Lo más bello que ha redescubierto la Iglesia en los últimos decenios es la centralidad de la Pascua y la Resurrección en
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Spanish; Castilian Pages 144 [141] Year 2018
Table of contents :
Índice
Advertencia editorial y litúrgica
Pórtico. Carta de envío
Tu rostro, mi Señor, tu santo rostro
Al fin será la paz y la corona
Ninguno se atrevía a preguntarle
No se apagó tu recuerdo
El agua pura, don de la mañana
El amor y la muerte han combatido
Un hombre verdadero
Despierta, Jerusalén
Contigo tu secreto en este día
Es la roca manantial
Cuando oyeron mis oídos
La tumba abierta dice al universo
Nuestro Pastor se ha alzado de la tumba
Por el camino divino
La muerte ha madurado de ternura
En vuelo de su vida va el Viviente
¡La paz!, dijo el Señor
Oh trance de Pasión, ahora gozo
Vence, Creador invicto
La eterna filiación se ha abierto en Pascua
Jesús se quedó dormido
Tú eres el que vives
Pues fuiste amado
Con el pan de sus manos
No cedió su cuerpo humano al polvo
Jesús aparecido en el camino
El ángel, centinela de la aurora
Memoria de Jesús radiante y clara
¡He visto a mi Señor!
¡Señor mío y Dios mío! Te confieso
Cuanto la lengua a proferir no alcanza
Estaba al alba María
Tu cuerpo es preciosa lámpara
Vives, Señor, entre los tuyos
El amor es más fuerte que la muerte
Abrid las puertas, hijos de los hombres
¿No serás tú, buen amigo?
La ruta de Emaús sigue los pasos
Simón, hijo de Juan
Jesús, ardiente cirio,
¡Oh llave de los misterios!
Oh muerte vengadora!
Tus llagas florecidas son descanso
Jesús, Hijo de Dios, presencia llena
Ya rompe el día, ya amanece
Pureza de la Iglesia, Cristo alzado
Tú serás, oh Cristo Vencedor
Rompió la luz la roca
¡Oh Rey de paz, hermano de los hombres!
Alzado, mi Señor, tu blanco cuerpo
Yo soy la nueva vida en el Espíritu
Retorna victorioso
Contemplarte en tu Ascensión
Cantemos al Espíritu de amor
El espíritu energía
Ya moras junto al Padre para siempre
Hoy desciende el Espíritu de fuego
Secreta historia del cielo
Espíritu entrañable, alto silencio
No ha amanecido aún el nombre exacto
El pozo de mi alegría
Alégrate, María, Virgen Madre
¡Abbá! dijo Jesús por vez primera
Rufino María Grández
Tú eres mi canto, Jesús Himnos pascuales
NARCEA, S.A. DE EDICIONES
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ÍNDICE
Pórtico. Carta de envío................................................. 11 Tu rostro, mi Señor, tu santo rostro............................... 14 Al fin será la paz y la corona......................................... 16 Ninguno se atrevía a preguntarle.................................. 18 No se apagó tu recuerdo.............................................. 20 El agua pura, don de la mañana.................................. 22 El amor y la muerte han combatido............................. 24 Un hombre verdadero.................................................. 26 Despierta, Jerusalén..................................................... 28 Contigo tu secreto en este día....................................... 30 Es la roca manantial..................................................... 32 Cuando oyeron mis oídos............................................ 34 La tumba abierta dice al universo................................. 36 Nuestro Pastor se ha alzado de la tumba...................... 38 Por el camino divino..................................................... 40 La muerte ha madurado de ternura............................. 42 En vuelo de su vida va el Viviente................................ 44 ¡La paz!, dijo el Señor.................................................. 46 Oh trance de Pasión, ahora gozo.................................. 48 Vence, Creador invicto................................................. 50 La eterna filiación se ha abierto en Pascua................... 52 Jesús se quedó dormido............................................... 54 Tú eres el que vives...................................................... 56 Pues fuiste amado........................................................ 58 Con el pan de sus manos............................................. 60 No cedió su cuerpo humano al polvo........................... 62 Jesús aparecido en el camino....................................... 64 El ángel, centinela de la aurora..................................... 66 © narcea, s. a. de ediciones 7
Memoria de Jesús radiante y clara................................ 68 ¡He visto a mi Señor!.................................................... 70 ¡Señor mío y Dios mío! Te confieso.............................. 72 Cuanto la lengua a proferir no alcanza......................... 74 Estaba María al alba..................................................... 76 Tu cuerpo es preciosa lámpara..................................... 78 Vives, Señor, entre los tuyos......................................... 80 El amor es más fuerte que la muerte............................ 82 Abrid las puertas, hijos de los hombres......................... 84 ¿No serás tú, buen amigo?........................................... 86 La ruta de Emaús sigue los pasos................................. 88 Simón, hijo de Juan..................................................... 90 Jesús, ardiente Cirio..................................................... 92 ¡Oh llave de los misterios!............................................. 94 ¡Oh muerte vengadora!................................................ 96 Tus llagas florecidas son descanso................................ 98 Jesús, Hijo de Dios, presencia llena............................ 100 Ya rompe el día, ya amanece..................................... 102 Pureza de la Iglesia, Cristo alzado............................... 104 Tú serás, oh Cristo vencedor...................................... 106 Rompió la luz la roca.................................................. 108 ¡Oh Rey de paz, hermano de los hombres!................. 110 Alzado, mi Señor, tu blanco cuerpo............................ 112 Yo soy la nueva vida en el Espíritu............................. 114 Retorna victorioso...................................................... 116 Contemplarte en tu ascensión ................................... 118 Cantemos al Espíritu de amor.................................... 120 El Espíritu energía...................................................... 122 Ya moras junto al Padre para siempre......................... 124 Hoy desciende el Espíritu de fuego............................. 126 Secreta historia del cielo............................................. 128 Espíritu entrañable, alto silencio................................. 130 No ha amanecido aún el nombre exacto.................... 132 El pozo de mi alegría.................................................. 134 Alégrate, María, Virgen Madre.................................... 136 ¡Abbá! dijo Jesús por vez primera............................... 138 Algunos datos de interés............................................. 141
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A Lidia la primera discípula de Jesús en Europa, “a quien el Señor abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo, y se bautizó con toda su familia” (Hch 16,14-15), y a todas las comunidades cristianas que tras ella cantan a Jesús resucitado.
Advertencia editorial y litúrgica De esta colección de Himnos siete han pasado al libro oficial de la Liturgia de las Horas, la edición típica aprobada por los episcopados de Colombia, Chile, México, Puerto Rico, República Argentina y República Dominicana y confirmada por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, previamente publicados por la Editorial Regina (hoy desaparecida) en los Himnarios citados. Estos himnos, de conocimiento público previamente publicados con introducción, letra y música, son:
Al fin será la paz y la corona (II Vísperas del Domingo de Pascua – Común de Pascua)
El agua pura, don de la mañana (Jueves para el tiempo de Pascua)
La tumba abierta dice al universo (Sábado para el tiempo de Pascua)
Cuanto la lengua a proferir no alcanza (Laudes de la Ascensión del Señor, comenzando por la segunda estrofa – Laudes para después de la Ascensión)
Estaba al alba María (Laudes del Domingo de Pascua – Laudes de los Domingos y Martes de Pascua, dividiendo las estrofas).
Tu cuerpo es preciosa lámpara (Laudes y Vísperas, dividiendo las estrofas, para los Viernes del tiempo de Pascua).
Retorna victorioso (II Vísperas de la Ascensión del Señor).
Hoy desciende el Espíritu de fuego (Laudes del Domingo de Pentecostés)
Algunos de ellos figuran en la Liturgia de las Horas publicada por la Conferencia Episcopal Española.
PÓRTICO
Carta de envío Mi querida Lidia: Alegría y paz. Adivinas con qué gozo íntimo te envío este Himnario, para decirte: Jesús ha resucitado. O, para decirnos, como se saludan en Pascua nuestros hermanos de Oriente: - ¡Cristo ha resucitado! (Christós anésti) - ¡Verdaderamente ha resucitado! (Alethôs anésti) Versos que han salido del corazón. Si alguna belleza tienen, es la belleza del amor. Puedes recibirlos como regalo de Pascua. Hace cuarenta años –fue en la Pascua de 1977– se me ocurrió felicitar la fiesta a los amigos con unos versos dirigidos a Jesús Resucitado.
Te felicito, oh Lirio belleza de primavera. Te felicito, purísima carne de Jesús, que quiebras la muerte oscura. Y te beso cual ningún amante besa; y te susurro, oh Dulcísimo, oh Dios mío: ¡Enhorabuena! Y con mis manos humanas © narcea, s. a. de ediciones 11
tus manos agarro prietas. Y otra vez quiero decirte: ¡Vencedor, bendito seas! ¡Felicidades! No más sino llorar yo quisiera, de tanto gozo los párpados hinchados. Hermano, ¡ea!, que a ti también te saludo con el ósculo de fiesta. ¿No es Jesús delicia y Pascua, no es él la mañana fresca del gozo de los humanos? Escanciad la copa, ¡venga!, y por siempre ramo verde los corazones florezcan. ¿Acaso muy ingenuo? Acaso… Como ves, querida Lidia, este esbozo lírico (me parece que sentido y verdadero) no es para llevarlo a la liturgia. A partir de entonces, hasta hoy, cuando llega Pascua mi corazón se llena de poesía, y escribo un himno con que felicitar, y que sirva para rezar. Aquí tienes una colección. No son todos. Algunos poemas que nacieron a la vera de la liturgia pasaron a los libros oficiales1. Cuando venga la hermana Muerte con un abrazo de paz y este peregrino rinda su cuerpo a la tierra (“polvo sí, mas polvo enamorado”, dijo en un soneto Francisco de Quevedo), acaso sigan 1 Mi
agradecimiento del todo particular al presbítero de la Iglesia de Barcelona, don Pedro Farnés Scherer, fallecido el 24 de marzo de 2017, a los noventa y un años.
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flotando en la bóveda de la iglesita de una comunidad orante unos versos que nacieron en un corazón que leyó el evangelio de la Pascua de Jesús. De cuanto he escrito, quizás la mejor herencia.
¿Qué es la Pascua? Lo más bello que ha redescubierto la madre Iglesia en esta profunda renovación que hay que contarla por múltiples decenios. La Pascua de Jesús es el eje de la Biblia, el eje de la teología, el eje de la pastoral, el eje de nuestra presencia en el mundo. Este librito no es para teorizar. Es simplemente para cantar, para exultar, para amar; o más bien, para dejarse amar, pues él nos amó primero. Amado lector, amada Lidia, queda en tus manos. La Madre del Señor, presente en la Cruz, que es misterio pascual, nos conduzca con ternura. Ella es la Madre de la Iglesia.
Rufino María Grández Capuchino, misionero de la Misericordia
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TU ROSTRO, MI SEÑOR, TU SANTO ROSTRO
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ste es un himno al santo icono del Señor. La experiencia del icono está en que, al mirarlo, se entra en comunión viva con la divinidad. Ahí está Jesús resucitado, ahí está el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cuando, tras largas horas de pincel amoroso, de ayuno suplicante y de oración contemplativa, el iconógrafo ha concluido su tarea, el icono es consagrado en la liturgia mediante una bendición y desde ese momento, sin firma (propiedad del amor universal), pasa a ser objeto de culto. El creyente que quiere besar al Señor, acerca el icono primero a su frente; quiere el ósculo del Verbo, pues solo porque Jesús nos ha besado podemos nosotros dejar el beso sobre el divino rostro. ¿Qué es la imagen de Jesús? Pensemos que Jesús es, él mismo, el icono del Padre, la proyección viviente de la divinidad. Él es “imagen de Dios invisible” (Col 1,15), “en él reside corporalmente toda la plenitud de la divinidad” (Col 2,29). El icono de Jesús, soporte de nuestra fe, nos hace entrar en comunión con esa imagen, que es él mismo, y el alma se llena de gracia.
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Tu rostro, mi Señor, tu santo rostro, tu luz, la eterna luz de tus pupilas, tu rostro corporal, exacta imagen del Padre y del Espíritu de vida. Tus ojos sí, dulcísimos, hermosos, venidos por los ojos de María, tus ojos: que me miren y me basta, que en ellos, si me miran, Dios me mira. La espesa cabellera que circunda tu frente esplendorosa y tus mejillas, tus labios, como un beso regalado, oh labios de perdón y de delicias. Tu imagen adorable en los pinceles, sagrado encuentro, bella epifanía, que invita a estar, mirarte y deleitarte, oh Dios de nuestra casa y compañía. Icono del Señor, oh sacramento que dice amor y hiere con herida, oh rostro del Señor, oh paz perfecta, en ti descubre el alma su semilla. ¡Oh Santa Trinidad que te revelas, visible en nuestra tierra en faz divina, la gran misericordia sea gloria, brillando en esa luz que deifica! Amén.
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AL FIN SERÁ LA PAZ Y LA CORONA
L
a resurrección de Jesús nos dilata el corazón hasta el cielo. Vivencias que el hombre de Pascua no puede contener. Esa explosión quiere saltar en el himno. El gozo de hoy nos lanza hasta al remate: la paz, la corona, las palmas sacudidas y un aleluya inmenso como el cielo. Los ojos del vidente lo contemplan: se abalanza el final feliz, el estrecho abrazo de los hombres, el amor perfecto del encuentro. Volvemos al “hoy” de la liturgia, que enlaza el pasado con el futuro. Hoy remonta el vuelo el sepultado. Volvemos al salmo de Pedro, predicando el acontecimiento pascual: “Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha” (Sal 16). Cristo incorrupto, dueño de la vida. Él nos penetra. Evocamos las epifanías del Resucitado. Se fue, pero volvía. Y así es hoy en la Iglesia. No estamos más distantes que María Magdalena. Su resurrección es un acto eternizado. Por eso otra vez al final ya es nuestra su historia que principia. Se rinden al Espíritu el tiempo y el espacio limitados. La vida es sacramento. Entra Cristo omnipotente. En él queda perdida la doxología litúrgica al Padre por el Espíritu. Amén.
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Al fin será la paz y la corona, los vítores, las palmas sacudidas, y un aleluya inmenso como el cielo para cantar la gloria del Mesías. Será el estrecho abrazo de los hombres, sin muerte, sin pecado, sin envidia; será el amor perfecto del encuentro, será como quien llora de alegría. Porque hoy remonta el vuelo el sepultado y va por el sendero de la vida a saciarse de gozo junto al Padre y a preparar la mesa de familia. Se fue, pero volvía, se mostraba, lo abrazaban, hablaba, compartía; y escondido la Iglesia lo contempla, lo adora más presente todavía. Hundimos en sus ojos la mirada, y ya es nuestra su historia que principia, nuestros son los laureles de su frente, aunque un día le dimos las espinas. Que el tiempo y el espacio limitados sumisos al Espíritu se rindan, y dejen paso a Cristo omnipotente, a quien gozoso el mundo glorifica. Amén.
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NINGUNO SE ATREVÍA A PREGUNTARLE
H
imno específicamente pascual, escrito originariamente para sumergirse en la liturgia del viernes de la octava de Pascua. Los evangelios de la octava de Pascua son todos evangelios de manifestaciones del Señor resucitado. El viernes, en concreto, el texto es de Jn 21,1-14. EI himno es una glosa meditativa de esta entrañable escena de san Juan. Invocamos al Señor de la mañana. Él es el amigo. Su mirada penetra el secreto del mar y de las almas. Tres veces le preguntamos al Señor admirativamente, no dudando, sino deleitándonos en la respuesta que sabemos: ¿Tú quién eres? ¡Era el Señor! y Pedro se arrojó al corazón de Cristo por las aguas. También nosotros sabemos, por el instinto del amor que infunde el Espíritu Santo, que es el Señor, y por eso celebramos nuestra liturgia como los apóstoles en torno al Señor.
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Ninguno se atrevía a preguntarle: “¿Tú quién eres, Señor de la mañana, amigo penetrante que conoces el secreto del mar y de las almas? ¿Tú quién eres, que aguardas a la orilla con el fuego y el pan sobre las brasas, que te acercas y entregas con tus manos una hogaza de pan y tu confianza? ¿Quién eres que contigo se está a gusto, y la amistad florece donde pasas? ¿Quién eres que con verte quitas dudas y al hogar de tu paz nos das entrada?”. Porque creyeron bien que era el Señor preguntarle su nombre no hizo falta. ¡Era el Señor! y Pedro se arrojó al corazón de Cristo por las aguas. Su bello rostro oculto está en el Padre, nuestras manos su cuerpo no le palpan; pero a gritos lo sienten nuestras venas: ¡Es el Señor, divina luz del alba! ¡Gloria a ti, que llegaste a la ribera, a traernos la gracia de tu Pascua! ¡Amor a ti, hermano victorioso, que nos amas y llenas nuestras barcas! Amén.
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NO SE APAGÓ TU RECUERDO
C
antamos la vida inmarcesible del Resucitado. Todo pasa, él permanece; “Tú eres el mismo y tus años no tendrán fin” (Hb 1,12). “Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo y lo será siempre” (Hb 13,8). Todo se pierde en la lejanía y el olvido; pero Jesús no. El olvido de los hombres no ha olvidado tu hermosura. Jesús vive. Ese es el mensaje pascual, esa es la experiencia cristiana, eso es lo que nosotros cantamos. A Jesús podemos tributarle una afirmación divina: Tú eres. Así simplemente. Pero podemos contemplar sus ojos eternos, su rostro que cubre la tierra y explayar amorosamente el contenido de ese enunciado infinito. Eres presencia y banquete, presencia eclesial y banquete pascual de Eucaristía. Eres lo que el hombre ansía, porque eres tú mismo. Le invocamos: Oh Viviente de los mundos. Este mundo y el mundo que viene. Él vive allí y acá. Todo es suyo, gozosamente suyo para nuestra dicha, oh Cristo, flor de la tierra, rocío, gracia, ternura... Este es nuestro Señor resucitado.
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No se apagó tu recuerdo perdido en la sepultura, no te fuiste sin retorno, muerto, por la senda oscura. El manto de muchos siglos no ha velado tu figura, el olvido de los hombres no ha olvidado tu hermosura. Eres con ojos eternos vida y sol desde la altura; tu rostro cubre la tierra, es paz en la guerra dura. Eres presencia y banquete, amor que por siempre dura, eres lo que el hombre ansía, Jesús de mi raza pura. Oh Viviente de los mundos, métenos por la hendidura de la casa de tu pecho, cielo de tus criaturas. Oh Cristo, flor de la tierra, rocío, gracia, ternura, con cantos te bendecimos, danos la gloria futura. Amén.
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EL AGUA PURA, DON DE LA MAÑANA
H
imno para los Laudes matutinos, y para unos Laudes con acentos de Pascua. El agua pura es el don de la mañana. ¡Felices los que podemos disponer con abundancia del don del agua! No todos pueden. La experiencia del lavatorio matinal, de esa agua que da brillo a nuestros ojos, vida a nuestro rostro, energía a nuestro cuerpo, puede evocar la experiencia bautismal. Al contacto con el agua pura el alma despierta y el ángel se acerca y dice: ¡Cristo resucita! Ya está el corazón templado para la celebración y el amor: ¡Cómo quieren las venas de mi cuerpo ser música, ser cuerdas de la lira! Desde esta vivencia humana y honda, que en nosotros es vivencia cristiana, recogemos el despertar de la ciudad trabajadora, que se apresta para la tarea diaria. Los motores y la prisa sean transformados en nuestra celebración en liturgia para el Señor. La fe nos dará el secreto. Por la fe veremos al Resucitado: Mirad cuál surge transparente... EI himno desea alcanzar al Resucitado. Que el despertar sea un despertar pascual, y que el trabajo del día dolor, gozo, amor esté todo él penetrado de la presencia fuerte del Señor.
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El agua pura, don de la mañana, da a los ojos el brillo de la vida, y el alma se despierta cuando escucha que el ángel dice: “¡Cristo resucita!”. ¡Cómo quieren las venas de mi cuerpo ser música, ser cuerdas de la lira, y cantar, salmodiar como los pájaros, en esta Pascua santa la alegría! Despierta la ciudad trabajadora, se llena de motores y de prisas; aquí nos llega el ruido acelerado que quiere ser liturgia matutina. Mirad cuál surge Cristo transparente: en medio de los hombres se perfila su cuerpo humano, cuerpo del amigo deseado, serena compañía. El que quiera palparlo aquí se acerque, entre con fe en el Hombre que humaniza, derrame su dolor y su quebranto, dé riendas al amor, su gozo diga. A ti, Jesús ungido, te ensalzamos, a ti, nuestro Señor, que depositas tu santo y bello cuerpo en este mundo, como en el campo se echa la semilla. Amén.
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EL AMOR Y LA MUERTE HAN COMBATIDO
¿Q
uién podrá cantarle como se lo merece? Jesús, Señor, no lleves a mal que nosotros te cantemos, que ya sabemos, sí, que eres más hermoso que la hermosura de nuestras palabras y melodías... Mas si te cantamos es porque, por ti, nos ha tocado en suerte una infinita partecita de tu hermosura. He aquí, una vez más, un canto al Hermoso, a ese cuerpo que resucitado fue el amor vencedor. Que el amor es más fuerte que la muerte y le vence a la muerte, ya lo dijo el Cantar divino (Ct 8,6) y lo han dicho todos los amantes locos y verdaderos. Pero esto hasta el presente solo se ha visto cumplido de modo acabado en Jesús. Ahí está su cuerpo perfecto, ahí está la Eucaristía, ahí está la gracia santificante. ¿No lo veis? Oh Jesús, desvela tu rostro, porque tú estás con nosotros, realmente estás. Descubre tu cabeza de Rey invicto, porque muriendo en la cruz eres nuestro Rey invicto. ¡Oh Jesús, amor y hermosura, a ti te cantamos!
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El amor y la muerte han combatido, y la muerte al amor no le ha podido. Fue el amor lo primero que el Padre quiso. ¡Ah!, qué cuerpo perfecto -tacto divinocon los labios y boca yo lo he comido, y esa sangre encendida yo la he bebido. La corona de espinas la frente ha herido, y de perlas preciosas quedó ceñido; reclinó la cabeza cual Rey invicto. Roja llama del día, fuerte latido, se quedaron los hombres de luz vestidos, y el pecado de Adán se fue al olvido. Es un canto de gloria el Cuerpo místico; todos gracias te dicen, ¡oh Jesucristo!, suave amor de la tierra, cielo ofrecido. Amén.
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UN HOMBRE VERDADERO
¡Q
uién pudiera hundirse en la humanidad de Jesús y poseerla! Jesús, el Señor, el Resucitado, hoy y ayer es un hombre verdadero, llegado hasta la cima de lo humano. Ecce homo! Un hombre verdadero o, mejor, el único y el ejemplar de todos. Y la santa resurrección de Jesús es la verdad de su humanidad, no la verdad apologética, sino la verdad sustancial de que el hombre, por gracia de Dios, solo es hombre perfecto cuando alcanza la divinización que se le ha prometido con una generosidad nunca merecida. No es vacío el deseo cuando el hombre desea sin medida. La apertura a lo infinito, que es parte de nuestra humanidad, o, mejor, que es nuestra misma humanidad, es un camino que termina en Cristo. En él estoy yo, en él soy yo. Nacimos enamorados de divinidad. Y esto hay que cantarlo como sea. Hay que cantárselo a Jesús, que es cantarlo a nosotros mismos.
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Un hombre verdadero, llegado hasta la cima de lo humano, ha muerto en el madero, al golpe de mi mano, no aceptado en su casa como hermano. No supo de venganza aquel que de perdón solo sabía; herido por la lanza, del pecho le nacía un río que la tierra bendecía. El Padre al Hijo llama y lo levanta eterno y luminoso; el sepulcro proclama que en este cuerpo hermoso ha vencido la Vida al Mentiroso. No es vacío el deseo cuando el hombre desea sin medida, pues mucho más poseo en su divina vida que todo lo que yo por mí decida. ¡Oh Cuerpo de pobreza, dolor ayer y gozo eternamente, ungido en la cabeza, derrama por tu frente el gozo que unge el gozo de tu gente! ¡Honor al Elegido, que al alba ha madrugado, al alba clara!, ¡Oh, mira complacido, que nada te separa, suelto en la tumba el velo de tu cara! Amén.
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DESPIERTA, JERUSALÉN
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l Calvario y el Santo Sepulcro son el corazón de Jerusalén para el peregrino que los encuentra juntos en el mismo lugar, dentro de la basílica que se llama del Santo Sepulcro. Dentro de aquella basílica cuatro confesiones pugnan por Jesús. A horas distintas celebran sus cultos por Jesús. El peregrino se siente herido porque todo ello delata un terrible drama de amor y de desunión. Por otra parte, el peregrino, al venerar devotamente aquellos lugares por Jesús, quisiera transcenderlos para aferrarse al cuerpo viviente del Señor. Ya no lo tiene la piedra que quieren besar mis labios; no le busquéis en la tumba al Viviente más cercano. La veneración de los santos lugares, muy legítima y santa, no es preocupación de primera hora, de Pablo, de Juan… Es que el Señor ha establecido su presencia y ha introducido su cuerpo en otro ámbito adonde la fe peregrina: allí le veréis, testigos, allí corred a abrazarlo. Cantamos, pues, nuestra fe, que va dirigida al Viviente. De barro su carne fue, como la nuestra, pero hoy es el que vive y el que alienta toda nuestra vida.
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Despierta, Jerusalén, que el Señor ha despertado; no está en el santo sepulcro el Hijo resucitado. De barro su carne fue, del barro de sus hermanos, barro que no vuelve al polvo, ¡oh Jesús glorificado! Ya no lo tiene la piedra que quieren besar mis labios; no le busquéis en la tumba al Viviente más cercano. Vida para no morir su cuerpo santo ha heredado; olvidad la sepultura, id a otro sitio a encontrarlo. Donde los hombres se encuentran y el amor hace el milagro, allí le veréis, testigos, allí corred a abrazarlo. ¡Honor al Hijo del hombre que hasta la tumba ha bajado y hoy nos levanta consigo, amados y perdonados! Amén.
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CONTIGO TU SECRETO EN ESTE DÍA
H
ablamos a Jesús y le decimos, contemplándole en su gloria: “¡Contigo!”. Antes que una palabra de adhesión a él es una soberana confesión de su infinita personalidad: “¡Contigo!”. Jesús lleva su secreto consigo, su infinita vida –divino-humana– plena y solitaria: “¡Contigo!”. Jesús es en su resurrección plenitud de su propia historia: origen, paso, Pascua eterna (estrofa primera). Jesús es plenitud del cosmos: espacio y tiempo (estrofa segunda). Jesús es la trayectoria del hombre: pena y paz (estrofa tercera). Pero si penetramos en lo profundo, Jesús es, en su inefabilidad, coloquio con el Padre (estrofa cuarta). Jesús es… ¡oh santa gloria de ti mismo! (estrofa quinta). Al final, en la doxología, nos perdemos en él, para que el “contigo” llegue a la plenitud salvífica: y contigo en la vida que inauguras descanse nuestra vida en ti guardada.
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Contigo tu secreto en este día, tu origen que se pierde en la alborada, tu paso cuerpo a cuerpo en nuestra tierra, tu Pascua en el Padre eternizada. Contigo, el hombre solo y consumado, que subes con el alma desbordada; el universo espacio tú circundas y el tiempo todo en tu persona abarcas. Contigo, luz perenne, que en tu carne la pena humana llevas traspasada, y creas del misterio doloroso eterna paz, amor que nunca acaba. Contigo tu recuerdo -nuestra vida-, divina estancia donde Dios descansa, contigo la honda voz de tus coloquios, que solo tú conoces y regalas. Contigo, oh santa gloria de ti mismo, Palabra que haces todas las palabras, gozo del Padre, nube del Espíritu, alfa y omega, casa de llegada. Oh Cristo, Dios excelso del secreto, vive y reina feliz en tu morada, y contigo en la vida que inauguras descanse nuestra vida en ti guardada. Amén.
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ES LA ROCA MANANTIAL
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ablo pudo decir: “Bebían de la roca espiritual que les seguía, y la roca era Cristo” (1Co 10,4). Y nosotros confesamos que la roca abierta de donde brota el agua (Nm 20,13) es el costado del Señor, y de ese río de delicias quisiéramos beber. O recordando el Cantar divino, quisiéramos que la grieta de la roca fuera nido, donde cobijarse la paloma (Ct 2,14). Quisiéramos ser como las dos aves más vecinas del hombre, el gorrión y la golondrina, que ponen su nido en nuestro domicilio, según canta el salmo 83. El cuerpo del Señor, que según los cuatro Evangelios fue honrado antes de la cruz con una unción amorosa, y que en Betania fue ungido con un perfume de nardo puro, muy caro, para la sepultura (cf. Jn 12,1ss), es nuestro templo y altar. Por eso acudimos a él para cobijarnos. Este cuerpo es el cielo; en él se vierte toda la Trinidad. Es un cuerpo para poseerlo ya hoy desde la fe, para cantarlo con amor, y esto es lo que quisiéramos hacer, adorando al Señor resucitado.
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Es la roca manantial tu pecho, fontana pura, río del río de Dios, destilas por la hendidura, sangre virgen, agua limpia, dulzura de la dulzura. Desde esa fontana nace el cielo, la Pascua tuya; el cielo es tu cuerpo vivo, carne y luz de la hermosura, hogar para siempre estar, amor que mi fe disfruta. ¡Oh cuál quisiera, paloma, libre soltarme a la altura, y por tu peña horadada hallar la casa segura, y habitar donde el Amor fue más fuerte que la tumba! El gorrión de alegre vuelo y la golondrina oscura en nuestros techos hallaron cálida casa a sus plumas: así, Señor, tus altares, tu cuerpo, amorosa cuna. Fuiste rociado de nardo antes de la sepultura, cuerpo adorable -¡Jesús!-, cuerpo de vida incorrupta, ara del culto celeste, ribera de nuestra ruta. ¡Oh cuerpo divino, alzado, inmortal fruta madura, seas glorioso y bendito, radiante de tu blancura, antes del alba engendrado y hoy coronado en la lucha! Amén.
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CUANDO OYERON MIS OÍDOS
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or un designio divino la resurrección de Jesús está presagiada en el fondo del corazón humano. No es el alma sola la creatura inmortal; es pura y simplemente el hombre. Y he aquí que, al contemplar al hombre Dios, a Jesús resucitado, en el logro de mi propio misterio, de pronto se ilumina a raudales, por una luz gratuita del Espíritu, el presentimiento latente del ser. El himno canta ese momento cristiano de revelación gratuita: Cuando oyeron mis oídos, cuando mis ojos me vieron, cuando mis manos palparon, cuando yo supe el secreto... Con Cristo “ya” hemos resucitado. Para san Pablo es una esplendorosa evidencia: “Con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús” (Ef 2,6). Si esto es así, en la Resurrección de Jesús nacemos: nací vestido de gloria, hombre bienaventurado, mujer en dicha... Y entendemos también el parentesco querido y dado por Dios, entre el mundo y su propio Hijo. El mundo no será aniquilado (mis pecados sí), porque en él ha sido engendrado Jesús; el mundo es inicio de lo válidamente definitivo. ¡Oh Jesús, en ti me encuentro, en ti he resucitado!
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Cuando oyeron mis oídos que vive resucitado, nací vestido de gloria, me vi en el mundo adorado y a mí mismo me llamé hombre bienaventurado, mujer en dicha, mujer de carne de su costado. Cuando mis ojos me vieron que era yo en su cuerpo blanco, aniquilados se fueron muertos mis muchos pecados, porque era yo en su latido yo mismo con él alzado, y dulcemente perdido me vi en su cuerpo encontrado. Cuando mis manos palparon mi cuerpo divinizado, dije besando la tierra: ¡Su cuerpo de aquí ha tomado! ¡Oh tierra fructificante, del Hijo amado es tu parto, eres tierra de Jesús por el Espíritu Santo! Cuando yo supe el secreto, que estaba en Pascua anunciado, contemplé a la Trinidad entre nosotros morando, y supe que lo que viene ya es nuestro y ha comenzado. ¡Venid al jardín, amigos, que Cristo nos ha invitado! Cantemos a nuestro Padre, que todo nos ha entregado, alabemos a Jesús, el fiel, el veraz Hermano; cantemos al santo Espíritu, el don de amor increado. ¡Oh santa Iglesia, cantemos por Cristo glorificado! Amén. © narcea, s. a. de ediciones 35
LA TUMBA ABIERTA DICE AL UNIVERSO
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a solidaridad de hombre-historia-cosmos es una verdad firme en la teología del Antiguo Testamento. Pablo ha recibido como herencia este pensamiento, que lo acepta de buen grado. El texto místico de Rm 8,2022 lo dice a las claras: “La creación fue sometida a la vanidad no espontáneamente sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto”. En la resurrección de Jesús se anuncia ya la armonía que ha de existir entre el cuerpo de Cristo y el cosmos. Podemos invitar, pues, como en el Cántico de los tres jóvenes, de Daniel, a todas las criaturas a que griten de júbilo porque con la resurrección de Jesús se les introduce ya en la redención final.
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La tumba abierta dice al universo: ¡Vive! ¡Gritad, oh fuego, luz y brisa, corrientes primordiales, firme tierra, al Nazareno, dueño de la vida! La tumba visitada está exultando: ¡Vive! ¡Gritad, montañas y colinas! Le disteis vuestra paz, vuestra hermosura, para estar con el Padre en sus vigilias. La tumba perfumada lo proclama: ¡Vive! ¡Gritad, las plantas y semillas! Le disteis la bebida y alimento y él os lleva en su carne florecida. La tumba santa dice a las mujeres: ¡Vive! ¡Gritad, creyentes matutinas, la noticia feliz a los que esperan, y colmad a los hombres de alegría! ¡Vive el Señor Jesús, está delante, está por dentro, está emanando vida! ¡Cante la vida el triunfo del Señor, su gloria con nosotros compartida! Amén.
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NUESTRO PASTOR SE HA ALZADO DE LA TUMBA
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l tema del buen Pastor en san Juan no es una parábola, sino una alegoría de la vida establecida entre Cristo y su Iglesia. El himno comienza viendo al buen Pastor que se alza de la tumba. El Pastor que, empuñando el cayado, camina con un rebaño de la resurrección al Padre. Él va delante (Jn 10,4), va por el sendero de la vida (Sal 15,11), el rebaño lo acompaña (Ap 7,17) y no teme el peligro del lobo: “Tu vara y tu cayado me sosiegan” (Sal 22,4). El rebaño avanza tranquilo, porque avanza en obediencia a su Pastor. Como pinta san Juan, hay una interrelación vital de conocimiento y amor entre el Pastor y las ovejas (estrofas cuarta y quinta). El Pastor nos conoce, somos suyos: “Él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que Él guía” (Sal 94), “Él nos hizo y somos suyos, ovejas de su rebaño” (Sal 99). Y a su Pastor conocen las ovejas: “Yo soy el buen Pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí” (Jn 10,14). Esta es la contemplación del buen Pastor que nos introduce en los silenciosos secretos del Señor.
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Nuestro Pastor se ha alzado de la tumba, ha empuñado el cayado y se adelanta, y va por el sendero de la vida, un rebaño escogido lo acompaña. No puede el lobo herir de eterna muerte si el Pastor nos defiende con su vara; el rebaño, seguro y obediente, al lado del Pastor tranquilo avanza. El rayo y la tormenta se disipan por el sol que alumbró la clara Pascua; ya no habrá noche ni temor maligno, sigue el rebaño y canta su alabanza. El Pastor nos conoce, somos suyos, por el cuerpo y el alma nos traspasa; y es su mirada espejo de su Padre, la verdad y la paz, gozosa calma. Y a su Pastor conocen las ovejas, los suaves silbos, las secretas hablas; igual que el Padre al Hijo bienamado, el rebaño al Pastor le mira y ama. ¡Oh buen Pastor y guía de la Iglesia, revestido de luz por la mañana, bendito tú que muerto por tu grey hoy te gozas al verla rescatada! Amén.
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POR EL CAMINO DIVINO
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odos los años, el IV domingo de Pascua, la Iglesia, después de haber presenciado los tres domingos anteriores las apariciones de Jesús, en este día hermoso contempla al buen Pastor. Y para ello meditamos las palabras de Jesús en el evangelio de san Juan (Jn 10,116). Jesús como el Dios de la alianza es el Pastor, el buen Pastor, el hermoso Pastor, el gran Pastor de las ovejas (Hb 13,20). Jesús es nuestro Pastor; el Señor es mi Pastor, nada me falta. Jesús se complace en comunicarnos que su pastoreo es de corazón a corazón, pastoreo de intimidades que incluso nos acerca al círculo de la Trinidad, porque él nos quiere asociar en esa confianza y comunicación que media entre él y el Padre. Hay un camino divino de un nuevo conocimiento para asomarse a las intimidades del Pastor y sus ovejas. Nuestro Pastor además es nuestro guardián. Si estamos en brazos del Pastor, estamos seguros, porque nadie puede arrebatarnos de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno (Jn 10,29-30). Al recitar este himno, se piensa especialmente en Jn 10,27-30.
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Por el camino divino de un nuevo conocimiento nos guía nuestro Pastor. Bajo el cayado del Padre él se sintió conocido y a sus manos se entregó. Yo conozco a mis ovejas, nos dice el Resucitado, mirándome al corazón. Y las mías me conocen, porque han tomado en sus labios mi cruz y resurrección. Igual que yo con el Padre, y el Padre conmigo en todo haremos unión de amor. Unidos, comunicados, desde la mesa celeste a vuestro pan y oblación. Yo las conozco y las guardo, y en mis brazos recogidas les doy caricia y calor. Y nadie puede arrancarlas, que mi Padre está conmigo y él me quiere buen Pastor. ¡Oh Jesús de mi dulzura, mi suavidad y ternura, mi amor y mi adoración, a ti con toda la Iglesia suba el canto agradecido, oh Jesús, oh buen Pastor! Amén.
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LA MUERTE HA MADURADO DE TERNURA
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ontemplar el rostro de Jesús en una imagen que llega a nuestros ojos en un icono es un acto teologal. El rostro que vemos es signo del encuentro de corazón a corazón. ¿Qué dice, pues, el rostro de Jesús? El rostro de Jesús nos dice que la muerte lo ha madurado con infinita ternura. Entiéndase: es nuestra manera de hablar para apuntar al misterio inefable. En la muerte se desentraña exhaustivamente el amor del Padre, y esto queda reflejado en el rostro de su Hijo. Los pintores artistas de oriente y de occidente con su pincel místico quieren dar un reverbero transcendente al semblante humano de Jesús. Cuando miramos a Jesús tenemos que adivinar la estremecedora y dramática ternura de la Trinidad, porque la vida del Padre, del Hijo y del Espíritu está en esos ojos dulcísimos, en esos labios de amor, en ese pecho donde alentamos todos los peregrinos de esta tierra. Recordemos aquella palabra de san Ignacio a los romanos: “Jesucristo nuestro Dios, ahora que está con su Padre, es cuando más se manifiesta” (III, 3). Para cantar, pues, el acto de contemplación del icono de Jesús, este himno.
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La muerte ha madurado de ternura tu rostro, luz de Dios, semblante humano; el paso por la Cruz ha embellecido tus ojos, tus mejillas y tus labios. Y ahí estás, Jesús, para mirarte, del Padre y del Amor icono exacto; mirarte es comunión y paraíso, perdidos en tu faz, por ti mirados. Tu imagen es presencia y sacramento, el don total de Dios en ti donado: tu frente es el reflejo del Espíritu, tus ojos son el Padre remansado. Con cuerpo de una Virgen tú naciste y en ese cuerpo Dios está entrañado, mas luego de tu muerte eres más cuerpo, de Dios perdón purísimo retrato. Tus ojos y los nuestros se han fundido, oh Dios a quien miramos y adoramos, oh dulce rostro, pasto del amor, en esa tu mirada, Amado, báñanos. ¡Exhausto manantial, manante siempre, oh rostro del secreto revelado, deleite de pupilas, oh Jesús, a ti el amor hermoso en nuestro canto! Amén.
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EN VUELO DE SU VIDA VA EL VIVIENTE
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os repetimos cuando cantamos el misterio de Cristo Resucitado. Bien podemos decir que “ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran” (Jn 21,25). Nos repetimos, pero no. El amor nunca se repite, aunque las palabras, las imágenes, sean las que se dijeron y se vuelven a decir. El amor no se repite si es encuentro. He aquí, pues, un himno “para el encuentro”. Encuentro de Jesús con su Dios. Encuentro nuestro, mío, con Jesús, que es nuestro Dios. El hombre nuevo, carne de tu carne, contigo de tu muerte resucita. Encuentro que es posible por las dimensiones divinas, sacramentales, en las que se sitúa el acontecimiento corporal de la resurrección del Señor: oculto en Dios hoy eres sacramento, ¡misterio sumo y suma cercanía! Esa permanente sorpresa nos da a los cristianos la única y verdadera imagen de Jesús, el Señor. Se nos hurta y se nos da, porque es misterio sumo y suma cercanía.
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En vuelo de su vida va el Viviente, camino de su reino va el Mesías, y cuando de este mundo al Padre pasa, el cielo se inaugura en su alegría. ¡Qué bella es esa Pascua de tu cuerpo, qué hermoso ese tu rostro que ilumina, qué obsequios en tus manos que besamos, qué paz cuando tu pecho nos cobija! Amor de todo amor, pasión eterna, Jesús, raíz de todas las delicias, oculto en Dios hoy eres sacramento, misterio sumo y suma cercanía. ¡Qué hermoso tú, varón de la Victoria, qué amable tú, esposo sin mancilla! El hombre nuevo, carne de tu carne, contigo de tu muerte resucita. ¡Jesús, Jesús, deseo consumado, oh más allá de cuanto el alma aspira, dichoso tú, Señor, por ser quien eres y gracias por colmarnos de tu dicha! ¡La gloria a nuestro Hermano coronado, al Hijo del amor la luz divina: viniste entre los tuyos y venciste, por siempre vive, Dios de eterna vida! Amén.
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¡LA PAZ!, DIJO EL SEÑOR
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vocación de Jn 20,19-31, en el evangelio del segundo domingo de Pascua. Mas exactamente: evocación de aquel encuentro de fe: Tomás y su Señor por el contacto espiritual con el Cuerpo de Cristo. Jesús se presentó, y dijo: “La paz con vosotros” y abrió para mostrarles las llagas y el costado. Les significaba que su cuerpo santo, que venía de la bienaventurada pasión y resurrección, era la fuente de la paz y de la alegría para la Iglesia. Al creyente, a toda la Iglesia, se le brinda la posibilidad de comulgar con su carne. Por la fe es cuerpo palpable. Y así es experimentado. La Iglesia, mirando al Resucitado, confiesa con Tomás: “Señor mío y Dios mío”. El creyente puede derramar sus besos sobre las llagas irradiantes y beber y saciarse del caudal que de ellas nace. La Iglesia tiene morada en las llagas de Cristo porque el cuerpo del Señor es el lugar del culto verdadero. Tus llagas son morada y dentro de ellas te adora en puro amor la Iglesia orante.
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¡La paz!, dijo el Señor, y abrió para mostrarles las manos y el costado. Del hueco de las llagas no sangrantes brotaba la alegría de la Iglesia, la unción de paz que baña mi semblante. Acerca aquí tu mano, comulga con mi carne, no seas increyente. Y vio Tomás la gloria deslumbrante, humana y suave, bella eternamente, en Cristo, por la fe, cuerpo palpable. Señor mío y Dios mío, Señor de mi rescate, mi Dios, principio y fin: aquí, sobre tus llagas irradiantes, derramo yo los besos de mis labios y bebo del caudal que de ellas nace. Del todo perdonado por este amor de sangre, iré hasta la morada. Se acoge a ti mi cuerpo vacilante; tus llagas son morada y dentro de ellas te adora en puro amor la Iglesia orante. ¡Hosanna, mi Señor, destello de tu Padre, sendero de creyentes! ¡Que brillen tus heridas llameantes, que sea el patrio hogar tu blanco cuerpo, que allí tus fieles gocen y descansen! Amén.
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OH TRANCE DE PASIÓN, AHORA GOZO
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uando decimos “misterio pascual” (término clave y clásico que la teología recupera con vigor a mediados del siglo XX) decimos, de modo simultáneo, muerte y resurrección, beata Passio et gloriosa Resurrectio. Si quitamos uno de los dos aspectos, con esta mutilación anulamos el misterio Hecha esta previa aclaración, ahora sí que podemos decir que el corazón se puede deleitar y apacentar en la segunda vertiente y ver en ella la creación y aparición del mundo nuevo. El “antes” y el “ahora” se funden en un solo misterio. Y así lo vamos haciendo en este himno. No podemos olvidar el cuerpo ensangrentado, el Pastor en cruz… No lo olvidamos, pero permítanos el Señor descansar en la nueva realidad de su santo cuerpo.
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Oh trance de Pasión, ahora gozo, ahora paz, eterna primavera, oh cuerpo ensangrentado por espinas, ahora flor perenne, nueva era. Capullo reventado, Cristo muerto, Señor Jesús, que ensanchas tu alma entera y creas de tus células la vida, la nueva humanidad que nos espera. Inicias el camino tú, valiente, Pastor en cruz, cayado de madera; deshaces las tinieblas, que eres luz, Pastor de amor, victoria verdadera. Y el mundo en trance se alza contemplando tu rostro amanecido en la ribera, tus ojos, patrimonio de salvados, tus dulces labios, donde el Verbo era. ¡A ti levanta voz y canto nuevo la esposa que te mira y te venera: oh Cristo, Redentor del universo, cautivos de tu gracia, vence, impera! Amén.
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VENCE, CREADOR INVICTO
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ste himno es una aclamación, un augurio a Cristo: Vence. Todas las estrofas (versos de ocho con terminación de diez, desprendiéndose de la asonancia o consonancia) no quieren ser otra cosa sino repetición del augurio. “En el mundo tendréis tribulación. Pero, ánimo: Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Los cristianos, en sus inscripciones y en sus palabras, desde el principio hasta hoy han aclamado y seguirán aclamando a Cristo: “¡Vence!”. En griego este imperativo de triunfo y confesión se dice nika, palabra que encontramos en las inscripciones cristianas y que la Iglesia griega sigue utilizando hasta nuestros días. Le aclamamos, le cantamos, le felicitamos a Cristo: Vence, vive, sé quién eres, goza, fulge; lumbre para siempre a ti. Lo demás… palabras que explayen el corazón en la grandeza de Cristo, que recuerden su vida y que afirmen nuestra esperanza. Esto es el himno, que puede cantarse en Laudes, en Vísperas, y también al finalizar el día con Completas.
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Vence, Creador invicto, que en tu pensamiento llevas al primer formado Adán y al postrer humano de la historia. Vive para siempre, Vida, ¡oh belleza en alma y cuerpo!, que eres el perfecto amor, senda sin error de caminantes. Sé quién eres, Hijo eterno, hombre entero de los hombres, Hijo experto de dolores, Dios de Dios, Señor que fuiste siervo. Goza, fulge en tu hermosura, ebrio ya de toda dicha, tú que bebiste mi copa, cáliz de mi crimen y amargura. Lumbre para siempre a ti, fuego en el seno divino, oh Jesús, dulce victoria, Bienamado al Padre retornado. Amén.
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LA ETERNA FILIACIÓN SE HA ABIERTO EN PASCUA
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l contenido espiritual del himno está expresado en el primer versículo: La eterna filiación se ha abierto en Pascua. Con esta forma de hablar en oración queremos sobrepasar una apologética excesivamente fácil y evidente: Jesús es el Hijo de Dios y lo va mostrando contundentemente en los pasos de su vida. Aquí nos situamos en otra postura: la filiación eterna de Jesús se nos revela en Pascua; desde ahí hemos de pasar al Evangelio. Aunque, claro es, la filiación divina, revelación pascual, quedaría sin raíces si no la descubrimos en el Jesús histórico. He aquí la cuestión central de la teología cristiana. Las verdades cristianas se miran en contemplación, y como contemplación, en el ámbito de unos Ejercicios Espirituales, proponemos la filiación divina de Jesús. Alcanzado, por gracia, este núcleo original, en él descubrimos toda la realidad, y siempre contemplando y adorando.
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La eterna filiación se ha abierto en Pascua, la vera identidad del Hijo amado, que es Hijo de los hombres y del Padre y se hace todo Dios cuando es alzado. Ahora te sabemos, solo ahora, ahora, sí, te vemos y adoramos, ¡oh Cristo santo, hijo de la Gloria, oh gozo del Espíritu Paráclito! El Padre nos lo muestra como triunfo, lo ofrece al mundo, puesto en su regazo, y oímos en la fe que está diciendo: ¡Tú solo eres mi Hijo, en ti me sacio! De parto está la tierra en un sepulcro y el Dios de vida está de eterno parto: ¡Mi Hijo tú lo eres, solo tú, eternamente tú, resucitado! Misterio que corona nuestra historia y es flor de Dios, secreto entre sus brazos; Jesús resucitado, ¡qué alegría que siendo el Hijo seas nuestro hermano! ¡Oh Padre más allá de todo tiempo, que en este hoy lo dices engendrado, oh Padre del origen y el retorno, con Cristo te alabamos exultando! Amén.
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JESÚS SE QUEDÓ DORMIDO
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ormido… dormido para su Esposa, nacida de su costado. Himno para el Resucitado que atrevidamente quisiera recoger la intimidad nupcial. Ha muerto Jesús, el Rey, la cabeza coronada rendida sobre el costado; ha muerto de amor, embriagado de un cáliz que ha apurado. Ha muerto, pero aquella muerte despojadora, durísima y real cual la realidad del pecado, es, desde nuestra insondable fe, como un sueño nupcial. La cruz evoca el jardín del Génesis. Pero sobre todo evoca el otro jardín donde Jesús resucitó. Y este jardín es hoy la Iglesia: “Lo siente la Iglesia y lo ama, oye su voz y los pasos (cf. Gn 3,8); siente su aliento divino en el aire perfumado, y en un abrazo lo tiene la Esposa al Esposo amado”. El mismo tema paradisíaco lo evocamos con el recuerdo de Adán: Adán empieza a vivir en cuerpo resucitado. Nos referimos al “último Adán, espíritu que da vida” (1Co 15,45). Y es Jesús; pero en Jesús somos cada uno de nosotros por su santa resurrección. En la doxología quisiéramos romper nuestro corazón proclamando la divinidad de Jesús.
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Jesús se quedó dormido, suave la muerte en sus labios; la cabeza coronada rendida sobre el costado, y abierto el río fecundo del corazón traspasado. Dormido en la paz del Padre, de sus fuerzas despojado; dormido por aquel cáliz, droga de amor que ha apurado; dormido para su Esposa, nacida de su costado. Y en la madrugada pura quien dormía ha despertado. Fresco de vida infinita y muerto para el pecado. Adán empieza a vivir en cuerpo resucitado. Lo siente la Iglesia y lo ama, oye su voz y los pasos; siente su aliento divino en el aire perfumado, y en un abrazo lo tiene la Esposa al Esposo amado, ¡Salve, Jesús vencedor, Santo de Dios todo Santo, gloria y lumbre, mundo y cielo, misterio manifestado, hombre bueno de los hombres, Dios del hombre enamorado! Amén.
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TÚ ERES EL QUE VIVES
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or qué buscáis entre los muertos al que vive?” (Lc 24,5). He aquí, pues, el nombre nuevo de Jesús: El que vive, el Viviente. Él es el “Dios vivo”. Y en los evangelios Jesús es proclamado “Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Jesús es el que vive, definición pascual de Jesús, experiencia originaria de la resurrección del Señor. Si él es “el que vive”, recordando que su muerte ha sido la maravilla del amor del Padre y de su amor al Padre y a nosotros, bien podemos decir que es “el que ama”. Con la primitiva tradición de la Iglesia, representada por Juan, Jesús, Dios de Dios, es “el que es”, el “Yo soy”, el “Yo estoy”, Yo asisto, Yo acompaño... Las tres primeras estrofas se centran en esos nombres del Resucitado. Y, siguiendo nuestra contemplación, vamos avanzando: “Tú eres nuevo mundo...”. ¿Nos damos cuenta de que el nuevo mundo del Resucitado es la Eucaristía? En fin, contemplado en la Liturgia de las Horas, oración para la que se piensa el himno en una comunidad enamorada de él, Jesús es la alabanza; en el estado de su resurrección es el gozo sobre todo gozo, el “gozo desmedido”. Y como Cristo es el esposo de su santa Iglesia, a la que consagró como tal en el bautismo, le pedimos el ósculo de esposo, que es el ósculo de amor, para la esposa consagrada en el bautismo.
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Tú eres el que vives, el Hijo de Dios vivo, bandera desplegada de la vida, que llamas a vivir, oh Dios, contigo. Tú eres el que amas y el Padre es tu latido; envueltos en tu amor, que es nuestro triunfo, ¡oh!, déjame sentir que soy querido. Tú eres el que estás y marcas el camino; condúcenos, Pastor de la alianza, tú que llevaste al pueblo peregrino. Tú eres nuevo mundo y luz de mi destino; tú eres sacramento que se abre y das el cielo al dar el Pan divino. Tú eres la alabanza, el gozo desmedido; enciende con el ósculo de amor a quien hiciste esposa en el bautismo. Tú eres paz y gloria, retorno y paraíso; tu nombre con el Padre y el Espíritu santificado sea por los siglos. Amén.
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PUES FUISTE AMADO
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i ha habido encarnación ha habido resurrección. Así de sencillo, así de dulce, así de verdadero. Un vibrante teólogo, gran creyente y sin duda gran amante, ha escrito sobre el hallazgo de la resurrección de Jesús por la vía del amor estas frases: “El amor es un anticipo revelador del último destino del hombre: la resurrección. Y si el amor es lo supremo de la vida, en su cima se anticipa ya la existencia resucitada. Donde Dios actúa, la última palabra no la tiene la muerte sino el amor. Eso es lo que significa la resurrección”1. Tratemos de ver la resurrección de Jesús como el triunfo del amor del Padre. Si Jesús no hubiese resucitado, habría sido el aniquilamiento de Dios. Y de esta premisa podemos pasar a la propia experiencia de mi amor, o del amor de la virgen sin mancilla, que es la Iglesia. La muerte será el despojo pleno, la entrega suma porque hallaré el fruto del amor: Jesús resucitado. Quiera el Señor alumbrarnos, ya en la tierra, el triunfo de nuestro ser resucitado en el hecho divino de su santa resurrección. 1
Olegario González de Cardedal, Cristología, BAC, Madrid 2012, p. 157.
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Pues fuiste amado, oh Hijo el más hermoso, por Dios bendito, el Padre desgarrado, no puedes tú morir con los perfumes, no puede Él fracasar, enamorado, pues fuiste amado. Pues yo te amo, llama de mis días, y todo lo perdí muy cautivado, no me hagas fracasar, si tú no vives, si a tu divino Cuerpo no me abrazo, pues fuiste amado. Pues si una esposa, virgen sin mancilla, a ti te mira, a ti te canta salmos, abrévale en la fuente de tus llagas, y acógela al calor de tu costado, pues fuiste amado. Pues si mi muerte oscura y redentora es perla de mi amor a ti entregado, oh Cristo, mi esperanza, divinízanos en tu Resurrección resucitados, pues fuiste amado. Oh fruto del amor del Padre amante, dulzura del Espíritu inflamado, a ti el eterno triunfo en cielo y tierra oh Cuerpo siempre amado y deseado, pues fuiste amado.
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CON EL PAN DE SUS MANOS
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esús “toma el pan” y con sus manos lo “da”; igualmente el pez. Estamos en un convite del Resucitado. En un convite hay comida, ciertamente, pero, con la comida se produce un clima: encuentro, conversación, apertura a la intimidad de los amigos. Cuerpo y alma salen refocilados, y uno comprende que la comida espiritual ha sido más sabrosa que los manjares del cuerpo. En este episodio evangélico disfrutamos de un convite de Jesús resucitado. ¿Y el mismo Jesús comió con ellos?, ¿hay que suponerlo para dar sentido completo a la narración? Jesús mismo, que al manifestarse se está dando, es banquete. Y así percibimos, con el misterioso instinto de la fe, que la Eucaristía es Tiberíades. “Era de Eucaristía... y es el pan y coloquio...”. ¡Dichosos nosotros! Esta escena nos invita a hacer de la comunión eucarística verdadero banquete del corazón. La presencia del Resucitado suscita intimidad, diálogo amoroso, suave deleite que se nos brinda gratis. Y esto ocurre en Tiberíades, que es evocación de milagros y parábolas, allí donde hoy está el Santuario del Primado, precisamente al pie del monte de las Bienaventuranzas. Queremos evocarlo, conmovidos, en este himno pascual y eucarístico. 60
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Con el pan de sus manos, con un pez en las brasas, al frescor matutino el Señor invitaba. Acercaos, amigos, que esperando yo estaba. Memorial y evangelio era el lago y la barca, por aquí las parábolas y las gentes sanadas. Acercaos, amigos, a la mesa de Pascua. Se ha sentado la Iglesia a Jesús arrimada. Era el cielo y la tierra y una lumbre muy cálida; la divina presencia era el hombre que hablaba. Y era de Eucaristía el convite del alba: y es el pan y el coloquio y dulzura que sacia, descansar a tu lado tras la noche bregada. ¡Oh Jesús de la paz en el pecho palabra, oh silencio de amor cuando aguardas y callas, oh delicia y latido cuando tocas el alma! Desde el lago querido suban voces de gracias. Por ti canten los montes y las límpidas aguas, oh Jesús que te quedas y tu Cuerpo regalas. Amén.
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NO CEDIÓ SU CUERPO HUMANO AL POLVO
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emos de tener clara conciencia, como ya intuyeron los profetas, de que la tierra, aliada esencial del hombre, formará parte de la redención. Pablo nos lo dice con palabras enardecidas cuando habla de los dolores de parto de la creación (Rm 8). Dichosamente, el acontecimiento ya se ha verificado germinalmente en Cristo, pues cuando él nos ha redimido, ha reconciliado la creación. Esto es lo que queremos cantar. Jesús es el foco de la redención espiritual y corporal. La materia, parte del destino humano, en él adquiere el esplendor de la gloria. Él no terminó en el polvo, aunque el polvo del mortal amante sea “polvo enamorado” (Quevedo); él remató su carrera en la vida. Y su vida ha contagiado de vitalidad el mundo entero, el cosmos. Cuando su alma abrazó al humano cuerpo, saltó la chispa del nuevo mundo: la reconciliación y la unidad. A partir de aquel punto divino hay una conspiración a la armonía; es la armonía de la vida, que convoca a todas las partículas de la creación. ¡Ojalá que el anhelo del canto sea verdad y paz en nuestros corazones amantes!
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Que no cedió su cuerpo humano al polvo, ni al polvo enamorado que suspira; que fue hasta el fin, siguiendo su carrera a enarbolar la palma de la vida, Jesús, Pascua florida. El alma dio un abrazo al talle hermoso: y dijo Dios: “Que sea la armonía”; la muerte fue al abismo para siempre y amaneció incorrupta la alegría, Jesús, Pascua florida. Que sea la armonía, hombre y tierra, y dancen juntos, vivan a porfía, y el coro de los ángeles se una para cantar la paz definitiva, Jesús, Pascua florida. Recibe, Cristo hermano, la oblación de la unidad que hiciste en tu familia; excelso Creador bendice y sella, las nupcias del Espíritu y la arcilla, Jesús, Pascua florida. Oh Cristo santo, río de los cielos, oculto como grávida semilla, el mundo lleva a Dios en sus entrañas porque eres tú el grano que germina, Jesús, Pascua florida. Dulcísimo Jesús de la alianza, Jesús de pan y vino, y de María, Jesús Resucitado, a ti el honor y de la Iglesia toda pleitesía, Jesús, Pascua florida.
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JESÚS APARECIDO EN EL CAMINO
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ijo Ananías a Saulo: “Saulo, hermano, el Señor me ha enviado a ti, Jesús, que se te ha aparecido en el camino”. El manifestarse es don providente del Padre para Jesús, y es don para nosotros. Unos fueron los primeros testigos para que nos dieran la experiencia fundante de la Iglesia. Pero Jesús, el que vive, se aparece; se muestra a su esposa amada, la santa Iglesia. Esta es la gracia pascual cada año. Es lo que celebramos en el himno. Ahora bien, la Iglesia se personaliza en cada uno de los miembros que la componemos, en mí. Jesús, el Viviente, el Aparecido, se me aparece a mí. Experiencia de fe, que no podremos materializar; pero que es real, sobre todo en los sacramentos. Pidamos al Señor, orando juntos, la gracia de que se nos muestre a nosotros, que se me muestre a mí. Cuando se mostró a Saulo, la vida de aquel hombre cambió para siempre.
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Jesús aparecido en el camino de luz celeste y voz que al pecho entra, Jesús metido dentro de mi estancia sin muros para ti, que eres la puerta, ¡aparecido! Aparecido vivo a los testigos que habían caminado tras tus huellas; y ahora contemplaban nueva historia, ceñido el siervo humilde de belleza, ¡aparecido! Presente en mí y más y más adentro, eterno morador del alma abierta, y ahora aparecido ante mis ojos, transido de bondad, pureza y fuerza. ¡aparecido! Venido a mí, la débil criatura, feliz porque me habitas y me llevas, dichoso porque veo tu semblante, que no lo vieron reyes y profetas, ¡aparecido! Esposo presentado a quien te ama, que aceptas como esposa verdadera: oh bella Iglesia, fiel de madrugada, que fuiste presurosa a su presencia, ¡aparecido! Delicia de las almas que te buscan, ¡a ti, el encontradizo que te dejas, oh buen Jesús, hechizo de amadores, a ti te bendecimos en la espera!, ¡aparecido!
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EL ÁNGEL, CENTINELA DE LA AURORA
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n la resurrección de Jesús se muestran los ángeles: aparición apocalíptica en Mateo del ángel del Señor que desciende del cielo, fulgurante (28,2-3); aparición familiar en Marcos, Lucas y Juan. Un joven sentado a la derecha, vestido con blanca túnica, stola candida (Mc 16,2); dos varones in veste refulgenti (Lc 24,4), o sencillamente dos ángeles in albis sentados uno a la cabecera y otro a los pies donde habían puesto el cuerpo de Jesús (Jn 20,11). En ningún caso son ellos los protagonistas, sino los introductores del misterio. Son embajadores de Dios para que miremos el misterio de nuestra fe y amor, que es Cristo. En el cielo tuvo, sí, Jesús el homenaje angélico. Nos lo dice la carta a los Hebreos: “Adórenle todos los ángeles de Dios” (Hb 1,6). Tratemos de acercarnos reverentes, adorantes, a este mundo espiritual de los ángeles en torno a Jesús glorificado.
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El ángel, centinela de la aurora, estaba allí, celeste evangelista; allí les aguardaba a las del alba, allí les vio con mirra que traían. De eterna juventud era el aspecto, con veste de victoria aparecía; sus ojos, de vidente de Jesús, su rostro fulguraba de alegría Tenía una embajada de los cielos, la más bella noticia al mundo dicha: Mujeres amorosas, no busquéis, que vive para siempre el que es la Vida. El coro de los ángeles cantaba el cántico triunfal de bienvenida, y al ser el manantial de toda gracia, a Él agradecidos se ofrecían. Corona de los ángeles, Jesús, belleza que los cielos santifica, a ti los servidores celestiales en medio de nosotros te predican. Lleguémonos, Iglesia universal, Iglesia de la patria y peregrina:
¡Bendito sea el trono del Cordero, oh Cristo Dios, a ti la luz divina! Amén.
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MEMORIA DE JESÚS RADIANTE Y CLARA1
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ste himno se presenta como evocación, un gusto al paladar, de palabras que Jesús pronuncia en la sobremesa de despedida, anunciando que nos va a mandar el Espíritu de junto al Padre. El Espíritu del Señor es para nosotros Espíritu de Pascua. Con estas palabras, colofón de cada estrofa, queremos subrayar lo más específico del Espíritu en la revelación del Nuevo Testamento. El Espíritu es el fruto de la Pascua, la culminación de todo lo que entregó al mundo, la entrega misma de Jesús como Resucitado. El Espíritu de Pascua va a ser memoria de Jesús radiante y clara. Va a ser memoria de Jesús tras su partida. Esta misión la cumple el Espíritu “recordando”, haciéndonos volver al significado mismo de la vida de Jesús en quien el Padre nos ha dado la revelación plenaria. El Espíritu, como el Padre y el Hijo, tiene morada en el corazón. La Iglesia como comunidad, el fiel como creyente, es templo de la Trinidad. El Dios de nuestra fe habita inmanente y fecundo dentro de mi corazón, es el mismo Dios que con amor rige cielo y tierra, haciendo una historia de salvación. 1
Este himno puede ser especialmente oportuno para el tiempo que va de la Ascensión a Pentecostés.
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Memoria de Jesús radiante y clara, maestro que haces vida el Evangelio, aliento del Señor en sus palabras, perenne novedad de sus recuerdos, Espíritu de Pascua. Espíritu de Pascua, amante Espíritu, seguro timonel que lleva a puerto, Espíritu de amor, delicia honda que late suavemente en nuestro pecho, Espíritu de Pascua. Memoria de Jesús tras su partida, anillo de Dios trino aquí en el suelo, testigo permanente, luz fecunda, Espíritu de paz y de consuelo, Espíritu de Pascua. ¡Oh, ven, divino Espíritu y habita, y cumple entre los tuyos tu deseo!, la Iglesia es tu morada deseada, y cada corazón tu santo templo, Espíritu de Pascua. Venid los Tres, conforme a la promesa, poned en mí la mesa del encuentro, los Tres conmigo en unidad de gracia, el alma en el hondón, confín el cielo, Espíritu de Pascua. ¡Divina Eternidad, oh Tres Personas, oh historia celestial en Dios terreno, en cielo y tierra sea la alabanza, cantando por Jesús el himno nuevo, Espíritu de Pascua!
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¡HE VISTO A MI SEÑOR!
“F
ue María Magdalena y dijo a los discípulos: ¡He visto al Señor!” (Jn 20,18). Esa fue la experiencia pascual de la Magdalena; esa ha de ser la nuestra1. En este himno evocamos la experiencia de María Magdalena, tratamos de imaginar la nuestra y fundir las dos en una. Tan discípulo de Jesús soy yo como la Magdalena. Y, una vez pasada la raya de la eternidad, tan cerca se encuentra él de mí como se encontraba de María Magdalena. “Si solo la fe alcanza a Jesús, ver a Jesús es ese ajuste o encaje de dos realidades. Mi fe y su persona. Esa conjunción de los dos extremos – yo y Él – es ver al Señor. Él pertenece al ámbito del “Deus gloriae” (Hech 7,2) y yo todavía estoy en esta zona, pero le puedo ver” (o.c. 18). Está escrito en femenino queriendo traducir la experiencia esponsal de la Magdalena, que en la nueva liturgia renovada ya no es la pecadora arrepentida (Lc 7), sino la amante que persevera al pie de la cruz, la primera a quien se apareció el Señor en un abrazo nupcial, la “apóstol de los apóstoles”. Ese abrazo nupcial de la primera testigo es una vivencia abierta a todos los creyentes en el Resucitado. 1
Véase nuestra obra: He visto al Señor: la experiencia pascual de los cristianos. Edicep, Valencia 1992, 81 pp., letra grande.
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¡He visto a mi Señor!, lo he visto vivo, venido a mí en persona, yo lo he visto; tenía la mirada más hermosa, brillaba en él la gloria de Dios trino. Mi nombre entre sus labios ha brotado y en lengua suya y mía me lo ha dicho; mi nombre era de él, y yo su amada, y el dardo de su voz mi pecho ha herido. Ha entrado en mí sin puertas ni ventanas, rendido y amoroso a mis balidos; el alma mía en llanto humedecida con gozo de mujer lo ha recibido. ¡He visto a mi Señor!, lo he abrazado, sus pies mis blandos labios han sentido, y yo su cuerpo santo a mí apretado, su carne incorruptible, la he tenido. Oh Dios en mis entrañas sepultado, Jesús, el Hortelano entre los lirios, estabas muerto, y triste yo a la espera, y ahora ya te veo amanecido. ¡Señor de los deseos, Dios presente, amor siempre anhelado y excesivo, eternamente a ti, Jesús, la dicha, oh Dios omnipotente, Dios dulcísimo! Amén.
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¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO! TE CONFIESO
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n el año en que fue canonizada santa Faustina Kowalska, religiosa polaca (2000), el papa san Juan Pablo II estableció que el Domingo II de Pascua fuera la fiesta de la Divina Misericordia. La imagen de Jesús de la Misericordia es la representación de Jesús Resucitado, de cuyo corazón salen dos rayos luminosos, uno blanco y otro rojo, como agua y sangre salió del costado atravesado de Jesús en la Cruz. A los pies de la imagen hay una inscripción, que dice: Jesús, yo confío en Ti. Con este trasfondo espiritual el himno está compuesto como himno del Domingo II de Pascua, de la Divina Misericordia, sobre el Evangelio del día que en los tres ciclos es la aparición de Jesús a los discípulos en el Cenáculo, según san Juan, la primera, en la tarde de Pascua, y la segunda, ocho días después (Jn 20,19-31).
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¡Señor mío y Dios mío! Te confieso, poniendo el corazón sobre tus llagas: del Padre bueno, Amor enamorado, eres, Jesús, la alberca de llegada; ¡Señor mío y Dios mío! Tus labios dan la paz: ¡Shalom, shalom! y muestras el lugar de donde mana: tus manos traspasadas, tu Costado, el corazón de Dios que en ti nos ama: ¡Señor mío y Dios mío! Y de tu aliento cálido y humano el Ósculo de Dios impregna el alma; la Iglesia a Dios alienta, a Dios respira, tu Espíritu, el Espíritu de Pascua. ¡Señor mío y Dios mío! Amor de Dios, amor Misericordia, amor, primera y última palabra; amor perdón, pureza de Evangelio, amor de humanidad, que es tu programa: ¡Señor mío y Dios mío! Rendida está a tus plantas cual Tomás la Iglesia que recibe tu mirada, y de tu pecho ardiente nacen rayos: de sangre y agua, luz que le regalas: ¡Señor mío y Dios mío! ¡Señor mío y Dios mío!, te adoramos, Oh Trono del amor y toda gracia, Tú eres Dios de Dios, misericordia, a ti eternamente la alabanza. ¡Señor mío y Dios mío! Amén.
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CUANTO LA LENGUA A PROFERIR NO ALCANZA
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na vez más nos dirigimos al cuerpo del Señor resucitado, futuro de toda la historia que viene. En estas estrofas de cinco versos endecasílabos, sin preocupación por la concordancia o asonancia literaria de las terminaciones, el pensamiento y el amor quisieran ser densos desde la teología y la contemplación. ¿Qué es el cuerpo del Señor? ¿Qué es su santa carne? Es el todo: Cuanto la lengua a proferir no alcanza, tu cuerpo nos lo dice. El cuerpo del Señor es la fuente bautismal. ¿No nos lo ha enseñado san Pablo? El cuerpo del Señor, cuanto el amor humano sueña y quiere, es secreto de la creación, luz de las estrellas. El cuerpo del Señor es la herencia trinitaria y es el principio de lo que será la vida divina. Este es el cuerpo incorruptible que nosotros queremos contemplar en su vuelo ascensional; este es el cuerpo de cuyos labios ha fluido el Espíritu, como testifica Juan: “Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 22). Con este cuerpo, nosotros, salvados, ascendemos hasta la diestra poderosa.
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Cuanto la lengua a proferir no alcanza tu cuerpo nos lo dice, ¡oh Traspasado! Tu carne santa es luz de las estrellas, victoria de los hombres, fuego y brisa, y fuente bautismal, ¡oh Jesucristo! Cuanto el amor humano sueña y quiere, en tu pecho, en tu médula, en tus llagas vivo está, ¡oh Jesús glorificado! En ti, Dios fuerte, Hijo primogénito, callando, el corazón lo gusta y siente. Lo que fue, lo que existe, lo que viene, lo que en el Padre es vida incorruptible, tu cuerpo lo ha heredado y nos lo entrega. Tú nos haces presente la esperanza, tú que eres nuestro hermano para siempre. Contigo sube el mundo cuando subes, y al son de tu alegría matutina nos alzamos los muertos de las tumbas; salvados respiramos vida pura, bebiendo de tus labios el Espíritu. Cautivos de tu vuelo y exaltados contigo hasta la diestra poderosa, al Padre y al Espíritu alabamos; como espigas que doblan la cabeza los hijos de la Iglesia te adoramos. Amén.
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ESTABA MARÍA AL ALBA
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imno pascual, himno nupcial, himno que evoca el Cantar de los Cantares, himno de la Magdalena, himno de la Iglesia enamorada, himno para hoy, himno del amor eterno. Es la exégesis espiritual del encuentro de Jesús con María la Magdalena, la que estuvo junto a la Cruz y “la apóstol de los apóstoles”, como la llamaron los Santos Padres. “Estaba María junto al sepulcro llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y vio dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: ‘Mujer, ¿por qué lloras?’. Ella les respondió: ‘Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto’. Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús” (Jn 20,11-14) Parece que el himno ha tenido fortuna al pasar a la Liturgia de las Horas en la edición de Latinoamérica.
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Estaba al alba María, llamándole con sus lágrimas
Vino la Gloria del Padre y amaneció el primer día. Envuelto en la blanca túnica de su propia luz divina, la sábana de la muerte dejada en tumba vacía, Jesús alzado reinaba, pero ella no lo veía. Estaba al alba María, Mueva el Espíritu el aura la fiel esposa que aguarda. en el jardín de la vida. Las flores huelan la Pascua de la carne sin mancilla, y quede quieta la esposa sin preguntas ni fatiga. ¡Ya está delante el esposo, venido de la colina! Estaba al alba María, “¡María!”, la voz amada. porque era la enamorada. “¡Rabbuní!”, dice María. El amor se hizo un abrazo junto a las plantas benditas; las llagas glorificadas ríos de fuego y delicia; Jesús, Esposo divino, María, esposa cautiva. Jesús en las azucenas Estaba al alba María, con una unción preparada. al claro del bello día. En los brazos del Esposo La Iglesia se regocija. ¡Gloria al señor encontrado, gloria al Dios de la alegría, gloria al Amor más amado, gloria y paz, y Pascua y dicha! Estaba al alba María; es Pascua en la Iglesia santa. Amén. ¡Aleluya! © narcea, s. a. de ediciones 77
TU CUERPO ES PRECIOSA LÁMPARA
T
u cuerpo es preciosa lámpara. En el Museo de los Franciscanos de La Flagelación hay muchas lamparitas de barro, de origen cristiano. Cualquiera de esas lámparas puede evocar el cuerpo del Señor. Tu cuerpo es ramo de abril. Paseando por la Sierra Urbasa (Navarra) vi un espino. La flor del espino es blanquísima. Así es el cuerpo sacratísimo de Cristo. Tu cuerpo es lazo de amores. ¿Quién no ha tenido profundos amores? Pero… ¡ay!, ¿cómo pueden durar esos amores? Tu cuerpo es lazo de amores. Tu cuerpo es surco de penas. ¿Adónde pueden ir a verterse nuestras lágrimas, sino allí donde las vertió la mujer que bañó los pies de Jesús? Tu cuerpo es espiritual. Y Pablo nos dijo que la Iglesia es el cuerpo de Cristo. Tu cuerpo sacramental. Es la Iglesia, sí, y es la comunión.
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Tu cuerpo es preciosa lámpara llagado y resucitado, tu rostro es la luz del mundo, nuestra casa tu costado. Tu cuerpo es ramo de abril y blanca flor del espino, y el fruto que nadie sabe tras la flor eres tú mismo. Tu cuerpo es salud sin fin, sano sin daño de días; para el que busca vivir es la raíz de la vida. Tu cuerpo es lazo de amores, de Dios y el hombre atadura; amor que a tu cuerpo acude como tu cuerpo perdura. Tu cuerpo, surco de penas, hoy es de luz y rocío; que lo vean los que lloran con ojos enrojecidos. Tu cuerpo es espiritual, es la Iglesia congregada, tan fuerte con tu Cruz, tan bello como tu Pascua. Tu cuerpo sacramental es de tu carne y tu sangre, y la Iglesia que es tu Esposa, se acerca para abrazarte. Amén.
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VIVES, SEÑOR, ENTRE LOS TUYOS
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ontemplación teológica de Jesús de Nazaret, que es Cristo resucitado. Jesús, iniciador de la Iglesia, solo es cognoscible para nosotros en cuanto transmitido por la comunidad de creyentes. Eso son los Evangelios. Y es imposible, aparte de superfluo, desgajar en los Evangelios la historia escueta y su interpretación pascual. Los Evangelios son historia en la fe; son fe sobre Alguien que pertenece a la historia y que para siempre es historia, siendo el hecho de Jesús irrepetible. Solo la fe nos da tu cuerpo, y solo desde esta fe podemos desarrollar la historia de Jesús: y te hace historia descriptible. Con otras palabras: vives en el pasado y hoy viviendo en nuestra vida. Desde el hecho de la Iglesia, la inicial y la sucesiva, solo desde ahí alcanzamos la vida histórica de Jesús. Pretendemos, pues, proclamar que el Jesús de la historia, el Jesús de Nazaret, es el Cristo de la resurrección. Pretendemos anunciar al mismo tiempo que la comunidad cristiana es, por un misterio de comunión, el rostro de Jesús. Nuestras penas y alegrías son las ocultas venas que dan tangibilidad a ese divino rostro. Es que la Iglesia es Cristo. Entonces, el santo gozo se derrama al verte a ti, Jesús que vives.
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Vives, Señor, entre los tuyos, siendo tu vida irrepetible; vives viviendo nuestra vida, que, si no, fueras increíble. Son nuestras penas y alegrías ocultas venas que describen tu faz humana, Verbo eterno, y tu belleza indescriptible. El corazón que piensa y ama y hasta tu vuelta espera y gime es tuyo, carne de tu carne, latiendo en cuerpo tan humilde. Ayer y hoy eres el mismo, y, al ser cual eres invencible, no existes tú, perenne Amor, sino allí donde el fiel existe. Solo la fe nos da tu cuerpo, y te hace historia descriptible, y el santo gozo se derrama al verte a ti, Jesús que vives. Honor al Cristo de la tierra, que consiguió gloria sublime; por el Espíritu viviente honor y vida inmarcesible. Amén.
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EL AMOR ES MÁS FUERTE QUE LA MUERTE
“E
l amor es más fuerte que la muerte”, dice el Cantar de los Cantares (8,6). El amor vence a la muerte. Y tu cuerpo viviente lo proclama. EI cuerpo de Jesús, que traspasa la muerte, que está viviendo más allá de la muerte es la proclamación de que el amor vence a la muerte. Este himno es un canto de exaltación al amor –todas las estrofas lo anuncian– y un canto a Cristo pascual que vive corporalmente. EI Señor es el eje del amor La eternidad del hombre (evieternidad, dicen los teólogos), ¿de dónde procede sino del amor del Padre a Jesús, del amor que el Padre nos tiene a través de Jesús? Convocados por ti, por ti vivimos, del amor que te sacia, tú nos sacias. Por amor de Cristo se crearon cielo y tierra. Toda la historia de Dios ad intra y ad extra es una historia de amor en su Hijo. Sufriste en la humana caravana, pero del dolor te levantas y nos muestras cual trofeo de amor tus santas llagas. Ante esto el corazón busca, ardiente y veloz como una saeta de fuego; el deseo está sediento sin poder apaciguarse. EI cuerpo de Cristo nos dará el reposo.
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El amor es más fuerte que la muerte y tu cuerpo viviente lo proclama; tú traspasas, Señor, lo que fenece, desde siempre y por siempre tú nos amas. Por tu amor, oh Jesús, eternos somos, del amor increado das tu gracia; convocados por ti, por ti vivimos, del amor que te sacia tú nos sacias. Oh Jesús nazareno y peregrino de la humana y doliente caravana, del dolor te levantas y nos muestras, cual trofeo de amor, tus santas llagas. Oh pasión amorosa que es saeta, oh sediento deseo que no calla, reposad en el cuerpo sacrosanto del que ofrece el abrazo de llegada. Es más grande que el tiempo y el espacio el amor que en Jesús es nuestra alianza; por tu amor se crearon cielo y tierra, por amor del que es Hijo en carne humana. Esta ofrenda de amor recibe, oh Cristo, de la Iglesia, tu esposa bienamada; para ti nuestro gozo y alabanza en la espera de verte cara a cara. Amén.
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ABRID LAS PUERTAS, HIJOS DE LOS HOMBRES
E
l día 6 de enero del año 1983, en el año “quinto de mi pontificado”, el papa Juan Pablo II, publicaba la bula de convocación del jubileo para el 150 aniversario de la redención, Aperite portas Redemptori. La bula comenzaba con estas palabras: “Abrid las puertas al Redentor. He aquí la llamada que, en la perspectiva del Año jubilar de la Redención, dirijo a toda la Iglesia, renovando la invitación hecha a los pocos días de mi elección a la cátedra de Pedro. Desde aquel instante, mis sentimientos y mi pensamiento se han orientado más que nunca a Cristo redentor, a su misterio pascual, vértice de la revelación divina y actuación suprema de la misericordia de Dios para con los hombres de todos los tiempos”. Evocando esta bula, está escrito este himno como pascual.
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Abrid las puertas, hijos de los hombres, a Cristo, redentor omnipotente; romped las ataduras del pecado, como él ha roto el lazo de la muerte. Con santo brazo entró en la fortaleza aquel que era el más fuerte frente al fuerte; tumbó al dominador, venció el orgullo y fue suyo lo suyo desde siempre. Oh Cristo mansedumbre, débil siervo, el mundo estalla cuando muerto vences; tus pies llagados pisan los abismos y Adán, el pecador, contigo asciende. Abriste tú la roca del sepulcro, tu cuerpo es llave, oh luz indeficiente; las puertas de la casa traspasaste, porque eres puerta y casa de tus fieles. Abrid el corazón los redimidos, bañaos en la gloria de su frente, que abierta está la tumba, a Dios abierta, abierta de su pecho está la fuente. ¡Oh Cristo, redentor del universo, que todo reconcilias cuando mueres, el canto del amor, todos unidos, a ti con gratitud, a ti se eleve! Amén.
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¿NO SERÁS TÚ, BUEN AMIGO?
“A
quel mismo día dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén” (Lc 24,13). Estos eran Cleofás y la tradición da al otro el nombre de Simeón. La fiesta de los santos Simeón, obispo, y Cleofás se celebra en el calendario de la Iglesia de Jerusalén el 25 de septiembre. Paulina Nicolay (1811-1868), mística estigmatizada que vivió diez años en Tierra Santa y murió en Jerusalén, compró un terreno, lugar de antigua veneración. Ahí se levantó el actual santuario (1901) sobre el emplazamiento de la llamada Casa de Cleofás. El cuerpo de esta santa mujer reposa en la iglesia. Uno piensa, cual devoto peregrino, que acaso por esta calzada romana, que pasa rozando la iglesia, fue caminando y conversando Jesús con Cleofás y el otro discípulo. En este himno nos incorporamos a los caminantes. Son ellos los que hablan (estrofas 1 y 3). La conversación terminó en Eucaristía (estrofa 4) y entonces los ojos se les abrieron. La evocación espiritual de lo entonces ocurrido nos emplaza hoy ante Jesús, entrañable amigo (estrofa final). Emaús es misterio de manifestación, y hoy puede ser Emaús para nuestros corazones.
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¿No serás tú, buen amigo, el único no enterado? Lo de Jesús nazareno, muerto en cruz y sepultado. Si tú supieras quién fue, lo que dijeron sus labios, sabrías por qué esta Pascua de gozo se ha vuelto en llanto. Mujeres de nuestro grupo se fueron a visitarlo; ricos aromas llevaban como a un esposo adorado. Volvieron iluminadas, diciéndolo a los hermanos. Mujeres que por su amor nos han dejado pensando. Al paso de la Escritura los tres juntos caminaron, y cada palabra suya era un carbón abrasado. Y luego tras la palabra vino el pan entre sus manos. Los ojos se les abrieron, creyeron y lo adoraron. ¡Oh Cristo, entrañable amigo, que caminas a mi lado, nuestra fe llega a tu cuerpo cuando miramos amando! ¡Oh Cristo, gloria del Padre, paciente y resucitado, descubre aquí tu presencia mientras tú vives reinando! Amén.
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LA RUTA DE EMAÚS SIGUE LOS PASOS
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maús es el símbolo de la inmanencia del Resucitado en lo cotidiano de la vida. Lo que nos impide verlo son los ojos retenidos: “Pero sus ojos estaban retenidos para que lo reconocieran” (Lc 24,16). Jesús es el Otro siempre a nuestra mano, el Otro que arde de amor por entrar en conversación. Si lo tenemos a él, su amistad es cual liturgia que alumbra y purifica. En efecto, desde la amistad divina entendemos la voz sentida de Dios. Nos atrevemos a decir que son nuestras palabras frases suyas, por él dichas y escritas. La palabra humana es palpitación de palabra divina, si previamente el Dios de nuestra creación y amor ha sido percibido. Jesús en medio de nosotros es el Transparente. En él las Escritura trasparecen. “Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras” (Lc 24,27). De pronto fue evidencia en el Espíritu... Aparición, desaparición: dos referencias a una realidad fundamental, que es el cuerpo de Cristo, tan cercano de nosotros como de aquellos dos discípulos iluminados por Cristo resucitado que con esa luz percibieron el sentido de la vida y tuvieron alegría de corazón.
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La ruta de Emaús sigue los pasos de un hombre que camina: ¡qué bueno si llegara y fuera el Otro que dos tristes amigos necesitan! Y el Hombre aquel que todo lo escuchaba y amándoles ardía, pidió el mismo camino amablemente, y fueron tres andando en compañía. Hablar en amistad es cual liturgia que alumbra y purifica, y Dios se desvelaba porque es nuestro, tan fácil de acoger su voz sentida. Y son nuestras palabras frases suyas, por él dichas y escritas; de pronto el Transparente ante ellos era la luz que está en la ley y profecía. De pronto fue evidencia en el Espíritu, en fe la nueva vida; y el cuerpo don dulcísimo y perenne, Jesús viviente, carne Eucaristía. Cercana Trinidad, que eres la casa en donde se respira, ¡oh Dios amor, presencia circundante, a Ti la adoración agradecida! Amén.
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SIMÓN, HIJO DE JUAN
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l himno se presenta como una meditación afectuosa del evangelio de Jn 21,15-19. Nos place recordar que el papa Pablo VI fue el primer papa peregrino a los Santos Lugares (enero 1964). Lo anunció de improviso al concluir la III sesión del Concilio (4 diciembre 1963). Lo había pensado en el secreto de su corazón: “Después de una larga reflexión, y después de haber invocado la luz divina... parece que se debe estudiar positivamente como posible una visita del papa a los Lugares Santos en Palestina... Que este peregrinaje sea rapidísimo, que tenga un carácter de simplicidad, de piedad, de penitencia y de caridad” (Notas personales del 21 de septiembre de 1963). Particularmente emotiva su llegada a Tabgha, donde se venera la roca del Primado. Mosaicos y cuadros han recogido esta escena.
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Simón, hijo de Juan, le dijo junto al lago, ¿me amas de verdad y humildemente, al modo como yo os he amado, con todo el corazón y toda el alma, con sangre y en silencio hasta el Calvario? Simón, hijo de Juan, apóstol designado, ¿aceptas ser pastor de los pastores, el báculo de amor para tu mando, aceptas ser primero en el servicio, el último lugar por tu primado? Simón, hijo de Juan, pastor que yo consagro, ¿aceptas mis ovejas y corderos, la Cruz que ha redimido por cayado?, ¿me quieres de verdad, Simón querido, que pueda yo entregarte mi rebaño? Señor, le dijo Pedro, humilde y confesando, Señor, mi vida es tuya, tú la sabes, tú sabes que te quiero sin engaño, y más decir no puedo, me conoces, ya solo en tu mirada yo me amparo. Jesús ató este amor y nadie ha de soltarlo; lo dio como carisma de pastores, el don para regir al pueblo santo, allí al amanecer junto a las aguas después de dar el pan y el pez asado. ¡Oh Cristo, buen pastor, Jesús resucitado, viviente estás en medio de tu Iglesia, estás presente en Pedro y sus hermanos; sumisos a tu vara te sentimos y a ti te bendecimos y adoramos! Amén.
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JESÚS, ARDIENTE CIRIO
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n la noche pascual la Iglesia canta su éxtasis ante el cirio, “columna de fuego ardiendo en llama viva para gloria de Dios”. El cirio es Jesús. La cera virgen, obra del Espíritu en el seno de la Virgen María; el pábilo abrasado, Dios luminoso de Dios luminoso, nos ponen ante el Señor resucitado. ¿Quién es él? No cabe una respuesta en el mundo entero, porque felizmente nuestro Redentor es más grande que todo lo creado. Es justo, pues, cantar en el exceso del corazón; es saludable alabar con palabras desbordadas, cuyo sentido queda quemado en la llama sangrante y áurea que nos introduce en la eternidad. Es bueno cantar y unir en nuestra evocación lo pasado, la Cruz que fue y lo para siempre eternizado: su divino cuerpo, su augusta, su santísima realidad, lecho de nuestras esperanzas. ¡A ti, Jesús, cantamos! ¡A ti, Señor nuestro, a ti, Dios nuestro! El cirio sigue ardiendo durante toda la cincuentena pascual; durante esos días podemos cantar: ¡Jesús, ardiente cirio!
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Jesús, ardiente cirio, amor enarbolado, ¡oh cera del Espíritu, oh pábilo abrasado! Secreto refulgente, dolor resucitado, ¡oh libro de Dios trino, en carne descifrado! León caído invicto, cordero degollado, ¡oh arcilla de los hombres, oh Dios iluminado! Lucero vespertino que duerme en el collado, al filo de lo eterno, ¡despierta, Bienamado! ¡Oh llama de los ojos, oh nido deseado, oh cauce de los ríos, oh paz del Dios hallado! ¡La gloria a ti revierta del Padre que ha engendrado, y a ti la Iglesia cante, a ti, santificado! Amén.
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¡OH LLAVE DE LOS MISTERIOS!
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l estudio reciente de la teología ha orientado nuestros espíritus para ver en el misterio pascual la “llave de los misterios”. Nuestra teología es esencialmente pascual. La Pascua es la puerta de le fe; ha de ser, lo mismo, la puerta de la espiritualidad. Con esto queremos decir: – El misterio de la Trinidad, luz fontanal de todo, lo confesamos como misterio pascual, porque solo en la Pascua se nos revela la divinidad de Cristo. – El misterio de la Encarnación, igualmente, es misterio pascual en el sentido de que, al alcanzar a Jesús como Hijo de Dios en la sagrada Pascua, desde ahí asumimos el desarrollo íntegro del misterio de Cristo. Pero, más bien, en este himno tendemos la mirada al futuro: el “cielo encendido”, el “cielo perenne”. Al hacer la síntesis entre el “origen perfecto” y el futuro que ha irrumpido le pedimos a Jesús, con la carta a los Efesios, que infunda sus dones en la Iglesia. “Por eso dice: Subiendo a la altura, llevó cautivos y dio dones a los hombres. ¿Qué quiere decir “subió” sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo” (Ef 4,8-10).
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¡Oh llave de los misterios, oh Pascua, cielo encendido, de leche y miel son las fiestas que brotan del manantío! Murió Jesús verdadero, de veras hasta el abismo; le estalla de las raíces el fruto al mundo perdido. Empieza el cielo perenne, cerrado en el paraíso; hoy es el día primero, el Hombre Verbo es cumplido. Hoy es origen perfecto, Espíritu amanecido, hoy es la carne querida, la gloria para los hijos. Hoy es el alfa y la omega, Jesús, el designio fijo, hoy la divina escritura entrega el pleno sentido. Reparte dones celestes Jesús, pleroma infinito, la Iglesia bulle colmada y es cuerpo en él florecido. ¡Honor a la creación, al creador, Jesucristo, a ti, eterno Señor, que eras desde el principio! Amén.
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¡OH MUERTE VENGADORA!
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unto germinal de inspiración de este himno es el texto paulino que corona el capítulo 15 de la primera a los Corintios, cuando Pablo proclama la resurrección de Jesús, ya acontecida, y vinculada a la resurrección final de los muertos: “Cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: la muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley. Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!” (1Co 15,54-57). Podemos, pues, cantar: “por él, con él y en él resucitamos, y Dios es todo en todos, festín y paz y canto reposado”. Pablo dice: “Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo” (1Co 15,28).
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Oh muerte vengadora, cruel azote, hija del pecado, ¿en dónde tus despojos, en dónde está tu risa, tu sarcasmo, oh muerte del infierno, oh muerte derrotada el día claro? Cayó la muerte antigua, que a todos su tributo fue cobrando, el último enemigo, la muerte de mi cuerpo aprisionado; cayó tras la batalla, en cruz todo poder crucificado. Y dijo Cristo vivo: “Vencí, cambié el sabor de tu bocado; ya nunca flor corrupta será la flor bermeja de tus labios, ni habrá contrarios tuyos, tendidos a tus pies y aniquilados”. Ya Cristo luminoso enciende con su cuerpo nuestros ámbitos, inunda el universo, por él, con él y en él resucitamos, y Dios es todo en todos, festín y paz y canto reposado. ¡Oh, venga el día, venga, florezca el nuevo grano sepultado! ¡La gloria y la alabanza a ti, Jesús, pleroma de salvados, semilla transformada, a ti, delirio amor, misterio santo! Amén.
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TUS LLAGAS FLORECIDAS SON DESCANSO
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n sencillo cristiano quiere cantar con osadía, como un místico de supremas cumbres, la delicia y el banquete que es entrar en las llagas de Jesús. ¿Y por qué no? Las llagas de Jesús son llagas florecidas; nos invitan a entrar y hallaremos un huerto. Estamos en el Cantar de los cantares:
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Ella:
¡Cierzo, despierta; mueve, solano! Venid, soplad en mi jardín, que exhale sus aromas, para que venga mi amado y guste de los frutos exquisitos.
Él:
¡Ya estoy en mi huerto, hermana mía, esposa! Voy a recoger mi mirra y mi bálsamo, voy a gustar mi panal y mi miel, voy a beber mi vino y mi leche. ¡Comed, amigos, bebed, embriagaos, queridos! (Ct 4,16-5,1)
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Tus llagas florecidas son descanso, jardín en el edén que Dios ha abierto; venid, amigos, libre está la puerta, tomad el aire puro de este huerto. Tus llagas son, Jesús, el paraíso, el cielo preparado al hombre nuevo; ya tornan del exilio Adán y Eva, que hallaron bien mejor que el que perdieron. Aquí, en el jardín de tu costado, tú vas a celebrar el pacto eterno; si tú por gracia brindas el anillo, presento yo mi dedo, que yo acepto. Iglesia blanqueada por la sangre. que llevas en tus ojos sus destellos, del monte de la mirra vete en busca, y hallado en Pascua, quédate en su pecho. ¡Honor a Cristo, esposo coronado, ceñido por el Padre en este encuentro, descienda sobre ti la santa gloria y cubra de tu frente el orbe entero! Amén.
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JESÚS, HIJO DE DIOS, PRESENCIA LLENA
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a necesidad radical del amor es la presencia y la compañía. Y esto es Jesús en el Misterio Pascual: es “presencia llena”. Él invade los sentidos. Es la fe la que nos tiene asidos a su santo cuerpo. Es el Espíritu quien nos transporta a esta realidad. He aquí, pues, un himno pascual que abre a la intimidad, que no quisiéramos que fuera el intimismo, cosa bien distinta. La intimidad y el silencio los necesitamos como despliegue del amor y como disfrute de la verdad. El himno es un deliquio de amor. La palabra “Jesús” es paladea por el corazón amante:
Jesús, Hijo de Dios, presencia llena Jesús, resucitado, transparencia Jesús, de largas playas inmortales Jesús, el más cercano, el más hermoso Jesús resucitado, flor perenne En Jesús residen los “transcendentales” de la Filosofía: Unum, Verum, Bonum, Pulchrum. Oh Bello y Verdadero, oh todo Bueno. Es el lenguaje del amor; pero ha de pensarse que ante Dios y ante los hombres nada hay más real que el amor.
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Jesús, Hijo de Dios, presencia llena, que invades los sentidos, Jesús, resucitado, transparencia, en fe a tu cuerpo santo nos ceñimos. Derrama tú la copa del Espíritu, el vino envejecido, y llena el corazón que amor ansía y muere si no siente tu latido. Jesús, el más cercano, el más hermoso, oh Hijo, todo mío, irrumpe ya, Señor, que es primavera, y llevas en tu pecho el sí cumplido. Jesús, de largas playas inmortales, dulcísimo cobijo, repose yo en ti por gracia suma y tú en mí, amigo en el amigo, Oh bello y verdadero, oh todo bueno, del Padre el preferido, oh paz de las palabras, tú que sabes, acoge lo que bulle sin decirlo. ¡Jesús resucitado, flor perenne, mi Dios, oh blanco lirio, a ti la dicha sea, la delicia, y el canto sin cesar de tus ungidos! Amén.
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YA ROMPE EL DÍA, YA AMANECE
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n versículo final gobierna todas las estrofas: ya brota el Hombre del sepulcro. Jesús Resucitado es el dulce fruto de la Historia, es el don de la Promesa, confín de la profecía. Cuando él resucita empieza el Hombre nuevo. Jesús es el hombre. Ignacio de Antioquía escribía a los romanos: “Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida, no queráis que muera... dejad que pueda contemplar la luz; entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios”. La humanidad se inicia en Jesús. Ya rompe el día, ya amanece. El universo queda implicado. La santa resurrección de Jesús es el estallido del cosmos. La humanidad doliente y peregrina halla descanso. Y yo, en secreta intimidad, puedo decir igual: “mi descanso”.
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Ya rompe el día, ya amanece, del árbol cae el dulce fruto, radiante estalla la promesa, ya brota el Hombre del sepulcro. Rendíos cielos y universo, gritad, soltad los labios mudos, montañas, fuentes y caminos: ya brota el Hombre del sepulcro. Cansados pies de peregrino doliente pecho moribundo, os traigo paz y luz y amor: ya brota el Hombre del sepulcro. Vivid, amantes de la vida, amad, vivientes de este mundo, bebed del cauce de la roca: ya brota el Hombre del sepulcro. Dulzura mía y mi descanso, Jesús, amor en mis nocturnos, a ti me arrimo en trance nuevo: ya brota el Hombre del sepulcro. Jesús, oh bello, oh bueno, oh santo, Jesús ungido e incorrupto, a ti la gloria, a ti el amor,
a ti que brotas del sepulcro. Amén.
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PUREZA DE LA IGLESIA, CRISTO ALZADO
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i supiéramos adorar, nuestro corazón sería un gran río sereno, que avanza por la vida, riega y fecunda…! ¡Si supiéramos dar gracias, nuestro corazón sería la paz de Dios –la pax Christi– que no enseñaría el gozo secreto de la vida y de la esperanza! Este himno está compuesto para mirar a Cristo resucitado, y decirle al final de cada estrofa: ¡oh Cristo, gracias! Al escribirlo, fue dedicado a las Comunidades Neocatecumenales, con quienes compartí la hermosa Vigilia Pascual del 3 de abril del año de gracia de 1994 en la parroquia de Valvanera. Logroño1.
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Fue de la celebración de esa Vigilia Pascual de donde surgió el libro La hermosa Vigilia de Pascua. Cómo preparar y vivir la celebración principal del año. Editorial Regina, Barcelona 1995.
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Pureza de la Iglesia, Cristo alzado, oh manto de justicia regalada, Cordero santo, paz de los pecados, ¡oh Cristo, gracias! Muy áspero camino fue la ruta de amores y fracasos enlazada, experto de pobreza, fiel amigo, ¡oh Cristo, gracias! Aliento de los hombres, senda buena, hogar del desvalido, tarde calma, Jesús ternura, ojos y caricia, ¡oh Cristo, gracias! Señor Jesús, victoria del amor, rumor de mis silencios y palabras, laguna en la que el cielo se ha vertido, ¡oh Cristo, gracias! Salud de los enfermos, vida de los muertos que llevas en tus manos traspasadas, a ti te bendecimos, oh bendito, ¡oh Cristo, gracias! A ti, Jesús, florida primavera, de toda criatura eterna Pascua, gozosa, a ti la Iglesia te bendice: ¡oh Cristo, gracias! Amén.
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TÚ SERÁS, OH CRISTO VENCEDOR
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unca olvidaremos que la Pascua es, por encima de todo, contemplación y acogida del don. Nuestra contemplación es absolutamente simple. Es decir, a Jesús, en cada estrofa, “Tú serás…”. ¿Qué es, pues, lo que Cristo será, lo que está siendo ahora mismo? La fe se desata en amor, y el amor habla. Jesús es toda la revelación, toda la esperanza. Dicho de una forma inmediata que cualquier enamorado puede comprender: Jesús es todo para mí. Pero de ninguna manera reduzcamos la plenitud de Jesús a una solución existencial para mí. Jesús es el don de la humanidad, y como a tal lo cantamos: y la flor y el fruto de los hombres y el amor de Dios que el cielo llena. Confesamos que Jesús es la esperanza de todos los hombres y el regalo que a todos el Padre nos ha dado.
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Tú serás, oh Cristo Vencedor el eterno canto de tu Iglesia y la flor y el fruto de los hombres y el amor de Dios que el cielo llena. Tú serás, oh Santo, oh Dios de Dios, oh Lucero rojo de la tarde, la ardorosa llama que calcina para ir adonde tú llegaste. Tú serás la paz, oh Perdedor, en la senda humilde que pisamos, y el Camino fiel que lleva a Dios, mi Evangelio, oculto y exaltado. Tú serás, oh siempre Deseado, el voraz anhelo del mendigo, el rumor sonoro que responde cuando el alma lanza su gemido. Tú serás, Jesús resucitado, la tranquila cima de los montes y el latido amante del Espíritu y el amén de Dios que nos corone. Tú serás, oh Cristo, tumba libre, nuestro yo perdido y encontrado. ¡Oh Señor, dichosa Parusía, gloria a ti, de gozo coronado! Amén.
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ROMPIÓ LA LUZ LA ROCA
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h mundo fascinante, oh hombre admirable! Te amo, tierra madre. Te amo, hombre hermano, que te debates entre la gloria y el pecado. Te conozco, amante y pecador, porque he vislumbrado el fondo de mi corazón de criatura. ¿Adónde miramos y a quién iremos, avanzando con vértigo en la historia? Pondremos los ojos en Jesús. ¡Qué dulce sabor en la boca por llamarte así, tan sencillo, Jesús!, pondremos los ojos en él, que, al ir al regazo del Padre, su cuna y trono, ha pasado los tiempos y los ha llenado todos. Misterio entrañable y fructuosísimo ese de su transcendencia allá en el Padre con el Espíritu, inmanente, aquí en nosotros, en lo más íntimo de mi intimidad. Cantamos al Señor de nuestra Pascua. Él vive en la Trinidad, porque es Uno de la Trinidad, y allí el tiempo deja de ser tiempo, porque Dios lo circunda todo y lo penetra todo. Nos basta la fe para contactar con esta actualidad y seguir remando mar adentro... mar adentro, sabiendo que él, que ha pisado nuestra tierra, no nos puede faltar. Le miramos a él, resucitado, lo más bello del cielo y de la tierra, a él, que nos da serenidad, mientras no le demos el abrazo eterno.
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Rompió la luz la roca y fuiste en derechura hasta el regazo, y el Padre te ciñó con su corona, bellísimo Jesús, ¡oh dulce hermano! Aquel divino instante milenios y milenios ha llenado, Señor Jesús, unción de todo tiempo, presencia pura, gozo inmaculado. Remad hacia la altura, echad la red con brazo dilatado, echadla sin temor en nombre mío, que el corazón del hombre yo he creado. Mirad en lontananza y haced pasión del tiempo regalado, y dad a Dios la gloria y la belleza, y vedme a mí, amando a vuestro lado. Jesús de mi ternura Jesús todo divino y tan cercano, Jesús ante mis ojos y en mi cuerpo, Jesús en cruz, Jesús resucitado. Con todos los milenios el triunfo del amor a ti cantamos. ¡Oh vida de la vida, luz del mundo, a ti por el Espíritu adoramos! Amén.
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¡OH REY DE PAZ, HERMANO DE LOS HOMBRES!
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l 11 de marzo de 2004 fue un nuevo día de sangre para la humanidad. Doscientos inocentes, trabajadores del pan de cada día, cayeron bajo las bombas de los terroristas en Madrid. ¿Por qué tanto dolor? ¿Por qué tanto absurdo, tanta inhumanidad, tanto desgarro y desolación entre seres queridos? Nuestras razones se quedan quebradas, porque no hay causa razonable que explique la muerte de un ser humano. Nosotros mismos, en nuestro desvarío, somos nuestros propios verdugos. Entonces, como creyentes, miramos con una súplica a Dios; como cristianos, miramos a la cruz del Redentor. Y, al final, miramos a Jesús vencedor que impera sobre el odio, al iniciar su vida nueva. Y esto quiere cantar este himno pascual: la victoria cierta del amor, por la muerte de Jesús. Lo que siguió a su muerte es lo que nos espera. Y esto que siguió está hoy en acción en el mundo. Por eso, anclamos en él nuestra esperanza, para cantarle como, pese a todos los pesares, puede cantar un enamorado: ¡Oh Rey de paz, hermano de los hombres!
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¡Oh Rey de paz, hermano de los hombres, que en sangre de terror moriste un día, tú vives, tú intercedes, tú nos oyes, delante de tu Padre tú palpitas! Tú amas a raudales en el cielo y en ese mar sin fondo purificas; tú eres el perdón y el fuerte abrazo que enlaza en ti a hermanos fratricidas. Tú eres nuestra causa ya ganada, tú eres la condena en cruz vencida, tú eres el futuro que anhelamos la paz, divina paz, que nos fascina. Tú eres nuestro yo y tú ceñidos, la nueva humanidad en ti nacida, ¡oh Cristo de esperanza y de victoria, oh Cristo allí y acá la misma vida! ¡A ti, Jesús, concordia de los hombres, perdón de Dios, y luz amanecida, a ti la gratitud y eterna gloria, a ti que del mortal abismo libras! Amén.
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ALZADO, MI SEÑOR, TU BLANCO CUERPO
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l crucifijo de san Damián fue el que habló a Francisco, y el que adoró Clara durante toda su vida. Hoy este crucifijo se venera en el protomonasterio de las Clarisas de Asís. Es el Crucificado, lleno de ternura, y es simultáneamente el Resucitado lleno de serena majestad. El cuerpo es blanco, signo de virginidad, sin duda. Sus grandes ojos negros se hunden en el Padre. Diríase que en sus pupilas lleva el retrato de la Iglesia, adquirida al precio de su sangre. Su rostro, en el centro del círculo glorioso de la divinidad, está velado por una penumbra. Nos está diciendo que todavía no podemos contemplarle cara a cara, pero, resucitado, se lo pedimos: descubre ya tu faz tras la penumbra. Este rey eterno es el esposo de Clara, el tierno esposo. Recordamos en esa estrofa del rey eterno la frase de Clara: “Ama totalmente a quien totalmente se entregó por tu amor” (3CtCl 15). Clara entregó su vida toda entera a quien se había entregado todo entero. Su amor, por gracia, fue un amor en retorno. En la doxología recordamos la carta a los Hebreos: “Acerquémonos confiadamente al trono de gracia” (Hb 4, 16). El trono de gracia es Jesús resucitado.
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Alzado, mi Señor, tu blanco cuerpo, a ti, contemplo, a ti, Jesús, adoro; descubre ya tu faz tras la penumbra y cuéntanos, oh Dios, tu amor y gozo. ¿Qué miras junto al Padre, que ha bañado, de bella eternidad tus grandes ojos? Tú eres el retrato de tu Iglesia, que en tus pupilas es recordatorio. La herida del costado a tu derecha de gracias celestiales es arroyo; tus puras llagas, perlas preciosísimas, son tu joyel y nuestro patrimonio. Al lado de tu Madre cobijados, con Juan que la acompaña hacemos coro; materna Iglesia, madre en el Calvario, en tu regazo guarda su tesoro. Jesús, oh Rey eterno de anchos brazos, de Clara, virgen pobre, tierno Esposo, a ti la vida cante toda entera en prueba de que amamos en retorno. Jesús crucificado y ensalzado, tu cuerpo contemplado es regio trono; ¡la gloria a ti y el mérito ganado, y desde ti la gracia hasta nosotros! Amén.
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YO SOY LA NUEVA VIDA EN EL ESPÍRITU
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imno pascual sobre aquellas palabras de Jesús acerca de su verdadera familia: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre” (Mc 3, 34-35). Palabras que se clavaron en el corazón de Francisco y de Clara. “Son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo”.1 “Queridísima hermana y, más aún, señora digna de toda veneración, pues sois esposa y madre y hermana de mi Señor Jesucristo”. E insistía: “Habéis merecido dignamente ser llamada hermana, esposa y madre del hijo del altísimo Padre y de la gloriosa Virgen”.2 Este parentesco de Jesús, se realiza más allá de lo masculino y femenino. Surge en mi corazón no una “afinidad” con Jesús, sino una consanguinidad en el Espíritu, en esas zonas últimas de la vida donde está la fecundidad, la unión, la exuberancia íntima, la ternura, el gozo y la compasión; en suma, la comunión de vida. Pidamos la gracia de gustarlo. En la primera parte del himno habla el Resucitado; en la segunda habla mi corazón. 1 2
San Francisco, 1ª carta a todos los fieles, 7. Primera carta de santa Clara a Inés de Praga, 12 y 24.
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“Yo soy la nueva vida en el Espíritu, la intimidad latente de tu alma, yo soy en ti Jesús resucitado, tu paz y tu conciencia, limpia y clara. Si anhelas un esposo, soy tu esposo de par en par abierta mi confianza, la voz que de la nada te creó y ahora soy tu nido y tu palabra. Aquel que un día dijo a los discípulos que quiso ser su hermano y ser su hermana, su misma madre… pues una voluntad nos rinde en obediencia y nos enlaza”. Con gozo reposado yo te adoro, Jesús, mi redentor, por siempre Pascua, el Dios de mis anhelos eres tú, que por amor te hiciste mi alianza. En aras de tu amor yo exulto y canto, y es fruto de mis labios la alabanza, dulcísimo Jesús, esposo santo, presencia viva, suave y cotidiana. Recibe mi Señor, la humilde ofrenda a tus divinos ojos presentada. ¡A ti toda la gloria eternamente y en ti mi vida entera, que es tu gracia! Amén.
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RETORNA VICTORIOSO
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ste himno pascual contempla un aspecto del misterio: Jesús entra en el cielo.
Cumplida su vida terrestre que se consuma con la muerte, Jesús entra en el cielo. Al morir Jesús, amanece la resurrección de los santos (Mt 27,53), rompe las puertas del abismo y desciende a los infiernos: “Fue a predicar a los espíritus que estaban en la prisión” (1P 3,19). En el mismo día de la resurrección (Lc 24,50-53), Jesús entra en el cielo. O mejor dicho, al margen de una consideración cronológica, útil para la pedagogía de la fe (Hch 1,3), Jesús entra en el cielo en el día de su Pascua, que es el día eterno que inicia el tiempo nuevo. Se unen, en el misterio pascual, pasión y resurrección. Con la cruz en la mano como un cetro, Jesús entra en el cielo. Con él entra la Iglesia, nosotros, ataviada con la misma hermosura del esposo. Subiendo a las alturas llevó a los cautivos (Ef 4,8). Se abre un apocalipsis de consuelo y de gloria; no habrá hambre ni sed, nos conduce el Compasivo (Ap 7,16-17). Y nosotros, los que quedamos en la tierra, sabemos que nuestra esperanza está como segura y firme áncora de nuestra alma, y que penetra hasta el interior del velo donde entre por nosotros, como precursor, Jesús (cf. Hb 6,19-20).
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Retorna victorioso, la cruz en mano enhiesta, como un cetro, como llave de entrada al paraíso; y a su lado retornan los cautivos vuelto en gozo las lágrimas y el duelo: ¡Jesús entra en el cielo! Vuelve el Esposo santo; el hijo más hermoso de la tierra regresa coronado de su viaje; y envuelta en su hermosura y su ropaje, con él la Esposa henchida de belleza: ¡Jesús entra en el cielo! Mirad al Buen Pastor, y tras sus huellas ved a su rebaño que él conduce al frescor de aguas tranquilas; Jesús, el Compasivo, él nos guía, y el Pastor se nos brinda en dulce pasto: ¡Jesús entra en el cielo! Mirad a la esperanza, porque ha quedado el áncora clavada; si la tormenta agita el oleaje no se agite la fe del navegante, que en la ribera Cristo nos amarra: ¡Jesús entra en el cielo! Y el Padre goza y goza porque goza el Hijo en el regazo, al retorno triunfal de la pelea; goce la Iglesia, goce en su cabeza, y alabe por los siglos al Amado: ¡Jesús entra en el cielo! Amén.
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CONTEMPLARTE EN TU ASCENSIÓN
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ste himno es la interpretación del icono oriental de las Ascensión del Señor. Este icono tiene dos partes: en la mitad superior, Jesús ascendido al cielo; en la mitad inferior, la Virgen, a la que rodean los apóstoles, recibiendo con ellos el Espíritu. Jesús en el cielo está rodeado de un círculo divino (primera estrofa) y recibe el homenaje de los ángeles. Está representado en actitud de reinar (segunda estrofa): Tu mano izquierda tiene la Escritura… y con la diestra imperas y bendices. La Iglesia santa está en la tierra, representada por la Virgen y los apóstoles, y se acoge a la fuerza del Señor resucitado y ascendido al cielo (tercera estrofa). Nos detenemos en la figura central de la Iglesia, que es la Virgen, y le pedimos lo que indica el signo del icono: reúnenos con mano intercesora (cuarta estrofa). La quinta estrofa es una invocación a la venida del Espíritu: Venga el oculto Espíritu a nosotros. La Ascensión va esencialmente vinculada al envío del Espíritu. En fin, la doxología canta el misterio de la Trinidad.
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¡Oh gracia contemplarte en tu Ascensión, subir contigo al círculo divino, y con los santos ángeles gozarte en la beata paz de tu destino! Tu mano izquierda tiene la Escritura, cumplido entre nosotros tu designio, y con la diestra imperas y bendices, ¡oh Luz de Luz que brillas por los siglos! A tu fuerza se acoge en esta tierra la Iglesia santa, en ti los ojos fijos; irradia tu hermosura y te proclama por las voces de apóstoles testigos. Oh Madre del Señor, santa María, imagen fiel del pueblo redimido, reúnenos con mano intercesora y muéstranos el rostro de tu Hijo. Venga el oculto Espíritu a nosotros, dador de fe y amor hasta el martirio, y el que es la caridad y unión perfecta nos haga un corazón todos unidos. Te alabamos, oh santa Trinidad, misterio revelado en Jesucristo; por él, con él y en él, nuestro Señor, por su excelsa Ascensión, te bendecimos. Amén.
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CANTEMOS AL ESPÍRITU DE AMOR
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l Espíritu apareció en la Encarnación del Verbo; era Espíritu de amor que vino a las entrañas de María. Allí se hizo la alianza de Dios con los hombres. El Verbo entonces era Hijo y era Esposo. A este Esposo podemos hablarle con ternura. La Sagrada Escritura, al dar a Dios el nombre de Esposo, ya en el Antiguo Testamento, posibilita un lenguaje nuevo. En este himno contemplamos, pues, el misterio de la Encarnación bajo el signo del Espíritu. Jesús, por el Espíritu, se identificó como el Esposo de la Comunidad mesiánica que él inauguraba: “Jesús les contesta: «¿Es que pueden ayunar los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Mientras el esposo está con ellos, no pueden ayunar. Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán en aquel día” (Mc 2,19). Evocamos luego esa presencia espiritual de Jesús entre nosotros, presencia por el Espíritu, que es una presencia cotidiana, como para decir: “Y démosle a comer el pan sufrido, / que, siendo humano, él lo necesita”. En la doxología, mencionando al Padre santo, al Hijo y al Espíritu, miramos a nuestro corazón, porque allí habita el Espíritu; y ofrecemos la flor del corazón en donde habitas.
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Cantemos al Espíritu de amor que vino a las entrañas de María, y lleno de ternura el universo contemple y diga gracias infinitas. Aquí fue la alianza en casto seno, y toda paz aquí se dio cumplida, ¡oh suave abrazo, dulce a los humanos, sentir de Dios el tacto y la caricia! Hablemos al Señor como a un esposo, mirando cara a cara sus pupilas; digámosle palabras del Espíritu, que fueron de su pecho recogidas. Y démosle a comer el pan sufrido, que, siendo humano, él lo necesita; la mesa de los pobres le complace y al diálogo tranquilo nos convida. ¡Oh Espíritu, belleza creadora, del tránsito silencio y armonía, el gozo que hoy libamos se convierta en ósculo de amor, tornando el Día! ¡Señor de las alturas, Padre santo, que estás manando amor y al Hijo envías, a ti por el Espíritu brindamos la flor del corazón en donde habitas! Amén.
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EL ESPÍRITU ENERGÍA
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os dice la carta a los Romanos: “Si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros” (Rm 8,10-11). Hay paralelismo exacto entre la resurrección de Jesús y la resurrección del cristiano. El agente es el Padre; la fuerza potente, mediadora, es el Espíritu; el destinatario de la resurrección es Jesús, soy yo. Esta teología paulina queda expresada así: “Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera destruido el cuerpo de pecado y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al pecado; porque quien muere ha quedado libre del pecado. Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él” (Rom 6,5-9). “Cuerpo de pecado” o totalidad del ser (sin distinguir precisamente entre cuerpo y alma) es equivalente a “hombre viejo”.
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Murió su cuerpo del pecado él, que era puro y todo santo, y fue a la tumba con nosotros, en surco, mesa y sueño hermano; y se durmió cual criatura que en Dios ha puesto su cuidado Pero hubo Espíritu paráclito, y una oleada de lo alto llenó el sepulcro luminoso y entró en el cuerpo embalsamado; Jesús, ¡oh alma toda libre!, te alzaste al aire del Amado. Del santo Espíritu venía al virginal materno tálamo, del santo Espíritu volvía a los divinos, tiernos, brazos; oh Cristo, ruta de la vida, canción de amor en el regazo. Oculto queda en mi morada el don que a mí se me ha donado, y de este cuerpo pobrecillo saldrá mi ser transfigurado; ¡oh Espíritu de la alborada prepárame para el abrazo! ¡Oh Espíritu vivificante, amor en el Resucitado, oh Cristo, Dios en cuerpo y alma, oh Padre, cielo consumado, oh Trinidad santa, adorada,
honor por siempre en nuestros labios! Amén.
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YA MORAS JUNTO AL PADRE PARA SIEMPRE1
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n este himno se alude al final del evangelio de Marcos, aunque se incluyen otros elementos. Hemos de pensar que san Marcos ha acentuado fuertemente la palabra “Evangelio”. La comunidad de los discípulos es la encargada de anunciar el Evangelio a toda la creación. Jesús, desde el cielo, será el misionero; nosotros aquí, su voz y sus brazos. Creamos en la fuerza expansiva de la acción del del Espíritu Al repasar, después de años, este himno, añadimos: En Pentecostés de 1967 nacía en los Estados Unidos el movimiento de la Renovación Carismática Católica (RCC), que hoy cuenta con muchos millones de adeptos. En la Vigilia de Pentecostés de 2017, en el Circo Máximo de Roma ante unos 100.000 congregados el Papa Francisco, poniendo su palabra en este Jubileo de Oro, decía: “Compartir con todos en la Iglesia el Bautismo en el Espíritu Santo, alabar al Señor sin cesar, caminar juntos con los cristianos de diferentes Iglesias y comunidades cristianas en la oración y la acción por los que más lo 1
Domingo de la Ascensión del Señor, ciclo B. Mc 16,15-20.
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necesitan. Servir a los más pobres y enfermos, eso espera la Iglesia y el Papa de vosotros, Renovación Carismática Católica, también de todos vosotros: todos, todos los que habéis entrado en esta corriente de gracia. Gracias” (3 junio 2017).
Ya moras junto al Padre para siempre desde el instante de tu amor sangrado; cuando la tenue vida que quedaba la diste como esposo enamorado. Mas hoy se nos descubre tu presencia y sales de la vida a nuestro lado; y, desde acá, al cielo asciendes, dejándonos los últimos encargos. El Evangelio, flor de tus deseos, será tu voluntad en nuestros labios; será nuestra misión lanzar al mundo el eco de tu voz que ha resonado. Veremos florecer la primavera y haremos grandes obras por tu brazo, que tú eres misionero desde el cielo, con este corazón que te entregamos. A quienes de verdad creyendo acojan prometes bendecirlos con milagros; Señor Jesús, el único y querido, ¡por más amarte muestra tu reinado! Asciéndenos contigo hasta tu Padre, pues ya contigo fuimos sepultados: ¡Eterna gloria a ti, la que mereces, oh Hijo de su amor, santificado! Amén. © narcea, s. a. de ediciones 125
HOY DESCIENDE EL ESPÍRITU DE FUEGO
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l himno está cuajado de referencias bíblicas. Ponemos nuestra atención especialmente en dos: Sinaí y Babel. Lo que es el Sinaí en la historia de la primera alianza es Pentecostés en la nueva y eterna alianza. “Todo el monte Sinaí humeaba, porque Yahveh había descendido sobre él en el fuego. Subía el humo como de un horno, y todo el monte retemblaba con violencia” (Ex 19,18). Y en el misterio pascual el Espíritu irrumpe como fuego divino (Hch 2,2-4). Los Santos Padres, como lo anota el Concilio, se han complacido en ver el episodio de Pentecostés como el anti-Babel. Babel (Gn 11) fue la confusión y la dispersión. En Pentecostés, consumada la obra, que el Padre confió al Hijo en la tierra (cf. Jn 17,4), fue enviado el Espíritu Santo para que santificara a la Iglesia, y de esta forma los que creen en Cristo pudieran acercarse al Padre en un mismo Espíritu (cf. Ef 2,18). Hace rejuvenecer a la Iglesia por la virtud del Evangelio, la renueva constantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo. Pues el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: “¡Ven!” (cf. Ap 22,17). Así se manifiesta la Iglesia como “una muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Lumen gentium, 4).
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Hoy desciende el Espíritu de fuego al corazón creyente de la Iglesia; el Señor que la quema y atraviesa enciende con su llama el universo. Ebrios del espíritu los Doce rebosa de carismas y alabanzas; Dios baja al Sinaí, y en llamarada y en ímpetu de amor retumba el monte. Razas y pueblos quedan convocados, Dios se muestra en Sion, la bella altura, y en voz concorde aquí a los hombres junta, desde Babel dispersos en pecado. Se lanzan por el mundo los testigos; y sin ceñir espadas lo conquistan, y sin oro a los pobres dan la vida: el Espíritu guía y Cristo invicto. El viento es brisa y fuerza de huracanes, y el agua viva mueve los océanos; alzan los brazos bendiciendo y el gozo transfigura sus semblantes. Espíritu de amor y de verdad, Espíritu confín de las promesas, oh Santo, a ti la gloria siempre sea, y a nosotros de ti la santidad. Amén.
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SECRETA HISTORIA DEL CIELO
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uisiéramos acercarnos al misterio del Espíritu que nos envuelve. El Espíritu eterno es la secreta historia del cielo, el Espíritu en la Trinidad desde siempre y para siempre. En la intimidad de Dios es el ardiente beso divino. La creación fue la primera página del Espíritu manifestado (segunda estrofa). El Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas (Gn 1,2), primeros amores del amor nupcial. La resurrección de Jesús fue obra del Espíritu (cf. Rm 1,4; 8,11). Y esto se hizo el día de la hermosura (tercera estrofa). Con la resurrección de Jesús vino el día de la promesa (cuarta estrofa). El Espíritu es “la promesa de mi Padre” (Lc 24,49). Vino en Pentecostés como huracán de la Iglesia. Cayó en lenguas de fuego y este fuego les penetró, les ungió. Hoy el Espíritu (quinta estrofa), paráclito de la Iglesia, es el Espíritu ya manifestado en la historia precedente, la ultimidad de Dios, la desembocadura de todos los dones divinos.
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Secreta historia del cielo, eco de amor infinito, Espíritu deseado, ardiente beso divino. El día que fue primero cuando este mundo se hizo, eras el amor nupcial, ave que calienta el nido. El día de la hermosura, brillando el rostro de Cristo, fuiste en sus cálidos labios soplo y perdón desprendidos. El día de la promesa, cuando moraban reunidos, fuiste huracán de la Iglesia, fuego y unción derretidos. Espíritu de deleites, Dios nuestro desconocido, fuerza y paz, silencio y voz, defensor nunca vencido. Espíritu de carismas, lluvia de abundantes ríos, con tu vigor que nos unge, Dios santo te bendecimos. Amén. Aleluya.
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ESPÍRITU ENTRAÑABLE, ALTO SILENCIO
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ntes de que se cumpliera el misterio pascual “no había Espíritu” (Jn 7,19), esto es, no se había manifestado. En la resurrección de Jesús se desvela la Trinidad y adquiere el hombre, en la nueva vivencia de la historia de la salvación, las verdaderas dimensiones del Dios verdadero. Pero el Espíritu, que estaba en la entraña de Dios –Espíritu entrañable– era el principio. Las tres primeras estrofas nos conducen a la puerta del misterio. ¿Qué cantar del Espíritu trinitario? Es silencio, coloquio en que se funden Padre e Hijo, deleite, amor, intimidad, paz, belleza, vida… Al Espíritu, que ya era promesa suma en labios de Jesús, lo contemplamos desde la cuarta estrofa como acontecimiento. Dios nos regala lo nuevo, lo absolutamente inédito por el Hijo en el Espíritu. Se llenó la Iglesia del don del Espíritu; y desde la Iglesia la tierra, la historia toda están penetradas por el Espíritu santo de Dios.
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Espíritu entrañable, alto silencio, coloquio en que se funden Padre e Hijo, anchura del deleite, amor de dentro, abismo, intimidad y sinfonía. ¡Espíritu divino! Espíritu, sabrosa paz de hogar, belleza de la fuente que embellece, océano infinito de la vida, corona, sello, sábado celeste, ¡Espíritu divino! Espíritu de luz, de gracia y gloria, bondad, sabiduría y fortaleza, artífice del germen encarnado, promesa suma en labios de Jesús, ¡Espíritu divino! Espíritu del cuerpo iluminado, que irrumpes y haces nuevo el universo, en ti con Cristo empieza nuestra era, y el Padre muestra el rostro verdadero, ¡Espíritu divino! Espíritu gratuito, omnipotente, la Iglesia se ha llenado, la rebosas, y grávida la tierra es sacramento, la historia humana late con tu aliento, ¡Espíritu divino! Espíritu de amor, vital respiro, donado como el alma de la Iglesia, a ti toda alabanza porque es tuya, la gloria con el Padre y con el Hijo, ¡Espíritu divino! Amén.
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NO HA AMANECIDO AÚN EL NOMBRE EXACTO
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l conocimiento del Espíritu de Dios, a quien llamamos Espíritu Santo, nos viene de la revelación del Nuevo Testamento, plasmada en los varios escritos apostólicos, particularmente en los Evangelios. Luego los concilios han llegado a ciertas fórmulas dogmáticas, desde el soporte filosófico vigente, para poner referencias a nuestra fe. Nos han dicho que Dios es unidad absoluta, y, sin romperla, trinidad de personas. Toda la obra salvífica de Dios (que es toda su acción ad extra) está hecha desde la unidad, en la que el Padre, el Hijo y el Espíritu son “uno” indivisamente. Pero el lenguaje bíblico, que pone a Dios como “origen”, pone al Espíritu como terminación: la plenitud infinita de Dios hacia sí mismo y hacia afuera. Siempre desde el balbuceo del hombre hablamos del Espíritu adorando. Para hablar de Dios necesitamos de “antropoformismos”, es decir, “formas” correspondientes al “ánthropos”. Pero Dios es, según la especulación de los filósofos, el “Todo Otro”. Vendrá el místico y dirá: Es el “Todo Yo”, la intimidad de “mi propia intimidad”: “interior intimo meo et superior summo meo” (S. Agustín). Pero que la especulación no nos aleje de nuestra realidad concreta. Dios venturosamente es “experiencia de Dios”.
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No ha amanecido aún el nombre exacto para nombrarte a ti, oh Dios dulcísimo, Espíritu de dones inexhaustos, por quien a nuestro Dios “Abbá” decimos. Espíritu, consumación de Dios, divinidad perpetua al lado mío, que divinizas cuanto el Soplo toca y todo lo haces digno de ti mismo. Espíritu de santa Encarnación rocío puro sobre el pan y el vino, tú serás mi santidad y testimonio y mi Evangelio en alto con tu brío. Espíritu, milagro continuado, sorpresa creadora en el vacío, serás en mis entrañas Dios fecundo, serás el corazón que tanto ansío. Espíritu de amor en la Escritura, que todas las palabras has ungido, el ímpetu y fragor de los profetas, y de Jesús el último suspiro. Espíritu, futuro de la Iglesia, y el alma palpitante en su camino, ¡a ti la adoración, ahora y siempre, la bendición, al par que al Padre e Hijo! Amén.
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EL POZO DE MI ALEGRÍA
Dominus referet in libro populorum: “Hi nati sunt illic”. Et cantabunt sicut choros ducentes: “Omnes fontes mei in te” (Salmo 86,6-7).
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a liturgia, al filo de la Nova Vulgata, traduce el versículo 7 del salmo 86: “Cantarán mientras danzan: todas mis fuentes están en ti”. Y la antífona pascual correspondiente al salmo 86 dice: “Cantaremos danzando: Jerusalén, ciudad de Dios, todas mis fuentes están en ti”. ¿Qué es la Iglesia? O mejor: ¿Quién es la Iglesia? ¿Es la “sociedad perfecta”, dotada de todos los poderes, comenzando por el poder auto-legislativo para regir, enseñar, santificar… incluso del poder judicial? Sí…pero acaso nos ahogamos con esta teología que más parece sociología, aun poniendo epítetos divinos… La Iglesia es Jesús con nosotros, el Espíritu con nosotros, el Padre con nosotros. La Iglesia, “mi casa nativa”, es mi Madre… Quisiéramos degustar en este himno palabras muy sencillas. Quisiéramos saborear aquí en la tierra la Comunión de los santos… Quisiéramos, en suma, experimentar en carne viva que la Iglesia es el pozo de mi alegría.
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El pozo de mi alegría, manantial que siempre mana, eres tú, oh madre mía, Iglesia amante guardiana. Iglesia de Jesucristo, de fuego en Pentecostés, en ti está el Verbo que ha visto en el monte Moisés. Iglesia, tú eres mi paz, el perdón de mis pecados; del Invisible la faz, hogar de santificados. Eres mi Pascua florida, discípula y misionera, pobre, humilde, agradecida, de Dios Padre mensajera. Eres mi casa nativa en donde quiero vivir, y de la mesa festiva todo el amor recibir. Iglesia, tú eres la herencia, de Jesús, Dios encarnado, vocación y convivencia, banquete del mundo amado. ¡Jesús, el don de los dones, gratitud y adoración, a ti nuestros corazones con toda la creación! Amén.
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ALÉGRATE, MARÍA, VIRGEN MADRE
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omento muy íntimo y bello de la cincuentena pascual es el Regina caeli, laetare, alleluia (Reina del cielo alégrate, aleluya) que lo rezamos en sustitución del Ángelus. El himno que presentamos como felicitación a María es un eco espiritual del Regina caeli. ¿Cómo nació esta oración? Aunque no se conoce el autor, ya se rezaba en el siglo XII; los frailes menores la rezaban después del oficio de Completas en la primera mitad del siglo XIII y gracias a la actividad de los frailes franciscanos se popularizó y expandió por todo el mundo cristiano. Aunque de autor desconocido, la tradición se la atribuye a san Gregorio Magno, que escuchó los tres primeros versos cantados por ángeles mientras caminaba descalzo una mañana en una procesión en Roma, a los que él agregó la cuarta línea. Sin sólido fundamento, también se le ha atribuido a Gregorio V. El himno es uno de los más populares entre los católicos y habitualmente ha sido motivo de composiciones musicales polifónicas y modernas, entre las que se puede destacar la de Mozart.
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Alégrate, María, Virgen Madre, de gracia ungida y llena de dolor; la Cruz ha florecido para siempre: ¡resucitó el Señor! La gloria del sepulcro la anunciaba el casto vientre que él santificó, ¡oh Espíritu de luz y maravillas!: ¡resucitó el Señor! Alégrate, María, la primera, de nuevo en fe recibe el grande don, y en ti se alegrará la santa Iglesia: ¡resucitó el Señor! Oh Virgen humildísima y amable, fue grande tu silencio cual tu amor; exulta ahora, exulta con el Hijo: ¡resucitó el Señor! Los hombres, buscadores de alegría, a ti te llaman, abre el corazón; anúncianos, oh Madre, tu secreto: ¡resucitó el Señor! ¡Jesús de Nazaret, victoria nuestra, a ti el amor y toda bendición! La Iglesia con María te repite: ¡resucitó el Señor! Amén.
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¡ABBÁ! DIJO JESÚS POR VEZ PRIMERA
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ste himno, que es de Pascua, de domingo y de todos los días, está pensado, vivido y escrito para decir a Dios: ¡Abbá! Es la palabra del Hijo; es la palabra principal de todo el Nuevo Testamento; es la palabra que vale lo mismo que el padrenuestro; es la revelación suprema de todo lo que Jesús ha traído a la tierra. Si supiéramos decir simplemente Abbá y callar… Es la palabra infinita de la Encarnación; es la palabra de la Resurrección, del tránsito al misterio infinito de Dios. Solo la podemos pronunciar perdiéndonos en el Hijo. Por eso, la Iglesia, desde hace muchos siglos, para pronunciarla, nos empuja con este impulso de lanzamiento: “Fieles a la recomendación del Salvador” donde se resalta que es un mandato del Señor. “Y siguiendo su divina enseñanza”. Se trata de la teología que Jesús nos enseñó. “Nos atrevemos a decir”. Basados en esos preámbulos tenemos la osadía de poner en nuestros labios lo que pertenece en exclusiva a Jesús. Y esto lo hacemos, porque Jesús nos dijo: “Mi padre, que es vuestro padre”, según interpreto el texto de Jn 20,17: “Ve donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”. Oremos como Jesús nos ha enseñado: oremos con infinita confianza.
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¡Abbá! dijo Jesús por vez primera el día en que sus labios se rompieron, y el eco de la voz de un pequeñito llenó de gozo a Dios y al universo. Abbá del Unigénito que habla con labios de un muchacho carpintero; Abbá, Abbá... Jesús se estremecía con honda risa o con dolor gimiendo. Abbá de la plegaria cotidiana al lado de la mesa o junto al fuego; Abbá en la noche negra de los siglos sudando sangre en la oración del Huerto. Altísimo Señor, te llamas Padre y das tu nombre a pronunciar con besos; Abbá te llamaremos adorando y en esa voz de amor descansaremos. Abbá, ¡oh dulce historia sin principio y cuna donde nace el Hijo Verbo!, Abbá, paternidad que en cruz culmina y un día se ha de dar en gracia y premio. ¡Oh Padre de Jesús en el Espíritu,
feliz y firmemente Padre nuestro, exulte cielo y tierra por tu Nombre y en él, Abbá, tus hijos nos hallemos! Amén.
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lgunos himnos han sido musicalizados por el capuchino Fidel Aizpurúa, como se deja constancia en dos pequeños libros, hoy fuera de comercio: Rufino María Grández (letra)–Fidel Aizpurúa (música), capuchinos, Himnos para el Señor. Editorial Regina, Barcelona 1983. Rufino María Grández (letra)–Fidel Aizpurúa (música), capuchinos, Himnario de las Horas. Editorial Regina, Barcelona 1990. Rosa María Riera (clarisa) Canto y alabanza: Cantos e himnos para la Liturgia. San Pablo, Madrid 2007. El himno litúrgico normalmente tiene una estructura estrófica, y termina en una doxología. Una explicación pertinente puede verse en la Ordenación general de la Liturgia de las Horas. Por lo que respecta a la labor que se ha llevado a cabo en España, véase el estudio de Bernardo Velado (1922-2012), Cantad al Señor un cántico nuevo: Los himnos de la Liturgia de las Horas de España1. Todos los himnos, en mi archivo y recuerdo, están registrados con su fecha y lugar. Me place indicar que algunos están escritos en mis años de estudio en Jerusalén (1984-1987).
1
El estudio se encuentra en la obra: Comisión Episcopal Española de Liturgia, Himnos de la Liturgia de las Horas (Ed. preparada por Bernardo Velado). Coeditores (primera edición 1984) 1988 (segunda edición), pp. 257-300.
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COLECCIÓN ESPIRITUALIDAD Libros publicados ALBAR, L.: Descenso a las profundidades de Dios. ALEGRE, J.: La luz del silencio, camino de tu paz. ÁLVAREZ, E. y P.: Te ruego que me dispenses. Los ausentes del banquete eucarístico. AMEZCUA, C. y GARCÍA, S.: Oír el silencio. Lo que buscas fuera lo tienes dentro. ANGELINI, G.: Los frutos del Espíritu. ASI, E.: El rostro humano de Dios. La espiritualidad de Nazaret. AVENDAÑO, J. M.ª: Dios viene a nuestro encuentro. – La fe es sencilla. – La hermosura de lo pequeño.
CUCCI, G.: El sabor de la vida. La dimensión corporal de la experiencia espiritual. DANIEL-ANGE: La plenitud de todo: el amor. DOMEK, J.: Respuestas que liberan. EIZAGUIRRE, J.: Una vida sobria, honrada y religiosa. ESTRADÉ, M.: Shalom Miriam.
FERDER, F.: Palabras hechas amistad. FERNÁNDEZ BARBERÁ, C.: Fuente que mana y corre. FERNÁNDEZ-PANIAGUA, J.: Las Bienaventuranzas, una brújula para encontrar el norte. – El lenguaje del amor. FORTE, B.: La vida como vocación. BALLESTER, M.: Hijos del viento. Alimentar las raíces de la fe. BEA, E.: Maria Skobtsov. Madre FRANÇOIS, G. y PITAUD, B.: El espiritual y víctima del holocausto. bello escándalo de la caridad. BEESING, M.ª y otros: El eneagraLa misericordia según Madeleima. Un camino hacia el autodesne Delbrêl. cubrimiento. BIANCHI, G.: Otra forma de vivir. GAGO, J.L.: Gracias, la última palabra. BOADA, J.: Fijos los ojos en Jesús. GALILEA, S.: Tentación y discerni– Mi única nostalgia. miento. – Peregrino del silencio. BOHIGUES, R.: Una forma de es- – Fascinados por su fulgor. tar en el mundo: Contempla- GHIDELLI, C.: Quien busca la sación. biduría, la encuentra. BOSCIONE, F.: Los gestos de Je- GÓMEZ, C. (ed.): El compromiso sús. La comunicación no verbal que nace de la fe. en los Evangelios. GÓMEZ MOLLEDA, D.: Amigos BUCCELLATO, G.: Tú eres imporfuertes de Dios. tante para mí. – Cristianos en una sociedad laica. – Pedro Poveda, hombre de Dios. CÀNOPI, A. M.: ¿Has dicho esto – Pedro Poveda y nosotros. por nosotros? GRÁNDEZ, R. M.: Tú eres mi can– y BALSAMO, B.: Amor, susurro to, Jesús. Himnos pascuales. de una brisa suave. GRÜN, A.: Buscar a Jesús en lo CHENU, B.: Los discípulos de cotidiano. Emaús. – Evangelio y psicología profunda. CLÉMENT, O.: Dios es simpatía. – La mitad de la vida como tarea – El rostro interior. espiritual. – Unidos en la oración. – La oración como encuentro.
– La salud como tarea espiritual. – Nuestras propias sombras. – Nuestro Dios cercano. – Si aceptas perdonarte, perdonarás. – Su amor sobre nosotros. – Una espiritualidad desde abajo. GUTIÉRREZ, A.: Citados para un encuentro. HANNAN, P.: Tú me sondeas. HEYES, Z.: En casa conmigo y con Dios. Guía para aceptarse. IZUZQUIZA, D.: Rincones de la ciudad. JÄGER, W.: Contemplación. – En busca del sentido de la vida. – Un camino espiritual. JOHN DE TAIZÉ: El Padrenuestro... un itinerario bíblico. – La novedad y el Espíritu. JOSSUA, J. P.: La condición del testigo. JONQUIÈRES, G.: Fitness espiritual. Ejercicios para estar en forma. KAUFMANN, C. y MARÍN, R.: El amor tiene nombre. LAFRANCE, J.: Cuando oréis decid: Padre... – El poder de la oración. – En oración con María, la madre de Jesús. – El Rosario. Un camino hacia la oración incesante. – La oración del corazón. – Ora a tu Padre. LAMBERTENGHI, G.: La oración, medicina del alma y del cuerpo. LÉCU, A.; PONSOT, H. y CANDIARD, A.: Retiros en la ciudad. LOEW, J.: En la escuela de los grandes orantes. LÓPEZ BAEZA, A.: La oración, aventura apasionante. LÓPEZ VILLANUEVA, M.: La voz, el amigo y el fuego. LOUF, A.: A merced de su gracia. – El Espíritu ora en nosotros.
– Mi vida en tus manos. – Escuela de contemplación. LUTHE, H. y HICKEY, M.: Dios nos quiere alegres. MANCINI, C.: Como un amigo habla a otro amigo. – Escuchar entre las voces una. – Libres y alegres en el Señor. MARIO DE CRISTO: Dios habla en la soledad. Diálogos sobre la vida espiritual. MARTÍN, F.: Rezar hoy. MARTÍN VELASCO, J.: Testigos de la experiencia de la fe. – Vivir la fe a la intemperie. MARTÍNEZ LOZANO, E.: El gozo de ser persona. – ¿Dios hoy? Creyentes y no creyentes ante un nuevo paradigma. – Donde están las raíces. – Nuestra cara oculta. Integración de la sombra y unificación personal. MARTÍNEZ MORENO, I.: Guía para el camino espiritual. Textos de Ángel Moreno de Buenafuente. MARTÍNEZ OCAÑA, E.: Buscadores de felicidad. – Cuerpo espiritual. – Cuando la Palabra se hace cuerpo… en cuerpo de mujer. – Espiritualidad para un mundo en emergencia. – Te llevo en mis entrañas dibujada. MARTINI, C. M.: Cambiar el corazón. – La llamada de Jesús. MATTA EL MESKIN: Consejos para la oración. MERLOTTI, G.: El aroma de Dios. Meditaciones sobre la creación. MOLLÁ LLÁCER, D. SJ: De acompañante a acompañante. Una espiritualidad para el encuentro. MONARI, L.: La libertad cristiana, don y tarea. MONJE DE LA IGLESIA DE ORIENTE: Amor sin límites.
MORENO DE BUENAFUENTE, A.: A la mesa del Maestro. Adoración. – Alcanzado por la misericordia. – Amor saca amor. – Buscando mis amores. – Como bálsamo en la herida. – Desiertos. Travesía de la existencia. – Eucaristía. Plenitud de vida. – Habitados por la palabra. – Palabras entrañables. – Voy contigo. Acompañamiento. – Voz arrodillada. Relación esencial. MOROSI, E.: ¿Cuánto falta para que amanezca? La “noche” en nuestra vida.
RUPP, J.: Dios compañero en la danza de la vida.
SAINT-ARNAUD, J.-G.: ¿Dónde me quieres llevar, Señor? SAMMARTANO, N.: Nosotros somos testigos. SAOÛT, Y.: Fui extranjero y me acogiste. SCARAFFIA, L. (Ed.).: Las otras misericordias. SEGOVIA, M.ª J.: La gracia de hoy. SEQUERI, P.A.: Sacramentos, signos de gracia. SOLER, J. M.: Kyrie. El rostro de Dios amor. NEVES, A: La luz que nos ilumina. STUTZ, P.: Las raíces de mi vida. TEPEDINO, A. M.ª: Las discípulas OSORO, C.: Cartas desde la fe. de Jesús. – Siguiendo las huellas de Pedro TOLÍN, A.: De la montaña al llano. Poveda. – Seguirle por el camino con SiPACOT, S.: Evangelizar lo promón Pedro. fundo del corazón. TRIVIÑO, M.ª V.: La oración de – ¡Vuelve a la vida! intercesión. PAGLIA, V.: De la compasión al UN MONJE EN LA IGLESIA DE compromiso. La parábola del OCCIDENTE: Amor sin límites. buen samaritano. PEREZ PIÑERO, R.: Nos mereció el URBIETA, J. R.: Treinta gotas de Evangelio. amor. PÉREZ PRIETO, V.: Con cuerdas VAL, M.ª T.: Orantes desde el de ternura. amanecer. POVEDA, P.: Amigos fuertes de Dios. VALLEJO, V.: Coaching y espiritualidad. – Vivir como los primeros crisVEGA, M.: Contemplación y Psitianos. cología. RAGUIN, Y.: Plenitud y vacío. El VILAR, E.: La oración de concamino zen y Cristo. templación en la vida normal de RAVASI, G.: Epifanía de un misteun cristiano. rio. La creación y las criaturas. – La misericordia de Dios sana. RECONDO, J. M.: La esperanza es WOLF, N.: Siete pilares para la un camino. felicidad. RIDRUEJO, B. M.ª: La llevaré al WONS, K.: Sanar el corazón. silencio. RODENAS, E.: Thomas Merton, el ZUERCHER, S.: La espiritualidad hombre y su vida interior. del eneagrama. RODRÍGUEZ MARADIAGA, O. A.: Sin ética no hay desarrollo.