Textos Y Documentos De La Epoca Medieval

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Textos y documentos de época medieval (Análisis y comentario)

Emilio Mitre Fernández

Textos y documentos de época medieval

(Análisis y comentario) Nueva edición, revisada

EditorialAriel,Barcelona S.A.

Diseño cubierta: Vicente Morales

1.“ edición: 1992 1." edición, revisada, en col. Practicum: septiembre 1998 © 1992 y 1998: Emilio Mitre Fernández Derechos exclusivos de edición en español reservados para todo el mundo: © 1992 y 1998: Editorial Ariel, S. A. Córcega, 270 08008 Barcelona ISBN: 84-344-2827-X Depósito legal: B. 35.887 - 1998 Impreso en España

PRESENTACIÓN El presente trabajo no pretende ser una alternativa a las obras de síntesis o de sentido más o menos monográfico de las que se vale el profesor de Historia para ejercer su labor docente. Se trata, sí, de un complemento de todo punto ya imprescindible, como los mapas históricos, las gráficas, diapositivas, etc., cuyo uso, desde hace años, ha supuesto una importante renovación científica y metodológica en los medios académicos. En la elaboración de esta obra hemos tenido en cuenta algunas pautas. En primer lugar, ofrecemos unos criterios orientativos que permiten la clasificación, análisis y comentario de tex­ tos y documentos. Queremos con ello ofrecer algo más que una propuesta teórica, ya que estas normas generales van refrendadas por una aplicación práctica a varios modelos analizados y comentados extensamente al inicio de cada uno de los capítulos de esta obra. El corpus de documentos que hemos recogido pretende dar una panorámica «en vivo» de la marcha de la Historia a lo largo de más de un milenio: desde la crisis del Imperio romano hasta los grandes descubrimientos geográficos de los inicios de la Modernidad. Se ha procurado que estén presentes todas las dimensiones del saber histórico: vida política e institucional, transformaciones sociales y econó­ micas, actividades culturales, religiosidad, etc. Somos cons­ cientes del sentido eminentemente eurocéntrico que tiene esta obra. Con ello no hemos hecho más que acomodarnos a lo que son en la actualidad las líneas docentes y de investi­ gación dominantes en el panorama académico español. La selección de textos va enmarcada orgánicamente

TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL 8 dentro del proceso histórico por una serie de breves comen­ tarios introductorios que proporcionan a cada bloque de textos una localización cronológica y temática precisa. La obra en general, cada uno de sus cuatro capítulos, cada texto seleccionado para comentario y cada bloque de textos van acompañados de una selección de títulos de obras acopladas a las correspondientes necesidades. Se desea con ello que este libro sea algo más que un frío enca­ denamiento de testimonios escritos guiados por una secuencia puramente cronológica. Se ha querido, también, poner al alcance del lector una información bibliográfica lo más útil posible para acometer con la debida solvencia los correspondientes comentarios. Bajo el título de Análisis y comentario de textos históri­ cos (I) Edad Antigua y Media, la Editorial Alhambra publicó en 1979 una antología cuya segunda parte estaba integrada, en buena medida, por los textos recogidos aquí. Aquella obra fue objeto, hasta 1988, de cinco reimpresiones, mues­ tra evidente de la demanda de este tipo de trabajos en los medios académicos. En 1990 se consideró conveniente por parte de los autores una revisión a fondo del original con vistas a introducir una serie de mejoras. Acometida la tarea y cuando ya se habían corregido pruebas de imprenta, la nueva firma editorial (Alhambra Longman) consideró con­ veniente no seguir adelante e incluso retirar del mercado la obra «por no cumplir con los niveles de rentabilidad exigi­ dos por la empresa»... No hubo de transcurrir mucho tiempo para que la Edi­ torial Ariel manifestara su interés por tomar el relevo y hacerse cargo de la parte correspondiente a Historia Medie­ val. Hemos mantenido las líneas generales de la edición de 1979 aunque incluyendo ciertas mejoras. La más importan­ te, el incremento considerable del número de textos —en torno a un 25 %— para cubrir con ello lo que pensábamos eran lagunas más llamativas, tanto cuantitativas como cua­ litativas. Hemos incluido también en los apartados de bibliografía algunas de las obras aparecidas en el mercado en los últimos doce años. Siguiendo los mismos criterios de antaño hemos limitado drásticamente los títulos de artícu­

PRESENTACIÓN

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los de revistas y monografías muy especializadas. Aparte del difícil acceso a muchas de ellas, la naturaleza de este libro y el público al que mayoritariamente va dirigido —profesores y alumnos de primeros cursos de licenciaturas de Letras— hacen poco operativa la sobrecarga de referen­ cias bibliográficas. Confiamos que en los medios docentes españoles esta obra cumpla dos de los objetivos asignados a la Historia: el de los autores del Medievo —paliar mediante la escritu­ ra de los hechos del pasado la flaqueza de la memoria del hombre— y el de los investigadores actuales en su lucha por un conocimiento científicamente elaborado del pasado humano. Madrid, febrero de 1992

E m ilio M itr e F ern ández

I n t r o d u c c ió n

NORMAS GENERALES PARA EL COMENTARIO DE TEXTOS DE LA EDAD MEDIA

Para el análisis de textos de la época Medieval —al igual que para las restantes edades de la Historia— no existen unas normas concretas aunque, en todo caso, siempre hay que tener en cuenta un factor de entrada: el de la lejanía cronológica. Circunstancia que siempre ha de pesar a la hora de establecer posibles valoraciones. Aun a riesgo de incurrir en lo tópico, la condición más elemental para enfrentarse con el comentario de un texto consiste en disponer de unos conocimientos concretos sobre la época o la temática a la que dicho texto haga refe­ rencia. En caso contrario se correrá el peligro de convertir el análisis del fragmento en cuestión en mera paráfrasis. La bibliografía general que se recoge en las páginas siguientes puede servir de elemento básico de introducción. La de carácter más particular, incluida en cada uno de los capítu­ los y epígrafes, servirá para profundizar —sin pretender movernos a nivel de especialistas— en la problemática con­ creta que cada texto puede reflejar. Sin ánimo de dar la fórmula definitiva para que el lector acometa el comentario de todo tipo de documentos del Medievo, recogemos algunas normas de carácter puramen­ te indicativo a las que puede recurrirse. Algunos análisis podrán ajustarse totalmente a este esquema. Otros, quizá sólo de forma parcial. Y habrá algunos —e incluso muchos— que requieran un tratamiento especial. En cual­ quier caso —reiteramos—, la formación histórica del lector y una imaginación bien enfocada son instrumentos básicos para la comprensión de la Historia en sus testimonios escri­ tos. Eso es, a fin de cuentas, lo que una antología de textos históricos ha de perseguir.

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Siguiendo las indicaciones de obras semejantes a la que ahora emprendemos, y las experiencias acumuladas a lo largo de bastantes años de labor docente, cabe decir que tales normas pueden escalonarse de acuerdo con el siguien­ te criterio: I. Naturaleza del texto en función de los aspectos externos más elocuentes El Medievo tiene sus particulares fuentes escritas. El lec­ tor puede, en un primer momento, indicar en qué categoría puede incluirse el texto a comentar: narrativa (la más clási­ ca), legislativa, acta-diploma de tipo cancilleresco, fiscal, literaria, polémica-política, etc. Puede suceder que un docu­ mento participe de dos o más características. Por ejemplo, una crónica (documento narrativo por excelencia) en algu­ no de cuyos pasajes se incluyan interesantes referencias de tipo económico. Véase, por ejemplo, el texto número 60. A continuación puede procederse a indicar el lugar de origen del documento y la datación crónica a la que hace refe­ rencia. En este segundo extremo hay que tener en cuenta los particulares cómputos seguidos en la época Medieval, que distan mucho de ser uniformes: v.g., datación por la Era Hispánica. En este caso habrá que restar treinta y ocho años a la fecha indicada en el texto a fin de ubicarlo en el momento acorde con los cómputos modernos. Véase, por ejemplo, el documento número 71. En último término cabe hacer alguna referencia al estilo en que va redactado el texto: apologético o denigratorio; cancilleresco o coloquial... En algunos casos, los giros lin­ güísticos pueden sernos de gran utilidad para determinar el área en la que el texto ha sido redactado. II. Resumen del texto En esta segunda fase se procederá a una sinopsis del tex­ to, en la que se recogerán los elementos más significativos,

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sin olvidar ningún dato importante. Se trata de una tarea de mayor interés que el aparente, ya que a través de ella el lec­ tor puede familiarizarse con la técnica para la ulterior ela­ boración de sus ficheros de investigador. III. Entorno histórico que refleja el texto Salimos ahora del análisis puramente externo para entrar en cuestiones de fondo. Habrá que centrarse, por tanto, en el momento o fenómeno histórico al que el docu­ mento hace referencia. Ya hemos indicado la necesidad de huir del comentario que se reduzca a repetir con distintas palabras las mismas ideas recogidas en el texto. Pero también hay que evitar caer en el extremo contra­ rio: el de narrar con todo lujo de detalles —algunos, sin duda, superfluos— cómo fue la época a la que el documen­ to se refiere. Por ejemplo, si se analiza un texto referido a las cruzadas —el número 54— no hay que caer en la tenta­ ción de exponer cómo fueron todas y cada una de las expe­ diciones a Tierra Santa. Habrá que centrarse en el fenóme­ no cruzadista a través de los aspectos que el texto refleje: su dimensión política y el asentamiento de los occidentales en Palestina en la plenitud del Medievo. Por todo ello, el análisis de cualquier documento habrá de encuadrarse dentro de los límites geográficos, cronológi­ cos o temáticos (economía, política, milicia, cultura) que le conciernan más directamente. IV. Explicación detallada del documento Se entra aquí en el estudio minucioso de los términos más importantes recogidos en el documento. Para mayor concreción pueden agruparse según su naturaleza: políti­ cos, institucionales, económicos, geográficos, etc. En este último caso nos encontramos con el significado del desa­ rrollo espacial de la Historia, v.g.: el mismo texto 54. Este escalón supone el enfrentarse con un texto históri­

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co de acuerdo con los criterios más clásicos y expositivos. Sin embargo, ello es lo que permite al lector —al margen de cualquier fácil divagación— calibrar el alcance de los cono­ cimientos adquiridos sobre el tema tratado en el texto. Con todo, es necesario que los términos antedichos sean ubicados en el contexto histórico antes mencionado, ya que en él es donde adquieren su verdadero sentido. En efecto, expresiones como Roma, Imperio, pueblo, república, etc., de uso frecuente a lo largo de la Historia, no tienen el mismo sentido en la Antigüedad que en el Medievo... o en el momento presente. V. Autor del texto Reconocer quién es el autor o autores (o inspirador o ins­ piradores) del texto analizado puede ser de gran interés. Pero para calibrar el auténtico valor del hallazgo habrá que tener en cuenta las circunstancias en que la obra fue escrita, tanto las más convencionalmente políticas como aquellas referidas al medio cultural en que el autor se movió. Factor importante es la posible distancia cronológica entre el texto que conservamos y el fenómeno o aconteci­ miento del que allí se habla. Ello puede provocar falseamien­ tos, tergiversaciones o simplificación de los hechos: v.g., la entrada en Inglaterra de anglos, jutos y sajones narrada por Beda varios siglos después de producirse (texto número 4). La postura del autor —como puede suceder en cualquier otra época— se ve a menudo fuertemente condicionada. Así, muchos historiadores de la época Medieval actúan bajo el punto de vista de la hegemonía eclesiástica, a la que quieren justificar sin tener en cuenta otros posibles enfoques. Se oscurece así, con frecuencia, la opinión de la parte contraria. Otro ejemplo: la Vita Karoli, de Eginardo (véase texto número 34), se ve también condicionada por unas corrien­ tes culturales y por unas limitaciones muy definidas: las del llamado Renacimiento carolingio. En último término, si sumamos y comparamos las acti­ tudes de autores que se mueven dentro de un mismo medio,

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podremos incluso reconstruir lo que es la mentalidad de los historiadores de una época determinada: casos de J. Froissart y de Ayala ante las conmociones sociales de su tiempo. Véanse para ello los textos números 90 y 99. VI. Reflexiones varias Caben aquí consideraciones del más variado signo, algu­ nas de las cuales se han evitado con anterioridad: a) Términos oscuros o contradictorios descubiertos gra­ cias a lecturas realizadas con anterioridad. Por ejemplo: algu­ nas crónicas árabes de la Reconquista que confunden con fre­ cuencia los nombres de los reyes cristianos (v.g., texto 42). b) Posibles comparaciones entre las situaciones expre­ sadas en el texto y otras anteriores o posteriores. Por ejem­ plo: los paralelismos entre el mundo rural carolingio (texto número 27) y el de la Inglaterra de fines del siglo xi (tex­ to número 68). Aun a riesgo de incurrir en el fácil ensayismo, resulta también tentadora la comparación con situaciones que rebasan la Edad Media. Algunos textos y algunos autores, en efecto, han nutrido mitos históricos a veces peligrosamente manipuladores. Por ejemplo, la expansión alemana al otro lado del Elba (véase texto número 69) como un capítulo del flujo y reflujo del germanismo a lo largo de la Historia. c) Para finalizar, puede fijarse la evolución de las pos­ turas de los historiadores ante el tema del que se habla en el fragmento analizado. Así, la Reconquista, vista tradicional­ mente como un enfrentamiento político-militar o religioso, es estudiada en el presente en función de un movimiento de repoblación-colonización similar a otros que se producen en la Europa oriental o en Tierra Santa. Véanse para ello los textos 69 y 70. Algo semejante cabría decir de la ya tópica crisis social y económica de la Baja Edad Media. En función de las postu­ ras de los historiadores se ha enfatizado sobre distintos fac­ tores: las catástrofes demográficas, la crisis del modo de

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producción feudal, las quiebras financieras, etc. (véanse textos números 89 a 95). VIL La Edad Media: valoración y apoyos bibliográficos En 1469, Giovanni Andrea dei Bussi, obispo de Aleria, acuñó la expresión «Media Tempestas» para definir los siglos precedentes. Pasadas dos centurias, Cristóbal Cellarius habló de una Historia Medii aevi a temporibus Constantini Magni ad Constantinopolim a Turcis captam. Quedaba así definido desde el punto de vista cronológico, el período de diez a once siglos que académicamente ha sido designa­ do como «Edad Media». El Humanismo, y más tarde la Ilustración, vieron este largo período como un paréntesis de barbarie entre dos épocas culturalmente esplendorosas: la Antigüedad clásica y el Renacimiento. En último término, la abolición de los viejos resabios feudales por parte de los diputados de la Asamblea Nacional francesa, el 4 de agosto de 1789, se les antojó a éstos como el golpe final a unas instituciones sím­ bolo del despotismo y la opresión. La actitud hacia el Medievo cambió en el siglo xix. Como diría Eduardo Meyer: se transfería así, a la Edad Media, la transfiguración idealis­ ta en que, hasta entonces, se había envuelto a los tiempos antiguos... La Edad Antigua, si llegó a un estado grande de perfección, éste decayó desde Adriano hasta Carlomagno.

A tal revalorización contribuyeron una serie de circuns­ tancias: el romanticismo, el renacimiento religioso que se produjo en algunas conciencias de la sociedad europea, las corrientes nacionalistas o el interés despertado por el estu­ dio de las manifestaciones artísticas del románico y el góti­ co. A la «leyenda negra» creada en torno al Medievo empe­ zó a suceder una especie de «leyenda rosa». El progreso de la investigación histórica ha hecho desa­ parecer muchos de los viejos prejuicios de uno y otro signo. La visión del Medievo ha pasado a ser la de un período de la

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Historia con sus caracteres y valores propios. La ruralización, la sociedad fuertemente jerarquizada o el control de la vida cultural por el estamento eclesiástico definirán al Occi­ dente. La síntesis de romanismo, helenismo y cristianismo será la característica más destacada de Bizancio. La del mundo árabe será su papel de puente entre Oriente y Occi­ dente. En cualquiera de los casos, la ruptura con el pasado no es en ningún momento total: incluso las manifestaciones más regresivas de la vida de Occidente en los primeros siglos medievales se han ido gestando en el Bajo Imperio romano. Pero tampoco el Medievo fue totalmente ajeno a las características que marcan las pautas de la Modernidad. Las primeras muestras del capitalismo, la crítica contra el orden eclesial establecido o las líneas maestras del pensa­ miento humanista, por citar algunos ejemplos, hincan sus raíces en fenómenos —más modestos, pero no por ello menos significativos— típicos de la sociedad medieval: el renacimiento urbano desde el siglo xi, los movimientos heterodoxos de masas o la recuperación de los filósofos de la Antigüedad, a partir, principalmente, del siglo xn. Por todo ello, y porque en absoluto se puede pensar en un Medievo totalmente monolítico y falto de evolución, podemos seguir en él toda una trayectoria que vamos a fijar en cuatro etapas. Sin rupturas violentas, conducen desde la crisis del Imperio romano a la plasmación de lo que van a ser las monarquías seminacionales del Renacimiento. Bibliografía general

En cuanto a obras de síntesis, son útiles para el estudio de la Historia medieval —con particular referencia al Occidente europeo— las siguientes: R. F o ssie r (dir.), Le Moyen Áge, 3 vols., París, É d. A. Colín, 1982-1983. J. A. G arcía d e C ortázar , Historia general de la Alta Edad Media, Madrid, Mayfe, 1970. La continuación corre a cargo de J. V aldeón , Historia gene­ ral de la Edad Media (siglos XI al XV), Madrid, Mayfe, 1971 (edición pos­ terior Ed. Nájera, Madrid, 1985). J. M. L acarra y J. Reglá, Historia de la Edad Media, 2 vols., Barcelona, Ed. Renacimiento, 1985.

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J. l e G o ff , La civilización del Occidente medieval, Barcelona, E d. Juventud, 1969. R. S. L ó pez , El nacimiento de Europa, Barcelona, Ed. Labor, 1965. E. M it r e , Historia de la Edad Media en Occidente, Madrid, Ed. Cátedra, 1995. E. M itr e F ernández , Introducción a la Historia de la Edad Media europea, M a d rid , Ed. Istmo, 1976. E. P erroy y otros, La Edad Media, vol. 3 de Historia general de las civiliza­ ciones, Barcelona, Ed. Destino, 1961. P rev itte -O rto n , Historia del mundo en la Edad Media, Barcelona, Ed. Sope­ ña, 1967, 3 vols. (traducción de la Shorter Cambridge Medieval History). M. Riu, Lecciones de Historia Medieval, Barcelona, Ed. Teide, 1969. L. S uárez F ernández , La Edad Media, vol. III de Histona Universal, de Espa­ sa Calpe, Madrid, 1971. M. A. L adero , Historia Universal. Edad Media, Barcelona, Vicens Universi­ dad, 1987. J. C laramunt , E . P órtela , M . G onzález y E. M it r e , Historia de la Edad Media, Barcelona, Ariel, 1997. E. M itre (coord.), Manual de Historia Universal, Ed. Historia-16, vol. 3, Alta Edad Media, Madrid, 1994; vol. 4, Baja Edad Media, Madrid, 1996. J. A. G arcía de C ortázar y J. A. S esm a , Historia de la Edad Media. Una sínte­ sis interpretativa, Madrid, Alianza Universidad, 1997. La vida social y económica está bien reflejada en algunas obras como: G. D uby , Economía

rural y vida campesina en el Occidente Medieval, Barce­ lona, Ed. Península, 1968. R. F o ssie r , Histoire sociale de l’Occident Medieval, P a rís, A. C olin, col. «U.», 1970. G. F o urquin , Histoire économique de l'Occident Médiéval, París, Éd. A. Colin, col. «U.», 1969. J. G im pel , La révolution industrielle du Moyen Age, París, Éd. du Seuil, 1975. J. H e e r s , Le travail au Moyen Age, París, P.U.F., col. «Que sais-je?», 1968. H. P ir e n n e , Historia económica y social de la Edad Media, México, F.C.E., varias ediciones desde 1939. Es un clásico cuya lectura resulta siempre provechosa. L. S uárez , Historia social y económica de la Edad Media Europea, Madrid, Espasa Calpe, 1968. L. W h ite , Technologie médiévale et transformations sociales, P a rís, M o u to n , 1969. J. H e e r s , La ville au Moyen Age, París, Fayard, 1990. J. M . M onsalvo , Las ciudades europeas del Medievo, M a d rid , E d . S ín tesis, 1997. B. G e r em e k , La piedad y la horca. Historia de la miseria y de la caridad en Europa, Madrid, Alianza Universidad, 1989.

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La Cambridge Economical History of Europe tiene varios volúmenes dedicados al medievo traducidos al castellano por la «Revista de Derecho Privado». Concretamente: La vida agraria en la Edad Media, Madrid, 1948; El comercio y la Industria en la Edad Media, Madrid, 1967, y Organización y política económica en la Edad Media, Madrid, 1972. Los aspectos referentes a la vida religiosa y cultural se encuentran reco­ gidos, en sus líneas generales, en las grandes síntesis de Historia de la Igle­ sia, como la de F liche -M artin , la Nueva Historia de la Iglesia, traducida por Ed. Cristiandad, o la Historia de la Iglesia, dirigida por H. J ed in y traducida por Ed: Herder. Puede acudirse también a otras obras como: G. B arraclough , La Papauté au Moyen Age, París, Flammarion, 1968. E. B r é h ie r , La filosofía de la Edad Media, México, col. «La evolución de la Humanidad», 1950. J. B ü h l e r , Vida y cultura en la Edad Media, México, F.C.E., 1957. J. C h e lin i , Histoire religieuse de l'Occident Médiéval, P a rís, É d. A. C olin, col. «U.», 1968. C hevalier , El pensamiento cristiano, t. II de Historia del pensamiento, Madrid, Ed. Aguilar, 1960. E . G ilso n , La filosofía de la Edad Media, M adrid, E d. G redos, 1965. D. K no w les , El monacato cristiano, Madrid, Ed. Guadarrama, B.H.A., 1970. G. L e ff , Medieval thought. St. Augustine to Ockham, Hamondsworth, PenguinBooks, 1965. M. D. L am bert , La herejía Medieval, Madrid, Ed. Taurus, 1986. E. M itr e y C. G randa , Las grandes herejías de la Europa cristiana, Madrid, Ed. Istmo, 1983. J. P aul , Histoire intellectuelle de l’Occident Médiéval, P a rís, Éd. A. Colin, col. «U.», 1969. J. O rlandis , La conversión de Europa al Cristianismo, Madrid, Rialp, 1988. A. de L ibera , Penser au Moyen Áge, París, Ed. du Seuil, 1991. E. V ilanova , Historia de la teología cristiana. De los orígenes al siglo XV, Bar­ celona, Herder, 1987. E . M it r e , Las claves de la Iglesia en la Edad Media-, Barcelona, Planeta, 2991. A. V a u ch ez , La espiritualidad del Occidente medieval, Madrid, Cátedra, 1985.

La problemática política, a nivel especialmente de las ideas, cuenta con buenas síntesis en las conocidas obras generales de T ouchard (Ed. Tecnos) y S abine (F.C.E.). Para el Medievo en concreto son también útiles: R. F edou , L'État au Moyen Áge, París, P.U.F., col. Sup., 1972. R. F olz , L'idée d'Empire en Occident du V au XIV siécle, París, Aubier, 1953. M. P acaut , Les structures politiques de l’Occident Médiéval, París, Éd. A. Colin, col. «U.», 1969. —, La théocratie. L'Église et le pouvoir au Moyen Áge, París, Aubier, 1957.

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W. U llmann , Principios de gobierno y política en la Edad Media, Madrid, Alianza Editorial, 1971. —, Historia del pensamiento político en la Edad Media, Barcelona, Ariel, 1983. J. M. P é r ez P r e n d e s , Instituciones medievales, Madrid, Ed. Síntesis, 1997. Para el conjunto de la civilización bizantina disponemos de excelentes trabajos de síntesis: H. A h r w eiler , L’idéologie politique de l’empire byzantin, París, P.U.F., 1975. N. H. B aynes , El imperio bizantino, México, F.C.E., 1957. L. B r é h ie r , Vida y muerte de Bizancio, México, Uteha, col. «La evolución de la Humanidad», 1965; La civilización bizantina, en ibid., 1955, y Las ins­ tituciones bizantinas, enibid., 1965. A. G uillou , La civilisation byzantine, París, Arthaud, 1975. Ch. D ie h l , Grandeza y servidumbre de Bizancio, Madrid, Espasa Calpe, col. Austral, 1963. P. L em e r l e , Histoire de Byzance, París, P.U.F., col. «Que sais-je?», 1969. F. G. Maier, Bizancio, en Historia Universal Siglo XXI, Madrid, 1974. G. O strogorsky , Historia del Estado bizantino, Madrid, Akal, 1985. A. D u cellier , Byzance et le monde ortodoxe, París, A. Colin, 1986. S. C laramunt , El mundo bizantino, Barcelona, Montesinos, 1987. E. Cabrera , Historia de Bizancio, Barcelona, Ariel, 1998. T. W a re , The Ortodox Church, Londres, Pelican Books, 1967. La civilización islámica cuenta con numerosos estudios de síntesis. Entre otros podemos reseñar: C. C a h en , El Islam desde los orígenes hasta el comienzo del Imperio otomano, Madrid, en Historia Universal Siglo XXI, 1973. Ph. K. Hitti, Historia de los árabes, Madrid, Razón y Fe, 1950. B. Lewis, Los árabes en la Historia, Madrid, Espasa Calpe, 1956. A. M iq u el , L’lslam et sa civilisation, París, A. Colin, col. «Destins du mon­ de», 1968. P areja -B ausani-H ertlin g , Islamología, 2 vols., Madrid, 1952-1954. E. I. R o sen thal , El pensamiento político en el Islam Medieval, Madrid, Revista de Occidente, 1967. M. A. Shaban, Historia del Islam, 2 vols., Madrid, Ed. Guadarrama, 1976-1980. D. y J. S ourdel , La civilisation de l'Islam classique, París, Arthaud, 1968. A. H ourani, Historia de los pueblos árabes, Barcelona, Ariel, 1992. E. M anzano , Historia de las sociedades musulmanas en la Edad Media, Madrid, Ed. Síntesis, 1992. La trayectoria de los reinos hispánicos en el medievo cuenta con buenos manuales. Aparte de los volúmenes que las grandes colecciones dedican a esta época (Historia de España, de Espasa Calpe, por ejemplo), puede recurrirse a otras obras de más reducida extensión:

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R. Barkai, Cristianos y musulmanes en la España Medieval, Madrid, Rialp, 1984. C h . E . D ufourcq y J. G autier -D alché ,

Historia económica y social de la España cristiana en la Edad Media, Barcelona, El Albir, 1983. J. A. G arcía de C ortázar y otros, Organización social del espacio en la Espa­ ña medieval. La Corona de Castilla en los siglos VIII al XV, Barcelona, Ariel, 1985. J osé H ermano S araiva , Historia concisa de Portugal, Lisboa, col. «Saber», 1981. D. W. L omax , La Reconquista, Barcelona, Ed. Crítica, 1984. J. L. M artin , La Península en la Edad Media, Barcelona, Ed. Teide, 1976: E. M it r e , La España medieval. Sociedades. Estados. Culturas, M a d rid , Ist­ m o , 1979. S. de Moxó, Repoblación y sociedad en la España cristiana medieval, Madrid, Rialp, 1979. J. J. S ayas A bengoechea y L. A. G arcía M o reno , Romanismo y germanismo. El despertar de los pueblos hispánicos (siglos V-X), e n Historia de España, d irig id a p o r M . T uñón de L ara , vol. IV, B arcelo n a, L ab o r, 1981. J. V aldeón , J. M. S alrach y J. Z abalo , Feudalismo y consolidación de los pueblos hispánicos (siglos XI-XV), enibid., B a rc elo n a , 1980. L. S uárez F ernández , La Edad Media, Madrid, Ed. Gredos, 1970. L. G. d e V aldeavellano , Historia de España. De los orígenes a la Baja Edad Media, Madrid, Revista de Occidente, varias ediciones desde 1952. P. I radiel , S. M oreta y E . S arasa , Historia medieval de la España cristiana, Madrid, Cátedra, 1989. J. A. G arcía de C ortázar , La sociedad rural en la España medieval, Madrid, Siglo XXI, 1988. A. G. C h e jn e , Historia de España musulmana, Madrid, Cátedra, 1980. R. Arié, España musulmana, Barcelona, Labor, 1983. W . M. W att , Historia de la España islámica, Madrid, Alianza Editorial, 1970. Nota bibliográfica orientadora para comentario de textos de época medieval

La consulta de distintas antologías con textos históricos medievales puede ser de gran utilidad para el lector. Supone un primer paso para el conocimiento de las fuentes. Entre otras podemos remitir a: M. Artola , Textos fundamentales para la Historia, Madrid, Revista de Occi­ dente, varias ediciones desde 1968. J. C a lm ette , Textes et documents d'Histoire. II. Moven Age, París, P.U.F., «C lio», 1953. La Collection U. de la Librairie A. Colin ha publicado una colección de tex­ tos medievales en tres volúmenes: el I a cargo de La R o n ciere , D elo rt y

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL R o uche , L'Europe au Moyen Áge (395-888), París, 1969; el II a cargo de L a R o n c ier e , C ontam ine y D elo rt , L'Europe au Moyen Áge (fin IX siécle-

fin XIII siécle), París, 1969; el III a cargo de los mismos autores, L'Euro­ pe au Moyen Áge (fin XIII siécle-finXV siécle), París, 1971. También la Editorial Teide ha publicado unos Textos, comentados de época medieval (siglos V al XII), Barcelona, 1975, recopilados por Riu, B atlle , C abestany , C laramunt , S alrach y S ánchez . La Société d’Édition d’Enseignement Supérieur (S.E.D.E.S.) ha ido sacando una série de libros en la colección «Regards sur l’Histoire». En su sec­ ción «Sciences Auxiliaires de l’Histoire» han aparecido algunos volúme­ nes que recopilan textos de la época medieval. El primero se publicó, en 1970, con el título Textes et documents d’Histoire du Moyen Áge. XIV-XV siécles. /. Perspectives d'ensemble: les «crises» et leur cadre, a cargo de J. G len isso n y J. D ay. Ediciones Istmo fue lanzando desde 1989 una colección (La Historia en sus textos) en la que, dedicado al Medievo, apareció: E. M it r e , Iglesia y vida religiosa en la Edad Media, Madrid, 1991. La Ed. Penguin Books ha publicado en varios números A Documentary History of Englahd, cuyo volumen I cubre el período 1066-1540, y ha sido redactado por J. J. B agley y P. B. R ow ley , Londres, 1966. Para el Medievo hispánico una útil antología de textos es la de J. A. G arcía d e C ortázar , Nueva Historia de España en sus textos (Edad Media), Ed. Pico Sacro, Santiago, 1975. Si el lector quiere recurrir a unas normas claras para el comentario de textos históricos, puede encontrarlas en algunos trabajos. La mencionada obra de J. G len isso n y J. D ay dedica algunas interesantes páginas a este tipo de problemas. Algo semejante cabe decir del libro de M. B alard , J. P h . G e n et y M. R ou ch e , Des Barbares á la Renaissance, París, Hachette, 1973. En sus primeras páginas, junto a la bibliografía seleccionada, se incluye un útil esquema para el comentario de textos medievales. La metodología para el análisis de textos históricos en general se encuentra tratada más ampliamente en otros trabajos. A. E iras , La técnica del comentario de textos, ICE, Universidad de Santiago, «Coloquios sobre metodología y didáctica de la Historia», 1971. A gustín U b ieto , Cómo se comenta un texto histórico, Valencia, Anubar, 1976. F. L ara P einado y M. A. R abanal Alonso , Comentario de textos históricos. Método y recopilación, Madrid, Cátedra, 1997. M. H ernández S ánchez -B arba , El comentario de textos históricos, Madrid, Tebar, 1978. J. B erlio z , Le commentaire de documents en Histoire medievale, P a rís, É d. d u S euil, 1996.

INTRODUCCIÓN

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De los distintos atlas históricos pueden ser útiles los generales de Westermann {Grosser Atlas zur Weltgeschichte, Braunschweig, 1978) o Edicio­ nes Istmo (Atlas Histórico mundial, vol. I) y el específico de Ayma Editora, Atlas de Historia Medieval, Barcelona, 1980. Una completa guía para introducirse en las líneas generales del período medieval como disciplina a estudiar la tenemos en J. I. Ruiz de la P eña , Introducción al estudio de la Edad Media, Madrid, Siglo XXI, 1984. Las peculiaridades del vocabulario propio del Medievo pueden encon­ trar buenas aclaraciones en dos breves y excelentes obras. La de P. B o n n a s SIE, Vocabulario básico de la Historia Medieval, Barcelona, Ed. Crítica, 1983. Y la de R. F e d o u , Léxico de la Edad Media, Madrid, Ed. Taurus, 1982. La visión que de la Historia tuvo el hombre del Medievo puede seguirse a través de: B. G u en ée , Histoire et Culture historique dans l’Occident Médiéval, París, Aubier, 1980. E. M itre F ernández , Historiografía y mentalidades históricas en la Europa Medieval, Madrid, Editorial de la Universidad Com­ plutense, 1982. Y la clásica de R. M en én d ez P idal , Los españoles en la histo­ ria, cuya edición de Espasa Calpe, col. Austral, Madrid, 1982, va precedida de un prólogo de D. C atalán con el título España en su historiografía. De objeto a sujeto de la Historia. Una útil visión de los testimonios narrativos medievales se recoge en C. O rcástegui y E. S arasa, La Historia en la Edad Media. Historiografía e historiadores en Europa Occidental. Siglos V-XIII, Madrid, Cátedra, 1991. De interés para los objetivos de este libro es la serie Cuadernos de Histo­ ria 16. Cada número corre a cargo de un especialista y va acompañado de una cuidada selección de textos.

LA TRANSICIÓN AL MEDIEVO (SIGLOS V AL VIII)

Introducción La crisis del Imperio romano iniciada a finales del si­ glo ii culmina en Occidente el 476. La más aparatosa mani­ festación de este hecho es la entrada masiva de los pueblos germánicos en el mundo mediterráneo. Desde este mo­ mento, las dos cuencas de dicho m ar van a tener distintos destinos. En la occidental, al calor de la descomposición de la autoridad imperial y de la noción romanista de res publica, se van creando una serie de pequeños Estados en los que unos monarcas de ascendencia germánica tratan de impo­ ner su autoridad con grandes dificultades. A la degradación política en el Occidente se sumará la consiguiente regresión económica. Vemos una incipiente Europa inmersa en un proceso irrefrenable de ruralización y de progresivo distanciamiento del Mediterráneo. Los centros de las grandes decisiones tienden a desplazarse hacia el interior. En el Mediterráneo oriental, por el contrario, se conser­ vó la unidad de las provincias del Imperio. La autoridad de los emperadores de Constantinopla (la Segunda Roma) se mantuvo con cierta firmeza frente ál peligro de descompo­ sición del Estado y la presión de los bárbaros. La figura de Justiniano, con todas sus limitaciones, personifica la conti­ nuidad con un pasado romano. El hecho de que la pars orientalis soportara con mayor fortuna las embestidas de la crisis económica ayudó sustancialmente al mantenimiento de la cohesión interna durante algún tiempo. Si bien el panorama político responde a la tónica de la división entre las dos cuencas del Mediterráneo y a una

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

auténtica atomización en la occidental, hay un elemento que actúa como aglutinante: la Iglesia. El Cristianismo conseguirá, en estos tres siglos (a pesar del peligro de escisiones heréticas), la unidad espiritual del Mediterráneo. A la cultura clásica sucede una cultura cris­ tiana que aprovechará de aquélla los elementos que consi­ dere necesarios para el cumplimiento de sus fines. En el caso concreto del Occidente, dos fuerzas —monacato y pontificado— tendrán una autoridad moral creciente en contraste con la débil posición de unos poderes políticos en situación, por lo general, comprometida. Al sentido uni­ versal de la Roma de los emperadores sucede el de la Roma de los Papas. La irrupción del Islam en el Mediterráneo desde media­ dos del siglo vil acabará introduciendo un elemento de gran tensión. Bibliografía

Varias de las obras indicadas en la bibliografía general son de utilidad para esta parte. Podemos, sin embargo, reseñar otras más específicas: R. R em o n d o n , La crisis del Imperio

romano. De Marco Aurelio a Anastasio, Barcelona, Ed. Labor, col. «Nueva Clío», 1967. F. L ot , El fin del mundo antiguo y los comienzos de la Edad Media, México, UTEHA, col. «La Evolución de la Humanidad», 1956. M . B anniard , Le Haut Moven Age Occidental, París, P.U.F., col. «Que saisje?», 1980. G. F o u rn ier , L’Occident de la fin du V a la fin du IX siécle, París, Éd. A. Colín, col. «U.», 1970. A. D opsch , Fundamentos económicos y sociales de la cultura europea, Méxi­ co, F.C.E., 1951. R. L atouche , Los orígenes de la economía occidental (siglos IV-XI), México, UTEHA, col. «La Evolución de la Humanidad», 1956. M. B loch y otros, La transición del esclavismo al feudalismo, Madrid, Ed. Akal, col. «Manifiesto», 1975. M . S im ón y A. B en o it , El judaismo y el cristianismo antiguo, Barcelona, Ed. Labor, col. «Nueva Clío», 1972. C h . N. C ochrane , Cristianismo y cultura clásica, México, F .C .E ., 1939. E. S ánchez S alor (ed.), Polémica entre paganos y cristianos, Madrid, Akal, 1986. O. Gigon, La cultura antigua y el cristianismo, Madrid, Ed. Gredos, 1970.

LA TRANSICIÓN AL MEDIEVO

R.

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La expansión musulmana (siglos VII al XI), Barcelona, Ed. Labor, col. «Nueva Clío», 1971. F. G a b r ie l i , Mahoma y las conquistas del Islam, Madrid, Guadarrama, B.H.C., 1967. M an tra n ,

Modelo de texto analizado y comentado Gestación de la guerra santa en el Corán

Combatid a vuestros enemigos en la guerra encendida por defensa de la religión; pero no ataquéis los primeros. Dios niega a los agresores. Matad a vuestros enemigos donde quiera que los encontréis; arrojadlos de los lugares de donde ellos os arrojaron antes. El peli­ gro de cambiar de religión es peor que el crimen. No combatáis a los enemigos cerca del templo de Haram a menos que ellos os pro­ voquen. Mas si os atacaran, bañaos en su sangre. Tal es la recom­ pensa debida a los infieles. Si ellos abandonan el error, el Señor es indulgente y misericor­ dioso. Combatid a vuestros enemigos hasta que nada tengáis que temer de la tentación, hasta que el culto divino haya sido restable­ cido, que toda enemistad cese contra los que han abandonado los ídolos. Vuestro odio sólo debe encenderse contra los perversos. Si os atacaran durante los meses sagrados y en los lugares san­ tos, hacedles sufrir la pena del talión: violad las leyes que en sus códigos equivalgan a la que ellos os han violado. Temed al Señor; acordaos de que él está con aquellos que le temen... Si te preguntan si han de combatir en los meses sagrados res­ póndeles: La guerra durante este tiempo os será penosa; pero sepa­ rar los creyentes del camino recto, ser infieles a Dios, arrojar a sus servidores del templo sagrado, son crímenes horribles a los ojos del Altísimo. La idolatría es peor que el crimen. Los infieles no cesarán de perseguiros con las armas en la mano, hasta que os hayan arrebatado vuestra fe, si esto les es posible. Aquel de voso­ tros que abandone el islamismo y muera en su apostasía habrá anulado el mérito de sus obras en este mundo y en el otro. Las eternas llamas le quemarán eternamente. Los creyentes que abandonaron su patria y combatieron por la fe pueden esperar la misericordia divina, Dios es indulgente y misericordioso. (El Corán, cap. 2, versículos 186-190 y 214-215.)

32 TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL Comentario 1) Nos encontramos ante varios pasajes de la segunda sura del Corán. Una fuente de tipo religioso, aunque suscep­ tible de análisis desde los más variados ángulos. La estructura de este pasaje, en particular, y la de todo el texto cpránico, en general, guarda amplio paralelismo con la de los libros canónicos de otras religiones. En efecto, su carácter salmodiado (Corán = declamación, recitación sal­ modiada) sería lo primero que nos llamaría la atención. 2) A lo largo del texto tenemos una serie de términos cuyo análisis pormenorizado puede ser de interés. El templo de Haram corresponde al santuario de la Kaaba, de La Meca, venerado en el mundo árabe desde fecha muy temprana y declarado como inviolable (haram) por el clan de los Qorays. La referencia a los lugares santos se concreta a tres pun­ tos: La Meca, principal centro de peregrinación; Medina, lugar del sepulcro del Profeta, y Jerusalén, santificada por el Islam desde la época Omeya, y en donde se encontraba la roca del «viaje nocturno» de Mahoma. A medida que en el Islam se vayan produciendo escisiones, cada secta contri­ buirá a incrementar el número de lugares dignos de venera­ ción: por ejemplo, las tumbas de Alí y su hijo al-Hosain para los chiitas. Las expresiones infieles, idólatras, enemigos (opuestas al término creyentes) adquieren su verdadero sentido en el contexto de la guerra santa, necesaria para su neutraliza­ ción. Sin embargo, cabe recordar que el Islam estableció una distinción entre los «pueblos de Libro Revelado» (ju­ díos, cristianos y mazdeos), hacia los que había que tener ciertas consideraciones, y el resto de los pueblos, frente a los que la guerra había de ser llevada en toda su crudeza. El término eternas llamas obligaría a una serie de consi­ deraciones en torno al papel del infierno en la escatología islámica. La tradición lo situó debajo de la corteza terrestre: un enorme horno de siete compartimientos, el más profun­ do de los cuales estaba dividido en dos zonas: «al-Saqar», o

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ardiente, y «al-Tara», o húmeda. Fuego, frío y hierro consti­ tuyen la trilogía de tormentos para el condenado. La referencia hasta que el culto divino haya sido restable­ cido nos llevaría a conectar con la hipótesis de un Islam más reformador que innovador (véase para ello texto núme­ ro 17). En definitiva: Mahoma como culminación de una revelación desarrollada a lo largo de una serie de etapas, y, por tanto, más dinámica que estática. Por ejemplo —remi­ tiéndonos al pasaje del texto donde se habla de meses sagra­ dos—, la práctica del ayuno, impuesta en el mes de Ramadán, se tomaría como el restablecimiento en toda su pureza de una práctica envilecida por cristianos y judíos. La refe­ rencia al Tálión no es tampoco original en absoluto. 3) ¿Qué sentido tiene la guerra santa en el conjunto de obligaciones impuestas por el Islam a sus fieles? La profesión de fe del musulmán se apoya en varios pilares: oración ritual, ayuno del Ramadán, limosna, pere­ grinación a La Meca y guerra santa. La importancia de esta última obligación sigue siendo motivo de controversia. A diferencia de las otras obligacio­ nes, la guerra santa (jihad) no es un deber personal, sino un deber solidario, fijado después de la muerte del Profeta. En cualquier caso,, el Corán resaltará la importancia de esta práctica no sólo en la segunda sura, sino también en otras: la tercera, la novena y la vigesimosegunda, en donde se pro­ mete el perdón universal de los pecados. En una línea seme­ jante se expresan las suras cuarta y quincuagesimoséptima. Si el ayuno ha tenido su precedente en prácticas de otras religiones monoteístas, la guerra santa ha podido tenerlo en ciertas actividades de la Arabia preíslámica. El término jihad designaría en ella «acción de combatir» (W. M. Watt), y habría que relacionarlo con las correrías que las tribus nómadas rea­ lizaban unas contra otras antes de la difusión del Islam. Más adelante, los árabes, convertidos en comunidad religiosa, pro­ cederían a sacralizar el jihad, canalizando sus energías contra enemigos exteriores y creando, en definitiva, un inmenso imperio. En última instancia, Ornar, segundo califa ortodoxo y gran impulsor de la conquista, sería quien captase en todo

34 TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL su valor la importancia de la guerra santa, sacando con ella al Islam de sus moldes estrictamente familiares y nacionales, para convertirlo en una religión universal. La guerra santa, convocada por el califa como jefe militar y religioso, lo era tanto contra los paganos como contra los «hombres del Libro Revelado». Era norma que estos últimos pasasen a ser sometidos en calidad de protegidos (dimmis) mediante el pago de dos impuestos: Chizia (de tipo perso­ nal) y Kharadj (territorial). Con el tiempo, otros pueblos, como los hindúes, fueron asimilados también a esta catego­ ría. El botín obtenido en la guerra santa pasaba a dividirse en cinco partes: cuatro para los combatientes y una para el califa, que disponía su reparto entre los necesitados. Al irse enfriando el entusiasmo bélico, estos criterios económicos resultaron insuficientes. La fiscalidad abbasí tendría que convertirse, por ello, en un sistema impositivo menos rudimentario y, consiguientemente, más pesado para todos: fieles, dimmis y paganos. 4) La redacción del Corán, obra de la que se ha extraí­ do este fragmento, plantea, de entrada, el problema de las fuentes de inspiración. Hay una tendencia a rechazar las escritas por razón del carácter iletrado o semiiletrado del Profeta. Las tradiciones orales han tenido un mayor peso. En cualquier caso, la redacción del Corán responde al deseo de los islamitas de tomar un libro sagrado como eje de su religión. El peso del judaismo y del cristianismo en este sentido parece que fue decisivo. El texto coránico empezó a elaborarse muerto Mahoma. Ornar y algunos compañeros del profeta redactaron versio­ nes que presentaban algunas diferencias. Fue con el tercer califa ortodoxo —Otman— cuando se procedió a dar un texto oficial. Se recogieron en él 114 capítulos o suras. La segunda, a la que pertenece el texto que comentamos, es la más larga: cubre 286 versículos. Esta redacción definitiva presentó, sin embargo, serias dificultades. En primer lugar, de orden filológico, por la insuficiencia de la escritura árabe primitiva. De orden doc­ trinal, en segundo término, por cuanto la autenticidad de

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algunos pasajes fue cuestionada por posteriores movimien­ tos sectarios. Así, los jariyitas rechazaron la decimosegunda sura, relativa a la historia de José. Los chiitas, por su parte, acusaron a Otman de no destacar suficientemente el papel de Alí y de su linaje en la configuración del Islam. Ya hemos indicado, además, cómo los pasajes referentes a la guerra santa no respondieron quizás a los deseos de Mahoma, sino que constituyeron más bien el reflejo de una necesidad de la comunidad islámica después de la muerte del Profeta. 5) En último término habría que calibrar cuál ha sido la proyección del jihad en la historia del mundo islámico. La guerra santa constituyó un elemento clave que llevó a las vanguardias del Islam, en el primer tercio del siglo vm, hasta el curso del Indo, las murallas de Constantinopla y el corazón de la Galia. La reacción militar de bizantinos y fran­ cos (entre los años 717 y 732) y la crisis del califato, con el destronamiento de los Omeyas, acarrearían la paralización del movimiento expansivo y las primeras fisuras de la unidad política. Al viejo dinamismo conquistador sucederá, de manos de los abbasidas, el espíritu de organización adminis­ trativa sobre bases bizantinas y persas. Se puede decir que en estos momentos el jihad experimentó una primera crisis. La reavivación de la llama vendrá de parte de los «bár­ baros» tardíamente islamizados: los turcos de Oriente y los nómadas bereberes que recorrían el espacio entre el Mogreb y las riberas del Senegal y el Níger. A mediados del siglo X I éstos se agruparán en fortalezas-monasterios fron­ terizos (ribat; rabita en plural), en donde alternarán las prácticas religiosas con los ejercicios guerreros. Serán los al-murabitum o almorávides de las crónicas cristianas. Lite­ ralmente, los hombres del ribat. De su fanatismo religioso y de su capacidad bélica —auténtico renacimiento del jihad— habrían de ser testigos los taifas andalusíes y los reyes his­ panocristianos durante varias décadas. Del norte de África también partirán otras contraofensi­ vas islamitas, aunque en ellas el principio de la guerra santa se mezcla con otros de distinto signo: el mahdismo entre los almohades, por ejemplo.

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

La identificación de ideales militares y religiosos, tan perfectamente lograda en el Islam, se proyectará hacia otras sociedades. Aunque en un terreno ciertamente especulativo, se ha hablado de la influencia musulmana sobre el princi­ pio de cruzada. En efecto, hasta fines del siglo XI no se pro­ dujo en la Cristiandad un impulso colectivo de signo reli­ gioso galvanizador de una idea guerrera o expansiva. La cruzada (bellum sacrum, bellum justum, en expresión de sus contemporáneos) se manifestó, así, como una especie de antijihad. En una línea semejante, la creación de las ór­ denes militares por los cristianos —y particularmente las de cuño hispánico— se ha considerado por algunos autores como una réplica a las contraofensivas de turcos y almorá­ vides. El enfrentamiento entre dos concepciones de la guerra santa va, así, a marcar la pauta del enfrentamiento entre dos sociedades. Su progresiva secularización acabará enfriando este tipo de sentimientos, aunque aún en 1914 el sultán de Tur­ quía —con muy pobres resultados— tratase de utilizar este expediente para levantar al Islam contra la Triple Entente. Orientaciones bibliográficas

A las obras de tipo general sobre el Islam pueden añadirse otras en las que la temática de la guerra santa tiene un tratamiento más preciso: C. C u evas , El pensamiento del Islam, Madrid, Istmo, 1972. F. G a b r ie l i , «La spinta arabe nel Mediterráneo nellVlII secolo», en Iproblemi dell’Occidente nel secolo VIII, Spoleto (20a Settimana di studi sull’alto Medioevo), 1973. M. K h a d d u r i, Warand Peace in the Law of Islam, Baltimore, Johns Hopkins Press, 1955. B. S carcia A m o r e t t i , Tolleranza e guerra Santa Nell'Islam, Florencia, Sansoni, Scuola Aperta, 1974. E. H. S erouy a , La pensée arabe, París, P.U.F., col. «Que sais-je?», 1967.

Las migraciones germánicas La iniciativa que el Imperio romano había mantenido frente a los germanos se va perdiendo desde el siglo ni.

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Desde fines del rv se llevan a cabo intentos de asimila­ ción de los grupos más romanizados por la vía de la hospitalitas o del foedus. Estos proyectos fracasan por el mal entendimiento entre las partes y por la presión de los hunos. El saqueo de Roma por Alarico y la llamada batalla de los Campos Cataláunicos reflejan dos de los hechos más dramáticos de este proceso de entrada masiva de los bárba­ ros en la pars occidentalis del Imperio. Bibliografía

P. R ic h é , Les invasions barbares, París, P.U.F., col. «Que sais-je?», 1958. L. M u sset , Las invasiones. Las oleadas germánicas, Barcelona, Ed. Labor, col. «Nueva Clío», 1967. E. M it r e , Los germanos y las grandes invasiones, Bilbao, Ed. Moretón, 1968. L. H a m bis , Attila et les huns, París', P.U.F., col. «Que sais-je?», 1972. M. Bussagli, Atila, Madrid, Alianza Editorial, 1988. E. D em oug eot , La formation de VEurope et les invasión barbares, París, Aubier, 1979. R. Sanz, Las migraciones bárbaras, Madrid, Ed. Síntesis, 1995. 1. L e y

d e « h o spit a l id a d » d e

A r ca dio -H o n o r io (3 9 8 )

Los emperadores Arcadio y Honorio, Augustos, a Hosio, magister officiorum. Ordenamos que en cualquier ciudad en la que nos encontre­ mos o se encuentren aquellos que nos sirven, después de haber ale­ jado toda injusticia tanto de parte de los repartidores como de los huéspedes, todo propietario posea plenamente en paz y seguridad dos partes de su propia casa y la tercera sea adjudicada a un hués­ ped, de manera tal que la casa sea dividida en tres partes. Que el propietario tenga la posibilidad de elegir la primera; el huésped obtendrá la segunda que él desee; la tercera deberá quedar para el propietario. Los obradores que están a cargo de los mercaderes no sufrirán la antedicha división; han de permanecer en paz y liber­ tad, protegidos contra toda injusticia de los huéspedes y serán uti­ lizados en favor sólo de sus propietarios e intendentes [...]. (T h . M ommsen , Theodosiani Libri XVI..., L. VII, 8, 5, p. 328. Recogido p o r A. G arcía G allo , Manual de Historia del Derecho Español, vol. II, Antología de fuentes del Antiguo Derecho, p. 362.)

38 2.

TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL S a q u eo d e R o m a po r A larico v isió n d e S a n A g u st ín

(4 1 0 ):

De esta manera [refugiándose en las iglesias de Roma] salva­ ron sus vidas muchos de los que ahora infaman y murmuran de los tiempos cristianos, culpando a Cristo de los trabajos y penalidades que Roma sufrió y no atribuyeron a este gran Dios el enorme bene­ ficio de haber visto sus vidas a salvo por el respeto que infunde su santo nombre. Por el contrario, cada cual hacía depender este feliz suceso de la influencia del hado, cuando, si lo reflexionasen, debe­ rían atribuir las molestias y penalidades que sufrieron por la mano vengadora de sus enemigos a los arcanos y sabias disposiciones de la providencia divina, que acostumbra a corregir y aniquilar con los funestos efectos que presagia una guerra cruel, los vicios y las costumbres corruptas de los hombres... Deberían también los vanos impugnadores atribuir a los tiem­ pos en que florecía el dogma católico, la gracia de haberles hecho merced de sus vidas los bárbaros, en contra de lo que es usual en las guerras, sin más respeto que por iniciar su sumisión y reveren­ cia a Jesucristo, otorgándoles este favor en todos los lugares, y par­ ticularmente si se refugiaban en los templos. (S. Agustín , De civitate Dei Libri XXII, pp. 14-15, París, ed. 1613.) 3.

C o m p o sic ió n d e l o s bá r ba r o s e n la llam ada BATALLA DE LOS CAMPOS CATALÁUNICOS (4 5 1 )

De la parte romana, Teodorico y sus visigodos ocupaban el ala derecha; Aecio y sus romanos, el ala izquierda. Habían colocado en el centro a Sangíbano, rey de los alanos... En cuanto al ejército de los hunos, fue alineado en batalla en orden contrario al de los romanos: Atila se colocó en el centro con los más valientes entre los suyos... Los pueblos numerosos, las naciones que había some­ tido a su dominación, formaban sus alas. Entre ellos se hacía notar el ejército de los ostrogodos, mandados por Valamiro, Teodomiro y Videmiro, tres hermanos que sobrepasaban en nobleza al propio rey, a las órdenes del cual marchaban entonces, porque pertene­ cían a la ilustre y poderosa raza de los ámalos. También se veía allí, a la cabeza de una tropa numerosa de gépidos, a Ardarico, su rey, tan valiente y tan famoso, cuya grande fidelidad lo hacía admi­

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tir por Atila a sus consejos... La muchedumbre de los otros reyes y los jefes de las diversas naciones, parecidos a satélites, espiaban los menores movimientos de Atila, y en cuanto él les hacía un sig­ no con la mirada, cada uno, en silencio, con temor y temblando, venía a colocarse delante de él, o bien ejecutaba las órdenes que de él había recibido. Sin embargo, el rey de todos los reyes, Atila, velaba sobre todos y por todos. (J o rd a n es , Histoire des

Savagner, París, s.a.)

Goths, pp. 267-268, e d . M . A.

Los estados bárbaros de Occidente Pocos pueblos germánicos llegaron a constituir entida­ des políticas estables. Algunos fueron absorbidos por los más poderosos o desaparecieron ante la reacción militar del Imperio de Constantinopla. Los que perduraron tuvieron que luchar contra el peli­ gro de disgregación (anglosajones, francos) o superar gra­ ves tensiones espirituales (los visigodos). El prometedor Estado ostrogodo de Italia apenas sobrevivirá a su funda­ dor Teodorico. Bibliografía

G. F o u r n ier , Les merovingiens, París, P.U.F., col. «Que sais-je?», 1966. S. L eb ec q , Les origines franques (V-IX siecles), París, Éd. du Seuil, 1990. J. O rlandis , Historia social y económica de la España visigoda, Madrid, Con­ federación Española de Cajas de Ahorros, 1975. E. A. T h o m pso n , Los godos en España, Madrid, Alianza Editorial, 1969. D. W h itelo ck , «The beginnings of English Society (from the Anglo-Saxon Invasión)», en The Pelican History of England, 1951. 4.

R eparto

d e I n g later ra e n t r e a n g l o s , ju t o s y s a jo n e s

Acudieron entonces [después del 449] gentes de los tres pue­ blos más valientes de Germania, es decir, anglos, sajones y jutos. De los jutos han salido los «Cantuari» y los «Victuari», es decir, la tribu que posee la isla de Wight y el pueblo que hoy día en la provincia de Wessex es llamado Juto, cara a la misma isla de

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

Wight. De los sajones, es decir, de esta región hoy llamada país de los Viejos Sajones, vinieron los que se instalaron en Essex, Sussex y Wessex. En fin, de los anglos, es decir, de este país que se llama Anglia, entre Jutlandia y Sajonia, que según se dice quedó desde este momento desierto, surgieron aquellos que poblaron East Anglia, South Anglia, Mercia y toda la raza de los northumbrianos, es decir, estos pueblos que habitan al norte del río Humber... Las tropas de estos pueblos afluyeron en tan alto número a la isla, y el elemento extranjero comenzó a crecer de tal manera, que para los indígenas que los habían llamado empezaron a constituir objeto de terror. (B eda , Ecclesiasticae historiae gerttis Anglonim, pp.

1719, Amberes, 1550, Tipografía de Ioannes Grauius.)

5. R eparto d e la G alia e n el 561 El rey Clotario vino a Tours, en el cincuenta y un año de su rei­ nado, llevando muchos presentes. Cuando llegó a la tumba de San Martín se puso a repasar en su espíritu todas las faltas que podía haber cometido y a rogar con grandes gemidos al bienaventurado confesor para implorarle por ellas y a implorar que, por su interce­ sión, se viese lavado de todo aquello que hubiese cometido contra­ rio a la prudencia. Luego, durante el cincuenta y un año de su rei­ nado, habiendo marchado a cazar al bosque de Cuise, fue atrapado por la fiebre y marchó a Compiegne. Allí, atormentado cruelmen­ te por la fiebre decía: «¡Oh!, ¿quién pensáis que es este rey del cielo que hace morir así a tan poderosos reyes?» Y entregó su espíritu en esta gran angustia. Sus cuatro hijos le condujeron a Soissons con grandes honores y le enterraron en la basílica del bienaventu­ rado Medardo. Murió, al año cumplido, el mismo día en que Chramne fue muerto. Chilperico, después de los funerales de su padre, tomó los teso­ ros que se encontraban en la ciudad de Bemy (en el Aisne). Des­ pués se reunió con los francos más influyentes y, doblegándoles con presentes, los sometió. Poco después hizo su entrada en París y ocupó la sede del rey Childeberto. Pero la poseyó poco tiempo, pues sus hermanos, habiéndose unido, le expulsaron. A continua­ ción, los cuatro, es decir, Cariberto, Gontrán, Chilperico y Sigeberto, hicieron un reparto conforme a la ley. La suerte dio a Cariberto el reino de Childeberto, con París por capital. A Gontráh, el reino de Clodomiro, con capital en Orléans. A Chilperico le tocó el rei­

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no de Clotario, su padre, con Soissons por capital. A Sigeberto, el reino de Thierry, con Reims por capital. de T ours , Histoire des francs, ed. y selec­ ción de A. D uby , pp. 96-97, París, Union Générale d'Éditions, 1970.)

(G regorio

6. L a co nv ersió n de R ecaredo (586-589) En la era DCXXIIII, en el año tercero del imperio de Mauricio, muerto Leovigildo, fue coronado rey su hijo Recaredo. Estaba dotado de un gran respeto a la religión y era muy distinto de su padre en costumbres, pues el padre era irreligioso y muy inclinado a la guerra; él era piadoso por la fe y preclaro por la paz; aquél dilataba el imperio de su nación con el empleo de las armas, éste iba a engrandecerlo más gloriosamente con el trofeo de la fe. Des­ de el comienzo mismo de su reinado, Recaredo se convirió, en efecto, a la fe católica y llevó al culto de la verdadera fe a toda la nación gótica, borrando así la mancha de un error enraizado. Seguidamente reunió un sínodo de obispos de las diferentes pro­ vincias de España y de la Galia para condenar la herejía arriana. A este concilio asistió el propio religiosísimo príncipe, y con su pre­ sencia y su suscripción confirmó las actas. Con todos los suyos abdicó de la perfidia que, hasta entonces, había aprendido el pue­ blo de los godos de las enseñanzas de Arrio, profesando que en Dios hay unidad de tres personas, que el Hijo ha sido engendrado consustancialmente por el Padre, que el Espíritu Santo procede conjuntamente del Padre y del Hijo, que ambos no tienen más que un espíritu y, por consiguiente, no son más que uno. (Las historias de los godos, vándalos y suevos, de Isi­ doro de Sevilla [t 636], ed. Cristóbal R odríguez Alonso , León, 1975, pp. 261-263.)

7. EL HISTORIADOR PROCOPIO HACE EL ELOGIO DEL REY DE LOS OSTROGODOS T eodorico (487-526) Es necesario reconocer que gobernó a sus súbditos con todas las virtudes de un gran emperador. Mantuvo la justicia y estableció buenas leyes. Defendió su país de la invasión de sus vecinos y dio a todos pruebas de una prudencia y de un valor extraordinarios. No cometió ninguna injusticia contra sus súbditos, ni permitió que se

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

cometieran, salvo que permitió que los godos se repartiesen las tie­ rras que, en tiempos, Odoacro había distribuido entre los suyos. En fin, aunque Teodorico no tuvo más que el título de rey, no dejó de alcanzar la gloria de los más ilustres emperadores que hayan jamás ocupado el trono de los Césares. Fue igualmente que­ rido por godos e italianos, lo cual no sucede habitualmente entre los hombres, que no están acostumbrados a aprobar en el gobier­ no del Estado aquello que no esté de acuerdo con sus intereses, y que condenan todo lo que les es contrario. Después de haber gobernado durante treinta y siete años y de haberse presentado como temible para sus enemigos, murió de esta manera [...]. (P rocopio de Cesarea (500-565), Histoire de la giierre contre les goths, en vol. I de Histoire de Constantinople, París, Éd. Cousin, p. 353, 1685.)

El imperio en Oriente: el «siglo de Justiniano» El sentimiento romanista que los primeros soberanos de Constantinopla tratan de infundir a su imperio se refleja en distintas manifestaciones. Hay tres particularmente destacables: a) La labor codificadora impulsada por Justiniano y que se materializa en el Corpus Juris civilis. b) Una política exterior que hereda la actitud de hosti­ lidad hacia la Persia sasánida y que pretende la reunifica­ ción del Mediterráneo. La destrucción del reino vándalo del norte de África será, en este campo, el logro más duradero. c) La lucha por el mantenimiento de la ortodoxia. Bibliografía

Véase la recogida en las páginas anteriores en el apartado dedicado al mundo bizantino. 8. EL ESTADO DE LAS PERSONAS EN EL DERECHO JUSTINIANEO

(-3) La principal división en el derecho de las personas es esta: que todos los hombres son libres o esclavos.

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(4) Es libertad la natural facultad de hacer lo que se quiere, con excepción de lo que se prohíbe por la fuerza o por la ley. La esclavitud es una institución del derecho de gentes, por la cual uno está sometido, contra su naturaleza, al dominio ajeno. Los escla­ vos se llaman «servi», porque los generales suelen vender a los cau­ tivos y, por esto, los con «servan» sin matarlos; y se llaman «mancipia» porque los enemigos los capturan con la «mano». (5) La condición de los esclavos es ciertamente única, en tan­ to que los hombres libres unos son «ingenuos» < o libres de naci­ miento > y otros son < manumitidos o > libertos. Los esclavos entran en nuestro dominio bien por el derecho civil, bien por el de gentes. Por el derecho civil, cuando alguna persona mayor de vein­ ticinco años permitió ser vendido para participar en el precio. Por el derecho de gentes son esclavos nuestros los enemigos cautivos o los que nacen de nuestras esclavas. Son libres de nacimiento los que nacieron de madre libre, porque basta que la madre haya sido libre en el momento del parto, aunque hubiese concebido siendo esclava. Al contrario, si hubiese concebido siendo libre y pariera después siendo esclava, se estimó conveniente que el que nazca sea libre (no hace al caso si concibió en justas nupcias o fuera de ellas), ya que la desventura de la madre no debe dañar al concebi­ do. Por esto se preguntó cuando se manumitió a una esclava encinta y parió después si hecha de nuevo esclava o expulsada de la ciudad, pare un hijo libre o esclavo. Sin embargo, se aprobó más correctamente que nace libre y que basta al concebido el haber tenido una madre libre en el tiempo intermedio. (6) Son libertos los que han sido manumitidos de justa escla­ vitud. (El Digesto, de Justiniano (527-565), t. I, tít. V, p. 59. Versión castellana de Ed. Aranzadi, Pamplona, 1968.) 9.

D e st r u id o e l r e in o v án da lo , B elisar io HACE SU ENTRADA TRIUNFAL EN CONSTANTINOPLA (5 3 4 )

Belisario fue recibido en Constantinopla con los mismos hono­ res que los antiguos romanos daban a los capitanes que habían obtenido alguna señalada victoria. Nadie ha recibido estos honores después de seiscientos años más que Tito, Trajano y algún otro más. Hizo pasar por medio de la ciudad los despojos y esclavos con una pompa a la que en otro tiempo se le daba el nombre de triunfo.

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Marchó a pie desde el Palacio hasta el Circo y, a continuación, hasta el trono del emperador. Los despojos que sirvieron de orna­ mento a este triunfo eran los trajes de uso corriente del rey de los vándalos, las carrozas de la reina, tronos de oro y pedrería, vasos de oro y todo tipo de muebles; gran cantidad de plata amonedada y no amonedada que Genserico había tomado en el saqueo de Roma. Belisario recibió aún el honor de un segundo triunfo, que se hizo segúi) ceremonia acostumbrada en la antigua Roma. Fue con­ ducido por esclavos en una silla de marfil desde la que arrojó al pueblo una parte del botín tomado a los vándalos. Se cogieron muchas piezas de plata, cinturones de oro y otros despojos de los vencidos, como recordando el tiempo pasado en que esta licencia era acostumbrada. Esto fue lo que se hizo por entonces en Constantinopla. (P rocopio, Histoire de la guerre contre les vandales, pp. 289-

291, en vol. I de Histoire de Constantinople, cit.)

10. R u p tu ra d e l m o n a rc a p e rs a C o s ro e s CON J u s tin ia n o (540) Cuando Cosroes vio que Belisario había comenzado a reducir Italia a la obediencia de Justiniano, no pudo disimular su disgusto y no pensó más que encontrar un pretexto para romper la paz con apariencia justa. Logró que Alomendaro le facilitase uno. Este rey se lamentaba de que en aquellos momentos Aretas le estaba usurpando sus Estados. Entonces, se enfrentó con él y arre­ metió contras las tierras del Imperio. Pretendió, sin embargo, no hacer nada contra el tratado de paz, por cuanto no se le había incluido en él. Es cierto que sólo los romanos y persas estaban mencionados en el acuerdo y que no había ninguna referencia a los sarracenos. El país que servía de objeto de las diferencias se llama Strata y está próximo a la ciudad de Palmira del lado Norte. Está totalmente quemado por el sol y no produce ni trigo ni árboles. Allí sólo se dan pastos. Aretas sostenía que este país había pertenecido en todo tiempo a los romanos y su solo nombre era prueba suficiente, ya que Stra­ ta en latín significa camino adoquinado. Alegó el testimonio de personas de edad avanzada. Alomendaro respondió que ello era inútil, ya que había constancia de que él estaba en posesión de las rentas de los pastos que le pagaban quienes introducían allí los ganados.

LA TRANSICIÓN AL MEDIEVO

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Justiniano remitió el asunto al juicio de hombres ilustres... y deliberó ampliamente sobre el asunto. Cosroes se lamentó de que Justiniano había violado la paz por haber organizado una conjura contra su familia, y por haber intentado corromper a Alomendaro, rey de los sarracenos [...], y haber escrito a los hunos para solicitar la invasión de sus tierras. En definitiva, Cosroes acusó a los romanos de romper la paz. (P rocopio, Histoire de la guerre contre les perses, pp. 9395, en vol. I de Histoire de Constantinople, cit.)

11. D e fin ic io n e s cristológicas del concilio d e C a lc e d o n ia c o n tr a l a h e r e jía m o n o fisita

(451)

De acuerdo con los Santos Padres, enseñamos unánimemente un solo y mismo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, completo en cuanto a la divinidad y en cuanto a la humanidad, verdaderamente Dios y verdaderamente hombre. Compuesto de un alma racional y de un cuerpo; consustancial al Padre según la divinidad y consus­ tancial a nosotros según la humanidad; semejante a nosotros en todo salvo en el pecado; engendrado por el Padre antes de todos los tiempos según la divinidad. Y, según la humanidad, nacido por nosotros y para nuestra salvación de la Virgen María, Madre de Dios: un solo y mismo Cristo, Hijo, Señor, Monógeno, con dos naturalezas, sin mezcla, sin transformación, sin división, sin sepa­ ración, ya que la unión no ha separado la diferencia de itaturalezas. Cada una de ellas ha conservado su manera de ser propia y se ha encontrado con la otra en una única persona e hipóstasis. Igual­ mente, Jesucristo no ha sido dividido en dos personas, sino que no hay más que un Hijo, Hijo único, Dios Verbo, el Señor Jesucristo, según nos habían anunciado en otro tiempo los profetas, tal y como el mismo Jesucristo lo ha enseñado y el símbolo de los San­ tos Padres nos ha transmitido. Sacromm conciliorwn nova et amplissima collectio, t. VI, col. 116.)

(M ansi,

Iglesia y cultura en Occidente en el período de transición Desde el siglo v la Iglesia de Occidente empieza a definir su personalidad frente a la tradicional supremacía de los

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Padres griegos. San Agustín (Confesiones, La Ciudad de Dios) es el primer intelectual del Medievo europeo. Las Etimolo­ gías, de San Isidoro, compendio de los saberes de la Antigüe­ dad, serán importante instrumento de trabajo del estudioso medieval. En la Regula Benedicti, el Occidente europeo encontrará el elemento necesario para dotar de unidad y for­ taleza a su monacato. El auge de la autoridad pontificia y la pugna con Tos restos del paganismo completan el cuadro. Bibliografía

G. M. C o lo m ba s , El monacato primitivo, Madrid, B .A .C ., 1974. J. F o n t a in e , La littérature latine chrétienne, París, P.U.F., col. «Oue sais-je?», 1970. H. I. M a r r o u , Saint Augustin et la fin de la culture antigüe, París, Éd. Boccard, 19584. W. U llm a n n , The Growth of Papal Government in the Middle Ages, Londres, Methuen, 1965. I. G o b r y , Les moines en Occident, 3 vols., París, Fayard, 1985.

12. EL ENFRENTAMIENTO DE LAS DOS CIUDADES Creo que quedan satisfechas y comprobadas las cuestiones más arduas, espinosas y dificultosas, que se refieren al principio o fin del mundo o del alma, o del mismo linaje humano, que hemos distribuido en dos géneros: el de los que viven según el hombre y el de los que viven según Dios. A esto llamamos también místicamen­ te dos ciudades, es decir, dos sociedades de hombres. Una está pre­ destinada a reinar eternamente con Dios y la otra a padecer eterno tormento con el demonio. Éste es el fin principal de ambas. De él trataremos más adelante [...]. El primer hijo de aquellos primeros padres de linaje humano fue Caín, que pertenece a la ciudad de los hombres. El segundo fue Abel, que pertenece a la ciudad de Dios [...]. Dios, como insigne alfarero, hizo de la misma masa un vaso de honor y otro de ignominia. Hizo primero el de ignominia y luego el de honor. Porque en una misma persona primero surge el malo, en que es preciso que nos detengamos, y después el bueno, a donde llegamos caminando en la virtud y en el que permanecemos para siempre [...]. Hay, pues, en la ciudad terrena dos figuras: una muestra su

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presencia y otra con su presencia sirve a la imagen de la ciudad celestial. La naturaleza viciada por el pecado engendra los ciuda­ danos de la ciudad terrena. La gracia libera a la naturaleza del pecado y engendra los ciudadanos de la ciudad celeste. (S an Agustín , De civitate..., pp. 895-896.)

13. D iv isió n isidoriana de la filosofía

La filosofía se divide en tres partes: natural, que en griego se llama física, que trata del conocimiento de la naturaleza; otra moral, que en griego se llama ética, en la que se trata de las cos­ tumbres, y la tercera, la racional, en griego lógica, en la que se bus­ ca la verdad tanto en las cosas como en las costumbres [...]. Platón la dividió [a la física] en cuatro partes, a saber: aritméti­ ca, geometría, música y astronomía. Sócrates fue el primero que cultivó la ética [...] y la dividió en las cuatro virtudes del alma, a saber: prudencia, justicia, fortaleza y templanza [...]. Platón la dividió [a la lógica] en dialéctica y retórica. Se llama lógica, esto es, racional, del griego logos, que significa discurso, razón. En las Sagradas Escrituras se encuentran estos tres géneros de filosofía; pues hablan de la naturaleza, como en el Génesis y en el Eclesiastés; o de las costumbres, como en los Proverbios y en otros muchos libros; o de la lógica, hasta el punto que los nuestros vindi­ can para sí la teórica (teología), como en el Cantar de los Cantares y en los Evangelios. Algunos doctores definieron así la filosofía: Es la ciencia pro­ bable en cuanto es dado al hombre, de las cosas divinas y huma­ nas [...]. de S evilla , Etimologías, ed. Luis Cortés Góngora, Madrid, B.A.C., 1951, p. 61.)

(I sidoro

14. I ntroducción a la «R egula B e n e d ic t i » ( hacia e l 529) Es manifiesto que hay cuatro linajes de monjes. El primero es el de los cenobitas, que militan en comunidad, bajo una regla y un superior. El segundo es el de los anacoretas o eremitas, los cuales, no por

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el reciente fervor de su conversión, sino después de una prolongada prueba en el claustro, y diestros ya en consorcio de muchos, apren­ dieron a lidiar con los demonios y salen bien instruidos de la tropa fraternal a combatir solos en los yermos, seguros de que, sin soco­ rro humano, sino sólo con su facultad y el favor de Dios, pueden luchar ellos solos contra sus apetitos y pensamientos. La tercera y torpísima casta de monjes es la de los sarabaitas, que sin prjieba de ejercicios en el claustro como oro en el fuego y flexibles cual plomo, conservando aún su alianza con el mundo, se ve que desdicen su vida de lo que a Dios promete la tonsura. Enciérranse éstos sin pastor, a dos o a tres juntos, y a veces solos, no en los cortijos del Señor, sino en los suyos, sin más ley que el placer de sus deseos, pues a lo que imaginan o eligen llaman santo, y tie­ nen lo que reprueban por ilícito. El cuarto linaje de monjes es el que llaman girovago, que giran toda su vida por provincias, hospedándose a tres o cuatro días en diversas celdas, siempre vagos, nunca estables, esclavos de la gula y de sus placeres, y peores en todo que los sarabaitas, de cuyos procede­ res detestables y muy lastimosos será mucho mejor que no tratemos. Y así, omitiendo estas diferencias, vamos a ordenar con el favor divino la Regla de los fortísimos cenobitas. (Regla de Nuestro Padre San Benito, ed. Fr. Diego Mecolaeta, Madrid, 1829, cap. I, pp. 7-8.) 15. C a rta d e l Papa G e la s io a l e m p e ra d o r A n a sta sio I

(494)

Hay dos poderes, augustísimo emperador, por los que está regido el mundo: la sagrada autoridad pontificia y el poder regio. De ellos, el primero es mucho más importante, ya que ha de rendir cuentas incluso de los reyes y de los hombres ante el tribunal Divi­ no. Pues ya sabes, clemente hijo nuestro, que aunque ocupas el lugar de más alta dignidad sobre la raza humana, así y todo debes someterte fielmente a aquellos que tienen a su cargo las cosas divi­ nas y defenderlos con objeto de lograr tu salvación. Sabes que en lo que concierne a la recepción y reverente administración de los sacramentos, debes obedecer a la autoridad eclesiástica, más que manejar. Así pues, en tales materias, has de someterte al juicio eclesiástico, en lugar de tratar de doblegarlo a tu propia voluntad. (Migne, Patrología Latina, t. LIX, col. 42.)

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16. S an M artín d e B raga ( hacia el 572) lucha po r erradicar los resabios de paganismo

DE LAS POBLACIONES HISPÁNICAS

Por otra parte, ¿qué puede dolorosamente decirse de aquel error tan craso, de que celebren los días de las polillas y de los rato­ nes y, si está permitido decirlo, de que el hombre cristiano venere como a un dios a ratones y polillas? Creen que si no se les ofrece, para salvaguardar del tonel o de la arquita, pan o paño, no respeta­ rán de ninguna manera nada de lo que encuentran en pago de los obsequios que se les han tributado. Pero el pobre hombre no tiene motivo para forjarse estas prefiguraciones como si creyera que si en el comienzo del año está satisfecho y feliz con todas las cosas, le iba a ocurrir igualmente a lo largo del año entero. Todas estas obser­ vancias de los paganos se sacan de entre los inventos de los demo­ nios. Pero ¡ay de aquel hombre que no haya tenido a Dios propicio y que no haya conseguido de él la saciedad de pan y la seguridad de vida! Resulta que practicáis estos inútiles actos supersticiosos ocul­ tamente o en público y no dejáis nunca de hacer sacrificios a los demonios. ¿Y por qué no os conceden estar siempre satisfechos, seguros y felices? ¿Por qué cuando habéis irritado a Dios los inúti­ les sacrificios no os protegen de la langosta, del ratón y de otras muchas tribulaciones que Dios airado os envía? de B raga , Sermón contra las supersticiones rurales, Ed. de R. Jove Clols, El Albir, p. 33, Barce­ lona, 1981.)

(M artín

Los comienzos del Islam En el espacio de menos de un siglo, un nuevo poder —el Islam— llega a construir un gigantesco imperio, desde la meseta del Irán hasta el Atlántico. Desde la muerte de Mahoma, en el 632, la guerra santa va a constituir el elemento dinamizador de este impulso. La España visigoda será su última víctima (711). La Cris­ tiandad perderá por varios siglos su hegemonía en el Medi­ terráneo.

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

Bibliografía

A los títulos reseñados con anterioridad pueden añadirse: T. Andrae, Mahoma, Madrid, Alianza Editorial, 1966. A. B a r b e r o y M. V ig il , Sobre los orígenes sociales de la Reconquista, Barcelo­ na, Ariel, 1974. R. Collins, La conquista árabe de España, Madrid, Crítica, 1991. L. G arcía M o r e n o , El fin del reino visigodo de Toledo, Madrid, Antiqua et Medievalia, 1975. G o d efr o y -D e m o m b y n e s , Mahomet, París, Éd. Albin-Michel, col. «L’évolution de rhumanité», 1959. W . M. W a tt , Mahoma, profeta y hombre de estado, Barcelona, Nueva Colec­ ción Labor, 1967. P. C h a lm eta , Invasión e islamización, Madrid, Mapire, 1994.

17. Dios e n e l C o rá n Sólo hay un Dios: el Dios vivo y eterno. Él ha enviado el libro que encierra la verdad, para confirmar las Escrituras que le han precedido. Antes, hizo descender el Pen­ tateuco y el Evangelio para que sirvieran de guía a los hombres, ahora ha enviado el Corán desde los Cielos. Aquellos que nieguen la divina doctrina sólo deben esperar los suplicios. Dios es poderoso y la venganza está en sus manos. Nada de cuanto está en los cielos y en la tierra está oculto a su vista. Es Él quien os forma a su antojo en el seno de vuestras madres. No hay otro Dios más que Él, y Él es sabio y poderoso. Él es quien te ha enviado este libro. Entre los versículos que lo componen unos encierran preceptos sabios que son la base de la obra, los demás son alegóricos. Aquéllos, predispuestos al error, se inclinan a estos últimos pretendiendo interpretarlos, y forman un cisma: Dios sólo tiene la explicación. Los hombres encanecidos en la ciencia dirán: «Nosotros creemos en el Corán; todo aquello que encierra viene de Dios.» Y este lenguaje es el de los sabios. Señor, no permitas que nuestros corazones se aparten de la verdad, después que nos has alumbrado. Ábrenos los tesoros de tu misericordia. Tú eres la libertad misma. Señor, tú reunirás un día al género humano delante de tu tri­ bunal. Nosotros no dudamos de esta verdad, pues tú jamás faltas a tus promesas. (Corán, cap. III, vers. 1 a 7.)

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18. G estación de la guerra santa e n e l C orán

Véase texto comentado como modelo al comienzo de este ca­ pítulo. 19. I r ru pció n musulmana e n E spaña (711)

y fin d el r ein o visigodo seg ú n una crónica d e fin e s d el SIGLO IX

El tercer año, habiendo ya combatido el mismo Tarik con Rodrigo, entró Muza Iben Nusair, y pereció el reino de los godos, y entonces todo el honor de la estirpe gótica pereció por el pavor y por el hierro. Acerca de tal rey Rodrigo, nadie sabe cosa alguna de su muerte hasta el presente día. Pero, dominada por los árabes la tierra junto con el reino, toda la flor de la estirpe goda pereció por el pavor y por el hierro. Pues­ to que no hubo en ellos una penitencia digna de sus delitos, y pues­ to que desoyeron los mandatos del Señor y lo establecido en los sagrados cánones, el Señor los abandonó, de manera que no pose­ yeran la tierra deseable. Y los que, asistidos por la diestra del Señor, siempre superaban los ataques enemigos y postraban las armas de guerra, por sentencia de Dios, vencidos por unos pocos, fueron reducidos casi a la nada, y se sabe que muchos de ellos per­ manecen hasta hoy sojuzgados. También la ciudad de Toledo, ven­ cedora de todas las gentes, sucumbió vencida por los triunfos ismaelitas, y sometida a ellos les sirvió. Y así, conforme a sus peca­ dos, España se derrumbó en el año 380 de los godos. («Crónica Albeldense», en Crónicas asturianas, Ed. J. G il F ernández , J. L. M oralejo y J. I. Ruiz de la P eña , Universidad de Oviedo, 1985, p. 257.) 20.

EL MAYORDOMO DE AUSTRASIA (AUSTRIA EN EL TEXTO)

C arlos M artel vence a los m usulm anes

EN EL CAMINO ENTRE TOURS Y POITIERS (7 3 2 )

Continuando Abderramán la persecución del mencionado duque Eudo, mientras se detiene a destruir palacios y quemar igle­ sias, e intenta saquear la diócesis de Tours, se encuentra con Car­ los, cónsul de Austria, hombre belicoso desde su infancia y muy versado en asuntos militares, de antemano advertido por Eudo.

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

Después de atormentarse durante casi siete días unos y otros con pequeños enfrentamientos militares, al fin se despliegan en bata­ lla, y en dura pelea, permaneciendo las gentes septentrionales inmóviles como una pared y manteniéndose en bloque como el hielo en época invernal, pasan a espada en un abrir y cerrar de ojos a los árabes. Cuando la gente de Austria, sobresaliente por la robustez de sus miembros y por su vigorosa mano de hierro, mata, hiriéndole en el pecho al rey [Abderramán] que le había salido al encuentro, la noche interrumpe al punto la batalla, y desdeñosa­ mente levantan sus espadas, reservándose para la lucha del día siguiente, al ver la gran extensión del campamento árabe. Por la mañana, saliendo de sus habitáculos, los europeos divisan las tien­ das de los árabes... enviaron exploradores y pudieron averiguar que todos los ejércitos islamitas habían huido y que durante la noche, calladamente, en apretada columna habían regresado a su patria... 0Crónica mozárabe de 754. Ed. J. E. L ópez Zaragoza, Anubar, 1980, pp. 99-101.)

P ereira ,

LA ALTA EDAD MEDIA (SIGLOS VIII AL XI)

Introducción El impacto de la expansión islámica sobre la Cristian­ dad se dejará sentir con fuerza en ambas cuencas del Medi­ terráneo. En la Oriental, el Imperio de Constantinopla se verá pri­ vado de sus importantes provincias de Siria y Egipto. El ámbito de actuación de los emperadores bizantinos se reducirá a las áreas más estrictamente «griegas» de los Bal­ canes, Tracia y el Asia Menor. En este sentido, la presión del Islam ha contribuido a que el Imperio bizantino se convier­ ta en una entidad esencialmente oriental y helénica, dos características que reforzarán su personalidad frente a sus vecinos del Occidente europeo. En esta área, frente a la vieja disgregación política y el empuje del Islam, surge una primera réplica: el Imperio carolingio, estrechamente vinculado al Pontificado romano. Como construcción política, el Imperio de Carlomagno no sobrevivió muchos años a su fundador. Sin embargo, en este tiempo, el Occidente europeo fue adquiriendo unos per­ files en sus relaciones socioeconómicas que durarán varios siglos. El alejamiento del mundo mediterráneo parece con­ sumarse. La economía europea responde a una impronta esencialmente continental y rural. El gran dominio fundiario marca la pauta. A la vez que aumentan las restricciones a la capacidad de movimientos del campesinado, los lazos de relación hombre a hombre contribuyen a reforzar el entra­ mado de las instituciones feudovasalláticas. A la prueba del Islam sucederá en el Occidente europeo la de las llamadas «segundas migraciones». Sus protagonis-

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

tas son los normandos, sarracenos, pueblos de las estepas y eslavos. Los efectos negativos del nuevo impacto se prolon­ garán hasta muy entrado el siglo x. A lo largo de más de un siglo, por tanto, Europa se jugó de nuevo su estabilidad, aunque no su propia existencia. Contracción política y contracción económica tienen su paralelo en la decadencia cultural y espiritual, que constitu­ ye otro de los signos negativos de estos «tiempos oscuros». Algunos intentos de regeneración, como el protagonizado por el «renacimiento» carolingio, no pasaron de constituir proyectos de disponer de unas élites laicas o eclesiásticas que dirigiesen los asuntos de la comunidad cristiana en su doble faceta, espiritual y temporal. El papel de la Iglesia también se dejará sentir en otro campo, donde se conseguirán logros importantes, aunque a veces sumamente costosos. Nos referimos a la cristiani­ zación de los pueblos protagonistas de esas «segundas migraciones». Cristianización no sólo en los lugares don­ de establecen nuevos asentamientos, sino también en sus patrias de origen. Ello, a la larga, propiciará la ampliación de las fronteras de la Europa cristiana, por el añadido de un nuevo cinturón de Estados: Dinamarca, Polonia, Hun­ gría, etc. El peligro unitario del Islam decrecerá a finales del si­ glo v iii . El Imperio abbasí, en sus comienzos, marca el pun­ to culminante de la política y la civilización mahometanas, pero desde entonces se iniciará un lento e irremediable declive. No es tanto por la mejor organización de la defensa cristiana como por la disgregación que se produce en el seno de la comunidad islámica: independencia de la Espa­ ña musulmana y de amplias zonas del norte de África. Bibliografía

A las obras

señaladas en la bibliografía general pueden añadirse otras:

J. D h o n t , La Alta Edad Media, en Historia universal siglo XXI, Madrid, 1971. G. F o u rn ier , L’Occident de la fin du V a la fin du IX siécle, París, A. Colin, col. «U.», 1970.

LA ALTA EDAD MEDIA

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Modelo de texto analizado y comentado La Coronación imperial del 800 Como en el país de los griegos no había emperador y estaban bajo el imperio de una mujer, le pareció al Papa León y a todos los padres que en la asamblea se encontraban, así como a todo el pue­ blo cristiano, que debían dar el nombre de emperador al rey de los francos, Carlos, que ocupaba Roma, en donde todos los Césares habían tenido la costumbre de residir, así como también Italia, la Galia y Germania. Habiendo consentido Dios omnipotente colocar estos países bajo su autoridad, pareció justo, conforme a la solici­ tud de todo el pueblo cristiano, que llevase en adelante el título imperial. No quiso el rey Carlos rechazar esta solicitud, sino que, sometiéndose con toda humildad a Dios y a los deseos expresados por los prelados y todo el pueblo cristiano, recibió este título y la

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consagración del Papa León el día de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. (Armales Laureshamenses, ann. 801. Ed. Pertz, M.G.H., Sriptores, I, p. 38.)

Comentario 1) El presente texto se encuentra dentro de los testi­ monios de tipo narrativo del Medievo. De ellos, los anales son una de sus más acabadas expresiones. El documento se limita a dar constancia de un acontecimiento: la coronación de Carlomagno como emperador en la Navidad del 800 por el pontífice León III. 2) El entorno histórico-potítico del texto es de sobra conocido: la dinastía carolingia, afirmada en el trono en los anteriores años, llega a la cima de su poder con las afortu­ nadas campañas militares de Carlos contra sajones, lom­ bardos, musulmanes, etc. La crisis del Imperio bizantino y la alianza del pontificado con los monarcas francos harán el resto. Los acontecimientos se precipitarán hasta desem­ bocar en uno de los más importantes del Medievo: la coro­ nación imperial de Carlomagno, expuesta de forma concisa en este fragmento que comentamos. 3) El análisis pormenorizado de personajes, institucio­ nes, referencias geográficas, etc., nos conduce a valorar una serie de expresiones: a) Remitiéndonos en primer lugar a las puramente geográficas, veríamos cómo el país de los griegos es una clarí­ sima alusión al Imperio romano de Oriente. Tiene, sin em­ bargo, ciertas connotaciones peyorativas. En efecto, el autor del texto no habla de «imperio», sino de país (pars), como pretendiendo rebajar su condición política. El propio térmi­ no griegos puede suponer también una cierta conciencia de distanciamiento entre las poblaciones deí Occidente y las de Oriente. En efecto: si los bizantinos se dan a sí mismos el nombre de «romeioi» (romanos), los occidentales los desig­

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nan sólo como «griegos», en un intento de considerarse ellos como los únicos «romanos» por su progresiva vinculación a un pontificado erigido en heredero de la vieja Roma. Roma (otra de las expresiones recogidas en el texto), aunque decaída físicamente en el Medievo, sigue teniendo una gran fuerza moral. Contrastan su ruina material y su contracción demográfica con la admiración que su glorioso pasado sigue despertando entre los jóvenes Estados ger­ mánicos. Para los bizantinos, Constantinopla era la segun­ da Roma. Pero para los occidentales la universalidad de la Roma del Tíber se sigue manteniendo, y se hablará de la translatio de su jefatura política a los pueblos germanos asentados en el Occidente. La posesión de la ciudad se iden­ tifica con la del poder universal. Importante a tener en cuenta es también la forma en la que el autor del texto se refiere a las grandes áreas sobre las que se extiende el poder de los carolingios: se dice que Car­ los posee Roma, «así como también Italia, la Galia y Germania». Notamos un empleo de las expresiones tradiciona­ les: la Galia correspondería a un territorio situado entre el Rin y el Atlántico y el canal de la Mancha y los Pirineos. Grosso modo, lo que hoy corresponde a Francia. Germania se identifica en el texto con un espacio más reducido que el reconocido por los autores clásicos: corresponde sólo al área situada entre el Rin y el Elba. Algo semejante cabría decir de Italia, pues el dominio efectivo de Carlos en ella se reducía a la mitad norte de la península. Al sur de Roma, las influencias se reparten en estos momentos entre bizanti­ nos, señores «lombardos» y algunas ciudades dotadas de cierto margen de autonomía, como Amalfi, Gaeta o Nápoles. A lo largo del Medievo, esta identificación del «reino de Italia» con la mitad septentrional de la península llegará a ratificarse. La mitad meridional pasará a designarse con los nombres de reino de Nápoles o de Sicilia. Hay que observar también cómo el término Francia no aparece en el texto. Cuando se utilice a lo largo del siglo ix será con un sentido más amplio, para designar todo el terri­ torio de la Galia y Germania, a las que, respectivamente, se las denominará «Francia Occidentalis» y «Francia Orienta-

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lis». Incluso, entre ambas, cabrá una «Francia Media», correspondiente a Lotaringia. Véase, al respecto, el texto número 25, referente al reparto de Verdún. Puede advertirse también cómo el bloque territorial al que el texto se refiere se caracteriza por su fuerte continentalidad. Con la reserva de lo expuesto antes para Roma, puede apreciarse que nos encontramos ante una reafirma­ ción de la traslación hacia el norte de los grandes centros políticos. Véase, sobre este tema, el texto número 5. Ténga­ se en cuenta igualmente la preferencia de Carlomagno por Aquisgrán como capital. A título complementario —y consultado el correspon­ diente mapa histórico—, resulta de interés comparar el imperio de Carlos con las entidades políticas situadas al otro lado de las marcas fronterizas: árabes, anglosajones, eslavos, escandinavos... b) En segundo término, el texto nos presenta una serie de personajes a los que es necesario valorar en el desarro­ llo de los acontecimientos. De entrada (y abundando en criterios antes expuestos), el autor del texto resta importancia al Imperio de Bizáncio, cuyo trono considera vacante por ocuparlo una mujer, la emperatriz Irene. Este motivo se-ve como suficiente para una restauración del título imperial en Occidente. La figura de Carlos aparece en el texto como un sujeto un tanto pasivo de los acontecimientos. No parece en efec­ to, que el monarca franco buscase conscientemente el título imperial, ya que las sutilezas de su significado se le escapa­ ban a él —un germano, a fin de cuentas— en buena parte. Ello, sin embargo, no será obstáculo para que el ejercicio de su autoridad se llevase a la práctica con una firmeza que sus sucesores no iban a poder mantener. La figura del Papa aparece en el texto en un primerísimo plano («le pareció al Papa León...», «consagración del Papa León...»). Pero hay que tener en cuenta que el pontífice se mueve al compás de una serie de acontecimientos: la nece­ sidad de encontrar un protector en el monarca franco en unos momentos en que las facciones nobiliarias romanas se muestran inquietas, o la búsqueda de un contrapeso en

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Occidente frente a la asfixiante tutela de los emperadores de Constantinopla. La actuación de León III se presentó así parcialmente movida por unos intereses demasiado inme­ diatos. Pero ello no fue obstáculo para constituir el prece­ dente en que sus sucesores se apoyarán para arrogarse el derecho de consagrar a los emperadores como condición sine qua non para poder ejercer como tales. La expresión «los padres que en asamblea...» puede iden­ tificarse tanto con el entourage pontificio como con los con­ sejeros de Carlos. En efecto, Alcuino de York, Amo de Salzburgo, o Riculfo de Maguncia serán los verdaderos artífices de la restauración imperial. Protagonistas del «renacimiento carolingio», estos personajes soportaban mal la idea del mantenimiento de la dignidad imperial en Constantinopla. En último término, en el documento aparece un protago­ nista colectivo en la figura de «todo el pueblo cristiano». Tal expresión empieza a sustituir a la antigua de pueblo romano. Supone una nueva concepción universalista, derivada no ya de una dependencia política, sino de una comunión espiri­ tual con Roma. Se ha dicho, así, que el Imperio de Carlos conecta más con el de Constantino que con el de Augusto. Ello nos llevaría a otro orden de consideraciones. 4) ¿Cuál es la valoración que puede darse a este Impe­ rio restaurado en el Occidente? Con el texto que estamos analizando a la vista y el auxilio de otros testimonios se puede llegar a una serie de conclusiones. El primer problema que se plantea —insistimos— eg el de la compatibilidad o no del imperio carolingio con el de Constantinopla. La coronación del 800 tenía características —cara a Constantinopla— de un verdadero golpe de Estado, ya que la dignidad imperial se consideraba única y afincada a ori­ llas del Bosforo. Aparte de las justificaciones antes esgrimi­ das, «los padres que en asamblea estaban» podían alegar otras. En efecto, frente a las graves conmociones espiritua­ les de Oriente (el fantasma de la iconoclastia seguía laten­ te), Carlos podía ser presentado como el campeón de la ortodoxia. Ni el pontífice ni los consejeros áulicos del sobe­

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rano carolingio se pararon a considerar las implicaciones políticas derivadas de esta decisión. Carlomagno trató de solventarlas bien por las armas (guerra abierta con Bizancio por la posesión de Venecia) o por la diplomacia: nego­ ciaciones con miras a una unión matrimonial, y, en última instancia, coexistencia pacífica de los dos emperadores. El segundo extremo a considerar en la valoración global del texto concierne a la dimensión religiosa que va a tener el imperio. Un cierto mesianismo (comparaciones de Carlos con David y Salomón, del imperio con un nuevo Israel, etc.) influirá a favor del monarca franco en unos años en los que la posición del pontífice era demasiado débil. La Cristian­ dad occidental, en su doble dimensión política y espiritual, será gobernada por Carlomagno. El texto que analizamos nos situaría así en uno de los capítulos de la historia de las relaciones entre el «regnum» y el «sacerdocium» que tanto juego darán a lo largo del Medievo. Véanse, al respecto, los textos números 15, 43 a 46 y 96 para establecer las oportu­ nas comparaciones. 5) En lo referente a la procedencia del texto, cabe decir que se encuadra en un bloque de testimonios coetáneos, bajo el común denominador de Anales, redactados en monasterios, muchos de ellos cercanos al valle del Rin: Anales Reales, Anales de Metz, de Fulda, de Lorsh, de Saint Bertin, etc. En todos, la coronación del 800 es recogida de forma destacada. Complemento de estos testimonios sería la Vita Karoli, de Eginardo. Todos ellos son expresión de un movimiento cultural conocido bajo el enfático nombre de «Renacimien­ to Carolingio». El papel de los eclesiásticos en la redacción del presente texto es evidente, más aún si tenemos en cuen­ ta el lugar de primer orden que se reserva a los clérigos en la restauración imperial, y otras expresiones, tales como «sometiéndose con toda humildad a Dios...». 6) Resulta innecesario recalcar la importancia del texto y la proyección que el acontecimiento que refleja va a tener en el futuro. De todo lo anteriormente expuesto y de las

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comparaciones que el lector vaya haciendo con otros textos recogidos en este volumen (tal y como antes hemos sugeri­ do) pueden sacarse fáciles e importantes conclusiones. Orientación bibliográfica

Para el análisis y comentario de este texto puede recurrirse a las obras recogidas en la bibliografía general que se refieren a teoría política, y a aquellas que acompañan a los epígrafes que conciernen al mundo carolingio. Con un sentido más monográfico puede el lector remitirse también a: R. F olz , Le couronnement imperial de Charlemagne, París, Gallimard, 1989. E. M it r e , «La Europa del 800 y sus fundamentos políticos», en Homenaje al Prof. Lacarra, Valencia, 1977. R. E. S ullivan (ed.), «The Coronation of Charlemagne», en Problems in European Civilization, Boston, D. C. Heath and Company, 1959. Interesantes también son las ponencias recogidas en la I Settimana de Spoleto (1954) bajo el tema I problemi della civilta carolingia.

Bizancio: repliegue mediterráneo y proyección hacia el medio eslavo Desde el último tercio del siglo vn, Bizancio logra algu­ nos éxitos parciales frente a la oleada islámica. Repliegue y helenización son los signos bajo los que vivirán las dinastías heráclida e isáurica. A las viejas quere­ llas doctrinales de signo cristológico sucede, desde media­ dos del siglo viii, la pugna en torno al culto de las imágenes, que no concluirá hasta entrada la centuria siguiente. Mientras el Papado impone su autoridad moral sobre los Estados de la Europa occidental, Constantinopla ejerce su influencia evangelizadora en el medio eslavo. Bibliografía

L. B r e h ie r , La Querelle des images (VIII-IX siécles), París, 1904. R. M arichal , Premiers chrétiens de Russie, París, Les Éditions du Cerf, 1966. R. P ortal , Les slaves. Peuples et Nations (IX-XX siécles), París, A. Colin, col. «Destins du Monde», 1965. A. V asiliev , Byzance et les Arabes I. La dynastie d'Amorion, Bruselas, 1935.

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21. LOS MUSULMANES, RECHAZADOS DE CONSTANTINOPLA EN EL 677

Constante fue muerto a traición por sus criados en Sicilia cuando estaba en el baño. Después de haber reinado veintisiete años, le sucedió su hijo Constantino (IV). Fue al comienzo de su reinado cuando el príncipe de los sarra­ cenos equipó una potente flota, de la que dio el mando a un exce­ lente hombre de guerra llamado Caler. Éste abordó el Ebdome, que está en las afueras de Constantinopla. Constantino le salió al encuentro con gran número de barcos. Cada día se dieron varios combates y la guerra siguió sin descanso desde la primavera hasta el otoño, en que la flota enemiga se retiró a invernar en Cizico. Volvió en la primavera siguiente para proseguir la guerra, que, de esta forma, duró siete años. Pero al fin, como estos bárbaros, lejos de conseguir ventajas, habían perdido algunos de sus más valien­ tes hombres, se retiraron a su país, siendo atacados por una tem­ pestad en la que perecieron casi todos. Cuando el príncipe de los sarracenos supo la nueva pérdida de su flota, envió embajadores al emperador para solicitar la paz y ofrecer un tributo. El emperador aceptó la propuesta y envió hacia ellos a Juan, patricio llamado Petzigodio, hombre de rara sabidu­ ría y profunda experiencia. Cuando llegó a su país acordó una tre­ gua de treinta años, durante la cual pagaron tres mil piezas de oro y entregaron cincuenta hombres y cincuenta caballos. Apenas la noticia llegó a los ávaros, enviaron presentes al emperador, solicitándole la paz que se acordó. Así, tanto Oriente como Occidente disfrutaron de una profunda calma y una perfecta tranquilidad. CHistoire des empereurs Constantin, Heracle et leurs successeurs, por Nicéforo, patricio de Constantino­ pla, en t. III de Histoire de Constantinople, París, Éd. Cousin, 1685, pp. 358-359.)

22. D isp o sic io n es ic o n o c la s ta s d e C o n s ta n tin o V (740-775) Habiendo decidido Constantino ultrajar a la Iglesia y combatir la piedad, reunió, como por inspiración de un mal espíritu, un concilio de 138 obispos, presidido por Teodosio, patriarca de Éfeso. Dio también la Iglesia de Constantinopla a un monje que era

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obispo de Sillea. Se ordenó que las imágenes fueran quitadas y se publicó el decreto en pleno mercado para dejar en ridículo su culto a los fieles que lo habían rendido. Se pronunció a continuación anatema contra Germán, que había sido Patriarca de Constantino­ pla, contra Gregorio de Chipre y contra Juan Damasceno, llamado Mansur. (Histoire des empereurs Constantin, Heracle et leurs successeurs, cit., p. 388.)

23. E v a n g e liz a c ió n d e l o s e s la v o s Los eslavos [de Moravia] estaban ya bautizados, así como sus príncipes, cuando Rotislav, Sviatopolk y Kotsel se dirigieron al emperador Miguel y le dijeron: «Nuestro país está bautizado, pero no tenemos maestros que nos instruyan y nos expliquen los libros sagrados. Pues nosotros no comprendemos la lengua latina ni la griega. Unos nos instruyen de una manera, los otros de otra, de manera que no podemos captar ni la letra ni el sentido de la Escri­ tura. Envíanos maestros que sean capaces de expresamos las pala­ bras del libro y su sentido.» Comprendiendo esto, el emperador Miguel convocó a todos los filósofos y les repitió las palabras de los príncipes eslavos. Los filósofos dijeron entonces: «Hay en Salónica un hombre llamado León. Tiene hijos que conocen la lengua eslava; dos hijos eruditos filósofos.» Entendiendo esto, el emperador les mandó buscar a Salónica, diciendo a León: «Envíanos pronto a tus hijos Metodio y Constantino.» León, comprendiendo esto, los envió rápidamente. Llegaron ante el emperador, que les dijo: «Los eslavos me han enviado una delegación para pedirme un maestro que pueda explicarles los libros santos.» Accedieron a la solicitud del empe­ rador y éste los envió a la tierra eslava, junto a Rotislav, Sviato­ polk y Kotsel. Desde su llegada, establecieron las letras del alfabeto eslavo y tradujeron los Hechos de los Apóstoles y los Evangelios. Los eslavos se alegraron de poder entender en su lengua las grandezas de Dios. Tradujeron a continuación el Salterio, el Octoico y otros libros. Algunos se levantaron contra ellos murmurando: «No conviene que ningún pueblo tenga otro alfabeto que el hebreo, el griego o el latino, según se deduce de la inscripción que hizo colocar Pilatos sobre la cruz del Señor.» El Papa de Roma reprendió a los que murmuraban contra los libros eslavos, diciendo: «Que se cumpla

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lo dicho en las Escrituras: que todas las lenguas alaben a Dios.» Y añadió: «Todas las lenguas proclamarán las grandezas de Dios, según les dio a expresar el Espíritu Santo. Y si alguno censura la escritura eslava que sea apartado de la Iglesia hasta que se corrija, pues son lobos y no corderos; conviene reconocerlos por sus frutos y guardarse de ellos. En cuanto a vosotros, hijos, escuchad la doc­ trina divina, no rechacéis la enseñanza de la Iglesia, tal y como os ha instruido vuestro máestro Metodio.» («Crónica de los tiempos pasados [o de Néstor]». Recogido en Prémiers Chrétiens de Russie, París, Éd. du Cerf, 1966, pp. 35-37.)

La Europa carolingia: su dinámica política Sucesores de los merovingios en el trono, los carolingios lograrán recomponer una Galia dividida y acosada por los musulmanes. La coronación del 800 supone el momento culminante de una trayectoria política que quiebra a la muerte de Carlomagno. El Tratado de Verdún, suscrito por los nietos del fundador del Imperio, fijará la división de éste en tres parcelas. Al mismo tiempo, asistiremos a la consagración del poder de los grandes señores territoriales. El feudalismo, en su dimensión política, refuerza sus posiciones en el Capitu­ lar de Quierzy. Bibliografía

J. Boussard, La civilización carolingia, Madrid, Ed. Guadarrama, B.H.C., 1968. H. F ichtenau , L’empire carolingien, París, Payot, 1958. L. H a lph en , Charlemagne et l'empire carolingien, París, Albin Michel, col. «L’évolution de l’humanité», 1968. R. M ussot -G oulard , Carlomagno, M éxico, F.C.E., 1986. J. M. Mínguez, Las claves del período carolingio, Barcelona, Planeta, 1991. A. I sla , La Europa de los carolingios, Madrid, Ed. Síntesis, 1993.

24. L a c o ro n a c ió n im p e ria l d e l 800 Véase el texto comentado al comienzo de este capítulo.

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25. E l tr a ta d o d e V e rd ú n (843) [...] llegado Carlos, los hermanos se reunieron en Verdún. Allí fue hecho el reparto: Luis recibió todo el territorio más allá del Rin, y de este lado del Rin, las ciudades de Spira, Worms, Magun­ cia y sus pagos. Lotario, el territorio que se encuentra entre el Rin y el Escalda, hasta el mar, y del otro lado, por el Cambresis, el Hainaut, los países de Lomme y de Méziers y los condados vecinos al Mosa hasta la confluencia del Saona y del Ródano, y el curso del Ródano hasta el mar, con los condados contiguos. Fuera de estos límites, Lotario obtuvo solamente Arras de la humanidad de su hermano Carlos. El resto hasta España lo recibió Carlos. Después de haber hecho los correspondientes juramentos, se separaron. (Armales de Saint Berlín, ann. 842-843, ed. Waitz M.G.H. in usum scholarum, 1883, pp. 29-30.)

26. C a p itu la r d e Q u ie rz y (877) Si un conde muriese y su hijo estuviera con nosotros, que nuestro hijo con nuestros otros fieles ordene, entre quienes fuesen más familiares y más próximos, el que con los ministeriales y el obispo provea el condado. Pero si tuviere un hijo pequeño, éste, con los ministeriales de dicho condado y el obispo en cuya parro­ quia habitare, provea del condado hasta que nos llegue la noticia. Si no tuviere hijo, nuestro hijo con nuestros otros fieles ordene quién, con los ministeriales del mismo condado y el obispo, provea el condado, en tanto se haga nuestro mandato sobre este asunto. Que por esto nadie se sienta airado si el condado lo otorgamos a otro, al que Nos quisiéramos y no al que hasta entonces proveyó de él. Lo mismo ha de hacerse con respecto a nuestros vasallos. Que­ remos y mandamos, expresamente, que tanto los obispos como los abades y condes y cualesquiera otros fieles procuren guardar lo mismo a sus hombres; y tanto de los obispados como de las aba­ días se ocupen el obispo vecino o el conde para que por nosotros no se disipen las cosas y derechos de los eclesiásticos y nadie impi­ da hacer limosnas con ellos. Y si lo intentare, de acuerdo con las leyes humanas componga esto, y según las leyes eclesiásticas satis­ faga a la iglesia que lesionó, y pague nuestra multa según la clase de su culpa y a Nos placiere. Si alguno de nuestros fieles, tras de nuestra muerte, movido por amor a Dios y a nosotros, quisiere renunciar al siglo y tuviere hijo y

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pariente que sirva para la cosa pública, puede dar sus honores a éste como mejor lo considere conveniente. Y si quisiera vivir tran­ quilamente en su alodio, que nadie le cause ninguna dificultad, ni se le reclame nada, a no ser para que marche a defender la patria. (Ed. Boretius, M.G.H. Capitularía Regtim Francomm II, p. 358.)

La Europa carolingia: estructuras económicas y sociales Desde el siglo vm, el Mediterráneo pierde su papel de vínculo de unidad para convertirse en barrera entre civiliza­ ciones. La Europa carolingia vive prácticamente de espaldas al comercio. La base de su economía estará constituida por las grandes unidades fundiarias (las villas), casi autárquicas. Frente a la degradación progresiva de la masa campesi­ na, la aristocracia carolingia estrecha los lazos de depen­ dencia feudovasallática, en cuyo vértice está la figura del monarca. Bibliografía

H. P ir e n n e , Mahoma y Carlomagno, Madrid, Alianza Universidad, 1978 (un clásico aparecido en París en 1937). M. B loch , Les caracteres origirtaux de l'histoire rurale frangaise, 2 vols., París, Éd. A. Colin, 1961-1964. Versión castellana: La historia rural fran­ cesa, Madrid, Ed. Crítica, 1978. G. D uby , Guerreros y campesinos. Desarrollo inicial de la economía europea (500-1200), Madrid, Ed. Siglo XXI, 1976. M . B lo ch , «Seigneurie fran?aise et manoir anglais», en Cahiers des Anuales, París, Armand Colin, 1967. P. T ou bert , Castillos, señores y campesinos en la Italia medieval, Barcelona, Crítica, 1990. 27.

E x p lo ta c ió n d e u n a v il l a c a ro lin g ia : su s INSTALACIONES y DEBERES DE LOS CAMPESINOS HACIA EL SEÑOR

Hay en Villeneuve un manso de señor, con habitación y otros edificios en cantidad suficiente. Ciento setenta y dos bonniers de

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tierras arables en las que pueden sembrarse ochocientos moyos. Hay noventa y un arpendes de viñedo, donde pueden cosecharse mil moyos; ciento sesenta y seis arpendes de pradera, donde pue­ den recogerse ciento sesenta y seis carros de heno. Hay tres harine­ ros, cuyos censos producen cuatrocientos cincuenta moyos de gra­ no. Otro no está sujeto a censo. Hay un bosque de cuatro leguas de circunferencia, donde pueden engordar quinientos cerdos. Hay una iglesia bien construida con todo su mobiliario, una habitación y demás edificios en cantidad suficiente. De ella depen­ den tres mansos. Repartidos entre el cura y sus hombres hay vein­ tisiete bonniers de tierra arable y una ansange, diecisiete arpendes de viña, veinticinco arpendes de pradera. De ella procede en cali­ dad de «regalo» un caballo. Tiene a su cargo la labranza para el señor de nueve perches y una ansange, y dos perches para los ce­ reales de invierno, y debe cercar cuatro perches de prado. Actardo, colono, y su mujer, colona, llamada Eligilda, hombres de Saint-Germain, tienen con ellos seis niños, llamados Ageto, Teudo, Simeón, Adalsida, Deodata, Electardo. Cultivan un manso libre que comprende cinco bonniers de tierra de labor y dos ansanges, cuatro arpendes de viña, cuatro arpendes y medio de prado. Entrega para la hueste cuatro sueldos de plata, y el otro año dos sueldos para la entrega de carne, y el tercer año, para la entrega de forraje, una oveja con su corderillo. Dos moyos de vino por el dere­ cho de usar el bosque, cuatro dineros para poder coger madera; para el acarreo, una medida de madera. Ara cuatro perches para los cereales de invierno y dos para los de primavera. Prestaciones con animales o a mano, tantas como se le mande. Tres gallinas, quince huevos. Tiene que cercar cuatro perches de prado [...]. [...] Adalgario, esclavo de Saint-Germain, y su mujer, colona, llamada Hairbolda, hombres de Saint-Germain. Éste ocupa un manso servil. Hadvoldo, esclavo, y su mujer, esclava, llamada Guinigilda, hombres de Saint-Germain, tienen con ellos cinco hijos: Flotardo, Girioardo, Airolda, Advis, Aligilda. Éstos ocupan un manso libre que comprende un bonnier y medio de tierra arable, tres cuartos de arpende de viña, cinco arpendes y medio de prado. Hace en la viña cuatro arpendes. Entrega para usar el bosque tres moyos de vino, un setier de mostaza, cincuenta mimbres, tres gallinas, quince huevos. Los servicios manuales, donde se le man­ de. Y la mujer esclava teje sargas con la lana del señor y embucha a las aves de corral tantas veces como se lo mandan. Ermenoldo, colono de Saint-Germain, y su mujer, esclava; Focaldo, esclavo, y su mujer, esclava, llamada Ragentisma, hombres de Saint-Germain. Estos dos ocupan un manso servil que contiene

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dos bonniers, una ansange y media de tierra arable, un arpende de viña y dos arpendes y medio de prado. Debe este manso lo mismo que el precedente. La mujer, esclava, y su madre, tejen sargas y embuchan a las aves de corral tantas veces como se les manda. (Polyptique de l’abbaye de Saint-Germain-Des-Prés. Ed. A. Longnon, París, 1886, pp. 218 y 230. Extrac­ tado por G. D uby en Economía rural y vida campe­ sina en el occidente medieval, Barcelona, Ed. Penín­ sula, 1968, pp. 468-470.) 28.

I n st r u c c io n e s

de

C a rlo m ag no

para m a n t e n e r

u n a in d u s tr ia d o m é stic a e n e l m a rc o d e l a s v illa s (h a c ia e l 8 0 0 )

Que nuestros intendentes manden proveer, en el tiempo oportu­ no, a nuestros cardadores, según la costumbre establecida, de las cosas necesarias para su trabajo. O sea, lino, lana, glasto, pintura ber­ meja, granza, cardadores de lana, cardenchas, jabón, grasa, vasijas y demás instrumentos necesarios para llevar a buen fin su trabajo. ...Que cada intendente tenga en su distrito buenos obreros. A saber: obreros para el hierro, el oro y la plata; zapateros, torneros, carpinteros, fabricantes de escudos, pescadores, pajareros; fabri­ cantes de jabón; hombres que sepan fabricar cerveza, sidras de manzana, sidras de pera y todas las demás especies de bebida; panaderos que hagan panes para nuestra mesa; obreros que sepan, a su vez, hacer redes tanto para la caza como para la pesca y la captura de pájaros, y demás tipos de obreros que sería excesiva­ mente largo enumerar. («Capitulare de Villis». Recogido en J. D elperrié de B ayac, Carlomagno, Barcelona, Ed. Aymá, 1976, pp. 299-300.) 29.

R e l a c io n e s

d e fid e lid a d m o n ar q u ía - alta n o b l e z a

EN ÉPOCA CAROLINGIA

Y allí fue Tassilón, duque de Baviera, encomendándose en vasallaje por medio de las manos; prestó numerosos juramentos, innumerables, poniéndose las manos sobre las reliquias de santos, y prometió fidelidad al rey Pipino y a sus ya mencionados hijos

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Carlos y Carlomán, como un vasallo de espíritu recto y de firme devoción, de derecho, debe serlo para sus señores. (Armales Reales, año 757, vasallaje entre Tassilón III Y Pipino el Breve, en G anshof , El feudalismo, Bar­ celona, Ariel, 1963, p. 54.)

30. Los HOMBRES LIBRES EN LA EUROPA CAROLINGIA (808) Y SUS OBLIGACIONES MILITARES

Que todo hombre libre que posea cuatro mansos habitados, bien en alodio, bien en beneficio de alguien, haga sus preparativos y se dirija por él mismo a la hueste, con su señor, si este último también concurre, o con su conde. Que el poseedor de tres mansos se asocie al de un manso, al cual ayudará para que pueda servir por ambos. Que el poseedor de dos mansos se asocie a otro de dos man­ sos, y que uno de ellos, a costa del otro, concurra a la hueste. Que el poseedor de un solo manso y que tres hombres que asimismo tie­ nen uno sean asociados y den su ayuda al que concurra a la hueste. Los tres hombres que ayuden permanecerán en sus tierras [...]. (M.G.H. Capitularía Regum Francorum 1, cit., p. 137.)

Las nuevas agresiones contra la Europa cristiana Desde el primer tercio del siglo IX, Occidente conoce una serie de ataques procedentes de tres zonas. Desde el Norte, los normandos iniciarán periódicas incursiones, al principio sobre los bordes litorales. Más adelante, se llegará a asenta­ mientos estables, como el ducado de Normandía en el 911. Desde el Este, los magiares, apoyándose en una caballería extremadamente móvil, dejarán sentir su fuerza año tras año hasta su derrota por Otón I en el 955. Por último, las costas de Provenza e Italia sufrirán la agresión de los sarra­ cenos del norte de África hasta fecha muy avanzada. Bibliografía

F. D onald L ogan , Los vikingos en la Historia, México, F.C.E., 1985. F. D urand , Les vikings, París, P.U.F., col. «Que sais-je?», 1965.

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

A. d ’H a en en s , Les invasions normárteles, une catastrophe?, París, F lam m arion, Questions d'Histoire, 1970. L. M u s s e t , Las invasiones. El segundo asalto contra la Europa cristiana (siglos VII alXI), Barcelona, Ed. Labor, col. «Nueva Clío», 1968. 31.

U n a a g r e sió n n o r m a n d a d u r a n t e e l d e O r d o ñ o I d e A st u r ia s (8 5 0 -8 6 6 )

r e in a d o

De nuevo, los piratas normandos vinieron a nuestros litorales en estos tiempos. Luego continuaron en España y destruyeron todas las zonas marítimas con la espada y el fuego. Desde allí, cru­ zando el mar, invadieron Nekor, ciudad de Mauritania, y allí mata­ ron con la espada a multitud de caldeos. Finalmente, asaltaron Mallorca y Menorca y las despoblaron con la espada. Después marcharon a Grecia, y después de tres años, retomaron a su patria. (Crónica de Alfonso III hacia el 900, versión Rotense, ed. Ubieto, Valencia, Anubar, 1961, p. 62.) 32.

V ictoria

d e l o s a n g l o sa jo n e s e n B r u n a n b u r h s o b r e lo s n o r m a n d o s n o r u e g o s a se n t a d o s e n D u b l ín (9 3 7 )

Aquí el rey Edelstan, de hombres señor dadivoso caudillo, y con él su hermano el príncipe Edmund, con filos de hierros gloria por siempre en batalla ganaron ante Brunanburh. Con forjadas espadas muro de escudos, de tilo, rompieron los hijos de Edward. Tal de su estirpe el temple heredaron, que ante todo enemigo y en toda ocasión defendían sus tierras, tesoros y hogares. De la tropa de escotos y gente de mar muchos cayeron, de muerte marcados; sangre de hombres el campo encharcó desde muy de mañana que el sol sobre el llano glorioso elevóse, la luz del Eterno, su antorcha radiante, hasta ya que de Dios la obra excelente, buscóse descanso. Lanzas allá

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tras escudo hirieron, y muchos murieron, hombres del norte lo mismo que escotos, en guerra exhaustos... («La batalla de Brunanburh». Recogido en Beowuffy otros poemas anglosajones. Siglos VII-X. Ed. L. y J. L erate , Madrid, Alianza Tres, 1986, p. 141.)

33.

U n a in c u rs ió n h ú n g a ra e n e l 9 2 4 s o b r e e l n o r t e d e I ta lia y e l s u d e s te d e l a G a lia

Los húngaros, conducidos por el rey Berenguer, a quien los lombardos habían rechazado, devastaron Italia. Pavía, ciudad muy poblada y próspera, fue incendiada, desapareciendo ingentes riquezas... Seguidamente, los húngaros franquearon los pasos de los Alpes, llegando a la Galia. Rodolfo, rey de la Galia Cisalpina, y Hugo de Vienne los acorralaron en los estrechos desfiladeros de los Alpes. De allí escaparon por un lugar desatendido y se abalan­ zaron sobre la Gotia. Los mencionados duques que los perseguían exterminaron a quienes pudieron encontrar a su paso. Mientras tanto, Berenguer, rey de Italia, era muerto por los suyos. Annales, ed. Ph. Lauer, París, Éd. Picard, 1906, pp. 22-23.)

(F lo d o a rd o ,

Iglesia y cultura en el mundo carolingio La vida cultural en la Alta Edad Media tiene como punto de referencia el llamado «renacimiento carolingio», movi­ miento eminentemente clerical y de muy limitado radio de acción. Alcuino de York, para la primera etapa; Eginardo (biógrafo de un Carlomagno demasiado idealizado), para la segunda, y Scoto Eriúgena, para la tercera, fueron las figu­ ras más representativas. La dinámica eminentemente cristiana de la Europa de Carlos y de sus sucesores se habrá de reflejar en la labor de evangelización —en condiciones a veces sumamente di­ fíciles— de los pueblos circundantes.

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

Bibliografía

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Las

in q u ie t u d e s in t e le c t u a le s d e

C arlom ag no

Hablaba con abundancia y facilidad y sabía expresar con clari­ dad lo que deseaba. Su lengua nacional no le bastó; se aplicó al estudio de las lenguas extranjeras y aprendió tan bien el latín que se expresaba indistintamente en esta lengua y en la materna. No le ocurría lo mismo con el griego, que comprendía más que hablaba. Por lo demás, tenía una facilidad de palabra que lindaba casi con la prolijidad. Cultivó apasionadamente las artes liberales y, lleno de venera­ ción hacia aquellos que le enseñaban, les colmó de honores. Para el estudio de la gramática siguió las lecciones del diácono Pedro de Pisa, entonces en su vejez. Para las otras disciplinas su maestro fue Alcuino, llamado Albinus, diácono él también, sajón originario de Bretaña y el hombre más sabio de entonces. Consagró mucho tiempo y labor en aprender junto a él la retórica, la dialéctica y, sobre todo, la astronomía. Aprendió el cálculo y se aplicó con aten­ ción y sagacidad en estudiar el curso de los astros. Ensayó también a escribir y tenía costumbre de colocar bajo los almohadones de su cama tablillas y hojas de pergamino a fin de aprovechar los momentos de descanso para ejercitarse en el trazo de las letras. Pero se inició en ello demasiado tarde y el resultado fue mediocre. Vie de Chartemagne, ed. L. Halphen, col. Les classiques de l'Histoire de France au Moyen Age, París, Éd. Champion, 1938, pp. 74-77.)

(E ginhard ,

35.

D io s — c ausa

d e t o d o a m o r — pu n t o d e a r r a n q u e

Y DE RETORNO DE TODOS LOS MOVIMIENTOS AMATORIOS, seg ún

E sco to E r iú g e n a ( h acia

el

865)

En consecuencia, con toda justicia se llama a Dios Amor, ya que es la Causa de todo amor, se difunde por todas las cosas, reú­

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ne todas las cosas en la unidad, y vuelve sobre sí mismo en un retomo inefable, y acaba en Él mismo los movimientos amatorios de todas las creaturas. La misma difusión de la Naturaleza Divina por todas las cosas que son en Ella y por Ella, es denominada Amor de todas las cosas. No porque de algún modo se difunda lo que carece de todo movimiento, y todo lo llena simultáneamente, sino porque por todas partes difunde la mirada de una mente racional y lo mueve —como Causa que es de la difusión y del movimiento del espíritu— hacia Él, investigando, hallando, y, en cuanto es posible, entendiendo, ya que llena todas las cosas para que sean y, por la pacífica unión del amor universal, reúne en uni­ dad infraccionable y toma conjuntamente de forma inseparable las cosas que son con lo que Él es. (J. E s c o to E riú g e n a , División de la naluraleza, F. J. Fortuny, Barcelona, Orbis, 1984, p. 153.) 36.

B a u t ism o

de

ed .

H a r o ld o ,

REY DE LOS DANESES, EN EL 8 2 6 (PALABRAS QUE EL REY DIRIGIÓ A LUIS EL PIADOSO)

Gran emperador, te voy a indicar, si tu alta voluntad me lo ordena, las razones que a mí y a los míos nos han traído hasta tu palacio. Fiel a las tradiciones de mis antepasados, he conformado mi actitud hasta el presente de acuerdo con lo que mi origen me indicaba: he rendido a mis dioses y diosas el debido culto y les he dirigido mis oraciones, a fin de que pusiesen bajo su protección al reino de mis padres, a mi pueblo, sus bienes y casas, a fin de que les evitasen el hambre y las desgracias de toda especie, y nos fue­ sen favorables en todo. Ebon, vuestro sacerdote, vino durante algún tiempo a tierras normandas y proclamó y defendió otras ver­ dades, sosteniendo que hay un solo Dios, creador del cielo, de la tierra, del mar, y que a Él debe ir dirigido todo honor, y que ha sacado del limo a los dos seres humanos cuya posteridad ha habi­ tado la tierra. Este Dios supremo envió entre nosotros a su hijo, cuyo costado herido derramó una ola de sangre: todos los pecados del hombre fueron lavados y el hombre ha resucitado en el reino de los cielos... En cuanto a los dioses que nuestras manos forjaron en el metal, vuestro sacerdote los llamó ídolos vanos y les negó toda existencia. Es aquélla, benévolo emperador, la religión que el muy santo sacerdote Ebon dice que es la vuestra. Recibiendo mi confianza y esclarecido por sus nobles palabras, creo en el Dios

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

verdadero y reniego de mis ídolos. He aquí por qué he venido con mis navios a vuestro reino: para asociarme a vuestra fe. César respondió: «Amado Haroldo, lo que pides te lo concede­ ré, tal como lo solicitas, y doy por ello gracias a Dios»... Termina­ dos los santos preparativos, César y Haroldo se dirigieron a la iglesia. ,

Le N o ir, «Poéme sur Louis le Pieux», en Les classiques de l’Histoire de France au Moyen Age, París, Éd. Champion, 1932, versión de D. Faral, pp. 167-171.)

(E rm o ld

Transformaciones del Islam en Oriente y Occidente La subida de los abbasíes al califato a mediados del si­ glo vin marca el punto culminante del Islam en su primera época. Pero ya para entonces empiezan a producirse los pri­ meros movimientos secesionistas en España y el norte de Africa. Y para entonces, también, la resistencia de los núcleos cristianos del norte de la Península es algo más que una simple anécdota. En el siglo x, la división del Islam es una realidad. Fren­ te al califato de Bagdad surgirán el de Córdoba y el Fatimí del norte de África. Bibliografía

R. d ’A badal , Els primers comtes catalans, vol. I de Biografíes catalanes, Bar­ celona, Ed. Vicens Vives, 1965. P. G uichard , Al-Andalus. Estructura antropológica de una sociedad islámica en Occidente, Barcelona, Barral Editores, 1975. H. L aoust , Les schismes dans l'Islam, París, Payot, 1965. C. S á nchez A lbornoz , Despoblación y repoblación del valle del Duero, Bue­ nos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1966. G. Wiet, L'Egipte arabe, París, Éd. Plon, 1937. 37.

F u n d a c ió n d e B a g d ad p o r M a n s u r (7 6 2 )

Esta isla, entre el Tigris al Este y el Eufrates al Oeste, es un lugar para un mercado mundial. Todos los barcos que ascienden

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por el Tigris, procedentes de Wasit, Basra, Ubulla, Ahwaz, Fars, Uman, Yamama, Bahrayn y más allá, recorrerán sus aguas y ancla­ rán aquí. Mercancías traídas en barcos sobre el Tigris, procedentes de Mosul, Diyar-Rabia, Adarbayyan y Armenia, y a lo largo del Éufrates, oriundas de Diyar-Mudar, Raqqa, Siria y los pantanos colindantes, Egipto y África del norte, serán transportadas y des­ cargadas aquí. Será la ruta para las poblaciones de Yabal, Isfahan y los distritos de Jurasan. Dios sea loado, que la preservó para mí e hizo que la menospreciasen todos los que vinieron antes que yo. En nombre de Dios la edificaré. Entonces viviré en ella mientras viva y mis descendientes morarán en ella después de mí. Será seguramente la ciudad más floreciente en el mundo. (Recogido del geógrafo Ya’qubi, en B. L ewis , Los ára­ bes en la Historia, Madrid, Espasa Calpe, 1956, p. 104.)

38. La REPOBLACIÓN DEL VALLE DEL DUERO Muerto Ramiro, su hijo Ordoño le sucedió en el reino. Fue éste un varón modesto y paciente. Las ciudades desiertas por sus antepasados, es decir, León, Astorga, Túy y Amaya Patricia, las amuralló/y puso puertas. Las pobló con gentes tanto de entre los suyos cómo procedentes de España. Con los caldeos mantuvo guerra frecuentemente y siempre resultó vencedor. En los inicios de su reinado se rebeló la provincia de Vasconia, en donde irrum­ pió con un ejército. Al instante, desde otra parte, cayeron sobre él de improviso los enemigos sarracenos. Pero, con la ayuda de Dios, puso en fuga a los caldeos y sometió a su autoridad a los vascones. (Crónica de Alfonso III, versión Rotense, ed. Ubieto, cit., pp. 56-57.)

39. Los INICIOS DE LA RECONQUISTA EN CATALUÑA Después que el dicho conde Wifredo hubo ganado la gracia del rey de Francia, congregó muchas gentes de las tierras del mismo rey, con las que expulsó a los sarracenos de dicho condado hasta la ciudad de Lérida. Y desde este momento tuvo toda la tierra segura bajo su dominio. Y de esta manera el dicho conde Wifredo tuvo el

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

condado de Barcelona libre y franco del dominio y potestad del rey de Francia. Luego, el mismo conde, habiendo eliminado a los sarracenos de su tierra, edificó en honor de Dios el monasterio de Ripoll, en el Año del Señor de DCCCLXXXVIII y le dotó generosamente de riquezas y otros dones. Este conde procreó de su mujer cuatro hijos: uno de ellos se llamó Radelfo y fue monje de dicho monasterio de Ripoll y luego de Urgel. Otro, Wifredo, que murió envenenado y fue sepultado en dicho monasterio de Ripoll. Otro Mirón, que, después de la muerte de dicho conde, le sucedió en el condado. Y otro, Sunyer, que des­ pués de dicha muerte fue conde de Urgel. Este conde Wifredo fue varón de gran probidad y benignidad y poseyó en situación próspera su tierra. Murió el cuadragésimo año de su vida, el DCCCCXII, y fue enterrado con grandes honores en dicho monasterio de Ripoll. CCrónica de San Juan de la Peña, hacia 1350 [edición latina], ed. Ubieto, Valencia, Anubar, 1961, pp. 104105.)

40. R e tr a to d e A bd a l-R a h m a n III, p rim e r c a lifa d e C ó rd o b a (912-961) El reinado de Abd al-Rahman duró cincuenta años con la mayor gloria y el poder más incontrastable, conquistando ciuda­ des por Oriente y Occidente, combatiendo y venciendo a los cris­ tianos, arrasando sus comarcas y destruyendo sus castillos con tal fortuna que jamás tuvo contratiempo, ni su estado sufrió detri­ mento alguno. A tal punto llegó su próspera suerte, que Dios le concedió la conquista de ilustres ciudades y fuertes castillos a la otra parte del mar, tales como Ceuta y Tánger y otras poblaciones cuyos habitantes reconocieron su autoridad. Mandó a ellas sus alcaides y soldados que las mantuvieran, auxiliándolas con nume­ rosos ejércitos y escuadras, que invadieron el país berberisco, ven­ ciendo a sus reyes, quienes se encontraron obligados a ocultarse estrechados por todas partes, o a someterse arrepentidos o a emprender la fuga. Todos pusieron en él su afecto; a él se dirigie­ ron todas las inteligencias y vinieron a favorecerle y ayudarle en sus guerras los mismos que antes formaban parte de sus enemigos y habían puesto su conato en combatirle; pero retrocedió en su marcha, y su orgullo le extravió cuando el estado de su reino era

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tal que si hubiera perseverado en su antigua energía con la ayuda de Dios hubiera conquistado el Oriente no menos que el Occiden­ te. Ppro se inclinó, Dios le haya perdonado, a los placeres munda­ nos; apoderóse de él la soberbia, comenzó a nombrar gobernado­ res más por favor que por mérito, tomó por ministros personas incapaces e irritó a los nobles con favores que otorgaba a los villa­ nos, como Nachda el de Hira y sus compañeros de la misma ralea. Dio a éste el mando del ejército y le confió los más arduos asuntos [...]. Fue derrotado [el 326] de la manera más desastrosa [...]. Des­ de entonces no volvió a salir a campaña personalmente, sino que se dedicó a sus placeres y a sus construcciones, en lo que llegó a un punto al que no habían llegado sus predecesores, ni alcanzaron después sus sucesores; contándose de él en este concepto muchas anécdotas que, por sobrado conocidas, no son de referir. Reunió una servidumbre de hombres eminentes y de ilustres literatos como no habían reunido jamás otros reyes, siendo a la vez perso­ nas de purísima conducta y ejemplar vida. (Recogido del Ajbar Machmua, ed. Lafuente Alcánta­ ra, p. 134. En S ánchez Albornoz, La España musulmana, tomo I, Madrid, Espasa Calpe, 1973, pp. 352-353.) 41. LOS FATIMÍES CONQUISTAN EL NORTE DE ÁFRICA

Ismail fue el primero que designó como gobernadores del rei­ no de Sicilia a los Banu Abu-l-Hassan, los cuales, después de él, continuaron allí. Murió —Dios tenga piedad de él— el último día de Sawwal del año 341 [= 19 de marzo de 953 J. C.] y le sucedió —Dios tenga compasión de él— su hijo Abu Tamim Ma’dd, apodado al-Mu’izz. Es [éste] el más grande de los monarcas Ubaydies en poder y el mayor en dignidad. Gozaba de difundido renombre y era muy orgulloso, grave, de gran dulzura y poseído de sí mismo, hasta el punto de que se asegura había ordenado decir al almuédano: «Atestiguo que no hay más Dios que AUah y atestiguo que Ma’add es el enviado de Allah» [...]. Se apoderó de todos los países del Magrib al Mar Océano, de Barqa y Alejandría, y más tarde de Misr, Siria y el Hiyaz, bajo el mando de su general, el secretario Yawhar, siendo acatadas sus órdenes desde los confines de Siria y del Hiyaz hasta el Extremo Sur. Entró en Misr el martes día 17 de Sa’ban del año 358 [= 6 de

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

julio de 969 J. C.], y su almuédano dijo el adán especial de su sec­ ta en la mezquita de Tulun, el año 360 [= 970 J. C.] [...]. Estable­ ció en Misr su residencia y reinó en Siria y en el Hiyaz, después de designar representante suyo en el Magrib al sinhayi Buluqqinub, Ziri al-Manadi, en cuya mano colocó su sello. Sostuvo gran­ des guerras con los gobernadores abbasíes en Siria antes de dominarla, y se cita que hizo salir a Yawhar al encuentro de Aftikin el turco, con una hueste en la que figuraban 600 atabales y 5.000 estándartes. Murió en al-Mu’izziya, a la que edificó en Egipto, el domingo, día 6 de Du-l-Hiyya del año 364 [=17 agosto, 975 J. C.] —gloria al vivo que es inmortal—, y le sucedió Nizar. (El África del Norte en el «A'Mal Al-A’lam» de Ibn AlJatib, ed. Castrillo Márquez, Madrid, C.S.I.C., 1958, pp. 134-138.)

42. E l caudillo cordobés A lm anzor (f 1002)

SEGÚN UN TEXTO ÁRABE DE FINES DEL SIGLO XII

Construyó [Almanzor] para sí un alcázar y llevó el tesoro públi­ co a él. Escogió a los secretarios, dio empleo a los contadores e hizo llegar a todas las provincias a aquellos gobernadores de quie­ nes estaba seguro de su fidelidad, y no dejó a[l califa] Hisam sino la jutba y la acuñación de dinares y dirhemes con su nombre. Con todo, lo antepuso a sí mismo y dio todas las órdenes a su nombre, sin embargo, Ibn Abi Amir [Almanzor] daba cumplimiento a sus asuntos y a la gente le parecía que ellos provenían de él (de Hisam). Después, su designio y arrojo le empujaron al mando de los ejércitos que se le sometieron, y a la invasión de los países cris­ tianos, hasta el punto que sometió en ellos a todo insumiso inde­ seable. Dios concedió la victoria a su brazo, pues conquistó Barcelona y mató a su rey Borrel, la destruyó y cautivó a sus gentes, y se llevó de ella como botín una gran presa de esclavos, siervos, riquezas, armas, vestidos y bestias, volviendo a Córdoba incólume, ganan­ cioso y triunfante. Luego lanzó varias incursiones e hirió sorpresivamente a los cristianos con muchas devastaciones, hasta sometérsele los más lejanos países del politeísmo, ingresando por él en paz bajo su autoridad; hasta que a él vinieron el embajador del señor de Cons-

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tantinopla la Magna, el embajador del dueño de Roma y el de Cas­ tilla, con regalos, cortesías y raros presentes. Cada uno de ellos impetrando su seguro y tratando de obtener su favor. (Ibn al-K ardabus, Historia de al-Andalus, ed. F. M aí­ llo , M adrid, Akal Bolsillo, 1986, pp. 84-85.)

LA PLENITUD DEL MEDIEVO (SIGLOS XI AL XTV)

Introducción La coronación imperial de Otón I (962) puede tomarse como uno de los signos externos del progresivo endereza­ miento político de la Europa occidental. El Sacro Imperio Romano Germánico como ideal políti­ co-espiritual pronto habrá de enfrentarse con otro poder también de aspiraciones universales: el Papado. Desde Gre­ gorio VII (1073-1085) a Inocencio III (1198-1216) tratará de alcanzar dos metas: la reforma eclesiástica y la imposición a todos los poderes de la Europa cristiana de unos patrones abiertamente teocráticos. Al margen de las grandes construcciones universalistas de pontífices o emperadores, y por encima de la disgrega­ ción feudal, los monarcas occidentales aspirarán a ser «emperadores en sus reinos». Objetivo que, una vez alcan­ zado, va a hacer de Inglaterra, Francia o los Estados hispa­ nocristianos entidades políticas mucho más viables. Hablar de plenitud del Medievo es tanto como hablar del dinamismo en conjunto de la joven Europa. Las cruza­ das, apuntando al propio corazón del Islam, constituyen la faceta más llamativa de este fenómeno. Sin embargo, detrás de él se encuentran corrientes más profundas que muestran la vitalidad de una sociedad. En el ámbito rural, el movimiento roturador se desarrolla al com­ pás del incremento de los efectivos demográficos, desde fines del siglo x a las postrimerías del xin. También a lo lar­ go de este dilatado período Europa vuelve a tomar la inicia­ tiva que había perdido en los siglos anteriores en el campo de las relaciones mercantiles. Al Mediterráneo se une ahora

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

el mar del Norte como vehículo comercial. El renacimiento urbano consagrará estas brillantes realidades. El desarrollo de la espiritualidad europea tiene su mejor exponente en el auge de las órdenes religiosas iniciado en la reforma cluniacense. El Císter, más adelante, y las órdenes mendicantes, por último, vertebran buena parte de la vida espiritual a lo largo de estos siglos. En el ámbito estrictamente cultural, el llamado «renaci­ miento del siglo x i i » es, según P. Chenu, uno de los capítu­ los de la «reconquista del capital de la civilización antigua». Los autores árabes y judíos habrán de tener un importantí­ simo papel en este proceso, como intermediarios naturales entre Oriente y Occidente. La universidad y su producto acabado, el Homo scholasticus, son las expresiones de la síntesis cultural a la que Europa llega en el siglo x i i i . Al margen de la sociedad occidental, Bizancio y el Islam desarrollan sus propias posibilidades. El primero verá pronto cómo la colaboración militar de los cruzados se va a convertir en una peligrosa hipoteca. En el terreno político, porque el apoyo de los occidentales será lo que en buena medida vaya a condicionar sus posibilidades de superviven­ cia. En el espiritual, porque los contactos más directos con Roma se traducirán con frecuencia en situaciones particu­ larmente tensas. En el campo de la economía, porque el Imperio de Oriente irá sufriendo, desde fines del siglo xi, la penetración auténticamente colonizadora de las ciudades italianas. El Islam acusará también el impacto de la expansión de la cristiandad europea en Occidente y Oriente. En la penín­ sula Ibérica, el empuje de los Estados hispanocristianos sólo podrá ser contenido esporádicamente por los refuerzos venidos del norte de Africa (almorávides, almohades, benimerines...). En el otro extremo del Mediterráneo, la debili­ dad del Imperio bizantino y la precariedad de la presencia latina en Tierra Santa permitirán que el Islam no vea en ningún momento en peligro su supervivencia. Cuando la última posición de los occidentales en Palestina —San Juan de Acre— caiga en 1291, los musulmanes recuperarán en esta área la iniciativa de una forma prácticamente absoluta.

LA PLENITUD DEL MEDIEVO

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B ib lio g r a f ía

A las orientaciones generales pueden añadirse: J. Le Goff, La Baja Edad Media, en «Historia Universal, siglo XXI», Madrid, 1971. G. D evailly , L'Occident du X siécle au milieu du XIII sie.de, París, A. Colin, col. «U.», 1970. J. C alm ette , Le Reich Allemand au Moyen Age, París, Payot, 1951. J. F. N o e l , Le Saint-Empire, París, P.U.F., col. «Que sais-je?», 1976. S. R uncim an , Vísperas sicilianas. Una historia del mundo mediterráneo a finales del siglo XIII, Madrid, Revista de Occidente, 1961. C h . P etit -D utaillis , La monarchie féodale en France et en Anglaterre, P arís, A lbin M ichel, col. «L 'év olution de l’h u m a n ité » , 1971.

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

Modelo de texto analizado y comentado Carta de privilegios a la comuna de Dreux (1180) En el nombre de la santa e indivisible Trinidad. Amén. Como entre otras debilidades de la fragilidad humana, estamos sujetos a pérdidas y huidas de la memoria, la divina Providencia ha decre­ tado, en compensación de esta incomodidad, la invención perdu­ rable de la escritura, a fin de que la permanencia de los caracteres conserve inmutable lo que a cada instante está sometido al cam­ bio, en razón de las frecuentes variaciones de las cosas. Conside­ rando esta longevidad de los escritos, yo, Roberto, por la pacien­ cia de Dios, conde de Dreux y de Braine, hermano de Luis, ilustre rey de Francia, he querido, por los caracteres de la escritura, noti­ ficar a todos los presentes y futuros que, habiendo surgido un desacuerdo entre nos y mis burgueses de Dreux, hemos convenido este acuerdo, a saber: que les hemos concedido la comuna que hicieron en los tiempos del rey nuestro padre y la hemos confir­ mado por juramento: yo; Inés, condesa de Braine, mi esposa, y Roberto, mi hijo. Además, hemos jurado a los susodichos burgue­ ses que no levantaremos contra ellos ninguna tolte ni ninguna talla y no ejercitaremos contra ellos ninguna violencia. Suprimire­ mos todas las discordias por una paz, si es posible. Si la discordia, cualquiera que sea, no puede ser suprimida por ninguna paz, le pondremos término en nuestra curia, por juicio de hombres sabios y de nuestros fieles. Ellos mismos han jurado ser fieles a mí, a mi esposa y a mis herederos y guardar y defender nuestra plaza fuerte de Dreux contra todos; confirmar y no ceder nuestros derechos y justas costumbres y nuestras sentencias, siempre y en todas partes; no oponerse a ello, pero, si es necesario, hacerlos respetar según su poder. Hemos concedido, por otra parte, a dichos burgueses que no forzaremos a nadie de la comuna a usar nuestros molinos ni pagar otros censos. Hemos limitado nuestro banvin a un mes entre Navidad y Cuadragésima y otro mes entre Pascua y la Natividad de San Juan Bautista. No compraremos vino para revenderlo en virtud de nuestro ban, y hemos consenti­ do que la tercera imposición sobre la venta al por menor de las bebidas no se haga. Además, cada vez que sea necesario que nos o nuestros herederos hayamos de cumplir los servicios de hueste del rey, nos proveerán de tres carretas tiradas por tres caballos, cuyos gastos correrán a mi cuenta desde que salgan de la ciudad. En otro tiempo no podré obligar a los burgueses a entregarme o

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prestarme carretas o caballos. Si ellos mismos quieren, en consi­ deración de mis súplicas o por amor a mí, podrán prestarme sus caballos y suscarretas. Como es debido, los susodichos burgue­ ses, estaránobligados a hacer la prensa en mis lagares. A fin de que estas convenciones tengan firmeza de una perpetua estabili­ dad, he querido reafirmarlas por la suscripción de testigos y la imposición de mi sello [...]. Hecho públicamente en Sens, año de la Encamación del Verbo de 1180. Siendo Felipe rey de Francia, Alejandro Papa, Guido arzobispo de Sens, Juan obispo de Chartres. Dado por mano del clérigo Bernardo. (A. Du C h e sn e , «Preuves de l'histoire de la Maison de Dreux», Histoire des Maisons de Drenx, de Bar-leDuc, de Litxembourg et de Limbourg. Du Plessis de Richelieu. De Broyes et de Chateauvollain, París, Chez Sebastien Gramoisy, 1631, pp. 237-238.)

Comentario Tenemos en esta carta un acabado testimonio de tipo jurídico-estatutario, muy abundante en los siglos de pleni­ tud del Medievo: una carta de privilegios otorgada a los vecinos de una localidad. 1) El documento se inicia con un protocolo, largo exordio en el que se mezclan citas piadosas (paciencia divi­ na) con otras de carácter más pragmático: necesidad de constancia escrita de los acuerdos entre el conde de Dreux y los vecinos del lugar. El documento también se hace eco de algunas manifes­ taciones políticas y económicas de los años finales del si­ glo xii, en los que confluyen el afianzamiento del poder monárquico en la Francia Capeto y la expansión económica que experimenta el Occidente europeo en general. El documento ha sido redactado —la fecha y algunos pasajes del protocolo son lo bastante elocuentes— en el momento de transición entre dos reinados: el de Luis VII (el concedente se titula «Hermano de Luis, ilustre rey de Fran­ cia...») y el de Felipe II Augusto («siendo Felipe rey de Francia...»). A mayor abundamiento, se hacen constar los

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nombres del pontífice del momento (Alejandro III) y de los prelados de Sens y Chartres, sin duda las dos personalida­ des eclesiásticas de mayor rango, de las que dependerían a efectos espirituales los vecinos de la comunidad de Dreux. Queda así, en cierto modo, esbozada la significación de los principales personajes que aparecen en el texto. En un segundo plano figuran la esposa del conde Roberto, Inés de Braine, y su hijo, también llamado Roberto, incluidos como corresponsables de la confirmación de la carta. 2) Pasaremos ahora a analizar el texto en función de los términos de naturaleza económica o jurícLico-política: a) El más sobresaliente de todos es el de comuna, con­ cepto de una gran amplitud y riqueza de matices. En pocas palabras y remitiéndonos a sus orígenes, una comuna puede ser definida como una asociación de perso­ nas comprometidas en la defensa de unos intereses profe­ sionales o vecinales frente a las amenazas procedentes, en muchos casos, de los poderes tradicionales de signo feudalizante. El término es, en este sentido, equiparable a otros muchos: comunio, conjuratio, común, universitas, fratemitas... y, en un sentido excesivamente amplio, al de corpo­ ración. En el sentido vecinal de la expresión, este tipo de asocia­ ciones puede ser un primer paso para la posterior organiza­ ción corporativa de una vida política definitivamente desli­ gada de los lazos del señor. Sin embargo, en la presente carta no parece que los vecinos de Dreux quieran ir tan lejos: parecen haberse jura­ mentado sólo para conseguir algunas ventajas de tipo eco­ nómico, no para romper con la autoridad del conde, a la que siguen sometidos. b) En segundo lugar nos encontramos en el texto con un gran número de expresiones de naturaleza feudal. Inclu­ so a través de ellas se puede analizar el término feudal en su doble acepción: — Como modo de producción. En el texto hay amplias referencias a las cargas a que está sometido el pueblo llano y que se tratan de suprimir o, al menos, de aliviar: tolte y

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talla, impuestos a menudo arbitrarios. Monopolios de moli­ no y lagar, típicos del régimen feudal. Imposición sobre la venta de bebidas y compra de vino para revender y, en últi­ ma instancia, el banvin, derecho de los señores a vender su vino antes de que lo hicieran sus terrazgueros. Imposición ésta semejante al relego castellano. El término ban que aparece en el texto tiene también amplia proyección en el léxico feudal. Es identificable con el principio de autoridad, con el poder de mandar y castigar de los señores. Numerosos vocablos se construirán a partir de esta raíz: banalidad (referida a los monopolios antes mencionados), banlieu, banvin, banneret, bannir, banniére, heriban (convocatoria militar), etc. — Como conjunto de instituciones que respaldan gene­ ralmente compromisos de tipo militar. En el caso que nos concierne, estas relaciones no sólo son entre miembros de la casta militar, sino también entre el señor y los «burgueses» de Dreux. Hay expresiones muy significativas: la prestación de carretas —también dentro de ciertas limitaciones— para que el conde pueda cumplir sus obligaciones de auxilium militar en la hueste del rey. La obligación de los burgueses de «defender nuestra plaza fuerte de Dreux» es un servicio equiparable a los castellanos de castellería o anubda. Por otra parte, aparece la cuña condal como organismo consultivo y judicial. En ella, el «juicio de hombres sabios y de nuestros fieles» (¿algunos eclesiásticos y caballeros situados jerárquicamente por debajo del conde?) parece desempeñar las obligaciones típicas del consilium feudal. En el caso presente, para hacer de fuerza arbitral en la dis­ puta entre el conde y los «burgueses» de Dreux. c) De los personajes en juego, la figura del conde Roberto es la más destacada. Ella nos introduce en la dimensión estrictamente política del documento. Aparece muy estrechamente vinculado a la familia real. Más aún, el condado de Dreux se encuentra ubicado dentro del dominio real, a mitad de camino entre París y Chartres. El hecho de que un segundón de la casa reinante ostente un pequeño feudo supone, a escala reducida, un precedente de

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la ulterior política de los monarcas Capeto de conceder amplios territorios (apanages) a los segundogénitos, a fin de evitar posibles reclamaciones al trono, transmisible ya por vía de primogenitura. En los momentos a que se refiere el texto que comentamos (1180), el dominio real es aún muy reducido —prácticamente París y los alrededores—, y tal política sólo es viable mediante la donación de pequeños condados, segregados de éste. Por otro lado, la actitud del conde Roberto entronca con la política desarrollada desde años atrás por sus mayores, que también extendieron cartas de privilegio a distintos núcleos de población. En el caso de la presente se deduce que la comuna existía ya en Dreux desde Luis VI («les hemos concedido la comuna que hicieron en los tiempos del rey nuestro padre...»), pero o no había cuajado definiti­ vamente o había sufrido algún quebranto o no se habían fijado por escrito las cláusulas. 3) En función de todo lo antes expuesto, se podrían hacer algunas consideraciones globales de sumo interés. El presente texto es, en efecto, reflejo de una situación histórica designada como «revolución comunal», primer triunfo de la burguesía frente al orden feudal, renacimiento de la vida urbana, etc. a) Todo ello, sin embargo, ha de ser visto dentro de un contexto eminentemente feudal y transaccional. Los términos en los que la carta de libertades de la comuna de Dreux va redactada son elocuentes. No hay —conviene insistir— una ruptura total entre el orden «feudal» y el orden «burgués». En algunos casos la conquista de libertades ha podido ser violenta (caso de la comuna de Laon de 1112), pero no con­ viene generalizar. Los casos más frecuentes responden al acuerdo entre dos fuerzas —nobles y burgueses— o a conce­ siones regias: caso de la comuna de Lorris bajo Luis VI. Aparte de los marcos feudales en que la carta se redacta, hay que tener en cuenta también el ámbito esencialmente rural en que la comuna parece desenvolverse. Ello nos llevaría a tener presentes diversas tesis hoy enjuego a la hora de escudri­ ñar en el resurgir de las ciudades: ¿como producto de la

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influencia de los mercaderes internacionales?, ¿como resulta­ do de la propia expansión agraria del Occidente en estos años? El caso de Dreux parece encuadrable en el segundo tipo. La serie de razones antes expuestas parecen avalar esta idea. El término burgueses, repetido a lo largo del texto, se presta a ciertas matizaciones. Posiblemente hay que reducir su alcance cuantitativo por estar empleado con una cierta generosidad. La venta de vino parece ser —según se deduce de las cláusulas de la carta— la única actividad mercantil destacada. En última instancia, la expresión «nuestra plaza fuerte de Dreux» puede darnos medida del carácter eminentemen­ te militar de este núcleo de población. Sin duda, Dreux, vie­ ja ciudad gala, se había visto en la Alta Edad Media reduci­ da a una especie de burgo fortificado a cuyo amparo los vecinos de los contornos habrían desarrollado sus activida­ des agrícolas o comerciales. b) El autogobierno comunal (logrado de forma más o menos pacífica) es un movimiento general en todo el Occiden­ te desde fines del siglo x. Afecta tanto a núcleos de población calificables de urbanos como a entidades esencialmente rurales. En muchas ocasiones la autonomía lograda no es total. Así, en Dreux, la autonomía administrativa de los bur­ gueses y sus derechos de justicia son muy limitados. Una carta comunal puede servir de modelo para la con­ cesión de garantías y libertades a otras localidades. La de Dreux, sin duda, se aplicó en otros núcleos de población. Algo parecido sucedió con los fueros españoles, concedidos por los monarcas con vistas a la mejor población o defensa del territorio. Está ya universalmente admitida la expresión «familias de fueros». 4) Con todo, el m ovim iento de autogobierno no siguió forzosamente un camino ascendente. Una serie de circuns­ tancias podrán llegar a actuar como limitadoras: la política intervencionista de los monarcas, las tensiones internas de las ciudades (caso de las comunas italianas), que llevan a la búsqueda de un poder arbitral que acaba convirtiéndose en despótico... En muchos casos, la organización municipal,

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de carácter impersonal y corporativo, desembocará en un gobierno unipersonal e individualista: corregidores caste­ llanos, condottieri italianos, etc. (Véase texto 108.) El término comuna, sin embargo, a pesar de su deca­ dencia en el Bajo Medievo y de su consiguiente decrepitud, será capaz en el futuro de actuar como mito reivindicatorío. Su última expresión la encontraremos en la conmoción popular aq ue sacudió a París en 1871. Orientación bibliográfica

A las obras reseñadas, en las que se trata la problemática del renaci­ miento urbano en la Plenitud del Medievo, se pueden sumar: Recueil de la Société Jean Bodin. La Ville, 3 vols., Bruselas, 1954-1957. Y. B a r e l , La ville Médiévale. Svstéme social. Systéme urbain, Grenoble, PUG, 1977. P. M ic haud -Q u a ntin , Universitas. Expressions du mouvement communautaire dans le moyen age latin, París, J. Vrin, 1970. Ch. P e t it -D u ta illis , Les communes frangaises, P a rís, Albin Michel, col. «L'évolution de l'humanité», 1970. J. L. R o m e r o , La revolución burguesa en el mundo feudal, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1967. F. V er c a u t e r e n , «De la cité a la commune médiévale», en Bull. de la classe des Lettres de l’Academie royale de Belgique, 1962.

La lucha de los grandes poderes universales: pontificado e imperio en la plenitud del Medievo Los Dictatus Papae de Gregorio VII (1075) van a consti­ tuir el caballo de batalla del Papado en su lucha por sanear la Iglesia y por imponerse a los grandes poderes temporales. Las actitudes cesaropapistas de algunos emperadores ale­ manes, como Federico I, se verán a la postre frustradas. A lo largo del siglo xm los pontífices —Inocencio III marcará la pauta— se erigirán en la primera potencia de la cristiandad. Bibliografía

O . C a pit a n i , La riforma della Chiesa, Roma, Patrón Editore, 1984. F. C a r d in i , Barbarroja, Barcelona, Península, 1987.

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E. K a n to r o w icz , Frederic II, París, Gallimard, 1979. H a ller -D o n n e n b a u e r , De los carolingios a los Staufen.

Época antigua de los emperadores alemanes (900-1250), vol. II de su «Historia de Alemania», México, UTEHA, 1964. M. P acaut , La Théocratie, P a rís, A ubier, 1957. —, Federico Barbarroja, Madrid, Espasa Calpe, col. Austral, 1971. J. M. P o w e l l (ed.), Inocent III. Vicar of Christ or Lord of the World, Boston, Problems in European Civiliza tion, 1963. P. R ic h é , Gerberto. El Papa del año mil, Madrid, Nerea, 1990.

43. « D ic ta tu s Papae» (1075) 1) La Iglesia Romana ha sido fundada por el Señor. 2) Sólo el Pontífice Romano puede ser llamado justamente universal. 3) Sólo él puede deponer y absolver a los obispos. 4) Un legado papal, aunque sea de inferior condición que un obispo, puede deponer a éstos. 5) El Papa puede deponer a los ausentes. 6) No puede haber comunicación con los excomulgados por el Papa. 7) Sólo el Papa puede promulgar leyes de acuerdo con los tiempos, fundar congregaciones, transformar en abadía una cole­ giata y al contrario, dividir un obispado rico y agrupar varios obis­ pados pobres. 8) Sólo él puede usar las insignias imperiales. 9) Sólo al Papa pueden besar los pies los príncipes. 10) Su nombre debe ser recitado en todas las Iglesias. 11) Su título es único en el mundo. 12) Le está permitido deponer a los emperadores. 13) Le está permitido trasladar obispos de sede. 14) Tiene derecho a ordenar un clérigo de cualquier iglesia para el lugar que quiera. 15) Aquel que haya sido ordenado por él puede mandar en la iglesia de otro, pero no debe hacer la guerra; no debe recibir de otro obispo un grado superior. 16) Ningún sínodo general puede ser convocado sin él. 17) Ningún libro puede ser considerado canónico sin su autorización. 18) Sus sentencias no pueden ser revocadas por nadie. 19) Nadie puede juzgarle.

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20) Nadie puede condenar a aquel que apele a la Sede Apos­ tólica. 21) Las causas mayores de cualquier iglesia deben ser remiti­ das a él para que las juzgue. 22) La Iglesia Romana nunca se ha equivocado y, según los testimonios de la Escritura, no se equivocará jamás. 23) El Pontífice está santificado por los méritos del bienaven­ turado Pedro. 24) Por orden y consentimiento del Papa les es lícito a los subordinados acusar. 25) Puede, fuera de asambleas sinodales, absolver y deponer obispos. 26) No es católico quien no está de acuerdo con la Iglesia romana. 27) El Pontífice puede desligar del juramento de fidelidad a un monarca inicuo. (Ed. M.G.H., Epistolae selectae II, pp. 201-208.) 44.

R ec o n o c im ie n t o d e F e d e r ic o I (1

d e la a uto r ida d im per ia l d e ago sto d e 1 1 5 5 )

Los senadores presentes juraron y los futuros senadores juran y con ellos todo el pueblo romano, fidelidad al emperador Federico y ayudarle a mantener la corona del Imperio romano, y a defender­ la contra todos, y ayudarle a conservar sus justos derechos, tanto en la ciudad como fuera de ella, y no participar nunca con su con­ sejo y actos en una empresa en la que el señor emperador pudiese ser víctima de vergonzosa cautividad o perder un miembro o sufrir algún daño en su persona, y a no recibir investidura del Senado más que de él o de su representante, y observar todo esto sin frau­ de ni mala disposición. El señor emperador confirmará al Senado de modo perpetuo en el estatuto en que se encuentra actualmente, y lo exaltará por recibir la investidura del mismo, y le rendirá pleitesía, y recibirá de él un privilegio revestido del sello áureo, en el que se incluirán todas estas cláusulas: la confirmación del Senado y el mantener intactas por parte de dicho emperador todas las justas posesiones del pueblo romano, por depender éstas del Imperio. (Recogido por M. P acaut, Federico Barbarroja, Ma­ drid, Espasa Calpe, col. Austral, 1971, p. 136.)

LA PLENITUD DEL MEDIEVO 45.

E l P r im a do R o m a n o (1 1 9 8 -1 2 1 6 )

s e g ú n I n o c e n c io

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III

Aunque Nuestro Señor Jesucristo, al instituir la Iglesia, ha dado, por encima de los creyentes, a sus discípulos el poder de atar y desatar, ha concedido, sin embargo, al bienaventurado Pedro la preeminencia al decir: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra construi­ ré mi Iglesia.» Dios ha querido dar a entender a todos los fieles que, al igual que entre Él y los hombres no hay más que un media­ dor, Jesucristo hecho hombre, que ha restablecido la paz y elimi­ nado las divisiones, estableciendo la unidad entre ellos, así tam­ bién no hay en la Iglesia más que una cabeza común a todos, que tiene poder y lo ejerce en su nombre. Quiere evitar que nazca divergencia alguna entre miembros que no se reagrupan alrededor de una misma verdad, de una misma fe y de un mismo culto. Esto se deduce también del pasaje en que se lee la orden del Señor a Pedro de confirmar a sus hermanos y apacentar a sus cor­ deros. Es, así, en virtud de este poder concedido al bienaventurado Pedro por el Señor, que la Iglesia Romana, instituida y fundada por Nuestro Señor Jesucristo, por intermedio del bienaventurado Pedro, fue puesta en posesión de la autoridad sobre todas las Igle­ sias, a fin de que las decisiones de su Providencia fuesen recibidas por todas partes de forma definitiva. (M igne , Patrología Latina, t. 214, p. 275, carta 316.)

46.

B ula

d e I n o c e n c io c o n tr a F e d e r ic o

II

IV « E g e r cui l ev ia » (1 2 4 5 )

Cualquiera que busque sustraerse a la autoridad del vicario de Cristo [...] atenta contra la autoridad de Cristo mismo. El rey de reyes nos ha constituido sobre la tierra como su mandatario uni­ versal y nos ha atribuido la plenitud del poder dando al príncipe de los apóstoles y a nos el poder de atar y desatar no sólo a quien sea sino también lo que sea [...]. El pontífice romano puede ejercer su poder pontifical sobre todo cristiano al menos ocasionalmente [...] y con mucha más razón en virtud de pecado. El poder del gobierno temporal no puede ser ejercido fuera de la Iglesia, puesto que no hay poder constituido por Dios fuera de ella [...]. [...] Carecen de perspicacia y no saben remontarse al origen de las cosas aquellos que se imaginan que la sede apostólica ha recibí-

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t e x t o s y d o c u m e n to s d e é p o c a m e d ie v a l

do de Constantino la soberanía del Imperio, ya que la tenía antes, como es sabido, por naturaleza y en estado potencial. Nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios, verdadero hombre y verdadero Dios, verda­ dero rey y verdadero sacerdote según el orden de Melquisedeq [...] ha constituido en provecho de la Santa Sede una monarquía no sólo pontifical, sino real; ha dado al bienaventurado Pedro y a sus suce­ sores las riendas del Imperio, a la vez terrestre y celeste, como lo indica la pluralidad de llaves. Vicario de Cristo, ha recibido el poder de ejercer su jurisdicción por una parte sobre la tierra para las cosas temporales, por la otra en el cielo para las cosas espirituales. (Ed. E. Winkelman, Acta Imperii inédita, t. II, núm. 1035.)

Las monarquías feudales del Occidente europeo Durante casi un siglo, los monarcas Capeto y Plantagenet mantienen una cerrada pugna, que se decidirá a favor de los primeros desde la batalla de Bouvines (1214). Al mismo tiempo, los soberanos del Occidente (Francia, Inglaterra, la Sicilia normanda, los Estados hispanocristia­ nos...) reforzarán los mecanismos que los convertirán en aglutinante de unos Estados al margen de las pretensiones universales del Papado o del Imperio. Bibliografía

B a g u é -C abesta ny -S c h ra m m , Els primers comtes reis, vol. IV d e Biografíes Catalanes, B a rc e lo n a , 1963. A. B a l l e st e r o s , Alfonso Xel Sabio, Murcia-Barcelona, C.S.I.C., 1963.

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47. Luis VI de F rancia (1108-1137) se enfrenta

EN LOS ÚLTIMOS AÑOS DE SU VIDA CON LOS NOBLES FRANCESES, APOYADOS POR EL REY DE INGLATERRA

Ya nuestro señor el rey Luis, abrumado bajo el peso de su cor­ pulencia y de la fatiga continua que le causaban sus trabajos, comenzó a perder sus fuerzas, tal y como de ordinario sucede a la complexión humana. Pero esto sólo le ocurrió a su cuerpo, no a su ánimo, ya que acudía a todos los lugares del reino en donde come­ tían actos contrarios al interés de la majestad real y no soportaba que tales hechos quedasen sin venganza. Aunque sexagenario, mostraba tales conocimientos y una actividad tal, que si no hubie­ ra sido por su cuerpo, cargado de grasa, habría triunfado de todos sus enemigos y los habría aplastado. De ahí las quejas mezcladas con gemidos a las que se entrega­ ba a menudo con las personas de su confianza: ¡Oh, decía, qué miserable condición! ¡Apenas permite, o más bien, jamás permite unir la experiencia a la fuerza! Si de joven hubiese sabido, o si al menos ahora que soy viejo hubiese tenido fuerza, hubiera domina­ do muchos reinos. Sin embargo, a pesar de estar debilitado por su corpulencia, y absolutamente rígido sobre su lecho, resistió de tal manera al rey de Inglaterra, al conde Teobaldo (de Chartres, Blois y Brie) y a todos sus enemigos, que aquellos que lo veían u oían hablar de sus preclaras acciones, ensalzaban la nobleza de su corazón y deplora­ ban la debilidad de su cuerpo. Atormentado por estos sufrimientos, y con una pierna enferma, sin apenas poder desplazarse, luchó aún contra el conde Teobaldo e hizo incendiar Bonneval, salvo las instalaciones monásticas, que colocó bajo su salvaguarda. Otra vez, ausente el mismo conde, hizo destruir por sus hombres Chateau-Rénard, que era feudo de dicho señor. En la última expedición que condujo, al frente de una gran hueste, incendió el castillo de Saint-Brisson-sur-Loire, a causa de la rapacidad de su señor y de las depredaciones que ejercía sobre los mercaderes, y obligó a la torre y al señor a entregarse. (S ug er , Vie de Louis VI le Gros, París, Éd. H. Waquet,

col. «Les clasiques...», 1929, pp. 271-273.)

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48. L a C arta M agna (1215)

Juan, por la gracia de Dios, rey de Inglaterra, señor de Irlanda, duque de Normandía y de Aquitania, y conde de Anjou, a los arzo­ bispos, obispos, abades, condes, barones, jueces, guardabosques, sheriffs, prebostes, ministros y a todos los baillíos y fíeles, salud. Sabed que, por inspiración de Dios, por la salvación de nuestra alma y las de nuestros antepasados y herederos, por el honor de Dios y la exaltación de la Santa Iglesia y para la reforma de nuestro reino, con el consejo de nuestros venerables padres Esteban, arzo­ bispo de Canterbury, primado de Inglaterra y cardenal de la Santa Iglesia romana, Enrique, arzobispo de Dublín, Guillermo, obispo de Londres [...] y otros entre sus leales súbditos [...] hemos otorga­ do las siguientes garantías. 1) En el nombre de Dios, acordamos primeramente por la presente carta que confirmamos por nos y nuestros herederos, a perpetuidad, que la Iglesia de Inglaterra será libre y gozará sin nin­ guna mengua de sus derechos y libertades. Queremos que se observen la libertad de elecciones, reputada como la más grande y necesaria a la Iglesia de Inglaterra [...]. Hemos acordado también que sean guardadas a todos los hombres libres del reino, por noso­ tros y nuestros herederos, a perpetuidad, las libertades abajo escri­ tas, para que las tengan ellos y sus herederos, por nos y nuestros herederos. 2) Si uno de nuestros condes o barones u otros tenentes mili­ tares muere, y en ese momento su heredero tiene la mayoría de edad, y debe el relief, que entre en posesión de su herencia una vez pagado el acostumbrado relief. 4) Quien guarde la tierra de un heredero menor no tomará de la tierra de éste más que una renta razonable [...]. 12) Ningún escudaje será impuesto en el reino sin el consen­ timiento del común consejo de nuestro reino, a menos que sea para el rescate de nuestra persona, la caballería de nuestro hijo mayor o el matrimonio de nuestra hija mayor, una vez solamente, y, en todo caso, no se impondrá más que una ayuda razonable. 13) La ciudad de Londres gozará de todas sus antiguas liber­ tades, tanto por tierra como por agua. Además, queremos y conce­ demos que todas las otras ciudades, boroughs, villas y puertos ten­ gan todas las libertades y libres costumbres. 16) Nadie será obligado a cumplir otros servicios más que los que deba por su feudo de caballero o de otra tenencia libre. 35) No habrá en nuestro reino más que una medida para el

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vino, la cerveza y el trigo. A saber, el quarter de Londres, y una medida de longitud para los paños teñidos y para los roussets y los halbergets, a saber, dos anas entre los bordes. 36) Ningún hombre libre será detenido, apresado o puesto fuera de la ley, exiliado o lesionado de manera alguna, ni iremos ni mandaremos a nadie contra él sin juicio leal de sus pares, confor­ me a la ley del país. 41) Todos los mercaderes podrán transitar libres por Inglate­ rra, salir, entrar o permanecer en ella, por tierra y agua, para com­ prar o vender, sin ninguna exacción, según las viejas y justas cos­ tumbres, salvo cuando su país esté en guerra con nosotros. (Recogido en A Dociimentary History of England, vol. I (1066-1540), ed. Bagley and Rowley, Londres, Penguin Books, 1962, pp. 100 ss.) 4 9 . S a n L u is (1 2 2 6 -1 2 7 0 ) r e f o r m a e l p re b o s ta z g o

d e P a rís

El prebostazgo de París se vendía por entonces a los burgueses de la ciudad o algunos de ellos. Cuando alguno lo compraba, soste­ nía a sus hijos o sobrinos en sus ultrajes, pues los jóvenes confia­ ban en sus padres y amigos cuando estaban al frente del cargo. Por ello, el pueblo menudo estaba postergado y no podía obtener justi­ cia de los hombres ricos, por los grandes presentes que éstos ha­ cían al preboste. El que decía en este tiempo la verdad delante del preboste o quería guardar su juramento para no ser perjuro por haber tenido que responder por deudas o por alguna otra cosa, era multado por el preboste y castigado. Por las grandes injurias y rapiñas que eran cometidas en el prebostazgo, el pueblo menudo no osaba permanecer en la tierra del rey, sino que iban a morar a otros prebostazgos y señoríos. La tierra del rey estaba tan desierta que, cuando el preboste tenía sus audiencias, no venían a ellas más que diez o doce personas. Por ello, había multitud de malhechores y ladrones en París que se extendían a toda la región. El rey puso gran diligencia para guardar al pueblo menudo [...] hizo encuesta en todo el reino a fin de encontrar un hombre capaz de adminis­ trar buena y rígida justicia y que no favoreciese a los ricos más que a los pobres. Se le indicó a Esteban Boileau, el cual guardó de tal forma el prebostazgo que ni malhechores, ni ladrones, ni asesinos osaron

102 TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL permanecer en París que no fuesen colgados o aniquilados, sin que padres, linajes, oro y plata pudieran servir de garantía. La tierra del rey empezó a recuperarse y el pueblo vino a ella al ver la buena jus­ ticia que se administraba. Se multiplicó y enmendó tanto que las ventas, compras, tomas de posesión y otras cosas crecieron la mitad de año en año. Con todo, el reino de Francia se recuperó amplia­ mente según testimonian muchas personas ancianas y sabias. «Histoire de Saint Louis», en Historiens et Chroniquenrs du Moyen Age, Éd. Gallimard, París, La Piéiade, 1952, pp. 362-363.)

(J o in v iia e ,

50.

H acia la u n ió n

catalanoaragonesa

(1 1 7 4 )

Sigue instrumento de donación que hizo la noble reina Petro­ nila después de la muerte del ilustrísimo conde de Barcelona y príncipe de Aragón, su marido, a su venerable hijo Alfonso, rey de Aragón y conde de Barcelona, sobre el reino de Aragón. Yo, Petronila, por la gracia de Dios, reina de Aragón y condesa de Barcelona, mujer que fui del venerable Raimundo Berenguer, conde de Barcelona y príncipe de Aragón, con gustoso ánimo, prontísima voluntad, con el consejo y consenso y providencia de otros magnates tanto aragoneses como barceloneses, te doy, a ti, mi dilecto hijo Alfonso, rey de Aragón y conde de Barcelona, que en el testamento de mi marido eras llamado Raimundo, y a todos tus sucesores, todo el reino de Aragón íntegramente, sus ciudades y fortalezas, villas, iglesias y monasterios, con todos los términos y posesiones y pertenencias que corresponden al mencionado reino de Aragón o deben pertenecer de algún modo, así como mejor tuvieron el reino de Aragón en otro tiempo mi abuelo y mi bisa­ buelo. Y para que esta donación sea tenida firme y estable a perpetui­ dad, confirmo con mi propia mano y concedo ordenación del tes­ tamento de mi marido y su última voluntad, así como el mismo marido, tu padre, ordenó y estableció en dicho testamento de todo el antedicho reino y de las demás cosas [...]. Si muriese sin descen­ dencia legítima se seguirá el orden fijado en el testamento de mi marido, tu padre, entre tus otros hermanos. Hecho esto en Barcelona XIIII kalendas de julio año de la encamación del Señor MCLXXIIII. (Liber Feudonim MaiorI, doc. 17, pp. 23-24.)

LA PLENITUD DEL MEDIEVO 51.

F e r n a n d o III (1 2 3 0 -1 2 3 3 )

u n e l o s r e in o s d e

103

C astilla y L e ó n

Así pues, en breve tiempo, disponiéndolo Dios, en cuya mano está el reino de los hombres, nuestro rey poseyó en paz el reino paterno, excepto Galicia, a la que no pudo ir inmediatamente y en la que perduraba una no pequeña turbación nacida desde la muer­ te del padre. En la persona, pues, de nuestro rey, los dos reinos, que se ha­ bían separado en la muerte del emperador, se unieron. En el próximo año siguiente, alrededor de la Natividad del Señor, entró el rey en Galicia, a la que condujo de la turbación a la paz y, sanados muchos males tras una profunda investigación y promulgadas algunas constituciones contra los perturbadores y malhechores de la tierra, llegó a Asturias ovetenses, donde estuvo un poco de tiempo y, restaurados los daños y pacificada la tierra, salió de ella y, pasando por León, llegó a Carrión, donde la madre le salió al encuentro y donde su esposa había vivido largo tiempo. Se reunieron allí con él muchos de los pueblos del reino leonés y muchos nobles de Galicia y Asturias, de los que a unos despidió y a otros llevó consigo a Burgos. Confluyó a la misma ciudad gran cantidad de hombres plebe­ yos y nobles tanto de Castilla como de Galicia y de otras partes del reino, y allí el rey se detuvo largo tiempo, despachando asuntos de diversa especie con el consejo de hombres prudentes. En el siguiente invierno de la era de 1271, en la fiesta de Epifa­ nía, el rey asedió Úbeda con los nobles y no muchos plebeyos del reino leonés y los plebeyos de Toro, Zamora, Salamanca y Ledesma, que, según el mandato del rey, acudieron en gran multitud y con mucho aparato para el asedio de la citada villa. (Crónica latina de los reyes de Castilla, ed. L. C harlo B rea , p. 86, Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1984.) 52.

N aturaleza

del

R ey

en

L a s P artidas

¿Qué cosa es el rey? Vicarios de Dios son los Reyes, cada uno en su Reyno, puestos sobre las gentes para mantenerlas en justicia, e en verdad, quanto en lo temporal, bien assi como el emperador en su Imperio. Esto se

104

TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

muestra complidamente en dos maneras. La primera dellas es espi­ ritual, segund lo mostraron los Profetas e los Santos, a quien dio nuestro Señor gracia de saber las cosas ciertamente, e de fazerlas entender. La otra es segund natura, assi como mostraron los ornes sabios, que fueron conoscedores de las cosas naturalmente. E los Santos dixeron que el Rey es puesto en la tierra en lugar de Dios para complir la justicia, e dar a cada uno su derecho. E por ende le llamaron coragón e alma del pueblo. Ca así como yace el alma en el coragón deí ome, e por ella bive el cuerpo, e se mantiene, assí en el Rey yace la justicia, que es vida, e mantenimiento del pueblo de su Señorío. E bien otrosí como el corazón es uno, e por él reciben todos los otros miembros unidad, para ser un cuerpo, bien assí todos los del Reyno, maguer sean muchos, porque el Rey es e deue ser uno, por eso deueñ otrosí ser todos unos con él para servirle e ayudarle en las cosas que él ha de fazer. E naturalmente dixeron los Sabios que el Rey es cabera del Regno, ca assí como de la cabera nascen los sentidos por que se mandan todos los miembros del cuerpo, bien assí por el mandamiento que nasce del Rey, que es el señor e cabega de todos los del Regno, se deuen mandar e guiar e auer un acuerdo con él, para obedescerle, e amparar e guardar e acrescentar el Reyno: onde él es alma, e cabega, e ellos miembros. (Las Siete Partidas del Rey don Alfonso el Sabio, Parti­ da Segunda, tít. I, ley V, vol. II, Madrid, Ed. Atlas, 1972, pp. 7-8.)

El Islam y su enfrentamiento con la cristiandad (I): las Cruzadas La recuperación militar de la Cristiandad desde el si­ glo xi se materializa en Oriente a través de las Cruzadas, impulsadas por una mezcla de ideales religiosos e intereses materiales. Durante dos siglos, los latinos mantendrán posiciones en Tierra Santa, hasta su definitiva expulsión a fines del xin. Bibliografía

Papado, cruzadas y órdenes militares. Siglos XI-XIII, Madrid, Cátedra, 1995. R. D elort (ed.), Les Croisades, París, Éd. du Seuil, 1988.

L. G arcía -G u ijarro ,

LA PLENITUD DEL MEDIEVO

105

C. M o rriso n , Les croisades, París, P.U.F., col. «Que sais-je?», 1973. J. R iley -S m ith , What were the Cmsades?, Londres, 1977. S. R uncim an , Historia de las Cruzadas, 3 vols., Madrid, Alianza Universidad, 1974.

53. L a cruzada e n e l C o ncilio d e C lerm o n t : LA LLAMADA DE URBANO II (1095) ¡Que vayan pues al combate contra los infieles —un combate que merece la pena emprender y que merece terminarse en una victoria— los que se dedicaban a las guerras privadas y abusivas en perjuicio de los fieles! ¡Que sean en adelante caballeros de Cristo los que no eran más que bandidos. Que luchen ahora en buena ley contra los bárbaros los que combatían contra sus hermanos y parientes! Éstas son las recompensas eternas que van a conseguir los que se hacían mercenarios por un miserable salario: trabajarán por un doble honor aquellos que se fatigaban en detrimento de su cuerpo y de su alma. Estaban aquí tristes y pobres; estarán allá alegres y ricos. Aquí eran los enemigos del Señor; allá serán sus amigos. (F o u c h e r d e C h a rtre s , Historia Hierosolymitana, recogido en P. R ich a rd , L'Esprit de la Croisade,

París, Les Éditions du Cerf, 1969, p. 63.)

54.

LOS ESTADOS LATINOS EN TlERRA SANTA

Todo el país oriental de los latinos estaba dividido en cuatro principados. El primero al Sur, era el reino de Jerusalén, que tenía sus comienzos en el arroyo que se encuentra entre Biblos y Beirut, ciudades marítimas de Fenicia, y su fin en el desierto, más allá de Daron, que mira hacia Egipto. El segundo principado, hacia el Norte, era el condado de Trípoli, desde el mencionado arroyo has­ ta el arroyo que se encuentra entre Maraclea y Valenia. El tercero era el principado de Antioquía, que se encontraba entre este arro­ yo y Tarso de Cilicia. El cuarto era el condado de Edesa, que desde el bosque llamado Marrim se extendía hacia Oriente, más allá del Éufrates. (G u ille rm o d e T iro , Historia renim in partibus transmarinis gestarum, recogido por C a lm e tte : Textes...,

p. 185.)

106 55.

TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL D isc r epa n c ia s e n t r e lo s r e y e s c r istia n o s e n la C ruzada

III

Al ver la ciudad [de Acre] tomada por los nuestros y a un gran número de los suyos muertos, Saladino consternado no esperó ya conservar las otras plazas, hizo destruir por lo tanto las murallas de las ciudades marítimas, es decir, Porfiria, Cesarea, Ascalón, Gaza y Darón. El rey Ricardo reconstruyó Jope y la fortificó. Más tarde Saladino le puso sitio. El monarca entonces se dirigió al mar en una galera al mismo tiempo que su ejército lo seguía por tierra no sin grandes dificultades. Socorrió de este modo a los sitiados y obligó al ejército de los sarracenos a retirarse. Mientras éstos, llenos de confusión, huían con su príncipe ante los nues­ tros, hubiera sido fácil reconquistar no sólo el reino de Jerusalén sino también una gran porción de su territorio si el enemigo del género humano, celoso de los inmensos éxitos de los cristianos, no hubiera llegado a «sembrar cizaña» (Mí., 13, 15). Despertó rivalidad y discordia entre los reyes; suscitó querellas entre los príncipes e hizo que «erraran en lugares incultos donde no hay camino», persiguiendo su propia gloria y su interés personal y no los de Jesús; destrozándose y detestándose cubrieron de gran confusión al pueblo cristiano. Sus resentimientos, sus odios y discordias llegaron a tal extremo que casi siempre, cuando el rey de Francia realizaba el asalto a una ciudad, el rey de Inglaterra prohibía a los suyos que participaran en él y toda vez que él podía seducir, por medio de promesas o de presentes, a príncipes y barones de Francia, así lo hacía para atraerlos a su partido. Además, el rey de Francia, extremadamente perturbado e inquie­ to, sobre todo a causa de una enfermedad que lo minaba, dejó en su lugar al duque de Borgoña con parte de su ejército y se retiró inmediatamente después de la toma de Acre. Se condujo con poca prudencia, publicando demasiado pronto su partida. Puesto que se dice que Saladino nos hubiera entregado de buen grado el territorio que nos pertenecía antes, si los reyes hubieran aparen­ tado que querían realizar de común acuerdo una invasión a su país y que vivían en buena inteligencia. (J acques d e V itry , Historia de las Cruzadas, N. G uglielm i, Buenos Aires, 1991, p. 79.)

ed. de

LA PLENITUD DEL MEDIEVO

107

El Islam y su enfrentamiento con la cristiandad (II): la Reconquista De mediados del siglo xr a mediados del siglo xni, los estados hispanocristianos van suplantando al poder musul­ mán en los valles del Tajo y del Ebro, en Levante y las Ba­ leares y, por último, en la depresión Bética. Sólo el pequeño reino de Granada permanecerá en manos del Islam. Bibliografía

Historia de Marruecos. Los almorávides, Tetuán, Instituto de Estudios Africanos, 1956. R. F letc h er , El Cid, M ad rid , N erea, 1989. J. G o n zá le z, El reino de Castilla en la época de Alfonso VIH, 3 vols., Madrid, C.S.I.C., 1960. A. Huid M iran d a , Historia política del Imperio almohade, Tetuán, Instituto de Estudios Africanos, 1956. R. P a s to r , Del Islam al Cristianismo, Barcelona, Ed. Península, 1975. C. S e g u ra , La formación del pueblo andaluz. Los repartimientos medievales, Madrid, Istmo, 1983. F. S o ld e v ila , Jaume I. Pere el Gran, Barcelona, E d. Vicens Vives, 1961.

J. B o sc h V ilá ,

56.

C o n q u ista d e l n o r t e ( m ed ia d o s d el x i )

de

Á frica

po r l o s a lm o r á v id es

Después de la conquista de Sichilmassa, Abu Bekr confió la administración a uno de sus próximos parientes, a Yusuf ben Taxufin Lamtuni, y él volvió al desierto. Yusuf trató con considera­ ción a los habitantes de la ciudad, de los que no reclamó sino el diezmo y luegó pasó algún tiempo en el desierto. Abu Bekr ben Umar volvió en seguida a Sichilmassa y allí residió un año ejer­ ciendo un poder absoluto y haciendo recitar la oración en su nom­ bre. Se hizo reemplazar después por el hijo de su hermano, Abu Bakr ben Ibrahim ben Umar, y de concierto con Yusuf equipó tro­ pas almorávides para marchar contra el Sus; y éste fue conquista­ do por tal jefe, hombre piadoso, justo, resuelto, discreto y experi­ mentado. Tal situación duró hasta el 462 [19 de octubre 1069] en que Abu Bekr ben Umar murió en el desierto. Entonces las tropas

108

TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

almorávides se agruparon en tomo de Yusuf ben Taxufin, recono­ cieron su autoridad y le proclamaron Emir Almuslimin. Pertenecía a la sazón a los Zanata la supremacía en Occidente. La habían alcanzado en el período de las revueltas, pero eran perversos, injustos e ignorantes de las artes de gobierno y de la religión. Por el contrario, el nuevo príncipe y los suyos respetaban las tradicio­ nes y observaban la ley religiosa. Respondieron a la petición de socorro que les dirigieron los mogrebíes occidentales y conquista­ ron sucesivamente y casi sin esfuerzo las fortalezas y las ciudades. Sus nuevos súbditos vieron mejorada su situación y les recompen­ saron con su afecto. Yusuf eligió en seguida el emplazamiento de Marraquex, lugar llano, y entonces sin habitar, punto central del Magrib, como Qayrwan lo es de Ifriqiya. El lugar elegido se hallaba al pie de la montaña de los Masmudas, es decir, de la población más poderosa de aquellas regiones y la más indomable de sus guaridas. Fundó allí Marraquex y fijó allí su residencia para aplastar mejor las posi­ bles revueltas de tales montañeses, pero no se produjo ningún levantamiento. Conquistó las comarcas vecinas del Estrecho, Ceu­ ta, Tánger, Salé, etc. [...] y sus ejércitos fueron cada vez más consi­ derables. «Kamil fil-I-Tarij» de Ben Al-Ath¡r, según ver­ sión francesa de F agnan, 42. Recogido en C. S án­ chez Albornoz , La España musulmana, vol. II, Madrid, Espasa Calpe, 1973, pp. 110-111.)

(Del

57. O p e ra c io n e s m ilita re s d e A lfo n s o VI p re v ia s a l a o cu p ació n d e T o le d o (1085) Tras muchos combates e innumerables matanzas de enemigos, me apoderé de ciudades populosas y castillos fortísimos. Ya en posesión de ellos, me lancé contra esta ciudad, en la que antigua­ mente mis progenitores potentísimos y opulentísimos habían rei­ nado [...]. Para conseguirla, unas veces con combates fuertes y rei­ terados, y otras, con ocultas intrigas y abiertas incursiones devas­ tadoras, durante siete años asedié a los habitantes de esta ciudad y de su territorio con la revolución, la espada y el hambre. Ellos, obstinados en la malicia de su ciego deseo acarrearon sobre sí la ira de Dios, provocada con su pública perversión, hasta que el temor de Dios y la falta de valor se sobrepusieron para que fueran

LA PLENITUD DEL MEDIEVO

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ellos mismos quienes me abriesen las puertas de la ciudad, per­ diendo así vencidos el reino que antiguamente invadieron vence­ dores [...]. (C a te d ra l T o ledo A rch. o 2. N. 1. 1. Recogido p o r J. F. R ivera R ecio, Reconquista y pobladores del antiguo reino de Toledo, 1966, pp. 15-16.) 58.

C onquistas del pr im e r rey d e P ortugal A lfonso H e n r iq u e s ( 1128 - 1185 )

Agora conuiene que tomemos avn en el rrey don Alfonso e digamos de sus buenas conquistas e de sus buenos fechos. Este rrey don Alfonso fue muy bueno e mucho esfforgado en armas e ouo muchas faziendas e muchas batallas con moros e venciólas, e ganó mucho dellos. Este fue llamado primeramente rrey de Portu­ gal, ca su padre fuera conde e él fasta que comentó a rreynar era llamado duque. Este ganó muchos buenos preuillegios del papa Eugenio el Tercero porquel prometió quel daríe cada año rrenta de su rreyno. Este fizo en Coynbria el monesterio que dizen de Santa Cruz e diole muchos donadíos e heredamientos, e fizo el moneste­ rio de Alcobaga e diole muchos heredamientos e grandes dona­ díos. E priso Santarén de moros e Sintria e Lixbona, Avora, Alanquez e muchos otros lugares que conveníe al rreyno, e pobló muchos lugares que avían estado yermos luengamente, e gercó las villas de muros e fizo adozir a Lixbona el cuerpo de Sant Vigente mártir, e fizo y muy rrica iglesia a su costa, e vn rrico monesterio fuera de la villa. E dio al Ospital de Iherusallem ochenta vezes mili marauedís en oro para conprar heredat de que diesen a los enfer­ mos de su enfermería cada día por su pitanga sendos panes calien­ tes de trigo e sendos vasos de vino, e que lo ementasen por aquesto cada día en oragión. E de commo fue en la primeria muy malo, asy se tomó después mucho a Dios e emendóse de todo, ca en el tienpo que era más mangebo non conosgíe tanto a Dios nin sabíe qué se era, e tanto se teníe por mucho esfforgado cauallero que non sabíe otro ninguno que tanto lo fuese commo él. Otras cosas le acahesgieron a él que non contamos aquí, mas contarlas hemos ade­ lante en el lugar en que acahesgieron. E agora dexa la estoria de contar de los rreyes de Portugal e tomo a contar del enperador don Alfonso. (Crónica de Veinte Reyes, ed. coordinada por C. H er ­ nández A lonso , Burgos, 1991, p. 263.)

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

59. C a p itu la c ió n d e V a le n c ia (1238) Pasados tres días, a la hora de las vísperas enviamos a decir al rey y al arrayaz Abulhamelec, que para que supiesen los cristianos que Valencia era nuestra, y ningún daño les hiciesen, enarbolasen nuestra señera en aquella torre que ahora es del Templo. Respon­ dieron ellos que les placía, y entonces fuimos a la rambla que había entre el real y la torre, donde descabalgamos, y vuelta la cara a Oriente,' lloraron nuestros ojos v besamos la tierra por la gran merced que Dios nos había hecho. Diéronse tal prisa entretanto los sarracenos a salir, que en vez de verificarlo al quinto día, estuvie­ ron ya al tercero dispuestos del todo; en vista de lo que, Nos, acom­ pañado de caballeros y llevando cerca a otros hombres armados, fuimos a buscarlos y los sacamos afuera en aquellos campos que se encuentran entre Ruzafa y la villa; mas obligado nos vimos en tal punto a herir de muerte a algunos hombres que querían quitar el equipaje a los sarracenos y robar algunas sarracenas y niños; lo que impedimos de modo, que, no obstante de ser tan grande el gentío que salía de Valencia, pues entre hombres y mujeres pasa­ ban de cincuenta mil, gracias a Dios no perdieron los que marcha­ ban ni por valor de mil sueldos, y llegaron seguros a Cullera para donde les dimos Nos nuestro salvoconducto. (De Historia del Rey de Aragón Don Jaime I el Con­ quistador escrita en lemosín por el mismo monarca,

traducción al castellano y anotaciones de M a rian o F lo ta ts y A n to n io d e B o f a r u ll, Barcelona, 1848,. cap. CXCI, pp. 264-265.)

60. CONQUISTA DE SEVILLA POR FERNANDO III (1248) Libradas todas las pleytesías de suso dichas, que en razón del entregamiento de la noble cipdat de Sevilla fueron traydas, et el rey apoderado ya en el Alcagar della, commo dichos auemos, los moros demandaron plazo al rey para vender sus cosas las que non podían leuar; et fue un mes el que ellos demandaron, et el rey ge lo dio. El plazo conplido, los moros auien vendido todas las cosas que vender quisieron; et entregados de su auer, entregaron las llaues de la uilla al rey don Femando. Et el rey a los que por mar quisieron yr, dióles ginco ñaues et ocho galeas; et a los que por tierra, dióles bestias et quien los guiase et los posiese en saluo. Et desta guisa los enbió este rey don Femando a esos moros desa gipdat de Sevilla

LA PLENITUD DEL MEDIEVO

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desque la ouo ganada et puesta en sennorío. Et los que yuan por mar et queríen pasar a Cebta, eran gient vezes mili por cuenta; et los que por tierra, que yuan para Xerez, eran trezientas vezes mili, et con estos enbío al maestre de Calatrava que los guió et los puso en saluo, fasta dentro a Xerez. (De la Primera Crónica General de España que mandó componer Alfonso el Sabio y se continuaba bajo Sancho IV en 1289, ed. M e n én d ez P id a l, Madrid, Gredos, 1955, vol. II, p. 767.)

Bizancio en la plenitud del Medievo Las Cruzadas pusieron en contacto directo a Bizancio con los occidentales. Los resultados, a nivel económico, político y espiritual, serán desastrosos para Constantinopla. El más dramático episodio de este proceso será la violenta toma de la ciudad por los cruzados y la creación consi­ guiente de un efímero «imperio latino de Oriente». Bibliografía

Bisanzio, Societá e Stato, Florencia, Sansoni, Scuola Aperta, G. R o u il l a r d , La vie rurale dans l'Empire Byzaníin, París, 1953. S. R u n c im a n , The Eastem Schism. A study of the Papacy and the eastem Churches during the 11 and 12 centuries, Oxford University Press, 1955.

J. F e r l u g a ,

1974.

61.

A lejo C o m n e n o

d ev u e lv e e l o r d e n al I m per io

TRAS ACCEDER AL TRONO (1081)

Cuando mi padre Alejo vio que todas las partes del Imperio eran atacadas por mortales convulsiones (que los turcos recorrían y saqueaban Oriente, que Roberto abrasaba el occidente con el fuego de la guerra so pretexto de restablecer a Miguel en el trono, pero queriendo instalarse él, para lo que había preparado un formidable aparato, levantando tropas y equipando barcos) quedó sumamente perplejo. Nada le causaba tanta inquietud como ver que no tenía en tomo a sí más que trescientos soldados venidos de Iconio, mal equi­ pados y peor aguerridos y que no tenía dinero para poner más gente

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

en pie de guerra. He oído decir a los viejos soldados que jamás el Estado se había visto reducido a tan deplorable situación. Sin embargo, como Alejo era intrépido de natural y había adquirido una larga experiencia, se dispuso a conducir la nave del Imperio a través de las tormentas y tempestades y esperó disipar a los enemigos como las rocas disipan las olas y la espuma. Creyó que era necesario, en primer lugar, mandar a los gobernadores que defendiesen contra los turcos las ciudades y plazas fuertes de Oriente, "como Dabateno, que gobernaba en Heraclea, ciudad del Ponto y en Paflagonia; Burses, que gobernaba en Iconio de Capadocia y otros. Les escribió diciéndoles que la divina providencia le había hecho la gracia de evitarle las trampas de sus enemigos y le había elevado al trono. También les comunicó que tenía necesidad de tropas para mantenerse en él y que le enviasen todas las que pudiesen una vez que hubiesen dejado guarniciones suficientes. Igualmente atendió los asuntos de Occidente poniendo todo el interés para apartar a los condes y duques que habían tomado par­ tido por Roberto. (A na C om neno, Histoire de l’E mpereur Alexis, t. IV d e Histoire de Constantinople, París, É d. Cousin, 1685,

pp. 109-110.)

62. L a pentarquía como estructura ideal d e la I glesia

Mi queridísimo hermano. No negamos a la Iglesia Romana la primacía entre las cinco sedes patriarcales hermanas y reconoce­ mos su derecho al más honorable puesto en el Concilio Ecuménico. Pero ella se ha separado de nosotros por sus propias acciones, cuando, por medio de la soberbia, asumió una monarquía que no le pertenece a su oficio. ¿Cómo aceptaremos los estatutos elaborados por ella sin consultamos e incluso sin nuestro conocimiento? Si el Romano Pontífice sentado en el excelso trono de su gloria desea fulminamos y al hablar así lanza sus mandatos desde lo alto, y si desea juzgamos y aun gobernamos a nosotros y a nuestras Iglesias no tomando nuestro consejo, sino por su arbitrario deseo, ¿qué cla­ se de fraternidad e incluso de paternidad puede ser ésta? Seríamos esclavos, no hijos de tal Iglesia y el Mar Romano no será la madre piadosa de sus hijos, sino un duro e imperioso amo de esclavos. (Carta de Nicetas, arzobispo de Nicomedia, en S. R unc im a n , The Eastem Schism, Oxford University Press, 1955, p. 116.)

LA PLENITUD DEL MEDIEVO

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63. L as f e r ia s d e T e s a ló n ic a e n e l s ig lo xii, u n r e c u e r d o DEL VIEJO ESPLENDOR ECONÓMICO BIZANTINO

Las Demetrias son una fiesta como en otro tiempo las Panateneas de Atenas o las Panjonias de Mileto. Actualmente son la más grande feria de Macedonia. En efecto, afluye allí una gran canti­ dad de población no sólo autóctona y allí establecida, sino de todas las partes y especies. Griegos de todos los países, y las diversas tri­ bus de la Mesia que habitan sobre el Danubio, e incluso gentes de la tierra de los escitas, campanos, italianos, iberos, lusitanos y cel­ tas de la otra parte de los Alpes. Las costas del Océano mandan peregrinos y devotos a la fiesta del mártir. Tal es su fama en toda Europa. Yo, sin embargo, que venía de Capadocia y que era extran­ jero, que no tenía de esta fiesta ninguna noción más que aquellas cosas que había oído, decidí el modo de poder ver todo el espec­ táculo sin perder nada de vista. Subí a una altura contigua al lugar de la feria, me senté y esperé tranquilamente. Las cosas se desarrollaron del siguiente modo. Las barracas de venta se disponían en filas paralelas unas frente a otras; las filas se extendían por un largo trecho, se alargaban a los lados y dejaban en el medio un espacio para que la masa pudiera moverse de un lado a otro [...]. Transversalmente se habían colocado otras filas de barracas también rectas pero no tan largas y que semejaban minúsculos pies de ciertos reptiles [...]. Allí había artículos de todo género: tejidos e hilados para hombres y mujeres, todo aquello que los barcos mercantes traían de Beocia y el Peloponeso, de Italia y Grecia. Pero también Fenicia proveía mucho, y Egipto, y España, y las Columnas de Hércules, que producían excelentes tejidos. Todo esto lo llevaban los mercaderes directamente desde sus países a la vieja Macedonia y Tesalónica. El Mar Negro manda sus productos a través de Constantinopla y éstos vienen a embellecer la feria, en cuanto desde allí muchos caballos y mulos transportan las mercan­ cías. Vi todo esto en cuanto descendí. Pero también, mientras per­ manecí en la altura, me maravilló la variada cantidad de animales y escuchaba la confusión de sus voces, que golpeaban mis oídos: los caballos relinchaban, los bueyes mugían, las ovejas balaban, los puercos gruñían y los perros ladraban; también éstos seguían a sus amos como protección contra los lobos y los ladrones. (De «Timarione», recogido en Bisanzio. Societá é stato, de J. F e rlu g a , cit., pp. 111-112. Extraído de ed. A. E llis e n en Analekten der mittel-und neugriechischen Literatur, IV, Leipzig, 1860, pp. 46-48.)

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

64. E l Im p e rio d e B izan cio e n m ano s d e l o s o c c id e n ta le s (1204) [...] El botín de Constantinopla fue repartido tal y como habéis oído. Entonces, se reunieron todos en una asamblea y el común del ejército declaró su voluntad de elevar a un emperador, tal y como se había convenido. Se habló tanto que hubo que proseguir otro día; en él fueron elegidas las doce personas a quienes incumbía la elección. No se pudo evitar, que para tan alta dignidad como el imperio de Constantinopla, hubiera muchos aspirantes. Pero la gran discordia fue a causa del conde Balduino de Flandes y Hainaut y el marqués Bonifacio de Montferrato. Todo el mundo decía que uno de estos dos sería emperador [...]. El consejo duró hasta que se llegó a un acuerdo. Encargaron la labor de portavoz de la concordia a Nevelón, obispo de Soissons, que era uno de los doce, y salieron allá donde estaban todos los barones y el dux de Venecia. Ahora bien, podéis saber que fueron observados por mucha gente que quería saber el resultado de la elección. El obis­ po les expuso las cosas y les dijo: «Señores, nos hemos puesto de acuerdo, a Dios gracias, para nombrar emperador; y todos vosotros habéis jurado que al que eligiéramos como emperador le tendríais por tal y, si alguno quería oponérsele, le prestaríais ayuda. Le nom­ braremos en esta hora: el conde Balduino de Flandes y de Hainaut.» Un grito de alegría se elevó en el palacio y le condujeron a la Iglesia. El marqués de Montferrato le condujo, por su parte, el pri­ mero a la Iglesia y le rindió los debidos honores. Así fue elegido emperador el conde Balduino de Flandes y Hainaut y el día de su coronación se fijó para tres semanas después de Pascua. (G eoffroi d e V illehardouin , La conquéte de Constan-

tinople, en «Historiens et chroniqueurs du Moyen Age», París, Éd. Gallimard, La Pléiade, pp. 148-149.)

Feudalismo y sociedad feudal Los que oran, los que luchan y los que trabajan (oratores, bellatores y laboratores) forman el entramado de la sociedad medieval oficialmente reconocida hasta fecha muy avanzada. A escala del estamento aristocrático, las relaciones de fidelidad plasmadas en el contrato de vasallaje constituyen todo un símbolo de solidaridad de clase.

LA PLENITUD DEL MEDIEVO

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Bibliografía

A las obras ya citadas sobre el feudalismo, cabe añadir: P. B o n n a s s ie y o tr o s , Estructuras feudales y feudalismo en el mundo medite­ rráneo,'Barcelona., Crítica, 1984. A. G u e r r e a u , El feudalismo, un horizonte teórico, Barcelona, Crítica, 1984. M. K e e n , La caballería, Barcelona, Ariel, 1986. G . D u b y , Los tres órdenes o lo imaginario del feudalismo, Barcelona, Petrel, 1980. P. I r a d ie l , Las claves del feudalismo (860-1500), Barcelona, Planeta, 1991. A. M a l pic a y T. Q u e sa d a (eds.). Los orígenes del feudalismo en el mundo mediterráneo, Universidad de Granada, 1994. 65. L a sociedad feudal como sociedad trifuncional

El orden eclesiástico forma un solo cuerpo, pero la división de la sociedad comprende tres órdenes. La ley humana, en efecto, dis­ tingue otras dos condiciones. El noble y el no libre no son goberna­ dos por una ley idéntica. Los nobles son los guerreros, los protectores de las iglesias. Defienden a todos los hombres del pueblo, grandes y modestos, y por tal hecho se protegen a ellos mismos. La otra clase es la de los no libres. Esta desdichada raza nada posee sin sufrimiento. Provi­ siones, vestimentas, son provistas para todos por los no libres, pues ningún hombre libre es capaz de vivir sin ellos. Por tanto, la ciudad de Dios, que se cree una sola, está dividida en tres órdenes: algunos ruegan, otros combaten y otros trabajan. Estos tres órdenes viven juntos y no soportarían una separación. Los servicios de uno de ellos permiten los trabajos de los otros dos. Cada uno, alternativamente, presta su apoyo a todos. En tanto prevaleció esta ley, el mundo gozó de paz. [En la actualidad] las leyes se debilitan y ya desapareció la paz. Los hábi­ tos de los hombres cambian, como cambia también la división de la sociedad. (A dalberón de L aon , Carmen ad Rothbertum regem, ed. G. A. H uckel, Les poémes satiriques d’Adalberon,

en «Bibliotéque de la Faculté des Lettres de l’Umversité de París», t. XIII, 1901, pp. 155-156. Recogi­ do por R. B outruche , Señorío y feudalismo. Prime­ ra época: los vínculos de dependencia, Buenos Aires, Siglo XXI, 1968, p. 307.)

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66.

TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

Un CONTRATO DE VASALLAJE BAJO EL FEUDALISMO CLÁSICO

En primer lugar rindieron homenaje de la siguiente manera. El conde pidió al futuro vasallo si quería convertirse en su hombre, sin reserva, y éste respondió: «Lo quiero»; después se aliaron por medio de un beso mientras sus manos permanecían entre las manos del conde. En segundo lugar, el que había rendido homena­ je corriprometió su fe al avant-parlier del conde, en estos términos: «Prometo por mi fe ser fiel al conde Guillermo a partir de este ins­ tante y mantenerle contra todos y enteramente mi homenaje, de buena fe y sin falsedad»; y en tercer lugar juró sobre las reliquias de los santos. (G a lb e rto d e B ru ja s, Historia de la muerte de Carlos

el Bueno, conde de Flandes, recogido en Ganshof, El feudalismo, cit., p. 100.)

67.

J e r a r q u ía f e u d a l y e s p ír itu c a b a lle r e s c o e n R am ó n L l u l l (1 2 3 5 -1 3 1 5 )

Tan noble cosa es el oficio de caballero que cada caballero debe­ ría ser señor y regidor de alguna tierra; pero no hay tierras suficien­ tes para los caballeros, que son muchos. Y para significar que un solo Dios es señor de todas las cosas, el emperador debe ser caballe­ ro y señor de todos los caballeros; mas como el emperador no podría por sí mismo regir a todos los caballeros, conviene que tenga debajo de sí reyes que sean caballeros, para que lo ayuden a mante­ ner la orden de caballería. Y los reyes deben tener bajo sí condes, comdors, valvasores y los demás grados de caballería; y bajo estos grados deben estar los caballeros de un escudo, los cuales sean gobernados y sometidos a los grados de caballería arriba citados. (Ram ón L lu ll, Libro de la orden de Caballería, ed. L. A. de Cuenca, Barcelona, Alianza Editorial,

1986, p. 31.)

El medio rural en la plenitud del Medievo: viejas y nuevas tierras Testimonios como el Domesday Book son de excepcional importancia para el conocimiento de las estructuras econó­

LA PLENITUD DEL MEDIEVO

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micas de un viejo país europeo. Cierta documentación monástica, ciertas crónicas o los libros de repartimiento españoles expresan bien cómo la expansión política de la cristiandad occidental va acompañada del consiguiente proceso de colonización. Bibliografía

Seigneurie frangaise et manoir anglais, e n Cahiers des Annales, P. B o n n a s s ie , La Catalogne du milieu X a la fin du XI siécle, Toulouse, A.P.U., 1975-1976. R. F o s s ie r, Historia del campesinado en el Occidente Medieval (siglos XI al XIV), Barcelona, Crítica, 1985. J. G o n z á l e z , Repartimiento de Sevilla, 2 v o ls ., Madrid, C.S.I.C., 1951. E. P e r r o y , La terre et les paysans en France aux XII et XIII siécles. Explications de texte, Cours de la Sorbonne, París, 1953. J. T o r r e s F o n te s , Repartimiento de Murcia, M ad rid , C.S.I.C., 1960. C h . H ig o u n e t , Les allemands en Europe centróle et orientale au Mayen Age, M.

B loch,

1967.

P a rís, A ub ier, 1989.

68. EL RÉGIMEN DOMINICAL EN INGLATERRA A FINES DEL SIGLO XI, A TRAVÉS DEL DOMESDAY BOOK

Cambridgeshire. Hundred de Staploe. Chippenham, manor, en tiempos del rey Eduardo, pagaba impuestos por diez hides. Pero cierto sheriff, por autorización real, redujo esta imposición a cinco hides, porque el arriendo sumaba demasiado, y ahora la imposición sigue siendo de cinco hides. Hay tierras para diecisiete arados. Godofredo la tiene en feudo del rey. En el dominio hay tres hides y tres «arados»; diez y nueve villains y trece bordiers tienen catorce arados. Hay seis esclavos. Hay prados para tres arados, y pastos para los animales de la aldea. En conjun­ to, vale veinte libras. Cuando la recibió valía diez y seis libras; en tiempo del rey Eduardo, doce libras. Orgar, sheriff del rey Eduardo, tenía este dominio, y luego fue hombre del condestable Asgar. Cin­ co hides de estas tierras pertenecían al patrimonio del rey Eduardo. Dos sokemen tenían del rey tres hides, y podían disponer de sus tie­ rras a su arbitrio. Cada uno pagaba ocho dineros, o bien proporcio­ naba un caballo para el servicio del rey. Si faltaban a este deber.

118

TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

pagaban una multa en Fordham. El sheriff Orgar tenía él mismo tres hides de esta tierra, y podía darla a quien quisiera. Orgar empe­ ñó esta tierra como garantía de siete marcos y dos onzas de oro, según dicen los hombres de Godofredo. Pero los hombres del hundred no han visto nunca un acta, ni un enviado del rey sobre este asunto, y no han dado ningún testimonio de ello. •

69.

(Domesday Book, vol. I, folio 197 a. Recogido p o r G. Duby, Economía..., cit., p. 484.)

C o lo n iz a c ió n a le m a n a (h a c ia e l 1 1 4 3 )

y

fu n d a c ió n d e L ü b e c k

Adolfo [conde de Holstein] comenzó a reconstruir el castillo de Segeberg y le rodeó de un muro. Pero el País estaba desierto y envió mensajeros a todos los países; a Flandes, Holanda, Utrech, Westfalia y Frisia. Invitó a todos los que no tenían tierras a venir con sus familias. Recibieron una buena tierra, extensa y fértil, que producía carne y pescado en abundancia, así como excelentes pas­ tos [...]. Después de oír esta llamada, una multitud enorme de gen­ tes salidas de pueblos diversos se pusieron en camino con sus familias y sus bienes y llegaron al país de los Wagrianos, junto al conde Adolfo, para entrar en posesión de la tierra que se les había prometido [...]. Luego, el conde Adolfo llegó a un lugar llamado Bucu y encon­ tró allí la muralla de un castillo abandonado que en otro tiempo edificó Cruto, el enemigo de Dios, y una gran isla bordeada por dos ríos: de un lado corre el Trave y del otro el Wakenitz, cada uno de ellos con orillas pantanosas y de acceso difícil; pero del lado que lleva a la tierra se encuentra una colina bastante estrecha, delante de la muralla. Habiéndola visto en su clarividencia como el lugar apropiado y el puerto excelente, el conde empezó a edificar una ciudad que llamó Lübeck, porque no estaba lejos del antiguo puer­ to y ciudad de este nombre, que en otro tiempo había edificado el príncipe [eslavo] Enrique [...]. (Chronica slavorum, de H e lm o ld d e B osau, en H ols­ tein, redactada hacia 1171. E n M .G.H., Scriptores

XXI, pp. 55-56.)

LA PLENITUD DEL MEDIEVO 70.

119

R epa r tim ien to d e M u r c ia : 3 .a y 4 .a pa r tic io n es , e n t r e 1 2 6 6 -1 2 7 2

[Cuadrilla de Alfande]. Esta es la quadriella de Beniffanda. Gongalvo Corella et Johan Alffonso que son quadrelleros. Caualleros mayores non ouo y, Caualleros medianos non ouo y. Estos son los caualleros menores que fueron puestos en quantía de v alffabas cada uno dellos. Ramón de Castellón tiene en Beniffanda xxiii taffullas, que son v alffabas et vi echauas. Diéronle por emienda de las casas viii taf­ fullas, que son i alffaba et media. Tiene en orto iii taffullas, que son i alffaba et ii ochauas en Neuba. Tiene en Aduffa i taffulla et quarta, que son vii ochauas. Summa xxxv taffullas, que son ix alffabas et v ochauas. Peones mayores non ouo y, Estos son los peones medianos de la quadriella de Beniffanda que fueron puestos en quantía de dos alffabas et media cada uno dellos. Iohan Riquelm teñe en Beniffanda viii taffullas, que son i alffa­ ba et ii ochauas et media. Teñe en lo de maestre Pedro ii taffullas et quarta, que son i alffaba et ochaua et media. Summa x taffu­ llas et quarta, que son ii alffabas et media. Pero Martínez del Real tiene en Beniffanda viii taffullas, que son i alffaba et media. Tiene en orto i taffulla, que es iii ochauas. Tiene en lo de maestre Pedro ii taffullas et quarta, que son i alffaba et ochaua. Summa xi taffullas et quarta, que son ii alffabas et media. Summa destos peones medianos que tienen xxi taffullas et media, que son v alffabas. Estos son los peones menores que fueron puestos en quantía de i alffaba et vi ochauas cada uno dellos. Pero Artal tiene en Beniffanda viii taffullas, que son i alffaba et quarta. Tiene en orto en Arffarella i taffulla que es vii ochauas. Summa ix taffullas, que son ii alffabas et ochaua. Los fijos de Bemat Uidal tienen en Beniffanda viii taffullas, que son i alffaba et vi ochauas. Summa mayor destos peones menores que tenen xvii taffullas, que son iii alffabas et vii ochauas. Estos fueron errados que fueron dados por absentes et eran presentes.

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

Ramón de Segarra viii taffullas, que son i alffaba et media. Domingo Segarra viii taffullas, que son i alffaba et quarta. Guillen Royz viii taffullas, que son i alffaba et ii ochauas et media. Summa destos que fueron errados que tienen xxxii taffullas, que son v alffabas et ii ochauas et media. Estos fueron dados por absentes. Bemat Riquer et su hermano xxxii taffullas que son vi alffabas. Maestre Matheu c taffullas que son xxiii alffabas. Maestre Pedro c taffullas que son xxiii alffabas. Summa destos absentes que son ccxxx taffullas, que son liii alf­ fabas. Summa mayor desta quadriella que tenen todos los herederos cient et v taffullas et media, et daluar taffullas, que son xxiii alffa­ bas et vi ochauas et media. (Repartimiento de Murcia, ed. Torres Fontes, Madrid, C.S.I.C., 1960, pp. 42-44.) 71.

E l MONASTERIO DE SANTA MARÍA DE OYA AUTORIZADO A POSEER UNAS CASAS EN LA VILLA DE L a GUARDIA PARA ALMACENAR PAN, VINO Y SAL (1 2 8 3 )

Cognuguda cousa seia a quantos esta carta viren como nos juyz, alcaydes e concelo da Garda por nos e polos que han de vir depos nos, outorgamos a vos Don Anrrique abade d’Oya e ao con­ vento desse logar para todo sempre ou pera quanto vos mester for que vos aiades casas e celeyros en essa nossa villa para pan e para vino, e para sal e pera as outras cousas que vos mester fezerem, quando as hy quiserdes poer, e prometemos vos adeffender las e amparalas assi commo as nossas meesmas, e outorgamos que seian quites de vos e de tooma, e que nunguum non seia poderoso de en elas penorar nen encoutar nen enbargar as cousas que en elas severen, nen quando as hy aduxeren, nen quando as ende leva­ ren, por demanda que aian contra o moesteyro nen contra os seus ffrades, nen contra os seus vassallos, nen por dizeren ca son herdeyros ou natoraes, nen por deuda nenguna desse moesteyro, e outorgamos que o vosso pan e as outras cousas que enas devanditas cosas severen quevos que as possades levar ou vender quan qui­ serdes ou a quen quiserdes livremente, e fazer délas vossa voontade assi commo seas tovessedes en vosso moesteyro, salvo que se as

LA PLENITUD DEL MEDIEVO

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ouverdes de vender, devedelas a vender a nos ante ca outren tanto por tanto e testemuyardes ante que outren as vendades, se as nos non quisermos e faades vos vosa fide délas. En Testemuyo de qual cousa nos davandito consello damos voos don Anrrique e ao con­ vento esta carta seelada de noso seelo, foy ena Garda, Era de Mil e CCC et XXI ano mes de Setembro. (A.H.N. Clero. Oya, carpt. 1807, n. 2. Copiado por E . P ó r te la , La colonización cisterciense en Galicia

(1142-1250), Universidad de Santiago de Compos-

tela, 1981, p. 192.)

El nuevo signo de los tiempos: expansión comercial y renacimiento urbano El Mediterráneo (ciudades italianas y del litoral catalano-provenzal) y los mares del Norte (Londres, Brujas, ciu­ dades del Báltico) cobran una gran animación mercantil para los europeos desde fines del siglo x. En el interior del continente, las ferias de Champaña actúan como redistri­ buidoras de los productos de estos dos ámbitos. Las nuevas condiciones económicas favorecerán —mu­ chas veces con el apoyo de los poderes constituidos— el renacimiento de las viejas ciudades y la aparición de otras de nuevo cuño. Mercaderes y artesanos constituyen el mejor símbolo de la mutación económica. Bibliografía

Mercaderes v banqueros de la Edad Media, Buenos Aires, EUDEBA, 1963. R. S. L ó p e z , La revolución comercial en la Europa Medieval, Barcelona, El Albir, 1981. R . P e r n o u d , Histoire de la bourgeoisie en France, vol. I, P a rís, É d . d u S e u il, 1981. D . W a ley , Las ciudades-república italianas, Madrid, Ed. Guadarrama, B.H.C., 1969. Ch. P e t it -D u ta illis , Les communes frangaises, P a rís, Albin-Michel, col. «L'évolution de l’humanité», 1970.

J. L e G o f f ,

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

L. G. d e V a ld e a v e lla n o , Orígenes de la burguesía en la España Medieval, Madrid, Espasa Calpe, col. Austral, 1969. J . G a u t ie r -D a l c h é , Historia urbana de León y Castilla en la Edad Media (siglos 1X-XIII), Madrid, Siglo XXI, 1979. 72.

C a rta d e p riv ile g io d e l a C om una d e D re u x (1 1 8 0 )

Véase el texto comentado como modelo al comienzo de este capítulo. 73.

E n c o m ien d a m e r c a n til p a ra u n v ia je ro d e te rm in a d o

Cuando un mercader, un marinero o alguna otra persona reci­ be una encomienda para un viaje determinado o lugar convenido, si en este viaje o lugar se pierde enteramente la encomienda, siem­ pre que no sea por culpa del encomendero, nada queda éste obliga­ do a devolver ni a indemnizar al que se la encomendó. Si el enco­ mendero la lleva en otro viaje a otro lugar que no fuera el conveni­ do con el que hizo la encomienda, en caso de que se pierda, queda obligado a restituirla totalmente al que se la hizo, puesto que la lle­ vó a otro punto, o en algún otro viaje que no había acordado con él. Además, si el depositario lleva la encomienda en viaje o a lugar no convenidos con el encomendante y alcanza ganancias, debe entregar al que se la confió todas las que con ello obtenga, y no debe retener para sí más que lo ajustado con él. Y si retiene algo más, contrae la misma responsabilidad que si lo sustrajera de su caudal. Si la encomienda o la ganancia con ella obtenida se pierde en los lugares que el encomendero tiene obligación de devolverla y entregarla al que le hizo el depósito, queda responsable, tanto del lucro conseguido como de la encomienda que aceptó. (Libro del Consulado del Mar, cap. CCX, p. 98.) 74.

J u s tific a c ió n d e l m e rc a d e r e n e l s ig lo xiii

Por sobre todas las gentes Debe honrarse a los mercaderes Pues van por tierras y mares Y a tan extraños países.

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Para obtener lana y pieles Otros cruzan el mar Para obtener pimienta O canela o galanga Dios guarde de mal a todos los mercaderes A quien nosotros frecuentemente reverenciamos. La Santa Iglesia fue primeramente Por mercaderes establecida Y sabed que la Caballería Debe estimar a los mercaderes Que les traen buenos corceles. En Lagny, en Bar y en Provins Hay mercaderes de vinos De trigo, sal y arenques Y de seda, oro y plata Y de piedras buenas Los mercaderes van por todo el mundo Para comprar diversas cosas. (De Dit des marchands, recogido por Le Goff, en Mer­ caderes y banqueros de la Edad Media, Buenos Aires, EUDEBA, 1963, p. 87.) 75. R eglam entación grem ial del trabajo e n P arís

Nadie puede ser tejedor de lana si antes no ha comprado el ofi­ cio del rey [...]. Cada uno puede tener en su mansión dos telares [...] y cada hijo de maestro tejedor puede tener dos en la casa de su padre mientras que esté soltero y si él sabe trabajar con sus manos [...]. Cada maestro puede tener en su casa un aprendiz no más [...] Y nadie debe empezar a trabajar antes de levantar el sol, bajo pena de multa de doce dineros para el maestro y seis para el oficial [...]. Los oficiales deben cesar el trabajo desde que el primer toque de vísperas haya sonado, pero deben arreglar sus cosas después de estas vísperas [...]. (É tie n n e B o ileau , Le livre des métiers, ed. Lespinasse. Extracto de R. F o s sie r, Histoire sociale de l’Occi­

dent Médiéval, París, Lib. A. Colin, col. «U.», 1970,

p. 219.)

124 TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL Espiritualidad y tensiones espirituales: de la plenitud del monacato a los inicios de las órdenes mendicantes El siglo xi es la edad de oro de Cluny, pilar de la reforma monacal y de la uniformidad romanista. El siglo xn conoce­ rá la eclosión del Císter, nuevo intento de renovación de la vida monástica. Desde principios del x iii, las nuevas condi­ ciones sociales de Europa —auge de la vida urbana— y las graves tensiones espirituales —herejías valdense y albigense— impulsan la radical reorientación de las nuevas órde­ nes religiosas. Dominicos y franciscanos irán a la cabeza de este movimiento. Bibliografía

H. E. J. C ow drey , The cluniacs and the Gregorian Reform, Oxford University Press, 1970. O. E n g lebert , Saint Frangois d'Asise, París, 1957. A. B r e n o n , Les cathares, P arís, G ra n c h er, 1996. P. L ab a l, L os cátaros. Herejía y crisis social, Barcelona, Crítica, 1984. L. J. L ekai , Les moines blancs. Histoire de l’Ordre cistercien, P a rís, S euil, 1957. R. I. M o o r e , La formación de una sociedad represora, B a rc elo n a , C rítica, 1989. H. M arc -B o n et , Histoire des ordres religieux, París, P.U.F., col. «Que saisje?», 1960. F. N ie l , Albigeois et Cathares, París, P.U.F., col. «Que sais-je?», 1967. M. P acaut, L'ordre de Cluny, París, Fayard, 1986. C h . T h o u zellier , Catharisme et Valdeisme en Languedoc a la fin du XII et au debut du XIII siécle, París, Beatrice-Nauwelaerts, 1969. M. H. V icaire , Histoire de Saint Dominique, 2 vols., París, Le Cerf, 1957. 76.

C o n firm a ció n d e l o s p r iv ile g io s e in m u n id ad es DE LA ABADÍA DE CLUNY POR EL PAPA JUAN XIX (1 0 2 5 -1 0 3 2 )

Juan, obispo, siervo de los siervos de Dios, a todos aquellos de cualquier orden o dignidad, tanto presentes como futuros, que la gracia de Dios y la abundancia de la bendición apostólica sean con ellos. El cenobio de Cluny, que en otro tiempo fue construido por el

LA PLENITUD DEL MEDIEVO

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príncipe Guillermo de Aquitania, en tierras de Borgoña, en el conda­ do de Macón, y ahora se encuentra bajo la dirección de nuestro hijo el abad Odilón, consta que fue entregado en especial donación por el dicho señor a Dios y a los santos apóstoles Pedro y Pablo y a la Igle­ sia romana, y a nuestros predecesores en la sede apostólica, los pre­ lados Formoso, Juan (EX), Benedicto (IV), Benedicto (VI), Gregorio (V), Silvestre (II) y a mi no sólo padre espiritual sino también her­ mano camal Benedicto (VIII). Tiene múltiples privilegios de la auto­ ridad apostólica, confirmados para que nadie considere aquel lugar y sus habitantes más que de Dios, San Pedro y el sumo pontífice de la sede apostólica. Siguiendo con vigor apostólico el ejemplo de éstos, yo, Juan, obispo de la Sede apostólica, con los otros coobispos y mis hermanos congregados en asamblea en Roma, en presencia de Conrado, divino rey agusto desde poco ha, elegido y coronado por Dios y por nosotros para el imperio de Roma, confirmo por la auto­ ridad de Dios y de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo para perpetua estabilidad, aquellas cosas que mis antepasados sancionaron refe­ rentes a la libertad del dicho lugar y sus habitantes. Además, llegó a nuestros oídos que algunos obispos de forma temeraria y sin causa razonable excomulgan no sólo a sujetos seculares que han cometido actos perversos, sino también a religiosos que desean llevar una vida sobria y plácida al servicio de Dios. Prohibimos que se haga esto a los monjes de Cluny. Si alguna queja fuese iniciada por los obispos contra aquéllos y no fuese ulti­ mada, su examen será reservado a la sede apostólica, para que con su juicio pueda discernir lo que es justo [...]. (Recogido por H. E. J. Cowdrey , The cluniacs and the Gregorian Reform, Oxford University Press, 1970, pp. 268-269; extraído de L. S antifaller, Chronologisches Verzeichnis der Urkunden Papst Johanns XIX, Rómische historische Mitteilungen, i [1958], núm. 44, pp. 55-56.) 77.

E s ta tu to s d e l a O rd e n d e l C ís te r (1 1 3 4 )

En la Carta de Caridad, entre otras cosas consta que una vez al año todos los abades de los monasterios, que por la Gracia de Dios están distribuidos entre las distintas provincias, deben reunirse en la iglesia de Citeaux, y que deben deliberar allí con el mayor cuida­ do sobre la observancia de la santa Regla, la organización de toda su vida y el mantenimiento de una indisoluble paz entre ellos [...].

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

Es por esta razón que, reunidos en asamblea en el susodicho lugar, han establecido estos capítulos y decidido que deben ser tenidos para el conjunto de la hermandad de nuestras congregaciones. I) En qué lugar deben ser construidos los monasterios. Ninguno de nuestros monasterios debe ser construido en ciu­ dades, castillos o villas, sino en lugares alejados de aquellos que frecuenten los hombres. II) De la unidad del género de vida en materia divina y hu­ mana. * Para que no deje de existir perpetuamente entre las abadías la indisoluble unidad, se establece, en primer lugar, que la Regla de San Benito sea conocida por todos [...]. V) De dónde debe proceder el alimento de los monjes. El alimento de los monjes de nuestra orden debe proceder del trabajo manual, del cultivo, de las tierras, de la cría del ganado; nos está, pues, permitido poseer para nuestro uso aguas, bosques, viñas, prados, tierras alejadas de las zonas habitadas por los hom­ bres del siglo, y animales, salvo aquellos capaces de provocar la curiosidad y ser objeto de curiosidad más que de utilidad, tales como ciervos, grullas y otros del mismo género. Para practicar estos trabajos de los campos y de la ganadería y conservar los fru­ tos podemos tener granjas, bien lejos, bien cerca, y nunca más allá de una jomada de marcha, guardadas por conversos. IX) Que no poseamos rentas. Nuestra institución y nuestra orden excluyen las iglesias, alta­ res, sepulturas, diezmos de labor [...] y otras cosas semejantes con­ trarias a la pureza monástica. XXXIV) Que la hija visite a la iglesia madre una vez al año. Se ha establecido en virtud de la humildad cristiana y por la sabiduría de la Providencia, que será razonable que la hija visite al menos una vez por año a la iglesia-madre en la persona de su abad. («Statuta capitulorum generalium Ordinis cisterciensis», ed. Canivez, Lovaina, 1933, pp. 12-32.) 78.

C a rta d e l a rz o b isp o d e N a rb o n a a P e d r o II d e A ra g ó n , a p e rc ib ié n d o le p a ra q u e n o ay u d e A LOS ALBIGENSES (ENERO DE 1 2 1 3 )

Al noble y serenísimo príncipe y muy cristiano Pedro, por la gracia de Dios, muy ilustre rey de Aragón, el hermano Amaldo, por

LA PLENITUD DEL MEDIEVO

12 7

la misericordia divina arzobispo de Narbona, legado de la Sede Apostólica, salud en la caridad del alma y por las entrañas de Jesu­ cristo. Nos hemos enterado, no sin gran emoción y amargura, que las ciudades de Toulouse y Montauban y otras tierras que por el cri­ men de herejía y otras numerosas y horribles fechorías han sido abandonadas a Satán y alejadas de la comunión de nuestra santa madre Iglesia y expuestas a los cruzados por la autoridad de Dios (cuyo nombre ha sido allí gravemente blasfemado), han sido colo­ cadas bajo vuestra protección y salvaguarda, para defenderlas con­ tra el ejército de Cristo y de la Iglesia. Si estas noticias son ciertas (Dios no lo quiera) ello iría en detrimento no sólo de la salud de vuestra alma, sino también de vuestra dignidad real, vuestra gloria y vuestro renombre. Es por lo que deseamos con todo el ardor de nuestra caridad, vuestra salva­ ción, vuestra gloria y vuestro honor; rezamos por vuestra real grandeza, os aconsejamos, os exhortamos, en el Señor y por el poder de la virtud divina, en el nombre de Dios y nuestro redentor Jesucristo, así como en de su muy santo vicario nuestro señor, el soberano pontífice, y por la autoridad de nuestra legación, os con­ juramos y prohibimos con todas nuestras fuerzas, que recibáis por vos o por otros y que extendáis vuestra protección sobre dichas tie­ rras. Esperamos que vos y los vuestros tendréis buen cuidado de no exponeros a la excomunión, enredándoos con los excomulga­ dos, los malditos heréticos y sus fautores. No queremos ocultar a vuestra real serenidad que, si decidís dejar a algunos de vuestros hombres para defender dichas tierras, serían de derecho excomulgados, y les declararíamos públicamen­ te excomulgados como defensores de heréticos. de V aux -de -C ernay , Histoire Albigeoise, ed. P. Guebin y H. Maisonneuve, París, Librairie J.Vrin, 1951, p. 151.)

(P ierre

79.

U na

n o v e d a d e n e l g o b ie r n o d e las ó r d e n e s r e l ig io sa s : el C apítulo pr o v in cial e n l o s d o m in ic o s

Establecemos que cada año en cada una de las provincias de España, Provenza, Francia, Lombardía, provincia Romana, Hun­ gría, Teutonia e Inglaterra, cuatro frailes de entre los más pruden­ tes y capaces sean elegidos por el Capítulo provincial. Se procederá

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por encuesta del prior provincial, del prior y del superior del lugar en donde se celebra el capítulo, o si faltase alguno, por encuesta de dos solamente, del siguiente modo: las sobredichas personas, o dos si falta una, se informarán de la voluntad de cada uno en particular, ligeramente aparte en la misma sala a la vista de todos, lo escribi­ rán fielmente sobre la marcha en el mismo lugar; antes que los frai­ les se vayan o hablen de ello entre sí, publicarán el proceso verbal en el seno de la asamblea. Se tendrá por definidores aquellos sobre quienes haya concordado la mayoría numérica del Capítulo provin­ cial. Si los votos resultan repartidos en partes iguales, entonces, el Capítulo elegirá uno por el mismo sistema de encuesta sobre las voluntades, y la parte sobre la que ésta se decida será tenido por definidor. Si persiste el desacuerdo, se elegirá otro, y así sucesiva­ mente hasta que se obtenga mayoría en favor de una de las partes. Llamamos capítulo provincial a los priores conventuales con su respectivo compañero elegido por su Capítulo y los predicado­ res generales. Los predicadores generales son aquellos que han sido aprobados por el Capítulo general o por el prior provincial con los definidores del Capítulo provincial. Los profesos podrán asistir a las acusaciones y correcciones a los tres años después de su ingreso en la Orden. Item: los conventos que envían acusaciones al Capítulo provin­ cial o al general, deben escribir a propósito de cada artículo el número y los nombres de los acusadores y si acusan de lo que han visto u oído; y ninguno acuse de oídas sin decir de quién lo oyó; y en todas partes guárdense de referir cosa mala por haberla oído sin decir de quién se oyó. («Libro de las costumbres», en Santo Domingo de Guzmán. Su vida. Su Orden. Sus escritos, versión de M. G elabert , J. M. M ilagro y J. M. G arganta , Madrid, B.A.C., 1966, pp. 764-765.) 80.

L a po br e za absoluta e n la P r im e r a R eg la d e S a n F ran cisco (1 2 1 5 )

Que los frailes no reciban dinero. Manda el Señor en el Evangelio: Poned atención, guardaos de toda malicia y avaricia y mirad por vosotros, no sea que os entre­ guéis a las solicitudes de este mundo y a los cuidados de la vida. Por tanto, ningún fraile, dondequiera que estuviese y para donde­ quiera que fuere, en alguna manera lleve, ni reciba, ni haga recibir

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pecunia o dineros, ni por ocasión de vestidos, ni de libros, ni por precio de su trabajo; jamás, por ningún motivo, si no fuera por manifiesta necesidad de los frailes enfermos, porque no hemos de tener en más cuenta y reputación la pecunia o dineros que las piedras. Y el diablo quiere cegar a los que lo apetecen y estiman por mejor que las piedras. Guardémonos, pues, los que dejamos todas las cosas, no sea que por tan poco perdamos el reino de los cielos. Y si en algún lugar halláramos dineros, no cuidemos de ellos más que del lodo que pisamos con los pies, porque vanidad de vanidades y todo vanidad. Y si por ventura aconteciera a algún fraile recibir dinero o pecunia o tenerla, exceptuando solamente la dicha necesidad de los enfermos, todos los frailes le tengan por fal­ so fraile y ladrón y que tiene bolsa si no hiciere verdadera peniten­ cia. Y en ninguna manera reciban los frailes o hagan recibir, ni busquen, ni hagan buscar, pecunia de limosna ni dineros para algunas casas o lugares, ni vayan con las personas que para los tales lugares piden dineros. Y los otros servicios que no son contra­ rios a nuestra vida puedan hacerlos los frailes con la bendición del Señor. Y los frailes, en la manifiesta necesidad de los leprosos, pueden buscar limosna para ellos. Sin embargo, guárdense mucho del dinero. Y de la misma manera, guárdense los frailes de vaguear por diversas tierras en busca de alguna mala ganancia. (San Francisco de Asís. Sus escritos, ed. Fr. J uan de L egísim a y Fr. L ino G óm ez C añedo , cap. VIII de «Primera Regla de los Frailes Menores», Madrid, B.A.C., 1945, p. 10.)

Las síntesis doctrinales (siglos XII-XIII) «Hubo cuatro grandes factores que contribuyeron a orientar en un sentido nuevo la reflexión filosófica en Occi­ dente. Fueron la fundación de las universidades, la creación de las órdenes mendicantes, el descubrimiento de Aristóte­ les y el contacto con la filosofía árabe.» (E. Jeauneau.) Bibliografía

M. D . C h e n u , Introduction a l'étude de Saint Thomas d'Aquin, París, J. Vrin, 1950.

13 0

TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

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Por lo que respecta a [los cuerpos compuestos de] partes homogéneas, en la ciencia física se ha visto que no es necesario atribuir sus causas próximas a algo que no sean los elementos y los movimientos de los cuerpos celestes. Del mismo modo, algunos de los cuerpos combinados [de los cuatro elementos] únicamente lle­ gan a ser animados, en opinión de Aristóteles, por influjo de los cuerpos celestes. Por eso dice que «el hombre es engendrado por el hombre y por el sol»; la causa de esto, según él, es que el individuo sólo puede ser producido por otro individuo como él; y como [por otra parte] aquellos [cuerpos celestes] son cuerpos vivientes, comunican la vida a lo que hay aquí [en la tierra], pues no es posi­ ble que pongan en movimiento a la materia, para adquirir la per­ fección «alma», cosa alguna que no sea un cuerpo que por natura­ leza tenga [la propiedad] de ser animado, porque una cosa no pue­ de comunicar más que aquello que existe en su substancia. Aristóteles no da entrada en la ciencia física a principio [alguno] que sea separado, a no ser [cuando se trata del] entendimiento humano y de los movimientos de los cuerpos celestes: con respecto al entendimiento humano, a causa del entendimiento material, por no estar mezclado ni tener una materia [tal] que necesite ser movi­ da por algún cuerpo; y por lo que toca a los cuerpos celestes, en atención a que sus potencias son infinitas. (A v e rro es, Compendio de metafísica, ed. C a r lo s Q uiró s , Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y

Políticas, 1919, pp. 257-258.)

LA PLENITUD DEL MEDIEVO 82.

La buena

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in t e n c ió n com o causa d e la b o n d a d

DE LOS ACTOS SEGÚN PEDRO ABELARDO (1 0 7 9 -1 1 4 2 )

Llamamos buena, esto es, recta, a la intención por sí misma. A la obra, en cambio, la llamamos buena no porque contenga en sí bien alguno, sino porque nace de una intención buena. La acción de un hombre, por ejemplo, que hace lo mismo en distintos momentos, unas veces se califica de buena y otras de mala, según la diversidad de intenciones. De esta manera parece que se cambia en lo tocante al bien y al mal. La proposición «Sócra­ tes está sentado» —o, si se prefiere, su interpretación— varía en cuanto a su verdad o falsedad según Sócrates esté sentado o en pie. Esta variación en la verdad o falsedad de las proposiciones —dice Aristóteles— se da no porque lo verdadero y lo falso sufran cambio alguno. Es el objeto, esto es, Sócrates, el que cambia en sí mismo, dejando de estar sentado para estar de pie o viceversa. (P e d ro A b e lard o , É tica o conócete a ti m ism o , ed. P. R. S antidrián , Madrid, Tecnos, 1990, p. 48.)

83 .

R a zó n

y r e v el a c ió n e n

S anto T o m á s (1 2 2 5 -1 2 7 4 )

No cabe más ciencia que la del ser, puesto que solamente se sabe lo verdadero, que se identifica con el ser. Ahora bien, las cien­ cias filosóficas tratan de todos los seres, incluso de Dios, y por ello una de las partes de la filosofía se llama teología, o ciencia de Dios, como se ve por el Filósofo. Por consiguiente, no es necesario que haya otra doctrina además de las ciencias filosóficas. Por otra parte, dice el Apóstol que toda escritura divinamente inspirada es útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia. Pero la Escritura, divinamente inspirada, no pertenece a las ciencias filosóficas, que son descubrimiento de la razón humana. Luego es útil que, aparte de las ciencias filosóficas, haya otra doctrina inspirada por Dios. Respuesta. Fue necesario para la salvación del género humano que, aparte de las disciplinas filosóficas, campo de investigación de la razón humana, hubiese alguna doctrina fundada en la revela­ ción divina. En primer lugar, porque el hombre está ordenado a Dios, como a un fin que excede la capacidad de comprensión de nuestro entendimiento, como se dice en Isaías: «Fuera de ti, oh Dios, no vio el ojo lo que preparaste para los que te aman.» Ahora

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bien, los hombres que han de ordenar sus actos e intenciones a un fin, deben conocerlo. Por tanto, para salvarse necesitó el hombre que se le diesen a conocer por revelación divina algunas verdades que exceden la capacidad de la razón humana. Más aún, fue también necesario que el hombre fuese instruido por la revelación divina sobre las mismas verdades que la razón humana puede descubrir acerca de Dios, porque las verdades acer­ ca de Dios investigadas por la razón humana llegarían a los hom­ bres por intermedio de pocos, tras de mucho tiempo y mezcladas con muchos errores, y, sin embargo, de su conocimiento depende que el hombre se salve, y su salvación está en Dios. Luego, para que con más prontitud y seguridad llegase la salvación a los hom­ bres, fue necesario que acerca de lo divino se le instruyese por revelación divina. Por consiguiente, fue necesario que, aparte de las disciplinas filosóficas, en cuya investigación se ejercita el entendimiento, hubiese una doctrina sagrada conocida por revelación. (Sto. Tomás, Summa teológica, t. I, art. I, question 2, trad. de R. S uárez, M adrid, B.A.C., 1957, p. 71.)

84.

Las

u n iv e r sid a d e s , e n las P artidas

Ley I Qué cosa es estudio, et quantas maneras son dél, et por cuyo mandado debe seer fecho. Estudio es ayuntamiento de maestros et de escolares, que es fecho en algúnt logar con voluntad et con entendimiento de apren­ der los saberes; et son dos maneras dél; la una es a que dicen estu­ dio general en que ha maestros de las artes, así como de gramáti­ ca, et de lógica, et de retórica, et de arismética, et de geometría, et de música et de astronomía, et otrosí en que ha maestros de decre­ tos et señores de leyes; et este estudio debe seer establescido por mandado de papa o de emperador o de rey. La segunda manera es a que dicen estudio particular, que quier tanto decir como quando algúnt maestro amuestra en alguna villa apartadamente a pocos escolares; et tal como éste puede mandar facer perlado o concejo de algúnt logar.

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Ley VI Cómo los maestros et escolares pueden facer ayuntamiento et hermandad entre si, et escoger uno que los castigue: Ayuntamiento et cofradías de muchos homes defendieron los antiguos que non se fíciesen en las villas nin en los regnos, porque dellas se levanta siempre más mal que bien: pero tenemos por derecho que los maestros et los escolares pueden facer esto en estudio general, porque ellos se ayuntan con entención de facer bien, et son extraños et de logares departidos: onde conviene que se ayuden todos a derecho quando les fuere meester en las cosas que fueren a pro de los estudios o amparanza de sí mesmos et de lo suyo. Otrosí pueden establecer en sí mesmos un mayoral sobre todos a que llaman en latín rector, que quier decir tanto como regi­ dor del estudio, a que obedescan en las cosas que fueren conveni­ bles, et guisadas et derechas. Et el rector debe castigar et apremiar a los escolares que non levanten bandos ni peleas con los homes de los logares do ficieren los estudios nin entre sí mismos, et que se guarden en todas guisas que non fagan deshonra nin tuerto algu­ no, et defenderles que non anden de noche, mas que finquen aso­ segados en sus posadas; et puñen de estudiar, et de aprender et de facer vida honesta et buena: ca los estudios para eso fueron establescidos, et non para andar de noche nin de día armados, traba­ jándose de pelear o de facer otras locuras o maldades a daño de si et a destorbo de los logares do viven: et si contra esto veniesen, entonces el nuestro juez los debe castigar et endereszar de manera que se quiten de mal et fagan bien. {Las siete Partidas del Rey don Alfonso el Sabio, Parti­ da II, título XXXI, Madrid, 1972, Ed. Atlas, vol. II, pp. 340-343.)

Formación religiosa y vías de piedad El perfeccionamiento del aparato jerárquico eclesiástico y el conjunto de disposiciones de él emanadas contribuye­ ron a una cada vez más perfecta penetración ideológica en el conjunto de la sociedad cristiana. Un valioso complemen­ to lo constituyó el desarrollo de una cultura de masas en la que la literatura hagiográfica ocupó un singular papel.

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Bibliografía

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85.

O blig ato rieda d a nu al d e lo s sa c r a m e n t o s de LA PENITENCIA Y COMUNIÓN EN EL IV CONCILIO d e L e tr á n (1 2 1 5 )

Los fieles de ambos sexos, una vez llegados al uso de razón, deben confesar todos sus pecados al párroco, al menos una vez al año y cumplir en la medida de sus posibilidades la penitencia que se les haya impuesto. Deberán también recibir con respeto por pascua el sacramento de la eucaristía, salvo que, por consejo de su párroco y por razón suficientemente válida, se juzgue que deben abstenerse de ello temporalmente. De no ser así, serán apartados de por vida ab ingressu ecclesiae, y después de muertos, les será negada la sepultura cristiana. Para que nadie pueda alegar igno­ rancia, este decreto —encaminado a la salvación de las almas— será publicado en las iglesias. Si, por razones legítimas, se desea hacer confesión a otro sacerdote, se debe, con anterioridad, pedir la autorización del párroco propio, ya que, de lo contrario, no podría darse válidamente la absolución. El sacerdote debe obrar con prudencia para saber, cual médico experimentado, «verter el vino y el aceite» en las heridas de quien lo necesite, poniéndose cuidadosamente en la situación del pecador y en las circunstancias del pecado para aplicar el remedio teniendo, consiguientemente, en cuenta la variedad de medios para curar una enfermedad. (M ansi, Sacrorum conciliorum..., vol. 22, col. 1007-

1010.)

8 6.

V is ió n

d e las pe r e g r in a c io n e s e n

D a n t e ( hacia 1 3 0 0 )

En cuanto hube perdido de vista a los peregrinos, decidí escri­ bir un soneto que manifestara lo que había dicho en mi fuero

LA PLENITUD DEL MEDIEVO

135

interno. Y para que pareciese más lastimero, me propuse escribirlo cual si a ella —Beatriz— me dirigiese. Así, pues, compuse el soneto que empieza «¡Ay, peregrinos de faz cavilosa!». Escribí peregrinos en la amplia acepción del vocablo, que pue­ de sumarse en dos sentidos: amplio y estrecho. En el amplio sentido, es peregrino quien se halla fuera de su patria. En el estrecho, sólo se llama peregrinos a quienes van a Santiago o de allí vuelven. A más, es de advertir que de tres modos se llama propiamente a quienes caminan para servir al Altísimo. Llámase «palmeros» a quienes van a Oriente, pues suelen traer muchas palmas de allí; «peregrinos» a los que van al templo de Galicia, pues la sepultura de Santiago está más lejos de su patria que la de cualquier otro apóstol, y «romeros» a los que van a Roma, que era donde se dirigían mis peregrinos. (D ante , La vida nueva, ed. F. Almela y V ives , Madrid,

Aguilar, 1931, p. 901.)

87. In v o c a c io n e s a S a n to D om ingo d e S ilo s

CONTRA LOS MALES ESPIRITUALES Y MATERIALES POR PARTE DE GONZALO DE BERCEO (FINES DEL XII A MEDIADOS DEL XIIl)

Padre que por la alma el cuerpo aborriste, cuando en otra mano tu voluntad posiste, e tomar la cabega atrás nunqua quisiste, ruega por nos ad Deum, a qui tanto serviste. Padre, tú lo entendes, eres bien sabidor, cómo es el diablo tan sotil reboltor, tú passeste por todo, pero fust vencedor, tú nos defende dél, ca es can traidor. Padre, bien lo sabemos que te quiero morder, mas non fo poderoso del dient en ti poner, siempre en pos nos anda, non ha otro mester, Señor, del su mal lago dáñanos defender. Padre, nuestros pecados, nuestras iniquitades, de fechos e de dichos e de las voluntades,

TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

a ti los confessamos, padrón de los abades, e merced te pedimos que tú nos empíades. Deña rescibir, Padre, la nuestra confessión, meti en nuestros cueres complida contrición, recábdanos de Cristo alguna remissión, guíanos que fagamos digna satisfacción. Ruega, Señor e Padre, a Dios que nos dé paz. caridad verdadera, la que a ti mucho plaz, salut e tiempos bonos, pan e vino assaz, e que nos dé en cabo a veer la Su faz. Ruega por los enfermos, gánales sanidad: piensa de los cativos, gánales enguedad: a los peregrinantes, gana securidad, que tenga a derecho su ley la cristiandad. Ruega por la Eglesia a Dios que la defenda, que la error amate, la caridad encienda, e que siempre la aya en su santa comienda, que cumpla su oficio e sea sin contienda. Quiérete por mí misme. Padre, merced clamar, que ovi grand taliento de seer tu juglar, esti poco servicio, tú lo deña tomar, e deña pro Gonzalo al Criador rogar. Padre, entre los otros, a mí non desampares, ca dicen que bien sueles pensar de tos juglares, Dios me dará fin buena, si tú por mí rogares, guaregré por el ruego de los tus paladares. Devemos render gracias al Rey spiritual que nos dio tal consejo, tan nuestro natural: por el su santo mérito nos guarde Dios de mal, e nos lleve las almas al regno celestial. de B erceo , Vida de Santo Domingo de Si­ los, ed. T. Labarta, Madrid, Clásicos Castalia, 1973, pp. 208 a 209.)

(G onzalo

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1 37

88. U na v isió n popular del más allá : el purgatorio SEGÚN TEXTO d e FINES DEL XIII

Los purificados se dividen en tres categorías: los primeros son quienes mueren sin haber cumplido la satisfacción exigida. Si en el fondo de su corazón tenían una contrición suficiente para borrar sus pecados, pasarán directamente a la vida [eterna]... 'Pero quie­ nes no estén suficientemente contritos y mueran antes de terminar su penitencia, serán castigados severamente en el fuego del purga­ torio, a menos que personas queridas se encarguen de dar la cum­ plida satisfacción... Los segundos que van al purgatorio son quienes han cumplido la penitencia impuesta pero ésta no es suficiente por la ignorancia o negligencia deil cura. A menos que no lo suplan por la grandeza de su contrición, completarán en el purgatorio lo que no hicieron en esta vida... La tercera categoría de purificados que descienden al purgato­ rio son quienes llevan consigo madera, heno o paja, es decir, quie­ nes tienen afección camal por sus riquezas, aunque, en todo caso, menor que la que tienen por Dios... Serán purgados en un lugar situado al lado del infierno, llama­ do purgatorio. Es ahí donde lo sitúan la mayor parte de los sabios, aunque otros lo hacen en el aire o en la zona tórrida. Sin embargo entra en el plan de la economía divina que haya diversos lugares asignados para las distintas almas: bien sea por la suavidad del castigo; bien porque la liberación vaya a ser próxima, bien porque la falta se haya cometido en un lugar determinado o bien, en últi­ mo término, por las oraciones de algún santo [que consiguen para algunas personas un purgatorio en ciertos lugares]... (J acques de V orágine : La legenda dorée, vol. II, ed. J. B. M . R oze y H. S avon , París, Flammarion, 1967, pp. 322-325. Recogido en E. M itre : Iglesia y vida

religiosa en la Edad Media, Madrid, Istmo, 1991, pp. 194-195.)

LA BAJA EDAD MEDIA (SIGLOS XIV Y XV)

Introducción La etapa final del Medievo se considera universalmente como un período de crisis en todos los ámbitos de la socie­ dad europea. Las tensiones sociales y las transformaciones económi­ cas de los siglos xrv y xv ocupan un lugar de primer orden. Para el historiador actual constituyen tema de indudable atractivo. Las dificultades alimentarias y financieras y la crisis demográfica actúan tanto de telón de fondo como de factores aceleradores de la depresión. ¿Primera quiebra del orden socioeconómico feudal? ¿Cambio de coyuntura? En cualquier caso, tanto el medio rural como el urbano se verán sacudidos por una serie de convulsiones. Convulsiones que preludian a la vez el triunfo de la autoridad monárquica como poder aglutinador y arbi­ tral y la serie de cambios que van a orientar la sociedad del occidente hacia unos marcos precapitalistas. En otro campo —el de la Iglesia y la espiritualidad— presenciamos una situación de deterioro creciente. La teo­ cracia pontificia va a ser ampliamente cuestionada. Ello se verá acelerado por los avatares que sufra el papado en estos años: traslado a Aviñón, cisma, crisis conciliar... Asistire­ mos, a la vez, a una acentuación de la crítica a la escolástica pura y al nacimiento de movimientos heréticos que consti­ tuyen los antecedentes directos de la Reforma protestante. El «siglo de la guerra» puede ser uno de los términos adecuados para definir la Baja Edad Media. En efecto, tene­ mos buenos exponentes de lo que constituye la quiebra del equilibrio político en la Europa del momento: guerra de los

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

Cien Años entre Francia e Inglaterra; conflictos internos en las «signorías» italianas; guerra civil latente en Castilla bajo la dinastía de los Trastámara; situación francamente revo­ lucionaria en el principado de Cataluña... En muchos de estos casos, las razones políticas son inseparables de las motivaciones sociales y económicas. En estos casos, tam­ bién^ el autoritarismo monárquico habrá de revelarse como la única fuerza eficaz pese a todas sus limitaciones y condi­ cionamientos. La crisis generalizada del Occidente tiene su paralelo en las profundas transformaciones que sufrirá el Mediterráneo oriental. La incapacidad de los emperadores de Constantinopla para mantener la cohesión interna de un Estado en progre­ siva contracción se corresponde con la metódica e implaca­ ble ocupación de los Balcanes y el Asia Menor por los tur­ cos otomanos. El desenlace del drama se producirá el 29 de mayo de 1453, con la entrada de Mahomet II en la capital del Imperio de Oriente. La revancha de los cristianos frente al Islam se produce en el otro extremo del Mediterráneo. A mediados del si­ glo xrv, los castellanos llegan a controlar el estrecho de Gibraltar en pugna con los monarcas nazaríes de Granada y sus aliados meriníes del norte de África. Siglo y medio más tarde, los Reyes Católicos ocuparán el último reducto del Islam en la península Ibérica. Medieval y moderno, el perío­ do que cubre los siglos xiv y xv es el puente entre dos épo­ cas de la historia europea. En Italia, por ejemplo, se van echando en estos años las bases del pensamiento humanista que reinará luego en todo el continente. Pero todavía en amplios espacios de éste se sigue viviendo bajo los presupuestos del pasado. Ciertas manifestaciones religiosas, el recrudecimiento del ideal caballeresco, la expresión plástica del gótico flamígero, etc., constituyen el entramado de lo que Johan Huizinga ha lla­ mado, en frase feliz, «el otoño de la Edad Media». Manifes­ taciones, en definitiva, de una sociedad que se resiste a desaparecer.

LA BAJA EDAD MEDIA

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TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL

Modelo de texto analizado y comentado Pogroms de 1391 En estos días llegaron a la camara do el Consejo de los señores e caballeros e procuradores estaba ayuntado, los judíos de la corte del rey que eran allí venidos de los más honrados del Regno a las rentas que se habían estonce de facer, e dixéronles que avían ávido cartas del aljama de la cibdad de Sevilla, como un Arcediano de Ecija en la Iglesia de Sevilla, que decían don Ferrand Martínez pre­ dicaba por plaza contra los judíos, e que todo el pueblo estaba movido para ser contra ellos. E que por quanto Don Juan Alfonso, conde de Niebla, e Don Alvar Pérez de Guzmán, alguacil Mayor de Sevilla fícieron azotar un orne que facía mal a los judíos, todo el pueblo de Sevilla se moviera, e tomaran preso al Alguacil, e quisie­ ran matar a dicho Conde e a Don Alvar Pérez; e que después acá todas las cibdades estaban movidas para destroir los Judios, e que les pedían por merced que quisiesen poner en ello algúnd remedio. E los del Consejo desque vieron la querella que los Judios de Sevi­ lla les daban enviaron a Sevilla un caballero de la cibdad que era venido a Madrid por procurador, e otro a Córdoba, e así a otras partes enviaron mensageros e cartas del rey, Jas más premiosas que pudieron ser fechas en esta razón. E desque llegaron estos mensageros con las cartas del rey libradas del Consejo a Sevilla, e Córdoba e otros logares, asosegóse el fecho, pero poco, ca las gen­ tes estaban muy levantadas e non avían miedo de ninguno, e la cobdicia de robar los Judios crecía cada dia. E fue causa aquel Arcediano de Ecija deste levantamiento contra los Judios de Casti­ lla; e perdiéronse por este levantamiento en este tiempo las alja­ mas de los Judios de Sevilla, e Córdoba, e Burgos, e Toledo, e Logroño, e otras muchas del regno; e en Aragón, las de Barcelona e Valencia e otras muchas; e los que escaparon quedaron muy pobres, dando muy grandes dádivas a los señores por ser guarda­ dos de tan grand tribulación. de Ayala, Crónica del Rey don Enrique, tercero de Castilla e de León, Madrid, B.A.E., 1953, vol. 68, p. 167.)

(P ero L ópez

Comeni .rio 1) Este texto corresponde a uno de los testimonios narrativos más típicos de la Baja Edad Media castellana: la

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Crónica de Enrique III, redactada por el canciller Ayala en los años finales del siglo xiv. En este pasaje se exponen los sucesos correspondientes a la explosión antijudía más grave sufrida hasta entonces en la península Ibérica: los pogroms de 1391. El epicentro de la conmoción se encontró en Sevilla, y de allí saltó a otros luga­ res de la Corona de Castilla. Afectó también de forma parti­ cularmente grave a los dos principales núcleos de población de la corona catalano-aragonesa: Valencia y Barcelona. Los sucesos transcurren entre el 15 de marzo y el 13 de agosto de 1391 y se saldan con un profundo traum a en la convivencia entre las diversas comunidades espirituales afincadas en la península. 2) Para acercamos al entorno y a los precedentes histó­ ricos en que los acontecimientos se producen, podemos ir descendiendo de los hechos más generales a los más par­ ticulares: a) Por lo que respecta a la sociedad europea en general, el elemento judío fue considerado a lo largo del Medievo como extranjero al que se debía una particular protección. Se seguían así las recomendaciones de Gregorio Magno (590-604). Las comunidades judías pasaron a convertirse en «propiedad protegida» del príncipe correspondiente. Así, un Federico II (1212-1250) los considerará «servi camerae nostrae». Protección especial que no fue barrera suficiente para impedir periódicas explosiones populares como la que este texto refleja. Tales conmociones pueden responder a muy variadas creencias y circunstancias. La más común se centra en la acusación de «pueblo deicida» dirigida contra la comunidad mosaica. Desde otro punto de vista, las Cru­ zadas —como manifestación de autoconciencia de la socie­ dad cristiana— pueden adquirir unos matices populares no sólo antiislámicos, sino también antijudíos. Asimismo, dis­ posiciones emanadas de la élite eclesiástica contribuirán decisivamente a la humillación del elemento hebreo. Así, el IV Concilio de Letrán (1215) prohibió el desempeño de car­ gos públicos por los hebreos, limitó drásticamente sus acti­ vidades financieras y les obligó a llevar signos distintivos en

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el ropaje. El reforzamiento de la autoridad de los monarcas frente a las distintas fuerzas políticas o espirituales de sus reinos puede conducir a disposiciones de grave trascenden­ cia para las comunidades hebreas. Así es como se decretará su expulsión del reino de Inglaterra por Eduardo I en 1292. En último término, las grandes catástrofes demográficas de mediados del siglo xrv y la crisis económica constituirán terreno abonado para la búsqueda irracional de culpables. El elemento judío se convertirá en el fácil chivo expiatorio. Así sucedió en diversas localidades con motivo de la peste negra de 1348-1350, justamente unos años antes de la redacción del texto que comentamos. b) En cuanto a la sociedad peninsular, ¿cómo se ha lle­ gado a la situación que refleja este escrito? Resulta ya demasiado tópico hablar de la coexistencia pacífica entre judíos y cristianos en los estados hispanocris­ tianos. El Toledo reconquistado por Alfonso VI en 1085 ha parecido marcar la pauta. Al lado de Alfonso X figurarán numerosos judíos intérpretes y traductores de la cultura oriental. Las Partidas, redactadas bajo este soberano, reco­ gieron disposiciones francamente restrictivas para la activi­ dad del elemento hebreo, aunque este código sólo tuvo vigencia de hecho desde mediados del siglo xrv. Precisa­ mente en estos momentos (años que preceden a los pogroms recogidos en este texto) toma consistencia un «frente antijudaico»: conversos —aunque aún escasos—, frailes mendicantes, Tercer Estado que expone en las Cor­ tes sus quejas frente a la práctica de los préstamos usura­ rios y, en último término, la propaganda trastamarista, teñi­ da de fuertes sentimientos antimusulmanes y antijudíos en su lucha contra Pedro I. El saqueo de la aljama toledana será (1355) un hito dentro de la creciente ola antijudía. 3) El análisis en detalle de los hechos concretos y refe­ rencias más llamativas que recoge este texto nos llevaría a un estudio de: a) Términos con conexiones administrativas o institu­ cionales. El consejo de los señores, caballeros y procurado­ res supone una constancia de las Cortes de Madrid de 1391,

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celebradas al poco de morir Juan I. Como más importante objetivo se plantearon la configuración de un organismo de regencia que gobernase durante la minoridad de Enri­ que III. Situación, por tanto, de cierto vacío de poder, sus­ ceptible de facilitar el éxito de cualquier conmoción popu­ lar como la que expone el texto que comentamos. La referencia a rentas asocia al judío con la percepción de las cargas fiscales que, en buena parte, eran cobradas por la Hacienda Real mediante contratos de arrendamiento con particulares. El odio al judío viene así no sólo de su papel de prestamista sino también de agente del fisco. Por aljama se entiende la comunidad judía dotada de capacidad jurídico-administrativa. Impropiamente se iden­ tifica con barrio segregado: judería, cali, judenviertel... El cargo de Alguacil mayor en un municipio supone, por encima del de los simples alguaciles, el desempeño de las funciones supremas judiciales ejecutivas. A nivel superior, existe en la Corte la figura del alguacil mayor del rey o alguacil de la casa del rey. Es importante destacar que el cargo está desempeñado en estos momentos por miembros de importantes linajes nobiliarios castellanos. b ) De los personajes a los que el texto hace referencia, el arcediano Ferrán Martínez supone una premonición de San Vicente Ferrer, que, en los años siguientes, actuará de manera ardiente por la conversión del elemento judío. Los dos miembros de la nobleza que figuran en el texto (Juan Alfonso, conde de Niebla, y Alvar Pérez de Guzmán) son exponente significado de la aristocracia andaluza afinca­ da en Sevilla en estos años. El primero será adelantado mayor de la Frontera y el segundo, además de alguacil ma­ yor, almirante de Castilla. A los grandes dominios señoriales de los que serán titulares unirán importantes cargos en la administración. Fue destacable, según se dice de forma expresa en el texto, su papel como apaciguadores del tumulto antijudío. Tal circunstancia enlazaría con dos hechos. El pri­ mero, el de los matices antinobiliarios que van a acompañar a la explosión antisemita. El segundo, el del papel amortigua­ dor que la aristocracia castellana va a desempeñar frente al desbordamiento de las pasiones en algunas localidades.

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c) Por último, la relación de ciudades en las que la vio­ lencia se desató, y que recoge el texto, es identificable con los centros de población en los que las comunidades hebre­ as eran más nutridas en vísperas de la explosión. A título de ejemplo, se han fijado; doscientas familias judías para Sevi­ lla, trescientas cincuenta para Toledo, entre ciento veinte y ciento cincuenta para Burgos, no menos de doscientas para Barcelona, etc. 4) El texto comentado corresponde a una de las últi­ mas obras redactadas por el canciller Ayala (1332-1407). Hasta tal punto que la Crónica de Enrique III sólo queda cubierta por el autor en los cinco primeros años de reinado de este monarca. Dentro del género histórico, las Crónicas de Ayala se ale­ jan considerablemente del sentido poético o legendario de otros testimonios anteriores (p. ej., la Crónica General, de Alfonso X) para entrar en observaciones más agudas, pro­ fundas e, incluso, dramáticas. El*episodio de la matanza de judíos sevillanos ha pasado, precisamente, a ser considera­ do como la más acabada expresión de estas características. Muy vinculado al aparato administrativo (embajador repetidas veces, alcalde mayor de Toledo, canciller mayor de Castilla...), Ayala es una fuente de primera mano para el conocimiento de las vicisitudes por las que atraviesa la Cas­ tilla del momento. A caballo entre el Medievo y el Renaci­ miento, vive las grandes conmociones, que sacuden Europa en estos años: guerra de los Cien Años, Cisma de Occidente o —por remitimos al texto comentado— la exacerbación de los sentimientos antisemitas. Se ha sugerido que su visión de la historia es la de un hombre moderno que trata de penetrar en los entresijos de los procesos mentales del indi­ viduo. Sus traducciones de las Décadas, de Tito Livio, pudieron ejercer una fuerte influencia en este sentido. Pero, por otra parte, los esquemas mentales del canciller siguen siendo profundamente medievales, caballerescos, enmarca­ dos en el contexto social del que procedía. Algo semejante a lo acaecido con su contemporáneo Froissart, personaje de extracción burguesa pero protegido del estamento nobilia­

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rio y que con tanto desprecio habla del pueblo bajo. (Véase texto número 90.) 5) El texto que comentamos es de gran utilidad para el estudio de la trayectoria histórica del elemento judío en la Península. Apurándolo, casi se podría hablar de las relacio­ nes entre las distintas comunidades espirituales hispánicas antes y después de 1391. Aunque es difícil evaluar los daños producidos por los hechos aquí relatados, las comunidades hebreas sufren un rudo golpe. Tanto económico (destrucción de muchos de sus bienes) como demográfico (muertes, huidas al reino de Granada) y espiritual. En efecto, los pogroms de 1391 acele­ raron el proceso de conversiones al cristianismo, transfor­ mando progresivamente el problema judío en problema converso. La literatura de signo antihebreo y anticonverso será nota característica de las confrontaciones espirituales del siglo xv en la Península: el coloquio de Tortosa, de 1413; Sentencia-Estatuto de Pero Sarmiento de 1449, considerado como el primer estatuto de «limpieza de sangre» de nuestra historia; el tratado Fortaleza de la fe de fray Alonso de Espi­ na, de 1459; algunos pasajes de las coplas satírica^ de los reinados de los últimos Trastámaras, de los que puede verse un ejemplo en el texto número 102, etc. Todo ello matizado por periódicas explosiones populares, como el «Fuego de la Magdalena», de 1467, en Toledo, al amparo de la anarquía desatada durante el gobierno de Enrique IV. En definitiva, el pogrom del que Ayala se hace eco tan magistralmente constituye un importante episodio de la marcha hacia la «solución final» del problema judío bajo los Reyes Católicos, en 1492. Orientación bibliográfica

A las obras de carácter general pueden añadirse: F. A m a d o r d e l o s Ríos, Historia social, política y religiosa de los judíos de España y Portugal, Madrid, Aguilar, 1960. Y. Baer, Historia de los judíos en la España cristiana, 2 vols., Madrid, 1981.

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E. B e n ito R u a n o , L o s orígenes del p ro b le m a c o n ve rso , Barcelona, El Albir Universal, 1976. E. M it r e , Los judíos de Castilla en tiempo de Enrique III. El pogrom de 1391, Universidad de Valladolid, 1994. J . M . M o n sa lv o , Teoría y evolución de un conflicto social. El antisemitismo en la Corona de Castilla en la Baja Edad Media, Madrid, Siglo XXI, 1985. L. S u á r ez , Judíos españoles en la Edad Media, Madrid, Rialp, 1980. J. Valdeón, Los judíos de Castilla y la revolución Trastámara, Universidad de Valladolid, 1965.

La crisis social y económica: (I)catástrofes demográficas y agitaciones populares Tras la crisis frumentaria (en torno a 1315-1317) y la financiera (1335-1347), Europa conocerá la catástrofe demográfica en 1348. La peste negra se enseñoreará del continente. Los desastres naturales y las tensiones políticas y econó­ micas propiciarán un creciente malestar. En el campo, este sentimiento se reflejará en agitaciones como la jacquerie francesa y el movimiento inglés de 1381. En la ciudad se producirán revueltas, como la de los ciompi florentinos, la revolución comunal parisiense o las luchas de bandos cas­ tellanas. Bibliografía

M . J . A r a g o n e s e s , Los movimientos y luchas sociales en la Baja Edad Media,

Madrid, C.S.I.C., 1949. Marginalidade e conflictos sociais en Portugal nos seculos XIV e XV, Lisboa, Presenta, 1985. R . B. D o b so n , The Peasant’s Revolt of 1381, Londres, Macmillan, 1970. G. F o u r q u in , Les campagnes de la región parisienne a la fin du Moyen Age, París, SEVPEN, 1964. R . S. G o t t f r ie d , La muerte negra, México, F.C.E., 1989. V. R u t en b u r g , Movimientos populares en Italia (siglos XIV-XV), Madrid, Akal, 1983. E. S arasa , Las claves de la crisis de la Baja Edad Media, Barcelona, Planeta, 1991. (Pueden añadirse también algunos títulos referidos a Historia social, recogidos en la bibliografía general de este capítulo.) H . B a q u er o M o r e n o ,

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89 . L a p e s t e e n F lorencia , e n 1348 Digo que ya habían los años de la fructífera encamación del Hijo de Dios llegado al número de mil trescientos cuarenta y ocho, cuando la ciudad de Florencia, noble entre todas las de Italia, fue pasto de una mortífera peste. La cual, bien por la fuerza de los cuerpos astrales, o bien por nuestros inicuos actos, en virtud de la justa cólera de Dios, fue enviada a los mortales para corregimos, después de que durante algunos años se había enseñoreado de las regiones orientales, en las que había cobrado innumerables vidas y desde donde, sin detenerse en lugar alguno, prosiguió de forma de­ vastadora hacia Occidente, extendiéndose continuamente. No valían contra ella previsión ni providencia alguna, como el que limpiasen la ciudad operarios nombrados al efecto o prohibir que los enfermos entrasen en la población, o dar muchos consejos para preservar la salud, o hacer no una sino varias veces al día humildes rogativas a Dios en procesiones u otras formas piadosas. En cualquier caso, lo cierto es que, al comenzar la primavera del año mencionado, comenzaron a manifestarse los dolorosos efectos de la pestilencia. Pero no obraba como en Oriente, donde el verter sangre por la nariz era signo seguro de muerte, sino que aquí al comenzar la enfermedad, les nacían a las hembras y varo­ nes en las ingles y en los sobacos unas hinchazones que algunas veces alcanzaban el tamaño de una manzana o de un huevo. La gente común daba a estos bultos el nombre de bubas. Y, en poco tiempo, estas mortíferas inflamaciones cubrían todas las partes del cuerpo. Luego, los síntomas de la enfermedad se trocaban en man­ chas negras o lívidas en brazos, muslos y demás partes del cuerpo, bien grandes y diseminadas o apretadas y pequeñas. Así, la buba primitiva se convertía en signo inequívoco de futura muerte, tanto como estas manchas. Para curar esta enfermedad no parecían servir los consejos de médicos ni medicina alguna, bien porque la naturaleza del mal no lo consintiera, o bien porque se desconocía por la medicina el ori­ gen del mal y la forma de atajarlo. Así, no sólo eran pocos los que curaban, sino que casi todos los afectados, al tercer día de la apari­ ción de los citados signos, o bien un poco después, morían sin fie­ bre alguna ni otro accidente. (G. B occaccio, 11Decamerone, Introducción a la Prime­ ra Jomada, Venecia, ed. G. Angelier, 1594, pp. 2-3.)

152 90.

TEXTOS Y DOCUMENTOS DE ÉPOCA MEDIEVAL U n MODELO DE REVUELTA CAMPESINA: LA «JACQUERIE» (1 3 5 8 )

Al poco tiempo de la liberación del rey de Navarra se produjo una gran agitación en diversas partes de Francia: el Beauvaisis, Brie, riberas del Mame, región de Laon, Valois, Coucy y cercanías de Soissons. Las gentes de las aldeas se reunieron al principio no pasando de cien. Decían que todos los nobles de Francia, caballe­ ros y escuderos eran traidores al reino y sería por tanto beneficioso exterminarlos. Todos gritaban: «Verdad es, verdad es; maldito sea el que se oponga a que todos los gentileshombres sean destruidos.» Luego se pusieron en marcha, sin otro acuerdo ni más armas que bastones herrados y cuchillos, hacia la casa de un caballero que vivía cerca de allí. Penetraron en la casa, mataron al caballe­ ro, a su mujer y a sus hijos, pequeños y grandes, e incendiaron la casa [...]. Lo mismo hicieron en otros castillos y buenas casas. Los agita­ dores crecieron tanto que llegaron a seis mil. Por todos los lugares por donde pasaban, su número crecía, ya que se les unían gentes de su condición, de la misma forma que caballeros y escuderos abandonaban sus casas con sus mujeres e hijos; trasladaban a las mujeres, jóvenes y niños hasta diez o veinte leguas de distancia, dejando abandonadas sus casas con todos los enseres dentro. Y estas gentes malvadas, sin jefes ni armas robaban y destruían todo, matando a todos los nobles, forzando a damas y jóvenes sin piedad ni merced, como perros rabiosos. Ciertamente, nunca se vio entre cristianos, ni sarracenos, semejante locura como la de estos malvados [...]. Quemaron y aba­ tieron en todo el Beauvaisis y los alrededores de Corbie, Amiens y Montdidier, más de sesenta buenas casas y castillos [...] De forma semejante se condujeron las gentes entre París y Soissons y entre Soissons y Ham, en Vermandois y por toda la tierra de Couci. En ésta y en los obispados de Laon, Soissons y Noyon fueron destrui­ dos más de cien castillos y casas de caballeros y escuderos y mata­ ron a todos los que encontraron en ellos. Pero Dios, con su miseri­ cordia puso remedio a esto de la siguiente forma. Cuando los gentileshombres del Beauvaisis, Corbesis, Verman­ dois y Valois y de las tierras devastadas por estos malvados vieron sus casas destruidas y sus amigos muertos, pidieron ayuda a sus amigos de Flandes, Henault, Brabante y Hesbaye. Acudieron en seguida muchos de todas partes. Estos extranjeros se unieron a los nobles del país que los habían llamado. Comenzaron a matar y

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destrozar a estas gentes sin piedad, y a ahorcarlos por multitudes en los árboles, en los sitios donde los encontraban. Asimismo, el rey de Navarra mató en un solo día a tres mil cerca de Clermont en el Beauvaisis [...]. (J ean F roissart , Chroniques, Iib. I, part. II, París, Éd.

Luce, 1874, t. 5, pp. 99-102.)

91. A g ita c ió n s o c ia l e n C a s tilla b a jo E n riq u e IV Otrosy muy poderoso sennor vuestra sennoría bien conosce quantos dapnos e escándalos e leuantamientos e alborotos se cabsan en las vuestras gibdades e villas e logares délos vuestros rregnos, por que algunos se atreuen arrepicar canpannas syn auer cabsa para ello e syn ningúnd mandamiento que para ello ayan déla justicia nin rregidores délos tales logares, por donde cada día con el tal bollicio se fazen grandes ayuntamientos de gentes, de que por muchas vezes se han rresultado o rresultan muchos e diuersos delitos e dapnos de que vuestra sennoría es deseruido e se rrecregen grandes dapnos enlas dichas gibdades e villas e logares por cabsa délos dichos alborotos; por ende suplicamos a vuestra alteza que mande e ordene que qual quier que fuese osado de rrepicar las dichas canpannas syn mandamiento délas justicias déla tal gibdad o villa o logar e de quatro rregidores della donde los aya, que mue­ ra por ello e pierda los bienes e sean para vuestra camara e fisco. A esto vos respondo que se faga e cunpla asy enlos lugares don­ de ouier los dichos quatro rregidores e podiendo ser auidos, e don­ de non pudieren ser auidos todos quatro, que basten dos con la dicha justicia; e sy fuere tal logar en que non ouiere los dichos rre­ gidores, que alo menos ninguno non sea osado de rrepicar la dicha canpanna syn mandamiento déla dicha justicia, so la dicha pena de suso contenida. (Cortes de Toledo de 1462, petición 10, en Cortes..., pp. 709-710, vol. HI.)

La crisis social y económica: (II) dificultades financieras y mercantiles La quiebra de banqueros florentinos a mediados del siglo xiv se ha tomado como símbolo de las dificultades financieras bajomedievales.

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En la esfera mercantil, los siglos xiv y xv presencian el enfrentamiento abierto entre ciudades (Génova contra Venecia) o ligas de ciudades (la Hansa frente a las villas cántabras). Todo ello será el prólogo de las rivalidades comerciales de la modernidad. Bibliografía Ph. D o llin g e r, La Hanse, XII-XVII, París, Aubier, 1964. J. H e ers, Genes au XV siécle, París, Flammarion, 1971. M. M o lla t, Le commerce maritime normand á la fin du Moyen Áge, París, Plon, 1952. Y. R eno uard, Les hommes d'affaires italiens au Moyen Áge, París, 1968. L. S u á re z F ernández, Navegación y comercio en el Golfo de Vizcaya, Madrid, C.S.I.C., 1959. 92.

Q u iebras

financieras e n

F lorencia , e n 1 3 4 5

En el mencionado año de 1345, en el mes de enero, quebró la compañía de los Bardi, que habían sido los mayores mercaderes de Italia. La razón fue que, como los Peruzzi, habían puesto su capital y los de otros a disposición del rey Eduardo de Inglaterra y del de Sicilia. De tal manera los Bardi encontraron que el rey de Inglate­ rra les debía, entre capital, intereses y compensaciones que les había prometido, más de 900 mil florines de oro. Pero, por la gue­ rra que sostenía con el rey de Francia, no los podía pagar. Del de Sicilia habían de obtener 100 mil florines de oro. El rey de Inglate­ rra adeudaba a los Peruzzi 600 mil florines de oro; el de Sicilia, 100 mil. Tenían una deuda de 350 mil florines de oro. Por lo que que­ braron, en perjuicio de los ciudadanos y de los forasteros, a quie­ nes debían, sólo los Bardi, más de 500 mil florines de oro. Muchas compañías menores y particulares tenían sus haberes en manos de los Bardi, de los Peruzzi y de otros que habían quebrado, quedaron arruinados y hubieron de quebrar, también ellos [...]. (Giovanni V illani, Crónicas, ed. N. Guglielmi, Buenos

Aires, Ed. Sudamericana, 1967, p. 171.)

LA BAJA EDAD MEDIA 93.

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O r d e n a m ie n t o s m o n etar io s d e las C o r tes d e B r iv iesc a d e 1 3 8 7

Don Johan por la gracia de Dios, Rey de Castiella [...]. Por quanto, segúnd dixieron los sabios antiguos, alas cosas que nueva­ mente acaesgen deuen ser puestas nueuas prouisiones e rremedios; por ende por quanto nos por los grandes menesteres e gue­ rras que ouimos en estos dos annos que agora pasaron, et sennaladamente quando el duc de Lancastre e los yngleses nuestros enemigos entraron enlos nuestros rregnos, nos ouimos de mandar labrar moneda que non era de tan grand ley commo la otra mone­ da vieja que fue mandada labrar por los rreyes nuestros anteceso­ res e por nos, para conplir los dichos menesteres e rreleuar en quanto nos pudimos alos nuestros rregnos de pechos e de dannos; et agora que plogo a Dios quelos nuestros menesteres gesen en alguna parte, parando mientes al prouecho e bien público délos nuestros rregnos baxamos la dicha moneda, e mandamos quel blanco que valía un maravedí que non valiese sinon seys dineros nouenes. E por quanto auemos sabido que en este tiempo que corrió, la moneda nueua, que valía un blanco un maravedí se fezieron muchas debdas, asi de enpréstidos commo de compras e ven­ didas e lugueres e arrendamientos e de otras maneras, e dubdarían los ornes de qué manera se deuían pagar por quitar alos délos nuestros rregnos de pleytos e costas e dannos e dubdas que sobres­ tá rrazon les podría rrecresger, es nuestra merged de ordenar leyes claras sobre esta razón, porque ellos sepan commo han de pasar en esta rrazón. (Cortes de Briviesca de 1387, en Cortes..., vol. II, pp. 359-360.) 94.

P ugna

e n t r e g e n o v e s e s y v e n e c ia n o s e n e l m ar N eg r o

[los escitas] atacaron un fuerte de Scitia llamado Cafa, que pertenecía a los genoveses y lo tuvieron cercado sin descanso durante dos años. Los sitiadores perdieron mucha gente en este largo sitio y obligaron a sus enemigos a gastos extraordinarios. Al no poder apoderarse de la plaza por la vigorosa resistencia de los sitiados, saquearon a los mercaderes dispersos por Scitia, aunque al fin los dejaron en paz. Desde este momento, los genoveses no quisieron traficar más

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sobre el Tanais, ni permitir que los venecianos y romanos trafica­ sen en la zona. El pretexto era que ellos no tenían diferencias con los escitas, pero el verdadero motivo era hacer que el fuerte de Cafa fuera el lugar más frecuentado por los mercaderes y el más célebre por el comercio. Los venecianos, no queriendo contribuir a los gastos de guerra contra los escitas ni abstenerse del comercio de Tanais, navegaron por la zona a pesar de los genoveses. Éstos actuaron con violencia para impedírselo y confiscaron algunos barcos. Esta chispa alumbró un incendio que consumió inmensas riquezas. (C antacuzeno , Histoire des empereurs Jean Paléologue

et Jean Cantacuzene, vol. X de Histoire de Constantinople, París, Éd. Cousin, 1685, pp. 111-112.)

95. T re g u a e n t r e l a H a n sa y C a s tilla s u s c r ita e n 1443 PARA ZANJAR EL CONFLICTO EN QUE SE ENCONTRABAN LAS DOS POTENCIAS DESDE 1419 A la gloria de la Santa Trinidad [...] y para el acrecentamiento del comercio común, las naciones de la Hansa teutónica de Alema­ nia y España, enemigas tiempo atrás —Satán por medio—, acuer­ dan lo siguiente: 1) Dichas naciones reconocen y ratifican una tregua por tres años. 2) Todos los mercaderes, marinos y súbditos de la nación alemana y de la Hansa teutónica podrán, en completa libertad y seguridad, ir, volver, estacionar y permanecer según su convenien­ cia, en los lugares, ciudades y puertos que pertenezcan al rey de Castilla, con sus bienes, posesiones, mercancías y cuerpos. En caso que los marinos hanseáticos entren en los puertos de dicho monar­ ca con sus navios y sus bienes, podrán venderlos, y todas las mer­ cancías compradas con el producto de esta venta podrán embar­ carlas en sus propios navios y transportarlas donde deseen. Por el contrario, si dichos marinos hanseáticos condujeran en sus navios otros bienes distintos de los de consumo, embarcarán las mercan­ cías compradas al cambio en navios españoles, si se encuentran en los dichos puertos dispuestos a hacer vela para los países o puertos a los cuales los marinos o los mercaderes quieran expedir sus mer­ cancías...

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5) Si ocurre que marinos hanseáticos acompañando a mari­ nos españoles se encuentren en alta mar con enemigos de éstos, bien ingleses u otros, los marinos de la Hansa enarbolarán su ban­ dera indicando claramente que no son enemigos. Luego se retira­ rán a fin de no molestar a los marinos españoles en el combate que libren con sus rivales... 9) Si los mercaderes y marinos de ambas naciones se encuentran en un puerto y salen juntos de él, se comprometerán por juramento o simple promesa a ayudarse contra los enemigos o los piratas. Si éstos hacen su aparición y uno rechaza la ayuda, será castigado severamente por la nación de la que dependa, para que sirva de ejemplo a otros en el futuro... 15) Las dos partes se ponen de acuerdo para que los merca­ deres de la nación alemana adquieran en el puerto de La Rochelle vinos y otros productos que embarcarán preferentemente y en mayor medida en navios españoles, a condición de que éstos se encuentren en ese momento allí y marchen a los puertos a donde los mercaderes alemanes quieran llevar esta carga. (Th. H irsch, D anzigs H andels u n d G ew erbegeschichte, 1 858, p . 272.)

El gobierno de la Iglesia en la crisis bajomedieval La autoridad moral de los pontífices, después de llegar a su cima en la transición al siglo xiv, entrará rápidamente en declive. El traslado de la residencia papal a Aviñón va a ser clave en este proceso. El paso siguiente —el Cisma— desga­ rrará al Occidente durante varias décadas. La solución al conflicto vendrá por la vía del Concilio. Vía que se revelará en ocasiones como sumamente crítica hacia las estructuras eclesiales vigentes. Bibliografía

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L. S tjárez F ernández , Castilla, el Cisma y la crisis conciliar, Madrid, C.S.I.C., 1960.

96. B u la «U nam S anctam » d e B o n ifa c io VIII (1302) Por las palabras del Evangelio somos instruidos que en la Igle­ sia y en su potestad hay dos espadas: la espiritual y la temporal [...]. Una y otra espada, pues, están en la potestad de la Iglesia, la espiritual y la material. Ésta ha de esgrimirse en favor de la Iglesia; aquélla, por la Iglesia misma. Una, por mano del sacerdote; otra, por mano del rey y de los soldados, si bien a indicación y consenti­ miento del sacerdote. Pero es menester que una espada esté bajo otra espada y que la autoridad temporal se someta a la espiritual [...]. Que la potestad espiritual aventaje en dignidad y nobleza a cualquier potestad terrena, hemos de confesarlo con tanta más cla­ ridad, cuanto aventaja lo espiritual a lo temporal [...]. Luego si la potestad terrena se desvía, será juzgada por la potestad espiritual; si se desvía la espiritual menor, por su superior; mas si la suprema, por Dios sólo, no por los hombres, podrá ser juzgada. Pues atesti­ gua el Apóstol: «el hombre espiritual lo juzga todo, pero él por nadie es juzgado». Ahora bien, esta potestad, aunque se ha dado a un hombre y se ejerce por un hombre, no es humana, sino antes bien divina, por boca divina dada a Pedro, y a él y a sus sucesores confirmada en Aquél mismo a quien confesó, y por ello fue piedra cuando dijo el Señor al mismo Pedro: Cuanto ligares, etc. [...]. Someterse al Romano Pontífice, lo declaramos, lo decimos, defini­ mos y pronunciamos como de total necesidad para la salvación de toda humana criatura. (Corpus iuris can. 1.1 tít. 8, «Extravag. comm.», C.I.) 97.

A c titu d d e u n m o n a rc a a n te e l cism a: c a r ta d e J u a n d e C a s tilla o rd e n a n d o r e c o n o c e r a C le m e n te VII com o le g ítim o Papa e n to d o s s u s re in o s (1381)

I

Don Iohan, por la gracia de Dios rey de Castieila, de Toledo, de León, etc., a todos los adelantados, concejos, alcaldes, jurados, justigias, merinos, alguaziles e otros oficiales qualesquier de todas las cibdades e villas e lugares de nuestros regnos e a qualquier o a qua­ lesquier de vos a quien esta nuestra carta fuere mostrada o el trasla­ do della signado de escrivano público, salud e gragia. Sepades que

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por razón de la Qisma que era en la Eglesia de Dios, queriendo así como católico e fiel principe christiano saber verdad sobre la dicha rason porquel alma nuestra nin de los nuestros subditos non estodiesen en error, enbiamos por diversas partes nuestros mensajeros enbaxadores, letrados e omes de buenas conciencias e de quien nos ende fiamos por que se enfermasen especialmente en Roma e en Aviñón qual era el verdadero eleyto e vicario de Ihesu Christo a quien nos e nuestros soditos deviemos de obedeger por todas aque­ llas maneras que se pudiesen enfermar. E eso mismo fezimos jun­ tar todos nuestros prelados, maestres de Theologia, doctores e otros religiosos e personas de buenas conciencias para que viesen todas las informaciones que los dichos nuestros mensageros e embaxadores avian traydo e oyesen e conosciesen todas las allegaciones e derechos e testigos que cada una de las partes de los eleytos quisiesen produzir e allegar e que (sobre) aquello podiesen a la nuestra anima e a las animas de los nuestros subditos bien e ver­ daderamente consejar. E (por ende) los dichos prelados, maestros en Theologia, doctores e otros religiosos e personas de buena con­ ciencia, asi por las (dichas informaciones o allegaciones, pruebas e testigos, fallaron el pri(mero e)leyto ser fecho por fuerza e impre­ sión de (los romanos) é ser yntruso e apostático e Antichristo e nuestro señor el Papa (Clemente) séptimo, segundo eleyto, ser ver­ dadero Papa e vicario de Ihesu Christo. Por ende, nos, de consejo de todos los sobredichos, el domingo diez e nueve dias de mayo del año desta nuestra carta, en la eglesia catedral de Santa Maria de Salamanca, fecho el officio con su sermón solemne (roto) dicha eglesia publicamente, en presencia de todo el pueblo, publicamos e manifestamos nuestra entencion, conviene saber, el primero eleyto ser fecho por fuerca e impresión de los romanos e ser intruso e apostatico e Antichristo, e nuestro señor el Papa Clemente, segundo eleyto, ser verdadero Papa e vicario de Ihesu Christo. Por ende vos mandamos que ayades por Papa verdadero e vicario de Ihesu Chris­ to (roto) sus cartas e sus mandamientos en lo espiritual asi como en lo temporal como a Papa verdadero e vicario de Ihesu Christo. Otrosy que ayades e rescibades e obedezcades al mucho onrrado en Christo don Pedro, cardenal de Aragón, por legado del dicho señor Papa e de la See Apostolical e obedescades sus cartas e manda­ mientos asi como delegado en aquello que concierne a lo espiritual. E si alguno o algunos de los nuestros subditos, de cualquier estado, ley o condición que sean, toviere el contrallo de la sobredicha declaración que nos fezimos en todo o en parte, e non obedesciere en las cosas sobredichas al dicho legado, mandamosvos que seyendo requerido o requeridos por el dicho cardenal legado o por sus

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comisarios o juezes o otros offigciales suyos, que les prendades los cuerpos e todos sus bienes e los tengades presos e bien recaudados. E non fagades ende al so pena de la nuestra merged e de diez mili maravedís a cada uno para la nuestra Camara. Dada en Salamanca treynta dias de mayo, Era de mili e quatrogientos e diez e nueve años. Nos el rey. (A. V. Inst. Mise. n.° 3094. Incluido en un traslado, original en papel, de Valladolid, 5 de agosto de 1381. En L. S u á re z, Castilla, el cisma y la crisis con­ ciliar, Madrid, C.S.I.C., 1960, pp. 155-156.) 98.

E l CONCILIO UNIVERSAL COMO AUTORIDAD SUPREMA

Voy a mostrar a continuación cómo la autoridad principal, mediata o inmediata, para efectuar tal determinación [definiciones en cuestiones de fe], descansa solamente o bien en el concilio gene­ ral de los cristianos o bien en su parte preponderante o en aquellos a los cuales tal autoridad les ha sido conferida por el conjunto de los fieles cristianos. De tal manera que todas las provincias o comu­ nidades notables del mundo, de acuerdo con la determinación de su legislador humano (bien uno o bien varios) y de acuerdo con su proporción en calidad y en cantidad de personas, elijen hombres fieles, sacerdotes, primero, y no sacerdotes, después, pero siempre personas idóneas. Por ejemplo, hombres que hayan dado buenas pruebas de su conducta en la vida y los más expertos en materia de ley divina que, en tanto que jueces en el primer sentido del término, representantes del conjunto de los fieles, en virtud de la autoridad susodicha que les ha sido conferida por el conjunto de los fieles, se reúnan en un lugar determinado del mundo, que sea, sin embargo, el más conveniente según la decisión de la mayor parte de ellos. En este lugar, definirán al mismo tiempo todo aquello que, tocando a la ley divina, les parezca dudoso, útil, expediente o necesario para determinar; y también pondrán en orden todo aquello que, concer­ niente al rito de la iglesia o al culto divino, conduzca también al descanso o a la tranquilidad de los fieles. Es, en efecto, vano e inútil que la multitud de los creyentes, inexpertos, se reúna para tal asamblea; es inútil, por cuanto sería distraído para las tareas necesarias a la subsistencia de la vida cor­ poral aquello que sería una carga y, tal vez, algo insoportable. (M arsilio de P adua, Le défenseur de la Paix, versión de J. Q uillet , París, Éd. J. Vrin, 1968, pp. 396-397.)

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El orden de la Iglesia en cuestión: tensiones espirituales y radicalización religiosa La crítica al estamento eclesiástico en la Baja Edad Media se canalizará a través de determinadas manifestacio­ nes literarias y de la radicalización de ciertos sectores heré­ ticos. Las explosiones antisemitas constituyen —particular­ mente en España— una válvula de escape para el descon­ tento popular. El Bajo Medievo conoció, igualmente, un fuerte auge de la predicación popular (San Vicente Ferrer, San Juan Capistrano...) que en más de una ocasión contribuyó a la crispación religiosa. Bibliografía

P. Chaunu, Le temps des Reformes. La crise de la chrétienté. L'éclatement 1250-1550, París, Fayard, 1975. A. K en n y (ed.), Wyclif in his Times, Oxford, Clarendon Press, 1986. J. Macek, La revolución husita, Madrid, Siglo XXI, 1975. K. R. S c h o l b e r g , Sátira e invectiva en la España medieval, Madrid, Gredos, 1971. F. S m a h e l , La révolution hussite, une anomalie historique, París, P.U.F., 1985. 9 9.

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Véase el texto comentado como modelo al comienzo de este capítulo. 10 0 . L a s VIRTUDES DE l a p re d ic a c ió n s e g ú n u n s e rm ó n d e S a n V ic e n te F e r r e r (1 3 5 0 -1 4 1 9 )

En las palabras del Señor: Os haré pescadores de hombres, adviertan los religiosos y quienes tienen el oficio de la predicación, que son pescadores; la red es la predicación evangélica. Yo extien­ do ahora la red, y si alguno de los que escuchan mi predicación se proponen abandonar los pecados y los vicios y concibe el propósi­

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to de volverse a Dios, yo, que soy un pobre predicador, puedo decir que he capturado un pez. Cuando un noble o un soldado, movidos por la predicación, abandonan la pompa, el odio o el rencor a su enemigo, podemos decir que hemos pescado un delfín. ¡Oh, cómo gustan a Dios estos peces y quienes los pescan! Cuando una noble señora, movida por la predicación, deja las vanidades, ornamentos y cosas semejantes, y se confiesa proponiendo vivir rectamente, podemQS decir que hemos pescado una tonina. Cuando por la pre­ dicación se convierte un labriego o un hombre sencillo, pescamos un barbo. Y cuando se convierte una mujer humilde, podemos decir que hemos pescado una sardina. En el día del juicio dirá Cristo a los pescadores: Venid y comed. Y ellos dirán: ¿De qué hemos de comer, Señor? Entonces les responderá: Traed los peces que habéis cogido. ¡Oh! ¿Qué será del predicador que no pueda sino decir: Señor, yo no he pescado sino algas y hierbas, esto es, dinero, vestidos, celdas, amistades y fama? Por amor de Dios, tra­ bajemos para pescar almas, pues el día del juicio llegará cada cual con las almas que convirtió, y le dirá al Señor: Señor, aquí tienes los peces que he pescado. ¡Cuántas almas llevará San Pedro consi­ go, el cual en el primer sermón convirtió a tres mil! (San V ic e n te F e r r e r , «Sermón en la fiesta de San Pedro Apóstol», en Biografía y Escritos, eds. F r. J. M. d e G arganta y F r . V . F orcada , Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1956, pp. 605-606.)

101. Los CUATRO ARTÍCULOS HUSITAS DE PRAGA ( 1420) Por la gracia y voluntad del Padre y Señor Dios Todopoderoso, hemos aceptado y recibido en nuestra creencia la luz de la verdad y de la ley de Dios, las cuales son ciertas, constantes, profetizadas y legítimas. Primero, demos libertad para que la palabra divina sea predi­ cada por todas partes sin exceptuar ningún lugar; recibámosla con alegría en nuestro corazón; sigamos y vivamos según ella nos indi­ ca, e instruyamos al prójimo para que también la practique. Segundo, recibamos el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, Dios Todopoderoso, con temor, religión y honestidad, lo mismo los jóvenes que los ancianos, y los niños, después de reci­ bido el bautismo; obliguemos e incitemos para que lo reciban al menos cada domingo, niños y adultos sin excepción.

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Tercero, llevemos y conduzcamos a los curas para que ordenen su vida según nos mostró el Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucris­ to, así como una vida apostólica; con la ayuda de Dios impidamos y destruyamos sus beneficios y sus ganancias, extraídas de la si­ monía. Cuarto, detengamos, suprimamos y eliminemos de nosotros todos los pecados veniales y mortales; hagamos que sigan nuestro ejemplo los reyes, los príncipes y señores burgueses, artesanos tra­ bajadores y todas las personas de sexo masculino o femenino, sin que olvidemos la descendencia de nadie, ni a los jóvenes ni a los viejos. Si hubiese alguien que no quisiese sostener estos elementos y artículos que hemos enumerado, ni seguirlos ni aplicarlos volunta­ riamente, ni ayudar a mantenerlos y a defenderlos, rehusaríamos sin excepción aguantar a semejante persona entre nosotros y, con la ayuda de Dios, no dejaríamos nunca en ningún lugar de amo­ nestar a este hombre, aconsejarle y empujarle e incitarle hacia el bien, lo mismo en el ejército que en las fortificaciones, en las ciudadelas, ciudades o en los burgos fortificados o sin fortificar, en las aldeas o en las granjas, sin exceptuar ningún lugar. (Recogido por J.

M acek , ¿Herejía o revolución? El movimiento husita, Madrid, Ciencia Nueva, 1967,

pp. 126-127.)

102.

S átira contra el estam ento

eclesiástico

Fray Pedro Méndez, Hermano privado de Jeremías dime tú cuánto darías por un cuarto de cristiano; respondió él de llano en llano: «Así goce de mis días, que es cornudo y mal cristiano quien hizo las coplas mías.» A ti, fray Diego de Llanos, puto, mal quisto de gente, de linaje de marranos de sangre lluvia doliente dirás a Juan de Vivero que castigue su trasero

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de tanto puto palmero como trae alrededor. Ah fraile, qué bien contrasta. Pero Álvarez de Palencia, ¿del conde Santa Marta a cómo das la sentencia? «A precio que siempre queda la condesa por abrigo, de enviarme paño y seda y muchas cargas de trigo.» A ti, fray Juan Bahari, gran pontífice mundano rezador del Genesí mejor que del calendario, así yo de ti vea gozo, obispo talle de cuero, que te vi siendo más mozo oficial de un cuchillero. («C oplas del Provincial», h a cia 1460. R ecogido p o r J. R odríguez P uértolas , Poesía de protesta en la Edad Media castellana, M adrid, G redos, 1968,

pp. 222-223.)

103. U n a v isió n d e l s e n tid o u n iv e r s a l d e l a m u e r te a fin e s d e l M ed iev o

Yo soy la muerte cierta a todas criaturas que son e serán en el mundo durante damando é digo: o homme ¿por qué curas de vida tan breve en punto pasante? Pues no hay tan recio nin fuerte gigante que deste mi arco no se pueda anparar, conviene que mueras quando lo tirar con esta mi frecha cruel traspasante. ¿Que locura es esta tan magnifiesta? ¿Que piensas tu, homne, que el otro morrá, e tu quedarás por ser bien compuesta la tu complision e que durara? Non eres cierto si en punto vemá

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sobre ti a deshora alguna corrupción, de landre, o carboneo, o tal inplisíon porque el tu vil cuerpo se dessatará. ¿O piensas por ser mancebo valiente o niño de días que a lueña estaré, e fasta que liegues a viejo impotente en la mi venida me retardaré? Avisate bien, que yo llegaré a ti a deshora, que non he cuydado que tu seas mancebo o viejo cansado, que qual te fallare tal te levaré. La plática muestra ser pura verdad aquesto que digo sin otras fallencia; la sancta escritura con certenidad da sobre todo su firme sentencia, a todos diciendo: faced penitencia que a morir habedes, non sabemos quando, si non ved el fraire que está pedricando, mirad lo que dice de su grand sabiencia. («La danza de la muerte», en Coplas satíricas y dra­ máticas de la Edad Media, ed. E. R incón , Madrid, Alianza Editorial, 1968, pp. 94-95.)

Las corrientes de pensamiento: de la escolástica al humanismo A nivel de las élites, la contestación a las comentes domi­ nantes se manifestará de muy diversas formas: el nomi­ nalismo occamista, el recrudecimiento de las tendencias místicas o los brotes cada vez más firmes del humanismo. Bibliografía

A. R ivaud , Historia de la filosofía, t. II, «De la escolástica a la época clásica», Buenos Aires, Kapelusz, 1962. H. G r a e f , Historia de la mística, Barcelona, Herder, 1970. G. L a g a rd e , La naissance de l’esprit laíque au declin du Moyen Age, 5 vols., París-Lovaina, Ed. Nauwelaerts, 1956-1963. E. G a r in , Medioevo y Renacimiento, Madrid, Taurus, 1981.

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104. L a d is tin c ió n d e la s cien c ias e n G u ille rm o d e O ccam (1 2 9 0 -1 3 4 8 )

De acuerdo con lo dicho antes sobre la pasión, se enseña que diversas ciencias pueden considerar al mismo sujeto. Pues siendo la pasión, como se ha dicho, un concepto que significa a manera de connotación algo distinto del sujeto, según las cosas diversas que pueden connotarse si hay varias pasiones, de acuerdo con la variedad de pasiones, habrá variedad de ciencias. De donde, en cuanto al hombre, puede saberse por el hecho de estar compuesto de contrarios, que es corruptible y la ciencia que trata de esto es la ciencia natural. Del mismo puede saberse que es beatificable y esta conclusión pertenece a la teología. También del mismo puede saberse que tiene libre arbitrio y cosas similares y esto pertenece a la moral. De acuerdo con esto se establece que lo diversamente cognos­ cible da lugar a diversas ciencias, puesto que según la variedad tanto del sujeto como del predicado, varía la conclusión cognosci­ ble; por lo tanto la ciencia varía según su variación. Y de acuerdo con esto se enseña en general que a cada conclusión responde una diversa ciencia. De acuerdo con esto se enseña que, cuando por los términos de una conclusión conocida se significa otra cosa, diversa por su especie que la significada por los términos de otra conclusión conocida, aquellas ciencias se distinguen específicamente. Y, en general, los hábitos cuyos actos se distinguen específicamente son específicamente diversos, porque, de lo contrario, se elimina toda manera de probar que cualquier acto se distingue específicamente. (Occam , Tratado sobre los principios de la teología, versión de L. F a rré , Buenos Aires, Ed. Aguilar,

1957, pp. 62-63.)

105. In c o m p re n sib ilid a d d e l a v e rd a d e x a c ta s e g ú n N ic o lá s d e C u sa (1 4 0 0 -1 4 6 1 )

Puesto que es evidente por sí mismo que no hay proporción de lo infinito a lo finito, es sumamente claro también, por lo mismo, que donde se encuentra algo que excede y algo que es excedido, no se llega al máximo absoluto, siendo como son, tanto las cosas que exceden como las que son excedidas, finitas, y el máximo en cuan­

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to tal, necesariamente infinito. Dada, pues, cualquier cosa, que no sea el mismo máximo absoluto, es evidente que es dable que exista una mayor. Y puesto que hallamos una igualdad gradual, de tal modo que una cosa es más igual a una determinada que a otra, según conveniencia y diferencia genérica, específica, influyente según el lugar y el tiempo y otras semejantes, es manifiesto que no pueden hallarse dos o varias cosas tan semejantes e iguales que no sea posible hallar posteriormente un número infinito de otras más semejantes. De ahí que siempre permanecerán diferentes, por muy iguales que sean, la medida y lo medido. Así pues, el entendimiento finito no puede entender con exacti­ tud la verdad de las cosas mediante la semejanza. La verdad no está sujeta a más o a menos, consistiendo en algo indivisible, a lo que no puede medir con exactitud ninguna cosa que no sea ella misma lo verdadero; como tampoco al círculo, cuyo ser consiste en algo indivisible, puede medirle el no círculo. Así, pues, el entendi­ miento, que no es la verdad, no comprende la verdad con exacti­ tud, sin que tampoco pueda comprenderla, aunque se dirija hacia la verdad mediante un esfuerzo progresivo infinito; al igual que ocurre al polígono, con respecto al círculo, que sería tanto más similar al círculo cuanto que, siendo inscrito, tuviera un mayor número de ángulos, aunque, sin embargo, nunca será igual, aun cuando los ángulos se multiplicaran hasta el infinito, a no ser que se resuelva en una identidad con el círculo. Es evidente que noso­ tros no sabemos acerca de lo verdadero, sino que lo que exacta­ mente es en cuanto tal, es algo incomprensible y que se relaciona con la verdad como necesidad absoluta, y con nuestro entendi­ miento como posibilidad. La quididad de las cosas, por consiguiente, que es la verdad de los entes, es su puridad inalcanzable, y ha sido investigada por todos los filósofos, pero no ha sido hallada, en cuanto tal, por nin­ guno. Y cuanto más profundamente doctos seamos en esta igno­ rancia, tanto más nos acercaremos a la misma verdad. (N icolás d e C usa , La M. F u e n te s B e n o t ,

pp. 31-33.)

docta ignorancia, versión de Buenos Aires, Aguilar, 1966,

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106. E l HOMBRE COMO CENTRO DEL MUNDO Y MODELADOR DE SU PROPIA PERSONALIDAD, s e g ú n Pico d e l a M irá n d o la (h a c ia 1486) Decretó al fin el supremo Artesano que, ya que no podía darse nada propio, fuera común lo que en propiedad a cada cual se había otorgado. Así pues, hizo del hombre la hechura de una for­ ma indefinida, y, colocado en el centro del mundo le habló de esta manera: «No te dimos ningún puesto fijo, ni una faz propia, ni un oficio peculiar, ¡oh, Adán!, para que el puesto, la imagen y los empleos que desees para ti, ésos los tengas y poseas por tu propia decisión y elección. Para los demás, una naturaleza contraída den­ tro de ciertas leyes que les hemos prescrito. Tú, no sometido a cau­ ces algunos angostos, te la definirás según tu arbitrio al que te entregué. Te coloqué en el centro del mundo, para que volvieras más cómodamente la vista a tu alrededor y miraras todo lo que hay en este mundo. Ni celeste, ni terrestre te hicimos, ni mortal, ni inmortal, para que tú mismo, como modelador y escultor de ti mismo, más a tu gusto y honra, te forjes la forma que prefieras para ti. Podrás degenerar a lo inferior, con los brutos; podrás real­ zarte a la par de las cosas divinas, por tu misma decisión.» (Pico d e la M irándola , De la dignidad del hombre, ed. L. M a rtín ez G ó m ez , Madrid, Editora Nacional, 1984, p. 105.)

107. L a re n u n c ia d e sí m ism o s e g ú n e l a s c e ta T om ás d e K em pis (1380-1471) Algunos se renuncian pero, con alguna excepción, no confían en Dios del todo, y por eso trabajan en mirar por sí. También algu­ nos al principio lo ofrecen todo; pero después, combatidos de algu­ na tentación, se vuelven a sus comodidades, y por eso no aprove­ chan en la virtud. Éstos nunca llegarán a la verdadera libertad del corazón puro ni a la gracia de mi suave familiaridad, si no renun­ cian antes haciendo del todo cada día sacrificios de sí mismos, sin lo cual no estarán en la unión con que se goza de Mí. Muchas veces te dije y ahora te vuelvo a decir: Déjate a ti, renuncíate y gozarás de grande paz interior. Dalo todo por el todo: nada exijas; está puramente y sin dudar en Mí, y me poseerás. Serás libre de corazón y no te ofuscarán las tinieblas. Encamina

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todos tus esfuerzos, deseos y oraciones a fin de despojarte de todo apego, para seguir así desnudo a Jesús desnudo, morir para ti y vivir para Mí eternamente. Entonces se desvanecerán todas las vanas imaginaciones, las perturbaciones malas, los cuidados superfluos. Entonces también desaparecerá el temor excesivo y morirá el amor desordenado. (T om ás d e K e m p is , Imitación de Cristo, ed. E. N ie r e m b e r g , Barcelona, 1947, p p . 376-377.)

La crisis del equilibrio político en el Occidente La guerra de los Cien Años (a través de sus grandes encuentros militares o de las depredaciones de los profesio­ nales de las armas) constituye el fenómeno más elocuente de los desequilibrios políticos bajomedievales. Aunque más localizados, son también muy expresivos otros hechos: la lucha de los monarcas con una nobleza en exceso turbulenta o las disputas de las facciones urbanas por el control del gobierno municipal. Bibliografía

Ch. Allmand , La guerra de los Cien Años, Barcelona, Crítica, 1990. E. M it r e , La guerra de los Cien Años, Madrid, Biblioteca Historia 16, 1990. Ph. C ontam ine , La guerre de Cent Ans, París, P.U.F., col. «Que sais-je?», 1968. E. P erroy , La guerre de Cent Ans, P arís, G allim ard , 1945. A. R. M y ers , England in the Late Middle Ages, vol. 4 d e The Pelican History of England, 1966. A. T en en ti , Florencia en la época de los Médicis, Barcelona, Ediciones Penín­ sula, 1974. C. B atlle , Barcelona a mediados del siglo XV, Barcelona, El Albir Universal, 1976. L. S uárez F ern á n d ez , Nobleza y Monarquía. Puntos de vista sobre la Histo­ ria política castellana del siglo XV, Valladolid, Estudios y Documentos, 1975.

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108. H acia la pérdida de las libertades com u n ales :

G ualterio de B r ie n n e , tirano d e F lorencia e n 1342

Nuestra noble y desventurada hueste que había combatido contra Lucca, regresó. Lucca se rindió a los písanos. Los florenti­ nos consideraron su desdichada situación y conocieron que micer Malatesta, nuestro capitán, no había actuado bien en la guerra. Por temor del pacto concluido con el Bávaro, según hemos dicho, y para estar más seguros, eligieron como capitán y conservador del pueblo a micer Gualterio, duque de Atenas y conde de Brienne, de Francia, a comienzos de junio de 1342. Le aseguraron el salario, los caballeros y los peones que tenía micer Malatesta, por el térmi­ no de un año. El duque —fuese por comodidad, por astucia o por lo que luego veremos— quiso retomar a Santa Croce, a la residen­ cia de los frailes menores. Su gente se alojó alrededor. Más tarde, en las calendas de agosto, concluido el tiempo de ejercicio de micer Malatesta, el duque añadió a sus atribuciones la capitanía general de la guerra y el poder de conceder justicia personal dentro y fuera de la ciudad. El gentilhombre vio la ciudad dividida. Y, puesto que era concupiscente de dinero —del que tenía necesidad como transeúnte y peregrino, y del que carecía a pesar de su título de duque de Atenas—, aceptó algunas insinuaciones de algunos grandes de Florencia. Éstos, junto con algunos populares impor­ tantes, trataban de continuo de quebrar el régimen del pueblo, pues querían enseñorearse de él y no dar lo debido a quienes lo merecían. Al ver que sus compañías estaban debilitadas, de inme­ diato fueron a Santa Croce a aconsejarlo. Día y noche lo impulsa­ ron para que se apoderase de toda la señoría. El duque, por las razones expuestas y deseoso de poder, comenzó a seguir el malva­ do consejo y a transformarse en cruel y tirano —tal como diremos en el siguiente capítulo— so pretexto de hacer justicia, para que lo temieran y al fin constituirse en señor de Florencia. (G iovanni V illan i , Crónicas..., pp. 85-86.)

109.

U n p r o f e s io n a l d e l a g u e r r a e n l a F ra n c ia DEL SIGLO Xiv: EL «ROUTIER» MERIGOT MARCHÉS (t 1391)

No hay en el mundo un modo de vivir, ni recreo, oro, plata o gloria que se puedan comparar con el placer de llevar armas y de

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pelear como lo hicimos. ¡Qué alegres estábamos cuando cabalgá­ bamos a la ventura y nos encontrábamos en el campo con un rico abad, un comerciante, una recua de muías cargadas de paño, pie­ les, especies o sedas! ¡Todo era nuestro o se podía rescatar a nues­ tro antojo! Todos los días teníamos dineros nuevos. Los villanos de Auvemia y el Limousin nos abastecían abundantemente y nos traían graciosamente trigo, harina, pan cocido, avena, paja para los caballos, buenos vinos, bueyes, ovejas, cameros cebados y toda clase de aves y caza. ¡Estábamos vestidos como reyes y cuando cabalgábamos todo el país temblaba a nuestro paso! ¡De qué manera tomamos Carlat yo y el bastardo de Campaigne! ¡Cómo tomamos Chaluset yo y Perrot el Beamés! ¡Cómo escalamos voso­ tros y yo, sin otra ayuda, el castillo de Mercoeur! Sólo lo ocupé cin­ co días y me pagaron por él cinco mil francos. A fe mía que no había vida mejor que aquella. Me pesa haber restituido y vendido Aleuze, porque desde allí uno podía hacerse fuerte contra todo el mundo y el día en que lo entregué estaba abastecido de tal modo que hubiera podido sostenerse siete años sin recibir nuevas provi­ siones. ¡Creo que el conde de Armagnac me engañó! Tenían razón Olim Berbe y Perrot el Beamés cuando me decían que me arrepen­ tida de ello. En verdad, me arrepiento de lo que hice. Chroniques, lib . IV, Kervyn de Lettenhove, t. 14, p. 164.)

(J ean F r o issa rt ,

cap.

XIV,

ed .

110. L a GUERRA DE SUCESIÓN PORTUGUESA:

LA PESTE Y EL HAMBRE EN EL CERCO DE LISBOA po r J u a n I d e C astilla (1 3 8 4 )

Sendo a tormenta do Reino tao grande como ouvistes e Lisboa assim aflita com ondas de tais tempestades, e ainda a comarca de redor devastada por fogo e outras destruigóes, de modo que todas as aldeias e quintas que havia em seu termo até Cascais, que era dali cinco léguas, estavan já deitadas por térra, e mais os lugares de todo o Ribatejo; além disto, fome continuada e nenhuma certa esperanza de sua libertagáo; de cada parte se gerava nos morado­ res déla mui pouca confianza de poder escapar, salvo aquela que em Deus tinham, da maneira que dissemos. Por sua vez, el rei de Castela, sem embargo da forgosa demostragáo que via da mortandade dos seus, pela qual devera entender

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que nao aprazia a Deus ele ali estar mais, seu firme propósito era no entanto perseverar até que a tomasse. E assim os cercados e os cercadores sofiiam duas graves penas por esperanzas contrárias. Os da cidade esperavan cada dia que el rei levan­ tase muito cedo seu acampamento pela insistencia da grande peste; os Castelhanos, outrossim, entendiam que os de dentro, constrangidos pela fome, lhes rogariam com a cidade um acordo honroso. Assim que uns e outros, mantendo sua opiniao, sofriam os dois maiores danos que em semelhante feito podiam acontecer, convém a saber uns, apertada fome dos mantimentos de que tinham necessidade; outros, mortal peste em todas as condigoes de gentes do acampamento. Crónica de D. Joüo /, 1.a parte, cap. 150; selección de A. J. S araiva, Lisboa, 1965, p. 113.)

(F ernáo L o pes ,

111. UN GRAN ENCUENTRO ENTRE LOS EJÉRCITOS DE FRANCIA e I nglaterra ; la batalla d e

A zincourt (1415)

El 20, los señores franceses tuvieron noticia que los ingleses marchaban por la Picardía y que monseñor de Charolais les acosa­ ba tan de cerca que les había cortado el paso. Entonces, todos los príncipes de Francia, salvo seis o siete, se lanzaron en su persecu­ ción y les dieron alcance en un lugar llamado Azincourt, cerca de Rousseville. Allí tuvo lugar la batalla el Día de San Crispín y San Crispiniano. Los franceses fueron derrotados y muertos. Los más grandes señores de Francia fueron conducidos cautivos. Por de pronto perecieron en la batalla (y con ellos un buen millar de es­ puelas doradas): el duque de Brabante, el conde de Nevers, her­ manos del duque de Borgoña, el duque de Alengon, el duque de Bar, el condestable de Francia, Carlos d’Albret, el conde de Marle, el conde de Roucy, el conde de Salm, el conde de Vaudemont, el conde de Dammartin, el marqués de Pont. Entre los que fueron conducidos prisioneros a Inglaterra se encontraban el duque de Orleáns, el duque de Borbón, el conde de Eu, el conde de Richemont, el duque de Vendóme, el mariscal de Boucicaut, el hijo del rey de Armenia, el señor de Torcy, el señor de Mouy, monseñor de Saboya y varios otros caballeros y escuderos de los que no se sabe el nombre. Nunca desde que Dios nació se había hecho tal cosecha de prisioneros en Francia ni por los sarracenos ni por otros. Tam­ bién perecieron algunos bailíos que habían conducido al combate a las gentes de los bailiatos y que fueron pasados por el filo de la espada, como el baile de Vermandois, el de Macón, el de Sens, el de

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Senlis, el de Caen, el de Meaux y todas sus gentes. Así se dijo que aquellos que habían sido hecho prisioneros habían faltado de bon­ dad y de lealtad hacia aquellos que habían muerto en la batalla. (Recogido en Journal d’un bourgeois de París a la fin de la Guerre de Cent Ans, edición y selección de J. T hiella Y, París, Union Général d’Éditions, 10/18, 1963, pp. 34-35.) 11 2 .

L a lu c h a d e p a rtid o s e n F ra n c ia EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XV: UNA CONSPIRACIÓN CONTRA LOS ARMAGNAC EN PARÍS (1 4 1 6 )

Al comienzo de la Semana Santa, el 13 de abril, algunos bur­ gueses trataron de apoderarse de aquellos que gobernaban París y tenían la ciudad sometida a una estrecha sujeción. Su proyecto tenía que haberse materializado el día de Pascua, 19 de abril, pero fue descubierto, y los Armagnac hicieron encarcelar a sus autores. El 24 de abril de 1416, Nicolás de Orgemont, hijo del difunto Pedro de Orgemont, hermano del precedente obispo de París, que era deán de Tours y canónigo de París, fue conducido al patíbulo, vesti­ do con una gran capa y un chaperón violetas. Delante de él, en una carreta, se encontraban dos hombres de honor, sentados en dos tablas y sosteniendo cada uno en la mano una cruz de madera. Uno era Roberto de Belloi, que había sido escabino de París. El otro era un hombre de honor conocido en el arte bajo el nombre de Maestro Regnaut. Se les cortó la cabeza en presencia de Orgemont, que no tenía más que un pie. Después de la ejecución se le condujo al casti­ llo de San Antonio y cuatro días más tarde fue sermoneado en el atrio de Notre-Dame y condenado a prisión perpetua, a pan y agua. Por este mismo complot, tres hombres muy honestos y de gran renombre fueron decapitados el primer sábado de mayo: el señor de l’Ours, de la puerta de Baudet, un tintorero llamado Durand de Bry, y un mercader de latón y alfileres llamado Perquín. El tintore­ ro era jefe de la sesentena de ballesteros de París. El 7 de mayo se pregonó en París que nadie tuviera la osadía de provocar reuniones, ni para bodas ni por cualquier otro moti­ vo, sin autorización del preboste de París. En esta época, cuando se celebraba una boda era obligado, a expensas de los esposos, lle­ var comisarios y sargentos que velasen para que nada se murmu­ rase [...]. (Recogido en Journal..., cit., pp. 37-38.)

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113. La BATALLA DE OLMEDO (1445),

UNA DERROTA DEL BANDO NOBILIARIO EN CASTILLA

El rey de Navarra y el infante se fueron a Olmedo, y el conde de Benavente tomó el camino de Pedraza, y al almirante que fue ende preso, óvolo un escudero llamado Pedro de la Carrera, el qual lo llevó a la torre de Lobaton. Fueron asimesmo presos en la bata­ lla del Príncipe el conde de Castro y don Pedro, su hijo, e Garcisánchez de Alvarado e Mosén Alonso de Alarcón. En la batalla del Condestable fueron presos don Enrique, hermano del Almirante, e Femando de Quiñones, que murió después de las feridas que ende ovo; e fueron asimesmo presos Diego de Mendoza, hermano de Pedro de Mendoza y García de Losada, e Juan Bernal, e Die­ go de Londoño, hijo de Sancho de Londoño, e Rodrigo Dávalos, nieto del Condestable Don Ruy López Dávalos, e Diego Carrillo, hijo de Alonso Carrillo. E fueron en la batalla del Condestable pre­ sos los Alférez del Infante y del Almirante Don Fadrique, e fuéronles tomados sus estandartes, e asimesmo los del conde de Bena­ vente e de Don Enrique y de Rodrigo Manrique. Fue asimesmo preso Pedro de Quiñones, el qual se libró en esta guisa; que como lo llevase un escudero, el le dixo: «Señor, yo voy muy ferido, pídovos por merced que me quitéis la celada que me mata»; y el escu­ dero, creyéndolo, diole la espada que llevaba en la mano, que gela tuviese en tanto que le quitaba la celada, e Pedro de Quiñones, comenzándole a tirar de la celada, dióle un gran golpe con el espa­ da que en la mano tenía al escudero por la cara, e como el escude­ ro se embarazó de la ferida, Pedro de Quiñones puso espuelas al caballo, e así se salvó fuyendo. Fueron asimesmo muchos otros presos en número de doscientos hombres e quedaron en el campo muertos treinta y siete, aunque ninguno dellos fue hombre de fación; y créese que de los que allí fueron feridos murieron en Medina y en Cuéllar más de docientos, e sin dubda, si la noche no sobreviniera, se hiciera mucho mayor daño. de G uzmán , Crónica del rey Don Juan II, Madrid, B.A.E., 1953, vol. 68, p. 629.)

(F ernán P érez

114.

M alestar e n B a rc elo n a co n tr a e l l u g a r t e n ie n t e REAL G a LCERÁN DE REQUESENS (1 4 5 1 )

Al honrat senyor n’Anthoni Vinyes, notari e síndich de Barchelona, en casa del honorable mossen Amau Fonolleda, prothonotari del senyor rey e batle general de Cathalunya.

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Honrat senyor, ja sots ben cert del comoviment popular d’aquesta ciutat, del qual en gran part és causa lo honorable mossen Galcerán de Raquesens, qui per rahó de son offici devia entendre en unitat e confederació deis habitants en la dita ciutat, e ell ha girat son studi al contrari afectant que la dita ciutat vingués a destrucció e ruina. E per tant com los honorables en Thomas Pujada e Pere Puja­ da, qui és patró de la una de les galeas de mercadería del molt alt nostre rey e senyor, venints del monastir de Pedralbes havien sentit parlar a dos homens paraules molt dures. E aximateix un hom appellat Pere Johan, scuder nadiu del loch de Inssa de les muntanyes de Jaqua, estant devant la loge de la mar e parlant duna galiota que la ciutat ha feta armar contra dues petites galiotes de Massella qui dampnifiquen la costa e altres fustes d’enemichs del dit senyor, dix paraules e féu continent de gran conmoció; lo batle d'aquesta ciutat ha enquerit de les dites coses e més en la presó lo dit Pere Johan, e ha presa deposició d’ell, lo cual no contrestant ho negas al principi, aprés lo ha atorgat. E jatsia nosaltres ho hajam denunciat a la senyora reyna, pero encara per noste descarrech e innada fídelitat e naturalesa havem delliberat que lo dit senyor ne sia informat E per aquesta rahó vos trametem translat del procés de les dites enquestes interclús dins la present, pregant-vos affecció que decontinent ne informéis lo dit senyor e li mostrets les dites enquestes, e com la olla principal deis dits affers és lo dit mossen Raquesens, qui per rahó de son offici devia éser bon pastor de les ovelles que lo dit senyor li havia comenades e ell s es fet lop com a mercennari. E per 50 supplicarets humilment lo dit senyor que sia de sa mercé vulle procehir prestament en totes les dites coses pertinnentment e deguda, a fi que aquesta sua ciutat sia preservada de tots sinistres e inconvenientes. E placieus que siats avisat e provechiscats que a importunitat del dit mossen Requesens ni deis manestrals qui són anats al dit senyor rey ni d’altres qualsevol no isqués provisió alguna, qui fos contra aquesta ciutat en alguna for­ ma. Més avant vos pregam que ab gran sollicitut entengats en los affers de qué havets carrech e quens en scrivats sovint, e aximateis de totes novitats e altres coses que conexerets degats scriure. E tengue us la santa Trinitat en sa protecció e guarda. Scrita en Barchelona, a VIII de setembre del any M CCCC LI. Los consellers de Barcelona a vostre honor apperellats. (A.H.C. B..LI.CI. 1451-2, fol. 114v-115. Copiado por C. B a tlle , en La crisis social y económica de Barce­ lona a mediados del siglo XV, Barcelona, C.S.I.C., 1973, p. 408.)

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Principios de doctrina política en la Europa bajomedieval Las peripecias políticas de los siglos xiv y xv y el desgas­ te de la teocracia pontificia constituyeron motivos de refle­ xión para los intelectuales europeos. La secularización del pensamiento político va dando en estos años pasos decisi­ vos. El