Un camino monástico en la ciudad. Libro de vida [1ª edición] 9788427727267, 9788427727274, 9788427727281

Este Libro de vida se escribió pensando en los monjes y monjas de las Fraternidades monásticas de Jerusalén, aunque muy

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Spanish; Castilian Pages 166 [165] Year 2020

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Un camino monástico en la ciudad. Libro de vida [1ª edición]
 9788427727267, 9788427727274, 9788427727281

Table of contents :
Índice

Prefacio del cardenal Marc Ouellet.......................................... 7

Introducción del hermano Pierre-Marie Delfieux ..................... 11

Fraternidades 1. Amor ................................................................................. 17

2. Oración ........................................................................... 27

3. Trabajo ............................................................................ 37

4. Silencio ............................................................................43

5. Acogida ............................................................................51

Monásticas 6. Monjes y monjas ............................................................... 61

7. Castidad ........................................................................... 81

8. Pobreza .......................................................................... 89

9. Obediencia ...................................................................... 97

10. Humildad ..................................................................... 107

De Jerusalén 11. En el corazón de las ciudades ............................................117

12. En el corazón del mundo ................................................. 125

13. En la Iglesia ....................................................................133

14. Jerusalén ....................................................................... 145

15. Gozo .............................................................................. 157

Presentación de las Fraternidades Monásticas y Laicas de Jerusalén ............................................................ 161

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Hno. Pierre-Marie Delfieux, fundador de las Fraternidades Monásticas de Jerusalén

Un camino monástico en la ciudad Libro de vida Fraternidades Monásticas de Jerusalén

NARCEA, S.A. DE EDICIONES

Nota del Editor: En la presente publicación digital, se conserva la misma paginación que en la edición impresa para facilitar la labor de cita y las referencias internas del texto. Se han suprimido las páginas en blanco para facilitar su lectura.

© NARCEA, S.A. DE EDICIONES Paseo Imperial 53-55. 28005 Madrid. España www.narceaediciones.es © Les Editions du Cerf Título original: Jérusalem. Livre de Vie Autor: Hno. Pierre-Marie Delfieux, fundador de las Fraternidades Monásticas de Jerusalén Traducción: Juan José Omella y Edilio Mosteo Imagen de la cubierta: © FMJ ISBN papel: 978-84-277-2726-7 ISBN ePdf: 978-84-277-2727-4 ISBN ePub: 978-84-277-2728-1

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Índice

Prefacio del cardenal Marc Ouellet...........................................7 Introducción del hermano Pierre-Marie Delfieux...................... 11 Fraternidades 1. Amor..................................................................................17 2. Oración............................................................................27 3. Trabajo.............................................................................37 4. Silencio.............................................................................43 5. Acogida.............................................................................51 Monásticas 6. Monjes y monjas................................................................ 61 7. Castidad............................................................................ 81 8. Pobreza........................................................................... 89 9. Obediencia.......................................................................97 10. Humildad...................................................................... 107

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Índice

De Jerusalén 11. En el corazón de las ciudades.............................................117 12. En el corazón del mundo..................................................125 13. En la Iglesia.....................................................................133 14. Jerusalén........................................................................ 145 15. Gozo...............................................................................157 Presentación de las Fraternidades Monásticas y Laicas de Jerusalén............................................................. 161

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Prefacio

“E

l reino de Dios está cerca”, está en las ciudades, en los desiertos de las ciudades, en el corazón de las masas. Esto es lo que anuncian las Fraternidades Monásticas de Jerusalén, fundadas el día de Todos los Santos de 1975 por Pierre-Marie Delfieux tras haber vivido la experiencia de ser capellán de estudiantes en París, en el ambiente contestatario que se originó en torno a Mayo del 68. Se podría imaginar que su sueño monástico fuera una reacción a un cierto horizontalismo posconciliar que reducía el Reino de Dios a un horizonte terrestre. Pero este hombre, infatigable buscador del absoluto, era demasiado inteligente para caer en la trampa. Autorizado por su obispo, el cardenal Marty, llevó a cabo un retiro de dos años en el desierto, donde encontró la confirmación de Dios en su inspiración de dar a luz una nueva familia espiritual en medio de una rica floración de carismas provenientes del Concilio Ecuménico Vaticano II. Echar un vistazo al Libro de Vida de Jerusalén da una buena idea del impulso y del soplo que habita esta nueva familia monástica. En principio, este “trazado espiritual” no es la expresión de una experiencia personal, sino más bien una pequeña suma de la gran tradición monástica expresada en la misma palabra de Dios y su eco en los Padres de la Iglesia de Oriente y de Occidente. El lenguaje es simple, íntimo, sin maquillajes ni rigidez; interpela a la conciencia e invita insistentemente a la santidad bajo el signo de la fraternidad, de la gratuidad, de la alabanza y del amor absoluto. © narcea, s. a. de ediciones

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Prefacio

Alegría, amor, comunión, presencia, oración, trabajo y acogida, son los temas sometidos a meditación y al reto de una encarnación coherente en el contexto de las ciudades de nuestra época, un rasgo singular de este monacato moderno que no tiene otra clausura que la decisión de pertenecer a una fraternidad de hombres y mujeres; sin ser mixto, pero con una liturgia común al servicio de la alabanza que la humanidad debe a su Dios. Se trata de una regla de vida para una comunidad precisa que se caracteriza por el hecho de ser urbana, en régimen de alquiler, asalariada, sin clausura mural, fuertemente insertada en la Iglesia local tal como indica el Concilio Vaticano II. Este estilo de vida resulta equilibrado por el hecho de que su identidad monástica está claramente afirmada por la profesión de votos y el testimonio comunitario de la alabanza litúrgica, mientras que el trabajo, a tiempo parcial, en la ciudad, amplía la función social del carisma. El gran mérito de tal resumen de sabiduría monástica consiste en despertar la imagen de Dios en el hombre y la mujer, así como su vocación al diálogo y a la comunión. De ahí el valor reafirmado de una fuerte vida comunitaria y fraternal, participando solidariamente en las condiciones existenciales padecidas en las ciudades de nuestro tiempo. Se saborea la alegría de ser cristiano, la conciencia viva del bautismo y de la vida consagrada como llamada al don de sí, más que un ideal a perseguir. Se respira una atmósfera virginal y nupcial, sin ambigüedades, donde brillan el sentido de lo esencial y un abandono a la misericordia que excluye todo proselitismo. ¡Qué presencia evangelizadora la de estos monjes y monjas sin pretensiones que, en la calle o en el metro, oran sin cesar y sonríen a todo el mundo! El Libro de Vida de Jerusalén anticipa de alguna forma la Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate del papa Francisco: una interpelación a seguir a Cristo, más que una doctrina de la santidad. Aunque fuera escrito en un estilo personal y para una comunidad particular, este libro conserva un valor universal, pues transmite con lenguaje actual una visión probada y reconocida que puede guiar a laicos, religiosos y sacerdotes en la vía de las bienaventuranzas de Jesús que el Santo Padre ha colocado en el centro de la vocación universal a la santidad. 8

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Un camino monástico en la ciudad

Todas las formas de vida consagrada, tanto contemplativas como activas, me parece que pueden sacar provecho de este libro de vida que recuerda que toda misión social pertinente a los ojos del mundo está enraizada en el carisma fundamental de la consagración a Dios. De ahí la promoción del silencio, de la adoración, de la alabanza y de la acción de gracias, características estas, a veces descuidadas, pero transversales a toda forma de consagración. Esta fuerte orientación teologal protege el carácter profético de la vida consagrada que emana precisamente del testimonio de la caridad de Dios y de su opción preferencial por los pobres a la manera de Jesucristo, para que esos pobres sean amados a través de las obras de misericordia, por la intercesión de contemplativos o por toda clase de sufrimiento solidario o substitutivo que se soporta por amor del Crucificado-Resucitado. Se debe tener en cuenta que su primera “misión” consiste en el Oficio litúrgico polifónico cuya belleza atrae al mundo y le invita a la intimidad de amor del Esposo y la Esposa, que se deja entrever en el canto armonioso de voces masculinas y femeninas unidas. En la sinfonía de carismas que embellecen la sacramentalidad de la Iglesia en nuestra época, este Libro de Vida describe por tanto una forma de vida evangélica nueva y antigua a la vez. Basta con volver a leer las razones que motivan la magnífica elección del bello nombre de “Jerusalén” para emocionarse y dejarse llevar por el movimiento espiritual de este carisma original y fecundo. Algo profundo y verdadero ha pasado en el alma de fuego de este sacerdote parisino para que otros corazones se inflamen con la misma llama y se reúnan en fraternidades monásticas y apostólicas bajo la guía maravillosa de la Madre de Dios. Monjes y monjas de Jerusalén, vuestro arrobamiento delante de la Gloria trinitaria del corazón traspasado de Jesús sobrepasa toda explicación, pero a quien quiere entenderlo ¿no da, él mismo, explicación del sentido último de la vida? Amar, ser amado y hacer amar al Amor, como decía maravillosamente santa Teresa del Niño Jesús. Dios sea alabado por vuestra existencia y por alimentar la llama de la Esperanza del Reino “en el corazón de las ciudades en el corazón de Dios”. © narcea, s. a. de ediciones

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Prefacio

Que el lector de este homenaje fraterno comprenda mi estima y mi gratitud por la consideración del fundador y de su familia espiritual que me han gratificado con el valioso apoyo de su ferviente oración y su amistad. † Cardenal Marc Ouellet Prefecto de la Congregación para los obispos En la fiesta de San Benito 11 de julio de 2019

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Introducción

A

vosotros, hermanos y hermanas, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor (Ef 1,2). ¿Quién soy yo, pecador y mortal, para proponeros un Libro de Vida cuya finalidad no es otra que caminar juntos hacia la santidad? Pero, por otra parte, ya que Dios así lo quiere, ¿cómo no aceptar convertirme en el instrumento inútil, del que Dios siempre quiere servirse (Hch 9,15; Lc 17,10), para intentar expresar en términos apropiados nuestra regla de vida, a partir del momento en el que a todos nos ha parecido conveniente, e incluso necesario y bueno? Con respeto y temblor me he puesto a la escucha del Espíritu Santo, y también me he puesto a trabajar, con la clara convicción de que nada tenía que dar de mí mismo, sino recibirlo todo de Dios para, simplemente, ordenarlo conforme a nuestro caminar y a nuestra situación actual, sostenido por la confianza y la oración de todas y de todos vosotros, cuya fuerza y profundidad he sentido tan claramente en estos días. Días de soledad, de oración y de silencio, en que, puesto de rodillas, he intentado recibir, de la Escritura y de la Tradición, lo que Dios mismo había sembrado ya en nuestros corazones y en nuestras vidas (Dt 30,14). A lo largo del libro he intentado, lo más posible, no hablar de otra cosa sino de lo que el Señor ya nos ha revelado y enseñado, apoyándome en la Sagrada Escritura, en el recuerdo vivo de Cristo, en la voz interior del Espíritu que impulsa e ilumina todo, y en lo que la Iglesia

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Introducción

practica y enseña desde hace siglos. Todo ello a partir de lo que, juntos, ya hemos podido experimentar y comprobar. Me ha parecido que era bueno recordarnos sin cesar la razón fundamental y la referencia esencial a partir de la que todo se ordena. Basándola, al mismo tiempo, en el ejemplo de la Santa Trinidad y en el Rostro de Cristo, referencia perfecta para una vida de caridad, oración, trabajo, silencio y acogida; modelo único de pobreza, castidad, obediencia, humildad y gozo. Igualmente, me ha parecido bueno y necesario apoyar todas estas llamadas en lo que tantos santos monjes y monjas, y en lo que nuestros Padres en la fe, han podido escribir o vivir en este mismo sentido y con idéntica finalidad. Y también, lo más posible, en referencia a la Virgen María, a quien nuestras Fraternidades están consagradas. Trataros “de tú” me ha parecido que era la mejor manera de traducir un diálogo directo, sencillo y personal; no un diálogo entre mí mismo y cada uno de vosotros, sino entre el Señor con cada una y cada uno de nosotros, hablando directa, sencilla y personalmente; como sucede en la mayor parte de las reglas monásticas y en el diálogo bíblico y litúrgico. Por eso, voluntariamente, he puesto pocas comillas y he escrito las citas al margen o a pie de página para expresar claramente lo que viene de Él y para que pueda consultarlas quien lo desee. Ahora nos toca acoger juntos este Libro de Vida que, más que una regla propiamente dicha, es un trazado espiritual que, con bastante precisión, da las grandes orientaciones fundamentales de nuestro camino, para guiar comunitariamente nuestro caminar y para ritmar armoniosamente nuestra vida. Este libro hemos de leerlo, orarlo, acogerlo y vivirlo con tanta humildad como verdad, con tanto fervor como obediencia. Una regla de vida vale, no por lo que proclama, sino por lo que de ella se vive. Una hermosa regla no vivida se queda en letra muerta, pero una regla imperfecta, bien vivida, se convierte en espíritu y vida. Ante los ojos de Dios no son justos los que escuchan la ley, sino los que la cumplen (Rom 2,13; Lc 11,28). 12

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Un camino monástico en la ciudad

Que Dios me perdone lo que en este Libro de Vida pueda estar pensado o escrito imperfectamente, y que nos dé a todos la gracia de tomarlo real y perfectamente en serio y la de mejorar con la perfección de nuestra vida la imperfección de lo que está escrito. De manera que sirvamos según la vida nueva del Espíritu y no según la letra vieja de la Ley (Rom 7,6). La gracia del Señor Jesús esté con vosotros (1 Cor 16,23-24). Os amo a todos en Cristo Jesús. Hermano Pierre-Marie Delfieux París, 29 de junio de 1978.

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Fraternidades

1 Amor

1 Ama Acoge con todo tu ser el amor de Dios. Él te ha amado primero. Permanece siempre anclado en esta certeza, la única capaz de dar sentido, fuerza y gozo a tu vida: Su amor jamás se alejará de ti, Él nunca romperá Su alianza de paz contigo. Los dones de Dios y Su llamada son irrevocables. Él ha grabado tu nombre en la palma de Su mano. Que tu alma, día y noche, esté llena de la presencia del Señor que te ama, y vivirás. Fortalecido por el gozo de esta inhabitación divina en ti y por el poder de este amor, nunca flaquearás. Si conservas fielmente, como María, este recuerdo en tu corazón, Dios, paso a paso, te invadirá, te construirá y te unificará. La acogida permanente de Su amor es tu primer deber de consagrado.

1 Jn 4,19

Is 54,10 Rom 11,29 Is 49,16

Sal 118,55.57

Is 26,9

Lc 2,19

2 Seguro de este amor gratuito, ama también al Señor que te ha creado a su imagen y semejanza. Ámalo con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, © narcea, s. a. de ediciones

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Gén 1,27

1. Amor

Lc 10,27

Jn 3,16

Flp 3,8

1 Cor 3,23

con todo tu ser, en una palabra, con toda tu persona y toda tu vida. En este amor absoluto y sin división consiste tu vocación monástica. Teniendo la certeza de que Él te ha amado entregándote Su vida, no puedes responder a este amor sino entregándole también la tuya. Dios te ha amado tanto al entregarte a Su Hijo único que tú has elegido responderle libremente entregándole toda tu vida. Esta ofrenda de todo tu ser al Amor por amor, te lleva a aceptar perderlo todo con tal de ganar a Cristo; así llegarás a comprender que todo es nada y que nada es todo1, ya que si todo es tuyo, tú eres de Cristo y Cristo es de Dios. Serás monje o monja si tu mirada es solamente para Dios, si tu deseo lo es únicamente de Dios, tu dedicación solo a Dios, no queriendo servir sino a Dios solo; en paz con Dios, llegarás a ser causa de paz para los otros2.

3

Gál 4,6 Gál 4,9 Jn 16,27 Jn 14,23 Gál 2,20

1 Cor 3,17

Si toda tu vida es una acogida libre y gozosa de Su amor y una búsqueda laboriosa y paciente de Su rostro, solo con el Solo, entonces serás como un verdadero hijo en Su presencia y, en tu corazón, el Espíritu de Su Hijo único clamará: “¡Abbá, Padre!”. Ahora que has conocido a Dios o, más bien, que Él te ha conocido a ti, si le amas, guarda Su palabra y el Padre te amará y el Dios Trinidad morará en ti. Entonces podrás decir que ya no eres tú quien vive sino que es Cristo quien vive en ti y serás un sagrario vivo donde Dios mora. Realmente consagrado a Dios, porque ese templo es sagrado y ese templo eres tú. 1  San Juan de la Cruz, Monte de Perfección, en Obras completas, BAC, Madrid 19737, pp. 435-437. 2  San Teodoro el Estudita, Catequesis menores, Harduini, París 1981, pp. 142-143.

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Un camino monástico en la ciudad

Todo lo que tendrás que hacer en la vida monástica es para llevarte a esta realidad. Dios, que es un fuego devorador, quiere consumirte totalmente en Su amor. Que estas palabras que el Señor te dicta hoy permanezcan en tu corazón. Haz eso y vivirás.

Heb 12,29 Dt 6,6 Lc 10,28

4 Ama a tus hermanos y a tus hermanas Sigue el camino del amor según el ejemplo de Cristo. No puedes pretender amar a Dios, a quien no ves, si no amas al hermano o a la hermana que vive junto a ti. Siendo la caridad la plenitud de la ley, la exigencia del amor fraterno viene a ser el resumen de toda tu vida monástica, como la caridad es el resumen de la ley y los profetas. En cada instante pregúntate sobre el amor porque a la tarde de la vida te examinarán en el amor3. Porque en el cielo lo único que haremos será amar en plenitud y por toda la eternidad, el monje quiere anticipar el reino; porque Dios es amor tal como Jesús nos lo ha demostrado y porque el monje busca imitar a Cristo; porque el primer mandamiento es amar y porque el monje obedece a Dios haciendo únicamente su voluntad, ama sin cesar, sin fisuras ni murmuraciones. Que el Señor te haga crecer y abundar en el amor con todos. De una vez por todas se te ha dado este breve precepto: Ama y haz lo que quieras. Si te callas, cállate por amor. Si hablas, habla por amor. Si corriges, corrige por amor. Si perdonas, perdona por amor. Mantén en el fondo de tu corazón la raíz del amor. De esta raíz no puede nacer más que el bien4. 3 San

Juan de la Cruz, Dichos de Luz y Amor, nº 59. ob. cit., p. 421. Agustín, Comentario de la primera Epístola de San Juan, VII, 8, SC 75, 1961, p. 329. 4  San

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Ef 5,2

1 Jn 4,20 Gál 5,14

Rom 13,10

1 Jn 4,16 Rom 5,8; Jn 15,12-13 Mc 12,29

1 Tes 3,12

1. Amor

5 Rom 7,18-20 Ap 12,10 1 Pe 5,8 Mt 13,25

Lv 19,18

Lc 10,27

Lc 9,23-27

Jn 15,13

Acepta y reconoce que tu espontaneidad no siempre es buena. Con lucidez, date cuenta de que tu ser profundo es egocéntrico, individualista, envidioso, agresivo y posesivo; y el diablo está ahí, acusando a tus hermanos, buscando siempre a quién devorar y sembrando la cizaña por la noche. Para abrirte al amor, deberás constantemente arrancarte del desamor. Sin este paso previo de humildad y de conversión, nunca sabrás amar. Amarás tanto mejor a tus hermanos y hermanas cuanto más sepas amarte a ti mismo. Si estás unificado, serás unificador; si estás en paz contigo mismo, serás pacificador. Ámate sencilla y audazmente con el mismo amor con el que Dios te ama y con este mismo amor, ama a tu prójimo como a ti mismo. Este es el segundo paso para amar al prójimo. Ámate hasta el olvido de ti mismo. Hay un amor que recibe, un amor que comparte, un amor que da y un amor que se entrega a sí mismo; finalmente, hay un amor que se inmola. Monje o monja, Dios espera de ti este último amor. Si un día puedes llegar a decir que ya no te buscas más a ti mismo, vivirás la vida más feliz que pueda conocerse5, y el amor de Dios se hará visible a través de ti. Este es el tercer paso en el amor a los otros.

6 Rom 12,5.10 Mt 18,19-20 Jn 15,12.17

Pídele a Dios, todos los días, que derrame en tu corazón el amor por tus hermanos y que ponga en sus corazones el amor por ti. Dios no puede negarle nada a una comunidad que ora así, porque esa es Su voluntad, que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado. 5  Santa

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Teresita de Lisieux, Consejos y recuerdos, Du Cerf-DDB, 1973, p. 105. © narcea, s. a. de ediciones

Un camino monástico en la ciudad

Allí donde no hay amor, pon amor y recogerás amor6. La susceptibilidad es el peor enemigo de la caridad; la humildad, su mejor compañera. En los conflictos, sé suficientemente inteligente y santo para ceder el primero y no pierdas nunca la unión profunda con tus hermanos por discusiones sobre pequeñeces. Tienes el derecho de airarte, pero no el de dejar que la puesta del sol te sorprenda en tu enojo. Toma el compromiso firme de orar todos los días por tus hermanos. Ora para amar y ama orando, y la gracia de Su amor podrá circular libremente. Recibe la llamada al amor fraterno como la apertura a un gran misterio, porque es por el amor como entrarás en el mismo ser de Dios. Donde hay amor, allí está Dios. Así pues, con tus hermanos, das cuerpo a Dios, traduces Su presencia y eres signo de Su acción. Que tu comunidad, por este amor, llegue a ser teofanía de Su Amor.

Flp 2,2-3

Ef 4,26

1 Tes 3,12-13

1 Jn 4,7-8 1 Jn 4,16

Jn 13,35

7 Para traducir concretamente y en verdad este amor, vivirás el compartir. Comparte el tiempo, la mesa, el techo, el salario y los bienes. No guardes nada solo para ti y, como Cristo, un día serás rico con todo lo que hayas dado. Que puedas decirle a cada uno de tus hermanos y hermanas de la comunidad: todo lo mío es tuyo. Tu seguimiento de Cristo no es una aventura solitaria, sino comunitaria. Este compromiso comunitario te invita a la mutua escucha, al estímulo recíproco y a la conversión fraterna, siendo solidario con los demás en la entrega mutua. Llevad las cargas los unos de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo. Con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportaos unos a otros con amor. 6  San Juan de la Cruz, ob. cit., Carta 27 a María de la Encarnación, Madrid, 6 de julio de 1591, p. 383.

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21

1 Jn 3,18

2 Cor 8,9

Lc 15,31

Hch 4,32.34

1 Cor 13,7

Gál 6,2 Ef 4,2

1. Amor

Mt 25,26 Hch 2,44-45

Rom 12,5

Jn 16,21-23

Sé atento con las hermanas y los hermanos enfermos, de salud frágil o avanzados en edad. Ellos tienen necesidad, particularmente, de tu afección fraterna y de tu oración. Estas hermanas y hermanos son una riqueza para las Fraternidades porque, de manera especial, son la imagen de Cristo: “Estuve enfermo y me visitasteis”. Entras por tanto en la Fraternidad para compartir desde el más pequeño detalle hasta el compromiso más fundamental y formar, con tus hermanos o hermanas, el Cuerpo vivo del Hijo único de Dios. De esta manera, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo; siendo, cada uno por su parte, miembros los unos de los otros. Si quieres esto y lo vives, el gozo del compartir hará desaparecer totalmente de ti el recuerdo de todos los sacrificios.

8 Rom 12,6 1 Cor 12

Ef 4,3-13

Jn 17,21

Jn 17,23

1 Cor 12,11

Con tus hermanos y hermanas, dotados de dones diferentes según la gracia que les ha sido dada, anhela construir la unidad respetando la diversidad. Pero no olvides nunca que la subida a la unidad es laboriosa y fácil la pendiente hacia la división. Solamente a partir de una fuerte unidad llegarás a descubrir la unidad en la verdadera diversidad. Para que la unidad no sea una amalgama sin forma o una conformidad disciplinaria, y para que la diversidad no sea un individualismo egoísta o una imaginación irreal, pídele a Dios Trinidad que te revele el secreto de Su unidad en la pluralidad. Que la unidad de tu fraternidad sea la expresión de un amor compartido. Que la personalidad afirmada de cada uno de tus hermanos y hermanas exprese la unidad asumida desde la libertad. Si rezas, estudias o trabajas, alégrate de que el otro trabaje, estudie o rece por ti7. Todo ello lo realiza el mismo y único Espíritu, distribuyendo sus dones a cada uno en particular, como Él quiere. 7 El

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Pseudo-Macario, La vida cenobita, 3ª homilía, PG 36, p. 467. © narcea, s. a. de ediciones

Un camino monástico en la ciudad

9 Para llegar a amar, sé transparente Déjate conocer y trata de conocer. El conocimiento predispone necesariamente al amor. Mediante la apertura de tu corazón, de tus actos y de tus pensamientos, aprenderás a coincidir mejor con tus hermanos y a no escuchar las trampas del Maligno. No te dejes engañar por Satanás. No ignores sus engaños. El que obra conforme a la verdad, se acerca a la luz. Sé lo suficientemente humilde para dejarte mirar en tu realidad y lo suficientemente misericordioso para ver sin condenar. Como paga de este doble esfuerzo llegarás a descubrir la dulzura y la delicia de vivir los hermanos unidos. Excluye para siempre de tu boca y de tu corazón la maledicencia, la murmuración y la envidia. Huye de las pequeñas controversias entre hermanos; nada divide tanto como las continuas discusiones por todo y por nada. Aprende a cortarlas a tiempo. No te permitas escuchar insinuaciones sobre tal o cual hermano. Sé fermento de unidad8. Al que en secreto difama a su prójimo, lo haré callar... No habitará en mi casa quien diga mentiras. Nunca hables ni escuches nada de un hermano ausente si tú no se lo has dicho antes a él, o no estás dispuesto a decírselo con toda claridad. Pide a Dios que tu fraternidad monástica irradie la presencia del Verbo, como un hogar de luz, icono viviente de la Trinidad.

Jn 10,14-15

2 Cor 2,11 Jn 3,21

Gál 6,1-10 Sal 132,1

Sant 3,2-10

Sal 100,5-7

Ef 5,8-9 Flp 2,5

10 No te canses nunca de perdonar, a fin de no darle ocasión al diablo. Desde el fondo de tu corazón, de manera natural, sé misericordioso y compasivo. El Señor te ha perdonado a lo largo de la jornada; en el silencio de tu alma, haz tú lo mismo, incansablemente, de todo corazón. 8 Regla

de Taizé, Presses de Taizé 1966, p. 47.

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23

Col 3,13; Ef 4,27-32 Lc 6,36 Mt 6,12 Lc 17,3; Mt 18,35

1. Amor

Col 3,13

Mt 18,15-18

Mt 5,46-48

Jn 20,23

Sant 5,16 Col 3,13

Si tienes alguna queja contra alguno de tus hermanos, ve sin tardar a reconciliarte con él mediante el perdón mutuo, los dos a solas; si esto no basta, confíaselo a los priores, que verán contigo cómo actuar para reconciliarte con ese hermano. Si esto no es suficiente, habla con él en presencia de algunos hermanos; después, se lo dices a la comunidad y todos juntos confiaros a la misericordia de Dios y al juicio del Espíritu Santo. Si alguien no quiere amar profundamente y perdonar, que no entre o no siga en la vida monástica. Con libertad de conciencia recibe, ante tu propio confesor, de acuerdo con el prior o la priora, la gracia del sacramento de la reconciliación. No puedes avanzar solo por el camino de la perfección sin la ayuda de un padre espiritual. Cada semana, vive con tus hermanos o hermanas la gracia del perdón mutuo delante de Dios, conforme a la palabra del apóstol que nos invita a confesar nuestros pecados los unos a los otros. Este perdón comunitario unirá la Fraternidad y hará crecer a cada uno en la luz y en la verdad. Siempre que tengas ocasión, acepta el vivir con tus hermanos la corrección fraterna, que será para ti gracia de ánimo y llamada a la conversión.

11 Col 3,12 Jn 15,15; Lc 12,4

Eclo 6,14-17

No te contentes con llamarte hermano de todos: sé también amigo de cada uno. Haz de cada hermano un amigo, sin que sea por ello tu amigo. A esto nos invita Cristo cuando ya no nos llama siervos, sino amigos. La verdadera amistad nos realiza, nos libera, nos fortalece, nos hace crecer. Por el contrario, la amistad demasiado natural o particular nos empequeñece, nos divide, nos oscurece. Cultiva la primera y guárdate firmemente de la segunda. Por encima de todo vive la comunión. Tal es el manantial del que vivimos, en él fuimos elegidos por Dios antes de la 24

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Un camino monástico en la ciudad

creación del mundo y hacia él nos convoca Su llamada que nos ha reunido en un solo Cuerpo. En medio de este mundo roto, que la unidad de los diferentes carismas construya la armonía de un templo santo y que la diversidad de los miembros forme la cohesión de un único Cuerpo. Por encima de todo revestíos de la caridad, que es el vínculo de la perfección y serás, con tus hermanos y hermanas, en medio de las ciudades, el signo gozoso de la comunión fraterna y, a través de ella, un puro destello de Dios. Esa es la gloria que Él te ha dado a compartir. Que este mundo, en el que vivimos y del que ya no somos, nos reconozca como discípulos suyos, en el signo del amor que nos tenemos los unos a los otros.

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25

Ef 1,4 Col 3,5

Ef 2,21; 4,16

Col 3,14

Jn 17,22

Jn 13,34-35

2 Oración

12 Ora Así como Jesús oraba, ora tú también. Toda Su vida estaba vuelta hacia el Padre, en incesante ofrenda, en escucha permanente; siendo un himno interior de adoración, de amor, de acción de gracias e intercesión continua por los hombres. Mediante la oración, permanecía tan unificado y tan unido a Dios que se podía afirmar que vivía en el Padre y el Padre en Él. En este sentido, Jesús es el monje perfecto y, por lo tanto, el único modelo para ti. De modo más visible aún, Jesús elegía tiempos y espacios privilegiados para hacer todavía más intensa y manifiesta Su oración: en el templo, sobre la montaña, en el desierto, en un lugar apartado, o sencillamente, en cualquier lugar; en el transcurso de la jornada y del camino. De día o de noche, solo o con Sus discípulos, Jesús oraba9. En esta relación de amor incesante y a través de estos tiempos y lugares privilegiados de oración, se desarrolla Su vida filial y resplandece la luz de Su santidad. Viéndole a Él se podía ver al Padre. 9  Referencias bíblicas de este párrafo: Lc 2,41; Mt 21,12; Jn 2,14; Mt 5,1; Lc 6,12; Lc 9,28; Mc 3,13; Mc 1,45; Lc 5,16; Mt 14,13; Lc 11,1; Lc 6,12; Mt 26,36; Lc 9,18; Lc 3,21.

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27

Lc 11,1

Jn 10,38

Jn 14,10-11; 16,32

Jn 12,45-46; 14,9

2. Oración

Gál 4,6 Mt 26,38; 40-41 Lc 11,1

Mc 10,28

1 Tes 5,17

Si tú, pues, hermano o hermana, que también eres hijo e hija de Su mismo Padre, quieres saber cómo, por qué, dónde y cuándo orar, no tienes más que mirar a Jesús y, sin cansarte, haz como Él, porque solo Él puede enseñarte a orar. Llamándote a la vida monástica, Jesús te invita a consagrarte enteramente a esta obra esencial por la que has aceptado abandonarlo todo. Habiendo elegido ser monje, monja, eliges hacer de tu vida una oración y de la oración tu vida. El único ideal del monje es la perfección del corazón que consiste en permanecer constantemente en oración10.

13 Jn 16,13-14

Rom 8,9 Rom 8,26

Rom 5,5 Gál 4,7; Rom 8,17

Jds 1,20 1 Tes 5,19 Lc 11,13

Mt 6,6 Jn 3,21 1 Tes 5,5 Ef 5,19 Mt 7,7; 21,22 Lc 21,36

Lc 10,42

El maestro de tu vida de oración es el Espíritu Santo. Si no sabes orar como es debido, el Espíritu vendrá en ayuda de tu debilidad, pues es el mismo Espíritu quien intercede por ti y te enseña a orar como conviene. Cree que el amor de Dios ha sido derramado en tu corazón por el Espíritu Santo que Dios te ha dado. Así que ya no eres esclavo, sino hijo. Hijo de Dios y heredero de las promesas de Su gloria divina. Así pues, cuando ores, hazlo desde el Espíritu Santo. No apagues jamás en ti el Espíritu Santo. El Padre no puede negártelo si tú se lo suplicas. Es en la oración donde te encuentras con Dios, le escuchas, le hablas, acoges Su amor y le respondes. Por la oración, llegas a conocerte de verdad y a construirte a ti mismo, aclaras tus caminos y fortaleces tu corazón. Por la oración puedes comprender y comunicarte mejor con los hombres ayudándoles más en profundidad; por la oración alcanzas en este mundo la suprema eficacia. Por Dios, por el mundo y por ti; vela y ora sin cesar. No hay tarea más hermosa encomendada al hombre que la contemplación. 10 San

28

Juan Casiano, Conferencias, IX, 2. © narcea, s. a. de ediciones

Un camino monástico en la ciudad

14 Haber elegido orar en el corazón de la ciudad significa que tu vida está en el corazón de Dios. No has abrazado el monacato urbano en nombre de la solidaridad, del apostolado o incluso del testimonio sino, ante todo, por la contemplación de Dios gratuita e incesante, en su más hermosa imagen, que no es la soledad ni la montaña ni el desierto o el templo, sino la ciudad de los hombres, rostros del rostro de Dios y reflejos del icono de Cristo. Monje, monja de Jerusalén, estás presente en el corazón de la Ciudad-Dios. Sin embargo, no has elegido separar la oración de la vida, sino unirlas. Llevar la oración a la ciudad y la ciudad a tu oración. Vivir el lazo entre acción y contemplación: trabajo y contemplación, calle y contemplación. Como Jesús, María, los apóstoles y tantos monjes lo han hecho. Que su ejemplo sea tu apoyo y tu esperanza.

Hch 2,46 Jn 13,20

Gén 1,27

Ez 48,35 Sal 135,21

Is 60,14

Is 62,5 1 Cor 10,31 Lc 2,51-52

15 Sabes que la oración es difícil. Es el lugar por excelencia de la gratuidad, el ámbito de lo invisible, a menudo de lo insensible, de lo incomprensible, de lo inefable, de lo inesperado. Te será duro amar a un Dios cuyo rostro nunca has visto11. Tu oración será un combate hasta el último suspiro12. En este sentido, Dios ha armado tus manos para la batalla y te ha cubierto la cabeza para el día del combate. Combate, pues, el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y en vista de la cual has hecho tu profesión de fe monástica. No pongas tu dicha y tus delicias en lo que puedas entender o sentir de Dios en la oración sino, sobre todo, en lo que 11 Cf.

San Juan de la Cruz, ob. cit., Cántico Espiritual B, canción 11, nº 5, p. 729. Agathon, Les sentences des Pères du désert, (col. alphabétique), ed. de Solesmes, 1981, p. 39. 12 Abba

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29

Lc 18,1

Ef 6,13 Sal 143,1 Sal 139,8; Mt 10,34

1 Tim 6,12

2. Oración

Ex 3,1-14

1 Cor 3,15 Mt 7,14 Mt 6,6 Eclo 7,5 Jn 14,27; 15,11

2 Cor 3,18

Gál 2,20

Jn 10,34-35; Ef 3,19 Jn 17,24; 2 Cor 4,6

no puedes ni sentir ni entender... Dios está siempre escondido y es difícil encontrarle. Permanece sirviéndole así escondido, en lo secreto, incluso cuando creas encontrarle, sentirle o entenderle. Cuanto menos lo comprendas, más cerca estarás de Él13. La oración te revelará que Dios es siempre el Totalmente Otro, y tú, aquel que nunca llega a su altura. La oración te mostrará que Dios es alguien más íntimo a ti que tú mismo14. Atravesando el crisol, como a través del fuego, entra por la puerta estrecha por la que no puedes pasar nada, y entra en el lugar más hondo de tu corazón que contiene a Aquel que el universo no puede abarcar. En la oración encontrarás la paz, la luz y el gozo. Ella será fuente de amor y fuerza de tu vida. Para aclarar tu inteligencia, ora. Para discernir tu camino, ora. Para unificar tu ser, ora. Para iluminar tu rostro y alegrar tu corazón, ora. Para incorporarte a Cristo, ora: ya no eres tú el que vive, sino Cristo quien vive en ti. He aquí que, poco a poco, vas siendo iluminado, lavado, purificado, reconstruido, vivificado y colmado de gozo. Te encontrarás divinizado y podrás entrar en plenitud en la plenitud de Dios.

16 Hch 14,22

Jn 15,5

Lc 18,14 Eclo 21,5

En el camino de este combate y de esta gloria, tendrás que aprender todos los secretos de la oración. Ora como un pobre. Eres frágil, inconstante, distraído, radicalmente incapaz de alcanzar a Dios y de acogerle. Eres pecador delante del Dios tres veces santo. Acepta tu pobreza, sabiendo que Jesús ha bendecido la oración del humilde publicano. La oración del pobre llega hasta los oídos de Dios.

13 San

Juan de la Cruz, ob. cit., Cántico Espiritual B, canción 11, nº 5, p. 729.

14  San Agustín, Confesiones III, VI, 11, (biblioteca agustiniana 13), DDB 1962, p. 383.

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Un camino monástico en la ciudad

Ora como un niño. Queridos, ahora somos hijos de Dios. No entrarás en Su reino si no llegas a hacerte como un niño. No entrarás en el cielo sino creyendo en Él con tu fe de niño. Deja, pues, que llegue a ti el canto de los labios de los niños, de los más pequeños. Hijo de Dios, conducido por el Espíritu de Dios, tendrás parte en la santa libertad de los hijos de Dios. Ora en el nombre de Jesús. Sé hijo en el Hijo y el Padre no podrá negarte nada. Quizás, hasta ahora no has pedido nada en Su nombre. Pide y recibirás y tu alegría será completa. Todo lo que pidas en Su nombre, Jesús lo hará; el Padre te lo concederá. Todo es posible para el que cree y todavía más para el que ama, pues si amas estás acogiendo en ti la omnipotencia de la Trinidad. Si amas y crees verdaderamente, por tu oración en el nombre de Jesús podrás alcanzarlo todo.

1 Jn 3,2 Mt 18,3 Mc 10,14 Sal 8,3

Rom 8,14-21

Jn 16,27

Jn 16,24 Jn 14,13; 15,16 Mc 9,23 Jn 14,23

17 Ora en el Espíritu Santo, porque el Espíritu de Dios habita siempre en ti y porque has recibido el Espíritu de hijo adoptivo que te hace clamar: “¡Abbá, Padre!”. Déjale morar en ti, en lo hondo de tu pobreza, déjale que sea Él mismo quien interceda por ti con gemidos inefables. Por la oración, sé dócil a Aquel que te revelará la verdad completa y te colmará de todos Sus frutos. Y como el Espíritu es tu vida, que el Espíritu, orando en ti, te haga también obrar. Ora con una gran confianza. Tu oración, ante el corazón de Dios, es mucho más poderosa de lo que te imaginas. La oración ferviente del justo tiene un gran poder. Jesucristo te lo dice: todo lo que pidas en la oración en Mi nombre, cree que ya lo has recibido y lo conseguirás. Ora con perseverancia. Con el gozo de la esperanza, constante en la prueba, perseverante en la oración. Que la oración te mantenga vigilante en la acción de gracias y tu © narcea, s. a. de ediciones

31

Ef 5,18 Rom 8,9

Rom 8,26 Jn 16,13

Gál 5,22.25 Mc 5,36 Sant 5,16

Mc 11,24

Rom 12,12

2. Oración Col 4,2 Lc 18,1-8 Lc 11,8

perseverancia, aun a riesgo de ser importuna, será correspondida: gracias a tu insistencia Dios se levantará y te dará todo lo que necesitas.

18 1 Pe 5,8

Bar 4,21.27

Lc 6,12; 10,2

Lc 21,36

Mt 6,7 Jn 6,68 Mt 6,5 2 Re 4,33

Mt 6,6

Mt 18,19 Ef 5,19 Hch 2,1-4; Jn 15,7-16

Ora con ánimo, pues los obstáculos nunca te faltarán, desde el diablo, enemigo encarnizado de tu oración que, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar, hasta las múltiples solicitaciones del exterior y de tu pereza innata. Acuérdate de la promesa del profeta: “¡Ánimo, hijos! Gritad a Dios que os libre del poder enemigo”. Al final del esfuerzo encontrarás la paz. En los momentos importantes intensifica la oración: a la hora de tomar decisiones, en las dificultades, en las tentaciones, ante situaciones de recíproca incomprensión, como lo hizo el mismo Jesús. Sé vigilante y ora en todo momento para tener la fuerza de escapar de todo lo que te pueda acontecer y poder mostrarte firme en la presencia del Hijo del hombre. Ora con sobriedad y sencillez. Orar es un estar corazón a corazón, Dios y tú, no hace falta ni grandes ideas ni muchas palabras. La oración debe conducirte, poco a poco, a la pura escucha de Aquel que tiene palabras de Vida eterna. Ora en secreto. Solamente cuenta para ti la densidad de la presencia de Dios, que tu oración personal y solitaria alimentará. Cuando quieras orar, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí, en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Ora con tus hermanos y tus hermanas, pues sabes que allí donde están dos o tres reunidos en su nombre, Jesús está en medio de ellos y, además, el Espíritu acompaña especialmente la oración compartida. Al Padre, ¡le gusta tanto escuchar la oración común de los hermanos, reunidos en torno al Hijo único! 32

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Un camino monástico en la ciudad

19 En resumen, aspira, por todos los medios, a orar constantemente, sin cansarte, sin interrupción, poniendo siempre al Señor delante de ti; como el salmista y como el sabio, meditando continuamente los mandatos del Señor. Permanece siempre alegre, ora sin cesar, y da gracias en toda circunstancia. Esto es lo que Dios quiere de ti en Cristo Jesús. Venerar y honrar a Aquel que tú crees que es la Palabra, y por Él al Padre; este es tu deber, y no solamente en determinados momentos, como hacen algunos; sino continuamente, durante toda tu vida y de todas las maneras. La oración es una conversación íntima con Dios y Él escucha continuamente esta voz interior. La persona verdaderamente espiritual ora durante toda su vida, pues orar para ella es una gracia de unión con Dios, y por ello rechaza todo lo que es inútil, porque ya alcanzó aquel estado donde, de alguna manera, se ha recibido la perfección, que consiste en obrar por amor. Toda su vida es una liturgia sagrada15. Cuando todo tu amor, todos tus deseos, todos tus esfuerzos, toda tu búsqueda, todo tu pensamiento, todo lo que vivas y todo lo que hables, todo lo que respires no sea sino Dios; cuando la plena unidad del Padre con el Hijo y del Hijo con el Padre hayan pasado a tu alma y a tu corazón16, entonces conocerás la incomparable alegría de la oración continua y vivirás la verdadera vida.

Lc 18,1 Sal, 15,8 Eclo 6,37 Ef 5,20 1 Tes 5,16-18

Col 4,2

20 Ora por la mañana, con tus hermanos y hermanas, antes de ir al trabajo, y con aquellos que van a trabajar, diciendo: me adelanto a la aurora pidiendo auxilio; Señor, espero en tu palabra. 15 San 16 San

Clemente de Alejandría, Stromata, VII, 7, Stahlin, Leipzig 19097, p. 27. Juan Casiano, Conferencias, X, 7, SC 54.

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33

Sal 118,147

2. Oración

Mt 27,45

Lam 2,19

Dn 6,11

Ora al mediodía, en medio del trabajo, con los que están trabajando; a la hora sexta, cuando Jesús ofreció su vida por ti y por la salvación del mundo. Ora por la tarde con quienes vuelven del trabajo, al declinar el día, o en las primeras horas de la noche, haciendo de todo eucaristía. Que la celebración litúrgica, tres veces al día, te reúna con tus hermanos en tu iglesia, delante de Dios. Las ventanas del cuarto de Daniel estaban orientadas hacia Jerusalén, y tres veces al día se ponía de rodillas, orando y alabando a su Dios. Así lo hacía siempre.

21 Mc 14,37 Is 21,11

Sal 129,6 Sal 118,62

Is 62,6; 1 Tes 5,5-6

Lam 2,19

Jn 16,14

Jn 14,23 Mt 6,6

Sal 1,1.2

Todas las semanas, el jueves, en recuerdo de Getsemaní, donde nadie pudo velar una hora con Jesús, ora por la noche, en el centro de las miserias y de las alegrías de la ciudad donde Dios te ha puesto como un centinela que espera la aurora, implorando también el perdón por tu pecado y dándole gracias por Sus maravillas. Levántate en medio de la noche, y dale gracias por Sus justos mandamientos. Para ser Sus centinelas nos ha llamado a la Iglesia, para estar de pie sobre las murallas de la ciudad. Levántate por la noche al comienzo de las vigilias y, como el agua, derrama tu corazón delante del Señor, tu Dios. Diariamente, por la tarde, abre tu corazón a la meditación de las Escrituras y, en la gratuidad de la lectio divina, deja que el propio Espíritu Santo construya en ti un alma de discípulo y ábrete al gozo de Su divina Presencia, según la promesa de Jesucristo: “si alguien me ama vendremos a él y moraremos en él”. Que tu celda se convierta en un oratorio. El secreto de tu dicha está ahí: “Dichoso el hombre cuyo gozo es la ley del Señor, y medita Su ley día y noche”. 34

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Un camino monástico en la ciudad

22 La oración hará de ti un liturgo. Esta es tu vocación de monje y monja en la ciudad. Como lo canta el salmista, darás gracias en la gran asamblea y alabarás a Dios en medio de un pueblo numeroso. Que ello no te produzca ni tristeza ni vanidad. A esto te ha llamado Dios y Él mismo se complace en su pueblo. Para eso has recibido la misión de alabanza y de intercesión. No olvides que orar en el templo de Dios es orar en comunión con la Iglesia, en unión con el Cuerpo de Cristo; ahora bien, el Cuerpo de Cristo está formado por todos los creyentes; así, pues, quien ora en el templo es escuchado, porque ora en espíritu y en verdad y ora en comunión con la Iglesia17. Ama la liturgia que tu comunidad ha elegido. Sé fiel y puntual. Muéstrate tan dócil como activo, sabiendo que realizas un servicio eclesial y estás haciendo lo que a Dios le agrada. “Los llenaré de júbilo en Mi casa de oración; sus holocaustos y sacrificios serán aceptables sobre Mi altar; porque Mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos”. Ama la iglesia donde se celebran los oficios litúrgicos; en este templo santo has de mostrarte lleno de respeto, de calma, de serenidad y de recogimiento; a fin de que, viendo tu ejemplo, todo en tu entorno ayude a la oración y a la paz. Al ponerte para los oficios la cogulla o la capa litúrgica, debes recordar que, bautizado en Cristo has sido verdaderamente revestido del Señor y que tu ser entero se ha convertido en un canto de alabanza de Su gloria. Reviste la túnica o la capa y habítala con la doble luz de Cristo que te envuelve y del Espíritu que te ha invadido. Sé, pues, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu para gloria del Padre.

17 San

Agustín, Sermón 336, 6; PL 38, ob. cit., p. 1571.

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35

Sal 34,18 Sal 149,4 Col 3,16

Ex 12,16; Sal 21,23

Is 56,7

1 Col 11,1ss

1 Tes 4,12 Ap 7,9 Gál 3,27 Ef 1,14 Rom 8,9-11 1 Cor 6,19; Jn 6,56

2. Oración

1 Cor 11,26

Rom 12,5 1 Cor 12,27; Jn 6,56

En fin, que la Eucaristía sea, cada día, la cima de tu oración continua porque ese es el momento en que alcanzas el más alto grado de unión con tus hermanos, con quienes formas el Cuerpo de Cristo, siendo cada uno miembro por su parte, y con Dios que mora en ti, mientras moras en Él.

36

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3 Trabajo

23 Trabaja El hombre trabaja. El cristiano trabaja. El monje trabaja. Por esta triple razón resulta evidente que has de trabajar con celo18. Mediante tu trabajo, imita y únete a tu Dios. El Padre, que crea, juzga y sostiene el mundo, trabaja. El Hijo, que se hizo carpintero y con Su Palabra mantiene el universo, trabaja. El Espíritu, que actúa sin descanso renovando los corazones y la faz de la tierra, trabaja. Alégrate de vivir, mediante el trabajo, a imagen de Dios. Para asociarte al perfeccionamiento de Su creación y someterte la tierra; para participar en Su redención ganándote el pan con el sudor de tu frente según la orden de Dios, hijo de Adán pena trabajando con tus propias manos. 18 San

Basilio, Grandes Reglas (GR) 37, p. 121.

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37

Gén 3,17-19

Jn 5,17

Mc 6,3; Heb 1,3

Sal 103,30

Gén 1,28 Gén 3,19 1 Cor 4,12

3. Trabajo

1 Cor 3,9 1 Cor 10,31

Mediante tu trabajo vive la pascua cotidiana del esfuerzo a la ofrenda, de la obligación a la aceptación, y pasa del hombre esclavizado al hombre que coopera filialmente. Que tu ser así unificado haga todo por la gloria de Dios. Gracias al trabajo, al mismo tiempo, te desarrollarás y te purificarás, serás solidario con los hombres y cercano a Dios.

24

2 Tes 3,8 Hch 20,35

Ef 4,28 Ecl 11,6

1 Tes 4,11 2 Tes 3,10 2 Tes 3,12

Eclo 31,4 Mt 10,10

Una doble necesidad te invita a trabajar: por una parte, cubrir las necesidades de la comunidad que vive del propio trabajo de cada uno, de modo que ni tus hermanos ni tú seáis gravosos para nadie; por otra parte, para asistir a los débiles y acudir en ayuda de los necesitados19. La caridad será quien presida todos tus trabajos, y su fruto será para tus hermanos y para los pobres. No dejes tus manos ociosas hasta la tarde. Ten como un honor el trabajar con tus manos. Si no quieres trabajar, tampoco comas. Trabaja tranquilo en el Señor Jesús y come el pan que tú mismo hayas ganado. Si eres el pobre que trabaja, pues sin trabajar no se tiene de qué vivir, eres el trabajador que también merece su sustento. Que tu trabajo sea tal que haga de ti un hombre humilde y libre.

25 1 Tes 4,11

Ex 20,9.35,1

Dt 5,13 Lc 13,14; Mc 6,3

Con tu trabajo expresas tu solidaridad con las gentes de la ciudad y con el mundo de los trabajadores que viven de él, lo buscan, lo promueven o lo soportan. El trabajo será para ti lugar privilegiado de encuentro con tus hermanos allí donde están y también será un servicio vivido en el corazón de la ciudad en la que debes insertarte, porque hay una semana laboral en la que hay que trabajar. Y Jesús, como hombre, lo ha dicho y lo ha hecho. 19 San

38

Basilio, GR 42, p. 131. © narcea, s. a. de ediciones

Un camino monástico en la ciudad

Para estar a la vez más cerca de todos y subrayar tu libre dependencia, rehusarás todo trabajo autónomo. En la medida de lo posible, serás un asalariado, acordándote de que el obrero merece su salario. De esta manera aprenderás la dependencia y la humildad de la sumisión. Recibirás en una mano para darlo con la otra, sin cerrarla sobre tus propias ganancias. Eligiendo trabajar lo necesario, pero no más de lo que debes trabajar, y primordialmente no por una obra perecedera, sino por aquella que permanece para la vida eterna; en medio de un mundo donde el trabajo es sacralizado, a menudo hipertrofiado, lugar de enfrentamiento, de concurrencia, de alienación, de acumulación competitiva y de riquezas materiales, tú debes situarte en libertad y contestación.

Mt 10,10

Lc 10,7 Mt 6,3 1 Tim 6,18

Jn 6,27-28

Lc 12,16-21.31-32

26 Trabajando a tiempo parcial y, por lo general, por un salario mínimo, recuerda al mundo, sin palabras, sino con tu propia vida, los valores de la oración, de la gratuidad, del silencio, de la vida fraterna, de la acogida, de la paz y de la alabanza; y que a todos nos es necesario buscar primero el Reino de Dios y Su justicia. Pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se destruye o se arruina a sí mismo? Acepta con lucidez y con humildad trabajar fuera de casa solamente a media jornada, a fin de reservar para la contemplación, la vida comunitaria, la soledad, el estudio, la acogida y el descanso el tiempo necesario para vivir una vida pacífica y equilibrada. Quizás en todo esto es donde Jesucristo sitúa, al menos para ti, la dimensión profética de tu vida monástica. Serás testigo de estos valores no abandonando el mundo, sino permaneciendo en él sin ser de él. Acepta vivir de esta manera con humildad y valentía, sin poder justificarlo la mayoría de las veces, incluso sin poder decirlo. Asume vivirlo en la imperfección de la ruptura, e incluso con la sensación de que te estás rompiendo a ti mismo: si quieres seguir a Cristo, niégate a ti mismo y toma tu cruz de cada día. © narcea, s. a. de ediciones

39

Mt 6,33 Lc 9,25

Lc 10,38-42 Lc 9,57-62

Jn 17,15-16

Lc 9,23 Mt 16,24

3. Trabajo

Ef 6,18

1 Tes 5,17; 2 Tes 3,8

Para expresar al mundo del trabajo el valor de la contemplación en soledad, y al mundo de la contemplación la riqueza del trabajo en compañía de otros, ora trabajando y lleva tu trabajo a la oración. Dale al trabajo todo su valor, uniéndolo al de aquel divino obrero, el carpintero Jesús20. Según la experiencia de los antiguos monjes, puedes cumplir con tu deber de orar incluso trabajando21. De esta manera puedes, al mismo tiempo, siguiendo el consejo del apóstol, orar sin cesar y trabajar día y noche.

27 Sal 103,23 Mt 21,28

Sal 89,17

Lc 17,10

Ecl 5,11; Dt 14,29

Mt 22,21 Rom 13,7 Ef 6,15

Sal 86,2

Por la mañana, cuando el hombre sale a su faena, para hacer su trabajo hasta la tarde, escucha la voz del Señor que te dice: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. A lo largo del día, repítele: “Haz prósperas, Señor, las obras de mis manos”. Por la tarde, ofrece todo a tu Padre diciéndole: “No soy más que un siervo inútil, he hecho lo que tenía que hacer”. Entonces, dulce será tu sueño de trabajador y Dios bendecirá la obra de tus manos. Tu papel no es adoptar un compromiso en el terreno de la política, lugar de tantas divisiones, compromisos y enfrentamientos; sino de anunciar claramente con tu vida la justicia, la verdad y el Evangelio de la paz. Estás comprometido en la política, siendo monje en el corazón de la ciudad, de la polis, que Dios tanto ama.

28 Lc 17,7-10

No puedes elegir tu trabajo por iniciativa personal. Serás digno de desaprobación si no aceptas un trabajo impuesto, pecando entonces de suficiencia y desobediencia22. 20 Hno.

Carlos de Foucauld, Oeuvres spirituelles, ed. Seuil, París 1958. Basilio, GR 37, p. 121. 22 San Basilio, GR 41, p. 129. 21 San

40

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Un camino monástico en la ciudad

Acepta con la misma alegría un trabajo fuera de casa que otro dentro de casa, según lo que convenga y lo que se te pida. Que no te tire la vanidad si ganas mucho ni la amargura si ganas poco, sabiendo que, con tus hermanos y hermanas, orando, estudiando o trabajando, todos juntos debemos dedicarnos, ante todo, a la obra de Dios, con un solo corazón, una sola alma y un mismo espíritu, trabajando primero en la obra de Dios y, más allá de las tareas necesarias, elegir juntos el vivir la mejor parte. Todo es importante, pero solo Dios basta23. Discierne con el prior o la priora y el consejo, el trabajo que puedes elegir o aceptar. Y precisa con ellos las condiciones en las cuales debes asumirlo. A este respecto, confía en la sabiduría de los Antiguos y de los Padres cuando decían: Se puede esbozar este principio general: hay que elegir trabajos que mantengan la paz y la tranquilidad de nuestra vida; y que no originen muchas dificultades técnicas ni exijan reuniones perjudiciales o innecesarias24.

29 Para que tu trabajo pueda conducirte a la unificación de tu ser, al encuentro de su valor más profundo y de su escondida dimensión mística, vigila para que sea: Útil: Tu trabajo no debe ser ni un pasatiempo, ni una condescendencia, ni una concesión; eso lo convertiría en algo vano y caprichoso. Bien hecho: cada uno debe estar atento a su propio trabajo y aplicarse a él con esmero, acabándolo íntegramente bajo la mirada de Dios, haciéndolo de buena gana, diligentemente... sin pasar fútilmente de una ocupación a otra. 23 Santa Teresa de Jesús, Obras completas, ed. de Espiritualidad, Madrid 1963, p. 1187. 24 San

Basilio, GR 38, p. 126.

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41

Flp 2,2

Jn 6,29; Lc 10,42

1 Pe 2,11-17

3. Trabajo

Hch 4,34-36

Flp 4,4-5

2 Cor 4,2

Rom 13,8; Gál 5,14

Flp 2,12-13

Col 3,23

Pobre: en su doble dependencia del patrono y de la comunidad; reducido en cuanto al tiempo, solidario con todos, su ganancia es entregada al instante sin poderte enriquecer nunca. Vivido como un testimonio dado por tu responsabilidad y seriedad, tu fidelidad, tu espíritu de servicio, tu alegría, tu solicitud, tu discreción y tu entusiasmo; una fe que no hace proselitismo, pero que tampoco calla por vergüenza. Equilibrado y realista, respetando tus otros compromisos, tu día de desierto, tu asistencia a la liturgia; un trabajo exigente, pero sin que llegue a ser agotador ni alienante. Que sea para ti, esencialmente, ocasión de oración y de caridad, pues es en el amor donde reside toda perfección. Por encima de todo, trabaja con temor y temblor en llevar a cabo tu salvación, sin olvidar que Dios está ahí, trabajando en ti, a la vez, el querer y el obrar para llevar adelante sus maravillosos designios. Sea cual sea tu trabajo, hazlo con toda el alma, como si fuese para el Señor.

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4 Silencio

30 Entra en el misterio del silencio El fin de tu vida no es callarte, sino amar a tus hermanos y hermanas, conocerte a ti mismo y acoger a Dios. Necesitas aprender a escuchar, a entrar en lo más hondo de tu ser y a elevarte por encima de ti mismo. El silencio te invita a todo ello. Búscalo, pues, con amor y vigilancia. Sin embargo, desconfía del falso silencio: tu silencio no debe ser ni taciturno ni huraño ni puramente disciplinario ni sistemático ni tampoco un silencio tenso ni somnoliento. El verdadero silencio abre a la paz, a la adoración y al amor. Vive el silencio, no te limites a soportarlo. Solamente llegarás a amarlo cuando conozcas su valor y su riqueza. Ninguna teoría podrá convencerte de ello, pero cuando lo hayas gustado, no podrás pasar sin él. Por dos motivos puedes elegir el silencio que se practica de cara a Dios, de espaldas al mundo: bien porque ya has alcanzado el grado de pureza y de ciencia que te hace sentir © narcea, s. a. de ediciones

43

Mc 12,29-31

Is 26,20

Lc 2,51

1 Pe 3,8-12 Jn 4,23

Lam 3,26

4. Silencio

Lc 2,19 2 Cor 4,6

a Dios, o porque has oído a alguien hablar de este bien y, apoyado en sus palabras, te apresuras a adquirirlo25. Pide en la oración la gracia del verdadero silencio, cuyo secreto conoce María, que conservaba fielmente todos sus recuerdos y los meditaba en su corazón. Si amas la verdad, sé amante del silencio. Como el sol, el silencio hará que seas iluminado en Dios. El silencio te librará de falsos conocimientos y te abrirá al mismo Dios26.

31 Sab 18,14-15

1 Re 19,12

Sal 130,2

Sal 118,33-40

Rom 8,15-17

Dios es silencio. Su Palabra todopoderosa nos ha venido desde Su silencio apacible. Fue en el murmullo de una suave brisa donde Dios se reveló a Su profeta. El silencio te abrirá a la escucha de la Palabra suprema, haciéndote oír desde el fondo de tu corazón una voz que te susurra: Ven hacia el Padre27. Desde este silencio, entrarás en el misterio de Dios y abrirás tu alma al gozo de Su presencia y a la gracia de la adoración. El silencio material te introduce en el silencio espiritual, y el silencio espiritual te eleva a vivir en Dios; pero si dejas de vivir el silencio, nunca podrás tener conversación con Dios28. El silencio te conduce a Dios y Dios te introduce en Su silencio: el que hace la voluntad de Dios nunca deja de oír su voz interior. Que el Señor ponga en lo más profundo de tu ser una espera y una llamada que orienten tu vida a recibir y a guardar la Palabra del Padre, que es Su Hijo, en la paz del Espíritu. Saborea esta Palabra divina pronunciada en silencio: silencio trinitario que es plenitud de delicadeza, escucha, respeto, 25 Filoxeno

de Mabbug, Homélies, SC 44, París 1956. de Nínive, citado en Le Feux du désert, Andenne (Bélgica), T. II, p. 196. 27 Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, VII, 2, SC 10, 1969, p. 117. 28 Filoxeno de Mabbug, Lettre à un juif converti, 21; en Pl. Deseille, La fournaise de Babylone. 26 Isaac

44

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Un camino monástico en la ciudad

diálogo y amor. Solamente la contemplación de este misterio podrá llevarte a vivir el secreto del silencio interior, y todo tu ser, desde el silencio apacible y profundo, manifestará a Dios. Serás, como Juan, testigo de la luz. En el trabajo, en la calle, en tus idas y venidas solitarias, en los transportes públicos, en medio del bullicio de la ciudad, lleva contigo el secreto del silencio interior. Resérvate cada día prolongados espacios de silencio, y al llegar la noche medita en tu lecho en paz y en silencio. Dios vive en ti, escúchale. El silencio es el impulso de tu oración y la paz cotidiana de tu alma, en medio de la ciudad.

Gál 4,6 Flp 4,7; Jn 1,8

Sal 4,5 Jn 14,23

32 Delante de tus hermanos y hermanas, con ellos y por ellos, vive el silencio Silencio de los labios: evitando hablar demasiado, evitarás la superficialidad, la ligereza y el hablar mal de los demás, y así no caerás en pecado. Quien guarda su lengua, guarda su vida; quien abre sus labios, camina a la ruina. Porque en el mucho hablar no faltará pecado. Pídele a Dios que ponga una guardia en tu boca y que Él sea un centinela a la puerta de tus labios. Frente a la murmuración, las habladurías y las bromas de mal gusto, antepón incesantemente tu oración. Sigue tu camino sin perder el dominio de tu lengua y ponte una mordaza en la boca mientras habla la impiedad delante de ti. Silencio del corazón, frente a los juicios y a las envidias, a los afectos desordenados, nostalgias o recuerdos que nos estorban o nos invaden. Mediante el silencio, humilla tu corazón delante del Señor y Él te levantará. Resiste al diablo y huirá lejos de ti, acércate a Dios y Dios se acercará a ti. Aprende esto, hermano, hermana: todo pensamiento en el que no predominen la calma y la humildad no © narcea, s. a. de ediciones

45

Prov 13,3 Prov 10,9 Sal 140,3

Sal 140,5

Sal 38,2

Gál 5,16-26 Sant 4,10

Sant 4,8

4. Silencio

es un pensamiento según Dios, sino que, pareciendo como bueno, procede, sin embargo, de mal espíritu. Porque lo que es de Dios viene con calma, pero todo lo que es del enemigo viene acompañado de dudas y de agitaciones29.

33

Rom 12,14-18

Col 3,3 Rom 13,8

Silencio de todo tu ser, evitando el ruido alrededor de ti y conservando la calma en ti. Ya sabes que el bien no hace ruido y que el ruido no hace bien30. En la vida comunitaria la calma es una necesidad para los hermanos que oran, leen, escriben o descansan por la noche31. Por amor, cuida tu modo de andar, de trabajar, de acoger, de hablar. El silencio también es caridad. Sé, pues, discreto en la acogida, breve al teléfono, conciso en tu correspondencia, sobrio en el tono de voz, mesurado en tu risa32. Más aún, por el silencio aprende a amar. El silencio es fruto de la comunión fraterna y, al mismo tiempo, camino hacia esta comunión. Mediante el silencio aprenderás a coincidir con tus hermanos y hermanas, a encontrar el justo equilibrio entre una vida escondida con Cristo en Dios y a compartir la deuda primera del amor mutuo.

34 Como pide san Benito, no busques nunca defender o proteger a un hermano33, porque corres el riesgo de perder en vano y con inútiles palabras lo que tu silencio y tu oración hubiesen podido conseguir para ayudarle a corregirse 29 Barsanufio y san Juan de Gaza, Correspondence, carta 21, ed. de Solesmes, 1972, p. 27. 30 San Francisco de Sales. 31 Regla de Taizé, p. 37. 32 San Basilio, GR 17, p. 86; Regla de San Benito (RB), SC 181-182, 1972, I, p. 487 c. 33 Ibid, c. 69, II, 665.

46

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Un camino monástico en la ciudad

y progresar. La murmuración entre hermanos mata la comunidad. Huye siempre de ella. Tampoco permanezcas callado y mudo ante los errores y faltas. Cuando llegue la ocasión, reprende, amenaza, exhorta, pero siempre con paciencia y con el deseo de instruir. La Escritura y los Padres dicen que, ante los errores y el pecado de un hermano, es necesario saber hablar34. La corrección fraterna, que es justa y verdadera, no turba el silencio, sino que nos conduce a él, cuando se hace con amor. Es mejor, a veces, hacer reproches que guardar rencor en silencio. Quien confiesa la culpa se libra de la desgracia. Si es preciso, ve primero a reconciliarte hablando con tu hermano, después vuelve a rezar en silencio delante del altar y aprende a decir las cosas cuando la corrección fraterna lo exija.

Heb 12,15 2 Tim 2,23-26

Ez 3,19 2 Tim 4,2 Lv 19,17

Mt 18,15

Eclo 20,2-3; Lc 17,3

Mt 5,24

35 Para abrirse al verdadero silencio de caridad, a veces conviene comenzar hablando: ve al encuentro de tu amigo: a lo mejor no lo ha hecho, y si ha hecho algo, no lo volverá a hacer. Pregunta a tu vecino: a lo mejor no lo ha dicho, y si ha dicho algo, no lo volverá a decir. Pregunta a tu hermano: muchas veces es calumnia, no creas todo lo que te dicen. Con frecuencia se resbala sin mala intención. ¿Quién no ha pecado con la lengua? Vive un silencio de confianza, sin murmurar interiormente, sin suspicacia. Por lo demás, sé sobrio. El hombre sensato sabe callarse en el momento adecuado. Habla cuando sea necesario, 34 San

Eclo 19,13-16

Prov 11,12

Basilio, Pequeñas Reglas (PR) 47, p. 199.

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47

4. Silencio

Ecl 6,11

resume tu discurso, di mucho con pocas palabras, aprende a estar, a la vez, atento y silencioso. Cuantas más palabras, más vanidad. Entonces, ¿para qué hablar mucho?

36 Col 3,10

Sant 3,2

Prov 10,19

El silencio te enseñará a construir en ti el hombre interior, que cada día debe renovarse a imagen de su Creador. Cuando estés inquieto, tentado y cansado, el silencio te devolverá a la calma. El silencio te enseñará a dominarte, a controlarte, a ser dueño de ti mismo, pues se ha dicho que el que no ofende con la lengua es un varón prefecto, capaz de controlar todo el cuerpo. El silencio te enseñará a olvidar las malas costumbres, a evitar el murmullo interior, a encontrar actitudes justas y palabras verdaderas. El tono de la voz, la discreción en las palabras, el hablar en el momento oportuno, la naturaleza peculiar de los términos familiares y particulares de quienes viven en oración, son cosas imposibles de conocer si no se han olvidado las maneras y expresiones del mundo. El silencio, de hecho, permite olvidar las antiguas costumbres, no practicándolas más y, a la vez, da tiempo a aprender buenas costumbres. Por eso, siempre que puedas, guarda silencio35.

37

1 Tes 5,15

Jn 15,10-11

En lo hondo del silencio aprenderás la santidad: él es quien te abrirá la puerta de la humildad, de la contemplación y de la misericordia. Conduciéndote al olvido de ti, el silencio te ayudará a encontrar a Dios, y en el corazón de Dios, a la luz divina, encontrarás el mundo. Vive en silencio exterior, saboréalo interiormente y conocerás la perfecta alegría de aquellos que guardan sus mandatos en el corazón y permanecen silenciosamente en Su amor. 35 San

48

Basilio, GR 13, p. 78. © narcea, s. a. de ediciones

Un camino monástico en la ciudad

Con tu comunidad determina los tiempos y los lugares donde, de común acuerdo, debéis guardar silencio o debéis hablar las cosas necesarias; determina también los tiempos de expansión y silencio, y respétalos. Así añadirás a la virtud del silencio la virtud de la obediencia y de la humildad. Cuando llegue la hora del intercambio y de compartir (como el domingo por la tarde), participa con alegría, porque también hay un tiempo para reír y, además, el amor se goza en la verdad.

Ef 5,21

Ecl 3,4; 1 Cor 13,6

38 Cuida especialmente tu día de desierto semanal y vívelo a ejemplo de Cristo, a quien gustaba retirarse en soledad, y atraía allí a sus discípulos. Que nada te dispense de ese tiempo de soledad, porque te es necesaria para tu equilibrio físico, psicológico y espiritual de monje y monja en la ciudad. En medio de esos días de soledad, Dios te invita para seducirte, llevarte al desierto y allí en silencio, hablarte al corazón. En fin, vive como una profunda riqueza el gran silencio de la noche según las enseñanzas de san Benito y de todos los santos Padres36. La noche es un gran misterio que conserva los secretos de la Creación, de la Encarnación, de la Resurrección y del Retorno anunciado en medio de la noche. Vela y ora en este silencio nocturno. Dios visita tu corazón por la noche. Bendice al Señor durante la noche. Que tu alma le desee durante la noche y que tu espíritu le busque en silencio, dentro de ti. En paz duermes, pero tu corazón está en vela. Al amanecer el Señor mismo abrirá tus labios y tu boca proclamará su alabanza. Y así estarás dispuesto para acoger la gracia de un nuevo día. 36  RB

42, II, 585.

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49

Mt 14,13 Lc 9,18; Mc 6,31

Os 2,16

Lc 12,35-38; Mt 25,6 Lc 21,36 Sal 16,3 Sal 133,2 Is 26,9 Cant 5,2

Sal 50,17

5 Acogida

39 Acoge y comparte Dios se ha hecho hombre para que en el hombre descubras a Dios. Acogiendo a los hombres, te encuentras con Dios. El que recibe a un semejante, a Cristo recibe. El que os recibe a vosotros a Mí me recibe, y el que me recibe a Mí, recibe al que me envió. De esta manera, encontrarás al Padre, a quien nadie ha visto jamás. La acogida y el compartir abren de modo asombroso a la contemplación de Dios. Así pues, como Dios mismo es acogida y diálogo, viviendo esta exigencia actúas como Él y así eres conducido maravillosamente a la imitación de Dios. Por eso la hospitalidad ha sido siempre una virtud típicamente monástica. Silencio, fervor, ascesis, soledad, no son suficientes, únicamente el amor es el valor supremo. Pídele al Señor que te abra los ojos a este misterio. Dios ha creado dentro de ti un gran espacio y en él ha depositado un verdadero tesoro. Tienes, desde ahora, el © narcea, s. a. de ediciones

51

1 Jn 4,7-11

Mt 10,40-42; Mc 9,37

Jn 1,18

Rom 12,13 1 Pe 4,9

2 Cor 4,7

5. Acogida

Mt 6,19-21 Is 54,2

doble deber de recibir y de dar: de compartir el tesoro del Reino que está dentro de ti y de ensanchar el espacio de tu tienda para quienes viven a tu alrededor.

40

Lc 18,17 Jn 14,23

1 Cor 4,7

Rom 15,7 Mt 12,25

Col 3,12-15

Ef 4,2-3

Sé acogedor con Dios Nunca sabrás dar ni compartir, si no estás lleno de Él; no sabrás verdaderamente acoger, si no estás habitado por Él. Mediante tu oración y tu amor acoge, en tu interior, la presencia de Dios que resplandecerá desde ti. Los carismas que Dios te da son para compartirlos. Ya que todo lo que tienes es un don que Dios te ha dado, no guardes nada que puedas dar. Acoge a Dios para poderlo comunicar. Sé acogedor con tu comunidad. “Acogeos mutuamente”, dice el apóstol, “como Cristo os acogió para gloria de Dios”. Ninguna familia dividida contra sí misma podrá mantenerse en pie. Solamente una fraternidad bien unida sabe acoger. Día a día, en cada instante de la jornada, acoge de corazón a tus hermanos y hermanas. Ámalos como son, no como tú querrías que fuesen. ¿De qué te serviría acoger generosamente a los de fuera, si no acoges de verdad a los tuyos? Con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportaos los unos a los otros por amor. Por la apertura de tu corazón dentro de tu comunidad, aprenderás la justa apertura hacia fuera.

41 Heb 13,2

Sé acogedor con todos No olvides la hospitalidad, gracias a la cual algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles. Acoge la ciudad. Al elegir vivir en ella, has acogido su ritmo, sus leyes, sus interrogantes, sus dramas, sus dificul52

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Un camino monástico en la ciudad

tades, su santidad. Que este compartir solidario ante la mirada de los otros, dé credibilidad a lo que vives y crees en medio de la ciudad. Como se funde la plata en el crisol, así seréis fundidos en medio de la ciudad igual que Jesucristo en Jerusalén. Acoge a tus ciudadanos. A las gentes que te rodean, que están a tu lado, que recibes, que rezan contigo, y están sedientos del agua viva, marcados por la fatiga, la inquietud, la soledad, el anonimato, el ruido. Intenta construir para ellos un oasis de oración y de paz. Sé acogedor con los habitantes de tu barrio tal y como son, e intenta vivir en medio de ellos con la doble exigencia de ser un buen vecino y de dar testimonio. No seas para ellos ni ocasión de escándalo ni la irrisión y la burla de los que te rodean.

Ez 22,22 Lc 13,33

Mt 6,34

Mt 18,5-7

Sal 43,14

42 Los huéspedes que lleguen a tu puerta deben ser recibidos como Cristo... Intentando acogerlos con todas las atenciones de la caridad... saludándoles con sencillez al llegar y al partir, para honrar en ellos a Cristo, recordando la hermosa tradición de la hospitalidad monástica. Acoge con gran afecto y alegría a tu familia y a la familia de tus hermanos y hermanas, sabiendo que, por una parte, es para ti un mandato del Señor de honrarlos y servirlos como al Señor y, por otra, que si ellos no tienen la alegría de recibirte con frecuencia en su casa, al menos deben tener el gozo de ser siempre bien recibidos en la tuya. Ten una atención especial con quienes ha excluido la sociedad moderna, con los marginados, aquellos a quienes el Evangelio llama enfermos, presos, extranjeros... Para ti son portadores de una presencia particular de Cristo. Concédeles compartir tu mesa, tu esperanza y tu fe. “Si un extranjero llega a ti, no lo molestarás, será para ti como un hermano y lo amarás como a ti mismo”. © narcea, s. a. de ediciones

53

Lc 10,38

Ef 6,1-3 Ex 20, 12; Eclo 3,6-8 Tb 4,3

Mt 25,31-46 Mt 25,44

Lv 19,33

5. Acogida

43 Lc 14,12-14

Dt 15,11

Dt 15,7

Dt 15,10

Lc 15,2

Lc 9,48

Mc 10,14

Acoge a aquellos que siempre serán pobres entre nosotros. Desgraciadamente “nunca dejará de haber pobres en la tierra; por eso, yo te mando: abre tu mano a tu hermano, al indigente, al pobre de tu tierra”. “Cuando haya entre los tuyos un pobre, entre tus hermanos, en una de tus ciudades, en la tierra que va a darte el Señor, tu Dios, no endurezcas tu corazón ni cierres tu mano a tu hermano pobre”. Ábrele la mano y préstale en la medida de su necesidad. Y cuando le des, dale de corazón. Acoge a cada uno sin juzgarle, sin mostrarle tu mal humor, acordándote de Cristo, que acogía a los pecadores y comía con ellos. La vida monástica en el corazón de las grandes ciudades puede ser para muchos una humilde y profunda llamada a la conversión. En esto, no pongas ningún obstáculo a la gracia de Dios. Aprende a acoger también a los niños, reservándoles un lugar especial en la liturgia, como hacía Cristo que los acogía y pedía que les dejasen acercarse a Él e incluso que le reconociesen a través de ellos: “Dejad que los niños vengan a Mí, no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios”.

44 Lc 7,36

Mt 9,10; 26,7.17 Mt 19,28

En la mesa fraterna, acoge a los hombres y mujeres que la Providencia te envíe; acógelos gratuitamente y en silencio. Además de la comida, también les ofrecerás un poco de calma y de paz; tu oración se nutrirá de estos encuentros. Piensa en todo lo que Jesús hizo, dijo y reveló estando a la mesa; piensa en Su promesa de estar un día juntos para comer y beber en la mesa de Su Reino. Para Dios la mesa es algo sagrado. En medio de este mundo deshumanizado es necesario que recuperes y guardes este tesoro tan olvidado. 54

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Un camino monástico en la ciudad

Procura que el lugar donde vives sea acogedor. Que la casa esté limpia y sea alegre; que el gesto de bienvenida sea espontáneo. Que la iglesia traduzca una presencia, evoque un cálido misterio, y que todas las informaciones necesarias sean dadas con precisión y claridad. Que sean especialmente serviciales y discretos, sonrientes y atentos quienes tengan la misión de la acogida permanente37.

45 Si bien la acogida debe ser amplia y generosa, no la puedes hacer si no es con discernimiento. Acepta con humildad tus límites. Vive la acogida, pero sin convertir tu Fraternidad monástica en una oficina de información ni de beneficencia. Cuida tu descanso, tu si- Mc 6,31; Lc 9,10 lencio, tu oración, tu tiempo libre. Aprende a abreviar una conversación, a recibir las visitas en los momentos adecuados y si es necesario a aplazarlas, a ir directo a lo esencial. 2 Tim 2,16 La profundidad en la escucha no se mide por la prolongación de la conversación. No es bueno hablar sin medida, pues hay el peligro de decir lo que no se debe y dejarse llevar por todo viento de doctrina, como niños arrastrados y sacudidos por el viento de inútiles y vanas conversaciones. Ef 4,14; 2 Tim 4,3 De todos modos, nunca podrás dar respuesta a todas las preguntas ni satisfacer todas las peticiones. Intenta que las Jn 12,8 personas con quienes te relacionas, y tus amigos, comprendan las diferentes exigencias de tu nuevo estado de vida. Si tu ideal es sincero lo comprenderán. Cristo te invita a abanLc 14,26 donarlo todo para mejor poder vivir en comunión, pidiéndote que cortes con todo aquello que te es más querido. Mt 19,29; Lc 14,25-27

46 Piensa también en los peligros de una acogida realizada sin medida y sin discernimiento comunitario: correrías graves riesgos de saturación y superficialidad, de dispersión y 37  RB

66, II, 659-661; San Basilio, GR 32, p. 111.

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55

5. Acogida Lc 10,7-11

Col 4,6

Ef 5,4

acaparamiento. No estás en ninguna parte cuando quieres estar en todas, ni estás atento a nadie corriendo detrás de todos. No podrás vivir la disponibilidad y la gratuidad de tu oración en nombre de todos, si estás excesivamente acaparado por algunos solamente. En el corazón de Dios, tú estás en el corazón de todos. Nunca acapares a un huésped. No te disperses en la acogida y, siguiendo el consejo de san Basilio, no te pierdas en ella; por eso, acepta que más bien acojan a los visitantes quienes han recibido el carisma de la palabra y saben hablar y escuchar con sabiduría para la edificación de la fe38. Que tu lenguaje sea siempre amable, acertado y pertinente, de modo que sepas responder a cada uno como conviene, lejos de toda superficialidad, trivialidad y vana palabrería.

47

Mt 5,29-30

Mc 10,30 Mt 19,27-29

Desde tu entrada en la vida monástica vive con determinación las rupturas: corta amarras. Deja la agenda de direcciones. Suspende las llamadas telefónicas. Encuentra primeramente en Dios a tu familia, a tus amigos y a la gente con quienes te relacionas. Cree firmemente en el misterio de la comunión de los santos. Dios es más fuerte que tus propias fuerzas y si dejas todo por Él, recibirás ya en esta vida cien veces más y en el corazón de Dios acogerás y compartirás los verdaderos tesoros de la vida eterna. Todos los días, cueste lo que cueste, persevera y guarda tu tiempo más precioso: la lectio divina. Este tiempo es para ti, y más particularmente en la vida urbana, algo esencial y vital. Abstente de toda visita en este tiempo. No salgas a visitar a nadie sin antes hablar con tu prior o tu priora, con el fin de poder discernir juntos si es necesario que hagas tal visita o es mejor que la aplaces. 38 San

56

Basilio, PR 32. © narcea, s. a. de ediciones

Un camino monástico en la ciudad

48 Así, poco a poco, encontrarás el lugar de una sabia clausura, que sin ser de muros ni moralizante, te lleva a guardar para tus hermanos, hermanas y para ti, lugares y tiempos donde nada ni nadie pueda distraerte, acapararte ni molestarte. Así aprenderás el indispensable y precioso secreto de guardar las palabras, los pensamientos y el corazón para construirte desde el interior y perseverar. Ahora te queda, firme en esta apertura de amor y en esta sabia ruptura, compartir el más valioso de los dones de Dios: la mesa de Su Palabra y de Su Eucaristía. Realmente lo esencial de tu acogida consiste en esto: acoger en la oración, por la oración y para la oración. Hacer brotar fuentes es más importante que arreglar las estructuras. Cava, pues, el pozo y comparte con los otros el agua viva prometida a quienes creen en Él.

Jn 4,10-14; 7,38

49 En definitiva, quizás importa más que busques ser acogido que acoger. Acogido por lo que realmente eres. Sé de verdad el que eres. Así podrás ser de verdad reconocido. Sé perfecto como el Padre celestial es perfecto y serás testigo de Aquel que te santifica. Sé irreprochable y puro, hijo de Dios sin tacha, en medio de una generación en la que con tus hermanos brillarás como un foco de luz. Que tu vida indique sin miedo y sin ruido el camino de la Fuente, y Dios mismo acogerá y saciará la sed de los sedientos. Los santos no necesitan que los escuchen, su existencia en sí misma es una llamada. La sabiduría de Dios es proclamada por Su boca: “Venid a comer de Mi pan y a beber el vino que he mezclado”. Al final, todos seremos acogidos, alimentados, servidos y enseñados por Dios. © narcea, s. a. de ediciones

57

Mt 5,48

Flp 2,15

Jr 31,25

Prov 9,1-6

Jn 6,45-58

Monásticas

6 Monjes y monjas

50 La vocación de los hermanos y hermanas de Jerusalén es monástica Nuestra finalidad primera no es la búsqueda de una vida comunitaria, apostólica, sacerdotal o caritativa; sino el deseo de llegar a ser, juntos, monjas y monjes en lo profundo de nuestro corazón. No has de proponerte conquistar esta vida monástica; simplemente debes dejarte engendrar a ella. Empujado a vivir libremente tu vida en el Espíritu que todo lo renueva, no puedes ignorar la inmensa riqueza de reflexión, de experiencia, de sabiduría, de santidad vivida y transmitida por todos aquellos y aquellas que nos rodean o que nos han precedido. En lo esencial, el camino ya está trazado y la Iglesia te invita a seguirlo. Escucha, hijo, los preceptos del Maestro, inclina el oído de tu corazón, acoge de buena gana la enseñanza del Padre que te ama y ponla en práctica perfectamente39. “Yo, Yahvé, 39 Prólogo

de la Regla de san Benito (RB), I, 413.

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61

Gál 5,25

6. Monjes y monjas

Is 48,17

tu Dios, te instruyo en lo que te es provechoso y te marco el camino por donde debes ir”.

51

Heb 12,1

No creas que buscando por todos los medios improvisar o innovar, vas más deprisa y avanzas más. Es mejor cojear por el buen camino que avanzar a grandes pasos fuera de él. Pues quien cojea en el camino, aunque avance poco, se acerca a la meta, mientras que quien camina fuera de él, cuanto más deprisa corre, más se aleja de la meta40. Cree por tanto que la oración de todos aquellos que te han precedido te acompaña a lo largo de toda esta ruta monástica y que la experiencia de estos Padres te instruye. Lo que Dios nos pide hoy es prolongar, con nuestra vida de pecadores, la tradición de tantas vidas santas, rodeados como estamos, también nosotros, de una gran nube de testigos. Así pues, el Espíritu y la Iglesia (la Escritura y la Tradición) nos enseñan lo que es la vocación monástica.

52

Rom 6,4

1 Cor 3,9-17

La vida monástica es primeramente evangélica Es la expresión directa de la gracia bautismal que nos hace pasar de la muerte a la vida, siguiendo a Jesucristo, para que andemos en una vida nueva. El monje, la monja, no es nada más que un cristiano íntegro. Por ello se esfuerza en vivir la radicalidad del Evangelio en lo absoluto de un gesto profético. Y para situarse en el núcleo central del cristianismo, acepta ser él mismo este campo donde el amor gratuito de Dios vaya realizando la nueva creación y la deificación del hombre en Dios. 40 Santo Tomás de Aquino, Evangelium B. Joannis, Expositio, cap. XIV, Lectio II, n. 3 (cita de San Agustin, De Verbis Domini, Sermón 54).

62

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Un camino monástico en la ciudad

El misterio monástico no es otro que aquel del “único necesario” del Evangelio, aceptando ordenarlo y subordinarlo todo al encuentro vivo, amoroso y pleno con Dios. Toda tu vida, orientada a la reconstrucción de esta imagen y semejanza, es una divinización progresiva, que te conduce hacia la semejanza de una misma imagen, siempre más gloriosa, según la imagen misma del Hijo único. El bautismo ha hecho germinar en ti un deseo infinito de Dios y mantiene en tu alma una llamada permanente a la santidad. Al responder a tu vocación monástica, estás respondiendo a esa llamada bautismal. A la Palabra de Su amor divino respondes con la palabra de tu fe cristiana, esa fe que se vive en la caridad. Si eres un bautizado que ama, ora, trabaja, comparte y descansa en Dios, buscando en este mundo, con el espíritu de las Bienaventuranzas, solamente a Dios, el Solo necesario, serás monje o monja en verdad. Entra hasta el fondo del Evangelio: allí está el secreto de la vida monástica.

Lc 10,42 Jn 14,1-9

Gén 1,26 2 Cor 3,18; Ef 4,13

1 Tes 4,3-8

Gál 5,6

Mt 6,33

Jn 6,27

53 La vida monástica está centrada en Dios y orientada hacia Él: es teocéntrica. La vida del monje, de la monja, es, ante todo, una búsqueda de Dios. Toda su existencia está continuamente orientada hacia el día de su encuentro. Nuestra vida no podría tener mejor meta que este final de luz. El monje y la monja se imponen el deber de no olvidarlo nunca. Viven tendidos hacia esta promesa, animados por la esperanza del centinela que con certeza espera la aurora, llevados por el amor de la novia que espera fielmente, con la lámpara encendida, la vuelta del esposo, Dios te ha hecho para Él y tu corazón no hallará descanso hasta que descanse en Él41. 41 San

Agustín, Confesiones, L. I, I, 1, ob. cit., p. 273.

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63

Flp 3,20

Hch 3,20-21 Sal 129,6 Mt 25, 6-7

6. Monjes y monjas

Jn 1,38 Jn 14,8 Ex 33,18

Mt 11,12; Lc 16,16

Al entrar en la vida monástica, examina atentamente si buscas verdaderamente a Dios42, no un apoyo afectivo, un impulso apostólico o incluso un clima espiritual, sino de verdad a Dios solo y exclusivamente a Él. Si este es tu verdadero deseo, marcha hacia el lugar y el día de este encuentro, sin limitarte a esperarle pasivamente, sino respondiendo con todo tu corazón a esta llamada en la que Dios ha puesto también todo Su corazón. Porque el reino de Dios sufre violencia y los esforzados lo conquistarán a precio de grandes renuncias.

54

Ap 4,2 Sal 138,1.23

Jn 10,14 Is 49,16 Ap 14,1; Dt 6,8

Is 44, 6-8

Sab 13,5

La vida monástica es una presencia ante Dios Estamos inmersos en un misterio: antes que nosotros, dentro de nosotros y más allá de nosotros, hay Alguien. Dios es. Él está ahí y te habla. Te habla y vives bajo Su mirada. El monje, la monja, se esfuerza por vivir en presencia de esta persona por excelencia que es a la vez el “Tú” a quien dirige todo su amor y el “Yo” que se dirige a él el primero por puro amor. Dios te ha llamado por tu nombre y tú tienes el atrevimiento de llamarle por el Suyo. Sabes que tu propio nombre está grabado en la palma de tu Dios y dejas que el Señor grabe Su divino nombre sobre tu frente y que ate Su ley a tu muñeca. Para el monje, la monja, todo, siempre y en todas partes, está ordenado por el misterio de esta omnipresencia hasta tal punto que todo lo que dice, piensa y hace está transfigurado por ella. Para el monje, para la monja, todo es don. Todo es icono de Dios. Nada ni nadie puede anteponerse a este amor, nada es profano, todo es sagrado, no sacralizado, sino consagrado por Dios; la mínima cosa, el más pequeño instante, cualquier acontecimiento impulsa a reconocer esta presencia e 42  RB

64

58, 7. II, 627. © narcea, s. a. de ediciones

Un camino monástico en la ciudad

invita a un gran recogimiento. Así, pues, todos los contactos, todos los encuentros son transformados e iluminados por esta luz y se hacen transparentes por esta claridad; a lo largo del día, todo está lleno de bendiciones, el tiempo y el espacio se vuelven sagrados y todos los elementos de tu existencia deben estar como disueltos, vueltos a fundir y reconstruidos para ser unificados en el fuego de Dios. Si eres monje, monja, para ti Dios es todo. No necesitas hablar mucho, pues eres el testigo a quien Dios ha dicho: “Camina en mi presencia”. Como David, como Juan Bautista, estás delante de Dios y caminas delante de Él, impulsado por este mandato absoluto; toda tu vida, a partir de ahora, está orientada a esta escucha, y no tienes que preocuparte ni del vestido, ni de la comida, ni del mañana, sino solamente del reino de Dios que está ahí, dentro de ti.

Dt 10,12; 26,17 1 Re 3,6 Lc 1,17

Mt 6,25-34; Lc 17,21

55 Vivir en la presencia de Dios lleva consigo la verdadera presencia a sí mismo, porque el hombre habitado por Dios también está habitado por sí mismo. El monje, invitado por la oración y el silencio a entrar en lo más profundo de su propio ser, descubre al mismo tiempo a Dios y a sí mismo. Allí, nada ni nadie puede entrar nunca. Su vida está como en una clausura, en el sentido de que este hombre nuevo es un hombre pleno que ha encontrado su plenitud en el Espíritu; no un hombre encerrado, sino un hombre habitado. “De modo que el que está en Cristo es una criatura nueva; lo viejo ya pasó, y ha aparecido lo nuevo”. Esta presencia no debe hacerte ni insensible, ni distante, ni altivo; al contrario, te abrirá a un nuevo modo de atención a los otros y al mundo; a una atención espiritual hecha de delicadeza, de ternura, de realismo y de respeto. La paz hallada sumergirá tu alma en un gozo propio del paraíso donde naturaleza, cosas, personas, acontecimientos, © narcea, s. a. de ediciones

65

Jn 14,23

Ap 3,20

Gál 6,15 Ef 3,16.19 2 Cor 5,17

1 Jn 4,16

Flp 4,7

6. Monjes y monjas

Sal 40,13; 55,14; 139,14; Os 6,2

pruebas, todo será poco a poco transfigurado a la luz de esta presencia y de este primer recuerdo vuelto a encontrar, que nos trae a la memoria que hemos sido hechos a imagen de Dios y que un día viviremos eternamente en su presencia.

56 Gén 17,1 Sal 33,9

Jon 2,8; Tob 4,5

Tú, pues, como Abrahán, camina en su presencia y sé perfecto, y verás y gustarás qué bueno es el Señor, dichoso de acogerte a Él. Vigílate a ti mismo con sumo cuidado y mantente constantemente delante de Dios, de manera que no hagas cosa alguna, ni la más pequeña, fuera de su voluntad, sino que todo lo que quieras hacer, como hablar, ir a ver a alguien, trabajar, comer, beber o dormir, lo examines primero para ver si está de acuerdo con Dios; entonces podrás alabar a Dios haciéndolo; si no es así, no lo hagas. De este modo, en adelante actuarás como conviene delante de Dios y le alabarás por medio de todos tus pensamientos y acciones, y tendrás con Él una gran cercanía y una gran confianza43. Aspira a vivir en el perpetuo recuerdo de Dios, a la luz de Su presencia y con el deseo ardiente de Su encuentro. Con el gozo de renunciar a todo lo que puede apartarte de Él podrás decir: “Me acordé de Dios y me llené de alegría”. La monja o el monje es alguien a quien Dios basta.

57

Jn 1,11-16

La vida monástica es imitación y seguimiento de Cristo: es cristológica Porque Jesús es la perfecta imagen del hombre para Dios y la perfecta imagen de Dios para el hombre, Dios apasionado por el hombre en un Hombre apasionado por Dios, estás invitado a hacer en ti la unidad entre el hombre 43  Abba

66

Isaias, Les Sentences des Pères du désert, ob. cit., p. 253. © narcea, s. a. de ediciones

Un camino monástico en la ciudad

y Dios mediante la imitación del Dios hecho Hombre. Tu ideal monástico está contenido en el rostro de Jesucristo. Siguiendo a san Antonio, padre de monjes, has escuchado la misma llamada: “Si alguien quiere ser discípulo mío, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Si tú también le amas, síguele e imítale. A ello has sido llamado: Cristo ha sufrido por ti, dejándote un ejemplo para que sigas sus huellas. Tu vida monástica te invita a vivir el misterio del Cuerpo de Cristo y de las bodas del Cordero, para ser uno con Él. Para ser amado por el Padre, configúrate con su Hijo único, fúndete en Él para que puedas decir: “ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”. La unificación a la que tiende la vida monástica debe llevarte a poder decir un día: “Cristo y yo somos uno, Él mora en mí y yo en Él”. Para ti también, vivir es Cristo.

Mt 16,24 Jn 12,26 1 Pe 2,21

Gál 2,20

Jn 6,56 Flp 1,21

58 El monje, la monja, hace realidad esta plenitud de vida cuando logra entrar en la plenitud de la adopción filial. Como ya no busca alimento terreno, se convierte un poco más en hijo del Padre celestial que lo habita y lo alimenta. Como rechaza seguir a Mammon para servir mejor a la paz, se vuelve un poco más hijo de Dios. Negándose a pactar con el pecado, se ha hecho perfecto como el Padre celestial es perfecto. Arrancando sus miras terrenas, se deja atraer por Cristo que se eleva a las alturas. Su patria no está en este mundo que pasa, sino en el cielo, donde el Hijo de Dios ha ido a prepararle un lugar. Buscando a Dios y solo a Dios, encuentra en Cristo la plenitud radiante de la divinidad que ha venido a juntar la humanidad en su carne para transfigurarla. Lleno de gozo, ha descubierto que en él hay una fuente que murmura: Ven hacia el Padre44. 44 San

Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, VII, 2, SC 10, 1969, p. 117.

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67

Mt 6,32

Mt 5,9 Mt 5,48 Heb 11,16 Jn 14,3

Flp 3,20-21

6. Monjes y monjas

Jn 20,17

Una voz le proclama: “Voy a Mi Padre y a vuestro Padre, a Mi Dios y a vuestro Dios” y se ha puesto en camino, siguiendo esa voz.

59

Jn 17,24

Flp 2,9 Hch 4,12

Mt 1,21 Lc 1,31

Flp 2,10

A todo esto te invita y te compromete la imitación de Cristo en el ideal monástico. La imitación te llevará a la identificación, la identificación a la incorporación, y la incorporación a la divinización. Si has renunciado a todo, serás introducido a compartirlo todo en el corazón del Padre, pues Él quiere que donde esté el Hijo también estés tú con Él para contemplar su gloria. Un solo nombre puede resumir para ti esta prodigiosa aventura: el Nombre sobre todo nombre, el Nombre que es lugar privilegiado del hombre y de Dios, el Nombre que posee la delicadeza y la potencia del Espíritu, revelado a María, que fue con José la primera en escucharlo y en susurrárselo. Este Nombre que progresivamente debe absorberte y en el cual serás absorbido hasta el punto de que toda tu vida apenas será suficiente para aprenderlo, pronunciarlo y orarlo. El Nombre por el cual has sido salvado y que está escrito con letras de amor, de sangre y de fuego: Jesús. Este es el Nombre que purifica, libera, simplifica, unifica y crea al monje con el soplo del Espíritu. Que toda tu vida monástica se concentre, pues, en vivir del nombre de Jesús.

60

1 Tes 5,19

La vocación monástica es espiritual. Toda ella está orientada a hacer de quienes la viven portadores de la luz del Espíritu. Su trabajo esencial consiste en dejar que se transparente en ellos la belleza espiritual de la creación transfigurada por el Espíritu Santo. El alma que posee la sabiduría lleva en sí misma como el estallido de la luz eterna y el reflejo de la majestad de Dios y, 68

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Un camino monástico en la ciudad

al igual que interiormente está penetrada por la gracia de Dios, difunde asimismo al exterior la emanación del esplendor y del amor de Dios... Así, los amigos de Dios reciben, ya en esta vida, algo de la glorificación que obtendrán plenamente allá arriba45.

61 Deja, pues, elevarse, desde lo más profundo de tu ser, la imagen primera de Dios que hará de ti una perfecta imagen suya, como conviene a la acción del Señor que es Col 3,10 Espíritu. Este Espíritu, si le permites vivir y obrar en ti, te 2 Cor 3,15-18 Gál 5,25 colocará en un dinamismo creciente de inmensa libertad, por encima de toda letra y de toda institución, dócil a todos, pero libre frente a todos, enteramente habitado por la sola palabra de Dios, proclamándola, desde ese instante, en el silencio por medio de toda una vida de amor. 1 Cor 9,19; 2 Cor 3,3-6 El monje, la monja, ora a Dios mediante una oración ininterrumpida para purificar su espíritu de muchos y contrarios pensamientos, y para que su espíritu llegue a ser monje en sí mismo y en soledad, ante el Dios verdadero, no admitiendo ya los malos pensamientos, permaneciendo puro e íntegro, en todo momento, delante de Dios46. Siendo el Espíritu nuestra vida, que el Espíritu nos haga actuar, para que despiertos o dormidos vivamos unidos a Jesucristo. Gál 5,25; 1 Tes 5,10.

62 En este sentido, la vida monástica se llama angélica: no desencarnada ni exenta de compromiso, sino totalmente vuelta hacia el cielo donde Dios mora. Toda vida cristiana es atraída por este impulso ascendente: en cierto modo, todos estamos ya allá arriba, y sería iluso creer que nuestro 45  Guillermo de Saint-Thierry, Traité de l’amour de Dieu, M.-M. Davry, París 1953, p. 131-133. 46 San Macario de Egipto, Homilía espiritual, 56, ed. Dorries.

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69

6. Monjes y monjas Col 2,12 Ef 2,6

Col 3,1-3

Heb 11,3

2 Cor 4,18 Jn 5,44 Mc 12,25

Heb 12,22-23

Mt 5,8; 18,10

futuro esté aquí abajo. Con Jesús, el Padre nos ha resucitado y con Él nos ha hecho sentar en los cielos. Tu vocación monástica te invita continuamente a buscar las cosas de arriba, donde está Cristo, a soñar con las cosas del cielo, no con las de la tierra, porque ya has muerto y tu vida está escondida con Cristo en Dios. Allí se encuentra la verdadera alegría. Al principio no comprenderás que las cosas celestes e invisibles son más reales y más actuales: las cosas visibles, en efecto, son para un tiempo, no perduran; las invisibles son eternas. Es todo lo contrario de la gloria que busca el mundo. Un día todos seremos como los ángeles del cielo. Por la virginidad del corazón y la conversión de costumbres, tiende a adquirir esa mirada limpia que permite ver a Dios47 y cántale al Señor, en la liturgia, unido a los santos y a los ángeles. Al entrar en la vida monástica, te has acercado al monte Sion, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celeste, a los millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo. Dichoso tú si tu corazón es puro, pues verás a Dios con los ángeles.

63 1 Cor 7,31 1 Jn 2,17

La vocación monástica es profética Por medio de su vida, el monje y la monja le recuerdan al mundo el carácter provisional de la condición presente, y a la institución eclesial que su único fin, más allá del culto, el derecho y la moral, sigue siendo la comunión plena e incesante con Dios. Quiero que os entreguéis a una vida profética... caminar en el Espíritu, vivir de la fe, buscar las cosas de arriba y no las de la tierra, olvidar lo que queda atrás y lanzarse hacia lo que está delante: eso es profetizar de manera parcial pero real48. 47 San Bruno, A Raúl Le Verd, 6, en Lettres des premiers chartreux, SC 88, 1962, p. 71. 48 San

70

Bernardo, Sermón de dir., 37, 6. © narcea, s. a. de ediciones

Un camino monástico en la ciudad

Sé en medio de este mundo como un fuego encendido por Cristo para recordarle la exigencia más candente, y sé profeta de la parusía para recordarle la vibrante esperanza. Camina tras las huellas de Elías y de Juan Bautista, los grandes modelos de toda vida monástica. Consagrados por el Espíritu, el monje y la monja están llamados a descifrar lo visible y a escrutar lo invisible, a orientar hacia Dios el ahora y a anunciar lo trascendente con la luz de su fe. No temas ir siempre y decididamente a lo esencial, y a vivir, cuando sea necesario, en contradicción con el mundo; en el mundo tendrás que sufrir; pero ten ánimo, Cristo ha vencido al mundo. Escruta los signos de Dios en lo cotidiano, busca su rostro en lo invisible, ten los ojos fijos en la recompensa y mantente firme como si vieses lo invisible.

Lc 12,49 Ap 21,1.4

1 Jn 3,2

Jn 16,33

Heb 11,26-27

64 Esto te lleva a considerar que tu vocación es escatológica Toda ocupación monástica apunta a anticipar el reino de Dios y a gustar, ya aquí abajo, algo de la vida prometida para el mundo futuro. El monje es alguien a quien Dios ha hablado, ha seducido, alguien que se ha dejado seducir y, a partir de ese momento, arde intensamente en el deseo de ver a Dios y de entablar con Él un diálogo de amor cada vez más profundo que no cesará jamás. Luchando con Dios, como Jacob, a lo largo de la noche, el monje repite: “No te soltaré hasta que me bendigas”. La monja y el monje están asidos por este impulso invencible que les lleva a estar a solas con Dios solo para mejor servir y reencontrar en Dios lo que por Él han dejado. Son conducidos a ponerlo todo en acción para conseguirlo: en el exterior, cumpliendo las observancias; interiormente, con la purificación del corazón. La razón por la cual aman a Dios, es Dios mismo, y la medida de su amor es amarle sin medida49. 49 San

Bernardo, De Diligendo Deo, I, 1; ed. J. Leclerq, t. III, Roma 1963, p. 119.

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71

Jr 20,7 Jn 14,8

Sal 42,1ss Gén 32,27

Jn 8,29; 16,32

6. Monjes y monjas

65 2 Sam 22,27 Is 6,3 Ex 33,22-25 1 Jn 3,2 Ef 4,22-24

Jn 14,23; 1 Jn 4,13

Jn 10,9; 14,6 Col 3,3 Ef 2,6

Mt 7,14 Jn 1,51; 3,7

Heb 11,26

Los monjes saben que Dios es el Puro, el Inaccesible, el totalmente Otro, el Santísimo y que, por ellos mismos, son incapaces de llegar hasta Él, pues no pueden verlo sin morir. Por eso quieren morir. No morir a la vida, sino al hombre viejo, al mundo, al pecado que impide verle, vivir realizados en Él. Han comprendido que, si no pueden ir hasta Dios, sí pueden acogerlo en sí mismos; que si no pueden acercarse a Dios, sí pueden encontrarlo en el fondo de su propio corazón. Saben que, siguiendo a Jesús, se abre un camino nuevo por el cual son llevados con Cristo hasta el cielo. Porque, como está escrito, han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios. Con Cristo, el Padre les ha resucitado y les ha hecho sentarse con Él en los cielos. Tras haber visto una puerta abierta en el cielo, una puerta estrecha y un camino angosto que lleva a la Vida, para las monjas y los monjes toda la vida consiste en tomar ese camino y atravesar esa puerta y sumergirse en la visión de lo invisible a la que esa puerta tiene acceso. Fijos los ojos en este feliz final, que tu vida monástica busque, desde aquí y ahora, a inaugurar la eternidad.

66 Heb 11,13 Heb 11,16

2 Tim 4,6-8

Reconoce tu situación de exilio, tu condición de viajero y extranjero en esta tierra, que te hace suspirar por alcanzar una patria mejor, es decir, celestial. Aprende a situarte con determinación en el último día de tu vida y, a la luz de esta mirada, ilumina tu vida diaria como si fuese el último día. A los monjes siempre les ha gustado meditar sobre la muerte y sobre las realidades últimas, para poder vivir ya un anticipo del cielo50. ¡No esperes tu muerte para morir! Olvidando el camino recorrido, lánzate a lo que está por delante, corrien50 Isabel de la Trinidad, Carta 123, en Oeuvres Complètes, Du Cerf, París 1991, p. 410.

72

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Un camino monástico en la ciudad

do hacia la meta para alcanzar el premio al que Dios te llama, desde lo alto, en Cristo Jesús. Es allí donde el Señor te ha preparado una gloria que sobrepasa inmensamente toda medida.

Flp 3,14

2 Cor 4,17

67 No se puede acceder a este término si no es pagando el precio de morir a sí mismo. La vida monástica, para que sea mística, es fundamentalmente ascética. Tu primera ascesis está en la renuncia. No se puede ser discípulo de Cristo sin ascesis. Mucho más que la vocación apostólica, la vocación monástica te exige una renuncia sin titubeos y sin división. El verdadero monje es aquel que acepta dejarlo todo, en seguida y para siempre, a fin de salvar su vida perdiéndola por Dios. No puedes vivir en el mundo futuro si no abandonas las cosas pasajeras de este mundo. No se puede servir, a la vez, a dos señores. La medida de tu apego a Dios será la medida de tu desapego del mundo. Con la medida que utilices, Dios te medirá a ti. No midas, pues, tus renuncias y experimentarás el gozo de un amor sin medida; y conocerás, ya en esta vida, la alegría del ciento por uno prometido a aquellos que lo dejaron todo.

Col 2,13.20

Jn 12,24-25 Lc 9,23ss; 14,25ss

Mt 10,39

Mt 6,24

Mc 4,24 Jn 16,22

Mc 10,30

68 La ascesis monástica te invita también al despojo La puerta del Reino es tan estrecha que no puede franquearse si no es en total desnudez. Como Cristo, has de morir en la más absoluta desnudez. Monje, monja, has elegido libremente anticipar ese día. Los bienes de la tierra están bendecidos por Dios, pero tú has elegido separarte de ellos. La familia es algo bueno, pero tú aceptas abandonarla, arrancarte de quien te ha dado a luz, y no fundar aquella familia donde podrías hacer crecer la vida. Llegarás incluso a © narcea, s. a. de ediciones

73

Lc 12,20 Job 1,21

Ap 3,17-18

Lc 9,60

6. Monjes y monjas 1 Cor 7,8; 32.34 Lc 14,26 Sal 39,9; Mt 7,21; Jn 12,49-50 Gál 6,14 2 Cor 4,12

despojarte de tu propio yo, hasta renunciar a tu propia vida, es decir, hasta las más radicales rupturas. Lo que configura al monje es el abandono de toda clase de proyecto propio. Llamándote a ser monje o monja, Cristo ha hecho del mundo un crucificado para ti, y de ti, un crucificado para el mundo. Por eso en ti actúa la muerte y en el mundo la vida.

69 Mt 6,17

Mc 9,29

Flp 4,12

Mc 14,37 Jn 15,19

Col 1,24

Flp 3,8 Jn 15,11

He aquí por qué tu vocación monástica te lleva a una vida de gozosa penitencia y de libre austeridad. Austeridad en el comer, escogiendo con sabiduría y sentido común alimentos frugales para cada día, y ayunando en determinados días. Privación de confort, prefiriendo antes la necesidad a la comodidad, porque vivir con demasiado confort es situarse fuera de la verdadera paz. Privación del sueño, aceptando la disciplina de lo justo y necesario, y velando, ciertos días, al menos una hora con Cristo. Esto no lo va a comprender todo el mundo, pero lo vivirás en unión con Quien tanto ha sufrido por ti, completando en tu cuerpo lo que falta a su pasión, en comunión con el mundo de los más pobres y con Su cuerpo, que es la Iglesia. Renunciar, despojarse, privarse, aceptar perderlo todo para ganar a Cristo, es abrirse a la verdadera vida y a la perfecta alegría. Esta es la canción que canta tu vida monástica.

70 Flp 1,21

Ef 4,22-23

Por todo ello, tu vocación te lleva hasta el deseo de abandonar la tierra. No por desdén de esta vida, ni por desprecio a un mundo tan digno de amor, sino por el ferviente anhelo de anticipar la vida futura e iniciar ya una nueva existencia. O ¿acaso ignoras que, bautizado en Cristo Jesús, has sido bautizado en su muerte? Has sido sepultado con Él, por el bautismo, en la muerte, para que, así como Cristo fue resuci74

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Un camino monástico en la ciudad

tado de la muerte por el poder del Padre, también tú empieces una vida nueva. El monje, la monja, sabe que no se puede entrar al cielo sin morir, por esto desde su fe le da un sentido al sinsentido de la muerte causada por el pecado. El monje, cada día, elige morir para acelerar esta pascua. Nadie le quita su vida, él mismo la da. Si no muere, queda infecundo; en cambio, si muere, ya desde este mundo da fruto abundante. ¡Para estar verdaderamente vivos, los monjes y las monjas han elegido libremente morir! Para que así no pierda su eficacia la cruz de Cristo. Se adelantan a la muerte, como lo hizo Jesucristo, obedeciendo por amor al Padre de todo amor. Quien tiene apego a la propia vida, la pierde, y quien desprecia la propia vida, la conserva para la vida eterna.

Rom 6,3-4

Rom 5,12 1 Cor 15,31 Jn 10,18 Jn 12,24

1 Cor 1,17

Heb 5,8 Jn 12,25

71 Cristo ha sufrido por ti, dejándote un ejemplo para que sigas sus huellas. No tienes otra cosa que saber sino a Jesucristo, y Este crucificado. Tu camino monástico pasa por la cruz, no por un amor desesperado, sino por el más grande Amor. ¡Muere, pues al mundo, para abrirte a la Vida! ¡Muere al poder del Mal para entrar en el camino de la libertad! ¡Muere a ti mismo para renacer de nuevo! Muere a la muerte, último y supremo enemigo del hombre y de Dios, vencida por el Hombre-Dios, y en ti habitará corporalmente la plenitud total de la divinidad. En el fondo de esta inmolación se abre el camino de tu suprema libertad: para que seas libre te ha liberado Jesucristo, atándote con Él a la cruz.

72 Para expresar este ideal del cristianismo absoluto que vive en plenitud la gracia bautismal, la tradición ha encontrado una palabra que expresa todo eso a la vez: el término “monástico”. Este término significa que, en este estado, se es al mismo tiempo “uno” y “solo”. El monje es un ser solo (monos). © narcea, s. a. de ediciones

75

1 Pe 2,21 1 Cor 2,2 Jn 15,13 Jn 8,36 1 Cor 15, 26.55

Col 2,9 Gál 5,1 Gál 2,20

6. Monjes y monjas

Jn 16,32

Dt 32,12

Jn 14,8

Uno, único, unificado, unido al Dios Uno y Trino51. Has escuchado la llamada a seguir a Cristo, que cada vez se encontró más solo ante Su Padre; así también estarás solo en presencia del Solo. Quieres buscar a Dios en todo, siempre y por todas partes, y solamente a Él, pues Él lo es todo, en todo ser y en todo lugar. Ya sea en soledad o compartiendo, en el amor fraterno o recogido en tu interioridad, lejos de los otros o en medio del mundo, tu único deseo es el encuentro con el Padre. Tu vida, por lo tanto, no sabrá economizar ni soledad ni silencio. Tu vida será monástica en la misma medida en que esté ungida de soledad y de silencio. El monje debe su nombre, en primer lugar, al hecho de estar solo, ya que ha renunciado al mundo por dentro y por fuera... y también a que se aplica a un único asunto: reposar su pensamiento, cada instante, solamente en Dios52.

73

Mt 6,6

Una exigencia precisa y concreta expresará esta intimidad esencial con Dios: la celda. Que tu celda sea para ti el tiempo y el lugar verdaderamente privilegiados, a donde vienes y de donde sales cada día, pues es en ella, en intimidad con tu Señor, donde mejor escucharás y hablarás a tu Padre que ve en lo secreto, y donde permanecerás en profunda comunión con el mundo, intercediendo por él con tu oración, y preparándote a servirle mejor desde tu trabajo, tus encuentros y la liturgia. Recuerda la elocuente enseñanza de los padres: Permanece sentado en tu celda y ella te enseñará todo lo que debes saber53.

51  Dionisio El Areopagita, Hiérarchie ecclésiastique, VI, 3, Oeuvres Complètes, Aubier-Montaigne 1943, p. 307. 52 san Macario de Egipto, Homilía 56, en Les homélies spirituelles, p. 393 53  Abba Moisés, 6, Les Sentences des Pères du désert, ob. cit., p. 190.

76

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Un camino monástico en la ciudad

74 Monje significa igualmente uno (unus). Unificado para ser unificante. Unificado en sí mismo y unido a sus hermanos. Lazo que une el cielo con la tierra, el hombre con Dios. No es la soledad, evidentemente, la que es un bien en sí misma, sino la comunión. La soledad no es otra cosa que camino hacia la comunión. Por eso el monje no es solamente monos, sino también unus. De igual manera que no es bueno que el hombre esté solo, el objetivo del monje o de la monja no es ser un solitario, sino un ser de suprema comunión. Si ha elegido vivir ciertas rupturas, es debido al pecado, que lo ha dividido y lo ha mezclado todo. Pero paso a paso, el monje quiere hacer la unidad, quiere dejar a la gracia que rehaga la unidad en él. Que seas, en primer lugar, el campo de tu propia unificación: deja que el Espíritu restablezca en ti, poco a poco, la armonía primera; deja que el fuego de Dios queme en ti lo que mancha al oro puro; deja que el agua del costado de Cristo lave tu túnica y tus pecados. En paz contigo mismo, serás entonces fuente de paz para los demás54.

Jn 17,21

Rom 12,9-10

Gén 2,18

1 Cor 13,12-13

1 Cor 2,10-15

1 Cor 3,12-15

75 En tu comunidad, construye la unidad. Como miembro del Cuerpo de Cristo, has sido llamado a una obra de reconciliación, de amor y de cohesión. No te serviría de nada ser un santo solitario si no fueses fermento de unidad. Los monjes, como los santos, por la contemplación, están unidos a Dios y los unos con los otros55. Quienes viven en común de tal manera que forman un solo cuerpo y realizan la palabra de la Escritura: “una sola alma y un solo corazón”, merecen que se les denomine monjes, es decir, uno solo56. 54 San

Teodoro el Estudita, Petite catéchèse, Harduini, 1981, p. 142. Sobre la oración, 16. 56 San Agustín, Comentario sobre los salmos 132, 6. 55 Orígenes,

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77

2 Cor 5,18 1 Cor 12,12ss

6. Monjes y monjas

1 Cor 9,19 Ef 2,14ss; Jn 10,16

Por último, en medio del mundo en donde vives y eres libre respecto a todos, permanece al servicio de todos para ganar con tu oración al mayor número posible, y que al final no haya más que un solo rebaño y un solo pastor.

76 Lc 12,51; Mt 10,34-39

Jn 17,21-23

Esta soledad y esta unidad no podrás vivirlas sin el desgarro doloroso entre el Padre y los hermanos; entre esta vida y la de arriba; la oración y el trabajo; el compartir y el silencio. Pero quédate tranquilo, esto mismo pasa en todo monasterio, y le sucede igualmente al cristiano que se toma en serio su fe. Tu vocación pasará necesariamente, como le sucedió a Jesús y a todos los que le siguen, por el doloroso trance de la cruz, a causa de este doble amor cuyo rescate sigue pagándose con sangre. Hasta que Dios te dé a gustar, en Él mismo, la unidad perfecta en la diversidad perfecta en el seno de su misterio de Amor trinitario, tendrás que recordar siempre la doble exigencia de soledad y de comunión. Es monje aquel que, separado de todos, está unido a todos57.

77

Mt 6,21

1 Cor 2,10

Una sola palabra resume el lugar a donde converge toda esta aventura de santidad: el corazón ¿Dónde estará el tesoro del monje sino en el fondo de su corazón? Dentro de ti hay un lugar, más íntimo a ti que tú mismo, donde no sabrás entrar sin que te lo permita Aquel que ya lo habita, y cuyo camino de acceso no puede encontrarse si no es tras un prolongado esfuerzo, mediante la luz de una gran pureza, al término de un total despojo. Allí es donde Dios ha colocado el destello de lo divino que hay 57  Evagrio Póntico, Chapitres sur la prière, 124, en La Philocalie, DDB-J.-Cl. Lattes, 1995, p. 109.

78

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Un camino monástico en la ciudad

en ti, la imagen de Su rostro, que te hace semejante a Él, la fuente de agua viva que puede brotar en ti para la Vida eterna. Dios ha hecho tu corazón suficientemente grande para que pueda contenerle a Él. Tu corazón, cobijando a Aquel que no cabe en el universo entero, es, pues, más grande que el universo. ¡En tu corazón habita el Creador del mundo y, con Él, el mundo! Sobrecogido, fascinado, deslumbrado por esta revelación, el monje pone todas sus energías en descender hasta lo más profundo de su corazón. Sabe que la verdadera peregrinación del hombre es interior, que hay un lugar en su persona donde el principio se encuentra con el fin, la eternidad con el tiempo. Un lugar de su propio ser donde está inscrita, desde antes de la creación del mundo, para toda la eternidad, una realidad inmortal, santa e inmaculada, ante los ojos del Padre, por el amor. Sabe que la perla preciosa está escondida dentro de este campo y, lleno de alegría, va dejándolo todo para volver de nuevo a este campo.

Sal 8,6

Jn 4,14

Dt 30,14

Dt 6,6 Jr 31,33; 24,7 2 Cor 3,3

Ef 1,4

Mt 13,44-45

78 Eres el campo de Dios, el edificio de Dios. Que todo en tu vida vaya dirigido a descubrir este tesoro. Ciertamente y en verdad, el reino de Dios está dentro de ti. Busca primero y únicamente el reino de Dios que está en el fondo de tu corazón, y todo lo demás se te dará por añadidura. El monje, la monja, es alguien para quien solo Dios basta, porque ha comprendido estas realidades. Es en tu corazón donde hallarás el camino más corto para acercarte a los otros58. En él sentirás la cercanía del Altísimo. En tu corazón es donde descubrirás que lo más personal es, a la vez, lo más común. Si desciendes a lo profundo de tu co58 Doroteo

de Gaza, Instructions VI, 78, SC 92, 1963, p. 285-286.

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79

Mt 13,44 Lc 10,11

Mt 6,33

Jr 32,39-40

6. Monjes y monjas Ef 2,18

Ef 4,13

razón, alcanzarás lo universal. Es ahí donde tu existencia ha quedado, para siempre, establecida con Cristo, en el interior del Padre. En el corazón de Dios tu vida está totalmente encarnada en el corazón del mundo. En tu corazón, descubre que todos los hombres son hermanos en la perfecta unidad del mismo y único Dios.

79 Jn 19,37 Lc 2,35

Heb 4,12

1 Cor 2,9-10

Rom 2,29

O eres monje en el fondo de tu corazón, o no lo eres. Contempla el corazón traspasado de Cristo: Él te enseñará con qué inmenso amor te ama Dios. Como María, déjate invadir por Su palabra, que es viva y eficaz y más cortante que una espada de doble filo; que la palabra de Dios penetre en ti hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y de la médula, hasta juzgar los sentimientos y pensamientos de tu corazón, y conocerás el secreto de todas las cosas, más allá de todo lugar a donde puede elevarse el corazón del hombre: ahí, en ti, el Espíritu lo escrutará todo, hasta las profundidades divinas. El verdadero monje, como el verdadero creyente, lo es en su interior, en su propio corazón, según el Espíritu y no según la letra; recibe la gloria de Dios y no de los hombres. En el corazón de las ciudades, vive dentro de tu propio corazón y serás verdaderamente un monje en el corazón de Dios.

80

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7 Castidad

80 Ama la castidad porque es el camino que conduce al encuentro con Dios. Dios es Amor porque es puro. Es puro porque es Uno, uno en el puro amor, uno en la pureza resplandeciente del perfecto amor. La castidad te abre por ello al verdadero amor. Mediante la castidad Dios quiere hacerte pasar del encuentro a la unidad, de la fecundidad a la vida, del placer pasajero al gozo infinito. Contemplando el Amor trinitario encontrarás la verdadera luz que ilumine el misterio de tu propia castidad. Solamente desde esta contemplación llegarás a sobrepasar la sequedad del moralismo y la frialdad de un puro estoicismo. Si Dios, la Iglesia y el monacato te invitan a la castidad, es para amar.

1 Jn 4,8 Sal 17,27

Lc 20,35-36

81 Porque tu Dios es un fuego devorador, no puedes acercarte a Él sin ser consumido. Porque la sabiduría divina primeramente es pureza, no puedes probarla sin ser purificado. Déjate, pues, trabajar por Aquel que te ha modelado. Solo el Espíritu Santo, que quiere llegar a ser fuego y luz en © narcea, s. a. de ediciones

81

Heb 12,29 1 Cor 3,13 Sant 3,17 Gén 2,7

7. Castidad

Mc 7,14-23 Rom 14,14-20 1 Cor 3,15; Lc 12, 49; Is 33,14

Mt 15,18 Gál 5,17

Rom 7,24

ti, podrá llenarte de claridad y purificarte por dentro, donde se halla el secreto de toda pureza. Porque si en sí nada es impuro, nada llegará a ser puro en ti si no es a través de un fuego purificador. La castidad es como una difícil y gozosa travesía por el fuego de Dios. Como todo cristiano, estás llamado a vivir un amor de castidad. En medio de un mundo cuyo pecado ha roto la armonía y ha manchado la belleza primera hasta en lo más profundo de tu ser, donde tu corazón anda dividido, experimentas como todos los hombres el antagonismo entre la carne y el espíritu, y no haces lo que quisieras hacer. Acepta este combate, incluso en los días en que tengas que decirte a ti mismo: “¿Quién me librará de este cuerpo mortal?”.

82 2 Cor 5,2

2 Pe 2,13ss

Sal 118,9

Flp 2,13-15

Por encima de lo incomprensible aparente y del dolor de tu combate, quizás hasta con gemidos, el amor casto te abrirá a la luz de la verdadera libertad. Ten el coraje de decir que tu castidad, por una parte, es una renuncia, pero ten la alegría de ver que esta ascesis te conduce a la santidad. Frente a un erotismo que individualiza, relativiza en el inmediato, materializa a la persona cosificándola, entenebrece y, finalmente, termina por entristecer el amor, la castidad te ayudará a renunciar a lo pasajero e ilusorio y te revelará el verdadero rostro de la vida. Tal vez algunos días pienses: “¿Cómo puede un joven llevar una vida íntegra?”. Cree entonces que Dios está ahí, pensando y actuando en ti al mismo tiempo, para que seas puro e irreprochable en medio de un mundo donde tú y tus hermanos debéis resplandecer como un faro de luz.

83 Más allá de la lucha y de la renuncia, la castidad te introduce en la paz y te lleva a la realización plena. Mediante la 82

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Un camino monástico en la ciudad

castidad sabrás ver en la carne la clara huella del Espíritu; en las personas que amas, la presencia de lo universal; en todo rostro, el reflejo de la Belleza suprema, y en lo profundo de tu vida, la Fuente divina de la que mana el agua viva. Lo que hay de puro, eso es lo que debe preocuparte. Afírmate ministro de Dios por la pureza. Ten la valentía de proclamarla.

Jn 1,14 Is 58,11

Jn 4,14; Flp 4,8

2 Cor 6,6

84 La vida monástica te invita al celibato consagrado Siguiendo a Jesús que nació de una virgen, bendita entre todas las mujeres, y que libremente eligió no casarse, estás llamado a caminar tras Él y a dejarlo todo: incluso marido, mujer, hijos y aun tu propia vida. Tú, su discípulo, no eres distinto de tu Maestro. Tú, que quieres ser un discípulo íntegro, deberás ser como tu Maestro. La virginidad, vivida en Él, hace de ti un testigo silencioso y fuerte de Jesucristo. Por ella te ves llevado a estar cada día más solo delante del Solo, pero a causa de un Amor supremo, el amor mismo de tu Dios y Señor, fascinado por la belleza del Resucitado. Verdaderamente monjes y monjas delante de los hombres y delante de Dios. Aun a riesgo de sonar un poco a disparate, estás prometido, prometida, a un único Esposo, y eres como una virgen pura que va a ser presentada a Cristo. Para eso te ha seducido el Señor y te has dejado seducir, te ha llevado al desierto para hablarte al corazón.

Lc 1,42 Lc 9,23

Mt 19,27ss; Lc 14,26 Lc 6,40

1 Cor 9,19

Jn 20,28

2 Cor 11,2 Jr 20,7 Os 2,16

85 Fuera de esta perspectiva esencial, tu celibato consagrado perdería su valor, su sentido y su alegría. Pero si lo vives en la certidumbre de esta Presencia, saborearás el júbilo profundo y sereno de saberte desposado, desposada, con Dios para siempre, en justicia y en derecho, en ternura y en amor. © narcea, s. a. de ediciones

83

Os 2,21

7. Castidad

Mt 19,12

Jn 15,19

2 Pe 3,13

Mc 12,25 Is 54,1-10

1 Tim 4,10

A esta entrega de amor podrás añadir el valor del testimonio. Pues Jesucristo te ha llamado a vivir así en referencia al Reino de los cielos. Tu entrega personal al Hijo de Dios proclamará tu fe, proclamará tu esperanza en unos cielos nuevos y una tierra nueva, según su promesa, en los que habitará la justicia. En el mundo futuro donde, resucitados, ya no habrá más ni marido ni esposa, sino que todos seremos como los ángeles del cielo, colmados en todo nuestro ser de una dicha eterna. Que tu vida consagrada en esta espera y en este amor, sea expresión humilde, gozosa y valiente de la esperanza que has puesto en el Dios vivo.

86

Lc 10,27 Col 3,17 Is 54,5

Sal 44,12 Cant 4,7 Dt 4,24 Ef 5,27

Ap 21,2 Mt 19,12 Mt 6,6

Desde tu virginidad libremente elegida, ábrete con todo tu corazón al amor de Dios, con toda tu alma, con todo tu cuerpo y con todo tu espíritu. Pues Dios bien se merece todo. Que todo en ti: pensamientos, palabras, acciones, esté lleno del amor de Dios, en quien todo está unido, y tu Creador entonces será tu esposo. Tal vez un día, por tu vida cada vez más pura y abandonada en las manos de Dios, llegues a provocar al Señor, que nos ama a todos infinitamente, a desear especialmente tu belleza. Ese día sabrás que Dios te ama con un amor celoso y experimentarás el gozo del divino esposo prometido a tu alma y la alegría inextinguible de entrever a qué bodas de dicha Él te invita. Esto no se puede explicar: ¡Que lo entienda el que pueda! Si Dios te concede el gustarlo, gózalo en secreto: tu gozo inalterable será Su mejor testimonio.

87 1 Cor 9,22

Jn 15,15

Desde tu celibato consagrado ábrete al mundo estando disponible para todos, haciéndote servidor de todos, amando libremente a todos sin tener un amor exclusivo por nadie. Así, pues, guárdate de demasiadas particularidades 84

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Un camino monástico en la ciudad

con tus amistades, para no ser prisionero de nadie en exclusiva sino siempre libre, como Cristo, que se hizo siervo y amigo de todos. La virginidad te mostrará el secreto de la ternura y el valor del respeto, la posibilidad de un amor universal y eterno. Tú que la has elegido libremente, ofrécesela a Dios por aquellos que la soportan sin haberla elegido, completando así en tu carne mortal lo que falta a los padecimientos de Cristo por su Cuerpo, que es la Iglesia. Pero sé humilde en tu castidad. Eres lo que eres por la gracia de Dios y solo este amor Suyo, gratuito, podrá llegar a hacer de ti Su consagrado.

Col 3,11 Is 41,8

Col 1,24

1 Cor 15,10

88 Tu celibato consagrado no niega el cuerpo, sino que lo engrandece, dándole el más profundo y último sentido, por el seguimiento del Verbo hecho carne que nos convoca a todos a formar un solo Cuerpo. Puesto que tu cuerpo es un templo donde mora el Espíritu Santo y ya no te pertenece, dale gloria a Dios con tu propio cuerpo. No solamente tu cuerpo es para el Señor, lo cual debe maravillarte, sino que el Señor es para tu cuerpo y esto tiene que entusiasmarte. Dios permanece en ti y tú en Él. Vive, pues, plenamente tu entrega a Dios, sabiendo que Él se ha entregado a ti. Desde un amor casto, ábrete a la luz y a la alegría, según la promesa que Jesús dirige a los limpios y puros de corazón; a saber, que ellos verán a Dios. A través de este amor casto tu vida irradiará Su presencia, revelará el secreto de una intimidad, encontrará en ella misma el secreto de un dinamismo, la paz de una realización verdadera.

Jn 1,14 1 Cor 12,12 1 Cor 6,19-20

1 Cor 6,13

Jn 6,56; 4,10

Mt 5,8

89 Igual que a María, virgen, esposa y madre, tu virginidad te introducirá en el misterio de la verdadera nupcialidad, de la paternidad real y de una tierna maternidad. Como goza el esposo con su esposa, así gozará tu Dios contigo. © narcea, s. a. de ediciones

85

Mt 1,18 Lc 1,34

Is 62,5

7. Castidad

Is 54,1

1 Sam 2,5

Pobre como es, la virginidad te liberará. Humilde, te engrandecerá. Estéril, te colmará. “¡Alégrate, estéril, que no dabas a luz! La mujer estéril da a luz siete hijos, y la madre de muchos ya no concibe”.

90

Heb 13,4 Ef 5,32

1 Cor 7,9 Jn 15,16

Lc 9,62

Por grande y sublime que sea este ideal, solamente podrás vivirlo con la gracia de Dios y como respuesta a su llamada. El matrimonio es igualmente un camino de santidad y no debes menospreciarlo; es también un gran misterio. No te comprometas en el celibato consagrado si no te sientes explícitamente llamado por Dios a vivirlo. No tienes que escogerlo como un ideal, sino como una respuesta personal a Dios si es que Él te ha invitado a vivirlo. Sin embargo, que el miedo a las dificultades no te asuste. Si Dios te llama a la virginidad, hará que esta te sea fácil y que te haga feliz. Pero no la vivas a medias. Nada es más difícil, en este campo, que las medias tintas. Para que el celibato no te sea una carga, debes consagrarte por entero.

91

1 Pe 2,11 Sal 29,6

1 Cor 10,13 Sant 1,13-14

Rom 12,9-13

Vívelo sin tensión, pero sin blandura. Vívelo sin nostalgia. No lo vivas por compromiso. Como extranjero y forastero, abstente de las apetencias carnales que combaten contra el alma. En las luchas o en las caídas, no te desanimes. Al atardecer nos visita el llanto, por la mañana el júbilo. Es mucho lo que le has dado a Dios con tu celibato, y Dios lo sabe. En la tentación te dará la gracia para soportarla sin sucumbir. Nadie es tentado por encima de sus fuerzas. La doble gracia del sacramento de la reconciliación y de la Eucaristía será tu fuerza cotidiana. María, que es madre de ternura, te enseñará el secreto del amor más hermoso. En tus amistades, no seas imprudente ni retraído, ni ingenuo ni asustadizo. 86

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Un camino monástico en la ciudad

92 Con tus hermanas y hermanos consagrados, ten pleno respeto y suma delicadeza en la oración común y en el afecto fraterno. Es una gracia tan grande caminar hermanos y hermanas compartiendo un mismo ideal y una misma amistad, que por nada del mundo debes arriesgarte a perderla. La transparencia absoluta siempre te preservará de dar un paso en falso. Purifica tu memoria. Cuida tus pensamientos. Vigila tus palabras. Viste de manera que se exprese tu condición de consagrado, pero sin pretender más prodigarte que pasar desapercibido. No debes huir, sino sobrepasarte. No te pongas triste por lo que dejas, alégrate por lo que Dios te da. Evita el mal haciendo el bien. Ama mejor amando más. Eres ciudadano del cielo, de donde aguardas un Salvador, el Señor Jesucristo. Él transformará la bajeza de tu cuerpo reproduciendo en ti el esplendor del Suyo, con esa energía que le permite incluso someter el universo. Cree, lleno de gozo, en la resurrección de la carne que profesa el Credo. Sé casto y serás feliz. Sé puro y verás a Dios.

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87

Jn 13,34

Jn 3,21

Ef 5,4

1 Tes 5,22

Flp 3,20-21

Mt 5,8

8 Pobreza

93 Para alcanzar la verdadera riqueza, para no caer en la trampa de los falsos tesoros, para caminar libre y gozoso tras los pasos de Jesús, has elegido desposarte con la pobreza. A consecuencia del pecado, de quien eres víctima y culpable al mismo tiempo, no puedes ir a Dios sin antes apartarte de ti mismo y del mundo. Ni el hombre viejo con su modo de obrar ni la efímera imagen de este mundo que pasa pueden enriquecerte. El hombre no perdura en la opulencia, sino que perece como los animales. Que tu pobreza te aleje de las falsas imaginaciones y de las cadenas de oro que brillan en tu entorno, y te abra a la verdadera libertad del despojo y a la alegría del ciento por uno ya en el tiempo presente. Estás llamado a pasar por la puerta estrecha que ningún rico podrá franquear, de cara a la posesión total y sin límites de un verdadero tesoro y de una herencia eterna. Dios, en efecto, ha elegido a los pobres según el mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino prometido a los que le aman. Que esta mirada de esperanza ilumine y alegre tu © narcea, s. a. de ediciones

89

Rom 5,12 Col 3,9

1 Cor 7,31 Sal 48,13

Gál 5,1 Mc 10,30 Mt 7,13 Mt 19,24 Mt 13,44; 19,21 Sal 36,18

Sant 2,5

8. Pobreza

Prov 28,11; 1 Cor 1,26-27

Ef 1,18

camino con el fin de que siempre seas consciente de la gran sabiduría que guía tus pasos. Que Dios ilumine los ojos de tu corazón para que conozcas cuál es la esperanza a la que has sido llamado y cuál es la inmensa gloria otorgada en herencia a los santos.

94

2 Cor 8,9 Sal 24,9 Flp 3,8

Lc 9, 23-25

El camino que te lleva a la verdadera riqueza pasa necesariamente por la pascua de la pobreza. Camina en el seguimiento de Cristo que, siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con Su pobreza. Dios guía a los humildes por la senda del bien y los instruye en su camino. Sabiendo esto, serás capaz de aceptar perderlo todo para ganar a Cristo. Tu pobreza no es una teoría, ni una práctica, ni siquiera un ideal, sino una Persona. Dios se hizo pobre, por ti, en Cristo Jesús. Contemplando a Cristo comprenderás el verdadero sentido del misterio de la pobreza. Apóyate en esta sabiduría. Reafírmate en esta esperanza. Contempla Su rostro para llegar a parecerte a Él. Así podrás comenzar a ser pobre siguiendo a Jesucristo, aceptando, como Él, recibirlo todo y darlo todo. Dar todo con amor y recibirlo todo y siempre con humildad.

95

Mt 25,15

Hch 10,34; Rom 2,11; Gál 2,6; Prov 13,7

La primera etapa de tu pascua de pobreza pasa por la sencilla aceptación de tus riquezas Acepta saber lo que sabes hacer, lo que sabes decir, la riqueza de tu fe, de tu esperanza, del amor de tu fraternidad; tu cultura, tu salud, tu libertad. Asume incluso el tener razones conscientes para anhelar la pobreza. De todo ello no tengas ni vergüenza ni vanidad: Dios no hace distinción de personas. No te sientas culpable de lo que posees, pero tampoco lo olvides nunca. 90

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Un camino monástico en la ciudad

A su vez, vive en una continua acción de gracias, ya que todo lo que tienes lo has recibido. Que tu pobreza te invite a la ofrenda permanente de un sacrificio de alabanza. Vive en la humildad, porque no puedes vanagloriarte de lo que viene de Dios y no de ti mismo, ni predecir a qué grado de anonadamiento y despojo Dios te va a conducir en el futuro tras los pasos de Aquel que, por nosotros, llegó hasta el despojo total de Sí mismo. Así pues, permanece disponible y sé agradecido, y habrás dado el primer paso en el misterio de la pobreza.

Ef 5,4 1 Cor 4,7

Heb 13,15 Jn 5,44

Flp 2,7

96 La segunda etapa del camino de la pobreza consiste en abandonar tus riquezas materiales. Desnudo viniste a este mundo y desnudo te irás de él. Acepta, pues, desligarte de lo que es transitorio y efímero. Libérate personalmente de todos tus bienes. Raíz de todos los males es el amor al dinero. Corta esa raíz. Si quieres ser perfecto, vete, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos. Pero, ¿cómo puede ser Dios tu riqueza si continúas atesorando para ti mismo? La pobreza material comienza por un valiente y radical desprendimiento que, únicamente, depende de ti. Vívelo sin concesiones. En la Fraternidad no debes poseer nada exclusivamente personal. No te preocupe ni el oro ni la plata ni la calderilla, fuera de lo que te permite la Regla. Cada salario es entregado íntegramente a la comunidad y el más mínimo gasto se hace de manera transparente y en mutua dependencia. Así alcanzarás la libertad y una mirada primordial sobre las cosas invisibles, las únicas eternas. Porque donde tengas tu riqueza, allí tendrás tu corazón.

Mc 10,21 Ecl 5,14

1 Tim 6,10

Mt 19,21 Lc 12,21

Mt 10,9

Hch 4,34

2 Cor 4,18 Mt 6,21

97 Nuestra Regla nos exige que, colectivamente, nunca seamos propietarios de nada. No tendremos heredad en esta sociedad: Dios será la parte de nuestra herencia. De© narcea, s. a. de ediciones

91

Lc 9,58 Núm 18,20

8. Pobreza

Mc 6,10-11

Sal 15,5-6

1 Cor 1,21

1 Cor 7,31

Job 1,21 Mt 11,29

beremos contentarnos con pagar un alquiler, como la mayoría de la gente de nuestro tiempo (sobre todo en Francia) o con la hospitalidad, como prometió Jesús a los discípulos del Evangelio. Solo Dios basta59 y esa es nuestra mejor heredad. Frente al materialismo que lo invade todo, solo podrá hacerse oír la radicalidad evangélica. Dios ha querido salvar a los creyentes a través de la locura del mensaje que predicamos. Vive este desprendimiento material, personal y comunitario, con gozo, sin nostalgia, y así liberado usarás los bienes como si no los usaras. Dando gracias a Dios como Job, diciendo: desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor! Y encontrarás descanso para tu alma.

98 Hch 2,44

Heb 13,16

Lc 15,31

Hch 2,44-47

En la comunidad, con tus hermanos o hermanas, comparte el dinero, los bienes, la ropa que te entreguen y que seguirás recibiendo del responsable de la ropería. Se comparten los libros que, una vez leídos, se llevan a la biblioteca común; se comparte todo lo que se considera de alguna utilidad para la Fraternidad. No te guardes nada para ti sin el acuerdo de tu prior o tu priora. Elimina de ti todo instinto de propiedad, pues basta un fino hilo atado a la pata del pájaro para impedirle volar60, y repite constantemente en tu corazón: “todo lo mío es tuyo”. A ejemplo de las primeras comunidades cristianas de Jerusalén, que lo ponían todo en común y lo repartían según la necesidad de cada uno, construye con tus hermanos y hermanas el Templo santo. 59 Santa

Teresa de Jesús, ob. cit., p. 1187.

60 San Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo, estrofa. 11, nº 4, ob. cit., p. 476.

92

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Un camino monástico en la ciudad

99 La pobreza material en la comunidad se expresa también por la sencillez de la vivienda, de la mesa, del modo de vestir, de los medios de transporte, de los muebles. Conténtate con tu salario. Come lo que te pongan y aprende a vivir con lo que tengas en toda ocasión, sabiendo vivir en la estrechez y en la abundancia. De este modo, sin tomar nada para el camino, siguiendo al Hijo del Hombre que no tiene donde reclinar la cabeza, dejando que los muertos entierren a los muertos, y sin volver la mirada hacia atrás, pues de lo contrario no serías digno del Reino, te vas haciendo monje, monja, al avanzar con espíritu de viajero, pues no eres más que un peregrino y un extranjero aquí en la tierra. Que tu estabilidad esté en el corazón de Dios, tu única riqueza, a la vez injertada y podada, y tu pertenencia fiel y sin fisuras a tu nueva familia, a la que te has entregado por entero. En una palabra: Vete. Vende. Dalo. Ven y sigue a Cristo. Que estos cinco verbos sean para ti otras cinco señales en el camino de tu desapego del mundo y de tu adhesión a Jesucristo. Esta doble exigencia es lo único esencial en la vida monástica.

Lc 3,14 Lc 10,8 Flp 4,11-12 Lc 9,3.58 Lc 10,4 Lc 9,57-62

1 Pe 2,11

Jn 15,2-4 Lc 18,22

100 La tercera etapa te abre a la pobreza solidaria Al estar atado, de alguna manera, a las exigencias y molestias de las grandes ciudades, debes sacrificar el gozo del silencio, la hermosura de la naturaleza, la paz del campo, el equilibrio del ritmo solar, el verdor, el aire puro... Vive esta renuncia sin nostalgia y en una doble solidaridad: con Jesús, que fue el primero en elegir esta dependencia de la ciudad de Nazaret y luego de Jerusalén, hasta el punto, a veces, de no pertenecerse; y con el número creciente de habitantes de las ciudades, que se hallan sometidos a las mil dificultades urbanas que conoces. Desde la pobreza que renuncia al mundo abandonándolo, vive la pobreza que permanece solidaria de este © narcea, s. a. de ediciones

93

Lc 2,51 Lc 13,33 Mc 10,32; 3,20; 2,1-2; 6,31

8. Pobreza Jn 17,15-18

mundo sin abandonarlo, pero guardándote de él. Sé hijo de la Iglesia, encontrándote con ella en el lugar más habitual de su combate, allí donde Dios sigue presente.

101 La cuarta etapa de esta pascua te conduce a la pobreza afectiva Pidiéndote que abandones además de tu casa o tus campos, al mismo tiempo: a tu padre, a tu madre, a tu esLc 14,26 Lc 12,34; Mt 19,29 posa, a tus hijos, a tus hermanos, hermanas y parientes, Jesús te invita también a sacrificarle tu corazón. Ningún amor, ningún afecto, ninguna relación puede anteponerse a lo que debes entregar a Dios si quieres ser digno de Aquel que ha sido el primero en despreciar su Rom 5,8; Mt 10,37; propia vida por ti. El Padre ha entregado a su Hijo por ti, el Rom 8,32 Hijo ha dado la vida por todos. Jn 15,13 Solamente la gracia podrá hacerte comprender el misEx 34,14 terio de este Dios celoso, que lo quiere todo porque Él vale más que todo y Él puede, ya aquí en la tierra, colmarte pleLc 18,29-30 namente. Abandona por Dios tanto tus afectos legítimos como los desordenados; purifica tu memoria, tus deseos más íntimos, y verás cómo tu corazón de piedra se convierte en Ez 36,26 un corazón de carne, ungido del Espíritu nuevo. Comparte Ez 11,19 con tus hermanos un único corazón, engrandecido por un solo amor, una sola alma y un solo espíritu. Flp 2,2 Mc 9,45-47 Si tu brazo te escandaliza, córtatelo. Si tu ojo te escandaliza, arráncatelo. Pero teniendo presente que Dios quiere Mt 9,13 amor y no sacrificios, permanece humilde y discreto en tus renuncias: el Señor detesta al pobre soberbio. El precio del Eclo 25,2 paso por el crisol, es el del amor enriquecido con los quilates de un corazón pobre, gozoso y purificado; de un corazón fiel: “Ve a buscarme un pobre que sea fiel al Señor de Tob 2,2 todo corazón”. 94

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Un camino monástico en la ciudad

102 Solo entonces podrás abordar la etapa de la pobreza espiritual Es el grado supremo de tu pobreza. Es la que debe guiarte al abandono de tus propios deseos, de tus propios pensamientos, de tu propio saber, de tu amor propio, siguiendo a Jesucristo, cuyo alimento es hacer siempre la voluntad del Padre. Entrégate hasta ese extremo. Despójate de todas tus armas. Piérdete hasta inmolarte a ti mismo. Esta es la pobreza en el Espíritu que te propone Jesucristo. Por consiguiente, si es el Espíritu quien te guía, que sea también el Espíritu quien te haga actuar. La pobreza material es fácil. La pobreza solidaria es costosa. La pobreza afectiva es siempre dolorosa. La pobreza espiritual crucifica. Este es el grado más alto de tu pascua de pobreza, porque quiere conducirte al total anonadamiento. Tras haberte despojado de todo, y luego de todos, ahora debes despojarte de ti mismo. No solamente renunciar a ti mismo, sino todavía más: negarte a ti mismo. Pero por ese camino, Jesús va contigo. La recompensa de este don total de ti es entrar en la voluntad del Padre. Ya no eres esclavo de nadie, sino hijo. Al no ser nada, lo recibes todo. Pobre del todo, tu riqueza es el Reino: heredero de Dios y coheredero con Cristo. Es el mismo Espíritu quien le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. El Padre y tú sois uno, porque haces lo que a Él le agrada.

Jn 12,49-50 Mt 10,38 Mt 5,3

Gál 5,16-25

Gál 6,14 1 Cor 2,2

Flp 2,8

Lc 9,23 Mt 16,21-27

Gál 4,7

Rom 8,16

Jn 10,30; 8,29

103 No podrás seguir a Jesucristo en la última etapa de Su pascua de pobreza: de tal modo ha elegido el último lugar que nadie podrá jamás quitárselo61. Pero deberás contem61 Hno.

Carlos de Foucauld, ob. cit., p. 26.

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95

Jn 16,32

8. Pobreza Flp 2,6-11 2 Cor 5,21 Ap 5,6 Is 53,3 Sal 21,7

Heb 12,2; 1 Pe 3,19

1 Cor 2,2

1 Cor 15,37 Jn 12,24

2 Cor 4,12

2 Cor 1,9 Sal 108,31; 2 Cor 9,9

plar incansablemente esa kénosis, ese abajamiento, ese anonadamiento de quien se ha hecho esclavo por ti, de quien ha llegado a hacerse pecado por ti. Cordero inmolado, despreciado y rechazado por los hombres, gusano, no hombre, verdadero Dios nacido de Dios verdadero. Avanza, fijos los ojos en Jesucristo, el pionero y consumador de tu fe, que te conduce a la perfección y que por la dicha que esperaba, por ti soportó la cruz y descendió a los infiernos. Esta contemplación te iluminará, te estimulará, te sostendrá y te preparará al don supremo a través del cual tú te anonadarás, te sepultarás, te despojarás de todo: es el paso de tu última muerte. Solamente ese día podrás darlo todo; pero únicamente si logras prepararte para ello. ¡Dios quiera que no esperes a morir hasta el momento de tu muerte! Que la muerte vaya haciendo en ti su obra y siembre la vida en torno a ti. Llevas en ti mismo la sentencia de muerte para que aprendas a no confiar en ti sino en Dios que resucita a los muertos. El Señor está siempre a la derecha del pobre. Él da a los pobres y su generosidad dura por siempre. Sea este el camino de tu pobreza, y ella será para ti una verdadera Pascua.

96

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9 Obediencia

104 El modelo perfecto de obediencia está en el misterio de la Trinidad. Entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, todo es escucha, acogida y don. De esta total dependencia nace la suprema libertad; del respeto a su diversidad nace la perfecta comunión. Si quieres comprender el porqué fundamental de tu obediencia, contempla a la Santísima Trinidad. La obediencia no es una invención de los hombres, sino la expresión misma del ser de Dios. Por medio de la obediencia, Dios quiere introducirte no en una relación de dependencia, de sumisión, ni siquiera de conciliación, sino en una relación de amor. Por eso, Jesucristo, Hijo de Dios y hombre perfecto, que tanto nos ha amado, se hizo obediente. Lo que rechazó el antiguo Adán e incluso tú mismo, lo ha asumido por ti el nuevo Adán, el cual, siendo Hijo, aprendió sufriendo lo que era la obediencia. Si quieres ser perfecto, acuérdate de Jesucristo, tu maestro, que es el primer obediente. No puedes ser diferente de Él. Tú, discípulo, tienes que ser obediente como tu Maestro, y servidor como tu Señor. © narcea, s. a. de ediciones

97

Jn 5,19 Jn 7,16; 8,29; 12,49

Jn 14,24; 17,8

Jn 15,9 Flp 2,8 Rom 5,19

Heb 5,8 2 Tim 2,8

Mt 10,24

9. Obediencia

105

Lc 10,27 1 Pe 1,22

Rom 12,10 Flp 2,3-4

Jn 12,35-36

Mediante la obediencia, aprenderás a amar; a renunciar a ti mismo para hacer lo que agrada a tus hermanos y a Dios; a amar a tu prójimo como a ti mismo y a Dios por encima de todo; a ponerte de acuerdo con otros para trabajar juntos, en una misma comunión de escucha, según el plan de Dios. El Padre espera tu libre colaboración en esta comunión y en este amor. Cuanto más obedezcas, más amarás. Cuanto más ames, más obediente serás. Amor y obediencia constituyen una misma cosa. Si quieres amar de verdad, has de ser obediente. A través de la obediencia expresarás tu fe. Pecador como eres, obedeces a hombres también pecadores y, de este modo, eliges poner tu mirada más allá de las apariencias. A través de lo que en ocasiones te será incomprensible o difícil, en los momentos de prueba, cuando tengas que avanzar por la penumbra de la fe, es cuando podrás expresar tu amor. Solo podrás demostrar tu amor en la prueba de la fe.

106 1 Cor 1,10

Jn 4,34

Jn 8,32 Is 55,8 Dt 29,3; Mc 8,18 Jn 16,13

Por la obediencia vivirás la pobreza. La pobreza más radical: la del abandono de tu querer propio, de tus propios pensamientos, de tu amor propio. Mucho más que la no posesión, será la perfecta obediencia la que hará de ti un verdadero pobre alimentado, como Cristo, de la voluntad del Padre. La obediencia te enseñará la libertad y la verdad. Si te atienes a Su palabra, conocerás la verdad y la verdad te hará libre. Aceptando que los planes de Dios no son tus planes y que tus caminos no son Sus caminos, tendrás ojos para ver incluso sin comprender. El Espíritu, desde dentro, te guiará hasta la verdad completa. La obediencia te revelará la misericordia, porque por encima de tus rebeldías, de tus torpezas y de tus rechazos, te conducirá a Dios, cuya ternura y perdón te apaciguarán. 98

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Un camino monástico en la ciudad

Incluso si tu conciencia llegase a condenarte, Dios es más grande que tu conciencia. Entonces comprenderás que todo es gracia y que todo es posible para Dios.

1 Jn 3,20 Lc 1,37; Mt 19,26

107 La obediencia te dará el gozo y la paz. Obedeciendo, no te empequeñeces; al contrario, te engrandeces, no disminuyes, sino que te realizas. El amor de Dios habita en ti y Su voluntad guía tu vida dándote paz y alegría. Sabes de quién te has fiado. Te has introducido en un desprendimiento tal que tu camino ya no tiene fin. Pero fíjate bien: tu camino no está marcado por la fatalidad, es Dios mismo quien te guía por el camino de la eternidad. La obediencia iluminará toda tu persona. Ábrele hasta el fondo de tu corazón y su luz brillará incluso sobre tu rostro. La norma del Señor es límpida, da luz a los ojos. Finalmente, la obediencia hará de ti un verdadero hijo. Teniendo tu corazón abierto, disponible y liberado, el Padre puede hablarte como a Su propio hijo. Y tú puedes, con la ayuda del espíritu nuevo que la obediencia ha introducido en tu corazón de carne, atreverte a llamarle con el más entrañable de los nombres que tu boca pueda pronunciar: “¡Abbá, Padre!”. Hijo en el Hijo, ves al Padre y eres escuchado y amado por Él.

Flp 2,2

2 Tim 1,12

Sal 138,24

Sal 18,9 Rom 8,17

Ez 36,26

Rom 8,15 Jn 14,9.13.23

108 La verdadera obediencia es, ante todo, una conversión. Por la obediencia, apártate del mundo y del hombre viejo, vuélvete hacia las cosas de arriba y busca a Dios en lo profundo de tu ser. De este modo, purificado y despojado, lleCol 3,1 garás a ver con claridad la voluntad de Dios. 1 Sam 3,10 La verdadera obediencia es, a la vez, escucha y acción. Is 53,3 Supone en ti una docilidad atenta —presta el oído, acércate a Dios, escúchale y vivirás— y una actitud verdaderamente operante hasta ponerla en práctica. Lc 8,21; 11,28; Sant 1,23 © narcea, s. a. de ediciones

99

9. Obediencia

Heb 5,8 Mt 5,48

La obediencia debe ser inmediata e íntegra. Los verdaderos monjes prescinden al punto de sus intereses particulares, renuncian a su propia voluntad y, desocupando sus manos, dejan sin acabar lo que están haciendo... La obediencia solo será grata a Dios y dulce para los hombres cuando se realice lo mandado sin miedo, sin tardanza, sin frialdad, sin murmuración ni protesta62. Medita estas palabras del gran maestro de la obediencia. Viviéndolas, serás perfecto como el Hijo de Dios.

109

Heb 12,4

La obediencia no es discutidora, ni meramente informativa, ni ocasional, ni veleidosa. Debe abarcar todo tu ser. Entrégate a ella con toda tu persona y para siempre. La obediencia-información no es auténtica obediencia. Esta debe ser una verdadera dependencia y un real abandono a una decisión dada y recibida ¡Qué representaría tu obediencia si solamente la vivieses cuando coincide con tus deseos y tu voluntad! Cuando la obediencia empieza a ser difícil es cuando empieza a ser más verdadera. La verdadera obediencia hace crecer en el hombre adulto un corazón de niño.

110 Mt 23, 8-10; Jn 13,13 Ex 34, 14; 1 Cor 8,6

Ef 4,6 Mt 6,10; 2 Cor 1,20 Jr 42,6

Debes obedecer a Dios, y solamente a Él Porque solo Él es tu maestro y tu guía, tu verdadero Padre y tu único Señor. Sabiendo que te ama infinitamente y que es el Todopoderoso, no puedes escoger nada más hermoso que seguir el plan de amor que desde siempre tiene trazado para ti, haciendo siempre Su voluntad. Di Amén a la gloria de Dios. Te sea agradable o no, obedece al Señor, tu Dios, y a Su Palabra, y serás dichoso. 62 RB

100

5, I, p. 465-467. © narcea, s. a. de ediciones

Un camino monástico en la ciudad

Obedece al Padre, porque el Padre en persona te ama. Es bueno seguir plenamente al Señor y vivir el resto de tus días guiado por la voluntad de Dios. Obedece al Hijo, porque es fuente de salvación eterna para los que le obedecen y porque has sido elegido, mediante la consagración por el Espíritu, para obedecer a Jesucristo. Si le amas, guardarás sus mandamientos, haciendo en ti cautivo todo pensamiento propio para orientarlo a obedecer al Señor. Obedece al Espíritu haciéndote dócil a su voz, pues Dios da el Espíritu Santo a quienes le obedecen, para conducirles dócilmente, por medio de Él, a la verdad completa y a la verdadera fecundidad. Por la obediencia a Dios, entrarás en la dicha trinitaria y gustarás la paz.

Jn 16,27 Eclo 46,10 1 Pe 4,2

Heb 5,9 1 Pe 1,2 Jn 15,10.14; 14,15

2 Cor 10,5

Hch 5,32 Jn 16,13 Gál 5,22

111 También debes obedecer a los hermanos porque, con ellos, formas el Cuerpo de Cristo y el Templo del Espíritu. Obedeciendo a la verdad, habéis santificado vuestras almas para amaros sinceramente como hermanos. Por la comunión en la escucha mutua se manifiesta la voluntad de Dios presente en medio de vosotros. Con tus hermanos intenta tener un mismo amor, una sola alma y un solo sentimiento y el templo así construido será sólido porque habrá sido edificado por el Espíritu Santo que se expresa a través de la comunidad que le invoca. La Fraternidad es Cristo. Deja que Dios hable en el Capítulo a través de la comunidad. Y sométete en todo con verdadera obediencia, tanto en los detalles como en las orientaciones generales, las cuales se convierten en verdadera norma para la comunidad.

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101

1 Cor 10,24 1 Pe 1,22

Mt 18,20 Flp 2,2

9. Obediencia

112

Eclo 4,7

2 Tim 1,13 1 Tes 5,12-13

Ap 2,10

Obedece especialmente a aquel, o a aquella, a quien, libremente, todos han elegido y reconocido como servidor de la autoridad, porque es el portador de la palabra de la comunidad y de la voluntad de Dios. Hazte querer por la comunidad y eclípsate ante el o la responsable. Mediante la disponibilidad de tu corazón, suscitarás en la autoridad la gracia de Dios. Con el prior o la priora, sé transparente y obediente en todo. Desde esta obediencia se establecerá una reciprocidad de amor y de fe entre la autoridad que sirve mandándote y tú que sirves obedeciéndole. Hasta las cosas más insignificantes hazlas a la luz de la obediencia. En esta exigencia de santidad encontrarás la libertad de un corazón pacífico y el gozo absoluto de un corazón abandonado en Dios. Siendo pecador el que manda y también imperfecto tú que obedeces, entrarás, sin embargo, por esta doble vía de imperfección del maestro y del discípulo en el camino de la perfección63, en el que jamás te faltará la ayuda de Dios si permaneces confiado, abierto y perseverante. Permanece fiel hasta la muerte y Cristo te dará la corona de la vida.

113 Rom 13,4

EL PRIOR, LA PRIORA La autoridad es un instrumento de Dios para ayudarte al bien. 1. Como su nombre indica: prior, los priores son los “primeros”; no en un orden jerárquico, ni por derecho o santidad. Son “los primeros obedientes”. Los primeros en querer someterse a la Regla, reconocida por todos, y en motivar con su ejemplo a que la viva toda la comunidad. 63 RB

102

5, I, p. 465. © narcea, s. a. de ediciones

Un camino monástico en la ciudad

Los primeros en querer hacer la voluntad del Padre y en recordártela a ti, que eres su hermano, su hermana. 2. Por eso son elegidos: aquellos a quienes sus hermanos o hermanas han designado para que asuman esta responsabilidad y a quienes la Iglesia, por su parte, ha confirmado. Por esta doble mediación se reconoce en ellos el hecho de que también son bendecidos por Dios, los elegidos del Señor. La designación por los hermanos y hermanas, en el Espíritu Santo, y la oración que todos ellos elevan en su favor, hacen que los priores tengan desde ese momento, a pesar de su debilidad y su pecado, una particular “gracia de estado”, y al escucharlos siempre se percibe a alguien más grande que ellos. Se les tiene que reconocer más por lo que representan que por lo que son.

Mt 20,28

1 Pe 5,5

114 3. Deben ser un modelo. No el modelo —que solo es Jesucristo—, pero sí un modelo. El modelo que predica con el ejemplo de su vida. Su exigencia propia es la de ser auténticos; la tuya, la de reconocerles por lo que son y representan. Nada estimulará tanto a los hermanos y hermanas como una verdadera exigencia de santidad. Nada motivará mejor a la conversión a la priora o al prior que una verdadera obediencia de discípulo. Una sincera autoridad construirá en ti una justa obediencia; por tu parte, una sincera obediencia hará posible una justa autoridad. El corazón de una priora o de un prior se conmueve cuando ve el espíritu con el que sus hermanos y hermanas eligen obedecer. 4. Los priores son fundamentalmente servidores. La autoridad es un servicio y ellos ejercen ese cargo en nombre de todos y bajo la mirada de todos, “servidor de los servidores de Dios” a imagen de Cristo que vino, el primero, no para que le sirviesen, sino para servir. Su exigencia fundamental consiste, por tanto, en ser “el primer servidor”. © narcea, s. a. de ediciones

103

Flp 3,17

1 Pe 1,15

Mc 10,45; Lc 22,27 Jn 13,14

9. Obediencia

5. Serán, antes que nada, hombres y mujeres de escucha. Escuchando a Dios en la verticalidad de la oración, y a ese mismo Dios hablando en la horizontalidad de toda la comunidad y de cada uno de los hermanos y de las hermanas en particular. Los priores deben escuchar para conocer mejor, hablar mejor, responder mejor, para mejor discernir, orientar y corregir. Prestan oído atento al punto de convergencia entre la palabra venida de Dios, los ecos de su conciencia y de la Fraternidad. Escúchales, pues, y hazte escuchar.

115

Mt 23,9 1 Cor 12,1-11

6. Este hermano, esta hermana, ha recibido un carisma especial de hijo de Dios. Se reconoce en ellos una peculiar cualidad filial, capaz de atraer a cada uno de sus hermanos a la misma actitud filial, en presencia de Aquel que es el único que puede llevar el nombre de Padre. Su carisma es hacer crecer los diferentes carismas del cuerpo entero dándoles cohesión y armonía bajo la gracia del Espíritu Santo. A través de la autoridad pon tu carisma al servicio de la comunidad. 7. Son conciliadores. Alguien en quien se concilian y se reconcilian las diversas personas, las diferentes tendencias, las aspiraciones internas de la comunidad y las llamadas que vienen del mundo exterior; todo ello de cara a un consenso de unidad que necesita tomar cuerpo en una sola persona, para vincular más fácilmente a todos los hermanos en un único cuerpo. No sofocan, pues, la personalidad de cada uno, sino que unen a todos. Son “el vínculo de unidad entre todos los miembros de la comunidad” aunque, sin duda, esto les tenga que producir desgarros.

116 8. Los priores son también los garantes de la Regla escogida por todos y de las grandes orientaciones que especifican la vocación de la Fraternidad. Mantienen el timón en 104

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Un camino monástico en la ciudad

la dirección establecida en común. Velan para que se viva lo que está escrito o dicho. Según sea necesario, recuerdan, explicitan, corrigen o reafirman. Pero como la aventura espiritual es un avanzar constante, siempre recordarán que no están defendiendo un bastión ni administrando unas posesiones, sino que están conduciendo la marcha de un grupo. El monje es tan peregrino como centinela. 9. Ejercen una verdadera función siendo sencillamente lo que son. Teniendo el cargo de prior o priora, deben asumirlo con responsabilidad. Su papel no es únicamente místico o espiritual. Deben regir una comunidad, repartir responsabilidades y respetar las responsabilidades asignadas. 10. Asumen, de un modo especial, la tarea del discernimiento, ayudados en esto por las personas encargadas para ello. En el discernimiento, su papel es capital, ya que deben tomarse numerosas decisiones y orientaciones que, en parte, dependen de ellos. A esto les ayudan especialmente un consejo, un maestro de novicios y un hermano encargado de repartir funciones y responsabilidades.

2 Tim 4,2

1 Pe 5,1-4

117 11. Siendo lo propio de los priores asumir una autoridad, esta debe ser puesta en práctica. No podrán hacerlo sin sufrir, ni, tal vez, hacer sufrir. Pero el peor enemigo del bien común, ¿no son las abdicaciones o la demagogia? Esto sería como abrir las puertas a la dispersión, a los individualismos y a los caprichos. Por el contrario, la autoridad que asume su papel con valentía y firmeza, con dulzura y humildad, con fortaleza y ternura, libera, estimula y clarifica. Lo propio de los priores es estar en su sitio, no ir más allá de su sitio, sino estar justamente en su sitio, y ejercer la autoridad. 12. Son portadores de exigencia, sembradores de alegría y de paz. La aventura de su cargo debe ser una aventura de santidad. Y esta no se desarrolla sino en un clima de © narcea, s. a. de ediciones

105

Rom 13,1-4

9. Obediencia Rom 15,13

Mt 6,10

confianza, de gozo y de serenidad. Hombres y mujeres de paz, deben reflejarla; portadores de alegría, deben comunicarla. También para ellos su vocación propia es la santidad. Por encima de todo y en una sola palabra, deben amar. Deben orar incesantemente por todos sus hermanos y hermanas. Tú personalmente, todos los días, pide a Dios que les conceda los carismas de la escucha y del discernimiento en la búsqueda común de Su voluntad.

106

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10 Humildad

118 La humildad es el alma de la vida monástica La humildad no es uno de los manjares del festín, sino el condimento que sazona todos los platos64. El silencio, la obediencia, las vigilias, el ayuno, el trabajo y la ascesis están orientadas hacia la humildad para que, por ella, arraigue profundamente en la persona la renuncia a toda suficiencia y a toda sed de poder, y así renazca en cada uno Jesucristo, que es Amor. El orgullo, en efecto, conduce a la desobediencia; por ella entró el pecado en el mundo y, por el pecado, la muerte. La humildad lleva a la obediencia, que es su primer grado65, y la obediencia nos devuelve la vida. El Maestro te enseña cómo adquirir la humildad perfecta al decir: “Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis descanso para vuestras almas”. Si quieres, pues, adquirir la perfecta humildad, aprende, tú 64 M. 87, Les sentences des Pères du Désert, Nouveau Recueil, ed. Solesmes, 1977, p. 215. 65  RB

5, I, p. 465.

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107

Flp 2,5

Rom 5,12; Gén 3,5

Heb 5,9

Mt 11,29

10. Humildad

Jn 6,38 Jn 13,14-15 Mt 20,28

Is 53,1ss; Rom 5,8

también, a soportar lo que Jesús ha soportado y sopórtalo tú también66. La humildad es Jesucristo que ha bajado del cielo, no para hacer Su voluntad, sino para hacer la voluntad del que le envió. Eso es lo que te enseña tu Maestro y Señor, para que hagas como Él ha hecho; pues Él no vino a ser servido, sino a servir. Siguiendo sus pasos, entrarás en el gran misterio de la humildad de Dios, que se ha hecho servidor y redentor nuestro, testigo de un amor desmesurado, cuando éramos todavía pecadores.

119 Dt 8,17 Hch 10,26 Sab 7,1

Eclo 3,18-20

Sal 24,14

Lc 5,8 1 Cor 15,10

Rom 7,18

Mt 9,13 2 Pe 3,9

La humildad, en primer lugar, debe recordarte que eres tan solo una criatura. No olvides que es el Señor quien te da la fuerza. Como Pedro, reconoce, tú también, que solamente eres un hombre, un hombre mortal, como todos los hombres. Y que cuanto más grande seas, más debes humillarte para obtener el favor de Dios, pues grande es la misericordia de Dios y Él revela sus secretos a los humildes. Delante de Dios acepta reconocerte como una humilde criatura y a través de este reconocimiento reverencial entrarás en sus secretos. La humildad también debe recordarte que eres un pecador. Por la gracia de Dios eres lo que eres. Sabes que nada bueno anida en ti, es decir, en tus bajos instintos, porque el querer lo excelente lo tienes a mano, pero no el realizarlo. Por el recuerdo de tu incapacidad radical, que te lleva a susurrar sin cesar esta oración: “Señor Jesús, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mí, pecador”, borra de tu vida toda clase de orgullo. El Hijo de Dios no vino a llamar a los justos sino a los pecadores. Solamente puedes ser justificado por medio de un humilde arrepentimiento. Tu tesoro lo llevas 66 Barsanufio

108

y san Juan de Gaza, carta 150, ob. cit., p. 132. © narcea, s. a. de ediciones

Un camino monástico en la ciudad

en una vasija de barro, para que se vea que esta fuerza tan extraordinaria es de Dios y que no viene de ti. Por eso, con el publicano y con el centurión del Evangelio, dile sin cesar: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa”. Más vale quien reconoce sus pecados que quien resucita a los muertos con su oración; quien conoce su propia debilidad es más grande que quien ve a los ángeles67.

2 Cor 4,7

Lc 7,6; 18,13

120 La humildad llegará a ser para ti gracia de conversión Para formar a su pueblo y santificarlo, el Señor le hizo pasar la prueba de la humillación. “Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer durante cuarenta años por el desierto, para humillarte, ponerte a prueba y conocer tu corazón”. Tú mismo, antes de sufrir, andabas extraviado; ahora, observa su promesa. El Padre quiere conducirte por el mismo camino para hacerte progresar, porque el Señor corrige y castiga a los que ama, pues está escrito: “No hay hombre suficientemente justo en la tierra como para hacer el bien sin jamás pecar”. El camino de la humildad pasa por la prueba de la humillación, que algunos días llegará a parecerte un horno ardiente. Cree que los desprecios y los ultrajes son auténticos remedios para el orgullo de tu corazón, y reza por quienes te maltratan como si fueran tus médicos. Persuádete de que quien odia la humillación, odia la humildad68. Si eres tentado, humíllate todavía más y Dios vendrá en tu auxilio. Así avanzarás por el camino de la verdadera perfección y tu ascenso tendrá la misma medida que tu humillación, porque quien se enaltece será humillado y quien se humilla será enaltecido. El signo de la perfecta humildad ¿no es acaso el alegrarse de las 67 Isaac el Sirio, Discours 68 Doroteo

ascétiques, 34, en Oeuvres spirituelles, DDB, 1981, p. 216. de Gaza, Carta, 2, 187. Correspondence, SC 92, 1963, p. 505.

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109

Dt 29,4

Dt 8,2 Sal 118,67

Hch 12,6

Ecl 7,20

Eclo 23,2 1 Pe 4,12; Sab 3,6

Sant 1,13-14

Lc 18,14

10. Humildad Mt 5,11; Hch 5,41 Lc 17,10

Eclo 1,27-28 1 Pe 5,6

injurias? Te es provechoso poder decir, al final, junto con los discípulos de Jesús invitados a perderse por Él: somos siervos inútiles. No hemos hecho más que lo que debíamos hacer. De este modo avanzarás rápidamente hacia esa valiosa pasividad que hará que tu alma esté disponible y sea dócil a la acción de Dios; porque, humillado por la mano poderosa de Dios, Él te ensalzará a su debido tiempo.

121

Mt 11,29

La humildad te enseñará la santidad De tal manera los demonios saben que la humildad es la puerta abierta a la santidad que, según los Padres del desierto, es la virtud que más temen entre todas las virtudes. Un día le dijo el demonio a Macario: “No puedo luchar contra ti. Y eso que todo lo que tú haces, lo hago yo también: tú ayunas y yo no como nunca; te aplicas a las vigilias y yo no duermo nunca. Solo en una cosa me vences”. El padre Macario le dijo: “¿En qué?”. El demonio le respondió: “En la humildad”. ¿No es así como venció Jesús al adversario? Nada ahuyenta ni vence a los demonios tan eficazmente como la humildad. La humildad los pierde69.

122 1 Pe 5,8 Sal 44,22; Heb 4,13

Por eso la humildad exige una constante vigilancia Vigilancia sobre los pensamientos, la voluntad y los deseos. Ten presente, en todo momento, que Dios te está mirando desde lo alto del cielo y que tus acciones están siempre descubiertas a su mirada70. Y por este santo temor, aprenderás humildemente a compartir con Dios Su vigilante santidad. ¡Es una gracia tan grande llegar a vivir con el pensamiento fijo en esa mirada de Dios sobre ti! Acepta 69 Macario, 70 RB

110

Les Sentences des Pères du désert, 1981, p. 178. 7, I, p. 477. © narcea, s. a. de ediciones

Un camino monástico en la ciudad

con humildad que Dios sondee tu corazón y penetre todos tus pensamientos, y serás guiado y protegido. Buscad al Señor, vosotros, los humildes de la tierra, buscad la humildad para tener, quizá, un refugio el día de la ira del Señor. Más allá de todo temor. De este modo, la humildad conduce al amor perfecto. Es enorme el gozo de saberse inmerso en esta caridad perfecta de Dios, caridad que expulsa el miedo y el temor, después de sentirse, más aún que pecador, humillado y contrito, pero luego lavado, perdonado siendo amigo y ya no siervo de un Dios que enaltece a los humildes. Recuerda que todo trabajo es vano sin la humildad, porque la humildad es la puerta de la caridad. Juan era el precursor de Jesús y atraía a todo el mundo hacia el Señor; del mismo modo la humildad atrae hacia el amor, es decir, hacia Dios mismo, pues Dios es Amor71. Y a continuación nos lleva a amar a los otros. Si cada uno, por humildad, considera a los otros superiores a sí mismo, ya no hay lugar entre hermanos ni para actitudes partidistas ni para la vanagloria, y en consecuencia serán rechazadas las envidias, las discordias y las rivalidades.

Jr 12,3; Job 31,4 Sal 138,2.16

Sof 2,3; 1 Jn 4,17

1 Jn 4,18 Jn 15,15 Lc 1,52

Flp 2,3

1 Pe 3,8-9

123 Con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportaos los unos a los otros. De este modo, es gozoso soportarse al estar revestidos de humildad en las relaciones mutuas. La felicidad de la comunión fraterna nace de esta sumisión recíproca a la cual conduce particularmente la obediencia que, en este sentido, viene a ser la apertura al amor, a ejemplo de Cristo. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos. De esta manera el servidor entra en el amor humilde, lleno de ternura y respeto, de afabilidad y de mansedumbre; marcado de una gozosa y serena dignidad. 71 Barsanufio

y san Juan de Gaza, carta 150, ob. cit., p. 132.

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111

Ef 4,2

1 Pe 5,5 Sal 133,1

Lc 22,27

Mc 10,43-44

Rom 12,9-10

10. Humildad

Rom 12,3 Lc 18,9-14

Rom 8,17; 2 Pe 1,4

Finalmente, la humildad lleva al justo amor a sí mismo. Nos reconcilia con nosotros mismos. No os estiméis en más de lo que conviene, pero mantened una justa estima de vosotros mismos. Si Dios nos humilla, ciertamente no es que nos desprecie; nos humilla para ensalzarnos. La verdadera humildad debe llevarte a reconocer que, si por ti mismo no eres nada, por Dios lo eres todo: heredero de Cristo y coheredero de la gloria divina, partícipe de la naturaleza de Dios.

124 Eclo 11,1

Mt 11,29 Flp 2,8-9

Sant 4,10

Fil 2,9 Ex 33,20

Job 5,11 Lc 1,48

La verdadera humildad no desespera nunca del amor de Dios. El humilde, si es sabio, puede caminar con la cabeza alta a ejemplo de Cristo manso y humilde de corazón, porque Dios lo ha enaltecido. El humilde reconoce que no es nada, pero en lo hondo de su nada, de su anonadamiento y de su abatimiento, más allá del desánimo, del derrumbamiento de sí y de las pruebas con las cuales Dios lo ha quebrantado (contritio cordis), sabe que, cuando cede ante la misericordia, el amor del Padre lo levanta. Ahora ya no le preocupa ni su propia perfección. Muerto por Dios, vive en Él. Déjate anonadar hasta esa exaltación. Desciende hasta el final de esta subida. No podrás ver a Dios sin morir. Por ti Dios ha descendido más bajo que tú. Si mueres a ti mismo, mediante la humildad encontrarás a Dios en lo más hondo de ti y hallarás una vida sin término. El Señor levanta a los humildes y la primera de entre ellos es María. El Señor los dirige en la justicia. Sé humilde y poseerás la tierra, disfrutando de paz abundante.

125 Por este camino de humildad, dos venerables ancianos te acompañan de manera especial con su sabiduría y sus enseñanzas: san Juan Casiano y san Benito. Según Benito, inspirándose de cerca en san Juan Casiano: 112

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Un camino monástico en la ciudad

La escala de la humildad representa nuestra existencia en este mundo. Por esta escala, el Señor nos hace subir hasta el cielo, si nuestro corazón es humilde. Doce grados jalonan esta ascensión, que consiste en un anonadamiento cada vez más profundo: 1. Tener siempre ante los ojos el temor de Dios y evitar por todos los medios echarlo en el olvido, con humilde sumisión y constante vigilancia. 2. No amar la propia voluntad ni complacerse en satisfacer los propios deseos. 3. Elegir libremente someterse al superior con toda obediencia. 4. Abrazar la paciencia en las dificultades, las pruebas, las injurias, las tribulaciones; y soportarlo todo sin cansarse ni echarse atrás. 5. Manifestar al superior los malos pensamientos que le vienen al corazón y las malas obras realizadas ocultamente. 6. Permanecer sereno ante cualquier humillación o desprecio.

126 7. Reconocerse el último y más despreciable de todos, hasta llegar a creerlo desde el fondo del corazón. 8. Observar estrictamente la regla del monasterio. 9. Dominar la lengua y mantenerse silencioso para guardarse del mal. 10. Evitar la risa superficial que distrae, turba y entorpece. 11. Saber hablar reposadamente y con seriedad, en pocas palabras y juiciosamente, sin levantar la voz. 12. Entonces la humildad invadirá todo tu ser y cuanto hagas estará impregnado de ella. Cuando el monje haya superado todos estos grados de humildad, llegará en breve al amor perfecto de Dios, que ex© narcea, s. a. de ediciones

113

10. Humildad

cluye todo temor... y el Señor se complacerá en manifestar todo esto, por el Espíritu Santo, a Su obrero purificado ya de sus vicios y pecados72.

127 Jn 17,24 Jn 12,24 1 Cor 15,36 Jn 6,44; Ecl 12,7

Mt 24,44

Mt 25,6 Lc 12,35-36 Gén 3,19 Ecl 3,20 Os 6,1 Sal 139,24

Mt 7,14

2 Tim 2,11-12

Al final de nuestra vida compartiremos la gloria divina según Su promesa. Pero el último paso de este camino nos conducirá al último grado de anonadamiento. Ese día, para subir al cielo deberemos meternos en la tierra. Para que el Padre te atraiga hacia el cielo, tus hermanos te colocarán en la tierra. La visión de tu alma sumida en ese momento en ese doble abandono, ha de iluminar la mirada con la que debes descubrir el sentido de toda tu vida. Monje, monja, de entrada, has de situarte en ese último paso y, a la luz de su visión, iluminar lo que debe guiar tu vida entera porque, en ese momento, estarás verdaderamente solo delante del Solo. El polvo de la tierra, del que fuiste formado, volverá a acogerte. Solamente Dios podrá levantarte de ahí y concederte vivir en su Presencia. Nada vale orgullo alguno. Mira tu existencia desde el umbral del último día de tu vida. La humildad es la puerta de acceso a la gloria. El monje lo sabe y quiere vivirlo. Si mueres con Cristo, vivirás con Él. Si te mantienes firme en la humildad, reinarás con Él.

72  RB

114

7, I, p. 477. © narcea, s. a. de ediciones

de Jerusalén

11 En el corazón de las ciudades

128 “Levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que has de hacer”. Como uno de los hechos más generalizados de nuestro tiempo es el fenómeno de las grandes urbes, una de las características esenciales de tu vocación monástica, hoy, es vivir en la ciudad. Desde siempre, la ciudad nos muestra un doble misterio de bien y de mal, de santidad y de pecado. En su dimensión positiva, la ciudad representa uno de los lugares privilegiados para el encuentro del hombre con Dios: Dios mora en la ciudad, que está santificada por Su presencia, consolada y regocijada por su Señor, fiel, radiante, santa, reconstruida, restaurada y repoblada por la gracia del Altísimo. La ciudad acoge a Su propio Hijo, que en ella enseñará, instituirá la Eucaristía, resucitará, derramará Su Espíritu y fundará la Iglesia; esperando volver un día a ella, como el nuevo Emmanuel, lleno de gloria, para habi© narcea, s. a. de ediciones

117

Hch 9,6

Lc 24,45-49

11. En el corazón de las ciudades

Ap 22,2

Is 60,14

tar por siempre en ella, entre los hombres, y compartir con ellos el gozo del amor eterno73. La ciudad es el lugar donde compartir la oración y el amor. Es una Tierra nueva y definitiva donde Dios hará brotar para siempre el jardín del nuevo Paraíso. Es necesario que ames y medites el misterio de la ciudad, porque el mismo Dios la ha escogido y edificado, la ha salvado y la ha santificado. La ciudad es el lugar donde el hombre ha puesto lo mejor de su inteligencia, de su trabajo, de su fe. Desde el corazón de las ciudades puedes vivir en el corazón de Dios, pues la ciudad está asentada en el corazón de Dios. Sé monja o monje en el corazón de la Ciudad de Dios.

129

Mt 10,34

A la inversa, la ciudad es el lugar del orgullo humano, del escándalo, de la idolatría, del pecado, de las masacres y de la angustia. La ciudad mata a los profetas, condena al Hijo de Dios, planta el escándalo de la cruz junto a sus propias murallas, ante los ojos de la población y, finalmente, provoca la ruina y la vergüenza74. En el corazón de la ciudad vivirás un doble combate: por Dios y contra el mal. Pero en ella también recibirás una doble gracia: el encuentro con Dios y la purificación de tu pecado. La ciudad será para ti un lugar de lucha y de contemplación. Lo que los primeros monjes iban ayer a buscar en el desierto, lo encontrarás hoy en la ciudad. Toda vida monástica es combate. El monaquismo urbano llama a gente luchadora. Jesús no ha venido a traer la tranquilidad sino la lucha. 73  Referencias bíblicas de este párrafo: Sab 9,8; Neh 11,1; Bar 4,30-36; Zac 8,3; Lam 2,15; Is 52,1; Jr 30,18; Ez 36,10.35; Lc 13,33; Jn 7,15; Mc 14,13; Hch 1,3; 2; 2,3-4; Ap 21,2-3.23; Is 35,10. 74 Sucesivamente: Gén 11,4; Jr 13,9; Is 22,13-14; Ez 8; Bar 4,8; 2 Re 14,13; Jr 14; Lc 13,34; Mc 10,33; Mt 27,33; Lc 23,27-35; Lc 21,24.

118

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Un camino monástico en la ciudad

Frente al erotismo, al prestigio y al dinero, levanta el firme signo de contradicción de una vida casta, humilde y pobre. En medio del ruido conquista tu silencio; en el cansancio la paz; en tus múltiples idas y venidas el descanso en Dios. Ningún claustro protegerá tu oración; no habrá campos apacibles que te serenen, ni muros de clausura que preserven tu virtud. Las Bienaventuranzas te invitan a seguir a Cristo viviendo un verdadero combate en el corazón mismo de la ciudad.

1 Tim 6,11-15

130 Aprende también a contemplar la santidad y la belleza de la ciudad donde Dios mora, y a la vez, tú habitas. Levanta, en medio de la ciudad, los brazos de la alabanza y de la intercesión. Cada día, implora para la ciudad la bendición de Dios. Y alaba al Altísimo por todos los santos y santas que habitan en ella y la santifican. Frente a tantas soledades y dramáticos aislamientos, vive entre tus hermanos y hermanas la verdadera soledad que la gracia de Dios llena de alegría y la verdadera comunión que la oración teje por encima de las separaciones y distancias. A lo largo de los días, la ciudad te probará, te purificará, te santificará. Y tú, como Dios ha hecho, te desposarás con ella. La ciudad tiene tanta necesidad de ti como tú de ella. El Señor en persona volverá a la ciudad, pues quiere habitar en medio de Jerusalén. Siempre ha habido y todavía hay en nuestros días, monjes y monjas, e incluso cartujos, que viven en la ciudad. Rezan contigo y rezan por ti. Como ellos, reza en, con y por tu ciudad. “Quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto”.

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119

Ap 21,3

Zac 8,3

Hch 24,49.

Lc 24,49

11. En el corazón de las ciudades

131

Hch 2,46

1 Co 9,20-21

Hch 4,33; 5,12

Lc 19,47

Ef 3,6

Hoy más que nunca podemos afirmar que ha surgido un mundo nuevo: al ayer esencialmente rural, le ha sucedido un mundo mayoritariamente urbano. Tu vida responde, pues, a una llamada particularmente actual y urgente del mundo, de la Iglesia y de Dios. No creas que la vida monástica es incompatible con el fenómeno urbano de los tiempos actuales. El desierto, hoy, está también en la ciudad. Siguiendo el ejemplo de todos los testigos que se han hecho sucesivamente judíos con los judíos, griegos con los griegos, y sin ley con los sin ley, hazte hoy ciudadano con los ciudadanos. Esta capacidad de adaptar las formas, manteniendo firmes los medios e invariable la meta final, siempre ha sido un rasgo propio de los monjes. Estos nunca han tenido miedo de hacer algo nuevo con los valores antiguos. Ten, en la exigencia, la misma libertad; nova et vetera. En el corazón de las ciudades, con tus hermanos y hermanas, tu vocación monástica te hace testigo vivo y humilde, junto con otros, del Dios escondido; acogiendo a toda persona de buena voluntad que quiera participar contigo, por la mañana, al mediodía y al atardecer, en la contemplación de Dios; Dios nos invita a todos los hombres a buscarle, pues todos, por Jesucristo y gracias al Evangelio, somos coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa.

132 En el corazón del desierto, el monje y la monja, por medio de la oración, de la conversión y de la penitencia, crean un oasis. Si, por la gracia de Dios, brota el agua viva, debes saber compartirla. En nombre de la ley sagrada del desierto y del santo deber de la hospitalidad monástica, ve al encuentro del sediento y dale de beber. No te crees enemigos 120

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Un camino monástico en la ciudad

por no querer compartir el Agua de la Roca. Por eso, el verdadero monje no teme ser molestado75. Para ser santo, no seas indiferente. Para estar separado, no seas desagradable. Incluso si tu enemigo tiene sed, dale de beber. Si alguno tiene sed, venga y beba de balde, si quiere, del agua de la Vida. El día del juicio final no se te preguntará si has bebido, sino si has compartido. No si has dicho con frecuencia: «¡Señor, Señor!», sino si has vivido la caridad. No si has huido de los hombres, sino si les has servido. Gratis lo recibisteis, dadlo gratis. Toda tu vida debe estar centrada en la búsqueda de Dios y en salvaguardar, a cualquier precio, el silencio, la oración, la lectio divina, la vida comunitaria, la soledad, el descanso... Pero ritma tu vida al ritmo de la ciudad. Primero sé monja o monje, pero monje y monja urbano. Solamente monje o monja, pero en el corazón de la ciudad. Trabaja en la ciudad, reza en la ciudad, ora y labora por la ciudad. Llora y canta con la ciudad.

Is 21,14

Rom 12,20 Ap 22,17 Mt 25,1ss Jn 13,34 Mt 10,8

133 Así como la mayoría de los habitantes de la ciudad se beneficia del fin de semana, no tengas reparo en coger un día semanal de desierto. Igual que ellos tienen vacaciones, ten también tú tiempos de retiro. Esto es vital para tus hermanos, para tus hermanas y para ti. Aprende a vivir de forma diferente los valores similares. No te acuestes demasiado tarde, no te levantes muy temprano. La ciudad desgasta y debes durar en el tiempo. Encuentra tu propio ritmo. Rehúye al exterior las visitas que dispersan; y al interior la televisión que disipa; sacrifica de una vez por todas los cines y espectáculos: esto forma parte de las rupturas necesarias. Pero mantente informado, abierto a la acogida, atento a los gritos de la ciudad y de esta manera vivirás la comunión. 75 Ver

en los Apotegmas, ed. Nau, p. 283; ed. Guy, p. 375.

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121

Ex 20,8-11 Mc 6,31; Heb 4,1-11

Jn 17,16

11. En el corazón de las ciudades

Heb 11,13-16

Sal 39,13

Tampoco te insertes en la ciudad hasta el extremo de diluirte en ella. No estás ahí para echar raíces, sino para enseñar a sus habitantes a preparar el verdadero y necesario desarraigo. Pues ellos también son extranjeros y peregrinos sobre la tierra... De hecho, ellos también anhelan como tú una patria mejor, la celeste. Por eso Dios no se avergüenza de ser llamado su Dios, porque les tiene preparada una ciudad. Que tu vida les diga a los habitantes de las ciudades que todos estamos de camino hacia el corazón de nuestro único Dios.

134 Lc 9,51

Is 24,10

Sal 121,3 Is 52,1

Mt 27,53

Ap 21,2 Is 1,26

Is 1,26

Sal 10,4

Lc 13,34 Ap 21,2

Si el Señor te ha dado la gracia y eres fiel, la ciudad no te quitará tu vocación monástica; al contrario, la consolidará y la desarrollará. ¿Quieres conocer la soledad? La ciudad es un lugar de soledad. ¿Quieres vivir la comunión? La ciudad es una estructura compacta. ¿Quieres ser santo? La ciudad es santa. Santa desde el momento en que fue lavada por la sangre de Cristo crucificado. Santa porque, un día, el Señor se desposará con ella. La nueva Jerusalén, ataviada como una novia que se adorna para su esposo. Para ser un testigo, ve a la ciudad: la Biblia la llama Villa-Leal. Para ser un justo, ve hacia ella. Se la llama también Villa-Justicia. Si el monje es un hombre amante de la liturgia, en medio de la ciudad encontrará el templo donde Dios permanece presente. Si el monje es un mártir, Jerusalén mata a los profetas y apedrea a los enviados de Dios. ¿Deseas anticipar el cielo? El cielo es una ciudad. 122

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Un camino monástico en la ciudad

¿Buscas la alegría en Dios? Él crea para ti la Villa-Alegría. ¿Sientes el deseo de ver a Dios? El ángel te muestra la Ciudad Santa que baja del cielo enviada por Dios. ¿Quieres encontrarte con Dios cara a cara? Dios mora en la ciudad. ¿Quieres unirte profundamente a Dios? Sé monje o monja en la Ciudad de Dios.

Is 65,18

Ap 21,10

Sal 134,2

Is 60,14

135 Sobre la ciudad ha sido derramada la sangre del Cordero: la sangre de la copa, la sangre de Su frente, la sangre de Mc 14,24; Lc 22,44; Su costado. Jn 19,34 Sobre la ciudad ha descendido el fuego del Espíritu Santo. Hch 2,3-5 Sobre la ciudad ha resonado la palabra del Padre. Jn 12,28 En la ciudad Jesús ha librado batalla contra el diablo, venciéndolo definitivamente. Mt 4,5 En la ciudad vivió María, enseñó Jesús y anunciaron la Buena Noticia los apóstoles, donde predicaron la conversión comenzando por Jerusalén. Lc 24,47 En la ciudad profetizaron los profetas, los sacerdotes ofrecieron sacrificios y hablaron los sabios. Los testigos dieron su testimonio en la ciudad. Lc 24,48 La amada del Cantar de los Cantares busca a su Amado recorriendo la ciudad. Cant 3,3 ¿Podrían faltar los centinelas en una ciudad? “Por amor de Sion no callaré... Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas: nunca callan, ni de día ni de noche”. Is 62,1-6

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123

12 En el corazón del mundo

136 Un monje santo es aquel que está con el mundo cuando se halla en su desierto, y en el desierto cuando se encuentra en medio del mundo76. La búsqueda de Dios, lo único necesario, pasa por el hombre, porque el hombre es imagen de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu. En este mundo, donde todo pasa, solo Dios basta, pero Dios mismo se ha encarnado en el mundo y en él nos ha establecido también a nosotros. Siguiendo a Jesucristo, cuya vida fue un combate incesante contra la arrogancia del mundo, al mismo tiempo que una profunda encarnación en su realismo cotidiano, tu vocación monástica de seguimiento y servicio al único Señor te invita a buscar el rostro de Dios allí donde está: en el corazón del mundo; y a continuar allí su mismo combate. Haciéndote monje o monja, Jesús no te pide, en principio, que te retires del mundo, sino que te guardes del mal. Como el Padre envió a Jesús a este mundo, también te envía a ti al mundo. Este es el testamento del Hijo de Dios hecho hombre. 76 Un

eremita del Monte Athos (notas de viaje del Hno. Pierre-Marie Delfieux).

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125

Sab 2,23; 1 Cor 12; 3,16-17 Sab 13,1-5

Jn 15,18-20

Ap 17,27-28 Jn 16,33

Jn 17,15

Jn 17,18

12. En el corazón del mundo

137 1 Cor 7,31 1 Jn 4,5-6

Sant 4,4; 1 Jn 2,15 Jn 5,41-44 1 Jn 5,19 Mt 6,24

Jn 15,19-20 1 Jn 4,1-6

Sin embargo, no puedes buscar a Dios y realizarte plenamente si no es guardándote de este mundo, cuya apariencia pasa, disfrutando de él como si no disfrutases. Si somos de Dios no podemos, al mismo tiempo, ser del mundo. En este sentido se ha dicho: la amistad con el mundo es hostilidad contra Dios. Y también: quien ama al mundo no lleva dentro el amor del Padre, pues el mundo entero está en poder del Maligno. No puedes servir a dos mundos a la vez. Por esto te ha advertido Jesucristo que esa necesaria ruptura con el mundo puede llevarte hasta la contradicción, la incomprensión e incluso el rechazo: “si fueseis del mundo, el mundo os amaría; pero como no sois del mundo, el mundo os odia. Acordaos de lo que os he dicho: que el siervo no es más que su amo”. Lo propio de tu vida monástica sigue siendo la huida del mundo. La huida del espíritu del mundo, pero dentro de la realidad del mundo.

138

Mt 5,14-15; Lc 2,51-52

Tu exigencia monástica consistirá en guardarte del mundo sin cortar con él; insertarte en el mundo sin diluirte en él. Sobre este doble mandamiento de amor serás juzgado. Una de las tareas más delicadas para los monjes consiste en compaginar armoniosamente su presencia en el mundo y su desvinculación del mundo, siendo necesarias las dos dimensiones para quienes desempeñan el papel de signo del Reino, que la Iglesia y el mundo mismo esperan de ellos77. Que tu vida escondida no sea una vida oscura. Como Jesús de Nazaret, vívela en presencia de Dios y de los hombres, sin hacer de tu ruptura una especie de desprecio, de tu retiro un olvido absoluto, y de tu soledad una misantropía. Al contrario, “hacedlo todo sin murmuraciones ni 77 Pablo

126

VI, Exhortación sobre la vida contemplativa, 1976. © narcea, s. a. de ediciones

Un camino monástico en la ciudad

discusiones, para que seáis irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación tortuosa y perversa, en medio de la cual brilláis como antorchas en el mundo, presentándole la Palabra de Vida”. Tu vida en presencia de Dios no está en relación con tu alejamiento de los hijos de Dios, sino con la calidad de la apertura de tu corazón a Dios. Es el amor y no el odio lo que te distinguirá del mundo. Por eso, no vivas nunca un ascetismo áspero, con el desdén del hombre suficiente, en una soledad adusta, todo lo cual configura lo que se suele denominar el mal monje78.

Flp 2,14-16a

Jn 13,34-35

139 Todo esto te lo enseña una larga generación de predecesores: los monjes han sabido estar siempre cercanos permaneciendo alejados, solidarios siendo solitarios79, atentos a las necesidades de los hombres80; pero estando únicamente preocupados por Dios. A través de los siglos, los acontecimientos y las civilizaciones, dedicándose a las cosas de Dios, han sabido, al mismo tiempo, contribuir a la construcción del mundo. Siguiendo su ejemplo, tienes que descubrir en tu propia existencia el equilibrio entre una indispensable ruptura y una necesaria comunión. Huir con verdadera radicalidad del espíritu del mundo, estando encarnado en él. Unir en ti, a la vez, Marta y María81. No sacralices el retirarse del mundo creyendo que, en virtud del aislamiento y de la soledad, están garantizados el encuentro con Dios y la santificación personal. Contra esto, hasta los santos monjes82, incluso los santos ermitaños83, te ponen seriamente en guardia. El desierto o la vida 78 Olivier

Clément, Questions sur l’homme, Stock, 1972. Basilio, GR 3, 7, 20; PR 97. 80 Regla de San Benito (RB) 53, 58, 61, II, 611ss; 627, p. 226. 81 Elredo de Rievaulx, Sermón de la Asunción. 82  San Basilio, GR 6, p. 62, 7; p. 63. 83  Filoxeno de Mabbug, Carta a Patricio, IV, 31-32. 79 San

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127

1 Jn 2,15-16; Jn 3,16-17; 12,46

12. En el corazón del mundo

Jn 8,29; 16,32 1 Tim 1,18; 6,12

Rom 11,20 1 Cor 7,17.20.24

retirada lejos del mundo habitual no son gracias en sí mismas, sino únicamente medios: se puede llevar en uno mismo el mundo entero viviendo en soledad, y se puede realmente vivir a solas con Dios metido todos los días en medio del mundo. No luches por canonizar formas de vida; emprende, más bien, el verdadero combate de la fe en lo más profundo de tu corazón. La fe es lo que te mantiene: no te enorgullezcas de nada, vive en el temor de Dios y permanece en el estado en el que el Señor te llamó.

140 Lc 14,25-27 Lc 10,42

Lc 17,10

1 Jn 4,9

1 Cor 12,4-11

Sin embargo, sabes bien que uno no puede entregarse a la vida monástica sin abandonar todo lo que ama, buscar lugares de silencio, vivir tiempos de soledad y encaminarse solamente hacia las cosas de Dios. Piensa que, tal vez, sirves todavía mejor a este mundo abandonándolo en cierto sentido, ya que le estás recordando, por medio de tu vida, cuál es el sentido último, su última exigencia, y además le ofreces el apoyo de tu oración. Le es útil que te digas que eres inútil. El mundo tiene necesidad de monjes y monjas que lo abandonen, para ser ministros de inquietud y signos de interrogación. Más aún, en el corazón de Dios que ha creado, rescatado y tanto ha amado al mundo, puedes encontrarte con el universo entero. Tu presencia en el mundo será más real cuanto más vivas en la presencia del Creador del mundo. Unido al inmenso cuerpo eclesial y a la gran familia monástica, vive tu propio carisma en la complementariedad: en primer lugar, alegrándote de que otros vivan su misión, su inserción en el mundo y su separación, de distinta manera que tú; en segundo lugar, aceptando humildemente tus propios límites en el modo de vivir la proximidad y la distancia al mundo. La experiencia, la vida y el Espíritu te irán enseñando, poco a poco, el matiz propio de tu carisma particular 128

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Un camino monástico en la ciudad

y la riqueza personal de la espiritualidad de Jerusalén. Quizás esta será, antes que nada, una espiritualidad del desgarro. Pero esto, ¿no es la cruz?

Jn 15,19

141 Para vivir de este justo equilibrio, que solo Jesús ha sabido encontrar, vigila continuamente para evitar el doble escollo de la indiferencia y de la inmersión. Si acentúas demasiado la ruptura y la distancia con el mundo, tu vida no será monástica; y si la estableces en excesiva conformidad y proximidad, todavía lo será menos. Por una parte, debes rechazar el mundo, como está escrito: “No ames el mundo ni nada de lo que hay en él”. Por otra, debes amar al mundo, como también lo escribió el mismo apóstol: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. Si te separas del mundo, que no sea para condenarlo, sino para que se salve por Jesucristo, a quien te unes ahí donde esté. Solo un verdadero amor al mundo puede generar un justo menosprecio del mismo. Solamente te es lícito abandonarlo y separarte de él para reencontrarle y servirle mejor en Dios. ¡Nunca acabarás de aprender a amar! Finalmente, no olvides que la comunidad en la que vives es la parte privilegiada del universo donde tienes que hallar tu sitio. Que tu monasterio sea, ante todo, el lugar del mundo donde se vive y se comparte el amor, la acogida, la alegría, el trabajo, el fervor, la alabanza y la paz. Eso es también estar en el mundo, revelar y encontrar a Dios en medio del mundo, en el hallazgo de las huellas de su belleza original y en el gozoso anticipo de su felicidad futura. Dentro del desierto del mundo urbano, que tu monasterio sea un oasis de paz, de oración y de gozo. Una epifanía del amor de Dios.

142 Tradicionalmente, hay dos cosas que han ayudado a los monjes y a las monjas a situarse y a marcar la presencia y la distancia con respecto al mundo: la clausura y el hábito. © narcea, s. a. de ediciones

129

Jn 17,4-7

1 Jn 2,15 1 Jn 4,20 Jn 3,16

Jn 3,17

2 Cor 5,19

Gál 5,14

Hch 4,32

Dt 28,9-10

12. En el corazón del mundo

Is 54,2-3

Mt 6,22-23

Sal 140,3

Mt 5,30 Mt 18,8

Sal 25,4

Mt 6,21

1 Tes 5,8

Jr 17,25

Zac 2,8-9

Ninguna clausura de muros envuelve el perímetro de tu existencia monástica. No eches en falta lo que, por otra parte, no puedes fundamentar en ninguna palabra del Evangelio. Pero te pertenece establecer alrededor de tu vida una clausura moral. Guarda celosamente los tiempos y lugares donde esté previsto que estés a solas con Dios y en trato entrañable con tus hermanos. Vigila tus ojos: “La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es malo, todo tu cuerpo estará a oscuras”. Vigila tus labios: “Pon, Yahvé, en mi boca un centinela, un vigía a la puerta de mis labios”. Vigila tus manos: “Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela”. Vigila tus pasos: “Si tu pie te es ocasión de pecado, córtalo”. Vigila tus encuentros: “No andes mezclado con gente falsa, ni te dejes acompañar de hipócritas”. Vigila tu corazón: “Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón”. Revestido únicamente con la coraza de la fe y del amor, y con la esperanza de la salvación. Entonces no tendrás miedo de tener por clausura la ciudad: pues esta ciudad estará habitada eternamente. “Jerusalén será una ciudad abierta a causa de los muchos hombres y animales que habrá en ella; Yo le serviré de muralla de fuego alrededor y en ella seré su gloria”.

143 Para vivir y manifestar esa presencia y esa distancia, tu pertenencia a Dios y tu separación del mundo, aun sin dejar el mundo, lleva un hábito monástico Desde siempre y en todos los lugares, incluso fuera del cristianismo, monjes y monjas han llevado un hábito que envolvía su oración, que manifestaba su pobreza, que mos130

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Un camino monástico en la ciudad

traba su consagración y pertenencia total a Dios, expresando su simplicidad de vida y su comunión de sentimientos. Así debe serlo también para ti. Ama este símbolo de tu comunión con los Padres y con la transmisión de su espíritu; y que tu vida, a su manera, nueva y antigua, lo prolongue hoy. No obstante, no quieras ser más monacal que los monjes y, como ellos, cuando vayas al trabajo, si es necesario y de acuerdo con tu comunidad, lleva ropa de trabajo. Para lo demás, lleva el hábito que se te ha dado. Con la manera de pensar de Oriente, cree que el hábito hace al monje. Con el pensamiento occidental, recuerda que el hábito no hace al monje. Reviste tu cuerpo y viste tu corazón. Habita tu hábito. Monjes y monjas, nuestro hábito nos recuerda que estamos consagrados.

144 La Divina Liturgia la celebrarás revestido con la cogulla o con la capa. Con el hábito monástico celebra la liturgia de las comidas, de la celda y del capítulo; permanece también con el hábito en el monasterio. Toda tu vida es una liturgia. Con el hábito, manifiesta tu total y definitiva pertenencia a Jesucristo: “Habéis sido comprados a un alto precio”; sí, nos hemos vendido a Él, pero a título de amor. Monja, tú eres esposa de Cristo. Monje, tú eres discípulo de Cristo. “Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo”. “Vosotros sois mis testigos —oráculo del Señor—, y también mis siervos, a quienes yo escogí”. Si llevas tu hábito monástico sin sentir vergüenza y sin protestar, será para ti un camino de libertad, de gozo y de participación en la kénosis de Cristo y camino hacia su Gloria. No temas parecer un hombre triste por vestir el hábito: la alegría está en la mirada. No te importe permanecer en el anonimato: Dios te llama a ser su testigo. © narcea, s. a. de ediciones

131

1 Cor 7,23 2 Cor 11,2 Jn 15,8

Gál 3,27 Is 43,10

Sal 18,9; Prov 15,30

Is 43,10

12. En el corazón del mundo

Jn 15,18-19

Gál 5,13

No tengas miedo de provocar: creyentes y no creyentes esperan de ti el coraje de una fe silenciosa y que se signifique con gozo. Si por ello te desprecian, no olvides que a Cristo le despreciaron antes que a ti. No temas aparecer uniformado y diferente: la moda, a la que cada uno se somete es, por otro lado, imperialista y cambiante. ¡Vistiendo el hábito aprende a vivir la libertad!

145

Gén 22,2 Heb 12,4

Bar 5,1-2; Is 61,10

Este hábito, que no has elegido, te abre a la pobreza y a la humildad. Te ha sido entregado: te abre a la obediencia. No le des más valor del que tiene, pero piensa que representa un test revelador de tu actitud ante las futuras renuncias vitales, a las que la vida monástica te llevará. Dios te pedirá un día, como a Abrahán, no solamente dejarlo todo e ir donde Él te indique, sino también que le sacrifiques tu Isaac. ¡Aún no has resistido hasta la sangre en tu lucha contra el pecado! Separado de todos y unido a todos, monje o monja en el corazón del mundo, revestido de la hermosura de Dios, ¡canta la gloria de Dios!

132

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13 En la Iglesia

146 Fuera de la Iglesia nadie puede ser monje Toda vida monástica auténtica implica la pertenencia efectiva a la Iglesia. Por una parte, porque la vocación monástica no puede desarrollarse sino en el marco de una realidad eclesial; por otra, porque solo en el misterio de la Iglesia puede hallarse el sentido profundo de esta forma de vida. Por ello, debes meditar este misterio y ahondar en la realidad de tu vida, para encontrar en esta contemplación la más bella de las obras divinas: la santa Iglesia, y con ello clarificar y sostener, cada día, tu marcha laboriosa hacia Dios. El misterio de la Iglesia es el de un nuevo pueblo, rescatado por la sangre del Cordero, que ha hecho de todos los bautizados hijos en el Hijo, conciudadanos de los santos y familia de Dios. Vivificado por el Espíritu, este pueblo santo ha sido reunido en Cristo para tener, gracias a Él, acceso al Padre.

147 En Cristo, que la ha rescatado, fundado y santificado, se ajusta toda la construcción de la Iglesia, que crece y se ele© narcea, s. a. de ediciones

133

Ef 4,1-7

Ef 2,19; 1 Pe 2,9 Ef 2,18

13. En la Iglesia

Ef 2,21-22; 1 Cor 12,12-30 1 Cor 12,27

Heb 2,10-18

Col 1,24; Ef 1,11-12

Hch 2,1-4

1 Cor 12,13

va como un templo santo; en él, cada uno está integrado en el edificio para ser morada de Dios en el Espíritu. Para realizar este gran misterio, que es el misterio mismo del Cuerpo de Cristo porque formamos el Cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es miembro suyo, la Iglesia prolonga en el mundo la presencia, la alabanza y la misión de Cristo, asociándose al sacrificio de la cruz donde el Señor se ofreció al Padre para la vida del mundo. Monje, monja, para buscar el rostro de Cristo a quien quieres entregar tu vida y unirte mejor a su sacrificio, eres miembro privilegiado de su Iglesia. El constructor de esta unidad viviente es el Espíritu, que también es vida y fuerza del pueblo de Dios, vínculo de su comunión, fuerza de su misión, fuente de sus múltiples dones, de su admirable armonía, luz y belleza, y de su poder creador, llama de su amor84. Todos hemos sido bautizados para formar un solo Cuerpo, y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Para vivir bajo el impulso del Espíritu que debe guiar toda tu vida, monje o monja, vive en el corazón de la Iglesia de Dios.

148 Por la Iglesia, con ella y en ella, puedes vivir en Cristo y participar de la vida del Espíritu. Y como solo hay un Cuerpo y un Espíritu, no hay para ti más que una esperanza a la que has sido llamado (Ef 4,4), la esperanza de tu madre, la Iglesia. Tal es la comunión de los santos en la unidad de la Iglesia y de la fe que, creyendo en un solo Dios, renacidos en un solo bautismo, fortificados por un solo Espíritu Santo, todos hemos sido educados, por la gracia de la adopción, para una misma vida eterna85. 84  Concilio Vaticano II, constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium (LG) 4, 7, 9, 12, 18, 21. 85 San Pedro Damián, PL 145, 231ss.

134

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Un camino monástico en la ciudad

Estamos, pues, en comunión con el Espíritu Santo si amamos a la Iglesia, y la amamos si nos mantenemos en su unidad mediante la caridad86. Cuanto más Iglesia seas, más centrada estará tu vida en Cristo, más animada por el Espíritu y, por ello, será más monástica. La santa Iglesia es el Cuerpo de Cristo, un solo Espíritu la vivifica, la unifica en la fe y la santifica... Cuando te hiciste cristiano, monje, te hiciste miembro de Cristo, miembro del Cuerpo de Cristo, partícipe de la Iglesia y del Espíritu de Cristo87. De esta manera, tienes acceso a la gracia de Dios por la santa Iglesia que, al mismo tiempo, es signo de Su presencia y te transmite Su vida, llegando a ser para ti una realidad sacramental.

Ef 2,18-19

149 Meditando este misterio de la Iglesia, misterio de vida y de unidad del encuentro de Dios en el hombre y del hombre con Dios, encontrarás la savia profunda que guía el impulso monástico desde sus orígenes. Es esta Iglesia maternal quien te enseñará a escuchar la Palabra, te instruirá en la oración interior, la pasión por la unidad, la fidelidad en la fe, la constancia en tu propia misión, el servicio a los hermanos y la humildad del arrepentimiento: todas las virtudes propias de una vida monástica88. Por medio de la Iglesia, podrás vivir tu santificación y tu misión propiamente monásticas, en el corazón de las Fraternidades de Jerusalén. Tu vida monástica es un caminar en el seguimiento de Cristo realizado en Iglesia. Por la profesión de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, la promesa de conversión de costumbres, la tendencia a la oración con86 San

Agustín, Tratado 32 sobre el Evangelio de Juan, 8. de San Víctor, De Sacramentis, II, 1, 2. 88  Mutuae Relationes, Informe obispos-religiosos: Documentation Catholique (DC) n° 1748, 778, 4. 87 Hugo

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135

Ef 4,1ss

Lc 9,13 Jn 12,26

13. En la Iglesia

Gál 5,22-25

tinua y el compromiso de quitar todo obstáculo que se oponga a la caridad y a la perfección del culto divino89, te comprometes, para toda la vida, a la vocación común de todo bautizado que consiste en vivir en el Espíritu. El monje se entrega totalmente a Dios, amado por encima de todo, para estar orientado en un continuo servicio al Señor y a Su gloria; y esto a título personal y nuevo, mediante la entrega total de sí mismo, por la que se une al misterio de la Iglesia de manera especial90. Hasta tal punto que existe un vínculo estrechísimo entre la vida monástica y la vida de la Iglesia, entre la santidad monástica y la santidad eclesial91. Tu estado monástico, por ello, no es un estado intermedio entre el de los clérigos y el de los laicos, sino que deriva del uno y del otro, siendo un don especial para toda la Iglesia92. De aquí que participes de un modo particular, en tanto que consagrado, en el carácter sacramental del pueblo de Dios93.

150

Mt 5,14 Ef 3,19

Por tu vocación monástica, te conviertes en testimonio visible de tu pertenencia a Dios. Por esta vocación eclesial, ofrécele al mundo un signo visible del insondable misterio de Cristo y de la riqueza incomparable de Su amor por ti, que excede todo conocimiento. Por esta vocación, da testimonio públicamente, desde la Iglesia-sacramento, de que el mundo no puede ser transfigurado y ofrecido a Dios sin el espíritu de las Bienaventuranzas94. Finalmente, por medio de la vocación monástica, con tus hermanas y hermanos consagrados, enriquecéis la Iglesia mediante vuestro carisma 89 Mutuae

Relationes, 10. 44. 91 Ibid. 92 LG 43. 93 Mutuae Relationes, 10. 94 LG 31. 90 LG

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Un camino monástico en la ciudad

propio, que encuentra un lugar en la armonía de la totalidad del Cuerpo de Cristo. Permanece atento y fiel a esta doble misión de testimonio silencioso y de vida en el Espíritu, a la vez carismática y apostólica. El Señor quiere que, en medio de su Iglesia, seas el testigo discreto pero auténtico de este absoluto que vale más que todo. Con tu vida de ascesis y de renuncia, forma parte de la Iglesia sufriente. Con el testimonio de tu vida que proclama que solo Dios basta, pertenece a la Iglesia militante. Con todo lo que tu vida está ya anticipando del Reino de los cielos y mediante el vínculo que establece tu liturgia con la comunión de los santos del cielo, únete a la Iglesia triunfante. Que tu vida monástica, de este modo, permanezca en el corazón mismo del gran misterio de la Iglesia.

151 Esta pertenencia a la Iglesia se manifiesta en la unión con el episcopado. La Iglesia es el pueblo unido a su pastor. El obispo está en la Iglesia y la Iglesia en el obispo95. No puedes negar hoy lo que la Tradición repite desde hace siglos. El Señor mismo instituyó, en su Iglesia, diversos ministerios ordenados al bien de todo el Cuerpo96. Entre estos ministerios, el del episcopado es el fundamento de todos los demás. Ningún otro, fuera del obispo, ejerce en la Iglesia una función orgánica de fecundidad97, de unidad98, de poder espiritual99 y de llamada a la santidad. Función fundamental, cuyo influjo se extiende a toda actividad eclesial100. 95 San Cipriano, De

l’unité de l’Église, (col. Unam Sanctam, 9), Du Cerf, París 1942. 18. 97 LG 19. 98  LG 23. 99 LG 22. 100 Mutuae Relationes, 6. 96 LG

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137

1 Cor 12,7

Mt 6,33

Col 1,24

Jn 6,27

Heb 12,22-23

13. En la Iglesia

152

1 Pe 1,20

Entre el privilegio de la exención y la estrecha incardinación, nuestra vocación monástica se sitúa en una vinculación fundamental con la Iglesia local mediante la persona de su pastor. No tenemos que crear una iglesia dentro de la Iglesia, sino que tenemos que ser célula de Iglesia, en la Iglesia una y santa. Vive en esto la letra y el espíritu consignados en las Constituciones de tu Instituto: ellas salvaguardan a la vez tu especificidad monástica en una indispensable autonomía, y tu pertenencia a la Iglesia local por la cual existes, a la que sirves y de la cual formas parte. Confía en la riqueza y en el desarrollo de la teología en este campo, volviendo a encontrar, así, la savia profunda de los orígenes. Tu escucha y disponibilidad de cara a la jerarquía provocarán en ella la gracia de Dios que revertirá sobre ti. Viviendo tu vocación contemplativa ayudarás a la jerarquía a vivir la contemplación. No conserves respecto a esto ninguna nostalgia histórica o sociológica. Este espíritu de filial dependencia en la fe te permitirá salvaguardar y enriquecer todavía más tu especificidad monástica. Piensa que los obispos creen en ella tanto como tú. Y si esto, por cualquier razón, no fuese así, tu obediencia valdría más que todo y tu deferencia les llevaría a confiar y creer en tu vocación específica.

153 1 Cor 3,11 Hch 9,15; Rom 15,17

La Iglesia ha sido quien ha fundado la Familia monástica de Jerusalén, cimentándola sobre el cimiento ya existente, es decir, Jesucristo. El hermano fundador no es más que el instrumento inútil, que Dios ha querido que sea necesario: el carisma de fundador se manifiesta como una experiencia del Espíritu, transmitida a sus discípulos para que también ellos puedan vivirla, guardarla, profundizarla y desarrollarla 138

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Un camino monástico en la ciudad

constantemente en armonía con el Cuerpo de Cristo, en continuo crecimiento. Por eso la Iglesia defiende y sostiene el carisma propio de las diversas fundaciones101. En el fundador reconoce al servidor de la Iglesia de Cristo, y también a aquel por quien una gracia particular ha sido dada a tu Fraternidad. Contempla su carisma propio, por el que te has sentido interpelado por Dios en el Espíritu y acéptalo. Pon en su justo lugar a este hermano y concédele el puesto que le pertenece y, por encima de su fragilidad humana, apóyate en la santidad de la Iglesia de Cristo, de la que él es servidor102. Vive, por tanto, en una doble escucha: de Cristo, a través del episcopado, y del Espíritu, a través del carisma fundacional103. De este modo, la comunión orgánica de la Iglesia, tanto en su aspecto espiritual como en su aspecto jerárquico, encuentra su origen y su fuerza en Cristo y en su Espíritu104.

Lc 17,10

Ef 2,20-22

154 El obispo, para la Fraternidad, representa a Cristo. El obispo es quien discierne la oportunidad de su fundación, la autoriza, la establece, la protege y la conduce105. Es él quien aprueba y reconoce públicamente la Regla de vida que conduce su caminar106. Es él quien instituye la familia monástica a la que perteneces, confiriéndole la dignidad de un estado de vida canónico107. Al mismo tiempo vela para que la fraternidad crezca y se desarrolle según el espíritu de su carisma original108. 101 Decreto sobre el deber pastoral de los obispos, Christus

Dominus (CD), 33-35.

102 Mutuae

Relationes, 12. 103 Mutuae Relationes, 9. 104 Mutuae Relationes, 5. 105 LG 45. 106  Ibid. 107 Ibid. 108 Ibid. © narcea, s. a. de ediciones

139

Lc 10,16

13. En la Iglesia

1 Cor 11,25-26

El obispo reconoce el carisma propio de la familia monástica y su misión específica, y se pone de acuerdo con ella para confiarle, según las circunstancias, trabajos y responsabilidades particulares109. Y sobre todo, consagra a los monjes y a las monjas para un servicio especial al pueblo de Dios110 y presenta la profesión religiosa como un estado de consagración a Dios111. El obispo, celebrante fundamental de la Eucaristía, delega este poder en cada sacerdote del monasterio, en torno al cual se constituye la asamblea eucarística que hace del monje un liturgo en la Iglesia de Dios, en medio de los hombres. Consagrado a Dios y a su rebaño, con la entrega de toda su vida, el obispo invita, a cada uno, a vivir este abandono en las manos del Padre y en las manos de los hermanos y hermanas. Perfector, conduce a la santidad, antes incluso de gobernar y de enseñar112. Representante de la Esposa de Cristo, cuyo anillo lleva en su mano, es el principal dispensador de los misterios de Dios y el artífice de la santificación de su rebaño, según la vocación reconocida en cada uno113.

155

Mt 18,18; 16,18 Mt 10,40 Jn 13,20

Para vivir con precisión tu vocación monástica, debes comprender bien el sentido del carisma episcopal. Mantén de cara a tu obispo la actitud de escucha que merece quien ha sido puesto en tu camino por el mismo Jesucristo, para santificar, enseñar y gobernar tu vida según el Evangelio. Cuando le escuchas, es a Cristo a quien escuchas. Si le desprecias, desprecias a Cristo. El propio obispo sabrá respetar 109 Mutuae

Relationes, 8. 44. 111 Constitución sobre la liturgia, Sacrosanctum Concilium (SC), 80, 2. 112 LG 25-27. 113  CD 15. 110 LG

140

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Un camino monástico en la ciudad

tu vocación personal, el carisma de tu comunidad, sin sustituir ni al fundador, ni al prior general, elegido por los hermanos, ni a la priora general, elegida por las hermanas; sin interferirse en los dominios que no son suyos, tanto en el gobierno interno como en el discernimiento, la espiritualidad o la liturgia de tu familia monástica114.

156 El arzobispo de París ha erigido ambas fraternidades de hermanos y hermanas. Son dos “Institutos religiosos de carácter monástico”: por un lado, el de los hermanos y, por otro, el de las hermanas; cada uno tiene sus propias Constituciones y su propia autonomía. Autonomía de vivienda: monasterio diferente para cada comunidad; autonomía de gobierno, cada Instituto tiene un prior general y una priora general, elegidos por separado; autonomía de discernimiento vocacional y de financiación. De este modo puedes vivir una vocación espiritual, común a hermanos y a hermanas, pero con una separación material bien definida. Vívela en tu propia fraternidad, en vínculo directo con tu Iglesia diocesana, permaneciendo, al mismo tiempo, en profunda comunión con las diversas fraternidades de Jerusalén. Da gracias al Señor por esta gran diversidad y unidad, y por esta complementariedad que permite vivir a cada uno la verdadera libertad. Ama las Constituciones que la Iglesia oficialmente te ha dado, las cuales otorgan a tus Fraternidades una gracia eclesial especial de solidez y de fecundidad. Acuérdate de que estas Constituciones que has votado, o que has asumido al integrarte en tu Instituto religioso, te comprometen en conciencia. Respeta su letra. Vive su espíritu. Observándolas, ellas te sostendrán. Con el Libro de Vida, te guiarán. Guarda la regla y ella te guardará115. 114 Mutuae 115 Dicho

Relationes, 13. monástico.

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141

13. En la Iglesia

157

Lc 9,25

Lc 12,20

¿En qué va a consistir para ti la evangelización en este marco eclesial? En primer lugar, en que debes proclamar el Evangelio con toda tu vida116. El monje, la monja, evangeliza esforzándose en vivir con radicalidad los consejos evangélicos. De este modo harás brotar en la tierra, sin palabras pero realmente, un poco más de paz, de misericordia, de pureza, de dulzura, de justicia. Desde esta vivencia ya estarás evangelizando. En segundo lugar, en que, situándote primordialmente al nivel de las realidades espirituales (y de un modo secundario y subsiguiente en el plano de las realidades políticas, sociales, económicas y culturales), incides así en el nivel más real de la existencia humana: ese punto inalienable, tan universal como inmortal, esa zona golpeada por la llamada de Jesús desde el principio: nuestra alma. De todo lo real es lo más real. ¿De qué le sirve al hombre ganar el universo si pierde su alma? Que tu vida le grite al mundo aquello del Evangelio: «¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?». Y así iniciarás a los hombres en la búsqueda del verdadero tesoro.

158 Hch 2,47

Jn 13,35

Con el testimonio de tu amor compartido y con el de tu oración litúrgica que indica a quién amas, estás evangelizando mucho mejor a un mundo ávido de conocer al que está en el origen de toda búsqueda y de todo amor. Lo evangelizas mucho mejor, sin duda, que con discursos: Dios es Amor, y solamente viviendo el amor se puede proclamar a Dios. Vive con tus hermanos y tus hermanas de tal manera que se pueda decir: “mirad cómo rezan; 116 Hno.

142

Carlos de Foucauld, ob. cit., p. 395. © narcea, s. a. de ediciones

Un camino monástico en la ciudad

mirad cómo se aman”117, y que esto les conduzca a Aquel que es la Fuente de esta oración y de este amor. Cree finalmente que, en la tarea de evangelización, la oración de intercesión sigue teniendo la suprema eficacia y que los verdaderos contemplativos, en este sentido, no son los peores misioneros.

Hch 2,12-14; Mt 5,16

159 Si tu función no es la de ser pastor, encargado de un sector territorial o parroquial, no por ello eres menos apóstol, tú que quieres vivir el “dejarlo todo” apostólico, eligiendo tener todo en común como las primeras comunidades apostólicas. Es el dejar todo por Cristo y el compartirlo en Su nombre, lo que constituye al verdadero apóstol. Tu vocación monástica es, en este sentido, eminentemente apostólica. Este testimonio del absoluto de Dios que te llama al radicalismo de una vida según el espíritu del Evangelio de Jesucristo, vívelo hasta el fondo, hasta el supremo testimonio: sé mártir por el espíritu, muere al pecado, mortifícate y serás puro en tu espíritu y mártir de Cristo118. Anunciar el Evangelio, en efecto, no es para ti un motivo de orgullo; es una necesidad que te incumbe. Sí, ¡pobre de ti si no lo anunciaras! Desde tu vida ofrecida en sacrificio, vuelve a decir: “¡He aquí que vengo!”. Que tu comunidad, por el fervor de su oración, la realidad de su amor y la verdad de su acogida, sea esta célula de Iglesia semejante en todo a lo que Cristo quiere que ella sea: una, santa, apostólica y universal; epifanía del Señor de la Luz.

Mt 19,27

Hch 2,44

Flp 3,7-8

1 Cor 9,16 Heb 10,7

Flp 2,15 Mt 5,14-16

117 Tertuliano, 118 Apotegmas,

taine, 1985, pp. 256.

Apologética XXXIX, 7. 600, en Les sentences des Pères du désert, ed. Solesmes-Bellefon-

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143

13. En la Iglesia

160 Ama a la Iglesia con un gran amor místico y filial ¡Qué gran y sobrenatural dignidad recibe el hombre que se hace miembro de la Iglesia! ¡Una maravillosa unión con Cristo y, por Cristo, con Dios y con todos los miembros de la Iglesia! ¡Sublime misterio el de pertenecer a la Iglesia! Tan grande como el del Cuerpo místico de Cristo, como el de la Eucaristía, que es su cumbre, como el de la Encarnación, que es su base; como el de la gracia, que es su fruto... Por su entrada a la Iglesia, tu alma consagrada se convierte en verdadera esposa del Hijo de Dios119.

119  Matthias-Joseph Scheeben, Le Mystère de l’Église et ses sacrements, (col. Unam Sanctam 15), Du Cerf, París 1948, p. 81-84.

144

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14 Jerusalén

161 Jerusalén es tu nuevo nombre El nombre expresa una pertenencia, significa una misión, recuerda una exigencia. El nombre de Jerusalén, que desde ahora llevas, significa que perteneces enteramente y para siempre al Señor; que tu misión es dejarte invadir por el amor de Dios y anunciarlo con una vida de santidad. Separado de todos, vive unido a todos. ¡En el corazón de las ciudades, permanece en el corazón de Dios! Porque Jerusalén es la ciudad dada por Dios a los hombres y construida por los hombres para Dios, convirtiéndose en el símbolo de todas las ciudades del mundo, y porque tu vocación es urbana, por eso eres monje y monja de Jerusalén. Porque Jerusalén es el lugar privilegiado del encuentro del hombre y de Dios, y porque tu vida es una búsqueda de este encuentro y de esta realización en Él, eres monje y monja de Jerusalén. © narcea, s. a. de ediciones

145

Ap 3,12

Lc 1,22; 4,9; 9,51; 13,22

14. Jerusalén

162

Hch 2,13-14; 42-47; 4,32-35

Porque Jerusalén es la ciudad a la que Jesucristo subió para adorar a Dios, enseñar, morir y resucitar, porque tu vida es un caminar tras Aquel que allí, en Jerusalén, se quedó cada vez más solo delante del Solo, eres monje o monja de Jerusalén. Porque Jerusalén es el lugar bendecido por la venida del Espíritu Santo sobre Su Iglesia y porque tu vida monástica es una vocación eclesial y espiritual en torno al Evangelio, a los Apóstoles y a María, la madre de Jesús, como el primer día de Pentecostés, eres monje o monja de Jerusalén. Porque Jerusalén es la ciudad de las primeras comunidades cristianas pre-monásticas y porque en ese compartir el mutuo amor y el fervor de la oración está la fuente de tu vocación orante y fraterna, eres monje o monja de Jerusalén.

163

Heb 11,10-12

Gál 4,26

Ap 22,1ss

Mc 14,12-16

Porque Jerusalén es el lugar donde se hallan tan maravillosamente entrelazadas y, a la vez, tan dramáticamente divididas las tres religiones monoteístas, y porque tu vocación es vivir el ecumenismo de los hijos de Abrahán en estrecha y viva comunión, eres monje o monja de Jerusalén. Finalmente, porque la Jerusalén de arriba, que es nuestra madre y es libre, es la promesa de nuestra última recompensa y además toda nuestra vida monástica busca anticipar la entrada en el Reino y hacia él tiende con todas sus fuerzas, eres monje o monja de Jerusalén. La fiesta que mejor expresa todo esto y que es, a su vez, la fiesta de todas nuestras Fraternidades, es el santo día de Pascua. Es evidente que este nombre te sobrepasa, como el de cristiano o el de hijo de Dios. Sé humilde sabiéndote indigno de llevarlo y haz todo lo posible por expresarlo con una vida auténtica. Déjate impregnar por él, déjate modelar por la gracia que encierra y empieza a ser, paso a paso, por 146

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Un camino monástico en la ciudad

el nombre que has recibido, lo que este nombre te recuerda que eres: hijo o hija de tu Madre, la nueva Jerusalén.

Sal 86,5

164 Leyendo la Escritura, cantando los salmos, meditando los profetas, siguiendo las huellas de Cristo en el Evangelio, déjate enseñar por este nombre que vendrá a ser para ti como una clave para leer las santas Escrituras, una llamada incesante a la conversión, al arrepentimiento, a la alabanza, a la santidad, al júbilo. En los días tristes, tu nombre te reconfortará: “¡Ánimo, Jerusalén! ¡El que te dio tu nombre te consuela!”. En los días de cansancio, te despertará: “Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas; ni de día ni de noche se callarán”. En tus días de mediocridad, te convertirá: “¡Ay de ti, Jerusalén, que no te purificas! ¿Hasta cuándo darás largas?”. En los días de inquietud, te pacificará: “Yo haré correr hacia Jerusalén, como un río, la paz”. En los días de gozo, ensanchará todavía más tu corazón: “Que haya gozo y alegría por lo que voy a crear; mirad, voy a transformar Jerusalén en alegría y a su población en gozo”. A lo largo de la vida, por este nombre Cristo te llamará a seguirle: “¡Mirad, estamos subiendo a Jerusalén!”. Al final de tu vida, este nombre te acogerá: “Yo grabaré en ti el nombre de la ciudad de Mi Dios, la nueva Jerusalén que baja del cielo, y Mi nombre nuevo”. Has recibido este nombre en el secreto de tu corazón, al término de una cuaresma de penitencia, en la hermosa noche de Pascua. Lo has recibido oficialmente de la Iglesia al final de una cuaresma de gozo, en la hermosa luz de Pentecostés. Que cada año, Jerusalén te anime a recorrer esta doble peregrinación de ascesis y de alabanza, en re© narcea, s. a. de ediciones

147

Bar 4,30

Is 62,6; 52,8

Jr 13,27

Is 66,12

Is 65,18

Mc 10,33

Ap 3,12

14. Jerusalén

cuerdo de los días benditos en que te fue dado este nombre. En el gozo de Cristo resucitado y en la luz del Espíritu santificador.

165 Bueno será que, del tronco común e inicial de Jerusalén, nacido para vivir en medio de la ciudad una exigencia de oración, de amor, de trabajo, de silencio y de compartir, en un espíritu de castidad, pobreza, obediencia, humildad y gozo, puedan brotar ramas cuya diversidad no hará más que reforzar la unidad. Los múltiples carismas, las diferentes llamadas, los diversos itinerarios recorridos según la edad de cada uno, todo ello nos exige estar muy atentos a los diferentes tipos de vocación que pueden armonizarse en la comunión de la misma Familia monástica; no para reproducir en miniatura toda la diversidad de la Iglesia, sino para compartir amplia y libremente con todos aquellos a quienes el Espíritu envíe, para vivir también ellos “en el corazón de las ciudades, en el corazón de Dios”.

166 Que Jerusalén-cenáculo, inspirándose a la vez en el Carmelo y en san Benito, tome el color de una comunidad cenobítica bien estructurada, sin caer en una institucionalización excesiva; donde la liturgia, la vida común, la adoración, el tiempo de celda, el trabajo asalariado y la acogida hecha con discernimiento, encuentren su propia y plena armonía. Que Jerusalén-templo, inspirándose a la vez en san Basilio y en santo Domingo, tenga el estilo de una comunidad más apostólica, haciendo particularmente hincapié en la vida fraterna, la inserción eclesial y la prolongación apostólica con una dimensión pastoral de límites bien definidos, pero todo ello conservando celosamente todas las exigencias monásticas de silencio, soledad y oración. 148

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Un camino monástico en la ciudad

167 Que los Lauras de Jerusalén, inspirándose a la vez en san Bruno y en el hermano Carlos de Foucauld, puedan abrirse a las vocaciones de hermanos o hermanas llamados a mayor soledad o silencio, pero insertados “en el corazón de las masas” en el desierto de las grandes ciudades. Junto a la vida cenobítica, el monacato siempre ha visto florecer el eremitismo. Por lo que respecta al espíritu y al ritmo de vida de estos hermanos y hermanas en soledad, adopta lo que dicen las Constituciones de tu Instituto. Esta distinción bien marcada, clásica y lógica, clarifica y libera los carismas respectivos y, de esta complementariedad reconocida, nacerá una profunda armonía y una verdadera libertad espiritual para todos, en el gozo y en la paz. En torno a cada comunidad cenobítica de monjes o de monjas, se acogerá a hermanos o hermanas a título de Familiares (a los cuales les será reconocido un carisma fundamental y aprobado, que les llama a un mayor compromiso de tipo profesional, caritativo o pastoral). Para esto remítete a lo que determinan sus Estatutos particulares.

168 Y finalmente, que la Familia de Jerusalén permita a laicos, hombres y mujeres, solteros o casados, de cualquier edad, clase o condición, poder vivir algunas de las exigencias esenciales de Jerusalén y de su espíritu evangélico; respetando sus compromisos familiares, profesionales, económicos, sociales, culturales, cívicos o políticos. Juntos forman una Asociación de Fieles. Respeta sus Estatutos propios, elaborados por ellos mismos en comunión con el conjunto de Jerusalén. Que este sea, si Dios lo quiere, el árbol de Jerusalén, en el marco de cada Iglesia local. Alégrate de que tu Familia monástica pueda tener estas distintas modalidades, y reza para que nada, bien por excesiva © narcea, s. a. de ediciones

149

14. Jerusalén

audacia o excesivo temor, por demasiada prudencia o impaciencia, pueda constituir un obstáculo a la gracia del Señor.

169 Para que tan diversas modalidades puedan armonizarse en una comunión dinámica y viva, y que estas no queden expuestas a la imaginación de los propios caprichos, será necesario: Por una parte, que el discernimiento de las vocaciones y la designación de las pertenencias a tal o cual comunidad sean llevados a cabo por los priores generales, después de haber escuchado a sus respectivos Consejos, que por tanto jugarán en ello un papel primordial. En esto, únicamente la obediencia podrá ayudar a proceder según la voluntad de Dios y a salvaguardar la unidad. Por otra parte, que entre todas estas Fraternidades o modos de vida consagrada se establezcan sólidos lazos de comunión y se mantengan con firmeza; a saber: - El Libro de Vida, las Constituciones y los Estatutos, para mantener el mismo espíritu. - El Nombre, para significar el mismo carisma monástico. - La liturgia, para expresar la misma espiritualidad contemplativa. - Un hábito litúrgico, para indicar la misma consagración y la pertenencia a una misma familia. - Una coordinación central, para establecer entre las comunidades unidad y armonía, representada por los priores generales y los Capítulos generales.

170

Gál 5,25

Haz todo lo que esté en tu poder para amar, querer, defender y enriquecer esta unidad real y viva. Y no tengas miedo a nada: Si vivimos por el Espíritu, ¡sigamos también al Espíritu! 150

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Un camino monástico en la ciudad

De este tronco común, podrán florecer y crecer las diferentes ramas. Las distintas Fraternidades, bien caracterizadas, no harán más que embellecer la unidad de Jerusalén. Unas estructuras de comunicación, bien establecidas entre cada casa, expresarán que el espíritu que las anima es el de una misma Familia monástica, pero en el respeto profundo a la autonomía de cada Iglesia local. Jerusalén no es una Orden, sino una Familia de Fraternidades, que tiene, para las monjas y los monjes, la estructura de Instituto religioso y unas Constituciones propias; y para los laicos, la estructura de una Asociación de Fieles y unos Estatutos propios. “¡Grita de júbilo, Jerusalén!... Ensancha el espacio de tu tienda, las cortinas extiende, no te detengas; alarga tus sogas, tus clavijas asegura; porque a derecha e izquierda te expandirás, tu prole heredará naciones y ciudades desoladas poblará”.

171 Lo que te ayudará a reforzar esta unidad y a marcar fuertemente esta pertenencia, es la virtud de la estabilidad. La estabilidad es, en primer lugar, una virtud cristiana. Un cristiano inestable no podrá llegar a ser un monje estable. Por el bautismo, perteneces a Cristo de una vez para siempre. Dios es eternamente fiel. Su amor perdura por siempre: Ha grabado tu nombre en la palma de Sus manos. Que Su santo Nombre permanezca escrito sobre tu frente y colocado en tu corazón. De un modo verdaderamente inefable, estás marcado por Dios, injertado en Cristo, fundamentado sobre Él, crucificado con Él, habitado por Él. De tal manera te ha seducido Cristo, que ya no puedes desligarte de Él. Habiendo puesto la mano en el arado, ya no te puedes volver atrás. Que tu vida esté bien unida a Cristo Jesús. Si perseveras, vivirás con Él, pues incluso en tus infidelidades Él permanece fiel120. 120 Referencias bíblicas de este párrafo: Rom 6,10; 11,17; Sal 116,2; 1 Cor 1,9; 1 Jn 1,3; Jr 3,12; Is 54,10; Is 49,16; Dt 6,6-8; 2 Cor 1,22; 1 Cor 3,11; Gál 2, 20; 6,14; Flp 3,13; Lc 9,62; 2 Tim 2,11.13.

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151

Is 54,1-3

14. Jerusalén

2 Tim 2,8 Ef 1,13

Para ti, la estabilidad monástica es, primordialmente, tu estabilidad bautismal. Haz memoria continuamente de Jesucristo. Has sido sellado de manera indeleble con el Espíritu Santo prometido.

172

Mt 10,22; Ap 2,19 2 Pe 1,5-7

Eclo 2,4

Sal 61,6-8

Ef 4,14 Sal 1,3 Jn 15,4-5

La estabilidad es también resultado de tu estado de ánimo. Lo propio de la monja y del monje es la constancia, la perseverancia, la paciencia en el sufrimiento y la tenacidad en el combate. Después de breves sufrimientos, el Dios de toda gracia te afianzará, te robustecerá y te consolidará. Es en la firmeza de la esperanza y de la fe donde se construye la estabilidad. Procura mantenerte siempre en el mismo estado de ánimo, en las vicisitudes sé paciente, ten calma y vive tranquilo. Que todo en ti, desde tu modo de ser hasta tu manera de hablar o de andar, todo exprese que eres un hombre o una mujer con los nervios en su sitio y la afectividad bien integrada. En las subidas y bajadas de ánimo, conserva un fondo estable de serenidad; sin exagerados entusiasmos ni abatimientos excesivos. Estable de ánimo; estable en tu fe; estable en tus opciones; estable en tu amor a Dios. Si vives esto, sabrás descubrir el sentido de la estabilidad monástica. En Jerusalén la estabilidad apenas será de tipo geográfico, dado que las Fraternidades, normalmente, no son propietarias de nada. Tu estabilidad se asienta en la presencia fiel en el monasterio, en tu esfuerzo por permanecer en la celda y en tu rechazo a no estar siempre yendo de aquí para allá. Dichosos los que no sueñan con una vida diferente o en otro sitio, sino que saben echar raíces y crecer donde están. Solamente entonces se puede dar fruto.

173 La estabilidad está, todavía más, en la fidelidad a tu compromiso con el ideal monástico. En la obediencia a todo lo que se te mande. En tu adhesión a la Familia monástica, a la 152

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Un camino monástico en la ciudad

que espiritual y canónicamente perteneces, a este Libro de Vida, que lees y vives. La estabilidad está también en tu vinculación fundamental a Jerusalén tal como es hoy y tal como será en el futuro. La estabilidad está en ser fiel a la comunidad que te acoge, te designa y te envía; en la confianza otorgada a tus priores o responsables y, por último, en mantener la palabra que diste una vez para siempre. Por tu profesión perpetua, te unes a tu Fraternidad para siempre, haciendo un acto de humildad, pues no tienes que conquistar el mundo; un acto de fe, pues tu peregrinación se dirige hacia los parajes interiores del corazón; un acto de amor, porque así unes tu vida a la de tus hermanos, para correr con ellos hacia el mismo ideal de santidad. Una vez tomado este compromiso, no olvides que es hasta la muerte121, pues es un compromiso de amor, celebrado entre la Fraternidad y tú, a la manera de unos esponsales, donde el amor es más fuerte que la muerte: las aguas torrenciales no podrán apagar el amor ni anegarlo los ríos. Dar fruto en la perseverancia. No cansarse de maravillarse de Dios. Testimoniar la potencia de la fidelidad. Y que esto sea para gloria tuya, Señor. ¡Que mi debilidad resista en tu servicio!122

Cant 8,6-7

174 Uno de los elementos constitutivos de Jerusalén es también el ecumenismo. El nombre que llevas te recuerda que Cristo murió a las puertas de la Ciudad santa para la salvación y la unidad de todos los hombres y tú, hermano o hermana de Jerusalén, en su seguimiento, debes conservar la misma pasión por la unidad. 121 San

Basilio, GR 14, p. 79; 36, p. 119. de Saint-Thierry.

122 Guillermo

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153

Jn 11,52

14. Jerusalén

Rom 12,6-8

Jn 10,16

Jn 17,19 Jn 17,23

Sal 121,3-4.

Mt 23,8-9

Jn 17,21

El monje es alguien que, ante todo, busca unificarse. Vive el ecumenismo en el corazón de tu propia vida: el hombre unificado es unificador. Vive el ecumenismo en el seno de tu propia comunidad: por la aceptación gozosa y constructiva de personas tan diferentes. Vive el ecumenismo en el marco de toda la cristiandad, a fin de que sean cada vez más hermanos todos los discípulos de Cristo que permanecen todavía separados. El ecumenismo más eficaz es el de la oración. Guarda en tu corazón un verdadero anhelo de comunión con todos los hijos de Abrahán, judíos y musulmanes que adoran, como tú, al único Dios y para quienes también Jerusalén es una ciudad santa. No te canses de rezar, a lo largo de tu vida, para que llegue el día en que no haya más que un solo rebaño y un solo pastor. Este deseo, que fue la gran pasión de Cristo, apasione también tu vida monástica. Él se consagra por ti para que quedes consagrado en la verdad. Solo la unidad de los hijos de Dios podrá expresar al mundo el misterio del Dios verdadero. Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta, allá suben las tribus, las tribus del Señor. Nunca los creyentes están tan unidos como cuando están en actitud de adoración, en el interior del corazón del mismo Dios; como cuando se reconocen hermanos porque se sienten hijos del mismo Padre. Que no deje de oírse en tu corazón aquel grito de la última oración que lanzó Jesús dentro de la Ciudad santa: “que todos sean uno”.

175 Las Fraternidades de Jerusalén están compuestas por monjes y monjas que llevan el mismo nombre, viven el mismo carisma y siguen el mismo Libro de Vida. Dios permite, de este modo, un doble testimonio de pureza y de amistad, 154

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Un camino monástico en la ciudad

enriqueciéndose cada una de las Fraternidades con la riqueza de la complementariedad. Su vocación es común. Recuerda que en ningún caso se trata de un monaquismo mixto. Tal sueño sería una utopía. Monjas y monjes conservan su autonomía, su propio gobierno, sus casas separadas, avanzan en el respeto de sus mutuos carismas y sin interferencia alguna en lo que respecta al discernimiento vocacional y al ritmo de la vida cotidiana. Las monjas tienen su priora general y los monjes su prior general. Que la priora guarde su autonomía y el prior su independencia. Cuanto más definidas y respetadas estén sus respectivas atribuciones, mejor será su mutuo entendimiento y más fuerte su unidad. Que entre cenobitas y eremitas sean igualmente bien respetadas sus respectivas autonomías y carismas.

176 Un vínculo muy vivo de comunión se establece entre hermanos y hermanas a través de la celebración diaria de la liturgia, de la Eucaristía y de la misma enseñanza doctrinal. ¿No es esto lo esencial? Guiados por la misma Palabra, alimentados por el mismo Cuerpo, llevando el mismo nombre y viviendo un mismo ideal espiritual, hermanos y hermanas se convierten en pacífico y gozoso testimonio del Reino que se acerca. Siempre será necesario hacer un esfuerzo de apertura y comprensión para asumir este camino paralelo, de hermanas y hermanos, a la vez cercano e independiente. No siempre se llega a coincidir a la primera, no es fácil aceptar que se nos ponga en cuestión. Pero si sabes aceptar, vivir y amar lo que Dios te ha dado, encontrarás en esta complementariedad motivos de alegría y conversión; ocasión de evangelizar al exterior y de santificación personal. Con todo ello darás al mundo, sencilla y gozosamente, un doble testimonio de pureza y de amistad. © narcea, s. a. de ediciones

155

Mt 19,12

14. Jerusalén

Dale gracias al Señor todos los días por este don que ha otorgado a Jerusalén. Sí, este misterio es grande, yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia123.

177

Jn 2,5

Bar 4,36

Cant 3,2

Ap 21,2

Nuestras Fraternidades están especialmente consagradas a la Bienaventurada Virgen María. Cada día debes volverte a ella para contemplarla. Virgen, esposa y madre, te enseñará el sentido de la virginidad, el secreto del amor nupcial, cómo vivir la paternidad y el secreto de la ternura maternal. Como María es la madre del amor más hermoso, ella te ayudará a amar. Como es la luz de la oración, te ayudará a ser orante. Como posee el sentido del misterio del silencio, te introducirá en su secreto. Como María te ama, aprende también a amarla. Con María, haz todo lo que Jesús te diga, y como ella ¡alégrate! Es María la que conduce el caminar de la actual Jerusalén hacia la nueva Jerusalén. Jerusalén, mira hacia Oriente, contempla el gozo que te viene de Dios. Me levantaré y recorreré la ciudad: ¿Visteis al amor de mi alma? Vi a la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, engalanada como una novia ataviada para su esposo. Reza mucho a la santa, misericordiosa e inmaculada Madre de nuestro Dios. En Belén, María te dio al Dios eterno hecho niño. Al pie de la cruz, María permaneció de pie junto al Hijo que moría por ti. En Jerusalén, María te revelará el verdadero rostro del Emmanuel. 123  Referencias bíblicas de este párrafo: Is 60,4; Jl 3; Sal 44; So 3,14-18; Zac 9,9; 16-17; Ef 5,32; Hch 1,13-14; Lc 8,1-3.

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15 Gozo

178 El gozo se nos ha dado para vivirlo y testimoniarlo. Tenemos, pues, que esforzarnos en acogerlo e irradiarlo. Dios es gozo: me colmarás de gozo en Tu presencia, de alegría perpetua a Tu derecha. Al ser hijos de Dios, somos hijos del gozo: cada uno de nosotros hemos sido engendrados por Su gozo y se nos ha prometido su alegría. Nuestro gozo se funda en la ternura del Padre que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva; un Padre que invita a todo el mundo a celebrar una fiesta y a alegrarse cuando volvemos a Él. Alégrate de su presencia amante que te perdona y te hace cantar: “Tú fuiste mi auxilio y a la sombra de Tus alas canto con júbilo”.

Sal 15,11 Sal 32,21 Is 35,1.10

Ez 18,32

Lc 15,23-24

Sal 62,8

179 Lo que además sostiene nuestro gozo es la presencia de Cristo que permanece con nosotros hasta el fin del mundo. Jamás lo hemos visto, pero lo amamos; seguimos sin verlo, pero creemos en Él y nos alegramos con un gozo indecible, radiante, seguros de obtener por Él nuestra salvación. Jesu© narcea, s. a. de ediciones

157

Jn 16,33

1 Pe 1,8-9

15. Gozo Mc 1,15 Jn 15,11 Jn 17,13 Jn 16,22 Cant 1,4

Rom 14,17 Hch 2,15

Is 29,9 Gál 5,22 2 Co 7,10

cristo, que ha venido a anunciarnos la Buena Nueva, nos ha revelado Su amor para que Su alegría esté en nosotros y que nuestra alegría sea perfecta, y así permanezca en nosotros la plenitud de Su alegría. Permanece en la alegría de Cristo que camina a tu lado comunicándote un júbilo que nadie podrá arrebatarte nunca. ¡Cuánta razón tienes de amarle! Finalmente, lo que consolidará nuestro gozo es la gracia del Espíritu Santo, pues Él mismo es júbilo absoluto en el seno de la Santa Trinidad. Es portador de gozo, resplandor del gozo. Él es el gozo, el verdadero gozo. Pues existe el gozo del Espíritu Santo, capaz de alegrarnos hasta la embriaguez del espíritu. El Espíritu Santo nos ha sido dado y nos colma de todos Sus bienes, el primero de los cuales, tras el amor, es la alegría. No entristezcas al Espíritu Santo en ti entregándote a la tristeza del mundo. Hijo del Padre, amigo de Cristo, portador del Espíritu, vive en el gozo de Dios.

180

Sal 132,1

Flp 4,4

Jn 15,11

Sof 3,17

Col 3,13-14

La vida fraterna, que hace de la comunidad reunida en Su nombre un signo viviente de Su presencia, se convierte, a su vez, en fuente y resplandor de Su gozo. Ved qué dulzura, qué delicia, vivir como hermanos, como hermanas, unidos. El amor esponja el corazón, la confianza mutua nos pacifica, la vida común regocija. Ese es el reflejo de la presencia trinitaria que Dios y los hombres esperan de nosotros. Está escrito: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres”. Viviendo en el amor provoca, en cada uno de tus hermanos y hermanas y en ti mismo, una explosión de gozo. Con tu fraternidad, por el resplandor de la alegría comunitaria, llega a ser signo de la presencia de ese Dios que quiere renovarte por Su amor y danzar para ti con gritos de júbilo como en un día de fiesta. Nada entristece tanto como la discordia, la suspicacia, la murmuración, la envidia. Por el contrario, el perdón, la ayuda mutua, la misericordia, la 158

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Un camino monástico en la ciudad

humildad, son fuente de alegría. Para vivir esta alegría, vivamos en la unidad poniendo el culmen de nuestra dicha en mantener unánimes nuestros sentimientos. Pidamos todos los días para cada hermano y hermana de la comunidad, el don de la alegría. Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa.

Flp 2,2

Jn 16,24

181 Pero no olvides que la alegría es hija del sacrificio El verdadero gozo nace del esfuerzo, de la prueba, del sufrimiento, así como la alegría de la Pascua ha brotado de la cruz. Teneos por muy dichosos, hermanos míos, cuando os veáis asediados por pruebas de todo género. En las dificultades, los insultos, las contrariedades, la persecución, estad alegres y contentos, porque será grande vuestra recompensa. No hay gozo profundo sin ascesis y sin participación activa en la cruz de Jesús. En la medida en que compartís los sufrimientos de Cristo, alegraos; para que así, cuando se revele Su gloria, también desbordéis de alegría. El ayuno, la castidad, las vigilias, el perdón de las ofensas, son otras tantas actitudes del corazón, del espíritu y del cuerpo que alegran el alma. Son gozo para los hombres de corazón sincero. Pero si toda corrección de Dios, en el primer momento no es motivo de alegría, al final la ascesis desemboca siempre en la serenidad. Al atardecer nos visita el llanto, por la mañana el júbilo. Cambiaste mi luto en danza, me desataste el sayal y me has vestido de fiesta. Entrégate a la ascesis y conocerás la alegría perfecta. Acepta de buen grado cargar con la disciplina y no pierdas la paciencia con sus ataduras; al final, en ella encontrarás el reposo, convirtiéndose para ti en gozo. Si un día puedes decir que no te buscas ya a ti mismo, entonces vivirás la vida más dichosa que se pueda vivir, porque toda tu vida estará © narcea, s. a. de ediciones

159

Sant 1,2 Mt 5,12

1 Cor 2,2; Gál 6,14

1 Pe 4,13

Sal 96,11

Heb 12,11 Sal 29,6

Sal 29,12

Eclo 6,25-28

15. Gozo

Prov 10,28

orientada hacia la esperanza de la verdadera alegría. Como dice la Biblia: la esperanza de los justos es alegría.

182

Rom 8,18 2 Cor 4,17 Is 35,10

Sal 121,1 Is 65,18-19

Bar 4,30-36

La perspectiva final de la Bienaventuranza que nos será dada debe iluminar cada día nuestra vida y tiene que sostenernos en la lucha. Es bueno poder decirse a menudo, con san Pablo, que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que va a revelarse en nosotros; y que las ligeras tribulaciones del momento presente nos preparan una riqueza eterna que sobrepasa toda medida, comparada a la inmensa gloria que un día se nos revelará. Nuestra vida es un caminar hacia la felicidad eterna. Un día llegaremos a Sion entre aclamaciones, el júbilo eterno cambiará nuestro rostro, el regocijo y la alegría nos acompañarán. ¡Cómo nuestra vida monástica, orientada hacia este encuentro seguro con Dios, queriendo anticipar ese día, no va a cantar en este caminar cotidiano como el salmista subiendo a Jerusalén! Vivamos, pues, según la promesa de nuestro Dios. Ánimo, Jerusalén, Aquel que te dio un nombre te consuela. Jerusalén, mira hacia Oriente, contempla el gozo que te viene de Dios.

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FRATERNIDADES MONÁSTICAS Y LAICAS DE JERUSALÉN

Las Fraternidades Monásticas de Jerusalén fueron fundadas el día de Todos los Santos en 1975 en la iglesia de Saint-Gervais (París), por el padre Pierre-Marie Delfieux (1934 - 2013), con el apoyo del cardenal Marty (entonces arzobispo de París). Su misión es vivir en el corazón de la ciudad y en el corazón de Dios. La oración de Jesús: “Padre, no te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del mal”, orienta su vida y marca lo esencial de su vocación. Siendo el hombre la imagen más bella de Dios, los monjes y monjas de Jerusalén quieren orar y encontrarse con Dios en la ciudad de los hombres. Con su vida contemplativa y fraterna intentan manifestar la presencia de Dios en el corazón del mundo, estando cerca de los hombres y mujeres, poniéndose al servicio de ellos. Los monjes y monjas de Jerusalén quieren llevar la oración a la ciudad y la ciudad en su oración y, de esta mane© narcea, s. a. de ediciones

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Jn 17,15

Fraternidades Monásticas y Laicas de Jerusalén

ra, crear un oasis en el “desierto” de las grandes ciudades, donde reina el anonimato, la soledad, la inquietud, la búsqueda y la indiferencia; haciendo posible un espacio de silencio y oración que sea, al mismo tiempo, un lugar de acogida y encuentro donde poder compartir la fe y la oración, las inquietudes y los problemas. Cinco pilares caracterizan lo esencial de su vocación monástica en el corazón de la ciudad. Los monjes y monjas de Jerusalén: Viven en la ciudad como unos ciudadanos más. El enorme crecimiento de las ciudades y el nacimiento de las grandes megalópolis es un fenómeno nuevo y universal, que constituye una de las características más importantes y significativas de los tiempos modernos. No tienen propiedades, su vivienda, —en general— es alquilada, es decir, viven como la mayoría de los hombres y mujeres, evitando instalarse en la riqueza y la seguridad. Trabajan a media jornada, son asalariados, para guardarse así del peligro del éxito tanto económico como social. Y a su vez expresan su solidaridad con los más pobres y la contestación contra el materialismo consumista que nos invade. Están insertados en la realidad de la Iglesia diocesana, dentro de la línea marcada por el Concilio Vaticano II, insistiendo en la realidad de cada Iglesia local, adaptándose a la diversidad de situaciones, sensibilidades y culturas de la misma. No tienen clausura mural, pero sí que se reservan determinados espacios y tiempos para la soledad y el silencio. Viven en espíritu de comunión con los habitantes de la ciudad; sin embargo, marcan ciertas rupturas con la vida urbana moderna. Viviendo al ritmo de la ciudad, los monjes y monjas de Jerusalén celebran diariamente la liturgia en la iglesia que les ha sido confiada en el corazón de la ciudad, sabiendo 162

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Un camino monástico en la ciudad

que “si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigila el centinela”. Hermanos y hermanas celebran el Oficio Divino tres veces al día: Si quieres saber lo que creemos, ven a ver lo que cantamos, decía san Agustín. Por la mañana, los Laudes, antes de ir al trabajo; al mediodía, la Hora intermedia, durante el descanso de mediodía y por la tarde, con los que regresan del trabajo, las Vísperas seguidas de la Eucaristía. Cantan siempre en polifonía, siguiendo básicamente el esquema de la liturgia latina, pero añadiendo diversos elementos de la liturgia del Oriente cristiano. Los monjes y monjas celebran juntos la liturgia, sin que por ello se trate de un monacato mixto. Cada comunidad de hermanos y hermanas tiene su autonomía propia tanto en la vivienda como en el gobierno y en la financiación. El Libro de Vida es su común referencia y trazado espiritual. Este expresa lo esencial de su vida monástica, así como las líneas fundamentales de su vocación particular: les recuerda cómo deben amar, orar, trabajar, acoger y vivir en silencio; cómo ser castos, pobres, obedientes, humildes y alegres; y todo esto viviendo en medio del mundo, en el corazón de la ciudad, como hijos e hijas de la Iglesia, como hijos e hijas de Jerusalén. Siendo monjas y monjes urbanos, llevan el nombre de Jerusalén, pues Jerusalén es el símbolo de todas las ciudades; el lugar donde Cristo vivió, murió y resucitó; donde la Iglesia fue fundada y donde nacieron las primeras comunidades cristianas. Una ciudad igualmente santa para judíos, cristianos y musulmanes; esperanza y figura de la ciudad celeste hacia la que todos caminamos. Las Fraternidades de Jerusalén fueron constituidas en Pía Unión por el cardenal Marty en 1979 y en 1991 fueron erigidas en Instituto Religioso de “carácter monástico” por el cardenal Lustiger. Los dos Institutos de monjes y monjas tienen unas constituciones similares, pero cada uno es au© narcea, s. a. de ediciones

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Sal 126, 1

Fraternidades Monásticas y Laicas de Jerusalén

tónomo y tiene, respectivamente, su propio prior general y su propia priora general. En la actualidad, entre los dos Institutos, cuentan con unos 200 miembros consagrados, pertenecientes a 20 nacionalidades. Las diversas Fraternidades Monásticas de hermanos y hermanas forman la “Comunión de Jerusalén”. Están en Francia: París, Estrasburgo, Vézelay, MontSaint-Michel y Magdala en Sologne; en Italia: Florencia y Roma; en Canadá: Montreal; en Alemania: Colonia; y en Polonia: Varsovia. *** Junto con las Fraternidades Monásticas nacieron las Fraternidades laicas de Jerusalén, las cuales comparten la misma espiritualidad, viviéndola en el corazón del mundo, según las propias exigencias de su estado de vida. Todas las Fraternidades forman la “Familia de Jerusalén”. Otra realidad es la de las fraternidades apostólicas, que han nacido más tarde, vinculadas a Jerusalén y viviendo una misma espiritualidad desde su propia misión apostólica. Estas fraternidades apostólicas están en Tarbes, Francia, y en Pistoia, Italia. Fraternidades Monásticas de los hermanos de Jerusalén 34 rue Geoffroy l’Asnier - 75004 París - France [email protected] Fraternidades Monásticas de las hermanas de Jerusalén 10, rue du Pont Louis Philippe - 75004 París - France [email protected]

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