Travesía (1) 
El socialismo: necesidad y libertad

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Antología Denis Sulmont. Archivo VII: Cambios en el Mundo del Trabajo___________

EL SOCIALISMO: NECESIDAD Y LIBERTAD1 Denis Sulmont 1991 Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Reúno en este artículo algunas reflexiones que me parecen importantes para reencontrar, discutir y renovar los aportes del marxismo y de la corriente socialista sobre la naturaleza misma del proyecto socialista. Pido disculpas al lector por el carácter un tanto teórico de estas reflexiones, pero creo que los tiempos exigen tratar de ir a las raíces de los problemas. LA VIEJA CONTRADICCIÓN DEL CAPITALISMO Como se sabe, Marx, centrando su análisis en los países de mayor desarrollo industrial del siglo pasado, puso en relieve la creciente polarización de la sociedad capitalista en torno a dos clases fundamentales: la clase obrera y la burguesía. Vio en ambas clases sociales la expresión de una contradicción fundamental del capitalismo, la que tiene sus raíces en relaciones sociales marcadas por un dominio concentrador y excluyente de la fuerza productiva generada por la revolución industrial moderna, que impiden el desarrollo plenamente social de las mismas. Conviene precisar los alcances de dicha contradicción. El capitalismo se presenta como proceso histórico que revoluciona la organización de la producción, sistematizando la división social del trabajo y el uso de la tecnología. A partir de esta revolución, el trabajo deja de ser una actividad particular para convertirse en un proceso eminentemente social, base de una formidable capacidad de transformación de la naturaleza y de las condiciones de vida de los hombres. El capitalismo abre las puertas de la historia al desarrollo de poderosas fuerzas productivas, ofreciendo a la humanidad la posibilidad de librarse virtualmente de las necesidades apremiantes, base sobre las cuales la humanidad puede virtualmente liberarse de la necesidad (incluyendo el propio trabajo como labor penosa), dar curso a sus energías creativas y acceder así al “reino de la libertad”. En este aspecto, Marx resultó uno de los más consecuentes exponentes del pensamiento liberal y de la racionalidad moderna del progreso. Pero, su análisis no se detiene allí; también subraya el trágico contraste entre el enorme potencial productivo de la humanidad y la situación de alienación y miseria de las masas trabajadoras, introduciendo un elemento decisivo: las relaciones sociales de producción. Al asumir la racionalidad económica del capitalismo, la burguesía se constituye como clase dirigente y mediante la propiedad de los medios de producción, pasa a ejercer el control sobre el proceso de trabajo. Sometido a la lógica de la división social, el trabajo es “subsumido” por el capital. Los 1

Texto publicado en la Revista Travesía numero 1, en Marzo de 1991.

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trabajadores son “liberados” de sus propias condiciones tradicionales de subsistencia, reducidos a una clase de desposeídos obligados a vender su fuerza laboral para vivir. Cuando encuentra empleo, el proletario se incorpora a un proceso colectivo, debiendo someterse a formas de trabajo impuestas y producir “plusvalía” para el capital. Al valorar el capital, el trabajo se convierte en fuerza social “ajena” para los trabajadores. Con el desarrollo de las fuerzas productivas, siguiendo el análisis marxista, crece la organización obrera y maduran las condiciones para que los sujetos del trabajo accedan al control del proceso productivo, ya no como productores aislados, ajenos a su trabajo y agobiados por las preocupaciones de la subsistencia, sino como “productores libremente asociados”, sujetos concientes de su dimensión social, liberados de la necesidad inmediata, capaces de realizarse aportando su cooperación voluntaria y creativa al desarrollo de la producción y a la organización de la vida social. Para Marx, la moderna revolución socialista significa que el “trabajador libre” contiene en germen el “hombre universal” del futuro. Al romper con las limitaciones del trabajo tradicional, al socializar la producción, al impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas y al generar una masa de individuos sin otra perspectiva de subsistencia y realización que la que le ofrece la organización colectiva del trabajo, el capitalismo crea las condiciones de un orden superior; pero este orden pasa por la creación de un nuevo sujeto social —que Marx veía en su época encarnado en el “movimiento obrero”— capaz no sólo de romper el dominio del capital, sino de establecer el control de la sociedad entera sobre la organización productiva. Tal es la utopía de una sociedad liberada de la lucha de clases que Marx y Engels plasmaron en el famoso Manifiesto Comunista en 1848, y que el lenguaje popular llama un mundo “sin explotadores ni explotados”. Contrariamente a la imagen del “comunismo” que ofrecieron los socialismos reales, Marx no apuntaba a la estatización de la sociedad, sino por el contrario a la progresiva sustitución del aparato de dominación del Estado por un régimen de administración directa de la producción social por la sociedad misma. La utopía comunista confiaba en la posibilidad de superar la separación entre lo privado y lo público y de reunificar la persona humana en un mundo de plena transparencia social, sin intermediación. Nuevamente, en este aspecto, observamos una cierta similitud con’los ideales más radicales del liberalismo. No cabe duda de la importancia del marxismo como hilo conductor para interpretar la sociedad moderna y como fuerza inspiradora de los grandes movimientos sociales y políticos posteriores a la revolución industrial. Pero es también obvio que el balance de las transformaciones del capitalismo y las diferentes vías de realización del socialismo en el mundo cuestionan aspectos importantes de las interpretaciones y proyecciones señaladas. PROFECÍAS NO CUMPLIDAS Llama la atención en primer lugar que las revoluciones que se reclamaron del socialismo no hayan acontecido en los países de mayor desarrollo capitalista, sino en su periferia, en países como Rusia, China o Cuba 2

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donde la clase trabajadora era limitada pero donde el “problema nacional” constituía un aspecto central. Correspondió a Lenin (y tras él, a Mao y a los llamados “marxistas-leninistas”) percibir la importancia de dicho problema e incorporarlo al análisis del capitalismo y de la lucha de clases en los países sujetos a la penetración imperialista. Este enfoque tuvo en Mariátegui su más creativo exponente latinoamericano. Es importante resaltar cómo el problema nacional en los países de capitalismo periférico y en los países socialistas se sobrepuso al internacionalismo de los trabajadores que Marx planteaba como condición de la realización del socialismo. El famoso lema con el cual termina el Manifiesto Comunista —“Proletarios del mundo ¡uníos!”— está bien alejado de la realidad actual, no obstante la trans-nacionalización creciente del capital. Al acercarse el final del siglo XX, la cuestión nacional sigue siendo un eje muy importante de movilización en muchas partes de mundo, ante las cuales las relaciones de producción, sin desaparecer, pasan a un segundo plano. Esta cuestión abarca la resistencia a la dominación exterior, la afirmación de las comunidades de intereses históricos, expresada en identidades regionales, culturales y religiosas, y en general la posibilidad de construir un espacio propio de desarrollo. Un segundo aspecto se refiere a la ubicación del conflicto central de la sociedad capitalista moderna y de sus actores principales. ¿Sigue siendo válido definir estos actores como la clase obrera versus la burguesía? Hoy día, la centralidad de la clase obrera y de su papel histórico se encuentran cuestionados teórica y prácticamente. No es que ha desaparecido el trabajo asalariado ni el dominio del capital; es el mundo de la producción y del trabajo el que ha cambiado profundamente. Lo que era la sociedad industrial caracterizada en los países centrales por la producción material, el maquinismo pesado, las grandes fábricas y sus masas de obreros, se transforma en lo que varios autores llaman una sociedad “postindustrial” o “pro gramada”.2 Una sociedad donde desempeñan un rol decisivo la producción y el control de los conocimientos científicos y técnicos, el trabajo técnicoprofesional, los medios de información y comunicación, los sistemas de formación y de investigación, la administración de la salud, de la cultura y del tiempo libre; una sociedad donde el eje del poder reside no sólo en el dominio patronal del trabajo fabril, sino también en los modelos de gestión que abarcan la producción, la distribución y el consumo, así como la intervención sobre el conjunto de la vida, incluyendo la genética. Las relaciones de trabajo dejan de ser el foco principal de la confrontación social; ésta se extiende hacia nuevos ámbitos. El conflicto central tiende a girar en torno a las relaciones entre quienes dominan los aparatos de gestión económica y social (los grandes capitalistas y la tecnocracia) y el conjunto de trabajadores-consumidoresciudadanos que reivindican el derecho a elegir su modo de vida. La sociedad post-industrial o programada responde a una extensión y diversificación de los

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Entre ellos, BELL, Daniel: Advenimiento de la sociedad post-industrial, Alianza Editorial, Madrid, 1976 y TOURAINE, Alain: La sociedad post-industrial, Ed. Ariel, Barcelona, 1969.

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campos donde interviene la acción humana y donde las clases sociales se disputan el control de las fuerzas de transformación social. Marx vio en el obrero fabril —el trabajador despojado de la pericia artesanal, descalificado, subordinado a la máquina y restringido a un trabajo parcelario— el prototipo del productor moderno. Con la revolución técnicocientífica actual, este paradigma resulta anacrónico. Los sujetos del trabajo se han diversificado, al igual que el campo de la producción que viene abarcando no sólo la fabricación de bienes materiales, sino también el ancho mundo de los servicios y de la vida cultural. El trabajador técnico-profesional adquiere una importancia estratégica. A los obreros fabriles tradicionales se suman nuevas categorías de trabajadores sometidos a la división detallada del trabajo; también el capitalismo inventa nuevas formas de jerarquización socio profesional, de precarización del empleo, de discriminación y de exclusión social. El trabajador colectivo adquiere múltiples caras. Los países del Tercer Mundo insertos de manera periférica en la economía mundial no son ajenos a los cambios producidos por la revolución técnico-científica actualmente en curso. Aunque de manera más limitada, dichos cambios transforman también sus modos dominantes de producir, de distribuir y de consumir, sus sistemas de gestión y sus modelos de vida, abriendo nuevas expectativas de desarrollo. Pero generan simultáneamente profundas distorsiones, en la medida que no existe un control de las prioridades nacionales y no están aseguradas las necesidades básicas de su población. Las economías de los países latinoamericanos, en particular, están conformadas por una compleja combinación de elementos parciales correspondientes a diversos modos de desarrollo —arcaicos, mercantilistas, industriales y post-industriales— que no llegan a reformularse en un proyecto nacional propio; por ello, su situación es muy vulnerable en el proceso de reestructuración de la economía mundial. Asimismo, como consecuencia de lo señalado, el mundo del trabajo en estos países es heterogéneo y precario. Sin dejar de tomar en cuenta los núcleos de trabajadores de las actividades productivas más importantes, no podemos decir en este caso que el sujeto del movimiento central de la sociedad sea la clase obrera. Corresponde a la realidad de los países como los nuestros un tipo de movimiento más compuesto, donde los sujetos son trabajadores múltiples, definidos en términos de clase popular tanto por su situación de exclusión y discriminación social, como por su participación subordinada en las relaciones de producción y de poder. Una clase popular como la del Perú, compuesta de diversas categorías de pequeños productores y de trabajadores asalariados, en su mayoría pauperizados, amenazados por la crisis recesiva y promotores de actividades de sobrevivencia. La explicación de la llamada pérdida de centralidad de la clase obrera no se debe a la disminución de los asalariados y de su capacidad productiva en los países subdesarrollados. En este contexto, como lo ha mostrado Maríategui en su tiempo, los obreros no son sujetos del socialismo sino como parte de una clase trabajadora amplia, donde el “factor clasista” se suma a la reivindicación indígena, la lucha de los campesinos y las demás movilizaciones populares. Dicha pérdida de centralidad se funda más bien en las transformaciones profundas que ocurren en los países centrales del capitalismo, que dan lugar a

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una capacidad productiva más diversificada y compleja que repercute sobre los sujetos del trabajo. Tal como lo señalamos, estas transformaciones lejos de cerrar el abanico de posibilidades de intervención de los sujetos sociales, lo abre, poniendo en juego el control y la orientación del desarrollo, el dominio sobre los medios cognoscitivos, informativos y comunicacionales de la gestión productiva y social; el dominio sobre los recursos naturales, el medio ambiente y uso del espacio; el dominio sobre el empleo del tiempo, sobre la salud, la procreación y el conjunto de aspectos donde el hombre tiene la posibilidad de actuar sobre sus condiciones de vida. No dudo que Marx, de estar vivo, seguiría fascinado por esta extraordinaria y temible expansión de los campos de acción del hombre moderno. UNA SOCIEDAD ¿CON O SIN ESTADO? El análisis marxista tradicional parte de una concepción instrumental del Estado y del poder. El Estado es entendido como un aparato mediante el cual una clase ejerce su dominación sobre el conjunto de la sociedad; una máquina de opresión al servicio de la burguesía en la sociedad capitalista. Tal concepción implica una estrategia de poder para las clases dominadas basada en lo que podemos llamar “la vuelta de la tortilla”, es decir, el reemplazo de los dominadores por los dominados a través de la captura del aparato estatal. En este esquema, la lucha política y la naturaleza del poder aparecen determinadas mecánicamente por los intereses económicos particulares de cada clase. Cabe reconocer que la concepción instrumental-clasista del Estado resulta insuficiente para dar cuenta de la evolución de los regímenes políticos en las sociedades capitalistas y tiene implicancias extremadamente graves en los países socialistas donde el marxismo se ha convertido en ideología oficial. Tal concepción no nos permite entender el significado del desarrollo de las conquistas sociales y políticas asociadas a la “democracia burguesa” y al “Estado social” en el capitalismo avanzado; y por otra parte, tampoco ofrece una explicación adecuada de la conversión de los Estados llamados comunistas en nuevos aparatos de despotismo burocrático, hoy masivamente repudiados. Muchas interpretaciones han sido avanzadas sobre esta cuestión, desde varias vertientes del marxismo.3 Sin entrar a examinar aquí las importantes dimensiones históricas involucradas, señalaremos el núcleo teórico central de la discusión hoy día. El Estado nos remite a la tensión existente entre la división y la unidad de la sociedad.4 Se presenta como una expresión de una “hegemonía” que no sólo se define “desde una esquina de la sociedad”, como decía Gramsci, es decir defendiendo intereses particulares de un sector o un bloque de clases, 3

Ver: I3AHRO, Rudolf: La alternativa. Contribución a la crítica del socialismo realmente existente. Alianza Editorial, Madrid, 1977; El socialismo real mente existente. Seis conferencias críticas (prólogo de Aníbal Quijano y Mirko Lauer), Debate socialista, Mosca Azul Editores, Lima 1981; HELLER, Agnes y FEHER, Ferenc, Marxismo y democratie. Au delá du “socialismo real”, Ed. Maspero, París, 1981. 4 En este punto retomamos la argumentación de Norberto Lechner de sarrollada en: “Aparatos de Estado y forma de Estado”, en LABASTI DA, Julio (Coordinador): Hegemonía y alternativas políticas en América Latina, Siglo XXI Ed., México, 1985.

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sino también se constituye como poder general, integrador de las múltiples diferencias y antagonismos sociales.5 A través del Estado el conjunto de la sociedad se objetiviza y se reconoce a sí misma, dando lugar a la constitución de un “orden”, generado por la propia división social. Marx, retomando el análisis de Hegel sobre la escisión entre la sociedad civil y el Estado, veía en éste una forma particular de producto social, producto que se separa de los sujetos sociales que lo generan y se transforma en poder general aparentemente autónomo sobre ellos. Pero a su vez Marx subrayaba el carácter “falsamente general” de este poder en la sociedad capitalista. Me parece importante subrayar la doble dimensión del concepto de Estado, como lo hace Norberto Lechner: por una parte, el Estado como una “forma”, un modo de constitución de un orden general (expresado en los principios del bien común, la libertad y la igualdad ciudadana), y por otra, el Estado como un “aparato” de dominación (constituido por un gobierno una estructura burocrática y redes de relaciones con los intereses de las clases dominantes). Ambas dimensiones interfieren mutuamente; pero distinguirlas nos permite entender por qué los actores sociales dominados —los obreros, en especial— a la vez que se sienten oprimidos por el Estado y lo enfrentan como adversario, también lo reivindican, luchando para conquistar sus derechos ciudadanos y garantizar sus derechos sociales a través de él. Una cuestión fundamental planteada en relación al Estado moderno se refiere a la “democracia formal”. Por ella, se entiende el reconocimiento de la ciudadanía a todas las personas independientemente de su condición social, lo cual supone su libertad e igualdad ante la ley y la garantía de sus derechos humanos (en especial el derecho de propiedad de asociación y de expresión) así como la vigencia de las relaciones contractuales, del pluralismo político y del principio de representación. La democracia formal, plasmada en las Constituciones de la mayoría de los países capitalistas ha sido cuestionada por los marxistas ortodoxos por su falsedad ante las desigualdades reales. Pero este cuestionamiento ha llegado a desconocer los principios básicos de todo orden democrático. El problema no se resuelve suplantando la democracia formal por la democracia directa o el centralismo democrático. De lo que se trata es de reconocer la importancia de aquellos principios para todos, sin ninguna discriminación. Agnes Heller, luego de recordar a Ho Chi Minh afirmando que el socialismo está contenido en su totalidad en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, señala: “Pues los mismos principios democráticos, en la medida que son formales, pueden ser los principios fundamentales de una sociedad capitalista y de una sociedad socialista. Sin embargo, ello no quiere decir que la democracia es ‘aparente’ o ‘inauténtíca’. Por el contrario: la democracia formal es justamente la gran innovación que asegura la permanencia del carácter democrático de un Estado, constituye su condición primordial indispensable. Todos los que quieren reemplazar la 5

Para Gramsci, la hegemonía se refiere a la transformación de un poder particular en un poder general, que implica una “vocación estatal” (Ver La política y el Estado moderno, Ed. La peninsula, Barcelona, 1971, p 113).

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democracia formal por lo que llaman la democracia real renuncian a la misma democracia.”6 A partir de la reflexión sobre el Estado, es posible retomar la discusión sobre el problema del socialismo como proyecto de sociedad. Para Marx, el socialismo consiste en la recuperación del control de la vida social por los sujetos que la producen: los trabajadores, el “pueblo” en general7. El nuevo orden social no se limita a la toma de posesión del aparato del Estado por parte de la clase obrera, sino descansa fundamementalmente en la regulación racional del proceso productivo bajo el “control común” de los productores libremente asociados. Asimismo, este nuevo orden implica un incremento de la productividad del trabajo que permita a la vez asegurar la subsistencia básica de todos, ampliar las fronteras de las necesidades humanas y, con juntamente con la emancipación del trabajo, abrir el “reino de la libertad”. Marx no especifica con precisión cómo puede plasmarse este proyecto de sociedad futura en términos de organización política. Su atención se concentra fundamentalmente en la transformación de las relaciones de producción circunscritas a las condiciones materiales de la vida. La base de la regulación de la nueva sociedad se encuentra en una capacidad de autogobierno de los productores organizados fundamentalmente a partir de la estructura técnico-administrativa de la producción. Esta concepción supone una progresiva desaparición del antagonismo de clases y consecuentemente la disolución del Estado como aparato de dominación ajeno y su reemplazo por simples mecanismos de administración de las cosas (planificación económica). Cabe señalar que el propio Marx queda bastante ambiguo sobre este punto. Si bien reivindica a la clase obrera como sujeto fundamental y propone la “libre asociación de los productores” como paradigma de la sociedad socialista, su concepción no se reduce a un modelo de sociedad carente de mediaciones, donde cada productor decide espontáneamente para sí mismo y para todos. Marx se distanció tanto de la concepción anarquista de Bakunmfl, como la estatizante de Lassalle. Percibió la necesidad de una “nueva forma” de Estado8, no sólo como poder de transición, sino como un nuevo orden general, como una nueva representación del interés común, basado en nuevas relaciones de producción. Pero no desarrolló una teoría sobre ello. Sus principales seguidores, particularmente los “marxistas-leninistas”, enfocaron el problema del Estado casi exclusivamente como “dictadura del proletariado”, reduciéndolo en la práctica a un aparato de poder de una clase, supuestamente transitorio. Resulta ahora evidente que este reduccionismo conduce a consecuencias funestas. Hoy día, aparece con mayor claridad lo importante de desarrollar la teoría del nuevo Estado del futuro, recogiendo no sólo las intuiciones iniciales de Marx y los aportes de marxistas clásicos como Gramsci y otros, sino también las contribuciones de los científicos sociales y políticos actuales. 6

“Le passé, le présent et le futur de la démocratie”, en Marxismo y démocratie, op cít: 222; traducción nuestra. 7 Comentando la Comuna de París, Marx hablaba de “la recuperación de la propia vida social del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” (La guerra civil en Francia). 8

Ver Crítica al programa de Cotha (1875), donde Marx se interroga sobre “el Estado futuro de la sociedad comunista”.

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¿Por qué plantear una nueva forma de Estado del socialismo? ¿Cuál ha de ser su naturaleza? La justificación de una nueva forma de Estado parte de reconocer que el control social sobre las condiciones de vida no significa la desaparición de la división social del trabajo ni de las diferencias individuales y sociales en general. Los individuos no pueden identificarse directamente con el “bien común”, ni ejercer un “control común” sobre el conjunto de la sociedad sin tener un sistema de representación y mediación política, el cual supone a su vez un espacio de libre expresión y comunicación pública. Como bien señala Lechner: “...la particularidad individual no puede ser regulada a la manera de una planificación económica. La autodeterminación de la sociedad sobre su desarrollo no puede significar la abolición de la diversidad social, sino por el contrario, su realización plena. Y esta diversidad exige la política, o sea la determinación (conflictiva) de un referente trascendental por medio del cual los hombres pueden reconocerse unos a otros en la diversidad”. (op. cit.: 107) Es necesario profundizar la teoría del Estado, superando el estrecho “determinismo económico” de un marxismo dogmático que reduce el Estado a un simple reflejo de la estructura económica, y pretende que basta cambiar el orden económico para modificar el orden político. Las relaciones de producción deben ser enfocadas en un sentido amplio y no como simples relaciones técnicas y administrativas sometidas a una estrecha racionalidad económica. El problema del control social de los medios de producción por los productores no puede ser resuelto de manera instrumental, a través de la transferencia de toda la propiedad al aparato estatal. Las concepciones de este tipo en lugar de devolver a los sujetos sociales la capacidad de dominar su propia vida social, los encierran en los sistemas tecnocráticos y burocráticos de una economía centralista y del aparato estatal. Obviamente, los modelos técnico-burocráticos de sociedad contradicen la intención de Marx y ha sido criticado reiteradamente por varias generaciones de marxistas. Cabe sin embargo preguntar en qué aspecto del enfoque marxista encontramos las posibles raíces de este trágico malentendido histórico. En primer lugar, la explicación tiene que ver con una visón del progreso centrada de manera demasiado unilateral en las dimensiones materiales del desarrollo de las fuerzas productivas. Este problema se expresa en el reduccionismo economicista que encontramos en muchos análisis marxistas. No pretendo entrar a discutir aquí el “materialismo dialéctico” de Marx, muy distante del materialismo vulgar que él mismo y muchos marxistas, en particular Mariátegui criticaron. Sólo quiero mencionar un aspecto que ha sido agudamente señalado por Hannah Arendt en su libro La condición humana: Marx parece reducir la actividad del hombre a la del trabajo, entendido como actividad transformadora de la naturaleza, que reproduce la vida biológica y fabrica objetos.9 Las relaciones sociales entre los hombres resultan 9

ARENDT, Hanuah: L condición humana, Seix Barral, Barcelona, 1974.

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dependiendo casi exclusivamente de este tipo de actividad. Las otras acciones prácticas del hombre, que no son “trabajo” en el sentido propiamente económico, y particularmente la acción política, terminan siendo derivadas de la actividad material, y no son enfocadas ni valoradas en sí mismas. Es necesario rescatar la diversidad de los campos y modos de acción humana y ofrecerles instancias de intermediación y de representación democrática para que puedan coexistir en un espacio común. Ello nos lleva a enfocar los sujetos sociales no sólo como obreros o trabajadores en un sentido estrecho y unilateral, sino como actores múltiples (productores, consumidores y ciudadanos) quienes, en tanto que liberados de ataduras particulares, pueden constituirse en “hombres universales”. En segundo lugar, el malentendido sobre el Estado socialista se relaciona con la tendencia del enfoque marxista a referirse a la sociedad como un ente propio, una totalidad evolutiva dotada de una racionalidad histórica global, de tal modo que los sujetos sociales resultan sometidos a las leyes de un movimiento global que los sobre determina en forma inexorable. Esta concepción encuentra su inspiración en el idealismo dialéctico de Hegel que Marx utilizó, “poniéndolo de pie”, para interpretar el proceso sociohistórico concreto; concepción que responde también a la visión del progreso predominante en el mundo moderno en el auge de su expansión industrial. Esta tendencia evolucionistá y totalizante presente en el análisis de Marx ha sido usada por quienes, desde el poder del Estado (especialmente a partir de Stalin), han transformado el marxismo en ideología oficial y en dogma10. De este modo, la visión globalizante de la sociedad y del progreso se convirtieron en justificación del poder concentrado; el hombre pasó a ser no el fin sino un medio de la razón histórica encarnada en el Estado. Cabe señalar que esta derivación totalitaria ocurrió también con el fascismo y nazismo, que encontraron su justificación en otras vertientes de la filosofía moderna. NECESIDAD Y LIBERTAD Marx, como hemos visto, coloca como horizonte del progreso y de la futura sociedad, la apertura del “reino de la libertad”. Es importante recalcar que sitúa este reino más allá del “reino de la necesidad natural”, concentrando su reflexión en el proceso de emancipación de los trabajadores en este último, es decir, en el ámbito de la reproducción ampliada de la vida material. Por su importancia, citaremos el texto de El capital donde Marx expresa su punto de vista: “... el reino de la libertad sólo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad y por la coacción de los fines externos; queda pues, conforme a la naturaleza de la cosa, más allá de la órbita de la verdadera producción material. Así como el salvaje tiene que luchar con la naturaleza para satisfacer sus necesidades, para encontrar el sustento 10

Como esfuerzo de síntesis del conocimiento científico-social de una época, y como guía para la acción, el marxismo no puede pretender convertirse en un sistema cerrado capaz de explicar y prever todo. Marx rechazó la dogmatizadón de sus análisis. Al final de su vida, llegó a decir a su yerno, Paul Lafargue: “De lo que estoy seguro, es que yo no soy marxista” (citado por RUBEL, Maximiien: Pour une éthique socialiste, Marcel Riviere, París, 1948).

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de su vida y reproducirla, el hombre civilizado tiene que hacer lo mismo, bajo todas las formas sociales y bajo todos los posibles sistemas de producción. A medida que se desarrolla, desarrollándose con él sus necesidades, se extiende este reino de la necesidad natural, pero al mismo tiempo se extienden también las fuerzas productivas que satisfacen aquellas necesidades. La libertad, en este terreno, sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente éste su intercambio de materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como un poder ciego, y lo lleven a cabo con el menor gasto posible de fuerzas y en las condiciones más adecuadas y más dignas de su naturaleza humana. Pero, con todo ello, siempre seguirá siendo éste un reino de la necesidad. Al otro lado de sus fronteras comienza el despliegue de las fuerzas humanas que se consideran como fin en sí, el verdadero reino de la libertad, que sin embargo sólo puede florecer tomando como base aquel reino de la necesidad. La condición fundamental para ello es la reducción de la jornada de trabajo”11 En este extraordinario texto, Marx abre una pista de reflexión fundamental, pero deja muchos cabos sueltos. No desarrolla cómo concibe el “reino de la libertad”, es decir este “despliegue de fuerzas humanas que se consideran como fin en sí”. Parece enfocarlo fundamentalmente como tiempo libre, como no trabajo. En realidad, hace falta una profundización teórica y política de esta cuestión. Siguiendo el razonamiento de Marx, lo prioritario es el desarrollo de las fuerzas productivas, poder superar las condiciones infrahumanas de vida y de trabajo de la mayoría de la gente y poner estas fuerzas productivas bajo su control común. Es a partir de esta emancipación económica, que el despliegue de la libertad humana aparece como posible. El razonamiento apunta a asegurar las condiciones materiales del ejercicio de la libertad para todos, cosa que sigue siendo, hoy, una prioridad para la gran mayoría de la humanidad. Pero, cabe preguntar si no resulta inconveniente plantear la libertad como un reino que sólo se abre una vez asegurado el desarrollo y control social de las necesidades. ¿Acaso no ejercen también su libertad los pobres que luchan desde los estrechos márgenes de su situación? Y, por otra parte, aceptando que el desarrollo de la productividad, la abundancia de la producción y su control común son condiciones necesarias para explayar el reino de la libertad: ¿resultan suficientes estas condiciones? En el transcurso de la historia y prácticamente en todas las sociedades, el reino de la libertad, entendido como espacio de autonomía y autorrealización personal e interpersonal12 ha sido y sigue siendo reservado a la minoría de quienes tuvieron y tienen cubiertas sus necesidades a partir del trabajo ajeno (los esclavos y mujeres han sido el sustento de los reinos de libertad de la aristocracia antigua, como los campesinos y obreros llegaron a serlo para los terratenientes y burgueses). Además, la libertad de los poderosos no sólo 11

MARX, Carlos: EL capital. Crítica de la economía política, Tomo III (sección 7), FCE, México, 1968, p. 759. 12 Este espacio implica la capacidad de disponer de su tiempo, de elegir sus relaciones personales, de definir sus aspiraciones y de fijar sus propias metas y formas de acción.

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depende del trabajo ajeno, sino de su capacidad de organizar un lugar privado y público propio para su ejercicio. Es fundamental tomar en cuenta que las necesidades son siempre relativas. A partir del umbral en el que las personas aseguran su existencia biológica, las aspiraciones humanas son múltiples y diversas, prácticamente infinitas. En otras palabras, el reino de las necesidades puede ampliarse constantemente. Pero la decisión sobre las necesidades (cuáles deben atenderse, de acuerdo a qué objetivos y prioridades, para quiénes, etc.) depende de la forma cómo es ejercida la libertad13. La libertad puede ser ejercida por una élite privilegiada y dominante, o por un pueblo organizado con derechos formales e igualdad de oportunidades. El reino de la libertad de por sí no es democrático. El problema consiste precisa mente en democratizarlo, abrirlo, no sólo como una gran posibilidad del futuro (cuando, supuestamente todas nuestras necesidades podrán ser atendidas sin mayor trabajo), sino como una exigencia siempre actual, y para todos. La perspectiva socialista consiste en democratizar el reino de la libertad junto con el de las necesidades. Llevar a la práctica dicha perspectiva no puede resolverse solamente desde un Estado identificado con la sociedad civil, ni tampoco desde una sociedad civil identificada con la autogestión de los centros productivos. Resulta fundamental diferenciar y articular varios niveles y espacios de acción. Veamos. No basta suprimir la propiedad privada capitalista (entendida como propiedad concentradora y excluyente) de los medios de producción. Es necesario generalizar la propiedad, es decir garantizar a todos los miembros de la sociedad la posibilidad de disponer de las fuerzas productivas, desarrollar sus capacidades y gozar de los frutos de sus iniciativas y esfuerzos. Ello no lo puede garantizar el monopolio de la propiedad estatal. Son necesarias diferentes formas de propiedad (estatal, privada, comunal, asociativa) que aseguren la descentralización del poder económico y la democratización del Estado.14 Otro aspecto fundamental y asociado a la generalización de la propiedad es la capacidad por parte de los sujetos sociales de intervenir en el control común sobre los diferentes ámbitos de la producción social, en particular los centros de trabajo y los circuitos de distribución y consumo. ¿Cómo llevar a la práctica tal control común? Nuevamente la solución no reside en la sola intervención del Estado. Parte de la respuesta se encuentra en la participación de los trabajadores, usuarios y consumidores en la gestión de aquellos eslabones del proceso económico-social en las que están directamente implicados, a través de diversas modalidades de autogestión, cogestión, Organización asociativa y cooperativa. La presencia de este tipo de participación directa en la organización empresarial e institucional de la sociedad es fundamental para descentralizar el poder. Pero también es 13

Ver HELLER, Agnes: Teoría de las necesidades en Marx, Península, Barcelona, 1986. Ver también IBANEZ, Alfonso: Agnes Heller: La satisfacción de las necesidades radicales, Ed. Sur, Urna, 1989. 14 Ver: HELLER, Agnes: op. cit.

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necesario recalcar que no es suficiente. En primer lugar, cada uno de los ámbitos de la producción social basada en la división social del trabajo está sujeto a criterios de eficiencia y a una lógica técnico-administrativa, que implica instancias centralizadas de decisión. Especialmente en el caso de las grandes organizaciones, el control no puede ejercerse de manera directa por cada trabajador, sino a través de canales de representación indirecta. Ello no obvia que, en su propio campo de trabajo concreto, las personas puedan gozar de un margen de autonomía y capacidad de co-decisión. En segundo lugar, las unidades donde intervienen los distintos agentes económicos están en relación mutua, a través del mercado y distintas formas de regulación política. Resulta por lo tanto imprescindible la participación democrática de todos los sectores sociales también en las instancias superiores de planificación y de definición de políticas económicas y sociales globales. AUTONOMÍA Y HETERO-REGULACIÓN Cabe precisar un poco más la reflexión anterior, que parece cuestionar la idea de una sociedad fundada en “productores libremente asociados”. La división social del trabajo y el propósito de lograr el mayor desarrollo posible de la productividad lleva a someter el trabajo a una “racionalidad económica”, que consiste en calcular, prever y optimizar el uso de los recursos disponibles (en especial el tiempo de trabajo). El “trabajo moderno” se diferencia de otras formas de trabajo en la medida en que se encuentra subordinado a dicha racionalidad, que forma parte de la lógica “sistémica” de las estructuras técnicas a las que nos referimos. Al incorporarse en la lógica de los sistemas complejos y sujetarse a la racionalidad económica, los individuos tienen que adecuar sus conductas a las normas, leyes y decisiones que ellos no definen, es decir, en las palabras de Marx, “a la coacción de fines externos”. Su práctica deja de ser autónoma o “autorregulada” y se convierte en dependiente o “hetero-regulada”. Jurgen Habermas, recogiendo el análisis de Max Weber, señala dos grandes subsistemas de hetero-regulación social: uno se refiere a las estructuras económicas (reguladas por medio del dinero) y otro a las estructuras burocráticas, particularmente el aparato estatal (reguladas por medio del poder15). En lo que se refiere al sistema económico, André Gorz distingue entre la hetero-regulación centralizada (o programada) propia de la organización empresarial, en el que existe un centro que planifica y administra el conjunto; y la hetero-regulación acentrada (o dispersa), propia del mercado, resultado de las relaciones entre múltiples centros de decisión que no se ponen previamente de acuerdo sobre metas comunes.16

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HABERMAS, Jurgen: Teoría de ¡a acción comunicativa, Ed. Taurus, Madrid, Gorzz muestra bien que la regulación por el mercado es erróneamente considerada como “autorregulación”, cuando en realidad las leyes del mercado corresponden a la lógica del azar y de las correlaciones de fuerza. Ver: GORZ, André: « Métamorphoses du travail. Quéte du sens. Cri tique de la raison économique, Ed. Galilée, 1988, 16

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La perspectiva socialista no puede prescindir de los criterios de eficiencia asociados a la racionalidad económica. Tampoco escapa a la lógica funcional de los diferentes subsistemas mencionados. El problema central consiste en utilizar dicha racionalidad y lógica controlando democráticamente sus ámbitos de aplicación y las metas a las que sirve. Se trata de garantizar que las grandes organizaciones no se transformen en instrumentos del poder técno-burocrático de una nueva clase dominante; que no se conviertan en “jaulas de acero” donde los individuos dediquen la mayor parte de sus energías sin espacio para auto-realizarse; en general, que la racionalidad del dinero y del poder no invada todo el mundo vivido de la gente. La fuerza del socialismo debe apuntar a circunscribir y dominar los sistemas hetero-regulados, poniéndose al servicio de las personas y de su vida y no al revés. Lo anterior implica reducir socialmente el tiempo de trabajo sometido a dichos sistemas, aprovechando los beneficios provenientes del incremento de la productividad, procurando al mismo tiempo la organización del trabajo hetero-regulado de modo que éste contribuya también a la realización humana. La meta del progreso no consiste en seguir una carrera sin fin de trabajoconsumo; asimismo, no consiste sólo en ganar más tiempo para el descanso y la diversión. El verdadero progreso reside en la capacidad de ofrecer a cada persona un tiempo y un espacio propio de autonomía, donde pueda desarrollar acciones definidas libremente para sí mismo y las personas con quienes elige vivir, de acuerdo a los valores con los que se identifica: atención a las personas cercanas; trabajos de pequeña producción destinados al autoconsumo o realizados por el placer; actividades deportivas, artísticas e intelectuales; estudios, capacitación y actualización profesional, servicios voluntarios de ayuda mutua, de promoción social y cultural; iniciativas asociativas; participación en actividades gremiales y políticas, etc. Se trata de defender, conquistar y enriquecer un tiempo y un espacio social diversificado, donde predomine no la razón instrumental del dinero y del poder, sino la razón comunicativa de las personas que buscan entenderse, comprometerse y actuar en común a partir del diálogo y de la intercomprehensión. Lo que hemos llamado la esfera de autonomía y la de la heteroregulación social coexisten y también interfieren unas sobre otras, Los individuos desarrollan sus capacidades y comparten su tiempo entre ambas esferas (cada cual, de manera diferente). Desde un punto de vista socialista, pensamos que es conveniente que la sociedad no sea concebida de manera homogénea, ya sea como un campo totalmente abierto a la afirmación de la autonomía individual (liberalismo radical o anarquismo), ya sea como un organismo social cuyos miembros tienen que identificarse con el todo (colectivismo o comunismo dogmático). El socialismo debe abrir el campo de acción humana a una pluralidad de racionalidades posibles, respetando tanto la tradición cultural de la gente, como su capacidad innovadora, sin trabar el crecimiento de la productividad social. La apertura del socialismo a la diversidad supone asegurar y combinar la participación de los sujetos sociales en cada una de las dos esferas mencionadas: por una parte en los sistemas socializados, donde el individuo pueda aportar a la atención cada vez más eficiente de las necesidades y al desarrollo de la capacidad instrumental de la sociedad; y por otra parte, en los diferentes campos donde el individuo pueda contribuir libremente a la 13

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creatividad cultural y política y al enriquecimiento de su mundo vivido. La esfera de autonomía, lejos de oponerse al dinamismo de los sistemas heteroregulados, constituye el lugar desde el cual nacen las energías más innovadoras capaces de dar sentido, orientar y controlar estos sistemas. Por ejemplo, a partir de la afirmación de la calidad de la vida, surge la reivindicación ecológica, la búsqueda de una nueva intercomunicación con la naturaleza basada en el mutuo respeto.

LO PRIVADO Y LO PÚBLICO La esfera de autonomía —que corresponde a nuestro entender al “reino de la libertad” al cual alude Marx— abarca como dijimos una diversidad de campos. No comprende solamente la vida privada, sino también la vida pública. Es importante subrayar que tanto lo privado como lo público son necesarios para que las personas puedan convivir y realizarse en la sociedad. La vida privada tiene que ver fundamentalmente con el desarrollo del ciclo existencial de las personas y su reproducción. Constituye el espacio donde prevalece la atención a la subsistencia cotidiana y se desarrollan las relaciones de “comensalidad” (compartir la mesa), de convivencia sexual, de amor y de afecto, así como de dominación y sumisión, y múltiples lazos de reciprocidad. Espacio protegido, en cierta medida, de la injerencia de la sociedad, como el niño protegido por su madre. Su forma principal es la familia y su último reducto son las “relaciones íntimas”. Se expresa también en redes de relaciones sociales más amplias, expresadas en comunidades de tipo étnico-cultural, religioso, ideológico, etc. Existe por lo tanto junto con el ámbito más estrecho de la vida privada, un espacio más amplio de integración común, que algunos llaman “privado-social”.17 Este espacio privado-social tiene una importancia fundamental en la vida de la gente, como lo podemos comprobar en el caso de las comunidades andinas o de los barrios populares. La vida privada y privada-social es decisiva para la conformación de la identidad de las personas y por lo tanto de su capacidad de autonomía. Nuestro planteamiento no pretende idealizar la naturaleza de las relaciones privadas realmente existentes. Es necesario reconocer y transformarlas desigualdades que las atraviesan, muy particularmente, entre géneros. El encierro de la mujer en él ámbito doméstico y la repartición desigual de las labores y del poder de decisión en el mismo, constituye un factor decisivo de la discriminación de la mujer en general, en la medida que afecta su identidad social (se auto percibe como dominada) y le impide desarrollar sus capacidades en la vida pública. No se trata de privar a las mujeres de vida privada, sometiéndolas plenamente a la racionalidad económica del trabajo asalariado y de la producción de bienes y servicios correspondientes a las necesidades domésticas. El problema central, desde un punto de vista socialista, consiste ante todo en asegurar que el trabajo y las responsabilidades sean compartidos, en condición de igualdad, entre hombres 17

Ver QUIJANO, Aníbal: Modernidad, identidad y utopía en América Latina, Sodedad y Política Ed. Urna, 1988.

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y mujeres. Sobre esta base, es posible por un lado promover la proyección de la mujer en diferentes campos públicos de acción (laboral, cultural, político, etc.), permitiéndole desarrollar allí sus capacidades, junto con las del hombre; y por otro lado, enriquecer la calidad de la vida privada de la mujer en sus espacios privados, también en forma compartida con el hombre, asegurando para ambos el aligeramiento de las partes más pesadas del trabajo doméstico no mediante la contratación de un personal de servidumbre, sino mediante el uso de artefactos modernos y de servicios externos. ¡El socialismo empieza en casa! Terminaremos estas reflexiones generales precisando el significado de la vida pública. Es conveniente no confundir lo público con las relaciones sociales en general. Lo público designa en primer lugar el tipo de acción humana que busca ser notoria, vista y apreciada por todos. Responde, en cierta medida a la aspiración de todos los hombres no sólo de existir y de hacer sino de ser reconocido de manera genérica; aspiración que corresponde al deseo de superar la futilidad de las cosas inmediatas y transitorias, de vencer el tiempo y las limitaciones de su vida particular, alcanzar algo de in mortalidad. En este sentido, el trabajo, cuando es realizado sólo para “ganarse la vida”, no pasa de ser una actividad privada; pero si consiste en realizar una obra perdurable, que puede ser útil, admirada y respetada por los demás, se convierte en una actividad pública. Lo mismo ocurre con todas las acciones humanas, en particular la creación artística y científica, y la acción política. Otro aspecto básico de la vida pública, asociado sobre todo a la acción política, se refiere al “interés común”. Como hemos visto antes, a propósito del Estado, los individuos, los grupos y clases, al mismo tiempo que defienden intereses particulares, requieren de un orden y de un referente general, que se objetiva, bajo la forma del Estado. Tal objetivación se convierte en alienación — en poder ajeno— para las mayorías, cuando los espacios públicos son ocupados exclusivamente por minorías privilegiadas; cuando son ellas las que “aparecen”, las que pueden hablar y hacerse escuchar, las que hacen obras, las que cobran notoriedad. Para ello, resulta decisivo poder ejercer una influencia en todos los campos de acción pública y, hoy día en especial, acceder a los medios de comunicación de masa y democratizar la cultura. Si queremos, desde el punto de vista socialista, objetivizar el interés general no como un poder ajeno, sino como representación democrática, es fundamental que los sujetos sociales luchen por generar y compartir todos los espacios públicos posibles, como lo hacen cuando ocupan la “plaza pública”. Ello significa reivindicar el reconocimiento institucional de sus derechos, de su organización social, cultural y política. Democratizar el espacio público supone luchar contra las desigualdades sociales por la plena vigencia de los derechos formales, por el desarrollo de las capacidades productivas y por el control social sobre ellas. Tal programa es altamente subversivo del orden social vigente en un país como el Perú donde no existe consenso democrático, donde prevalece la discriminación social y donde las fuerzas productivas son destruidas por la crisis y la violencia.

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