Tus hijos de 4 a 5 años 9788498407563

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Tus hijos de 4 a 5 años
 9788498407563

Table of contents :
Créditos
Introducción
PARTE PRIMERA “A”: CÓMO SON NUESTROS HIJOS
CAPÍTULO 1: Comportamiento y personalidad
Personalidad más firme
Le sucedió a Luis
Tozudez
Rebeldía
Pataletas y rabietas
Se defiende
Yo también quiero
Obsesiones, miedos y angustias
Los celos
Cambios repentinos
Mamá, ¿te ayudo?
Yo solo
Es mío
CAPÍTULO 2: Cómo puedo ayudarle a ser feliz
El amor es lo más importante
Cosas de niños y cosas de niñas
Un entorno equilibrado, un ambiente alegre
¿Comprendes a tu hijo de 4 ó 5 años?
Los niños introvertidos
Los niños ariscos
Los niños hiperactivos
¿Hacer o hacer hacer?
Los amigos
La seguridad
¿Maltratas a tu hijo?
Las descargas de cansancio o tensión
Como el patito feo
Las comparaciones
Culpable
El niño mimado no es un niño feliz
¿Son buenos los castigos?
Nivelados o con la motivación apropiada
Para pensar, para actuar…
PARTE SEGUNDA “B”: DIALOGAR CON LOS HIJOS
CAPÍTULO 3: El diálogo
La etapa de las preguntas
La curiosidad
La tertulia familiar
Cómo le hablo de...
Dios
El nacimiento
La muerte
El diálogo para resolver problemas
CAPÍTULO 4: ¿Cómo lo educo?
Sois los mejores profesores de vuestros hijos
Educar en futuro
Educas en futuro si...
Educar en pasado
Educas en pasado si...
Educar en presente
Disfrutando de su educación
Para pensar, para actuar…
PARTE TERCERA “C”: CÓMO EDUCARLES
CAPÍTULO 5: Cómo educar su voluntad
Compañerismo
Enséñale a ceder
Enséñale a prestar sus cosas
Enséñale a compartir
Enséñale a participar
Enséñale a saber ganar y perder
Generosidad y espíritu de servicio
Alegría, simpatía, amabilidad
Buenos modales
Saber perdonar y pedir perdón
Fortaleza
Sinceridad y confianza
Sobriedad
Obediencia
Orden
La educación en la fe
¿Cómo puedes enseñar a tu hijo a hablar con Dios?
CAPÍTULO 6: ¿Cómo potenciar su inteligencia?
Jugar a pensar y a comprender
El desarrollo de la imaginación y la creatividad, la atención y la memoria
Potenciando el lenguaje
Los niños y los números
CAPÍTULO 7: Alumno de la escuela infantil
Antes de ir al colegio
El primer día de clase
Algunos consejos
Los compañeros
Los cimientos de la laboriosidad
Para pensar, para actuar…
Guías de trabajo
Índice

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Colección: Hacer Familia Director de la colección: Fernando Corominas © Manoli Mansó y Blanca Jordán de Urríes, 1993 © Ediciones Palabra, S.A., 2011 Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (España) Telf.: (34) 91 350 77 20 - (34) 91 350 77 39 www.palabra.es [email protected] Diseño de cubierta: Marta Tapias Fotografía de portada: Archivo Hacer Familia ISBN eBook: 978-84-9840-756-3 ePub: CrearLibrosDigitales

Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

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Introducción

Tu hijo tiene ahora entre 4 y 5 años. Es la etapa más maravillosa para su educación, dedícate a ello. Ya se puede hablar con ellos de muchas cosas. En estos años se asientan en su alma las primeras ideas que ocupan los mejores lugares de su conciencia. En este libro encontrarás muchas claves prácticas que son fruto de una observación e investigación rigurosa, fruto de las experiencias de expertos que quieren ayudarte a educar mejor a tu hijo. — ¿Cómo es? — ¿Qué aptitudes tiene? — ¿Cómo ayudarle? — ¿Qué actitudes adoptar ante él? — ¿Cómo preparar y hacer el camino de sus virtudes? — ¿Cómo colaborar con el colegio? — ¿Cómo potenciar y desarrollar su inteligencia? — ¿Cómo transmitirle mis creencias y mi fe? Su cerebro se desarrolla a través de los estímulos que recibe y experimenta en cada instante de su vida. La repetición de actos a través de la adquisición de hábitos operativos fijan los aprendizajes y lo preparan para superar con éxito las etapas siguientes. La tarea educativa en estos momentos tiene una especial dimensión: SE ESTÁN PONIENDO LOS CIMIENTOS DE SU PERSONALIDAD, DE SU VIDA Y DE SU FELICIDAD. Es muy importante que esos cimientos sean profundos y sólidos y sepamos descubrir cómo estos esfuerzos que realizamos al educar van a contribuir a la mejora de la sociedad que estamos forjando entre todos, al entregar a ella una persona equilibrada, trabajadora y feliz.

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PARTE PRIMERA “A”

Educa a tus hijos como quieras que sean M. Teresa Aldrete, Para educar mejor

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CÓMO SON NUESTROS HIJOS

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CAPÍTULO 1

Comportamiento y personalidad En estos niños aparecen ya una serie de cambios en su comportamiento. Es más receptivo a todo lo que le rodea, su comunicación oral experimental un notable avance. Habla bien y le gusta dialogar, su lenguaje se ajusta más a sus necesidades y nivel. Adquiere hábitos que le dan más autonomía y poco a poco aprende a valerse por sí mismo. Aparecerán rasgos nuevos en la forma de comportarse, por lo que habrá que cambiar la manera de tratar a tu pequeño. Obsérvalos con atención y cariño para sacar más partido al tiempo que le dedicas, apoyándote en sus puntos fuertes y así se irán superando los problemas propios de la edad.

Personalidad más firme Un niño de 4 ó 5 años ya lleva 4 ó 5 años de educación. Es una verdad de Perogrullo, pero conviene caer en la cuenta, otra vez, de que: En los primeros años de vida, los niños aprenden mucho y muy deprisa.

Es más, cada vez está más claro que: Los primeros años de la vida del niño son los más importantes en su educación.

Por el momento, estaremos de acuerdo en que tu hijo o tu hija ya sabe muchas cosas. —Me estás diciendo que un niño a los cuatro años es más llevadero que otro con uno o dos... Pues no sé qué pensar. Yo por lo menos me encuentro con un chico bastante difícil en la convivencia diaria, que tiene muchas astucias para todo, que es bastante maniático y que siempre quiere salirse con la suya. La verdad es que de pequeño le hemos consentido mucho... Un niño a los cuatro años empieza a ser el resultado de una buena o mala educación recibida desde su nacimiento. Ahora te encuentras con un chico al que, además de

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inculcarle nuevas pautas de comportamiento, has de corregir de su forma de ser rasgos de carácter negativo, adquiridos en sus primeros años como — no saludar; — pegar a sus hermanos o amiguitos; — ser terco; — usar el llanto como «chantaje»... —Espera un momento, que esto me interesa mucho. ¿Cómo debo actuar ante esas conductas negativas? Porque yo estoy convencida de que el tortazo y el castigo no lleva a ninguna parte. Por desgracia, sí que llevan a alguna parte, pero estoy segura que no es donde tú deseas ir con tus hijos: llevan al miedo, a la angustia, a que aprenda a resolver los problemas con la violencia, a que empiece a pensar en ocultarte cosas, etc. Ten en cuenta que, ante cualquier problema con los hijos, hace falta Amar, pensar y actuar con paciencia.

Te lo diré de otro modo. Antes que nada, ante cualquier conducta inadecuada de tu hijo has de darte cuenta de que es tu hijo y de lo mucho que le quieres, tanto que el adverbio mucho en este caso suena a poco y –precisamente porque le quieres y quieres que sea feliz– quieres que sea mejor. Así no verás esa conducta, esa pequeña trastada, como un problema, porque no lo es. En realidad: Esa trastada es una estupenda ocasión de educarle, de ayudarle a ser mejor.

A continuación, con ese punto de vista, es necesario pensar: — ¿Por qué ha ocurrido esto que me desagrada?; — ¿es habitual en él o en ella?; — ¿cómo le puedo ayudar? Lo primero para educar bien es: Piensa cómo puedes ayudar a tus hijos a mejorar.

Por último, actuar. Es importante que actuéis de acuerdo padre y madre, según el PLAN DE ACCIÓN que habéis acordado y con paciencia, porque sabéis que las cosas que valen la pena no suelen conseguirse de un día para otro.

Le sucedió a Luis Luis tiene cuatro años. No tiene la costumbre de saludar a las personas que vienen a su casa. La verdad es que mamá se lo ha dicho algunas veces, pero no se ha preocupado en serio de que adquiriese ese y otros pequeños hábitos de buenos modales. Un buen día llega la tía Elisa de Francia y «armó una buena». Vamos, que poco menos que lo estaban maleducando. Os podéis imaginar la conversación:

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—Querido hermano, tienes que hablar con tu mujer. Ese hijo vuestro es un mal educado... Mamá se quedó perpleja y, aunque algo molesta por la «puntilla» de la tía, comprende que su hijo no puede seguir siendo un perfecto cafre. Agarra a Luis, lo zarandea y, con una buena zurra en el trasero, le obliga a saludar a la tía Elisa. Esta manera de actuar, por la fuerza, ante el temor de otro tortazo, hará que Luisito salude hoy a su tía, pero no conseguirá cambiar su conducta arisca. El pequeño ha estado acostumbrado demasiado tiempo a no saludar. Necesita que, con paciencia, cada vez que vea a algún familiar, le recuerdes que debe decir hola y adiós. Todos hemos aprendido mucho con el famoso «¿Qué se dice?», y lo recordamos con cariño. Además, todos en casa podemos empeñarnos en saludarnos al entrar o salir de un sitio. Ya verás cómo pronto, por su cuenta, saludará. Cuando lo haga, no te olvides de darle un beso, felicitarle y decirle lo contentos que estáis por verle tan atento. ¿Sabes por qué te he puesto este ejemplo del saludo el primero? Han pasado ya más de diez años y aún lo recuerdo como algo especial. En el autobús que nos conducía del aeropuerto al avión, junto a otras muchas personas, iba una madre joven con una niñita en brazos –no llegaría al año– y un crío de la mano de unos cuatro años. Fuimos los últimos en bajar. De repente, el niño se suelta de su madre y se dirige al conductor del autobús para decirle: —Gracias. Adiós. Aún tengo grabada la tierna sonrisa de orgullo de su madre y la caricia que el conductor le hizo en el pelo. Os lo imagináis y lo entendéis, ¿verdad?

Tozudez —Si ya me lo decía mi madre. Pepita, no te quejes de que el nene gatea y lo rompe todo, y cuando crezca ya verás lo que son los problemas... Y ya veo que tenía razón: mi hijo de cinco años se pasa todo el día llevando la contraria: —«Mamá, primero juego y después me baño.» «Papá, que me quedo aquí»... —¡Menuda complicación! Ahora me encuentro con un niño que decide y conjuga el verbo NO QUIERO con la mayor soltura. ¡Y tenías que ver cómo se pone si no se sale con la suya! Un niño de esta edad se complace viendo que sus deseos «pueden» más que los de papá y mamá. —Mira, mona, te vas a poner los pantalones y se acabó. —No, no. Quiero ponerme el traje azul... A continuación, mamá, que se acaba de recuperar de la afonía, le grita y le enseña la palma de la mano extendida con un significativo movimiento a la pequeña, que berrea tirada por el suelo. Pero mamá, por fin, entre forcejeos, lágrimas y berridos consigue ponerle los pantalones. Desde luego que es muy pesado enfrentarse a un niño tozudo, y contrariarle continuamente no ayuda a cambiar su carácter. ¿Qué hacer?

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La tozudez no se suaviza con tozudez.

Actúa inteligentemente y realiza pequeñas aproximaciones a tu objetivo. Si tu hijo acostumbra a ponerse tozudo cinco veces al día, contraríale una o dos y hazle obedecer, pasados unos días déjale que se salga con la suya dos veces... De esta manera puedes llegar con paciencia a conseguir que ceda en lo importante y aprenda a obedecer. Educa con amor, ejemplo y paciencia,

pues son los pilares básicos de la educación. —¿Y por qué he de actuar tan progresivamente dejándole que, en ciertas ocasiones, se salga con la suya? ¿No sería mejor cortar de raíz? La personalidad del niño de esta edad se está formando. Está configurando su autoconcepto, la idea que tiene de lo que vale y de lo que puede, y necesita adquirir cierta seguridad. El pequeño necesita pensar: —He hecho algo por mí mismo de lo que he querido. Si te dedicas a contrariarle todas y cada una de sus ideas, el niño puede sentir: —Nunca acierto. No valgo para nada. Por esta razón, es importante que reflexiones y diferencies muy claramente entre lo que es importante que cumpla, aunque el niño no quiera (no decir palabrotas, no pegar, no patalear...) y aquello que no lo es tanto, por ejemplo, importa menos que por un día cedas y, en vez de ponerle el pantalón, le pongas un vestido. De esta manera, la niña está contenta pensando que ha sido ella misma la que ha tenido el gusto de elegir su ropa y tú te evitas una discusión monumental con la que no conseguirías nada importante. Piensa que, a veces, el auténtico problema no es que él o ella no quieran obedecer, sino que nosotros mandamos demasiado. El niño pequeño obedece porque reconoce intuitivamente la autoridad de sus padres. Ellos le dan seguridad y cariño, y todo ello le lleva a cumplir con sus deseos, aunque, a la vez, se sienta inclinado a desobedecer para probar su propia fuerza y sus propias posibilidades de actuar con independencia. Hacia los tres o cuatro años surge lo que se suele llamar la edad del «no», ese momento –tan molesto para los padres– del proceso evolutivo normal de un niño que supone la naciente voluntad infantil. Ya entonces se hacen necesarias las primeras argumentaciones de los motivos que, poco a poco, irán fundamentando su libertad. Desde los cuatro años en adelante, si no antes, conviene Combinar la exigencia con el razonamiento de lo que se exige,

de tal modo que el niño obedezca, porque ve que es razonable. También puede cumplir por cariño hacia sus padres, reconociendo que su obediencia es un modo de manifestarlo.

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La desobediencia de los niños de estas edades no provoca, en apariencia, más daños morales que la irritación de sus padres. Está claro que puede producir daños físicos (porque el niño se pierda o se haga daño, etc.). Paradójicamente, en cambio, es el momento de empezar a enseñar a los niños a obedecer por motivos elevados, con el fin de que adquieran el hábito de obedecer. Corremos el peligro de contentarnos con una obediencia más o menos ciega, que produzca una apariencia de paz y orden, y no darnos cuenta de que el mero cumplir lo que le mandamos no desarrolla la virtud de la obediencia. En este sentido, no se trata de conseguir que los hijos obedezcan sin más. Se trata de que obedezcan bien. La obediencia está facilitada por una actuación ordenada por parte de los educadores. Es decir, entorpeceríamos la adquisición de esta virtud si nos comportásemos de un modo cambiante e imprevisible, según el estado de ánimo de cada momento, y exigiésemos unos días unas cosas y otros días no. La obediencia y la autoridad están íntimamente relacionadas.

Para que la obediencia pueda ejercitarse, la autoridad ha de ejercerse. En estos primeros años, fundamentales para la adquisición de esta virtud, los padres han de esforzarse por exigir el cumplimiento de todo lo que se manda. Si, por ejemplo, indicáis a los niños que cuelguen los abrigos al llegar a casa, no debéis abandonar hasta que lo hayan hecho; en el caso de que los colguéis vosotros mismos, perderíais una dosis importante de autoridad. Esto supone, de hecho, que habrá que pedir obediencia en menos cosas de las que, en principio, cabría suponer. Con los niños de cuatro y cinco años, los resultados suelen ser positivos cuando damos una información clara en el momento oportuno, y apoyamos luego lo mandado con cariño, con una exigencia serena, perseverante, amorosa y alegre, en un ambiente de orden. Conviene que agradezcamos y estimulemos la obediencia de los niños, reconociendo lo que está bien hecho. Tenemos el derecho a ser obedecidos, pero, si saben que nos hemos dado cuenta de sus esfuerzos, tendrán más interés en obedecer. Déjale un margen de creatividad. No seas siempre tú quien diga la última palabra en todo. El niño también tiene derecho a empezar a pensar. Acostúmbrale a razonar por qué no puede salirse con la suya. —Tengo un hijo de cinco años con el que me llevaba como el perro y el gato. Continuamente le llamaba la atención, para que no actuase como lo hacía. Era un infierno de la mañana a la noche. Gritos, tortas, lloros..., de todo había en nuestra familia. Pero un buen día nos preguntamos si no éramos nosotros mismo los que estábamos haciendo que el pequeño quisiera salirse siempre con la suya, precisamente por no dejarle casi nunca hacer lo que quería, y por pegarle y gritarle en vez de hablarle y razonarle para que diera su brazo a torcer.

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A partir de ese momento empezamos a cambiar nuestra actitud con el pequeño y procuramos razonar con él. En lo importante no pensábamos transigir, pero en lo intrascendental dejaríamos que de vez en cuando hiciera lo que él quería. Esta manera de actuar fue «mano de santo», y ahora, aunque sigue un poco tozudo, hace caso sin berrinches ni pataletas cuando no le permitimos hacer lo que desea. La mayor parte de los problemas de los hijos pequeños son problemas de los padres.

Rebeldía Es la prima hermana de la tozudez. Hay niños que a esta edad son muy llevaderos, pero otros sienten especial predilección, de forma casi inconsciente, por hacer todo lo contrario que dicen papá y mamá y desobedecen continuamente. Mamá y Pepito van salir de casa. Mamá advierte a Pepito: —Mira, hijo mío, cuando lleguemos a casa de la tía no se te ocurra pegarle a la prima, que ya te conozco yo a ti. Pero, a los cinco minutos de estancia en la casa de la tía, se oyen unos lloros desaforados y a mamá que grita: —Pero, Pepito, ¿no te he repetido mil veces que no pegues a tu prima? —Lo siento, mami, estoy educando a María. Como no quería entrar en el cuarto, le he pegado muy fuerte, igual que tú. Y a la pobre mamá se le hunde el cielo y masculla entre dientes: —¿Quién me mandaría a mí darle un bofetón ayer?... Ahora te encuentras que tienes que educar a un niño que, además, te responde con «sus razones». Por un lado, le adviertes que debe obedecer y no debe pegar a su prima y, por otro, tienes que salir de los aprietos en que te puede poner: — ¿Por qué dices palabrotas? — ¿Por qué te enfadas? — ¿Por qué gritas?… ¿Cómo debes actuar? Para mantener tu autoridad ante el niño: Predica con el ejemplo

y no te esfuerces en justificarte si te equivocas, él ya está descubriendo que papá y mamá a veces se equivocan y no actúan bien. Ten en cuenta que el mejor ejemplo que les podéis dar es el de: Saber reconocer los errores y esforzarse por actuar bien.

Juanito está dando portazos. Mamá le llama la atención. El niño continúa dándole que te pego a la puerta. Papá ya no aguanta más, se levanta malhumorado y agarra al crío por el cuello. —Pero bueno, Juanito, ¿es que estás sordo? ¿No has oído a tu madre que te dice que dejes de golpear la puerta?

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—Ayer tú te enfadaste y dabas portazos. Yo estoy enfadado. —Mira, Juanito, si ayer di un portazo a la puerta fue porque estaba nervioso, pero hice mal. Perdóname, ya no lo volveré a hacer. Nos vamos a esforzar los dos para no enfadarnos y dar portazos. Venga, dame un beso y vamos a jugar un rato los dos. Si quieres mantener la autoridad, da importancia al ejemplo que das a tu hijo. A esta edad es un pequeño fiscalizador e imitador de tu conducta. Nunca le digas al niño delante de otras personas: —Pablito, mira que eres rebelde. No hay quien te aguante. No pongas a un niño «etiquetas» de rebelde, terco, mentiroso, ladrón..., si no quieres que crezca pensando que realmente lo es. Mira, te voy a contar un caso real. Ocurrió en Venezuela con la familia vecina de unos amigos míos. En una ocasión, cuando Elena tenía cinco años, se le ocurrió coger del monedero de su madre, que estaba sobre el sillón, una moneda de escaso valor para comprar unos chicles. Volvió a casa tan contenta, mascando un chicle y regalando otros a sus hermanos y a su padre, que estaban en la sala de estar. Su padre comenzó a preguntar con extrañeza y enfado de dónde había sacado el dinero para comprarlos. Al decirle la pequeña lo que había ocurrido, su enfado subió. Le hizo escupir el chicle y llorar, la llamó ladrona muchas veces. La llevó arrastrando hasta la cocina, para decirle a su mujer lo ladrona que era Elena y que no se fiara de ella. A los demás hermanos, en la cena –Elena estaba delante, aún le duraba la llorera– les conminó a no ser ladrones como su hermana... Resumiendo, Elena tiene ya veinticinco años y está en la cárcel... —No me digas más, ¡por ladrona! Pues sí. Ya ves que es importante no etiquetar a los niños. Estamos concediendo a esas ideas los mejores asientos de su conciencia infantil. Además estamos cometiendo una tremenda injusticia, porque sabemos que Los hijos no son malos, son niños maravillosos y buenos,

que, sin darse mucha cuenta, han cometido un pequeño error. Educa a tus hijos sin dejarte llevar de histerismos.

Pataletas y rabietas Juanito acaba de coger un soberbio berrinche y está tirado en el suelo «a pataleta limpia». Papá se ha levantado con el periódico y ha emprendido la fuga. El niño está rojo de tanto berrear. Mamá, al borde del «soponcio», decide cortar por lo sano: agarra al mocoso de cuatro años y le atiza otras tantas tortas. La respuesta no se hace esperar: una terrible

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patada en la espinilla del niño a su madre, que –ya fuera de control– le pega de lo lindo y lo encierra en su cuarto. ¿Verdad que te resulta familiar esta anécdota? Y es que a veces, aunque sabemos que no es modo de solucionar las rabietas de los niños, algo por dentro «nos pide guerra». Y nos rebajamos al mismo nivel de histerismo que Juanito, y soltamos la tensión con los golpes. No nos puede extrañar que, de vez en cuando, se escape una patada. Ante un ataque de rabia de tu hijo te aconsejo la siguiente actuación: — Déjale berrear un rato. — A continuación, acércate a él e intenta dialogar para calmarlo. Si lo consigues, ¡se acabó la rabieta! Si tu hijo sigue «llora que te llora», no le grites ni le pegues; en esos momentos, tu agresividad solo conseguiría excitar aún más la suya. — Vuelve a dejarlo solo y que acabe por sí mismo de patalear. — Cuando, agotado, se calme, abrázalo de modo que note que le quieres y que quieres arreglar la situación. — Emplea todo el tiempo que sea necesario en hablar con el pequeño sobre cuánto lo quieres. Es lo que más les tranquiliza. Una vez que el niño está calmado, no dejes de decirle con ternura que ha hecho muy mal teniendo esa rabieta, que le perdonas y que no lo vuelva a hacer. No conviene, ahora que está más tranquilo, reñirle con modos bruscos por lo mal que se ha portado. Corres el riesgo de que vuelva a comenzar de nuevo la sesión de pataletas. ¿Qué habrás conseguido con esta manera de actuar? — Que el niño deje de patalear. — Que, a través del diálogo, sepa que lo que hizo no estaba bien. — Que sepa lo mucho que le quieres. — Pasar un pequeño rato abrazada a tu hijo dándote cuenta de lo mucho que le quieres, en vez de pasar mucho más rato gritando y considerando lo mucho que te molesta. —Yo es que me pongo mala cuando veo a mi hija de cuatro años peleándose con la de seis: — «Que si yo quiero esto.» — «Que si yo no te lo doy.» Mis nervios en esos momento estallan. Sobre todo en los viajes en coche, en los que últimamente acabo pegando a lo loco con la derecha, mientras que con la izquierda intento conducir. Un día me puse tan nerviosa, de los tirones de pelo y pellizcos que se estaban propinando mis hijas, que al llegar a un semáforo comencé a repartir tortas como pude, y en vez de apretar el freno le di al acelerador. Además de soportar lo de «Mujer tenía que ser» de algún conductor, acabé en la Cruz Roja, las niñas ilesas, menos mal, y el coche en el taller. No te puedo aconsejar otra cosa: antes de meter niños de estas edades en el coche alecciónales sobre las graves consecuencias que pueden traer las peleas.

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Pero si, mientras conduces, los críos vuelven a las andadas, tranquila. Lo único sensato que cabe hacer en una situación como esa es decirles que se estén quietos. Si la pelea es muy escandalosa puedes aparcar el coche y poner orden, si la «tormenta» se va calmando puedes esperar a corregir con firmeza y cariño al llegar a tu destino.

Se defiende El niño de cuatro años, como consecuencia de una mayor apertura a los demás y del afán por afirmarse, tiende a pelearse con sus hermanos y sus primeros compañeros. A estas riñas no hay que darles demasiada importancia. Lo fundamental es que, al final de la discusión, el pequeño haga las paces con su contrincante, y sepa por sus padres que no está bien pelearse. Ya son de por sí justicieros, así que no les inculques el ojo por ojo y diente por diente. Acostúmbrales a defenderse sin violencia.

—Tengo un hijo que me tiene muy preocupada. Al pobre no hacen más que pegarle sus compañeros y, como parece tonto, no se defiende. Y mira que yo me harto de decirle que, si le pegan una vez, responda con dos bofetones. Hay otros modos de defenderse: con la palabra. El tortazo que tu hijo dé al otro niño servirá únicamente para que haya más llantos. Enseñarle, desde pequeño, a que se defienda sin violencia. Deja, con una discreta vigilancia, que él mismo resuelva sus propios enfrentamientos con sus hermanos o amigos. No salgas despavorida para salvar a tu niño del trance en el que se ha metido. Si tu hijo se acostumbra a que seas tú la que siempre le saque las castañas del fuego, pierde la capacidad de reaccionar frente a situaciones por las que todo niño tiene que pasar. Ten en cuenta que: Estás formando hoy al adulto de mañana

y la excesiva protección paterna anula la capacidad de reacción del niño ante la vida. —¡Pero no voy a dejar que lo maltraten! Por supuesto que no. Pero una cosa es maltratarle y otra los pequeños apuros de los que estamos hablando. Además, proteger no es meterlo en una urna de cristal para que no sufra. Al contrario, significa hacerlo fuerte y seguro de sí mismo, para que desde pequeño se acostumbre a resolver sus pequeños problemas.

Yo también quiero —Por mucho que me propongo no volverlo a hacer –dice María–, se me olvida y ya tengo el cisco formado en casa. Resulta que tengo dos hijas de cuatro y seis años, respectivamente. Con la mayor no tengo ningún problema si vuelvo de la calle y solo

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traigo un dulce para la pequeña. Pero si le compro algo solo para la mayor, aunque sea porque está enferma, ¡cómo se pone la pequeña! Coge unos berrinches tremendos con el «yo también quiero». No hay quien la soporte. Si tu hijo resulta que es un pequeño «imita-todo» de sus hermanos, te vendrán bien estos consejos: • Procura no hacer diferencias muy notables entre los hermanos. • Si hay alguna razón de peso para no traerle más que a la otra hermana alguna chuchería explícaselo a la de cuatro años: —Mira, María, le he comprado a Pepe esta pelota porque ha estado muy malito en la cama y muy aburrido sin poder jugar. • En lo que se refiere a demostraciones de cariño, todos tus hijos tienen derecho al «yo también»: si abrazas a Pepe haz lo mismo con María. • El niño tiene que aprender a encajar sin berrinches que, por su edad, no puede formar parte de ciertos planes de sus hermanos mayores, como ir de escalada, etc. Si consigues que tu hijo controle el «yo también» le estás enseñando a resignarse.

Obsesiones, miedos y angustias —Mi hijo –dice Teresa– jamás tuvo miedo a nada hasta los cuatro años. Pero a partir de esta edad, y también ahora que tiene cinco, es una continua angustia. Le aterroriza quedarse solo y no para de preguntar si nos vamos a morir o con quién se queda si salimos fuera. El miedo forma parte del proceso de maduración normal de tu hijo. Al crecer y desarrollar la imaginación, se hace más consciente de lo que puede ser la oscuridad, el quedarse solo o que falte su madre, y esto le angustia. Si hasta este momento el pequeño dormía tranquilo sin consuelos, ahora quizá necesita, para conciliar el sueño, una luz o que su madre le acaricie y le hable. Es normal que tu hijo sienta miedo. Lo malo sería que no lo superase, y se convirtiera en una obsesión o fijación angustiosa: — Que la luz se pueda apagar; — que me duerma y papá y mamá se vayan; — que no me vayan a buscar al colegio y me quede solo. Interesa que estés pendiente de que tu niño no se convierta en un ser angustiado y obsesionado. No te burles de los miedos de tu hijo diciendo que son tonterías de pequeño. Trátalo con mucho amor y paciencia. Habla con él sobre lo que le asusta y dile que vas a ayudarle a perder el miedo. Si, por ejemplo, le asusta la oscuridad, juega a entrar con él a sitios oscuros y a estar un rato. Cuéntale algunos cuentos en la oscuridad de personajes muy valientes que, cuando eran pequeños, tenían miedo a la oscuridad, pero supieron vencerlo. Seguro que se te ocurren muchas más posibilidades. Actuando así, conseguirás que vaya teniendo cada vez más confianza en sí mismo y en vosotros.

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Un último consejo sobre los «miedos»: No uses sus miedos como amenazas.

—Luisita, como no comas, papá y mamá nos vamos a ir y te dejaremos sola en casa. Puede que Luisita coma, pero ¡a qué precio! Luego, no te extrañes si tiene pesadillas por las noches y empieza a gritar angustiada, porque piensa que os habéis ido.

Los celos —Tengo un hijo de cuatro años –dice Alicia– que adora a su prima de seis meses. Cada vez que la ve se la come a besos. Pero es muy curioso que, cuando yo la cojo, Pepito viene como una flecha hacia aquí y empieza a imitar los gestos y los ronroneos de un bebé. En cuanto se la doy a mi hermana, mi hijo se muestra super cariñoso conmigo y no deja de darme besos y abrazarme durante un buen rato. No es rara esta situación. Este niño teme ser desplazado del cariño de su madre por la pequeña, y por eso la imita, adoptando comportamientos de bebé, porque piensa que así recibirá las mismas atenciones de su madre. El niño celoso sufre mucho y necesita amor y cariño para no sentirse desplazado o, como dicen muy gráficamente los psicólogos, destronado. El pequeño no solo necesita que sus padres le quieran, Tu hijo también necesita sentirse querido,

y cuando no se siente querido, llama la atención de mil maneras: — Con rabietas injustificadas; — con agresiones a su «rival»; — poniéndose inaguantable y pesado; — con autolesiones… En el caso del niño que sufre celos: Lo más importante es el niño que sufre, porque tiene celos.

Ignorar el problema no conduce a nada. Decirle al niño una y mil veces que es un celoso conseguirá que sus ataques de celos sean más frecuentes, porque ya se sabe que él es así. Lo mejor es que le digas que le quieres tanto como a sus hermanos y no más, porque los hermanos también tienen el derecho de sentirse igual de queridos. Además, procura tener con él más demostraciones de cariño. Muchas veces, una caricia sonriente es más elocuente que el mejor de los discursos. Si los celos se dirigen hacia un hermano menor, suele dar buen resultado solicitar su colaboración en las tareas de limpieza y vestimenta del más pequeño, responsabilizarle en pequeñas tareas que tengan que ver con el bebé, porque así ayuda a mamá y le da mucha alegría. —Luis, si llora Juanito, me avisas.

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—¡Mamá! Juanito está llorando. —Gracias, eres un cielo. Menos mal que tú me ayudas. Te quiero mucho.

Cambios repentinos —Pero ¿tú ves lo que le pasa a Lucía continuamente? Tan pronto está llorando como está a carcajada limpia. No la puedo entender. Me trae loca. No te preocupes, el desequilibrio afectivo es una fase característica de los cuatro años. Vas a ver cómo, a los seis, tu hijo ya no tendrá esos cambios bruscos de humor y sentimientos. Por eso, porque no significa que lo estés educando mal, contrólate si oyes que tu hijo pasa de cantar alegremente al berrido más desgarrador porque su hermana le ha cogido un lápiz. Y ten en cuenta que lo que para ti puede ser una tontería (perder el lápiz), para tu pequeño es un mundo. Ten mucha paciencia, trata de serenarlo y considera que, igual que pasó de la felicidad a la tristeza en cuestión de segundos, también lo hará en sentido contrario.

Mamá, ¿te ayudo? Muchos padres coinciden en que la «edad de oro», los mejores años de su hijo comienzan a los cuatro. Te lo llevas de un lado a otro sin chistar, sin potitos, sin pañales. Puedes hablar con él y prefiere estar más con sus padres que con ninguna otra persona. Además, los 4 y 5 años son especialmente deliciosos porque al pequeño le encanta asumir responsabilidades. Disfruta ayudando. —Mamá, ¿te ayudo? —Y ahora, ¿qué hago? Quiere ser útil, quiere agradar, quiere ser como papá y mamá. Y nada mejor para conseguirlo que intentar llevar a cabo sus mismas tareas: limpiar al bebé, quitar el polvo, llevar la cartera de papá de un lado a otro. —Tengo una hija que me la comería a besos. Cuando pregunto qué quiere ser de mayor siempre me contesta lo mismo: «Mamá, como tú». Le encanta que le dé encargos: «Quédate junto a tu hermana mayor que está malita en la cama». «Ayúdame a hacer la tarta...» —Yo, en cambio, tengo un chico que es una pura obsesión por su padre. Parece un perrillo pantalonero. Los domingos se lo lleva a jugar al golf y hace lo que puede por su padre: carga los palos, le compra la cocacola... No desperdicies esta tendencia natural de querer hacer las cosas que tu hijo tiene, a los cuatro y cinco años, para educarlo en la responsabilidad a través de los pequeños encargos. Los encargos son pequeñas parcelas de responsabilidad cotidiana que el niño realiza colaborando con los demás miembros de la familia.

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Han de ser útiles y relacionados con la buena marcha de la casa. Es importante motivar a los niños haciéndoles conscientes de que Gracias a su esfuerzo funcionará muy bien todo.

Para que un encargo estimule la responsabilidad, el niño ha de ser consciente de que ha de responder ante alguien (sus padres o algún hermano mayor) de la ayuda prestada. Por ello, es interesante controlar periódicamente el cumplimiento de los encargos. También puede encargarse de este cometido un hermano mayor, que tenga como responsabilidad propia supervisar el cumplimiento de los encargos de los más pequeños. Los encargos cumplidos deben convertirse en: estrellas, palotes… algo que se vea avanzar. La experiencia aconseja que, en estas edades, los encargos varíen con frecuencia. Los encargos, además de promover la adquisición de la responsabilidad y facilitar un clima educativo adecuado: • Potencian la confianza del niño en sí mismo al fomentar la confianza en su capacidad para cumplir bien el encargo. • Refuerzan la seguridad personal y le dan el valor y la energía necesarios para afrontar esa tarea. • Desarrollan capacidades y habilidades a través de la experiencia: al hacerse cargo de una pequeña responsabilidad, el niño –con frecuencia– aprende a hacer algo que antes no sabía, fomentando la satisfacción personal por la obra bien hecha. • Fomentan la preocupación por los demás, el espíritu de servicio y el sentido de la cooperación a través de la conciencia de ser útil y del reconocimiento del trabajo realizado por sus padres y hermanos. Como en cualquier otro aspecto de la educación, El ejemplo de los padres tiene una influencia decisiva.

Junto al ejemplo, la función principal de los padres respecto de los encargos es ejercer adecuadamente la autoridad: dirigir la participación de los hijos en la vida familiar orientando su iniciativa. Tener un encargo concreto a los 4 ó 5 años hace posible que a los 15 ó 16 vean lógico y natural preocuparse del conjunto del hogar y de mantener un clima familiar acogedor. Los pequeños comienzan ayudando a realizar algún trabajo del hogar. Más adelante llegará el momento de responsabilizarles de una tarea. Es importante pedirles ayuda en pequeñas tareas que puedan hacer bien, para que disfruten con la satisfacción de un trabajo bien hecho por ellos mismos. De este modo, el niño aprenderá con placer y cultivará el afán de actuar por sí mismo. No premies con cosas materiales los encargos bien cumplidos.

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La satisfacción del deber cumplido debe ser suficiente y, si no lo es, algo no funcionó bien antes.

Yo solo —Como siempre tengo unas prisas tremendas, cuando despierto a mi hija de cuatro años por la mañana, le pongo yo misma la ropa. A la hora de comer hago un poco lo mismo: se la doy yo a todo meter, porque, si no, estaría horas para comerse el filete. Por mucho que me dice su profesora que la deje que vaya haciendo las cosas por sí misma, no soy capaz. Ya tendrá tiempo para hacerse todo sola. Lo importante es llevar un horario y llegar pronto a los sitios. Además, si quieres que te confiese algo, me pone enferma ver que emplea media hora para atarse un zapato y encima lo hace mal... La puntualidad es muy importante, pero no tanto como para convertir a tu hija en una especie de muñeca. No se trata simplemente de que la niña se ponga el zapato ella sola: a través de ese y otros aprendizajes similares, tu hija está desarrollando: — La coordinación; — la motricidad; — la autonomía; — la responsabilidad... En dos palabras, su inteligencia y su voluntad. Como ves, no se trata de que se ate los zapatos o corte la carne con el cuchillo o se vista sola. Se trata de Ayudar a tu hija a madurar y ser mejor.

Si limitas su autonomía, su aprendizaje, estás limitando su inteligencia. Aparca tus prisas y aprende a tener paciencia con tu hija. — Si hoy tarda una hora en comer sola, dentro de unos días lo hará en media. — Si tienes que llegar a las cinco al médico con tu hijo, haz que se empiece a arreglar una hora antes. No te importe dar el último toque a su vestido, a su peinado y a su «orden». Lo importante es crear el hábito de hacerse las cosas por sí mismo. Aunque le tengas que echar una mano, con paciencia y comprensión. Para que realice las cosas por sí mismo, antes has tenido que enseñarle. Da mucho valor a ese tiempo «perdido» en enseñar pequeñas cosas. Y aprecia sus esfuerzos y felicítale y bésalo, y hazle «fiestas» por sus pequeños avances. Alábale sus logros y crecerá su autoestima.

Es mío Es ahora cuando tu hijo empieza a establecer claramente los límites entre lo tuyo y lo mío. Si hay varios hermanos, a veces el pequeño de cuatro años sabe mejor que su propia

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madre lo que pertenece a cada uno. —Tengo dos hijas pequeñas de seis y cuatro años. Cada una tiene un perrito de plástico idéntico. Un buen día, la de cuatro años andaba toda alborotada buscando su perrito. Yo no podía más, porque la niña estaba tan sofocada que no quería comer. Así que me fui directamente al cajón de su hermana, cogí su perro y se lo di a la pequeña para que se callara. ¡Menuda la que organizó! Me quedé estupefacta. Reconoció enseguida que no era su perro, porque tenía una mancha de más y cogió un berrinche sonoro. Es bueno que el niño sepa establecer las diferencias entre lo que le pertenece y lo que no es suyo. Es una manera de desarrollar la individualidad y el sentido del valor de las cosas. Si quieres que aprenda a respetar la propiedad de los demás, Aprende a respetar la propiedad personal de tus hijos.

Está muy bien que Pepito sepa que el balón es suyo, pero también está bien que lo deje a sus amigos para que jueguen con él. Desde antes de los cuatro años: Conviene fomentar el hábito de dar,

estableciendo la relación entre el dar con la alegría y el querer a los demás. Es conveniente hacerles ver que DAR algo constituye una muestra de cariño: «Dos personas que se quieren y son amigas se dan cosas.» Debes enseñar a tu hijo a esforzarse por ser generoso con las personas que quiere o que le son simpáticas, buscando agradarles. La sonrisa, el agradecimiento lleno de afecto que reconoce y aprecia el esfuerzo, le motivarán a seguir con esos actos, también, con otras personas. En este momento, suele ir bien enseñarlo como un juego, acostumbrarle a relacionar las palabras: Dar-amor-alegría-bueno están unidas.

Conviene fomentar que los pequeños se presten cosas unos a otros, aunque busquen la contraprestación. Se trata de proporcionar muchas posibilidades de que se esfuercen en dar y compartir, aunque los motivos sean, en principio, insuficientes. A compartir se aprende compartiendo.

Además, con paciencia, se pueden sugerir a los hijos actos de generosidad y explicarles la necesidad que tienen muchas personas de recibir, para que vayan desarrollando el hábito de actuar en favor de los demás.

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CAPÍTULO 2

Cómo puedo ayudarle a ser feliz —La verdad es que, a veces, no sé para qué te molestas tanto con los niños. Si, a fin de cuentas, cuando sea mayor no va a recordar todo lo que hemos hecho por él a los cuatro años. Y, además, todos dicen que, a esta edad, el niño es feliz por naturaleza. Pregúntaselo a uno de tantos niños abandonados, o marcados por las agresiones o abusos, o atormentados por los celos... Más que feliz por naturaleza, lo será según cómo se le trate.

El amor es lo más importante Lo es para todos, más aún para los niños. Antes comentábamos que también debe notarlo. El clima de afecto y aceptación en que crezcan tus hijos va ser el cimiento de su equilibrio psicológico y seguridad personal. Además, es lo más eficaz. Si Pepito está intentando subirse a un árbol, puedes cogerlo con cuidado, besarle y advertirle de que es peligroso, porque se puede caer desde allí arriba. También puedes darle unos cuantos gritos que le dejen temblando, cogerle del cuello antes de que se reponga del susto, y amenazarle con variopintas torturas si vuelve a osar acercarse al árbol. Con la primera forma de actuar: — Pepito está tranquilo. — Evitas que se caiga. — Te obedecerá por amor y porque va siendo cada vez más capaz de entender las razones. Con la segunda forma de actuar: — Pepito está muy asustado. — Tendrás suerte si no se cae después del segundo alarido. — Puede que consigas que obedezca por temor a tus represalias, siempre y cuando estés presente.

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Por supuesto que hay que educar con autoridad, pero la autoridad no es sinónimo de mal genio e histerismo. No por gritar más, demuestras más autoridad.

A veces, la tensión y el cansancio se desahogan con unos cuantos gritos, pero no se los dediques a los pequeños. El respeto a los padres es una buena señal de que se les reconoce la autoridad, y el respeto de ese hijo lo estás ganando con mucho amor. Educar con autoridad + amor = respeto de los hijos.

Educar con autoridad y mal humor aleja a los hijos de los padres y, más que respeto, genera temor. El amor aporta felicidad a tu hijo, y el temor, insatisfacción, desequilibrio e inseguridad. Un niño o una niña de estas edades, con todas sus necesidades materiales cubiertas (alimento, traje, casa...), puede sentirse profundamente desprotegido e infeliz. Necesita el calor y la seguridad del amor de sus padres. —Yo no sé qué le pasa a mi hijo: parece un alma en pena. Y eso que lo tiene todo en el mundo: juguetes, natación, payasos en sus fiestas, ropa bonita... Mi marido y yo estamos pendientes de que no le falte de nada. Hasta hemos contratado una chica dedicada a él todo el día, porque nosotros trabajamos y podemos estar muy poco con él... Tu hijo lo tiene casi todo menos lo más importante: Tu hijo necesita vuestra presencia amorosa.

El niño necesita estar con sus padres, convivir con ellos, hablar con ellos, sentirse valorado y querido. Aprenderá a amar viendo que os queréis y que le queréis. —Pues, ahora que lo comentas, te voy a contar lo que me pasó el otro día al ir a recoger a mi hija de cuatro años al colegio. Verás, le pregunté: —¿Eres feliz? ¿Estás contenta? —Sí, mamá. —¿Y qué es lo que te hace más feliz? —Porque me quieres mucho. Veo que tu niña tiene muy claro que el amor y la ternura de sus padres era lo primero. Te voy a recomendar un método práctico para que tu hijo sepa que lo quieres. Este método tiene una Regla de oro: El amor hay que mostrarlo a diario.

Y los siguientes Ejercicios Prácticos: — No reprimas el cariño con tus hijos. «Achúchalo» con frecuencia. — Dile cuánto le quieres. Les encanta oírlo. — A veces, te preguntará si lo quieres o lo dejas de querer. Aprovecha estas conversaciones para decirle lo mucho que significa para ti.

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— Cuando lo veas pensativo y solitario, pregúntale qué le pasa. En estos momentos de desamparo, dale tu ternura. — Recuerda que todavía tienes la suerte de poder «comerte a besos» a tu hijo, sin que ofrezca resistencia.

Cosas de niños y cosas de niñas —¡Mami, mami, que me he hecho daño en la mano! —No es nada. Y no llores, que los chicos no deben llorar. —Buaaa, buaaa... Me duele mucho. —Y como el niño no deje de llorar, le doy. ¡A ver si se nos va a convertir en una nena...! Sobran los comentarios. El ser varón no lleva implícito tener que ocultar los sentimientos de dolor, amor o tristeza. Es un disparate que pienses que el chico, para hacerse más fuerte, no tiene que llorar y que su madre le hace demasiadas carantoñas. —En los diez años que llevamos casados, nunca he visto a mi marido llorar ni afectarse seriamente por nada. Y no sabe demostrar un mínimo de ternura con los niños, y casi ni conmigo. Es más seco que una pasa. Claro que no me extraña, porque su madre, con eso de que era el varón, no le dio más que besos contados. Y cuando era un bebé, si lloraba, que llorase. Así que se ha convertido en una piedra. Mi mayor lucha es precisamente con la educación de nuestro hijo de cinco años, que, con eso de que es un hombre, no le deja ni que me ayude. La fortaleza, como la ternura y la sensibilidad son propios del ser humano, sin distinción de sexo. Al niño como a la niña hay que besarlo, consolarlo, animarle a ser fuerte y dejarlo que llore.

Un entorno equilibrado, un ambiente alegre El niño necesita vivir en un ambiente armónico: un hogar estable, alegre, sereno, amable, en el que se desarrollan unas buenas relaciones familiares. Tú ya sabes que buena parte de los delincuentes provienen de familias en conflicto (padres separados, alcohólicos, abandonos del hogar...) y que un niño de 4 ó 5 años sufre presenciando peleas entre sus padres. Como somos humanos, en ocasiones no podemos evitar pequeñas diferencias o choques de caracteres, sobre todo cuando hay problemas especiales o cuando el cansancio se ha ido acumulando. Para esas ocasiones, te aconsejo lo siguiente: — Intenta por todos los medios evitarlas. Si no puedes, procura que os «tiréis los trastos a la cabeza» lejos de donde está tu hijo. — Si, por casualidad, el pequeño se ha enterado de la discusión, que también se entere de que os pedís perdón. Y hacerle ver que, a pesar de todo, os queréis mucho y que discutiendo habéis hecho muy mal.

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Pedir perdón delante de los hijos es muy educativo. Es una falsedad hacer creer a los hijos que papá y mamá son perfectos. Papá y mamá intentan ser lo mejor que pueden, como debe hacer su hijo, pero también se equivocan y, por eso, piden perdón. El mejor ejemplo es que vean que os esforzáis por ser mejores.

Imagínate que quieres dar una imagen a tu hijo de mamá perfecta. Pero un día estás cansada y lanzas el oso de peluche al niño. Si no reconoces ante tu hijo que has actuado mal y le pides perdón, podría pensar que tirar las cosas a la cabeza, cuando uno se enfada, no está mal, porque mamá –que es perfecta– lo hace. Y, sobre todo, no metas al pequeño en medio de la discusión, para que se ponga de tu parte. —La hija de la vecina me da mucha pena. Cuando mi vecina se pelea con su marido, a las tantas de la noche, ni corta ni perezosa, coge a la niña de la cama y amenaza al marido diciéndole que las va a matar a disgustos y que no las quiere... Por eso se la ve tan temerosa y triste. La reacción de un niño que vive situaciones familiares conflictivas suele ser la de fabricarse un mundo ficticio, como refugio, que le ayude a evadirse inconscientemente de la realidad. Su personalidad se va tornando indiferente, fría y apática, y así se va ahorrando sufrimientos. Esos pobres niños llegan a perder la capacidad de asombro ante las situaciones de violencia, de puro acostumbramiento y, la mayoría de las veces, revive con su familia el mismo calvario que pasó de pequeño. Un niño necesita reírse para expresar su felicidad.

Para ello, es imprescindible que esté rodeado de un ambiente alegre. —Pienso como tú, pero en todas las familias pasamos por momentos mejores y peores. ¿Cómo hacer para no angustiar a mi hijo? — En los momentos «bajos», pon el bálsamo de la sonrisa para tus hijos. — No inmiscuyas a tu hijo en tus propias preocupaciones. Él no puede aún ayudarte. Lo único que conseguirías es que sufra. —Tengo veinticinco años y soy una persona que se agobia por todo. He llegado a la conclusión que esta forma de actuar tiene las raíces cuando yo tenía cinco años. Por aquella época, mi madre estaba muy enferma y mi padre, muy preocupado por ella. El ambiente de mi casa me influyó de tal manera que, actualmente, no puedo evitar agobiarme por todo, sobre todo cuando alguien está enfermo. — Trata de no transmitir angustia o ansiedad a tus hijos pequeños. — Interésate por sus pequeñas preocupaciones y ayúdale a resolverlas. No te muestres indiferente o despectiva. Lo que para ti es una tontería, para él es un mundo.

¿Comprendes a tu hijo de 4 ó 5 años? 24

Muchos padres con hijos de estas edades no se plantean que su hijo se sienta aceptado y comprendido. Piensan que se hace lo que papá y mamá dicen, y punto. Ya llegará la «edad del pavo» y entonces sí que habrá que comprenderles. Hay niños a los que hay que comprender de un modo especial, porque su personalidad tiende a ser conflictiva. Es bueno que seas de los que…

Pero no pienses que…

— Te has planteado alguna vez que tú no siempre tienes razón. — Has mirado a tu hijo como un niño diferente al resto de sus compañeros y de tus otros vástagos. — Te has detenido a escucharlo atentamente cuando tenía algo que decir. — Has cambiado alguna vez de plan, si el niño te ha pedido que lo hicieras. — Has tomado en serio a tu hijo, cuando te ha contado alguna preocupación para él importantísima, aunque para ti no era nada grave, y le has ayudado a resolverla.

— Tú eres el cabeza de familia. Papá nunca se equivoca. Los hijos, al final, son siempre iguales. A esta edad, el niño tiene poco que aportar de interesante. — Cuando el plan está hecho, se hace y «que salga el sol por Antequera». — Un niño tan pequeño no tiene preocupaciones. Son ñoñerías. Cuando crezca, sí las tendrá. No hay que darle importancia. — Ahora no tengo tiempo; cuando sea mayor, ya me ocuparé de él.

Los niños introvertidos Son niños volcados en su interior, que evitan tratar con otras personas. Prefieren jugar solos y son poco habladores. Suelen ser muy sensibles al cariño. Conviene procurar, sin agobiarles, ofrecerles ocasiones de trato con otros niños. La asistencia a un centro de educación infantil puede ayudar mucho en esta tarea. Los padres debéis evitar dramatizar estas situaciones, y no repetir constantemente: —Pero qué tímido eres, hijo. Vete a jugar con los otros niños. Mira cómo juegan... Este tipo de afirmaciones, repetidas, solo conseguirán que tu hijo se vaya encerrando cada vez más en sí mismo, convencido de que es muy tímido. En vez de eso, procura llevarle de vez en cuando algún hijo de una amiga tuya a casa con él, para que juegue en su propio ambiente, en el que está más seguro y todo es más fácil. Tu hijo tiende a ser lo que tú piensas que es.

Los niños ariscos Son niños revoltosos y agresivos, que entran en peleas con facilidad. —Tengo un hijo de seis años que es una delicia. Pero no te puedes imaginar cómo era a los cuatro: patadas a su padre, malas contestaciones, parecía que buscaba que le riñésemos. Lo que se dice un «primor». Nos tenía desesperados y no sabíamos qué hacer. Nos preguntamos si lo que necesitaba nuestro hijo era un mayor acercamiento

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nuestro, estar más pendientes, hablar más con él y así lo hicimos. A partir de este momento comenzó a cambiar y a mostrarse más cariñoso. Con frecuencia, la agresividad de los niños de esta edad es un grito de socorro pidiendo atención y afecto: tiempo de calidad.

Los niños hiperactivos Son los que parece que lleven un motor incorporado. No paran quietos en ningún sitio. —Mi hijo de cuatro años –dice Begoña– es un terror. Mientras está en casa no deja títere con cabeza. Se pasa de una actividad a otra en fracciones de segundo. Tan pronto recorta, como chuta el balón o se sube a los sofás a jugar a los indios. Mi marido y yo le reñimos todo el día para que no convierta la casa en una jaula de leones, con tanta revolución como organiza. Reñir continuamente no es el sistema más eficaz de calmar a un niño hiperactivo. Hace falta que –con mucha paciencia– le vayas acostumbrando a concentrar su atención progresivamente: al principio, en muchos juegos al día, luego en menos, y al final del mes, en unos pocos, con más constancia. Unos amigos míos tenían ese problema con su hija de cinco años y siguieron el siguiente Plan de Acción: — Animaron a la niña a hacer con ellos un plan de juegos. — Le compraron una agenda de ositos y apuntaron: – Lunes: a las casitas, a las muñecas y a la comba. – Martes: a la pelota, un poco de vídeo y a recortar... y así planificaron toda la semana. — Para que durase más tiempo en cada actividad, se esforzaron por jugar más con su hija. — Solo dejaban a su alcance cada día los juegos previstos. — Mostraban con frecuencia su satisfacción y alegría por los progresos –constancia– que iba realizando. El Plan de Acción duró mes y medio. Los resultados fueron muy positivos.

¿Hacer o hacer hacer? Es cierto que hay que ir acostumbrando a los hijos, desde que son pequeños, a ser cada vez más autónomos en la comida, en el vestido, en la higiene personal, etc., pero comprendiendo sus circunstancias, sin dejarle completamente «solo ante el peligro». El pequeño debe tener la completa seguridad de que mamá y papá le ayudarán cuando se encuentre en un apuro. —Cuando mi hijo tuvo cuatro años corté por lo sano. Me negué a hacerle algo. Que se vistiera y comiera solito. Claro que ahora, con dieciséis, ¡cualquiera le pide un favor! Debe ser cosa de la edad... No es cosa de la edad, ese hijo está pagando con la misma moneda con la que ha funcionado su educación: «no ayudar a nadie», «que cada uno se saque las castañas del fuego».

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Es muy diferente enseñar a tu hijo a hacer las cosas porque te interesa su educación – su bien– que porque estás harta y cansada y tiene que apañárselas él mismo. Puede pasarlo muy mal al ver que, de repente, tiene que hacer solo muchas cosas y, por si fuera poco, su madre se enfada si no se abrocha bien la camisa. La labor de los padres, en la conquista de la progresiva autonomía, en los aspectos cotidianos de la vida de un crío de 4 y 5 años, supone estar cerca de él observando cómo él mismo va haciendo las cosas, ayudándole y corrigiéndole con paciencia y cariño cuando lo hace mal. Hacer hacer es más difícil que hacer.

Los amigos A partir de los cuatro años, el niño empieza realmente a abrirse a otras personas. Hasta esa edad, sus padres han sido sus principales aliados del juego. Ahora también lo pasa bien con niños de su edad. El inicio de la etapa preescolar marca la aparición de los primeros compañeros de juegos. Por primera vez tiene «amiguitos». Si traes una pandilla de niños a casa oirás que continuamente se pelean por el amor de unos y de otros: —Ana, ¿eres mi amiga? —No, yo no soy tu amiga. —Mamá, que Ana me ha dicho que no es mi amiga. Y así cuarenta veces... Hasta que te hartas de «conflictos de amistad». —Pero bueno, ¡a la primera que pregunte si tú eres o no mi amiga le cierro la boca con un esparatrapo! Seguramente tu amenaza no causará efecto, y pronto algún niño volverá a repetir la «preguntita». No te enfades, es un asunto que hay que limar con paciencia, para evitar lo que el día de mañana puede llegar a ser un problema de difícil solución: la susceptibilidad.

La seguridad ¿Recuerdas lo que hablamos antes del autoconcepto y la autoestima? Pues bien, en la construcción de la identidad personal intervienen, entre otros factores: — La imagen positiva de uno mismo; — los sentimientos de eficacia; — la seguridad; — la autoestima. Dichos sentimientos deben contribuir a la elaboración de un autoconcepto ajustado, que permita al niño percibir y actuar de acuerdo con las propias posibilidades y limitaciones. Las valoraciones positivas que hacemos de los niños contribuyen a forjar la autoestima con tanta fuerza que incluso las actitudes negativas del niño hacia sí mismo se pueden transformar en autoestima, si se brinda al niño un clima de aceptación.

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La autoestima es la base de muchas satisfacciones. La autoestima de los adultos empieza de pequeños.

No se trata de engañar a los niños, sino de crear situaciones en las que pueda conseguir los objetivos que les marcamos y pueda confiar más en sí mismo y en sus padres: Se trata de combinar el éxito en pequeñas cosas con el apoyo en los momentos de fracaso, pero sin evitárselos. Interesa basarse en los puntos fuertes, en las cualidades de los hijos, estimulándoles de acuerdo con sus capacidades, sin compararlos con otros niños ni fomentar actitudes de competencia con otros. Una primera y muy importante señal de la estima, el valor, el aprecio que se tiene a los hijos es el tiempo y la atención personal que se les dedica cada día. Dedicarle tiempo a tu hijo es decirle, con los hechos, que él es importante.

La seguridad se desarrolla en un ambiente de confianza, donde no se tiene miedo a ser juzgado. Para que los niños sientan esa confianza, nuestras palabras deben coincidir con los gestos y expresiones, que los niños captan con especial rapidez. Deben evitarse los juicios sobre la persona del niño: — No es malo, aunque haya hecho algo mal; — no es cierto que no sepa hacer tal cosa, sino que aún no sabe hacer tal cosa, pero pronto aprenderá. Para los niños de esta edad, la confianza de sus padres es esencial. El niño de 4 y 5 años necesita saber que mamá y papá están contentos por lo que ha hecho bien.

—Cuando mi hijo hace bien las cosas nunca le digo nada porque encuentro que está cumpliendo con su deber. En cambio, cuando actúa mal he de corregirle. Es probable que encuentres muy normal que el niño ordene sus cosas y se vista solo, y por esta razón no le dices nunca lo satisfecha que estás con él. Pero eso supone un esfuerzo que se debe reconocer, y hace que tú estés muy contenta y a él le alegra y le estimula saberlo. Si solamente le dices lo que hace mal, esa información incide en su autoconcepto, que será marcadamente negativo: «Siempre me están diciendo que lo hago mal».

¿Maltratas a tu hijo? Cuando he preguntado esto a padres, me han mirado siempre con estupor, horrorizados: —¡Qué cosas dices! Por supuesto que los padres que maltratan físicamente a sus hijos son casos aislados y patológicos, a los que no nos referimos en estas líneas. Pero vamos a hablar de otros

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maltratos, menos llamativos, que podemos cometer inconscientemente.

Las descargas de cansancio o tensión Es el maltrato más corriente y se puede dar con cierta frecuencia. Al llegar a casa del trabajo o después de un día complicado, podemos descargar la tensión acumulada con los niños, convirtiendo, con gritos y malas caras, un pequeño suceso de la vida cotidiana en un terrible drama. Lucía tiene cinco años y esa tarde está algo nerviosa. Inés, su madre, ha tenido que irse a todo correr a una reunión. Cuando regresa, tiene muchas cosas que hacer: – Ordenar la casa; – tomar las lecciones a los dos mayores; – preparar los baños; – hacer las cenas... Y se pone a ello a toda prisa, dando órdenes a derecha e izquierda. De repente, el problemón: — La niña encuentra «rara» la sopa y no se la quiere comer. Ante el asombro de Lucía estalla el drama: gritos, amenazas, lamentos de víctima. Y la cuchara llena de sopa amenazadoramente presente. La niña no está siendo bien tratada. Ella no está en condiciones de entender por qué su madre le chilla de ese modo por encontrar mal la sopa. Y menos aún cuando ayer le perdonó medio filete si se comía toda la lechuga. Los cambios radicales de comportamiento en los padres, fruto de la tensión acumulada, perjudican el equilibrio psicológico de los niños, que no saben a qué atenerse. —«¿Qué pasará hoy? ¿Me gritarán o me acariciarán?» Procura ser equilibrada con tus hijos y que tus hijos no «paguen» tus problemas y preocupaciones. Además, todos hemos pasado por la experiencia de esos «desahogos» y no nos dejan buen sabor de boca. —Como hoy estoy relajada y tranquila, me los como a besos. —Ayer hice horas extras en la oficina y hoy no he podido dormir por culpa del bebé. No es el mejor día para «gastar» mi autoridad con muchas órdenes. Pase lo que pase, no me pienso enfadar hasta que esté más tranquila y pueda considerar lo que pasa en su auténtica dimensión. Estas descargas de tensión no ocurren solo a las madres. También los padres pasan por esos momentos, sobre todo cuando han tenido que dominar la tensión o controlar un enfado en el trabajo. Allí se controlan, pero al llegar a casa...

Como el patito feo Otro tipo de maltrato lo sufren los niños que no tienen la suerte de responder a las expectativas de sus padres y resulta que no es guapo, listo, fuerte y simpático. Vamos, que no es de exposición. —Juanito aún no reconoce las vocales.

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—Juanito es un patoso y no chuta bien el balón. Y eso que se lo he comprado de reglamento. —Qué mal le queda ese remolino en el pelo a Juanito. Cada uno es como es, y así puede ser muy feliz y –seguramente, si lo educas bien– un hombre de provecho, aunque no lo fiche la NASA o triunfe en Hollywood. Acepta a tu hijo de verdad, también con el corazón. Para él sois los padres más listos y más guapos y más buenos del mundo. Esto me recuerda una anécdota que me contó un empleado de unos grandes almacenes de Barcelona. Te la cuento: Esta persona se encontró, una tarde de rebajas con los locales llenos, a un niño de unos cuatro años llorando desconsoladamente porque había perdido a su mamá. Para tranquilizarle, mientras daba aviso en megafonía, le decía que no se preocupase, que iban a buscarla y la encontrarían enseguida. El niño no dejaba de mirar en todas direcciones. El empleado le preguntó al niño cómo era su mamá, para que también la buscase él. El chavalín le respondió: —«Mamá es muy buena y muy guapa.» —Esa era la descripción de su madre, que al poco apareció nerviosa. Este amigo mío me comentaba divertido que los niños tienen un canon de belleza muy distinto de los mayores. Le gustó mucho ese breve, pero lleno de contenido, «retrato-robot». Fíjate en las cosas buenas de tu hijo y díselas.

Los niños pueden sufrir mucho con los desprecios (poco precio, poco valor) y crecer acomplejado.

Las comparaciones De acuerdo que es muy humano hacer comparaciones, pero por mucho que compares a tu hija con la de la vecina, no vas a conseguir más que termine por aborrecerla o que crezca en ella la peligrosa semilla de la envidia. —Hay que ver, Rodrigo, hijo, con cinco años que tienes y aún no lees nada. En cambio, Juan ya lee. Como no espabiles, no sé qué va a pasar... —Qué mal hablas para los cinco años que tienes. Tu hermana Alicia, a tu misma edad, pronunciaba perfectamente. La sabiduría popular tacha de odiosas a las comparaciones. Y además, para que el chico o la chica mejore, es mucho más interesante que le enseñes y le animes a hacer las cosas bien, y aplaudas sus esfuerzos. Alabar lo que hace bien es el camino más fácil.

Culpable Dicen en mi tierra: — Siempre hay un pequeño que paga el pato.

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No puedes hacer a tu hijo responsable de todo lo malo que pueda ocurrir en casa. Si la lavadora no funciona, no hace falta que pienses: —¿Qué habrá hecho esta vez? ¿Tendría otra vez los bolsillos llenos de piedras? —Niño, eres la cruz de esta casa. Mientras estás en el colegio, nunca pasa nada, pero cuando vuelves sucede de todo. —¿No ves que el bebé está llorando? ¿Qué le has hecho? —Que te quede claro, Luis. Si mamá y papá están discutiendo es por tu culpa, porque no has obedecido a tiempo... Ya me dirás con qué imagen de sí mismo, de tu cariño y de su valor puede crecer Luis. Además, si realmente fuera capaz de todo eso, piensa que tienes un superdotado y que habrá que pensar cómo ocuparle más provechosamente su tiempo. El pobre niño, ante este tipo de conversaciones, se siente terriblemente desgraciado y angustiado. Antes de declarar culpables, piensa e infórmate con serenidad. Duele mucho ser culpado de algo que no has hecho, aunque sea una vez entre mil. Si tienes que reñir, riñe, pero con suavidad, enseñando más que recriminando. Y evita declaraciones del tipo de —«Siempre» tienes la culpa de todo. Este tipo de sentencias, además de injustas, le pueden marcar para el resto de su vida con un gran sentido de culpabilidad por todo lo que suceda a su alrededor. Trata a tu hijo como te gustaría que fuese.

«Lo que ha dicho tu hijo no es verdad, pero él no es mentiroso.» Una madre decía: mi hijo ha dicho «una» mentira; y yo pienso que para ser mentiroso hay que decir cien.

El niño mimado no es un niño feliz Una cosa son las muestras de cariño que todo niño necesita y otra muy diferente es que un amor mal entendido produzca un niño mimado y consentido. Consentir no es amar de verdad.

El niño al que le dejan hacer de todo no es más feliz que aquel al que exigen por amor. En muchas ocasiones, consentir sin exigencia resulta más cómodo. Te quitas al niño de encima y te ahorras molestarte y luchar para que Juan se duerma a su hora, o cene, o recoja los juguetes, o lo que sea. Se debe exigir amablemente por amor.

—Recuerdo que de pequeña tenía una tata muy mandona, pero que me quería mucho. Me obligaba a hacer lo que yo no quería y llevar unos horarios estrictos. Sin embargo, tengo unos recuerdos de ella maravillosos, porque hacía las cosas con cariño.

¿Son buenos los castigos? Depende. Para que sean eficaces educativamente les pondría unas cuantas condiciones:

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— Que sean pocos; — de corta duración; — proporcionados a la falta cometida; — educativos; — aplicados inmediatamente; — avisados con antelación; y — nivelados con la motivación apropiada. • Pocos. Estarás de acuerdo conmigo en que, cuando se está castigando continuamente, como cuando se grita por todo, este medio educativo pierde su eficacia. • Cortos. Es mucho más eficaz que uno largo. Lo importante es que tu hijo sepa que por una mala actuación, como no querer ir a la cama, sus padres no le leen el cuento de la noche y aprende que, a partir de ahora, tiene que irse sin patalear a la cama. No hace falta emplear una tarde entera de encierro en su habitación. Al pobre niño se le hace eterno estar entre cuatro paredes. Puede sentir temor, por creer que no va a salir nunca y amargura, ya que allí no puede pedir perdón y decirte que lo siente. • Proporcionado. El castigo debe imponerse en función de la falta cometida. • Educativo. A través del castigo se pretende modificar una conducta inadecuada del niño. Por eso, los mejores castigos son los que favorecen el hábito contrario. Por ejemplo, si tu hijo ha dejado los juguetes desparramados por la sala de estar, un buen castigo sería recogerlos y, además, ayudar al más pequeño a recoger los suyos. Para que sea más ordenado, de poco sirve dejarlo sin postre. Para que un castigo eduque, el niño lo tiene que comprender.

Tiene que saber por tus propias palabras por qué se queda sin ver los dibujos animados, o –lo que es más importante– por qué tiene que pedir perdón cuando ha molestado a alguien. —Ana, como no me has querido obedecer y te has puesto enfadada, hoy no podrás ver los dibujos animados. Mamá está preocupada porque Teresa, su hija de cuatro años, lleva una temporada desobediente, malcomedora y tozuda. —Teresa, hoy te has portado mal. Y estoy extrañada, porque tú eres muy buena. No has obedecido a la abuela y le has hecho enfadar. Así que hoy te vas a quedar sin ir a ver la sirenita... —No, mamá, por favor. —Sí, hija mía. Yo te quiero mucho y me da mucha pena hacer esto, pero tienes que aprender a portarte bien.

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Al cabo de un rato, mamá se encuentra a la niña hecha un mar de lágrimas. —Hija mía, dame un beso. ¿Verdad que vas a intentar portarte mejor? —Sí, mamá. —Anda, ve y pídele perdón a la abuelita. • Inmediato. El castigo debe ir seguido inmediatamente a una mala acción. Resulta poco eficaz poner un castigo al niño el día siguiente de haber cometido la falta. Luisa lleva un día muy ocupado y, por más que pide al niño que se bañe, no hace ningún caso. En ese momento, mamá no le puede atender a él solo, porque está preparando la cena. —Pedro, métete en la bañera. —No quiero. —¡Que te bañes, he dicho! —¡Que no quiero! Por fin, Pedro se sale con la suya y se queda sin bañar. A los pocos días hay helado de postre, el preferido de Pedro. Pero, como mamá recuerda lo que hizo su hijo unos días antes, decide: —Te vas a quedar sin helado porque el otro día fuiste impertinente y desobediente. Es muy posible que este castigo no provoque una mejoría en el comportamiento, y –en cambio– no es difícil que genere rencor. Tu hijo debe relacionar el castigo con su mal comportamiento. • Avisado con antelación. Es más eficaz que la primera vez se razone y se advierta que la siguiente vez habrá un castigo. Que no se le caiga el cielo encima sin previo aviso.

Nivelados o con la motivación apropiada ¿Recuerdas lo que era la Educación Nivelada? En otra ocasión hemos hablado de 3 niveles. 1º El cuerpo: nivel material. 2º La inteligencia: nivel del yo. 3º La voluntad: nivel de los valores. Si, por mentir o por desobedecer (nivel 3º), le castigo sin postre o sin comprarle un juguete (nivel 1º) estamos sobrevalorando algo material por encima de un comportamiento… y esto puede confundirles. Recuerda: si no es correcto premiar un buen comportamiento que conduce a conseguir un hábito o una virtud con algo material, tampoco es correcto hacerlo como castigo. Debemos acostumbrar a los hijos a comportarse bien porque: — Les da alegría; — ayudan a otros; — quieren a sus padres; — por motivos trascendentes; — por el bien en sí mismo…, etc.

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Y los castigos o premios deben ir por el mismo camino. Hay aún otra condición... —¡Otra! ¡Pues sí que es difícil castigar! No te falta razón al decir eso. Es quizá la principal, y tan obvia que no te la he puesto en la «lista». El castigo ha de ser siempre merecido. Ten en cuenta que a esta edad se comienza a desarrollar un gran sentido de la justicia. Si el castigo es justo, el niño lo admitirá, aunque no le haga gracia. Si el castigo es injusto, se rebelará y pensará que le castigan porque no le quieren, no porque haya hecho algo que está mal. —Lo que te decía: yo no pensaba que esto de los castigos era tan complejo. Y eso que soy una persona «experta». Entonces, ¿cuándo conviene castigar? — Cuando repetidamente comete una misma trastada. — Cuando hace algo a escondidas, a pesar de que tú le das la suficiente confianza para que te diga la verdad. — Cuando contesta de malos modos. — Cuando maltrata a otras personas. — Cuando actúa con «mala idea». Pero antes plantéate si, más que castigos, lo que tu hijo necesita es que le dediques tiempo y le muestres con más frecuencia tu cariño. Haces muy bien en perdonar siempre y enseguida, pero los castigos hay que cumplirlos.

Y si el castigo cumple las condiciones que hemos repasado, y lo has anunciado, aplícalo. Si habitualmente, ante sus súplicas, levantas el castigo, el niño se acostumbra a no enfrentarse a lo que se ha merecido. Además, acuérdate que aquí hablamos de pocos castigos, y que sean educativos. —Me vendría muy bien que me sugirieses algunos castigos, para cuando me hagan falta. Aquí van unos cuantos: — No ir a jugar con su amigo. — No ver el vídeo de Heidi el cuarto de hora que mamá lo pone. — No leerle el cuento de la noche. — Retirarle su juguete preferido hasta que enmiende su actitud. — Quedarse sin hacer un plan divertido que estaba previsto, dejándolo para cuando su comportamiento lo merezca, como ir al cine, o a casa del compañero del colegio, o al parque de atracciones. Y si se queda sin postre o sin ir a ver «Fantasía», no se lo estés recordando continuamente. Y lo que es más importante, castigar a tu hijo no significa tratarlo con desprecio y dejarlo de querer por un tiempo, porque, además, esto no es verdad. No le digas que no le quieres: no es verdad.

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No es falta de fortaleza que te duela castigarle y no es negativo que tu hijo se dé cuenta. Así verá con claridad que el castigo es una reparación de su error y no una falta de amor de sus padres. —Ya me he anotado los castigos que me aconsejas. Y ¿qué castigos tacharías de todas las «listas»? — Encerrarlo. — Golpearle. — No dirigirle la palabra. — Las amenazas de castigos tremendos que nunca harías, como dejarlo solo en la calle o meterlo en la jaula de los leones del zoo. — Decirle que ya no lo quieres. — No comprarle caramelos o juguetes. —Estoy de acuerdo contigo, pero lo de los caramelos o juguetes no es para tanto. Lo que pasa es que trato de evitar que los hijos se porten bien por ganarse un premio material, como los caramelos o los juguetes, o por miedo a perderlos. Si lo hacemos así, estamos sembrando la semilla de un pequeño materialista. Como hemos hablado de castigos, te voy a decir cuál me parece el mejor premio: la alegría y satisfacción íntima que produce hacer bien las cosas. Procura que tu hijo no se lo pierda. Ayúdale a que se dé cuenta de lo contento que se está cuando se ha actuado bien.

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PARA PENSAR PARA ACTUAR…

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Para recordar... No olvides charlar con tu Asesora Familiar, su ayuda puede tener un gran valor. Hazlo con frecuencia.

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Para leer... José Luis Aberásturi, Educar la conciencia. Col. Hacer Familia, n° 81, Ed. Palabra.

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Para pensar... Desde pequeños, los hijos deben tener las ideas claras sobre el bien y el mal de sus actos.

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Para hablar... • Con los hijos: Repasa con ellos los mandamientos de la ley de Dios, su lado positivo, porque Dios quiere lo mejor para nosotros. Hazlo a su nivel de inteligencia.

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Para actuar... UN PLAN DE ACCIÓN SITUACIÓN: Gabriel y Ana se casaron hace 7 años y tienen dos hijos, Lety de 5 años y Roberto de 2 . Trabajan como profesores en un colegio público. Gabriel es profesor de deportes y Ana, de Bachillerato. Asisten como padres a una Escuela de Familias que tiene el colegio y su Círculo de Calidad está formado por padres con hijos entre 2 y 6 años. Ana estaba preocupada con su hija Lety y pensó en hacer un Plan de Acción. Lety acaba de cumplir 5 años y tiene problemas con el «miedo». Todas las noches, desde hace tres meses, se despierta alrededor de las 5 y se viene a nuestra cama. Escoge el lado de su padre y allí, acurrucada, se queda dormida hasta la hora de levantarse. ¡Y todos los días igual! OBJETIVO: Quitar el miedo a Lety. MEDIOS: Hemos tomado buena nota del último libro que nos recomendó nuestro asesor de la Escuela de Familias. En él hemos leído: «Si prestas atención a un niño cuando tiene miedo, tendrá más miedo, porque así le prestarás más atención, que es lo que realmente le gusta. Este razonamiento lo hace su subconsciente». Para ser eficaces hemos decidido cambiar de táctica. La dejaremos en su cuarto sın salır aunque llore, pero antes le explicaremos por qué. MOTIVACIÓN: Lety ya es mayor y nos entendió muy bien. Lo hacíamos por su bien, porque la queríamos mucho. A su edad no debía tener miedo y sus padres estaban cerca. La dejaríamos encender la luz y tener ambas puertas abiertas, pero NO saldría de su cuarto. Si ella quiere o necesita llorar, la dejaríamos que lo hiciera. Así se le quitará el miedo. HISTORIA: Lety nos comprendió bien, pero... ¿Y si el miedo era de verdad? ¡Lloraría mucho!... Le dijimos que era por su bien. El primer día se despertó y medio sonámbula se acostó en nuestra cama y a nosotros se nos olvidó el juego. ¡Un fracaso! El segundo día sucedió lo mismo pero yo, con todo cariño, la cogí y la llevé a su cuarto. Mi marido seguía durmiendo. Lloró mucho y terminó durmiéndose. Tardó 5 días en dejar de ir a nuestro cuarto cuando se despertaba por las noches. Sucedió cuando le

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dijimos que la próxima vez se encontraría nuestro cuarto cerrado. Cada vez lloraba menos. Los dos últimos días no se despertó. RESULTADO: Es un Plan de Acción de Pasado, corregir algo. Se ha tratado de no crear Sinergia Negativa al no «prestarle atención». Es normal que tarde en corregirse pero el camino que al final han implantado Gabriel y Ana es el correcto. Conviene vigilarlo durante algún tiempo para convertirlo en hábito. Es una situación clásica en la que se observa una fuerte influencia del subconsciente.

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PARTE SEGUNDA “B”

La conversación es un edificio en el que se trabaja en común. André Maurois, La Conversation

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DIALOGAR CON LOS HIJOS

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CAPÍTULO 3

El diálogo A los cuatro años puedes mantener una conversación lógica con tus hijos y enseñarles muchas cosas. A esta edad, el niño tiene mucho que decir y aún más que preguntar. Es más consciente de lo que le dices. Y muestra su conformidad o desacuerdo con palabras y no solo con llantos o medias palabras. —Qué alegría me da el poder mantener una conversación normal con mi hijo Pepe. ¡Hablo tanto con él! Hablamos de muchas cosas. Siempe tiene alguna pregunta en la recámara y estoy contentísima de poder educarle a través de mis palabras. Aprovecha su facilidad linguística y su curiosidad para educarlo lo mejor posible.

La etapa de las preguntas En estos años, con la fluidez verbal, no se cansará de hablar y de preguntarlo todo. —Vaya con el niño preguntón –dice Teresa–. Estaba deseando que Luis creciera para tener un respiro, y ahora resulta que se pasa todo el día preguntando: ¿Por qué esto y por qué lo otro? Yo aún tengo un poco de paciencia, pero mi marido no puede resistirlo y acaba mandándomelo a mí. Educar bien a los hijos no es fácil, ni cómodo –es verdad–, pero también lo es que es la tarea más profunda y hermosa que tenemos los padres. Alrededor de los cuatro años, su vocabulario aumenta notablemente. Se puede considerar que utiliza unas 2.000 palabras, aunque puede comprender un número mayor. Es charlatán. Juega con las palabras y le gusta decir cosas absurdas, que le hacen mucha gracia. Por su mayor facilidad de expresión, puede hacer ejercicios de trabalenguas, dramatizaciones, juegos con disfraces, etc., y hacerse entender por personas ajenas a la familia. Utiliza el lenguaje como juego. Le encanta preguntar. Lo hace para conocer la función de los objetos y su razón de ser. No anules su curiosidad natural. A través de tus respuestas, tu hijo puede aprender mucho.

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Más tarde, hacia los cinco años, relata cuentos, cuenta chistes y pregunta el significado de las palabras. Modula bien las frases. Puede recitar poesías, decir trabalenguas, adivinanzas, etc. A esta edad, casi todos los niños pueden hacerse comprender por los extraños. Aumenta la agresividad verbal: utiliza el lenguaje como medio de expresar su enfado. Se dirige a cualquier persona y habla muchísimo. Otro dato interesante: el niño de cuatro años está en la fase final del período sensitivo del habla, por lo que aún le es más fácil aprender idiomas del mismo modo que aprende la lengua materna, oyendo y hablando. La actitud más conveniente de los padres ante este desarrollo lingüístico es la de estar siempre dispuesto a contestar cualquier pregunta que pueda hacer. La confianza con los hijos, la facilidad para contar sus cosas, que con tanta frecuencia añoran los padres de adolescentes, empieza a cultivarse ahora. También en educación, se recoge lo que se siembra.

Casi siempre. Escucha a tu hijo. Escúchale de verdad también con el corazón. —Yo soy muy importante para papá. Me escucha de verdad. Corrígele con cariño sus defectos fonéticos, jugando con él a repetir bien aquellas palabras que pronuncia mal. Los defectos de pronunciación son corrientes a los cuatro años –sobre todo el ceceo– y se corrigen con la madurez. Si a los cinco años mantiene esos defectos, conviene pedir consejo a un especialista. No debes permitir que hable mal, aunque resulte gracioso. En las conversaciones con tu hijo o hija, te aconsejo: — Haz entretenidas las respuestas. — Utiliza palabras sencillas. Que el niño pueda entender tus explicaciones. — Insístele que te pregunte aquello que no ha entendido. — Utiliza sus preguntas para educarlo. Es una manera inteligente de inculcarle un montón de ideas positivas sin que tengas que buscar un momento especial para hacerlo. —Mamá, ¿por qué me ha pegado ese niño de ahí? —¿Tú le has hecho algo? —No, yo no le he hecho nada. —Entonces, ¿por qué está llorando? —Él me ha dado un tortazo y yo le he pegado una patada. Pero despacio... —María, las niñas buenas como tú tienen que tratar bien a los otros niños. No hay que pegar patadas. Ese niño hizo mal si te pegó, pero tú también has actuado mal. —Pero ¿por qué, mamá, si él me pegó primero? —Aunque él te haya pegado, tú no debes hacer lo mismo. Imita las cosas buenas, no las malas. Tú sabes que dar patadas y tortas no está bien, ¿verdad? —Sí pero entonces, ¿por qué me pegas tú a veces? —(Tierra, trágame.) Mamá a veces pierde los nervios y te pega, pero eso no se debe hacer. Perdóname tú a mí y también a ese niño que te dio un tortazo. Y tú pídele perdón

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a él. Vamos juntas. En este caso, a través de las preguntas del niño y sus propias respuestas, la madre le está inculcando el concepto del bien (no responder mal, cuando te hacen daño). Además le está enseñando a perdonar. — No utilices respuestas sin sentido para «salir del paso». Piensa que tu hijo es pequeño pero no es tonto, y necesita que le hables con lógica y le resuelvas debidamente los equívocos que pueda tener. —Papi, ¿verdad que, si tomo el zumo de naranjas a cucharaditas, me mareo? —¿Quién te ha dicho eso? ¿De dónde te has sacado que, tomándote el zumo a cucharaditas, te vas a marear? —Me lo ha dicho la tía. —Pues no, hijo mío, no te mareas. Lo que pasa es que la tía, que te quiere mucho, te ha dicho eso para que te lo bebas todo rápido y te pongas muy fuerte, porque, si te lo bebes a poquitos, te cansas de tanta cucharadita y te quedas a medias, como ayer. También interesa que le pidas a la tía que no engañe al niño. — Evita acabar las conversaciones con tus hijos de 4 ó 5 años con el famoso «porque sí» o «porque no». —Papá, yo te quiero mucho. —Sí, Teresa, ya lo sé. Yo también te quiero mucho. —Yo me quiero casar contigo. —No puede ser, porque ya estoy casado con mamá. Y tú también quieres mucho a mamá, ¿verdad? —Ah... sí, es verdad. En contra de lo que se pueda pensar, los niños no necesitan respuestas largas y complejas; muchas veces, lo claro y sencillo les basta. — Procura no contarle «mentiras». Lo haces porque piensas que el niño no va a entender la respuesta. Esfuérzate un poco en darle contestaciones verdaderas y al nivel que pueda entender. —Papá, ¿es verdad que voy a tener un hermanito? —Sí, hijo, sí. —¿Y por eso mamá está más gorda? —Sí. Tú ya sabes que todos los niños tienen una mamá. Y Dios les ha puesto dentro a las mamás como un pequeño nido, para que los niños, cuando son muy, muy pequeñitos puedan estar dentro sin que les pase nada. Todos hemos estado dentro. Tú también. Al principio éramos tan pequeñitos que ni se nos notaba. Luego fuimos creciendo, porque mamá comía para los dos. Y poco a poco fuimos creciendo hasta ser tan grandes como un bebé y ya podíamos nacer. Por eso, cuando una mamá va a tener un bebé está más gorda, porque va creciendo su niñito. Y por eso tenemos que cuidar a mamá y no darle disgustos y ayudarle en las cosas de la casa. —Y… ¿cómo nacen? —Cuando ya son lo suficientemente grandes y fuertes para nacer, más o menos a los nueve meses de estar dentro de mamá, tienen que salir del vientre. Tú sabes que los

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niños tienen una «colita» para orinar, y que las niñas orinan por un agujerito. Pues al lado de ese agujerito tienen una rendija que, cuando el niño tiene que nacer, se hace más grande, se estira para que el niño pueda salir. Primero sale la cabeza, para que pueda respirar (cuando está dentro, la mamá respira por los dos) y luego, los brazos y las piernas. Así naciste también tú y estábamos mamá y yo muy contentos, deseando ver lo guapo que eras, pensando qué nombre te íbamos a poner, y le dimos muchas gracias a Dios de que nacieras muy bien y fueras hijo nuestro.

La curiosidad La curiosidad es el gran motor que impulsa a los niños a aprender. La gran capacidad de asimilación que tiene el niño antes de los siete años –nunca volverá a aprender y a asimilar tanto y a tanta velocidad– es debido, en parte, a su capacidad de asombro y a la necesidad natural que tiene de conocer todo aquello que es nuevo para él. Y sois los padres los que debéis atenderle y fomentar situaciones en las que pueda aprender, sin agobios atosigadores, ni demostraciones de «sabiduría» ante los familiares o amigos. Esta curiosidad natural puede confundirse con la impertinencia, que es algo completamente distinto. Por eso, algunos padres tratan de hacer callar a su hijo cuando pregunta algo que ellos piensan que no es correcto. —Papá, ¿por qué ese señor de ahí es cojo? —Cállate, niño, esas cosas no se preguntan. No ves que te está mirando... Ese niño no sabe por qué tuvo que callarse. Después de la pregunta del niño, el padre podría haber respondido: —No hables tan alto. El señor se va a enterar y a lo mejor se pone triste porque le recuerdas que no puede andar bien. Me parece que es cojo por una enfermedad que se puede coger de pequeñito y que se llama poliomelitis. Cuando eras más pequeño, mamá te llevó al médico para que te pusiera una vacuna y así no la cogieras tú. Cuando ese señor era pequeñito aún no había esas vacunas y algunos niños enfermaban de poliomelitis, y luego se quedaban así, cojos. Con esta contestación, le habría enseñado, además de un nuevo término (poliomelitis), el hábito de la discreción y la importancia de las vacunas. —María, tengo que decirte que tienes a Luisa muy mal educada. Imagínate que el otro día vino a mi casa a comer y estuvo todo el tiempo que duró la comida preguntando: qué había dentro del pato (el salero), que por qué la servilleta tenía una rueda roja… Un niño a esta edad lo quiere preguntar todo. Debes aceptar y contestar de buen grado todas las preguntas que el niño te haga. La prudencia te dictará si conviene que lo sientes a la mesa con todos cuando hay invitados o si le das de comer antes en la cocina. Si decides llevarlo al comedor, sabes a lo que te atienes. Pero no te preocupes, si tienen hijos, ya han pasado por eso... —Antes decías que tenemos que distinguir la curiosidad de la impertinencia. ¿Cómo puede volverse impertinente un niño?

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Cuando les reímos «ciertas preguntas» y «sentencias», que –bien pensadas– no tienen ninguna gracia. Es deber de los padres establecer los límites. Por mucha gracia que te haga alguna «salida de tono» inconsciente de tu hijo, no te rías. Y dile cuándo algo no está bien. Mamá y papá llevan a los niños a la playa. Mamá se ha olvidado de meter el cubo de la mayor –seis años– en la bolsa y le dice a la pequeña –cuatro años–: —Teresa, como he olvidado el cubo de Marisa en casa, tendrás que compartirlo con tu hermana. —Pero ¿por qué? Tú no le dejas tu bañador a papá, y también se le ha olvidado... Si mamá y papá comienzan a reír la «gracia» de la nena y no se molestan en corregir a la pequeña diciéndole que lo que ha dicho no está bien, la niña verá que este tipo de salidas hace reír a sus padres y cada vez irá aumentando sus impertinencias.

La tertulia familiar Hablar en familia es uno de los medios educativos más enriquecedores de los que disponen los padres. A partir de los cuatro años, tus hijos se pueden integrar en la tertulia con sus padres y hermanos. Busca un momento al día para reuniros y dialogar.

Al menos los fines de semana. Te puede resultar sorprendente pensar que, con tan pocos años, el niño entre a formar parte de la tertulia familiar y comprenda algo de lo que allí se discute. Ten en cuenta que estas reuniones familiares: • Favorecen las relaciones entre los miembros (hermanos y padres). • Ayudan a aumentar el vocabulario del pequeño. • Se prestan a contestar a preguntas que el niño pueda hacer. —Tengo tres hijos de siete, cinco y dos años –dice María–. Mi marido y yo nos hemos dado cuenta de lo importante que es contar cosas, preguntar y contestar todos juntos. Así que, desde el año pasado, hemos decidido todos los sábados por la tarde, que no hay colegio, ni oficina, reunirnos a charlar después de comer. Algunas veces lo hacemos en casa y otras, para que les resulte más divertido a los niños, nos vamos al campo, y caminando hablamos sin parar, salvo el de dos años, que por supuesto no entra en la conversación. Es una manera de enriquecernos mutuamente, pues mi hija de cinco años aprende mucho de lo que pregunta la de siete. Cuando hay pequeños en la tertulia, conviene que la charla se haga en un ambiente relajado y divertido. Puede ser muy cansado reunirlos alrededor de una mesa en casa y mantener la atención de todos en torno a un solo tema. Si a tus hijos no se les ocurren preguntas o temas a dialogar, vosotros podéis sacar los temas: sobre el campo, los animales, las próximas vacaciones, planes para una excursión o cumpleaños próximo, el hijo que va a venir, los amigos... —¡Qué barbaridad! –dice Lucía–. No entiendo qué le puede interesar a un crío de cuatro años una tertulia con sus hermanos mayores. ¡Se aburrirá como una ostra!

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Pues precisamente la tertulia con hermanos mayores es la más divertida, por la disparidad de edades. El pequeño tiene mucho que aprender de los mayores y estos se lo pasan «bomba» con su hermano benjamín. —Tengo cuatro hijos de cuatro, nueve, once y trece años y organizamos unas tertulias, los fines de semana, de lo más divertidas. Nos solemos reunir después de comer. Al principio, el pequeño de la casa merodea los alrededores, pero cuando oye que nos lo pasamos tan bien quiere participar, y entonces es cuando nos reímos todavía mucho más, porque empieza a hacer «sus preguntas» disparatadas. Con las tertulias se refuerza la comunicación entre padres e hijos.

Todos tienen siempre algo que aportar, algo que preguntar, y algo que aprender. No excluyas a tu hijo de 4 ó 5 años.

Cómo le hablo de... Dios La piedad se transmite, más que se enseña. El niño, antes de rezar, ha de ver rezar a sus padres y profesores: es a través de su piedad sincera como el niño va descubriendo intuitivamente la presencia misteriosa, pero real y viva, de Dios. El sentimiento de confianza en Dios Padre es una de las principales actitudes religiosas. Se puede despertar muy pronto en los niños, a quienes la presencia protectora de sus padres les infunde seguridad y confianza. Antes de incorporarse al colegio con tres años, los niños pueden haber aprendido de sus padres a rezar con pequeñas frases de oración a Jesús, a María, a su Ángel Custodio. A esta edad se puede despertar en el alma el «sentido de Dios» como Padre bueno del Cielo que les quiere, les cuida y les acompaña siempre. Conviene iniciarles, cuanto antes, en la oración espontánea y confiada, con diálogos sencillos con su Padre Dios, con Jesús y con María y acostumbrarles a que recen al levantarse y al acostarse, al empezar las clases y al terminarlas, con fórmulas sencillas que pueden memorizar con facilidad, como «Jesusito de mi vida...», «Ángel de mi guarda», la bendición de la mesa, enseñándoles con paciencia el sentido de las palabras. También es posible comenzar a educar sus sentimientos religiosos, a través de gestos sencillos: arrodillarse para rezar, besar el crucifijo, hacer la señal de la cruz, etc. Desde los cuatro años, se les puede empezar a fomentar la piedad eucarística mediante el amor a Jesús en el sagrario, ayudándoles a tomar conciencia de la presencia misteriosa, pero real, de Jesús Sacramentado. Se pueden hacer y fomentar cortas visitas a Jesús para hablar con él y decirle que le queremos. También a esta edad es natural tratar con afecto a la Virgen, Madre de Jesús y Madre nuestra, y a tener devoción a la imagen de la Virgen de su dormitorio y de su clase. Se pueden celebrar en familia y en clase las fiestas de la Virgen más señaladas y practicar de modo sencillo, adecuado a su edad, el mes de mayo.

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—Pero, mamá, ¿dónde está Dios, que yo no lo veo? —Dios está en el Cielo, hijo mío, y también con nosotros. —¿Y qué es el Cielo? Yo tampoco lo veo. —Yo tampoco veo a Dios, pero lo quiero y tú también lo quieres. Dios es el que te ha creado, el que ha hecho que tú vinieras a la tripita de mamá, porque te quiere mucho, y quiere que seas muy bueno y alegre. Él también ha creado los pájaros, las flores..., todo. Por haberte hecho nacer y por todo lo que ha creado le tienes que querer mucho. Él te quiere mucho a ti. Y ha preparado un lugar estupendo y precioso para que seamos muy, muy felices, y estemos con Él y le veamos, que se llama Cielo. Cuando ya se es mayor y una persona se muere, y quiere mucho a Dios, Él se lo lleva allí. Yo quiero ir al Cielo y también que vayas tú.

El nacimiento Ya te he dado unas «pistas», unas pocas páginas antes. Si quieres, puedes alargar y adornar la respuesta un poco más. Te aseguro que con esta explicación es suficiente por el momento y tu hijo se quedará satisfecho y contento.

La muerte Hay algunos niños que a esta edad empiezan a pensar en la muerte como algo próximo que les aterroriza. —Papá, ¿cuándo te vas a morir? ¿Es que te vas a morir? —Estáte tranquilo, Luis. Si quieres a Dios y te esfuerzas por ser bueno, morirse no es malo, porque te vas al Cielo con Jesús y María, que te quieren tanto. Pero tú eres muy chiquitito para morirte y nosotros tampoco nos vamos a morir todavía. Así que estáte muy tranquilo.

El diálogo para resolver problemas Tu hijo necesita contar sus preocupaciones para resolverlas.

El niño tiene que «airear» lo que le preocupa para que le podáis ayudar. —Enrique, ¿te has dado cuenta de que la niña lleva dos días como ida? No quiere jugar con sus juguetes y llora por cualquier cosa. —Tina, hija mía, mamá y yo estamos preocupados porque te queremos mucho y parece que no estás contenta. ¿Qué te pasa? —Nada, papá, no es nada. —Anda, cuéntamelo, que yo te voy a ayudar. —Es que me voy a morir. (Se echa a llorar.) —Pero ¿por qué dices eso? —Sí, porque el otro día, en el colegio, me comí un trozo de pan que estaba en el suelo del patio y una niña me dijo que me moriría.

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—Pero, hija mía, ¿por qué no me has dicho eso antes? No te preocupes, que no te vas a morir, aunque debes procurar no comer lo que veas en el suelo, porque te puede doler la tripa. El niño, como el adulto, al ser capaz de contar su problema, empieza a asumirlo y a perder el miedo. Una vez que tu hijo te ha contado su preocupación, no te rías de él, tranquilízale y aconséjale.

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CAPÍTULO 4

¿Cómo lo educo? Sois los mejores profesores de vuestros hijos Seguramente habrás oído alguna vez expresiones parecidas a esta: —Como ha cumplido cuatro años, ya lo puedo llevar al colegio, y allí se encargarán de su educación. Aunque busques para tus hijos las mejores escuelas, conviene que no te olvides de que Los padres son los mejores profesores de sus hijos pequeños.

—Pero no sé si sabremos hacerlo bien. ¡El mundo ha cambiado tanto en tan poco tiempo! Nosotros estamos bastante preocupados porque queremos lo mejor que podamos dar a nuestros hijos y pensamos que lo que más van a necesitar para el día de mañana es una buena educación. Hablamos mucho de este tema con matrimonios amigos y hay opiniones para todos los gustos. Hace unos meses, Juan y Teresa nos comentaban que estamos exagerando, que estamos obsesionados por la educación de nuestros hijos. Ellos piensan que nuestros padres no se molestaron tanto y los de nuestra generación no hemos salido tan mal... Tenías que haber visto la cara que pusieron cuando les dijimos que nos habíamos inscrito en un Master en Educación Familiar, para ir aprendiendo a educar mejor a nuestros hijos e ir poniendo en práctica todo lo que aprendamos. Como tenemos hijos pequeños, vamos a comenzar por prepararnos en Educación Infantil Familiar. Me parece que hacéis muy bien. Hoy día habría que recordar a muchos padres, que se enfrentan con un trabajo cada vez más absorbente, con menos tiempo para estar en casa con sus hijos, con menos ocasiones de hablar con cada uno de ellos, que La tarea de educar es una responsabilidad de los padres.

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Además, esa responsabilidad no se puede delegar. Puedo buscar colaboradores, personas que me ayuden –de acuerdo con mis objetivos– a educar a mis hijos, que me ayuden a que adquieran virtudes, destrezas y conocimientos; pero no debo desentenderme de ese deber, no debo dejar sueltas esas riendas. De acuerdo en que la educación es en parte ciencia y en parte arte. Es más, en su mayor parte es arte: cada hijo es cada hijo y hay que educarle a él. También es verdad que, entre unos padres especialistas en teorías educativas y otros que quieran sinceramente a sus hijos y les dediquen tiempo, me quedo con los últimos. Pero es indudable que lo preferible es añadir al cariño y a la dedicación el saber cómo educar mejor. Cada vez, más voces autorizadas afirman que estamos asistiendo a un cambio espectacular en la historia de la Educación familiar. Hoy, más que nunca, se necesitan personas responsables y libres. Vale la pena esforzarse por que nuestros hijos lo sean. Las coordenadas educativas, tanto en la familia y en la escuela como en el ambiente social, están cambiando a un ritmo vertiginoso. Hoy día, la experiencia educativa recibida en nuestra infancia se puede afirmar que es insuficiente. Las ciencias de la educación, como las demás ciencias, avanzan y las investigaciones de los últimos quince años tienen en común el poner de manifiesto la extraordinaria importancia educativa de los primeros ocho años de vida en el futuro desenvolvimiento de la persona.

Educar en futuro Los expertos aseguran que la educación más eficaz es la llamada «educación en futuro», aquella que previene las necesidades y problemas que pueden surgir más adelante y prepara a los hijos para enfrentarse a ellos. Es muy posible que tu hijo de cuatro años no mienta, ni sea rebelde, ni presente graves problemas de responsabilidad, ni de sobriedad, ni sea injusto en sus relaciones con los demás. Pero si quieres que más adelante, cuando se le presenten en la vida estas cuestiones, actúe con responsabilidad, con justicia, con fortaleza, con sinceridad, en una palabra, con VIRTUD, o –lo que es lo mismo– con HONRADEZ, hay que empezar a educarle hoy. Educar en futuro es darle hoy lo que va a necesitar mañana.

Educas en futuro si... — Te preocupas de que vaya aprendiendo a ser ordenado, obediente, generoso..., antes de que ya sea desordenado, desobediente y egoísta. — Si procuras interesarle por las cosas de su entorno, por su nombre, color, características... — Si le haces atractiva la lectura y escritura, sin agobiar al niño, ni forzarle.

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— Si le enseñas, con paciencia, dejándole que se equivoque las veces que haga falta, a vestirse solo. — Si familiarizas al niño con el camino de casa al colegio, o a la parada del autobús escolar. — Si muestras interés por lo que aprende en el colegio y atiendes sus preguntas. — Si le enseñas a tratar con sencillez y confianza a Jesús y a Santa María. Educar en futuro, ir por delante, enseñar al pequeño Juan a ser obediente y sincero, cuando aún no ha sido desobediente y mentiroso, exige estar pendiente, pensar en el mañana. Educar en futuro tiene muchas ventajas.

Por ejemplo: — Tus hijos aprenden a distinguir el bien del mal. Por mucho que le hayas inculcado el ser obediente, seguramente alguna vez desobedecerá; pero sabrá que está actuando mal. — Dedicas mucho menos tiempo a «educar en pasado»: a reñir, a corregir lo que se ha hecho mal, a castigar… etc. Pero eres capaz de aguantar las ganas de darle una buena zurra... y le vas inculcando los hábitos poco a poco, razonadamente. — Va calando en tus hijos una formación sólida, con cimientos firmes, que le sirva el día de mañana para vivir responsablemente en una sociedad, que –en muchos casos– es contraria a las buenas costumbres familiares. Muchas familias interesadas por la educación de sus hijos utilizan con más frecuencia una estrategia, que, aunque también es necesaria, se muestra mucho menos eficaz: educar en pasado.

Educar en pasado Consiste en corregir al hijo después de que haya hecho algo mal. Sería el caso de la madre que se dedica, con auténtica constancia, a regañar al pequeño Juan cuando da un portazo, pero no pone la misma intensidad en enseñarle e insistirle – sin que haya «portazo por medio»– en que debe ser cuidadoso y tener buenos modales.

Educas en pasado si... — Te esfuerzas por corregir a tus hijos cuando son desordenados, desobedientes, egoístas... — Le riñes por no interesarse por las cosas que intentas hacerle aprender. — Le insistes en que ya está bien de no comer de todo. — Estás detrás de él juzgando lo que hace. Estamos educando siempre. Sabemos que –en estas edades, de modo muy especial– los niños aprenden empujados por el Instinto Guía de IMITAR. Nuestros gestos, modos de hablar, entonación característica, etc., son «absorbidos» por nuestros hijos e incorporados a su vida.

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Educar en presente Al hablar de educación en presente nos referimos a esa influencia constante, lo que hemos llamado siempre el EJEMPLO. Estamos educando en todo momento.

—Intento inculcar a mi hijo de cinco años hábitos de orden, que no grite y que pida las cosas por favor. Pero yo, a la vez, tengo que morderme la lengua para no educarle gritando, porque, si no, ¡menudo ejemplo! Y en cuanto al orden, un tanto de lo mismo: me tengo que esforzar continuamente, porque soy muy desordenada, pero ante mi hijo, tengo que esforzarme... Haces lo mejor: Predicar con el ejemplo.

Ya sabes, es una frase hecha, que los niños lo captan todo, y sin darles lecciones. Para un niño, las personas más importantes del mundo son sus padres y la enseñanza más importante que reciben es su ejemplo. Se dan perfecta cuenta de si gruñimos del trabajo, si nos comemos toda la comida, si elegimos los programas de televisión que vamos a ver, si nos abrochamos el cinturón de seguridad en el coche. El comportamiento de los padres es una lección permanente.

—Pero sabes que cada vez podemos estar menos tiempo en casa pendientes de los hijos. Tienes razón, pero más que cantidad de tiempo –si echas cuentas, verás que sale más tiempo del que piensas, aunque menos del que te gustaría– lo que los hijos necesitan es que convirtamos el tiempo que estamos con ellos en un tiempo de calidad educativa, aprovechando los incidentes más normales de la convivencia diaria. — Cuando hagas un postre, pídele ayuda y que sea ella quien ponga las guindas y almendritas por encima. Le estarás enseñando a colaborar, a valorar los pequeños detalles, a que dé importancia a terminar bien las cosas y afianzará el concepto espacial encima-debajo. — Cuando lo dejes en el colegio o en la parada del autobús escolar, acostúmbrale a que se despida dándote un beso y recuérdale que dé los buenos días a la profesora y al conductor. — En las comidas, enséñale a usar los cubiertos y la servilleta y a charlar de lo que ha ocurrido hoy, en vez de dedicar tu valioso tiempo a la televisión. La educación no se limita al tiempo que nuestro hijo está en la escuela. La bañera, el coche, el supermercado, el parque también son lugares aptos. Es suficiente con que te preguntes con frecuencia: ¿Qué puedo hacer para que mi hijo saque provecho, aprenda, de esta situación? Como ves, muchas veces

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El problema, más que en el tiempo está en la actitud.

Disfrutando de su educación La educación de los hijos pequeños no es una gran losa que cae encima de sus padres. Cuando unos padres se toman en serio la educación de sus hijos, sin agobios ni ansiedades, sin querer que su niña de cinco años componga zarzuelas, sin pretender fabricar genios sin sonrisa, están en inmejorables condiciones para poder afirmar que Hay que disfrutar mucho con la educación de los hijos.

Los que así lo hacen aseguran que el tiempo que dedican a sus pequeños es el mejor empleado de todos. Para conseguirlo: — Procura ver a tu hijo como toda una personita con la que te puedes comunicar y pasarlo bien. — Pon alegría, como la pone él, en los ratos que podéis estar juntos. Que se dé cuenta de lo contentos que estáis de tenerle cerca. — No te obsesiones con su educación, no se trata de atosigarle con «probatinas» y «aprendizajes de adulto» para conseguir un superdotado. Se trata, más bien, de aprovechar las ocasiones que presenta la convivencia diaria para enriquecer su personalidad. — Haz a tus hijos un regalo maravilloso: la ilusión por aprender. Pasa con él ratos agradables descubriendo y practicando nuevas habilidades. Que lo pase bien aprendiendo. — No te empeñes en «jugar a aprender» cuando le acabas de reñir o castigar. No conviene que relaciones aprender con castigo. Jugar a aprender es un premio para los niños que se portan bien. — No insistas ni presiones al niño en una actividad por la que no demuestra el más mínimo interés. En su momento lo aprenderá más rápidamente y disfrutando. — Piensa unos objetivos para la educación de tu hijo en este mes. Y diseña Planes de Acción para conseguirlos. Los buenos hábitos no se consiguen de repente. — Disfruta reconociendo sus logros, avances y mejoras... y díselo. Los elogios orientan a los niños, pues les hacen saber cuáles son los comportamientos que sus padres aprueban. Las palabras de ánimo son una estupenda guía para el aprendizaje de los hijos. —Y además refuerzan la autoestima, de la que hablábamos. Tienes toda la razón. Fíjate en que las palabras elogiosas le muestran al niño lo que queremos que haga, por lo que son mucho más eficaces que las palabras de reprobación, que no le indican qué es bueno hacer. Además, las palabras y gestos de aprobación dan al niño un sentido de éxito y de autovaloración. —¿Sabes qué estoy haciendo? Por la noche, antes de leerle el cuento, charlamos de las cosas que ha hecho bien ese día, nos alegramos las dos y elegimos la mejor de todas. Ayer, la mejor cosa que hizo fue ayudarme a bañar a Fede, mi hijo de un año. Es un PLAN DE ACCIÓN muy interesante. Te cuento otro:

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—Pepa y Antonio han puesto en la cocina un «póster de lo bueno». El que descubre a otro miembro de la familia haciendo algo bien, lo pone en el póster y firma. Los más pequeños le piden a papá o mamá que lo escriba. Después de cenar lo leen y comentan. En el de ayer se podía leer: — Luis ha ayudado a mamá a pasar el aspirador (Ana). — Ana se ha puesto sola la blusa (mamá). — Papá ha puesto la mesa (Luis). — Luis me ha dejado la pelota (Ana). Es lógico que, si el pequeño tiene un mal comportamiento, no le vas a decir que ha sido bueno. Reñir también educa y es necesario, pero menos que elogiar. Nosotros mismos, en la vida familiar o profesional, no soportaríamos la presión continua de comentarios del tipo: — Lo has hecho otra vez mal. — Qué malo eres. — No das una a derechas. — Ya estoy harto de ti. — No vas a ser capaz de hacerlo bien. — Pareces tonto. Lo único que consigues es que se crea peor de lo que es y piense que él no tiene arreglo. Ya lo dice mamá: — Yo soy malo. — Yo soy desobediente. — Parezco tonto. — Lo mío es mentir. Convéncete que este es un mal camino. Como ejercicio cambia esta situación en positivo y habrás dado un paso de gigante en la educación de tus hijos.

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PARA PENSAR PARA ACTUAR…

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Para recordar... Mantén una relación frecuente con el colegio de tu hijo: son tus colaboradores en Educación. La profesora del colegio de tu hijo te puede ayudar, le conoce en otra faceta y sabe sobre educación.

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Para leer... Jesús Urteaga, Dios y la familia. Col. Hacer Familia, n° 11. Ed. Palabra.

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Para pensar... Piensa lo que deseas para tus hijos: — Que sean piadosos. — Que empiecen a hacer oración. — Que recen en familia... Y piensa si das tú buen ejemplo...

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Para hablar... Entre los padres: • Si son coherentes en su vida religiosa cara a Dios y cara a sus hijos. Con los hijos: • Explicarles cómo hacer oración: — Decirle que le quieren. — Contarle tus cosas. — Pedir por tus padres y por lo que quieras. — Darle gracias.

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Para actuar... PLAN DE ACCIÓN (Fe) SITUACIÓN: Carlos Medina y Silvia se casaron hace nueve años. Carlos trabaja como profesor en la Universidad y Silvia es profesora en una guardería cerca de su casa. Tienen tres hijos: Enrique de 4 años, María de 5 y Álvaro, que acaba de cumplir 7. Silvia cuando era joven colaboró con su Parroquia dando Catequesis y ahora piensa que con sus hijos hace muy poco en este terreno. Lo comentó con Carlos y decidieron actuar. OBJETIVO: Formación religiosa. MEDIOS: Todos los domingos, por la tarde, tendrían catequesis familiar. Para cumplir mejor fijarían la hora: a las cinco. Con el fin de llevar un orden, seguirían un catecismo abreviado y un libro sobre «La Catequesis Familiar». Silvia preparará los temas de cada domingo. MOTIVACIÓN: Para dar solemnidad al acto, lo harían en el salón, donde normalmente no están los niños, y luego, lo celebrarían con una merienda algo especial. HISTORIA: Llevan ya dos meses con el Plan de Acción y las cosas están rodando mejor de lo que los padres esperaban. Los hijos están deseando que llegue el domingo para que les cuenten cosas de Jesús, y tener luego una merienda especial con papá y mamá. Enrique pregunta todos los días si es domingo. Hasta ahora solo han perdido un domingo por tener un cumpleaños de un primo, pero por la noche hicieron una minicatequesis antes de acostarse, la pidieron los dos mayores. Otro día tuvieron a un amigo de Álvaro invitado a comer. Asistió a la catequesis y dijo que les pediría a sus padres hacer lo mismo en su casa. RESULTADO: Un éxito, a estas edades sale bien si los padres toman parte. Los libros facilitan lo que se debe decir. Lo que se aprende a estas edades no se olvida, especialmente si se pone alegría y cariño.

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PARTE TERCERA “C”

Se educa mejor con constancia y paciencia. Antonio Vázquez, Bases para el éxito

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CÓMO EDUCARLES

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CAPÍTULO 5

Cómo educar su voluntad Compañerismo El niño de 4 y 5 años empieza a relacionarse y abrirse a otras personas que no son su familia. Con el ingreso en un centro de Educación Infantil se convierte, por vez primera, en uno más de un grupo. —Mi hijo «se pierde» en el colegio. Como está acostumbrado a ser la figura en casa, cuando se ve rodeado de muchos niños, lo pasa fatal y no sabe comportarse. Así me lo ha dicho la profesora. Si quieres que tu hijo adquiera hábitos de relación social y compañerismo...

Enséñale a ceder. Unas veces se hará lo que le gusta a él y otras veces lo que le gusta a su hermana, amigo o papá. Saber ceder es renunciarse a uno mismo para poner en primer lugar al otro. Las alegrías compartidas son más grandes. Solos no vamos a llegar muy lejos. No dejéis pasar la ocasión de comentar cualquier detalle bueno que ocurra en vuestro entorno y destacar su valor... «Qué buena es la abuela que se queda con vosotros en vez de salir con las amigas».

Enséñale a prestar sus cosas. Cómo me gusta que Luis me deje su camión y sus pinturas... Hay que ayudar a los hijos que disfruten de los demás cuando dejamos nuestras cosas. Ellos se sienten el centro del universo y tienen que ir aprendiendo a dejar de serlo poco a poco, esto lo conseguirán con un esfuerzo si los mayores les ayudamos.

Enséñale a compartir. Compartir es disfrutar de lo mío con otros y con lo de los demás. Si tú tienes un patinete y tu hermano un balón y lo compartes, es como si los dos tuvieseis un patinete y un balón a la vez y así lo pasaréis mejor. Compartir mis cosas es comenzar a abrir la puerta de mi generosidad.

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En el diálogo y conversaciones familiares utilizar muchas veces la palabra «compartir» para que ellos entiendan bien de qué se trata: poner la merienda y compartir el chocolate, la mitad para cada uno... etc. Esta toalla playera es para compartirla con los dos pequeños. Compartir es hacer un sitio a los otros en mi corazón, demostrándoselo con las cosas que más me gustan.

Enséñale a participar. Participar en las tareas del hogar, es lo que más le gusta a un nino de 4 y 5 años ... limpiar como papá, recoger como mamá, mirar libros como los mayores, ayudar en la cocina... etc. Pero la mayoría de las veces no les dejamos por una causa o por otra, y ellos se quedan siempre con las ganas de compartir pero con la rabieta de que no les dejan. Si les hacemos participar, en esta edad, en nuestras tareas, conversaciones, opiniones, criterios, etc., el niño crecerá con más serenidad, equilibrio, seguridad porque él piensa... yo debo ser importante, cuentan conmigo... me hacen participar.

Enséñale a saber ganar y perder. El binomio ganar-perder es una realidad vital difícil de asimilar con equilibrio, porque a todos grandes y pequeños nos supone un acto de humildad profundo y visceral. El equilibrio afectivo que supone saberse ganador o perdedor lo aprenden los niños en primera instancia del entorno que les rodea, familia, hermanos, amigos, compañeros, etc. De aquí la importancia de saber dar el verdadero sentido a los juegos, deportes, estudios, etcétera. Para no crear un ambiente de gran tensión a la hora de llegar a cada uno de estos dos extremos. Si gano me alegro mucho pero, si pierdo, me alegro pero menos... conviene que en familia se juegue con frecuencia juntos para que todos aprendamos a saber ganar y perder.

Generosidad y espíritu de servicio El gran reto de la convivencia entre las personas es sentirse verdaderamente serviciales a los demás para que cada uno nos reflejemos en el otro al dar y recibir nuestros servicios. No hay nada que nos haga más dignos como personas que ser servidores de los demás, de todos los que nos rodean... con la misma alegría que recibo un servicio, un favor, un detalle, hemos de enseñar a los niños a entregar nuestros mejores momentos a los que queremos y les pedimos que nos quieran. Dar tareas en forma de servicios a la abuelita, a papá, a mamá, a tus primos, a tu profesora, para que entiendan qué es ser servicial. Darse a otros en forma de encargos y servicios.

Alegría, simpatía, amabilidad

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El carácter de un niño comienza a formarse a través de estos sentimientos contrapuestos, la simpatía y la antipatía, en los primeros comienzos de su vida. Todos nos proyectamos mutuamente y, con frecuencia, no somos conscientes de lo rentable que es vivir en un ambiente de amabilidad y simpatía. Es muy agradable vivir rodeado de sonrisas.

Estás muy a tiempo de que tu hijo tenga un carácter alegre y simpático. Antes que nada, regálale el ejemplo de tu amabilidad y tu sonrisa. Los hijos pequeños son muy propensos al contagio de la alegría y la tristeza.

Cada uno tiene su carácter y hay personas por naturaleza más serias. Respeta ese modo de ser y, a la vez, estimula su sonrisa. —Pepito, ya sé que estás triste porque se te ha roto el balón. Pero ¿tú crees que, por estar con esa cara de pena, se arreglará? Ni mucho menos. Lo único que consigues es que yo me ponga también triste. ¿Sabes qué vamos a hacer? Vamos a jugar a algo divertido. Y me vas a ayudar a preparar la mesa y a estar muy alegre. Se lo diremos a papá, para ver cuándo puede arreglarte el balón. Cuando tu hijo esté con familiares y amigos, ayúdale a ser amable sugiriéndole lo que puede hacer. —Saluda a la tía. —Vamos a ayudar a papá, que va muy cargado. —Vamos a despedir a los primos a la puerta. Los hábitos de amabilidad se adquieren siendo amables muchas veces.

Buenos modales — Empieza por tenerlo bien arreglado todos los días: bien peinado, calcetines subidos, zapatos limpios. De acuerdo, tiene que aprender a arreglarse solo, pero… supervísalo. — Repasa con frecuencia la ropa de tus hijos. Que no le falten botones y los bajos estén bien cosidos. — Un momento muy especial es la comida: poco a poco tiene que aprender a comportarse en la mesa. — Acostúmbrale a saludar, a ceder el paso a las personas mayores, a dar las gracias y a pedir por favor las cosas. — Pon la mesa con orden y con todo lo necesario. También tiene que aprender a manejar los cubiertos y la vajilla de fiesta. — Decora su dormitorio. Que no parezca un cuartel. Es cuestión de imaginación. — Dale ideas para que aprenda a tener detalles con la gente que le rodea. —Pepito, como va a ser el cumpleaños de papá, ¿qué le podemos regalar? —¿Qué te parece si le hacemos entre los dos una tarta de chocolate a la abuelita, que te quiere tanto y va a venir mañana a comer con nosotros?

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—¿Me ayudas a buscar flores en el campo para ponerlas a la Virgen? La buena educación está en los pequeños detalles.

Pero no olvides que son niños, que juegan y se manchan, y que tienen que aprender. Los hijos pequeños no son un adorno nuestro, por el que los demás nos van a juzgar. En ocasiones, no es tan horrible que el niño se llene de barro o de pintura, que golpee latas o desmonte el triciclo para ver cómo está construido. También así aprende.

Saber perdonar y pedir perdón Todos nos equivocamos, y más aún cuando estamos aprendiendo. Los niños, con más razón. También se aprende de los errores. Ante las «fechorías» de tu pequeño, lo importante es que se dé cuenta que ha actuado mal y pida perdón. —Yo reconozco que, a veces, no actúo bien con mi hija Teresa, porque me pone muy nerviosa y le pego cuatro gritos. Pero si me he dejado llevar de los nervios, al meterla en la cama, le pido perdón. Cuando ella se ha portado mal, también aprovecha ese momento para pedirme perdón y para «hacer las paces». Haces muy bien, y ya estás experimentando cómo no se pierde autoridad por comportarse así. Insístele en que lo importante es él, no la travesura que haya hecho. Lo que nos ha salido mal se arregla pidiendo perdón, no escondiéndose. Perdona de corazón y olvida, no le insistas en lo mal que se portó. Acostúmbrale a perdonar lo mismo que a él le perdona mamá, cuando hace algo mal.

Fortaleza Los padres de hijos adolescentes se preocupan con frecuencia de si sus hijos van a saber decir que NO a las influencias negativas. Ya en estas edades, pueden ir aprendiendo a ser fuertes. —Mamá, hoy han repartido caramelos en el colegio, pero, como tú no quieres que los tome antes de la comida, los he guardado en el bolsillo. Cuando le digas que no debe hacer tal cosa, razónale el porqué: —Verás, Conchita, aunque algunos amiguitos metan los zapatos en los charcos, tú no lo hagas, porque te puedes poner enferma si se quedan los pies mojados, y, además, se rompen los zapatos. Premia sus victorias, recompénsalo con besos y caricias. Decidle lo contentos que estáis. La voluntad, la capacidad de poner esfuerzo, es muy importante para las personas, por eso hemos de poner los cimientos desde pequeños. Motiva y elogia sus pequeños esfuerzos. Emplea frases como: —Tú puedes. —Ya verás cómo lo consigues. —Ánimo, no te preocupes, mamá cuando tenía tu edad lo hacía peor y aprendí. Tú también vas a aprender.

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—Lo has hecho muy bien. Este tipo de comentarios invitan a luchar, hacen que el niño se esfuerce por superarse. Ese poder no lo tienen expresiones del tipo: —«No sirves para nada.» —«Mira que eres tonto.» Cuando consiga realizar algo que para tu hijo es difícil, demuéstrale lo contenta que estás por su hazaña. No te canses de repetirle hasta que le quede bien grabado. —Si te esfuerzas, podrás conseguirlo. Quizá tardes un poco, pero lo conseguirás. Tú eres capaz.

Si, a pesar de todo su esfuerzo, tu hijo no consigue hacer lo que le propones, no te empeñes por el momento. Es señal de que aún no está preparado para eso. En el momento oportuno podrá aprender con más rapidez y más fácilmente. Ten en cuenta que presionar a los niños no suele acarrear ningún bien. Los niños que no se han ejercitado en la fortaleza suelen caer en la mala costumbre de la queja continua. —No quiero comer, no me gusta. —No quiero ir al colegio. —Qué cansado estoy, no ando más. —Me duele el brazo, me duele la tripa, la mano, el codo, el pie… Si quieres que tu hijo no sea un «quejica»: — Apiádate de él cuando realmente sea necesario (heridas, enfermedad...), pero muéstrate indiferente cuando veas que a tu pequeño no le pasa nada, simplemente: • Toca pescado en la comida. • Se ha rozado el dedo. • Tiene que andar un poco más de lo habitual. • Le han empujado. — Ponle ejemplos de niños valientes y fuertes, que no se quejan.

Sinceridad y confianza El Período Sensitivo de la sinceridad se vive de forma especialmente intensa entre los tres y los seis años. Por Instinto Guía, los niños saben que las personas deben decir la verdad sin necesidad de haber recibido instrucciones especiales sobre la sinceridad. En estos años, viven la sinceridad como una inclinación y, desde los primeros momentos, distinguen entre verdad y mentira; y saben que la mentira es algo que no debe decirse. Al llegar al uso de razón comenzarán a comprender el valor moral de la verdad y serán capaces de esforzarse por vivirla, aunque a veces les cueste. Durante esta etapa de sus vidas, el motivo fundamental para ser sinceros es que sus padres les quieren, les ayudan y no les juzgan. Podéis fomentar el hábito de la sinceridad estimulando a los niños para que cuenten cosas de su vida diaria, por ejemplo, en las tertulias familiares de las que hablábamos

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antes. Los niños pequeños tienen una gran sensibilidad a ser engañados y gran facilidad para captar la sinceridad de sus padres. —Pues yo he sorprendido a mi niña con algunas mentiras. ¿Qué puedo hacer? Es frecuente que los padres de niños de 4 y 5 años estén preocupados por las pequeñas mentiras de sus hijos. En ocasiones, el niño tiene necesidad de llenar un vacío interior y para ello acude a la fabulación –distinta de la imaginación infantil, que no tiene nada que ver con la mentira–, es decir, a distorsionar la realidad a su gusto, defendiéndose momentáneamente de un apuro por miedo a sus padres o exagerando lo que tiene, de cara a sus compañeros. Es el caso de los niños que buscan la admiración de los demás o que les hagan más caso. Ante este problema, conviene depositar en ellos confianza, aunque tengamos datos para demostrar que mienten. Conviene que los padres eviten que el niño adquiera este hábito retirándole la oportunidad para mentir y no dramatizando. Falsear la verdad por fantasía es muy normal a los cuatro y cinco años y no debe considerarse una mentira. Ellos creen en la fantasía como algo real y la expresan así, sin llamarlo mentira. Sin embargo, resulta conveniente que vayan diferenciando el campo de lo real y lo imaginario. Ya pasará esa etapa. Además, en estas edades interesa desarrollar la imaginación, pero haciendo constar continuamente la diferencia entre lo real y lo imaginado. La mentira por defensa es muy peligrosa y debe atajarse con firmeza porque es fácil que acabe por convertirse en hábito. Rosa está en la cocina preparando las meriendas. En la sala de estar suena a «jarrón roto». Luisa, de diez años, sale de su habitación –estaba estudiando– a ver qué ha pasado. También se acerca Rosa. Allí está Roberto, de cuatro años, y un jarrón roto. —Roberto, ¿qué ha pasado? —Que Luisa ha roto el jarrón. Habrá que mostrarle que no ha ocurrido así. No se trata de poner al descubierto la falsedad con razonamientos, sino de hacerle ver que no ha sido así y también que no vamos a juzgarle o castigarle por haberlo roto. Se pide perdón, se tiene más cuidado y ya está. En general, al corregirles, no debe llamarse mentirosos a los hijos. En realidad, no son mentirosos, ni desean la mentira. Lo que ha sucedido es que han dicho una mentira. Considerando así las cosas, Lo negativo es la mentira, no el niño.

Es la forma de motivarles positivamente hacia el bien y ayudarles a esforzarse por ser lo que ellos saben realmente que son: sinceros. La mentira fue un accidente que pasó y que no quieren repetir.

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Si quieres que tu hijo te confíe sus pequeños secretos, muéstrate siempre dispuesta a escucharlo, aunque en ese momento tengas que dejar algo a medias. Qué gran suerte tienen los niños que saben que sus padres siempre están dispuestos a escucharles.

Sobriedad A esta edad, tu hijo puede empezar a concienciarse del valor que tienen las cosas. —Hijo mío, papá trabaja mucho para que podamos comer, comprar ropa, ir al colegio. A papá le cuesta mucho esfuerzo ganar el dinero, y no está bien gastarlo en chucherías todos los días. La sobriedad es un estilo de vida, en el que hay que ejercitar al niño desde pequeño; acostúmbrale a que sea feliz con lo que le rodea y dé gracias a papá, mamá y a Jesús por todo ello. Enséñale que no sirve de nada poner el disco de «Mamá, cómprame...». Enséñale a ofrecer pequeños sacrificios por los niños que no tienen nada. Enséñale a cuidar sus juguetes, su ropa, sus lapiceros... Enseñale –es divertidísimo– a fabricar sus propios juguetes, aprovechando materiales sencillos. Haz limpieza general de juguetes cada pocos meses, con tu propio hijo. Arregla los que se puedan reparar. Guarda los que vaya a heredar el hermano pequeño. Tira los que no tienen solución y anima al pequeño a que se desprenda de algún juguete que le guste y esté en buen estado para darlo a la organización benéfica de la parroquia.

Obediencia Como ya hemos charlado sobre la obediencia, solamente te voy a recordar lo más importante. Obedecer a la primera es uno de los aprendizajes más importantes del niño de 4 y 5 años.

Pero ojo, que con esta edad el pequeño desobediente, además de no hacer lo que mamá dice, pregunta. —«Juanito, que te bajes del sillón.» (Por 5ª vez.) —«¿Por qué, mamá, si estoy tan divertido...?» Juega con tu hijo a hacer algo enseguida, cuando mamá lo ordena. Organiza pequeños concursos entre los hermanos pequeños para ver quién recoge antes los juguetes, se come todo el bocadillo o se va a la cama... No seas de las que cuentan tres cincuenta veces para que tu hijo te obedezca. —Juanito, que cuento tres para que te tomes el vaso de leche. Si no lo haces, mañana te quedas sin chocolate. Una, dos y tres... ¡Juanito! que vuelvo a contar tres. Mira que te quedas sin chocolate...

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Aprende a poner punto y final a las actividades que realice tu hijo. A veces, solo la idea de tener que luchar para que se vaya a la cama hace que alarguemos cinco minutos, que se convierten en una hora, el momento de apagar la luz. —Tengo un marido muy bueno y unas niñas de cuatro y seis años también buenas, pero les cuesta mucho obedecer, y en parte la culpa es de Juan. Desde que la mayor tenía cuatro años, por no tener que luchar con ellas para que terminaran de pintar, jugar o ver la tele para irse a la cama, las ha acostumbrado a dejarles cinco minutos más del límite fijado para las distintas actividades. —Niñas, que nos vamos a casa. —Ay no, déjanos cinco minutos más en el cuarto con la prima. Pero lo malo es que esos minutos siempre se triplican y llegamos tarde a todos los sitios. A veces discutimos por esta razón.

Orden El orden es una virtud que está en la base de todas las demás virtudes humanas y les sirve de apoyo, proporciona confianza y seguridad y aumenta la eficacia. La educación del orden debe comenzar con la vida del niño, y es necesaria para su correcto desarrollo físico, psíquico y espiritual. Baste pensar en: — El orden de los horarios de comida; — el orden en las horas de sueño; — el orden en el aseo personal; — el orden en el trabajo; — el orden en el juego. —¿Cómo lograr que los niños sean más ordenados? Enseñándoles que cada cosa debe tener un sitio y presentándoles con paciencia modelos de conducta ordenada. Los niños deben disponer de un lugar concreto donde puedan guardar sus cosas, de modo que puedan habituarse a dejar cada cosa en su sitio, siempre el mismo. Con la misma facilidad con que son capaces de imitar el orden, tienen habilidad para imitar el desorden, si se les acostumbra a dejar las cosas cada vez en un lugar diferente. Para lograr un ambiente de orden y limpieza (virtudes muy relacionadas) en casa, resulta eficaz sugerir a los pequeños la repetición de una sucesión de actos en determinadas situaciones diarias. Así, por ejemplo, al regresar del colegio han de: 1) Saludar a sus padres; 2) colgar la ropa de abrigo; 3) lavarse las manos; 4) merendar; 5) jugar. De igual modo, podemos ayudarles a ser ordenados en otras situaciones que se repiten cada día: — Dejar los juguetes en su sitio al terminar de jugar.

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— No dejar tirada la ropa en la habitación. También resulta útil invitarles a colaborar en actividades que supongan ordenar algo en la casa, como: — Ordenar los libros de la biblioteca; — limpiar y colocar los utensilios en la cocina; — ayudar a hacer una maleta, etc.

La educación en la fe Los niños de 4 y 5 años pueden tener un profundo amor a Jesús y a María, si los conoce por boca de sus padres. Háblales de Dios y habla de ellos a Dios.

Tan importante como memorizar las oraciones de la noche es que tu hijo se acostumbre a hablar con Dios. —Tengo una hija de cuatro años, y es una gozada oír las conversaciones que mantiene con Jesús todas las noches antes de acostarse: «Mira, Jesusito, yo te quiero mucho. Yo te veo muerto en la Cruz, pero mi mamá me dice que estás en el Cielo...».

¿Cómo puedes enseñar a tu hijo a hablar con Dios? Elige una hora determinada, por ejemplo, antes de acostarlo. Explícale que a Jesús lo que más le gusta es que los niños le cuenten cosas: lo que han hecho durante el día, sus juegos, sus peleíllas, lo que han aprendido y también sus preocupaciones. Dile que a Jesús puede pedirle ayuda y cosas buenas para todos; y darle gracias por todo lo que tiene, por ejemplo, por lo que le quieren sus papás. A muchos padres les ha dado muy buen resultado rezar con sus hijos. Uno tras de otro hablan un poco con el Señor, le dan gracias por el día y le dan las buenas noches. Aunque el ambiente exterior no favorezca el espíritu religioso, de puertas adentro de tu casa, tienes que poner los medios para que tu hijo se eduque en un hogar cristiano. Como en todo, tu ejemplo es lo más importante para que sea piadoso. A esta edad, imita lo que ve en su casa. Si la piedad se practica exclusivamente los domingos en Misa, al niño no se le ocurrirá ofrecer el día al Señor por la mañana, bendecir la mesa o tener confianza con su Ángel Custodio. Pueden serte útiles las ideas que te sugiero muy brevemente: Por la mañana, al levantarse, enséñale a dar los buenos días a Jesús, a María y a su Ángel. —Yo soy muy despistada por las mañanas, pero mi hija de cinco años es la encargada de recordarnos en el coche, cuando llevo a los niños al colegio, que hagamos el ofrecimiento de obras. Rezamos todos juntos el «Oh, Señora mía». En las comidas, cada día puede bendecir la mesa y dar gracias un miembro de la familia. Por las noches pueden rezar las oraciones que mamá les ha enseñado. No se olvidan nunca, ¿verdad?

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Cómprale, para que la lleve puesta, alguna medalla de la Virgen, la que te dé más devoción. Como todavía es algo pequeña, y es fácil que la pierda, que no sea de un material valioso. Acostúmbrale a hacer pequeños sacrificios y a que se los ofrezca a Jesús. Que te acompañe alguna vez a Misa. Para que esté más entretenido y le guste ir, llévale un libro con imágenes con el que pueda seguir la celebración y explícale lo que va sucediendo con palabras propias de su edad.

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CAPÍTULO 6

¿Cómo potenciar su inteligencia? El desarrollo intelectual a que llega tu hijo no depende solo de la genética, también depende –y mucho– del grado de estimulación que ha recibido durante sus primeros años. El niño, hasta los seis años, tiene una enorme capacidad de aprender.

Nunca volverá a aprender tanto y tan deprisa. Los padres, con la colaboración de los profesores de la escuela infantil, son los responsables de sacar el máximo partido de las posibilidades intelectuales del niño. En estos años, el desarrollo intelectual está íntimamente ligado a su maduración cerebral.

Por esta razón hay niños que aprenden antes que otros a dibujar, escribir o leer, según estén más o menos maduros en su organización neuronal, y tengan más o menos destrezas motoras (corran, repten, salten). Cada niño es cada niño, y tiene su ritmo de desarrollo personal. Está claro que, con una estimulación abundante y adecuada, el desarrollo es más rápido y está mejor cimentado, pero no se trata de forzar el ritmo natural de la maduración, sino de estimularlo y reforzarlo. Por querer avanzar mucho en la enseñanza del pequeño, no madura antes. A veces, esas «angustias» por querer lograr genios capaces de competir y ganar desde pequeños consiguen todo lo contrario: el rechazo a la educación y desequilibrios importantes de personalidad. —María, ¿te has fijado en que el niño de Luisa va mucho más adelantado que el nuestro y con cinco años ya lee perfectamente? A ver si espabilamos a nuestro Manolín, que se va a quedar detrás. Estoy dispuesto a ponerle unas clases extra para que avance. —Yo lo tengo muy claro. Desde pequeño, mi hijo tiene que aprender de todo. Así que por las tardes, después del preescolar, le he apuntado a piano, tres días por semana; a

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Inglés los martes y jueves, y los fines de semana hará ballet y natación en el club. ¡Pobres niños! ¿Nos hemos olvidado de que los niños también necesitan jugar y estar con sus padres? El juego más divertido para los niños es aprender. Los padres son los mejores profesores de sus hijos pequeños.

No quiero decirte con esto que no valore el papel de los profesores de educación infantil, que realizan un trabajo importantísimo, sino que tus hijos aprenderán, sobre todo, de ti. —Y ¿qué puedo hacer? Te aconsejamos: — Saca partido a los fines de semana, vacaciones de verano y fiestas para que el pequeño desarrolle su motricidad, por ejemplo, mediante: • Ejercicios diarios de los diferentes patrones motrices: — Arrastre; — gateo; — croquetas; — andar; — correr; — saltar; — dar volteretas. • Natación. Si aún no sabe nadar, puede ser un buen momento para que aprenda y adquiera seguridad y confianza en el agua. • Juegos que supongan poner en práctica habilidades motoras, como la bicicleta, los bolos, juegos con pelotas, los patines, el pimpón… • Construcciones con piezas de distintos tamaños, colores y formas. Construcciones con arena. • Amasar con arcilla, arena, harina y agua. — No abuséis de la televisión. Una hora diaria ya es mucho. El exceso de TV impide la conversación y, sobre todo, genera pasividad. En estas edades, los niños aprenden, fundamentalmente, a través de su actividad. Mucho mejor que la TV es ponerles vídeos infantiles repetidamente. Les estás potenciando la memoria. — Como los idiomas son muy importantes y tu marido, probablemente, habla el mismo que tú, piensa si puedes contratar una «aupair» que hable inglés, alemán u otro idioma que quieras que tu hijo aprenda. También podéis jugar a aprender una palabra en inglés cada día, para eneñársela el uno al otro. — También la música tiene su interés, por lo que supone de cultivo de la sensibilidad y mejora de la discriminación auditiva. Te sugiero que le acostumbres a oír música clásica, sambas, flamenco..., y que bailes con tu hijo. La música –con su letra– ayuda muy directamente a entender y pronunciar correctamente otros idiomas.

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Sin clases especiales y jugando le puedes iniciar en idiomas, danza, natación, bicicleta, música...

Jugar a pensar y a comprender —Yo charlo mucho con mi hijo. Y me doy cuenta de que piensa y comprende las cosas, aunque a veces me agote con su curiosidad. A veces, para descansar de sus preguntas, le sorprendo yo con mis preguntas y le planteo cuestiones para estimular su pensamiento. Ayer, al volver del colegio, como no encontraba las llaves de casa, le planteé qué podríamos hacer para entrar en casa si no tengo las llaves. Estuvimos charlando un buen rato. Él proponía soluciones e íbamos pensando si se podía hacer y por qué. Al final decidimos llamar a papá desde casa de la vecina. La verdad es que disfruto mucho con esos diálogos. Acabas de proponernos un buen Plan de Acción para jugar a pensar. Utilizas el juego de las situaciones hipotéticas como medio para enseñarle a razonar y pensar. Se pueden dedicar unos ratos a actividades de este tipo de vez en cuando. Durante la cena, cuando se viaja en coche, mientras se viste, etc. Alguien dijo que los niños son «científicos» sin saberlo. Desean averiguar cómo y por qué funcionan las cosas. Se puede desarrollar esta tendencia natural en cualquier lugar, en la cocina, en la bañera, durante un paseo... —Vamos a jugar a pensar cómo crecen las flores. —Pues debajo de la tierra, mamá. —Eso es. Mira, mamá va a plantar estos granitos de trigo en una maceta y verás cómo, dentro de unos días, empieza a salir para afuera. Tú te vas a encargar de regar la maceta. —¿Ves cómo ha crecido el trigo? Cuando es mayor y se pone amarillo tiene muchas semillas. Y con esas semillas se hace el pan. Un día de estos vamos a ir a un horno de pan para que nos enseñen cómo se hace. —¿Y las flores cómo crecen? —Igual. ¿Quieres que plantemos semillas de flores? Los puzzles, los juegos de cartas y manualidades (coser, hacer barro, pintar...) te pueden ser muy útiles en este sentido. —Juanito, vamos a jugar a las cartas de familias. Gana el que consiga más miembros (padre, madre, abuela, abuelo, hijos y nietos) de cada una de ellas.

El desarrollo de la imaginación y la creatividad, la atención y la memoria Ten en cuenta que estás ayudando a tus hijos a que, cuando vayan creciendo, comprendan la física, la química y las ciencias en general. —Tengo un hijo de cinco años. Cuando empezó a ir al colegio, con tres, las profesoras me decían que era demasiado parado, que le costaba hacer las cosas bien. Preocupados, mi mujer y yo nos fuimos a consultar a un pariente pedagogo sobre la conducta de nuestro hijo.

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Nos recomendó que se entretuviera con juegos creativos. Nos dijo que había visto demasiada televisión, sentado, sin movimiento y no sabía participar en juegos en los que tuviera que discurrir. Enseguida nos pusimos manos a la obra. A partir de ese momento hicimos que jugara con nosotros a interpretar cuentos de Caperucita, Cenicienta...; le compramos plastilina y barro para que moldeara unas veces lo que se le ocurría y otras lo que le decíamos; le enseñamos a jugar con Legos. Le dedicamos más tiempo y estamos muy contentos de habernos dado cuenta de que no lo estábamos haciendo bien. El trabajo nos ha merecido la pena con creces. Ahora, nuestro hijo es un niño espabilado e inteligente. En el colegio dicen que están también muy contentos con él porque es activo y hace bien las cosas que le ordenan. ¡Menudo cambio!... Esta anécdota habla por sí sola. Puedes creerlo, es así de sencillo. Te sugiero algunas actividades más: — Felicita a tu hijo cuando construya algo, como una cabaña con dos sillas y una manta, dile que piense cómo lo puede mejorar. — No tires las cajas vacías, retales de tela, cintas, gomas... Pueden convertirse en unos magníficos recursos didácticos. — Anímale a pensar cómo podéis decorar su habitación. — Aprovecha los paseos que des con tus hijos. Enséñale los nombres de las cosas, que las vea, que las toque, las huela, las escuche. Que te cuente lo que siente y a qué se le parece. Enséñale a observar con atención.

—Tengo una hija en segundo de preescolar. El otro día tuvimos una reunión de padres con la profesora del curso de la niña, que nos comentó algo que nos dio mucho que pensar. Nos dijo que llevaba casi veinte años en la enseñanza de preescolares y observa que cada año es más bajo el nivel de atención en los críos de 4 y 5 años. Nos pidió por favor que no les dejemos ver tanta televisión en casa. El niño tiene que aprender a concentrarse en algo determinado, observar atentamente y contemplar, recreándose en lo observado. Los pequeños centran su atención muy poco tiempo, pero ese tiempo puede ir aumentando con el ejercicio. Mírale cuando le hables y que te mire cuando te habla.

— Cuando salgas con tu hijo por la calle o por el campo, haz que se acostumbre a admirar lo que veis y pregúntale o hazle comentarios sobre las cosas. —¡Qué pastor alemán tan bonito! ¿Verdad que tiene mucho pelo?, ¿y de qué color es, Juan? —Es blanco y negro. No es malo, ¿verdad? —No, ¿no ves que está moviendo la cola para que le acaricies? —¡Qué árboles tan altos! ¿Cuántos años crees que tendrán?

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—¿Como tú, mamá? —No, yo creo que como la abuelita. Y ¡mira qué hojas tiene! —Sí, son muy raras y duras. —Acércate a ver si huelen. —Sí, mamá, qué buen olor. Se parece a los caramelos. —Es que es un eucalipto. Para aprender, además de ver, tiene que hacer.

Si por tener prisa lo haces tú casi todo, no aprenderá. Tampoco se trata de pensar «que se las arregle solo». Tu labor es estar cerca de tu hijo, pero dejándole equivocarse. Por ejemplo, cuando el pequeño se tenga que vestir, le dejas solo en su habitación con toda clase de instrucciones sobre cómo se ponen los calcetines, y el traje. De vez en cuando entras para echar una ojeada. Aprende a estar a mano para todo lo que pueda necesitar tu hijo. Limítate a permanecer detrás de él para asesorarle. No le agobies haciendo todo por él. Es más capaz de lo que te imaginas, pero necesita un voto de confianza por tu parte. Tu hijo necesita saber que puede contar contigo siempre, pero que puede actuar por sí mismo porque es capaz de hacerlo. El niño aprende imitando.

Y el mejor modelo son los padres. En estos años tienen una gran facilidad para memorizar. ¡Aprovéchala!

y además estás potenciando una buena memoria para toda su vida. —Pero ahora dicen que la memoria no sirve para nada, que lo importante es comprender. Por supuesto que es muy importante comprender, pero también es esencial acostumbrar al niño desde pequeño a memorizar. Con el desarrollo de la memoria, los niños asimilan numerosísimas informaciones. Además, memorizan con suma facilidad, y les gusta aprender poesías, canciones, trabalenguas, acertijos, oraciones... Además, si conversas con él, le puedes ayudar a comprender mejor lo que ya ha asimilado. Te pondré un ejemplo: Carla ha rezado varias noches seguidas el Padrenuestro con su hija. Ya lo sabe de memoria. —A ver, Fina, ¿dónde está el Padre nuestro? —En el Cielo. —Muy bien. Y ¿dónde se tiene que hacer su voluntad? —En el Cielo y en la tierra.

Potenciando el lenguaje 81

El mejor modo de enseñar a hablar bien al hijo es hablarle bien, con naturalidad, para que copie de nosotros la estructura del idioma. Hemos de hablar sin afectación, sin imitar sus errores, aunque sean graciosos, y presentándoles el modelo correcto. Ellos aún no conocen todas las reglas. —Mamá, la vecina tenió un bebé. —Sí, Paco, la vecina tuvo un bebé. Lo tuvo ayer. No se consigue nada riñéndoles por estos errores. Lo importante es presentarle el modelo correcto, para que lo pueda asimilar. La investigación educativa de los últimos años ha puesto de manifiesto que muchos niños pueden aprender a leer con 4 ó 5 años perfectamente, sin esperar a ingresar en la Educación Primaria. Es más, comenzar la Primaria sabiendo leer bien es el mejor camino para el éxito escolar. Saber leer bien facilita el éxito escolar.

¡No olvides que es verdad! Puedes alentar el aprendizaje de la lectura de tu hijo. Alentar, nunca forzar, ¿cómo? — Leyéndole los carteles de los comercios cuando vais por la calle. Jugar a leer las etiquetas de los frascos, botellas, botes de conservas. — Leyéndole cuentos y narraciones en voz alta. Y además repíteselos cinco o seis veces. Y no solo por la noche, ya que es muy interesante que la lectura vaya seguida de una conversación sobre qué le gustó de la lectura, las ilustraciones que más le gustan, etc. — Enseñándole palabras escritas con letras grandes, de las que utiliza habitualmente. Empieza por palabras de cinco o seis letras. — Fabrica una «baraja de palabras» con la que jugar con el niño. — Escribirle al niño. Su nombre en la puerta de su habitación, un cartelito con el nombre del objeto, a la vista: armario, televisión, cocina, espejo... Escribirle una carta para él y leérsela. Ayudarle a escribir una tarjeta para su fiesta de cumpleaños o una carta a los abuelos. — Cuando vaya aprendiendo a leer palabras y frases, disfruta oyendo cómo lee. — Que él vea que tú también disfrutas leyendo. Perdóname que te insista, pero me parece muy importante: Fomenta su deseo de aprender a leer, házselo muy atractivo, rodéale de ocasiones, pero no le fuerces.

Jugar a leer ha de ser lo más divertido. Nunca ocasión de reprimendas o malas caras. A continuación te recomiendo algunos libros especialmente interesantes para estas edades: Historia de una manzana roja, Lööf. Ed. Miñón o Susaeta. Col. «La sirena», Ed. La Galera. La bruja que iba en bicicleta, E. Abeyá. Ed. La Galera. El pirata Higinio, Mª A. Bugunya. Ed. La Galera.

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Los amigos de Dumpi, P. Ateka. Ed. Izar. El cumpleaños de Ofelia, P. Ateka. Ed. Izar. La estrellita, M. Company. Ed. Toray. Col. «Garabato», Ed. Susaeta. El poni, el oso y la estrella, S. Heuck. Ed. Juventud. El poni, el oso y el manzano, S. Heuck. Ed. Juventud. El nuevo amigo, L. de Brunhoff. Ed. Debate. Col. «Tras la huella», Ed. Rialp. ¡Cuidado, un dinosauro!, S. Cedar. Ed. SM. El pájaro flautista, M. González. Ed. Susaeta. El bosque de las mil sombras, M. Damjan. Ed. Lumen. La montaña de los osos, M. Bolliger. Ed. SM. Pedro y su roble, C. Levert. Ed. Miñón o Susaeta. El niño que quería volar, F. Pierini. Ed. Miñón o Susaeta. ¿Me cuentas un cuento?, M. Company. Ed. SM.

Los niños y los números A los niños y niñas de esta edad les encanta aprender matemáticas. Solo necesitan tener alguien con quien jugar a los números para aprender a contar objetos. Contar es mucho más que repetir en orden los números del 1 al 20 para admiración de la visita de turno. Si no sabe cuántas personas hay en la sala de estar, no sirve para mucho. El mejor modo de captar el concepto de número es manipulando objetos: caramelos, piedrecitas, bolígrafos, y agruparlos. Influye mucho el uso que hagáis de los números que va aprendiendo. Podéis, por ejemplo, jugar a buscar un número en las matrículas de los coches. Pero las matemáticas son mucho más que los números. Podéis jugar con vuestros hijos a: — Comparar objetos: más grande, más alto, más largo, más lleno. — Agrupar, en montones de cinco o de seis objetos, las prendas de vestir de un color, o blancas, ayudando a mamá que va a planchar... — Ordenar en secuencia de más largo a menos largo, de más grande a más pequeño, etcétera. — Aprender a leer algunas horas en el reloj, por ejemplo, las de las comidas, o la de ir y volver del colegio. — Jugar a construir con Legos. — Conocer sus datos personales: años, kilos de peso, centímetros de altura, talla de zapatos, etc. Piensa la cantidad de actividades de este tipo que se pueden hacer con botones viejos de distintos colores, formas, tamaños... O lo que puede ayudar un juego como el parchís, en el que está todo el rato contando, o el dominó.

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—En casa he montado un pequeño bingo, con los números del 1 al 9. Y juego con mis hijos pequeños. Yo saco una ficha y «canto» el número. Ellos tienen una cartulinita con los números en tres filas. Les hace bastante ilusión. —Pues yo he recortado siluetas de pies. En cada una de ellas he escrito un número, del 1 al 20. Las distribuyo en orden por el suelo y juego con los niños a ir siguiendo las huellas diciendo en voz alta los números, para que los aprendan en orden. He pensado que, cuando ya lo hagan bien, jugaremos a ordenarlas. Muy bien, ya veo que estáis hechas unas magníficas profesoras de matemáticas.

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CAPÍTULO 7

Alumno de la escuela infantil Cuando tu hijo se incorpora por primera vez a un centro escolar, la vida familiar cambia. Dispones de más horas para dedicarlas a tus otros hijos que continúan en casa, si los tienes. Atiendes tu trabajo con más tranquilidad, pensando que tu pequeño estará bien atendido. Comienzan las idas y vueltas al colegio o a la parada del autobús escolar. Y, sobre todo, estás menos tiempo con tu hijo, por lo que has de procurar Dedicar tiempo de calidad educativa.

La asistencia a centros de educación infantil es muy beneficiosa, ya que el niño aprende a: — Convivir y cooperar con otros niños; — compartir y transigir; — nuevas habilidades y destrezas; — valerse más por sí mismo; — comunicarse con más fluidez a través del lenguaje; — sentirse más seguro fuera del hogar, etcétera. Ya en esta etapa de la educación es importante que decidas con responsabilidad el centro al que llevas a tu hijo. Piensa qué educación le quieres dar y busca el centro que te ayude a ello. Infórmate bien. Pide que te expliquen el Proyecto Educativo o el Ideario del colegio o escuela. Fíjate, entre otras cosas, en: — La calidad de los objetivos, profesorado e instalaciones. — Si los profesores trabajan en equipo. — Si hay cauces previstos para promover una relación frecuente con los padres. — Si ayudan a los niños a adquirir autoestima, demostrando respeto por ellos. — Si el ambiente colegial es alegre y estimulante. — Si están al día en técnicas educativas.

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La elección del primer colegio de tu hijo es importante. Piénsalo bien.

Influye más en el futuro de tu hijo la elección de un buen colegio, ahora, que la elección de una buena Universidad dentro de unos años.

Antes de ir al colegio Si tu hijo de cuatro años comienza a ir a la escuela, como los mayores, o cambia de centro infantil, interesa que prepares su ingreso previamente. Para él es muy importante. — Visita el centro con antelación, con tus hijos, para que se familiarice con el colegio, y –si es posible– con la maestra que le atenderá. Es frecuente que pierda el miedo al saber a dónde va. Cada vez es más frecuente que los centros educativos organicen días de visita o «de puertas abiertas» con esta intención. — No le hagas estrenar ropa ni zapatos para ir al colegio. La ropa nueva puede ser incómoda, y los zapatos nuevos molestarle. ¡Bastante tiene con estrenar colegio! — Busca un vecino, un niño conocido de más edad u otro niño que él conozca, para ir juntos. — Prepárale una pequeña mochila para que pueda llevar algunos papeles, el jersey, etcétera. — ¡Identifícalo! Una tarjeta cogida al baby con un imperdible en el que figure su nombre, dirección, teléfono y parada de autobús. Mejor si se lo sabe de memoria.

El primer día de clase Ana y Javier llevan una semana de nervios pensando que su precioso Toño, de cuatro años, va a asistir por primera vez a un colegio. Lo tienen todo listo, el uniforme y una mochila de un oso muy mono que la abuela, que está a por todas, le ha regalado. —Hay que ver cómo pasa la vida –comenta Ana–, si parece que fue ayer cuando fui a la clínica con dolores de parto, y resulta que mañana empieza el colegio... La noche anterior, por supuesto, ni papá ni mamá pegan ojo. El despertador suena a las ocho, aunque da lo mismo: Ana lleva levantada dos horas. Lo primero que hacen es ir al cuarto del primogénito, que duerme a pierna suelta. —¡Qué pena! ¿Y si lo dejamos que duerma? —Ni hablar. Como el primer día lo dejemos en la cama, al final, se convertirá en una rutina diaria. Un día porque le duele el pie, otro porque se acostó muy tarde la noche anterior... Toño es levantado, lavado, vestido, desayunado y, sobre todo, besado. ¡Qué rico está con su baby azul y su mochila! Como es el primer día, papá y mamá lo llevan al colegio. Y por supuesto, no pueden faltar la cámara fotográfica y el vídeo para inmortalizar a Toño en su estreno colegial. Si tu hijo, durante sus primeros años, no ha asistido a una guardería, el colegio será el primer lugar donde establezca relaciones sociales con otros niños que no son sus hermanos ni conocidos de mamá.

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Algunos consejos Es importante que estéis atentos al cambio de comportamiento que puede producirse en tu hijo al comenzar a asistir a un colegio. —Mi hija era una cría simpatiquísima hasta que empezó a ir al colegio. Se ha vuelto huraña y agresiva, me parece que no se adapta a los niños de su clase. Otros niños, en cambio, mejoran notablemente su carácter. —A mi hijo le ha venido de maravilla empezar a ir al colegio. De ser un niño muy arisco, ahora da gusto tratar con él. Y es que la convivencia con otros niños enseña y educa mucho. Si notas que tu hijo se muestra irritable desde que asiste al colegio: — Trátalo con mucha paciencia y amor. Para él todo es nuevo. Deja de ser por unas horas el hijo de papá y mamá, que lo quieren tanto, para convertirse en un alumno de una clase de un profesor, con un buen número de compañeros más, que no conoce de nada. — Habla mucho con él. No dejes que pase un día sin que te cuente todo lo que ha hecho. Es muy fácil: preguntas. Aprovecha el momento de irse a la cama y el de llevarlo o traerlo del colegio para que te cuente sus preocupaciones. —Desde que mi hija va al colegio y está más horas fuera de casa, utilizo el trayecto de idas y vueltas al cole para hablar con ella y que me cuente todo lo que hace en su clase. Es un buen sistema. En el coche charlamos mucho y, si tiene alguna preocupación, se la puedo resolver y dejarla más tranquila. Ya voy conociendo las reacciones de mi hija. Cuando tiene alguna preocupación, por la mañana llora porque no quiere ir al colegio. Entonces ya sé que pasa algo, y le pregunto: —¿Qué te pasa?; —¿te ha hecho algo algún niño?; —¿has roto el baby?; —¿no has sabido hacer algo en el colegio? Y así una larga lista de preguntas, hasta que doy con la clave del disgusto: Tiene clase de baile y no le salen bien los pasos. —Es que no quiero ir al baile que no sé. —Eso también me pasaba a mí, pero no te preocupes, hija, que no pasa nada. Nadie te va a reñir v mamá menos porque sabe que te esfuerzas... A partir de esta tarde, si quieres, vamos a ensayar en casa con música y verás cómo mejoras. — No le riñas ni le ridiculices si te aparece con unos pantalones o traje distinto al que llevaba al salir de casa. Adviértelo en el colegio y ya está. Seguro que hay alguien más a quien le pasa lo mismo esa tarde. — Intenta ser lo más puntual posible al recogerle. Para tu hijo, esperarte dos minutos más de la hora fijada puede hacerse eterno. —Tengo treinta años y recuerdo con horror cuando las madres de los niños iban recogiendo a mis compañeros y yo me quedaba sola esperando en la clase de preescolar a que viniera la tata a buscarme. Me entraba una angustia tremenda. No quería ir al colegio, solo por la idea de pensar que algún día no iban a venir.

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— Procurar ser uno de vosotros los que vayáis, siempre que sea posible, a recoger a vuestro hijo al colegio o a la parada del autobús. — Tengo un hijo en el colegio y, cuando entro en clase para buscarlo, me emociona ver la cara de felicidad y satisfacción que pone, como diciendo «mirad todos a mi mamá». — Mantén un contacto frecuente con la profesora de tu hijo. Mejor si acudís los dos a charlar con ella. Llevad la entrevista preparada y contadle lo que veis en casa, sus logros, sus dificultades, lo que os preocupa. Ella es una profesional de la educación: Escucha con interés los consejos de la profesora.

— Asiste a las reuniones para padres que organice el colegio. Eso os ayudará a proporcionar a vuestro hijo una educación coherente en la familia y la escuela. Mejor si vais los dos, pero también es mejor ir uno solo que ninguno. — Si dispones de algún tiempo libre, ofrécete a la profesora de tu hijo para colaborar con el colegio: podéis participar en la decoración de la clase, ayudar a confeccionar materiales didácticos, preparar disfraces para las dramatizaciones... y pasar unos ratos muy agradables siendo muy útiles. La relación con el colegio es muy importante. ¡Cuídala!

Los compañeros Conviene estar pendientes, sobre todo al principio. Por muy atenta que esté la profesora a lo que suceda en clase, algunos niños más movidos o inquietos pueden molestar y hacer sufrir a vuestro hijo. —A mí, de pequeña, me tuvieron que cambiar de clase, porque había unas niñas que me hacían la vida imposible. Se metían conmigo porque llevaba gafas y me costaba hacer las cosas. Por lo visto me llegué a poner hasta mala y no quería ir de ningún modo al colegio. —Pero qué exageración. Hoy día ya no suceden estas cosas. Los niños lo pasan fenomenal y ninguno se siente desplazado. Por supuesto que la gran mayoría de los chicos de 4 y 5 años van encantados a la escuela, pero ten en cuenta que pueden pasarlo muy mal si se encuentran con niños: • Envidiosos: —«Qué abrigo más feo tienes. El mío es mucho más bonito.» • Egoístas: —«Esto es mío y no te lo dejo.» • «Chinches»: —«Eres tonto, eres tonto.» • «Acusicas»: —«Seño, Luis se ha hecho pis, es tonto.»

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Con todas estas actitudes, tu hijo puede sufrir. Y no son infrecuentes en niños de esta edad. Si tu hijo está triste puede ser debido a que algún niño le hace pasar malos ratos. Averígualo y habla con la profesora. Ella, mejor que nadie, sabrá qué hacer con esas cosas de niños y solucionará el conflicto. Interésate por sus compañeros de clase. Pueden serlo durante muchos años. Te sugiero que, cuando des una fiesta infantil, con motivo de su cumpleaños –por ejemplo–, no invites solo a los primos y a los vecinos. Dile a tu hijo que te diga los nombres de unos cuantos niños de su clase para invitarlos. Pídele los teléfonos de esos niños a la profesora, para no despertar envidiejas entre los que no invitas y solo te queda esperar que aparezcan en tu casa, con sus madres, seguramente. Será una ocasión estupenda para conocer a otras madres y a algunos compañeros de tu hijo.

Los cimientos de la laboriosidad Hasta el momento, tu niño había tenido obligaciones caseras, como obedecer a mamá, regar las plantas... Ahora tiene, además, que cumplir un horario. Vosotros tenéis que ayudarle para que lo respete y empiece a desarrollar el hábito del trabajo bien hecho, con alegría. ¿Quieres preparar a tu hijo para que sea un buen estudiante?: — Procura que no falte al colegio si no es por enfermedad o un motivo muy especial. — Elogia sus trabajos escolares. Que se sienta importante por ir al colegio a trabajar y jugar. — Destina un lugar de su habitación para libros entretenidos, aunque aún no sepa leer. Repasa esos libros con él. Léeselos y comenta las ilustraciones. Dile que pronto te los podrá leer él a ti. — Empieza a crearle un hábito de trabajo, aunque al principio solo pinte y recorte. Ponle una mesa-pupitre en su cuarto con una silla cómoda. — Fomenta la constancia. Que poco a poco se vaya acostumbrando a acabar las cosas que empieza. — No te olvides siempre de felicitarlo por el trabajo bien hecho. El futuro buen estudiante se empieza a formar en sus primeros años de colegio.

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PARA PENSAR PARA ACTUAR…

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Para recordar... Propónte y lleva a cabo Planes de Acción para la mejora familiar. Pensar en vuestra familia y también en cada uno de tus hijos muy especialmente.

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Para leer... Juan José Javalones, El arte de enseñar a amar. Col. Hacer Familia, n° 82. Ed. Palabra.

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Para pensar... — ¿Cuántas veces hemos hablado con los hijos sobre el tema de la sexualidad? — ¿Qué temas nos quedan por abordar? — Es mejor llegar un año antes que un día después.

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Para hablar... Temas para hablar entre los padres: • Comentar y profundizar en los temas expuestos en el punto anterior. Temas para hablar con los hijos: • Sobre la sexualidad: ver capítulo 4° del libro «El arte de enseñar a amar»... los seis primeros años.

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Para actuar... PLAN DE ACCIÓN (Generosidad) SITUACIÓN: La familia Carpio, Lucre y Santiago, tiene dos hijos, Pedro y Antonio de 5 y 6 años. Están contentos con ellos, pero les gustaría que se llevaran mejor. En ocasiones surgen rivalidades entre ellos sin mucha importancia pero quieren que no se produzcan o, al menos, que sean excepcionales. Son generosos, pero crecer en el hábito de la generosidad siempre es bueno. OBJETIVO: Generosidad. MEDIOS: Conseguir que, fomentando la generosidad entre los dos hermanos, se presten sus juguetes y jueguen juntos sin pelearse. También habrá que aprovechar el inminente cumpleaños de Pedro para que, con ocasión de los nuevos regalos, preste a Antonio alguno de sus viejos «tesoros». Por último, una buena idea sería que jugaran a menudo al fútbol con su padre, formando equipo los dos hermanos. MOTIVACIÓN: A Pedro le explicaron lo contenta que se pondría mamá si prestara sus juguetes a su hermano. También su hermano Antonio estaría más contento. Santiago les dijo que, si jugaban juntos sin enfadarse, el domingo jugarían un partido de fútbol: ¡los dos contra él! UNA HISTORIA: El sábado celebraron el cumpleaños de Pedro. Vinieron sus amigos y tuvo algunos regalos. Cuando se fueron los invitados, aprovechando lo contento que estaba, sus padres le animaron para que prestase a su hermano el viejo coche de juguete que siempre le estaba pidiendo Antonio. Pedro aceptó y Antonio estaba entusiasmado. El domingo se pusieron a jugar los dos con los regalos del cumpleaños. Antonio tuvo una rabieta: ¡se le antojaba todo! Papá se llevó a Antonio a otra habitación, habló con él y el percance se arregló. Por la tarde se fueron los tres a jugar al fútbol. Su padre les explicó que, siendo los dos del mismo equipo, debían pasarse la pelota. RESULTADO:

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Llevan tres semanas fomentando esta buena relación y poco a poco se ha ido notando la mejoría. Es un Plan de Acción de futuro respecto a la generosidad y de pasado respecto a la convivencia entre hermanos. Los padres han sabido tener paciencia y van por buen camino. No deben dejar de insistir en sus objetivos durante algún tiempo.

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GUÍA DE TRABAJO

Nº 23 A

TUS HIJOS DE 4 A 5 AÑOS

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Comprende los capítulos 1 y 2. OBJETIVOS: — Fomentar la autoestima. — Demostrarles a los hijos que los queremos. — Castigar con amor y eficacia. Solo cuando sea necesario. TRABAJO INDIVIDUAL: 1º Una lectura rápida y otra lenta marcando lo importante. 2º Apuntar las dudas que surjan en la interpretación del texto. 3º Fomentar la autoestima en las personas nos da seguridad, en los niños también. Propónte alabarle sus logros y felicitarle. Apunta en esta guía las tres próximas veces que lo hagas y hazlo más veces. 4º Te propongo un Plan de Acción para tu familia: «Durante una semana, todas las órdenes y las peticiones se harán en voz baja». Es más eficaz. Anota una anécdota y repítelo más veces. 5º Más sobre la seguridad. Es muy importante que tus hijos sepan que los quieres mucho y esto conviene demostrárselo repetidamente. En las páginas 58 y siguientes encontrarás sugerencias. Haz un Plan de Acción de pasado, anótalo. 6º Saber castigar bien educa a los hijos y aumenta la autoridad de los padres. Lee despacio las páginas 85 a 94, y propónte mejorar en este campo. ¡En las tres primeras ocasiones lo haré bien!, puede ser un Plan de Acción de pasado, anótalo. 7º Como ejercicio anota en la guía qué condiciones debe de cumplir una Educación Eficaz para que se genere Sinergia Positiva. Escribe dos ejemplos concretos. TRABAJO EN GRUPO: 1º Tratar de aclarar las dudas de interpretación que hayan surgido al leer el texto. 2º Contar las tres anécdotas que sobre la Autoestima has anotado en tu guía individual. 3º Exponer los resultados obtenidos en la campaña de hablar en voz baja y pedir las cosas en voz baja. 4º Contar los Planes de Acción realizados como consecuencia de castigar con cariño y eficacia. 5º Comentar otros Planes de Acción realizados durante el último mes. 6º Seleccionar los tres mejores Planes de Acción aportados en esta sesión. 7º Recordar entre todos los asistentes cuál es la esencia de la Educación Eficaz. Poner cada uno de los asistentes un ejemplo de Sinergia Positiva y otro de Sinergia Negativa. 8º TRABAJO OPCIONAL: Hacer una lista de cuentos y vídeos educativos que, según vuestra experiencia, son eficaces para educar en estas edades y contar los puntos

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fuertes de cada una de ellas.

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GUÍA DE TRABAJO

Nº 23 B

TUS HIJOS DE 4 A 5 AÑOS

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Comprende los capítulos 3 y 4. OBJETIVOS: — Dialogar más con los hijos. — Educar en «FUTURO». — Educar con alegría. TRABAJO INDIVIDUAL: 1º Una lectura rápida y otra lenta marcando lo importante. 2º Apuntar las dudas que surjan en la interpretación del texto. 3º Los hijos necesitan hablar con sus padres a solas y en tertulia. Repasa el capítulo III y haz un Plan de Acción para hablar más con tus hijos. 4º Educar en FUTURO es darle hoy lo que va a necesesitar mañana, es prevenir, es una educación rentable. Haz un Plan de Acción de futuro. (Ver páginas 128 a 131.) 5º Hay que educar con alegría, disfrutando cuando se educa. En las páginas 136 a 140 encontrarás muchas sugerencias para hacer Planes de Acción concretos. Inventa uno o dos. 6º En el último número publicado de la revista «HACER FAMILIA» busca la sección: «Escuela de Familias», lee todos los Planes de Acción que trae, inspirándote en uno de ellos haz tu propio Plan de Acción y ponlo en práctica. Llévate la revista a la reunión del grupo. 7º Repasa la Nota Técnica IEEE - 100. Anota dos temas que debes mejorar en tu grupo. TRABAJO EN GRUPO: 1º Tratar de aclarar las dudas de interpretación que hayan surgido al leer el texto. 2º Contar las anécdotas sobre las conversaciones y tertulias que habéis tenido con vuestros hijos. 3º Aportar cada uno de los asistentes dos ejemplos de Objetivos de Planes de Acción de FUTURO, seleccionar los dos más sugerentes y anotarlos en la guía de trabajo. 4º Comentar otros Planes de Acción realizados en el trabajo individual. 5º Seleccionar los tres mejores Planes de Acción aportados en esta sesión. 6º Aportar y comentar cada asistente los dos temas que seleccionaron al leer la Nota Técnica IEEE-100. Tomar las medidas oportunas para cumplir lo mejor posible con los consejos de dicha Nota Técnica. 7º TRABAJO OPCIONAL: Leer en voz alta la sección «Escuela de Familias» de la última revista publicada de HACER FAMILIA. Escoger la sugerencia más útil y el Plan de Acción que más os puede ayudar. Escribirlo en la guía.

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GUÍA DE TRABAJO

Nº 23 C

TUS HIJOS DE 4 A 5 AÑOS

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Comprende los capítulos 5,6 y 7. OBJETIVOS: — Mejorar la relación social. — Los buenos modales en la familia. — Potenciar la inteligencia. TRABAJO INDIVIDUAL: 1º Una lectura rápida y otra lenta marcando lo importante. 2º Apuntar las dudas que surjan en la interpretación del texto. 3º Si quieres que tu hijo adquiera hábitos de relación social y compañerismo, enséñale a… etc. Lee detenidamente las páginas 150 y 151. Inspirándote en su contenido haz un Plan de Acción para mejorar la relación social de tu hijo. 4º Los buenos modales es un amplio campo para mejorar. La mejor edad es entre cuatro y seis años. Lee las páginas 155 a 157 y haz un Plan de Acción. 5º Potenciar la inteligencia de una persona es un buen principio para facilitar el éxito escolar. Leer bien y saber contar es una buena base. Haz dos Planes de Acción: 1º para potenciar la buena lectura y 2º para aprender a contar mejor. Lee el capítulo VI: ¿Cómo potenciar la inteligencia? 6º Recuerda en qué consiste la teorÍa «Z». Aplícala a tu familia jugando entre todos a juegos educativos. Anota dos experiencias. TRABAJO EN GRUPO: 1º Tratar de aclarar las dudas de interpretación que hayan surgido al leer el texto. 2º Relata las anécdotas que tengas de tus hijos sobre sus relaciones sociales y los buenos modales. 3º Cada uno de los asistentes expondrá dos objetivos de Planes de Acción para poten3º ciar la buena lectura y otros dos para contar mejor los números. 4º Comentar otros Planes de Acción realizados durante el último mes. 5º Seleccionar los tres mejores Planes de Acción aportados en esta sesión. 6º Recordar entre los asistentes en qué consiste la teorÍa «z» aplicada a la educación en la familia. Poner ejemplos de Objetivos de Planes de Acción basados en esta teoría. 7º TRABAJO OPCIONAL: Hacer una lista de juegos educativos, al menos 10, que fomenten en los hijos: Pensar, Razonar e Imaginar. Es un buen camino para tener éxito escolar en las ciencias. Contar vuestra experiencia y anotar las dos mejores.

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Índice Portada Créditos Introducción PARTE PRIMERA A: CÓMO SON NUESTROS HIJOS CAPÍTULO 1: Comportamiento y personalidad Personalidad más firme Le sucedió a Luis Tozudez Rebeldía Pataletas y rabietas Se defiende Yo también quiero Obsesiones, miedos y angustias Los celos Cambios repentinos Mamá, ¿te ayudo? Yo solo Es mío

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CAPÍTULO 2: Cómo puedo ayudarle a ser feliz El amor es lo más importante Cosas de niños y cosas de niñas Un entorno equilibrado, un ambiente alegre ¿Comprendes a tu hijo de 4 ó 5 años? Los niños introvertidos Los niños ariscos Los niños hiperactivos ¿Hacer o hacer hacer? Los amigos La seguridad ¿Maltratas a tu hijo? Las descargas de cansancio o tensión Como el patito feo Las comparaciones Culpable El niño mimado no es un niño feliz ¿Son buenos los castigos? Nivelados o con la motivación apropiada Para pensar, para actuar...

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PARTE SEGUNDA B: DIALOGAR CON LOS HIJOS CAPÍTULO 3: El diálogo La etapa de las preguntas La curiosidad La tertulia familiar Cómo le hablo de... Dios El nacimiento La muerte El diálogo para resolver problemas CAPÍTULO 4: ¿Cómo lo educo? Sois los mejores profesores de vuestros hijos Educar en futuro Educas en futuro si... Educar en pasado Educas en pasado si... Educar en presente Disfrutando de su educación Para pensar, para actuar... PARTE TERCERA C: CÓMO EDUCARLES

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CAPÍTULO 5: Cómo educar su voluntad Compañerismo Enséñale a ceder Enséñale a prestar sus cosas Enseñale a compartir Enseñale a participar Enséñale a saber ganar y perder Generosidad y espíritu de servicio Alegría, simpatía, amabilidad Buenos modales Saber perdonar y pedir perdón Fortaleza Sinceridad y confianza Sobriedad Obediencia Orden La educación en la fe ¿Cómo puedes enseñar a tu hijo a hablar con Dios? CAPÍTULO 6: ¿Cómo potenciar su inteligencia? Jugar a pensar y a comprender

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El desarrollo de la imaginación y la creatividad, la atención y la memoria Potenciando el lenguaje Los niños y los números CAPÍTULO 7: Alumno de la escuela infantil Antes de ir al colegio El primer día de clase Algunos consejos Los compañeros Los cimientos de la laboriosidad Para pensar, para actuar... Guías de trabajo Índice

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Índice Créditos Introducción PARTE PRIMERA “A”: CÓMO SON NUESTROS HIJOS CAPÍTULO 1: Comportamiento y personalidad Personalidad más firme Le sucedió a Luis Tozudez Rebeldía Pataletas y rabietas Se defiende Yo también quiero Obsesiones, miedos y angustias Los celos Cambios repentinos Mamá, ¿te ayudo? Yo solo Es mío CAPÍTULO 2: Cómo puedo ayudarle a ser feliz El amor es lo más importante Cosas de niños y cosas de niñas Un entorno equilibrado, un ambiente alegre ¿Comprendes a tu hijo de 4 ó 5 años? Los niños introvertidos Los niños ariscos Los niños hiperactivos ¿Hacer o hacer hacer? Los amigos La seguridad ¿Maltratas a tu hijo? Las descargas de cansancio o tensión Como el patito feo Las comparaciones Culpable 109

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El niño mimado no es un niño feliz ¿Son buenos los castigos? Nivelados o con la motivación apropiada Para pensar, para actuar…

PARTE SEGUNDA “B”: DIALOGAR CON LOS HIJOS CAPÍTULO 3: El diálogo La etapa de las preguntas La curiosidad La tertulia familiar Cómo le hablo de... Dios El nacimiento La muerte El diálogo para resolver problemas CAPÍTULO 4: ¿Cómo lo educo? Sois los mejores profesores de vuestros hijos Educar en futuro Educas en futuro si... Educar en pasado Educas en pasado si... Educar en presente Disfrutando de su educación Para pensar, para actuar…

PARTE TERCERA “C”: CÓMO EDUCARLES CAPÍTULO 5: Cómo educar su voluntad Compañerismo Enséñale a ceder Enséñale a prestar sus cosas Enséñale a compartir Enséñale a participar Enséñale a saber ganar y perder Generosidad y espíritu de servicio Alegría, simpatía, amabilidad Buenos modales Saber perdonar y pedir perdón 110

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Fortaleza Sinceridad y confianza Sobriedad Obediencia Orden La educación en la fe ¿Cómo puedes enseñar a tu hijo a hablar con Dios? CAPÍTULO 6: ¿Cómo potenciar su inteligencia? Jugar a pensar y a comprender El desarrollo de la imaginación y la creatividad, la atención y la memoria Potenciando el lenguaje Los niños y los números CAPÍTULO 7: Alumno de la escuela infantil Antes de ir al colegio El primer día de clase Algunos consejos Los compañeros Los cimientos de la laboriosidad Para pensar, para actuar…

Guías de trabajo Índice

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