca Nacional de México

Figura 7. M. Aviña Jr., “Explotaba a la mujer” , Magazine de Policía, México, D. F., año iii, n. 302, 19 de agosto de 1948, p. 13. Hemeroteca Nacional de México

Figura 8. “Salvaje golpiza le propinó abominable 'cinturita'” , Magazine de Policía, México, D. F., año xi, n. 537, 18 de abril de 1949, p. 7. Hemeroteca Nacional de México

Figura 9. Textos de Nico Medina y fotografías de Adrián Devars Jr. (o Devarson), “El 'pichi' se vengó de la niña” , Magazine de Policía, México, D. F., año xi, n. 507, 20 de septiembre de 1948, contraportada. Hemeroteca Nacional de México

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Figura 10. Textos de Nico Medina y fotografías de Adrián Devars Jr. (o Devarson), “Pachuco cavernario” , Magazine de Policía, México, D. F., año ix, n. 512, 25 de octubre de 1948, contraportada. Hemeroteca Nacional de México

Figura 11. M. Aviña Jr., “Le hundió un picahielo a su 'pichi'” , Magazine de Policía, México, D. F., año ix, n. 503, 23 de agosto de 1948, p. 7. Hemeroteca Nacional de México

Figura 12. Sergio Fernández, “Insaciables pachucos” , Suplemento Magazine de Policía, México, D. F., año iii, n. 261, 13 de noviembre de 1947, p. 11-12. Hemeroteca Nacional de México

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| IN S T IT U T O I

H IS TÓ R IC AS

SEGUNDA PARTE

PROSTITUCIÓN Y PROXENETISMO

P E R D IC IÓ N , E N G A N C H E Y S E D U C C IÓ N P r o s t it u c ió n y l e n o c in io e n Ja l is c o 1866-1885* L a u r a B e n ít e z B a r b a Universidad de Guadalajara Biblioteca Pública del Estado de Jalisco “Juan José Arreóla”

Varios son los estudios y análisis que se han h ech o sobre la p ro s ­ titu ció n en M éx ico. S in em b a rgo, de los que van desde la época preh ispán ica hasta la actu alid ad ,1no todos tratan un punto m u y im p ortan te: el de los lenones, rufianes y alcahuetes, quienes, ya fu eran h om bres o m ujeres, en m uchas ocasion es eran los encar­ gados de “ o rilla r” a las y los jó ve n es al m u n d o c o m e rc ia l d el

* Una primera versión de esta investigación se publicó como Laura Benítez Barba, “Lenonas, rufianes y alcahuetes. El manejo de la prostitución en la Guadalajara porfiriana, 1860-1880”, Revista del Seminario de Historia Mexicana, v. Ix, n. 2, verano de 2009, p. 65-83. Agradezco al doctor Jorge Alberto Trujillo y a las doctoras Laura Catalina Díaz, Elisa Speckman y Fabiola Bailón Vásquez los comentarios y las sugerencias para la presente versión. 1 Algunos de estos trabajos son Luis Lara y Pardo, Estudios de higiene social. La prostitución en México, México, Librería de la Viuda de Ch. Bouret, 1908; Carlos Roumagnac, La prostitución reglamentada. Sus inconvenientes, su inutili­ dad y sus peligros, México, Tipografía Económica, 1909; Rafael Sagredo, María Villa (a) La chiquita, n. 4002, México, Cal y Arena, 1996; Marcela Lagarde y de los Ríos, Los cautiverios de las mujeres. Madresposas, monjas, putas, presas y locas, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Investi­ gaciones Interdisciplinarias en Ciencia y Humanidades, 2001; Fernanda Núñez Becerra, La prostitución y su represión en la ciudad de México (siglo xix). Prác­ ticas y representaciones, Barcelona, Gedisa, 2002; Jorge Alberto Trujillo Bretón, La prostitución en Guadalajara durante la crisis del porfiriato (1894-1911), tesis de licenciatura en Historia, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1994; Fidelina González Llerenas, La reglamentación de la prostitución en Guadalajara, 1866-1900, tesis de maestría en Historia, Guadalajara, Universidad de Gua­ dalajara, 2005; Fabiola Bailón Vásquez, Trabajadoras domésticas y sexuales en la ciudad de Oaxaca durante el Porfiriato. Sobrevivencia, control y vida cotidiana, tesis de doctorado en Historia, México, El Colegio de México, 2012; entre otros.

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IN S T IT U T O I

HI ST ÓR IC A S

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LAURA BENíTEZ BARBA

sexo.2 Si b ie n la p ro stitu c ió n n o estaba p ro h ib id a en M éx ic o — siem p re y cuando las p ractican tes estuvieran registradas en una casa de to lera n cia y vigilad as p o r la p o lic ía san itaria— , el le n o c in io sí fue tip ifica d o p o r las leyes del E stado, lo cual con ­ vertía en delin cuentes a quienes lo lleva b a n a ca b o.3 E l p rim e r reglam en to de p rostitu ción del país se em itió en la ciudad de M éx ic o en 1865, exp edid o p o r M a x im ilia n o de Habsbu rgo,4 qu ien trajo con sigo m uchas de las ideas higienistas que, al igu al que el te m o r a la sífilis, im p erab an en E uropa. U n año después, en 1866, se p u b licó en Jalisco el R egla m en to de las Ca­ sas de T oleran cia de la M u n icip a lid a d de Guadalajara, en segu i­ m ien to de la ló g ic a que en Fran cia buscaba p ro te ger a los guar­ dias d el con tagio de enferm edades venéreas que las prostitutas locales transm itían. A b u n d io A ceves, m é d ic o de G uadalajara, calificab a el “sifilism o ” com o el “v ic io m ás asqueroso de la h um an idad ” , el que con ­ vertía a los h om bres en “objetos repugnantes” y les im p o sib ilita ­ ba v iv ir de buen gra d o en colectivid ad, el que era evid en cia de una en ferm ed a d social. P o r m otivos sim ilares, desde h acía m u ­ cho tiem p o tanto legisladores com o m édicos ya habían com p ren ­ d id o la n ecesid ad de in terven ir para “atenuar los estragos que causa[ban ] los m ales ven éreos o sifilíticos” y reglam en ta r a las prostitutas, ya que sólo con la “v igila n c ia activa” se evitaría su p rop a gación .5 De ese m o d o, el reglam en to aclaró que las m ujeres públicas que con travin ieran lo establecido en él serían aprehen2En esta investigación me referiré únicamente a la prostitución femeni­ na, ya que la documentación localizada para el periodo no hace referencia a la prostitución masculina. 3 “Prostituta”, “puta”, “meretriz”, “de la vida alegre”, “de la vida galante”, “pública”, “piruja”, “cusca” y “mesalina” son algunos de los nombres que se les han dado a las mujeres que vendían su cuerpo a cambio de una remuneración y quienes, sin embargo, en muchas ocasiones no podían conservar todo el di­ nero que ganaban, pues, si trabajaban en una casa de asignación, la dueña o la madame era quien realmente obtenía una ventaja económica. 4Este reglamento de la prostitución de 1865 no fue el primer intento por reglamentar a las mujeres públicas, ya que en 1851 se creó el Proyecto de Decre­ to y Reglamento sobre la Prostitución, aunque no entró en vigor. Fernanda Núñez Becerra, La prostitución y su represión..., p. 62. 5Abundio Aceves, médico y profesor en la Escuela de Medicina en Gua­ dalajara, fue precursor —hasta hoy no reconocido— de la medicina social en

didas y consignadas a los tribunales y, si h u biera m o tivo , arres­ tadas o m ultadas gu bern ativam en te a “títu lo de c o rrec c ió n ” .6 Durante el g o b iern o del licen ciad o E m eterio R ob les G il,7 la legisla ció n era el in strum en to para h acer cu m p lir las norm as de conducta y la m o ra l social.8 Así, el C on greso del E stado de Ja­ lisco em itió en 1868 el d ecreto 131, en el cual se esp ecificó que no se p ro ce d e ría de o fic io n i a in stan cia de los tribu nales del E stado en los casos relacionados con delitos contra la honestidad — es decir, adulterio, v io la ció n , estupro, in cesto y le n o c in io — , sino que éstos se p ersegu irían hasta que h ubiera una denuncia de p o r m edio. Sin em bargo, respecto a este ú ltim o d elito la ley h izo una excepción, pues lo persigu ió de o fic io siem pre y cuando la person a acusada lo p racticara h abitu alm en te o con abuso de au torid ad o confianza, o p ro m o vie ra o fa cilitara la p rostitu ción de m en ores de edad para satisfacer los deseos de otro, ya que la ley no privaba a las autoridades com petentes del d erech o a cas­ tig a r “ en érgicam en te” a los que de cu alqu ier m o d o ofen d iera n el p u d or o las buenas costum bres con hechos escandalosos.9 S iguien do esta lógica, el p rim er cód igo penal que tuvo el es­ tado de Jalisco en 1885, aunque tip ificó los delitos contra el orden de las fam ilias, la m o ra l p ú b lica y las buenas costu m bres, no castigó el len o cin io com o tal, sino que crim in a lizó la corru p ción

México. Abundio Aceves, Medicina social, Guadalajara, Imprenta del Hospicio, 1886, p. 88, 94-95. 6Reglamento de las Casas de Tolerancia de la Municipalidad de Guadalajara, Guadalajara, Luis P. Vidaurri, 1866, p. 11. 7El licenciado Emeterio Robles Gil gobernó el estado de Jalisco de 1868 a 1869, en sustitución de Antonio Gómez Cuervo, quien solicitó una licencia para entablar un juicio al ser acusado de no acatar una orden de la Suprema Corte de Justicia. Manuel Cambre, Gobiernos y gobernantes de Jalisco, México, Publicaciones de la Presidencia Municipal de Guadalajara, 1969, p. 88. 8Carmen Ramos, “Legislación y representación de género en la nación mexicana. La mujer y la familia en el discurso y la ley, 1870-1890”, en Sara Elena Pérez-Gil Romo y Patricia Ravelo Blancas (coords.), Voces disidentes. Debates contemporáneos en los estudios de género en México, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social/Miguel Ángel Porrúa, 2004, p. 93. 9Colección de los decretos, circulares y órdenes de los poderes Legislativo y Ejecutivo del Estado desde el 28 de agosto de 1867 al 31 de octubre de 1869, Gua­ dalajara, Tipografía de S. Banda, 1873, p. 468.

de m enores únicam ente cuando ésta se h ubiera con su m ado.10 La tip ificó así com o el d elito en el que h abitualm ente se procu raba o se fa cilitab a la corru p ció n de cu alqu ier m e n o r de 18 años de edad o, en su defecto, se le excitaba a ello para satisfacer las pa­ siones torpes de otro. E l castigo corresp on d ien te era una pena de entre seis y 18 meses de arresto si el o fen d id o pasaba de los once años de edad. Si era m en or de esa edad, la sentencia se du­ p licaría. Adem ás, se ten dría com o habitu al cuando el acusado hubiera com etid o este d elito más de tres veces.11 E n 1923 el E stado em itió otro có d igo penal. E n él, excluyó de nuevo el len ocin io, pero inclu yó la corru p ción de m enores dentro de los delitos con tra el ord en de las fam ilias, la m o ra l o las bu e­ nas costu m bres.12 Fue hasta 1933 que el le n o c in io se con sideró dentro de un cód igo penal com o un delito contra la m oral pública com etid o p o r tod o aquel que, sin au to riza ción legal, habitu al o acciden tal, exp lota ra el cuerpo de una p erson a p o r m e d io del co m ercio carnal, se m antu viera de este co m ercio u obtu viera de él un lucro cu alqu iera.13 P o r ello, este trabajo com p ren d erá el estado de Jalisco desde 1866 hasta antes de que entrara en v ig o r el C ó d igo P en al del es­ tado en 1885, pues, aunque en 1868 el G o b iern o lo ca l em itió un d ecreto en con tra del len o cin io, no fue sino desde 1866 que se

10En 1890 fue aprehendida en Poncitlán, Jalisco, María Carmen Torres, a quien se acusó de lenocinio por tratar de llevarse a Jesús María Pilar Vidaurri a un prostíbulo que tenía en San Francisco, Estados Unidos, con la intención de pagarle cinco pesos mensuales. Torres fue arrestada en la estación de ferro­ carril de Poncitlán —aunque salieron desde Guadalajara—, porque se llevó a Jesús María con engaños, diciéndole que iría como sirvienta. Legalmente fue acusada de corrupción de menores, pero se le dejó en libertad pues el delito no pudo consumarse y Vidaurri era mayor de 18 años de edad. “Contra María Carmen Torres por lenocinio o plagio”, Guadalajara, BPEJ, AHSTJ, Criminal, caja 1890-29, inv. 99362; y “Carmen Torres. Apelación al auto de bien presa”, Gua­ dalajara, caja 1890-8, inv. 98598. 11Código Penal del Estado de Jalisco, Guadalajara, Imprenta de Gobierno a cargo de J. G. Montenegro, 1885, p. 186-187. 12Código Penal del Estado de Jalisco, Guadalajara, Talleres Tipográficos de Gallardo y Álvarez del Castillo, 1923, p. 107. 13Código Penal del Estado de Jalisco. Contiene la exposición de motivos y la iniciativa del Supremo Tribunal de Justicia del Estado y todas las reformas hasta la fecha, Guadalajara, Librería Font, 1933, p. 82.

reglam en ta ron las casas de toleran cia y p o r ende, las prostitutas y las m atronas. Se pretende v e r a través del archivo ju d icia l cóm o es que en Jalisco los “auxiliares de Venus” fu eron denunciados y qué prácticas u tilizaban para enganchar y/o seducir a las diversas m ujeres y así orillarlas a la v id a de la prostitución.

E l negocio de la carne Según el R egla m en to de las Casas de Toleran cia de la M u n icip a ­ lid a d de G uadalajara, la prostituta era qu ien se ab an d o n ab a sexu a lm en te con m ás de una p erso n a m ed ia n te p aga o recom p en sa.14 E n cuanto a la p rostitu ción , ésta fue defin ida com o el “tráfico v erg o n zo s o que una m u jer hace de sí m ism a ” .15 Q uienes la p ra ctica b a n se d iv id ía n en públicas o aisladas.16 Las prim eras v ivía n “en reu n ión con otras m u jeres” , com o en un bu rd el o una casa de tolerancia, de asignación o de citas. Se encontraban libres de p aga r im puestos, ya que qu ien lo h acía p o r ellas era la m a tro ­ na o dueña, es decir, la en cargad a de v ig ila rla s y explotarlas. T am b ién p od ía n ejercer su o fic io en hoteles y m esones, donde sólo debían hacer el p ago correspon dien te a su libreta sanitaria.17 Las m ujeres aisladas, en cam b io, eran aquellas m eretrices que

14Reglamento de las Casas..., p. 7. 15Jorge Alberto Trujillo Bretón, La prostitución en Guadalajara..., p. 73. 16En la ciudad de Oaxaca el Reglamento de Prostitución de 1881, aunque entró en vigor hasta 1890, coincidió en que sólo habría dos grupos de prostitu­ tas: las aisladas y las de comunidad. Sobre el Reglamento de las Casas de Tole­ rancia de la Municipalidad de Colima de 1870, María Irma López habla de inscritas, clandestinas e independientes y menciona que había tres tipos de casas donde se podía ejercer la prostitución: a) por donde trabajan —casa de tolerancia—; b) por donde trabajan ocasionalmente —casa de citas—; y las que viven y ejercen en su domicilio —casa propia—. Fabiola Bailón Vásquez, Tra­ bajadoras domésticas..., p. 4, 104; María Irma López Razgado, Las meretrices de Colima durante el Porfiriato y la Revolución, 1876-1917, tesis de maestría en Historia Regional, Colima, Universidad de Colima, 2002, p. 81-82. 17La libreta sanitaria era el registro donde debían inscribirse todas las mujeres públicas, lo cual podía hacerse de oficio o a pedimento de las intere­ sadas. Las mujeres públicas debían pagar dos reales por la libreta de inscripción, ya fuera la principal o el duplicado, e incluso por el reglamento; real y medio por cada visita corporal de primera clase; y un real por las de segunda y terce­ ra. Reglamento de las Casas. , p. 7, 16-17.

v ivía n solas y ejercían la p rostitu ción en sus propias casas. Éstas ten ían la o b lig a c ió n de p aga r im p u estos.18 Las prostitutas fu era de la ley eran llam adas clandestinas, ya que, al no estar inscritas, no pagaban sus cuotas y no se les p od ía vigilar. P o r lo gen eral, eran un p ro b le m a para el E stado, pues d ebido a que no había form a de obligarlas a hacerse las revisiones m éd icas19 representaban un foco de in fecció n que las autoridades perseguían. F a b io la B a iló n V ásqu ez nos d ice que “todos los re ­ glam en tos insistían en que 'la prostitu ta no d eb ía existir fuera del espacio regu lado o fu era de la v igila n c ia y con tro l h ig ié n i­ co' ” .20 E n 1881, el p erió d ico lo ca l E l Cascabel expuso que, si se ap licara com o era d ebido, el reglam en to existente para la p ro s­ titución, con sus d isp osiciones m u y acertadas, sería “un p a lia ti­ vo del m a l que lam en tam os” , aunque no fu era p osib le evitarlo com pletam en te. N o obstante, cualquiera que fu era la causa p o r la que se les tolerab a,21 las prostitutas d ebían ser “vigiladas de un m o d o estricto y acertado” , pues al descuidarlas “resu lta[ban ] m a ­ les de funesto alcance” , entre los cuales estaba “la im p erfe cc ió n p ro gresiva de la ra za ” .22

18Jorge Alberto Trujillo Bretón, La prostitución en Guadalajara..., p. 73. 19Según el reglamento, tenían obligación todas las mujeres públicas de concurrir los martes y sábados al lugar que se les indicara para ser registra­ das corporalmente por los facultativos encargados y así hacer constar su estado sanitario. Reglamento de las Casas..., p. 10. 20Fabiola Bailón Vásquez, “Las garantías individuales frente a los derechos sociales. Una discusión porfiriana en torno a la prostitución”, en Julia Tuñón (comp.), Enjaular los cuerpos. Normativas decimonónicas y feminidad en México, México, El Colegio de México, 2008, p. 336. 21 Además de ser considerada como un evidente sostenimiento del orden patriarcal y un problema tanto social como higiénico, quienes justificaban la prostitución argumentaban que, de no existir ésta, los “desahogos carnales masculinos podrían encausarse por medios delictivos”. Sin embargo, no podía negarse que la prostitución “representaba un magnífico negocio para aquéllos que explotaban a las meretrices”, como las matronas, los policías y los agentes sanitarios. Jorge Alberto Trujillo Bretón, “Medianoche en los Altos. El fenóme­ no de la prostitución en los Altos de Jalisco”, en Jorge Alberto Trujillo Bretón y Federico de la Torre (comps.), Seminario de Estudios Regionales. Anuario 2003. Los Altos de Jalisco. Pasado y Presente, México, Universidad de Guadalajara, Centro Universitario de los Altos, 2004, p. 143. 22 Pipo, “La prostitución”, El Cascabel, Guadalajara, 23 de agosto de 1881, p. 2.

Kf A pesar de ser una a ctivid ad p erm itid a p o r el Estado, la p ros­ titu ción no era un o fic io b ien visto p o r la sociedad en general, que la veía co m o un m e d io de corru p ció n de sus jóven es, tanto m ujeres com o hom bres, pues la achacaba al gra d o de d esm ora­ liza c ió n al que el país h ab ía llegado: La ley que prohíbe la prostitución, no la impide, sino que la hace más perniciosa; pues aumenta la corrupción, precipita a las infeli­ ces que se entregan a ella en la crápula y en el exceso de los licores fuertes, las hace insensibles al freno de la vergüenza, agotando so­ bre la desgracia el oprobio debido a los delitos verdaderos, y estor­ ba las precauciones que podrían ignorar los inconvenientes de este desorden si fuera tolerado.23 E n G uadalajara llegó a suceder que la sim ple d esap arición de una jo v e n durante unas cuantas horas fue suficiente para que se creyera que una m a la in flu en cia la había “ sonsacado” p ara que se entregara “a algún h o m b re ” .24 E n o p in ió n de E l Cascabel, en todos los países civiliza d o s se p racticab a la v igila n c ia sobre las prostitutas tan acertadam en te que la v id a de éstas llegab a a ser una “esclavitu d m o rtifica n te” , lo que servía de ejem p lo para que la p ro stitu c ió n no se esp arciera c o m o sucedía siem p re en los lugares donde tan “funesta carrera o frece a las m ujeres el alicien ­ te de tod o gén ero de placeres p o r nadie restrin gid os” . E l re g la ­ m en to en G uadalajara ten ía ese fin, p ero hasta entonces no se h ab ía p ro cu ra d o d arle un c u m p lim ie n to en érgico , h ech o que p erm ite asegurar que en las casas para las que fue redactado ni siquiera se con ocía. Según el sem anario, en G uadalajara la con ducta de algunas m ujeres estaba tom an do “p ro p orcion es alarm antes” sin que n a­ die h icie ra algo al respecto. E l en orm e e jérc ito de prostitutas estaba com pu esto de m ujeres in felices que dejaban “los afanes y 23 Joaquín Escriche, Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia. Edición notablemente corregida y aumentada con nuevos artículos, notas y adi­ ciones sobre el derecho americano por Juan B. Gum, 3 t., Bogotá, Temis, [1842] 1998, p. 525. 24 Como no se localizó a la joven, no se pudo proceder en contra de la parte acusada. “Contra María Soledad Loza por lenocinio”, Guadalajara, BPEJ, AHSTJ, Criminal, caja 1874-65, inv. 51302.

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los trabajos p o r la h o lga za n ería del bu rd el” . L o p eo r era que su núm ero aum entaba día a d ía de m anera incesante, com o un cán­ cer que am en azaba con “ en vo lver del to d o nuestra sociedad” . N o era raro, m an ifestó el p erió d ico , que las fam ilias que cam in aban p o r las aceras de la ciudad tu vieran que cederles el paso a cinco o seis “ram eras” que, andando tam bién , las atropellab an o les lan zab an algunas “pullas en id io m a p o c o edifican te” .25 Las prostitutas eran tantas que se p od ía n v e r en los paseos más públicos, en las calles m ás céntricas, en los portales y hasta en las iglesias.26 Se trataba de “grandes bandas de ram eras, de rostro estragado y de rid ícu lo traje” , que alegrem en te paseaban su cin ism o “cod ean d o altaneras a la m u jer h on rad a” , qu ien se avergon zab a con el sim ple con tacto de “ esas desventuradas” . L a “buena” sociedad tapatía no estaba acostum brada a ellas. Según se m anifestó, era un fen óm en o reciente que la estaba invadiendo. Si b ien había algunas prostitutas, éstas eran bastante conocidas y se les con sign aba a un punto esp ecífico de la ciudad, ya que los habitantes de G uadalajara se p reciab an de estar lim p io s de m u ­ chas corrupciones. S in em bargo, con el aum ento de las casas de toleran cia ahora estaban atestados de esos “focos de in m u n d icia y corru p ció n física y m o ra l” .27 U n p ro b lem a surgía cuando las “m ujeres buenas” eran c o n ­ fun didas con las “m alas” , c o m o le sucedió en 1872 a la jo v e n Jesús M edin a, qu ien al salir a un m an d ad o el subinspector del cuartel 4° la agarró y m etió a la casa de M e rc e d L ó p e z, una casa pública. Cuando su padre, B ern abé M ed in a, le fue a reclamar, aquél le contestó “ que al cabo era la m u chacha una de tantas” .28 25 Pipo, “La prostitución...”, p. 2. 26 El artículo 12 del reglamento hizo énfasis en que las mujeres públicas no debían ponerse en las ventanas o las puertas de sus casas. Además, tenían prohibido saludar o dirigir la palabra a los transeúntes, llamar la atención de los hombres con señas, presentarse en público con vestidos disolutos, andar en estado de embriaguez por las calles, concurrir a la plaza principal, hablar con palabras obscenas y presentarse en los cuarteles o cuerpos de guardia. Regla­ mento de las Casas. , p. 11. 27 Pipo, “La prostitución...”, p. 2. 28A pesar de que se pudo comprobar que en la casa de Merced López nadie le “faltó” a su pudor, Jesús Medina confesó que ya antes un hombre, al que no conocía ni podría reconocer en ese momento, “usó de su persona”, por

XI L os lupanares, “tem p los d el escándalo y el lib ertin a je” , abrían sus puertas p ara la ju ven tu d que se p recip itab a en ellos “para dejar su pudor, su d in ero y su salud” . E ran casas donde no había v igila n c ia alguna, rein aba el desorden y con frecu en cia se c o m e ­ tían “crím enes h o rro ro so s” . Adem ás, ten ían p erm itid o lo que la au torid ad p ro h ib ió a las casas honradas: los bailes. L a p o lic ía no sólo no los im p ed ía, sino que hasta los disfrutaba p o r el escasí­ sim o d eco ro con que sus actores com etían sus “ orgías” .29 M u y seguram ente la p rostitu ción tanto en Jalisco co m o en cu alqu ier otra entidad m exica n a era un n egocio . P o r lo tanto, para el reglam en to era ló g ic o que h u biera “un p rin cip al” — y en esp ecífico una dueña— que, cual com ercian te, procu rara tener en su estab lecim ien to “la m e jo r y m ás abundante m ercan cía” . Para los clientes, una m u jer considerada com o “nueva” 30 era más atrayen te y deseable, ya que se trataba de una n o ve d a d en el burdel. A sim ism o , algunas recién llegadas, que hasta vírgenes resultaban, se cotiza b a n m u ch o m ás caras que las trabajadoras regulares. De este m o d o se daba la “ exp lo ta ció n de carne h u m a­ na” , lo cual no era posib le sin “la volu ptu osidad de ciertos ricos, los 'com ision a d os' de Sanidad, y las alcahuetas” .31 Se creía que las privacion es y la m iseria eran las que o b lig a ­ ban a las m ujeres a “lanzarse lejos de su natural p u d or” , el cual era un p ro b lem a al m o m en to de inscribirse en el registro pú blico de p rostitu ción .32 Según E l Cascabel, la id ea de librarse del h am ­ bre las haría sobrellevar “las m ortificacion es” de la vergü enza que

lo que perdió su virginidad. Con ello, su padre retiró la acusación contra Trini­ dad N., quien fue puesta en libertad, pues en la casa de Merced no se cometió ningún delito. “Contra María Merced López por indicios de lenocinio”, Guadalajara, BPEJ, AHsTJ , Criminal, caja 1872-47, inv. 45229. 29 Pipo, “La prostitución...”, p. 2. 30Entiéndase como joven, guapa, recién llegada o incluso virgen. 31 Miguel Galindo, La higiene en Guadalajara. Higiene social y medicina legal, tesis de medicina, v. II , Guadalajara, 1908, p. 216. 32Fabiola Bailón nos dice que la prostitución no sólo fue una actividad forzada, sino que para algunas mujeres llegó a convertirse en un recurso o una forma esporádica de ganarse la vida, en una opción de trabajo que para unas era rentable y para otras apenas una forma de supervivencia. Fabiola Bailón Vásquez, Trabajadoras domésticas..., p. 22, 96, 98.

sign ificab a verse con tin u am en te v igila d a s ,33 “ esp iad a[s] p o r la au torid ad que la [s ] aparta de la vid a social” y que las ve com o algo extraño p orqu e “o fe n d e [n ] con sólo ser m ira d [a s]” . De acuer­ do con el d iario, aunque m uchas in felices se resistían a tanta h u m illación , en G uadalajara estaban libres de esa persecución, así que p ro n to se “ encariñaban” con el o fic io en el que go za b a n lib rem en te de “ ciertos p laceres” , vien d o con “h o rro r la v id a de privacion es pasadas del h o g a r [d e l] que [era n ] desertoras” .34 Se p od ría pensar que algunas otras sim plem en te decidían no regresar m ás a sus casas, pues era p referib le estar en otro lugar que con su fam ilia. R o d rigo R o m ero asusó a C ipriana y M áxim a O rtíz de haberse llevado a M áx im a Alatorre, de catorce años de edad, para que la “usara” P lácid o Arana, pero cuando se dio cuen­ ta de que M áx im a ya no era “niña” , pues habían sido dos hom bres los que antes h abían usado de ella, no regresó más a ratificar su acusación. E n este caso, con la d eclaración de M áx im a p odem os con o cer la ra zó n que tuvo para salirse de su casa y acceder a los deseos de Arana: su m a d re le p ega b a tanto que al salirse con P lácido d ecid ió no volver; en cam bio, reco n o cía el fa v o r que las herm anas O rtiz le h iciero n al dejarla pasar ahí la noche p o r no ten er a dónde ir.35 ¿Qué otra o p ció n ten ía M áx im a al no querer regresar a su casa sino recu rrir al prostíbulo? L a v id a de la prostituta den tro del burdel, salvo raras excep­ ciones, era dura y autoritaria. Desde el punto de vista econ óm ico, social y hum ano, con stituía una exp lo ta ció n de la cual no “hay ejem p lo en ninguna otra clase de relaciones patron ales” . Cual­ qu iera que h ubiera sido el trato de la p rostituta con la dueña así co m o su d esem peñ o dentro de la casa, la prestadora del servicio

33 El alcalde podría inscribir a una mujer como prostituta cuando aquélla frecuentara a mujeres públicas; se encontrara con ellas en las casas de toleran­ cia; se le arrestara con reincidencia en lugares públicos por faltas a las buenas costumbres, provocaciones o actos licenciosos; y cuando, por la naturaleza de sus relaciones, traiga consigo escándalo, suscite quejas o amenace la sanidad pública. Reglamento de las Casas..., p. 8. 34 Pipo, “La prostitución...”, p. 3. 35 “Contra María Cipriana Ortiz y Margarita Ortiz a pedimento de Miguel Alatorre por lenonas”, Guadalajara, BPEJ, AHSTJ, Criminal, caja 1873-24, inv. 47290.

siem pre se encontraba em peñada con la m atrona p o r sus crecidas deudas, las cuales no p od ía satisfacer p o r sí m ism a, “hallándose, p o r consiguiente, encadenada” .36 Las pocas que querían red im ir­ se no tenían a dónde ir. E l Telegrama, otro p erió d ico local, expuso que el G obiern o debía ten er cuanto antes un establecim iento ais­ lado o designar algún otro lugar para ese sinnúm ero de “jóvenes arrepentidas víctim as de infam ias que p o r falta de dónde m eterse vence obligadas a seguir la degradante carrera de la prostitución” .37

Las casas de tolerancia Según el R eglam en to de las Casas de 1866, se entendería com o casa de toleran cia a la vivien d a donde habitaran o concurrieran una o varias m ujeres públicas. E n el caso de que fuera más de una, todas estarían bajo la dependencia y vigilan cia exclusiva de otra mujer, la m atrona, qu ien procu raría no sólo satisfacer a su clien ­ tela, sino ta m b ién que fuera un “n eg o c io red itu a b le” .38 L a je fa de la casa ten dría la o b lig a c ió n de sujetarse a las prescripcion es del reglam en to; es decir, d eb ía solicita r al alcalde el p erm iso corres­ p on d ien te y, una v ez con ced id o éste, d aría ra zó n de cada una de las m u jeres que v iv ie ra n b a jo su te c h o 39 así c o m o de las que dejaran de hacerlo. E ra in n ega b le que tanto las prostitutas co m o las casas de toleran cia gen eraban gastos — “im puestos, vestuario, alim en ta­ ción y cuidados m édicos”— , así que la m atron a buscaba m étodos p ara h acerse de m ás d in e ro .40 P ara ello, n o sólo recu rría a la

36C. Bernaldo de Quirós y José María Llanas Aguilaniedo, La mala vida en Madrid. Estudio psico-sociológico con dibujos y grabados del natural, Madrid, B. Rodríguez Serra, 1901, p. 309. 37El Telegrama se caracterizó en Guadalajara por ser un periódico impre­ so en un formato pequeño, donde se publicaban noticias breves, precisamente, como si se estuviera enviando un telegrama. El Telegrama. Periódico como otro cualquiera, de noticias, variedades y anuncios, Guadalajara, 21 de febrero de 1885, p. 1. 38Fabiola Bailón Vásquez, Trabajadoras domésticas..., p. 98. 39Si la casa no fuera propia, debían tener el permiso del propietario para convertirla en casa de tolerancia. Reglamento de las Casas..., p. 13. 40Fabiola Bailón Vásquez, Trabajadoras domésticas..., p. 100.

Kf 146 exp lo ta ció n de la prostituta, sino ta m b ién a la de algunas p ro h i­ bicion es que aclaraba el reglam ento. L a dueña tenía la o b ligación de presentar las prostitutas a las visitas corporales y de rep ortar si alguna de ellas estaba en ferm a del m a l ven éreo, lo que sign ifi­ caba con tar con una trab ajad ora m enos. A sim ism o, debía p rev e ­ n ir cualquier desorden o escándalo y cerrar las puertas de la casa a las once de la noch e y n o abrirlas b ajo n in gún pretexto, lo que lim ita b a el in greso de clientes. L os objetos olvid ad os ten ían que entregarse a la alcald ía al d ía siguiente para que fueran reclam ados, pero muchas veces las m atronas no los entregaban, lo que ocasion ab a que después se les acusara de robo. Las ventanas de la casa d ebían estar siem pre con v id rio s opacos o con cortin as gruesas, lo que servía p ara ocu ltar las actividades al in te rio r de las casas o para evitar que las prostitutas se asom aran p o r las ventanas, llam aran a posibles clientes y escan dalizaran a los transeúntes. N o p od ía h ab er can ­ tinas, ven ta de “bebidas espirituosas” , bailes o ju egos de cartas. T am p oco se p o d ía re cib ir a ninguna person a ebria, h om bres m e ­ nores de 21 años de edad o m ujeres sin lib reta de inspección. Todas estas actividades las p ro h ib ió el reglam en to, p ero su falta de acatam ien to sin duda dejaba m u y buenas ganancias a las m a ­ tronas, quienes corrían el riesgo de ser consignadas p o r lenocin io .41 E l p erió d ico E l Cascabel se qu ejó de la siguiente m anera: Las calles más céntricas de la población están llenas de esos lupa­ nares, los cuales permanecen con sus puertas abiertas de par en par por el día y por la noche, las rameras en vez de estar recluidas, casi desnudas y alharaqueando, se agolpan en las ventanas, se amonto­ nan por la acera y se esparcen por toda la cuadra abrazando y be­ sando a los cilindreros y a perdularios: si pasa una señora cerca de ellas, la insultan; si pasa un hombre, lo requiebran y lo llaman y con frecuencia se da el caso de que pequeñas criaturas sean intro­ ducidas a viva fuerza al interior de los inmundos antros [...]42 E n 1872, un ro b o fue la causa de que se descu briera un “lu ­ p an ar” en la ciu dad de L agos de M oren o , Jalisco. Juana M aría 41Reglamento de las Casas..., p. 13-14. 42 Pipo, “La prostitución...”, p. 2.

Kf V illalob os acusó a E m eterio M eza y a Jesús G arcía de haberle ro b ad o tres guajolotes. L os acusados fu eron encontrados en la casa p ú b lica de E stéfan a L ó p e z, alias la Teca. G arcía estaba in ­ cluso “ acostado con una m u jer” cuando se le aprehendió. A m bos h om b res c on fesa ron su d elito, p ero, una v e z recu p era d os los guajolotes, se le d io m ás peso al hecho de que la casa no estaba registrada com o lu gar de p rostitu ción y, p o r tanto, ta m p oco sus ocupantes, con virtién dose tanto M e z a co m o G arcía en testigos de los servicios prestados. Junto a E stéfan a fu eron aprehendidas S erapia S an toyo y Jo­ sefa Valdivia. Am bas con firm a ro n que se trataba de una casa de prostitución . Serapia, una jo v e n de 16 años de edad, in d icó que el h o m b re con el que estaba du rm ien do le h ab ía lleva d o un gu a­ jo lo te y dich o “que lo sirviera esa n och e” , que le dejaba el anim al en p ren da m ien tras le pagaba ven d ién d olo. P o r otro lado, Josefa in d icó que, aunque era m u jer pública, no p erten ecía a esa casa y se encon traba ahí porqu e fue a d o rm ir con G arcía qu ién lleva ría los guajolotes. Según la d eclara ción de qu ien o rigin alm en te fue acusada de len o cin io, la casa ten ecía a ella, sino a Serapia, qu ien al cuestionársele

sin saber Estéfana, no le per­ cóm o era

posib le que algu ien tan jo v e n tu viera una casa con “ese tráfico v e rg o n zo s o ” contestó “ que no ten ía m ás culpa que la de haberse a rrim a d o ahí con S erap ia qu ien era qu ien p aga b a y p ara que tuviera una persona que la acom pañara y servir de respeto” . A g re ­ gó que “ ella ya ten ía esa casa [e ] iba a ayudarla porqu e estaba m a la de una h in ch azón en partes ocultas, [la ayudaba] en cosas dom ésticas, co m o h acer la cocin a ” .43 E l m ism o reglam en to aclaró que en ninguna casa de to leran ­ cia — inscrita— p od ría h aber criadas m en ores de 40 años sin que tu vieran su respectiva lib reta de in scrip ció n ,44 y co m o E stéfana d eclaró ten er 30 años de edad, se le con d en ó a seis m eses de “trabajos com patibles con su sexo” p o r len ocin io, que era visto co m o “un m a l que d esm oralizab a a la sociedad ” . Serapia, quien

43 “Contra Estéfana López (a) La Teca por lenocinio”, BPEJ, AHSTJ, Criminal, caja 1872-59, inv. 45922. 44Reglamento de las Casas., p. 15.

era la verd ad era dueña de la casa, ta m b ién fue con den ada p o r len o cin io, p ero co m o los testigos id en tificab an la casa com o per­ ten eciente a L ó p e z, fue suficiente con el tie m p o que duró el p ro ­ ceso — cinco m eses— . Se am on estó a am bas p o r ese “tráfico in ­ m o ra l” de m ujeres públicas y se les ad virtió que si rein cid ían la pena sería m ayor.45 Se ten ía la id ea de que las m atronas eran m u jeres viejas. In ­ cluso Parent-D uchatelet, citad o p o r los autores españoles Bernaldo de Quirós y José M aría Llanas Aguilaniedo, clasifica en cu a­ tro grupos a las dueñas de los burdeles: m ujeres de “ expresión vulgar” que “han corrido m ucho” ; prostitutas viejas que invertían su d inero en “una indu stria en la cual han v ivid o y que no p od ían aban don ar” ; “antiguas criadas o encargadas de esta clase de es­ ta blecim ien tos que, m edian te pactos especiales con las dueñas” , se p on ía n al fren te de los n egocios; y, p o r ú ltim o, m ujeres “ sin escrúpulos” que p o r su p ro p ia d ecisión entraban a los burdeles.46 C o m o lo in d ica el reglam en to, la au toridad en las casas de p ro stitu ció n era fem en in a, y el m a rid o o el am ante era p o r lo gen era l “una especie de p rín cip e con sorte” .47 E llos eran los se­ ductores o alcahuetes que, al no p o d e r m a n ejar el b u rd el abier­ tam ente, u tiliza b a n a otras m ujeres para lo g ra r su ob jetivo. Las dueñas de una casa de p rostitu ción siem pre estaban dispuestas a re c ib ir a las jóven es que se presentaran, sobre to d o si les veían cualidades. N o obstante, una cosa eran las que llegab an p o r su p ro p ia volu n tad y otra m u y d iferen te las que caían ahí llevadas p o r un alcahuete. P o r lo com ún, éste p rocu rab a buscar las m u ­ jeres que h ubieran com etid o alguna falta o que pud ieran c o m e ­ terla, siendo m ás raras las que no h abían p erd id o su virgin id a d antes de entrar al lupanar.48 M aría Félix M éndez, vecina de la fábrica de Atem ajac, Zapopan, d ecid ió “m ezclarse carn alm en te” con L u cia n o A rreo la , “p revia

45Idem. 46 C. Bernaldo de Quirós y José María Llanas Aguilaniedo, La mala vida. , p. 309. 47Idem. 48 Miguel Galindo, La higiene en Guadalajara..., p. 316.

gra tifica ción de seis pesos” , sólo que al ir a su casa y p erd er su v ir g in id a d re c ib ió de a q u él n ad a m ás dos pesos, “ d ic ié n d o le su estuprador que no le daba más p o r aquella v ez y que en otra le c o m p le m e n ta ría lo que le o fr e c ió ” . P o r ta l ra zó n , M a ría si­ g u ió “ten ien d o actos p o r m ás de och o días” , pues A rreo la le o fr e ­ ció lleva rla a G uadalajara y p on erle d ón de vivir, lo que la llevó a salirse de la casa donde trabajaba com o sirvienta y p ed ir asilo a Francisca H errera m ientras L u cian o cum plía su palabra, lo que no h izo .49 Algunas de las m ujeres que llegab an a una casa de toleran cia veía n al estab lecim ien to co m o su único recurso, sobre tod o des­ pués de h ab er p erd id o la h on ra a m anos de un seductor que las h abía engañado con falsas prom esas y de h ab er sido ab an d on a­ das y después olvidadas p o r sus fam iliares, quienes no les p e rd o ­ n aron su falta, lo que las llevó a verse “ em pujadas al ab ism o ” . E l honor, en el caso de las m ujeres, dep en d ía de su virgin id a d , fid e ­ lid ad o castidad. Adem ás, se consideraba que si una m u jer p erdía la honra, tam bién la perdían los hom bres de su fam ilia, pues “una parte del h o n o r m asculino [...] d epen día del h o n o r de las m ujeres a su cargo o em parentadas con ellos” .50 Unas veces, quizás en su mayoría, la mujer es enamorada por algu­ no que al fin llega a obtener sus favores una o varias veces; pero luego, temiendo las consecuencias del estupro, la delata a la auto­ ridad respectiva como clandestina, y así se evita molestias y com ­ promisos. Otras veces esos compromisos no se presentan por el carácter especial de la mujer que, conocido por el seductor, da lugar sólo a que la abandonen sin volver a ocuparse de ella; ésta enton­ ces semi-loca por la decepción, y desesperada por la virginidad perdida, se dirige por sí misma a la casa pública, donde su cuerpo, sirviendo de pasto a la voluptuosidad de todo el mundo, le da a ella la momentánea ilusión de la venganza.51

49 “Contra Luciano Arreola por estupro y Francisca Herrera por lenocinio”, Zapopan, BPEJ, AHsTJ , Criminal, caja 1880-9, inv. 68868. 50Elisa Speckman, “Morir a manos de una mujer. Homicidas e infanticidas en el Porfiriato”, en Felipe Castro y Marcela Terrazas (coords.), Disidencia y disidentes en la historia de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2003, p. 300. 51 Miguel Galindo, La higiene en Guadalajara..., p. 322-323.

P erd er la virgin id a d antes del m a trim o n io era un te m o r cons­ tante no sólo para la m u jer en cuestión, sino ta m b ién p ara su fa m ilia y sus vecinos. E du arda Silva, de 17 años de edad, se salió de su casa p orqu e su m adre qu ería que los m édicos la registraran para saber “ el estado que guardaba” , ya que se d ecía que E xiq u io G arcía, casado con su tía Ign a cia Salazar, la había estuprado y estaba en relaciones con ella. Según Eduarda, eso no era cierto, p ero co m o ya no era v irg e n tuvo m ie d o y se salió de su casa para irse a la de Josefa N a va rrete m ientras le con seguían algún lugar d on de p u d iera trab ajar co m o sirvien ta.52 M igu el G alin do expuso que había casos en los que m ujeres “ign oran tes” del pueblo ib an p o r su p rop ia volu n tad a ven d er su virgin id a d a cierto precio. E n otras ocasiones, el alcahuete — o la alcahueta— era el encargado de persuadir a la jo v e n a que entra­ ra al burdel, a donde la llevaba p o r un porcen taje que la dueña del lu gar le otorgaba. E l gran contingente de m ujeres prostitutas lo con form ab an las clases bajas y analfabetas.53 C om o señala Ju­ lia Tuñón, “ estos casos no son raros [...] en nuestras últim as clases hay tal atrofia de los sentim ientos m orales y del honor, tanta in ­ d ife re n c ia p o r con serva r o n o la virgin id a d , que el exp lo ta r el trabajo de los órganos sexuales parece tan natural y lícito, com o exp lotar el trabajo natural de los m úsculos” .54 M uchas m ujeres del pu eblo bajo, especialm en te las jóven es solteras, se ocu p a b a n en o fic io s c o m o sirvien tas, h ilan d eras, m odistas, cigarreras y obreras. N o obstante, la gran m a y o ría se em p leó en trabajos con siderados c o m o fem en in os, es decir, la ­ vanderas, cocineras, planchadoras, floristas, etcétera.55 C on form e se acercaba el siglo x x , las m ujeres no se lim ita ro n a los trabajos

52 “Contra Josefa Arias por indicios de lenocinio”, Guadalajara, BPEJ, AHScaja 1874-79, inv. 51777. 53Al menos para esta investigación no se encontró ningún indicio de lo contrario. 54 Miguel Galindo, La higiene en Guadalajara..., p. 318, 330. 55Julia Tuñón, Mujeres en México. Recordando una historia, México, Con­ sejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1998, p. 129 (Colección Regiones). TJ, Criminal,

Kf “dom ésticos” , puesto que en las clases m edias tam b ién ejercieron co m o m aestras, secretarias y en ferm eras.56 Sin e m b a rgo , el trab ajo de las m u jeres se asocia b a p o r lo gen era l a los salarios p e o r pagados, ya que éstas no p rod u cía n un v a lo r e co n ó m ico m ayor: “las m ujeres ganaban m en os que los h om b res no sólo p orqu e p ro d u cen m enos, sino ta m b ién p orqu e lo qu e ellas p ro d u cen tien e en gen era l un v a lo r in fe r io r en el m e rc a d o ” . Se con sideraba que no tod os los trabajos eran ad e­ cuados p ara las m ujeres. Así, los trabajos que eran p o c o p u d o ­ rosos o ten ían que v e r con la fu erza física o el in telecto estaban ved a d o s p a ra ellas. L a “ d elic a d eza , d ed os ágiles, p a c ie n c ia y aguante se distin gu ían com o fem en in os, m ien tras que el v ig o r muscular, la velocidad y la habilidad eran signos de m asculinidad” , p o r lo que el trab ajo de las m u jeres y el de los h om bres tenían diferentes valores: el salario fem en in o siem pre era tom a d o com o su p lem en ta rio.57 Otras m ujeres veían la prostitu ción com o una especie de o cu ­ p a ció n alternativa. Trabajaban p o r un tie m p o en el p rostíbu lo “p o r no e n co n tra r o tro trab ajo, o p orqu e éste se les h ab ía fa c i­ lita d o ” , p ero al fastidiarse del lu gar vo lv ía n a con vertirse en sir­ vientas o se d ed icaban a cu alqu ier otra ocu pación : Dado este paso la prostitución se ejerce siempre que hay ocasión para ello y clandestinamente, mientras se tiene otra ocupación per­ manente, sirviendo al acto sexual sólo como un trabajo extra que proporciona dinero y placer a la vez; pero si alguna circunstancia hace que se pierda el empleo que se tenía, van al burdel a trabajar, a servir de prostitutas, como antes de cocineras o de pilmamas; se 56Los censos oficiales del estado de Jalisco demuestran que las actividades remuneradas y profesionales del sexo femenino fueron en aumento —como la de profesora, que en 1895 registró un número de 384 y en 1900 llegó a 410—, al igual que su instrucción escolar —en 1895 eran 3 611 niñas y para 1900 ya eran 5 211—, mientras que oficios tradicionalmente considerados femeninos, como el de florista y cigarrera, fueron en descenso. Véanse Censo general de la República Mexicana a cargo del Dr. Antonio Peñafiel, verificado el 20 de octubre de 1895, México, Secretaría de Fomento, 1898; y Censo de división territorial del Estado de Jalisco verificado en 1900, México, Secretaría de Fomento, 1905. 57Joan W. Scott, “La mujer trabajadora en el siglo x i x ”, en Georges Duby y Michelle Perrot, Historia de las mujeres. El siglo xix, t. i v , España, Taurus, 2001, p. 439-442.

Kf 152 fastidian de vivir en el lupanar, y vuelven a su antigua ocupación o a cualquiera otra; se deja ésta para volver a la casa pública, y así sucesivamente.58 S e pensaba que la vid a en el bu rd el era fácil, sobre tod o en los de p rim era clase,59 donde las m ujeres vestían b ien y p o r lo regu la r se veía n alegres, oían m úsica, b ailab an y se d ivertían con los clientes. S in em bargo, no se to m a b a en cuenta que tanto los vestidos co m o la a lim en ta ción y la estancia en el bu rd el había que pagarlos, si no con d inero, sí con trabajo, el cual las exponía a m altratos, em barazos, abortos y enferm edades. E n m uchas ocasiones, los padres ni siquiera estaban entera­ dos de la conducta de sus hijas, co m o le pasó en ju n io de 1879 a Josefa de Arm as, qu ien acusó a M a ría M erc e d L ó p e z 60 de le n o c i­ n io en con tra de su hija, S en ovia R ocha. Josefa, viu d a de 30 años de edad y vecin a de G uadalajara, afirm ó que, recién llegan d o de Sayula, S en o via le d ijo que se h ab ía en co n tra d o a F lo ren tin a Luna, h ija de M a ría M erc e d L ó p e z, qu ien le d ijo que se fu era con ella, “ que le daría d inero y la vestiría bien, que en su casa [b u rd el] estaría con co m o d id a d ” . U na v ez en el lugar, se la en tregó a d on S im ó n D elgad illo para que “usara de ella” . L a ofen sa consistía en que, según Josefa, su h ija era h onrada y trabajaba co m o ser­ v id o ra d om éstica.61 L a señora M a ría M erc e d L ó p e z, casada y de 30 años de edad, declaró que S en ovia fue a su casa a buscar a su h ija Floren tin a con el o b jeto de que la dejara pasar ahí el día, ya que estaba p o r irse a Z apotlán a v e r a su m adre. M a ría M erc e d no tuvo in co n ­ veniente, pues su casa era pú b lica y S en ovia se qu edaba regular­ m en te “con el ob jeto de prestar sus servicios” . Así, la d ejó lab orar 58Ibidem, p. 331. 59Las casas de tolerancia, al igual que las prostitutas, estaban divididas en tres categorías, y era la alcaldía la encargada de clasificarlas. Reglamento de las Casas..., p. 15. 60 Recuérdese que María Merced López, conocida públicamente como dueña de un burdel, ya antes se vio envuelta en un proceso judicial. En 1872 fue acusada por indicios de lenocinio contra Jesús Medina, hecho que se citó en el presente texto. 61 “Contra María Merced López por lenocinio”, Guadalajara, 1879, BPEJ, a h s t j , Criminal.

Kf con la c o n d ició n de que sacara su cartilla de sanidad62 co m o el reglam en to le exigía. Adem ás, avisó que ten ía una nueva p ro sti­ tuta en su casa y dio parte a d on F lo ren cio M oya, p o lic ía de las casas de toleran cia.63 S um ado a esto, M a ría M erc e d afirm ó que, cuando fue a su casa, S en ovia “ya h acía m u ch o tiem p o que era m u jer pú b lica” , pues doñ a A n d rea M ontes, dueña de o tro burdel, le con tó que hacía d oce años que S en ovia ten ía ese m o d o de vida, ra zó n p o r la cual, y en consecuencia, “no era niña, ni ella la había sedu cido” . A n d rea M on tes con firm ó que con o cía a S en ovia desde hacía tiem p o porqu e ésta le p id ió que la recib iera en su casa, lo que aceptó sólo con la con d ició n de que ya n o fu era doncella. P o r ello, sabía que S en ovia “h abía ten ido relaciones con un m ú sico ” . E n su estab lecim ien to estuvo cerca de seis meses hasta que se fue al hospital y se separó un tiem p o. Adem ás, d ijo saber que Sen ovia ta m b ién trabajó con d oñ a M erc e d L ó p e z, p o r lo que “ya era m u jer pú b lica de v o z y fo rm a ” .64 E l p o lic ía de sanidad F lo ren cio M o y a ta m b ién con firm ó lo d ich o p o r M a ría M erc e d L ó p e z, es decir, que con o cía a S en ovia p orqu e p rim ero la v io en la casa de to leran cia de M on tes y des­ pués en la de L ó p e z, de donde le avisaron que ib an a sacar p ap e­ leta. D e igu al form a, aseguró que S en o via estaba in scrita com o 62 El Reglamento de las Casas de Tolerancia de la Municipalidad de Guadalajara, en sus primeros cuatro artículos, aclaraba que las mujeres públicas debían inscribirse en un registro. La inscripción sería de oficio cuando “la Al­ caldía [hubiera] adquirido la certidumbre de que [la mujer] se entrega[ba] manifiestamente a la prostitución”. Esa certidumbre podría manifestarse por la “frecuentación habitual con mujeres conocidamente prostitutas; el encuentro con reincidencia en las casas de tolerancia; el arresto con reincidencia en luga­ res públicos, por conducta contraria a las buenas costumbres, como provoca­ ciones, actos licenciosos, etc.; la comunicación del mal venéreo; la naturaleza de las relaciones, cuando traigan consigo el escándalo, susciten quejas o ame­ nacen la sanidad pública”. Reglamento de las C a s a s p. 7-8. 63 El jefe político debía hacer cumplir el Reglamento de Prostitución. Para ello tenía un empleado, en este caso Francisco Moya, quien personalmente debía inscribir a las mujeres; expedirles un libreto con el reglamento, su filia­ ción, un certificado de su estado sanitario y la clase a la que pertenecía la mujer —pública o aislada—; y, por último, solicitar los retratos de la interesada. Reglamento de Prostitución expedido por el Ayuntamiento de Guadalajara, J. M. Yguíniz, Guadalajara, 1890, p. 16-17. 64 “Contra María Merced López por lenocinio...”.

prostituta en el registro de la Jefatura desde h acía och o m eses y que él la an otó co m o tal. Santos E ch everría, soltera de 19 años de edad, vecin a del noven o cuartel y de “o fic io ” prostituta, fue la que arregló el cam b io a la casa de doñ a A n d rea M on tes, lu gar en donde ella trabajaba. E ch everría declaró que S en ovia no era d on ­ cella, pues sabía que esta ú ltim a “h ab ía p erd id o su person alid ad con un m ú sico h acía m u ch o tiem p o h abién dose id o para T epic” y que cuando regresó a G uadalajara p rim ero estuvo en la casa de d oñ a M erc e d L ó p e z y después en la de doñ a Andrea, d on de per­ m a n eció hasta que se “ fue al h ospital a curar p o r estar llena de úlceras” .65 C om o efectiva m en te S en ovia estaba enferm a, la jefa tu ra se trasladó al H o sp ita l de B elén, d on de en con tró a la jo v e n en la cam a n ú m ero 56. Ahí, S en ovia d ijo ser soltera, ten er 17 años de edad y ser vecin a del qu in to cuartel de la ciudad. A l ren d ir su d eclaración , m an ifestó que hace seis m eses se h abía presentado en la casa de doñ a M erc e d L ó p e z “para segu ir la carrera de p ro s­ tituta” , pues ya no era d on cella al h ab er p erd id o su virgin id a d con F é lix Flores, con qu ien v iv ió alred ed o r de dos m eses p o r el b a rrio d el Alacrán . T am b ién con firm ó que de la casa de doña M erc e d se h abía pasado a la de d oñ a Andrea, d on de sacó su p a­ peleta, y que, finalm ente, de ahí se fue al h ospital a curarse de la sífilis. De esta form a, al no h aber m éritos suficientes, se declaró in ocen te a M a ría M erc e d L ó p e z del cargo de le n o c in io .66 A pesar de que los padres no estaban com p leta m en te al tanto de lo que h acían sus hijas, co m o ya se ha visto, el b u rd el era un n eg o c io y, p o r lo tanto, la m o v ilid a d de las trabajadoras era algo com ún. A sí com o S en ovia pasó de una casa a otra, coin cid o con F a b io la B a iló n en que m uchas otras d ecid ía n retirarse, se fu ga ­ ban, ib an al h ospital p o r estar enferm as, cam biaban de categoría

65 Según el Reglamento de Prostitución, el reconocimiento facultativo sería gratuito y semanal. Además, se enviaría al Hospital para su curación a la mujer que resultara enferma. De igual forma, tanto el médico como el policía de sa­ nidad debían tomar nota del estado sanitario de las mujeres. Reglamento de Prostitución..., p. 3, 17. 66 “Contra María Merced López por lenocinio...”.

o sim plem en te se retiraban, ra zó n p o r la cual las dueñas de las casas estaban siem pre ávidas de nuevas “pupilas” .67

Lenonas, rufianes y alcahuetas M arth a S antillán nos dice que, d eb id o a la fo rm a en la que esta­ ba tip ificad o, el le n o c in io era un “d elito altam ente com etid o p o r m u jeres” que solía presentarse en varias fo rm a s .68 E ra com ú n que las lenonas buscaran m ujeres jóven es “in m igran tes, pobres o desam paradas” para convencerlas de entrar en el n egocio, aun­ que m uchas veces las forza b a n .69 Las lenonas, los rufianes y los alcahuetes recu rrieron a la fu erza física, al enganche, al engaño y a la sedu cción para lo g ra r su com etido.

La venta de mujeres para las casas pú blicas Según el d iccio n a rio de Joaquín E scriche de 1842, el o fic io de len ó n o lenon a p od ía clasificarse en cinco partes: los “b ellacos” , que gu ardaban las “ram eras públicas en el burdel, tom a n d o par­ te de su gan an cia” ; los “ chalanes, corred ores o m ed ia n eros” , que solicitaban a las m ujeres que estaban en sus propias habitaciones para los h om bres que les daban “ algún interés en p rem io de su v ile z a ” ; los que ten ían en su casa “m oza s que se prostituyen, con el ob jeto de p erc ib ir la ganan cia que ellas hacen p o r este m e d io ” ; los “viles m aridos que sirven de alcahuetes a sus m u jeres” ; y, p o r ú ltim o, los que p o r algú n lu cro con sen tían que a sus p ropias

67 Fabiola Bailón Vásquez, Trabajadoras domésticas..., p. 100. 68 Para la década de 1940 a 1950, Santillán nos dice que los especialistas vieron varias formas de lenocinio: el proxeneta o alcahuete, el cual servía de intermediario; el rufianismo, que comprendía los casos en los que habitual o accidentalmente se explotaba sexualmente el cuerpo de otro; y la trata de blan­ cas, que se caracterizaba por la venta de una mujer joven para dedicarla a la prostitución. Martha Santillán Esqueda, “Mujeres non sanctas. Prostitución y delitos sexuales. Prácticas criminales en la ciudad de México, 1940-1950”, His­ toria Social, Universidad de Valencia, n. 76, 2013, p. 71. 69 Fabiola Bailón Vásquez, Trabajadoras domésticas..., p. 179.

casas asistieran m ujeres casadas u “otra de buen lugar para hacer fo rn icio , sin ser sus m edian eros ni sus cóm p lices.70 Según el m é d ic o M igu el G alindo, qu ien v iv ió en la ciudad de G uadalajara varios años de su vida, las lenonas eran p o r lo ge n e ­ ral m ujeres viejas que explotaban la p rostitu ción privada, es d e­ cir, que seducían o “ con seguían ” m uchachas p ara satisfacer los deseos de quienes se las solicita b a n y pagaban p o r ellas. Para G alindo, una m u jer que llegab a al burdel, ya fuera ob ligad a o no, a los och o días de estar en él ya se encon traba “com pletam en te p rostitu id a” , lo que casi la “im p o sib ilita b a para v o lv e r a la vida h on rad a” .71 E xistían ta m b ién los lenones que [...] enamoran bellezas humildes, poco vigiladas por quienes ten­ drían interés en ello, para venderlas en las casas de lenocinio don­ de cometieron su primera culpa. En cambio, abundan las mucha­ chas sugestionadas por las halagüeñas proposiciones de algunas corredoras de burdeles que frecuentan los sitios donde aquellas se reúnen: las plazas, los mercados y paseos. Son intermediarias de las amas de establecimiento de prostitución, y cobran un tanto por cada hallazgo.72 E n d iciem b re de 1870, L o re to Castro den un ció el estupro de su h ija Catarina C alvillo, de once años de edad, y de su sobrina Inés Leal, de catorce, quienes ten ían m ás de una sem ana desa­ parecidas. Su cuñada, Juana Feorja, las sacó de su casa para llevarlas a un m esón cerca de la P la za Venegas de Guadalajara, donde las esperaban dos hom bres: Vicente N. y N em esio G odínez. Juana p id ió a las niñas que la acom pañ aran a c om p ra r cigarros, p ero en cam b io las llevó p o r la cap illa de Jesús y lu ego hasta el m esón, d on de las dejó pasar la n och e en el corredor. A l d ía si­ gu ien te les lle vó el desayuno, y en la n och e regresó ju n to con G o d ín e z p ara tratar de con ven cerlas de que “ con d escen d ieran con las in ten cion es im puras que ten ía N e m e s io ” . Trató de fo rza r

70 Joaquín Escriche, Diccionario razonado..., p. 54. 71 Miguel Galindo, La higiene en Guadalajara..., p. 317, 323. 72 C. Bernaldo de Quirós y José María Llanas Aguilaniedo, La mala vida..., p. 308.

Kf a las dos, p o r lo que aquéllas se resistieron y grita ro n hasta que Juana les ord en ó que se callaran y no fu eran “ escandalosas” . P o r su parte, F eo rja argu m en tó que las jóven es se salieron de su casa porqu e “pasaban m uchos trabajos” . A p o yó su declaración el pan adero N e m e sio G odín ez, qu ien m an ifestó que las jóven es le d ijero n que en su casa las h abían regañ ado y que, com o tuvo “ am ores con la C a lvillo ” , se v io en el co m p ro m iso de salir a “bus­ carles casa o a lo ja m ien to ” . G o d ín ez a d m itió que “tuvo solam en ­ te un acto” con Catarina, p ero que cuando la “usó no era d on ce­ lla ” . S in e m b a rgo , la in sp e cc ió n de las p arteras c e rtific ó que Catarina se conservaba aún virgen, m ientras que Inés ya no lo era. Tal parece que al no p o d e r c om eter el estupro con la que él d ecía que era su n o via lo p erp etró con Inés Leal, pero com o la p érd id a de d o n c elle z de ésta no les p areció recien te, no había d elito que perseguir. Si b ien N e m e sio salió libre, no así Juana, pues las dos jóven es afirm aron que les propuso llevárselas a Tepic “para c om ercia r con los h om bres” . Así, Feorja, una m u jer casada de 24 años de edad, fue sentenciada p o r le n o c in io a d iez años de prisión, porqu e ese d elito “d e [b ía ] rep rim irse con severidad p o r la alarm a que in tro d u c [ía ] a las fa m ilia s” . C on tod o, el ab ogad o d efen sor argum entó que el castigo era “dem asiado denso” y lo gró redu cirle la pena a un año de p risión .73 Algunas veces p od ían ser las m ism as fam ilias las que v en d ie ­ ran a uno de sus m iem b ros. A los qu ince años de edad, V ictoria A la to rre d ecid ió salirse de su casa, porque, según dijo, su h erm a ­ na y su m a d re qu erían que “ c on d escen d iera con un señ or de quien sab [ía] la exponente su m adre re cib [ía ] d inero y le paga[ba] la casa” . C o m o ella no qu ería a ese h om bre, llam ó a R a m ó n Ca­ rrillo , qu ien ten ía unos m eses que la en am orab a, p ara que la sacara de su casa. C arrillo lo h izo y, aunque la estupró, no le dio ninguna prom esa de m a trim o n io al m o m en to de llevarla a la casa de Francisca Flores. Ésta, qu ien fue acusada de len ocin io, in dicó que si h abía dejado que pasaran la n och e en su casa fue porqu e ten ía am istad con R a m ó n y p orqu e éste acostum braba lle v a r ahí

73 “Contra Nemesio Godínez por estupro y su cómplice Juana Huerta por lenocinio”, Guadalajara, BPEJ, AHSTJ, Criminal, caja 1871-4, inv. 40769.

a sus qu eridas, p ero que no sabía si “la exp resada m u ch ach a” lo fuera tam bién. Tanto la m adre de V icto ria com o su herm ana n ega ro n que h u b ieran in ten tad o ven d erla a n in gú n h o m b re y, vien d o que era “inútil que R a m ó n C arrillo si[gu iera] preso porque con eso no se re m e d ia [b a ] nada el h o n o r [qu e V ic to ria ] h a [b ía ] p erd id o ” , d esistieron de tod a acusación.74

E n tre engaños y seducción Varias joven citas caían en las m anos de un seductor o de alguna mujer, quienes las engañaban p ara con vertirlas en prostitutas, sobre to d o con la fam a que ten ía Jalisco de ser “tierra p ro d u cto ­ ra de hem bras herm osas, fáciles y ardientes” .75 Que Jalisco tu ­ viera m ujeres bonitas h acía que fuera un fo c o de aten ción para rufianes y dueñas de burdeles de otros estados, quienes visitaban el cen tro y los Altos de Jalisco para llevarse m ujeres a trabajar co m o prostitutas, “ engañándolas con falsas prom esas y adelan ­ tándoles d in ero y ro p a ” . C om o señalaba una n ota en E l Express Universal, “todos estos agasajos los h a[cían ] las infam es m ujeres con fines nada lícitos, puesto que una v e z enganchadas e ilu sio ­ nadas las inexpertas jóven es [eran ] lanzadas a la terrib le v o r á g i­ ne del v ic io ” .76 L a fo rm a de engañarlas era presentándose gen eralm en te en casas de fam ilias pobres en calid ad de ven dedoras de ro p a o al­ hajas, d on de una v ez a solas con alguna de las jóven es, a la que “ de ante m a n o le h a [b ía n ] ech ad o el o jo ” , le o fr e c ía n tra b a jo en una casa de m odas, “ [le ] enseñ a[ban ] d in ero y ro p a y [le ] hab la [b a n ] de riquezas y com od id ad es” , con lo que con seguían en­ tu siasm arla p on ién d o le com o c o n d ició n que no dijera nada a su fa m ilia y que firm ara un con trato p o r m ín im o dos años.77

74 “Contra Francisca Flores por lenocinio”, Guadalajara, BPEJ, AHsTJ, Cri­ minal, caja 1874-78, inv. 51758. 75 Rafael Sagredo, María Villa..., p. 22. 76 “Mujeres engañadas. La trata de blancas”, El Express Universal, Guada­ lajara, noviembre de 1906, p. 1. 77Idem.

Kf E n 1871, M erc e d V illaseñ or denunció la d esap arición de su hija, Agustin a Zepeda, p orqu e, según dijo, M a ría N ieves Cruz, in qu ilin a suya, ten ía cerca de dos m eses que hablaba m u y segu i­ do con su hija, qu ien recien tem en te se encon traba m u y inquieta. Sospechaba, pues, que N ieves C ruz la h ab ía seducido para algún hom bre. A los p ocos días se desistió de la acusación, ya que su hija había regresado y no qu ería “ que su fa m ilia [a n d u viera] en ningunos trám ites ju d iciales” .78 S in em bargo, una fo rm a de re ­ cu p erar el h o n o r p erd id o era h a cién d o lo p ú b lico m ed ia n te la denuncia. E n 1880, E leu te ria Escobar, de 47 años de edad, y Teófila Torres, de 20, ambas solteras y originarias de Guadalajara, fueron acusadas de Lenocinio en contra de la m en or Tom asa Hernández, a quien som etieron “a usos lascivos con don Luis C o ro n ad o ” pese a que en un p rin cip io se negó. Aunque se c o m p ro b ó que Luis C o ro n a d o estupró a Tom asa H e rn á n d e z y que tanto E leu teria E scobar com o Teófila Torres cola b ora ron para que ello ocurriera, no fue p osib le asegu rar que estas m u jeres con trib u yera n a la p rostitu ción de jóven es m en ores de edad, p o r lo que sólo se so­ lic itó la ap reh en sión d el seductor.79 E n L agos de M oren o , Jalisco, B ern ab é S an toyo se qu ejó p or­ que a su hija, A p o lo n ia Santoyo, la estupró E u sebio Rivas. Apolo n ia y E u sebio llevaban m ás de un año de relacion es am orosas lícitas cuando una n och e de 1880 R ivas la in vitó a salir para que le “ju stificara si era d on cella ” , p ro m etién d o le casarse con ella si aún lo era. A A p o lo n ia le p areció “ fá c il” y aceptó irse con él al río. Cuando vo lvió , la casa donde servía ya estaba cerrada, p o r lo que tu vieron que ir a pasar la n och e a un cuarto. A l ser exam inada p o r las parteras locales, se h izo evidente que su d esfloración no era reciente; p o r lo tanto, fue acusada de perju rio. Así, en su se­ gu nda d eclara ción A p o lo n ia m an ifestó que era cierto que ya no era doncella, p ero que su estuprador era Eusebio, pues la había usado antes de S em ana Santa en un cerro, lu gar a donde la llevó 78 “Contra María Nieves Cruz por lenocinio” , Guadalajara, BPEJ, AHSTJ, Criminal, caja 1871-19, inv. 42956. 79 “Contra Eleuteria Escobar y Teófila Torres por Lenocinio”, Guadalajara, BPEJ, AHSTJ, Criminal, caja 1880-15, inv. 69101.

Kf 160 M arcelin a N ieves, qu ien h abía re cib id o a cam b io regalos y algu­ nos préstam os de dinero. A l ser in terroga d a sobre el cargo de len ocin io, M arcelin a N ie ­ ves lo n egó todo. S in em bargo, aceptó que llevó a A p o lo n ia al cerro d on de fue estuprada, p ero no porqu e tu viera m alas in ten ­ siones, sino porqu e E usebio le d ijo que qu ería casarse y A p o lo n ia fue p o r volu n tad propia. L o único que ella con sideraba m a lo es que con d escen d ió a que “tu vieran el acto carn al” . S egún dijo, nunca recib ió regalos ni préstam os de d inero, sólo unos favores de parte de Eusebio. Finalm ente, el ju zga d o d io p o r com pu rgado el d elito de p erju rio p o r parte de A p o lo n ia con el tie m p o que llevaba en prisión. A E u sebio se le con d en ó a casarse con ésta o a d otarla con 25 pesos y pasar cuatro m eses en prisión, m ientras que a M a rcelin a N ieves se le im p u so la p en a de dos m eses de trabajos com patib les con su sexo p o r el d elito de le n o c in io .80 U n a de las acciones que m ás repu diaban los padres de fa m i­ lia y la o p in ió n pú b lica en gen eral era la rela ció n sexual fu era del m a trim o n io , pues las jóven es p od ían qu edar em barazadas. A u n ­ que entre las prostitutas la p reñ ez resultaba m u ch o m ás com ún, el p ro b lem a era el m ism o: p rocreab an hijos bastardos que cre ­ cerían sin la au toridad, el con sejo y el ap oyo paternos, lo que los lleva ría a convertirse, se creía, en futuros delincuentes. Que su h ija resu ltara em b a razad a fue la ra zó n p o r la que M a ría L u z Castellanos se qu ejó ante el M in is te rio P ú b lic o en G u a d a laja ra. S iete m eses atrás, h a b ía id o a re c o g e r a su h ija D on asian a a la escuela de la ig le sia de M e x ic a lzin g o , p ero cuan ­ do lle g ó le d ije r o n qu e se h a b ía id o c o n E n e d in a Sixtos, hija de d on Jesús Sixtos. E n ed in a era a m iga de D onasiana, a qu ien in vitab a a ju g a r a las m uñecas, aunque a M a ría L u z no le gustaba dejarla ir.81 A l saber que D onasiana estaba en casa de Enedina, M aría L u z se d irig ió h acia el Santuario, d on de en con tró a su h ija “ acostada en la m ism a cam a de d on Jesús” , qu ien le daba una taza de café, 80 "Contra Eusebio Rivas por estupro, Marcelina Nieves por lenocinio y Apolonia Santoyo por perjurio”, Guadalajara, BPEJ, AH s t j , Criminal, caja 1880­ 64, inv. 90962. 81 “Contra José Sixto por lenocinio”, Guadalajara, 1879, BPEJ, AHs t j , Criminal.

Kf y con L e o n a rd o E sco to sentado a sus pies en una silla. C om o D onasiana estaba bañada y con el cab ello suelto, d on Jesús le d ijo que le h abía dado un ataque, lo cual M a ría L u z creyó ya que su h ija p ad ecía ataques que “la p riva b a n del uso de la ra zó n ” . Adem ás, cuando la encon tró, D on asian a no la con o ció, pues es­ taba “com o enajenada, com o si verdaderam ente acabara de sufrir un acceso de d ich o ataque” . S in em bargo, nunca sospechó lo que “verd ad eram en te h abía pasado” , lo cual D onasiana no le contó sino hasta que se le n otó el em barazo. Según M a ría Lu z, su h ija le con fesó que h abía sido estuprada la noche en que la había encontrado en la casa de d on Jesús. A l ser interrogada, Donasiana H ern án dez dijo que tenía catorce años de edad y que ten ía am istad con E n ed in a p o r lo m en os desde h acía seis años. A sim ism o, d eclaró que, durante una de las tantas veces que E n edina la h abía in vitado a ju g a r a su casa, d on Jesús le o freció licor, el cual p rim ero rech azó p ero después aceptó: [...] me perdí de mis sentidos y me acostaron en la cama y al otro día que volví en [m í] me encontré echada al mundo por el señor Leonardo Escoto que se quedó seguramente a usar de mí, don Jesús me intimidó, me lavó la ropa para que mi expresada madre nada sospechara y me recomendó las cualidades del señor Escoto, al grado de obligarme con mi silencio y condescender a seguir pres­ tando con el expresado Escoto por tres o cuatro veces cada mes hasta el mes de noviembre que haciéndose muy sensible mi emba­ razo me fue preciso reclamar al señor Escoto y a mi referida madre que había sido violada [...]82 U na v e z ap reh en dido, Jesús Sixtos d eclaró ser viu do, tener 31 años de edad, ser vecin o d el sép tim o cuartel y h aber estado p reso en una oca sión an terio r p o r escándalo. Según él, el delito que se le estaba im p u tan do era falso, pues D on asian a siem pre h abía id o a su casa p o r gusto. Adem ás, argu m en tó que ésta ya “[a n d a b a ] sola en la calle y m ostrando una con ducta m a la” . N o obstante, aseguró que en su casa nada había pasado. P ara c o m ­ p ro b a r la “m a la con d u cta” de D onasiana, se m a n d ó lla m a r al testigo Jerónim o Chávez, quien m anifestó que el día del cum plea­ 82Idem.

ños de D onasiana lo in vitaro n a un baile para festejarla, el cual duró hasta las seis o siete de la m añana, cuando ya h abía sólo unos cuantos, sin que h ubiera desorden alguno. C on respecto a la con ducta de Donasiana, aseguró que “no la [m e re c ía ] en buen c on cep to ” , ya que sabía p o r varias personas que “h a [b ía ] sido de un estilo loco, y ya con m u cha a n teriorid ad al baile la v eía andar sola en la calle y en ocasiones hasta com o a las o ch o de la noche p o r los G igantes, ru m bo de la P la za de Venegas y San Fran cisco” . Fin alm en te, D onasiana a d m itió que d eb id o a que se en co n ­ traba ebria no sabía qu ién la había estuprado. Sin em bargo, la declaración que más peso tuvo para que no se pudiera com p rob ar el d elito de le n o c in io fue la de F lo re n cio M oya, p o lic ía de las casas de toleran cia, qu ien m an ifestó que D onasiana ten ía más de un año de con cu rrir a las casas públicas.83

E l co m e rc io de la virginidad A las y los alcahuetes se les con sideró seres infam es, ya que eran personas que “solicitaban o sonsacaban a alguna m u jer para [e l] trato lascivo con algún h o m b re ” . Adem ás, encubrían, con certa­ b an o p erm itía n d ich o trato en sus casas.84 Q uirós y A gu ilan ied o exp licaron que la alcahueta se trataba p o r lo gen era l de “alguna prostituta en vejecida” , qu ien al ya no verse fa vorecid a p o r sus antiguos clientes, am antes o am igos d ecid ía ven d er a otras. E n algunas ocasiones, se trataba de una m u jer de buen o rig e n “re ­ ducida p o r la d esgracia a estos extrem os” .85 E n G uadalajara, las alcahuetas p o r lo regu la r no eran de m u cha edad. Sin em bargo, dem ostraban cierta exp erien cia com ercian d o con la virgin id a d o m e zc la carnal de algunas jóvenes. M a ría Irm a L ó p e z R a zg a d o señ ala que en C o lim a una de las dueñas de burdel más conocida, M aría M oren o, era una “alca­ hueta de rostro alegre, de p oco p elo y n ariz regular, quien lu cien ­ 83Idem. 84 Joaquín Escriche, Diccionario razonado..., p. 242. 85 C. Bernaldo de Quirós y José María Llanas Aguilaniedo, La mala vida..., p. 298-299.

Kf do su tez b lan ca y su aspecto 'decen te' [...] pudo pasar com o una m u jer [d ecen te], pues b ien vestid a no oca sion ab a sospecha al­ guna, m ientras las hum ildes despertaban d escon fian za” . Se trató de una m u jer que, “ ap rovech an d o sus relacion es y su aspecto arreglad o, atrajo a m uchas joven citas, qu izá algunas vírgenes, para ofrecerlas a m ejores precios a los oficiales que rondaban p o r esos lugares” .86 L os alcahuetes tenían sus propias tácticas para hacerse de las m ujeres. Algun os h om bres se acercaban a las jóven es y las ena­ m o ra b a n para “perd erlas” después. Las alcahuetas, en cam bio, p rocu rab an com p ra r o engañ ar con falsas prom esas a sirvientas o m ujeres de estratos sociales bajos: “A q u í en G uadalajara hay leoneras perten ecien tes a personas que, p o r el puesto o ficial que ocupan, no sólo están enteradas de to d o lo con cern ien te a p ros­ titución, sino que h acen y deshacen en esta m ateria, abusando del cargo que desem peñan. M uchas m u jeres deben el ser p ro sti­ tutas a esos abusos” .87 P ara A d riá n R o m o fue m u y fá c il en a m orar a M erc e d Torres, de catorce años de edad. R o m o era el dueño de la h acien da la Aurora, en Jololotlán, donde la fam ilia de M erced trabajaba. N u n ­ ca p reten d ió casarse con ella. Cuando m u cho, pensaba con ver­ tirla en su am asia. S in em bargo, al darse cuenta de lo sucedido, el padre de ésta, A b ad Torres, p id ió su aprehensión. C om o R o m o estaba con ven cid o de que tod o había sucedido con el con sen ti­ m ie n to de la m a d re y la tía de M erced , M a ría Jesús O rtega y G u adalu pe Torres, resp ectiva m en te, n o en ten d ía de qué se le acusaba, sobre tod o cuando les o fre c ió a éstas que si retiraban la denuncia p ro tegería a M erc e d y a ellas las ayudaría para que pusieran una “tien d ita” en la hacienda. Cuando la m adre y la tía re ch a za ro n la oferta, trató de darle d ie z pesos a A b a d Torres, qu ien ta m p oco aceptó el o frecim ien to . P arece que era com ú n que M erc e d pasara días enteros en la hacienda. Su tía G uadalupe la llevaba y la d ejaba en la casa, h e­ cho que R o m o ap rovech ó para entab lar relacion es ilícitas con

86 María Irma López Razgado, Las meretrices de Colima..., p. 98, 101. 87 Miguel Galindo, La higiene en Guadalajara..., p. 317.

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ella. Según M erced , su tía la in citab a para que se prestara car­ nalm ente, p orqu e al cabo “le h abría de suceder” . A sim ism o, re ­ firió que cuando su tía no p od ía lleva rla R am os la m andaba lla­ m a r con una criada. Fin alm en te, R o m o llegó a un acuerdo con la parte ofen did a, con lo que se re tiró la acusación y él quedó libre. N o obstante, a G uadalupe, acusada de len o cin io, se le con ­ denó a seis m eses de p risió n .88 E n 1870, M atia n a Franco den un ció en la ciudad de G u adala­ ja ra que su h ija Is id o ra G u tiérrez, una d on cella de once años de edad, fue llevada p o r N a rcisa H u erta a A n ton io V aladez, qu ien la estupró. S egún la d ec la ra ció n de Isid o ra , ella salió de la casa d on de servía para lleva r a la casa d on de V aladez era m o zo carne y cin co reales que su patron a debía, p ero antes de llega r fue in ­ tercep tada p o r H uerta, qu ien ju n to con A n ton io la am en azó, la am arró de pies y m anos con su reb o so y se la lle vó p ara la salida a Z apopan, d on de en un vallad o A n ton io h izo uso de su persona, "h abien do qu em ad o V aladez la frazad a que ten dió para com eter el d elito, que sin duda fue, p orqu e ésta qu edó m anch ada o sucia de sangre” . U na v e z con clu id o el acto, se regresó sola a G uada­ lajara. M ás tarde, sin em bargo, se v o lv ió a encon trar con Huerta, qu ien se la llevó a trab ajar co m o sirvien ta a una casa donde c o ­ b rab a seis reales. R especto al d in ero que Is id o ra llevaba en un p rin cip io cuando fue raptada, N a rcisa se los "qu itó y gastó p o r su cuenta” . V aladez, un m o zo de 26 años de edad, n egó to d o lo sucedido, p ero N a rcisa H uerta, de qu ince años, m an ifestó que ni siquiera con o cía b ien a Is id o ra y que ésta acced ió a seguirla porque, le d ijo, “ya se había salido de d on de estaba sirvien d o” y el m o zo de una casa donde entregaba carne se la iba a llevar a A to to n ilco . H u erta agregó que Isid o ra la acom p añ ó p o r su p ro p ia volu n tad y que, aunque al p rin cip io g ritó "ven acá herm ana, que este h o m ­ bre m e tu m b ó para este sanjón” , fin alm en te con d escen d ió sin dificultades con V aladez y los cinco reales se los gastó com p ra n ­ do zapatos. Después de los careos y las averiguaciones necesarias,

88 “Contra Adrián Romo por rapto y estupro y María Guadalupe Torres por lenocinio”, Jololotlán, BPEJ, AH s t j , Criminal, caja 1870-30, inv. 39867.

se con d en ó a A n to n io V aladez a su frir seis m eses de p risió n p o r el d elito de estupro adem ás de in d em n iza r a Isid o ra con 20 pesos p o r vía de dote, m ientras que se ab solvió a N a rcisa H u erta de los in d icios de len o cin io de que fue acusada.89 P o r lo general, se asociaba la p rostitu ción al c o m p o rta m ie n ­ to escandaloso, pues al v iv ir en el “m u ndo de v ic io ” era m ás fácil que las m eretrices co m etiera n crím en es o fu eran propensas a ellos. Tal es el caso de M a ría R efu g io Ahu m ada, qu ien era c o n o ­ cida co m o “p ú b lica” desde 1876 y, según la señora G um ersinda O rtiz, rectora de la casa de recogidas, ten ía los siguientes cargos: [...] 5 Noviembre 1872 por golpes./ 17 enero 1873 por escándalo./ 21 abril 1873 por faltas./ 13 Noviembre 1874 por heridas a María Corona./ 2 mayo 1876 por pública./ 26 agosto 1876 no dice, solo sentencia: 8 días./ 2 enero 1877 por riña./ 11 febrero no dice, sen­ tencia: 2 días./ 1 marzo 1877 por escandalosa./ 16 abril 1877 por ebria./ 8 junio 1877 por ratera.90 E l 4 de m a rzo de 1878, Ah u m ad a v o lv ió a ser aprehendida p o r el d elito de heridas leves. A l parecer, fue llevada ante el M i­ nisterio P ú b lico d eb id o a que el agente de p o lic ía M ig u e l E spar­ za observó p o r el b arrio de San Juan de D ios una “reu n ión de gen te y lu ego se d irig ió al lu gar” . É ste se trataba de una cantina en la cual se encon traba un herido. L a sospechosa de la agresión, M a ría R efu g io Ahu m ada, era una jo v e n de 26 años de edad, sol­ tera y vecin a del cuartel octavo de G uadalajara, qu ien al ser in ­ terroga d a d ijo que ya antes había estado presa, una v e z p o r ebria y dos m ás p o r riñas, p ero que en esta oca sión no con o cía al h e­ rid o ni sabía nada del delito del que se le estaba acusando o p o r qué se le había aprehendido, pues se encontraba “ desem peñando una p ren d a en la vin a ta de d oñ a C h on a N ” , la cual estaba en fren te del m ercad o de San Juan de Dios y en la m ism a cuadra del M esó n de la Purísim a.

89 “Contra Antonio Valadez por estupro y Narcisa Huerta por indicios de lenocinio”, Guadalajara, BPEJ, AHSTJ, Criminal, caja 1870-43, inv. 40331. 90 “Contra María Refugio Ahumada por herida leve”, Guadalajara, 1878, BPEJ, AHSTJ, Criminal.

L a testigo C on cepción V illanueva m anifestó que ese día, com o a las dos de la tarde, había visto a dos h om bres que reñían, pero que, com o no los con o ció, p refirió m eterse a su casa p ara com er y lu ego ponerse a trab ajar en su n egocio , p o r lo que no se enteró del resu ltado de la pelea. A g re g ó que, una v e z instalada en sus quehaceres, re c ib ió en su tien d a a M a ría R efu g io , qu ien lle gó p id ién d o le de com er. A sim ism o, señaló que un h om bre, a quien ta m p oco con o ció, se acercó a M a ría R efu gio cuando ésta com ía y com en zó a insultarla. Según C on cepción , fue a con secuencia de esto que la p o lic ía se acercó al lu gar y la apreh en dió, p ero en ese m o m en to nadie h abía resultado herido. E l agredido, José Ign a cio Aguirre, fue revisado en el H osp ita l C ivil de B elén para dar fe de la herida. S e pudo c o m p ro b a r que ten ía en la nalga una lesión de dos centím etros de extensión, m o ­ rada y hecha con un instrum ento punzocortante. A l ser in te rro ­ gado, dijo que ten ía 31 años de edad, que era casado, de oficio zapatero y vecin o del tercer cuartel de la ciudad. M an ifestó que com o “andaba ebrio no supo quién lo h irió, ni con qué arma, ni p o r qué m otivo; tam p oco supo qué personas p resenciaron el h e­ ch o” . D ijo que no con o cía a la acusada, que no supo si ella lo había h erido y que, com o no tenía m o tivo de enem istad, le per­ donaba la injuria. Así, sin haber m éritos suficientes para c o m p ro ­ bar el hecho, a M aría R efu gio Ah u m ada se le dejó en lib ertad .91

Conclusiones E l Estado, la Ig le s ia y la m ism a sociedad con den aban la p ro sti­ tución. Sin em bargo, al m ism o tiem p o la reglam en taban , la ju s­ tificaban e incluso la fom entaban. E n muchas ocasiones, la p ros­ titu ción se con virtió en el ú n ico m e d io p o r el cual las m ujeres p od ía n ganarse la vida, sobre todo las que vivía n en el burdel, pues su trabajo les ga ran tizab a casa, c o m id a y vestido, aunque eso sign ificara v iv ir en el escándalo y sop orta r m uchas veces ca­

91 Idem.

XI sos de violen cia , enferm edades venéreas y los abusos de las m a ­ tronas, los clientes, los m édicos y los agentes de policía. E l m an ejo de la prostitu ción en G uadalajara estaba en m anos de h o m b res y m u jeres c o n o c id o s c o m o lenonas, alcahuetes y rufianes. Éstos no sólo explotaban a las m ujeres, sino que ta m ­ b ién eran el m e d io p o r el cual éstas llegab an a los burdeles: las seducían h acién d oles p erd e r su virgin id a d , las engañaban con prom esas de una m e jo r v id a — casa y sustento— o sim plem en te esperaban a que ellas solas se viera n deshonradas y que no les qu edara m ás rem ed io que la vid a en el prostíbu lo. L a m a yo ría de los autores trabajados nos in d ica que las lenonas y alcahuetas eran viejas prostitutas que, al verse envejecidas o rechazadas p o r sus clientes habituales, se d ed icaban a exp lotar a otras m ás jóven es. S in em bargo, en Jalisco se trataba algunas veces de m ujeres jóven es que ni siquiera e jerciero n la p rostitu ­ ción. E xistía una serie de lenonas, y en m e n o r m ed id a lenones, "n o p rofesion ales” , que sin dedicarse n ecesariam en te a este n e­ g o c io p erm itían , a c a m b io de una m ín im a cantidad, re ga lo o favor, que jóven es con sus novias, quienes m uchas veces eran vírgenes, pasaran la noch e en sus casas, lo que fa cilitab a los en­ cuentros sexuales y, en consecuencia, traía p roblem as ju d iciales cu an d o el d e lito de estu p ro era d en u n ciad o. N o obstan te, se castiga b a con m u ch a m ás severidad el le n o c in io , el h ech o de dejarlos pasar la n och e en su casa, que el estupro en sí.

F u e n t e s c o n s u lt a d a s A rch ivos Archivo Histórico del Supremo Tribunal de Justicia del Estado de Ja­ lisco, México ( ahstj ) Biblioteca Pública del Estado de Jalisco “Juan José Arreola” , México ( bpej )

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IN S T IT U T O I

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LAURA BENíTEZ BARBA

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L A E X P L O T A C IÓ N D E L A P R O S T IT U C IÓ N A J E N A E N M É X IC O E L INICIO DE UN DEBATE Y SUS PRIMERAS CONSECUENCIAS LEGALES, 1929-1956 F a b io l a B a il ó n v á s q u e z Universidad Nacional Autónoma de México Instituto de Investigaciones Históricas

E n 1929, los legistas m exicanos in clu yero n p o r p rim era v e z el d elito de le n o c in io dentro del C ó d igo P en al del D istrito Federal, que a la letra decía: “ C om ete delito de len o cin io tod a persona que h ab itu al o accid en talm en te exp lo ta el cu erpo de la m u jer p o r m e d io del c o m erc io carnal, se m an tien e de este c o m erc io u o b ­ tiene de él lu cro cu alqu iera” .1 C on ello, daban sustento ju ríd ic o y h o m o gén e o a la id en tifica ció n y el castigo de la exp lo ta ció n de la p rostitu ción ajena, fen óm en o que después del virrein a to había sido ign o ra d o o p oco con sid era d o2 — aunque los jueces llegaro n a con sign ar algunos casos a lo la rgo d el siglo x ix .3 E l relativo “v a c ío ” tuvo que v e r con un p roceso en el que M éx ic o se insertó desde 1862, cuando se puso en práctica el llam ado “sistema fran­ cés” . Con dicho sistema, el com ercio sexual fue tolerado y regulado 1Véase Artículo 201 del Código Penal para el Distrito y Territorios Federales, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1929. 2El delito de lenocinio no fue incluido en el Código Penal de 1871 —que cristalizó el anhelo de poseer un solo cuerpo legal que erradicara los existentes y edificara un dique al arbitrio judicial—; sólo se llegó a tipificar y sancionar el delito de corrupción de menores. 3En el caso de la ciudad de México, algunos ejemplos se pueden consul­ tar en AGN , Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, caja 251, 1848; El Siglo XIX, 11 de septiembre de 1949 y 17 de abril de 1868; El Monitor Republi­ cano, 20 de marzo de 1850; El Universal, 4 de abril de 1855; La Sociedad, 2 de octubre de 1858; El Ferrocarril, 25 de marzo de 1871; y La Patria, 15 de enero de 1890. Cabe señalar, sin embargo, que la prensa da cuenta de la consignación, mas no de la sentencia.

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p o r el E stado a través de reglam en tos, de tal suerte que ú n ica­ m en te recib iría n castigos “adm in istrativos” — y excepcion alm en ­ te ju d iciales— aquellas prácticas o personas que se salieran de las norm as establecidas. Tal situación se m antuvo igu al en la ciudad de M éx ic o y en diversas partes d el país hasta que em p e zó a ser cuestionada a p rin cip ios del siglo x x . E l cu estion am ien to llevó a p on er de lleno en la escena pú b lica el p ro b lem a de la exp lo ta ció n de la p ro sti­ tu ción ajena, sobre to d o el con cern ien te a la id en tificación , la responsabilidad y el castigo de los llam ados “padrotes” — o p ro xe­ netas varon es— , pues las “m atron as” y las m ujeres prostituidas estaban suficien tem en te identificadas, vigilad as y controladas. Q ué o rigin ó este cu estion am ien to, cuáles fu ero n los p rin ci­ pales argum entos esgrim id os, qué actores p articip aro n en él y cuáles fu e ro n sus consecuencias in m ediatas son algunas de las preguntas que d iero n lu gar al presente trabajo, el cual, en p rim er lugar, revisa los antecedentes de d ich o p roceso así co m o la in ­ fluencia del pensam iento ab olicion ista y, p osteriorm en te, analiza el in icio d el debate en torn o a la exp lo ta ció n de la p rostitu ción ajena en M éx ic o y la im p lem en ta ció n de las prim eras m edidas legales. L a in ten ció n es evid en ciar cóm o en M éx ic o la aten ción de la sim ple “prostitu ción ” y de su exp lotación com o asuntos de “m o ra l e h igien e” , donde la prostituta es con ceb id a com o victim aria, dio paso a la aten ción de éstas com o asuntos jurídicos, de “derechos” y “garantías” individuales, donde la prostituta es conceptu alizada com o víctim a, lo que abrió el p an oram a al tem a de la “trata de blancas” . Cabe señalar que este texto form a parte de una in vestigación m ás am plia sobre prostitución, len o cin io y trata de personas con fines de explotación sexual en la historia de M éx ico,4 en la cu al a n a lizo los ca m b io s y las con tin u id a d es en los d is­ cursos y las m edidas legales im plem en tadas p o r el E stado para en fren tar la exp lo ta ció n de la p rostitu ción ajena en un p eriod o más am plio de tiem p o que va de 1929 a 2007 y los com p a ro con

4 Esta investigación se inició en el Instituto de Investigaciones Históri­ cas de la Universidad Nacional Autónoma de México en 2012 y continúa en proceso.

XI el desarrollo del proceso de proxen etiza ción .5 P o r lim itacion es de espacio, en esta ocasión m e en foco solam ente en los inicios de ese largo proceso. A sim ism o, no con sidero las prácticas del fen ó m e­ no ni la a p licación de las m edidas legales, sino ún icam en te su gen eración , los discursos y las justificaciones esgrim idas.6

D el castigo a la in vis ib iliz a ció n : algunos antecedentes S i b ien el d elito de le n o c in io fue in clu ido dentro de la legisla ció n m exican a hasta el siglo x x , con lo que la exp lo ta ció n de la p ros­ titu ción ajena pasó a ser un tem a de a m p lio debate, ello no sig­ n ifica que antes de dicha in clu sión no existiera algo sim ilar com o p ráctica o que tal d elito n o h u b iera sido castigado aunque su d efin ició n no fu era la m ism a. E l d erecho ro m a n o h acía referen cia al le n o c in iu m — o alca­ huetería— com o la p ráctica de ayudar o ser cóm p lice en un adul­ te rio y al leno m a ritu s c o m o el m a rid o que in cu rría en d ich o delito. Si no actuaba en con tra de su m u jer y el c óm p lice de ésta, si h acía tratos con el ad u lterad or o si se ben eficiab a p ecu n iaria­ m en te del adulterio de su mujer, el m a rid o era acusado de “le n o ­ c in io ” . E l leno m aritus recib ía un castigo de la m ism a m anera que lo recib ía qu ien sin ser el m a rid o h u biera cob ra d o p o r encu­ b rir el adulterio. A sim ism o, se castigaba “al que dejara su casa para que se c om etiera ad u lterio o [ a ] la person a que cob rara p o r 5Se entiende por "proceso de proxenetización” el desarrollo de las accio­ nes y los discursos generados, reproducidos y sofisticados a lo largo del tiempo por el conjunto de actores que mueven el comercio sexual: padrotes, matronas, enganchadores, policías, meseros, taxistas, dueños de bares, etcétera. 6Cabe señalar que, aunque la bibliografía sobre la prostitución es amplia para el Porfiriato, ésta escasea para los periodos siguientes. De este modo, sólo contamos con dos estudios que abarcan hasta el año de 1940 y que se centran en la ciudad de México: el de Roxana Rodríguez Bravo, La prostitución feme­ nina en la ciudad de México (1929-1940). Un sistema de imágenes y representa­ ciones, tesis de licenciatura en Etnohistoria, México, Escuela Nacional de An­ tropología e Historia, 2002; y el de Katherine Elaine Bliss, Compromised Positions. Prostitution, Public Health and Gender Politics in Revolutionary Mexico City, Pensilvania, Pennsylvania State University Press, 2001. Tales trabajos, sin embargo, tienen como eje central la prostitución, no la explotación de la prostitución ajena.

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el a d ulterium , con sen tido de su m u jer” .7 L a alcahuetería — o len o c in iu m — consistía entonces en fom en ta r y facilitar la práctica de la prostitución dando alojam ien to a “prostitutas” y adm inis­ trando sus asuntos o buscándoles “clientes” .8Esta m anera de con ­ cebir el len ocin io y de actuar en su contra persistió prácticam ente sin cam bios a través del tiem p o y fue heredada a la N u eva España m ediante el derecho castellano, esto últim o a pesar de que el orden im puesto p o r las autoridades civiles y el derecho en el territorio am ericano se fue con form an do p oco a p oco a partir de las costum ­ bres, el derecho castellano y las leyes reales.9 E n tod o caso, lo que interesa destacar es que la p ráctica m ás cercana a lo que después sería id en tificado com o “exp lotación de la prostitu ción ajena” fue re c o n o c id a c o m o un p ro b le m a y, al parecer, aten d id a p o r las autoridades españolas, pen ada en la letra y castigada. E n Las Siete P artidas, los in citad o res eran defin idos co m o “una m anera de gente, de que vien e m u ch o m a l a la tierra, ga p o r sus p alabras dañ an a los que creen en los trae al p eca d o de luxu ria” .10 A sim ism o, estaban d ivid id os en cinco clases: 1) “los b ellacos, que gu ardan m u jeres públicas tom a n d o parte de sus ganancias” ; 2) “los chalanes, corred ores o m ediadores que andan solicitan do a las m ujeres que están en sus propias casas para los h om bres que les dan algún interés co m o p recio de su v ile z a ” ; 3) 7Eugenia Maldonado de Lizalde, “Lex iulia de adulteris coercendis del emperador Cesar Augusto (y otros delitos sexuales asociados)”, Anuario Mexi­ cano de Historia del Derecho, Universidad Nacional Autónoma de México, Mé­ xico, v. x v i i , 2005, p. 386-389. 8James Brundage, La ley, el sexo y la sociedad cristiana en la Europa me­ dieval, México, Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 57. 9Jorge Traslosheros, “Orden judicial y herencia medieval en la Nueva España”, Historia Mexicana, México, v. LV, n. 4, abril-junio de 2006, p. 1117. El orden judicial, como han señalado varios autores, estaba caracterizado por el pluralismo normativo y por un amplio arbitro de los jueces, que no sólo apli­ caban el derecho escrito. Véase Elisa Speckman, “Justicia, revolución y proce­ so. Instituciones judiciales en el Distrito Federal (1810-1929)”, en Alicia Mayer (coord.), México en tres momentos, 1810-1910-2010. Hacia la conmemoración del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución mexicana. Retos y perspectivas, t. I , México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2009, p. 190-191. 10Véase la partida VII, título XXII, ley II de Alfonso X “el Sabio”, Las Siete Partidas, versión de José Sánchez-Arcilla Bernal, Madrid, Reus, 2004, p. 958 (Colección Clásicos del Derecho).

“los que tien en en su casa m ujeres m ozas para c o m erc ia r con ellas” ; 4 ) “los viles m aridos que sirven de alcahuetes a sus m u je­ res” ; y 5) “los que p o r algún lucro con sien ten en su casa la con ­ curren cia de m u jer casada u otra para fo rn ic a r” .11 Las in vestigacion es realizadas p o r A n a M a ría A to n d o y M ar­ cela S u árez sobre la p rostitu ción en el virrein a to m uestran cóm o el castigo estaba d irig id o fu n dam en talm en te al alcahuete o a la alcahueta y no a las m ujeres prostituidas, quienes ap aren tem en ­ te re cib ía n san cion es m en ores en casos e x c e p c io n a les .12 Esto cam b iaría con el paso del tiem p o, pues p oco a p oco la aten ción y la san ción c o m en za ro n a estar d irigid as a ellas, aunque sin d eja r de c o n sid era r a los sonsacadores de la p rostitu ción . De hecho, durante un tiem p o en el país se va a crim in aliza r y castigar a am bos grupos. H a c ia el siglo x v ill, el sistem a ju ríd ic o in dian o entró en una etapa de cam bios p rofu n d os encam inados h acia la sistem atiza­ ción y la cod ifica ció n com o parte de un ob jetivo m ás grande: lo ­ grar el orden público com o sinónim o de buen gob iern o y p olicía .13 L o an terior condujo a que se considerara la p rostitu ción com o un p rob lem a m o ra l e h igién ico que ten ía su punto de partida en las m ujeres que ejercían la prostitución. De este m od o, con el p ro ce­ so de in depen den cia y el surgim iento del nuevo E stado-nación,

11 Citado en Leovigildo Figueroa Guerrero, La prostitución y el delito de lenocinio en México y los artículos 207 y 339 del Código Penal del Distrito y Territorios Federales, tesis de licenciatura en Derecho, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1946, p. 11. 12La prostitución era aceptada siempre y cuando las mujeres fueran huér­ fanas o hubieran sido abandonadas por sus padres. No se prohibía, pero se buscaba la “redención”. En este sentido, sólo eran castigadas —con el destierro, por ejemplo— cuando se “sometían” a un proxeneta o cuando causaban desor­ den o escándalo. Para los lenones y las sonsacadoras, en cambio, los castigos eran severos e iban desde azotes, exilio y trabajos en galera hasta la muerte. Véanse Ana María Atondo Rodríguez, El amor venal y la condición femenina en el México colonial, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1992, p. 58; y Marcela Suárez Escobar, Sexualidad y norma sobre lo prohibido. La ciudad de México y las postrimerías del virreinato, México, Universidad Autóno­ ma Metropolitana, 1999, 288 p. (Colección Cultura Universitaria, 68). 13Víctor Tau Anzoátegui, Casuismo y sistema. Indagación histórica sobre el espíritu del derecho indiano, Buenos Aires, Instituto de Investigaciones de His­ toria del Derecho, 1992, p. 58.

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así com o con el d esarrollo de un sistem a capitalista, la alcahue­ tería, o lo que ya se estaba con virtien d o en un sistem a de exp lo ­ ta ción de la p rostitu ción ajena, dejó de ser un tem a de discusión. Aunque se m antuvo la in ercia del "castigo ” para el d elito de le ­ n ocin io, la sanción fue sign ificativam en te suavizada y aplicada esen cialm en te a las m ujeres en base al a m p lio arb itrio ju d ic ia l.14 E l p ro ce so de re la tiv a in v is ib iliz a c ió n de la p a rtic ip a c ió n m asculina en la exp lota ción de la p rostitu ción ajena tuvo su auge durante el llam ad o p erio d o "regla m en tarista” , en el que el g o ­ b iern o m exican o reguló y n o rm ó el co m ercio sexual y a las m u ­ jeres involu cradas en el m ism o. D icho p eriod o, que en el caso con creto de la capital m exican a duró de 1865 a 1940, se caracte­ rizó p o r la justificación, la im p lem en tación y el desarrollo de todo un sistem a m éd ico-legal-ad m in istrativo de v igila n c ia y con trol de la p rostitu ción p o r parte del Estado. Desde m ediados del siglo x ix , la p rostitu ción se había con ­ vertid o en una p reo cu p ació n directa de las autoridades gu bern a­ m entales a p a rtir de su reco n o cim ien to com o p ro b lem a m édico, social y m o ra l en el con texto de la crea ció n de un n uevo E stadon ación . A sí, el sistem a m é d ic o -le g a l-a d m in is tra tiv o fue r e c o ­ n o cid o fu n dam entalm en te a p artir de un discurso en torn o a la sífilis que desde el siglo an terio r h abía em p eza d o a señalar a las m ujeres que ejercían la p rostitu ción com o las p rin cipales p ro p a ­ gadoras de las enferm edades ven éreas.15 Sin em bargo, desde una persp ectiva m ás crítica, es posible encon trar en los cim ien tos de d ich o sistem a un discurso patriar­ cal que d efen d ía la existen cia de una dob le m o ra l y ju stificab a la

14Los pensadores ilustrados clamaron por la "humanización” del proceso penal y la eliminación del tormento, por lo que poco a poco se fue imponiendo el castigo de cárcel en lugar de los azotes y el destierro. En este caso, como la mayoría de los acusados eran mujeres, que es a quienes fundamentalmente se les identificaba como explotadoras por quedar a cargo de los burdeles, el cas­ tigo que recibían era de servicios dentro de la cárcel durante días o meses. Véase El Siglo XIX, 11 de septiembre de 1849. 15Véase Fabiola Bailón Vásquez, La prostitución femenina en la ciudad de México durante el periodo del Porfiriato. Discurso médico, reglamentación y re­ sistencia, tesis de maestría en Historia, México, Universidad Nacional Autóno­ ma de México, 2005.

XI p rostitu ción co m o un “m a l n ecesario” que no d eb ía erradicarse pues, de hacerlo, los m ales para la sociedad p od ía n ser m ayores. Se argu m en tó que los varon es ten ían que con tar con ese m ed io para desah ogar sus “in evitables instintos genésicos m asculin os” , ya que de no con tar con él se in crem en ta rían prácticas co m o la v io la c ió n o la h o m osexu a lid ad .16 N o obstante, al m ism o tiem p o se con sideró que la p rostitu ción era altam ente p eligrosa d eb ido a las enferm edades venéreas que conllevaba. P o r ello, la única solu ción que se en con tró fue la de su v igila n c ia y control. L a to leran cia y la p ro te cc ió n de los “clien tes” — que en té rm i­ nos generales se traduce en la p ro te cc ió n de los p rivilegio s m as­ culinos de acceso sexual a un gru po esp ecífico de m ujeres— fu e­ ron, en este sentido, dos de los elem en tos que p erm a n eciero n en el sistem a desde la im p osición del p rim er reglam en to en la ciudad de M éx ic o , en 1862, hasta la del ú ltim o, en 1926. A p a rtir del p rim e r instrum ento, se in ten tó n o rm a r a todas las “m ujeres pú­ b licas” a través de m edidas y obligacion es, co m o hacerlas regis­ trarse ante las au torid ad es, p a ga r un im p u esto, rea liza rse un ch equ eo m é d ic o sem anal, m an ten erse d en tro de los espacios asignados, entre otras.17Adem ás, se in clu yeron m edidas para las llam adas “m a tron as” , quienes fu e ro n reguladas y recon ocid as oficialm en te p o r el Estado com o las vigilan tes y “cu idadoras” de que las “pupilas” cu m p lieran con el reglam en to m ás que com o p ieza clave del sistem a p rostitu cion al.18 16Véanse Francisco Güemes, Algunas consideraciones sobre la prostitución pública en México, disertación inaugural de la Facultad de Medicina de México, México, Oficina de la Secretaría de Fomento, 1888, p. 86; y Juan Ramírez Arellano, “La prostitución en México. Leyes y reglamentos a que debe sujetarse en beneficio de la salubridad pública”, memoria leída en la sesión del día 29 de julio de 1895, Concurso científico, sociedad médica Pedro Escobedo, México, Oficina tipográfica de la Secretaría de Fomento, 1895, p. 5. 17 “Primer reglamento sobre la prostitución en México del 20 de abril de 1862”, en Blas José Gutiérrez Flores Alatorre (comp.), Leyes de reforma. Colec­ ción de disposiciones que se conocen con ese nombre, publicadas desde el año de 1855 al de 1870, t. II , México, Miguel Zornoza, 1870, p. 108-112. 18Algunas de estas medidas fueron pagar las cuotas de su burdel y de las mujeres a su cargo, dar aviso a la autoridad de las que no se sometieran, en­ cargarse del cumplimiento de las normas, cuidar el aseo, entre otras. Véase “Reglamento de Prostitución de 1898”, en Leovigildo Figueroa Guerrero, La prostitución... , p. 22-23.

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E n el p erio d o que va de 1865 a 1940, se ju stificó el acceso m asculin o a un gru po de m ujeres así com o la existen cia de p ro s­ tíbulos y matronas. Asim ism o, se b orró o desdibujó tod o registro, m en ció n o im a gen de los proxenetas varones, lo qu e p erm itió su existen cia de m an era vela d a o p rotegida. E llo p rod u jo un efecto que yo he llam ad o de “in cu b a ción ” de la exp lo ta ció n m asculina de la p rostitu ción ajena, el cual se d esarrolló durante esas déca­ das p rácticam en te sin la aten ción de las autoridades. E n este lapso de tiem p o, no h ubo norm as para los proxenetas varones co m o las que hubo para las m atronas ni ta m p oco un sistem a de vigila n cia del estado h igién ico de los “ clientes” com o el que hubo para las m ujeres dedicadas a la prostitución. S i b ien en el P ro y ec to de D ecreto y R egla m en to sobre P ro s ­ titu ció n de 1851 se lle g a ro n a plantear, en con tin u id a d con el p erio d o v irrein a l y el d erech o español, m edidas en contra de los “sonsacadores” varones — ta m b ién llam ados “rufianes” — p id ie n ­ do que se les “p ersigu iera ten azm en te” ,19 lo cierto es que en la p ráctica no se le d io con tin u idad a dichas propuestas. E l tem a de la exp lo ta ció n m asculina de la p rostitu ción ajena — y el de la exp lota ción en gen eral— se dejó de lado durante tod o el p e rio d o reglam en tarista, pues se asum ió que, gracias al con ­ tro l de las m atronas y a la p ro h ib ic ió n del registro a las m enores, ésta d eja ría de existir p ara con vertirse en un “ c o m erc io estric­ ta m en te regu la d o y c o n tro la d o p o r el E sta d o ” , lo cual era un o b je tiv o id ea lista alejad o de la rea lid a d .20 E l tem a ya no se re to ­ m ó en los p osteriores reglam en tos y no gen eró estudios ni m e ­ didas legales, p o r lo cual fu e in crem en ta n d o su m a gn itu d con el paso d el tie m p o .21

19“Proyecto de Decreto y Reglamento sobre Prostitución, 1851”, Boletín del Archivo General de la Nación, serie 3, t. III , n. 3(9), julio-septiembre de 1979, p. 10-12. 20Véase Fabiola Bailón Vásquez, Mujeres en el servicio doméstico y en la prostitución. Sobrevivencia, control y vida cotidiana en la Oaxaca porfiriana, México, El Colegio de México, 2014, 325 p. 21 Cabe señalar, sin embargo, que la corrupción de menores si generó una discusión a finales del siglo x i x , la cual llevó a tipificarla como delito dentro del Código Penal de 1871 y a plantear su castigo siempre y cuando la conducta “estuviera consumada”. Por supuesto, dentro de esta tipificación entraría la

XI L a exp lo ta ció n de la p rostitu ción ajena en M éx ic o reap arece­ ría en el discurso hasta p rin cip ios del siglo x x , cuando se le e m ­ p ezó a v e r co m o un p ro b lem a im p ortan te y se cuestionó la u tili­ d ad d el sistem a re g la m en ta ris ta y el p a p el d el E stad o com o explotador, ya que éste no sólo re cib ía divid en d os del com ercio sexual, sino que ta m b ién fu n gía com o vigilan te y co n tro la d o r de las m ujeres. Tal cuestion am ien to em an aría de otro p roceso que em p ezó a desarrollarse en E u rop a y que llevó a c o n fo rm a r todo un m o v im ien to p olítico : el llam ad o “m o v im ien to a b o licio n ista” .

A b o licio n is m o y exp lota ción de la p ro s titu ció n ajena M ien tras que en M éx ic o se con solid a b a y exp an d ía el sistem a reglam en ta rista en to d o el país,22 en In gla te rra daba in ic io des­ de m e d ia d o s d el s iglo x i x una g ra n d iscu sió n sob re la v ia b ili­ d ad de las leyes a p a rtir de las cuales el E stado instauró to d o un sistem a de in sp ección m éd ica y p olicia ca de la prostitución . La discusión surgió porqu e se preten d ía exp an d ir h acia el n orte de In gla terra dichas leyes in troducidas en 1860 en ciudades fo rtifi­ cadas y puertos del sur del país, lo cual p ro vo c ó la reacció n de num erosos actores y la crea ció n de tod a una corrien te p olítica en contra del E stad o.23 E l m o v im ien to n ació de las in iciativas fem in istas y fue im ­ p u lsad o p o r Josep h in e E liz a b e th G re y B u tle r ju n to c o n una c o a lic ió n de refo rm ad ores de clase m ed ia y trabajadores ra d ica ­ les que se u n ieron en 1869 para e x ig ir la revo ca ció n de dichas explotación de la prostitución ajena de menores que, de entrada, ya estaba prohibida en el mismo reglamento. No obstante, si bien las autoridades sani­ tarias encontraron reprobable que las menores se prostituyeran o fueran pros­ tituidas, no sucedió lo mismo con las mujeres mayores de edad. En este caso, se produjeron quejas o llamadas de atención por parte de los médicos, pero ninguna medida legal fue tomada. 22 La gran mayoría de los estados de la República empezaron a poner en práctica sus propios reglamentos de prostitución en las dos últimas décadas del siglo x i x y las dos primeras del x x . 23 Judith Walkowitz, “Sexualidades peligrosas”, en George Duby y Michelle Perrot (eds.), Historia de las mujeres, t. i v , trad. de Marco Aurelio Galmarini, España, Taurus, 2001, p. 401.

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leyes.24 Las fem inistas abolicion istas lo gra ro n m o tiv a r a m iles de m ujeres inglesas a desafiar la d ob le m o ra l en la que estaban b a­ sados el reglam en ta rism o y los centros m asculinos de p o d e r — la p o lic ía , el p arla m en to, los estab lecim ien tos m éd ico s y m ilita ­ res— . Asim ism o, fu eron las p rim eras en den u n ciar la regu la ción de la prostitución com o una “invasión corporal” y una “violación a las garantías constitucionales de las m u jeres” perpetu ada p o r el E stad o al p e rm itir la existen cia de casas de p ro stitu c ió n y de m atronas b ajo norm as que en m uchos casos no se cu m p lían .25 Ellas in terp retarían la p rostitu ción com o una “ esclavitud sexual” y co m o el resu ltado de las lim ita cio n es a la activid ad social y eco n ó m ica de las mujeres. D esde una postura realm ente innovadora, las abolicionistas analizaron y desestructuraron la doble m ora l victoriana. Im p u g­ naron los privilegios de acceso sexual de los varones, pues consi­ deraban injusto que se controlara sólo a las m ujeres y se dejara libres a los clientes. D e igu al form a, denunciaron la corru p ción de la p olicía y la facilid ad con la cual el Estado p erm itía el registro de niñas para la prostitución en los burdeles. Esto las llevó a p ro ­ fu n dizar en el fen óm en o del carácter forzado, o coacción, y en la explotación de m ujeres extranjeras p o r parte de proxenetas va ro ­ nes in volu crados o colu didos con la policía. Las abolicionistas fueron las prim eras en p osicion ar en la o p in ión pública — a través de la prensa, reuniones, panfletos, con feren cias, etcétera— los temas concernientes a la explotación m asculina de la prostitución ajena, la condescendencia del Estado para actuar en contra de los explotadores y el papel de las autoridades en el sostenim iento de “redes” de com ercio sexual. Adem ás, fueron las prim eras en ana­ liza r el p roblem a del tráfico de m ujeres y en u tilizar el concepto de “trata de blancas” , térm in o que p osicion a ron p oco a p oco a ra íz de la sim ilitud que viero n con el tráfico de esclavos negros y que produ jo un cam bio fundam ental en la m anera de p ercib ir el 24 Josephine E. Butler, Josephine E. Butler. An Autobiographical Memoir, Bristol, J. W. Arrowsmith, 1909, 352 p. 25Véase Ana de Miguel Álvarez, “Los inicios de la lucha feminista contra la prostitución. Políticas de redefinición y políticas activistas en el sufragismo inglés”, Revista Brocar, España, n. 35, 2011, p. 315-334.

XI fenóm eno. A partir del uso de este térm ino, la discusión sobre la sim ple p ro stitu ció n y la e x p lo ta ció n se cen tró cada v e z m ás en la m ovilidad, en el establecim iento de redes de explotación y en la particip ación y o rga n ización de los “tratantes de blancas” . M ás im portante aún es el hecho de que los y las abolicionistas ingleses erigieron este fen óm eno com o un p roblem a social “internacional” , lo gra ro n “in stitu cion aliza rlo” y d esarrollaron y p articip aron en una variedad de acuerdos internacionales.26 L a im p o rta n cia del m o v im ien to resulta v ita l para enten der la in tro d u cció n en M éx ico, p rim ero , de la discusión ab olicion ista y, después, de la relativa a la “trata de blancas” . L a p rim era en particu lar gen eró posturas encontradas, propuestas, vínculos y, fin alm en te, m edid as legales en con tra de la e x p lo ta ció n de la p rostitu ción ajena. S in em bargo, estas tran sform acion es no se darían de m an era in m ed ia ta en nuestro país, p orqu e M éx ico, a d iferen cia de In gla terra, no con tó desde un in icio con un gru po fuerte y con solidado de fem inistas que cuestionara directam ente la reglam en tación . Así, m ientras en E u rop a se llevaba a cabo la discusión sobre el tráfico de m ujeres e incluso se estaban gen e­ rando y p on ien d o en p ráctica diversas m edidas, en M éx ic o las autoridades seguían en la ló gica del reglam entarism o, el cual sólo e m p e za ría n a cu estion a r hasta el p e rio d o p o s re vo lu cio n a rio . C iertam ente, desde finales del siglo x ix algunos m édicos c om en ­ za ro n a quejarse y a señalar que la n o rm a tivid a d creaba las con ­ d icion es para eva d ir su aplicación ; no obstante, estos m édicos apenas si h iciero n referen cia al a b o licio n ism o fem in ista, pues se lim ita ro n a desap robar los p lan team ien tos m ás elem entales de la n o rm ativid ad .27

26 Las abolicionistas fundaron lo que eventualmente se convirtió en la Fe­ deración Abolicionista Internacional —originalmente denominada Federación General y Continental para la Abolición de la Regulación de la Prostitución—, que les permitió internacionalizar su perspectiva y seguir enfrentando los tabús que silenciaban lo relativo a la sexualidad. Véase Anne Summers, “Which women? What Europe? Josephine Butler and the International Abolitionist Federation”, History Workshop Journal, Oxford, v. LX II , n. 1, 2006, p. 215-231. 27Véase, por ejemplo, Francisco Montenegro, Ligeros apuntes sobre por­ nografía de la capital, tesis de Medicina, México, Escuela Nacional de Medicina, 1880; y Francisco Güemes, Algunas consideraciones....

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S ería el p eriod ista, c rim in ó lo g o e in sp ector de p o lic ía Carlos R ou m a g n a c qu ien a través de su estudio titulado La p ro s titu ció n reglam entada. Sus inconvenientes, su in u tilid a d y sus peligros e m p eza ría a d efen d er desde 1909 los p lan team ien tos sostenidos p o r d ich a c o rrien te y a lu ch ar p o r la d e ro g a c ió n de los re g la ­ m entos. P a ra R ou m a g n a c, la re g la m e n ta c ió n h ab ía tra íd o c o n ­ secuen cias injustas, p orqu e h ab ía creado una clase esp ecial “ de d elin cu en tes au tores de un d elito [...] que n o existe” y h ab ía s u p rim id o la lib e rta d in d iv id u a l, a la cu al c o n s id e ra b a un d e ­ re c h o in a lie n a b le p o r e n c im a de c u a lq u ie r o tr o .28 S in duda, R o u m a g n a c rep resen tó un parteagu as, p o rq u e p o s ic io n ó los p ostu lad os ab olicio n ista s en la esfera p ú b lica, se asu m ió ab ier­ ta m en te s egu id o r de esa c o rrien te y con sigu ió d esvelar “p re ju i­ cios a rra iga d o s ” . S in e m b a rgo , su p a rtic ip a c ió n en el tem a no fue un h ech o fortu ito , y a que d eriv ó de la in v ita c ió n que le h i­ ciera la S o cie d a d M ex ic a n a S an ita ria y M o r a l con tra las E n fe r­ m edades V enéreas p ara a b rir un deb ate sobre “la c o n ven ien cia o in co n v en ie n c ia de la re g la m en ta ció n de la p ro stitu c ió n ” . N o obstan te, d e b id o a que R o u m a g n a c se d e c la ró en co n tra del fem in ism o que p reten d ía “n ivela r a la m u jer con el h om b re en tod o y p o r to d o desprecian do las in flexibles leyes b ioló gicas que m arcan a uno y a otra sendas b ien definidas” ,29 su discusión se centró en el respeto a las “garantías in divid u ales” de todas las personas y en la c o n d ició n ju ríd ic a de la p rostitu ción y su ex p lo ­ ta ción m ás que en el tráfico de m ujeres. E n to d o caso, este autor ab rió la puerta a un debate p ú blico que p oco a p oco fue tom an-

28Al respecto señalaría: “[...] a pesar de todas las conquistas alcanzadas con la experiencia de los siglos, admitimos todavía que se vulnere el noble y trascendental principio de no atentar contra la libertad del individuo en tan­ to éste no cometa un acto previsto y penado por las leyes a él exactamente aplicables [...] El sistema de reglamentación es inmoral e ilegal [...] porque crea dentro de la sociedad una clase especial para la que se suspenden garantías que debe disfrutar todo ser humano; y porque a pesar de que no satisface nin­ guna necesidad individual ni social, atenta en un solo sexo y a favor del otro”. Véase Carlos Roumagnac, La prostitución reglamentada. Sus inconvenientes, su inutilidad y sus peligros, México, Tipografía Económica, 1909, p. 6, 29. Las cursivas son mías. 29Ibidem, p. 17.

XI do fu erza y que a la la rga d eriv ó en m edid as en c on tra d el sis­ tem a n o rm a tivo . De h ech o, co m o resu ltado de la p ro m u lga ció n de la C on stitu ción de 1917 y de los p lan team ien tos sobre el res­ p eto a las “garantías in d ivid u ales” , el tem a de la p ro stitu ció n y su exp lo ta ció n ocu p ó un lu gar en las sesiones que se lle va ro n a cabo en la C ám ara de D iputados de 1917 a 1921, en las cuales se d eb atió có m o se p o d ía n ad ecu ar los p rin cip io s re vo lu cio n a ­ rios a la rea lid a d en esta m ateria. Así, algunos dipu tados, com o F elip e T rigo, A gu stín V idales o Q u erid o M oh en o, p u sieron espe­ cial aten ción al tem a de la e x p lo ta ció n de las m u jeres al señ alar que éstas eran víctim a s de “la m a tro n a ” , el “ clien te, el d o c to r y el g o b ie rn o ” y e m p e za ro n a v in c u la r la p ro stitu c ió n re g la m e n ­ tada c o n la “ esclavitu d ” .30 T am b ién p o r esos años, las fem inistas m exicanas em p eza ron a d iscu tir el tem a y a c o n fo rm a r tod a una lín ea de debate. N o cuestionaron directam ente las bases del sistem a reglam entarista, p ero p u sieron especial acento en otros factores que p ro m o vía n la p rostitu ción y su explotación . Estos debates d eriva ron en una serie de dem an das que se p la n tea ro n d en tro d el P r im e r C o n g re ­ so P an am erican o, celeb rad o en 1923. E n él, p id ie ro n a las au to­ ridades lo siguiente: 1) que n o p erm itie ra n el em p leo de mujeres en los llam ados “cafés-cantantes” que en ese m om en to estaban en auge y en los cuales se in cen tivaba la prostitución, 2) que “p revia una in vestiga ción sobre los cód igos y leyes de p rostitu ción d el E stado se p i[d ie ra ] a qu ien c o rre s p o n [d ie ra ] la su p resión de las casas de a s ig n a c ió n ” y 3) que en los lu gares de d esem b a rq u e de m u jeres solas o de llega d a de “ cam pesin as a la c iu d a d ” se g a r a n tiz a r a su s e g u rid a d “ a fin de c o n tra rr e s ta r la a c tiv id a d de los exp lota d ores de m u jeres” .31 C on ello, las fem inistas m e x i­ canas d arían m u estra de su c o n o c im ien to sobre el debate inter­ n acional de la “trata de blancas” y el abolicion ism o. De hecho,

30 Katherine Elaine Bliss, Compromised Positions..., p. 81. 31Resoluciones tomadas por el Primer Congreso Feminista, convocado por la Sección Mexicana de la Liga Panamericana para la Elevación de la Mujer del 20 al 30 de mayo de 1923, y reproducidas en Gabriela Cano, “México 1923. Primer Congreso Feminista Panamericano”, Debate Feminista, México, año I , v. I , marzo de 1991, p. 309-323.

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com o resultado de estos y otros tantos debates p ú blicos — com o el celebrad o en la 7a C o n feren cia P an am erican a que tuvo lugar en la H abana, Cuba, en 192432— , finalm ente se d ecid ió in clu ir dentro d el C ó d igo P en al de 1929 el d elito de len o cin io, lo que después de m uchos años con solid ó en el p ap el una m ed id a legal ten dien te a co m b a tir la exp lo ta ció n de la p rostitu ción ajena de m ujeres adultas. E llo gen eró un cam b io en la discusión y la aten ­ c ió n al p ro b lem a , p ero no rep resen tó una tra n s fo rm a c ió n en térm in os prácticos, porque, p rim ero, su im p lem en ta ció n no fue in m ediata y, segundo, llegó a in clu ir una excepción que dejó la puerta abierta a la con tin u idad de la actu ación “ o fic ia l” de los explotadores. E l d elito de len ocin io se castigaba siem pre y cuan­ do se d iera de m anera clandestina, ya que no com p ren d ía a “los dueños o encargados de casas de asign ación p erm itidas p o r la ley” ,33 es decir, a quienes se encon traban registrados y p agaban im puestos. A l respecto, es im p ortan te señalar que hasta ese m o ­ m en to seguía vigen te el reglam en to de p rostitu ción de 1926, cuya re fo rm a de apenas tres años atrás h abía au m entado las o b lig a ­ ciones y penas para las m ujeres e in clu ido cada v e z más a actores del d esarrollo del co m ercio sexual, co m o los hoteleros, quienes an teriorm en te no eran considerados. L a in clu sión del d elito de len ocin io sería, en realidad, el in icio de un largo cam in o de d iez años que finalm ente llevaría a la d ero ­ ga ció n d el sistem a reglam entarista, para la cual h abrían de sucederse un sin fín de encuentros p o r parte de diferentes grupos. U n o de dichos grupos fue el de los eugenistas, quienes se asum ie­ ro n ab iertam en te a fa v o r d el a b o licio n is m o y, en un con greso orga n izad o en c oo rd in a ció n con el A ten eo de Ciencias y Artes, llegaron a plan tear la n ecesid ad de re fo rm a r el có d igo p en al a fin de que se com pren diera “en toda su am plitud” no sólo el delito de

32 En la cual, el representante de México firmó ad referendum la Conven­ ción contra la Trata de Blancas. Véase Ricardo Franco Guzmán, “El régimen jurídico de la prostitución en México”, Revista de la Facultad de Derecho de México, Universidad Nacional Autónoma de México, México, t. x x i l , n. 85-86, enero-junio de 1972, p. 98. 33 Documento citado en Leovigildo Figueroa Guerrero, La prostitución... , p. 97.

len o cin io , sino ta m b ién el de “p ro x e n e tis m o ” y el de “trata de blancas y de n iñ os” . A sim ism o, p id ie ro n que se su giriera a las legislaturas de los estados reform as sim ilares. D urante los años siguientes, ap arecieron diversos artículos en p eriód icos, se d ictaron con feren cias y, en general, se m o v iliz ó a la o p in ió n p ú b lica para luch ar en con tra del “ sistem a francés” . C om o resultado de esta p resión y de la que se ven ía gen eran do desde la década de 1920, en octubre de 1937 se llevó a cabo en el p alacio de Bellas Artes una reu n ión m ás, p ero en esta ocasión d ed icada a la im p lem en ta ció n del P ro yecto para la R egla m en ta­ ción de la Cam paña An tiven érea que sustituiría al reglam en to de prostitución, para lo cual fu eron con vocados m iem b ros del P o d e r L egisla tivo .34 E llo se com plem en tó con otras m edidas de carácter práctico, de las cuales dos fu eron esenciales. L a p rim era fue la d elim itación espacial o p ro h ib ición de la prostitu ción en deter­ m inadas zonas de la ciudad de M éxico, la cual dio lugar a diversas reacciones, conflictos y n egociacion es entre las dueñas o encar­ gadas de los burdeles y las autoridades m édicas, adm inistrativas y p oliciales, lo que retrasó la co n so lid a ció n de la m ism a .35 L a segunda fue la decisión de cerrar defin itivam en te dicha zon a en 193 7,36 lo que no pudo con cretarse sino hasta un p ar de años después d ebido nuevam ente a la resistencia de las m ujeres, qu ie­ nes recu rriero n a la ju sticia federal, in terp u sieron am paros 37 y

34Ricardo Franco Guzmán, “El régimen ju ríd ico.”, p. 114. 35Hasta bien entrado el siglo x x no habían existido áreas específicas para el ejercicio de la prostitución en la ciudad de México, sino únicamente prohi­ biciones para que se instalaran burdeles en determinados lugares. Posterior­ mente, el reglamento de 1926 incluyó el capítulo XI, titulado “Zonas de Tole­ rancia”, que estipulaba el establecimiento de zonas para resguardar el orden público. Véase Reglamento para el Ejercicio de la Prostitución, Diario Oficial, México, 14 de abril de 1926. 36“Disolución de todos los centros de lenocinio”, La Prensa, 19 de enero de 1937. 37ASCJN, Amparo administrativo en revisión 4191/38 con 52 agraviadas; ASCJN, Amparo 1115/38 con 40 agraviadas; ASCJN, Amparo administrativo 949/38 con 47 agraviadas; véase también “Las horizontales se dirigen al juez en de­ manda de amparo. No quieren dejar sus pocilgas de las calles de Cuauhtemotzin y piden que las protejan contra la orden de desocupación”, La Prensa, 21 de diciembre de 1937.

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c o n fo rm a ro n un sin d icato.38 E n realidad, el desalojo se lo gra ría hasta m a yo de 1939, h ech o que p rod u jo ún icam en te una disper­ sión del fen ó m e n o .39 A todas esas m edidas se sum ó lo siguiente: 1) en 1931, la en­ trada de M éxico a la Sociedad de Naciones; 2) en 1933, la adhesión del país al C on ven io In tern acion al para la Supresión de la Trata de M ujeres y N iñ os; 3) el 3 de m ayo de 1938, su adhesión a la C on ven ción In tern acion al relativa a la R ep resió n de la Trata de M ujeres M ayores de E dad (11 de octubre de 1933). C om o resul­ tado de la p resión internacional, en M éx ico la lucha ab olicion ista to m ó fo rm a gradu alm en te y los discursos tran sitaron h acia la d efin ición de la prostitución y, sobre todo, de su explotación com o un p ro b lem a “legal” que veía a las m ujeres explotadas com o “v íc ­ tim as” . E n ese tenor, el Senado de la R ep ú b lica aprob aría fin al­ m ente en 1939 la a b o lició n de los reglam en tos de prostitu ción en la ciudad de M éxico, aunque su ap licación no se daría sino hasta el año siguiente. Dos años antes había entrado en v ig o r el R egla ­ m en to para la Cam paña contra las E nferm edades Venéreas, pu­ blicado en el D ia rio O ficia l el 8 de feb rero de 1940.40 Todas esas m edidas lleva ro n a con so lid a r reform as al C ód igo San itario y al C ó d igo Penal. E n el caso del p rim ero, se re fo rm a ­ ro n los artículos 137, 160, 162, 166, 168, 170 y 174, que entre otras cosas declaraban com o de interés p ú blico la cam paña con ­ tra las enferm edades venéreas. Tanto estas reform as hechas al C ód igo Sanitario com o el R eglam en to para la Cam paña contra las E n ferm edades Venéreas estarían centrados com pletam en te en las obligacion es de los enferm os, la d efin ición de los p ad eci­ m ientos, el establecim iento de dispensarios, el certificado nupcial, entre otras cosas. E n cam bio, las reform as realizadas al C ód igo

38 “Conceden amparo a 200 mujeres de la zona de tolerancia. Éstas no están conformes con el Acuerdo de salir del primer cuadro”, El Excélsior, 8 de enero de 1938. 39 “Las mujeres de la calle... a la calle. ¡Nada más natural! Lanzadas en acatamiento de orden de Salubridad. Se calcula que mil quinientas de ellas se dispersarán por la ciudad sin rumbo y sin control”, La Prensa, 19 de mayo de 1939. 40 Reglamento para la Campaña contra las Enfermedades Venéreas, Diario Oficial, México, 8 de febrero de 1940.

XI P en al estarían encam inadas a con siderar el con tagio co m o un d elito y a m o d ific a r el ya existente de le n o c in io elim in an do las excepciones que hasta ese m o m en to existían, p o r lo cual la d efi­ n ició n de este d elito qu edó de la siguiente m anera: Art. 207. Comete delito de lenocinio: I. Toda persona que habitual o accidentalmente explote el cuerpo de otra por medio del comercio carnal, se mantenga de este comercio u obtenga de él un lucro cualquiera. II. Al que induzca o solicite a una persona para que con otra co­ mercie sexualmente con su cuerpo o le facilite los medios para que se entregue a la prostitución. III. Al que regentee, administre o sostenga directa o indirectamen­ te, prostíbulos, casas de cita o lugares de concurrencia expre­ samente dedicados a explotar la prostitución, u obtenga cual­ quier beneficio con sus productos.41 C on ello, tanto la p rostitu ción o rga n izad a — m ás no la in d i­ vidu al— com o el estab lecim ien to de burdeles, casas de asigna­ ción, de citas, etcétera, qu edaron finalm ente prohibidos, m ientras que la e x p lo ta ció n qu edó p en ada p ero sólo en la letra y en la ciudad de M éx ico, porqu e en la p ráctica la h istoria fue otra.

E l im p a cto de los discursos y las medidas C om o b ien señala D avid Vargas, el a b o licio n ism o co m o “p olítica de E stad o” no pudo con 70 años de p ráctica reglam en taria, p o r lo que después de 1940 lo que se va a observar en la capital va a ser una in ercia d el sistem a y la re p ro d u c c ió n de una serie de hábitos bastante arraigados, com o el “ejerc ic io del le n o c in io ” y la existencia de organizaciones de tratantes de blancas, de au tori­ dades p oliciales y sanitarias corruptas, de dueños de prostíbu los in tocables y de encargadas de casas de toleran cia clandestinas.42

41 Citado en Leovigildo Figueroa Guerrero, La prostitución... , p. 97. 42 Carlos David Vargas Ocaña, El Estado y la prostitución. El establecimien­ to del abolicionismo en la ciudad de México, 1937-1940, tesis de maestría en Historia Moderna y Contemporánea, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2000, p. 77.

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A sim ism o, la ap licación de la nueva p o lítica gen eró reacciones casi inm ediatas entre las m atronas, las dueñas de casas de citas y burdeles o las encargadas de los m ism os, quienes p resentaron una férrea resistencia a ab an d on ar los sitios que ocupaban. D e hecho, unas llega ro n a organ izarse a través de la U n ión de D e­ fensa de P rop ieta rias y E ncargadas de Casas de A sign ació n para exigir sus derechos y garantías ante el presidente de la República,43 m ien tras que otras ca m b ia ro n el g iro de sus n eg ocio s p ero se d ed ica ron a lo m ism o. F in alm en te y co m o era de esperarse, sin la im p lem en ta ció n de un p ro g ra m a de aten ción d irig id o a las m ujeres para lo g ra r su rein serción , éstas se dispersaron. M uchas term in a ron en las calles, en m anos de proxenetas o en las labores de cabaret, con un consecuente agravam ien to de su clan destin i­ dad y su vuln erabilidad. Los p rin cipales cam bios se d iero n en el terren o institucional. De este m o d o, si b ien antes to d o el sistem a era con tro lad o p o r el E stado m edian te una instancia dedicada a ello, con la d eroga ción del reglam en to las ob ligacion es se b ifu rca ro n y lo m é d ic o quedó separado de lo legal. P o r un lado, ya no hubo m édicos específicos para las m ujeres que ejercían la p rostitu ción ; éstas ten ían que acudir a los hospitales y dispensarios antivenéreos. P o r otro lado, lo crim in al y la exp lota ción de la p rostitu ción ajena le corresp on ­ dió exclusivam ente a los jueces. L o que desapareció, relativam en ­ te, fue el entram ad o p oliciaco-ad m in istrativo. Las autoridades adm inistrativas, que eran las que se encargaban, p o r ejem p lo, de p ersegu ir a las m ujeres que estaban fuera del registro, sigu ieron in tervin ien d o , p ero a través de la re gu la ció n d el esp acio y las actividades que sobre éste se desarrollaban. Así, a d qu irieron una facu ltad casi exclu siva p ara segu ir v ig ila n d o y con tro la n d o el ejercicio de la p rostitu ción capitalina, aunque ya no con estipu­ lacion es específicas. Finalm ente, en el terreno de los discursos y casi in m ediata­ m en te después de la d ero ga ció n o al p oco tiem p o de sucedida 43 “Ardua persecución contra mordelones de lenocinio, fuerte unión de defensa”, La Prensa, 5 de noviembre de 1940. Véase también AHSS, Salubridad Pública, Inspección Antivenérea, caja 54, exp. 27, f. 10-13; y AGN , Lázaro Cárde­ nas del Río, exp. 525.3/1.

XI ésta, surgieron voces que p roclam ab an el fracaso del a b o licio n is­ m o y alegaban que la in cid en cia de enferm edades venéreas había aum entado. De esta m anera, durante tod a la década de 1940 se gen eraron conferencias, proyectos y artículos en los que se expre­ saron opiniones contrarias al abolicionism o, m ientras que los par­ tidarios de dicha corriente continu aron d efen dien do sus postula­ dos.44 De hecho, com o una defensa al sistem a y a su expansión, el presidente M anuel Á vila Cam acho presentó en 1942 una iniciativa para que los estados tam bién derogaran sus reglam entos. E n ese tenor, d irigió un oficio a todos los gobern adores con el propósito de pedirles su apoyo para lo g ra r la “represión de la p rostitu ción ” . L e interesaba especialm en te que éstos sigu ieran el ejem p lo de Ciudad Juárez, Chihuahua, que después del D istrito Federal fue el p rim e r lu gar del país en ad optar el abolicion ism o. C om o parte de esta iniciativa, el D epartam ento de Salubridad Pública del Dis­ trito Federal m andó un exhorto, pero la respuesta obtenida fue casi nula, de tal suerte que “si algunos estados suprim ieron la re­ glam entación, al p oco tiem p o volv ie ro n a im p lan tarla” .45 P osteriorm en te, en d iciem b re de 1943, se con vo có una reu ­ n ió n a la que se d en om in ó Asam blea con tra el V ic io ,46 donde se h izo eviden te que hasta ese m o m en to “no se h abían cum p lido todas las p o lítica s a b o lic io n is ta s ” p ero se n eg ó la p o s ib ilid a d de regresa r al reglam en ta rism o . Así, n o es extrañ o que h acia 1957, en el in fo rm e que solicitó la O rga n iza ció n de las N acion es U nidas a los E stados m ie m b ro s en to rn o a la situ a ción de la p rostitu ción en sus países, el licen ciad o Q uiroga, en represen ta­ ción de la parte m exicana, señalara lo siguiente: La situación existente respecto a la prostitución en México no es uni­ forme. En el Distrito Federal y en los Territorios Federales el sistema vigente es el abolicionista conforme al Código Sanitario de 1955. Dicho Código establece la obligación de comunicar a la autoridad sanitaria 44El debate en Ricardo Franco Guzmán, “El régimen jurídico...”, p. 126-129. 45 Citado en ibidem, p. 125. 46Véanse sus principales planteamientos en Alfredo Saavedra, Prostitución no reglamentada, México, Sociedad Mexicana de Eugenesia, 1968, p. 45-50; y Concha Villareal, “La Asamblea contra el vicio debe ser eco de la opinión”, El Excélsior, 15 de febrero de 1944.

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los casos de enfermedades venéreas. Tienen dicha obligación los mé­ dicos, directores de hospitales y escuelas, jefes de fábricas, talleres, escuelas, asilos, oficinas, establecimientos comerciales, etc. Todo paciente de enfermedades venéreas debe sujetarse al tratamiento ade­ cuado que le puede ser suministrado en las instituciones de benefi­ cencia pública [...] Aunque el Código Sanitario es de aplicación ob li­ gatoria en todo el país cabe expresar ciertas dudas en cuanto a su observancia por todas las autoridades administrativas.47 Según d ich o reporte, 27 de los 32 estados de la R ep ú b lica seguían siendo reglam entaristas. A dem ás del D istrito F ederal y Chihuahua, ún icam en te el E stado de M éx ico, el de Puebla — p os­ teriorm en te y no en todas sus ciudades— y el de Guanajuato — ya en la década de 1960— d eroga rían sus reglam entos. E l in fo rm e concluía que la prostitu ción se encontraba m u ch o más extendida en las ciudades y en lugares fro n terizo s com o Tijuana, Ciudad Juárez y M atam oros, adem ás de que se h abía in ten sificado en la capital y en las ciudades de G uadalajara y M onterrey. A sim ism o, daba cuenta de que se estaba m an ifestan do “ cierta ten den cia a una p rostitu ción orga n iza d a que abarcaba la trata de m ujeres y el p ro selitism o ” . E sto ú ltim o no es extraño si se con sidera que, pese a la re fo rm a de los cód igos penales de los estados y la in clu ­ sión en éstos del d elito de len o cin io, tanto la persecu ción com o el castigo de los explotadores de la p rostitu ción ajena no se lle ­ varon a cabo com o se m arcaba porque en m uchos lugares seguían vigen tes los reglam entos. In clu so en la ciudad de M éx ico, donde se supone que ya no existía tal im p ed im en to , la exp lo ta ció n de la p rostitu ción ajena se perseguía débilm ente. Así, ta m p oco es extraño que la llam ada “trata de blancas” se p ersigu iera de form a aún m ás d éb il.48 Sin em bargo, el tem a ap areció en diversos dis­ cursos com o un tó p ico al cual ciertos actores e m p eza ro n a h acer referen cia p ara vin cu larlo a la exp lo ta ció n y a la m o v ilid a d de m ujeres, aunque sin m a yo r im p acto en la gen era ción de m edidas

47 “La prostitución en México", Revista Internacional de Política Criminal, Organización de las Naciones Unidas, Nueva York, n. 13, octubre de 1958, p. 35. 48 Como bien ilustra Rosalina Estrada, México negó durante mucho tiem­ po la existencia del problema. Véase su artículo “La trata de blancas y su dife­ rente atención..." dentro de este libro.

XI o de p olíticas públicas. De esta m anera, cuando M éx ic o em pezó seriam ente a d iscu tirlo y aceptarlo co m o un p ro b le m a social y lega l que requ ería cierta atención, m uchos debates y p olíticas se encon traban ya en curso en otras regiones.

La “trata de blancas” y los acuerdos internacionales H a y que reco rd a r que desde finales del siglo x ix las fem inistas inglesas h abían puesto el tem a en la escena pública. Sin em bar­ go, adem ás de ellas, o tro gru po im p orta n te de ingleses — “p u ri­ tanos”— em p e zó a in volu crarse en el asunto. L a in flu en cia de estos ú ltim os fue m u ch o m ás efectiva que la de las prim eras, p o r lo que pronto lograron establecer acuerdos con algunos gobiernos. D ichos acuerdos se cristalizaron en los p rim eros instrum entos legales internacionales para la supresión de la “trata de blancas” . E n 1904, surgiría, p o r ejem p lo, el p rim e r A cu erd o In tern acion al para la S upresión del Tráfico de Trata de Blancas, que se cen tra­ ba sólo en la rep a tria ció n de las m ujeres “víctim as de un tráfico crim in a l” y en la con cen tración de datos de las d eclaracion es de las m u jeres “con el fin de establecer qu ién las h izo to m a r la d e­ term in a ció n de dejar su país” . E ste d ocu m en to instaba a los g o ­ biern os a ejercer una v igila n c ia con el ob jeto de in vestiga r en las estaciones ferroviarias, en los puertos de em barqu e y “ en el tra ­ yecto, a los que con du cen a m ujeres y m uchachas destinadas a la vid a d epravada” .49 L a trata requ ería el cruce de fronteras y era asociada a la esclavitud, p ero ta m b ién liga d a estrech am en te a fines “in m o ra les” — térm in o con el cual se hacía referen cia a la p rostitu ción — . P osteriorm en te, en 1910, se ap rob ó el C on ven io In tern acion al para la Supresión del Tráfico de Trata de Blancas,50 que o b ligó a los países firm antes a castigar a cualquiera que “para

49Acuerdo Internacional para la Supresión del Tráfico de Trata de Blancas, en , consultado el 11 de octubre de 2013. 50Convenio Internacional para la Supresión del Tráfico de Trata de Blancas, en , consultado el 11 de octubre de 2013.

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satisfacer sus pasiones haya contratado, secuestrado o seducido m edian te fraude o con ayuda de violen cias, abuso de au toridad o c u a lq u ie r o tro m e d io de c o a cc ió n , o aun c o n su c o n s e n ti­ m ie n to ” , a una m u jer o a una jo v e n m e n o r o m a y o r de edad “con p ropósitos licen ciosos” . O nce años después, en 1921, se firm ó el C on ven io In te rn a c io ­ nal para la S upresión de la Trata de M ujeres y N iñ o s,51 que plan ­ teaba la p ersecu ción y el castigo de “los in dividuos que se d ed ica­ ban a la trata de niños de uno y o tro sexo” así co m o m edidas de p ro tecció n p ara los m igrantes. M ás tarde, en 1933, se ap rob ó la C on ven ción In tern acio n al relativa a la R ep resió n de la Trata de M ujeres M ayores de E dad, que o b ligab a a los Estados a castigar a las personas que hubieran “ arrastrado o sedu cido” , aun con su con sen tim ien to, a una m u jer o m u chacha m a y o r de edad “para ejercer la p rostitu ción en o tro [...] aun cuando los diversos actos que sean los elem en tos constitutivos del d elito se hayan re a liza ­ do en distintos países” .52 E ntre uno y o tro d ocu m en to se am p lió el con cep to de “trata” para in clu ir a cada v e z m ás actores — m ujeres jóven es, niños, m ujeres adultas— y se dejó atrás el térm in o “trata de blancas” , que aparen tem en te y a estaba rebasado p o r el nuevo con texto de desplazam ien to y tráfico de personas L os resultados de las cuatro con ven cion es qu ed aron in tegra ­ dos en 1949 en la C on ven ción p ara la R ep resió n de la Trata de Personas y de la E x p lo ta ció n de la P rostitu ción A jen a,53 la cual planteaba el castigo para qu ien con certara o exp lotara la p ro sti­ tu ción de otra person a “ aun con su c on sen tim ien to” o m antuvie-

51 Convenio Internacional para la Supresión de la Trata de Mujeres y Niños, en , consultado el 11 de octubre de 2013. 52Convención Internacional relativa a la Represión de la Trata de Mujeres Mayores de Edad, en , consultado el 11 de octubre de 2013. 53 Convención para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena, en , consultado el 20 de mayo de 2014.

XI ra una casa o un e d ific io u o tro lu gar p ara la exp lota ción . E l con ven io in clu ía ta m b ién algunas recom en dacion es para p reve­ n ir la p rostitu ción y para “reh ab ilitar” a las m ujeres prostituidas. H asta 1933, el cen tro de la discusión y de las m edidas ad o p ­ tadas se encon traba en la p ersecu ción de la trata internacional. Sin em bargo, h acia 1949 esta ten den cia e m p ezó a cam biar, p or lo que se puso aten ción a la llam ad a trata “local". U n elem en to fu n dam ental de la C o n ven ció n para la R ep resió n de ese año fue que en su p reám b u lo d efin ió la p rostitu ción co m o una p ráctica “in co m p a tib le con la d ign id a d y el v a lo r de la person a hum ana que p on e en p elig ro el bien estar del in divid u o, de la fa m ilia y de la com u n id a d ".54 Es decir, d irig ió la aten ción a la persona, a su lib erta d y a su d ig n id a d c o m o b ien es ju ríd ic o s a p ro te g e r no d isp on ib les p ara las p rop ia s personas, p on ién d o la s al m ism o n ivel de los intereses del E stado y de la “m o ra l social". Esto no es una casualidad, pues el tem a de los “ derechos h u m an os" e m ­ p ezó a ser un referen te com ú n a p a rtir de la p ro m u lga ció n en 1945 de la Carta de las N a cio n es Unidas, la cual sería el p rim er in strum en to ju ríd ic o en el ám bito in tern acion a l en el que se re ­ con ocería el concepto de “dign idad hum ana” al señalar lo siguien­ te: “N o sotro s los pueblos de las N a cion es Unidas, resueltos [...] a reafirm a r la fe en los derechos fundam entales del h om bre, en la dignidad y el v a lo r de la persona h u m an a, en la igu ald ad de los derechos de h om bres y m ujeres [...]” .55 A sim ism o, tres años des­ pués, en 1948, la D eclaración A m erican a de los D erechos y D e­ beres del H o m b re m anifestaría en su preám bulo: “Todos los h o m ­ bres nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados com o están p o r n atu raleza de ra zó n y consciencia, d eben conducirse fra tern a lm en te los unos con los o tro s ".56 A dem ás, m eses m ás tarde se ap rob aría la D ecla ración U n iversal de los D erechos Hu-

54David Weissbrodt, La abolición de la esclavitud y sus formas contemporá­ neas, Nueva York-Ginebra, Organización de Naciones Unidas, 2002, p. 21. 55Carta de las Naciones Unidas y estatuto de la Corte Internacional de Jus­ ticia, en , consultado el 2 de julio de 2014. 56Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, en , consultado el 2 de ju­ lio de 2014.

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m anos, cuyo preám b u lo en dos ocasiones h acía referen cia justa­ m ente a la d ign idad hum ana y a la libertad com o bienes ju rídicos no disponibles para las p ropias personas.57 Sin em bargo, pese a los cam bios in clu idos en el docu m en to y al desplazam ien to de la aten ción h acia tóp icos que hasta ese m o m en to no habían sido considerados, su im p acto en los g o b ier­ nos fue realm en te m ín im o. H asta 1950, m u y pocos países habían ratificad o o se h abían ad h erido a este con ven io para c o m p ro m e ­ terse a re p rim ir la trata de personas de am bos sexos con fines de exp lo ta ció n sexual así co m o a su p rim ir las “leyes, reglam en tos, registros especiales y otras d isposiciones im puestas a las p erso ­ nas que practican , o de quienes se sospecha que practican , la p rostitu ción ” . De hecho, la lucha p o r el respeto a la soberan ía de cada uno de los Estados en esta m a teria h izo que, in d ep en d ien ­ tem en te de la in co rp o ra c ió n del tem a de la trata en la S ocied a d de N acion es, gran parte de ellos con tinu ara b ajo el régim en de toleran cia.58 E n el caso de M éxico, el con ven io pasó p o r una etapa de dis­ cusión que finalm ente llevó, p rim ero, a su ap rob ación p o r parte del Senado el 29 de d iciem bre de 1954 y, después, a su publicación en el D ia rio O ficia l el 19 de ju lio de 1956. Form alm ente, M éxico se adh irió a la C on ven ción para la R ep resión de la Trata de Per­ sonas y de la E xp lo ta ció n de la P rostitu ción A jen a el 21 de feb re­ ro de 1956, justo cuando la O rga n izació n de las N acion es Unidas obligab a a los Estados m iem b ros a ad optar la C on ven ción Suple­ m en taria sobre la A b o lic ió n de la Esclavitud, la Trata de Esclavos y las Instituciones y Prácticas Análogas a la Esclavitud.59 Con todo, fuera de las adhesiones y las firm as de los convenios, pocas m e ­ didas fu eron im plem en tadas. M ás allá de la d ero ga ció n de los reglam entos y de los cam bios en el C ód igo P en al en el D istrito

57Declaración Universal de Derechos Humanos, en , consultado el 2 de julio de 2014. 58Para 1990, seguían siendo apenas 60 los países adheridos a este Convenio. 59Convención Suplementaria sobre la Abolición de la Esclavitud, la Trata de Esclavos y las Instituciones y Prácticas Análogas a la Esclavitud, en , consultado el 11 de octubre de 2013. México ratificará esta convención hasta el 30 de junio de 1959.

XI Federal, ya no hubo otras acciones tendientes a rep rim ir o atender el tráfico in tern o y la exp lotación de la prostitu ción ajena.

A manera de co n clu sión Las autoridades m exicanas n egaron la existen cia de la trata de m ujeres en el país co m o lo h abían ven id o h acien d o desde finales d el siglo x ix . De esta m anera, n o se d esa rrolló una d iscusión p ú b lica y m asiva co m o la que se d io en otros lugares. E l g o b ier­ no firm ó los tratados y con ven ios intern acionales, p ero ello no se tradujo en m edidas legales o en p olíticas concretas. C iertam ente, los m édicos reglam en taristas h icie ro n re fe re n ­ cia al térm in o “trata de blancas” dentro de sus discusiones sobre el a b o licio n ism o . S in em bargo, en la m ed id a en la que d esap ro­ baban los p rin cipales p lan team ien tos de este ú ltim o, m in im iza ­ ro n la a ten ció n y la d iscu sión en to rn o a la e x p lo ta ció n de la p ro stitu ció n ajena y el tráfico de personas. P osterio rm en te, el tem a pasó a la agenda de las discusiones que se lleva ro n a cabo en los diferentes congresos durante la década de 1930 en la ciu ­ dad de M éx ico, p ero el debate se centró m ás en la d ero ga ció n del sistem a n o rm a tivo que en la g e n era ció n e im p lem en ta ció n de m edidas preventivas, de aten ción o legales. Si b ien es cierto que hubo propuestas para in clu ir el d elito de “trata de blancas” o “trata de n iñ os” dentro del có d igo penal,60 ta m b ién lo es que a la larga esto no se llevó a cabo, de tal suerte que el único cam b io sign ificativo en térm in os legales fue la tip i­ fica ció n d el d elito de len o cin io. L a d in á m ica m exica n a estuvo relativam en te alejada de las m edidas y las discusiones in tern a­ cionales sobre este fen ó m en o hasta la década de 1980, cuando el país, o b lig a d o p o r la p re s ió n in te rn a c io n a l, en tró de lle n o al deb ate y a la g e n e ra c ió n de propuestas. E llo n o sign ificó, sin e m b a rgo , que n o se d ie ra un c a m b io en la m a n e ra de p en sar y en el discurso.

60 Ricardo Franco Guzmán, “El régimen ju ríd ico.”, p. 106.

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C om o se vio, a lo largo de la p rim era m itad del siglo x x , M é ­ x ico — y p articu larm en te su capital— transitó gradu alm en te de una v isió n de la p ro stitu ció n c o m o un p ro b le m a de h igie n e y m o ra l públicas a una v isió n de la exp lo ta ció n y la p rostitu ción com o asuntos de interés ju ríd ic o de “derechos” y “garantías” in ­ dividuales, lo que im p licó una nueva m anera de v e r a las m ujeres que la ejercían. E n el transcurso de unas décadas, las prostitutas pasaron de ser consideradas las p rin cipales culpables del con ta­ g io de las enferm edades venéreas, así co m o un p ro b lem a m o ra l y social que el E stado d eb ía controlar, a ser consideradas sujetos con derechos y, en el caso de algunas de ellas, víctim as que el Estado debía p roteger de los explotadores m ediante la tip ificación del le n o c in io y la d ero ga ció n de los reglam entos.

F u e n t e s c o n s u lt a d a s A rchivos Archivo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, México ( ascjn ) Archivo Histórico de la Secretaría de Salud, México ( ahss ) Archivo General de la Nación, México ( agn )

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L A T R A T A D E B L A N C A S Y SU D IF E R E N T E A T E N C IÓ N : B u e n o s A ir e s y V e r a c r u z , p u e r t o s d e t r á f ic o d e m u j e r e s FRANCESAS EN LAS PRIMERAS DÉcADAS DEL SIGLo x x * R o s a l in a e s t r a d a u r r o z Benemérita Universidad Autónoma de Puebla Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”

E n 1909 tuvo lu gar en Au stria una reu n ión p rep aratoria con el fin de d iscu tir algunos puntos a tratar en el C on greso In te rn a c io ­ nal con tra la Trata de Blancas a celebrarse en M a d rid en 1910. E l go b iern o m exican o, con vidado al evento, rech azó la in vitación. Su secretario de G obern ación , a través d el h o m b re de letras y subsecretario de R elacion es E xteriores F ed erico G am boa, sostu­ vo que M éx ic o no se adh ería a los acuerdos relativos al tem a, en esp ecífico al con ven io del 18 de m a yo de 1904, “p o r no in teresar este asunto a M é x ic o ” .1 D urante estos años, m ien tras que en países com o Brasil, U rugu ay y A rgen tin a existía una creciente p reo cu p ació n p o r en fren tar el problem a, en M éx ic o las m edidas tom adas y las acciones em pren didas para que éste se resolviera fu e ro n escasas. Las d iferen cias m igratoria s pu eden exp licar las distintas form as en que las sociedades de estos países abord aron el tema. Así, la postura m exicana qu izá sea com pren sible dada su h istórica y b ien afianzada p o s ic ió n reglam en tarista basada en el sistem a francés.2 * Una primera versión de este trabajo fue publicada en Salvador Bernabéu y Frédérique Langue (coords.), Fronteras y sensibilidades en las Américas, Ma­ drid, Doce Calles, 2011, p. 283-304. 1Memoria de la Conferencia para la Represión de la Trata de Blancas cele­ brada en Viena el 14 de diciembre de 1909, en AHGE , Secretaría de Relaciones Exteriores, Europa, n. 15036, consecutivo 14358, sección 7, caja 7, exp. 136, f. 7. 2Rosalina Estrada Urroz, “Entre la tolerancia y la prohibición. El pensa­ miento del higienista Prent Duchatelet”, en Javier Pérez Siller y David Skerritt

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N o h ay que o lvid a r que desde el m e d io protestante suizo e inglés, “ esen cialm en te supresor y p ro h ib ic io n is ta ” ,3 el sistem a francés tuvo detractores, entre ellos Josephine Butler, quien, com o fun dadora de la Ladies N a tio n a l Association, ya desde 1869-1870 se pronu n ciaba p o r el a b olicion ism o y se o p o n ía a los Contagious Diseases Acts, pues éstos significaban un p rin cip io de reglam en ­ tación de la prostitu ción y un atentado contra los derechos in d i­ viduales. Los argum entos sustentados p o r B u tler se centraban en la defensa de las víctim as del v ic io y en el carácter veja to rio de las disposiciones que pon ían a las m ujeres pobres en una situación de in fe rio rid a d d eb ido a los exám enes m édicos y a la vigilan cia p o lic ia l que padecían .4 K ath erin e Bliss señala que en M éx ico la con troversia entre abolicionistas y reglam entaristas se d esarrolló en la tercera década del siglo pasado.5 Sin em bargo, con an terio­ rid ad se h abían gen era d o discusiones en el seno de diferentes organizaciones m édicas y de otras abocadas a la m ora lid a d sin que la vigen cia de tal sistem a se h ubiera visto afectada. Au n sin h aber sido p red om in an te, el a b o licio n ism o p ro vo có una m a y o r p reo cu p a ció n p o r el tráfico de m ujeres. A l referirse al reporte del com ité especial de expertos encargado p o r la S o ­ cied ad de N a cion es para supervisar la encuesta sobre la trata de m ujeres y niños entre 1924 y 1927, Jean M ich e l C hau m ont sos­ tiene que los expertos parecen h ab er con firm a d o la existencia de la “ep id em ia ” , cu lp ab ilizan d o de ello a la p rostitu ción regla m en ­ tada.6 E l au tor con sidera que existe una distancia entre las “re-

(coords.), México Francia. Memoria de una sensibilidad común, siglos xix -xx, México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/Centro de Estudios Mexi­ canos y Centroamericanos/Centre National de la Recherche Scientifique/Eón, 2010, p. 307-329. 3Alain Corbin, Les filies de noce. Misére sexuelle et prostitution au xix e siécle, 2a. ed., París, Flammarion, 1982, p. 316. 4Mary Spongberg, Feminizing Venereal Disease. The Body of the Prostitute in Nineteenth-Century Medical Discourse, Nueva York, New York University Press, 1997, p. 73-74. 5Katherine Elaine Bliss, Compromised Positions. Prostitution, Public Health, and Gender Politics in Revolutionary Mexico City, Pensilvania, Pennsylvania State University Press, 2001, p. 187. 6Jean Michel Chaumont, Le mythe de la traite de blanches. Enquéte sur la fabrication d’ un fléau, París, La Découverte, 2009, p. 6-7.

XI presen tacion es m ilita n tes o m ediáticas y las represen tacion es ju d iciales del fen ó m e n o ” , pues cree que las p rim eras son “con si­ d erablem en te exageradas y dram atizad as” .7 E n M éx ico, los d ife ­ rentes registros de prostitutas revelan que algunas m ujeres p ro ­ ven ían de distintas partes del m u n d o.8 A pesar de ello, este tipo de in m ig ra c ió n no fue m asiva. L la m a la aten ción el escaso in te ­ rés de las autoridades p o r in corporarse a las diferentes iniciativas in tern acionales que ab ordaban el fen óm en o, lo cual p o d ría ex­ plicarse ta m b ién p o r las pocas o rga n izacion es civiles que se p re­ ocu paban p o r el asunto. Las rutas p o r las cuales m ujeres p roven ien tes de E u rop a lle ­ gaban al A tlán tico Sur durante las p rim eras décadas del siglo x x han sido b ien trazadas p o r Y vette T roch on .9 L a au tora sostiene que los traficantes eu ropeos se ab astecieron en las zonas más pobres del continente, d on de las jóven es con bajos salarios d e­ b ie ro n c o m p le ta r sus in gresos con el e je rc ic io de la prostituc ió n .10 S obre el caso del tráfico de m ujeres francesas durante los m ism os años, A la in C orb in afirm a que la caída del sistem a galo y de las casas de toleran cia en tod o el occid en te europeo, o ca sio ­ nada p o r una m u tación de la sen sibilidad sexual m asculina y p o r una actitu d m en os to leran te p o r parte de la o p in ió n pública, trajo co m o con secuen cia que un conju nto de traficantes, con el fin de ab astecer n u m erosos b u rdeles en el m u ndo, p ro cu rara entrar en el m ercad o de la p ro stitu ció n .11 E n 1902, en vísperas de la C o n feren cia de París, la p o lic ía francesa re a lizó un censo

7Ibidem, p. 23. 8Rosalina Estrada Urroz, "El sistema francés y el registro de prostitutas. El caso de Puebla, 1880-1929”, en México Francia. Memoria..., p. 429-466; Ar­ turo Aguilar Ochoa, La fotografía durante el Imperio de Maximiliano, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Esté­ ticas, 1996, p. 85; Ixchel Delgado Jordá, Mujeres públicas bajo el Imperio. La prostitución en la ciudad de México durante el Imperio de Maximiliano, 1864­ 1867, tesis de maestría en Historia, Michoacán, El Colegio de Michoacán, 1998, p. 167; Fabiola Bailón Vásquez, Mujeres en el servicio doméstico y en la prosti­ tución. Sobrevivencia, control y vida cotidiana en la Oaxaca porfiriana, México, El Colegio de México, 2014, p. 89-90. 9Yvette Trochon, Las rutas de Eros. La trata de blancas en el Atlántico Sur. Argentina, Brasil y Uruguay (1880-1932), Montevideo, Taurus, 2006. 10Ibidem, p. 22. 11Alain Corbin, Les filles de noce... , p. 413.

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secreto de los in divid u os que se d ed icaban a la trata de blancas. Figu ran en el fich ero 81 in d ivid u o s.12 M éx ico, A rgen tina, Brasil y U rugu ay se in sertaron en el fen ó m en o que las autoridades ar­ gentinas aceptaron pero las m exicanas no. Sin em bargo, si hay un lu gar d on de encon tram os un terren o com ún, ése es el im a g i­ n ario que p riva b a sobre la m u jer caíd a.13 Es d ifíc il segu ir el curso de la trata de blancas m ás allá de la d ocu m en ta ción institucional. N o obstante, en los archivos rep a­ triados de los consulados franceses ubicados en Nantes, en con ­ tram os un ru bro revela d o r ded ica d o a este tem a en las prim eras décadas d el siglo x x . De este m od o, se hace eviden te lo dispar de las in iciativas y los esfuerzos de los gob iern os y las sociedades civiles de países com o Brasil, A rgen tin a y M éx ic o para aten der la cuestión. Si bien poseem os algunos datos relativos al p roblem a a n ivel in tern acional, el enganche de m ujeres m exicanas sólo es p osib le d etecta rlo m ed ia n te las denuncias in d ivid u ales de los fam iliares que recla m aron la in terven ción de las autoridades. E n co n tra r las señales del p ro b le m a de la trata para así p od er referirn o s a él y a las d iferen tes m aneras en que se le ha en fre n ­ tado no es una cu estión sencilla. A lre d e d o r de 1910 se m ostró una crecien te p reo cu p a ció n in tern acio n a l p o r c o m b a tir el trá fi­ co de mujeres, lo que quizá provocó que las delegaciones francesas de Buenos Aires y V eracru z sigu ieran el asunto de m a n era d ili­ gente. L o s expedien tes nos o fre c e n tres tipos de in fo rm a ció n : sob re las in stitu cio n es que c o m b a tía n el fe n ó m e n o , s o b re el trá fico y sob re las llam ad as de a u x ilio de las m u jeres que se en con traban atrapadas en estas redes. C on la in te n ció n de ap re­ h en d er la d ife re n te a ten c ió n que se d io al p ro b le m a durante las p rim eras décadas d el siglo x x , en este estu dio ab o rd am o s de m an era puntual los casos de Buenos Aires y V eracruz, puertos atlán ticos de entrada de m ujeres. A través de la va lio sa in fo rm a ­ ción que nos ofrecen dichos expedientes, hem os p od id o constatar

12Ibidem, p. 415-416. 13Francine Masiello, Between Civilization & Barbarism. Women, Nation, and Literary Culture in Modern Argentina, Lincoln, University of Nebraska Press, 1992, p. 111-136 (Serie Engendering Latin America).

XI la p resencia in discutible del fen ó m en o en am bos puertos, lo cual con trad ice la visió n de las autoridades m exicanas que lo con si­ deraban inexistente. A pesar de las d iferencias, M éx ic o y A rgen tin a com partían con cepcion es e im agin arios sobre la m u jer caída, los cuales se revelan a través de sus escritos litera rios y científicos. E l im a g i­ n ario que p revalecía no es com pren sib le sin el naturalism o que buscaba en el c om p o rta m ien to fem en in o las razon es escondidas que exp licab an su actuar y que se sustentaba en la visió n fatalis­ ta expresada en la ciencia, d on de coin cid ía n d egen eración o rg á ­ n ica y social. L os argen tinos E u gen io Cam baceres y Julián Martel y los m ex ica n o s F e d e ric o G a m b o a y Á n g e l d el C a m p o no p u d ieron sustraerse de la obra de É m ile Z o la en sus ap ro x im a­ ciones a la p rostitu ta.14 Z o la u tilizó el n aturalism o para explicar su p ro p ia corrien te, p ero re c o n o c ió que no era el p rim e ro en ap licarlo y con fesó h ab erlo tom a d o de los rusos. Su m anera de p ro ce d e r ha sido com parad a con el m é to d o realista de H o n o ré de B alzac, el cual ta m b ién padece la co n v icc ió n de que el m undo está “ d om in a d o p o r el d eterm in ism o ” . Según C h evalier respecto al caso de Francia, los letrados estaban im b u id os en una lite ra ­ tura “cien tífica” , donde el d eterm in ism o se expresaba en ideas b iológicas más que sociales, aunque se establecía entre ellas una sim biosis m u y particular, co m o lo com pru eb a la abundante lite ­ ratura en la cual lo social tam bién estaba presente: Lavater, Fran z G all y m ás tarde L o m b ro s o .15 E studios recientes revelan que el naturalism o latin oa m erica n o se construyó con in term iten cias. Cada país lo habría aprehendido de m anera particular, sobre tod o con siderando que su in flu en cia no se instalaría en el va cío de las construcciones colon iales españolas y portuguesas que no aca­ baban de desaparecer. De todas m aneras, la fran cesa no parece ser la ún ica p resencia p rep on d era n te.16

14Ibidem, p. 111-136. 15Rita Gnutzmann, La novela naturalista en Argentina, 1880-1900, Ámsterdam-Atlanta, Rodopi, 1998, p. 12-14. 16Claire Solomon, Fictions of the Bad Life. The Naturalist Prostitute and Her Avatars in Latin American Literature, 1880-2010, Columbus, Ohio State University Press, 2014, p. 16-20.

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E n este texto p reten dem os segu ir el curso de la trata de b lan ­ cas en un puerto m exicano y en otro argentino así com o dilucidar las razon es del d iferen te tratam ien to que se o to rg ó al problem a. M ien tras que en M éx ic o el tem a no p areció h ab er sido una p reo ­ cu p ación de las au toridades, en A rgen tin a re c ib ió una m a y o r atención. D ich o fen ó m en o no puede com pren derse sin antes so­ p esar las d ife re n c ia s cu an titativas y cultu rales que m u estran am bos países con respecto a la m igración .

La trata de blancas y la aten ción al p roblem a en el siglo x x L a trata de blancas operaba con m étodos tradicionales p o r m ed io de una red bien constituida que no se apartaba de la prostitución. P o r ello, sen sibilizar sobre el p ro b le m a no era fácil. E n el C o n ­ greso P en iten cia rio In tern acion al de París, que se llevó a cabo en 1895, se ab ord ó el tem a, aunque algunos congresistas reh uyeron tocarlo d eb ido a la presencia de religiosas en la sala. C on todo, se lo g ró a c o rd a r la re a liz a c ió n de un en cu en tro esp ecífico en vista del reclu tam ien to de m ujeres a través de anuncios y avisos públicos. E n 1899, se efectuó en Lon dres el p rim er congreso cuyo p ro p ó sito era ab o rd ar la rep resión de la trata de blancas. L a in i­ ciativa se debió a la N a tio n a l V igilan ce Association, sociedad fi­ lan tróp ica d ed icada a la p ro te cc ió n de la mujer. E l o b jetivo era re a liza r una in vestiga ció n conju nta sobre el tráfico de m ujeres, pues varios países estaban in volu crados. P o r tanto, se to rn a ro n necesarias la p a rticip a ció n de los go b iern o s así com o la revisión de las penas para los prom otores de dicho tráfico. Pese a ello, el p ro b lem a era visto con escep ticism o.17 E n m a rzo de 1902, el m in istro de R ela cio n es E xteriores fra n ­ cés, M. D elcassé, in vitó a los gob iern os europeos y de A rgen tin a y B rasil a h acerse presentes en la co n feren c ia a celebrarse en París. L a reu n ión ten ía co m o o b jetivo re to m a r los acuerdos de la c o n v e n c ió n de L o n d re s , en tre los que se e n c o n tra b a n los siguientes: la ap licación de castigos sim ilares en los diferentes 17Alain Corbin, Les filies de noce..., p. 413.

XI países p o r in d u cir a m ujeres o jóven es al v ic io a través de v io le n ­ cia, fraude, abuso de au toridad, o p o r cu alqu ier o tro veh ícu lo; la d eterm in a ció n de m a n era p recisa d el lu gar d on d e d eb ían ser ju zgad os los culpables; y la celeb ración de tratados in tern a cio ­ nales que perm itieran la extradición de los involucrados. Tam bién se p ersigu ió la re fo rm a de los cód igos penales con el fin de esti­ p ular sanciones puntuales a quienes ejercían el tráfico de mujeres.18 L os acuerdos logrados en la con feren cia explican el papel de las diversas represen tacion es d iplom áticas francesas en A m é ­ rica L a tin a en el con tro l y la solu ción de los p roblem as prostibularios de sus com patriotas. E n con tram os así la la b o r activa de los cónsules, sobre to d o cuando las m ujeres argüían h aber sido ob jeto de engaños. Desde la p rim era década del siglo x x , A rg en ­ tina m o stró un im p orta n te m o v im ien to con tra la trata, el cual se exp lica p o r la existen cia y el d in am ism o de sus asociaciones, la activa p a rticip a ció n de la d elegació n francesa y la respuesta p o ­ sitiva de las iniciativas ciudadanas. E n 1902, se fundó con am plia con vo ca to ria la A s o cia ció n N a cio n a l A rgen tin a con tra la Trata de Blancas. P o r su parte, aunque M éx ic o p articip ab a activam en ­ te en los congresos in tern acionales referen tes a la p rostitu ción y las enferm edades venéreas, no lo h acía en aquéllos d edicados al co m ercio in tern acion a l de mujeres. E ntre el 22 y el 25 de octubre de 1906, se d esarrolló el Tercer C on greso In tern acion al para la R ep resión de la Trata de Blancas. E l go b iern o m exica n o agrad eció al señor m in istro de N e go cio s E xtran jeros en París la in vita c ió n para p articip a r en dich o acon ­ tecim ien to, el cual se re a lizó con “ el alto p a trocin io del S eñ or Presiden te de la R ep ú b lica Francesa” . E n la m isiva enviada para tal fin, se exaltaba el v a lo r que el g o b iern o francés d aría a la par­ tic ip a c ió n de M éx ic o a través de las au toridades y las p erson a­ lidades dedicadas al estudio de las cuestiones sociales así com o de las asociacion es filan tróp icas. L a A s o c ia c ió n Fran cesa para la R ep resió n de la Trata de Blancas y la P ro te c c ió n de la Joven

18 Conférence internationale pour la répression de la traite des blanches. Conférence intergouvernementale, París, Imprimerie Nationales, 1902.

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envió el p ro gra m a y varias in vitacio n es.19 L a S ecretaría de G o ­ b ern ación , a través de R ela cio n es E xteriores, reiteró su n egativa a p articip ar en estas reuniones, señalando “que no exist[ía ] en M éx ic o el tráfico en escala im p orta n te de m ujeres para la p ro s­ titución, y que p o r lo m ism o, no se c o n s id e ra [b a ] [q u e h u b iera] interés suficiente para el n om bram ien to de delegados, p ero [qu e] se a c [o rd a b a ] que se d istrib u y[era n ] las in vitaciones, p o r si algu­ nas personas desea[ban ] con cu rrir al C on greso” .20 E n 1909, el go b iern o argen tino aún no se adh ería al C onvenio In tern acio n al sobre R ep resió n de la Trata de Blancas firm ad o en París el 18 de m a yo de 1904.21 S in em bargo, las cartas del M i­ nisterio de R ela cio n es E xteriores, d irigid as al encargado de N e ­ go c io s de Fra n cia , dan fe de los trám ites b u ro crático s que se realizab an ante las denuncias de tráfico de m ujeres. A p a rtir de 1910, en M éx ic o p arecía h ab er una m a y o r in terven ción de parte de las autoridades. N o obstante, ésta ten ía un carácter lim itado, pues se expresaba puntualm ente en acciones p oliciales para re ­ solver casos concretos. C on el fin de d iscu tir algunos puntos que se tratarían en el C on greso In tern acio n al con tra la Trata de Blancas a celebrarse en M a d rid en 1910, un año antes se re a lizó en Au stria una reu ­ n ió n p rep aratoria o rga n izad a p o r el C om ité especial. E n el even ­ to p articip aro n representantes gu bernam entales y d elegados de diferentes asociacion es o com ités. L a m isiva subrayaba los bu e­ nos resultados logrados m edian te las acciones. A pesar de ten er sólo d iez años de existen cia desde el p rim e r con greso celebrado en Lon dres en 1899, la acción in tern acional contaba con el apoyo 19Memoria del Congreso contra la Trata de Blancas, México, 9 de agosto de 1906, AHGE, Francia, Legación de Francia, consecutivo 14019, sección 7, caja 4, exp. 9, f. 4. 20 Carta de la Secretaría de Gobernación a Relaciones Exteriores, 1909, AHGE , Secretaría de Gobernación, sección 1a., n. 1568, consecutivo 14358, sec­ ción 7, caja 7, exp. 136, f. 21. 21 Carta del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto al señor ministro francés, en el que se le informa que el Congreso no ha autorizado al Poder Ejecutivo para adherir al Convenio Internacional sobre la Represión de la Trata de Blancas, del 18 de mayo de 1904, firmado en París, Buenos Aires, 18 de octubre de 1909, CADN, Buenos Aires (Embajada), 1888-1925, artículo 68-Bis, dossier 278.

XI de 17 gob iern os. Se p ersegu ía que los diferentes países se suscri­ b ieran el C on ven io de París de 1904 y, adem ás, que se otorgara una su b ven ción p resu pu estaria c o n el p ro p ó s ito de a p o ya r la acción de los com ités de com bate en contra de la trata de blancas. C om o ya señalam os, el g o b iern o m exican o con sideró el asunto de p oco interés. E n 1910, se aceptó la in vitación al Congreso para la R ep resió n de la Trata de Blancas a celebrarse en M ad rid; sin em bargo, se señaló que el delegad o ib a a nom brarse p osterior­ m ente, sin que exista en docum en tos posteriores evid en cia de su asistencia a d ich o encu en tro.22

Lugares de em barque y desembarque Los puertos, lugares de entrada y salida de m ercancías, eran tam ­ bién espacios de circu lación de hom bres y mujeres. E l derecho de las m ujeres a internarse solas en M éx ico o A rgen tin a era lim i­ tado, pues se sospechaba que lo hacían con el p ropósito de ejercer la prostitución. Buenos Aires y V eracruz eran lugares estratégicos para la in icia ció n o in serción de las m ujeres en el oficio a través de redes ya constituidas o p o r m ed io del ap oyo de m atronas es­ tablecidas. De este m o d o, los puertos con stitu ían el in ic io del largo cam in o de las viajeras en el m u ndo de la prostitución. Después de 1880, Buenos A ires se constituyó de m anera d e­ fin itiva co m o la capital de la n ació n argentina, p o r lo que estuvo sujeta a un m o v im ie n to de m o d e rn iza c ió n . P o r esos m ism o s años, nuevos trazos ca ra cteriza ro n a la ciu d ad de M éx ico, con ­ v irtié n d o la en una ca p ita l p ró sp era a la eu ropea .23 In clu so se d ecía que M é x ic o era uno de los países que m ás h ab ía gan ado en c iv iliz a c ió n .24 F ra n cin e M a s ie llo c o m en ta que en La Babel 22 Memoria de la Conferencia para la Represión de la Trata de Blancas celebrada en Viena, 1910, AHGE , consecutivo 14358, sección 7, caja 7, exp. 136, f. 1-2; ibidem, consecutivo 14444, sección 7, caja 8, exp. 78. 23 Federico Fernández Christlieb, Europa y el urbanismo neoclásico en la ciudad de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Insti­ tuto de Geografía/Plaza y Valdez, 2000, 149 p. 24Jules Claretie, "Art et Littérature", en Roland Napoléon Bonaparte et al., Le Mexique au debut du xxe siécle, t. II , París, Librairie Ch. Delagrave, 1905, p. 224.

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argentina Fran cisco D ávila p ro p o rcio n a b a una visió n id ealizad a de Buenos Aires com o una ciudad bella y elegante. E n ese m undo urbano, dos tipos de m ujeres gen eraban preocupación: las m u je­ res que p erten ecían a la élite, quienes p rom etían la ra za perfecta para rep rod u cir una n ación europea, y las m ujeres que perten e­ cían a la clase trabajadora, quienes sostenían la econ om ía y esta­ ban en con stante riesg o de in co rp o ra rse al trá fic o .25 P o r su par­ te, V eracruz, aunque sin contar con el esplen dor y la p ob lación de la ciudad de Buenos Aires, era el prin cip al puerto de M éx ic o desde el siglo x viii. A rrib a r a V eracru z en la p rim era m itad del siglo x I x sign ifi­ caba una aventura. E n 1831, los fran ceses solía n a b o rd a r en S ain t-N azaire el b ergan tín P etit E ugen e p ara d irigirse a M éxico. C on servicios sem anales o m ensuales, este puerto se h abía cons­ titu id o en el lu gar de salida p ara quienes buscaban desem barcar en V eracruz, aunque H am b u rgo, A m beres, E l H avre, M arsella y N u ev a Y o rk ta m b ién eran puntos de salid a h acia este p u erto m exicano. P o r su parte, los barcos que ven ían de San Francisco atracaban en A cap u lco.26 Durante el P orfiria to, el puerto de Vera cru z era p artícip e del am bien te de m o d e rn iza c ió n que se d e­ sarrollaba en el país y go za b a d el p riv ile g io de estar com u n icado con la ciudad de M éxico. N o se abstraía de las tendencias porfirianas que p ro p iciab an el o rd en y el progreso, sobre tod o en lo que respecta a la h igien e y al com p o rta m ien to m o ra l de la p ob la ­ ción. Sin em bargo, aunque el am bien te p arecía relajado, las p la­ zas públicas eran lugares donde se apostaban las m ujeres que ejercían la prostitución . Las protestas de la p o b la ció n p o r la p re­ sencia de estas dam as m uestran el afán de las élites de m overse con libertad, lo cual no p od ían h acer pues la figu ra fem en in a se m ostraba sin recato ante los ojos de las fam ilias distinguidas.27

25 Francine Masiello, Between Civilization..., p. 111-136. 26Armand Dupin de Saint-André, Le Mexique Aujourd'hui. Impresions et souvenirs de voyage, París, Plon/Nourrit, 1884, p. 21-47. 27 Rosalina Estrada Urroz, “Entre el desafío y la rebeldía. Imágenes de prostitutas veracruzanas”, en Fernanda Núñez Becerra y Rosa María Spinoso Arcocha (coords.), Mujeres en Veracruz. Fragmentos de una historia, México, Gobierno del Estado de Veracruz, 2008, p. 104-121.

XI E l puerto de Buenos Aires ten ía una activid ad febril. L a can­ tid ad de vapores que entraban p o r d ía rebasaba, en m uchos ca­ sos, la unidad. D ecenas de m iles de m igran tes se instalaban en A rgen tin a con diversos fines. E n los p rim eros años del siglo x x , el m o v im ien to in m ig ra to rio desde E spaña e Ita lia se intensificó, en especial desde este ú ltim o país, el cual fa vo recía a las c om p a ­ ñías italian as que tran sp ortaban a los llam ad os “in m igra n tes go lo n d rin a s” . Éstos eran agricu ltores atraídos p o r las épocas de cosecha de granos. Se em barcab an en Ita lia con billetes de ter­ cera clase, arribaban entre n o viem b re y d iciem b re y, lu ego de levantado el trigo y el m aíz, regresaban a su país a fines de abril o m ayo, con el tiem p o n ecesario p ara ubicarse en las m ism as tareas en las region es de d on de eran oriu n d os.28 H asta 1914, los grandes m ercados de m ujeres se concentraban en Buenos Aires y M on tevideo. E l pad rón argen tino in clu ía 6 413 prostitutas inscritas entre enero de 1889 y el 31 de d iciem b re de 1901. De esa cifra, m enos del 25% eran argentinas; el resto p ro ­ ven ía de diferentes países de Europa. De un total de 4 438 m ujeres europeas, 606 — el 9% — eran francesas. Éstas co m p etía n con italianas, austrohúngaras, rusas y, en m e n o r m edida, con alem a­ nas, españolas, suizas y belgas.29 Pese a ello, estaban m e jo r coti­ zadas en el m ercado, pues se les pagaba el doble o el triple que a las argentinas o de otras n acionalidades.30 E n el caso de M éxico, si bien no tenem os una estadística precisa, el porcen taje parece m ucho m ás bajo. De todas m aneras, se tiene el n úm ero de m u je­ res que trabajaban en los burdeles de más alta categoría y estaban in corporadas al registro de prostitutas.31 P o r ejem plo, entre 1871 y 1900 en la ciudad de Puebla sólo el 2% era de extranjeras.32 C o m o señala D on na J. Guy, a finales d el siglo x i x Buenos A ires “ era c o n o c id a in te rn a c io n a lm e n te c o m o un te n eb ro s o puerto de m ujeres desaparecidas y vírgenes europeas secuestra­ das que se veían obligadas a ven d er su cuerpo y a b ailar el tan go” . 28 Jean Michel Chaumont, Le mythe..., p. 41. 29Ibidem, p. 421. 30Ibidem, p. 423. 31 Rosalina Estrada Urroz, “El sistema francés...”, p. 429-466. 32Idem.

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Aunque los casos com p rob ad os de trata de blancas eran con ta­ dos, algunos in cid en tes fu e ro n suficientes “p ara c o n v en c er al p ú blico eu ropeo acerca del p eligro que am en azaba a sus m ujeres en tierras extran jeras” , pues su pon ían la in tro d u c ció n en este m u ndo de las m igran tes que se h abían visto forzad as p o r “am an ­ tes, novios, m aridos y proxenetas p ro fesio n a les".33 V eracru z parece o fre c e r un p an oram a p lagado de burdeles y p rostitutas. U n a d e s c rip c ió n a n ó n im a d el a m b ien te en 1913 m u estra la existen cia en el p u erto de un m u n d o p rostib u lario b ien con stitu id o. E l escrito señ ala que V e ra c ru z ya n o era el lu gar de antes y destaca el p ap el de los proxenetas, quienes m a n ­ ten ían a las pupilas aprisionadas a través de engaños y la p ro ­ m esa de regalos. E l francés que d irig ió la m isiva al consulado se lam en taba de v e r el estado en que se encon traba el puerto, pues le p arecía terrib le v e r el d esarrollo del o fic io en ese b ello lugar.34 Esta d escrip ción no es m u y distinta a las diferentes crónicas que o frec en los p erió d ico s de la época. E n ese am bien te se u bicaban m ujeres francesas que traspasaron el obstáculo del inm enso m ar para encontrarse con una vid a distinta, algunas veces afortunada y otras m iserable.

La p ro s titu ció n , el tráfico y sus prom otores E l sistem a francés había sido im puesto en casi todos los países de A m érica Latina, p o r lo que tanto en A rgen tina com o en M éx ico la prostitución se encontraba reglam entada. Las extranjeras que se in corporaban a los padrones ejercían la prostitución de m anera legal y eran som etidas a la vigilan cia sanitaria. Se com batía sobre todo el ejercicio ilegal, el cual ocu rría cuando las prostitutas se desvinculaban de la o b ligación de som eterse a los exám enes m é ­ dicos y de con tribu ir de m anera m on etaria con las m u nicip alid a­ des m edian te cuotas de diferentes m ontos. Las m atronas y las 33 Donna J. Guy, El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires, 1875-1955, Buenos Aires, Sudamericana, 1991, p. 18. 34"Trata de Blancas", 14 de febrero de 1913, CADN, Veracruz, Trata de Blancas, caja 26.

XI pupilas pagaban al erario su derecho a ejercer, m ientras que éste se veía alim entado p o r las cuotas que, en algunos casos, iban en ascenso. Si bien en A rgen tin a se tolerab a la prostitución, había restricciones para las personas que facilitab an la in co rp o ració n de m ujeres a este m undo. E l go b iern o se p ro p o n ía lim ita r la en­ trada al país y p ersegu ir de oficio a quienes se ocupaban del trá­ fico de m ujeres. Las autoridades m arítim as, policíacas, m u nicipa­ les y ju d iciales ten ían la o b lig a c ió n de p restar ayuda si eran requeridas p o r la com una y las asociaciones designadas.35 E n M éx ic o , las m u jeres que ejercían la p ro stitu ció n no se lib ra b a n de las en ferm e d a d e s sexuales. D u ran te los años del P o rfiria to y la R evo lu ción , las grandes cam pañas de salud p ú b li­ ca se realizab an desde una p ersp ectiva cien tífica, p ero las c o n ­ cep cio n es que las a n im a b a n estaban in m ersas en una v is ió n m édica, social y m oral. Se co n o c ía la fu erte vin cu la ció n de los p ad ecim ien tos ven éreos con la tuberculosis. D iego Arm us, en su m a gn ífico lib ro La ciu d a d im p u ra , o frec e una v isió n del triste cam in o de “ costureritas y m ilo n gu ita s” que d iero n un m a l paso para con segu ir un ascenso rápido, d on de en el im a gin a rio lite ra ­ rio la m u jer era la en ferm a p o r excelen cia, a lo que se le aunaba el v ic io .36 A lo largo del siglo x x , y después de dos guerras m undiales, el tráfico de personas d el sexo fem e n in o con tin u ó gen era n d o víctim as, prin cipalm en te m ujeres europeas que huían del ham bre y del h o rro r p ro vo cad os p o r las m en cion adas con flagracion es y que se con vertían en presa fá c il de los traficantes. De acuerdo con D onna Guy, en A rgen tin a el p ro b lem a ad qu iría niveles alar­ m antes p rovocad os m ás p o r el escándalo que p o r la can tidad de involucradas. Las m u jeres eu rop eas p o b la ro n los b u rd eles de B u en os A i­ res durante el p e rio d o cu lm in an te de la e m ig ra c ió n d el V ie jo C on tin ente, es decir, entre 1870 y la P rim e ra G u erra M undial. Si se tiene en cuenta la cifra total de m ujeres inm igrantes en la ciu-

35Boletín Oficial Argentino, 4 de octubre de 1913, c a d n , Buenos Aires (Em­ bajada), 1888-1925, artículo 68-Bis, dossier 278. 36Diego Armus, La ciudad impura. Salud, tuberculosis y cultura en Buenos Aires, 1870-1950, Buenos Aires, Edhasa, 2007, p. 107-135.

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dad, se puede ad vertir que éstas con stituían una p equ eñ a — aun­ que pertu rb ad ora— m in oría. Su n a cion a lid a d se c on virtió en un tem a p orqu e la ley m u n icip al les p erm itía trab ajar sólo si se re ­ gistraban y señalaban su país de origen . L a re co p ila c ió n de esta­ dísticas obtenidas de los registros de p rostitu ción p ro p o rcio n ó los “hechos” y los “testim on ios” u tilizados p ara p ro m o v e r h isto­ rias sobre la trata de blancas.37 E n 1889, E l H a vre era uno de los puertos más u tilizados p ara el tráfico de m ujeres; atracaban allí num erosos barcos n orteam erican os. E n su p rim era página, los estatutos reform ad os de la A so cia ció n N a cio n a l A rgen tin a contra la Trata de Blancas de 1904-190538 caracterizab an el p rob lem a de la siguiente m anera: “L o s traficantes fo rm a n legiones, y están disem in ados y p erfectam en te orga n izad os en to d o el m u ndo c i­ viliza d o . Cuentan con agentes viajeros, agentes locales, ban qu e­ ros y oficinas en las ciudades p rin cipales, que son verd ad eros centros de im p o rta ció n y exp ortación de jóven es, que com pran y ven d en para dedicarlas a la prostitu ción ” .39 E n 1920, en Buenos Aires había alred ed or de 250 m iem b ros de la m afia de traficantes de o rigen francés.40 E n ese m ism o año, la L ig a de las N acion es c o m p ro b ó que los franceses estaban enganchados de m an era sis­ tem ática al tráfico de m u jeres.41 U n in fo rm e de 1904 del C om ité N a cio n a l Francés declaraba que las m uchachas p roven ien tes de F ra n cia eran las p referidas en los harenes. Sin em bargo, in vestigacion es p osteriores revela­ ro n que no sólo ellas estaban b ien cotizadas. L os franceses m a ­ nejaban una de las m ayores redes organizadas de prostitución. Tanto en A rgen tin a co m o en M éx ico, la m ig ra c ió n de m ujeres se observaba con cierta sospecha: “el racism o, el n acion alism o, [ y ] la in toleran cia re ligio sa ” 42 habían au m entado las tensiones y la discusión sobre el destino fem en in o ten ía profundas connotacio-

37Donna J. Guy, El sexo peligroso..., p. 19. 38Tercera Memoria de la Asociación Nacional Argentina contra la Trata de Blancas, 1904-1905, Buenos Aires, 1906, CADN, Buenos Aires (Embajada), 1888-1925, artículo 68-Bis, dossier 278. 39Idem. 40Donna J. Guy, El sexo peligroso... , p. 23. 41Idem. 42Donna J. Guy, El sexo peligroso..., p. 19.

XI nes m orales. A p a rtir d el siglo x x , en B u enos A ires se d io un cam b io en la sen sibilidad h acia el co m ercio sexual: las grandes m oradas de p rostitu ción d esap arecieron y el o fic io se ejerció en vivien das de tres m ujeres. De esta fo rm a se m an ifestab a la crisis eu rop ea de las casas de toleran cia.43 E n las p rim eras décadas de este m ism o siglo, M éx ic o m ostraba o tro panoram a: los burdeles al estilo de la an terio r centu ria p erm an eciero n y tu vieron gran actividad. L a llegad a de traficantes franceses a los puertos de Buenos Aires y V eracru z p arecía ser constante. E n este ú ltim o lugar, el consulado francés in d a gó sobre los "sosten edores" G o w e o Gorvé Luis y su am ante G ab rielle, quienes explotaban una casa de toleran cia. E l d ip lo m á tic o francés in fo rm ó a su h o m ó lo g o en M éx ic o que dos m uchachas sumisas, inscritas en el registro, d e­ ja b a n la ciudad acom pañadas p o r h om bres que b ien p od ía n ser los buscados G o w e o G orvé y A lb e rt M au rice Trenchant, o rig in a ­ rio de París y traficante de blancas p rofesion al. O b ten er in fo rm a ­ c ió n sobre el p aradero de las m ujeres y los sostenedores no era tarea fácil. E n ese m u ndo se construían solidaridades que hacían im p osib le v io la r la secrecía, algo que la p o lic ía no ign oraba, pues con ocem os sus diferentes acciones para m an ten er un m u ndo de toleran cia en V eracruz. Así, el cónsul in fo rm ó lo siguiente a su p ar en la ciu dad de M éxico: Como su excelencia lo sabe, es muy difícil hacer hablar a la gente que pertenece a este mundo especial. Sobre todo cuando se trata de obtener informaciones sobre individuos que son sus amigos y que realizan comercio ilícito. La policía especial podría dar datos pero, como lo escribía antes, la policía está muy mal en Veracruz. M i impresión es que Gorvé y Trenchant son dos individuos di­ ferentes que se casaron con dos hermanas. Lo que parece cierto es que los dos se ligan a la trata de blancas.44 R einaba, pues, la confusión, ya que no se sabía con certeza quién era quién en el m undo de la prostitución. E l cónsul criticaba el p ap el de la p o lic ía de V eracru z p orqu e ésta no llevaba un re43Alain Corbin, Les filles de noce..., p. 423. 44Idem.

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gistro p reciso de quienes p erten ecía n a d ich o am biente. L a in ­ terven ció n d el d ip lo m á tic o fue directa: in vitó al señ or G o rvé a ir al C on su lado, aunque fu e T ren ch an t qu ien se p resen tó en su lu gar señ alan do que G o rv é se en con tra b a en E stados Unidos. E l 13 de ju n io de 1913, el rep resen tan te d ip lo m á tic o so lic itó in fo rm e s a las a u torid ad es d el p u erto sob re un h o m b re lla m a ­ do X y ap odad o P ap illon , qu ien se d ed icaba a la trata de blancas en Veracruz. L a p olicía in fo rm ó que d ich o in d ivid u o no se h alla­ ba en el p u erto y que se d esco n o cía su p ara d ero.45 H a b ía d ificu l­ tades para u b icar a estos personajes no sólo p orqu e se m ovían con ra p id ez y porque se desconocía el m ed io en el que trabajaban, sino ta m b ién porqu e la p o lic ía se reservaba com u n ica r sus n o m ­ bres y su paradero. E l cónsul francés en Buenos Aires se d irig ió al e m b a ja d o r para darle a co n o cer el in fo rm e del je fe de p olicía, en el cual se asentaba que nadie estaba au torizad o a d irig ir casas de p rostitu ­ ción y que quienes lo h abían h ech o h abían sido expulsados del país de acuerdo con la le y de 1913 que así lo estipulaba. L a lista con los n om bres de estos personajes nos p ro p o rc io n a una idea de la im p o rta n cia del tráfico de m ujeres. Se trata de 31 hom bres nacidos entre 1872 y 1888 — es decir, de entre 25 y 41 años de edad— y proven ien tes sobre to d o de París, N antes y M arsella.46 Esta in fo rm a c ió n no im p lica la ausencia de tráfico. E l 31 de m ayo de 1913, el cónsul de F ra n cia en R o s a rio en vió una m isiva al m in istro de su país en A rgen tin a in fo rm á n d o le que su agente consular en R esistencia, Chaco, le había com u n icado que un in d ivid u o de n acion a lid a d fran cesa que se h acía llam ar Joseph P o lid o n — n o m b re aparen tem en te falso— se d ed icaba a ese tip o de com ercio. Adem ás, h izo llega r a ese fu n cion ario una lista de personas p oco recom en d a b les.47 E l 23 de ju n io de ese 45Idem. 46 Carta del vicecónsul francés en Buenos Aires al embajador francés, en­ viándole la lista de sostenedores expulsados de Argentina en meses anteriores, 4 de mayo de 1913, c a d n , Buenos Aires (Embajada) , 1888-1925, artículo 68-Bis, dossier 278. 47 Carta del agente consular en Rosario dirigida al ministro de la Repúbli­ ca francesa en Argentina, 31 de mayo de 1913, c a d n , Buenos Aires (Embajada), 1888-1925, artículo 68-Bis, dossier 278.

XI m ism o año, el cónsul de F ra n cia en C ó rd o b a se d irig ió a H en ri Jullem ier, en viad o e x tra o rd in a rio y m in is tro p le n ip o te n c ia rio de esa n a c ió n en Argen tina, para rem itirle una lista de los encar­ gados de casas de to leran cia de n a cion a lid a d francesa. A través del C onsulado se re a lizó una cam pañ a p ara term in a r con esta situación en las ciudades de C órd ob a y Tucumán. L a lista p ro ­ veíd a p o r esa represen tación revela que se trató de un p ro b lem a que lle gó a su fin. E l cónsul rep rod u jo un pasaje de una carta recib id a de Tucum án que m uestra la situación: Hace algunos meses esos personajes eran muy numerosos y se les veía en grupos de cinco o seis en los cafés o lugares de libación. Después de ponernos de acuerdo con la policía, bajo sus instruc­ ciones, he llegado a librar a Tucumán de esta gente, algunos partie­ ron para Buenos Aires, otros para los Estados Unidos y Europa. Después de cierto tiempo dos o tres retornaron. Pero mal les fue, pues fueron deportados a Ushuaia, como lo indica el recorte de periódico del Diario del Norte del 12 de mayo de 1913.48 P o r su lado, el Consulado de Francia en Bahía B lanca in form ó acerca de una encuesta sobre la verd ad era id en tid ad de los en ­ cargados de las casas de tolerancia. E n esa c ircu n sc rip ció n c o n ­ sular, n in gú n fran cés e jerc ía esa tarea, la cual se en co n tra b a en m a n os a lem a n a s.49 A su v ez, el e n c a rg a d o d el C on su lad o de F ran cia en R osario envió un in fo rm e al señ or Ju llem ier sobre el m ism o tem a. De acu erd o con la p o lic ía de este lugar, n in gún h o m b re se u bicó a la cab eza de este tip o de n egocio. E l in fo rm e da a co n o cer que trece casas se h allaban en p o d e r de franceses: dos en Corrientes, una en San C ristóbal y dos en Santa Fe. E n esta ú ltim a localidad, algunas parejas se encargaban de esa acti-

48 Carta del cónsul francés en Córdoba, al señor Henri Jullemier, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de la República francesa en Argen­ tina, informándole del problema de los encargados franceses de casas de tole­ rancia en esa zona del país, 23 de junio de 1913, CADN, Buenos Aires (Embajada), 1888-1925, artículo 68-Bis, dossier 278. 49 Carta del encargado del Consulado francés en Bahía Blanca, al señor Henry Jullemier, ministro de la República francesa en Argentina, Buenos Aires, 23 de abril de 1913, CADN, Buenos Aires (Embajada), 1888-1925, artículo 68-Bis, dossier 278.

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vidad: C lery de Chacay estaba liga d a m aritalm en te a un h om bre n acido en Francia, m ientras que Lu cien n e D elarac era esposa de César Forte, un italian o d eten ido en París p o r h ab er intentado e m b a rca r m en ores. T a m b ién se señaló que en la lo c a lid a d de C on cep ción del U rugu ay no existían encargados franceses.50 Las d iligen cias del g o b iern o francés p ara u b icar a los trafi­ cantes p arecían ser constantes. E l M in isterio de Asuntos E xtran ­ jeros dio a co n o cer al m in istro de F ran cia en Buenos A ires que un in d ivid u o llam ad o L a m b e l — ta m b ién D aroux y C h arlot des H alles— , n acido el 5 de feb rero de 1891 en París y sospechoso de d edicarse a la trata de blancas, se h ab ía d irig id o al p uerto bonaerense. A l parecer, este in d ivid u o h abía ten id o éxito en el en vío de jo ve n cita s m en ores de edad a casas de toleran cia, a quienes em barcaba en G én ova y B a rcelon a p ara desviar la aten­ ción. Se solicitó entonces in fo rm a r a las autoridades argentinas del h ech o.51 A sim ism o, en 1912 se dio a co n o cer que el h om bre lla m a d o L e v y S am u el o S util A n g e lo h ab ía in icia d o la m ism a trayectoria el 12 de m ayo de 1912.52 Este sujeto era ayudado p or su h erm an o L e v y Albert, de 25 años de edad y origin a rio de Oran, qu ien adoptó el n om b re de C h am bly A lb ert.53 E n 1909, se denun­ ció que en el v a p o r Santa E len a se trasladaban a dich a capital 20 jóven es, algunas de n acion a lid a d francesa. Se sospechó que los traficantes eran M o r itz G old, T h e G old, Farb, H ersch el y Sarek.54

50Lista proporcionada por la representación consular de Rosario, al mi­ nistro plenipotenciario, 1913, CADN, Buenos Aires (Embajada), 1888-1925, ar­ tículo 68-Bis, dossier 278. 51Carta del Ministerio de Asuntos Extranjeros al ministro francés en Bue­ nos Aires, informándole del embarque rumbo a Buenos Aires de un tratante de blancas, 19 de abril de 1913, CADN, Buenos Aires (Embajada), 1888-1925, artícu­ lo 68-Bis, dossier 278. 52Misiva del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Argen­ tina, dirigida al encargado de negocios de Francia, informando del embarque de Levy Samuel, desde Marsella, individuo dedicado a la trata de blancas, 21 de agosto de 1912, CADN, Buenos Aires (Embajada), 1888-1925, artículo 68Bis, dossier 278. 53Idem. 54Carta del Ministerio de Relaciones Exteriores Argentino, al encargado de negocios de Francia, agradece el aviso de tal envío, Buenos Aires, 22 de enero de 1910, CADN, Buenos Aires (Embajada), 1888-1925, artículo 68-Bis, dossier 278.

XI Estos datos se ob tu vieron gracias a la in terven ción de la Jewish A ssociation fo r the P ro te ctio n o f G irls and W om en , que se com u ­ n icó con el senador y presidente de la S o cied a d para la R ep resión de la Trata de Blancas, M . Bérenger, para darle a co n o cer el alar­ m ante h ech o.55

¿G ritos inaudibles? D e m anera repetida, en diferentes registros de prostitutas m e x i­ canas encon tram os m ujeres francesas ejercien d o la prostitución. R esu lta d ifíc il sab er si estas m u jeres que a rrib a ro n al p u erto m exican o y se d ed ica ron a la p rostitu ción ten ían ya ese destino en m en te al p lan ea r el viaje. Sí ten em os c o n o c im ie n to de los intentos de varias de ellas de salir de ese m u ndo donde estaban atrapadas. A través de esporádicas m isivas, nos ap rop iam os de las angustias del secuestro y de ese deseo de reto rn o para restau­ ra r una vid a perdida. L a p o lic ía ten ía la cap acidad para resolver el p roblem a. P o r la edad de las m ujeres, la situación p arecía no dejar lu gar a dudas: la esperan za se situaba en el cónsul o en los representantes m igratorios. E l 28 de n oviem b re de 1911, la m e n o r M arie R ou x d irigió una carta al m in istro de la le g a c ió n francesa, m o n sieu r L efa ivre, en la cual señalaba que durante agosto del m ism o año, cuando tra ­ b ajaba com o encargada de vinos en un café de C lich y Levallois, co n o c ió al salir del trabajo a un francés llam ad o Pap illon , con quien p rim ero p artió al cam p o p o r seis días y lu ego se trasladó a S ain t-N azaire para em barcarse con ru m bo a M éx ic o en el bote L e Cham pagne. A sim ism o, sostenía que am bos viajaron u tiliza n ­ do los n om bres de m on sieu r y m adam e L a n d o n y que, al llegar a V eracruz, fue presentada a la francesa R osa L efevre, qu ien a los tres días de con o cerla le propu so que se d ed icara a la p ro sti­ tución, p ro m etién d o le satisfacer sus necesidades de d in ero y de

55 Carta del Ministerio de Asuntos Extranjeros de Francia, dirigida al mi­ nistro de la República francesa en Buenos Aires, 16 de diciembre de 1909, c a d n , Buenos Aires (Embajada), 1888-1925, artículo 68-Bis, dossier 278.

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regalos. Continuaba su testim on io argum en tando que no le q u e­ dó m ás que prostituirse, pues carecía de p rotección , p ero que, una v e z recu perada después de haberse en ferm ad o, huyó. R e la ­ taba qu e un agente p o lic ia l la en con tró y le p regun tó si deseaba v o lv e r al oficio, a lo que ella resp on d ió que no, que qu ería ser repatriada.56 H istorias co m o ésa se repitieron , y las represen ta­ ciones d iplom áticas sabían de ellas. E n M éx ic o no p arecía existir en ese m o m e n to alguna a socia ción que pu d iera p ro te ger a m u ­ jeres com o M arie Roux, cuyo caso era sim ilar al de Lu cie Lebrun, qu ien así ta m b ién im ploraba: 14 de febrero de 1913 Señor jefe de migración: Venimos a implorarle nuestra demanda de libertad somos dos niñas (momes) y no tenemos más que 19 años y los tipos que nos secues­ traron donde no podemos huir, yo me llamo Lucie Lebrun y no soy yo mi nombre es Suzanne Foquer, y tengo 19 años y la pequeña que está conmigo tiene 17 años y desde hace un mes ella está enferma y esa mujer que me vendió porque yo no puedo incluso ir al mar o bien buscar mis cosas, señor haga todo lo posible por hacernos salir y repatriarnos. En espera de verlo. Reciba mi agradecimiento. Una desgraciada que llora todos los días. Lucie Lebrun57 A l parecer, esta situación no era tan extraña. E n el exp edien ­ te aparece ta m b ién el caso de una m u ch ach a secuestrada que sería lib erada p o r la policía. L os cónsules de F ran cia en Veracruz y en la ciudad de M éx ic o in tervin iero n p ara que la rep a tria ción se efectuara. Sin em bargo, las m edidas tom adas no parecen ha­ b er ten id o éxito. Las escasas cartas de las secuestradas nos dan

56 Carta de Marie Roux al ministro Lefaivre, México, 28 de noviembre de 1911, CADN, Controlles de Chancellerie, primer semestre de 1911. 57 Carta de Lucie Lebrun al jefe de migración, Veracruz, 14 de febrero de 1913, CADN, Trata de Blancas, Veracruz, exp. 26.

XI una id ea del d ifíc il cam in o que transitaban las m ujeres que, p o r volu n tad p ro p ia o p o r engaños, cru zaban el océan o A tlán tico y entraban en el m u ndo de la prostitución. Fran cin e Junet, a quien llam ab an Paulette, lan zó un g rito d olo ro so a través de una carta que h izo lle ga r al Consulado de F ran cia en M éx ico. E n ella, soli­ citaba ser lib erada del yu go de un h o m b re que la había traslada­ do a la ciudad de V eracruz. Señalaba que éste v iv ía de la p ro sti­ tu ción y p reten d ía que ella se instalara en la casa de su mujer. C o m en tab a que ten ía 17 años de ed a d y que con stan tem en te recib ía golpes. P o r ello, suplicaba que se le prestara aten ción y que la buscaran en el m en cion ad o puerto, en la d irec c ió n H id a l­ go 18.58 E l 19 de ab ril de 1913, el cónsul francés en la ciudad de M éx ic o envió a su sim ilar en V eracru z una carta d on de le encar­ gaba la segu ridad de Francine, qu ien ib a a ser con du cida al puer­ to y em barcada en el bote España para ser repatriada a Francia.59 N o p od em os afirm ar que el deseo de retorn o haya sido lo más frecuente, pues los casos encontrados son solam ente una p eq u e­ ña muestra. E n su lib ro Le C hem in de B uenos Aires, A lb e rt L o n ­ dres reseñ a la h isto ria de G erm a in e de Francia, qu ien p artió bruscam ente de su casa para em barcarse ru m bo a Buenos Aires. L a chica ejercía el o ficio bajo el n om b re de M a d eim o selle Rubis. Sus padres lo sospecharon y le su plicaron que regresara, a lo que ella resp on d ió que era “fe liz en la situación en la que v iv [ía ]” , p o r lo que les ro g ó que no se ocu paran m ás de ella, pues su deseo era perm an ecer en el puerto y después ab rir en Fran cia una boutique para que su fa m ilia no sufriera m ás.60

Para c o n c lu ir A l estudiar la m igración , encon tram os innum erables cartas de m adres, padres y herm anos p reocu pados p o r el destino de sus 58 Carta de Francine Junet a la embajada francesa en México, en la cual solicita ser liberada de un hombre, 1913, CADN, Veracruz, exp. 26. 59 "Tratado de Blancas", CADN, Veracruz, exp. 26. 60Albert Londres, Le Chemin de Buenos Aires. (La traite des blanches) , París, Albin Michel, 1927, p. 145-155.

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fam iliares m ujeres, a quienes los m alos pasos p arecía n acechar. E n o tro estudio señalé el caso de un h om b re que solicitó la m ano de una señ orita de ascen den cia fran cesa residente en M éxico, ante lo cual los herm anos de ésta, desde Francia, to m a ro n sus p recau cion es y e x ig iero n pruebas de las buenas in ten cion es del aspirante antes de ceder. E n ese m o m en to presté especial aten­ ción al hecho; ahora, la m a licia sesga m i in terpretación: qu izá ella era una de las tantas m ujeres que, a sabiendas o engañada, entraba en el m u ndo de la prostitución . L a h istoria de la prosti­ tu ción fem en in a estaba ligada gustia sufrida p o r los parientes dero o p o rv e n ir no era claro preocupaciones de las m adres

a la m igración y tam bién a la an­ de quienes m igraban y cuyo para­ o cierto. A esto se sum aban las que tenían hijas solas en M éxico,

las cuales poseían la con d ición de viudez, pues se consideraban desam paradas. E sta p reocu p ación ten ía una larga historia. E n noviem bre de 1863, la viuda Dussain partió hacia Francia. E n abril del siguiente año, la m adre p regun tó p o r su h ija que había v ia ­ ja d o com o artista de la Troupe Frangaise y resid ía en M éx ico. N o había ten ido n oticias de ella desde su partida y le p reocu p ab a su situación, ya que “ [e ra ] viu d a y co m o con secu en cia sola” . P o r ello, se d irig ió al cónsul p id ién d o le que com p ren d iera las z o z o ­ bras de una m adre y la n ecesid ad que ten ía de saber de ella.61 L a lucha para com b a tir la trata de blancas ha sido larga y si­ nuosa. Las diferentes iniciativas tom adas en E u ropa y secundadas p o r varios países no se constituyeron, sino tardíam ente, en leyes de protección contra el tráfico de mujeres, las cuales se extendieron más tarde a niños y a otras personas. L a atención al problem a siguió diferentes ritmos en los espacios estudiados. Mientras en 1915 el Con­ greso de la N a ció n de A rgentina aprobó y p rom u lgó la L e y Contra la Trata de Blancas, no fue sino hasta 1938, bajo la presiden cia de L á za ro Cárdenas, que el D ia rio O ficia l de la Federación de M éxico, en su núm ero del 21 de junio, consignó la suscripción al acuerdo en el que se recapitulaban las diferentes iniciativas al respecto toma-

61 Carta de la madre de la viuda Dussain, para solicitar informaciones de su hija que parte como artista de la Troupe Frangaise, abril de 1864, c a d n , México, serie A, exp. A-12.

das desde 1898. E l decreto p rom u lgó la C on ven ción Internacional relativa a la R ep resión de la Trata de M ujeres M ayores de E d a d y to m ó en con sid era ción las recom en dacion es contenidas en el in ­ form e presentado al Consejo de la Sociedad de N aciones p o r la Com isión de la Trata de M ujeres y Niños, que com pletó las conven­ ciones de las siguientes fechas: 18 de m ayo de 1904, 4 de m ayo de 1910 y 30 de septiem bre de 1921. E l E jecutivo m exicano se adhirió a tal convención, la cual prim ero fue som etida a la aprobación de la Cám ara de Senadores del Congreso de la Unión, que dio su apro­ bación el 28 de diciem bre de 1937, y después fue ratificada p o r el presidente Cárdenas el 29 de m arzo de 1938.62 Podem os confirm ar así los ritm os dispares con los que se atendió el problem a. A partir de la década de 1920 hubo en M éx ico un interés p o r la trata de blancas desde una con cep ción dom éstica, la cual m ostraba una preocu pación práctica de las autoridades p o r perseguir a los tra­ tantes que p o r todas partes del país engañaban y enganchaban mujeres para que ejercieran la prostitución.

F u e n t e s c o n s u lt a d a s A rch ivos Archivo Histórico Genaro Estrada, México ( ahge ) Centre des Archives Diplomatiques de Nantes, Francia ( cadn )

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62Diario Oficial, México, t. CVIII, n. 36, 21 de junio de 1938, p. 1-8.

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k;

B U R D E L E S , P R O S T IT U C IÓ N Y G É N E R O A T R A V É S D E L O S P R O C E S O S P O R L E N O C IN IO C iu d a d d e M é x ic o , d é c a d a d e 1940 P a m e l a J. F u e n t e s Y ork University

D urante las últim as décadas del siglo x ix y las prim eras del x x , m édicos y especialistas se d ivid iero n en dos grupos p ara discutir la p ertin en cia del sistem a de reglam en ta ció n francés, instaurado en M éx ic o h acia 1865. Las leyes de d ich o sistem a orden aban el registro, la in sp ecció n m éd ica y el in tern am ien to — en caso de ser necesario— de las m ujeres que estuvieran contagiadas de al­ gún m a l ven éreo. E n gran m edida, la resp on sabilid ad legal sobre el cu m p lim ien to del reglam en to p o r parte de las prostitutas re ­ cayó en las dueñas de las casas de citas, casas de asignación, burdeles y accesorias que existían en la ciudad, m ism as que d e­ b ían p aga r con tribu cion es al E sta d o.1 C on el paso d el tiem po, p articu larm en te durante las décadas inm ediatas a 1910, el v o c a ­ b u lario entre regu lacion istas y ab olicion istas cam b ió, pues se in co rp o ra ron a las discusiones tanto la retó rica revo lu cio n aria c o m o las con clu sion es dictadas p o r la L ig a de N a cio n es, que

1 En torno a la instauración del sistema de reglamentación francés, cuyos principios básicos eran registro, inspección y encierro, y de sus principales consecuencias sociales en el México decimonónico, véanse Fernanda Núñez Becerra, La prostitución y su represión en la ciudad de México (siglo xix). Prác­ ticas y representaciones, Barcelona, Gedisa, 2002; Ixchel Delgado Jordá, Mujeres públicas bajo el Imperio. La prostitución en la ciudad de México durante el Im­ perio de Maximiliano, 1864-1867, tesis de maestría en Historia, Michoacán, El Colegio de Michoacán, 1998; Cristina Rivera Garza, The Masters of the Streets. Bodies, Power, and Modernity in Mexico, 1867-1930, tesis de doctorado en His­ toria, Houston, University of Houston, 1995; y Arturo Aguilar Ochoa, La foto­ grafía durante el Imperio de Maximiliano, México, Universidad Nacional Autó­ noma de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1996.

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durante el p erio d o de entreguerras con cen tró m uchos de sus es­ fuerzos en la lucha contra la entonces llam ada trata de blancas.2 Apoyados en este im portante organism o internacional y en los ideales de la R evolución, los abolicionistas m exicanos definieron los argumentos que eventualm ente llevarían a la elim in ación de los reglam entos. A lo largo de la década, en los debates se m ezclaron los ecos del fem in ism o eu ropeo, los derechos tanto individuales com o colectivos y el papel del E stado en el cu m plim iento de esos derechos. Adem ás, aunque la lucha contra las enferm edades v e ­ néreas seguía teniendo un peso im portante, la cam paña en contra de la explotación de personas fue ganando terreno.3 D e acuerdo con abolicionistas nacionales e internacionales, la explotación sexual en los burdeles era la con d ición sine qua non de la prostitución reglam entada, de tal m anera que para com batir el tráfico de personas era necesario d eroga r los reglam entos y per­ seguir a quienes se beneficiaran de la prostitución ajena. A sim is­ m o, se criticó el papel del Estado com o partícipe de la explotación de las mujeres. Para los abolicionistas, el p roblem a radicaba en cóm o estaba redactado el C ód igo Penal, pues en 1931 éste sólo con tem pló el castigo para las personas que “sin au torización ” per­ cibieran algún ben eficio del com ercio sexual ajeno. C om o conse­ cuencia, el gob iern o registraba, vigilab a y encerraba a las mujeres al m ism o tiem p o que recib ía los im puestos que las dueñas de los

2Un análisis detallado sobre las discusiones en torno al tráfico de perso­ nas en el seno de la Liga de Naciones se puede encontrar en Jessica R. Pliley, “Claims to Protection. The Rise and Fall of Feminist Abolitionism in the League of Nations' Committee on the Traffic in Women and Children, 1919-1936", Journal of Women's History, Baltimore, v. X X II , n. 2, invierno de 2010, p. 90-113; y Magaly Rodríguez García, "The League of Nations and the Moral Recruitment of Women”, International Review of Social History, Ámsterdam, v. LVII, suple­ mento especial n. 20, diciembre de 2012, p. 97-128. 3Sobre los debates concernientes al comercio sexual y a los derechos individuales y colectivos, véase Fabiola Bailón Vásquez, "Las garantías indivi­ duales frente a los derechos sociales. Una discusión porfiriana en torno a la prostitución", en Julia Tuñón (comp.), Enjaular los cuerpos. Normativas deci­ monónicas y feminidad en México, México, El Colegio de México, 2008, p. 327­ 374. Una de las investigaciones más influyentes sobre la regulación de la pros­ titución, el feminismo y el Estado en Europa es la de Judith Walkowitz, Prostitution and Victorian Society. Women, Class, and the State, Cambridge, Cambridge University Press, 1982, 347 p.

XI prostíbulos le entregaban. E l E stado se con vertía entonces “ en tratante de blancas [a l aceptar] la con tribu ción y en proxeneta m ediante la vigilan cia de las m ujeres para que los hom bres [tu vie­ ran] un lugar seguro” .4 Am bas actividades, p o r supuesto, se con ­ sideraban indignas de un gob iern o revolu cion ario, m ism o que no debía seguir consintiendo la reglam entación, pues ésta había de­ m ostrado en repetidas ocasiones su fracaso en la lucha contra las enferm edades venéreas. Así, en 1940 entró en v ig o r la m odificación al artículo 207 del C ód igo Penal. L a ley no p roh ib ió ni persiguió el ejercicio de la prostitución, pero sí a quienes obtuvieran ganan­ cias de las m ujeres dedicadas al com ercio sexual. Adem ás de eli­ m inarse del artículo la frase “cualquiera que sin au torización le ­ gal” , se agregó la cláusula “Com ete el delito de len ocin io [...] el que regentee, adm inistre o sostenga directa o indirectam ente pros­ tíbulos, casas de citas o lugares de con curren cia expresam ente dedicados a explotar la prostitución y obtengan b en eficio de sus p rodu ctos” .5 L a ley, que com en zó a aplicarse durante los meses de febrero y m arzo, tuvo com o p rin cipal objetivo la persecución de p roxen e­ tas en general. S in em bargo, las m atronas fueron las más afectadas p o r los cam bios, pues las casas de prostitución se con virtieron en el blanco in m ediato d eb ido a que las autoridades contaban con un registro de ellas. Durante los dos prim eros años — 1940-1941— , se consignó a 138 personas acusadas de lenocinio, de las cuales 101 eran mujeres. De las 37 personas restantes, la m a yoría eran h o m ­ bres que trabajaban com o m ozos o cantineros dentro de los pros­ tíbulos que ellas adm inistraban. Es ilustrativo que en 1939 sola­ m ente dos personas, un h om bre y una mujer, fueron procesadas p o r el m ism o delito. De hecho, en las estadísticas este crim en tuvo un repunte espectacular. Si com param os el núm ero de detenidos durante los seis años anteriores a la a b o lició n de los reglam entos para el ejercicio de la prostitución, de 1934 a 1939, con el núm ero 4Eliseo Ramírez, “El Departamento de Salubridad frente al problema de las enfermedades venéreas”, Boletín de Salubridad e Higiene III, Departamento de Salubridad, México, n. 1, 1940, p. 383-384. 5“Reformas al Código Penal”, Boletín de Salubridad e Higiene III, Departa­ mento de Salubridad, México, n. 1, 1940, p. 231-232.

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de detenidos durante los seis años inm ediatos a la d eroga ción de dichos reglam entos, de 1940 a 1945, notarem os que en el prim er p eriod o se detuvo a 71 personas p o r lenocinio, m ientras que en el segundo se procesó a 715 p o r el m ism o delito. Es decir, hubo un in crem ento de p oco más de 900%.6 P o r d ecreto, c o m en za ro n a clausurarse burdeles, casas de citas, casas de asign ación y accesorias. E l je fe del D epartam ento de la Procu rad u ría G en eral de Justicia d el D istrito F ederal o rd e ­ nó el arresto, m edian te num erosas redadas, de dueñas, ad m in is­ tradoras y/o encargadas de dichos lugares. Las m u jeres fu eron llevadas p o r decenas, casi a d iario, a las estaciones de policía. C on el o b jetivo de fo rta le c er las acusaciones en su contra, junto con ellas se re m itía a las m u jeres que trabajaban en sus estable­ cim ientos. E n ocasiones, incluso los clientes term in a ron frente al ju e z para dar alguna declaración. E n este artícu lo, an alizaré algunas de las consecuencias que trajo con sigo el fin de casi 80 años de p ro stitu ció n reglam en tada en M éx ic o . M e cen traré p a rticu la rm en te en los elem en tos de gén ero que ca ra cteriza ro n estos ca m b ios y en c ó m o éstos trans­ fo rm a ro n la d in á m ica d el c o m e rc io sexual en la cap ital d el país. E n el caso de los adm inistradores del com ercio sexual, el gén ero es una c a te g o ría an a lítica in disp en sab le que c o m o tal p erm eó la fo rm a en la que las au toridades m exicanas d ec id ie ro n e n fre n ­ tarlos durante la d écad a de 1940. T om a n d o c o m o fu en te p rin ­ cip a l los p rocesos ju d icia les que se in ic ia ro n p o r le n o c in io en la ciu d ad de M éx ic o , d elin ea ré las p rin cip a les d ife re n c ia s entre los casos d on d e los acusados p o r este d e lito son h om b res y los casos d o n d e los acu sad os son m u jeres. E sto lo h a g o c o n el o b je tiv o de e s ta b le c e r las p rin c ip a le s c a ra c te rís tic a s de las in teraccion es entre m atronas, lenones, trabajadoras sexuales y au toridades, pues estas rela c io n e s p erfila ro n en gra n m e d id a las c a ra cterística s que te n d ría el c o m e rc io sexual en la ciu d a d durante las décadas siguientes.

6 Estas cifras corresponden a la revisión que hice de los expedientes con­ tenidos en el AHCM , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, Le­ nocinio, de 1934 a 1952.

XI Las lenonas y la tra n sform a ción de los espacios Las n oticias en torn o a la intensa cam paña en con tra de los burdeles de la capital se d ifu n d iero n rápid am en te a otras partes del país, causando diversas reacciones. E n la ciu dad de Toluca, u b i­ cada a casi 70 k ilóm etros del D istrito Federal, un gru po de nueve prostitutas d ecid ió redactar una carta d irigid a al presiden te M a ­ nuel Á v ila C am acho. Su in ten ción era com u n icarle sus m iedos así com o p ed irle que en el E stado de M éx ic o no se ap licaran las m ism as m edidas: SE TRATA DE ESTO SEÑOR PRESIDENTE: SOMOS MUJERES GALANTES [...] el doctor Mariano Olibera nos puso en conocimiento de que muy pronto seríamos expulsadas de las casas a las que pertenecemos según una nueva ley [...] con esto señor Presidente sentimos lo que no se puede imaginar porque sabemos bien de las penalidades tan grandes que están pasando todas esas personas a quienes en M éx[ico] han arrojado a la calle y a quienes lejos de hacérseles un beneficio les han hecho un grave mal, pues comprenda usted [...] que al arrojarnos a la calle nos dejan a la voluntad de hombres desalmados que lejos de respetarnos y retribuir el precio de nuestros servicios harán de nosotras [...] lo que les venga en gana por otra parte lejos de hacérsele un beneficio a la sociedad y a la juventud honesta vendrán las equivocaciones de los hombres para señoritas honorables a quienes confunden con una mujer galante como está pasando en M éx[ico] [ . ] no creemos que Ud. [ . ] consienta que se lleve a efecto esto que es anticonstitucional e inmoral [ . ] compren­ da [ . ] que estamos asiladas en una casa [ . ] únicamente por nues­ tra propia voluntad y sin que haya nadie que nos obligue a estar por la fuerza y mucho menos que se nos explote [...] la Sra. donde es­ tamos alojadas es bastante consciente y considerada [ . ] pues lejos de explotarnos nos cuida y cometeríamos un acto innoble y falto de veracidad y seríamos canallas si aseverásemos lo contrario pues con una mentira de estas cometeríamos una felonía y no somos capaces de pagar un bien con un mal [...]7 E n esta carta, las firm antes resu m en varios de los tem ores y argum entos en torn o a la persecu ción de dueñas y encargadas de 7 "Consuelo Rauda, Francisca López y demás firmantes al Presidente", México, D. F., 1940, AGN , Presidentes, Manuel Ávila Camacho, [187] caja 0218 (151.3/241151.3/310). Énfasis en el original.

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sitios de p ro stitu ció n en la ciu d ad de M é x ic o . E n su defensa, las prostitutas in vo c a n derechos con stitu cion ales así co m o los rie s ­ gos a los que estaría expuesta la socied a d y sus “ señ oritas h o ­ n orab les” a con secu en cia de la falta de leyes que regu laran la prostitución. Aceptan su p rofesión — con énfasis y letras m ayúscu­ las— y refu erzan la idea de ésta com o un m al necesario. M uestran su te m o r ante “la volu n tad de h om bres d esalm ados” que, sean clientes, policías corruptos o padrotes, van a h acer de ellas “lo que les ven ga en gana” . E n el fon d o, en dicha p etició n está c o n ­ te n id o el te m o r de estas m u jeres a p e rd e r la p r o te c c ió n que ten ían en un espacio cerrad o y con tro la d o p o r la m atron a, es decir, la segu ridad dentro d el burdel. E l burdel, que para las trabajadoras sexuales era un lu gar de trabajo, para num erosos d octores y burócratas que sigu ieron los lin ea m ien to s de la L ig a de N a cio n es rep resen tab a un sitio de explotación . C on el ob jetivo de evitar tanto el arresto de las m a­ tronas co m o el cierre de las casas de p rostitu ción , las trab ajad o­ ras trataron de revertir la id ea de que eran víctim as de am enazas y coerción. E n las d eclaracion es que ren dían ante el ju e z cada v ez que había una redada, llegaron a asegurar en varias ocasiones que si b ien trabajaban p o r necesidad ta m b ién lo h acían p o r lib re albedrío. L a id ea que p erm ea b a era la de asegurar a la au toridad que ejercían la p rostitu ción p o r volu n tad p ropia, que nadie lu­ craba con su cu erpo y que n o les era im p u esta una ta rifa p o r u tiliza r las casas, m ism as que, afirm aban, sólo visitab an para con o cer clientes o divertirse con am igos. S i estos hom bres requ e­ rían sus servicios, entonces los llevaban a hoteles de paso cerca­ nos. A sim ism o, m uchas veces d eclararon que llegab an a trabajar al burdel o a las accesorias porqu e algu ien de con fian za les había d ich o que a llí p od ía n ganarse algún d in ero “fich an d o” , es decir, in citan d o a los p arroq u ian os a con su m ir a lc o h o l d en tro de la casa, p ero que nadie las o b ligab a a ten er relacion es sexuales con ellos y que si p agaban algo era p o r con cep to de renta, pues no ten ían donde vivir, o b ien porqu e le ten ían ap recio a la dueña. Tal es el caso de M a ría G uadalupe O rtiz Sánchez, qu ien el 15 de ju lio de 1941 n egó en la d elega ció n de p o lic ía que se dedicara a v iv ir de la exp lo ta ció n de otras m ujeres. D eclaró que era dueña

de la casa m arcada con el n ú m ero 144 de la calle de Sinaloa, en la colon ia R om a, m ism a que h abía com en za d o a fu n cion ar com o b u rd el en enero de 1940. S in em bargo, agregó que, deb ido a las com p licacion es origin adas p o r las nuevas leyes, se v io ob ligad a a cerrar la casa “ con la esperanza siem pre de v olverla a ab rir” . A segu ró que segu ía v iv ie n d o a llí p orqu e ten ía un con trato de arren dam ien to p o r un año, p ero que ya no se dedicaba al n egocio de la p ro stitu c ió n y que un a m ig o se en cargab a de tod os sus gastos. P o r esa razón , había sido una “verd ad era casualidad que sus am igas la h u bieran id o a visitar acom pañadas de varios a m i­ gos” el día que la p o lic ía h izo una redada en su casa. Las otras m ujeres detenidas, E d e lm ira M on tem ayor, P a z G o n zá le z y R e ­ beca C ornejo, d eclararon ta m b ién que la “visitaban un rato com o yy 8 am igas que eran .8 E n otra ocasión, E lb a del B osque del R ío fue deten ida p o r el p o lic ía A lfo n so A lcán tara M ed ran o, qu ien declaró que p o r ó rd e­ nes de su com an dan te se presentó al n ú m ero 4 de la calle de L a Lib ertad , donde en con tró entre d oce y qu ince hom bres, algunos de ellos en estado de ebriedad, y una mujer, E va G utiérrez, quien se encontraba m anten ien do relaciones sexuales con un cliente. Ante el juez, E lb a declaró que se había d edicado al len ocin io du­ rante d oce años y que ahora estaba a cargo de dicha casa, m ism a que tenía p erm iso para ven d er bebidas alcohólicas y a la cual, p o r lo tanto, asistían “algunas m uchachas, vivien d o allí algunas de ellas, p o r falta de fam iliares o casa” . De igu al form a, señaló “ que al m ism o tiem p o les p ro p o rc io n a [b a ] ab rigo y les d a [b a] la opor­ tu nidad de que ga n [a ran ] algún dinero, tom an do en la casa, pero [qu e] nadie las o b lig a [b a ] [y qu e] algunas de ellas p aga [b a n ] su cuarto y otras v i[v ía n ] a expensas de la declarante” . Tam bién con ­ fesó que estaba p erm itido que hom bres las visitaran y se quedaran con ellas, p ero agregó que éstas no le daban “un sólo cen tavo” del d in ero que obten ían a cam b io de sexo. L a ganan cia d el n eg o ­ cio era p rodu cto del p ago de los cuartos que las m ujeres re a liza ­ ban en calid ad de inquilinas y de la ven ta de bebidas alcoh ólicas

8 “Ortiz Sánchez María Guadalupe”, México, D. F., 1941, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, caja 599, exp. 5541.

AHDF ,

Cárceles,

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a los clientes.9 De acuerdo con esta lógica, las m ujeres no eran explotadas, puesto que nadie las o b ligab a a ven d er sus cuerpos. Sin em bargo, nadie lo evitaría si ellas deseaban hacerlo. E n otras ocasiones, las trabajadoras d eclararon que ib an a casas que fu n ­ cion aban co m o bares sim plem en te de visita o a "fichar", lo cual sign ificaba que p o r cada trago que consum ían co m o rega lo de alguno de los clientes del lu gar el can tin ero les daba una ficha, m ism a que ten ían que presentar al adm inistrador, qu ien a su vez les daba cierta can tidad de d in e ro .10 E n ninguna oca sión estos gestos solidarios las salvaron de las sanciones legales. P o c o p od ían h acer para defen derse de los tes­ tim on io s firm ad os p o r los agentes de la p o lic ía secreta. U na y otra v e z los agentes re p itiero n la fórm u la de hacerse pasar p o r clientes de las casas que se les ord en ab a inspeccionar. E n sus reportes in clu ían com o pruebas las n egociacion es que ellos m is­ m os tenían con las trabajadoras, a las que les preguntaban p o r el p recio de sus servicios así co m o p o r el n o m b re de la person a a cargo. A veces aseguraban h aber visto parejas efectu ando algún acto sexual, o incluso m uebles, bebidas alcohólicas, instrum entos m usicales o distribu cion es de las casas que servían p ara arm ar el caso. E n el p roceso de M a ría G uadalupe O rtiz Sánchez, p or ejem p lo, los agentes no en con traron en la casa a ninguna pareja ten ien do relacion es sexuales. Pese a ello y a la d eclara ción en la que se ju stificó el uso de las recám aras y de la casa com o "p erso ­ nal", el ju e z d ecid ió declarar la cu lp ab ilidad de la m atron a p o r con siderar que el le n o c in io era “un d elito con tin u o” . De acuerdo con la ló g ic a del ju ez, M a ría G uadalupe declaró ser dueña "de la casa de asign ación u bicada en la calle de S in aloa 144". Así, aun­ que ella y las m ujeres que allí vivía n aseguraron que el lu gar ya no fu n cion ab a com o centro de prostitu ción , la au toridad d ecid ió ap licar un severo criterio gram atical:

9"Del Bosque del Río Elba", México, D. F., 1940, AHDF , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, caja 599, exp. 7440. 10 "Martínez Pérez Refugio", México, D. F., 1944, AHDF , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, caja 809, exp. 3673.

XI Como se ve, tal afirmación está hecha en tiempo presente, y como dentro de nuestro lenguaje casa de asignación es lupanar, y todo lupanar es una empresa dedicada a explotar el comercio carnal [...] esta actividad constituye el delito de lenocinio [...] el hecho de que haya manifestado que actualmente no se dedica a explotar dicho negocio, aun suponiéndolo cierto [...] no destruye la culpabilidad [...] porque queda viva la habitualidad de que habla la ley.11 C o m o con secuen cia de las redadas y del fracaso de las estra­ tegias de defensa de las m atronas y sus trabajadoras, se in crem en ­ tó de m anera im p ortan te la prostitu ción callejera y el núm ero de prostíbulos clandestinos. G radualm ente, las m atronas com en za­ ron a cam b iar el g iro de sus n egocios con virtién dolos en restau­ rantes, centros de masajes, e incluso m isceláneas, los cuales fun­ cion aron com o centros de prostitu ción encubiertos. L a m ecánica era la siguiente. E l cliente llegaba, solicitaba alguno de los p ro ­ ductos que legalm en te se o frecían y luego le insinuaba a la encar­ gada si ten ía alguna chica disponible. E ntonces, ella le com en ta­ ba que d eb ía contactarlas y le d ecía si d eb ía v o lv e r m ás tarde o si era m e jo r que esperara un rato a que la o las chicas llegaran. E n cuanto ella o ellas aparecían, la dueña o frec ía al clien te algún cuarto del in m u eb le a co n d icio n a d o com o recám ara. A l cam b iar la n atu raleza de los espacios, la fo rm a en la que se com erciab a con el sexo ta m b ién se tran sform ó. E l teléfo n o o los anuncios en los p erió d ico s c om en za ro n a ten er m a y o r u tili­ dad, puesto que la u b icación de los prostíbu los d eb ía m antener­ se en secreto y la nueva d istribu ción de los n egocios no siem pre ten ía áreas que p erm itiera n a las chicas esperar p o r largo tiem p o a los clientes. P o r ejem p lo, el 18 de m a yo de 1943, M arth a M o ­ ren o K a ra m fue acusada, p o r una m u jer que h abía trabajado con ella h acien d o el aseo, de u tiliza r un estanqu illo com o pantalla para el c o m erc io sexual. E n el n eg o c io que daba a la calle, Martha ven d ía habanos, cerveza y otras bebidas alcohólicas. E n el in te rio r del lu gar h abía una sala y un co m ed o r donde se servían tragos a los hom bres que así lo solicitaban. Cuando llegaba algún cliente con ocid o y pedía una m uchacha, M artha llam aba a alguna

11 “Ortiz Sánchez María Guadalupe...”. Énfasis en el original.

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chica p o r teléfon o, qu ien llegab a en taxi para aten d er al cliente en una recám ara ubicada al lad o del com edor. C on el ob jetivo de com p ro b a r lo d ich o p o r la parte acusadora, el subjefe de la p o lic ía ord en ó a dos agentes de la p o lic ía secreta in vestigar el estanquillo, p o r lo que éstos ú ltim os p id ie ro n b eb i­ das y le p regu n taron a M arth a si con o cía a algunas chicas para divertirse. E lla les contestó que antes ten ía dos trabajadoras per­ m anentem ente, p ero que ahora debía llam arlas p o r teléfon o. Así, después de aco rd ar el p recio, les p id ió a los supuestos clientes que v o lv ie ra n p o r la tarde. H oras después, éstos se en con traron con que sólo había llegad o una mujer, p o r lo que M arth a les p ro ­ puso que se tu rnaran p ara ten er con tacto sexual con ella. Sin em bargo, los policías insistieron que necesitaban una para cada uno. A l final, a pesar de que la defen sa acusó a los agentes de p ro vo ca r un delito en lu gar de investigarlo y de que varios testigos declararon que con ocían a la acusada y que en su n egocio sólo se com erciaba con com ida, lim onadas y cervezas, M artha fue encon ­ trada culpable y tuvo que pagar una m ulta de 600 pesos y enfrentar un p roceso bajo lib ertad c o n d icio n a l.12 O tro caso que ilustra la m ecán ica den tro de los prostíbulos clandestinos es el de la casa u bicada en el n úm ero 19 de la calle de T en an go, p ro p ie d a d de R eb ec a H e rn á n d e z H ern án d ez. E n ju lio de 1947, después de la in ve s tig a ció n que lle v ó a cab o el agente Jorge V illalob os M og u el, se to m ó d eclara ción a dos clien ­ tes y a dos prostitutas. L os p rim eros señalaron que h abían visto un an u n cio de ven ta de “ cam isas in tern acio n a les” o “ cam isas im p ortadas” en algún p eriód ico. U n o de ellos afirm ó que al llegar a la casa n eg o c ió una ta rifa de 25 pesos y tuvo relaciones sexua­ les con una de las m ujeres que estaban allí, m ientras que el otro fue deten id o cuando tocaba a la puerta de la casa. P o r su parte, el agente V illalo b o s M ogu el, adem ás de exp licar qu ién le había dado la referen cia del lugar, afirm ó que m ientras buscaba in fo r­ m a ció n sobre la casa supo que h abía una contraseña para ten er acceso a ella: “no se asuste” . Cuando lo g ró ingresar, se encon tró

12 “Moreno Karam Martha”, México, D. F., 1943, Penitenciaría, Expedientes de Reos, caja 736, exp. 3613.

ahdf

, Cárceles, sección

XI en la sala de estar con C on ch a Á lv a rez Sevilla, qu ien le d ijo que a llí sólo se daban m asajes y que si algún clien te qu ería llevarse a algun a de las m u jeres fu era de la casa entonces d eb ía darle 50 pesos a la dueña. Sin em bargo, am bos se desnudaron, y cuan­ do ella "ib a a hacerle un trabajo 'a la francesa'" llegaron las auto­ ridades. Á lva rez S evilla declaró que llegó a trabajar allí porque m es y m ed io antes había leíd o en el p erió d ico un anu ncio en el que se "s o lic ita b a señ ora p ara tra b a jo fá c il". Cuando acu d ió al lugar, H e rn á n d e z H e rn á n d e z le d ijo qu e el tra b a jo c o n s istía en ten er regu larm en te de tres a siete “tratos sexuales” con los clientes que visitaran la casa y que a ella co m o dueña le corres­ p on d ía la m ita d de los 20 a 25 pesos que se cob ra b a "p o r trato". E n el m o m e n to en qu e Á lv a r e z S e v illa estab a c o n el agen te V illa lo b o s, los p olicía s llegaron . L a otra p u p ila asegu ró que a veces le daba a R e b e c a de cin co a d ie z p esos, “ aunque cuando ella no qu ería n o le daba ni un cen ta vo". P o r su parte, la acusa­ da trató de defen derse argum en tando que ella y sus com pañeras vivía n en la casa, la cual pagaban a partes iguales, sin in cita r a nadie a la prostitución . Tras evaluar las pruebas en su con tra, el ju e z d eterm in ó la fo rm a l p risió n para la m a tro n a .13 H istorias co m o ésta se re p itiero n una y otra vez. C on form e avan zó la década, las trabajadoras sexuales que lab orab an en burdeles, casas de citas y accesorias en grosaron las filas del c o ­ m ercio sexual que se ejercía en las calles, las cantinas, los centros nocturnos y los hoteles de paso. E l n eg o c io era d em asiado re d i­ tuable co m o para desap arecer al m ism o ritm o con que lo hacían las antiguas casas de prostitución . E l ran go de precios variaba: ib a desde 75 pesos p o r clien te en b u rdeles de lu jo — c o m o el de G ra cie la O lm os, la B a n d id a 14— , lo cual rep resen tab a una g a ­ n an cia de hasta 25 pesos p ara las m a tron as— , hasta tres pesos p o r re la c ió n sexual en las accesorias d el C a lle jó n d el Ó rgan o, de los cuales entre 25 y 50 cen tavos c orresp on d ía n a las m atro-

13 “Rebeca Hernández Hernández”, México, D. F., 1947, AHDF , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, caja 1055, exp. 7769. 14 “Graciela Olmos González”, México, D. F., 1947, AHDF , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, caja 1054, exp. 7666.

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n as.15 In clu so cuando tanto prostitutas co m o lenonas ten ían un m a l día, un p ar de clientes bastaba p ara que ganaran a la sem a­ na m u ch o m ás que cu alqu ier trab ajad or que recib iera el sueldo m ín im o , el cual de 1940 a 1946 sólo se in crem en tó de 1.74 a 3.41 pesos, m ientras que insum os básicos co m o el m aíz, el frijo l o el azúcar tuvieron aumentos de entre el 300 y el 400% durante el m is­ m o p e rio d o .16 E n este contexto, las relacion es econ óm icas y de p o d e r dentro del m u ndo de la p rostitu ción , m ás que extinguirse, se fu eron tran sform ando. L e o n o r de la Fuente, dueña de una casa de p ro stitu ció n en la c o lo n ia R o m a , fu e en trevista d a p o r el p e rió d ic o La C rítica cin co años después de las refo rm a s a las leyes que d ictaro n la extin ció n de los burdeles y la p ersecu ció n de sus dueñas y en ­ cargadas. E n ese esp acio, a firm ó que si b ie n las au torid ad es h ab ían te n id o buenas in te n cio n es al p reten d er ca stiga r a las m atron as que exp lotaban a sus trabajadoras, los errores que se com etiero n en la a p licación de la legisla ción tu vieron consecuen­ cias que la socied a d estaba pagando. L os m ás afectad os eran los jóven es, “los h om bres que m añan a están llam ad os a ser los d i­ rigentes de la p olítica y la eco n o m ía de la N a c ió n ” .17 Adem ás, la p ro h ib ición de los sitios para ejercer el com ercio sexual de m a­ nera legal no sólo no había detenido la explotación de las m ujeres, sino que ta m b ién las h abía dejado m ás vulnerables. Desde esta perspectiva, ellas y el resto de la sociedad se encontraban indefensos ante la falta de control de las enferm edades venéreas, la corru p ción y la falta de ética con la que op era b a n los sitios a los que se h a­ b ía trasladado la p rostitu ción . De acu erd o con D e la Fuente, el H o s p ita l M o re lo s aten día cada v e z a m en os m u jeres con tagiadas p o r algún m a l ven éreo , pues éstas ya n o estaban ob ligad as a atenderse. S u m a d o a esto,

15 "Alcázar Cervantes Natalia", México, D. F., 1944, AHDF , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, caja 813, exp. 4249. 16Ricardo Pérez Montfort, Cotidianidades, imaginarios y contextos. Ensa­ yos de historia y cultura en México, 1850-1950, México, Centro de Investigacio­ nes y Estudios Superiores en Antropología Social, 2008, p. 452. 17“¿Debe ser reestablecido el Servicio de Sanidad?”, La Crítica, México, D. F., 1 de marzo de 1945, p. 1.

XI con la e lim in a c ió n de la zo n a de to lera n cia a finales de la d éca­ da de 1930 y la clausura de las casas de p ro stitu ció n a p a rtir de 1940, “a co n teció exactam en te lo c o n tra rio de lo que, con buena in te n c ió n , los le g is la d o re s h a b ía n tra ta d o de r e m e d ia r ” : las prostitu tas c o m e n za ro n a d ea m b u la r p o r las p rin cip a les calles d el cen tro de la ciu d ad a c u a lq u ier h o ra d el día, para lo cual n ecesitab an p a ga r a los p o lic ía s cuotas fijas que éstos les co b ra ­ ban p ara dejarlas trab ajar lib rem en te en las calles. E n este p ro ­ ceso, den u n ció la m atron a, los dueños de los hoteles ten ían una p a rticip a c ió n im p ortan te, pues sus ganancias se in crem en ta ro n a p a rtir de la m u ltip lic a c ió n de la p ro stitu ció n callejera, adem ás de que lo g ra ro n esta b lecer una re la c ió n de c o o p e ra c ió n con los p olicía s de la zo n a p ara la e x p lo ta ció n de las m u jere s .18 A esta d in á m ic a se su m a ro n d u eños de cab arets y de can tin as, así co m o padrotes, quienes c o m en za ro n a d o m in a r con m ás fu erza las calles de la ciudad. A la pregun ta expresa de los reporteros acerca de có m o debía resolverse el p ro b lem a de la prostitución , De la Fuente sugirió que tanto las dueñas de los p ocos burdeles que seguían operando com o los p rop ieta rios de cabarets y restaurantes-bar — que no eran sino prostíbu los d isfrazad os— d eb ían com p rom eterse a se­ g u ir leyes que im p id iera n que las m ujeres que trabajaban para ellos fueran explotadas ya sea p o r ellos m ism os, cuando las o b li­ gaban a b eb er a lc o h o l p o r com isión , o p o r los policías, cuando éstos les cob ra b a n cuotas al salir de los centros n octurn os o al o fre c e r su cu erpo en las calles. A sim ism o, afirm ó la m atron a, era n ecesario que el E stad o re co n o cie ra las o rga n iza cio n es fo r­ m adas p o r dueñas de prostíbu los y dueños de cabarets p ara que p u d iera ob lig a rlo s a o fre c e r seguros de v id a a las prostitutas así co m o talleres o clases de a lfa b e tiza ció n que les ayudaran a des­ em peñ arse en otros oficios. E sto, aseguraba el reportaje, reper­ cu tiría en el tu rism o, una in du stria que d eb ía ser p ro te g id a p o r el g o b ie rn o p ero “ sobre bases m o ra les” . Si b ien los centros n o c ­ turnos y los cabarets p aga b a n im puestos, lo cierto es que in ver­ tía n m ás d in e ro en soborn os. A dem ás, em p lea b a n a un buen 18Idem.

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n ú m ero de m ujeres — m eseras, cabateras y prostitutas— que se encon traban en ferm as.19 L a situación que L a C rítica d escribía m edian te la entrevista a la señ ora De la Fuente resu m ía los tem ores que el gru po de prostitutas de T olu ca expresó en su carta d irigid a al presidente Á v ila C am acho: las dificultades del trabajo en las calles. P osib le­ m en te la re tó rica u tiliza d a en la m a yo ría de los docum en tos p ro ­ ducidos p o r las m ujeres que trabajaban dentro de los burdeles ocu lte los defectos de ese sistema. A pesar de que las con dicion es en las que trabajaban p u d ieron ser m u y variadas y de que segu­ ra m en te en ellas h u bo in ju sticia y exp lo ta ció n , a p a rtir de la desap arición del "sistem a fran cés" las trabajadoras sexuales en­ fren taron m ayores niveles de corru p ción , co e rc ió n y violen cia. Las fuentes arrojan que de 1946 a 1952 el n ú m ero de hom bres detenidos p o r le n o c in io superó al n ú m ero de m ujeres detenidas p o r el m ism o delito. D el total de procesados, m ás de la m itad estuvo im p lica d a en crím enes relacion ados con v io le n cia verb al o física e incluso h om icid io.

Los lenones y el d o m in io de las calles E l selecto gru p o de parejas se en cu en tra listo. A l fo n d o de la pista de baile, un letrero de n eón deja claro que se trata de una o ca sió n especial: “ G ran C on cu rso de D a n zón ” . A p ro vech a n d o que la orqu esta toca a to d o volu m en, un h om b re se in clin a hacia la au dien cia para d ecir a su c óm p lice que debe asegurarse que los jueces voten p o r la pareja n ú m ero trece y que qu ien no qu ie­ ra o b e d ec er debe ser golp eado, "p ero afuera". M ien tras la m ú si­ ca sigue, es p osib le a p recia r los zapatos de ch a rol de uno o dos tonos y las delineadas pantorrillas de las m ujeres que bailan cal­ zan do delicadas zapatillas. L a p ieza term in a y la au dien cia corea un solo nom bre: "¡P aco , Paco, P a c o !" E l ju e z p rin cip al to m a la palabra para d eclarar triunfadores a M ercedes y a Paco, inscritos

19 "La prostitución en México. ¿Debe ser reestablecido el Servicio de Sani­ dad?”, La Crítica, México, D. F., 1 de mayo de 1945, p. 5.

XI con el n ú m ero trece. E l plan fu n cion ó, p o r lo que am bos se hacen acreedores a un tro fe o y a 500 pesos en efectivo. M om en to s des­ pués, am bos ab an d on an la pista entre víto res de la m ultitud. P aco, qu ien lleva el p rem io en sus m anos, es p ersegu id o p o r una desesperada M erced es que le recu erd a que el trato entre ellos h ab ía sido que el d in ero sería p ara ella, pues lo n ecesita para p aga r el in tern ad o de su herm an a menor. P a co le contesta que si tiene m u cha n ecesidad que vaya a v e r si puede ro b a r unos d óla­ res a unos turistas que andan p o r allí. A l llega r a la entrada p rin ­ cipal del recin to, M ercedes lo ja la del b razo para suplicarle que p o r lo m en os le dé la m itad. É l le dice que ya no lo m oleste más o que de lo con trario la go lp ea rá a llí m ism o. A cto seguido, se la qu ita de en cim a con un fuerte em pujón. E l p o lic ía que, in m ó v il y m u do, atestiguó el final de la discusión, sostiene a M ercedes para que no caiga al piso. P a c o cruza la calle, donde lo espera una prostituta con la que entra a un h otel de paso. L os p rim eros cinco m inutos de S a lón M é x ic o , p elícu la estre­ nada en 1948, retratan b revem en te los distintos tipos de abusos que las trabajadoras sexuales de la época sufrían a m anos de sus proxenetas. A l igu al que en otros film es del gén ero de cabareteras, las prostitutas se resignan a estas circunstancias a causa de los n obles fines que persiguen. E l m altrato es parte de su sacrificio, y lo sufren a la vista de to d o el m undo. Es interesante n otar que en esta cinta las autoridades — encarnadas en la figu ra de Lupe L ó p e z, el honesto p o lic ía que cuida el S alón M é x ic o — no hacen nada para deten er a los proxenetas aun cuando los id en tifica n p len am en te al igu a l que a las m u jeres explotadas p o r ellos. A pesar de que la ley que castigaba a quienes viviera n de la p rosti­ tu ción ajena “ sin au to riza ción lega l” h ab ía entrado en v ig o r des­ de 1929 y de que a partir de 1940 se p roh ib ió el len ocin io en todas sus form as, las fuentes in dican que los hom bres que se dedicaban a este n eg o c io fu ero n ap aren tem en te m en os afectados p o r las m edidas legales que las m ujeres. E n un p rim er m om en to, el p rin ­ cipal b lan co de las autoridades fu eron los burdeles y las casas de citas, lugares adm in istrados en su m a yo ría p o r m atronas. Ellas y sus ayudantes, entre los que se encon traban algunos hom bres, fu eron perseguidos aun cuando no existía denuncia alguna de

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los presuntos afectados. N o obstante, los h om b res que vivía n d irectam ente de las prostitutas, p articu larm en te de las que tra­ bajaban en las calles, no llega ro n a las jefatu ras de p o lic ía p o r m e d io de las num erosas redadas que se lleva ron a cabo — sobre tod o de 1940 a 1945. De hecho, la p rostitu ción callejera, que había sido señalada p o r las m atronas com o com peten cia desleal antes de la clausura de num erosos burdeles, se increm entó después de la supresión de la zo n a de tolerancia y de los cam bios legislativos de 1940.20 Au n ­ que lo que se proh ib ía era el len ocin io y no el com ercio sexual, durante los prim eros meses se realizaro n redadas m edian te las cuales las prostitutas que com en zaron a trabajar en las calles, o que ya trabajaban allí, eran llevadas de m anera frecuente a las estaciones de policía, de donde salían después de pagar una m u l­ ta. Algunas notas de prensa que cubrieron la situación señalaban que la prin cip al causa de estas redadas era el ben eficio e co n ó m i­ co que dejaban a algunos de los fun cion arios involucrados. De acuerdo con esto, el dinero obten ido de estas m ujeres no llegaba a la Tesorería del D istrito Federal, sino que term inaba en los b o l­ sillos de oficiales superiores.21 Una com isión de doce representan­ tes se presentó ante el entonces je fe de la P olicía M etropolitana, J. M anuel N ú ñ ez M uratalla, para exponerle que, además de la in ­ tem perie, la falta de con trol sobre todas las m ujeres que se dedi­ caban al com ercio sexual las afectaba económ icam ente. E n res­ puesta, el fu n cio n a rio aseguró que d eten d ría las razias, pues estaba con ven cido de que las prostitutas callejeras eran víctim as de explotación, ya que la m ulta para que salieran de la d elegación era cubierta p o r padrotes que aprovechaban la situación para pos­ teriorm en te cobrarles hasta tres veces más del im p orte origin al.22

20 "Se quejan contra la Inspección General de Sanidad y el Jefe de la Policía Sanitaria y piden se establezca una zona de tolerancia", México, D. F., 1926, AGN , Dirección General de Gobierno, 014(29), caja 1, exp. 2. 21 Eduardo Delhumeau, “Los mil y un pecados de la capital. Sálvese quien pueda", La Prensa, México, D. F., 19 de marzo de 1940, p. 7, 9. 22 “La cuestión de la tolerancia en México", El Nacional, México, D. F., 17 de febrero de 1940, p. 1.

XI A pesar de las prom esas, durante la década de 1940 sigu ieron aparecien d o reportes sobre redadas llevadas a cabo p o r las au to­ rid ad es así c o m o re p o rtes sob re e x p lo ta c ió n de m u jeres p o r p arte de "jóven es que v [e s tía n ] e lega n tem en te" y actu aban de fo rm a im pu n e d eb id o a que "la p o lic ía d ifícilm en te p [o d ía ] obs­ tru ir [sus] actividades” . E l hecho de que estos h om bres contaban con abogados y que las trabajadoras sexuales d ifícilm en te se atre­ vía n a presentar cargos en su contra ocasion ab a que sólo se les aplicaran faltas adm in istrativas.23 Durante los ú ltim os años de la d écad a y los p rim ero s de la de 1950, la situ a ción no h abía cam b iad o para las prostitutas callejeras. De acuerdo con las car­ tas que R. Silva, un m é d ic o que trabajó en la In sp ecció n de Sa­ nidad y que tenía entre sus clientes a "m uchas m ujeres públicas", envió p o r esos años al p ro cu rad o r de ju sticia y al secretario g e ­ neral del presidente, las razias habían dado lu gar al au m ento de las cuotas que los p olicías p ed ían p o r "hacerse de la vista g o rd a " y dejar trab ajar en las calles a las prostitutas. Éstas ten ían que p aga r a los p olicías och o pesos: cinco para ellos y tres para los ju diciales que conducían la cam ion eta con la que se llevaban a cabo las redadas. E n caso de que fueran atrapadas, las m ujeres debían pagar a los granaderos 50 pesos o entregarles alguna pren ­ da del m ism o — o de m a yo r— v a lo r para que no las llevaran a la delegación. Si term in aban en el M in isterio P ú b lico o en la cárcel, sólo p od ía n salir cu brien do fianzas que ib an de los 70 a los 300 pesos, o en su d efecto, cu m p lir qu ince días de arresto, lo cual ta m b ién im p lica b a pérdidas econ óm ica s.24

23 Felipe Moreno Arizabal, "Una mafia de explotadores de mariposas", Excelsior, México, D. F., 5 de junio de 1948, 2a. sección, p. 1. 24 Carta del señor R. Silva al secretario particular del presidente, México, D. F., 1948, AGN , Presidentes, Miguel Alemán Valdés, caja 0617 (551.1/57-553/26); Carta de R. Silva al procurador, AGN , Presidentes, Miguel Alemán Valdés, caja 0617 (551.1/57-553/26); y Carta sin firma al procurador Silva, AGN , Presidentes, Miguel Alemán Valdés, caja 0617 (551.1/57-553/26). A pesar de que este último documento no presenta una firma visible, la información y la forma en la que el autor la presenta permiten inferir que se trata del doctor R. Silva. Si se toma como base el documento fechado, se puede teorizar que las cartas sin fecha fueron escritas entre 1946 y 1952 —periodo en el que Miguel Alemán Valdés fue presidente de México—, probablemente alrededor de 1948.

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E n una de sus cartas, S ilva cuestiona d irectam en te al p ro cu ­ rador: “ ¿Puede d ecirm e [...] p o r qué se d etien e a las 'm ariposillas'? ¿Cuál es su delito? ¿Estar en la calle? Ten go en ten d ido que sólo está p en ado 'in cita r a la p rostitu ción ' no ejercerla” . A l final del d ocu m en to, el d o c to r o frece su p ro p ia hipótesis, asegurando que to d o sucedía p orqu e las prostitutas callejeras p erten ecían a las clases bajas. A ello se sumaba, de acuerdo con él, lo rentable que era el n egocio de la prostitu ción incluso para las autoridades, quienes se llevaban a m ujeres p o r decenas “para que no se note las que salen pagando sin recib ir boleta, recibo o cosa sem ejante” .25 A estas preocupacion es, el d o cto r Silva añadía la exp lota ción que las prostitutas de la calle sufrían p o r parte de proxenetas que les exigían “ entre cuarenta y cincuenta pesos” , p o r lo que p ed ía al fu n cion ario “ [p ]ro c e d e r y despiadadam ente porqu e la p o lic ía los con oce a todos y hay entre ellos m uchos p olicía s” .26 A d iferen cia de las m atronas, quienes en su m a yo ría fu eron localizadas en sus p ropiedades y procesadas a causa de éstas o p o r denuncias externas, los lenones en gen eral fu eron llevados ante las autoridades p o r las m ujeres a quienes explotaban, m is­ m as que los denunciaban después de continuos abusos físicos y verbales. A pesar de que las trabajadoras sexuales u tiliza ro n la denuncia co m o un m ecan ism o para defen derse de sus p ro xen e­ tas, lo cual o cu rrió con m ás frecu en cia a p a rtir de 1946, es m u y p robable que el te m o r a su frir represalias, aunado a la relativa fa cilid a d con que los proxenetas logra b a n su lib ertad o absolu­ ción, las haya llevado a desistir del proceso. C o m o consecuencia, se in tegraban a un círcu lo vicioso, pues al no ra tificar la denun­ cia m uchos de estos h om bres qu edaban libres. Aunque con sus p a rticu larid ad es obvias, las denuncias presentadas de 1934 a 1952 p o r le n o c in io nos p erm iten establecer algunas gen era liza ­ ciones en torn o a la rela ció n p adrote-prostitu ta callejera durante esos años. M ed ian te los testim onios judiciales, es posible esbozar la d ifíc il realidad en la que la v io le n cia verbal, sexual y física ju gó

25Idem. 26Idem.

XI un p ap el d eterm inan te en la supuesta sum isión o c om p licid a d de las prostitutas h acia sus lenones. E n su gran m ayoría, las m ujeres que den u n ciaron a sus p a­ drotes vivía n b ajo el m ism o techo que ellos. E n num erosas o ca­ siones, d eclararon que estaban o h abían estado unidas a ellos p o r algún tip o de rela ció n física o sentim ental. Algunas m ujeres v i­ vía n en am asiato o m a trim on io, m ientras que otras h abían sido seducidas p o r sus padrotes, con quienes h abían m an ten id o rela­ ciones sexuales p o r un corto p erio d o de tiem po, y después o b li­ gadas p o r éstos a prostituirse. E n 1942, se registró el caso de una m e n o r de edad que aseguró h ab er sido raptada, abusada sexualm en te y después forza d a a trab ajar frente al h otel en el que es­ tuvo cautiva.27 E l m é to d o de enganche tuvo en gen eral dos v a ­ riantes. E n la p rim era, las m u jeres eran abordadas p o r algún ch ico en la calle o en el lu gar d on d e trab ajab an y, a p a rtir de entonces, entablaban alguna re la c ió n que d esem b o ca ría en el co m ercio sexual. E n la segunda, m ujeres que ya se dedicaban a la prostitu ción con ocían a algún h om bre dentro de ese am biente, se iban a v iv ir con él y éste com en za b a a exigirles parte de sus ganancias. E n todos los casos, cuando ellas dudaban prostituirse, se n egaban o no cu m p lían la cuota exigid a eran am enazadas o golpeadas con los puños o algún o tro objeto. A lgu n os ejem p lo s p ara d igm á tic o s ocu rrid os a lo la rgo del p erio d o de estudio ilustran esta dinám ica. E l p rim ero es el de G uadalupe Rosas L a ra de G on zález, qu ien con trajo m a trim o n io con Tom ás G o n zá le z A rias en 1929 o 1930. U n a v e z casados, Tom ás llevó a G uadalupe al salón de baile L a Simer, d on de ella com en zó a trab ajar co m o prostituta. E n el m o m en to en el que la m u jer se reh usó a darle d in ero, él c o m e n zó a a m en a za rla de m uerte. Así, en agosto de 1935, ella d ecid ió den un ciarlo después de que él la g o lp eó dentro de un coch e "hasta arro jar sangre de la b oca ” . E l segundo ejem p lo es el de E rn estin a G o n zá le z Ávila, 27 “Fausto Rangel Luna", México, D. F., 1942, a h d f , Cárceles, sección Peni­ tenciaría, Expedientes de Reos, Lenonicio, caja 661, exp. 4325. Éste es sólo uno de los muchos casos de corrupción de menores que se denunciaron ante la justicia durante esa época. En este caso, el ejemplo expuesto sirve para ilustrar las complejas dinámicas dentro del mundo de la prostitución reglamentada.

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trab ajad ora sexual “ con licen cia del D epartam en to de Salud Pú­ b lica ” , qu ien en 1941 co n o c ió a Á n gel Torreb lan ca Corona, con qu ien com en zó a v iv ir en am asiato después de que él la cortejó y le d ijo que “la qu ería te n er de q u erid a ” . D urante los cuatro meses que v iv ie ro n juntos, Á n gel nunca le d io dinero; p o r el co n ­ trario, c o m en zó a p ed irle a ella lo que ganaba. A causa de esto, E rn estin a d ecid ió p o n e r fin a la relación. Sin em bargo, durante los 20 días posteriores a su decisión , Á n gel estuvo buscándola para insultarla. E n uno de esos enfren tam ien tos verbales o cu rri­ do en las calles de A lfre d o C havero y N iñ o P erd id o, E rn estin a le p id ió a un p o lic ía que se encon traba de servicio en el área que detu viera a Torreblanca, pues éste la estaba insultando. A l m o ­ m en to de su deten ción , Á n gel le d ijo a E rn estin a “ quedaré och o días en la cárcel, p ero cuando salga te v o y a d ar en to d a la m a ­ d re” . E l p o lic ía entonces lo lle vó a la d elegación . O tro ejem p lo tu vo lu gar en 1945. A qu í, dos oficiales p resen taron ante las au­ torid ad es a A rtu ro B ra vo S erran o p o r h ab er g o lp ea d o a C arm en P a c h e c o F lores. A m b o s, A rtu ro y C arm en , lle va b a n v iv ie n d o ju n tos cerca de seis m eses, tie m p o durante el cual él le exigió a ella 50 pesos diarios. C om o a la m u jer le “ ap en ó” trab ajar en las calles, c o m en zó a prostitu irse en el cab aret W aik ikí. Así, cada v e z que ella no lleva b a la can tid ad exigida, A rtu ro la golpeaba. Cuando fin a lm en te C arm en quiso separarse de B ra vo Serrano, él am en azó con “ desbaratarle la cara si lo h acía” . L a noch e que fue deten ido, A rtu ro g o lp eó a C arm en p o r llega r a su casa “con ún icam en te 30 pesos” . L a riñ a d eb ió h aber alcan zado grandes p ro p o rcio n es, pues algunos vecin os lla m a ro n a la p olicía. Los oficiales que llega ro n al lu gar ta m b ién re cib ie ro n golpes e insul­ tos p o r parte de A rtu ro.28 Durante aquellos años, a diferen cia de las mujeres, quienes en su m a yo ría com p a reciero n ante las autoridades acusadas sola-

28 “Tomás González Arias”, México, D. F., 1935, AHDF , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, Lenonicio, caja 273, exp. 4604; “Ángel Corona Torreblanca”, México, D. F., 1941, AHDF, Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, Lenonicio, caja 602, exp. 6030; “Arturo Bravo Serrano”, México, D. F., 1945, AHDF, Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, Lenonicio, caja 859, exp. 795.

XI m en te p o r len o cin io, los h om bres gen eralm en te estuvieron in vo ­ lucrados en procesos legales que in clu yeron otras faltas, com o am enazas, lesiones, ro b o, rapto e incluso h o m icid io . Las d ecla­ raciones de las ofen didas, de testigos y de algunos oficiales de p o lic ía dan cuenta de las diferentes form as de v io le n cia que los padrotes u tilizaban p ara m an ten er su p o d e r sobre las trab ajad o­ ras sexuales. Así, encon tram os que m uchas de ellas presentaron heridas o cicatrices p rodu cidas p o r cinturones, diferentes armas p u n zocortan tes o golpes con las m anos. Estas últim as eran las más frecuentes, aunque no resultaban m enos graves p o r el hecho de ser p rodu cidas con las m anos. E xisten registrados, p o r lo m e ­ nos, dos casos de h o m ic id io causados p o r go lp es.29 E n algunas ocasiones, los proxenetas ta m b ién estu vieron envueltos en actos violen tos dentro de la prisión. Tal es el caso de R aú l B erm ú dez Aguilar, qu ien en 1950, m ientras cu m p lía una con den a de cuatro m eses p o r len o cin io, abusó sexualm ente de o tro reo ju n to con tres de sus com pañ eros de crujía. Q u izá m ás com unes fu eron casos co m o el de R o d o lfo G arcía G uzm án , qu ien en una riña 29 "Carlos Hernández Estrada”, México, D. F., 1936, AHDF , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, Lenonicio, caja 319, exp. 4416; "José Ro­ bles Robles”, México, D. F., 1937, AHDF , Cárceles, sección Penitenciaría, Expe­ dientes de Reos, Lenonicio, caja 350, exp. 2368; "Cruz Quiñones Rocha", Mé­ xico, D. F., 1937, AHDF , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, Lenonicio, caja 379, exp. 6922; "Carlos Gutiérrez Mena", México, D. F., 1938, AHDF , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, Lenonicio, caja 439, exp. 7101; "Pedro Márquez Aguilar", México, D. F., 1950, AHDF , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, Lenonicio, caja 1310, exp. 4867. La víctima de homicidio fue María Teresa Galindo, una mujer que falleció como consecuencia de los golpes que le dieron Manuel Campos Castorena y su cómplice Norma Sánchez Ramírez. La esposa de Manuel, María Luisa Rodrí­ guez Cano, declaró en su contra asegurando que "también a ella, para obligar­ la a comerciar con su cuerpo, la golpeó Manuel”. El segundo caso, aunque apareció clasificado en 1950 debido a los antecedentes por robo que tenía Al­ fredo Lona Cabrera, de entonces 23 años de edad, pertenece a 1976, año en el que Alfredo mató a golpes al hijo que tenía con María de la Luz Cabrera. Ella se dedicaba al comercio sexual y se hacía cargo de los gastos de la familia. El bebé, de seis meses de edad, fue golpeado por Alfredo Lona por llorar a las cinco de la mañana. "Manuel Campos Castorena aka ‘El Copetes'", México, D. F., 1944, AHDF , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, Leno­ nicio, caja 811, exp. 3910, 1950; "Alfredo Lona Cabrera", México, D. F., 1950, AHDF, Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, Lenonicio, caja 1303, exp. 3472.

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acaecida el 2 de m a yo de 1952 h irió a o tro preso en el pech o, las m anos y la cab eza con un arm a hecha “ de h u eso".30 A pesar de la frecu en cia y la graved ad de m uchas de las h eri­ das, en varias ocasiones los procesados no n egaron los hechos e in clu so los ju stificaron . A rgu m en ta n d o que h ab ían p erd id o la pacien cia d eb id o al com p o rta m ien to de las m ujeres con las que vivían, con fesaron con cierta natu ralidad las razon es que los lle ­ va ro n a lastim arlas. L os fu n cion arios rep rod u jero n en las actas de proceso algunas de las declaraciones de los lenones: “ encontró acostada a V ic to ria [...] y ésta no h ab ía p rep arad o nada para com er, ello le d io coraje, la o b lig ó a que se levantara, y en segu i­ da le p egó cuatro o cinco golp es con el cintu rón que usa” ; "es cierto que en algunas veces [...] le p egó a la G arcía L ó p e z, pero esto fue porqu e ella le faltaba [e l resp eto], y no porqu e no le daba el d in e ro ” ; "C o n c ep c ió n lo d esob ed eció p o r haberse salido del H o tel, se qu itó el cintu rón y le d io varios go lp es” ; "n o le exige d in ero a p esar de que sabe que L e o n o r es ram era; que algunas veces la ha go lp ea d o y que ah ora la go lp eó p orqu e ella le exigía d in ero que no p od ía con segu ir” .31 L os argum entos que algunos jueces d iero n para exp licar sus razon es para ab solver o d ar sen­ tencias reducidas a los h om bres acusados de le n o c in io siguen la lín ea de n o rm a liza c ió n de la v io le n cia h acia las m ujeres que se d io durante la época. Algunas veces, las denuncias de las trab a­ jad oras sexuales p erd ía n fuerza, sobre to d o cuando las a u to ri­ dades corresp on d ien tes con sid era b a n cuestiones c o m o las si­ guientes: que las d eclaracion es de una m u jer "g o lp ea d a [...] y p o r lo tanto resentida, p ie rd e [n ] el p oco v a lo r que puede ten er al faltarle el ap oyo de la testigo” ; "n o se c o m p ro b ó la cu lp ab ilidad pen al d el p rocesado, pues si b ien es cierto que en su p rim era d eclara ción se asentó que [...] le p ro p in ó un golp e, tal frase es 30 "Raúl Bermúdez Aguilar”, México, D. F., 1950, a h d f , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, Lenonicio, caja 1347, exp. 12627; y "García Guzmán Rodolfo", México, D. F., 1952, a h d f , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, Lenonicio, caja 1426, exp. 1752. 31 "Carlos Hernández Estrada...”; "Valente Acosta Romero”, México, D. F., 1938, a h d f , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, Lenonicio, caja 398, exp. 733; y "José Guadalupe Serrano Flores”, México, D. F., 1944, a h d f , Cár­ celes, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, Lenonicio, caja 847, exp. 9477.

XI un tanto confusa” ; “ten ien d o en cuenta que se trata de un in d i­ vidu o h u m ild e del pueblo [...] que cursó hasta el sexto año de p rim a ria y [...] p o r lo tanto no tiene la cultura para co n o cer toda la licitu d del hech o que c o n o c ió [...] creen equ itativo im p o n erle seis m eses de p risió n ” .32 L a n o rm a liza c ió n de la vio le n cia que las trabajadoras sexua­ les sufrían a m anos de sus proxenetas y la p oca p rotección que éstas recib ieron p o r parte de las autoridades fueron el resultado de diversos factores sociales, culturales y legales, entre los que destacan: la relación intrínseca entre violen cia y h om bría que p re­ valeció durante aquellos años, las consecuencias físicas que p odía acarrear la ratificación de las denuncias y la in terp reta ció n que las autoridades h icie ro n de las faltas en las que in cu rriero n los lenones, pues, al con sid era r que estas denuncias p erten ecían al ám bito d om éstico o al redu cirlas a pleitos entre particulares, las condenas tu viero n un e fe cto d iferen te a las dictadas a las m a­ tronas, quienes, al igu al que los burdeles, fu eron consideradas p erju diciales p ara la sociedad e incluso p ara la nación. L o s testim o n io s que el a n tro p ó lo g o estadou n iden se O scar L ew is recabó para su estudio sobre la cultura de la p o b re za en la ciu dad de M éx ic o durante la década de 1950 dan cuenta del p ap el central que desem peñ aba la v io le n cia física y verb al en la vid a cotid ia n a de los habitantes de las vecin dades en la ciudad. L a rela ció n entre violen cia , co m erc io sexual y m ascu lin id ad es patente en el testim on io de M an u el Sánchez, el p rim o g é n ito de la fa m ilia que L e w is entrevistó para su estudio. Durante la déca­ da de 1940, M anuel, qu ien n ació alred ed o r de 1928, era un a d o ­ lescente que ap ren dió a través de sus am igos m uchos de los có ­ digos culturales relacion ados con el gén ero y la sexualidad. Uno de esos am igos, un b ailarín h áb il y atractivo ap odad o el Rata, qu ería enseñarle a ser padrote, p o r lo que le exp licó el m éto d o

32 “Francisco Briseño Sandoval”, México, D. F., 1941, AHDF, Cárceles, sec­ ción Penitenciaría, Expedientes de Reos, Lenonicio, caja 623, exp. 9235; “José de Jesús Pérez Santos”, México, D. F., 1944, AHDF, Cárceles, sección Penitencia­ ría, Expedientes de Reos, Lenonicio, caja 820, exp. 5279; “Fernando Gómez Jiménez”, México, D. F., 1947, AHDF , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedien­ tes de Reos, Lenonicio, caja 1037, exp. 55227.

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de enganche: co n o cer a una chica, enam orarla, ten er relaciones sexuales con ella y, finalm ente, p on erla a trab ajar en un cabaret. O tros de sus am igos, algunos m ás grandes que él, cu estion aron la v irilid a d de M an u el desde que éste se n egó a los trece años, p o r te m o r a con tagiarse de alguna en ferm ed a d venérea, a p erd er su v irg in id a d con las prostitutas que ellos frecuentaban: "bueno, [...] ¿tú eres jo to o qué cosa? A h o rita te vam os a p aga r una vieja y te la vas a co g er” , le con testaron los chicos m ayores a M anuel. C om o consecuencia, M an u el cedió a la p resión y tuvo su prim era rela ció n sexual con una prostituta m ientras sus am igos atesti­ gu aron el encuentro: "bueno, pues pasó aquella cosa y los m u ­ chachos salieron m u y contentos de que a m í m e gustaban las viejas y ellos creían que n o ".33 M ed ian te las relaciones de am is­ tad con otros jóven es, a M an u el le qu edó claro que la v iolen cia física era un p ila r de la v irilid a d y del respeto que un h om bre p od ía gan ar en las calles de la ciudad: El mexicano —y yo creo que en todas partes del mundo— admira mucho los ‘güevos', como así decimos. Un tipo que llega aventando patadas, aventando trompones, sin fijarse ni a quién, es un tipo que ‘se la sabe rifar', es un tipo que tiene ‘güevos'. Si uno agarra al más grande, al más fuerte, aun a costa de que le ponga a uno una patiza de perro, le respetan a uno porque tuvo el valor de enfrentarlo.34 E n este contexto, el som etim ien to físico y sexual de las prosti­ tutas debió interpretarse com o una extensión natural del d om in io que un h om bre p od ía ejercer a través de la violencia. Aunque los lenones establecieron relaciones de tip o sentim ental con algunas de las prostitutas que trabajaban para ellos, estas m ujeres fueron consideradas un m ed io para ganar dinero y recon ocim ien to más que com pañeras de vida o de negocio. De este m odo, si las trabaja­ doras sexuales no cum plían con las expectativas económ icas de los lenones, eran castigadas. Esto debió haber repercutido en los procesos legales que algunas veces se in iciaron en su contra. E n numerosas ocasiones, los acusados quedaron en libertad p o r "falta 33 Oscar Lewis, Los hijos de Sánchez. Autobiografía de una familia mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 1968, p. 37-40. 34Ibidem, p. 36.

XI de m éritos” , una sentencia que no afirm a ni descarta la existencia del delito, pero que perm ite que el individuo no pise la cárcel en caso de que el proceso continúe. E n otras, el acusado quedó libre "p o r perdón de la ofen did a” . A veces, las trabajadoras sexuales se retractaron de las acusaciones originales argum entando que ha­ bían acusado de explotación a sus parejas porque habían perdido el con trol a causa de los celos y/o el alcoh ol — consum ido p o r él, ella o am bos— . Otras veces, sim plem ente ni ellas ni los testigos, incluidos oficiales de policía, se presentaron a ratificar la denuncia.35 Si bien existieron algunos casos en que los procesados fueron condenados a cu m p lir penas de prisión p o r len ocin io y/o algunos de los otros crím enes violen tos que com etieron, en general estos hom bres p udieron salir de la cárcel con relativa facilid ad debido a la duración de las condenas o al pago de fianzas. De acuerdo con la evidencia, se puede sugerir que los cam bios legislativos de 1940, los cuales con d en aron cu alqu ier fo rm a de len ocin io, afectaron p o c o a los h om bres que se d ed ica ron a la a d m in is tra ció n de las ganan cias de las trab ajad oras sexuales. De acuerdo con los casos ju diciales, el único cam b io que c om en ­ zó a delinearse, de m ediados de la década de 1940 a p rin cipios de la de 1950, fue la u tiliza ció n del argu m en to del “h om b re tra­ b a ja d o r” p ara d efen d erse de las acusaciones de len o cin io . N o obstante, hubo m uchos lenones que durante la década de 1930 y hasta los últim os años de la de 1940 aceptaron abierta o veladam ente que vivían de las ganancias que sus parejas obtenían de la prostitución perm anente o tem poral. D ebido a que los in volu cra­ dos sostuvieron relaciones de m a trim on io o am asiato entre ellos, probablem ente los jueces consideraron que los golpes, las am ena­ zas e incluso el len ocin io eran delitos que reca ían en la esfera dom éstica, que se trataba de discusiones de pareja en las que había algún tipo de acuerdo m ediante el cual las trabajadoras sexuales habían aceptado, naturalm ente o con cierto gra d o de voluntad, 35 "Francisco Briseño Sandoval...”; "Héctor Villalobos Fuentes”, México, D. F., 1944, a h d f , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, Leno­ nicio, caja 840, exp. 8264; "José Guadalupe Serrano Flores”, México, D. F., 1944, a h d f , Cárceles, sección Penitenciaría, Expedientes de Reos, Lenonicio, caja 847, exp. 9477; "Fernando Jiménez Gómez...”.

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trab ajar para sus lenones. C om o consecuencia, se subestim aron las acusaciones p o r explotación.

Reflexiones finales A u n qu e p ara la décad a de 1950 algunos prostíbu los sigu ieron fu n cion an d o bajo la p ro tecció n de p olítico s y personajes in flu ­ yentes, la cam pañ a en su con tra había resultado en la dram ática d ism in u ción d el n ú m ero de estos lugares. Tras p erd er diferentes batallas, la m a yo ría de las m atronas se replegó a lugares clandes­ tinos, m ientras que las que ten ían suficientes recursos e in flu en ­ cias n eg ocia ron su p erm an en cia en el escen ario urbano. Si b ien es cierto que personajes co m o la B an d id a trab ajaron hasta 1962, burdeles co m o el suyo fu eron la excep ció n m ás que la regla. Los centros nocturnos y la figu ra de la cabaretera llen a ro n el lu gar que las casas de p rostitu ción d eja ro n tanto en el paisaje urbano com o en el im a gin a rio de los habitantes de la ciudad de M éxico. A l m ism o tiem p o, el aum ento de los padrotes, a quienes la ju s ti­ cia no persigu ió de la m ism a m anera, trajo con sigo nuevas reglas de operación. L a configuración que el com ercio sexual tendría du­ rante las próxim as décadas en la capital m exican a h abía com en ­ zado a to m a r form a: las extorsiones, los h om bres encargados de la ad m in istra ció n del c o m erc io sexual y el au m ento de la p ro s ­ titu ción tanto en la calle co m o en sitios clandestinos se estable­ ciero n com o sus p rin cipales características. E n 1940, cuando, en aras de co m b a tir el len o cin io, el Estado em pren d ió una en érgica cam pañ a en con tra de los burdeles de la ciudad, la m a y o r parte de sus fuerzas se con cen traron en la clausura de los establecim ientos dedicados al ejercicio de la pros­ titu ción que h abían estado registrados ante las autoridades du­ rante la é p o ca de la p ro stitu ció n reglam en tada. E l b u rd el fue con siderado sin ón im o de exp lo ta ció n y, c o m o tal, el p rin cip a l blan co de las autoridades. D eb id o al cierre de dichos estableci­ m ientos, el c o m erc io sexual en las calles aum entó así co m o el núm ero de cantinas, cabarets o burdeles clandestinos. Asim ism o, d eb id o a que las redadas afectaron m a yo rm en te a m atronas y

XI prostitutas, los padrotes en con traron un con texto favorab le para el a u m en to de su poder. A la e x p e rien c ia que estos h om bres ten ían en el co n tro l de la p rostitu ción callejera, se sum aron la corru p ción , la im p u n id ad y la acción d iferen ciad a de la justicia, m ism as que p e rm itie ro n que los castigos que r e c ib ie ro n los proxenetas fueran m en os severos p ara los padrotes que para las m atronas: ellas cim en taro n su p o d e r en sitios que fu eron c o m ­ batidos p o r las autoridades, m ientras que ellos fo rta le c ie ro n su d o m in io m edian te el con tro l de m ujeres que no g o za ro n de la p ro tecció n de la justicia. A esto se sum a que la denuncia se c o n ­ sideraba un requ isito indispensable para que se in icia ra un p ro ­ ceso ju d icial en contra de los padrotes. Sin em bargo, la violen cia, elem en to central de la rela ció n padrote-prostituta, ocasion ó que ante el te m o r de represalias las trabajadoras sexuales se retrac­ taran de sus acusaciones o desistieran del ju ic io , lo que p erm itió que los lenones p erm an ecieran p oco tiem p o en la cárcel o salie­ ran en lib ertad de fo rm a in m ediata. L a con ju n ción de estos fa c­ tores p erm itió el fo rta le c im ien to del m odus operandi de los p a­ drotes, con solidan d o su p o d e río durante esos años m edian te la coerción , la im p u n id ad y las redes de com p lic id a d que, p ara d ó ­ jicam en te, los fa v o rec iero n cuando las autoridades d ecid iero n co m b a tir el le n o c in io en la ciudad de M éxico.

F u e n t e s c o n s u lt a d a s A rch ivos Archivo General de la Nación, México ( agn ) Archivo Histórico de la Ciudad de México, México ( ah cm )

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Kf M U J E R E S P Ú B L IC A S Y C O N S U M ID O R E S P R IV A D O S LOS CLIENTES, ESOS DESCONOCIDOS Fern an d a N úñez B ecerra Instituto Nacional de Antropología e Historia

"La mujer [pública] ha sido hasta aquí el pun­ to de mira de la autoridad: la vigilancia, la secuestración, el hospital, la cárcel, todo para la mujer... ¿por ventura acaso el hombre es inocente en la propagación de la sífilis?, ¿aca­ so su chancro no trasmite el virus sifilítico? ¿qué la igualdad ante la ley es sólo relativa al sexo masculino? ¡Cuán cierto es que los hom­ bres hacen las leyes!".1 Este pequeño párrafo, escrito en 1873 p o r el je fe de la In spección de S a n id a d d el D is trito F e d e ra l, el d o c to r A lfa r o , al g o b e r n a ­ d o r de la ciudad de M éx ico explicándole la im p ortan cia de inclu ir a los clientes de las m ujeres públicas en las revision es m édicas qu e su secto r re a liza b a p erió d ic a m e n te , m e p erm ite m o s tra r cóm o el gén ero m a rcó claram ente las diferencias y desigualdades entre los sexos en el tem a del co m ercio sexual. Las prostitutas fu ero n estigm atizadas p o r su v id a sexual ven a l y p rom iscu a y obligadas a sujetarse al con trol de las autoridades tanto sanitarias co m o policiacas, m ien tras que los con su m idores, sus clientes, estuvieron siem pre p ro tegid o s p o r el an on im ato y jam ás se suje­ taron a n in gún tip o de con tro l sanitario. Si h oy podem os acercarnos al m undo de las m ujeres que ejer­ cieron la prostitución en la segunda m itad del siglo x ix , esto se debe a la vasta docum en tación generada p o r las autoridades en­ cargadas de registrarlas — en la oficin a que se creó para llevar un

1 Bravo y Alegre, "Informe al Consejo Superior de Salubridad", v. 5, México, mayo de 1873, p. 70-77, en AHSS.

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control sem anal de sus revisiones m édicas— así com o de vigilarlas para que cum plieran con las disposiciones reglam entarias. P od ría­ m os incluso afirm ar que el tem a de la prostitución se puso de m oda y que desde diversos lugares los observadores sociales escribieron bastante sobre “eso” que irru m p ió en lo cotidian o y se volvió, para algunos higienistas, un verdadero “p roblem a social” .2 Sin em bargo, co m o m ostrarem os a lo largo de este artículo, lo que p od em os saber de quienes solicita ron los servicios de las prostitutas es poco, pues el p ro p io sistem a que las regu laba fue con trario a d esvelar las iden tidades de sus clientes. L a cita del in icio ta m b ién m e p areció p ertin en te p ara ilustrar la dificultad de ap reh en d er h istóricam en te esa otra cara tan im p orta n te pero tan en m ascarad a de la p rostitu ción . R esu lta pues im p o rta n te — com o lo sugirió F a b io la B a iló n — reflex io n a r sobre la p ercep ­ c ió n que se elab oró del clien te de la p rostitu ción en la ép oca reglam entarista, la cual com en zó en el S egu n do Im p e rio , cuando se echó a andar el flam ante “sistem a fran cés” , y term in ó hasta finales del P orfiriato. D icho análisis será el ob jeto de este ensayo. E l h ech o de que hasta el día de h o y los varones constituyan el 99% de los clientes de la p ro stitu ció n — o del sexo servicio, co m o se le d en om in a actualm ente h acien d o h in capié en los d e ­ rechos y o bligacion es laborales que este trabajo con lleva— , y que del total de quienes prestan este servicio el 85% lo constituyan m ujeres y el 15% restante h om b res,3 nos in d ica que p ara c o m ­ p ren d er m e jo r la d isp a rid a d ge n éric a d el fe n ó m e n o d eb em os acercarnos a lo que constituye la esencia de las prácticas de lo m asculino, pues p areciera que para los hom bres d ich o consum o es una p ráctica “natural” . E n M é x ic o , d esde tie m p o s re m o to s “ir de pu tas” ha sido sin ó n im o de virilid a d . E l recien te escándalo p ro vo c a d o p o r el

2Todo lo relativo a la prostitución en el siglo XIX proviene de mi investi­ gación documental para mi tesis de maestría, que después se convirtió en el libro La prostitución y su represión en la segunda mitad del siglo xix. 3 Si bien estas cifras son francesas y están citadas por los autores que elaboraron la Proposition de loi visant a pénaliser les clients en 2011, creemos que pueden servir de ejemplo para ilustrar esa disparidad entre los géneros. Consultado en

XI “d escu b rim ien to” de una a m plia red de p rostitu ción dentro de la cúpula cap italin a del p ro p io p artido en el p o d e r a n ivel nacional, con trolad a p o r el “re y de la basura” , C u auhtém oc G u tiérrez, nos p erm ite d im en s io n a r la m a gn itu d y actu alid ad d el p ro b le m a . G utiérrez, ap oyad o p o r una eficien te enganchadora, o b lig a ría a jóven es desem pleadas a prostituirse, tanto con él com o con otros “p rom in en tes” m iem b ros de su partido, a cam b io de trabajo o m ejoras salariales. A l parecer, esa red ya había sido denunciada an teriorm en te, p ero no fu e sino hasta qu e una p eriod ista encu­ b ierta pudo film a r el p ro ce d e r de esos proxenetas que el asunto pudo salir a la luz, con firm a n d o así lo que m u ch os activistas habían ven id o denunciando desde hace tiem po. Los hom bres, los clientes, siguen consum iendo sexo, aunque no ign oren la realidad de la v id a de las personas que se venden, quienes son dom inadas p o r la v io le n cia física y la o p resión p sic o ló g ica que hace que se asim ilen a una especie de esclavas m od ern as. Ese tip o de clien ­ tela se siente con el d erecho absoluto de d isp on er del cuerpo de m ujeres y niños p o r el sólo h ech o de p aga r p o r él, lo que nos introduce a la m anera m iserable en la cual ciertos hom bres viven su m ascu lin idad en gen era l y su sexualidad en particular.

Un recorrid o p o r la historia C om o lo ha dem ostrado Jacques R ossiau d en un estudio p ion ero sobre la p ro stitu ció n m ed ieval, desde m u y tem p ran o en la his­ to ria del o ccid en te cristian o se in ten tó ca n a liza r la sexualidad m asculina, la cual era con sid era d a una fu erza natural irre p ri­ m ib le, exp lo siva y p e lig ro s a p ara el con sen so so c ia l.4 E n una sociedad p rem od ern a de órdenes estam entales, el ím p etu de la s ex u a lid a d v a ro n il ju v e n il a rries ga b a siem p re c o n ro m p e r el o rd en e sta b lecid o p o r la v io le n c ia de las p asion es desatadas. Ese p elig ro poten cial nos perm ite com pren der la referen cia agus­ tina, tantas veces repetida, que p red icab a lo siguiente: “ suprim e

4 286 p.

Jacques Rossiaud, La prostitution médiévale, París, Flammarion, 1988,

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a las prostitutas y las pasiones revolu cion ará n el m u n d o” . T am ­ b ién nos p erm ite en ten d er p o r qué en ese m u ndo d om in a d o p o r el m ie d o al p ecado las casas públicas o burdeles llega ro n a ser verd ad eras in stitu cion es sociales con tro lad as p o r los ayu n ta­ m ien tos o incluso p o r la Iglesia. L a reflex ió n te o ló g ica nos p erm ite c o m p ren d er p erfecta m en ­ te có m o en la socied a d occid en ta l c a tó lica el o rd en conyu gal, re cié n c o n tro la d o p o r la Iglesia, no p o d ía con ceb irse sin una prostitución pública bien regulada, la cual era vista com o un "m al m e n o r” . Incluso, la fo rn ic a c ió n con m eretrices era ten ida com o un p ecad o sim ple, m ientras que la fu n ción de esas m u jeres era con siderada tan útil al b ien com ú n que p oco interesaba el c a m i­ no que las h abía o rilla d o a em p ren d er el oficio. R ossiaud m ostró que p o r estar solas o p o r ser pobres o m igrantes — y p o r ello estar desprotegidas— m uchas m ujeres se v o lv ía n víctim as de v io la c io ­ nes colectivas y en m uchas ocasiones term in aban co m o recep tá­ culo p ara el in evitable a rd o r de los jóven es solteros. L os go b iern o s de las ciudades pensaban que al fa v o rec er ese tip o de p rostitu ción con trolad a se com b a tiría ta m b ién un m a l con siderado m ás grave m o ra l y socialm en te: la h om osexu alid ad m asculina, el terrib le “p ecad o n efan d o ” . L a existen cia de p ro sti­ tutas d eb ía así p ro te g er a las dem ás m u jeres del ataque de h o m ­ bres lujuriosos, p ero ta m b ién alejar a éstos de los joven citos. A los burdeles solía asistir una nutrida clien tela tanto de forán eos com o de locales. Ir a la casa p ú b lica en gru po fue una costu m bre de jóven es, de oficiales y de aprendices, pues la p ráctica de la fo rn ic a c ió n era una eviden te prueba de n o rm a lid a d y de acceso a la h om bría. Si en te o ría los h om bres casados y los religiosos no d ebían asistir a dichos lugares, en la p ráctica esas p ro h ib ic io ­ nes jam ás fu eron respetadas. R eco rd em o s que tanto los m a tri­ m on ios co m o la entrada a las órdenes no eran decision es in d iv i­ duales, sino de las fam ilias. P o r el contrario, el escándalo social estallaba cuando algún clérigo seducía a doncellas o casadas apro­ vech an do su in flu en cia en el con fesion ario, cuando un casado m olestab a o agred ía a las m ujeres ajenas, o cuando algún jo v e n vio la b a a una v irge n de buena fam ilia, la cual p od ía costear los altos gastos de un proceso o en con trar una solu ción consensuada

XI a ese acto de violen cia. Es in ú til rep etir que la v o z de las víctim as no ten ía n in gún peso ahí, ya que lo que se m an cillab a al v io la r a una m u jer era el h o n o r del clan fam iliar. P o r ello, m uchas veces se fo rza b a al v io la d o r a desposarse con su víctim a, lo que rep re­ sentaba la in d efen sión absoluta de ciertas mujeres. S i b ien a lo la rgo de la h istoria hubo épocas y ciudades más represivas que otras y el espíritu refo rm ista de E u rop a del norte ganó terren o gradu alm en te e in trod u jo la p ro m o c ió n de la casti­ dad, de la con ten ción y de un in tercam b io ín tim o m ás consen­ suado entre los esposos, a p a rtir del siglo XVII se c om en za ro n a d ifu n d ir en las region es protestantes p ro h ib icion es y órdenes de clausura tanto de burdeles co m o de baños y tabernas d on de ta m ­ bién se p racticab a am pliam en te la prostitución . N o obstante, en el m u ndo católico, y a pesar de las p red icacion es de la Iglesia, la id ea de que la p rostitu ción era un “m a l n ecesario” p erm eó las m en talidades y trascen dió épocas. L a N u eva E spaña siguió la p o lítica o ficial de su m etróp oli, p o r lo que a p etició n de algunos notables de la ciudad la au tori­ za ció n para ab rir la p rim era casa de m ujeres públicas fue dada m u y tem p ran o vía real cédula al A yun tam ien to de la ciu dad de M éxico. Aunque no sabem os si esa casa o ficial en efecto abrió sus puertas, sí sabem os, en cam bio, que el am o r ven al estuvo a la o rd en d el día, que flo rec ió y se exten dió am pliam en te p o r la ciudad en m anos de particulares, lo que era n o rm a l en una so­ ciedad com pu esta en su m a yo ría de jóven es solteros.5 A falta de fuentes específicas que dem u estren la existencia cotid ia n a de esas casas, su fu n cio n a m ien to y la ca lid ad de su clientela, los casos jud iciales encontrados en los archivos y ana­ liza d o s p o r A n a M a ría A to n d o m u estran que durante los tres siglos colon iales h om bres de todas las con d icion es sociales recu­ rriero n a los servicios de las m uchísim as m ujeres que, perten e­ cientes ta m b ién a los diferentes estam entos, se d ed ica ron a la venta de sus encantos. Asim ism o, dichos casos muestran una socia­ bilidad m asculina explosiva y parrandera que asistía a pulquerías,

5 Ana María Atondo, El amor venal y la condición femenina en el México colonial, tesis de doctorado, París, Sorbona, 1986, p. 198-222.

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tabernas, m esones, casas de ju e go clandestinas, baños y tem azcales, donde hom bres “del p u eblo” se gastaban sus pocos ingresos con m ujeres venales. T am b ién los h om bres de los altos estratos de la sociedad co lo n ia l frecu en taban las casas de con ocidas m u ­ jeres públicas, a quienes p agaban espléndidam ente. E n general, nunca se resp etaron las disposiciones represivas que a p a rtir del siglo x v il llegab an desde la m e tró p o li ord en an d o que se p ro h i­ b iera la p rostitu ción y que se cerraran las casas públicas o los fam osos tem azcales. A lg ú n son ado escándalo nos p erm ite ver que los h om bres de Iglesia, incluso los de la alta jerarqu ía, así com o los fu n cion arios del E stado sostenían relaciones con m u ­ jeres b ien con ocidas p o r el p ú blico, el cual incluso les aplaudía cuando h acían su entrada “triu n fal” a los espectáculos populares com o las corridas de toros o las funciones teatrales aunque las legítim as esposas se pusieran furiosas con la osadía y el descaro de las de “p ú b lica fa m a ” .6 C om o p od em os ver con la asidua frecu en tación a las m ujeres públicas, la figu ra de los clientes se p erc ib ió co m o socialm en te positiva, m ientras que la de las m ujeres se v io de m anera más am bigua. P o r un lado, éstas eran calificadas de “m alas” , “ra m e ­ ras” o “putas” . P o r el otro, si eran bon itas e in teligen tes y lle g a ­ ban a “triu n fa r” tanto en el escen ario co m o en la v id a m undana, se les llegab a a “p erd o n a r” un pasado dudoso; inclu so se p od ían casar o salir de la “m a la v id a ” . E sta p osib le re in se rc ió n social es un in d ic a d o r de que el p u eblo en gen era l n o con d en aba tanto a esas m u jeres y de que los terrib les anatem as que encon tram os con tra ellas p erten ecía n m ás b ien a un discurso n o rm a tiv o y clerica l que en tiem p os n orm ales ten ía p o c o e fecto entre la so ­ ciedad. T am b ién p od em os v e r có m o las m u jeres “ decentes” se qu ejaron siem pre de que los hom bres cod iciara n y retrib u yeran tan gen ero sam en te a las prostitutas, de que d esp ilfa rra ra n la herencia de sus hijos en una especie de com peten cia entre machos p o r un m ism o bien, con siderado p o r los pares com o excelso y escaso.

6Ibidem, p. 202.

XI E l su rg im ien to de un “p rob lem a s o c ia l” L a d ificu lta d de e sb o za r un retra to p reciso d el asiduo con su m i­ d o r de carne ta rifa d a en nuestro M é x ic o d e c im o n ó n ic o ra d ic a ­ ría, en una p rim e ra ap ro x im a c ió n , en el d iseñ o d el p ro p io "sis­ tem a fran cés” , que h izo to d o p ara m a n ten erlo en el an on im ato. R ec o rd e m o s rá p id am en te que la to le ra n c ia de la p ro stitu c ió n p ú b lica se h izo o fic ia l p o r el te m o r a que las en ferm ed a d es v e ­ néreas, esp ecialm en te la sífilis, se exten d ieran p o r la ciu d ad y se v o lv ie ra n una peste m o d e rn a que c a rc o m ie ra los cim ien tos de la fa m ilia , c o m o lo a firm a b a la m e d ic in a de esos m om en tos. L o s m é d ic o s m e x ica n o s que gra d u a lm e n te h a b ía n a d q u irid o p res tig io y p o d e r entre la socied a d y que tra ta ro n de im p lem en tar el “ sistem a fran cés” en la ciu d ad estaban con ven cid os de que las p rostitu tas eran los "b a n q u ero s de la sífilis ” y de que los h om b res nunca eran los que las con tagiaban . L a “ruta de c o n ­ ta g io ” era b ien con ocid a : los fo g o s o s varon es iría n a sed u cir a m u chachas de orígen es sociales m ás b ajos que los suyos, entre el serv ic io d om és tic o de sus p ro p io s h ogares o fu era de ellos, e irre m e d ia b le m e n te se con tagia rían , lle va ría n la en fe rm e d a d a sus h ogares, co n ta gia ría n a la futu ra esposa o a otras m u jeres de su en torn o, v o lv e ría n m isera b le la v id a m a rita l y c o rrería n el riesg o de c o n ta g ia r ta m b ién a su descen den cia, si es que lle ­ ga b a n a ten erla.7 E n esos m o m e n to s se d iscu tió ta m b ién la sexu alidad y la m a n era en que ésta era v iv id a según se era h o m b re o mujer. Se creía que así co m o los h om bres ten ían esa "n a tu raleza” im p e ­ tuosa y d ifíc il de contener, a riesgo inclu so de enferm ar, las m u ­ jeres, sobre to d o las de las élites, eran "n atu ralm en te” castas y m u ch o m en os in clin adas a los “ ardores de la Venus” . Las que ten ían esa e n fe rm iza p red is p o s ició n a la lu ju ria eran sólo las “m alas” , las n in fóm an as, las histéricas, las que después se d ed i­ carían casi n aturalm en te a la p rostitu ción . A finales d el siglo, se

7 José María Reyes, "Higiene pública. Estudio sobre la prostitución en México”, Gaceta Médica de México, t. IX , n. 23, 1874.

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v io en ellas in clu so “una p red isp o sició n in n ata” al v icio , m u y al estilo lo m b ro sia n o , que las c o n v irtió en crim in ales.8 E l “sistem a francés” pretendía entonces dejar fuera de la m ira, tanto p olicia ca co m o m édica, al h om bre, que en el fon d o , com o ellos m ism os se daban cuenta, p o d ía ser cualquiera: todos eran clientes en potencia. “M on sieu r tou t le m o n d e ” , decían en F ra n ­ cia cuando se refería n a ellos. U n sector de la o p in ió n pública estaba con ven cid o de que la castidad y la fid elid a d eran los id ea ­ les a segu ir antes y durante el m a trim o n io , p ero tam b ién sabía p erfectam en te que era una qu im era el que los varones pu dieran ap licar tan severas reglas de vida. L os casados, p o r ejem p lo, te­ n ían m uchos y largos p eriod os de abstinencia sexual ob lig a to ria si respetaban los tiem pos en los que sus m ujeres tenían el derecho de abstraerse del d éb ito m arital: em barazos, partos, puerperios, lactancias, m enstruaciones y dolencias diversas, sin hablar de los p erio d o s en que la Ig le s ia acon sejab a ayuno y castidad. P ara p aliar sem ejante carencia, las prostitutas debían estar disponibles y d ebidam ente controladas p o r la oficin a sanitaria. R ecordem os, adem ás, que en la segunda m ita d del siglo se dio de m anera m a ­ siva la llegad a a la ciu dad de m igran tes p roven ien tes del in te rio r de la R epú blica, quienes en su gran m a yo ría llegab an solteros. Estudiantes, trabajadores, em pleados, “vagos y o cio so s” pulula­ ro n p o r las calles. A sim ism o, llega ro n m uchísim as m uchachas que se em p learían justam ente en el servicio dom éstico, el cual durante m u ch o tie m p o fu e uno de los p oco s sectores que les o frec ía trabajo así co m o el p rim e r o fic io de la futura prostituta. Si el “sistem a francés” resultó ser una u topía para algunos o una qu im era para otros, eso fu e p orqu e en el sistem a siem pre hubo m ás m ujeres “ clandestinas” que sumisas. Jamás se lo gró in scrib ir y con tro lar a la totalid ad de las m ujeres que ejercían el o fic io — p úblicas o aisladas; tem p o rales o fijas; atadas a burdeles o trabajando en la calle, casas de asignación, hoteles o can ti­ nas; y perten ecien tes a la 1a, 2a, 3a o hasta a la “ín fim a c a tego ría ” , co m o fu eron d ivididas y clasificadas— . V igilarlas y controlarlas

8 Luis Lara y Pardo, Estudios de higiene social. La prostitución en México, México, Librería de la Viuda de Ch. Bouret, 1908, p. 18.

XI san itariam en te tu vo co m o m o tiv o p ro te g e r a los clientes para d evolverlos a sus esposas y al seno de sus fam ilias lo m ás intactos posible. Las m ujeres públicas d eb ían som eterse para satisfacer los deseos supuestam ente irrepren sibles y las exigen cias fis io ló ­ gicas de todos ellos. Las muchas páginas que se escribieron entonces para justificar la obligatoriedad de las revisiones m édicas semanales así com o la im p orta n cia de la sum isión y sujeción del m a yo r n úm ero posible de prostitutas tu vieron com o fin no sólo lib era r a los hom bres de lle va r una lib reta san itaria y su frir revision es p eriód icas, sino tam bién, y sobre todo, m antenerlos en el an on im ato. Ellas eran públicas, su filia ció n y sus enferm edades estaban claram ente re ­ gistradas, pero de “m on sieu r tou t le m o n d e” no sabem os m ucho más. Los clientes eran considerados personas privadas y debían ser anónim os. L o que sí sabemos es que los d ecim on ón icos fueron m u y adeptos no sólo al burdel y a las m ujeres de “m ora l relajada” , sino tam b ién a todas aquéllas sobre quienes p od ían ejercer cierto poder; aquéllas a quienes p rim ero seducían sin el m en or rem or­ dim ien to, con o sin violen cia, y lu ego abandonaban ya em bara­ zadas o con hijos; aquéllas que, si no logra b a n o b ten er ayuda econ óm ica alguna de los seductores, caerían irrem ediablem en te en la prostitución, com o se puede co rro b o ra r en los in form es que p eriód icam en te la In sp ección de S an id ad m andaba tanto al C o n ­ sejo S u p erior de Salubridad com o a G obern ación .9 L o s m édicos e higienistas se p reocu p aron p o r cu m p lir b ien su fu n ció n de garantes de la c iviliza ció n . P a ra lograrlo, n ecesita­ ban c o n o c e r m e jo r a qu ienes d eb ían controlar, p o r lo que les pareció im p orta n te co n o cer las causas que o rillab an a las m u je­ res a ejercer ese “ degrad an te” oficio así co m o el tip o de clientes que tenían. G racias a su celo y a los detallados in fo rm es que es­ crib iero n a las autoridades, h o y p od em os saber que, a d iferen cia de lo que se pensaba com ú n m ente — co m o acabam os de ver— , las prostitutas m exican as in icia b a n su “funesta caíd a” p o c o a p oco y siem pre con los de su m ism a clase social. C om etía n su

9 Fernanda Núñez Becerra, La prostitución y su represión en la ciudad de México (siglo xix). Prácticas y representaciones, Barcelona, Gedisa, 2002, p. 127.

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p rim e r d esliz con el preten dien te, con qu ien se ib an a v iv ir en cuanto pod ían en espera del p rom etid o m a trim on io que casi nun­ ca veía n cu m plido. Una v e z abandonadas, se veía n im p elid as a ven derse clandestinam ente hasta que la p o lic ía las d eten ía y las forza b a a registrarse. Todas las prostitutas se ven d iero n a h om bres de su m ism a co n d ició n social, aunque las jóven es y bonitas tu vieron siem pre la o portu n id ad de "escon d er” sus "b ajos” orígen es y trab ajar en los e s ta b le c im ie n to s de p rim e ra c a te g o ría , tra n sfo rm á n d o se en las cocotas de m oda. Tenem os registro de que abajo en la escala social se en con ­ traban las pequeñas accesorias que fun gían lo m ism o com o pros­ tíbulos que co m o pulquerías o figones. E n esos lugares — "d e la p eo r ralea” , según los in spectores— , jorn aleros, vagos y m a lan ­ drines de p oca m on ta solicitaban los servicios de m ujeres pobres, cargadas de años y de hijos, que ta m b ién pululaban p o r las calles ven d ién d ose p o r un vaso de pulque y algunas tortillas. E l ejerc ic io de la p rostitu ción a veces co in c id ía con el ro b o y el asalto violento. A veces, entre los papeles adm inistrativos, surge un caso co m o el de una m adre ob rera que se quejó de que su hijo de 17 años, desem pleado, había sido burlado p o r una prostituta que le rob ó el reloj, la p istola y hasta prendas de ro p a en el m o ­ m en to en que ten ían sexo en un terren o baldío. E l an terio r es un pequeño ejem plo, salido de los archivos, que nos habla del am plio espectro social que cubrían las m ujeres venales y sus clientes en la ciudad de M é x ic o .10 U n p oco m ás abajo en la escala social, y a pesar de la p ro h i­ b ició n de ab rir burdeles en patios de vecin dad, nos encon tram os patios enteros d edicados al c o m erc io venal, vivien das ocupadas p o r m ujeres registradas o clandestinas que pagaban la ren ta en­ tre dos o m ás, cosa ta m b ién p ro h ib id a tajan tem en te p o r el re gla ­ m ento. A h í se atendía a obreros, artesanos, oficinistas y em p lea­ dos de tien das o estan qu illos. E n otros cuartos de la m ism a vecindad, p odem os observar, a través de los m ism os docum entos,

10Ibidem, p. 131.

XI a parteras y curanderas ayudando a m ujeres de todas las clases sociales a restab lecer esas “m enstruaciones im puntu ales” .11 E l inspector B ravo y Alegre, en un largo in fo rm e de 1872, con ­ firm a la perm anencia de esas situaciones, confesando, a su vez, que él tenía varios am igos — ¿funcionarios com o él?— que eran asiduos clientes de b ien conocidas habitantes de esos patios.12 E ncon tram os, asim ism o, diversas quejas que nos h ablan so­ bre ese sector de clientes: quejas de m édicos contra sus su b ordi­ nados y los agentes p oliciacos, quienes m u y fácilm en te se qu e­ daban a d ep artir con las m uchachas en los burdeles en v e z de controlarlas; o con tra quienes subían descaradam ente con ellas a sus cuartos o las visitaban en casas de asignación, que era com o entonces se llam ab a a los m o teles.13 Tam b ién p od em os con ocer los gustos de m uchos m ilitares, quienes perseguían a clandestinas y lu ego afirm aban que eran sus queridas para evitar que fueran dadas de alta en los registros cuando eran apresados in flagranti, com o decían los policías cuando realizab an in specciones en b a­ res y cantinas. Estos lugares eran frecuentados p o r u niform ados, quienes con sta n tem en te causaban escán d alo c o n m u jeres de fam a pública, a las que después in ten taban p ro te g er de ser lleva ­ das al registro afirm an do que eran sus am asias.14 G racias a sus am plios con o cim ien tos en la m ateria, en feb re ­ ro de 1870 el go b iern o del D istrito F ederal encargó a H ila rió n Frías Soto las reform as al R egla m en to de P rostitu ción , p ara lo cual le o frecieron 300 pesos. U no de los autores de Los m exicanos p intados p o r s í m ism os o frece un acercam ien to bastante realista de los am antes de las costureritas, grisetas y cocotas, esas h ab i­ tantes de viviendas “m iserables” que tenían ren didos a sus pies a los m u ch os estudiantes, dependientes, ven dedores, hom bres jóven es y solteros, o recién llegad os de la p rovin cia, quienes, de no p od er pagar p o r los servicios sexuales obtenidos, las invitaban a c o m e r o les regalaban alguna p ren da de vestir.15 11Ibidem, p. 200-202. 12Bravo y Alegre, “Informe al Consejo.”. 13Fernanda Núñez Becerra, La prostitución y su represión..., p. 142. 14Ibidem, p. 139. 15Ibidem, p. 63.

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M ás arriba en esa escala social, en con tram os a las guapas m ujeres públicas, tanto m exicanas co m o extranjeras, quienes en con ocidos hoteles de la capital o en burdeles b ien establecidos recib ían los favores de clientes m ás pudientes. L os d octores se qu ejaban de que las bellas y b ien con ocidas prostitutas jam ás eran m olestadas p o r la p o lic ía p orqu e sus clientes eran “ de altos vu elos” , p olítico s de ren om bre, influyentes, “de guante b lan co” así co m o respetables padres de fa m ilia que llegab an a la capital p o r n egocios y aprovech aban el an on im ato de la ciudad para la con sabida “ cana al aire” .16 E n sus in form es, el p ro lífic o in sp ector B ravo y A legre d ep lo ­ raba las enorm es dificultades que la In sp ecció n S an itaria tenía para som eter a las m ujeres a los reglam en tos así co m o el hecho de que las que resultaban enferm as de algún m a l ven éreo p erm a ­ n ecieran “ secuestradas” to d o el tie m p o de su cu ración en el h os­ pital. P o r supuesto, culpaba a las p ropias prostitutas de que la sífilis se exten diera sin con tro l p o r la ciudad, pues las con sidera­ ba la escoria de la sociedad, p ero ta m b ién a sus clientes y p ro ­ tectores, aunque a veces no vem os b ien la d iferen cia entre unos y otros. Así, daba cuenta de la am bigü edad de su m isión y re c o ­ n o cía que sin la c o o p era c ió n de esos clientes nada se p o d ría o b ­ tener: “ dudo que haya h om bres rectos, sobre los cuales no ejerza n in gún p o d e r la in flu en cia de las faldas, y de ello depende to tal­ m en te el que se lo g re n abatir las enferm edades ven éreas” .17 S ería im p o rta n te esb o zar un retrato de los gustos y de las p referen cias sexuales de los clientes de aquella época dorada del reglam en tarism o, p ero una v e z m ás sólo encon tram os gen era li­ dades, com o la que refiere que todos los clientes pagaban, a veces sumas m u y elevadas, p o r desvirgar, p o r ser los p rim eros en p ro ­ b a r a unas m u chachas que, según los m éd icos, p o d ía n lle g a r hasta los nueve años de edad. L os oficiales rep ortan que estaban seguros de que muchas de las prostitutas jóven es que afirm aban ten er ya 18 años p ara p o d e r ser registradas no llegab an a esa edad, lo que desde su punto de vista las con vertía en un p eligro,

16Ibidem, p. 142. 17Bravo y Alegre, “Informe al Consejo...”, p. 76.

ya que d eb id o a que la ju ven tu d daba la ilu sión de in o ce n cia p od ía n esp arcir m u ch o m ás fácilm en te las en ferm ed a d es.18 E n este sentido, parece h aber un consenso universal y gen eral sobre la p refe ren c ia m ascu lin a p o r la ju ven tu d fem en in a, la cual v a l­ d ría la pena an a lizar m ás detenidam ente. L a d iversidad en la o ferta de m uchachas ta m b ién fu e sum a­ m en te im portante. P o r ello, los enganchadores o las m atronas de burdeles buscaban ávid am en te rostros nuevos, “ carne fresca” . E n este sentido, constatam os qu e entre esos establecim ientos se rotaban las m uchachas, p o r lo que muchas de ellas se quedaban poco tiem po en el m ism o lugar. Algunas matronas decían que había clientes que buscaban m ujeres em barazadas o m enstruando, aun­ que las fuentes adm inistrativas son m u y parcas en este sentido. N o parece h aber operado en la ciudad de M éx ico el cam b io en las preferencias sexuales de los clientes que sí operó en la Francia fi­ nisecular y que A la in C orb in describe tan b ien en su p a ra d igm á ­ tico lib ro Les filies de noce. L o s grandes burdeles de antaño c o ­ m e n za ro n a c erra r sus puertas o a tra n sfo rm a rse en bares y cantinas de lujo al m ism o tiem p o que la o p in ió n pú b lica c om en ­ zó a cuestion ar las supuestas ventajas de la reglam en ta ció n y a d eb atir inten sam en te a lred ed o r de las ideas abolicion istas, las cuales estaban influenciadas obviam en te p o r los avances sociales que las propias m ujeres, im pulsadas p o r el pujante fem in ism o, estaban logra n d o en el terren o de lo p olítico . Según C orbin, un cam b io en las m en talidades p ro v o c ó que los franceses c o m en za ­ ran a sen tir la n ecesid ad de con q u istar a las m u jeres, que les gustara im a gin a r parodias de sedu cción d on de m ujeres aparen­ tem en te libres "se m o ría n de ganas” de estar con ellos aunque después les tu vieran que p aga r p o r esos servicios.19 E n M éx ico, el v ie jo sistem a francés com en zó a ser cuestion a­ do a com ien zo s del siglo x x tanto p o r algunos m édicos co m o p o r diversos observadores sociales que clam aban la a b o lició n de la reglam en ta ció n que, según ellos, n in gún b en eficio había traído

18Fernanda Núñez Becerra, La prostitución y su represión..., p. 114. 19Alain Corbin, Les filies de noce. Misére sexuelle et prostitution, xixe et xxe siécles, París, Aubier Montaigne, 1978, 573 p.

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a la sociedad y, al con trario, hacía ver al E stado com o un autén­ tico padrote. S in em bargo, la R evo lu ción m exicana no sólo o b lig ó a p osp on er esos debates, sino que re fo rz ó el papel de los burdeles com o lugares idón eos para la sociab ilid ad m asculina en tod a la República. F avoreció sobre todo la em ergen cia de nuevos actores p olíticos corruptos que, para “diversificar” sus negocios, pusieron burdeles, clubs y cabarets, adem ás de casas de juego. E l Estado gestionó a su antojo los perm isos para esos lugares así com o para las zonas de tolerancia, alargando con ello el p erio d o de regla­ m en tación hasta finales de la década de 1920. M uchos generales, políticos y nuevos ricos fu eron clientes asiduos o p rop ieta rios de esos lugares que se pusieron de m oda, aunque siem pre hubo otros de m e n o r “catego ría” p ara clien tela m en os ad in erada.20 L a situación de la p rostitu ción en M é x ic o fue tal que la L ig a de las N a cio n es puso al país en la m ira in tern acion a l cuando en 1927 lo d eclaró co m o uno de los prin cipales destinos de las m u ­ jeres víctim as de trata salidas de E uropa. Así, en 1929 se incluyó el d elito de len ocin io en el C ód igo Penal m exicano. P osteriorm en ­ te, en 1938, el E stado se ad h irió a la C on ven ción In tern acion al para la S upresión del Tráfico de M ujeres. M ás tarde, en 1940, se a b o liero n las leyes que regu laban la p ráctica de la prostitución. A p a rtir de ese m o m en to , se desató una cam p añ a p ara cerrar burdeles y arrestar a las m atron as que hasta ese m o m e n to se hacían cargo de ellos.21

La literatura y los literatos L a época reglam en tarista en M é x ic o ta m b ién estuvo m arcada, a n ivel de las sensibilidades, p o r la ad m ira ció n y em u lación de lo francés. Así, heredam os no sólo el sistema para sujetar a las m u je­ res públicas al con tro l sanitario, sino ta m b ién tod o el im a gin ario 20 Pamela Fuentes y Fernanda Núñez, Selling Sex in Mexico City, ponencia conjunta presentada en el Coloquio sobre Prostitución, organizado por el International Institute of Social History, el 25 de abril del 2013 en Amsterdam [en prensa]. 21 Idem.

XI erótico y sensible que lo rodeó. Aunque aún nos falten estudios puntuales para con o cer con certeza las prácticas sexuales y las fantasías eróticas tanto de las m ujeres y de los hom bres, en gen e­ ral, com o de los clientes decim on ón icos m exicanos, en particular, la literatura, sobre tod o la francesa, con tribu yó a p o n e r de m od a el tema. P o r ello, a veces es d ifíc il separar la ficc ió n de la realid ad cuan do h ab lam os sobre la p ro stitu c ió n y su clien tela, ya que hasta los m édicos reglam entaristas citaban p árrafos enteros de novelas de la época para “ d ocu m en tar” sus estudios científicos. Si b ien en las novelas del siglo x ix y de p rin cip ios del x x las prostitutas en gen era l term in an su v id a m iserablem en te, aqu eja­ das p o r espantosos d olores en el h ospital o fu era de él — co m o le sucedió a Santa, la h eroín a de F ed erico G am boa, o a su p ar fran ­ cés, N ana, de É m ile Z o la 22— , es p robable que esa represen tación fuera tan sólo un m ensaje im p lícito destinado a alertar a las le c ­ toras sobre el h o rrib le y trágico destino que le esperaba a tod a aquella m u jer que se rebajab a a venderse. G am boa describe vívidam en te el tipo de clientela que frecuen­ tó a Santa cuando ella rein ó desde el p inácu lo de su fam a: “lo más con spicuo de la sociedad, calaveras profesion ales, asiduos a los lugares caros y de m o d a co m o la M aison D orée, el Sport Club o el T ív o li central, la m a yo ría de ellos casados, en m alos m a trim o n io s, co m o lo eran tod os” .23 A sim ism o, relata no sólo el a m o r que Santa sintió p o r un to rero de m e n o r ran go social, sino sobre tod o su lento descenso al infierno, cuando, ya enferm a y alcoh olizad a, se ve o rillad a a re cib ir clientes cada v e z de m en or categoría. N o obstante, jam ás habla sobre la p osib ilid a d de que alguno de ellos la haya con tagia d o ni sobre a cuántos habrá ella con tagia d o después. Si b ien es cierto que el m ie d o al con tagio pudo h ab er disua­ d ido a algunos hom bres de ir con m ujeres públicas o in cen tivado a otros a seducir m ujeres “honestas” , ta m b ién lo es que el m a tri­ m o n io p o r a m o r y de lib re elecció n así co m o el relaja m ien to de

22 Federico Gamboa, Santa, México, Grijalbo, 1979 [1903], 327 p.; Émile Zola, Nana, París, Charpentier, 1880. 23 Federico Gamboa, Santa..., p. 74-110.

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las costum bres sexuales que tu vo lu gar después de la P rim e ra G u erra M u n d ia l p rovocaron , p o r lo m enos en las grandes cap i­ tales, que parejas m e jo r com pen etradas fueran m ás fieles al m a ­ trim o n io y m enos asiduas a la prostitución. P eter G ay afirm a que, para los que no p od ía n evitar recu rrir a la p rostitu ción o ten er queridas, esas prácticas com en za ría n a ser fuente de angustias y culpas, sobre to d o entre los varones protestantes.24 N o sotro s creem os que, dados la dob le m o ra l de los católicos y lo p op u la r de ten er una “ casa ch ica” o visitar el burdel, los m exican os de todos los estratos sociales ap ren dieron m u y b ien a c om p a gin a r su fe con su lib id o y a m an ten er así la culpa a raya. D e cualquier form a, tanto la literatura francesa com o la m ex i­ cana son m uestra de que en la m en talid ad patriarcal seguía sub­ yacente la añeja id ea de que había dos tipos de m ujeres: las bu e­ nas y las malas. Las m alas estaban ahí, contra algunas m onedas, justam ente para servirlos. E n algunas novelas de la época, se d escribió la prostitu ción de altos vuelos y la com p eten cia entre actrices y cocotas, quienes eran el o b jeto del deseo de los clientes de la alta sociedad d ec i­ m on ón ica, adem ás de la circu lació n de esas m ujeres entre los ricachones de la m ism a sociedad cuando éstos ya no pod ían m an ­ ten er el n ive l de v id a que esa c o m p e te n cia e x ig ía y que esas m ujeres ap rovech aban para construirse una h on orab ilid ad . E sto sucedía no sólo en E u rop a sino ta m b ién en M éx ico, com o b ien lo describe José Tom ás de C u éllar en su n ovela Las Jam onas, la cual se ubica en la segunda m ita d del siglo x ix . E l crítico social cuenta la h istoria de dos “ja m on a s” — es decir, m ujeres ya no tan jóven es y de “ cascos ligeros”— que viven en am asiato en la ciudad de M éxico. L o s que las m a n tien en son los típ icos nuevos ricos, hom bres ignorantes, trepadores y corruptos que adqu ieren p od er a p a rtir del Segundo Im p erio . Tanto para C u éllar co m o para los reglam entaristas del m ism o p eriod o, la exp licación sobre el c o m ­ p ortam ien to “ am oral” de ese tip o de m ujeres es que éste estaba

24 Peter Gay, La experiencia burguesa de Victoria a Freud, 2 v., México, Fondo de Cultura Económica, 1992.

XI m arcado desde su n acim iento, pues era una fo rm a de p red esti­ n ación p o r ser bastardas, h ab er sido engendradas fu era del m a ­ trim o n io y h aber ten ido padres viciosos o m adres prostitutas. E n la m ism a novela, la bella y rubia cocota extranjera de altos vuelos lo g ra que los hom bres, gen eralm en te casados, se p eleen p o r sus favores. L os exp rim e sin p ied ad hasta d ejarlos sin un centavo para después irse con otros. C u éllar describe esa pudien te clien ­ tela m asculin a m exican a com p itien d o entre sí p o r los favores de esas cocotas así co m o las características m orales que supuesta­ m en te com p a rtía n ese tip o de mujeres. A l fin al de ese p erio d o y a punto de co m en za r la R evolu ción , el jo v e n José Vasconcelos, asiduo frecu en ta d or de los burdeles de m oda, nos p erm ite vislu m b rar quiénes se acercaban a esos lugares y cuán com p a rtim en ta d a seguía estando la sexualidad p o r entonces: a las novias o esposas se les “respetaba” , m ientras que a las “fáciles” o libres se les acosaba sin m ayores con secuen ­ cias. E l Ulises C rio llo , si b ien fue p u b lica d o en 1945 y escrito cuando Vasconcelos ya era viejo , rem e m o ra el despertar sensual del autor así com o el de la gen eración de preparatorianos llegados a la capital: la obsesiva caza de m ujeres accesibles a los encuen­ tros sexuales callejeros con jóven es que no ten ían el d in ero sufi­ ciente para asistir a los burdeles donde, según él, las m ujeres más bellas y sofisticadas daban p lacer a granel. E n cuanto tuvo los m edios econ óm icos, no dejó de visitarlos y de p ro b a r cualquier “n oved a d ” llegad a a ellos. S iem pre d ijo que “b en d ecía a la p ros­ tituta que da p lacer y no anda cargan do a nadie con h ijos para reten er lo que se v a ” .25 T od o parece in d ic a r que a finales del siglo x ix y p rin cip ios del x x aún no existían las m afias dedicadas a la e scla viza ció n de m ujeres y niños. S in em bargo, tod os los m éd icos y observadores sociales encargados d el c o n tro l de las m u jeres públicas y de su estudio siem p re d en u n ciaron a proxen etas y rufianes, “vivid o res de la p e o r calañ a” , así c o m o la b ien c o n o c id a p rá ctica de en ­ ganch e de las m atron as de los burdeles: buscar en los pueblos

25 José Vasconcelos, Ulises criollo. La vida del autor escrita por él mismo, 9a. ed., México, Botas, 1945, p. 343.

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circu n vecin os a las ciudades jo ven cita s p obres p ero agraciadas, quienes p rim ero eran engatusadas con la id ea de ir a trabajar a la cap ital c o m o sirvientas y después, una v e z desem barcadas, eran vendidas caro p o r su v irgin id a d hasta varias veces, tras lo cual qu edaban atadas a sus burdeles p o r m e d io de deudas im p a ­ gables o de otras artim añas com o el safism o, el a lcoh olism o o la d rogad icción , com o señala el d o c to r Güem es, qu ien en 1880 es­ crib ió un largo ensayo al resp ecto.26 A p rin cip ios d el siglo x x , nuestra Santa con firm a ría esa m ism a p ráctica de enganche. M uchas novelas francesas d escrib iero n de m anera realista el u n iverso de la p rostitu ción que tantos h om bres y m u jeres c o m ­ p artieron en aquella época. M adam e Bovary de Flaubert; La M a ison Tellier, Yvette o B ou le de S u if de G uy de M aupassant; o La dama de las cam elias de Dum as son tan sólo algunos ejem plos que p erm iten v er la com pren sión aguda de las pasiones humanas y la am plia exp erien cia en la m iseria sexual y los “bajos fon d o s” que sus autores tan b ien supieron relatar.

Algunas conclu sion es Los estudios sobre la prostitu ción en la época m ed ieval describen el bu rd el co m o una em in en te in stitu ción de la sociab ilid ad m as­ culina. L o s go b iern o s de las ciudades pen saron que era m e jo r p erm itir su existencia, vigila n d o y con trolan do a las m ujeres que ahí trabajaban, en aras no sólo de la p az social sino ta m b ién de la salud pública. Ese p ap el p ositivo y de “m a l n ecesario” que la p rostitu ción ju g ó a lo largo del tiem p o se vo lv ía p ro b lem á tico en épocas y lugares m ás m oralistas, donde los burdeles eran o b lig a ­ dos a cerrar y las m ujeres a salirse de la “m a la v id a ” . Sin em bar­ go, desde entonces el p roblem a fue m u y d ifíc il de solucionar, pues al p ro h ib ir o tratar de a b o lir la p rostitu ción ésta se torn aba clan ­ destina y se exten día p o r to d o el tejid o social, vo lv ie n d o m ucho

26 Francisco Güemes, Algunas consideraciones sobre la prostitución públi­ ca en México, disertación inaugural de la Facultad de Medicina de México, México, Oficina de la Secretaria de Fomento, 1888, p. 55-56.

XI más vulnerables a las m ujeres que la p racticab an y ab rien do la p u erta a la c o rru p c ió n y al chan taje p o lic ia c o . P a ra c o n tro la r la p rostitu ción en la segunda m ita d del siglo x ix , M éx ic o d ecidió ad optar el “ sistem a fran cés” , p o r lo que durante m uchos años intentó im p lem en ta rlo, aunque sin jam ás lo gra rlo plenam ente. Las prostitutas d ebían ser registradas y revisadas, m ientras que sus clientes p erm an ecían siem pre en el anonim ato. P ara los hom bres el com ercio carnal con prostitutas fu e sinó­ n im o de n o rm alid ad , m ien tras que p ara la m u jer ven a l d ich o com ercio significó cargar siem pre con el estigm a, lo que no im ­ p id ió que muchas m ujeres sólo se dedicaran a la p rostitu ción de m anera parcial, que otras pu dieran salirse de ese m u ndo e irse a v iv ir con sus am antes o que incluso algunas se casaran, en gen e­ ral, con hom bres de su m ism a con d ició n social. Esto sería in dicio de que las prostitutas no eran tan m a l vistas p o r su entorno. Sin em bargo, m e p arece que el fem in is m o con tem p orán eo nos im p id e ser objetivas p ara apreh en d er realm en te la figu ra del clien te en la segunda m ita d del siglo x ix , es decir, la época reglamentarista. Para entender a ese señor sin rostro del que nos hablan las fuentes, deb eríam os in ten tar m etern os en su piel, tratar de c o n o c e r sus deseos, sus m o tivacio n es, sus esperan zas; en fin, d eb eríam o s trata r de c o n o c e r lo que buscaba al fra n q u ea r las puertas de un burdel, p o r una parte, y lo que en con traba en éste y lo h a cía re g re s a r y c o n v ertirs e en su h ab itu al, p o r la otra. M u ch os ten ían una “p re fe rid a ” y, de h a b er p o d id o , se la h u b ie ­ ran lle va d o a v iv ir con ellos. E n co n tra b a n en el burdel algo que en sus casas no. P o r otra parte, m e parece que ta m b ién nos hace falta a n a lizar con m ás d eten im ien to la m iseria sexual de los c o n ­ tem p orán eos, tan to de h om b res co m o de m u jeres en gen eral, para lo g ra r com p ren d er m e jo r la am plitu d del fen ó m en o de la prostitución. ¿Y quiénes son esos con sum idores hoy? Las encuestas elab o ­ radas para “descu brirlos” dicen que los propios clientes no a d m i­ ten aún ser reco n o cid o s co m o tales.27

27 arg>.

Carlos Volnovich, “L'homme qui va aux putes”, en