Tiempos de incertidumbre 9789802536948

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Tiempos de incertidumbre
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Nelson Guzmán

Tiempos de incertidumbre

© Fundación para la Cultura y las Artes, 2017

Tiempos de incertidumbre © Nelson Guzmán

Al cuidado de: Leonardo Perdomo Vargas Corrección: Héctor A. González V. Diagramación: Mayermis J. Pérez G. Hecho el Depósito de Ley Depósito Legal: DC2017001316 ISBN: 978-980-253-694-8 FUNDARTE. Avenida Lecuna, Edificio Empresarial Cipreses, Mezzanina 1, Urb. Santa Teresa Zona Postal 1010, Distrito Capital, Caracas-Venezuela Teléfonos: (58-212) 541-70-77 / 542-45-54 Correo electrónico: [email protected] Gerencia de Publicaciones y Ediciones

Prólogo

En este libro Tiempos de incertidumbre que a continuación presentamos nos propone Nelson Guzmán una primera directriz para abordar el re-pensar de la historia. Contiene, entre varios aspectos, una teoría del proceso histórico y la comprensión de los nuevos actores de hoy que, tanto en Venezuela como en América Latina, protagonizan un amplio rechazo al proyecto imperial; este sistema político-ideológico y cultural que se extiende hasta nuestros días se basa en el imaginario del poder eurocéntrico; las doctrinas de la ilustración; el discurso de la dominación simbólica, la colonización y el neoliberalismo. Una primera vertiente de esta tentativa, de este itinerario, pasaría por la refutación del proyecto imperial español entendido como paradigma teórico-ideológico-militar que se sustentó con la tiranía y el despotismo, encarnó la imposición de la obediencia a una autoridad que se autoproclamó con acciones colonialistas –desde el mismo momento que impulsó rutas comerciales–, colonizó y se apropió de espacios físicos, personas, tierras y riquezas naturales y creó un imaginario –como ideología justificadora– para instaurar una forma despótica de gobierno caracterizada por la introducción de otros hábitos, cambios en la reproducción de la vida, el lenguaje y las cosmovisiones. Bolívar y el bolivarianismo –entendido como un bloque histórico en el sentido gramciano– es el movimiento emancipador constituido por líderes populares del llano, mantuanos caraqueños, caudillos pardos y libertadores militares que se convierte en la única fuerza histórica capaz de frenar tal desnaturalización de nuestro devenir social autonómico, a través de la lucha y la aclamación de la independencia y la justicia social como valores irrenunciables Tiempos de incertidumbre / 7

para los nuevos preceptos contenidos en el proyecto emancipador republicano. Sin embargo, para Nelson Guzmán re-pensar la historia, en una segunda vertiente, consiste en revisar críticamente el desarrollo posterior a la independencia, mejor oportunidad para aclarar que tales insuficiencias, no pueden ocultarse tras el manto de aquellas falaces periodizaciones que en lo cultural, hablan del postcolonialismo. En efecto, en la medida que se inserta Venezuela en el marco de las relaciones internacionales, impulsado como acto fundacional por Bolívar desde el Congreso de Angostura, se inicia el acto de maduración de la conciencia histórica, la estructuración del sistema de gobierno y, con ello, el poder moral, los derechos de los ciudadanos desde la independencia, la libertad, hasta la soberanía y la autodeterminación de los pueblos. Si bien Bolívar y el bolivarianismo apuntó a la emancipación de Venezuela, desde el punto de vista político y económico, y generó una nueva escala de valores que incluía la noción de heroicidad, el sacrificio, la educación, la inclusión social y el ideal republicano, en el aparato estatal ya se veían claros los signos de la burocracia, la orientación desproporcionada del gasto público, la exagerada remuneración de los altos funcionarios hasta el partidismo, fueron minando el propio gobierno. La sumisión a la personalidad autoritaria, el imaginario del poder consolidado por el gomecismo, la adulación de los intelectuales al caudillo y el triunfo de la filosofía positivista consolidaron un nuevo discurso de la dominación. Tiempos de incertidumbre, códigos éticos alterados, mundo único, retórica, adulancia, facilismo y otros anti-valores y estereotipos coexistieron hasta bien entrada la modernidad venezolana, desde el período de la dictadura gomecista hasta los cuarenta años de una incipiente democracia conocida como Cuarta República. Nelson Guzmán propone el uso de la crítica, la heurística y otras herramientas de la filosofía, con el propósito de concebir una tentativa de liberación, una nueva episteme, sintonizada con el proceso revolucionario actual, basada en una exploración de la 8 / Nelson Guzmán

fenomenología del ser venezolano, para la que toma como base los planteamientos de Briceño Guerrero. Este mapa de las maneras de vida, tal como lo expresa el autor, lo plantea con la idea de recapturar la significación del lenguaje mestizo y todas las tensiones nominales; impulsar una nueva religiosidad; recuperar nuestra alteridad y psique profunda (altamente colonizada y europeizada); reafirmar la venezolanidad entendida en lo indígena y afrodescendiente, donde emergen los valores del compromiso, el pensamiento mítico, la duda en una especie de construcción de una filosofía de la cotidianidad. Una postulación del poder del lenguaje como arte nos indica que Guzmán plantea una re-lectura de la filosofía de Nietzsche y Heidegger, nos convoca a encontrar el sentido, postula una acción hermenéutica e interpretativa pero vista como rebeldía, contestación, creación y fundación; es que para este pensador la filosofía tiene una función constructora de mundos. En Tiempos de incertidumbre hay un señalamiento en relación a la contemporaneidad: la rápida transmisión, mediante la televisión y las autopistas de la información, de escenas y teatros de guerra en fecha reciente ha hecho evidente, de manera avasallante, no solo el fenómeno de la globalización, sino lo que ello conlleva para la modificación retrógrada de la sensibilidad contemporánea. Nelson Guzmán arremete contra esto que él llama universo de la inmediatez, como discurso de la dominación que implica una uniformización estética y un dominio planetario que hoy no se diferencia en nada de las gestas de la historia: sangre, dictadura, fusilamientos, colonización, tormenta del desierto o la intervención en el Medio Oriente o África del Norte. Por ello menciona los tratados y rúbricas clásicas del derecho internacional e invoca obras pioneras como las de E. Kant, adentrándose Guzmán en los enunciados normativos y los procedimientos formales para mostrar la atención por las relaciones entre guerra y violencia. A pesar de la impunidad grosera con la que operan las potencias mundiales, la guerra sigue siendo un compendio y monumento del espanto y la inhumana humanidad: desaparición Tiempos de incertidumbre / 9

del otro; destrucción; fin de la negociación; abominación y catástrofe. La construcción de una ética de la solidaridad y el intercambio que fue imaginada en otros tiempos por filósofos y abogados hoy, sencillamente, resulta casi imposible, sobre todo cuando impera una sociedad individualista y segregacionista. Tanto la explosión nuclear en Hiroshima como el atentado de las Torres Gemelas marcan el quiebre de la cultura moderna: intolerancia, dominio de la razón técnico-científica, cultura de la violencia, expoliación de los recursos naturales, ideología falseadora, industrialización. En la última parte de Tiempos de incertidumbre se explica el orden constitutivo del imaginario oligárquico, expresión social derivada de la permanencia de las viejas estructuras económicas y sociales, de una revolución inacabada como fue la gesta independentista. Será en las representaciones simbólicas donde se dará el combate por la consecución del sentido en el que están expresados los nuevos valores de lo nacional, las tradiciones que rompen con las viejas estructuras. En la narrativa latinoamericana se encuentran signos y rastros de nuevos valores, una fabulosa galería de vivencias y un amplio compendio de mitos: la identidad cultural, la historia de los pueblos, la familia, el amor, el tiempo inmemorial y la apropiación de la realidad.

Caracas, 07 de abril de 2011 Joaquín López Mujica

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Introducción

He decidido recoger en este libro una diversidad de artículos y opiniones sobre distintos temas y saberes que tienen como fondo la historia, la filosofía y la antropología. El interés es discutir temas que atañen a la vida nacional y a las fortalezas que la han constituido. La historiografía tradicional nos ha legado a un Simón Bolívar mutilado que se fue hundiendo en las anécdotas de los biógrafos. Bolívar fue finalmente un hombre sufragado por sus ímpetus. La historia parecía hecha por hombres inmaculados, invictos. Los criterios de Venezuela heroica constituyeron un imaginario que tuvo su fuente en las proezas griegas y en la mitología universal. Mucha letra ha corrido en la geografía nacional sin que se termine por explicar el zócalo de nuestro carácter nacional. La colonización fue un proceso que nos dejó un hilo común en el transcurrir de los siglos: la violencia. Con esa mácula venimos arrastrando desde la conquista y colonización de América. La empresa colonial española, marcada de incertidumbre y de barbarie, estuvo referenciada por el etnocidio y el genocidio. Se mató en nombre de la civilidad sin que hubiese el menor cargo de conciencia que conmoviera a aquellos hombres que buscaban fortuna en tierras providenciales. Los metales preciosos fueron una obsesión. La religión católica impuso su impronta colonizadora con la cruz y la espada. Nuestra tierra fue fuente de una inmensa experimentación. La sífilis y otras enfermedades venéreas diezmaron a los pueblos indígenas. Se estaba iniciando un mundo conformado de una extraña argamasa, los españoles de segunda categoría, los indígenas invadidos y exterminados por el poder de los arcabuces y los negros transportados hasta América en calidad

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de esclavos. América y Venezuela habían sido sorprendidas por el antidesarrollo, por la impiedad del atraso. Los hombres vivían asediados por el ataque del tifus, de la malaria, de la disentería. Poblaciones enteras yacían a la buena de Dios. No había proyecto nacional de enseñanza, las guerras civiles y los caudillos impusieron sus lógicas. La edad promedio de vida era treinta años, no había ningún recurso para la vida buena. Como lo dijo José Rafael Pocaterra los hombres morían en las cárceles. Se imponía la bota de los caudillos y la intolerancia. Falta de hospitales, de asistencia escolar. Los hombres apenas asomaban su primer bozo se iban a la guerra, el garibaldismo crecía en los corazones, los pueblos estaban insatisfechos con los gobiernos que los representaban. Los mitos integraban las aldeas, eran su única fuente de acción. Las poblaciones se hundían en los malestares de la fiebre amarilla. Lo único que les quedaba era la invocación de potencias infinitas, las raíces de los árboles y la fe para contener el ataque de los anofeles. El paludismo y la fiebre amarilla rebasaban el poder de la quinina. No en balde Mariano Picón Salas diría que la modernidad en Venezuela comenzaría con la muerte de Gómez. Las vías de comunicación eran casi inexistentes. Lo tiranos, los jefes civiles y las sargenteras administraban la ley según sus caprichos. El consenso era impuesto a golpe y porrazo. Los años de la ira, como los ha descrito magistralmente el maestro Torrealba Lossi, se impusieron. No hubo sitio en Venezuela donde no se guerreara, donde no hubiese una vida truncada. Éramos hijos de una geografía vetusta, como lo dijo Alejo Carpentier, nos atenazaba la guerra. También hicieron lo propio nuestras lejanzas fabularias. El tiempo histórico y largo de América Latina se expresa en los personajes prototípicos de la novela de García Márquez o de Juan Rulfo. Pedro Páramo enuncia un tiempo inacabable, sin límites entre la vida y la muerte. Muchas de estas reflexiones son objetos de estos artículos.

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El coloniaje es tratado en algunos artículos de este libro. Frank Fanón representó un punto histórico de defensa de la diferencia. El racismo ha pretendido silenciar siempre las voces. Sartre elogia a Frank Fanón en los Condenados de la tierra, con un prólogo que es de importancia capital, pues plantea el reconocimiento de la alteridad. El imperialismo radia a la psiquiatría y a la psicología; la primera de ciencia crítica deviene servil a la farmacopea y a los grandes centros de fabricación de medicamentos y la segunda enarbola el conductismo, el cual no es más que un elogio a la reproducción de la sociedad burguesa. Está planteado el problema de constitución de los lenguajes, de la controversia con una semántica que pretende sumergirnos en el silencio a la diversidad. El discurso crítico se plantea la aceptación de la diferencia. El mestizaje no tiene nada de vergonzante en un mundo donde nunca ha habido razas puras. Buena parte de los artículos que acá reúno abordan el problema de la rebelión y de la política como arma de la contestación. La paz implica la negociación, el mantenimiento de los equilibrios discursivos y armamentísticos, y para que se mantenga es obligatorio que cada país desarrolle sus equipos de guerra. Otro elemento substancial que se trata en estas reflexiones alude a la metafísica de la subjetividad como problema filosófico de importancia capital para Occidente. A la huella de ésta en el desarrollo de la historia, Occidente emerge con Dioses totalitarios que buscan ejercer el control y desde allí las voces de las diferencias resultan aniquiladas. La razón europea ha llenado de contrasentidos la historia. La cultura imperial convierte a los países de la periferia en surtidores de productos inexistentes en las Metrópolis. Las lecturas del mundo son totalmente desiguales. Sin embargo, y a pesar de las diferencias como lo ha dicho José Manuel Briceño Guerrero, se nos impuso el legado de la lengua, medio a través del cual debemos expresar una multiplicidad de visiones del mundo. No somos europeos, pero tampoco indígenas, ni africanos. Ya El Libertador había visionado esta situación en el siglo XIX. Acá recojo voces de la literatura venezolana como las de El Chino Valera Mora, José Antonio Ramos Sucre o Adriano González

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León, que nos enfrentan a nuestro propio espejo y a nuestras problemáticas. La historia merodea permanente la poesía de Ramos Sucre. Los hilos delgados del río Manzanares nos regodean en un psiquismo perturbado por la demencia de voces que escogieron a aquel poeta como su portavoz. Poemas que nos tatúan de angustia, de soledad, de silencios, de palabras y de expresiones remotísimas de un ser que como una fuerza creadora trabaja. Por su parte, Valera Mora contemporiza desde una poética que denuncia a los grandes muñones de las letras venezolanas. El Chino, en un momento crucial en la vida histórica del pueblo venezolano, defiende la revolución; la impone hasta construir un lenguaje poético de denuncia que sobresale por su fuerza y por el atrevimiento al descreer de la cultura que se había oficializado. La violencia nos muestra también con Adriano González León los orificios del alma que tuvo que sortear la conciencia crítica del país para no perecer. La cultura oficial se impuso mediante las balas de Betancourt y de los gobiernos adeco-copeyanos. El crimen gubernamental se convirtió en una cosa común. González León en País portátil muestra las máculas de un período histórico donde la tolerancia se le olvidó a los gobernantes e intelectuales de la Cuarta República. El gomecismo no había terminado en el imaginario de la generación del veintiocho y los que le siguieron. Finalmente nos tropezamos con Viejo, que es un salto de garrocha hacia sí mismo y que busca la palabra que ayude a comprender la impronta de la vejez y del final de los seres humanos. El problema de la modernidad, la presencia de su cultura, es uno de los temas explorados. La técnica como un proyecto totalizador que desde una visión desarrollista ha pretendido dictar pauta en occidente. Gianni Vattimo nos ha hablado del quiebre de la cultura. Los grandes metarrelatos parecieron ejercer el control definitivo. El racionalismo no ha sido suficiente para resolver el problema social. Los discursos instrumentalistas creyeron en la razón, en su fuerza arrasadora. El coloniaje seguía imponiendo sus criterios, su poder. Sin embargo, la expresión de los seres dentro de las sociedades nos ha mostrado la importancia de segmentos sociales que fueron atropellados por los malentendidos de un racionalismo resistido a 14 / Nelson Guzmán

escuchar la fuerza de lo otro. Otras lógicas del sentido comenzaban a mostrarse. La idea del logocentrismo hizo aguas. En la modernidad batallarán el hegelianismo y el heideggerianismo, expresándose como intentos diferentes de comprensión Hegel fue acusado de mostrarnos una razón intolerante, fundamentada en el cogito cartesiano y continuadora en superación de la filosofía kantiana. Heidegger, por su parte, ha sido visto como un seguidor del irracionalismo. Se ha asemejado su idea del Ser al Führer, no sólo por un simple capricho, sino por su inscripción militante en el nazismo. Víctor Farías aporta a la historia el número de carnet de nazi de Heidegger. Sin embargo, hasta allí no llega el problema, sino que en el Occidente moderno nos encontramos con la filosofía postmoderna en lo radical del discurso fragmentario, haciendo armas contra una modernidad acusada de intolerante. Los postmodernos se han nutrido de Nietzsche, de su pesimismo denunciante en los discursos preteridos de la razón. Lo más importante para ellos es el discurso como fuente de vida. Este tipo de argumentos se manifiesta como deconstrucción de la ratio lingüística del mundo occidental El gran libro hermenéutico continúa siendo la historia, sus caprichos, sus desafíos. Estos artículos evalúan también el esfuerzo de Marx por explicar la historia. Su definición de un método de explicación da cuenta de los intentos realizados por otros filósofos. Se estudia la razón histórica como praxis y como estrategia. La historia, sin duda, está llena de muchos desafíos; uno de ellos es la ancestralidad como la define el presidente Evo Morales. Ello lleva en sí la reivindicación de lenguas indígenas tradicionales como la Aimara y la Quechua. El elemento central es la política como voz de masas de pueblos que han sido oprimidas en la historia. Quedaría contento si con este largo periplo de replanteamiento de algunas problemáticas históricas lográramos reexaminar nudos y núcleos fundamentales de nuestra cultura.

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América: despotismo, barbarie y radicalidad

La constitución de un proyecto imperial llevó en sí la necesidad de construcción de un paradigma teórico cuyo norte fue la consolidación de la tiranía y el despotismo; así podemos afirmar que nació América. Hijos del suburbio, del latrocinio, del pillaje, herederos de aquellos pendencieros que en las prisiones españolas soñaban con alcanzar de nuevo la calle para malandrear, para ver dónde se metían, pues los tribunales de la inquisición fungían como dioses terribles que representaban una sola voluntad, la de la Iglesia, y en ella estaba la represión, el oprobio, la persecución, el odio, la venganza, la infamia, la falta de piedad. Aquellos hombres habían nacido para padecer las enfermedades venéreas, para sufrir el desprecio y el desplante que significaba no ser hijodalgo. La empresa de ultramar liberó a algunos, otros murieron con los pulmones fétidos y con la piel cargada de pústulas, los había aniquilado la vida en el silencio de su abandono. Lo anterior no significa que aquellos ladinos, sátrapas, pervirtieron las costumbres aborígenes y nos señalaron el camino del mal. También en América subsistió en lo recóndito de la memoria colectiva el poder, las jerarquías y el odio hacia todo aquel que desobediese; la imagen de una puridad amerindia no existe. América fue y sigue siendo como toda sociedad, un complejo cultural donde todo fue y es posible. No valen los fundamentalismos, aunque bien merecido está que quien ejerza el poder y pretenda comenzar a asentar cambios radicales en nuestra manera de ver las cosas, comience por defenestrar esos viejos complejos de inferioridad en los que, si no está el escudo o la presencia simbólica del colonizador, no somos o sencillamente existimos en una vida ladina, carente de sentido. Es absurda la reflexión sobre la autenticidad, ha conducido a la metafísica, a la perplejidad. Es absurda la afirmación heideggeriana de que sólo Tiempos de incertidumbre / 19

nos conocemos en el momento de la muerte, así como es imbécil plantearse la identidad como un preguntar metafísico por lo que realmente somos. La pregunta es estéril puesto que los hombres construyen su identidad casi siempre en los accidentes de la historia y después es inútil sufragar, defender una cultura de lo que es. Lo único que se podría pregonar es la postura de la conciencia como contestación, como una heurística de lo posible, dirigida no desde la imposición de un patrón, sino desde la necesidad de fundamentar una hermenéutica de las formas simbólicas y de la radicalidad. El modelo obediencia-autoridad soldó las bases culturales de los sistemas sociales en América Latina. La colonización no fue un simple accidente de la historia; este proceso se dio al obedecer la necesidad de expansión de los mercados, no se trató simplemente de una heurística o de un giro lingüístico diferente que tendiera a mostrar la importancia de los inventos y de los nuevos descubrimientos científicos. El único descubrimiento de España ha sido la inquisición y las brasas para quemar bien a todo aquello que disintiera. No se trataba simplemente de mostrar las habilidades de unos navegantes duchos en la mar, sino de la necesidad de actualizar una economía en crisis, como fue el caso de la vieja economía española. La Capitanía General de Venezuela ha sido tal vez uno de los territorios menos apetecibles del Imperio Español. Su vida, como se ha dicho reiteradamente, se sostenía de una economía agrícola y nada atractiva para un Imperio que tenía a la Nueva Granada y al Cuzco. Nosotros éramos una simple residencia en la tierra de aproximadamente setenta mil esclavos y de unas cuantas familias emperifolladas cuyas mujeres lucían en las misas sus mantos. De ese miasma convulso, producto de las influencias de los pensadores de la Ilustración, nace Bolívar y la radicalidad de un discurso que, a diferencia de la constitución de una Junta Patriótica para la defensa de los derechos de Fernando VII, sostiene su verbo desde la radicalidad y desde la idea de que las diferencias en América no son de castas, ni étnicas, sino políticas y de ambiciones económicas. El bolivarianismo fue un no rotundo a la idea de discurso único, los europeos habían pensado sus revoluciones de acuerdo 20 / Nelson Guzmán

con un modelo ético, donde lo fundamental fuera que la burguesía pariera la historia, y algo semejante hizo la Revolución Francesa. Ese gesto ecuménico pretendió forjar una nueva cultura, estaba naciendo una nueva visión del mundo, pero ese modelo debió bien pronto volverse insostenible para una clase que no podía hacer del derecho abstracto la estampa empírica de su vida. Aquellos preceptos y estatutos con los cuales estaba apareciendo la burguesía en la escena histórica liquidaron su propio proceso, era entonces necesario repensar la historia. América, por el contrario, emergió con sus héroes confundidos en una gran ebriedad emancipadora. Bolívar fue el hombre de las dificultades, lucharía con su herencia europea, fungiría como lector de futuro, pues supo descifrar en los labios de los negros y de los mestizos un nuevo tipo de historia. Bolívar estuvo ante otro tiempo, la historia había dejado de ser el mundo europeo y se había mundializado, no sólo era el ansia de ser libres lo que prevalecía, sino que comenzaba a aparecer la necesidad de ser independientes; zafar las amarras del colonialismo significó la fundamentación de un nuevo tipo de ética. La moral de la Guerra de Independencia incorporó en gestos heroicos al Negro Primero y al Catire Páez. Pedro Camejo significó en la historia venezolana que algo había cambiado. El gesto de la despedida de Negro Primero y Páez forja un ícono en la memoria del venezolano que es la incorporación existencial en una guerra que era la suya. La historia no era la del blanco. No podía serlo, pues jamás hubo blancos puros; desde las lontananzas de los tiempos prevaleció el mestizaje. La estirpe del dominado había perdido el miedo a la muerte y había comprendido que la historia también era suya. El esclavo había tomado sus lanzas y con la muerte en la mano, con el rostro sereno y el pecho atravesado, se despedía de aquel paladín de coraje que fue Páez, pero los hombres realizan la historia también mediados por sus ambiciones, la voluntad imprime un giro –o clausura lo histórico– mediada por una conciencia que no es simple epojé, sino compromiso con unos anhelos, con unas ambiciones concienciadas. Allí aparecen dos íconos de la historia patria sostenidos por la radicalidad de derrumbar un imperio, posiblemente como lo ha dicho Hegel:«Los hombres que forcejean en la batalla no saben aún la historia que hacen», y en esos hechos, Tiempos de incertidumbre / 21

la muerte con su interrupción ata al negro y al cimarrón –para utilizar la bella nomenclatura de Miguel Barnet– al heroísmo. El negro forja la épica histórica venezolana, la historia comienza a sedimentarse sobre las bases de otras escrituras, no sólo fue valiente el Ribas de Juan Vicente González, sino también el negro anodino. Con relación a Páez, el tener una vida terrena tan larga parece provocarle inconvenientes a la hora de entrar al altar de los mitos. Él había salido inmensamente rico, al igual que otros militares, de la Guerra de Independencia, el pensamiento paecista recogía las formas autoritarias del pasado, el modelo era militarista y los gobiernos estaban concebidos en forma crematística. La historia se presenta entonces en América Latina mediada por todo tipo de experimentos; los caudillos aman el mando, usufructúan las riquezas, fundan y refundan el pillaje. Nada había terminado con las guerras de independencia, Bolívar había quedado trunco, pero seguía existiendo como efeméride, como ícono era el fundador de la patria, pero no de la soberanía absoluta. Con ese discurso manejó la historiografía venezolana las ideas de un hombre que creyó y predicó la libertad de los esclavos, que hizo posible la desaparición del ejército de colores. A partir de ese momento los batallones, los hombres y sus historias de vida estarían fundamentadas en sus proezas. Bolívar ha sido un pensador y un guerrero que en lo sustancial da para todo. Se ha exaltado un Bolívar romántico, nobiliario en sus ademanes, de alta prosapia en su verbo y lujurioso en su ser y pensamiento; pero los que lo han homenajeado, los que le han rendido culto, contrariamente a su pensamiento, no dejan de soñar con la intervención extranjera en el país, aclaman la entrega, el poner a disposición nuestra soberanía. La carujada no ha desaparecido del país, habría que realizar entonces una diferencia entre lo militar y el militarismo. A las claras el discurso de la oposición es a la rebelión militar, lo que hace décadas se manejaba enfrascado en el misterio de los cabildeos de palacio, los medios de comunicación social lo pregonan a los cuatro vientos; nunca antes la oposición se había quitado la careta como ahora. Dos discursos: uno ético, beligerante, respetuoso de los derechos humanos y otro golpista que traiciona los principios más expeditos de la convivencia ciudadana. Eso de que hay dos oposiciones: una democrática y otra 22 / Nelson Guzmán

golpista es falso de toda falsedad. Los principios más elementales convocados por Kant –en esa su gran fe– en sus ideas republicanas, que fueron la paz perpetua y la concordia, han sido invocados y pisoteados al cotidiano en Venezuela. Las embajadas de Cuba y de Brasil han sufrido atropellos. El comienzo del cambio copernicano en Venezuela ha llenado las calles de sangre, la televisión ha envilecido a la masa, y en esa relación masa-poder –tan bien descrita por Elías Canetti– la población ha sido sumergida en un pensamiento autista. El lenguaje del Imperio, no importando las distancias, ha sido unigénito: el sometimiento, la sangre, la guerra. Bolívar fue un hombre que dibujó desde sus propias raíces lo que constituyó la política de España en América, no perdió tiempo ni momento para denunciar la conciencia de la mala fe, así le dice a su tío Esteban:«Usted dejó una patria que desenvolvía los primeros gérmenes de la civilización y los primeros elementos de la sociedad: ¡usted lo encuentra todo en escombros, todo en memorias!». Los efectos de la guerra habían sido sombríos, dos historias pugnaron: una sujeta al viejo mundo, defendida hasta la saciedad, no se entregan rápidamente así como así los privilegios; y la otra, la patria, la de la Ilustración, la que había tomado el rumbo de llegar a ser República. El lenguaje de Bolívar es lapidario cuando se refiere a la suerte sus parientes:

… los más felices fueron sepultados dentro del asilo de las mansiones domésticas; los más desgraciados han cubierto los campos de Venezuela con sus huesos, después de haberlos regado con su sangre ¡por el solo delito de haber amado la justicia!.

Se están describiendo los efectos de la guerra, resaltando claramente el costo humano que había tenido la libertad. Venezuela había crecido ensombrecida en los prejuicios, las leyes señalaban Tiempos de incertidumbre / 23

los límites a los distintos grupos étnicos existentes. La sombra era la puridad, se debía demostrar la estatura genética, los hombres no eran iguales por naturaleza, el determinismo racial estaba más allá del derecho, esto sustentaba claramente las bases ideológicas sobre las cuales se había asentado la sociedad americana y los límites del cristianismo; éste no podía recoger en su regazo con iguales derechos a negros, indios y mulatos. El proyecto colonial fijó un tipo de sociedad sostenida más en la añoranza de un reconocimiento alejado (la aspiración del criollo latifundista era poder contar en este mundo con el asentimiento del monarca, del noble europeo) que en una sociedad que estuviese fundando las bases materiales y vivenciales de un nuevo modo de vida. Como lo describe Rufino Blanco Bombona en sus Mocedades de Bolívar, en la conducta del pardo la preocupación era que lo dejaran utilizar la nomenclatura de Don, esos complejos, esa maraña de creencias fueron conformando una sociedad cerrada, de espaldas al desarrollo económico. Aquella economía se fue estancando en el horno de sus prejuicios raciales, allí tendría caldo de cultivo el pensamiento de un Bolívar fuertemente marcado por el ideal de ciudadanía de la Ilustración. La guerra era la única manera, para el pensamiento de las Luces, de salir del mundo viejo y, en aquel aljibe de pasiones que fue nuestra sociedad, se dio una guerra llevada de un lado por las creencias de una conciencia desventurada que no creía en la libertad y de otro lado por una conciencia de empuje que, mezclando el odio con el clamor de justicia social, fue confeccionando un ideario independentista que rozó las expectativas de los pueblos de América. La emancipación deVenezuela manejó dos criterios fundamentales: la noción de heroicidad y sacrificio –concepto manejado por la historia romántica venezolana– y la de emancipación, que estuvo ligada al deseo de fundar un mundo estatuido y montado sobre la razón. Los infundios de que el terremoto de Caracas se habría producido como castigo del cielo no iban a poder ser soportados ni tolerados por un pensamiento que creyó en la educación y en las ciencias como motor de la historia. La base ideológica de la tiranía era insustentable, poco creíble en un país que comenzaba a recibir la influencia del enciclopedismo francés. La oligarquía criolla tenía un haber ideológico esquizoide, de un lado la importancia que 24 / Nelson Guzmán

algunos concedían a los marquesados, a los títulos nobiliarios, y de otro lado el afán de mando. España había excluido a la oligarquía criolla del centro del poder. Las grandes decisiones tenían que pasar por las instituciones españolas en Venezuela y las decisiones finales eran las de sus representantes. La vieja máxima marxista dice que:«Una clase social con posibilidades de mando nunca se suicida». Los republicanos convocarían a la guerra a los oprimidos, a los ofendidos, a los vilipendiados de la tierra. Aquel movimiento mezclado de ansiedades libertarias, de ser libre por parte de los esclavos, de deseos de ejercer la propia mayoría de edad de la razón iba a tomar cuerpo en hechos concretos, el poder español comenzaba a reprimir, las leyes se convierten no en el cautiverio, ni en la prisión, sino en la muerte y la horca para los que conspirasen, no era posible pensar, se debía creer. Dios era el de España, el de los clérigos atados a la Corona española. Las otras etnias tenían un dios impuesto que no estaba en sintonía cultural con su mundo para que se ejerciese su potestad a través de la institución de la Iglesia y de la Capitanía General.

Bolívar y América Simón Bolívar desarrolló un pensar y un sentir –para el mundo americano– que, como dijo Rufino Blanco Fombona, puede atribuírsele la fundación de la idea de nacionalidad. Esa idea se funda sobre el derecho y su punto neurálgico, es la constitución de las Repúblicas. Bolívar al igual que Rousseau se manejaba con los conceptos de voluntad general. Para Bolívar, a pesar del hito que constituyó la constitución de Bolivia y su idea del poder hereditario, consideraba que los pueblos de América se debían dar su propio gobierno; éste debía salir de la ley. América del Sur no sería posible sin la gran amalgama o pacto entre naciones que tornaran esta aspiración como sólida. La ley se haría posible como aquello que Kant había llamado la paz perpetua y que Bolívar consideraba como la igualdad jurídica de las naciones. El pensamiento bolivariano estaba fundando un nuevo mundo, ésta era la capacidad en que estaban los pueblos de América Latina de salir de su minoría de edad. Bolívar estaba fundando una nueva ética, pensamiento de Tiempos de incertidumbre / 25

la acción, la libertad sólo se podía conquistar por las armas. El pensamiento y la acción de Bolívar conjuran la reacción no sólo de la Iglesia, de las autoridades españolas, sino que fraguan una revolución ideológica en un mundo que soñaba con ser libre. En este itinerario aparecerán no sólo los precursores de la liberación como los movimientos de José Leonardo Chirinos, sino que estarán Gual y España, Miranda y muchos otros. El lenguaje de esta época es elocuente, se muestra un verbo lapidario y una acción inmediata, la Corona reprimía, castigaba y perseguía a todo aquel que suscribiera las ideas de emancipación, pero los patriotas o republicanos sabían que se iba a producir un cisma; éste se convertiría en una guerra civil. El Libertador fue un heredero directo de Rodríguez, Bolívar desmonta las farsas de una Iglesia retrógrada que pretendía atribuir el terremoto de Caracas al castigo del cielo, y señala un rumbo: la historia, la que se tiene, ha sido el producto de la voluntad imperial y su huella habrá que borrarla volcándonos hacia la ciencia, hacia la voluntad como elemento anticipador de lo histórico. Rodríguez profesó el ateísmo hasta el último momento de su vida, tanto para él como para el Libertador la libertad estaba en la instrucción; ésta debía ser una labor de Estado, se necesitaba genuinamente que se tomara conciencia de hacia dónde iba América. El pensamiento ilustrado postuló siempre como núcleo de interés la redención del hombre, se debían refundar las instituciones, los hombres no podían permanecer en el analfabetismo. Bolívar quiso luchar siempre contra la adversidad, luchó entre una jungla de dificultades. La existencia de Bolívar fue desesperada, su destino estuvo marcado por la última mediación, imperó en su vida lo trágico. A este respecto se podría recordar su orfandad, la muerte de su esposa, la pérdida de su familia por los efectos de la guerra y la ruina al perder su fortuna y el poder omnímodo que en un momento ejerció. Bolívar luchó contra la fatalidad, la suerte, la vida, las circunstancias, o como quiera llamárseles. Unas veces la historia lo ha presentado como villano, y otras como emancipador. Para utilizar vocablos de Heidegger diremos que siempre hubo un Bolívar de la dereliction, este hombre –como ser lanzado en el 26 / Nelson Guzmán

mundo– tuvo que luchar contra la agonía: la de su vida y la de la guerra. Por encima de la sensatez de los acuerdos, ante la sangre derramada por el Imperio español decretó la guerra a muerte, ante la perversidad del destino y la fiereza de José Tomás Rodríguez Boves condujo a la población de Caracas en la emigración hacia oriente, y ante la necesidad extrema de vencer, atravesó los Andes. Este hombre había nacido para el lance, para dar sangre y sacrificio y simbolismo a la constitución de las nacionalidades de América. Bolívar fue un hombre de grandes decisiones, encarnó al héroe romántico que luchó contra la adversidad, y recogió en sí, para la permanencia en la historia, todos los elementos que debe contener el mito, o el héroe terrenal que lo encarna, morir joven, desasistido, olvidado, sin fuerza ni poder. A partir de allí, de la muerte, su camino se enrumba hacia el mausoleo de la gloria, de la fama. Bolívar ha cabido y ocupado un lugar en la cabeza de todo aquel que quiera reivindicar una causa que considere justa, su ideal fue fundar otro tipo de instituciones diferentes a aquellas heredadas de España, sus dificultades fueron las ambiciones de los caudillos, su obstáculo: su soberbia, sin que esto pueda menguar el poder de Bolívar y su grandiosidad. Es inútil crear una religión civil en torno a un héroe del poder psicológico y real de Bolívar. Bolívar por encima del mito fue un héroe civil y militar que entendió que América debía y podía autodeterminarse. En el siglo XIX Bolívar concitó odios y disputas; éstas en el seno del patriotismo llevaron al enfrentamiento por el liderazgo. Miranda representaba más una escuela europea que la de Bolívar, los intentos de Miranda suponían la adhesión incondicional del pueblo a la causa de la libertad, pero había que luchar mucho, y uno de esos combates que estaba planteado era contra la vieja conciencia y las circunstancias. Hubo que ganarse a la plebe para este proyecto emancipador, en el bloque de dominación de la oligarquía criolla hubo que hacer el cabildeo de Palacio. La guerra había que darla con las armas y en los intríngulis del poder, aquello que Merleau Ponty llamó lo visible y lo invisible de la dialéctica estaba planteado. El ideal emancipador debía incorporar entonces varias voluntades de lucha, la de los líderes populares del llano, la de los mantuanos Tiempos de incertidumbre / 27

caraqueños y la efervescencia y ebullición de los caudillos y libertadores orientales. Sin aquella amalgama que ponía en alto la voluntad de lo político, más allá de la batalla o de la confrontación circunstancial, no hubiese sido posible la independencia, y más que el vocablo independencia es preferible utilizar la categoría de emancipación, dado el valor semiótico diferenciador de ambos. La emancipación comenzó por aglutinar una conciencia de país, el ideario político bolivariano excedía con creces las pretensiones de la clase donde había nacido. Más que sufragar su interés egoísta, Bolívar encarna un proyecto emancipador republicano que consideraba indispensable la libertad de los esclavos, había que deshacerse del tutelaje español, la idea bolivariana fue republicana, los pueblos debían luchar hasta la muerte por conquistar su liberación; esa idea es vaga pero encarna en sí misma un ideal justicialista. Bolívar defendió la voluntad teórica de la constitución de una América independiente y republicana. El pensamiento bolivariano encarnaba el ejercicio de una política de carácter pragmático, capaz de salirle al paso a las sediciones. Esto dice lo siguiente: la tolerancia tiene sus límites. El Manifiesto de Cartagena de 1812 es claro a este respecto. Se pierde la Primera República venezolana por el carácter de debilidad que muestra con relación a aquellos factores no dispuestos a reconocerla. Esto señala en el pensamiento de Bolívar la idea de que el acto de legitimidad implica también el reconocimiento por la obediencia de la fuerza:«Por manera que tuvimos filósofos por jefes; filantropía por legislación, dialéctica por táctica y sofistas por soldados» (Manifiesto de Cartagena, 1812, Escritos políticos pág. 48). Esto indicaba a las claras que el fracaso se debió a la anomia del sistema social, los conspiradores sabían a plenitud de la debilidad de las leyes. Bolívar aspiró a constituir una República persuadida de la fuerza de su poderío y de la creencia en sus leyes. La crítica sustancial –a propósito de la historia de las ideas– que Bolívar realizó a la construcción de la República en Venezuela fue la extrema laxitud con la cual se administraron los asuntos públicos. Bolívar diría en 1812 que en un país dominado por las 28 / Nelson Guzmán

facciones, como Venezuela, era imposible instituir el sistema federal de gobierno, éste traía aparejado una extrema anarquía y la imposibilidad de mantener el orden. Para esta época Bolívar criticará la burocracia, la manera como se estaba manejando los fondos públicos: gastos excesivos en el pago de empleados, de jueces, de magistrados, etc. Además pensaba el Libertador que la seguridad y defensa nacional pasaba por el hecho de contar con un ejército fuerte y bien disciplinado, capaz de proteger la República y de evitar la anarquía. El principio básico de constitución de una República era el orden, es por ello que veía como un inconveniente la tolerancia extrema, ésta llevaba en su interior el flagelo de la desobediencia. La historia política de Venezuela mostraría los resultados. El principio desde el cual estaba discutiendo Bolívar era el del orden; su reflexión la realiza no sólo como político, sino como militar; se trataba de centralizar el poder y de evitar la retórica. En momentos de apremio para la constitución de una República, el leguleyismo absoluto hunde en la indecisión. Bolívar había comprendido que el factor tiempo era imprescindible en la guerra. América debía crear una sola ética, un solo principio de certidumbre que nos permitiera conducirnos; la salida era la constitución de un Estado nacional fuerte, de una República constituida sobre coordenadas claramente diseñadas por la ley; el castigo debía estar meridianamente señalado para quien entorpeciera los caminos que se debían crear al reconocer que debía haber una sola dirección. Bolívar estaba empeñado en combatir el caudillismo regional y, por tanto, la diáspora que en momentos de guerra era mortal; ya había comprendido en el siglo XIX eso que Ortega y Gasset habría de denominar como el alma típica de los pueblos, en el caso de Venezuela se traduce en ambición y partidismo. Bolívar dirá: «El espíritu del partido decidía en todo, y por consiguiente nos desorganizó más de lo que las circunstancias hicieron. Nuestra división y no las armas españolas, nos tornó a la esclavitud» (Manifiesto de Cartagena [1812] Escritos políticos págs. 52-53). Este rasgo será cardinal en nuestra estructura psicológica como nación. Bolívar lo repetirá hasta su última proclama, pues había vivido en carne propia el efecto de las ambiciones. El Libertador lo había declarado que la misantropía no era cuestión de Estado. Tiempos de incertidumbre / 29

Esto implicaba que las leyes magnánimas mantendrían viva la insurrección y desnaturalizarían la función del Estado. Venezuela –como lo declara Bolívar en el Manifiesto de Cartagena– había padecido los efectos negativos de la prédica de los curas; estos, subsumiendo a la población en el oscurantismo, habían dicho que el terremoto de Caracas era castigo del cielo; Valencia se había insubordinado y no había habido castigo. Todas estas cosas estaban señalando el principio del fin para un país que apenas comenzaba a nacer. Bolívar temía al oscurantismo, a la ambición y al frenesí de poder de una España que tenía en su interior a una quinta columna del fanatismo. La Iglesia lo que hacía era sembrar el miedo y la pesadumbre en los espíritus, se trataba siempre de persuadir que necesitábamos la regencia de otro, que no habíamos alcanzado aún la suficiente madurez como para darnos nuestro propio gobierno. Las razones bolivarianas implicaban el enaltecimiento del espíritu de la guerra, sólo a través de ésta podíamos ser libres. La libertad para Bolívar no era una concesión que España nos tributaría, sino que era una guerra, un derecho que debíamos rescatar de las manos del otro.

La rebelión El Libertador lo comprendió temprano, América se había declarado en rebelión civil contra una cultura y unas costumbres que no nos representaban. La cultura española estaba muy lejos de lo que predicaba. La Corona había impuesto en América un régimen intolerante. La dominación había cobrado un vehículo claro en la religión. Bolívar esgrime un lenguaje en el cual jamás hubo la mediación. Sus escritos revelan los sufrimientos, no sólo de su país, sino de la América; habla de la extirpación de la tiranía y de la necesidad de que los americanos sepamos darnos y administrar nuestros gobiernos y leyes. Había considerado que las únicas bases de la concordia eran las leyes y no la voluntad y el despotismo de una España que se había erigido como la sepulturera de América.

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La Carta de Jamaica es un texto de meridiana claridad en cuanto a los objetivos que deben tener los americanos con respecto a España; es un manifiesto de guerra contra la tiranía. La institución de la esclavitud para Bolívar no representa el espíritu de las leyes. La intolerancia nos estaba sumergiendo en los caprichos de otro país, se trataba entonces de lograr la autodeterminación o morir; es por esto que la guerra no es un elemento gratuito, sino capital para la supervivencia y la definitiva constitución de estos países. Bolívar había comprendido la profunda crisis en la cual estaba inmersa España, es por ello que señala de manera severa la gran esquizofrenia que padecía la España imperial al tratar de sostener por la fuerza y sin marina, ni ciencia, ni armas, ni ejércitos una América que había decidido darse su propia autodeterminación. España se había debilitado en el concierto del mundo, había cedido su territorio a las fuerzas imperiales de Francia, pero seguía anclada en la pretensión de poseer sus colonias de ultramar. El proyecto bolivariano abogaba por una América inserta en el intercambio comercial, en los beneficios que éste prodigaría a las naciones. Bolívar había rebatido la idea de España de llegar a América a saquear, a imponer por la fuerza sus hábitos y costumbres. Bolívar eleva la queja de que es necesario restablecer los derechos del hombre; estos no corresponden en su pensamiento sólo al criollo, sino a los indígenas quienes han sido saqueados y extirpados de la faz de la tierra. El Libertador denuncia una empresa irracional de dominación, recurre a la idea de la cooperación de Europa, pero a la vez, en un gesto hiperrealista, se da cuenta de la neutralidad axiológica de un continente que no quiere tomar partido a favor de América. Bolívar lo ha dicho:«A América se le negó su razón de ser», las bases constitutivas de una psicología del interés no eran claras, la tesis española era la minoría de edad de estas naciones, no consideraba que América pudiese darse sus propias constituciones, en un estado semejante la tolerancia y el equilibrio eran poco menos que imposibles. La crisis internacional española nos había ayudado porque nos había permitido tomar oxígeno. España seguía en América despreciando las leyes, el caos, la guerra civil y la contestación; se necesitaban instituciones que dieran forma –aún

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en la guerra– a la tolerancia, estos principio habían sido pisoteados en la América por un Estado totalitario que quitaba la vida a los prisioneros y no respetaba los derechos de la gente, había cundido la anarquía, se pretendió someter a través del miedo y de la violencia a las poblaciones. Las juntas de gobierno no eran reconocidas como legítimas y la economía no podía fortalecerse, pues estaba mediada por toda suerte de prohibiciones, de prejuicios. Bolívar tenía bien clara la situación de degredo económico que imperaba en España; sabía que sin los signos de una economía fuerte le sería cuesta arriba a ésta mantener la empresa de ultramar. El discurso bolivariano fue un discurso de la contestación y de la dubitación hacia una moral anclada en los prejuicios y en los viejos preceptos que indicaban que Europa era la civilización y nosotros la barbarie. Bolívar había dicho en 1815 en su Carta de Jamaica que los americanos no podían estar acordes con el sistema monárquico, pues debilitaba la libre inserción de la voluntad del hombre en los asuntos públicos. La Monarquía sería el rápido acceso de los pueblos al despotismo. El lenguaje bolivariano fue netamente moderno, conminaba a predicar una filosofía de la tolerancia. El pensamiento bolivariano estaba fundando un nuevo mundo, se echaba mano con frecuencia al vocablo fortuna para decir y creer que la racionalidad histórica no podía ponérsenos de espalda, el futuro estaba del lado de la justicia. La empresa de la libertad estaba señalando la fundación de una voluntad titánica. Bolívar denuncia el crimen de más de un millón de personas en el nuevo mundo, sólo por el hecho de pretender ser libres en ese frasco agitado que era América. La historia no iba a dar marcha atrás, los sectores de la oligarquía criolla de las diferentes naciones que se estaban constituyendo no podían quebrarse en su voluntad hegemónica, había que conquistar la autonomía o sencillamente perecer como clase social y como empresa ideológica. La historia estaba enfrentando dos proyectos sociales, dos sensibilidades; en medio de aquel cúmulo de ambiciones era imposible la negociación. La guerra se apoderaría de América, el cataclismo –como lo diría Bolívar en 1815– había hundido a Caracas en la sangre. No se podía seguir cargando sobre los hombros el proyecto español, éste 32 / Nelson Guzmán

no permitía iniciar la modernización de la economía americana. Bolívar lo sabía, sólo la integración podía salvarnos. A pesar de los obstáculos profundos existentes en América para crear una gran República, Bolívar acariciaba esta idea, sobre todo echaba mano al principio de identidad de la lengua y de las tradiciones, las dificultades las encontraba en el carácter, en los climas, en los accidentes geográficos y sobre todo en la guerra de intereses que podían dividir a las élites una vez emprendida esta empresa emancipadora y fundadora de las nuevas Repúblicas. Bolívar intenta confeccionar una dialéctica del reconocimiento para con las Repúblicas nacientes, piensa en el elemento geopolítico, y lo sabe, el elemento a debatir se instala sobre la fuerza, sobre la capacidad de hacernos escuchar, de ser respetados y de que entremos en el espíritu de las leyes y de los tratados internacionales:«… y así no soy de la opinión de las monarquías americanas.» (Carta de Jamaica [1815]. Escritos políticos pág. 77) La queja sustancial de Bolívar apunta al estado de indefensión jurídica y legal en la cual como americanos nos había sumido la monarquía española. El despotismo nos privó de nuestros derechos, se trataba entonces de retornar a los hombres de América la justicia, la virtud y el ejercicio del derecho de ciudadanía. Bolívar no escatimará esfuerzos para zaherir la tiranía, estas sumen a los pueblos en el horror y en la sangre. El discurso bolivariano maximiza la política. El hombre americano debe cuidarse y evitar sentimientos como la envidia. Las guerras, los enfrentamientos muchas veces son llevados adelantes por almas pervertidas que sólo buscan la desolación de los pueblos, entonces el gobierno que se debiera invocar, según Bolívar, para conducir los destinos del país es la democracia; ésta ha permitido en Venezuela abolir «… las distinciones, la nobleza, los fueros, los privilegios: declaró los derechos del hombre, la libertad de obrar, de pensar, de hablar y de escribir» (Discurso de Angostura. Escritos políticos 1819 pág. 100). Bolívar criticará los intentos por establecer en Venezuela un gobierno federal que, dado el espíritu y la conducta nuestra, nos llevaría a la anarquía, disolvería la génesis identitaria que llevaría a establecer una voluntad política única que Tiempos de incertidumbre / 33

dé coherencia a la unidad nacional. La intencionalidad que establece el Libertador a este respecto está montada sobre la reflexión de que la base del carácter de los hombres se constituye sobre la idea de que el espíritu humano es pulimentado con la educación, con las costumbres, y un pueblo como el venezolano que viene de salir de las cadenas aún no tiene el bagaje cultural como para que su espíritu acepte una forma de gobierno tan laxa como la federal. Bolívar ha tomado en cuenta en la conformación de las nuevas naciones el hecho de la identidad cultural, somos una raza, grupo, o como quiera llamársele, que se ha montado sobre el mestizaje, la mezcla, no sólo biológica sino cultural. La igualdad bolivariana no lo hace desembocar en el igualitarismo desenfrenado, sino que Bolívar señalará las desigualdades propias del talento, de la disciplina y de la virtud. Las variables con las cuales se maneja Bolívar están sustentadas en la soberanía, en la libertad civil, en la división de poderes y en la pérdida del miedo a la libertad. En este punto se hace de sumo interés las consideraciones de Bolívar sobre la voluntad humana, sobre la virtuosidad del gobernante, sobre su acción patriótica; no bastan sólo las leyes, sino el espíritu del heroísmo y la voluntad de la ilustración.

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Bolívar filosofía y política

La unidad político ideológica y cultural fue la idea cardinal que animó a Bolívar realizar la libertad de Sudamérica. Su pensamiento se edificó sobre el ideal de la construcción de un gobierno centralista y fuerte que garantizara la unidad de mando, y que soslayara los obstáculos que se podían imponer de asentarse el sistema federal. El estado de convulsión que vivía Venezuela en 1811 reclamaba que el gobierno se legitimara y lo más recomendable era el centralismo. La República accedió a la tentación de no reprimir los brotes de desórdenes y desobediencias que se imponían con este nuevo aparato de gobierno. El ideal que defiende Bolívar es perfectamente cónsono con el pensamiento ilustrado. En primer lugar había que preservar el concepto de legitimidad y de obediencia, y por otro lado se debía fortalecer la voluntad soberana del pueblo por conferirse su propio gobierno. Las aguas para este momento eran turbias. Sólo las Fuerzas Armadas podían garantizar y restablecer el orden. La nueva República y el mantenimiento de su unidad no necesitaban tan sólo de filósofos, sino de una capacidad pragmática de articular el mando y de tomar decisiones. Esta consideración pasa por la idea de que el federalismo sumergió a Venezuela en la lucha de facciones, lo cual impedía direccionar y establecer una fuerza única que le diera sentido a las decisiones. La República fue carcomida por la diáspora. Además, lo laxo de las leyes permitía que la rebeldía y la desobediencia se manifestaran por doquier. Mientras España estableció una unidad de criterios para reprimir la desobediencia, la República naciente sucumbía ante su propia debilidad e indecisión. No se hizo sentir la dialéctica del reconocimiento. Bolívar hace la observación de Valencia, el desconocimiento por parte de esta ciudad del gobierno instituido Tiempos de incertidumbre / 35

tuvo un costo de mil muertos. No hubo sanciones. Los insurgentes continuaron en el goce de sus libertades. Los magistrados sin quererlo se convertían en cómplices de la disidencia. Bolívar explica la derrota de las armas de la Primera República por la falta de vocación de mando. La fundación del país necesitaba control. El proyecto político exhibió un liberalismo exacerbado. Los hombres sabían que podían desoír las leyes y sabían que para ese acto no habría castigo. Las causas de la derrota fueron diversas, una de ellas el clero, que conspiró flagrantemente contra la República. Se explicó el terremoto de 1812 como un designio del cielo por haber desobedecido la voluntad de la Corona. Bolívar lo vuelve a ratificar, continuaba imponiéndose la impunidad. La conciencia colectiva no había tomado aún los músculos necesarios para aspirar definitivamente la dirección del proceso. La derrota es explicada por falta de planificación. Una variabilidad de factores haría posible la derrota, pudiéndose mencionar también el despilfarro de los fondos públicos. La burocracia era un fardo pesado sobre un país que comenzaba a exhibir lo que serían sus malestares eternos. Uno de ellos el desapego del campesino de sus tierras. Los hombre eran arrastrados a la guerra y los campos quedaban desasistidos. España lucharía hasta lo último por no perder el control de América. La significación económica era de importancia capital. España padecía las llagas de la invasión francesa. Era necesario recuperar las colonias. La guerra civil entre otras cosas diezmaba el país. El interés económico jugaba como una causa determinante. Los libertadores necesitarían del manejo de la soberanía y del concepto de mayoría de edad para fundar estas Repúblicas. Los efectos de una economía atrasada mantenían no solo el malestar en lo económico, sino al pueblo sumido en la ignorancia. Cada ejército expuso sus idearios. Las promesas no se hicieron esperar. Aquel escenario de confusiones y de crisis llevó finalmente a una guerra magna. El pensamiento patriota reclama la libertad absoluta, la mayoría de edad. Las potencias actuaban como rivales, se estaba dilucidando para esa época el destino de Europa y el 36 / Nelson Guzmán

control del mundo. España sumergida en un largo proceso medieval se inclinaba por la extracción de riquezas. Inglaterra y los Países Bajos por el mercado de rapidez. El capitalismo comenzaba a tomar músculo en estos países. Dependía el destino de estas provincias de cuánto supiéramos manejar la voluntad de soberanía. Un nuevo derrotero había comenzado a emerger para América: la libertad. El proceso emancipador haría comprender a los hombres que era necesario conquistar la independencia. Subsistía aún el peligro internacional de que los magistrados y las altas jerarquías eclesiásticas españolas, estando invadida la Península, se instalaran acá para retardar nuestros procesos de madurez. Bolívar sabía claramente el peligro que se cernía para la conformación de las nuevas Repúblicas, es por ello que propone al Congreso de la Nueva Granada la recuperación del territorio venezolano. El mantenimiento de un Estado independiente requiere de las alianzas, no podrá mantenerse en pie la Nueva Granada si Venezuela yace de rodillas (S. Bolívar). La situación fronteriza hacía factible que los enemigos de la independencia fraguaran una invasión. Un elemento sustancial ha comprendido Bolívar en el arte de la guerra: la fortaleza. Los partidarios del Rey han estructurado en Venezuela un gobierno despótico. Los pueblos yacen encerrados en las prisiones o martirizados por las persecuciones. Con el Manifiesto de Cartagena Bolívar está exhortando a los neogranadinos a adherirse a la empresa de darle la libertad a Venezuela. Los errores han dejado a Venezuela en llamas. El principio fundamental para mantener y darle sentido a un gobierno acorazado es el mantenimiento de unas fuerzas armadas entrenadas y dispuestas a defender la seguridad y soberanía de la patria. En el Manifiesto de Cartagena (1812) Bolívar critica la falta de una acertada dirección política para guiar las provincias venezolanas en rebeldía, como el caso de Coro, insubordinada y en desobediencia con respecto al nuevo poder naciente. Para Bolívar la República colapsa por una magnanimidad mal entendida. Ante aquella situación la conspiración sacó provecho; la fe ilusa con respecto al destino de la libertad no supo legitimar su gobierno y, Tiempos de incertidumbre / 37

en esos momentos de desorden social y de una conciencia política atrasada, Bolívar demandaba el correcto uso de las leyes. Se habían creado en el interior de la República los cimientos de la insurrección y se les dejó florecer. La Capitanía General de Venezuela mostraba su drama eterno, el campesinado fue apartado de la tierra para crear ejércitos mal atendidos, faltaba la claridad de conciencia, pues no se previeron las dimensiones de las represalias futuras por parte de la metrópolis. Se cultivó la ideología de que el pueblo en caso de invasión se incorporaría patrióticamente a la defensa del país. Esa tesis no la creyó el Libertador. Al contrario, sostenía la idea de que era necesario preparar unas milicias férreas, con soldados adiestrados para la defensa y con hombres que no se sintieran derrotados ante el primer revés. Bolívar creyó siempre que la mala fortuna era superable con el ahínco, el trabajo y la perseverancia. La guerra era un asunto de formación profesional. Había que cuidar el país que estaba sucumbiendo ante la burocracia, los empleados públicos, los jueces y magistrados estaban consumiendo las reservas. Se estaba edificando un estado aéreo que estatuía una moneda sin el respaldo necesario. Para el Libertador las formas de gobierno dependen de las circunstancias de maduración de la conciencia histórica. Ante situaciones turbulentas como las que reinaban en Venezuela para 1812, el gobierno debía ser terrible y atenerse al estricto cumplimiento de la ley «... (el Gobierno) debe mostrarse terrible y armarse de una firmeza igual a los peligros, sin atender a leyes y constituciones, ínterin no se restablece la felicidad y paz». (Escritos de Bolívar, Oscar Todtmann Editores, pág. 26) El federalismo en Venezuela estableció un sistema que no permitía diseñar una verdadera voluntad política de unidad, lo cual sumergía a la República en la dispersión, cada quien se consideraba con mando. La conciencia política necesitaba de una unidad de principio

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... cada provincia se gobernaba independientemente, y a ejemplo de éstas, cada ciudad pretendía iguales facultades alegando la práctica de aquéllas, y la teoría de que todos los hombres y todos los pueblos gozan de la prerrogativa de instituir a su antojo el gobierno que les acomode” (Escritos de Bolívar, Manifiesto de Cartagena. Oscar Todtmann Editores, pág. 25)

Bolívar ha establecido y expuesto con claridad cómo el espíritu de partido ha afectado severamente la unidad de la República. El problema que resalta es la ambición y el individualismo. Estos males parecen haberse conservado en permanencia en la construcción de nuestra nacionalidad. Bolívar sabe que América está amenazada por la presencia de una posible inmigración religiosa hacia nuestras tierras, pero no sólo eso, sino la llegada de militares y civiles que podrían hundir nuestros pueblos en la anarquía. El problema radica en que para combatir a la sanguinaria España de la época era imprescindible la unidad nacional. Como lo expresa en su Carta de Jamaica, es imposible labrar el futuro con una mala madrastra. El Libertador se opone férreamente al colonialismo. La causa de la libertad y su cruzada ilustrada reclaman de su parte el nacionalismo. La furia de la destrucción ha invadido a América, pero es una destrucción creadora, se trata de desacralizar el viejo discurso de Europa de que aún no hemos alcanzado la mayoría de edad para administrar por nosotros mismos nuestras instituciones.

La guerra Bolívar nos sitúa ante el dantesco drama de la guerra, en su discurso no existe otra posibilidad sino enfrentar la perversión y el satanismo de España con la fuerza. En la Carta de Jamaica lo dice: «América está movilizada». Está claro en su pensamiento que los derechos de los pueblos no se obtienen mansamente dispensados por la voluntad del sátrapa, sino que se conquistan, se le arrebatan al amo, al dueño de la situación.

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El control del poder requiere del dominio y de la sumisión y ésta se ha logrado en parte al enarbolar las banderas del fanatismo y al acentuar el discurso del miedo, la muerte acecha por doquier. Caracas para los años 1812 y 1815 estaba destruida, su población había sido diezmada por la tiranía y el despotismo. El discurso europeo se levantaba sobre la voluntad de poder que era fecundado por una filosofía del sometimiento. Los indígenas habían sido casi reducidos, las poblaciones africanas tenían un destino común con el amerindio: la esclavitud, nadábamos en un terreno movedizo. América estaba en búsqueda de su identidad. Bolívar sabe de la honda crisis de España, ha entendido que un país diezmado, sin un ejército fuerte, sin capacidad de mantener a raya a sus vecinos no está en capacidad de seguir sometiéndonos, hubo un gran realismo en el pensamiento de Bolívar. Estábamos ante la guerra necesaria de 16 millones de hombres que clamaban la ruptura de las cadenas de la tiranía. Bolívar habla del etnocidio y de la infamante conducta con que los ejércitos españoles no sólo destruyeron a los pueblos, sino a sus reyes. Lo que reinaba en América en el siglo XVIII era el servilismo, una potencia extranjera no sólo controlaba el ejército, sino la administración de justicia y la fe. Los americanos no habían aprendido a darse su propia libertad, la mayoría de la población se mantenía en el analfabetismo. Las élites estaban también privadas en sus aspiraciones, sus grados militares siempre eran las de segundones, lo mismo en lo relativo a los títulos nobiliarios: «... Diplomáticos nunca (...) no éramos ni magistrados ni financistas». La anterior situación iría incoando el matricidio y el afán de venganza entre unos hombres que comenzaban también a sentir que la historia era suya. Bolívar abomina en lo político, como lo dice en la Carta de Jamaica, la implantación de una monarquía universal. El Libertador consideraba que la figura del déspota para América había sido abominable, él aspiró y trabajó para la construcción de la República. Como bien lo dice en el Discurso de Angostura, él no es un creador ex nihilo, sino una víctima de la tempestad revolucionaria. Bolívar está tratando de fundar en América un 40 / Nelson Guzmán

sentimiento identitario, y éste no es otro que el de la libertad. Era un creyente en el poder moral, las leyes debían ser estructuradas por los legisladores, era la medida que le indicaba la conducta a los pueblos y a los hombres. La ley da al traste con el personalismo y el despotismo. La universalidad rebasa la conducta sicologista, la decisión arbitraria. La ley regula las pasiones. En 1819 en el Congreso de Angostura Bolívar arremete contra el personalismo y el despotismo. La permanencia de una misma persona por largo tiempo en el poder conlleva el riesgo de reeditar el servilismo. La doctrina política bolivariana es la ilustrada, hay que educar a la voluntad general del pueblo para que éste rompa definitivamente con la opresión y sea capaz de escoger en libertad a sus gobernantes.

Los derechos de ciudadanía América residió atrapada en el servilismo por más de trescientos años. La conciencia histórica comenzó a reclamar la independencia de la vieja esclavitud impuesta por España. El derecho de hombres, la libertad como don supremo del ciudadano era conculcada por España. La idea del Libertador fue la de conquistar la soberanía de la razón, lo cual implicaba la autodeterminación de los pueblos. El Discurso de Angostura señala el peligro de sucumbir al costumbrismo del pueblo habituado a la bota de la barbarie. La libertad representa el máximo momento del espíritu. Se aduce con esto a los poderes creadores de la razón La acción política en libertad implicaba la defensa del derecho de libre expresión, así como también la libertad de obrar, lo cual significaba que yo era un ciudadano libre facultado para crear instituciones y crear disposiciones, acordes a la razón, que garantizaran mi equidad y la de los otros. La República implicaba para el pueblo venezolano la fundación del ser libre. A partir de allí el pueblo podría pensar y hablar sin ningún obstáculo o limitación. El ideario político y social de Bolívar fue el de la Ilustración, todos los hombres tenían derecho al goce de la libertad, las únicas diferencias Tiempos de incertidumbre / 41

eran entre ellos las propias de la raza, el carácter y el temperamento. Bolívar comprende con claridad la naturaleza del pueblo al cual aspira mandar, sabe de las divisiones y del frenesí que las distintas ópticas del mundo pudieran establecer para mantener el equilibrio y armonía de la República; por ello rechaza el sistema federal.

El mestizaje cultural Bolívar ha comprendido desde un principio que somos radicalmente diferentes a los europeos. Nuestra conformación cultural necesita de un rango distinto de cosas. Debemos interpretar el mundo de manera diferente, nuestro núcleo cultural está compuesto de lo africano y lo americano, además del aporte europeo; todo esto reclama otras herramientas de análisis. En Bolívar reside un heredero del pensamiento de la Ilustración que considera la educación como determinante en el logro de la equidad de los hombres. La educación modela el carácter, da las herramientas necesarias a los hombres para superar el estado de naturaleza. La línea fundamental es que la cultura engendra la posibilidad de la igualdad y de la auto superación. El Libertador representa la puesta en marcha de una dialéctica ilustrada que pone de manifiesto la construcción de un mundo encaminado a acabar con el despotismo, con la tiranía. Dentro del mundo filosófico bolivariano los hombres no podrán reconocerse en los tiranos. La moral se forma con la necesidad de que el pueblo posea luces. Bolívar está liquidando un mundo que representa la servidumbre y la mansedumbre hacia España, la furia de lo negativo emerge como furor garantizador de un nuevo orden. Las ideas del bolivarianismo son un parte de guerra con respecto al viejo mundo. Bolívar reivindica la idea de soberanía, los hombres son libres en la escogencia de sus autoridades. La idea de una República lleva en su base la potestad de deshacerse de los tiranos. El Libertador está proponiendo los criterios de la modernidad política en Venezuela: «Un gobierno republicano ha sido, es y debe ser el de Venezuela, sus bases deben ser la soberanía del pueblo; la división de los poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud y de los privilegios. 42 / Nelson Guzmán

Necesitamos de igualdad para refundir, digámoslo así, en un todo, la especie de los hombres, las opiniones políticas y las costumbres públicas...» (Escritos de Bolívar, Discurso de Angostura, Oscar Todtmann Editores pág. 90.) El ideario político bolivariano aún espera ser realizado, la idea de justicia social fue crucial en su pensamiento. América Latina es ejemplo claro de cuán lejos estamos de la redención. El concepto de orden gobierna las ideas políticas del Libertador. La República debe contar con un fuerte Ejecutivo para evitar la anarquía. Bolívar deseaba la implantación en Venezuela de un Senado hereditario que sirviera de muro de contención de los abusos del parlamentarismo, que supiese detener al ejecutivo en caso de distorsión de la idea de libertad. Hay un rechazo en su pensamiento hacia la idea de democracia absoluta: «... teorías abstractas son las que producen la perniciosa idea de una libertad ilimitada...» (Escritos de Bolívar, Discurso de Angostura, Oscar Todtmann Editores, pág. 102). Bolívar conocía del gentilicio del pueblo de estas tierras, lo posterior en Venezuela es hartamente conocido: las guerras civiles, la aspiración perpetua de poder y el peligro en el cual se ha visto envuelta la sindéresis.

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Briceño Guerrero o el éxtasis del lenguaje

El espíritu como frenesí y desdoblamiento Es importante observar la importancia que otorga el pensamiento de Briceño Guerrero a la noción de sentido. La cultura se despliega en la búsqueda por establecer un orden, el trasfondo sigue siendo el esclarecimiento del ser de algo. La sustancia fundamental es el hombre; éste se presenta con sus proyectos o con sus frustraciones. La vida es angustia permanente. Los seres humanos estamos permanentemente ante el reto o ante el abismo que espera al hombre para sufragarlo, para horadarlo, para exterminarlo. Los límites están en la condición de su lenguaje, en la humanidad de sus impulsos. La ansiedad lo circuncida. Lo más importante es comprender que todo es transitorio. Las fuerzas que impulsan y estabilizan la vida son los valores, por ellos lucha, privilegia unas empresas con respecto a las otras. La conciencia llega a creer en la eternidad de las cosas y piensa poco o nada en la caída, en las crisis. Las visiones del mundo pertenecen a los hombres como seres insertos en su cultura, ese compromiso está obligado a asumirlo pues está movido por necesidades perentorias, la gloria, el miedo a la muerte, el placer del encanto de las formas. El hombre es un ser de compromiso, de lo proclive, de la necesidad. El verbo es su morada; de sus incertidumbres se levanta como alfarero, como constructor de castillos de arena. El hombre construye en el tiempo, su empresa la comienza desde sus fundaciones, pero necesita desimbolizarse de su tiniebla para construir el mundo, su argamasa es su entorno, la impronta de sus conocimientos parte del mismo ser que los produce. Para Briceño Guerrero lo más propio del pensamiento son las preguntas, las dudas. Se invocan los valores como fuente y fuerza creadora de Tiempos de incertidumbre / 45

la historia, esto impone una vindicación, la pasión como elemento telúrico de la empresa del conocimiento. El punto de decantación de estos argumentos se sostiene en un carácter ético. La enérgeia descomplejiza las trabas, los abismos, los silencios que hacen imposible avanzar al conocimiento. Es importante el señalamiento de deslinde que se establece entre la erudición que reproduce una tradición y los nódulos neurálgicos o epistémicos que desmontan un saber. La filosofía que se empecine en la descripción caerá de rodillas dentro del saber empírico. Imperará la tradición, lo fundado se impondrá, con esta escogencia se ha dado un no a la problematización. Un tipo de conocimiento como el anterior es de carácter conservador, no estará preocupado por la crítica, ni la autocrítica. Briceño Guerrero advierte sobre los obstáculos de visiones del mundo que asumimos inadvertidamente. Por eso la lucha de la filosofía es la de erradicar del espíritu los enfoques fragmentados y oscuros del universo. Sin embargo no hay un sesgo absolutista en esta manera de ver, de percibir el mundo. No existe una sola y única línea de tránsito para la humanidad. Los hombres y los pueblos tienen sus tradiciones, sus predisposiciones, sus idiosincrasias, cada uno de estos elementos impone un ritmo. Lo anterior lleva implícito una crítica al saber como instrumentalización. Occidente con su ergo pretendió imponer la fuerza del dominio de sus saberes; lo demás, los otros eran considerados inútiles, no esenciales. Se había impuesto un ethos civilizatorio que estableció una pedagogía del ser. Occidente ha arrastrado una enorme carga de arrogancia que le ha permitido arrasar en nombre de la civilidad con todo lo diferente. Se ha bombardeado, destruido las viejas arquitecturas orientales, se ha matado y mutilado la vida en nombre del progreso. La verdad todo lo justificaría, anteriormente ésta se sostenía con la forma dialogante de hacer filosofía, hoy muy por el contrario, son las altas tecnologías de la guerra que imponen una única manera de ser. Todo está en peligro, el mundo puede acabarse en un repentino estallido. Lo que aterra es la posibilidad de que implosionemos, todas las formas tecnológicas existen para que eso pueda ocurrir. La dominación imperial ha impuesto un ritmo extraño a la vida 46 / Nelson Guzmán

y a la naturaleza. Los aviones y los cohetes de altas tecnologías en segundos pueden dar cuenta de la vida. Lo más angustiante a decir de Briceño Guerrero es que la única forma de combatirlos con alguna posibilidad de éxito es con la razón científica-técnica que el occidente impuso. Eso implica romper la tradición de pueblos diferentes. El horizonte, a pesar de todo, para José Manuel Briceño Guerrero no parece ser del todo pesimista. Invoca a la dynamis como posibilidad de vida, ésta se daría en la religión, en los mitos y en la filosofía, de allí le sobreviene la pregunta de si Venezuela es el occidente, respuesta difícil de encontrar sobre todo por el mosaico de cosas que nos habitan. Allí encontraremos que culturas aparentemente derrotadas por lo occidental racional y el cálculo han guardado imaginarios y formas de expresión no propiamente apegadas a los métodos europeos. Briceño Guerrero, en un esfuerzo por realizar una Fenomenología de lo venezolano, nos da un mapa de nuestras maneras de vida, entre ellas: el paterrolismo, el vivalapepismo, el pájaro bravo, el facilista, el golpista. Otros rasgos que nos definen: la presencia del caudillismo en nuestra cultura, también encontramos el bochinche, el manguareo, el guabineo. Nos hallamos en la educación con la habladuría de paja, asimismo con el caletrazo, el apuntismo, y la política. También contamos con el compadrazgo y la rebatiña. En el imaginario religioso representamos creencias como la pava, la lamparita, la mavita, los muñecos, todo esto son componentes de nuestra idiosincrasia según el autor. La filosofía debe volver al hombre de la cotidianidad, abandonar los credos definitivos y sumergirse en la búsqueda de las filigranas históricas que nos autentican como cultura, esa amalgama diversa que conforma nuestro mestizaje nos hace propietarios de un lenguaje y de un ser histórico que nos define como venezolanos. Lo anterior no puede llevar a nadie a creer que filosofar es un acto particular que nos individualiza arrancándonos del torrente universal de los grandes problemas del hombre. No subsiste en el autor que venimos analizando ningún tipo de interés de borrar los rasgos que nos definen, el intento por desconocernos no es sino vago esfuerzo de ostracismo. El esfuerzo Tiempos de incertidumbre / 47

debe ser todo lo contrario, deberíamos rastrearnos, palpar lo que nos pone de manifiesto, somos hijos de una lengua mestiza, de dioses aniquilados que no han podido tener libre expresión, que fueron sacrificados en honor a la razón. La filosofía debe hacer posible que los hombres recuperemos la justicia para los pueblos. Debe la filosofía creer y apostar en la posibilidad de erradicar la miseria. La filosofía debe recuperar al mundo y debe realizarlo con la convicción y la fe del amor, esto supone en este autor un rechazo a la violencia como vía del parto de la historia. Los hombres que vivimos este mestizaje no hemos hecho audibles para nosotros mismo los significados de todas las voces que nos habitan. Se ve a las claras que hemos sido saqueados por la tradición europea, nos hemos colocado como malos aduladores de una cultura que se nos impuso y tomó nuestro psiquismo, pero que no pudo domeñar el bullente musgo lingüístico reminiscente de otras heredades, como la africana y la indígena. Briceño Guerrero localiza en los venezolanos la estructuración de una cultura montada sobre la duda acerca de lo que somos. Los pliegues de una cultura colonizada subyacen en nosotros, sin que quisiéramos totalmente radicalizarnos con nosotros mismos. Actuando con lengua occidental, con instituciones occidentales, con creencias occidentales nos sobrecoge permanentemente el sentimiento de no pertenencia y ello se asume con terror, sería el fiasco de la vida. No sintiéndonos totalmente seguros de nuestra occidentalidad y a sabiendas de que permanentemente somos rebasados y traicionados por nuestros fueros, sin querer ni poder asumirnos definitivamente en nuestra identidad, somos una página de dudas, de incertidumbres donde subyace la alteridad; emanación portentosa, con músculos, con fibras, con carne y cantos propios, eso nos realiza en una unidad que se da también como alteridad. El problema es que al lado del discurso objetivo, de la metódica del occidente esgrimimos otras razones, otras maneras de ser, somos la diáspora. El perturbador no sólo estaría en los otros, sino que reside en el nos, seríamos un volcán que funcionaría con dos lavas, los otros de los cuales no nos reconocemos somos nos-otros mismos, viviéndonos como residentes postergados de nuestras propias gramáticas. Atrapados en nuestra ajustada razón de existencia en 48 / Nelson Guzmán

nuestra occidentalidad renegamos del otro que habita con nosotros no como un inquilino, sino como un lenguaje oculto, culto y vulgar a la vez. Ese lenguaje de reconocimiento y de desconocimiento nos sitúa en distintos lugares en una dialéctica comunicativa donde también los otros pueden aparecer como los occidentales, los ellos analíticos son también traspuestos de acuerdo con la conveniencia de las formas y los contenidos, lo que podría presentarnos como habitantes de una región más propia a la analiticidad del logos donde lo fundamental son los constructos de comprensión de las situaciones.

América debe encontrarse La residencia del lenguaje está en el mismo hombre que lo estudia y que sabe transfigurar sus planos, volverse autocrático ante sus emociones sin que ello lleve una metódica, sé cómo me sitúo, pero sigo en la orfandad de mi disipación. En América Latina el problema sigue siendo las mermas históricas, el colonizador persiste acechándonos con su ciencia, con sus leyes, con su religiosidad, con su filosofía. Occidente nos ha dado un mapa donde no hay tiempo para el equívoco. José Manuel Briceño Guerrero narra los percances del alma sin sosiego del dominado, todo realizado a medio camino. Las improntas continúan siendo las occidentales pero con libros mal aprendidos, mal repetidos. Es importante en esta visión la crítica que el autor realiza a la escuela, al concepto de obediencia. La confesión termina siendo el suplicio de nuestro corazón imperfecto, de nuestra alma no madurada. Las tecnologías del yo han impuesto un aparato de reproducción cultural con todas las destrezas garantizadas, allí está el psicólogo, el educador acrítico para garantizar el aprendizaje de unas reglas que se deben aceptar sin ningún tipo de beligerancia. El suelo histórico está montado en la conquista, en la colonización y en la apuesta y el constante doblar la cerviz delante de una cultura que se dio como válida, aun en sus hondas debilidades y en sus crímenes. Siempre teníamos la excusa para dispensar los errores de los europeos. Parte de nuestra cultura creció en el contexto del Tiempos de incertidumbre / 49

servilismo mental en relación con lo que considerábamos que era ciencia, política y filosofía. Lo más visible es que yacemos tapiados por la cultura disciplinaria y burocrática donde las jerárquicas y los órdenes son precisos. Cada quien juega un rol donde la dispensa es poco probable. La antropología clásica llamaba anomia a la disfuncionalidad, el sistema se basó siempre en una idea de orden, de rigor. Hemos sido los hijos de una vasta empresa de carácter económico donde los individuos no contaban. Empresa de precariedad realizada con segundones, con gente que aun no teniendo norte buscaban un destino que les asegurara la vida. Cuando los presos de las mazmorras españolas son embarcados con Colón, esto da cuenta de una situación límite, sin solución. Es importante reexaminar la historia de indios y negros en Venezuela, muchos de ellos fueron motivados por la Guerra Magna, por la Guerra Federal y por el afán de justicia, luego traicionados, defenestrados, olvidados, lapidados. La historia de las naciones ha sido omitida, ningún rango ha tenido en la sociedad nacional lo heteróclito, la diversidad de un lenguaje rico hasta la saciedad pero negado, desconocido, traicionado, muchas revoluciones fueron hechas y se quedaron siendo los movimiento de una clase social que una vez en el poder no quiso reclamar nada para los de abajo, los sobrecogió la comodidad, el poder. La revolución que olvide la radicalidad será arrasada, la revolución no es otra cosa que la fundación de un nuevo mundo, la puesta al día de una nueva episteme donde lo fundamental es la rebeldía, la contestación, la fundación y creación de unos nuevos valores, la búsqueda de lo que somos. Con respecto a la revolución burguesa Lukács lo observó certeramente, cuando la burguesía conquista el macro mundo que le corresponde enseguida se vuelve ciega, antiliberal, despótica. Estoy de acuerdo con José Manuel Briceño en cuanto que no podemos separarnos de occidente, pero no alcanzaremos hacer una revolución dejando sobrevivir las máculas de occidente. Lo más nefasto que puede tener una revolución son sus alguaciles, sus ideólogos, sus tribunales disciplinarios El aplastamiento que padece la conciencia histórica se sigue reclamando del reconocimiento, del éxito. Las revoluciones deben levantarse sobre las chamizas de un mundo que ha demostrado ser irracional a escala planetaria. Las lógicas polivalentes de la 50 / Nelson Guzmán

dominación siguen percutando sobre la tierra, el planeta se sigue calentando bajo la impávida mirada de los imperios y sin la toma de conciencia requerida. Las grandes cadenas de laboratorios ven en las vacunas para evitar enfermedades endémicas un asunto de interés monetario. África continúa siendo un continente azotado por la bota de los imperios. En América Latina poblaciones enteras fenecen por carencias de medicamentos. La salud se ha convertido en una industria transnacional donde los pobres no cuentan. Las cadenas globalizadas omiten hacer estas denuncias. Las llagas y las taras de siempre siguen allí no curadas. Los pobres han sido los eternos expulsados de los salones de los dioses, sobre todo del altar de Don dinero. La vida parece haberse convertido en propiedad de las superpotencias, no se escatima esfuerzo en contaminar los mares, en arrasar las especies vivientes, el capital y los capitalistas tienen listos sus pasajes hacia el perdón en el cual ellos han creído, construyéndolo a la medida de sus propias conveniencias.

Las encrucijadas del mundo La reflexión del presente indica a las claras que el retorno es nostalgia. La idea de restauración nunca en la historia ha tenido lugar. Nadie hoy sigue siendo como fue, el mestizaje, la cultura tecnológica y la eficacia se han impuesto en la medida que han logrado resolver problemas capitales. El asunto sigue siendo el mismo: el desolvido, el yo fracturado, la poca sindéresis con que nos hemos abordado. El asunto capital se conserva sin modificaciones, el poder de la voluntad de dominio de los imperios y la entrega de un sector que cree en la civilidad, en el progreso. América debe subsistir en su diversidad, debe darse sus propios proyectos. Briceño Guerrero como es debido nos habla de una colonización cuya tarea fundamental fue incorporar a las culturas aborígenes al occidente cristiano católico. No había duda en la conciencia del colonizador sobre las tareas que llevaba a cabo. La cruz y la espada hicieron de América un horizonte de sacrificio, de dolor, de purgas, de expiaciones. El lenguaje excluyó de la condición humana a los indígenas, les asestó el calificativo de flojos, Tiempos de incertidumbre / 51

de indolentes, de traidores, la historia seguía siendo arreglada de acuerdo a los intereses de un grupo que se creía propietario de la verdad. Tanto Gumilla, como el padre Gilli satanizaron a los naturales de América. El descubrimiento le dio a Colón la posibilidad de exhibir en Europa la mercancía que había descubierto. El concepto de encuentro cultural –como hace años se celebró en España y en América– nunca existió, el saqueo no se hizo esperar. La falsa idea de un atraso contra un progreso hizo posible la justificación del genocidio, nada pudieron las flechas y cerbatanas contra la pólvora. Las oraciones de los piaches fueron ineficaces contra la ferocidad del colonizador. Nadie se levantó desde la Europa racional contra la indolencia y el crimen, lo cual no excluye la presencia de ciertas voces de misioneros que estuvieron en contra de la masacre. La historia parece exigir siempre sangre para que los pueblos despierten, Miguel de Buría fue un símbolo contra la opresión, edificó su propia arquitectura imperial con los suyos, fundó con Guiomar, su hijo y sus hombres una de las primeras fortalezas antiespañolas en Buría. Más tarde sería borrado de la faz de la tierra por las fuerzas de las armas, las culturas vencidas guardaron en su memoria a sus héroes, a sus dioses, sus símbolos fueron conservados en su lenguaje, siguieron siendo redentores del mal. Por su parte Guaicaipuro, Chacao, Baruta, Tamanaco y muchos otros representaron la identidad de nuestros pueblos primigenios, se resistieron al Imperio español y sus figuras persistieron diluidas de tiempo. Parte de sus vidas se conservaron en la memoria de los pueblos, allí colectiva e individualmente en Venezuela grupos enteros han encontrado su pebetero de nutrición, de autodefensa. La corte indígena previene contra el ataque mortífero de las enfermedades físicas, sana el alma cuando fuerzas ocultas generan un estado de locura, caso en los cuales la enajenación es atribuida a fuerzas incontrolables. Cortes indígenas y africanas apuran sus potencias para salvarnos del sin sentido. En la construcción modélica del mundo sus jergas, sus voces están diseminadas y preocupadas por autenticarnos, por hacer posible que nos apropiemos del espacio donde vivimos. Culturas selváticas parecieran provenir de nosotros mismos, lenguajes asociados a lo natural, a las 52 / Nelson Guzmán

pócimas, al malabarismo de los sueños. Nuestra vida cotidiana parece representar la claudicación del concepto de verdad, nada es mesurable, los tiempos de producción de nuestros lenguajes es largo.

La diferencialidad Es importante mantener en la memoria los goznes del Discurso salvaje. Es un canto a la elocuencia y a la dignidad del hombre de América. Nos encontramos con un texto que es nuestro diván, como pacientes nos alojamos en él para descubrirnos, para saber que soy yo mismo el que habla, el que dice, el que impreca e infama. La odisea del hombre americano no deja de ser un camino sin ruta, sin astros en el cielo. Voces de luchas añejas yacen contenidas allí y expresadas de la única manera en que puede hacerse, a través de la poesía. Lo primero parece ser el extravío, la diáspora, el no lugar, los encantos y las reapariciones de voces que ya creíamos destinadas al olvido. En el diálogo se encuentra que no somos tecnócratas, pero tampoco dejamos de serlo. Nos entusiasma el confort, la rapidez del tiempo nos es de gran utilidad, la confesión es que el hombre americano es signatario de tiempos y lenguajes diversos, el del amo, el del occidente científico-técnico, pero a la vez se mantiene en la lengua de los ancestros, de los dominados, en su pervivencia transita en ellos.

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El dios de occidente

Dios metafísica y totalitarismo El dios de Occidente se presenta mostrando a los ojos del mundo la voluntad y la fuerza. Su máxima representación y credulidad era ser capaz de incendiarnos y volvernos borraja en un instante. Los hombres necesitaban de ese acompañante para currar sus heridas, para no vacilar ante el miedo. Los judíos y los cristianos debían reglamentar sus mundos, diferenciarse del ayer y cargar sobre sus hombros una metafísica que volviera sus actos más justos. Es por eso que las religiones monoteístas usufructúan el monopolio de la verdad. La conciencia humana para estas religiones está sujeta a la tradición, lo que hace que una vez ancladas en el registro de representaciones del imaginario colectivo, dejen estas visiones de ser revolucionarias para convertirse en dogmas tranquilizadores. La revolución necesita un mínimo de fe y de descreencia hacia una tradición que ha tornado la conciencia resistente al cambio. La revolución lleva en su interior una utopía, una apuesta trascendente, inmanente, que debe –pese a la adversidad– conquistar la utopía. Para Occidente Dios es la palabra, la capacidad de mostrarnos la rectitud, de darnos el bien y sobre todo de enseñarnos pedagógicamente como debemos vivir; éste último acto pasa necesariamente por la supresión, por la escritura de unas máximas, y por el otorgamiento de la libertad de conciencia; ésta debe permanecer encerrada en el libro de la verdad ya ofrecido con sus reglas. Occidente había aparecido con una jerga clara, los hombres no iban a extraviar sus caminos. La filosofía manifestada como verdad, como ideología, en busca del sentimiento ilustrado, se plantearía la convivencia y la superación.

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Dios necesitará siempre su operador político, su intérprete, una sustancia que descienda al mundo de lo concreto lo que ha estado en la teoría. Dios ha aparecido en Occidente y en Oriente como un gran dispensador de verdades, de creencias. De allí que los hombres vivan en el miedo de morir, pero con la tranquilidad de que finalmente quedarán a buen resguardo ante una sustancia perfecta. Hitler como un dios subalterno pereció entre sus propias máximas de honor, el cianuro, un tiro, y el fuego incandescente ayudaría al mito. Al ser sustraído el cuerpo de la perentoriedad del castigo, al haber la conciencia escapado con la muerte, a la fiereza de su enemigo, se completaba un código de honor. Las máximas de este hombre impusieron un ritmo a Occidente. La voluntad de poder fue derrotada por las armas y la alianza de un Occidente que se jugaba sus últimas cartas estuvo dispuesta a imponer sus reglas y representaciones morales. Sin embargo la voluntad de dominio no había sido suprimida, digamos, tan sólo sustraída por el momento. Es así que al lado del autoritarismo absoluto seguirían manifestándose las dictaduras, la autorita como expresión y sobre todo convivir en un mundo donde el poder organiza y da orden al todo. La historia de la cultura occidental tanto en el mundo histórico concreto como en la filosofía ha clamado por una voluntad de guía. Los férreos conductores con sus báculos, con sus cayados, siempre han estado allí, no diríamos para equilibrar el mundo, puesto que esta noción tal vez nunca haya existido, pero sí para demostrarnos que la vida como inconveniente de la identidad coloca a las conciencias unas al lado de la otra para confrontarse. Otro tanto ha sucedido en el mundo de la teorización, la filosofía fundamental aclamando la voluntad del ser nos presenta a éste como un gran dispensador. Entonces, la figura manifiesta es el hombre, en torno a él se presenta el problema de la escogencia, y de la edificación de una voluntad libre.

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II La historia está llena de ejemplos de hombres que encarnan el espíritu de cuerpo de un dogma, de una voluntad, y de la necesidad histórica de imponer unas creencias. Toda voluntad de poder se realiza subyugada por la idea de que se está cumpliendo una misión histórica. La única forma de liberarse del totalitarismo es la crítica. Permanentemente las instituciones deben estar en cuestión. La única justicia a este respecto debería pertenecer a la razón, a la poesía, al cambio. La colonización ha sido un espacio que ha violado la determinación de la conciencia de darse sus propios preceptos. Las religiones monolíticas como el judaísmo, el cristianismo, el islamismo parten de la base declarativa de su unicidad. El problema a este respecto sería la vida, la cual surge mediada en la inherencia de la necesidad, no habría fórmulas exactas para ésta. No hay firme cumplimiento ante un universo de expectativas que reclama el acto creador. Allí resurgen dos problemas: de un lado la cultura con su carga, su imaginario e imposiciones seculares, y de otra parte el estar lanzado en la efervescencia de vivir lo cual solicita la invención, la heurística. La lucha contra el totalitarismo es permanente. Las instituciones normalmente se reclaman de la tradición. El amor a la fuerza del caudillo no deja ver las determinaciones de un mundo que es inseguro y que necesita permanentemente de ésta para pervivir en sanidad. Los medios de comunicación ejercen el control de las conciencias, preparan para las respuestas firmes casi siempre mediadas por la voluntad de verdad del amo. El control planetario de una civilización no implica otra cosa que la obediencia a ciegas a una cultura que solicita de los sujetos su sumisión; ésta pasa por la renuncia a lo más ancestral. Las religiones amerindias, las mezclas afroamericanas, a los ojos del desparpajo de estas visiones modernizadoras constituyen lo pútrido, lo innoble. Es simplemente la elaboración de un imaginario que nos ha preparado para consumir hamburguesas, para pedirle ciegamente a Dios y para sostener una visión del mundo donde aún no parecemos haber conquistado la mayoría de edad.

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Sartre predicó la edad de la razón, los medios de comunicación actuando como partidos políticos forman una generación despreocupadamente ligt que no puede vivir sin la coca cola, sin los centros comerciales, sin el Internet, sin los transgénicos y además reclama la edad de la emoción. Las máquinas han suplantado el activismo físico, los hombres encuentran regocijo matando gente en sus computadoras, e intentando salir de laberintos interminables. La vida se ha vuelto un bodrio. La única expectación parece ser la de los juegos cibernéticos y el televisor. El Dios aterrador de los orígenes ha aparecido en la modernidad como acreedor de una voluntad que debe pertenecerle. La preocupación normal de una mujer normalizada es ponerse en unos buenos senos postizos, cambiarse la nariz, quitarse dos costillas o añorar el jardín del Edén en Miami, por supuesto sin el huracán Francés. El mundo totalitario reclama sedentarismo teórico, impropiedad, vulgaridad. Viajar es chatear, hablar en jerga, soñar con desplazar del poder, de la voluntad del soberano a todo aquel que quiera apoderarse de mis migajas. La sociedad venezolana es una panoplia, la conciencia desventurada para utilizar un término caro a la tradición filosófica ha impuesto unos presupuestos. Más que la verdad importa crear una conciencia aberrante que pueda marchar, tomar las calles a cambio de nada, morir si es preciso repitiendo absurdamente no me dejaré arrebatar mi vida, mi modo de vida por la chusma.

III El crimen es un dios telúrico que puede liberarme. No estaría matando los hombres, ni dando cuenta de seres humanos sino fuera por la existencia de una voluntad irracional. Hombres que no pueden entender los mandamientos, los sacramentos, su conciencia es la perversidad. Desde la Guerra de Independencia esos hombres han sido silenciados, se ha hablado de masas, de las batallas, de la voluntad heroica del patrioterismo, pero nunca de la conciencia de la emancipación. Los hombres en una especie de necedad de redención han apurado el elixir de cambio, tal cual lo ha realizado 58 / Nelson Guzmán

el brujo o el chamán el pueblo ha puesto a la disposición del líder su necesidad de cambio. Ese gesto está inscrito en la historia de Venezuela. Los hombres iban a la guerra en busca de una redención, proyectando sus necesidades en el otro, en los hijos, en el futuro. Este momento en la voluntad nacional es de una profunda fe. Los análisis en Venezuela invocando el pasado siempre nos muestran la liturgia de una historia perdida. Una especie de voluntad trágica, de destino incongruente parece historiar en América Latina la pérdida del pedal. Parece que fuerzas extrañas hubieran hecho destinatario el derecho de ejercer la libre ciudadanía en libertad por la culpa de unos hombres viles que quebrantarían cualquier voluntad de equidad. Sucre habría caído muerto aprisionado por el lodazal de las pasiones de unos hombres que representaban la antihistoria. Bolívar por su parte hubo de sufrir el destino de morir en el destierro. Siempre atornillado al destino de los héroes, llamada traición de los otros Fernando Savater nos ha puesto al descubierto en su libro Los diez mandamientos del siglo XXI todo aquello que ha estructurado la sociedad capitalista moderna avanzada. Los hombres no encuentran la energía reparadora en el ocio, éste tritura la capacidad de relajarse. Vacaciones preocupantes, tributario de una confianza que finalmente no seré capaz de cumplir voy siendo en el mundo angustiosamente. Savater definirá al ocio como creativo, no se refiere al consumismo extenuante que impone el mercado. La voluntad creadora pone fuera del sujeto la riqueza de lo que se va generando en imágenes. El hombre contemporáneo vive dentro del miedo que puede ocasionarle la guerra, el estallido atómico, la bomba circunstancial. Corremos el río permanente de ser víctimas de los efectos del mundo de la química. Este mundo ha ido demostrando que ya no bastan las bienaventuranzas. Un día cualquiera puedo quedar debajo de la bota de un neurótico, o sencillamente comprender que la vida es una calamidad. Cuando los hombres se aburren los imaginarios no podrán retenerle, se corre entonces hacia la mística o se marcha al desenfreno.

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El espanto de la guerra

La guerra busca el sometimiento y la desaparición compulsiva del enemigo. Ese instinto secular de la destrucción, de la pendencia y de borrar cualquier posibilidad de vida en armonía habla a las claras de que las bayonetas, los misiles, los tanques etc., buscan someter al otro mediante el diálogo de la pólvora y del exterminio. La guerra pone fin momentáneamente a cualquier posibilidad de negociación. La conciencia que empuja a la guerra utiliza como motor fundamental a la acción bélica; con ésta se busca poner de rodillas al contrincante. Yo me concedo la autoridad por la fuerza, esta dialéctica supone la lucha y el sometimiento de las otras opiniones. En general la guerra se decide en las batallas, el poder de fuego convoca al miedo. La validez de los argumentos comienza a cobrar fuerza en el estallido de los cañones. La dialéctica de la guerra elude la tipificación del crimen y de la abominación. El lenguaje recurre a la treta lingüística al hablar de estrategia, de enfrentamiento. La convivencia necesita de la fuerza de la diplomacia y de otros motivos: la racionalidad, que en nada tiene que ver con el militarismo, con la destrucción masiva de pueblos. La guerra nos puede abrazar a todos en un candelero, la noción de guerra justa comienza a mostrar sus costuras, la guerra va más allá del combate, envuelve la voluntad de un pueblo, la defensa del sentimiento de la identidad cultural. Esta guerra no señala otra cosa que el secuestro del concepto de Occidente que ha realizado Estados Unidos. Esta guerra nos envuelve a todos, nos acerca al bullente miasma de establecer una diferencia entre Occidente y Oriente. Nadie que esté educado en un sistema democrático y que esté lejos del imbécil pragmatismo de la cultura norteamericana, podrá esgrimir la tesis de la lucha de civilizaciones. Es frecuente escuchar hablar a los representantes de la guerra, sobre todo a los norteamericanos de decapitación y de bombardeos quirúrgicos para eliminar a Hussein. Tiempos de incertidumbre / 61

El crimen de guerra se convierte en justificable. Cuando se habla de razones de Estado desaparece del lenguaje la tipificación de asesinos. Estados Unidos e Inglaterra han hecho esta guerra bajo la égida de la justicia. Se presenta allí a Occidente luchando por la paz del mundo e intentando desaparecer de la faz de la tierra a un perverso como Hussein. Lo más claro sería decir que de acuerdo con los pacifistas ninguna guerra tendría justificación, pero también es justo decir que sin los muertos, sin el hambre, las destrucciones masivas el Imperio nunca llegará a controlar la disidencia. El precepto sería yo debo manifestar y hacer ver que tengo fuerza y poder de fuego para hacerme respetar. El derecho siempre ha pretendido establecer el respeto. En el caso de guerras como la de Irak que no es más que una batalla por la ambición del control del petróleo, el otro no existe. Se trata simplemente de barrer la tierra de todo aquel que represente un proyecto diferente al mío. La guerra dejará odios imposibles de saldar. En las guerras modernas todo el esfuerzo ha sido puesto en el interés económico, después de la destrucción deben venir las empresas de los imperios a juntar y a darle forma a todo aquello que la furia del fuego y la pólvora destruyeron. Estados Unidos comienza a constituir el imperio no sólo más poderoso en cuanto maquinaria bélica que haya conocido la historia, sino que sus convicciones han hecho sobrepasar todo respeto o acuerdo. Es así que la dialéctica del reconocimiento hacia el otro se ha vuelto añicos, y ello significa riesgo y destrucción para la estabilidad del mundo, ya nadie parece estar dotado para detener las decisiones bélicas del coloso del norte. Los Estados Unidos han violado todos los acuerdos que hacían posible la paz mundial. No puede declararse garante del derecho quien no respeta el derecho y quien no otorga peso a las normas de la convivencia. El mantenimiento de las instituciones democráticas necesita de la tolerancia y de la simple escogencia de vivir como se quiera. Ningún país está facultado para dictar las normas de convivencia. La doctrina del destino manifiesto es el arma más procaz que ha utilizado en la historia un imperio como los Estados Unidos. El 62 / Nelson Guzmán

mundo entero ha sufrido las arremetidas de una civilización que ha cedido la razón a la fuerza de los censores nucleares. Desde el siglo XVIII se ha pensado en Europa en la construcción de una Federación de Estados Europeos que evitaría la guerra. La Federación limitaría las ambiciones, otorgaría al derecho la coherencia y la razón. Más allá del ángulo de la enemistad estaríamos hablando de la cohabitación y de un orden establecido por la razón. Los saldos de la guerra son los mutilados, las mujeres violadas, la ciudad violentada, el detenimiento de la actividad económica y comercial de un país. Largos años, décadas enteras serán necesarias para el saneamiento de las heridas, quien crea que las bombas garantizan la paz está llenando de cementerios la vida. Venezuela allí tiene su espejo, el ingenuo que piense que somos inmunes a ese fenómeno espantoso, que ponga sus barbas en remojo, sobre todo ese ejército de mitómanos y gordos que hemos heredado de las cenizas de las guerras y los enfrentamientos civiles que hubo en el siglo XIX venezolano La política ha sido una fuente permanente de odios. El asesinato de Cristo, la muerte de Mohandas Karamcl Gandhi, de Luther King, la prisión de Nelson Mandela, etc., buscaron despojar la vida de sus derechos, pero no necesariamente quien sale vencido de las batallas ha perdido la guerra, quedan aún muchos rounds, luego vienen las decisiones comerciales autonómicas dependiendo de la situación en que haya quedado el país asolado por la guerra. La guerra deja también en los labios del país agresor la sensación de horror. Habrá que indemnizar viudas, hijos, familias enteras. Los Estados que entran en guerra deberán cargar a cuestas con el espanto que llevan en su psiquismo aquellos que lograron sobrevivir físicamente. También los Congresos de esas sociedades cargan con la mácula de asesinos, de intolerantes. Estados Unidos continúa siendo un país de grandes neurosis, ahora tiene allí un motivo más, la presencia de los chicanos que buscan por cualquier medio el reconocimiento, aunque sea matando y dejándose matar en el Medio Oriente. Con Kant aparece un llamado a la razón; ésta constitutivamente deberá dar legalidad a la paz. Ese viejo instinto y hábito de probar los cañones con los más débiles encontraría su fin en la moderación Tiempos de incertidumbre / 63

que introducen en la vida humana los principios de la razón. De acuerdo con esto podríamos defender la constitución de una ética de la solidaridad y del intercambio. Estos principios de base sobre los cuales se presupuesta la modernidad han sido negados, el Imperio ha introducido la muerte y la destrucción en un pueblo que tiene derecho a dirimir sus problemas en casa. Los métodos continúan siendo los mismos: tratar de introducir la división en el pueblo iraquí, solicitar el permiso de pueblos vecinos a Irak para que cedan su espacio aéreo y colaboren con sus fuerzas de infantería. Ojalá esta guerra no se le convierta a Colin Powel y a T. Blair en un nuevo Vietnam, todavía esperamos en Venezuela la ira del Imperio, sólo que aquí sería rápidamente tierra arrasada. Irak ha sido un pueblo que se ha preparado para la paz y para la guerra, en ese territorio desde hace muchas décadas atrás se guerrea, se está preparado, la juventud sabe que se ha nacido para defender el derecho y la gloria de su pueblo y de sus tradiciones. El Medio Oriente se ha convertido en el lugar de la tragedia, allí los pozos petroleros esperan el apetito voraz del capital internacional norteamericano. Las guerras en el Medio Oriente se han librado por la religión, por el dinero y hoy en día por el derecho a la vida, y a la identidad que debe tener todo pueblo. El militarismo es la expresión más bárbara del Imperialismo. Las viejas prácticas de expansión, con ropajes nuevos se han vuelto a reeditar. El mundo contempla atónito este gran Armagedón que es la destrucción masiva y sistemática de los pueblos, sin que razones religiosas, sin que la validez de los juicios de la razón pueda interceder para evitar esa práctica de la destrucción. Allí están las razones geopolíticas, la necesidad de tener un enclave en el Medio Oriente, se trata simplemente del reparto del mundo y la única manera de lograrlo es la sangre. La guerra que lleva a cabo el gobierno de W. Bush cuenta con sus caballitos de Troya, con su carne de cañón bien escogida entre la población latina. Esta guerra marcará muy bien un camino tortuoso, y nos está diciendo que la posibilidad de la paz lograda por el corazón, y por los principios de la ética es menos que un imposible cuando no se cuentan con los medios necesarios de defensa. Los viejos discursos éticos han quedado de lado con la decisión terrorista y espantosa del gobierno de W. Bush de convertir al pueblo de Irak en un inmenso crematorio. 64 / Nelson Guzmán

Violencia y paz perpetua

La consideración con la cual Kant inicia sus reflexiones sobre la paz perpetua estatuye que los tratados de paz nunca deben dejar espacios o subterfugios tramposos para otras guerras que puedan venir. Una consideración de este tenor continúa dejando el problema intacto y estaría generando una forma de discurso que introduce el sosiego, o en todo caso una taima en un proceso presto a estallar de nuevo por una de las aristas dejadas para emprender la guerra en cualquier momento. Un tratado que verdaderamente conduzca hacia la paz debe liberarse de dejar cosas para después, no discutir hoy, para mañana tener presto los cañones introduce una trampa en el lenguaje. Los vocablos paz perpetua buscan erradicar las formas violentas de unos tratados que en sí mismos constituyen otro motivo de guerra. Una segunda consideración que Kant introduce con respecto a la paz perpetua estará señalando la imposibilidad de seguir desarrollando e instrumentando el lenguaje de la anexión. Desde el punto de vista racional los Estados y las naciones no son botines de guerra que se pueden incorporar a mis dominios por la fuerza, llámese anexión por el intermedio de la artillería, o por la ley utilizada como legitimidad, en la cual se podría argüir cualquier taxativa para invocar un tipo de acción como esta. Lo básico que señala Kant es la ley, los Estados están hundidos en las tradiciones, en sus costumbres y en sus leyes, de allí arranca el tronco de su legitimidad, de su fuerza, cualquier tentativa que se haga a este respecto desvencija la historia, la tuerce dentro de figuras irracionales. El poderío es el de la razón, el de la equidad. La crítica kantiana va dirigida a considerar como insostenible la práctica del colonialismo. La anexión desfigura el contrato, fragua en la historia el caos dentro del orden. La ley de la razón considerará como infranqueable Tiempos de incertidumbre / 65

y totalitaria una sociedad que se haya legitimado en sus motivos desvencijando el derecho del otro. En estos motivos como lo dice W. B. Gallie subsiste una crítica al sistema prusiano y a su totalitarismo y falta de libertad. El problema del dominio no será el de éste por sí mismo, o el de su instalación o sincronización como una forma práctica y utilitaria, lo que se está discutiendo en todo caso son las formas de equidad y de racionalidad. La racionalidad estatuye como garantía de la paz perpetua, la no intromisión en los asuntos domésticos de una cultura, de un Estado, de un pueblo que tiene sus propias consideraciones sobre la historia. Esa idea colonialista y falsa de que yo soy el salvador, el liberador de la barbarie, lo que engendra –según Kant– es otra forma de salvajismo. No es lícito para la razón de que yo con mi razón particular –de país devenido potencia– secularice y universalice aquello que yo considero como cierto. Las guerras se han dado por las ambiciones, por el afán de dominio. El estallido de un mortero, los muertos en nombre de la paz seguro generarán otras víctimas, plagarán el suelo de sed de sangre, de deseos de venganza. La consideración kantiana sobre la guerra y la paz apunta a estatuir razones jurídicas que soporten la paz, y el argumento a este tenor es claro, sólo la razón hará sostenible la paz. El éxito conquistado con los misiles imputan una historia de la violencia; en la actualidad todas las guerras son por el petróleo, por la cocaína, por el domino sociopolítico, por el control de territorios. El problema pareciera estar planteado en la posibilidad de alienarse o de no hacerlo. Las formas discursivas ante el peligro han recurrido a los nacionalismos y a esgrimir los símbolos patrios. En la historia se comienza a dar con frenesí aquello que Hegel llamaba –en sus escritos de juventud– la puesta en el tapete de los viejos sarcófagos de la identidad cultural. En la guerra de Irak se juega el futuro de la humanidad, países como Alemania y Francia saben que de producirse una victoria desproporcionada por parte de Estados Unidos indicará el principio de tierra arrasada, de la aparición sin discusión de un nuevo centro. El mundo sería controlado por el Tío Sam, la vieja Europa se habrá encontrado nuevamente con su verdugo. Las viejas razones que Kant ofrecía como garantía para que pudiese sobrevenir la paz perpetua luego de la guerra, parecen 66 / Nelson Guzmán

ya estar periclitadas en la sociedad de la modernidad tardía. Kant recomendaba por razones de eticidad no utilizar envenedadores, asesinos y sobre todo no violar los tratados de paz. Estos deberían ser motivos de la guerra para sostener la paz, pero la guerra indica ante todo la pérdida de la mutua confianza. Posiblemente en las guerras anteriores la palabra fue un documento, pero a partir de Hiroshima y Nagasaki todo es posible en una guerra. Las guerras de hoy persiguen desaparecer al otro de la faz de la tierra. Las superpotencias han comenzado a fungir como dioses, como garantes de la vida y de la continuidad. Posiblemente nazismo y neonazismo hayan sido la últimas forma de irracionalidad no justificada, pero las guerras de hoy engendran la barbarie y formas discursivas donde yo digo que voy a decapitar al otro, y que acabo de lanzar sobre Bagdad tres mil misiles y fuego de artillería para decapitar al gobierno iraquí y se ve como normal, como una razón justificada. Estados Unidos se ha convertido en el gran dispensador de ética. Las guerras hoy –como lo ha dicho Baudrillard– las vivimos en casa comiendo maní, tomando Pepsi Cola, apostando con nuestros hijos si caerá Bagdad o no lo hará. Existen en las guerras ultramodernas principios que no estaban en los comienzos, las refriegas cuerpo a cuerpo, espada a espada, lanza a lanza, tiro a tiro, son casi inexistentes, los misiles teledirigidos, las pistolas con mira telescópica, el fuego de las metralletas a pesar de su asepsia producen sus saldos horripilantes. De los cadáveres no quedan sino cenizas, tasajos, desproporción, brazos sin identificación y familiares que guardaran en sus corazones imbéciles la honrilla de la patria, de los principios, de la civilización. No hay motivos para el arrepentimiento, yo liquido y puedo sentarme mañana tranquilamente con mis hijos a comer hamburguesas sin la menor pizca de conciencia maltratada. La guerra ha sido realizada por una entelequia llamada patria, futuro, porvenir. La idea de Kant de una guerra no encuadra para nada con las motivaciones que llevan hoy a los hombres hacia ésta. Anteriormente los hombres creían en una verdad, tenían una patria a ultranza que defender. Yo actuaba encuadrado con respecto al otro dentro de unas reglas de guerra en las que ambos tácitamente estábamos de acuerdo en respetar, hoy los hombres se baten por el control, por Tiempos de incertidumbre / 67

no fenecer, por no desaparecer para siempre y por ser reconocidos en una patria que no los quiere como los chicanos, salvadoreños, puertorriqueños, panameños y colombianos, etc. que siempre han sido y serán ciudadanos de cuarta en los Estados Unidos. La humanidad actual puede encontrar el obstáculo de que la fuerza de una nación adquiera tanto poderío, desproporción y poder de fuego que ya la mutua hostilidad, el temor recíproco se pierden y por ello la posibilidad de la paz. Cuando la conciencia de un Estado se sabe indetenible la posibilidad de la paz se torna lejana. Las fuerzas de la guerra encarnadas en las superpotencias y en sus operadores militares tienen la certeza de que con sólo oprimir un botón, y con un sólo impulso los hombres puede desaparecer de la faz de la tierra. Kant ha sospechado que la guerra de exterminio entre los pueblos, aquélla que desconoce los principios y la intermediación de la ley tiene un llegadero, la paz de los cementerios. La analogía kantiana con respecto al derecho es que estos eventos retrotraen al estado natural, al lenguaje del más fuerte. El espíritu ha sucumbido a la fuerza de las ambiciones, al recíproco mal. Las guerra de inteligencia, aquellas guerras que una vez terminadas continúan utilizando la intervención de los espías que gestan la posibilidad de otra guerra, el espíritu no ha terminado de mediar si la paz es válida cuando los resortes del mal comienzan a realizar su trabajo, entonces estaríamos hablando de una paz imperfecta. La posibilidad del control, de mantener el sistema social estaría en manos del soberano; el Príncipe, el Estado, la ley, la democracia deben garantizar la paz, y ésta garantía se realiza teniendo en cuenta que el otro, el ciudadano sujeto a la ley ha admitido la existencia de un poder que lo controle, al cual debe obedecer. La ley para Kant actúa como mecanismo autocorrectivo que a través del ejercicio de la razón permite enmendar las fallas, hacer posible el cambio de una ley caduca, en este sentido también se habla de la permisividad de la ley, lo cual engendra en la acción un mecanismo no obligante. La permisividad crea en el derecho la posibilidad de crear la tolerancia. La acción legal no se vuelve entonces un mecanismo de imputación y de obligatoriedad sin salida, es por ello que en el derecho a pesar del código escrito, de las taxativas de la gramática existe la

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invocación a la justicia, a todo aquello que se salga de la ley y que no sea contemplada por ésta. Para Kant la paz es la superación del estado de naturaleza. La ley crea la posibilidad de superar la hostilidad natural y crea la posibilidad de convivencia en la vida civil. Le toca a la autoridad soberana garantizar la paz, para que esto exista ha sido necesario el establecimiento de un Estado de mutuas seguridades. Las soluciones de convivencia las encuentra Kant en el lenguaje, todos hemos aceptado la representación civil, el respeto al otro, la tolerancia, sin ese pacto la paz no vendría por añadidura. La razón y la Constitución Civil sostienen un mundo de múltiples convivencias. En el caso actual de la guerra los Estados Unidos han violado el principio de jus cosmopoliticum, se trata de que estamos inscritos dentro del ejercicio de un orden mundial de la razón que ha sido tratado y pateado con la sin razón de los misiles y las bombas. El miedo ha llamado de nuevo al estado de naturaleza, se busca controlar un sector importante del mundo como es el Golfo Pérsico, eso significará crudos baratos, reconstrucción de ciudades, puentes y carreteras, buenos negocios sin importar los ríos de sangre, la paz perpetua buscada empieza a sufrir la veneración de las bayonetas y de los muertos. Las ideologías con sus promesas resultan insuficientes ante las voliciones y estímulos de los egoísmos, hemos construido una civilización vulnerable a las peticiones y requerimientos exteriores, los intereses perversos señalan un rumbo desobediente de las pautas de la razón. La razón universal –la que se construye sobre el epicentro de los intereses del Imperio– resulta tan insuficiente que faltando a la máxima kantiana del derecho, se ha convertido en una razón que prohíbe al otro ciertas acciones, que le señala rumbos a los Estados sin entrar a considerar que ella misma debería formar parte de esos acuerdos, porque para que una democracia se ejerza como tal, debe haber un mínimo de reconocimiento y de capacidad de respeto hacia el otro. Nunca se podrá alcanzar el respeto sincero con las armas o la coherencia con los estallidos nucleares, la guerra sólo busca suprimir y los hombres deben abdicar sus principios por miedo al más fuerte y al más grande.

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Kant no creerá –por ningún respecto– que las cualidades para el mando o para la vida civil le sean transmitidas al hombre por la herencia o por los privilegios del nacimiento. No se podrá explicar la vida civil, su desarrollo, por el azar. Existe un principio más válido, más sostenible: la razón. El principio que estableció la guerra contra Irak es un no-principio. Las constituciones civiles no podían admitir la guerra nos decía Kant, sólo era el fin del derecho y la construcción de un Estado unilateral del predominio de la voluntad del amo lo que podía sostener una guerra, en una sociedad no republicana los hombres no son ciudadanos, son cuerpos movidos por un discurso que los considera bestias, disponibles y sufrientes del oprobio. La guerra de Irak constituye la violación de todos los acuerdos, es la voluntad del amo, la fuerza del Imperio no asume la responsabilidad del respeto de los tratados. El régimen de W. Bush actuando unilateralmente, sin escuchar las voluntades disidentes escogió la masacre, se ha dicho que los viejos y nuevos países colonialistas han tomado la ejecutoria de la guerra en sus manos, en todo caso la ética, su constitución y sus problemas cayeron en el olvido. W. Bush se abrogó a sí mismo la representación de la voluntad general, cosa parecida ha hecho T. Blair y José María Aznar. El discurso de los derechos ciudadanos ha caído en el olvido, más allá de que Husseim no represente un régimen democrático, W. Bush ha decidido –como lo ha dicho Chomsky– desconocer la decisión autónoma de un Occidente reñido con la guerra y con espanto por sus propias experiencias del horror. Se juega en esta guerra el futuro de potencias como Francia e Inglaterra, se juega la dignidad de los iraníes y el destino de países como Venezuela. Nadie podrá resistir un enclave norteamericano en el Golfo Pérsico, muy cerca geográficamente están otros colosos que aún no han salido al escenario pero que podrían hacerlo, es el caso de Corea del Norte o China –fuerzas desconocidas por la voluntad imperial del amo del mundo, los Estados Unidos pueden entrar en el escenario a disputarle la hegemonía. En tan sólo un año y medio dos guerras señalan a las claras el fracaso de las políticas de paz; estas disputas y la bilis del Imperio lo han llevado a lo largo de la historia a tener injerencia directa en los gobiernos de los países extranjeros. Como bien lo hubo de considerar Kant el legítimo derecho a la autonomía 70 / Nelson Guzmán

se conquista con la guerra; ésta preserva en caso de agresión, cuando las fuerzas del derecho se hacen inactivas e insuficientes para contener las ambiciones de los vecinos surge la legítima defensa, ésta se realiza en aras de preservar el sentimiento de identidad. Kant hubo de creer en la posibilidad de constituir una federación de Estados tutelados por un centro; éste debía representar la idea de civilización, así como también tener la capacidad de encarnar un proceso pacífico y racional. La coherencia de la razón nos evitaría el miasma de las pasiones, limitaría la voluntad imperial de un Estado sobre el otro. La razón crea en los individuos el derecho a la hospitalidad, a la efectiva convivencia en paz. Los hombres a través de ésta adquieren el instrumento de la paz perpetua, la razón se presentaría así como el límite a las injusticias, al saqueo. Los pueblos inmersos en sus ambiciones con frecuencia olvidan el criterio de hospitalidad, el otro no existe sino en la medida que es mi servidor. Kant considerará que las diferencias culturales e idiomáticas entre los pueblos tienen en su seno un germen de odio, allí le otorga a la naturaleza una sabiduría que mantiene la guerra como límite y separación, pero estos factores serán vencidos por la razón; ésta sobre una base argumentativa racional propicia el entendimiento y acuerdo. El comercio –según Kant– propicia la paz. Los costos de la destrucción serían tan macabros para un gobierno que los comerciantes en aras de su recíproca coherencia propician la paz. Kant dirá que la posesión de la fuerza perjudica los principios de la razón. La fuerza de la espada es disipadora, desaparece las diferencias, impone un orden, un dictamen y borra de la faz de la tierra la tolerancia. La prudencia como teoría y como acción es exigida a los pueblos pequeños y débiles. El amo del Norte considera imprudente aquello que le afecte y le contradiga. El viejo precepto de la Doctrina Monroe ha cobrado una vez más vigencia para el Imperialismo: «América para los americanos». La política del garrote se ha vuelto a entronizar en el mundo, la soberbia, la necesidad de pervivencia

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y la disputa por el control ha llevado a W. Bush a arrinconar la ética, a saber que el gran sueño americano necesita de la sangre de los débiles para sobrevivir. Sangre y petróleo conforman en la actualidad el dúplex necesario para la destrucción del mundo. Ya es sabido que por los menos por setenta años dependeremos del petróleo y de los hidrocarburos. Lo que no se pueda conseguir con los acuerdos internacionales será adquirido con los tanques, con las bombas sólo mata gente; la esquizofrenia ha invadido una forma de racionalidad que está más allá del derecho. Las guerras actuales arrinconan las discusiones ridículas de sí permitimos o no el aborto, de sí permitimos la clonación, la Iglesia católica ha sido sustituida por el belicismo del protestantismo, por el gran sacerdote de la verdad los Estados Unidos. La permisividad de hoy tiene otros alcances: la muerte, el improperio, la invasión. En menos de cincuenta años la nación de George Washington y de Abraham Lincoln ha estropeado la identidad y la dignidad de los pueblos. La historia exige páginas que hagan saber sobre la ficción de la paz de un país que no duda en sembrar de cenizas las villas y países opuestos a sus convicciones. W. Bush y sus gendarmes parecen haber asimilado muy bien el precepto kantiano: «… si te has apoderado de una nación vecina, échale la culpa a la naturaleza del hombre, el cual, si no se adelanta a la agresión del otro, puede tener por seguro que sucumbirá a la fuerza» (La Paz Perpetua, Edit. Porrúa, pág. 239) Kant ha descubierto que en la base de los acuerdos y de los tratados está la fuerza; ésta empuja hacia una dirección. La voluntad en la historia surge como necesidad de imponer y marcar lo deseado. Para Kant la moral a priori señala el justo fin y la concordancia, en la medida que el Estado garantiza la libertad y la igualdad, los hombres pueden aspirar a la justicia, la cual será obra del derecho y de la acción de la razón pura. Kant ha expulsado de su sistema la posibilidad de que seamos imputados por la maldad, por la conducta torcida, allí no está la verdad pues está no obedece a principios, son objetizaciones del hacer, acciones cuya práctica no pueden conducir la voluntad de los Estados. Las máximas de desobediencia de la voluntad del pueblo con respecto al soberano podrían destruir la idea del sistema social, ese tipo de anomia para utilizar un vocablo extraño al universo de reflexión kantiana, podría destruir al gobierno, 72 / Nelson Guzmán

hundir a los hombres en la revuelta, de allí lo ilícito –en la filosofía kantiana– de apelar a la fuerza como mecanismo de contestación ante el soberano, la legitimidad pretende mantener el orden social, la sabia que necesita ésta es la creencia. Kant considerará de rigor el mantenimiento de la fuerza para conservar el orden, en un escenario convulso el soberano, debe estar en la capacidad de imponer los límites de la sensatez, se tiene claro que en la democracia se le ha dado un mandato a un cuerpo de gobierno para que éste maneje e imponga el orden de acuerdo con la adecuación que debe existir entre razón y realidad. Uno de los elementos de interés que se presentan en las reflexiones de Kant atiende sobre todo a la prudencia. La máxima proclamada, publicitada, gritada a los cuatro vientos podría tener el inconveniente de ocasionar la perturbación, podrían entonces manifestarse o reactualizarse las viejas ambiciones de poder y de dominio, naciones más poderosas cuando un país medianamente fuerte pretenda anexionarse a uno débil podrían intervenir reclamando su parte. Kant sabe plenamente que trata con los hombres, entiende además que la vida humana está atravesada de sensaciones, de intereses y de ambiciones; la mayor parte del tiempo mantenidas en reclusión para evitar los conflictos y las disputas. El problema de la constitución del bien público en la actualidad es que los hombres han comenzado a estar insatisfechos con su suerte, su destino les parece gris, muchas fuerzas han vilipendiado los preceptos morales. El Imperio se ha declarado en guerra contra la humanidad, por todos lados se avecina el peligro de las armas biológicas, la religiones como contención no son suficientes, el principio sofistico que se defiende: es que se trata de devolver a la humanidad el mayor bien, la bondad se ha aniquilado a sí misma, la civilización como altura de la especie se ha revelado insuficiente y presumiblemente marche hacia su fin.

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Política y quiebre de la cultura moderna

La modernidad insurge ante la quiebra de un mundo. Los paradigmas epistemológicos con los cuales se manejó la Edad Clásica y la época Medieval habían hecho aguas. El mundo necesitaba otra forma de tolerancia y desarrollar los artificios del manejo de la razón instrumental. La modernidad había anticipado un mundo que sería gobernado con base a la razón científico-técnica. El presupuesto teórico fundamental con la cual operó la modernidad fue la razón. La razón ilustrada pretendió devolverles la mayoría de edad a los hombres, las viejas instituciones eran declaradas simplemente irracionales. La modernidad habló de la categoría de progreso; éste no sólo se refería al maquinismo, a la industrialización, sino a la fe que se puso en devolverles a los hombres su libertad de conciencia. Sin embargo parecía estarse construyendo un mundo que ofrecería la vida buena a los hombres. El saldo de estas ilusiones no dio el resultado esperado, unos eran los sueños y otra cosa distinta las realidades donde vivían las colectividades. La modernidad había construido un mundo de eficacia, el Estado y la ideología reglamentaban la vida imponiendo una moral de conveniencias para la burguesía. Se edificó un modo de vida que pronto tendría que olvidar los derechos. Kant, Hegel y Marx apostarían a la subjetividad, en el último filósofo señalado el cognomento real lo tendrían las clases sociales. La sociedad industrial sería el escenario de la pugna entre la burguesía y el proletariado. El gran ideario de la modernidad ha sido la planetarización. Los mass media han creado un mundo unidimensional. Las distancias y los tiempos han sido confinados a un solo lenguaje, el utilitario. La razón instrumental y su universalismo han ido avanzando en un afán de borrar las particularidades. Se trata tan solo de estatuir a la Tiempos de incertidumbre / 75

razón occidental. Los medios en los comienzos de la modernidad estuvieron vinculados a la fuerza, posteriormente al consenso, hoy de manera Vargasviliana se ha recurrido a un popurrí donde se mezclan: seducción, fuerza y espanto. A la alta modernidad, post modernidad o como quiera llamársele se le han planteado otros retos, uno de ellos el pluralismo desde el punto de vista de estructuración y de la construcción del imaginario social, se ha comenzado a defender los intereses de las minorías (homosexuales, prostitutas, etc.) otro de los puntos de importancia capital a debatir está referido a los intereses de las mujeres. El léxico del machismo, su carga simbólica ha tenido que ceder ante el empuje de nuevos reclamos. Si todo fuera filosofía y construcción de un nuevo cuadro hermenéutico las cosas tal vez fueran más plausibles. Sin embargo el mundo no parece haberse regulado desde la construcción de una civilidad calma. Georges W. Busch apoyándose en la sofisticación de la alta tecnología ha lanzado un ataque despiadado al mundo. Las armas nucleares pueden diseminar en un instante las ambiciones de varios siglos. Se ha comprobado que en una guerra nuclear nadie gana, está en peligro la raza humana, está amenazada la vida en la Tierra. Lo histórico se ha vuelto cada vez más pasional, el cálculo frío y objetivo de cualquier religioso capitalista ha cedido a las ambiciones de los banqueros norteamericanos, a los malos humores de los inversionistas de las casas de bolsas. Vivimos simplemente en un pesadillesco sueño del cual tal vez nunca salgamos. Gianni Vattimo se ha batido lanza en ristre contra la institucionalización de una ética fuerte (la de la modernidad) y ha postulado el relativismo epistemológico. Para tomar el vocablo de Max Weber diremos que el mundo está arreglado de acuerdo a valores. La modernidad tenía un mapa claro, la existencia de Dios suponía que el mundo iba a ser más seguro, ante la aparición de la crisis del sentido y no estando nada firme, lo que queda según Vattimo son las significaciones. Se está anunciando un mundo construido por encima del miedo al castigo, el Dios oracular y testamentario ha sido substituido por la praxis y los intereses. 76 / Nelson Guzmán

Para Vattimo vivimos un mundo construido en torno a la red de valores, la disolución hizo explotar la razón estatutaria hacia la diseminación. Ante se mataba en nombre de Dios, de la equidad. La catarsis del asesino parecía constituirla las horas pesadas de la cárcel y de la expiación de la conciencia. Hoy por el contrario la moral se ha vuelto más laxa, se mata con un cigarrillo en la mano, se hace lo mismo sumiendo a pueblos enteros en la miseria y el hambre. El encargado de lanzar la radioactividad probablemente no tenga cargo de conciencia, no ha podido sopesar con precisión el alcance de su osadía, serán las imágenes las que le muestren posteriormente el poder siniestro de una tecnología en nombre de la cual se hicieron tantas promesas. La filosofía discute hoy en Venezuela sobre los alcances de un mundo en experimentación. El logos clásico parece siniestrado. Las escuelas de la modernidad: hegelianismo, marxismo, estructuralismo, posestructuralismo, psicoanálisis y pare de contar han visto sucumbir sus esencias; se ha vivido en un mundo en crisis en donde todo se hace inaudito. La crisis de la política mundial ha derrumbado los viejos imperativos. Los socialismo reales constituyeron el espanto, la ética social aplastó la individuación. Los crímenes del partido liquidaron las pretensiones teóricas, un crimen es un crimen desde donde se lo plantee, es desde allí donde discute la postmodernidad, sin embargo no son debates concluyentes. El mundo se intenta investigarlo y examinarlo en la desnaturalización que le ha impuesto al planeta la contaminación y las ambiciones de los imperios. Las guerras son por el petróleo y por el control de la energía. Los consumidores de las grandes potencias sólo están preocupados por estar suficientemente abastecidos. Como en el inicio del capitalismo cuando las flotas de los Países Bajos se disputaban el Atlántico con España, los imperios se han lanzado a la guerra por el mercado. Cada quien sabe que el futuro tiene una filosofía y ella sea posiblemente el poder.

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Nochebuena negra y los tiempos de la existencia

Memoria y lejanía Juan Pablo Sojo comprendió que Barlovento era la lejanía; esa tierra geográficamente compleja nos hace propietarios del río y del mar, allí yace enterrado lo amerindio, lo africano y lo español. No sólo la memoria guarda y activa esos recuerdos, sino que la tierra apiña lo que no se ha terminado de rescatar de sus entrañas. El trabajo arqueológico debe esclarecer lo que el tiempo parece haber silenciado. Mudo tiempo de arreboles profundos que expresan esas voces del mestizaje y del dolor. Barlovento se ha ido hundiendo en la noche de lenguajes espesos, taciturnos, donde la brujería y la magia subyacen como subterfugio y respuestas a la vida y a la cotidianidad. Nochebuena negra es una novela –de embrujos, de melancolías, de creencias en el poder– donde los hombres se presentan dentro de su propia fenomenología, en donde la tradición va dictando las pautas del trabajo. Los dominados siguen siendo presas de sus propios miedos. Los hombres eran valientes, enfrentaban el ataque de las cuaimas, de los tigres, de los virus, del sarampión y de la malaria, pero seguían allí encerrados bajo la bota del general Gómez y de los presagios arcaizantes de la sociedad colonial. El mundo había desaparecido ante aquellos hombres que dormían bajo el sopor de sus creencias. Sus potencias no los abandonaban, residían estables en el inconsciente, éste les dictaba la plana sobre el amor, la fecundidad, sobre la salud y sobre los siglos que debían pervivir, el lenguaje era la creación del mundo. El lenguaje anidaba las pasiones, llenaba a los seres humanos de anhelos. En el sigilo de la noche joven, Salomé saltó la tapia del coronel Aristimuño, Tiempos de incertidumbre / 79

allí lo esperaba Pura con su pasión agazapada. Ocurriría lo de siempre, aquel galán emergido de entre los matorrales había sido sorprendido, las cosas debían arreglarse a la vieja usanza, sólo el matrimonio podía reparar la falta. Juan Pablo Sojo retrata también un mundo donde el mercado capitalista le jugó una celada cruenta a los campesinos barloventeños. La depreciación del cacao a nivel internacional significaba su empobrecimiento y la baja del salario de la mano de obra de los trabajadores de las haciendas. La estructura agraria condenaba a los hombres al hambre, los amos seguían viniendo de otras pervivencias, la capital enviaba a sus patiquines, a sus señoritos para la provincia; estos debían mandar, tomar las nuevas decisiones. Los trabajadores agrarios debían comprender el marasmo del mercado, la suerte de la peonada estaba ligada a la de los amos, el rasero del mundo era la dominación. Es a partir de allí que explica este novelista el mundo, sabe que su pueblo padece la exclusión. Nochebuena negra nos muestra la lucha entre la barbarie y la civilización, los que se quedaron en el pueblo cosecharon del acíbar de la sociedad rupestre. El paludismo y las macaguas fracturaron muchas vidas. La superstición pervive en un pueblo que navega en su propio tiempo, allí hombres y mujeres mueren en sus angustias, la mina resuena espléndida curando las laceraciones. El poder invisible sigue mostrando el ropaje de su imaginario para decirnos que muy pocas cosas han cambiado en el tiempo. Juan Pablo Sojo escruta y supone los hondos sentidos del negro de las plantaciones barloventeñas, conocía la psicología de los dueños de las plantaciones, nada de aquel universo le era ajeno. Luchaban los hombres, las potencias africanas y la civilidad española. El mundo era plural, las conciencias yacían enfrentadas, un universo silencioso preparaba su estrategia, nadie mostraba sus cartas. Sojo exhibe en su novela una gran penetración del alma humana. Como lo diría Juan Liscano, no se está proponiendo un ideal de paideia, sino describiendo una situación donde unas conciencias luchan por el dominio y las otras crepitan en la ignorancia.

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Juan Pablo Sojo retrata el Curiepe profundo y a sus hombres. La magia ocupa un nivel importante en el psiquismo colectivo de aquel pueblo, se podían torcer destinos, despertar en corazones que no poseían esa pasión del amor para el momento, la bruma de los caminos nos había dado la sapiencia de todo aquello. Se trataba de poseer el poder y conservarlo. Los hombres vivían en relación con las fuerzas secretas que tenían injerencia sobre la vida y la muerte. Nochebuena negra reniega de la institución de la recluta, ésta es expresión del abuso, pisotea los derechos humanos. Los hombres son perseguidos como presas de caza. La recluta vacía los pueblos, arrasa a los hombres del campo, trae el hambre, las plantaciones son dejadas solas. El poder desintegrador de aquella vieja práctica asola los suelos, cientos de familia pierden al cabeza de casa. Pozo Frío era el espanto, el tiempo percutía en la piel de aquellos seres fantasmales que tenían un único destino: servir al patrón; se nacía y se moría con el destino claramente señalado. La voz de la injusticia los había tatuado desde el comienzo. La vida cotidiana estaba llena de presagios, el Penitente desandaba sus pasos, cuando se ponía intenso fastidiando a los vivos, era alejado con agua bendita y con responsos. El más allá estaba muy cerca de los hombres, su aparición creaba presentimientos. Mágicas voces formaban el marullo de aquella vida, todo podía ocurrir, la muerte de Vivián Blanco había sido inesperada, partió de la vida como había llegado, sin ninguna excusa.

El baile Nochebuena negra le permite a Sojo hacernos conocer el psiquismo de aquellos seres montaraces. Cada hombre es un enjambre de anhelos, de deseos, de planes. Coínta espera a su amado Tereso, intentaba domar las hormonas que le reclaman a su cuerpo placer. Ella había nacido para entregársele a ese hombre, allí estaban aposentados sus sueños. El baile para ella poseía un límite, el usufructúo de su sensualidad, pero lo dejaba hasta allí, antes de Tereso nadie. Extraño amor de las distancias, lenguaje perdido de Tiempos de incertidumbre / 81

quien ama una idea o a lo inexistente. Tereso se había marchado lejos de aquella geografía. Pozo Frío parecía ya no representar nada para él. Los hombres de aquel pueblo eran un recuerdo lejano. La modernidad había atrapado a Tereso en el Zulia, tenía nueva novia, aquella piel lo introdujo en otros anhelos. Nochebuena negra nos pone al frente el destino nuevo que estaban fraguando aquellos hombres que habían emigrado de Barlovento. Resignarse a quedar atrapado en un destino de peón era espantoso tanto para Pedro Marasma, como para Tereso, el mundo había comenzado a cambiar. Se iniciaban otros tiempos, los hombres debían saber las viejas historias. Crisanto Marasma le revela a su hijo el origen de las fortunas y qué ocultaban tras de sí cada uno de esos hacendados, como siempre la historia no era inocente, mucha sangre y defenestración había detrás de aquellas riquezas.

La noche oscura Cuando la oscurana apretaba las almas de los hombres los nervios se templaban sobre todo si cantaban los chaures y las yacaguas. Augurios de desgracia anunciaban estos animales, los hombres morían besando la tierra en Pozo Frío, en aquel mundo todo era posible, las terciopelo podían dar con la vida en un momento. La vida podía ver alterados sus ritmos naturales por la mano hechicera del brujo malo. El mal de ojo asaltaba a los recién nacidos, no era fácil aquel mundo, se celebraba el Mampulorio y se adornaban los cuerpos de los niños muertos. El temor era hondo, se temía a la Sayona, a los espíritus del bosque, cuando se tenía que caminar en las noches profundas de un pueblo a otro había que tomar sus precauciones. En las ensenadas se podía ser víctima de los espantos, de las ánimas en pena. La voz predicaba la vida y la muerte, cada quien en su momento podía encarnar lo demoníaco o la pía verdad cristiana, los hombres estaban obligados a buscar la reconciliación. Nochebuena negra nos muestra las pasiones del hombre, sus riñas, sus afanes de superación, la tierra es grande todo puede suceder. 82 / Nelson Guzmán

El fragor del deseo En una noche de los tiempos Morocota rescató a Coínta de la inexorable muerte, se había lanzado al río Tuy, allí acechaban los caimanes, presa del mal de amores tomó la determinación de ahogarse. El azar la rescató de la muerte, el negro Morocota la sacó de las aguas, friccionó su espalda para vaciar los pulmones y bronquios henchidos de agua y volverla a la vida. El ruido de la mina lo hundió en los suprimidos anhelos, soñó con aquella carne fresca y la hizo suya a la fuerza, finalmente su primitivo instinto había triunfado. Pensaba aquel desgraciado hombre: «mejor fuese mía que de los caimanes». Los días rupestres eran así. La insatisfacción corroía el alma de los que no habían salido de Pozo Frío, los hombres abominaban aquel estilo de vida, ellos sólo eran peones sin otro destino, en aquel pueblo no había porvenir. Las ideas de la civilidad se arrellanaban en los más jóvenes, sorprendidos por la ciudad una vez que habían puesto pie más allá de Barlovento ya no querían volver, las culebras podían llevarse la vida en un solo instante. El diálogo entre Tereso y Pedro Marasma fue proverbial. Mientras que uno había sido vislumbrado por la ciudad, el otro sentía un enorme sentimiento de pertenencia que reclama de él la vuelta a sus orígenes. Juan Pablo Sojo retrata la significación de las tradiciones. La vieja generación pretendía reproducir en los más jóvenes un mundo de conveniencias. Se le aconsejaba a Consuelo que se casara con el viejo Aristimuño por la utilidad del dinero, no importaba la felicidad, sino las apariencias. Las fortunas debían seguir perviviendo, estaban más allá de los sentimientos. Consuelo había comenzado su rebelión interior y no podía dejarse confiscar su propio tiempo histórico. La vida es rebeldía. Juan Pablo Sojo nos pone al frente de un mundo que tiene necesidad de cambiar. El poder exhala por todos los lugares, en la familia, en la cultura, en la tradición se manifiesta éste. Los hombres con su pasividad estaban reproduciendo un mundo que debía desaparecer. Nochebuena negra es análisis raigal de un Tiempos de incertidumbre / 83

mundo de diversidad cultural. La religión cristiana se cruza con los ritos africanos y con la conciencia indígena. Se ha fraguado un universo de imposiciones que la nueva conciencia histórica se niega a aceptar. Han comenzado los tiempos del fervor. Juan Pablo Sojo junto con Juan Liscano y Rómulo Gallegos, fueron fundadores y reconocedores de la importancia que la cultura africana tiene en la formación del imaginario colectivo venezolano.

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Modernidad y lógica del control

«Estas conclusiones no se comprenden en todo su alcance si no se las inserta en una interpretación más general de la ontología heideggeriana “como ontología débil”: el resultado de la reelaboración del sentido del ser es verdaderamente en Heidegger la despedida del ser metafísico y de sus caracteres fuertes sobre cuya base, en definitiva( y aunque sea en virtud de más largas cadenas de mediaciones conceptuales) se legitiman las posiciones de desvaloración de los aspectos ornamentales del arte. Lo que realmente es el ontos on, no es el centro frente a la periferia, la esencia frente a la apariencia, lo duradero frente a lo accidental y mutable, la certeza del objectum dado al sujeto frente a la vaguedad e imprecisión del horizonte del mundo; en la ontología débil heideggeriana, el acaecer del ser es más bien un evento marginal y poco llamativo, un evento de fondo» Vattimo El fin de la modernidad. Pág. 79-80

Lógica y sentido en la modernidad Gianni Vattimo ha insurgido en la filosofía con un pensamiento que se ha consagrado a examinar la gran efervescencia del mundo occidental así como su declive. La ciencia ha arropado a la modernidad, el estatus de seriedad de esta episteme se reclama de la certeza. La filosofía ha tomado un sentido que se connota como predictibilidad. Se tiene confianza en la empiria, en la demostración. La modernidad ha enarbolado la lógica como sentido, se ha impuesto una tecné que ejecuta la sapiencia como un saber que controla, que se asoma y se inspira en la magia del funcionamiento de los sistemas.

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Vattimo se sitúa como uno de los más conspicuos sostenedores del pensamiento de la diferencia, existe allí un alejamiento de la unidad monolítica defendida por el platonismo. La máscara es presentada por Vattimo y la tradición como una constante. La diferencia con una unidad atribuida a la vida, a la riqueza del devenir, con ello el sacrosanto logos clásico anidado en sentimientos de pertenencia deja de atribuirse el sentimiento de la posibilidad gnoseológica de generar por el mismo el saber. Como lo diría Foucault la esencia no está más allá sino en la versatilidad de la existencia. El eterno instante parece cautivar no sólo a Nietzsche, sino a Vattimo. El mundo ha sido entendido como posibilidad de producción, como cuadro, como pintura y emociones portadoras de vida. La orgiástica genera el caudaloso río de la vida. La moral quedará en vilo, su usufructo como modelo no le pertenecerá al hombre sino a la entidad lógica. El hombre ha necesitado siempre de la máscara para redimirse, para expresar su existencia absurda como teniendo un orden, un destino. No se asume el acertijo del misterio, de las tiniebla, de la ebriedad, sino la técnica de domeñar, de elucubrar sobre un destino ético que tiene como única misión el aprovechamiento de la moral para fraguarse y adecuarse a un orden. Los sentimientos que describe Vattimo interpretando a Nietzsche son lo apolíneo y lo dionisiaco; ambas fuerzas pugnan, reclaman un mundo, imponen un ritmo. Una cultura no puede asentarse en el dolor y el temor. La parquedad castra, a la sobreabundancia se le impone el límite, el miedo. La liquidación de la experimentación conlleva de facto a la aceptación de un mundo, se está reivindicando la razón, los imperativos categóricos. La técnica como arte impone una potencia, una oferta de vida. El mundo propuesto es el del arte, dejarse sucumbir al ímpetu del arte, el goce estético implica la revelación, la puesta en cuestión del mundo decadente donde los hombres viven. Se ha impuesto el deber ser. Las formas clásicas se inclinan ante la liturgia de la representatividad, el goce es substituido por la energía del simbolismo realista. Epopeya y épica se presentan como estrados que acrecientan una manera de ser y de ver. Una 86 / Nelson Guzmán

aspiración de legitimidad moral convoca al orden, a la mesura, a lo planificable. La vida se engendra desde el sacrificio. A lo anterior lo tratará Nietzsche como decadente y responsable de la historia de fracaso. El poder ha legitimado una cultura, una visión del mundo. El riesgo se manifiesta como un valor, se engendra como necesidad, la revolución o revoluciones no son otra cosa que imposturas, dislates dentro de una gramática rígida. Vattimo relee a Nietzsche recontando las historias de Edipo y Prometeo y resaltando la acción del hombre. Se ha comenzado a fraguar la dinamis de una vida que se produce en el sujeto. Las taras de un misticismo apoltronado comienzan a ceder. Los dioses comienzan a desistir de sus puestos y de sus mandos. Apolo haría tartamudear al mundo volviéndolo principio de realidad.

Los cismas de la modernidad En Vattimo se desarrolla una ardua reflexión sobre los cismas que han conmocionado la cultura moderna. El problema es crítico para una cultura que ha sufrido la explosión nuclear y la decepción de no haber podido hacer real las propuestas de la paz. La reflexión apunta a descreer de la vieja fe basada en el progreso. La superación de una visión del mundo ha seguido afianzándose sobre la premisa de la técnica. Se ha revelado la ineficacia de ésta para contener la destrucción del planeta. Se ha dado el efecto contrario la presencia de la eclosión del mal. Problemas capitales para el hombre contemporáneo son el concepto de unitarismo histórico, con éste creció la modernidad, impuso sus ritmos. La pretensión ha sido construir una sola historia, una regularidad modelada por la razón. Sin embargo la escena pública ha revelado una diversidad. La diferencia ha argüido sus tesis, los mecanismos con los cuales la razón se ha desenvuelto parecen no ser los más idóneos. El camino sugerido por Vattimo es el de la diversidad de interpretaciones, hay un no radical a partir de una sola interpretación. La civilización científico-técnica ha

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impuesto un muro que separa al hombre de sí mismo, este es el nihilismo. Se ha confeccionado una gramática del conocer que parece como absoluta, los goznes de su reflexión son indiscutibles, no relativizados. Ese mundo descrito emerge de un esfuerzo metonímico de comprensión, el problema no es la angustia sino la seguridad, el conocimiento se empecina en haber cumplido con su destino, crear las seguridades de vida. Ese mundo no se pregunta por la prestancia e importancia que cobran otras interpretaciones del ser. El asunto refiere al hecho de que cada hermenéutica crea una posibilidad para la vida, hay un lenguaje que se ha estatuido en la modernidad; éste es el de la dominación. El hombre de la sociedad occidental ha creído en la eficacidad de su discurso y sus símbolos y desde allí ha fagocitado otras posibilidades. La pretensión de Nietzsche retomada por Vattimo es la de hacer susceptible un universo de comprensión que transvalúe los valores de un buen Dios que da sentido a la historia, queda la impresión que el gran esfuerzo de los pensadores de Occidente ha sido liberarnos de la culpa y del fragor de los deseos. Occidente ha mostrado la incapacidad e imperfección del hombre. Mal cosechados y estatuidos sus valores aflora el prejuicio, como necesidad, de ocultar y disfrazar esa experiencia vivida que es el hombre. Se ha pretendido liberarlo de las exhortaciones de su carne, para refugiarlo en la redención de alguien que se sabe limitado ante estas vicisitudes. El saber debe poseer la técnica del control. La propuesta es desaparecer al Dios judeo cristiano como gran dispensador, su existencia deja de tener sentido como entidad metafísica, como norte. Lo anterior plantea la desaparición del criterio de un centro único. El pensamiento recupera el sentido de la diferencia. Para Vattimo no se trata de disolver el ser en el valor, ello impondría de nuevo un pensar de la sustentabilidad. El ser en Occidente ha sido concebido como supresión. El duro correaje de la cientificidad defendió el discurso filosófico como rigor y como ciencia. Vattimo recobra el análisis de una historia occidental cuyo desafío central ha sido la objetividad, el cientificismo. 88 / Nelson Guzmán

La técnica y la ciencia han establecido un lenguaje que desbarba la magia, la capacidad de asombro. Dios como necesidad, como vicisitud comienza a labrarse su muerte por lo innecesario. La aparición la técnica como sustancia, como poder y como credo ha tejido una red de eficacias donde las respuestas están más acá. La entidad difícil y consubstanciada de un Dios parece no ser necesaria. El onto on de la metafísica ha cedido su puesto sorteando para ello un calvario que volvía inexpugnable la unidad sintética del mundo donde los hombres habitan. La capacidad por dar forma a un mundo con los valores de la modernidad resulta insuficiente. El corsé con el cual la historia contuvo los instintos difamándolos ha comenzado a resquebrajarse hace mucho tiempo. La impostura de lo no fiable para los discursos tradicionales tomó fuerza. El mundo de las seguridades zozobró por limitado y apegado a paradigmas de conocimiento fenecidos. Para Nietzsche no se trata de historizar a la sustancia hasta volverla infalible. Al discurso de la metafísica correspondió este esfuerzo, su pensamiento se tornó sacrosanto. La dialéctica pretendió defender ese estatus refugiando el conocimiento en la búsqueda de la verdad. El patrón de la dialéctica se fijó en el lenguaje, desde esa argamasa constituyó un mundo de comprensión cuya validez en el mundo dependía del funcionamiento de sus categorías lógicas. El mundo posmoderno se reclama como estética, como lírica, existe el desgaste de un realismo atosigante y enervante. De lo que se trata es que en el mundo tenga cabida la fábula, Apolo habría cedido su forma victoriosa para dar cavidad a una interpretación más emotiva, menos irracional. Háblese entonces de la cancelación de un estado de razón que interpretó la realidad como orden, armonización, predictibilidad. En ese discurso se transmutarían los riegos, allí se manifiestan el confort y el deseo del burgués por alcanzar una vida feliz, una sociedad equilibrada. La razón entendida como técnica y objetividad conducen a comprender el mundo con arreglo a fines utilitarios y mensurables, allí hay una renuncia al sueño, a la utopía, se aspira a desarrollar y estructurar un universo calculable y sin sorpresas. La razón Tiempos de incertidumbre / 89

no correrá los riesgos de la improvisación, está en capacidad de vaticinar. Esa reflexión estará preocupada más por los universos de legalidad universal que por el hombre. Ha habido una alteración de la vida de los hombres en la modernidad que ha agotado el orden circadiano donde se desenvolvía su vida. Eso demuestra para Vattimo en la crisis de Occidente, que no es otra cosa que final de una episteme. El problema de definir el puesto del hombre en el universo señala su relación con la propiedad, con el trabajo y con la libertad. Ese sujeto mediatizado por el mundo de la técnica y atribulado por la protuberancia de un universo simbólico y de deberes se ha hundido en la obediencia de la norma, en el cumplimiento del horario de trabajo, en el respeto de los roles sociales que le han sido asignados por el mundo simbólico donde él se ha forjado su comprensión del mundo. En su puesta en duda de los valores de la modernidad Vattimo señala el intríngulis existente entre técnica y metafísica. Ha existido un discurso del mundo moderno que no se ha revelado en todas sus posibilidades, allí se ha mostrado un mundo de ofertas y de promesas que ha evacuado subrepticiamente los argumentos del poder; éste último como diseñador de un universo donde la tranquilidad requiere la obediencia a un destino y a un trazado, el diseñado por los valores de la metafísica de la subjetividad. De todas formas el pensamiento designado por Heidegger como metafísica de la subjetividad nace de una crisis, sus valores enarbolan el estatuto de un mundo donde la dinamis opera como necesidad, como vehículo de la identidad: ésta emergerá de su propia fragmentación necesaria. Se ha dicho que esto ocurre de esta manera por su carácter de necesidad. La idea de revolución aspira a liquidar a un mundo vencido, ésta se ha dado como fatalidad, tuvo carne en los jacobinos y en los proletarios Como lo ha dicho Vattimo cuando dilucida los problemas de la modernidad, encuentra que el sujeto universal constituye una entelequia, lo importante es el yo mortal, el hombre con sus decisiones, con sus limitaciones, con sus aprensiones y aspiraciones. Una materia sustancial formaría parte de la vida la transitoriedad. El 90 / Nelson Guzmán

hombre como frugalidad y como banalidad adelanta un mundo de vivencias, posesiones e interpretaciones que tienen como máxima figura lo horadable, lo que se evanece. El discurso no hunde sus goznes en la permanencia ni en las seguridades ontológicas Vattimo presentará la crítica del antihumanismo heideggeriano como la puesta en duda de los valores y de la sustancia de la modernidad. El olvido del ser heideggeriano sería el camino o la trocha que ha tomado la filosofía para deshacerse de un problema más fundamental, la comprensión del hombre; a éste se le ha interpretado unilateralmente. Se le ha dado el primado a la certeza de la comprensión del yo pienso como representatividad y reflexión. Conocer no es un asunto de la revelación, de la aparición poética.

El hombre y la voluntad de creación El problema cardinal que se le presenta a un alma anhelante como Zaratustra es ser luz. La tragedia radica en que los hombres viven en las tinieblas. Sólo es a partir del lenguaje, de sus expresiones, de sus meandros y atisbos que se puede vaticinar el futuro. El hombre ha comprendido que la mejor voluntad es la de creación, la piedra contiene dormitando la figura que será, pero ello sólo es posible mediante mi voluntad y decisión. Esta decisión contiene una capacidad de ser, los dioses han muerto, el hombre no necesita hipotecar el porvenir a nada. La filosofía surge como ansiedad del devenir. La perfecta creación sólo fue posible, según Nietzsche, por el hastío de Dios con la bondad. Para Nietzsche la filosofía es arte, el saber filosófico perturba las fuerzas dormidas del conocimiento. La obra de este pensador está atada a la discusión de problemas fundamentales que facilitan la comprensión del hombre, sobre todo la idea de inmortalidad, a partir de ésta las religiones occidentales han tomado cognomento para atrapar al hombre entre las telarañas de la fe. Se apuesta al trasmundo, se asegura que existe una eternidad, estas presunciones lingüísticas de la filosofía dan sosiego al espíritu humano. Nietzsche comprende el eterno devenir, rompe con el hilo lingüístico de la Tiempos de incertidumbre / 91

metafísica que asegura la salvación. La responsabilidad radica en el hombre como creación, como devenir. Tanto Nietzsche como Heidegger han reivindicado en el hombre la idea de proyecto, de riesgo. En el mundo y su mundaneidad se darían las cosas. Heidegger ha acudido a la categoría de derilectión, del ser lanzado, allí permanece improvisando la vida en tanto invención de la cotidianidad. La técnica como tal posee una esencia no técnica, pero afincada en la representación, en el dominio, en el sometimiento. Las artes que garantizan la disposición al funcionamiento de una sociedad se estructuran sobre gramáticas y lenguajes en los cuales los sujetos creen, allí hay valores de los cuales se reivindican. Vattimo cuando radiografía el arte de la sociedad actual escruta en él rasgos que disuelven la presencia del sujeto, es el caso del arte cinematográfico, reflejo de la cámara, de la nitidez, de la presentación. La fotografía reproduce, da una visión del mundo, allí de nuevo las artes técnicas en su presentación delimitan las distancias existentes entre sujeto y la obra. La postmodernidad tardía ha cedido a la fragua del arte como espectáculo. Vattimo observa la ruptura habida con lo museístico, desde este momento la obra de arte, se exhibe en el cuerpo humano como grabado. La idea quinta esencialista del arte como comprensión profunda empieza a desaparecer. La obra de arte está relacionada no sólo con el tiempo y el peso que ésta cobra en él, ella da un sentido de interpretación a la vida y al mundo, esto vinculado a la emoción, no es una estrategia anteriormente planificada, sino que es lenguaje haciéndose y resistiéndose a la tradición. Lo poético encarnaría el problema de la finitud en la mortalidad, corresponde al hombre expresarse, servir de expresión de un elemento que consustancial a la vida, la muerte. El finito resalta, siente y residencia en la tierra según Vattimo lo transitorio, lo gaseoso, pero no por ello deja este elemento de tener importancia en el elemento de comprensión de la vida. Vattimo resaltará la función en el tiempo que tiene la obra monumentaria,

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está allí para persistir en el tiempo, para residenciar algunos de los rasgos del homenajeado, pero allí como anticipación de la destrucción. Para Vattimo el lenguaje transmuta y guarda en peculiaridad lingüística lo no decible en la cotidianidad. El lenguaje es expresión del silencio para continuar hablando en jerga del turinés. La presencia del monumento testifica un destino realizado no sólo por sí mismo, sino en su interacción con los aquí y los ahora. Los tiempos guardan sus formas de decir, sus significaciones, cada una de ellas se da envuelta en las emociones, en las diferencialidades emotivas. No es el lenguaje inmutable del on del cual se reclama la poesía. El arte es un estado de permanente interpelación de lo humano, de riesgo. Para Vattimo el arte y en especial la escultura se juega en el espacio tiempo donde aparece la signicatividad de lo local. No se está hablando de un concepto de hombre o de filosofía que alude a las categorías para comprender la vida. La filosofía no se estructura desde el on, sino desde el ente, entendiendo siempre la relación existente entre ser y ente. Lo óntico juega el papel de la percepción, de la historicidad, de la necesidad de implicación del hombre; este punto ha suscitado polémica entre los intérpretes de la filosofía heideggeriana sobre todo por lo que se ha entendido desde ese universo filosófico como relación de coopertenecia. Vattimo hará la salvedad a este tenor que la verdad puesta en lo se refiere a la obra de arte, nada tiene que ver con los credos de la metafísica de la subjetividad. Es importante resaltar el carácter posmoderno de la obra de G. Vattimo sobre todo por la formación de su estilo. Vattimo no encarna al filósofo de la demostración, de los axiomas, o de la tradición y del rigor del lenguaje y del decir en el cual se fundó la metafísica de la subjetividad, no pretende este autor mostrar una gran erudición filosófica sostenidas en las cita, rasgo esencial de los tratadistas de filosofía, ha dicho claramente de la necesidad que tiene la filosofía de utilizar una novísima caja de herramientas de

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comprensión. La verdad que Vattimo extrae de Heidegger como filósofo la concibe como evento, no hay una verdad de perpetuación de la forma, sino un aparecer entre muchos. Vattimo como intérprete de Heidegger plantea el problema de la muerte y la imposibilidad que tiene el Dasein de ladearla, de sustraerse de esa experiencia de vida. Sin embargo el Dasein como hermenéutica cuenta con la capacidad de poner fin a su ser y con ello salir de su encerramiento. Lo anterior dado y suministrado desde una posición de entendimiento de las cosas. Desde la médula interpretativa del Dasein arranca la riqueza de posibilidades interpretativas, no entendidas como psicologismo, ni tampoco como formalismo filosófico apegado a un método. El problema de la tradición para Vattimo reivindicando a Nietzsche y a Heidegger ha sido el olvido del ser. El pensamiento se ha dejado dominar por la técnica del discurso, allí se realiza fractura de la historia, puesto que se propone no sólo una fórmula para el logos, sino una forma de éste declarada como imprescindible. En la interpretación que hace Vattimo de Heidegger encontramos la misión del Dasein que no es otra que encontrar la autencidad, reintegrar el camino, sin embargo como lo ha dicho Wolin la categoría de autencidad es problemática compromete con la idea de un esencialismo. Heidegger ha definido la historia de la metafísica como la pérdida del pedal. Insiste Vattimo en la categoría heideggeriana del ser para la muerte, allí se objetiva una limitante establecida para el hombre: la muerte. La metafísica ha intentado definir al hombre desde la razón. El intento de Heidegger ha consistido más bien crear un nuevo lenguaje para la filosofía. El Discurso del Rectorado ha sido un claro ejemplo de este esfuerzo. El pensamiento nihilista es limitativo en sus estructuras cognoscentes, puesto que ha luchado por estipular la verdad desde la experimentación. Lo demostrable, lo medible, lo mensurable estarían dando una clara dimensión de lo que es el hombre. Las ciencias no se pueden dar sobre simples experiencias argumentativas como haría el psicoanálisis, se hila un discurso que se estructura sobre la especulación, no se toca al ser como revelación, como aparición. La razón sigue mediatizando, señalando los senderos. Lo 94 / Nelson Guzmán

correcto o lo incorrecto emergen como técnica. El psicoanálisis se montaría sobre una estructura dual atrapada desde el esfuerzo de la razón. Heidegger hablará más bien de Physis como plenitud.

Vattimo y Heidegger Vattimo resaltará en el discurso filosófico de Heidegger la importancia que ocupa la estructura ser. No es desde la relatividad de pensamiento en las cuales se definen las épocas desde donde arranca el análisis, sino desde el lenguaje del ser, en sus designios, en su demostración se satisfacen los enlaces a partir de los cuales se conforma el mundo relacionalmente. Se podría argumentar que la analítica sigue partiendo desde un soporte, desde una garantía definitoria. Sin embargo, un ser que yace en el olvido, que rayana en la nada, que está allí porque una época o varias lo horadaron da cuenta de un sentimiento de riqueza débil pero imprescindible. Es un ser estatuido a través de la voz, que se hace escuchar, que se puede asir. Así sucede con el arte, el cual se asumiría como experiencia de verdad si es capaz de tocar, e impactar a quien lo disfruta, de lo contrario sería mercancía. Impacto y significatividad cobrarían la medida del arte, estupor del ser, presencia, asidero en la vida de los hombres forjarían la gramática de comprensión. Vattimo nos hablará de la modificación que ejerce en nosotros la obra de arte, en esa relación biunívoca ella sale también modificada. Esa experiencia no está hablando de la constitución de una hermenéutica de los saberes donde lo ontico (hombre) está inserto: «La cualidad estética es fuerza de fundación histórica, es capacidad de ejercer una Wirkung, un efecto, modelador no sólo del gusto, sino también del lenguaje y, por lo tanto y en definitiva, de los marcos de existencia de las generaciones siguientes» (El fin de la modernidad, pág. 111). Vattimo resaltará como de sumo interés en la obra de arte, desde el punto de vista heideggeriano la experiencia de interpretación del vacío y de ausencia sentida en la muerte no como sentimiento puntual, sino como argucia vivencial de la interpretación. La obra Tiempos de incertidumbre / 95

es anticipación, comprensión, radicación en la tierra. Para Vattimo la obra de arte como generadora de mundos establecerá un hiatus estructural entre el hombre y su circunmundanidad. He allí el gran aporte de Gianni Vattimo como unos de los grandes autores de la contemporaneidad en la comprensión y dilucidación del pensamiento débil, tematizado con prejuicio desde los obstáculos que la tradición hermenéutica ha puesto para su comprensión Vattimo pondrá todos sus esfuerzos en separar el camino de comprensión heideggeriano de una propuesta realista con respecto al arte. Expresa que la campesina de Van Gogh que resalta Heidegger tiene importancia en la medida que resalta la inmediación de la fuerza de la tierra, del tiempo, del envejecimiento y de la muerte en las cosas. Ese fluido de vida pone al hombre frente a la muerte y al tiempo. Su disparidad con la eternidad es su propia vida. No es lo inalterable lo importante, sino el tiempo como consumación de una vida. El hombre es una orfandad, una sustancia frágil. La obra cuenta con el mismo destino quebrantable. Los seres se definen también en su corrupción y su muerte. Allí presenta Vattimo un destino anticipado a la conciencia, la vida como tiempo, como tierra, como iniquidad. Lo importante en este autor es que no hay nada que salvar, la perennidad es un atajo que marca el fracaso del pensamiento de la metafísica de la subjetividad. Vattimo nos hablará de los artilugios de la metafísica al construir un estado de opinión pública desde el cual ha fundado su discurso, sus creencias, su orden. Ha habido un programa de este saber que se determina como violencia y como poder que determina y condiciona las ideas y el respeto a la imposición moral. La constitución de una ética de la responsabilidad, desde allí escoge la formación de un tipo de sociedad y de hombre. Vattimo reconoce la perentoria necesidad de superación de la metafísica, nos recuerda que Heidegger desde los años cincuenta alertaba de la necesidad de construir un pensamiento no montado sobre un programa de destrucción masiva. Desde allí se pone en evidencia la fertilidad de un pensamiento como el de Heidegger que equivoca y unilateralmente se ha tipificado como nazista.

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El imaginario oligárquico

Los ideólogos de la oligarquía despreciaban al pueblo, se sabía de la injusticia social y se recurrió a la fuerza de las armas para someter un país. A Juan Vicente González ideólogo del neoconservadurismo le daba asco la chusma. El país había sido herido por los sacudimientos, las facciones se oponían. La lucha caudillesca confrontaba sus candidatos. El país era un torbellino, la sangre y la pólvora convocaban al miedo. Los hombres sabían que el cimiento de la paz era la guerra. Las viejas máculas señalaban a una Venezuela hundida en el oprobio del peculado. El eterno problema de las rentas públicas atormentaba a los venezolanos. Pero no sólo el continuismo era parte de las preocupaciones de un país, sino el poder. Los hombres habían dado lo mejor de sí en los campos de batallas y el pueblo no vivía mejor. Las antiguas estructuras de la sociedad no se modificaron, la exclusión era el pan cotidiano. La independencia había dejado intactas las instituciones y la cultura del poder. Juan Vicente González creía en el orden, sin embargo el país yacía sublevado. Dos mundos estaban opuestos, cada quien creía tener la verdad, indistintamente los hombres se levantaban de uno u otro lado. Los ideólogos conservadores pregonaban la paz, el orden y la constitución, sin embargo no se daban tregua ante el admirado caudillismo. Las pasiones convocaban a lo inesperado. El ideal era mantener el orden, no obstante el miasma, la sustancia sulfurosa de la sublevación comenzaba a entonar sus trompetas. La oligarquía tuvo su gran conductor ideológico en Juan Vicente González, su adulancia hacia Páez fue inmarcesible. Lo cataloga

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en el Diario de la tarde como un hombre desprendido a quien no le interesaba el poder. González sigue al lado de la oligarquía. El tiempo de las pasiones se acercaba. La Guerra Federal dejará su esterero de muertos y la convicción de que el país estaba dividido en bandos irreconciliables. Cada quien se sentía más cerca de la verdad y la equidad que el otro. Para González, Páez continuaba siendo el centinela de la República. Venezuela siempre ha sido un polvorín, cada quien tiene su maula por dentro. La prosa política se asumió en el siglo XIX en la denuncia. Los espíritus estaban embargados por las pasiones. Los conservadores se sentían defensores de la dignidad, temían a la chusma, invocaban la posibilidad de la eclosión social. La historia se volvió inmediatista, no se analizaban las verdaderas causas de la crisis. El hambre y las enfermedades diezmaban al país. La Venezuela del siglo XIX vivió bajo la penumbra militarista. La historia romántica se debió más a los centauros que a la voluntad popular. Desde ese saber se crean los cultos a los héroes y se convoca al orden y a la paz. La prosa política toma en 1846 los ardores de las pasiones. Liberales y conservadores se oponen. Cada quien se considera más defensor de la justicia que el otro. Antonio Leocadio Guzmán recibe el mote de ladrón que le endilga Juan Vicente González, es además acusado de sedicioso. Se está preparando el ambiente para la iracundia, para el encrespado giro de la guerra. Juan Vicente González actúa como jefe de policía, persigue a Antonio Leocadio Guzmán. Ya se sabe que no existe otra salida que la de la guerra. Los cenáculos han conspirado hasta lo ilimitado. Juan Vicente González teme a la oclocracia, su República no es la del pueblo, consideraba que la demagogia del partido liberal había sumido al país en la anarquía. El tono se sube y se acusa a los liberales de mendaces, embusteros y desobedientes del orden constitucional. Las mismas máculas de la República oligárquica subsistían en el alma de los pueblos. La prensa y sus tribunos sirven para la difamación. Nadie quiere la guerra, pero ésta no parece estar tan lejana, nadie quiere renunciar a las mieles que ofrece el poder. 98 / Nelson Guzmán

La oligarquía teme la pérdida de sus mandos. La disposición de tenerlo todo y de legislar por encima de todos los hombres les apasiona. Venezuela entraba en el vivaquear de los muertos. La fuerza del empuje no podía sino derrapar los ánimos. Los movimientos de masas comenzaron a conquistar la sensibilidad de los hombres. Dos mundos se estaban enfrentando: la oligarquía y el populacho. El miedo y las desobediencia preanunciaban los cañones, los intereses, los valores. Mundo de apetencias enfrentadas. La mínima diferencia se solventaba con el machete cola e gallo, con el lance y con la muerte. Los espíritus habían sido tomados por la intolerancia. Los demonios se habían apoderado de la mente y el cuerpo de los hombres. A la prosa de Juan Vicente González no le interesan los de abajo, a los pobres de espíritu sólo los salvará la magnanimidad y la ayuda de Dios. La República es la de los más capaces, la de los doctos; los pusilánimes, los analfabetos que son los más no cuentan. Se estará confiando en las normas, en el respeto de éstas, ellas debían estar por encima de la vida. Se cree en la tradición, en el denuedo, en la gentileza y el merecimiento de ciertas familias. La ciudadanía común parece de pacotilla, el derecho al voto es ejercido sólo por una élite. Las estructuras de la sociedad intolerante comienzan a echar sus raíces, a fortificar sus músculos. El hombre común sabe que no tiene futuro, sus derechos han sido conculcados, habitan en el hambre, en la desesperanza, en la ilusión de que Dios le traería algún día un momento de reposo. A partir de las situaciones oprobiosas echarán sus raíces las guerras y los levantamientos tan constantes en Venezuela. Aún no había llegado el oro negro. En el campo los hombres morían tuberculosos, con beriberi, con el paludismo, la viruela y la escarlatina. El analfabetismo había tomado el país. Se avecinaban los alzamientos y las sublevaciones del futuro. La sangre no dejaría de correr desde entonces en una sociedad estructurada sobre la desigualdad. Venezuela se fraguó desde el caciquismo, en el llano se disputa por el poder. La fuerza orientaba la existencia de los hombres. A partir de entonces no habrá calma en el pueblo venezolano. Tiempos de incertidumbre / 99

Como lo han expresado todos los historiadores venezolanos, las luchas de las gentes de este país han cobrado expresión en la búsqueda de la probidad, de la independencia. La historiografía del siglo XIX dio loas a la independencia. La dependencia finisecular fue rota– en los imaginarios de los venezolanos de todas las épocas– por el afán de libertad. Nuestra principal virtud como pueblo es la de haber sido siempre antiimperialistas. La historiografía romántica fue laudatoria con la epopeya de los héroes. Los intelectuales del siglo XIX no cejaron esfuerzos por hacer comprender a la posteridad que se jugaba algo muy grande, la comprensión del país y de América. Por ello nos parece una acción desnacionalizada y oprobiosa la tomada hoy en el siglo XXI por las élites aduladoras criollas con respecto al gobierno de Bush. Ni siquiera el viejo pensamiento decimonónico venezolano había puesto su solemnidad tan a riesgo. Venezuela ha representado en su historia el sacrificio de la mayoría para que fructifiquen las bellaquerías de una élite. La cruzada que se ha planteado en el país es la reconquista de la dignidad nacional. Se busca la reedición de la moral pública. Un pozo sin fondo de creación y libertad ha emergido en el imaginario desde el surco de los tiempos. Las derrotas, las pérdidas de vidas que hubo tanto en la Conquista como en la Colonización estaban señalando un hito sangriento al continente americano. Desde entonces la sangre no ha cesado de aflorar. La tragedia del origen dejó el saldo de una América destruida por el colonialismo español. El coloniaje de los Borbones fue una empresa atrasada donde el empeño era el oro, el poder y la conquista de distinción por aquellos desheredados que llegaron en las carabelas. América expandió los ideales de una España atrasada hasta estas tierras. Pero no sólo esto sino que Venezuela se hizo empeñosa en la guerra, en la confrontación, en la contienda. Los hombres sin tierras, sin dinero, sin posibilidades de hacerse fuertes y ricos salieron a pelear por la redención. Esa catástrofe parece habernos perseguido desde siempre. La suerte del pueblo ha sido la deprivación, la falta de hospitales, de escuelas, de viviendas. Ese destino ha sido común en América Latina. La historia que aspire a tener éxito hoy debe 100 / Nelson Guzmán

vencer ese viejo señuelo. Se debe saber que lo único que puede hacer libres a los pueblos es la libertad, y la probidad, lo cual se traduce en: derecho a la tierra, a la enseñanza, a la salud y también derecho a ejercer la propia determinación de la conciencia. La única vía cierta para empoderar a las masas parece consistir en devolverle al pueblo el ejercicio de su propia determinación. Las élites de la burguesía criolla y sus aliados internacionales tiemblan ante esta posibilidad. Se ha acusado al gobierno de todas las maneras, hoy como ayer la oligarquía criolla, la burguesía nacional y el Imperialismo recurren al satanismo. Todos somos peligrosos, con los motes de terroristas, de violentos, atrasados, se pretende crear una matriz de opinión que intenta no importa a qué precio recobrar un poder que los ha abandonado. Hoy las cartas están echadas y la única garantía del equilibrio debe ser la tolerancia, quienes jueguen a la guerra y a la desestabilización le están haciendo un flaco servicio al país.

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Terrorismo razón y paz

La razón busca la historia, en ese engendro de pasiones y de egoísmos el espíritu le ha encomendado imponer orden. Aunque los pueblos hayan sido desbordados por el odio y la ira, nadie quedaría exento de esta finalidad universal. Con este optimismo Hegel creyó encontrar una fundamentación a su filosofía, la multivocidad de los hechos iba a poder ser gobernada por una sustancia racional que haría posible la reconciliación. Hasta el momento las pasiones se habían encontrado, los pueblos habían afilado sus hachas de piedra, erguido presurosos sus navajas, blandido sus espadas, hecho estallar la pólvora de los cañones y preparado los zumos infamantes de los venenos para vencer al adversario. Las convicciones habían servido para todo, Sócrates razonablemente murió tomando la cicuta mientras esperaba que sobreviniera un mundo mejor. Cada quien había prometido de lo suyo, cada cabeza generaba y producía justicia, racionalidad y sin embargo los hombres seguían matándose; creyendo en el Estado, en los principios, en un mundo mejor. La última resignación no podía llegar, el suelo de los caminos lucía bullente. La modernidad tuvo sus ídolos, los ungió del verbo proceloso y apostó a ellos, allí estuvieron Louis Antoine Saint-Just, G. J. Danton, Maximilien de Robespierre –entre otros– los hombres de la Revolución Francesa, pero también figuraban en esa larga galería de paladines de la razón: Napoleón y Bolívar, cada quien fue haciendo válida y necesaria su verdad. Había un solo problema: la emancipación. La razón no podía tener lo circunstancial como mezquino -verbigracia la entrega de Miranda a los españoles, el fusilamiento de Piar, el decreto de guerra a muerte, eran parte de esa razón histórica. No había nada insensato en ésta. Dentro de un país sufragado por los odios estas decisiones contaron y han contado con la venia de la tolerancia, a pesar de la intolerancia y de la muerte producida. Acá nos ha pasado como en todas las experiencias y las latitudes de la historia, la razón conoce y reconoce el verbo y la Tiempos de incertidumbre / 103

prosapia acomodaticia. Recordemos la vieja verdad, un día después de la caída del nazismo nadie –como dijo Hannah Arendt– quería reconocerse en esa fe, después de la tragedia todos presentan sus caras inocentes. La historia se había mostrado como justicia, como heroicidad. La civilización llevaba años luchando con los instintos en un esfuerzo por suprimir lo perverso, lo bajo. La modernidad mostrará con Hegel que más allá de la imposición de la autoridad, los hombres lucharan por lo que ellos mismos consideren como justo. No era a la racionalidad de los conventos a lo que se debía obedecer, algo había cambiado en la historia. Se mostraban la ética de la convicción y de la responsabilidad y sus tareas y fines eran conquistar la paz para el hombre y los pueblos. En la modernidad se ha presentado el terrorismo como una forma de horror; éste no busca sino aniquilar al rival, no es un diálogo exactamente lo que se está mostrando, sino el principio del mal. Tal vez podamos hablar de los terrores con-sentido y los sin-sentido. Un terrorismo basado en los atentados, en el sacrificio directo de ciertos objetivos declarados de guerra, puede ser calificado de necesario, se puede acudir al tribunal reclamando que si no hay justicia histórica con respecto al otro; ésta la encarno yo, de allí podría desprenderse una verdad que parece distar mucho de la gramática real del mundo como bondad o como concordia. Todos estamos infamados, sorprendidos por la tolerancia represiva que han tenido los países fuertes con respecto a los débiles. Algo viene pasando con la historia, la injusticia parece haber sido confinada al ayer, en el pasado estuvieron los campos de concentración, la exterminación física y cultural de los judíos, el aniquilamiento de las comunidades gitanas que hizo Hitler en Europa, pero parece quedar rezagado en el olvido el destino más próximo de los afganos y su cautiverio en la base de Guantánamo. Además podemos observar en la modernidad tardía –en la posmodernidad, o como quiera que la llamemos– la fatalidad de una vida y de una manera de ser hombres para aquellos que han nacido iraquíes, palestinos o miembros de cualquier país cuyos intereses no sean los del amo del norte. La pregunta cabría hacerla en torno de qué propiedad o garantía histórica o don divino 104 / Nelson Guzmán

están asistidos los Estados Unidos de Norteamérica para tratar al mundo de acuerdo con sus intereses, Dios ha desaparecido y el Tío Sam ha esgrimido el báculo de la justicia. El mundo se ha vuelto una factoría del Tío Sam, por doquier golpes de Estados, experiencias de ríos de sangre, allí no muy lejano en la infamante historia el caso de Chile, la puesta de rodillas por parte de los británicos con Argentina violando todas las sindéresis. La historia ha sido fuerza y donde no hay solución está el argumento de la guerra justificable. No importan los hechos sangrientos o arrodillarse, entre tanto voy viendo tus ojos implorando piedad, aprieto más mi bota para pisotearte, para afrentarte, para demostrarte que debes ser parco porque sino la justicia divina de mis cañones y de mis cohetes te esperan, es muy simple yo tengo las armas, poseo la bomba sólo mata gente, las armas biológicas, puedo volar el planeta, pulverizarlo y mañana no quedará recuerdo sino el que mi pluma diga, quedarán los programas que yo ordene, a quien yo presente como dictador lo será, las satrapías son las del otro, no las mías. El hombre no vale nada, todos habríamos nacido para la miserable vicisitud de ser inferiores, subdesarrollados miserables, lacayos de los amos del mundo, de los dueños de las tecnologías. La explicación psicologista del terrorismo podría atribuírselo sin chistear a viejos odios seculares, a la impotencia del que ha estado humillado y ofendido por centurias y que necesita saciar su sed de sangre con el odio. Pero el terrorismo también puede ser parte de la estructura de la razón técnica, detrás de éste pueden estar los intereses de los perros de la guerra o de un estatuto epistemológico que no conoce de la ética y de la moral tal cual la manejamos comúnmente, o como no las ha enseñado el sentido común. El terrorismo también consiste en la justificación de lo injustificable, el terrorismo mediático es otra de las grandes formas de terrorismo, ir preparando y fraguando en la conciencia colectiva las condiciones de posibilidad de una guerra es terrorismo, cada quien comienza a apurar sus pipetas, sus matraces para que de allí emerjan los zumos del odio, aceite caliente, reverberante para someter a los invasores que vienen sobre mi casa o mi apartamento. El terrorismo es mi pistola que debe inexorablemente matar para enseñarle al otro, al marginal, al pobre, al condenado de la tierra que Tiempos de incertidumbre / 105

yo soy la ley, que yo creo que el final del mundo es esta pequeñita quincalla que tengo, que el universo son los trescientos dólares que tengo almacenados en mi alcancía. El terrorismo demuestra el claro resquebrajamiento que el cristianismo y las religiones comienzan a sufrir en su interior, matar al otro debe ser algo así como tomarse una merengada de ron de poncigué y luego refrescarse la garganta con eucalipto. El terrorismo pone en juego la desesperación de los bandos, posiblemente cuando el gobierno siente que la voluntad popular se le ha ido puede ejecutar formas de terrorismo. El asunto consiste que un atentado criminal estudiado y ejecutado por una cabeza calenturienta encuentra su justificación en la acción de la dignidad. Pero el problema no puede quedar allí, cuando un palestino vuela un autobús con ciudadanos judíos presumiblemente lo hace por la dilapidación y el genocidio sufridos en carne propia, para estos actos la condena es supina, ajustable a la racionalidad de cada grupo. Todos condenan hipócritamente a pesar de que la inquieta y astuta conciencia celebre en sus interiores ese triunfo de los míos. Pero los muertos siguen allí revolcándose en el dolor de sus heridas, comprendiendo en el último aliento de la vida que nada en esta miserable existencia ha cambiado. Como lo dice Ernest Tugendhat no hay guerras justas, pero al gusto de cada grupo de intereses existen las guerras justificables, de aquí podríamos detectar que posiblemente el amo del norte por encima de toda la cordura de la tierra necesita extirpar, masacrar a un pueblo como el iraquí. Como lo ha dicho reiteradamente Noam Chomsky esto se ha repetido cada vez que le ha venido en gana sin que la pertinaz garganta y pluma de los intelectuales del mundo no se olviden y resignen al cabo de un tiempo. Así ha sido siempre, no hay por qué preocuparse escuchamos en las calles, no es tan responsable Sharon como Noriega, Bush como Saddam Hussein etc., recordando el viejo adagio del ya periclitado R. Garaudy podríamos decir ya no es posible callar. Hegel aspiró siempre para la racionalidad la reconciliación entre el interés particular y el interés universal. Los hombres deben encontrar en el Estado el gran órgano que los represente, que satisfaga sus necesidades. El Estado es el garante de la justicia y en este sentido está representado por las normas, por 106 / Nelson Guzmán

los principios de una época, pero allí mismo están: la pasión, los odios y las iras encendidas, ninguna historia podrá hacerse sin lo volitivo. Hegel dirá en su Filosofía de la historia universal que cuando las sociedades viven en período de paz, de tranquilidad, la acción realizada por el infractor hace que el derecho se reafirme y se vuelva contra el infractor, allí se revitaliza el derecho a través de la punición de la infracción, es el logos de la historia que busca permanecer, declararse defensor de las garantías, de la vida. Pero una sociedad en ebullición deberá ser necesariamente transgresora, habrá una diferencia entre lo radical y la radicalidad. En Venezuela desde hace más de una década la pobreza crítica se ha vuelto espantosa. Los sociólogos especializados en la pobreza han hablado de una barrialización de la ciudad, nadie encuentra donde esconderse, ningún ciudadano parece lucir al resguardo. Las entradas de las universidades muestran mercados de chatarras, los pórticos de las viejas edificaciones resguardan por la noche a los sin abrigo. La clase media corre espantada de esta ánfora del horror, la izquierda opositora al gobierno responsabiliza de esta masacre al presunto tirano y allí sigue el espanto, de esos que no votan, que engullen por las noches los mendrugos del día de faena, que nada saben porque las únicas oportunidades que han tenido son la rapiña y la indigencia. Vivimos en una sociedad descompuesta, en un estallido social presumiblemente estos grupos serán exterminados como perros de la calle, pero esto no es asuntos de lo políticos sino de la política, qué equivocado está quien piense que gobernará en fraternidad con este espanto que recorre las calles. El fracaso de la democracia en Venezuela ha radicado en que muchos no quieren ver la película de horror. La figura del caudillo parece residir inmanente en la historia. El caudillo recoge los planteamientos de los que no tienen voz, a tenor de sus prédicas enarbolan la justicia y la equidad como fines. La masa no pide resultados inmediatos al caudillo, al lado de éste residen dificultades, inconveniencias que el pueblo perdona, pero el poder y la sugestión histórica son frugales si no van acompañadas de programas inmediatos de erradicación del hambre y de la seguridad social. El caudillo encarnaría la realización de la «felicidad» que no es otra que la objetivación de la idea. El caudillo tendrá allí en su Tiempos de incertidumbre / 107

exterior la oposición de las otras fuerzas que buscan realizar historia, cada cual se reclama de la justicia, el asesino ve en su impiedad la razón de la historia, el hedonista la historia como placer y goce, el reaccionario considerará que la irrupción de la plebe podría significar el caos. El destino de los grandes héroes de la historia para Hegel es trágico, la historia no se hace sobre un jardín de rosas, sino sobre las ambiciones, entre la esquizofrenia de los unos y de los otros, no hay lugar para la catarsis. La historia no es clínica, no es terapia, no son pañitos calientes entre unos y otros para evitar ofenderse. La historia es la voluntad de poder, de fuerza (Nietzsche). El interés de la historia estará representado por la subjetividad y la voluntad libre, con esta determinación Hegel va a desmarcarse de la idea de que la historia podría ser llevada a cabo por una casta, por sus intereses. La historia es la adecuación o está adecuada a la moral de una época, de una ciudad, de un Estado; la historia es la razón. La historia no es algo inefable, ella está gobernada por la pugnacidad. Los hombres en su acción perseguirán la realización del principio de identidad. La historia retira del hombre en la acción sus fines propios (egoístas) y sucede, se transparenta allí eso que Durkheim llamó el suicido altruista, es decir el caudillo, el líder lo sacrificará todo a cambio de nada. La historia es pasión y pasiones, nunca se ha dado una historia sin estallidos, sin convulsiones, pues allí están las voluntades sociales queriendo determinarse. El caso venezolano es clave, el siglo XIX fue la resolana de los máuseres, la estridencia del caudillismo, la voluntad heroica de lo que significó la guerra de emancipación, y el siglo XX tardíamente fundado en Venezuela ha sido la debacle de un país que enjugó sus lagrimas y su dolor, hasta que vino el estallido, hasta que la razón histórica reclamo su realización porque ya no soportaba más la masacre de Puerto Cabello, la bofetada de Carúpano, los banqueros prófugos, la explosión del caracazo, la ley violada y pisoteada, y tantas otras cosas más. Ha irrumpido una voluntad de emancipación realizada o no, pero finalmente necesidad de recuperar la racionalidad, el derecho a la vida y al futuro.

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Augurio y fatalidad en la poesía de José Antonio Ramos Sucre

El tormento de un psiquismo perturbado Los apogeos del tiempo La poética de Ramos Sucre da cuenta de un psiquismo atormentado. Su cuerpo es perseguido presuroso por fuerzas de las que no puede escapar. El paisaje en donde su yo se desenvuelve está rodeado de peligros. El suelo por el cual emprende la huida es de pesadumbre y caos. Las imágenes que atenazan su alma colindan con el delirio. No hay un solo gesto en esta poética que nos hable de sosiego. El mundo espiritual de este  cumanés expresa con claridad el descenso a los infiernos. La vida se le presenta como una emboscada, vive en la autodefensa, tras él se manifiestan a raudales con rostro propio fuerzas que intentan aniquilarlo, por ello esta poesía conceptual huye de las formas de la convivencia común. Ramos Sucre es un prestidigitador que exorciza demonios, los tormentos que le asechan,  con la catarsis del lenguaje y en este afán estas fuerzas se vuelven más rutilantes, lo esperan. Cada punto de su vieja ciudad está en él. Se sabe intérprete de voces inescuchadas. La noción de confabulación es reiterativa en su percepción. De allí que en el escrutar de sus metáforas tropecemos con huidas, éstas nos encierran en un círculo infinito de tormentos que se expresan en una vida en donde se cierne el mal y muestra sus celadas para dar cuenta de la víctima desde el tormento. Quien se poetiza es Ramos Sucre, sus demonios están en él, son perpetuos, roen sus vísceras, parten y retornan como las olas de su poema Preludio; finalmente lo aniquilarán. El autor nos va conduciendo de la mano a lo que habría de ser su final trágico. Hay en su obra una especie de anticipación de su destino. Tiempos de incertidumbre / 109

Ramos Sucre sabe de las fuerzas que apuran el cáliz. Escrutó los demonios y estos se manifestaron pertinaces para exponerlo al reclamo, a la crucifixión. No habría lugar para esconderse, las fuerzas siniestras, el universo del derruir total estaban en sus metáforas, en el lenguaje, en los símbolos; estos, retrotraídos del inframundo se habían avecinado contra su psiquis. Es así que el autor va biografiando el ser que lo rodea. El poema A un despojo del vicio nos muestra lo pusilánime del mundo. La mujer que busca refugio en su yo padece el mismo desvanecimiento y crueldad que la adversidad había asignado a su psiquismo atormentado, sólo que ella espera la piedad, la misericordia, cosa que no está en el universo de posibilidades de nuestro autor. La confesión y la escucha ejercen la fascinación, el poeta se sumerge en el rastreo de una mujer que ha conocido las tinieblas y que esperaba la liberación por la muerte. La poética de Ramos Sucre se funda en la experimentación del yo, así dice: «Yo defendía el reposo del agua» «Yo distinguía desde mi balcón, retiro para el soliloquio y el devaneo, la humareda veleidosa nacida sobre la raya del horizonte». Ese yo consciente va atenazando las cosas, nombrándolas. Los versos de Ramos Sucre son tajantemente designantes. El balcón desde el cual contempla al mundo sirve para el devaneo, para el soliloquio. Las cosas en su utilidad nos prestan una visión, una propiedad. El mundo de este poeta es pesadillesco, situaciones extrañas rodean a un yo que delira, que divaga en el éxtasis, ilusiones auditivas y delirantes confeccionan un mundo donde personajes irreales se le presentan, le hablan, lo tocan y desandan los pasos del mundo a su costado, es el caso de su poema El familiar. Aquel hombre emergido desde lo más hondo de su lenguaje decide acompañarlo y como a toda visión terrorífica el yo no lo ve de frente, no lo interpela. Sus palabras eran molestas. Ese personaje es presunción, despierta aún en los perros la desazón, el ladrido. Estamos ante un mundo que inexorablemente se va yendo, o ante edades olvidadas sólo recuperables en el rezongo de los tiempos, en la nostalgia del pasado y en el desconocimiento de Cronos. La psiquis guarda un mundo que se ha hecho extinto. El mundo en fuga aposenta su residencia en lo onírico, desde allí los 110 / Nelson Guzmán

hombres añoran y entristecen por las formas desaparecidas. La palabra poética parece ser el único surco donde se resguardan todos aquellos inexorablemente lacerados por el tiempo. Desde el tiempo inmemorial y para seguir hundiéndonos en él aquel hombre que lo ha acompañado, aquella forma extinta, regresa del universo de los muertos a los reyes hacinados y confinados, pero allí descubre que aquel ser es sólo bruma, polilla de los días fenecidos, forma verbal del yo. Los hombres no están solos, yacen acompañados por todo lo que ha aspirado eternidad y no ha podido tenerla. El detalle autobiográfico es crucial en la poética de ese ser de una acerada vida interior que fue José Antonio Ramos Sucre. Su poema Cansancio nos permite reconstruir en parte la cotidianidad de Caracas, las circunstancias que conformaron su entorno. Allí aparece un ser extraño que le despierta gratitud y fuerza para alegrar su cotidianidad. El amor para él resultaba imposible. Su captación del mundo invocaba la tristeza, lo expresa de esta manera: «Imposible el amor cuando todo ha caído al suelo». La vida es concebida por este poeta como enfermedad. En el fondo, en las trastiendas del hombre está el tiempo confiscando la inocencia. Esa mujer, sus aires juveniles la dotan de la destreza de eludir el dolor como fatalidad. La vida es presentada por nuestro autor desde la noción de martirologio. Él escruta en la cotidianidad los logros de la inocencia de esa figura juvenil que tropieza por las tardes. En el imaginario del poeta cabe para esta bella el sigilo de la preocupación. No se plantea su interlocutor del silencio irla envenenándola, anunciándole las catástrofes que pueden venir. Este ser sirve como referencia en lo que significa el trazado de dos vidas diferentes. El poeta es un ser atormentado, mustio y lúgubre. La niña es ingenuidad, incentivo de los sopores pasionales y recuerdo con referencia al responso de los días que fatalmente deben marcharse. En Ramos Sucre subsiste una noción de vida que la asemeja al dolor. El tiempo presenta al hombre sus presagios. Los agravios de la vida no parecen tener otro cause que el sufrimiento y la tristeza. De allí que sea importante que tratemos de comprender la noción Tiempos de incertidumbre / 111

de mundo que maneja este creador. Su tarea es presentir los días vividos, sostener allí para el soslayo del espíritu viejos recuerdos. La poética de Ramos Sucre colinda con la prosa y con la necesidad explicativa que tiene el yo de referirse al él mismo. Hay una honda acentuación sobre su experiencia con la soledad. Ramos Sucre fue un poeta de lo irreconciliable, sus temáticas son insolubles al espíritu. La evanescencia como elemento de la vida nos va haciendo lejanos los instantes. Estaríamos así sumergidos en lo irremediable y lo tortuoso de la existencia. El universo donde habitaría el hombre sería holocausto, ontológicamente a cada quien lo espera una dosis de la amarga pócima de los sufrimientos. El paisaje donde se anuncian las situaciones que evoca Ramos Sucre nos hacen acreedores de lugares desolados y desaparecidos. Los espinos anuncian martirios. Las situaciones están frenéticamente tatuadas por el testimonio de la fatalidad. Los ambientes y las situaciones presagian la desolación, el miedo. Los problemas de este poeta son esenciales, los seres se van paseando por sus propios abismos: «El eco burlesco anuncia la muerte desde el matorral» (Lied). La condición y disposición de su psiquismo lo han enfrentado al mundo. Siente como vital para la comprensión del hombre el alejamiento. La vocación del misticismo es una virtud de la sabiduría. En Elogio de la soledad contrapone dos visiones diferentes, las del hombre común, las del hombre de la técnica y aquella otra consagrada a un destino superior. La contemplación de aquel que sueña en silencio, que vive al eco de otras épocas y paraísos es de una raigambre reveladora. La noción de mundo que maneja este autor resiente los viejos dolores de pueblos desgarbados, es como si la historia se le acumulara como un desflecar de voces sufrientes hundidas en la vocinglería del tiempo. En la poética de este bardo hay  un viaje en el lenguaje, comprende desde la espesura de los tiempos los dolores, los suyos parecen ser muchos. La pesada carga del poeta es el martirologio de yacer crispado. Allí al frente suyo, una calle más arriba de su alma está la historia que se le manifiesta a cada instante. Las viejas 112 / Nelson Guzmán

figuras irreprochables del mundo como son las del peregrino de individualidad y las del santo, se hacen visibles en los dictados de su prosa poética. Hay en este escritor una vocación de redención y la noción de una manera de vivir expresada como secreto, como frescor resguardado en los blancos mármoles del tiempo.

El paso del tiempo La poesía de Ramos Sucre encuentra en lo preterido una razón de ser. La historia de su misógino yo, de hombre de espacios de arcángeles marcha al encuentro con otros destinos; con otros hombres que amaron la gloria, el esfuerzo y el sacrificio. En ellos encuentra una razón de ser superior. El mundo de los héroes es elevado, genera un universo de comprensión por encima del individuo de la masa. La sustancia poética que proyectó este ilustre cumanés estuvo ceñida a las creencias de la poesía romántica. El retiro era entonces la antesala del verbo, de la comprensión profunda de la vida. Escribe nuestro autor desde la exquisita convicción de que a pesar de ser él solamente el laudator de una época inmemorial quiere hacérselo saber al lector diciéndole: «No me avergüenzo de homenajes caballerescos ni de galanterías anticuadas, ni me abstengo de recoger en el lodo del vicio la desprendida perla de rocío». (Elogio de la soledad). Hay una razón moralizante en esta poesía, la confección de una ética de una profundad absolutidad en relación de la vinculación del yo del poeta al mundo. La palabra confiere el éxtasis al poeta que prefiere la gloria de los mitos a la terrenalidad del mundo. El mito garantiza el contacto directo con hombres que existieron transidos por una sed de gloria. Ramos Sucre admira también la sacralidad de todas aquellas almas que en la Edad Media prefirieron el claustro al mundo. La vida cenobítica y el retiro fueron sus ideales de vida. El temple de esta poética se engendra en el ritual.  Ramos Sucre recoge los dolores mórbidos de la eternidad. Aspiró la gloria desde otro temple diferente, la parsimonia del lenguaje poético lo sitúa en otra dimensión. Las palabras, las suyas, van liberando mundos ajenos al universo de la vida corriente. Tiempos de incertidumbre / 113

Un día sueña en el poema Entonces con lo que podríamos tipificar como el amor romántico, lleno y desvaído, dirigido a un ser eterno al cual debe encontrar como el mismo lo manifiesta allí donde «Junten lejanas neblinas». El poeta piensa en la fatalidad del transcurrir, en sus improntas, siente ya la oquedad de los días: «Para sufrir el ocaso de la juventud ya estaré preparado para la partida de muchas ilusiones y el desvanecimiento de muchas esperanza». La frase engendra una filosofía de vida, señala una poética de un hondo pesimismo donde persisten problemas irresolubles de la filosofía, del sentir del mundo. Los recursos de su entendimiento y de su memoria lo preparan para comprender «los imposibles afectos» y luego la lapidaria comprensión de memoria le hace ver que en su alma anidará el cansancio de vencidos anhelos. Su auto comprensión del mundo lo sitúa lejos de éste. No hay reconciliación posible, simbólicamente el viaje está cerrado. La única posibilidad que le queda es adaptar sus ojos al feo mundo. Su cuerpo y su razón serán una roca, una cripta herméticamente cerrada donde la humanidad no tendrá ningún tipo de acceso. Esta poética es sigilosa ante la resignación, sabe el bardo preparar en cierta forma su partida. Un día decidirá que no puede con la carga, y entre el éter y el incienso partirá a otros universos, a diferentes raudales, posiblemente en la búsqueda de días que pudiesen generar otros sosiegos. Ramos Sucre va escrutando y armando las fuentes del pesimismo poético, todo le habla de no reconciliación, los seres y amores de su vida son desvaídos, se manifiestan como ángeles alados que se hunden entre las brumas. La realidad y el sueño asumen cada uno un estatuto ontológico diferente. La realidad del bardo cumanés es inmerecida por un realismo del cual se niega a participar. El afirma haber llegado al mundo cargado de aflicciones, nada ha podido calmar sus dolores, mitigar sus heridas. Y cuando encuentre el amor en otros parajes, más allá de la inexactitud del modernismo, de la ambición y del oro, accederá una manera más franca de ser: «Al encontrarte, quedaremos unidos por el convencimiento de nuestro destierro en la ciudad moderna que se atormenta con el afán del oro» (Ramos Sucre Entonces, en La Torre de timón).

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Ese amor no encontrado, soñado y realizado en los sueños tiene la convicción de que les otorgará la posibilidad de la huída de una época hundida en la barbarie, en la guerra, en el afán de lucro. El mundo es sacrificial. Los hombres sufren del aspaviento, de la molicie, de la incomprensión, yace allí una tierra fantasmal, la naturaleza muestra sus dolencias. Ramos Sucre ha optado por la perpetuidad de la soledad: «Huiremos en un vuelo, porque nuestras vidas terminarán sin huella,…» (La Torre de timón). El yo poético del autor se ha robustecido de tal manera que la tierra no le merece, la apellida como maldita; ésta es como una especie de prisión del cuerpo, en ella vivimos la reclusión y la desafección que es uno de los reclamos permanente que el nuestro realiza. En sus poemas se dan cita individuos y expresiones desencantadas del cosmos, los seres caen en la fascinación de locuras alucinadas. No hay manera de señalar que nuestro autor habla de esta o aquella ciudad desconsolada, lo hace simplemente de seres de tinieblas, de expresiones vivenciales que recorren lo irreal. Los personajes presurosos con los cuales trabaja Ramos Sucre muestran sus cicatrices, la pérdida del juicio. La alucinada encarna todo esto, los hombres siempre están ante el estupor. La poesía de Ramos Sucre guarda una escondida ambigüedad autobiográfica. Cada uno de sus personajes expresado en poemas nos narra sus siniestros, su oquedad. Cada quien está compelido por la elección y resolución irremediable. El tiempo va señalando espantos. No es posible el retorno: «El tiempo es un invierno que apaga la ambición con la lenta y fatal caída de sus nieves. Pasa con ningún ruido y con mortal efecto:…» (El solterón, La Torre de Timón). A Ramos Sucre todos los tiempos se le han vuelto imposibles y arcanos. Su juventud se extinguió, ahora comienza la misantropía, el odio de lo bello y de lo alegre, el remordimiento por los años perdidos: «Trabaja, pena la imaginación del soltero viejo, daría tesoros por el retorno del pasado, no muy remoto en que pudo prepararse para la vejez voluptuoso nido en regazo de mujer…» (El solterón, Torre de timón). Esta poética es de inmensos presagios, hay un miedo milenario del derruir de las facultades a

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que el tiempo somete al hombre. En ese coqueteo entre la soledad y la experimentación de salir de los rediles de la civilización Ramos Sucre accede a conquistar las tinieblas riesgosas de su propia búsqueda. Hay el reproche que se hace el individualista posiblemente negado a escuchar los fragores de los niños. En estos años Ramos Sucre es un joven que avecina sus años de soledad, su decisión del silencio. Este hombre como lo diría Nietzsche es lúgubre, ha exorcizado todos los espantos del mundo, ha juzgado que las tinieblas son su única reconciliación. Hay un escrutar autobiográfico. La muerte será la encargada de saciar todos sus dolores. La conciencia del hombre que ha sobrevivido a sus amigos sabe que la muerte como camino de reconciliación es preferible a los sufrimientos del cuerpo, al ocaso de la vida. José Antonio Ramos Sucre enfrenta el dilema ontico de la separación de la vida como finitud. Hay una especie de premonición de su fatal destino. Este poeta asume la realización de una estética de lo fundamental. El problema que le preocupa es el deslumbramiento de la vida del hombre.

El mundo libidinal en la vida de un poeta Ramos Sucre siente su soledad, desde ella atrapa formas y voluptuosidades femeninas. En su memoria viven eternamente las alucinaciones de siempre. Le apasiona la faena sexual y se inspira en fraguar un erotismo señorial ya extinto. Con frecuencia lo recalca: «Demasiado tarde he venido al mundo; mi puesto se halla en el escondrijo de un bosque…» (La tribulación del novicio, en La Torre de Timón. Editorial Monte Ávila Latinoamericana). Existe en Ramos Sucre el refugio como forma de existencia, su sensorialidad es perceptiva, más que los objetos que fecundan el deseo están las imágenes fervorosas. La fuerza delirante del deseo lo seduce, nos está contando un retazo de su juventud. Su confesión tiraniza su forma de vida. La poesía es su catarsis, en ella las fuerzas del sátiro se empecinan en el deseo, en la voluptuosidad. Los sentidos se exacerban hasta poseer la 116 / Nelson Guzmán

figura inmarcesible, pues subyace en su lenguaje el declinar de la realidad; ésta es una carga, allí posiblemente no están los seres de sus anhelos. La realidad le recalca en lo más íntimo que no puede ser expulsado de los territorios de la existencia la fragua de la carne, lucha invicto por la castidad, como un ser extraño irrumpe en las noches boscosas llenas de sátiros, de faunos y sabe de la vida en el arte de la imaginación. La formación cultural, la suya ha estado preñada de la inocuidad, del derruir de una vida que es más que la que lleva el poeta. Ciudades arteras y provinciales han tatuado su universo simbólico. El sentimiento comunitario lo aterra, en una carta dice que la humanidad es una reata de monos. Ramos Sucre nos va mostrando sus limitaciones. Lo tiene atrapado el presidio de las normativas. Su psiquismo ha sido castigado por las reglas, por la fuerza de la prohibición, por la rigurosidad de lo insostenible. En su universo intrapsíquico su hondo deseo es la vida. Le fascinan las aguas, la libertad y los cantos de las aves. Desde esos hemisferios de lejanzas, de las suyas propiamente, sueña con la libertad y la reconciliación con la cotidianidad. El yo se le desdobla en el esfuerzo, sin embargo ha sido muy fuertemente poseído por viejas formas que no pueden darle las claves de la vida, es por ello que este poeta está más cerca del mito que de lo humano. Anhela que se posen sobre su cuerpo la intemperancia de las lluvias, los cielos. Lo acongoja el frenesí y el éxtasis de quien se arropa con las aguas del firmamento, pero a la vez ha puesto constricciones a su cuerpo. En tribulación del novicio lo expresa con meridiana claridad: «Sufro por mi estado religioso mayor esclavitud que un presidiario; con mortificaciones y encierros pago el delito de esta rebosante juventud» (La Torre de Timón. Monte Ávila Latinoamericana). Su psiquis es el escenario del combate entre el deseo y la prohibición, sabe que lo convocan las voces del mundo, pero debe apaciguarlas, no ceder a sus tentativas. El yo es moralista, el cuerpo es ebriedad, en este ejercicio irrealizable y a medio camino se trenza en batalla. Sabe el poeta de la constricción, se enfrenta a la virilidad juvenil, los deseos no se apagan, los trata de arrinconar, de exorcizar, emergen sin embargo en ruda lucha. No bastan los Tiempos de incertidumbre / 117

preceptos, los templos, las oraciones, el cuerpo orgiástico está en permanente rebeldía. La carne mórbida no encuentra saciedad, ni lugar seguro. El yo sufre el espanto de la caída. La noción y la rusticidad del pecado atormentan su conciencia. Cual un apóstol meridiano como el Mesías, prepara su cuerpo para la confección de un pensamiento en el olvido de sí mismo, y aparece la transfiguración. Las formas verbales de la aparición del recato lo impulsan, lo sostienen con énfasis en un universo que no puede sostener. A Ramos Sucre lo ha abandonado el sueño, su cabeza es una maraña de tribulaciones, de sugerencias de mundos idos. Él vive en ciudades que finalmente no le pertenecen, se sabe aislado, de un lado el provincianismo de la poesía de su país, y del otro la falta en donde se puede hundir. Como un héroe celestial, como la figura del querubín defiende la renuncia. En él existe una lucha entre vida, cultura y esperanza, batallan las formas y las tablas que la cultura cristiana le entregó. Ramos Sucre lo sabe, el mundo con sus efigies, con sus portentos de seducción lo convoca al delirio y al encanto de la voluptuosidad. Dentro de sus imágenes poéticas cobran sentido su fe religiosa, los íconos de Jesús sangrante en la cruz y de su madre llorando el dolor del mundo a los pies de su hijo moribundo, lo anterior logra liberarlo de la convocatoria del éxtasis. Hay una fuerte crisis existencial en el universo de creencias de un hombre que restaña los flecos y los deseos del cuerpo con fe. Hay una lucha entre la conciencia y la lujuria. Ramos Sucre se intenta preservar de los caprichos raudos del trajinar dentro de una poética tomada fuertemente de la fe cristiana, pretendiendo a fuerza de combate preservar la imagen del santo. Difícil entonces contemplar el mundo desde la lejanía. La sapiencia de la observación no hace otra cosa que exacerbar los dolores. Él debe renunciar a lo pasional y carga sobre sus hombros los efectos de una fe, pero allí hay dos intenciones expuestas al desasosiego, a la no resignación. El mundo poético es su catarsis, el alivio de sus visiones, cuando las pone fuera; éstas cobran fuerza, maduran hasta mostrarnos lo subterfugios de una civilidad y de una manera de ser. 118 / Nelson Guzmán

En prosa poética Ramos Sucre nos va narrando el efecto que poseen en él las doncellas cautivadas en su numen. A pesar de su proscripción las resguarda, impide la acechanza anhelada por viejos marinos que en mares y aguas borrascosas anidan en su alma el deseo y la perversión. El autor proclive a la reverencia de la beldad sufre en su carne el acto macerado por el seductor. Ante el silencio y la complicidad de los otros se retrae ante la truhanería de las voces y del sigilo que prepara el acecho de la presa anhelada. En la poesía de este cumanés se intercalan tiempos memoriales con formas del presente: «Los juglares celebran la fuga de los enamorados». Como lo señala en La cuita: «aquello fue el rapto de la lujuria sobre la seráfica representación de seres virginales». La sensación de la conciencia poética del autor es la del engaño, se ha mancillado una inocencia mas no la conciencia de la eternidad seráfica que aquella joven guarda y que ha dado pie al zarpazo galante. La tesis de las formas ausentes en la vida de los héroes y los santos cobra vigor en la poesía de Ramos Sucre. Para decirlo en los términos de la tradición de la cultura occidental, hombres como Moisés esperan alucinados el pastoreo del ser. La conciencia alucinante y alucinada sabe del otro, del guía, del mundo de presagios. El pueblo es ingrato, a diferencia de los héroes y los santos que mueren en el desprendimiento total y el absurdo, el pueblo se presenta en el proscenio henchido de sus ambiciones, en la aspiración perenne de la futilidad del goce. Desde el misterio recoge Moisés las reglas, logra apaciguar el clamor de un pueblo y le impide sumergirse en el vivaqueo de la existencia. Además vaticina el castigo y las plagas que deflagrarán a Egipto. Las reglas y los fundamentalismos de las religiosidades judea cristiana las presenta Ramos Sucre como expresiones del sentido de Occidente. Recrea nuestro poeta la simbólica en donde se desarrolla la cultura. En los siglos, en el lenguaje del arte de Miguel Ángel queda plasmada la historia; ésta se ha hecho de silencios, de formas mermadas, de luchas y de trascendencias. Moisés expande el espíritu civil de las sociedades. La conciencia busca de nuevo en la historia, la regla y la imposición de la norma moral universal.

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La fatalidad es el sino permanente de la poética de José Antonio Ramos Sucre. La muerte le arranca a la vida su inocencia; ésta viene agazapada y horada fieramente la vida de los hombres. En Duelo de arrabal lo pone de manifiesto con claridad dejando constancia de su agudo sigilo sobre los hogares pobres. La gente llora a los suyos, la cuna de los niños pobres en palabras del poeta es el seno de la tierra. El dolor se diluye en las subjetividades de los individuos que viven la cotidianidad. No hay tiempo para otras empresas pues la vida está puesta al servicio del afanoso laborar. Ramos Sucre va historiando las subjetividades. La existencia formulada en términos de la nomenclatura de este poeta está colmada de dolencias. La muerte para el pobre no es más dolorosa que su cotidianidad. El sentido que cobra la reflexión del bardo que estudiamos nos da las proporciones de la melancolía de Occidente. Los cielos mandan el castigo; éste se ha expresado como una constante en la vida del hombre. Las plagas azotan como castigo a cada instante.

La vida cenobítica como un instante de exhalación Las aspiraciones de un poeta como Ramos Sucre era la paz, sus visiones estaban pobladas de retiros conventuales. El mundo lastimaba cruelmente sus sentidos. Sus nostalgias eran los tiempos idos. En esa casa como un gesto de voluntad los árboles enlazaran las copas gemebundas, el poeta será visitado por los pájaros. La búsqueda está señalada con claridad, se marcha hacia el encuentro de un lugar donde se pueda encontrar la verdad. Ramos Sucre consiente que esto es un prodigio inalcanzable. Su vida estaría tatuada por la pasión del asceta, el pensamiento doblará a las emociones. El pesar de la circunmundaneidad del mundo –para utilizar un vocablo de Heidegger– le pesa, constituye un obstáculo para la realización de ese yo que se pretende en soledad, en silencios, en lugares extintos, es como sí el poeta se hubiese construido un mundo cuyo solaz no fuera otro que la contemplación. Una serie de filtros harían llegar con sordina el mundo brutal al juglar. Los árboles en el Discurso del contemplativo impiden el choque, contribuyen a que el vate sea como una especie de monje, un personaje del retiro, de orfandad. El 120 / Nelson Guzmán

fue un ser mustio, siempre en actitud reservada hacia las cosas del mundo. Se sabía destinatario de la muerte. Esperaba no conmoverse con lo externo. Su poesía posee una vaga añoranza de la salvación, sus versos se presentan testimoniales y dan cuenta de su vida extraña,  así dice: «Esperaba salvarme en el bosque de los abedules, incurvados por la borrasca» Ramos Sucre es un ser en espera del misterio, sabe que un día en su espaciosa casa de los sueños poéticos vendría a acecharlo la muerte, para ese instante presagiaba serafines; llama a ese momento la santidad de su hora. Un hálito de profundad religiosidad circunda la visión del yo y de las interioridades de este creador. La profundidad de su soledad, de su retiro, de su vida y soledades está mediado por una aspiración de perfección: «… y un transparente efluvio de consolación bajará del altar del encendido cielo» (Discurso del contemplativo. La Torre de Timón. Monte Ávila Latinoamericana). Ramos Sucre lo presiente, antes que los hombres, todo un mundo de deificación animal y vegetal asistirán a sus exequias, siempre aspira lo extraño, lo no corrientemente plausible. Su mundo se ha forjado en los encantos de las imágenes, su verbo ha redimido del silencio y de la falta de sentido universos que están allí y cobran significaciones en las visiones de un poeta atormentado que se ha dado como norte la meditación y el retiro del mundo. El hombre cenobítico está en capacidad de atrapar al mundo y de no sumergirse en las anfibologías de los designios culturales. Las preocupaciones filosóficas que lo asisten en su conciencia atormentada eran la finitud de la vida. En el poetizar de este bardo encontramos la historia, el ayer heroico de los hombres que han construido el país. En sus anhelantes gemas recoge a hombres como Zamora, está allí lo ineludible y los trazos de su historia expuestos en forma parca, resaltados en la metáfora sin las estridencias de las palabras. La muerte redime a nuestro héroe. Siente el poeta la fuerza de la tiranía del combate, sabe de los odios, conoce el oprobio, está en una escuela pública venezolana en 1912 develando el busto de un héroe, diciéndonos que somos hijos del sacrificio, de lo impetuoso, señalándonos para Tiempos de incertidumbre / 121

el futuro que los jóvenes del hoy se sienten pequeños ante la épica de nuestros santos y valientes hombres. El poeta  trasluce en Plática profana  como el historiar romántico, la historia como epopeya, como redención. A grandes trazos va sintiendo el lector el culto de lo grande, de lo alado, la aparición de hombres especiales cuya misión es la gloria y la redención. Le asigna una función inmarcesible a la educación, lo dice exactamente es la fragua, es el combate. El poeta comprende la ruralidad ante la cual viven aquellos sus coterráneos. La lírica de Ramos Sucre también es presagio ante la historia, el futuro se hace y nace acerado en la templanza y en la voluntad de los fundadores, de aquellos que fueron vaticinados por la noche para eternizarlos como fue el caso de E. Zamora. El poema crítica las formas desmedidas en que la ambición material se ha apoderado de las almas, hay el vaticinio de lo que seguirá siendo el país. Hay dos ideales en este concebir el tiempo y de la historia, la del hombre probo y las del demonio que arrastra a los hombres hacia la molicie, que nos confina a lo más pedestre. Los hombres deben alcanzar el progreso pero también la gloria. Las figuras eternas que Ramos Sucre augura son las del poeta y la del héroe. De ambos nace el porvenir; éste viendo el choque de dos civilidades. El sueño contrapuesto a lo material. Se anuncia la emergencia y caducidad del mundo clásico sustituido por la edad de la pragmática. Esta edad es la del hierro colado. Se está construyendo un mundo de la intrascendencia, de lo fútil, de lo vacuo. La civilidad parece haber dado cuenta de los grandes ideales. El arrojo ha sido sustituido por el cálculo. Ramos Sucre desvela un mundo de dolores, hombres que se fueron envueltos al sepulcro entre los mantos de su épica sin cosechar nada: «… y que nuestros batalladores por la civilización descendieron al sepulcro, despidiéndose de la lid desconsolados…»  (José Antonio Ramos Sucre Obra poética. Ediciones Dirección de Cultura UCV). Zamora fue un hombre épico, empinado en sus virtudes, columbró con su caballo los polvos del suelo patrio, guerreó hasta 122 / Nelson Guzmán

hacerse inmarcesible, hasta llegar al instante postrero, el de la bala que le quitó la vida y lo dejó flotando en la memoria, rechinando en las galaxias de los héroes. Hay una visión en este poema de Ramos Sucre que lo aproxima como a Borges a la voluntad gallarda de la valentía que a la deshonra de la pendencia que a su juicio constituyeron nuestras guerras civiles, donde el crimen se elevó prodigioso. Venezuela heroica para el autor recoge un pasaje y el destino histórico del pueblo venezolano. En Tiempos heroicos los de nuestros héroes, se sirve de las imágenes griegas, del valor y del heroísmo para galardonar la gloria de nuestros próceres. La tragedia domina este verbo, de sus lances con la vida salen los hombres redimidos hacia la eternidad. La historia de muchos de ellos ha debido ser más épica. En oportunidades Ramos Sucre presenta de forma reiterativa la historia patria. Los hombres son posesos de fuerzas ya extinguidas, de un coraje inexistente hoy.

Poética de obsesiones vitales En el universo poético de este autor persiste tanto la idea de la salvación como la del la huida. Sus imágenes nos adentran en un mundo fantasmal, hay un hondo manifestarse de lo extinto. Siempre hay un lugar más lejos para el refugio, lamentablemente en él no es sino simple esperanza. Las voces y las experiencias de su psiquismo lo mantendrán cautivo de sí, le impondrán el ritmo de sus visiones, finalmente es presa de ellas. Los escenarios de sus ciudades lo llevan de un lado a otro, el yo no vacila en la huida pero siempre surge el tropiezo, su psiquismo está en falta. No puede persistir, le quedan varias opciones, la ebriedad, la locura o la muerte y con ésta juega durante años hasta que finalmente lo atrapa. No ha sido en vano el viaje de ésta, gracias al acoso de su pasos el poeta pudo ver el rostro del sol, presagiar el andar y la persecución del gato pardo y por qué no decirlo, comprender su profundo silencio. El tormento de Ramos Sucre no es externo, no se le impone como una moda literaria, sino que emerge dentro de él, se sabe un incomprendido, sabe que las formas del mundo no son las suyas. El vaticinio es lo lúgubre, el suelo por donde bordea la aspiración de los querubines es negro, es inhabitable. Tiempos de incertidumbre / 123

La figura del verdugo lo persigue, lo combate, sabe de él, no puede huir. Los seres de sus tropiezos emergen desde sí mismo. Es la fascinación de la conciencia ante un tipo de vida diferente, el de la experimentación. Se escudriña la vida inconsciente, se parte del sentimiento de gregarismo y la tierra se vuelve inhabitable. Hay formas infernales del ocaso, los perros negros como evocación de formas preteridas de la vida: «Entreví los mandaderos de mis verdugos metódicos. Me seguían a caballo, socorridos de perros negros, de ojos de fuego y ladrido feroz…» El recurso de salvación siempre lo deposita en Dios, sus zancadas no lo llevan por ahora más allá que al regazo de esta forma de seguridad. El elemento religioso está en él sin que pueda escapársele, víctima del tormento, creciendo dentro de un universo de imágenes donde el inconsciente está a flor de piel, el cuerpo comienza a lacerarse, a atormentarse. El cuerpo habita en un tiempo y en un espacio que no le pertenecen, los registros de su época lo desbordan. La modernidad ha dado un peso a lo inesencial. Dios lo escucha, pero su imagen es sedicente debe inconfundiblemente alimentarse de la turbación del peregrino. El pecado original le impide ser inmune a un universo de genuflexiones vacías. La Torre de Timón es un libro dominado por los preceptos. Hay un elogio a la guerra, a las ideas desairadas por el tiempo. Esta poética se construye sobre las imágenes exquisitas de hombres destemplados para su tiempo, pero que marcan historia, labradores de formas ausentes. Comprende el poeta el ideal romántico de la idea de superioridad del héroe, quien lo arregla todo, pues lo derruye la cotidianidad. Para utilizar palabras de Nietzsche la argamasa esencial de un hombre postrero es la brevedad. Los santos y los valientes se presentan dentro de este universo poético como seres superiores, de otra extirpe, no conturbados por el dispendio de la vida: «Del soñador es la sed del martirio, la curiosidad por la aventura, la exposición de la vida ante la utilitaria vejez. El valor es en su alma, desterrada y superior, un artístico anhelo de morir». Existe en Ramos Sucre el decir grandilocuente que exalta la grandeza del temperamento metafísico, el soldado, silente, egregio encarna como el santo y el héroe ecos de un 124 / Nelson Guzmán

tiempo que el hombre de la cotidianidad no puede vivir, hay una idealización del ejército: «También es el ejercito una orden hidalga y abstinente» En la muerte de un héroe. Arrastrando la profunda herencia del romanticismo el prócer y el héroe se potencializan por encima de sus circunstancias; estos deben perecer sin hijos y jóvenes. Posiblemente el tanto vivir fractura la épica, desmiembra el acto heroico hasta convertirlo en una acción canalla. Le canta biográficamente a Manuel Bermúdez; quien era: «gravedad amarga, señoril entorno, atrevimiento sereno, prenda infausta (Debía su ánimo al ejemplo, porque nació donde vegeta la energía varonil)» En la muerte de un héroe. Canta también al linaje, y a las prosapias de un cruzado como  fue José Francisco Bermúdez, los días de la guerra independentista venezolana habían sido tan hondos y dejado tanta precariedad en el gusto, en la vida, en el olfato, en el rayo silente, que se tornarían imprescindibles, ellos mismos habían gestado una épica. Nuestros héroes en esta historia de musculatura propia, de motivos de gran certidumbre, de sangre que se había derramado al lado del malecón de la vieja ciudad de Cartagena, lo habían asistido fuerzas como la espada del Cid. Nuestro autor lauda al militarismo del siglo XIX venezolano. Los nombra y los detalla como una casta de seres opuestos a la moral hipócrita y convencional: «Venezuela debe lo principal y más duradero de su crédito a la valentía de aquellos militares que con el siglo diecinueve surgieron apasionados e indóciles». (Laude en La Torre de Timón. Ediciones de la UCV). A Ramos Sucre le interesan los mitos, está preocupado por la génesis y estructura de una nación llamada Venezuela. Critica la filosofía convencional que ha vuelto cenizas y escombros aquellas epopeyas. La filosofía ha perdido la fuerza. Los hombres han interpuesto la condición científica para menguar la fuerza de la historia. El poeta en su condición de adivinador, de taumaturgo de la historia ha sido reducido tal vez por el positivismo. Ramos Sucre examina cómo el pensamiento patrio ha sido mezquino con Bolívar. El Libertador ha sido un hombre dilapidado, deshonorado, no se ha Tiempos de incertidumbre / 125

vindicado suficientemente su rebeldía, el riego y la temeridad de aquellos hombres que ganaron sus méritos en combate. Hay en su poema Laude un elogio de aquellos militares del siglo XIX: «Para los mansos la medalla de buena conducta; para nuestros héroes el monumento elevado y la estatua perenne» (Laude. Ediciones Dirección de Cultura de la UCV). Ramos Sucre se enfrenta en la necesidad de reivindicar el genio de Bolívar, toma a este personaje como un visionario de la historia. No le interesan las opiniones adversas sobre el héroe. La historia se funda desde la fuerza y la temeridad. Ramos Sucre nos arrastra a la ruinas de ciudades sin nombre, lugares perdidos, más puros, jugosos de silencio. En el viaje poético su yo conoce y tantea personajes escardados por el tiempo, seres atormentados. Esas mujeres alucinadas son más frescas, vivencian universos más prósperos, llenos de plenitud hasta que la razón las invade, las plena, dilapida sus éxitos. Las formas espectrales que se han apartado del mundo retienen para sí formas verbales inaudibles desde las esferas de la razón. La niña es presa del mal, se asoma a rituales extraños que envuelven en la locura, las lontananzas del mar se yerguen sobre ella, su razón es estorbada por el argumento insólito, por el ritual inesperado. Nadie esperó que aquellos años se fraguaran en ella de esa manera. En la poética de Ramos Sucre el sufrimiento enarbola los densos ramajes y prepara para él congoja. Aquella niña inocente quedo allí como testigo de impiedad, como el sopor y la pesadez de la venganza. Reinos prósperos fueron heridos por las represalias. El tiempo queda como testimonio, como secreto de otros anhelos. Los seres atormentados se resienten en su propia soledad, fueron abandonados, quedaron inaudibles, atrapados de su propio tiempo, víctimas de su propia equidad. Nos encontramos que los hechiceros el paraje malsano habían desviado destinos, hundido civilizaciones. La mala fe, las blasfemias y la molicie habían destruido un destino civilizacional, viejos filtros, imprecaciones y maldiciones pudieron haber truncado la historia. La mujer demente que describe Ramos Sucre en La alucinada había quedado allí cargando y guardando en sí historias que habían sido truncadas. La alucinada hundida entre tinieblas, 126 / Nelson Guzmán

lacerada por la ignominia del olvido había quedado  como garante de un tiempo estorbado y aniquilado por una voluntad pérfida. El poema recoge las viejas heridas inesenciales lanzadas en  la cultura occidental a los lugares prósperos. La virgen está enfrentada a la venganza del delirio, próxima a los duendes, desgarbada por la aparición y presencia de fuegos fatuos que ahondan sus ensueños. Asoma acá estridente un universo de fuerzas que dictan la pauta para alguien que no posee ya tiempo. La candidez de la virgen sería sólo el simple resguardo de una prosperidad fenecida. Allí interviene el yo del poeta retrayendo para el más acá el desolvido, lo inopinado de circunstancias borrascosas que se hundieron en la locura y los sayales del tormento. Los seres de esta poética desembocan en la cautividad del ostracismo, siguen en la permanencia de su otredad. Los lugares fenecidos y sus ruinas son el reservorio de épocas idas, expropiadas por la soledad.  La poética de Ramos Sucre recupera la imaginación, en lodazales de espantos los espectros, sus voces, van esgrimiendo la propiedad de la nostalgia, la desaprensión de los lamentos para un mundo que ya está exhausto. El universo del lenguaje del poeta redimensiona desde el más allá el encanto ya extinto de la majestad de cantos que necesitan de nuevo su propiedad. Esas voces son escarbadas, sacadas del fango del olvido. Hombres y memorias recuperan para lo humano su condición de testigos del cielo. Se horadan los viejos surcos del silencio. Esta poética es confesional, los seres trágicos de otras épocas perviven en nosotros, aún sin contar historias presagian las horas pasadas. En Ramos Sucre los espantos y sus tormentos tienen su lugar. Contra el viejo realismo de una gramática poética plana insurge esta catarsis de las formas inconscientes, de lugares y tiempos fenecidos en el silencio del olvido. El desafecto, pócimas extrañas tal vez hayan hundido a aquella niña para siempre en los arcanos, pero la poesía de José Antonio Ramos Sucre es lenguaje, forma protuberante de rastreo de las potestades del alma. No puede abandonarlo el esfuerzo de lo onírico, la poesía ha descendido al inframundo, a los sótanos del alma. Aquel inconsciente puesto a flor de piel da cuenta de venganzas que parecieron hacerse añejas pero que continúan estando allí a Tiempos de incertidumbre / 127

destajos, hilando sobre heridas que resisten su dolor en la orfandad. Se recuperan –con estas formas verbales, con estas maneras de decir– regiones que no eran capitales para la poética venezolana de la época. La poesía historializa, permite la refacción del tiempo ido, nos entrega el psiquismo y las derrotas de las familias, del individuo. Las aguas, los fuegos, el firmamento  resarcen la herida abierta, está planteado de nuevo el problema del hombre y de la dignidad de lo vivido.  Ramos Sucre conmemora y lauda la muerte de uno de sus amigos José María Milá Díaz, le conmueve la resignación de aquel hombre con respecto a la aceptación de la lepra. Para él aquel ser padeció la vida. El sentimiento que resalta nuestro autor es el de los ángeles, el del linaje dispuesto a la resignación. Exalta las benditas cenizas de su amigo que no necesitan los cementerios benditos, lo cual sugiere que hay hombres de linajes superiores como éste cuya frente está nimbada de eternidad. Este poema no es más que una oración fúnebre para alguien a quien él considera de una alcurnia superior y poseedor de una templanza egregia. Acá se mezclan el perdón, y los castigos que sufre el cuerpo del hombre en el infierno que es la vida. Los recursos poéticos nimban al personaje cantado a la suprema majestad de los arcángeles, historiza en él la vida del hombre. La poética de Ramos Sucre canta las horas lúgubres, las derrotas y se deja deslindar hacia la inmortalidad con el alumbramiento de la vieja ciudad que lo vio nacer. Los hombres padecen en sí la perpetuidad del pecado, guardan tesoneros la resignación y expurgan de sus adentros las penas, eso hizo este egregio poeta.

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El ser y el ente en la estructura de la voluntad de poder

Para Nietzsche, el argumento del poder del lenguaje como arte es uno de los elementos constitutivos del nacimiento de una filosofía que debe establecerse como poder del ente. Esa acción contempla la posibilidad de construcción de un mundo que se da con todas las intenciones y condiciones que señala la subjetividad. Ese ente se da como instante, como construcción de lo no fundamentado. El ente para Nietzsche es fundacional, está dotado de un gran poder de invención que le toca engendrar al humano en la marcha de los caminos. Toda filosofía que pretenda desligarse del peso muerto de la tradición debe solicitar la fecundación como expresión del sí mismo. Yo no sacó mi saber de la tradición sino que lo genero como un emerger. La voluntad de poderío es interpretación, es hermenéutica, realiza un tipo de exégesis de la realidad. El arte aspira construir, modelar un cuadro de posibilidades y de propuestas del Ser. El Ser como tal nunca se ha mostrado sólo como presencia, lugar de construcción de la realidad, al contrario hay un esfuerzo, un caminar que va cincelando posibilidades de valores que se construyen no necesariamente atados al historicismo de la tradición. La filosofía se presentaría de lo claro a lo oscuro. No es desde un universo de categorías bien establecidas a partir de las cuales estaríamos en capacidad de mesurar la vida. Para Nietzsche la filosofía es vida, es poética, es impulso que sale de sí mismo. Ese impulso que se da en el devenir de su potenciación como acto y ejecutoria, está mostrando un mundo nuevo que no tiene miedo.

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Nietzsche sólo posee el lenguaje, el asalto de la imaginación. Es así que Heidegger señala como condición de valor dentro de la filosofía de Nietzsche el devenir, el respirar, la eficacia. Esa voluntad de poderío se encontrará en su acción con muchos obstáculos. La vida del artista es la fuente del estado más prístino, es el enfoque de vuelta sobre sí en la búsqueda de la sinceridad. Se trata de saber el Ser de ese Ser que no es otro que la voluntad de poder, esto sería entonces el discernimiento de la conciencia de la posibilidad histórica. Dilucidar el Ser del ente no es otra cosa que el señalamiento de ese ente como un ser infinito de posibilidades en la escogencia de sus lenguajes. No se trata de un lenguaje único y su construcción como podría ocurrir con una filosofía cimentada desde presupuestos lógicos. Es en la apertura de lo viviente con lo que nos ponemos en sintonía con lo inédito, con la voluntad de creación como imaginación. Allí se da al traste con el lenguaje de los grandes sistemas filosóficos tanto clásicos como modernos. El artista construye la totalidad del arte dentro de su totalidad, es él y a partir de su subjetividad que las cosas salen tocadas por el pincel del artista, por la pluma del poeta. En la argamasa del escultor está el hombre, sus imposibles se han hecho realidad. Ese lenguaje del ente como voluntad de poderío es entusiasmo que se ha desprendido del cálculo perezoso de una gramática repetitiva del hacer. No hay fórmulas desde este punto de vista, todo está sometido a lo intangible. No hay norte, sólo hay absolución de un lenguaje que juega en la hojarasca de la eterna creación. El arte como artesanía confecciona un producto sin ningún miedo. Ese instante absoluto y eterno de fecundidad no se ha impuesto barrotes que limiten su acción. En el arte está comprendida la voluntad de sus creadores, sus imaginarios, es la vuelta a la subjetividad, a eso que Heidegger ha llamado lo ontico. La estética nietzscheana es viril, lejana a los encantos y a un Occidente que ofrece la feminidad. El ente es cualquier cosa que se crea a sí mismo, que levanta sus vigorosas murallas sobre su voluntad y deseo. La realidad se crea y se destruye como lo ha dicho Heidegger. El arte es transvaluación de 130 / Nelson Guzmán

los viejos valores (Nietzsche), es un nuevo comienzo interpretativo de una realidad que viene de ser creada como diferente de la existente. Circunvivimos en lo decadente, inmersos en una realidad que sólo convoca a su reproducción. La plataforma de la decadencia es la religión, la moral. Se prescribe cual debe ser la naturaleza de nuestra acción. La crítica de Nietzsche se dirige directamente contra la apariencia. La filosofía occidental parte de la idea de un dualismo. El mundo contendría y navegaría en un infinito de desaciertos. Lo sensible es absolutamente limitado para el conocimiento desde el punto de vista de la creación de una epistemología de carácter sólido. La empiria se da como un obstáculo para el saber. Se justifica lo absurdo, se esgrimen argumentos como la piedad, la fe. Se cree en el sacrificio que nos aportará la equidad. El mantenimiento de todas esas fuerzas en cintura sería la garantía de la vida. Nietzsche ha insistido que la religiones en Occidente ubican la verdad en los trasmundos, esa mirada sublime remite hacia un desprecio profundo a la cotidianidad. El arte es anticristiano, antibudista y antinihilista. Hay una lucha en Nietzsche contra una ética del declive, contra una moral de la supresión. Esas posturas buscan constituir un mundo de seguridades. Los riesgos podrían ser la perturbación de la vida, podrían estar llamando a la mansedumbre, a la idolatría, a la obediencia de un Dios que protegería al hombre y que nos daría la pauta de la moral. Esa moralina en parte es el terror de los hombres hacia su cuerpo. Se trata de sucumbir en la sumisión. El mundo presentado como tolerancia, dentro de un cuadro de prescripciones. La voluntad de verdad está en la realidad de ese Ser. Se trataría entonces de no perecer de la verdad. Hemos sostenido la verdad en base a creencias, la hemos puesto delante de nosotros como inmaculada. El riesgo de seguirse sosteniendo el tradicional concepto de verdad de Occidente es sustraer el desarrollo y la fuerza que éste debe poseer. Lo suprasensible le sustrae a la vida su poderío, estableciendo un cielo que actuaría como límite (πηρασ). Este mundo habría estatuido como criterio de verdad al abortón de la naturaleza ceñido a su obediencia, se continuaba predicando una filosofía de la Tiempos de incertidumbre / 131

debilidad, creyendo en un hombre que no toma decisiones, que yace dominado por la religión y por la metafísica. Las determinaciones de la vida son declaradas como pecados e insurrección. A diferencia de la verdad el arte es creación. El arte destierra al nihilismo. Ha comprendido que hay un sistema de vida que no le corresponde, por lo tanto se debe abandonar. No se puede estudiar el arte como una estructura que no contemple al artista. Es desde la historia y genealogía de la subjetividad que debe darse la presencia y la importancia del hombre. Es significativo tener en cuenta a propósito de la preocupación estética cuál es el lugar de la pregunta o de la reflexión dentro del cuadro de la filosofía. Es primordial tener en cuenta el sentimiento de la época en el cuadro de construcción de unas ideas. La estética se fortalece desde una cosmovisión, desde un sentido de comprensión histórico.

Del sentimiento estético y del nihilismo En Occidente el problema ha sido el nihilismo; éste encarna valores de la insinceridad. Se ha impuesto el predominio de la debilidad. En el lenguaje hegeliano el arte se ha constituido y ha levantado sus fronteras y sus muros en tanto que espíritu, se ha creído en la fuerza de la razón. La estética se había hecho metafísica. La razón creía que todo podía alumbrarlo, poseerlo. Para Nietzsche la estética es la explosión de los fenómenos fisiológicos, allí está su fuerza en la psicología de los individuos. Cuando el arte es reducido a su explicación científica, encuentra un sentimiento de agotamiento. Lo mismo ocurre cuando se da la versión cristiana, budista, nihilista. La estética no puede enseñorearse en el sentimiento ineluctable, no puede limitarse a lo medible, a lo objetivo. La estaríamos despojando de su ebriedad, de la fuerza avasallante que la hace avanzar con fuerza hacia otro estadio. Heidegger no hablará en Nietzsche de la fuerza de los impulsos. El estado artístico es un fenómeno de aparición pasional, hay dos estructuras manifiestas en el arte: lo apolíneo y lo dionisiaco, en dicha confrontación se dan las fuerzas de señalamientos del camino histórico. 132 / Nelson Guzmán

Para que un objeto sea bello no debemos intervenir, debemos dejarlo ser en lo que le corresponde. Ese objeto debe por sí mismo darnos el placer. Lo anterior podría estar indicando una suspensión del juicio. Nos da placer eso que es firme y poderoso. Nos da placer todo aquello que está en resguardo de su fuerza, puesto que es poderoso. Lo bello es un estado de satisfacción. Para Kant se trata del placer de la reflexión. La caja de herramientas es la razón, se tienen unos utensilios que deben actuar como modelos. Para Nietzsche lo bello es aquello que determina en nosotros mismos el comportamiento y nuestro poder. Todo aquello que nos lleva más allá de nosotros está vinculado con la borrachera, con la ebriedad. Se ha salido de sí. Lo bello se revela dentro del sentimiento del esplendor, es la fuerza que nos saca del estado de inercia y que hace posible la revelación; ésta es un estado de ver, de cercanía con la cosa lejana. Lo bello nos acerca a un sentimiento de veneración. Nietzsche reivindica el estado de creación como éxtasis, allí reside una actividad que nos lleva más allá, ese estado se manifiesta como impulso, como fuerza, como poder de tránsito que se expresa como seducción, como deseo. El tránsito de lo uno a lo otro se da como un sentimiento fisiológico que anticipa al mundo, lo que aún no ha ocurrido se expresa como biología, como una biología cuya base es el poder creador, pero desde un sentimiento que no está marcado por una línea evolutiva, sino por la idealización de la fuerza y del poder que deben acelerar el tránsito. La estética no viene dada en Nietzsche ni por lo subjetivo, ni por lo objetivo. No estamos ante la clásica imposición del sujeto mediante su facultad subjetiva, no es el Imperio, ni las fuerzas de las categorías que todo lo determinan. Tampoco la estética nietzscheana viene dada por la aparición del objeto que actuaría unilinealmente sobre el ente, creando así un principio de dualismo de relación sujeto objeto. El arte ha sido considerado como una respuesta contra el nihilismo. El nihilismo pregona los valores de la sumisión. La tradición se enarbola como ejemplo a seguir. La cultura ha perdido la fuerza de empuje, se ha entregado a la barbarie de la repetición. Como elemento estructural se da en Nietzsche la insatisfacción en Tiempos de incertidumbre / 133

donde la naturaleza del gran estilo de la obra se revela como el movimiento y como el poder del ente como tal. La obra se muestra como actividad. Dioniso sale de sí y funda, va más allá de sí, sabe que hay un camino en donde expresarse. Hay una parte del estilo que ha quedado sin expresión, que se conserva en el lenguaje, que se manifiesta en éste. En Nietzsche hay la idea de que el gran estilo se da como fuerza, como impulso y voluntad del Ser. La dinámica del Ser se expresa como lenguaje, como lucha de dos elementos que se conservan en la unidad de la diferencialidad, allí persiste la fuerza como voluntad de afirmación o de negación. En el Ser los contrarios no desaparecen, se conservan; esa forma parte del gran estilo y de la voluntad que hace el trabajo de permanencia. Con Nietzsche dice Heidegger estamos ante un caos de razonamientos arbitrarios. En el arte se juega una accidentalización de elementos diversos que forman un contingente de mecanismos disímiles. Lo primero es el gran estilo, la unidad, el Ser y su movimientos desintegradores que conducen finalmente al establecimiento del Ser. Todo se da en el lenguaje, dentro de su fuerza. El cuerpo es la principal residencia de lo humano « dans lequel l’art poursuit son être [west] et d’où il jaillit est un état de l’être humain, donc de nous-mêmes. L’art appartient à un domaine dans lequel nous sommes et que nous sommes nous-mêmes ». (en el cual el arte persigue son ser y de donde brota es un estado del ser humano, en consecuencia de nosotros mismos. El arte pertenece al dominio donde nosotros somos y que somos nosotros-mismos).1

En Nietzsche, a diferencia del discurso de la ilustración la creencia en el cuerpo es más importante que la categoría de espíritu, éste (el cuerpo) ha sido estudiado más que el espíritu. El elemento del cuerpo expresado en su codicia, en su movimiento está señalando el 1

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supremo devenir de las cosas, el cuerpo es ilimitación, no hay en él una moral instalada y rígida. El cuerpo está lleno de libertad dentro de unas estructuras de lo social que lo restringen. La estética es la transparencia, es la visibilidad del conocer, para ese mundo todo es legible y aceptable. El arte es un lenguaje que va contra la gran frontera, contra los impedimentos. Nietzsche discute el concepto de clásico en la filosofía y en el arte, está persuadido que el logro de esto implica la posesión de todos los deseos. El lenguaje es contradictorio. Se posee una historia que se transmuta a cada instante. Los hombres y los dioses están llenos de pasiones. La fuerza como impulso y como historia retorna y realiza al arte dentro del carácter de su necesidad. Los hombres viven en el mismo yugo, allí las pasiones se enseñorean en la historia. Se busca ir más allá del mundo que parece asaltarnos e imponérsenos como destino. El arte es una estructura permanente de la voluntad de poder que necesita constantemente afirmarse, ese salir de sí es inmanente, necesario, se da dentro de las estructuras de la subjetividad de un mundo que está comenzando a imponerse. El universo de la creación es sólo atribuible al artista, a su esfuerzo, al carácter de su subjetividad. Esa inquietud funda un mundo que va mucho más allá de lo que la filosofía clásica ha concebido. La esencia del arte reside en su historia, allí se da la determinación creadora de la voluntad de poder como cambio. Hay una historia con sus significaciones de la cual emana el arte. El arte no se da como una voluntad ciega. La voluntad ha decidido que ella misma es historia.

De las propuestas del ente Dentro del itinerario y dirección de lectura de Heidegger con respecto a Nietzsche nos encontramos con el poder manifiesto del ente en sus interpretaciones. Vivimos dentro de un plexo cultural donde el ente ha demostrado la injerencia que tiene el ser que habita en el corazón del ente, esto se da como una determinación esencial con respecto a la historia del pensamiento. Se ha dicho entonces de Tiempos de incertidumbre / 135

la voz interpretativa de Heidegger que el ente tiene más voz que lo suprasensible, su poder se manifiesta como ser allí. El problema de la filosofía tradicional es que ésta evalúa el mundo dentro de una esencialidad que reside exterior al mundo, es el caso de Platón en su teoría del mundo inteligible. A partir de aquí el mundo sensible se hace subsidiario de la teoría de los universales in rebus. La determinación es extracorpórea, se da desde un lenguaje inconveniente el cual saca los problemas del accionar de la propia vida. La construcción de una teoría de las categorías con suficiente autoridad para establecer y presuponer cuál es el camino a establecer con respecto al conocimiento, tiene el problema de la aridez, actúa como una lengua superpuesta y sin movimiento que termina por despreciar la vida. Se plantea el asunto de la carga lexical, las diferentes denominaciones que éstas tienen y encarnan en lo real. Eso lleva a pensar la historialidad, su semántica se encarna de diversas maneras, está ubicada en un sinnúmero de interpretaciones. En la historia de la filosofía el lenguaje tiene un sustrato vinculante: la esencia. Fue en la lucha por el fundamento que el racionalismo clásico y moderno estatuyeron sistemas de análisis que pretendían darle un piso a la verdad. Es importante la postura de Heidegger con relación a Nietzsche en cuanto al conocer. Se parte de la idea de que se comienza a conocer a partir del étans, esta posición es de vital interés por lo que tiene que ver con el elemento de la vida. Para el conocer tradicional en el caso del platonismo, el conocimiento es teoría, abstracción, siempre hay un universal que actúa como esencia y retine en las cosas la esencialidad de la esencia, allí se estaría tomando como norte del conocimiento a la metafísica. A diferencia de este tipo de conocimiento el positivismo plantea como base la referencialidad, el elemento mesurable, empírico, concreto que está a la base de la reflexión. Cuando Nietzsche dice que Dios ha muerto está hablando de un hecho historial del Occidente. Está caracterizando los valores y las creencias de una época. El nihilismo ha suplantado con la técnica y la poesía un estilo

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de interpretación y de vida. Hay una tecnología del ser, estamos inmersos en un nuevo lenguaje. El carácter de desenvolvimiento del ente está apegado al nihilismo, al deber, a la moral que dicta y regimenta la vida. El poder de la fuerza para todo eso que puede despertarse no ha sido experimentado, abordado con rigor. El platonismo ha presentado su planteamiento desde la perspectiva de que es el filósofo quien debe dirigir la vida colectiva, y debe realizar este arte mediante la tecné, o de la serie de reflexiones científicas que adecuan la vida al saber técnico. Para Platón el arte del conocer hará visible al ser dentro del universo de las ideas. Con Platón se plantea el concepto de mímesis, no hay creación en el étan, sino imitación y haciéndolo se tiene como espejo al mundo de las ideas, éstas son eternas, son inmutables. La idea captura la multiplicidad de los entes. El artesano no es productor. La verdad en Platón se da como desocultamiento puesto que la verdad está allí y necesita ser develada, mostrada. Nunca se presenta, está o no está dentro del étan. Los objetos y las cosas son pruebas e ingenios de la artesanía, de la creación humana. En el platonismo la idea es el fundamento, lo que da un orden a las cosas, en ellas se referencian las entidades, los particulares existen en relación con su esencialidad, desde allí se manifiesta el idealismo platónico como expresión de su necesidad de presentación. El arte es simulación, mímesis con respecto a la idea, la producción siempre será en segundo grado. El arte no es la idea.

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El Chino Valera Mora o del asesinato de los sueños

Abigarrados dolores La poesía de Víctor Valera Mora da cuenta de la historia venezolana. De sus dolores, de sus desequilibrios se nutre esta poética de la referencialidad y de retos a su tiempo. El lenguaje del poder había impuesto duras maceraciones para los hombres que descreían del progreso. En Venezuela el impacto vertiginoso del tránsito del campo hacia las grandes ciudades extenúo la ruralidad, éramos los hijos del limbo, los que habíamos nacido para morir triturados por la violencia. Ayer como hoy las voces del pueblo fueron silenciadas, repelidas a plomo limpio. El brillo de los máuseres estaba allí permanentemente. Generaciones vencidas, atropelladas, aullaban sus dolores, no había ecos, se imponían los miedos atávicos en nuestra memoria. El Chino Valera se levanta como un poeta descreído, no ha entregado sus armas, mantendrá la dignidad de unos preceptos inconmovibles, la democracia representativa no será su lenitivo A estas alturas de la existencia quien me quiera pasar para la democracia representativa le voy a meter un panfleto por las narices para que sepa cómo se bate el cobre en las pailas luciferinas. Tiempos de incertidumbre / 139

Dos lenguas diferentes de nuevo asoman en la historia venezolana. Las violencias que vienen desde el origen de los tiempos se hacen impostergables aquí, nadie tiene un destino seguro. La gramática y su sentido han actuado dominando, poniendo límites a la creación. El mundo está vencido, se han periclitado sus instrumentos analíticos. La poesía del Chino Valera Mora exalta la oralidad, gallardea la altanería entre sus palabras. Se ha estructurado un sistema de comprensión que sabe de antemano que se debe liquidar a un mundo de obediencias indistintas. El Chino conoce de los obstáculos de la realidad, conoce sus miasmas, sus santones. Historia que se detiene en el culto de lo innecesario. A decir del Chino la Generación del 28 ha quebrado lo mejor de nosotros, sus líderes abren la tiniebla de la farsa democrática, hunden al país en el sentimiento bastardo de una democracia inservible donde deambulan los retenes para exacerbar lo que ha podido ser el esplendor. El Chino vive la decepción constituida por una generación que no supo abrir las compuertas de las libertades. Se había luchado contra el autoritarismo de Juan Vicente Gómez, contra el tejido putrefacto del gobierno de Pérez Jiménez y el país se perpetuaba sumergido en el hondo mundo del oprobio. Para Víctor Valera Mora la poesía no es otra cosa que revolución. El poeta debe extirpar el mármol de una eticidad corrompida. Hemos vívido entre creencias desgraciadas. El petróleo es un excremento maldito para nuestras vidas: «Las torres petroleras no cantan Luis Camilo/ No pueden cantar/ Escupen, escupen sombra, latigazos que nos llagan el alma». (Valera Mora, 1961). El Chino interpela el psiquismo del hombre, quien sabe de la dura mano de la exclusión, le habla al margariteño: «Hoy en el pelo sufres las terribles paredes/ donde tu voz y tu familia habitan, / difícil para tus ojos de Porlamar errante» (Valera Mora, 1961). La poética de Valera Mora prodiga su sueño, habla de la posibilidad de construir un mundo nuevo, de alientos estelares de libertad. El país yace hipotecado, maltratado por la bota infausta de los yanquis. La muerte asedia nuestras vidas. Livia Gouverneur, 140 / Nelson Guzmán

mártir de nuestro pueblo constituyó un ejemplo desgraciado de la barbarie que se venía ejecutando en Venezuela. El Chino la sitúa en nuestra memoria como ejemplo de una Venezuela que se empina desde los corazones de una juventud que ama a la vida. Valera Mora funge como biógrafo de los dolores del país. La generación de 1960 fue masacrada y se guardó silencio. Muchos de los que hoy reclaman tolerancia callaron los crímenes de Betancourt y de Leoni. El Chino soñó con un país emancipado. Venezuela a pesar de sus dolores, de sus hombres abatidos y de sus hijos dejados en el desamparo siempre ha tenido la palabra. Nunca hemos abandonado la lucha. El desangramiento no ha logrado callarnos. Valera Mora cree en su Maravilloso país en movimiento. Nunca hemos sido vencidos, la voluntad guerrera anuncia tempestades liberadoras. El Chino presagia el futuro, cree en el pueblo, apuesta a las grandes utopías de construcción del socialismo, nunca se convertirá en un renegado. Los pueblos de su mano encontrarán la redención, Valera Mora se siente un poeta del pueblo, se reclama de un nuevo lenguaje, blasfema en la tarde el destino histórico de una sociedad y de un orden que han pisoteado la dignidad. El Chino Valera espera, conversa consigo, siente el castigo y el ostracismo que se ha cernido sobre sí, no en balde ha vivido y ha de ser retribuido con el lenguaje de la esperanza, dirá en Cerco: «es cierto que estoy hecho para grandes decepciones/ y cierto también, preparado,/ para inexorables alegrías que vendrán» (Valera Mora, 1961). El poeta se asume como un hombre de vanguardia que no entregará ni renegará un ápice del camino que ha tomado. La idea es la revolución, el yugo del camino nos ha oprimido, lo cual no quiere decir que debamos traicionar nuestro ideario revolucionario. Valera Mora lo verifica en sus setenta (70) poemas stalinistas, no reniega de la solidez de su credo. Valera Mora fue un poeta de los días, de las circunstancias, de la perplejidad y sobre todo de la vida que cada día debemos resolver. Le canta a la muchacha abandonada en un terminal del país, al hombre hambriento que nunca entregará sus sueños, sino que combatirá hasta el final. El Chino roza la fenomenología de Tiempos de incertidumbre / 141

la cotidianidad, sabe del marasmo de la democracia representativa, las promesas han ahogado en llanto a una Venezuela que vive en el sobresalto. La poesía cubre con su manto a esos hombres que no tienen ningún destino seguro. En Canción del soldado justo el Chino toma la ruta de su autobiografía. Reseña su itinerario sin éxito, las grandes ilusiones se van quedando rezagadas, sueños y quimeras nos van abandonando. El Chino sabe de la complejidad de la sociedad de clases. Su voz de poeta no claudica, la revolución debe ser radical. Los saberes opresivos han de abandonarnos, el oprobio deberá tener su fin, mañanas resplandecientes esperan a la vida. Las tecnologías del poder todo lo vigilan, se silencian las palabras, se castiga y se humilla lo diferente. Las lógicas del capitalismo vigilan, encierran, acallan todas aquellas voces que no las reproduzcan. La década de los sesenta o del espanto en Venezuela violó los derechos humanos, encerró en las cárceles la rebeldía estudiantil, se mostró lacaya con la burguesía y con el Imperio norteamericano.

Historial de un poeta revolucionario Con su canto Valera Mora nos muestra su historial de poeta revolucionario. Sabe de su soledad, de la difícil aventura que constituyó su venida al mundo, no lo amedrenta el futuro, viene de un extraño abolengo de hombres humildes, su padre un obrero aniquilado por la tuberculosis, su madre una campesina entusiasta que logró terminar el bachillerato. El Chino sabe del difícil momento que vive la sociedad venezolana, está rompiendo con una ética putrefacta, ha puesto en entredicho todos los valores, no siente congojas por no haberse insertado, nada espera, sólo lo asalta la metafísica luz de un mundo mejor, sabe de ese costo. Los viejos ungüentos de nada sirven para lograr el sosiego del alma. América Latina vive su momento en Cuba, allí comenzaban a anidar las grandes utopías de redención del hombre. Los pueblos aspiran a liberarse de los antiguos yugos de la opresión. La poesía del Chino denuncia las grandes catástrofes que han producido las democracias occidentales. 142 / Nelson Guzmán

Sabe muy bien que la cultura está montada sobre una farsa. En Occidente domina el odio, en África la misma cosa. La vida tiene sabor a dólares en todas las regiones de este mundo. El Chino recuerda en su poética las grandes catástrofes que ha producido Estados Unidos. El extinto poeta Valdemar Vargas-Guzmán, desde la Isla del Burro, como preso político, diría que las bombas no dejan sino piedras sobre piedras y pueblan la vida de tristezas. Los gobiernos populares en cambio constituyen la esperanza de los niños, cada quien en los inmensos parques podrá cortar las flores que considere necesarias, hay una lógica diferente de la vida que nada tiene que ver con este empantanado y difícil mundo capitalista. Amanecí de bala (1971) es la puesta en cuestión de la democracia representativa. El 23 de Enero los dirigentes abdican el poder del pueblo y lo ponen en las manos de la burguesía. Comenzaba a tomar fuerza una democracia autoritaria que había guardado los resabios de la dictadura. La conquista del poder sirvió para privilegiar a unos pocos que darían comienzo a una democracia corrompida, en ese momento comienza una profunda desnacionalización del país. No se luchó por reivindicar la dignidad del otro. Los hombres seguían sin garantías. La única conquista había sido el voto, seguía dominando el golpe de peinilla y la violación de los derechos humanos. El Chino enarbola una poética de la contestación, de la denuncia. La poesía desciende a lo político, habita la cotidianidad del hombre, ha quedado demostrado que los nuevos partidos políticos de la Venezuela moderna nunca habían aspirado a la paridad. El Chino lo dice con toda claridad, vivimos en una farsa. Estima que este cinismo no tendrá largo aliento. En Amanecí de bala ve como los pueblos comienzan a madurar. Hoy nuevos factores están incorporados a la lucha. Combate el intelectual, el poeta, el obrero, ya no estamos ante la Venezuela campesina mil veces aplastada en sus reivindicaciones en el siglo XIX. Venezuela ha estado poblada por hombres dispuestos a defender su gentilicio. Los años sesenta, la Guerra Federal son momentos estelares de esta historia. Adriano González León cruzaría en País portátil dos mundos indistintos que defienden la dignidad, de un lado Salvador desde su butaca recordando sus mejores tiempos y del otro el joven Barazarte que Tiempos de incertidumbre / 143

vino a estudiar en la ciudad y se hizo guerrillero escuchando las viejas voces de la redención que reclamaban la palabra justicia. El Chino aclama las crisis de la historia, victorea a un pueblo que debe empuñar las armas en su búsqueda de su redención. Emiliano Zapata es la historia, igualmente lo es Galileo y todo el entusiasmo de voces que han gritado la redención. La historia es la comuna, los soviets, el socialismo científico. La historia es la voz extinta de Sandino que quiso liberar a su pueblo del despotismo. Nunca ha habido tanta democracia, tanto dolor como en la poesía de Valera Mora. Sus poemas son canciones para el pueblo, es comprensión definitiva que la historia es la lucha de conciencias. El Chino Valera Mora vuelve la palabra poética propiedad de los que nunca tuvieron voz: «Porque vendrán días mejores/ Estrella escupida en Guernica/ Estrella fusilada en Grecia/ Estrella rota sobre Guatemala/ Estrella ahogada en Bolivia/ Estrella de Corea flor de azalea ofendida/ Salud». (Valera Mora, 1971). El Chino sabe que en los años sesenta y setenta todos los pueblos del mundo han levantado su voz contra el Imperialismo. Habla de un futuro mejor, los pueblos no han claudicado, las armas están hechas para defender la libertad, para humanizar las almas. Sabe muy bien de los padecimientos de aquellos que han sido deprivados de todo lo que les pertenece. La libertad no es un asunto de humillación, sino de palabra que se forja en la lucha. Cuando El Chino escribe sus versos la razia de la historia ha impuesto su lenguaje a Vietnam, a Argelia, a Nicaragua, a Laos, a Camboya y a cuanto pueblo se resista a la tiranía del Imperialismo. El Chino escribe para hombres que no conocían la palabra mañana. Venezuela continuaba atropellada. Las élites gobernantes masacraban al pueblo. Venezuela era cuna de desaparecidos, de universidades allanadas, de sueños masacrados. Los que insurgían iban a dar al mar como sucedió con el profesor Alberto Lovera, o a Tacarigua, o al San Carlos, centros de reclusión para la época. Para los muñones de la generación de 1928 todos eran sospechosos, no fue posible construir una Venezuela justa. Cabe al Chino atacar al mito de la democracia representativa. Para la historia venezolana 144 / Nelson Guzmán

no ha habido civilización, sólo barbarie, las bases de la impunidad siguieron residiendo en el plexo de nuestra cultura. La historia se ha negado a cargar con sus despojos, el exilio rubricó una palabra abortada. Los años sesenta al igual que los cincuenta fueron años de crímenes, de pobreza, de indigencia, de intolerancia. Los sueños del Chino fueron los de la Venezuela irredenta, se liquidó a un país por sostener la idea de libertad y todo esto se hizo con los rótulos democráticos. La intolerancia pretendió acallar las palabras, cercenar el pensamiento. Los años de Betancourt, de Leoni y de Caldera representaron el miedo. Los desaparecidos no han sido bien contados todavía. Víctor Valera Mora nos lega una poesía de combate, describe una Venezuela de lágrimas. Los penales estuvieron atestados por una juventud que se negó a callar. Se inmolaron los hombres pero continuaron los sueños. Cuando cuarenta años después se nos entrega a un desaparecido, sabemos que aún hay una Venezuela enterrada a la cual aún no se le ha hecho justicia. El Chino conmina en su poesía a que acabemos con los símbolos del respeto hacia una cultura que nos ha ido enhebrando en el tiempo. Hay que enterrar los viejos símbolos. La cultura debe estallar. La generación de los sesenta no se reconoce en esta farsa, habitamos en el seno de una opereta, se ha impuesto el sainete, vivimos un mundo baladíes sin garantías de la trascendencia. Nadie quiere arriesgar un gesto radical, total dirá el Chino vale lo mismo morir de muerte sana, cristiana, que de un balazo en la cabeza. Estamos atornillados a una muerte lenta. Los derechos han sido conculcados, las tardes son las mismas. El mundo poético de Valera Mora es un retablo de emociones, su poesía escruta el sentir y se pregunta por los sentimientos de una mujer que recién venga de hacer el amor. Estamos dentro de un discurso hermenéutico, del despertar de una ontología de la multiplicidad donde somos con los otros. La semántica de esta poesía horada al alma, allí emergen mujeres que no tiene cielos más altos que nosotros mismos, en Amanecí de bala (1971), también dirá: Tiempos de incertidumbre / 145

Ellas comprenden Y no tienen cielo más alto Que nuestro regreso Ellas se quedan solas Desveladas Pero un día de soles rojos Dormirán sobre nuestros párpados Como en el fondo de una fiesta Allí puede estar la historia de una novia, de una madre o de una hermana. La vida en el país es quebradiza, se impone lo efímero, nadie cuenta con el mañana. Las balas no conocen las garantías constitucionales, ni los dictámenes de Betancourt son para ilusos. La muerte se impone como una polvareda. Los hombres han ido cayendo desde el arcano de los tiempos sin más recuerdos que la conciencia de la madre, de las hermanas, de las esposas. País de frenesí donde cada quien apenas comenzada la pubertad tiene preparados sus aperos para marchar hacia la redención. Dirá el Chino en Siempre la Guerra (1971): «Soy el testimonio más fiel de mi país en guerra». Asimismo, en Al rojo vivo, muestra su desacuerdo diciendo: y es una locura decir adiós a las armas cuando podemos levantarnos más altos que la corona de los déspotas por voluntad de esas mismas armas

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La muerte en el país de los acechos El Chino se siente asediado en un país donde no hay garantías, lo más proclive son los gritos de guerra. Todos caminamos por las calles aceradas de muerte. La ciudad intersticial nos posee de miedo, lo urbano es un peligro, disparan las radio patrullas. La muerte no tiene reclamo. La pregunta del Chino es quiénes son responsables de esta tiniebla. Supo este poeta que los derechos serán retornados a los hombres por sus luchas. Sólo la mano de nosotros mismos nos repatriará de las tinieblas, sobre los seres de este país reconocemos violaciones de sus derechos, barbarie. El bárbaro actúa mandado por una voz que nunca aparecerá. El crimen se torna impune, nadie será condenado y seguimos creciendo como siempre armados de nuestras corazas. Como pueblo hemos aprendido a hacer risibles nuestras desgracias, la poesía del Chino Valera Mora es su perpetuo manifiesto contra un mundo que ha degradado al hombre y al cual él no añora. Valera Mora evoca el amor a raudales, celebra al frenético cuerpo de mujer, penetra en la ebriedad del sexo, del amor apasionado, olores de arcillas hacen nuestros los vegetales y los paraísos. El musgo es el aroma de las raudas pasiones inmortales de los hombres. Valera Mora fue el poeta del ciudadano de a pie, donde la revolución y la poesía se sostuvieron de las manos sabiendo que vendrían días de profundas angustias, de heridas que no cicatrizarían. Su poesía fue historia, juramento, lealtad, compromiso vehemente con unos preceptos que no podían ser traicionados, los de la libertad de los hombres. El Chino Valera Mora al igual que Ludovico amó el vino, convocó los mundos desvaídos, allí vio las estrellas, dialogó con ficciones, como pastor de nubes corrió de una esquina a otra en el río del lenguaje y como nada muere en la poesía fue eterno, fue la voz de una época y el cantor convencido de un país que se bate por lograr un porvenir de justicia. En la lengua del Chino, perennes están no sólo los camaradas aniquilados en los sesentas, sino hombres como Ezequiel Zamora. Todo aquel que ha enarbolado Tiempos de incertidumbre / 147

un palabra altisonante como imperialismo, libertad, debe saber que los venezolanos tenemos esa honda palabra que es Amanecí de bala y que forma parte de nuestro ser como pueblo. El Chino es el intérprete de un pueblo que padece y que siente que hay hondas razones por las cuales la revolución no puede fracasar.

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Poder e imaginarios preteridos

Las lanzas coloradas recogen el imaginario preterido de una Venezuela hundida en ciclos sociales más cercanos a un mundo rupestre que a la modernidad. Los dueños del poder, los amos, se han reservado el derecho al uso de esa nomenclatura. Presentación Campos no la puede utilizar, pero sus ojos son tan pertinaces que es imposible verlo sin tratarlo como a un superior. La vida social en Venezuela comienza a ser trastornada por las obediencias individuales que imponen estas psicologías y se convierte en un estallido. Semántica fundacional de una tierra que ha huido de sí misma. Selvas intrincadas que parecían no tener dueños. El europeo había llegado a alterar antiguos ciclos, viejas cosmogonías del mundo. Se comenzaron a crear sus respectivos patíbulos, se buscaba castigar a todo aquel que no respetase las leyes que cada quien establecía. La Capitanía General de Venezuela fue refugio de bandoleros, de enfermos, de prisioneros contagiados por la sífilis y la ignorancia y también de gente muy inteligente. No vinieron a las tierras venezolanas tan sólo las mejores poblaciones de España, sino los desajenados, los bandoleros, los estigmatizados en lo político. El delirio de la buena vida, la conquista de la libertad y posteriormente del oro, embarcaron a muchas almas a la búsqueda del paraíso. Habíamos recibido a facinerosos, a gente proveniente de los calabozos de Cádiz. La ficción de la riqueza súbita los había hecho emigrar y navegar sobre mares encrespados. Los prisiones prometían pocas cosas, en alta mar se había querido dar cuenta de la vida de Cristóbal Colón, un milagro presentó allá lejos, la costa. Acababa de comenzar una nueva historia. No se sabía que se venía de descubrir un nuevo mundo. La voz de Rodrigo de Triana gritaba tierra, las tensiones comenzaron a disiparse en alta mar. Tiempos de incertidumbre / 149

La crueldad fue el testimonio más brutal que se hubo de vivir. Los españoles comenzaron a desangrar aquellas tierras. Se impuso la esclavitud entre hombres que aun no conociendo la filosofía de las luces intuían que ese era el camino. El poder se enfrenta a otros poderes, el arcabuz cabalga sobre la cerbatana. El Dorado disipa las angustias, los indígenas ensoñaron más allá de los mares esta ciudad fantástica, solaz de la felicidad. Se marchó en su búsqueda y muy pocos regresaron. Dos sapiencias se enfrentaron por el poder. La magia y la racionalidad anidarían en nuestras almas. No se conocía la geografía de América, no había mapas, los sitios eran recónditos. El español no poseía el dominio de las lenguas indígenas, la semántica se llenó de ficciones. Los baquianos del Dorado desaparecían, no estábamos en el lugar geográfico adecuado, El Dorado era inencontrable, la palabra se perdía en un territorio espinoso. No había vocablos, ni sonidos que nos condujeran a la comprensión exacta de la existencia de aquella nueva cultura. América había nacido de la rabia. Al lado de la escoria llegó la osada España. Todo aquel que no encontró lugar en la metrópoli se vino a fundar una nueva vida. Convergieron tres razas con contenidos disímiles del mundo, esa amalgama generó la diversidad de opiniones, al arcabuz se le enfrento la flecha, al mundo matemático le surgió enfrente la sapiencia milenaria indígena. América a través de los siglos había curado las enfermedades tropicales con las cortezas, con las pócimas extrañas que sólo aquella naturaleza podía ofrecer. Francisco Herrera Luque contaba que el valle de Caracas fue objeto para la época de una de las más enjundiosas matanzas. La historia nos mostró un camino, el de la indianiadad, el de la diferencia. Era inútil buscar en Venezuela hombres puros, estábamos construidos del sobresalto de las ciudades portátiles que comenzaban a aparecer. Los españoles ya enriquecidos hicieron venir a españoles sin dinero, pero con títulos nobiliarios para que desposaran a sus hijas. Se debía demostrar ante la cristiandad que éramos hombres, que podíamos acceder a la razón, había que blanquear la raza. Luego que Europa fue expulsada de nuestros predios, no se desechó la idea 150 / Nelson Guzmán

de coronar a Bolívar, Europa siempre ha estado en nuestra memoria tratando de seducirnos con sus atavismos. Se persistió con la idea de repoblar América con hombres blancos. No se creía en aquella cultura del sobresalto. Cuarterones, quinterones, mulatos en general no podían atraer nada bueno y bondadoso. Los íconos europeos nos invadieron, sin embargo en el substrato perduraban los Orishas africanos y las cortes indígenas. Somos una cultura de los límites, de las metáforas, del sin sabor de no sentirnos definitivamente cerca de nada. Tanto Changó, el negro Felipe, la reina María Lionza, Guaicaipuro o San Francisco de Asís pueden enrumbar nuestras vidas, todo ha sido posible en América. Las implacables leyes inquisitoriales españolas habían pautado un modo de vivir que condenaba a todos aquellos que reclamasen la libertad de espíritu. Los más ilustres venezolanos habían abandonado Caracas para escapar de la severidad de las leyes de España. La Primera República venezolana dejó herida la carne del país, se ahorcó, se fustigó, se violó y se satanizó a todo aquel que no se reclamase del reino de Dios católico. Sanar entonces era doblegarse, arrastrarse ante la semiótica de los imperios. Venezuela a pesar de ser una de las capitanías generales más pobres de América, disfrutó el privilegio de contar con la literatura política de la ilustración, la cual nos llegó de las islas y del comercio inglés. Siempre da sus frutos pertenecer geográficamente al norte. Eso permitió a los negros y a los pulperos de pueblos ser ilustrados. Se convocó la idea de República. No éramos hombres cautos, sino defensores de la negatividad de la filosofía ilustrada. Como constructores del nuevo mundo debíamos fundar el porvenir. Se estaban combinando la política y la religión. Debíamos ser obedientes. No reconocer al Imperio era un gesto de sacrilegio y merecía el castigo. Bolívar en 1812 pronuncia sus célebres y terribles palabras que conducían a dudar de la ira de Dios. El pueblo clamaba redención, es por ello que fue desconocido Vicente Emparan como Capitán General de Venezuela. La represión contra la conciencia pública fue feroz. Se aniquiló a un pueblo sin compasión. La conciencia católica era olvidadiza de los derechos humanos cuando Tiempos de incertidumbre / 151

se trataba de contener la rebelión. La religión católica actuaba como un cemento que legitimaba un orden. La religión sólo debía servir para beneficiar a un grupo. Hubo que aprender una sola lengua, la del amo. Los muertos de América no cuentan, forman parte de otro de los grandes errores de la Europa culta. Esos cadáveres sólo nos pertenecen a nosotros mismos. Se les mató simplemente por irracionales y eso debería bastar. Las cláusulas de una sociedad hipócrita comenzaban a mostrar que los intereses de la Península eran diferentes a los de la oligarquía criolla. Los maltratadores de esclavos eran sus dueños, es decir la oligarquía, a quienes se les denominaba mantuanos. Dos o más Venezuela se crispaban, cada clase social quería tener la razón. El poder constituido no iba a ceder un ápice de terreno. La oligarquía había impuesto su conciencia y ejecutaba el mando de manera compartida. La oligarquía ya no se sentía representada por España y allí comienzan las disputas por el control. Caracas vivió el estallido de la naturaleza, el terremoto del 26 de marzo de 1812 abrió la tierra en dos, todo aconteció como si fuese el último suspiro de la vida. El limbo del desasosiego volvió sobre sentimientos atávicos, desobedecer a España era pecado mortal, el poder constituido se hizo acreedor de aquella monserga. A Bolívar indómito le tocó bajar del pulpito a pocas horas del terremoto a un religioso. Los hombres tenían derecho a definir su historia sin aquellas retrecherías. La geografía y el espíritu de fragor del venezolano sólo podían ser resignificados por el verbo barroco de aquel raro español salmodiado por otros mundos que habían penetrado la estructura de la lengua y en las interioridades de nuestro inconsciente colectivo. Allí cohabitaban África, América y España. Sobre Caracas parecerían abatirse viejas maldiciones incoadas por los indígenas contra los españoles y sus hijos. Se pensaba que las almas de los indios empalados habían tomado la ciudad. Aquel realismo mágico empezó a vivirse como certeza. 152 / Nelson Guzmán

La vida cotidiana se había hecho de ritos cristianos mezclados con las creencias indígenas y africanas. Todo era posible, la magia formaba parte de la realidad, los ríos eran estelares. Las lloviznas caían enjutas en los tejados rojos, estábamos a las puertas de la guerra general. No se podía hacer nada más que dejarse arrastrar por el huracán. Arturo Uslar Pietri con su novela histórica capta los planos de expresión de la Venezuela del siglo XIX. No se podía hacer otra cosa que seguir la fuerza del espíritu. Dos mundos estaban en disputa. Impera el saqueo y el bandolerismo. Las leyes se habían doblegado ante las pasiones. El lenguaje de la guerra era la muerte. Estábamos en una guerra civil donde cualquier cosa podía ocurrir. En la memoria se cultivaban deseos de libertad, con el trueno de la violencia pueblos y caseríos enteros desaparecieron de la faz de la tierra. Uslar retrata en Las lanzas coloradas a Presentación Campos. Los instintos más bajos del esclavo le pertenecen; encarna la desobediencia. Los espíritus de aquellos hombres estaban alterados por la guerra, el proceso se presentaba sin precedentes. Las comparaciones mostraban a esos hombres como mejores que los amos. La tierra estaba poblada de transgresiones. La guerra podía depararlo todo. No se sabía hacia donde se iba, pero estaban allí los mestizos empecinados en sus ambiciones. A partir de allí nunca más se pudo restablecer el orden. Los hombres abandonaron sus antiguos roles. El esclavo ambicionó la dirección de las haciendas, dicho en términos de Hegel, esos sujetos habían perdido el miedo a la muerte, se sabían capaces de sustituir a los amos. Los mismos atropellos de amos y propietarios fueron instrumentados por estos hombres casi salvajes provenientes de la peonada. La transgresión se convirtió en atributo. Las tensiones en el pueblo venezolano se han mantenido intactas por siglos, cada quien creyó en la dignidad de su conducta. Las masas le guardarían fidelidad a quien mejor los interpretaba. El Taita y Páez encarnaron en el llano la obediencia, el peón que los combatió murió en el intento, el que se apegó a sus convicciones disfrutó la bonanza instantánea que pueden deparar saqueos, violaciones y fragores. El Tiempos de incertidumbre / 153

atraso formaba parte de la vida de los hombres del campo en el siglo XIX. El analfabetismo ha sido una constante en un campo desigual, donde el primado es la propiedad terrateniente, las enfermedades y la muerte. La independencia fue una lucha de fuerzas, de ingeniosidades donde no todo el tiempo se impuso el ideal redentor de fundar una sociedad nueva. La independencia proporcionó a Páez un nuevo modo de vida que lo condujo posteriormente a rodearse de la oligarquía valenciana. Se disputaron el poder y la fuerza, la sociedad justiciera no se presentó como un ideal incólume. Se abrió la guerra por el control. El caudillismo en la segunda parte del siglo XIX asoló a Venezuela y ofreció un modelo de gobernabilidad unigénito.

Los ciclos estelares En América habían emergido dos poderes diferentes: el del criollo y el del peninsular. En el proceso de interpretación de la realidad cada quien se reclamaba más exacto que el otro. La realidad americana estaba sumergida en ficciones que evocaban lo fuerte o la degeneración de la raza. El substrato continuaba siendo el poder. La vigorosidad del rayo, de los montes, de los ríos nos había hecho comprender que vivíamos en el entramado de una sociedad y naturaleza desbordada. El poder de nuestra literatura fue la hipérbole. Se cultivó en Europa la idea del retraso cultural, no se atinaba a ver que simplemente América era la otredad, constituía otro lenguaje. Estábamos ante un sentir diferente. El hecho religioso no era lo mismo en España que en América. Igualmente podíamos afirmarlo del hecho político. Como lo ha señalado Uslar Pietri, los venezolanos de aquellas épocas no reclamaban ser venezolanos, sino que simplemente eran súbditos del rey. Los esclavos eran al contrario cosas, brazo y fuerza que producían mercancías. Los indígenas, los negros, los cuarterones, los quinterotes, los mestizos, los zambos y los mulatos tenían un dueño: el español y el amo oligarca. La ficción tenía una realidad de donde emergían las voces profundas. En todo aquel imaginario bullía la inconformidad, 154 / Nelson Guzmán

la necesidad de crear una lengua y unas costumbres que señalaran el poder de las normas. Aquel mundo se fractura en el desencuentro de lecturas y de ambiciones. Los americanos no soñaban con la Península porque allí no estaban sus vivencias, sino la de sus padres. Uslar Pietri destaca en el poder de la prosa de los narradores latinoamericanos, una psicología del gusto. Se recrea el buen decir y el poder que ejercen las imágenes como elementos de seducción en el otro. La escritura es persuasión. En Venezuela la literatura ha estado hondamente influenciada por la política, por la pasión del discurso. Rómulo Gallegos explicó al venezolano desde la ruralidad del llano. Con Pietro Figueroa se da el caso del político prestado a la literatura. En la literatura venezolana, en su carácter fundacional aparece el héroe como fundador de la epopeya y de la patria venezolana. Los héroes lo son en el riesgo. Lo han dado todo por el futuro. Los hombres le arrancan el poder a las tinieblas y de allí emergen apertrechados de una gloria que los hará alados y reales. La gloria es una segunda permanencia de los hombres en la vida. Eduardo Blanco en su Venezuela heroica nos presentará unos héroes invictos que acompañados de sentimientos de justicia nos legan una épica que es la montaña más alta del saber. Pedro Zaraza abate al Boves imaginario que ya había liquidado en la sabana de Urica, este hombre fue un disipador de tinieblas. Salva a los hombres del maleficio, pero ello implica la ocultación. Pocos son los historiadores que señalan a Zaraza como el responsable de este hecho, y lo hacen de esa manera para no correr el riesgo que otro poder –como la muerte– se vuelque sobre ellos. Como lo ha dicho Uslar Pietri Bolívar es otro extraordinario impulso de la América, de este hombre brotan el ímpetu, la astucia y el entusiasmo por construir un Nuevo Mundo. Bolívar fue la utopía, estuvo en él el anhelo de fundar un Nuevo Mundo. No avalaba la batería de la Iglesia española que reclamaba la perennidad de un rey. Bolívar fue un ilustrado, un hombre que supo fundir el ejército republicano compuesto por castas, con las milicias de negros, de indígenas y mestizos, que a la postre sería nuestro ejército libertador. Bolívar se inspiró en el poder del pueblo. Salió de la magia de sus Tiempos de incertidumbre / 155

discursos la idea de crear una República independiente. Rodríguez se reclamaba de la ciencia y de su poder de vencer la oscuridad, su gran proyecto fue recuperar el alma de los hombres mediante la escuela. Una escuela para pardos, para indígenas y mestizos era una real osadía, por eso tuvo este hombre que salir huyendo de Caracas. La escuela de Simón Rodríguez evocaba la necesidad de la técnica para construir la nueva América. La dialéctica de la Ilustración había conquistado el corazón del Nuevo Continente, la negatividad de la razón y sus poderes debían dar al traste con aquel mundo atrasado que imponía su poder con instituciones como la Iglesia católica. Caracas fue levantística, el poder español sirviéndose de su literatura y de los sermones de la Iglesia aprovechó para hacer circular, entre el pueblo en 1812, la idea de que el terremoto de Caracas había sido el producto de la maldición de Dios hacia un pueblo que desconocía sus verdaderas autoridades. Las palabras de Bolívar fueron claves en este maremágnum, Bolívar arrebatado por su furor revolucionario bajó del pulpito al cura que se aprovechaba de la ignorancia del pueblo de Caracas. Parecemos estar en la hora de las interpretaciones. La pregunta es ¿quiénes somos? El mismo Bolívar trató de responder afirmando que no somos ni europeos, ni africanos, ni indígenas. La respuesta es la del mestizaje cultural. La historia impuso un solio inesperado a la identidad. Ante las teorías de la asimilación, de la integración, la respuesta luce evidente, somos una mezcla que no ha detenido su ejecución y que está en búsqueda de su propio camino. Las teorías del encuentro cultural son muy débiles, olvidan las heridas, las separaciones entre dos mundos diferentes que no son complementarios. Lope de Aguirre vivió un concepto de integración aguerrido. El español impuso su traza a como dio lugar. América se convirtió en fuentes de asesinatos, se degolló a los indígenas, se violaron sus mujeres, se esclavizó a la población africana, todos fueron asaltados por aquel infausto mundo de violencia.

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La colonización para justificar su empresa trató a aquel mundo como atrasado, intersticial, proveniente del ocaso de los tiempos. América era diferente, había que descolonizar nuestro pensamiento. No aceptábamos el concepto de minoría de edad. El desarrollismo no nos cuadraba como propuesta, Europa por sí misma no era el modelo. Éramos un hibrido cultural que había que entender. La idea de civilidad nos agotó, dio al traste con una buena parte de América, el crimen tuvo su cobijo. Se exterminó al aborigen en muchas regiones, los negros padecieron la institución del esclavismo. La empresa de la civilidad dejó en nuestra alma hondas cicatrices.

La ciencia como búsqueda de la libertad América como región de todos los comienzos presenta la particularidad de querer explorarse; haciéndolo hemos descubierto lo que somos. Nos hemos dado cuenta que no existe un mundo unigénito. Se creyó en principio en el positivismo, en la determinación, luego los paradigmas de investigación filosófica y científica se complejizaron hasta planteársenos el problema de la incertidumbre. América ha tomado como fuente el mestizaje, sin embargo todas las culturas están mezcladas. Lo principal sería enarbolar una cultura de la descolonización. En América fracasó la teoría de Darcy Ribeiro de la existencia de pueblos nuevos que construían y amalgamaban una nueva sensibilidad. A pesar de ello hay que señalar que el plexo de valores de la sociedad tradicional ha sido fuertemente golpeado. El mundo se estructura como una mercancía. El uso y la utilidad de las cosas han gobernado por encima de lo convencional y de la ética. El neoliberalismo ha diseñado un mundo para el confort. Sin embargo dentro del lenguaje de esa sociedad multidimensional nos encontramos con valores como el individualismo. El capital ha pretendido tasarlo todo, la moda ha uniformado al mundo. Hoy se reacciona ante la naturaleza de otra manera a como se hizo en el siglo XIX. Los hombres se saben capaces de hacerlo todo, la Tiempos de incertidumbre / 157

imagen del hombre como arquitecto se ha hecho cada vez más plausible. Los roles sociales se han transmutado, nadie cree dormir un sueño cierto, invadidos por máquinas, capaces de decisiones insospechables, parece estar comenzando otra sistémica de la vida. El poder está allí socorriéndonos entre bastidores para ayudarnos a comprender que podemos existir sin el otro. Sabemos ya que podemos prescindir de Dios y de la tradición. La cultura posmoderna ha significado un enorme salto de garrocha donde el tiempo ha visto alterado sus ritmos anteriores. El Internet ha acercado las distancias. No importa la hora, nuestros mensajes penetran en las oficinas y en la vida privada, la existencia se ha visto sorprendida. La digitalización y el escaneo nos muestran regiones invisibles del cuerpo. La revolución ha sido inminente. Nuestra aspiración es terminar como dueños absolutos del mapa genético. No hay riesgo u obstáculo que tenga la vida que hayamos intentado evitar. Los centros parecen haberse agotados, desde cualquier parte del mundo puedo estar informado y conectado al espacio internauta. La cultura de la globalización nos ha impuesto unas determinadas reglas, el mercado se ha universalizado. Las mismas estupideces se piensan en lugares remotos. Un modo de vida se universalizó. El béisbol, el fútbol, el básquetbol forman parte de la cotidianidad de un planeta cada vez más golpeado y homogenizado. El capitalismo ha castrado la conciencia, los pueblos han aceptado en general su sometimiento. Se reniega de la cultura ancestral, pueblos enteros buscan borrar su pasado, se sienten avergonzados de su tradición. Las poblaciones creen no tener historia. Es importante destacar que nuestro proceso de emancipación se forjó con la figura de Bolívar. El Libertador representó el sacrificio, el arrojo, la valentía y la utopía. Bolívar funda un nuevo mundo, sus preceptos fueron los de la revolución francesa, se podía alcanzar la condición de ciudadano, era posible sacar a los hombres de las tinieblas de la esclavitud, para ello fue preciso desarrollar la guerra. América parecía una tierra de nadie, lanzada a la batalla, los unos por una franja de tierra, los otros en la esperanza de comenzar a fundar la civilidad y a crear un Estado que nos encaminara hacia 158 / Nelson Guzmán

la gobernabilidad. La guerra mostró nuestro gentilicio de pueblo, los más, éramos hombres que no vacilaríamos, no teníamos miedo. En el territorio habíamos sufrido de todo: matanzas, violaciones, fiebres endémicas que habían diezmado a poblaciones enteras y sobre todo el paludismo. Debíamos construir nuestros propios íconos, a la larga lo lograríamos. Las ideas del Libertador convocaron hacia la libertad. Los peones se incorporarían a una lucha cada vez más necesaria. La Capitanía General de Venezuela tenía al pueblo más cruento y más herido del continente. Bolívar proclamó de nuevo la República en Angostura. Los pueblos reconocerían a aquellos hombres reunidos allí como sus auténticos representantes. Para Bolívar lo fundamental era la ley, trató de inspirar una sociedad democrática e ilustrada. La lucha de Bolívar contra la hegemonía española no significaba que debíamos caer en el extravío y reclamarnos de otra tiranía. Ser libre era la invención de ser, alcanzar como lo había dicho Kant nuestra propia mayoría de edad. Debíamos asumir el riesgo de administrar por nosotros mismos la República.

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Colón y América y el colonialismo

Cristóbal Colón representó la fuerza, la pujanza y el sentido que el siglo XV había tomado. La vida de este marinero resultó llena de ideas, tuvo que empujar fuerte para que los reinados de la Europa de la época lo tomasen en cuenta. Colón buscaba encontrar un paso seguro en el comercio hacia las Indias, su propósito fue evitar las trifulcas que se presentaban en el Mar Mediterráneo y facilitar la comercialización. El comercio en ese mar angosto era encrespado, eran aguas de las trifulcas y de piratería. Cristóbal Colón presentó su proyecto de navegación al rey de Portugal y fue rechazado, lo mismo haría con Venecia donde no encontraría receptividad. La fortuna tampoco había querido alcanzarlo en España, ni en Inglaterra. En el caso de los italianos estaban más interesados en buscar vías de navegación hacia África. Los reinados de Castilla y Aragón no terminaban de dar el sí a esta interesante propuesta. Sólo fue después de muchas ventiscas cuando Isabel la Católica y Fernando de Aragón accedieron a financiar la ambiciosa empresa ultramarina de Cristóbal Colón. España como Imperio no sólo colonizó, sino que impuso un imaginario de justificación de una empresa de ultramar que no escatimó esfuerzos para las matanzas y la destrucción cultural de un mundo donde acaban de llegar. No hubo descubrimiento, se descubre lo primigenio, lo que se funda. Acá nada de eso ocurrió, simplemente llegaron los condenados, la pústula social que se podría en las cárceles fraguó la esperanza en el gran negocio que era América. El oro y la planta exacerban la barbarie, se desatan las ambiciones y el vasallaje. El catolicismo trabaja con las categorías de primitivos y civilizados. Muchas son las cosas e imaginarios que asaltan a Colón en su travesía por la mar océana. Deja constancia en su diario de Tiempos de incertidumbre / 161

navegación de su miedo a los unicornios y a los perros de mar que según las creencias se comían a los humanos. Algunos tratadistas dicen que aún arrastraba Colón las creencias de la Edad Media. Colón había firmado Las Capitulaciones de Santa fe, mediante estas se le nombraba Almirante de la mar océana, se le otorgaba el Virreinato y el gobierno de las tierras descubiertas, la quinta parte de la mercancía y la décima de los metales que se extrajeran, se le consideraba socio de la Corona española en esta empresa. Las técnicas de navegación comenzaban a avanzar, los marineros contaban con el astrolabio y con otros instrumentos. Sin embargo no supo nunca este marino que estaba descubriendo un nuevo continente. Para esa época solo había tres continentes y no se tenía la suficiente información de los mares. Se imponían aún los criterios científicos echando mano a la física de Ptolomeo y a las viejas creencias de que la tierra era plana. Colón centra sus sueños en la teoría de Toscanelli La ciudadanía de Colón no es clara, a los veinte años participó en la armada de Génova, de allí se desprende que posiblemente esa sea su proveniencia. En su primer viaje por el mar océano atraviesa toda suerte de contratiempos, el más duro la insubordinación. Los hombres que venían en la Niña, la Pinta y la Santa María eran asaltados por la idea del extravío, sofocar aquella rebelión era difícil, la fortuna hizo posible que desde la Niña, Rodrigo de Triana atisbara las primeras luces que hacían sospechar que la tierra estaba cerca. El primer claror se hizo realidad, llegaron a Guanahani (San Salvador), y se cuenta que la impresión de Colón fue creer que estaba en el paraíso terrenal, aquellas arenillas eran límpidas, los cielos claros, los pájaros marinos cabriolaban sin ninguna inhibición. La misión honda y rauda de Colón era catequizar. Aquellos hombres vivían en una vida donde no había sospechas. El psiquismo europocéntrico de Colón trazó el plan de llevar por lo menos siete habitantes de aquellas tierras a la Reina Isabel la Católica. Ya posesionado de sus haberes partió hacia España el 3 de enero de 1493, dejando en la Isabela el Fuerte Navidad, las ambiciones y

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la intolerancia diezmaron aquel proyecto. Cuando Colón regresa encuentra la deserción y la muerte. Los españoles entraron a disputarse el mando. América había nacido bañada de sangre y de contradicciones. Aquellos hombres no tenían el espíritu fundacional, encontraron en todo aquello la posibilidad de la riqueza fácil. La experiencia de esos españoles no era halagüeña, venían de largas estancias en las cárceles, lo remoto los entusiasmaba, el destierro les hacía soñar que tal vez pudieran cambiar de vida en aquella tierra de gracia. El encanto prontamente encontraría su limitación en su altanería y en la intolerancia que comenzaron a tener frente al juicio de los otros. Ese primer roce estaba señalando una historia, un sentido, habíamos nacido en la disputa, en la sangre y en el enfrentamiento armado, aún no había leyes españolas que pudieran arreglar aquellos entuertos. Cada quien preservó lo suyo con la fuerza de las armas, y con dentelladas certeras. Los testimonios que Colón nos da en su Diario de viajes, confirman con claridad la absoluta mansedumbre de espíritu de los indígenas. Los comentarios de Colón ponen en claro que su interés era cristianizarlos, atestigua que no aspiró a utilizar la violencia. Se percata el Almirante que está ante otras costumbres, ante reglas diferentes de vida y de interpretación. La idea suya era la civilidad, había que enseñarle el cristianismo y volverlos mayores de edad. En las creencias de Colón una especie de infancia de la humanidad era vivida por estos seres. Allí comienza el sesgo cultural, se da la imposición, es de resaltar que todo pueblo que coloniza, que puebla, debe estar convencido de la superioridad de su cultura. Colonizar es un cambio radical de vida, de hábitos, de leyes y de costumbres. El primer acto atentatorio fue el traslado de los indígenas a España, se dispone de la voluntad de ellos, se le somete en aras de la civilidad. La pólvora y el arcabuz jugarían un papel capital, como lo dice en sus diarios Colón, estos seres andaban desnudos y utilizaban sólo la azagaya, y este instrumento no estaba construido de hierro. Según Colón los indígenas tenían un total desconocimiento de

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armas como la espada y la lanza. Colón refiere que cuando se las daba se cortaban, el sentido de sus vidas no era fagocitar a otros pueblos. No fue el encuentro de dos mundos el que se propició de aquellos viajes interoceánicos, al contrario, la España borbónica fomentó la depredación, el racismo, el aniquilamiento. El proyecto de ultramar nace en el contexto económico del metalismo. De estos pueblos se llevaban los metales preciosos, la sal, las plumas, el cacao, el café, el tabaco, las perlas y nuestra propia alma. América siempre ha sido una tierra saqueada por el coloniaje. La empresa de ultramar dio al traste con millones de indígenas, centenares de lenguas autóctonas desaparecieron en nombre de la civilidad. Hoy el planteamiento es la descolonización, la vuelta a la natividad, al primer verso. El canto de nuestra geografía agreste señala que otros tiempos están llegando. Está planteada la construcción de un universalismo cultural que no deprede lo local, hoy más que nunca estamos detrás de la vindicación de nuestros propios dioses y motivos históricos y de nuestras historias particulares. El 12 de Octubre es un día de conmemoración y de enseñanza para una América que está obligada a la búsqueda de unos nuevos caminos, los cuales pasan por reconstruir toda una semántica que nos ha arropado con los motes de atrasados, subdesarrollados, mestizos. Está planteada la revuelta, las luchas por la emancipación y el antiimperialismo. Las luchas del hoy reclaman la puesta en marcha de un nuevo pensamiento libertario. Está planteada una América integrada, no asimilada. De una vez por todas categorías como el descubrimiento deben ser dejadas atrás. Antes de la llegada de Colón al suelo Americano lo habían hecho muchos pueblos. Las nociones de barbarie y civilización pertenecen a un momento del saber antropológico. Europa para justificar su racismo jugó a enaltecer el concepto de civilidad. No hubo nunca el tan cacareado encuentro de dos sujetos históricos, España y América; al contrario, en estas tierras se impuso una España borbónica y atrasada que arrasó pueblos enteros de la faz

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de la tierra. El siglo XXI reclama la descolonización, la principal tarea es romper con los límites mentales con los cuales una historia desarrollista ha marcado a los pueblos. La historia de América está compuesta por 42 millones de kilómetros cuadrados y casi 800 millones de almas que reclaman la libre determinación de sus pueblos y la lucha por fundar un mundo donde impere la equidad y la democracia.

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El marxismo como teoria de la revolución

El marxismo y el método dialéctico histórico El marxismo ha sido una teoría de la cual los más importantes teóricos del mundo moderno se han reclamado. Ha servido tanto para levantar una sedimentación granítica del mundo, con verdades establecidas de antemano, como para abrir la posibilidad dialéctica crítica de la construcción de una teoría capaz de ver sus limitaciones. Una piedra angular sostiene al marxismo, la lucha de clases. El método dialéctico crea la posibilidad en la constitución de su paradigma de interpretar tanto las sociedades presentes como las pasadas. Así dirá Marx para comprender el pasado basta ver la historia del hombre de hoy, allí está la síntesis dialéctica del pasado. Este método opera de lo abstracto a lo concreto y busca dar cuenta analíticamente de un universo determinado. El método marxista de estudio rompe con el materialismo vulgar y con el empirismo clásico. El marxismo se sostiene tanto en una teoría de la ciencia, como en una interpretación dialéctica y crítica de los procesos sociales y filosóficos. En torno a estos dos presupuestos epistemológicos han levantado su voz muchas escuelas y tradiciones marxistas. El afán medular de esta teoría es conquistar la justicia social del hombre en la tierra. Para ser consecuente es necesario denunciar la antihistoria y el guión que la burguesía pretende imponerle al proletariado. Para Marx la clase social llamada a hacer la historia moderna era el proletariado. Es la única clase que puede lograr la lucidez de la conciencia, y la posesión de la totalidad. El proletariado carga sobre sus hombros el phatos de lo social. La historia la realizan las clases

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sociales. No corresponde el movimiento de lo real a la conciencia social, pues no estamos hablando de un idealismo filosófico. El marxismo se ha sostenido sobre todo en la larga tradición de la ilustración, aquel movimiento sirvió para hacer comprender a sus teóricos fundamentales, Marx y Engels que la argamasa de la historia es la fuerza y la lucha de clase. La razón juega un papel determinante en la historia. En la historia han luchado siervos y plebeyos, terratenientes y burgueses, así como burgueses y proletarios. Se trata de la conquista de la equidad. El siglo XIX le permitieron tanto a Marx como a Engels en la ciudad de Manchester comprender que era necesario normar el sentido de la historia. Las soluciones para las masas de desposeídos estaban en la tierra, no en el más allá. El proletariado era el sepulturero de injusticia. La historia habla de Marx como el fundador de un nuevo continente filosófico de análisis, la historia. Con el marxismo ha sucedido lo que normalmente es susceptible de acaecer para una teoría que ha movido tantas pasiones, luchas y muertes, se han tomado atajos cerrados que han convertido esta teorización en un dogma. La fe ha hecho imposible abrir otros caminos, esa fue la historia del marxismo soviético y de tantos epígonos tropicales de Marx. El marxismo ha terminado por expandir su paradigma y en América Latina problemas capitales como la biodiversidad forman parte del pensamiento crítico. No hay fórmulas con respecto a qué es correcto y qué no lo es para el marxismo. La pregunta fundamental que debemos hacernos es sobre la vigencia del marxismo. ¿Es una ciencia el pensamiento de Marx? Hasta qué punto el pensamiento marxista se ha hecho subsidiario del evolucionismo científico. Se ha considerado que la fórmula del valor es científica y forma parte de los esfuerzos de Marx por explicar el modo de producción capitalista. La intención general es demostrar que el marxismo es una ciencia y está en ruptura con las concepciones especulativas de la historia. Con Marx se da la famosa vuelta a la tortilla, tan anunciada en El Capital, en el sentido de que no es el espíritu el garante de la historia. Lo que explica la 168 / Nelson Guzmán

dinámica social es la lucha de clases. El marxismo intenta imponer una nueva cultura. La filosofía anterior había demostrado ser insuficiente, el materialismo mecanicista veía el acto de producción de conocimiento como mecánico. Se hay dicho que el marxismo arranca de tres tradiciones importantísimas: la Revolución Francesa, el socialismo utópico y la economía política inglesa. Para Marx lo más importante fue entender que el concepto de revolución significaba liquidar un anterior modo de pensar, de sentir. Marx tomaría como modelo fundamental para este desarrollo la concepción hegeliana de furia de la destrucción. El nuevo espíritu significaba que había que suprimir las instituciones conservadoras que luchaban por mantener esclavizados a los pueblos. Con la superación del ideario del socialismo utópico se entraba a la plena comprensión que la nueva sociedad implicaba proyectos sociales diferentes, lograrlos no correspondía en estricto sensu a la buena fe, sino a los intereses de las clases sociales que gerencian el poder. Sin embargo la fuerza de la utopía señalaba a las claras que era necesario fundar un mundo donde reinara un espíritu de equidad. Con la economía política inglesa el marxismo se funda en un esquema dialéctico o hipotético deductivo que daba las pistas de la evolución de las sociedades, a partir de allí se sientan unas bases materialistas para la comprensión de lo social. Con Marx parecen tenerse varias alternativas, una de ellas es la confianza que se ha tenido en el proletariado como agente de una nueva historia. El marxismo ha pretendido fundar una nueva moral, la de la redención. Redimir no es otra cosa que hacer justicia con aquellos que fueron llamados por Frank Fanon los condenados de la tierra. A este respecto se han presentado varios obstáculos epistemológicos e históricos, el primero de ellos, la historia soviética, el socialismo allí terminó por convertirse en la dictadura de un solo partido, lo cual llevó a los más grandes despropósitos en contra de la libertad. Otro elemento que resulta importante en la historia es el referente a los mesianismos revolucionarios. Stalin terminó por convertirse en un mesías con respecto a la Revolución Rusa. Si bien es cierto que aquella experiencia por Tiempos de incertidumbre / 169

fundar una nueva sociedad fue liderizada por 23.000 hombres pertenecientes al partido bolchevique en un universo de 150.000.000 millones de habitantes, fue la fusión entre un líder como Lenin y una masa campesina que vivía en la injusticia lo que hizo posible la puesta en marcha de aquel experimento social. Lenin comprendió rápidamente que el marxismo no era una teoría rígida, surgió aquella posibilidad de revolución en el país más atrasado de la Europa. 1917 debía significar el comienzo de una nueva historia para un país que como Rusia se hundía en el atraso. Se han intentado explicar las posteriores instituciones autoritarias de la Revolución Rusa basadas en la larga historia del zarismo sobre la conciencia de los rusos. Lenin habló del centralismo democrático, intentó batallar contra las amenazas internas y externas de la revolución. La lucha de facciones llevaría al poder a Joseph Stalin, lo demás es historia conocida, los asesinatos ordenados por Stalin hacia todo aquel que disintiera.

La toma del cielo por asalto Un elemento distintivo caracteriza al marxismo, la toma del cielo por asalto. Marx basó su criterio de revolución echando mano de la idea de que era necesario liquidar el viejo sistema de propiedad. Para Marx las instituciones de la burguesía eran represivas y hostiles y había que dar paso hacia un nuevo orden social que condujera hacia la democracia socialista. El logro de todo aquello llevaba una frase previa: la dictadura del proletariado. Para el logro de una nueva sociedad había que emancipar la conciencia social. El partido comunista debía ser la vanguardia revolucionaria. Sus líderes debían encarnar la nueva moral. La lucha por construir una nueva sociedad tendría muchos enemigos, entre ellos la oligarquía y la burguesía. El nuevo orden social necesitaba contar con instituciones probas y con una clase obrera comprometida en la edificación de una nueva moral revolucionaria. En esto, tanto Mao como Fidel destacarán como arma sustancial de la revolución el fusil. La revolución debe ser una revolución armada. De hecho ambas revoluciones toman el poder 170 / Nelson Guzmán

por asalto. Los clásicos del marxismo pensaron que para construir la moral revolucionaria hacía falta comenzar una nueva historia, había que tener cuidado con los contactos y la fuerza internacional con que contaba la burguesía lo cual podía hacer zozobrar la nueva sociedad socialista. La gran aliada de la revolución es la violencia. La sociedad nunca ha estado exenta de violencia, ésta ha sido la partera de la historia. Había entonces que liquidar las viejas ideologías. La Iglesia en este sentido ha sido una aliada de los sectores conservadores. Hoy con respecto a ese punto habría que tener cierta agudeza, porque a pesar de lo nefasto que ha sido el neoconservadurismo eclesiástico, también es verdad que hay sectores religiosos comprometidos con los más débiles. La modernidad avanzada plantea situaciones límites: la clonación, la manipulación genética de la naturaleza, la posibilidad de que las mujeres sean papisas. Nuevos rumbos parece haber tomado la historia. Lo cierto es que un viejo paradigma está feneciendo. El marxismo es una teoría que ha tomado dos grandes categorías del hegelianismo, lo en sí y lo para sí. George Lukács en Historia y conciencia de clase comprendió e hizo hincapié en la fuerza revolucionaria de la conciencia. La conciencia revolucionaria rompe con las apariencias y nos pone en contacto con las esencias, hace visible cuál es el problema exacto de la sociedad capitalista. Se trata entonces de romper con la moral de la sociedad en la cual ha fundado sus valores el hombre que intenta realizar la revolución. Se trata de dar al traste con la vieja superestructura. En la lucha el proletariado triunfará y dará paso a un nuevo orden social, hay mucho de utopía en estas propuestas, no se dilucidan exactamente los problemas de la microfísica del poder como habría dicho unos siglos después Michael Foucault. Para Marx el problema central a pesar de la importancia que atribuye a la burguesía con el nacimiento del maquinismo, no está en éste, sino en la burguesía como clase conductora de lo social. Es la propiedad burguesa y su ideario lo que hacen posible el sostenimiento de un mundo de inequidad. La burguesía no es consecuente con el sostenimiento de un orden de igualdad, lo demostró claramente con Tiempos de incertidumbre / 171

el ideario de la Revolución Francesa. La burguesía debía sostener un orden que la ponía en peligro, las ambiciones de éstas como clase social la han llevado en América Latina a gobernantes que no tienen ningún compromiso con la revolución. La burguesía ha pactado para la conservación del poder con imperios como el norteamericano que ha violado permanentemente el protocolo de Kyoto. Los Estados imperialistas han asumido una miopía absoluta con respecto a las pequeñas Repúblicas. Han resguardado en sus territorios a asesinos, a terroristas internacionales, no sólo esto, sino que se han vuelto afectas a las élites capitalistas de las pequeñas Repúblicas para justificar cualquier tipo de injerencias del capital internacional. Dentro de este complejo cuadro geopolítico corremos el riesgo en permanencia de ser invadidos. La vieja teoría de Monroe fue y sigue siendo parte del credo de los norteamericanos: América paras los americanos; estas teorías irrespetan el problema de la soberanía de los pueblos. El marxismo es una teoría que tiene como aspiración esencial la ruptura con la alienación económica, política y cultural de los pueblos. La estrategia de los imperios ha sido alienar la conciencia de los pueblos para someterlos mejor. Un pueblo alienado es aquel que ha perdido su propia identidad y que ha sacrificado sus valores en aras de los foráneos. La idea de volver metrópolis a los pueblos pasa por el establecimiento de un sistema simbólico donde los valores de la televisión comienzan a crear estereotipos y una visión acrítica de la realidad. Los valores de este tipo de sociedad pasa por enarbolar una ética individualista y competitiva. El pasado no vale nada. Se desmemoria a los pueblos, sus tradiciones son cernidas y se toma como rasero del éxito la idea de progreso. El valor fundamental que priva en este tipo de sociedades es el valor de cambio, la mercancía, lo utilitario. En Venezuela Ludovico Silva ha hablado de plusvalía ideológica. Algunos autores piensan en la idea de misión histórica de liberación que Marx y Engels asignan al proletariado. La clase obrera según esto sería la partera de la nueva sociedad, las otras 172 / Nelson Guzmán

clases deben plegarse a los designios de ésta. Hay un rasgo importante para el marxismo, el objetivismo. La toma del poder no obedece al carisma o al liderazgo de un determinado líder, está lo que Marx denominará como las condiciones objetivas, son las crisis económicas la que plantean la necesidad del surgimiento de un nuevo Estado. Con la sociedad socialista se trata de superar el trabajo alienado por el trabajo creador. Hegel había hablado que el espíritu se objetivaba en las cosas. La relación en Marx es una relación de carácter histórico, se trata de superar una relación social de explotación fundamentada en el saqueo del trabajo del otro. Se trata de preservar a los hombres de la explotación que efectúa el trabajo capitalista. Marx hegelianamente en su obra de juventud habló que la sociedad capitalista alienó la esencia humana del hombre y que la función del trabajo creador era desalinearla, pues el trabajo alienado desposeía a los hombres de sí mismo. En los Manuscritos de París dedica memorables párrafos a esta temática. La sociedad capitalista había vuelto al hombre un valor de cambio, una mercancía. El marxismo explica las bases de la inequidad desde el punto de vista estructural. Lo primero a comprender es que los hombres que habitan en la sociedad capitalista han hipotecado sus derechos a la sublime potestad de los capitalistas, han naturalizado el sistema de valores de esta sociedad. La revolución por tanto implica un proceso de disolución de los viejos preceptos, los hombres correrían en la historia con la aceptación de la responsabilidad de gestionar su futuro. Ni Dios ni Estado, para utilizar un apotegma muy clásico del anarquismo. La responsabilidad de la historia residía en los proyectos de clase, no se hablaba sólo de una voluntad economicista para conquistar las mejoras salariales. Las luchas obreras debían estar orientadas a conquistar un nuevo orden social, para ello era necesario el concurso de varios factores sociales: los intelectuales, la clase obrera, el partido político de la revolución. Toda lucha debía estar orientada hacia la conquista del poder, no se trataba sólo de interpretar el mundo como había propuesto la anterior filosofía, sino Tiempos de incertidumbre / 173

de transformarlo. Marx levanta su teoría en la praxis social, se trata de liquidar la vieja cultura del sometimiento y de la dominación, para ello los pueblos debían tomar conciencia de la necesidad de romper con el Imperialismo. Las fórmulas de penetración del capitalismo en el psiquismo colectivismo han sido variadas. Los hombres creen vivir en un mundo que los representa, que les dará oportunidades. Los pueblos opinan con el corazón, todos creen con esperanzas que serán incluidos. Se han mundializado las esperanzas. Los monopolios han demostrado que el gran capital no conoce regiones, su patria es el mundo.

Lo materialista de Marx La teoría marxista desde Los Manuscritos de París construye una fundamentación en la historia donde su sujeto es el trabajo alienado. La sociedad industrial ha creado un sistema fabril donde la fuerza de trabajo de los hombres se convierte en una mercancía. Los hombres producen productos que los enajenarán y los extrañarán. Esas mercancías producidas por la fuerza de trabajo serán inaccesibles a sus productores. El trabajo alienado crea un mundo y unos valores donde él es un sujeto alienado, no tendrá acceso a la mercancía que él produce. Se ha creado un sistema de registros simbólicos que justifican ese mundo. La temática anterior ha sido tratada por el propio Marx desde 1844 en los Manuscritos económicos filosóficos. La concepción marxista se opone a la economía política tradicional y trata de hacer accesible a la comprensión del proletariado el sistema sobre el cual se monta el capitalismo. Se trata de montar el entramado, el proletariado que es posible superar la sociedad capitalista. La lógica de la dominación está basada en la competencia. La conciencia debe hacer acceder a los hombres a la comprensión que todos sus productos son producidos por él con su esfuerzo. La historia no está en una sustancia alejada de la vida, sino en los hombres, en sus relaciones sociales de producción. 174 / Nelson Guzmán

La sociedad capitalista le impone una dinámica a los obreros que los lleva no sentirse a gusto con la actividad que llevan a cabo, el trabajo se convierte en algo aburrido, fatigante, no interesante, lo cual lo vuelve no creativo, alienado, repetitivo. El trabajo deviene una sustancia que lleva adelante sólo por necesidad. La fuerza de la precariedad de la vida material sostiene a los hombres atado a una actividad que no aporta nada para su crecimiento personal, tras de esto nos encontramos con una actividad que no genera los medios económicos suficiente para la subsistencia. Detrás de la crítica del trabajo alienado Marx estaba proponiendo una sociedad donde hubiese los medios suficientes para sostener una vida buena, la base para esto era sin duda la equidad. El plusvalor sacó al hombre de la sociedad idílica para convertirlo en una mercancía, el sujeto humano empezó a trabajar para el capitalista, a afianzar la propiedad privada en vez de impulsar una vida de igualdad, de equidad, de libertad. Desde allí comienza a sostenerse los fundamentos de la desigualdad. Nos parecen sensatas las tesis de Ludovico Silva cuando sostiene que la alienación no es un fenómeno propio de la sociedad capitalista, sino que existió en sociedades anteriores a éstas. Justamente lo que el comunismo lo que está proponiendo es la reconciliación del hombre consigo mismo, ello implica que la sociedad capitalista debe estallar, no representa al estado de libertad laudado excluyente, competitivo dentro de la desigualdad por el comunismo. Marx está diciendo que en el plano histórico social son posibles estos logros, está develando la esencia de la sociedad capitalista. La ruptura con la alienación es la liquidación de orden social. Federico Riu en una excelente exégesis de Marx: Usos y abusos del concepto de alienación, nos dirá con respecto a Los manuscritos económicos filosóficos que el trabajo enfrenta a los hombres unos con otros, lo cual quiere decir que allí se presenta la génesis y estructura del trabajo alienado. Ese tipo de actividad no es creativa, los hombres están escindidos, han vendido su fuerza de trabajo por dinero al mejor postor. Los hombres no están realizando en absoluto su ser genérico, viven en la enorme precariedad. Marx ha Tiempos de incertidumbre / 175

descubierto los resortes que mueven a la sociedad capitalista, lo que queda es la emancipación. Estos descubrimientos llevarían a las posteriores revoluciones. La utopía marxista originaria es armada, tiene una concreción original, la idea de fuerza del proletariado. La revolución ameritaba un conglomerado de hombres que quisieran ejecutar la redención y señalar el camino. Las causas de los hechos sociales estaban suficientemente explicadas. La idea era superar un sistema que saqueaba la fuerza del obrero y lo llevaba a la indigencia. Para Marx sólo la revolución radical liberaba a los pueblos. Los Manuscritos Parisinos presentan un lenguaje esencialmente radical hay que devolverle a los hombres lo que les ha sido expropiados, esto es su fuerza de trabajo y su propiedad. Marx analiza al hombre desde un lugar, la economía política, se ha dado cuenta que las teorías de la redención social sólo disimulan el problema central, había que vencer una sociedad que se había cimentado en la desigualdad, en la expropiación de los derechos de los pueblos. Marx ha comprendido que la superación del mundo alienado implica su liquidación. Hay que liquidar una sensibilidad. Superar la falsa conciencia es tarea de una filosofía que cobra una base materialista histórica. Larga como lo ha expresado el pensador venezolano Ludovico Silva con Feuerbach; quien consideraba y dejaba el análisis hasta lo sensorial. La búsqueda de la nueva sociedad debe tener como tarea construir un nuevo mundo. El hombre nuevo debe poseer una nueva ética, la vieja familia burguesa debe ser disuelta. La tarea de esta praxis es un asunto colectivo y tropieza con muchos obstáculos, uno de ellos la resistencia de la burguesía como clase, el capital internacional cooperará para destronar del gobierno a todo aquel que anuncie un nuevo mundo. Los compromisos seculares de un sector medio mayamero han puesto en vilo cualquier análisis racional de la historia, diciendo que el mundo anterior fue mejor, más prospero, más humano. Para Marx nunca se trató de hacer una radiografía detallada de los hechos pasados. No estamos ante un historicismo, sino ante un método dialéctico histórico que ha comprendido y le ha dado 176 / Nelson Guzmán

estatuto histórico a la predicción. Marx ha especificado con claridad su teoría de la alienación. La llegada del marxismo significa la toma del cielo por asalto como indiqué en uno de los subtítulos de este trabajo. No hay revolución posible si no se destruye la propiedad privada sobre los medios de producción, , constituye un espanto la miseria en donde se hunden los pueblos. Cuando hablamos de derechos humanos debemos hacerlo considerando la importancia que tiene el juicio libre individual, el cultivo de las ciencias, de las artes y de todos los instrumentos con los cuales el lenguaje del hombre se expresa. Se trata más bien de situar a los hombres en el sistema social al cual pertenecen. La destrucción de la alienación es liquidar un aparato cultural e ideológico que defiende los valores de la fatuidad, de la ignorancia y del éxito que se relaciona con dinero.

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El fantasma de la historia

Crisis y grandes cambios La pregunta fundamental que hoy nos hacemos es si el presente existe. La reflexión radica cardinal y es imprescindible darle respuesta. La complejidad ha envuelto nuestras representaciones, la decibilidad de los asuntos culturales se disemina en lo fragmentario, golpes lingüísticos y signos que no poseerán un mañana van tomando por asalto el universo de nuestros intereses. Las viejas épocas guardaban el deleite de la memoria; éstas se han ido derruyendo, el mundo de la técnica parece haberlo alcanzado todo. Corremos el riesgo de haber sido triturados por los eventos, por lo inmediato. Lo útil nos va tomando: ayer fue la robótica, hoy la telemática, la numerización. Lo que queda de las grandes bibliotecas yace enterrado, fragmentado nos dicen sus legajos entre el polvo y la polilla que un mundo ha muerto. La sindéresis la guarda en el presente el computador. Los estilos lingüísticos nos han vuelto irreconocibles. La modernidad señaló desde el principio un estilo comunicacional naciente. El futuro nacía como medio y este se ha vuelto depositario de una gran pedagogía que ha apuntado a exterminar lo diferente. Somos hijos del satanismo, y como lo dice Ignacio Ramonet: «De la frivolidad». La memoria está en el Internet, en la rapidez de los mensajes, vivimos un mundo vacuo, atomizado. El presente debe ser el hoy, no sabemos si vamos a morir en este instante. Un error, el más nimio, un desplante de las pasiones puede hundir casi irremediablemente al planeta. Las imágenes han secuestrado al mundo, hoy lo más inverosímil cobra estatus de interés. La cultura de masas ha ensamblado un mundo lujurioso, los productos culturales del presente constituyen un elogio del mundo plástico. El valor de cambio ha penetrado la cotidianidad. Se busca sorprendernos, entretenernos, volvernos baladí. Lo temático no importa, la Tiempos de incertidumbre / 179

veracidad ha dado paso a un universo de representaciones donde cobra importancia lo anodino. La actualidad nos coloca cerca de lo fervoroso. Los hombres defienden hasta la muerte su derecho a ser. La lucha del presente levanta banderas contra el colonialismo, se insurge contra la pretensión de imponernos un mundo único. Las pasiones como en otrora han seguido convocando la sangre. El planeta desde el ayer se ha llenado de muertos, el imperio de las salvajadas no ha cesado. Se ha pretendido someter a los hombres con los cañones, con los aviones, o a el padecimiento letal de morir gaseado, bombardeado, o como mande el Imperio. Pero la verdad única es que todo aquel que desobedece debe fenecer. La destrucción se ha televisado, y como lo ha dicho Baudrillard: «Se ha convertido en un asunto de marketing». La vida del espíritu para utilizar un vocablo muy caro a Hannah Arendt ha sido alterada. El judaísmo, el islamismo y el cristianismo nos enseñaron la justicia y hoy por todos lados el mal se ha apoderado del mundo. La muerte se considera un hecho cotidiano, el espanto se ha adueñado del alma humana. Los códigos éticos han sido alterados, a nadie le interesa acudir a las genuflexiones para justificar el exterminio.

Las promesas de la modernidad Los grandes discursos de la modernidad prometieron un mundo mejor. Como elemento consubstancial del hombre se simbolizó a la prudencia, sin embargo el mundo yace en unas tinieblas. Las diferencias entre los países pobres y ricos son oprobiosas. El neoliberalismo ha confeccionado un lenguaje donde lo más importante es el lucro. Las sociedades occidentales siguiendo el modelo de éxito norteamericano han hipotecado el futuro. La modernidad vendió a través de los mass media sus grandes hazañas. Lo fundamental era el logro de la paz y la derrota del nazismo, los años subsiguientes representaron la imposición de la cultura norteamericana y de su tecnología, éxitos enormes parecieron anunciar nuevas épocas, uno de ellos el alunizaje y la exploración del

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espacio intergaláctico. Los años setenta representaron la conquista del espacio y la difusión mediática en el espíritu de los pueblos. No en balde Marshall McLuhan había anunciado que vivíamos en una aldea global, se había creado una cultura de consumidores. Detrás del espanto subyace el capital, la vida del planeta está comprometida. La polución ambiental, la contaminación de las aguas, el ataque sin piedad a la biodiversidad señalan un sentido histórico poco halagüeño. El pensamiento único reclama un mundo unipolar. Es imposible ocultar la existencia en el planeta de cinco mil millones de pobres. Catástrofes como el Sida y el ébola forman parte de una realidad espantosa. El discurso de la dominación no ha abandonado ninguna de sus fórmulas, la más popular es la publicidad como seducción. Las universidades en épocas de crisis en su mayoría han desistido de generar nuevos conocimientos. La crisis sigue imponiendo el viejo modelo desarrollista del éxito social, sin embargo un mundo cada vez más hundido en la crisis planetaria requiere de nuevas respuestas, está en juego la vida, el futuro parece ser el hoy. Los acuerdos internacionales han sido irrespetados por los países poderosos, el protocolo de Kyoto, su vigencia, cobra cada vez más urgencia, se debe rehabilitar la razón para evitar que la tierra se desvencije. La amenaza forma parte de la cotidianidad de los hombres, más del 90 por ciento de los productos agrícolas están contaminados con pesticidas. Los problemas del futuro son la desertificación del planeta, las guerras, el racismo y las xenofobias. La crisis tiene su actualidad en un clima incierto. Las últimas décadas de nuestra planetarización han sido testigos de atentados terroristas y de la irracionalidad que todo esto conlleva. Se viene imponiendo en el planeta la escuela del miedo. La tecnología ha reducido el globo terráqueo a una aldea. Los hombres se enfrentan y el exterminio de la vida humana está a punto de tener lugar. La tan añorada paz tropieza con obstáculos por todas partes. La modernidad tardía ha vivenciado el asesinato en masa, el metro, la iglesias, los aviones, las escuelas son los sitios escogidos normalmente por el terrorismo. Todos parecemos ejercer el terrorismo, por un lado los países grandes imponiendo a los pequeños sus dinámicas, los Tiempos de incertidumbre / 181

tratados de paz y las negociaciones radican viciadas, por todas partes se impone el poder totalitario. El stalinismo redundó en una dictadura de partido donde se violaron los derechos humanos. La razón tecnológica no lo era todo, se necesitaba del pleno ejercicio de la libertad. Vivimos un mundo débil, los odios no se han acabado. Las religiones como discursos totalizadores del sosiego no han podido generar la confianza. La tecnología, su mal uso y el desenfreno están a punto de pulverizar el planeta o de ponerlo en llamas. Las antiguas prédicas religiosas podrían hacerse realidad y condenarnos a morir en una noche de ensueños. Las ideologías y las visiones del mundo han estado allí siempre desafiantes. La sindéresis la debería imponer el ejercicio de la alta política y las negociaciones. Un viejo adagio dice: «sólo la paz traerá más paz». La pregunta que podemos hacernos es si esto es verdad. Por todas partes reaparece el racismo, el totalitarismo, el mesianismo, la voluntad de poder autoritario. Cada quien muestra sus cartas defendiendo una ideología que pareciera poseer las virtudes de la curación. Antiguamente el psicoanálisis acudió a la catarsis para espantar los demonios, la cura radicó insuficiente, la poesis individual olvidó lo colectivo, los años sesenta del siglo XX acercaron el marxismo y el psicoanálisis, se trató de acercar al hombre a la razón creadora, pero la razón instrumental continuó imponiendo sus juegos. El discurso de la guerra, de los intereses opuestos llevó a los pueblos a la esquina del miedo. Milenariamente dos paradigmas continuaban enfrentándose, el bien y el mal, el saldo: mutilados, agredidos, asimilados, etc., la esquizofrenia había invadido la vida humana, cada quien vivía en la contemporaneidad su propio calvario. Las filosofías metafísicas insistirían en que el hombre había perdido el Ser, se trataba de recuperarlo.

Lo político como argucia de la razón La interrogación sobre lo que ha sido la vida de lo humano no es clara. La oscuridad ocupa un rasgo importante en la vida política 182 / Nelson Guzmán

y cultural de Occidente. Los griegos creyeron en la virtud. La areté fue fuerza y convicción que llevó a Sócrates a la cicuta, en la convicción de que un mundo mejor le sobreviviría basando su creencia en un porvenir donde los hombres vivirían acogidos a las normas de la equidad, y el respeto. Tomó aquel vaso amargo del veneno entendiendo que con la justicia se accedería a la fundación de mejores instituciones. Llevó en su sangre y en su cerebro el entusiasmo y la convicción de que existía el futuro. Sócrates fue un educador del ágora pública, convocó al ejercicio de la razón. Su pedagogía señala a los hombres griegos de su época que es necesario ser justos, lo anterior era un deber. El método socrático se hizo una pregunta cardinal y esa fue: «qué debemos enseñar». Partió desde esa reflexión y se consagró a exhortar a los hombres a ser éticos. Es impresionante la norma ética que Sócrates impuso a la razón como fue el conocerse a sí misma. La ética constituyó el fundamento de la filosofía socrática. La ética no se aprendía sino que se alcanzaba a través de la voluntad del Logos. Un gobernante ético debe tender a la frónesis. La moral por el contrario era un elemento circunstancial. A partir de aquel esfuerzo la razón ensaya la equidad, la búsqueda de la felicidad. El mundo se debía construir sobre instituciones estables. El mundo griego, el de los grandes pensadores racionalistas buscó suprimir el tiranicidio. Platón escapó de la tiranía, Sócrates, su maestro, había hecho otro tanto. Se confió en la filosofía, ésta debía ejercer la paidea de los pueblos. Los filósofos eran educadores de lo público, la misión era enseñar al pueblo una mejor manera de vivir. Sin embargo como lo diría Hegel, la democracia griega aún era imperfecta, el pensamiento esperaría su concreción para cambiar. La ética nos ha enseñado siempre que tenemos como deber escapar de las tiranías, sin embargo ha sido una constante en la historia la presencia de la oscuridad. Desde los más remotos tiempos unos pueblos luchan contra los otros. La destrucción y el aniquilamiento siempre han estado allí, se ha masacrado en nombre de una fe garantizadora de la inmortalidad. La Edad Media poseyó esta convicción. El Dios totalitario secuestró la soberanía de la Tiempos de incertidumbre / 183

razón. Los hombres debían estar adscritos a la creencia católica, de lo contrario corría peligro su vida, la de sus hijos y la de su familia en general. La inquisición satanizó todo aquello que le fue disidente. La filosofía comenzó a esconderse. Galileo fue objeto de persecuciones, Giordano Bruno fue quemado en la hoguera. Se vivió en el espanto. El dogmatismo conduce por el precipicio, ese es unos de los legados que nos va dando la historia. La tarea del hoy es reafirmar en los pueblos que ese no es el camino. El pensamiento debe buscar ser libre e independizarse de las falsas promesas llámese neoliberalismo o stalinismo. Lo único que nos queda es ser libres y comprender que no hay una sola historia sino muchas. Los hombres han comenzado a comprender –con la experiencia de las magulladuras en su propia piel– que es necesario fundar otra vida. Es así que los hombres del Renacimiento anticipan un mundo diferente, se cree en la técnica, en el futuro, se comienza a generar otra sensibilidad, se reivindica la emoción. Está naciendo para el discurso occidental otra historia. Las promesas como siempre no cesarán. Se está apostando al futuro, es así como en ese miasma, en esa búsqueda, en esa indagación del sentido, el discurso de la Ilustración se presenta con fervor. El entusiasmo lo lleva a asumir los poderes creadores de la negatividad. Debe nacer un mundo nuevo y éste habrá de costar sangre, sudor y lágrimas. Se va de la racionalidad hasta el entusiasmo exacerbado, desde la parca razón hasta el bituminoso discurso incendiario. No hay otro compromiso que la fundación, es así como el pueblo batalla en la calle, allí ha encontrado su propia filosofía. La masa, el pueblo soberano sabe que la única manera de acabar con sus tiranos es ejecutándolos y lo hace. Con entusiasmo los parias van en pos de la cabeza de Luis XVI y de su familia, se bebe su sangre y nada pasa. Algo semejante ocurrió con los Zares, sus nombres quedarían en el recuerdo de todos como un símbolo importante de que el objetivo del hoy es intentar convocar una democracia pluralista, pero cuán fácil es proclamarlo y que difícil llevarlo a cabo. Nuestra historia está llena de sangre, de pendencias, de dictaduras, de fusilamientos, de violaciones de los derechos humanos. Lo intentaron remediar prohombres de la democracia representativa y no se pudo. Lo han

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puesto en ejecutoria altos sectores de la democracia participativa y protagónica y el Ser no termina por aparecer. El mismo flagelo subsiste y es la inequidad. Por donde se observe en Venezuela es fácil darse cuenta que el geniecillo maligno de la desigualdad de oportunidades nos ha perseguido por todas partes. La Conquista y Colonización arrancaron pueblos enteros de la faz de la tierra. El crimen y la violación de los derechos humanos nos presentan como un pueblo espoleado desde sus orígenes. En nombre del progreso los ríos se ensangrentaron y la tierra guardó los cadáveres de sus hijos. La magna guerra buscó hacernos iguales, conferirnos el sentimiento identitario del ejercicio pleno de nuestra autonomía. Ese experimento costó muchas vidas y ciudades destruidas, los venezolanos se enfrentaron en una guerra civil y los mismos demonios siguieron subsistiendo. Algo semejante ocurriría con la Guerra Federal. La historia nos ha dejado como legado las figuras de Juan Vicente González, Antonio Leocadio Guzmán, Ezequiel Zamora, Juan Crisóstomo Falcón y muchos otros. Además ha quedado impreso en nuestra sensibilidad el recuerdo de Santa Inés y Coplé. Se pudiera pensar que esas dos batallas recogen los intereses de dos Venezuela. El hoy nos enfrenta de nuevo a la pluralidad, ya no es posible ausentarse de la influencia de los medios, el mundo se ha globalizado. Se ha tratado de uniformizar el futuro. Sin embargo no se trata tan solo de un sentimiento de rechazo de la globalización, sino de reclamar lo mejor de las conquistas de la razón creadora. Heidegger y la escuela constructivista francesa –en la cual sobresalen prominentes figuras como Jacques Derrida– aspiraron a resemantizar los discursos. Es evidente para continuar con el autor señalado que se ha americanizado el planeta. Hemos acudido a las enseñanzas de un modo de vida planetario. El desarrollo de la industria capitalista ha diluido la figura de lo artesanal. Todos los grandes pensadores marxistas, neomarxistas, conservadores y neoconservadores sospechan que el espanto está a punto de aniquilarnos. Heidegger pensaba que tal vez sólo un Dios podría salvarnos.

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El futuro no está diseñado aún. Navegamos entre muchas rutas como parece señalarlo la sana razón. La necesidad nos reclama que debe emerger una nueva cultura que erradique la injusticia, que nos haga comprender que somos uno y múltiples, es tan letal el americanismo absoluto, como el nacionalismo exacerbado. Ambas tendencias llevan en su seno la precariedad del discurso totalitario. El universalismo craso pertenece a un discurso pasado, arrastró la veleidad de la justicia que residía en él. El universalismo execró las diferencias, repudió todo aquello que no se ajustase a los presupuestos de su moral. Otras fuentes epistémicas están ubicadas en el determinismo. La modernidad fue la partera del kantismo, del hegelianismo, del marxismo y de muchas otras corrientes. Las ciencias sociales críticas condenaron todo aquello que la ciencia natural había prescrito. Se condenó el homosexualismo, se habló de locos y cuerdos, se sostuvo el discurso de la preeminencia del género. Lo anterior parece constituir una argucia preterida, hoy se está ante el discurso de la experimentación, y de lo fragmentario, ha tomado peso la reivindicación de lo local. El arte diferente ha tomado relevancia. La experimentación implica el descubrimiento de un nuevo lenguaje que no había sido hablado, las minorías sociales residían confinadas. La sociedad moderna ha sido un universo represivo. La tolerancia represiva para utilizar un vocablo marcusiano no ha sido cancelada, se siguen debatiendo la moral totalitaria, la cultura del espectáculo y la aparición de un nuevo discurso laxo que ha dicho y seguido el precepto de que Dios ha muerto. El mundo actual es inédito. Nadie reivindica el concepto de responsabilidad burguesa. La entropía ha ido avanzando de manera audaz en el discurso de los hombres. Se es desarraigado hoy y nada pasa. Cada vez más los hombres han encontrado su patria en ninguna parte. El dolor de la vieja separación se va extinguiendo, los hombres han comenzado a comprender que la tierra es suya. Vivimos un mundo invadido por las divas de cine, por el show de los juicios publicitarios de Michael Jackson, nada es más verdadero que el dinero. Desde hace tiempo se juega a las guerras de alcance

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reducido, los viejos vicios no han desaparecido, el racismo continua en pie, la xenofobia ha adquirido su punto culminante en Europa. El poder ha ido carcomiendo las almas. El poder del vil metal puede incidir en la conciencia de los jueces, de los medios de comunicación masivos, de cada uno de los ciudadanos, sin embargo cada vez más los pueblos se van identificando consigo mismos, hasta tal punto que la dispensa está allí. El show publicitario no piensa en otra cosa que en el éxito y en la absolución de sus ídolos. Vivimos un mundo de lo frugal y sin importancia. Los hombres son valiosos en este instante pero están irremediablemente condenados a desaparecer.

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De los años de la ira

Hace años, tantos que no me acuerdo del registro exacto, conocí a Mario Torrealba Lossi, un día me lo presentó el azar, comencé a leer sus artículos en el viejo Liceo Sucre de la Primogénita del Continente Americano donde yo era un estudiante adolescente, utópico y comunista que encontraba en esta voz el ruido lejano que me interpelaba, me refiero a la poesía, a la política y a la filosofía. Ya era sabido que Mario Torrealba Lossi era un humanista de postín. Este hombre al cual nos referimos es hechura del Instituto Pedagógico de Caracas, que en este momento celebra setenta años formando generaciones; allí llegó Mario a los veintiún años, vino a llenar sus Barcos vacíos, así se llama su primer libro de poemas. En esta vetusta casa de estudios fue acrisolando el interregno de sus preguntas socráticas, en un país que apenas comenzaba a atisbar su modernidad. Torrealba Lossi cuando evalúa los logros de los filósofos más afamados del occidente moderno, discrepa de la categoría de generación con la cual Ortega y Gasset ha pretendido evaluar la historia. Lo hace Mario pensando en la generación de 1928, y su pregunta consistirá en cómo ubicarla, el buen sentido le indica que es preferible hablar de movimiento histórico, cultural y político que del biologicista término de generación, para avanzar en estos predios Torrealba ha revisado de manera exhaustiva la obra de Scheler y otras propuestas. La Venezuela moderna fue hija del empuje del grupo de 1928, aquellos jóvenes comenzaban a soñar sin sordinas en un movimiento democrático. A pesar de los grillos y la bárbara represión, los estudiantes de la Universidad de Caracas sabían que había que arriesgar, sencillamente era vencer o morir en la cotidianidad del silencio. Nuestro autor historiza en Los años de la ira, esos días Tiempos de incertidumbre / 189

volcánicos nos reencuentra con una Venezuela que comienza a ensayar sus primeros pasos democráticos, el país debía buscar una salida que nos ayudara a escapar de la incertidumbre y del miedo. Los grillos, las cárceles, las dispensas del odio nos habían hecho errar en un camino brumoso. Los máuseres habían sido un fracaso, sólo dejaban heridas irredentas. Nadie quería reconocerse en esa vida. La Venezuela de los argumentos comenzaba a emerger, la tarea fundamental era ayudar a los espíritus para que el miedo desapareciera de sus cuerpos, residíamos aún en la Venezuela de los gamonales. La historia estaba en mano de los jefes civiles, de los Presidentes de estado y del caudillismo. Torrealba Lossi al igual que José Rafael Pocaterra en Memorias de un venezolano de la decadencia nos presenta esta realidad, nos lega esta memoria histórica. Venezuela parecía comenzar en los límites mentales de los caudillos de la época gomecista. La Elvira, La Mulera, Mariches, El Trompillo, la Providencia eran los centros del poder rural desde donde Gómez administraba el país. Esa nación enfeudada no nos convenía, arrastraba un modelo político económico periclitado, había que dar al traste con la conducta autoritaria y antidemocrática. II Torrealba Lossi nos describe Caracas en lo medular de su cotidianidad, nos va pintando una ciudad dormida, equidistante de sí misma, sumergida en el fragor de su propio pensamiento. Torrealba Lossi sabía que algo pudo estar sucediendo en aquellos tiempos de incertidumbre. La historia seguía siendo violenta. Las luchas de Gómez contra sus enemigos fueron cruentas, las diferencias se dirimían en los campos de batalla, quedaban allí como testigos mudos del tiempo: Nicolás Rolando, Arévalo Cedeño, Pedro Pérez Delgado, Pedro Elías Aristiguieta y otros. El oro negro traería otras dinámicas, un país moderno asomaba. Las enfermedades endémicas habían diezmado lo mejor de la población, carecíamos de un modelo de ciudadanía, los hombres morían del chancro sifilítico, de blenorragia, de las erisipelas. El Treponema pallidum había diezmado poblaciones enteras. El 190 / Nelson Guzmán

petróleo amalgamó en estos percances a hombres que sufragaban sus soledades en un mundo incierto. La Venezuela del siglo XIX mostró al totalitarismo haciendo mella en todos aquellos espíritus opuestos al caudillo de turno. El espíritu parecía no haber concrecido como para que los pueblos tomaran los principios de responsabilidad en sus propias manos. Torrealba nos habla del carcelazo que le prodigó Crespo a Pocaterra y a Carvallo Arévalo, por la simple sugerencia periodística de proponer algunos nombres como candidatos a gobernadores de estado. La adulancia de los intelectuales, el autoritarismo y la autocracia había tomado a un país sumido en la ruralidad y el atraso, pero que también yacía en el temor bárbaro de no poder ejercer su propia autonomía. Los días del gomecismo son rastreados y expuestos por Torrealba Lossi al conocimiento de las nuevas generaciones con nombres y apellidos. Los años de la Ira es un libro que retrata el psiquismo nacional. El vivaquear de la política, las negociaciones de los intelectuales por el poder son señaladas allí en el silencio extremo que guardaron los positivistas con respecto a la tiranía gomera. Resulta extraño cómo la filosofía del orden y el progreso, según las máximas de Comte, encontrará en el positivismo local el respaldo para la tiranía gomecista. El país yacía empantanado entre la sangre y la tortura. La sindéresis más elemental señala que mientras existan grillos y formas de represión estamos ante una sociedad totalitaria, regida por el espíritu de la barbarie. Los positivistas venezolanos se especializaron en la adulancia y el cabildeo de Palacio.

III El mundo intelectual venezolano fue salvajemente perseguido por Gómez. La generación de 1918 fue asaeteada por aquella dictadura del bagre, nombre con el cual se solía llamar al déspota. Mario Torrealba Lossi nos habla del esfuerzo de hombres como Andrés Eloy Blanco, Job Pim, Fombona Pachano, Rodolfo Moleiro, Fernando Paz Castillo, Leoncio Martínez, Arreaza Calatrava, Tiempos de incertidumbre / 191

Gustavo Machado y José Rafael Pocaterra, entre otros. Hay voces que se empinan en Venezuela contra el régimen carcelario, ellas son las de Gallegos, las de Luis Enrique Mármol, las de Antonio Arráiz. La Venezuela profunda sabe y lucha contra los intelectuales áulicos de la tiranía. Gil Fortoul, Pedro M. Arcaya, Caracciolo Parra León y Vallenilla Lanz sugieren como correctivos el fuete y la mano dura para reprender los deslices y la chabacanería de la incultura y el antidesarrollo. Allí comienzan dos Venezuela, se afianzan dos idearios nacionales y dos interpretaciones distintas del país. Gómez, como lo expresa muy bien el maestro Torrealba Lossi, mantenía un servicio exterior atento a cualquiera sedición que pudiese surgir. Se mencionan al Dr. José Ignacio Cárdenas, César Zumeta, José Gil Fortoul, Pedro César Dominici y Andrés Mata como agentes del gomecismo desde la Haya, Niza, Paris y Londres, hacen saber al tirano de las conspiraciones que se fraguan en el exterior. La intelectualidad gomecista logra en 1925 que la Facultad de Medicina de la Universidad de Hamburgo le conceda al autócrata una medalla de oro. Un gesto semejante realizara el Papa al designar a Gómez como Conde Romano. El imaginario del poder intenta presentar ante el mundo las virtudes de un civilizador, de un hombre preocupado por la salud de su patria. Gómez fue un hombre astuto y montaraz que tuvo el valor y la eficacia de sortear todas las conspiraciones que se tejieron a su alrededor. Gómez atacó y redujo a la mínima expresión todo aquello que significara oposición a su régimen, el Presbítero Antonio Luis Mendoza moriría en la cárcel, lo cual demuestra que la única institucionalidad era la del propio tirano. El saldo de aquella época fue una patria en manos del ladronismo, unas vidas yacentes en las manos de asesinos y de hombres sin escrúpulos. Había emergido la furia tentacular de la persecución, el derecho yacía olvidado. Como filosofía se había impuesto un biologicismo cretino. Las decisiones dependían del caudillo, de sus malestares físicos, de su psiquismo desconfiado y paranoide. Venezuela era un país de la eternidad, el servicio militar era de duración indefinida. La institución de la recluta era espantosa. 192 / Nelson Guzmán

Gómez el general que había enfrentado a Rolando en El Guapo y en Ciudad Bolívar, a diferencia de Cipriano Castro representaba la eficacia, había demostrado que sabía mantener el poder. El orden dependía de la mano dura y la sagacidad. Las armas de la República estaban al servicio de la represión. Los hombres morían en las prisiones a consecuencia de los vergajazos. El miedo estaba en todas partes, la institución militar encarnaba el gorilismo y la muerte, se ejercían desde allí para domeñar por la fuerza la civilidad, aquello fue un orden que encarnó un retroceso con respecto al ideario de los libertadores. Los sucesos del veintiocho. La Reina de carnaval empieza a hacer resplandecer de nuevo la conciencia histórica. El gobierno le temía a las multitudes. Los actos y los festejos de la coronación de la Reina Beatriz I se mezclaron con la voz interior, con la Venezuela política. La universidad comenzaba a generar su discurso antiimperialista, antitotalitario. El pueblo no podía continuar con la mordaza. No se podía seguir imponiendo el silencio y el miedo. El discurso político se hizo fragua, los hombres, niños aún con apenas 18,19 y 20 años en solidaridad con los líderes presos se entregaron a las fuerzas represivas del tirano. En el 28 se yergue el sable contra la acción cívica ciudadana. El despotismo esgrimió lo más próximo a su espíritu como era reprimir. Las prisiones eran profundamente tenebrosas. Venezuela mantenía ergástulas como el Castillo Libertador, La Rotunda, Las Tres Torres en Barquisimeto y paremos de contar. Los grillos eran una marca en el alma. Venezuela vivía en la barbarie, la sensatez había sido aplastada. Eran los años de la ira como lo ha expresado con claridad el maestro Torrealba Lossi.

IV Los estudiantes en su gran mayoría fueron huéspedes de Palenque, de Araira, de La Rotunda y del Castillo Libertador de Puerto Cabello. En Venezuela conspiraban antiguos caudillos como Peñaloza, Ducharne, Delgado Chalbaud, Arévalo Cedeño, Nicolás Rolando Tiempos de incertidumbre / 193

y los estudiantes del 28. Eran días del infortunio, de las diarreas, de la tuberculosis, del paludismo, días del muermo de los gallos, de las voces de los difuntos, de las plegarias a Dios. Todo parecía haber muerto en el país, vivíamos una vida de la crucifixión o como lo dice Torrealba Lossi de las zancadillas, de las malevolencias, de las delaciones. Los años del gomecismo harán reaparecer la Venezuela de la ofuscación. La resistencia se organiza en el exilio, en las cárceles, en todas partes. Nadie había dejado de conspirar. El Falke entrará a Cumaná y reúne a dos generaciones diferentes; allí vienen José Rafael Pocaterra, Armando Zuloaga Blanco y comandaba la tripulación el general Delgado Chalbaud. La ira estaba a flor de piel, la conciencia histórica buscaba su puesto. Delgado había pagado cárcel durante catorce años en la Rotunda. Quizás no hubo un programa sino la rabia ante aquella singular desgracia de vivir en un mundo de ostracismo. Todos aspiraban al puesto de caudillo y al comando de gran dispensador, pero allí estaba la figura de Gómez pensando que el Estado era él. Venezuela vivía la tribulación que significó la invasión del Falke. Los hombres murieron en las calles de Cumaná esperanzados en que pronto saldrían del dictador. Los días de la ira habían ofuscado los sentimientos de Delgado Chalbaud, el mar era corto y de mucho largor y eternidad ante la brevedad y el afán que tuvieron aquellos expedicionarios de salir de Gómez. Cumaná era un pueblo crispado donde en ese agosto apenas si se atisbaban los resuellos de las plantas. El 12 de agosto de 1929 deja una mortandad en el suelo cumanés, los hombres habían combatido férreamente, el destino parecía haber sellado la derrota, pero nuevas embestidas de las fuerzas revolucionarias prometieron la eternidad, eran los bravos. Allí cabía en el corazón de aquellos hombres una sola palabra, patria o muerte. Torrealba Lossi nos relata el espanto y la tragedia que sufrirían los héroes de la toma de Cumaná en 1929. Delgado y Armando Zuloaga no conocerían otro descanso que las viejas arenas del antiguo cementerio de Altagracia. Pedro Elías y Pimentel quedarían allí para siempre en la memoria reclamando la justicia. Pedro Elías fue herido en Santa Ana y 194 / Nelson Guzmán

moriría días después en Carúpano. Aquellos hombres habían sido satanizados por el gobierno. Se tildó a Chalbaud de aventurero, de loco, los dispendios no se hicieron esperar. Venezuela quería salir del oscuro foso de la falta de instituciones democráticas, la dentellada de cualquier militar de rango podía conducir al patíbulo a los hombres sin que hubiese la menor posibilidad de chistear, se hacía necesario cambiar los imaginarios de la sumisión y el veintiocho, llámesele generación o movimiento planteaba el surgimiento de un nuevo país, se ofrendaba la posibilidad de brindar a las nuevas generaciones unas lecturas diferentes. Todo aquello había costado la sangre de los venezolanos que añoraban otro país.

V Torrealba Lossi nos ofrece en esa Venezuela plural que han encarnado sus escritos, la vida de Rómulo Gallegos. Aparece dibujado este gran venezolano en sus circunstancias, en los pequeños actos de su vida. La novela retrata al país, la interioridad de los hombres hace posible deslastrarse del olvido. Con Gallegos queda al descubierto Venezuela, sus costumbres, sus hábitos. Emergen de su novelística la civilidad y la barbarie. Gallegos va interpretando un país que necesita liberarse de inequidad y en esto es precisa la prosa del maestro Torrealba Lossi. Sus libros nos dibujan la generación de 1918, los sucesos del veintiocho y otros grandes escenarios por los cuales ha transcurrido la literatura venezolana. Lo venezolano va emergiendo de la obra de Torrealba Lossi, quedan allí engranados por el tiempo los esfuerzos del maestro don Cecilio Acosta. El país necesita volver sobre sí, se trata de recrear la obra y la dimensión que tuvieron aquellos Sócrates ante una Venezuela que había sucumbido en el terrorismo y en el despotismo de los caudillos. En Venezuela se había vivido de todo, desde la aparición en el gobierno de Crespo de un Thelmo Romero (brujo y curandero que llegó a ser director de hospitales y proveedor de medicamentos para los centros asistenciales), hasta la adulancia que se tenía frente a Tiempos de incertidumbre / 195

Guzmán Blanco. Los diáconos de siempre aparecían en la historia alabando los dislates de Guzmán. Caracas había sido construida a imagen y semejanza de París. Se complacían los delirios del Ilustre Americano, entretanto la patria se hundía en el oprobio de la corrupción y en el continuismo. Venezuela había padecido la Guerra Federal saliendo de allí herida. Los días de la ira para utilizar el término de Torrealba Lossi, han sido todos los que ha padecido el pueblo venezolano. Torrealba Lossi nos historiza los difíciles días del castrismo. El país padecía de la amenaza imperialista, Venezuela había sido bloqueada por las grandes potencias, en aquel país rural y atrasado emergió la voz de aquel hombre en defensa del sentimiento nacional. No se puede hacer la historia de Venezuela sin comprender las intenciones de los imperios con respecto a nosotros. La legalidad no nos ha hecho inmune. La enseñanza que nos deja el pensamiento de Fidel Castro –en los siglos XX y XXI con respecto a estos temas– es que los pueblos no podrán disfrutar de su autonomía y determinación política si no han comprendido cual es su tarea histórica. Torrealba Lossi va en busca de nuestro pasado histórico. En su libro Gallegos un hombre y un destino biografía la historia intelectual del país. Este texto surge como un instrumento pedagógico de nuestro gentilicio y de los afanes que tuvieron los hombres del pasado. Se reconstruyen a través de este escrito los esfuerzos intelectuales de Rómulo Gallegos, Julio Planchart, Salustio González Rincones, Julio Horacio Rosales, Enrique Soublete. Estos hombres estuvieron vinculados a La Alborada. Se está hablando de los días ácidos y agrios que le tocó vivir a Venezuela. Torrealba no media, ni condesciende un milímetro en el análisis. El castrismo fue un régimen retórico y represivo, al igual que el gomecismo hundió a la nación en hondos dolores. Continuamos tratando y hablando de Los años de la ira, el país parecía no tener salvación, yacíamos aún en la oscura caverna, el país se moría, desaparecía con la desnutrición. Entre los grillos no se podía vivir mejor. El siglo XX daba continuidad a las miserias del siglo XIX. Mariano Picón Salas ha señalado como trágica nuestra historia. El 196 / Nelson Guzmán

siglo XX hasta 1935 no había comenzado. La dictadura de Gómez significó el atraso y el ostracismo. Los métodos de conservación del poder de aquella dictadura eran bárbaros, los hombres caían presos y de allí no volvían nunca. En Puerto Cabello los presos con las primeras luces del alba pescaban los bagres utilizando lo que en las cárceles de la época se denominaba el pollino, es decir, sus excrementos lanzados al mar. Esa Venezuela moría de disentería, de tifus, de paludismo, de viruela. La salvación daba muestras de no existir, el régimen había violado por décadas los derechos humanos y allí continuaba el déspota. Cosa curiosa de la época: los escritores de la civilidad y del progreso ocupaban embajadas, escribían libros para defender al loquero (a Gómez) y nada decían de la feroz represión. Muchas cosas habían sucedido en aquella larga noche de oscuridad, la familia del tirano se disputaba el poder y la dispensa del amo, nada resultaba evidente. Muchos esperaban la fatalidad, los designios del tiempo y de Dios para liberarse, el saldo era nefasto: el atraso escolar, las guerras, las instituciones democráticas aún no formadas.

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Evo Morales los retos de una cultura ancestral

América comienza a retornar sus ojos sobre sí. Las estrategias de conocimiento y el universalismo filosófico se han vuelto insuficientes. La larga noche de la historia ha indicado que un paradigma, un viejo modo de hacer política comienza a fenecer, es así como cobra vigor el concepto de natividad en la historia. Bolivia no puede escapar a esta suerte. Un manto sagrado de diez mil años ha cobijado el cuerpo de Juan Evo Morales, los bastones de mando de su pueblo le han sido conferidos. Desde allí las nuevas voces o las antiguas comienzan a emerger. Bolivia no es otra cosa que el clamor de la redención y la emancipación de pueblos que han sido expoliados. El zócalo de la memoria se refracta. Los hombres han cargado sobre sus hombros cinco mil años de cultura y ésta no ha podido ser aniquilada. Hoy vimos en la TV desde las viejas ruinas de Tiahuanaco a Juan Evo Morales Aima tomar las riendas del pueblo boliviano. Ayer y hoy ese mundo fue flagelado por el colonizador, los viejos ritos habían sido arrasados por la barbarie y las realidades de un discurso discriminador. Nadie pensó jamás que un hombre humilde, hijo de pastor y campesina calara, tan profundo en el pueblo boliviano. La humildad de este hombre de pueblo a pesar de ser diputado desde 1997 lo lleva a asistirse él mismo. Evo Morales ha sido vilipendiado, acusado de terrorista, de narcotraficante y de incitar a la desobediencia pública; todo esto le granjeó su purga en el Congreso de la República de Bolivia en el 2002. El Pentágono y la oligarquía boliviana saben a ciencia cierta que este hombre humilde, con el bachillerato no completado, es una

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fuerza de reacción contra la oligarquía retrógrada boliviana. Evo Morales encarna el sentimiento de su pueblo, pero además posee la conciencia y la claridad de saber que el gas y los hidrocarburos bolivianos deben ser nacionalizados. Los secesionistas siguen teniendo en la cabeza dividir a Bolivia. Evo como un humilde ser de la tierra, plancha su ropa, la lava y atiende sus quehaceres domésticos. Evo es el hombre común, en nada se diferencia de sus costumbres. Evo ha padecido todas las dificultades del mundo, ese impulso señala en él un nuevo modo de hacer política, la renuncia a los privilegios. Evo retoma las costumbres de su pueblo, él sabe de los dolores, conoce el hambre, las pústulas de su pueblo no le son ajenas. La indiferencia y la discriminación forman parte de su pasado. Evo padeció la miseria en carne propia. La exclusión no le es ajena. Hijo de excluidos sabe a ciencia cierta que la lucha que está planteada es la de la justicia social. Sin embargo Evo Morales no se ha amilanado; días antes de tomar sus funciones como presidente de la República de Bolivia visitó a Fidel, a Chávez, a Zapatero, a Jacques Chirac, la China. Evo en un gesto de malabarismo y de nueva política consiguió para su país lo imposible: la ayuda educativa y médica de Cuba, el canje con Venezuela de petróleo por productos agrícolas. El presidente de España, Rodríguez Zapatero, ofreció condonarle la deuda a Bolivia y Jacques Chirac la asistencia a su país al precio de que las inversiones francesas en suelo boliviano fuesen protegidas. Estos son los signos de los nuevos tiempos Varios factores hicieron posible el milagro de Evo. Uno de ellos la fuerte exclusión que padece el pueblo boliviano. La crisis ha vuelto la vida incierta. No se sabe a ciencia cierta si la nación va a continuar como tal, o el secesionismo dará cuenta de ella. Los indígenas han sido masacrados por unos discursos intolerantes. El Imperio no sólo ha impuesto su ideología, sino que amenaza el equilibrio del país. Sánchez de Losada representó la barbarie, los gobiernos de Meza y Eduardo Rodríguez fueron incapaces de controlar la violencia y pretendieron gobernar a la vieja usanza. 200 / Nelson Guzmán

La única verdad es que no se puede gobernar en la pobreza extrema y en Bolivia el futuro de los hombres no parece ser claro. La élites dominantes quieren declarar independiente el territorio de Santa Cruz, se ve a las claras que el discurso neoliberal no está atado a ninguna moral de la preservación. La epopeya de los héroes en la independencia contra España no les interesa, para ellos es pura bagatela. Igual da un monumento a Bolívar, San Martín o al dios Dólar. Evo Morales por el contrario, en un afán de volver a las raíces, en un esfuerzo por reivindicar los orígenes, pone de manifiesto el valor y el poder de los mitos. Su asunción del mando presidencial se realiza en territorio sagrado de los aymará, de los quechuas y los guaraníes. Los símbolos de mando fueron los tradicionales. Bolivia ha vuelto sus ojos sobre sí, se asume como propietaria de un legado histórico insustituible. En la catarsis las almas han comenzado a redimirse de la opresión del colonizador. En Bolivia no estamos en un simple gesto de vuelta a los orígenes, sino ante un esfuerzo grandioso por congruir a distintas culturas que habitan un mismo territorio. No será la simple asimilación, sino la integración de una sociedad plural donde conviven distintas tribus indígenas con los criollos. El cambio de timón ha sido total, los humillados, los ofendidos, los que nunca han tenido voz desde la Colonia tienen la palabra. Evo Morales debe comenzar a realizar un giro lingüístico total y lo ha anunciado ya, desde el comienzo diciendo que Bolivia no es un país perteneciente al eje del mal. Bolivia es un afán y una lucha por rescatar de las cenizas y las precariedades a los hombres que viven en ella. En Bolivia la toma del mando ha sido un acto telúrico, los viejos espíritus ahuyentados de la faz de la tierra han vuelto. No habíamos visto nunca tanta convicción hacia la reivindicación de su propio pasado. Evo Morales deberá decir a partir de este momento, pero ya como presidente de la República de Bolivia, que las hojas de coca no son la cocaína. La coca forma parte de una cultura ancestral. Como lo demostró Carlos Castaneda con el peyote en México, habrá que decir que la coca es medicinal, Tiempos de incertidumbre / 201

su transformación alivia los dolores corpóreos. Transformada en lidocaína, en novocaína cumple las funciones de anestésico. Pero más allá la coca es lo sacramental, es el retiro a la inconsciencia, la puesta en vigencia de otras voces inescuchadas en la cotidianidad. La coca, sus hojas transformadas en vortex es una exquisita bebida que tonifica el espíritu. La coca en los caminos largos bolivianos, en las sendas inacabables del Perú y de Colombia es una vitamina, una fuente de energía asociada a los rituales. Es obligatorio deslindar la cocaína del uso de la hoja de coca. La cocaína es un proceso mediado por experiencias químicas para transformar este producto añejo de una cultura en una droga que engrosa los bolsillos de las trasnacionales. Hoy Bolivia está ante un inmenso reto, volver hacia sí, otearse, rescatarse de las profundidades del olvido y de las vejaciones a las cuales ha sido sometida; y en esto Evo Morales y toda la ayuda internacional de los pueblos son necesarios, pues el continente americano comienza a buscar su camino.

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Frank Fanon: África y la descolonización «Liquidar la revolución argelina, aislarla, sofocarla, minar sus fuerzas son sueños absurdos» Frank Fanon.

El compromiso revolucionario Frantz Fanon: Antropólogo martiniqués-argelino de una gran relevancia, escribió Piel negra máscaras blancas, Por la revolución africana, Los condenados de la tierra y un centenar de artículos más. Las preocupaciones de Fanon– entre 1952 y 1961 fecha de su muerte– estuvieron centradas en la problemática de la colonización, del racismo y de la cultura. Su preocupación fue liberar el África del colonialismo. El prólogo del libro de Fanon Los condenados de la tierra fue escrito por Jean Paul Sartre, allí se define la condición psicológica y vivencial del racismo. Fanon sostenía que había que desterrar de la piel, de la sangre, de la vida cotidiana, los símbolos del colonialismo. Frank Fanon ejerció la medicina en Argelia, país sometido al colonialismo. Fue médico psiquiatra en el hospital de Blida. En 1956 pronunció la conferencia Racismo y cultura, esto sucedió en el Primer Congreso de Escritores Negros. Fanon hablaba de la emancipación absoluta de los negros, de las rupturas con las taras del colonialismo. Fue un militante del Frente de Liberación Nacional. La guerra de Argelia costó un millón de almas. Se planteaba la unidad de África.

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La suerte de la Revolución Argelina es la del continente Africano- decía. Fue amigo de Lumumba; líder que tuvo una visión africana más parecida a la suya. Lumumba pensaba que la liberación del Congo era la primera fase de la independencia completa del África Central y Meridional y había fijado muy precisamente sus próximos objetivos: sostén de los movimientos nacionalistas de Rodesia, Angola, Sudáfrica. Las luchas estuvieron enfiladas contra el colonialismo belga, portugués y francés. Lumumba expresaba el patriotismo congoleño y el nacionalismo africano. Fanon decía: «La ONU jamás ha sido capaz de solucionar uno solo de los problemas presentados a la conciencia del hombre por el colonialismo, y cada vez que ha intervenido, ha sido para acudir concretamente en socorro de la potencia colonialista del país opresor» «En realidad la ONU es la carta jurídica que utilizan los intereses imperialistas cuando la carta de la fuerza bruta ha fracasado». Otros hombres comprometidos en América con las causas de la liberación y de la emancipación de los negros fue Malcom X, político norteamericano (1925-1965). Miembro del movimiento de los musulmanes negros, fundó la organización afroamericana. Fue asesinado en 1965. También otro gran dirigente negro del mundo norteamericano fue el reverendo Martín Luther King, nació en Atlanta y fue asesinado en Mephis en 1968. Su acción pacifista pretendió la integración de los negros norteamericanos. Fue Premio Nobel de la Paz en 1964 y fue asesinado en 1968. Frank Fanon dentro del ejercicio de su profesión de psiquiatra trató en Argelia de modificar el tradicional tratamiento psiquiátrico; esta ciencia no hacía más que punir al enfermo. A este se le castigaba, se le encadenaba para que siguiese las prescripciones de los galenos franceses. Europa seguía imponiendo en el mundo musulmán sus saberes, sólo se trataba de obedecer. Fanon optó por las terapias de trabajo, amplió éstas a las mujeres insertándolas dentro de la tradición musulmana. Para mejor entender a sus pacientes aprendió 204 / Nelson Guzmán

el árabe, insurgía así como un militante de la contestación. No se trataba de asimilar a los musulmanes al mundo occidental. Fanon había visto muy de cerca, en su tierra Martinica, lo que significaba la exclusión. No se podía seguir estructurando la lógica de la vida de los hombres dentro del lenguaje del capitalismo. El mundo necesitaba la implantación de una ética de la sinceridad. La asimilación era el peor de los castigos que se podía infringir a una cultura. La equidad era imposible desde allí. La experiencia colonial le había demostrado a Fanon que era necesario abolirlo. La redención del hombre debía ser el producto de sus luchas. Tanto sus libros como sus prácticas profesionales convocaban a la rebelión, había que desmantelar un mundo que sometía a los negros, a los indígenas. Fanon utiliza el vocablo condenados de la tierra para caracterizar a todos aquellos que no tienen voz. Para él –como lo ha expresado Meter Geisma– era difícil retornar la salud mental del pueblo Argelino en tanto era al cotidiano martirizado por las armas y la justicia francesa; de allí que Fanon decide renunciar al hospital de Blida. Él había comprendido que no quedaba otro camino que hacer la revolución, la intolerancia francesa era perspicaz, se confinaba a los musulmanes sin que estos tuvieran otra escogencia de vida, el desconocimiento de las leyes francesas traía encarnada la acción totalitaria. El otro, el condenado, el humillado sólo debía obedecer. Frank Fanon fue un revolucionario a carta cabal, fue un viajero con un rumbo claro, la búsqueda de la libertad. De Martinica pasa a Francia donde realiza sus estudios, regresa a su tierra natal, de allí va Argelia de donde es expulsado y recobrando fuerzas lo vemos muy pronto en Túnez. Fanon fue un militante del FAL, un hombre que aproximó la psiquiatría a la revolución, era imposible lograr la paz sino eran eliminadas las diferencias entre los hombres. Las agresiones del Estado francés eran cada vez más exacerbadas, se buscaba por la vía económica mantener el control del Maghreb. Se dejó sin asistencia tanto a Marruecos como a Túnez, la vocación de sometimiento y las ansias de poder eran feroces, el colonialismo no admitía la descolonización, en su excelente biografía sobre Fanon, Tiempos de incertidumbre / 205

Meter Geismar nos cuenta las estrategias belicistas del gobierno francés tratando de desacreditar a la FAN.

La revolución y la cultura La Revolución Argelina luchó por la reivindicación de lo nacional, se trataba de reivindicar el Islam, no era sólo salir del yugo francés, sino realizar una revolución de lo nacional. Tanto en Argelia como en Túnez y Marruecos hubo gente de todo el mundo. Las mujeres africanas se habían incorporado a la vida social, si bien es cierto que el velo era en cierta forma un símbolo de sumisión, por otra parte se lo quitarían para incorporarse a las luchas guerrilleras. Lo cual no significaba la renuncia de un atuendo ligado a la tradición islámica, sino buscar mayor movilidad en la calle, más capacidad de acción. Fanon representaba una piedra en el zapato para el Imperialismo. La mano roja organización de colonos argelinos intentó liquidarlo volando el jeep donde iba, de allí sería conducido a Roma donde sufre un nuevo atentado. El destino y la malicia de revolucionario curtido le hicieron pedir el cambio de habitación, esa misma noche, la supuesta cama de Fanon sufrió los disparos de una Browing automática. Las posturas de este intelectual comprometido concitaban odio. Su biografía intelectual lo muestra como un hombre abominado y querido al mismo tiempo. El diferente no se puede asimilar, este vocablo es propio del coloniaje, borra la diversidad cultural de los pueblos. El colonialismo empieza a ver resquebrajarse su imaginario. La lucha se hace mundial. En Estados Unidos Las Panteras Negras revelan que Occidente ha hundido a los pueblos en la injusticia. No se tolera al negro, se cree que la ciencia social debe ser neutra. Se alude más a la descripción que al compromiso ético de los pueblos. Se aspira que el antropólogo sea un cronista, el discurso atiende más bien a la reivindicación de la rareza, de lo exótico. No había otro camino para Fanon que no fuese la radicalidad, se argüía por un cambio de ideas. La ética profesional para Fanon era la del esfuerzo y la dignidad. 206 / Nelson Guzmán

La razón occidental había hecho aguas, el mundo estaba obligado a cambiar, no había otra salida que fomentar el discurso y la praxis de la radicalidad. Las sociedades islámicas se nuclean en torno a sus tradiciones. El Occidente ha cuestionado su cultura. Se tilda el uso del velo como atrasado. El Occidente cristiano olvida que se ha levantado sobre una cultura patriarcal, paternalista, represiva. Occidente no representa el delirio báquico de la libertad; su cultura, muy por el contrario, se ha construido sobre el miedo, el saqueo y la represión. Occidente ha antepuesto sus juicios de valor para juzgar lo diferente. El imaginario de la cultura occidental se presenta como tolerante, moderno y pare de contar. Fanon dice en La dialéctica de la liberación que se intenta ganar a las mujeres a favor de los valores extranjeros, el problema es comunicacional, se trata de horadar la cultura islámica y de desgalvanizarla. El discurso comunicacional europeo intenta imponer el autodesprecio al nativo. Fanon narra cómo el colonialismo francés empezó su campaña de descrédito contra la cultura árabe entre las indigentes. Se repartía sémola y conjuntamente se señalaba la imperiosa necesidad de abandonar el velo. Se trataba de penetrar las culturas árabes, el colonialismo no desfallecía en el intento de imponer sus valores. La cultura occidental era presentada como superior. El intento de Occidente no ha sido otro que el de la penetración cultural, hay que abandonar las creencias de la tradición y avergonzar al dominado de su propia cultura. Occidente ha impuesto no sólo sus armas, sino sus valores y sus tradiciones como los únicos. Lo anterior demuestra que el proceso de derrumbe de una sociedad no sólo se realiza por las armas, sino mediante la cultura. Se trata de contraponer dos culturas: de un lado una Europa desarrollista, moderna y de otra parte un mundo árabe periclitado. Allí estarían en lucha la luz y la oscuridad. La mujer argelina para Fanon se juega en lo simbólico, detrás del velo se ve, se percibe otro mundo. La cultura europea intenta domeñar su saber y Valoración; dicen: «somos superiores, el mundo comienza en nosotros». Se ha declarado según lo expuesto por Fanon que el velo es sinónimo de atraso; el autor le da una Tiempos de incertidumbre / 207

explicación psicoanalítica a la conducta de los europeos, se trata de destruir una cultura, de llevarla a la estampida, a la dispersión.

La lucha por la dignidad Fanon como miembro de la FLN sabe a plenitud acerca del carácter de la guerra por la liberación de Argelia, comprende que no se trata tan sólo de un problema económico, sino de la necesidad de preservar una cultura, unos valores. El enemigo ha puesto en marcha una acción genocida y etnocida, en el escenario convergen dos valoraciones diferentes del mundo. Las luchas revolucionarias de la mujer argelina marcarán un nuevo voluntariado, una lucha en contra de la asimilación, la puesta en vigor del derecho que tienen los pueblos de ejercer sus diferencias culturales. Fanon nos narra la labor de enlace que le tocaba ejercer a las mujeres argelinas, unas veces actuando como informantes, otras transportando dinero y armas en su bolso para los hombres y familias que estaban en la lucha anticolonialista. La incorporación de la mujer argelina a la revolución implicó que debían vencer sus propias restricciones culturales, había que desvelarse por necesidad o transitar por espacios de la geografía de la nueva ciudad europea que no le eran usuales. No podía haber limitaciones según el autor que venimos analizando puesto que el objetivo era único, la liberación nacional. Se luchaba contra el racismo, contra el asesinato a mansalva. Se luchaba con la voz colonizadora de la mayoría de los colonos franceses. La lucha fue cerrada, lo cual no descartó ninguna metodología, según Fanon ante tanto espanto, era la muerte o la vida. Se luchaba entonces por la vida de la revolución, por la dignidad del pueblo argelino y sobre todo por la patria, había que preservar las costumbres, los modos de vida. Los pueblos habían lanzado ya sus gritos de guerra, se debía retornar al sentimiento identitario. La lucha contra el colonialismo es raigal, los pueblos han tomado conciencia de su valor, de su sapiencia. Los sentimientos de inferioridad cultural empiezan a ser rechazados, se imponen 208 / Nelson Guzmán

entonces los sentimientos de que se trata de lucha por la memoria, por la tradición, por la vida. La lucha es por el futuro. Según Fanon, la mujer desvelada retoma su haik, nada la detendrá, las promesas del colonizador no son más que banalidades. Los argelinos empezaron a comprender que aquella guerra era esencial, estaban en juego sus familias, sus vidas, sus amigos y sobre todo la honorabilidad de llevar una vida digna. La tolerancia europea había descubierto ya su juego. Fanon complejiza el sujeto social de transformación al otorgarle a la mujer argelina las borlas que le pertenecían como revolucionaria. La mujer «detenida, torturada, violada, abatida, es un testimonio viviente de la violencia del ocupante y de su inhumanidad». Para Fanon el problema del coloniaje africano por parte de los europeos implica necesariamente que la praxis revolucionaria desmonte los valores sobre los cuales se ha estatuido la sociedad colonial. Los saberes del colonizador se presentan como absolutos, someten al degredo las prácticas regionales de conocimiento. Lo que no es europeo no es científico, es atrasado, representa la barbarie. El modelo de análisis continúa siendo el desarrollista. El adelanto o el atraso se miden en estos casos por la técnica. La medicina –que es el objeto que en infinidad de ocasiones le toca a Fanon examinar– impone sus lógicas a la cultura diferente. Sin embargo los criterios científicos son dubitados por el colonizado. Fanon consideraba que en África del Norte no se podía tener confianza sin reparos en la medicina francesa, estos pueblos eran sometidos por el coloniaje. No se sabía en la población si los médicos estaban allí para suprimirlos, para sufragarlos o para ayudarlos, estaban luchando dos paradigmas, dos visiones del mundo diferentes. Las luchas por la reivindicación de lo nacional implican un proceso de creación, de puesta en escena de fuerzas que han de ayudarnos a encontrar los verdaderos caminos de la equidad. El colonizador tatúa al colonizado como atrasado, no civilizado. Se ha dejado de comprender que los pueblos del mundo no pueden vivir sometidos al yugo de los vejámenes. Los enemigos visibles e invisibles de los pueblos son infinitos: el colonialismo, la Tiempos de incertidumbre / 209

asimilación, la guerra, la experimentación, el hambre, las epidemias, la desocupación. De Frantz Fanon podemos extraer la enseñanza de que es posible enarbolar una antropología política que discuta y disuelva las lógicas de las sociedades coloniales y neocoloniales. La rebelión es la contestación, la necesidad heroica de otorgarles la palabra de nuevo a los pueblos.

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Violencia y olvido de la izquierda

I El petróleo señala en la vida política, social, económica y cultural del país un cambio de rumbo. Con la aparición del oro negro la Venezuela rural cerraría una puerta al pasado. Se iniciaba aquello que Mariano Picón Salas llamó la entrada al siglo XX; por cierto Venezuela lo haría muy tardíamente. Gómez acaudaló las riquezas provenientes del bitumen. En su gobierno Venezuela fue una hacienda de ricachos donde la mayoría de la población moría en los calabozos, en los campos de batalla o víctima del sarampión, de la sífilis o de la blenorragia, pero sobre todo de hambre. Las desigualdades y las guerras propiciaron que la sangre joven de la población se enrolarse en cualquier aventura caudillesca que le llegase a su puerta. El siglo XIX y comienzos del XX se arreglaron a plomo parejo. El ideal sacrosanto por el cual se llevaron a cabo los enfrentamientos civiles en Venezuela estuvo motorizado por la justicia social. Cada caudillo anheló su propia equidad. El poder estaba allí para ser asaltado, los hombres se mataban y se inmolaban dentro del cuadro de ese imaginario. Las cosas más espeluznantes acaecieron en el país en esa oscura noche de los enfrentamientos civiles y de la osadía militar. Después de la guerra magna las bayonetas no dejaron de repiquetear durante todo el siglo XIX. Todos prometieron justicia y el pueblo continuaba diezmado por el hambre. La medicina estaba en el suelo. En el período de Joaquín Crespo un curioso como Thelmo Romero, auspiciado por el caudillo coqueteó con la idea de ser rector de la Universidad de Caracas. El caudillismo llevaba en Tiempos de incertidumbre / 211

sí las bases del desastre. Se estaba construyendo el país donde todo sería posible. Era la liquidación de la institucionalidad.

II Venezuela ha sido siempre una sociedad movilizada, terminada la Independencia comenzaron las contiendas civiles. Cada quien imaginó la libertad y la justicia a su manera. Los hombres tenían algo claro, lo primordial de sus vidas era el poder. Cipriano Castro opuso la resistencia discursiva a la salvajada que fue el bloqueo que las potencias comerciales realizaron contra Venezuela. Al contrario de las ideologías antivenezolanistas de la clase media de hoy, mayamera y golpista, los ideales de los venezolanos eran el terruño y la exaltación de los símbolos patrios. Si hacemos memoria de la marcha del 11 de Abril que arrancó del Parque del Este y empalmó con Chuao hasta llegar a Miraflores, observaremos que esa concentración venía presidida por una enorme bandera norteamericana. Allí se dieron cita la derecha mayamera y la vergonzosa izquierda antichavista, antiproceso, anti Venezuela y anti todo aquello que no le sea beneficioso. Lo que queda de la izquierda democrática de los años sesenta decidió olvidar los crímenes y las torturas de aquellos años para fundirse en una orgía perpetua donde se le alzó la mano a Carlos Ortega, donde se quebraron copas con los militares gorilas, donde decidieron olvidar que marchaban al lado del diablo, de los representantes del Imperio y de sus políticas neoliberales, han decido olvidar que el asalto a la Embajada cubana fue un acto fascista que desconoce el derecho internacional y la democracia. Ese 11 de Abril el golpismo vio expedito el camino hacia Miraflores. Se había decidido el manotazo, se aplaudió a Carmona, los ministerios se repartieron, pero la historia sería cruenta, unas horas más tarde aquel pacto insostenible no podría mantenerse. La ambición no encontró el liderazgo, ni la convicción necesaria para llevar el plan hasta sus últimas consecuencias. Esas horas revelan cuan democráticos son los que acusan de autoritarismo al gobierno. 212 / Nelson Guzmán

El 11 de Abril fue el día de la mascarada, de la muerte por encargo. Como antaño, como siempre, como será hasta el final de los tiempos la ambición se reveló ilimitada. Esa izquierda ha olvidado hacer sus denuncias contra el Imperio, se ha descuidado de imputar la política sátrapa adelantada por Bush y sus neocom, importa el poder y no importa a qué precio. Esa izquierda olvida la voracidad del capitalismo norteamericano. Estados Unidos no ha firmado el protocolo de Kyoto. Sencillamente no está comprometido con la vida del planeta. El gobierno norteamericano ha violado todos los códigos de ética, se ha invadido, se ha vilipendiando a los enemigos, se han encerrado a los hombres en la base de Guantánamo, se han burlado de la razón, su política se adelanta a garrotazo limpio. Se destruye el planeta, todo parece justificado, esa izquierda rendida olvida que Venezuela durante los cuarenta y tantos años de democracia representativa fue un país hipotecado donde las empresas vitales quebraron. El futuro venezolano fue entregando, perdimos la Cantv, Viasa, y tantas otras sin que nada pasara. Resulta pesaroso el servilismo de los antiguos dirigentes de esa izquierda vencida de todas las derrotas.

III La ideología norteamericanista posee una gran fe en que el progreso y la civilidad deben venir del norte. El culto a la tecnocracia ha precedido esa manera dislocada de entender lo social. El norte es un mito. No se crítica la política genocida de G. Bush. Los gobiernos norteamericanos no han logrado paliar la crisis social que hay en ese país. Allí se han ido enormes contingentes de latinoamericanos en busca del porvenir que no ha podido otorgarle sus países de origen; pero EEUU no es sólo el río de felicidad, sino el suelo del racismo y de la violencia hacia los latinoamericanos. El capitalismo, en el país tecnológicamente más avanzado del mundo no ha logrado derrotar la injusticia social. Estados Unidos es una sociedad con Tiempos de incertidumbre / 213

muchas aristas, su economía neoliberal no ha logrado solucionar el problema de la desigualdad y el racismo. El ideario político de una izquierda que en conjunto durante la década de los sesenta equivocó su estrategia política contra Betancourt ha terminado por asimilar sus apreciaciones del mundo con lo que tiene la muy mayamera aristocracia adeca-copeyana que se refugió en la Florida. El problema más importante no es coincidir con Chávez, es natural la disidencia, el asunto central está en que esa izquierda, o parte de ella reside sumida en la nostalgia golilleras de las migajas que el petróleo logró proveerles. Los dirigentes históricos de esa vieja izquierda obcecados ante la figura de Chávez se han anotado en la tentación de volver al país ingobernable, han olvidado la crítica, su fanatismo los ha vuelto incondicionales ante Fedecamaras. Ante las agresiones de Bush y sus chicuelos del Pentágono prefieren guardar silencio, que un hombre como Bush lo resuelva todo a punto de bombas les parece normal. El mayamerismo clama la invasión de los marines y dice: «fuera el tirano». El país se volvió un mazacote, la coincidencia entre partidos como AD, Copei y los grupos de la izquierda que se hacen llamar democráticos sorprenden como el cine de horror. Lo peor es el maridaje sostenido entre la CTV y los dueños de empresas privadas. El paro golpista resulto ser el más claro ejemplo. El único elemento que podíamos encontrar en ese suelo y que posiblemente haya amalgamado pensamientos tan disímiles sea posiblemente el odio, el reclamo del control del circo o la frustración de no haber gobernado nunca. Los discursos de esa izquierda nunca le resultaron potables al pueblo. El desprecio político y cultural de la izquierda mayamera la ha hecho añorante de las virtudes del Imperio norteamericano, su voz se ha vuelto silenciosa con respecto a las invasiones que los Estados Unidos han realizado en América Latina. Estados Unidos es el país más antidemocrático de la tierra, la Corte Suprema proclamó de manera fraudulenta al Sr. Bush como presidente de la nación. El ilusionismo del progreso nos ha hecho perder la realidad de un país con una crisis espantosa. Los medios nos presentan una región de sueños, sin embargo los dos millones de presos, los infectados 214 / Nelson Guzmán

de sida, los esquizofrénicos, las altas tasas de drogadicción nos muestran tal vez el principio del fin. La larga mano del Imperio americano se extiende por todo el mundo, su vida se construye de petróleo, de conquistas y de muertos. Del enorme afán democrático que la clase media izquierdista e intelectual venezolana tuvo en la década de los sesenta, setenta, ochenta y noventa, se ha pasado al olvido. Para la intelectualidad venezolana hechos como el 27 y 28 de Febrero parecen no existir. A la izquierda democrática se le olvidó la salvajada del gobierno de Carlos Andrés Pérez. Perdieron la memoria ante asesinatos como los de Cantaura y Yumare. De qué democracia se están reclamando, de aquélla que durante cuarenta años vejó a los venezolanos, de aquélla que hipotecó el futuro de varias generaciones. Aquí se dilapidó la riqueza de tres generaciones, el boom petrolero permitió construir una oligarquía petrolera de nuevo cuño. Hay razones de sobra que permiten demostrar claramente que la supuesta paz que se reclama nunca ha existido en Venezuela. Aquí fueron asesinados Alberto Lovera, Fabricio Ojeda, Jorge Rodríguez, Tito González Heredia, etc. y no hubo justicia. Los petrodólares y el confort fueron reconciliando a esa izquierda con el usufructo de su pequeño ministerio, con alguna embajada no significativa, otros fueron más descarados y de una vez se arrimaron al patrón de turno y se inscribieron en el partido que estaba en el poder.

IV Tanto el Porteñazo como el Carupanazo sembraron de sangre, dolor y represión la vida de los venezolanos y nada pasó. El ajusticiamiento siempre fue una costumbre en la vida de nuestra cotidianidad y nunca se logró ponerle freno a estos viejos hábitos de la barbarie. El exterminio contra los miembros de la Juventud Comunista, el MIR y otros partidos de izquierda se ha echado al olvido. Esa izquierda democrática incurre en el desolvido, en la orfandad teórica, se amalaya de que la suerte le hizo perder los pocos curules que le restaban en el parlamento. Tiempos de incertidumbre / 215

De qué derechos humanos se reclama esa izquierda si aquí nunca los respetaron, no había manifestación que no acabará a plomo, peinilla, gases lacrimógenos y ballena. El reclamo de aumento de salarios costaba la muerte de empleados y de estudiantes. Siempre se vivió en el miedo, en la pesadilla de poder ser tiroteado por lo espalda. Es que se olvidaron de las veces en que la UCV fue allanada, la amnesia no parece el mejor consejero. Una cosa es que los socialismos reales no hayan tenido éxito, y otra muy distinta la represión que la democracia representativa significó para los venezolanos. El futuro siempre residió imposible para esa izquierda que reclama la democracia. Aquí se ha olvidado de decirle al pueblo que las riquezas del país fueron hipotecadas, que fuimos gobernados por barraganas, por alcohólicos, por presidentes refraneros y por ministros de la Inteligencia que pretendieron «civilizar» a los indígenas comprándoles violines, cuando el verdadero problema de nuestra alma es el hambre y la libertad conculcada por la estafa que fue la democracia representativa.

216 / Nelson Guzmán

Poder, violencia y soledad en algunos autores de la literatura latinoamericana

América Latina y su literatura La literatura latinoamericana está cruzada de fantasmas y de la recreación de viejos mitos. Pensar y repensar en América Latina es acudir ineludiblemente a la manera como Alejo Carpentier retrató la geografía exuberante y los ríos del continente. En las páginas de su novelística aparece el Orinoco fantasmal, creador de un mundo propicio para el diálogo con sus mitos y sus leyendas. Al decir de Luis Harss en su libro Los nuestros, Carpentier se volcó a retratar la naturaleza, indudablemente no estamos ante un Emilio de Zolá y su intento fotográfico y naturalista de apropiarse de la naturaleza. Zolá describe en El vientre de París la vida de los mercados parisinos, los amaneceres y los diálogos de los marchand de legumes. Su novela nos deja presos de la fascinación que ejerce la naturaleza sobre los hombres. Sin embargo, la literatura hispanoamericana –vista desde las égidas de Miguel Ángel Asturias, Gabriel García Márquez, Roa Bastos, Carpentier, Borges, Sábato y de tantos otros prohombres de nuestra lengua– va a estar enfrascada en la definición de nuestra identidad cultural. La violencia va a ser una constante en la generación del boom literario en América Latina y no sólo ello, sino la soledad y la fundación de pueblos que se van dibujando y desdibujando a lo largo del camino.

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A García Márquez le tocó refundar Macondo como pueblo prototipo de América Latina. Allí fue a buscar las nostalgias de su pasado. Extraña vida la de García Márquez, criado por sus abuelos y hasta los siete años profundamente influido por su abuelo paterno hay quienes piensan que la figura del coronel en El coronel no tiene quien le escriba esa «obrita» introductoria –a la profundidad de su imaginario– no es otra que la de su abuelo. García Márquez nos narra de manera fabulada y plomiza la historia de las guerras civiles colombianas. La historia de hombres poblados de sueños perdidos en las guerras, atascados luego en la prisión de la muerte y el tiempo como fue el caso de El coronel no tiene quien le escriba; quien esperó con silencio y prudencia durante muchos años la salvadora pensión que lo ayudaría a sobrellevar su vejez con cierta dignidad económica. La lancha del correo llegaba siempre a Macondo sin noticias para él. Las élites a las cuales se había opuesto no le perdonaron ni a él ni a los insurgentes su acto de rebeldía. Su hijo Agustín moriría también guerreando y sería esto un gran pesar para él y su mujer. El coronel era un hombre justo, tenía sus fatuidades y a pesar de su estado de miseria económica, dentro de sus obsesiones le dio por preparar –para la pelea y para que representara a Macondo ante otros pueblos– un gallo invencible, muestra de la dignidad y gallardía de esos hombres fantasmales abandonados a su propia suerte por el poder lejano y tiránico por el cual combatieron. El mundo imaginario de los relatos de Gabriel García Márquez es abundantísimo en el uso de la hipérbole. Nos narra en El relato de un naufrago situaciones límites: la voluntad de sobrevivencia de un hombre extraviado en el Mar de las Antillas. Naufragio y soledad, sol chirriante sobre la piel, heridas profundizadas por la sal y la resequedad, ardores del viento sobre la conciencia de ese hombre descubridor del paraíso que en medio de su naufragio y soledad no está cierto de si habrá mañana. Momento éste extremado para la reflexión, momento de esperanzas, de fijación a la vida de soliloquio y de monólogo interior, momentos como los que vivía el coronel cuando le crujían las vísceras y pensaba en el hambre y en las guerras civiles de su país. 218 / Nelson Guzmán

El tiempo que maneja Gabriel García Márquez es el de la espera y el duelo, las nostalgias de sus personajes son infinitas. José Arcadio Buendía espera noche tras noche, a su amigo Melquíades para que le descubra el mundo, para que lo ponga en contacto con los grandes inventos. Para que le enseñe las fantasías. Melquíades descubrió la fuente de la inmortalidad, pensó en un momento determinado José Arcadio cuando lo vio rejuvenecido con dientes nuevos después de padecer el beriberi, el escorbuto y la malaria. Melquíades encarnó una inmensa y gran complicidad con el fundador de Macondo, lo hizo propietarios del invento del hielo y de los imanes. Cada llegada del gitano a Macondo reiniciaba en el espíritu de ese pueblo el comienzo de una nueva irrealidad y de un nuevo proyecto. Los hombres que nos describe García Márquez son alquimistas, fantasmales, lo arriesgan y lo juegan todo por la fundación de una nueva ciudad. Los fundadores de Macondo –como lo dice Luis Harss– fueron las bandas desperdigadas por las guerras civiles; conducidas a la postre por hombres mesiánicos como José Arcadio Buendía, quienes buscaban la utopía y la tranquilidad que podían prodigar las economías bananeras. El tiempo del relato, de la crónica y de la novela de Gabriel García Márquez es largo, cíclico y repetitivo. Entre la realidad y la muerte las distancias no parecen mediar. José Arcadio se queda allí amarrado debajo del Samán hasta después de muerto. Allí habla y dialoga en una lengua extraña para los pobladores de Macondo, desde allí habita perplejo el tiempo de sus propios sueños. Desde allí esperaba a Úrsula su sempiterna mujer, compañera de la lógica histórica que pretendió fundar. Desde los arcanos de su locura hablaba con el cura del pueblo en latín, e intemperado del tiempo inmemorial esperaba el transcurrir de la historia de los Buendía (su familia) insertos en guerras civiles, en sucesos extravagantes como sería la desaparición de Remedios la Bella en el cielo, a ella se la llevó la brisa un día cualquiera. La frenética realidad que nos presenta García Márquez es entre otras cosas, la de los sueños vencidos de los hombres de América Latina. Aureliano Buendía peleó en treinta y dos guerras civiles y Tiempos de incertidumbre / 219

las perdió todas, además engendró diecisiete hijos naturales todos asesinados, al final el propio Aureliano sucumbiría a los sueños y a la fascinación de hacer pescaditos de oro.

El tema del amor en García Márquez La realidad que se nos presenta en la novelística de García Márquez con relación a la estructuración de la familia en América Latina, es la tradicional. Los hombres engendran hijos por doquier: alcohol y guerras por los caminos de la patria. El coronel Aureliano Buendía tuvo diecisiete hijos naturales los cuales fueron muertos violentamente por venganza política, al ser reconocido cada uno por llevar una cruz de ceniza en la frente. Las formas de amor en hombres como Florentino en El amor en los tiempos del cólera obedecen más bien al dramatismo tradicional de las novelas del romanticismo. En el caso de Florentino estamos ante un hombre que desfleca su propia piel por Fermina Daza. El instrumento utilizado por él ante la ausencia de la novia es el telégrafo, la clave Morse le permite comunicarse con ella infinidad de veces al día. Florentino tiene el psiquismo de un hijo segregado; hijo natural al fin, hijo a hurtadillas, hijo escondido hasta la demencia. Florentino abandonado y segregado crece en la adustez de sus complejos de inferioridad. Hijo no declarado de un jerarca del pueblo, de una familia pudiente, pero al final hijo desde la otra orilla, no inserto directamente en los beneficios que podía tener como hijo de un matrimonio consolidado. Florentino es una fuente amarga de carencias, quisquilloso y romántico hasta el extremo sin el referente de la figura paterna que contribuyera a conformar su personalidad, siente en carne propia la prohibición de sus amoríos con Fermina Daza, padece el ostracismo de su único y verdadero amor y la amenaza infamante que le hace el padre de Fermina para que no se acerque a su hija. Florentino es el hijo pobre de un hombre rico que seguramente sucumbe al frenesí de una noche de boleros y cumbias. Sus 220 / Nelson Guzmán

parientes ricos son los dueños de la empresa naviera, desde el sigilo sus familiares lo abastecen de las prendas de vestir que sus tíos van dejando y que su madre le reajusta. Con aire de viejo, con cuerpo desgarbado y larguirucho con ropas no acorde con su edad, siente una efervescencia del amor en su corazón, amor fantasmal, amor de papelitos, de miradas furtivas, en síntesis: amor platónico de verdad. El Gabo nos pinta en este personaje la historia de una impostura, en un tejido social acordemente estructurado, un hombre como Florentino no perteneciente a las élites del pueblo no podía aspirar a los favores del amor de Fermina Daza. Acá es magistral el autor del Amor en los tiempos del cólera, nos describe la manera cómo funcionaba el psiquismo de los hombres de los años treinta, cuarenta y cincuenta, una simple maniobra, un giro familiar bastaba para defenestrar una relación, separación temporal, cambio de lugar de la novia y el tiempo se encargaría de quitarle el garbo a esa ilusión. La situación nos revela la estructuración de las familias en América Latina y el alto grado de injerencia de ésta en la vida de los hijos. La familia presenta una ideología: la del orden y la continuidad de una pauta cultural. Aún dentro de sociedades planetariamente modernas en América Latina, asistimos a la conformación de una familia más cercana a los vínculos de sangre y de destino.

El destino en García Márquez Los personajes de la novelística del Gabo parecen desembocar casi todos en la tragedia. Estamos ante un universo cerrado y sin salidas, en América Latina los nombres se confunden hasta el frenesí como sucede en Cien años de soledad, en Latinoamérica la figura del general, improverbial, luctuoso y sin embargo soberbio se repite permanentemente. Los vencidos terminan refugiados en su soledad en los almácigos de sus recuerdos. En El otoño del patriarca los dictadores en su oquedad encuentran siempre un sitio de reposo en donde –partida tras partida de dominó– recuerdan las antiguas glosas de su vida. Tiempo detenido, la memoria se impone a la realidad, los dictadores son felices en el poder de sus recuerdos por saber que su destino, el suyo, inequívocamente es la muerte. Allí en la casa de exiliados los conserva el Patriarca precisamente para no Tiempos de incertidumbre / 221

verse refractado en ellos y recuerdan las viejas congratulaciones y las adoraciones de su séquito. El Patriarca acude de tiempo en tiempo a atizar la memoria y los recuerdos de los dictadores y a ejercer su poder omnímodo, cuando desde los acantilados, cuando desde los terraplenes de su casa de ensueños ven pasar las barcazas de los mares. El Patriarca los condenó allí después de deshacerle sus fortunas en los juegos de envite. Los dictadores de América Latina, luego del inmenso esplendor de su poder, parecen enfrentarse a designios superiores al de las fuerzas humanas. Luego de haber abusado del autoritas, de haber tergiversado la justicia y la realidad como sucedió en el caso de la novela de Miguel Ángel Asturias, Señor Presidente, cuando el pelele, un mendigo de la ciudad de Guatemala asesina a un alto general del gobierno; se aprovecha la oportunidad para convertir este crimen casual y producto de otras circunstancias en un lugar propicio para la persecución y el asesinato político de hombres que nada tenían que ver con la muerte de ese alto dignatario de la seguridad social. El destino, el poder, el capricho, van a ser los propulsores del acorralamiento que van a sufrir hombres que ayer mismo reunieron en sus manos todo el poder y la autoridad, como es el caso del dictador en América Latina. El dictador pasional que encarna la novela de García Márquez anhela el amor de las colegialas, él ha sobrevivido a todas las generaciones, él es el amo y el dueño de los cuerpos. Hacia este hombre existe un poder reverencial, su ojo de cíclope sigue al ciudadano latinoamericano hasta en sus sueños. El Patriarca adolece de un amor pertinaz y que se desdibuja permanentemente, su destino no es la mujer, no es el hogar, no son las complicidades del amor continuo; su destino es el de ser un gran dispensador de amor, satisfecho en los brazos de las colegialas que pasan por la trastienda de su mansión y a las que él ve casi ciego y arteriosclerótico como podía ver Don Juan a sus presas anheladas

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o satisfecho con las prostitutas que su guardia de honor vestía de doncellas para así poder domeñar su rapacidad sexual. Este modelo de locura sexual y de fantasías, también lo va a exponer Alejo Carpentier en El reino de este mundo, cuando uno de sus personajes satisfecho de deseos, embriagado permanentemente en alcohol, fraternizado constantemente en el amor de sus negras haitianas y mulatas cubanas decide regresar a Europa. Entonces comprende que ese no es el camino, anhela el trópico, echa de menos el ron fuerte y el olor sexualmente penetrante de sus mujeres en América y emprende el viaje inverso, regresa en busca de su identidad, de su propio tiempo, porque América le ha diluido la propia configuración de su yo. El tema sexual aparece y reaparece constantemente en la novelística latinoamericana, indudablemente hablo de la novela del boom y de lo que ha transcurrido hasta acá. Sin embargo, sólo para citar un ejemplo en Venezuela muy anterior al boom, en la prosa de José Rafael Pocaterra en su libro Crónicas del doctor Bebé o de una política feminista, podemos examinar la conformación de la estructura patriarcal, machista y autoritaria de la familia venezolana. Allí las mujeres son vistas como objetos sexuales desechables. Traspuestas de un lugar a otro como hace Bebé cuando es gobernador en Valencia con su novia oficial cuando está encinta, es ocultada en Puerto Cabello para evitar su afrenta de hombre público, pero le ha dado continuidad a un viejo deseo arquetipal del machismo: la fecundidad. Algunos autores nos ven como una cultura falocrática, y en esto parecen coincidir el Patriarca de García Márquez, algunos de los personajes de Alejo Carpentier, la propia vida real de los dictadores latinoamericanos imbuidos casi todos del ansia de mesianismo. Al final el guión de la memoria de los dictadores en América Latina está presagiado por el sino de la tragedia. El dictador latinoamericano a diferencia de otras figuras arquetipales de la vida occidental va a estar embestido de un poder

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infinito como el de Dios, no conoce el arrepentimiento, maneja las leyes a su arbitrio, por encima de su jerarquía nunca estará la Iglesia, pues él encarna el poder de la voluntad. El Estado termina siendo él mismo, no le teme a la condena de un Dios metafísico y supervisor, no claudicará como lo hará Don Juan en la literatura Española, en sus diferentes versiones ante las fuerzas del bien. Don Juan al final pide clemencia al cielo, se culpabiliza por haber mancillado el honor de las doncellas. En cambio para este furibundo amador de la carne, para este furibundo palaciego engominado, para este déspota de la cotidianidad es un deber dar cumplimiento a su vitalidad sexual.

Roa Bastos y el problema de la dictadura en América Latina En Yo El Supremo nos vamos a tropezar con un dictador y déspota culto como fue el caso de José Gaspar Francia. Él encarna la civilidad, sus métodos deben conducir al Paraguay hacia la autenticación como nación. Las masas que le toca conducir a Francia son campesinos en un estado total de atraso, se trata fundamentalmente de preservar al Paraguay de las ambiciones argentinas. Francia encarna con su mesianismo al reivindicador de la unidad nacional paraguaya. Los hombres que se le oponen como lo expresa Roa Bastos en su libro Yo El Supremo, especie de biografía intelectual del doctor Francia, son condenados a la prisión perpetua, las rendijas de sus calabozos son tapiadas hasta que el tiempo desaparece de sus vidas. Esos hombres adormilados, olvidados, desaparecidos de sí mismos, confinados del diálogo conspiran contra la dictadura de la manera más barroca para decirlo en un término de Alejo Carpentier. Ellos adiestran a los ratones, a las ratas, a los murciélagos para que envíen señales a sus compañeros a otros calabozos. En el Paraguay que describe Roa Bastos todos son sospechosos, cada quien parece desear la cabeza del dictador. Existen comisiones encargadas de descifrar la caligrafía de aquella inscripción que

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apareció en la iglesia de la Asunción y que pedía la cabeza del tirano. El tirano se sabe en la inmensa soledad de su poder, en la desconfianza que este engendra, él es el dueño de la nigromancia abastecedora del poder y de las leyes, a su capricho quedan las jubilaciones, las absoluciones, el perdón. Pero debemos saber que un rasgo común –descrito para todos estos dictadores latinoamericanos en la pluma de nuestros grandes novelistas– consiste en que la dictadura no conoce el perdón, es una figura intersticial, primitiva, sólo exige la subyugación. En Yo El Supremo vemos claramente que la conformación del yo paraguayo de la época se subsume en el dictador; éste milenaristamente, concibe que sus gobernados no han llegado a la mayoría de edad, y los manda a prisiones recónditas de donde emergerán famélicos, viejos hasta la hilaridad, esto acaece en el tiempo histórico, preñado del tiempo inmemorial. En Yo El Supremo el dictador dialoga consigo mismo, monologa continuamente, no cree en el ethos, el mundo es objeto permanentemente de su desconfianza. Sabe plenamente que los hombres traicionan, que las flaquezas del cuerpo pueden conducir a caminos insospechados. La literatura latinoamericana parece emerger desde los sueños, desde las irrealidades en penumbras. Los hombres saben que tienen un destino que cumplir, como el de Juan Preciado en el libro Pedro Páramo, cuando su madre le encomienda en la ansiedad de la muerte regresar a Cómala en la búsqueda de su padre. Cómala al igual que Macondo es un pueblo en extinción por las guerras, por los duelos y por el hambre, pero allí en esas realidades intersticiales, sonambulesco, se conserva el poder. Poder sostenido en los sueños, en los suspiros de alegría que siente Eduviges cuando su hijo llega

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al pórtico de los muertos. Poder que siente Víctor Hugo en El siglo de las luces cuando se sabe contenedor de todos los sueños. Un rasgo constante en la literatura latinoamericana son las grandes utopías, los anhelos de paraísos artificiales desembocan en la traición de los ideales libertarios de juventud que tuvieron hombres como el Víctor Hugo de El siglo de las luces; quien de hombre probo desemboca en un entusiasta defensor de la tiranía. Otros intentos en la literatura latinoamericana Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato representan otro estilo de apropiación de la realidad, Borges sucumbe permanentemente en el anhelo de su añorado Buenos Aires desvencijado por el tiempo. Borges constantemente vivió preguntándose por sí, y su pregunta crucial fue: quien soy. Sábato vive inmerso en los grandes sueños de los parques bonairenses. Las figuras centrales de su novela son hombres atormentados como es el caso de Juan Pablo Castel, o mujeres con una gran magia y frenesí como su Alejandra de Sobre héroes y tumbas. Siempre aparecerá un punto neurálgico en la temática existencial en los personajes de Sábato: su soledad. El ciego, esposo de Alejandra subsume aciago en su profunda –inmensa y brutal soledad. Los ciegos para Sábato son un tema recurrente en sus novelas. Sábato confluye en diferentes caminos con García Márquez, Jorge Luis Borges, Roa Bastos, Miguel Ángel Asturias, con el mismo Rómulo Gallegos tan despreciado actualmente– en un punto común: la violencia y la soledad que emerge del alma y de la vida de los hombres de América Latina. Un rasgo común entre el ideario novelesco de Sábato y de García Márquez se refleja a prepósito de la ceguera. El Patriarca de García Márquez, producto de la brutalidad del tiempo ve amainar sus facultades, la vista le falla, los pies le pesan una inmensidad, permanentemente se entrecruzan en su memoria recuerdos. La 226 / Nelson Guzmán

ceguera desapropia al dictador de la realidad más inmediata del mundo de lo empírico, lo hace vivir en los sueños, dialoga con personajes extintos, ríe de sus picardías y tropelías. Así Patricio Aragonés, el doble del Patriarca, aparece ante sí como una necesidad. Durante tiempo se dedicó a fornicar por las galerías del palacio presidencial con las concubinas del amo del poder. En una suerte de extrapolación psicoanalítica Aragonés en su hora final, a un balbuceo de la muerte, pues estaba envenenado por una flecha mortal, se aferra al Patriarca como el único pilar que puede atarlo a la vida. El Patriarca es el amo del tiempo, ferozmente éste se ha ido olvidando de él, lo ha ido dejando amodorrado ensoñando el amor inveterado con sus concubinas, o la ansiedad que le produce hacer el amor con mujeres en el sigilo de cualquier día de pasillo, en la casa presidencial, sin importarle que sus eternos modelos femeninos estén imprecado de manantiales de sangres menstruales que inhabilitan para el amor placentero. El Patriarca duerme su soledad con holgura, ha aprendido a leer los lebrillos de las pitonisas, sabe de su suerte, se aferra a la vida pues su único amor verdadero es el poder. Para mantener el poder y su condición despótica se necesitan de personajes como Patricio Aragonés quien funge como doble del Patriarca, quien lo representa en las reuniones magisteriales. Tanto en El otoño del patriarca como en Yo el Supremo, los dictadores van a ser propietarios de una conciencia que conoce de las fidelidades de sus súbditos. La mayoría de los hombres que están encerrados en las catacumbas o en las prisiones oscuras que describe Roa Bastos en Yo el Supremo, en algún momento fueron lisonjeros del régimen. El Supremo conoce de sus pensamientos, de sus prosas y de sus intenciones, el Patriarca por su parte también es despiadado con la traición y con la conjura. Ernesto Sábato por su parte se preocupa en su novelística por los ciegos y el poder que generan. Alejandra personaje central de Sobre héroes y tumbas es un ser fantasmal, atormentado, que traiciona a su esposo ciego en su propia casa y que no logra zafarse del influjo que este grupo ejerce sobre ella. El poder de los ciegos, sus conjuras, emergen por todos los vericuetos de la vida de los hombres, los Tiempos de incertidumbre / 227

estigmatizan, lo persiguen hasta el final, hasta convertir la vida de los personajes de las novelas de Sábato en un callejón sin salida, la violencia es ética existencial. Alejandra habita en un caserón olvidado en las afueras de Buenos Aires, está atada a su matrimonio porque se siente persuadida de que no hay salida, la huida no es posible, el poder y la violencia de los ciegos la perseguirán donde esté.

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Venezuela violencia y cambios

El paso de una sociedad rural hacia una moderna implica la fundación de un nuevo imaginario. Ese salto manifiesta la lucha de fuerzas resistentes al cambio y de simbolismos colectivos que decretan el valor de una nueva y única ética. Para el discurso dominante el otro es el escozor, lo diferente, de éste se puede prescindir por montaraz, por imbécil y por poseer códigos de lectura inadecuados. El pueblo en la sociedad moderna y democrática sólo parece tener voz en el acto eleccionario. Hablamos de la democracia representativa y de la verticalidad de un discurso impuesto vía aceptación, maneras consensuales de apropiarse de la sensibilidad. Estas fuerzas reaccionarias han servido para atornillar el totalitarismo, la violencia y el miedo a la muerte física. El garrote y su precaria ingeniosidad no parecen haber desaparecido de la faz de la tierra. La oligarquía sigue allí cabriolando un discurso inaudible. El dinero y la terrofagia fueron el norte, ayer con Coplé y posteriormente con el fracaso de un modelo de desarrollo que acentúo las diferencias sociales. La ultramodernidad ha contado con la ética de los cañones norteamericanos sembrando la muerte en Afganistán, reconcentrando su odio en el cuerpo social de los palestinos y de los iraquíes. La violencia dictó su cátedra amarga cuando administraciones reaccionarias como las de Aznar o el egoísmo desaforado y criminal de Tony Blair, olvidaron que los otros eran ciudadanos y que pertenecían a la raza humana, además tenían derecho a ser diferentes. El colonialismo ha dispuesto del otro como le ha dado la gana, yo juzgo a partir de mi racionalidad, sin preguntarme cuánto de mi política ha producido la radicalización. La guerra es la muerte de la obligada hospitalidad, señala a la vez un nuevo rumbo hacia el Tiempos de incertidumbre / 229

reconocimiento y la imposición de valores. En un planeta que luce cada vez más imbécil, reconcentrado en la masticadera de chicle, en el consumo de psicotrópicos y en la vaciedad del verbo, se presenta el derecho de reclamar aquella parte del espacio público que me ha sido suprimida, arrebatada por unos medios de comunicación que nos han inmerso en la dictadura de lo insólito. El país fue desmoronado por el odio a lo autóctono, se impuso una cultura del pragmatismo, los viejos sarcófagos que representaban la nacionalidad fueron sepultados. Los jefes de la utopía, los visionarios de sueños resultaron lacerados y ocultados por el pachulí, y en el pleno fango de la cultura petrolera sus esfuerzos quedaron desparramados. La radicalización de la insurgencia implica la puesta en marcha de un país moderno. País y nación marchan proclives en búsqueda de una salida. Las salidas políticas han estado ligadas a diversos idearios. El siglo XIX venezolano vio la insurgencia de hombres como el Mocho Hernández, quien en eventos electorales mostró la posibilidad de contarse, sin embargo el odio, y la intolerancia no podían señalar y sostener ese camino. La guerra destrozó –para decirlo en palabras de Ortega y Gasset– el alma típica venezolana. Cultura de la violencia, ésta dio resplandor a la muerte de políticos y militares eminentes: Crespo, Zamora y muchos más. Cuando Venezuela enarboló las banderas de la justicia, el cuerpo social supo siempre que se avecinaban momentos difíciles. La sangre estaba presta allí a regar como siempre los caminos. La godarria peleó, asestó golpes por mampuesto. Los golpes de Estado marcaron una Venezuela del heroísmo. Era necesario ser un héroe para pasar a las páginas de una historia que reclamaba más ideología que hombres capaces de darlo todo por la patria. La oligarquía nunca ha dejado de tener en mente el golpe de Estado. No bastaba creer, lo más importante era organizar una tropa. Los males del alma no se curaban con el ruibarbo y la pomada boricada, era necesario el poder, las armas y el combate. Había comenzado la historia sin fin de la violencia Fue por el poder, por su control que matan a Zamora. El poder, la historia como negación del proceso de identidad colectiva llevó al 230 / Nelson Guzmán

olvido las luchas por la equidad y la justicia que se dieron en el siglo XIX, fuimos y somos víctimas del soslayo de ideologías retrogradas. Impulsados y aupados por el europocentrismo olvidamos la venezolanidad. Nadie quiso el pasado, éste se fue esfumando en las pantallas de la televisión. Los noticieros comenzaron a traer otros motivos. El petróleo conformó una nueva Venezuela. Lo más importante era el hoy, las sublevaciones, las desobediencias quedarían tipificadas en la historia de la patria como anomia, fue por ello que los partidos políticos, su aparición iba a señalar un nuevo rumbo, se comenzó a conquistar la idea de la tolerancia todo a fuerza de embauques, a fuerza de bajar la cabeza y de saber por los adentros que la historia de la violencia no había terminado. Los espíritus empezaron a sosegarse, esa paz no fue posible conquistarla sino hasta 1936, todavía olía a pólvora, las carreteras guardaban el trote de los caballos. Se había peleado más de un siglo. Cada quien reclamaba su pedazo de tierra, los caudillos veían a la patria como privilegio, pero también como aventura, fue en ese imaginario semi rural que surgieron hombres como el Román Delgado Chalbaud del Falke y su hastío de catorce años en la Rotunda, fue en ese mundo donde los venezolanos comenzaron a decirle no a instituciones totalitarias que habían negado su probidad y siguió dándose la guerra civil. Los hombres quedaron en las trincheras, las calles fueron buen cementerio para aquellos seres que desde la Guerra de Independencia buscaban un mundo de sosiego. El pasado continuo siendo fantasmal, allí los caudillos habían dejado sus carcasas en las mazmorras de una Venezuela que no conocía de los derechos humanos sino de las prisiones. Las guerras seguían pareciendo más un fenómeno de disidencia humana que la tempestad del espíritu. Los procesos de liberación en Venezuela siempre han pasado por la violencia. La Independencia fue la lucha por deslastrarse del puño de hierro de una potencia dominante. El caudillismo no fue otra cosa que la ambición de la lucha entre intereses nacionales y trasnacionales. Venezuela continuaba siendo heredad del mundo. Lo más importante era el cacao, el café o el subsuelo con su petróleo. Las ambiciones en el país no han conocido tregua, cada Tiempos de incertidumbre / 231

quien ha pretendido erigirse en defensor de una justicia que tiene siempre su asiento en los intereses de los banqueros, en la ambición del privilegio o en todo caso en una burguesía nacional desleal a sus propios intereses nacionales. La burguesía venezolana se ha acentuado más en el metalismo que en la ambición de desarrollar un país. Ha sido por ello que la preocupación se ha dado más por el afán mercantil que por el deseo de competencia internacional. Nosotros hemos sido herederos de mercachifles, el espíritu de la inversión pareció rebotar en Venezuela, era menos riesgoso vender que cultivar y que instrumentar el desarrollo de una gran industria nacional. Las búsquedas han sido encaminadas más a luchar contra hombres, contra ambiciones personales, que a desarrollar una propuesta de país. El maleficio pareció encarnarlo en el pasado Páez y su alianza con la oligarquía, y también los presidentes vinculados con sectores parasitarios y sin ideas que vivieron del fiambre de la tierra y del deshonor de no saber hacer nada. En ese inmenso desconcierto Venezuela ve desarrollar su primera industria nacional (el petróleo) montada por el Imperio. Comenzaba a desarrollarse un modelo rentista necesitado de la paz y del monitoreo exterior, para ello era necesario convertirnos en una gran trasnacional del pensamiento único, los valores locales fueron subsumidos en la diáspora. Los hombres luchaban por la modernidad, ésta significó el olvido de sí, la micro historia desapareció en el gargareo de los días. La noción del hombre a caballo, de ese último que fue Maisanta quedó en el muermo de los automóviles o en los disparos de los rémington a repetición. Comenzaba a fraguarse una historia yuxtapuesta que pretendió olvidar sus orígenes y que reclamó a cada instante una modernización vacía y carente de identidad colectiva.

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Verdad y representabilidad

La idea substancial en relación a la cual J. Poulain examina la constitución del mundo, tiene su proveniencia en los actos del lenguaje. Yo entiendo ese mundo –del cual yo formo parte– en la medida que soy propietario de un juicio sobre mí y sobre el otro. Ese juicio adquiere la posibilidad de hacerse claro delante de él mismo. El yo tendrá la capacidad de comunicar, representar y hacer viable la interacción comunicacional. El problema que se está planteando es el de la producción de la verdad, ésta se da dentro de un estado dialógico de interacción. Desde este punto de vista el camino hacia la verdad dependería de dos vías: la primera sería la empiría, la verificabilidad de esos hechos dentro del mundo de la comprobación de la verdad con la cual el enunciador se ha manejado. La otra vía sería la confrontación en lo empírico, el consenso, ello señala desde ese momento un inconveniente ético: la verdad. La garantía dependería de la honestidad de los interlocutores, entrarían a formar parte de ese tipo de perfomance el mundo ético y las convicciones que las dos consciencias poseen. Las consciencias que evalúan el mundo, que confrontan sus hipótesis se apoyan dentro de una credulidad, el sostenimiento de ésta posiblemente dependa de la honestidad. Es importante desarrollar la idea de J. Poulain con relación a la ley de la verdad, los interlocutores no podrán salir de sus límites de comprensibilidad sino reconociéndolos. Sin duda esa vía conduce hacia un camino abierto, la verdad desde ese momento no podrá darse como certeza, la pragmática habría escogido el camino de salirse de los hilos de una semántica. Ante la rigidez del juicio –para decirlo en términos kantianos– aparecería la voluntad determinante. Entonces de este itinerario de discusión acerca de la verdad habría que retomar la filosofía de Rorty y su postura de oposición ante Tiempos de incertidumbre / 233

términos como verdad, creencias y objetividad. Esas nomenclaturas habrían engendrado la abdicación del hombre. La idea que residiría a la postre sería la de un fundamento que todo lo regula, se debía entonces creer: en los santos, en los héroes y elaborar una teoría de la argumentación. Una idea importante es la del imperialismo tecnocrático y argumentativo. Para la filosofía continental la idea de sentido –según Rorty– habría invadido la filosofía. Otro punto neurálgico en el pensamiento de Rorty estriba al decir que lo que en la actualidad es censurado, considerado como anormal, mañana puede devenir normal. La filosofía analítica habría tenido como modelo a imitar la ciencia fundamentada en la filosofía analítica y como una comunidad civilizada, tolerante. El problema para Rorty ha sido que ni los representantes ni los enseñantes de la filosofía analítica han sido capaces de plantearse en sus límites. Rorty rescata el lado de la lectura, su marca, a este respecto él dirá haber leído a Derrida y a Freud del lado que ellos no esperaban, esto significa leer contra sus expectativas. La acción hermenéutica independizaría a los autores de sus pretensiones de lectura, la lectura llevaría en sí una acción de creación, implicaría igualmente un gesto de tolerancia de quien es leído. Los autores deberían renunciar a fungir como dictadores de las normas de sus lecturas. R. Rorty discutirá la diferencia existente entre la idea de pragmaticidad y de pragmatismo. A la óptica de la primera interpretación habría unas leyes a seguir, una línea evolutiva que señalaría el recorrido de la naturaleza. No se trata entonces de la predicción positivista, del condicionamiento de lo que es por el lenguaje, se tratará más bien de la definición de la marca del ser que es. No se trata de una necesidad condicional, del presupuesto de las hipótesis, sino de lo que es. No pretenderá ubicarse dentro de las ópticas de un atomismo, es decir, tener a las partes por verdad. La lucha de R. Rorty se ubicará en contra de las filosofías fundadoras, contra su destino de reducir lo real a la impronta de lo trascendente. El espíritu como lo diría V. Descombes se presentaría como la máxima plenitud del saber. En este sentido la premisa general retomada a partir de Hegel y que marca el historicismo, es que nadie puede saltar fuera de su tiempo. En este sentido no habría una razón universal extra-tiempo que estaría por 234 / Nelson Guzmán

encima de la historia, la filosofía en Rorty obedece a la historia. La filosofía hunde sus raíces dentro de un cierto tipo de interpretación, es el caso de la hermenéutica Al decir de V. Descombes la diferencia estribaría –en que el universalismo de la razón pura legislativa de la historia, dentro de la frecuencia teórica del historicismo– habría introducido el carácter de la particularidad. A partir de ese momento la propuesta no estaría dirigida a leer desde la proposición general de nosotros los hombres, sino a partir de la particularidad, es decir nosotros los europeos, nosotros los modernos, ello introduciría un carácter historicista a la razón. La lógica haría posible la lectura desde los pares proposicionales: apariencia/realidad, noche/día. Ello haría posible desde el punto de vista histórico de un concepto establecer su genealogía. Estaríamos así dentro de la capacidad de saber como un concepto haciendo gala del poder excluye a otro, en este sentido lo normal excluiría a lo patológico. La historia poseería sus intencionalidades de descripción, las lecturas harían tener visiones diferentes y por lo tanto una relación con respecto a la verdad, faltas o éxitos dependerían de quien cuenta la acción, en esto intervendrían los modos de vida, la carga semántica de quien hace historia. La idea fundamental de Rorty estará dirigida contra los sistemas y categorías antihistóricas « Les systèmes de catégories antihistoriques -les systèmes intemporel de condition de possibilité- sont beacoup trop trivaux pour avoir un effet bénefique dans la clarification des idées relatives aux rivalités entre des fins alternatives… »2 Esta manera de examen deja fuera la historia. Rorty discutirá la tendencia a absolutizar la verdad, en ello le va su análisis de la tradición metafísica. Rorty no se relaciona a las creencias de la existencia de un mundo real no relacional, como si en él residiera directamente la verdad, esa proposición la consideraría una argucia de la razón. Se trataría más bien de establecer el carácter de relacionalidad que asume la experiencia; esa relacionalidad conferiría un privilegio substancial a la experiencia. Habrá entonces algunas cosas a dilucidar, una estará referida a realizar la diferencia entre pensamiento y giro lingüístico. La noción de 2

Cometti (J-P) (editeur). Lire Rorty, le pragmatisme et ses conséquences. P 168 Tiempos de incertidumbre / 235

giro lingüístico marcharía a orientar la tarea del pensamiento hacia otras destinaciones, entre ellas el poder contar con la capacidad de realizar la ruptura con el dogmatismo con el esencialismo, con el empirismo y con la tradición substancialista de la filosofía. Otra idea que maneja Rorty es de que la filosofía no conoce un fin, tanto la cultura como el cuadro social son infinitos « Les conflits moraux et politiques dont parlait Dewey n’en finiront jamais »3 El entierro de la filosofía no tendrá otro sentido que liberarse de los sistemas obsoletos. Retomando la afirmación platónica evocada por Rorty, se podría decir que los objetos de la doxa no pueden ser iguales a esos de la episteme. La filosofía no podría para Rorty construirse sobre la idea de un absoluto, el diálogo entre Rorty y un filósofo nazi se presentaría entonces interrumpido y circular, los asuntos cruciales serían a evitar. Un punto nos parece neurálgico en el desarrollo de las ideas de Rorty es el que concierne a la solidaridad; ésta se presenta y se desarrolla unida a la contingencia histórica con el prójimo. Para este pensador la idea de verdad incontrovertible no es posible. La idea de que existen pilares y bases fuertes sobre las cuales se levanta la moral no puede existir. La objetividad « consiste exclusivement à obtenir un accord intersubjectivf aussi étendu que nos effort nous le permettent »4 Para R. Rorty la diferencia entre Kant y Hegel en relación a la ley moral estaría en el hecho de que Hegel historializa la ley moral. Tanto Dios como la moral pertenecen a un tiempo, a una historia. El espíritu hegeliano se hace tiempo, se resuelve en él y no se maximiza de acuerdo a una ley moral a seguir, a obedecer. El problema de R. Rorty es creer que la sociedad norteamericana posee los medios necesarios para hacer factible una sociedad equilibrada. La democracia norteamericana de la cual Rorty habla, ha sido saqueada de las expresiones maximales en torno a las cuales se han confeccionado los códigos éticos, la expresión del castigo y de la pena adquieren dimensiones desproporcionadas. Se podría pensar –con relación al gran sueño americano– que un 3 4

ibidem p.174 ibidem p 260

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ideal democrático en una sociedad donde existe la pena de muerte deja mucho que desear. La solución rortyana parece ser legalista, tecnicista. La igualdad humana habría sido planteada en términos de una maquinización que ha alcanzado el máximo de alienación en lo que respecta al servicio, al trabajo, fijando unos modelos de eficiencia que empujan la voluntad humana hacia la producción y la eficacia, donde la noción de tiempo y de ocio se presenta como un espanto. Ello ha generado un modelo de sociedad donde el tiempo libre no es el del goce, sino el del descanso. Según T. McCarthy los giros del lenguaje rortyano dependen de las estructuras históricamente cambiables. Rorty incorporará como elemento central de su discurso el análisis etnográfico, las realidades de lo particular. En esto tomará distancia con la argumentación transcendentalista, el hombre no podría salir de su propia piel, de sus pertinencias. El hombre es más que Dios, se asume como sujeto creador. También se rescata la idea de sentido común proveniente de Wittgenstein, eso quiere decir que la cultura se conforma en sus sucesivos juegos e intercambios lingüísticos. La idea de sentido cobrará fuerza desde el hacer, desde la posibilidad de la construcción. Lo real dependerá de las significaciones de ese sujeto mediado por la historia que se ve comprometido en lo histórico con una elección argumentativa e intrasubjetiva. Rorty dirá:

« …ou du moins ce que je souhaite, c’est que notre culture se construise progressivement autour de l’idée de liberte –et que la possibilité soit donnée aux individus comme tels de rêver, de penser et de vivre comme ils le désirent, aussi longtemps que cela ne nuit pas autres individus– et que cette idée nous procure un ciment social aussi collant que celui de la validité incoditionnele »5 

Eso implica la ruptura no sólo con el imperativo categórico, sino con cualquier consideración transcultural. No se tratará según 5

ibidem p 181 Tiempos de incertidumbre / 237

McCartthy de describir, sino de transformar la cotidianidad. La acción del sujeto es recuperada como actividad. A este respecto T. McCarthy retoma la idea de nociones transculturales, tomando fuerza las intenciones de los particulares en esa historia Para Rorty no hay nada definitivamente anclado. Tomar vacaciones de Dios es alejarse de lo incondicionado, de sus verdades prescritas, entrar en ruptura con la idea de un existente pre-establecido exterior al hombre. Existente incondicionado, base a partir de la cual las certezas vendrían dadas y establecidas. Ese pozo lleno de verdades se presentaría más allá de los cambios sociales. La tesis dura para Rorty radicará en preguntarse si todas esas verdades sostenibles, defendibles y argumentativas, tendrían sentido en el cuadro de nuestros propios horizontes culturales vividos; allí radicaría el punto neurálgico de diferenciación entre verdad formal y situación, entre prácticas sostenidas en la tradición e incondicionales como la moral y el deber ser. En el fondo de todo esto subsistente el diálogo entre dos morales, habría un problema de fondo: de un lado la construcción de una ética formal, y de otro lado las éticas de la aplicabilidad de lo empírico. Rorty le conferirá un rol más importante –en la construcción de la ética, y en la vindicación de la justicia social– a los periodistas que a los grandes teóricos. Para Rorty lo más importante es el día a día, en donde los periodistas están allí presentes con sus opiniones, con sus críticas, son fuente del cambio de opiniones. Más allá de las imposiciones de los presupuestos de una verdad firme, se trataría de la apertura en libertad hacia el debate. Las verdades deben ser testadas, se estaría entonces en el intermediario entre una realidad teórica y de otro lado de una realidad empírica, el mundo que se debatiría sería el de las aspiraciones y el de las necesidades de un segmento social. La ética se habría vuelto local, la política se habría vuelto experimento. Nadie poseería ideas capaces de levantar el velo de una verdad oculta. La lucha de Rorty estará dirigida contra el esencialismo, no hay develamiento logocéntrico de la realidad, no hay valores válidos para siempre.

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Modernidad, cultura y acción política

La modernidad como práctica de la acción Las declaraciones de Alain Touraine sobre el hecho de que la modernidad no es compatible con la idea de finalismo, recogen como planteamiento central el final de una historia; sin duda la del totalitarismo de la religión. La gravitación central de la modernidad es el sujeto, su acción, su carácter pragmático. Está en juego la visibilidad e invisibilidad de la historia. Marx había pensado –en la Tesis XI sobre Feuerbach– que el centro era la acción, se trataba de liquidar una vieja manera de hacer filosofía. Los hombres habían sido ganados por la contemplación, se imponía la acción. Los Dioses debían ser dejados en el hechizo de sus encantos. Había aparecido un nuevo impulso, la vitalidad de que las cosas podían arrastrar e imponer la marca de lo humano, la técnica era una necesidad, una sociedad que se complejizaba necesitaba respuestas inmediatas. No en balde Marx había criticado en los Manuscritos de París a la alienación del trabajo, asimismo el extrañamiento que ejercía la mercancía sobre el hombre y la alienación religiosa. La modernidad trajo el progreso, la competencia, los hombres con la Ilustración se acogen a la idea de ciudadanía. La historia se había divido en dos arcadas. De un lado la tradición reclamaba el terruño, las creencias, las antiguas prácticas sociales y de otro lado emergía el espíritu como voluntad de obra. Al decir de Jacques Derrida, Heidegger como pensador conservador en lo político defendió el parroquialismo y los ritmos de la Selva Negra. En su discurso del Rectorado sólo utiliza una vez la palabra espíritu, la filosofía era simplemente la del Ser, allí se define una ontología de carácter pleno, una poética de la nostalgia. El racionalismo

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por el contrario daría también fuerza al ideario de una pragmática de la técnica que posteriormente se definirá como empirismo, pragmatismo, o positivismo. La filosofía de la Ilustración es devastadora en la crítica con respecto a la tradición de la iglesia y de la monarquía. No se trata de establecer hasta el infinito un orden social como natural, es al soberano –al pueblo– establecer el sentido de la historia. La equidad no puede venir desde el pensamiento del poder. El discurso de la Ilustración tiene su base medular en la crítica hacia las desigualdades, la educación debería hacer posible el equilibrio, se trataba de ir contra una sociedad que marchaba contra los intereses colectivos de los hombres. La modernidad propone –ante que la fe en el Papa, en el Rey o en lo sagrado– el respeto de las instituciones. Lo importante es observar el proyecto de desarrollo y de vida que se tiene, lo cual fue más importante que el endiosamiento de la auctoritas. Los hombres habían comprendido que ellos son los grandes artífices de la teoría copernicana. La modernidad genera una nueva cultura y nuevos valores. El utilitarismo y la razón instrumental prometen fundar un nuevo mundo, se comienza a liquidar una manera de ver la vida. Está cobrando cuerpo la idea de fuerza, todo debe recaer en la voluntad de los hombres. La modernidad liquida la visión teológica de la vida, los hombres pueden medirlo y calcularlo todo, se impone la dinámica del mercado, las economías naturales contemplan su fracaso. Un elemento central en el mundo moderno es la revuelta, la lucha, forcejean burgueses y trabajadores asalariados, se está fundando un mundo nuevo donde la voluntad del capitalismo es la expansión, siendo el norte fundamental lo militar; esto garantiza la posesión de territorios de ultramar, empieza la lucha en los océanos. La subjetividad toma fuerza en el desprendimiento necesario del pensamiento religioso. La ciencia aparece como una gran promesa, las economías requieren de un tiempo de la efectividad, de la resolución, toda esa superestructura permea los imaginarios colectivos de los pueblos, ciudades o países que observan esa transición.

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Es importante tener insistencia en lo que considera Touraine como rasgo fundamental de la modernidad, los profetas son remplazados por lo jurídico, lo ético y lo racional. La predestinación que parece acompañar al profeta, al conductor de la polis empieza a ser desplazado por la planificación, por la razón. La ideología fundamental de la modernidad se construye sobre la eficacia. La modernidad desde sus tratados fundamentales y con sus autores instituye el respeto como elemento central de la convivencia. Empiezan a imperar los proyectos y modelos de construcción social. Nada más facultado que una Universidad, que un Instituto de Ciencias Políticas para indicar lo que es más conveniente al mundo. La sociedad disciplinar empieza a fundar un lenguaje, éste toca las relaciones humanas, las del trabajo y la vida cotidiana. Los dolores y los sufrimientos de las antiguas sociedades debían ser superados, se hablaba de la efectividad, estamos ante un mundo donde lo más importante es las diferencias, ya no tenemos tan sólo una idea fija ni del universo, ni de la razón, ni de la sociedad en la cual vivimos. Desde el siglo XVIII todo es relativo, las grandes reflexiones antropológicas se impusieron a la experiencia. La tolerancia es una idea clave de la modernidad, no se podía condenar inexorablemente a todo aquel que difiriese de nuestra cultura El pensamiento era hijo del progreso, la razón condenaba a los demonios que habitaban en nosotros, el espíritu había alcanzado su máxima cima en los pueblos civilizados, los tramos de la historia no se podían recorrer con ligereza. Los sistemas racionalistas filosóficos creyeron en la Edad de la Razón, en la grandeza del espíritu. Como lo ha dicho Edgar Morin la modernidad está enfrentada a la verificación de hipótesis, se trataba de tensionarlas, de antagonizarlas. Las reglas y costumbres de la modernidad occidental se han vuelto totalizantes, han desintegrados ritmos seculares en la idea de que se está provisto de la verdad absoluta, en el fondo de esto subyace el poder actual que tiene la energía nuclear. Sólo los grandes imperios económicos quieren gozar del privilegio del desarrollo de la energía nuclear, esta disputa ha hecho posible el bombardeo de pueblos y su destrucción. El pensamiento único se

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anidó en Occidente y ha satanizado a todos aquellos países que no comulgan con el ideario de progreso capitalista. Se ha llegó a pensar que la razón instrumental generaría la desaparición de las desigualdades y de la exclusión, por el contrario se generó la aparición de una era del vacío para decirlo en términos de Gilles Lipovestki, ese mundo ha cosechado el individualismo, la segregación racial y el disfrute unilineal de los privilegios por unos pocos. Las ciencias sólo han consagrado su desarrollo a ver lo particular, se ha tornado la espalda al hambre, a la miseria, a la segregación, a la exclusión. Se sigue pensando en los grandes genios, en los artificios de un lenguaje que padece lograrlo todo menos erradicar la injusticia del planeta. La poética de las redes, de sus informaciones ha invadido al mundo. Se informa y se desinforma con arreglo a fines como lo diría Weber, tanto el Internet como las supertecnologías han creado una pragmática de los valores, en minutos se puede implantar una matriz de opinión a nivel mundial, las preocupaciones se unifican, la tierra comienza a agotarse, las lluvias acidas, la destrucción de la capa de ozono y el espanto que esto podría acarrear no han servido para detener la inconsciencia. La agenda de la modernidad se ha vuelto compleja se continúa con la represión, las prohibiciones y la supresión de los deseos. Los hombres seguían actuando con eso que se ha llamado la racionalización, a tal punto que se había dejado por fuera la sensibilidad, los afectos, la vida humana en general, esto daría pie posteriormente a que surgieran teorías como el psicoanálisis que tenía como tarea exorcizar de culpa a lo prohibido, seguía conviviendo con el hombre la idea de un imperativo categórico que obligaba a un tipo de moralidad universal, que indicaba como leyes inexorables las reflexiones impuestas por la tradición. El planeta ha sido asaltado por el dominio de la ciencia y la tecnología. Como lo ha dicho Edgar Morin se puede producir lo mejor y lo peor en un mundo donde se ha hecho válida la destrucción masiva. Lo espeluznante se ha justificado con la retórica, de que se trata de resguardar la vida, la seguridad y la continuidad del planeta, hay suficiente poderío como para producir una catástrofe 242 / Nelson Guzmán

que no dejaría más que piedras sobre piedras. Lo anterior nos da la certeza de que se vive en la tensión, en el sobresalto. Hiroshima, Nagasaki, Vietnam Irak, Afganistán, son sobrevivientes del horror. La tierra ha sido atacada por doquier, países como Estados Unidos de América se negaron a firmar el protocolo de Kyoto en lo que tiene que ver con la preservación de la capa de ozono. Al homo economicus sólo parece interesarle lo que tiene que ver con las ganancias de los grandes consorcios y para nada le interesa una noción de humanismo que compromete a los hombres de carne y hueso La modernización ha traído el desarrollismo, el crecimiento, la aparición de grandes urbes de cementos, se han manifestado allí problemas como las pandillas, las drogas, la delincuencia y la prostitución. Todo parece haber hecho aguas en muchas megalópolis, la ingobernabilidad se ha manifestado por todas partes. El sitio seguro, fraterno y hospitalario yace diluido. La razón ha sido sustituida por el argumento del dinero. Los juegos con computadoras han invadido el espacio público, la alienación se ha cuadruplicado. La diáspora ha tomado el espacio civil y religioso de la vida, los sacramentos se han mercantilizado, la medicina como ciencia sólo es dispensado dentro del los países del neoliberalismo a aquellos que tengan dinero. En un punto central coinciden Touraine y Morin cuando discuten el problema de la racionalidad y del subjetivismo; y es que la crítica debe ser también autocrítica de un mundo de lo efímero, de la banalización. Ya ningún precepto se asume como eterno, los intolerantes mismos se han declarado tolerantes. El recóndito problema del poder subyace indicando lo que es bueno y lo que es malo. Las élites negocian el destino sin el consentimiento de las multitudes, lo que debe permanecer o no en la tradición de las ciudades en relación a la arquitectura lo refrenda una minoría, la crisis persiste, el capitalismo y sus tecnologías sobre todo en los países subdesarrollados, o en los países en guerra tiene la tarea de la reconstrucción, la experiencia originariamente la tuvo Europa con el Plan Marshall y ha seguido hasta hoy. Occidente ha diseñado un pensamiento que se ha asumido como el de máxima rigurosidad, Tiempos de incertidumbre / 243

la cultura científico-técnica reclama sus logros, sus peripecias. E. Morin piensa que debemos preservar lo político, lo humano, lo económico y lo demográfico, estamos ante el centro de un ente que pudiese estallar. Hoy en día la forma subjetiva de construcción de un mundo es asumida por entidades intocables que tienen las grandes democracias, en donde la mayoría de las veces nada se decide democráticamente. El mundo ha finalizado por ver crecer y fortalecerse las agendas de los grandes capitales. El neoliberalismo todo lo ha mercantilizado desde una simple vacuna para la gripe H1N1. La intervención del científico y del político para utilizar dos vocablos caros a Max Weber es negociar su saber por comodidades, para eso fueron formados en sus universidades. No tranquiliza que los retrovirales existan o que la vacuna contra la gripe porcina ya esté lista, la pregunta sería ¿Quiénes pueden gozar del privilegio de ser inmunizados? ¿A cuánto asciende la pobreza en el mundo? Vivimos un mundo donde el tatuaje fundamental es el consumo, todo está confeccionado para alienarnos, las máquinas presentan objetivamente los juegos, las experiencias. La aventura de lo amoroso ha tomado otros significados, se ha resemantizado la tradición, las aventuras tecnológicas convocan a lo inaudito, se ha intentado borrar las tradiciones seculares de los países. Como lo ha recalcado A. Badiou, en Francia ha comenzado a imperar una cultura del escepticismo. El discurso de la primera modernidad apostaba aún a la curación de las heridas sociales, se creía en el equilibrio. Ahora la vida de los hombres y de las sociedades se ha profundizado en lo caótico.

La subjetividad y la historia Muchos han creído a pie juntillas en la idea de salvación que propulsó Marx. En 1848 en los Manuscritos de París aparecía el proletariado como la clase social que iba a liberar de las cadenas a la sociedad. Muchas aguas correrían bajo los puentes, en el marxismo con

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respecto a esta propuesta, Kautski creía que la revolución llegaría con la intervención o sin la intervención del proletariado. Lukacs en 1923 escribiría Historia y conciencia de clase donde ponía la fuerza de transformación en la voluntad de la conciencia para alcanzar una historia liberada, lo cual le costó severas críticas y la abjuración de este importante libro. Una cosa es importante en la política y en esto retoma Alain Badiou a Lacan, la política como ficción, lo impensable, lo que no se sospechaba de su efecto desencadenadores produce una eclosión y hace emerger historias recónditas y fuerzas ocultas que señalan un nuevo sentido a la historia. El acontecimiento cobra rasgos inéditos, hasta ese momento nadie estaría persuadido de la avalancha y de la fundación de un nuevo mundo. Ese tipo de historia da al traste con la interpretación lineal de las sociedades. La política es hermenéutica es un nuevo libro en el cual cada día hay un significado nuevo. La historia sería lo que los hombres hacen de ella, en esa decisión entran a jugar un papel extraordinario los valores, las decisiones y el arrojo de no quedar enclavado en un visión mecanicista. La historia es heurística, invención del intelecto, lo primero a negar es la vocación y la inclinación catequista. La repetición de la historia entra a formar parte como lo dice Badiou de un gesto, de una acción que evoca la necrópolis, la paz de los cementerios. La muerte del pensamiento es el dogma y la fe de que existen unas leyes que se deben respetar. La invitación es a ejercer la democracia, a asentar la confianza de que un mundo nuevo es posible, cosa que se pretende dentro del reconocimiento del otro. La historia como fuerza; su acto supremo es la tolerancia. La ironía a ejercer es sobre el mundo constituido y sus preceptos, no todos deben creer en los espejismos que se le manifiestan y por eso no se les puede vilipendiar o acusar de traidores. La representación con su sistema y su teoría se ha manifestado en crisis. El objeto idílico, el constructor histórico al cual se le ha rendido culto fuertemente en la modernidad como es el Estado, o el parlamento estructura su fuerza en una nueva causalidad, en un constructor más dinámico, éste podría llamarse pueblo o multitudes.

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La puesta en ejecución en las sociedades modernas avanzadas reclama unos nuevos actores. Se debe siniestrar la adoración del pasado. En la reflexión se debe tener en cuenta que cada teoría tiene su tiempo y no valdría para otro. La modernidad castigó todo aquello que no estuviese en la lógica de la razón y en la universalidad. La idea de un regidor ha comenzado a hacer aguas, han entrado en el escenario las voluntades, los acuerdos y la idea de que todo es discutible y acordable. Todo ha hecho aguas, atrás se han quedado conceptos como los de legitimación. El mundo no es otra cosa que una construcción lingüística, de acuerdo a ella vamos escuchando al mundo, hacemos posible el camino del habla fundamental. Las fuerzas reactivas dentro de la historia habían impuesto un orden militar, ideológico y cultural, detrás de éste se cobijaba el miedo. Los pobres de la tierra tenían su verdugo en el aparato legal; la dominación para mantener su permanencia necesitaba la ley y las armas y ésta se había hecho sierva de la injusticia. La historia se había estructurado en las creencias de la clase social que ejercía el poder, los otros habían sido secretados, estaban condenados a obedecer y a padecer: la intolerancia, la injusticia y la exclusión. Al decir de Badiou a la historia habría que agregar lo fastuoso de las modernas revoluciones. La Urss, China y Cuba representaron el emerger de una nueva subjetividad, el entusiasmo hizo presentir la utopía añorada desde épocas preteridas de la historia. La historia conjuga la creencia y el esfuerzo de la emancipación, se creyó y se cree desde remotos tiempos en la figura del caudillo como sujeto redentor cuya tarea es subsanar las heridas que se le han infringido a los desheredados. Lo histórico se ha ido construyendo en los tiempos de la misma argamasa. El providencialismo pareciera estar en el zócalo de la memoria en la historia del hombre, lo cual implica el sacrificio de un hombre por la redención; ese santo ese hombre o como quiera llamársele tenía una única misión: sufragar en el espíritu la inequidad, sacar a los hombres y a los pueblos de su miopía. Pero no sólo eso, el redentor posee en sí el sentimiento de la propiedad y el mando de los pueblos sobre él. El líder, el conductor en algunos momentos puede pedir el máximo sacrificio, eso podría ocurrir en lo religioso y en lo político. Sin embargo un elemento 246 / Nelson Guzmán

importante se extrae de la enseñanza de los siglos XX y XXI, nada es creíble para siempre. La idea de un socialismo con la presencia de un aparato de Estado infalible es un riesgo que nadie quiere correr después de la experiencia soviética. Lo fundamental era la crítica y la autocrítica y las élites conductoras de ese proceso no lo permitieron. Grandes figuran sirvieron para fortalecer el altar de la historia, Lenin, Stalin, Mao, todos ellos se nutrieron de una plataforma común: el autoritarismo. La pregunta sería qué tipo de sociedad deseaban. Las violaciones de la ley y del derecho realizado por esas sociedades no tienen nombre. El interés público de la vida como ha dicho en algún lugar Agnes Heller fue mancillado por la fuerza y el poder de una camarilla convertida en verdugo de los que no pensasen como ellos. Las formas del terror asumió distintas pelambres, el manicomio, el descrédito, la negación de una obra, antiguas figuras que ya se creían canceladas en la modernidad reaparecieron. Con frecuencia se emparentan el actuar de la policía soviética con las formas anteriores de autoritarismo que existieron en esas sociedades. Se debe recalcar la diferencia que existe entre la publicidad y lo real. Siempre se vendió la idea de que un mundo de felicidad reinaba en los países del Este, los testimonios y denuncias de los disidentes bastaron para comprobar que esto no era cierto. Se ha comprobado que los países no marchan hacia la distensión. El aparato bélico de la Unión Soviética y el de la Rusia de hoy no tenían nada que envidiarle al occidente capitalista. Es importante seguir distinguiendo que las democracias deben prescindir de la idea de una figura única que actúe como salvador. Ni en la paz, ni en la guerra la conducción eterna puede obedecer a un único dictamen. El Occidente nos ha enseñado que las decisiones se deben tomar en el foro público, desde la ironía socrática con respecto al saber y a la política hemos sabido que nada es permanente. Hegel lo ha expresado en su dialéctica, el todo es evanescente. La política hoy ha tomado otras gafas, sus intereses deben volcarse hacia el hombre, entre repetir el pasado y el elogio de lo existente como única solución, hay que escoger la crítica como sacudida de un orden institucional que no parece avanzar. Tiempos de incertidumbre / 247

Tiempos de violencias

Los resquicios de la memoria País portátil es el miedo de los hombres, el reencuentro fantasmal con lo que debimos ser. El tiempo diezma las promesas, nos coloca ante un deber ser que se esfuma. La ciudad que se muda, que se transmuta encarna lo portátil. Lo transitorio es el recuerdo. El tránsito de la Venezuela rural a la moderna, muestra una Caracas que vive en la pujanza, en el zumbido del tiempo convergen las cosas mudas. La ciudad es el preámbulo de la muerte, allí convergen los usos de provincia y los caracteres de hombres de distintas procedencias, las neurosis, los ecos imaginarios, espectrales, tétricos, asaltan al ciudadano. La ciudad contiene la violencia, los seres que topamos en la vía encarnan una vicisitud, una destemplanza, un pensamiento. Los otros sumergen en zozobra mi cotidianidad. La ciudad es una exhalación, los espacios geográficos no son para la comprensión, para el vivaquear del espíritu, están allí para avisar que vivimos en un mundo de hollín, de chatarras, de tiros, de torturas, de hombres que deambulan por el mundo sin comprensión. La lluvia deja el espanto en el alma. En el alma del hombre que porta el maletín dentro del autobús en la novela País portátil no hay más nada que caos. La ciudad y el campo se entremezclan en la eclosión de la inseguridad. Los hombres no habrían logrado vivir tranquilos en Venezuela ni en el ayer ni en el hoy. Los psiquismos de la ciudad son formas perturbadas de existir, cada quien anda en lo suyo, en su tiempo, la intersubjetividad ha dejado de rasguñar a los hombres. La ciudad encarna la demencia, el tumulto. El hombre del maletín lleva sobre sus hombros los imaginarios de lo citadino, pero también la templanza provincial. La violencia campea por las calles de la metrópolis, la democracia Tiempos de incertidumbre / 249

dispara sobre el ciudadano común, la muerte se presiente y se presenta a ráfagas de olvido. La continua intolerancia desde el siglo XIX a la segunda mitad del siglo XX, sigue horadando la cotidianidad del venezolano. Los derechos humanos penden de la boca de los cañones de la policía. Un hilo común seguía formando parte de la cotidianidad del venezolano, la violación de todos los derechos. Jaramillo, sastre comprometido con un ideario de redención cae asesinado por la policía en la parroquia San Juan, País portátil comienza mostrándonos las costuras de Venezuela, allí está Andrés Barazarte corriendo el mismo destino de su familia revolucionaria. La democracia parecía ser la continuación de la dictadura. La democracia no había logrado vencer las infamias y se había fraguado en el vórtice del terror. El país ha estado siempre crispado por el horadar de fuego de las hogueras más altas. El fuego purifica, entona canciones con la brisa que han de consumir los pastizales, el llano venezolano se envolvió luego de la guerra magna, en la trifulca del fuego, así dirá Adriano: «Los árboles se alargan de pronto, en mitad de la noche, con una aureola inmensa levantada hacia el cielo, para que todos los ojos del pueblo se alcen hacia el cerro. De nuevo se sorprende el silencio de las gentes que cuidan sus sueños (...) Cada casa ha abierto su puerta o ventana hacia la luz y hay quien piensa que terminaron por arder todos los flancos. Pero la candela queda lejana: milagro abierto y húmedo del viento que sube desde el fondo». En los resquicios de la memoria Salvador recuerda el saqueo de sus tierras, el vejamen de haber sufrido el robo de sus propiedades. Las guerras, la violencia de los gobiernos nos cambiaban de amo, el país era portátil. Los hombres que habían defendido sus posesiones y su trabajo, por las tramoyas de la vida política, eran yugulados, no hubo una base institucional fuerte y creíble para afianzar la propiedad. El latrocinio se había impuesto. Los hombres emigraron del campo a la ciudad; con respecto a este tema Miguel Otero Silva en Casas Muertas pulsa la dinámica que el petróleo introdujo en la vida venezolana, el campo comenzó a abandonarse desplazándose los contingentes poblacionales hacia las urbes. Las generaciones 250 / Nelson Guzmán

dirimen en los sueños y en el mundo cotidiano sus diferencias, en atmósferas derruidas yacen los viejos anhelos. León Perfecto reclama la falta de coraje de su abuelo ante la expropiación de sus tierras, en el fondo sentimos que son retratos sobre los cuales se desliza el moho. El hoy ya no puede ser la nostalgia del ayer, los tiempos han pasado cautelosos, el novelista actúa como espectador y como partícipe de emociones encontradas, los hombres se conservan en las edades de la imaginación, no pueden morir, simplemente no hay a donde ir, la gran historia no ha comenzado a escribirse. La novela presenta el reclamo de la voz de la conciencia vencida por haber admitido el robo de sus tierras, los tiempos, las ventiscas, las guerras, el infortunio y la edad habían dado al traste con Salvador Barazarte, era esto lo que no podía aceptar ante la voz de León Perfecto. La aparición del destino como sino fatídico era una realidad, ayer y hoy los hombres se habían dejado robar, masacrar, horadar su alma. Los que marcharon a la ciudad nunca más regresaron para exhibir la razón y las leyes. La Iglesia y el Gobierno en contubernio habían expropiado las tierras, la fe y la ignorancia hicieron posible de nuevo el latrocinio. País portátil nos presenta el perfil del conspirador; éste no debía usar agenda, debía guardarlo todo en la memoria, los papelitos, los anuarios, las libretas eran comprometedoras; el revolucionario no se podía dar ese lujo, él era un hombre proscrito. El país no había cesado de tener miedo, nuestro psiquismo retiene aún del pasado el terror. Los hombres son síntesis de vivencias, cada quien representa un pedazo de vida, él, ellos, todos encarnan la historia familiar, allí hay de todo: honestos, falsificadores, hipócritas, babiecos; el infierno como lo diría Sartre, son los otros. Salvador siente que su vida ha sido la indecisión, lleva sobre sus hombros una disposición y una culpa que no es personal, sino que pertenece a la historia, se debe comprender que en cada familia hay retoños malos, psiquismos diferentes, su hermano José Eladio amaba la cháchara, la festividad, las mujeres, ejercía como parrandero, como refistolero, a decir de Salvador Barazarte: él encarnaba una historia distinta a la suya, a la Tiempos de incertidumbre / 251

de León Perfecto y a la de sus antepasados. Edades de tragedia para los venezolanos, sinos dolorosos que no pueden recogerse de otra manera, es la muerte proverbial, intersticial que nos dicta la plana. El país rural medraba en el cuerpo de nuestros antepasados, la guerra y el revólver establecían las distancias de la seriedad. La pólvora era la medida. Los Barazarte estaban en la oposición cuando José Eladio participaba en las fiestas del gobierno, eso les dañaba el honor en un país donde lo único que apaciguaba las pasiones era la sangre. Había que saber mantener en alto la extirpe de una familia y este hombre simplemente se había refugiado en la guachafita. Sus días estaban resguardados por las parrandas, en el fermento de las horas magras mecía sus sueños en los brazos de una hermosa hembra, era el mariposear que los hombres recios de la época, según lo explican las voces de la narración, no podían permitirse. La modernidad irrumpe en tierra venezolana, los ruidos de la locomotora abren la vida hacia el maquinismo, los burros parecían formar parte ya del pasado. El progreso comenzaba a hacer una cicatriz en el rostro de los arrieros, de los posaderos. La pequeña producción mercantil simple comienza a resentirse ante el paso de la urbe. Los modos de vida de los venezolanos comienzan a cambiar, los hábitos decimonónicos señalaban una manera de ser. Los amoríos vigilados comienzan a ser irrelevantes, en el ayer se pelaba pava por largos años, los amantes esperaban que los tiempos demostraran la reciedumbre de sus costumbres. Caracas surge en la narrativa de Adriano González León como ciudad símbolo del progreso. El frenazo, el guardafango desprendido, el musiú quejumbroso ante la atorrante ciudad forman parte de la cotidianidad. Ayer, allí mismo, a unas cuadras estaba el campo. Cuando se abandonaba Santa Teresa para venir a estudiar a Caracas la despedida era parsimoniosa, todo se hacía a lomo de bestia. El tren impuso otras dinámicas. Con el petróleo el rostro de las ciudades había comenzado a cambiar: «Un aire hediondo de peces envenenados por el aceite o reventados por el golpe y el ruido de los remos, venía junto al sonido de máquinas partiendo la tierra, 252 / Nelson Guzmán

de grandes tubos rodados, de pitos y cornetas» (Adriano González León, Las hogueras más altas). El ruido de los motores y el petróleo indicaban el abandono de las antiguas formas de relacionarse los hombres, las guerras del siglo XIX se hicieron en el lomo de las bestias. La lanza era importante, las armas blancas señalaban un camino, el siglo XX nos presenta por el contrario la luger, y el chisporroteo de los máuseres: «Gemidos parecidos vinieron en la noche para atajarle el sueño y se hacían prolongados y tristes, heridamente desolados». La sentencia perteneciente a Las hogueras más altas parece presagiar al Salvador Barazarte de País portátil que moría de su propia soledad abrumado por los recuerdos, envuelto en la presencia de palabras que clamaban justicia ante una época que lo había sobrepasado. Las hogueras más altas avecinan claramente tanto a País portátil como a Viejo, la lúdica verbal y el dispendio de los mitos, la fragua de lo imaginario presentan mundo regocijados: «Sentía un cruel regocijo y no tuvo temor de los fantasmas de las reses incendiadas que se alzaban en el aire, bramando sobre los corredores y los patios de la casa, surgiendo de las sombras con los rabos iluminados» (Las hogueras más altas). La novela retrata familias liberales y conservadoras en disputa. En el imaginario de los hombres atribulados por la Guerra Federal, se jugaba el honor. País portátil nos presenta en la memoria los afanes y las proyecciones de quienes van haciendo la historia. Allí está presente una vida abandonada, en el hoy sólo se presiente la hojarasca, el desvaído, el petróleo ha dado otro sentido a la historia. Estamos acá ante voces que van contando la crónicas de viejos días, la suya, son los ruidos de los espectros, es la muestra de épocas tormentosas, violentas, que expresaron el sentimiento de sus hijos en grandes batallas concretas, están allí Santa Inés, Coplé y tantos encontronazos de la historia. Las mismas tropelías continúan rodando sobre el plexo de historia, del país se presentan la borrasca y el efluvio de tiempos idos. Los hilos conducen por épocas tormentosas, ayer la lucha entre federales y conservadores, hoy la voz mitinesca que grita abajo el Tiempos de incertidumbre / 253

imperialismo o viva la oligarquía, nada parece haber variado; la zozobra asalta las almas, los mismos hombres en otros cuerpos, iguales temperamentos que quedarán en un punto del camino abandonados de todo, la violencia dando cuenta de las almas que deambulan en el tiempo como zombis. La voz de Salvador Barazarte evoca desde su inexistencia la vida de León Perfecto y de Víctor Rafael, nada sería más grande para los hombres de acción que el pasado, igualmente para Andrés Barazarte la vida era la ansiedad y la lucha de la guerrilla. Los tiros no conocían la moral pero vestían de gloria a los hombres. Entre balaceras los estudiantes en los años sesenta corrían de la represión en el noroeste de la ciudad de Caracas. País portátil nos describe la cotidianidad que se aprieta con escenas heroicas. Hoy igual que ayer los hombres no podrán esquivar la represión, no se corre por cobardía, se hace de esa manera porque se sabe que no hay garantías. El país ha permanecido encabritado toda la vida. Desde la memoria País portátil recoge los enfrentamientos de los caudillos en Occidente, ésta novela es la saga de los Barazarte, el amor ladea el corazón del hombre rural que no ve claro como cautivar a su prima tocada por las usanzas de la ciudad cosmopolita, en este caso Caracas. El narrador es una voz en sombra que va contando las tensiones, las maniobras, los destinos de los hombres de aquella larga época que ocupan las regiones de País portátil. Angélica añora Caracas, sus costumbres, los llamados de la ciudad se imponen en ella. Los seres han comenzado a cambiar. Las costumbres sin embargo son perentorias, códigos como el respeto, las tradiciones, atan decisiones. Angélica en una ofrenda sepulcral fija su destino en un juramento que le realiza a su padre; abandona su destino para refugiarse en el caos de su renuncia. Angélica sucumbe ante la borrasca, deviene la esposa de Víctor Rafael. Dos mundos que nunca se encontrarían, lo agreste acompaña aquel mundo rudo, ella muere en la soledad, en las horas de espera. El caserón donde la había dejado su marido, quien fue

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a visitar a su hermano León Perfecto, se fue cerniendo sobre ella hasta consumirla. Angélica murió en la soledad, se desangró, allí no estuvieron sus vecinos, su marido había dictaminado que nadie valía la pena en ese vecindario. Ernestina por su parte había enmudecido desde el escape de su novio, se había quedado con los crespos hechos. Los prejuicios gobernaban a una sociedad tosca, encerrada en una moral anticuada: «...y creo que hasta me pareció que estaba bonita cuando en el cuarto de arriba se borró entre las sombras» (Adriano González León, País portátil, pág. 190.) Ernestina no pudo alcanzar a su prometido. Quedó absorta entre los dibujos y las promesas de Quintero, la vida le fue deparando en esa saga a cada quien lo suyo.

Los refugios de un tiempo ensombrecido La gran ciudad está descrita en País portátil, el río Guaire la cruza ensombrecido, testimonio del hoy y del ayer, mujeres que cargan sus realidades en los hombros. Adriano González León describe la demencia de una ciudad donde todo resulta audible, coexisten dos estéticas en un mismo barco que se inflama por todos lados, los hombres encarnan sus miserias en un mundo que ha sido siempre así. La novela explana la memoria; segmentados acuden los recuerdos, antropología de la ciudad grande donde concurren gallegos, maracuchos, orientales, canarios y portugueses cargados de un ruralismo profundo. La ciudad es la invención, es la búsqueda de la identidad, los estudiantes se sienten extrañados en sus pensiones concurridas de mujeres bellas que no son sino exhalaciones fantasmales y masturbatorias de psiquismos, que esperan la llegada de alguna dama que comparta su silencio y soledad. Empresa autobiográfica del narrador. El lector se pasea por la exclusión que siente el andino de pensión, el oriental y el llanero cuando son confrontados con su cotidianidad.

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Hilos invisibles sostienen un país donde los cauces de la modernidad se van presentado entre balazos, así ha sido la historia desde siempre en Venezuela. El plomo no ha dejado de sonar en una patria entregada a la seducción de la valentía, de la lucha revolucionaria, las cosas se van descampando de soslayo hasta extenuarse y dejar de ser. País portátil es un retrato fiel de una generación masacrada, la de los años sesenta. Anidan en este libro voces que lucharon por el ideario liberal, las fuentes de la corrupción y del poder quedan retratadas en este documento. Liberales y conservadores en 1863 se reconcilian en el Pacto de Coche. León Perfecto piensa que la guerra está a punto de terminar y que es cuestión de unos tiros más para neutralizar a los Araujo; esa sentencia resulta ya no ser cierta, su padre había sido ya nombrado Gobernador. Desde el punto de vista de la recomposición del poder era necesario sostener la paz, los odios seculares debían mermar, los campos habían quedado sembrados de cadáveres, se debía solicitar la propiedad de la razón para garantizar la convivencia. La novela nos presenta un mundo convulsionado, las conciencias yacen encerradas en sus consejas. Epifanio Barazarte señala un hombre fuerte, médico y general que usufructúa los privilegios que también tenían los godos. Liberales y conservadores se confunden en un tumulto de ambiciones, mundo de exclusión, la mujer aparece sostenida por el yugo feudal de una moral construida y fundada en la barbarie. Salvador alucina en las tinieblas, León Perfecto le reclama decisiones que debió tomar. El tiempo inmemorial se le va metiendo en el cuerpo, siente los reclamos de los muertos, vienen por él. La memoria dialogante le permite evaluar a instantes las decisiones de su hermano Eladio, estaba fastidiado de cargar con tanto muerto encima, comienza a darse cuenta que ha llegado otro tiempo. Las balas son un mal presagio. País portátil es el testimonio de un país ensangrentado donde el odio y la ambición de Betancourt no conocieron límites. La democracia sigue reproduciendo la historia de sangre del viejo país. Adriano González León testimonia lo urbano; por el contrario José León Tapias historiza una ruralidad acabada igualmente a cachiporrazos y a golpe de lanza y bayonetas. Las 256 / Nelson Guzmán

casas han seguido atestadas de perseguidos políticos, la disidencia democrática se pagaba con el pellejo. Venezuela con este tipo de literatura testimonia y muestra sus costuras históricas. En el Tigre de Guaitó de José León Tapias, vemos la zaga de los Araujo, un hecho narra y reconstruye una tradición, el país sigue incendiado por los cuatros costados, el crimen político no conoce justicia, este rasgo es común en América Latina. En el llano se deposita la esperanza en el caudillismo, los hombres de la Guerra Federal entonaban una sola canción que les garantizaba probidad y les permitía vivir en la utopía armada: «El cielo encapotado anuncia tempestad/ y el sol tras de las nubes pierde su claridad/ !!Oligarcas temblad, viva la libertad¡/ las tropas de Zamora, al toque del clarín, derrotan las brigadas del godo malandrín».

Viejo Adriano González León plasmará en otra de sus novelas, Viejo, sus preocupaciones metafísicas, allí está el escritor luchando con su nada, con la de los otros. La vejez es un mal presagio, los músculos se endurecen, duelen las pantorrillas, el viejo se sumerge en largos días donde se esperan nuevas emociones y nada ocurre. La edad parece lanzar a los hombres al sigilo de la espera. Las voces fantasmales de Viejo presagian el fracaso, las canas, la decrepitud, el hombre es presentado como un concierto de sinuosidades donde la base de la derrota es el tiempo: «Hacía falta el primo Alfonso. Le hacían falta las muchachas al primo Alfonso. Pero con esas canas no había donde ir. Con esas canas que multiplicaron por última vez las luces del espejo y las mismas luces se fugaron estremecidas, aquella tarde, cuando se escuchó el disparo». (Adriano González León, Viejo, pág. 41) El objeto novelado de Viejo es una subjetividad instalada desde la precariedad del tiempo, el hombre es presentado como aquel que sabe de su finitud, en eso la reflexión de la voz del narrador es clara, no hay escapatoria. Los hombres son ellos con sus limitaciones, la vejez es el fin de los tiempos gloriosos, es el espanto, es el meao Tiempos de incertidumbre / 257

que desliza desproporcionadamente por los pantalones del viejo, al igual que la caca. La meditación es tormentosa, no parece haber escapatoria, la trágica condición del hombre es inevitable. Viejo va envolviendo al lector en una maraña de jugarretas del lenguaje, el novelista va diciendo a los lectores lo que cotidianamente resulta inexpresable en su cotidianidad, el relato se entreteje entre los cantos de la memoria, los recuerdos desvaídos nos dicen que el musgo de los lugares recónditos se va deslizando entre ecos. Los arpegios de las guitarras van tejiendo amores que serán luego lugar pasado, peso de los recuerdos. El relato muestra la orfandad de los seres, entre el malabarismo de las palabras se promete un estado de espesor tan profundo que allí se realiza el supremo paraje de la tranquilidad: «... alguien pensó que los vendavales no podrían ocurrir más, que no vendrían aguaceros interminables y que las brujas jamás se meterían por las claraboyas y los duendes serían aquietados en las huertas y los rincones y que no había nada que temer. Ellos en vez de caminar, flotaban. En vez de reír, desgranaban sonrisas. En lugar de comer, tenían gran apetito. En lugar de llorar (...) dejaban correr el manantial de su congoja...» (Adriano González León, Viejo, pág. 60) Tanto en País portátil como en Viejo el narrador nos cuenta historias fruncidas por el miedo y la huida. Adriano recrea hombres que huyen entre la maleza, las lomas, los troncos, escapan de su propio destino y son inatrapables, nadie querrá seguir viviendo en aquellas ciudades rupestres, hoscas, donde hay más sueños que realidades. Los hombres escriben historias que los atraparán a través del tiempo en su propio retrato autobiográfico, memoria de días perdidos en la hojarasca de espacios sorprendentes. Viejo se deja sospechar como libro autobiográfico con una carga de angustia existencial por el tiempo, por la muerte, por la vejez. Para el novelista dentro del relato la lisonja al vigor del viejo sólo son palabras reconfortantes, reparadoras, que intentan remediar lo inevitable, la vida es un desgaste una invención que va horadando las hojas. Cuando Elodia y Joaquín faltan, el tiempo de la vida se vuelve estremecedor: «... no querer entender que la miseria y la tristeza se están metiendo por las puertas, se están metiendo por la 258 / Nelson Guzmán

rendijas (...) vienen, vienen se cuelan, son como espantos, no hay puertas que las pueda atajar, es toda la desesperación y el olvido que se cuelan por las rendijas como si fueran viento malo, basuras, estrecheces, hormigas del infierno, insectos malucos que me quieren comer» (Adriano González León, Viejo, pág. 66)

Piruetas de amor Evocación de un tiempo ido, quejas hacia el destino por haber vuelto tan breve esos momentos que han debido ser eternos. El amor interrumpido en el juego de la infancia. Sentimientos fementidos de seres separados por la adultez, por las férreas creencias de las maestras, de una sociedad cerrada, y al lado de todo aquello necesidad de hacerse notar entre los arreboles de los voladores, ellos iban a los pies de los amores juveniles a testificar que alguien las esperaba, que algún ser sentía y padecía por ellas. Esta novela es historia de vida, el lenguaje cabriola entre riscos tejiendo sapiencias inesperadas. Adriano González León loa lo local, evoca de manera festiva tiempos inmemoriales, aportando un tipo de narrativa de recreación de la imaginación. Adriano recuenta tiempos que alcanzan los años preteridos. La Venezuela que va tomando pulso es tal vez la indefinida. El lenguaje gardeliano está allí, los amores de estudiantes, se retrata la candidez de aquellos que habitan en un limbo, de aquellos que merecerían a partir de ese instante ser poetizados, tomados en cuenta. La novela de Adriano presenta la mezcla entre lo rural y lo urbano, allí hay hombres que pueblan las ciudades con el brío de sus abuelos montaraces, la épica no ha dejado de estar en la novela venezolana; cada generación ha considerado necesario hacer su revolución. Encontramos tanto en País portátil como en Viejo el tema de lo urbano, las maldiciones de siempre, el pistoletazo, la ráfaga de revólver, las persecuciones, todo está vinculado a la pólvora, al aletazo de una ciudad que crece y va envolviendo a sus habitantes en una mecánica de vida sin la cual sus existencias no tendrían sentido. Tiempos de incertidumbre / 259

Adriano nos muestra en País portátil la fenomenología de un país que resiste al gobierno de Betancourt y Leoni. Se convierte el novelista en una especie de cronista de las imágenes de un momento de resistencia cultural, de desobediencia social y de lucha revolucionaria. Adriano González León penetra la memoria histórica del país, toda intemperancia, rebeldía o como quiera llamársele tiene su génesis o estructura en un tiempo dispar, en un lugar brumoso desde donde hablan antiguas voces que pretendieron la libertad. Esas voces se tornan menguadas en Viejo, allí se produce la diáspora, el entusiasmo revolucionario comienza a ser arrinconado por los dolores físicos, por una existencia que se torna vacía, esta novela insurge como su autoanálisis. En Viejo encontramos el amor, el cuido de sí mismo de un autor que siente que su tiempo físico comienza a ladearlo, a decirle que no hay nada que esperar, allí se presenta el pesimismo, se expresa la derrota, la de aquél que ha sido derrotado en lo real, en el espacio de las luchas de sus antepasados y en el hoy de la edad de su cuerpo. Este texto es un laboratorio, el cuerpo del escritor. El percance de la vejez es el terror, el espanto. El viejo espera la piedad del otro. El viejo espera a Elodia tan queda, llena de sortilegios, malabar de la tristeza, su vida de vieja gira en un círculo donde no hay nada más. Los viejos aspiran a las fomenteras, a evadir el dolor artrítico, aspiran a las voces cansadas de la tarde. León Perfecto y Salvador también envejecieron en la eternidad elucubrando esperanzas y contando historias que han podido resolverse de otra manera, la Venezuela de los caballos relincha en País portátil, una Venezuela menos ruralizada, sometida a los ritmos de las urbes se presenta en Viejo. La muerte termina por resolver los insondables dolores de la edad: «El primo Alfonso no aceptó perder su intenso vuelo» (Viejo, pág.132) En Viejo, la tía Hermelinda pacifica su alma traicionada con los mágicos embrujos que le otorga un mundo sobrenatural, de allí saca las fuerzas para buscar a su Arturo que la había dejado con los crespos hechos por partir detrás de una bailarina de circo. Hermelinda viaja al viejo continente y allí lo reencuentra destartalado, desmoralizado, 260 / Nelson Guzmán

abandonado. El socorro, el suyo, debía esperar la venganza; ésta se fue diluyendo en el tiempo. Matar a ese hombre era el dictado de su odio y desprecio, acorralarlo, dejado en el limbo de un tiempo vacío y apesadumbrado de su conciencia era peor aun para ella, por ello lo desconsoló a su lado hasta que la ruindad de su propia conciencia fue cobrando en él la desesperanza de recobrar un tiempo que no podía tener otra ejecución. En Viejo se ejecuta una narrativa que acude con frecuencia a la ficción, el tema central es la precariedad física que representa la vejez. La novela se levanta entre la introspección y el análisis que hace aquél que no puede recuperar un tiempo ido, pero vivido. La narrativa de Adriano González León en esta novela describe la repetición de la vida de un viejo, de aquél que no tiene ya a qué aferrarse, que depende de dos o tres circunstancias circulares que se repiten en su cotidianidad, la falta de éstas alteran su esperanza, llenan la vida del anciano de falsas expectativas. Los seres de Viejo intercambian esperas, complicidades. El viejo encarna la memoria que todo lo puede prever, ha vivido y se siente como un gran dispensador de magias, de fríos, de tinieblas, se sabe en el vértice entre la vida y la muerte, la vida del viejo es una sinuosidad. Si en País portátil nos encontramos en presencia de una novelística de profundas raigambres de la historia nacional y de análisis de la violencia, en Viejo se nos muestra un mundo donde la conciencia acude a su propia decrepitud. La conciencia hace el inventario de los éxitos individuales del cuerpo que ella encarna, pero a la vez siente el suplicio del abandono. Viejo tal vez sea la voz del Salvador de País portátil entendiendo el miasma que debilita, mancilla y suprime su cuerpo. Viejo y País portátil son las horas de la espera y de la falta de solución ontológica de un mundo que se enreda en el lenguaje para sacar la conclusión de que toda repetición es una liquidación y una espera baldía de la esperanza.

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Memorias de un venezolano de la decadencia o de un mundo convulsionado

Pocaterra fue un escritor de la cotidianidad; su obra recoge la conjura de los días tortuosos. Memorias de un venezolano de la decadencia historia la tortura, la muerte, las persecuciones y el psiquismo de unos hombres que creyeron en la libertad. La Rotunda no logró detener los libres devaneos del espíritu. La Venezuela de los años veinte y treinta vivió sometida a la orfandad. El idioma era el lenguaje carcelario, el olvido y la muerte. El destierro y la lucha contra la tiranía fueron los elementos básicos en la obra de Pocaterra. Aquellos años estuvieron apuntalados por la heroicidad, por doquier se manifestaba la lucha contra la opresión. El caudillismo comenzaba a ser una semblanza del pasado. Venezuela posiblemente no había entrado al siglo XX, allí estaban los andinos con sus esperanzas y su revolución restauradora. Con la presencia de aquellos hombres Caracas se llenaría de un ambiente rural. Pocaterra es testigo de excepción de la violencia. Las ciudades se inflaman de sangre, los muertos estaban allí como siempre, esperando su hora. La carne de cañón la pondrá el pueblo, había estallado la ambición, la muerte y los días dislocados de la República. La prosa de Pocaterra cubre los rasgos esenciales de las ambiciones humanas, retrata el final trágico del pueblo venezolano, aparecen allí campesinos despojados de la vida en un santiamén, así como también alusiones a la cultura del funcionarato, hombres que verían tranquilizados sus espíritus con un Consulado, una Embajada o un cargo ministerial. La adulancia emerge fuerte en el imaginario nacional.

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Para Pocaterra el gomecismo fue la representación de la incuria y del oportunismo. En memorias de un venezolano de la decadencia se desmonta el oportunismo de la época, este escrito se presenta como una voluntad testimonial, desfilan los hombres que conformaron el país: Doroteo Flores, Arvelo Larriva, el general Pedro Julián Acosta, el negro Barrá, Nicolás Rolando, Pedro y Horacio Ducharne, etc. La narración de Pocaterra retrata los años duros de la conformación de la nacionalidad, el pueblo vivía la amargura de ver pisoteados en la cotidianidad sus derechos humanos. Memorias de un venezolano de la decadencia realiza la crónica del carácter del venezolano, allí se describe el ejercicio de una vida política sufragada de traiciones, de halagos, de lisonjas y de cuanta mácula pueda existir sobre la faz de la tierra. En el texto aparecen narradas las situaciones excepcionales que vivió Venezuela: una de ellas la tiranía de la sotana, y el silencio de las instituciones. Venezuela es un río ensangrentado, los años del bagre son reseñados en una vibrante prosa testimonial. Pocaterra como muchos jóvenes de su generación saborearon los calabozos del Castillo Libertador y San Felipe, salir de esos antros era un azar. El rostro de la Venezuela de los primeros cuarenta años del siglo XX fue la de un país sin garantías constitucionales, la cárcel era un lugar de muerte, los derechos humanos eran una simple utopía. El país había caído bajo la bota andina; la geografía venezolana, la mitad de ella, había sido recorrida para instaurar la revolución, pero ese intento devino en un régimen despótico, autoritario, de silencio. Venezuela ve montarse en el poder a una sargentada campesina que impuso un orden autoritario y en desuso en el que gobernó la inquina política y la traición. Memorias de un venezolano de la decadencia describe la melancolía y la actitud psicológica del preso que deja en los calabozos, y a merced de los esbirros, a sus compañeros abandonados a su suerte; ese es el destino del preso que sale en libertad. El lenguaje de Pocaterra es de un inmenso realismo, el calificativo hacia el régimen está a flor de labios, estólido, pesadillesco, atroz. En esta época el pueblo hace sus primeras armas en la búsqueda 264 / Nelson Guzmán

de un verdadero ideal de redención, los hombres están dispuestos a morir con tal de salir del oprobio y de la dictadura. Pocaterra testimonia con pequeñas variaciones el hondo malestar que le tocó vivir a la República de Venezuela. El siglo XIX venezolano fue el comienzo de la institucionalización en la vida republicana y el afianzamiento de la exclusión social. Las guerras civiles habían menguado el país, los argumentos de los bandos parecían ser los mismos, pero subsistían a la base de ellos las ambiciones, cada cual aspiraba su curul, su parcela de poder, y ello trajo la violencia en las calles. El siglo XIX venezolano después de la muerte de Bolívar estará marcado por el leguleyismo, la ambición de poder y la guerras civiles, en este aspecto cualquier argumento parecía ser bueno. El siglo XIX venezolano fue de inmensas pugnacidades, estuvo signado por la traición, la megalomanía de Guzmán Blanco y además por el desbordado ímpetu guerrero de los caudillos, todos ambicionaban el poder. La lisonja y las estrategias políticas hundieron el suelo venezolano en la guerra. Había un drama: lograr la civilidad. Mientras el siglo XIX en Venezuela ha comprendido la necesidad franca de marchar hacia la democracia, el siglo XX en sus comienzos se hundió en el lodazal de la inquina, de la cárcel, de la persecución. La prisión era el fin de todos los derechos; es en este sentido que la prosa de Pocaterra describe profundamente la psicología rural del gomecismo, la cual castró con la venia de una parte de la intelectualidad venezolana, el alma fresca y rebosante de libertad de todo aquel que hubiera soñado aunque fuera un instante en los derechos del individuo. Pocaterra en Memorias de un venezolano de la decadencia realizará un análisis psicológico de los gustos del sátrapa. Gómez era un jefe rural, muy cercano a la tierra y a una Venezuela rupestre; este hombre necesitaba ver crecer el pasto, escuchar el canto de los gallos, engordar a los animales, así como también la familiaridad de la gente; ese era un ambiente proclive a sus necesidades psicológicas. El autor dirá en su rastreo de la personalidad del caudillo, que éste señalaba al oponente como un envidioso, como alguien que quería realizar las cosas que sólo a él estaban reservadas, por ejemplo: Tiempos de incertidumbre / 265

hacer negocios o ser presidente de la República. Gómez vive con sus odios y con la desconfianza natural del amo de la tierra, del hombre de campo, de quien ya ha transitado nueve largos años en el ejercicio del poder y sabe hacia dónde van las cosas y cómo se bate el carato. Los áulicos del castrismo terminan adulándole. Los caudillos históricos venezolanos acaban por entregárseles en el disfrute de las lisonjas del poder; habían sido nombrados entre 1910 y 1914 como integrantes del nuevo Consejo de Gobierno. El gomecismo representa tal vez un ejercicio complejo de dominación política, allí ven auge ciudades como Maracay, pero a la vez pasan a segundo lugar ciudades históricas como La Victoria y Valencia.

El final de las libertades públicas Con Colmenares Pacheco tal vez empiece el festín de la persecución en el régimen gomecista, cobran corporeidad los vejámenes, La Rotunda, los espías y cuanto latrocinio conozca la historia del espíritu. Los mismos procedimientos anteriores continuaban, el chisme de Palacio se había vuelto una institución, todos se tenían miedo. Los derechos humanos no se conocían, Eustaquio Gómez funge de carcelero, de sátrapa. Las prisiones se convierten en un lugar cierto y lento de la muerte. Y el rasgo esencial es que todos desconfían de todos. La lealtad se volvió una mercancía extraña. Para Pocaterra el gomecismo sacrificaría generaciones enteras en los calabozos y en el servicio militar. Los hombres nada significaban, ellos eran marionetas del sátrapa, el destino venezolano en esas horas era aciago. Se expulsó así al novelista Romero García y se encarceló un año a Rufino Blanco Fombona. Las leyes en la Venezuela de la época se habían envilecido. Asimismo se retrata el continuismo del general Gómez, la oposición continuará en Venezuela, en un principio subterránea, luego manifiesta. La orden era disolver el Consejo Federal; éste constituía un obstáculo para el continuismo gomero. Para ese ejercicio inconstitucional se utilizaron toda suerte de subterfugios, uno de ellos el amedrentamiento, el otro legal, que consistía en invalidarlos mediante la argucia legislativa de su falta de trabajo en conjunto. 266 / Nelson Guzmán

Venezuela para 1913 se había convertido en una carnicería, el terror se había implantado por doquier, a la disidencia le esperaban los trabajos forzados en los caminos llenos de anofeles y de plagas de toda índole. Asimismo la verga de toro y el chaparro untado con sebo de Flandes se había constituido en una institución, era la democracia luchando para no perecer víctima de la barbarie. Gómez perdió desde entonces toda probidad, sólo conocía el garrote, sus áulicos estaban compuestos por una oligarquía donde aparecían hombres como Gil Fortoul y Arcaya. Ante la administración de Venezuela como una hacienda a los venezolanos no les quedó otra salida que la insurgencia. Gómez invocaba el orden, las viejas premisas comteanas de orden y progreso eran invocadas por los positivistas que colaboraban en su gobierno. Dentro de este cuadro los hombres no representaban sino simple utilidades, se trataba de prevenir la insurrección y para ello era menester que hubiese un estado de guerra y de terror. El gomecismo se caracterizó por el dominio de la voluntad despótica, no había nada que hacer, el mantenimiento en el poder por parte de Gómez implicaba la renuncia a la soberanía, los tribunales eran controlados por los hombres de poder, en la historia de Venezuela nada había cambiado, el país seguía ruralizado, Eustaquio Gómez colgaba en Táchira a los hombres en los ganchos de los mataderos. El libro de Pocaterra enarbolará la defensa de la patria. Pocaterra escribirá para defender la libertad, para exorcizar los fantasmas de la tiranía. Está plenamente consciente de que en Venezuela los derechos de hombres han sido conculcados, aquella dictadura bárbara se ha impuesto; del lenguaje y de los gustos cultos del siglo XIX, se ha pasado a aquella banda de campesinos incultos que sumergen al país en la barbarie, para sobrevivir es necesario callar, es dentro de ese contexto que Pocaterra se proclama como un ciudadano de pensamiento y acción. Pocaterra fue testigo activo y presencial de Los años de la ira; fue partícipe de la invasión del Falke. La calle larga de Cumaná presenció una batalla incruenta contra la tiranía de Gómez, combatieron allí: Doroteo Flores, Armando Zuloaga Blanco, Román Delgado Chalbaud, Pedro Elías Aristiguieta y muchos otros Tiempos de incertidumbre / 267

prohombres que aspiraron a fundar la Venezuela moderna. La calle larga significó la lucha por las más merecidas reivindicaciones del pueblo venezolano. Los hombres no se habían quedado quietos ante el escarnio y la intolerancia del régimen gomecista. Ese movimiento cívico militar se montó en París y aspiró entre otras cosas, salir de la tiranía. La Venezuela violenta de aquellos años nunca más podrá tener referente entre nosotros, nadie podía estar tranquilo, el menor asomo de diferencia significaba los grillos, la muerte o el destierro.

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Índice

Prólogo.................................................................................................... ...7 Introducción............................................................................................11 América: despotismo, barbarie y radicalidad.................................... .19 Bolívar y América.........................................................................25 La rebelión....................................................................................30 Bolívar filosofía y política.......................................................................35 La guerra.......................................................................................39 Los derechos de ciudadanía..........................................................41 El mestizaje cultural.....................................................................42 Briceño Guerrero o el éxtasis del lenguaje...........................................45 El espíritu como frenesí y desdoblamiento......................................45 América debe encontrarse.............................................................49 Las encrucijadas del mundo..........................................................51 La diferencialidad..........................................................................53 El dios de occidente.................................................................................55 Dios metafísica y totalitarismo...................................................55 II....................................................................................................57 III..................................................................................................58 El espanto de la guerra............................................................................61

Tiempos de incertidumbre / 275

Violencia y paz perpetua........................................................................65 Política y quiebre de la cultura moderna.............................................75 Nochebuena negra y los tiempos de la existencia.....................................79

Memoria y lejanía................................................................79 El baile.................................................................................81 La noche oscura...................................................................82 El fragor del deseo...............................................................83 Modernidad y lógica del control ..........................................................85 Lógica y sentido en la modernidad...............................................85 Los cismas de la modernidad........................................................87 El hombre y la voluntad de creación.............................................91 Vattimo y Heidegger......................................................................95 El imaginario oligárquico......................................................................97 Terrorismo razón y paz ...................................................................... 103 Augurio y fatalidad en la poesía de José Antonio Ramos Sucre.......109 El tormento de un psiquismo perturbado....................................109 Los apogeos del tiempo..............................................................109 El paso del tiempo.......................................................................113 El mundo libidinal en la vida de un poeta...................................116 Poética de obsesiones vitales......................................................123 El ser y el ente en la estructura de la voluntad de poder...................129 Del sentimiento estético y del nihilismo.....................................132 De las propuestas del ente....................................................135 El Chino Valera Mora o del asesinato de los sueños...........................139

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Abigarrados dolores....................................................................139 Historial de un poeta revolucionario...........................................142 La muerte en el país de los acechos............................................147 Poder e imaginarios preteridos........................................................... 149

Los ciclos estelares............................................................154 La ciencia como búsqueda de la libertad..........................157 Colón yAmérica y el colonialismo..........................................................161 El marxismo como teoria de la revolución..........................................167 El marxismo y el método dialéctico histórico............................167 La toma del cielo por asalto........................................................170 Lo materialista de Marx..............................................................174 El fantasma de la historia.....................................................................179 Crisis y grandes cambios.............................................................179 Las promesas de la modernidad..................................................180 Lo político como argucia de la razón..........................................182 De los años de la ira..............................................................................189 II..................................................................................................190 III................................................................................................191 IV................................................................................................193 V..................................................................................................195 Evo morales los retos de una cultura ancestral..................................199 Frank Fanon: África y la descolonización........................................203

El compromiso revolucionario...........................................203 La revolución y la cultura..................................................206 La lucha por la dignidad....................................................208

Tiempos de incertidumbre / 277

Violencia y olvido de la izquierda.........................................................211 I...................................................................................................211 II..................................................................................................212 III................................................................................................213 IV................................................................................................215 Poder, violencia y soledad en algunos autores de la literatura latinoamericana....................................................................................217 América Latina y su literatura.....................................................217 El tema del amor en García Márquez..........................................220 El destino en García Márquez.....................................................221 Roa Bastos y el problema de la dictadura en América Latina....224 Otros intentos en la literatura latinoamericana........................226 Venezuela violencia y cambios..............................................................229 Verdad y representabilidad.................................................................233 Modernidad, cultura y acción política...................................................239 La modernidad como práctica de la acción.................................239 La subjetividad y la historia........................................................244 Tiempos de violencias............................................................................249 Los resquicios de la memoria......................................................249 Los refugios de un tiempo ensombrecido...................................255 Viejo............................................................................................257 Piruetas de amor...................................................................259 Memorias de un venezolano de la decadencia o de un mundo convulsionado.......................................................................................263 El final de las libertades públicas...........................................266 Bibliografía.........................................................................................269

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Este libro se terminó de imprimir en los talleres litográficos del Instituto Municipal de Publicaciones durante el mes de junio de 2017 Caracas-Venezuela