Tres seducciones y una boda

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Tres seducciones y una boda

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Tres seducciones y una boda Julie Leto

Tres seducciones y una boda (2011) Pertenece a la Temática Encuentros Título Original: 3 seductions and a wedding (2010) Editorial: Harlequin Ibérica Sello / Colección: Pasión Especial 2 Género: Contemporáneo Protagonistas: Cooper Rush y Bianca Brighton / Leo Sharpe y Jessie Martínez / Drew Brighton y Annie Rush / Ajay Singh y Mallory Tedesco

Argumento: ¿Por qué esperar hasta la noche de bodas? Compromiso: Jessie no había podido perdonar a Leo por haberla traicionado muchos años antes. Pero, después de un ardiente beso, se dio cuenta de que no podía seguir luchando contra la química que existía entre los dos. Lo único que la detenía era saber que no podían basar su relación en una mera atracción sexual. ¿O sí? Sí, quiero: El atractivo Drew tenía como objetivo convencer a Annie, de la que llevaba enamorado mucho tiempo, para que lo viera con otros ojos. ¿Podría conquistarla con su encanto y hacerle olvidar que era mucho más joven que ella?

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Noche de bodas: Cuando el rico y mujeriego Ajay se dio cuenta de que estaba listo para comprometerse de verdad con alguien, pensó que la sexy y sensata Mallory era la candidata idónea. Era una pena que ella solo estuviera interesada en comprobar por sí misma si él se merecía la fama de gran amante que había conseguido forjar.

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Prólogo —Cásate conmigo. Bianca Brighton miró de reojo al hombre que le acababa de pedir que se casara con él mientras éste se lanzaba de cabeza a las cristalinas aguas. Estaban pasando el día en las cataratas de La Fortuna, escondidas dentro de la selva costarricense. Nadó con movimientos poderosos y gráciles hasta donde estaba ella. No podía dejar de admirar su musculoso y ágil cuerpo. Cuando lo tuvo cerca, se distrajo viendo cómo el agua recorría su torso y olvidó lo que acababa de decirle. —¿Qué has dicho? —le preguntó entonces. Su sonrisa estuvo a punto de derretirla. Sabía de sobra lo que él quería, no era la primera vez que le pedía que se casara con ella, lo había hecho un millón de veces. Y, cada vez que lo oía, el deseo que sentía por él se incrementaba más aún. Era una especie de afrodisíaco. Creía que no había nada en el mundo tan excitante y aún le costaba creer que un hombre como Cooper Rush quisiera pasar con ella el resto de su vida. Cooper la agarró por la cintura y la apretó contra su torso. Bianca se estremeció al sentir su piel húmeda y fría, pero la sensación se transformó rápidamente en el calor más intenso. —Me has oído perfectamente —le dijo Cooper—. Cásate conmigo. Aunque estaban rodeados de turistas que jugaban en el agua, hablaban y reían, Bianca cerró los ojos y disfrutó de aquel instante de intimidad. Llevaban diez años viviendo juntos, desde que terminaran sus estudios universitarios, pero seguía estremeciéndose cada vez que la tocaba. Cooper, sin soltarle la cintura, deslizó el pulgar hasta su ombligo y comenzó a jugar con el anillo que lo decoraba. Bianca no pudo evitar sonreír al notar los movimientos. Le encantaba que jugara así con ella, sobre todo si lo hacía en una parte mucho más íntima de su cuerpo, y él lo sabía muy bien. —De acuerdo —repuso ella con un suspiro. —¿De acuerdo? ¿De acuerdo? —repitió él con una cómica expresión en el rostro—. ¿Eso es todo lo que vas a decirme? ¿Acabo de pedirte que te cases conmigo en uno de los lugares más bellos del mundo y solo se te ocurre decirme eso? Bianca se acercó más a él hasta sentir su erección. Metidos como estaban en el río y con el agua hasta la cintura, nadie más podía ver lo que estaba ocurriendo bajo la superficie. —No me pareció que me lo pidieras, has hecho que sonara casi como una orden —protestó. —El caso es que te lo he propuesto y no me has contestado —replicó Cooper.

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Se dio cuenta de que Cooper había pasado demasiado tiempo con uno de sus clientes, un abogado que había necesitado la traducción de unos documentos del español al inglés, motivo por el que ella había tenido que viajar a Costa Rica. Su trabajo como lingüista la obligaba a viajar por todo el mundo y, como Cooper se dedicaba al diseño de programas informáticos y podía hacerlo desde cualquier ordenador, podía ir con ella casi todo el tiempo. Habían visitado todos los continentes juntos, pero nunca como marido y mujer. —No sé cómo no me he cansado ya de hacerte la misma pregunta. —¡Sobre todo cuando yo siempre te digo que sí! —repuso ella mientras admiraba su anillo de compromiso. —Creo que nunca me has dicho esa palabra. La primera vez que te lo pedí, creo que dijiste «de acuerdo, pero engánchate de una vez a la cuerda, que tenemos que saltar». Bianca se echó a reír al recordarlo y le dio un cariñoso beso a su prometido. Había ocurrido diez años antes, al principio de su relación. Cuando, durante un viaje a Hawai, decidieron participar en una excursión en tirolina de árbol en árbol. Cooper escogió ese momento para colocarle un anillo en el dedo y pedirle que se convirtiera en su esposa. Recordaba muy bien la adrenalina del momento y cómo se sintió volando de un árbol a otro con el corazón lleno de emociones. No había dejado de amarlo durante esos diez años, pero seguían solteros. Habían solicitado tantas veces los papeles para casarse que ya los conocían en las oficinas del registro civil de su ciudad. Pero habían estado demasiado ocupados viajando por todo el mundo para organizar la boda con la que los dos soñaban. O con la que soñaban sus respectivas familias. —¿Por qué no nos casamos aquí? —le sugirió Cooper. Suspiró al oírlo. No era la primera vez que tenían una conversación como ésa. —No podemos hacerlo, Cooper. Nuestros padres nos matarían si nos casáramos sin invitar a nadie. Vio que le brillaban lo ojos. —Estoy dispuesto a arriesgarme —repuso él mientras la abrazaba—. ¿Y tú? No quería tener que contestarle lo mismo de siempre, y retrasó ese momento zambulléndose en el agua. Fueron unos segundos de exquisito placer, sin tener que pensar. No quería acordarse en ese momento de su madre, ni en cuánto deseaba ella que llevara su vestido de novia. Su padre también esperaba una gran boda y estaba deseando entrar de su brazo en la iglesia de su familia y acompañarla hasta el altar. Por otro lado, tenía que pensar también en la familia de Cooper. El divorcio de su hermana Annie, aunque no era reciente, había sido muy inesperado. Y los Rush no hablaban de otra cosa que no fuera la gran fiesta con la que pensaban celebrar el matrimonio de su hijo. Llevaban tanto

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tiempo juntos que los padres de Cooper estaban convencidos de que lo suyo era para toda la vida. Incluso el hermano pequeño de Bianca, Drew, había llegado a sugerirles distintas opciones para la boda. En una ocasión, estando ellos en Montreal, les dijo que iba a ir a buscarlos en su avión para llevarlos personalmente hasta los juzgados y conseguir así que se casaran de una vez. Estaban rodeados de familiares llenos de buenas intenciones y un sinfín de sugerencias. Y les pasaba lo mismo con sus amigos. Jessie, su mejor amiga desde la universidad, estaba deseando que se casaran en secreto y sin avisar a nadie. No quería tener que vestirse de dama de honor. Y Leo, el mejor amigo de Cooper, prefería que se decidieran por un lugar exótico para la boda y tener así la excusa perfecta para una gran fiesta en un país tropical. La última vez que habían visto a Ajay Singh, el jefe de Cooper, durante un viaje a París, éste les dijo que su madre había renunciado a organizar la boda de su hijo y estaba dispuesta a planear la de ellos dos si decidían casarse en Londres o en la India, de donde era su familia. Por otra parte, cuando Mallory Tedesco, la jefa de Bianca, rompió su compromiso con un magnate de la industria automovilística, le había pasado todas las revistas de novias y todos los libros sobre organización de bodas que había estado hojeando hasta entonces. Todo el mundo tenía ideas sobre cómo y dónde debían casarse. Era algo increíble e inconcebible para Bianca. Estaba tan segura de su relación con Cooper que lo que menos le importaba era si se casaban o no. Pero tenía que reconocer que le hacía ilusión celebrar una ceremonia. Tampoco desdeñaba la oportunidad de vestirse de largo y tener una fantástica fiesta con toda la gente que querían. Y, aunque viajaban continuamente, le atraía la idea de tener una luna de miel inolvidable. Salió del agua decidida a dar el paso y le dio un largo y sensual beso a modo de respuesta. Poco a poco, consiguió llevarlo hasta una apartada cala que habían descubierto unos días antes. Nadie podía verlos allí. Con toda esa exótica belleza a su alrededor y la pasión que sentían el uno por el otro, le pareció que un rápido y furtivo encuentro sexual era justo lo que necesitaban para recordar que una boda no iba a cambiar lo que sentían. Después de diez años de relación, Cooper seguía excitándola, y sabía que él sentía lo mismo por ella. Aun así, mientras se escondían tras unas rocas, no pudo evitar temer que toda esa magia terminaría desapareciendo cuando por fin le dijera «sí, quiero».

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Primera parte: Compromiso Capítulo 1 —Te has vuelto loco. Jessie Martínez dejó el tenedor de nuevo en el plato y miró a los que tenía a su alrededor en la mesa. A Annie le había faltado poco para escupir la cerveza antes de tragarla, a Drew se le atragantó la pizza y Ajay, siempre exquisito y educado, se cubría la boca con una servilleta mientras trataba de sofocar su repentino ataque de tos. Mallory era la única que seguía comiendo con tranquilidad. La ridícula idea que acababa de proponerles Leo Sharpe los había dejado a todos sin habla. O a casi todos. Ella había sido la única que se había atrevido a dudar de su estado mental. No podía creer que acabara de sugerirles que prepararan en unos días una boda sorpresa para Bianca y Cooper. A pesar de la negativa reacción que había tenido su propuesta, Leo los miraba con una gran sonrisa. Los ojos de su exnovio, normalmente de color azul turquesa, parecían haberse tornado más oscuros. Se le fueron los ojos al hoyuelo que se formaba a un lado de su cara cuando sonreía y se le olvidó de pronto que no estaban solos, sino con cuatro personas más en su pizzería favorita. —No es la primera vez que me lo dicen —repuso Leo mientras miraba a Annie. Era la hermana de Cooper y conocía muy bien a Leo, el mejor amigo de su hermano. Pero no tan bien como lo conocía ella. Para Annie, que era seis años mayor que Cooper, Leo era prácticamente un hermano para ella. Para Jessie, en cambio, Leo era el hombre que le había roto el corazón. —Todo el mundo te dice que estás loco, pero sigues empeñándote en organizar todo tipo de planes y confabulaciones que solo meten en líos a la gente. —Pero este plan es una gran idea —protestó Leo—. Así podríamos por fin conseguir que Bianca y Cooper se casaran. Ya es hora de que lo hagan después de tanto tiempo. Jessie abrió la boca para protestar, pero no dijo nada. El plan de Leo era una locura. Le parecía imposible buscar damas de honor y padrinos para la boda. Alguien debía encontrar además un sacerdote que pudiera oficiar la celebración, enviar invitaciones a la gente, reservar un sitio para el banquete y encargar la tarta. Era una locura, pero era la única manera de conseguir que se casaran ese fin de semana. Si no lo hacían, tendrían que esperar al menos seis meses más o quizá incluso otro año. Tenían pendientes varios viajes de trabajo. Era la mejor amiga de Bianca y no podía creer que no se le hubiera ocurrido a ella la idea. Había sido testigo desde el principio de esa relación.

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Bianca y Cooper habían conseguido convertir una aventura de una sola noche en la universidad en una relación que ya duraba más de una década. Lo único que les faltaba era dar el paso definitivo y casarse. Bianca llevaba el anillo de compromiso que Cooper le había comprado nada más terminar la universidad. Cada año, cuando visitaban Florida para ver a su familia y amigos, renovaban la licencia de matrimonio en las oficinas del registro civil, pero aún no habían hecho uso de ella. Siempre parecía haber alguna excusa para no casarse, ya fuera un romántico viaje a Turquía o la posibilidad de escalar el monte Kilimanjaro. —Creo que es una idea fantástica —intervino Ajay Singh. Siempre le había encantado el ligero y exótico acento que tenía el jefe de Cooper. Unos años antes, había incluso llegado a salir con él, pero solo en una ocasión. El rico soltero, educado en exclusivos colegios y en la Universidad de Oxford, la había tratado como a una reina, pero lamentablemente no había surgido nada entre ellos. Ajay, además de un buen partido, era un hombre muy atractivo. No se parecía en nada a Leo, pero con él sí habían saltado chispas. Tantas como para provocar una explosión. Frunció el ceño al ver lo entusiasmado que parecía Ajay con la idea. Pero le sorprendió ver que a Drew, el hermano de Bianca, también parecía gustarle el plan de Leo. —Una boda sorpresa… —repitió Drew pensativo—. Creo que sería perfecto. Si no lo hacemos nosotros, nunca se casarán. No tienen tiempo. —Entonces, ¿qué tenemos que hacer? —preguntó Annie—. ¿Cómo podemos ayudar? Todos miraron a Leo con atención. Todos menos Mallory Tedesco, la jefa de Bianca. Mallory no era una mujer demasiado habladora, y tampoco sociable. Jessie imaginó que a Leo le habría costado mucho convencerla para que cenara con ellos esa noche, pero su ex podía llegar a ser muy persuasivo. Vio que Leo sacaba un papel del bolsillo y lo desdoblaba. —Ya he pensado en todo —les dijo. Echó un vistazo a la lista y reconoció enseguida su letra y los dibujos que solía hacer en servilletas y todo lo que tuviera delante mientras hablaban. Eran las mismas formas de siempre. Dibujaba barcos, mástiles y velas. Cualquier cosa relacionada con los veleros que diseñaba y con los que participaba en regatas con bastante éxito. Se dio cuenta de que había conseguido su sueño y estaba en ese instante intentando hacer realidad el de Cooper, su mejor amigo. Cada vez le costaba más seguir odiándolo. Se relajó contra el asiento mientras Leo les hablaba de sus planes. No podía concentrarse en lo que decía, sino en él. Aunque había pasado mucho tiempo, siempre le costaba verlo cuando Bianca y Cooper regresaban a Florida y quedaban con todos sus amigos. Esa noche estaba tan cerca de él

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que le costaba respirar y, de vez en cuando, le llegaba su masculino aroma. Se dio cuenta de que, aunque hacía mucho tiempo que había perdonado su traición, aún no se había olvidado de él. —Se necesitan tres cosas fundamentales para que cualquier boda sea todo un éxito —dijo entonces Leo con autoridad. Le sorprendió que hablara de ese modo, como si fuera todo un experto en la materia. Después de todo, Leo nunca se había casado. Sabía que ni siquiera había tenido relaciones demasiado serias desde que estuvo con ella. —Necesitamos una ceremonia breve, una gran fiesta y una luna de miel fabulosa. Vuestros padres ya me han dicho que se harán cargo de la ceremonia —agregó Leo mirando a la hermana de Cooper y al hermano de Bianca—. Ha sido imposible encontrar una iglesia con tan poco tiempo, así que han decidido celebrarlo en el salón de baile del Hotel del Mar. —¡Es un sitio precioso! —exclamó Annie—. Y ese salón tiene unas vistas espectaculares. ¡Es perfecto! Jessie se dio cuenta de que Annie era tan romántica como Leo. O quizá estuviera simplemente pensando en lo bonitas que iban a quedar allí las fotografías del enlace. Después de todo, era a lo que se dedicaba la hermana de Cooper. —Nosotros nos encargaremos de organizar el banquete y la luna de miel. —¿No proporciona la comida el propio hotel? —preguntó Mallory. —Bueno, la madre de Jessie dirige un servicio de catering —repuso Leo mientras la miraba un segundo—. La señora Brighton y ella ya han empezado a diseñar el menú, pero aún no hemos contratado a los músicos. Vi ayer en el periódico que Brock Arsenal está en la ciudad. —¿Hablas de la estrella de rock? —le preguntó Jessie—. No creo que ahora se dedique a cantar en bodas. Vio que su comentario no había conseguido desanimar a Leo. —Pero es el que canta su canción, la canción de Bianca y Cooper. Leo bajó el tono de su voz y tarareó el estribillo de la canción. Era una balada que le traía muchos recuerdos, casi todos muy eróticos y sensuales. Esa canción formaba también parte de su pasado y le sorprendió que aún pudiera hacerle recordar tantas cosas. Drew movió la silla para que la camarera pudiera dejar sobre la mesa otra jarra de cerveza. —Dios mío, Bianca no dejaba de poner en su tocadiscos esa canción cuando conoció a Cooper. Consiguió que yo la odiara. Aún tiene fotos de Arsenal en su viejo dormitorio en casa de mis padres —les confesó el hermano de la futura novia.

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—Sería genial si pudiéramos convencerlo para que tocara en la boda — comentó Annie—. Sé que es prácticamente imposible, pero sería muy especial. —Todo el mundo tiene un precio —repuso Ajay—. No creo que sea imposible. —¡Ésa es la actitud que esperaba de vosotros! —exclamó Leo dándole una palmadita en la espalda a Ajay—. Tú estarás a cargo de la música y Mallory te ayudará, ¿de acuerdo? —¿Yo? —repuso la mujer con perplejidad. —Bianca me ha contado que, además de dedicarte a trabajos de traducción e interpretación, proporcionas ayuda a actores cuando tienen que conseguir un determinado acento para alguna película. Así que imagino que tendrás muy buenos contactos en Hollywood. Mallory se quedó callada unos segundos, pero después asintió con la cabeza. —Muy bien —repuso Leo mirando a Annie—. Tú tienes más o menos la misma talla de Bianca, ¿no? Annie abrió muchos los ojos al oír su comentario. —No me digas que quieres que elija su traje de novia. Leo sacó otro papel del bolsillo y se lo entregó. —Si no lo haces tú, tendremos que dejar que se encargue su madre. Jessie trató de ahogar una sonrisa, pero Drew no fue tan comedido y se echó a reír. Bianca y su madre tenían gustos muy distintos en cuanto a su forma de vestir. —¡No! —exclamaron Annie y Jessie a la vez—. Debería ser yo quien elija su vestido —agregó ella—. Conozco muy bien sus gustos. —Es verdad —reconoció Leo—. Pero tengo algo mucho mejor reservado para ti. Pero, antes de que pudiera imaginar de qué se trataba, Leo miró de nuevo a Annie y repasó con ella todo lo que había apuntado en la segunda lista. —¿Crees que podrás conseguir todo eso? —¿Antes del domingo? —preguntó Annie con perplejidad—. Claro que no. La boutique a la que quieres que vaya está en Nueva York. Drew tomó la mano de Annie para moverla y poder leer la lista. Era difícil estar segura en un ambiente tan oscuro como el de la pizzería, pero le dio la impresión de que Annie se había sonrojado. —Es el diseñador que Bianca conoció el pasado verano —comentó Drew después de leer la lista. —Así es. Recuerdo que me dijo que le habían encantado sus diseños — repuso Leo.

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—Puedo llevar a Annie en avión hasta Nueva York —se ofreció Drew—. Podría tenerlo preparado el jueves por la mañana. Así, estaremos de vuelta el sábado con todo lo que Bianca va a necesitar para la boda. Estaré encantado de comprarle ropa de verdad y conseguir que se quite por fin sus gastados vaqueros y sus viejas sudaderas. Jessie no podía estar más de acuerdo con lo que acababa de comentar Drew, pero Annie parecía algo incómoda con la tarea que le habían asignado. No sabía si le preocupaba tener que elegir ropa para otra persona o si era ese viaje con el atractivo Drew lo que había conseguido inquietarle. Annie apenas había salido con nadie desde que se divorciara y a Drew no parecía preocuparle que fuera obvia para todos la atracción que sentía por la hermana mayor de Cooper. Él solo tenía veintiséis años, pero era un empresario con éxito y un excelente piloto. Annie estaba en buenas manos. De repente, se dio cuenta de un detalle. Si Mallory iba a ayudar a Ajay a organizar el entretenimiento del banquete y Annie y Drew viajaban a Nueva York, ella iba a tener que trabajar codo con codo con Leo. —No… —protestó en voz baja. Pero Leo fue el único que entendió lo que le pasaba. Se acercó más a ella. —Así que tú y yo seremos los encargados de organizar la luna de miel —le susurró al oído. Jessie apartó los ojos tratando de ignorar todas las posibilidades que la masculina voz de Leo había conseguido plantar en su mente. No tardó en imaginarse desnuda en una playa, inmóvil entre la arena y el musculoso cuerpo de Leo, con el sol calentando sus cuerpos mientras él le susurraba las palabras más decadentes al oído. —No podemos hacerlo —repuso ella. Habían ocurrido demasiadas cosas entre ellos y aún le dolía. —Ya han pasado diez años, Jessie —repuso Leo—. ¿No puedes olvidarlo todo para que podamos darles a nuestros amigos el maravilloso regalo de una luna de miel inolvidable? No podemos negarles el futuro que también podríamos haber tenido nosotros si yo no hubiera metido la pata como lo hice. Ajay se encargó de pagar la cuenta de la cena. Drew llamó al aeropuerto para que le prepararan el avión mientras Annie hablaba con sus exsuegros para ver cómo estaban sus hijos. Mallory parecía muy concentrada en su teléfono y tenía una sonrisa permanente en la boca. Todos parecían ocupados con algo y encantados ante la idea de organizar esa boda sorpresa. Jessie suspiró nerviosa. Leo no dejaba de mirarla como si estuviera muerto de hambre y ella fuera un jugoso filete. —¿De qué tienes miedo, Jessie? —le preguntó Leo entonces. —De ti no, por supuesto. ¿Es eso lo que estás pensando? —replicó ella de mala manera.

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Sabía que Leo tenía razón. Lo que había pasado entre ellos estaba más que enterrado y olvidado. Había tenido varios novios desde entonces, incluso había llegado a comprometerse con dos de ellos, aunque en ninguno de los dos casos había fijado fecha para la boda. Había tenido que pasar los últimos diez años soportando la compañía de Leo cada vez que Bianca y Cooper volvían a Florida. Imaginó que podía sacrificarse y pasar algo más de tiempo con él esos días para poder planear la luna de miel. —Me alegra mucho que no me tengas miedo. Ve a casa y haz la maleta. Te recojo dentro de una hora. —¿Maleta? ¿Para qué? Si piensas que voy a quedarme en tu casa mientras organizamos la luna de miel, estás muy… —Ya he decidido dónde vamos a mandarlos de viaje —repuso Leo mientras se levantaba de mesa. Ella no se movió. Observó a Leo mientras se despedía de los otros e intercambiaba números de teléfono con ellos. Cuando se fueron los demás, volvió a mirarla y le hizo un gesto para que se acercara a él. Enfadada, apartó la vista, pero sabía que no iba a poder quedarse allí sentada toda la noche. Era la mejor amiga de Bianca, la quería como a una hermana. Había estado esperando durante muchos años a que llegara ese momento y confirmaran delante de todos y de manera oficial y legal lo que sentían el uno por el otro. Creía que lo menos que podía hacer era ayudar a Leo a organizarles una luna de miel de ensueño. Bianca y Cooper necesitaban algo especial y romántico. Algo que les recordara que su relación no había sido siempre como lo era entonces, llena de viajes exóticos y aventuras. Se levantó de la mesa y fue deprisa hasta donde estaba Leo. —Muy bien, planificador de eventos. ¿Adónde sugieres que los mandemos de luna de miel? Que no se te olvide que han estado en todas partes —le dijo. Leo la miró lleno de satisfacción. Le entraron ganas de abofetearlo, aunque una parte de ella quería besarlo. La línea entre esas dos reacciones siempre había estado muy difusa en su cabeza cuando se trataba de Leo. —Vamos a volver al lugar donde empezó todo —le dijo Leo mientras abría la puerta del restaurante. El aire cálido y húmedo de Florida los recibió con fuerza al abandonar el local con aire acondicionado. Tardó unos segundos en procesar lo que acababa de decirle. Cuando vio lo que significaba, estuvo a punto de tropezarse y Leo tuvo que sujetarle el brazo para que no perdiera el equilibrio. En cuanto notó sus manos en la piel, se quedó sin respiración. Sus dedos eran fuertes, la palma de su mano, muy cálida. Bajó la vista y se fijó en su musculoso antebrazo. —¿Te refieres a Cayo Hueso? —preguntó entonces.

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—Así es, me refiero a Cayo Hueso —le confirmó Leo mientras tiraba de su brazo para atraerla contra su cuerpo—. En todos los sentidos…

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Capítulo 2 La bandera que daba comienzo a la regata se había levantado y había sonado ya la sirena con la que se avisaba a los participantes. El plan de Leo para recuperar a Jessie, y conseguir además que se casaran por fin sus dos mejores amigos, era complicado. Iba a ser una carrera difícil y con riesgos, pero estaba decidido a llegar a buen puerto. No estaba preocupado. Le gustaba asumir riesgos. Así había conseguido hacerse un hueco en el mundo del diseño de barcos y yates. Y era una cualidad que también le servía en las regatas. Había dejado atrás las tradiciones y los viejos diseños y de esa manera había conseguido hacerse un nombre en el sector. También había logrado mantener su negocio a flote durante la grave crisis financiera por la que pasaba el país y lo había hecho vendiendo sus veleros a regatistas de todo el mundo. Sabía que la clave estaba en diversificarse y ser más creativo. Si quería recuperar a Jessie, iba a tener que esforzarse también al máximo en ese terreno. Creía que uno de sus obstáculos más difíciles sería conseguir que ella admitiera que seguía queriéndolo. No podía estar del todo seguro de que ése fuera el caso. De hecho, todas las pistas que tenía parecían decir lo contrario. Durante los tres años siguientes a su ruptura, Jessie se había negado a verlo y usaba cualquier excusa para no tener que coincidir con él cuando se juntaban los cuatro amigos. Pero, cuando Bianca y Cooper comenzaron a pasar más tiempo en el extranjero y menos en Florida, se había visto obligada a aprovechar las pocas horas que tenían entre vuelo y vuelo para poder verlos. Desde entonces, habían llegado a una especie de acuerdo sin tener siquiera que hablarlo y vivían en una tregua permanente que se parecía más a la Guerra Fría que a una convivencia pacífica. Cada vez que la veía, recordaba todo lo que había perdido por culpa de sus errores. Le había pedido perdón en más de una ocasión, pero se había dado cuenta enseguida de que Jessie necesitaba algo más que palabras. Había creído entonces que el tiempo terminaría por ponerlo todo en su sitio y arreglar las cosas entre ellos, pero no había sido así. Diez años después, Jessie Martínez seguía guardándole rencor. Pero, las últimas veces que se habían visto, le había parecido notar que su coraza de hielo comenzaba a resquebrajarse. Había percibido cómo se dilataban sus pupilas cuando él se acercaba y ya no se tensaba su cuerpo si la rozaba accidentalmente. Y, en ese instante, mientras sujetaba su brazo para que no tropezara, había notado a través de la tela de su camiseta cómo se endurecían sus pezones. Había sido algo muy sutil, pero no se le había pasado por alto. También cabía la posibilidad de que se estuviera imaginando todas esas señales. —Estoy bien —le dijo Jessie.

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—¿Estás segura? Jessie lo miró con el ceño fruncido y se enderezó mientras se apartaba de él. Leo no pudo evitar sonreír al ver sus esfuerzos. Creía que se ponía más guapa aún cuando estaba nerviosa. Aunque para él era siempre preciosa, ya estuviera triste o contenta, aburrida o enfadada. Y especialmente bella cuando estaba furiosa. Imaginó que tendría el gusto de verla en su máximo esplendor en cuanto le explicara sus planes. —¿Cómo vamos a ir a Cayo Hueso? —preguntó Jessie—. Está a muchas horas en coche. —Deja que me preocupe yo del medio de transporte —repuso él—. Lo más importante es que la casa esté en buenas condiciones para después de la boda. —¿Qué casa? —preguntó Jessie con suspicacia. —La casa que alquilamos aquel verano… Esa casa en la… —¿En la isla privada? —dijo Jessie, sin dejar que terminara su explicación—. ¿Cómo has podido alquilarla? El propietario la vendió. Leo se quedó perplejo al oírla. ¿Cómo podía estar al tanto de ello? Durante sus años en la universidad, Bianca y Cooper encontraron una maravillosa casa de cinco dormitorios en una pequeña isla a diez kilómetros de Cayo Hueso y decidieron alquilarla durante un mes. Por desgracia, a los conservadores padres de Bianca no les había gustado la idea de que se fuera de vacaciones con el joven con el que había empezado a salir, y decidió invitar también a Jessie para no estar a solas con Cooper. Así fue como terminaron los cuatro en esa isla. Fue exactamente en aquel lugar y en aquella casa donde Leo se enamoró perdidamente de una mujer que había acabado odiándolo. Esperaba al menos que, con el tiempo, ese odio se hubiera suavizado y no fuera ya más que un simple desprecio. Pero el tiempo no había conseguido suavizar lo que sentía por ella. Su relación había fracasado por su culpa. Pero, después de diez años concentrado únicamente en su trabajo y en las regatas, estaba preparado para tratar de recuperar el único premio que aún no había conseguido, Jessie. Quería volver a su vida y estaba dispuesto a usar esa boda como excusa para reconquistarla. —El nuevo propietario volvió a ponerla a la venta hace un par de años —le explicó él—. Es uno de los sitios a los que más a menudo voy con mi barco. Así que, cuando el agente inmobiliario lo supo, me avisó. Vio que Jessie lo miraba con perplejidad. —¿Te has comprado esa casa? —Así es, soy el nuevo propietario, pero la verdad es que hace años que nadie va por allí. —¿Por qué?

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Jessie lo miraba con incredulidad. —He estado muy ocupado. Apenas tengo tiempo libre para acercarme hasta allí. Y la persona que se encargaba del mantenimiento dejó el trabajo hace un año. —No era eso lo que te preguntaba. Quería saber por qué decidiste comprarla. Sobre todo cuando acabas de confesar que apenas la has usado. —¿De verdad quieres que te responda a esa pregunta o prefieres ir a casa y hacer la maleta? —repuso él mientras miraba el reloj—. Salimos para allí dentro de dos horas. Jessie lo miró de nuevo con preocupación y suspicacia. —Que conste que solo estoy haciendo esto por Bianca y Cooper —le dijo algo frustrada, se dio la vuelta y fue hacia su coche. —Lo sé. ¿Por qué si no ibas a acceder a ir conmigo a esa isla desierta y lejana donde hicimos el amor por primera vez? Aunque Jessie ya estaba a cierta distancia, le pareció que se llenaban sus ojos de lágrimas. Imaginó que aún le dolía recordar su traición. Decidió que era mejor irse y no darle la oportunidad de atacarlo. Fue hasta su propio coche y observó cómo Jessie arrancaba el suyo y salía deprisa del aparcamiento. Esperaba que llegara a su casa a salvo. Y, lo que era aún más importante, rezaba para que pudiera sobrevivir esos dos días sin que ella tratara de asesinarlo. Estaba tan perdido en sus pensamientos que se sobresaltó cuando Drew abrió la puerta del coche y se sentó en el asiento del copiloto. —Te has vuelto loco —le dijo el hermano de Bianca. —¿Piensas entonces lo mismo que Jessie? ¿También crees que esta boda sorpresa es una locura? —No, estoy de acuerdo contigo y con Ajay. Creo que es una idea fantástica. Solo conseguiremos que se casen si les tendemos una emboscada como la que estás organizando. No me refería a la boda, sino a lo que estás intentando hacer con Jessie. Leo sacó las llaves de su bolsillo y encendió el motor de su descapotable. —No tienes ni idea de lo que hablas. Drew se echó a reír. —Mi hermana y yo estamos muy unidos, me lo cuenta todo. Y que no se te olvide que yo también salí una vez con Jessie. —¿Tú? ¡Pero si debes de tener doce o trece años! —Ya tengo veintiséis y mi propia empresa de mudanzas. De hecho, me va mejor que a ti, así que deja de meterte con mi edad. Leo se disculpó rápidamente. Drew le caía muy bien. Era más joven que ellos, pero siempre había sido muy razonable y maduro para su edad.

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—Tienes razón —le dijo levantando las manos a modo de rendición—. No tenía ni idea de que hubieras salido con Jessie. —Fue solo una vez. Acudimos juntos a una fiesta benéfica. Lo pasamos muy bien, pero para ella soy como un hermano pequeño. En cuanto a lo que tuviste tú con ella, sé lo suficiente como para recordar que le rompiste el corazón. No le quedó más remedio que asentir con la cabeza. —Así es, soy culpable. —Entonces, ¿por qué has decidido organizar todo esto con la intención de recuperarla? —¿Cómo lo has sabido? Drew sonrió a modo de respuesta y miró hacia el otro lado del aparcamiento. Leo siguió su mirada para ver qué estaba observando con tanto interés. Annie Rush estaba limpiando el interior de su coche familiar y metiendo en una bolsa de basura un montón de botellitas de zumo y envoltorios de todo tipo. —Porque me gusta tu forma de pensar —repuso Drew. Se quedó perplejo al entender lo que trataba de decirle. —¿Te gusta Annie? —le preguntó. Calculó rápidamente e imaginó que Annie debía de tener unos treinta y ocho años. No hacía mucho tiempo que se había divorciado y tenía dos niños pequeños. Le costaba creer que pudiera interesarle un tipo tan joven como Drew. Lo más seguro era que ni siquiera tuviera tiempo para ese tipo de relaciones. Pero sabía que no era nadie para juzgar a los demás. Él mismo trataba de recuperar a una mujer a la que había traicionado de la peor manera posible. Creía que, si Drew estaba convencido de que Annie era lo que quería, tenía que tratar de conseguirla. —La verdad es que sí. ¿Por qué? ¿Te molesta? —A mí no. Pero puede que a Cooper no le guste demasiado la idea — repuso él—. No creo que le parezca bien que su hermana mayor se líe con su futuro cuñado, sobre todo cuando eres bastante más joven. —No es eso lo que quiero, sino una relación de verdad. Leo levantó de nuevo las manos. —No me digas más, prefiero no saberlo. Ya te he dado una lista con todas las cosas que quiero que compréis en Nueva York. Si no tienes ninguna pregunta más, tengo que irme. Me espera un barco. Drew se echó a reír. —Pues ten mucho cuidado con los temporales. No soy tan buen marinero como tú, pero he pasado bastante tiempo con Jessie durante los últimos años y te has buscado un objetivo muy difícil de conseguir. Puede que haya pasado ya una década, pero aún no te ha perdonado por lo que le hiciste.

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—Estupendo —repuso—. Si aún le duele, es porque todavía le importa. Drew movió la cabeza con incredulidad. —¿Ése es tu plan? —Sí. Y, aun así, mi plan es mejor que el tuyo —repuso Leo mientras miraba a Annie. —Ya veremos —le dijo Drew—. ¿Quieres apostar? Leo, que ya había empezado a salir del aparcamiento, detuvo el coche al escuchar el reto de Drew. Le encantaba competir en todos los sentidos. No necesitaba apostar ni ganar dinero, pero tampoco le gustaba perder. Sabía que era algo infantil y arrogante, pero no podía evitarlo. —No pienso apostar contigo. ¿No te das cuenta de que estás intentando acostarte con la hermana de mi mejor amigo? —No tenemos por qué entrar en detalles. ¿Por qué no nos limitamos a apostar que yo conseguiré antes que tú lo que quiero? —le sugirió Drew mientras le ofrecía su mano. Leo no lo dudó ni un segundo. —Trato hecho. ¿Qué nos jugamos? Vio que Drew se fijaba en su descapotable durante unos segundos, pero cambió de opinión. —Si ganas, os llevaré a Jessie y a ti en avión a donde elijáis siempre y cuando no sea fuera de Estados Unidos. —¿Nos dejarás unirnos al selecto club de los que practican el sexo en las alturas? —Mientras yo esté pilotando, no es asunto mío lo que hagáis en la parte de atrás del avión. —¿Y qué es lo que quieres si ganas tú la apuesta? Drew se quedó pensativo unos segundos. —Tendrás que dejarme tu mejor yate durante un fin de semana para que pueda navegar por el Caribe. Leo se echó a reír y apretó con ganas la mano de Drew. Ya podía imaginarse haciendo el amor con Jessie a bordo de un lujoso avión. —Perfecto.

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Capítulo 3 Si Jessie tuviera que elegir algunas recetas para describir a la familia de Bianca, los Brighton serían un plato muy exótico e incluiría carne de buey de Kobe, la más selecta del mundo, cocinada con azafrán recolectado a mano en algún pueblo del sur de España y trufas negras de las que solo pueden encontrar en la tierra los cerdos de Piamonte, en Italia. La familia Martínez, sin embargo, era todo lo contrario. No había nada exótico en ellos. Podía describirlos como un plato de arroz con pollo y frijoles negros. Algo que podría resultarles exótico a las personas que no viviera en un país tropical, pero que para el resto de la gente era aburrido y cotidiano. La matriarca de su familia, Celia Martínez, era una mujer con la cabeza sobre los hombros. No le gustaba jugar, apostar ni aceptar riesgos innecesarios. La veía incapaz de dañar a nadie y nada le preocupaba más que evitar que sus hijas sufrieran. Por eso, Jessie temía cómo fuera a reaccionar cuando le dijera que estaba a punto de salir de viaje con el hombre que le había roto el corazón unos años antes. Vivía en un pequeño apartamento encima del garaje, al lado de la casa de su madre y no iba a poder irse sin contarle que iban a preparar la casa en la que todo había empezado para convertirla en un nido de amor para los recién casados. Lo que no estaba dispuesta a confesarle a su progenitora era que acababa de tomar una decisión muy radical. Iba a aprovechar esos días para tratar de seducir a Leo. Nunca había sido el tipo de mujer capaz de sacar provecho de las situaciones más duras y difíciles, pero se dio cuenta de que quizá había llegado el momento de cambiar. Le gustara o no, iba a tener que pasar mucho tiempo con Leo. El cariño que le había tenido se había transformado en odio, pero estaba claro que seguía habiendo mucha atracción entre los dos. Su cuerpo reaccionaba cada vez que lo veía. Durante la cena de esa noche, se había quedado ensimismada mirándolo en más de una ocasión. A la madre de Bianca le habría divertido esa situación. Era una mujer a la que le atraían ese tipo de aventuras. Sobre todo cuando le ofrecía la posibilidad de usar sus armas de seducción para vengarse de su ex. Por desgracia, la señora Brighton estaba muy ocupada organizando la espontánea boda de su hija. E imaginó que su madre también tendría mucho trabajo por delante. Entró en la cocina y se encontró a Celia Martínez sentada a la mesa leyendo sus libros de recetas. —Hola, mamá —la saludó mientras se quitaba los zapatos, como hacía siempre. —¡Jessie! Menos mal que ya has vuelto. ¿Has oído lo de la boda? —le preguntó su madre—. Pero ¿para qué te estoy preguntando? Seguro que lo sabes. Alina me llamó hace una hora. No sé cómo vamos a conseguir

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organizarlo todo en menos de una semana. ¿Qué estaría ese hombre pensando? Miró el reloj, no le quedaba mucho tiempo. Estaba segura de que a su madre le habría gustado usar algún adjetivo para referirse a Leo, pero Celia Martínez nunca decía una palabra malsonante. —Es la única manera de conseguir que Bianca y Cooper se casen de una vez —repuso Jessie—. Se merecen una boda maravillosa y muy especial organizada por las personas que más los quieren y mejor los conocen. —Tienes razón, cariño. Pero es que ¡hay tanto que preparar! Toma éstas —le dijo su madre mientras le entregaba unas cuantas fichas con recetas—. Tienes que encargarte de llamar a nuestros proveedores para asegurarnos de que pueden servir todos los ingredientes que necesitamos mañana a primera hora. Ya sé que es tarde… —No puedo, mamá. Su madre la miró con el ceño fruncido. —¿Qué quieres decir ? ¿Cómo que no puedes? —Soy la dama de honor —le explicó—. Tengo otras cosas de las que encargarme. Bueno, sobre todo una, pero muy importante. Se arrepintió de haber ido en persona para contarle adónde iba. Se dio cuenta de que habría sido mucho mejor decírselo por teléfono. —No puedes hacer todo esto tú sola, mamá. ¿Por qué no llamas a Deborah? Celia negó con la cabeza. —Deborah tiene a sus pequeños, no puede venir tan tarde… Gruñó al oír aquella excusa. Los pequeños de su hermana mayor tenían ya doce y trece años. Deborah también trabajaba en la empresa de catering de su madre, como ella, pero siempre podía usar a sus hijos como excusa cuando había algún tipo de emergencia como aquélla. Su madre había tenido que trabajar muy duro y a tiempo completo cuando ellas eran pequeñas, y no permitía que otras madres tuvieran que trabajar si no era estrictamente necesario. Pero esa vez, todo iba a tener que ser distinto. Porque nadie iba a impedir que se fuera a Cayo Hueso con Leo. De vuelta a casa desde la pizzería, le había costado controlar su enfado. No le gustaba sentirse manipulada y creía que era mala idea volver con Leo al sitio donde había empezado todo entre ellos. Le costaba imaginarse a solas con ese hombre durante una hora. La idea de pasar casi una semana con él era impensable. Durante los últimos diez años había tratado de evitarlo y, cuando no le había quedado más remedio que pasar tiempo con él, se había limitado a ser distante y educada, nada más. Ese hombre le había hecho mucho daño y le costaba confiar de nuevo en él. Pero cuando estaba llegando a casa y recorrió las calles donde había crecido, donde había aprendido a montar en bicicleta y donde tantas cosas

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le habían pasado, se dio cuenta de que había llegado el momento de tomar las riendas de su vida. No podía pasarse el resto de sus días lamentando lo que había ocurrido ni viviendo en el pasado. Leo había conseguido despertar una parte de ella que tenía olvidada y estaba deseando volver a ser la de antes, una joven decidida y llena de energía. Bianca le había confiado hacía ya algunos años que Leo quería volver con ella. También le había contado que no podía estar más arrepentido de lo que le había hecho. Leo se había acostado con una chica que se metió en su cama de la residencia universitaria donde vivían. Según su versión, había creído que se trataba de Jessie y el alcohol que había bebido esa noche le impidió darse cuenta de que no era así. Jessie creía que si Leo pensaba usar la boda de sus mejores amigos para tratar de volver con ella, iba a fracasar en su intento. Estaba dispuesta a volver con él, pero solo durante el tiempo necesario para tener un fabuloso, apasionado y breve encuentro sexual. Y esa vez, cuando lo dejara después de utilizarlo, lo haría estando en control absoluto de la situación. Esa boda sorpresa le iba a dar la oportunidad de vengarse de Leo y poder además pasar por fin página. Lo había intentado todo. Había tratado de odiarlo o ignorarlo. Pero, por muy cruel y fría que fuera con Leo, él siempre respondía de la misma manera, con humor y su seductora sonrisa. Era un hombre incorregible y eso era precisamente lo que lo hacía tan irresistible. Tampoco había podido olvidarlo saliendo con otros hombres. Había probado con los que eran completamente distintos: cabales, más serios y aburridos; y también con los que le recordaban a él: divertidos y con ganas de pasarlo bien. Había llegado incluso a comprometerse con dos de ellos, pero no había conseguido olvidarse de Leo. Sabía que su plan iba a ser complicado y casi tan arriesgado como el de esa boda sorpresa, pero esperaba que los resultados fueran espectaculares en ambos casos. —Deborah está deseando que le des una oportunidad como ésta, mamá —le dijo a su madre. No podía irse de viaje y disfrutar de esos días sabiendo que la dejaba en la estacada. Su madre era muy trabajadora, pero la veía incapaz de preparar un menú para doscientas personas sin ningún tipo de ayuda. —Quiere demostrarte que podrá ocuparse de la empresa cuando tú te jubiles —insistió. —No pienso jubilarme nunca —repuso su madre. —Eso ya lo imagino. Pero ¿no te gustaría que alguien siguiera adelante con el proyecto que tú has creado? Es tu legado. —Deborah tiene un marido e hijos. Quiero dejarte la empresa a ti para que puedas… —¿Para que pueda llenar así mi vacía existencia? —la interrumpió suspirando.

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Celia tomó entre sus manos las recetas que había estado revisando y se puso a leerlas, pero Jessie sabía que no estaba centrada en su tarea. Era una discusión que habían tenido muchas veces y estaba convencida de que ninguna de las dos quería hablar de ello. Eran peleas que siempre terminaban mal. Le faltaba la energía necesaria para discutir con su madre, iba a necesitarla para llevar a cabo su plan en Cayo Hueso. Una vez más, lamentó haber tomado la decisión de trabajar en la empresa de su madre. Lo había hecho por pura comodidad. Después de tantos años ayudándola, le gustaba poder por fin organizar grandes eventos, pero no era una buena cocinera y tampoco tenía demasiado ojo con el diseño. Se limitaba a recrear lo que otras personas diseñaban. Se había convencido de que solo trabajaba allí de manera temporal, hasta que descubriera qué quería hacer con su vida. Pero lo cierto era que llevaba demasiado tiempo usando esa excusa. Ya había cumplido los treinta y sabía que había llegado el momento de cambiar de rumbo y tomar una decisión. Por primera vez en mucho tiempo, tenía un objetivo, una ambición que podía ser el principio de su nueva vida y llevarla a conseguir logros más grandes e importantes. Había vivido estancada en el pasado y en lo que Leo le había hecho y había vivido durante demasiado tiempo con una barrera a su alrededor que le impedía formar parte de las cosas. Tenía que romper esa barrera respondiendo todas las preguntas que tenía sobre Leo Sharpe. Y, al mismo tiempo, estaba decidida a hacer que su mejor amiga tuviera una boda y una luna de miel inolvidables. —Mamá, ya he llamado a Deborah y viene de camino. Me encanta trabajar contigo, pero esto no es lo que quiero hacer con mi vida, no es mi sueño. Lo sabes perfectamente. —Entonces, ¿con qué sueñas? Tragó saliva y se quedó callada. Era algo demasiado personal para decirlo en voz alta. Acababa de tomar la decisión de acostarse de nuevo con Leo y no estaba preparada para hablar de ello con nadie. Y menos aún con su madre. —Sueño con que Bianca tenga una boda perfecta —contestó mientras se colocaba detrás de su madre y masajeaba sus hombros—. Se pasa la vida viajando, pero siempre he podido contar con ella. Consiguió que su madre fuera relajándose, lo podía notar en sus hombros. Celia había empezado a trabajar como cocinera en el restaurante cubano de su marido, pero todo eso cambio el día que a Miguel Martínez le diagnosticaron una fulminante neumonía y falleció poco después. Su madre quedó demasiado traumatizada para volver a abrir ella sola el restaurante y decidió hacer alguna otra cosa con el dinero recibido del seguro de vida de su esposo. Desde el principio, pensó que una empresa de catering era la mejor opción, pero los comienzos habían sido muy complicados.

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Los padres de Bianca, que se encontraban en una situación muy acomodada y con contactos en la ciudad, le echaron una mano para que pudiera poner en marcha el negocio. La ayudaron a encontrar el mejor local para la empresa, a contratar a cocineros y a ponerse en contacto con los proveedores. Una cena para veinte invitados en casa de los Brighton había sido su primer evento. Los padres de Bianca habían hecho tanto por ellas que la organización del banquete de boda era una forma de agradecerles su ayuda de la mejor manera posible. —Bianca es como una hija para mí y quiero que tenga una celebración inolvidable —le dijo su madre—. Haz lo que tengas que hacer, hija. Jessie le dio un cariñoso beso y sonrió al oír el coche de su hermana frente a la casa. —Eso es lo que tengo en mente, mamá. Hacer lo que tengo que hacer y un poco más.

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Capítulo 4 Leo se quedó sin respiración y comenzó a sentir un sudor frío en la espalda. Había ido hasta la casa de Jessie con su camioneta restaurada del año 1969. En ella cabían más cosas que en su descapotable y había querido además impresionar a Jessie. Era un vehículo que siempre le hacía sentirse más masculino y atractivo. Pero había sido la propia Jessie la que había conseguido sorprenderlo a él. Al verla bajando las escaleras desde su apartamento con una falda tan corta que era poco más que un cinturón, se quedó sin aliento. Tuvo que reajustar su posición en el asiento para estar más cómodo y liberar la presión que había comenzado a sentir en la entrepierna. «Genial», se dijo. «Después de lo que pasó entre nosotros lo último que me faltaba era que me encontrara así nada más subir a la furgoneta». Apartó la vista, pero vio antes de hacerlo una sonrisa pícara en el rostro de Jessie. No entendía cómo podía estar tan tranquila. Solo una hora antes, cuando se despidieron a la puerta del restaurante, había estado hecha una furia tras descubrir el plan que había preparado para los dos. No comprendía qué podía haber cambiado en tan poco tiempo. Lo primero que le había llamado la atención había sido su ropa. En la universidad, había conseguido volverlo loco con lo que se ponía. Sin llegar a ser chabacana, vestía de un modo muy sexy. Aún recordaba sus medias de rejilla y sus pantalones de cuero negro. Ese día se había puesto algo un poco más discreto, pero no podía dejar de mirarla. Llevaba una minifalda blanca y una blusa de tirantes de color melocotón que hacía resaltar su piel morena. Su pelo, largo y oscuro, estaba recogido en un rápido y descuidado moño que le traía muchos recuerdos. Así se despertaba muchas mañanas después de haber pasado la noche juntos. La miraba y solo podía pensar en una cosa. La deseaba más que nunca. Con ella, el sexo siempre había sido espectacular. No se habían aburrido en la cama. Los dos habían sido jóvenes apasionados con ganas de experimentar y sin inhibiciones en el terreno sexual. De hecho, todo había sido maravilloso hasta que él cometió aquel grave error. Recordó aquella fatídica mañana cuando Jessie entró en su habitación de la residencia y lo encontró atontado por la resaca y en la cama con una chica a la que apenas conocía. Le dejó entonces muy claro que nunca podría perdonarlo. Durante meses, Leo lo había intentado todo. Le regalaba cajas de bombones y ramos de flores cada dos por tres. Llegó a convencer a sus amigos para que tocaran mientras él le cantaba una serenata una noche bajo la ventana de su cuarto. Pero ella ni siquiera se había asomado para verlos.

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Después de terminar la licenciatura, había intentado hablar con ella y aclarar las cosas como dos adultos, pero ella había respondido siempre con frialdad o sarcasmo. Más tarde, cuando los viajes de Bianca y Cooper se hicieron más largos, llegaron a una especie de acuerdo tácito para poder aprovechar el poco tiempo que sus mejores amigos pasaban en Florida. Y así habían transcurridos los últimos años. Lo que no entendía era lo que había pasado esa noche. Jessie parecía haberse vestido expresamente para torturarlo. —Llegas tarde —le dijo ella entonces a modo de saludo. A pesar de las palabras, le pareció notar algo distinto en su voz; casi sonaba normal, sin frialdad ni indiferencia. Era la misma voz profunda y sensual que recordaba, y su cuerpo volvió a despertarse. —Perdona. Tenía… Tenía que hacer algunas cosas —tartamudeo. No pudo evitar que se le fueran los ojos a su escote. La blusa no escondía lo que parecía un sujetador de encaje negro. La miró con suspicacia. Jessie conocía mejor que nadie sus debilidades. A algunos hombres les excitaban unos pechos desnudos; a otros, esos sujetadores con flecos que llegaban las chicas de los clubes de alterne. Para él, sin embargo, nada le seducía tanto como un sujetador de encaje negro. Sobre todo si era Jessie la que lucía ese tipo de ropa interior. —Entonces, ¿estamos listos? —le preguntó ella con la misma voz sensual. —¿No llevas nada más? —repuso él al ver su pequeña mochila. —Bueno, vamos a los Cayos, ¿no? —le dijo ella con gesto inocente—. No querrás que lleve un abrigo. Jessie dejó la mochila a sus pies y él se agachó automáticamente para recogerla. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no había sido un gesto espontáneo, sino premeditado. Mientras se inclinaba, Jessie no se movió e incluso acercó un poco más una de sus piernas. Leo se incorporó lentamente, aprovechando la oportunidad de admirar su cuerpo. En la universidad, Jessie había estado muy delgada. Allí, su dieta se limitaba a espaguetis y café sin leche ni azúcar. Su cuerpo había cambiado a mejor y tenía unas curvas perfectas, sobre todo en la parte de atrás de su anatomía. Tenía un trasero impresionante. —¿A qué hora es nuestro vuelo? —le preguntó ella entonces. —Tenemos flexibilidad —repuso mientras abría la puerta de su camioneta y la ayudaba a subir. Colocó la mochila a los pies de Jessie y cerró deprisa la puerta para no tener que seguir admirando sus piernas. —¿Has alquilado un avión privado? —No, no es eso. Puso la camioneta en marcha y se dirigieron al puerto, donde tenía amarrado su barco favorito. Aún no le había dicho a Jessie cómo iban a

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llegar a los Cayos. No iba a ser la primera vez que navegaban juntos y sabía que a Jessie no le daba miedo al agua, pero había retrasado a propósito el momento de decírselo. Después de proponerle que pasara varios días con él en una isla desierta, había temido que un viaje de treinta horas en barco, sin posibilidad de huida, le hiciera cambiar de opinión. Jessie aún no se había puesto el cinturón de seguridad y se acercó más a él. Recordó entonces algunos momentos vividos con ella en un coche, cuando aventuraba las manos dentro de su bragueta haciéndole difícil mantener el control del coche. Le había parecido ver el mismo pícaro brillo en sus ojos durante un segundo, pero no duró mucho tiempo. Frenó con cuidado cuando llegaron a un semáforo en rojo. —Ponte el cinturón —le sugirió. —¿Ya no te gusta arriesgarte, Sharpe? —le preguntó ella. —No quiero que te pase nada de camino al paraíso, cariño. No vamos a movernos de este semáforo hasta que te lo pongas. Jessie abrió la boca para protestar, pero no dijo nada y se puso el cinturón. Leo vio que se tomaba su tiempo en colocárselo bajo el escote. Nunca había sido una mujer presumida, pero sabía cómo sacar partido a lo que tenía. No tardaron mucho en llegar al puerto. Sonrió al ver el gesto de extrañeza en el rostro de Jessie al ver que no seguían por la autopista hasta el aeropuerto. Cuando se dio cuenta de adónde iban no protestó y se limitó a sonreír. —Una sorpresa detrás de otra… —murmuró ella. Ya tenía todo preparado para el viaje. Fueron por el muelle hasta su barco, que estaba amarrado casi al final. Estaba orgulloso de él, era elegante y estaba muy bien equipado. Iba a hacer buen tiempo esos días y sabía que podría manejarlo sin necesitar la ayuda de Jessie. Más difícil le iba a resultar manejarla a ella. —¿Lo has diseñado tú? —Sí, es lo último que he hecho —repuso con orgullo. Jessie se acercó más a él con la excusa de admirar el barco. Teniéndola tan cerca, no podía pensar en nada más, ni siquiera recordaba su nombre. —¿Es seguro? —le preguntó Jessie entonces. Tardó unos segundos en reaccionar al oír su pregunta. —¿Que si es seguro? —repuso él. El barco no iba a hundirse, Jessie no corría el peligro de ahogarse en el mar. No podía decir lo mismo de él. Esa mujer, la más sexy que había conocido en su vida, la que había conseguido enamorarlo en la universidad, estaba ahogándolo con sus muchos encantos y le costaba respirar.

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—Preferiría no mojarme demasiado de camino a los Cayos —le dijo ella con picardía. Tragó saliva antes de contestar. Saltó a bordo y alargó la mano hacia Jessie para ayudarla. —No puedo prometerte nada, pero te garantizo que no dejaré que te caigas al agua —le dijo. Jessie sonrió entonces. No podía creerlo. Le había sonreído. No parecía la misma Jessie de esos últimos años. Era mucho más parecida a la joven con la que había salido en la universidad. Una mujer llena de energía, divertida, alguien a la que siempre le atraía la idea de explorar nuevos horizontes en el terreno sexual. Se preguntó si la boda de sus mejores amigos tendría algo que ver con su cambio de actitud o si por fin iba a perdonarlo. Hizo las últimas preparaciones en el barco. Comprobó el funcionamiento de la emisora de radio, el sistema de navegación y el avituallamiento. Sacó un chaleco salvavidas y fue en busca de Jessie. La encontró sentada en la proa, con las piernas colgando sobre el agua. —Hace una noche preciosa para salir al mar —dijo Jessie. —Sí. Todo estará en calma. —¿Cuánto se tarda en llegar a los Cayos? —Si mantenemos una velocidad constante de unos seis nudos, seguramente lleguemos mañana por la noche. Jessie lo miró con los ojos entrecerrados. —¿Y si vamos más despacio? —le preguntó mientras lo miraba de arriba abajo. Leo dio un paso atrás al percibir la innegable proposición que escondían sus palabras. —¿Qué te traes entre manos, Jessie? —¿Yo? —preguntó fingiendo inocencia entrepierna—. No soy yo la que escondo algo…

mientras

le

miraba

la

Su sensual voz y sus descarados comentarios comenzaban a irritarle. Le entraron ganas de levantarla del suelo y besarla hasta que dejara de mirarlo con tanta superioridad. Y, como era lo que quería hacer, lo hizo.

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Capítulo 5 Jessie se apretó contra su cuerpo como un traje de neopreno y se dejó llevar. Leo notó que entreabría los labios casi al instante, permitiendo que el beso se transformara en un apasionado juego de lenguas en cuestión de segundos. Sabía a menta y a agua de lluvia. Y su aroma, cálido y sugerente, le recordaba a su amado océano. Sintió que estaba a punto de perder por completo el control. Cuando Jessie tomó su cara entre las manos y se puso de puntillas para profundizar aún más en el beso, se dio cuenta de que estaba perdido. Pero recobró el sentido común en el último momento y se apartó de ella. No había dejado de fantasear con ese momento durante todos esos años. Pero, en sus sueños, ella nunca había tomado la incitativa como lo estaba haciendo entonces. La miró a los ojos sin soltarle la cintura. —¿Qué haces? —le preguntó con voz ronca. Era un gran esfuerzo mantenerse alejado cuando su cuerpo le pedía que hiciera todo lo contrario. —Besarte —repuso Jessie—. ¿Ha pasado tanto tiempo que ya no recuerdas cómo se hace? Porque me ha parecido que lo estabas haciendo bastante bien… —¿Bastante bien? —la interrumpió ofendido—. Da igual, ése no es el problema. Lo que quiero saber es por qué me has besado. Jessie se acercó un poco más a él y lo miró con deseo en los ojos. —¿No quieres que te bese? —No digas tonterías. —Entonces, deja de preguntarme tonterías. Has conseguido tenerme donde querías. ¿Por qué te estás echando atrás? —Buena pregunta. Sin decir nada más, se alejó de ella y volvió a los mandos del barco. Cuando tuvo todo preparado, encendió el motor y soltó amarras. Comenzaron el viaje que los llevaría a atravesar la bahía de Tampa y, poco después, hasta el golfo de México. Estaba muy ocupado, pero el sabor de los labios de Jessie estaba aún fresco en su boca y no podía dejar de observarla de reojo. Se había quitado los zapatos y estaba apoyada en la barandilla, admirando las vistas. Cada vez que tenía que mirar de frente para corregir la dirección, se veía obligado a ver sus piernas. Estaba anocheciendo cuando pasaron bajo el puente Skyway. Era la última estructura que tenían que dejar atrás para estar en mar abierto. Ya iban de camino. Lo que no sabía era hacia dónde.

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Su destino era Cayo Hueso. Pero, después de lo que Jessie acababa de demostrarle en cubierta, no sabía cómo iban a terminar las cosas entre ellos. Jessie había tirado su plan por la borda con ese beso. Su idea había sido ir despacio para disfrutar de cada minuto de ese largo viaje. En la cocina del barco tenía las comidas favoritas de Jessie. No faltaba langosta ni caviar. Tampoco había olvidado las fresas con chocolate. En la nevera tenía una selección de vinos y agua suficiente para que no se deshidrataran durante esos días. Había hecho la cama con sábanas de seda en el dormitorio principal y tenía plumas, pañuelos y aceites de masajes de todos los olores que había encontrado en la tienda. Esperaba seducirla y hacer de nuevo el amor con ella, pero acababa de comprobar que Jessie tenía otras ideas en la cabeza. Después del apasionado beso, temía que se quedaran sin preservativos antes de llegar a la isla. —¿Todo bien? Sin que se diera cuenta, Jessie se le había acercado sigilosamente y lo miraba provocativamente mientras deslizaba su mano arriba y abajo sobre uno de los cabos. Leo no pudo evitar sonreír. Ella parecía tener un objetivo en mente. Solo esperaba que, pasara lo que pasara en ese viaje, el resultado fuera el deseado. —Estupendo. ¿Has visto ese atardecer? Creo que por eso vivimos aquí —le dijo él. —Me sorprende que tú te no te hayas ido a vivir a otro sitio —repuso ella mientras pasaba por debajo de unas cuerdas para sentarse frente a él. Con el movimiento, había separado lo suficiente las piernas para que viera algo oscuro bajo su falda. Tuvo que cerrar un instante los ojos y respirar profundamente para tratar de controlarse. —¿Por qué iba a irme? He nacido en Florida, como tú. —Pensé que acabarías mudándote a alguna isla del Caribe o a Aruba. Como sueles ir a allí a menudo para navegar… —¿Desde cuándo controlas mis itinerarios? Jessie frunció el ceño, pero no dijo nada. —Son sitios estupendos para ir de vacaciones de vez en cuando, pero no quiero vivir en ningún otro sitio —terminó de decir él. —Entonces, ¿cómo es que decidiste comprarte la casa de Cayo Hueso? Apartó un segundo la vista antes de contestar. —Bueno, está lejos, pero sigue siendo Florida. Cuando su agente inmobiliario lo había llamado para ofrecerle la casa de Cayo Hueso, la nostalgia lo llevó a tomar una rápida decisión. Al principio, la había usado durante sus viajes de prueba con los barcos que

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diseñaba, pero ese sitio le traía demasiados recuerdos y, sin Jessie, la casa le parecía fría y vacía. Hasta entonces, había estado trabajando desde la isla de Santo Tomás. Seguía enamorado de ella, pero no sentía la necesidad de sufrir de esa manera ni compadecerse de sí mismo. Cuando Cooper le llamó para decirle que iban a volver a Florida ese fin de semana, consiguió la excusa que había estado buscando para volver al lugar donde habían hecho el amor por primera vez. Había conseguido fácilmente llevar a cabo la primera parte del plan, pero no había contado con esa nueva Jessie tan agresiva y directa. Le iba a costar controlarse. Se sentía como un adolescente a punto de perder la virginidad con la chica más guapa del instituto. —¿Que hay ahí abajo? —le preguntó ella mientras señalaba las escaleras. —La galera, los camarotes, el aseo… Echa un vistazo si quieres. También tengo un despacho para trabajar. Jessie hizo una mueca, pero no pareció haberla convencido. —No, prefiero quedarme aquí observándote. Me encanta poder admirar tus musculosos brazos mientras mueves el timón. Se miró los brazos y vio que Jessie tenía razón. Solía entrenar para estar fuerte durante la época de regatas. Pocas veces tenía ocasión de navegar de forma tan relajada. Era agradable saber que había conseguido impresionar a Jessie con su cuerpo. —Si te gusta esto, deberías verme sin camiseta —repuso guiñándole un ojo. Jessie levantó las cejas como si estuviera retándolo. Se echó a reír y comprobó el estado del panel de mandos. Ya se alejaban del puente. Aunque empezaba a hacerse de noche, pensaba seguir usando el motor durante algún tiempo y desplegar después las velas para avanzar un poco más antes de bajar el ancla cuando se fueran a dormir. Tenía otra opción, seguir navegando toda la noche. Así, llegarían antes a Cayo Hueso, pero prefería descansar, no tenían prisa. Jessie carraspeó exageradamente. —¿Qué pasa? —Me dijiste que debería verte sin camiseta. Estoy esperando. —Era una broma, solo trataba de coquetear contigo. —Pues sigue coqueteando, puedo soportarlo. ¿Tú no? La miró con suspicacia. Aunque ya estaba bastante oscuro, se dio cuenta por la expresión de su rostro que hablaba en serio. Pensó que a lo mejor Jessie había descubierto que pensaba conquistarla de nuevo y estaba mostrándose así para tratar de asustarlo, pero no iba a conseguir intimidarlo. Bloqueó el timón y se quitó la camiseta mientras la miraba con seguridad. Jessie silbó al verlo.

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—No exagerabas —le dijo ella. —No necesitaba hacerlo. —Siempre has estado muy seguro de ti mismo. —¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué soy un arrogante y un presumido? —Eso es parte de tu encanto. —Una parte demasiado grande de mi encanto —murmuró. —No sé… —repuso ella mientras se levantaba y se acercaba a él por detrás—. A mí nunca me molestó que fuera tan grande… Jessie no aguantaba más. Había tratado de seducirlo manteniendo al mismo tiempo las distancias, pero era ella la que estaba sufriendo con ese absurdo juego. Sentía que su cuerpo había despertado de un largo letargo y se sentía más viva que nunca. Debajo de su minúscula minifalda solo llevaba un tanga de encaje negro que ya se había humedecido. Cada movimiento intensificaba su deseo. Estaba deseando sentir la piel de Leo contra la suya y no quería tener que quedarse con las ganas. Acarició su espalda y deslizó las manos hasta su vientre. —Jessie… —susurró Leo. En su voz había una advertencia y también deseo. —Estos músculos no pueden apreciarse solo desde la distancia, hay que tocarlos… —repuso mientras se acercaba más a él. Presionó sus pechos contra la espalda de Leo, y sus pezones, a pesar de que entre los dos estaba su ropa interior y la blusa, se endurecieron nada más tocarlo. Acarició sus firmes abdominales y subió las manos hasta el vello de sus pectorales. —Antes no estabas así de fuerte. —Si tú lo dices… Lo sabes mejor que nadie —repuso él. —Sí. Conocía tu cuerpo incluso mejor que el mío. Tienes una cicatriz… —susurró mientras bajaba las manos hasta una zona que quedaba escondida por los pantalones—. Sí, aquí sigue. Los vaqueros de Leo eran de cintura baja. Pero para poder tocarlo más abajo tenía que desabrocharlos, y decidió hacerlo. —Jessie —repitió Leo conteniendo el aliento. —Calla… No quería darle tiempo a que cambiara de opinión. Eran la adrenalina y el deseo los que la manejaban, prefería no pensar en lo que estaba haciendo y seguir tocándolo. A lo lejos se veían las luces de la playa, pero nadie podía verlos. No había barcos cerca. Estaban solos en medio de la nada. Había accedido a viajar con él para poder por fin curar sus heridas. Había sido incapaz de olvidarlo durante los últimos diez años y creía que él había sido el causante de que fracasaran todas sus relaciones posteriores.

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Ninguno era como Leo, no había conocido tampoco a un amante tan entregado como él. Se había quedado dormida infinidad de noches imaginando lo que podía haber pasado si aquella joven no se hubiera metido en su cama. Pero todo había cambiado. No quería pensar más en ello, solo en la posibilidad de que ellos dos volvieran a estar juntos. Sabía que solo podían acabar en un sitio: en la cama. Bajó la cremallera de sus pantalones para poder tocarlo mejor. Acarició con suavidad su erección y su cuerpo reaccionó con fuerza, incrementando el deseo que sentía por él. Estaba deseando volver a sentirlo dentro de ella. Pero iba a tener que esperar un poco más. De momento, iba a conformarse con acariciarlo y conseguir que enloqueciera por ella. —Jessie, no deberías… —¿No debería qué? —lo interrumpió mientras bajaba un poco sus vaqueros y los calzoncillos—. Me has deseado desde que me viste saliendo de casa. Estamos solos y no tenemos que dar explicaciones a nadie. ¿Recuerdas lo que solías decir? Lo que pasa en un barco en medio del mar se queda allí. En un barco no hay sitio para remordimientos. Leo gimió. No sabía si recordaba esas palabras, pero ella no había podido olvidarlo. Por mucho que lo intentara, no había conseguido apartarlo de su mente. Frotó sus pechos contra la espalda de Leo. Era una sensación increíble. —¿Sabes lo que llevo bajo la falda? Unas braguitas negras. Y de encaje, como te gustan. ¿Recuerdas las que me compraste con una abertura para facilitar el acceso? Apenas tuvimos tiempo de llegar al coche en el aparcamiento del centro comercial. Me las arrancaste allí mismo. Jessie sintió que el pene de Leo se endurecía aún más. Estaba muy bien dotado y tuvo que tragar saliva para tratar de calmarse. Se pasó la lengua por los labios, salados por el agua del mar. Se preguntó si la piel de Leo tendría también el mismo sabor. Deseaba tomarlo en su boca, pero no quería ir demasiado lejos, prefería esperar un poco más. Tenían todo el tiempo del mundo para recuperar el tiempo perdido y disfrutar de los placeres que se habían negado durante diez años. Apretó con más firmeza su miembro e incrementó los movimientos. Besó al mismo tiempo su espalda y, con la otra mano, le acarició suavemente los testículos. —Sí… —gimió Leo—. Lo recuerdo perfectamente. Tuve que arrancártelas. Estaba deseando saborearte y no podía esperar más. La abertura no era lo suficientemente grande para lo que quería hacer con la lengua. Quería besarlo y lamerlo hasta hacerte enloquecer, prestando especial atención a tu clítoris. Sosteniéndolo entre los dientes hasta que… Era una suerte que estuviera apoyada en él o sus palabras habrían conseguido que perdiera el equilibrio. Le temblaban las rodillas y hacía mucho tiempo que no estaba tan húmeda y caliente como en ese instante.

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Siguió acariciándolo hasta que Leo llegó al clímax y él se inclinó entonces hacia delante, apoyando los brazos en el timón. Ella se apartó temblando de deseo e incredulidad por lo que acababa de hacer. Antes de que Leo pudiera decir nada, Jessie se alejó y bajo las escalerillas en busca del aseo. Era muy pequeño. Se miró en el espejo y le costó reconocerse. Sus ojos estaban cargados de deseo. Lo necesitaba como no había necesitado nunca a nadie. Abrió el grifo y se lavó las manos y la cara para refrescarse. No podía dejar de pensar en él, en sus labios, su lengua recorriéndola… Leo llamó a la puerta del baño e hizo que se sobresaltara. —¿Jessie? —Me estoy lavando —repuso nerviosa. —¿Seguro? No te estarás escondiendo de mí, ¿verdad? Jessie se dio media vuelta y abrió la puerta sin pensar. Vio que Leo había dejado sus pantalones y la ropa interior en cubierta. Estaba completamente desnudo y, a pesar de lo que acababa de hacerle, parecía listo otra vez para mucho más. Se le fueron los ojos a su entrepierna. —No, ya no me escondo de ti —le dijo con seguridad. —Estupendo… —repuso Leo abrazándola—. Porque, ahora que te he encontrado de nuevo, no pienso dejar que te alejes de mí.

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Capítulo 6 Con cualquier otra mujer, Leo habría tratado de ocultar cuánto estaba temblando, pero no con Jessie. Necesitaba que viera por sí misma cuánto la deseaba y lo que aún sentía por ella. La soltó solo el tiempo necesario para abrir la puerta del dormitorio principal y hacerle un gesto para que entrara. Vio que Jessie se mordía el labio inferior. Estaba nerviosa. Pensó que sería mejor que se apartara, ya que cabía la posibilidad de que no estuviera preparada para ir tan deprisa como indicaban sus acciones. Pero solo podía pensar en esos dientes y esos labios recorriendo su cuerpo. —¿No deberías estar conduciendo el barco o algo así? —le preguntó ella de repente cruzándose de brazos. —Sí, la verdad es que sí. Leo sacó un bañador del cajón, pero no se lo puso. Seguía teniendo una erección y no pensaba ocultarla. Quería que Jessie tuviera muy claro que no habían terminado, ni mucho menos. —Aprovecha para curiosear un poco mientras me esperas. Y ponte cómoda, por favor. Hablaremos cuando vuelva. —No he decidido hacer contigo este viaje para estar cómoda. Y tampoco para hablar —repuso ella con seguridad. Leo se quedó sin aliento al ver que lo miraba desafiante. Ella también tenía un plan, no parecía estar actuando siguiendo sus instintos. Se dio cuenta de que estaba tratando de hacerse con el mando de la situación, y tenía que reconocer que lo estaba consiguiendo. —Lo entiendo y me alegra que pienses así. Supongo que yo tampoco tenía la idea de que íbamos a pasar unos días aburridos y relajados. Pero me arriesgué y aquí estamos, solos y en medio de la nada —le confesó él—. Y aún puedo sentir la presión de tus manos en mi… —¡No hace falta ser tan directo! —protestó ella. Se echó a reír al ver que le recriminaba su lenguaje. A ella no le iba el papel de puritana. No lo era y los dos lo sabían. —Solo estoy siendo sincero. Si tú pudieras hacer lo mismo, creo que los dos conseguiríamos nuestros propósitos. Salió del camarote y cerró la puerta. Se puso entonces el bañador y subió a cubierta. Todo su cuerpo estaba en tensión. A pesar de lo que le había hecho, no había conseguido relajarse, todo lo contrario. Se había dado cuenta de que, a pesar de todo el tiempo que había pasado, Jessie seguía teniendo mucho poder sobre él. Aún la deseaba y ése había sido el principal objetivo de ese viaje. No se hacía ilusiones. Sabía que Jessie lo controlaba por completo, en cuerpo y alma. Lo tenía comiendo de su mano. Lo que le había sorprendido era que

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estuviera aprovechándose de ese poder tan pronto, cuando apenas acababan de zarpar hacia Cayo Hueso. Desbloqueó el timón y comprobó la localización en la que estaban gracias al sistema de navegación por satélite que llevaba a bordo. Corrigió ligeramente la dirección para que llegaran pronto a las relativamente poco profundas aguas de una isla privada que estaba a una hora de allí. Necesitaba hacer algo para no pensar tanto en ella. Se puso a desplegar las velas rápidamente, aprovechó una ligera brisa y vio que habían alcanzado en poco tiempo una velocidad de seis nudos. Jessie apareció pocos minutos después en cubierta. Se había puesto su chubasquero amarillo, el que tenía siempre en el barco. —Podría haberte echado una mano —le dijo ella mientras observaba las grandes velas. —Necesitaba un poco de tiempo —confesó él. Jessie se volvió hacia él para mirarlo a los ojos. —Lo entiendo perfectamente. —Pero yo solo he necesitado diez minutos. No diez años —replicó. Jessie gruñó al oír sus palabras. —¿De verdad quieres hablar ahora de eso? —¿Se te ocurre un momento mejor? Porque he dejado que fueras tú la que decidiera los tiempos durante la última década y hemos jugado con tus normas. Cuando no querías verme, te di cierto espacio. Después, cuando no nos quedaba más remedio que vernos cada vez que Bianca y Cooper volvían a casa, dejé que me trataras con frialdad y no quise incomodarte. —¿A qué llamas tú no incomodar a alguien? ¡No has dejado de coquetear conmigo en ningún momento! Se mordió la lengua antes de contestar, pero no pudo reprimir una sonrisa. —No es culpa mía, Jessie. Eres irresistible. —Parece que tú tienes el mismo problema… Jessie suspiró y se apartó un poco más de él. Se acercó al techo de la cabina, que estaba un poco más elevado que la cubierta y se sentó allí cómodamente. Navegaron en silencio hasta que Leo vio que habían llegado a la isla en la que pensaba echar el ancla durante la noche. No había barcos por allí. Estaban cerca de una playa llena de maleza de todo tipo y del ruidoso sonido de cientos de pájaros. Con el barco ya anclado y el motor apagado, Leo cerró un instante los ojos. Era muy relajante sentir el suave balanceo del agua. Le encantaba esa paz. Pero no la tuvo durante mucho tiempo. Fue entonces cuando oyó el sonido de una cremallera. La del chubasquero amarillo.

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Abrió los ojos y la observó. Jessie seguía sentada en el techo de la cabina y se estaba tomando su tiempo para desprenderse de esa prenda. Su piel morena brillaba a la luz de la luna. Vio que solo llevaba puesta su ropa interior. Lamentó no haber tenido la oportunidad de quitarle él mismo la minifalda y la blusa color melocotón. Pero no estaba en condiciones de quejarse. —¿Has visto ya todas las cosas que llevo en el barco? No está mal equipado, ¿verdad? Jessie se echó a reír y le mostró una docena de preservativos que tenía guardados en el sujetador. —Lo que he visto es que no te falta seguridad en ti mismo. Has comprado un montón de preservativos y unos cuantos juguetes eróticos. ¿O es que los llevas siempre en el barco por si tienes suerte con la chica de turno? Sus duras palabras no le sorprendieron tanto como lo que quiso confesarle. —Eres la primera mujer que sube en este barco como pasajera. Si ha habido otras, eran parte de mi tripulación. Y tengo normas muy rígidas sobre lo que hago o no con los miembros de mi tripulación. Jessie inclinó el torso hacia delante y separó ligeramente las piernas. No fue un gesto demasiado vulgar, sabía muy bien lo que hacía. Desde donde estaba, Leo tenía una vista espectacular de su escote. —¿Y conmigo piensas hacer algo? Negó con la cabeza y vio que ella fruncía el ceño. —¿Quieres que lo haga? —¿Por qué crees que estoy aquí sentada medio desnuda y con ropa interior de encaje negro? Recuerdo muy bien lo que te gusta, Leo. Me he vestido para la ocasión. Estoy lista y dispuesta. —Yo no. —¿Cómo? No le extrañaba que Jessie estuviera sorprendida, a él le pasaba lo mismo. —No quiero que sea solo sexo, Jessie. No voy a hacerlo —le explicó—. Pero sí he de confesarte que tengo un claro objetivo en mente, volver a hacerte el amor. Jessie se echó a reír. —Eso es imposible. Solo los enamorados hacen el amor, y yo no lo estoy. —¿Estás segura? —le preguntó él intentando no sonreír.

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—Hace mucho tiempo que dejé de quererte, ¿lo recuerdas? Ocurrió en el mismo instante en el que te encontré en la cama con otra chica e intentaste hacerme creer que la habías confundido conmigo. —No te mentí… Decidió no terminar su frase. Sabía que ya no tenía sentido excusarse, prefería no hablar del pasado y concentrarse en ese viaje. —De eso hace ya mucho tiempo, Jessie. Prefiero hablar del presente. —De acuerdo. Jessie se levantó y fue hacia él como una sexy modelo de lencería. Leo contuvo el aliento y volvió a notar presión en la entrepierna, algo que no se le pasó por alto a ella. —Con ese bañador, no puedes esconder que tú también lo deseas, Leo —le dijo—. ¿Por qué no te lo quitas? Se arrodilló frente a él para quitárselo ella misma. Tardó más tiempo del necesario para volver a incorporarse y lo hizo deslizando las manos por sus muslos y asegurándose de que él sintiera en el miembro su cálido aliento. Cuando estuvo en pie, lo miró a los ojos, tentándolo con su escote. Leo no podía dejar de mirarla. —Así me gusta. Ahora puedo ver con mis propios ojos que aún me deseas. Y, si no es obvio, te diré que yo también a ti —le dijo ella mientras recorría su torso con un dedo—. La oportunidad de acostarnos una vez más para recordar el pasado es una tentación demasiado grande para dejarla pasar. No quería que lo dominara así, pero no pudo evitar acercarse más a ella. Estaba deseando volver a tocarla, saborearla, amarla. Movió las manos hasta acariciar su cintura. Estaba seguro de que, si jugaba bien sus cartas, podría acostarse con ella, pero perdería la oportunidad de recuperarla y conseguir de nuevo su corazón. —¿Y eso es lo que quieres? ¿Comprobar que donde hubo fuego aún quedan rescoldos? ¿Sexo y nada más? —le preguntó él. Jessie frotó el sujetador de encaje contra su torso y no pudo reprimir un gemido. —Eso es —susurró ella. —Pues me temo que yo quiero algo muy distinto —le dijo mientras la sujetaba por los hombros para mirarla directamente a los ojos—. Nunca he dejado de amarte. Así que lo que yo sugiero es que te dejes querer. Puede que así consiga recordarte cómo éramos, no solo en la cama sino también en otros terrenos. No esperó a que Jessie pudiera reaccionar o protestar. Cubrió sus labios de inmediato y se estremeció al sentir tantas emociones. El encaje contra su torso, la mano de Jessie sobre su piel… Dio un par de pasos arrastrándola consigo hasta tenerla sobre la cabina de mandos. Se echó sobre ella, agarrándole las manos y sujetándolas por encima de su cabeza.

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No quería que Jessie pudiera tocarlo y distraerlo, solo quería concentrarse en ese beso. Ella trató de acelerar las cosas, jugando con su lengua de manera frenética y agresiva, pero no estaba dispuesto a dejarle imponer su ritmo. Por mucho que la deseara, quería controlarse. Tenía al menos ocho horas llenas de posibilidades hasta que amaneciera y, según como fuera el tiempo en su viaje hasta Cayo Hueso, podría disfrutar de más horas aún para navegar con la mujer de sus sueños. Desde el principio, había planeado ese viaje con la idea de recordarle a Jessie la increíble pareja que habían formado en el pasado y lo felices que habían sido. Acababa de darse cuenta de que el sexo no iba a ser suficiente para demostrárselo. El sexo entre los dos siempre había sido fabuloso. Ambos habían tenido cierta experiencia cuando empezaron a salir e incluso su primera vez juntos había sido inolvidable. Era como si estuvieran hechos el uno para el otro. Encajaban a la perfección y eran muy parecidos. Habían tenido química desde el principio y esa intimidad y complicidad había hecho que se conocieran y compenetraran muy pronto. Y no tardaron mucho más en enamorarse perdidamente. Todo fue muy deprisa en su relación, y el final se produjo de manera demasiado rápida también. Cometió un grave error y llevaba años arrepintiéndose, temiendo haber echado a perder para siempre su amor verdadero. No quería presionarla ni cometer los mismo errores. Había cambiado y quería demostrárselo. Jessie le había demostrado que no iba a conseguir seducirla, era ella la que llevaba la iniciativa en ese terreno. Había llegado el momento de cambiar de estrategia. No le iba a bastar con hacerla gritar de placer. Tenía que conseguir que le suplicara.

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Capítulo 7 Jessie no entendía lo que pasaba. Leo estaba demostrando un autocontrol increíble e inesperado. Había usado todas sus armas de seducción, besándolo apasionadamente, frotándose contra su cuerpo y acariciándolo con sensualidad. Tampoco parecía estar consiguiendo su propósito con su conjunto de ropa interior. En un último esfuerzo por lograrlo, rodeó las caderas de Leo con las piernas para que pudiera sentir en su miembro lo lista que estaba para él. Pero Leo agarró sus muñecas con una sola mano para que dejara de tocarlo. Con la mano que le quedaba libre, se zafó de sus piernas. —¿Por qué tienes tanta prisa? —le preguntó mientras besaba suavemente su cara. —¿Por qué quieres esperar? —Tengo muchas razones para querer ir más despacio y tomarme mi tiempo. Él se apartó de repente, dejándola tan perpleja que no pudo reaccionar. Los encuentros rápidos habían sido siempre su especialidad. Como los dos habían estado aún en la universidad durante su breve relación y compartían sus habitaciones con otras personas, eran pocas las ocasiones en las que podían estar juntos y a solas. Había sido muy excitante hacer el amor con él en un cuarto de baño o en el hueco de una escalera. Recordaba con cariño esos encuentros furtivos, cuando siempre corrían el peligro de que alguien los descubriera. Su situación había cambiado por completo. Tenían todo el tiempo del mundo y estaban solos. Pero Leo parecía reticente. Jessie cambió de opinión al ver que, antes de que pudiera evitarlo, él ataba sus muñecas con cuerdas de nailon y las sujetaba a un asidero. Tiró para soltarse, intentó incorporarse, pero no pudo. —¿Qué demonios crees que estás haciendo? —preguntó intentando mostrar más enfado del que sentía. Leo se echó a reír, pero no había malicia en su rostro. Sabía que estaba disfrutando atándola de esa manera. No era la primera vez que lo hacían. Ya habían experimentado con situaciones similares en la universidad y no le tenía miedo. Todo lo contrario, se excitó más aún. No podía hacer nada, solo mirarlo mientras le abría el cierre frontal del sujetador y gemía al descubrirle los pechos. Leo se concentró después en su tanga. Metió los pulgares bajo las tiras de las caderas y se lo quitó. Jessie dejó de verlo durante unos segundos. La brisa marina hizo que se sintiera más desnuda aún. Cerró los ojos para disfrutar mejor de tantas sensaciones.

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Poco después, él se tumbó a su lado y la miró sin poder ocultar su deseo. —Ahora tienes más curvas —le dijo mientras acariciaba con un pulgar uno de sus muslos. —Más cuerpo que tienes para a… Se detuvo antes de terminar la frase. Había estado a punto de decirle que así tenía más cuerpo para amar y era ése un verbo que no se atrevía a conjugar en su presencia. Creía que no tenía nada que ver con las razones por las que había aceptado ir con él a Cayo Hueso. Lo deseaba, nada más. No podía dejar de admirarlo. Leo exudaba masculinidad por los cuatro costados y su aroma la intoxicaba. La brisa del mar y el deseo habían endurecido sus pezones y el vaivén del barco le recordaba lo que estaba a punto de hacer. Él acarició con el dedo uno de sus pezones, trazando lentos círculos a su alrededor. —¿Qué ibas a decir? ¿Qué así tengo más cuerpo para amar? Es verdad, Jessie. Voy a amar cada centímetro de tu piel. Por eso te he atado, no quiero que lleves las riendas y me obligues a hacerte mía con urgencia. Quiero ir muy despacio y que no te muevas. Pero, por si en algún momento quieres parar, necesitamos una palabra clave. Se quedó un momento pensativo. —Necesitamos algo que sea apropiado… Ya sé. Si quieres que pare lo que estoy haciendo tienes que decirme «te quiero, Leo». Jessie se echó a reír al oírlo. —Las cosas no son así, Leo. Yo soy la que está atada y la que tiene derecho a elegir la palabra que te hará parar si así lo deseo. —Entonces, deberías haberlo hecho antes de que te atara porque ahora estás a mi merced, Jessie Martínez. Y no pienso parar hasta que admitas la verdad. Apretó enfadada los labios e intentó no gemir cuando Leo comenzó a morderle los pezones. Hacía poca presión, pero las sensaciones eran muy intensas. Fue recorriendo sus pechos con besos y algún mordisco que otro. Era increíble, pero estaba deseando que volviera a centrarse en sus pezones y los succionara, nada le gustaba más. Leo pasó la lengua por uno de ellos y consiguió despertar a la bestia sexual que Jessie llevaba dentro. No pudo reprimir un grito, ni lo intentó. —Me deseas tanto… —le susurró Leo—. Quieres que los chupe y succione con fuerza, ¿verdad? Recuerdo que podía hacer que llegaras al orgasmo así. ¿Te acuerdas? Asintió con la cabeza. Leo se colocó sobre ella. Podía sentir su erección contra la pelvis, pero no podía moverse. Era una tortura. Solo podía retorcerse de placer, nada más.

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La besó en el cuello y en los hombros. No parecía tener prisa y fue recorriendo poco a poco su cuerpo, entreteniéndose y parándose en ciertas partes. Pasó mucho tiempo besándola en la cintura y en las caderas. También le dedicó una atención especial a su ombligo, jugando con la lengua para torturarla aún más. Dejó de verlo cuando Leo bajó para besarle las piernas. Cuando notó que subía por sus muslos, temió perder por completo la cordura. Se sentía completamente vulnerable y dominada, estaba en sus manos. La última arma que le quedaba para conseguir pronto lo que tanto deseaba eran sus palabras. —Leo, estoy tan húmeda… No me hagas esto. Me estoy derritiendo como un helado… Leo rio y subió más por sus muslos. —¿Sí? —repuso. Tenía la boca muy cerca, estaba deseando sentirlo en esa parte de su cuerpo. —¿Un helado de qué sabor? Acarició la parte interior de su muslo con un dedo y lo deslizó hasta su sexo. Gimió al sentirlo. Después, Leo se lamió el dedo que había utilizado sin dejar de mirarla a los ojos. —Sí… Sabroso y dulce. Creo que quiero repetir. Pero no voy a comer mucho, no quiero llenarme… Comenzó a lamerla íntimamente, demasiado despacio para su gusto. Cuando Leo la agarró con fuerza de los muslos, Jessie supo que iba a devorarla y hacer que se perdiera en un sinfín de indescriptibles sensaciones. Pero no lo hizo. Seguía incitándola y torturándola. Parecía estar disfrutando mucho con aquello. —Eres increíble. Tan dulce, tentadora y húmeda… —susurró él. —No puedo más. Trató de soltarse, pero estaba atada por las muñecas y los tobillos y la cuerda le hacía daño si se movía demasiado. Sabía que podía usar en cualquier momento las palabras que habían acordado. En ese caso, había sido una imposición de Leo. Y, más que unas palabras, era una confesión que no se atrevía a pronunciar en voz alta. Por un lado, habría estado mintiendo, estaba convencida. No amaba a Leo, creía que nunca podría perdonarlo por completo. —Yo tampoco puedo más, Jessie. No he estado tan excitado en mi vida. Estoy deseando estar dentro de ti. Leo deslizó un dedo en su interior y todo su cuerpo se contrajo. Cuando metió un segundo, no pudo evitar gritar. Pero había gritado de desesperación, no de placer. Sus movimientos eran demasiado lentos y

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comedidos para hacer que llegara al clímax. Estaba manejándola como si fuera una marioneta, y no le gustaba estar en esa situación. Leo se separó entonces de ella. No lo veía bien desde donde estaba, pero le pareció que buscaba algo en el bolsillo de su bañador. Suspiró aliviada, sabiendo que debía de estar poniéndose un preservativo. Se colocó de nuevo sobre ella, apoyando su peso sobre los codos y besando su cuello y sus hombros. Sintió entonces su erección contra la pelvis y gimió de placer. Estaba segura de que estaba punto de pasar. Pero, una vez más, tuvo que esperar. —Leo, por favor… —¿Por favor qué? —Quiero tenerte dentro —repuso ella. —Ésas no son las palabras que tenías que decir. —Pero esas palabras eran para que te detuvieras, no para que siguieras… —Así es —le dijo Leo—. Si me las dices, pararé. Dejaré de torturarte, dejaré de acercarte al clímax una y otra vez, con mis labios, mis manos y mi lengua, para abandonarte cuando más me necesites. Dejaré de tentarte. La verdad es que no me parece un plan muy desagradable. Podría estar haciéndolo toda la noche, si quieres… —¡No! Leo ya había empezado a apartarse de ella, pero se detuvo al oírla gritar. Quería tenerlo dentro y no estaba dispuesta a esperar. —Muy bien. ¿Qué es entonces lo que tienes que decirme? Abrió la boca, pero no le salían las palabras. El deseo había agarrotado su garganta, pero también sentía que estaba aprendiendo una lección de humildad. El juego de Leo había hecho que se sintiera muy sexy y traviesa. Era liberador, hacía mucho tiempo que no se sentía así. Se dio cuenta de que, aunque Leo la deseaba tanto como ella a él, era capaz de controlarse. Era mucho más fuerte. La deseaba lo suficiente para no hacerla suya hasta que le dijera esas palabras que anhelaba oír. Hasta que ella confesara. —Te quiero, Leo. Te quiero. Ahora, hazme el amor antes de que pierda por completo la cabeza.

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Capítulo 8 Leo pensó que quizá fuera todo una ilusión o una mentira. Pero, después de oír las palabras de Jessie, poco le importó. Rápidamente, soltó las cuerdas y la liberó. En cuanto tuvo las piernas libres, Jessie le rodeó con fuerza las caderas. Cuando le liberó las muñecas, ella le tomó la cara entre las manos y lo besó con fuerza mientras presionaba la pelvis contra él. Leo no pudo controlarse más y se deslizó dentro de ella. En ese instante se dio cuenta de que todo había merecido la pena. Jessie era de terciopelo cálido y húmedo y su cuerpo lo aceptó como si fuera un traje a medida. Se movió para estar aún más adentro, pero con suavidad. Al instante, sintió los músculos de Jessie apretando con fuerza su pene. No tardó en gritar. Trató de no moverse para permitir que disfrutara del orgasmo, pero los suaves movimientos del barco, anclado durante la noche, los mecían ligeramente, intensificando más aún las sensaciones. Ella parecía no conformarse con aquello. Lo agarró de las nalgas y comenzó a moverse con más fuerza. Sintió cómo le clavaba las uñas y se estremeció al oír sus continuos gemidos. Dejó de besarla un instante para mirarla a los ojos. Ella los había cerrado con fuerza, con el rostro trasformado por lo que parecía dolor más que placer. —¿Jessie? —No, Leo. No pares… Intentó besarla de nuevo, pero Jessie apartó la cabeza. Sabía que lo deseaba, pero que tenía demasiado miedo para dejarse llevar del todo. Pero no era el momento para hacerle preguntas, se limitó a disfrutar del momento. Los movimientos se tornaron más rápidos y agresivos. Sabía que estaba a punto de llegar al clímax. Ella estaba algo más lejos de su segundo orgasmo y decidió acelerar las cosas deslizando la manos entre los dos y acariciándola. No tardaron mucho en explotar de placer. Poco después, cayeron exhaustos y abrazados. Le dolían los pulmones, le costaba respirar. A pesar de la brisa, era una noche cálida, pero no tanto como el cuerpo que tenía bajo el suyo en esos instantes. Levantó la cabeza y se apoyó en los antebrazos, esperando a que ella abriera los ojos y volviera poco a poco a la realidad. Esperaba ver arrepentimiento en su mirada, pero no fue así. Sus ojos no expresaban nada, eran como la superficie de un mar en calma. Solo reflejaban lo que sentía él, nada más. —¿Estás bien? —le preguntó con preocupación. Jessie asintió con la cabeza.

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Sabía que la había puesto en una situación muy comprometida y que no había sido libre en el momento de decirle que lo quería, pero creía que quizá aquellas palabras respondieran a una realidad. Eso esperaba. Creía que, si aún lo odiara por haberla traicionado, no estaría allí con él. Lo que había pasado había conseguido renovar su esperanza. Quería creer que se había limitado a darle la oportunidad de confesar algo que ni ella misma sabía. —Voy a por una manta y algo para comer —le dijo. Ella se limitó a asentir otra vez. Corrió a la cocina y sacó una botella de vino blanco de la nevera y algo de queso. Subió también un par de copas y una manta. Jessie seguía sentada sobre la cabina. Tenía las piernas cruzadas y jugaba con las cuerdas con las que la había atado. La brisa agitaba su melena y la luz de la luna hacía que su piel morena brillara con intensidad. Era una belleza. Leo pensó que acababa de conseguir algo con lo que llevaba diez años soñando, pero no había sido suficiente. Algo le decía que nunca lo sería, no iba a cansarse de Jessie aunque viviera una eternidad a su lado. Se acercó a ella y le tapó los hombros con la manta. Después, sirvió el vino y le ofreció una copa. Jessie la aceptó sin decir nada. —Hace muy buena noche… —comentó él para romper el hielo. Jessie lo miró entonces con una sonrisa. —Supongo que nos conocemos demasiado bien como para poder superar sin problemas momentos embarazosos como éste, ¿no? —Hemos tenido muchos momentos así durante los últimos diez años, Jessie. No sé qué sientes tú, pero hacer de nuevo el amor contigo no es algo incómodo de lo que no quiera hablar. Siento que es todo lo contrario. Es como si no hubiera pasado nada, como si siguiéramos juntos. Jessie se terminó el vino antes de contestar y le devolvió la copa para que le sirviera más. —Pero sí paso algo. —Lo sé, fui un imbécil y un canalla. —Un imbécil borracho —lo corrigió ella—. ¿O me mentiste también sobre ese detalle? Siempre has tenido cuidado con el alcohol. Ni siquiera en la universidad te excedías bebiendo. Casi siempre eras tú el que conducía cuando salías con tus amigos. Leo bajó la vista y se concentró en su copa de vino. Ni siquiera lo había probado. Se dio cuenta de que había llegado el momento de decirle la verdad. Nunca había llegado a contarle todo lo que pasó. —Jamás he tolerado bien el alcohol. No puedo beber más de una cerveza o una copa de vino. Si me paso, hago estupideces. Es algo que aprendí en el instituto.

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—Entonces, ¿qué pasó esa noche? Había querido aclarar las cosas durante años. Creía que era necesario si quería retomar una relación con Jessie. Pero era muy duro volver al pasado y hablar de ello. —No quiero excusarme, Jessie. Cometí un grave error. Estaba tan agobiado por algo que había hecho ese mismo día que decidí ir a una fiesta con algunos chicos de la residencia. Bebí más de lo normal en mí. Tuvieron que llevarme a cuestas de vuelta a mi habitación. Supongo que fue varias horas después cuando esa chica se metió en mi cama. Estaba desnuda y dispuesta y yo seguía completamente borracho. Pensé que eras tú. —Yo nunca habría intentado acostarme contigo si estabas borracho — le dijo Jessie. —Lo sé. Si yo hubiera estado sobrio, me habría dado cuenta de ese detalle y mi vida no habría cambiado por completo a la mañana siguiente, cuando llegaste para recogerme e ir juntos a clase. —A lo mejor cambió tu vida entonces, pero no te ha ido nada mal — repuso Jessie mientras miraba a su alrededor. —Me ha ido bien desde el punto de vista económico y profesional. Pero nunca ha habido nadie como tú, Jessie. Y, después de diez años, estoy seguro de que nunca lo habrá. Ella se puso en pie y se llevo la copa hasta la proa del barco. La manta se deslizó con el movimiento y sus hombros quedaron al descubierto. Leo se quedó sin aliento al ver tanta belleza tan cerca, casi al alcance de su mano. Pero no lo estaba, Jessie parecía más perdida y distante que nunca. Se acercó a ella y probó por fin el vino. Era delicioso y muy caro. Su éxito profesional le había permitido viajar por todo el mundo y vivir muy bien. Le gustaba disfrutar de buena comida y excelentes vinos, pero esas cosas eran solo un apósito temporal sobre la profunda herida que su traición les había causado a los dos. Durante años, había tratado de sobreponerse a su pérdida y tratar de encontrar la manera de curar también las heridas de Jessie. De momento, lo había intentado con ese increíble y apasionado encuentro sexual. Pero pensó que no era suficiente. Se quedaron unos momentos en silencio. —Creo que, con el tiempo, te has hecho una idea equivocada de lo que fue nuestra relación, Leo —dijo ella—. Haciéndola más romántica de lo que fue en realidad. —Es que lo fue, Jessie. Fue muy romántica. Recordó entonces la pequeña caja que había metido en su mochila para enseñársela cuando llegara el momento. Era algo que había conservado desde sus tiempos en la universidad y que siempre le había recordado cuánto la quería.

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—Pero no era real —insistió ella—. Nos dejamos llevar por las hormonas, la libertad de esos años en la universidad y la excitación de probar nuevas cosas. Éramos demasiado jóvenes. Cuando las cosas se pusieron feas, abandonamos el barco. Leo estaba de acuerdo en una cosa. Habían sido muy jóvenes, demasiado. Ese día había hecho algo que le había asustado tanto que había decidido salir con sus amigos y beber más de la cuenta. Algo que había terminado por echar a perder su futuro. —Tú abandonaste el barco, yo no. Aún sigo queriéndote, Jessie —le confesó—. Si me hubieras perdonado entonces y… —¿Cómo iba a hacerlo? Habría sido el hazmerreír de todos. —¿Y eso a quién le importa? Lo que opinen los demás es lo de menos. A mí solo me preocupaba lo que pudieras pensar tú. —A mí me pasaba igual, Leo. Te… Te quería. —Bueno… Hace solo un rato, me aseguraste que me seguías amando, ¿o lo hiciste solo para que terminara lo que había empezado? —le preguntó con humor para aliviar un poco la tensión del momento. Jessie bajó la vista. Él le levantó suavemente la barbilla. Vio por fin emoción en sus ojos. Necesitaba saber qué era lo que estaba sintiendo para poder decidir cómo recuperarla. —Dime, Jessie. ¿Era verdad o no? Ella cerró un instante los ojos. Cuando los abrió de nuevo, Leo vio que parecía perdida y que estaba sufriendo. Se quedó sin aliento al verla así. —La verdad es que ya no estoy segura. Y no sé si algún día llegaré a estarlo.

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Capítulo 9 La confesión había conseguido agotar por completo las pocas fuerzas que le quedaban a Jessie. Cuando aceptó ir a Cayo Hueso con Leo, estaba muy segura de su plan. Pensaba acostarse de nuevo con él, disfrutar de la química sexual que aún tenían y dejarlo antes de la boda de sus amigos. Pero solo habían pasado unas cuantas horas desde que salieran de viaje y ya había perdido las fuerzas. Leo había conseguido que dijera en voz alta que lo quería. Una parte de ella trataba de convencerse de que solo lo había hecho para que dejara de torturarla y le diera lo que quería. Pero, cuando las palabras abandonaron sus labios, se dio cuenta de que había algo natural en esa frase, una verdad que no podía ocultar. Se había sentido liberada. Se dio cuenta de que era un secreto que había estado reprimiendo durante mucho tiempo y del que ni ella misma había sido consciente hasta entonces. Se preguntó si sería verdad, si aún lo querría. La había hecho sufrir mucho y no sabía la respuesta a esa pregunta. Le dijo que necesitaba alejarse y a él no le impidió que bajara. Se duchó en el pequeño aseo y se secó. Después, se metió en la cama del camarote principal. Había creído que iba a pasarse esos dos días haciendo el amor y no había metido ni un pijama en su mochila. Pensó que a lo mejor él tenía algo cómodo que le pudiera prestar, pero prefería no rebuscar en sus cajones. Cuando había curioseado en ellos esa tarde, había encontrado muchos juguetes sexuales que habían conseguido excitarla y despertar su curiosidad. Siempre había sido así con Leo. Se sentía muy desinhibida con él, y era algo que no le había pasado con ningún otro hombre. Pero en ese momento prefería no pensar más en el sexo. Sobre todo cuando Leo estaba a pocos metros y, aunque acabaran de hacerlo, estaría deseando volver a repetir. Lo conocía bien y recordaba que era incansable. Se metió bajo el edredón envuelta en la manta que Leo le había subido a cubierta, pero seguía teniendo frío por dentro y le costó dormir. Se despertó varias veces, recordando entre sueños lo que habían hecho en cubierta. También hubo tiempo para pesadillas y volvió a revivir una y otra vez en su cabeza el momento en el que entró en su habitación de la residencia y se lo encontró en la cama con otra chica del campus. No recordaba cómo era físicamente. Ni su color de pelo ni su rostro. Sabía que ella no era importante. Solo lo era Leo. El pasado la había convertido en la mujer que era entonces, una persona que no se atrevía a aceptar grandes riesgos y no quería confiar en ningún hombre. Los dos hombres más importantes de su vida la habían abandonado. Su padre había muerto demasiado joven y la bonita relación que había tenido con Leo había terminado por culpa de una traición.

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Aun así, sentía que debía perdonarlo. De otro modo, nunca iba a poder liberarse del pasado y seguir adelante con su vida. Estaba soñando que nadaba en el mar, subiendo hasta la superficie, cuando sintió que el colchón se movía con el peso de otra persona. Se dio cuenta enseguida de que Leo estaba desnudo, como ella. Pero su cuerpo le dio el calor que había estado necesitando. —Estás helada —le susurró él mientras se colocaba de lado y detrás de ella. —Debería haberme traído ropa de abrigo —repuso tiritando. —No hace falta, me tienes a mí. —Sí —confesó mientras se echaba un poco más para atrás. Sintió contra sus nalgas una incipiente erección. —Puede que tú seas suficiente… —susurró medio dormida. Durante unos segundos, le pareció que Leo tensaba todos los músculos de su cuerpo, pero se relajó enseguida. Poco a poco, fue entrando en calor. Él le estaba frotando los brazos y las piernas para aliviar el frío que se había colado en sus huesos durante la noche. Al principio, se había sentido cómoda y protegida entre sus brazos, pero no tardó en despertar otro tipo de sensaciones en su cuerpo. Le llegaron los aromas del mar, más intensos durante el amanecer. —¿Dónde estamos? —En el paraíso —repuso Leo mientras la besaba en el cuello. No pudo contener la risa. —¿En el paraíso? No tenía ni idea de que estuviera a pocos kilómetros al sur de la costa de Florida. Es bueno saberlo. Leo gimió sin dejar de besarla. —El paraíso está donde estés tú, Jessie. Podía sentir que ya estaba listo para hacer de nuevo el amor, no había manera de ocultarlo, y no pudo evitar estremecerse. —Siempre dices lo que quiero oír. —No siempre —repuso él. Le pareció que había dolor y remordimientos en aquella respuesta, y se dio la vuelta. Se perdió en sus ojos azules como el océano y trató de concentrarse en lo que tenía que decirle. —Algunas veces dijiste lo que tenías que decir, pero yo no estaba preparada para oírlo. —¿Como cuando te pedí perdón por haberte traicionado? —Sí, así es —repuso ella con una triste sonrisa. —¿Estás lista ahora para oír mi disculpa?

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Sin pensar en lo que hacía, acarició su cara. Empezaba a crecerle la barba. Pasó el pulgar por sus labios. Lo miró entonces a los ojos y se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento. Sabía que Leo la quería y era totalmente sincero. Podía verlo en sus ojos. Pero no podía fiarse de lo que le decían sus ojos, prefería fijarse en sus acciones. Durante los últimos diez años, Leo no había dejado de prestarle atención. Había bromeado y coqueteado con ella cada vez que se veían. Todo eso le decía que sus sentimientos nunca habían cambiado. A pesar de aquella traición… Una traición que aún no había logrado entender del todo. —Leo, ¿qué te pasó aquel día para que decidieras beber más de la cuenta? —le preguntó entonces. Él cerró un instante los ojos y se apartó de ella. Jessie iba a preguntarle otra vez cuando vio que se sentaba en la cama y encendía la luz de la mesilla. Abrió el primer cajón y sacó una caja de madera. Dentro había otra caja más pequeña. No parecía nueva, tenía un golpe en una esquina. Era la típica caja de joyería. Se quedó sin aliento. Lo miró con incredulidad. Leo la abrió y vio que contenía un anillo de oro con un pequeño brillante en el centro. —Había comprado esto ese día —le confesó él—. Iba a pedirte que te casaras conmigo. Jessie se cubrió la boca con las manos, incapaz de controlar sus emociones. Le habían pedido matrimonio dos veces durante esos últimos años, pero nunca había vivido nada como lo que le estaba sucediendo en ese instante. Ninguno de los hombres con los que había estado la habían amado tan completamente como Leo. De eso estaba segura. —¿Cómo pudiste comprarlo? —Bueno, no me costó demasiado —confesó él. Ella se echó a reír, pero no duró mucho. —Pero entonces no teníamos dinero…. —Mi padre me dio una cantidad para que me comprara un coche nuevo. Recuerda cómo estaba el que usaba en la universidad. Era una chatarra. ¿Recuerdas el último fin de semana que estuvimos juntos? ¿Cuando ese profesor al que conocía tu madre te contrató para que cuidaras de su casa? Jessie no entendía cómo podía haberlo olvidado. Habían pasado tres días en esa casa, soñando que era suya. Habían hecho la comida juntos, leído por la mañana al lado de la piscina y hecho el amor en cada rincón. Había sido un fin de semana increíble. Los dos habían sido entonces bastante más salvajes y temerarios. Pero creía que pedirle a alguien matrimonio a esa edad era otro nivel de locura. —¿Usaste ese dinero para comprarme el anillo?

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Leo asintió con la cabeza. Le sonreía con cierta nostalgia. Estaba claro que a él también le parecía una locura. —Quería pasar el resto de mi vida contigo, lo tenía muy claro. Fui a la tienda de empeños de la calle Cincuenta y Seis y encontré esta sortija. Pero mi coche murió ese mismo día antes de que llegara al campus y me di cuenta de que no había meditado bien mi decisión. Solo tenía veinte años y, aunque quería casarme contigo, se suponía que debía divertirme, pasarlo bien, ir a fiestas… —Y beber como un cosaco —terminó ella. Leo asintió. —Jessie, te quiero. Eso nunca ha cambiado, no lo dudes. Fui un imbécil. Yo tuve la culpa de todo y lo eché perder… Jessie colocó un dedo sobre los sexys labios de Leo para que se callara. —No te disculpes más —le dijo. Tenía tantas emociones en la garganta que apenas podía hablar. Sintió que ya lo había perdonado y que lo aceptaba tal y como era. Una parte de ella lamentaba haber dejado que pasara tanto tiempo. —Pero es que lo siento mucho, Jessie —insistió él—. Nunca podré reparar el daño que te hice. Jessie tenía los ojos llenos de lágrimas, pero forzó una sonrisa que resultó algo temblorosa. —Podrías al menos intentarlo. Leo la miró muy serio. Le pasó la mano por el pelo y le apartó algunos mechones de la cara. Era como si quisiera limpiar su rostro y verla sin distracciones para poder creer lo que le estaba diciendo. —¿Estás segura? —Esta vez no tendrás que atarme —susurró ella—. Hazme el amor, Leo. De verdad. —De acuerdo… —repuso él fingiendo no gustarle la idea—. Pero antes tienes que ponerte esto. Los dedos de Jessie eran algo más gruesos y el anillo no le cabía en el anular, sino en el dedo meñique, pero no pudo contener las lágrimas cuando Leo se lo puso. No le preguntó nada, ni ella le contestó. No había nada más que decir. Él le levantó la cara y la besó. Al principio muy levemente, pero creciendo poco a poco en intensidad hasta convertirse en algo muy íntimo y nuevo. Aunque se habían acostado unas horas antes, Jessie tenía la impresión de que estaban comenzando algo en ese instante. Era como si estuvieran viajando en el tiempo y hubiera vuelto a Cayo Hueso, disfrutando de ese paraíso como dos jóvenes enamorados, jugando en el mar durante el día y haciendo el amor cada vez que el deseo los dominaba.

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Era un beso con poder evocador, pero también había nervios y algo de tensión. Poco a poco, Jessie fue descubriendo de nuevo sus labios. Sus narices se chocaron un par de veces, pero no tardaron en recuperar lo aprendido y sentirse más cómodos. Le dio la impresión de que pasaban horas, pero imaginó que no habrían sido más que unos pocos minutos. Bailaban los dos un nuevo son, con un ritmo parecido al del pasado, pero solo en parte. Era el principio de un nuevo amor. Con las manos en el torso de Leo, podía sentir los latidos de su corazón y sus fuertes pectorales. Dejó sus labios para bajar por su cuello. Le encantó el sabor de su piel y se sintió muy poderosa al ver cómo reaccionaba ante cada una de sus caricias y besos. Él no tardó en estar debajo de ella, dejándose llevar y permitiéndole que llevara las riendas. Su piel ardía y ella se sentía igual por dentro. Su masculino aroma estaba consiguiendo embriagarla por completo y, sin ningún tipo de inhibición, fue haciendo exactamente lo que quería, recorriendo cada centímetro de su piel con la lengua y disfrutando con los gemidos que él no conseguía reprimir. Parecía muy frustrado y le encantaba torturarlo como había hecho con ella unas horas antes. Bajó hasta llegar a su erecto miembro y pasó la lengua por la punta. Cuando notó que Leo comenzaba a temblar lo tomó completamente en su boca, succionando con intensidad mientras le acariciaba con una mano los testículos. No dejó de hacerlo hasta que Leo gritó su nombre. Unos segundos después, él la agarró por los hombros, tocándole después los pechos con urgencia, acariciando sus pezones con manos torpes. Se dio cuenta de que estaba a punto de llegar al clímax y se detuvo, quería que terminara dentro de ella. —Jessie… Ella trepó por su cuerpo sin dejar de besarlo hasta llegar a su boca. Leo alargó la mano para sacar algo del cajón de la mesilla. Esa vez, Jessie lo ayudó a ponerse el preservativo. Una vez listos los dos, él la agarró por las caderas e intentó hacerla girar para tumbarla boca arriba en la cama, pero ella se lo impidió. —Nada de eso —lo avisó—. Esta vez, me toca a mí. Movió las caderas para que la penetrara, pero no dejó que se deslizara en su interior. Pensaba torturarlo un poco más. —Ahora eres tú el que tiene que hablar —le dijo—. Dime que me quieres. —Sabes que es así —repuso él con la voz entrecortada por el deseo y sin apenas aliento. —Pero quiero oír las palabras, Leo. Más de lo que quise oír tu disculpa, quiero oír lo que sientes por mí…

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—¡Dios mío, Jessie! —la interrumpió Leo sin poder dejar de tocarla—. Te quiero. Te quiero más de lo que podré nunca expresar con palabras. Más de lo que… Jessie movió de nuevo las caderas para permitir que se fundieran el uno en el otro de nuevo, y Leo no pudo terminar la frase. Se quedaron los dos sumidos en el silencio y dominados por las sensaciones.

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Capítulo 10 —Has perdido —contestó Leo cuando sonó el móvil el jueves por la mañana y vio que se trataba de Drew Brighton. Sabía que no era elegante presumir de lo que había pasado, pero imaginó que a Jessie no le importaría. Después de todo, el resto del mundo iba a enterarse de su reconciliación al día siguiente, cuando volvieran a Tampa y les dijeran a Bianca y a Cooper que les habían preparado una boda sorpresa y que sus mejores amigos volvían a estar juntos. Se habían levantado temprano esa mañana para ver juntos el amanecer. No tardaron mucho tiempo en preparar la casa para la luna de miel de sus amigos. Leo había contratado a una empresa de limpieza para que se acercara por allí la semana anterior e hiciera todo el trabajo duro. Lo único que tuvieron que hacer Jessie y él fue llenar la nevera con champán y deliciosa comida, poner sábanas de seda en el dormitorio principal, algo que también hicieron en el dormitorio de invitados, para su propio beneficio, y dejarles algunos juguetes eróticos a sus amigos en la mesilla de noche, los pocos que no habían usado ellos mismos. Solo quedaron, una botella de aceite para masajes, unas esposas de terciopelo y algunas plumas. —No te creo —repuso Drew al oírlo. —Espera un momento. Le entregó el móvil a Jessie, que estaba a su lado. A ella le había molestado que respondiera a la llamada cuando estaban a punto de degustar una deliciosa cena y un juego de atrevimiento o verdad con el que llevaban entretenidos toda la tarde. —Hola, Drew —le dijo Jessie al hermano de su amiga—. No deberías haber apostado con alguien como Leo. Es una lección que yo aprendí hace mucho tiempo, por desgracia. Ahora, si no te importa, tenemos cosas más interesantes que hacer que… Jessie se echó a reír cuando Drew trató de interrumpirla para que no diera detalles morbosos. Leo también se rio. Nunca había sido más feliz. Su plan había resultado un éxito porque había logrado lo que quería, pero había estado a punto de echarlo todo a perder con la estrategia equivocada. Había empezado el viaje con mucha seguridad en sí mismo e infravalorando a su oponente. Había sido una suerte comprobar que Jessie no era su competencia, sino que jugaba en su mismo equipo. Habían sido unos días maravillosos y había disfrutado de cada minuto, ya fuera navegando con ella de camino a Cayo Hueso, riendo, compartiendo historias o haciendo el amor hasta caer rendidos. Después de esos pocos días, le parecía increíble que hubieran estado diez años separados. Era una especie de pesadilla. Estaba tan enamorado

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de ella que no podía dejar de tocarla. Su sonrisa le iluminaba el día y creía que no había sonido más hermoso que el de su risa. —Sí, sé que hicisteis una apuesta —le decía Jessie entonces a Drew mientras le acariciaba la cara—. Leo me lo ha contado todo y ya sé que piensas seducir a Annie Rush. Espero que te des cuenta de que es… Leo no podía oír a Drew, pero imaginó que la había interrumpido. Tenía claro que a Drew no le importaba la diferencia de edad ni que fuera la hermana del que estaba a punto de ser su cuñado. Todo el mundo parecía estar seguro de que iba a fracasar estrepitosamente, y una parte de él admiraba que no se dejara acobardar por los comentarios de los demás. —Sí, creo que me gustaría que nos llevaras a Las Vegas —dijo Jessie entonces—. Y Leo es el mejor acompañante para un viaje así. Después de todo, es la ciudad del pecado… No pudo aguantar más y le quitó el teléfono. Jessie comenzó a desabotonarle la camisa y a acariciar su torso. Intentó concentrarse en la conversación telefónica para poder despedirse de Drew cuanto antes y terminar lo que Jessie estaba empezando. —No ha sido una competición justa —protestó Drew. —En el amor y en la guerra, todo vale —repuso Leo. —Sí, pero Annie y yo ni siquiera hemos salido aún para Nueva York. —Pero ya lo has oído. Jessie quiere que nos lleves en avión a Las Vegas y ahora mismo no puedo negarle nada, ¿qué quieres que te diga? Jessie rio mientras le desabrochaba los pantalones. —Muy bien, corrijamos un poco entonces la apuesta —le propuso Drew —. Dame la oportunidad de conseguir al menos igualarte. Si vuelvo a Tampa de la mano de Annie, os llevo a Las Vegas y tú me dejarás tu mejor yate para que me vaya a alguna isla del Caribe. Leo se quedó sin respiración al ver que Jessie le bajaba ya los pantalones vaqueros y comenzaba a juguetear con su ropa interior. —Sí, sí… Lo que tú digas, como quieras —le dijo con voz entrecortada —. Buena suerte. Colgó sin esperar a que Drew dijera nada más. Jessie le acariciaba el torso sin dejar de mirarlo a los ojos. —¿Acabas de acceder a seguir con la apuesta? No deberías apostar contra Annie —le dijo ella. Leo le quitó la parte de arriba del biquini y comenzó a acariciarle los senos. Se perdió en su cuello y en su aroma. Lo que menos le importaba en esos instantes era la vida sentimental de los demás. Por otro lado, se sentía tan dichoso que quería que todo el mundo pudiera tener la misma suerte que él. —No estoy apostando contra Annie —murmuró—. Apuesto por el amor.

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—Se me había olvidado que eres un romántico incurable —repuso Jessie mientras enterraba las manos en su pelo. —Entonces, ¿por qué no buscamos un rincón en esta casa para que pueda pasar el resto del día recordándotelo?

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Segunda parte: Sí, quiero Capítulo 1 Annie tragó saliva y trató de mantener la compostura mientras observaba cómo se le acercaba Drew Brighton desde el otro lado del aparcamiento. El aeropuerto privado donde había quedado con él le pareció de repente muy pequeño y claustrofóbico. Quedaba aún media hora para que amaneciera, pero una tenue luz de color rosa iluminaba a Drew lo suficiente como hacerla estremecerse. Llevaba su pelo castaño algo largo, tenía unos hombros anchos y perfectos y andaba con seguridad. Pensó que, si lo hubiera conocido cuando se ganaba la vida haciendo fotografías, habría cambiado de sector para dedicarse a la publicidad y hacer mucho dinero con su masculino rostro. Se fijó entonces en sus labios y en sus bellos ojos y se dio cuenta de que ese joven habría sido una mina de oro para las fotos de publicidad. Entonces, se habría podido comprar un avión Cessna como el que estaba al otro lado del hangar. Era un avión elegante y moderno y usaba dos motores a reacción. Lo había estado observando desde el coche y no pudo evitar comparar al hombre con la máquina. Ambos eran poderosos e imaginó que los dos eran también muy rápidos. La terminación era muy distinta. La aeronave era de frío acero y Drew prefería vestirse de forma más cómoda. Llevaba una camisa de algodón que ocultaba los pectorales, abdominales, deltoides y oblicuos que Annie había podido admirar un año antes, cuando la empresa de su propiedad, dedicada al transporte, se había encargado de la mudanza de todas sus cosas desde Jacksonville a Tampa. Las cosas habían cambiado mucho desde entonces. Durante la mudanza, se había sentido como una divorciada desesperada fijándose en un hombre mucho más joven que ella. En ese momento, tenía por delante cuarenta y ocho horas sin más responsabilidad que la de conseguir que su futura cuñada estuviera preciosa el día de su boda e irresistible en su luna de miel. Lamentó no haber intentado nada con Drew entonces, pero quizá tuviera ocasión esos días de recuperar el tiempo perdido. Pero sus instintos no iban a conseguir que llegaran antes a Nueva York. Hacía casi ocho años que no salía de Florida, y estaba deseando poner rumbo al norte. Decidió controlar su libido y le dedicó su más dulce sonrisa. Por desgracia, él solo parecía tener ojos para su equipaje. —Me gano la vida haciendo mudanzas, pero esperaba no tener que hacerlo estos días —comentó Drew mientras miraba su equipaje. Ella también lo miró y trató de recordar los días en los que podía sobrevivir durante tres semanas en Tailandia con solo unos pantalones vaqueros, dos camisetas y un tanga. —No sabía qué iba a necesitar… —le explicó—. Así que decidí traerlo todo. Drew levantó la bolsa más grande para comprobar su peso.

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—¿Tienes el carné de conducir en esta maleta? —le preguntó. —No, lo llevo en mi bolso. Señaló la bolsa de cuero que en un principio había llevado sus cámaras. Algún tiempo después, se convirtió en bolsa de pañales y, más tarde, en un gran bolso en el que podía encontrar de todo, desde botellas de agua a chicle, tirachinas y una bolsa de patatas fritas sin terminar. —¿Y tu brillo de labios favorito? —preguntó Drew. —¿Cómo? —Tengo una hermana. Sé que ninguna mujer que se precie va a ninguna parte sin su brillo de labios favorito —le explicó con una sonrisa letal. Annie imaginó que debía de tener mucho éxito con las chicas de su edad. Había conseguido despertar algo dentro de ella, que era lo suficientemente mayor para ser su… Al menos su hermana mayor o una tía bastante joven. Drew había acertado, tenía un pintalabios favorito y lo llevaba en el bolso. Tenía un color bastante neutro, pero un brillo dorado que le hacía sentirse especial y un leve sabor a chocolate que siempre le levantaba el ánimo. —También está en el bolso —respondió ella. —Muy bien. Drew levantó su bolsa de viaje más pequeña. —Artículos personales —le dijo ella antes de que le preguntara. Él asintió con la cabeza y se la colgó del hombro. Pero metió la bolsa grande de nuevo en su coche. En ella tenía varios pantalones vaqueros y otros de vestir, jerséis, una blusa más elegante, su pijama, cinturones y muchas cosas más. —¡Eh! —protestó indignada. —¿De verdad lo necesitas o es que estás tan acostumbrada a no ir a ninguna parte sin todo eso que lo metiste sin pensar? Ella abrió la boca para negar su acusación, pero la cerró rápidamente. Drew tenía razón. —Pero ¿qué problema hay con la ropa? Le pareció apreciar un destello de picardía en sus embriagadores ojos color champán. Como si estuviera pensando que no iba a necesitar ropa durante esos dos días. Pero se trataba de Drew, el hermano de Bianca. El hermano menor de Bianca. Sabía que no podía pensar en ese tipo de cosas. —¿No vamos acaso a Nueva York para ir de compras? —le preguntó él.

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—Me refería a mi ropa, no a la que he de comprarle a tu hermana — respondió ella—. La idea es completar el ajuar de Bianca en Manhattan, no el mío. —¿Por qué no? —Porque no tengo dinero —repuso ella. Él le hizo un gesto para darle a entender que no debía preocuparse por eso. —No pierdas el tiempo pensando en esos detalles sin importancia. Tenía pensado gastarme este fin de semana lo que gané la última vez que estuve en Las Vegas. Como han cambiado los planes, nos lo gastaremos en Nueva York. La idea es que lo pasemos bien y, si eso incluye comprar un par de cosas para ti, me parece genial —le aseguró Drew—. Pero será mejor que nos pongamos en marcha. Quiero estar en el aire antes de que amanezca. Drew se dirigió hacia el hangar con paso decidido. Un año antes, la había ayudado mucho durante lo que había sido el momento más caótico de su vida. Había sido muy doloroso y desgarrador salir del que había sido su hogar conyugal. Drew la había ayudado a empaquetar todo su mundo, desde la muñeca de porcelana que había encontrado en una tienda de antigüedades de Dresde hasta la colección de coches que sus hijos habían ido reuniendo cada vez que comían en McDonald’s. El hermano de Bianca había mantenido a sus hijos ocupados con pequeñas tareas como la de contar los paquetes que ya estaban preparados o rellenar cajas con espuma de poliestireno. Mientras tanto, ella había pasado día y medio alegrándose la vista gracias a los estupendos cuerpos de los trabajadores de la empresa de mudanzas de Drew. No había disfrutado tanto desde el verano en el que estuvo trabajando como fotógrafa para la liga de fútbol brasileña. Estaba convencida de que, sin la ayuda de Drew, la mudanza habría sido un trauma para ella y también para sus hijos. Con solo cinco y siete años, Andy y Will no habían entendido por qué tenían que dejar su maravilloso dormitorio decorado con trenes de juguete ni por qué tenían que irse de la ciudad mientras su padre estaba una vez más en viaje de negocios. No habían dejado de preguntarle por qué tenían que irse. Temían que su padre se enfadara mucho cuando volviera a casa y se la encontrara vacía. No entendían lo que pasaba y les preocupaba que su padre no supiera dónde encontrarlos. Sus hijos no podían saber que, por desgracia, su padre no iba siquiera a notar que ya no vivían allí. Dedicado por completo a su carrera, su exmarido trabajaba ochenta horas a la semana durante la época de Navidad, y era aún peor el resto del año. Los niños y ella solo existían para él en las fotografías que tenía en la mesa de su despacho para impresionar a los clientes.

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El divorcio había sido rápido y, gracias a un repentino ataque de culpabilidad, su ex había sido muy generoso con la manutención de los menores y la pensión alimenticia. Annie siempre había llevado una vida bastante frugal, pero se dio cuenta de que podía permitirse el lujo de gastar un poco en sí misma. Aunque solo fuera esa vez. Recordó entonces que lo último que se había comprado era la camiseta que llevaba esa mañana, una prenda ajustada que resaltaba todas sus curvas y hacía que su pecho pareciera más firme y elevado de lo que lo estaba en realidad. Esa camiseta hacía que se sintiera femenina y viva. Se dio cuenta de que el resto de su cuerpo también se sentía así y Drew era el culpable. Drew la guio por el hangar. Había varios aviones y vio también allí aparcado su elegante descapotable rojo. Fueron hasta el coche y Drew sacó una bolsa de piel del asiento de atrás. Después, le hizo un gesto para que lo siguiera hasta unas puertas al otro lado de la gigantesca nave. Recordó entonces el descapotable que había usado durante el año que había pasado en Francia, Italia y España con un escritor que no había llegado a nada y que la había contratado para que hiciera las fotografías con las que quería ilustrar su último ensayo sobre los orígenes del beso. La publicación de esa obra había sido una bendición para la carrera de Annie, y la aventura que había tenido con el autor tampoco había estado mal. Una vez más, recordó cuánto había cambiado su vida durante esos últimos diez años. Había dejado de lado sus ambiciones profesionales para criar a sus niños y su vida personal y sentimental no se había recuperado aún desde que rompiera con su marido. Pero creía que no era el momento de lamentarse, sino de aprovechar esos días para preparar la boda de Cooper y Bianca y celebrar así el maravilloso viaje que estaban a punto de comenzar. Estaba convencida de que a su hermano le iría mucho mejor que a ella. Sabía que Cooper había encontrado a la mujer perfecta para él. Pensaba que la idea de Leo no podía haber llegado en mejor momento. Los padres de su exmarido, que vivían en la Costa Oeste, iban a cuidar de sus hijos durante toda la semana. Había llamado para decirles a los niños que tendrían que adelantar la vuelta y poder asistir a la boda de su tío. Aun así, era la primera vez que iba a estar sin ellos. Los echaba de menos, pero creía que se merecía un poco de diversión. Drew se asomó en ese instante a la puerta del avión y le tendió la mano para ayudarla a subir las escalerillas. Sintió que se derretía al sentirse el centro de su caballerosidad, pero sabía que solo estaba siendo amable, nada más. Aun así, no pudo evitar que su cuerpo reaccionara al sentir sus fuertes manos contra la piel. No estaba acostumbrada a que un hombre adulto le dedicara algo de atención, aunque fuera únicamente una cuestión de modales. La mayoría de los hombres la veían con los dos terremotos que tenía por hijos y salían huyendo.

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Drew era distinto. Recordó lo bien que se había llevado con los niños durante la mudanza. «Seguramente porque no se llevan muchos años», se dijo. Pero sabía que no estaba siendo justa. Drew no era ningún niño. No, no había nada infantil en él, excepto su pícara sonrisa. Subieron a la cabina y le encantó ver lo eficiente que era allí dentro, revisando los mandos y los informes para comprobar que todo estaba listo para el vuelo. Le hizo un gesto para que se sentara. Se puso el cinturón de seguridad y unos auriculares para poder hablar durante el vuelo. Se le olvidó en ese instante que era una mujer divorciada con dos niños y un montón de ropa por planchar. Hacía mucho que no se sentía así, excitada ante lo que iba a ser una aventura, algo que no tenía nada que ver con su rutina diaria. Le recordó a su trabajo antes de casarse, cuando tenía que viajar. El despegue fue mucho más suave de lo que había esperado. Vio tan concentrado y cómodo a Drew en su trabajo que se relajó al instante. Tenía muchas horas de vuelo y sabía que no había nada que temer. Empezaba a disfrutar cuando la sobresaltó una música a todo volumen. Drew bajó rápidamente la música antes de que tuviera tiempo de identificarla. Pero, si no era de hace más de diez años o para niños, estaba segura de que no la hubiera reconocido de todos modos. —Lo siento, me gusta poner la música bastante alta cuando alcanzo la altitud de crucero —le explicó él. —No te preocupes —repuso ella—. Me gusta la música a todo volumen. Pero, para escucharla así, casi prefiero ir a un concierto. Eso es lo que solía hacer. —No me digas que eras una de esas admiradoras de los grupos que… Drew se quedó callado y no terminó la frase, pero sabía muy bien por qué. —¿Cuántos años crees que tengo? No era seguidora de los Beatles, no soy tan vieja. —No quería decir eso. Annie alargó la mano para darle una palmadita a la de Drew. Su intención era tranquilizarlo con ese gesto casi maternal, pero tuvo una sensación muy distinta al sentir su piel, una sensación que le recordó a la señora Robinson, la protagonista de El graduado. Pensó en esas actrices maduras y con hijos que se buscaban a un jovencito. Sus historias aparecían todos los días en las revistas del corazón. Aún le quedaban un par de años para cumplir los cuarenta, así que ella era algo más joven que esas famosas, pero creía que Drew debía de tener unos veintiséis. Por otro lado, pensó que tenía que aprovechar el tiempo. El calendario seguía pasando y no iba a ser más joven de lo que lo era en ese instante.

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Así que, en vez de apartar deprisa la mano, la dejó donde estaba y disfrutó del contacto. Esperaba que Drew entendiera el gesto como lo que era. Una invitación, pero no sabía si él la aceptaría. Un segundo más tarde, Drew movió los dedos. Annie contuvo el aliento pensando que iba a apartarla, pero él se limitó a darle la vuelta a la mano para sujetarla posesivamente.

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Capítulo 2 Después de mantener la altitud de crucero y la velocidad constante durante diez minutos, Drew recibió el permiso de la torre de control más cercana. Cambió entonces la navegación para conectar el piloto automático, se quitó los auriculares y miró a Annie. Estaba con la mirada perdida en el exterior, pero aún tenía la mano entre los dos. Él la había sostenido durante casi un minuto, pero tuvo que soltarla para atender los mandos del avión. Ya había pasado algún tiempo, pero seguía sintiendo su cálida y suave piel en la palma de la mano. Tenía que tocarla de nuevo. Esa vez, cuando rozó sus dedos, ella se giró para mirarlo. Parecía algo sobresaltada. Era preciosa. Sus ojos de color esmeralda eran como las aguas del Caribe. Se había teñido de pelirroja y llevaba un gracioso corte por la mandíbula. Era el peinado de una mujer dinámica y segura, pero contrastaba con su gesto asustado. Ella trató de apartar la mano, pero él la sujetó. Annie intentó sonreír con poca convicción. —Este tipo de aviones me ponen algo nerviosa —explicó a modo de excusa. —No es verdad —repuso él—. Solías viajar por todo el mundo en aviones menos lujosos y seguros. —¿Cómo lo sabes? —Lo sé todo de ti —le aseguró él. Decidió aclarar lo que había querido decir para que no pensara que había estado espiándola como un acosador. —Bianca habla mucho de ti. —Es encantadora —repuso Annie claramente aliviada—. Es lo mejor que le podía haber pasado a mi hermano. Siempre fue muy casero hasta que la conoció. Le costaba imaginarse a alguien de su familia que fuera casero. Los padres de Cooper y Annie eran médicos y habían trabajado en países del Tercer Mundo antes de volver a Florida y organizar un servicio de clínica ambulante que recorría las zonas más pobres del Estado. Cooper diseñaba programas informáticos para la compañía de Ajay, que le financiaba viajes por todo el mundo para ayudar con su investigación. Y Annie había sido reportera fotográfica antes de dejarlo cuando se casó. —Es curioso porque Bianca dice siempre que tú eres su inspiración para viajar tanto. —¿En serio? ¡Pero si no voy a ninguna parte!

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—Ahora no, pero lo hacías. Tuviste bastantes aventuras por el mundo antes de casarte. Annie lo miró con el ceño fruncido. —Eso he oído —añadió Drew rápidamente. —De eso hace ya mucho tiempo. Vio que se había quedado pensativa. —Solo diez años. —Toda una generación. Soltó su mano para comprobar la altitud y la velocidad. Si todo iba bien, podrían estar en Nueva York tres horas más tarde. Estaba deseando llegar. —Solo es media generación —la corrigió él mientras estiraba los brazos. Le costaba creer que Annie pensara que eran tan distintos que nunca podrían llegar a entenderse. Se llevaban algunos años, pero él no lo notaba. Se quitó el cinturón y se levantó de su asiento. Annie lo miró alarmada. —¿Quieres tomar algo? —le preguntó. —¿No deberías concentrarte en pilotar el avión? —Pero siempre quise ser azafata —repuso él con un guiño. Vio que a Annie no le gustaban sus bromas. Parecía nerviosa. —Estamos a salvo —le aseguró—. Hace un día estupendo y el avión tiene un piloto automático con más horas de vuelo que yo. Voy a por unas bebidas y vuelvo, no te preocupes. Refresco de cola sin cafeína y sin azúcar, ¿verdad? No esperó a que respondiera, sabía que no habría cambiado de bebida desde la mudanza. Recordaba perfectamente haber metido cajas y cajas de su refresco favorito en la despensa. Cuando se trataba de Annie, no se le pasaba por alto ningún detalle. Como la manera en la que arrugaba la nariz cuando estaba pensando o cómo retorcía un mechón de pelo entre los dedos cuando estaba cansada o ensimismada en sus pensamientos. Se dio cuenta de que estaba peor de lo que pensaba. No podía dejar de pensar en ella y estaba seguro de que Annie apenas sabía que existía. Pero estaba dispuesto a cambiar las cosas. Le sirvió la bebida en un vaso con hielo. La cocina del avión estaba muy bien provista. Abrió un paquete de bollos de canela y los metió unos segundos en el microondas. El aroma de la especia despertó sus sentidos, pero no lo suficiente como para hacer que olvidara su propósito. Estaba decidido a seducir a Annie Rush. E incluso ganarse su corazón. La apuesta con Leo no había sido más que un aliciente extra. Además, le había servido para tantear a otras personas y ver lo que pensaban de sus

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posibilidades con Annie. No le había desanimado ver que Leo no confiaba demasiado en él; a fin de cuentas, era el mejor amigo de Cooper. Volvió a la cabina y Annie lo miró impresionada. Inhaló el aroma de los bollos de canela y gimió encantada. Le estremeció oír ese sonido, estaba deseando provocárselo él mismo en circunstancias mucho más íntimas. —Estoy para servir al cliente —le dijo mientras se sentaba en su asiento y bajaba una mesa plegable para colocar en ella los bollos—. Con todo lo que has hecho y visto en tu vida, me sorprende que te entusiasmen tanto los pequeños detalles. Annie movió la mano sobre los bollos, tratando de decidir cuál escoger. —Este avión es muy lujoso, no me parece un «detalle pequeño», todo lo contrario. Sabía que te iba bien, pero no tenía ni idea de que fueras millonario. Drew comprobó los mandos del avión y se echó a reír. —Me va bien, pero no soy rico. De hecho, este avión no es mío. Yo tengo uno mucho más pequeño y modesto. —¿De quién es este? —De Ajay Singh. —¿Del jefe de Cooper? —Sí. Lo usa para trasladar a los ejecutivos de su empresa de vez en cuando. Y, cuando no tiene tiempo de contratar a otro piloto, lo llevo yo personalmente. A cambio, me deja usarlo en ocasiones especiales. —¿Como para ir a Nueva York y comprar el traje de novia de tu hermana? —La idea era impresionarte mientras de paso iba a Nueva York a comprar el vestido. —¿Por qué querrías impresionarme? Drew se dio cuenta de que estaba siendo sincera, incluso parecía sorprendida. No podía creerlo. Annie no tenía ni idea. —Es un instinto masculino. A los hombres nos encanta presumir de nuestros juguetes cuando hay alguna mujer bella cerca. Annie, que había estado bebiendo, se atragantó y parte de la soda salió despedida de su boca. Él no pudo evitarlo y también se echó a reír. —¿Crees que una mujer bella haría algo así? —repuso ella riendo. Drew sacó una toalla y se acercó al asiento de Annie. Estaba buscando pañuelos en su bolso, pero no pensaba dejar pasar la oportunidad de tocarla. La mujer de sus sueños tenía soda en la barbilla, el cuello y el escote y tenía que ayudarla a limpiarse. Se arrodilló a su lado. Pero Annie, al verlo, agarró su muñeca para impedir que la tocara con la toalla. —¿Qué haces? —murmuró confusa.

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—Trato de ayudarte. —Drew… —repuso ella con una advertencia en su tono. Limpió su barbilla con unos toquecitos sin dejar de mirarla a los ojos. Le encantó ver que se ruborizaba. —Déjame hacerlo, Annie. Ella cerró los ojos con fuerza, como si esperara que fuera a hacerle daño con la toalla. No entendía su reacción. No pudo evitar pensar en cómo la habría tratado su exmarido para que temiera a los hombres de esa manera. O quizá fuera solo a él a quien temía. Se preguntó si sería porque era el hermano de su futura cuñada y más joven que ella o si lo que le daba miedo era sentir cosas por él que no estaba dispuesta a aceptar. Como deseo, pasión y fuego. Limpió unas gotas de soda en su cuello, sin poder dejar de mirarla. Vio que Annie tragaba saliva. —Ya termino yo —le dijo ella mientras trataba de quitarle la toalla. —No, deja que lo haga. —Drew… —repitió. Pero no dijo nada más cuando vio que él se acercaba y besaba la zona del cuello que acababa de limpiar. Annie suspiró y se relajó. Eso hizo que Drew ganara confianza y abriera los labios para lamer su piel, salada y dulce al mismo tiempo. Pero ella lo agarró entonces con fuerza de los hombros para que se detuviera. —No puedes hacer eso. —¿Por qué no? —repuso él mientras subía por su cuello y la besaba cerca del lóbulo de la oreja. —Porque… Porque no está bien —susurró ella. —Sí lo está. Los dos somos adultos, estamos solos y hay una innegable atracción entre los dos. —No, yo no… Se quedó callada cuando recorrió su cuello con la lengua. —No lo niegues —le pidió él—. Y estoy harto de esconder cuánto te deseo. Ahora que te tengo para mí, no pienso dejar que te escapes.

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Capítulo 3 Le costó mucho trabajo hacerlo, pero Annie consiguió reunir la voluntad necesaria para apartar a Drew. Esa vez, no iba a dejar que se saliera con la suya. No podía permitir que la besara. Era una locura, algo inesperado. Se sentía confusa, pero también muy excitada. Creía que esa locura tenía que parar antes siquiera de empezar. Antes de que las cosas fueran demasiado lejos. Drew la miraba con evidente tranquilidad, no parecía arrepentirse de nada. —¿Qué es lo que te pasa? ¿Te has vuelto loco? —le preguntó ella. —Para empezar, no es ninguna locura. Annie se rio de sus palabras y le quitó la toalla. Terminó de limpiarse ella misma la camiseta y el cuello. —Claro que sí. Drew se acercó aún más a ella, con la cara a pocos centímetros de sus pechos. Sintió que se habían endurecido sus pezones, pero el sujetador y la camiseta impedían que él se diera cuenta de ese delatador detalle. —Soy demasiado mayor para ti —le recordó ella. Él la miró con una seductora sonrisa. —Todos los chicos fantaseamos con una mujer mayor que nosotros. Yo tengo la suerte de haber conseguido tener una oportunidad contigo. —¿Quién ha dicho que tengas una oportunidad? Vio que, a modo de respuesta, Drew miraba su escote. Estaba ruborizada, no podía ocultar lo que sentía. Se quitó el cinturón y, frustrada, salió de la cabina del avión. Drew no la siguió, la miró desde la puerta que separaba la cabina del resto del avión. El sol que entraba por las ventanillas iluminaba su cabello, que lo llevaba algo más largo de la habitual. Se le fueron los ojos a sus brazos, fuertes y bien torneados. —Creo que sí podría tener una oportunidad contigo si te relajaras un poco —le dijo—. La edad solo es un número, nada más. Annie se sentó en uno de los lujosos sillones de pasajeros reservados para ejecutivos y personalidades. Allí estaba fuera de lugar. Era una divorciada con dos niños que se había escapado un fin de semana para disfrutar un poco de la vida y comprarle un vestido a la novia de su hermano. Pero sabía que podía llegar a ser mucho más. Unos años antes, había sido una reconocida y prestigiosa reportera gráfica que viajaba por todo el mundo, explorando nuevos lugares, culturas y actitudes. Y, de vez en

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cuando, también conocía a hombres interesantes. No entendía cómo podía haber cambiado tanto su vida en tan poco tiempo. —No se trata solo de la diferencia de edad —protestó. Drew se acercó un poco más a ella. —Muy bien. Dime todas las objeciones que tienes e iré respondiéndolas de una en una. —Hablas como si esto fuera una reunión de trabajo —repuso ella con una sonrisa. —Después de todo, soy el director general de una empresa muy importante. No he conseguido todo esto solo por mi cara bonita. —Lo dices tú, que has contratado a un montón de jóvenes con aspecto de modelo para hacer las mudanzas. —Bueno, el aspecto ayuda —confesó Drew con gesto travieso—. Pero no se consigue que una empresa funcione bien con muchos músculos y sin camisetas. —Por experiencia te digo que ayudó bastante que no llevaran camisetas —reconoció ella. No había podido dejar de pensar en lo irresistible que había estado Drew metiendo cajas y muebles en su nueva casa sin camiseta, mostrándole su increíble torso a cada paso. —Muy bien, gracias por la información —le dijo él mientras se quitaba la camiseta. Abrió la boca para protestar y fingir que la vista de su torso le horrorizaba. Pensaba reñirlo como si fuera un niño y ordenarle que se volviera a vestir. Pero lo último en lo que pensó al verlo así fue en sus instintos maternales. Después de todo, era una mujer y no pudo reprimir un suspiro al ver su fabulosa y masculina presencia. Tragó saliva y se relajó contra el sillón. Cerró los ojos para intentar aclarar su mente. Tenía que reconocer que lo encontraba atractivo, pero sabía que eso les pasaba a todas las mujeres, era normal. Drew supuso que su postura era una señal de rendición y se sentó frente a ella. —Dime que no te atraigo —le pidió mientras tomaba sus manos. —No me atraes —repuso ella de manera automática. —¡Mentirosa! —Es la verdad. —Dime que me ves como a un crío. Negó con la cabeza. No podía mentir, no cuando la verdad era tan clara.

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—Entonces, ¿por qué te resistes y no tomas lo que quieres? ¿Cuánto tiempo hace que no te dedicas un poco de tiempo a ti misma? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que dejaste que un hombre te deseara y recorriera cada centímetro de tu cuerpo? —¡Te has vuelto loco! —le dijo. No encontraba otra explicación para lo que le estaba diciendo. Drew podría haber elegido a cualquier mujer del universo, ¿por qué iba a fijarse en una que tenía cinco kilos de más en las caderas y no tenía siquiera tiempo para peinarse? —Puede que sí, pero eso no cambia lo que siento —le dijo él—. Y lo que siento es que tengo tantas ganas de besarte que no puedo pensar en nada más. Annie se fijó entonces en su cara y le pareció que había sinceridad en su mirada. —Pero Drew, eres mucho más… —¡No digas de nuevo que soy demasiado joven! —la interrumpió con impaciencia—. Sé mejor que nadie cuántos años tengo. Casualmente, he estado presente en todos mis cumpleaños. Tengo veintiséis y tú, treinta y ocho. Nos llevamos doce años. Aun así, no me importa en absoluto. —¿Cómo puedes estar tan seguro de que iba a hablarte de la edad? Drew la retó con la mirada. —Muy bien, de acuerdo. Iba a hacerlo —concedió ella—. Pero es que podrías tener a un millón de mujeres bellas y jóvenes a tu alrededor. ¿Cómo puedes desear a una mujer que ha tenido dos hijos y tiene estrías que lo demuestran? Drew se arrodilló frente a ella como había hecho en la cabina. En la sala de pasajeros, el gesto parecía mucho más galante y romántico. Al menos hasta que se apretó contra su pierna y Annie pudo notar su impresionante erección. Abrió mucho los ojos y se quedó sin aliento. —¿Te queda por fin claro cuánto te deseo? ¿No ves lo que me haces? Si no me crees, podría… Comenzó a desabrocharse los pantalones, pero ella lo impidió agarrando sus muñecas. Fue un error tocarlo, sintió una corriente eléctrica entre los dos. Y estaba tan cerca de su entrepierna que estuvo a punto de tener que reprimir un gemido. Lo deseaba, no podía negarlo, pero creía que era algo normal. Una reacción, sin más. Lo que no entendía era que Drew pudiera desearla a ella. Por otro lado, no sabía por qué necesitaba tantas explicaciones. Podía limitarse a disfrutar del momento y dejarse llevar, era algo que hacía mucho tiempo que no vivía. Le habría resultado mucho más sencillo con un desconocido. No era ninguna puritana, había tenido bastante vida antes de casarse con su ex, y

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unas cuantas aventuras. Le gustaba el sexo, mucho, y lo echaba de menos. Pero era Drew el que se lo estaba sugiriendo, el hermano de su futura cuñada, alguien a quien iba a tener que ver cada Navidad durante el resto de su vida. —Drew, por favor, no hagas esto —le pidió. —¿El qué? ¿Hacer algo con la atracción que llevo años sintiendo por ti? —Vamos, Drew. Los dos sabemos que eso no es verdad. —Te equivocas, lo es. Quería estar contigo antes de que fuera legal. Sus palabras la dejaron atónita. Recordó en ese instante el día que lo conoció. Fue durante la ceremonia de entrega de títulos en la universidad, cuando se licenciaron Bianca y Cooper. Drew solo tenía dieciséis años. Recordaba a un joven fuerte y atractivo, con unos ojos increíbles y una naturaleza seductora que había atribuido entonces a sus hormonas. La segunda vez que se encontraron, Drew ya estaba en la universidad y se habían visto durante una merienda familiar para celebrar el Cuatro de Julio. Recordó que había ido sola, sin su marido. Drew se había pasado la tarde jugando con Andy, que entonces tenía dos años. Calculó rápidamente que entonces acababa de tener al segundo, a Will. No podía recordar si Drew había coqueteado con ella ese día. Estaba demasiado agotada para notarlo. Se vieron también en Semana Santa unos años más tarde. Había llevado a los niños a casa de sus padres, que estaban a punto de mudarse a otra vivienda cerca de un lago. Cuando llegó, Drew estaba dirigiendo la mudanza y se había quedado a cenar con ellos. Recordó que se sentó a su lado y que hablaron sin parar. Siempre se habían llevado bien. Repasó todos esos momentos y se dio cuenta de que nunca había intentado nada con ella. Había coqueteado, pero no había habido nada serio, solo bromas. Nunca le había parecido que pudiera haber algo más hasta ese momento. Se estremeció al recordar cómo había besado su cuello. No necesitaba sentir ni ver su erección, sabía que la deseaba. Lo había dejado muy claro con su forma de mirarla. No podía apartar la vista cuando la observaba de ese modo, con hambre y deseo en sus ojos. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió muy femenina, sexy y deseable. No era solo una madre o una divorciada. Era una mujer bella. Más incluso que eso. Tener la atención de un hombre como Drew estaba consiguiendo que se sintiera atractiva y sexy. —¿Antes de que fuera legal? ¿Tan joven eras? —le preguntó ella. —Sí, así es —confesó Drew con una gran sonrisa.

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Un pitido en la cabina los distrajo. Drew le plantó un beso en los nudillos y se levantó para regresar a los mandos del aparato mientras volvía a ponerse la camiseta. Su confesión la había dejado sin aliento y sin palabras. No sabía qué pensar, pero era una sensación increíble, y muy positiva. Sabía que sería un escándalo en su familia, pero ya estaba acostumbrada a eso. Se había escapado para ser fotógrafa y reportera, se había casado con un importante ejecutivo y divorciado de él cuando se cansó de que la ignorara. Todos sabían que hacía las cosas a su manera. Miró por la ventana. Era un día maravilloso para volar. El cielo tenía un bello color azul, muy intenso y con pocas nubes. Había mirado la previsión meteorológica antes de salir de Florida y había visto que iba a ser un vuelo sin complicaciones. Pero acababa de darse cuenta de que estaba muy equivocada. Pocos minutos después, Drew salió de la cabina con más bollos de canela. Eso lo hizo más irresistible aún.

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Capítulo 4 Drew no podía dejar de observar a Annie mientras mordisqueaba uno de los bollitos y se manchaba los dedos con azúcar y canela. Se le hizo la boca agua al verlo. Le habría encantado lamerle la piel, pero se contuvo y se metió uno de los bollos en la boca para comérselo de un bocado. Annie se echó a reír al ver lo que hacía y su sonrisa hizo que se sintiera aún mejor. —Eres un chico estupendo, Drew. —Oh, no… No me gusta nada cómo empieza esta conversación. Al menos no has dicho que soy «simpático y buena persona» o algo así. —No tiene nada de malo ser simpático y buena persona. —¿Lo era tu marido? Annie frunció el ceño de manera casi instintiva. Drew no necesitaba oír su respuesta para saber la verdad. Su exmarido era un imbécil. De otro modo, no podía explicar que hubiera ignorado a una mujer bella e inteligente como Annie para trabajar de manera obsesiva. Más aún cuando tenían dos hijos maravillosos en común. —Creo que fue su ambición lo que me atrajo —admitió ella—. Estaba haciendo una sesión de fotos con él para ilustrar un artículo sobre empresarios de éxito. Tenía mucha seguridad en sí mismo, y eso es muy seductor. Sonrió al oírlo. Le sobraba seguridad en sí mismo. Lo que otros habrían considerado defectos, eran virtudes en él. Sabía que era de arrogantes pensar así, no lo negaba, pero no le gustaban las falsas modestias. —¿Cuándo cambió? —El problema fue que no cambió —repuso Annie—. Fue el mismo hombre poderoso y fuerte desde la boda hasta que se perdió el primer cumpleaños de Will porque tenía que atender a un cliente. Me casé con un tiburón de las finanzas; lo que no sabía era que me iba a convertir en su carnada. —No te estarás culpando por lo que pasó, ¿verdad? —le preguntó él. —¿Culparme? Hace mucho que no pienso en esos términos. No importa de quién es la culpa de algo. Lo que tenía que pasar, pasó. Los dos nos metimos en una relación con expectativas que no eran realistas. —¿Qué quieres decir? —No sé… —comenzó a decir ella mientras miraba hacia el techo como si estuviera allí la respuesta—. Él esperaba que dejara todo lo que hasta entonces me había importado para limpiar la casa y criar a sus hijos. Y yo

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esperaba que, por ejemplo, cancelara un viaje a Chicago una vez que estuve con neumonía y los niños con gripe. Ella se rio al contarlo, pero Drew se dio cuenta de que no habría sido nada fácil. Al menos había vuelto a tomar las riendas de su vida y parecía dispuesta a dejar atrás el pasado. Le dio esperanza ver que estaba lista para empezar de nuevo. Y esperaba que fuera con él. Se terminó el café y le rellenó el vaso con más refresco de cola. Después, entró unos segundos en la cabina y vio que todo iba bien y llegarían antes de lo previsto. La torre de control más cercana le había dicho que había poco tráfico, pero sabía que debía volver a la cabina. —Entonces, si nosotros iniciáramos una relación, ¿qué tipo de expectativas tendrías? —le preguntó mientras iba a la cabina para conseguir que ella lo siguiera. —Esa pregunta no tiene sentido porque nunca tendremos una relación —repuso Annie. —Bueno, supongo que podría conformarme con una breve aventura — mintió él. Annie negó con la cabeza, pero seguía sonriendo y le pareció que no desdeñaba del todo esa posibilidad. Alargó la mano y estrechó la de ella. Después se inclinó un poco y atrajo hasta su cara la mano, la frotó contra su mejilla y dejó que le embriagara el olor exótico de su perfume mezclado con la canela de los bollos. —Sabes muy bien cómo tentar a una mujer —confesó Annie. —Si eso fuera cierto, ahora estarías besándome —y, sin poder aguantarse más, se dejó llevar por su instinto y lamió uno de sus dedos. Notó que Annie abría sorprendida la boca y contenía el aliento, pero no apartó la mano y tomó ese gesto como una invitación. Metió un dedo en su boca y lo lamió. Hizo lo mismo con el resto, besándolos y lamiéndolos como si fueran el más delicado y delicioso manjar. La miró de reojo; tenía los ojos cerrados, como si se hubiera rendido ya. Pero, en ese instante, sonó una alarma que reclamo su atención inmediatamente. Dejó la mano de Annie y se concentró en el vuelo. Conectó los auriculares y habló con la torre de control más cercana. Tardó unos segundos en concentrarse en lo que estaba haciendo, pero reaccionó después con profesionalidad y eficacia. —¿Va todo bien? —le preguntó ella con voz temblorosa. No sabía si estaba así por lo que acababa de hacerle o por la alarma que había sonado en el panel de control. —Sí —repuso—. Pero creo que debería concentrarme en pilotar el avión y conseguir que lleguemos a Nueva York de una pieza. —Me parece una idea excelente. —Pero eso no quiere decir que haya terminado contigo, preciosa.

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Le pareció que trataba de esconder una sonrisa. —Me alegra saberlo. Durante los últimos ocho años, Annie había tenido que pasar por muchas situaciones que habían estado a punto de hacerle perder la cabeza. Como cuando Andy tiró por el inodoro su colección de soldaditos, cuando Will decidió que su pintalabios rojo era lo mejor para pintar el mantel de encaje heredado de su abuela o cuando su exmarido no protestó cuando le dijo que iba a pedir el divorcio y se limitó a pedirle que le recogiera unas camisas de la tintorería. Ante todas esas crisis y algunas más, había conseguido controlarse y mantener la cordura. Pero ese día se dio cuenta de que perder la cabeza no era algo tan terrible, sino todo lo contrario. Algo que le hacía sentirse más viva. Drew aterrizó en el aeropuerto de Nueva York sin problemas y sacaron sus cosas del avión. Él se había encargado de reservar una limusina que los llevara al hotel. Se sentía tan distinta que se le pasó por la cabeza tratar de seducirlo allí mismo, en el asiento trasero del enorme coche. Era una fantasía que nunca había podido cumplir. Tenía muchas. Después de todo, había estado casada con un marido que nunca estaba presente y llevaba ya un año divorciada; no podría haber subsistido sin dejarse llevar por ciertas fantasías. Lo que nunca se le había pasado por la imaginación era que Drew Brighton se convirtiera en el protagonista masculino de las mismas. Pero, después de que él la besara en el cuello y le lamiera los dedos, le dijera que era una mujer muy bella y le confesara que había soñado con ella desde su adolescencia, no imaginaba a nadie mejor para representar esos sueños. Sabía que era un buen tipo. No se le olvidaba que era bastante joven, pero se dio cuenta de que eso no era culpa suya y, tal y como le había recordado Drew, era solo un número. Después de todo, no era ya un adolescente, sino un hombre de verdad, inteligente, atractivo y muy seductor. Imaginó que no sería el fin del mundo si decidía dejarse llevar y disfrutar de esos días en Nueva York. Su aventura no podría durar más que eso. Era una madre divorciada con dos niños pequeños. Él, en cambio, era un hombre joven con una empresa de éxito. Estaba segura de que lo último que tendría en mente era sentar la cabeza y formar una familia. Ni siquiera sabía si eso entraría algún día en sus planes. Lo único que la detenía a la hora de dejarse llevar y disfrutar de una aventura puramente sexual era saber que, en cuanto su hermano se casara con la hermana de Drew, no iba a poder evitarlo. Tendrían que verse en todo tipo de reuniones y celebraciones familiares. No sabía si estaba preparada para enfrentarse a él con toda naturalidad y olvidar que habían compartido un salvaje fin de semana en Nueva York. No sabía si estaba preparada para aceptar las consecuencias de sus actos. Pero, cuando Drew colocó la mano en la parte baja de su espalda para que entrara delante de él en el ascensor del hotel, se dio cuenta de que sí lo estaba.

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Y, en cuanto se cerraron las puertas de un ascensor en el que solo estaban ellos dos, se quedó sin respiración. El interior estaba cubierto de espejos. No solo las paredes, también el techo. No pudo evitar pensar en lo excitante que sería hacer el amor allí y ver el reflejo en todas partes. —¿En qué estás pensando? —le preguntó él entonces con media sonrisa y un tono muy seductor. Se le secó de repente la boca, tenía mucha sed. Necesitaba beber algo y se dio cuenta de que era Drew lo que necesitaba. Lo veía como un gran vaso de agua fría en medio de un desierto. —¿Annie? —insistió Drew al ver que no contestaba. Apartó la vista y se fijó en los espejos. En una de las esquinas superiores había una cámara de seguridad. —Annie… Esa vez, pronunció su nombre como si fuera una advertencia. —¿Qué? —repuso ella fingiendo inocencia. Pero a Drew no había podido engañarlo. Soltó las bolsas de viaje, tomó sus manos y la atrajo contra su cuerpo con fuerza. No tardó ni un segundo en besarla. Era muy bueno, y Annie se rindió entre sus brazos. Pasó la lengua por sus labios, jugando con ella, tentándola, saboreándola. Le temblaban las rodillas. De no haber estado entre la pared del ascensor y él, habría perdido el equilibrio en ese instante. Drew aún le sujetaba las manos y las llevó hacia su espalda, obligándola así a que se arqueara contra su torso. Sintió cómo se endurecían sus pezones y el deseo recorría todo su cuerpo. Cuando comenzó a besarle el cuello, no pudo evitar gemir suavemente. Pero oyó entonces un suave timbre, anunciando que habían llegado a su planta. Con dificultades para respirar, Drew se separó de ella. Soltó una de sus manos para poder recoger las bolsas, pero no dejó que se apartara hasta que encontraron la habitación. Annie pasó la llave digital por la cerradura y abrió. Supo que, en cuanto se cerrara esa puerta tras ellos, su vida iba a cambiar por completo.

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Capítulo 5 Drew no tuvo tiempo de fijarse en la habitación. Una leve luz anaranjada entraba por la ventana. Olía a lilas y a vainilla. En cuanto besó los labios de Annie, olvidó el resto y solo podía pensar en ella, en su sabor, en su aroma, en el tacto de su piel. Se estremeció al sentir sus pechos contra el torso. Llevaba tanto tiempo hambriento, que estaba deseando disfrutar de ese banquete hasta quedar satisfecho. —Drew, espera… —le dijo ella casi sin aliento. De mala gana, Drew se apartó. —¿Qué pasa? —¿Es así como va a ser? No sabía de qué le estaba hablando, pero estaba dispuesto a hacerlo como ella quisiera. —No me importa demasiado cómo lo hagamos. Pero, si no te tengo pronto, me voy a morir. Annie colocó las manos sobre su torso, manteniendo así las distancias con él mientras trataba de recuperar el aliento. Drew sabía muy bien cómo se sentía; a él también le quemaban los pulmones y le costaba estar tranquilo. —Entonces, ¿hemos venido hasta Nueva York para arrancarnos mutuamente la ropa a la primera de cambio? —le preguntó ella. Su sinceridad hizo que recobrara el sentido común y la capacidad de pensar durante un segundo. Su intención había sido seducir a Annie en cuanto llegaran a Manhattan, pero era cierto que se había imaginado haciéndolo con un poco más de delicadeza. Tragó saliva y se apartó de ella. —Tengo que ser sincero contigo —admitió entonces—. No me desagrada nada lo que acabas de describir. Se fijó en el busto de Annie, que subía y bajaba con cada respiración, e imaginó que también le estaba costando calmarse. Le torturaba verla y no tocarla, sabía que iba a ser tan perfecta como lo imaginaba y anhelaba tener sus pechos en las manos y en la boca. Los ojos de Annie, que unos segundos antes estaban cargados de deseo, tenían una intensidad increíble. No podía dejar de admirar su mirada turquesa. —¿De verdad te atraigo tanto? —le preguntó ella. No podía creer que lo pusiera en duda. Intentó ponerse en su lugar e imaginar cómo estaba viviendo esa situación, pero le costaba pensar cuando toda la sangre de su cuerpo se acumulaba en otra zona de su anatomía. —Multiplica por diez lo que crees que me gustas. Diez son también los años que llevo deseándote y no podría esperar ni un minuto más, tengo que estar dentro de ti.

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Fue hacia ella y Annie no se sobresaltó. De hecho, vio que se pasaba la lengua por los labios como si estuviera preparándose para que la besara. Pero no lo hizo, se limitó a pasar las manos por sus deliciosas curvas mientras inhalaba su perfume. —Y tú también me deseas. Si no, no habrías imaginado esas cosas mientras subíamos en el ascensor. Ella no lo negó, pero bajó un segundo la vista. Drew no dejó que cambiara de opinión. Le levantó la cara para que lo mirara. —¿Por qué no admites de una vez lo que quieres? —Hace mucho tiempo que dejé de pensar en mis necesidades —le confesó. —Eres una mujer muy generosa —le dijo mientras le acariciaba la cintura y bajaba las manos hasta su trasero—. Pones las necesidades de los demás por delante de las tuyas y eso no es lo que te estoy pidiendo ahora, Annie. Quiero que tomes lo que quieras y rezo para que sea yo. Se acercó y la besó en el cuello. Ella seguía en tensión, pero fue relajándose poco a poco y arqueó hacia él la espalda. Drew aprovechó la ocasión para bajar hasta su escote sin dejar de acariciar sus caderas. Subió después las manos hasta llegar a sus pechos y usó los pulgares para jugar con sus pezones. Annie gimió y notó que se endurecían bajo sus dedos. No podía dejar de tocarla. Enredó las manos en su pelo y dibujó después el contorno de su sensual boca. —Drew… —gimió Annie. —Es perfecto, ¿verdad? —repuso él sonriendo—. Eres preciosa. —Pero ¿y si…? —No digas nada —le pidió—. Deja de pensar en lo que podría pasar, no te preocupes por lo que vaya a ocurrir mañana. Aunque, si quieres repetir mañana, pasado mañana y todos los días después, no voy a negarme… Besó con suavidad sus ojos y se acercó un poco más a ella, permitiendo que notara hasta qué punto la deseaba. Una parte de él quería acelerar las cosas y no darle tiempo para que cambiara de opinión. Pero, por otro lado, necesitaba que estuviera tranquila y cómoda con lo que estaba pasando, con lo que estaba a punto de ocurrir. Annie no dijo nada, no respondió ni se apartó. No estaba rígida, respondía a sus caricias y sus besos, pero con cierta timidez, como si le diera miedo tomar lo que deseaba, lo que se merecía. —¿Deseas que te toque aquí? —le preguntó entonces mientras le acariciaba un seno. Era perfecto, del tamaño ideal para su mano. Se preguntó si la textura y el sabor eran también como los había imaginado. Annie se movió levemente para apretarse contra la palma de su mano. El deseo lo dominaba, pero apartó la mano para llevarla hasta su pubis. —¿O aquí?

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Annie gimió con fuerza y el sonido hizo que se quedara sin aliento. Apenas podía controlarse. —Deja que lo haga —le suplicó. No le importaba suplicar. La deseaba con locura y nunca podría haberse imaginado que iba a conseguir estar tan cerca de ella en tan poco tiempo. Estaban solos en su habitación del hotel, ya la había besado y saboreado. Sabía que Annie, aunque estaría pensando en mil razones para no estar allí con él, también se sentía atraída. Se apartó levemente para poder verle la cara mientras la acariciaba por encima de los pantalones. Notó que tragaba saliva. —Por favor… —susurró ella entonces. Imaginaba cuánto le habría costado pronunciar esas dos palabras, pero iba a encargarse de que acabara satisfecha con su decisión. Le desabrochó los vaqueros y los bajó un poco. Ella terminó de quitárselos rápidamente. Después, agarró la camisa de él y tiró hacia ella mientras se apoyaba en la pared más cercana. Drew le quitó la camiseta. Fue él entonces el que tragó saliva al ver su inocente sujetador blanco y unos pechos con los que llevaba demasiado tiempo soñando. Eran tan redondos y perfectos como había imaginado, la talla perfecta para sus manos. Las oscuras areolas asomaban por encima del sujetador. Agarró sus nalgas y la levantó contra la pared lo suficiente para poder saborear sus pechos. Su piel era sedosa y dulce. Annie se abrazó a su cuello y se amoldó contra su cuerpo para darle mejor acceso a su escote. Drew se dejó llevar por las sensaciones mientras disfrutaba de aquel exquisito manjar y de sus gemidos. Pero no era suficiente, quería más. Lo quería todo. Con suma habilidad, le soltó el sujetador y se lo quitó rápidamente. Era tan bella que se quedó inmóvil un segundo. No sabía por dónde empezar. Tomó sus pechos en las manos, acariciando uno con el pulgar mientras lamía el otro. Annie gritó sin reparos y agitó descontroladamente la cabeza. Finalmente, Drew dejó de luchar contra las sensaciones y le quitó la camiseta. Fue increíble sentir su piel desnuda contra la de él. Annie le acarició los hombros y los brazos y él se concentró en besar su cuello, los lóbulos de sus orejas, la boca, la garganta, los pechos… Pero quería más. La soltó un segundo para ponerse de rodillas. Sus braguitas también eran blancas y de algodón, pero con un coqueto borde de encaje. Le lamió el ombligo, jugando con la lengua mientras le quitaba la última prenda que cubría su cuerpo. Annie seguía con las manos en su pelo y tiró de él para que la mirara. —Drew… Sonrió al entender lo que le pasaba. Estaba nerviosa y confusa. Lo entendía, pero no iba a permitir que se dejara llevar por sus miedos, no cuando estaba tan cerca de tocar el cielo. —Quiero saborearte —le dijo.

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Annie negó con la cabeza, pero no parecía muy convencida. —¿Solo un poco? —le pidió él. Ella parecía estar sin aliento y su cuerpo no dejaba de temblar. Se apoyó por completo en la pared. Apartó con las manos el vello de su pubis para dejar sus íntimos labios al descubierto. Se le hizo la boca agua y estuvo a punto de perder el control cuando la probó por primera vez. Era deliciosa, dulce y salada al mismo tiempo. Pero lo de menos era el sabor, sus movimientos eran los que estaban volviéndolo loco. Le acarició una pierna y la elevó para colocarla sobre su hombro. Movió las caderas para facilitarle la tarea y se dedicó a darle placer hasta que Annie gritó su nombre. —No, Drew… ¡No! Estoy a punto de… —Lo sé —repuso él parando un segundo—. Adelante, preciosa. Toma lo que te estoy dando, déjate llevar. Dejó de hablar. Tenía cosas más importantes que hacer con la boca y se aplicó al máximo hasta hacerla gritar de placer. Era música para sus oídos. Su sabor se intensificó cuando llegó al clímax y siguió lamiéndola hasta que notó que a Annie le temblaba todo el cuerpo y estaba a punto de perder el equilibrio. —Drew, por favor. —No te preocupes, preciosa —le dijo mientras se levantaba—. Esto es solo el principio. Hay mucho más… Muchísimo más.

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Capítulo 6 Annie agarró a Drew y lo atrajo a su cuerpo mientras se apoyaba en la pared. Le daba la impresión de que se había vuelto de gelatina, apenas conseguía mantenerse en pie y sentía su sexo tan hinchado por el deseo que temió no ser capaz de andar durante varios días. Drew pareció darse cuenta de lo que le pasaba y la tomó en sus fuertes brazos. La llevó así hasta la cama, quitando la colcha con una sola mano antes de dejarla sobre las frescas sábanas. Se colocó entonces de lado para mirarlo, doblando levemente las rodillas como si quisiera ocultar en parte su desnudez. Si Drew se dio cuenta de su repentina timidez, no dijo nada al respecto. Se limitó a acercarse a ella y besarla en la boca sin prisas. —Estás temblando —le dijo con cierta satisfacción. —¿Te sorprende? —No, la verdad es que estoy bastante orgulloso. ¿Y tú? —Yo creo que estoy aún algo conmocionada por lo que acaba de pasar. —Entonces tendré que taparte con mi cuerpo y mantenerte caliente hasta que se te pase la conmoción. Pero espera un minuto. La besó y volvió al recibidor de la habitación, donde habían dejado las bolsas de viaje. Oyó cremalleras y vio que volvía poco después con una caja de preservativos y una botellita de lubricante íntimo. Reconoció la marca; no era un producto cualquiera, sino uno de calidad. Lo había estado comprando ella durante años. No habría podido sobrevivir tantos años con un marido ausente sin ese tipo de lubricantes y algún que otro juguete sexual. Se preguntó cómo podía saber tanto de ella. —Estabas bastante seguro de ti mismo, ¿no? Se estremeció al ver su sonrisa. —Me imaginé que no te importaría que usara protección ni que te diera tanto placer como pudiera —repuso él mientras tomaba la botellita de lubricante. Le encantaba ver aquel travieso brillo en sus ojos castaños. Drew era delicioso en todos los sentidos. Hacía mucho tiempo que no se acostaba con nadie y había sido increíble llegar al orgasmo con un hombre, no con un vibrador. —No me importa, lo que me intriga es cómo has sabido que ésta es mi marca favorita. Puede que me haya atontado un poco lo que acabas de hacerme, pero me parece demasiada coincidencia —le dijo ella. —Eres una mujer muy lista —repuso mientras se quitaba los pantalones.

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Si se estaba desnudando para conseguir distraerla, consiguió su propósito. Llevaba un bóxer azul que se ajustaba a su anatomía como una segunda piel, revelando cuánto la deseaba y destacando sus perfectos abdominales. Se le aceleró el pulso al verlo, pero no estaba dispuesta a dejarse llevar por la vista hasta aclarar lo que acababa de preguntarle. —¿Cómo has sabido que me gusta? —Recuerda que te ayudé con la mudanza el año pasado. —¿Y rebuscaste entre mis cosas? —le preguntó alarmada. Se acercó a ella y acarició con ternura su pelo. —No, no me dedico a acosar ni a espiar a nadie. Pero me pediste que guardara en cajas las cosas de tu despacho y me llamó la atención uno de los recibos. No pudo evitar sonrojarse. Drew se echó a reír y la besó para intentar que se relajara. —Ese recibo terminó de dejarme las cosas muy claras —le dijo Drew—. Quiero estar con una mujer con la suficiente seguridad como para tomar las riendas de su propio placer. Fue una pena que no hubieras comprado más cosas en ese pedido, así hubiera podido saber qué otros productos te gustan. Annie también se rio. No iba a dejar que la vergüenza le impidiera disfrutar de ese hombre tan increíble. —Me gustas tú —admitió. A cualquiera le habría gustado. Era encantador, guapo, inteligente y exitoso. Acababa de darle más placer del que había tenido en mucho tiempo y de forma totalmente desinteresada. Y, en vez de aprovechar que la tenía desnuda en su cama para terminar lo que habían empezado, estaba hablando con ella para tratar de descubrir todo lo que pudiera sobre sus gustos. Annie tomó la botella de lubricante de su mano y la abrió. —Empecemos con lo que tenemos y ya te iré contando más cosas poco a poco —le dijo. Aunque creía que su sonrisa no podía mejorar, Drew le regaló una aún más grande que la anterior. Se metió con ella bajo la sábana y la besó con renovada pasión. Se derritió entre sus brazos. El cuerpo de Drew, fuerte y musculoso, encajaba a la perfección con el suyo. Además él no parecía tener prisa por satisfacer su deseo, porque se dedicó a besarla en la cara, el cuello y los hombros. Bajó después hasta sus pechos y no tardó en empujarla de nuevo al borde mismo del abismo. Drew aplicó entonces un poco de lubricante en sus dedos y comenzó a tocarla. La primera sensación fue de frío entre sus piernas y tan intensa que todo su cuerpo despertó al instante. Fue increíble abandonarse a lo que

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estaba sintiendo. Drew era un amante experto y muy bueno. No pudo evitar gemir y pronunciar su nombre. —Ábrete para mí, cariño —susurró él—. Quiero verte disfrutar. Algo más desinhibida, levantó las rodillas y separó los muslos para abrirse por completo. —Sigues temblando —le dijo él mientras comenzaba a acariciarle el clítoris con sus dedos. —Está muy frío —murmuró. Apenas podía hablar, las sensaciones la dominaban. Se debatía entre el frío de la loción y el fuego de la mirada de Drew, que parecía devorarla. —Pronto se convertirá en calor, no te preocupes —le prometió él deslizando un dedo en su interior. Se quedó sin respiración. El placer era muy intenso. Drew sabía muy bien lo que hacía, jugando con los dedos, entrando y saliendo de su húmedo pasaje hasta hacerla gritar. La fricción convirtió el lubricante en potente lava que ardía en su interior. Era un dolor delicioso. Todo su cuerpo estaba en tensión. Estaba a punto de perder por completo la cabeza. Notó entonces que él se separaba de ella y abría la botellita de nuevo. Le puso un poco de lubricante en los pezones. —Dios mío… —suspiró Annie. —Disfruta de la sensación mientras me preparo. Aunque quería dejarse llevar por lo que estaba sintiendo, abrió los ojos y giró la cabeza para observarlo. Drew se estaba quitando el bóxer y Annie se quedó sin aliento al ver su impresionante erección. Deseaba tomarlo en la boca y saborear cada centímetro de su cuerpo, pero Drew se puso un preservativo antes de que pudiera decírselo. No tardó en volver a su lado. —¿Estás lista para mí? —Nunca he estado tan lista —le confesó. Drew le tomó las manos y las sostuvo por encima de su cabeza mientras se echaba sobre ella. Estaba tan húmeda y lista para él que se deslizó dentro de ella con suma facilidad, pero despacio para torturarla aún más. Era la tortura más dulce que podría haber imaginado. La llenó entonces por completo y no pudo ahogar un grito. —Dios mío, Annie. Es increíble… Eres… Eres perfecta. Annie intentó responder, pero se quedó sin habla cuando Drew salió de ella para volver a entrar. Era delicioso. Le encantaba verlo tan perdido en el placer, con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás. —¿Drew?

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—Una vez más, por favor —le pidió él repitiendo el movimiento más despacio aún. Annie levantó las rodillas y giró hacia él las caderas para sentirlo más adentro. Drew gritó y ella también. No habían alcanzado ninguno de los dos el clímax. Era un grito más de sorpresa al sentir lo bien que encajaban, lo perfecto que era todo. Nunca podría haberlo imaginado. Drew soltó una de sus manos y la besó en la boca, pero siguió sin moverse. Le estaba negando la fricción que su cuerpo demandaba. —¿Drew? —insistió ella. Pero él le mandó callar. —Quiero saborear este momento. Me has encendido tanto que, si no me controlo, terminará todo antes de empezar. Sus palabras tuvieron el mismo efecto en ella y no pudo resistir la tentación de iniciar los movimientos. Drew comenzó a gemir y agarró con una mano sus caderas como si tratara de pararla. —Annie… ¡Dios mío, Annie! Nunca se había sentido tan poderosa como en esos instantes. Sentía que ese hombre la adoraba como a una diosa. Nadie había pronunciado con tanta reverencia su nombre. Comenzaron entonces a moverse con más rapidez e intensidad, Drew la besó apasionadamente y no tardó en alcanzar las cotas más altas del placer. Fue increíble. Cuando terminó todo, él se relajó sobre ella y se quedaron en silencio. Imaginaba que no tardaría en volver a la realidad y entender lo que había hecho. Solo esperaba no arrepentirse y alargar ese momento al máximo.

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Capítulo 7 Mientras Annie se duchaba, Drew se relajó en la cama. Pensó en todo lo que había pasado esa mañana. Aún tenía el sabor de esa mujer en la boca y toda su piel vibraba con las sensaciones que había experimentado. Había sido como lo había imaginado y mucho más. Era una pena que hubieran quedado con la diseñadora del vestido de Bianca esa tarde porque le habría encantado meterse con Annie en la ducha y seguir explorando su cuerpo durante horas. Lo había fascinado desde que la vio por primera vez. Siempre le había parecido una mujer llena de energía y vitalidad. Aunque su matrimonio había fracasado y tenía que encargarse sola de los niños, había decidido ser fuerte y no dejar que los problemas pudieran con ella. Todo lo contrario, la adversidad parecía haberla hecho aún más fuerte. Drew solo esperaba que no hubiera ido dejándose cosas por el camino, como la habilidad para confiar en los demás, especialmente en los hombres. Había sido más fácil de lo que había imaginado convencerla para que se acostara con él. Sabía que iba a ser mucho más complicado hacerle ver que podían tener un futuro juntos. Pero no pensaba conformarse con menos. Esa mujer lo atraía demasiado para no querer ir más allá de una relación sexual. Sabía que no era común en hombres de su edad, pero él tenía muy claro lo que quería y no le atraía la idea de perder el tiempo en otras cosas. Y estaba convencido de que Annie era lo que quería. Al principio había pensado que solo era un amor platónico. Solían coincidir en eventos familiares y fantaseaba pensando que él era lo bastante mayor y lo bastante hombre para conquistarla y conseguir que dejara a su marido. Pero, después de algún tiempo, se dio cuenta de que lo que sentía iba más allá de una fantasía. Las cosas habían cambiado mucho y Annie estaba de nuevo soltera y sin compromiso. Y él ya era lo suficientemente mayor como para conseguir que al menos tuvieran una aventura. No pasaba por alto que era además madre, pero siempre le habían encantado sus hijos. Eran listos, traviesos, curiosos y estaban llenos de vida. No se había planteado ser padre, no era algo que entrara en sus planes, pero le gustaba la idea de tenerlos en su vida. Cuando Leo le había contado que pensaba organizar una boda sorpresa, se dio cuenta de que era la oportunidad perfecta para tratar de conquistar a Annie. Bianca le había contado que ya había superado el divorcio e iniciado una nueva vida. Quería tener una relación con ella y también un futuro. Soñaba con que fuera un viaje para toda la vida y ese fin de semana era su gran oportunidad.

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Pero sabía que Annie había creído que su matrimonio era para siempre y esa historia había fracasado. Entendía que iba a costarle mucho más convencerla para que le diera una nueva oportunidad al amor. Cuando la vio salir del baño envuelta en el albornoz del hotel, el deseo lo dejó sin aliento. Pero sabía que no podía ir demasiado rápido, tenía que jugar bien sus cartas. —He llamado a la boutique y nos esperan dentro de una hora —le dijo. —¿De qué conoce Bianca a esa diseñadora? Drew sonrió al oír la pregunta. Su hermana viajaba tanto que conocía a gente de todo tipo y de todo el mundo. Tenía unos contactos increíbles. —Creo que se conocieron cuando Bianca y Cooper fueron a Belice. Leo la llamó cuando se le ocurrió lo de la boda. Al parecer, tiene un vestido en su colección de primavera que es perfecto para mi hermana. Pero tiene que adaptarlo a su talla. Creo que también se encarga de los vestidos de las damas de honor, ¿no? Annie se encogió de hombros. —Supongo que sí porque Leo me dijo que no nos preocupáramos por eso. Pero, si Joslyn Jones es amiga de Bianca, también irá a la boda, ¿no? —Sí, así es. —Entonces, ¿no podría haber llevado ella misma los vestidos? Era algo que le había sugerido la propia diseñadora, pero él le había dicho que iría personalmente a buscarlos. No quería perder la oportunidad de poder ir a esa gran ciudad con Annie, hacer que pasara unos días inolvidables y, de paso, recordarle la vida excitante y cosmopolita que había llevado antes de casarse. —Su taller está aquí y era más fácil que viniéramos nosotros. —¿Fácil para quién? —Para ella. Y para mí. Annie se echó a reír. —Me encantaría haber escuchado esa conversación. No te imagino hablando de moda con una diseñadora de prestigio. —Bueno, sé más de lo que piensas. Además, para eso estás tú aquí. No soportaba tenerla tan cerca y no tocarla. Agarró el borde de su albornoz y tiró de ella. Rodaron por el colchón hasta que quedó debajo de él. Olía a champú y sabía a pasta de dientes. Su cuerpo no tardó en relajarse mientras la acariciaba. Fue muy complicado apartarse de ella, pero tenía que recordar que no estaba allí solo para una aventura de fin de semana, tenía que mantener en mente el premio final. Buscó su neceser y se metió en el baño. Oyó el comentario de Annie a través de la puerta cerrada.

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—Así que he venido solo para ser una especie de maniquí y que prueben el vestido en mi cuerpo, ¿no? Drew se echó a reír y abrió un poco la puerta para que Annie pudiera oírlo. —Cariño, si eso es lo que piensas, creo que no estoy haciendo bien mi parte del plan.

Drew sabía muy poco de moda y se sorprendió al entrar en el taller de Joslyn Jones. Era un espacio abierto y muy elegante. Era una boutique a la que solo se podía ir con cita previa. Había espejos por todas partes y algunos maniquís con las mejores obras de la diseñadora, unos vestidos muy femeninos fabricados generalmente con tejidos muy ligeros. Le gustaba usar el azul, el verde y el gris pálido. Drew se preguntó si la diseñadora tendría una licencia de piloto, porque era una extraña elección de colores, justo los tres que él solía disfrutar desde las alturas. —Es maravilloso —susurró Annie con nerviosismo mientras miraba a su alrededor—. Tanta belleza… —Y, contigo aquí, más belleza aún. Encajas en un sitio como éste. Annie lo miró como si hubiera perdido la cabeza. —Estoy completamente fuera de lugar. Mira qué aspecto tengo. Y estoy casi segura de que tengo una mancha de mantequilla de cacahuete en la parte de atrás de estos vaqueros. Drew se echó hacia atrás para comprobarlo, pero olvidó lo que estaba buscando cuando vio sus increíbles curvas. Tenía un cuerpo para el pecado y le entraron ganas de acariciarla. Pero no era el lugar adecuado para ello y una joven vestida de gris y azul salió a recibirlos en ese instante. —¿Sois Drew y Annie? —les preguntó con una sonrisa—. Me llamo Tara Kennedy y soy la ayudante de Joslyn. Está terminando un trabajo y no tardará en salir. ¿Os apetece un vaso de vino? ¿Agua? Annie negó con la cabeza y él decidió no tomar nada tampoco. Después de unos segundos de incómodo silencio, Annie se acercó a uno de los maniquís de la tienda. Mostraba una blusa asimétrica en varios tonos de verde y una falda blanca. —Este conjunto es precioso —comentó sin atreverse a tocarlo. Tara sonrió al oír su halago. —Forma parte de la colección de primavera de Joslyn. ¿Te gustaría probarte algo mientras esperáis? Annie se apartó de la ropa.

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—No, gracias. He venido solo para probarme el traje de novia de Bianca. Además, estoy segura de que ni siquiera podría permitirme esta ropa. Tara rio y miró de reojo a Drew. —Joslyn quiere mucho a Bianca y desea que esta experiencia sea también muy especial para ti. Puede que te animes después de probarte el vestido de novia. ¿Queréis sentaros hasta que venga o preferís que os enseñe el taller? Vio que Annie estaba cada vez más nerviosa. No entendía por qué, pero parecía estar incómoda en una boutique tan lujosa como aquélla. A él no se le ocurría una mujer que mereciera más darse un capricho que ella. —Me encantaría ver dónde se hace la ropa —repuso él. —A todo el mundo le gusta verlo —contestó Tara—. Joslyn no suele dejar que la gente entre en su taller, es casi un lugar sagrado para ella. Pero por tu hermana está dispuesta a cualquier cosa. El taller era tan amplio y luminoso como la boutique, pero mucho más activo. El sonido de las máquinas de coser y el vapor de las planchas llenaba el ambiente. Una docena de personas trabajaba al ritmo de una música caribeña e iban de un sitio a otro concentrados en su tarea. Había bastante más color allí que en la otra sala de la boutique. Era como si hubieran entrado dentro de un arco iris. Una mujer afroamericana alta y esbelta se les acercó entonces. Tenía una sonrisa preciosa. Como Tara, también vestía de azul y gris. Imaginó que era el color de la temporada o el uniforme de la marca. —Eres el hermano de Bianca, ¿verdad? Tenéis los mismos ojos —le dijo la mujer mientras se acercaba a ellos con el paso elegante de una bailarina. Después le dio la mano y lo miró con más atención—. No, el color de los tuyos es más parecido al champán y los de Bianca son del color de la miel o del ámbar. Así fue como conocí a tu hermana, ¿lo sabías? Me acerqué a ella en un bar para pedirle que me dejara examinar el color de sus ojos. Drew se quedó sin saber qué responder, pero Annie intervino. —¿Usó ese color en su siguiente colección? Joslyn se echó a reír. Se acercó a Annie y le dio un cariñoso abrazo, como si se conocieran de toda la vida. —A la crítica le encantó esa colección. Si examino los ojos de Drew mientras estáis aquí no te pondrás celosa, ¿verdad? —le preguntó a Annie. A Drew le encantó ver cómo se ruborizaba Annie. —Sus ojos son hipnóticos. Cualquier mujer podría perderse en ellos si no se anda con cuidado —apuntó Joslyn. —Solo son un par de ojos marrones, nada más —repuso él. —Y el resto tampoco está nada mal —insistió la diseñadora—. ¿Nunca has pensando en dedicarte a esto y trabajar como modelo? Estoy pensando en hacer una línea de caballero.

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Drew intentó no echarse a reír. —No es algo que me haya planteado, la verdad. Todos rieron y Joslyn les enseñó los trajes en los que estaba trabajando. Annie parecía estar disfrutando con las explicaciones y lo que estaban viendo. Un cuarto de hora más tarde, apareció Tara con un portatrajes colgado del brazo. —¿Estamos listos para hacer las pruebas del vestido? Annie dejó de sonreír al oírlo. —Las modelos con las que solemos trabajar se cambian en cualquier sitio, pero me imagino que tú preferirás un poco más de intimidad para vestirte, ¿no? —le preguntó Joslyn. Annie asintió con la cabeza y Tara le hizo un gesto para que la siguiera. —Tenemos un probador en la boutique, ven por aquí. —¿Drew? ¿Vienes? —le preguntó Annie al ver que no la seguía. —Sí, dame un minuto. Miró a Joslyn de manera conspiratoria y ella asintió con la cabeza. Annie los miró con suspicacia, pero no le quedó más remedio que irse con Tara. —¿Qué tienes para mí? —le preguntó Drew a la diseñadora en cuanto se quedaron solos. —No me diste muchos detalles cuando me llamaste para confirmar la cita. Solo que querías algo especial para Annie… —Me vale cualquier cosa que haga que se sienta bella. Eso me ayudaría mucho —susurró para que no lo oyera nadie más.

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Capítulo 8 —Es la ropa interior —comentó Tara mientras miraba la silueta de Annie desde distintos ángulos. Annie miró su reflejo en el espejo y frunció el ceño. El vestido no parecía tan bonito en ella como lo había estado en la percha cuando Tara se lo enseñó. Era un maravilloso traje en suave seda con detalles bordados en azul pálido. Se había quedado sin aliento al verlo. Era sencillo, pero muy elegante. Las líneas naturales le recordaron a las olas del mar. Era un vestido que iba a la perfección con la personalidad de Bianca. Lo que no sabía era si conseguirían hacerlo a su medida. —Sí, la ropa interior —repitió Joslyn. —No llevo sujetador —confesó Annie. —Ése es el problema —repuso la diseñadora juntando sus manos con decisión—. Se necesita una lencería con una buena estructura para aguantar el peso del vestido y que la parte superior siente bien. Annie volvió a mirarse en el espejo. —Bianca está más delgada que yo. —No, no es verdad. Come muy bien y tiene un cuerpo musculoso. Además, el vestido está perfecto así. Estás preciosa, pero necesita un poco más de ayuda en los lugares adecuados. Voy a corregir el bajo mientras Tara escoge lo que necesitamos para la prueba. Dos ayudantes más salieron del taller para ayudar a Joslyn, pero Drew seguía sin aparecer. Le daba vergüenza pedirles que fueran a buscarlo. Ya había cumplido con su único cometido, llevarla a la boutique de Joslyn. Imaginó que se habría escapado por la puerta de atrás para ir a tomarse algo a un bar cercano. Además, no estaba segura de querer que la viera vestida de ese modo, con un vestido que no le sentaba demasiado bien y que debía de costar un dineral. Pero pensó que quizá debería verla y darse cuenta de que no era tan delgada ni con un cuerpo tan firme como el de la mayoría de las jóvenes de su edad. Recordó entonces que ya la había visto desnuda y desde varios ángulos distintos. Si eso no había conseguido desanimarlo, el precioso vestido no iba a ayudar tampoco. Joslyn y su equipo de ayudantes ajustaron varias costuras, colocaron alfileres en distintos puntos y la observaron con atención. Reapareció entonces Tara con una caja preciosa en las manos. Llevaba el logotipo de la marca en la parte superior. Cuando la abrió, vio que contenía el corsé más bonito que había visto en su vida y con braguitas a juego. Tara se lo enseñó y no pudo evitar sonrojarse al ver que uno de los ayudantes, un joven, la miraba con una gran sonrisa.

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—Cariño, estamos en Nueva York y en el mundo de la moda. Aquí no vas a encontrar a nadie tímido ni mojigato. —Supongo que yo soy la excepción —repuso Annie. —Bianca me ha hablado mucho de ti. Me dijo que habías viajado por todo el mundo como reportera gráfica —le dijo Joslyn. —Ése es mi pasado. Ahora soy una madre divorciada con dos niños y una vida muy convencional y rutinaria. —No hables así, Annie. En mi tienda, no hay nada rutinario ni convencional —le dijo. Annie sonrió al oírlo y accedió a ponerse la ropa interior mientras los ayudantes devolvían el vestido al taller para comenzar con los arreglos. Tara iba a llevarle además el vestido que Bianca iba a ponerse para la cena de la víspera de la boda. —Va atado a la espalda, así que no hay que hacer ajustes. Os valdrá a las dos —le dijo Tara. Había pensado que esa tarde allí iba a ser más agradable y divertida. Estaba probándose maravillosos diseños en una de las boutiques más prestigiosas de la ciudad. Pero se sentía más perdida y tímida que nunca. A lo que tenía que añadir algún complejo relacionado con su físico. Había sido bastante valiente y directa con Drew en el hotel, pero no se sentía tan segura de sí misma como antes de casarse. Era como si hubiera desaparecido esa mujer fuerte y atrevida. La tigresa volvió a la vida en cuanto se puso la nueva ropa interior. El corsé marcaba su cintura y realzaba sus pechos. Se dio cuenta al mirarse en el espejo que acentuaba cada una de sus curvas. Siempre había pensado que la ropa interior tenía que ser negra o roja para ser sexy, pero ese conjunto, del mismo blanco roto que el vestido de Bianca, resaltaba la tonalidad de su piel e incluso sus ojos verdes. Aún llevaba las sandalias doradas de su futura cuñada y le pareció que tenía un aspecto increíble. Una vez más, lamentó que no estuviera Drew allí para verla. Regresó Tara entonces con un precioso vestido en un amarillo muy pálido. La ayudó a ponérselo y ató los cordones a su espalda. Cuando se giró para mirarse en el espejo, vio que Tara tenía una gran sonrisa en la cara. —Esto es otra cosa, cariño. Así se lleva un vestido —le dijo. No podía creer lo que veía. Tenía las curvas perfectas en los sitios adecuados. Y el color, aunque le quedaría mejor a Bianca que a ella, también le sentaba bien. —Bianca va a estar preciosa —murmuró entonces. —Tú estás preciosa. Esa vez, no fue Tara la que la piropeó, sino Drew. Annie se dio la vuelta y vio que estaba sentado frente al probador, en un cómodo sillón. Fue hacia él moviendo las caderas como hacían las

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modelos sobre la pasarela. Le pareció que había algo muy oscuro e intenso en su mirada. Ya había visto deseo en sus ojos unas horas antes, en el hotel, pero no era nada comparado con lo que veía en esos instantes. Le dio la impresión de que, si no hubieran estado en una sala con ventanas y rodeados de desconocidos, le habría arrancado el vestido en cuestión de segundos. Se sintió muy poderosa. —Tu hermana va a estar guapísima con este vestido, ¿no te parece? — le preguntó mientras giraba sobre sus tacones. Vio cómo Drew tragaba saliva. —No estoy pensando ahora mismo en mi hermana —le confesó él. Tara se echó a reír. Después, le comentó que los vestidos de las damas de honor eran muy parecidos pero en un color verde musgo que iba a ir muy bien con sus ojos y su cabello. Oyó lo que le decía sin entenderlo todo; solo tenía ojos para él. Drew se fijó entonces en el perchero lleno de trajes que Tara había sacado del taller. —¿Qué más va a necesitar mi hermana después de la boda? —le preguntó. Tara le mostró un bonito vestido muy veraniego, un traje de chaqueta y pantalón y dos bañadores muy sexys. Se lo contó mientras entraba con la ropa en el probador para que se la pusiera Annie. Antes de que ella pudiera seguirla, Drew la agarró de la muñeca. —No te quites la ropa interior —le susurró. Annie se estremeció al oír sus palabras. —No te excitará la ropa interior de tu hermana, ¿verdad? Es un poco raro. —La suya ya está en una caja en el taller, lista para que la llevemos de vuelta a Tampa. He comprado este conjunto para ti. Lo miró con la boca abierta. Drew no le había soltado aún la mano y tenía una pecaminosa sonrisa en el rostro. —¿Es para mí? —Y también un traje para esta noche. —¿Para esta noche? —repitió ella. No le dijo nada más, pero le encantó que la hubiera sorprendido así. Era un hombre que no dejaba de asombrarla. Se había hecho una imagen de él que no tenía nada que ver con la realidad. Era joven de edad, pero experimentado y sabio en sus acciones. Imaginó que habría seducido a muchas mujeres en sus vidas anteriores y se había reencarnado en un joven que sabía exactamente cómo hacer que se sintiera especial.

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El resto de la tarde pasó deprisa. Se probó la ropa que iban a comprarle a Bianca. Solo se quitó el corsé para probarse los bañadores, que consiguieron dejar a Drew sin palabras. Se dio cuenta de que su cuerpo no estaba tan mal y empezó a verse con nuevos ojos y menos complejos. No paraba en todo el día, llevaba una vida muy activa e incluso solía correr unos cuantos kilómetros cada dos días, cuando su padre iba a casa para hacerles el desayuno a sus nietos. Se dio cuenta de que, con la ropa adecuada, estaba muy atractiva. Y con un hombre como Drew admirándola, se sentía más bella aún. Una hora más tarde, estaba a punto de ponerse su ropa cuando Tara llamó a la puerta. —¿No hemos terminado ya? —preguntó confusa al ver que le entregaba una bolsa. —Con la ropa de Bianca sí, pero esto es para ti. Abrió la puerta para mirar a Drew, pero ya no estaba en el sillón. —¿Me lo ha comprado Drew? Tara sonrió. —Es de la colección prét-â-porter que Joslyn va a vender en los grandes almacenes. Dentro de la bolsa encontró un bonito sujetador verde pálido con braguitas a juego, una falda blanca bastante corta y una blusa de seda de color turquesa. También le entregaron dos cajas de zapatos. Una con los zapatos dorados para la boda y otra con unas sandalias a juego con la blusa. Se puso el conjunto rápidamente y sonrió al verse en el espejo. —Es maravilloso… —Se lo diré a Joslyn —repuso Tara. —Y dale también las gracias, por favor. Tara la abrazó con cariño. —De nada. Está al teléfono y no puede venir, pero me ha dicho que ya os verá en la boda. Recogió sus cosas y se despidió. Se sintió muy elegante al salir de la boutique vestida así y con las bolsas en la mano. Se quedó sin respiración al ver a Drew esperándola apoyado en una limusina negra. Silbó al verla, y Annie no pudo evitar sonreír mientras se acercaba a él. A cada paso, iba recuperando a la mujer fuerte y segura que había sido, la misma que había viajado por todos los rincones de la Tierra y a la que habían publicado fotografías en revistas tan importantes como National Geographic y The New Yorker. Nunca había sido muy seguidora de la moda, se conformaba con vaqueros y camisetas, pero acababa de darse cuenta de que, a su edad, debía empezar a elegir su aspecto con cuidado. Y no para ganarse los halagos de Drew ni de ningún otro hombre, sino por ella misma.

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—¿Para qué has alquilado el coche? —le preguntó con voz seductora. Drew se mordió el labio inferior y metió las manos en los bolsillos, como si tuviera que hacerlo para controlarse y no abrazarla en medio de la acera. —Para poder movernos por la ciudad con comodidad —repuso. Annie le entregó las bolsas al chófer y entró en la limusina. El interior, con asientos de piel negra y luces de neón, era tan decadente como en sus fantasías. En otro momento de su vida, le habría parecido excesivo y de poco gusto, pero ese día se sentía distinta y le pareció de lo más excitante. Aunque no le había contado que soñaba con poder hacer el amor en el interior de una limusina, Drew parecía haberlo adivinado. De un modo u otro, quería que su sueño se hiciera realidad. Después de todo, estaba en Nueva York para eso.

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Capítulo 9 Drew no pudo contener una exclamación de sorpresa en cuanto la limusina se puso en marcha y Annie se sentó en su regazo y comenzó a desabrocharle los pantalones. —¿Adónde vamos? —susurró ella. Tuvo que cerrar los ojos para concentrarse en la respuesta mientras ella besaba y lamía su cuello. —A… A un spa —repuso con la voz entrecortada. Annie le sacó la camiseta de los pantalones y comenzó a quitársela. —Dile al chófer que no tenemos prisa, que se tome su tiempo. Drew hizo lo que Annie le ordenaba. Le dijo que no debían llegar al centro de belleza hasta media hora más tarde. Se lo pensó mejor y le pidió que les diera cuarenta y cinco minutos. Mientras tanto, Annie ya se había quitado su blusa de seda y la falda. Sin decir nada, le quitó la ropa y le hizo un gesto para que separara las piernas. Sus intenciones eran muy claras y atrevidas, pero maravillosas al mismo tiempo. Drew no se atrevió a moverse, sobre todo cuando vio que Annie se ponía de rodillas y tomaba su pene entre las manos. —Tiene usted un instrumento impresionante, señor —susurró ella. Tragó saliva antes de contestar, sin saber si iba a ser capaz de pronunciar palabras. —Es mucho mejor si se sabe tocar bien, depende del músico… Annie acarició la base con sus dedos. —No soy ninguna virtuosa —le dijo con una pícara sonrisa. —Pues estás tocando mi canción favorita y lo estás haciendo muy bien —repuso poco después. —No sé, no sé… —comentó Annie—. Creo que esta canción necesita más talento vocal… Cuando sintió que lo tomaba en su boca, estuvo a punto de volverse loco. Agarró su pelo con fuerza. Era tan increíble sentir su cabello sedoso como lo que le estaba haciendo ella. Lamía y succionaba en los momentos adecuados, torturándolo con la lengua, los labios y sus dientes. Estaba seguro de que no iba a durar mucho tiempo así, pero entonces Annie sujetó con fuerza la base de su pene, impidiendo que alcanzara el clímax. —¿Qué-qué haces? —tartamudeó sin aliento. Annie se pasó la lengua por los labios. Parecía muy satisfecha. Drew pensó que le gustaba sentirse poderosa y eso hizo que él se sintiera aún

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más excitado. Su dulce Annie había resultado tener un lado oscuro y perverso que nunca podría haber imaginado. —Empiezo a aprender lo que te gusta —repuso ella—. Estás tan bien dotado… No sabes lo húmeda que estoy. Me basta con imaginar tenerte de nuevo dentro para excitarme. Nunca me había pasado. Esta vez, voy a estar encima de ti y voy a montarte hasta que los dos lleguemos al orgasmo. E hizo lo que le había prometido. Sacó un preservativo de la nada, uno con sabor a fresa, y se lo colocó. Volvió a dedicarle atención con la boca y jugó con él hasta que estuvo a punto de alcanzar el clímax. Se detuvo entonces, se quitó el tanga y se sentó a horcajadas sobre su regazo. Estaba caliente y húmeda, parecía insaciable. Drew le bajó con las manos el sujetador y le mordió sin piedad los pezones. Annie gritó de placer e incrementó el ritmo de sus caderas hasta perder el control. Él no tardó en conseguir un orgasmo y ella lo siguió segundos después. —Dios mío… —balbuceó Drew cuando pudo por fin hablar. Annie apoyó la frente en su hombro. Seguía jadeando. Cuando se normalizó su respiración, lo miró a los ojos mientras se apartaba el pelo de la cara. —No te habré agotado, ¿verdad? —le dijo. —¿Qué dices? Como sigues recordándome continuamente, soy un hombre joven. Necesito algo más que una vaquera como tú para quedarme sin fuerzas. Annie se echó a reír. Después, lo besó y mordisqueó sus labios. —Pareces muy seguro de ti mismo, ¿quieres apostar? —Si lo que quieres es jugar, cuenta conmigo. —Perfecto —repuso ella entre beso y beso—. Pero debes saber que siempre juego para ganar. Durante el resto del día, Drew trató de retomar las riendas y ser él quien tratara de seducir a Annie Rush y no al contrario. Pero le estaba costando superar lo que había hecho ella en la limusina. Cuando llegaron al spa, fueron directamente a la peluquería. A ella le añadieron más capas a su corte de pelo mientras él se cortaba el cabello. Después, les hicieron la manicura, la pedicura y una limpieza facial. Terminaron la sesión recibiendo un masaje en pareja en una habitación aromatizada con eucalipto y un baño en una piscina de hidromasaje. Allí tuvieron que controlarse porque estaba estrictamente prohibido hacer el amor en el spa. Volvieron al hotel, se ducharon juntos y se cambiaron de ropa. Comieron pizza en un restaurante italiano y fueron hasta el Soho para ver una exposición en una galería de arte. Un antiguo colega de Annie exponía sus fotografías.

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Ella no dejó de explicarle cada una de ellas mientras estuvieron allí, hablándole de las distintas técnicas, el uso de la luz y el estilo de cada imagen. A lo mejor se lo estaba imaginando, pero le pareció que, cuando salieron de la galería, Annie apretaba con un poco más de fuerza su mano mientras paseaban por las calles. Volvieron al hotel e hicieron el amor más lenta y tiernamente. Se quedaron dormidos abrazados. A la mañana siguiente, la despertó para pedirle que se vistiera. Tenía preparado otro fabuloso día en Nueva York. Pasaron el día como dos turistas. Visitaron museos y tiendas, tomaron un ferry que los acercó hasta la Estatua de la Libertad y se perdieron entre la multitud de una de las plazas más famosas de la ciudad, Times Square. Esa noche, cenaron en un romántico restaurante francés recomendado por algunos neoyorquinos que Drew conocía. Comieron y bebieron más de la cuenta. Después, volvieron dando un largo paseo hasta el hotel. Hablaron de sus vidas y de sus amores pasados. —Me cuesta creer que hayas organizado todo esto —le dijo ella mientras agarraba su brazo y apoyaba la cabeza en su hombro. Drew inhaló su dulce aroma y le dio un beso. —Me alegra que lo hayas pasado bien. Annie se echó a reír. —Ha sido más que eso, Drew. Creo que has satisfecho todas mis fantasías. Rodeó su cintura con el brazo y la atrajo hacia su cuerpo. Estaban bajo una farola. Había poca gente en la acera, pero no estaban solos. Notó que algunos viandantes tenían que modificar su dirección para evitarlos, pero no le importó. Tenía que decirle en ese momento lo que sentía. —Annie, movería cielo y tierra por ti. Ella seguía sonriendo, pero sabía que no lo creía del todo. —Has hecho por mí mucho más de lo que crees. —¿Pero lo suficiente para que lo nuestro vaya más allá de este fin de semana? Notó que su sonrisa se enfriaba, y ésa fue su respuesta. Cuando llegaron a un cruce de calles, Drew paró un taxi. Se metieron en el asiento de atrás y fueron con las manos unidas y en silencio hasta el hotel. No podía dejar de pensar en todo lo que habían compartido durante esos dos días y, sobre todo, en lo que no habían compartido. Para poder cumplir con el horario de la boda, tenían que salir de Nueva York a la mañana siguiente. Solo tenía unas horas para convencerla de que debían estar juntos, a la vista de todos y, si tenía suerte, para siempre.

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—Deja que lleve alguna bolsa —le dijo ella señalando las cosas que habían comprado durante el día. —No, no hace falta. ¿Por qué no subes a la habitación? Yo tengo que hablar con alguien en recepción y asegurarme de que hayan cancelado tu habitación, tal y como les dije. Afortunadamente, Annie hizo lo que le pedía. Necesitaba unos minutos para pensar. Creía que esa noche era su última oportunidad. Después de comprobar que no le iban a cobrar dos habitaciones sino una, entró en la tienda de regalos con la esperanza de encontrar algo que lo inspirara. Y también necesitaba más tiempo. Fue hasta el mostrador donde tenían las joyas y tuvo entonces una idea. Durante los dos últimos días, había tratado de recordarle a Annie la mujer que había sido, aventurera, valiente y sexy. Si quería que ella se diera cuenta de que podía ser parte de su nueva vida, tenía que demostrarle que también apreciaba a la mujer que era en el presente. La mujer que siempre iba a ser. Tardó algún tiempo en elegir los regalos más adecuados y le pidió a la dependienta que los envolviera individualmente. Cuando subió a la habitación, se dio cuenta de que Annie estaba en el baño y que tenía el grifo del lavabo abierto. —¿Annie? —la llamó mientras golpeaba la puerta con los nudillos. —Hola, Drew —repuso Annie abriendo un poco la puerta. Tenía los ojos hinchados y rojos, como si hubiera estado llorando. —¿Estás bien? —Acabo de llamar a los niños —le dijo con una sonrisa. —¿Ha pasado algo? —No, no. Están bien. Se lo están pasando fenomenal con sus abuelos. Imaginó que los echaría mucho de menos. Después de oírla hablar de ellos durante el día, hasta él tenía ganas de verlos. La idea de convertirse algún día en su padrastro le iba gustando más y más. Agarró con fuerza la bolsa con los regalos que acababa de comprar. Era su última oportunidad. Después de esa noche, la suerte estaría echada. —Bueno, ¿qué te parece si pido que nos suban una botella de vino mientras tú terminas en el baño? —¿Después de las dos botellas que nos hemos bebido en el restaurante quieres más? —¿Qué te parece entonces un poco de coñac? —¿Estás intentando emborracharme? —Solo si así tengo suerte esta noche —contestó él.

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—Ya sabes que no necesitas alcohol para conseguirlo… —le aseguró ella con una sonrisa de verdad. —Entonces, beberemos para celebrar que ha sido un día estupendo. El servicio de habitaciones les subió poco después una botella de Armagnac, su coñac favorito, dos copas y un plato con frutas escarchadas. Drew se quitó toda la ropa menos el bóxer y se sentó con el coñac y la fruta en la cama. Bajó las luces un poco y puso una música suave. Cuando Annie salió por fin del baño, llevaba el maravilloso conjunto de corsé y braguitas que le había comprado. Su cuerpo reaccionó en cuestión de segundos. Ella fue hasta la cama y se tumbó boca abajo. Ver las curvas de sus nalgas estuvo a punto de hacerle olvidar lo que tenía en mente y le dio un buen trago al coñac para tratar de controlarse. —Estuviste mucho tiempo abajo —le dijo Annie. Tomó otro sorbo de coñac antes de contestar. —Tenía pendientes algunas compras de última hora. Annie se movió para ponerse más cómoda y a Drew se le hizo la boca agua. En la nueva posición, tenía mejor vista de su escote y no se le pasó por alto que las areolas de sus pezones asomaban por encima del corsé. Vio cómo tomaba un trocito de pera escarchada y se lo llevaba lentamente a la boca, saboreándolo con deleite y con los ojos cerrados. Después, bebió un poco de coñac. —Me estás matando —le confesó él. Annie abrió los ojos y lo miró. —Después de todo lo que has hecho por mí este fin de semana, debo pagarte de alguna manera. Has hecho que me sintiera muy sexy y deseada. —Ésa era la intención. —Pues has triunfado. Parece que siempre consigues lo que quieres. —Eso espero —reconoció él mientras sacaba de la bolsa cinco pequeños paquetes y los dejaba sobre la cama. Annie los miró atónita. —¿Más regalos? —No es nada caro —le aseguró él—. Solo un recuerdo sin importancia, para que pienses en mí. —¿Un recuerdo sin importancia? —repitió Annie con incredulidad. —Sí —le dijo mientras le entregaba uno de los paquetes—. Abre éste primero. Era una caja larga que contenía una sencilla pulsera de plata. Drew se la colocó y no pudo resistir la tentación de llevar su brazo a la boca y besarla en la muñeca. Olía a su delicioso perfume. Le encantaba. Creía que podría perderse en ese aroma durante el resto de su vida.

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Si ella se lo permitía. Annie echó el momento a perder levantando otra de las cajas. La abrió y vio que era un colgante para la pulsera. Era un minúsculo guante de béisbol de plata. —Éste representa a Andy. Sé que le gusta mucho jugar, y este guante, que es más largo, le sirve aunque sea zurdo. Annie dejó la copa y se incorporó. —¿Cómo sabes que es zurdo? No te lo he dicho —repuso sin entender nada. —No, pero me di cuenta. —¿Cuándo? —Jugamos un rato el año pasado, durante la mudanza. Es muy bueno. Tiene mucha fuerza en el brazo para su edad, me extraña que no prefiera la posición de lanzador —le dijo mientras le entregaba otra cajita—. Toma, éste es para Will. Annie abrió la caja y se quedó atónita al ver lo que era. —¡Es un yoyó! Will, aunque solo tenía siete años, era un prodigio con el yoyó. Drew recordaba haberlo visto jugar con uno durante horas. Le gustaban los juguetes antiguos y tenía una colección de yoyos muy amplia que él lo había ayudado a guardar en cajas para la mudanza. Annie lo miró con lágrimas en los ojos. —Se gasta todo el dinero que les doy los fines de semana en yoyos. Drew, es un detalle increíble. Estoy impresionada. —Sé que quieres mucho a tus hijos, Annie, y que son importantísimos para ti. Pero también quiero que recuerdes que hay otras cosas en tu vida que también son importantes —le dijo mientras le entregaba otra cajita más —. O que al menos deberían serlo. Ella frunció el ceño y Drew pensó que ya había adivinado lo que había dentro, una cámara de fotos en miniatura. No había sido muy original, pero al menos era una referencia clara en su vida. Esperaba que Annie viera con la misma claridad que la quería y adoraba, que estaba deseando poder tener un futuro con ella. —Es una cámara. —Deberías volver a hacer fotos —le dijo él. —Ya lo hago. —¿Qué? Annie se echó a reír. —Drew Brighton, creías que lo sabías todo sobre mí, ¿verdad? —Supongo que no era así. ¿Por qué decidiste empezar de nuevo?

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Se encogió de hombros, como si no le diera mucha importancia y fuera solo algo pasajero, una afición más. —Los niños pasan cada vez más tiempo en el colegio y tenía que buscarme un trabajo para poder pagar las facturas. He vendido algunas fotos a revistas locales. También he mandado otras a publicaciones nacionales de poca tirada, pero aún no me han contestado. No es nada del otro mundo, pero la tecnología ha cambiado mucho en estos años y me he dado cuenta de que estoy desarrollando un nuevo estilo. —Sé que te irá fenomenal —le aseguró con sinceridad. —Solo hace un par de meses que saqué de nuevo mi vieja cámara, pero me ha encantado sentirla de nuevo en mi mano. Era muy buena, ¿sabes? —Sí, claro que lo sé —repuso riendo—. Y yo que esperaba que este pequeño colgante te inspirara para que volvieras a hacer fotos… —No puedo viajar como lo hacía antes. Mi vida es muy distinta. —Seguro que a los niños les encantaría ir contigo. Tienen vacaciones de vez en cuando y cuentas con un piloto a tu disposición —le dijo Drew—. Lo que me recuerda que aún no has abierto el último paquete. El colgante de la cámara no había sido una gran sorpresa, pero el diminuto avión de plata consiguió que Annie sonriera de nuevo. —¿Para qué no me olvide de este viaje? —le preguntó. —Esto no es solo un viaje —insistió él mientras apartaba la caja y la abrazaba. —Es una fantasía —repuso Annie mientras besaba su cuello. Los besos estaban consiguiendo distraerlo, pero no lo podía permitir. La deseaba como nunca, pero solo le quedaban unas doce horas antes de volver a Florida. Y, cuando lo hicieran, estarían inmersos en los últimos preparativos de la boda y sin tiempo para nada. Tenía que poner las cartas sobre la mesa y rezar para que todo saliera como deseaba. —No es una fantasía —le dijo con seriedad—. Estoy enamorado de ti, Annie. Lo he estado desde siempre. Esa vez, no le gusto que Annie se echara a reír. No cuando acababa de abrirle su corazón. Se sentía muy vulnerable. Se apartó de ella. No lo hizo con brusquedad, pero Annie se dio cuenta. —Drew, no puedes estar hablando en serio… —¿Por qué no? ¿Porque eres vieja? Annie se puso deprisa en pie. —¡No soy vieja! —Ya era hora de que lo reconocieras. Y, para que quede claro de una vez por todas, yo no soy tan joven. —Eso es discutible.

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—Muy bien, discutámoslo —la retó él. Estaba harto de intentar seducirla para que se diera cuenta de que sus sentimientos por ella eran reales. A lo mejor necesitaba ver lo peor de él antes de darse cuenta de que era el hombre de su vida. —No, no quiero discutir contigo —repuso Annie. —De acuerdo, no lo hagas. —¡No sé qué quieres de mí! —protestó con los brazos en jarras. Drew se pasó las manos por el pelo antes de contestarle. —La respuesta es sencilla. Quiero el resto de tu vida.

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Capítulo 10 Annie se dio cuenta de repente de lo que llevaba puesto y de la postura que había adoptado. Imaginó que estaría ridícula. Llevaba la lencería más sexy del mundo mientras se peleaba con un hombre guapo, encantador y atento porque se había atrevido a decirle que quería pasar con ella el resto de su vida. Se preguntó por qué estaba tan enfadada. No porque ella no lo quisiera; cualquier mujer habría estado encantada de tener a su lado a un hombre como él. Era sexy, considerado, romántico y tenía estabilidad económica. Además, era paciente y, según le había confesado, había esperado durante años para conseguirla. Pero no se imaginaba a los dos juntos, no más allá de ese fin de semana en Nueva York. Una cosa era tener una aventura con él, pero una relación… Tenía la garganta seca. Se dio la vuelta para ir al baño a beber agua, pero Drew se levantó deprisa y se lo impidió. —Quiero estar contigo, Annie. Intentó zafarse, pero tropezó con una de las patas de la cama y habría estado a punto de caerse si Drew no la hubiera sujetado. —¡Deja de hacer eso! —¿El qué? ¿Impedir que te caigas? —No quiero que me rescates. No soy una dama en apuros que necesite un príncipe azul que la lleve en su caballo hasta el castillo. No necesitaba el avión, Nueva York, los vestidos nuevos ni que me hicieras sentir como… Como… «¿Como una mujer?», pensó entonces. Drew la soltó y se cruzó de brazos. —No intentaba rescatarte, sino seducirte. —Pues lo has conseguido —repuso ella malhumorada mientras se recolocaba el corsé—. ¿Estás contento? —No tanto como podría estarlo. Annie miró hacia el armario. Necesitaba el albornoz, pero recordó que estaba en el baño. A pesar de su semidesnudez, estaba dispuesta a dejarle las cosas claras y convencerlo de que no podía haber nada entre ellos. Sin embargo, una voz en su interior le recordaba que era posible. Ya había superado el divorcio. Pero las cosas que más le habían atraído de su exmarido habían sido las mismas que habían hecho fracasar su matrimonio. Temía que le pasara lo mismo con Drew. No se veía capaz de superar otro fracaso sentimental y le preocupaban sobre todo sus niños.

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No podía arriesgar tanto. —No puedo darte nada más de lo que te he dado —le dijo con emoción en la voz. —Eso es mentira —replicó Drew con una sonrisa. No entendía que se riera de ella. Estaba hablándole en serio. —No estoy preparada para otra relación. Se dio cuenta de que a sus palabras le faltaban convicción. Ella misma se daba cuenta. —¿Por qué? ¿Porque tu ex te rompió el corazón? —No, eso ya está más que olvidado. Trató de apartarse de nuevo y Drew sujetó con delicadez su brazo. —Lo has olvidado a él, pero temes que se repita la historia, ¿verdad? Tu exmarido fue un imbécil. Eres una mujer increíble, Annie. Yo nunca podría ignorarte a ti ni a tus hijos, seríamos una familia. Y, de noche, seríamos tú y yo, una pareja apasionada y enamorada. Annie, te lo prometo. Voy a cuidar de ti. Se le hizo un nudo en la garganta. Vio una increíble sinceridad en sus ojos, algo que no había visto nunca. Se dio cuenta de que podría llenar decenas de carretes de fotografías con las expresiones de ese hombre, con todo lo que no sabía de él. Pero lo que conocía tenía mucho más valor. La deseaba como no la habían deseado nunca. Hacía que se sintiera muy especial. —No necesito a alguien que cuide de mí —le dijo. —No me refería a tus necesidades —repuso Drew mientas acariciaba con un dedo su brazo—. Sino de lo que de verdad quieres. Nunca hablas de eso. Tienes las necesidades cubiertas, unos hijos estupendos y una familia que te respalda. Pronto pondrás de nuevo tu carrera en marcha. ¿Pero es todo eso suficiente? ¿Quieres pasar el resto de tu vida sin nadie a tu lado con quien compartirla? —No, siempre he creído que volvería a encontrar algún día a un compañero —reconoció ella—. Algún día… Drew se acercó más a ella. Le habría resultado muy fácil apoyar la cabeza en su torso y dejar que la abrazara, perderse en él, sentir su amor. Pero ésa era una palabra en la que ni siquiera se atrevía a pensar. —¿Algún día? ¿Por qué no puede ser hoy mismo? —susurró Drew—. Y no digas nada de mi edad. Sabes que eso no es excusa. Tengo todo lo que puede tener un hombre diez años mayor que yo. Ese hombre no puede darte más de lo que yo te ofrezco. Te doy mi corazón, Annie, mi alma. Ningún otro hombre podría darte más. Le temblaron los labios al oírlo. Le entraron ganas de llorar. No entendía por qué sentía que debía resistirse y rechazar todo lo que le ofrecía.

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Creía que era más fuerte que él, que lograría convencerlo y… Y quedarse tan sola como estaba. Llegó hasta el baño entre lágrimas y sollozos. Se detuvo un segundo para recuperar el aliento y Drew la abrazó por la cintura. —Tengo miedo —dijo poco después ella. Drew le daba miedo. Lo que le ofrecía estaba tan lleno de verdad y era tan real que la había dejado sin aliento. Nunca había sentido nada tan fuerte. —No voy a hacerte daño —le prometió Drew—. Te quiero. Quiero también a tus hijos, incluso a tu familia. Que también será mi familia en cuanto se casen nuestros hermanos. Dame una oportunidad, Annie. Dale una oportunidad a lo nuestro. —Sí, vamos a ser familia —repuso ella con cierta dificultad—. Pase lo que pase con nosotros, siempre vamos a tener esa conexión. Drew enterró la cara en su pelo y la abrazó con más fuerza aún. —Eso lo sé, pero tengo mucha fe en nosotros. Va a ser maravilloso. Lo sé, por eso llevo tanto tiempo esperando esta oportunidad. Él le secó las lágrimas con una toalla. Había tanto amor y fe en sus ojos que Annie olvidó las pocas dudas que le quedaban ya. No tenía fuerzas para seguir resistiéndose, ni razones para hacerlo. Drew era todo lo que siempre había querido en el hombre que había temido que no existiera. —No puedo creerlo… —le confesó entonces. Drew se echó a reír. —¿Qué es lo que no puedes creer? —¡Que me esté enamorando de ti, tonto! Él rio con más fuerza al oírlo. La abrazó con emoción. —¿Yo soy el tonto? ¡Tú eres la que se ha negado a asumir lo que pasaba! Te quiero, Annie. Llevo amándote demasiado tiempo como para temer que mis sentimientos lleguen alguna vez a cambiar. Annie enterró los dedos en su pelo. —¿Y si no soy como me has imaginado? —Imposible. Te he visto en los buenos momentos y también en los malos. Cuando tuviste que salir de tu casa, comenzar de nuevo, tratar de controlar un dolor que nunca tendrás que volver a sentir. La besó entonces apasionadamente, y Annie supo que había tomado la decisión adecuada. Tenía que estar con él, tenía que ser suyo para siempre y darle una segunda oportunidad al amor. —Esto es una locura —murmuró algún tiempo después. —Necesitas más locura en tu vida —repuso Drew—. Te quiero y te deseo, Annie. No sé qué más puedo hacer para convencerte.

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A Annie no se le ocurría tampoco nada. Lo había hecho ya todo por ella. O casi todo. —Bueno, podrías llevarme de vuelta a la cama…

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Tercera parte: Noche de bodas Capítulo 1 —¿Tienes algún plan para el fin de semana? Mallory se dio la vuelta fingiendo que tenía que buscar un archivador. No quería que Bianca viera su expresión. Se dio cuenta de que no había sido buena idea hablar con ella por videoconferencia. Pero lo cierto era que llevaba toda la semana distraída y usando muy poco su sentido común. Para empezar, no se le había ocurrido ningún plan para conseguir que Brock Arsenal, la estrella del rock, actuara en la boda de Bianca y solo quedaban tres días para el gran día. Se le había ocurrido llamar a la futura novia y le estaba costando actuar con normalidad y no desvelar nada. Para colmo de males, y aún no entendía cómo había pasado, había accedido a pasar el fin de semana con Ajay Singh. —La verdad es que sí —respondió algún tiempo después. No había cumplido los treinta y dos sin conocer bien sus puntos fuertes y sus debilidades. Durante toda su vida, había tenido que luchar contra una fobia a las multitudes y eso la había convertido en una persona bastante solitaria. Hablaba más de seis idiomas con cierta fluidez y se sentía cómoda en cualquier parte del mundo. Pero, para poder evitar al que había sido su prometido, llevaba algún tiempo viviendo en la ciudad de Bianca, Tampa, y desde allí trabajaba. De todas sus debilidades, recordó en ese instante que mentir era su talón de Aquiles. Sobre todo cuando tenía que engañar a Bianca, que parecía tener facilidad para notar ese tipo de cosas. Decidió que lo mejor que podía hacer era probar con una verdad a medias. Bianca sonrió al oírlo. Imaginó que le gustó saber que iba a salir de su escondite por fin. —¡Tienes planes! —gritó su amiga, entusiasmada—. ¿Cómo se llama? Apretó los labios antes de contestar. No sabía si se iba a atrever a decirlo en voz alta. Ésa era la parte más dura. —Ajay Singh. Bianca abrió la boca, parecía estar atónita. —¿Qué? ¡No, no puedes hacer eso! Lo último que necesitaba era que Bianca la regañara por lo que había sido una decisión muy difícil de tomar. Menos aún, cuando lo estaba haciendo por el bien de su amiga y empleada, aunque ella no pudiera saberlo. —Es el jefe de Cooper y uno de mis clientes más importantes. Me ha invitado, Bianca. Quiere que pase el fin de semana con él.

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—¿El fin de semana? —repitió Bianca casi gritando. —Bueno… Intentó pensar en una explicación creíble sin contarle más de la cuenta. —¿El fin de semana entero? —insistió Bianca—. ¿Estás segura? Eso no parece propio de Ajay. Mallory trató de quitarle importancia al asunto. —Necesita ayuda con la traducción de un proyecto en el que está trabajando, no es nada del otro mundo. Pero sí lo era. Acababa de mentir a su amiga. Le costaba hablar de ello porque aún no había terminado de aceptar la decisión que había tomado: iba a seducir a ese hombre. Tomó la decisión la segunda vez que lo sorprendió observándola el martes por la noche, durante la cena en la pizzería. Había algo hipnótico en sus ojos verdes. Bianca se acercó más a la pantalla de su portátil y miró a derecha e izquierda instintivamente, como si quisiera asegurarse de que nadie podía escuchar su conversación. Mallory sabía que Cooper y ella iban a salir hacia Florida esa misma tarde desde Costa Rica, pero vio que aún seguían en el apartamento que habían alquilado en San José. —Si Ajay le ha pedido a una mujer que pase más de veinticuatro horas con él, es que es importante —la avisó Bianca—. Le encanta jugar, Mallory. Lo quiero mucho, pero hace ocho años que lo conozco y es un mujeriego. En todo ese tiempo, nunca ha pasado más de una noche con la misma mujer. Cuando viajamos con él a Montecarlo, lo acompañaba una joven en el vuelo de ida y otra distinta en el de vuelta. Tragó saliva al oírlo. No estaba consiguiendo desanimarla. No le extrañaba que Bianca, como amiga suya, tratara de ayudarla. Pero para ella era todo lo contrario, lo que eran defectos para alguien como Bianca, una mujer que le daba mucho valor a la lealtad, era lo que más le gustaba de Ajay. Creía que era el hombre perfecto para ella. Trataba aún de superar el fin de una larga relación. Había sido muy doloroso que su prometido hiciera público en la prensa que se iba a casar con otra mujer antes de comentárselo a ella, la principal interesada. Sabía que con Ajay no corría ese peligro y por eso lo había elegido para tratar de curar sus heridas. Habían pasado seis meses desde que Carlo la traicionara de manera tan pública, pero aún le dolía. Poco importaba la imagen que el espejo le devolviera cada mañana o lo que le decía su pequeño y selecto grupo de amigos, se sentía la mujer menos deseable del universo. Pero Ajay siempre había hecho que se sintiera bella. Coqueteaba sin parar con ella y, siempre que se veían, conseguía seducirla con sus muchos encantos y atenciones.

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Cuando lo vio la otra noche en la pizzería, Ajay había intentado conquistarla con la mirada. Pero se había sentido tan nerviosa e incómoda al estar en un restaurante pequeño y lleno de gente que su ansiedad le había impedido responderle siquiera con una sonrisa. Estaba harta de arrastrar toda una vida de arrepentimientos y oportunidades perdidas. Había perdido demasiado tiempo con Carlo y necesitaba algo o alguien que le devolviera la fe en sí misma y un poco de seguridad. Necesitaba un hombre que, aunque solo fuera de manera temporal, la hiciera sentir deseable de nuevo. Creía que después podría seguir con su vida. Pensaba aprovechar ese fin de semana y disfrutar al máximo sin pensar en las consecuencias con un hombre que tenía fama de ser un gran amante. Miró a Bianca fingiendo frustración. —A Ajay solo le intereso por temas profesionales, no hay nada más — insistió—. Hace mucho tiempo que nos conocemos y nunca ha intentado nada conmigo. ¿Por qué crees que este fin de semana iba a ser distinto? «Porque esta vez voy a ser yo la que lleve la iniciativa», se dijo. —Ajay no trata de seducir a mujeres que están con otro hombre. Hasta hace seis meses, estabas con Carlo —le recordó Bianca. Sabía lo que su amiga quería oír: que le dejara claro que, aunque ya no estaba con el hombre con el que había estado comprometida durante tres largos años, no pensaba tener nada con Ajay. —Ya soy mayorcita, Bianca. Sé lo que hago. —¿Con qué proyecto quiere que lo ayudes? —preguntó Bianca con suspicacia—. Podría pedirle a Cooper que lo llamara para que le diera más detalles y… —No necesito más información de la que tengo. Solo quiero salir de este piso. Bianca la miró con el ceño fruncido. A Mallory no le gustaba tener que hacerle chantaje emocional y odiaba que la compadecieran, pero era la única manera que se le ocurrió de evitar que su amiga siguiera haciéndole preguntas incómodas. Leo les había prohibido que hablaran con Bianca o Cooper antes de que llegaran a Florida, pero su empleada acababa de terminar el proyecto en el que había estado ocupada durante semanas en Costa Rica y habría sido sospechoso que no la llamara para hablar con ella de ese trabajo. —Cooper y yo llegaremos mañana —le recordó Bianca—. Podríamos hacer algo divertido este fin de semana, si te apetece. ¿Qué te parece si vamos hasta Captiva? —Gracias, Bianca, pero tienes que pasar tiempo con tu familia. Mientras tanto, trataré de concentrarme en conseguir que uno de mis clientes más importantes esté satisfecho con mi trabajo.

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Y esperaba que ella también lo estuviera después de ese fin de semana. —Mallory, ten cuidado. Aún no has superado lo de Carlo y estás en una posición vulnerable. Ajay no suele aprovecharse de mujeres indefensas, pero siempre le has gustado y… —¡Yo no soy una mujer indefensa! —protestó—. Es verdad que habría preferido que las cosas terminaran de otro modo con Carlo y que se hubiera atrevido a romper conmigo antes de anunciarle a la prensa italiana que se casaba con otra, pero lo superaré. —Lo sé, pero aún no estás bien —insistió Bianca—. No deberías salir de una situación mala para meterte en otra peor. Ajay es un hombre estupendo, Mallory, pero no es tu tipo. —¿Y qué tipo de hombre crees que es el mío? —replicó frustrada—. Parece que me atraen los hombres inteligentes y carismáticos que desean usarme hasta que aparece algo mejor en su vida. Bianca sonrió al oírlo. —Bueno, entonces puede que Ajay sea tu tipo de hombre. —Exacto. Había conocido a Ajay a través de Bianca y Cooper. Poco después, el empresario contrató los servicios de Comunicaciones Globales Tedesco, su compañía, para que se encargara de las traducciones que necesitara en todo momento su empresa, Singh Systems, dedicaba a la tecnología informática. Cooper era uno de sus ingenieros más importantes. Durante su relación con Carlo, Mallory se había encontrado con Ajay en diversas ocasiones, ya fuera en algún evento benéfico en París o en la isla de Capri durante sus vacaciones. Aunque se suponía que entonces había estado perdidamente enamorada del italiano y muy feliz, no se le había pasado en ningún momento por alto el atractivo de Ajay. Pero suponía que le pasaba con todas las mujeres. Era un hombre de gran éxito, atractivo e inteligente. Tenía un encanto innegable. —No te preocupes por mí, de verdad —le pidió—. Cuéntame qué tal ha ido todo por Costa Rica. Bianca le comentó todos los detalles de su trabajo. Como era normal en ella, no había habido ningún problema. Mientras Bianca le hablaba, fue rellenando la ficha de la empresa inmobiliaria que les había encargado el proyecto. Bianca había estado analizando algunos contratos en compañía de los abogados de la empresa para asegurarse de que todo estaba según lo convenido. Se trataba de una importante operación financiera de varios millones de dólares. Le comentó además que habían tenido tiempo para disfrutar de unos días muy mágicos en la selva costarricense. Prefirió no preguntarle. Quería a Bianca como si fuera su hermana, pero lo último que necesitaba era que le contara con todo detalle lo bien que lo habían pasado Cooper y ella y lo apasionada que seguía siendo su relación.

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—Entonces, ¿te veremos mañana por la noche? —le preguntó Bianca. —Por supuesto —repuso ella con una inocente sonrisa. —Mallory, ¿qué es lo que no me estás contando? —Nada. Estaba pensando en todo lo que tengo que hacer. He quedado con Ajay dentro de una hora y tengo que hacer la maleta. —¿Maleta? Había hablado más de la cuenta. —¿He dicho maleta? Quería decir maletín. Tengo que meter unos cuantos documentos en el maletín y también mi portátil. Bianca la miró con más suspicacia aún. Era una mujer muy intuitiva, y Mallory temía que acabara descubriendo la verdad. Disimuladamente, le dio a un par de teclas del ordenador y consiguió que en la imagen de la cámara aparecieran algunas interferencias. —Bianca, no te veo bien, voy a cortar la comunicación. Buen viaje de vuelta, te veo mañana por la noche —le dijo. Antes de que su amiga tuviera tiempo para reaccionar, apagó la cámara. Y así consiguió que su piso quedara de nuevo en silencio. Miró con una mueca de desagrado a su alrededor. Tenía una casa muy lujosa que había ido llenando con muebles y adornos comprados por todo el mundo. Era un espacio diseñado para conseguir que sus clientes la vieran como a una mujer capaz y muy profesional. Siempre le había parecido una buena idea tener su despacho en casa, le gustaba combinar lo profesional con lo personal. Después de todo, no tenía vida más allá de su empresa. De hecho, había conocido a Carlo durante una reunión de trabajo en la que ella había trabajado como intérprete. Le había parecido irresistible desde el principio. Ella era una mujer inteligente, pero hasta entonces no había conocido a nadie tan listo y despierto como él. Le había atraído la intensidad con la que vivía la vida. Disfrutaba como nadie de los placeres, ya fueran la comida, la bebida, el juego o el sexo. Le hizo olvidar, aunque fuera solo brevemente, que odiaba las multitudes y sentirse el centro de atención del público. Llevaba toda la vida luchando contra esa fobia por la que había tenido incluso que ingresar dos veces en un hospital. Carlo había parecido comprender sus problemas y la había apoyado en todo momento. No insistía para que lo acompañara a estrenos ni fiestas. Solían salir a cenar a restaurantes pequeños y poco conocidos, apartados de los sitios más concurridos y famosos, hacían el amor hasta que ella se quedaba dormida y él salía después de fiesta con sus amigos. Mientras Carlo se recuperaba de las resacas, ella había ido construyendo poco a poco su empresa hasta convertirse en uno de los principales servicios de comunicación del Estado. Durante tres años, había

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ignorado que eran polos opuestos pensando que así se complementaban mejor. Creía que Carlo había disfrutado teniéndola a su lado, pero solo hasta que encontró a otra joven para que fuera su nueva prometida. Aquello le había roto el corazón. En los negocios, era una mujer fuerte y segura, pero había cambiado mucho desde entonces. Se había limitado a seguir con su vida, pero sin vivirla de verdad. Era como si hubiera conectado el piloto automático y ni siquiera se había preocupado por mejorar el negocio ni conseguir más clientes. Si Leo consiguió convencerla para que apareciera por la pizzería unos días antes había sido solo porque su amigo le había contado sus planes antes que a los demás. De otro modo, nunca se habría atrevido a salir de la casa. Después de saber lo que Leo había planeado, no pudo decirle que no, y en ese momento se alegraba de no haberlo hecho, porque una sola mirada de Ajay la había despertado de su largo letargo. Habían pasado tres días desde entonces. Sus seductoras miradas habían estado a punto de derretirla y no había podido evitar imaginarse entonces cómo sería estar con él de manera más íntima. Habían intentado contactar con Brock Arsenal por separado, pero no habían tenido suerte. Ajay le sugirió entonces que unieran esfuerzos. Había reservado una suite en el hotel donde Arsenal iba a alojarse antes del concierto y la había invitado a que fuera con él. Mallory había aceptado y esperaba no haber cometido un error. Le costaba confiar en su propio criterio. Había amado a Carlo y había pensado que su amor era correspondido. Sus declaraciones habían estado siempre llenas de poesía. Pero, después de su traición, solo recordaba las mentiras. Necesitaba olvidarse de todo y estaba deseando encontrar a otro hombre que lo reemplazara en sus recuerdos. Un hombre mejor. Un hombre que aceptara su estilo de vida y no tratara de fingir que era de otra forma. Por suerte para ella, le quedaban solo tres cuartos de hora para ver a uno que podía cumplir a la perfección con ese papel, e iba a poder pasar todo el fin de semana con él. Apagó el ordenador y fue al dormitorio para terminar de hacer su maleta. Ya había metido su bolsa de aseo, el maquillaje y otros productos de cuidado personal. Lo tenía todo listo para ese fin de semana y la boda del domingo por la noche. Lo único que le faltaba por decidir era la ropa. No sabía qué debía ponerse para tratar de conquistar a uno de los seductores más famosos del mundo. La Mallory de unos meses antes, con el corazón roto, nunca se habría planteado algo parecido. No había tenido que conquistar a ningún hombre, sino que había sido ella siempre la conquistada.

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Ya había pasado por todo eso y había terminado sola y dolida. Su mejor amiga se casaba ese fin de semana y estaba dispuesta a dar un giro de ciento ochenta grados en su vida y a disfrutar al máximo. Decidió que tenía que olvidarse de la Mallory del pasado, ser menos seria y más divertida. Creía que una breve y apasionada aventura amorosa era justo lo que necesitaba para renovar su fe y ganar seguridad y confianza. Se dio cuenta de que necesitaba algo de color rojo. Abrió el armario y eligió unas cuantas cosas. No quedaba mucho para que comenzara su transformación y se dio cuenta de que el pobre Ajay Singh no tenía ni idea de lo que se le venía encima.

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Capítulo 2 Ajay estuvo a punto de dejar que se cayera al suelo su bolsa de viaje. En ella llevaba un caro ordenador portátil, un móvil con la tecnología más avanzada y otros juguetes muy frágiles y costosos. Pero ver a Mallory Tedesco entrando en el vestíbulo del hotel con un sexy vestido rojo lo había dejado fuera de combate. Se le secó la boca y habría comenzado a jadear como un excitado adolescente si el solícito relaciones públicas del hotel no le hubiera entregado un vaso en esos momentos. —Señor, ¿necesita algo más? Tomó un par de tragos del té helado antes de contestar. —¿Está lista mi suite? Lamentó haber pedido una con dos dormitorios. No había invitado a Mallory con la excusa de preparar la boda para tratar de tener una aventura con ella. El martes, durante la cena en la pizzería, había sido muy fría con él. Pero, después de verla con un vestido tan insinuante como ése y de color rojo, se dio cuenta de que tenía la intención de seducirlo. O quizá se hubiera vestido así para torturarlo, no podía estar seguro. Si eso era lo que Mallory se había propuesto, lo estaba logrando. —Sí, puedo acompañarlo a la suite ahora mismo —le dijo el empleado. —Muy bien —repuso—. No necesito nada más, voy a subir. Gracias. Mallory lo vio en ese instante. Sus pasos, fuertes y seguros hasta ese momento, flaquearon un poco. La saludó con la cabeza y vio que un botones se acercaba rápidamente a ella para ayudarla. Imaginó que no tendría que darle una propina al joven, atender a una mujer como ella era lo mejor que le iba pasar al botones ese día. Se dio cuenta de que había conseguido atraer la atención de todos los hombres presentes en el vestíbulo. Por suerte, era un selecto y pequeño hotel, no iba a tener mucha competencia. Siempre la había visto como una mujer seria y profesional, y le sorprendía verla así, atrayendo tantas miradas y mostrándose sexy y seductora. Tomó otro sorbo de su té y lo dejó en el mostrador de recepción. Fue después al encuentro de su invitada. —Mallory, tienes un aspecto… Estás… —comenzó—. Me temo que no tengo palabras para describirte. Pero era mentira, se le ocurrían muchos adjetivos. Estaba bellísima, espectacular, deliciosa, sexy, maravillosa… Mallory sonrió y bajó un segundo la mirada.

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—Espero que eso sea algo bueno —repuso. Sintió algo en su interior, un apetito que no tenía nada que ver con la comida. Era a Mallory a la que deseaba morder, pero sabía que era fruta prohibida. —Si no tienes cuidado, vas a conseguir eclipsar a la novia —le dijo. Mallory se echo a reír, pero no parecía creerlo. —Veo que tu reputación de seductor y zalamero es apropiada. Ajay se llevó la mano al corazón de manera dramática, como si acabara de ofenderlo. —¿Tengo reputación? —Sabes que sí. Y no me extrañaría que hubieras sido tú el que la hubiera iniciado con todo tipo de rumores. Se acercó más a ella. —Para ser una mujer con la que apenas he tenido trato, pareces conocerme bastante bien —le susurró al oído. —Y espero conocerte un poco mejor durante este fin de semana — murmuró Mallory. Si no hubiera estado tan cerca de ella en ese instante, habría pensado que la había entendido mal. Sus palabras y su dulce perfume parecían propios de otra Mallory, no se parecía en nada a la mujer que había conocido y tratado de manera profesional durante tres años. Normalmente, llevaba su melena morena recogida hacia atrás, pero ese día se lo había soltado y unos suaves rizos flotaban sobre sus hombros y espalda. Fue así como se dio cuenta, mientras se fijaba en su cabello, de que la parte de atrás del vestido no tenía tanta tela como la parte delantera. Su espalda estaba desnuda, bronceada y perfecta. Y prefería no pensar en el final de esa espalda. Sus curvas lo tentaban y le habría encantado poder agarrar su trasero allí mismo. Mallory lo miró entonces a los ojos y se perdió en su mirada oscura y en esos labios a juego con el vestido. Era la primera vez que ella le sostenía la mirada, casi retándolo, como si estuviera tratando de atraer su atención. Y él no era nadie para no darle lo que le pedía. —¿Estás lista para trabajar? —le preguntó entonces mientras le ofrecía el brazo. Mallory se pasó la lengua por los labios y él estuvo a punto de soltar de nuevo su bolsa de viaje. Su cuerpo reaccionó al instante y toda su sangre pareció concentrarse en una parte de su anatomía. No sabía si Mallory estaba allí para ayudarlo a convencer a Brock Arsenal y conseguir que tocara en la boda de Cooper y Bianca o si lo que quería era atormentarlo con sus muchos encantos.

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—Supongo que sí —repuso ella tomando su brazo y acariciando al mismo tiempo sus bíceps. Se quedó sin aliento. Le pareció que Mallory trataba de esconder una sonrisa. Debía de estar disfrutando mucho con ese juego, y no sabía por qué. Era una mujer inteligente y estaba seguro de que sabría que estaba jugando con fuego y corría el peligro de quemarse. Se dirigieron hasta el ascensor privado que subía hasta una de las dos suites del ático. Estaban en un hotel de cinco estrellas en el centro histórico de Tampa y Brock Arsenal ya había reservado la otra suite, que era algo más grande. Mallory y él tendrían que compartir la suya. —¿Estás seguro de que va a pasar aquí esta noche? —le preguntó ella. El relaciones públicas del hotel, que había subido en el ascensor con ellos, los miró con sorpresa. Lo normal en establecimientos de tanto prestigio era que trataran de mantener en secreto la identidad de los clientes que allí se hospedaban. Lo último que necesitaban era que se les llenara el hotel de admiradoras. —Eso me ha dicho el productor de su concierto —repuso Ajay. Llevaba toda la semana hablando con gente y tratando de encontrar a algún amigo o conocido común. El productor no le había podido dar demasiada información, solo el nombre del hotel y poco más. Esperaba que fuera suficiente. —¿Son admiradores del señor Arsenal? —les preguntó el empleado del hotel. Mallory le dedicó su sonrisa más dulce y vio que el hombre se enderezaba y sacaba pecho. —Desde luego —repuso ella—. Es nuestro cantante favorito —añadió mientras se acercaba a Ajay, que lamentó haber dejado el té helado en recepción. Se le había vuelto a secar la boca y necesitaba hidratarse. Estaba decidido a besarla en cuanto estuvieran solos. Pero sabía que no podía hacerlo. Era la jefa de Bianca y amiga de Cooper. Había trabajado con ella en alguna ocasión y, como hacía con todas las mujeres, había coqueteado, pero no era el tipo de mujer con el que podía acostarse y no volver a ver. Él no era un hombre dado al compromiso y llevaba toda su vida evitando tener una relación con nadie. Para colmo de males, ella estaba aún superando una ruptura. Era un territorio peligroso. Demasiado peligroso para los dos. Había llegado a conocer al imbécil que había roto con ella, Carlo Brunori. Sabía que se había comprometido con una joven millonaria francesa. Una mujer que no le llegaba a Mallory a la suela de los zapatos, pero que debía de tener mejores contactos. Nunca había llegado a entender qué podía haberle enamorado de ese tipo. Era un apuesto italiano y un hombre de éxito, pero no hacía nada de provecho con su vida. Solía encontrárselo de fiesta en fiesta con gente mucho más joven que él o en las playas de Saint Tropez.

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Le había parecido siempre una pareja poco convencional. Eran muy distintos. Pero nunca le había gustado meterse en la vida de los demás y no había dicho nada. Mallory y él solo tenían amigos en común, nada más. No era asunto suyo. Pero todo eso estaba cambiando en ese momento y no podía dejar de pensar en ella. Cuando llegaron a su planta y sonó el timbre del ascensor, vio que Mallory lo estaba observando. Y, cuando la sorprendió, no bajó la mirada. No parecía la misma mujer que había visto en la pizzería unos días antes. Se quedó sin aliento al ver que lo miraba seductoramente y que después le guiñaba un ojo. No podía creerlo. Estaba tratando de conquistarlo. No creía estar equivocado, no solía pasarle. Entraron en la suite. Estaba decorada con paneles de madera oscura en las paredes y muebles más ligeros y relajados que iban muy bien con el estilo de vida de Florida. La sala principal combinaba un salón y una cocina abierta. Al lado del balcón había una mesa para dos. A la izquierda había un dormitorio con un enorme y decadente baño con una gran bañera. A la derecha, otro dormitorio con baño y ducha. Dejó que su imaginación volara al ver esa ducha, pero recordó entonces que no estaban aún solos. Un botones subió su equipaje y rellenó una cubitera con hielo. Les preguntó si querían que les deshiciera la maleta, pero los dos se negaron. No tenían demasiado equipaje. Mallory no soltó su brazo mientras el relaciones públicas del hotel terminaba de enseñarles todas las comodidades que iban a poder disfrutar en la lujosa suite. Tenían sus vinos preferidos en el bar y un par de maravillosos albornoces. El de él con un toro bordado y el de ella con un escorpión. —Es mi signo del zodiaco, ¿cómo lo has sabido? —le preguntó Mallory muy sorprendida. —Tengo mis fuentes —repuso él. Cuando el hotel le había ofrecido la posibilidad de adquirir ese detalle, no se lo pensó dos veces. La mujer que le había facilitado tanto las cosas en temas de traducción para su empresa se merecía un cómodo y personalizado albornoz. Se dio cuenta en ese momento de que era un regalo casi demasiado personal, pero no se arrepintió. A falta de algo mejor, acarició el suave albornoz. Le habría encantado tener algo con ella, pero no podía permitírselo, la había invitado al hotel con la intención de que entre los dos consiguieran convencer a Brock Arsenal para que cantara la canción de Bianca y Cooper, nada más.

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Aun así, había preferido reservar una suite en vez de dos habitaciones separadas. No había meditado demasiado esa decisión, pero acababa de darse cuenta de que su subconsciente le había jugado una mala pasada. No había podido dejar de pensar en Mallory desde la noche del martes. No había sido su intención seducirla. Pero, si ella lo tentaba para que fuera en esa dirección, no iba a poder resistirse. Creía que ningún hombre podría haberlo hecho. —Según tu signo del horóscopo eres apasionada, excitante y obsesiva —le dijo mientras tocaba el escorpión bordado en rojo—. ¿Es eso verdad? Mallory le quitó el albornoz. Pero pareció darse cuenta de lo brusco y frío de su acción y lo miró de nuevo seductoramente mientras acariciaba la prenda con su mejilla. —Nunca pensé que un hombre como tú creería en esas cosas. Se dio cuenta de que no había contestado su pregunta. —Forma parte de mi cultura. Nadie en la India toma una decisión, por pequeña que sea, sin consultar antes a un astrólogo. Mallory se echó a reír. —Pero no has llegado hasta donde estás siguiendo los dictados de las estrellas. Tenía razón. Le gustaba la astrología, pero no creía en ello como lo hacían su madre y sus abuelos. Incluso su cabal y razonable hermano gemelo era más creyente que él. —A lo mejor debería haberlo hecho. Puede que así hubiera podido saber de antemano que iba a estar a solas en esta maravillosa suite contigo y ese increíble vestido rojo. Ella miró a su alrededor, no parecía haber advertido hasta entonces que el relaciones públicas del hotel y el botones ya se habían ido. Él, en cambio, los había visto irse. Y, aunque la habitación era la misma, el ambiente parecía haber cambiado de repente y no podía pensar en otra cosa que no fuera hacerle el amor a esa mujer. Tenían dos camas a su disposición, las dos cómodas, lujosas y tentadoras. Dos baños muy bien equipados de los que también podrían disfrutar apasionadamente. Los selectos vinos del bar y la suavidad de esos lujosos albornoces también los tentaban para que se dejaran llevar y disfrutaran de los placeres a su alcance. No sabía cómo iba a poder resistir tantas tentaciones. Era un misterio, uno que no tenía ganas de resolver. Aunque estaban allí por otras razones y solo los unían sus mutuos amigos, Bianca y Cooper, tampoco se le ocurrían suficientes razones para no dejarse llevar y acostarse con ella. Mallory lo conocía perfectamente, sabía cómo era. Nunca les prometía nada a las mujeres con las que se veía, solo que una noche con él no era algo que fueran a olvidar fácilmente. No pedía sus números de teléfono ni intentaba nada con ellas después de

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finalizada su aventura amorosa. Cuando conocía a una mujer y le resultaba atractiva y divertida, solía dejarse llevar. También prefería que fueran independientes económicamente, para que no tuvieran después la tentación de tratar de hacer dinero con él. La belleza de Mallory era innegable. Tenía ojos expresivos, piel suave y oscura, un cabello brillante y largo. No era muy habladora, pero lo que decía era siempre importante. Había sido una empresaria inteligente y eso le había garantizado cierto éxito en los negocios. Tenía suficiente dinero para no tener que preocuparse por el de él. Lo que más le confundía era la poca atención que le había prestado en el pasado. Durante la cena en la pizzería con los otros amigos de Bianca y Cooper, solo tres días antes, ni siquiera se había dirigido a él. Algo había cambiado y no sabía el qué. Mallory entró en el dormitorio que había reservado para él y colocó su albornoz sobre el de Ajay, que el botones le había dejado encima de la cama. No pudo evitar estremecerse al verla allí. Ella se giró y lo miró a los ojos. Ajay se preguntó si estaría a punto de desnudarse y ponerse el albornoz. Por desgracia, eso significaría que no iba a poder seguir disfrutando de ese vestido rojo. —¿A qué hora llega Brock Arsenal al hotel? Necesitó unos segundos para volver a la realidad y tratar de responder a su pregunta. Fue hasta el salón de la suite y sacó de su maletín el teléfono móvil. Consultó la información que le había pedido, ya había metido allí parte de su itinerario. —Su vuelo llega a las diez. Tocó anoche en Atlanta y hoy ha pasado el día con su hermana y sus sobrinos en esa ciudad. Supongo que cuando llegue estará deseando acostarse y descansar o salir de juerga como hacen las estrellas del rock. —Podríamos proporcionarle nosotros la fiesta —sugirió Mallory mientras miraba a su alrededor—. Estoy segura de que el relaciones públicas del hotel estaría encantado de encargarse de todo si se le ofrece el suficiente dinero. Era una idea que ya se le había pasado por la cabeza, pero había cambiado de opinión. Después de verla entrando en el hotel, quería que esa suite fuera solo para Mallory y él. —O puede que consigamos que Brock nos invite a acompañarlo. —¿Lo conoces? Ajay se acercó un poco más ella, manteniéndose a cierta distancia. Vio que estaba explorando la habitación, tocando las telas del sofá y los muebles mientras le hacía preguntas. Se acercó entonces a la ventana y cerró las cortinas. —Sí, pero solo fue una vez y hace varios años. Creo que ni siquiera nos presentamos formalmente. Estaba en una fiesta en casa de unos amigos en

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Londres y alguien lo invitó. Creo que no llegamos a hablar, estaba más interesado en coquetear con mi acompañante. —No me extraña, tiene fama de mujeriego. Mallory se acercó otra vez a la cama y pasó la mano por el bordado del albornoz. —Leí el otro día un artículo sobre él en Internet. Dicen que es todo un cazador de mujeres. Ajay recordaba haberlo leído también, lo describían como un cazador especializado en la parte más íntima de las mujeres. —También he leído el mismo artículo —le confesó él—. Y él redactor aclaraba en la misma frase qué es lo que Brock suele cazar. —Lo recuerdo, pero he preferido no ser vulgar —repuso Mallory mientras se sentaba en la cama. A Ajay se le fueron los ojos a sus largas piernas. —Es una palabra que no siempre tiene que ser vulgar —protestó él. Sintió que se caldeaba el ambiente de la habitación. De repente, tuvo mucho calor. —Pero normalmente lo es. En mi experiencia, que no es demasiado extensa, es así —le confesó Mallory mirándolo a los ojos. Él tenía el problema contrario. Mucha experiencia en ese terreno, casi demasiada. Pero, en ese momento, se sintió nervioso e incómodo como un adolescente. —Todo depende de cómo se diga la palabra —explicó él—. Y a quién. Y cuándo. Mallory se recostó más cómodamente en el colchón y acarició el albornoz como él quería acariciarle la parte de su anatomía de la que estaban hablando. Su sentido común le recordó que no podía hacerlo. Aquella mujer era amiga de Bianca y tenían mucho trabajo por delante. —Demuéstramelo —le dijo ella entonces. —¿Cómo? Mallory le hizo un gesto con el dedo para que se acercara a ella. —Demuéstrame cómo esa palabra puede usarse para seducir a una mujer. Creo que un hombre debe tener mucho talento en ese terreno para conseguirlo. Era todo un reto. Mallory acababa de lanzarle un guante. Sabía que no debía hacerlo, que no podía jugar con ella. Aun así, no pudo resistirse y cayó de rodillas a sus pies.

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Capítulo 3 Mallory trató de controlar su respiración, pero su pulso seguía latiendo a mil por hora. Cuando vio a Ajay de rodillas a sus pies, no pudo ahogar una exclamación de sorpresa. —No es una palabra que un caballero deba decir en voz alta —le susurro Ajay mientras tomaba su mano. Tenía la cara a la altura de sus pechos y vio cómo se fijaba en su escote. En cuestión de segundos, sintió que se endurecieron sus pezones contra la apretada tela de su vestido y vio que a Ajay no se le pasaba por alto ese detalle. Había decidido no llevar sujetador porque el vestido dejaba su espalda al descubierto. Se dio cuenta de que había sido una buena decisión. Ajay deslizó entonces la mirada hasta sus piernas y tocó con reverencia uno de sus tobillos, como si le fascinara la curva bajo su gemelo. Fue subiendo por ella y deteniéndose en la sensible piel tras la rodilla. —Pero, si susurro, tendrás que acercarte a mí para poder oírme — murmuró él entonces. Mallory hizo lo que le pedía y se acercó más, a pocos centímetros de su boca. Podía sentir su aliento en el oído y se estremeció. —Y he notado que la palabra suena mejor cuando va incluida en una promesa, el tipo de promesa que un hombre siempre mantiene. Ajay besó su cuello y Mallory se quedó sin respiración. Una ola de calor recorrió su cuerpo, concentrándose en la parte de su anatomía de la que estaban hablando y que aún ninguno de los dos había mencionado. —¿Qué tipo de promesa? —se atrevió a preguntar. Sus manos siguieron el viaje por sus piernas, subieron hasta el bajo de su vestido y allí se detuvieron. Volvió a besarla en el cuello y fue trazando un camino de besos hasta el hombro y después hasta su escote. —Tendría que ser algo así como «voy a deslizar mis dedos dentro de tu dulce…». La última palabra fue apenas un susurro en su oído y no pudo evitar estremecerse. —¿Te ha parecido vulgar? Seguía tentándola con las manos, jugando con el bajo del vestido sin parar. —No, ha sido muy sexy —reconoció ella. Ajay se pasó la lengua por los labios y volvió a besar su escote. Cuando sintió que se acercaba a uno de sus pezones, Mallory estuvo a punto de gemir. —Creo que es una palabra muy dulce y que seduce a los sentidos.

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Casi instintivamente, separó ligeramente las piernas. Estaba lista para que Ajay cumpliera con ella sus promesas. —Sí… —susurró. Estaba contestando su pregunta, una que no había tenido siquiera que pronunciar. Nunca se había sentido tan excitada como en ese instante, deseaba que la tocara y se acercó más a él, dejando que sus dedos subieran por los muslos. —¿Y si te dijera que el tuyo es cálido y húmedo? —le preguntó Ajay entonces. —Me-me extrañaría que me lo dijeras. ¿Cómo puedes saberlo? Ajay se rio y ella sintió la vibración de su boca contra la garganta. Sus manos se acercaban ya peligrosamente a su destino. —Un hombre puede saber ese tipo de cosas —le explicó él sin dejar de besarla—. Lo noto en tu pulso acelerado y en la sangre que se concentra en tus dulces labios. —¿Qué labios? Ajay contestó besándola apasionadamente, como si le fuera la vida en ello. Mallory reaccionó con la misma intensidad, enredando los dedos en su pelo y entregándose a él. Sus lenguas comenzaron una batalla de sentidos y sabores. No podía pensar en nada más. Cuando sintió que Ajay apartaba con facilidad su tanga, recordó lo que le había dicho. —No hago muchas promesas —susurró él—. Pero las que hago, las cumplo. Sus palabras la excitaron más aún, estaba muy húmeda y eso no hizo sino intensificar el placer que le proporcionaban sus caricias. —Eso espero —replicó ella. —No te quepa la menor duda —replicó Ajay mientras le acariciaba el clítoris—. Pero cuando yo quiera y a mi modo. Ajay tenía todas las cartas de la baraja y todo el poder, pero no le importó. Las sensaciones eran increíbles y, con suma maestría, la llevó hasta donde quería tenerla. —Ajay… —jadeó poco después ella—. ¡Dios mío! —Di esa palabra, Mallory —le pidió él. —¿Qué? —Di la palabra, dímela al oído. Cuando hizo lo que le pedía, Ajay deslizó un dedo en su interior, disparando aún más sus sensaciones y consiguiendo que llegara a nuevas cotas de placer. —Otra vez —le ordenó Ajay.

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Volvió a obedecerlo y él la recompensó, intensificando el ritmo de las caricias. Lo agarró con fuerza de los hombros para no caer en ese abismo de placer. —Una vez más —insistió él. Esa tercera vez, la llevó al borde del clímax. En segundos, se perdió en el más puro éxtasis y él supo cómo aumentar más aún las sensaciones besándola apasionadamente hasta que ella fue recobrando poco a poco la capacidad de respirar y pensar. Después, muy lentamente, soltó el tanga para que volviera a su sitio y le bajó el vestido. Desde la cama y sin dejar de temblar, Mallory se preguntó qué iría a hacer con ella. No había esperado que todo fuera a suceder tan rápidamente. Pero una parte de ella, al elegir el vestido, sus palabras y sus miradas, había planeado perfectamente la estrategia. Ajay se tumbó a su lado en la cama. —¿Te he convencido? —le preguntó él. Ella asintió con la cabeza. —Las palabras son solo palabras. Nosotros les damos el poder que tienen. No pudo llevarle la contraria. Aunque no hubiera estado de acuerdo con él, apenas podía pensar con la suficiente claridad para explicarse con un mínimo de cordura. No estaba allí para hablar con él, sino para tener el mejor sexo de su vida. Ajay parecía haberse dado cuenta y no había tardado en comenzar a satisfacerle. Lo que no había planeado era lo que estaba pasando entonces, el momento de después. Se fijó en Ajay. Era un hombre muy sexy y sensual. Había sido sincera con él y, con su manera de actuar, le había dejado claro lo que deseaba. Ya no había sitio para fingimientos de ningún tipo. Él acababa de regalarle un orgasmo de la forma más generosa. —Ajay… —comenzó a decir ella. Pero no supo qué más decirle. No sabía si darle las gracias por lo que acababa de pasar o si debía fingir que nada había ocurrido para que pudieran concentrarse en la boda de sus amigos. —¿Sí? Se echó a reír sin poder remediarlo. Era la situación más ridícula y surrealista de su vida. Y, lo que era peor aún, se había metido ella sola en ese lío. Trató de taparse la boca para controlar la risa, pero Ajay la agarró de la muñeca para que no lo hiciera. —No te resistas, Mallory. Si lo que quieres es reír, hazlo.

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No necesitó que se lo dijera dos veces y se puso a reír como una colegiala, sonrojándose y tratando de taparse la cara con las manos. Ajay se las apartó de nuevo y besó con ternura sus nudillos. —No sé qué es lo que me ha pasado. —No seas mentirosa —la acusó él. —De acuerdo, como quieras —confesó ella—. He venido al hotel con la intención de seducirte. —Pues has conseguido lo que querías. —La verdad es que no. La seducción normalmente implica placer para los dos y tú aún no has conseguido nada. Ajay le dedicó una pícara sonrisa. —El día es muy largo. No me molesta en absoluto ser el objeto de tu plan, pero me gustaría saber por qué me has elegido a mí. —¿Quieres acaso que te regale los oídos? —le preguntó ella. No podía decirle la verdad, que lo había elegido a él y lo deseaba por qué tenía fama de mujeriego, porque era un amante experto y porque huía de todo tipo de compromiso. —No me importaría que lo hicieras, pero no era mi intención. Si no vas a decirme por qué me has elegido a mí, dime al menos por qué ahora. Esa pregunta era tan peligrosa como la anterior. —Supongo que no me creerías si te explico que las bodas me excitan, ¿verdad? —Lo habría creído en cualquiera, pero tú no me has parecido nunca una mujer que se excite con facilidad. Tampoco pareces muy espontánea. —¿Cómo? Puedo ser muy espontánea —mintió entonces. Ajay la miró con incredulidad. Mallory se dio cuenta, una vez más, de que se le daba muy mal mentir. Se resignó a contarle parte de la verdad. —Imagino que ya sabes lo que pasó con Carlo. Él apartó un segundo la vista e hizo una mueca de desagrado, como si le molestara oírle mencionar ese nombre. —Pero eso fue hace muchos meses. Y, por si te interesa, creo que no te merecía. —Gracias —susurró ella—. Pero han sido meses muy duros. Y el martes por la noche, no sé qué pasó pero sentí una conexión especial contigo. ¿No lo notaste tú? Ajay le dedicó una pícara sonrisa. —Lo que sentí el martes por la noche fue un incontrolable deseo de arrancarte la ropa y explorar cada centímetro y curva de tu cuerpo. Pero si he de ser sincero, es algo que he sentido cada vez que nos hemos encontrado.

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—Ahora eres tú el que está mintiendo —le dijo ella. Vio que se ponía muy serio. —No, Mallory, no miento. Se quedó sin aliento. Ajay era un jugador por naturaleza, pero sabía que era sincero. Tenía mucha experiencia y un gran número de conquistas a sus espaldas, pero no había oído de ninguna que se hubiera quejado o hubiera terminado con el corazón roto después de estar con él. Todas sabían lo que les esperaba con Ajay. Estaba claro que no quería tener una relación sentimental y, hasta ese momento, nunca se había preguntado por qué era así. —A mí me ha pasado lo mismo —confesó ella. Una vez más, volvió a darse cuenta de que no sabía mentir. —No es verdad, pero no pasa nada —le dijo Ajay riendo—. No me ofende. Bianca siempre me ha dicho que eres una mujer muy inteligente. Pero yo conozco muy bien a las mujeres. Es verdad que el martes estuviste observándome, pero no porque me desearas. Te daba miedo que hiciera algo para lo que no estabas preparada, como intentar seducirte. O incluso peor, tocarte. Esta mañana, en cambio, has hecho todo lo necesario para hacer que te tocara y de la forma más íntima posible. He disfrutado mucho y me encantaría volver a repetirlo tan pronto como sea posible, pero tengo que preguntártelo de nuevo. ¿Qué es lo que ha cambiado? Le entraron ganas de levantarse, pero no quería romper ese momento tan mágico con los dos en la cama. Se perdió en sus ojos verdes y se dio cuenta de que necesitaba saberlo. No podía creer que le importara tanto conocer las razones que la habían llevado a actuar de una manera tan distinta ese día. —Estoy cansada de vivir como un ermitaño —admitió poco después. Ajay apartó con suavidad un mechón de pelo que cubría su mejilla. —Me imagino que no es fácil vivir así. —No tienes ni idea… Ajay le dio un tierno beso en la nariz. Era un gesto que, por su inocencia, contrastaba con lo que acababan de hacer en esa misma cama. —Es verdad, no puedo saber cómo te sientes —reconoció con el ceño fruncido—. Pero tampoco es fácil vivir siempre expuesto a los demás, corres el peligro de olvidar quién eres y lo que de verdad deseas. Tomas lo que te ofrecen ignorando las consecuencias. Pero, tarde o temprano, ese tipo de vida tiene un precio. Le sorprendieron sus palabras. —No esperaba oírte hablar así. Ajay se echó a reír. —Bueno, de vez en cuando, tengo algún pensamiento un poco más profundo y filosófico. Trato de evitarlo, por supuesto.

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—Como todo el mundo. Rieron los dos juntos. La situación era absurda y ridícula. Ni ella misma entendía por qué había decidido seducir a un hombre como Ajay. Aun así, las cosas estaban resultando tal y como las había planeado. Su cuerpo aún vibraba con la fuerza del orgasmo que acababa de tener, y la penetrante mirada de Ajay estaba consiguiendo despertar de nuevo su libido. Quería más de él. No sabía muy bien el qué, pero sabía que quería más. Tenía claro que deseaba más sexo. También más conversaciones íntimas y sinceras como aquélla. Pero le costaba creer que pudieran tener algo más en común. Creía que eran dos personas muy dispares y que no volverían a verse después de la boda de sus amigos. Trató de concentrarse en lo que había conseguido y en lo que le esperaba ese fin de semana. Su plan había sido seducir a Ajay, excitarlo para que se acostara con ella y pudiera por fin sentirse deseable después de tantos meses tratando de superar el dolor que Carlo le había causado. Su prometido había encontrado algo mejor, alguien sin miedo y que sin duda se sentía más cómoda en ese mundo superficial y lujoso que Carlo siempre había llevado. Con ella, siempre corría el peligro de tener que estar pendiente de sus ataques de pánico cuando iban a sitios con mucha gente. Ella también tenía que medir sus palabras para no avergonzarlo en público. Normalmente, a Carlo solo le interesaba hablar de ropa, buenos vinos y las discotecas de moda en cada momento. Mallory, en cambio, no soportaba darle vueltas siempre a los mismos temas. Le interesaban también la política, la economía y el arte. Una parte de ella dudaba que alguien como Ajay pudiera sentirse atraído por el tipo de mujer que no había sido suficiente para Carlo. Pero se dio cuenta de que tampoco importaba. A Ajay su reputación lo precedía y nunca tendría que preocuparse por tener una relación con él. Él la agarró entonces de la cintura y bajó la mano hasta sus caderas. —¿Quién crees que soy, Mallory? La pregunta consiguió sorprenderla. —Creo que eres un hombre que aprecia a las mujeres —le dijo. Ajay asintió con la cabeza. —Y un hombre al que le gusta vivir la vida plenamente. Él volvió a asentir. —También eres un hombre que está ahora mismo tan excitado que no puede pensar en nada más. Ajay gimió a modo de respuesta. Parte de su intención había sido distraerlo. Estaba deseando ver con sus propios ojos la erección que ya había notado contra su pierna. Deslizó la mano entre los dos y se dio cuenta de que no podía esperar más. Se le pasó por la cabeza devolverle el favor y le desabrochó rápidamente los pantalones.

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—Mallory, no tienes por qué hacer… —Ajay, lo único que tenemos que hacer este fin de semana es conseguir que Brock Arsenal cante en la boda —lo interrumpió ella mientras bajaba su ropa interior—. Quedan unas cuantas horas para que llegue. Así que, hasta entonces, ¿por qué no nos concentramos en hacer lo que queremos y no lo que debemos? Tomó entonces su miembro con delicadeza y lo apretó suavemente, consiguiendo que gimiera de nuevo. —Mallory, tienes unas ideas excelentes. Me encantan. No pudo evitar sonreír. —Estupendo. Y a mí creo que me va a encantar volverte loco.

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Capítulo 4 En poco más de diez segundos, Ajay olvidó todas las ideas que se había hecho sobre Mallory Tedesco. Había confundido su inteligencia por pedantería y le había parecido fría, cuando en realidad era solo algo distante. Había tratado de no fijarse demasiado en su belleza ni en su sentido del humor porque sabía que era fruta prohibida. Aun así, cada vez que se veían por motivos profesionales, no había dejado de desearla. Probablemente, porque no podía tenerla. No estaba acostumbrado a que se le negara nada en la vida y, para que no lo tentara la idea de tener algo con ella, se había convencido de que era intocable. Él no era como Brock Arsenal, no iba detrás de mujeres que tuvieran pareja. Pero su prometido había roto con ella y eso cambiaba las cosas. Si Mallory había decidido seducirlo, no iba a poder resistirse. La deseaba con todo su ser y todo su cuerpo, desde la sensible piel de su miembro, que se había henchido bajo su mano, hasta la última terminación nerviosa. Se estremeció al notar cómo lo asía con firmeza y comenzaba a acariciarlo hacia la base para subir después hasta el extremo y dejar todo su cuerpo sin una gota de sangre. Todas las sensaciones se concentraban allí, ni siquiera podía pensar. Con la otra mano, Mallory abrió los botones de su camisa y, cuando lo consiguió, comenzó a darle ligeros y suaves besos en su torso que contrastaban con la firmeza que dedicaba a su pene. Ese contraste le recordaba cómo era ella, tímida y desvergonzada al mismo tiempo, preciosa, pero tan modesta que no parecía ser consciente de su belleza. Fría y ardiente, como le estaba demostrando en esos instantes. Aunque le costaba hacer cualquier cosa que no fuera dejarse llevar por sus caricias, se terminó de quitar la camisa y trató de arrancarle como pudo el sexy vestido rojo para poder acariciarla. Le bajó la cremallera dejando al descubierto sus pechos desnudos. En cuestión de segundos, él estaba desnudo y ella aún llevaba el vestido. Mallory se movió un poco para tratar de quitárselo, pero se lo impidió. —No lo hagas —le rogó—. Me encanta cómo te queda —añadió mientras se fijaba en sus pezones. Ajay se puso de rodillas en el colchón y tiró de Mallory para que hiciera lo mismo. Le subió el vestido hasta descubrir su tanga. La agarró por la cintura y se inclinó para chuparle uno de los pezones. Mallory arqueó casi inmediatamente la espalda y se aferró a su pelo, tirando con más fuerza al incrementar él también la intensidad de sus besos y caricias. Ella no dejaba de gemir, cada vez más, y se dio cuenta de que le gustaba y mucho. Respondía con sugerentes sonidos a cada caricia y cada

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beso. No paró hasta que Mallory se pegó a su cuerpo y frotó su pubis contra él. La tumbó entonces y corrió al baño, donde había dejado su bolsa de aseo. Volvió con un preservativo y lo dejó en la mesilla. Le encantaba cómo estaba observándolo. Sus ojos, oscuros como el ébano, estaban llenos de deseo y lo miraba con la boca entreabierta. No se había quitado el vestido y se estremeció al ver de nuevo sus erectos y sonrosados pezones. —Eres muy bella, Mallory. —Si sigues diciéndome esas cosas, voy a terminar creyéndote. Fue a los pies de la cama, sin dejar de mirar ese tanga que era su perdición y su objetivo ese día. —¿Por qué no te lo demuestro? —le dijo él. Sujetó con los dedos las tiras del tanga y lentamente lo fue bajando por sus piernas. Era una tortura para los dos. Después, levantó su pierna izquierda y le besó el pie, subió por el tobillo y la curva de su gemelo. Se detuvo unos segundos en la parte trasera de la rodilla, saboreando su piel. Le encantaba sentir que se estremecía, que el deseo la dominaba por completo. Cuando Mallory separó las piernas, dándole una vista inmejorable de su destino final, tuvo que tragar saliva y tratar de dominarse para seguir lentamente con su recorrido. Cuando por fin saboreó lo que antes solo había tocado, perdió la cabeza y se sumergió en su sabor. Cálida y húmeda, su lengua jugó con los pliegues de su piel y fue explorando su rincón más secreto. El deseo lo consumía y cegaba. Descubrió y exploró sin descanso, sintiéndose cada vez más cerca de ella, conociéndola mejor. Fue aprendiendo por sus movimientos y gemidos qué era lo que más le gustaba, cuáles eran los lugares más sensibles. —Ajay, por favor… Él levantó la vista y vio que Mallory apretaba con fuerza los almohadones. —No puedo evitarlo —repuso mientras le pasaba una vez más la lengua por el clítoris. —Me estás torturando. No quiero… No quiero tener otro orgasmo… No… —No hay límite, puedes tener los que quieras. Cuantos más, mejor, ¿no lo sabías? —bromeó sin dejar de darle placer—. Así me gusta —añadió al oír sus gemidos. Mallory agarró con fuerza su cabeza y Ajay se dio cuenta de que iba a tener que obedecerla. Riendo, se tumbó sobre ella, se puso un preservativo y comenzó a frotarse contra su pubis, tentándola un poco más. Ella se quejó y gimió con impaciencia. Después, lo abrazó con las piernas mientras él se deslizaba en su interior. Las sensaciones lo

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sorprendieron. Apenas tuvo tiempo de saborear el momento antes de que ella comenzara a moverse como un caballo salvaje. Sintió cómo se contraían sus músculos, se dio cuenta de que Mallory estaba a punto de llegar una vez más al clímax. Le clavó las uñas en la espalda y supo que le bastaría con embestir una vez más para que tuviera un orgasmo. Pero ya estaba dentro de ella y quería ir más despacio, alargar el momento al máximo. Respiró profundamente y trató de tranquilizarse. La besó mientras tanto para tratar de ganar algo de tiempo. Pero Mallory reaccionó con tanta pasión a su beso que Ajay no pudo controlarse, podía sentir su hambre. No tardó en moverse sobre ella a un ritmo frenético, cada vez más fuerte y rápido. Cuando por fin alcanzó el clímax, fue una sensación tan fuerte que sacudió todo su cuerpo. Agarró en ese instante las manos de Mallory y las sujetó mientras su cuerpo seguía temblando. Lo hizo hasta no aguantar más y se desplomó entonces a su lado, besándola hasta que se normalizó la respiración de los dos. —Dios mío… —murmuró. Mallory le dedicó una dulce sonrisa. —Eso se lo dirás a todas. También sonrió, pero no dijo nada. Tenía la impresión de no haber vivido nada como aquello, al menos durante esos últimos años. Cuando era más joven, había llevado una vida desenfrenada en todos los aspectos, pero sobre todo en el sexual. Había sido muy excitante acostarse con jóvenes a las que apenas conocía. Pero, según pasaba el tiempo, se fue dando cuenta de que esos encuentros lo dejaban siempre con una sensación de vacío en su interior. Un vacío que llenaba con comida, alcohol y más sexo. Con Mallory, en cambio, se sentía lleno. Lo que le había confesado sobre Carlo y la vida tan recluida que llevaba había despertado sus instintos protectores, sentimientos que ni siquiera sabía que tenía. Le había encantado la curiosidad sexual que Mallory le había demostrado, era el tipo de amante que le gustaba, alguien que lo incitara a explorar todos los aspectos de los placeres físicos. Su cuerpo había sido un banquete del que había disfrutado y se sentía saciado. Sabía que querría más de ella en cuanto se recuperara un poco. Pero, de momento, estaba a gusto a su lado y con Mallory entre sus brazos. Ella, en cambio, parecía tener otras ideas. Poco tiempo después, se movió y tuvo que soltarla. Vio que se ponía el albornoz e iba deprisa al baño. Sin su cuerpo cerca, sintió algo de frío y también se puso el suyo. Fue hasta el otro baño. Cuando terminó, ella aún no había salido y llamó a la puerta. —Mallory, ¿estás bien? Abrió la puerta. Su rostro reflejaba una gran mezcla de emociones, demasiadas para que tratara de entenderlas. Parecía feliz con lo que había pasado, pero también algo avergonzada. —No estoy segura —le confesó.

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—Dime qué te pasa. Se dio cuenta de que era la primera vez que le pedía algo así a una de sus amantes. —La verdad es que me cuesta creer lo que ha sucedido y lo rápido que ha sido todo. —Cuando hay química, no vale de nada resistirse —repuso él abrazándola. —Estaba desesperada —le dijo Mallory. —¿Qué quieres decir? ¿Qué te habría valido cualquiera? —preguntó sorprendido. —¡No! No quería decir eso. Estaba desesperada porque quería estar contigo. La abrazó con más fuerza aún. —Así me gusta. —Pero, Ajay, quiero que sepas que no espero nada de esto y… —Pues deberías —la interrumpió él. No quería establecer reglas. Por primera vez en su vida, prefería que hubiera un poco de espontaneidad en su vida amorosa. Empezaba a cansarse de lo que había tenido hasta entonces. Siempre era lo mismo. Conocía a una mujer hermosa y dispuesta, salían juntos, se acostaba con ella y le decía adiós. Una y otra vez… —Creo que deberías esperar algo más y no conformarte con lo que acabamos de hacer —continuó él—. Tienes derecho a exigirlo. Y prometo que intentaré satisfacerte. Tal y como había esperado que sucediera, Mallory se echó a reír y notó que su cuerpo se relajaba. Fue un momento tan íntimo y tierno que se quedó sin respiración un instante. —Y yo que pensaba que eras un experto negociador… Se apartó lo suficiente para mirarla a los ojos. —¿Y quién dice que no vaya a salir yo ganando con este acuerdo? —Haré todo lo que pueda —le aseguró Mallory mientras levantaba la cara para que la besara. Pero cuando sus labios se tocaron y sus lenguas se unieron, Ajay temió estar a punto de cometer un grave error. A lo mejor acababa de firmar su sentencia de muerte o algo incluso peor, como la posibilidad de enamorarse de ella.

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Capítulo 5 A la hora de la comida, Ajay pidió que les subieran algo a la suite y le dio de comer langosta y fresas con chocolate. Mallory estaba encantada. Él se encargaba de que su copa de champán no estuviera nunca vacía y le dio después un agradable masaje con sus expertas manos. Por si fuera poco, en esos momentos le estaba terminando de preparar un baño de burbujas. El aroma de la lavanda llenaba el cuarto. Mallory se abrió el albornoz mientras trataba de decidir si lo que estaba viviendo era un sueño o no. Pero el placentero dolor que sentía en sus partes más íntimas le recordó que era muy real. Había llegado esa mañana al hotel con la idea de seducir a Ajay y lo había conseguido con suma facilidad, pero eso no había sido ninguna sorpresa. Casi siempre conseguía lo que quería, no porque la vida se lo hubiera puesto fácil, sino porque trabajaba duro para conseguirlo. Algo de sí misma que había olvidado durante esos meses en los que había estado tratando de recuperarse tras la ruptura. Pensó entonces en la relación que había tenido con Carlo. Se preguntó si de verdad lo había querido. No luchó para mantenerlo a su lado. Le gustaba contar con sus atenciones y disfrutó con él de los placeres de la vida, un mundo que hasta entonces le había sido extraño. Pero ella prefería trabajar de día y dormir por las noches, algo que no encajaba bien con el estilo de vida del italiano. Después de hacer el amor con Ajay, un hombre que no quería nada de ella, se dio cuenta de que no había tenido nada en común con Carlo, el hombre con el que había estado a punto de casarse. Se terminó el champán acordándose de la pobre joven que la había sustituido e iba a tener que soportarlo. Sintió por primera vez que se había librado de algo que habría acabado poco a poco con su alma. —Espero que te guste caliente —le dijo entonces Ajay mientras sacaba la mano de la bañera. —Por supuesto —repuso ella mientras se quitaba el albornoz. Le encantó ver deseo de nuevo en los ojos de Ajay al contemplar su desnudez. Lamentó entonces que lo suyo no pudiera durar más que ese fin de semana, le dio la impresión de que eran dos personas mucho más compatibles de lo que podría haberse imaginado. Eran trabajadores, personas de éxito y tenían amigos en común. A los dos les gustaba viajar y explorar el mundo, pero sin malgastar el dinero de las empresas que tanto esfuerzo les había costado poner en marcha. Sabía que no podía hacerse ilusiones. Ajay rehuía del compromiso y, en el fondo, ella quería lo mismo. Sus padres llevaban casados más de treinta y cinco años y estaba convencida de que la unión de Bianca y Cooper sería

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igual de larga. No pensaba echar a perder esos dos días pidiéndole a Ajay algo que no podía darle. —¿Estás lista? —le preguntó él mientras se metía en la bañera. —¿Vas a acompañarme? —Por supuesto. Sería un pecado desperdiciar una bañera tan grande, con tanta agua y espuma, y no aprovecharla los dos, ¿no te parece? Tenía una sonrisa letal. Sus blancos dientes contrastaban con su piel tostada y había mucha picardía y deseo en su mirada verde. Mallory se metió en la bañera y no pudo ahogar una exclamación al sentir la elevada temperatura del agua. Durante esas dos últimas horas, Ajay la había visto más tiempo desnuda que vestida y había examinado su cuerpo de la manera más íntima posible. Pero la miraba en esos instantes como si la viera por primera vez. Fue increíble sumergirse en la fragante y cálida agua de la bañera. Él se acercó entonces y la besó durante tanto tiempo que Mallory creyó que se ahogaba. Ajay sacó una goma de pelo de su neceser y le hizo un gesto para que se diera la vuelta. —Deja que lo haga yo —le dijo él. Mallory se dio la vuelta y se colocó entre sus piernas. Fue increíble sentir de nuevo lo excitado que estaba. Aunque le costó un poco, Ajay consiguió hacerle una cola de caballo. —Mucho mejor —añadió mientras besaba su cuello—. Ahora puedo ver tu piel mientras disfruto de ella. Sus besos, el agua caliente y el aroma de la lavanda hicieron que se relajara, y suspiró feliz. Incluso cuando él comenzó a acariciarle el estómago y subió hasta sus pechos, siguió sin poder moverse. Estaba atrapada en el limbo, entre un estado de relajación total y un deseo incipiente. —Esto es maravilloso —susurró ella. —Tú eres maravillosa. Podría pasarme horas haciendo el amor contigo. Puede que incluso semanas. —Eso sí que sería una novedad. —Para los dos —reconoció él. Le extrañó que sus palabras no lo hubieran ofendido al recordarle el poco tiempo que dedicaba a cada una de las mujeres con las que salía. —¿No llega a cansarte tener tantas mujeres en tu vida y cambiar tanto? Supongo que la novedad es algo excitante, pero me pregunto si no echas de menos sentir esa verdadera intimidad que solo puede alcanzarse con alguien a quien conoces. —Es verdad, de eso se trata.

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—¿En serio? —preguntó ella mientras tomaba una esponja y gel de baño. Ajay se la quitó de las manos y comenzó a frotarle con cuidado los brazos, el cuello y los hombros. Las sensaciones eran increíbles. —¿Qué es lo que sabes de mi familia? —le dijo él. Le sorprendió su pregunta. —Lo que he leído en las revistas y lo que Bianca me ha contado. Tu padre es un diplomático en la región Punjab de la India. Sé también que tu hermano gemelo, Raj, y tú, nacisteis en Londres. Fuiste a la Universidad de Oxford y después seguiste tus estudios en el Instituto Tecnológico de Michigan, el más prestigioso del país. —Soy un ciudadano del mundo. Mis padres son indios, crecí en Inglaterra y tengo grandes influencias de Estados Unidos. Pero, aunque nunca he vivido en la India, esa cultura siempre ha sido muy importante en mi familia, sobre todo en lo referente a lo que esperan de un hijo. —¿Hablas del matrimonio? —Sí. Y no de cualquier matrimonio, sino de un matrimonio hindú. Los cuales, incluso en la actualidad, suelen ser acordados por las familias. Ella asintió con la cabeza. Sabía que lo que estaba diciendo era verdad y que aún se hacía así en muchas partes del mundo. —Entonces, te forzaron para que te casaras con alguien, ¿no es así? —No es que me forzaran, pero mi madre se encargó de presentarme a las jóvenes adecuadas desde mi adolescencia. Cuando terminé los estudios en la universidad, esperaban que eligiera una de ellas y me casara. —Pero no lo hiciste —concluyó ella. Ajay se echó a reír. A Mallory le encantaba sentir cómo temblaba su cuerpo a cada carcajada mientras le enjabonaba sensualmente los pechos. —No, preferí convertirme en el tipo de hombre que ninguna madre quiere para sus hijas. Me pareció un plan perfecto, la mejor manera de evitar un matrimonio que no deseaba. Había empezado a jugar con sus pezones y le costaba concentrarse en sus palabras. —¿Estás intentando distraerme? —¿Está funcionando? —Sabes que sí —reconoció ella. —Perfecto, porque creo que de momento ya te he contado demasiado. O me cuentas tú algo íntimo y secreto sobre ti o tendrás que darte la vuelta para que pueda besarte. La segunda opción le pareció mucho más segura. Se besaron y acariciaron hasta que el deseo los dominó. Ajay se puso en pie entonces para secarse un poco y colocarse un preservativo. Se

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estremeció al ver su belleza masculina y no pudo resistir la tentación de acariciar sus muslos y ponerse de rodillas para saborearlo una vez más. Lo acarició y besó de esa manera tan íntima hasta que él tuvo que agarrarla de la cabeza y dejarse llevar. Trato de concentrarse en sus movimientos y gemidos para saber qué era lo que más le gustaba. Cuando se dio cuenta de que estaba a punto de alcanzar el punto álgido, se detuvo para ponerle ella misma el preservativo. Tiró de su mano para que pudiera sentarse en la enorme bañera, se colocó sobre él y lo guio hasta tenerlo dentro de ella. No era la primera vez, pero era siempre increíble. Encima de él, podía controlar el ritmo y los movimientos. Las burbujas de jabón le proporcionaron un placer más intenso cuando Ajay comenzó a acariciarle los pechos sin dejar en ningún momento de decirle lo bella que era ni cuánto estaba disfrutando. —Dios mío, Mallory —susurró entonces—. Estás volviéndome loco, no me canso de ti. A ella le pasa lo mismo, no quería que terminara nunca ese día. No tardaron en alcanzar juntos las cotas más altas de placer. Una parte de ella deseaba llegar a ese momento, la otra esperaba poder alargar al máximo el encuentro temiendo que llegara pronto el final. —Sí, Ajay. ¡Sí! Con los últimos movimientos, hicieron que rebosara el agua de la bañera. Mallory le rodeó el cuello con los brazos y lo besó apasionadamente. Poco a poco, fue recuperando la respiración y la habilidad de hablar. —Bueno, supongo que ya estamos limpios —le dijo Ajay unos minutos después. —Por dentro y por fuera —añadió ella. Ajay usó una esponjosa toalla para secarla con ternura. —Creo que no lo había hecho así nunca —le confesó él. No pudo evitar abrir la boca con sorpresa. —¿Con todas las mujeres con las que has estado y nunca habías hecho el amor en una bañera? —Para que lo sepas, no me he acostado con todas las mujeres con las que he salido. —¿Quieres hacerme pensar que no has tenido un montón de amantes? —No. Ha habido muchas, demasiadas. Pero últimamente, he cambiado. Y, si he de ser sincero, recuerdo poco de la mayoría. No lo digo como ofensa hacia ellas, pero la verdad es que prefiero no acordarme de muchos de esos momentos. El amor no era parte de mi estrategia ni entraba en mis planes.

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Le extrañó que hablara en pasado. Una palabra usada en pasado en vez de en presente, estaba a punto de echar a perder sus planes para ese fin de semana. No pudo evitar estremecerse, quizá por el cambio de temperatura o por lo que acababa de decirle. —Me gustaría que supieras que… Bueno, creo que debería explicarme —comenzó a decir él. Para ser un hombre con tanto encanto y tanto mundo, parecía perdido y sin palabras. —Lo entiendo, Ajay —repuso ella mientras le acariciaba la mejilla—. Has hecho que me sienta especial. Y no olvidaré este fin de semana. Nunca. Salió del baño e intentó mantener la compostura, e incluso lo miró seductoramente una vez por encima del hombro. Pero, en cuanto se vio sola, corrió al otro dormitorio de la suite y cerró la puerta. Se apoyó en ella y trató de lidiar con lo que estaba sintiendo. No entendía por qué le estaba afectando tanto. Trató de convencerse de que su elección de palabras había sido solo un error, nada más. Creía que Ajay no había tratado de insinuarle que le parecía posible tener una relación con ella. No era eso lo que había estado buscando, sino todo lo contrario. Una aventura sexual sin ataduras ni futuro. Sabía que Ajay huía del compromiso y era un mujeriego, su fama lo precedía. Estaba convencida de que un hombre así no iba a cambiar de la noche a la mañana solo porque hubieran conectado muy bien en la cama o en la bañera. Pero, después de saber por qué era como era, se preguntó si no estaría engañándose a sí misma y si no sería real la posibilidad de que pudiera llegar a haber algo entre ellos.

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Capítulo 6 Ajay se pasó las manos por el pelo y maldijo entre dientes. Mallory lo había mirado de manera seductora antes de desaparecer. Deseaba ir tras ella, pero no tenía fuerzas. Ni física ni emocionalmente. Algo que le parecía imposible. Él nunca implicaba sus sentimientos. Se sentó en el borde de la bañera y trató de reflexionar sobre lo que acababa de pasar. Los hechos parecían muy simples. Una mujer muy bella, que había conocido por tener amigos en común, había llegado esa mañana al hotel con el único propósito de seducirlo sin pedir nada a cambio. Le había parecido desde el principio que hacer el amor con ella entrañaba cierto riesgo porque no iba a poder evitarla en un futuro. Era la jefa de Bianca, y su amiga. Pero no había podido evitarlo. Todo lo que había pasado a partir de ese momento carecía de sentido. Sin saber cómo ni por qué, Mallory había conseguido afectarlo como nadie había hecho. No le pareció que aún estuviera tratando de superar la ruptura con su prometido, y no dejaba de pensar en que había sido su nombre el que había gritado en los momentos de mayor pasión. Todo lo que había vivido con ella ese día había sido perfecto. Trataba de compararla con otras mujeres, pero Mallory había conseguido borrar de su mente todos esos recuerdos. No se acordaba de sus rostros ni de sus nombres. De repente, le pareció que su vida había sido una pérdida de tiempo y energía. Lamentó no haberse dado cuenta antes y haber encontrado alguien como Mallory. Frustrado con la dirección en la que iban sus pensamientos, salió del baño y se vistió. Se le pasó por la mente llamar al servicio de habitaciones para que les subieran la cena, pero le pareció arriesgado quedarse en la habitación. Así que llamó a uno de sus restaurantes favoritos y reservó una mesa. Después, encendió su portátil para trabajar mientras la esperaba. Poco tiempo después, Mallory salió de su habitación. Se había recogido el pelo en un descuidado moño y aplicado un maquillaje que resaltaba sus ojos oscuros. Se le fue la vista a los labios. Solo llevaba un poco de brillo en ellos, pero eran tan sensuales y jugosos que tuvo que contenerse para no besarla. Se había puesto una camiseta rosa bastante ceñida y unos pantalones grises. —Me gusta cómo te queda el pelo así —le dijo. —¿Te burlas de mí? —No. Cuando halago a alguien, soy sincero. Mallory parecía algo confusa. Sonrió y se sentó a su lado en el sofá.

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—Así es como llevo siempre el pelo, normalmente me hago el moño con la ayuda de un lapicero o algo así. Me resulta muy cómodo, pero siempre he pensado que parezco una maestra de escuela. Se le ocurrieron unos cuantos comentarios para quitarle esa idea de la cabeza. Le resultaba muy sexy imaginarla como una profesora de la que todos sus alumnos estaban enamorados, pero prefirió concentrarse en la pantalla del ordenador, que tenía sobre el regazo. —¿Qué es eso? —le preguntó Mallory al ver el aparato que tenía al lado del portátil. —Es la nueva creación de mi empresa. Cooper hizo los diseños originales del aparato, ¿quieres verlo? Mallory asintió con la cabeza. Él se levantó del sofá, fue al otro lado del salón y descolgó un cuadro que había en la pared. Después de comprobar que los ganchos podrían sujetarlo, tiró de las cuatro puntas del aparato para convertirlo en una gran pantalla. Habían diseñado en la empresa un tipo de polímero que se adaptaba a cualquier tamaño. Colgó la pantalla de los ganchos y volvió al sofá. Tecleó un par de comandos en su ordenador portátil y sonrió al ver la expresión de sorpresa en el rostro de Mallory. —Espectacular, ¿verdad? Ella se levantó y se acercó a la pantalla para verla con más detenimiento. —Ajay, esto es asombroso. ¿Se puede hacer de cualquier tamaño? —Tan pequeña como la que has visto al principio o incluso un poco más grande de lo que está ahora mismo. Ésa es la capacidad que tiene este prototipo. Puede funcionar como monitor de un ordenador o como aparato de televisión de alta definición. Pero no puedes comentar con nadie lo que acabas de ver, aún estamos probándola. Esperamos poder mostrarla en la semana tecnológica del próximo año. —Vas a ganar mucho dinero con este proyecto —repuso ella riendo. —Ya tengo mucho dinero —susurró él. Mallory había vuelto a acercarse a la pantalla y le dio la impresión de que no había oído su último comentario. Le apasionaba su trabajo, recordaba el preciso instante en el que se le había ocurrido esa idea, pero se le habían olvidado los nombres y las caras de todas las amantes que había tenido hasta ese día. No se sentía muy orgulloso, pero prefería no pensar más en ello. Miró en su ordenador toda la información que había acumulado sobre Brock Arsenal, esperando sentirse un poco mejor si se comparaba con ese hombre. —Según las páginas web que se dedican al cotilleo y a los famosos, Arsenal no sale con nadie ahora mismo —dijo él. Mallory se acercó con el ceño fruncido.

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—Entonces puede que no se sienta muy romántico. Eso no nos conviene. ¿Qué siente por sus admiradores? ¿Le gusta que lo persigan o le molestan? Ajay hizo una búsqueda en Internet y llegó a la conclusión de que se sentía muy agradecido con sus admiradores. Creía que, si estaba donde estaba, si había alcanzado el éxito, era gracias a ellos, a las personas que compraban sus discos y los que iban a sus conciertos. —Si de verdad es así como se siente, es una buena noticia para nosotros. Yo no había oído hablar de él hasta que conocí a Cooper y a Bianca. Mallory lo miró con escepticismo. —¿Y ahora te compras todos sus discos? —La verdad es que no. —Eso no se lo comentes a Arsenal. —Buena idea. Creo que se nos ocurrirá la manera de convencerlo cuando lo veamos en persona, pero eso va a ser lo más difícil. Compartimos planta en este hotel, pero no creo que nos invite a su habitación y tomar una copa con él. —Entonces, ¿por qué no hacemos lo que te sugerí al principio? Podríamos organizar nosotros la fiesta e invitarlo. Podría ser el invitado de honor. —¿Crees que podrías organizar una fiesta en menos de seis horas? —¿Por qué no? Los empleados de este hotel te adoran. Estoy segura de que podrían ayudarnos a organizarla. Limítate a mandarles un mensaje a tus empleados y pedirles que estén aquí esta noche con sus parejas. —Mis empleados son ingenieros informáticos poco dados a este tipo de cosas, no creo que a una estrella de rock le apetezca compartir velada con ellos. Vio que se quedaba pensativa unos segundos. —Ahora que lo recuerdo, he estado proporcionando servicios de interpretación y traducción a un grupo de bailarinas y gimnastas francesas que van a actuar esta noche. Hacen un espectáculo de circo renovado y he oído decir que son muy sexys. Mallory volvió a sentarse a su lado y tecleó el nombre del grupo en su ordenador. Unos segundos después, aparecieron en pantalla fotografías de unas jóvenes preciosas. —Creo que has tenido una idea estupenda —le confesó él. —Voy hacer unas cuantas llamadas. Quince minutos más tarde, ya tenían una lista de invitados compuesta por las bailarinas francesas, los empleados de Ajay y algunos famosos que se alojaban en el hotel. Tuvieron una reunión con el organizador de eventos del hotel y encargaron canapés salados y dulces y suficiente alcohol para

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celebrar una gran fiesta. Lo único que les faltaba era conseguir convencer al invitado de honor. Mallory se puso su vestido rojo otra vez y bajó ella sola para hablar personalmente con el director del hotel. —El avión de Arsenal llega sobre las diez, así que estará en el hotel a las diez y media —le contó Mallory cuando volvió a la suite—. En cuanto llegue, el director lo invitará a nuestra fiesta. Me lo ha prometido. Le he dejado una nota personal muy cariñosa, incluso la he perfumado. Me han sugerido que lo mejor que podemos hacer es conseguir que la fiesta ya esté bastante animada antes de que llegue. Si somos ruidosos, conseguiremos que se una o, en el peor de los casos, que llame a recepción para quejarse. —¿Tenemos una excusa para esta fiesta? —le preguntó él. —Le he comentado al director que estamos celebrando un acuerdo entre tu empresa y la mía. Una especie de fusión —le dijo con voz sugerente mientras se quitaba los zapatos de tacón. —Bueno, supongo que no le has mentido —repuso él mientras la abrazaba. Llevaba demasiado tiempo sin tocarla y no aguantaba jamás. Nunca había conocido a nadie tan adictivo como ella. Pero, cuanto antes consiguieran convencer a Arsenal para que tocara en la boda de sus amigos, antes tendría que dejar que se fuera. La besó apasionadamente y se dio cuenta de que, de forma inconsciente, estaba tratando de memorizar su sabor, la textura de su piel y la forma de su cuerpo. —Ajay, vamos a llegar tarde a la cena. —No tengo hambre. —¿No? A mí me ha parecido todo lo contrario —repuso Mallory riendo. Le gustó que tomara las riendas de la situación, parecía haber ganado mucha seguridad desde que la vio entrar en el hotel esa misma mañana. Y no tenía nada que ver con la Mallory que había conocido durante los últimos tres años. —Voy a cambiarme —le dijo ella mirándolo de repente con algo de tristeza los ojos—. Antes de ir al restaurante, deberíamos pasarnos por recepción para asegurarnos de que todo va según lo planeado. Si tenemos suerte, podemos conseguir esta misma noche nuestro propósito. Él fue hasta su dormitorio y se quedó muy pensativo. Habría dado cualquier cosa por saber lo que Mallory estaba pensando en ese instante. Sentía la necesidad de convencerla de que todo lo que había hecho en su pasado era solo su pasado. Quería estar con Mallory, pero no se conformaba con un fin de semana. No podía saber cuánto tiempo duraría su relación, no tenía ninguna experiencia en ese terreno, pero no soportaba la idea de no volver a tocarla, de no sentir sus sensuales labios en la piel o no oír su risa.

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Tenía que convencerla para que cambiara de opinión y se diera cuenta de que era un hombre distinto. Pero solo tenía cinco horas para lograrlo.

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Capítulo 7 Mallory disfrutó muchísimo esa noche. La cena fue espectacular. Ajay no había reparado en gastos y una limusina fue recogerlos al hotel para llevarlos al restaurante. Comenzaron tomando ostras, una ensalada con frutas del bosque y deliciosos quesos. Después, comieron vieiras con verduras y terminaron con una deliciosa selección de postres. Su mesa estaba situada en un rincón del restaurante, al lado de la chimenea. Había mucha gente a su alrededor, pero ella sentía que estaban en su propio mundo. Ajay era un gran conversador y le contó muchas historias divertidas. Fue muy atento con ella, como si fuera la última mujer sobre la Tierra. —Así que nos castigaron a los dos y el director del colegio decidió que necesitaba una manera de distinguirnos a mi hermano y a mí. Fue entonces cuando mi padre le sugirió hacernos tatuajes —le contaba Ajay entonces. Se echó a reír al oírlo. —Pero era un colegio muy estricto y no aceptaban ese tipo de cosas. Así que decidieron raparle la cabeza a Raj. Después de todo, había sido una idea suya la que nos había metido en ese lío. Le encantó que le contara esas historias. Le había hablado también de cómo había sido crecer en Inglaterra y el choque cultural entre ese país y la cultura de sus padres indios. Se había dado cuenta de que también compartían experiencias similares. Su padre, un militar de ascendencia italiana e irlandesa, había escandalizado a toda su familia al casarse con una joven filipina durante una misión en esas islas. Durante la cena, hablaron de todo, menos de una cosa. —¿Estás lista para volver al hotel? —le preguntó Ajay después de pagar la cuenta. —No —reconoció ella—. Me encantaría poder quedarme aquí para siempre. —Podríamos venir otro día. —Mañana por la noche es cuando Leo les dirá a Bianca y a Cooper lo que hemos preparado —le recordó ella—. Y el domingo por la noche es la boda. —Esa boda no tiene por qué marcar el final de nuestro juego, Mallory —le dijo Ajay. —¿No? —preguntó conteniendo el aliento. —No. Se quedó unos segundos en silencio mientras lo miraba a los ojos. Le pareció que había mucha sinceridad en ellos.

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—Nunca has tenido una relación de verdad, Ajay. Y yo no puedo permitir que me vuelvan a hacer daño. ¿Por qué no podemos limitarnos a disfrutar de este momento? Así, podremos seguir adelante con nuestras vidas después de la boda y con nuestros corazones intactos. Ajay frunció el ceño, parecía muy disgustado. —Me encantaría decirte que no es merecida mi reputación, pero mi pasado no cambia el hecho de que quiero pasar más tiempo contigo. Es verdad que, hasta ahora, me he negado a tener una relación con una mujer. Creo que era una manera de protegerme para que mi madre no comenzara a hacerse ilusiones y tratara de casarme. —No trato de juzgarte, Ajay, pero me parece una manera algo patética de rehuir del compromiso. —Ahora me doy cuenta de ello y tú eres, en parte, la culpable. Se pusieron de pie para salir del restaurante. Hasta ese momento, no había sido consciente de hasta qué punto estaba lleno el local. Sintió que se acaloraba y le costaba respirar. No sabía si detenerse o echar a correr para salir cuanto antes allí. Pero Ajay la abrazó de manera muy protectora. —Estamos muy cerca de la puerta. Concéntrate en mí, Mallory. Asintió con la cabeza y, poco después, estaban en la calle. Ajay le dio un poco de tiempo para que se recuperara y respirara profundamente. De reojo, vio que le hacía un gesto al chófer para que se acercara con su limusina. Empezó a tranquilizarse por fin cuando se vio sentada dentro del vehículo. —¿Sufres enoclofobia? Se quedó boquiabierta. Además de todas las cualidades que ya había descubierto, se dio cuenta de que era un hombre muy culto y perspicaz. —Cuando no estoy acostándome con todas las mujeres que conozco, suelo leer bastante. Sonrió al oír sus palabras. Llevaban todo el día juntos y Ajay parecía saber qué hacer y qué decir en cada momento. No había dejado de mimarla ni impresionarla cada vez que tenía una oportunidad, ya fuera con un masaje, un relajante baño o fresas con chocolate. Cumplía a la perfección con el estereotipo de seductor, pero sus gestos no parecían preparados, sino que conseguía que se sintiera como una reina. —Debe de ser difícil temer a las multitudes cuando has vivido en ciudades tan pobladas como Nueva Delhi o Hong Kong. —No empecé a sufrirlo hasta que empecé a viajar por el mundo. De niña, vivía en el hotel que mis padres tenían en Filipinas, pero era pequeño y no me molestaba tener gente alrededor. De hecho, era muy sociable. Las cosas empeoraron cuando comencé a viajar. —¿Por eso no ibas a las discotecas con Carlo? —Ésa era al menos mi excusa. Pero acabo de estar en un restaurante muy lleno contigo y no lo he notado hasta que íbamos hacia la puerta.

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—Debe de ser entonces por la compañía —repuso Ajay con un guiño cómplice. —Supongo que sí. Lo he pasado muy bien esta noche. Sé que éste va a ser un fin de semana muy especial, pero no quiero que cambies tu forma de ser por mi culpa. No me importa que sea solo una aventura. —¿Y si a mí sí me importa? —Lo has hecho con muchas mujeres hasta ahora, ¿por qué no ibas a poder hacerlo conmigo? —A lo mejor porque tú me has cambiado. Mallory no pudo evitar echarse reír, pero Ajay seguía mirándola con mucha seriedad. Se dio cuenta de que lo había ofendido. —Sé que es difícil creer que una persona cambie de la noche a la mañana —dijo él—. Pero no puedo mentirte, contigo me estoy sintiendo muy especial, distinto. He tenido muchas amantes, pero nunca se ha tratado de amor. Es una palabra que he evitado siempre. —No quería ofenderte… —¿No? Te sentías mal después de que ese imbécil te dejara, así que decidiste que un fin de semana de sexo salvaje era lo que necesitabas para sentirse mejor. ¿Y a quién elegiste para hacerlo? A un hombre que se acuesta con todas. No podía creer lo que estaba oyendo. —Eso no es justo. —Pero es la verdad. —No, no es la verdad. No era tu pasado lo que me atraía de ti. Eres guapo e inteligente. También muy sexy, pero no solo eso. Me gusta ver que vives apasionadamente y que disfrutas de los placeres de la vida. Es algo que envidio de ti —le confesó—. Es verdad, quería ser parte de ello, aunque solo fuera durante un fin de semana. He aprendido hoy que eres mucho más que tu reputación y la verdad es que, si he de ser sincera, me encantaría poder alargar estos días. Pero no puedo permitirme el lujo de arriesgarme tanto y volver a sufrir. Acabo de pasar por ello. Ajay tomó con ternura sus manos y las besó. —Me encantaría poder prometerte algo más —le dijo. —No te preocupes. Me alegra que hayas cumplido hasta ahora las promesas que me hiciste. —¿Te he prometido ya conseguir que tengas un orgasmo de media hora? —le preguntó con una sonrisa. —Eso es imposible. —Nunca deberías decirle algo así a un hombre que cree ciegamente que todo es posible si así lo decide.

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El chófer de la limusina tuvo que dar unas cuantas vueltas de más por aquel barrio. Pero, cuando llegaron al hotel, Ajay había cumplido su promesa. Pero sabía que su pericia sexual no iba a ser suficiente para convencer a Mallory de que podrían llegar a tener algo más. Como ya le había dicho, no podía prometerle nada. No había garantías, sobre todo cuando tenía tan poca experiencia en cuestión de relaciones. Pero, por Mallory, estaba dispuesto a intentarlo. Arreglaron su apariencia mientras el chófer aparcaba frente al hotel. Esperaba que su plan tuviera éxito y pudieran convencer a la estrella de rock para que tocara en la boda de sus amigos. Así, podría echar a todo el mundo de la suite y pasar el resto de la noche demostrándole a Mallory que deseaba más que nada hacerla feliz. Salieron del coche y le dio un beso antes de entrar en el hotel. —Ha sido increíble —le dijo ella—. Tienes una lengua muy juguetona. —Me alegra que aprecies mi talento —repuso él abrazándola de nuevo. —Si no paras ahora mismo, no va a haber nadie en la habitación para recibir a nuestros invitados. Espero que tengamos suerte y Arsenal acepte la invitación. —No podemos hacer nada más. Confío bastante en el poder de atracción de las chicas que has invitado. Poco de tiempo después, estaban disfrutando de la fiesta en compañía de sus empleados. Los camareros se encargaban de rellenar de champán las copas de los invitados y ofrecerles deliciosos canapés. No tardaron en llegar un par de traductoras que trabajaban para Mallory y las famosas bailarinas francesas que todo el mundo, sobre todo los hombres presentes en la fiesta, estaban esperando. Solía disfrutar de las fiestas, pero esa noche era distinta. Cansado ya de escuchar las canciones más famosas de Brock Arsenal, Ajay estaba deseando que todo terminara. Mallory permaneció todo el tiempo a su lado y le dio la impresión de que cada vez está más nerviosa. Imaginó que no sería fácil para ella estar rodeada de tanta gente. Llegó la medianoche y su invitado de honor seguía sin honrarlos con su presencia. Le dio la impresión de que Mallory estaba un poco pálida y le costaba respirar. —¿Por qué no salimos un momento afuera para qué te dé el aire? —le sugirió mientras señalaba las puertas que daban al balcón. —¿Y si llega Arsenal y no estamos? —Muy bien, salgamos entonces al recibidor. No me importaría estar a solas contigo. —¿Para qué? ¿Para volver a quitarme el pintalabios a besos? —le susurró Mallory al oído.

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—Buena idea.

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Capítulo 8 Ajay consiguió con su beso que se relajara. Mallory sintió que había encontrado su droga. Ese hombre era peor que una adicción. Le costaba asumir lo que él le había confesado durante la cena. Quería seguir viéndola, y ella no sabía cómo negarse. Estaban besándose cuando alguien carraspeó a su lado. Se separaron y vio que era su vecino el que los observaba. —Señor Arsenal —tartamudeó ella. Era tal y como se lo había imaginado, una auténtica estrella del rock. Llevaba de punta su pelo rubio, que ya adornaban algunas canas. Había vivido mucho y muy rápidamente y las arrugas de su rostro así lo testimoniaban. —Y yo que pensaba que la fiesta era dentro —les dijo Arsenal entre risas. Ajay fue el primero en reaccionar y lo saludó formalmente. Era la ocasión que habían estado buscando, pero Mallory se dio cuenta en ese momento de que, si conseguían su propósito, no tendrían ninguna excusa para seguir juntos. Fuera como fuera, Bianca y Cooper estaban a punto de casarse. Y, después de la boda, tendría que seguir su vida sin un hombre que, en menos de veinticuatro horas, había conseguido dar un giro de ciento ochenta grados a su vida. —Hemos salido para respirar un poco de aire fresco —explicó Ajay. Arsenal se acercó a ella y respiró profundamente. —Un aire fresco que es además delicioso —le dijo el cantante—. Y unos labios maravillosos para respirar ese aire. ¿Cómo te llamas, preciosa? No podía creerlo, estaba flirteando con ella. Se mordió la lengua para no decirle lo que pensaba. Tenía que ser amable para tratar de conseguir su propósito. —Soy Mallory Tedesco y él es Ajay Singh, los anfitriones de esta noche. —¿Singh? Me suena ese nombre. Pero tú no eres el jugador de golf, ¿verdad? —No, ése es Vijay Singh y no somos familia. —Entonces, tú debes de ser el que se dedica a la tecnología. Creo que tu compañía diseñó el programa que usamos para controlar el espectáculo de luces en mis conciertos. —No recuerdo… —No os lo encargamos directamente. Mi equipo se lo compró a otro grupo de rock después de que se separaran.

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Ajay le dedicó una gran sonrisa. —Pero no podemos permitir que eso suceda. Me encantaría desarrollar y diseñar algo más vanguardista para usted. ¿Por qué no pasa, conoce a algunos de mis ingenieros y hablamos de lo que necesita ahora mismo? —No, gracias —repuso el cantante—. Solo quería daros las gracias por la invitación, parece una fiesta estupenda y la elección musical no podría ser mejor, pero tengo que irme. —Imagino que estará muy ocupado este fin de semana —intervino ella —. Después de todo, su concierto es mañana por la noche. —Así es. ¿Tenéis entradas? —En primera fila —repuso Ajay—. Pero no sé si podremos usarlas. Dos amigos nuestros, que se casan el domingo, vuelan mañana desde Costa Rica y tenemos una cena de celebración. Por cierto, una de sus baladas es su canción preferida. —Estupendo. Espero que disfrutéis en la boda. Viendo que estaba a punto de despedirse, Mallory aprovechó para intervenir acercándose un poco más a él. —Creo que esta boda le gustaría mucho. Llevan diez años prometidos, pero han sido incapaces de encontrar el momento para hacerlo, así que estamos preparándoles una boda sorpresa. No tienen ni idea de lo que va a pasar este fin de semana. Sus amigos y familiares lo hemos organizado todo. Bueno, casi todo. Falta un detalle. Un último milagro que haría que fuera una boda muy especial. Ajay y ella describieron la historia de amor de sus amigos, contándole todo por lo que habían pasado, cómo eran y a qué se dedicaban. El cantante los escuchó con atención. —Historias de amor como ésa no le pasan a cualquiera —les dijo Arsenal cuando terminaron de contarle todo. —Pero cuando ocurren, hay que aprovechar la oportunidad y arriesgarse. ¿No le parece? —No me preguntes a mí, no sé nada de relaciones —les confesó—. Aunque no dejo de intentarlo… —añadió mientras miraba su reloj. Mallory se dio cuenta de que tenía una cita. —¿Va a estar en Tampa todo el fin de semana? Porque Cooper y Bianca se llevarían una enorme sorpresa si pudiera ir a su boda. Forma parte de su relación, ha estado presente desde el principio, poniendo la banda sonora al amor que se tienen. Arsenal se quedó algo pensativo y Mallory vio que había conseguido interesarle. —Podría hacer que le mereciera la pena —intervino Ajay—. ¿Quizá con una generosa donación para su organización benéfica favorita? Sé que está de gira, pero…

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—Lo mejor de dedicarse a esto es que yo impongo las normas —lo interrumpió Arsenal—. Pensaba pasar el domingo en la playa y dando una vuelta por la ciudad. La idea de ir a una boda me divierte, pero si estás además dispuesto a ayudar al refugio de animales con el que colaboro en Nueva York, estaría encantado. No tardaron mucho en concretar los detalles de la boda e intercambiar teléfonos. Se dieron la mano, se abrazaron y Mallory contuvo la respiración hasta que lo vio entrar en el ascensor. No podía creerlo. —¡Lo hemos conseguido! —exclamó mirando entusiasmada a Ajay cuando se quedaron solos. Él la abrazó y la ansiedad que había sentido dentro de la suite se evaporó al sentir que habían conseguido su objetivo. También ayudaba estar entre los brazos de ese hombre, que en esos momentos giraba con ella mientras la besaba. —Ayúdame a echar a toda esa gente de nuestra habitación —le dijo Ajay después—. Hasta mañana por la noche, no tenemos otro plan que no sea hacer el amor hasta agotarnos. Se estremeció al oírlo. Era una oferta irresistible, una que no podía rechazar.

Tal y como Ajay le había prometido, pasaron el resto de esa noche y gran parte del sábado charlando, riendo, haciendo el amor y comiendo sin salir de la suite. Por la noche, fueron al lugar convenido para ensayar la boda y poner en común todo lo conseguido durante esos días. Bianca y Cooper aún no habían llegado y Mallory se sentía un poco fuera de lugar, como si estuviera aterrizando después de un viaje en una máquina del tiempo. Después fueron a cenar a la misma pizzería donde habían estado unas noches antes. Ajay y ella entraron de la mano, pero a nadie pareció sorprenderle ese detalle. La mayoría estaba conmocionada con la inesperada reconciliación de Jessie y Leo, por una parte, y con la pareja formada por la hermana mayor de Cooper y el hermano pequeño de Bianca. Las nuevas parejas habían conseguido eclipsar lo que era la gran sorpresa de la noche, la boda de Bianca y Cooper. Sin nadie que les prestara atención, Mallory pudo disfrutar de la cena agarrando la mano de Ajay por debajo de la mesa y besándolo cuando nadie los miraba. Cuando volvieron al hotel y entraron en la suite, se dio cuenta de que lo hacían con la misma familiaridad de la pareja que volvía a su hogar. Se quitaron la ropa, se ducharon juntos y se metieron en la cama. Esa noche no hicieron el amor, pero durmieron abrazados.

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A la mañana siguiente, se despertaron con energía. Tenían mucho que hacer. Ajay la llevó al hotel donde se iba a celebrar la boda. Después, tenía que recoger a Cooper, a Leo y a Drew. Habían planeado reunirse en la suite de Ajay para pasar la tarde juntos bebiendo cerveza. Eran, después de todo, las últimas horas de soltería de Cooper. Allí se iban a vestir además antes de ir a la ceremonia. Cuando Mallory vio a Bianca vestida con su traje de novia, no pudo evitar sentir cierta envidia antes de ir a abrazarla emocionada. —Nunca te había visto tan bella —le dijo con sinceridad mientras trataba de controlar las lágrimas. —Tú también estás preciosa —repuso Bianca—. El amor te sienta muy bien. —¿Amor? —No lo niegues. Hoy es mi día y no puedes llevarme la contraria. Abrió la boca para protestar. Quería decirle que era imposible que se hubiera enamorado de un hombre al que apenas conocía, pero no lo hizo. Una vez más, recordó que no se le daba bien mentir. Se le daba mucho mejor engañarse a sí misma. —Va a dejarme —le dijo a su amiga. —No, no lo hará —le aseguró Bianca mientras se giraba para mirarse en el espejo. Una maquilladora estaba terminando de arreglar a Jessie y a Annie. La madre de la novia había bajado un momento para arreglar los últimos detalles del banquete y el fotógrafo también estaba distraído. Le alegró tener al menos unos minutos a solas con Bianca, pero no quería perder el tiempo hablando de algo que era imposible. —¿Cómo puedes decir eso? Tú eres la que trató de convencerme para que no pasara el fin de semana con él. —Pero, después de veros a los dos juntos anoche, he cambiado de opinión. Nunca lo había visto así. Es increíble cómo te miraba. —¿Con deseo? —Había un poco de deseo en su mirada, lo reconozco. En la suya y en la de casi todos los invitados a la cena —reconoció Bianca mientras miraba con perplejidad a Jessie y a Annie—. Pero no era solo deseo. Te miraba como Cooper me mira a mí. Me extrañó que te pudieras contener y no le quitaras la ropa allí mismo. Sonrió al oír sus palabras. —Si pude contenerme fue porque durante estos últimos dos días hemos tenido muchos momentos así en su suite del hotel. Jessie se levantó y se acercó a ellas.

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—Parece que esta boda sorpresa ha sido un potente afrodisíaco para todos —les dijo. Bianca vio que Annie trataba de alejarse de ellas y no se lo permitió. —Espera un momento. Tú también eres parte de esta conversación — le recordó mientras agarraba su brazo. —¿De verdad quieres que te dé detalles sobre las técnicas amatorias de tu hermano? —repuso Annie retando a la novia con la mirada. —Tienes razón, prefiero no saber nada —contestó Bianca con una mueca—. Pero eres la única que ha estado ya casada. ¿Por qué no le dices a Mallory cómo puede asegurarse de que Ajay no se aparte nunca del camino? —¿Cómo quieres que lo sepa? La vida y el amor vienen sin garantías. Pero, si hay algo que haya aprendido, sobre todo durante estos dos días con Drew, es que hay que ser sincera con una misma. Si Ajay ama a la mujer que Mallory es hoy en día y a la que va a ser el día de mañana, y si ella lo ama de la misma manera, no hay nada que se pueda interponer entre ellos. Mallory se dio cuenta de que Annie tenía razón. Ajay era un hombre muy seguro de sí mismo, sabía muy bien quién quería ser y conocía sus debilidades. Pero también era consciente de sus puntos fuertes y hasta el momento no había fracasado en nada de lo que se había propuesto. —Hazlo, Mallory —le dijo Bianca—. Arriésgate. Sé que vas a salir ganando. Creo que, si no se había comprometido con nadie hasta ahora, era porque no había conocido a la mujer adecuada. Pero ahora que te tiene a ti, se acabó el juego.

La ceremonia transcurrió sin un solo problema, aunque la entrada del novio en compañía de sus padrinos había causado cierta conmoción al ver que Brock Arsenal iba con ellos. Pero todos se quedaron en silencio cuando comenzó la marcha nupcial y entraron la novia y las damas de honor. Bianca y Cooper emocionaron a todos con las palabras que se dedicaron. Sellaron la breve ceremonia con un romántico beso. Después, mientras el fotógrafo los retrataba, el resto de los invitados pasaron a otro salón para tomar un aperitivo. La novia le había pedido al fotógrafo que tomara una instantánea de cada una de sus damas de honor con los hombres de su vida. Cuando les llegó el turno a Mallory y Ajay, el fotógrafo les pidió que se miraran a los ojos. En ese instante, ella sintió que todos sus miedos desaparecían. Podía ver en la mirada de ese hombre el amor que le tenía. Lo notaba también en la manera en que la abrazaba, como si ya formara parte de su vida. Y se dio cuenta de que era así. Deseaba estar con él más de lo que había deseado nada en su vida. Y no le bastaba con un breve fin de semana, quería pasar con Ajay el resto de

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su vida. Le parece increíble sentirse así después de tanto tiempo, pero estaba convencida de que no se equivocaba. Durante el banquete, Brock Arsenal salió al escenario y tocó la balada favorita de los novios mientras éstos bailaban por primera vez como marido y mujer. A media canción, Arsenal llamó a las damas de honor y a los padrinos para que bailaran también. Mallory sonrió al ver a Leo y a Jessie dando vueltas como dos enamorados y se emocionó al observar cómo se miraban a los ojos Annie y Drew. Se concentró entonces en su pareja de baile. Apenas se movían, pero estaban tan pegados que eran una sola persona. —Esto no puede ser el final, Mallory —le dijo Ajay entonces. —Lo sé —repuso ella. —Tienes que darme una oportunidad para… ¿Cómo? Sonrió al ver que había tardado en entender su respuesta. Dejaron de bailar. —He dicho que lo sé. Estoy de acuerdo. Quiero estar contigo. Te quiero, Ajay. Había imaginado que se quedaría callado unos segundos y reflexionaría sobre lo que acababa de decirle, pero su reacción fue inmediata. La levantó por los aires y dieron vueltas por la pista de baile sin que les preocupara que todo el mundo los observara. Cuando por fin la soltó, Mallory temió que toda la atención que habían suscitado le provocara una crisis de ansiedad, pero él consiguió que se concentrara solo en sus ojos. —Yo también te quiero, Mallory. Si prometes casarte conmigo, seré el hombre más rico del universo. —¿Casarme contigo? ¡Pero si solo llevamos dos días juntos! Ajay no dejó que su reacción lo acobardara. —Mis padres se conocieron el día antes de casarse. Mis abuelos, apenas tuvieron una hora. Aun así, han pasado toda su vida juntos. Yo llevo todos estos años tratando de no comprometerme con nadie y estoy harto. Si me aceptas, seré tuyo para siempre. Mallory no podía hablar, estaba sin palabras. Pero respiró profundamente y le dijo entonces la palabra más importante que había pronunciado en su vida. —Sí.

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Epílogo Después de horas hablando, comiendo, bebiendo y besándose cada vez que algún invitado se lo pedía, Bianca suspiró aliviada cuando Cooper la tomó entre sus brazos y la llevó a un rincón apartado, detrás de unas palmeras. Durante ese día, había besado a su marido en una infinidad de ocasiones y se había dado cuenta de que había algo distinto en esos besos. No podía describirlo. Nunca habían necesitado un papel para sentirse unidos, pero lo que habían declarado ese día delante de sus familiares y amigos había cambiado algo y se sentía más cerca de él que nunca. Lo deseaba como siempre, pero no había una necesidad acuciante en ese deseo porque estaba segura de que siempre iba a estar a su lado. En su corazón, en su mente y en su alma. Salieron al balcón desde el que se veía el río Hillsborough. Cooper cerró tras ellos la puerta y colocó una silla bajo el picaporte para poder estar a solas con ella. —Señora Rush —le dijo mientras tomaba sus manos. —Señor Rush —repuso ella. —¿O piensas mantener tu apellido de soltera? No habíamos hablado de ello. —La verdad es que me da igual —le confesó con sinceridad—. ¿Tú qué prefieres? —A mí tampoco me importa. Solo me importas tú. Me parece increíble que nuestros amigos hayan organizado esta boda sorpresa. Tan increíble como el hecho de que Leo y Jessie vuelvan a estar juntos. —Parece que las bodas convierten todos los sueños en realidad. No había sido más feliz en toda su vida. Estaba con el hombre que amaba y la noche era cálida y perfecta. A la mañana siguiente, iban a salir en avión privado de camino a Cayo Hueso, el primer sitio al que habían viajado juntos, cuando su relación empezaba y aún no tenían un proyecto en común. —Pero no entiendo demasiado lo que ha surgido entre Drew y mi hermana —le confesó él. —Anímate. Annie ya es mayorcita y no necesita que nadie le diga lo que tiene que hacer. Conoces muy bien a mi hermano y sabes que es buena persona. Nunca haría nada que pudiera herir a tu hermana ni a los niños. Cooper contestó con un gruñido que se convirtió en gemido cuando se dio cuenta de que ella le estaba desabrochando los pantalones. —¿Y lo de Mallory y Ajay? Me ha dicho él que ya ha llamado a su madre. Parece que el próximo viaje que tengamos que hacer será a la India, donde quieren casarse. ¿Sabes que solo llevan juntos dos días? —le preguntó su marido con perplejidad.

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Ella se echó a reír mientras deslizaba la mano para acariciarlo. —No todo el mundo espera diez años como nosotros, señor Rush. Cooper la besó, le levantó la falda del vestido y apartó con los dedos el satén de su ropa interior. —Por ti merece la pena esperar, señora Rush. ¿No estás de acuerdo? Pero no pudo contestar. Cooper se deslizó en su interior y se quedó sin respiración. Las estrellas eran los únicos testigos de su primer encuentro como marido y mujer. Lo hicieron con el amor, la pasión y el deseo que los había mantenido unidos durante diez años y que, sin lugar a dudas, duraría el resto de sus vidas.

Fin

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