Teorías del nacionalismo 8475099386, 9788475099385

Como muchos terminos que incluyen la terminacion ismo, el nacionalismo designa a la vez una familia de doctrinas, cierta

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Teorías del nacionalismo
 8475099386, 9788475099385

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«Una obra colectiva que hay que recomendar como la más clara y más completa actualización de las teorías sobre el nacionalismo.» ALAIN-ÜÉRARD SLAMA,

Le Figaro

«¿ Qué significa ser nacionalista? ¿ Cuál es el proyecto político que subyace en un compromiso de este tipo? Teorías del nacionalismo, obra colectiva dirigida por los politólogos Pierre-André Taguieff y Gil Delannoi, tiene el mérito de proporcionar algunas respuestas y dar ciertas pistas de gran interés.» NICOLAS KESSLER,

L 'Action Franraise

«Hoy en día, la idea nacional ya ha dejado de ser algo obsoleto, e incluso existen muchos investigadores que se esfuerzan por comprender los nacionalismos, como demuestra el libro de Gil Delannoi y Pierre-André Taguieff Teorías del nacionalismo, en el cual se reúnen textos de los mejores analistas británicos y franceses.» DOMINIQUE SCHNAPPER,

director de estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales

ISBN 84-7509-938-6

9 7884 75 099385

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TEORÍAS DEL NACIONALISMO

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Como muchos términos que incluyen la termi­ nación -ismo, el nacionalismo designa a la vez una familia de doctrinas. ciertas doctrinas es­ pecíficas, una actitud persistente y un exceso. Cuando se utiliza para agrupar y clasificar una familia de doctrinas, acaba refiriéndose a va­ rias ideologías vinculadas a las filosofías de la historia. Si designa una doctrina singular. se tratará de la doctrina de un movimiento, de un partido, de un Estado o de una época. Si desig­ na una actitud, será la adhesión exclusiva a la independencia nacional. Y si hay que relacio­ nar el término con una exaf?eracián de su pro­ pio sentido, entonces habrá que referirlo a una alteración f anática del sentimiento patriótico. Tal profusión semántica, fuente de equívocos y malentendidos, no tiene por qué extrañarnos, pero habrá que convenir en que, si queremos elaborar algún tipo de teoría acerca del tema. nuestra primera tarea deberá ser ordenar esta vaga confusión. Para empezar a perfilar esta labor, he aquí una gran variedad de textos sobre las filosofías de la nación, la historia y la construcción de las ideologías nacionalistas. así como sobre las principales teorías del nacionalismo, basadas especialmente en la antigüedad de las nacio­ nes. la comunidad imaginaria, el resentimiento. el enfoque funcionalista y los modelos históri­ cos en la construcción de los Estados-naciones. El planteamiento, así, es plural y variopinto, pero el conjunto de los capítulos. publicados en inglés entre 1971 y 1987. acaban configurando una indiscutible unidad, convirtiéndose todos ellos en una referencia indispensable para el estudio del nacionalismo: un análisis que debe­ ría permitir inspirar, reorientándolos, los estu­ dios y los debates sobre la cuestión de las na­ cionalidades y del nacionalismo hoy. planteada demasiadas veces de manera apresurada y pa­ sional.

Teorías del nacionalismo

Gil Delannoi Pierre-André Taguieff (compiladores)

Teorías del nacionalismo

� Ediciones Paidós

Barcelona-Buenos Aires-México

Titulo rigin,t!: Tl1 e"rics c/11 11otiu1wlis111e. 'Yo1in11, 1w1io11u li1e. e1!111ic·ifl; P1tblicado L'll lra1Kt;s p1· Éditiow, Ki11w, P,1r1s Traduccic'm de Antonio L-I27. Cap. 7, pag. 274. Cap. 22, pag. ,68. Cap. ,1. p:í g:. 420. Cap. 80, pag:. 752. Cap. 4f>, pag. 505. Cap. l1Y, t. 11, pag. 288. Cap. 1 Y7, t. I I, pag. 804. Cap. 1Y7, t. 11, púg. 808.

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Teorías del nacionalismo

los horrores que descubre: «El género hw11crno parecería odioso si se hubiera dicho todo». 32 En casi todas partes, el mismo espec­ táculo: mucho desvarío y algo de cordura. Religiones bárbaras sacrificaron niños. Los judíos, a su vez, son los antepasados del cristianismo y los cristianos los persiguen." «El i11stí11to, lllÓs que la ra-::,ón, conduce al género hw11cn10. En rodas parles se adora a la Divinidad v se la deshonra.» 14 Nos encontramos, en suma, en presencia de dos universales, las pasiones v la razón; las pasiones se imponen a la razón v esta relación es la que hav que invertir, según Voltaire. El combate intelectual y político empieza por la ironía contra los milagros. Apenas toca los milagros más fundamentales del cristianismo, Voltaire declara su creencia ciega: ironía.'·' En otros lugares siembra la duda: «Sola111e11te me limito a sorprenderme ante el silencio de todos los egipcios v de todos los griegos. Dios 110 quiso sin duda que una historia tcrn dil'i11a 110s fuese transmitida por mano alguna profana». 3º La Ilustración extingue o explica los milagros, observa más tarde, v desde que hay academias de las ciencias, los milagros han desertado de Europa.'� Para Voltaire, la ortodoxia se ha edificado para justificar lo absurdo y hay que someterla al empleo constante del espíritu crítico. «La superstición Í111 1e11ta usos ridículos_\' el espíritu 1101 1 elesco les inventa razones absurdas. » ,s La fábula crea la leven­ da que crea el rito. Se erigen templos a héroes imaginarios. Los verdaderos héroes, tales como Arístides o Temístoclcs, mueren sin honores. El historiador debe ser desconfiado: no conviene creer a un pueblo por sí mismo, escribe Voltairc, salvo si se trata de hechos poco favorecedores, verosímiles v que no se oponen a las leyes de la naturaleza. '9 Muchas veces es imposible, incluso, 32. Suplemento, t. II, pág. 934. 33. Cap. 103, t. II, pág. 63. 34. Introducción, cap. XI, pág. 41. 35. Introducción, cap. XVI, pág. 58. 36. Introducción, cap. XIX, pág. 75. 37. Cap. 37, pág. 442. 38. Introducción, cap. XII, pág. 45. 39. Introducción, cap. XXIX, pág. 87

Naciones e Ilustración

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discutir las supersticiones, pues no puede probarse absoluta­ mente que los milagros no tuvieron lugar y, por añadidura, está uno amenazado por los ortodoxos.40 Las ceremonias, los monumentos, los documentos inducen a error y a veces se elaboran para engañar. 41 Conocidos son los mitos y las fábulas que atribuyen falsas genealogías a los reyes de Francia.42 La historia seria y realmente crítica no empezó hasta el Renacimiento, con autores como Maquiavelo o Guic­ ciardini.43 Desde entonces ha progresado la erudición, pero está a menudo cargada de detalles inútiles y ha cohabitado con frecuencia con antiguas supersticiones. Por consiguiente, «le­ yendo la historia, un espíritu justo apenas tiene otra ocupación que refutarla» . 44 El consentimiento general nada prueba, ni para la superstición, ni siquiera para la ciencia, observa Voltaire al mencionar a Copérnico. «Los que desengmzan a los hombres son sus verdaderos benefactores. » 4' En el combate crítico que lo ocupa, Voltaire considera que el cristianismo es la religión más descarriada. El comporta­ miento de Jesús es tan sublime que, en la práctica, los cristianos quedan en evidencia al compararlos. Y comparados más mo­ destamente con las demás religiones, aparecen como intoleran­ tes, proselitistas incluso por la fuerza. «El divino fundador del cristianismo, viviendo en la humildad y en la paz., predicó el perdón de las injurias; y su santa y sua1•e religión se co111·irtió, por nuestros furores, en la más intolerante, en la más bárbara de todas. » 46 La historia de Europa está llena de poderosos converti­ dos en cristianos por interés y que han seguido siendo bárbaros por placer, tales como Clodoveo o Carlomagno. 4; La Iglesia además, en sus continuas disputas teológicas, ha optado siem40. 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47.

Introduccion, cap. XXIV, pág. 87. Cap. 197, t. II, pág. 80 l. Cap. 8, pág. 280. Cap. 10, pág. 298. Cap. 51, pág. 541; también cap. 175, t. II, pág. 588. Introducción, cap. XXXV, p{1g 126. Cap. 7, pág. 275. Cap. 11, pág. 306; cap. 16, pág. 336.

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Teorías del 11ac ional ismu

pre por la solucion mas intolerante." Voltai1·e compara la relati­ ,a calma que rodeó la muc:i-te de Sócrates con la barh�u-iL· de la-, hogueras en las quL' perecieron Jean Hus o Jeronimo de Praga. 1" Sin embargo, por precaución ideológica_\ por crnn icción rno­ ral, no deplora sino el detalle_\' el mal uso de la 1-cligi.. 142 \ SS,

Lógicas de la nación

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respectivamente. 10 Pues si aún se desea dar alguna oportunidad de progreso al complejo debate sobre la oposición entre una idea de la nación como totalidad orgúnica v una concepción que privilegia las voluntades individuales sobrL' la pertenencia cultural, conviene sin duda construir sus términos de manera que sepa evitar a su vez las trampas del nacionalismo. Lamento a este respecto, para la calidad de la discusión hov en curso, que se tienda demasiado, algunas veces, a redu­ cir pura v simplemente la alternativa entre las dos ideas de nación a dos aprehensiones culturalmente determinadas, una francesa v otra alemana, de la identidad colecti\ a. 11 «Ale­ mana» sería la identificación del individuo con la comunidad, se nos dice, precisando que, en efecto, si Lutero había promo­ \·ido ciertamente los valores de la libertad individual contra los de la jerarquía, había confinado sin embaq:!O esta pnnno­ ción a la existencia religiosa. Por este hecho, la arcaica sumi­ sión a las autoridades sociales \' políticas podía permanecer intacta en la mentalidad alemana, como una supeni\encia del holismo premoderno,�· expresarse, entre otras, en la con­ cepción organicista de la nación. Pero ¿son Barrés o Maurras alemanes? ¿_Y tiene algo quL' ver la tradición en la que se inscriben con las carencias de la Refor­ ma en materia política? Simétricamente, ¿_ha\' que considerar «francesa» la idea republicana de la nación segun la cual es en calidad de ciudadano como el individuo se adhiere al grupo? Pero, desde Kant ¿no ha aportado tambiL'll Alemania al rcpu10. Desde este punto de\ista, llll' parece que D. Sch11.1ppc1, L'll su\aliosa contribución a una sociología de la nacion (/,u T1,111c,' d,· /'iur,·�rn1Íl111, Pill'ls, Gallimard, 1991 ), ha esquematizado un poco la inlracstructura i111cl,·,·11u1! del dcsdohlamicnto de la idea de nacion (púgs. 33 Y sigs.), aunquL' L'll d pla1H, de las legislacio11cs, csla obra, ajusto título Y de manera lla111atÍ\a, suhra\L' lo que distingue la lcgislación alemana actual.\ la de los grandes 1x11sL's dL' i11111igra­ cio11 que, prÍ\ ilegiando cl derecho al .suL·lo, tra11slor111�m L'll gril!l 111nlida sus poblaciones c:-;tranjcras en L·iudadanos, como c'n L'l CilS" L'll los Estado.s Uni­ dos, L'n Canadá, en Succia, en Gran Brcta11a o L'n Francia. 11. Véasc por ejemplo L. Dumunt, J:idculo!!_ic· ullc1nc11ulc, F1011ec·­ \//c1110;_;11c el rc/our, Pans, Gallirnard, 1 c¡q1 .

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Teorías del nacionalismo

blicanismo una contribución cuva herencia hará fructihcar la socialdemocracia de un Bernstcin, hasta el punto de llegar a integrar en sí los valores de los den.·chos del hombre mucho antes de que el socialismo francés hubiese pensado en ello? En resumen, la oposición entre la dos ideas de nación no podría, a mi parecer, reducirse a una pura división entre dos culturas, \' sigue estando en gran pa11e por escribir la encuesta que esclarezca la arqueología de este desdoblamiento, insc1ito ,·ealmente en el seno de cada una de las dos cultm·as, alemana v francesa. No por eso deja de ser cierto que, alemana o no, la sustitución de la perspectiva diferencialista po,· d universalismo, c.kl que era solidaria la primera idea de nación, provoca una multiplicidad de consecuencias, algunas de las cuales sobrepasan -aun conser­ \·ando lazos estrechos con ella- la determinación de la naturaleza del \"Ínculo nacional (pienso especialmente en la dolorosa cues­ tión del racismo). Para limitarme a lo que afecta propiamente ( e ideultíp icw11e11te) a la idea de nación, destacaré cuatro determi­ naciones principales, inducidas po1· este desplazamiento: - El constructiYisrno cede su lugar a un enfoque naturalista de la idea nacional, fundado en el principio de que existirían diferencias naturales entre los tipos de hombres. Así que no es la adhesión, sino el an-aigo en una naturalidad, lo que decide la pertenencia a una nación. Mús allá del Romanticismo, se en­ cuentra esta perspectiva hasta en Heidegger, con la com·icción, como correlato, ele que el mundo campesino, al esta,· más cerca de un suelo determinado, es aquel en quien mejor se encarna este arraigo. De ahí aquel extraordina1·io discurso radiado, de 1934, en el que Heidegger explica por qué, al rechaz;.u- el puesto que se le propone en Berlín _v quedarse en pnn·incias, insiste en que «nunca se \'aloraría suficientemente la posibilidad de consen-ar una clase campesina sana como base de toda la na­ ción», _v concluye que la decadencia de nuestras naciones mo­ dernas procede de una «relación falseada entre las poblaciones urban;:1 \' rural». 12 12. Citado por\'. Farias. Heidegger et h· 11a:i.s,11e. Lagra..,sc, Editiom, \'er­ dicr. 1987. pag. 192 , �"-

Logicas de la naciui,­ swzces ele l'cxpéril'11ce, París. Cerf, 1991. t. 11. p;íg. 1/11 \' ss.) tc11n "uliciL·Jlte consistencia como para conscT\ar de la antigua ide;i ck naci,>11 su capacidad de mcJ\'ili;:ar \' dinarni'l.ar las energ1as'! l\L1s prolunda111cnll'. c.110 "e' hélsa b misma idea dcmocr,úica en la C'\igcncia de que· los indi\iduo.s pued,1n 1·L·c.,no­ cersc en comun en el Estado representatini·> Ahora bien, ¡punk·n lo" particu­ lares reconocerse, sentirse pues representados, ck ot10 111odo que en un Estado que e'éplTSl' a ni,cl superior sus particularidadL·" co1nt1nL·s (,i que .se les

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Teonas del nacionalismo

nación que obedece a otra logica distinta a las del contrato v del genio, una concepción para la cual la nacionalidad se piensa. en efecto, en términos, no de simple v pura adhesión. ni de simple v pura pertenencia, sino de cd11cohilidod. Dicho brevemente: Fichte hace de la comunidad nacional una unidad a la cual puede adherirse todo individuo, desde el momento en que reconozca los valores del espíritu v de la lev, lo que no me parece insensato. Pero. con razón o sin ella (v no creo que sea del todo sin ella), nos lega también la considera­ ción según la cual la libertad, que fundamenta la adhesión, es, no una libertad metahsica que trascienda el tiempo v la historia, sino una libertad siempre en situación; una libe1tad, en suma, que, para ejercitarse de manera significati\a, debe inscribirse en una cultura v en una tradición para las cuales tienen sentido los valores del espíritu\' de la lev. ¿Cómo, no obstante, pensar esta insCJ·ipcion'? No, e\·idente­ rnente, según el modo de pertenencia a un genio nacional, con peligro de hundirse en las desastrosas consecuencias de la idea romántica, incapaz de imaginar un futuro para la nación. Fichte ha concebido, de hecho, que el signo \·isible de la inslTipción de una libertad en el seno de una cultura v de una tradición consis­ te en la capacidad de ser educado. en la ccl11cohiliclod en los \'a.lores de esta libertad v de esta tradición. De ah1 su insistencia acerca de una educación nacional como educacion para la nación. De ahí también -v puede seguramente discutirse esta posición, pero también se la puede cornprende1·- que el hava podido destacar la importancia del dato lingüístico, fuera del cual es problemática la educacion, pe1·0 sin hacer de 1..·ste dato una condición sine c¡ua 11011, como lo hubiese hecho una teo­ ría de la nación basada, no en la educabilidad, sino en la perte­ nencia. A partir de un modelo as 1, es como Fichte pudo denunciar las insuficiencias recíprocas de la nación-contrato\ ck la naciónaparecen cumo tale� -e'\presicin a la cual corren peligro de 110 conferir una realidad concreta ni el patriotismo constitucional ni el c no cunstitu­ \'L' un problema sulamL'ntc para la suciolog1a, o para la ant1·upu­ logia política. Ha, una t:'specilicidad li·anccsa del problema del nacio11a!ismo o, rnús exactamente, de la posiciun culta sobre el problema del nacionalismo: reside en el cuasi-monopolio ejer­ cido por los historiadores clc las ideas políticas subre las inn·sti­ gaciones rdercntcs al objeto «nacionalis1110». Siguesc de ello una focalizacion de la búsqueda en los conlL'nidos ideológicos o doctrinales, rcconst1·uidos, analizados a tran's del estudio de los textos de autores supuestamente nacionalistas. Los historiadores de las ideas políticas postulan especial­ mente que los textos firmados por auton:s que se declaran «nacionalista:-:,» son los materiales pri\'ilcgiados de sus inn'stiga­ ci(rnes. Tal es el estado de la i1wcstigaci(rn francesa sobre «el nacionalismo»: hegemonía tradicional, sicmprL' \Crificable, de los historiadores, concentracion al analisis de los textos reputa­ dos como nacionalistas_\, mas particularmenlL', de los textos doctrinaks (es decir, percibidos c1>mu tales), analizados según los métodos clasicos de la historia literaria (analisis de los con­ tenidos, con una intencion cornparati,a), co111plctad()s a ,·eces con encuestas sobre la ditusion \' reccpcion de las «ob1·as». Pues las exposiciones exprcsa111ente doctrinalcs constitU\L'll el obje­ to pri,ilt·giado clc los analisis históricos. Ahora bien, L'Xistc una cspcci/iciclcul /i1eruri11 del nacionalis1110 cloc! rinal francés: los teorizadores lranL·eses del naciona­ lismo son, ante todo. escritores. nu,clistas, ensa\islas\ perio­ distas, lu que tiene por consccUL'ncia el rdueu.o del t'nluque culto. L'Spontanearnl.:'nte tl'matico \ estilí.sticu, de los textos na­ L iunalistas. De clic, resulta que la historia de las doctrinas nacio-

El nacionalismo de los «nacionalistas"

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nalistas en Francia se parece mucho, cuando el historiador está dotado de algún talento y de un mínimo de erudición, a una sección de la historia literaria de Francia. Esta historia paralite­ raria del nacionalismo permanece anclada en el análisis de las obras interrogadas como testimonios privilegiados, incluso cuando extiende su campo a la historia de las mentalidades o a la de la imaginería social. Tal historia del nacionalismo se confundl:' desde ese momen­ to con el estudio del contenido temático de las obrns de autores ,,nacionalistas», localiza los problemas planteados por los «teo­ rizadores»-ideólogos, hace el inventario de sus respuestas y de sus soluciones v se interroga, finalmente, sobre la pe1tinencia Je los problemas v de los argumentos aportados. Y, por supues­ to, rastrea con una clásica ingenuidad los «precursores" y los «sucesores». Este enfoque tiene, por supuesto, su legitimidad y su interés. Pero descuida o excluye por principio numerosos objetos y problemas. ¿Por qué privilegiar las obras hechas segun sus complejos modos de engendramiento, inscritas en campos de interacciones polémicas que se trata de analizar desde un punto de vista argumentativo? ¿Puede constituirse en objeto Je una historia del nacionalismo, tanto la producción de slogo11s como la elaboracion de mitos sobre los orígenes? ¿_Cómo anali­ zar las complejas relaciones entre las \isiones del sentido co­ mún y las cultas conceptualizaciones sobre el «nacionalismo»? ¿_Puede, a este propósito, no reducirse el metalenguaje del esui­ tor a la exégesis, a la glosa o a la paráfrasis? Entre los interrogantes críticos suscitados ante los obstácu­ los encontrados por la historia del nacionalismo en Francia, pri\·ilegiaremos uno, partiendo de una verificación, o de un dato inmediato de la lectura de los textos cultos existentes: la historia del nacionalismo francés ha sido escrita, o bien por nacionalistas, o bien por antinacionalistas. Digamoslo de otro modo: existe una historia nacionalista del nacionalismo\ una historia antinacionalista del nacionalismo, que construyen de modo diferente, pero conflictivo, sus objetos respecti\'os. Brevemente: el discurso historiográfico, la historia culta, prolonga a su manera los antagonismos ideologico-politicos. La

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Teorías del nacionalismo

división entre nacionalistas v : antinacionalistas se reprnducc tras­ ladándose a las conceptualidades derivadas de la «ciencia nor­ mal». Nos parece desde entonces que la historia de las ideas políticas, al aplicarse a un objeto como «el nacionalismo», ha de analizar prioritariamente las interacciones conflictuales consti­ tutivas de los «-ismos» v_ de los «anti-ismos», los travectos, las circulaciones y las inversiones de los enunciados definicionales, etc. Tal es el único medio, para la historia del nacionalismo. dt· no prolongar la polémica constitutiva de su objl'to. Para no pro­ seguir las interacciones polémicas en el te1Teno lk la escritura de la historia, se trata de objetivar estas interacciones polémicas, de incluirlas en la definición misma del objeto de la historia. La historia del nacionalismo debe incluir. adcniús, una histo­ ria de las historias del nacionalismo. Ahorn bien. é·sta solo puede escribirse, desde nuestra perspectiva polt·molog.ica, como una historia de las interacciones polémicas de las histo1·ias naciona­ listas y antinacionalistas del nacionalismo ( ¡penlonc,;cnos lo tedioso de la formulación!). Las paradojas , las dificultades metodológicas surgen claramente apenas se torna en cuenta el que «nacionalismo» y «antinacionalismo» se dicen en varios sentidos, y que estos diversos sentidos se organizan v se constru­ yen en y por ciertas interacciones conflictuaks. En los desarrollos que siguen, solamente planll'aremos los problemas provocados por la historia del nacionalismo doctri­ nal, el nacionalismo de los «nacionalistas», captado en sus inte­ racciones polémicas con las interpretaciones antinacionalistas. Ello pretende dar una perspectiva sobre lu que podría ser una historia de las ideas políticas pensada corno una hi.,toriu pule­ mológica de las represe11tacio11es Y de las or,!!,u111e111ucio11es.' INTRODUCCIÓN

l.

Nacionalismo de los nacionalistas y nacionalismo de los antinacionalistas A finales de los años cincuenta, Jcan Touchard · 1 proponía a

El nacionalismo de los «nacionalistas» 67 los historiadores del nacionalismo en Francia distinguir entre el nacionalismo de los «nacionalistas» (definidos como los que así se declaran) y el nacionalismo societal, nacionalismo vivido, pero no sabido, ni siquiera nombrado, digamos de sentimiento. Distinción metodológica de base, que va a inspirar, no sin dis­ torsiones, numerosos trabajos sobre la historia del nacionalis­ mo doctrinal en Francia. La distinción introducida por Touchard era axiológicamente neutral, y estrictamente basada en el criterio de autocalifica­ ción o de autodesignación de los nacionalistas. Este criterio léxico y «pragmático» permitía especialmente localizar la emer­ gencia del nacionalismo de los «nacionalistas» en Francia a finales de siglo XIX. La fecha adoptada ulteriormente por los historiadores-politicistas de la escuela francesa (Raoul Girar­ det, Zeev Sternhell, Michel Winock, etc.) será la de 1885 o 1886, v los nombres de autores considerados fundadores o iniciadores serán los de Édouard Drumont, Maurice Barres y Charles Mau1Tas. Se trataba, pues, ante todo, en la perspectiva de Touchard, de cimentar sobre esta distinción metodológica primera la his­ toria del nacionalismo de los «nacionalistas» como parcela par­ ticular de la historia de las ideas políticas en Francia. Ahora bien, esta distinción de método va a cargarse, poco a poco, de interpretaciones valorativas, y el nacionalismo de los «nacionalistas» va a ser redefinido por los mismos estudios cultos como un «nacionalismo cercado», un «nacionalismo de repliegue», un «nacionalismo cerrado», etc. En resumen, la di­ mensión axiológica va a reintroducirse subrepticiamente en la distinción operatoria propuesta por Touchard. Y ías fórmulas definicionales de dicho nacionalismo doctrinal «fin de siglo» adquirirán el aspecto de caracterizaciones polémicas, construi­ das especial mente de la manera siguiente: se extrae del corpus Je los textos llamados nacionalistas «fin de siglo» tal o cual fórmula auto-definicional, y se la reinterpreta en sentido negati­ vo, se invierte su orientación axiológica, se la transforma así en motivo crítico con intención de realizar una deslegitimación del nacionalismo. Brevemente, la categoría operatoria, axiológicamente neu-

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Teorías del nacionalismo

tral. de «nacionalismo de los "nacionalistas",, va a quedar inte­ grada en una prohlemática Y 111za lll):,11111e111aci/m u111i1wcio1111!i.,·1as, cuvo carácter polémico quedará enmascarado, las mzis de las veces, por el estilo culto, o la rctoric1 de la ciL·ntilicidad (referencias eruditas, aparato crítico, etL'. ). Daremos dinT·n de la sublime sintcsis de uni\·ersalismo ·' de dikrt·ncialismo.L'll toda la exten­ sió11 dL0l pla1ll'ta. La \isicm mas cn111ú11 t·s la dt· un•.' Hacien­ do intervenir otra noción problemática, la de «ctnicidad »,'' el «principio nacionalista» puede redefinirse como sigue: « El na­ cionalismo es una teoría de la legitimidad poi ítica que exigl' que los límites étnicos coincidan con los límites políticos , , en particular, que los límites étnicos, en el seno de un Estado dado ( ... ) no separen a los poseedores del poder del 1·esto del pue­ blo».'q Esta última variante definicional enn1eln· la rderencia a un principio que se encontrará en todas las versiones «fuertes,, ckl nacionalismo, el principio de homogeneidad, que, cuando SL' explicita, se presenta, bien como una condici o su dirnen:-,Íon pnkmi1..�1 ,·un-,ti1u1i,a, ·,,: IL·ikFtll ,_1· ¡ 1.·I di-,nil''iO culto del hi,-.tonzH_l()r, del Jil1,...ul dL·I sol íl111u11" .... - quL' son tanto ¡·isÍUllL's de b hi-,tol'Ía L'' llll{) \ i,-.Í()llt''- ckl 11;1L·io11ali-,­ rno. La:-- \Ísiun'-·:-, nc1ci,111alistéh \ lét:-., i-,iullL's ;1111i11acionali-,1as del nacionalisrnu (cornu ck su liislc>1·i;1) L",trul'111ra11 puk111iL·a­ rne11te el c;,1111po de Lis i ll\ t'-,t i��ll' i, •llL''.-- :---, lhrv t'Í 11;1L·i< 111;il i:-.lllo: e:-. [ O (j LI\:' llU:-, eStOJ'Zél l'L'll1U'-, l:'ll l ll{)S! ]';l I' p, lf' ,__, j l' ÍL' ill j11,) j r;t11l'L'S. La \at·iantt' "til!ralllL'l'lt·· del 1Ut io11;tlís111 contra1-rc,11luL·ion�ll'io, L''- uno dL· l11s pic11hT >s de la teoría rnndLTna del complot. C\j1ll1.."·,l,1 con pn-ci..,ic111 l'I] diL·has \lc'IIIOirc,· b Re\'( >illl ion lr,1111..·e..,;1 S.l' t'\plic,l l'Sl'llcial llll'llll' a partir ck una co11..,pirc1ci1n1 111;1s;c,11ic;1_ f11ll(Li111L'lltal111L'illL' ;1nti­ cristiana. Ahora bit'n, t·n el cur..,,> c.1l, :-.u 111i11ucio,;1 dL·scripci,111 de b «conspiracion d1.:· IP". ._,1,!ist;1¾." C'- dc,ndL' Ba1TU1'l intrc,ducc la palabr�1 «n;icionalisrno, , . .:rihuH· . .,1, Ll'Jtic1 ;d ,,HiL·1 obntc ilu­ minado,, Cll\O discrn . ..,o rL·h, 1 ,· 1:-:¡· IL\Ll ,k 11>, · ilu111i11ados,), orden fundada en B,n icr:1 por :\d:iill \\'ci"li;1upt \: 1

En el instanlL' en que loe li( ,rnhn·s "'--' :e11ni'-Ton l'll naciones. «dejaron de l'l'CClll(>CLT'-C k1j(> t111 nornhrc cc)­ mun. El 1111cirnw/i,111u n el 0111ur 1u1(·i1•i1i1/ ,1l·11po el lugar dcl amor gcncr11LL's ( ... dc�;prc­ ª ciar a lo" c,tranjl'ros, c11g:u1:1rlos \ c,l,·11(krln,. f- ,•11 ,·irllul /11e llw11culo ¡¡01riu1i,111(). ( ...)Se,io ;1s1 n;:c1..T L'llt ;1 otro polo. para no amar nada a su ;tl1·1..'Lkdrn· H1..· ;Hp11 lo qUL' .s on nuestros cosn1ops dli,11,:1 un lip() iLk�ti del «nacional isrno l'U rnp1,,·< 1 c·i 1 ,:u�,, :t; > ,'si _-,d,, ¡ k ,.·, p; 1 i 1 u - SL· t ,·a t :1. por un:t par!... ck cli:,1in,:ui1l,, ,,111 ¡11,·,:,·-.11,¡: ,kl ,,:ntirni ..·nto nacional con1u !al ..,l'ntÍíliÍc·11I:, dc· pL'rknv11,:1;1 ;1 llllcl, 1)11;u11i­ ,. En el primer enunciado se encuentra la presuposicion auto­ definicional del nacionalismo en cuanto a111i1111i,·ersalis1110, a saber: «Resolver cada cuestión con referencia a Francia», don­ de hav que entende,- ante todo el presupuesto, que es: ,. 110 en referencia al género humano o a la especie humana. Este pri­ me,- enunciado autockfinicional apenas parece susceptible como tal, de reinterpretación v contra\ersion polt:·mica: por su gene,·alidad, su triYialidad incluso, puede caracterizar la acción política normal de cualquie1· Estado-nación. Desde entonces, el nacionalismo así definido está en todas pa,·tes. Pero se obsena, además, que la definición del nacionalismo por concentración exclusiva en el interL'S de Francia implica una definición de Francia (de la idea de Francia) v de su intLTés (o de sus inte,·eses). E\ idencia aparentemente clara: toda política nacio­ nalista ha de empezar por una idea de la nacin. Si seguimos a Barres, la definicion nonnatiYa es del tipo: Francia debe seguir siendo Francia: con mavor precisión, para durar siendo idéntica a sí misma (a su esencia), Francia debe permanecer a la vez u11ida �· orie11tacla. En 1·esumen, la esencia de Francia es la permanencia de la energía nacional. 11" 1

,.,

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Ahora bien, el «gran principio», el axioma primero, es el siguiente: «La patria es más fuerte en el alma de un aITaigado que en la de un desarraigado».141 Se sigue que la venladera Francia está constituida por el conjunto de los arraigados v sólo por ellos; _v también que la salvación de Frnncia supone que éstos sean a la vez protegidos v privilegiados. Sobre tal contenido de la idea de la nación francesa es sobre el que puede operarse la contraversión polémica. Un antinacio­ nalista dirá, por ejemplo, que el nacionalismo es un sistema discriminatorio, que es exclusionario, fundado en la desigual­ dad o el desprecio, que es xenófobo por esencia (puesto que un extranjero naturalizado es necesariamente un desarraigado, un «francés de papel», un simulacro...), en resumen, que el deter­ minismo nacional («preferencia nacional», etc.) no es sino abo­ rrecimiento a lo no-nacional. El sistema de descifrado antina­ cionalista es sencillo y procede por ren:'.lación e inversión: tras la preferencia, el aborrecimiento; tras el amor, el odio, v así su­ cesivamente. Una cuarta autodefinición del nacionalismo nos per111iti1·á mostrar la aparición de un fenómeno relativamente banal en la constitución de las ideologías políticas, a saber, el parasitismo o la fagocitosis de las representaciones v las creencias religiosas. Se sabe que el nacionalismo se presenta a menudo corno una reconquista de la identidad colectiva que implica espíritu de sacrificio, o aptitud para el sacrificio, en los nacionalistas 1110\'Í­ lizados. Una reconquista que implica una cruzada: la reapropia­ ción de la identidad nacional sería a este precio. La convocatoria a la cruzada es, en efecto, recurrente en el discurso nacionalista doctrinal v· militante. La cruzada (arries­ gar la propia vida para realizar una idea, pant pone1· en movi­ miento una utopía) está situada por Léon Daudet por encima de la búsqueda del interés: En el fondo de toda poderosa acción humana, hav una necesidad de cruzada. En el hombre que sabe que morirá un día, el placer de morir por una gran causa es lo más estimulante que se conoce. 142

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Por encima, pues, de la preocupación exclusi\'a por L'I inte­ rés de Francia (autodefinición mínima del nacionalisrno Je los «nacionalistas»),planea,soberana,la llamada a la crnzada,prin­ cipio transutilitario, situado más allá del principio de autocon­ ser\'ación, convocatoria metapragnútica. La recurrencia del terna positi,o de la «cn1zada» es tal en el corpus de los textos nacionalistas, que sena posible, siguiL·ndo la metodología implícita de la hist(ffia paralitcraria de las ideas políticas,definir el nacionalismo francés «fin de siglo» como un resurgimiento del espíritu de cruzada en el espacio utilitarista/ individualista o pragmático de la modernidad. Proceso de resa­ cralización que adopta como objeto la identidad nacional. La cruzada nacionalista se definiría desde entonces corno la em­ presa destinada a liberar los «santos lugares» de la identidad nacional, sus lugares memorables sagrados,ocupados ,, manci­ llados por extranjeros parásitos v predadores. Lo que resultzffia específico del nacionalismo de los «nacionalistas» es la idea de una crzr::.ada 1•uelra hacia el i,ueriur,una lTU/.ada que pretendie­ se la reconquista del territorio propio. La definici La primera consecuencia de la «realidad biológica de la nación» es la siguiente: Las naciones no son sociedades de las que uno se con­ vierte en miembro por elección, ni asociaciones de intere­ ses en las que se entra adquiriendo una acción, v de las que uno se desprende como de un valor. 14� La idea de la nación-empresa es recusada tanto como la concepción voluntarista :v electiva de la nación. Pero la realidad antropológica de la nación no se identifica por eso con la de una raza zoológica; se compone de razas diferentes, agregadas de cierta manera. El núcleo de la definición racialista de la nación, comunidad de sangre pensada según el modelo de la familia, se caracteriza en el marco de la teoría seleccionista de la historia: Una nación es un conjunto de individuos procedentes de diferentes razas, pero unidos po1· complejos \'Ínculos familiares, y· cuyos antepasados reaccionaron histórica­ mente unos contra otros, sometidos a selecciones comu­ nes. Comprendt' a los vivos va muertos más numerosos, v la posteridad hasta el fin de los siglos, pues la nación, necesariamente, pretende la eternidad v la univc,·salidad, es decir, permanecer sola y· cubrir el globo entero con su descendencia. 14� En la perspectiva lapougiana, el derecho no puede ser sino un derecho propio de cada raza o de cada conjunto indiYiduali­ zado de individuos, v ese derecho se identifica con el poder expansivo de tal raza o tal nación. El derecho ,·acial es necesa­ riamente un derecho imperial que no reconoce límite alguno a la difusión del tipo étnico o nacional, que se identifica con su propio poder fecundante.

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Si Lapouge, por tanto, encuentra ciertamente el principio de su análisis histórico en la tradición francesa de «la dualidad,. [de J la gue1Ta de las razas», 1"" la reconsidera en la conCL'ptuali­ dad de un imperialismo étnico o nacional insuperable; si «el enlrentamiento biológico» 1 otorga su contenido al «tipo de dcscif rarniento de la historia» que pone en acción, Lapouge hace deri\·ar resueltamente la guerra eterna de una pulsión reproductora imperial. Toda guerra es un combate pa1·a la fc­ cundacion del mundo. ¿Cómo pensar la 1111iclud de la nación'? Ésta está constituida poi· una red de linajes, un sistema de siste­ mas de parentesco: '''

Dt' generación en generación los linajes se conjugan, se ramifican , siguen conjuganclose hasta el infinito. La co­ munidad de plasma se establece en toda la masa, , no existe indi\'icluo alguno que no sea algo pariente de to­ dos. " 1 La familiarización de la nación conlle\'a a la \·ez una inter­ pretación racial de su composición , una interpretación históri­ co-cultural ele su homogeneidad ,. de su solidaridad internas, estabilizadas por las selecciones: La nación aparece as1 como una inmensa familia com­ pleja, limitada por fronteras. Los \ iYos son solidarios de los muertos\' estos del JXJl'\'Cnir. Segu1·arne11te la rna,or parte de estos lazos son infinitamente tenues, amenazados sin cesar o rotos por la labor de contraversión, pero tan entre­ cruzados que la trama sigue siendo fuLTte en el espacio \ en el tiempo. Entre todos estos seres unidos, de cel'Ca o de lejos, por la sangre, la comunidad de las condiciones históricas de e,·olucion ha establecido selecciones con\'erg:cntcs. 1'' Es, pues, recurriendo a la noci(>n de «selecciones con\'er­ gentes» corno Lapouge cree poder resolnT el temible problema que se le plantea a un tc()rizac!or del analisis racial de toda

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población históricamente estabilizada: ¿Como dar cuenta de la relativa unidad observable de un conjunto racialrnente hetero­ géneo? ¿Qué régimen de homogeneidad ,. de fijeza comunita­ rias puede poseer una población racialmente heterogenea? Es la cuestión de la identidad nacional. La solucion lapou!,!iana es que la e\·olución selectiva es capaz de engendrar lh.'OJTazas, caracterizadas por unos rasgos casi tan fijos como los de las razas zoológicas. Una neorraza producida históricamente está así dotada de una identidad propia, distinta de la suma de las identidades de las razas zoológicas que forman como su malc­ ría prima. De tal concepción sustancial de la nacion, fundada L'Il la presunción de una doble continuidad de herencia, Lk heredad, resulta que la idea jurídica de 11atumli:.ocio11 no es sino una ficción que hav que denunciar corno un disparall' cicntílico: Se comprende fácilmente lo absurdo, en estas condi­ ciones, de la idea misma de naturalización. Es un disparate biológico, un sinsentido político. Fabricar ti·,mceses por decreto, ingleses artificiales o alemanes postizos es una de las más lindas aberraciones del derecho. ( ... ) Empieza a notarse que esta ficción es contraria a la naturaleza de las cosas. El poder público no puede hacer un nacional de un extranjero, como tampoco pued1.:' transfon11ar una mujer en hombre. 1" Las normas jurídico-políticas deben. desde ese momento, respetar las diferencias antropológicas naturales. El derecho sólo es una ficción noci\'a si no está fundado L'll la herencia racial \' la herencia histórico-cultu1·al de la población cuvas conductas regula. Es la continuidad de la sangrL' \' la pennanencia de la menta­ lidad, v sólo ellas, las que garantizan la «franciedad» del franc('s. la «anglicidad» del inglés o la germanidad del alcm[rn. A partir de aquí la cualidad de frances. realidad biopsicologica. debe considerarse distinta de la cualidad de ciudadano, sujeto dotado de derechos _v de obligaciones. Los únicos v autt'nticos france-

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ses son franceses de nacimiento, franceses por naturaleza, fran­ ceses de origen. Una identidad nacional no se adquiere, como tampoco una identidad racial o una identidad sexual. De tal postulado esencialista v nativista resulta que el j11s sanguinis rige incondicional y exclusinlmente la pertenencia nacional, y da su contenido real a la idea de ciudadanía. Un extranjero permanece idéntico a si mismo, es decir, a sus oríge­ nes, cualquiera que sea la redefinición nacional que se dé, cualquiera que sea la vestidura de abstracciones jurídicas que exhiba: Pueden darse a un extranjero los derechos de un fran­ cés; si tiene el espíritu hecho de cierta rnancTa, poclt-á usar de ellos como un nacional, pero 11u11ca se hará de él 1111 francés. Se necesitará al menos la sangre de dos mujeres de nuestra nación para que su nieto [del extranjero naturali­ zado] sea en la familia otra cosa que un miembro adoptivo y, durante largas generaciones, sus descendientes, incluso nacidos de francesas, serán franceses dudosos o incomple­ tos. ( ... ) La admisión de los extranjeros puede destruir en poco tiempo una nación pero no podría asegurar su perpe­ tuidad por reforzamiento de su efcctivo. 1'1 Lapouge no excluye, pues, que un extranjero pueda imitar correctamente las actitudes v los comportamientos de un autén­ tico nacional, de un francés de origen. Pero la imi1acíún define precisamente el límite de la asi111ilació11: el que se hace semejan­ te nunca puede ser idéntico, nunca es sino un actor inte1·prctan­ do un papel, aunque fuese de modo perfecto. Y, no sólo no podría la asimilación sustituir a la filiación, sino que, además v sobre todo, la multiplicación de los extranjeros inasimilables por naturaleza, lejos de permitir una lucha eficaz contra la despoblación, no puede sino intensificar el proceso de disocia­ ción de la identidad colectiva sustancial. El determinismo racial eleva desde entonces una frontera infranqueable ante toda empresa de asimilación de los extranje­ ros al cuerpo nacional constituido, v se recusa la naturalización

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en cuanto operación abstracta, artificial, ficticia, desconocedo­ ra de la realidad biohistórica y sus leyes. Lapouge resume su concepción racialista de la nación en unas cuantas máximas, en las que el individualismo, tanto metodológico como sociológi­ co, 1" es singularmente maltratado: No se entra por decreto ni en una familia ni en una nación. La sangre que uno trae en las venas al nacer se conserva durante toda la vida. El individuo es aplastado por su raza y no es nada. La raza, la nación son todo. 1 s0 Lapouge retraduce en su problemática de la raza el antiindi­ vidualisrno del siglo XIX, haciendo que se fusionen sus tres principales tradiciones: el pensamiento contrarrevolucionario, la filosofía positivista y la visión socialista. En este sentido, el holismo metodológico :v sociológico de Lapouge aparece corno teoría riYal del sociologismo durkheimiano, por ejemplo. is, Es que, para Lapouge, el propio individuo, el sujeto empí1·i­ co, no es sino una abstracción, o incluso una ficción: sólo existen realmente linajes, etnias, naciones, razas. 1'K El «vínculo social» sólo es un seudónimo de los lazos de sangre. Por eso no hay «derechos del hombre», derechos inherentes al sujeto hu­ mano en cuanto tal; atribuir ontológicamente derechos a todo individuo con faz humana es producir una ficción dañina. 1"" Para ilustrar la argumentación monista y seleccionista de La­ pouge, recogeremos los desarrollos que, en las páginas finales de L'Aryen, están expresamente dedicadas a «la quiebra de la política moderna»: El cristianismo proporcionó a la política una serie de postulados: distinción del alma y el cuerpo, origen sobre­ natural del alma, identidad por naturaleza de las almas, independencia de las almas. Añadid a eso la idea paradisía­ ca, la idea de justicia eterna, la de libre albedrío v toda una serie de principios de moral. Se ha producido un desmar­ que curioso, iniciado por los escritores políticos cristia­ nos, v culminado por los filósofos del siglo XVII l. A las

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Teorías del nacionalismo ideas cristianas se a(1adió una pizca de ideas antiguas. De todo este trabajo surgio el sistema de los principios políti­ cos modLTnos. Las masas los aceptaron tanto mús lacil­ mcnte cuanto que t·stos principios se enlazaban con las ideas rt·ligiosas qUL' las impregnaban. La envidia v el afan de lucro\ de goces sacaban prmc­ cho al mismo tiempo. La esencia sobrenatural del alma, punto de apo,,o a la teoría de los derechos del hombre -anteriorL's\ superiores a la dependenL·ia ck, (as almas\ no participantes del parentesco carnal de· los cuerp(Js- sin,ió dL' base a la tesis indi\idualista. La tcona dd pecado origi­ nal produjo, por un reflejo antirreligioso, la de la bondad natural del hombre, al que las influc·neias sociales , la educacion hacen criminal o rnahado. La idea del libre albedno abrió a la razón humana hol'Í­ zontes ambiciosos_\ no dei de tener influencia en la con­ cepcion, sin crnbargo tan diferente, de la libertad politica. El paraíso fue laicizado, se le hi1.o bajar a la tien-a: tL'ona del progreso dé la humanidad. La idéa Lk justicia absoluta sulrio la misma e,olución, \'a no es Dios. sinu el hombre, t'I encargado de realizarla, pero scrú ... ¡en d futuro! La idea dé caridad dio a luz él lilantropisrno St'lllimen­ tal \ Jllal situado. Tomad, mezclad todas estas niñerías, colllbinadlas en dosis di\ersas \ tendréis tudos los sistelllas de principios políticos, del socialismo al cle1'icalislllo, de las ideas del país de Rousscau a las (.IL'\ pueblo de los zares. El conflicto de todos estos sistemas ha hecho COITLT mucha sang1-c, \ esto no ha terminado. ( ... ) La quiebra de la Re, olucion es un episodio local de la quiebra de esta politica cristiana, desmarcada, laicizada\' cu,o fracaso oscurece nuestro fin de siglo. Con el cristia­ n isrno se hunde L'n el abismo la política libertaria, hulllani­ taria. igualitaria. Y los politicus, cu,o caudal intelectual -cuando lo tienen- es del otro siglo. se turban, no creen ,a cn nada, Yan a la a,entura\ a las a\enturas. ¡Ya lo crco 1 De

...

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todos sus principios no hay ni uno que no choque de frente con alguna ley natural, y si las leyes de la naturaleza se convierten en poderosos instrumentos del que sabe, los ignorantes no pretenden [sino] violarlas impunemente. A todas estas doctrinas que se derrumban, el monis­ mo opone las suyas, cuyas bases son las ineludibles leyes de la naturaleza.(...) El hombre no es un ser aparte, sus acciones están sometidas al determinismo del uni\'erso. (... ) Todo hombre está emparentado con todos los hom­ bres, y con todos los seres vivos. No hav, pues. derechos del hombre, como tampoco del tatú de triple banda o del gibón sindáctilo, o del caballo que se unce o del buev que se come. Al perder su pri\'ilegio de ser aparte, imagen de Dios, el hombre no tiene ya más derechos que otro ma­ mífero cualquiera. La idea misma de derecho es una ficción. Sólo hav fuerzas. Los derechos son puras convenciones, transaccio­ nes entre poderes iguales o desiguales; apenas uno de ellos deja de ser lo suficientemente fuerte como pa1·a que la transacción valga para el otro, el derecho cesa. Entre miembros de una sociedad, el derecho es lo sancionado por la fuerza colectiva. Entre naciones falta esta garantía de estabilidad. No existe derecho contra la fuerza, pues el derecho sólo es el estado creado por la fuerza, y que (·sta mantiene, latente. Todos los hombres son hermanos, todos los animales son hermanos y hermanos suyos, v la fraternidad se extien­ de a todos los seres, pero el hecho de ser hermanos no es capaz de impedir que se entrcdevoren. Fraternidad, sea, pero ¡a:v de los vencidos! La vida sólo se mantiene por la muerte. Para vivir hay que comer, y para comer hav que n1atar. IM' En 1926, en su prefacio a la traduccion francesa del libro más representativo de la eugénica racista americana. Le déclin de la grande rae e (1916), de su corresponsal \' amigo Madison Grant(1865-1937), 1"1 Lapouge reafirmará los principios de una

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raciologia de la nación, legitimando «cienti!ica111e111L '» el in, SClllf:,lli11is como criterio e\.clusi\o de pertenencia nacional: Entre los adoptin)s, conozco a muchos \ de toda:-. la:-. pieles,cuyos sentimientos hacia Francia , �den tanto co1no los de muchos franceses dd 111as puro origL'n. Pero la cuestión no es ésa. Una nación es una larnili�1. e.\.actamente un complejo de familias aliadas,\ no una sociecbd anuni­ ma cuvas acciones son al portador. Es un conjunto biologi­ co, una cosa material , no una liccio11 jundica, lo quL' parecen ohidar los econorn ista:-., lo:-. estad1sticos , los juris­ tas, que confunden la cualidad de li·�u1cL'S , los tkTLTl10s ligados a ella. El príncipe: rev, rninistnJ o pada111ento 1w pUL'dc h�1CLT un francés de un griego o de un marroquí. corno tampoco aclarar la piel de un negro, abrir los ojos ck u11 chino o transformar una muje1· en hombre. En tmlo ha, límites, incluso en las ficciones legaks. Para t¡UL' un lra11cés sea francés, tiene que haber nacido de un lraIKL'S , de una francesa,,. de siglo en siglo. No se con\iertL' uno en fran­ cés, como, por otra partt', tampucu en i11glé's, ru:-.o o japo­ nés. Tales cosas no son posibks :-.ino e11 el mon1L'nto de la fundación ele una nacion nue\a, L'll p�us tkshahitado.' Este te\.to muestra que el antinumisn10 1 de LapougL' impli­ ca una teoría dualista de la ciencia: a las ciencias «lunnak:-.)) (economía, derecho, matemáticas cstadí:-.tica, cte.) se oponen las ciencias «materiaks», de la:-. que la biolog1a e:-. el tipo por excelencia (desde Broca, Dan,in); L'Stas se centra11 L'Il realida­ des,aquéllas en abstracciones. Por eso, L'I nacio11alis1110 puL'de establecerse científicamente sobn.:.' un cimiento biopol1tico, _\ no sobre cimientos econ] de vida de los asiáticos, Y \'er a nuestra propia descendencia enteramente reemplazada por extranjeros a causa de la mavor fecundidad de los recién llegados. Una población mezclada no sólo pertu1·bz1 la unidad de acción nacional, sino que conduce también a una lucha de civilizaciones contradictorias e incluso de knguas. (... ) La gran masa de nuestros extranjeros sigue siendo extranjera. (...) La deportación de los extranjeros cnt,·ados ilegalmen­ te, v de los asignados a cargo de la comunidad. u dedicados

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a actos antisociales, adquiere una gran importancia. ( ... ) La naturalización es v debe ser conferida corno un pri­ vilegio limitado a los que se han mostrado dignos de obte­ nerla. No debería imponerse a los extranjeros que no la desean.( ... ) La Lcv .Johnson de 1924 es uno de los mavores pasos adelante de nuestra historia.( ... ) Desde el punto de vista de la raza, no es lógico limita1- el núrnt'ro de los europeos y dejar el país abierto sin restricciones a los negros, a los indios:-: a los mestizos. Un patriotismo adnTti­ do no permite aumentar entre nosotros la proporción va excesiva de las gentes de color. Las restricciones están a la orden del día. 1 ;º Tales son las principales «razones» e.le un nacionalismo de base racialíetnicista. V.

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EL «NACIONALISMO DE LOS "NACIONALISTAS"»: DEL DISCURSO­ OBJETO AL DISCURSO CULTO. AVATARES DEL ESQLIEl\1A DE LA REACCIÓN CONTRADECADENCIAL

Nacionalismo de la energía y reacción contradecaden­ cial

Empecemos por un brc\'e comentario de te:,;.tos ban-csianos de estilo «metafísico». La denuncia de la decadencia de Francia, en Barres, es esencialmente denuncia de la degradación de ,, la energía creadora» 1 � 1 de la nación. La noción de «energ1a» debe entenderse, ante todo, en el marco de una teoría de los \'alores, en la que encarna la suma o más bien el fondo común de todos los valores positi\os. De ahí la multiplicidad de sus e:,;.p1·esinncs, denominadas por cuasi-sinónimos: el impulso, el heroísmo, la vitalidad, la virilidad, la potencia, etc. Si, por ejemplo, Napolcon es el «profesor de energía» 1 -c por excelencia, es porque es un incomparable «multiplicador del entusiasmo», i-, _\ comu ,, la encrucijada de todas las energías que se llaman audacia, \olun-

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tad, apetito». 1-1 Por eso puede BarrL'S hacer suya L'sta e,clarna­ ción de su maestro Julcs Soun: «¡Poco importa el londo de las 0 doctrinas! Es el impulso lo quL' me seduce». 1 · Después de esto, la «energía» es el nombre dado por BatTL's a la antidecadencia: si la energía es un remedio a la decadencia, es porque encarna el conjunto de los YalorL'S positi\·os cu\o debilitamiento, pé1·dida o ausencia ddinL' precisa!llente la lkca­ dencia como proceso o estado. En la «energ1a» \ su calidad(u intensidad) es donde reside el fundamento a,iolgico de la antidecadencia: «Lo que constitme el \'alor ck un indi\·iduo o ck una nación es que su energ1a eslL' mas o menos tensa». 1 ,. La tensilo porque encarnan una inmoderación que prueh�1 su lcnsio11 L'nLTgé·tica. La prueba de la ,italidad o lk la energ1a es la capacidad de elcyarse a los extremos: el extremismo o el 111a,imalisn10 del «impulso,, es indicio de antidecadencia, la 111olkraci(lll es sínto­ ma de un descenso c.k energía,_\, a este título, indicio de deca­ dencia. Ahora bien, la radicalidad de la intransigelll ia hace mas que compensar el desorden producido: la L'nerg1a rescata o l'L'di111e la pérdida de estabilidad \ el desequilibrio quL' la aco111pafia. Qué irnprsible, degradación irremediable: la decadencia entonces se experi­ menta, se sabe, se contempla según el modo del pesimismo absoluto, objeto de melancolía o de \'ision estL·tica. 1 Una Yisión ¡no;.!,11uí1icu e i11,1m111e111u/ de la decadencia, como proceso o estado contingL·nte (L'n sl'ntido est1·icto: que podría no ser), \ cu\a existencia denunciada o estigmatizada constitU_\'e un argumento para fundar un programa de regenera­ ción. En este caso la decadencia :--e e:-.:perimenta, se denuncia, se supera por la acción pohtica, su \ ision L'S una incitación a la acción, es decir, a la reaccion. El pesimismo radical no es aquí de ngur. El diagnóstico de decadencia constituye la primera premisa de un razonamiento programático, que intente instaurar o res­ taurar. 1 "' La doctrina ban-esiana de la energía nacional inter\'ic­ ne, en esta perspecti\'a, en cuanto cornpunenlL' teórico de un método de sah,ación: programa de antickcadcncia, presentado como tal. El nacionalismo doctrinal, en cuanto teoría energctica de los \'alores, autoriza, pues. una rclcettll'a o una 1·eL'\'aluación de la histo1·ia moderna de Francia: el cncmigt; declarado del raciona-

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lismo y del intelectualismo, de la Declaración de los derechos del hombre, del parlamentarismo v del incfü idualismo «cfr,ol­ vente», va sin embargo a poder admirar, como recuerda Zee\ Sternhell, a este Robespierre, 191 tan injuriado por Taine; 1"' admi­ rar también a Saint-Just porque «tiene carácter»/" a Louise Michcl :va Jaures por «su ardor»,1'' 1 a Clcrnenceau finalmente por su virilidad y su vigor. 1'" Barres recupera aquí una evidencia \'italista cu\a fórmula habían acuñado Leontieff o Nietzsche: A mis ojos, el hombre fuerte por sí 111is1110 es en sí un fenómeno histórico \' psicológico considerable. Bismark n1e seduce en cuanto fe11úme110; e11 cuwzlo corcícter _,· /:,ron ejemplo. ¡Sin embargo, Dios sabe que es nuestro m..wor enemigo! 1Cjf, El 11acio11alis1110 del orden concebido por Maurras difie1·e del 11acio11alis1110 de la energía profesado por Barres. Pero las pre­ misas anticlecadenciales son las mismas. Puesto que el «nacio­ nalismo integral» de Charles Maurras se presenta expresamen­ te, desde sus primeras formulaciones, como un escalón anticlecadencial, un nuevo ascenso en la pendiente descendida por la Francia decadente, a través ele diversas metáforas, imáge­ nes y analogías. Éstas remiten prefe1·enternente al proceso de descomposición orgánica, v sin-en para estigmatizar el n:-gimen republicano o la democracia liberal. Por eso el discurso antide­ cadencial ele la Acción francesa puede caracterizarSL', en su intención dominante, corno un a11ticle1110/ihernlis1110 radical. 1.2.

La Acción francesa contra la decadencia: un antide­ moliberalismo radical

En 1990, en su Encuesta saine la 11101uirc¡11ía, más particu1 larmente en su «Respuesta a M. Paul Bourget», "' Charles Mau­ rras opone la democracia intrínsecamente igualitaria al orden monárquico, como la decadencia a la desigualdad, v como la enfermedad a la vida, que es orden v duración: 1

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Teorías del nacionalismo El loco iluminismo de las gentes del Terror dL'c1 ck,;a L]Lll' se dcsli-1n: o ,·urrc p1..·ligro de Lksk1cc1·s1..', p;_lrL'Ce nu haber Lkiado ck dominar. si1..·rnprc. el cln1te,to moral ckl ndcionalismu francL's.-' 1

Se irnpu1ll' una ohjt.'cion: ,:No puede dL'S1..-ríhirsL' cl :-, 111eLt11L·oliL·os, el nacionalismo doctrinal pnnoca t�u11bie11 odio u>111pasio11, fobia o comprensión algo condescendicnll'. Pero la interpretación docta, una \ L'/. mús, 110 ktcL' aqu1 .sino rastrt·ar las e\·idcncias proporcionadas por los ll''-tos d1Jctri11a­ lcs del nacionalismo franCL'.s, a sal1LT, ante todo, L' t 'F. i 'JX7: É1rc frn11('uis 11uin¡¡¡,(/i:1: ,-¡ dc1:uu11. inJ,,,-111 ,· dv 1:, C"1111,i,,11 Lk l,1 11:tL'l,11;1 Georges Ll\au, Pans, PFNSP, 1 '1::{U, p�1g,, 4,-7tl: L. 1 ",Id, / 11' /i ,·111iu11 ,!, !'I:11ropc·, Pans, Ll' Seuil, 1 e/'!(); CE\'[Pt)F. L, !, , rou 11u,,, ui,., u ,¡u, •. 1 :"'I", ' ,:1u:i,u: ,'-;u­ Pan,-,, PFNSP , ILJY(): Domi11iqt1L' S Lirn:1ppcT, /.u /-1lnc 1:i, dos cucstio11es hLTl1l�111ada, en ,·I Tuu;c· d,· ,,·1,11c,· !'' ,· puhlic :id h:ij" Ja dil'l'cc ioll ck l\laLkkin,· C.r:t\\ j¡¡ \ ,k;i11 l,L'l,\ 1 l':11 J ,, Pl IF_ J l\K=;, -i ,,,k ), "La thcorie poi itiquc, iJ. LcL :1 i, ,,Onl ll' p, >i11iq11c· ,·t , ,¡ d 1 e"" i:cl ,. 1B,·111:i1·d Lacroi:-./, \ "l 1: ,, La de mu,·1 ;1tic· 1 Ce·or�•t'S L1, :iu, Oi i, icr lluh:t1nL·l 1, \ "I. 2: ,,La suc ialísc1ti,1n politique'; dck11,,· ,·! ill11,11:1ti,,i1 1.\1,11i¡·k P,·1d1l'1()n), \OJ. .3. ,el, Para un l'llloquL· Ltc'I l':tci·,m,,, i]u,,,1;-.. ,\01 tic- ,:,t:i lii,1"1·i:1 pok1llol,>µic:1 de las «idea,:, poi 1tica,- c',bc': P.-:\, T:1guidl,, L'1dcn í Ít ,· 1 i:it H ,1 uk �:ii,il' p:tr les loµ,iqucs de rae isation. A,pvt'h, 1 Í l-', Ul'l', t'I p1 ohkn i,-,du r:1u,rn,, d ilk 1 ,·nti:d is­ te», \/01,, 11'' l 2, marzu lYX6. pags. lJ 1- l 2X: Id , / 1, ¡,JI,·,· ,/11 !" ,·i11�, . 1-.., ,ui ,111 le· rncÍ\/llc' el , . e, ,/ouh!n, P,1r1,. La Unou\c'l'IL', !lili,¡IIL' .,IJ'l Lit

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ai,ladu o ahsulutu de los idealistas. Este i11di1·id110 es 1111u (iccio11 sc111eii/lllC a la de Dios» (Bakunin, Oe111'res, París, Stock, 1895, t. I, pag. 298; ,·it::iclo por Charles Gide v Charles Rist, Histoire des duclri11es écu110111i1¡11es dc¡)Uis les pln-siucrates jllsc¡u'á nos jullrs, 4" ed. revisada v corregida, Pans, Sircv, llJ22, pág. 744). Pues la sociedad humana «fue prirniti\·amente un hecho natural» (citado por Daniel Guérin, Ni Die11 11i Maítre. A111/wlogie de l'i111i1rcliis111e. París, Maspero, 1972, t. I., pág. 183), de ahí la falsedad de «la teoría del libre contrato»: «El ho111hre 110 crea la sociedad l'l>lu11/i1riu111e111c; 1wce c11 ello i11w1lu11taria111e11te» (Oem•res, París, Stock, 1911, t. V, págs. 3 l lJ-320. La crítica radical de las ficciones v abstracciones se aplica por excelencia a las represen­ taciones del individualismo liberal: «Fuera del grupo 1w hu1· si11n i1/Js1ruc1·io11cs v fw11us111us», afirmaba Proudhon (Philusophie d11 l'rogr,'s, 185.1, en Ocunes, París, ed. Lacroix, t. XX, 1870, págs. 36-38; véaseCh. Gi,k, Ch. Rist, o¡,. cil.. 1922, pág. 745 nota 3). 159. Véase Julius Evola, Si11/esi di du11ri11a della ra:.:il, Hocpli, 1941. rccd. Padua, Edizioni di Ar, 1978, pág. 13. Íd., Les ho111111es au 111ilie11 des rui11es (1953. 2" ed. revisada v completada, 1972), tr. fr. P. Pascal (1972), revisada, corregida v completada por G. Boulanger, París·' Puiseaux, Guv Trédaniel/Ed. de la Maisnie et Pardés, 1984. pág. 46 («El principio de la "igualdad fundamental de quienquiera que tenga rostro humano" es propio de la democracia. Todo esto es verba­ lismo puro»). 160. G. Vacher de Lapouge, L'An·e11, op. cil., págs. 509-512. 161. M. Grant, The Passi11g uf 1/ie Grei/1 Race, Nueva York,Chades Scrib­ ner's Sons. 1916; ti'. fr. E. Assire, Le dJcli11 ele la gra11clc rnce, Pads. Pa,,ot, 1926, prefacio de G. Vacher de Lapougc. Stephen Jav Gciuld adjudica a M. Grant el mm· merecido título de «principal teorizador del racismo de su tiempo» (/,a 111al-111es11re de l'l10111111e. L'i11tellige11ce su11s la loisc des s111·u11ts p lJ8 l ]. tr. fr. J. Chabert, París, Ramsav, 1983, pág. 251). Las doctrinas racioeugcnistas de M. Grant pasaron a lo político en las cont1·oversias americanas sobre la inmigra­ ción, que desembocaron, tras la primera lcv restricti\'a de 1921. en el, oto de la Immigration Restriction Act (Lev de restrición de la inmigraci(m) dL· l lJ24, bajo el impulso del «lobbv eugenista» (H.F. Oshorn,C.C. Brigham. etc.): véase S.J. Gould, op. cit., 1983, págs. 256-257; Michael Banton, Rucc Rc·latio11s, Londres, Tavistock, 1967, tr. fr. M. Matignon, Suciolup,ie des relalin11s ruciules, París, Pavot, 1971, pág. 59.; Georges W. Stocking. .Jr., C11l111rc. Racc a11CÍ E1·ul111io11. Essavs e11 thc Historv uf A11thropolug,•, Chicago , Londres, The Universitv ofChicago Press, 1982 [Ja ed., 1%8], púgs. 272, 2lJ7 v ss.; Gérard Lemaine, Benjamin Matalon, Hom111es supcricurs. ho111111es i11/erie11r,) /,a co111ro1·erse sur l'lzérédiré ele l'i111ellige11ce, París, A.Colin, l lJ85, pags. c:;4-58. Para más precisiones sobre el cruce entre el racismo «nonlico» de M. Grant v el movimiento eugénico, véaseChadesC. Alexandcr, «Pruphl'I uf ,\111encw1 Ra· cis111: .Mczdiso11 Gra111 a11cl the Nordic Afrrh», Pl n·lo11, 23, l lJfi2, ¡úgs. 73-9(); M�ll'k H. Haller, Euge11ics: Hereclitaric111 A11it11dcs c11 A111erica11 Tl1011gh1, Nuc,,a

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Teorías del nacionalismo

Brunswick (N.J.), Rutgcn, UniYersitv Press, l 9ó�. pag. 149 \ ss. Par.i situar Lt-, comunes posiciones racioeugenistas de Lapouge _\ de Grant en un;1 hist"1 ia político-intelectual más amplia, ,ease Frank H. Ha11ki11s, /.11 rn, ,· ,la11, !u cii·ifoatio11. U11e criri c¡ue de fu doctrine 1wrdi,¡11e (192ó), t1. 11. Pans, P;t\()l. 1935 (prefacio de George Montandon); Hans-Ju rgcn LuLd1iilt. Ue1 \'nuli" ·!,,· Geda11ke i11 Deutsch!a11d 1920-19.:/0, Stuttgart, Erns Klc-tt. 1971; C,·ullrc\ C Field «Nordic Racism», lounzal of !he Hisrun· of Ideo.,, juli()-sq1tiL·1nhre 1 '177. vol. XXXVIII, 3, págs. 523-540. 162. G. Vacher de Lapouge, prdacio a 1\1. Grant, u¡,. ci1., 1 LJ2ó, pag,. 1.�, sigs. 163. Véase: Jean-Louis Chrétien, «N"tes su1· l'a11ti1wmis111c c,,111L'111p­ rain», Les Temps ,\1odenze.,, septiembre 1980, pags. 444-4ó1. 164. G. Vacher de Lapouge, en 0¡1. cil., 1 Y2ó. pag. 14. 165. Véase G. Vacher de Lapouge, Le., S,;lc·cliu11, \(/('i,iln. Pans.•\. Font,·­ moing, 1896, cap. VI, pág. 158 v ss.; Íd., «Dies irac. La fin du 111011Llc ci\ilisL' . Europe, n" 9, l" octubre 1923, págs. 62-63; Id., «La race chl'/ ks populations mélangées», Euge11ics in Race a11cl Siah', Baltimore, 1 Y23, pags. 1-t,; Co111u11i­ cación al segundo Congreso internacional de l'Ugenica, NUL'\.l Y,,rk, 22-2K septiembre 1921). La explicación lapougiana de b desnatalidad lra11Lcsa p()r la mezcla de las razas es analizada\ refutada por pritllLTa \cz por 1ncdio de una argumentación de tipo científico po1· el dl'mogralu ArsL'llL' lh11n11t. L'll s. u libro Na1a/i1(: el Dé111ocra1ie, Pans. Schleichcr, 1898, pags. lO"i-115. Shrl' la cuestión de los efectos a la yez disgenicos _\ antina1alistas del lllL',ti1. aj,·. \L',lsL' Herve Le Bras, «Histoirc secréte ck la kcondill'•>, /"'' /Jeho1, 11" K, enc·rn 1 L)X 1, págs. 83-85. 166. En la literatura �emicuha, es, l'll Francia, Cu.sta\L' LL· B"n quiL·n ha precisado y difundido la distincion en1re « razas naturaks" \ "r,11as hi,t()1·icas»: «Cual quiera c¡ue .,ea hu_,. la ra::.a nnzsidcradu, .,c,1 es/i/ "'i" lwu1,i_;.:,c11,·11 u 11u /u sea, por el simple hechu de es/ar ci1·ili:adu _,· lwhc, ,·111rn,lu ,/,·.'11 ,·"11 Sp,·11gln). 190. Pueden as1 disting.ui1·se l'- ,·,tc'lh;t!llc'llll' ,·,te· IL''\l!l, e·j,·11tpL,1 ;t el()hle· t1tul": por un L1d". tk llll ,t()c k ,k 1,·p1 e · ,· c·nt;1c·i"11,·, ;t11ti11;ic i"11;dht:r, p1 ,·t,·11dida111,·11tc' p,>'-1\;ici,,11ali,Lt'-_ ,·,t1·c·111;1d;1111,·11lc' dilu11di,Lt, ,·11t1,· Lt, clitc, i11lc' ­ k,·tuc1I,·, 1 pol1ti,·a, c· n ha11cia (1 ,·11 Eun,p;tl: P"I "tn, l;1d". ,le· t111a 1:t1 a ,.,Ji,Tc'lll"Í;t L'll Lt lc'!ll'l;t L"splic;lli1;1 ,·,h"1a,Lt (,·"h,·1,·11,·ia qt1,· l'!lillt;1,1:1 co11 ,-1 ,·;tractc'I" dc·,liih an;1cl!l ,k la ;1rg11111,·1 l;tc i"11 a11ti 11a,i"11;ili,t;t ,ll d111 ll i;1 ). E,t,· tip de· ;111ali,i:,, pr,·,,·nt;t ;1Lk111;h u11 i11lc'IL'" !llll\ dik1 ,·111c', d,· 01d,·11 ;,rgu 111,·ntat i Io: 1, ll'h ,. , , ,n t1 ;, ,·I 11101i llli,·111" ; 1;1,i,,n;d ¡,1;,, que· t i,·1H Is· ,1 111, ,11,,­ p,,1 i1ar _1 ;t proll',ionalÍi'.al l;1 dc·11uncia ,k Li d,·,·;tdc·11L t:l" 1,, ,k1 ,,,;,", -- 1, ,·,t:, dc·11unci;t tlli,rna. El !-' '''!" l'l'toriu, ci,Tt;t111,·111l' 11!> ,·, 1H1c·1,,, JlLT ,ic>tlc' ,i,·1"1" L'iica,1. A,1, por c'ÍL'lllplo, Pic'ITL' N()r;1 l!>11,·lt11;t I c·,·i,·111b-+, [ p;1c>:,,. 127-1-+1 [. p;1g. 1-+1 ). 2-+0 . .l()'C'j1h Krulic, 1s1:;_¡ q¡.;q, 1\:;t(Í()!l,, 11;tti()1l;di1,·,, 11;,ti1>11;tli'.'-IIIL'',: llll hcTitag,· ;l!l1higu , Cu,. 11/"J'u//Ji,¡1;, ,. 11" 11,, 1n;t," 1 'JIL'" p1,·"1· 1t;tdo poi R. (,i1.t1 d,·t (ct1·t. cit. l \lt,:;, p:1!-''· -+1-+--+�'JJ. 2-+7. .kan-i\la1 ic· 1\la1c·ur, /,,, dc/ u1s ,/, !u fil,· N,·¡ 1 1i/,/1,¡11,·. 1,\ � /-/,\0111 1111,· /1i,1oirs tk u11a \ i,iilll éll\ti jut'.1;1 ,lt·l 111und,, lon11:1da poi· Ullét gr;111 di1L'l'sidad ,_le- eslL'l'L'"lipils llt'g:11i1 '"· \ que' 1111,,tk11 lunci,,nar indqwndit·n tt·me11te de t'stas \t·s1iduras illli"lc'l.'Íti111;1d,,r;1,-,_ EiL'Inplo de racio11ali/.acion dt' la iudc,>lohi,1: Ed1l\l>nd \ tTnJL·il, /.,· ru, :\//le' u!!,•1111nul. l:"ui d,• ,uf,,, 1111 ¡>()/JI!. Pans. F. Srlot. 1 cnLJ_ 1,, p:1g". Se 1rata a nuestro parecer. de repLllltL';tr L'I prohlc·,11;1 e·11 te·1 111i1t, d,· i ntt'l'é\L'Cion c, ,mpkja dL' tres principaks instant ia,-, i,lc-ologiu >-p, ,l11 ic;,s: ",lllti ,,- e·111itis!llo", ,,naciunalisn10 ,, «raci,tlis1110, (tt'()rJ;1 dL' L,,-, r;1/c1,-,J.

180

Teorías del nacionalismo

\'ea�c por ejemplo: Hc:ln1ut Berding, Hi,1ui1C de /'0111i,c111i1i,111c c11 .\/le111u,1;11,· ( l 9ts8). 11. Ir. O. Mannuni, Pan�. Editions de la l\laison lk,-. sciellll''- de l 'horn lll, pueLLt \lT su kgitimidad de llUL'\O u1estÍ(J1létda hasta L'I puIIt() Lk qLIL' L'Sll' lunciunario l'llllTéllllL'llll ' l'illregado a Sll p;qx·I ,',l'cl rq)L'lllÍlla· I11e11lL' a1Tesl ado por sus u11 ÍL'º" 1.·ornprrnnisus de liLkl Í( bd partí­ cularistas con los lJLIL', si11 e111hargt>, sl' llk11tilica p()lO. Al at;1c11 L"l llé1ci()Julis1110 ;d li, >l is111c > c·st;1tétl, l()s LJLll' lo sin en se con, iLTlL'n de 11u1.'\1, en sirnpks �1ctur1.·s Lk 011ge11es partiu1laristas rnúltipk'-. ,-\ lo" ojus Lk los diri g. L'llles Lk L''-tl' lorniidahk k\a11tarnic11tu 11aciu11édi'-lé\ que llélCL' L'tlllu111,·11 dl' L1)ui-... Dunl- consecuenL·ias identi­ cas sobre el destino del capitéln \ de la lilosola, la cual, mús tarde, se 111ostrara sin clllhargo tan paradojicé1111entL' se, LTa lrenk al Ct.'lcbrL' militar trances. Ella no \e lo trúgico de su situación de lunciunario subitamente rechazado por su Estado institucionalizado \ étbierto a todos los talc11tos, pues, poco preocupada por comparacio11L's S. 10, «La [-'Ut'IT;1s lralll"O-lr:rncc,;1s». \"iu�//('11/c" ,i,·clc·, L"lll'}()-ill:11/() \L)8.',_

...

tamhiL'll b p1obabk imposibilid:1d. L'll Fralll·ia. Lk uII,t rl'lig!()11 L.'Í\ila la é1lllLTicanz1: L·..;ta plt'"llPullt' un con..;L·I1s;lélLÍ()]íL''- hL·!né1Íc:1s; L'lll�l!ldLLtc- d,·l .\11tígu1> TL'-,LtillL'ltl. Y L''- dL·-,tk I uq,!.u poi ljliL' b llé\1_ Ít ,11 dl'lw 1,:-,p< >1Hlu tk sus étC!us a11k Ulici ju..;11ciét Sllj)LTÍ,,r, p,¡¡ i,i ljlll' lt>'- E.stddt,s; Unidus e\itan acas,> rnas facíllllL'llll' tod() 11npui'-tl llélLí, i11;tlist:1 1cknticn a lo..; t¡llL' �1patL'CL'll L"ll ,·I cur--.< ck Li-, �tlLTJ:I-.. lr:11H·ll-lr:rncL''-ª"· Segun Bl'ibli., l,1 rl·li 12 íu11 LÍ, il '·11 - .'1.rn"T:l·:1 JH> e-, L'I cult(, ck la 1

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Nacionalismo a la francesa

189

nación»: por ello, si los Estados Unidos han deri,,ado a un e:-.:pan­ sionismo externo de tipo nacionalista, a semejanza de Francia, confundidas todas las opiniones políticas, consiguen e,,itar me­ jor, en un contexto político de gran dcscent1·alización de la, ida política, las movilizaciones nacionalistas internas, las acciones colectivas violentas conducidas en nombre de los ideales ck las derechas extremadas: nunca ha conocido rnm'imientos nacio­ nalistas centralizados, al modo del sistema político franct·s, con la amplitud de las ligas, de la Acción francesa, del pujadismo o también, del lepenisrno. Y aunque esta concepción de la religión ci, il no es igual­ mente compartida por todos en la medida en que la comunidad negra, o incluso los chicanos, apenas se adhiel"Cn a ella; aunque además, desde las presidencias de Nixon o incluso de Reagan, se encuentre corno minada por la expansión de un libe1·alis1110 económico salvaje y el descenso de una moral transcL't1dental sobre la que se apova, 1: no se produce apenas un nacionalismo de masas v la John Birch Socict,, o incluso la AmcTican Legion no se parecen en nada a las ligas a la francesa. La inspiración puritana de la tradición política americana pa­ rece así poco propicia, en tal contexto de Estado ckbil, al surgi­ miento de movimientos nacionalistas de gran dimension colecti­ va; por el contrario, en Francia, como obsena el mismo Bellah, «la Revolución francesa, fundamentalrnente antickTical. inll'ntú instaurar una religión civil anticristiana. Y en toda la histo1·ia de la Francia moderna se advierte la inmensidad del foso que separa el espíritu católico tradicional y el espíritu de 1789». Lo que no percibe Robert Bellah es el origen histórico de tal antagonismo entre el Estado absolutista, revolucionario o republicano, v la Iglesia católica: resulta de una lógica de dorninacitirna l'll Uc fu cli1·isiu11 du rnn·uil suc/(/1 que el pni�rcso (k L1 :--,ocie(iad IIL'\ a logicamcnte a un ocaso normal Lk la religion \. si n1¡¡s larde reconoce en cambiu su p�1pel luncional, es :--,i111pkmL'11ll' en la medida en quL' asegura el contrato social_\ 110 porque SL'a porta­ dora de una \'L'nlad, l':\f)IL'sion Lk la Jli'L'SL'J1cia de 1111a di\inidad Sllpl'l'IOL La obra Lk DurkhL·irn se comprL'lllk 111�1" hiL'll u,1110 u11a teori1.acio11 de la laicidadjustilicador..t ck la 1¡¡cionaliLL1d de un Estado po1·tador dL' la «conciencia clara»: DurkhL·i111 :--,e \L' L'll­ tonces inemL·diablcmcntL' alineado entre lo11ci ....·11..._·ia ..._¡..._, su CSJ)L'Cificidad, ha Sl!SCÍtado lllll1lLTOSUS 1110\ illliL'lllUS Sl'pal'�l­ listas. 'vV. Connor aplic1 tambie11 su 1·a;:01E11llÍL'11lo a pa1\es lk Etll 'o­ pa como la Gr�111 Brctana. do11de UIE\\ 111i11onas Clllo los esco­ ceses pueden 110 haber adquirido u11a concIL'llL'Ía cokl'li,a sino a pa1·ti1· del molllL'lllo L'I1 que b 111oden1i1.�1CiL' ha )i..,._ ..._.¡10 L'\ iLkntL· qtlL', lejos de hnorccer la a,-i111ilacilm. la 111m·ili.1::1Cio11 [su ....·ial] ha inten­ sificado la conciencia L'tniL· ..1. Alguno-, autorL's han L'mpc1.a­ do, pUL'S, a estudia1· t:'I nacionalismo u1ili1.a11do otro cami­ no, la L'lnicidad. (Stoh's, 14·¡s, pÓ/2. 1 _';8.)

Los modelos explicativos del origen de las naciones

213

Si es, desde luego, un modelo de nacionalismo étnico el que propone Ernest Gellner, su combinación de fenómenos cultw·a­ les y étnicos en una perspectiva dinámica hace difícil su caracte­ rización; se trata, de hecho, de una valorización del conflicto socioétnico en el marco de la modernización económica, cultu­ ral y política, que se encuentra en la base de tocia una serie de teorías.

B.

Modernización y conflictos

Los autores -muy numerosos, como se verá- agrupados bajo este epígrafe comparten un mismo interés por las relaciones existentes entre los conflictos provocados por los procesos de modernización y la emergencia de sentimientos nacionales. Algunos ponen el acento en la naturaleza sociológica v socíoét­ nica de estos conflictos (como en el casu de Ernest Gcllner, cuyo modelo es con mucho el más cornplejo); otros subravan sus dimensiones económicas o políticas. 1. El modelo de Ernest Gellner. El primer aspecto de este modelo se inscribe en el marco de la «transición» de las sociedades tradicionales a las sociedades industriales; las primeras, descritas como sociedades agrar·ias, conocen una estricta diúsión entre las categorías gobernantes e ilustradas a las cuales el poder y la alfabetización dan acceso a una «gran tradición», y la masa de los trabajadon::s de la tietTa, que sólo son portadores de una «pequeña tradición» (Gellner·, 1989, págs. 22-23). Más allá de esta dicotomía cultural, se observa una «diferen­ ciación cultural» fuerte, sobre todo en los ambientes campesi­ nos, por razón del modo de vida autárquico de las comunidades, constituyendo esta heterogeneidad cultural el principal obs­ táculo a la formación de una nación. La emergencia de la sociedad industrial va a promover una homogeneización cultural al término de un lar·go pr-ocesu que se enraíza en la lógica económica de la sociedad: ésta, fundada

214

Teorías del nacionalismo

en una tecnología eYoluti\'a \ en la idea de progreso, implica un crecimiento permanL'nte de las ganancias de pn,ducti,i­ dad; resulta de ello, en el plano social, la necesidad dL' una movilidad profesional extremada ,, por tanto, tk una poli,a­ lencia, que supone una lorrnacion genLTal solida, necesaria de todos modos para comunicarse, en un idiorna normalizado, con los dernús actores (lc la nuc,a di,isiu11 del trabdjo mucho mús fina que antes. Así, «el ni,el que se exige de los miembros de L'.sta sociedad. para poder ser correctarnente empicados, go/.n: realrnentc le nrnlicrc su identidad». (!hui., púgs. 57-5�.) La homogeneización cultural genera as, una crn1cicncia 11a­ cional. Para E. Gcllner, «el nacionalismo 1111 ,·s L'I dcsrwrtar diciente, su tan1a­ ño máximo es función del peso de estas «culturas preexis!L'n­ tes». Erncst Gcllner lo explica en su ,\'o/Í()/IS l'I No1io110/is111e al e\·ocar la manera en que un factor de entropía irreductible como la raza, incluso la religión (menos intercambiable que la lengua) puede scrYir de base a la autotranslonnacis de« B» -L·ntigra­ dos o residentes en el país- se encuentran en una situacio11 crí­ tica: Su descontento puede expresarse, ante todo, L'n ll'rrni-

-216

Teorías del nacionalismo nos "nacionales": los pri\'ilcgiados son manifiestamente diferentes de ellos, incluso aunque la "nacionalidad" co­ mún de los miembros subpri\'ilcgiados se defina por un rasgo puramente negati\'o, a saber, la exclusión del privile­ gio y de la "nación" de las poblaciones fa\'orecidas. Por otra parte, los hombres de B poseen ahora líderes: su pequeña clase intelectual no puede sin duda pasar fácil­ mente a A y, aunque pueda, no tiene \'a fuertes moti\'acio­ ncs para hacerlo; si consigue separar la tieITa de B, por las leyes del nuevo juego nacional en el cual los intelectuales no son sustituibles más allá de las fronteras [carentes], en especial, de una lengua común, tendrá un monopolio po­ tencial de los puestos ventajosos en el teITitorio-B inde­ pendiente. (Jbíd., pág. 167.)

Para E. Gcllner, en estas situaciones es cuando « la cultura, la pigmentación, etc., se Yuelven importantes; facilitan los medios de exclusión en beneficio de los privilegiados �, un medio de identificación, etc., para los desfa\'orecidos ( ...) El nacionalis­ mo no es el despertar de las naciones a la conciencia de sí mismas: inventa naciones donde no existen, pero necesita mar­ cas diferenciadoras preexistentes para funcionar, aunque sean puramente negativas» (lbíd., pág. 168). Tratándose de los actores encargados de definir la concien­ cia nacional recién adquirida, de elabora1· \' de prnmo,,er los temas culturales legitimadores de las demandas políticas v eco­ nómicas, E. Gellner postula que «se requiere una intelectuali­ dad y un proletariado para formar un mo,,imiento nacionalista efectivo» (lhíd., 169). Al precisar que este prnletariado puede reclutarse en los medios campesinos, no detalla su status, mien­ tras que describe cuidadosamente la intelectualidad como «un fenómeno vinculado a la transición ( ...) una clase que está alienada de su propia sociedad únicamente por razón de su educación occidentalizada» (Jhícl., pág. 170) o moderna en el caso de los países europeos de los siglos XVIII-XIX, El análisis del nacionalismo en términos de conflictos so­ cioétnicos, es decir, de conflictos en los que las divisiones socia-

Los modelos explicatiYos del origen de las naciones

217

les y étnicas se superponen, subtiende en realidad numerosas teorías muchas veces menos elaboradas que las de Gellner. 2. El debate marxista. El enfoque marxista trndicional del nacionalismo tiende a des­ cribir el fenómeno en los términos de una lucha entre impe,·ialis1110 v anticolonialismo. Estos dos «ismos» remiten a la acción de las clases capitalistas o burguesas indígenas que persiguen su propio interés económico con el pretexto de una ideología nacio­ nal esencialmente instrumental. Esta \ulgata, cuva primera for­ malización puede encontrarse en los escritos de Len in v los deba­ tes que implicaron a Rosa Luxemburg y Otto Bauer, alim1.': ntó especialmente los trabajos de P. Worslev (1964) en los años 1960. Más recientemente, habiendo verificado ciertos autores marxistas el error que había constituido la subestimación de los fenómenos nacionalitarios por sus predecesores, demasiado exclusivamente preocupados por el devenir de las clases sociales, han emprendido una reconstrucción de la teoiia. Este reexamen del problema coincide a menudo con la di­ mensión materialista del modelo de Gellner, cuvo trnbajo se cita, por otra parte, de buen grado (Nairn, 1981, págs. 338 y 343; Balibar y Wallerstein, 1988, pág. 69), especialmente por su aná­ lisis del desigual desarrollo económico en el plano territorial. Éste, sin embargo, es reinsertado en un marco mundial por Nairn ( 1981, pág. 335) y, sobre todo, por Balibar v Wallerstein: Las unidades nacionales se constituven a pa,·tir de la estructura global de la economía-mundo, en función del papel que juegan en ella en un período dado, empezando por el centro. Mejor: se constituyen las unas contra las otras en cuanto instrumentos en competencia de la domi­ nación del centro sobre la periferia. Esta primera precisión es fundamental, porque sustitu­ ye el capitalismo "ideal" de Marx y sobre todo de los econo­ mistas marxistas, por un «capitalismo histórico», en el cual desempeñan un papel decisivo los fenómenos precoces del imperialismo y la articulación de las guern1s con la colonización. (Balibar v Wallerstein, 1988, pág. 121.)

218

Teorías del nacionalismo

Esta aportación, lamentablemente poco des�1rrollada, de au­ tores mar-;istas que st' inspiran L'll Gellner, ptTO tambien en Braudel, queda contaminada por cierto reducL·ionisrno L'll la llledida en que el nacionalismo sólo se \e en L'lla con lrL'CUt'ncia como un procedimiento ideolt1·..1,-. cil'lUll'-t�111L·i;,i-;, k1hri:111 elegido la pcr1L '11c11c ia a utrus )2.l'Up< i,-., L< >111,1 111L·d 1,, dt: ..1dquirir pulk­ l'l''., \ p1 i, ikgiu,. UlnJ, 1. lntica. \\. C-; ;il fk'll ,d1 > 111 ( ,dlTIl( 1 E.s;IL' L'nloquc ·'J1LTL'llllialísw, IL'L uhr, si11 1._·111b;11!2(l pa1 '-- i:tilllL'llk' d"" lus l'-'-lULT/Os

(

p;1radi�111�1:--: 1·Ldl\\_'ÍL'lJd() L'l J)llllll>!'() id', l!.lcl()ll,'c, ;1 d�1tn L'lll re los sentimientos primordiales.\ la pol1tica ci,il no puede pro­ bablemente ser reducida por completo. El p()(.kr (_k los «datos» de lugar. de lengua, de sang:rL·, de \ision Lkl mundo \ de modo de ,ida que modelan la nocion (_k hase que un indi\iduo tiene de quien es, lk aqul'llo a lo que pertL·ncce de manera indisoluble, está enraizado L'll los lu11da111L·11tos irr;_Kionalcs de su pnsonalidad. (!hui.. pa�. 12X.) Esto lle\'aba a C. Geertz a afirmar que la red de alianzas , de oposiciones prilllordialcs [entre etnias] es densa\ confusa, pero. no obstanll', articulada

22�-

·1-L'l)l"l�l� tlL·I J"l ,._ !l__'l, l!l�ili-..,ill(l U >il p!\.'L l'-ll.illi!, i•l,l, ',¡' '-!>hít. llll)H>'IL' ;¡, ,Id

n�Kldu

,_·,:!rq1Í;d ltiiJn1r:hiL' llSL'CllL'llCia de migraciones en gran escala, a di-,lé111cias imp1·1c1nlL'S, o hiL'l1 a tran.:s de las conquistas, Lis i11,a.siollL'S, Lt ,'sL·la,i­ tud, la importacion ck ma110 dL' obra o L1 i11111it>racirn1 ,oluntaria. (\.an Den Bng:he, IY7X, pag. -Hl."i.)

De modo sorprendente, este L'nloque racial SL' aco111oda ét una concqx:ion «instrumentalista» Lk la L'l11iL·icbd qllL' lk,a a su autor a ambicionar una crn1ciliaL·ion dL' los dos paré1di ¡2. 111;1s (\an Den Berg:he, 1%1, púg. IX): La prope11siun a la,orecl'I' llll() a su l'L'd ck pclrl lllL'',L'() ·' a los 111 iembros de :-.u L'lnía esta prolu nda1llL'I1le a1T;1iga­ da L'll nuestros genes, pero nuestros progra1nas i,'L'lleti­ cos son 111u, llc,ibks \' nuestros co111porta111ie11tciopsico­ lógica para el estudio dt· los fenómenos étnicos: Puesto que la sociedad asigna a las cosas ln1rné111as cons­ tantemente,\' desde mi punto de \ista i11e\itabkntL'lll,.', u11 lugar en su sistema de valores, la prolL'ccion Lkl \(> se c01wierte en el tema dominante del desanollo de b )1LTSo­ nalidad \ de las interacciones humanas ( ... ), no solo en sentido hsico v fisiológico, sino de mallLTa al IllL'rn>s Í!lual­ mente importante, en sentido sociopsiculog,ico.

232 Teorías del nacionalismo La incidencia de este hecho en las relaciones entre grupos es que el sentido de la etnicidad (en la definicion más amplia de los orígenes raciales, religiosos o naciona­ les), en la medida en que no es posible deshacerse de ella por la movilidad social, como es posible con la c !ase social, ( ... ) se convierte en i11corporada al -"º (fhlil., pag. Y2). Coincide esto con el enfoque de H. R. lsaacs que define la etnicidad como «el conjunto preexistente de los legados e iden­ tificaciones que todo individuo comparte con otros desde el momento de su nacimiento por el azar de la familia en la que ha nacido en un momento dado en un lugar dado» ( lsaacs 1975, pág. 31). Este autor enumera, a título de estas coordenadas identita­ rias precoces, el apellido del individuo v de su grupo, la historia de ese grupo, su lengua, su religión, su sistema de \alores, pLT0 también su geografía, que sirve de marco al despe1·tar del ni110 al mundo exterior. Este enfoque nos den1eln>, pues, en muchos aspectos, al primordialismo «clásico». 4. Crítica y complemento: el «nosotros» implica un «ellos», o las formas del etnonacionalismo. El enfoque «primordialista» fue rápidamente denunciado a causa de su «fijismo» por autores que subra\'an el car�1cter cam­ biante de la identidad étnica, pero refiriéndose las mas de las veces a datos culturales -como la confrontación con el Otro-, lo que los distingue de las teorías del conflicto, de inspiración ma­ terialista. F. Barth, conocido sobre todo por sus trabajos sobre los patanes, aparece aquí como pionero en la medida en que fue de los primeros en querer demostrar que «d matLTial humano que está organizado en el seno de un grupo étnico no e:-; inmutable» (Barth, pág. 21), sino que rnús bien se define en función de una «frontera» susceptible de numerosas \'ariaciones en el tiempo. Éstas pueden responder a lógicas culturales v ecológicas (cam­ bios de actividades corno la sedentarización pueden terminar modificando la identidad étnica) o a mmiles sociales (corno los

Los modelos explicativos del origen de las naciones

233

fenómenos de aculturación que implican el paso de un estatuto social a otro, por un grupo o por un individuo). Estas mutaciones o «migraciones» no implican, sin embar­ go, ninguna síntesis cultural verdadera, al permanecer la fron­ tera étnica como línea divisoria indispensable entre «ellos» y «nosotros», aunque evolucionen la composición demográfica v el contenido cultural de estas dos categorías. La valorización de esta dicotomía que, adoptando una pers­ pectiva temporal larga, sitúa Barth en los fundamentos de la identidad étnica como fenómeno de diferenciación, ha sido elaborada desde el punto de vista del estudio de los nacionalis­ mos (v no sólo de la etnicidad) por otros autores tales como W. Connor en los orígenes del concepto de «etnonacionalismo». W. Connor reprocha también a los defensores del primordia­ lismo la atribución a la etnicidad de una «primitividad [que], como en los casos de trihalismo, implica que irá borrándose a medida que progresa la modernización» (Connor, 1978, pág. 591 ); ahora bien, los conflictos étnicos de los países europeos atestiguan la permanencia del fenómeno. Refuta, sobre todo, la identificación de una nación a partir solamente de sus manifes­ taciones «primordiales»: Toda nación, por supuesto, tiene características tangi­ bles y, por tanto, una vez reconocida, puede ser descrita en términos de números, de composición religiosa, de geo­ grafía y de otros múltiples factores concretos. Pero ningu­ no de estos elementos, por necesidad, es esencial a la nación alemana. La esencia de la nación (... ) es una cues­ tión de autopercepción y de autoconciencia (Connor, 1978, pág. 589). Precisa el autor esta concepción en un artículo anterior en el que define la nación como un grupo étnico consciente de sí mismo. Un grupo étnico puede ser fácilmente diferenciado por el observador exte­ rior, pero, hasta que sus miembros lleguen a ser conscien-

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Teorías del 11acionalis1110 tes ellos rnisrnos del carzícter único (_le su !:-'-n1po, L'S c--in1pk111ente un grupo C·tnico \' no una ns del ongen de las 11ac1oncs

23Y

centralizados, impersonales, unilonnes \ no discrimina­ torios, tienen un efecto ni, elador_\destructor sobre las jerarquías\ dependencias tradicionales ( ... ) ,ehículos de un calor_, una calidad personales ... (l(edouriL', 1 Y70, púg:. 23 ). Los agentes de la introducción del nacionalismo son los que aparecen más expuestos a las rupturas culturales: los rnie111bros de la intelectualidad que ,en determinarse su posicin margi­ nal por la adquisición de un saber «n10derno» en una sociedad «anticuada» en la que pueden insert,.l rSL' tanto menos cuantu que se les ofrecen pocas salidas profesionales.' Incluso en el caso, extremo, de una intelectualidad alienada , presa de p1·ofundo malestar psicolog:ico, E. l(edourie parL'CL' solicitar excesi\amente el poder de la «nL'CL'sidad Lk ¡wrlc'ne­ cer», pues es lícito preguntarse' por que' esta necesidad recaL' sobre la nación antes que en una entidad mús familiar. Se encuentra este escollo de la tendencia al L.v.rniarniento teleols 111;1- \'lT,.11..l,i-... '-( l l Í < > L'f 11 Í l U \ d V j L' [ 1 J< >I l d ,_ j '· >11; ti I s, 1 l 1 < > , L < lll 1 < > , d L'.'- I 1 !:', LI; ll 1 i():--- 11;1bajllCL'plo mo­ derno ck -11t1..Tas con t-í111..s' administratÍ\ '-L'cubr del L'\ill> L'il L·l 1nu1,dll 1 ... l Hasta aquí, :-.t· atributa L'I "\alur" a L.1 ctJ111u11iLLld ",-,1 ,p, lrll" ck la tradi L ion rt'ligio..,a., :-.uln 1:.·n b lllL'dida t'll l]LIL' L'l'él L'kct Í\ a11w1111.· po1·tadora de L·lla ( ... ) Actuali11lll'-l:t h�1 quvd:1d() l¡._,L.L'P'- 11J11ado cuando ha adquindc> Cl>llLÍL'IH_Í�t de· LJUL· L'i E:--t�l(¡(, L'IL'111tliu> t erna I;; n>c�1ci,m de i11;.:titucil>naliz:1r L1-, L'lllÍt.hLk;,: ll�h_·iona ks baju b lonna Lk·l Estad(>-11aLi()11. Nu ob,tante. b intqn:11 i1111 p()r L1 L'(>!TÍL'lllL' �1,1111íiL1, 11111i:--­ ta,) d L' !u, mudo;,: (_k pl'lhdllllL'llt, > 111,,Lkr11()'-., L'l1p;11"11l'Lilar del «e\olucion is1nu•.·, k ¡KTl11 i lL' «11 a n:-.ll'l ir -.,u ÍL k-t >log L1 pI, ''" 1 c�.n a \ rc\oluciu11a1·ia del 1·:--L1diu ck b hi-.l()!'l:1 1m111,kil il Lk su n1rnu11idad IL"ÍnsLTL\da l'll ,'-,(\.' 11L11co 111�1:-- a111plic1• (S!llith, l9t'\l,pag. 101). A. D. S111ith lÍl'dun: b L'l1lL'rg_L'llLÍc1 Lkl n�tl i()11:dí:-.11H> de b lusion de las apurLICÍl�t,-" \ asimila­ cíoni:-- L_h>>. S L ' traté\, puc.·s, de 1m mc>dclo Lk L, \ rn1:-.1rUL'L·í1,11 idt:ul ( )gica L'll la q u L' la rn 11 UL' ne Íé1 t"d L' 1·io r I i e, kK L ' :-.1111> ( • n ¡�r:11iar un proceso lk rt't·-.,tnictura\·i()ll L·uitur:d CU\. El pruL-eso de relorma cultural ap�ll'L'CL', pues, en t'l origen de la emergencia del nacionalismo como ideolog1a, \' las 1110(Í\aciunes e111anadas del inlt'res :--ubtit'IHkn la implicacion de la intelectualidad, mientra ..;, que t'l reeur:--o de esta a ml'ltro¡w;1'->. [--,L1 L < >11--,1 rucci< >11 dL· un nacio1wlis1110 é·tniLu LoI1 luertcs Lu111H>lé1ci()llL'.'- lii11du'-'" acu111paii1d. 1 u.-:_�.. p,1gc-. i 1 ::;_ 1 :i. 1 ). C-,t:.1 oscibl·Í1>11 L'11ll L' c:l ,':';tatuto ck ,,u>kc .._ i, lll Lk in,!i, Íllllth' \ L' jicarnente, se suponL' que son producto de ella».

Etnicidad, nación v contrato social

287

Así es como puede interpretarse la importancia atribuida a las dimensiones culturales del nacionalismo en el provecto de constitución para Polonia. El carácter fundamentalmente abs­ tracto del contrato no significa, pues, que no esté situado. En efecto, aunque el proceso contractual sea esencialmente intra­ subjetivo, está necesariamente en estrecha relación con el con­ texto social en el cual se inserta. El análisis del pensamiento de Rousseau muest 1·a que el alcance ostensiblemente universalista de la teoría contractua­ lista no excluye necesariamente una consideración del contex­ to particular en el cual existe toda sociedad. La dificultad que los hombres tienen para abstraerse de sus gra\·itaciones socioló­ gicas los condena, no a la perpetuación del estado de naturale­ za, sino a un contrato parcial, h.mdador de una sociedad en la que debe quedar incompleta la realización de la liblTtad moral. La construcción de la nación puede interpretarse como caracte­ rística de este tipo de procesos. El estudio de otros dos teoriza­ dores contractualistas, Locke y Rawls, subrava que las ambigüe­ dades de Rousseau, lejos de serle particulares. son de una aplicación totalmente general.

B.

Locke

El mecanismo del contrato en Locke difiere del pn?sentado por Rousseau. En Locke, en efecto, el derecho natural ocupa una posición central. Distinguiéndose deliberadamente de Hobbes, Locke no ve en modo alguno una guerra de todos contra todos en el estado de naturaleza. El derecho natural. por el contrario, se aplica aquí porque este derecho es el reflejo del orden divino y porque cada hombre está dotado de una razón natural que le permite interpretar la palabra divina ( Para. 13 ). \1 En el estado de naturaleza, sin embargo, sólo 1-ccuITicndo a la fuerza pueden resolverse litigios y conflictos, lo que introduce un riesgo permanente de dislocación del orden natural. 34.

Las referencias a Locke remiten a Lockc ( 1984).

288

Teorías del nacionalismo Cuando los hombres vin·n juntos conforme a la 1·azon, sin superior alguno en la tierra con autoridad para juzgar sus desacuerdos, están precisamente en el estado Je natu­ raleza: así, la \'iolencia, o un designio abierto de violencia de una persona hacia otra, en una circunstancia en la que no hav superior alguno u)mún en la tieITa a quÍL'll apelar, produce el estado dt' guerra. ( Para. l Ll.)

Interesa, pues, a los hombres entenderse para establecer instituciones que gara11tice11 13 aplicación del dt>recho natural, surgidas (o no) precedentemente de su inte,·acción espontánt'a: «El gobierno civil es el remedio adecuado a los incon\'enientes del L�stado de naturaleza» ( Para. 13 ). Entre esta visión del contrato v la de Rousseau hav, al menos, tres diferencias significativas. En primer luga1·, el cont1-ato so­ cial es ciertamente un contrato entre individuos (Para. 97), concebido de manera mucho más concreta que en Rousseau. Tiene igualmente un alcance limitado por su contenido sustan­ tivo (inexistente en Rousscau ). Par·a este último, la ncKión ck un pueblo que, libremente, :--e gobierne mal, apenas tiene Sl�ntido, puesto que no existe critc1 io e.\tcrior que p\:Tlllita tal juicio de Yalor ( 1977, 11, 12 ). En Lul kc, en cambio, el urden di\ino consti­ tuye ciert3rncnte ese criterio. Las obligaciones de las leves de la naturaleza no cesan en la sociedad; incluso se hacen en ella mas fuertes en varios casos ( ... ). Así, las le\'es de la naturaleza subsisten siempre corno reglas eter·nas para todos los hombres, tanto para los legisladores como para los demás. Si ellos hacen leyes ( ... J éstas deb1.:·n estar de acuerdo con las de la natura­ leza, es decir, con la voluntad de Dios, de quien son decla­ ración (... ): no existe ningun decreto humano que pueda ser btt..:'no \ válido cuando es contrario a esta lev. (Para. 135.) Además, hablando con propiedad, el contrato no tunda la sociedad en cuanto tal (puesto que los hombres no cstún aisla-

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Etnicidad, nación �- contrato social

289

dos en el estado de naturaleza), sino sólo la sociedad ci\ il, que es su dimensión política. Finalmente, la predisposición a la vida social, a la empatía -según la expresión antes utilizada- es ante1·ior al contrato e independiente de él, puesto que se trata de la razón natural inherente al hombre, mientras que en Rousseau la ernpat1a es a un tiempo causa y efecto de la vida en sociedad. Esta ultima diferencia es evidentemente reflejo de la oposición entre una concepción abstracta (Rousseau) y concreta (Locke) Llcl con­ trato. No debe, sin embargo, exagerarse esta oposición, va clasica en la teoría democrática (Lavau, Duhamel, 1985, púg. 34). Locke flexibiliza, ciertamente, las condiciones de posibilidad del con­ trato al no exigir, a diferencia de Rousseau, que eslL' Fundado en el compromiso total _v absoluto de los contratantes. lntrnduce, sin embargo, una dificultad suplementaria al dotar a la sociedad civil de una función sustantiva. De ello resultan, efectivamente, dos efectos fundamentales potencialmente contradictorios. En primer lugar, la funci-217).

Etnicidad, nación y contrato social

293

original, en el vocabulario de Rawls) tampoco debe tomarse al pie de la letra. La posición original no es un mome11to que fundamenta la sociedad de una vez para siempre; es una fic­ ción que permite conceptualizar la permanente renovación, fundamentalmente intrasubjeti1·a, del contrato. Podemos, por decirlo así, entrar en la posición inicial en cualquier momento siguiendo simplemente cierto pro­ cedimiento, a saber, proponiendo principios de justicia de acuerdo con estas restricciones [es] decir, el velo de igno­ rancia (lbícl., pág. 19). La concepción de la justicia que los interlocutores adopten define la concepción que consideramos -aquí y ahora- equitativa y sostenida por las mejores razones ( 1988, pág. 295). Si bien el mecanismo del contrato recuerda a Rousseau, su contenido está, en cambio, más cerca de la visión de Locke: es a la vez limitado y sustantivo. Rawls pone el carácter limitado del contrato en el mismo centro de su empresa filosófica. Los pro­ blemas concretos del gobierno no pueden resolverse sino de manera situada; el acuerdo unánime sobre los principios de la estructura fundamental (basic structure) de la sociedad no pue­ de obtenerse sino por la abstracción, el rechazo de cualquier contexto sociológico. El gobierno, pues, no emana, propiamente hablando, del contrato social. Rawls expresa la subordinación de los proble­ mas gubernamentales por una jerarquía de niveles de análisis que puede resumirse en el cuadro siguiente. Esta jerarquía es rígida, en el sentido de que no puede realizarse acción alguna en uno de los tres niveles subordinados que no esté en estricta conformidad con el conjunto de los productos de todos los niveles superiores.

294

Teorías del nacionalismo

Po.c,ic1nn ori�inal

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Pri11cipinir de las sociedades heterogéneas complejas, los dos paradigmas tcoricos son, pues, menos opuestos que complementarios.

Etnicidad, nación :V' contrato social

309

Ambos conducen en todo caso a considerar que el funciona­ miento democrático de una sociedad étnicamente hcterogL'nea, con toda la ambigüedad que este término implica, n.igc una separabilidad de la cultura pública y la cultura privada, v : que es en su frontera donde tienen (y deben tener) lugar los debates políticos fundamentales.

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CAPÍTULO 8

VIEJOS IMPERIOS, NUEVAS NACIONES por Benedict Anclcrson

Lo que hace tan interesantes los nuevos Estados americanos de finales del siglo XVIII v principios del XIX es que resulta casi imposible explicar su nacimiento por los dos factores privilegia­ dos en muchos estudios europeos sobre la ascensión del nacio­ nalismo, demasiado influidos sin duda por el ejemplo de los nacionalismos europeos de mediados de siglo. En primer lugar, ya se trate del Brasil, de los Estados Unidos o de las antiguas colonias españolas, la lengua no los diferenciaba de sus metrópolis imperiales. Todos estos Esta­ dos, incluso los Estados Unidos, eran criollos, v fueron funda­ dos y dirigidos por gentes que hablaban la misma lengua y tenían los mismos orígenes que aquellos a los que comba­ tían.1 Reconozcamos, en efecto, que, con ocasión de estas precoces liberaciones nacionales, ni siquiera fue evocada la cuestión de la lengua. En segundo lugar, hay buenas razones para dudar de que la l. Criollo: persona de origen puramente europeo (al menos en leona) pero nacido en las Américas (v luego, por extension, en cualquier pa,-tc Fuera de Europa).

CAPÍTULO 8

VIEJOS IMPERIOS, NUEVAS NACIONES por Benedict Anderson

Lo que hace tan interesantes los nuevos Estados americanos de finales del siglo XVIII v principios del XIX es que resulta casi imposible explicar su nacimiento por los dos factores privilegia­ dos en muchos estudios europeos sobre la ascensión del nacio­ nalismo, demasiado influidos sin duda por el ejemplo de los nacionalismos europeos de mediados de siglo. En primer lugar, ya se trate del Brasil, de los Estados Unidos o de las antiguas colonias españolas, la lengua no los diferenciaba de sus metrópolis imperiales. Todos estos Esta­ dos, incluso los Estados Unidos, eran criollos, v fueron funda­ dos y dirigidos por gentes que hablaban la misma lengua y tenían los mismos orígenes que aquellos a los que comba­ tían. 1 Reconozcamos, en efecto, que, con ocasión de estas precoces liberaciones nacionales, ni siquiera fue evocada la cuestión de la lengua. En segundo lugar, hay buenas razones para dudar de que la 1. Criollo: per"ona de origen pur·amente europeo (al menos en teoría) pero nacido en las Américas(\' luego, por extensión, en cualquier· pal'te fuera de Europa).

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Teorías del nacionalismo

tesis de Nairn, tan convincente por ot,·a parte, se aplique a la ma\'or parte del hemisferio occidental; según esta tesis:: La aparición del nacionalismo, en sentido específica­ mente moderno, estuvo ligada al aprendizaje político de las clases populares. Aunque se ha\an mostrado algunas n.·ces hostiles a la democracia, los mn Oc111·n· ·, cu111¡,/i:1cs, Calmann-Lén, 1947, pág. 891.

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Teorías del nacionalisrno

otros conjuntos políticos de gran en,ergadura: pero de nacion. nada. Según Renan, las naciones son una particularidad de Europa tal como se desan-ollo desde Carlornagno. Ha subrzl\ad,) con razón una característica dt:' la nación. ac..1so incluso su caracte­ rística más crucial: el ;:rnonirnato de la ¡x·rlL'nencia. Una nación es una agrupación humana extensa cu,os miernbnls se idL'ntifi­ can con subgrupos de la colccti,icbd. La pertvncncia, en gem·­ ral, no está mediatizada por segmentos constituidos realmente importantes de la sociedad de conjunto. Los subgrupo.-, son fluidos \ efímeros \ no son de un estatuto comparable a la comunidad «nacional». Los , mculos con grupos antvriorl'S a la emergencia de la nación son escasos, tenues, sospechosos, sin pertinencia. Después de haber enumerado Estados 11ocío11ulL's -Francia, Alemania, Inglaterra, [talia, Espaiia-, ks opone una unidad política de su época que L'ra manifiestamenll' no-nacional: el imperio otomano. Turcos. eslan>s. griq2.os, .. 1r11JL'nios, úrabL'S, sirios, kurdos, son en él, obserYaba, tan distintos ho\ como en los primeros días de la conquista. Incluso mas. habría podido añadir, puesto que es probable que, en los prirncTos días de la conquista, unas tribus turcófonas absorbieran a unas poblacio­ nes anatolianas anteriores. En cambio. una \t'Z que el imperio otomano se habia establecido bien, un sistema centralizado de regulación de las comunidades naciunaks ·' religiosas e\.cluía toda posibilidad de cnllución hacia un crisol L'tnico. No era tanto que los grupos étnicos o rL·ligiosos dl'I imperio otomano hubiesen omitido oh idar. Se los lorzaba, por L'i con­ trario, a recordar. El imperio otomano toleraba las ciernas religiones ... Estaban estas, sin embargo, estrictamente separadas de los musulmanes, en el seno ck sus propias co111u11idaLks dis­ tintas. Nunca pudkron lllL'ZclarsL' lib1·emen1L ' con la :-.ocie­ dad musulmana, como hab1an hecho antes en Bagdad o en El Cairo ... Si el cun,·erso era facilmente aceptado, los no­ con,·ersos estaban tan completamente L'\.cluidos que. in-

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El nacionalismo v las dos formas de la cohesión

3.15

cluso ho\', quinientos años después de la toma de Constan­ tinopla, ni los griegos ni los judíos de la ciudad han domi­ nado aún la lengua turca. Puede hablarse de árabes cristianos, pero un turco cris­ tiano sería un absurdo \ una contradicción manihesta. TodaYÍa hov, después de t1Tinta \ cinco a11os de república turca laica, un no-musulman L'n Turquía pod,·a ser llama­ do ciudadanu turco, pero nunca turco.' En conjunto, sin embargo, la percepción por parte de Renan de lo que distingue la nación moderna de las colcctiYidadcs v sistemas políticos anteriores me parece conecta. Me parece, en cambio, insuficiente e incompleto su anúlisis sobre la manera de hacerse importantes las naciones. Es esencialmente históri­ co, v pretende explicar por qué se ha impuesto en Europa occidental el sistema nacional, pero aún no ( en la época en la que escribta) en Europa oriental v en otras partes. Se basa en las circunstancias de las conquistas teutonas: los francos, los borgoñones, los lombardos, los normandos, llega­ ban a menudo con demasiado pocas mujLTes, \ acababan por casarse en la población local. Por añadidura, adoptaban la reli­ gión de los \'encidos. Seguidamente, unas dinastías poderosas impusieron la unidad a vastas sociedades; el n:'\ de Francia, observa, lo hizo por la tirania v por la justicia. Sui/.a, los Países Bajos, los Estados Unidos, Bélgica, se constitmeron por la unifi­ cación voluntaria de proYincias, aunque L'll dos casos la uni(m fue más tarde confirmada por una monarquía. El siglo XVIII, finalmente, lo cambio todo. Aunque Renan hava ironizado sobre la idea de que una gran nacill moden1a pudiese ser gobernada según los principios de una república antigua, no por eso deja de recoger buena parte de la tcnna de retorno a la Antigüedad de la Revolución francesa: El hombre había \Uclto, despuL'S de siglos de en\ ikci�-

1 %8,

Bcrnard LL·\1is. Tl1c c111-. aun­ que hayan podido contribuir a una situacion LJLIL' (prn 1..·oinci­ dcncia) se parec1a en ci1::Tta 1111..'Llil1tico lu1,da1111..'ll­ tal .se distinguen por una modilica1.. io11 pn>luml:t, ¡w1111a11L'lllL' del modo de organizaciun social. Esta modihcacion es la qu1..' k1L·1..· étp:1r1..'c1..T, L·om" urnc�1s titulares legitimas de la autoridad p ublica, unas crn11u11id:1Lk"

El nacionalismo v las dos formas de la cohesión

)3lJ

anónimas, fluidas en el interior v relativamente indiferenciadas, extensas en el espacio v culturalmente homogéneas. El princi­ pio poderoso e innovador «un Estado, una cultura» t icnL' pro­ fundas raíces. Aparte de su error sobre el origen del fenómeno quL' había identificado bien, Renan dio pruebas de un tacto poco seguro en la descripción de su rasgo central, a saber, la doctrina del «plebiscito de cada día». Conjuntos políticos definidos en ténni­ nos religiosos recibieron ampliamente, en el pasado, la lealtad de sus miembros, ritualmente reafirmada. Eran fruto, si no de un plebiscito de cada día, sí, al menos, de un plebiscito de to­ dos los días de fiesta -v . fre. las festi,idades rituales LT..m mu,· cuentes. A la inversa, ni siquiera el Estado nacional moderno confía totalmente, ni siquiera principalmente, en el plebiscito diario v la reafirmación voluntaria ele la lealtad, siempre rdo1·zados por mecanismos coercitivos. También sobre este punto, sin embargo, ha distinguido Re­ nan algo distintivo e importante. El nacionalismo moderno desea conscientemente su identificación con una culttll'a. En una perspectiva histórica, esta conciL'JlCia ostentada de su pro­ pia cultura es va una extra,agancia inte1Tsante. El hombre tra­ dicional veneraba su ciudad o su clan a t1-._l\'és de su dios o de su templo, utilizando al uno, corno tanto ha subrmado Durkheim, corno emblema del otro. Cualquier idea de «nilttll'a», como por otra parte de «prosa», le era extra11a. Conoc1a los dioses de la cultura, pero no la cultura misma. En la era del nacionalismo, todo esto se transfon11a doble­ mente; la cultura compartida se \'enera dircct11111c11ll', \ _ ' no a través del difuminado de cualquier emblema, ,. la entidad así \Tnerada es difusa, sin diferenciación interna, , exige que un ,clo de amnesia recubra las diferencias internas oscu1·as. No debe ignorarse ni ol\'idarse la cultura, pen) el ol\'ido debe ,·ecu­ brir las diferenciaciones internas\ los matices c11 el se11u de una cultura dada políticamente santificada. ¿Podemos nosotros ir rnús lejos v completar su anülisis, desa­ rrollando sus intuiciones ,. e,itanclo sus errores'!

3-Hl

Tt'Urtas del naciPnalismo

Estructura y cultura Est:.i conkrencia nos; rc,:uenla a A. R. Radcliffc-Bruwn. Yu rrch:·nd1, (]lll' el prubk111:1 senalad() por Renan\ resudto solo en parte, ti1:·t1t:, ckctí\arncntL', una suluciun ddiniti\a,, lo 4uc es mas. una soluciun qui:' solu put:Lk alcanzarse mediante b utilizaciun sistemática de una distinciun, 01nnipn·sentt ' en d pcnsami1:·nto de Radcliffe-Bnn, n, quien ha dominado la tradi­ cion antr()pológica a b que tanto ha co11t1·ibuido. Renan babia mostrado bien un pnibkma: que ha\ algo total­ rncnk distinto l'fl el principio de colwsion v dL' s v los canales de comuni­ cación, \ tiene la capacidad jurídica de actuar como cuerpo unido (derecho que se niega a la categoría campesina). Esto le permite mantener su dominio. A su lado se encuentra una jerarquía religiosa paralela, que comprende a la vez comunidades monásticas v sacerdotes ofi­ ciantes individuales, que proporcionan senicios rituales a los demás miembros de la población. Entre las comunidades 1·ura­ les v la elite militar-clerical, hav una capa de aitesanos v de comerciantes, establecidos algunos en peque11os islotes campe­ sinos, viviendo unos como migrantes pe1-petuos, \' otros en aglo­ meraciones urbanas más concentradas. El equipamiento tecnológico, administrati\'o de esta socie­ dad es bastante estable. Por consiguiente. su di, ision del trabajo es de igual modo, aunque bastante elaborada, más bien estable. Las más de las veces, el reclutamiento para las numerosas posi­ ciones especializadas en el seno de esta compleja estnictura se lleva a cabo por medio del nacimiento. Aunque las aptitudes requeridas sean a menudo considerables, se transmiten mejor en el taller, por un padre al menor del grupo, a ,·eces por un maestro a un aprendiz. No presuponen formación inicial ge11ái­ ca en el seno de un sistema de educación centralizado v no espe­ cializado. La jerarquía clerical tiene un cuasi-monopolio de la escritu­ ra, la lengua en la que escribe no es idéntica a ningun idioma hablado vi\'o, v se aleja mucho ele ciertos dialectos utilizados en la Yida diaria por diferentes grupos sociales. Esta distancia, v la ininteligibilidad que de ella resulta para los no-iniciados. no son en modo alguno una des\entaja, sino que, por el contrario, realzan la autoridad de la doctrina \ de los rituales de que se ocupa el clero. Refuerzan el aura que rodea los secretos espiri­ tuales. Una inteligibilidad estratificada sostiene una sociedad estratificada. En esta situación general, ningún factor tiende hacia la ho-

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mogeneidad lingüística v cultural, pero hav en cambio diferen­ tes factores de diversidad. La inmovilidad v el aislamiento de los grupos campesinos rurales alientan la diversihcación de los dia­ lectos, incluso cuando grupos de vecinos hablaron inicialmente la misma lengua, lo que no es muchas veces el caso. La manera de extenderse el control político -por la conquista- significa de todos modos que el territorio comprende comunidadt.'S campe­ sinas que hablan lenguas diversas; pe1·0 los gobernantes son completamente indiferentes a ello, a condición de que los cam­ pesinos permanezcan dóciles. Mas arriba, en la estructura, se encuentra una compleja proliferación de rangos v estatutos diferentes, en principio rígi­ dos v hereditarios v, de hecho, bastante estables. La externaliza­ ción, por diferencias de lengua :,; de estilo cultural, Je esta jerarquía relativamente rígida> aceptada es muv cómoda para el sistema en su conjunto v para sus miembros. Evita. en efecto, las dolorosas ambigüedades v constituve un sistema de marca­ dores visibles que aseguran v ratifican toda jerarquía> la hacen aceptable. Sistemas de este tipo sufren a veces campa11as inspiradas,, dirigidas por el clero para la unificacion religiosa. El clero quiere afirmar su monopolio de la magia, del 1·itual v Je la salvación, v eliminar el chamanismo independiente, que tien­ de a persistir, pa1-ticularmente en d seno de la población rnral. El monopolio religioso puede ser tan precioso para él como el monopolio coercitivo v fiscal lo es para la elite política. No obstante, es casi inconcebible que tal sistema conozca un im­ pulso serio _v sostenido hacia la homogeneidad lingüística v cultural, apoyada en una alfabetización universal en una len­ gua única. Tanto la voluntad como los medios de una aspira­ ción tal, impresionan por su ausencia. 2. Pasemos ahora a un tipo en!t 'rarnente diferente de es­ tructura social. Tomemos una sociedad con las siguientes ca­ racterísticas: tiene también una división del trabajo complejo v sofisticado, pero fundado en una tecnología más poderosa, de tal suerte que la producción de alimentos ha dejado de ser la ocupación de la mayor parte de la poblacion. Por el contrario,

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la agricultura no es ahora sino una industria entre otras, que empica una proporcion bastante escasa de la poblacion. Ésta no está, por añadidura, bloqueada en comunidades rnralcs intro­ vertidas, sino que se sitúa más o menos en la continuidad de otros grupos profesionales, siendo la mm il idad desde\' hacia la agricultura más o menos tan frecuente como las demás formas de mm ilidad lateral. Esta sociedad estú basada en una anticipacion realista v bien fundada de crecimiento económico\' de progxeso material para la totalidad o la rnavoría de sus miembros. El pode1· de su tecnología no sólo ha permitido a una pequei1a rnino1·ía en su seno producir suhcienle alimento para aliment ..ll' a todo el mundo, sino que incluve igualmente un potencial intrínseco de creci­ miento que, con el tiempo, permite a todos enriquL·cerse. Esta anticipación contribuvc de manera esencial a asegurar el consenso\' el consentimiento sociales; el ,·epano ck los despojos pierde su carúcter acerbo si su total aumenta. A la inversa. es una amenaza gran: para esta sociedad cuando, por una u otra razón, se frena el ci·ecirniento. Pero, comparada con muchas socieda­ des anteriores, �·sta es con frecuencia pennisi\'a\ liberal: cuando es posible comprar a la mavor pa,-re de la gL'nte la mavor p..l!'te del tiempo, puede ser posible flexibilizar los métodos tradicionales rnús brutales de garantía de la conformidad social. Una sociedad que \'i\e grncias al conocimiento debe pagar cie,·to precio, para tener la inno, ación perpetua. La inno\'ación, a su , ez, supone una mo\'ilidad profesional incesante, cierta­ mente entre generaciones, -:-, a menudo en el curso de una misma vida. La capacidad de pasar por empleos diversos v de comunicar v cooperar al hacerlo con nurne,·osos indi\iduos en otras posiciones sociales, exige de los miernbn)s de esa sociedad que sean capaces de comunicar, oralmente o por escrito, de manera formal, precisa e independiente del contexto; en otras palabras, que estcn alfabetizados ,. que sean educados, v capa­ ces de una presentación de mensajes ordenada\' normalizada. El nivel de educación ele,ado está de todos modos imphcito en el tipo de economía altamente producti\'a \' en la anticipación de una mejora sostenida.

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Todo esto conduce a la necesidad de una alfabetización v de una educación universales así corno de homogeneidad, o al menos de continuidad, cultural. Unos hombres que cooperan en tareas complejas de nivel tecnológico elevado tienen que saber leer y, lo que es más, en la misma lengua. Hombres que pasan de un empleo a otro, en empresas con jerarquías distintas e independientes, sólo pueden cooperar sin fricciones sobre la base de una hipótesis fundamental de igualdad aproximada: todos los hombres son, en cuanto tales, iguales, v todajerarquía es ad hoc y vinculada a tareas específicas. Las desigualdades de stalus se atribuven temporalmente a inclivicluos, por razón de su fortuna, de su función o ele sus realizaciones: estas no están vinculadas ele manera pe1-rnanente a grupos hcredita1·ios en su conjunto. He aquí el perfil general de una sociedad moderna: alfabeti­ zada, móvil, formalmente igual con desigualdades que sólo son fluidas, continuas y, por decido así, atomizadas, v dotada de una cultura compartida, homogénea, transmitida por la alfabetiza­ ción e inculcada por la escuela. No podría ser más claro el contraste con una sociedad tradicional, en la que la escritura era un logro minoritario y especializado, en la que e1·a norma la jerarquía estable más que la movilidad, v en la que la cultura era diversificada v discontinua, y transmitida en el conjunto por los grupos sociales locales antes que por instituciones educativas especializadas y centralizadas. En tal ambiente, la cultura de un hombre, el idioma en el que ha sido formado v en el interior del cual es efectivamente empleable, son su posesión más preciosa, su G11'ta de acceso verdadero a la plena ciudadanía, a la dignidad humana\ a la participación social. Los límites de su cultura son igualmente los de su empleabilidad, de su mundo v de su ciudadarna moral, mientras que el mundo del campesino, por el contra­ rio, era más estrecho que su cultura. Le sucede va muchas veces que choca con esos límites, corno una mosca cont1·a un vidrio, y adquiere rápidamente una conciencia aguda de ello. Así, la cultura, que se comparaba en otros tiempos con el ai1-c que respiraban los hombres, v de la qut' eran pocas n·ces

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realmente conscientes, se hizo de pronto perceptible_,. sig:nihca­ ti\'a. Una cultura errónea\' extraña se con\ie1·tc en amenazado­ ra. La cultura, como la prosa, se hace Yisible y llega a ser. por añadidura, una fuente de orgullo v placer. Ha nacido la era del nacionalismo. Puede añadü·sc que, al mismo tiempo, es cada ,·ez más dibcil para los hombres el tomar en serio la doctrina religiosa. En d fondo esto es una consecuencia de la adhesión al crecimiento económico (v, por tanto, tambien cognitiYo) que conduce por ot1·a patte a la rnm·ilidad social.\ a la homogeneidad. Lln creci­ miento cognitivo perpetuo es incompatible con una \isión sóli­ da del mundo, dotada de estabilidad v de autoridad, , rica en \'Ínculos con el sistema de estatutos, con las prácticas rituales v con los \alores morales de la comunidad. vínculos que refuer­ zan todos los elementos del sistema. El crecimiento cognitivo no podría ser limitado, aislado, no respeta ni lo sagrado ni cualquier otra cosa, v soca,·a, tarde o temprano, los elementos cognitivos de una ,·isión dada, sea contr·adiciéndolos directamente o, simplemente, \·oh·íendo a ponerlos en tela de jucio, destn1vendo así su estatuto. Así, en el mismo instante en que los hombres adquieren una aguda con­ ciencia de su cultura, de las relaciones de ésta con sus intereses \itales, pierden igualmente buena parte de su capacidad de \'enerar su sociedad a tra,·es del simbolismo místico de una 1·eli­ g10n. Hav, pues, un doble impulso hacia la Yeneración dirccla de la cultura compartida, en sus propios terminos: ahora es clara­ mente \'isible, , el acceso que tiene el hombre a ella se ha con,ertído en lo más precioso. Entretanto, los símbolos religio­ sos, por los cuales se veneraba, si creemos a Durkhcim, de¡an de ser utilizable:,,. Es preciso, pues, que la culttu-a sea adorada directamente, en su nombre propio. He aquí el nacionalismo. La teona nacionalista prt'tende que la cultura es dada al individuo, que incluso lo posee, en una especie de enamora­ miento ideológico súbito. Pero, en el am En la página anterior el mismo Smith habia ht:'clw un�1 obsen·ación que sugería lo contrario. TodaYia no hact.· ni siquiera treinta aiios, M. Camcnrn de Lochiel, gentilhombre de Lochabar t'n Escocia, aunque des­ pro,isto de cualquier auto1·idad legal.. .. no por ello dejaba tk: ejercer habitualmente la más altajurisdiccion criminal sobre su gente... Este gentilhombre, cu,a renta nunc.1 c-,,;cedió de quinientas libras anuales, trajo con (,j a ochociL'ntos hombres de los suvos a la rebelión de 1745.1.: Puede suponerse que tales gentilhombres no ernpczanm a

10. !hiel. 11. Dcspoblamiento.s dl' las zonas ru1·aks de· Lis t icT1c1s alt:1s dL· EsnJL ia L'll los siglos XVIII, XIX que au,m¡xu1a11 ,·n ellas,, ,·,qilican L'Il p:11'\l', ,·l dctn1uro de las estructuras fl'udales. Las prcrnisa.s jundicas de· ,·!lo cstah:111 pla11tc·adas desde mediados del siglo XVlll (l>n 1eélLLÍrn1 directa :1 la rchcl1"11 ,le- ¡74-;¡,, eran, pur tantu, conocidas poi Srnith. Los rnu, i111ic111, >s de· p, ,bbc i, >11 u nTc·spu11dicntes se acdcT:ll'on con la rn,,lucíun imlustrial. 1\. JL'I f.1 12. tu rich